577 Pages • 165,079 Words • PDF • 3.8 MB
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Staff
Corrección
Traducción
Corrección y Revisión Final
Lectura Final
Diseño
Contenido
Sinopsis
Capitulo Diez
Capitulo Veinte
Capitulo Uno
Capitulo Once
Capitulo Veintiuno
Capitulo Dos
Capitulo Doce
Capitulo Veintidos
Capitulo Tres
Capitulo Trece
Capitulo Veintitres
Capítulo Cuatro
Capitulo Catorce
Capitulo Veinticuatro
Capitulo Cinco
Capitulo Quince
Capitulo Veinticinco
Capitulo Seis
Capitulo Dieciseis
Capitulo Veintiseis
Capitulo Siete
Capitulo Diecisiete
Epilogo
Capitulo Ocho
Capitulo Dieciocho
Capitulo Nueve
Capitulo Diecinueve
Sinopsis
Si alguien ha dicho alguna vez que ser adulto es fácil, es que no lo ha sido lo suficiente. Diana Casillas puede admitirlo: la mitad del tiempo no sabe qué demonios está haciendo. Cómo ha conseguido pasar los dos últimos años de su vida sin matar a nadie es poco menos que un milagro. Ser adulto no debería ser tan difícil. Con una casa nueva, dos niños pequeños que ha heredado de la forma más dolorosa posible, un perro gigante, un trabajo que suele amar, una familia más que suficiente y amigos, tiene casi todo lo que podría pedir. Excepto un novio. O un marido. Pero, ¿quién necesita alguno de los dos?
***La protagonista de esta historia es de descendencia mexicana por lo cual encontrarán varias palabras en español tal cual aparecen en libro original***
Capitulo Uno
Me desperté gritando. O bastante cerca de gritar, considerando que todavía estaba recuperándome de un resfriado que me había contagiado Josh dos semanas atrás y que me había dejado sonando como un fumador empedernido en la pubertad. Mis ojos se abrieron de golpe en medio de mi “¡Ahh!” para encontrar un mini demonio a centímetros de mi rostro. Salté. Me estremecí. Juro que mi alma abandonó mi cuerpo por una millonésima de segundo cuando los dos ojos que me miraban parpadearon. —¡Mierda! —Grité cuando mi espalda golpeó la cabecera, y aspiré lo que podría haber sido el último suspiro que jamás tomaría antes de que me cortaran la garganta. Excepto… En medio de estirar la mano para agarrar la almohada a mi lado, no sabía qué diablos iba a hacer con ella, pelea de almohadas con el malvado Oompa Loompa de Willy Wonka o algo así, me di cuenta de que no era un mini discípulo de Satanás a punto de sacrificarme al Señor Oscuro. Camuflado en la habitación casi negra como boca de lobo, la carita a unos centímetros de la mía no era realmente el secuaz del diablo; era un niño de cinco años. Tenía cinco años. Mi niño de cinco años. Era Louie.
—Oh, Dios mío, Lou, —jadeé al darme cuenta de quién estaba tratando de matarme antes de que cumpliera los treinta. Parpadeé y apreté la piel sobre mi corazón como si estuviera a punto de salir disparado de mi pecho. No debería haberme sorprendido de encontrarlo en mi cama. ¿Cuántas veces me había asustado muchísimo de la misma manera en los últimos años? ¿Cien? Debería haberme acostumbrado a que él entrara a escondidas en mi habitación a estas alturas. Era el niño más lindo que había visto en mi vida, a la luz del día, pero de alguna manera no entendía que mirar a alguien mientras dormía era muy espeluznante. Realmente espeluznante. —Jesús jod —comencé a decir antes de ir con— queso y galletas —Todavía podía escuchar la voz de mi mamá hace un año sermoneándome por enseñar a los niños a usar el nombre del Señor en vano—. Me asustaste como el infierno —gemí, dándome cuenta de que lo arruiné de nuevo. Realmente había estado tratando de mejorar el uso de malas palabras frente a Louie al menos, ya que Josh era una causa perdida, pero los viejos hábitos son difíciles de quitar—. Me diste un susto de muerte, —dije en su lugar, a pesar de que había escuchado palabras mucho peores que 'infierno' y 'Jesús'. —Lo siento, tía Diana, —susurró Louie con esa voz dulce como el azúcar que inmediatamente me hizo perdonarlo por todo lo que había hecho y todo lo que haría. —Lou. —Mi corazón seguía latiendo rápido. Dios. Era demasiado joven para tener un derrame cerebral, ¿no? Dejé que las mantas cayeran sobre mi regazo, todavía frotando mi pecho—. ¿Estás bien? —Le susurré a cambio, tratando de que mi corazón volviera a latir a un ritmo respetable. Asintió con seriedad. No tenía pesadillas a menudo, pero cuando las tenía, siempre encontraba su camino hacia mí… sin importar si estaba despierta o no. Basándome en lo aturdida que me sentía, no había posibilidad de que hubiera estado dormida más de un par de horas. Dormir en una casa nueva no ayudaba en nada a mi
situación. Esta era solo nuestra tercera noche aquí. Mi cuerpo no estaba acostumbrado a que la cama mirara en otra dirección. Todo olía y sonaba diferente también. Me costó bastante relajarme incluso en nuestro antiguo apartamento, así que no me sorprendió cuando me encontré en la cama las últimas dos noches jugando con mi teléfono hasta que comencé a dejarlo caer en mi rostro por lo cansada que estaba. Una mano de dedos pequeños tocó mi pierna sobre las sábanas. —No puedo dormir, —admitió el niño, todavía susurrando como si estuviera tratando de no despertarme aún más de lo que ya lo había hecho al asustar al Espíritu Santo y sacarme un par de gotas de orina. La oscuridad en la habitación ocultaba el cabello rubio de Louie y esos ojos azules que aún hacían que mi corazón doliera de vez en cuando—. Hay mucho ruido afuera. ¿Puedo dormir contigo? El bostezo que dejé salir duró unos quince segundos, feo y entrecortado, con mis ojos llorosos en el proceso. —¿Qué clase de ruido? —Creo que alguien está peleando junto a mi ventana. —Inclinó los hombros mientras palmeaba mi pierna. Eso me hizo sentarme derecha. Lou tenía una imaginación activa, pero no tan activa. Nos había librado de tener amigos imaginarios, pero no me había salvado de fingir que el inodoro era un bebedero para aves y que él era un loro cuando tenía tres años. ¿Una pelea? ¿Aquí? Había visto al menos cincuenta casas antes de llegar a esta. Cincuenta listados de venta diferentes que no funcionaron por una razón u otra. O estaban demasiado lejos de las buenas escuelas, el vecindario era sospechoso, el patio no era lo suficientemente grande, la casa necesitaba demasiado trabajo o estaba fuera de mi rango de precio. Entonces, cuando mi agente de bienes raíces mencionó que tenía una más para mostrarme, no había sido demasiado optimista. Pero ella me trajo de todos modos; se trataba de una ejecución hipotecaria que solo llevaba unos días en el
mercado en un barrio de clase trabajadora. No me había permitido hacerme ilusiones. El hecho de que tuviera tres dormitorios, un enorme patio delantero y trasero, y que solo necesitara una cantidad mínima de trabajo estético había sido suficiente para mí. Salté sobre él y lo compré. Diana Casillas, propietaria. Ya era hora. Había estado más que preparada para salir del apartamento de dos habitaciones en el que los chicos y yo habíamos estado escondidos durante los últimos dos años. Después de todos los vertederos en los que había estado, este lugar había sido la luz al final del túnel. No era perfecto, pero el potencial estaba ahí. A pesar de no estar en una nueva subdivisión elegante en los suburbios, las escuelas de los alrededores eran excelentes. La mayor sorpresa de todas fue que estaba cerca de donde se estaba trasladando mi trabajo, por lo que no desperdiciaría horas de mi vida conduciendo de un lado a otro. La cuestión era que había conocido a algunos de los nuevos vecinos en el transcurso del mes y medio que se tardó en cerrar la compra la casa, pero no a todos. Las personas que vivían más cerca del dormitorio de Louie eran una pareja de ancianos, no exactamente el tipo de personas con las que te imaginas peleando en medio de la noche. El resto eran familias agradables con niños pequeños y todo. Un barrio con antecedentes de delincuencia era el tipo de mierda que había estado tratando de evitar. Se suponía que nadie estaría peleando, y mucho menos en medio de la noche. —Puedes quedarte conmigo. No vuelvas a patearme en el estómago, ¿de acuerdo? Casi me rompes la costilla la última vez —le recordé en caso de que se hubiera olvidado del hematoma gigante que me había dado y que me hacía jadear cada vez que me inclinaba. Alargué la mano para encender la lámpara lateral, casi tirándola de la mesa de noche. Balanceando mis piernas a un lado de la cama, tiré de la parte de atrás de los pantalones del pijama de Louie para darle un calzón chino parcial mientras me ponía de pie.
—¡Fue un accidente! —se rio como si no me hubiera causado semanas de dolor al usar mi abdomen como una pelota, haciendo evidente que podría tener una carrera en el fútbol si alguna vez quisiera. Ya teníamos dos futbolistas en nuestra familia extendida; no necesitamos otro. Con la luz encendida, esa pequeña sonrisa traviesa que poseía mi corazón tuvo en mí el mismo efecto que siempre tenía: hizo que todo en el mundo fuera más llevadero. —Seguro que lo fue. —Le guiñé un ojo antes de bostezar de nuevo y estirar los brazos sobre mi cabeza para que la sangre bombeara por todo mi cuerpo—. Regresaré en un minuto, pero trata de dormir, ¿de acuerdo? La abuela te recogerá temprano. —¿A dónde vas? Siempre había una pizca de preocupación en su tono cada vez que iba a algún lugar sin él, como si esperara que no regresara. Lo odiaba. —Voy a comprobar el ruido. Vuelvo enseguida —le expliqué con calma, tratando de decirle sin palabras que se necesitaría un arma de destrucción masiva para mantenerme alejada de él. Pero no hice la promesa en voz alta. Necesitaba creer eso por su cuenta sin que yo se lo recordara todo el tiempo. Louie asintió con la cabeza, ya metiéndose bajo las sábanas, calmando mi conciencia solo un poco. Tenía piernas y brazos desgarbados, y esa piel de melocotón brillante que fue su herencia de la ascendencia danesa de su madre y nuestro lado mexicano. No había una cama de bronceado o autobronceador en el mundo que pudiera replicar su tono dorado. —Ve a dormir. Apagando la lámpara de nuevo, salí del dormitorio, dejando la puerta entreabierta detrás de mí. Afortunadamente, me puse unos pantalones cortos antes de irme a dormir. Mi mano se acercó a las paredes para tratar de moverme alrededor; Todavía no estaba familiarizada con el diseño de la casa. Los chicos no le tenían miedo a la oscuridad, así que no nos molestamos con las luces de noche. Desde que tengo memoria, mi hermano y yo los habíamos convencido a
ambos de que el hombre del saco debería tenerles miedo a ellos, no ellos a él. Todavía no había colgado nada, así que no había posibilidad de que tirara fotos de los soportes mientras caminaba por el pasillo que separaba mi habitación de la de Louie y Josh. Cuando los chicos vinieron a vivir conmigo por primera vez, me despertaba al menos una vez por noche para ver cómo estaban, para asegurarme de que no habían desaparecido mágicamente como un misterio sin resolver. Ahora, solo lo hacía en noches como esta cuando Louie me despertaba. Lo primero que vi en la cama de Josh fue el cuerpo largo y peludo que parecía ocupar la mayor parte de ella, el peor guardaespaldas del mundo de 72 kilos de nuestra familia. Mac se había desmayado, completamente ajeno a mi entrada en la habitación, y para colmo, ni siquiera había reaccionado a mis gritos cuando encontré a Louie rondando. Más arriba en la cama estaba la parte superior del cabello castaño de Josh, muy parecido al mío y al de Rodrigo, asomando por debajo del edredón azul claro que había elegido dos semanas atrás. Fue un milagro que no hubiera empezado a llorar como un bebé en medio de la tienda. Me había matado un poco cuando le pregunté si quería un juego de Tortugas Ninja, y había optado por uno azul básico. Ni siquiera cumpliría once años hasta unas semanas más, y ya pensaba que era demasiado grande para los personajes de dibujos animados. Todavía podía recordarlo con mamelucos como si fuera ayer. Dejé la puerta de Josh casi cerrada y me dirigí hacia la habitación de Louie, la más pequeña de las tres y la más cercana al frente de la casa. Apenas había llegado a su puerta cuando escuché gritos. No había forma de que viniera de los vecinos ancianos de al lado. Las personas que vivían al otro lado de un bungalow eran una pareja de mi edad con un bebé. El vecindario parecía seguro. La mayoría de las entradas de autos cercanas tenían autos nuevos, pero había algunos llenos de modelos que habían sido rediseñados hace años. No había podido evitar notar que el césped estaba bien cuidado, las casas bonitas y ordenadas, incluso si todas fueron construidas
antes de que yo naciera. Todas las señales apuntaban a que esta casa era un gran lugar para criar a dos niños. Me recordó dónde había crecido. Rodrigo lo habría aprobado. Moviendo las persianas de Lou lo más sigilosamente posible para mirar por la ventana, no tardé mucho en descubrir de dónde venía el ruido. Al otro lado de la calle, dos casas a la derecha había un par de autos estacionados de una manera que impedía el paso del tráfico, si hubiera habido alguien conduciendo en medio de la noche en un día laborable. Pero fueron los cuatro hombres destacados debajo de la farola en la acera los que me hicieron centrarme en ellos. Estaban peleando, tal como lo había insinuado Louie. Solo me tomó un segundo darme cuenta de que tres de ellos estaban rodeando uno. Había visto suficientes peleas en la televisión como para saber que cuando tres tipos rodeaban una persona, no significaba que algo bueno estuviera a punto de suceder. ¿Estaba sucediendo esto realmente? ¿No podría haber tenido un período de gracia de seis meses antes de que cosas como esta sucedieran en la casa de un vecino? Un extraño estaba a punto de ser asaltado, y solo podía asumir que alguien con quien ahora vivía al otro lado de la calle era parte de eso. ¿Era el hombre solo mi vecino? ¿O era mi vecino uno de los chicos que intentaba asaltar al chico acorralado? Fue en ese momento, en medio de un intento de adivinar qué demonios estaba pasando, cuando el hombre en el medio del círculo tuvo un golpe en la mandíbula. Cayó sobre una rodilla, balanceándose hacia atrás salvajemente, perdiendo a todos sus atacantes. Los otros tres se aprovecharon y se abalanzaron sobre el tipo por su cuenta. Oh Dios mío. Le iban a patear el trasero y yo estaba allí mirando. Observando. No podía salir. ¿Podría?
Ahora tenía a Louie y Josh. Jesucristo. No necesité mirar alrededor de la habitación para saber que todavía estaba llena de cajas de juguetes y ropa. Cómo un niño pequeño tenía tantas cosas estaba más allá de mi comprensión. Le acababa de comprar un edredón de Iron Man para su cama doble. No era solo yo de quien era responsable, Pensé mientras presenciaba que el tipo era pateado en las costillas. ¿Y si los hombres tuvieran armas? Y si… A través de la ventana, seguí viendo al chico que estaba por su cuenta ser golpeado repetidamente por la misma persona. Una y otra vez. Era una paliza si alguna vez había visto una. Si eso no fuera lo suficientemente malo, otro hombre intervino y se hizo cargo. Mi corazón creció alrededor de cuatro tamaños. Jesús. Jesús. Le estaban pateando el trasero. El chico que estaba por su cuenta, cayó de costado, pateó una y otra vez en el momento en que uno de sus atacantes tenía una oportunidad. Eran como hienas sobre una gacela herida. Lo iban a matar. Y yo estaba parada allí. Quieta. Pensé en mi hermano, sintiendo que ese dolor familiar atravesaba mi corazón y lo inundaba de dolor, arrepentimiento e ira a la vez. Dudar podría ser la diferencia entre la vida y la muerte, ¿no lo sabía? No podría vivir conmigo misma si sucediera algo que pudiera haber prevenido. No pensé en la posibilidad de que tuvieran armas o que alguien viniera detrás de mí en represalia, y seguro que no tomé en consideración cómo mis padres, mucho menos los chicos, me manejarían haciendo algo tan imprudente. Pero, ¿qué tipo de persona sería si me quedaba dentro de mi casa y no hiciera nada para ayudar a alguien que obviamente lo necesitaba? Antes de que pudiera convencerme a mí misma de no hacerlo, salí corriendo del dormitorio y me dirigí hacia el frente, descalza. No quería perder el tiempo corriendo de regreso a mi habitación por mi teléfono o mis zapatos, pero recordaba claramente a Josh dejando su bolsa de béisbol junto a la puerta principal para no olvidarla cuando se fuera a la casa de sus abuelos mañana. Si
lo lograba esta noche, realmente necesitaba comenzar a llamar para encontrarle un nuevo equipo de béisbol, me recordé antes de deshacerme del plan para otro momento. Necesitaba ir a ayudar porque era lo correcto y porque necesitaba ser un modelo a seguir para los chicos. Y huir de los obstáculos no era algo que necesitaran aprender de nadie. El hecho era que dependía de los Larsens, mis padres y yo moldearlos en lo que se convertirían más adelante en la vida. Esa fue una de las primeras cosas que tuve que aceptar cuando me convertí en su tutora. Depende de mí. Si me equivocaba con ellos… no podía dejar que eso sucediera. Quería que crecieran para ser personas buenas y honorables, incluso si parecía que lo había hecho por siempre hasta que fueran algo más que los niños pequeños que apenas podían apuntar su orina al inodoro y no fallar. No quería que los hijos de Rodrigo fueran diferentes solo porque él no estaba cerca para criarlos, porque sabía exactamente de quién sería la culpa si se convirtieran en pequeñas mierdas: mía. No necesitaba eso en mi conciencia. Justo donde lo había dejado, agarré el bate que sobresalía de la bolsa de Josh, probando el peso que tenía. No fue hasta que cerré la puerta principal detrás de mí que la necesidad de correr de regreso a la casa realmente me golpeó. La parte de mi cerebro que se dio cuenta de lo estúpida que era la idea de hacer esto, quería volver a mi habitación bajo las sábanas. No quería tener que tomar esta decisión: ¿arriesgar mi vida o no arriesgar mi vida? Pero solo pensar en el nombre de Rodrigo me hizo seguir adelante. Mientras bajaba corriendo los tres escalones que conducían desde la terraza hasta el pasillo, digo una oración en silencio, esperando que esto no me fuera contraproducente. Mis pies acababan de golpear el cemento cuando me di cuenta de que el hombre solo estaba todavía rodeado, todavía recibiendo una paliza. El pánico se apoderó de mis hombros. ¿Cómo nadie más escuchó esto?
Me pregunté antes de pensar que no importaba. Tenía que hacer lo que tenía que hacer, y eso era ayudar a este tipo y volver a mi casa de una pieza. —¡La policía está en camino! —grité a todo pulmón, levantando el bate en alto—. ¡Déjenlo en paz! En la mayor sorpresa de mi vida, los tres hombres se detuvieron instantáneamente; una de sus piernas estaba suspendida en el aire a media patada, y se miraron con obvia vacilación, dándome una visión borrosa de sus caras insípidas. No había nada especial sobre ellos; eran altos y de complexión delgada. —¡Retrocedan! —grité, con la voz quebrada, cuando se quedaron parados allí. Realmente, realmente esperaba que fuera mi vecino en el suelo y no uno de los otros chicos, o de lo contrario entrar y salir de mi casa iba a ser realmente incómodo durante mucho tiempo. ¿Por qué no había nadie aquí ayudando? Me pregunté una vez más, sin entender por qué nadie más había salido. No estaban exactamente callados. Mi corazón latía a una milla por minuto y ya estaba sudando como un cerdo. Estaba sola; aterrorizada incluso cuando la adrenalina me bombeaba, pero ¿qué diablos se suponía que debía hacer? ¿Quedarme ahí parada, como si nada estuviera pasando? —¡Retrocedan! —grité de nuevo con más bolas detrás de mí tono, cabreada más allá de lo razonable de que este tipo de mierda estuviese pasando incluso en mi barrio. Hubo un solo susurro áspero, y luego uno de los atacantes dio un paso atrás hacia el hombre en el suelo y lo pateó con fuerza antes de señalar. —¡Esto no ha terminado, hijo de puta! —siseó. Tan cobarde como era, no pude evitar sentirme más que un poco agradecida cuando dos de los idiotas se subieron a un auto juntos y el otro subió al segundo
vehículo sin una segunda mirada en mi dirección, las llantas se gastaron en la calle. El hombre en el suelo apenas se movió cuando me acerqué a él, mis piernas hicieron todo lo posible para imitar unos fideos. El tipo estaba de espaldas, sus talones se arrastraban hacia adelante y hacia atrás por la hierba mientras se retorcía de dolor, en silencio. Sus brazos, ambos cubiertos de tatuajes hasta la muñeca, estaban alrededor de su cabeza. Estaba cruzando hacia el patio cuando su cabeza se inclinó hacia arriba. No se tomó mucho tiempo para ponerse de costado, luego finalmente sobre sus manos y rodillas, deteniéndose en esa posición. Dejé caer el bate en el césped. —Whoa, amigo, ¿estás bien? —fue lo único que se me ocurrió preguntar mientras caía de rodillas junto a mi más que probable vecino. Su atención todavía estaba centrada en el suelo. Su respiración era entrecortada y desigual; una línea de saliva y sangre se arrastraba desde lo que solo podía asumir que era su boca hasta la hierba. Tosió y salieron más fluidos de color rosa. Distraída y honestamente, bastante cerca del pánico, noté que las manos que lo sostenían también estaban cubiertas de tatuajes, pero eran las manchas que cubrían ambos pares de nudillos lo que era una señal reveladora de que al menos había tratado de defenderse. Quizás no sabía pelear, pero podía sacar una E por esfuerzo. —Oye, ¿estás bien? —pregunté de nuevo, deslizando mi mirada sobre él, buscando alguna señal que dijera que estaba bien, aunque probablemente no lo estaba. Había visto lo mucho que le habían hecho daño. ¿Cómo podría estar bien? Su respiración entrecortada se hizo aún más agitada antes de que el hombre inclinara la espalda y escupiera; su exhalación posterior tembló y sonó dolorosa. Lo miré; la luz fluorescente de la calle hacía que su cabello pareciera rubio oscuro. La camiseta que llevaba estaba manchada de sangre. Pero eran sus pies
descalzos los que decían todo; tenía que ser mi vecino. ¿Por qué si no tendría zapatos? ¿Había abierto la puerta esperando que todo estuviera bien y luego lo habían saltado? —¿En qué puedo ayudarte? —Mi voz era temblorosa y baja cuando él comenzó a tratar de levantarse y ponerse de rodillas, sin darse cuenta de que estaba allí o sin importarle. Me acerqué y me pilló desprevenida cuando un brazo se acercó a mí. Solo dudé un segundo antes de tomar su muñeca, deslizando mi hombro bajo su brazo mientras las hojas de hierba rozaban mis rodillas desnudas. Su peso descendió sobre mí mientras su codo interno se posaba alrededor de la parte posterior de mi cuello. Una pizca de algún tipo de licor golpeó mi nariz cuando pasé mi brazo alrededor de su espalda baja. La ansiedad picó mi vientre ante su cercanía. No conocía a este tonto. No tenía idea de lo que era capaz o de qué tipo de persona era. Quiero decir, ¿a quién atacan fuera de su casa? Eso no fue una mierda al azar, estar-en-el-lugar-equivocado-en-el-momento-equivocado. Fue personal. No importaba. Al menos una pequeña parte de mí reconoció que no debería importar. Tres contra uno eran terribles probabilidades, incluso si fueran merecidas. Cuando trató de ponerse de pie, yo también lo hice, resoplando y luchando mucho más de lo que me gustaría admitir mientras me usaba como apoyo. —Amigo, necesito que me digas si estás bien o no —le dije, tragando el latido del corazón golpeando mi garganta mientras lo imaginaba cayendo sobre mí por una hemorragia interna. Eso haría mi noche—. Oye, ¿puedes oírme? ¿Estás bien? —Estoy jodidamente bien, —fue su maravillosa respuesta mientras escupía más saliva. Uh-huh, eso no era realmente creíble cuando sonaba como si hubiera intentado correr un maratón para el que no había entrenado y abandono a la mitad. Pero,
¿qué iba a hacer? ¿Llamarlo mentiroso incluso cuando apoyó la mitad de su peso sobre mí? —¿Es esta tu casa? —Mm-hmm, —el hombre refunfuñó la respuesta en lo profundo de su garganta. Manteniendo la mirada baja, miré alrededor del césped, tratando de ignorar lo que probablemente era cerca de 200 libras usándome como muleta. Al igual que casi todas las demás casas del vecindario, en la que estábamos frente había una terraza construida a tres escalones que conducía a la puerta principal. Levanté mi mano libre y la señalé. —Necesito que te sientes un segundo, ¿de acuerdo? —Mi espalda estaba a punto de ceder. Fuera de mi visión periférica, parecía asentir o hacer un gesto de acuerdo, pero solo pude vislumbrar una línea de la mandíbula cubierta por una espesa barba que pertenecía a un hipster o un leñador. Afortunadamente, debe haber sentido que mi columna estaba a punto de partirse por la mitad porque me quitó el peso de encima mientras caminábamos hacia adelante diez pasos que se sentían como tres mil. Su cuerpo estaba ligeramente encorvado, su respiración entrecortada. En los escalones, me volví para llevarlo hacia abajo para que pudiera sentarse, dejándome verlo bien de cerca. A primera vista, me di cuenta de que era mayor que yo. Tal vez diez años, tal vez veinte años, algunos hombres eran difíciles de adivinar, y él era uno de ellos. Sus mejillas tenían parches de color rosa que resaltaban manchas en ellas. Tenía una gran separación a lo largo de la ceja y un corte más pequeño, pero igual de ensangrentado en el labio inferior. No podía asegurar cuál era su tono de piel con solo la mala iluminación nocturna para iluminar el área en la que estábamos, pero era obvio que estaba un poco pálido. Era guapo en circunstancias normales, de acuerdo. Pero fueron sus ojos los que me hicieron permanecer en cuclillas a solo un paso o dos de mi nuevo vecino. Rayas rojas se extendían a lo largo de los iris cuyo color no podía descifrar, una señal de que había estado bebiendo. ¿O los ojos inyectados en sangre significaban algo más? Mierda.
—¿Estás bien? —Le pregunté de nuevo. Yo no era médico; No sabía qué significaban los diferentes síntomas. Una garganta cubierta de tinta se balanceó con lo que solo pude asumir que fue un trago mientras abría y cerraba los ojos lentamente como si estuviera desorientado o algo así. Me estaba mirando, pero era casi como si estuviera mirando a través de mí. ¿Podría tener daño cerebral? —Oye, ¿debería llamar a una ambulancia o a la policía? Eso hizo que sus ojos se clavaran en mí. Su respuesta fue cortante y un poco fea. —No. Lo miré. —Estás sangrando. —Justo cuando lo dije, una línea roja recorrió su sien desde su ceja justo frente a mí. Jesús. —No, —repitió el extraño, su frente lucía un ceño fruncido que me hizo olvidar que era atractivo porque la estupidez no era linda. Simplemente no lo era. —Lo estás. —Estoy segura de que mis ojos se abrieron de par en par con una mirada de “¿estás bromeando?”. Ni siquiera se molestó en limpiar la sangre mientras bajaba por su mejilla. —Te lo dije. Estoy jodidamente bien. Tuve que reprimir el impulso de gritarle por hablarme así. Lo único que me impidió abrir la boca grande fue que pensé en cómo me sentiría si me golpearan, y probablemente tampoco sería muy amable. Pero todavía sonaba más gruñón que un segundo antes cuando grité: —Estoy tratando de ayudarte. Te estaban pateando. Es posible que tengas una costilla rota... o una conmoción cerebral... El rastro de sangre se abrió camino hacia su oído. ¿Cómo diablos podía decirme que estaba bien?
—Estás sangrando justo en frente de mí. Mira. Tócalo si no me crees —le dije, tocando mi dedo índice contra mi rostro en el lugar exacto en el que quería que él hiciera lo mismo, como hola idiota, escúchame. El hombre negó con la cabeza, dejando escapar una exhalación lenta y dolorosa cuando finalmente se tocó la cara y se limpió la sangre, haciendo un desastre mayor. Se miró los dedos manchados y frunció el ceño, con la boca colgando a los lados como si no pudiera creer que se hubiera lastimado después de todo lo que acababa de suceder. —Sin policías. Sin hospital. Estoy bien —insistió, su tono se volvió más rudo en la última sílaba. Jesucristo. Hombres. Hombres de mierda. Si fuera yo, ya habría estado en una ambulancia queriendo que me revisaran. Pero ya podía decirlo por la expresión de su cara, podía oler un culo obstinado a una milla de distancia; Podía reconocer a los de mi propia especie, no había forma de que fuera a disuadirlo de su decisión. Qué idiota. —¿Estás seguro? —pregunté de nuevo, solo para que mi conciencia pudiera estar segura de que había hecho lo que me había pedido, incluso si pensaba que estaba siendo un maldito idiota. Su parpadeo fue lento mientras me miraba una vez más, una leve mueca mostrándose en una mejilla antes de que pudiera enmascarar el hecho de que era humano y estaba herido. —Dije que sí. Dije que sí. Este imbécil estaba a unos tres segundos de que yo terminara el trabajo que los otros chicos comenzaron si no se guardaba ese tono para sí mismo. Pero la sangre por toda la parte delantera de su camisa me hizo mantener la boca cerrada quizás por quinta vez en toda mi vida. Él estaba herido. Parecía tener
problemas para respirar. ¿Y si tuviera un pulmón perforado? ¿Qué se suponía que debía hacer? La respuesta era: nada. No podía hacer nada a menos que él quisiera. Él era un hombre adulto. No podía obligarlo a hacer nada que no quisiera. Debería volver a mi casa. Ya había hecho suficiente. No quería lidiar con esto, pero... sabía que no podía volver adentro hasta estar segura de que él no se desmayaría en el césped. —Está bien, vamos entonces. Si vas a mentir y decir que estás bien, al menos déjame que te ayude a entrar en tu casa, —murmuré bastante, frustrada por no poder decir -está bien- y dejar que él siga con sus asuntos. Estaba aún más frustrada de que estuviera descartando esto como si no fuera nada y que no había ninguna posibilidad de que hubiera algo realmente mal con él. Sus párpados colgaron bajo sobre sus ojos por un momento antes de que mi vecino asintiera, moviendo su mirada en mi dirección. Otro aliento entrecortado salió de su pecho, todo reacio y estúpido. Le tendí la mano para ayudarlo a levantarse, pero él la ignoró. En cambio, le tomó un momento volver a ponerse de pie, mientras mi mano esperaba en el aire en caso de que cambiara de opinión. No lo hizo. Lentamente y por su cuenta, subió las escaleras y yo lo seguí para detener su caída. De espaldas a mí, me di cuenta de que no solo era pesado, era un tipo bastante grande en general. Incluso sin él de pie, era fácil decir que medía alrededor 1.82 de altura y definitivamente era mucho más pesado que yo. Gruñó en voz baja mientras daba un paso tras otro hacia la terraza, y tuve que decirme a mí misma que, si no quería que llamara a la policía, tenía que respetar sus deseos. Incluso si pensaba que estaba siendo un idiota gigante y existía la posibilidad de que pudiera morir a causa de sus heridas. No pude evitar que mi boca se abriera por última vez, la ansiedad me embargaba con fuerza. —Realmente deberías ir a que te revisen.
—No necesito que me revisen, —insistió en el tono más rudo que jamás había escuchado. Lo intentaste, Di. Lo intentaste. Había una puerta de seguridad de metal bloqueando una de madera normal, y mi vecino extendió la mano para abrir la primera y luego la segunda, entrando conmigo detrás. Todas las luces estaban apagadas cuando entró a trompicones, gruñendo en el proceso. No pude ver nada cuando el hombre borracho y golpeado se tambaleó hacia adelante. Mis pies descalzos estaban sobre la alfombra y recé para que no tuviera agujas por ahí ni nada. Unos segundos más tarde, se escuchó un ruido sordo y luego un doble clic antes de que se encendiera una luz lateral. Fue una de mis peores pesadillas. Su casa estaba hecha un desastre. Había montones de ropa que puede o no estar limpia en el sofá y dos sillones reclinables en la sala de estar. Un televisor gigante estaba montado en la pared, líneas de cables colgando desde la parte inferior, uniéndose a dos sistemas de juego que reconocí. Latas de refresco y cerveza estaban por todas partes en las mesas laterales; servilletas enrolladas, recibos, calcetines, envoltorios para comida rápida y quién sabe qué más cubría el suelo. Estaba resoplando de dolor mientras yo seguía mirando a mí alrededor, viendo una pelota de béisbol en una vitrina polvorienta y un trofeo igualmente sucio en la mesa de la consola a mi izquierda. Todo este lugar me recordó el primer apartamento que tuve con Rodrigo. Habíamos sido unos cerdos después de mudarnos de la casa de nuestros padres, pero eso se debía a que nuestra madre era una fanática de la limpieza y, por una vez en nuestras vidas, no teníamos que juntar nuestras cosas religiosamente. Hoy en día, con dos niños y un trabajo a tiempo completo, era bastante indulgente con lo que podía vivir. Pero este lugar me tenía mirando todo de reojo, arrugando los dedos de los pies.
El tipo, el hombre, dejó escapar un largo gemido mientras se sentaba lentamente en un sillón reclinable, con una mano agarrando el brazo lateral. —¿Estás seguro de que no quieres que llame a una ambulancia? Dejó escapar otro —Uh-huh —mientras se recostaba, su cabeza cayó contra el reposacabezas, su colorida garganta se balanceaba con un trago. —¿Seguro? Ni siquiera se molestó en responder. Dudé mientras observaba las manchas rojas en su ropa y los puntos hinchados en su rostro, y pensé en que lo patearan de nuevo. —Puedo llevarte al hospital. Solo necesitaré unos minutos —La idea de despertar a Josh y Louie era terrible, pero si tuviera que hacerlo, lo haría. —No hay hospital —murmuró, tragando saliva de nuevo. Tenía los ojos cerrados. Lo miré por un minuto, notando las líneas nítidas de su perfil. Odiaba sentirme inútil, de verdad. —¿Hay alguien a quien pueda llamar por ti? Mi vecino pudo haber negado con la cabeza, pero el movimiento era tan moderado que era difícil estar seguro. —No. Estoy bien. No se veía bien para mí. —Puedes irte ahora, —murmuró, esas manos agarraron sus muslos con tanta fuerza que sus nudillos se volvieron blancos. No quería estar en su casa con él, pero sabía que tampoco podía no hacerlo. La idea de estar sola de noche en la casa de un hombre extraño envió mil campanas de alarma sonando en mi cabeza. Este era el tipo de estupideces que hacían las mujeres en las películas que las arrojaba a un profundo agujero en el sótano de algún psicópata. Pero ayudarlo era lo correcto y, si hacía una diferencia, la gente no solía tener sótanos en Texas Hill Country. Miré a mí alrededor y mantuve mi
pregunta sobre si tenía un botiquín de primeros auxilios o no para mí. —¿Tienes algo que pueda usar para limpiar tus cortes? Los ojos del hombre estaban cerrados, y desde su regazo, un par de sus dedos en su mano izquierda se movieron en un gesto de desdén que me hizo entrecerrar los ojos. —¿Sabes cuántos gérmenes llevan las personas en sus manos? —Le pregunté lentamente. No era fan de la mirada que me dio con un solo ojo abierto. Y no era fanático de mi persistencia. —No estoy bromeando. ¿Tienes alguna idea? Me miró durante tal vez un segundo antes de cerrar los ojos y hacer otro gesto de desdén que insistía en que iba a ser un idiota por esto. —Ya dije que estoy jodida... —¿Qué diablos está pasando? —una voz desconocida habló de la nada, a punto de asustarme hasta la mierda. De pie en el espacio donde la sala de estar pasaba a lo que era un pasillo o la cocina, había un hombre semidesnudo. Un hombre semidesnudo frotándose los ojos y frunciendo el ceño. —Nada. Vuelve a dormir. —El idiota gruñón de la silla ni siquiera podía hablar sin gemir. El hombre somnoliento seguía frunciendo el ceño y parpadeando, todavía obviamente fuera de sí. Extendió un brazo hacia la pared detrás de él, encendiendo la luz del ventilador del techo. Y que Dios me ayude. Dios ayúdame.
El chico nuevo, el imbécil no golpeado, solo vestía boxers negros. Era obvio incluso por los tres metros y medio que nos separaban de que era alto, tal vez incluso más alto que el idiota golpeado. Llevaba el cabello cortado casi hasta el cuero cabelludo, tenía en la cara un rastro de barba, pero no realmente barbudo, y tenía la constitución de esos modelos masculinos de extremidades largas con pechos musculosos, paquetes de seis, muslos durante días y un tatuaje gigante de color marrón y negro que parecía cubrir todo, desde la parte superior de sus brazos, a través de sus pectorales hasta la muesca en su garganta y continuar arqueándose por encima de sus músculos trapecios, desapareciendo en algún lugar de su espalda. Tenía la constitución de una estrella del porno. Las estrellas porno realmente atractivas y musculosas. O supongo que un modelo de calendario masculino. Obviamente había estado viendo demasiado porno de hombre a hombre últimamente para que ese fuera el primer tipo de cuerpo con el que lo asociaba. Supe el momento exacto en que sus ojos cansados se dieron cuenta de que estaba allí porque se puso erguido y todos esos músculos se tensaron. —¿Quién eres tú? —preguntó lentamente, su voz ronca por el sueño. Dejando caer mi mano de donde estaba sobre mi corazón, ni siquiera recordaba haberla levantado, contuve el aliento entrecortado en mi pecho y levanté las palmas de las manos para que miraran hacia él en rendición, observando sus rasgos que no estaban desde el cuello hacia abajo. Su cara era todo ángulos y líneas nítidas como un gángster en una película de la mafia rusa. No era exactamente guapo, pero había algo al respecto… tosí. Concentrándome. —Simplemente lo ayudé afuera, —le expliqué, de pie allí como un ciervo atrapado por los faros. ¿No era eso obvio? El tipo golpeado estaba sangrando. ¿Por qué más estaría parada allí?
El extraño semidesnudo me miró fijamente, sin pestañear, inmóvil antes de que su mirada volviera al hombre en el sillón reclinable. —¿Qué pasó? El golpeado idiota sacudió la cabeza y se recostó contra el sofá, agitando los dedos con desdén. —Nada. Ocúpate de tus malditos asuntos y vuelve a dormir. ¿Estaba yo...? ¿Debería…? Debería irme. Probablemente debería irme, decidí. Aclaré mi garganta y afortunadamente ninguno de los dos me miró. —Está bien, bueno, voy a salir ahora... —¿Qué pasó? —preguntó de nuevo el hombre semidesnudo, y no hacía falta ser un genio para saber que la pregunta iba dirigida a mí ... porque su mirada estaba fija en la mía, con los párpados entornados y el ceño fruncido que me incomodaba. —¡Ya te dije nada! —Siseó el maltratado idiota, llevándose una mano a los ojos y cubriéndolos con ella. El chico no golpeado ni siquiera miró al otro hombre. Estaba bastante segura de que sus fosas nasales se habían ensanchado en algún momento, y definitivamente podía ver que sus manos sueltas se abrían y cerraban en puños. Su voz era baja y casi ronca. —¿Puedes decirme por qué diablos está en la silla, luciendo como si le hubieran dado una paliza? ¿Por qué se la dieron? Abrí la boca, la cerré y me encogí de hombros mentalmente. Quería largarme de aquí, y no era como si tuviera algo de lealtad al tipo golpeado. —Él fue asaltado y yo lo ayudé. No quería dejarlo ahí —Mis ojos iban y venían entre la silla y los músculos, quiero decir, el tipo de los boxers que solo cubrían alrededor de un tercio de sus muslos. —¿Asaltado? —Una de las espesas cejas del hombre pareció elevarse dos centímetros sobre su amplia frente. Juraría que su barbilla sobresalió mientras escogía mis palabras para repetirlas. Había tenido suficientes experiencias enfadando a la gente en mi vida, específicamente a mi mamá, para saber que esos tres rasgos eran una señal de
alguien que estaba enojado pero que intentaba no estarlo y fallaba miserablemente. Probablemente lo empeoré al agregar: —En el césped afuera. El ancho de sus hombros parecía duplicarse, llamando la atención sobre bíceps voluminosos flexionando a la vida con las manos que estaba empujando con una ira bastante obvia. No podía decir cuántos años tenía... pero no era que importara. —¿Lo asaltaron en el césped de afuera? —preguntó el nuevo desconocido con rigidez, con los hombros echados hacia atrás y la barbilla cubierta de barba incipiente un poco más hacia afuera. ¿Por qué sentí que le estaba contando a papá? —UH Huh. El hombre del sillón reclinable gimió exasperado. Me habría preocupado por ser una gran bocona, excepto que el idiota golpeado no parecía que lo lograría por su cuenta. Los bíceps del hombre semidesnudo se tensaron aún más cuando su mano, una grande, subió para agarrar la parte superior de su cabello oscuro cortado casi rapado. —¿Quién? —preguntó el hombre con esa voz ronca y profunda que no tenía nada que ver con un resfriado, como el mío. Tenía la sensación de que tampoco era una voz inducida por el sueño. —¿Quién qué? —pregunté lentamente, tratando de decidir la mejor manera de salir de esta conversación lo más rápido posible. —¿Quién lo hizo? ¿Debería haberles pedido sus nombres y direcciones? Me encogí de hombros, mi malestar crecía a cada segundo. Vete, Diana, me advirtió una vocecita dentro de mi cabeza.
—No es de tu maldita incumbencia —murmuró el golpeado idiota tan enojado como alguien que puede o no tener lesiones internas era capaz de hacerlo. Pero al mismo tiempo que dio su respuesta, parloteé: —Tres chicos. —¿Fuera de esta casa? —Hombre semidesnudo señaló hacia el suelo con el dedo índice. Asentí. Hubo un momento de silencio antes: —Te voy a matar joder, —siseó el hombre, no completamente en voz baja, con la cabeza girando en dirección al sillón reclinable. La mano que colgaba a su costado se apretó en un puño que me hizo mirar hacia la puerta y dar un paso en reversa. Y probablemente fue eso, lo que me hizo decir impulsivamente mientras daba otro paso hacia atrás, —Está bien. Me voy a ir ahora. Iría al médico si fuera tú, amigo. Espero que te mejores. La atención del chico no golpeado se deslizó de nuevo hacia mí cuando una exhalación temblorosa abandonó su amplio pecho, su mano se soltó una vez más a su costado y parpadeó. —¿Quién eres tú? No me gustaba decirles a los extraños dónde vivía, pero no era como si fuera Batman, salvando extraños en la noche porque estaba tratando de salvar al mundo del crimen. Solo era una idiota que no podía ignorar a alguien que lo necesitaba si tenia el poder para ayudarlo. Maldición. Además, si alguno de ellos, o ambos, vivían en esta casa, eventualmente me verían por ahí. —Me acabo de mudar al otro lado de la calle. El hombre de cara dura y pequeños boxers parecía distraído mientras me miraba, como si estuviera tratando de olfatear si estaba mintiendo o no. Estoy segura de que lo único que podría decir era el hecho de que realmente me estaba
arrepintiendo de intentar ser una buena persona y de involucrarme en esta situación incómoda. Mirando de un lado a otro entre el hombre que estaba parado allí y el otro en el sillón reclinable, apenas manteniéndolo unido, pensé que podía irme. No estaba dejando solo al tipo golpeado, y tal vez el otro hombre estaba enojado con él, pero quién diablos sabía cuál era la historia de fondo entre ellos. No decías que ibas a -matar- a alguien a menos que te hubieran cabreado suficientes veces en el pasado. Yo estuve ahí. Quizás tenía razón al estar enojado. Quizás no lo estaba. Todo lo que sabía era que había hecho todo lo posible y que era hora de largarme. —Está bien, bueno, adiós y buena suerte, —le dije. Antes de que ninguno de los dos respondiera, y más tarde me di cuenta de que no había aprendido el nombre de nadie, salí por la puerta y crucé la calle, yendo a casa. Eso había sido incómodo y no era algo por lo que quisiera volver a pasar. Había intentado. Solo esperaba que no volviera a morderme el trasero. Me tomé mi tiempo para caminar de regreso. La adrenalina que me bombeaba había desaparecido y estaba cansada. Agarre el bate de Josh del césped y crucé la calle, preguntándome qué diablos había sido todo eso, pero sabiendo que mis posibilidades de averiguarlo eran escasas o nulas. Cuando llegué a mi jardín, me concentré en una figura baja y delgada de pie detrás de la puerta de entrada con mosquitera con solo una camiseta que era una talla demasiado pequeña y ropa interior, sus manos estaban en sus caderas. —¿Lou? ¿Qué ca...ramelos estás haciendo? —Espeté, levantando mis manos a mis costados. La sonrisa que apareció en su cara dijo que sabía exactamente lo que había estado a punto de decir, y no me sorprendió. Por supuesto que lo sabía. Mi hermano había lanzado la palabra -carajo- como si fuera el nombre de su tercer hijo imaginario. No por primera vez, recordé que mis padres nunca se habían quejado con él de que necesitaba dejar de decir ciertas palabras frente a los niños. ¿Eh?
—No sabía a dónde ibas, Buttercup —explicó inocentemente, empujando la puerta para abrirla mientras usaba su apodo para mí. Y así, mi irritación con él por quedarse despierto se desmoronó en mil pedazos. Era una tonta. Abrí la puerta mosquitera por completo y me incliné para levantarlo. Cada día era más grande y era solo cuestión de tiempo antes de que dijera que era demasiado mayor para que lo cargaran. No quería pensar demasiado en eso ni anticiparme, porque estaba segura de que terminaría encerrándome en el baño con una botella de vino, con mocos por todas partes. Lanzándolo en mis brazos, le di un beso en la sien. —Fui para asegurarme de que el vecino estuviera bien. Vamos a dormir, ¿de acuerdo? Asintió con la cabeza contra mi boca, ya un peso mayormente flácido. —¿Él está bien? —Va a estar bien, —respondí, plenamente consciente de que era una mentira parcial, pero ¿qué más podía decir? Espero que no muera de hemorragia interna, Lou. No—. Vamos a la cama, Goo.
Capitulo Dos
—Diana, —gritó mi mamá desde la cocina mientras mi papá y yo maniobramos mi pantalla plana en el sistema de entretenimiento que él acababa de construir con mi ayuda. Mi trabajo había consistido principalmente en entregarle tornillos, herramientas y su botella de cerveza. Antes de eso, había instalado la puerta para perros gigante de Mac de tamaño humano en la cocina mientras yo me sentaba a su lado mirando. No era la persona más hábil del mundo, y el hecho de que estuviera exhausta después de los últimos cinco días no me convirtió en la mejor asistente para construir e instalar cosas. Mirando hacia atrás, debería haber cambiado la fecha de cuando me mudé a mi casa para que no hubiera caído casi al mismo tiempo que mi trabajo fue reubicado. Fue mucho más trabajo del que esperaba. Tuve suerte de que fuera verano y los niños se hubieran ido con sus otros abuelos, los Larsens, por el resto de la semana. Los habían recogido el día anterior, y eso, al menos, había funcionado perfectamente desde que me ofrecí a ayudar a pintar el nuevo salón, que había tomado un día de doce horas con varias personas manejando rodillos y cepillos. —¿Si, ma? —Llamé en español mientras mi padre movía las cejas, levantando la mano en forma de C que inclinó hacia su boca, el gesto universal para querer una cerveza. Asentí con la cabeza al único hombre firme en mi vida, ignorando deliberadamente todas las líneas alrededor de su boca y ojos, todas las señales de cuánto había envejecido, al igual que mi madre, en los últimos años. No era algo en lo que me gustara concentrarme demasiado.
—Ven. Te hice unos polvorones para que le llevaras a tus vecinos, —respondió en español en ese tono que usaba desde que era una niña pequeña que no dejaba lugar a discusiones. No logré ahogar completamente mi gemido. ¿Por qué no esperaba esta mierda? —Mamá, no necesito llevarles nada, —le respondí, viendo a mi papá reprimir una carcajada ante lo que estoy seguro que era mi expresión facial ¿estás bromeando? —¿Cómo qué no? Mi mamá era chapada a la antigua. Eso fue un eufemismo. Ella era bastante chapada a la antigua y lo había sido toda mi vida. Cuando me mudé de casa por primera vez, habrías imaginado que había quedado embarazada a los dieciséis años en la década de 1930 en México. Más de diez años no habían entorpecido su reacción cada vez que le recordaban que ya no vivía bajo su techo. Sus valores e ideales no eran una maldita broma. Ella sería la única persona que se mudaría a un nuevo vecindario que querría llevarles algo a sus vecinos en lugar de viceversa. No parecía entender que la mayoría de las personas probablemente no querrían comer alimentos de personas que no conocían porque todos asumían que habría ántrax o crack en los ingredientes. Pero incluso si le dijera mi razonamiento para no querer llevar sus golosinas, probablemente no escucharía de todos modos. —Está bien, mamá. No necesito llevarles nada. Ya conocí a la gente a ambos lados. Te lo dije, ¿recuerdas? Son realmente agradable. —Necesitas ser amiga de todos. Nunca se sabe cuándo necesitarás algo —continuó mi madre, diciéndome que no iba a dejar pasar esto hasta que yo estuviera de acuerdo. Dejé caer la cabeza hacia atrás para mirar la televisión, y de repente recordé de nuevo que era una niña pequeña a su merced, de todas las veces que me obligó a hacer algo que realmente no quería porque era 'lo cortés'. Me volvía loca en
ese entonces, y ahora me volvía loca, pero nada había cambiado. Todavía no podía decirle que no. Por el rabillo del ojo, mi padre estaba sacando un DVD de una caja para colocarlos en los compartimentos debajo del centro de entretenimiento, deliberadamente sin meterse en medio de nuestra discusión. Cobarde. —Ven a buscarlos. Son mejores cuando están calientes, —insistió, como si no lo supiera de primera mano. Resoplé y levanté la mirada hacia el techo, pidiendo paciencia. Montones. —¿Diana? —Mamá gritó en ese tono que me negué a creer que usé con Josh y Lou. Por un breve momento, sentí ganas de pisar fuerte. Resignada a lo inevitable, me dirigí a la cocina. Los gabinetes eran de roble descolorido y teñido, pero eran de madera auténtica y aún estaban en excelente estado. Las encimeras tenían baldosas y sucias, uno de los tonos de color que solo se encontraba en cosas que habían existido antes de la guerra de Vietnam, pero no mucho peor que las del apartamento en el que vivíamos los chicos y yo. Ya me dijo que me ayudaría a arreglar la cocina cuando estuviera lista, alegando que podríamos hacerlo nosotros mismos con un poco de ayuda de mi tío. Además de la remodelación de la cocina, los pisos necesitaban un tierno cuidado y los electrodomésticos que habían dejado los propietarios eran de los años noventa. Quería reparar y reemplazar esas cosas incluso antes de mirar los gabinetes. La valla también había visto caer algo de mierda. Pero era lo que necesitaba en su mayor parte, así que eventualmente lo arreglaría todo. Algún día. —¿Diana? —mi mamá gritó de nuevo, sin darse cuenta de que estaba parada justo detrás de ella. Con una estatura de 1.50 y una personalidad que era casi santa el 75 por ciento de las veces (la otra cuarta parte del tiempo que se conectaba con su Napoleón interior), exteriormente no parecía una fuerza a tener en cuenta. Su cabello negro, atravesado con mechones de plata en los
últimos años, estaba peinado por su espalda. Su tono de piel era más oscuro que el mío, casi bronce, su cuerpo más robusto, pero no había duda al respecto, podría parecerme más a mi papá físicamente, pero sabía que mi agresividad venía de ella. Para darle crédito, también obtuve mi lado amoroso de ella. —Estoy aquí, —le dije al mexicano Napoleón, de quien apenas me di cuenta de que tenía una torre Rubbermaid1 apilada detrás de ella. De dónde había sacado los envases de plástico, no tenía ni idea. La mitad de mis contenedores ya no tenían tapas. —¿Quieres que vaya contigo? —preguntó, mirándome por encima del hombro. Recordé a mi mamá una vez más, negando con la cabeza, cuando solía ir de puerta en puerta vendiendo galletas para mi tropa de Girl Scouts y ella me acompañaba, a media cuadra detrás de mí; había sido su manera de mostrarme que estaba allí si la necesitaba, pero al mismo tiempo dejándome saber lo que era estar de pie sobre mis propios pies. No había apreciado ese tipo de cosas cuando era una niña, pensando que me estaba vigilando, pero ahora... bueno, ahora la entendía demasiado bien. La mayor parte del tiempo al menos. En este caso, no quise hacerlo. —Está bien. Vuelvo enseguida —respondí más que un poco quejándome. No quería ir. Entrecerró sus ojos casi negros hacia mí. —Deja de poner esa cara. Quieres agradarles, ¿no? Y luego me pregunté de dónde había sacado mi necesidad de agradar, maldita sea. Mientras le traía otra cerveza a mi papá, mi mamá dividió los envases en dos bolsas de plástico y yo me dirigí hacia la puerta principal, tirando de un mechón del cabello corto de mi papá al salir mientras terminaba de apretar algo en el centro de entretenimiento. Dejó escapar un ronco —¡Oye! —Como si estuviera sorprendido de que lo hubiera hecho. 1
Marca de contenedores de plástico.
Sin arrastrar los pies en absoluto, seguí adelante y me dirigí a los vecinos de cada lado primero. La pareja más joven no estaba en casa, pero la mayor me agradeció a pesar de que estaba segura de que no tenían idea de lo que eran los polvorones. De alguna manera me las arreglé para no reírme cuando noté por primera vez que mi madre había pegado mi tarjeta de presentación en cada uno de los recipientes con tapa roja junto con un post-it que decía con su letra inclinada DE TU NUEVA VECINA DEL 1223. También había arrojado uno de los viejos marcadores de Louie en la bolsa. Por el rabillo del ojo, noté que un auto rojo se detenía frente a la casa del tipo que había sido golpeado, pero no le presté mucha atención mientras hablaba con mis vecinos. Lo que hacían no era asunto mío. Una vez que terminé con ellos, crucé la calle y me dirigí a la casa, no directamente frente a la mía, sino a la izquierda. Cuando nadie abrió la puerta, dejé el postre tipo galleta en el umbral. Lo siguiente fue lo que pensé que era la casa más hermosa del vecindario. Había estado admirando el bungaló amarillo mantecoso desde el momento en que conduje por la calle. Todavía no había visto quién vivía allí; el viejo Buick 2 no se había movido ni una vez del camino de entrada, y si lo había hecho, no me había dado cuenta. Los arriates y el jardín eran tan perfectos, con tantas variedades que ni siquiera podía empezar a nombrarlos. Todo lo relacionado con el paisaje estaba bien cuidado y pensado, desde el bebedero de piedra para pájaros hasta los gnomos escondidos entre los arbustos de flores, era como algo sacado de una revista. Subí los escalones de cemento, mirando a mí alrededor, obteniendo ideas de lo que me encantaría hacer en el jardín delantero cuando tuviera el tiempo y el dinero, así que tal vez en el momento en que Josh se fuera a la universidad. No había timbre, así que golpeé la losa de madera junto a la pequeña ventana de vidrio construida en el centro de la puerta —¿Quién es? —una voz de mujer mayor, más aguda y casi chillona, preguntó desde el otro lado. 2
Marca de auto antiguo.
—Diana. Me acabo de mudar al otro lado de la calle, señora —grité, dando un paso atrás. —¿Dia-quién? —preguntó la mujer justo antes de que la cerradura de la puerta girara y una cabeza de cabello blanco perfecto y casi transparente se asomara por la puerta agrietada. Sonreí al ver el rostro pálido y arrugado que apareció. —Diana Casillas. Soy tu nueva vecina —le ofrecí como si eso ayudara. Dos ojos llenos de glaucoma parpadearon antes de que la puerta se abriera más y una mujer más pequeña que mi madre, y más delgada también, apareciera con una bata rosada. —¿Mi nueva vecina? —preguntó, parpadeando con esos ojos azul claro— ¿Con los dos niños y el perro grande? A primera vista, sus ojos decían que no podía ver bien, pero saber que tenía a los dos niños y ser consciente de Gran Mac me dijo que no podía dejar que esta mujer me engañara. Ella sabía lo que pasaba. Podría apreciar eso. —Sí, señora. Le traje algunas galletas. —¿Galletas? Me encantan las galletas, —comentó la anciana mientras se deslizaba las gafas por su frágil nariz con una mano. La otra se elevó hacia mí, delgada y con muchas venas. —Galletas mexicanas —le expliqué, sacando uno de los envases de la bolsa. Y la sonrisa desapareció del rostro de la mujer. —Galletas mexicanas. —Su voz también había cambiado—. ¿Eres mexicana? —preguntó, entrecerrándome los ojos como si apenas se diera cuenta de que tenía algo de amarillo y bronceado en mi tono de piel. La inquietud me hizo cosquillas en el cuello, haciéndome vacilar. —¿Sí? —¿Por qué diablos estaba respondiendo como si fuera una pregunta? Lo era y no era un secreto. No pude ocultarlo exactamente.
Esos pequeños ojos se hicieron aún más pequeños, y realmente no me gustó. —Pareces un poco mexicana, pero seguro que no suenas mexicano. Podía sentir que mis mejillas comenzaban a calentarse. Esa familiar quemadura de indignidad me quemó la garganta por un breve segundo. He vivido en ciudades multiculturales toda mi vida. No estaba acostumbrada a que alguien dijera la palabra “mexicano” como si la mejor comida del planeta no fuera de allí. —Nací y crecí en El Paso. —Me cosquillearon las amígdalas, mi rostro se puso más caliente a cada segundo. La anciana tarareó como si no me creyera. Sus cejas casi sin vello se levantaron. —¿Sin marido? ¿Qué era esto? ¿Un interrogatorio de la CIA? No me gustaba el tono de su voz antes, ahora lo del marido ... Sabía a dónde iba esto. Sabía lo que iba a asumir considerando que ya estaba al tanto de la existencia de Josh y Louie. —No, señora, —respondí con una voz sorprendentemente tranquila, aferrándome a mi orgullo con ambas manos. Las finas líneas de sus cejas blancas subieron un centímetro sobre su frente. Esa fue mi señal para salir de allí antes de que pudiera preguntar algo más que me hiciera enojar. Le sonreí a la mujer a pesar de estar bastante segura de que no podía verlo y dije: —Fue un placer conocerla, señora... —Pearl —Señora Pearl. Avísame si necesitas algo, —me obligué a ofrecer, sabiendo que era lo correcto—. Trabajo mucho, pero normalmente estoy en casa los domingos. Mi número de teléfono está en el contenedor —dije, sosteniendo el Rubbermaid contra sus manos, que estaban entrelazadas frente a ella. Me quitó el recipiente, su expresión todavía un poco apagada. —Bueno, fue un placer conocerte, —dije, dando un paso atrás.
¿Sus ojos todavía estaban entrecerrados o solo lo estaba imaginando? —Encantada de conocerla, señorita Cruz. Espero que estas galletas mexicanas estén buenas, —respondió finalmente en un tono que decía que no debería contener la respiración. Parpadeé en el “Señorita Cruz”. Con un suspiro golpeándome la garganta para salir, corrí escaleras abajo y me dirigí hacia la siguiente casa. Como era de esperar, nadie respondió. Era mediodía del martes. La mayoría de la gente estaría trabajando. No necesité mirar la bolsa para saber que había un contenedor más de polvorones para entregar. Un juego más de galletas para la casa donde ayudé a terminar una pelea y vi a un hombre en ropa interior. Me condenaría si volvía a casa con ellos, o peor aún, trataba de esconderlos porque no quería tener que escuchar a mi mamá regañarme por no hacer lo que me pidió. Solté otro suspiro mientras bajaba los escalones de la penúltima casa, notando distraídamente que el auto rojo que se había detenido mientras hablaba con mis vecinos de al lado todavía estaba allí. ¿Eh? En el día desde la paliza, no había visto ningún auto en la entrada. Pero un sedán rojo no parecía exactamente el tipo de auto que conducirían los hombres que habían estado en la casa. Por un momento dudé. Entonces todo lo que tenía que hacer era pensar en mi mamá esperándome en la casa, y sabía que no tenía otra opción a menos que quisiera escucharla toda la noche, o peor aún, que me amenazara con ir a conocer a los vecinos porque no lo había hecho. ¿No iba a tenerle miedo alguna vez? Abajo y alrededor de la acera que conducía a la casa en la que había estado una vez, agité las galletas en mi mano. Observé el Chevy por un segundo mientras pasaba junto a él y me dirigía por el limpio sendero hacia la puerta principal. Era un poco más linda que mi casa ... solo que esta escondía los horrores dentro. En la puerta, llamé, pero no hubo un solo ruido desde adentro. Toqué el timbre, y cuando aún no se movía nadie, dejé el recipiente de galletas en la puerta
encima de la alfombra, arranqué mi tarjeta de visita de la tapa, dejando solo el Post-it, alabando a Jesús por haberme librado de hablar con este vecino, o con su amigo o compañero de cuarto o quienquiera que hubiera sido ese hombre, al menos por un rato más. No es que me avergonzara. No lo estaba. No había hecho nada más que salvar el trasero del hombre, pero no quería parecer una acosadora apareciendo en su casa dos días después. —¡Oye! —gritó una voz femenina. Dándome la vuelta, fruncí el ceño a la mujer de cabello negro que estaba de pie en el lado del sedán más alejado de mí. —¿Sí? —grité, entrecerrando los ojos contra el sol. —¿Sabes si Dallas vive aquí? —preguntó la mujer. —¿Dallas? —Hice una mueca. ¿De qué diablos estaba hablando? Estábamos en Austin. —Dal-las, —dijo la mujer lentamente como si fuera una idiota o algo así. Todavía le estaba haciendo una mueca, pensando que ella era la idiota. —¿Te refieres a Austin? —No, Dallas. Dall... —Sé cómo se escribe Dallas, —le dije lentamente—. ¿Se supone que es una persona? —O eso o ella realmente era una idiota. Mordiendo sus labios que combinaban con el color de su auto, asintió. Oh. —No conozco a nadie llamado Dallas, —le respondí en un tono casi tan enérgico como el de ella mientras bajaba los escalones. ¿Qué tipo de nombre o apodo era Dallas de todos modos? —Más o menos de esta altura, ojos verdes, cabello castaño... —Se calló cuando no dije nada. Eso sonaba sospechosamente como una descripción de la mitad
de los hombres del mundo, incluidos los dos hombres que había visto en la casa. El que había sido golpeado tenía el cabello rubio oscuro, pero algunas personas podrían pensar que era castaño. Sin embargo, más que nada, ¿cómo se suponía que iba a saber de quién estaba hablando incluso si era uno de ellos? No sabía sus nombres. Incluso si era el tipo maltratado, no quería dejarme atrapar por la vida de un extraño más de lo que ya lo había hecho. Ese tipo parecía un montón de drama que no necesitaba ni quería en mi vida. El otro… bueno, yo tampoco quería ni necesitaba eso en mi vida, aunque tuviera un cuerpo increíble. —¿No vives por aquí? —preguntó, todavía usando esa voz sarcástica que llamaba a mi actitud interior como una sirena. Me mordí el interior de la mejilla mientras caminaba por el sendero, diciéndome a mí misma que no podía pelear menos de dos semanas después de mudarme. No podía. No lo haría. Iba a vivir aquí durante mucho tiempo, esperaba. No podría estar comenzando algún tipo de pelea tan pronto. Pero mi voz me apuñaló por la espalda, saliendo exactamente como me sentía. —Sí, lo hago, pero no he vivido mucho aquí, lo siento. Creo que la mujer me pudo haber estado mirando por un momento por el silencio entre nosotras, pero realmente no podía decirlo. La escuché suspirar. —Mira, lo siento. Llevo llamando a este imbécil todo el día y no responde. Escuché que estaba viviendo aquí. Me encogí de hombros, mi temperamento comenzó a calmarse ante su disculpa. Técnicamente, incluso si mi vecino se llamaba Dallas, Wichita o San Francisco, yo no sabía eso y, por lo tanto, no conocía un Dallas, así que no estaba mintiendo. Además, apenas podía seguir mi propio horario, y mucho menos el de otra persona. Traté de pensar en la cara del idiota golpeado, pero solo pude obtener una imagen clara de todos esos horribles moretones mientras estaba acostado en el sillón reclinable. —No. Lo siento. No conozco a nadie. Con un suspiro largo y agravado, la mujer agachó la cabeza justo cuando yo me acercaba a un pie de su auto, lo bastante cerca para poder verle el rostro. Ella
podría haber sido mayor que yo, pero era realmente bonita. Su rostro era ovalado, su maquillaje estaba perfectamente arreglado y vestía ropa ceñida en un cuerpo con curvas, incluso yo podía apreciarlo. Érase una vez, me maquillaba y me rizaba el cabello solo para ir a la tienda. Ahora, a menos que tuviera que trabajar o fuera a algún lugar donde se iban a tomar fotografías, no estaba sucediendo. —Está bien, gracias, nena, —dijo finalmente la extraña mujer. Con eso, volvió a meterse en su auto. ¿Nena? Ella no podía ser mucho mayor que yo. Por un breve segundo, me pregunté si el hombre que había recibido una paliza era esa persona Dallas, luego me imaginé al otro hombre, el más grande, claramente en mi cabeza, y luego empujé la curiosidad a un lado. Tenía otras cosas de las que preocuparme además del vecino y su posible amigo. De vuelta dentro de mi casa, encontré a mi mamá en la sala de estar junto a mi papá, colgando marcos de fotos. Efectivamente, en el segundo que cerré la puerta detrás de mí, los ojos de mi madre recorrieron las bolsas vacías que sostenía en mis manos. —¿Los entregaste a todos? Apreté el plástico que tenía en las manos para que se arrugara. —Si. Mi mamá movió la cabeza, burlándose de mí. —¿Qué te dije? No me hagas esa cara. Dejé que mi sonrisa desapareciera de mi rostro un poco más lento de lo que le hubiera gustado. Trabajamos juntos en paz durante las siguientes horas, colgando marcos y algunas de las obras de arte de mi mejor amigo que había coleccionado a lo largo de los años. Ninguno de mis padres dijo nada cuando sacamos las fotografías enmarcadas de Drigo y Mandy. No quería que los chicos olvidaran a sus padres. No quería meter sus recuerdos en una caja para no sentir ese tirón de tristeza
cada vez que recordaba lo que todos habíamos perdido. Lo que sí noté fue que mi papá miraba una foto de toda la familia en mi graduación de la escuela secundaria con una expresión intensa en su cara, pero no dijo una palabra al respecto. Ninguno de mis padres quiso hablar jamás de mi hermano. De vez en cuando, cuando estaba en el punto más bajo en el que cada célula de mi cuerpo extrañaba a Rodrigo y me enojaba porque nunca volvería a ver a mi hermano, desearía que pudiera hablar con ellos al respecto. Pero si había algo que había aprendido en el transcurso de los últimos años, era que todos enfrentaban el dolor de manera diferente. Demonios, todos lidiamos con la vida de manera diferente. Mi madre finalmente preparó la cena con los lamentables ingredientes que tenía en el refrigerador y la despensa, comimos y se fueron. Vivían a casi una hora en San Antonio, en la misma subdivisión que uno de mis tíos y tías. Después de veintitantos años en El Paso, vendieron la casa de mi infancia y se mudaron para estar más cerca de la familia de mi papá. Yo había estado viviendo en Fort Worth en ese momento; durante ocho años ese había sido mi hogar. Su mudanza y mi ex fueron las razones por las que me fui de Fort Worth y me mudé a San Antonio antes de tener a los niños. Había sido mi decisión mudarme a Austin con Josh y Louie para comenzar de nuevo. Una vez que estuve sola, finalmente terminé de colgar toda mi ropa de las cajas donde la había empacado. En mi habitación, apenas me había quitado los jeans cuando sonó el timbre. —¡Un segundo! —grité, subiendo mis pantalones cortos elásticos por mis piernas antes de caminar hacia la puerta, inspeccionando la sala para ver qué podrían haber dejado mis padres. Probablemente era el celular de mi papá; siempre dejaba esa cosa por ahí— Papá —comencé a decir mientras abría la cerradura y abría la puerta, mi atención todavía estaba en la sala de estar detrás de mí.
—No soy tu papá, —respondió una voz masculina baja y desconocida. ¿Qué? Definitivamente no era mi papá al otro lado de la puerta principal con las manos enterradas profundamente en los bolsillos de sus jeans manchados bajo la luz del porche. Era el hombre. El hombre que había visto dentro de la casa de mi vecino; el hombre de los grandes bíceps y el cabello corto y castaño oscuro. El tipo que había estado en boxers. Esto era una sorpresa. De cerca, sin el peso del cansancio por despertarme en medio de la noche y los nervios de lidiar con un idiota malhumorado que no quería mi ayuda después de que yo la había brindado libremente, finalmente pude asimilar que el hombre estaba en la treintena, tal vez cerca de los cuarenta. Parpadeé una vez y le di una sonrisa incómoda. —Tienes razón. Mi papá es 15 centímetros más bajo que tú. —Probablemente también pesaba treinta kilos menos. Supuse que ese día en la casa tenía que ser más alto que el idiota golpeado, pero ahora tengo que confirmarlo. Fácilmente medía dos metros. Una vez tuve un novio que tenía esa estatura. Maldito idiota. Pero este hombre frente a mí era mucho más musculoso. Mucho. No había ninguna duda al respecto. Si pudiera conocer de cerca y personalmente las costuras de su camiseta negra, no me hubiera sorprendido si las costuras se hubieran aferrado por su vida. Tenía la columna vertebral súper recta, el pecho ancho y bíceps y antebrazos venosos. Y esa cara llana con sus pómulos altos e inclinados, nariz orgullosa y recta y mandíbula cuadrada no era atractivo, pero había algo en la estructura de su cara que no me importaba mirar. No, seguro que no me importaba mirar. Aún podía ver ese gran tatuaje en la mitad superior de su pecho si cerraba los ojos. La comisura de la boca del hombre, la boca de este extraño, se desinfló instantáneamente.
¿Se había dado cuenta de que lo estaba mirando? El movimiento alrededor de su cintura me hizo mirar el recipiente de plástico de aspecto familiar que sostenía en una mano. Mierda. Si me había sorprendido mirándolo, estaba hecho; Bien podría no ser tímida al respecto. Frotando mi cadera, lo miré directamente a los ojos y sonreí más ampliamente. Su color me recordaba mucho a un bosque; de alguna manera marrón y dorado y verde al mismo tiempo. Color avellana. Después de Louie, era uno de los tonos de color más bonitos que había visto en mi vida, y no pude evitar mirar otra parte de su cuerpo, incluso mientras me preguntaba qué diablos estaba haciendo aquí. —¿Te puedo ayudar en algo? —pregunté, sin romper nuestro contacto visual. —Vine a darte las gracias, —respondió con esa voz que seguía siendo tan profunda y ronca como lo había sido en medio de la noche, de alguna manera perfectamente adaptada a esa cara angulosa y seria suya. Un pliegue se formó entre sus cejas espesas y oscuras cuando su mirada se desvió de mis ojos a mi pecho y de vuelta, por un momento tan rápido que podría haberlo imaginado. Una de esas manos grandes que había visto apretadas con agravamiento días atrás subió para tirar del cuello de la sencilla camiseta negra que tenía puesta. Movió esos ojos marrón verdoso en mi dirección, tirando de nuevo de su ropa, mostrando un indicio del tatuaje en la base de su cuello. —Aprecio lo que hiciste. Tuve que decirme a mí misma dos veces que debía mantener mi mirada en su rostro. —No tienes que agradecerme por tu amigo... —Mi hermano, —me interrumpió el hombre. ¿Su hermano? ¿El idiota que recibió una paliza fue su hermano? Supongo que ambos eran grandes…. ¿Eh? Su hermano. Eso explicaba el deseo de -matarloa la perfección, supuse. Levanté un hombro. —Si quiere decir 'gracias', puede hacerlo él mismo, pero no es necesario. Gracias de todos modos. —Seguí sonriéndole, esperando que no fuera tan forzado como lo había sido originalmente.
—Eso nunca sucederá, —Los ojos color avellana del hombre se deslizaron por mi rostro, y de repente me di cuenta de que no me había maquillado ese día y tenía dos lindas ronchas en la frente por haberme rascado el rostro la última vez que había ido al baño a orinar—. Aunque te lo agradezco. Sus fosas nasales se ensancharon levemente cuando no aparté la mirada de su contacto visual; se puso de pie más alto, frunciendo los labios. Tal vez mirar fijamente fue demasiado. Lástima para él, porque comprobar sus bíceps para adivinar cuánto se flexionan habría sido aún más inapropiado. El hombre se encogió de hombros con demasiada brusquedad para ser casual. —No necesita traer su mierda aquí, eso es todo. Lamento eso. Parpadeé. —Sería bueno que eso no vuelva a suceder. —¿Vives aquí con tus chicos? —preguntó el hombre de repente, esos bonitos iris todavía pegados a mí. Nadie me miró fijamente a los ojos durante tanto tiempo antes. No estaba segura de cómo me sentía al respecto. Además, había algo más importante con lo que ocuparme: ¿cómo diablos iba a responder a su pregunta? ¿Debería mentir? Su pregunta parecía casual, pero había algo un poco extraño en ella. No sabía cómo sabía de Josh y Lou, pero obviamente nos había visto en algún momento. Eso no era nada de lo que asustarse. Podría habernos visto desde la distancia. ¿No podría? Le entrecerré los ojos. Enderezó su espalda. Mi mamá siempre había dicho que se podía decir mucho sobre una persona por sus ojos. Una boca podía tener un millón de formas diferentes, pero los ojos eran las ventanas del alma y la mierda de una persona. Podía recordar en el mes posterior a mi último ex y me había separado, cómo me senté allí y me pregunté dónde diablos había ido mal. La triste realidad fue que, cuando pensé en la
mitad superior de su cara… acepté que había sido ciega en ese momento de mi vida. Ciega y muda. Estúpida, de verdad. Dios. Había sido tan jodidamente estúpida en ese entonces. No podría volver a ser tan estúpida nunca más. Tal vez no tenía agujeros negros como un reflejo de su alma en sus ojos, pero acerqué la puerta detrás de mí solo unos centímetros, más un reflejo que cualquier otra cosa. Había juzgado mal a otros antes. Nunca podría olvidar eso, especialmente cuando tenía a otras personas a las que debía cuidar. Dije —sí —antes de que pudiera pensarlo dos veces. Eran mis chicos. Quizás no habían salido directamente de mi cuerpo, pero eran tan míos como podían. Además, ¿qué importaba si pensaba que era madre soltera? Era tía soltera. Un solo guardián. Eso era básicamente lo mismo. Su asentimiento de respuesta fue lento, una inclinación definida de su barbilla que me hizo mirar su boca rosada. —Este suele ser un barrio tranquilo. No tienes que preocuparte por tus hijos. Lo que pasó no volverá a pasar —Esa cara dura, con patas de gallo en los ojos y líneas en la boca, le decía a cualquiera que mirase a este hombre que no estaba acostumbrado a sonreír. Pero no podía imaginarlo. No se veía feliz la primera vez que lo vi y tampoco parecía particularmente feliz de estar aquí frente a mí en ese momento. ¿Fue agradable o no? Aquí estaba asumiendo la responsabilidad de las acciones de otra persona. No podía ser tan malo. ¿O sí? Me encogí de hombros. —Bueno, gracias por... preocuparte. —¿preocuparse? ¿De verdad, Diana? Era imposible pasar por alto una de sus grandes manos formando un puño por todas partes antes de soltarse. —Bueno, solo quería agradecerte, —comenzó, sonando incómodo de nuevo. Sacudió el recipiente, manteniéndolo ligeramente alejado de su cuerpo—. Aquí está esto antes de que se pierda en mis cosas.
—De nada. —Jesucristo. ¿Ya se había comido todos los polvorones? Los acababa de dejar. Le quité el recipiente, todavía preguntándome cómo se había tragado tanta azúcar antes de que algo en sus palabras hiciera cosquillas en mis pensamientos. Su ¿desastre? —¿Vive contigo? Las cejas del hombre se arquearon. —Si. Soy tu vecino. Solo se está quedando conmigo. Este era mi vecino. ¿Todo esto era mi vecino? ¿Qué demonios? Este hombre alto, musculoso, de piel bronceada con tatuajes hasta los codos y un cuerpo que me daba ganas de rezar para que hiciera el césped sin camisa, era mi vecino. No el otro chico. No estaba segura de por qué estaba tan aliviada, pero lo estaba. Tal vez no me estaba abrazando exactamente, pero tampoco estaba siendo un idiota grosero como su hermano. Y había traído el recipiente de plástico de mi mamá. Incluso yo no hice eso. La gente que me conocía no me dejaba tomar prestadas cosas porque nunca las recuperarían. No había forma de que este tipo pudiera ser tan malo si estaba aquí disculpándose por algo que no había hecho. ¿O sí? Volví a mirar sus ojos color avellana y decidí que probablemente no. Soltando una bocanada de aire, mis mejillas se inflaron como una ardilla antes de darle la segunda sonrisa incómoda del día. —Pensé... no importa. En ese caso, soy tu vecina Diana. Encantada de conocerte.
Parpadeó y la vacilación, o la precaución o lo que sea que estuviera flotando en su cerebro, cruzó brevemente sus ojos antes de que su mano se extendiera hacia mí, y lo vi. Llevaba puesto un anillo de bodas. —Dallas, —se presentó el hombre. Me miró con esa cara seria, una arruga entre sus cejas, su agarre firme. Dallas. Dallas. Oh, mierda. Este era el hombre por el que la dama había estado preguntando antes. Él era una persona real, por lo que ella no era una idiota. Él era una persona real casada, y una señora que no sabía dónde vivía preguntaba por él. Hmm. Me pregunté qué quería por un segundo antes de decirme que no era asunto mío. Una vez que mi mano volvió a ser mía, la puse en mi cadera y busqué la tercera sonrisa extraña en los últimos diez minutos. —Bueno, fue un placer conocerte, Dallas. Oficialmente. Eres bienvenido para todo. Avísame si necesitas algo. Parpadeó y de repente sentí que había hecho algo mal. Pero todo lo que dijo fue: —Claro. Nos vemos. No miré su trasero cuando cerré la puerta detrás de él. Después de todo, estaba casado. Ya había visto suficiente. No había muchas cosas en este mundo que tomara en serio, pero una relación, especialmente un matrimonio, era una de esas cosas, incluso si tenía mujeres que venían a su casa a buscarlo. Mirar el trasero de un hombre era muy diferente a mirar la mitad frontal de él cuando había sido él quien había salido medio desnudo. No iba a estar sentada en mi terraza con un vaso de limonada los días que él hacía el jardín después de todo, maldita sea.
Cerré la cerradura justo cuando mi teléfono celular comenzaba a sonar desde donde lo había dejado en mi habitación. Corrí por el pasillo y lo tomé, no me sorprendió cuando ALICE LARSEN apareció en la pantalla. —¿Hola? —Respondí, sabiendo exactamente quién llamaba realmente. —Tía, —la voz de Louie llegó a través de la línea—. Me voy a la cama. Dejando caer mi trasero en el borde de la cama, no pude evitar sonreír. —¿Has cepillado tus dientes? —Si. —¿Estás seguro? —Si. —¿Positivo? —¡Si! Me reí. —¿Josh? —Si. —¿Dónde está él? —Jugando videojuegos en la sala de estar. —¿Me amas? —Le pregunté como lo hacía todas las noches solo para escucharlo decirlo. —Si. —¿Cuánto? —¡Mucho! —su voz de niño se rio divertido, recordándome por qué todavía preguntaba.
—¿Te estás divirtiendo? —Si. —¿Estás listo? —pregunté. —Sí, —respondió rápidamente el niño de cinco años. Ya podía imaginármelo en mi cabeza, recostado contra sus almohadas con las mantas hasta el cuello. Le gustaba dormir como una momia, completamente envuelto—. ¿Puedes decirme el de papá salvando al gato de la vieja otra vez? —preguntó con un suspiro cansado, casi soñador. Dios, realmente necesitaba dejar de decir -vieja- a su alrededor. No podía contar la cantidad de veces que les había contado a Josh y Louie la misma historia, pero siempre dejé que él eligiera lo que quería escuchar. Entonces, por lo que probablemente fue la vigésima vez, le conté sobre la vez que Rodrigo se subió a un árbol para salvar al gato de nuestra vecina, cuando vivíamos juntos con mi mejor amigo. —El árbol era tan grande, Goo, pensé que se iba a caer y romperse la pierna... —comencé.
Capitulo Tres
Estuve así de cerca de golpearme la cabeza con el volante. Oh Dios mío. Era demasiado pronto para esto. Y si iba a ser totalmente honesta conmigo misma, el mediodía habría sido demasiado temprano para esto. Las seis de la tarde habría sido demasiado temprano para esto. —No tengo amigos —Josh continuó con la misma perorata que había estado haciendo durante la última pequeña eternidad sobre lo injusto que era comenzar el quinto grado en una nueva escuela. Lo había estado haciendo durante veinte minutos exactamente. Había estado mirando el reloj. Fueron veinte minutos que nunca jamás recuperaría. Veinte minutos que parecía que iban a abarcar los próximos seis meses entre este momento y mi trigésimo cumpleaños. Veinte minutos que me hicieron rogar silenciosamente por paciencia. O para el final. Por cualquier cosa que lo hiciera detenerse. Oh Dios mío. Lloraba lágrimas invisibles y sollozaba en silencio. Había dejado a Josh y Lou en la escuela y la guardería durante mucho tiempo, y en ese período, despertarme antes de las siete no había sido más fácil. Dudaba que alguna vez lo hiciera. Mi alma lloraba todas las mañanas cuando sonaba la alarma; luego lloró aún más cuando tuve que seguir a Josh para que se despierte, se levante de la cama y se vista. Así que escucharlo quejarse por centésima vez sobre la injusticia de comenzar de nuevo fue demasiado para manejar antes de la hora del almuerzo.
Para ser justos, una gran parte de mí podía entender que tener que hacer nuevos amigos apestaba. Pero era una escuela mejor que la que había asistido antes, y Josh, sin contar este momento, era el tipo de niño del que estaba orgullosa de ser mío, que hacía amigos fácilmente. Lo obtuvo de nuestro lado de la familia. Le daría una semana antes de que tuviera un nuevo mejor amigo, dos semanas antes de que alguien lo invitara a una fiesta de pijamas y tres semanas antes de que olvidara por completo que se había quejado alguna vez en primer lugar. Se adaptó bien. Ambos chicos lo hicieron. Pero esto, esto hacía que pareciera que estaba arruinando su vida. Al menos eso era lo que él estaba insinuando. Yo destruyendo la vida de un niño de diez años. Podría tachar eso de mi lista de deseos. Cuando sus abuelos lo dejaron la noche anterior después de estar fuera durante una semana, él ya estaba de muy mal humor, debería haber sabido en lo que me estaría metiendo. —¿Con quién me voy a sentar en el almuerzo? ¿Y quién me va a prestar un lápiz si lo necesito? —suplicó la pregunta como una reina del drama total. No estaba segura de dónde diablos había sacado eso. Mi verdadera pregunta era: ¿por qué no iba a tener un lápiz para empezar? Le compré un paquete económico y lápices mecánicos. No me molesté en responder o preguntar sobre la situación del lápiz, porque en este punto, pensé que solo quería escucharse a sí mismo hablar, y cualquier cosa que yo dijera no sería de ayuda. El comentario era inútil y, francamente, no confiaba en mí misma para no hacer un comentario sarcástico de que él tomaría el peor camino posible porque estaba de mal humor. —¿Con quién voy a hablar? —siguió adelante, imperturbable por el silencio—. ¿A quién voy a invitar a mi cumpleaños? Dios mío, ya estaba preocupado por fiestas de cumpleaños imaginarias. ¿Qué tan grosera sería si encendiera la radio lo suficientemente alto como para desconectarlo?
—¿Me estás escuchando? —Josh preguntó con esa voz quejumbrosa de la que generalmente me evitaba. Apreté los dientes y mantuve el rostro hacia adelante para que no me viera mirándolo a través del espejo retrovisor. —Sí, te estoy escuchando. —No tú no lo estás. Suspiré y apreté el volante. —Sí lo estoy. Simplemente no voy a decir nada porque sé que no me vas a creer cuando te digo que vas a hacer amigos, que todo va a estar bien, y cuando llegué tu cumpleaños, tendremos más que suficientes personas para invitar, J. —Mantuve la boca cerrada sobre su problema con el lápiz por el bien de ambos. Cuando no respondió, le pregunté—: ¿Estoy en lo cierto? Gruñó. Igual a mi maldito hermano. —Mira, lo entiendo. He odiado empezar en un nuevo trabajo donde no conocía a nadie, pero tú eres un Casillas. Eres lindo, inteligente, agradable y bueno en todo lo que quieres ser bueno. Estarás bien. Ambos estarán bien. Eres increíble. Más quejas. —¿Verdad, Louie? —Miré por el espejo retrovisor para ver al próximo niño de kindergarten en su asiento elevado, sonriendo y asintiendo. —Sí, —respondió, totalmente alegre. En serio, todo sobre ese chico me hacía sonreír. No es que Josh no lo hiciera, pero no de la misma manera que Lou. —¿Estás preocupado por empezar la escuela? —Le pregunté al pequeño. Habíamos hablado de él empezando la guardería muchas veces en el pasado, y cada vez, parecía entusiasmado con eso. No había ninguna razón para que pensara lo contrario. Mi mayor preocupación había sido que pudiera llorar cuando lo deje, pero Louie no era realmente ese tipo de niño. Le había encantado la guardería.
Ginny me había advertido que lloraría llevándolo a su primer día, pero no había forma de que pudiera o me derrumbara frente a él. Si lloraba, él lloraría incluso si no tuviera idea de por qué. Y estaría condenado si eso sucediera. Cuando tomé su foto frente a la casa un poco antes, puede que tuviera una pequeña lágrima en los ojos, pero eso era todo lo que estaba dispuesta a renunciar. —Nop, —respondió con esa voz feliz de cinco años que me hizo querer acurrucarlo hasta el fin de los tiempos. —¿Ves, J? Lou no está preocupado. Tú tampoco deberías estarlo. —En el espejo retrovisor, la cabeza de Josh se inclinó antes de caer a un lado para descansar contra la ventana de vidrio. Pero fue el gran suspiro que salió de un cuerpo tan joven lo que realmente me atrapó—. ¿Qué es? —pregunté. Sacudió un poco la cabeza. —Dime qué está realmente mal. —Nada. —Sabes que no voy a dejarlo hasta que me lo digas. ¿Qué pasa? —Nada, —insistió. Suspiré. —J, puedes decirme cualquier cosa. Con la frente pegada al cristal, apretó la boca contra él, el vapor empañando el área alrededor de sus labios. —Estaba pensando en papá, ¿de acuerdo? Siempre me llevaba a la escuela el primer día. Mierda. ¿Por qué no había pensado en eso? El año pasado, también se había puesto de mal humor por comenzar el año escolar. Solo que no había sido tan malo. Por supuesto, también extrañé a Drigo. Pero no le dije a Josh, sin importar cuánto lo necesitaba a veces. —Sabes que él te diría... —No se llora en el béisbol, —me remató con un suspiro.
Rodrigo había sido firme y duro, pero amaba a sus hijos y no había nada que no creyera que pudieran hacer. Pero había sido así con todos los que amaba, incluida yo. Un nudo se formó en mi garganta y me hizo tratar de aclararlo lo más discretamente posible. ¿Estaba haciendo lo correcto con Josh? ¿O estaba siendo demasiado dura con él? No lo sabía, y la indecisión se hundió en mi corazón. Fueron momentos como estos los que me recordaron que no tenía idea de qué demonios estaba haciendo, y mucho menos cuál sería el resultado final cuando crecieran, y eso era aterrador. —Tu nueva escuela va a ser genial. Confía en mí, J. —Cuando no dijo nada, me volví para mirarlo por encima del hombro—. Confías en mí, ¿no? Y así, volvió a ser un dolor en el trasero. Él puso los ojos en blanco. —Duh. —Duh mi culo. Te dejaré en la perrera de camino a casa. —Oooh, —arrulló Louie, siempre un instigador. —Cállate, Lou, —espetó Josh. —No gracias. —Oh, Dios mío, los dos estén tranquilos, —bromeé—. Juguemos al juego tranquilo. —No lo haremos, —respondió Josh—. ¿Me has encontrado un nuevo equipo? Maldición. Deslicé una mirada hacia la ventana lateral, sintiéndome repentinamente culpable por no haber comenzado a buscar un nuevo equipo de béisbol para él. Érase una vez, le habría mentido y le habría dicho que sí, pero ese no era el tipo de relación que quería tener con los chicos. Entonces le dije la verdad. —No, pero lo haré. No tuve que darme la vuelta para sentir la acusación en su mirada, pero no me hizo sentir mal por ello. —Bueno.
Ninguno de nosotros dijo nada más cuando me acerqué a la acera de la escuela y estacione el auto. Ambos chicos se sentaron allí, mirándome expectantes, haciéndome sentir como un pastor para mis ovejas. Un pastor que no siempre sabía la dirección correcta a donde ir. Solo podía hacer mi mejor esfuerzo y esperar que fuera lo suficientemente bueno. Por otra parte, ¿no fue esa la historia de la vida de todos? —Todo va a estar bien. Lo prometo.
—¡Señorita López! Cerré la puerta del auto con la cadera más tarde ese día, con lo que sentí como cincuenta libras de bolsas de la compra colgando de mis muñecas. Louie ya estaba en la puerta principal de nuestra casa, con las dos bolsas más pequeñas de nuestro viaje de compras en cada una de sus manos. Aunque por lo general trataba de evitar llevarlos al supermercado, el viaje había sido inevitable. El salón no estaba programado para abrir hasta el día siguiente, y estaba parcialmente agradecida de haber podido recogerlos en su primer día de clases. Teniendo en cuenta que incluso Louie no parecía que la escuela hubiera sido todo lo que él hubiera esperado que fuera, las compras de comestibles habían ido bien; Solo tuve que amenazar a los chicos dos veces. Josh se detuvo a mitad de camino hacia su hermano con las manos llenas también, un ceño fruncido creciendo en su rostro mientras miraba a su alrededor. —¡Señorita López! —La frágil voz gritó de nuevo, apenas escuchada, desde algún lugar cercano, pero no tan cerca. No pensé en nada mientras caminaba hacia ellos, viendo como la mirada de Josh se entrecerraba en algo detrás de mí.
—Creo que está hablando contigo, —sugirió, con los ojos fijos en lo que sea que estaba mirando. ¿Yo? ¿Señorita López? Fue mi turno de fruncir el ceño. Miré por encima de mi hombro para descubrir por qué asumía eso. En el instante en que vi la descolorida bata de casa rosa en el borde del porche de la bonita casa amarilla al otro lado de la calle, me obligué a reprimir un gemido. ¿La anciana me estaba llamando señorita López? Agitó una mano frágil, confirmando mi peor suposición. Ella lo estaba. Ella realmente, realmente lo hacía. —¿Quién es la señorita López? —preguntó Louie. Solté un suspiro, dividida entre estar irritada por ser llamada casi con el apellido más latino posible y querer ser una buena vecina, aunque no tenía ni idea de lo que ella podría querer. —Supongo que yo, amigo, —dije, levantando la mano que tenía la menor cantidad de comestibles y saludando a la anciana. Hizo un gesto con esa mano delgada como un hueso para que me acercara. El problema de intentar enseñar a dos pequeños humanos cómo ser una buena persona era que había que darles un buen ejemplo. En. Todo. Momento. Se comían todo. Aprendían cada palabra y lenguaje corporal que les enseñabas. Había aprendido por las malas a lo largo de los años lo esponjosas que eran sus mentes. Cuando Josh era un bebé, se había metido con la palabra -mierdacomo un pato al agua; lo había usado todo el tiempo por cualquier motivo. Tiraba un juguete: -Mierda-. Se tropezaría: -Mierda-. Rodrigo y yo pensamos que era muy gracioso. ¿Todos los demás? No tanto. Entonces, tratar de enseñarles buenos modales requería que me elevara por encima de los instintos de querer gemir cuando algo me frustraba o molestaba. En cambio, les guiñé un ojo a los chicos antes de mirar a nuestra nueva vecina y gritar: —¡Un minuto!
Ella hizo un gesto con la mano en respuesta. —Vamos, muchachos, vamos a dejar las compras y vamos a ver qué —casi dije vieja y apenas capté las palabras antes de que salieran— necesidades tiene la vecina. Louie se encogió de hombros con esa característica sonrisa brillante en su rostro y Josh gimió. —¿Tengo que ir? Le di un codazo mientras pasaba junto a él. —Si. Por el rabillo del ojo, su cabeza cayó hacia atrás. —¿No puedo esperar aquí? No le abriré la puerta a nadie. Él ya estaba empezando por no querer ir a lugares conmigo. Hizo que me doliera el corazón. Pero le dije por encima del hombro, incluso mientras abría la puerta, —No. —Una vez que lo hiciera empezar a quedarse solo en casa, no habría vuelta atrás. Lo sabía, e iba a aferrarme a él siendo un niño pequeño el mayor tiempo posible, maldita sea. Gimió, fuerte, y capté la mirada de Louie. Le guiñé un ojo y él me devolvió el guiño... con ambos ojos. —Necesito a mis guardaespaldas, Joshy Poo, —dije, empujando la puerta para abrirla y haciendo señas a mí chico menor dentro de la casa. Dijo —Joshy Poo —suspirando cuando pasó a mi lado hacia la casa, pisoteando ligeramente sus pies. No dijo nada más mientras desempacamos las cosas que tenían que ir al refrigerador y dejamos todo lo demás en el mostrador para más tarde. Cruzamos la calle, con Josh arrastrando los pies detrás de él y Louie tomándome de la mano, llegamos a la puerta de la casa amarilla cerrada. Incliné mi cabeza hacia él. —Ve, golpea. Louie no necesitaba que se lo dijeran dos veces. Lo hizo y luego dio dos pasos para estar a mi lado. Josh estaba casi directamente detrás de nosotros. Le tomó
un minuto, pero la puerta se abrió lentamente, un puñado de cabello blanco apareció en la rendija por un momento antes de abrirse. —Viniste —dijo la mujer, sus ojos azul claro yendo de los chicos a mí y viceversa. Le sonreí, mi mano fue a acariciar la cabeza rubia oscura en mi cadera casi distraídamente. —¿En qué podemos ayudarla, señora? La mujer dio un paso dentro de la casa, dejándome ver bien el vestido rosa pálido que tenía con botones a presión en el medio. Esas manos delgadas y muy blancas parecían temblar a sus costados, una historia de su edad. Su boca arrugada se levantó un poco en las comisuras. —¿Tu cortas el cabello? Olvidé que le había dado mi tarjeta de presentación. —Lo hago. —¿Te importaría darme un pequeño corte? Se suponía que tenía una cita, pero mi nieto ha estado demasiado ocupado para llevarme —explicó, tragando, llamando la atención sobre la piel arrugada y suelta de su garganta—. Estoy empezando a parecer a una hippy. Por lo general, me molestaba bastante la gente cuando se enteraban de que era estilista y quería un trato preferencial: un corte de cabello gratis, algún tipo de servicio a domicilio, un descuento, o peor aún, cuando esperaban que dejara todo para cuidar de ellos. No le pido a un médico que le hiciera un chequeo gratuito. ¿Por qué alguien pensaría que mi tiempo no era tan valioso como el de los demás? Pero… No necesitaba mirar las manos temblorosas y llenas de venas a los lados de la señora Pearl o su nube de fino cabello blanco para saber que no había manera de que pudiera decirle a esta mujer que no haría lo que ella me pedía, mucho menos cobrarle. No solo porque era mi vecina, sino porque era mayor y se suponía que su nieto la llevaría a cortarse el cabello y no lo hizo. Había amado muchísimo a mis abuelos cuando era niña, especialmente a mi abuela. Tenía debilidad por todos mis clientes mayores; Les cobré menos que a todos los demás.
Ginny había dejado de preguntar hacía mucho tiempo por qué les daba descuentos, pero estoy segura de que lo entendió. Claro, era injusto darles un descuento a algunas personas, pero tal como yo lo veía, la vida no era justa a veces, y si ibas a llorar porque una persona mayor pagaba menos que tú, necesitabas tener una vida. Y esta señora mayor y crítica ... Le di un apretón en el hombro a Louie. —Bueno. Tengo tiempo ahora mismo si quieres que lo haga. Josh murmuró algo detrás de mí. La sonrisa de la anciana era tan brillante que me sentí mal por gemir cuando me di cuenta de que quería que cruzara la calle para ir a hablar con ella. —¿No te estaría molestando? —No. No es problema. Tengo tijeras en casa. Déjame ir a buscarlas y volver, —dije.
—No cortes demasiado. —Eso es demasiado. —¿Podrías hacerlo un poco más corto? —Mi esteticista no suele hacerlo así. ¿Estás segura de que sabes lo que estás haciendo? Debería haber sabido después de su primer comentario que el corte de cabello no iba a ser tan fácil como me hubiera gustado. Había dos tipos diferentes de
clientes en mi profesión: el tipo que te dejaba hacer lo que quisieras y el tipo que quería cada mechón de cabello. Usé toda mi paciencia con los chicos la mayor parte del tiempo, así que amaba a los clientes a los que realmente no les importaba. Sentí que tenía una buena idea de lo que funcionaba mejor para los rostros de las personas, y nunca le haría a alguien un corte de cabello que necesitara mucho mantenimiento si no tuviera tiempo para hacerlo, a menos que me lo suplicaran. Pero mantuve la boca cerrada y una sonrisa en mi rostro mientras escuchaba a mi anciana vecina y trataba de cortarle el cabello como ella quería. —¿Dónde te peinas normalmente? —Le pregunté mientras trabajaba alrededor de ella, teniendo mucho cuidado con su piel fina como el papel con los bordes súper afilados de las tijeras. Lo último que quería o necesitaba era cortarla accidentalmente. —Molly's, —respondió ella. En el suelo, a unos metros de distancia, Louie estaba acostado boca abajo con un cuaderno que estaba dibujando mientras el anciano gato de la señora Pearl olfateaba sus zapatos, y Josh tenía un sistema de juego portátil frente a su cara. Me volvió a preguntar si podía quedarse en casa y yo le dije lo mismo que le había respondido la primera vez. No estaba segura de por qué estaba de tan mal humor hoy, pero no me iba a preocupar demasiado por eso. Tenía sus días. No puedo culparlo; Yo también lo hacía. —¿Sabes dónde está eso? —preguntó la señora Pearl después de recitar calles secundarias que no le eran familiares. Negué con la cabeza. —No. —¿Oh? ¿No eres de aquí? Me dolió el pecho por un momento. Una imagen de Rodrigo llenó mi cabeza brevemente y tragué. —No. Soy de El Paso. Viví en Fort Worth por algunos años y en San Antonio por un tiempo antes de mudarme aquí.
—¿Divorciada? —preguntó ella descaradamente. Y por eso amaba a los ancianos. No les importaba una mierda cómo podían hacerte sentir sus preguntas. Ya me había preguntado si tenía marido la última vez; ahora entró en busca de aclaraciones. —No. El “oh” que salió de su boca fue casi la cosa más desaprobadora que jamás había escuchado, y me tomó un minuto darme cuenta de cómo lo iba a tomar. Pero no me importaba lo que estaba asumiendo. No había nada de malo en ser una madre soltera. O en mi caso, una tía soltera. No me estaba imaginando la burla que se apoderó del rostro de la anciana. Tampoco me perdí la expresión de aprensión que Louie lanzó hacia nosotros. Ese niño era la persona más emocionalmente intuitiva que había conocido y siempre lo había sido. Donde Josh entendía mis estados de ánimo como si tuviera algún tipo de ubicación emo, era solo conmigo. Lou era otra cosa. —Bueno —tarareó—. Mi George y yo estuvimos juntos durante cincuenta y ocho años antes de que él estirara la pata. Tosí. —Mis hijos también sabían lo que estaban haciendo. Se casaron con buenas chicas. Sus hijos… —Literalmente se puso gruñona y puso los ojos en blanco mientras pensaba en sus nietos—. Pero mis chicas, ninguna de las dos tuvo un hombre por más de unos pocos años. No es que los culpe. Mis chicas son dolores en el ya sabes qué. Todo lo que intento decir es que es mejor no tener un hombre que tener uno pésimo. Tienes tu propia casa con tus chicos, así que no puedes estar tan mal. Y así, volví a cortar. Quizás esta dama no era tan mala después de todo. —Tienes razón. Es mejor estar solo que con alguien que no te hace feliz —Había aprendido esa mierda por las malas.
—Tienes un rostro bonito. Estoy segura de que algún día encontrarás a alguien a quien no le importe que tengas hijos. Y me retracté de mi declaración sobre cómo ella no estaba tan mal por un segundo o dos. Ella era muy vieja y prácticamente tenía un pase gratis para la mayoría de las cosas, pero yo no estaba acostumbrada a la honestidad brutal de alguien tan nuevo en mi vida. Mis padres y mi mejor amiga solían ser honestos conmigo en todo, sin importar si me lastimaría o no, pero habían tenido años para alcanzar ese nivel de confianza. Claro, sabía que algunos hombres podrían correr gritando hacia el otro lado si conocían a alguien con dos hijos, pero no era como si quisiera salir con un joven de veintiún años cuyo mayor compromiso era pagar su propio plan de Netflix. Mi futuro novio imaginario podría tener sus propios hijos, y eso estaría bien. No sabía si tendría la energía o la paciencia para salir con alguien que no supiera cómo actuar con dos chicos. Mientras mi novio imaginario no estuviera enamorado de nadie más, no me importaría que hubiera estado en una relación a largo plazo antes que yo. Por otra parte, no estaba planeando salir pronto. Estaba bien por mi cuenta. Mi mano me hizo compañía muy bien, y cambié mi rociador de ducha por uno de mano. Nunca estuve sin compañía a menos que quisiera, que era el caso la mayoría de las veces últimamente cuando estaba cansada, también conocido como todo el tiempo. Por casualidad miré hacia arriba y vi a Josh sentado en la sala de estar mirándonos, su cara demasiado interesada. Estos chicos eran tan entrometidos. Me aseguré de que su mirada se encontrara con la mía y le di una mirada con los ojos muy abiertos para que no fuera tan obvio acerca de escuchar a escondidas. —El papá de tus bebés, ¿está en la foto? —preguntó la mujer mayor descaradamente. Le dije la verdad. —No.
El “eh” que salió de su boca fue demasiado sospechoso, y realmente no tenía ganas de mencionar a mi hermano, ya que ella asumió que Josh y Lou habían atravesado mi canal de parto. —Estoy a punto de terminar. ¿Quieres mirarte el cabello en el espejo? Una mano pálida se levantó a su lado. —Hay un pequeño espejo en mi baño. ¿Lo traerás? Me tomará la mitad del día entrar y regresar. Apreté mis labios para no sonreír. —Por supuesto. ¿Dónde está tu baño? La señora Pearl señaló el pasillo que comunicaba con la cocina. —Primera puerta. Toqué suavemente su hombro mientras caminaba y me dirigía por el pasillo. Las paredes estaban pintadas de un rosa pálido, y estaban alineadas cerca del techo con una tira de papel tapiz de flores. Miré algunos marcos de fotos montados en la pared, pero no quería ser entrometida porque sabía que ella podía verme. Me agaché hacia la puerta y encontré un pequeño baño completo con un asiento de inodoro elevado adornado con manijas y una bañera de aspecto limpio con una barra de metal larga sujeta a la pared. Efectivamente, sobre el inodoro con un estante detrás había un espejo de mano bastante grande como el que tenía en el trabajo. Solo estaba un poco nerviosa cuando le entregué el espejo y la dejé mirar la parte delantera de su corte de cabello. Movió la barbilla de un lado a otro y me la devolvió. —Dos centímetros demasiado corto, pero lo hiciste mejor que el murciélago gruñón que me ha estado cortando el cabello. Esa maldita mujer intentó darme un salmonete3 —afirmó. —Creo que esquivó una bala con el salmonete —bromeé. Dejó escapar un pequeño bufido. —Ni que lo digas. ¿Cuánto te debo?
3
Salmonete corte de cabello: corto en la parte delantera y los lados, pero largo en la espalda
Como cada vez que trataba con alguien mucho mayor que yo, una imagen de mi abuela pasó por mi cabeza por un breve momento. Suspiré y sonreí, resignada. —No me debes nada —Lo más probable era que probablemente estuviera afiliada a la seguridad social. No había forma de que recibiera mucho dinero, y era mi vecina. Tampoco había forma de que su cabello creciera lo suficientemente rápido como para ser una carga en mi agenda. Hubo sólo un cierto número de personas cuyo cabello corté, que lo obtuvieron gratis, y uno más no sería la diferencia entre artritis y... no artritis—. Es un descuento para vecinos, —le hice saber. Sus ojos se entrecerraron de una manera que era bastante espeluznante. —No me insultes. Puedo darte los doce dólares que suelo pagar —argumentó. Su oferta solo me hizo querer darle un abrazo. —Por favor, no me insultes —dije suavemente, tratando de sonar juguetona—. No te voy a cobrar nada. Dejó escapar un suspiro largo y exagerado que me dijo que había ganado. —Apúntame en la dirección de tu escoba, por favor. Ella lo hizo, y cinco minutos después, me las arreglé para barrer el cabello y usar su aspiradora de mano para recoger los finos recortes que quedaron. Al darse cuenta de que estaba terminando el corte de cabello, Josh y Louie estaban parados en la sala de estar... mirando a la anciana. Y la anciana les devolvía la mirada. Estaba 99 por ciento segura de que ninguno de ellos parpadeó. —Tengo hambre, —dijo finalmente Louie, manteniendo esa mirada de ojos azules en nuestra vecina. Empacando mis tijeras de nuevo en su estuche, tomé mis llaves y levanté mis cejas hacia él, pero él todavía tenía su atención en la mujer. —Podemos empezar con la cena en un minuto —Caminé hacia ellos y le sonreí a nuestra vecina, quien, al menos, había dejado de mirar hacia ellos—. Deberíamos irnos antes de que podamos empezar a escuchar sus estómagos gruñir. Avíseme si necesita algo, ¿de acuerdo, señora Pearl?
Ella asintió con la cabeza, sus ojos se encontraron con los míos antes de volverse hacia Louie por un momento. —Lo haré. Gracias por el corte. —De nada. —Tengo tu número en mi congelador —me hizo saber cómo si no lo hubiera visto la primera vez que fui a su cocina—. Ustedes si alguna vez necesitan algo, háganmelo saber. —Eso es muy amable de su parte, gracias. Igual va para usted. —Le di un codazo a Josh que se había movido para pararse a mi lado. Dios mío, tenía la boca abierta, los ojos entrecerrados al ver a la mujer que era mayor que sus abuelos— . Fue bueno verle. —Toqué a Josh de nuevo. —Adiós, señora, —murmuró, todavía deslumbrado y perdido en su trance. Hice que mis ojos se agrandaran hacia Louie, quien al menos había logrado darse cuenta de que nos íbamos. —Adiós, dama, —añadió tímidamente. Dama. Dios. Le sonreí a la señorita Pearl y señalé a los chicos que se dirigieran a la puerta, tratando de preguntarme en qué me había equivocado. Curioso. Llamar a nuestro vecino “Dama”. Mi mamá estaría horrorizada. Salimos y me aseguré de cerrar con llave la cerradura inferior de la puerta antes de cerrarla detrás de mí. Llegamos a la calle antes de que Louie lo hiciera. —¿Qué edad tiene ella? ¿Un centenar? —preguntó, completamente curioso, sin el más mínimo atisbo de sabelotodo en su tono. Si no hubiera estado sosteniendo mi mano dominante, me habría golpeado en la frente. —¡Louie! —No seas tonto. Tiene como noventa y cinco, ¿verdad, tía Di? —Josh intervino. Oh Dios mío. —No lo sé. Probablemente, pero se supone que no deben preguntar ese tipo de cosas, chicos. Santo cielo.
—¿Por qué? —ambos preguntaron al mismo tiempo. Llegamos al otro lado de la calle antes de responder: —Porque... no es muy agradable decir que tiene noventa y cinco o cien. —¿Pero por qué? —Ese era Louie hablando solo esa vez. Odiaba cuando me preguntaban cosas que realmente no sabía cómo responder. Yo tampoco quería mentir, lo que lo hacía mucho más complicado. —Porque… no lo sé. Simplemente no lo es. Algunas personas son sensibles a su edad. Los pequeños hombros de Louie se encogieron de hombros contra mi pierna mientras me empujaba por el césped... el césped que tenía que haber sido cortado hace semanas. Tenía que dejar de posponerlo. —Pero es bueno que sea mayor, —explicó su razonamiento—. Ella ha durado más que todos sus otros amigos. Dijo que su Georgie murió. Ella ganó. Nunca dejó de sorprenderme cuánto absorbían realmente ambos. Y me asustó. Y me recordó por qué tenía que vigilar todo lo que decía a su alrededor. —Sobrevivir a tus amigos no es una competencia, pequeños mocosos, —les dije mientras subíamos los escalones hacia la puerta principal. —¿No lo es? ¿Por qué parecían tan sorprendidos? —No. Es triste. Quiero decir, es bueno que haya vivido tanto tiempo, pero solo... —En momentos como estos, deseaba tener a Rodrigo cerca para poder hacer que se ocupara de responder este tipo de cosas. ¿Qué diablos se suponía que debía decirles?—. Mira, simplemente no es agradable decir que tiene cien años, o que es bueno que todos sus amigos ya no estén. —Antes de que pudieran hacer otro comentario al que no tenía idea de cómo responder, les pregunté—: ¿De quién es el turno de ayudarme con la cena? Todo el silencio que se necesitaba eran grillos de fondo. Mac ladró desde el interior de la casa como si fuera voluntario.
Les revolví el cabello. —¿Ambos van a ayudar? Es mi día de suerte. Fue entonces cuando el fuerte sonido de una camioneta nos advirtió que se acercaba por la calle. Los tres nos volvimos para ver un monstruo rojo oscuro de una camioneta Ford acercándose. Pude ver dos escaleras montadas en un marco alrededor. En el asiento del conductor estaba mi verdadero vecino, el guapo de modales. Levanté la palma de la mano cuando pasó, dándonos una vista de escaleras, equipo y herramientas con las que no estaba familiarizada de la parte de atrás debla camioneta. Estaba bastante segura de que levantó algunos dedos en nuestra dirección mientras entraba al garaje. Lo que también noté en ese momento fue que el auto rojo del día anterior estaba nuevamente estacionado en la calle frente a la casa de mi vecino. Lo que también vi fue la puerta del lado del conductor abriéndose mientras seguíamos camino hacia la casa. Lou se puso de puntillas y estiró el cuello hacia la casa. —¿Es ese el hombre que estaba peleando? No le mentí. —No. —¿Quién? Eché un vistazo al tono de Josh. —Sucedió la semana pasada. Lou escuchó a alguien pelear, y era el hermano del vecino, —tuve que explicar. El niño de diez años volvió la cabeza para inmovilizarme con esta expresión que estaba más allá de sus años, como si supiera lo que estaba tratando de ocultar. O tal vez podría adivinar lo que había hecho. No necesitaba ni quería que se preocupara, así que le di una patada en el trasero e inmediatamente hice a un lado los asuntos de mi vecino. —Vamos. Comencemos con la cena antes de tener que poner Mac a la parrilla. —¡Asqueroso! —Lou se atragantó.
Te juro que me encantaba jugar con él. Había algo acerca de ser joven, inocente y crédulo que me encantaba, y para ser justos, solía hacer lo mismo con Josh antes de que tuviera la edad suficiente para darse cuenta de que normalmente estaba llena de mierda. Los chicos acababan de entrar a la casa cuando mi teléfono empezó a sonar. Era mi mejor amiga, Van. —Diana —fue lo primero que salió de su boca—. Me estoy muriendo, —gimió la voz demasiado familiar del otro lado. Solté un bufido, cerrando la puerta de entrada detrás de mí mientras sostenía el teléfono en mi rostro con mi hombro. —Estás embarazada. No te estás muriendo. —Pero se siente como si lo fuera, —se quejó la persona que rara vez se quejaba. Habíamos sido mejores amigas toda nuestra vida, y solo podía contar con una mano la cantidad de veces que la había escuchado quejarse de algo que no era su familia. Tenía el título de ser la llorona en nuestra épica historia de amor que había sobrevivido a más mierda de la que estaba dispuesta a recordar en ese momento. Levanté un dedo cuando Louie inclinó la cabeza hacia la cocina como si me preguntara si iba a empezar con la cena o no. —Bueno, nadie te dijo que te quedaras embarazada del bebé de Hulk. ¿Qué esperabas? Probablemente saldrá del tamaño de un niño pequeño. La risa que estalló en ella también me hizo reír. Este sentimiento feroz de extrañarla me recordó que habían pasado meses desde la última vez que nos vimos. —Cállate. —No puedes evitar la verdad para siempre. —Su marido era enorme. No entendía por qué no esperaba que su bebé nonato también fuera un gigante. —Ugh. —Un largo suspiro llegó a través del auricular con resignación—. No sé lo que estaba pensando. —No estabas pensando.
Ella me ignoró. —Nunca vamos a tener otro. No puedo dormir. Tengo que orinar cada dos minutos. Soy del tamaño de Marte... —La última vez que te vi, —que había sido hace dos meses—, eras del tamaño de Marte. El bebé probablemente ahora tenga el tamaño de Marte. Probablemente diría que eres del tamaño de Urano. Ella me ignoró de nuevo. —Todo me hace llorar y me pica. Me pica tanto. —¿Yo... quiero saber dónde te pica? —Asquerosa. Mi estómago. Aiden me ha estado frotando aceite de coco cada hora que está aquí. Traté de imaginarme a su esposo del tamaño de un Hércules de 1.95 haciéndole eso a Van, pero mi imaginación no era tan grande. —¿Está bien? —Le pregunté, sabiendo de nuestras conversaciones pasadas que mientras él había estado en la luna con su embarazo, también se había convertido en madre gallina suprema. Me hizo sentir mejor saber que ella no vivía sola en un estado diferente sin nadie más que la apoyara. Algunas personas en la vida tuvieron suerte y encontraron a alguien genial, el resto de nosotros o nos tomaba mucho tiempo... o nunca lo haríamos. —Le preocupa que me caiga por las escaleras cuando él no esté cerca, y está hablando de comprar una casa de un piso para que pueda sacarlo de su miseria. —Sabes que puedes venir a quedarte con nosotros si quieres. Ella hizo un ruido. —Solo me estoy ofreciendo, perra. Si no quieres estar sola cuando empiece a viajar más para los juegos, puedes quedarte aquí todo el tiempo que necesites. Louie no duerme en su habitación la mitad del tiempo de todos modos, y tenemos una casa de un piso. Podrías dormir conmigo si realmente quisieras. Será como si volviéramos a tener catorce años.
Ella suspiró. —Me gustaría. Realmente lo haría, pero no podría dejar a Aiden. Y no podía dejar a los chicos por más de un par de semanas, pero ella lo sabía. Bueno, también sabía que yo no podría dejar de trabajar durante tanto tiempo. —Tal vez puedas conseguir uno de esos Me-caí-y-no-puedo-levantarme4. Vanessa soltó otra carcajada. —Idiota. —¿Qué? Tú podrías. Hubo una pausa. —Ni siquiera sé por qué me molesto contigo la mitad del tiempo. —¿Por qué me amas? —No sé por qué. —Tía, —siseó Louie, frotándose el vientre como si se estuviera muriendo de hambre. —Oye, Lou y Josh hacen que parezca que no han comido en todo el día. Tengo miedo de que pronto empiecen a morderme la mano. Déjame alimentarlos y te llamaré, ¿de acuerdo? Van no perdió el ritmo. —Claro, Di. Dales un abrazo de mi parte y llámame cuando quieras. Estoy en el sofá y no voy a ir a ningún lado excepto al baño. —Bueno. No llamaré a Parks and Wildlife5 para informarles que hay una ballena varada... —Maldita sea, Diana...
4
Esta frase se refiere a un comercial de televisión para una empresa de protección y asistencias médicas llamada LifeAlert. 5
Departamento de Parques y Vida silvestre.
Me reí. —Te amo. Te llamo después. ¡Adiós! —¿Vanny tiene una ballena? —preguntó Lou. Tiré de su lóbulo de la oreja. —Dios, eres entrometido. No, ella va a tener un bebé, ¿recuerdas? Y le dije que ahora mismo es una ballena. Hizo una mueca graciosa. —Eso no es agradable. —No, no lo es, pero ella sabe que estoy jugando. Ven entonces y toma una cebolla y apio. —¿Apio? —Arrugó la cara. Repetí, obteniendo un asentimiento de él antes de que se fuera para obtener lo que le pedí. Acababa de empezar a deslizar mi teléfono en mi bolsillo cuando empezó a sonar de nuevo. No tenía idea de que en unos dos minutos me estaría llamando idiota por no mirar la pantalla antes de presionar el botón de respuesta sin mirar. Mis músculos tenían la ubicación memorizada, así que no tuve que hacerlo. —¿Ya te caíste? —Bromeé. —¿Diana? —la voz femenina llegó por teléfono. La voz sonaba familiar— No cuelgues... Y como una bofetada en el rostro, me di cuenta de por qué me resultaba familiar. Sonriendo a Louie, le dije con voz brillante: —Tienes el número equivocado. —Y colgué incluso cuando mi corazón comenzó a acelerarse el doble. Tal vez me había llamado una vez en los últimos dos años, una vez, y esta era la segunda vez que llamaba en menos de dos semanas. Quería preguntarme por qué estaría llamando ahora de todos los tiempos, pero sabía por qué. El por qué probablemente estaba en la sala de estar configurando su Xbox para un juego. La cuestión era que había muchas cosas en la vida de las que no podía escapar, incluida la cosa más estúpida que hacía alguien a quien amaba mucho.
—Tía, la basura está llena. Con suerte, mi sonrisa no se veía tan falsa como se sentía y Louie no me estaba prestando suficiente atención para notar que lo era. La penúltima persona que necesitaba saber quién acababa de llamar era Louie. —Entonces la cambiaré muy rápido. Lávame eso, ¿quieres, Goo? —pregunté, ya dirigiéndome hacia el bote de basura cuando una bola de terror se formó en mi vientre. No era lo suficientemente pesado para sacar la bolsa del bote; lo habíamos aprendido de la manera difícil, así que no me importó ser la persona a cargo de sacarlo. Dejé a un lado la llamada telefónica hasta más tarde, cuando estaría en la cama, sola sin que nadie me viera enloqueciendo. En poco tiempo, saqué la bolsa y la reemplacé por una nueva, sacando la vieja por la puerta de la cocina para tirarla en el gran bote de basura afuera. En serio, acababa de dar el primer paso hacia los botes de basura cuando escuché: —Levanta tu trasero y vete. ¿Que qué? Me detuve en el lugar, plenamente consciente de que mi cerca era solo una cadena 1.20 de alto por la que cualquiera en la calle podía ver. Una voz femenina gritó: —¡Eres un pedazo de mierda, Dallas! ¿Dallas como mi vecino? ¿Era la señora del auto rojo hablando? —No me estás diciendo algo que no me has llamado mil veces antes, —dijo la voz masculina con una risa suelta que de alguna manera no sonaba muy despreocupada en absoluto. Jesús. ¿Qué tan alto estaban hablando para que pudiera escuchar su conversación con tanta claridad? La maldición que estalló en el aire me hizo levantar las cejas mientras estaba allí con mi bolsa. Con cuidado, bajé los escalones desde la puerta de la cocina hasta el patio y me detuve junto a los botes de basura, a solo unos metros de la cerca que me permitía ver la casa de mi vecino. Dejando la bolsa, dejé que mi curiosidad se apoderara de mí mientras caminaba de puntillas sobre el césped
hasta la esquina de la cerca y trataba de echar un vistazo, convenciéndome de que no me verían en las sombras. El hombre aparentemente llamado o apodado Dallas estaba de pie en el porche, y la mujer estaba en la acera, inclinada hacia adelante en un gesto de confrontación. Intenté entrecerrar los ojos para verlos mejor, pero no ayudó. —No te llamaría así si no actuaras como tal, —gritó la mujer. El hombre de cabello corto pareció mirar hacia el cielo -o el techo de su terraza, si quería ser técnica- y negó con la cabeza. Sus manos subieron a la palma de su frente. —Sólo dime para qué demonios viniste hasta aquí, ¿quieres? —¡Estoy tratando! —¡Ve al puto punto entonces! —tronó como una explosión, cualquier control que tenía desapareció. En circunstancias normales, no creo que esté bien que un hombre le grite así a una mujer, pero estaban muy separados y la mujer también gritaba como una loca. Su tono era todo chillidos y chillidos. —Te he estado llamando una y otra vez —¿Por qué diablos esperas que te responda? —gritó en respuesta—. No he tenido noticias tuyas ni te he visto en tres años. Acordamos pasar por nuestros abogados, ¿recuerdas? Para ser justos, no tenía idea de lo que estaba pasando y quién tenía realmente la culpa, pero tenía razón. Si no hubiera hablado con alguien en tanto tiempo, lo más probable es que tampoco contestara el teléfono. ¿Pero abogados? Abogados, gritándose el uno al otro, su anillo de bodas ... ¿era esta su esposa? Había tenido suficientes relaciones como para saber que no le gritaste a otra
persona con tanto odio a menos que te hubieras acostado con ella en algún momento. —¿Por qué me verías? Te dije antes de que te fueras que había terminado —gritó la mujer con tanta emoción en su voz, que de hecho comencé a sentirme culpable por escuchar a escondidas. —Créeme, sabía que había terminado, no es como si realmente hubiera comenzado algo, —respondió el hombre. Si. Definitivamente su esposa. ¿Por qué si no iban a tener abogados y pasar tanto tiempo sin hablar entre ellos? ¿Y por qué seguiría usando su anillo después de tanto tiempo? —¿Qué estás haciendo? Salté y me volví para mirar a Louie que estaba de pie al otro lado de la puerta mosquitera, mirándome. —Nada —le dije, dando los dos pasos para abrir el bote de basura y poner la bolsa dentro como si no me hubiera sorprendido escuchando a escondidas. Esperó hasta que estuve a un paso de él para preguntar: —Los estabas escuchando, ¿eh? —¿Yo? —Hice que mis ojos se agrandaran, cuando abrí la puerta y entré mientras él retrocedía para darme espacio—. No. No soy entrometida. Louie se burló. Este niño de cinco años literalmente se burló de mí. No pude evitar reírme. —¿Crees que soy entrometida? Louie ya había pasado por su fase de mentir cuando era un niño pequeño, e incluso si no lo había hecho, sabía que no me gustaba y no le gustaba herir los sentimientos de nadie. Especialmente los míos. Pero lo que dijo a continuación me dejó tratando de averiguar si debería chocar los cinco con él o tener miedo
de lo manipulador y astuto que podía ser. Caminó hacia mí y se inclinó contra mi pierna con esa sonrisa radiante suya. —¿Quieres un abrazo?
Capitulo Cuatro
Era una señal de lo mucho que había cambiado mi vida en el transcurso de los últimos años que “salir” ahora consistía en ponerme unos jeans ajustados y una linda blusa. Hace años, hace una maldita vida, cuando era más joven y más tonta y tenía muy pocas preocupaciones en el mundo, “salir” consistía en tomarse una hora o dos para maquillarme, peinarme y vestirme con algo que habría hecho que mi madre se preguntara dónde se había equivocado al criarme. Incluso la había visto haciendo la señal de la cruz una o dos veces. “Salir” significaba dirigirse a algún bar o club ruidoso con bebidas caras donde coqueteaba con tipos que se depilaban religiosamente. No había sido todas las noches o los fines de semana, pero había sido suficiente. Ahora… Ahora, la mitad de mis experiencias sociales adultas giraban en torno a fiestas de cumpleaños y prácticas de béisbol. La única vez que me peinaba era cuando tenía que trabajar y eso era solo porque ese era mi trabajo. Había dominado el maquillaje en cinco minutos. El tiempo realmente era más valioso que el dinero. Bueno, ahora, mirando a mi jefa, Ginny, que estaba vestida casi idéntica a mí con jeans y una blusa de manga corta, las prioridades obviamente habían cambiado. Días atrás habíamos acordado que debíamos salir a celebrar la reapertura del salón. El sábado, nos habíamos prometido porque el salón estaba cerrado todos los domingos. Saldremos el sábado. Sus hijos estaban con su papá y Josh y Louie estaban con mis padres este fin de semana. Parecía el momento perfecto para pasar un buen rato juntas.
Lo que no habíamos tenido en cuenta era lo cansadas que íbamos a estar después de trabajar un día completo después de una semana de pintar y mover muebles de un lugar a otro. Había tomado una silla en Shear Dialogue hace poco más de dos años. Ginny y yo nos conocimos a través de un amigo estilista en común, quien sabía que necesitaba ayuda y sabía que yo estaba buscando otro lugar para trabajar. Nos llevamos bien de inmediato. Tenía tres hijos, era madre soltera de cuarenta y pocos años con un novio, y tenía una actitud de sin-tonterías que cantaba a mi propia actitud de sin-tomar-una-mierda, y lo siguiente que supe fue que estaba moviendo a los niños y a mí misma de San Antonio a Austin. El resto era historia. Pero ahora que llegó el día, nos enfrentamos esa tarde y dijimos lo mismo: —Estoy cansada. —Lo que significaba que ambas preferíamos ir a casa y relajarnos, pero no íbamos a hacerlo porque estábamos tan ocupadas que no pasamos suficiente tiempo juntas. Los niños y las relaciones -la de ella, al menos, se casaría en unos meses además de todo- consumían mucha energía. Fue nuestro acuerdo tácito que tomaríamos un par de tragos y nos iríamos a casa antes de que llegaran las noticias de la noche. —¿A dónde quieres ir? —Le pregunté mientras volvía a aplicar desodorante en el medio del salón. Habíamos cerrado con llave hace media hora, limpiamos el lugar y nos turnamos para cambiarnos en el baño. No se me escapó que ninguna de los dos se molestó en arreglarse el cabello después de un largo día de trabajo. Algunos días pensaba que, si tenía que tocar más cabello, vomitaría. Me había decidido por más lápiz labial, y Gin se había puesto un poco más de rubor y se había pasado un cepillo por su cabello rojo sangre, que le llegaba hasta los hombros, que lo coloreaba mensualmente. Me dio la espalda mientras... sí, se acomodó las tetas y dijo: —¿Estás bien si te quedas cerca de aquí? La mirada que le envié a través del reflejo del espejo transmitió lo estúpida que pensé que era su pregunta.
—Entonces, vayamos al bar de la calle. No es el lugar más lujoso, pero sus bebidas son baratas y mi tío es el dueño. —Trato, —le dije a Ginny. No era una esnob. Cercano y barato sonaba como un plan. Su tío supuestamente también era dueño del nuevo edificio al que nos habíamos mudado. Ubicado en un lado de la ciudad con mucho tráfico, al otro lado de la calle de una empresa de bienes raíces, un popular salón de tatuajes y una tienda de delicatessen, no podría haber conseguido un mejor espacio para el salón. El negocio de peluquería canina a dos puertas de nosotros me había hecho ver carteles de dinero; Tuve toneladas de clientes con perros. Además, funcionó aún más a mi favor porque mi nueva casa estaba a poca distancia en auto. Y así fue como nos encontramos, diez minutos después, de pie frente a un bar a poca distancia del salón. Habíamos podido dejar nuestros autos en el mismo lugar que los dejamos para trabajar, al lado de un gran taller mecánico que supuestamente también su tío era el dueño. Para ser justos, Ginny me había dicho la verdad. No era un lugar elegante. De lo que no me había advertido era del hecho de que era un bar de motociclistas, si la fila tras fila de motocicletas estacionadas al frente de la calle significaba algo. Todo bien. Si se dio cuenta de mi aprensión por entrar, Gin no hizo ningún comentario mientras me hacía señas hacia la puerta. Joder. Solo ignoré parcialmente a los tres hombres que estaban afuera fumando y mirándonos demasiado de cerca, pero cuando abrí la pesada puerta para entrar, el olor simultáneo de cigarrillos, puros y marihuana asaltó brutalmente mi nariz. Mis fosas nasales inmediatamente comenzaron a volverse locas y tuve que parpadear mucho porque el humo los hacía arder. El lugar era exactamente como me imaginaba un bar de moteros. Había estado en muchos bares en mi vida antes de Josh y Louie, y algunos habían sido mucho
más esquemáticos que este. Desde atrás, Ginny señaló en la dirección de las hileras de licor a lo largo de la pared, y me dirigí, observando a la multitud suelta de hombres y mujeres vestidos de cuero y camisetas por igual. Eran de todas las edades, de todos los aspectos. A pesar del fuerte olor a humo que sabía que era ilegal en el interior… bueno, no parecía tan malo. La mayoría de la gente hablaba entre sí. Enganchando dos sillas en el medio del mostrador, Ginny se deslizó hacia la silla a mi lado. Me incliné hacia adelante y miré arriba y abajo de la barra en busca del camarero, saludando cuando el hombre mayor vio en mi dirección. Simplemente levantó la barbilla para recibir nuestra orden. Había salido con Ginny lo suficiente a lo largo de los años como para saber que comenzamos nuestras noches con Coronas o Guinness, y este lugar no parecía el tipo de lugar para llevar mi néctar favorito de la madre patria. —Dos Guinness, por favor, —le articulé. No estaba segura de que entendiera lo que dije, pero asintió con la cabeza y llenó dos vasos de uno de los grifos, deslizándolos hacia nosotras, gritando la cantidad que debíamos. Antes de que Ginny pudiera conseguirlo, deslicé dos billetes por la barra. —Woo, —vitoreó Ginny, chocando su copa contra la mía. Asentí con la cabeza, tomando el primer sorbo. Apenas había terminado de tragar cuando dos antebrazos vinieron desde atrás para encerrar a mi jefa, una melena rubia apareció junto a su oreja. ¿Quién diablos era este? Como si se preguntara lo mismo, comenzó a decir: —¿Quién ..? —antes de mirar por encima del hombro, su cuerpo tenso y tambaleándose hacia atrás. Fue su risa un momento después la que me dijo que todo estaba bien—. ¡Hijo de puta! ¡Me preguntaba quién diablos se me acercaba! —Alzó el brazo más alejado de mí para palmear al extraño, que vestía un chaleco de cuero sobre una camiseta blanca.
—Qué maldita boca, —afirmó la voz baja del hombre lo suficientemente fuerte como para que yo lo escuchara. Se apartó, su atención deslizándose casualmente en mi dirección. La sonrisa que había en su cara mientras hablaba con mi amiga se iluminó un poco más cuando me miró. Dios me ayude, estaba caliente. El rubio oscuro de su cabello largo combinaba con el mismo color de barba que cubría su boca y sus mejillas en una sombra áspera. Sobre todo, aunque era su sonrisa fácil lo que electrizaba su hermoso rostro. Tenía que ser unos años mayor que yo al menos. Todo lo que pude hacer fue sentarme allí y sonreírle al hombre que probablemente era un motociclista basado en el hecho de que tenía un chaleco... y que estábamos en un bar de motociclistas. Un bar de moteros los sábados. Realmente nunca sabías adónde te llevaría la vida, ¿verdad? Cuanto más miraba la cara del rubio… me di cuenta de que reconocía esos ojos azules suyos. Ese tono en particular apuntaba en mi dirección desde otro rostro, un rostro que conocía bien. Ese azul era el azul de Ginny. —Trip, esta es mi amiga Diana. Ella trabaja conmigo en el salón. Ella es de quien les hablé tiene al chico que juega béisbol. Di, este es mi primo Trip —explicó Ginny mientras mi mirada se dirigía a mi amigo, sacudiendo la pelusa que se había apoderado de mi cerebro al mirarlo. Trip. Béisbol. Había mencionado a su primo que tenía un hijo de la edad de Josh que jugaba béisbol competitivo un par de veces. Lo recordaba ahora. —Encantada de conocerte, —saludé, una mano rodeando mi cerveza negra, la otra extendiéndose en su dirección. —Oye, —dijo el sonriente rubio mientras tomaba mi mano en un apretón. —Él trabaja en el garaje junto al estacionamiento, —explicó Ginny. Asentí con la cabeza, mirando como el tipo llamado Trip se volvía hacia su prima y le daba un codazo. —¿Dónde está tu hombre?
—Está en casa, —explicó, refiriéndose a su prometido. Él la miró con extrañeza y se encogió de hombros. —El anciano está allí por si quieres pasar y saludar—, le dijo, su mirada se desvió hacia mí por un momento mientras una pequeña y astuta sonrisa aparecía en su boca. Ella asintió con la cabeza, volviéndose para mirar por encima de su hombro brevemente, como si buscara a quienquiera que fuera “el anciano”. ¿Su tío? —Ve a saludar, —le ofrecí cuando ella continuó mirando alrededor del piso de la barra medio llena. Su nariz se arrugó por un momento mientras dudaba. —¿Estás segura? Puse los ojos en blanco. —Sí, siempre y cuando no me dejes aquí toda la noche. Con eso, ella sonrió. —Está bien, es mi tío. Sería de mala educación por mi parte no ir a saludar. ¿Quieren venir? Si había algo que entendía y con lo que estaba demasiado familiarizada, era la política que estaba detrás de las familias numerosas y unidas. En la mía, tenías que que saludar a todo el mundo. No existía tal cosa como un saludo grupal a menos que quisieras que tu mamá te siseara al oído sobre la vergüenza que estabas haciendo. —No —respondí e incliné mi cabeza hacia atrás—. Ve a saludarlo. Estaré aquí. Mi jefa sonrió y se puso de pie, palmeando a su primo en la mejilla. —Muéstrame dónde está, —dijo lo cual fue un poco extraño. El bar era de buen tamaño, pero no tan grande. No le habría llevado más de un par de minutos encontrar a su tío, pero lo que sea. El hombre rubio asintió y la guio a través del pequeño grupo directamente detrás de nosotros. Llevaba su cerveza negra con ella. Me senté allí y tomé un par de sorbos, mirando arriba y abajo del mostrador a la gente sentada allí. En realidad, casi parecían personas normales y corrientes, excepto por todas las chaquetas de cuero y Harley. Acababa de sacar mi teléfono
del bolsillo para revisar mi correo electrónico, no es que hubiera nada importante allí, cuando vi un corte de cabello de color castaño de aspecto familiar en el extremo más alejado de la barra. No fue hasta que el hombre se volvió hacia adelante que me di cuenta de que era mi vecino. Dallas con el hermano idiota. Dallas que puede o no estar casado con una mujer en un auto rojo. Dallas con un tatuaje gigante en todo el cuerpo. Dallas, quien se reía entre dientes mientras le decía algo a la persona que había estado sentada a su lado. ¿Cuáles eran las jodidas posibilidades de que estuviera aquí? No había visto una motocicleta en su casa en los días desde que comencé a prestar atención a su casa después de que golpearan a su hermano. Solo había visto su camioneta. ¿También era motociclista? Contemplándolo, sentado allí con los codos en el mostrador, una sonrisa en su cara afilada, su atención centrada en la televisión montada en la pared... Realmente no podía imaginarlo en este tipo de lugar. Con la forma en que llevaba el cabello corto y su postura, toda la espalda recta y hombros fuertes, habría pensado militar, no club de motociclistas. ¿De Verdad? Por un momento vergonzoso, me pregunté en qué diablos me había metido al mudarme a mi vecindario y vivir frente a alguien como él. Él con sus problemas matrimoniales que ocurrieron afuera y su hermano al que le dieron una paliza por quién sabe qué. El que pasaba el rato en un bar de moteros de todos los lugares. Tan pronto como ese pensamiento llenó mi cabeza, acepté lo tonta e hipócrita que estaba siendo. Lo que importaba era lo que había en el interior, ¿verdad? Una de las personas en mi línea de visión se movió y noté que no llevaba un chaleco como muchos de los hombres. Tal vez no estaba en el club de motociclistas, ¿o sí?
No importa. Al menos, no debería. Había traído mi recipiente de plástico y me agradeció por ayudar a su hermano. No había ninguna razón para pensar que él era un mal chico ahora, ¿verdad? Tenía manchas de tierra en el cuello como a veces lo hacía Louie, y algo en eso me tranquilizó. Nadie estaba sentado junto a mi vecino en ese momento, y mientras miraba a mí alrededor, debatí por un minuto si fingir que no lo veía o simplemente seguir adelante y saludar para terminar con el camino perezoso. Entonces esos modales profundamente grabados que mi mamá prácticamente me había golpeado sobrepasaron cualquier cosa y todo lo demás, como de costumbre. Además, odiaba cuando la gente fingía no verme, incluso si realmente no quería saludarme, y él había sido cortés cuando no necesitaba serlo. No iba a contar el primer día que nos conocimos; nadie estaba nunca de buen humor cuando se despertaba groseramente, especialmente con una mierda como la que había hecho su hermano. Después de otro minuto de decirme a mí misma que estaría bien no decir nada, acepté que no podía hacer eso. Con un gruñido, finalmente empujé mi silla hacia atrás y me levanté, agarrando mi cerveza negra en el camino. Un día me convertiría en mi propia persona a la que no le importaba hacer lo correcto. Un día en que el infierno se congele. Cuanto más me acercaba a él sentado en el otro extremo de la barra mirando el televisor montado en lo alto de la pared, más relajada me sentía. Estaba viendo un partido de béisbol. Era el equipo de Grandes Ligas favorito de Josh: los Texas Rebels. Solo dudé un poco cuando me acerqué por detrás de él y luego lo golpeé en el hombro con mi mano libre. No se dio la vuelta, así que lo hice de nuevo. Esa segunda vez, finalmente giró la cabeza para mirar por encima del hombro, un ceño levemente fruncido
arrugando el espacio entre sus cejas llenas. Sus párpados pálidos descendieron sobre esos iris color avellana, parpadeando una vez, luego dos y una tercera vez. Excelente. No me reconoció. —Hola. —Le mostré una sonrisa que era aproximadamente del 98 por ciento, ¿por qué hice esto?—. Soy Diana, tu vecina —le expliqué, porque, aunque nos habíamos visto dos veces, aparentemente él todavía no me recordaba. Si eso no hacía que una chica se sintiera bien, no sabía qué lo haría. Dallas parpadeó una vez más y lentamente me dio una mirada vacilante y cautelosa mientras asentía. —Diana, sí. Parpadeé ante el saludo más poco entusiasta que jamás había recibido. Y luego, para empeorar las cosas, su ceño fruncido reapareció al mismo tiempo que su mirada recorría la barra. —Esto es una sorpresa, —dijo lentamente, su frente todavía llena de confusión o malestar, o ambos. No supe por qué. Mis pechos no estaban colgando y en su cara, y estaba a una distancia razonable de él. —Estoy aquí con mi amiga, —le expliqué lentamente, viendo como giraba la cabeza lo suficiente para mirar a mi alrededor... ¿para buscar a mi amiga? ¿O ver dónde estaba su amigo para sacarme de su cara? ¿Quién sabe? Cualquiera sea la razón, me hizo estrechar los ojos. Yo tampoco quería estar aquí, muchas gracias—. Bueno, quería saludarte desde que te vi aquí... —Me detuve cuando su mirada volvió a mi dirección, esa arruga casi familiar que hacía que su presencia fuera conocida una vez más entre sus espesas cejas. ¿Había hecho algo malo al acercarme a él? No lo creo. Pero había algo en su mirada que me hizo sentir tan incómoda que no pude evitar sentir que no era bienvenida. Realmente incómoda. Podía decir dónde me querían y dónde no.
—Muy bien, solo quería decir un 'hola' amistoso. Te veré más tarde, vecino —Terminé de una vez, arrepintiéndome de tomar la decisión de venir más de lo que había lamentado nada últimamente. Ese surco entre las cejas de mi vecino se hizo más profundo cuando su mirada me recorrió brevemente antes de regresar a la televisión mientras se movía hacia adelante en su asiento, despidiéndome. La acción fue tan jodidamente grosera, mi estómago se revolvió por lo insultada que estaba. —Bien. Nos vemos —dijo. Gracias a Dios había dicho que me iba primero. No lo conocía lo suficiente como para decidir si estaba siendo antipático porque no quería tener nada que ver conmigo en público o si hoy no era el día para una pequeña charla. Por otra parte, una vez que se dio cuenta de quién era yo, su expresión se volvió cautelosa. ¿Quién diablos sabía? Un poco más avergonzada de lo que había estado minutos antes, debería haber fingido no verlo, maldita sea, con mí bebida en la mano, caminé por el borde de la barra hacia mi asiento original. Apenas me había sentado cuando escuché débilmente la voz de Ginny sobre la música fuerte. Un momento después, el asiento a mi lado ocupado y también el que estaba al otro lado de ella. —Lo siento, lo siento, —se disculpó, moviendo el taburete hacia adelante mientras el hombre rubio al que había llamado su primo hacía lo mismo en el taburete a su lado. Me encogí de hombros, empujando el momento con mi vecino al fondo de mi mente. No iba a dejar que eso me molestara. No había nada que valiera la pena molestarme por la situación. Bien por no ser una puta gigante, supongo, si por eso no había sido amistoso. —Está bien. Y luego, por supuesto, el rubio llamado Trip se inclinó hacia adelante y levantó su barbilla. —¿Conoces a Dallas? —¿El chico de allí o la ciudad? —pregunté, haciendo un gesto hacia el final de la barra con un movimiento rápido y no tan discreto de la cabeza.
Él asintió con una sonrisa. —El hombre, no la ciudad. —UH Huh. Somos vecinos. Eso hizo que Ginny girara su cabeza roja para mirar en la dirección a la que ambos habíamos señalado. Me di cuenta de que sus ojos se estrecharon. —¿No me digas? —Trip preguntó, llevándose la jarra de cerveza a la boca. —Está dos casas más abajo, al otro lado de la calle. —¿Estás frente a la señorita Pearl? Cómo demonios sabían quién era la señorita Pearl, no lo entendí. —Sí. —Recuerdo haber visto un cartel de “se vende” frente a esa casa. ¿Qué tal eso? Alguien conocía bien a mi vecino. Mientras tanto, noté que Ginny todavía estaba tratando de mirar al otro lado de la barra para buscar de quién habíamos estado hablando originalmente. Toqué su codo y, con la palma de mi mano apoyada en la superficie de la barra, señalé directamente a mi vecino con bastante discreción, si lo decía yo misma. —El tipo de la camisa blanca. Luego se volvió para mirarme por encima del hombro, sus ojos eran un poco astutos. —¿Vives enfrente de él? —¿Tú también lo conoces? —Yo no ... —Ella falló con sus palabras antes de sacudir la cabeza y usar su pulgar para hacer un gesto al rubio a su lado—. Es nuestro primo. ¿Ese hombre era el primo de Ginny? ¿De verdad? Ella nunca lo había mencionado antes. Lo había fijado en unos cuarenta, más o menos su edad. La misma edad que pensé que la linda rubia de su otro lado también podría tener.
—Entonces, ¿tú también cortas el cabello? —Trip preguntó, terminando la explicación de Ginny sobre el hombre al final de la barra, maldita sea. Siempre podría preguntarle sobre eso más tarde… tal vez. Después de la forma en que acababa de ser, no estaba exactamente interesada en escuchar la historia de su vida. Además, estaba casado. Casado. No rodaría por esa colina incluso si él estuviera interesado. Que no lo había hecho. Estaba bien. Yo tampoco estaba interesada. —Sí —respondí, concentrándome en la pregunta del rubio, incluso cuando Ginny resopló en su cerveza—. Prefiero peluquera, pero sí. —Hacer el color del cabello era mi favorito y con lo que ganaba más de la mitad de mi dinero, pero ¿quién tenía que ser específico? —¿Quieres cortar el mío? —el coqueteo siguió adelante y preguntó. Arrugué la nariz y sonreí. —No. La gran risa que brotó de él me hizo sonreír. —No es nada personal, lo prometo, —expliqué, sonriéndole a él y a Ginny, sintiéndome un poco idiota por cómo había salido eso. El primo de Ginny negó con la cabeza mientras seguía rompiendo a carcajadas, su hermosa cara volviéndose mucho más atractiva. —Nah. Lo entiendo. Iré a llorar al baño. Mi jefa gimió mientras se ponía la jarra de cerveza en el rostro y ponía los ojos en blanco. —No creas nada de lo que sale de su boca. —No iba a hacerlo. —Le guiñé un ojo, ganándonos otra risa del único hombre que nos hablaba. —Joder, ustedes dos son brutales. Ni siquiera tuvimos que decir “gracias”. Ginny y yo nos sonreímos por su cumplido que no se suponía que fuera uno. Me acababa de sentar en mi taburete
cuando, por el rabillo del ojo, vi la cara de mi vecino. Nos estaba mirando directamente. Antes de que pudiera procesar eso, Trip apoyó su antebrazo en el mostrador, llamando mi atención una vez más, y preguntó: —¿Cómo dijiste que te llamabas?
Capitulo Cinco
Mierda. Ginny sacó las palabras de mi boca. —¿Por qué está tan brillante hoy? Entrecerré los ojos contra el rayo de sol que entraba por las puertas y ventanas de cristal de la tienda. A pesar de sufrir lo peor de mi resaca ayer, todavía no estaba al 100 por ciento después de nuestra fiesta de bebidas. Me dolía la cabeza y mi boca aún sabía débilmente a animal muerto. Dios, me estaba volviendo vieja. Hace cinco años, todavía no me sentiría como una mierda casi cuarenta y ocho horas después de salir. —Nunca volveré a beber, —le murmuré a la pelirroja que se había despertado en mi sofá el día anterior. —Yo tampoco, —gimió, prácticamente siseando cuando la puerta de Shear Dialogue se abrió y un sol aún más brillante entró en el salón a las once de la mañana cuando Sean, el otro estilista, entró con el teléfono pegado al oído. Nos saludó con una inclinación de barbilla, pero las dos estábamos demasiado ocupadas actuando como si fuéramos las hijas de Drácula para preocuparnos. Dios. ¿Por qué me hice esto a mí misma? Sabía mejor. Demonios, por supuesto que sabía que era mejor no beber tanto en una noche, pero después de que dejamos el bar de motociclistas, acertadamente llamado Mayhem, en un taxi juntas, porque no había forma de que ninguna de las dos tuviera algo que hacer detrás del volante de un auto, habíamos pasado a beber una botella de vino cada una.
Cuando me desperté el día anterior boca abajo y sentí el primer movimiento de náuseas y síntomas similares a los de la gripe en mi cuerpo, le prometí a Dios que, si hacía que mis náuseas y dolor de cabeza desaparecieran, nunca volvería a beber. Aparentemente, tuve que aceptar que él sabía que yo era una maldita mentirosa y que no iba a hacer nada para aliviar mi sufrimiento. Mi mamá siempre había dicho que podías mentirte a ti mismo, pero no podías engañar a Dios. —¿Por qué me hiciste beber toda esa botella de vino? —Ginny tuvo el descaro de preguntar. Dejándome caer más profundamente en mi silla de trabajo, miré en su dirección. No confiaba en mi cuello para hacer lo que le pedí. —No te hice hacer nada. Fuiste tú quien dijo que querías la tuya, ¿recuerdas? “No quiero blanco. Quiero rojo”. —No recuerdo eso. —Por supuesto que no lo recuerdas. Dejó escapar una risita que me hizo sonreír hasta que me dolió más la cabeza. —No sé cómo vamos a pasar el resto del día. —No me quedan muchas citas. ¿Y tú? —Los lunes y miércoles eran normalmente mis días más lentos de la semana; esas eran las dos tardes que recogía a los chicos de la escuela. Ella gimió. —Tengo dos horas hasta estar ocupada. Podría ir a tomar una siesta en la sala de descanso —Ella hizo una pausa—. Estoy pensando en comprar una de esas botellas de vino del tamaño de un viaje en la gasolinera y beberla. Creo que podría hacerme sentir mejor. Ginny tenía razón. Había echado un vistazo a la última botella que tenía en la nevera esa mañana y me convencí de tomar unos sorbos para aliviar mi resaca. Mi siguiente cliente era en una hora, y luego tenía un descanso de quince
minutos entre clientes hasta que me fuera. En realidad, tener clientes cuando tenías resaca era una maldición disfrazada de bendición. —Vamos. Puedo despertarte si quieres. Ambas soltamos un gemido de sufrimiento al mismo tiempo que Sean cerraba de golpe la puerta de la sala de descanso. Dejándome caer en mi asiento, crucé los brazos sobre el pecho y traté de no saborear mi saliva. —Tu primo es muy lindo. —¿Cuál? ¿Cómo había olvidado que mi vecino era su primo? No tuve la energía para pensar en Dallas y su hermano, cuyo nombre no sabía, estaban relacionados con ella. No tiene sentido. —Trip. Eso hizo que Ginny hiciera un ruido que sonaba como un patético intento de burla. —Ni siquiera vayas allí, Di. —¿Que está mal con él? —¿Cómo puedo decir esto? Es un gran amigo y miembro de la familia, pero ¿un socio en una relación…? No. Tiene dos bebés de diferentes mamás. —Oh. —Oh. ¿Una mamá y bebé? Todo bien. ¿Dos mamás y dos bebés? No —Si. Él está bien. No me malinterpretes. Es un gran padre, y aparte de mi padre, no hay nadie más en mi familia que ame más, pero es un mujeriego, y dudo que cambie pronto, —explicó de una manera que me dio la sensación de que ' Había pasado por esta perorata en el pasado. Entonces... Trip era su favorito, no el primo que se sentó al otro lado de la barra y ni una sola vez se acercó a ella para saludarla. Impactante—. Su hijo mayor juega béisbol competitivo como Josh. ¿Eh? Le deslicé una mirada, con la intención de simplemente meterme con ella. —Entonces, ¿estás diciendo que tenemos cosas en común? —Te estoy haciendo un favor, Di. No. No vayas allí con él.
—Ahí va mi sueño de que seamos familia. —Me reí hasta que mi cerebro me dijo que dejara de hacer cosas así. Dejó escapar un bufido que duró tres segundos antes de gemir. —Tengo otra familia, ya sabes. —Después de una pausa, preguntó—: ¿Entonces vives frente a Dallas? —UH Huh. —Lo pensé por un segundo—. ¿Es realmente tu primo? —La coincidencia fue casi demasiado para mí para creer que era verdad. —Si. —Hubo otra pausa—. Su mamá es la hermana de mi papá. La hermana del papá de Trip. Hubo algo de vacilación mientras Ginny hablaba de este lado específico de su familia que me dio la pista de que había algo en ellos que no le gustaba por alguna razón u otra. En el tiempo que habíamos trabajado juntas, ella no era tacaña al hablar de su familia. Había mencionado a Trip suficientes veces, pero nunca había mencionado a Dallas. Me pregunté por qué; Simplemente no quería preguntar. Ginny me conocía lo suficientemente bien como para reconocer cuando tenía curiosidad por algo, pero no quería ser la primera en mencionarlo. —No somos cercanos. Él no creció por aquí como lo hicimos Trip y yo, y es un poco más joven que nosotros —Ginny tenía cuarenta y tres años. Más joven que ella realmente no explicaba mucho—. Se retiró de los marines… o de una de esas ramas. No recuerdo cuál exactamente. Por lo que escuché, se mudó hace un año. No lo he visto más que una vez. —Oh, —fue lo único que me vino a la mente para responder. ¡Pero lo sabía! Había estado en el ejército el tiempo suficiente para retirarse. ¿Cuántos años tenía? Antes de que pudiera detener mi gran boca, pregunté—: ¿Está casado? Ella no me miró cuando respondió: —Recuerdo que alguien dijo que estaba separado de su esposa, pero eso es todo lo que sé. Apenas lo he visto en los últimos veinte años. Definitivamente nunca lo he visto por aquí.
Separado. Lo sabía. Eso lo explicaba todo. El anillo. La mujer del auto con la que se había enfrentado a gritos. Quizás eso explicaba que él era raro. ¿Quizás no quería que nadie pensara que estábamos coqueteando entre nosotros? Una de mis clientas que había tenido durante años había pasado por un divorcio difícil. Después de que me contó toda la mierda por la que ella y su esposo estaban peleando, me convenció bastante de que todos deberían obtener un acuerdo prenupcial. —Conocí a su hermano. —Más que conocí a su hermano, pero no era asunto mío compartirlo—. Es una especie de idiota. Sin ofender. Ginny giró todo su cuerpo para mirarme. —¿Jackson está aquí? ¿Por qué diablos dijo su nombre como si estuviera diciendo Candy Man? Fue mi teléfono sonando lo que me hizo responder con una sacudida, olvidando inmediatamente su pregunta. Demasiado perezosa para levantarme, me acerqué lo más que pude para agarrar mi bolso. Me esforcé y luego me esforcé un poco más, agarrando el borde y tirando de él hacia mí con un bufido. Efectivamente, mi teléfono estaba en el bolsillo en el que siempre lo dejaba, y solo tuve que echar un vistazo rápido a la pantalla antes de presionar el botón de ignorar en la “llamada restringida”. Acababa de poner mi teléfono en mi bolso sin una palabra cuando comenzó a sonar una vez más. Con un suspiro, miré a la pantalla y gruñí, dividida entre sentir alivio por haber decidido mirar de nuevo y temer a la persona que llamaba. —Mierda. —¿Quién es? —Ginny preguntó esa vez, toda entrometida. Dejé que mi dedo flotara sobre la pantalla por un segundo, sabiendo que tenía que responder, pero no quería hacerlo. —La escuela de los niños. La expresión de su rostro decía suficiente. Ella tuvo dos hijos. Recibir una llamada telefónica de la escuela nunca era algo bueno. Nunca.
—Mierda, —maldije una vez más antes de obligarme a tocar la pantalla—. ¿Hola? —Respondí, rezando por un milagro que sabía que no iba a suceder. Ya tenía una mano en mi bolso, buscando las llaves. —¿Señora Casillas? Fruncí un poco el ceño ante el título, pero no corregí a la mujer de la otra línea que sabía que estaba a punto de arruinarme el día. —¿Sí? —Esta es Irene en Taft Elementary. Ha habido un incidente...
Nada antes de los veintiséis años podría haberme preparado para criar dos niños. De Verdad. No había ni una sola cosa. Ninguno de los cuatro novios que había tenido en el transcurso de mi vida me había preparado para tratar con dos personas pequeñas que eventualmente se convertirían en hombres. Hombres que eventualmente tendrían responsabilidades y tal vez incluso familias, décadas y décadas a partir de ahora. La idea era aterradora. Había salido con chicos y había salido con idiotas que todavía eran chicos sin importar cuánto vello facial tuvieran. Y yo era la responsable de criar dos para que no se volvieran como ellos. Estaba lo más lejos posible de ser una experta. Mirando hacia atrás ahora, mis ex eran como pedazos de chicle que encontrarías debajo de una mesa en un restaurante. Aunque Rodrigo y yo siempre habíamos sido cercanos, era cinco años mayor, yo era demasiado joven para prestar atención a esos cuidadosos años entre los cinco y los quince, para ver cómo él los había sobrevivido. Todo lo que podía recordar era esta personalidad más grande que la vida que había sido popular,
atlético y agradable. Si había tenido dolores de crecimiento, no podía recordarlo. Y definitivamente no podría preguntarles a mis padres sobre eso. Tampoco podía llamar a los Larsens para pedir consejo; habían criado a dos niñas, no a dos niños, y en un lapso de tiempo, me di cuenta de que, para muchas cosas, los niños eran muy diferentes a las niñas. Josh y Lou habían hecho una mierda que no podía ni empezar a entender, y no tenía ninguna duda de que yo a los cinco años habría pensado lo mismo. ¿Qué diablos se suponía que debía hacer con Josh y Louie? ¿Se suponía que debía disciplinarlos de manera diferente? ¿Hablarles de manera diferente? ¿Había un margen de maniobra con ellos que no era posible con las chicas? No lo creo. Podía recordar que mis padres estaban mucho más relajados -y eso decía algo porque eran estrictos- con Rodrigo que conmigo. Solía cabrearme. Usarían la excusa de que él era un niño y yo era una especie de flor inocente que tenía que ser protegida a toda costa como su razonamiento detrás de por qué me castigarían durante semanas si llegaba a casa después del toque de queda mientras él suspiraba y ponía los ojos en blanco. Había muchas otras cosas que mis padres habían esperado de mí que no habían hecho de Drigo. Entonces, mientras estaba sentada en mi Honda con Josh y Louie en el asiento trasero, ambos extrañamente silenciosos, todavía no podía decidir cómo manejar la situación. Después de que recogí a Josh de la escuela, ninguno de los dos dijo una palabra mientras conducía de regreso al trabajo y procedí a ir y venir entre trabajos de color para mis dos últimas clientas del día hasta que llegó el momento de recoger a Louie. Y como si sintiera la tensión en el auto, Lou también había estado sospechosamente callado. El hecho es que Josh le había dado un puñetazo a un niño en la cara. Ahora había estado cabreada por eso durante diez minutos hasta que me presenté en su escuela para hablar con el director y con el mismo Josh, para descubrir que sí, había golpeado a alguien de su clase. Pero lo había golpeado porque la pequeña mierda había estado golpeando a un chico diferente de su clase en el baño. El hecho de que estuvieran en quinto grado haciendo este tipo
de tonterías no se me escapó en absoluto. Josh supuestamente había intervenido, y el pequeño de mierda había centrado su atención y su agresión en mi sobrino. La leve irritación que había sentido al tener que ir a recogerlo había desaparecido en un instante. Pero el director tenía algo en el trasero y estaba hablando de lo grave que fue la ofensa y bla, bla, bla, la escuela no tolera la violencia, bla, bla, bla. El imbécil procedió a intentar suspender a Josh durante una semana, pero discutí hasta que lo reduje a dos días con la promesa de tener una larga charla y considerar disciplinarlo. Ahí fue donde entró mi problema. Diana, la tía, quería felicitar a Josh por defender a otro niño. Quería llevarlo a tomar un helado y felicitarlo por hacer lo correcto. Tal vez incluso comprarle un juego nuevo para su Xbox con el dinero de mi propina. Diana, la persona que se suponía que era una figura paterna, sabía que si hubiera sido yo quien me hubiera metido en problemas en la escuela, mis padres me habrían golpeado y castigado durante los próximos seis meses. Mi madre me había abofeteado una vez cuando tenía catorce años por gritarle y luego golpearle la puerta en el rostro. Podía recordarlo como si fuera ayer, cuando abrió la puerta de mi habitación y me golpeó. ¿Siendo suspendido de la escuela? Olvídalo. Estaría a seis pies en el suelo. Entonces, ¿qué diablos se suponía que debía hacer? ¿Cuál fue el camino correcto a seguir? Claro, mis padres tenían un control de hierro en mi vida en ese entonces y había salido bien, pero había habido problemas en el camino. No podía contar la cantidad de veces que había pensado que mi mamá y mi papá no entendían nada, que no me conocían. No había sido fácil sentir que no podía decirles cosas porque sabía que no lo entenderían. No quería que Josh o Louie se sintieran así conmigo. Quizás ese era el problema entre ser tía y ser figura paterna. Yo era uno, pero tenía que ser el otro.
Entonces, ¿dónde diablos me dejó eso? —¿Estoy en problemas? —Louie preguntó al azar desde su lugar en el asiento trasero de su silla de seguridad. Fruncí el ceño y lo miré a través del espejo retrovisor, observando ese cuerpo pequeño y delgado inclinado hacia la puerta. —No. ¿Hiciste algo que no sepa? Su atención se centró en el exterior de la ventana. —Porque no estás hablando y sacaste a Josh temprano de la escuela y no a mí. Josh dejó escapar un suspiro exasperado. —No estás en problemas. No seas estu… —Él captó el estúpido antes de que saliera—, tonto. Me metí en problemas. —¿Por qué? —preguntó el niño de cinco años con tanto entusiasmo que casi me hizo reír. Esos ojos marrones, tan parecidos a los de Rodrigo, se movieron hacia el espejo retrovisor y se encontraron con los míos brevemente. —Porque... —¿Por qué, qué? —Porque, —repitió, encogiéndose de hombros—, le pegué a alguien. Estoy suspendido. —¿Qué es estar suspendido? —preguntó Lou. —No puedo ir a la escuela por un día. —¡Qué! —él gritó—. ¿Cómo puedo ser suspendido? Josh y yo gemimos al mismo tiempo. —No es nada bueno, Lou. Si te suspenden para faltar a la escuela, te mataré. —Pero... pero... ¿cómo es que Josh no va a morir?
Esos ojos azules se encontraron con los míos a través del espejo de nuevo, la curiosidad goteaba de las esquinas de esas largas pestañas. —Porque no me voy a enojar con ustedes por meterse en problemas cuando están haciendo lo correcto. —¿Pero por qué te meterías en problemas por hacer lo correcto? —Lou espetó. ¿Qué diablos se suponía que tenía que decir? Tuve que hacer una pausa para pensar en ello. —Porque a veces, Lou, hacer lo correcto no siempre se considera lo mejor para todos. ¿Tiene sentido? —No. Suspiré. —Bien, igual que Josh, ¿tienes matones en tu clase? ¿Alguien que se mete con otros niños y les dice cosas feas y malas? —pregunté. —Umm… hay un chico que le dice a todo el mundo que es gay. No sé qué es eso, pero nuestro maestro dijo que no era algo malo y llamó a su mamá. Jesús. —Te diré lo que es gay más tarde, ¿de acuerdo? Pero no es nada malo. De todos modos, ese niño les dice cosas a otros niños para tratar de hacerlos sentir tristes y enojados, ¿verdad? Bueno, eso es un matón. Es alguien que se mete con otras personas para tratar de herir sus sentimientos. Eso no es agradable, ¿verdad? —Correcto. —Exactamente. Deberías ser amable con otras personas. Tratarlos con respeto, ¿verdad? —Correcto. —Bueno, los acosadores no hacen eso, y algunas veces son malos con la gente que no sabe cómo defenderse. Algunas personas pueden ignorar esos comentarios maliciosos, pero otras personas no pueden manejarlo. ¿Entiendes
lo que estoy diciendo? Pueden llorar o sentirse mal consigo mismos, y no deberían. No hay nada de malo en que no le gustes a alguien, ¿verdad? —¿Correcto? La pregunta en su voz casi me hizo resoplar. Tuve que dejarlo ir. —Entonces, este niño de la clase de Josh se estaba metiendo con otro niño…. Josh, cuéntale lo que pasó. Josh suspiró. —Le estaba diciendo que era un fa… —Se detuvo y me lanzó una mirada por el espejo retrovisor. Que carajo ¿Los niños usaban la palabra ‘F’ cuando tenían diez años? ¿En qué década estaba viviendo? Cuando yo tenía su edad, que me llamaran ‘cara de pedo’ era el insulto más grande que recibían—. Le estaba llamando al otro niño con nombres feos como enano porque es bajo y se burlaba de sus zapatos porque no eran Nikes. Oh diablos. No había escuchado esa parte en la oficina. —Le dije que dejara de decir esas cosas, pero no lo hizo. Empezó a decirme... cosas. ¿Qué clase de mierda le había estado diciendo a Josh? ¿Y por qué de repente tuve la necesidad de patearle el culo a un niño de diez años? —Siguió empujándome y empujándome, y le dije que se detuviera. Pero empezó a decir cosas sobre mí y el otro chico... No solo iba a patear el trasero del niño, también iba a patear el trasero de su madre. Y después de que termine de patearle el trasero a su mamá, iba a patearle el trasero a su abuela para darle una lección a toda la familia. —No dejaba de darme golpes en la oreja y el cuello, me pisó los zapatos, me pateó un montón de veces, así que le di un puñetazo, —terminó simplemente mientras yo todavía pensaba en tal vez incluso cazar a una tía o dos de los pequeños. Mierda.
—Oh, —fue la respuesta seria y pensativa de Louie. Dejé mi plan para más tarde, recordándome a mí misma que necesitaba ser adulta por ahora. —Entonces, el director se enojó con Josh por golpearlo, a pesar de que no había sido él quien inició nada. Creo que es una estupidez que se haya metido en problemas a pesar de que el otro chico era el idiota... Eso hizo que Lou se riera. —No le digas a tu abuelita que dije eso. No me voy a enojar con Josh por lo que hizo, aunque el director no cree que sea correcto. Si no está tratando de lastimar a otras personas a propósito, y puede lastimarlas con sus palabras y sus acciones, y está tratando de ayudar a alguien o defenderse de alguien que está tratando de hacerle algo mal, entonces no me voy a enojar. Sólo dímelo. Intentaré entenderlo, pero si no lo hago, podemos hablar de ello y tú me puedes contar lo que pasó. Sin embargo, nunca debes pelear con alguien sin ningún motivo. A veces todos tomamos malas decisiones, pero podemos intentar aprender de ellas, ¿de acuerdo? —No tomo malas decisiones, —argumentó Lou. El hecho de que Josh y yo nos reímos al mismo tiempo no pasó desapercibido para la persona más joven en el auto. —¿Qué? —argumentó el niño de cinco años. —No tomas malas decisiones. —Me reí y extendí la mano hacia atrás con la palma hacia arriba; Josh la golpeó—. ¡Te dije que no metieras papel de aluminio en el microondas como una docena de veces y aun así lo hiciste y lo arruinaste! Josh volvió a golpear la palma con la mía. —Chócalas. Recuerda esa vez que dijiste que realmente tenías que hacer caca y te dijimos que fueras al baño. —¡Silencio! —Lou gritó. No necesité mirar para saber que su cara se estaba poniendo roja.
—...pero no lo hiciste, ¿y te hiciste caca en tu ropa interior? —Josh continuó, riéndose a carcajadas. —¡Fue un accidente! Me temblaban los hombros, y fue solo porque estaba conduciendo que no me derrumbé en el volante mientras recordaba el accidente de Louie el mes pasado. —Fue un accidente, y aprendiste a no aguantarte las ganas de ir al baño, ¿no? ¿Así que ves? Aprendiste la lección acerca de tomar malas decisiones cuando se trata de hacer caca. —Sí, —murmuró, sonando tan derrotado que solo me hizo reír más. —Y eso es lo que importa. —Solté un bufido justo cuando estacionaba el auto en el camino de entrada a nuestra casa—. Solo tenías que cagarte en los pantalones cortos para aprender la lección. —¡Tía! Había lágrimas en mis ojos cuando salí del auto, sosteniendo mi estómago por lo fuerte que me reía. Una vez que los chicos también salieron y caminábamos hacia la puerta principal, tiré de un mechón de cabello de Louie para que supiera que solo estábamos jugando con él. —No hace tanto calor hoy. ¿Quieres jugar a la pelota? —Ese director podría chupar un gran ding-dong6 si pensaba que iba a castigar a Josh por lo que había hecho. En el fondo de mi cabeza, me di cuenta de que mis padres y los Larsens probablemente no estarían de acuerdo con que yo glorificara sus elecciones, pero podían hacer todas las caras y los comentarios que quisieran. Estaba orgullosa de mi hijo. —¿Podemos jugar a atrapados también? —preguntó Lou. Un Alka-Seltzer, Gatorade, una Coca-Cola y mucha agua había apaciguado el borde más agudo de mi resaca el día anterior, pero si estaba siendo completamente honesta conmigo misma, no jugar a algo que mi hijo de cinco 6
Hace referencia a un objeto grande.
años quería todo porque yo haber bebido demasiado me hizo sentir terriblemente culpable. Podría vomitar en los arbustos más tarde si fuera necesario, supuse. —Por supuesto. —¿Y puedo montar mi patineta después? —Sí, puedes. —¿Me has encontrado un nuevo equipo? —Josh preguntó con esperanzada vacilación en su voz. Mierda. Seguía olvidándome. —Todavía no, J, pero lo haré. Lo prometo. Realmente te encontraré uno —Ya habíamos hablado de que probablemente tomaría un par de meses encontrar a Josh un nuevo equipo de béisbol selec7 para jugar, y para darle crédito, no me había estado acosando por eso a pesar de que estábamos llegando a la marca de dos meses desde que habíamos hablado de ello. Pero yo sabía lo importante que era el béisbol para él. Afortunadamente, mientras tanto, el Sr. Larsen lo había estado llevando a practicar con su entrenador de recepción y de bateo. Hace cinco años, no tenía idea de que existiera algo llamado entrenador de recepciones o alguien que simplemente trabajaba en las habilidades de bateo. Literalmente, fue un entrenador que trabajó con Josh para perfeccionar sus habilidades como receptor y otro para corregir y mejorar su bateo. No estoy segura de lo que había pensado sobre el béisbol antes de eso, pero seguro que no me di cuenta de cuánto trabajo se requería, y mucho menos de lo competitivo y despiadado que podía ser antes de que los niños llegaran a la pubertad. No había nada de esa mierda divertida, justa y positiva en el tipo de equipos en los que jugaba Josh. Jugaron para ganar. Si no hubiera hecho a Josh tan feliz, habría estado bien con él haciendo otra cosa con su tiempo libre.
7
Equipo formado por niños que son seleccionados por medio de diferentes pruebas para quedar en el equipo y jugar en las ligas menores.
Unos minutos después de llegar a casa, todos nos habíamos puesto ropa que no fuera de la escuela y de trabajo y nos dirigimos al patio trasero con Mac, quien estaba más que feliz de tenernos a todos en casa. Observé el atuendo de Louie por un segundo y guardé mi comentario para mí. Los pantalones de pijama rojos de Spiderman y la camisa de cuello violeta que mi mamá le había comprado en algún momento no coincidían. En absoluto. Pero no dije una palabra. Podía usar lo que quisiera. Vi a Josh mirándolo de reojo, pero tampoco le dijo nada. Ambos dejamos que ese chico viviera su vida con ropa que no combinaba. De alguna manera empezamos a jugar a atrapados en el patio trasero, aunque estaba bastante segura de que teníamos la intención de jugar a atrapar primero. Los tres nos perseguíamos con Mac corriendo detrás de nosotros, tratando de jugar también. Por encima de la cerca de alambre, escuché el sonido de los autos que pasaban, pero cuando Louie me dio una palmada en la espalda para “atraparme”, olvidé por completo lo que estaba pensando mientras corría tras él. No paramos hasta que todos estábamos jadeando y sudando, y luego Josh y Lou recogieron sus guantes para empezar a jugar a atrapar. El sol estaba caliente, pero ninguno de nosotros dejó que nos afectara mientras nos turnamos para lanzarnos la pelota; era un juego inútil para las habilidades de Josh, pero me gustó que todavía hiciera cosas de niños pequeños para pasar el rato con Louie. —¿Puedo batear un poco? —Josh finalmente preguntó después de haber estado lanzando la pelota por un tiempo. Arrugué la nariz y miré a mí alrededor, las líneas de cerca sin parar en los patios traseros de nuestros vecinos, imaginando lo peor. —No lanzas tan rápido, y no lo golpearé tan fuerte como pueda. —dijo como si no lo tomara a la ofensiva. —“No lanzas tan rápido”, —me burlé para meterme con él—. Si seguro. Sólo sé cuidadoso. No necesitamos romper ninguna ventana.
Puso los ojos en blanco como si lo que estaba pidiendo no fuera gran cosa, y tal vez para él no lo fuera. Él no sería el que pagaría por una nueva ventana o se disculparía si sucediera. —Vayamos al frente al menos para no tener que saltar ninguna valla para entrar en los patios traseros de la gente. —Miré a Louie— Estoy hablando contigo, pequeño criminal. —¡No hago nada! —Él se rio, poniendo ambas manos en su pecho como si no pudiera entender por qué iba a molestarme con él. Me encantó. —UH Huh. Sé que siempre estás haciendo nada bueno. Él se rio. —Voy a buscar el bate, —dijo Josh, ya moviéndose hacia la casa. No le tomó mucho tiempo conseguir su bate, y nos movimos hacia el patio delantero, dejando a Mac atrás ladrando y lloriqueando, pero eso fue lo que consiguió desde que cruzó la calle la última vez. Muy pronto, estaba tirando lanzamientos suaves a Josh, mirándolo batear uno tras otro, demostrando que sus lecciones de bateo eran útiles. Claro, no lancé las bolas con ningún poder real detrás de ellas, eran lentas, pero algo era algo. Las estaba golpeando, lanzándolas a los jardines de nuestros vecinos y haciendo que Louie corriera detrás de las pelotas a instancias nuestras... y con la promesa de que le pagaría cinco dólares. Probablemente fueron unos quince bateos cuando vi a las dos figuras masculinas al otro lado de la calle frente a la casa de Dallas, hablando. Uno de ellos tenía que ser él; No conocía a nadie más con ese cabello rapado y complexión musculosa que estaría parado allí de todos los lugares. Y fue como dos segundos después que me di cuenta de que era Trip, el primo de Ginny, otro primo, junto a él. Cuanto más los miraba, a cómo uno se inclinaba hacia adelante y el otro no, más me di cuenta de que podrían haber estado
discutiendo. Pero en el tiempo que me llevó mirar a los chicos y cruzar la calle de nuevo, ambos hombres se dirigían hacia nosotros. Fue el rubio quien me hizo sonreír en su dirección, recordando sus bromas de hace dos noches. El amor y la amistad que tenía con mi jefa habían sido obvios. Me gustaba más y más cuanto más nos quedábamos en el bar hablando, especialmente cuando se había ofrecido a caminar fuera para buscar nuestro taxi. Y con la misma rapidez, pensé en el rechazo que me había dado el hombre a su lado. Inmediatamente después de ese recuerdo, recordé cómo había pasado por mi casa para agradecerme por ayudar a su hermano. Podría darle algo de crédito por eso. Y estaba casado y tenía problemas matrimoniales. Podría respetar eso. Después de cada vez que me separaba de alguien, renunciaba a todo el género masculino, excepto a los parientes míos, durante toda la vida, que en realidad solo duraba unos pocos meses. Josh no se dio cuenta de nuestros visitantes hasta que ambos se detuvieron en la acera a unos metros de distancia cuando las manos de Trip se levantaron en un gesto pacificador. —No estoy tratando de asustarlos a todos, —se disculpó cuando el niño de diez años le lanzó una mirada cautelosa de quién-demonioseres, que estaba bastante segura de que había aprendido de mí. También estaba bastante segura de que noté que agarraba mejor su bate. —Hola, Trip, —saludé a mi nuevo conocido antes de saludar a mi vecino—. Hola, Dallas. —Observé a ambos chicos—. Josh, Lou, este es el primo de Ginny, Trip, y nuestro vecino Dallas. —¿Debo mencionar que sabía que estaba relacionado con mi jefa? A los chicos les gustó Gin. Decir su nombre sería como un sello de aprobación, y no estaba segura de sí este hombre merecía el honor o no, pero tomé una decisión espontánea—. También es primo de Ginny. Ninguno de los chicos reaccionó hasta que le di a Louie una mirada con los ojos muy abiertos, y él gritó un —Hola. —a nuestros visitantes.
Dallas tenía la mirada fija en Louie en el instante en que abrió la boca. Le sonrió con tanta facilidad que me tomó por sorpresa. —¿Cómo te va, amigo? Así que fue así. —Bien, —respondió fácilmente la luz de mi vida, sus ojos disparados en mi dirección rápidamente como si buscara una pista de lo que debería hacer o decir. El hecho de que él hubiera sido un poco frío y distante conmigo no significaba que tuviera que dar un mal ejemplo. Le guiñé un ojo a Lou. —Hola, Diana, —finalmente me saludó mi vecino, todo sumiso y mierda. —Oye —respondí, mirando de un lado a otro entre Trip, Dallas y Louie. ¿Qué estaban haciendo viniendo? No iba a creer que fuera una coincidencia que Trip estuviera en la casa de mi vecino dos días después de que nos conociéramos y supiera dónde vivía, pero... bueno, no iba a pensar mucho en eso también. Ginny me había dicho cómo era él. Tan lindo como era, eso era todo. Además, no se había mostrado tan interesado en mí. Había estado haciendo lo que un hombre como él hacía mejor: coquetear. —¿Estos son tus chicos? —Trip preguntó. Nunca se los negaría a nadie, especialmente no frente a sus caras. Así que asentí. —El diablillo es Louie y ese es Josh —Josh miraba con el ceño fruncido a los hombres extraños mientras aún sostenía su bate de una manera extraña y los miraba de arriba abajo con aire crítico. Miembros de la familia de Ginny o no, no estaba impresionado. No estaba seguro de dónde había adquirido ese hábito. —Tienes un gran swing, —le dijo Dallas a mi chico mayor. Así, con un solo cumplido, la mirada de Josh de quién-demonios es este se transformó en una de satisfacción. Dios, fue fácil. También me tiró debajo del autobús. —Ella está lanzando lento.
Me atraganté y Josh me lanzó una sonrisa juguetona. —Nah. Hay un buen arco, —mi vecino siguió adelante como si nada hubiera pasado—. Tu postura, pies y posición de las manos son buenas. ¿Juegas en un equipo? Mi mirada se encontró con la de Trip y él me mostró esa sonrisa fácil y coqueta suya. Si recordaba el comentario de Ginny de hace dos noches, sabía que Josh había jugado en un equipo. ¿Qué estaba pasando? —Ya no —respondió Josh, que no me necesitaba cerca por el sonido de eso. Los ojos de Dallas se entrecerraron levemente mientras miraba a mi sobrino. —¿Qué edad tienes? ¿Once? —Diez. —¿Cuándo es tu cumpleaños? Josh recitó la fecha que se aproximaba en menos de dos meses. En circunstancias normales, el intercambio podría haber sido espeluznante, pero en los últimos dos años, me había sentado con tantos padres Select hablando sobre edades y tamaños, que sabía que esto estaba relacionado con el béisbol. De repente todo se juntó para mí. Ginny había mencionado un puñado de veces en el pasado sobre su primo entrenando al equipo de béisbol en el que estaba su hijo. Un hijo de la edad de Josh. También recordé vagamente haber visto un trofeo de béisbol en la casa de Dallas cuando entré allí. Por la razón que fuera que Trip había venido, tanto él como Dallas habían descubierto a Josh de nuestro juego en el jardín delantero. ¿Eh? Un momento. ¿Eso significaba que Dallas también era entrenador?
—Tenemos un equipo de 11U este año, —explicó Trip, respondiendo a mi pregunta sin siquiera querer—. Las pruebas son la semana que viene y necesitamos un par de jugadores nuevos. —Esos ojos azules que eran exactamente como los de mi jefa se dispararon en mi dirección por una fracción de segundo antes de volver a Josh casi instantáneamente—. Si estás interesado y tu mamá te permite... Bendito sea el alma de Josh, no lo corrigió. —...deberías venir. Él demasiado emocionado —¿Sí? —que salió de la boca de Josh me hizo sentir terrible por no hacer más esfuerzo para encontrarle un equipo antes. —Sí, —respondió mi vecino, ya palmeando su bolsillo trasero. Sacó una billetera de cuero marrón gastada y rebuscó en ella por un momento antes de sacar una tarjeta de presentación. Para darle crédito, me entregó una primero y luego a Josh otra—. No podemos hacer ninguna promesa de que entrarás en el equipo, pero... —Entraré en el equipo, —confirmó Josh de manera uniforme, haciéndome sonreír. Qué mierda tan arrogante. Podría haber llorado. Era un Casillas de pies a cabeza. Dallas también debe haber disfrutado de su confianza porque sonrió con esa sonrisa genuina, directa y de dientes blancos que había usado antes con Lou. —Entonces te obligaré a hacerlo, hombre. ¿Cuál es tu nombre? ¿Otra vez? —Josh. Nuestro vecino grande y de aspecto rudo con un hermano de mierda, que pasaba el rato en el bar de un club de motociclistas, pero de alguna manera también entrenaba béisbol para niños pequeños con un motociclista, le tendió una mano a Josh. —Soy Dallas, y este es Trip. Encantado de conocerte.
Capitulo Seis
—¡Joshua! —¡Ya voy! —la voz al final del pasillo gritó en respuesta. Incliné mi barbilla en el aire, mirando el reloj en la pared con una mueca. —¡Dijiste eso hace cinco minutos! ¡Vamos o vas a llegar tarde! —Y todos sabíamos cuánto odiaba llegar tarde. Era uno de mis mayores problemas. —¡Treinta segundos! El bufido de Louie me hizo mirarlo. Tenía su mochila puesta, y supe sin mirar que estaba llena o con la tablet que él y Josh compartían o con su consola de juegos portátil, bocadillos y un Capri Sun. No pensé que Louie supiera lo que era no estar preparado; lo obtuvo de su lado Larsen porque Dios sabía que no lo había recibido de su padre. Él tenía su mierda mejor que yo, siempre y cuando no tomara en consideración la cantidad de cosas que perdió después de que salieron de casa. —Está mintiendo, ¿no? —Le pregunté. Efectivamente, Lou asintió. Suspiré de nuevo, agarrando la correa de mi bolso con más fuerza. Lo había llenado con tres botellas de agua y un plátano. Donde Lou era el preparado, Josh no. —Josh, lo juro por Dios...
—¡Ya voy! —gritó, el sonido de lo que estaba seguro era su bolso golpeando la pared confirmando sus palabras. —¿Tienes todo? —Le pregunté tan pronto como se detuvo frente a nosotros, su bolso echado sobre su hombro, voluminoso y pesado. Dejé de preguntarle si necesitaba ayuda hace un año. Los chicos grandes querían ser chicos grandes y llevar sus propias cosas. Que así sea. —Sí, —respondió rápidamente. Parpadeé. —¿Tienes tu casco? —Si. Parpadeé de nuevo. —Entonces, ¿qué es eso en la mesa de café? Su cara se puso rosada antes de lanzarse por el casco que había dejado allí la noche anterior. El año pasado, le hice una lista de verificación laminada que tenía que revisar antes de ir a la práctica. Si hubiera tenido que conducir de regreso a casa para recoger un guante o unos calcetines de nuevo, habría gritado. Mirando hacia atrás en mi infancia ahora, no estaba segura de cómo mi mamá no me había dejado en la estación de bomberos. Solía olvidarme de todo. —Uh-huh, —murmuré antes de hacerle un gesto para que pasara por la puerta primero, seguido de Lou y luego Mac. Josh jadeaba y resoplaba mientras conducíamos hacia las instalaciones donde jugaba el 11U Texas Tornado. En las dos semanas desde que Trip y nuestro vecino lo invitaron a probar con su equipo, había estado haciendo que mi papá, el Sr. Larsen, o yo saliéramos a jugar con él casi a diario. Me di cuenta de que el fuego en el horno de su pequeño corazón estaba encendido y más que listo para practicar un deporte que había estado jugando desde que tenía tres años, corriendo hacia la base equivocada. Ambos buscamos al equipo una noche para asegurarnos de que fueran legítimos. Ellos lo eran; también habían ganado un buen número de torneos.
Los últimos dos años, ganaron el estatal y lo habían hecho bien en el Mundial. Efectivamente, tanto Trip como Dallas aparecieron en varias de las fotos publicadas en su página, altos y obviamente tatuados y que no se parecían en nada al tipo de hombres que entrenarían a niños de una cuarta parte de su tamaño. También aprendí los nombres completos de los primos de mi jefa: Trip Turner y Dallas Walker. Conocí a muchos padres que terminaron entrenando a los equipos de sus hijos porque no estaban contentos con quién había estado enseñando a sus hijos en el pasado, pero aun así era extraño. Trip era miembro de un club de motociclistas, por el amor de Dios. No tenía idea de si Dallas lo era o no, pero pensé que era negativo porque todavía no había visto una motocicleta en la calle. ¿No se suponía que los motociclistas debían hacer cosas de motociclistas en lugar de pasar fines de semana enteros en torneos y enseñar valores a los niños? ¿Y qué eran cosas de moteros de todos modos? La lección importante que parecía seguir olvidando es que no siempre se puede juzgar un libro por su portada. Entonces, si Josh quería probar, no iba a detenerlo. Todo lo que podía hacer era esperar que pateara traseros y se mantuviera unido. A ninguno de nosotros le gustaba perder. Él especialmente. La instalación donde el equipo practicó estaba a unos veinte minutos en auto, ubicada cerca de las afueras de la ciudad. Compartieron el espacio con una sucursal de softbol. Con solo diez minutos antes de que comenzaran las pruebas, saqué a Josh y Lou del auto. La instalación era casi tan bonita como la que solía practicar Josh. El último lugar de práctica de su equipo estaba demasiado lejos de donde vivíamos ahora, e incluso si no lo fuera, no volveríamos allí. Josh se adelantó apresuradamente y me saludó con la mano cuando me detuve para completar el papeleo y registrarlo para la prueba. Habíamos ido a hacerle un chequeo al médico hace un par de días en preparación para esto, y había traído una copia de su certificado de nacimiento. El formulario no fue demasiado largo, pero me tomó
unos minutos completarlo. Louie estaba a mi lado, ya jugando con su consola de juegos. Por el rabillo del ojo, encontré a Josh junto a un grupo de chicos de su tamaño. El hizo un viaje tan malditamente pensando que no haría amigos, pero siempre lo hacía casi al instante. El chico era magnético. Terminé, y Louie y yo salimos al campo que usaba el equipo, tomando asientos en las gradas donde ya había alrededor de cincuenta personas sentadas, mirando a los niños. Unos pocos adultos se agruparon junto a la entrada del campo, y pronto todos comenzaron a salir, cada uno con un portapapeles. Dallas era uno de ellos... y cuando entrecerré los ojos al ver la cabellera rubia, estaba bastante segura de que Trip estaba junto a él. Y parado a unos metros de ambos estaba el tipo rudo al que habían asaltado. ¿Cómo lo había llamado Ginny? ¿Jack? Jackson? ¿Alguien que no supo agradecer? Más de veinte niños de diez y once años se alinearon a lo largo del campo y comenzaron a lanzar la pelota de un lado a otro mientras los adultos se movían, anotando cosas en sus portapapeles, mirando. Luego, la parte de bateo de la prueba comenzó con Dallas lanzando a los muchachos. Hicieron algunos ejercicios más y dividieron a los niños en dos equipos para jugar un juego que parecía durar para siempre. Estaba bastante engreída cuando Josh gritaba en cada ejercicio que le hacían correr. Fue un gran receptor, un excelente bateador y fue rápido. Obviamente, lo obtuvo de mi lado de la familia. Pero… Era imposible no escuchar a las dos mujeres sentadas frente a mí hablando sobre algunos de los niños que habían estado anteriormente en el equipo y otros padres. Nada de lo que dijeron, desde chismorrear sobre mamás locas que hacían practicar demasiado a sus hijos, hasta parejas que se habían separado, era algo que no había escuchado o experimentado con el equipo anterior de Josh. Eso fue lo único de lo que me di cuenta: siempre había el mismo tipo de personas en todos los lugares a los que ibas, independientemente de la ubicación, el color de la piel o los ingresos.
Y luego empezaron con los entrenadores. Uno en particular al menos: “el buenorro con el cuerpazo”. Lo intenté. Realmente traté de no prestar atención, pero no pude evitarlo. —Dios, lo que daría por que él me lanzara algunas bolas, —murmuró una de ellas un poco demasiado alto, haciendo que Louie levantara la vista de su juego y me diera una mirada divertida. Si me hubiera preguntado de cuál de los hombres habían estado hablando, ahora sabía con certeza que era Dallas. Él era el único lanzador. —Ocúpate de tus propios asuntos, —le dije en voz baja, ganándome un ceño fruncido. —He intentado ofrecerle dinero para entrenar a Derek en privado, pero él nunca accede, —dijo la otra mujer. —Dice que está demasiado ocupado. —¿Con que? —preguntó la primera dama. —Trabajando. Como me veo ¿Como su secretaria? Me reí y tuve que poner una mano sobre mi boca para ocultar mi reacción cuando una de las mujeres se dio la vuelta para ver de qué estaba haciendo ruidos. —Sé que trabaja mucho. Ha estado rehaciendo los pisos en la casa de Luther, —hizo una pausa y dejó escapar un suspiro que sonó totalmente cargado—. Pensarías que podría gastar parte del dinero que recibe de su jubilación en ropa nueva. Mira esos pantalones cortos. ¿Hay agujeros en los bolsillos? Esos son agujeros en los bolsillos. —Pero entonces los nuevos no se amoldarían a ese trasero, ¿verdad? —la mujer se rio. —Buen punto, —asintió la otra.
Qué montón de perras cachondas. Creo que ya me gustaban un poco. Eran divertidas. Apenas había pensado eso cuando una mujer de rostro amargado, tal vez unos años mayor que yo, se inclinó (estaba sentada en el mismo banco que las otras dos mujeres hablando) y siseó: —Ten un poco de respeto, ¿quieres? Una de las dos mujeres gimió en voz alta. —Ocúpate de tus propios asuntos, Christy. —Lo haría, pero no puedo oírme pensar con ustedes dos cotilleando —refunfuñó la mujer al lado. —Sí, estoy segura, —murmuró una de las mujeres. La mujer llamada Christy le lanzó una mirada furiosa a la pareja antes de sentarse derecha y concentrarse en el juego nuevamente. Pero las dos mamás comenzaron a murmurar lo suficientemente fuerte como para que yo escuchara algo sobre ‘un palo en el culo’ y ‘delirante si ella piensa que él le daría a su culo la hora del día’. Después de eso, no pude escuchar mucho más. Cuando terminó la prueba, seguida de una larga charla que no pude escuchar y que consistía en Dallas de pie en un círculo de niños arrodillados, estaba lista para llegar a casa. Con Louie sosteniéndome de la mano, bajamos de un salto las gradas y caminamos por el frente para esperar a Josh, que tenía su bolso al hombro. El niño estaba sudoroso y sonrojado, pero sonreía. —Alguien pateó traseros —le susurré mientras se acercaba a nosotros. Josh sonrió y se encogió de hombros. —Lo sé. Lo golpeé con mi cadera. —Ese es mi chico. Louie incluso levantó una mano, ganándose cinco de su hermano mayor. —¿Hay algo más que necesites hacer o ya terminaste?
—Hemos terminado, —respondió—. Dijo que publicarán la lista en línea el próximo viernes. —Dejó escapar un visible estremecimiento de emoción—. Lo conseguiré. Me había llevado años desarrollar la confianza en mí misma que tenía Josh. Demonios, incluso ahora, todavía lucho con eso más de lo que me gustaría admitir. Nunca había sido realmente buena en nada mientras crecía, mucho menos tan buena que tenía una razón para no dudar de mí misma. Luego hubo personas como mi primo que era un poco mayor que yo, que, incluso cuando éramos niños, caminaba con este tipo de arrogancia y confianza interna que era difícil de ignorar. Siempre había sido una atleta increíble, como Josh. Pero esa genialidad nos había saltado a Rodrigo y a mí. Tenía ojo y mano para cortar el cabello, y pagaba las cuentas. Además, me gusta mucho lo que hago. Acepté que nunca iba a ganar una medalla de oro o estar en la portada de una caja de Wheaties8. Pero sabía que Josh podía hacer lo que quisiera con su vida. Podría ser cualquier cosa. Ver la alegría en su cara me hizo feliz, más feliz que feliz. Me encantó saber que era mi hijo en el campo, que era tan bueno que ponía celosos a otros padres. Pero sabía que, incluso si él no era el mejor, todavía lo apoyaría y pensaría que él era el mejor de todos modos. Ese tipo de cosas eran importantes para un niño. Quería que supiera que siempre lo amaría de todos modos. Con una mano en su hombro, lo abracé a mi lado y sentí que me devolvía el abrazo con una mano en mi cintura. —¿Listo entonces? —Sí, —respondió con facilidad—. ¿Puedo llamar al abuelo de camino a casa y decirle cómo me fue?
8
Wheaties es una marca de cereales para el desayuno. Es bien conocido por presentar a destacados atletas en sus paquetes y se ha convertido en un ícono cultural en los Estados Unidos.
El Sr. Larsen había llamado esa mañana antes de la escuela, diciendo que había enfermado con un virus y que no podría asistir a las pruebas. En circunstancias normales, habría tenido un asiento de primera fila. —Sí, solo toma mi teléfono cuando estemos en el auto. Acabábamos de llegar a la acera para cruzar el estacionamiento cuando Josh levantó una mano, inclinó la cabeza hacia la derecha sobre Louie, que todavía sostenía mi mano, y saludó. —¡Adiós, Sr. Dallas! —el gritó. Efectivamente, parado en la acera rodeado por dos niños y cuatro adultos, uno de los cuales llevaba un chaleco como los que había visto en el bar, nuestro vecino asintió y saludó brevemente, sus ojos destellaron hacia mí por un breve segundo antes volviendo a la gente con la que estaba hablando. Bueno. Si eso no hiciera obvio que no íbamos a ser mejores amigos, no sé qué otra pista hubiera necesitado. De acuerdo.
Ninguno de nosotros se sorprendió cuando una semana después, revisamos la lista en línea y encontramos el nombre de Josh cerca de la parte superior de la lista del equipo de béisbol. Estaba en orden alfabético; de lo contrario, no tenía ninguna duda de que su nombre habría sido el primero. Por supuesto que había formado parte del equipo. Probablemente había estado más emocionada que él. Fue otro nuevo comienzo para nosotros. Ir al primer día de práctica de béisbol con un nuevo equipo fue muy parecido a comenzar un nuevo año escolar. Había correos electrónicos y horarios, y costosos uniformes que comprar y eventualmente perder. Cosas divertidas como
esa. Para los chicos que ya están en el equipo, la temporada nunca terminó. La mayoría de los jugadores de béisbol selec lo hicieron durante todo el año; no tenían temporadas. Siempre tenían juegos, solo algunos meses eran más lentos que otros debido a las vacaciones y al clima. Entonces, para que un equipo establecido eligiera algunos jugadores nuevos, parecía como hacer que un niño comenzara la escuela a la mitad del año. Las personas que eran noticias viejas estaban sentadas inspeccionando la sangre nueva. Medir, juzgar, observar. Tanto los padres como los niños consideraban la competencia de cada persona nueva, lo cual era bastante justo. Ellos lo eran. Un niño nuevo podría tomar la posición de otro niño. No podía culparlos por ser paranoicos. Así que, en el primer día de práctica de béisbol con el Tornado, como se llamaba al nuevo equipo de Josh, puse un ojo más atento en los padres y los niños. Josh podía manejarse solo, pero seguía siendo mi pequeño al final del día, sin importar si estaba a solo unos centímetros de ser tan alto como yo. Y como mi pequeño, como mi chico, mi Josh, no había un culo al que no gritara si tuviera que hacerlo. Por mis hijos, haría cualquier cosa. Cuando llegamos a las nuevas instalaciones y Josh me dejó para ir con el resto de los niños en el campo detrás del edificio, tomé un lugar en la fila inferior de las gradas y me preparé mentalmente. Haz amigos. Se amable. Cuando algunos padres se acercaron a mí para estrecharme la mano y se presentaron, me relajé. Los padres eran de todas las edades. Algunos mayores -quizás eran abuelos- y había algunos que también parecían más jóvenes que yo, pero la mayoría parecía tener más de casi treinta años. Vi a las dos mamás que había estado escuchando a escondidas en la prueba, pero no tuve la oportunidad de conocerlas oficialmente. De alguna manera, al final de la práctica, terminé con dos papás sentados en el mismo banco en el que estaba. Era solo mi gran bolsa de lona entre nosotros lo
que sentí que les impedía acercarse. El que estaba más cerca de mí había mencionado no menos de cuatro veces cómo se divorció. El tipo que estaba sentado a su lado, que descaradamente había comido mis tetas con los ojos cada vez que hablaba conmigo, llevaba una alianza. Mi mejor suposición era que su esposa se había perdido la práctica y él no quería que lo atraparan sentado a mi otro lado. Imbécil. Sabía la diferencia entre coquetear con alguien con quien quería coquetear y coquetear accidentalmente, y me aseguré de mantener la conversación tranquila sobre los niños. Pero cuando Josh se dirigió hacia mí después de la práctica, sus ojos se entrecerraron en los papás que todavía estaban sentados donde los había dejado en la grada. Me dirigió una mirada que decía que no le divertían los dos extraños sentados tan cerca. Por lo general, no le gustaba que los hombres me hablaran y, en este caso, nada había cambiado. —¿Qué quieren ellos? —preguntó de inmediato. —Oh, hola, J. Me alegra que la práctica haya ido bien. Estoy bien, gracias, —respondí con voz burlona. Josh ni siquiera parpadeó cuando saltó a nuestra conversación imaginaria. —Eso es bueno. Le saqué la lengua y le hice señas para que se apartara. —¿Listo para irnos? —Cambié de tema. No tenía sentido explicar nada sobre los papás. —Listo, —respondió, lanzando a los dos hombres una mirada cautelosa antes de caminar a mi lado por el camino que conducía desde el campo de práctica del equipo hasta el estacionamiento. El complejo tenía otros cuatro campos y uno de ellos estaba siendo utilizado para la práctica del equipo de softbol femenino—. ¿Vamos a buscar a Lou ahora? Poniendo mi mano en su hombro, seguimos caminando. —Si. Haré la cena cuando lleguemos a casa. —Más temprano en el día, Louie había llamado desde el teléfono de la escuela diciendo que no se sentía bien. Con un día lleno de citas, había consultado con mi madre para ver si podía ir a buscarlo y lo hizo.
Ella había dicho que él no había tenido fiebre, pero que se había estado quejando de dolor de cabeza y de garganta. Se había ofrecido a quedarse con Louie durante la noche, pero él había dicho que prefería volver a casa. No le gustaba dormir lejos de Josh si no tenía que hacerlo, y yo no tenía el corazón para obligarlo a dormir en otro lugar. —¿Qué vas a cocinar? —Tacos. —Asqueroso. Dejé de caminar. —¿Qué acabas de decir? Él sonrió. —Estoy jugando. —Pensé que estaba a punto de tener que dejarte a un lado de la carretera y hacerte encontrar el camino a casa, chico. Eso hizo reír a mi Josh serio. —Tú... uh-oh —Se detuvo en su lugar e inmediatamente dejó caer su bolso al suelo, sus manos fueron al borde del mismo para extender el material ampliamente. Conocía ese movimiento. —¿Qué olvidaste? Josh rebuscó en él durante un par de segundos más. —Mi guante. Él sabía lo mismo que yo. Le acababa de comprar ese guante hace un par de meses. Le había hecho jurar por su vida que no la perdería; era tan caro. —¡Vuelvo enseguida!, —gritó, ya dando un paso hacia atrás mientras señalaba hacia el bolso que estaba comenzando a volcarse—. ¡Cuídalo por mí! Lo iba a matar si lo perdía. Despacio. Dos veces. Sintiendo que mi párpado comenzaba a temblar, agarré su bolso antes de que se cayera y lo sopesé por encima de mi hombro. Me quedé allí de pie, mirando a
la gente del equipo que aún no se había ido. En uno de los grupos más grandes de padres e hijos, pude ver la cabeza rubia de Trip. No había tenido la oportunidad de saludarlo, pero pensé que estaba bien ya que era el primer día de práctica y probablemente todos querían hablar con él. No era como si tuviera algo que preguntar todavía o que me molestara. Mientras seguía mirando alrededor, esperando a Josh, vi a Dallas, su hermano, la perra madre llamada Christy y su hijo caminando casi uno al lado del otro hacia el estacionamiento, que era donde yo estaba parada. Parecía que la mujer era la que hablaba mientras Dallas solo asentía con la cabeza, y los otros dos parecían extraviados en su propio mundo. Por un breve momento, pensé en atarme los cordones de los zapatos que no necesitaban volver a atar o fingir que estaba en una llamada telefónica. Entonces me di cuenta de lo cobarde que me hacía sentir eso. ¿Todo porque Dallas no había sido Sr. Amistoso en el bar? Tenía que afrontarlo. Iba a estar cerca de esta gente por un tiempo. No les tenía miedo, y no iba a ser tímida ni una mierda. Si no le agradaba por alguna razón en el mundo, podría haberlo compensado por no ser mi fan, maldita sea. Mi abuela me había dicho una vez que no podías hacer que alguien te quisiera o incluso agradarle a alguien, pero seguro que podrías hacer que alguien te aguantara. Entonces, en el segundo en que estuvieron lo suficientemente cerca de mí, inmersos en una conversación que no requirió un montón de movimiento de la boca, dejé escapar un suspiro y me recordé que dos de estas personas eran la familia de Ginny, uno era un niño y la otra... bueno, no estaba preocupada por ella, y dije: —Hola, chicos. El saludo que recibí a cambio no me divirtió. Una mirada de la mamá por una razón que ni siquiera podía comenzar a entender. Una débil sonrisa del pequeño del equipo de Josh.
Y dos quejidos. Literalmente. Uno que sonaba como -Mmm-, y el otro realmente no sonaba como nada en absoluto. ¿Mac había salido misteriosamente de la casa, se había cagado en el escalón de entrada de Dallas y Jackson y lo había prendido fuego sin que yo lo supiera? ¿Había hecho algo malo o grosero con la mamá? No lo sabía. Realmente no lo sabía, pero de repente me sentí un poco traicionada. Una parte de crecer fue aceptar que puedes ser amable con los demás, pero no debes esperar que esa amabilidad sea correspondida. Ser amable no debería requerir un pago. Pero cuando el grupo de cuatro pasó caminando, honesta con Dios haciéndome agradecida de que nadie hubiera visto ese encuentro, me molestó. Más que un poco. Mucho. Si hubiera hecho algo, podría entender y aceptar la responsabilidad por mis acciones. Al menos quería creer eso. Pero no lo hice. Realmente no le había hecho nada a ninguno de los dos. Y lo más importante, Josh había sido elegido para formar parte del equipo. Entonces…. —No te preocupes, lo encontré, —dijo la voz de Josh desde mi izquierda, apartando mis pensamientos de los hombres que vivían al otro lado de la calle. Me incliné hacia una de las pocas personas en este mundo que no me deshonraría ni una sola mirada. —¿Preocupada? Deberías haber estado preocupado por no llegar a cumplir los once años si no lo hubieras encontrado.
Aproximadamente una hora y media después, los tres conducíamos por nuestra calle cuando Josh dijo: —La vieja está saludando. —¿Qué vieja? —Le pregunté antes de que pudiera evitar llamarla así. Maldición. —La realmente vieja. Con el cabello de algodón. Había dos cosas mal en su oración, pero solo me concentré en una: no podía decirle que dejara de llamarla vieja cuando acababa de hacerlo, pero con suerte lo recordaría la próxima vez. —¿Sigue saludando? Llevé el auto al camino de entrada y lo estacioné, se desabrochó el cinturón de seguridad y se volvió para mirar por encima del asiento trasero. —Si. Tal vez ella quiera algo. No había manera en el infierno de que su cabello necesitara cortarse tan pronto, y eran casi las diez de la noche. ¿Qué diablos estaba haciendo despierta? Los chicos ni siquiera deberían estar despiertos en este punto tampoco, pero eso era solo parte de la bestia llamada Béisbol Select. Los tres salimos del auto, cansados y listos para irnos a dormir después de haber comido en casa de mis padres, y una gran parte de mí esperaba que, al salir del auto, la señora Pearl dijera. ‘en realidad no necesito nada’. Apenas había cerrado la puerta de golpe cuando escuché, apenas, un susurro a esta distancia, —¡Señorita López! Regresamos a la señorita López. Me las arreglé para contener mi suspiro mientras me volvía hacia su casa. Saludé. —Ella te está saludando, —explicó el servicial trasero de Louie. Maldición. —Tengo sueño, —añadió inmediatamente después. No necesitaba mirar a Josh para saber que él también tenía que estar exhausto. Por lo general, ambos estaban en la cama a las nueve las noches que no
coincidían con los días de béisbol. —Bueno. Ustedes dos pueden entrar mientras yo voy a ver qué quiere, pero cierra la puerta detrás de ti, y si alguien intenta entrar, —esto era muy poco probable, pero había sucedido una mierda más extraña— Lou, llama a la policía y haz sonar la bocina de ese tren bajo tu cama. Sé que tu tía Missy te compró una para tu cumpleaños mientras Josh intenta romper un craneo con su bate. ¿Entendido? Ambos parecieron desinflarse de alivio porque no los estaba obligando a ir a casa de la señorita Pearl. —Solo estaré quince minutos como máximo, ¿de acuerdo? ¡Cierra la puerta! ¡No enciendas la estufa! —Dije, mirándolos asentir mientras comenzaba a cruzar la calle. Me di la vuelta una vez que estuve del otro lado para asegurarme de que la puerta se viera bien cerrada y no se dejara medio abierta. Para cuando llegué al camino de entrada de la señora Pearl, ella estaba en la puerta, vestida con una bata blanca como la nieve sobre un camisón de color púrpura oscuro con su gato en brazos—. Hola, señora Pearl, —saludé a la mujer mayor. —Señorita García, —dijo, sonriéndome un poco—. Lamento haberte molestado en medio de la noche. Elegí ignorar a la “señorita García” y le sonreí llamando a las diez en medio de la noche. —… Pero la luz piloto de mi calentador de agua se apagó. Si me tiro al suelo, es posible que no pueda levantarme y mi chico no responde. ¿Te importaría ayudarme? ¿Luz piloto? ¿En un calentador de agua? Podía recordar vagamente a mi padre trabajando en el nuestro cuando era niña. —Claro, —dije, sin saber qué otra opción tenía. Podría buscarlo en mi teléfono, esperaba—. ¿Dónde está? Tal vez esa fue la pregunta equivocada porque ella me miró de manera extraña. —En el garaje.
Le sonreí e inmediatamente busqué mi teléfono en mi bolsillo trasero. Mientras me acompañaba a través de su casa y hacia el garaje, rápidamente busqué cómo encender una luz piloto en un calentador de agua y logré echar un vistazo a lo básico detrás de él. Entonces, cuando nos detuvimos, le pregunté: —¿Tienes un encendedor o una cerilla? Eso debe haber sido lo correcto porque asintió con la cabeza y se acercó a una mesa de trabajo presionada contra una de las paredes, sacando una caja de fósforos de uno de los cajones. Le lancé una sonrisa tensa cuando me los entregó, esperando como el infierno que no fuera una de esas personas que se quedaban allí mirando y juzgando. Ella lo era. Saqué mi teléfono de mi bolsillo nuevamente y, frente a ella, busqué el modelo de su calentador de agua en Internet y leí las instrucciones dos veces para estar segura. Cuando dejé mi teléfono, me aseguré de encontrar su mirada; Sonreí y luego hice exactamente lo que se suponía que debía hacer. Tomó un par de intentos, pero funcionó. Gracias Google. —Listo, —le dije a la señora Pearl mientras me ponía de pie y me sacudía el polvo de las rodillas antes de entregar sus cerillas. La mujer mayor enarcó una de esas cejas finas como una telaraña mientras aceptaba las cerillas. —Gracias, —fue su respuesta sorprendentemente fácil sin ningún comentario sobre lo que había hecho. —De nada. Debería volver a casa. Los chicos me esperan. ¿Necesitas algo más? Ella sacudió su cabeza. —Eso es todo. Ahora puedo bañarme. Sonriéndole, caminé hacia la puerta principal y esperé hasta que me alcanzara. —Fue un gusto verla, señora Pearl. Avísame si necesitas algo más adelante. —Oh, lo haré, —estuvo de acuerdo sin dudarlo—. Gracias.
—No hay problema. Que tengas una buena noche, —le dije, ya tres pasos por su terraza. Llegué a la intersección de su sendero con la acera cuando gritó: —¡Dile buena suerte a tu hijo mayor con su práctica de béisbol! —Lo haré, —le dije, sin pensar en su comentario. Probablemente lo había visto cargando su equipo. No fue un gran secreto. Dos minutos más tarde, estaba dentro de la casa después de golpear la puerta principal durante un minuto y luego que Josh preguntara: —¿Cuál es la contraseña? A lo que respondí: —Si no abres la puerta, te patearé el trasero. Lo que me consiguió: —Alguien está de mal humor. Apenas había cerrado la puerta cuando me empujaron por detrás. Dos brazos rodearon mis muslos y lo que se sintió como una cara se estrelló contra la parte baja de mi espalda. —Sé lo que puedes contarme esta noche. —¿Te sientes lo suficientemente bien para una historia? El asintió. Parecía que no se sentía bien, pero aún no se estaba muriendo. Mi corazón dolía un poco cuando me di la vuelta en los brazos de Louie para mirarlo. —¿Para qué estás de humor, Goo? Esos ojos azules me miraron parpadeando. —¿Cómo supo papá que quería ser policía?
Capitulo Siete
—Vendí todas tus cosas mientras estabas con tus abuelos, —le dije a Josh el domingo después de que sus abuelos los dejaron luego de su fin de semana juntos. Ambos chicos se veían más bronceados que antes de irse el fin de semana. No sabía qué haría sin su participación en nuestras vidas. Ese dicho “Se necesita un pueblo para criar a un niño” no era una broma. Louie y Josh tenían cinco personas que los cuidaban a tiempo completo y, a veces, todavía no parecía suficiente. En serio, no tenía idea de cómo los padres solteros sin familiares cercanos que ayudaran lo lograron. Ni siquiera Louie se enamoró de mi broma; Ambos simplemente me ignoraron antes de dirigirse a sus habitaciones para dejar sus maletas con Mac detrás de ellos, ignorándome también. ¿Demasiado gruñones? —Tenemos que arreglar el césped. No tarden una eternidad, —les grité. Fue Josh quien dejó escapar un gruñido prolongado y se detuvo en la puerta. —¿Tenemos que hacerlo? —Si. —¿No podemos hacerlo mañana? —No. Salgo del trabajo demasiado tarde y los mosquitos estarán mal. —Tengo tarea, —mintió el pequeño culito.
—Estás mintiendo, —dije. Siempre hacía sus deberes los viernes; Apostaría mi vida a eso. Tenía que agradecerle a mi hermano por llevarlo por ese camino al principio de la escuela. No lo había dejado salir a jugar hasta que terminará sus cosas. Hubo otro suspiro prolongado y el sonido de una puerta, probablemente una puerta de armario, cerrándose de golpe. Santo cielo, esperaba que se recuperara pronto de esta mierda. ¿No eran solo las chicas las que pasaron por la horrible fase hormonal? Incluso entonces, ¿no pasaba eso cuando eran adolescentes? Afortunadamente, ninguno de los dos me dio más pena verbal mientras todos salimos por la puerta trasera para sacar la cortadora de césped del cobertizo de la parte de atrás. Mac estaba aterrorizado por el ruido que hacía, así que lo dejaron dentro de la casa. Había tres enormes telarañas en la puerta, y solo grité una vez cuando algo se escabulló por el piso mientras sacaba la podadora y los dos rastrillos que había tomado de la casa de mi papá en mi última visita. Le di a cada uno un rastrillo. —Tú rastrillas las hojas. Arrancaré las malas hierbas. Josh frunció el ceño ferozmente, pero me quitó la herramienta de jardín. Louie… bueno, Louie realmente no iba a hacer mucho, pero no quería fomentar un trasero perezoso. Podía hacer todo lo posible. Con guantes de jardinería puestos, verifiqué dos veces si había cucarachas viviendo en los dedos, pasamos la siguiente hora haciendo la primera mitad del jardín, solo tomándonos un descanso para tomar agua y Gatorade y ponerles bloqueador solar a los niños cuando noté la parte de atrás del cuello de Lou se está poniendo rosado. ¿Cómo pude haberme olvidado de ponerle bloqueador solar? Una vez que las malas hierbas habían sido arrancadas y embolsadas, y la mitad de las hojas estaban agrupadas en múltiples pilas pequeñas por todo el patio, los chicos se apartaron a un lado, secándose el sudor de la cara y luciendo tan cansados que casi me reí. —¿Terminamos? —preguntó Josh.
Le deslicé una mirada. —No. Todavía tenemos que juntar todo esto y cortar el césped. Dejó caer la cabeza hacia atrás y dejó escapar un gemido que me hizo parpadear, sin impresionarme. —J, eres básicamente un hombre adulto, —comencé a decirle. —Tengo diez años. —En algunos países del mundo, podrías estar casado ahora mismo. Eres prácticamente el hombre de la casa. Eres casi tan grande como yo. Voy a dejar que cortes el césped... —Soy un niño pequeño, —argumentó. —No eres tan pequeño. ¿Qué quieres hacer? ¿La parte delantera o la trasera? A pesar de todo, Josh sabía con qué y cuánto podía salirse con la suya, y tenía que ser consciente de que no iba a salirse del trabajo de cortar el césped. Estaba sucediendo sin importar lo que dijera. Así que no me sorprendió cuando suspiró. —La parte de atrás, supongo. —¿Quieres ir primero o segundo? —Primero, —refunfuñó. —Yo puedo hacer la otra parte, —intervino Lou. —Goo, el mango es más alto que tú. Terminarás atropellando a tu hermano y a mí, chocando contra un auto, matando a uno o dos gatos y prendiendo algo en llamas. No, gracias. Quizás cuando tengas dieciséis años. Lo tomó como un cumplido, su expresión prácticamente radiante. —Bueno. —Como si estuviera realmente orgulloso del caos del que pensé que era capaz.
—Déjame mostrarte cómo encenderlo, J, —le dije y seguí instruyéndolo sobre cómo usar la máquina a pesar de que sabía a ciencia cierta que lo había hecho con mi padre varias veces. Para cuando Josh terminó, empujé y tropecé a Louie en tres pilas diferentes de hojas, y luego tuvimos que limpiarlas. El patio trasero no era perfecto, pero no iba a romperle las pelotas a Josh por él, y me conformé con meter mi meñique en su oreja. —Buen trabajo, culo gordo. Ahora tienes que embolsar las hojas en la parte delantera con Goo. La expresión de su cara hizo que pareciera que estaba tratando de envenenarlo o algo así. Sus hombros se hundieron y avanzó pesadamente hacia el jardín delantero con Mac ladrando desde el interior de la casa; Le había cerrado la puerta del perro para que no se escapara mientras estábamos ocupados. Finalmente lo dejé salir, cerrando la puerta en su cara para dejarlo en el patio trasero. Josh todavía estaba dando vueltas cuando llegamos al frente, y no lo pensé dos veces antes de poner mi dedo índice en mis labios mientras él estaba de espaldas y le decía a Lou que no dijera nada. No lo hizo. En lo que probablemente sería una de las últimas veces que fui capaz de hacerlo, levanté a Josh en una cuna mientras él gritaba: —¡No! ¡No! ¡Sera mejor que tú no! Me reí, notando inconscientemente lo pesado que era. Sacudió la cabeza mientras se agitaba en mis brazos. —¡No! Obviamente, lo ignoré a pesar de que estaba a centímetros de mi cara. —Louie, está diciendo que sí, ¿verdad? —Ajá, —asintió el pequeño traidor, tapándose la boca con las manos mientras se reía.
Mirando el montón más grande de hojas, me acerqué a él, luchando más que un poco con el peso de Josh mientras gritaba: —¡No lo hagas! ¡No lo hagas! —¿Hacerlo? ¿Quieres que te deje caer en las hojas? Y mientras seguía gritándome que tuviera corazón, lo dejé caer como un saco de patatas. Viviría. Mi papá me lo había hecho suficientes veces cuando era niña en montones más pequeños que este. Un par de moretones no lo iban a matar. Y, efectivamente, actuó como si le hubieran disparado. No estaba segura de cómo sucedió, pero de alguna manera terminé en el suelo también. Antes de que me diera cuenta, Louie se lanzó sobre nosotros como una ardilla voladora, lanzándose sobre su hermano mayor. En algún momento, noté que mis zapatos habían sido arrojados por el patio. No fue hasta que ambos estuvieron encima de mí, atrapándome en el suelo y presionando un codo hacia abajo en mi entrepierna mientras un antebrazo aplastaba mi pecho, que comencé a golpear la palma de mi mano contra la hierba. —Me rindo. Jesús —Abuelita dijo que se supone que no debes decir eso, —Lou me corrigió desde su lugar más alejado de mi rostro. —Sé lo que dice Abuelita, —gemí cuando el codo sobre mi hueso púbico presionó hacia abajo de nuevo, haciéndome temblar y tratando de empujar a Josh— . ¿Pero sabes qué más dice Abuelita? No seas un soplón. —Ella no dice eso, —argumentó Josh, aplastando mis pechos. —Sí, lo hace. Pregúntale la próxima vez. —No preguntarían, y apostaría a que mi madre no sabía lo que era un soplón. Eso espero. Mac aullaba de fondo desde el patio, plenamente consciente de que se estaba perdiendo el tiempo de juego y se estaba volviendo loco. Josh se puso de pie de un salto, dándole un respiro a mi pobre chi-chis, y luego extendió una mano para ayudarme a levantar, lo que me llenó de una estúpida
cantidad de orgullo. No fue hasta que estuve de pie que miré alrededor del patio y vi el desastre que hicimos. Mierda. —Mi...ercoles —Uf —fue su respuesta. —Déjame agarrar los rastrillos para poder ayudarte a juntar todo esto. —Suspiré de nuevo, acercándome de puntillas para recoger mis zapatos y volver a ponérmelos. —Lo tengo, —dijo Louie, ya corriendo hacia la puerta que conducía al patio trasero. No estaba pensando, de lo contrario habría recordado que Mac iba a atravesarlo una vez que se abriera la puerta. Justo cuando grité: —Espera, Lou, —la gran bestia blanca y peluda hizo exactamente lo que esperaba. Golpeó a Lou a un lado mientras corría por el patio delantero, zigzagueando de emoción como si lo hubieran encarcelado durante la última década. Y como la paranoica y preocupada que era, inmediatamente lo imaginé corriendo hacia la calle y siendo atropellado por un auto imaginario. —Traten de agarrarlo, —les dije a los dos Casillas más jóvenes de nuestra familia, mientras metía mis pies en mis zapatos. Sí, no funcionó. Mac era demasiado rápido, demasiado fuerte y demasiado loco. Cuando cruzó la calle como una flecha, grité su nombre como una loca. Sentí mi corazón caer a mis pies hasta que llegó al otro lado. —Espérenme aquí mientras voy a buscarlo, ¿de acuerdo? —dije a los chicos. Ellos asintieron, mis ojos se dirigieron inmediatamente a Louie, que se retorcía las manitos—. Vuelvo enseguida. Sin molestarme en cerrar la puerta en caso de que pudiera recuperar a Mac simplemente llamándolo por su nombre -una chica puede soñar- miré a ambos lados de la calle, tratando de localizar al Casillas más grande de la casa. Era un
perro tan bueno... hasta que se escapa. Siempre lo había sido. Podía recordar como si fuera ayer, cuando Rodrigo lo trajo a mi apartamento, tan emocionado. —Estás muerto, —le había dicho incluso cuando recogí al cachorro de perro lobo irlandés y lo acuné contra mí, una de las pocas y raras ocasiones antes de que se volviera demasiado grande. Ahora… Bueno, ahora él era mi monstruo de gran tamaño. —¡Mac! —grité. Nada. —¡Mac! —grité de nuevo, levantando mi mano para cubrir mis ojos mientras miraba hacia el otro lado de la calle. El primo de Pie Grande era muchas cosas, pero no era un idiota. Por lo general, no se alejaba más de diez metros de los chicos o de mí, pero de vez en cuando, especialmente porque estábamos en un vecindario nuevo con olores nuevos... le gustaba ir a explorar. —¡Mac! ¡No estoy jugando contigo! ¡Vamos! —grité de nuevo, justo cuando algo se movía en mi visión periférica. Efectivamente, a mi derecha, la punta de una cola blanca se asomaba desde detrás de la parte superior de un bote de basura que había sido tirado hacia la acera. Aliviada, crucé corriendo la calle rumbo a la casa aplastada entre la señora Pearl y Dallas. Era casi idéntica en tamaño y estilo a las casas a ambos lados, bloqueado por una cerca de alambre similar a la de mi patio trasero. Desde el punto más alto del techo, una bandera estadounidense colgaba suelta gracias a la ausencia de viento. —Mac, —gemí lo suficientemente fuerte como para que él me escuchara mientras me acercaba a la cola que meneaba al otro lado del bote de basura—. Mackavelli, vamos, hombre, —lo llamé de nuevo. Su cola simplemente se agitó en el aire de manera más agresiva.
Por supuesto que me ignoraría. Había sido mimado desde que era un cachorro y no lo había tratado peor. Demonios, dormía en mi cama las noches que no acaparaba la de Josh. Sabía a ciencia cierta qué Mandy nunca lo había dejado en el sofá cuando vivía con ellos, pero no lo había defendido en dos años. —Mac, ahora, vamos, —grité mientras caminaba alrededor de los botes de basura para encontrar al perro lobo blanco grisáceo, alto, de extremidades largas, con la nariz pegada al suelo, el trasero en el aire, y la cola de un látigo de un metro de largo todavía moviéndose. Levantó la cabeza y pareció darme esa cara que decía que era completamente inocente de lo que fuera que suponía que había estado haciendo. —Vamos —murmuré, deslizando mis dedos por debajo de su cuello, su largo cabello enjuto rozando el dorso de mis dedos. Apenas había comenzado a tirar de él en dirección a la casa cuando una voz gritó: —Espero que no esté cagando. Me di la vuelta rápidamente, sorprendida por lo mucho que no había estado prestando atención para no notar que alguien se acercaba. Efectivamente, en el borde del camino de entrada entre esta casa y la de Dallas estaba el mismo hombre al que había ayudado semanas atrás. El que había salvado. El hermano. Jack, Jackson, Jackass9, como se llame; no se había incluido en el sitio web del equipo. La decoloración amarilla de la mitad de su cara confirmó que era él, incluso si sus rasgos no me eran demasiado familiares. Era tan alto como recordaba, y al verlo finalmente sin sangre cubriendo su rostro, pude ver que era más guapo que el hombre que era mi verdadero vecino, su hermano.
9
Juego de palabras entre Jack = nombre y ass=idiota.
Negué con la cabeza, un poco insegura. ¿Tenía una actitud o me la estaba imaginando? —No. Está oliendo el bote de basura. —¿Por qué sentí que me habían atrapado haciendo algo malo? El hombre frunció el ceño y miró a Mac, quien al oír la voz de un extraño enderezó la cabeza y echó las orejas hacia atrás, y su cuerpo delgado se volvió en dirección al extraño. Toda su atención se centró en la persona que estaba a punto de pararse demasiado cerca de mí. O tal vez no le gustó el sonido de su voz. Conociendo a Mac, podría ser eso. —Espero que lo estés mirando. Nadie necesita meterse en la mierda de perro, —refunfuñó el hombre. ¿Me arriesgaría por este idiota? Su hermano había sido el que había venido a agradecerme, no es que yo hubiera necesitado o querido un agradecimiento por ayudarlo, pero hubiera sido agradable. —Si hace caca, lo juntaré. Pero no lo ha hecho —le dije con calma, tratando de averiguar qué podría haberle subido por el trasero. —No veo una bolsa en tu mano, —trató de discutir. ¿Pensó que era el vigilante del barrio? —Simplemente cruzó la calle corriendo, ¿por qué iba a llevar una bolsa? —Jackson, déjalo, —intervino una voz más profunda y áspera antes de que ninguno de los dos tuviera la oportunidad de decir algo más. Solo había una persona a la que esa voz podría haber pertenecido: Dallas. La cara del hombre se puso roja y todo su cuerpo se puso rígido al ser llamado por su supuesto hermano. Giró su cuerpo mientras el otro hombre, Dallas, se abría paso por el camino desde su puerta, con los brazos sueltos a los costados mientras se acercaba a nosotros. Pero no fueron los jeans viejos que tenía ni la camiseta sucia de una talla demasiado grande lo que me llamó la atención. Fue su expresión facial. Había un ceño fruncido en la cara de Dallas que decía que
no podía creer lo que había estado escuchando y estaba decepcionado por ello. Lo sabría, había sido la causa de esa expresión en el rostro de mi madre muchas veces en mi vida. Dallas siguió acercándose, su mirada congelada en su lugar, en su hermano para ser específico, que no se movía. Ninguno de los dos dijo una palabra hasta que se detuvo justo al lado del hombre que me hablaba, con el ceño fruncido y dijo en voz baja que no era lo suficientemente baja como para que yo no lo oyera: —Hablamos de esta mierda. —Escupió cada palabra, la ira puntuando cada sílaba. Sería una mentirosa si dijera que no me pregunto de qué tipo de mierda han hablado. ¿Ser un idiota? ¿Antipático? ¿Ambos? —Ya te dije que dejaras de ser un idiota con los vecinos. Eso lo explicaba. De alguna manera debí haber desaparecido para los dos porque el hombre que solo podía asumir que se llamaba Jackson se volvió hacia el entrenador en jefe de Josh. Tenía el cuello rojo y apostaría cinco dólares a que no era el sol el culpable. —No eres mi puto padre, idiota, y no soy un puto niño. No puedes decirme qué hacer... Esto era incómodo. Y no iba a ir a ninguna parte. Miré de un hombre a otro, notando sus similitudes, que eran bastante en realidad. Ambos tenían la misma nariz larga y recta, cejas gruesas y mandíbula fuerte. Ambos eran guapos en cierto modo, dependiendo de cómo los veas, pero Jackson era más bonito a pesar de que parecía mayor, más como un modelo de portada, donde lo único de modelo de portada sobre Dallas era su cara de perra en reposo que era demasiado agresiva para estar en la portada de cualquier otra cosa que no sea una revista de guías de supervivencia. Sin embargo, eso era todo en cuanto a similitudes. Donde uno de ellos tenía el cabello largo, el otro lo
había afeitado. Uno tenía barba; el otro tenía una barba densa. Rubio y castaño. Ojos verdes y avellana. Uno idiota y otro no tanto como un idiota. Ese último aún estaba pendiente de juicio. La gracia salvadora de Dallas fue que había sido amable con Louie y Josh. —Puedo decirte lo que haces desde que estás viviendo en mi casa, —el hombre llamado Dallas siguió hablando como si yo no estuviera allí—. Mi casa mis reglas. Ya lo repasamos. No hagas que parezca que te estoy lanzando esto. Quizás, después de todo, andar por ahí no era una buena idea. Observé la distancia entre mi casa y donde estaba. Luego apreté más el cuello de Mac. Cuando Rodrigo y yo discutíamos, siempre lo habíamos hecho lejos de otras personas... y un día después, por lo general estábamos en buenos términos nuevamente. —Vete a la mierda, —escupió el chico Jackson, sacudiendo la cabeza, su rabia claramente obvia para cualquiera dentro de los próximos cuatrocientos metros— . Ya tuve suficiente de tu mierda. No necesito esto. Dallas se rio con la misma risa amarga y miserable que le había oído el día que había estado discutiendo con la mujer fuera de la casa. No podía decir si era de mal humor o si realmente estaba molesto y trataba de encubrirlo, pero... me dolía. —Todo lo que te pido es que seas amable con los malditos vecinos y dejes de hacer tonterías, Jack. No hay nada de lo que puedas tener 'suficiente'. —Vete a la mierda. Esa es la historia de tu vida y lo sabes. Todo el mundo acaba cansándose de tu mierda con el tiempo, —continuó el chico Jackson tan enojado que finalmente provocó el gruñido de Mac. Si no hubiera escuchado la conversación que Dallas tuvo con la mujer del sedán que puede haber sido o no su esposa, no tendría idea de qué estaba hablando. Pero lo escuché. Y el comentario me hizo sentir a la defensiva de este pobre hombre que podría ser un imbécil gigantesco para las personas que deberían haber sido las más importantes en su vida, por lo que yo sabía. ¿Pero aun así, eso fue duro, mucho?
Jackson levantó un dedo medio mientras caminaba junto a su hermano y presionó la parte delantera contra el frente de Dallas mientras pasaba. ¿Qué diablos le pasaba a este hombre? Y mi vecino, el real, no se movió ni un centímetro cuando su hermano lo hizo. Mantuvo esos ojos color avellana fijos en el otro hombre incluso cuando desapareció por el camino de entrada por un momento antes de que el fuerte rugido de una motocicleta llenara el aire. Antes de darme cuenta, una Harley fornida estaba pasando por el camino de entrada, ¿dónde diablos estaba estacionada esa cosa? ¿En el patio trasero? La persona detrás de las manijas con la misma ropa que tenía Jackson hace un segundo. Luego se fue. Eso fue interesante. Insegura de lo que se suponía que debía hacer, me quedé allí. Torpe. Tal vez no se daría cuenta de que había escuchado todo lo que dijeron entre ellos. Una chica podría soñar. Y eso fue exactamente lo que no sucedió porque el hombre llamado Dallas dirigió su atención hacia mí. De todas las cosas que podría haber dicho o preguntado, fui con: —¿Eres el hermano mayor o el menor? —antes de que pudiera detenerme. No me di cuenta de lo ofendido que alguien podía superar esa pregunta hasta que salió de mi boca. Si alguien me hubiera preguntado si Rodrigo era el más joven, le habría abofeteado. Dejó escapar un ruido en su garganta mientras miraba en la dirección en la que su hermano había desaparecido y negó con la cabeza. Eso dijo más que suficiente. Afortunadamente, después de un momento o tres, mi vecino se conformó con parpadear hacia mí con esa expresión remota en su rostro. ¿Qué pensó que estaba tratando de hacer? ¿Obtener información para robar su identidad? —Mayor, —respondió finalmente.
—Ahh. —Eso lo explicaba todo. Me gustaría pensar que fue porque no lo conocía que dije—: Estoy segura de que mi hermano mayor quiso matarme algunas veces en su vida. —Probablemente podría contar al menos cincuenta ocasiones diferentes en las que hubiera querido sacudirme en algún momento. Dios, lo extrañaba—. Eso es familia para ti. Algo de eso debe haber sido incorrecto porque el hombre de cabello oscuro se encogió de hombros como si se estuviera sacudiendo algo que no le gustaba, su mirada se dirigió rápidamente a Mac. —Asegúrate de tener cuidado con que se escape. No tenemos mucho tráfico, pero pasan cosas, —me advirtió el hombre de voz áspera, forzando la sonrisa a desaparecer de mi rostro. No sabía por qué su preocupación me irritaba de un segundo a otro, pero lo hizo. —Si. Voy a hacerlo. —¿Pensó que era estúpida y no lo sabía? —¡Buttercup! —Louie gritó desde el otro lado de la calle donde estaba parado en el jardín delantero, haciéndome señas violentamente. Le devolví el saludo antes de volverme hacia mi vecino por última vez, tratando de decirme que no necesitaba molestarme con su sugerencia de cuidar mejor a Mac. Probablemente no había querido decir nada condescendiente con eso. —Debería irme. Gracias por… —Señalé en la dirección en la que había entrado su hermano—. No sé qué hice para hacerlo enojar, pero nos vemos. Él tomó mi partida al instante, esa cara seria y afilada haciendo un sonido desdeñoso, pero no me perdí la forma en que su mirada se deslizó hacia su casa. —No hiciste nada. —Su atención se centró en el niño de cinco años que esperaba impaciente en el césped y se quedó allí por un momento—. Hasta luego. Le sonreí. —Nos vemos. —Tirando del cuello de Mac, dimos unos pasos hacia la calle antes de que usara mi voz adulta contra el obstinado-imbécil y le susurrara al oído flexible—: Las cosas que hago por ti. Con su cabeza vuelta sobre su hombro, me dio esa tonta sonrisa de perro que borró cada frustración que sentía hacia él. Me siguió al otro lado de la calle sin ningún problema, donde los chicos esperaban y miraban.
—¿Qué están haciendo parados? No les pago por eso, —les grité. Louie se quedó boquiabierto antes de preguntarle a su hermano: —¿Ella nos paga?
—Hijo de puta. Desde su lugar dentro de la sala de descanso, escuché: —¿Te cortaste? Negué con la cabeza, sin molestarme en ver si Ginny había echado un vistazo a mis palabras o no. Mis ojos estaban enfocados con láser en el correo electrónico que acababa de recibir. —No. Acabo de recibir el horario del equipo de béisbol de Josh. Quieren mejorar las prácticas hasta tres veces por semana. Tres veces a la semana. Como cuatro horas durante la semana escolar no es suficiente además de que ya va a la práctica de bateo y receptor. ¿Cuándo se supone que tendré una tarde para hacer caca en paz? —¡Diana! —Ginny se rio, su voz se hizo más fuerte, diciéndome que o había sacado la cabeza o se había ido. —¿Quién estuvo de acuerdo con esto? —Me pregunté más que ella. Practica tres veces por semana y torneos dos veces al mes como mínimo. Jesucristo. A este ritmo, tendría que comprar un saco de dormir y acampar en las instalaciones todos los días. —Uno de mis primos, —los sacrificaré a ambos—. ¿Es tan malo? —¡Si!
Por el rabillo del ojo, la vi acercarse a mí con un cuenco de lo que fuera que había traído para el almuerzo. —¿Por qué no llamas a Trip o a alguno de los otros entrenadores y te quejas? No puedes ser la única que está pensando en comprar bienes raíces por el campo si es tan malo. Ella tenía razón. Tampoco dejé de darme cuenta de que ella no sugirió que Dallas, que era el entrenador en jefe, fuera a quien llamé. Cuando la mamá del equipo nos envió un correo electrónico a todos después de publicar la lista, nos dieron todos los números de teléfono del cuerpo técnico y los números de todos los padres. Llamé al último entrenador de Josh casi todas las semanas por una razón u otra. Había tenido ese idiota loco y malhumorado en la marcación rápida con el que hablaba tan a menudo. Así que llamar a Trip o Dallas no sería una locura inaudita. ¿Verdad? —¿Tienes un torneo una semana en Beaumont y la próxima semana en Channelview? Eso es un pepinillo, —dijo Ginny por encima de mi hombro. Parpadeando en la lista en mi teléfono, me tambaleé hacia atrás mientras asimilaba la información que ella me acababa de contar. ¡Ambos eran viajes de más de tres horas! Qué diablos, solo podía tomarme un fin de semana al mes y cada dos meses conseguía dos. Los Larsens no dudarían en llevar a Josh a algún lugar tan lejos, pero parecía injusto tener que pedirles que hicieran eso. Sin siquiera pensar en eso, salí de ese correo electrónico y abrí el que tenía los números de teléfono, presionando casi con enojo “llamar” en la pantalla cuando el número de teléfono de Trip se transfirió a la pantalla correcta. —Esto no va a funcionar, —le dije a Ginny cuando sonó el teléfono—. Están locos. Estoy llamando a Trip ahora mismo. Lo hice y él no respondió. Maldición. Frente a la lista de cuatro números de teléfono para cada miembro del personal, incluido el grosero, Jackson, que solo hablaba con los chicos, miré los dígitos de Dallas por un momento,
preguntándome si debería ser mi próxima opción o no. Dudé. Luego me recordé que me iba a quedar atrapada tratando con él por un tiempo; no tenía por qué ser extraño por la razón que pudiera ser. No había hecho nada que lo hiciera sentir extraño a mi alrededor. Así que copié el número y lo pegué en el teclado. —Tu primo no respondió, así que voy a llamar a Dallas. Hubo una breve vacilación antes de que ella dijera: —También podría. —Si. Esto es estúpido. —¿Por qué dudaba tanto ?, me pregunté mientras sonaba la línea—. Oye, ¿hay algún problema con... —¿Hola? —una voz masculina y ronca respondió al otro lado de la línea. Hice una pausa por un segundo, mis palabras para Ginny colgando de mi lengua antes de que me pusiera firme. —Hola. ¿Dallas? —Este soy yo, —respondió de manera uniforme, casi profesional. —Hola. Esta es Diana Casillas. Josh es… —¿Cómo diablos me iba a llamar? —. Tu vecina. Hubo una breve pausa mientras estoy segura de que intentó recordar quién era yo. Su vecina. La que había salvado el culo de su hermano. La misma que tenía un sobrino que era, en mi opinión, el mejor jugador de su equipo, no es que yo fuera parcial ni nada de eso. Hubo una pausa incómoda. —Hola. Eso sonó realmente amistoso y honesto. No. —Estaba llamando por el correo electrónico que acabo de recibir sobre el horario, —traté de prepararlo. El profundo suspiro que se le escapó me hizo sentir como si no fuera la primera persona en acercarse a él hoy sobre exactamente lo mismo. —Está bien, —fue su respuesta que prácticamente confirmó esa sospecha. Así que lo hice bien como lo hubiera hecho con el antiguo entrenador de Josh. —Mira, no sé qué estaban fumando cuando armaron el horario, pero esto está
demasiado ocupado. —Lo estaba haciendo. Joder, era una terrible mentirosa—. ¿Tres prácticas a la semana? Ya tiene entrenamiento otros dos días. Todo eso con los torneos de fin de semana varias veces al mes tampoco va a funcionar. Son niños. Necesitan algo de tiempo para hacer... cosas de niños. Hubo una pausa al final, una exhalación controlada. —Entiendo lo que estás diciendo. Esto no iba a terminar bien. Necesitaba seguir adelante y aceptar eso. —... pero esto es solo una preparación para cuando sean mayores y jueguen un beisbol más competitivo. —Terminó con ese tono profundo que sonaba como si hubiera perdido la voz una vez y nunca la recuperó. —Creo que tenemos tres o tal vez cuatro años más para eso. Creo que estarán bien jugando torneos una o dos veces al mes y practicando dos veces por semana. No hay forma de que sea la única persona para la que esto no está funcionando. —Otros tres grupos de padres aprobaron el horario antes de que lo enviáramos, —dijo Dallas con una voz que me recordó cómo Ginny había mencionado que él estaba en el ejército. Me estaba ordenando esta información. Desafortunadamente para él, tenía un problema con la gente que me decía lo que podía y no podía hacer. —Bueno, esos tres padres solo deben tener un hijo, sin vida, y ese niño debe odiarlos porque no hacen nada que no esté relacionado con el béisbol, —gruñí, sorprendida por lo que me estaba diciendo. ¿Qué diablos le pasaba a esta gente? Hubo un grito de fondo que sonó sorprendentemente como “¡Jefe!” Luego, un grito ahogado de regreso de que estaba bastante segura vino de Dallas antes de que regresara con una voz fría y rápida. —Tengo que irme, pero pensaré en lo que dijiste y alguien se pondrá en contacto contigo sobre el horario. ¿Eso era todo? ¿Alguien me iba a contactar? ¿No él? —Por favor piénsalo.
—Tengo que irme, lo siento. Adiós —me interrumpió una fracción de segundo antes de que la línea se cortara. Con un gemido que salió directamente de mis entrañas, presioné mi dedo contra la pantalla y aplasté mis molares. —Maldición.
Cuando pasaron tres días y no había recibido un nuevo correo electrónico sobre el cambio de horario para mejorar, comencé a sentirme un poco frustrada. Cuando pasó otro día, incluida una práctica, con la mitad de los padres quejándose unos a otros de su indignación con respecto a las prácticas y los torneos, y aun así ninguno de los miembros del personal comentó nada sobre lo que se estaba haciendo… me sentí más frustrada. Pero no fue hasta que pasaron cuatro días más, incluida otra práctica, sin cambios y sin que nadie dijera nada, que me di cuenta de la verdad. No iba a pasar nada. Y eso simplemente no iba a funcionar. Ya había hablado con mis padres y los Larsens sobre el loco horario de Josh y todos me habían asegurado que podríamos hacerlo funcionar entre todos, pero ese no era el punto. ¿Qué pasa con los padres que no tenían cuatro personas adicionales para ayudarlos? ¿Qué pasa con los padres con más hijos, que tenían otros deportes y actividades? ¿Qué pasa con mi Louie a quien le gustaba andar en patineta y andar en bicicleta de vez en cuando? Comprendí cómo funcionaban los deportes altamente competitivos. ¿Tenía familiares que habían crecido hasta convertirse en atletas profesionales, pero
un niño de diez años sacrificando por completo todo su tiempo libre? Eso no me pareció la mejor idea. Necesitaban un par de años más para ser niños, ¿no? Entonces, entre clientes, levanté el teléfono y volví a marcar los números que había guardado en mis contactos hace una semana. Y cuando fue al buzón de voz, dejé un mensaje. Cuatro horas más tarde, cuando todavía no había recibido respuesta, llamé a Trip de nuevo y le dejé un mensaje de voz. En mi desesperación, llamé de nuevo y dejé otro mensaje en el teléfono de Dallas. Puede que haya estado haciendo muecas todo el tiempo que me tomó llegar a casa del trabajo a las siete de la noche o no, inventando todo tipo de excusas al azar por las que no había recibido una llamada del entrenador en jefe del equipo cuando vivía al otro lado de la calle de él y trabajo con la prima del entrenador asistente, que trabajaba en la cuadra. Lo único que me había impedido caminar hasta el taller mecánico donde había escuchado que Trip trabajaba era que sería espeluznante y cruzar la línea. Un lugar de trabajo era un lugar de trabajo. —Esto es una mierda, —finalmente me susurré a mí misma mientras me sentaba en mi auto antes de abrir la puerta y dirigirme por el camino hacia mi casa. Desafortunadamente para Dallas, dejé caer mis llaves en el suelo y me tomó una eternidad limpiar el llavero de mis pantalones, de lo contrario, podría haber perdido su llegada a casa. El hecho es que no me perdí nada. Mientras una vieja camioneta Ford avanzaba retumbando por la calle y giraba hacia su entrada, me quedé allí. En la cabina, vi esa melena oscura de cabello corto y familiar detrás del volante de su grande y vieja F-350. Me quedé allí, mirando y debatiendo si dejar a Dallas solo o no. Fui con no dejarlo solo. Antes de que su camioneta hubiera desaparecido en el garaje ubicado detrás de su camino de entrada, ya estaba cruzando la calle y acercándome, con las manos metidas en los bolsillos traseros de mis jeans negros. —Hola, —le llamé mientras me acercaba. Ya tenía una pierna colgando del lado del conductor, la puerta se abrió de par en par.
—Oye —fue su respuesta cuando salió, sus ojos se abrieron un poco hacia lo que sabía que no podía ser exasperación, ¿verdad? Vestido con una camisa de trabajo azul marino de manga larga y abotonada y pantalones cortos de color caqui con más agujeros que bolsillos, Dallas estaba polvoriento como el infierno. Todavía no me había dado cuenta de lo que hacía para ganarse la vida, no es que importara o que fuera asunto mío. Le sonreí, tratando de ser lo más dulce y no amenazante posible. Mi abuela, que Dios descanse su alma, siempre me había dicho que se saca mucho más de la vida siendo amable que cabrona. Dios, había amado a esa mujer. —Quería ver si habían cambiado de opinión sobre el horario, —le dije, todavía sonriendo, tratando de ser amable e inocente. Casi como si sintiera mi mierda, Dallas entrecerró esos ojos color avellana hacia mí. —Se ha mencionado, pero no se ha decidido nada, —fue su política respuesta de mierda. Yo era un montón de cosas, pero ser cobarde no era una de ellas. —Bueno. En ese caso, espero que vean la razón y la cambien porque es una locura. Quizás no debería haber ido con la palabra “L”. Tal vez. Cuando esos iris de color claro se hicieron aún más pequeños, decidí que sí, probablemente no debería haberlo hecho. —Me aseguraré de que lo sepa si algo cambia. —Su tono decía claramente, “sal de mi cara”, así que supe que estaba lleno de eso. —Por favor, —lo miré, desesperada—. Todo el mundo se quejaba de ello. Incluso Josh dijo que estaba cansado con solo mirarlo, y que realmente no tiene un interruptor de apagado. Dallas me miró por última vez antes de empezar a rodearme. —Lo tengo, —dijo por encima del hombro, sin molestarse en dedicarme otra mirada—. Veremos qué podemos hacer.
—¡Gracias! —Grité detrás de él, apretando los puños a los costados por el rechazo que me acababa de dar. Hijo de puta. El hombre cuyo hermano me debía los dientes en la boca levantó una mano mientras entraba a la casa justo antes de que la puerta de seguridad se cerrara de golpe detrás de él. Me estaba enfermando y cansando de que me ignorara. Si no me iba a escuchar, maldita sea, sabía que otras personas lo harían. Porque como diría también mi abuela, si ser amable no funciona, que todos se vayan a la fregada.
Cuando llegó el fin de semana, había hablado con casi la mitad de los padres del equipo y tenía la sensación de que yo no era de ninguna manera, la única que no estaba de acuerdo con el horario revisado de infierno. Queríamos que cambiara y nadie en el poder estaba dispuesto a hacerlo. Los gobiernos habían caído gracias a ciudadanos cabreados. ¿Por qué los padres o tutores de Tornado no podían hacer lo mismo a menor escala? En el transcurso de esos días, los padres con los que hablé se comunicaron con otras personas que conocían y pronto se contactó con todo el equipo. Hubo un puñado que realmente no se preocupó por el horario o entendió por qué estábamos molestos por él. Chupamedias. Pero no había forma de que un gran grupo de nosotros pudiera ser ignorado. Pensé que, si no se hacía nada, aquellos de nosotros que no estuviéramos de acuerdo podríamos planear no aparecer en la nueva fecha que se había agregado durante la semana. No solo estaba haciendo esto por mí; Lo estaba haciendo por Josh y Louie. ¿Cuándo diablos me las arreglaría para hacer cosas con Louie si siempre estuviéramos ocupados con Josh? Estaba en una edad tan delicada
para los recuerdos y para dar forma al resultado del tipo de persona en la que se convertiría. No quería que se sintiera menos importante que su hermano. Sabía cómo se sentía eso, y nunca querría que ninguno de los chicos experimentara eso. Alguien decidió que al final de la práctica, todos íbamos a hablar con el cuerpo técnico. Y eso fue lo que pasó. Un enjambre de padres descendió sobre los entrenadores principales y asistentes de Tornado. Parecía una turba con tres hombres y una mujer en el medio. Algunas personas gritaban para hacerse oír; hubo algunos señalamientos, pero sobre todo hubo un montón de “¡Sí!” cuando alguien escuchó un buen punto de otra persona. De alguna manera me metieron en medio del círculo, justo en el centro de la acción. Me había empezado a doler la cabeza más temprano en el día, y los gritos cercanos no me ayudaron en absoluto. Solo me sorprendió parcialmente como Dallas, mientras decía: —Deja de gritar. No puedo pensar cuando estás en mi cara, —me miró directamente. Había estado mirando de frente a frente desde el momento en que lo rodearon, pero tan pronto como su mirada se posó en mí, se quedó allí. ¿Qué diablos había hecho ahora? Él mismo se había provocado esto, ¿no? —Nos llamó la atención, —dijo, mirándome directamente—, lo infeliz que estás con el horario. Lo entiendo. Me reuniré con el resto del personal y veré qué cambios podemos hacer. —Repitió las mismas palabras que me había dicho días atrás. Miré de un lado a otro con la mayor discreción posible, pero cuando mis ojos se dirigieron hacia adelante de nuevo, Dallas todavía no había mirado hacia otro lado. ¿Por qué? No había sido la única en quejarse. —A algunos de nosotros no nos importa el horario tal como está, —intervino un padre solitario y atrevido. Era la mujer que se había quejado durante las pruebas cuando las dos mujeres sentadas frente a mí habían estado hablando sobre el cuerpo de Dallas.
—Algunos de nosotros tenemos una vida, Christy, —respondió uno de los padres, cuyo nombre no podía recordar—. Nuestros niños también necesitan vidas. —No es tan malo, —continuó Christy discutiendo, su mirada se posó en mí y entrecerrando los ojos. ¿Qué diablos estaba pasando? ¿Por qué varias personas me miraban como si yo hubiera causado esto? ¿No había intentado evitarlo?—. Nunca antes habíamos tenido problemas como esto. Algunas personas deben darse cuenta de que no siempre se saldrán con la suya. El hecho de que ella me mirara directamente no ayudó en nada a la situación. El horario no había sido así antes. Uno de los padres con los que hablé me dijo eso. Además, no era idiota. Josh no había dejado a su antiguo equipo en buenos términos. Su entrenador lo había movido a la segunda base para darle a su propio hijo la posición de receptor y nos quejamos. Poco después, el equipo había elegido a otro jugador y Josh se había vuelto loco de nuevo. ¿Coincidencia? Creo que no. Había sido su idea irse, y yo lo había apoyado al 100 por ciento... a pesar de que llamé idiota a su ex entrenador cuando finalmente salimos de allí por última vez. ¿Ya se habían corrido rumores sobre eso? Sabía lo unida que era esta comunidad. Puede haber dos grados de separación entre todos. De cualquier manera, sabía que esta madre estaba hablando de mí. Tendría que ser una idiota para no reconocer eso. Y no me gustó. Por lo que había aprendido, solo tres nuevos chicos se habían unido a Tornado al mismo tiempo que Josh, y no sabía dónde diablos estaban los padres de esos niños. Si incluso estuvieran aquí. Independientemente, con padres de niños en equipos competitivos, tenía que afirmar su dominio antes de que su voz se perdiera para siempre. Y seguro que no iba a poner a Josh en esa posición de tener un padre que estaba bien con todo. Si alguien alguna vez se metía con él, iba a aprender de la manera más difícil con la que mi familia no se metía. Esas eran las excusas con las que iba a ir para justificar lo que sucedió después.
—¿Por qué me miras directamente mientras dices eso? —Le pregunté a la mujer con calma—. ¿Fue hoy “El día de meterse con Diana” y no recibí el memo? La mujer se burló y juré que un par de personas que estaban junto a ella se alejaron un paso. —No dije tu nombre, ¿verdad? No tuve un problema de ira. Nunca lo había hecho porque no reprimí mis emociones, a excepción de ese período estúpido a la edad de veintiséis cuando desperdicié meses de mi vida en la segunda peor cosa que me pasó: mi ex. Si tenía un problema con alguien, lo solucionaba, y si después me volvía loca, no era culpa de nadie más que mía. Pero iba a darle una paliza a esta mujer en el segundo en que no hubiera testigos, decidí al instante. —No tenías que decir mi nombre. Me estabas mirando fijamente. ¿Soy yo la que está teniendo un ataque histérico por querer que las cosas salgan 'a mi manera'? La mujer sintió el impulso de encogerse de hombros. Me aseguré de no romper el contacto visual con ella mientras me mantenía bastante calmada. —No estoy teniendo un ataque histérico. El horario es ridículo y no soy la única que piensa eso, así que no me impongas esto, señora. —Mirando hacia atrás, tal vez no debería haber usado la palabra “S”. Alguien me había llamado así una vez y tuvo el mismo efecto en mí que la palabra “P”. —Pero tú lo empezaste, —argumentó. —Yo no empecé una mie...nada. Mi hijo necesita un día libre durante la semana. Esto no tiene nada que ver conmigo. Mi hijo tiene diez años. Todavía no está en las mayores. ¿Quiere que se fracture el codo o por estrés en las ligas menores en un par de años? No quiero que Josh tenga que someterse a una cirugía incluso antes de que termine la escuela secundaria porque quería que ganara un maldito torneo que no recordará cuando tenga dieciséis años —le espeté, irritada.
—Me preocupo por mi hijo, —trató de discutir. —No dije que no lo hicieras. Fue vergonzoso lo mucho que disfruté de que sus mejillas se pusieran rojas. —¡Pero lo insinúas! Me encogí de hombros de vuelta a ella de la misma manera que ella me había hecho, y eso la enfureció. Perra. —Bueno, tienes una manera asombrosa de demostrarlo cuando te acabo de contar cómo podría lastimarse a sí mismo por exagerar, y todavía estás discutiendo conmigo sobre algo que se han hecho muchos estudios. —Me preocupo por mi hijo, mamá preadolescente... Dios ayúdame. Di un paso hacia ella. No sabía qué diablos estaba pensando en hacerle, pero era algo, maldita sea. La expresión de mi rostro debe haber dicho eso porque la mujer cerró la boca y dio un paso hacia atrás, sus manos inmediatamente se acercaron a su rostro. —¡Bueno! ¡Bueno! —Un brazo fue movido hacia arriba y hacia abajo—. Eso es suficiente. Christy, vete a casa. Estás fuera de aquí para las próximas dos prácticas por eso, —ordenó Dallas. Cuando la mujer comenzó a abrir la boca, él parpadeó, solo eso funcionó mejor que cualquier gesto de “cierra la boca”—. Lo empezaste y lo sabes. Casi le saco la lengua cuando su mirada se posó en mí. —Diana, asegúrate de que alguien más lleve a Josh a la próxima práctica. ¿Qué? ¿Me estaba tomando el pelo? ¡Ni siquiera había hecho nada más que defenderme! Justo cuando abrí la boca para argumentar ese hecho, Trip intervino. —Todos los demás, hablaremos durante los próximos días y llegaremos a un acuerdo sobre el cambio de horario. Enviaremos un correo electrónico, —concluyó con
toda una determinación en su voz. ¿Dónde estaba el tipo que había estado conmigo en el bar? Estaba enojada. Cuando la multitud finalmente se dividió, me quedé allí, aturdida y a unos cinco segundos de rociar pimienta a la mitad de los padres. Me volví para tratar de encontrar a Trip, quien había hecho poco más que sonreírme desde seis metros de distancia últimamente, pero ya estaba rodeado de padres inmersos en una conversación. Dallas... No tenía ni idea de dónde diablos había desaparecido. Y Jackson estaba parado a un lado con los brazos sobre el pecho, luciendo tan poco impresionado por la vida, no estaba segura de por qué se molestaba en seguir respirando. No lo podía creer. —¿Tía? El sonido de la voz de Josh casi de inmediato me apartó del borde de volver a sumergirme en la Diana de hace diez años, que les habría dicho a todos que chuparan una polla. Primero, tuve que imaginarme mentalmente golpeando a todos en la parte posterior de la cabeza, y luego corté la rabia que había comenzado a apoderarse. Quizás solo diez segundos después de que mi sobrino me llamara me las arreglé para darme la vuelta con una sonrisa casi serena y encontrarlo mirándome con una expresión sospechosa en su cara. —¿Qué pasó? —preguntó de inmediato. Me dolía la cabeza, pero sabía que no era eso lo que estaba captando. Si había alguien en el mundo que era mi animal espiritual, era este niño. No estaba segura de cómo lo olvidé. Y como Louie no estaba aquí, le dije la verdad al que ya había escuchado todo y más en su vida. —Estoy a unos cinco segundos de patear el trasero de la madre de Jonathan, y luego patear el trasero de su madre para darles una lección a ambas. El niño se echó a reír, recordándome lo joven que era debajo de todo. —¿Por qué?
—Está loca. Teníamos una reunión de padres y ella empezó a decir tonterías. Yo también podría patear el trasero de Jonathan por ser la razón por la que ella está aquí. Josh se rio de nuevo, sacudiendo la cabeza. —Estás loca. —Un poco, —estuve de acuerdo, guiñándole un ojo, sintiendo de repente que lo que quedaba de mi rabia desaparecía. ¿Cómo podías estar enojada cuando tenías tantas cosas maravillosas en tu vida?—. ¿Estás listo para ir a casa? Él asintió con la cabeza, su sonrisa de un kilómetro de ancho. —Si. —Está bien, vamos. —Le señalé con la mano hacia el pasillo, deteniéndome hasta que estuvo a mi lado—. Según tu entrenador, no puedo ir a la práctica contigo la próxima vez por esa psicópata, así que dile a tu abuelo mañana que tendrá que traerte. Lo llamaré, pero tú también se lo dices, ¿de acuerdo? Eso hizo que Josh se detuviera y frunciera el ceño. —¿Por qué no puedes venir? —Porque, te lo dije, ella estaba diciendo cosas locas acerca de que es mi culpa que estemos tratando de cambiar el horario, y yo podría haber dicho algo acerca de que ella no se preocupaba por su hijo y por eso cree que el horario está bien —le expliqué con sinceridad, no queriendo que me considerara una mentirosa. Sentí que, si no le mentía, esperaba que él también aprendiera a no mentirme. Nadie era perfecto y no quería que él creyera que tenía que serlo. Solo tenía que ser el mejor tipo de persona que pudiera ser y defenderse a sí mismo. Tener “razón” era tan subjetivo. —¿Y por eso no puedes venir? Asentí con la cabeza, dándole un “Lo sé, ¿verdad?”. La boca de Josh bajo más y negó con la cabeza. —No es justo. —No creo que lo sea tampoco, pero supongo que la incité a ella también, J. No tuve que responderle nada. Podría haberla dejado pensar lo que quisiera. —Esa
simple verdad me había resignado. Podría haberlo dejado ir. Realmente podría haberlo hecho—. Muy tarde ahora. Está bien. Es solo una práctica, y con suerte cambiarán el horario para que valga la pena. —Eso es estúpido. Le di una mirada. —Eso es tonto, —corrigió. Me encogí de hombros y me froté la sien con el índice y el dedo medio. —Está enojada porque su hijo está en el campo correcto.
Capitulo Ocho
Mi buen humor duró hasta la mañana siguiente. Cuando tu primer pensamiento después de despertarte incluye la palabra “mierda”, no debería ser una sorpresa cuando estas de mal humor el resto del día. Pero el hecho es que a pesar de que era muy consciente de que había arrojado fluido verbal como encendedor en mi charla con la mamá de béisbol en la práctica de ayer, lo que resultó de eso todavía era un montón de mierda. Cuanto más lo pensaba, más me enojaba. ¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Quedarme ahí y ser culpada por algo que no fue mi culpa? Temía tener que llamar al Sr. Larsen y decirle que no iba a poder llevar a Josh a la práctica, y luego tener que explicar por qué. Me hizo sentir como una niña a la que habían atrapado haciendo trampa en su examen. Josh tenía demasiado sueño para darse cuenta de que yo estaba de mal humor, y Louie, bueno, quién diablos sabía lo que estaba pasando por la cabeza de ese niño. La última vez que le pregunté en qué estaba pensando, me dijo “ano”. Desde entonces, me guardé esa pregunta. Pero Ginny, que por casualidad abrió el salón conmigo esa mañana, inmediatamente se dio cuenta de mi estado de ánimo. —¿Qué pasa? —ella había preguntado, ya sonriendo. —¿Cómo puedes saber que algo anda mal? —pregunté, metiéndome el último trozo de Pop-Tart con sabor a s'mores en mi boca. —Porque comes Pop-Tarts cuando estás enojada o irritada. —Su sonrisa creció—. Y te conozco. Puedo sentirlo. Ella tenía razón. Pop-Tarts eran mi comida reconfortante en tiempos de necesidad. Los chicos ya sabían que cuando me pillaban comiendo un paquete,
algo andaba mal. Le doy una mirada mientras desempacaba mi almuerzo y lo ponía en el refrigerador, masticando y tragando lo último de mi desayuno improvisado. Para equilibrarlo, primero me comí un plátano. —Tuve una pequeña discusión con otro padre en el béisbol y me suspendieron de una práctica. No tuve que mirar a mi jefa para saber que se había encorvado cuando empezó a reír. Podía oírla y la conocía. Y fue el sonido de su risa lo que me hizo sonreír con tanta fuerza que me dolía el rostro por tratar de no hacer lo mismo. Sonaba ridículo. —¿Trip hizo eso? —preguntó, secándose los ojos. —No, tu otro primo lo hizo. Trip se quedó quieto y dejó que sucediera. —No éramos amigos, lo había aceptado mientras estaba de mal humor camino al trabajo esa mañana, pero aun así no pude evitar sentirme traicionada. Eso la hizo reír de nuevo. —¿Qué pasó? Así que le dije en detalle, y cuando ella asintió con la cabeza en respuesta, supe que no había hecho alguna locura, algo inaudito. Además, Ginny realmente tenía diecinueve años cuando tuvo su primer hijo. Por supuesto que se iba a ofender al menos un poco. Afortunadamente para las dos, no se ofreció a llamar a Trip y hablarle bien de mí. Nunca le pediría que hiciera eso y ella sabía que podía manejar mis propias batallas… a menos que pidiera ayuda específicamente. Cuando me dio una palmada en la espalda y compartió media naranja conmigo, me dije de nuevo que no era gran cosa, que no debería molestarme tanto. Había actuado mal, pero aun así no cambiaría lo que había dicho. Podría ser un adulto y aceptar la responsabilidad de mis acciones. De alguna manera mi estado de ánimo se disparó después de que acepté esa realidad, y las siguientes horas fueron mejores. Hasta que fui a la tienda de delicatessen por dos refrescos durante un pequeño descanso entre los clientes justo después del almuerzo.
No fue una sorpresa que la fila para ordenar y pagar fuera larga. Mantuvieron los refrescos detrás del mostrador. Con dos personas delante de mí, la puerta sonó al abrirse, pero no me di la vuelta. Estaba demasiado ocupada mirando mi teléfono, revisando los horarios de los vuelos para visitar a mi mejor amiga. —¿Cómo te va? —preguntó una voz masculina detrás de mí. No me di cuenta de que me estaban hablando, así que seguí mirando mi pantalla. Hubo una risa corta. —Diana, ¿me vas a ignorar? Preguntándome quién diablos estaría hablando conmigo, miré por encima del hombro e inmediatamente pasé de estar confundida a no divertida. Era Trip, mi no amigo. —Hola. No sabía que me estabas hablando. Esa sonrisa brillante característica suya subió un poco, indiferente a mi tono y estado de ánimo. —¿Con quién más estaría hablando? —preguntó, todavía sonriendo. Me encogí de hombros, con ese ligero sabor a resentimiento en mi lengua. —No lo sé. No afectado, preguntó: —¿Vas a almorzar? —No, solo dos bebidas. —Hice una pausa, luchando contra el impulso de ser grosera y educada. El campeón ganando como siempre—. ¿Y tú? —Almuerzo. —Si sabía que no era exactamente mi persona favorita en ese momento, no dejó que lo afectara—. ¿Cómo va tu día? —Bien. —Mantuve mi boca plana—. ¿Y tú? —Sin quejas. —Esa bonita boca rosada suya se crispó y arqueó las cejas, su impresionante sonrisa crecía por segundo—. ¿También estás enojada conmigo?
Mi estado de ánimo se sentía como un globo pinchado por una aguja. Suspiré y di un paso más cerca cuando la línea detrás de mí se movió. —Tal vez. Él sonrió directamente. —Aww, cariño, no seas así. Debemos ser justos. Los chicos no pueden ver eso y pensar que no hay consecuencias si se meten en peleas. Empecé a abrir la boca sobre cómo no nos habíamos metido en una pelea, pero la cerré con la misma rapidez. Lo que pasaba con ser adulto a veces era que apestaba. Odiaba admitir que estaba equivocada con otras personas, a pesar de que anoche mientras hablaba con Josh había admitido haber participado en lo sucedido. Pero Trip tenía razón. —Sí importa algo, habría estado apoyándote a ti y no a Christy. ¿Cómo podría seguir enojada después de eso, especialmente con esa sonrisa radiante que había dirigido en mi dirección? —Al menos lo habrías hecho. No sé qué le hice a tu entrenador en jefe. Me hace sentir como si tuviera piojos. Cada vez que hablo con él, es como si fuera una carga para su alma. Si no quería a Josh ni a mí en el equipo, podría haber dicho algo antes, o simplemente no ponerlo en el equipo para empezar. —¿Qué? —Trip se rio entre dientes, su frente se arrugó en confusión mientras lo hacía. Estaba empezando a ver que este hombre se reía más que cualquier otra cosa. Era tan lindo—. ¿Dallas? —Si. —No iba a contarle sobre el primer día que nos conocimos. No era asunto suyo lo que le había sucedido al hermano de Dallas, familia o no. No sabía qué podría haber contado Dallas a otros esa noche. Quizás les había contado todo. Quizás no les había dicho nada. Pero no era mi noticia para compartir con otras personas. Odiaría que difundiera mis asuntos. La frente del rubio se puso aún más arrugada, y sacudió la cabeza levemente con incredulidad. —Él fue quien señaló a tu hijo en primer lugar. —Hizo una pausa y volvió a negar con la cabeza—. ¿Él está siendo así?
Asentí. —Nah. Eso no tiene ningún sentido. Lo conozco de toda la vida y nunca lo he visto enojarse con nadie. Está bastante jodidamente relajado. ¿Estábamos hablando de la misma persona? Lo había visto enojarse con dos personas en las pocas veces que había estado con él. Pareció pensar en ello por un momento antes de hacer un ruido profundo en el fondo de su garganta. Uno de sus ojos se entrecerró un poco. —¿Coqueteaste con él? El bufido que salió de mí fue tan insultante que no había forma de que pudiera haberlo tomado de otra manera. De ninguna maldita manera. —No. —Ni siquiera tuve que pensar en eso. No lo había hecho. Ni siquiera un poco. Tal vez lo había visto un poquito, no era una santa, pero no le había dicho que saliera de su habitación solo en bóxers. Pero paré de mirar por debajo del cuello en el instante en que supe que estaba casado. Trip parecía más que divertido. —Solo estoy preguntando. Se pone un poco sensible con esa mierda. —¿Porque estaba casado o separado o lo que sea que era?—. No me ha dicho nada sobre ti. Sin saber qué pensar o decir, froté mis manos por la parte delantera de mis pantalones nerviosamente. —Simplemente no quiero que las cosas se pongan incómodas si tenemos que vernos todo el tiempo. Juro que no hice nada para que no agradarle. Era bastante agradable al principio... —En ese momento, me di cuenta de que me estaba quejando con un hombre adulto sobre su primo. Necesitaba parar. Había un montón de cosas inútiles que podía hacer en su vida y lloriquear con un hombre por otro hombre parecía estar en la parte superior de la lista—. Simplemente no sé lo que hice, y no quiero que las cosas se pongan incómodas. —Le preguntaré. No siempre entiendo lo que se le sube por el culo y lo que no, —Trip explicó casualmente, tan abiertamente que me tomó por sorpresa ya
que realmente no nos conocíamos bien—. Eres agradable a la vista, cariño. Sé que no me importaría que coquetees conmigo. —No coqueteé con él, —prácticamente grité, repitiendo cada conversación que había tenido con el hombre. Nada. No pude ver ningún coqueteo allí. Trip alzó los hombros en este gesto casual, todavía sonriendo; eso podría haber significado “te creo” o “no sé qué decirte”. Excelente. Me burlé, tomando en consideración sus palabras para más tarde, y luego concentrándome de nuevo en el hombre frente a mí, sonriendo. —Deja de sonreírme así, —le dije, mirándolo. Eso solo hizo que su sonrisa se ampliara. —¿Cómo qué? Sabía exactamente lo que estaba haciendo. No era tonta. Definitivamente él tampoco lo era. —Como eso. Soy una causa perdida. No desperdicies todo eso —agité mi mano en un círculo—, sobre mí. Su risa me recordó mucho a Ginny, en ese momento, parecía como si hubiera conocido a Trip la mitad de mi vida. —No sé de qué diablos estás hablando. —Eres un maldito mentiroso. —Le solté un bufido, sonriendo seriamente. Cuanto más se reía, más se cortaban los bordes de nosotros sin conocernos y me hacían sentir como si ya fuéramos amigos. —Gin ya me dijo que fingiera que estás casada y tienes verrugas en el rostro. —Sus manos se levantaron para acariciar la camiseta blanca manchada que tenía puesta. Algo me dijo que ella no era la primera persona en su vida en dejarle clara esa distinción—. Ella dijo que sus tijeras se resbalarían o algo así si intentaba algo. Oh, Ginny. No estaba segura de cómo tuve tanta suerte no solo de tener una gran amiga, sino de tener dos simplemente parecía una bendición que no muchas personas recibieron en sus vidas. —No te metas con una chica y sus tijeras. —Levanté la mano e hice movimientos de corte con los dedos índice y medio, arqueando las cejas.
—Sé cómo comportarme. Lo miré. —No te creo. La sonrisa en su hermosa cara, la sombra de barba y el cabello rubio ceniza, confirmaba lo lleno de mierda que estaba. Al menos no se molestaría en continuar. Y ahora que las reglas básicas entre nosotros se habían establecido, me hizo sentir aún más a gusto con él. —¿Qué le parece a Josh el equipo? —preguntó, como si sintiera que nuestras líneas habían sido trazadas. Le dije la verdad. —Bueno. Está listo para empezar a competir. —Ya había comenzado a prepararme mentalmente para sentarme partido tras partido, hora tras hora, durante la siguiente parte de mi vida. El béisbol competitivo fue probablemente una de las cosas más difíciles a las que tuve que adaptarme cuando tuve a Josh por primera vez. —¿Cuánto tiempo ha estado jugando? —Desde... tee-ball cuando tenía tres años. —Eso fue hace casi ocho años. Yo tenía casi veintidós años cuando él comenzó. Si eso no tenía la capacidad de hacerme sentir como si la vida hubiera pasado volando, no sabía qué podría hacerlo. —Tu chico tiene esa mirada en los ojos. Me siento un poco como un idiota ahora que nunca le presté mucha atención a Gin cuando mencionaba al chico de su compañera de trabajo que jugaba. Me encogí de hombros. Al menos sabía que debería sentirse tonto. —Ella dijo que tu hijo también está en el equipo. ¿Cuál es él? —Había estado tratando de averiguar cuál de los chicos del equipo era su hijo, pero aún no lo había conseguido. Ambos entrenadores siempre estaban rodeados por al menos dos chicos, y tal vez no le había prestado suficiente atención, pero no lo había notado destacando a uno más que a los demás.
—Dean. Cabello rubio. Nunca deja de hablar. Había un chico rubio de cabello oscuro en el equipo que había sido un tonto gigante incluso durante las pruebas. En la práctica del día anterior, había estado cantando temas musicales cada vez que un chico diferente se acercaba al bate durante la práctica. —Y tienes otro, ¿no? Trip hizo un ruido con la garganta. —Tiene dos años. No puedo verlo mucho, —admitió con tanta facilidad que no estaba segura de cómo tomarlo. Su tono no había cambiado, pero… bueno, no lo conocía lo suficiente como para estar segura de sí había algo más escondido allí, pero fácilmente podría haberlo. Trip no sabía que yo sabía que tenía hijos con diferentes personas, y no estaba segura de cuánto le gustaría que Ginny me dijera cosas así, incluso si no hubiera sido con malas intenciones o falta de afecto por su parte. Ella solo estaba cuidando de mí. La línea detrás de mí se movió hasta que fui la siguiente. —¿Solo tienes a tus dos hijos? —preguntó. —Sí, —respondí—. En realidad, son mi... Su teléfono empezó a sonar y me guiñó un ojo mientras buscaba en su bolsillo. —Dame un segundo, —dijo, acercándoselo a la cara y respondiendo. Me di la vuelta para darle un poco de privacidad, prometiéndome a mí misma que le hablaría de los chicos en otro momento.
—¿Quién es la que no nos gusta?
Casi escupo el agua que había estado bebiendo. —¿El gato te comió la lengua, Di? —el hombre mayor se rio entre dientes, dándome una palmada en la espalda mientras yo tosía para respirar después de su pregunta. Louie, que estaba sentado al otro lado de su abuelo en las mismas gradas que nosotros, inclinó, su cara todo preocupado y suave. —Tía, ¿estás bien? Tosí y luego tosí un poco más, la mano con la que me tapé la boca para evitar escupir a la gente frente a nosotros, quedó más que un poco húmeda por lo que no había podido tragar. Miré al señor Larsen por el rabillo del ojo, intentando con todas mis fuerzas no reírme, y asentí a Lou. —Creo que un insecto voló a mi boca, Goo. Estoy bien. Hizo una mueca. —Odio cuando hacen eso. No saben a pollo. ¿Qué demonios? Antes de que pudiera preguntarle por qué asumiría que los insectos sabían a pollo, el Sr. Larsen me dio una expresión de horror que compartimos por un momento. Levantó los hombros y yo hice lo mismo. Iba a culpar a su lado de la familia por eso. Luego le susurré al hombre mayor: —Ella no está aquí. No la dejarán venir a dos prácticas. Yo solo fui suspendida de una. Él había dicho “oo” y “ahhed”, un deporte total después de que tuve que admitirle por qué no podía llevar a Josh a practicar. Sin perder el ritmo, preguntó después: —¿A qué hora necesita estar allí? —Mi amor por los Larsens no conocía un final ni un principio. Tenía una gran familia, pero a veces conocías a personas que encajaban tan perfectamente en tu vida que no te imaginabas que nunca serían parte de ella. Y estas dos personas fueron más allá. Su capacidad de amar no conocía límites. La siguiente hora pasó volando con comentarios sobre la práctica de Josh y cuánto estaba mejorando desde que comenzó a recibir ayuda de entrenadores adicionales hace un año. Salí del trabajo y me dirigí directamente a las
instalaciones, a pesar de saber que los Larsens se quedarían con los chicos esta noche y los llevarían a la escuela a la mañana siguiente. Cuando Trip y Dallas llamaron a los chicos a un círculo para despedirlos, todos nos levantamos y nos dirigimos hacia el espacio en la cerca junto al campo para esperar. Josh sonrió cuando nos vio después, pero no corrió gritando ni nada. Me gustaba decirme a mí misma que estaba emocionado de vernos, pero que estaba creciendo. Los días en que él gritaba “¡Diana!” a todo pulmón cada vez que me veía se acababan. Nos dejó darle una palmada en la espalda antes de decir inmediatamente: —Tengo hambre. Ya había saludado a Trip antes cuando me levantó la barbilla del otro lado de la cerca, nuestra conversación aún fresca en mi mente. Me molestó un poco cuando hizo el comentario de que Dallas se sentía mal con las mujeres que coqueteaban con él. ¿Era solo porque técnicamente todavía estaba casado o cómo diablos era la situación? Eso no me ofendió en absoluto, honestamente, probablemente era exactamente lo contrario ahora que sabía la verdad, íbamos a vernos bastante a menudo. No me gustaba el drama y la incomodidad, y definitivamente no quería enfrentarlo un mínimo de dos veces a la semana durante quién sabe cuánto tiempo, todo porque había tenido una impresión equivocada de mí. Así que lo encontraba un poco atractivo, tenía un gran cuerpo, cualquiera con ojos podía ver eso, pero encontraba a muchos hombres atractivos y no había coqueteado con él para empezar. No era como si tuviera una forma de saber que él estaría dentro de su casa cuando ayudé a su hermano. Después de eso, dejé galletas como con la mayoría de los vecinos que vivían cerca de mí, no solo a él. Pero la segunda vez que nos vimos, había venido. No había ido con él. Todo después de eso... podía ver por qué él podría pensar que había estado coqueteando. Quizás si fuera un idiota. Acercarse a él en un bar, llamarlo y caminar hasta su casa, a pesar de que todo había estado relacionado con el béisbol y solo con el béisbol…. Podría darle un poco de holgura. Solo un poco.
Pero todavía quería echar a este elefante blanco del vecindario. Así que mientras merodeaba por el estacionamiento mientras los Larsens y los chicos se iban en su minivan, estuve atenta a los adultos que aún merodeaban por el perímetro de las instalaciones, tratando de encontrar a la persona específica que estaba buscando para no tener que aparecer inesperadamente en su casa y hacerlo sentir más incómodo. Acababa de decidir que podría haberse ido sin que me diera cuenta cuando lo vi de pie junto a la parte trasera de la camioneta negra con Trip junto a él. —Diana, —me llamó Trip por encima del hombro de su primo cuando notó que caminaba hacia ellos. —Mucho tiempo sin verte. —Deslicé mi mirada hacia Dallas, haciendo una extraña y tensa sonrisa en mi rostro—. Hola, Dallas. Antes de que mi vecino respondiera con un saludo, Trip alzó las manos en el aire. —Me voy a poner en marcha. Dean está esperando en la camioneta. Dallas Texas, te veo mañana. Cariño, espero verte mañana. —Trip me guiñó un ojo mientras se alejaba. Él era otra cosa, y esa otra cosa hizo que mí no tan sonrisa se convirtiera en una real. Fue tan incómodo como pensé que sería cuando Trip se subió a su camioneta, haciéndonos alejarnos de la parte de atrás mientras él salía del estacionamiento. Vi una cabeza en la cabina trasera. No quedaban muchos padres dando vueltas, pero había suficientes, y no pude evitar sentir el peso de sus miradas sobre nosotros. No era fanática de que me miraran boquiabiertos, pero era inevitable, ¿no? Justo cuando Dallas abrió la boca para decir lo que estaba en su mente, le adelanté. —Oye, solo quiero aclarar el aire entre nosotros. Si he hecho algo que te hizo sentir incómodo —acercarme a ti en un bar o ser muy agresiva para cambiar el horario fueron ambas opciones que acepté libremente—. Lo siento. No quise decir nada con eso. A veces trato de ser útil, pero tal vez debería
ocuparme de mis propios asuntos, pero en realidad, no quiero decir nada que no sea profesional o amistoso. La mirada que me dio no me desanimó en absoluto. No. —Solo para que lo sepas, sí, creo que eres un chico guapo, pero no eres mi tipo. Te juro que no intento meterme en tus pantalones ni nada. Puedo ver tu anillo de bodas y no hago ese tipo de cosas. Todavía no había dicho una palabra, y solo para asegurarme de que entendía, seguí. —Trip y tú invitaron a Josh. No era como si estuviera tratando de meterlo en el equipo para seducirte o algo así —Me había ido con “seducido”. Todo bien. Nunca había usado esa palabra en voz alta, pero había un principio para todo. Hubo otra pausa breve e incómoda antes de que mi gran boca siguiera divagando—. Me gustaría que fuéramos amigos ya que vivimos al otro lado de la calle, pero si eso no es algo que estés dispuesto a hacer, está bien. No voy a llorar por eso. Había una gran posibilidad de que la última parte fuera innecesaria, pero no sabía qué más decir. ¿Qué se suponía que debías hacer cuando alguien no quería ser tu amigo o al menos ser amigable, y habías hecho todo lo posible? Pensé que había sido una buena persona. Una vecina bastante buena. No había hecho nada que lo hiciera sentir incómodo. Al menos, realmente pensé que no lo había hecho. Froté mi mano contra la parte superior de mi muslo y dejé escapar un profundo suspiro por el peso que parecía haberse levantado de mis hombros. Me encontré con su mirada de frente, queriendo asegurarme de que pudiera ver que no había corazones ni estrellas en mis ojos. Mi mamá siempre me había dicho que era tan sutil como un elefante. —¿Entonces? ¿Debería irme a la mierda o no? Los párpados de mi vecino se balancearon hacia abajo sobre el color marrónverde-dorado de sus iris. —¿Alguien te ha dicho alguna vez que tienes un problema para mirar fijamente?
Me aseguré de no cerrar los ojos por un segundo, a pesar de que el impulso era fuerte. —¿Alguien te ha dicho alguna vez que tienes una imaginación activa? Ninguno de los dos parpadeó. No iba a perder esta mierda. Obviamente, él tampoco estaba tratando de perder. Podría respetar eso. La pequeña sonrisa que se formó en su boca no fue la primera, segunda, tercera o cuarta cosa que hubiera esperado de él. Juraría por mi vida durante los próximos años que sus ojos brillaban, pero probablemente era solo la luz del alumbrado lo que les daba esa impresión. Luego parpadeó. Gracias a Dios, yo también parpadeé. Dallas-No-estaba-seguro-de-si-ese-era-su-verdadero-nombre-o-no hizo un ruido directamente de sus fosas nasales. Sus párpados volvieron a su posición normal mientras sus cejas arqueadas ocupaban un lugar central. —No me siento 'incómodo', —comenzó. Su boca permaneció en la misma posición de sonrisa parcial en la que había estado hace un momento. Era un primo triste de la sonrisa que les había dado a los chicos y a su amigo en el bar, pero lo aceptaría. No necesitaba más—. No me has hecho sentir 'incómodo'. UH Huh. Por supuesto. Por eso se quejaba del contacto visual y trataba de ganar nuestra competencia de miradas. Y usando sus dedos como comillas. Por supuesto. Lo que tenía que ser su lengua se clavó en el interior de su mejilla mientras me miraba con atención. —Estabas coqueteando conmigo... Estallé. —¿Qué? —Las posibilidades de que mi rostro estuviera arrugado eran altas. Muy altas—. ¿Cuándo? —Por el sonido de las palabras que salían de mi boca, no me había dado cuenta de que asumir que él había pensado que había estado coqueteando con él era completamente diferente a que él admitiera que pensaba que sí. No lo había hecho. —Trajiste galleta ...
—Que mi mamá hizo para las ocho casas más cercanas a mí. Ve a preguntarle a los vecinos. —¿No le había dicho esto ya? Era guapo, pero no tanto. Tenía mejores cosas que hacer con mi precioso tiempo que hornearle galletas. ¿Qué carajo estaba pensando? ¿Era uno de esos idiotas del mundo que pensaba que todas las mujeres estaban interesadas en él? Claro, tenía un cuerpo increíble, pero todo lo que tenías que hacer era ir a las redes sociales y buscar un modelo de fitness para encontrar uno igual de agradable. Tratando de decirme a mí misma que no necesitaba enojarme por ninguna razón, dejé escapar un suspiro por la nariz y traté de dejar escapar la exhalación más controlada que fuera capaz. Básicamente, todavía sonaba como un dragón. —No te ofendas, amigo. Soy agradable y tengo modales, y prácticamente salvé la vida de tu hermano. No estaba tratando de meterme en tus pantalones después de verte solo una vez. —Tal vez eso fue más duro de lo necesario, pero me sentí insultada. Esos ojos marrón-verde-dorado se entrecerraron mientras parecía procesar lo que estaba diciendo. Incluso la mayor parte de la sonrisa en sus labios se desvaneció. Sintiéndome más indignada de lo que probablemente tenía derecho a estar, pensé que debería seguir adelante y mencionar cualquier otra cosa que pudiera probar y usar como ejemplo antes de que me cabreara. Levanté un dedo. —Fui al bar, Mayhem, con mi amiga y jefa, Ginny, que es la prima de Trip, que también es tu prima. Trabajo calle abajo desde allí. Pregúntale a cualquiera que conozca a Ginny. Levanté otro dedo. —La única razón por la que te dije hola fue porque eras la única persona allí que conocía y no quería ser grosera. Un tercer dedo se levantó. —Y antes de llamarte sobre el horario del equipo, llamé a Trip primero cada vez. La única razón por la que no fui a su casa para quejarme fue porque no sé dónde vive.
En mi cabeza, agregué “hijo de puta” al final de eso. En realidad, no lo hice. A veces incluso me asombraba a mí misma. El silencio entre nosotros fue denso. Y finalmente dijo, con su mirada aguda y su boca de regreso a una línea firme, —Estoy casado. Lo perdí. —Bien por tí. ¿No dije que no lo estuvieras? —Jesucristo. Ya le había dicho que sabía que estaba casado y que no quería tener nada que ver con eso—. Tengo amigos casados, y por algún milagro, me las he arreglado para mantener mis manos quietas cada vez que he pasado tiempo con ellos, si puedes creerlo. Nos miramos el uno al otro durante tanto tiempo, a los ojos, de una expresión inteligente a otra que no me di cuenta de inmediato que ambos rasgos faciales se suavizaron gradualmente. Él se había equivocado y yo… no. Cabrón. Fue casi como si pudiera leer mi mente porque levantó la ceja. Levanté las mías de igual forma, repitiendo la palabra en mi cabeza. Cabrón. Su ceja se quedó dónde estaba y también la mía. Una vez que te inclinabas ante alguien, eras su perra. Y si había algo que había aprendido sobre mí en el transcurso de los últimos años y las últimas docenas de errores, ese no era exactamente un título que me sentaba bien, y no era uno que quisiera tomar de buena gana, otra vez. Especialmente no de este hombre que no puso comida en mi mesa y ropa en mi espalda. Por lo general, era mucho más amable que esto, pero así era básicamente como trataba a las personas después de que me conocían por un tiempo. Fue su culpa que me sacara esto tan pronto. Repetí la palabra para mí misma, esperando que pudiera leer mis pensamientos: idiota. La boca de Dallas se arrugó, destacando el hecho de que su labio inferior estaba más lleno que el superior; las arrugas en su frente se suavizaron, y finalmente
extendió su mano en mi dirección, esos ojos color avellana todavía en los míos. ¿Pensó que tenía un problema con la mirada? Él también tenía uno. —Estamos bien, —anunció al mundo, de manera constante. Como si quisiera ser amiga de él en este momento. Trip, me gustó. Dallas, por otro lado, no sabía qué diablos pensar. Tal vez podría haber razonado que la mujer del auto rojo lo había empujado al límite, pero yo no iba a ir allí. Su hermano parecía un idiota. Jackass Jackson. Pero… Iba a ser adulta y aceptar que todos cometimos errores. ¿No lo sabía ahora? Joder. Él no escupía en su mano y yo no escupía en la mía para formar una especie de amistad eterna, como había hecho con Vanessa hace tantos años. Bien podríamos sacar lo mejor de esta situación. La vida era mucho más fácil junto a un pino que a un cactus. Además, esto era para Josh. Para él, no había nada que yo no pudiera o no quisiera hacer. Y Dallas y yo íbamos a estar atrapados durante mucho tiempo. Literalmente. Apreté mi mano en la suya. La parte del cuerpo callosa y mucho más grande que consistía en una palma y dedos se tragó la mía entera. Al menos tenía el agarre de un hombre. —Todo bien. Estamos bien. —Nos estremecimos, y antes de que me soltara, le pregunté con el rostro serio—: Entonces, ¿se ha cambiado el horario?
Capitulo Nueve
Las palabras de Josh me hicieron congelarme. Tuve que mirar por encima del hombro con una cuchara larga cubierta de salsa en la mano para poder leer sus labios y asegurarme de que no había imaginado sus palabras. —¿Qué dijiste? El niño de casi once años con la cabeza en el refrigerador se asomó, con un galón de jugo de naranja en la mano. Me miró mientras decía las palabras que esperaba haber escuchado mal: —¿Mis amigos pueden pasar la noche? Mi pensamiento inicial fue no, por favor, Jesucristo, no. Ni siquiera tuve que intentar sacar los recuerdos de la última vez que sus “amigos” se habían quedado a dormir. ¿Amigos? Más cómo demonios del noveno círculo del infierno. Mi alma tenía cicatrices; no se había olvidado ni por un segundo de las literas rotas, los platos rotos, el inodoro atascado o, Dios me ayude, los gritos y las corridas por nuestro apartamento. Pensé que las fiestas de pijamas de chicos serían como las pijamadas que Van y yo teníamos casi todos los fines de semana: salíamos a mi habitación, miramos revistas, veíamos películas, nos pintamos las uñas, hablamos de chicos y comíamos todos los bocadillos de mi madre. Las fiestas de pijamas de chicos eran un maldito infierno, al menos a la edad de Josh. Di por sentado lo bien que se portaban Josh y Louie solos. Realmente lo hice. A pesar de toda la mierda que perdieron, las cosas que olvidaron, los inodoros en los que orinaron, los productos alimenticios que metieron en los cojines del auto y los calcetines sucios que dejaron por todas partes, eran realmente geniales.
No fue hasta que estuve cerca de los hijos de otras personas que recordé por qué, antes de Josh y Louie, no había planeado tener hijos durante mucho, mucho tiempo. Si los tenía alguna vez. Y de alguna manera me había salido con la mía sin tener más que Josh y Louie al mismo tiempo durante casi un año. Me había tomado un año recuperarme de las bestias que Josh había invitado a quedarse. Demonios, todavía no lo había superado todo. Tuve suerte de que no lo hubiera mencionado antes. Desafortunadamente, mi tiempo se había agotado. ¿Cómo podría decirle que no podía tener amigos tan cerca de su cumpleaños? Él ya me había dicho que no quería hacer una fiesta, pero en palabras de mi mamá, ¿cómo podría no tener una fiesta? Siempre había pensado que las reuniones eran más para los adultos que para los niños, pero ahora sabía con certeza que esa era la verdad. Josh realmente podría haber estado perfectamente feliz recibiendo veinte dólares e yendo al cine o a la jaula de bateo. —¿Por favor? —preguntó el chico con tanta esperanza en su voz que aplastó mi alma. Por favor no me hagas esto, Pensé, pero lo que realmente salió de mi boca fue más como —Claro que sí…. Pero no más de tres, ¿de acuerdo? ¿Era demasiado esperar que dijera que en realidad solo quería a un amigo? Lo era. Porque su respuesta fue: —Tres está bien. Dios ayúdame. Estaba pagando con intereses todo lo que había hecho pasar a mis padres.
—¡Te veo mañana por la mañana! —Le dije a la mamá que estaba subiendo a su auto, agitando una mano con demasiado entusiasmo. Apuesto a que estaba emocionada. Ella acababa de admitir que su único hijo pasaba la noche en mi casa. Por supuesto que iba a estar lista para seguir adelante con ella el viernes por la noche. Ni siquiera se había molestado en entrar a la casa para asegurarse de que no tuviera jaulas o una cámara de tortura. El chico del equipo Tornado había sido pateado a la acera: a la mia. Dos de cada tres chicos habían terminado, y ya podía oírlos pisando fuerte dentro de mi casa. Oh Dios mío. ¿Qué había hecho? ¿Por qué había aceptado esto? No estaba hecha para fiestas de pijamas. Si pudiera haberme encorvado y llorar en silencio, balanceándome hacia adelante y hacia atrás, lo habría hecho. Algo se iba a romper antes del final de la noche y no tenía forma de saber qué sería. Quizás mi cordura. Dios ayúdame. Ya había comido dos paquetes de Pop-Tarts por lo estresada que estaba y tenía otro paquete envuelto en papel de aluminio en mi bolsillo trasero en caso de una emergencia. Cuando el sonido del motor de una camioneta estacionando me hizo abrir los ojos nuevamente, dejé escapar un profundo suspiro y vi como la puerta del pasajero de una camioneta Dodge negra se abría y salía un chico rubio con una mochila en la mano. Había olvidado que Josh había mencionado que era uno de los niños que pasaba la noche. Sonreí mientras saltaba por el camino, sin siquiera darse la vuelta para prestar atención a Trip, que había estacionado la camioneta y se abría pasó alrededor de la parte delantera.
—Hola, señorita Diana. —El pequeño rubio sonrió de una manera que hubiera sido tímido para cualquier otro niño excepto él. En él se veía… no sé cómo se veía. Problemas, más que probable. Se me acercó en la última práctica y se presentó. Si pensaba que Josh tenía confianza, no tenía nada sobre este chico. Me recordó a alguien que conocía: su papá. —Oye, Dean. ¿Cómo estás? —Bien. —Seguía sonriendo. Yo también. Era lindo. —Josh y los otros chicos están dentro. ¿Quieres que te muestre dónde? —Le pregunté, mirando hacia arriba para ver a Trip que venía detrás de él, con una sonrisa de complicidad en su hermosa y juguetona cara. Por lo que parece, también tenía la capacidad de oler a los de su propia especie, excepto que era un problema. —Puedo averiguarlo. —Dean parpadeó con esos ojos azules como los de Ginny— . Gracias por dejarme pasar la noche. —De nada, —le dije, haciéndome a un lado para dejarlo entrar en la casa. Trip miró a su hijo mientras el niño entraba sin mirar atrás de él, gritando: —¡Adiós, Dean! —en un tono sarcástico. A lo que recibió una respuesta a gritos de “¡Adiós!” Solo “adiós”. No “adiós, papá”, no nada. Incluso eso me dolió. Trip y yo negamos con la cabeza. Hice una mueca y él parecía resignado. —Es el principio del fin, ¿no? —Le pregunté al rubio que seguía subiendo por el camino. Vestido con jeans, sus botas de motociclista habituales y su característica camiseta blanca, sin su chaleco del club de moteros, se veía recién duchado y demasiado guapo con barba rubio oscuro cubriendo la mitad inferior de su cara. —Ha sido el principio del fin desde que empezó a hablar. Voy a pagar por todas las estupideces que hice con ese chico.
Me reí porque me di cuenta que, de tal padre, tal hijo. ¿Y no había pensado lo mismo sobre Josh? Me guiñó un ojo mientras se detuvo frente a mí en la terraza, su cara juguetona, los ojos brillantes. —Hola, Trip, —lo saludé con una amplia sonrisa. —Hola cariño. Sintiéndome un poco tímida, extendí un brazo y él se inclinó hacia mí, lanzando su propio brazo sobre mi hombro para darme un abrazo. La gran sonrisa en su cara cuando se apartó, me recordó lo mucho que me gustaba. En parte era porque me recordaba mucho a Ginny, pero realmente sentía que lo conocía y me sentía cómoda con él. —Gracias por invitar a Dean, —dijo, apoyando las manos en las caderas. La risa que solté fue toda una bola de nervios, miedo y pánico, y eso debió ser notorio en mi rostro porque el hombre mayor se echó a reír. —Acabas de descubrir que te espera un mundo de mierda esta noche, ¿eh? —Trip soltó la declaración. Oh, Dios mío, realmente me estalle de risa esa vez, todo burbujeaba dentro de mí. —Lo estoy, ¿no? —Jadeé—. Tengo miedo de entrar allí. Realmente lo tengo. Eso solo lo hizo reír más fuerte. —Solo los voy a encerrar juntos en la habitación y ver qué pasa, —bromeé, sin saber de qué otra manera lidiar con eso que hacer una broma para no llorar—. La mamá de Jace prácticamente lo echó del auto y me saludó con la mano desde el asiento del conductor, y la mamá de Kline se acercó a la puerta con él y salió acelerando de aquí, —le dije. —¿Jace y Kline están aquí?
Oh Dios. —Me equivoqué, ¿no? —¿Tienes Benadryl? —Si…. —Sé que la madre de Kline y yo ni siquiera nos enojaríamos un poco si les dieras un poco de Benny más tarde. —Apenas podía pronunciar las palabras—. Sólo digo. ¿Qué había hecho? Debería haber pedido boletas de calificaciones y mierda para aprobar a los chicos antes de que vinieran. Informes de incidentes de otros padres. Entrevistas. Alguna cosa. Gruñí. Luego gemí un poco más. No iba a llorar tan temprano en la noche. No lo haría. Simplemente jugando, le pregunté: —¿Tienes planes para esta noche? Tengo unos filetes en la nevera que iba a preparar para la cena de mañana. Que me podrían convencer de asarlos a la parrilla esta noche... —Me detuve, medio riendo mientras lo decía. Sus ojos azules me devolvieron la mirada, la esquina de su boca se elevó en una sonrisa. —Estaba planeando ir a Mayhem ya que te quedarás con Dean esta noche. —Frunció los labios—. Podría correr a la tienda, comprar cerveza y volver. Bueno, mierda. No esperaba exactamente qué me tomara en serio, pero ahora que no estaba en desacuerdo... Lo miré un poco, esperando que no hubiera recibido el mensaje equivocado de mi invitación. —Siempre y cuando me prometas que no me coquetearás ni nada. —Más o menos balbuceo riéndose. Maldita sea. No lo podía creer. Dallas le había dicho. Levanté las manos mientras miraba al rubio. —Solo amigos, Jesucristo. El pequeño también está aquí. Habrá supervisión.
—Estoy jodiendo contigo, cariño, —se rio entre dientes—. ¿Necesitas algo de la tienda? Ya me había abastecido esa mañana ya que había sido mi día libre. —Estoy bien gracias. Trip me guiñó un ojo. —Todo bien. Regresaré entonces. Me sentí más que aliviada de tener a alguien más en la casa conmigo mientras estaban por todas partes, incluso si esa persona era Trip. Tragué saliva y me volví para regresar a mi casa mientras mi nuevo compañero de cena se dirigía hacia su camioneta. En el interior, la sala de estar estaba vacía, pero podía escuchar un ruido procedente de la habitación de Josh. Sin Louie a la vista, eché un vistazo a su habitación y lo encontré tendido a lo ancho en su cama con su tableta en la mano, en cualquier juego que estuviera jugando. Mi valentía fue tan lejos como para mirar dentro de la habitación de Josh para encontrar cuatro chicos allí. Josh ya me había preguntado si podíamos trasladar la Xbox a su habitación por la noche, y yo estuve de acuerdo. Su otra tía le había regalado un pequeño televisor por su último cumpleaños, así que, si rompían algo, al menos sería su televisor y no el nuestro de cuarenta y cinco pulgadas. Antes de que me atraparan, me escabullí y me dirigí hacia la cocina. Llegué a envolver unas patatas en papel de aluminio y sazonar los cuatro filetes que había comprado el día anterior, con la intención de invitar a mis padres a cenar, cuando sonó el timbre. A través de la mirilla encontré la parte posterior de la cabeza de Trip en el otro lado, el teléfono que sostenía en su cara apenas visible. —Te dije dónde estoy. Cruzando la calle. Diana tiene a Dean. —Trip se dio la vuelta en medio de una conversación cuando la puerta crujió mientras la abría. Levantó el paquete de seis que se había ido a comprar—. Acabo de comprar un seis. Espera. —Se apartó el teléfono de la cara y preguntó—: ¿Te importa si Dallas viene y toma una cerveza?
¿Eh? Me encogí de hombros y negué con la cabeza. Habíamos hecho las paces. Más o menos. —Nop. —Al menos tenía suficiente comida. Había planeado pedir pizza a Josh y sus amigos más tarde. —Diana dijo que viniera. Tiene miedo de Jace y Kline, —le dijo a su primo. —Cállate, —siseé ante su exageración, ganándome otro guiño. —Bien, más tarde, —dijo finalmente Trip antes de colgar el teléfono—. Viene. Las palabras apenas habían salido de su boca cuando los chicos empezaron a gritar todos juntos lo suficientemente fuerte como para ser escuchados en el pasillo: —¡Mátalo! ¡Mátalo! ¡MÁTALO! Y así fue exactamente como me encontré en una casa con siete hombres un viernes por la noche.
—Le dije a Ginny que viniera, —les dije a los dos hombres apoyados en la encimera de la cocina, cada uno con una botella de cerveza en la mano. —¿Viene directamente del salón? Sacudí la cabeza, volteando los filetes con un tenedor. —No. Se reunirá con Wheels para cenar y después dijo que vendría. Era imposible pasar por alto la leve mueca de desprecio que apareció en la cara del rubio, a pesar de que mi atención no estaba centrada en ningún lado cerca de él. Estaba demasiado ocupada tratando de cubrir los filetes en el aceite de manera uniforme.
—¿No te gusta Wheels? —Le pregunté, refiriéndome al prometido de Ginny. Fue Dallas quien dejó escapar una risita en respuesta que me hizo mirar en su dirección. No había dicho mucho desde que apareció hace unos minutos, recién duchado y con una botella de Jack en una mano y un recipiente de cartón con cuatro Coca-Colas embotelladas de vidrio en la otra, lo que me hizo mirarlo, preguntándome si había estado subestimando a este hombre todo el tiempo. Ajeno a que yo comprobara su excelente sabor en refrescos, todo lo que dijo fue: “Hola, Diana” y yo dije: “Hola, Dallas. Pasa. Trip está en la cocina”. Eso fue todo. Acabábamos de acordar ser amigos, o al menos ser amistosos, así que esto no debería ser gran cosa. No quería hacerlo raro y me alegré de que él tampoco. Podríamos resolver esto. Afortunadamente, Trip habló lo suficiente para compensar cualquier incomodidad que pudiera haber entre nosotros. Entonces, para que el prometido de Ginny fuera lo primero que decidió comentar después de que Trip y yo discutiéramos sobre cómo cocinar un bistec correctamente, me tomó por sorpresa. Luego, que él se encogiera de hombros y se mostrara casual al respecto, me desconcertó aún más. —El está bien…. —Trip se calla. —No puedes decirme que está bien y no decirme lo que no te gusta de él, —dije. Los dos intercambiaron una mirada con la que no estaba familiarizada. —¿De verdad? ¿No me lo vas a decir? —Lo pensé y enderecé mi columna, a una frase de enojarme mucho—. ¿Es malo? ¿Le hizo algo a Ginny? Trip dijo. —No si quiere seguir viviendo. Oh. —¿Entonces qué es eso? —¿Lo has conocido? —Sí, algunas veces. Siempre pareció un buen tipo. Trip y Dallas intercambiaron otra mirada.
—¿Qué es? —pregunté de nuevo—. Él siempre es amable conmigo. Trip fue el único que resopló esa vez. —¿Por qué no sería amable contigo? —Porque nadie tiene que ser amable con nadie más. He conocido a muchos imbéciles. Dallas se rio disimuladamente al mismo tiempo que Trip resopló. Volví con el prometido de Ginny. —¿Eso es todo lo que le pasa? ¿A ustedes simplemente no les gusta? El rubio asintió con la cabeza como si pensara en la pregunta. —Si Ginny fuera tu familia y supieras las cosas que él ha hecho y la gente con la que... se ha metido, no estarías bien con él estando solo con ella, —finalmente logró explicar—. Pero es con quien quiere estar, y ella sabe toda su mierda, así que no podemos decir nada más. Podía oler tonterías a una milla de distancia, y eso fue exactamente lo que olí mientras decía su razonamiento. A Ginny le encantaba Wheels. Los había visto lo suficiente juntos. Escuché sus conversaciones telefónicas. Y Wheels siempre había sido muy dulce con Gin. Le traía flores, le traía el almuerzo de vez en cuando, le enviaba mensajes de texto y la llamaba con regularidad. Por cualquier cosa que pudiera haber hecho antes que ella, ahora era amable con ella, y Gin era una mujer adulta. Si conocía sus asuntos, entonces podría ocuparse de él. Si yo estuviera en sus zapatos, no tanto, pero no lo estaba. —Estoy segura de que aprecia la idea que hay detrás de ti de querer lo mejor para ella, pero sabe lo que está haciendo, —les dije. —No estoy diciendo que no lo haga. —Sí, pero estás diciendo que no te agrada por lo que ha hecho en el pasado, ¿verdad? —Miré a Trip por encima del hombro para tratar de suavizar lo que iba a decir a continuación—. Imagina si encontraras a alguien con quien quisieras estar y no le agradaras a su familia por las cosas que hiciste hace diez años. Eso
no es justo. No soy la misma persona que era cuando tenía veinte o incluso... veintiséis. Algunas personas no cambian, pero otras sí. Ellos crecen. —Es diferente, —comenzó a discutir Trip. —¿Cómo es diferente? ¿Me vas a decir que ustedes solo se han acostado con mujeres con las que han tenido relaciones a largo plazo? —Ninguno de los dos dijo nada, a pesar de que los miré a los dos con una sonrisa en mi rostro, sabiendo cómo iban a responder. Por supuesto que no lo habían hecho—. No. Exactamente. Todos hemos hecho cosas estúpidas de las que nos arrepentimos. Y si Gin sabe todo esto y todavía quiere estar con él, déjela hacer lo que quiera. Solo digo. —¿Estás diciendo que te casarías con alguien que se mete con la mitad de las mujeres que tendrías que ver en las reuniones? —Trip preguntó con una sonrisa tonta en su cara. —¿Yo? —Me burlé—. No hay manera en el infierno. Pero si ella puede manejarlo, déjala que lo haga. Eso hizo que Trip estallara con una gran carcajada. —¡Eso es una especie de mierda hipócrita! —¡No, no es! —Me reí—. Soy posesiva y me pongo celosa. Sé eso. Lo acepto. Lo reconozco. Me estaría imaginando a esta persona imaginaria a la que amo teniendo sexo, —susurré la palabra por si acaso—, con quien haya estado en una relación, y me gustaría apuñalar a cada una de esas chicas. Pero no todo el mundo es así. Esa es parte de la razón por la que no tengo novio. Yo sé que estoy loca. Ya siento pena por cualquier pobre bastardo que termine conmigo algún día, pero él sabrá en lo que se está metiendo. No lo escondo. Trip negó con la cabeza, sonriendo ampliamente. —Tú lo dijiste. Estás jodidamente loca. ¿Qué iba a hacer? ¿Negarlo?
—Diana, odio decírtelo, no conozco a nadie así. Fruncí el ceño. —Está bien. Estoy segura de que hay un buen chico católico divorciado en algún lugar del mundo, que esperó perder la virginidad hasta casarse y ahora está esperando de nuevo a la chica adecuada. —Dudo. Le di una mueca a Trip antes de volver a revisar los filetes. —Deja de matar mis sueños. —Solo lo mantengo real para ti, cariño. —Está bien, tal vez si él es realmente amable y bueno conmigo, y yo soy el amor de su vida, y me escribe notas dulces con regularidad diciéndome que soy la luz de su vida y que él no puede vivir sin mí, le daré diez de mujeres, como máximo —Dejo escapar un suspiro—. Me estoy enojando con sólo pensar en eso. Ambos gimieron antes de que Trip comenzara a soltar carcajadas. —Diez mujeres y ya te estás enojando con el pobre bastardo. —La vida es demasiado corta para no conseguir lo que quieres, —discutí con él, sonriendo tanto que me dolía el rostro a pesar de que estaba frente a la sartén. De espaldas a ellos, me tomó un momento recordar que Dallas todavía estaba en la cocina con nosotros. No había dicho una palabra durante nuestro ida y vuelta, así que lo miré por encima del hombro. Estaba apoyado en la encimera de la cocina, luciendo cansado. Podríamos hacer esto. Podríamos ser amistosos. —¿Qué piensas? —Le pregunté. Cerró un ojo color avellana cuando preguntó: —¿Cuántos años tienes? —Veintinueve.
Su cara se puso un poco divertida, un poco burlona antes de entrecerrar un ojo. —Eres joven, pero no tan joven. Ahogué una risa que juré que tenía una pequeña sonrisa en la boca de Dallas. Finalmente terminó diciendo: —A menos que estés esperando encontrar a un niño que todavía esté en la escuela secundaria, creo que no tienes suerte. Esperaba que entendiera que la mirada que le di no era agradable, pero iba a dejar pasar la cuestión de la edad. —¿Qué? ¿Once mujeres entonces? Trip cerró los ojos, sacudiendo la cabeza ligeramente. —No sé por qué Ginny no te trajo a mi vida antes, cariño. —¿Porque ella no quería que aplastaras mis sueños y me hicieras planear pasar el resto de mi vida sola? —Creo que podrías convertirme intentaras, —bromeó Trip.
en
un
hombre
de
familia
si
lo
Levanté las cejas hacia Dallas, recordándome a mí misma que esto no iba a ser extraño entre nosotros, maldita sea, y negué con la cabeza rápidamente, frunciendo los labios. —No, gracias. El rubio se hundió mientras se reía, pero era a Dallas a quien estaba mirando y no me perdí su rápida sonrisa. Eso fue algo. —¡Buttercup! —La voz de Louie gritó desde otra habitación. No me moví cuando mi hijo de cinco años entró pisando fuerte en la sala de estar, su cara sonrosada y una mezcla de puchero y dolor. En bañador azul y una camiseta naranja de fútbol de la selección alemana que mi tío le había regalado por su cumpleaños hace unos meses, ya se veía hecho un desastre sin ni siquiera mirar sus ojos azules acuosos que iban de Dallas a Trip y finalmente a mí.
—¿Qué pasa, Goo? —pregunté. Louie caminó hacia mí con el pecho hinchado. —No me dejan jugar con ellos. Me agaché para poner los ojos a la altura de Lou, que dudaba más cerca de la estufa. —¿Video juegos? Él asintió, acortando la distancia entre nosotros rápidamente, su frente yendo directamente a mi clavícula. Lo abracé. —Nunca me deja jugar cuando está con sus amigos, —susurró. Suspiré y lo abracé por un minuto. —Le gusta jugar contigo. Se acerca su cumpleaños y quiere pasar el rato con sus amigos, Goo. Él todavía te ama. —Pero quiero jugar con ellos, —se quejó. —Iré a decirles que lo dejen jugar, —ofreció Trip. Louie simplemente sacudió su cabeza contra mi mejilla, avergonzado. —Te dejarán jugar, —continuó Trip—. Promesa. —No quiero, —susurró el niño, cambiando de opinión de repente. Sus brazos se deslizaron alrededor de mi cuello. Su cuerpo se suavizó con resignación. —Tengo una Xbox en mi casa. Puedo traerlo y podemos jugar. —La sugerencia de Dallas hizo que Lou y yo miráramos al hombre que todavía estaba apoyado en el mostrador. —¿Sí? —Claro que sí, amigo. Recordé haber visto un par de consolas de juegos en su casa y su enorme televisor, pero realmente no podía imaginarme a Dallas, esta montaña musculosa de un hombre que había sido tan serio cada vez que habíamos hablado, sentado en su desordenado sofá jugando videojuegos, en absoluto.
Lou dio un paso lejos de mí. —¿Qué juegos tienes? —Louie, —le susurré. Dallas sonrió, toda su cara relajada y amable. Entrecerré los ojos, notando la forma en que pasó de ser guapo a más deslumbrante usando los músculos alrededor de su boca. ¿Qué tipo de engaño era este? —Muchos de ellos, —le dijo—. ¿A qué te gusta jugar? El niño dijo el nombre de un juego con el que no estaba muy familiarizada, pero Dallas asintió de todos modos. —Lo tengo. Eso pareció animar a Louie porque me miró en busca de aprobación y yo le sonreí. —Regresaré en unos minutos, —explicó el hombre mayor. —¿Puedo ir contigo? —Louie espetó. —Louie, vamos, no puedes invitarte a lugares, —le dije en voz baja. Además, ni siquiera conocía a este tipo. ¿Qué demonios estaba haciendo? Dallas me miró encogiéndose de hombros, con una sonrisa parcial en su cara, cortesía del niño de cinco años en la habitación. —No me importa. Solo será un minuto. ¿Confiaba en este extraño con Louie en su casa? —Por favor por favor por favor por favor por favor. —Ese fue Louie. Nuestro vecino me miró a los ojos de manera uniforme y bajó la barbilla. —Dejaré la puerta principal abierta. —Un minuto, Tía, —suplicó.
Dudé un momento. Este hombre pasaba horas con chicos. Lou parecía tan esperanzado... Maldita sea. Me encontré con la mirada de mi vecino. —Si no te importa tomar su mano. —Nop. —Volvió a sonreírle a Lou, pareciéndose a una persona diferente con esa expresión en su cara. ¿Realmente había sido tan serio y distante porque pensó que me estaba acercando a él? ¿De verdad? —Bueno. Entonces ve con el Sr. Dallas y no robes nada. La cara de Louie se puso roja. —¡Yo no robo! No pude evitar sonreírle al otro hombre, agradecida por su amabilidad y todavía un poco insegura de que él llevara a Louie a alguna parte. Pero me recordé que dejé que este hombre pasara mucho tiempo con Josh y también muchas otras personas. —Tiene pequeños dedos de mantequilla. Vigílalo. —Haré que se vacíe los bolsillos antes de que salgamos de mi casa, —dijo secamente, mientras extendía una de esas grandes manos hacia el niño—. Puedes ayudarme a cruzar la calle. Vi a Lou y Dallas salir de la casa tomados de la mano y me atravesó este terrible dolor agridulce. Todo en lo que podía pensar era en mi hermano y en cómo nunca llegaría a verlo hacer eso con Louie. Cómo Louie nunca llegaría a experimentar eso con su padre que lo había amado mucho, mucho. Este nudo se formó en mi garganta y no parecía querer ir a ningún lado a pesar de la cantidad de veces que tragué en el tiempo que seguí mirando en la dirección en que se habían ido, a pesar de que estaban fuera de la casa. Antes de darme cuenta, extendí la mano para limpiarme el ojo con el dorso de la mano. ¿Cómo era posible que viviera en un mundo donde mi hermano ya no existía? —¿Estás bien? —Trip preguntó, recordándome que estaba en la habitación.
Asentí con la cabeza, distraída y triste al mismo tiempo. —Sí, yo solo… —Me obligué a aclararme la garganta—. Acabo de recordar a su papá, eso es todo. ¿Tiene hijos? —Me obligué a preguntar, sin poder explicar qué me había molestado tanto con más detalle. No me sorprendería que de alguna manera se enterara de que los niños no eran mis hijos biológicos o no, pero no quería mencionarlo en ese momento. —¿Dallas? —UH Huh. Trip negó con la cabeza, su boca se puso firme por primera vez desde que lo conocí. —No. —Tomó un sorbo de cerveza y se quedó callado un momento— . ¿Por qué, estás interesada? —No. —Dios, ¿por qué todos parecían pensar que estaba tratando de... —Te estoy jodiendo. Me enojé de nuevo al recordar que Dallas admitió que pensaba que estaba coqueteando con él, todo por culpa de algunos polvorones y algunas llamadas telefónicas. Mis bragas necesitaban salir del taco en el que estaban y recordar que se había dado cuenta de lo estúpido que había sido. Porque había sido muy estúpido al pensar eso. —No te lo tomes como algo personal, cariño. Su ex, o futura ex, sea lo que sea que ella sea ahora, lo hizo muy bien. No tiene nada que ver contigo, —explicó. Estaba siendo sarcástica cuando le pregunté: —¿Qué? ¿Ella también era madre soltera? —Uh, sí, lo era, —fue el comentario que de repente me hizo sentir como una idiota gigante. Mierda. Supongo que no puedo culparlo por dudar conmigo—. Sin embargo, no te preocupes por eso. Él sabe que 'no es tu tipo' —Se rio entre dientes ante ese último detalle y yo fruncí el ceño—. ¿De verdad tienes un tipo?
—Sí, por el sonido de eso, lo hago ahora, —dije, frente a la sartén de hierro fundido que estalló en la estufa una vez más—. Vírgenes de secundaria. Trip y yo nos reímos tanto que llenó el tiempo hasta que Dallas y Louie regresaron con dos bolsas de plástico llenas de una consola, dos controles y varios juegos. No me había molestado en pedir pizza a Josh y sus amigos todavía. La última vez que revisé, las dos bolsas de papas fritas del armario, un recipiente de galletas y seis refrescos ya habían desaparecido. Podría obligarlos a comer más tarde. Trip desapareció en la sala de estar cuando terminé de cocinar los dos primeros bistecs. Mientras vigilaba la carne y revisaba las papas en el horno, pensé en Dallas y su ex madre soltera durante un segundo antes de comenzar una lista mental de lo que tenía que hacer antes de la fiesta oficial de cumpleaños de Josh. Estaba en medio de voltear los filetes de nuevo cuando escuché el sonido distintivo de un vidrio rompiéndose en la sala de estar. —¡Lo siento! —Ese fue Louie. La respuesta fue tan baja que no pude oírla. Apagué la llama de la estufa, lista para ir y asegurarme de que todo estuviera bien. Apenas me había dado la vuelta cuando Trip apareció en la cocina. —Louie está bien, pero ¿tienes una aspiradora o algo así? Había una taza de vidrio en la mesa de café... Y se le cayó. Metiendo la mano debajo del fregadero, saqué la pequeña aspiradora de mano que mis padres me habían comprado hace años y me dirigí hacia Trip, pero Dallas apareció detrás de él, su atención enfocada hacia abajo. No fue hasta que pasó al lado del rubio que vi sus manos. Estaban ahuecados y en ellos había fragmentos de vidrio junto con una cantidad decente de sangre acumulada en esas anchas palmas. —Lo tengo, —dijo Trip, quitándome la aspiradora mientras miraba a Dallas dirigirse hacia el bote de basura.
—Jesucristo. Déjame ver tu mano. —Fui tras él. —Estoy bien. Es solo un corte, —me respondió de espaldas. —Tienes sangre por todas partes. No estás bien. —Me detuve justo detrás de él, demasiado cerca cuando se dio la vuelta para mirarme, con una mano todavía sosteniendo la otra. —Estoy bien, —insistió el idiota terco—. Traté de salvarlo, pero se rompió en mi mano. Tal vez estaba bien y tal vez lo había pasado mucho peor en su vida, pero no pude evitarlo. —Déjame verlo. Te prometo que no meteré mi mano por tus pantalones, —le dije, solo medio en broma. La mirada que me dio casi me hizo sentir como si me llamaran a la oficina del director, pero no retiré mis palabras ni volví a enfocar mi mirada. Eso fue lo que consiguió por pensar algo tan estúpido sobre mí. Debió haber entendido, porque no dijo una palabra. Sin pedirle permiso, envolví mis dedos alrededor de su muñeca y tiré de él hacia el fregadero. Me dejo. Cuando metí su mano debajo del grifo, él estaba de pie un poco detrás de mí costado en un ángulo, todavía no se movió ni dijo una palabra cuando el agua fría golpeó su herida. Puse mi rostro sobre el corte que tenía alrededor del frente de su pulgar. —Déjame asegurarme de que no haya vidrio allí, —ofrecí—. Podría doler. —Estoy... —gimió y gruñó mientras yo presionaba los lados de la herida y los pellizcaba. Apuesto a que estaba bien.
—Lo siento, —susurré mientras lo hacía de nuevo, viendo la sangre acumularse y salir, arremolinándose en el fregadero de metal vacío, el agua diluyendo el rojo. Dallas dejó escapar un gemido profundo en su garganta de nuevo. —Lo siento mucho, pero necesito hacerlo de nuevo. —No, es… —La tercera vez que lo hice, se aclaró la garganta, y no pude evitar morderme la lengua para evitar sonreír mientras detuve lo que estaba haciendo y dejé que el corte se asentara debajo del grifo por un segundo, antes de agregar una gota de jabón de manos y frotarlo alrededor de la herida, enjuagándolo tan suavemente como pude. Se aclaró la garganta una vez más, y esa vez no pude evitar mirarlo. Su cara estaba tal vez a siete centímetros de distancia; su brazo se alejó tanto de su cuerpo que era como si lo estuviera obligando a abrazarme, por un lado. De cerca, pude ver las líneas en sus ojos claramente y su cara curtida por el sol perfectamente. ¿Qué edad tenía exactamente? —¿Te estás riendo de mí? —preguntó en voz baja mientras alcanzaba para cerrar el grifo y luego agarrar una toalla de papel. Ni siquiera traté de mentirle. —Te dije que iba a doler, —le expliqué mientras frotaba la piel alrededor de su pobre pulgar, tratando de secarlo—. Tienes callosidades gruesas. —Lo miré una vez más. Su mirada estaba en su mano, afortunadamente—. ¿Eres un mecánico como Trip? —Lo dudaba ya que había visto la escalera y otras herramientas en la parte trasera de su camioneta antes. Esos ojos color avellana se movieron en mi dirección, tan cerca que pude ver el anillo dorado alrededor de la pupila. Me volví hacia su mano. Su voz era ronca. —No. Hago trabajos de renovación de viviendas. Pintura y suelos sobre todo. Eso explicaba la ropa manchada de pintura con la que lo había visto. —Eso es lindo. ¿Por tu cuenta? —Sobre todo, —gimió bajo cuando toqué la parte superior de su corte. —¿Nunca te lastimas accidentalmente en el trabajo?
—No. Sé lo que estoy haciendo. —Alguien sonó insultado. Dejando caer mi mirada para volver a mirar su mano, solté un bufido. —No alrededor de objetos afilados por lo que parece. Espera un segundo para que pueda ponerte una tirita. —No necesito una tirita, —trató de discutir con esa voz ronca suya mientras lo soltaba. El sonido de la aspiradora de mano encendiéndose en la sala de estar nos hizo mirar en esa dirección. —Necesitas una, —insistí, incluso mientras buscaba en uno de los cajones de la cocina y sacaba uno de los muchos pequeños botiquines de primeros auxilios que había escondido en la casa en caso de emergencias—. Todavía estás sangrando. Al menos déjalo puesto por hoy, por favor. Me siento realmente mal. Sabía que debería haber movido esa taza antes y no lo hice. Su suspiro fue largo, y me estaba dando una mirada plana con esa cara no tan simple cuando lo miré. A alguien no le hizo gracia mi petición. —Seguro —fue la palabra que salió de su boca de mala gana, pero su cara dijo una palabra completamente diferente. No queriendo perder tiempo antes de que cambiara de opinión, me acerqué a él. Era tan alto que la parte inferior de su trasero estaba presionada contra el mostrador. Dejé el kit a un lado y saqué un tarro de miel de uno de los armarios. Si Dallas pensó que era extraño que lo estuviera sacando y abriendo, no dijo una palabra. Las yemas de sus dedos eran realmente ásperas y callosas cuando levanté mi palma para mantener su mano en su lugar. Sus dedos se estiraron más allá de la parte superior de los míos. Su mano era mucho más ancha y casi tan bronceada como la mía; apenas podías ver mi mano debajo de la suya. Dándole una sonrisa rápida y tranquilizadora que no fue exactamente devuelta, saqué una gota de miel y la puse en su corte con la punta del cuchillo de mantequilla que había usado, aun sosteniéndolo firme.
—Louie es alérgico a la pomada de primeros auxilios. Le sale un sarpullido y ampollas, así que no me molesté en comprarlo más, —le expliqué. Con una habilidad que había adquirido después de ocuparme de tantos cortes de los niños, quité el papel del vendaje con una mano y lo envolví con cuidado alrededor de su pulgar, la yema de mi pulgar rozando el costado de su herida, mis otros dedos tocando su piel dura. Su pregunta salió de la nada. —¿Qué le pasó a tu dedo? Parpadeé y miré mis propias manos. Me tomó un segundo encontrar el dedo del que estaba hablando y lo flexioné. Había una línea irregular de aproximadamente dos centímetros de largo en el dedo índice de mi mano izquierda desde donde me corté con mis tijeras durante un corte de cabello hace dos días. —Me corté en el trabajo. —Y había sangrado como una perra. —¿Qué le pusiste? —preguntó, obviamente observando la línea pegajosa a lo largo de la costura de la herida. —Super pegamento. Funciona de maravilla, pero el tuyo no es lo suficientemente profundo como para necesitarlo —expliqué, mi atención hacia abajo—. Lamento mucho tu corte. —Fue un accidente, —respondió, sonando muy cerca de mí. Eso me hizo levantar la cabeza, haciendo una mueca. —Aun así, lo siento. Esos ojos color avellana estaban fijos en mis aburridos ojos marrones. Probablemente estaba a quince centímetros de mí, como mucho. Apartó su mano de la mía y dio un paso atrás. —No tienes nada de qué lamentar. La sonrisa que le di fue tan tensa que me dolieron las mejillas. —Todo bien. Si insistes. —Incliné mi cabeza hacia la estufa. A veces, las amistades se construían sobre pequeños pasos, ¿no es así? Podría haber dicho que no quería venir cuando Trip lo invitó, y podría haber fingido que no tenía una Xbox para que Louie jugara. Lo estaba intentando, y yo también. Podía hacer esto—. ¿Cómo quieres que se cocine tu bistec? ¿Quemado, perfecto o rosado?
Su boca se torció hacia la esquina mientras parpadeaba. —Quemado. —Quemado será, —dije, volviéndome hacia la estufa. Hubo un momento de silencio antes de que preguntara: —¿Estamos bien? Por supuesto, me volví para mirarlo por encima del hombro. —Sí, lo estamos —Parpadeé en respuesta a él—. Si hago algo para hacerte sentir incómodo, házmelo saber. Realmente no tengo un filtro verbal. —Lo pensé por un segundo y agregué—: Y soy un poco sensiblera, pero no quiero decir nada con eso, así que dímelo. No es gran cosa. No voy a llorar. Te diré si tengo algún problema con algo. Dallas emitió un sonido que podría haber sido un bufido. —Lo entiendo. Le sonreí torpemente y tal vez con un poco de fuerza y luego me volví hacia la estufa cuando llegó su pregunta. —Ya que estamos bien, ¿puedo preguntar por qué tienes Pop-Tarts en tu bolsillo trasero?
Capitulo Diez
—Josh, lo juro por Dios... —¡Ya voy! Hice la señal de la cruz con una mano, mirando la pantalla de mi celular con un gruñido. Llevábamos quince minutos tarde, y aunque no tenía que estar en el trabajo hasta las ocho cuarenta y cinco, todavía odiaba que Josh y Lou llegaran a la escuela después de que empezara. Correr me volvía loca, a pesar de que parecía estar corriendo atrás la mitad del tiempo de todos modos. Más como tres cuartas partes del tiempo si iba a ser totalmente honesta conmigo misma. Y si iba a ser aún más honesta conmigo misma, todo este asunto de no llegar a tiempo a los lugares no comenzó hasta que los chicos se convirtieron en míos. —¡Joshua! —grité justo cuando Louie levantaba su polo rojo de la escuela de su lugar junto a mí, mostrando el espacio vacío donde tenía que estar un cinturón— . Goo, olvidaste tu cinturón. Miró hacia abajo como si no me creyera e inmediatamente se alejó por el pasillo de regreso a su habitación con los hombros encorvados. Eso debería haberme dicho qué tipo de día iba a ser. Louie no solía caminar a ningún lado como si se dirigiera a su ejecución. —Joshua Ernesto Casillas, —grité de nuevo, a dos segundos de perderlo. Lo despertaba a la misma hora que siempre. Incluso se puso de pie y empezó a ponerse los pantalones justo delante de mí antes de que yo saliera de la habitación, pero cuando pasaron quince minutos y todavía no había salido de allí, fui a ver cómo estaba, sólo para encontrarlo dormido de nuevo, sentado en
el colchón con los pantalones a la altura de las rodillas en solo sus boxers blancos. —¡Dije que voy! —También me dijiste la semana pasada que ibas a dejar de 'descansar los ojos' después de que te despertara, pero por lo que parece, eso tampoco ha sucedido, —espeté, agarrando los límites de mi paciencia. Hubo una pausa antes, —¡Lo siento! —Qué mentiroso. Debería estar arrepentido, pero sabía que tenía que aceptar sus disculpas antes de que dejara de dárselas. Estaba preocupada, si le hacía tropezar demasiado con la culpa, en algún momento dejaría de ser efectivo. —¡Te perdono, pero vamos, hombre! ¡Rápido, rápido! Dos segundos después, el hermano mayor siguió al menor por el pasillo, agarrando dos mochilas, dos chaquetas y una bolsa de béisbol entre ellos. Los Larsens lo llevarían a la práctica de bateo esta noche. Los apuré con la mano, cerrando la puerta detrás de ellos mientras básicamente todos corrimos hacia el auto... hasta que Josh se detuvo y levantó las manos. —¡Olvidé mi casco! Oh Dios mío. —¿Qué pasó con marcar tu lista? —Le pregunté. —¡Estaba tratando de darme prisa! —fue su excusa. La mirada que le di fue prácticamente ignorada cuando arrojé las llaves en su dirección, arremetiendo como si fuera a darle un calzón mientras corría de regreso a la casa. Me volví para mirar a Louie para poder decirle que también podría entrar en el auto mientras esperábamos, me detuve y vi al niño que estaba a unos metros de distancia. ¿Se veía pálido o me lo estaba imaginando? ¿Tenía ojeras o me lo estaba imaginando también? —¿Estás bien, Lou? —Le pregunté, frunciendo el ceño.
No me estaba mirando cuando le pregunté, pero sus ojos azules se volvieron hacia mí y asintió con la cabeza de la forma más poco convincente que jamás había visto. —¿Estás seguro? ¿Dormiste mal? —Cuanto más preguntaba, peor se veía. —Sí, —respondió, arrugando esa adorable nariz por un momento—. Me duele la cabeza. Había escuchado esa excusa antes de Josh. —¿Un poco o mucho? Él se encogió de hombros. Bueno, no podría ser tan malo si no se estuviera quejando. —¿Puedes intentar ir a la escuela? El asintió. En mi interior, sabía que era una forma extraña de responder. Josh era el lenguaje corporal de uno de los dos; Lou solía decir todo lo que pensaba. Pero todavía me arrodillé y le di un abrazo, tocando su frente fría y sus mejillas más frescas. Su color estaba apagado, pero no estaba caliente. Sus brazos se envolvieron alrededor de mi cuello y me dio un apretón. Cuando Josh regresó, Lou ya estaba abrochado en el asiento de seguridad que odiaba y yo acababa de cerrar la puerta de golpe. Josh arrojó las llaves y le pregunté solo para estar segura: —¿Verificaste que la puerta de entrada estaba realmente cerrada? Me dio una mirada mientras abría la otra puerta del pasajero. —Si. —Está bien, actitud. —Hizo que pareciera que no lo había dejado abierta antes. Jesús. —Tía, tu bolso, —mencionó Louie en voz baja en el momento en que abrí la puerta del lado del conductor para entrar.
MiMaldición. Lo dejé adentro. Haciendo caso omiso de la mirada petulante, que apostaría un ovario que Josh estaba lanzando en mi camino, corrí de regreso a la casa, dentro y fuera de ella en menos de dos minutos. Mientras corría hacia el auto, vi esa gran camioneta Ford saliendo del camino de entrada. Saludé, sin saber si Dallas me había visto o no. En su escuela, quince minutos después, tuve que salir del auto e ir con ellos a la oficina del director para obtener pases de tardanza, lo que me ganó un comentario sarcástico de la secretaria que tenía que escribir las notas sobre lo importante que era para “los niños llegar a la escuela a tiempo”. Como si nunca llegara tarde de vez en cuando. Ugh. Mi día no mejoró una vez que llegué al trabajo. Sean había llegado al trabajo más de una hora tarde, quejándose de que no se sentía bien y no estaba seguro de poder quedarse todo el día, y me puso nerviosa. Cuando mi celular comenzó a vibrar casi al mediodía, estaba en medio de un lavado y no pude responder. No fue hasta una hora después, entre citas, cuando mi teléfono comenzó a vibrar de nuevo que pude contestar. El nombre de mi mamá apareció en la pantalla. Mirando a mi compañero de trabajo y a su cliente por el rabillo del ojo, respondí. —¿Bueno? —Diana, he intentado llamarte tres veces, —siseó mi madre, tomándome totalmente desprevenida. —Estoy en el trabajo, mamá. No puedo levantar el teléfono si tengo un cliente, —respondí, frunciendo el ceño y preguntándome qué le pasaba. Ella sabía todo esto. No la llamaría mientras trabajaba y se enojaría si no respondiera.
—Si, pues tal vez puedas conseguir un trabajo donde puedas, —dijo en español, su tono exasperado y bastante brutal. —No creo que existan trabajos como ese, —respondí, preguntándome qué había hecho para merecer otra mala actitud tan pronto. Ella obviamente no vio la verdad en mis palabras porque la actitud con la que me llamó no fue a ninguna parte. —Tal vez si hubieras ido a la universidad como queríamos... Oh, que se joda mi vida. Había pasado al menos un mes desde la última vez que me dio esta charla. No importaba que me fuera bien en un trabajo que disfrutaba y en el que era muy buena. Tampoco importaba que solo una vez les había pedido dinero prestado a mis padres poco después de mudarme; No me había graduado. ¿Qué había estado pensando? Me decía que no iba a la universidad al menos tres veces al año, si tenía suerte. Si no tenía suerte, aparecía una vez al mes o más. —Estoy en el trabajo. ¿Necesitas algo? —La interrumpí, sin importarme ni remotamente que estuviera siendo tan grosera como ella. Había algo en no querer tener esta conversación junto al salón que me hizo mirar a ambos lados y cruzar la calle, queriendo escapar para que Sean y su cliente no pudieran ver, y mucho menos escuchar cualquier mierda que estuviera a punto de salir de la boca de mi mamá y la mía. Ya se sentía demasiado personal. —Si hubieras respondido, sabrías que Louie se enfermó. No respondiste, así que llamaron aquí. Ya fui a buscarlo y lo llevé a la clínica y a la farmacia. Dijo que no se ha sentido bien durante días... Mi corazón se hundió. Sabía que no se veía bien esta mañana, pero le pregunté. Empecé a caminar de un lado a otro por la acera. —Tiene estreptococos. ¿Sabes si Joshua se siente bien? Frotándome la frente, le dije la verdad. —No me ha dicho que estaba enfermo. Creo que está bien.
—Ay, Diana. ¿No preguntas si se sienten bien? Casi le dije que no era como si me hubiera preguntado a diario si me sentía bien o no, pero mantuve la boca cerrada. —No, mamá. Solo me lo dicen si no se sienten bien. —Bueno, Josh también podría estar enfermo. Quizás deberías preguntar a partir de ahora, ¿no? Tienes que recordar que no sólo te cuidas ahora. Tienes que cuidarlos también. Presta más atención. No era muy frecuente que mi madre despellejara mis habilidades de crianza, pero cuando iba más allá de un pequeño comentario aquí y allá, se lanzaba a matar. Este era uno de esos momentos. Mi culpa por no insistir en que Louie me dijera que se sentía mal ya era bastante mala, pero las palabras de mi madre simplemente cortaron todas las venas y arterias que conectaban mi corazón con el resto de mi cuerpo. Debería haber hecho más preguntas cuando noté su palidez. Ella tenía razón. Fue mi culpa y me sentí muy mal al instante. Con una voz más suave y tranquila, dije: —Está bien. Lo entiendo. Gracias por recoger a Louie. Hazme saber cuánto te debo por la visita al médico y te devolveré el dinero... —No tienes que pagarme nada. Bueno, seguro que no quería deberle ni un centavo después del escariado que me acababa de dar. —No, te pagaré por ello y la medicina. Llamaré a la escuela de Josh ahora mismo y veré cómo está. Gracias por buscar a Lou. —No tienes que agradecerme, —dijo mi mamá como si pudiera sentir la distancia que estaba poniendo entre nosotras. Ésta había sido siempre nuestra relación: entró como un ariete10 y no se preocupó por lo que dañara hasta después. No quería pensar demasiado en lo similares que podríamos ser de vez en cuando.
10
Antigua máquina militar para derribar murallas, puertas y otros obstáculos.
—Bueno, quiero hacerlo. Si no se siente bien, llamaré a los Larsens y veré si pueden recoger a Josh para que tú no tengas que hacerlo. Has hecho suficiente. Gracias. —Diana... —Necesito volver al trabajo. Si es una emergencia, llama a mi trabajo. Le di a la escuela el número del salón, pero supongo que no lo anotaron. Me aseguraré de quitar tu número de la lista de contactos. —No seas así. —Dijo. ¿De qué otra manera podría ser cuando ella hizo trizas todo el amor, el tiempo y el esfuerzo que puse en Josh y Louie en segundos? ¿Cómo? No hice todo por ellos, pero hice mucho, y nadie podría decir que no los puse primero. Pero eso era exactamente lo que mi madre había insinuado y dolía muchísimo más de lo que debería. No pensé que ella le hubiera contado a mi hermano lo que acababa de decirme si él no hubiera podido salir del trabajo para recogerlos. —Salgo del trabajo a las siete. Recogeré a Lou entonces... —Por un breve e hiriente momento, pensé en no decirle a mi mamá que la amaba. Cada vez que colgamos el teléfono, me aseguraba de hacerlo. Eso era con todos mis seres queridos. Pero tan rápido como el pensamiento vino a mi cabeza, supe que no podía hacerlo, sin importar cuán enojada estuviera. Así que lo dije apresuradamente—. Te amo adiós. Le colgué y ni siquiera me sentí mal por eso. Había hecho muchas cosas estúpidas y egoístas en mi vida, pero no quería que Louie o Josh se vieran afectados por ese tipo de decisiones. Jamás. Pero mi mamá me había pisoteado y me había hecho sentir como la idiota más grande del planeta, incluso si le había preguntado a Louie si estaba bien. Estaba haciendo mi mejor esfuerzo, pensé. La mayor parte del tiempo lo hacía bastante bien.
Pon más atención. Oh, hombre, se sintió como si me hubiera golpeado. Les presté atención. ¿Cómo podía hacer que pareciera que no lo hice? Todo este peso se instaló muy bien en mi pecho y dejé que mi corazón diera vueltas en las palabras de mi madre. Acababa de dejar escapar un profundo y tembloroso suspiro cuando escuché: —¡Diana! Literalmente a un metro de mí, en la dirección opuesta a la que había estado mirando, estaban Trip y Dallas justo afuera de la sala de tatuajes al lado de la tienda de delicatessen frente a la que, en algún momento, dejé de caminar. Excelente. ¿Lo habían escuchado? —Hola, —saludé a Trip un poco débilmente, sabiendo que era él quien había llamado mí nombre. Ni siquiera trató de fingir que no había escuchado. —¿Estás bien, cariño? Ser juzgada y encontrada en falta por la gente que se suponía que te amaba nunca dejaba a nadie sintiéndose bien, y no veía sentido en fingir lo contrario cuando lo más probable era que él hubiera escuchado lo suficiente como para saber que no lo estaba. No estaba tratando de impresionarlo, ni mucho menos a Dallas, al no estar molesta por algo tan personal. —¿Alguna vez decepcionaste a tus padres? —Le pregunté al rubio con una sonrisa forzada, tratando de restarle importancia a algo que quería creer que le pasaba a todos los niños sin importar la edad, algo que nunca quería que Lou o Josh sintieran. La risa de Trip fue tan natural y honesta que supe que había hecho lo correcto al no seguir la ruta fuerte. —Solo todos los días. No pude evitar sonreír un poco, incluso si estaba mintiendo. Me guiñó un ojo antes de preguntar: —¿Vas a almorzar? —con esa sonrisa coqueta que no hizo nada por mí en este momento. —Solo necesitaba salir del salón por un minuto para lidiar con esto, —dije, sacudiendo mi teléfono mientras mantenía mi mirada en Trip y no en el hombre
de cabello castaño a su lado que había cenado en nuestra casa. Hace dos noches—. ¿Hacerte un tatuaje en la hora del almuerzo? —Traté de bromear. Fue mi vecino quien respondió, obligándome a mirar en su dirección. —No. Estoy trabajando un poco —explicó así. —Oh. —Asentí con la cabeza y aparté la mirada de él, sin saber cuánto tiempo estaba bien para mí hacer contacto visual antes de cruzar la delgada línea de nuestra amistad o lo que fuera—. Umm, mi pequeño está enfermo en este momento, y no estoy segura de si Josh lo contrajo o no. —¿Qué le pasa a Louie? —Dallas preguntó casi instantáneamente por el niño que se había sentado a su lado, y un par de veces parcialmente encima de él, durante horas, jugando un juego de disparos. Mi encogimiento de hombros fue más impotente de lo que me hubiera gustado que fuera. —Estreptococo de garganta. Ambos hombres hicieron una mueca y asentí. —Necesito llamar a Josh para ver cómo está, se supone que tiene práctica de bateo esta noche, pero no sé si está enfermo o no. —Dios, esperaba que no— . Te veré más tarde. —Está bien, nos vemos, cariño, —dijo Trip. Le sonreí y justo mientras lo hacía, Dallas agregó: —Espero que Lou se sienta mejor. Yo también sonreí y vi como ambos hombres volvían y se dirigían calle abajo hacia el estacionamiento o el taller mecánico, adondequiera que fueran. Sin molestarme en cruzar la calle de nuevo, llamé a la escuela de Josh desde donde estaba en la acera, preguntando primero y luego exigiendo que lo pusieran al teléfono para asegurarme de que se sentía bien. Esperé fuera de la tienda de delicatessen hasta que su voz pasó por la línea.
—¿Hola? —J, soy Di. ¿Estás bien? —Uhh, sí, ¿por qué? —Añadió rápidamente—: ¿Estás bien? ¿Está todo bien? Ahí hubo otra tonelada de culpa. Fui tan idiota. —Todo está bien. No te preocupes. Lo siento. Louie se enfermó y tu abuelita tuvo que ir a buscarlo. Solo quería hablar contigo y asegurarme de que te sientes bien. La larga exhalación de él hizo que me doliera el corazón. —Pensé… —susurró, su alivio evidente—. No estoy enfermo, pero puedes venir a buscarme si quieres. Este niño. No pude evitar reírme. —Vuelve a clase. Tu abuelo te recogerá hoy —dije, aunque estaba segura de que no lo había olvidado. Nuestros horarios no habían cambiado mucho en los últimos dos años. —Bien, adiós. —Adiós te amo. —También te amo, —susurró justo antes de que la línea se cortara. Al menos alguien me amaba. Limpiándome los ojos con el dorso de la mano, no me di cuenta hasta ese momento de que en algún momento se me llenaron los ojos de lágrimas. Jesús. No estaba segura de por qué dejé que las palabras de mi mamá me molestaran tanto; no era la primera vez que decía una variante de que yo no estaba haciendo un buen trabajo con los chicos. Tampoco sería el último.
—¿Lo que estás tratando de decirme es que has alcanzado el estatus de ballena azul? La risa de Vanessa al otro lado del teléfono me hizo sonreír mientras conducía el auto por la calle hacia mi casa. —Cállate. —Tú eres la que lleva a un niño de tamaño completo. Solo digo la verdad y no puedes manejar la verdad. —El médico dijo que está en el percentil más alto de tamaño. —No mierda. —Pero no es tan grande... —¿Comparado con qué exactamente? ¿Un bebé elefante? —Algunos días, todo lo que una chica necesitaba era hablar con su mejor amiga para hacer un día que no había sido bueno mucho mejor. Ya había pensado lo suficiente y repitiendo todo lo que sucedió con mi madre. No quería lidiar con eso más de lo que ya lo había hecho, así que me sentí aliviada cuando sonó mi teléfono y el nombre de Vanessa apareció en la pantalla. Ella gimió. —No he ganado tanto peso, —argumentó—. Soy toda panza. —Hasta que la barriga te coma el resto, —bromeé, ganándome una gran carcajada que me hizo sonreír—. Prometo que intentaré programar mi viaje para visitarlos. Todo ha sido frenético últimamente. Apenas tengo tiempo para ir al baño, e incluso entonces, alguien golpea la puerta pidiendo algo. —Lo sé, Di. Está bien. Quería decirte que ayer envié por correo el regalo de cumpleaños de Josh. ¿Estás lista para su fiesta? Casi gemí. La fiesta. Ugh. —Casi, —respondí vagamente. —Eso suena convincente. Bien, no preguntaré. ¿Cómo va con su equipo de béisbol?
Al ver que mi casa se acercaba, giré el volante para entrar en el camino de entrada. —Realmente le gusta hasta ahora. —Fui yo quien había tenido problemas con eso—. Ya me suspendieron de la práctica por tener una discusión con una madre del equipo. —¡Diana! ¿Qué hizo ella? ¿Dijo algo sobre Josh? En circunstancias normales, ella me conocía demasiado bien. —Ella me llamó mamá preadolescente. Hubo una pausa. Vanessa era producto de padres que se habían convertido en unos cuando era adolescente. —Qué perra. —UH Huh. Está bien. A él le gusta, no estoy preocupada por eso, y los entrenadores son... —Dejé escapar un silbido bajo—. No son mi tipo, pero son agradables a la vista. Ella rio. —¿Tus padres le han planteado practicar fútbol otra vez? Casi me quejé. Ese era un punto delicado en mi familia. No importa cuántas veces les expliqué a mis padres que, solo porque tenía dos primos que jugaban profesionalmente, no significaba que todas las personas con el apellido Casillas iban a ser buenas en eso. —Nop. —¿Y Louie? —Aún no. Mencionó que quería probar el kárate, pero por ahora está feliz con la patineta. —Estoy segura de que… mierda. Necesito hacer pipí, pero necesito ambas manos para levantarme del sofá Estuve a punto de soltar una carcajada, imaginándola tratando de levantarse del sofá y fallando. —Cállate. Te llamaré más tarde, ¿de acuerdo?
—Bueno. —Me reí de nuevo—. Te amo. —También te amo, —respondió ella. —Adiós, —dijimos las dos al mismo tiempo. Arrojando el teléfono en mi bolso abierto, me estaba rompiendo la cabeza completamente sola. Imaginar a Vanessa tratando de levantarse del sofá de nuevo solo me hizo reír más fuerte, aliviando mis recuerdos del día cada vez más lejos. Fuera del auto, abrí la puerta trasera del pasajero y metí la mano, deslizando mis manos por varias bolsas de la compra. Mi madre me había enviado un mensaje de texto antes de que me bajara, diciendo que traería a Louie a casa más tarde, y con los Larsens llevando a Josh a la práctica de bateo y manteniéndolo durante la noche, había decidido ir a la tienda de camino a casa. Me había abastecido de las necesidades de un niño enfermo. —¿Diana? Me quedé helada. Cada mano tenía cuatro bolsas de plástico colgando de ella. Mi celular estaba en mi bolso. Mi corazón comenzó a latir tan rápido que no había forma de que quisiera saber cuál podría ser mi presión arterial en ese momento. Había escuchado esa voz antes. Solo tomó un segundo “Diana” para que el tono se registrara con la parte de mi cerebro que no quería reconocerlo. Era Anita. Ella había encontrado mi casa. Ella estaba aquí. No estaba por encima de admitir que no había una razón para perderlo, pero lo iba a hacer de todos modos. Estaba más asustada que enojada, y eso me cabreó. Un nudo llenó el centro de mi pecho y mi garganta se cerró. Esa parte de mí que
no quería lidiar con esto, que nunca quiso lidiar con esto, dijo que debería subir al auto, cerrar la puerta y salir de allí lo más rápido posible. Pero pensé en Josh y supe que no podía hacer eso. Anita sabía dónde vivíamos. Ella sabía dónde vivíamos. Podría decirse que el mayor error de la vida de mi hermano había encontrado de alguna manera nuestra dirección. Mis manos se adormecieron justo antes de que comenzaran a temblar. Las apreté en puños. También cerré los ojos, esperando que esto fuera un mal sueño, pero sabiendo que no lo era. Lentamente, dejé escapar un largo suspiro y salí del auto con demasiada vacilación cuando esa fue la última reacción que me gustaría tener si alguna vez recordaba este momento. Como un mal sueño, ella estaba allí. La mamá de Josh. La mamá biológica de Josh. No la había visto desde el funeral de Rodrigo, donde se había enfadado en el estacionamiento cuando vio a Mandy, la esposa de mi hermano, la mamá de Louie y la madrastra de Josh, que siempre había sido más que eso, hasta que ella no lo hizo... —Hola, —dijo en un tono tranquilo como la última vez que la vi, no me había llamado perra estúpida mientras estaba borracha como una mofeta. Podría perdonarla por eso. Todos estábamos en un mal lugar en ese momento. Lo que no podía perdonarla era por intentar pelear con Mandy mientras ella estaba de duelo y por tirar del brazo de Josh cuando él no había querido ir con ella. ¿Por qué lo haría? Antes del funeral, del que no tenía ni idea de cómo se había enterado, no la había visto en tres años. Podía contar con una mano cuántas veces había estado con el niño que había dado a luz y había renunciado a la patria potestad a los diecinueve años.
No tenía nada de qué asustarme. Absolutamente nada. Pero era mucho más fácil decirlo que hacerlo. —¿Cómo has estado? —preguntó casi casualmente. —Bien y espero que tú también, pero tienes que irte, —me las arreglé para decirle con calma, con cuidado, a pesar de que mis manos y antebrazos habían comenzado a hormiguear por la incomodidad y estaba sintiendo alrededor de ochenta emociones diferentes que no estaba lista para clasificar. —Solo quiero hablar, —trató de explicar Anita, con una de sus manos tomando el codo del brazo opuesto. Se veía más delgada que la última vez que la vi. El blanco de sus ojos era más amarillo y no pude evitar preguntarme qué le pasaba. Le dije muy claramente cuando la empujé hacia su auto después de alejarla de Mandy y Josh: “Si alguna vez quieres volver a ver a Josh, debes limpiar tu vida”. Y por el amarillo que se suponía que era blanco y el color opaco de su cabello, ella no había hecho eso. Conocí a Anita. Al menos conocía a la persona que solía ser. Ella había sido esta adolescente que se había enamorado de mi hermano después de conocerlo en un club en Fort Worth. Ella había sido lo suficientemente amable, había festejado mucho, se había reído a carcajadas. Supongo que se podría decir que nos parecíamos mucho. Anita solo había estado viendo a mi hermano durante unos dos meses cuando le dijo que estaba embarazada de su hijo. Ella era solo un año mayor que yo, pero cuando la vi, vi a esta persona que parecía haber envejecido físicamente más rápido que yo. Lo que había comenzado con ella “no estar lista para criar a un bebé” se había convertido en esta persona frente a mí que se mezclaba con una mala decisión tras otra. Ella era la madre biológica de Josh, pero en todos los aspectos que importaban, él era mío y solo compartiría lo que estaba dispuesta a dar. Había sido mío antes que Mandy, y todavía era mío incluso después de Mandy. Yo fui quien le ayudó a darle el biberón después de que le dieron de alta del hospital. Yo fui quien se turnó para que mi hermano se despertara en medio de la noche cuando lloraba.
Le había limpiado el trasero sucio de bebé, le había comprado ropa, mezclado su comida cuando había dejado la fórmula. Fui yo quien lloró cuando mi hermano conoció a Mandy y nos anunció a mi mejor amiga y a mí que se mudaría y conseguiría un lugar con ella. Yo era la persona que había extrañado la mierda de Josh cuando no vivía con él durante esos años que su familia había estado junta. No Anita. —Vete. Ahora. Todavía existe la orden de restricción en tu contra. No puedes estar aquí —dije, usando esa voz sensata que había practicado con los chicos en innumerables ocasiones. El rosa floreció en sus mejillas y me recordó la expresión de su rostro la primera vez que intentó ver a Josh cuando tenía un año y medio. Él había comenzado a llorar, a sollozar en realidad, y ella se había sentido tan avergonzada que me había sentido muy mal por ella. Por otra parte, nadie la había hecho desaparecer. Nadie la había obligado a decir y hacer las cosas que llevaron a mi hermano a presentar una orden de restricción en su contra por el bien de Josh. —Diana, por favor. Ha pasado tanto... —Si quieres ver a Josh, no va a ser así. No puedes simplemente aparecer aquí. Necesitas irte. Ahora. Sí, el color rosa se intensificó y sus ojos se desviaron. —Diana... —Anita, ahora, —insistí, sabiendo muy bien que aún quedaba una hora hasta que Josh llegara a casa de la práctica de bateo. Ella gimió, sus manos subieron a los lados de su cabeza mientras tragaba saliva. —¿Me escucharías un minuto? Eso es todo lo que necesito. —No. Quiero que vayas. Ahora mismo. Te daré mi dirección de correo electrónico. Contáctame de esa manera. No quiero hablar contigo y no quiero verte, pero podemos enviarnos mensajes. —Pensarías que había tenido una
pista las dos últimas veces que llamó y le colgué o la ignoré. Quería tener todo lo que ella dijo por escrito por si acaso. Su boca, esa boca que había llamado un error a mi amado sobrino una vez, se abrió, pero no fue su voz la que salió. —Estoy bastante seguro de que te está diciendo que te vayas a la mierda. Algo me hizo cosquillas en el fondo de la garganta. ¿Alivio? Me volví para mirar por encima del hombro y ver a Dallas subiendo a la acera hacia mi casa. Y a pesar del hecho de que quería gritarle y decirle todas las formas en que había lastimado a mi Josh, no pude evitar ver la escena llamada mi vecino. Y no era porque estaba sucio y sudoroso y su camisa se le pegaba como una remera mojada. Principalmente. Porque, Dios mío, fue como si mi cerebro hubiera olvidado quién estaba a mi lado durante los quince o treinta segundos que miré a este maldito casi extraño caminar. A menos que Anita fuera ciega, estaba absorbiendo lo mismo que yo. Sabía lo que vio. Esa cara de “vete a la mierda”. La poderosa parte superior del cuerpo. Jeans viejos y gastados con manchas por todos lados, y botas de trabajo negras, desgastadas y manchadas de pintura. La camisa que tenía puesta debió encogerse en algún momento porque las mangas apenas cubrían sus hombros, resaltando la tinta oscura que cubría sus bíceps, pero me obligué a mirarlo a la cara antes de que me atrapara. —¿Vas a ponerte en marcha o necesito acompañarte a tu auto? —Dallas preguntó mientras se detenía a mi lado, su hombro a centímetros de mi cabeza, sorprendiéndome por completo. No iba a negar un regalo cuando me lo daban, a pesar de que era de alguien a quien no sabía cómo podía devolverlo. —Solo quiero hablar, —dijo la mujer, que le había dado tanto infierno a mi hermano.
—Estoy bastante seguro de que no quiere hablar contigo. ¿Estoy en lo cierto? Todavía estaba mirando a Dallas cuando dije con voz distraída: —Sí. Mi vecino se encogió de hombros, su atención se centró en la mujer que se encontraba a unos metros de distancia. —La escuchaste. Vete. —Solo necesito un maldito minuto, Diana ... De alguna manera, el uso de mi nombre logró que alzara los ojos para encontrarme con los de ella. —No me hagas llamar a la policía. Por favor. Te lo dije, arregla tu vida, Anita. No aparezcas en mi casa inesperadamente. Esta no es la forma de hacer esto. Mi vecino había giró la cabeza para mirarme por primera vez, lento, lento, lento cuando dije por primera vez la palabra p-o-l-i-c-í-a. Mi cuerpo giro de tal manera que, por el rabillo del ojo, pude verlo parpadear. Un músculo de ese pómulo afilado se contrajo. Sus fosas nasales se ensancharon lo suficiente para ser notorias. —¿La policía? —preguntó el hombre que vivía al otro lado de la calle con voz tranquila y fría. Y Dallas -podría haberlo abrazado en ese momento, incluso haberlo besado- levantó una de esas grandes y callosas manos suyas y apuntó con la cabeza hacia un lado—. Vete. —Una palabra y solo una palabra era necesaria—. Ahora. —Una palabra más cimentó ese duro mandato. Como si sintiera su inminente desaparición por el hecho de que estaba a punto de decirle a alguien más grande que nosotros dos que estaba infringiendo la ley, Anita hizo un ruido breve y agudo con la garganta. —Olvídalo. Me voy. No la miré y tampoco Dallas; estaba demasiado ocupada mirándome directamente a los ojos. Una parte de mí se arrepintió de haber empezado a mirarlo fijamente, pero ya era demasiado tarde. Si quisiera hacerlo, podríamos hacerlo.
Fue el sonido de un auto que arrancaba cerca lo que nos sacó a los dos del mundo que habíamos construido a nuestro alrededor. Dallas se giró para mirar algo por encima de mi hombro, su expresión se oscureció por primera vez, las líneas se formaron horizontalmente en su frente mientras miraba lo que yo solo podía asumir que era el auto de Anita yéndose. Era un Chevy negro. No lo olvidaría. Así, esos ojos turbios se posaron en los míos, y la expresión de mi vecino cambió de una expresión perturbada a una preocupada que frunció sus rasgos faciales. —¿Estás bien? Todo lo que pude hacer fue asentir, demasiado rápido, pero no había ninguna duda en mi cabeza de que mi ansiedad estaba escrita en todo mi cuerpo. Anita no tenía ningún derecho legal sobre Josh. Lo sabía. Ella no podría simplemente llevárselo. Podría compartir. Realmente podría. Pero solo si hubiera alguna forma de saber que ella no lo lastimaría como lo había hecho en innumerables ocasiones antes. Y sólo si quisiera. Me obligué a dejar escapar un suspiro, luego otro y finalmente asentí. Sabía que estaba bien. Y si tal vez no estuviera completamente bien, eventualmente lo estaría. —Estoy bien. —Bueno. —Un pequeño ceño enmarcaba la boca de mi vecino—. Déjame tomar eso, —dijo, incluso cuando sus manos fueron a las mías. Negué con la cabeza. —Está bien. Lo tengo. Las comisuras hacia abajo de su boca se aplanaron. Dallas parpadeó, esos ojos suyos se deslizaron sobre mi como si estuviera tratando de medir algo. Quizás lo estaba. Mi terquedad. —Lo tomaré, —dijo lentamente, agarrando con cuidado las asas de la bolsa de la compra, envolviéndolas alrededor de sus propias muñecas mientras su mirada permanecía en mí. Ni siquiera pude encontrar fuerzas en mí para seguir protestando, para decirle que podía tomar las bolsas por mi cuenta y hacerle saber que había hecho lo suficiente, que no necesitaba su ayuda. No necesitaba entrar en mi casa y
sentirse raro o inventarse alguna otra cosa en su cabeza acerca de que yo lo acechaba. Pero no tuve la oportunidad de pelear. Simplemente lo seguí, rígida. Abrí la puerta y lo vi entrar mientras yo agarraba el resto de las bolsas del auto y lo seguía. Estaba bien. Nunca volvería a mi casa, y si lo hacía, sería dentro de años. Así era como siempre funcionaba con ella. Ella aparecería y pasarían años antes de que la volviéramos a ver. Dallas estaba en la cocina sacando cosas de las bolsas cuando lo encontré. Mi corazón latió un poco y mi estómago todavía estaba revuelto. —Realmente no tienes que hacer eso. Puedo hacerlo. —Está bien, —fue su simple respuesta, incluso mientras seguía. Suspiré. —De verdad. No tienes que hacerlo. No quiero que te sientas raro estando aquí. Lo juro, no estoy tratando de hacer nada. Esas manos grandes y callosas se detuvieron en su movimiento. El aliento que soltó fue tan profundo que pude escucharlo. —Sé que no estás haciendo nada. Estaba tan distraída por la mamá de Josh que ni siquiera podía pensar en un regreso o concentrarme en el tenso silencio entre nosotros. La vergüenza me llenó desde el ombligo hasta la barbilla, pero sabía que tenía que decirle algo sobre lo que acababa de suceder. —Gracias por eso. —Sí, sonaba tan incómodo como temía. Finalmente me miró a través de unas pestañas largas y puntiagudas que nunca había notado antes. —Ella había estado estacionada fuera de tu casa por un tiempo, —explicó casualmente—. Pensé que algo no estaba bien. Su comentario solo me hizo sentir un poco culpable por escuchar a escondidas la conversación que había tenido con la mujer del auto rojo, su esposa quizás separada, quizás casi divorciada. No tenía por qué conocerla, y mucho menos pensar en ella cuando tenía algo realmente más importante en lo que concentrarme. Maldita Anita.
No podía llevarse a Josh. Ella no podía. No había manera, le recordé al bulto que se había formado en mi estómago. Tal vez debería llamar a su escuela mañana o hablar con su maestro sobre la situación para que pudieran estar más atentos con quién se fue a casa. —¿Hay algo que deba saber? —preguntó en voz baja, con más gentileza que cualquier otra frase que aún no hubiera escuchado salir de su boca. ¿Estaba allí? Palmeándome la frente, cerré los ojos y deseé que mi corazón latiera más lento. Algo metálico chocó contra la encimera de la cocina. Me lo imaginaba sacando latas de sopa y poniéndolas allí, manteniendo esas manos grandes ocupadas. —Puedo ayudar, si me dice lo que necesitas. Se ofreció a ayudarme después de que no había podido alejarse de mí lo suficientemente rápido. ¿Quién lo hubiera sabido? ¿Quién lo hubiera imaginado? Las lágrimas parecían llenar mis ojos cerrados, pero las limpié mientras pasaba la mano por mi rostro. ¿En qué momento me había convertido en un bebé llorón? Cuando volví a abrir los ojos, mi atención se centró en el gabinete frente a mí. Las palabras que salieron de mi boca fueron la verdad. Las mentiras y yo no éramos amigos. —Esa era la madre biológica de Josh —le dije con firmeza. No dijo nada. Dándome la vuelta para mirarlo, lo encontré con la mano en una de las latas que debí haber escuchado sacar de una bolsa de plástico. Lo miré a los ojos por un momento mientras tomaba una de las bolsas junto a él y comenzaba a sacar cosas de ella. —Se supone que ya no la vería. Ella intentó sacarlo de la guardería cuando tenía tres años y tuvimos que poner una orden de restricción en su contra. No ha hecho nada de eso desde entonces, pero solo viene cada pocos años. —Me encogí de hombros e hice una bola con la bolsa de plástico cuando
terminé con ella. La apreté en mi puño y tragué mientras lo miraba por encima del hombro, encogiéndome de hombros de nuevo. ¿Qué más había que decir? —Está bien, —dijo, casi en voz baja. Esos ojos color avellana se clavaron en los míos. Entonces solo había un pequeño pliegue entre sus cejas—. Está bien, —repitió en una exhalación que parecía casi dolorosa—. Estaré atento. Mi boca tomó la forma de una sonrisa que en realidad no era una. Que desastre. —Bueno, gracias por eso. No puedo… —Dios, toda esta situación me hizo sentir incómoda. Una parte de mí todavía no podía entender que ella apareciera después de tanto tiempo. ¿Por qué haría eso? Cuando había aparecido en el pasado, siempre había sido para provocar a Rodrigo. Realmente no pensé que ella tuviera un profundo amor por Josh. Por otra parte, ¿qué sabía yo? Probablemente haría lo mismo si estuviera en su lugar. Todos cometimos errores que lamentamos—. Realmente lo aprecio. —No necesitas agradecerme. No iba a dejar que la manejaras sola. —Su mano subió para tocar la parte posterior de su cuello en un gesto que no parecía tan casual como debería haberlo hecho. Probablemente no le gustaba involucrarse en cosas que no lo incluían a él. No puedo culparlo. Pero lo que dijo a continuación lo explicó—. Te debo. —No me debes nada, —le dije lentamente, encontrándome con su mirada. Esa cara cautelosa no movió un solo músculo. —No has sido nada más que amable con mi familia. Te debo una, —se repitió. Suponiendo que estaba hablando de Dean y Trip, me concentré en sus otras palabras. ¿Qué diablos iba a hacer con este hombre? ¿Ser desagradecida por lo que había hecho incluso si hubiera sido principalmente apoyo moral? Sabía que debería tomar lo que pudiera conseguir por cualquier motivo. Trabajamos en silencio durante unos minutos. Sacaba cosas de las bolsas y las dejaba en el mostrador mientras yo las ponía donde tenían que ir. Unas cuantas veces lo sorprendí mirando alrededor de la cocina, estoy segura de que observaba los armarios de mierda y la pintura que necesitaba ser rehecha… y
los pisos que habían visto décadas mejores, pero no hizo ningún comentario sobre ellos. No me dejé perder de vista porque él estaba en mi casa, este casi extraño. —Si quieres llamar a la policía, haz que vengan, puedo ser tu testigo de que ella estuvo aquí, —ofreció mi vecino con esa voz tranquila que me recordó que este era el tipo de hombre que no quería hablar con mujeres que coqueteaban con él porque estaba casado y también era entrenador de béisbol de niños pequeños. Había estado pensando en ello mientras preparaba la compra. La verdad era que no quería involucrar a la policía, principalmente porque no quería que esto afectara a mis padres y los estresara, y tampoco quería que los chicos se involucraran en eso. Josh me había hecho prometerle algo que nunca tomaría a la ligera esa noche después del funeral. “No tendrás que volver a verla si no quieres, J. No dejaré que te lleve. Lo prometo”. —No lo creo —le dije—. Realmente no creo que vuelva. El ruido que se agitó en su garganta no dijo si aprobaba mi decisión o no. Por un momento, pensé en contarle sobre Rodrigo, pero no lo hice. Ver a Anita me había dado bastante con lo que lidiar. Hablar de mi hermano era una montaña que no quería abordar todavía con este hombre que poco a poco se estaba volviendo amigable conmigo. Cuando terminamos unos minutos más tarde, el entrenador de Josh me miró con seriedad y solemnidad. —Me voy a ir, pero estaré en casa el resto del día. Grita si necesitas algo, pero estaré atento y me aseguraré de que no recibas más visitas. —Realmente no tienes que hacer eso, —traté de insistir. Dallas dejó que su cabeza se inclinara hacia un lado por un momento, mirándome con esos ojos. Esa boca rosada se abrió lo suficiente para que pudiera ver la punta de su lengua tocar la esquina de sus labios. —Eres amiga
de mi familia. Somos vecinos. —Sus párpados colgaban bajos de una manera que era casi un resplandor—. Llámame si necesitas algo. La mirada que le di debe haber dicho “¿Estás seguro de que no te vas a asustar de que te llame?” porque juraría que frunció el ceño. —Llámame, —repitió en ese tono mandón. Asentí con la cabeza, sin estar completamente convencida de que llamarlo fuera algo por lo que no dejaría de ser amigo. —Gracias de nuevo. Dallas encogió un hombro musculoso y redondeado. —Asegúrate de que tus puertas estén cerradas, ¿de acuerdo? El asentimiento que le di fue lento. Esa parte orgullosa de mí quería decir que podía cuidar de mí misma. Porque podía. Cuidé de dos niños y de mí. Pero mantuve mi boca cerrada. Sabía cuándo aceptar ayuda y cuándo no. No era como si tuviera a alguien más. —¡Oye! —Lo llamé de repente—. Josh celebrará una fiesta de cumpleaños el próximo fin de semana. Si no tienes nada mejor que hacer, no dudes en visitarnos. Tendremos comida e invitaré a algunos de los otros vecinos también. —No lo necesitaba pensando que estaba tratando de atraparlo. Dallas vaciló por un momento, ya alejándose. Estaba de espaldas a mí. —Está bien. —No se movió por un momento— Está atenta la próxima vez que llegues a casa. La indignación estalló en mi pecho por ser tratada como una niña estúpida. ¿Qué pasaba con este hombre y ser mandón? Esos ojos de color marrón dorado miraron por encima del hombro. Esa línea familiar se formó entre sus cejas. —No te enojes, —dijo, dándose vuelta antes de seguir caminando—. Solo quiero ayudar. Nos vemos más tarde.
Capitulo Once
—Louie Chewy, —dije su nombre con calma. No me miró. Sabía lo que estaba a punto de preguntar. Yo tenía ojos. Él también, y estaba usando los suyos para mirar el cielo no tan interesante. Me rasqué la punta de la nariz. —¿Dónde está tu zapato, boo? Incluso después de que le pregunté por la zapatilla que faltaba, que sabía con certeza que tenía puesta cuando salimos de la casa, porque ¿por qué iba a salir de la casa con una sola zapatilla puesta? en su pie cubierto de calcetines. El mismo pie cubierto de calcetines que de repente tenía los dedos doblados dentro del material azul y negro como si estuviera tratando de esconderse. Jesucristo. Inclinó la cabeza hacia un lado y se encogió de hombros. —No lo sé, —susurró. No otra vez. Con su atención centrada en algo más que en mí, no me sentí mal por pellizcarme el puente de la nariz. Sabía que solo hacía eso cuando se lo merecía, y esto contaría como una de esas ocasiones. Si alguien me hubiera dicho hace cuatro años que los niños pequeños perdían sus zapatos al azar sin ningún motivo, me habría reído y les habría dicho “eso apesta”. Si Josh había perdido alguna vez una zapatilla de deporte a una edad temprana sin estar en mi presencia, Rodrigo no me lo había dicho. ¿Quién diablos pierde un zapato y no está borracho por el apagón? ¿Cómo diablos alguien pierde un zapato para empezar? Yo tampoco andaría presumiendo de ello. Pero ahora, dos años después de este trabajo de crianza de tutores, entendí lo posible que era. Es posible tres veces al año. Cómo mi pequeña galleta de amor, que por lo general estaba más preparada que yo, perdió algo estaba más allá de
la capacidad de mi cerebro para comprender. El hecho fue que lo hizo. Como él entrando a escondidas en mi habitación y asustándome casi hasta la muerte, debería haberme acostumbrado. Al menos, no debería haberme sorprendido de que lograra hacerlo. Mientras estábamos cerca de las gradas en el campo donde Josh practicaba, miré a mí alrededor, esperando ver mágicamente un zapato que mi instinto esperaba que se hubiera ido para siempre. Mierda. Agachándome, dejé mi bolso en el suelo junto a nosotros y puse una mano en su hombro. —Te dije que me dijeras cuando suceden estas cosas, Lou. —Todavía no había hecho contacto visual. —Lo sé. —Apenas podía escucharlo. —¿Entonces por qué no lo hiciste? —Porque... —¿Porque qué? —Perdí mi zapato la semana pasada. —¿Él qué?—. La abuela me compró los mismos y me hizo prometer que no volvería a perderlos. Hijo de puta. Y ahí me fui sintiéndome mal cuando guardé cosas de los Larsens. Presionando la punta de mis dedos contra su mandíbula, gentilmente le hice mirarme. Sus rasgos eran tan arrepentidos que estuve tentada de decirle que estaba bien y que no se preocupara por eso, pero todo lo que tenía que hacer era imaginarlo creciendo como un mentiroso y saber qué era lo peor que podía hacer. —No me voy a enojar mucho contigo si me dices la verdad, y no me gusta cuando me mientes. Puedes mentirme al no decirme nada también, Louie. Realmente tienes que tener más cuidado con tus cosas. —Lo sé.
—Sé que lo sabes. Pero ahora no voy a comprarte otro par que te guste hasta que sepa que puedes cuidarlos... Jadeó. —Pero... —Nop. —Pero... —Nuh-uh. —Pero... —No lo voy a hacer, Lou. Ya te lo advertí. Ahora muéstrame dónde fue el último lugar donde lo viste. Quizás podamos encontrarlo. Suspiró, pero finalmente se guardó su argumento para sí mismo. Al otro lado de la valla, los jugadores se apiñaron alrededor de sus entrenadores cuando la práctica llegó a su fin. Manteniéndolos vigilados, me di la vuelta para dejar que Louie saltara sobre mi espalda y me paré. —¿A dónde? Señaló directamente al área donde había estado jugando durante la última hora con otros hermanos y hermanas de la alineación del equipo. Todavía había muchos niños corriendo, y mientras los miraba, no me sorprendería que uno de ellos haya agarrado su zapatilla y salido con ella. A veces, los niños eran una mierda. Con solo la aplicación de linterna que venía en mi teléfono, moví la luz por el suelo, al estilo CSI, tratando de encontrar un rastro de un cordón de zapato o algo así. —¿Perdiste tu zapato otra vez, tonto? No me molesté en darme la vuelta para hablar con Josh. —No llames así a tu hermano... incluso si lo perdió.
—Dije que lo sentía, —murmuró Louie. Sonreí con satisfacción mientras pateaba una rama rota para asegurarme de que no había encontrado misteriosamente su camino debajo de ella. No lo había hecho. —Mentiras. Nunca dijiste que lo lamentabas. Hizo un sonido en mi espalda. Su aliento era cálido en los pequeños cabellos de mi cuello. —Lo hice en mi cabeza. A pesar de todo, eso me hizo reír. —Iré a mirar allí. —Josh suspiró, ya alejándose de nosotros, su atención centrada en el suelo. —¿Qué estás haciendo? —preguntó una voz desde algún lugar cercano un momento después. Enderezándome, miré por encima del hombro para encontrar a mi vecino allí, su expresión era confusa. No puedo culparlo. Solo podía imaginar cómo me vería dando tumbos en la oscuridad con un niño de cinco años en mi espalda. —Hola. —Era la primera vez que nos veíamos desde el día en que Anita se había cruzado inesperadamente. Muy inesperadamente—. Estamos buscando un zapato de esta talla. —Usé los dedos de una mano para darle una longitud aproximada. Dallas tarareó e inmediatamente miró al suelo. Me di cuenta de que durante la práctica se había cortado el vello facial. La gastada gorra roja que usualmente usaba durante la práctica de béisbol estaba baja en su frente. —Mi mamá solía decir que mis zapatos simplemente salían y corrían de la casa solos. Miré a Louie por encima del hombro y él giró la cara. UH Huh. —¿Dónde lo dejaste, amigo? —preguntó nuestro vecino mientras caminaba a nuestro alrededor para buscar en el suelo más adelante.
—No lo sé, —respondió el chico en mi espalda en un tono amortiguado que reconocí como si estuviera avergonzado. Traté de mantener mi risa lo más silenciosa posible, pero aún era lo suficientemente fuerte como para que Dallas la oyera y se diera la vuelta. La forma en que se formaron sus cejas dijo que estaba divertido. No podría decir que no me gustara eso de él. Después de traer su Xbox, vi lo paciente que era con Louie. Tal vez todavía estaba actuando un poco raro conmigo, pero no había sido de la misma manera con ninguno de los chicos esa noche. Cuando Josh y los niños salieron del dormitorio, exigiendo que les dieran de comer, todos estaban emocionados de ver a Dallas allí. Los niños eran geniales olfateando a los imbéciles, y supongo que este hombre no podría ser tan malo si ninguno de ellos se quejaba. Dios sabe que Josh no guardaría su opinión sobre alguien. También ayudó que lo que Trip me dijo sobre la ex de Dallas ayudara a no tomarme su frialdad como algo personal. —Lo encontraremos. No te preocupes, —le aseguró al mono a mi espalda. Obviamente, nunca antes había perdido el zapato de un niño, porque no era tan frecuente que lo encontraran. Muchas veces desaparecieron para no volver a ser vistos como calcetines en la secadora. Pero no quería arruinar su optimismo. Unos pocos niños pasaron junto a nosotros, ajenos a nuestra búsqueda del tesoro. Probablemente buscamos otros cinco minutos antes de que un chico corriera justo enfrente de Dallas. Rápido como un rayo, extendió la mano y agarró al chico del equipo de Josh por la parte de atrás de su camiseta de entrenamiento, llevándolo a detenerlo. —Dean, ¿has visto un zapato? —Dallas le preguntó al hijo de Trip, la mano en la parte de atrás de su camisa se movió hacia arriba para tocar la parte de atrás del cuello del niño en una cariñosa palmada. El niño de cabello rubio oscuro, un poco más alto que Josh, frunció el ceño. —No. —Pareció pensar en ello un segundo—. ¿Qué clase de zapato?
Nuestro vecino hizo un gesto hacia Louie y hacia mí. —Zapato de niño. Una zapatilla deportiva. —Oh. —El niño giró su atención hacia nosotros, su sonrisa ascendió de una manera que no parecía pertenecer a un niño de diez u once años—. Hola, Sra. Diana. —Hola, Dean. —Le sonreí. La sonrisa en su cara realmente era algo más. —Lo encontraré, —dijo el niño justo antes de tomar la dirección en la que había venido, de regreso hacia un pequeño grupo de niños más jóvenes que él. Realmente no esperaba mucho, pensé que esperaría unos minutos más antes de regresar a casa. Estaba resignada a lo inevitable: tener que comprar otro par de zapatos, esta vez en Walmart. Además, se estaba haciendo tarde y dejé el chile cocinando en el Crock-Pot11 esa mañana. Fue más que probable que solo un minuto después Dean corriera hacia nosotros con la mano extendida. Llevaba una zapatilla de tenis roja y negra que ahora acepté que era completamente nueva. La Sra. Larsen realmente había tratado de engañarme ¿Eh? —¿Qué se dice, Lou? —Le pregunté mientras agarraba la zapatilla. —Gracias, —murmuró un poco más bajo de lo que solía haber hecho. —Gracias, Dean, —enfaticé—. Nosotros realmente lo apreciamos. El chico volvió a sonreír que mi instinto decía que sería un problema. —Cualquier cosa para usted, Sra. Diana. Este chico era otra cosa.
11
Olla de cocción lenta.
—¿Gracias? —dije, lanzando una mirada a Dallas, quien tenía una expresión ridícula en su cara como si tampoco supiera qué pensar. —Nos vemos, Josh, —le gritó el niño a mi sobrino antes de chocar los puños con Dallas y salir corriendo de nuevo—. Adiós, tío Dal. Louie se deslizó de mi espalda, dejándose caer sobre la tierra, ajeno al hecho de que estaba usando sus pantalones caqui de la escuela y el suelo estaba húmedo por una lluvia anterior. Empezó a ponerse la zapatilla, pasando las correas de velcro hacia el otro lado. —Gracias por pedirle que buscará, —le dije a nuestro vecino, sin perder de vista a Lou al mismo tiempo para asegurarme de que algo más no desapareciera mágicamente. —Sí, gracias, Sr. Dallas. —Dallas, y de nada. Te dije que lo encontraríamos. Lou se puso de pie rodando sobre sus rodillas como si ensuciarse el trasero no hubiera sido suficiente. —Vamos a comer chili esta noche. ¿Quieres venir? —preguntó tan repentinamente que me tomó completamente desprevenida. Me quedé paralizada, volviendo mi mirada hacia Dallas, sonriendo con fuerza. Él está casado, Me recordé. Casado. Lo último que quería hacer era darle la impresión de que estábamos tratando de meterlo en nuestras vidas más de lo que él necesitaba. Esos ojos color avellana iban y venían entre Louie y yo. —¿Chili? —Es realmente bueno. Louie no conocía a un maldito extraño. Fue tan honesto e inocente en su respuesta que me hizo desear que todos fueran tan directos. También me hizo
querer proteger sus sentimientos mucho más. —Estoy segura de que el Sr. Dallas… —comencé a decir antes de ser interrumpida por nuestro vecino. —Sólo Dallas, —interrumpió. —... ya tiene planes, Lou. Podemos invitarlo otro día, no en el último minuto. El chico parpadeó al hombre con esos ojos azules que podrían conquistar mundos si alguna vez se lo proponía. —¿Tienes cosas que hacer? Nuestro vecino abrió la boca, vacilación allí mismo, una disculpa, una excusa, algo, en su lengua, pero la cerró con la misma rapidez. Pareció asimilar a Louie por completo, y yo sabía lo que estaba viendo: el chico más lindo del mundo. —¿Es realmente bueno? —le preguntó a Louie, una sonrisa suave y gradual formándose en su boca. El entusiasta asentimiento de mi chico podría conquistar al Grinch más grande. Era tanto una bendición como una maldición. Lo usaba conmigo de forma regular. Nuestro vecino había decidido. —Si a tu mamá no le importa… —Se calló, dándome una mirada casi de disculpa. Para cualquier otra persona, el ceño fruncido que apareció en la cara de Louie ante la palabra “M” no habría significado otra cosa que un niño al que no le gusta la posibilidad de no salirse con la suya. Pero para mí, sabía por qué era ese ceño fruncido, y la respuesta de Louie no me hizo sentir mejor. Ignoró la palabra “M” y dijo: —A Buttercup no le importa, ¿a ti?
—¿Puedo ayudar con algo? Mirando por encima de mi hombro, negué con la cabeza al hombre alto que estaba en mi cocina por tercera vez en una semana. —Son solo un par de platos. Casi termino. Dallas escaneó la cocina, mirándola de la misma manera que lo había hecho la primera vez que entró, probablemente viendo todas las imperfecciones que eventualmente podría arreglar. —Gracias por la cena. Enjuagando el último plato y colocándolo en la rejilla, me sequé las manos con la toalla que tenía colgando de la estufa. —De nada. —Me volví para mirarlo mientras los sonidos de los chicos en la sala de estar nos decían que estaban discutiendo. ¿Qué era novedad? —Fue realmente bueno, —dijo, y si no me lo estaba imaginando por completo, había un toque juguetón en su tono. No pude evitar sonreírle. La cena solo había sido un poco incómoda al principio, afortunadamente. En realidad, nunca usamos la mesa del comedor a menos que mis padres o los Larsens estuvieran allí, y esta vez no había sido una excepción. Los cuatro nos habíamos sentado alrededor de la mesa de café con cuencos y trozos de pan, Josh y Dallas hablando de béisbol profesional casi todo el tiempo. Mientras tanto, Louie y yo nos turnamos para abrirnos la boca cuando estaban llenas de chile. —Gracias por venir. Lou realmente no… —¿Cómo podría decir esto?— No pasa mucho tiempo con hombres que no tienen sesenta años desde que murió su padre, y tú siempre has sido muy amable con él. Le gustas. Gracias por eso, por cierto. Eso es muy amable de tu parte. Algo de valor en esa cara dura pareció saltar de incredulidad o incomodidad, no podía estar segura. No me di cuenta de que había mencionado la muerte de Rodrigo hasta que terminé. Dallas se estiró para frotar los vellos cortados a lo
largo de su mandíbula, sacudiendo la cabeza. —No me agradezcas. Es un buen chico. Ambos son buenos chicos. —Su mano se movió a lo largo de la palma de su nuca—. Mi papá murió cuando yo era joven. Estoy seguro de que habría sido de la misma manera cuando tenía su edad. Lo entiendo. ¿Su papá había muerto? No lo sabía. Entonces de nuevo, ¿cómo lo haría? Me pregunté cuántos años tendría, pero me guardé la pregunta, centrándome en la buena parte de lo que había dicho, y una parte de mí esperaba que no preguntara por mi hermano, así que cambié de tema. —Estoy segura de que esa mentalidad ayuda cuando entrenas a niños pequeños. Puedo decir que les gustas mucho a todos. —Si. Cuando Dallas hablaba con ellos, su atención se centraba en él. Fue paciente con ellos incluso cuando no escucharon sus instrucciones y siguieron haciendo lo incorrecto una y otra vez. No creo que yo hubiera podido mantener la compostura. Esa asombrosa mirada de ojos color avellana se fijó en mí y él levantó un hombro musculoso con indiferencia. —Por eso lo hago. Me gusta la idea de estar ahí para alguien que tal vez no tiene a nadie más cerca, enseñándoles, como yo no tenía a nadie para enseñarme. —Lo dijo como si lo que había pasado de niño sin un padre fuera un hecho. Como si no tener un padre fuera algo tan sencillo como que él no tuviera un perro mientras crecía. No lo dijo como si fuera una enorme carga secreta. Simplemente era lo que era, y pensé que por eso sus palabras me golpearon tan fuerte. De hecho, me gustó lo que hizo por una buena razón. Tragué saliva y de alguna manera me contuve de sonreírle, sabiendo que eso probablemente solo haría la situación incómoda. —No estoy diciendo esto para coquetear contigo… —Los lados de su boca se flexionaron un poco al mismo tiempo que hice ese comentario, pero seguí. Solo estaba jugando con él, me dije, tratando de mantener esto lo más ligero posible—. Pero es muy amable de tu parte. Nunca se sabe cuándo un poco de bondad podría cambiar la vida de alguien. La sonrisa de Dallas se transformó lentamente en una expresión seria y un rígido asentimiento. —Lo sé.
Él sabía. Después de frotar mis manos en mis pantalones, alargué la mano hacia la toalla que tenía al lado del fregadero y comencé a doblarla. —Entonces, ¿cómo terminaste con Tornado? —Trip quería formar su propio equipo porque tuvo una pelea con el antiguo entrenador de Dean, y me emborrachó lo suficiente como para aceptar formar uno con él como asistente. No sabía una mierda sobre béisbol, pero aprendió. Tuve que leer un par de libros sobre las reglas. No había jugado en años, —explicó. —¿Jugabas al béisbol cuando eras más joven o qué? —Ligas menores y secundaria. Lo vi más de lo que lo jugué. No fui a una escuela elegante ni nada por el estilo. Había algo en su tono que no me sentó bien. —Yo tampoco fui a una escuela elegante para nada. —Necesitaba dejar de mirarlo a los ojos a menos que fuera necesario—. Odiaba la universidad. Hice un semestre de lo básico y decidí que no era para mí. —¿Cortas cabello? —Y coloreo... y doy estilo, —agregué con una voz de broma antes de detenerme. Dios no quiera que crea que estoy coqueteando—. Ahora me dedico principalmente al color. Dallas apoyó una cadera contra la encimera de la cocina, cruzando ambos brazos sobre su pecho. Ya había notado todas las manchas sucias a lo largo de sus antebrazos y bíceps por la práctica. Se había quitado la gorra antes de venir. —Trip dijo que no le cortarías el cabello. Y yo pensé que tenía una gran boca. —Nop. Esas cejas marrón oscuro se fruncieron como si no pudiera creer que le diría que no a su primo. —¿Por qué?
—Estoy bien con la mayoría de las mujeres, algunos niños y los pocos hombres que se han quedado conmigo por un tiempo. No estoy preocupada por eso. La última vez que tomé un nuevo cliente masculino, trató de meter la cara entre mi pecho. —Me encogí de hombros—. No más para mí. Él frunció el ceño. —¿La gente hace eso? —Si. Uno de mis compañeros de trabajo es un chico y siempre le pellizcan el trasero —le expliqué antes de hacer una mueca—. Pero a él no le importa la mitad del tiempo siempre que reciba una buena propina. La mirada de sorpresa en su cara me hizo reír. —Señor. Dallas, ¿quieres jugar a Xbox conmigo? —llegó la voz cantarina de Louie desde la sala de estar. ¿Qué demonios? Eran más de las diez. La única razón por la que no los había enviado a la cama todavía era porque había estado lavando platos. —¿No es su hora de dormir? —Dallas preguntó en voz baja. Asentí con la cabeza. —¡Louie! Jugar a Xbox mi cul... Ven a decirle buenas noches al Sr. Dallas para que puedas irte a la cama —grité, poniendo los ojos en blanco ante este niño astuto. Escuché un “aww hombre” desde la sala de estar. Louie tardó un par de segundos en llegar a la cocina y dirigirse directamente hacia el vecino. Todavía no se había molestado en ponerse el pijama. Sus pantalones escolares estaban aún más sucios de lo que había imaginado. Su cara parecía ruborizada, pero lo ignoré. —Buenas noches, Sr. Dallas. —Sonaba gruñón. Demasiado. —Buenas noches, Louie —respondió Dallas, bajando esa mano grande y brusca para poder chocar los cinco con una mano mucho más pequeña que la suya.
Louie le dio una pequeña sonrisa mientras golpeaba su mano con tanta fuerza como podía. —Puedes venir mañana si quieres. ¿Verdad, Buttercup? Uhh... —Tengo algo que hacer mañana, pero tal vez después de eso. Ya veremos, amigo, ¿sí? —razonó el hombre, ahorrándome la molestia de tener que encontrar una manera de decirle a Lou que nuestro vecino tenía otras cosas que hacer. Si Dallas no lo sabía, lo descubrió entonces: mi Louie era el alma más inocente del universo. No pidió mucho. No necesitaba mucho. Y las vagas palabras de Dallas fueron suficientes. —Bueno. Buenas noches. —Se dio la vuelta y comenzó a salir de la cocina de nuevo, dejándome allí antes de que finalmente se diera la vuelta—. ¿Nos vemos en mi habitación? —preguntó, finalmente recordando que estaba en la misma habitación. Traidor. —Sí, Goo. Te veo en un minuto. —Bien. ¡Noches! —parecía gritarnos a los dos. Me volví para enfrentar a Dallas con otra disculpa lista, pero él se me adelantó. Bajó la barbilla para decir: —No lo hagas. Sé que ninguno de los dos está haciendo nada o se está acercando a mí —Se encontró con mi mirada de manera uniforme, seria. No pude evitarlo. —¿Estás seguro? —Estoy seguro. No estaba completamente convencida. —Lo prometo. Sobre mi corazón. Mantengo las manos quietas, y los chicos y yo estamos bien como estamos. No estoy buscando un sugar daddy. Simplemente no quiero que me odies ya que tenemos que vernos todo el tiempo. Promesa.
El hombre no perdió el ritmo, incluso la esquina de su labio se curvó mientras murmuraba con esa voz ronca: —Lo sé. —Su boca se desinfló casi instantáneamente—. Y no te odio. Pensé que querías que fuéramos amigos.
Capitulo Doce
Mi cabeza latía con fuerza un par de días después. Quería vomitar. No tenía migrañas a menudo, pero cuando venían a llamar a la puerta, había que pagar el infierno. Me desperté esa mañana con una sensación punzante detrás de un ojo y solo había empeorado constantemente mientras llevaba a los chicos a la escuela. Debería haber sabido lo que estaba pasando. Cuando una llamada de un número restringido apareció en mi pantalla justo cuando entré al estacionamiento en el trabajo, el dolor pasó a otro nivel. La maldita Anita de nuevo. Sabía que era ella. Pensar en ella por lo general me dejaba con dolor de cabeza, pero con su reciente visita y llamada telefónica de hoy… fue mucho peor. Tenía náuseas y mi cerebro quería estallar fuera de mi cráneo. Por algún milagro, logré superar mi día de trabajo sin vomitar ni arrastrarme debajo de mi estación, gracias a los medicamentos para la migraña de venta libre que teníamos en la sala de descanso para emergencias y tanto café, me temblaba la mano mientras hacía un par de arreglos. Fue un milagro que no me hubiera cortado. Mi teléfono había sonado dos veces más, una con el nombre de Trip parpadeando en la pantalla y la segunda con el nombre de Dallas. No tenía ganas de ocuparme de su negocio de béisbol y no me molesté en contestar, dejando que ambas llamadas fueran al buzón de voz. Después fue mi turno de recoger a los chicos de la escuela. No necesitaba mirarme al espejo para saber que la incomodidad de mi migraña estaba escrita en mi rostro. Ambos fueron dulces y me observaron con atención mientras conducía de regreso. Estoy segura de que se dieron cuenta de que no me sentía bien, pero
no lo dijeron. Para poner la guinda en el pastel de lo sensibles que eran, cuando llegamos a casa, Josh se ofreció a prepararles un bocadillo para que yo no tuviera que hacerlo. Todo lo que pude hacer fue agradecerle y despeinar su cabello. Ambos, junto con Mac, se dirigieron al patio trasero para jugar quién sabe qué, al mismo tiempo, la siguiente dosis de medicamento que había tomado comenzó a hacer efecto lo suficiente para que la luz que entraba por las ventanas no me hiciera sentir como si estuviera a punto de morir. Entonces, cuando alguien llamó a la puerta de mi casa, estaba un poco confundida. Mis padres rara vez venían sin llamar primero y los Larsen nunca llegaban sin avisar. Nadie más de mis amigos vendría sin verificarlo dos veces. Casi nadie tenía la nueva dirección. Al mirar por la mirilla, me sorprendió mucho ver una cara familiar del otro lado de la puerta en lugar de una Girl Scout o un Testigo de Jehová. —Oye, —dije vacilante y más que un poco débil una vez que abrí la puerta. Cuando miré a través de la mirilla, Dallas tenía la expresión más agradable en su cara que jamás había presenciado viniendo de él, pero en el segundo en que su mirada se posó en mí, esa expresión se transformó en un ceño fruncido. —¿Qué te sucede? ¿Era tan malo que alguien que estaba tímido de ser un completo extraño pudiera darse cuenta de que algo andaba mal conmigo? —No me siento bien. Su ceño se profundizó, su mirada me recorrió de nuevo de una manera que me hizo sentir como si se estuviera asegurando de que no tuviera alguna enfermedad contagiosa. —Te ves como el infierno. —¿Se suponía que debía parecer una reina de belleza cuando mi globo ocular se sentía como si estuviera a punto de abandonar el barco de mi cráneo?—. ¿Migraña?
Comencé a asentir antes de recordar que eso solo lo empeoraría. —UH Huh. No las tengo tan a menudo, pero cuando las tengo... —¿Por qué le estaba contando esto? ¿Y por qué estaba él aquí?— ¿Necesitas algo? —Le pregunté con un poco más de dureza de lo que pretendía que saliera. Ignoró mi pregunta y mi tono. —¿Cuándo fue la última vez que tomaste algo? Me encogí de hombros; al menos creo que me encogí de hombros. —Hace unas horas. —¿Ya preparaste la cena? —No. —Honestamente, había estado pensando en hacer que Josh llamara para pedir algo. Ni siquiera quería molestarme en precalentar el horno para meter una lasaña congelada allí. Dallas miró por encima del hombro, dudando cuando volvió a mirar hacia adelante. Su mandíbula se apretó por un momento. Dejó escapar un largo suspiro por la nariz y luego asintió, más para sí mismo que para mí, eso era seguro. Rodó esos enormes hombros suyos y se encontró con mi mirada, directamente. —Cerraré la puerta. Ve a acostarte. Yo me encargaré de la cena, —dijo de esa manera autoritaria y sensata, como si no fuera alguien a quien había conocido y con quien había salido un puñado de veces. ¿Quién era este hombre y por qué estaba haciendo esto? El pequeño movimiento de cabeza que hice fue más que suficiente para hacer que la bilis subiera por la parte posterior de mi garganta. No pude tratar de ocultar mis mejillas hinchadas mientras mantenía el ácido bajo. —No tienes que hacer eso. —Quiero hacerlo —dijo, todavía sin romper el contacto visual. ¿Estaba usando mi propia táctica contra mí? Tragué. —Lo siento. Gracias por la oferta, pero estaremos bien. ¿Hay algo que necesites o podemos enviarnos un correo electrónico más tarde? —Además,
¿desde cuándo había venido a hablar sobre Tornado en persona? Nunca. ¿Para qué más vendría? Para darle crédito, no hizo mucho más que inclinar su cara hacia el cielo y soltar un suspiro antes de volver su atención a mí, sus rasgos faciales suaves y no divertidos. —¿Siempre eres así de terca? Habría entrecerrado los ojos si no hubiera empeorado mi dolor. Entonces le dije la verdad, reflejando su expresión. —Si. ¿Es tu verdadero nombre realmente Dallas? Esa ceja gruesa y oscura suya se elevó media pulgada. —Si. —¿Por qué tus padres te pusieron así? —pregunté mientras mi cabeza daba otro latido nauseabundo. Esa ceja suya se elevó unos dos centímetros más de lo que ya lo había hecho. —Mi padre perdió una apuesta en un partido de fútbol y me estaban llamando Dallas o Cowboy. —No perdió el ritmo y siguió adelante con el tema original—. Deja que te ayude. Yo también habría ido con Dallas. Dejé ir el nombre y agité la mano débilmente. —Ya has hecho suficiente. No estoy tratando de aprovecharme de ti o cruzar alguna línea. Estaremos bien —susurré, cerrando un ojo cuando los golpes se volvieron aún más concentrados. Dallas me miraba fijamente, pero no me importaba. Su voz era tan baja que tuve que esforzarme para escucharla. —Entiendo que no estás tratando de coquetear conmigo, ahora o nunca, ¿de acuerdo? ¿No podremos no volver el tema nunca más? Estoy aquí. No te sientes bien. Déjame ayudar. Cerré ambos ojos y fruncí el ceño, deseando que esta conversación terminara. Él suspiró. —Sé lo que es para una madre soltera tener una migraña de vez en cuando. Si quieres llamar a la mía y asegurarte de que no te estoy engañando, puedes hacerlo.
No tenía la energía ni la fuerza de voluntad para contemplar sus palabras. Abrí mis ojos. ¿Quién diablos usaba a su madre como referencia de todos modos? La forma en que me miraba era como si estuviera exhalando un suspiro de exasperación en su cabeza. —Toma una foto de mi licencia de conducir y envíasela a alguien si te hace sentir mejor, —sugirió con calma. No pensé que fuera una especie de pervertido loco. De ningún modo. Sobre todo, estaba preocupada por hacer las cosas raras entre nosotros. Afirmó haber aceptado que no estaba tratando de hacer ningún movimiento en él, lo cual era bueno porque era la verdad. Era agradable de ver, su cuerpo aún más, pero también lo eran muchos hombres. —Puedo pedir algunas pizzas y sentarme con tus chicos por un tiempo. —Levantó esas cejas espesas y marrones cuando no grité inmediatamente mi gratitud. —Es… —comencé a decir antes de que Dallas me interrumpiera. —Mira, vine a decirte cara a cara que estamos reduciendo los torneos que estamos haciendo y las prácticas. Intenté llamarte, pero no respondiste ni me devolviste la llamada. Torneos. Mierda. Ni siquiera me importaba el béisbol o incluso seguir viviendo en este momento. Todo lo que escuché fue “pizzas” y “sentarse con los chicos”. Una ola de náuseas y dolor de repente me golpeó justo detrás de los globos oculares. —Bien. —Me sentí tan mal que retrocedí, lo miré de nuevo, luego entré como un cachorro obediente y me dirigí directamente a la sala de estar. Dallas me siguió. Me dirigí al sofá, plenamente consciente de que este hombre semi-extraño estaba en mi casa, a punto de preparar la cena para los chicos. ¿Era esto un error?
Observé desde el sofá mientras mi vecino desaparecía por la puerta trasera de la cocina y escuché débilmente los alcances más profundos de su voz en el aire, aunque no pude procesar lo que estaba diciendo exactamente. Cuando no regresó después de veinte minutos, me senté y miré por la puerta abierta de la cocina al patio trasero. Josh y Louie estaban a unos cinco metros de él, formando un triángulo. Mac estaba tendido en la hierba, mirándolos a los tres perezosamente. Cuando una pelota de béisbol voló del lado de Dallas al de Josh, no pude evitar sonreír antes de dejarme caer en el sofá, soltando una oración silenciosa para que esta migraña desapareciera pronto. El reloj de la pared me mantuvo informada a medida que pasaban veinte minutos más, y luego diez más. El sonido de la puerta al abrirse me advirtió que alguien estaba entrando antes de que las discusiones de Josh y Louie confirmaran que eran ellos. Dallas los siguió, la puerta se cerró con un crujido justo antes de que sonara un golpe en la puerta principal. —Yo iré, —dijo mi vecino, tocando con una mano la parte superior de la cabeza de Louie cuando pasó a su lado y se dirigió en la dirección del golpe, cruzando frente a la televisión apagada. —Consiguió pizza, —se ofreció Josh antes de dejarse caer en el sillón reclinable perpendicular al gran sofá en el que estaba—. Carne suprema. Ni siquiera tuve la energía para sacarle la lengua. Demonios, todo lo que quería era desaparecer en mi habitación, pero no iba a dejar a Josh y Lou solos con un hombre al que no conocía tan bien. Mis padres definitivamente nunca se enterarán de esto. —No sé qué tiene de malo que no te guste la piña. —¿En una pizza? Él y su hermano lo dijeron al mismo tiempo, al igual que lo hacían cada vez que discutíamos sobre los ingredientes de la pizza, lo cual era siempre. —Qué asco.
—Sus caras son asquerosas. —Quizás no me sentía lo suficientemente mal como para no discutir con ellos. —No, solo de Josh, —Louie intervino, haciéndome resoplar. Era demasiado joven para tener el tipo de respuesta que tuvo, pero de vez en cuando, me sorprendía con ellas y me encantaba. Efectivamente, Josh le dio un codazo a Lou y el más joven le devolvió el codazo. Dallas cerró la puerta y apareció con tres cajas, apiladas desde la más grande en la parte inferior hasta la más pequeña en la parte superior. Las dejó sobre la mesa de café e hizo un gesto hacia los chicos. —Hombrecito, ¿puedes traer algunos platos y servilletas? Lou asintió y se levantó, dirigiéndose hacia la cocina. Cuando regresó con una pila de platos de papel y un rollo de toallas de papel, Dallas había extendido las cajas de pizza, abriendo una caja tras otra, mostrando que había pedido una pizza extragrande... y los chicos le habían chismorreado y le habían dicho lo mucho que me encantaban las pizzas hawaianas porque la caja de tamaño mediano tenía una dentro. La última caja estaba llena de alitas de pollo. Pasando los platos, nuestro vecino ni siquiera preguntó mientras se dirigía directamente a la pizza de piña y jamón, usando sus dedos para levantar dos rebanadas pequeñas y colocándolas en el plato que Louie le entregó, luego me lo pasó. —Mujeres primero. —Gracias, —dije con una voz débil que odiaba. —Lou, ¿qué quieres comer? —le preguntó a mi pequeño. Señaló la pizza de carne y luego señaló con el dedo las alitas calientes. —Una. —Levanté un dedo hacia él, entrecerrando un ojo, y agregó—: Por favor. La ceja de Dallas se arqueó ante el favor, pero tomó una rebanada y la puso en el plato. Su mano se cernió sobre el recipiente de alitas calientes antes de preguntar: —Estas son picantes. ¿Puedes soportarlo?
Solo podía culparme por la mierda que salió de la boca de Louie a continuación. Realmente podría. Porque dije lo mismo delante de él una docena de veces en el pasado. —Soy mexicano. Si. Esos ojos color avellana se volvieron en mi dirección, muy abiertos y completamente divertidos. —Está bien, amigo. Si tú lo dices. —Y así, tomó la pieza de lo que probablemente era el ala más pequeña de la caja y la colocó en el plato con la rebanada. —Josh, ¿tú? —preguntó. Tres minutos después, los cuatro estábamos sentados alrededor de la mesa, llenos de agua. Juré que el queso tenía algún tipo de ingrediente curativo mágico que hizo que mi cabeza dejara de dolerme al menos mientras comía. Josh se comió tres rebanadas en total y dos alas más antes de tirarse al suelo y gemir. Lou no era un gran comilón, pero comía lo suficiente. No estaba segura de cuánto comía Dallas, pero parecía mucho; No tenía idea de adónde iba toda esa comida. No había un indicio de hinchazón o un perro en ninguna parte. Algunas personas tenían toda la suerte. —¿Te duele menos la cabeza? —preguntó desde su lugar en el piso frente al televisor, junto a la mesa de café. Había apoyado una mano hacia atrás para sostener su peso, su expresión facial era perezosa y complacida como solo la pizza fuera capaz de darle a alguien. Con mi mano limpia y sin grasa de pizza, moví la palma hacia arriba y hacia abajo. —Mejor que antes de comer. —Le sonreí—. Gracias. Déjame saber cuánto te debo. —No te preocupes, —fue la respuesta sensata que salió de su boca. Sabía cuándo mis batallas no tenían sentido y cuándo tenía una oportunidad, y en este caso, no tenía sentido desperdiciar mi energía. Además, no tenía ganas de discutir. Podría devolverle el dinero más tarde. —Gracias de nuevo entonces.
Antes de que tuviera la oportunidad de recordarles a los chicos lo que eran los modales, ellos hablaron uno tras otro, llenándome de una estúpida cantidad de orgullo. —Gracias, Sr. Dallas. El hombre mayor les dio una mirada también. —Se los dije, pueden llamarme Dallas.
—El Señor Dallas es agradable, —comentó Louie horas después mientras se metía en la cama. —Lo es, ¿no? —pregunté, dejándome caer en la esquina del colchón. Mi dolor de cabeza se había aliviado lo suficiente como para al menos poder hacer esto por mi chico. —Si. —Se subió las sábanas hasta el cuello mientras se acomodaba—. Josh golpeó la pelota por encima de la cerca y ni siquiera se enojó. Le dijo que no dijera que lo sentía porque no hizo nada malo. —Nada malo, Lou. Pero fue muy amable de su parte decir eso. —A medida que fui creciendo, me di cuenta cada vez más de las cosas que encontraba atractivas. Como paciencia y bondad. Cuando era más joven, y muchísimo más tonta, siempre me atraían los chicos calientes con buenos autos. Ahora, había cosas como las calificaciones crediticias de las que preocuparse, los antecedentes laborales y los rasgos de personalidad que no se podían detectar durante la cena y las bebidas. —Dijo que nuestra cerca estaba estropeada y que teníamos que arreglarla.
Hice una mueca y asentí, agregando la cerca a la docena de otras cosas que necesitaba reparar en la casa en algún momento. —Lo sé. —¿Vas a decirle a Abuelito? Le guiñé un ojo. —No quiero, pero tal vez tú, Josh y yo podamos arreglarlo. ¿Qué piensas? Esos rasgos suaves como un bebé cayeron instantáneamente. —Quizás Abuelito pueda ayudar. —¿Por qué? ¿No crees que podamos hacerlo? —Para ser honesta, tampoco estaba segura de que pudiéramos hacerlo, pero ¿qué ejemplo estaría dando si constantemente le pidiera a mi papá que hiciera cosas? Por las palabras que salieron a continuación de la boca de Louie, ya había dado un mal ejemplo. Me miró directamente a los ojos y dijo, muy en serio: —¿Recuerdas mi cama? Cerré la boca y cambié de tema. —Muy bien, ¿qué quieres escuchar esta noche? —pregunté, usando mis manos para meter las sábanas, comenzando alrededor de sus pies, cerca de mi cadera. Hizo un pensativo sonido de “hmm”. —Uno nuevo. —Gracias a Dios dejó ir la cosa de la cama. —¿Quieres escuchar uno nuevo? —Le pregunté, todavía arropándolo, mirando de un lado a otro entre lo que estaba haciendo y su rostro por encima de las mantas. —Si. —Alargué la mirada que le di hasta que agregó—. Por favor. Lo siento, lo olvidé. —Está bien. —Pasé mi dedo por la planta de su pie a través de la sábana, sabiendo que lo haría agitar y estropear el capullo en el que había estado trabajando—. Entonces, una nueva historia. Hmm. —A pesar de tener toda una
vida de recuerdos de Rodrigo, algunos días era difícil recordar cosas sobre él que Lou no había escuchado un millón de veces antes. Cuando me enteré por primera vez de la muerte de mi hermano, los minutos que pasaron después de que mi padre dio la noticia parecían haber durado un millón de años. El recuerdo de estar sentada en mi cama después, mi alma a una dimensión de distancia, fue uno que nunca podría olvidar. Todos nos habíamos desmoronado. Cada uno de nosotros. No había dormido en la cama con mis padres desde que era una niña pequeña, pero podía recordar haberme obligado físicamente a volver a mi habitación después de haber estado parada en la puerta cerrada por quién sabe cuánto tiempo, queriendo consuelo que ellos no estaban listos para proporcionar. No fue hasta que vi a los niños un día más tarde, cuando me di cuenta de que Mandy no estaba en ningún lugar para hacer nada por ellos, que me había obligado a derramar y enterrar tanto de mi dolor como podía, al menos delante de ellos. Solo pensar en ella y en todas las señales que nos había dado sobre cómo estaba lidiando sola, hizo que la culpa inundara todos los rincones de mi alma. Pero ya estaba hecho. Todos teníamos la culpa, y no quería que Josh o Lou la olvidaran jamás. —¿Quieres escuchar una divertida o... tal vez una con tu mamá? Casi extrañé la mueca de dolor de Lou; sucedía cada vez que mencionaba a su madre, pero solo me hacía hacerlo más. —Una divertida, —dijo, como era de esperar. Arqueé las cejas y sonreí, dejándolo estar. —Una vez, tu papá y yo íbamos manejando de regreso a El Paso para visitar a Abuelita y Abuelito, ¿si? Josh aún no había nacido. Nos habíamos detenido a comer en algún lugar y la comida era realmente mala, Lou. Quiero decir, ambos teníamos dolor de estómago a la mitad de la comida, pero nos obligamos a terminarla. De todos modos, salimos del restaurante y seguimos conduciendo porque no queríamos pasar la noche en algún lugar ... y tu papá comienza a decirme cómo se va a hacer caca encima.
No dejaba de decir cuánto le dolía el estómago, qué tan mal estaba y cómo pensaba que iba a tener un bebé. La risa de niño de Lou me animó. —Una vez que comenzó a amenazarme con que iba a hacer caca en el auto, finalmente lo dejé en la primera estación de servicio que pude encontrar y él corrió adentro. —Podía imaginar el recuerdo tan claramente en mi cabeza que comencé a reír—. Tenía sus manos detrás de su trasero como si estuviera tratando de sujetarlo. —En ese momento, teníamos lágrimas en los ojos de ambos y fue muy difícil sacar el resto de la historia—. Todavía me dolía el estómago, pero no tanto. Tenía que ser treinta minutos después, tu papá vuelve de la gasolinera, sudando. Está empapado, Lou. No es mentira. Estaba cubierto de sudor. Entra en el auto y lo miro, y me doy cuenta de que no tenía calcetines. Entonces le pregunté, “¿qué pasó con tus calcetines?” Y él dijo “No había papel higiénico en el baño”. Lou se reía con tanta fuerza que se había puesto de costado, agarrándose el estómago. —Te gustó esa, ¿eh? —Yo sonreí enormemente al verlo riendo tanto. Seguía resoplando, “Oh, Dios mío” una y otra vez, un verdadero testimonio de la influencia de mi madre en él. —Su cumpleaños fue un mes después, y le compré un rollo de papel higiénico y un montón de calcetines. —El abuelo me mostró una película de Navidad, y tú le diste calcetines a papá y él te los tiró, —dijo entre estas grandes risotadas. Asentí. —Me hizo prometer que no volvería a decir nada al respecto, así que no lo hice. Seguí dándole calcetines. —Eres buena, Tía.
—Lo sé, ¿eh? Él asintió con la cabeza, su cara sonrojada y feliz. Incluso feliz, dijo: —Lo extraño. —Yo también, Lou. Mucho, mucho —dije suavemente, sintiendo una bola amarga en mi garganta mientras sonreía. Las lágrimas me picaron en la parte posterior de los ojos, pero por algún milagro las mantuve adentro. Quería que esto fuera algo feliz entre nosotros. Podría llorar más tarde. El niño parpadeó adormilado hacia el techo con un suspiro soñador. —Quiero ser un policía como él cuando sea mayor como tú. Su comentario hizo que mi corazón doliera tanto que ni siquiera podía concentrarme en cómo se había referido a mí como vieja. —Puedes ser lo que quieras ser, —le dije—. A tu papá no le importaría mientras tú siempre hicieras un buen trabajo. —¿Porque me amaba? Él iba a ser mi muerte, este niño. —Porque te amaba, —le prometí. Tragué saliva y esperé y recé para que no pudiera ver la lucha escrita en mi rostro. Metiendo las mantas alrededor de él más rápido que nunca, me incliné sobre mi niño de cinco años favorito en el planeta y besé su frente, ganándome un beso en la mejilla a cambio—. Te amo, cara de caca. Duerme bien. —Yo también te amo, cara de caca, —dijo mientras me dirigía hacia su puerta, pensando en sus palabras y sonriendo incluso cuando una pequeña parte de mi corazón se rompió. —Tía, puedes comprarme calcetines si quieres, —añadió Louie justo cuando llegué a su puerta. Tal vez si lo hubiera estado esperando, su oferta no se habría sentido como un ariete en mi esternón seguido de la detonación de una bomba nuclear donde solía existir mi corazón.
Mis piernas se debilitaron. El dolor y algo cercano a la miseria se apoderaron de mi garganta, y con una fuerza que no creía tener en mí, me volví para mirarlo sin dejar que las lágrimas estallaran como las cataratas del Niágara por mis ojos y asentí. Se me puso la piel de gallina en los brazos. —Creo que a tu papá le gustaría eso. Buenas noches, Lulu. —Buenas noches, dudu, —gritó mientras yo casi cerraba la puerta detrás de mí, mordiéndome el labio y tragando, tragando, tragando con dificultad. Presioné mi espalda contra la pared junto a su puerta. Oh Dios mío. Oh Dios mío. Mi nariz empezó a arder. Mis ojos comenzaron a lagrimear y jadeé por aire, por fuerza, por cualquier cosa que pudiera ayudarme a superar el dolor que atravesaba todo lo que me hacía, yo. ¿Cómo nunca fue más fácil saber que la vida era injusta? ¿Cómo nunca me dolió menos saber que nunca volvería a ver a alguien a quien amaba? ¿Por qué tenía que ser mi hermano? No había sido perfecto, pero había sido mío. Me había amado incluso cuando te ponía de los nervios. ¿Por qué? No me había movido ni un centímetro cuando escuché a Josh asomarse, —Tía Di. Mierda. —¿Estás listo para ir a la cama? —Mi voz sonaba quebrada y astillada incluso en mis propios oídos mientras me dirigía a su habitación. —Sí, —respondió, los sonidos de la cama crujiendo, confirmando su declaración.
Limpié mis ojos con el dorso de la mano y luego levanté la camisa para secarlos, hice lo mismo con mi nariz y respiré hondo y para calmarme, lo que probablemente no sirvió de nada porque estaba a tres segundos de llorar. Pero no podía dejar de ver a Josh antes de que se durmiera. Era una de las últimas cosas con las que todavía me dejaba salirme con la mía de vez en cuando. Cuando tuve un 10 por ciento bajo control, forcé una sonrisa y asomé la cabeza por la puerta. Efectivamente, en el colchón estaba Josh y junto a él estaba mi tercer hijo, Mac, con la cabeza apoyada en las patas y un ojo en mí en la puerta. Su cola se movió justo al lado de la cara de Josh. —¿Qué historia le contaste a Lou? —preguntó de inmediato, como si supiera que me había matado por dentro. Probablemente lo sabía. —Le conté la historia de tu papá y los calcetines. Una pequeña sonrisa cruzó sus labios. —Esa la sé. —¿Ah sí? —pregunté mientras rodeaba el borde de su cama para sentarme en el lado opuesto de donde estaba Mac. Extendí la mano para poner una mano sobre el perro y otra sobre Josh. Si él ya sabía que estaba alterada, no tenía sentido que lo escondiera. —Si. Me lo contó. Arqueé una ceja, un poco sorprendida. Josh levantó perezosamente un hombro, esos ojos marrones mirando directamente a los míos. —Tuve que usar uno de sus calcetines un día cuando fuimos al parque, —explicó, sus orejas se pusieron rosadas. Esas lágrimas demasiado familiares me picaron en la parte posterior de los ojos. Se lo había contado a Josh al menos. Dándole otro recuerdo que no tenía por qué. —Tuve que voltear mi ropa interior al revés un par de veces. No es gran cosa. Sucede.
Me dio una mirada horrorizada que inmediatamente me hizo fruncir el ceño. —¡Asqueroso! —¿Qué? ¡No dije que fuera asqueroso que tuvieras que limpiarte el trasero con un calcetín sucio! —¡Eso es diferente! —reclamó, con arcadas. —¿Cómo es eso diferente? —pregunté, recordando cuántas veces había tenido este tipo de discusiones con Rodrigo. Todavía se estaba ahogando y haciendo arcadas. —¡Porque! ¡Eres una chica! Eso me hizo poner los ojos en blanco. —Oh Dios. Cállate. Es normal. No lo hace asqueroso porque soy una chica y tú no. Prefiero ser una niña que un niño. —Le di un golpe—. Las niñas mandan, los niños babean. Se estremeció y tembló, supuestamente todavía traumatizado, y yo solo puse los ojos en blanco más. —Acuéstate. —Lo estoy —jugó. Le sonreí y él me devolvió la sonrisa. —Te amo J. —También te amo. Le di un beso en la mejilla y obtuve uno a medias a cambio. Al salir, le di un beso a Mac y me lamió la mejilla y me hizo sentir un poco mejor. Solo un poco. Pero no suficiente. A veces me sentía como una traidora por lo mucho que los amaba. Como si no debería, porque no se suponía que fueran míos para empezar. Como si no pensara que mejoraron mi vida cuando la única razón por la que eran míos, iluminando mi vida, era por algo horrible.
Mi corazón duele. Dolía. Palpitaba. Pesaba más de lo que lo había hecho en mucho tiempo. Lágrimas y algún tipo de fluidos corporales de mierda llenaron mi nariz, ojos y garganta, y por un breve segundo, pensé en ir a mi armario a llorar. Ese era el lugar habitual al que iba a llorar, desde que era niña. Pero el hecho era que esta casa era vieja y mi armario era demasiado pequeño. Solo estar adentro con este peso me hacía claustrofóbica. La cocina, la sala, el comedor y la lavandería tampoco funcionan. Antes de darme cuenta, me encontré afuera, cerrando la puerta de entrada detrás de mí mientras tomaba grandes bocanadas de aire que luchaban contra mi persistente dolor de cabeza por atención. Lágrimas silenciosas, las peores, salieron de mis ojos cuando mi garganta pareció hincharse al doble de su tamaño. Me dejé caer en el primer escalón, la palma de mi mano se dirigió hacia mi frente instantáneamente, y me acurruqué en mí misma como si tratara de evitar que este dolor se convirtiera en poder. Me quemaba la nariz y me costaba respirar, pero las lágrimas seguían saliendo. La vida era injusta y siempre lo había sido. No era nada personal. Lo sabía. Lo había visto mencionado en los folletos que leí sobre el dolor después de la muerte de Drigo. Pero saber todo eso no ayudó para nada. El dolor nunca fue más fácil. Nunca extrañé menos a mi hermano. Una parte de mí aceptó que nada llenaría el vacío que su muerte había dejado en mi vida o en los niños o mis padres o incluso en los Larsens. Mocos salieron de mis fosas nasales como si fuera un grifo, y no hice un solo sonido ni me molesté en limpiarme. Había tenido dos hijos, una esposa, una casa y un trabajo que le gustaba. Solo tenía treinta y dos años cuando murió. Treinta y dos. En menos de tres años, tendría treinta y dos. Todavía sentía que tenía toda mi vida por delante. Debía haber pensado lo mismo. Pero no le quedaban años. Un minuto estaba allí y al siguiente no.
Dios, extrañaba mucho sus estúpidos chistes y su actitud mandona y su terquedad. Extrañaba lo mucho que me daba mierda y nunca me dejaba vivir nada mal. Había sido más que mi hermano. Más que mi amigo. Más que la persona que me enseñó a conducir y me ayudó a pagar la escuela de cosmetología. Me había enseñado mucho, sobre todo. Y las cosas que mejor me enseñó llegaron después de su muerte. Solo él podía manejar eso. Con mucho gusto volvería a ser una idiota egoísta y egocéntrica con un gusto espantoso para los hombres si pudiera tenerlo de vuelta. Lo echaba de menos. Joder. Mucho. —¿Estás bien? —se oyó una voz tan malditamente cerca de asustarme hasta la mierda. Sin secarme el rostro, ni la nariz, miré hacia arriba, confundida y totalmente desprevenida de que alguien se hubiera acercado sin que me diera cuenta. Mi pecho hinchaba en gemidos silenciosos y mi garganta se contrajo. Sin embargo, negué con la cabeza a Dallas, que estaba parado al pie de los escalones que conducían a mi terraza, y le dije la verdad. —Realmente no. —Sí, puedo ver eso. —Su tono era tan suave que parecía llegar más profundo que su preocupación y presencia—. No sabía que alguien podía llorar y no hacer ruido. —El ceño fruncido en su rostro serio se profundizó cuando sus ojos me escudriñaron. Mi sollozo en respuesta fue acuoso y un desastre total, y sin darme cuenta de que lo estaba haciendo, mordí mi labio inferior como si eso me ayudara a dejar de llorar aún más. Realmente no ayudó cuando las lágrimas siguieron corriendo por mis ojos y mejillas, cayendo de mi mandíbula sin importar cuánto mi cerebro les dijera a mis conductos lagrimales que lo dejaran. —¿Todavía te duele la cabeza? —preguntó con esa voz temerosa.
Me encogí de hombros, limpiando los lugares húmedos de mi piel. Me dolió, pero no me dolió más que mi corazón en ese momento. —¿Pasó algo con los chicos? Negué con la cabeza de nuevo, todavía demasiado asustada para usar palabras porque estaba segura de que lloraría frente a este hombre, y realmente no quería que eso sucediera. Volvió a mirar por encima del hombro, con su gran mano en la nuca antes de volver a mirarme con un suspiro. —Si hay algo de lo que quieras hablar… —Se frotó un lado de la mejilla, incómodo o resignado o ambos o ninguno; No podía culparlo, no quería sentirme así. No ahora, nunca, y especialmente no con testigos que habían pensado tan mal de mí al principio—. Puedo mantener la boca cerrada, —dijo finalmente, haciéndome mirar hacia él. Una pequeña sonrisa apareció en esa dura cara suya, tan inesperada que no supe cómo manejarla. ¿Decirle? ¿Este casi completo extraño? ¿Se suponía que debía decirle palabras y frases que ni siquiera podía compartir con mis padres? ¿Cómo podría siquiera comenzar a describir lo peor que me había pasado? ¿Cómo explicar que tu hermano murió y que lo siguiente que supiste fue que tu vida se estaba incendiando y no sabías cómo apagar el fuego porque el humo era tan denso que no podías ver? Que no podías ver dos pies delante de ti. No era una persona cerrada que no sabía cómo compartir sus sentimientos, pero esto era diferente. Muy diferente a que alguien me escuche discutir con mi mamá. Podría volver de sus palabras. Tenía miedo de no poder volver nunca de la brecha del tamaño de Rodrigo que mi hermano me había dejado. —No soy... no soy… —No pude pronunciar las palabras. Estaban revueltas y desordenadas, y no pude descifrarlas de una vez. Jadeé—. Yo... odio esto. No estoy tratando de conseguir una fiesta de lástima o atención ni nada...
Mi vecino echó la cabeza hacia atrás, la larga línea de su garganta ligeramente barbuda se balanceó. —Te lo dije antes, lo sé, —seguía hablando bajo—. ¿Pensé que habíamos acordado dejarlo atrás? Sollocé. Dallas suspiró de nuevo mientras dejaba caer la barbilla, encontrando mi mirada con esos ojos verde avellana. —Tienes que dejar de llorar, —dijo mi vecino con una voz suave. Quería decirle “está bien”, pero ni siquiera pude lograr pronunciar esa palabra por lo mucho que estaba hipando, incapaz de recuperar el aliento. —No soy un soplón. No era un soplón. Mi pecho estaba hinchado con esas lágrimas mortales, contenidas y silenciosas, y aunque una parte gigantesca de mí quería decirle que estaba bien, o al menos que estaría bien, y explicarle que no era gran cosa, mi gran boca se fue porque mi llanto se convirtió directamente en llanto: jadeos, temblores de hombros, un dolor de cabeza que se convirtió en palpitaciones. —Quiere que le dé calcetines. Hubo una pausa y un “¿Qué?” con esa voz retumbante que se enterró en su mayor parte bajo mis lágrimas y jadeos. Probablemente ni siquiera salió de mi boca correctamente, pero respondí: —Louie me dijo que podía darle calcetines de ahora en adelante. —No quería creer que estaba llorando, pero probablemente estaba muy cerca de eso. A través de las lágrimas que me nublaban los ojos, los labios de Dallas se separaron y su cara se puso pálida. —¿No puedes... no puedes permitirte comprar calcetines? Puse una mano sobre mi corazón como si eso ayudara a aliviar el dolor. —No. Puedo. —Me limpié el rostro mientras hipaba y noté que cerraba la boca—. Solía
darle calcetines a mi hermano, y ahora Louie quiere que le dé calcetines ya que no puedo... no puedo... dárselos a mi hermano nunca más. Hubo una pausa y luego, —¿Esto no se trata de los calcetines? Ni siquiera lo sabía. ¿Cómo podía saberlo? No se trataba de los malditos calcetines. Al menos no del todo. Se trataba de todo. Sobre la vida y la muerte, y el blanco, el negro y el gris. Se trataba de tener que ser duro cuando no estabas acostumbrado. Sobre tener que crecer cuando pensabas que habías terminado. En el fondo de mi cabeza, sabía que lo que había dicho no tenía ningún maldito sentido. Pero, ¿cómo podría explicarlo? ¿Cómo iba a empezar a decirle que había perdido una parte de mí misma con la muerte de mi hermano, y que estaba esforzándome tanto por mantener lo que me quedaba junto con cinta adhesiva y sujetapapeles? —Yo extraño…. —Me dolía la garganta y juré que me dolía todo el pecho. No pude pronunciar las palabras. O tal vez simplemente no quería. Rara vez hablaba de Rodrigo con nadie excepto con Van, pero Van era diferente. Ella era mi hermana de otro señor. Con un tono quebradizo que podría avergonzarme más tarde, solté lo que nunca podría decirle a mi mamá y papá, a este hombre que vivía al otro lado de la calle—. Mi hermano murió y lo extraño mucho. —Mi voz se quebró; sentí que mi alma hizo lo mismo de nuevo. Froté mi palma sobre mi boca, como si fuera a borrar el dolor que esas palabras me producían—. Lo extraño mucho, mucho. —Lo siento. No tenía ni idea, —fue la suave respuesta de Dallas. —Es difícil ... difícil para mí hablar, —Me encogí de hombros y me froté los labios de nuevo, sintiendo este peso aplastante de dolor y luto. ¿Cómo podía esto doler tanto después de tanto tiempo? Por alguna razón, seguí desahogándome frente a mi vecino. —Tengo que contarle historias a Louie porque ya no lo recuerda bien. Estoy bastante segura de que Josh tampoco. Y están atrapados conmigo. Conmigo. Me los dejó a mí. — dije apresuradamente, antes de que otros tres litros de lágrimas saliera de mis
ojos sin control. No lo había creído después de Mandy y todavía no podía. Me habían elegido a mí, de entre todas las personas del mundo—. ¿Qué estaba pensando él? No sé lo que estoy haciendo. ¿Qué pasa si lo jodo más de lo que ya lo he hecho? No tomé en consideración que él ni siquiera sabía que yo tenía un hermano, mucho menos sabía algo de él. No entendería por qué lo extrañaba tanto. ¿Cómo podría? —Jesucristo, —murmuró con firmeza. Su mirada se centró en mí como si no supiera qué hacer o decir. Tenía la frente arrugada, los ojos entrecerrados, la boca ligeramente entreabierta. Estaba atascado, y quiero decir, ¿qué había que decir o hacer? Me estaba descargando sobre él y llorando, y ni siquiera sabía su segundo nombre. —Lo siento. —Me limpié el rostro inútilmente de nuevo—. Ha sido un día largo y ya has sido mucho más amable de lo necesario. Lo siento mucho. Esto es culpa de Louie y de su maldito calcetín. Parecía estudiarme, una emoción que no podía comprender completamente apretando el área alrededor de sus ojos y la piel a lo largo de su mandíbula. —Los chicos... ambos... ¿son de tu hermano? Asentí con la cabeza, sollozando, sin siquiera arrepentirme un poco de haber sacado todo eso. Su expresión solo cambió por un breve momento, demasiado rápido para que yo realmente lo procesara, y luego frunció el ceño. Abrió más la boca y la cerró. Su mano subió a la parte posterior de su cuello y la ahuecó. Aparecieron líneas en su frente. Se encogió de hombros y negó con la cabeza, parpadeando antes de que las palabras salieran de su boca. —¿Por qué diablos te disculpas? Estás molesta y extrañas a tu hermano Estaba demasiado sorprendida para siquiera asentir.
En un abrir y cerrar de ojos, me miraba como si estuviera loca. —Sigues siendo una niña criando a otros dos niños, y te preocupas lo suficiente como para preocuparte por el tipo de personas a las que estás criando. Nada de eso me suena irrazonable. Eché la cabeza hacia atrás y me abaniqué hacia mis ojos, haciendo todo lo posible por controlar el llanto. Gorjeé algún tipo de ruido que decía que lo escuché. Pasaron los minutos con el único sonido entre nosotros siendo yo haciendo ruidos. No quería mirar a mi vecino, así que no lo hice. Finalmente, después de todo el tiempo que pudo haber sido, se sentó en el segundo escalón, tan cerca que el costado de su brazo chocó contra mi pierna. —¿Cuánto tiempo ha pasado? —Dos años, —gruñí, todavía moviendo mi mano hacia adelante y hacia atrás. El llanto generalmente me hacía sentir mejor, pero en este caso, no estaba tan segura de eso—. Los dos años más largos de mi vida. El soplo de aire que dejó escapar por la boca me hizo mirarlo. Tenía la barbilla levantada. Pasó un auto. —Yo tenía la edad de Josh, supongo, cuando murió mi papá, y todavía lo extraño todos los días. Puedes superar un montón de mierda en dos años, pero no creo que nadie diga que eso es lo suficientemente largo para hacer que perder a tu hermano sea más soportable —me informó con esa voz fría que era casi dulce—. Cualquiera que te diga lo contrario nunca ha perdido nada ni a nadie que importara. Nunca había escuchado palabras más verdaderas. —No es suficiente. Ni siquiera cerca de ser lo suficientemente largo, —estuve de acuerdo—. ¿Alguna vez estás… de acuerdo con eso? ¿Es eso lo que se supone que debe pasar? ¿Se vuelve más fácil? —Le pregunté, sin esperar respuesta y tampoco obteniendo una—. A veces me olvido de que no puedo llamarlo y decirle algo gracioso que dijo mi mamá, o pedirle que venga y arregle algo estúpido que
hice y que no quiero que mi papá se entere. —¿Cuántas veces me había enfrentado a esa realidad? Hipé, extrañándolo mucho más por segundo. Me empezó a doler la garganta y no estaba segura de si el líquido que caía sobre mi labio eran mocos o lágrimas. Francamente, no me importaba. —Nunca volveré a verlo ni volveré a meterme con él. Nunca volverá a meter mi rostro en mi pastel de cumpleaños ni a darme lamidas de cumpleaños. Era un idiota, pero era mi hermano idiota. Y lo quiero de vuelta. —Las lágrimas comenzaron a fluir fuera de mí de nuevo, mi pecho se hizo un nudo. —Idiota o no, sigue siendo tu familia. No pude dejar de llorar. —Lo sé. Lo tuve durante veintisiete años y los chicos ni siquiera se llevaron un centavo de eso con él. No es justo. No quiero que crezcan con problemas de papá, cuando sé que mi hermano me habría matado para tener más tiempo con ellos. ¿Y sabes qué? Yo hubiera estado bien con eso. Si me hubiera pasado algo, habría sido diferente. —Me limpié el rostro de nuevo—. Esto es tan jodidamente injusto para Josh, Lou y mis padres. Es una mierda. Es solo una puta mierda. Se volvió para mirarme por encima del hombro, las luces amarillas de la terraza iluminaban el costado de su fuerte mandíbula y su nariz larga y recta. —No estoy diciendo que no sea una mierda. Lo es. No sé por qué alguien vive y alguien más muere, pero sucede y nada de lo que hagas puede cambiar eso. No puedes sentirte culpable por estar aquí y él no. No es así como funciona. Dejé escapar un gemido ante sus palabras, negando con la cabeza. —Diana, —dijo en ese tono sensible que parecía tan extraño en sus ásperas cuerdas vocales—. Te he visto bastante con ellos. Tú no... no parece que no sean tuyos. Para mí está claro como el día que esos chicos te aman como si fueras más que su tía. Un ciego podría ver eso. No te amarían si no estuvieras haciendo las cosas bien. Eso tiene que significar algo, mierda o no. Tienes este trabajo que hacer y nada te lo quitará. Al menos lo estás haciendo bien. No conozco a tu hermano, pero si está mirando hacia abajo en algún lugar en este momento,
al menos sabe que tomó la decisión correcta dejándolos contigo. No puedes ocultar lo que tienes con ellos. Había algo en sus palabras y en su tono que alivió un poco el dolor que me abría el corazón. Solo un poco. Sollocé y pensé en esa lealtad eterna que los tres compartimos. Tal vez la situación que nos unió apestaba, pero los amaba más de lo que nunca había amado nada el doble y el triple. —Realmente me aman. Pero siempre lo han hecho. Su encogimiento de hombros hizo que pareciera que acababa de resolver un gran misterio. —No tengo hijos, pero tengo muchos amigos que sí, y si eso te hace sentir mejor, no creo que ninguno de ellos tenga ni idea de lo que están haciendo la mitad del tiempo. Mi madre seguro que no lo hizo. No estaba segura de creer realmente eso, pero no tenía ganas de discutir. —¿Tu hermano te los dejó en su testamento? Asentí y lentamente me incliné hacia adelante para envolver mis brazos alrededor de mis piernas, con la barbilla apoyada en las rodillas. Acepté que tratar de mantener mi rostro seco no tenía sentido. —Si. Estaba en el testamento suyo y de su esposa. Si les pasara algo a los dos, yo sería su tutor, no mis padres ni el otro grupo de abuelos. Yo. Esos idiotas. Ni siquiera tuve un perro antes que ellos. —Pensar en los meses posteriores a la muerte de Rodrigo no era algo que me gustara recordar, especialmente cuando pensaba en Mandy también. Lo que había comenzado con que yo me llevara a los chicos por un tiempo porque ella había estado fuera de sí, se había convertido en la última cosa permanente que tenían los chicos. Él asintió con la cabeza, todavía mirándome con esos ojos curiosos que no estaban llenos de vacilación por una vez. ¿Qué le pasó a su mamá? Podía sentirlo preguntándome con su silencio. Le respondí con mi propio silencio. Hay algunas cosas que no podrías decir con palabras.
Me miró por un minuto antes de que algo dentro de él dijera que lo entendía. —Creo que eso lo dice todo, —finalmente intervino—. Si me estás diciendo que amaba a sus hijos lo suficiente como para darte el hacha si hubiera podido, no te los habría dejado a ti si no estaba seguro de que podías manejarlo. No, era Mandy quien debería haberlos tenido, no yo. Pero terminé siendo yo, y como él había dicho, no había nada que pudiera hacer para cambiar lo que ya estaba hecho. —Bueno sí. Nadie los amará como yo. Soy lo mejor de lo peor. —Podría decir eso. Era la verdad. Me había salido del hoyo en el que había estado por ellos cuando otras personas no habían podido, y solo había sido por ese amor por esos dos chicos que me habían robado el corazón incluso antes de que hubieran nacido. Su mandíbula se movió y preguntó: —Tienen más familia, ¿no? Pensé que también había visto a sus abuelos. —Tienen otra tía, que es genial, pero… —Pensé en su tía y negué con la cabeza— . Probablemente la habría llevado a los tribunales si los hubiera conseguido. Conociendo a los chicos, se habrían escapado para venir a vivir conmigo. Soy su favorita. —Decir las palabras en voz alta, esta verdad que conocía hasta la raíz de quién era, me hizo sentir mejor. Porque no era mentira. Era algo en lo que creía y siempre lo había creído, incluso si a veces lo olvidaba. ¿Quién diablos haría un mejor trabajo que yo? ¿Su otra tía? En sus putos sueños. Los Larsens eran los mejores, pero no podían manejarlos todo el tiempo. Tenían poco más de setenta años; habían tenido a sus hijas tarde en la vida. Y mis padres… eran todo lo que los buenos padres deberían ser, incluso con su estricta mierda, pero nunca habían sido los mismos después de la muerte de Rodrigo. Mi vecino hizo un pequeño sonido que podría haber significado una docena de cosas diferentes. Lo que noté fue que este hombre duro y rudo parecía perder la tensión que vivía en sus hombros. Se encontró con mi mirada y no la moví. Le sonreí, probablemente la sonrisa más fea en la historia de las sonrisas, y me la devolvió débilmente.
—Gracias por decir esas cosas y hacerme sentir mejor, —sollocé. Se encogió de hombros como si lo que había hecho no fuera gran cosa. —Lo aprecio. —Todo lo que hice fue sentarme aquí. —Dallas volvió a levantar esos hombros— . Todos pasamos por una mierda por nuestra familia que no haríamos por nadie más. —Eso es malditamente seguro, —murmuré, agarrando el anzuelo que había tirado y sosteniéndome porque soy así de entrometida y sabía poco o nada sobre este hombre que era una figura masculina en la vida de Josh—. Dejaste que tu hermano viviera contigo. Estoy segura de que lo sabes. —Su hermano parecía un idiota. Dallas negó con la cabeza y centró su atención en algo al otro lado de la calle, los músculos de los hombros y el cuello se tensaron. —Mi hermano ha sido un estúpido pedazo de mierda durante tanto tiempo que no recuerda cómo no serlo. La única razón por la que no lo he echado es porque soy el único que le queda. Nuestra mamá se ha rendido con él. Nana se ha rendido con él. Si yo también me rindo con él... —Se aclaró la garganta y me miró por encima del hombro. Sus ojos estaban tan llenos de una especie de peso imaginario que solo yo, que tenía la misma carga, podía verlo. Sentí que entendía—. No lo haré. No importa. Se me puso la piel de gallina en los brazos. La familia era la familia, y tal vez este hombre había sido un idiota antes, pero entendíamos esa pesada carga. —No lo he visto en un tiempo, aquí o en la práctica. —Yo tampoco. Le miré. —¿Crees que está bien? —Si. Está enojado conmigo, nada inusual.
Y pensé que mi hermano había sido un idiota. Dudé y volví a secarme la cara con el dorso de la mano. —¿Puedo preguntarte algo? —No lo sé, —fue su respuesta inmediata, haciéndome sentar un poco más recta. —¿No sabes qué? —No sé por qué demonios se peleó ese día en que lo ayudaste. No me lo diría. Un par de los chicos del club... ¿Estaba hablando del club de motociclistas en el que estaba Trip? —Dijeron que escucharon que estaba bromeando con una mujer casada, pero no quiso decirme de qué se trataba, solo que todo había terminado y que esa mierda no volvería a suceder, —explicó, volviendo a esa voz fría. Que había oído salir de él antes de esta noche. —Oh. —Bien. Ahí no era donde pensé que iba a ir esa explicación. Durante esta conversación sobre su hermano y mi hermano, apoyé la mejilla en mi rodilla y le dije—: Lamento lo de tu padre, por cierto. Veo cuánto les duele a Josh y Louie por eso, y no es nada por lo que ningún niño debería tener que pasar. Apenas puedo superarlo. —Había estado enfermo por un tiempo, —dijo casi clínicamente, con calma, como si hubiera tenido años para lidiar con eso y de alguna manera pudiera decir esas palabras sin perder su mierda—. El mejor amigo de mi papá y algunos tíos estuvieron ahí para mí mucho después de su muerte. Hizo una gran diferencia en mi vida. Lo superé gracias a ellos y a mi madre. Mientras estés ahí para ellos, estarán bien. Créame. Ambos nos quedamos sentados en silencio por un rato, atrapados en la noche, en ausencia de insectos y la apariencia cercana de tranquilidad que era posible en un vecindario en una ciudad importante. Lentamente, mi dolor por mi hermano volvió a ese zumbido de bajo nivel que nunca se iba por completo, pero se volvía manejable.
—Gracias por poner a Josh en el equipo, —finalmente deje salir por primera vez. Dallas se sentó hacia adelante, esa parte superior del cuerpo delgado y musculoso se curvó sobre sus rodillas mientras su mirada se enfocaba en mi dirección. —No lo puse en el equipo. Se lo ganó —explicó. Miré a mi vecino mientras limpiaba los últimos rastros de lágrimas de mi rostro y sollozaba. —Fue el mejor que se probó. Dallas me miró por un momento, su mano subió a la parte posterior de su cuello mientras lo hacía, y con un giro de su boca, sonrió por segunda vez, con la boca cerrada y todo. No estuvo de acuerdo ni en desacuerdo. Cobarde. —Es la verdad. Su sonrisa se curvó y creció, y juraría por mi vida, sus mejillas se sonrojaron un poco. Me hizo sonreír incluso cuando mis ojos se sentían hinchados por tanto llorar. Odiaba las fiestas de compasión; No sabía cómo lidiar con ellas. —Tú lo sabes. Lo sé. Está bien. Intentas no tener favoritos. Lo entiendo. —Esta risa profunda, tan perfecta para su voz, finalmente brotó de él, y me hizo sollozar por última vez. Antes de que pudiera detenerme, le dije lo que quería decirle desde hace un tiempo—. Sabes que es una mierda que me suspendieras de ir a una práctica. La risa se convirtió en carcajada. —¿Todavía estás atascada en ello? En algún lugar de mi conciencia, noté de nuevo que se había reído mucho. Desde lo profundo de su pecho. Honestamente. Seguía siendo un idiota por lo que había hecho antes de nuestra tregua, a pesar de lo amable que había sido conmigo hoy, pero podía verme perdonándolo por eso mucho más rápido de lo que lo habría hecho sin él. —Tú lo instigaste y no puedo tener favoritos. Tú lo dijiste. —Se rio entre dientes por un momento antes de bajar la voz—. Por cierto, no he vuelto a ver ese auto del otro día.
¿El otro…? Oh. Anita. Mierda. —Yo tampoco. No creo que vuelva a aparecer. Probablemente sea la razón por la que hoy tengo migraña. Sin embargo, gracias por estar atento. —Por supuesto. —Con eso, se puso de pie, limpiándose la parte de atrás de sus pantalones cortos con las palmas. Me obligué a mantener mis ojos en su cara—. Vas a estar bien. —Voy a estar bien, —confirmé y luego usé sus palabras con él—. Gracias por todo. —Me pregunté si recordaría ese término que usamos cuando nos conocimos por segunda vez. Debe haberlo hecho porque una sonrisa brotó de su risa. —Sí, lo tienes. —Se llevó las manos a los bolsillos de repente—. Vine a ver si había dejado mi billetera. ¿Te importa si echo un vistazo?
Capitulo Trece
—No creo que hayas comprado suficiente cerveza, —comentó mi papá en español. Le di una mirada por encima del hombro mientras ponía otras dos bolsas de hielo sobre las botellas. —Pa, es el cumpleaños de Josh. Nadie necesita emborracharse. Vamos. Compré como la mitad de los refrescos, aguas y cajas de jugo que tenía la tienda. Todo el mundo puede desperdiciar Capri Sun si quiere. Me devolvió una expresión que, sin duda, se había parecido demasiado bien a la mía. —Uy. Podrías haber comprado más, o me lo hubieras dicho y lo habría hecho. Solo en mi familia los adultos venían a una fiesta infantil esperando cerveza. Mi papá ya había pagado toda la carne a la parrilla. Debería haberlo sabido mejor para no decir algo así. Además, había gastado una parte horrible del saldo de mi cuenta corriente en todo lo demás para la fiesta, y eso considerando que había obtenido un descuento de un cliente que era dueño de cosas de alquiler de fiestas, inflables, mesas y sillas. Afortunadamente, ya tenía el Slip-N-Slide12. Seguí diciéndome a mí misma que la única persona cuya felicidad importaba hoy era la de Josh. Y la de Louie. Todos los demás podrían ir a comerse un montón de mierda de mono si no hubiera suficiente cerveza para beber, maldita sea. ¿De qué pensaban que estaba hecha? ¿Dinero? Querido Dios, me estaba convirtiendo en mi mamá. 12
Juego inflable, permite que te deslices por el.
—Estará bien, —le murmuré, dándole una palmada en la espalda mientras me dirigía de regreso a la casa para agarrar el mantel azul medianoche que había estado reutilizando para los cumpleaños de los niños durante los últimos años. En el interior, mi madre se apresuraba en la cocina, preparando bandejas de verduras y otros bocadillos fáciles que había comprado la noche anterior. Me dirigió esa sonrisa tensa y angustiada que siempre tenía en el rostro cuando la gente iba a venir. Cuando Drigo y yo éramos niños y llegaban las vacaciones, nos escondíamos. Mi madre, que normalmente era un ser humano muy limpio, muy meticuloso y amante de la dureza, con un genio bastante bueno, siempre que no dijeras algo que no le gustaba o hicieras algo que la avergonzara, se convertía en una pesadilla humana andante. No estar cerca cuando necesitaba ayuda no era muy agradable, pero la mierda que salía de su boca cuando estaba tratando de ser perfecta era mucho más “no agradable”. Unas cuantas veces, Rodrigo me había enviado un mensaje de texto de “CORRE” si se había metido en uno de sus estados de ánimo. Y en este caso, aunque esta era mi casa y solo venían un grupo de niños, miembros de la familia y los vecinos más cercanos… no esperaba nada diferente. Ella se había quejado de mi falta de limpieza del zócalo tan pronto como apareció, y luego procedió a caminar por la casa con una toalla húmeda limpiándolos, antes de ir a mi baño y al que compartían los chicos y asegurarse de que no había manchas de orina y caca en todas las paredes o algo así. Así que no me avergoncé de decirle que le había sonreído y había salido de la casa y de su camino tan rápido como pude, ocupándome de otras cosas afuera. La caja de decoraciones estaba justo donde la había dejado antes en la sala de estar, y podía escuchar a los chicos peleando desde la habitación de Josh, probablemente jugando videojuegos hasta que todos aparecieran. —Chicos, ¿me ayudarán a decorar tan pronto como tengan un descanso, por favor? —Los llamé, haciendo una pausa en la sala de estar con mis manos sosteniendo la caja para escuchar su respuesta de “¡Cinco minutos!”
Yo sabía que no era así. “Cinco minutos” estaba abierto a la interpretación. —¡Lo digo en serio! ¡Justo cuando hayan terminado! Cuanto más rápido ayuden, más rápido podrán volver a jugar. Puede que hayan gemido, pero puede que no. No estaba segura. Todo lo que escuché fue el grito de “¡Está bien!”. Una chica podría soñar. Mi mamá estaba de espaldas a mí en la cocina, y caminé lo más rápido posible a través de ella y salí por la puerta para que no me atrapara. Ella no lo hizo. Agradecidamente. Sorprendentemente, solo unos minutos después, los chicos salieron. Louie preguntó de inmediato con el ceño fruncido: —¿Qué le pasa a Abuelita? A lo que respondí, —Ella es un poco loca durante las fiestas, Goo. —La expresión que dio sobre su hombro mientras miraba a la puerta que conducía al interior de la cocina me hizo reír. Pareció engañado y sorprendido. El niño no tenía idea de que mi mamá estaba loca debajo de la superficie. Entre los tres, montamos el resto de las decoraciones, el inflable se cierne sobre el patio, llamándonos a los tres por nuestros nombres, pero de alguna manera nos concentramos y terminamos de organizar todo unos quince minutos antes de la hora en que las invitaciones indicaban que la fiesta iba a comenzar. —Diana, ¿invitaste a tus vecinos? —preguntó mi papá desde su lugar en la parrilla. —Sí, —le confirmé por segunda vez. Mi pensamiento era, si los invitaba, con suerte no se quejarían cuando mis visitantes estacionaran frente a sus casas. Hace solo dos días, Louie y Josh se habían paseado, dejando invitaciones en las puertas de los vecinos, mientras yo esperaba en la terraza con Mac. Les hice escribir las direcciones en los sobres y casi muero cuando vi cómo Louie había escrito el nombre de Dallas.
—¡Hola! —gritó una voz femenina desde el otro lado de la cerca. Todos nosotros, mi papá, Josh, Louie y yo, todos giramos para mirar en la dirección en que habíamos escuchado la voz. Y efectivamente, cuatro personas diferentes se asomaron por encima de la cerca a la altura del pecho. Tres de ellos estaban sonriendo; el cuarto no tanto, pero todos eran caras conocidas y queridas. Al frente, la más alta de las dos mujeres del grupo, estaba el rostro que acababa de ver en la televisión hace uno o dos meses. Bonita, un cabello más largo que el mío, y en algún momento, alguien quien me había molestado mucho porque era tan increíble y magnífica, y yo... no. Pero eso solo había sido cuando éramos niñas pequeñas. Mi prima era increíble, especialmente porque no pensaba ni actuaba como si fuera demasiado genial para la escuela. A nadie le gustan las perras engreídas y esnob, y ella no estaba ni cerca de eso. Probablemente yo era más una engreída y snob que ella. —¡Sal! —grité, saludando—. ¡Pasa! Me sonrió, balanceando su brazo sobre la parte superior de la cerca para abrir el pestillo y empujar la puerta. Ella se presentó primero, seguida por su mamá, que era mi tía, y su papá, que era el hermano de mi papá, y al final, venía su esposo. No pensé que nunca me acostumbraría a llamar a ese hombre su esposo. De las pocas veces que conocí al futbolista retirado, probablemente solo pude mirarlo a los ojos dos veces. Sal sonrió mientras se acercaba, con los brazos extendidos hacia adelante como si no me hubiera visto en años. Lo cual era cierto, habían pasado casi dos años desde la última vez que la vi en persona. Vivir en Europa la mayor parte del año no la dejaba con mucho tiempo para volver a casa. —Lamento interrumpir la fiesta sin confirmar la asistencia. —Cállate, —murmuré, tomándola en un abrazo—. Ni siquiera sabía que estabas en la ciudad.
—Volamos ayer. Quería sorprender a mis padres, —explicó, abrazándome muy fuerte. Echándose hacia atrás, sonrió y le devolví la sonrisa. A pesar de ser cinco centímetros más alta que yo, cada una de nosotras había heredado los ojos de nuestros papás y la estructura más delgada. Mientras que la suya era una obra de arte delgada y musculosa, la mía era más una obra maestra de Pop-Tarts y buenos genes. Promedio: la historia de mi vida. De piel un poco más clara, que le dio su madre, y mucho más pecosa, el parecido familiar entre mi prima y yo aún estaba ahí. Nuestros padres solían decir que, cuando éramos muy jóvenes, les decíamos a todos que éramos hermanas—. ¡Rey! —gritó por encima del hombro. Por el rabillo del ojo, podía ver a mi tío y a mi tía hablando con mi papá, dándole abrazos, y a Reiner (me costó mucho no llamarlo por el nombre con el que la mitad del mundo lo conocía) de pie a un lado de ellos. Al oír su nombre, le dijo algo a mi papá y se acercó a nosotras, alto, delgado y demasiado guapo. Por algún milagro, logré mantener mi rostro tranquilo. Después de todo, era el prometido de mi prima favorita. El amor de su vida, de verdad. No me extrañaría que golpeara a alguien si hacían movimientos hacia él. Puedes sacar a la chica del barrio, pero no al barrio de la chica. —Rey, te acuerdas de mi prima Diana, —afirmó en lugar de decir. —Hola, —me reí un poco antes de contenerme y extender mi mano hacia él. No podría ser demasiado codiciosa y pedir un abrazo; la única persona a la que le había visto abrazar aparte de Sal había sido su familia inmediata y mi madre. Ella había hablado de ese abrazo durante tres meses después. —Hola, —dijo uniformemente, estrechando mi mano con firmeza. Cambiando mi mirada de nuevo a mi prima para que no me atrapara comiéndome con los ojos al hombre de cuarenta y dos años más sexy del mundo por mucho tiempo, le sonreí como si un hombre que valía más de trescientos millones de dólares no hubiera estado tocándome. —¿Tienes hambre? Tenemos agua.
—Tomaré un poco de agua y algo de comida, —dijo Sal cuando Reiner se acercó para colocar una mano en su hombro—. Di, ¿dónde está tu mamá? Necesito saludarla antes... —¡Salomé! ¡Mija! —mi mamá gritó desde la puerta trasera en el escalón superior. Mija. Su hija. Dios ayúdame. Apenas me contuve para poner los ojos en blanco. Ni siquiera me llamaba a mí así. Desde que Sal se había casado, todos en la familia actuaron como si fuera una celebridad en lugar de la niña que se había caído del árbol y se había roto el brazo en nuestra casa en El Paso. Mi mamá probablemente fue la peor al respecto; realmente me puso de los nervios. Y tal vez, solo tal vez me puso un poco celosa de que ella fuera más cariñosa y orgullosa de mi prima que de mí. No fue culpa de Sal. —Prepárate, —le susurré. Me dio un codazo con un bufido. Las siguientes dos horas pasaron en un abrir y cerrar de ojos cuando aparecieron algunos amigos de Josh de la escuela y sus padres, mezclados con la familia que teníamos en San Antonio, la joven pareja de al lado y su hijo. Debía haber al menos cincuenta personas en el patio trasero y la fiesta de cumpleaños todavía estaba en pleno apogeo. Todavía no habíamos cortado el pastel, no habíamos hecho explotar la piñata ni habíamos abierto regalos. —¿Necesitas ayuda con algo? —preguntó mi prima, acercándose detrás de mí con dos platos azules de fiesta usados en sus manos. Estaba en cuclillas junto a una de las hieleras, tratando de reorganizar más bebidas en el interior. —Está bien. He terminado. Me miró mientras me ponía de pie, su bonito rostro estaba radiante. —Hay tanta gente aquí.
—Lo sé. Estoy bastante segura de que no conozco a diez de ellos, —resoplé, centrándome en el grupo de adultos que realmente estaba bastante segura de que nunca había conocido en mi vida—. ¿Alguien los está molestando, chicos? —No. —Ella sacudió su cabeza—. Cuando él tiene puesta la gorra nadie presta atención. Eso era lo que pasaba con Sal: no dijo que nadie sabía quién era. A ella no le importaba. Mi mamá me había mostrado fotos que el papá de Sal había publicado en línea de su rostro en una valla publicitaria en Alemania, por el amor de Dios. —Bien, porque si lo están, diles que se vayan a la mierda, o dímelo a mí y yo les diré que se vayan a la mierda. Sal se rio y golpeó su codo contra el mío con demasiada fuerza, pero me guardé mi mueca de dolor para mí. —Los chicos se ven muy bien. Probablemente por tercera vez en las últimas dos horas, ese nudo tan familiar se formó en mi garganta. La primera vez fue cuando escuché a Louie en el inflable gritando: “¡Esta es la mejor fiesta de mi vida!” La segunda vez fue cuando una de las mamás del amigo de Josh entró al patio trasero y se refirió a mí como su mamá. Ninguno de los dos había objetado el título, pero sentí cada centímetro de él. ¿Cómo no iba a hacerlo? No debería ser yo quien organice la fiesta. Debería haber sido Rodrigo. —Josh ha crecido treinta centímetros desde la última vez que lo vi, —comentó, con la mirada en el inflable como si pudiera verlo a través de las paredes de red—. Y Louie sigue siendo la cosa más linda que he visto. —Lo sé. Realmente lo es, y es el niño más dulce del mundo. —¿Josh no lo es? Le di una mirada de reojo. —Cuando quiere serlo, pero es como Rodrigo, un sabelotodo.
Su risa me hizo mirarla con el ceño fruncido. —¿Qué? —No actúes como si no supieras que eres la sabelotodo de la familia. —No lo soy, —me burlé. —Seguro que no lo eres, —se rio. —¿Diana? —preguntó una voz masculina desde atrás, deteniendo nuestra conversación. Estaba demasiada distraída para reconstruir por qué la voz masculina y áspera sonaba tan familiar, pero estaba a punto de girar la cabeza por encima de mi hombro cuando la reconocí. Él vino. —Oye, —le dije a la voz que reconocí como la de Dallas por la textura áspera que tenía, girando por completo para encontrarlo a unos metros de distancia con la señora Pearl en su brazo. Bien. No tenía ni idea de que se conocían, pero era muy lindo que él le haya traído—. Señora Pearl, estoy tan feliz de que esté aquí. La mujer mayor sonrió. —Gracias por invitarme, de último minuto y todo, señorita Cruz. Y ella fue allí. Bueno. Apenas reprimí una risa ante su brutal honestidad. —Diana, por favor. De nada. Entra y te conseguiremos un asiento y algo de comer y beber, —dije, caminando para tomar su otra mano—. Te encontraré más tarde, —le dije a mi prima, quien simplemente asintió, saludando a los dos recién llegados con la cabeza. La señora Pearl pareció mirarla durante un segundo de más, pero me siguió. Hice contacto visual con dos de mis otros primos que estaban sentados en la mesa más cercana a nosotros y articulé, “Muévete” mientras inclinaba la cabeza hacia un lado. Afortunadamente, fueron lo suficientemente educados como para moverse, llevándose la basura con ellos.
—No me dijiste con suficiente tiempo sobre la fiesta, —comenzó la señora Pearl. Ahí fuimos de nuevo—. No pude comprarle un regalo a tu chico, —se disculpó mientras la acomodamos en una silla en una mesa vacía. —No se preocupe. Ya tiene tantos regalos. ¿Qué puedo traerles de beber a los dos? Ella pidió una Coca-Cola Light y Dallas una cerveza después de que le dije lo que teníamos. Me sorprendió que estuviera aquí. Con una cerveza y un vaso rojo lleno de refresco en la mano, regresé a la mesa, esquivando una horda de niños que caminaban por el patio con sus teléfonos celulares en la mano, sin prestar atención a adónde iban. —Aquí tienen, —les dije a ambos, pasándole la lata a Dallas, esquivando la mirada en el proceso y entregando a la señorita Pearl su vaso de refresco—. ¿Tienes hambre? —le pregunté a ella—. Tenemos fajitas, pollo, arroz mexicano, frijoles, nachos… —No puedo soportar el picante. Se mete con mi digestión. ¿Está bien algo de eso? —Sí, señora. Nada de eso es picante. —Tomaré un poco de pollo y arroz mexicano, sea lo que sea. Sonreí —Bueno. Te traeré un plato. ¿Dallas? ¿Cualquier cosa? —Me obligué a preguntar antes de que mi madre me sorprendiera sin preguntar y exigir saber dónde diablos se habían ido mis modales. Pero mi vecino se volvió hacia la mujer mayor en lugar de responderme. —Voy a agarrar mi propio plato. ¿Estarás bien, Nana? Espera un segundo, espera un segundo. ¿Nana?
Levantó esos dedos delgados y nudosos mientras yo estaba allí e intentaba averiguar qué diablos estaba pasando. ¿Nana? —Muchacho, nací bien, —respondió la mujer, ajena a las preguntas que se formaban en mi cabeza. Dallas arqueó las cejas, pero sonrió con esa sonrisa que solo le había visto darle a Louie. —Si tú lo dices. —Yo lo digo, —confirmó ella, levantando toda su mano para despedirlo—. Ve. ¿La maldita Nana? ¿Dallas estaba relacionado con la señora Pearl? ¿Desde cuándo? —Puedo conseguir lo que quieras, —comencé a decir antes de que se pusiera de pie, mi mirada rebotando de un lado a otro entre el hombre y la mujer que vivían al otro lado de la calle. —Sé que puedes, pero tengo dos manos. Puedo ayudar. ¿Nana? Enfócate, Diana, enfócate. Hice un gesto hacia la parrilla donde uno de mis tíos la estaba manejando, pero en realidad, miré a la señora Pearl una vez más. No vi la relación. Realmente no lo hice. Estuvimos a un metro de la mesa cuando preguntó: —¿Por qué no le dices que tu apellido no es Cruz? Lo miré mientras me reía. —No lo sé. Le he dicho mi apellido antes, pero sigue llamándome Señorita Cruz o Señorita López. La dejé seguir con eso. Suspiró y sacudió la cabeza, deslizando esos ojos color avellana hacia la mesa. —Ella no olvida nada. No dejes que te engañe. Hablaré con ella al respecto. ¿Fue mi imaginación o las cosas ya eran menos incómodas y más cómodas entre nosotros? No pensé que me lo estaba imaginando. Por otra parte, nada podía unir a la gente más que ver a una persona llorando y compartiendo historias sobre personas que habían sido amadas y perdidas.
Ya me había demostrado con creces varias veces que era un buen hombre. Realmente un buen hombre. —No es gran cosa. Está bien. Sé cuál es mi apellido. —Lo miré justo cuando nos detuvimos frente a la parrilla—. Me alegro de que hayas venido. Louie estará feliz de verte. Recién duchado y vistiendo ropa que no estaba arrugada ni manchada por primera vez, iluminaba todo sobre él. Metió las manos en los bolsillos delanteros de sus jeans y pude ver el atisbo de una sonrisa en su boca rosa pálido. Dallas entrecerró los ojos un poco cuando preguntó: —¿Escribió mi nombre en la invitación? No pude aguantarlo. Me eché a reír. —Si. Pude ver que las comisuras de su boca se contraían un poco más. —Decía Dalculo. Así es como lo escribió. D.a.l.a.s.s. Dalass 13. Solo pensar en la mala letra de Louie al deletrear su nombre de nuevo hizo que mis ojos se llenaran de lágrimas. Había comenzado a reír una vez que él y Josh habían cruzado la calle. No entendía muy bien la ortografía, pero lo estaba intentando. ¿Quién era yo para derribar su mejor esfuerzo? Especialmente cuando me divertía muchísimo. —Lo siento mucho. No tuve el corazón para decirle que estaba mal. —Jadeé—. Tan mal. —Claro, —dijo, su boca se curvó mucho más hasta que fue el 75 por ciento de una sonrisa—. Me hizo reír. No te preocupes por eso. Le sonreí y le indiqué la comida. —¿Estás de acuerdo con la comida mexicana? —No conozco a nadie que no esté de acuerdo con la comida mexicana. Eso me distrajo. Le levanté ambas cejas, impresionada. —Tío. ¿Me das una pierna de pollo, porfa? —Le pregunté a mi tío quién se había hecho cargo de la 13
Juego de palabras entre Dallas (Nombre) y Ass (Culo).
parrilla, antes de volverme hacia el hombre más grande de la fiesta que estaba a mi lado—. ¿Qué quieres comer? —Fajitas, —dijo en español implacable e inflexible al que apenas logré no sonreír. —Y un pedazo grande de fajita, por favor, —traduje, aunque mi tío hablaba y entendía bastante bien el inglés. No hablaba mucho y entregó un plato tras otro con la carne que le había pedido. —¿Estás bien? —Dallas preguntó mientras lo conducía hacia la mesa con los lados. —Si. —Le di un vistazo a la mano que tenía suelta a su lado—. Nunca pregunté, ¿cómo está tu boo-boo14? Juraría por mi vida que se rio un poco, incluso flexionando la mano también. —Bien. Sin gangrena, sin nada. Eso me hizo resoplar y mirarlo a la cara. Su vello facial había vuelto a crecer últimamente y no podía decir que no se viera bien. —De nada. La sonrisa de Dallas era una cosa a regañadientes que solo hizo que la mía creciera. Cuanto más luchaba por ser amigable conmigo, más agresiva me volvía. Nunca había sido buena con la gente que me decía que no podía tener algo. —Invité a Trip, pero me dijo que ya tenía planes, así que hoy estás por tu cuenta, —También había invitado a Ginny, pero además de que tenía que trabajar, noté que ella y Dallas no eran cercanos por alguna razón. Probablemente no le importaría que su prima mayor no fuera a aparecer, ¿por qué molestarme en mencionarlo?
14
Lastimadura o corte.
El nombre de Trip apenas había salido de mi boca cuando la expresión de su rostro disminuyó un poco, solo un poco, pero asintió. —Se fue a Houston. Me lo había explicado. Hice un gesto hacia las bandejas de comida colocadas sobre la mesa. —Toma lo que quieras de aquí. Como le dije a la señora Pearl, nada de picante, excepto la salsa y la salsa picante que hay al final. Los ojos de Dallas se detuvieron en mí por un momento antes de que se acercara para sacar arroz, frijoles e incluso el pequeño tazón de calabaza que mi madre había insistido en poner en su plato. Acercándome a él, hice lo mismo con el plato de la señora Pearl, sin saber qué querría ella. Su codo rozó el mío cuando dijo: —Le compré una tarjeta de regalo a Josh. Mirándolo rápidamente, bajé la mirada hacia la comida debajo de mí. —Gracias. No tenías que hacerlo, pero sé que le encantará. Cree que se está volviendo demasiado mayor para los juguetes. —Le pasé por un fajo de servilletas, sus ojos claros se encontraron con los míos—. Estoy segura de que él también estará feliz de verte. No solo Lou. —Por supuesto. No tengo nada que hacer hasta más tarde. Le daré a Josh lo suyo cuando lo vea, —dijo, continuando mientras lo acompañaba de regreso a la mesa donde habíamos dejado a la señora Pearl, solo para encontrar a mi mamá y Sal sentadas a su lado. —Diana, nunca me dijiste quién era tu prima. —La señora Pearl se quedó boquiabierta cuando puse el plato delante de ella. —¿Sal? —pregunté, tomando asiento al otro lado de mi mamá e inclinándome hacia adelante para poder escuchar a la mujer. Había hablado con la señora Pearl un puñado de veces, si acaso, desde que me había mudado, así que no me sorprendió que hubiera algo que ella no supiera sobre mí. —Si. —La anciana tenía esos ojos azul claro en dicha prima—. Ella acaba de ganar la Copa Altus, —prácticamente susurró—. Dallas, ganó la Copa Altus. ¿Puedes creerlo?
Aprendí algo en ese momento: todavía estereotipaba a otras personas a pesar de que sabía que estaba mal, porque la última persona que hubiera esperado saber algo sobre fútbol habría sido la señora Pearl. Y para seguir clavando la daga de la vergüenza, la mujer mayor siguió adelante. —¡Anotó cinco goles! —le dijo a nadie en particular. Yo ni siquiera recordaba que había marcado tantos goles en el torneo. Mi prima, que estaba sentada junto a la señora Pearl, captó mi mirada y sonrió, obviamente tan sorprendida como yo por su inesperada fan. Aquí había estado tratando de salvarla de las personas de nuestra edad y la única persona que sabía quién era estaba en algún lugar en el rango de los noventa. —Sal es la estrella de la familia. —No debería haberme sorprendido que esas palabras salieran de la boca de mi madre mientras se sentaba un poco más recta en su silla, extendiendo la mano para tocar el antebrazo de la señora Pearl—. Estamos muy orgullosos de ella. Le guiñé un ojo a mi prima, dejando que las palabras de mi madre entraran por un oído y salieran por el otro. —Sí, Sal, todos te alentamos cada vez que vemos un partido. —A Diana nunca le gustó hacer deporte. No le gustaba ensuciarse, pero Salomé siempre supo que quería jugar. ¿No es así, mija? —Diana juega afuera con los niños todo el tiempo. A ella no le importa ensuciarse. Dejé de respirar por un momento y miré al hombre que acababa de hablar. Dallas estaba de pie detrás de su abuela, luciendo tan tranquilo como siempre con los brazos cruzados sobre el pecho. Si Sal me dio una mirada, no estaba segura porque estaba demasiado ocupada mirando a mi vecino, pero ella rápidamente respondió: —Si, tía Rosario. —Antes
de que mi madre pudiera hacer otra púa, se inclinó hacia la mujer mayor y la miró a los ojos—. Gracias por ver. Necesitamos más fans. —Oh, me encanta el fútbol. Especialmente el fútbol femenino. ¿Los hombres? No sirven para nada. Ahora los jugadores extranjeros... Tragué y dejé que las palabras de mi madre corrieran por mi espalda. No iba a dejar que ella me molestara. Pero de alguna manera Dallas se encontró con mis ojos y ambos nos miramos el uno al otro. Le sonreí con fuerza y me sorprendió verlo sonreír con la misma fuerza.
Yo quería llorar. Mirando el desorden en el césped, sentí un sollozo que consistía principalmente en que yo estaba muy cansada, luchando por subir por mis entrañas. De alguna manera, me las arreglé para mantenerlo abajo. El patio trasero estaba hecho un puto desastre. Dios ayúdame. Pero no iba a llorar por eso, no importaba lo mucho que quisiera hacerlo, y eso era muy, muy malo. La fiesta se había mudado a la casa cuando los mosquitos habían salido hace horas, y no me había molestado en encender las luces exteriores después de que se recogiera el inflable. No había querido ver el daño y no poder hacer nada al respecto, y de repente me arrepentí de haber enviado a todos a casa sin obligarlos a quedarse y ayudar a limpiar.
Ahora, viéndolo... honestamente parecía Woodstock 15 después de que todos habían destrozado el lugar. El jardín tenía basura por todas partes, una de las bolsas había sido rasgada posiblemente por Mac, la hierba estaba pisoteada... incluso el árbol... había algo colgando de él, y tenía la sensación de que no era una serpentina. Era horrible. —¿Diana? —El oscuro cabello de Dallas asomaba por la puerta trasera de la cocina. Me sorprendió y forcé una sonrisa tensa en mi rostro que era 95 por ciento falsa. —Oye. Pensé que te habías ido. —Hace horas, recordé haberlo visto irse con la señora Pearl y levantar una mano cuando me sorprendió mirando desde el otro lado del patio donde había estado ocupado hablando con los vecinos de al lado. —Lo hice, —confirmó, cerrando la puerta detrás de él mientras se detenía en la escalinata y recorría con la mirada el patio. Sus ojos se agrandaron y su “Oh, mierda” pareció salir directamente de mi propia boca. —Uh-huh —fue todo lo que pude responder sin romper a llorar. Era un desastre. Un jodido lío. Pensé que me podía haberme atragantado un poco cuando lo vi una vez más. —¿Estás bien? —preguntó. Ni siquiera podía mirarlo. El patio me tenía en trance. —Por supuesto. —No estás bien, —fue la declaración que salió de su boca, seca y seria y tan, tan, tan cierta.
15
El Festival de música y arte hippie.
Abrí la boca y tragué la saliva espesa que se acumuló en mi garganta. —Es terrible. —Jadeé—. Es lo peor que he visto. Comenzó a negar con la cabeza antes de detener el movimiento y asentir. —Si. Bueno, al menos no me estaba mintiendo. No lloraría sobre la hierba. No lo haría. Simplemente no podía. Al menos no delante de nadie. Una mano tocó brevemente mi hombro, casi lo suficiente para alejarme de las consecuencias de una bomba nuclear en la que se había convertido mi amado patio trasero. —Oye. Todavía estará allí mañana. No te preocupes por eso esta noche. El pequeño monstruo de la pulcritud en mí sollozó que no podía dejarlo hasta el día siguiente. No quería despertar sabiendo lo que había fuera de la puerta. Pero mientras lo miraba, me di cuenta de que llevaría horas limpiarlo. Horas y horas y algunas horas más. Toda la deglución del mundo no hizo lo suficiente para ayudar a que mi garganta repentinamente hinchada se hiciera más pequeña. —¿Diana? —Dallas se rio un poco— ¿Estás a punto de llorar? —No. —Ni siquiera me creí a mí misma. Obviamente, tampoco lo hizo porque se le escapó una de esas raras carcajadas suyas. —No tengo nada que hacer mañana. Tú, los chicos y yo podemos limpiarlo. No podía apartar la mirada de la destrucción, por mucho que lo intentara. —Está bien, —murmuré, tragando una pelota de golf imaginaria de nuevo—. Lo tengo. Hubo una pausa. Un suspiro. —Sé que lo tienes, pero te ayudaré. —Hubo otra pausa—. Estoy ofreciéndome.
Había usado ese tono suave, que parecía tan… inapropiado en su voz ronca, y eso me hizo mirarlo, sollozando. ¿Desde cuándo me había convertido en esta persona que era del tipo molesto de terco y no aceptaba ayuda? Odiaba a la gente así. —No me gustaría aprovecharme de ti, —admití. Estaba demasiado oscuro para saber si me estaba mirando o no. —No te estás aprovechando. Estoy ofreciéndome. He estado levantado desde las cinco y estoy a punto de derrumbarme. Todo lo que pido es que no me hagas quedarme despierto toda la noche y la mitad de mañana limpiando. Lo haremos a primera hora. Debo haber tardado demasiado en responder porque cruzó los brazos sobre el pecho y bajó la barbilla. No miré sus grandes bíceps. “No voy a escaparme” pareció prometer, haciéndome apartar la mirada. Una pequeña, diminuta parte de mí no quería tomar en serio su promesa. Eso debe haber sido evidente porque Dallas siguió adelante. —Pareces exhausta también, y Louie ya se ha desmayado en el sofá. Si te escucha haciendo cosas aquí, eventualmente se despertará y querrá venir a ayudar. —Creo que pudo haber tosido—. Sé que no planeas abusar de mí, ¿de acuerdo? Estaba tan molesta que ni siquiera pude reír. Pero en ese momento, el cansancio se apoderó de mi TOC interno y asentí. —Necesitas ayuda con cualquier otra cosa que no sea… —Levantó una mano y señaló vagamente la zona de desastre que de repente ya no quería ver más. —No. Realmente no. Tengo algo de comida para guardar, pero eso es todo. Gracias. —Cerrando ambos ojos, extendí la mano para pellizcar la punta de mi nariz y pensé por un segundo, abriendo un párpado en su dirección—. ¿Olvidaste algo? Inclinó la cabeza hacia la puerta y respondió: —No. Recién llegué a casa de reunirme con unos viejos amigos en la ciudad y estaba en mi garaje a punto de entrar cuando vi que todos se habían ido. Quería comprobar y asegurarme de
que todo estaba bien. Josh me dejó entrar. —Deslizó su mirada hacia el patio de nuevo e hizo una mueca. Por el bien de mi salud mental, me dije que lo había imaginado. También me aseguré de no darle mucha importancia a que él quisiera venir y asegurarme de que yo estuviera bien. No. No iba a pensar en eso ni un segundo más. ¿Cuántas veces me había dicho que me debía para ese momento? —Tienes un montón de platos sucios. Tú friega y yo me enjuagaré —ofreció inesperadamente. ¿Qué diablos estaba pasando? ¿Había chocado mi auto, se había sentido culpable y ahora estaba tratando de compensarme? —No tienes que hacer eso... —No he comido tan bien en mucho tiempo, y tengo dos días de cena en el refrigerador que tu mamá me hizo llevar a casa. Puedo enjuagar algunos platos, y si te queda algo de cerveza, tomaré una después. ¿Acuerdo? Quizás había golpeado mi auto. O roto algo. No entendí por qué estaba siendo tan amable. Dos días de comida no parecían ser una razón suficiente para salir de su camino, especialmente cuando casi todos se habían ido con las sobras. Pero… Suspiré y me aseguré de mirarlo a los ojos. —Realmente no tienes que ser tan amable con nosotros. La cabeza de Dallas se inclinó un poco hacia un lado, y me di cuenta de que soltó su propio aliento en lo que podría haber sido resignación. —Sé que es difícil ser madre soltera, Diana. No me importa ayudar, —dijo. Encogió esos hombros anchos y musculosos—. Ustedes tres me recuerdan a mi familia cuando era niño, —explicó, sonriendo casi con tristeza—. No es una gran carga ayudarte y alimentarme al mismo tiempo. Era la cosa de madre soltera lo que funcionó. Bien. Sería una idiota si no aceptara la ayuda que estaba tan dispuesto a ofrecer.
—Trato, —dijo. La única palabra debería haber sonado como una pregunta, pero no fue así. Realmente no. Era más como si me estuviera diciendo que teníamos un trato. Que lo habíamos hecho. —De acuerdo. Pero conociendo a mi familia, lo más probable es que solo queden un par de cervezas, pero son todas tuyas. No las beberé cuando tenga a los niños. Dallas asintió y me siguió adentro, cerrando la puerta detrás de nosotros. Comencé a organizar los platos cuando me preguntó: —¿Te importa si consigo una del refrigerador? —No, siéntete como en casa, —grité por encima del hombro, todavía discutiendo conmigo misma sobre si él me ayudaba o no. Muy pronto, tenía los platos y vasos organizados en el costado del fregadero y en parte dentro de él, y Dallas vino a ocupar el lugar justo a mi lado. Como había sugerido, los froté y se los entregué, dejé que se enjuagara y los coloque en la rejilla de secado. Quizás en unos meses podría invertir en un lavavajillas, pensé. Pero todo lo que hizo falta fue echar un vistazo a los pisos para saber que era un sueño tonto. Prefiero poner piso nuevo que tener una lavavajillas. Solo estaba cansada. —¿La mayoría de las personas aquí hoy eran tu familia? —preguntó después de unos minutos de silencio. —Si. Casi todos los adultos. La mitad de los niños están relacionados con nosotros de alguna manera y la otra mitad eran amigos de Josh de su nueva escuela y la anterior. —Parecía que se lo había pasado bien, —señaló, probablemente recordando la imagen de Josh haciendo el Slip-N-Slide una y otra vez. —Será mejor que lo haya hecho. Casi tuve que rogarle que hiciera una fiesta para empezar. Espero que Louie esté de acuerdo con que vayamos a Chuck E. Cheese's para la de él porque prefiero no volver a hacer esto nunca más.
—¿Oh sí? —Si. Ya sabes, fue nuestro primer cumpleaños aquí en esta casa ... —Me detuve y me encogí de hombros mientras le entregaba un plato—. Los últimos dos años vivimos en un apartamento y no podíamos hacer mucho allí. Tuvimos que celebrar en la casa de mi mamá y mi papá. Cuando era niña, mis padres siempre me organizaban una fiesta de cumpleaños en casa. Sentí que le debía una, ya que ahora tenemos nuestro propio lugar que no es pequeño. El profundo gruñido en su pecho dijo que lo entendía. —La próxima vez, simplemente ahorraré más dinero para contratar un equipo de limpieza después, o haré que mi familia se quede y limpie antes de que yo los deje ir. Mantendré sus llaves como rehenes o algo así. Incluso mi mamá y mi papá se fueron. Se rio y el sonido pareció viajar a lo largo de la piel sensible de mi cuello. Tenía un sonido hermoso y profundo. Cuando finalmente habló de nuevo, fue para decir las últimas cuatro palabras que hubiera esperado. —Me agradaron tus padres. Me di cuenta de que a tu mamá no le gustaban mucho mis tatuajes, pero aun así era agradable. —Mi mamá, sí, es muy agradable. —Y como no pude evitarlo, pensando en el incidente en la mesa con Sal, murmuré—: Mientras tú no seas yo. Hubo un breve momento de incómodo silencio y pensé que había ido demasiado lejos al hablar de mi madre, pero luego Dallas dijo: —Me di cuenta de que te hace pasar un mal rato. Susurré. —Gracias por defenderme, por cierto. —¿Sonaba tan amargada como me sentía?—. Lo que no recuerda ni les dice a todos es que cuando yo era más joven, se enojaba cuando yo salía y me ensuciaba. Ella diría que eso es lo que hacían los chicos, pero se suponía que las chicas no debían hacer ese tipo de cosas. Hubo una breve fase en la que no me dejó usar pantalones, si puedes creerlo, pero no duró mucho. —Solo pensar en eso hizo que un nervio en algún lugar de mi rostro palpitara.
Suspiré. —Ella solo... piensa que hago todo mal. Ella siempre lo ha hecho, y durante mucho tiempo, hice un montón de cosas estúpidas. No soy mi prima ni mi hermano, y nunca lo seré. Creo que es su forma extraña de presionarme, pero a veces todo lo que hace es hacerme sentir que no puedo hacer nada bien y que nunca lo haré. —Tosí, avergonzada de haber dicho eso en voz alta—. Eso fue más profundo de lo que quería que fuera. Lo siento. Está bien. Siempre hemos tenido una relación extraña. Todavía nos amamos. —Cuando no queríamos matarnos unos a otros. Dios. ¿Realmente le había contado todo eso? ¿Por qué? —¿Crees que le agradan más tu prima y tu hermano? Me burlé. —Sé que lo hace. Mi hermano fue asombroso. Ella siempre dijo que él era su tesoro. Su milagro. Está bien. Yo fui el bebé del accidente que casi la mata. —Ahora que lo pienso, tal vez tenía una buena razón para que yo no fuera su favorita. ¿Eh? —¿Pero tu prima? ¿La que estuvo aquí hoy? ¿Crees que le gusta más? —Si. —Por supuesto que lo hizo. —¿Por qué? ¿Por qué? ¿Hablaba en serio? ¿Había estado distraído todo el tiempo que nos sentamos a la mesa con la señora Pearl hablando de los logros de Sal? —¿Sabes quién es? —Tu prima. —No, ding-dong La risa que salió de él fue fuerte y abrupta, y me hizo reír. Parados allí tan juntos, el calor de su cuerpo contra el mío, por alguna razón, solo me hizo reír más. —Lo siento. Paso demasiado tiempo con los chicos. No. Quiero decir, sí, ella es mi prima. Pero es como la mejor jugadora de fútbol del mundo, y no lo digo solo
porque sea de la familia. Tienen enormes carteles de ella pegados por toda Alemania. Cuando ves algo sobre fútbol femenino, de alguna manera la van a tener allí. Ella es el tipo de persona que, cuando tienes una hija, le dices que sea como Sal. Mierda, le digo a Josh todo el tiempo que sea como ella. Ella es una de las mejores personas que he conocido. Entiendo por qué mi mamá la ama. Tiene sentido. Su codazo golpeó mi brazo por accidente. —Está casada con ese famoso jugador de fútbol, ¿no es así? —Si. —Le doy una mirada—. Estuvo aquí casi todo el día con ella. Dejó lo que estaba haciendo y giró esa gran parte superior del cuerpo para mirarme. No iba a admirar lo impresionante que era. No. —Me estás jodiendo, —se burló. —No. ¿Viste al chico de la gorra sentado con sus padres y algunos miembros de mi familia? ¿El alto? ¿El único otro hombre blanco, caucásico, que no perseguía a niños pequeños? Él asintió. —Ese era él. —¿Cuál es su nombre de nuevo? —preguntó. Blasfemia. Ni siquiera era un gran aficionado al fútbol, pero, aun así. —Voy a decirte lo mismo que le digo a Josh: cuando haces una pregunta realmente estúpida, no obtienes una respuesta. Eso hizo que mi vecino estallara en otra carcajada que me hizo pensar que no lo conocía en absoluto. Ni siquiera un poquito. Dios, realmente se reía mucho. Para un hombre casado. Un hombre casado, Me repetí.
La mirada que me dio por encima del hombro mientras me entregaba un plato, todavía riendo, hizo que mi estómago se calentara. —No hay que subestimarse. Hay algunas personas a las que nunca harás feliz, no importa lo que hagas, —me dijo tan tranquilamente que lo miré. Parecía que lo había aprendido por experiencia. —Buttercup, tengo hambre, —dijo la voz somnolienta de Louie desde algún lugar cerca de nosotros. Estaba de pie justo donde el suelo de vinilo de la cocina se encontraba con el suelo alfombrado de la sala de estar. —Dame un segundo para terminar estos platos, pero ¿qué quieres? ¿Cereales o sobras? —Nuggets de pollo. Puse los ojos en blanco y miré hacia adelante de nuevo. —Cereales o sobras, Goo. No tenemos nuggets de pollo. —Bueno. Cereal. —Silencio. Luego agregó—: Por favor. —Dame unos minutos, ¿de acuerdo? Louie estuvo de acuerdo y desapareció. El codo de Dallas me golpeó de nuevo mientras enjuagaba el penúltimo plato. — ¿Por qué te llama Buttercup? Me reí, recordando exactamente por qué. —Mi hermano solía llamarme así, pero cuando Louie aún era muy pequeño, mi mejor amiga cuidaba a los niños y veían dibujos animados juntos. Hay una que solíamos ver cuando probablemente teníamos trece años, se llamada Las chicas superpoderosas, y ella se llevaba esos DVD para que ellos lo vieran. Son estas tres niñas con superpoderes, ¿sabes? Una de ellas se llama Blossom, ella era la amable y sensata, y él dijo que era mi mejor amiga, Vanessa. Y hay otro llamado Buttercup. Tiene el cabello oscuro y es la más agresiva del grupo. Ella es la bocazas, la dura, y por alguna
razón u otra, Louie simplemente insistió en que era yo. Me ha estado llamando Buttercup desde entonces. —¿Pero por qué tu hermano te llamó así? Le doy una mirada por el rabillo del ojo. —Solía ver La princesa prometida todo el tiempo y solía decir que algún día me iba a casar con alguien como Westley. Hizo un sonido ahogado. —Cállate, —murmuré antes de que pudiera ayudarme. Dallas hizo otro sonido que era algo entre una tos y una risa. —¿Cuántos años tenías? —¿Qué edad tenía cuándo? —¿Cuándo lo veías todo el tiempo? Sonreí a los platos. —¿Veintinueve? Se rio mientras dejaba el último plato en la rejilla de secado a su lado, su cuerpo girando en mi dirección mientras levantaba las cejas, dándome una pequeña sonrisa. —Me recuerdas más a la princesa Melocotón16. Miré mis pantalones cortos y mi camiseta sin mangas, y agarré las puntas de mi cabello castaño multicolor, cortesía de una cuidadosa instrucción a Ginny. —¿Por mi hermoso vestido rosa y mi cabello rubio? La boca de Dallas se quedó plana. —Está rodeada de hombres, pero sigue siendo ella misma, y tiene sus cosas juntas en Mario Kart17.
Personaje ficticio en la franquicia de videojuegos de Super Mario de Nintendo. Serie de videojuegos de carreras desarrollados y distribuidos por Nintendo como spin-offs de su marca registrada Super Mario. 16 17
No pude evitar sonreír, observando la estructura ósea inclinada de su cara y la forma en que su boca estaba inclinada y dije: —Siempre pensé que debería haber nacido princesa, Sr. Limpio. El estrangulamiento que salió de él me hizo reír. —Señor. ¿Limpio? —finalmente dijo, todo agitado y roto. Mirándolo, me encogí de hombros e incliné mi barbilla hacia su cabeza. —Tengo cabello. Lo miré con los ojos entrecerrados y tarareé, intentando con todas mis fuerzas no reírme. —UH Huh. —Me afeito cada dos semanas, —trató de explicar. —Está bien, —tosí, mis mejillas dolían por el esfuerzo de no reírme de lo deformado que estaba. —Todo crece de manera uniforme, ¿te estás riendo de mí?
Capitulo Catorce
—Lou, ¿quieres ir conmigo a ver si la señora Pearl y el señor Dallas quieren venir a cenar con nosotros? —le pregunté. Sus manos se detuvieron en el control remoto, mientras parecía reflexionar sobre mi propuesta. —¿Señor Dallas? —Si. —Josh estaba en la casa de su amigo Kline, así que solo estábamos nosotros dos—. Por habernos ayudado con el patio —le expliqué. Mientras estaba en medio de una ducha, se me ocurrió la idea de invitarlo a cenar como agradecimiento por ayudarnos a limpiar el jardín hace horas. Era lo mínimo que podía hacer. Sabía que tenía sobras, pero así durarían más. Había aparecido a las diez en punto y se había quedado durante las siguientes dos horas, superando el deber de ser vecino y amistoso. El problema era que no quería hacerlo sentir raro. Así que pensé, ¿por qué no invitar a su abuela también? La nana que todavía no entendía que tenía. Con más gracia de la que imaginé que un niño promedio de cinco años era capaz de hacerlo, Louie asintió. —Bueno. —Está bien, vamos. —Hice un gesto hacia la puerta y Mac, que estaba acostado en el sofá junto a mi hijo, se sentó, expectante pensando que iba a dar otro paseo—. Estoy haciendo tu favorito al menos, amigo. —¿Nuggets de pollo? —dijo efusivamente. Lo miré parpadeando. —Espagueti y albóndigas.
Sus hombros cayeron hacia adelante. —Oh. Si. También me gusta eso. Suspiré. —Vámonos. Me siguió, deteniendo su juego mientras se ponía de pie. Se había vestido solo esta mañana y tenía una camiseta verde brillante con una pizza y pantalones de pijama a rayas rojas y negras. Pensé en decirle que se cambiara, pero ¿a quién le importaba? Era solo una cena. Louie y yo cruzamos la calle, tomados de la mano. Me agaché y lo pellizqué en el trasero mientras caminábamos hacia la casa de Dallas, ya la mitad de los escalones del porche, la pequeña mierda me golpeó en el trasero. Estábamos discutiendo cuando llamé a la puerta y me quedé atrás, esperando. Ni siquiera estaba segura de sí estaba en casa o no. Le estaba sacando la lengua a Louie cuando se abrió la cerradura. Me enfrenté a la puerta mientras se abría, esperando que fuera cierto hombre de cabello castaño y ojos color avellana al que le debía mucho…. Pero no era él al otro lado de la puerta mosquitera. Era una mujer. Una mujer bonita, de cabello castaño rojizo natural, y estaba sonriendo. —Hola, —dijo. Me tomó tal vez dos segundos, pero me las arreglé para decir, —Oye. Es… La puerta se abrió más y la mujer dio un paso atrás cuando otra cara que reconocí se adelantó con las cejas fruncidas y los lados de su boca más delgada se torcieron en un ceño fruncido. —¿Sí? —Era el feo e inconcluso saludo que recibí del hombre al que no había visto en un tiempo. Jackass Jackson. —Hola. ¿Está Dallas aquí? —pregunté lentamente, con tanta paciencia como pude, lo cual no fue mucho, especialmente cuando esta pequeña parte de mi cerebro se preguntaba si la mujer estaba aquí con Jackson o… no. No podría ser. ¿Podría ella? Dallas no haría eso, ¿verdad?
—¿Qué deseas? —preguntó el Sr. No-Sr.-Rogers. Parpadeé y apreté los dientes. —Hablar con él. —Espera, —Jackson contestó, frunciendo el ceño mientras cerraba la puerta en mi rostro. —¿Por qué es tan malo? —Lou preguntó casi de inmediato. Me encogí de hombros y le susurré: —Alguien no tomó un calmante hoy. Momentos después, la puerta se abrió de par en par. Dallas se quedó allí, con una expresión incómoda en su cara que no me sentó bien. —Oye. —Sus ojos se posaron en Lou y su sonrisa se hizo un poco más fácil—. Oye, Lou. —Hola. —Oye. No sabía que volvías a tener compañía, lo siento —le expliqué rápidamente. —No te disculpes, —dijo secamente—. Él acaba de llegar. ¿Significaba eso que la mujer ya había estado allí? No es asunto mío. Ninguno. —Bueno, sólo vinimos a ver si querías venir a cenar como agradecimiento por ayudarnos a limpiar esta mañana, —le expliqué. Traté de no dejar que la forma en que apenas arrugaba la nariz hiriera mis sentimientos, pero lo hizo, solo un poco. —Yo también iba a invitar a la señora Pearl. Estamos haciendo espaguetis y albóndigas. Lou susurró: —¿Nosotros?
—Pero si tu hermano y tu amiga están en casa, obviamente, quédate con ellos, —le dije al hombre mayor. La cabeza de Dallas se inclinó hacia un lado y su mano subió para tirar del cuello de su camiseta por un segundo, las puntas de sus dedos rozaron la parte inferior de la cabeza del águila que estaba bastante segura que comenzaba justo en la muesca sensible en su garganta. —Uh... —Se calló. Ella estaba aquí con él. Este idiota mentiroso, infiel que me había hecho pasar un mal rato cuando estaba…. No es asunto mío. Ninguno. —No te preocupes, —me apresuré a decir—. Puedes conseguir las sobras otro día si quieres. Pensé que no aceptarías mi dinero si te lo ofrecía. —Mi voz sonaba un poco tensa y extraña, pero no demasiado horrible—. A menos que lo aceptes. Se llevó la mano a los bolsillos, dio un paso adelante y cerró la puerta detrás de él. Su pie apoyó la puerta mosquitera abierta mientras fijaba su mirada en mí. No llevaba zapatos y me di cuenta de lo grandes que eran sus pies. —No es eso. Me gustaría cenar, y estoy seguro de que Nana Pearl también, es solo que... Jackson y su chica de la semana acaban de llegar. No lo he visto en un par de semanas. Por qué sentía como si me hubieran quitado un peso del pecho, no tenía ni idea. Pero pude sentir la diferencia. ¿Cuáles eran las posibilidades de que no lo viera? —Lo entiendo, —gruñí antes de aclarar mi garganta. Recomponte. ¿Estaba tratando de hacerme invitar a Jackson y a su amiga también? No podría decirlo. Eso no parecía un comportamiento de Dallas, pero… yo era tan idiota. ¿Por qué iba a pensar que en realidad invitaría a una mujer? Porque era una idiota. Por eso. Mierda. Como ocurre con la mayoría de las decisiones en mi vida, pensé en mi mamá y en lo que me diría que hiciera y suspiré. —Ven. Debería estar listo en una hora. Puedes traerlo a él y a su amiga si quieres. Quiero decir, no soy italiana y mis espaguetis no son increíbles, pero esta pequeña ardilla cree que está bien.
—Está bien, —intervino mi mini socio en el crimen. La boca de Dallas se levantó cuando miró al chico. —¿Tú lo crees, amigo? Lou asintió, exagerando totalmente. —Casi tan bueno como los nuggets de pollo, —confirmó. —¿Mejor que el chile? No hubo vacilación. —No. Me incline mirándolo. Volviendo a mirarme, mi vecino dejó escapar un suspiro. —¿Estás segura de invitarlos? Él es…. —Esa mano volvió a su cuello para tirar, exponiendo más de esa tinta marrón sobre la piel sorprendentemente bronceada. Tragó mucho más fuerte de lo que esperaba que tuviera que hacer—. Hay mucha mierda que no sabes. Levanté la mano, comprendiendo su vacilación y sabiendo que era completamente porque Louie estaba conmigo. Cualquier cosa que quisiera decir, no quería decirlo frente a él. Así que hice lo que haría cualquier adulto: tapé los oídos de Louie con las manos. —No nos va a matar ni nada, ¿verdad? —pregunté. Dallas dejó escapar un suspiro mientras las comisuras de su boca se fruncían. —Nunca dejaría que eso sucediera, —declaró de manera tan uniforme, tan realista, esta onda de quién-demonios-sabe-qué disparó los nervios de mi columna. Es un buen chico. Él está casado. Tiene debilidad por las madres solteras. No eres nadie en especial, Diana, me recordé. No eres nadie en especial. Aclaré mi garganta y le di una sonrisa que era jodidamente falsa, mis manos cayeron de su lugar en las orejas de Louie. —Bueno. Entonces, está bien.
Pueden venir los tres. Vamos a pasar por la señora Pearl después de esto para invitarla. —¿Segura? —Ambas cejas se arquearon. —Por supuesto.
—Hueles a ajo. —Hueles a pedo. Louie se atragantó como si no pudiera creer lo que había dicho antes de echarse a reír, sus manos ocupadas sosteniendo varios tenedores. —¡Eres mala! Eso me hizo sonreír desde el otro lado de la mesa. —Está bien, hueles como un lindo pedo. Como un pedo de bebé. —Los bebés huelen. —¿Cuándo has olido a un bebé? —Con la abuela y el abuelo. En medio de poner la mesa, me detuve. —¿Me estas mintiendo? —¡No! Realmente dudaba que hubiera olido a un bebé, y realmente, los bebés olían muy bien la mayor parte del tiempo, al menos hasta que tenías que limpiar sus pañales. Había cumplido con mi parte justa de la obligación de cambiar pañales,
especialmente con Josh, pero estaba segura de que lo había hecho con una sonrisa en mi rostro o una mueca solo porque olía tan mal. La caca de fórmula fue la peor. —Hablando de tu abuela y tu abuelo, no olvides que te quedarás con ellos durante una semana cuando vaya a visitar a Vanny, ¿de acuerdo? —Esta era probablemente la tercera vez que mencionaba mi viaje desde que compré mi boleto de ida y vuelta a San Diego. Quería que estuviera mentalmente preparado para que no asumiera que nunca volvería. —¿Puedo ir contigo? —preguntó. —No esta vez. —¿Por qué? —¿Porque tienes escuela? —Sonreí, mirándolo. Hizo un puchero, desinflando la parte superior de su cuerpo. —Todos podemos intentar ir a visitarla en otro momento. Un golpe en la puerta me hizo levantar las cejas hacia Lou y Mac ladró. Lo agarré por el cuello y lo conduje hacia la puerta trasera, para que pudiera pasar el rato en el jardín mientras la señora Pearl estaba aquí. Era genial con los extraños, pero no confiaba en su loco rabo alrededor de una mujer de noventa y tantos años. —Asegúrate de que sean los vecinos y luego déjalos entrar, por favor. Deja los tenedores para que pueda colocarlos muy rápido. —Ya podía imaginarlo corriendo por la casa con esos dientes apuntando a su cara. —Está bien, —respondió, dejando caer los cubiertos casi instantáneamente y corriendo hacia el frente de la casa. Un momento después, los sonidos de voces familiares vinieron desde la puerta de la sala de estar, y miré a mí alrededor para ver a Dallas, a la señora Pearl y al hombre cuyo trasero había salvado, en la sala de estar. La mujer no estaba a
la vista. Louie estaba de pie junto a la señora Pearl, estrechándole la mano. Casi me hizo llorar. Dejando el resto de los cubiertos lo más rápido que pude, me dirigí hacia ellos, de repente un poco nerviosa. ¿Y si odiaban mi cocina? —Hola, señora Pearl, —saludé primero a la mujer mayor, tomando sus manos frías mientras las extendía en mi dirección. —Gracias por invitarnos, Diana. Asentí y me aparté, mi mirada fue inmediatamente a Dallas. Lo primero que me llamó la atención fue que llevaba una camisa a cuadros abotonada. Era la mayor cantidad de ropa que le había visto. El patrón marrón y negro hizo que le resaltaran los ojos. Demonios, podrían haber hecho estallar mi corazón si esa fuera una posibilidad. Pero no fue así. Absolutamente no lo fue. —Hola de nuevo, —le dije. Fue entonces cuando me di cuenta de lo tensa que estaba la piel alrededor de sus ojos a pesar de que los músculos de sus mejillas formaban una sonrisa en su boca. —Gracias por recibirnos…. —Se calló y miró al hombre que estaba junto a él, obligándome a hacer lo mismo. Sin la puerta mosquitera entre nosotros y ahora que había pasado más tiempo con Dallas, el parecido de los hermanos era asombroso. Excepto... a pesar de saber que Dallas era el mayor, no se veía como lo fuera. De ningún modo. Jackson tenía más canas en su cabello, su frente más arrugada… pero fueron sus ojos los que más lo envejecieron. Había algo fundamentalmente diferente en el hombre que era cinco centímetros más bajo que mi vecino. Había algo que irradiaba de él que parecía apagado. La forma en que su presencia me hizo sentir me recordó cuando Josh quería algo y yo le dije que no podía tenerlo y él hizo un puchero. —Jack, has conocido a Diana.
Oh, definitivamente nos conocimos. Para darle crédito, extendió su mano hacia mí a pesar de que parecía que quería hacer todo lo contrario. Tomé su mano en la mía y se la estreché, ignorando la forma en que Jackson casi puso los ojos en blanco. Confiaba en Dallas, al menos lo suficiente como para dejar entrar a este hombre en mi casa. —Encantado de verte de nuevo, —mentí, retirando mi mano. —A ti también, —el hombre se quejó un poco, mintiendo también, sus ojos fueron a su mano brevemente antes de guardarla en su bolsillo. Al menos ambos sentíamos lo mismo el uno por el otro. Miré la cara de Dallas mientras miraba fijamente a su hermano. ¿Eh? —¿Listos para comer? En silencio, nos dirigimos al comedor, ubicado entre la sala de estar y la cocina. No lo iba a negar. Fue incómodo. Desde la señora Pearl tomando asiento mientras fruncía el ceño ante algo en la mesa, tal vez debería haber puesto nombres delante de los platos, no lo sabía, hasta la expresión que compartían los dos hermanos, la rareza estaba ahí. Definitivamente estaba viva y coleando. —¿Necesitas ayuda? —Dallas preguntó mientras se paraba detrás del asiento de la señora Pearl después de empujar su silla hacia adentro. —Lo tengo. Solo hay dos cosas más que necesito agarrar, —expliqué, viendo como Lou se deslizaba de su silla y se lanzaba a la cocina delante de mí—. Ya tengo ayuda. Gracias. Apenas había dado un paso hacia la cocina cuando Louie dijo: —Puedo ayudar, Tía. —Agarrando el pan que había dejado calentándose en el horno, deslicé los palitos en un plato y se los entregué con un guiño antes de tomar las albóndigas del horno también.
La cabecera de la mesa había quedado vacía y de alguna manera Louie terminó sentándose junto a la señora Pearl mientras Dallas se sentaba más cerca de mí con su hermano a su derecha. Tuve que luchar contra el impulso de frotar mis manos sobre mis pantalones. Joder —No solemos orar, pero si quieres... La señora Pearl soltó una carcajada. —Nosotros tampoco. Amén. Y con eso, comencé a poner pasta en su plato primero, luego la salsa y albóndigas. Dallas le pidió a Louie su plato y agregó pasta, y luego, quitando el cucharón de mí, puso albóndigas con un poco de salsa marinara rociada. —¿Está bueno, Louie? —le preguntó a mi hijo primero, y luego—. ¿Cuántos palitos de pan quieres? —¿Parmesano? —Le pregunté a mi vecino, todavía mirando a los otros dos con mi visión periférica. —Recárgame, si quieres, —confirmó la mujer mayor. Estaba a la mitad de rociarle queso cuando Dallas deslizó mi plato frente a mí y comenzó a agregarle comida. —¿Quieres más? —me preguntó justo cuando ponía el plato frente a su abuela. —Sí, por favor, —le dije antes de decirle cuándo parar. Nadie, además de mi mamá, me había servido comida antes. Nadie. Su esposa era una idiota. Su esposa era una gigantesca, jodidamente idiota con un poco de locura salpicada en ella. Dallas terminó de servirme, luego él mismo, y finalmente entregó los cubiertos a su hermano. Ninguno de nosotros habló mucho mientras comíamos, pero Dallas me miró a los ojos más de unas pocas veces mientras lo hacíamos, y compartimos una o dos sonrisas. —Me gustan mis albóndigas con más tomillo y mi salsa con más ajo, pero volvería a cenar si me invitas, —señaló la señora Pearl con esa forma brutalmente honesta de ella mientras terminaba la comida en su plato.
Todo lo que pude hacer fue contenerme, sonreír y asentir, mordiéndome el interior de la mejilla todo el tiempo. —Gracias. —Estoy lleno, —gimió Lou desde su lugar. Observé su plato. —Dos bocados más, por favor. Suspiró, parpadeó ante su plato un par de veces y asintió, llevándose a la boca el bocado más pequeño que jamás había visto. Sabelotodo. —¿Algún postre? —La señorita Pearl intervino. ¿Postre? Mierda. —Tengo helado de vainilla. Se estaba frotando las comisuras de la boca cuando respondió: —Eso suena encantador. —Bueno. —Dallas, Jackson, ¿les gustaría algo? —Me encantaría, —respondió Dallas rápidamente, no tan sutilmente mirando a su hermano. Jackson... —No. —Silencio—. Gracias. Asentí y me dirigí a la cocina. ¿Qué diablos le pasaba a ese tipo? ¿Estaba avergonzado por lo que pasó hace meses? Alguien necesitaba crecer. Estaba en medio de sacar el paquete de conos de un gabinete cuando escuché: —¿Necesitas ayuda? —En lo que ahora pensaba que era su lugar habitual, Dallas tenía una cadera contra el mostrador más cercano al comedor, luciendo aún más grande que nunca con su camisa oscura. —Por supuesto. El helado está en el congelador, si puedes agarrarlo.
Dallas bajó la cabeza antes de ir por el contenedor cuando encontré la cuchara en un cajón. Me lo entregó mientras yo sacaba un cono. Solo pude poner una cucharada en el primer cono antes de decir. —¿Tu hermano todavía está enojado por aquello que paso afuera de tu casa u odia a todos? —Susurré. No dudó en su respuesta, pero bajó la voz. —Él odia a todo el mundo. No pude evitar reírme mientras le daba un vistazo rápido. —Supongo que eso me hace sentir mejor. Su risa fue tan baja que apenas pude escucharla, pero me hizo sonreír mientras metía la cuchara de metal en el recipiente. Dallas me quitó el cono y me entregó uno nuevo. —Era un niño cuando murió nuestro padre. Lo manejó muy mal, —explicó en voz baja, su voz un suave retumbar—. Me fui a la Marina y él tampoco se lo tomó bien. Las cosas fueron cuesta abajo desde allí. Algo sobre eso no sonaba bien. —Cuesta abajo, ¿cómo? Su pequeño zumbido no me sentó bien. —Ha estado en la cárcel. Mi mano solo se detuvo un segundo a mitad de camino dentro del contenedor. —¿Por qué? —Principalmente drogas. Principalmente drogas. ¿Qué diablos significaba eso? ¿Cuántas veces había estado en la cárcel ese cabrón? —No se ha metido con eso en un tiempo, —explicó rápidamente Dallas, ya que debió haber notado que no me movía—. No tienes nada de qué preocuparte. ¿Era está la razón por la que Ginny había dicho “Jackson está aquí” con voz jadeante? ¿Por qué no volvería a mencionarlo? ¿Por qué Trip no había dicho nada? ¿Había estado siquiera en la casa cuando llegó Trip?
—Dijiste que la gente puede cambiar, —susurró Dallas, dando un paso más cerca de mí, obligándome a meter mi codo en mi costado mientras miraba su cara. Lo había dicho, ¿no? —Ya no está haciendo mierda ilegal. Todo lo que hace es tener una mala actitud, pero estoy tratando de ayudarlo a arreglar su vida. Sé que no tienes ningún motivo para confiar en mí, pero te lo prometo, no tienes nada de qué preocuparte con él y el equipo, y mucho menos con que él se quede en mi casa. Tenía razón, no tenía ninguna razón para confiar en él, pero por alguna razón, tan pronto como pensé eso, acepté que sí. Cada cosa que había salido de su boca, y cada acción que le había visto cometer, se había basado en la lealtad o en lo que era correcto. Y ese reconocimiento fue un poco aterrador. Confiaba en Dallas. ¿Cuándo diablos había pasado eso? Para empeorar las cosas, le dije. —Bueno. Confío en ti. Tan pronto como las palabras salieron de mi boca, me di cuenta de por qué se sentían tan extrañas. La confianza se parecía mucho al amor. Le estabas dando a alguien una parte de ti, si realmente pensabas en ello. Y yo no lo hacía. Pero cuando los ojos marrón verdoso de Dallas se encontraron con los míos, levemente abiertos, juraría que era un poco más alto. Y asintió con la cabeza, diciendo sólo una palabra, —De acuerdo.
Capitulo Quince
Miré mis pantalones cortos y luego miré la aplicación meteorológica en mi teléfono. Según la pantalla, hoy haría treinta y cuatro grados. En octubre. Maldito calentamiento global. Volví a mirar mis pantalones cortos, los sostuve en mis manos, observé el dobladillo irregular por un minuto y dije: —A la mierda —Me había puesto cosas mucho más cortas cuando tenía dieciocho años. Este par había estado conmigo durante los últimos cinco años y todavía los usaba con regularidad. La cuestión era que, por lo general, trataba de evitar algo más alto que mis rodillas en los juegos o prácticas de Josh porque, aunque los chicos no parpadeaban dos veces al verme correr por la casa con solo una camiseta grande o pantalones cortos de dormir, algunos chicos no estaban acostumbrado a eso. Dios sabía que mi mamá nunca había usado pantalones cortos mientras yo era pequeña. Hacía muecas cada vez que me ponía algo que no fuera una falda respetable o pantalones holgados. Todavía podía recordar cómo se había visto su rostro cuando los jeans ajustados y los leggings se hicieron populares. Se habría imaginado que estaba desnuda. Hoy iba a hacer un calor infernal y no iba a mostrarle a nadie nada que no hubieran visto cientos de veces antes de ir simplemente al centro comercial. Y Josh y Lou nunca me habían dicho nada sobre la ropa que usaba, excepto ese vestido rojo que me puse para salir con algunos amigos de mis días de salida y que me hacía parecer una prostituta. “No” era lo único que Josh me había dicho esa noche hace un año y medio antes de señalar en dirección a mi habitación. “No, no, no”, había repetido de nuevo, negando con la cabeza. “No, tía Di”.
Ajustándome los tirantes de mi sostén para que estuvieran ocultos debajo de mi nueva camiseta Tornado con la serigrafía CASILLAS en la espalda, me puse mis chanclas justo cuando Josh gritó: —¿Estás lista? —desde el final del pasillo. Afortunadamente, ya había empacado la hielera para nuestro día en el parque, reuní un par de revistas para buscar nuevas ideas de peinado y cargué mi tableta para poder ver un par de episodios de The Office cuando no había nada más que hacer, sentada. Ya tenía todo este asunto del béisbol competitivo resuelto. Salí corriendo de mi habitación, encontrando a Josh en la sala ya parado junto a la puerta. Estaba emocionado y listo para su primer juego en meses. —¿Tienes todo? —pregunté mientras agarraba el asa de la hielera azul con una mano y la correa de mi bolso de gran tamaño con la otra; también estaba lleno de bloqueador solar, una batería adicional para mi celular, nueces, una toalla de mano, repelente de insectos y dos ponchos 18 en sus pequeños recipientes de plástico. —Sí, —respondió con ese mismo tono tranquilo y confiado que siempre usaba... incluso cuando estaba mintiendo. Parpadeé hacia él. —¿Tomaste un par de calcetines extra? Josh echó la cabeza hacia atrás y gimió. —No. —Dejando caer su bolso, corrió hacia su habitación. En poco tiempo, volvió a salir, metiendo los calcetines extra que siempre olvidaba en su bolso. El niño tenía los pies sudorosos y necesitaba un par extra, especialmente en un día como hoy. —Está bien, vámonos, —le dije, indicándole que siguiera adelante. Cerré la puerta principal mientras él llevaba sus cosas. Mirando en dirección a la casa de Dallas, noté que su camioneta no estaba. Los campos donde se estaba celebrando el torneo ese fin de semana estaban a casi una hora de distancia, y Comida que es la combinación de poutine, nachos, salsa poutine, papas fritas, queso, nachos, salsa, crema agria, carne de res y más. 18
Josh y yo escuchamos música de mi lista de reproducción durante todo el viaje, cantando suavemente la mitad del tiempo. Josh y yo todavía estábamos medio dormidos. Nuestro rayo de sol residente pasaba el fin de semana con mis padres en la casa de un miembro de la familia en Houston en lugar de freírse bajo el sol con nosotros. En el parque, salimos del auto bostezando. Josh agarró su bolso y luego me ayudó a bajar la hielera de la parte trasera, sonriéndome con cansancio cuando nuestras miradas se encontraron. Extendí mi mano, con la palma hacia arriba, justo frente a él, y la golpeó. —Te amo, J, —le dije. Parpadeó adormilado. —También te amo. Y de esa manera que Josh y yo -mi sobrino mayor, mi primer amor real- nos abrazamos, de lado a lado, junto al auto. Mientras que Louie podría ser el sol, Josh era la luna y las estrellas. Él era mi gravedad, mi marea, mi compañero de aventuras. Se parecía más a mi hermano pequeño que a mi sobrino y, de alguna manera, habíamos crecido juntos. Lo había amado desde el momento en que lo vi. Lo amé desde el momento en que supe que era una chispa de vida e iba a amarlo todos los días de mi vida. Se retiró después de un apretón fuerte de mi cintura. —Muy bien vamos. Nos fuimos. Para cuando encontramos al grupo de miembros de Tornado agrupados alrededor de una de las mesas de picnic en el centro de los tres campos de béisbol, ya estaba sudando. —Buenos días, —saludé a todos los padres y niños que se volvieron a mirarnos mientras caminábamos hacia ellos. No me perdí la larga mirada que dos mamás me dieron cuando su mirada pasó de mis piernas casi desnudas a mi rostro y de vuelta. Odiosas. Tampoco me perdí la mirada inapropiadamente larga que uno de los papás, que sabía que estaba separado de su esposa, me dio. Simplemente elegí ignorarlos. No estaba haciendo nada malo.
Tomando asiento en una de las mesas de picnic más cercanas, esperé a que llegara el cuerpo técnico. Dallas fue el primero en llegar. Llevaba dos bolsas de lona colgando de cada hombro, una hielera de agua naranja en sus manos, sus lentes de sol y su gorra de béisbol. Llevaba una camiseta roja que tenía el emblema del equipo y lo que supuse era su nombre bordado en él. Y, como de costumbre, tenía puestos sus pantalones cargo cortos con agujeros y sus zapatillas de deporte. Noté que miraba en mi dirección e inclinaba la barbilla hacia arriba, pero no me saludó mientras se dirigía directamente a la congregación principal de padres e hijos, y finalmente se detuvo para llevar a los niños a un espacio de césped vacío para comenzar el calentamiento. Todavía quedaba más de una hora hasta que comenzara el torneo, y sabía que no había prisa por avanzar hacia el campo que se usaría primero hasta más tarde. Me senté allí durante la siguiente hora hojeando una revista y hojeando cosas al azar en mi teléfono. Cuando noté que algunas de las otras mamás se levantaban y comenzaban a caminar hacia uno de los campos, agarré mis cosas y las seguí. Dejando la hielera en el piso al lado de la segunda fila, salté y tomé asiento para esperar. Josh estaba en home19, atrapando las pelotas que el pitcher20 le lanzaba para calentar, pero no iba tan bien. El pitcher estaba lanzando la pelota demasiado alto cada vez. Después de aproximadamente la décima vez, Josh tuvo que levantarse y correr tras él. Trip, que se había presentado hace unos minutos, le hizo señas al lanzador para que hablara con él, dándole un descanso a Josh. Me levanté, tomé una botella de agua de mi hielera y caminé hacia la cerca que separaba y protegía a la audiencia del juego y los jugadores. —¡Josh! —Le siseé, los dedos de mi mano libre se aferraron a uno de los eslabones. Por el rabillo del ojo, vi la gran figura masculina que pertenecía a Dallas de pie junto a la tercera base hablando con una de las mamás que me había estado poniendo cara de perra antes. Era la mujer Christy de la que estaba bastante segura, si tenía el color de cabello correcto.
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El home es la última base que un jugador tiene que tocar para anotar una carrera. Jugador que lanza la bola desde el montículo hacia el receptor.
Josh se dio la vuelta de inmediato, se quitó la mascarilla y caminó hacia mí, con las palmas hacia arriba mientras yo lanzaba la botella hacia arriba para pasar por encima de la cerca. —Gracias, —respondió, justo después de atraparla. —¿Te pusiste bloqueador solar? —pregunté. Asintió con la cabeza, la botella pegada a su boca mientras tragaba un tercio de ella. No pude evitarlo. —¿En tu cara también? —Sí, —respondió, con un ojo entrecerrado. —Solo comprobando, actitud, —murmuré, notando que la madre que había estado hablando con Dallas se dio la vuelta y se dirigió en nuestra dirección. Mi cerebro solo tardó un momento en procesar quién era la madre. Definitivamente era Christy, la persona que hizo que me suspendieran hace semanas. Por la forma en que su rostro estaba inclinado hacia abajo, incluso con un par de anteojos de aviador puestos, su atención se centró en la mitad inferior de mi cuerpo. Algo en mi cerebro reconoció que esto no iba a ir bien, pero algo más en mi cerebro dijo que tenía que comportarme. Podría ser un adulto. No estaba a punto de ser suspendida de nuevo, maldita sea. Así que le sonreí y le dije: —Hola, —a pesar de que estaba rechinando los dientes, esperando lo peor. Donde lo había visto por última vez, Dallas estaba de pie junto a la tercera base, con la cabeza en nuestra dirección. Me di cuenta de que tenía la frente arrugada, pero no hizo ningún gesto para moverse. ¿De qué se trataba esto? Solo lo había visto en la práctica una vez a la semana desde que él, Jackson y la señora Pearl habían venido a comer espaguetis. Nos habíamos saludado desde entonces y eso fue todo. Podría haberme quedado después de la práctica para hablar con él, pero en ese momento todavía tenía dos niños que alimentar y
acostar. No tuve tiempo de esperar a que los otros padres me dieran la oportunidad de hablar. No lo tomé como algo personal que no estuviera gritando desde los tejados que éramos amigos y que pasábamos tiempo juntos fuera de la práctica. También estaba esa gran cosa que siempre parecía estar rondando mis pensamientos mientras estábamos en la práctica: lo último que quería era algún tipo de drama de los otros padres pensando algo tonto sobre nosotros. —Josh, ve a terminar de calentar, —le dije cuando Christy no me devolvió el saludo cuando se detuvo en un ángulo hacia mí al otro lado de la cerca. Josh frunció el ceño mientras su mirada iba y venía entre la otra mamá y yo—. Todo está bien. Josh vaciló un segundo más antes de asentir y ponerse la mascarilla, llevándose la botella de agua con él. Antes de que pudiera abrir la boca para preguntar qué estaba pasando, sus palabras me llegaron, afiladas y directas como una flecha. —Tienes que ir a cambiarte. Parpadeé. —¿Qué? —Tus pantalones cortos, Diana. Son inapropiados, —dijo la madre, que no me había hablado una vez desde nuestro incidente. Pasé de uno a diez instantáneamente, cortesía de sus palabras y la elección del tono que era 100 por ciento malicioso y nada más. Para empezar, no me gustaba, así que mi paciencia ya estaba en lo negativo cuando abrió la boca. Pero hice todo lo posible por ser madura. —Soy una mujer adulta, y no son tan cortos o inapropiados, —le dije con frialdad, mis manos instantáneamente yendo a mis lados. Mis dedos estaban en el dobladillo de mis pantalones cortos con mis manos hacia abajo; no era como si estuviera palmeando un montón de muslos desnudos. —No te estaba preguntando qué pensabas de ellos, —dijo, sus gafas de sol reflectantes cayeron hasta mis muslos una vez más—. No quiero que Jonathan esté expuesto a eso.
Se madura. Sé un adulto. Sé un ejemplo para Josh, Diana, Intenté decirme. Diría que solo fallé a medias. —¿Qué es eso? Muslos ¿La mitad de los muslos de una mujer que ha visto cada vez que lo has llevado a algún lado? —Eso sonó mucho más inteligente de lo que pretendía. Obviamente podía decirlo porque podía sentir la tensión saliendo de su cuerpo. —No sé a qué tipo de lugares llevas a Josh, pero yo no llevo a mi Jonny a ningún lugar así. Aquí hay niños. Esto no es un burdel. Un burdel. ¿Está perra realmente acababa de decir burdel? ¿Trabajé en uno o estuve cerca de uno? ¿De verdad? Miré por encima del hombro porque estaba hablando muy alto. ¿No podría usar su voz interior y simplemente hablarme? No me sorprendió ver a ocho pares de padres mirándonos. Escuchando. Así que le pregunté una vez más para asegurarme de que no estaba imaginando nada, —¿Discúlpame? —Ve a comprar unos pantalones, —dijo tan jodidamente fuerte, estoy segura de que el equipo contrario la escuchó. En un susurro, con los ojos fijos en mí, dijo— : Mira, cariño, sé que eres la tía de Josh, pero si estás buscando marido, este no es el lugar. Algunas de nosotras somos mamás reales. Mira alrededor. No estamos vestidas como prostitutas, ¿verdad? Tal vez puedas aprender algo sobre la verdadera paternidad de nosotros. Alguien se rio lo suficientemente fuerte como para que yo lo escuchara. Todo mi cuerpo se puso caliente, al rojo vivo. No le di a mucha gente el poder de herir mis sentimientos, pero el comentario de Christy fue directo a mi corazón. Mamá real. Fue lo de verdadera mamá lo que me atravesó directamente, robándome el aliento de los pulmones y la ira de mi cabeza. Siendo realistas, sabía que mi trasero no estaba ni cerca de salirse de mis pantalones. Lo sabía. No importaba que hubiera habido un puñado de mamás en el antiguo equipo de Josh que hacían que la chica de Dukes of Hazard
pareciera una peregrina. En ese momento, en ese momento, yo era la única con una pierna desnuda expuesta y ni siquiera era tanto. Aclaré mi garganta, luchando contra la presión apretando mis pulmones y el calor cubriendo cada centímetro de mi piel. ¿Qué ejemplo quería darle a Josh? ¿Qué siempre necesitaba salir victorioso? Algunas cosas valían la pena ganar y otras no. Con cada centímetro de autocontrol en mi cuerpo, traté de aferrarme a los límites de mi madurez, porque si alguien era un idiota para ti, no siempre tenías que ser un idiota. —Christy, —dije su nombre con calma—, si quieres hablarme de mi ropa, —vete a la mierda y vete al infierno, le dije en mi cabeza, pero en realidad me fui con— no me levantes la voz. No soy un niño. Mientras estamos en eso, no sabes nada sobre mí o Josh, así que no hagas que parezca que lo sabes. De todas las respuestas con las que podría haber ido, eligió: —Sé lo suficiente sobre ti. Si bien había sido amiga de los padres del antiguo equipo de Josh, ninguno de ellos había estado lo suficientemente cerca de mí como para saber qué sucedió para convertirnos a los tres en una familia. Todo lo que sabían era que yo estaba criando a Josh y Louie, y eso había surgido porque había padres de habla hispana en el equipo que los escuchaban llamarme tía todo el tiempo. Cuando me preguntaron, les dije la verdad. Yo era su tía. No me importaba lo que pensaran; todos podían asumir lo que quisieran. —No sabes nada, —prácticamente le susurré, balanceándome en algún lugar entre estar molesta y realmente enojada—. No quiero avergonzarte o hacerte sentir como una idiota, así que por favor detente con los comentarios. Háblame como un adulto, porque apuesto a que tu hijo está mirando para acá ahora mismo, y queremos enseñar a los niños cómo ser buenas personas, no grandes bocas con opiniones y falta de información. Fue su turno para que su rostro se pusiera rojo y casi me gritó: —¿Me vas a avergonzar? Te avergonzaste a ti y a Josh al venir a un torneo vestida así. Ten
un poco de respeto por ti misma, o respeto por quien fue lo suficientemente imprudente como para dejarte cuidar a sus hijos. Hasta cierto punto, sabía que lo que estaba diciendo no era la verdad, pero sus palabras eran una realidad brutal que se las arregló para tocar esos pequeños extremos deshilachados dentro de mí. Los palos y las piedras pueden romperte los huesos, pero las palabras también pueden herirte. Mucho. Mucho más de lo que deberían porque sabía que ella no sabía nada. Pero incluso siendo consciente de todo eso, este nudo se formó en mi garganta, y antes de que pudiera detenerlo, mis ojos se empañaron. Miré la cerca hacia el lado opuesto a ella mientras dos lágrimas salían por las comisuras de mis ojos y corrían por una mejilla antes de limpiarlas con el dorso de la mano casi con enojo. Creo que duré allí frente a ella los cinco segundos antes de que dos lágrimas más cayeran por mis mejillas, cayendo de mi mandíbula a mi pecho. No fue hasta que sentí que mi labio comenzaba a temblar que tragué y me alejé de ella, avergonzada, humillada, y sintiéndome tan pequeña que podría haberme metido en un agujero y quedarme allí para siempre. Lo peor es que ni siquiera podía discutir sus puntos. En lugar de hacer todas las cosas que debería haber hecho en represalia, me di la vuelta y comencé a alejarme. —¡Diana! —Escuché gritar a Dallas. Un segundo después, escuché, —¡Tía Di! —Pero no pude parar. Me alejé rápidamente de las gradas, mi rostro en ángulo hacia el suelo. Una lágrima tras otra se deslizaba por mis mejillas, cayendo en mi boca y luego por mi barbilla hasta mi pecho. Mi visión se volvió borrosa mientras miraba la acera antes de vislumbrar el pequeño edificio donde estaban ubicados los baños, y prácticamente me lancé a él justo cuando salían tres veces más lágrimas de mí.
No podía respirar. Ni siquiera pude encontrar en mí para hacer un ruido cuando mi espalda golpeó la pared de cemento en el baño. Mis manos fueron a mis rodillas mientras me encorvaba, mi corazón se encogía y se doblaba. Dolor. ¿A quién engañaba? Yo era un desastre. Iba a arruinar a los chicos. ¿Qué diablos estaba haciendo criándolos? ¿Por qué no había dejado que los Larsens se los llevaran? No sabía lo que estaba haciendo. Ni siquiera pude lograr no avergonzarlos. Pensé que había dejado de tomar tantas decisiones estúpidas, pero estaba equivocada. Dios. Lloré cada vez más y más, lágrimas silenciosas que no obstruían mi garganta porque ya estaba llena de vergüenza, culpa e ira conmigo misma. Incluso cuando era pequeña, o me enojaba o lloraba si estaba avergonzada antes de enojarme. —¿Tía Di? —La voz de Josh era vacilante y susurrada, pero tan familiar que atravesó mis pensamientos. Me limpié el rostro con el dorso de la mano, manteniendo la mirada en el suelo de cemento. —Estoy bien, Josh, —grité con una voz débil y ronca que decía que no lo estaba. Él no respondió, pero el sonido de los tacos golpeando el suelo me advirtió que venía antes de que lo viera mirar por el borde de la pared. Su pequeña cara era suave y preocupada, su boca y ojos hacia abajo. —Tía. —La palabra salió de él en un siseo, un reclamo. —Estoy bien. Deberías volver al campo. Voy a… —Dejé de hablar cuando este sollozo se apoderó de mí de la nada. La mano que me tapaba la boca no ayudó en nada. —Estás llorando. —Josh dio otro paso más hacia el interior del edificio. Luego otro.
Arrastrando mi palma hacia mis ojos, los limpié. Recomponte. Tenía que recomponerme. —Estoy bien, J. Lo prometo. Estaré bien. —Pero estás llorando —repitió las palabras, sus ojos recorriendo los puestos como si estuviera preocupado de que lo atraparan haciendo algo malo, pero obviamente no estaba lo suficientemente preocupado porque seguía acercándose hacia mí. Sus manos se encontraron en su pecho—. No llores. Oh Dios mío. Que me dijera que no llorara solo me hizo llorar aún más. Antes de que pudiera detenerme, a medida que se acercaba más y más, solté: —¿Te avergüenzo? —¿Qué? —Se detuvo en el lugar a dos pies de distancia. Realmente parecía como si lo hubiera golpeado. —Puedes decirme la verdad, —dije entre sílabas entrecortadas, sonando como una completa mentirosa—. No quiero que desees no estar cerca si es por algo que uso o algo que hago... —¡No! Eso es estúpido. —Esos ojos como los míos recorrieron mi rostro y negó con la cabeza, luciendo tanto como un joven Rodrigo que solo me hizo sentir mucho peor. —Yo no… —estaba hipando—. Sé que no soy tu verdadera madre o incluso Mandy, —las palabras se interrumpían a medida que lloraba—. Pero lo estoy intentando. Me estoy esforzando mucho, J. Lo siento si me equivoco a veces, pero... Su cuerpo chocó contra el mío con tanta fuerza que mi columna volvió a golpear la pared. Josh me abrazó como si su vida dependiera de ello. Me abrazó como no lo había hecho desde que murió su padre. El lado de su mejilla fue a lo largo de mi pecho mientras me abrazaba con fuerza. —Eres mejor que mi verdadera mamá, mejor que Mandy... —Jesús, Josh. No digas cosas así.
—¿Por qué? Siempre me dices que no mienta, —dijo en mi pecho mientras me abrazaba—. No me gusta que llores. No lo hagas más. Oh Dios mío. Hice todo lo contrario y lloré un poco más, directo sobre mi niño de once años. —La señorita Christy es una bruja —dijo en mi camisa. Un adulto maduro le habría dicho a Josh que no llamara bruja a una persona y negara que Christy lo estaba siendo. Excepto que yo llamaría su comportamiento de perra, no de bruja. Pero entonces no me sentía mucho como un adulto maduro. Había usado todos mis puntos de adultez del día. Así que todo lo que hice fue abrazar más a Josh. —Ella lo es, —estuve de acuerdo con un sollozo. —Lo dejaré —dijo—. Puedo unirme a otro equipo, —ofreció mi sobrino, partiéndome el corazón por la mitad. —Joshy… —comencé a decir antes de que me interrumpieran. —¿Puedo hablar con tu tía, Josh? —una voz ronca llenó el baño, haciéndome mirar hacia arriba para ver a Dallas a un metro de distancia. ¿Cuándo diablos había entrado sin que nos diéramos cuenta? El chico en mis brazos se tensó antes de darse la vuelta, su postura amplia y protectora. —No. Dios me ayude, las lágrimas comenzaron de nuevo. Amaba a este niño. Lo amaba con cada una de las células de mi cuerpo. Había muchas cosas sobre el amor que solo podías aprender después de enfrentarte al verdadero. El mejor tipo de amor no era esta cosa dulce y suave de corazones y picnics. No era florido ni divino.
El amor verdadero era valiente. El amor verdadero nunca se rinde. Alguien que te ama haría lo mejor para ti; ellos te defenderían y se sacrificarían. Alguien que te ama afrontaría cualquier inconveniente de buena gana. No sabías lo que era el amor hasta que alguien estaba dispuesto a renunciar a lo que más amaba por ti. Pero tampoco les permitió nunca tomar esa decisión. Dallas suspiró, metiendo las manos en los bolsillos. Sus gafas de sol de montura gruesa se habían subido hasta el ala de su gorra, pero no lo miré a la cara. No quise hacerlo. —Por favor, Josh. —¿Por qué? ¿Así también puedes hacerla llorar? —preguntó mi defensor. —No. No voy a hacerla llorar. Lo juro. Me conoces mejor que eso, —explicó—. Por favor. No quiero que te rindas. Me gustaría que jugaras el primer juego al menos, para tus amigos, y si aún quieres dejarlo después, puedes hacerlo. No te culpo. Somos un equipo y no se trata a las personas de su equipo de esa manera. Josh no dijo una palabra. Me quedé mirando el fregadero detrás de Dallas. Había agotado la cantidad de veces que quería llorar frente a este hombre. —Diana, ¿puedo hablar contigo? —vino su pregunta casi suave que solo me hizo enojar. ¿Le había dicho que me hablara de mis pantalones cortos para no tener que hacerlo? Solo me tomó un segundo decidir que no era ese tipo de persona. No sé por qué había estado pensando tanto en él últimamente. No se lo merecía.
Aun insistiendo en mirar el fregadero, dejé escapar un suspiro que me hizo sonar como si tuviera cáncer de pulmón. —No quiero hablar con nadie en este momento, —casi susurré. —¿Josh? ¿Por favor? —fue la respuesta de Dallas. —No la hagas llorar de nuevo, —exigió mi sobrino de once-veinte años—. Ella nunca llora. Eso era mentira, pero aprecié que dijera eso. Tal vez mis sentimientos estaban heridos y una parte de mí se sentía como si se hubiera abierto, pero no quería que Josh pensara que no podía manejar mis propias batallas, incluso mientras sangraba mis sentimientos por todas partes. Deslizando mis manos sobre sus hombros, apreté mi agarre sobre él. —Gracias, J, pero estaré bien. Ve a terminar de calentar. No somos personas que se rinden. Y mi pobre y amado sobrino que me conocía demasiado bien, se volvió para mirarme por encima del hombro. Esos ojos marrones estaban cautelosos y preocupados. —Iré si tú quieres. Mierda. Toqué su hombro. —Está bien. Juega tu juego. Puedo con esto. No tienes que renunciar. Tengo esto. No se movió. —Ve, Josh. Estará bien. Estaré… —¿Dónde? No quería volver a las gradas todavía. Ojalá pudiera ser la persona más grande y no dejar que un montón de palabras me lastimaran—. Aquí. Estaré en las gradas mirando. El asintió. Agachándome, le di otro abrazo porque no pude evitarlo, y él me devolvió el abrazo. Besé la parte superior de su cabeza rápidamente y lo solté, viendo cómo le daba a Dallas una mirada que sabía que eventualmente se convertiría en un problema cuando creciera, y luego desapareció por el sinuoso pasillo del baño
sin puertas... dejándome sola con su entrenador. Era un lugar en el que no quería estar. Había aprendido hace años que no tenía que hacer cosas que no quería. Era un regalo de ser adulto, poder elegir lo que querías y lo que no querías en la vida. Solo tenía que ver cuántas opciones tenías, y si no tenías ninguna, entonces tomas algunas. Y sin pensarlo dos veces, en el segundo en que Josh estaba a la vuelta de la esquina, tomé mi decisión. Iba a sentarme y ver el puto juego incluso si me mataba. En palabras de mi abuela, que se vayan todos a la chingada. Excepto que cuando pasé por delante del penúltimo hombre con el que quería hablar en un futuro cercano, sus dedos se extendieron y agarraron mi muñeca. —Diana, —mi nombre salió reconfortante y suave como la leche tibia. Me detuve, mi mirada descendió a los dedos envueltos alrededor de mis huesos. —Solo quiero ver el partido. No quiero hablar con nadie en este momento. —Lo sé. —Al menos no estaba discutiendo conmigo—. Pero quiero decirte que lo siento. Sé que te ha estado molestando, y yo no le puse fin. Tragué, los músculos de mi garganta se movían con fuerza, haciéndome sentir como si estuviera tratando de pasar un huevo, pero en realidad era solo mi orgullo. —Ella no tiene idea de lo que está hablando, —dijo en voz baja, con tanta amabilidad y compasión, que me desgarró de la garganta. Las lágrimas llenaron mis ojos y traté de parpadear, pero se quedaron allí, haciendo que mi visión se nublara y distorsionara. —Nunca le he hecho nada. Así que discutimos. Discuto con todos. Sé que a veces soy un dolor en el trasero, pero nunca saldría de mi camino para ser mala con alguien que nunca me había hecho nada.
—Sé que no lo harías, y no eres un dolor en el trasero. Nos llevamos bien, ¿no? —me aseguró, haciéndome sollozar. —Si. —¿Todavía estaba llorando?—. Ella no me conoce. Trató de decirme que yo no era una buena figura paterna para Josh, que yo... no soy una de verdad. Yo… —Sé que lo eres, —fue su respuesta en voz baja, todo suave y tierno—. Ellos saben que lo eres. —Podía verlo acercándose a mí por el rabillo del ojo—. No podían tener a nadie mejor criándolos. No importa lo que ella diga. Eres genial. Sabes que lo eres. Sollocé, enojada y herida. —Sí, bueno, nadie más parece pensar que lo soy excepto tú... y ellos... y los Larsens. —Mi voz se quebró. Mi propia madre no parecía creer eso la mitad del tiempo. Pero no pude decir eso en voz alta. En cambio, comencé a llorar de nuevo, en silencio. Juré que podía sentir la presión en la parte de atrás de mi cabeza como si tal vez la estuviera ahuecando. Yo no me moví. Juraría por mi vida que hizo este sonido de “shh, shh, shh”, como si estuviera tratando de calmarme. —Esto es mi culpa. —Cuando no dije nada, se inclinó aún más hacia mí—. No llores. Lo siento. Había una seriedad en su tono, diablos, en todo su cuerpo, que parecía llegar a mí más que sus palabras reales. Me habían disculpado cientos de veces en mi vida, pero había algo en Dallas que no parecía falso o artificial. Tal vez estaba siendo tonta, pero no pensé que me estaba imaginando escuchar o sentir algo que en realidad no existía. Lo miré, odiando que me viera con lo que estaba segura eran ojos rojos e hinchados con el desastre escrito en las pupilas. La expresión de Dallas era triste. Había una suavidad en sus rasgos que normalmente no existía. Y cuando dejó escapar un suspiro que golpeó la mejilla más cercana a él, pude confirmar su culpa.
—Intento no tener favoritos, y volvió a darme una patada en el trasero. Lo siento. Debería haberle dicho que se sentara cuando empezó a irse en lugar de decirle que no tenía tiempo para lidiar con ella, —dijo, tan cerca de mi rostro—. Tú eres mi amiga. Lamento haberte decepcionado. Me parece que hago mucho eso. —No me decepcionaste, —le murmuré, sintiéndome avergonzada de nuevo—. Mira, me voy a sentar en el auto hasta que comience el juego. Quiero estar sola un minuto para arreglar mi mierda. Suspiró, los dedos alrededor de mi muñeca se retiraron por un breve momento antes de que se deslizaran por mi antebrazo desnudo, los callos rozaban la parte superior del brazo y el hombro sobre las mangas de mi camiseta mientras subían, y luego él estaba palmeando mis hombros con ambas manos toscas. Respiró, áspero y entrecortado. Las puntas de sus zapatillas se acercaron un poco más a mí, sus manos apretando mis hombros mientras decía en un susurro: —Te voy a abrazar siempre y cuando me prometas no agarrar mi trasero, ¿de acuerdo? Casi me reí, pero sonó más como un croar roto. Vengo de una familia abrazadora. Descendí de una larga línea de abrazadores antes que yo. Nos abrazábamos por las cosas buenas y nos abrazábamos por las malas. Nos abrazábamos cuando había una razón y definitivamente nos abrazábamos sin otra razón que porque podíamos. Nos abrazábamos cuando estábamos enojados el uno con el otro y cuando no lo estábamos. Y siempre me encantó; se convirtió en parte de mí. Un abrazo era una manera fácil de mostrarle a alguien que te importaba, de ofrecerle consuelo, de decirle “Estoy tan feliz de verte” sin palabras. Entonces, cuando Dallas envolvió sus brazos alrededor de la mitad de mi espalda, me tragó en algo que siempre había sido dado libremente en mi vida. Y dijo palabras que no siempre se habían compartido tan fácilmente: —Lo siento, Di.
Sonreí tristemente en su pecho, dejando que el apodo entrara y saliera de mis oídos. —No es su culpa, profesor. Su cuerpo se apretó contra el mío. —¿Profesor? —preguntó, lentamente, en voz baja. Él lo sabía. —Profesor X21. Ya sabes, profesor Xavier. Mi vecino, mi amigo, hizo el mismo sonido de asfixia que había hecho en mi casa cuando lo llamé Sr. Limpio. —¿Dallas? —llamó una voz desde fuera del baño. Dicho hombre no me soltó ni siquiera cuando la parte superior de su cuerpo comenzó a temblar un poco. —¿Sí? —El juego está a punto de comenzar, —le dijo alguien que no era Trip. —Todo bien. Saldré en un segundo —respondió el hombre que me abrazaba, su palma recorriendo mi espalda para aterrizar entre mis omóplatos antes de que lentamente se alejara lo suficiente para mirarme—. Necesito ir. —Hubo una pausa—. Y no soy calvo. Estoy acostumbrado a tener el cabello corto. No dije nada; Solo sollocé. Dallas se acercó y me tocó la frente con uno de sus pulgares brevemente antes de quitarse la gorra de la cabeza y colocarla sobre mi cabello. Las puntas de sus dedos rozaron mis pómulos en busca de lágrimas que habían desaparecido en ese punto. —Ve a cuidar a tu chico. Cuando no dije nada, inclinó la cabeza hacia un lado y bajó la cara hasta que estuvo a centímetros de la mía, su expresión era tan tensa que juré que parecía
Profesor X, es un superhéroe perteneciente al Universo Marvel, está en sillas de ruedas y es calvo. 21
furioso. —¿Dónde está esa persona que me miró fijamente y me preguntó si quería ser su amigo o si debería irse a la mierda, hmm? Las comisuras de mi boca se inclinaron un poco hacia arriba, e hizo que sus labios hicieran lo mismo. Parpadeó y me dijo con esa voz mandona y militar: —No te vayas. Tragué y no pude evitar agachar la cabeza por un momento. —No te vayas, —repitió. Una de esas manos que había admirado una o dos veces se acercó y acarició suavemente mi cuello antes de alejarse—. Hablaré con Josh después del partido, pero si quieren renunciar, no puedo detenerlos. Hablaré con Christy. Aquí no nos tratamos así. —Su pulgar se movió hacia arriba para tocar justo debajo de mi barbilla—. No quiero que vayas a ningún lado si eso significa algo, Melocotón. Este suave hijo de puta me estaba matando. ¿Cómo? ¿Cómo estaba soltero? ¿Cómo podía su esposa ser tan tonta? ¿Qué pudo haber hecho para arruinar un matrimonio? No pude verlo. No pude. La idea me vino con tanta fuerza como la última vez que nos vimos, aterradora y desagradable: me gustaba. Me gustaba mucho y no tenía por qué sentirme así. No podía. Por eso confiaba en él. Porque a una parte de mí le gustaba mucho este hombre. Mierda. Así que le dije algo de lo que probablemente viviría para arrepentirme. Algo que se suponía que no debía decir ni ahora ni nunca. Pero si había aprendido algo en los últimos años, era que no siempre tenías el momento adecuado para nada, incluso si, en un mundo perfecto, se suponía que debías hacerlo. —Mira, no sé qué pasó con tu esposa, dónde está, por qué no están juntos... no es asunto mío, pero todo lo que sé es que ella es una idiota, —le dije. Parpadeó esos ojos de mármol marrón-dorado-verde.
Pero no había terminado. —Te mereces lo mejor, Dallas. Espero que algún día encuentres a alguien que te aprecie, si eso es lo que quieres. Tengo tanta suerte de tenerte como amigo. Cualquiera que te tenga como algo más que eso es una perra afortunada. —Le sonreí, sintiendo una oleada de calor en mi rostro—. No estoy tratando de meter mi mano en tus pantalones tampoco, ¿de acuerdo? Su nuez de Adán se balanceó, pero no dijo una palabra. En cambio, dio un paso atrás, mirándome con esa mandíbula prominente. —No te vayas, ¿de acuerdo? Apenas había asentido cuando él desapareció. El sonido de vítores desde afuera un momento después me devolvió a la realidad. Josh estaba ahí fuera. Mi orgullo no valía la pena perderme ver a Josh jugando, eso era seguro. Extendiendo la mano para tocar el borde de la gorra que acababa de colocarme en la cabeza, la empujé un poco más hacia abajo y me dije que no importaba lo que estas personas que apenas conocía pensaran de mí. Pero todavía caminé con la cabeza gacha hasta las gradas y estoy segura de que mi rostro estaba rosado mientras lo hacía. Afortunadamente, el lugar donde había dejado la hielera todavía estaba libre y lo tomé, con las manos en las rodillas. El equipo masculino estaba comenzando en el campo y Josh estaba justo detrás de la base, en posición. Me sentí demasiado cohibida durante todo el juego, y animé un poco más silenciosamente de lo que normalmente lo hacía cuando alguien del equipo lo hacía bien, y definitivamente estaba mucho más restringida de lo habitual cuando Josh clavó una pelota que golpeó la cerca trasera. También estaba más moderado porque no corría tan rápido como solía hacerlo. En general, el juego salió bien y Tornado ganó su juego de grupo, un juego que no importaba en términos de progreso en el torneo. Al final, el equipo se acurrucó lejos de los padres mientras Dallas hablaba con los niños sobre lo que fuera de lo que hablaban, y poco después, la mayoría de los jugadores regresaron al dugout 22
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Es el área donde se halla la banca de un equipo.
para recoger sus cosas y salir de la sala de manera que los dos equipos siguientes pudieran entrar al campo. En ningún momento busqué a Christy. Pero Dallas y Josh se quedaron a un lado, hablando. Por las miradas de ambos rostros, tan, tan serios, era una mierda profunda. Alguna mierda profunda que me involucraba. Por el lenguaje corporal inicial de Josh, pude decir que estaba enojado, pero también pude decir por el de Dallas que el hombre tenía la paciencia de un santo. A medida que pasaban los minutos y yo permanecía allí mirando, Josh se relajó un poco; sus manos cayeron de sus costados y parecía más tranquilo, menos cauteloso. En un momento, el hombre mayor puso su mano sobre su corazón y asintió con la cabeza ante lo que le estaba diciendo a su jugador. Y lo que pudo haber sido diez minutos o veinte minutos después, el hombre levantó el puño y Josh lo golpeó. Supongo que eso significaba que no íbamos a ninguna parte, y estaba bien. ¿Quién era yo para hacer que alguien cambiara su sueño solo porque no era exactamente feliz? No podría y no sería esa persona. Se trataba de Josh, no de mí. Y en ese momento, no descartaba tropezar con Christy si alguna vez se presentaba la oportunidad. Así que mientras caminaban hacia mí desde donde habían estado en el campo, dejé escapar un profundo suspiro e ignoré deliberadamente las miradas que podía sentir ardiendo a través de mi piel. Mi sobrino vino a mí primero agarrando la botella de agua que había sacado de la hielera mientras él se acercaba. Y sonrió con esta sonrisa tensa y unilateral. —¿Todo bien? —pregunté. El asintió. —¿Estás bien?
El hecho de que este niño de once años me preguntara eso hizo que mi corazón se sintiera raro. —Si. Josh torció la boca. —¿Puedo seguir jugando aquí si prometo que nunca seré amigo de Jonathan? Me armé de valor y sonreí. —Lo que quieras, J. Puedes ser amigo de él si quieres. Su mamá no puede dejarlo en nuestra casa, eso es todo. El agua podría terminar en su tanque de gasolina y nunca se irá. —¿Puedes hacer eso? Mierda. Lo despedí, dándome cuenta de que tal vez no debería enseñarle cosas así. Todavía. Tal vez si una chica alguna vez le rompiera el corazón, lo ayudaría a hacerlo antes de arrancarle todo el cabello. —No lo sé. Solo estoy inventando cosas. Pero en realidad, puedes ser amigo de Jonathan si quieres. No me importa. —Realmente no me agrada de todos modos, —susurró. No iba a sonreír y me las arreglé para no hacerlo. —Depende de ti, pero yo estaría bien con eso. —¿Estás segura? —preguntó. —Positivo. Quiero que seas feliz. —Podría venir, ocuparme de mis propios asuntos, no hablar con nadie e irme a casa. Por él, podría. Me dio esa mirada de reojo que sabía muy bien que había heredado de mí. —Quiero que tú también seas feliz. Eso me hizo suspirar. —Tu felicidad me hace feliz. Lo resolveré. Además, me voy en dos semanas, ¿recuerdas? No tengo que ver ninguna de sus caras feas por un tiempo. —Levanté la mano para tirar de un mechón de cabello que sobresalía de debajo de su gorra—. Quiero que patees traseros para que puedas ir a las
ligas mayores y luego me cuides por el resto de mi vida. No me vas a poner en una casa de ancianos, ¿para qué lo sepas? Josh gimió y puso los ojos en blanco. —Siempre dices eso. —Porque es la verdad. Ahora ve a jugar o lo que sea que hagas con tus amigos. Infló las mejillas y asintió, dando un paso atrás antes de detenerse y darme otra de esas miradas que eran demasiado viejas para un niño tan joven. —¿Me lo dirás si no estás contenta? —Tú, de todas las personas, puedes saber cuándo no estoy feliz, J. —Sí, —respondió fácilmente como si no hubiera otra respuesta que pudiera haber dado. Fruncí un poco la boca y me gané una de sus sonrisas con hoyuelos. —Estaré bien. Ve por un bocadillo o algo y pasa el rato con tus amigos. Sacando cinco dólares de mi bolsillo, lo extendí y él lo agarró con un “gracias” antes de irse a reunirse con los otros niños del equipo que estaban en la fila en el puesto de comida comprando Dios sabe qué. Con el asa de la hielera en una mano y mi gran bolsa sobre mi hombro, me dirigí hacia la sección central de los tres campos vecinos, tomando una mesa de picnic vacía que estaba a unos diez pies de distancia de los padres más cercanos del equipo. Ya había mirado el horario la noche anterior. El próximo juego no fue era hasta dentro de una hora. Mi teléfono sonando me hizo meter la mano en el bolsillo, y cuando el número que parpadeaba en la pantalla era un número desconocido de California, dudé un segundo. ¿California? No conocía a nadie excepto a Vanessa... Oh, mierda. No pensé que jamás habría respondido a otra llamada más rápido. —¿Hola?
—Diana, —respondió la voz masculina increíblemente profunda en la otra línea. No lo había escuchado muchas veces en persona, pero podría sumar dos y dos y adivinar quién me estaba llamando. —¿Aiden? —Quería asegurarme de que fuera el marido de mi mejor amiga. Se saltó mi pregunta, pero aun así confirmó que era él casi de inmediato. —Vanessa está entrando en trabajo de parto. Te compraré el primer boleto de avión. No preguntó si podía ir y no dijo que ella me quería allí. Fueron ambas cosas las que más me tocaron. Sin pensarlo dos veces, le dije mi dirección de correo electrónico y le dije: —Envíamelo. Estaré allí tan pronto como pueda. —Había mucha gente en el mundo de la que no aceptaría una limosna; El marido de Vanessa no era una de esas personas. Podría permitirse comprar el avión si quisiera. Mi mejor amiga iba a tener a su bebé. Necesitaba encontrar a Josh y llamar a los Larsens.
Capitulo Dieciseis
—Diana, puedes entrar a la habitación ahora. Habían pasado casi nueve horas desde el momento en que recibí la llamada telefónica sobre mi mejor amiga entrando en trabajo de parto. Pasé nueve malditas horas leyendo sobre todas las cosas horribles que le podían pasar a una mujer cuando estaba dando a luz. Quería vomitar al ver frases como “coser capa por capa”, “cerrar un útero” y “cerrar una barriga”. Si eso no fuera lo suficientemente malo, había párrafos dedicados a los coágulos y una docena de otras cosas horribles que podrían suceder durante un embarazo que me hicieron cerrar las piernas con fuerza en el aeropuerto. Mi mejor amiga estaba dando a luz, y yo era la que sudaba mucho. Todo después de que me bajé del vuelo de San Antonio a San Diego pasó a la velocidad de la luz. Tomé un taxi hasta el hospital y encontré al marido de Vanessa paseando fuera de su habitación; esta figura enorme e imponente a quien llamé Hulk se había estado retorciendo las manos. El estrés de esperar, solo para que me dijeran que iba a tener una cesárea de emergencia fue una de las horas más largas de mi vida. Habían dejado entrar a su marido en la habitación para el procedimiento, pero tuve que esperar. No es que pensara que podría soportar verla en rodajas como un pavo de Acción de Gracias, pero lo habría hecho por ella. Y solo ella. Aiden había salido lo que se sintió un año después, con la cara brillante y los ojos vidriosos, y dijo: —Ella está bien y también el bebé. Puedes verla una vez que la trasladen a una sala de recuperación.
Llegar a verla parecía otra eternidad. Entonces, cuando Aiden vino a buscarme, comencé a temblar de nuevo. Habían pasado años desde que había estado tan asustada y molesta como entonces, esperando para asegurarme de que esta persona a la que amaba de casi toda mi vida estaría bien. Ni siquiera me había permitido pensar que ella no lo haría. Ni siquiera fue una sorpresa que estuviera en una habitación privada más alejada de la población en general. Si un hospital pudiera ser un hotel de cinco estrellas, éste lo habría sido. Mi pequeña Vanny, que había cenado en mi casa casi todas las noches mientras crecíamos, había llegado tan lejos en la vida. Perra elegante. Pensé que estaba bien cuando Aiden me llevó a la habitación del hospital. No era como si no hubiéramos sabido durante meses que estaba embarazada. Obviamente, iba a suceder. Me había dicho a mí misma que iba a mantenerlo todo junto por ella; No fui yo quien tuvo una cesárea de emergencia. Pero cuando lo primero que vi fue un bebé en una cuna al lado de la cama, algo en mí se activó. Respiré profundamente. Luego, en el instante en que la encontré en la cama, pálida y, toda débil, pero de alguna manera todavía sonriendo, tomé otro aliento. Y la miré parpadeando. Ella parpadeó en respuesta a mí. Yo era lo suficientemente mujer para admitir que fui yo quien empezó a llorar primero. —¡Tienes un bebé! —Lloré bastante, lanzando mis manos a mi rostro para palmear mis mejillas. —Tengo un bebé, —asintió casi en voz baja, las lágrimas corrían por sus mejillas mientras extendía una mano hacia mí.
Ambas entramos en este llanto que sonó mucho como “buhuhuhu” cuando me acerqué a ella, dividida entre mirar a mi mejor amiga y el pedacito de ella durmiendo a un metro de distancia. Había amado a esta perra toda mi vida y ella era mamá. Lo que sentí no se diferenciaba de las emociones por las que había pasado la primera vez que vi a los hijos de mi hermano. Era exactamente lo mismo, excepto que esta vez, la realidad de que esta era una nueva vida parecía mucho más preciosa que antes. —No puedo creerlo —llore, apretándome entre la cama y el bebé, buscándola a ella. Una de sus manos pasó por mi espalda y la otra por la parte de atrás de mi cabeza mientras me guiaba hacia adelante. Presionando mi mejilla contra la de ella, traté de darle la mejor versión de un abrazo que era capaz de hacer, sin querer acercarme a su estómago después del horror por el que acababa de pasar. Sus sollozos entraron directamente en mi oído mientras lloraba. —Estoy tan feliz de que estés aquí. —Estoy tan feliz de estar aquí también, —sollocé en su cuello—. Alguien tenía que venir y asegurarse de que sobrevivieras a eso. —Hice un gesto con una mano hacia la cuna, sin estar segura de que ella me viera, ya que nos abrazamos. La risa de Vanessa estaba directamente en mi oído. —Ese es tu sobrino Sammy. Me atraganté, retrocediendo lo suficiente para que apenas pudiera verla a través de mis lágrimas. —¿Mi sobrino? —Ella estaba tratando de matarme. Tenía los ojos nublados por las drogas o las emociones, estaba segura. Ella asintió con la cabeza, tragando saliva. —Bueno, ¿quién diablos va a ser su tía loca que lo lleva a ver películas para adultos antes de tiempo? El ruido que salió de mi garganta me recordó los sonidos que Louie y Josh habían hecho cuando eran bebés. A diferencia de mí, Vanessa tenía tres hermanas mayores. Tres hermanas perra-coño-idiota, pero de todos modos eran sangre. Había jurado hace mucho tiempo que algún día antes de morir, iba a cortar cada uno de esos pedazos de mierda por lo que le habían hecho a mi
mejor amiga cuando era una niña. Pero en ese momento, recordé lo que siempre había sabido: éramos hermanas, Van y yo. Sangre o no. Diferentes razas y todo. Ella había sido la seria y callada que nos mantenía fuera de problemas, y yo había sido la imprudente y ruidosa que trató de convencerla de que se metiera en problemas. Éramos el yin y el yang de la otra. —Comenzaremos con PG-1323 cuando tenga ocho, —murmuré, inclinándome sobre ella de nuevo para abrazarla y besar su mejilla repetidamente mientras ambas lloramos y nos secábamos los mocos la una a la otra—. No puedo creer que realmente lo hicieras. Tienes un bebé. —Yo tampoco puedo creerlo. Me aparté lo suficiente para que pudiéramos mirarnos a los ojos de nuevo. —Hemos pasado por un poco de mierda, ¿no? —Le pregunté sonriendo. Su risa llenó el espacio entre nosotras. —Hemos pasado por todo tipo de mierda, D —estuvo de acuerdo, su voz entrecortada. Estaba segura de que ambas pensamos lo mismo: era solo el comienzo. Juntas habíamos pasado por enamoramientos, novios, angustias, peleas, problemas familiares, miles de kilómetros, la escuela, un matrimonio, la muerte… todo. Ella debe haber estado pensando exactamente en esas mismas cosas porque Van, que era mucho más reservada que yo de forma regular, me besó en la mejilla de nuevo. Ella apretó mi mano. Apreté la suya de vuelta. —No hay nadie más con quien hubiera preferido pasar por toda esa mierda que tú, bebé ballena. Te amo. —Yo también te amo —dijo Van.
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PG-13 película está abierta a todo el público, pero que supervisión de los padres es sugerida para niños
menores de 13 años de edad, debido a posibles escenas sexuales, violentas u otros temas.
Estábamos todavía abrazadas cuando algo tocó mi hombro, y cuando miré hacia arriba, mi rostro se sentía hinchado y húmedo por segunda vez ese día, encontré a Aiden de pie junto a mí con ese bebé no tan pequeño en sus brazos. —Toma, —susurró esta enorme montaña de hombre. Usando mis hombros, me limpié las mejillas tanto como pude, y lloré más cuando él puso al bebé, Sammy, en mis brazos. Habían pasado cinco largos años desde que abracé a Louie por primera vez. Y mientras miraba esa pequeña cara alienígena, mi corazón se hinchó y se hinchó y se hinchó. —Lo amo, —les dije a sus padres, queriendo decir cada palabra—. Tú, regordete, pequeño mono fornido, ya te amo. —Inclinándome un poco más para ver esos rasgos rosados y arrugados, no pude evitar mirar a Van e inhalar una bocanada de aire. Incliné mis brazos para que pudiera verlo de nuevo—. Tú hiciste esto. ¿Puedo quedármelo? —Lo sé. —Ella sollozó—. Y no. —Tú también, Aiden, —agregué distraídamente, dejando ir mi solicitud y mirando hacia atrás a la cara a centímetros de la mía. Luego miré de nuevo a Van—. Él estaba en tu vagina. —Diana, —siseó sin la cantidad habitual de chispa en su voz. Mirando a Sammy, asentí con la cabeza, sonriendo. —No eres lo primero que he tocado que estaba en el cuerpo de tu mamá. Vanessa hizo un sonido ahogado, y pensé que su esposo también lo habría hecho. Ella recordó. Recordó una cosa que me había hecho sostener en la mano aquella vez, cuando teníamos doce años. —Pero seguro que eres lo mejor, —terminé de susurrarle. Lo apoyé para que pudiera verlo y negué con la cabeza—. Te habría partido hasta el culo de par en par, Vanny. Mira esta cabeza. Él tiene tu cabeza.
Ella gimió y juro por mi vida que Hulk emitió un sonido que se consideró lo más parecido a una risa que jamás había escuchado de él. Me sentí bastante satisfecha conmigo misma y le guiñé un ojo. —Realmente no puedo creer que lo hayas hecho. Él es asombroso. —¿Quién lo hubiera pensado, eh, Di? —Estoy segura que no lo hice, —estuve de acuerdo, rompiendo a llorar de nuevo, mirando a mi mejor amiga que parecía una mierda en la cama—. ¿Recuerdas que después de ver La princesa prometida, solíamos decir que nunca íbamos a tener novios o casarnos y tener hijos a menos que fuera con el actor que interpretó a Westley? Apoyada en la cama, pude ver que Van miraba a su marido sonriendo. —Cómo olvidarlo. —Íbamos a turnarnos para ser su esposa, —le recordé, acogiendo a su hijo un poco más. Fue un milagro. —Tú ibas a tenerlo diez meses del año y yo podría tenerlo dos —me informó—. Mi mamá rompió nuestra pelea cuando empezamos a tirarnos del cabello, gritando. Me acuerdo. —Bueno, sí, te iba a dar la mitad del invierno con él. Eso sonaba justo. —Tramposa. Sollocé. —¿Tramposa? Si te duermes tu pierdes. Lo encontré primero.
Exactamente cinco días después me encontré en la cama con Vanessa. Ella estaba de un lado, yo del otro, y el bebé Sammy se durmió en el medio. Estábamos viendo la televisión; al menos eso era lo que habíamos planeado hacer. Después de pasar tres días en el hospital por su cesárea, fue dada de alta. Llevaba el auto de Van a su casa todas las noches y su marido se había quedado en el hospital con ella. Ahora que estaba en casa, la estaba ayudando en todo lo posible, tratando de disfrutar de pasar tiempo con ella y el bebé antes de tener que volar a casa. No estaba segura de cuándo sería la próxima vez que nos veríamos, pero apuesto a que serían meses. Muchos meses. —Suficiente de mí, ¿cómo va todo contigo? —Van susurró desde su lugar a un par de centímetros de distancia. Crucé un tobillo sobre el otro y mantuve la mirada fija en la repetición que estábamos viendo de El Príncipe del Rap. —Bueno. Ocupada. Lo normal. —Eres una mentirosa, —murmuró, girando la cabeza hacia un lado para mirarme ya que no podía rodar sobre su cadera para hacerlo. —No, no lo soy. —Te estás frotando tu mano en la pierna. Sabes que sé que estás llena de mierda cuando haces eso. Mi mano estaba congelada en mi pierna. ¡Maldición! Ni siquiera me había dado cuenta de que lo estaba haciendo. —Dime, —susurró mi mejor amiga—. Sé que algo está pasando. ¿Pasó algo? Sí, había pasado. Hace apenas una hora, mi teléfono había sonado, en la pantalla había aparecido el nombre de Dallas. El día anterior también me había llamado.
Y el día antes de eso. Simplemente no había respondido a ninguna de sus llamadas. O le devolví la llamada. Él no había dejado mensajes de voz y, sinceramente, fue un alivio. Estaba siendo una cobarde. ¿Sabía que estaba siendo inmadura? Sí, pero cada vez que veía su nombre, no podía evitar pensar en lo que le había dicho en el baño después del incidente de Christy. Podría decirlo: mis sentimientos aún estaban un poco crudos ante sus palabras. Luego me sentí tonta por abrir mi boca gorda y decirle a Dallas que su esposa era una idiota e insinuar que me gustaba. Me sentí estúpida y odié sentirme estúpida a menos que lo hiciera a propósito. También odiaba admitir que me sentía así, pero ¿a quién más podría decirle si no podía decírselo a Vanessa? —Hice algo estúpido, —le dije. Ella dijo: —¡Lo sabía! —antes de preguntar—. ¿Qué hay de nuevo? —Cállate. —Me acerqué para darle un golpe en la frente—. Permíteme resumir una larga historia. Está este tipo... este hombre, de verdad... La almohada me golpeó en el rostro tan rápido que no tuve la oportunidad de esquivarla y, por algún milagro, logré atraparla antes de que golpeara al bebé y lo despertara. —¿Qué diablos, Van? ¿Estás tratando de despertarlo? —Duerme como su papá. Él está bien. ¿Hay un tipo del que no me hablaste? Si esta no fuera la misma persona a la que solía enviar un EMPEZÓ MI PERÍODO. ALABA A JESÚS, yo le diría que ella completamente en mis asuntos. Pero ella lo estaba. No me contarle todo porque esta hipócrita no siempre me había
mensaje de texto no necesita estar sentí mal por no contado chismes
jugosos en el momento en que sucedieron en su vida amorosa. Parecía pensar que yo tenía una gran boca. Y ella tendría razón porque yo la tengo. —No es nada, de verdad, —le susurré, mirando a Sammy para asegurarme de que no se había despertado—. Quiero decir, no debería ser nada. Él está casado. —Maldita sea, Diana... —Está separado. Jesús. Cálmate. Sabes que no me metería con un hombre casado. Está separado de su esposa y lo ha estado por un tiempo, de cualquier manera, no hay nada entre nosotros. Es el primo de Ginny y el entrenador de Josh. Es muy amable conmigo y con los niños porque su madre era madre soltera... —Pero te agrada. Suspiré. —No creo que haya conocido a alguien más honorable en mi vida, Vanny. No quiero que me guste. Tengo que decirme todo el tiempo que está casado y se toma esa mierda en serio. Cuando nos conocimos, pensó que estaba tratando de coquetear con él y se puso muy raro y se puso a la defensiva conmigo hasta que le dije que no lo estaba, pero cuanto más lo conozco... más me gusta. —Enumere todas las cosas con las que me había ayudado, excepto cuando Anita apareció—. Y ni siquiera sabes lo sexy que es a su manera. Las primeras veces que lo vi, pensé que su cara no era nada del otro mundo, pero lo es. Realmente lo es —Desafortunadamente. —¿Entonces? Suspiré. —Entonces, perra, además del hecho de que no está soltero y que yo lo sé mejor, nos hicimos una especie de amigos. Y comencé a confiar en él —Esta fue la parte dolorosa—. Y un día en el juego de Josh, el día que me fui para verte, esa mamá con la que tuve una discusión hace un tiempo comenzó a decirme cosas realmente malas, y me derrumbé. No le dije nada por una vez en mi vida. Lloré y me dio un abrazo para que me sintiera mejor, y básicamente le dije que
me gustaba mucho y que su esposa debía tener daño cerebral por no estar con él. Hice una pausa. —Y vivo enfrente de él. El silencio de Vanessa no me puso nerviosa. O estaba pensando en qué decir o conociéndola, contando hasta diez varias veces. Finalmente, dijo: —Tan pronto como no me esté muriendo, puedo volar a Austin y hacerle a esa mamá lo que le hicimos a tu novio en el onceavo año. Tuve que poner mi mano sobre mi boca para no soltar una carcajada, recordando exactamente de lo que estaba hablando. —Se merecía esa papa en su tubo de escape. —Tienes toda la maldita razón en eso, —estuvo de acuerdo—. Se lo haremos a esta mujer esta vez. Sonreí y ella me devolvió la sonrisa, luciendo tan cansada pero tan bonita como siempre, incluso con sus raíces de quince centímetros y el naranja intenso que quedó de su último trabajo de tinte verde azulado que se había desvanecido con el tiempo. Necesitaba encontrarle un estilista cerca, y pronto. Van se acercó y me tocó. —Dijiste que está separado y que no estás haciendo nada malo. No hay nada que diga que no puedes sentirte atraída por alguien con quien tienes cosas en común. No es el único hombre del mundo, Di. Sé que las cosas han sido difíciles para ti después de Jeremy... Dijo el nombre que no quería volver a escuchar. —Pero era un idiota, y lo sabes. Si este chico es tan bueno como crees que es, no le dará mucha importancia a que te guste, si es que suma dos y dos para darse cuenta de que lo haces, así que tú tampoco deberías. Quizás no siempre estará separado. Quizás lo haga. Quizás ella tenía razón.
Van siguió adelante. —Después de Aiden y Sammy, tú y Oscar son lo que más amo en el mundo. Quiero que seas feliz, D. Tienes el corazón más grande de todos los que conozco, enterrado profundamente bajo ese caparazón de perra... Tuve que poner mi mano sobre mi boca de nuevo para no reír. —… Terca, dolor en el culo. Si alguna vez quieres salir con un jugador de fútbol... —Nop. —No podía soportar a todas las mujeres que se arrojaban a un jugador de fútbol. El marido de Vanessa era una excepción. No le agradaba nadie más que ella. La única razón por la que me aguantó en pequeños incrementos fue porque así de fuertemente se preocupaba por ella. —Bien entonces. Un día encontrarás a un pobre idiota que te quiera —Me sonrió, extendió la mano por encima de la cama y la tomé—. Si no lo hace, le pagaremos a alguien para que finja que sí.
La semana siguiente pasó en un abrir y cerrar de ojos. No recordaba cuánto trabajo eran los bebés, pero Dios mío, era mucho. El mini-defensa en formación de Vanessa, comía como un adolescente en un período de crecimiento acelerado. Me quedé con los dos nuevos padres doce días en total, pero acepté que tenía que volver a casa con los niños y una cosita llamada trabajo. De camino a San Diego, llamé a todos mis clientes y les expliqué que tenía una emergencia familiar, y les prometí un descuento para su próximo servicio, así que en el momento en que regresé al salón el día en que llegó mi vuelo, reprogramé a todos. Las próximas tres semanas iban a estar ocupadas, equilibrando todos los clientes que tenía que encajar de las semanas que me había tomado
inesperadamente, mientras también planeaba atender más clientes sin cita previa para ganar dinero extra. Iba a estar muy ocupada, pero lo haría funcionar. Además, ¿qué podría haber hecho diferente? ¿No estar ahí para Vanessa? Los chicos y yo podríamos vivir de Ramen por un tiempo y no sería gran cosa.
—¡TIA! —Fue el grito que se escuchó en todo el campo mientras este niño, que ya llegaba al nivel de mis tetas corría a toda velocidad hacia mí. Mi primer pensamiento fue: Dios, esperaba que no tropezara y cayera. Una visita a la sala de emergencias era lo último que podía pagar en este momento. Mi segundo pensamiento fue: extrañaba muchísimo a este chico. Louie y yo habíamos hablado por teléfono todos los días, pero era diferente a verlo en persona. Mi tercer y último pensamiento fue: me sentí estúpida por haber comenzado a temer venir a la práctica de béisbol. Durante la primera parte del día, después de haber acordado con los Larsens reunirme con ellos en el estadio de béisbol para recoger a los chicos, comencé a pensar de nuevo en cómo no quería ver a los otros padres de Tornado. Cómo no quería ver a Dallas. Y estaba preocupada de que, si veía a Christy, podría hacer algo que todos lamentarían. Pero ahora, mientras Louie corría hacia mí y daba un salto con esta sonrisa del tamaño del sol en su adorable cara, me odiaba por preocuparme por esas personas cuando tenía a alguien tan perfecto esperándome, feliz de verme. Eran
personas como Louie y Josh, como los Larsens, mi familia, quienes realmente importaban en la vida. Las opiniones y la percepción de todos los demás ni siquiera deberían comenzar a influir en mi día. Y cuando atrapé a Louie con un “oomph” que me dejó sin aliento, acepté que volvería a pasar por todo con Christy si mi chico me daba una bienvenida como esta. —Te extrañé, Buttercup, —Louie prácticamente gritó en mi oído mientras sus brazos pasaban alrededor de mi cuello y abrazó el poco aliento que me quedaba—. Te extrañé. Te extrañé. Te extrañé. —Yo también te extrañé, cara de caca, —le dije besando sus mejillas—. Dios mío, ¿qué has estado haciendo? ¿Estás pensando en hibernar para el invierno? Pesas como 5 kilos más que antes de irme. Al igual que cuando era un bebé, Louie se tambaleó hacia atrás, golpeó sus manos, que estaba 99 por ciento segura de que estaban sucias, en mis mejillas y las agitó mientras se inclinaba lo suficiente para tocar la punta de su nariz con la mía. —La abuela me dio mucha pizza y nuggets de pollo. Me reí. —Puedo olerlo en tu aliento. Su risa entró directamente en mi corazón. —¿Me trajiste algo? —Vanny te envió algunos juguetes y ropa. —¿Puedo verlos? —Cuando lleguemos a casa. Están en mi maleta, codicioso. Suspiró y dejó caer la cabeza, todo su cuerpo se arqueó hacia atrás con el movimiento, haciendo que mis brazos se tensaran con su peso. —Bueno. —UH Huh. Vamos a ver a la abuela y al abuelo —le dije, ya caminando con él en mis brazos.
Louie comenzó a moverse y lo dejé deslizarse hasta el suelo, donde tomó mi mano y me llevó en dirección a sus abuelos. —¿Me estabas esperando? —dije, preguntándome cómo me había visto cuando todavía no tenía idea de dónde estaban sentados los Larsens. —Si. La abuela me dijo que estabas en camino, así que estaba sentado allí para ti. Este niño. Le di un apretón en la mano e intercambiamos una sonrisa. Efectivamente, sentados en la primera fila estaban los Larsens, con los ojos fijos en el campo. El cuerpo blanco largo y peludo a sus pies me hizo sonreír. También habían traído a Mac. —¡Abuela! ¡Tía está aquí! —Louie gritó para que la mitad de los padres sentados allí durante la práctica escucharan. Podía verlos por el rabillo del ojo, tratando de ver de quién estaba hablando, pero me aseguré de mantener mis ojos fijos en los únicos dos adultos con los que quería interactuar. Mac giró la cabeza en nuestra dirección, movió la nariz y en un abrir y cerrar de ojos se levantó; esa cola blanca cortando violentamente el aire. —Diana, cariño, —la Sra. Larsen me saludó primero con una sonrisa de boca cerrada mientras se ponía de pie y me daba un abrazo, Mac se apretujaba entre nosotros, saltando en sus patas delanteras para llamar la atención. Arrodillándome, envolví al perro gigante en un abrazo y enterré mi rostro en su pelo mientras intentaba lamerme. De pie de nuevo, abracé al Sr. Larsen diciendo. —Muchas gracias por cuidar a los chicos por mí. —Ya les había dicho exactamente lo mismo cada vez que hablaba con ellos, pero estaba realmente agradecida. Cuando mi mamá se enteró de que me había ido a San Diego y que los Larsens se quedarían con los niños mientras tanto, ella había seguido esta perorata sobre cómo no podía simplemente recogerlos y dejarlos así. ¿Qué te crees?, preguntó. Al final de la conversación, estaba dividida entre llorar y gritar.
—Cuando quieras, —confirmó el Sr. Larsen, dándome una palmadita en la espalda—. ¿Vanessa y el bebé están bien? Me senté en la grada junto a la Sra. Larsen con Louie a mi izquierda, su mano palmeando mi muslo de una manera que me hizo sonreír. —Ella está genial, considerando todas las cosas —Hice una línea a través de mi estómago y me estremecí—. Y el bebé es perfecto. —Puse mi mano encima de la de Louie y moví las cejas—. Tu nuevo primo es casi tan lindo como tú. —Él es mi primo, ¿eh? —preguntó el chico. —Sip. —Había estado llamando a Vanessa tía toda su vida—. Quizás podamos ir a visitarlos pronto y hacer un viaje a Disneyland. —Ya podía imaginarme los sonidos gruñones de Josh sobre Disneyland, pero tendría que vivir con eso. —Siempre quise un primo... —comenzó a decir Louie, parpadeando. Dios, era tan lindo. —Y una hermana. Tosí. Tosí como si hubiera contraído enfisema al azar. ¿Para qué diablos quería una hermana pequeña? ¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Arrancarle una de un árbol? ¿Cuál era la mejor respuesta para eso? No había ninguna, así que fingí no escucharlo. La Sra. Larsen también lo escuchó, porque cuando me volví para mirarla, sus ojos azules estaban muy abiertos y tenía los labios apretados. Me alegro de que uno de nosotros pensara que era gracioso, porque yo seguro que no. Eché un vistazo a Louie de nuevo, asegurándome de no hacer contacto visual, y me pregunté de dónde diablos había sacado eso. ¿No todos los niños querían ser el bebé de la familia?
El traqueteo de la cerca que protegía a la gente en las gradas del campo me hizo mirar hacia arriba para encontrar a un chico alto que podía reconocer incluso con una máscara y un casco, así como una camiseta que lo cubría desde el cuello hasta las manos. —¡Josh! Agitó su bate y su mano al mismo tiempo. Me di cuenta de que estaba sonriendo incluso con la boquilla negra que protegía la mitad inferior de su cara. Realmente había extrañado a estos niños. No podía imaginar mi vida sin ellos. Josh acababa de darse la vuelta para continuar con la práctica cuando por casualidad miré hacia un lado y lo vi. Dallas estaba de pie junto a la tercera base con las manos en los bolsillos de sus jeans desgastados y viejos, y estaba mirando en mi dirección. No estaba mirando casualmente; definitivamente estaba mirando. Saludé con la mano y estaba bastante segura de que sonreía.
—Goo, ¿te vas a quedar dormido allí o qué? —No —respondió Louie, dos naves espaciales sostenidas en el aire, sus narices a centímetros de distancia una de la otra. No había forma de que el agua del baño estuviera todavía caliente. Había estado sentado en la bañera jugando con sus naves espaciales durante la última media hora mientras yo estaba ocupada tratando de coserle la rodilla a un par de pantalones rotos de la escuela. Por lo general, las noches en las que Josh tenía práctica de béisbol, no insistía en que se bañara, pero Josh me había admitido que ninguno de los dos se había bañado en dos días y que eso no iba a funcionar
para mí. Mientras preparaba una cena rápida de taquitos congelados y una bolsa de maíz congelado en el microondas, el niño de once años se había duchado. —Entonces vamos. Sabes que tienes que ir a la escuela mañana y necesitas tu descanso de belleza. Me sonrió tímidamente mientras se ponía de pie, todavía completamente inocente, sin importarle que estuviera desnudo. Hace un año, cuando compartíamos un baño, entré accidentalmente cuando Josh estaba dentro. Había estado completamente desnudo y había gritado como si yo hubiera entrado allí para matarlo, gritando con las dos manos cubriendo sus partes íntimas: “¡No mires mis pepitas!” Como si no hubiera visto sus pistachos mil veces antes. En los siguientes cinco minutos, hice secar a Louie y lo vi ponerse el pijama. La parte superior era Spiderman, la parte inferior eran dinosaurios. Después de peinar su cabello, limpié el desorden que habíamos hecho en el baño y me dirigí al cuarto de lavado para poner una carga en la lavadora. Acababa de poner detergente en la máquina cuando escuché un golpe en la puerta principal. No necesitaba mirar mi reloj para saber que eran casi las diez de la noche. ¿Quién diablos vendría tan tarde? Mi vecino, ese era quien. La cara de Dallas estaba inclinada hacia un lado cuando miré por la mirilla. Dejando escapar un largo suspiro por la nariz, pensé en no responder, pero luego cambié de opinión. De todos modos, iba a tener que volver a verlo pronto. ¿Por qué diablos no terminar de una vez? Tal vez se hubiera olvidado de lo que dije, y si no lo hubiera hecho... muy mal, supuse. No podría retractarme ahora. —Hola, —dije, abriendo la puerta de par en par. Todavía estaba vestido con la ropa que lo había visto durante la práctica, excepto que no llevaba una gorra de béisbol. Todavía tenía la suya en mi auto.
—¿Tienes un segundo para hablar? —preguntó, con las manos sueltas a los costados. ¿Me iba a decir que ya no podríamos ser amigos? Sabía que era mandona y cabezota. Sabía muy bien que a veces tampoco era la persona más fácil de tratar. Pero no me estaría diciendo que me fuera a la mierda ahora, ¿verdad? Dallas dio un paso adelante, las puntas de sus desgastadas zapatillas de deportes cruzaron hacia el marco de la puerta, lo que prácticamente impidió que le cerrara la puerta en la cara. Su mano fue a la parte posterior de su cuello. Se veía cansado y más bronceado que antes de que me fuera. —Te llamé. ¿A dónde iba con esto? —Lo sé. Solo estaba... ocupada. Lo siento. Te iba a llamar, pero cada vez que lo recordaba, ya era tarde aquí. La respiración lenta y profunda que dejó escapar pareció golpear mi pecho. —No viniste a ninguna de las prácticas en dos semanas. Nunca abriste la puerta cada vez que llamé —Hizo una pausa, sus ojos fijos en mi rostro—. Dejaste el juego ese día. Te iba a dar un poco de espacio, pero no te vi después de eso y estaba preocupado. ¿También había llamado a mi puerta? —Estaba fuera de la ciudad, eso es todo. —Parpadeé, asegurándome de mantener uniforme mi expresión facial—. Estamos bien. No me hiciste nada —Fui yo quien me había convertido en una idiota—. Lamento haberte preocupado. El alivio pareció atravesar las líneas de sus hombros. —¿Estamos bien? Si él no iba a hacer esto raro, yo tampoco. —Sí. —Luego dije las palabras que me picaron la garganta como el infierno—. Por supuesto que estamos bien. Somos amigos. ¿Quieres entrar? Tengo cerveza.
Capitulo Diecisiete Josh acababa de subir al montículo para lanzar cuando mi madre decidió inclinarse hacia mí. —¿Está bateando mejor? —preguntó ella como si no hubiera estado bateando increíble antes. Asentí con la cabeza, manteniendo mis ojos en el chico de once años. Habían pasado casi dos semanas desde que llegué a casa después de visitar a Vanessa en California. Había estado más ocupada que el infierno. Se suponía que este era mi fin de semana libre con los chicos, pero necesitaba ponerme al día con las citas que tuve que cancelar mientras no estaba, y los Larsens se habían ofrecido a recoger a Josh y Louie esa mañana para que pudieran llevarlo al torneo, dejándome trabajar. Cuando mi último cliente del día llamó y canceló en el último minuto, Sean y yo tomamos la decisión ejecutiva de cerrar el salón una hora antes. El torneo que el equipo de Josh estaba jugando ese fin de semana era, afortunadamente, a solo media hora en auto, y yo había regresado lo suficientemente rápido como para que solo hubieran jugado, y ganado, contra dos equipos después de sus juegos de grupo. Esta fue la primera vez desde que regresé que pude llegar a algo relacionado con el béisbol; Tuve que quedarme hasta tarde para ponerme al día con todos los clientes que tuve que reprogramar. Los Larsens se habían quedado durante los primeros cuatro juegos antes de salir cuando yo aparecí, y mis padres aparecieron inmediatamente después. Esta también fue la primera vez que pasé más de diez minutos con mis padres en más de un mes. Las cosas seguían siendo raras entre mi mamá y yo. Ella nunca admitiría que lo había llevado algo demasiado lejos, y yo no iba a retroceder ante mis sentimientos. No me arrepentí ni me sentí mal por ir a visitar a mi mejor amiga y a su bebé, sin importar lo que dijera o pensara.
—Si. Su entrenador de bateo es genial y los entrenadores también han estado trabajando mucho con él durante la práctica. Los entrenadores. No pude evitar echar un vistazo a un entrenador específico parado en la tercera base con los brazos sobre el pecho. No lo había visto mucho desde la noche en que vino cuando regresé. Él entró conmigo y bebió la última cerveza en el refrigerador mientras yo le contaba acerca de visitar a mi mejor amiga. No había podido creer con quién estaba casada. Mientras revisaba primero a Josh, Louie había salido de su habitación y había invitado a Dallas a sentarse con él mientras yo le contaba su historia diaria de Rodrigo. —¿Quiénes son los entrenadores de nuevo? —preguntó mi mamá, arrastrándome de regreso al presente y lejos de la imagen mental de mi vecino sentado en un lado de la cama de Louie mientras yo estaba en el otro, contándole la vez que mi hermano pensó que había perdido el teléfono, pero lo había dejado dentro del refrigerador por accidente. La miré de reojo y de alguna manera me las arreglé para no negar con la cabeza. Mis padres no asistieron a tantos juegos de Josh como los Larsens y yo, pero habían asistido lo suficiente para que ella supiera más. La cuestión era que, cuando Josh empezó a hablar sobre la práctica de deportes, mis padres se habían quejado. ¿Por qué no fútbol? Entonces le dije: “Porque él no quiere jugar al fútbol”. Después de tantos años, pensarías que lo superarían y aceptarían que él era un jugador natural en el béisbol, pero estos imbéciles tercos con los que había nacido no lo habían hecho. Primero señalé a Trip, que estaba de pie junto a la primera base y luego, lentamente, más que un poco resignada, al gran hombre que estaba más cerca de nosotros. —¿Por qué me resulta familiar? La miré de nuevo, sin dejarme engañar por su pregunta. —Lo conociste en la fiesta. —Esta mujer tenía la memoria de un elefante; ella no olvidó una mierda.
Ella todavía mencionó cosas que había hecho cuando era una niña que, por alguna razón u otra, todavía la enojaban de vez en cuando. —Oh. No me gustó la forma en que dijo “oh”. Así que esperé. —¿El de todos los tatuajes? —preguntó en español. ¿Todos los tatuajes? Solo llegaban hasta su codo. —Si. Ella lo dijo de nuevo, —Oh. Si no conociera a mi madre como la conocía, asumiría que es indiferente con Dallas. Pero la conocía. Y por alguna razón, su “oh” mientras se refería a él no me sentó bien. Frente a nosotros, Josh se colocó en posición en la base y golpeó la pelota directamente entre la tercera y la segunda, lanzándose hacia los jardines, me levanté de un salto para animarlo. Vagamente, noté que mi mamá levantaba las manos en el aire y comenzaba a aplaudir. Pero no fue hasta que los pies de Josh tocaron la tercera base que me senté, que finalmente dijo lo que debería haber sabido que diría. —No creo que todos esos tatuajes sean buenos para los niños, ¿no? Gruñí. —Los tatuajes no saltan y atacan a la gente, mamá. —Sí, pero... ve lo. —Ella resopló, la punta de su barbilla apuntando a Dallas, quien tenía las manos en las rodillas mientras hablaba con Josh—. Parece un pandillero. Odiaba cuando mi madre hacía esas tonterías estereotipadas, especialmente cuando hablaba de un hombre que había sido muy amable conmigo y con los chicos. Fue injusto de su parte ser juzgado por su cabello cortado al rape y una cara con la que había nacido. Tuve que apretar los dientes para no decir algo de
lo que me arrepentiría. —Ma, él no está en una pandilla. Es genial con los niños. Es genial con todos. —Sí. Tal vez, pero ¿por qué tiene que tener todos esos tatuajes? —Porque los quiere, —dije en un tono más vivo de lo normal. La parte superior de su cuerpo se volvió hacia mí, esos ojos negros se entrecerraron. —¿Por qué te enojas? —No me estoy enojando. Creo que estás siendo cruel al juzgarlo. No lo conoces. Ella resopló. —¿Y tú sí? —Sí lo hago. Estuvo en la marina durante veinte años y es dueño de su propio negocio. Entrena a niños pequeños porque le gusta estar ahí para ellos. Él ha... —casi dije, pero logré mantenerlo dentro—, siempre ha sido amable con Josh, Louie y conmigo. —Antes de que pudiera detenerme. Antes de que pudiera pensar en la gente sentada y considerar que podrían estar escuchando, dije— : Creo que es genial. Me gusta mucho él. La inhalación larga y prolongada que aspiró pareció absorber todo el aire a tres metros de nosotros. —¿Qué qué? —Me gusta él. —¿La estaba incitando? Tal vez un poco, pero odiaba, odiaba cuando ella se ponía así conmigo. —¿Por qué? —¿Por qué no? —Parecía que teníamos esta discusión cada vez que me gustaba alguien que no era mexicano. —Diana, no me digas eso —Te estoy diciendo eso. Me gusta. Es una buena persona. Es guapo… —Ella se burló—. Y trata bien a todos, mamá. ¿Sabes el día después de la fiesta? Vino y nos ayudó a mí y a los niños a limpiar durante horas —Realmente no le había
creído cuando salió de mi casa esa noche, asegurándome que debía dejar el desastre en paz porque todos podríamos abordarlo al día siguiente. Pero lo había hecho. Una y otra vez, había hecho cosas que no tenía que hacer. No éramos nada para él, pero había hecho lo que otras personas no habían hecho. Si eso no era amistad, no sabía qué era. —Él no, Diana. No otra vez. Dios me ayude, a veces quería estrangular a mi mamá. —Oh, Dios mío, mamá. Cálmate. No te estoy diciendo que lo ames. Solo te digo que me gusta. No nos vamos a casar. Ni siquiera le agrado así. Es simplemente... agradable. La mujer que me había dado a luz volvió a mirar hacia adelante. Pude ver sus manos apretando la tela de la falda larga que tenía puesta. —¡Por ahora! —ella básicamente susurró. Oh diablos, no. —No sabes cómo elegirlos, —dijo, con la mirada todavía hacia adelante. Yo tampoco podía mirarla, así que me moví para ver al siguiente bateador conseguir un strike. —Mamá, te amo, pero no vayas allí ahora, —le susurré. —Yo también te amo, —dijo en voz baja—, pero alguien tiene que decirte cuando tomas decisiones estúpidas. La última vez mantuve la boca cerrada y ya sabes lo que pasó. Por supuesto que sabía lo que pasó. Yo había estado allí. Había vivido lo que viví. No necesitaba un recordatorio de lo tonta que había sido. Nunca me permitiría olvidarlo. Sin embargo, aquí estábamos de nuevo con ella diciéndome qué hacer con mi vida y qué hacer de manera diferente. A veces pensaba, si ella no hubiera sido tan estricta conmigo cuando era niña, tomaría sus “sugerencias” más en serio,
pero ella había sido estricta. Demasiado estricta. Y ya no estaba de humor para eso, no importaba cuánto la amaba. —Mamá, Rodrigo tenía tatuajes. No seas hipócrita. Actuó como si le disparara. Sus manos fueron a su pecho y su espalda se enderezó. Mi mamá tragó saliva y estoy bastante segura de que le empezaron a temblar las manos. Jesús. Odiaba cuando actuaba así. —No hables de tu hermano. —Apenas la escuché. Suspiré y froté mi ceja con el dorso de mi mano. Cada vez que estaba con ella. Dios. Nunca podíamos hablar de Rodrigo. Nunca. Con un suspiro, traté de mantener mi atención en el juego, solo prestándole la mitad de mi atención mientras la otra mitad iba y venía entre pensar en Rodrigo y Dallas. Pensé que a mi hermano le habría gustado. Realmente lo hice. El juego casi terminó antes de que mi mamá finalmente hablara de nuevo. —Pueden ser amigos, pero nada más. —Hizo un sonido delicado en su garganta que no creo que jamás sería capaz de imitar. ¿Por qué ella nunca podía dejar pasar las cosas? ¿Por qué yo nunca podría dejar pasar las cosas y decirle lo que necesitaba escuchar? Poniendo los ojos en blanco, metí la mano debajo de la gorra que me había puesto, la de Dallas, y me rasqué este punto que me había estado picando durante uno o dos días en la parte posterior la cabeza cerca de la coronilla. No me había lavado el cabello en unos días, probablemente ya era hora. —¿Me has oído? —preguntó en voz baja. Le mire antes de concentrarme en el juego de nuevo. —Si. No voy a decirte lo que quieres oír, ma. Lo siento. Te amo, pero no seas así.
El aliento que dejó escapar me habría asustado cuando tenía diez años. A los veintinueve años, no dejé que me molestara un poquito. Al final del juego, mi papá apareció con Louie a cuestas, sudoroso y cansado de su tiempo en el patio de recreo. No hice exactamente todo lo posible para darle espacio a mi mamá, pero sucedió. Cuando el próximo juego comenzó casi una hora después, me aseguré de sentarme junto a mi papá con Louie en mi otro lado como un amortiguador entre nosotros. Tornado ganó ese último juego del día, que siempre era agridulce porque eso significaba que los chicos tendrían un juego al día siguiente y yo tendría que despertarme más temprano porque el salón estaba cerrado los domingos. Seguimos a mis padres hasta el auto para despedirnos, y mi madre y yo nos dimos un beso rápido en la mejilla. La tensión era tan densa que mi papá y Louie nos miraron a las dos antes de entrar al auto. De camino a nuestro auto, vi una camioneta roja estacionada cinco lugares más abajo de mí. Junto a la parte de atrás, ocupado arrojando una bolsa en ella, estaba una imagen aún más familiar. Dallas. De pie a unos metros de distancia, hablando rápidamente, estaba Christy. Josh se dio cuenta de lo que estaba mirando porque preguntó: —¿Vas a pedirle que coma con nosotros? ¿Era tan obvio para él? Levanté un hombro. —Estaba pensando en eso. ¿Qué piensas? —No me importa. Dándole una mirada de reojo, guie a nuestro equipo hacia la camioneta justo cuando Dallas cerraba el compartimiento. O nos escuchó acercarnos o nos sintió, porque miró por encima del hombro y se quedó allí. Christy, que estaba frente a nosotros, frunció el ceño lo suficiente para que me diera cuenta, pero dejé de prestarle atención. Louie sostenía una mano y Josh estaba a mi lado con su bolso detrás de él. La sonrisa que apareció en el rostro de Dallas cuando nos vio fue genuina.
—Me pondré en contacto contigo sobre la recaudación de fondos. No hay prisa, —le dijo mi vecino a la mujer a su derecha sin mirarla a los ojos—. Hablaré contigo más tarde. Los ojos de Christy se movieron de Dallas a mí, y dejó escapar un profundo suspiro que apostaría a que un ovario tenía algunas palabrotas mezcladas. Le dijo algo al entrenador, me dio otra mirada y empezó a alejarse. Esperé hasta que estuvo a una distancia decente antes de levantar mi barbilla hacia él y preguntarle: —Vamos a cenar perros calientes, Lex Luthor24. ¿Quieres algo o qué?
—Lou, ¿qué te pasa en la cabeza? Louie, que estaba sentado en el sofá jugando un videojuego contra Josh, de repente dejó caer el control en su regazo y comenzó a rascarse la mierda de su cuero cabelludo, haciendo una mueca de dolor. —Me pica. Le fruncí el ceño. —Asegúrate de lavarte el cabello esta noche, asqueroso. Dijo: —Ajá, —justo cuando volvía a agarrar el mando, concentrado en el juego de lucha que estaba jugando contra Jo0sh. Habíamos terminado de cenar hace media hora, y desde entonces, los cuatro, incluido Dallas, habíamos rotado jugando a lo que yo habría llamado Street Fighter cuando tenía su edad. No tenía idea de cómo se llamaba realmente el
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Supervillano que aparece en los cómics, es el enemigo de Superman.
juego. Había perdido el último partido contra Josh y Louie había ocupado mi lugar. Acomodándome en el sofá, levanté mi rodilla y accidentalmente golpeé la de Dallas en el proceso. Su atención había estado en la pantalla hasta entonces, y se volvió para darme una pequeña sonrisa. —¿Quieres otro perro caliente? —pregunté—. Nos comimos todas las patatas fritas. Sacudió la cabeza. —No, estoy lleno. Gracias. No me sorprendió; ya se había comido cuatro. Otro punto en mi cabeza comenzó a picar, y extendí la mano para rascarlo con mi dedo índice. Louie no era el único que necesitaba lavarse el cabello. Cuando miré al hombre sentado en un cojín en el sofá, levantó las cejas en cuestión y yo levanté la mía. —¡Uf! —Josh gritó de la nada, su control remoto volando por el suelo mientras sus dos manos subían a su cabello, rascándose la cabeza como el infierno—. ¡Me pica tanto! ¿Qué demonios está pasando? Por el rabillo del ojo, Louie comenzó a hacer lo mismo, excepto con una sola mano. Parecía que ambos estaban tratando de sacar sangre. Apenas había pensado eso cuando otra parte en mi cuero cabelludo comenzó a picar, y comencé a rascarme. —¿Qué demonios está pasando? —pregunté. El único sonido en la habitación era el sonido de nosotros rastrillándonos las uñas por el cuero cabelludo. Luego, Dallas dijo: —Louie, enciende esa lámpara. Louie hizo lo que le dijeron con su mano libre.
—¿Tenemos chinches o algo así? —Le pregunté, esperando que tuviera una idea. Dallas estaba demasiado ocupado moviendo su mirada de un chico a otro y a mí; su expresión era pensativa. Hizo un gesto a Lou para que se acercara a él y el chico lo hizo. Todavía estaba rascándome cuando Dallas separó el cabello de Louie con esas manos grandes, su cara se inclinó hacia adelante muy cerca para mirar su cabeza. No dijo una palabra mientras retiraba las manos y luego movía las palmas a un lugar diferente, haciendo exactamente lo mismo, su nariz se alejó a centímetros del cuero cabelludo de Louie. También lo hizo por tercera vez. Miré a Mac dormido en el suelo y le pregunté lentamente: —¿Tenemos pulgas? —Le di su medicamento contra las pulgas el mismo día todos los meses. Dallas se sentó y apretó los labios, y de alguna manera logró decir con calma: —No. Tienen piojos. —¿Piojos? —Josh murmuró las letras en voz baja. —¿Pi-ojos? —Ese fue Louie. Todavía tenía una mano en la cabeza mientras arrugaba la nariz. —Qué... Dios mío. ¡No!
Hay solo un puñado de cosas en el mundo que me ha dado vergüenza comprar. Cuando era adolescente, a propósito, solo compraba toallas sanitarias y tampones en tiendas que tenían un carril de autopago. Cuando tenía poco más de veinte años, comencé a comprar condones en línea porque me daba vergüenza comprarlos en la tienda. También había medicamentos para aliviar la
picazón para esa época en que tuve una candidiasis y lubricante que le había comprado a Louie cuando era un bebé y necesitaba un termómetro donde ningún termómetro debería tener que ir. Y luego aparecieron los piojos. Piojos Piojos Piojos de mierda. El vómito subía por mi garganta cada vez que pensaba en los huevos y las pequeñas criaturas que cubrían mi cabeza y la de los niños. Comprar tres cajas de medicamentos y un litro de lejía en la farmacia de veinticuatro horas estaba en la lista de cosas que me avergonzaba comprar. Cuando era pequeña, nos quedábamos boquiabiertos por los niños desagradables que tenían piojos. Y ahora tenía tres de ellos en mi casa, siendo yo uno de ellos. —Realmente no tienes que hacer esto, —le dije a Dallas en el segundo en que hizo clic que necesitaba estar en la farmacia hace cinco minutos y dije que teníamos que irnos en ese momento. De pie frente a mí y entre dos niños asustados que habían gritado: “¿HAY BICHOS EN NUESTRO CABELLO?” todo lo que había hecho era parpadear y mantenerse tranquilo, y luego me quitó las llaves del auto de la mano. “Yo manejare. Busca lo que necesitas”. Bueno, cuando lo dijo así, me tragué mi “Tengo esto”. Había huevos en mi cabello, en el cabello de Josh, en el de Louie. Oh Dios mío. Eso era asqueroso. Realmente, realmente repugnante. Juré que me picaba la cabeza aún más después de que Dallas confirmara lo que nos pasaba. Por un momento, pensé en llamar a mi mamá, pero después de que terminamos la noche, lo último que quería era que ella encontrara una razón para culparme por los piojos de los niños, porque ella lo haría. Olvida que sabía con certeza que lo había conseguido una vez en la escuela primaria, toda mi clase de cuarto grado los había obtenido, pero sería una situación completamente diferente si sucediera en mi turno.
Como sugirió Dallas, pasé el viaje buscando lo que necesitaba comprar y hacer. Se quedó en el auto con los chicos mientras yo entraba corriendo y compraba lo que necesitaba, el empleado solo me miró de reojo cuando me llamó. —Haz su tratamiento y yo te ayudaré con las sábanas, —dijo Dallas en ese tono claro y serio cuando entramos a la casa. —Realmente, no tienes que hacer eso. Ya son casi las doce. —Joder, ¿era casi medianoche? Según las instrucciones que vi en línea, iba a estar despierta toda la noche, lavando sábanas, ropa y pasando la aspiradora. También íbamos a tener que levantarnos temprano para el próximo juego de Josh. Me iba a enfermar. Podría manejar sangre. Podía manejar a los niños cuando estaban enfermos y vomitaban por todas partes. La diarrea y yo éramos viejos amigos... pero esta cosa de los piojos cruzó una línea hacia un territorio con el que no podía lidiar. Los bichos y yo no éramos amigos destinados a tener una relación personal y cercana. Lo sorprendí mirándome brevemente antes de volver su atención hacia adelante, pero sus manos se flexionaron sobre el volante. Había puesto una bolsa de supermercado sobre el reposacabezas para él porque estaba paranoica. —Sé que no tengo que hacerlo. —¡Tengo pulgas! —Louie gritó desde el asiento trasero. —No tienes pulgas. Tienes piojos —le corregí, llorando un poco por dentro al recordarlo. —¡Odio los piojos! —Lou, ¿sabes lo que hacen los piojos? —pregunté. Silencio. Me reí y me reí un poco a pesar de todo. Era mejor que no hacerlo. —Bien, ¿cuál de ustedes tomó prestado el sombrero de alguien?
Hubo un breve momento de silencio antes de que Josh dejara escapar un gemido. —Usé la sudadera con capucha de Jace la semana pasada. Hijo de puta. ¿Cuántas veces desde entonces habíamos pasado tiempo juntos en el sofá o había abrazado a uno de ellos, presionando nuestras cabezas? Louie se había acostado conmigo y había compartido mi almohada dos veces la semana anterior. Sabía con certeza que también se había acostado con Josh una noche. —Lo siento, —espetó. —Está bien, J. Sucede. —Esperaba que nunca volviera a suceder, pero no era como si hubiera salido de su camino para infectarse, o lo que sea que se considere. —Una vez estuve en el mar cuando mucha gente se enfermó de piojos, —dijo Dallas no dos segundos después de que terminé de hablar—. Nunca había visto llorar a tantos adultos en mi vida, Josh. Lo solucionaremos todo, no te preocupes. ¿Por qué tenía que ser tan amable? ¿Por qué? —¿Estabas en el ejército? —Preguntó Josh. —Armada. El niño de once años se burló. —¿Qué? ¿Por qué no lo sabía? Podía ver la boca de Dallas formar una sonrisa incluso mientras mantenía su atención hacia adelante. —No lo sé. —¿Por cuánto tiempo? —Veintiún años, —respondió el hombre con facilidad.
Los ruidos que salieron de la boca de Josh pertenecían a un niño que no podía empezar a comprender veinte años. Por supuesto que no podía. —¿Cuantos años tienes? —¡Jesús, Josh! —Me reí. Dallas también. —¿Cuantos años crees que tengo? —Tía Di, ¿cuántos años tienes? ¿Treinta y cinco? —preguntó. Me ahogué. —Veintinueve, tonto. Josh debe haber estado bromeando para empezar porque comenzó a reírse en el asiento trasero. Sin darme la vuelta, estaba bastante segura de que Louie también se estaba riendo. —Traidor, —le grité al pequeño—. Voy a recordar eso cuando quieras algo. —Señor. Dallas, ¿tienes ... cincuenta? —Louie espetó. Oh Dios mío. No pude evitar ponerme la mano sobre el rostro. Estos niños eran tan vergonzosos. —Gracias por eso, Lou. No, no tengo cincuenta —Dallas se rio entre dientes. —¿Cuarenta y cinco? El hombre detrás del volante hizo un ruido. —No. —¿Cuarenta? —Cuarenta y uno. ¡Lo sabía! —¿Qué edad tiene el abuelo? —preguntó Louie.
Cuando confirmé que el abuelo Larsen tenía setenta y un años, Dallas había girado el auto en mi camino de entrada. Ni siquiera habíamos llegado a la casa cuando nuestro vecino dijo: —Ustedes tres, dúchense y yo me ocuparé de las sábanas. —Ya tenía el recipiente de lejía en las manos. —¿Estás seguro? —Si yo fuera él, no estaría segura de cómo me sentiría al estar en una casa llena de gente con piojos. Dallas parpadeó con esos hermosos ojos color avellana mientras me indicaba que me dirigiera a la casa. —Si. Vamos. Necesito tomar algo de mi casa, y vuelvo enseguida. Mientras abría la puerta y guiaba a los niños hacia el baño, ni siquiera pensé en Dallas yendo a mi habitación y en cómo había dejado un sostén colgando del pomo de la puerta. Cerré la puerta, los tres apretujados en nuestro pequeño baño, y aplaudí. —Tengo que ponerte estas cosas y esperar diez minutos antes de que puedas ducharte. Así que desnúdense, sucios monos. Louie gimió, —Pero me di un baño ayer. Mientras que el otro, que Dios me ayude, gritaba: —¡Eres una pervertida!
Eran las tres de la mañana cuando terminamos con las duchas… y la recolección… y el peinado. Desde que nacieron los niños y especialmente desde que llegaron a mi vida a tiempo completo sin mi hermano, me habían vomitado, había limpiado la caca
y había limpiado la orina del piso y la ropa interior más veces de las que podía contar. Me había estado preparando mentalmente para el día en que Josh empezara a apilar sus sábanas, calcetines y ropa interior. Incluso comencé a tomar notas de lo que tendría que decirle el día que tuviéramos la charla sobre las funciones corporales de un niño. De algun modo, de alguna manera, sobreviviría diciendo la palabra “pene” frente a él. Pero peinar huevos del cabello de un niño fue casi mi punto de ruptura. Lo que me impidió quejarme fue, cuando llevé a los chicos a la sala de estar después de pelear con ellos todo el tiempo que me había llevado masajear el cabello con el tratamiento y ayudarlos a enjuagarlo, cómo Dallas había salido del lavadero y preguntó: —¿Listos? Y le pregunté: —¿Para qué? —Para peinar las liendres. Empecé a abrir la boca y decirle que no tenía que hacer eso, pero frunció el ceño y me dio una expresión exasperada. —Sé que puedes hacerlo tú sola, pero estoy aquí. Vamos a hacerlo. Entonces lo hicimos. Empujé a Josh, que tenía el cabello más corto, hacia él, y llevé a Louie al comedor, la única habitación de la casa que todavía tenía asientos. Dallas había quitado los cojines del sofá, y solo podía asumir que él también los estaba lavando. Nunca más volvería a mirar los peines de dientes finos de la misma manera. Mientras estaba sentada en la silla del comedor, vi a Dallas alcanzar algo de su pecho y llevarlo a su cara. Eran gafas. Se estaba poniendo los anteojos. Eran estrechos, negros y de montura gruesa. Mierda. Debió sentirme mirándome porque me puso cara de tonto. —Gafas de lectura. Soy hipermétrope.
¿Gafas de lectura? Más como lentes sexys. Dios ayúdame. Me obligué a mirar hacia adelante mientras dejaba escapar un suspiro. Todos estábamos en silencio mientras nos peinamos, peinamos y peinamos, y le di un par de miradas más al hombre en la silla junto a la mía. Huevos. Maldita sea. Preferiría vómito cualquier día. Un colchón inflado más tarde, porque las sábanas no se habían secado y no tenía extras, los chicos estaban en la cama y yo me dormía de pie. Mi cabeza había empezado a picarme aún más durante las últimas horas, pero estaba bastante segura de que era solo por lo que vi en las cabezas de los chicos. Con los dos acostados, me dirigí de nuevo a la sala de estar para encontrarme con Dallas sacudiendo sábanas lavadas en la cocina. No pude evitar dejar escapar un gran bostezo justo frente a él, mis ojos ardían. —Muchas gracias por tu ayuda. No sé qué hubiera hecho sin ti esta noche —dije en el segundo que pude. También se veía tan cansado. Tenía bolsas debajo de los ojos. Se quitó las gafas y se frotó los ojos con el antebrazo mientras decía: —Date prisa y báñate para que pueda peinarte. Oh Dios. Mi rostro debió decir lo que estaba pensando porque me dio un bostezo, tan grande como el que yo le había dado, y un movimiento de cabeza. —Ducha, Diana. No vas a poder dormir con insectos arrastrándose por toda tu cabeza. Cuando lo puso así, ¿cómo no podría hacer el tratamiento? Mientras lavaba el medicamento y me enjaboné, pensé, podría pagarle más tarde. Realmente no sabía lo que podría o habría hecho sin él. Probablemente estaría llorando ahora mismo. Para cuando salí, apenas podía mantener los ojos abiertos. Bostezaba cada cinco segundos. Las lágrimas asomaban a mis ojos cada vez que lo hacía.
Prácticamente era un zombi. Derramando lejía por toda la bañera y las paredes de azulejos porque estaba paranoica, tendríamos algunos piojos mutantes que podrían sobrevivir sin calor y sangre, abrí la ventana del baño y cerré la puerta detrás de mí. Lo limpiaría todo mañana. Encontré a Dallas sentado en la misma silla del comedor que había usado para peinar a Josh con la cabeza apoyada en la mano y los ojos cerrados. Apenas me había detenido entre la sala de estar y el comedor cuando se sentó y parpadeó con ojos somnolientos en mi dirección y se palmeó las rodillas. —Hagámoslo, Huevos. Su apodo era tan inesperado que olvidé que le había dado unas palmaditas en el regazo mientras me reía. Dallas sonrió al mismo tiempo que extendía los muslos y deslizaba la silla hacia atrás, mostrándome una toalla doblada en el suelo. —Esto tendrá que ser lo suficientemente bueno como para que puedas sentarte un rato. —Mi cabeza va a ser mucho más difícil que la de Josh, —le advertí. Movió los dedos. —Puedo hacerlo. —Tenemos que irnos a los juegos de los chicos en tres horas. —No me lo recuerdes. Ven aquí. Parpadeé. —¿Haces esto para todos los padres solteros del equipo? Sonrió débilmente, pero lo más probable es que solo fuera agotamiento. —Solo los que me alimentan. Vamos antes de que los dos nos quedemos dormidos. Quería pelear con él, pero realmente no lo tenía en mí. Antes de darme cuenta, mi trasero estaba sobre la toalla entre sus pies y mis hombros estaban encajados entre sus rodillas. La suave presión en la parte posterior de mi cabeza me hizo inclinarme hacia adelante.
—Voy a empezar por la parte de atrás y trabajar hacia el frente, —me dijo con una voz suave y soñolienta—. Si dejo de moverme, dame un empujón, ¿de acuerdo? Me reí, tan cansada que sonaba más como un gemido. —Si me caigo de frente, no dudes en dejarme allí. Su risa fluyó sobre mis hombros al mismo tiempo que sentí lo que solo podían ser sus dedos separando mi cabello en la espalda, volteando la mayor parte. —¿A qué hora te despertaste hoy? Sentí que algo me rozaba la nuca. —Seis. ¿Y tú? —Cinco y media. —Ay. —Bostecé. Los lados de sus dedos rozaron mis orejas mientras continuaba peinando. —He pasado por cosas peores en el ejército. —Mm-hmm —Me incliné hacia adelante para apoyar mi cabeza en mi mano, el codo en mi rodilla—. ¿Realmente estuviste en la marina durante veintiún años? —Si. —¿Qué edad tenías cuando te alistaste? —Dieciocho. Me embarqué justo después de graduarme de la escuela secundaria —explicó. —Whoa —No podía recordar qué demonios había estado haciendo a los dieciocho. Nada importante, obviamente. No había ido a la escuela de belleza hasta los diecinueve, una vez que decidí que ir a la universidad no era para mí e hice llorar a mi mamá un par de veces—. ¿Por qué la marina?
—Mi papá estaba en eso. Mi abuelo también lo estuvo durante la Segunda Guerra Mundial —Hizo un ruido bajo en su garganta mientras separaba otra sección de mi cabello. —Siempre supe que me alistaría. —¿Tu mamá se asustó? —No. Ella lo sabía. Vivíamos en una pequeña ciudad en el centro de Texas. Allí no había nada para mí. Incluso antes de que yo cumpliera los dieciocho, ella me acompañaba a hablar con los reclutadores. Estaba emocionada y orgullosa de mí —Hubo una pausa, y luego dijo—: Fue Jackson quien perdió el control. Nunca me ha perdonado que me haya ido. —Pensé que habías dicho que habías tenido algunos vecinos o miembros de la familia que estaban ahí para ti después? —Ellos estaban ahí. Para mí. Jack…. Me llevaban a pescar, a acampar… mi vecino me llevaba a trabajar con él durante mucho tiempo para no meterme en líos. Él se dedicaba a trabajar con azulejos. Así es como aprendí a hacer cosas de construcción en la casa. Jackson nunca estuvo interesado en ir o hacer ninguna de esas cosas. Mi partida fue una traición. —No podías habértelo llevado contigo. —Lo sé. —Entonces, ¿por qué sonaba tan triste admitiendo eso? —¿Intenta usarte como una excusa de por qué se metió en las drogas y todo eso? —pregunté, todavía mirando al suelo. Hubo una pequeña pausa y luego, —Básicamente. —No quiero llamar a tu hermano un poco de mierda. La risa de Dallas fue realmente ligera. —Él es mayor que tú. —... pero qué mierda. Entiendo por qué lo ayudas tanto, de verdad, pero no dejes que te haga sentir culpable. Eras un niño cuando murió tu padre. No fue el único que perdió a su padre, y mírate, eres uno de los hombres más agradables
que he conocido. —Me encogí de hombros debajo de él—. Y no conozco a nadie que no haya tomado una maldita decisión estúpida en algún momento de su vida. Solo tienes que reconocerlo. No puede culparte por nada. Dallas hizo un ruido agudo antes de reír. —Yo solía decirle lo mismo: si la cagaste, admítelo, aprende de ello y sigue adelante. —Exactamente. Es vergonzoso y apesta, pero sería peor que ser un idiota dos veces. Estuvo de acuerdo y siguió peinándome el cabello. Podía escucharnos a los dos respirando más profundamente, la necesidad de dormir empeoraba cada vez más hasta que comencé a respirar profundamente para mantenerme despierta. —Me estoy quedando dormida —le advertí—. Entonces, ¿por qué dejaste la marina? —Es difícil mudarse cada pocos años durante la mitad de tu vida. —Su dedo rozó el borde de mi oreja y sentí un zumbido subir por mi columna—. Estaba listo para sentarme. Mi jubilación no es mala y me gusta trabajar con las manos. Siempre lo hice. No es lujoso, pero me gusta hacer trabajo físico. Me ayuda a dormir por la noche y paga las facturas. No podía soportar trabajar en una oficina. Me volvería loco. Ya terminé con los uniformes y los espacios pequeños. Le gusta trabajar con las manos. No iba a convertir esa declaración en algo más. No. De ninguna manera. Tampoco me lo iba a imaginar con ese lindo sombrero blanco y ese uniforme con cuello que había visto a los hombres en la marina. Entonces cambié de tema. —¿Y viniste a Austin porque tienes familia aquí? —Si. —¿La señora Pearl? Tarareó su sí. —Siempre hemos estado cerca, y resultó que la casa en la que estoy ahora salió a la venta hace unos seis años, y la compré por un centavo.
—No tenía idea de que eras pariente. —Cuarenta y un años, —murmuró, sonando divertido y somnoliento—. Nunca te agradecí por cortarle el cabello y ayudarla con su calentador de agua hace un tiempo. —No tienes que agradecerme. No fue gran cosa —Bostecé—. ¿La ves a menudo? —Estoy allí todo el tiempo. Cenamos juntos casi todas las noches. Mierda. —Vemos televisión, hago cosas para ella en la casa, juego un poco de póquer y me voy a casa a las nueve casi todas las noches que no tenemos béisbol, —explicó—. Una vez al mes, me encuentro con este chico con el que trabajo a veces en Mayhem, y voy a visitar a mi familia en casa un par de veces al año durante el fin de semana, pero esa es mi emocionante vida. Me gusta. Hacía cosas para su abuela en la casa, jugaba al póquer y veía televisión con ella. Jodida. Vida. Tuve que cerrar los ojos con fuerza porque no quería verme perder la mierda en el suelo de mi comedor. ¿No sabía que no se suponía que fuera tan malditamente... perfecto? Quería llorar por lo injusto que era el mundo. Pero eso ya lo sabía y no tenía por qué sorprenderme. —¿Tu hermano no va contigo? —Le pregunté, plenamente consciente de que ya me había mencionado en el pasado que su abuela había tenido suficiente de su mierda, y cómo él era el único que le quedaba a Jackson. —No. Hace unos diez años, se metió en problemas con un club de motociclistas en San Antonio y él… —Dallas dejó escapar un suspiro como si no quisiera decirme, pero lo hizo de todos modos—. Robó algunas de las joyas de Nana. Ella nunca lo ha perdonado desde entonces. —Mierda.
—Si. Mierda. Nadie tenía una familia perfecta, pero eso era otra cosa. Todo bien. Necesitaba cambiar de tema. —¿Dónde vive tu mamá? —Hice una pausa—. Soy tan entrometida, lo siento. Me estoy quedando dormida y solo trato de que sigas hablando conmigo para que no me desmaye. Su risa fue suave detrás de mí, más aire cálido sobre mi cuello. —Nos estás manteniendo despiertos a los dos. No tengo secretos. Mi mamá se mudó a México hace un par de años. Conoció a este hombre lo suficientemente mayor como para ser mi Pawpaw25. Se casaron y se mudaron allí. La veo una vez cada dos años. Más ahora que cuando estaba en el servicio. Algo en eso me hizo reír. —Mientras ella sea feliz ... —Ella es feliz. Créeme. Se rompió el culo por nosotros. Me alegro de que haya encontrado a alguien. Viejo como la mierda, o no. —¿Es realmente tan viejo? —Si. Su nombre es Larry. Tiene un nieto de la edad de Jackson. Mi mamá pide nietos de vez en cuando y tengo que recordarle que ya tiene algunos, —dijo divertido. —¿No quieres tener hijos? —pregunté antes de que pudiera detenerme, queriendo inmediatamente abofetearme. Sus dedos rozaron el borde de mi oreja de nuevo, y tuve que luchar contra el impulso de rascarme el cuero cabelludo. —Quiero un par. Me gustan. Aunque no puedo tenerlos solo. —¿Tu esposa no quería ninguno? —Solté. Fue esa pregunta la que lo hizo aclararse la garganta. Excepto por el tiempo en el baño, ninguno de nosotros había mencionado su matrimonio, pero que se 25
Abuelo.
joda. Estaba peinando cosas de mi cabello. A estas alturas éramos prácticamente mejores amigos. —Ella ya tenía uno cuando nos conocimos. Esperé. Ya conocía esta información por cortesía de Trip. —Su ex también había estado en la marina. No lo sabía cuando empezamos a vernos. A ella no le gustaba hablar mucho de él, pero supuse que se habían llevado mal. Resultó que estaba en la misma base que yo. —Suspiró, moviendo más de mi cabello. Algo parecido a la ira estalló en mi estómago, y luché contra la urgencia de mirarlo por encima del hombro, pero pregunté de todos modos, prácticamente en un susurro: —¿Ella te engañó? Hubo una vacilación. Un zumbido. —No. No entonces. Nos conocimos a través de un amigo común de la marina. Trabajaba en el economato 26 en la base y me gustaba... Moriría antes de admitir que estaba celosa de que le agradara la mujer con la que finalmente se casó. Pero lo hice. Ajeno, siguió adelante. —Ella era agradable. Nosotros... tonteamos por un tiempo. Me estaban desplegando. Aproximadamente un mes antes de que me fuera a ir, me dijo que había encontrado un bulto en su pecho y que estaba preocupada. No tenía seguro, su tía había tenido cáncer de mama… ella estaba asustada. ¿Por qué me empezó a doler el estómago de repente cuando no estaba relacionado con los celos? —Realmente me gustaba y me sentí mal por ella. Recuerdo cómo fue para mi cuando papá estaba enfermo, y nadie necesita pasar por eso solo. Ya había
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Establecimiento organizado en forma de cooperativa o sostenido por algunas empresas, donde ciertos
colectivos, en especial de trabajadores, pueden adquirir productos a un precio más económico que en otros comercios.
estado pensando en retirarme cuando mi tiempo se acabó en un año y medio. Una noche le dije que podíamos casarnos y lo hicimos. Ella tendría seguro y me gustó la idea de tener a alguien en casa esperándome. Pensé que estaba bien. Pensé que podríamos hacerlo funcionar. Tenía ganas de vomitar. —¿Qué pasó? —Esperó unos dos meses antes de ir al médico porque estaba preocupada porque el seguro no la cubría, y era benigno. Ella estaba bien. —¿Y entonces qué? —Suenas despierta de nuevo, ¿eh? —Las yemas de sus dedos hicieron cosquillas en la piel sensible al sur de mi lóbulo de la oreja por un momento—. La cosa es, Melocotón, puedes disparar la mierda con alguien y pasar un buen rato, y eso es lo único que tienes en común. Eso fue lo mismo con nosotros. Ella no era el gran amor de mi vida. La cagué pensando que conocía a esta persona que había conocido solo unos meses antes de casarnos. No la extrañé mientras estuve fuera, y seguro que ella no me extrañó mientras estaba fuera. Le enviaría un correo electrónico y pasarían dos semanas antes de que respondiera. Llamaría a su teléfono, ella no contestaría. ››Me enteré por uno de mis COs27 que había estado completamente enamorada de su ex. Nunca olvidaré cómo me miró como si estuviera sorprendido de que no hubiera sabido que ella estaba enamorada de él cuando nos juntamos. Todos los que la conocían lo sabían. Él fue el gran amor de su vida. Yo solo era este idiota que ella había usado para el seguro y que reemplazaba a otra persona cuyos zapatos nunca podría llenar, sin importar cuánto lo intenté. Sus manos se detuvieron en mi cabello por un momento mientras dejaba escapar un suspiro. —Seré honesto. No me esforcé tanto. Ni siquiera cerca. La ausencia no hace crecer el cariño si no hay nada allí para empezar. Para cuando regresé, un año después, las cosas no estaban ni cerca de estar bien. Eso le
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Ofiliales
pasa mucho a la gente en el ejército cuando están desplegados, ya sabes. Regresé a nuestra casa en la base, con ella y su hijo, y estuvimos dos meses antes de que empacara y me fuera. Ella me dijo bien un día que no me amaba y que nunca lo haría. ››Lo último que le dije fue que iba a desperdiciar su vida esperando a alguien que no la amaba lo suficiente como para querer estar con ella. Fue una maldita cosa equivocada decirle eso a una mujer enojada —Él se rio casi con amargura—. Y ella me dijo: No sabes nada del amor si no estás dispuesto a esperarlo. Esperarlo. Como si estuviera matando el tiempo por ella. No la volví a ver hasta… hace unos meses. Inmediatamente después de que te mudaste. Sí, sabía de lo que estaba hablando. Escuché esa conversación. Incómodo. —¿No intentaste divorciarte de ella? —He estado intentándolo. Ella quería la mitad de mi mierda, y yo no iba a estar de acuerdo con eso. Lo ha estado postergando durante casi tres años. Cuando finalmente la volví a ver recientemente, me pidió que firmara los papeles del divorcio, que ya no quería nada de mí. Escuché de un amigo que todavía estaba en el servicio, que su ex se había separado de la mujer con la que estaba casado y que iban a volver a estar juntos. —Dejó escapar un ruido de incredulidad—. Les deseo lo mejor. Espero que sean felices juntos después de toda la mierda por la que hicieron pasar a tanta gente. Si se querían lo suficiente el uno al otro, se lo merecen, amor jodido y todo. Traté de imaginar todo eso y no pude. Era increíble. —Tu vida suena como algo salido de una telenovela, ¿lo sabías? Dallas se rio a carcajadas. —Cuéntame sobre eso. Sonreí, con la mejilla aún en la mano. —¿Puedo preguntarte algo? —Por supuesto.
—¿Es por eso que estuviste tan raro conmigo allí por un tiempo? ¿Pensaste que yo haría lo mismo? —¿Lo mismo? No. No estoy tan jodido. Sé que mi ex era un caso especial, y si no lo fue, rezaré por el hijo de puta que se quede atrapado con otra mujer como ella. Estoy cansado de que me utilicen, Diana. No me importa ayudar a alguien, y nunca lo haré, pero no quiero que se aprovechen de mí. Es más fácil hacer las cosas en tus términos que en los de otra persona. No quiero darle a nadie más poder sobre mi vida de lo que ya le he dado a ella. Debería haberlo sabido mejor para no hacer lo que hice, pero aprendí mi lección. —¿No te cases con alguien mucho? —Traté de bromear.
a
menos
que
sepas
que
lo
amas
Tiró un poco de mi cabello. —Básicamente. No te cases con alguien a menos que estés seguro de que te empujarán en una silla de ruedas cuando seas mayor. —Deberías hacer un cuestionario con eso para cualquier mujer con la que termines en el futuro. Convertirlo en una pregunta de ensayo. ¿Qué opinas de las sillas de ruedas? Específicamente empujándolas. Dallas rio de nuevo. —Simplemente no quiero estar con una mujer que no se preocupa por mí. Ignoré la extraña sensación en mi vientre. —Espero que no. Eso parece obvio. —Si pasas tres años de tu vida casado con alguien que no sabe tu cumpleaños, aprendes muy rápido dónde la cagaste. —Las rodillas a los lados de mis hombros parecieron cerrarse un poco sobre mí—. Estoy listo para seguir adelante con mi vida con alguien que no quiera estar con nadie más que conmigo. Me dije a mí misma que no iba a ser esa idiota que suspiraba soñadora, imaginándose a sí misma siendo esa persona. Y no lo estaba haciendo. No lo hacía. En cambio, me aseguré de que mi voz no fuera susurrada ni nada por el estilo cuando le dije: —Tienes razón. Espero que tu divorcio se resuelva pronto. Estoy segura de que eventualmente encontrarás a alguien así.
Decir esas palabras mató una pequeña parte de mí, pero era necesario decirlas. Dallas no estuvo de acuerdo ni en desacuerdo. Su mano fue suave en mi cabello y en mi oreja mientras movía una hacia un lado. —Estoy esperando hasta que el divorcio sea oficial. Nunca he incumplido mi palabra o mis votos, incluso con alguien que no se lo merecía. Me gustaría que esa persona con la que termine supiera que nunca tendrá que dudar de mí. Ya odiaba a esta persona imaginaria. Con pasión. Iba a desinflar sus neumáticos. Sus siguientes palabras tampoco me hicieron como su próxima esposa imaginaria. —Siempre pensé que envejecería con alguien, así que necesito hacer que la próxima cuente, ya que es para siempre. Mi corazón comenzó a actuar raro a continuación. Y siguió adelante, firmando su sentencia de muerte sin siquiera saberlo. —Ella no sería mi primera, pero sería la única que alguna vez importó. Creo que podría esperar a que llegara el momento adecuado. Me aseguraría de que nunca se arrepintiera. Parecía haber una pausa en mi vida y en mis pensamientos mientras procesaba lo que decía y lo que hacía mi cuerpo. ¿Era esto una maldita broma? ¿De verdad me estaba pasando esto? Mi corazón estaba diciendo, Eres perfecto, eres increíble y te amo. ¿O estaba diciendo que iba a matar a esta perra antes de que ella volviera? Seguro que no estaba diciendo lo primero, porque le dije a mi estúpido corazón en ese momento mientras me sentaba en el suelo con los ojos cerrados con fuerza, Corazón, no voy a jugar con tu mierda hoy, mañana o dentro de un año... Déjalo. Dallas…. No No, no, no. No estaba sucediendo.
No estaba pasando. Yo no estaba enamorada. No podría ser. Tampoco podría estar molesta porque él quisiera algo maravilloso en su vida. Se lo merecía. Nadie lo había merecido nunca más. De alguna manera me encontré inclinando mi cabeza hacia atrás lo suficiente para poder mirarlo a los ojos y sonreír, toda tambaleante y ligeramente al borde de querer hacer una rabieta incluso cuando mi corazón seguía cantando su estúpida y delirante canción. —Lo dije antes y lo diré de nuevo, tu esposa es una maldita idiota. Espero que lo sepa, profesor.
Capitulo Dieciocho Todos estábamos ocupados mirando de un lado a otro entre las dos enormes cajas, con forma de cajas en el césped para decir algo. Todos sabíamos lo que había adentro. Cuando Louie afirmó que finalmente había ahorrado suficiente dinero para comprar un kit que le permitiría comprar un quarterpipe 28 para poder andar en patineta en casa, no pensé mucho en ello. Su otra tía le había enviado cien dólares por su quinto cumpleaños -le habría dado diez si estuviera en su lugary con el dinero que había cobrado de todos los demás, casi había alcanzado su meta. Me había ofrecido a cubrir los últimos cincuenta dólares que necesitaba para pagar el envío. Cincuenta dólares para el envío deberían haber sido nuestra primera advertencia de lo que estaría apareciendo. Ahora que lo estaba viendo en persona, me sorprendió que no hubiera sido más caro. Lo que no había tenido en cuenta, es que este quarterpipe tendría que ser construido. ¿Y a quién necesitaba para construirlo? —Abuelito puede ayudar, —gruñó Louie casi instantáneamente, retorciéndose las manos de su lugar a un pie de distancia de sus cajas. Lo miré. No era como si quisiera construir su cosa, pero no me gustaba que asumiera que yo tampoco podría hacerlo. Aunque ambos sabíamos que construir cosas no era exactamente mi fuerte en la vida. Todavía no me había 28
Es una rampa que se usa generalmente, en la práctica de los deportes extremos.
dejado olvidar la cama que intenté construirle cuando nos mudamos a nuestro apartamento hace años. —Puedo hacerlo, —le dije, sonando sólo un poco ofendida. Sacudió su cabeza rubia, su atención todavía estaba enfocada hacia adelante. —Abuelo. Quizás el abuelo pueda ayudar. Fue Josh quien se giró para mirarme por encima del hombro, con una amplia sonrisa con la boca abierta, como si estuviera demasiado entretenido porque Louie me callara. Lo ignoré. —Bien. Lo resolveremos ya que no confías en mis habilidades. Todo lo que Louie hizo fue mirarme por encima del hombro y darme una sonrisa inocente. Traidor. —Dense prisa y vayan a buscar sus chaquetas si quieren ir al cine, —les dije, mirando las cajas por última vez. Debieron haber olvidado inmediatamente nuestra conversación en el auto donde acordamos ir al cine, porque ambos chicos asintieron y se dirigieron hacia la puerta principal. Mientras dejaban sus mochilas, dejé salir a Mac a pesar de que podía entrar y salir por la puerta para perros, y volví a llenar su cuenco con agua y comida. Todavía con mi ropa de trabajo, no tenía ganas de cambiarme. Además, íbamos al cine para ver la nueva película de Marvel, no para ir a cazar maridos. Ya estaba cansada. Sería un milagro si no me echara una siesta a la mitad de la película, por muy buena que fuera. Pero no tuvimos oportunidades como estas todo el tiempo. Probablemente íbamos al cine seis veces al año con lo ocupadas que siempre estaban las cosas. En el porche de la cocina, gritando a Mac que volviera a entrar, escuché el fuerte sonido de lo que solo podía ser una gran camioneta retumbando calle abajo. Tenía que ser Dallas. Eso me hizo sonreír. Sin béisbol este fin de semana, me pregunté qué planeaba hacer. Él había venido a casa con nosotros hace un par
de días para cenar como agradecimiento por ayudarnos con nuestro incidente de piojos. Esa fue la última vez que lo vi. De vuelta adentro, apresuré a los chicos a salir por la puerta, dándole a Mac un beso y la promesa de que no teníamos planes para el fin de semana, por una vez. No podía creer lo mucho que esperaba pasar el rato en casa. Pero mientras cerraba la puerta principal, escuché a los chicos gritar. Y escuché a hombres adultos gritarles. Dallas y Trip estaban afuera, pasando el rato junto a la parte delantera de la motocicleta de Trip. Era la primera vez que veía la Harley brillante. Pudo haber sido porque siempre estaba cargando con Dean y su equipo deportivo que no la conducía seguido, pero supuse que un hombre en un club de motociclistas probablemente la usaría a menudo. —¿Quieres venir con nosotros? —Eso fue Louie gritando. Gritando e invitando a la gente como siempre. —¿Vas al cine? —preguntó Dallas, cruzando la calle en diagonal. Louie recitó el nombre de la película que estábamos viendo, y nuestro vecino, todavía con su ropa de trabajo, miró a su primo y levantó la barbilla. —¿Qué dices? ¿Quieres ir, Trip? Trip se enderezó, llamó mi atención y me guiñó un ojo. —Oye cariño. ¿Te importa si te acompañamos? Miré a Dallas e intercambié una sonrisa con él. Estaba tan desaliñado. Juraría que tenía pintura en los antebrazos. —Si quieren, podemos meternos en mi auto. El “hmm” que pasó por ambos hombres me hizo fruncir el ceño. —¿A qué cine planeas ir? —Trip preguntó y respondí—. La casa de la mamá de Dean está en camino. J, podríamos recogerlo si quieres. Como si Josh fuera a decir que no a salir con Dean. —Bueno.
—No entramos en tu auto, pero podemos ir en el mío, —ofreció Dallas. No me perdí la leve mueca de dolor de Trip. Dallas tampoco perdió su expresión porque frunció el ceño. —¿Qué? Mi camioneta está limpia. —No me importa en que auto vayamos, —les dije—. Pero probablemente deberíamos irnos porque la película comienza en una hora. Dallas miró su ropa por un momento, pero le indiqué que siguiera. —Te ves bien. Vámonos. Trip y Dallas acordaron intercambiar vehículos en el camino de entrada, y en los siguientes minutos, Louie, Josh y yo subimos en la parte trasera, con Trip saltando al asiento del copiloto después de estacionar su motocicleta en el camino de entrada. La casa de la mamá de Dean realmente estaba de camino al cine. Trip la llamó durante el viaje y Dean ya estaba esperando afuera cuando llegamos. —Diana, ven a subir adelante para que él pueda viajar en la parte de atrás con los niños, —sugirió Dallas mientras estacionaba la camioneta. Con otro cambio rápido de cuerpos humanos, me encontré en el centro del asiento delantero, admirando lo limpio que se las arreglaba para mantener su camioneta. No estaba mintiendo. A diferencia de su casa, no había envoltorios por ningún lado ni señales de capas de polvo. Era un milagro. Lo único que tenía al frente era un ambientador con forma de pino que colgaba del espejo retrovisor y un paquete de notas adhesivas amarillas en el tablero. —Es viejo, pero funciona, —me dijo el hombre en el asiento del conductor. Lo miré. —No dije nada. Simplemente estaba admirando lo limpio que está. —Puedes pagar uno nuevo, —murmuró Trip.
Algo en la forma en que Dallas negó con la cabeza ante el comentario me dijo que era una vieja discusión entre ellos. La mano que tenía en el volante le dio al cuero gastado un masaje suave y prolongado. —No necesito comprar otra camioneta en el segundo que sale un nuevo modelo. —Has tenido esta desde… ¿qué es esto? ¿1996? —Un 1998 —fue la respuesta de Dallas. Me moví nerviosamente en mi asiento, manteniendo las piernas cerradas para que no tocaran ninguna de las suyas. —¿Cuándo la compraste? —pregunté. Él asintió con la cabeza, su mano de nuevo en la parte superior del volante, su otra palma plana en el muslo más alejado de mí. —La compré nueva. Ella fue mi primera. —La única razón por la que mi auto es nuevo es porque no podía andar con esos dos en un Mustang, —le ofrecí algo de apoyo—. Ese fue mi primer auto nuevo y me encantó. Antes tenía el Elantra viejo de mi madre. Trip fue quien me miró con los ojos entrecerrados. —No puedo verte en un Mustang, cariño. Me reí. —Yo era una persona diferente en ese entonces. Una Diana que pasaba las luces en rojo y recibía multas por exceso de velocidad todo el tiempo. Ahora, llevo el límite de velocidad y tengo mejores cosas que hacer que gastar mi dinero en multas por exceso de velocidad. El teléfono de Trip empezó a sonar y lo contestó. Junto a mí, Dallas susurró: —¿Cómo está tu cabeza? Me encogí por dentro. —Bien, —respondí—. Tengo que volver a hacer el tratamiento en unos días, pero he estado vigilando a los chicos y no he encontrado más huevos, así que espero que sea el final de ellos. ¿Estás bien? ¿No te pica la cabeza?
—No me pica la cabeza, —confirmó—. Pero si surge, te lo haré saber. —Claro, inscríbeme para ese peinado, —murmuré justo antes de reírme y recibir una de él también. Dallas me miró por un segundo antes de mirar hacia adelante de nuevo, una sonrisa en su boca, el sonido de Josh y Dean hablando detrás de nosotros, llenando el aire. —¿Para qué son esas cajas enormes en tu jardín? Resoplé. —Me imaginé que Louie habría intentado convencerte para que se lo construyeras. Ahorró dinero para comprar un quarterpipe. Pero es un kit y necesita ser ensamblado. Probablemente le pediré a mi papá que venga y me ayude a hacerlo cuando Louie no esté cerca. —¿Por qué no quiere que lo construyas? —Hace unos años, le pedí una cama en línea y se la construí. Intenté construirla para él. Saltó sobre ella una vez y se derrumbó. No lo ha olvidado, y no importa cuántas veces traté de explicarle que la cama apestaba, él todavía piensa que hice algo mal y que por eso se rompió, —le expliqué en voz baja, para que solo él pudiera escuchar. —Ahh, —susurró—. Ya veo. —Sí, así que, si alguna vez lo escuchas hacer un comentario sobre mis habilidades de construcción, sabes por qué. —Déjame echarle un vistazo. Estoy seguro de que puedo ayudarte si quieres, —se ofreció. ¿Qué iba a hacer? ¿Decirle que no?
Cuatro horas y media más tarde, los seis salimos a codazos del cine abarrotado. Las entradas para la función que teníamos originalmente previsto ver se habían agotado, así que terminamos comprando entradas para la siguiente proyección. Para matar el tiempo, habíamos ido a cenar a la hamburguesería más cercana. Cuando fui a buscar la cuenta, Dallas hizo un gesto con la mano hacia un lado y dijo: —Eso es lindo. Ni siquiera iba a recordar cómo su antebrazo había estado presionado contra el mío durante toda la película. Los ojos color avellana de Dallas se encontraron con los míos en el instante en que nuestras partes del cuerpo se tocaron y nos miramos el uno al otro. Ambos queríamos el reposabrazos y ninguno de los dos había estado dispuesto a renunciar a él. De hecho, me gustó que su brazo tocara el mío. Por eso nunca lo moví. Realmente no podría haberme importado menos el apoyabrazos, pero nunca lo admitiría en voz alta. —¿Podemos ir a jugar a la sala de juegos, Tía? —preguntó Josh mientras nos abríamos paso entre la multitud, dirigiéndonos hacia la salida después del final de la película—. ¿Por favor? —Sí, papá, ¿podemos? —Dean le preguntó a Trip. Yo no era la que conducía; Miré a Dallas, quien se encogió de hombros. —No tengo dónde estar. —¿Estás seguro? —pregunté. Parpadeó hacia mí. —Todo bien. Claro, ve. Pero una vez que me quede sin dinero, eso es todo. Tengo un montón de cambio... —Me detuve mientras nos dirigíamos a la gigante sala de juegos junto a las puertas de entrada. Todo el complejo de películas estaba
lleno de gente que iba a ver la nueva película, pero no había más de quince niños jugando. Palpando el fondo de mi bolso, saqué un puñado de monedas. —¿Tienes una adicción conozco? —Bromeó Dallas.
a
las
máquinas
expendedoras
que
no
Enfoqué mis ojos mientras elegía las monedas de veinticinco centavos y les entregaba una cantidad igual a los tres chicos. —Lo haría si alguno de ellos tendría Pop-Tarts. Esperen un segundo, chicos. Tengo más. —Un poco más de cambio de mi bolso, tres billetes de cinco dólares de Trip y un billete de veinte dólares que Dallas le dio a Dean con la promesa de que conseguiría el cambio y lo dividiría entre los tres, y los chicos se fueron. —Voy a hacer pis mientras esperamos, —anunció Trip—. Vuelvo enseguida. —Creo que Dean está teniendo problemas con la máquina de cambio, déjame ir a ver, —dijo Dallas también, desapareciendo en la caverna de la sala de juegos. Todo bien. Manteniendo un ojo hacia las puertas de entrada, vi a la gente entrar. No había pensado demasiado en Anita en las últimas semanas, pero con cientos de personas entrando y saliendo, no pude evitar recordar cómo se había presentado en mi casa sin previo aviso. No tenía ni idea de dónde estaba viviendo ahora, y una parte de mí estaba preocupada de que fuera Austin. Estaba mirando alrededor cuando algo me llamó la atención al otro lado de las puertas junto al mostrador de boletos. Fue algo sobre el cabello castaño dorado que provocó un recuerdo en mi cerebro y me robó el aliento de la boca. De un instante a otro, mi estómago comenzó a sufrir calambres cuando el hombre dio un paso adelante en la sinuosa fila de personas que esperaban para comprar boletos. Mi cabeza empezó a latir con fuerza. Mis manos empezaron a sudar. Estaba mareada. Habían pasado tres años desde la última vez que vi a Jeremy, pero parecían días.
Mi mano derecha empezó a temblar. Dejé caer la cabeza hacia adelante y traté de respirar profundamente. Estaba bien. Estaba bien. Estaba bien. Miré hacia atrás para procesar la vista del hombre de nuevo. Parecía más bajo... y no, este hombre tenía vello facial. Jeremy nunca había podido dejarse crecer el vello facial. ¿Y qué estaría haciendo en Austin? No era él. No podía ser él, me dije, pero, aun así, no podía aliviar el nudo en mi estómago o la forma en que mis manos temblaban y estaban resbaladizas por el sudor. No era él. —Lo solucionamos, Diana, ¿qué pasa? —dijo la voz de Dallas pasando de su voz normal a una baja y angustiada. Estaba bien, me repetí a mí misma, tratando de endurecer mi columna, para pararme derecha y recuperar el aliento. No era él. Además de eso, habían pasado tres años. Tres largos años y yo no era la misma persona que había sido en ese entonces. —¿Qué es? —Dallas preguntó de nuevo, deteniéndose directamente frente a mí; su cuerpo largo y ancho, a centímetros de distancia. Su voz era baja cuando lo notó—: Estás pálida. Cuando levanté la cabeza y me concentré en el triángulo de tinta marrón que estaba justo encima del cuello de su camiseta marrón descolorida, apreté mi mano en mi costado, incluso cuando la piel de gallina se extendió por mis brazos. —Estoy bien, —mentí, sobre todo. —Sé que no lo estás. ¿Qué es? ¿Te sientes enferma? —Acercó su cara a la mía, esos ojos color avellana encontraron los míos, aunque yo no quería que lo hicieran. Sus párpados se hundieron sobre sus iris y esa boca rosa pálido tomó la forma de un ceño fruncido—. ¿Qué pasa?
No pude evitar mirar hacia otro lado, mordiéndome el interior de la mejilla mientras dejaba escapar un suspiro que era mucho más tembloroso de lo que hubiera querido que fuera. —¿Alguien te ha dicho algo? —preguntó, su voz se volvía más preocupada por segundo. Mierda. Mierda. Levanté la mano, me froté los ojos y me encontré con su mirada de nuevo. Estaba bien. Lo que pasó había sido hace mucho tiempo. Ya no era esa persona. Yo no lo estaba. —Pensé que vi a mi ex, —le dije, mientras mi garganta ardía. La expresión de Dallas cayó instantáneamente, y juraría que sus hombros también lo hicieron. —Oh. —No. No es así. Nosotros… —Miré a mi lado para asegurarme de que los chicos todavía estaban en la sala de juegos. Los tres estaban juntos, rondando un gran juego—. Las cosas no terminaron bien. Yo… —Dios. ¿Cómo podría seguir sintiéndome como una maldita idiota después de tantos años? ¿Cómo? Estaba avergonzada de mí misma por lo que había sucedido. ¿Cómo podría decirle a este hombre al que respetaba tanto que había sido una completa idiota? Sus cejas estaban juntas mientras me miraba. —Puedes decirme cualquier cosa. Mordí mi mejilla y traté de tragarme mi orgullo gigante que se había interpuesto en mi camino tantas veces en el pasado. —No estoy orgullosa de mí misma, ¿de acuerdo? —Estas lágrimas de estúpido culo que se estaban volviendo demasiado comunes en mi vida últimamente llenaron mis ojos, pero no llegaron más lejos— . Yo era una idiota en ese entonces. —Diana, —gritó mi nombre, su frente se volvió más arrugada. Los hombros que habían caído hacían un segundo volvieron a su posición, tensos, firmes y anchos—. No eres una idiota.
—Yo lo era en ese entonces, —Necesitaba que entendiera mientras volvía a mirar hacia las puertas, pero afortunadamente ya no podía ver ese color de cabello familiar. Por ahora—. Él... me lastimó hacia el final de nuestra relación. Si Dallas era alto todos los días de su vida, ese día parecía crecer veinte centímetros más. Su columna vertebral se extendió, su postura se convirtió en una que pertenecería perfectamente a una estatua. Su nuez de Adán se balanceó y sus fosas nasales se dilataron. Y con la voz más profunda que jamás había escuchado, preguntó: —¿Te golpeó? —Su pregunta fue sacada como si cada palabra fuera su propia oración. —Si. Esas grandes manos se cerraron en puños a los costados y su cuello se puso rosado. —¿Quién es él? —Dallas, detente, no es él, —dije, alcanzando su camisa y agarrando un puñado de ella—. Fue hace mucho tiempo. —Una vida no sería suficiente, —espetó—. ¿Quién es él, Diana? —Por favor no lo hagas. No estoy mintiendo. Te juro que no es él. Ni siquiera vive en Austin. Eso sucedió cuando vivía en Fort Worth. —¿Es el tipo de allí con la camisa verde? —No. —¿Con la camisa roja? —Dallas, escúchame... ¿Estaba temblando? —Deja de ser terco. No es él. E incluso si lo fuera, presenté cargos contra él. Fue a la cárcel durante unos meses...
—¿Cárcel? —Se dio la vuelta lentamente para mirarme. Su cara... Nunca había visto algo así antes, y esperaba no volver a hacerlo nunca. Estaba temblando—. Dime cuál es su nombre, y lo pondré a dos metros en el suelo. Respiré profundamente y no pude evitar sonreírle, incluso con los ojos llenos de lágrimas. —Es como si estuvieras deliberadamente tratando de hacer que te amé, Dallas. Lo juro por Dios. Ni siquiera quieres que te meta la mano en los pantalones. Quieres que lo quiera todo, —me reí, tratando de hacer una broma, pero fallando terriblemente. Parpadeó. Luego volvió a parpadear. Al parecer, creció otros cinco centímetros mientras me miraba fijamente, esa cara enojada se transformó en una seria, pero de alguna manera un poco más suave. Lo golpeé en el estómago con el dorso de mi mano y luego alcancé brevemente su muñeca antes de dejar caer mi mano. —Bromeo. Lo prometo. Solo escúchame, ¿de acuerdo? Me dije a mí misma hace mucho tiempo que no quería volver a verlo nunca más, y los chicos no conocen esa parte de mi vida. Han pasado por suficiente mierda en sus vidas. Si no lo dejas ir por mí, déjalo ir por ellos. Se quedó callado, mirándome por tanto tiempo, un escalofrío recorrió mi espalda. No fue hasta que ambos vimos aparecer a Trip a unos cinco metros de distancia en camino hacia nosotros que acercó su cara a la mía, sus dedos fueron a mi muñeca de la misma manera que yo había ido por la suya, pero no se apartó o se alejó. Nuestros ojos estaban fijos el uno en el otro, mirando, intensamente, cuando dijo: —Dime cuál es su nombre y no diré una palabra más al respecto. Trip estaba aún más cerca. Mierda. Susurré su nombre. -Jeremy-. Y luego su apellido cuando la voz de Trip nos llegó. —Maldita sea, esa fila era larga.
Dallas dejó caer su mano y dio un paso atrás, y si no fuera por los puños que tenía apretado a los lados, no habría pensado que algo andaba mal. Pero supe, supe mientras miraba alrededor del cine que estaba buscando a alguien. Estaba buscando al hombre al que había dejado que se pusiera demasiado duro conmigo. ¿Quién me había apretado un poco demasiado fuerte mientras estaba enojado por una historia que le conté sobre mí cortando el cabello a un cliente masculino? El mismo hombre al que no le gustó la forma en que le sonreí a nuestro camarero en un restaurante y había metido la mano debajo de la mesa y apretado mi muslo con tanta fuerza que me dejó moretones. La misma persona que me llamó puta y me abofeteó y golpeó cuando salí con mis amigos sin él. No importa cuánto les sonreí a los niños cuando regresaron de la sala de juegos, todavía no podía dejar de lado esos recuerdos de Jeremy. Si Trip pensó que el silencio en la cabina de la camioneta de Dallas era extraño, no dijo una palabra. Estaba demasiado ocupado escribiendo en la pantalla de su teléfono cuando dejamos a Dean y nos dirigimos a casa. No sabía qué decir y no sabía lo que Dallas era capaz de decir. No pensé que él tuviera razón para estar tan enojado. ¿No había dicho Trip algo a lo largo de esas palabras antes? ¿Cómo que él no se enojaba? Apenas había estacionado su camioneta en la entrada de su casa, cuando le dijo a su primo: —Ayúdame a mover esas cajas en el césped de Diana al patio trasero. —Ustedes no tienen que hacer eso, —protesté. Trip caminó a mi lado. —Acepte la ayuda, señorita independiente. No pude evitarlo, a pesar de todo lo que pasaba por mi cerebro, le negué con la cabeza. —Bien. Ayúdenme entonces. Entre los dos, levantaron una, —¿Qué diablos hay en estas? ¿Pesas de plomo? —dijo Trip. Llevaron ambas cajas al patio trasero, sosteniéndolas por encima de la cerca de un metro veinte con solo una pequeña cantidad de gruñidos para pasarlas.
En el momento en que la segundo se colocó en el patio trasero para que Mac ladrara más tarde, Trip se limpió las manos en los pantalones. —Me voy a poner en marcha. Hay algunos asuntos en el bar que debo manejar antes de que cierre. Di, volveremos a tener una cita para jugar, estoy seguro. —Siempre y cuando no vuelvas a decir 'cita para jugar'. Se rio y me dio un abrazo. —Te veo después cariño. Diles a los chicos que dije adiós. Nos vemos, Dal —gritó, cerrando la puerta detrás de él con un movimiento de sus dedos mientras se dirigía hacia su motocicleta. Josh y Louie habían entrado directamente, y solo estábamos nosotros dos en el patio con la luz afuera de la puerta de la cocina iluminando el espacio para nosotros. No había una emoción específica en la cara de Dallas; de hecho, se veía tan distante y sin emociones, una parte de mí se sentía como si lo hubiera jodido al decirle quién había sido para dejar que eso me sucediera años atrás. Quizás ahora me veía diferente. Vio esa Diana en lugar de la que era hoy y no le agradaba. No puedo culparlo. No me gustó mucho esa Diana tampoco, honestamente. Estaba mirando las cajas cuando finalmente me habló por primera vez en casi una hora. —Quiero echar un vistazo al interior para ver qué herramientas necesitas. ¿Tienes un martillo por casualidad? Cuando comencé a frotar mi palma en mis jeans, no tenía idea. —Tengo herramientas. Tengo un martillo. Déjame buscarlo. Está dentro. Dallas siguió sin levantar la vista cuando entré en mi cocina y agarré mi caja de herramientas de uno de los gabinetes, cargando el colorido contenedor de metal contra mi pierna mientras salía con él.
—Dios, esta cosa es pesada, —le dije mientras bajaba los escalones con ella. Su atención estaba todavía en el suelo cuando la dejé caer justo al lado de una de las cajas, admirando el trabajo de pintura que mi mejor amiga le había dado. Pero cuando miré al hombre que pensé que era mi amigo y que, hace apenas una hora, se había ofrecido a matar a alguien por mí, fruncí el ceño. Estaba mirando, realmente mirando, hacia mi caja de herramientas. Y tan furiosa como había estado su expresión cuando le hablé de mi ex, no era nada comparado con la que tenía en ese momento. ¿Qué le pasaba a mi caja? Lo toqué, mirando de un lado a otro entre ella y él, sin comprender. —Era de mi hermano. Lo guardé después de que vendimos la mayoría de sus cosas, pero me puso demasiado triste y mi mejor amiga lo pintó para mí. Pensé que era divertido. Se parecen a esas Giga Pets29 que solía tener cuando era niña —expliqué—. Son cachorros. ¿A quién no le gustan los cachorros? El -Jesucristo, maldita sea- exhalado me hizo fruncir el ceño a Dallas. Vi como sus dos manos subieron a su cabeza y ahuecó cada lado de su cráneo, entrelazando sus dedos en la parte superior. —¿Qué es? —pregunté, sintiéndome un poco frustrada de repente por su reacción. No pareció escucharme mientras suspiraba, el sonido estaba angustiado y casi furioso. —¿Qué diablos hice? —Le pregunté, sin comprender, pero con ganas.
Giga Pets son juguetes digitales para mascotas que Tiger Electronics lanzó por primera vez en los Estados Unidos en 1997 en medio de una moda de juguetes para mascotas virtuales. 29
Dallas todavía estaba concentrado en la caja de herramientas cuando me respondió, su voz gruesa y tensa. —No puedo hacer esto esta noche, Diana. No puedo hacer esto ahora mismo. —¿Hacer qué? —Estás…— Cerró los ojos y se los cubrió con las palmas de las manos por un momento antes de dejar caer los brazos a los lados. Finalmente levantó su mirada hacia la mía, algo en esos iris color avellana luciendo dolorido cuando dijo—: Te ayudaré a construirlo. No le preguntes a tu papá. Simplemente no puedo hacerlo ahora. ¿Bueno? —Está bien. —Volví a contemplar sus rasgos afligidos—. ¿Estás bien? Levantó una mano, pero no confirmó sí o no. —Te veré mañana. —Dio un paso atrás y miró mi caja de herramientas una vez más, su pecho tomó una gran inhalación y una exhalación más grande—. Noche —Buenas noches, —le grité mientras se giraba y salía del patio trasero a través de la puerta, cerrándola detrás de él. Luego cruzó la calle trotando y desapareció por el camino hacia su casa. ¿Qué diablos acababa de pasar?
Capitulo Diecinueve Antes de abrir los ojos, supe que Louie estaba de nuevo al lado de la cama. Jodidamente lo sabía, pero no me asustó menos. —Hay un incendio, —susurró inmediatamente antes de que pudiera recordarle que tenía que dejar de asustarme en medio de la noche. Y, así de simple, ante sus palabras, me senté derecha en la cama e inhalé profundamente. —¿Qué? —Le pregunté, sabiendo que él no estaría mintiendo sobre algo así. —La casa está en llamas —apenas tuvo que decir eso antes de que tirara las mantas hacia atrás, alcanzando mi teléfono al mismo tiempo. —¿Nuestra casa? —grité bastante, mi pulgar ya marcaba 9-1. —No —respondió. Sus pequeñas manos fueron a las mías y apretó—. La casa de la abuela. —¿Quién? —Parpadeé. —La abuela. La anciana, Tía, ¿recuerdas? ¿Señora Pearly? —Oh, mierda, —salió de mi boca antes de que pudiera censurarme. Louie retrocedió y tiró de mis dedos. —Vamos. Fui, resistiendo la tentación de terminar de marcar el número de emergencia hasta que lo vi. Quiero decir, podría haber un incendio allí, pero no tenía por qué significar que fue un incendio en una casa… ¿no? No es que hubiera una razón por la que alguien tuviera una fogata en la casa de una persona de noventa
y tantos años. Louie corrió por el pasillo que conducía a la sala de estar, y yo lo seguí, pegada a su agarre. Me había olvidado de cerrar las cortinas, así que vi los amarillos, naranjas y rojos antes incluso de llegar a la ventana. No había estado exagerando. La casa de la señora Pearl estaba en llamas. Al menos la parte de atrás era por lo que podía ver. El porche no había sido tocado por las llamas que lamían los lados de donde sabía que estaba su habitación. Santo cielo. ¡Su habitación! Puse mi teléfono en la mano de Louie mientras examinaba las casas a ambos lados de la de la señora Pearl, pero no había nada que ver. Nadie estaba parado afuera. Nadie sabía lo que estaba pasando, y luego me preocupaba cómo y por qué Louie se había despertado a las 2:00 am para ver que la casa de nuestra vecina estaba en llamas. —Goo, sabes nuestra dirección, ¿verdad? —pregunté incluso mientras me alejaba de él, mi corazón latía tan rápido que no podía recuperar el aliento. —Sí, —chilló, con los ojos muy abiertos y atrapados en las llamas. —Llama al 911 y diles que hay un incendio. Tengo que ayudar a la señora Pearl, ¿de acuerdo? —Mi voz era rápida y llena de pánico, y era tan obvio que Lou se volvió para mirarme, sus ojos se abrieron aún más. —¿Vas a entrar ahí? —Él estaba asustado. Y lo entendí, realmente lo hice, pero ¿qué se suponía que debía hacer? ¿Sentarme en mi casa y no hacer nada? —Tengo que hacerlo. Ella es vieja. Ella todavía podría estar allí adentro, —expliqué rápidamente, cayendo sobre mi rodilla a pesar de que sabía que cada segundo contaba—. Tenemos que ayudarla, pero necesito que llames para que pueda correr allí, ¿de acuerdo? Seré tan rápida como pueda, pero no te muevas de aquí, Louie. No salgas de casa.
Quería prometerle que volvería, pero no podía ni quería hacerlo. Incluso con las luces apagadas, podía ver su labio temblar, sentir la tensión y el miedo saliendo de él en oleadas mientras su cerebro de cinco años envolvía la misma posibilidad que el mío. Iba a entrar en una casa en llamas, pero no había otra opción. Me levanté y le di un apretón en las manos. —Llama ahora mismo y no salgas de casa. ¡Te amo! Las lágrimas llenaron esos ojos azules de los que estaba tan enamorada, y más tarde, podría apreciar lo maduro que estaba siendo al no rogarme que me quedara, aunque sabía que probablemente lo estaba matando por dentro. Pero tenía que irme. Le lancé un beso a Lou y salí corriendo de la casa, apenas logrando meter los pies en las sandalias que había puesto en la puerta cuando llegué a casa antes. Y corrí. Ni siquiera me molesté en cerrar la puerta detrás de mí; Simplemente crucé la calle corriendo como si nunca hubiera corrido en mi vida, confiando en que Louie sabía lo que estaba haciendo. En retrospectiva, debería haber despertado a Josh, que no tenía cinco años, pero no había habido tiempo y… ¿cuáles eran las posibilidades de que la señora Pearl hubiera salido sola? Quizás ella estaba parada en algún lugar que yo no podía ver. Pero cuando miré rápidamente alrededor de las casas circundantes, vi la dura realidad: yo era la única que sabía que algo estaba pasando a pesar de la loca cantidad de humo que ya contaminaba el cielo. El miedo llenó mi estómago, así como esta sensación de no querer hacerlo, no quiero hacer esto, pero tengo que hacerlo. Tenía que hacerlo. No podía simplemente fingir.
Lancé una rápida mirada a la casa de Dallas, pero no había tiempo para golpear su puerta e intentar despertarlo. Los incendios eran rápidos, ¿no? Y si a él o a Jackson les tomaba un tiempo levantarse... Mis piernas se movieron aún más rápido cuando golpeé la cerca blanca alrededor de su patio delantero, abriendo la puerta de par en par mientras subía los tres escalones que conducían a su porche en un acto que no pude apreciar. Como una completa idiota, agarré la manija de la puerta, olvidándome de todo lo que había aprendido en la escuela primaria sobre lo que se suponía que debías hacer durante un incendio. El “hijo de puta de mierda” que salió de mí cuando el metal quemó mi palma se perdió en el cielo nocturno y el humo. Llevando mi mano a mi pecho, pensé por un breve segundo en abrir la puerta de una patada, pero no lo hice. ¿Quién me creía que era? ‘¿Leonidas en 300? Llevaba chanclas y no había forma de que fuera lo suficientemente fuerte para hacer eso. Después de eso, todo se volvió borroso. Por el resto de mi vida, recordaría romper la ventana de la señora Pearl con uno de sus gnomos de jardín y trepar dentro, haciendo todo lo posible por no cortarme. Nunca olvidaré el humo y lo fuerte que era. Cómo llenaba todo, cada centímetro de mi piel, la superficie de cada uno de mis dientes, la parte de atrás de mi garganta, mi puto corazón y mis pobres pulmones. No había forma de que pudiera olvidar lo mucho que me picaban los ojos y lo mucho que lamenté haber salido en ropa interior y una camiseta sin mangas que no era lo suficientemente larga como para que al menos pudiera cubrirme la boca. Y recordaría haber encontrado a la señorita Pearl arrastrándose por el suelo de la cocina, donde le había cortado el cabello en el pasado. Nunca pude olvidar el terror en su rostro cuando la ayudé a levantarse, gritando palabras que pensé que ninguna de las dos sabía lo que eran. Tampoco había forma de que pudiera olvidar lo fuerte que estaba tosiendo. Cómo me sentía como si no pudiera respirar y cómo no entendía cómo la
señorita Pearl todavía lo estaba haciendo cuando solo había estado en la casa por un segundo. Cargué mucho de su peso al salir porque sabía que estaba corriendo a pesar de que ella no podía moverse muy rápido. La había visto caminar normalmente y correr no era una opción. Pero todo me dolía y quería salir de allí antes de que se extendiera el fuego o antes de que sucediera algo más. Había visto Backdraft30 cuando era niña. No había ninguna viga que pudiera caer sobre nosotras, pero no estaba dispuesta a correr ningún riesgo. —Mi gato, —la mujer logró decirme de alguna manera—. Ella está dentro. No podía pensar. No pude procesar lo que estaba diciendo. Estaba demasiado preocupada y asustada por salir de allí con ella, especialmente cuando no podía caminar rápido. Me olvidé de mi mano mientras giraba la cerradura y abría la puerta principal, tan aliviada de estar casi fuera de allí. Conseguimos pasar por el césped mientras ambas nos hacíamos un hueco en nuestros pulmones. Mi espalda, cuello y mejillas ardían y picaban. Pero seguimos cruzando la calle donde pude ver a los dos chicos parados en la puerta con Josh sosteniendo el teléfono en su cara. Salieron corriendo mientras yo ayudaba a la señora Pearl a subir al césped. Le había dicho a Louie que no saliera de la casa, pero no iba a recordarle que me había ignorado. —¿Estás bien? —Josh preguntó mientras él y Louie se abalanzaban sobre mí, abrazándome como monos araña, ajenos a la mujer a sus pies. —Los bomberos están llegando, —dijo Louie rápidamente. —Diana, mi gato está en la casa, —suplicó la voz de la señorita Pearl, como algo que solo podía asumir fue que su mano aterrizó en mi muslo.
Película estadounidense de 1991, donde un cuerpo de bomberos de Chicago van tras la pista de un pirómano en serie 30
Estaba tosiendo, abrazando a los chicos de vuelta cuando sus palabras finalmente se hundieron. —Diana, Mildred todavía está ahí, —se repitió—. Tiene malos ojos y no ve bien. Observé la casa por encima de las cabezas de los chicos, notando que aún no estaba envuelta en llamas, a pesar de lo humeante que había estado todo el interior. —Por favor, —suplicó la señorita Pearl. Honestamente, quería llorar mientras me levantaba, desenredando a los chicos de mí alrededor. ¿Quería ir a salvar a su gato? No. ¿Pero cómo podía dejarlo morir? Si fuera Mac... Me encontré con los ojos de Josh porque no había forma de que pudiera mirar a Lou en ese momento. —Vuelvo enseguida. Estaré bien, de vuelta. No vayan a ningún lado. Y corrí de nuevo, sin esperar a que ninguno de los dos comentara o me suplicara. Mi mano quemada estaba contra mi pecho mientras cruzaba la calle, a través de la cerca blanca con la que siempre asociaría con casi morir. La puerta principal estaba abierta cuando entré, tratando de mantenerme más cerca del piso porque ya había aprendido mi lección sobre el humo que había empeorado en los últimos minutos que me había llevado sacar a la Srta. Pearl de allí. —¡Mildred! —grité, entrecerrando los ojos y tratando de mirar alrededor del piso de la sala—. ¡Mildred! —El humo era horrible, y tosí lo que se sentía como uno de mis pulmones mientras empujaba los muebles, tratando de encontrar al maldito gato viejo. No iba a morir por eso. No podría hacerles eso a los chicos, pero tampoco podría vivir con el rostro de la señora Pearl si al menos no intentara recuperar a su mascota. —¡Mildred! —grité con mi garganta en carne viva.
Apenas escuché el maullido bajo. Apenas. Fue un milagro lo que hice. Con mis ojos ardiendo, mi piel ardiendo, mi mano ardiendo, no podía creer que encontré al viejo calicó casi ciego escondido en un rincón junto a la puerta, temblando. La cargué en brazos, jadeando, llorando porque me picaban mucho los ojos. El calor era horrible, y entonces no sabía que pasaría mucho tiempo antes de que volviera a tomar una ducha caliente. Salí corriendo por la puerta principal, tosiendo, tosiendo, tosiendo. Apenas podía ver mientras trataba de bajar los escalones, tropezando y perdiendo el de abajo, lo que me envió volando por la acera, aterrizando con fuerza sobre mis rodillas. El gato se fue corriendo lejos de mí y del fuego mientras yo trataba de respirar, presa del pánico, sabiendo que tenía que escapar. Sabiendo que los vecinos a ambos lados de la señora Pearl también necesitaban alejarse. Pero mis piernas no funcionaban. Tampoco mi cerebro. Estaba demasiado ocupada tratando de que mis pulmones respiraran. —Maldita idiota —explotó una voz, enojada, tan enojada, desde algún lugar cercano. Una fracción de segundo después, dos brazos me rodeaban, uno debajo de mis rodillas, el otro sobre mis hombros, y luego estaba en el aire, acurrucada contra un pecho mientras tosía con tanta fuerza que me dolía el estómago. —Estúpida, estúpida idiota, —siseó la voz cuando sentí que nos movíamos. Ni siquiera pude reunir la energía para averiguar quién diablos me llevaba, mucho menos decirles que no era una idiota. Mis pulmones no funcionaron, y solo tosí más fuerte, con todo mi cuerpo dentro. La voz masculina junto a mi cabeza maldijo y maldijo de nuevo, “joder” y “mierda” y "maldita sea”. El tono tan amargo y áspero como había sido el humo. Pero no pude concentrarme. No me importaba. Mi mano estaba empezando a palpitar insoportablemente y todavía no podía recuperar el aliento. Había otras cosas de las que preocuparse.
Sentí que me bajaban en lugar de verlo realmente. Sentí la hierba bajo mis piernas y mis pies descalzos; cuando diablos perdí mis zapatos, no tenía ni idea. Escuché las voces de Josh y Louie mezcladas con otras desconocidas. Lo más importante es que escuché el ruido de la sirena de un camión de bomberos, y quizás también escuché la ambulancia. Pero estaba tosiendo demasiado fuerte, tratando de proteger mi mano. Algo suave me pasó por los ojos y la boca: una camiseta. Y todavía tosí. —Josh, trae un vaso de agua, —ordenó la voz masculina, baja y gruñendo contra mi oído. Era Dallas. Me tomó un segundo, pero sabía que era él agachado a mi lado, con un peso alrededor de mi espalda como gesto de apoyo. Él era quien me había llevado. Por supuesto que fue él. ¿Quién más sería? —¿Puedes decir ...? —No podía recuperar el aliento. Un lado de mi rostro estaba presionado contra algo duro, cálido y firme. Cerré los ojos, tratando de recuperar el aliento—. Señora Pearl... conseguí su gato, pero... ¿saltó de mis brazos? —Que se joda el jodido gato, —escupió la voz junto a mi oído. Lo que tenía que ser su brazo alrededor de mi espalda se movió más abajo, colgando alrededor de mis caderas. Me acerqué más a lo que tenía que ser su cuerpo a mi lado. Algo presionó contra mi mejilla, sus palabras casi ahogadas—. Pequeña idiota estúpida. Maldita idiota estúpida... —Tenía que hacerlo, —le susurré, levantando la cabeza. ¿Sus labios habían estado en mi mejilla? —¿Tenías que hacerlo? ¿Tenías que hacerlo? Fue Louie, mi pobre y maravilloso Louie quien se lo explicó. —Papá se cayó y se golpeó la cabeza, y nadie se detuvo a verlo, —le dijo, palabra por palabra, de la misma manera que yo le había contado la historia en el pasado, menos algunos detalles—. Es por eso que tienes que ayudar a las personas que lo necesitan, —finalizó, su pequeño pecho temblando de emoción ante los recuerdos que estaba segura de que estaba viviendo ahora mismo gracias a mí.
Dallas miró de un lado a otro entre Louie y yo, su propio cuerpo continuaba con los temblores que había sentido originalmente. Estaba bastante segura de que murmuró: —Jesucristo, maldita sea, —pero no podía estar segura. —¿Dallas? —La voz suave y chirriante de la señora Pearl logró atravesar mi tos. —No te muevas, Diana, —ladró Dallas. Algo tierno presionó contra mi sien y mi mejilla. En algún lugar de la parte de atrás de mi cabeza, supuse que era su nariz al lado de mi ojo, su boca en mi mejilla—. La ambulancia estará aquí en un segundo. No te muevas, —me dijo una última vez antes de que me dejara su apoyo. En menos de dos segundos después de que se movió, fue reemplazado por un cuerpo mucho más pequeño. Uno que me resultaba tan familiar como el mío. Uno que se subió a mi regazo y se apretó contra mí, gimiendo y temblando como lo había hecho la pobre Mildred cuando la encontré. —¿Estas muriendo? —Louie preguntó contra mi oído mientras trataba de enterrarse dentro de mí, apretando mi mano contra mi estómago, haciendo que me doliera aún más. Pero no pude decirle que se moviera. Negué con la cabeza, apretando los dientes por el dolor. —Acabo de inhalar... mucho humo, Goo. —Tosí un poco más, bajando la frente hasta que un lado tocó la parte posterior de su suave cabello. —¿Vas a vivir? —Su voz se quebró, y eso destrozó mi corazón y me hizo sentir como una idiota egoísta. Asentí con la cabeza de nuevo mientras mis pulmones intentaban deshacerse de más humo. —Voy a vivir. Se estremeció y tembló aún más. —¿Lo prometes?
—Lo prometo, —dije con voz ronca, moviendo mi brazo entre nosotros para envolverlo alrededor de su espalda. Las sirenas se hicieron cada vez más fuertes, y por el rabillo del ojo pude ver las luces brillantes y parpadeantes cuando se detuvieron frente a la casa de la señora Pearl. Antes de darme cuenta, los bomberos estaban dando vueltas alrededor de la casa, y vecinos de todo el vecindario aparecieron repentinamente en las calles cercanas. Josh regresó y puso un vaso de agua en mi mano antes de acercarse rápidamente detrás de mí y envolver sus brazos alrededor de mi cuello, su cara presionando contra el lado opuesto al de Louie. Me abrazó fuerte. Tragué el agua y vi cómo la ambulancia se estacionaba un par de casas más abajo. Los paramédicos fueron directamente hacia la señora Pearl, quien apenas noté que estaba justo donde la había dejado, al lado de Dallas, quien sostenía una de sus manos con Jackson cerca. Solo les tomó unos minutos ponerla en una camilla con una máscara sobre su rostro, y fue en ese momento que otra ambulancia se detuvo en la calle. —Estaba tan asustado, —admitió Josh en mi oído mientras subían a la señora Pearl a la ambulancia. No había forma de que pudiera decirle que había estado tan asustada como él.
Sabía que era tarde cuando me desperté. Demasiada luz entraba a través de las cortinas cuando mis ojos finalmente se abrieron, mi mano me dio más que un suave latido cuando por fin me desperté y fui capaz de comprender el dolor que irradiaba. No fue demasiado sorprendente que estuviera sola en la cama cuando me acordé de que los tres nos amontonamos en medio de la noche. Los
paramédicos me habían revisado para asegurarse de que iba a estar bien, haciéndome respirar a través de una máscara que tenía a los niños llorando de una manera que nunca quería volver a ver, y vendando mi mano después de que les dije que de ninguna manera iba a ir al hospital. Eran más de las cuatro de la mañana cuando finalmente entramos con dificultad, y me di una ducha, cuando salí, encontré a Josh y Louie esperándome en mi cama ya bajo las sábanas. Habían pasado años desde que Josh se acostó conmigo. Años. Pero ahora... bueno, lo entendí y, sinceramente, estaba más que un poco agradecida. Anoche, me había ido a la cama confundida por la reacción de Dallas a mi caja de herramientas, y lo siguiente que supe era que había corrido a la casa en llamas de su abuela para buscarla. Estaba jodidamente asustada. Toda la noche anterior me había asustado muchísimo. Podría admitirlo. Si pudiera regresar, no haría lo que hice, pero… desearía que no hubiera llegado a eso. ¿Qué harían los chicos sin mí? Deslizándome fuera de la cama, mis hombros gritaron en protesta por lo que estoy segura había sido su uso cuando ayudé a la señora Pearl a salir de su casa. Mi mano comenzó a palpitar aún más dolorosamente por la quemadura que adornaba su palma. Mis rodillas solo me dolieron un poco cuando las sábanas las rozaron. No me había molestado en ponerles tiritas. Estaban raspadas, pero había tenido peores. Me tomó unos minutos ir al baño, ponerme un poco de miel en las raspaduras y cepillarme los dientes torpemente con la mano izquierda. Mi cabeza y garganta estaban adoloridas y en carne viva desde la noche anterior. Y fue justo entonces, mientras intentaba cepillarme los dientes con la mano equivocada, cuando me di cuenta de lo que había hecho. Me quemé la mano que uso para cortar el cabello.
Volteando mi mano, miré sobre el área que estaba cubierta por una gasa. —Mierda. ¡Mierda! —La mayoría de mis dedos estaban bien, pero...— ¡Hijo de puta! Me palpitaba la cabeza. Mis ojos se humedecieron. Me había quemado. ¿Qué diablos se suponía que debía hacer? Usaba mi mano derecha para todo. Todo. Con tanta gasa, no podía cortar el cabello, ni siquiera sostener una brocha para colorear. Tenía la sensación de que cualquier cosa que me obligara a estirar la piel me iba a causar un mundo de dolor. —¡Mierda! —Maldije de nuevo, apretando los dientes durante todo un minuto antes de pensar en la señora Pearl y en lo que habría pasado si no hubiera intervenido. Mi mano por una vida. Mi mano por una vida y la vida de un gato. No había sido por nada. Pero, no podía creer que había sido tan estúpida al tocar el pomo de la puerta con mi mano derecha. Mierda. —¿Tía Di? —La voz de Josh llegó desde la puerta. Tragué saliva y puse una sonrisa en mi rostro que no era completamente falsa. Todavía estaba en pijama de la noche anterior, y parecía que había estado despierto por un tiempo. —Oye. Me acabo de despertar. Josh miró entre la mano que sostenía y mi rostro. —¿Estás bien? Asentí con la cabeza, sin confiar en mis palabras. —¿Duele? No me gustaba mentirles, así que asentí de nuevo. —¿Mucho? —He tenido peores, —le dije en voz baja, también sin mentir. Era la verdad. Tenía un dolor peor. No había sido físico, pero eso no importaba.
No parecía que me creyera del todo, pero lo dejó pasar. —¿Ya comiste? —UH Huh. —¿Lo hizo Louie? —UH Huh. —¿Qué? —Cereal y un banano. —Bueno. —Hice un gesto hacia él, llamándome idiota por lo que había sucedido—. Tengo mucha hambre, —dije. Josh caminó a mi lado hacia la cocina, observando mientras me ponía mis pantuflas y observando aún más de cerca mientras acunaba mi mano en mi estómago nuevamente. Pero no dijo nada. Louie me sonrió cuando lo vi en la sala de estar sentado en el sofá frente al televisor jugando videojuegos. Si quería actuar como si ayer no hubiera pasado, que así fuera. Lo último en lo que había estado pensando antes de quedarme dormida era en lo que les diría a mis padres y a los Larsens cuando vieran mi mano. Pensé que simplemente no podía decirles, pero con estas dos bocas grandes, iba a salir a la luz en algún momento. Ya temía los comentarios que harían. —Buenos días, Goo, —lo saludé, dando dos pasos hacia adelante antes de detenerme en el lugar directamente frente al televisor y mirarlo. Había estado sentado bastante alto en el aire, pero cuando le di otra buena mirada me di cuenta de por qué parecía estar más alto en el sofá de lo habitual. Era la manta de Iron Man debajo de él lo que no me había hecho mirar demasiado de cerca el sofá, pero ahora que lo hice… me di cuenta de que estaba sentado en algo.
Sentado sobre alguien. Era un hombre alto de cabello corto y oscuro, dormido boca abajo en el sofá con un bíceps cubriendo un lado de su cara. Y Louie estaba sentado en lo que solo podía asumir que era su trasero mientras jugaba videojuegos. —¿Estás sentado sobre Dallas? El niño de cinco años sonrió y asintió con la cabeza, susurrándome —Shh. Él está durmiendo. Podía ver eso. ¿Cuándo diablos había entrado en la casa? No me importaba que él estaba ahí, -por supuesto que no-, pero estaba confundida. Pensé que simplemente le preguntaría a Josh, pero le dije a Lou en su lugar: —Quítate de encima de él, Lou. Él está durmiendo. —Me dijo que estaba bien, —argumentó—. Deja de hablar tan alto. Oh Dios mío. ¿Este niño me estaba diciendo que me callara? Abrí la boca y la cerré de nuevo, mirando al hombre dormido debajo de él. Dándole a Lou una mirada que no vio porque había vuelto su atención a su juego, seguí yendo a la cocina donde Josh había desaparecido. Él ya me estaba esperando, inmediatamente me entregó la caja de mi cereal de fresa favorito y me pelaba el banano mientras yo sacaba la leche, mirándome con esos ojos marrones tan parecidos a los de Rodrigo y los míos. —¿Cuándo llegó Dallas? —Le pregunté en voz baja. Josh vaciló por un segundo antes de tomar el galón de leche de mis manos y verterlo en el cuenco por mí. —Alrededor de las ocho. Louie me despertó cuando escuchó los golpes. —¿Verificaste para asegurarte de que era él antes de abrir? Me dio una mirada mientras volvía a poner el tapón a la leche. —Si. No soy un bebé.
—Solo me estoy asegurando, —murmuré de vuelta—. ¿Qué dijo él? —Entró y preguntó si estabas bien. Luego dijo que estaba muy cansado y que iba a tomar una siesta en el sofá —De espaldas a mí mientras dejaba la leche dentro del refrigerador, me preguntó—: ¿Estás enojada de que esté aquí? Sacando una cuchara del cajón, me la metí en la boca mientras movía mi tazón de cereal al borde de la encimera. —¿Qué? No. Solo me sorprendió... él está aquí. ¿Dijo algo sobre la señora Pearl? —No. —¿El tono de Josh se había vuelto ronco o lo estaba imaginando? Pareció pensar en algo por un segundo antes de agregar con una voz extraña—: Anoche te llamó estúpida. Con la cuchara en mi boca, me di cuenta de que tenía razón. Me había llamado estúpida e idiota. Una maldita idiota estúpida o algo así. ¿Eh? —Fuiste tonta, —susurró Josh, sus palabras hicieron que mi cabeza se girara para decirle que no me hablara así. Pero la expresión de su cara me hizo guardar mis comentarios para mí. Si la rabia y el dolor pudieran tener un hijo, eso fue lo que se habría reflejado en el rostro de mi sobrino. Me dieron ganas de llorar, especialmente cuando sus ojos se agrandaron mientras luchaba contra la emoción dentro de él—. Podrías haber muerto, —acusó, sus ojos brillaron en el tiempo que me tomó parpadear. El susto de la noche anterior pareció crecer dentro de mí de nuevo, las posibilidades frescas y aterradoras. Mis propios ojos se pusieron un poco llorosos cuando empujé el cuenco lejos del borde del mostrador y me paré enfrentándome a Josh. No tenía sentido mentirle o intentar interpretar la situación como algo menos de lo que había sido. A veces era fácil olvidar lo inteligente que era, lo maduro y sensible que podía ser este niño de once años. Así que le dije la verdad, nuestras miradas se encontraron. —Lo sé, J. Siento haberte asustado. Yo también estaba asustada, pero no había nadie más ahí fuera
—Tenemos vecinos, —declaró, su voz baja y desigual, así que supe que no quería que Louie escuchara lo que estaba pasando entre nosotros—. Podrían haber entrado para que no tuvieras que hacerlo. —Josh. —Extendí la mano y traté de tomar las suyas, pero él las escondió detrás de su espalda, haciéndome suspirar exasperada—. Nadie más estaba ahí fuera. No quería hacerlo, pero no podía dejar a la señora Pearl allí y lo sabes. Su garganta se balanceó y apretó los ojos cerrados, matándome un poco por dentro. —Te amo a ti y a tu hermano más que a nada, J. Nunca te dejaría intencionalmente, —susurré, mirando su cara mientras presionaba mi palma buena contra mi muslo—. Lamento haberte asustado, pero no tuve otra opción que ir allí y buscarla. No siempre puedes esperar a que alguien más haga lo correcto cuando puedes hacerlo tú mismo. Josh no dijo nada durante mucho tiempo mientras estaba parado frente a mí. Sus ojos permanecieron cerrados. Sus manos se mantuvieron apretadas a los costados. Pero finalmente, después de lo que pareció una eternidad, los abrió. No estaban vidriosos. No estaban doloridos ni enojados. Parecían más resignados y no estaba segura de cómo me hacía sentir eso. —Todo el tiempo pasan cosas malas y no podemos controlarlas. Nunca sabrás cuánto lamento que hayas tenido que aprender eso por las malas. Pero te amo, y no podemos tener miedo de una mierda sobre la que no podemos hacer nada. Podemos estar felices de estar vivos y disfrutar de lo que tenemos. No sé si me pasará algo malo ahora o dentro de cincuenta años, pero haría cualquier cosa para quedarme con ustedes dos —Toqué su mejilla y lo vi dejar escapar un suspiro tembloroso—. Y como solía decirme mi abuela, el diablo probablemente me echará del infierno el día que muera. No iré a ninguna parte sin luchar. Me miró en silencio por un momento antes de preguntar: —¿Lo juras?
—Lo juro. —Toqué su cabeza y él no se apartó de mí esa vez—. Lo siento, ¿de acuerdo? —Yo también. No eres realmente tonta. —A veces la gente dice cosas locas cuando está molesta y no es su intención. Lo entiendo. Agachó la barbilla, pero mantuvo contacto visual conmigo. —Haces eso a veces. —¿Cuándo? —Cuando estás... ya sabes... —Sus mejillas se sonrojaron—. En ese, momento de cada mes. Nunca me iba a perdonar por tener que introducirlo en el período femenino tan temprano en su vida, pero había sucedido y no había nada que pudiera hacer para cambiarlo. Era él pensando que me estaba muriendo, pensando que era un vampiro o sabiendo la verdad. Me fui con la verdad. Comencé a asegurarme de cerrar con llave la puerta del baño después de ese incidente en el que él entró y me encontró en medio de envolver una toalla de noche usada. Nos tomó como dos semanas hasta que finalmente pudimos mirarnos a los ojos nuevamente después de eso. —Cuida tu boca tonto. Siempre soy agradable. Eso lo tuvo resoplando. —¿Qué? Lo soy. —Le sonreí. —Claro, Tía. Le saqué la lengua, complacida cada vez que me llamaba tía, ya que ahora lo hacía muy pocas veces, y sacó la suya. —Buen día. —La voz de Dallas nos hizo saltar a los dos, su sonido unas cincuenta veces más ronco de lo normal.
Me volví para mirarlo, recordando de repente lo enojado que había estado horas atrás y sintiéndome insegura. La expresión de su cara cuando se movió a la cocina y apoyó la cadera contra el mostrador tampoco ayudó. De hecho, Dallas parecía más enojado de lo que nunca lo había visto. ¿Cómo podía alguien despertar tan enojado? Esos ojos claros de color avellana se posaron en los de Josh por un momento, una breve sonrisa cruzó su boca. —Oye, Josh. —Se acaba de despertar, —explicó mi sobrino rápidamente. Los ojos de Dallas volvieron a mirarme, la leve sonrisa en su cara se desvaneció antes de mirar los antebrazos que había cruzado sobre mis senos. Me había cambiado desde la noche anterior, y la camiseta holgada que tenía escondía todo. —Lo sé. —Volvió a mirarme y yo vi los tendones que sobresalían a lo largo de la columna de su cuello. ¿Su mandíbula sobresalía más de lo normal o me lo estaba imaginando?—. J, ¿puedo hablar con tu tía a solas un minuto? El pequeño traidor asintió. —Bueno. Entonces llevaré a Mac a dar un paseo. —No vayas muy lejos, —dijimos Dallas y yo al mismo tiempo, mirándonos con atención. Josh nos dio una expresión horrorizada, pero así, desapareció. Mi vecino inclinó la cabeza hacia la puerta de la cocina que conducía al patio trasero, y lo seguí, tratando de decidir si bajarme la camisa o no. Ya me había visto con solo una camiseta sin mangas y ropa interior la noche anterior, al menos no me había puesto tanga en la cama. En el porche trasero, Dallas dio un paso hacia abajo para estar a mi altura y me miró con esa mirada intensa, sus labios apretados. Incluso con él dándome la ventaja, todavía era más alto que yo. Le levanté las cejas, recordando brevemente que anoche me había llamado cosas que no habían estado bien. —¿Está bien la señora Pearl? —fue lo primero que pregunté.
—Ella está bien, —respondió con una voz tranquila y fría. Con cuidado, dijo—: Le salvaste la vida. Y arriesgué la mía. Solo pensar en eso envió un escalofrío por mi espalda. —No podía dejarla ahí. Cualquiera lo hubiera hecho. Dallas se mordió el labio de nuevo, esa franja rosada de carne se volvió blanca con la presión. —No, no lo habrían hecho. —Cualquier persona decente lo habría hecho. —No, no lo harían, —refunfuñó, balanceando su nuez de Adán—. Nunca podré pagarte por eso. Fruncí el ceño. —No tienes que hacerlo. Sus labios se movieron, pero no salió ningún sonido, y puso su atención en algo sobre mi cabeza. —Me fui a la cama y no escuché nada hasta que Josh llamó a la puerta. ¿Josh hizo eso? —No sé qué habría hecho si algo le hubiera pasado... —Dallas siguió adelante, su atención todavía lejos de mí—. Te debo todo. Oh Dios. Me estaba poniendo incómoda. —Está bien, de verdad. Y luego, volvió esos ojos color avellana hacia mí una vez más y parpadeó. Pero no fue un parpadeo normal. Era el tipo de parpadeo que cambia tu vida. El tipo de parpadeo que notas lo suficiente como para marcar este momento en la historia. Era una preparación. Un amortiguador. Era todo. Y luego cortó el aire con la mano, enojado. —Pero si alguna vez vuelves a hacer algo tan jodidamente estúpido... —Whoa, whoa, Whoa, —lo interrumpí, sorprendida por la furia en su tono.
Levantó un dedo, silenciándome. —Lo que hiciste anoche fue la maldita cosa más estúpida que alguien haya hecho, ¿me escuchas? Entiendo que fuiste a buscarla, pero eres una maldita idiota, y eres una maldita idiota más grande por volver a buscar al maldito gato. Mis labios se abrieron por un momento antes de cerrarlos. —¿Querías que dejara morir al gato? —pregunté, un poco indignada. La mirada exasperada que me dio hizo que los vellos de la nuca se pusieran de pie. —El gato tiene dieciséis años y tú tienes dos niños y toda tu vida por delante. ¿Estás bromeando? ¿Vas a arriesgar tu vida por Mildred? Aunque reconocí que tenía razón, y que yo había tenido exactamente el mismo pensamiento cuando la señora Pearl me suplicó que salvara a su amado gato, no me gustó la brutal honestidad en su tono. Tampoco era una fanática de la acusación y la posibilidad que él planteó a la vanguardia de mi cerebro una vez más. Tenía dos hijos. No era que no estuvieran bien sin mí, pero era… bueno, no podía hacerles eso. No podría ser la tercera persona en sus vidas en irse tan inesperadamente. Nunca había tomado una sola clase de sociología o psicología, pero mis entrañas gritaban que lo más probable era que dos pequeñas esponjas tan temprano en sus vidas no pudieran manejar ese tipo de pérdidas y superarlas muy bien. El hecho es que mientras no me había pasado nada, algo podría haber pasado. ¿Y entonces qué? Por otra parte... Hubiera saltado a un edificio en llamas por Mac. Comprendí de dónde había sacado la señora Pearl las pelotas para pedir un héroe. Independientemente, esa culpa se enterró profundamente en la parte posterior de mi cerebro, y sentí que mi rostro se calentaba. Josh ya me había dado suficiente mierda a solo unos minutos de estar despierta. Nunca había manejado bien la culpa. —Estoy bien. Mildred está bien. Tu abuela está bien. Si pudiera hacerlo todo de nuevo… —Bueno, no estaba segura de que hubiera
vuelto a buscar a Mildred—. No importa. Todo salió bien. La señora Pearl está bien. Estoy bien. Todo está bien. Mis palabras no hicieron nada por la ira que burbujeaba a través de su piel, ojos y boca. Dallas negó con la cabeza y se llevó las manos a la cara de la misma manera que la noche anterior cuando me pidió mi caja de herramientas. ¿Estaba rojo? —Si hubiera pasado algo... —Se calló, el sonido en su garganta angustiado. Extendí la mano hacia su antebrazo. —Dijiste que tu abuela está bien. No puedes pensar en lo que pudo haber pasado... —¡No es en Nana en quien estoy pensando, Diana! —Explotó, todo su cuerpo inclinado hacia mí—. ¡No tienes que salvar a todo el jodido mundo! El aliento salió de mis pulmones en una exhalación aguda y parpadeé ante el hombre que irradiaba tanta jodida furia, no sabía qué decir ni cómo reaccionar. —Si algo te hubiera pasado... Me ahogué. ¿Yo? ¿Él también estaba preocupado por mí? La mano conectada al antebrazo que había estado tocando llegó a la altura de mis ojos. Sus dedos fueron a mi barbilla, ahuecándola mientras me miraba directamente a los ojos. —Si algo te sucediera, no estaría bien. Nunca estaría bien, —prácticamente siseó. Sabiendo que era una idiota pidiendo el dolor de mi vida, todavía me dejé inclinar hacia delante en su toque, pero no podía mirarlo a los ojos. En cambio, me concentré en su nariz incluso cuando sentí su mirada centrada en mis párpados. —Lo bueno es que vas a estar bien porque yo estoy bien. —¿Bien? —Su bufido me hizo mirarlo. Levantó una ceja marrón en una respuesta completamente inteligente que parecía tan en desacuerdo con el hombre maduro y tranquilo que había comenzado a conocer—. Déjame ver tu mano.
Mierda. La maniobré parcialmente detrás de mí trasero, como si él no hubiera vislumbrado ya la envoltura que la rodeaba. —Se curará, —le dije. Se estaba molestando de nuevo. Podía sentirlo saliendo de su cuerpo. —¿Pasó por el gato? Él y el jodido gato. Jesús. —¿Por qué odias tanto al gato? Y no, Dr. Evil31, no sucedió entonces —Durante el rescate de Mildred, casi muero por la inhalación de humo, o al menos eso es lo que me sentí en ese momento—. Sucedió cuando intenté abrir la puerta de su casa. La perilla estaba caliente. —Está bien, eso fue el eufemismo del mes. Tuve una quemadura de segundo grado por eso, y ni siquiera quería comenzar a reconstruir lo que iba a hacer con una mano quemada y mi trabajo. ¿Cuánto tiempo tardaría en sanar? ¿Cuánto tiempo tendré que despegarme del trabajo? ¿Podría sostener las tijeras en la mano una vez que mejore un poco? No tenía idea, y eso me hizo entrar un poco en pánico. Está bien, más que un poco. No tenía una gran cuenta de ahorros; Apenas había empezado a ponerme de pie después de tomarme un tiempo para visitar a Vanessa, y pedirle dinero a mi familia o a Van me parecía una maldita idea horrible. Probablemente podría arreglármelas sin trabajar durante un par de semanas, pero eso era todo, y eso era conmigo contando cada centavo y sin perder uno solo. Había dinero en la cuenta que había reservado para los chicos de la póliza de seguro de vida de Rodrigo, pero nunca jamás lo tocaría. Era de los chicos. Sus párpados colgaban bajos sobre esos ojos color avellana, y capté un destello de sus dientes cuando mordieron el interior de su mejilla por un momento. Cuando no hizo ningún comentario sobre mí llamándolo Dr. Evil, supe que Dr. Evil es un personaje ficticio interpretado por Mike Myers, de la serie de películas de Austin Powers. Es el antagonista de la serie y archienemigo de Austin Powers. 31
estaba realmente enojado. Parecía que estaba reflexionando sobre mis palabras... o hablando a sí mismo para no gritarme. Por la expresión asesina de su cara, podrían haber sido ambas cosas. Luego tragó saliva. —Fue estúpido. Realmente malditamente estúpido, y no creo que parezcas darte cuenta de que... —Lo hago, —discutí. Me dio una mirada de incredulidad. —Tienes dos hijos, Diana... La culpa punzó en mi pecho, y tragué al mismo tiempo que mis ojos se llenaron de lágrimas. —Lo sé, Dallas. Lo sé. Josh ya… —Mi voz se quebró y bajé la mirada a la parte inferior de la camiseta arrugada que tenía puesta. Era diferente a la que había usado en el cine la noche anterior—. Estaba tan enojado conmigo. Me siento fatal por haberle hecho eso. El suspiro que salió de él no fue ni siquiera una pequeña advertencia para las manos que llegaron a mis hombros y me dieron un apretón. No me preparó para los brazos que los rodearon después, o el pecho que entró en contacto con mi frente. Me había abrazado la noche anterior, ¿no? ¿No me lo había imaginado? Su voz no fue menos áspera o mezquina cuando dijo: —Nos asustaste como el infierno. ¿Lo hice? —Pensé que estabas enojado conmigo anoche cuando te fuiste, —le dije. Su suspiro fue tan profundo, entrecortado al salir. Los brazos que tenía a mí alrededor se tensaron, pero el resto de su cuerpo se relajó. —No estaba enojado contigo. Lo juro. Fueron otras cosas. —Tragó saliva, y juraría que una de sus manos ahuecó mi nuca—. Mira, tengo que irme mañana por un par de días. ¿Por qué me estaba diciendo esto? —¿Está todo bien? —Lo estará. Tengo que ir. No puedo reprogramarlo, —explicó, su respiración era tan profunda que hizo que mi cabeza se moviera—. Diana.
Una brisa golpeó la parte posterior de mis piernas cuando la puerta trasera se abrió y algo me pinchó en la pierna mientras estaba en los brazos de Dallas. —¿Me puedes hacer un sándwich? —La voz de Louie vino desde atrás—. ¿Por favor? Ni siquiera me congelé al ser atrapada. —Claro, dame un segundo, —le respondí rápidamente. Lou no dijo nada; se quedó allí, sin moverse. Podía sentirlo. Suspiré, mi boca a centímetros del esternón de Dallas. —Goo, deja de ser entrometido y dame un segundo, por favor. Hubo un murmuro y luego, —¿Puedo tener un abrazo también? Los brazos de Dallas se flexionaron y juró que lo escuché reír ligeramente antes de que uno de ellos cayera a mí alrededor mientras daba un paso atrás. —Tómala, amigo. Fue entonces cuando finalmente miré a Louie y descubrí que se había movido para pararse junto a mi cadera. El niño parpadeó y se acercó más entre nosotros. —No, tú también, —dijo con tanta facilidad que me dieron ganas de llorar—. Sándwich. Así, Dallas se agachó y levantó a Louie. Uno de esos bracitos me rodeó el cuello y apostaría mi vida al otro alrededor de Dallas. La única otra cosa que sabía con certeza era que un brazo demasiado musculoso para pertenecer a un niño de cinco años me rodeaba la espalda. El lado de mi cabeza se fue a un hombro y la mitad de mi pecho se aplastó contra uno mucho más duro. —Esto es agradable, —murmuró Louie en algún lugar cerca de mi oído. No pude evitarlo. Me reí, y de lo que estaba segura era que la mano conectada al brazo alrededor de mi espalda, estirada y cubriendo parte de mi vientre, las puntas de los dedos largos tocando mí ombligo. Respiré profundamente.
—¿Podemos hacer esto más seguido? —Lou continuó. —Lo haremos, —asintió la voz por encima de mi cabeza. ¿Qué iba a hacer? ¿Decir no, gracias? Podría hacer esto más a menudo. Podría hacer esto todos los días. Pero Dallas estaba casado y solo éramos amigos. No podía olvidar eso. Lo que tampoco podía olvidar era que no estaría casado para siempre. Y eso no significaba necesariamente nada bueno para mí.
Capitulo Veinte Lo que pasaba con ser vecinos del entrenador de tu sobrino y que tu jefa fuera pariente de dicho vecino/entrenador era que, si te pasaba algo, todos los que conocían iban a descubrir tus asuntos. Y eso fue exactamente lo que me pasó. En esos días después del incendio, Trip llamó y pasó por la casa. Algunos de los amigos de Josh del béisbol se enteraron y sus mamás dejaron comida. Recibí mensajes de texto de otros padres del equipo que nunca me habían saludado con la mano, haciéndome saber que, si necesitaba algo, los podía llamar. Hacer una buena acción no pasó desapercibido. Tal vez no tendría dinero para pagar la factura del cable, pero tendría gente dispuesta a cuidar a los chicos o cortar el césped. Fue una efusión de amor con la que no estaba familiarizada lo que nos llegó, esta vez de personas que eran prácticamente desconocidos. Lo cual estaba bien, porque cuando llamé a mis padres para decirles cómo me había quemado, porque sabía que sería peor si se enteraban de otra manera, mi mamá le había pasado el teléfono a mi papá. Estaba acostumbrada a que me llamara idiota, pero el trato silencioso fue peor. La última persona que necesitaba reprimir las cosas era esa mujer. Pasé esos primeros días yendo al salón para reprogramar mis citas y hablar con Ginny sobre lo que podía hacer mientras estaba fuera por un tiempo. Un rato. El mejor de los casos parecía ser de tres semanas. Contra el infierno o la marea alta, volvería al trabajo en tres semanas. Podía permitirme tomarme una semana, pero no podía tomarme más de tres.
Cuando no estaba en el salón o abatida en casa, sosteniendo mi mano quemada en alto y maldiciendo, fui a visitar a la señora Pearl en el hospital, quien permanecía allí por todo el humo que había inhalado y ella también había sufrido algunas quemaduras. —¿Cómo está usted, señora Pearl? —Le pregunté a la anciana después de dejar el jarrón de flores que le compré en la tienda de comestibles en la mesa frente a su cama. Con una bata de hospital verde menta descolorida, y con el cabello lacio y plano contra el cuero cabelludo, me miró con esos ojos azul claro parpadeando y suspiró. —La mitad de mi casa se quemó, pero estoy viva. Bueno, esa no era la afirmación positiva que esperaba recibir. Pero ella siguió adelante. —Me salvaste la vida, Diana, y nunca te di las gracias... —No tiene que agradecerme. Ella puso los ojos en blanco. —Lo hago. Lamento haber estropeado tu nombre. Eres una buena chica. Dal dice que estoy aburrida y me gusta presionar a la gente por eso. No quiero hacer ningún daño. Maldición. Sentándome en la silla junto a su cama, extendí la mano y la puse sobre la suya fría. —Sé que no. Está bien. Yo también soy insistente. Eso hizo que la anciana sonriera. —Eso he oído. Antes de que pudiera preguntarle de quién había oído eso, continuó. —Dal se fue, pero estará de regreso el miércoles, —dijo—. Ahí es cuando me dejan salir de este antro. Ya me había advertido de eso el sábado cuando se despertó en mi casa y luego pasó la mitad del día con los chicos y conmigo, dando vueltas antes de ir a visitar a la señora Pearl en el hospital. Pero no me había dicho a dónde iba, así que pregunté, —¿Está bien?
Pensaría que sabría que no se puede mentir a un mentiroso, y la señorita Pearl tenía mucha más experiencia que yo en tonterías. Por la sonrisa que me dio, supo que yo estaba pescando y la anciana dijo: —Oh, está bien. Simplemente genial. Y eso era todo lo que me había dado. Maldición. Así que un par de días después, cuando estaba acostada en el sofá con un vaso de leche en la mesa y un Pop-Tart de chocolate en una mano, viendo la televisión y preguntándome cómo diablos iba a sobrevivir dos semanas más sin trabajar, Me sobresaltó una cortadora de césped que cobró vida. Me tomó un par de segundos darme cuenta de que el sonido fuerte venía de cerca. Muy cerca. ¿Había alguien en mi casa? Balanceando mis piernas sobre el borde del sofá, miré por encima del respaldo para mirar por la ventana al costado de la casa. No vi nada. Revisé mi teléfono mientras me ponía de pie para asegurarme de que mi papá no había llamado y dijo que vendría, pero no había llamadas perdidas. Abriendo una de las persianas de la ventana, mirando hacia el césped delantero, me detuve, la dejé caer y luego la volví a levantar. Al mismo tiempo que estaba haciendo esto, se me puso la piel de gallina en la columna. Porque en mi jardín no había un extraño, sobre todo porque me había dejado llorar a gritos frente a él más de una vez. Tampoco fue solo Dallas cortando mi césped como si no fuera gran cosa. Era Dallas en mi césped sin camisa, empujando su cortadora de césped. Era Dallas en mi césped sin camisa. Se me puso la piel de gallina por todo el cuerpo. Todavía no estaba sudando, pero ni siquiera eso lo habría hecho más atractivo de lo que parecía en ese momento. No necesitaba nada para verse más atractivo de lo que lo hacía en ese momento. Una tanga o desnudez no era absolutamente necesaria.
Porque mis ojos vieron todo lo que necesitaban ver; lo que habían visto por última vez hace meses. Todo lo que necesitarían ver. Observaron la tenue forma de V de músculo justo donde descansaba la banda elástica de sus pantalones deportivos. Observaron esos músculos estriados en forma de bloque sobre su ombligo que se extendían en rectángulos prolijamente apilados. Luego estaban esos hombros que eran simplemente perfectos. Y esos brazos y antebrazos. Me encantaban los antebrazos. Los amaba. Especialmente los suyos. Incluso podía ver las venas que recubren los suyas desde mi ventana. Sin embargo, sobre todo, observé cada centímetro de piel tatuada que lo cubría. Este era mi pago por quemar la mierda de mi palma por lo que parece. La tinta marrón que había visto junto a su codo era parte de un ala que envolvía todo su bíceps, extendiéndose sobre su pecho. Justo entre sus pectorales estaba la cabeza y el pico de un águila. Otra ala parecía rodear su brazo opuesto, casi un espejo perfecto del primero. Dios ayúdame. La vista fue aún mejor la segunda vez. ¿Iba a salir específicamente para ver de cerca los detalles de las alas del águila? No hay manera en el infierno. Pero, ¿iba a salir a ofrecerle un vaso de agua a pesar de que podía cruzar la calle fácilmente para tomar algo en su propia casa? Maldita sea. Por un breve momento, pensé en ponerme algo más que el pijama, pero… ¿cuál era el punto? Sería obvio si lo hiciera y, a pesar de que era un amigo, una persona y un vecino maravilloso, estaba casado. Se está divorciando. La misma cosa. Y había desaparecido durante días en algún lugar. No había nada malo en usar mis ojos en él. Repetidamente. Simplemente no miraría su trasero o su paquete. Eso sería cruzar la línea. Cualquier cosa desde la cintura para arriba era un juego limpio, razoné.
Dejando mi cabello suelto alrededor de mis hombros, abrí la puerta y salí justo cuando él terminaba de pasar por el césped lejos de mí, girando la podadora en el último minuto. Debo haber llamado su atención de inmediato porque levantó la vista de su enfoque en la hierba para mirarme, y lo saludé con la mano, sonriendo demasiado para alguien que no era mío y no podía serlo. Cuando no apagó la máquina, hice un gesto de beber hacia mi boca y él negó con la cabeza. Bueno. ¿Qué se suponía que debía hacer ahora? Lo miré por un momento, notando que había algo diferente en él, pero no podía entender qué. Su cortadora de césped tenía una bolsa, pero tenía que vaciarla. Cuando escuché que el motor se detenía, ya había llegado al cobertizo para agarrar un par de las bolsas negras grandes que usabamos para las hojas y abrir la puerta que conducía al frente. Dallas estaba ocupado sacando la bolsa de la parte trasera de la máquina cuando me acerqué a él. —¿Qué estás haciendo aquí? —Le pregunté, diciéndole a mis ojos que mejor no me apuñalaran por la espalda en ese momento y se alejaran de algún lugar donde no tenían nada que hacer. —Buenos días, —dijo en esa voz baja—. ¿Te desperté? —No. —Usé mi barbilla para señalar la bolsa en mis manos—. Puedo sostenerla con una mano, ¿puedes verter y sostener el otro lado de la bolsa también? —Él asintió con la cabeza y lo hizo, colocando el accesorio de nuevo en la podadora mientras yo agitaba los recortes para que se asentaran en la parte inferior— . Entonces, ¿puedo preguntar qué estás haciendo exactamente? —Se llama cortar el césped, —me informó, su atención todavía centrada en la máquina pintada de rojo—. Te he visto hacerlo antes. Y la gente pensaba en mí como un sabelotodo. —Estoy siendo seria. ¿Qué está haciendo, profesor X? Estaba pensando en hacerles sentir culpables a los chicos para que lo hicieran por su cuenta.
Me miró con esos iris de color marrón dorado antes de volver a concentrarse en la bolsa de basura frente a él. —Tengo cabello y tu césped necesitaba ser cortado. Tu mano está jodida. Acabo de regresar y no tengo ningún trabajo programado para hoy. —No tenías que hacer nada... Se puso de pie en toda su altura y me miró fijamente. —Acepta la ayuda, Diana. Solté un suspiro y seguí mirándolo, todavía tratando de ver por qué se veía diferente. Cruzó los brazos sobre el pecho y me tomó cada gramo de fuerza que tenía para no mirar la cabeza de águila. —¿Es con todo el mundo, o solo yo? Apretando mis labios, llevé mi mano a mi pecho y observé mientras me miraba. Juraría que se le rompió un tendón del cuello. Pero le dije la verdad. —Tú, sobre todo. No quiero aprovecharme de ti. No soy tímida para pedir cosas. —No pensé que supieras cómo ser tímida. —Arqueó una ceja—. No te estás aprovechando de mí. Ya hablamos de esto. —Bien, pero tampoco quiero hacerte sentir raro. Su respuesta fue baja y firme. —Te he visto en ropa interior y eh peinado liendres de tu cabello, cariño. Creo que hemos superado eso. Me concentré en una cosa y solo en una cosa. ¿Cariño? ¿Yo? Todavía estaba pensando en su elección de palabras cuando preguntó: —¿Cómo está tu mano? ¿Qué mano? ¿Había algo mal en mi mano?
—Tu mano quemada, —dijo, levantando ambas cejas, una leve sonrisa jugando en sus labios. Jesucristo. Lo había perdido. Tragué. —Lo mismo de siempre. Duele. Estoy tomando analgésicos cuando se pone muy mal, pero no muchos. Tengo que ponerme una bolsa de goma alrededor de la mano para ducharme. Me corté afeitándome. No me he lavado el cabello con shampoo en cinco días. Me toma más tiempo hacer todo con esto, pero viviré. —Pobre y adolorida, pero podría ser peor—. ¿Puedo ayudarte con algo? —Nop. —De verdad. Puedo ayudar. Tengo una buena mano y estoy muy aburrida. Solo han pasado unos días, pero no sé cómo voy a lograr que me quede atrapada en casa. —Eso era decir poco. Fui a ayudar a mi mamá en la tienda en la que trabajaba, pero solo llegué tres horas antes de que sus comentarios sobre mi inteligencia de porque entre en una casa en llamas, fueran demasiado y me fui. Esos ojos color avellana estuvieron sobre mí durante un par de segundos antes de que su boca se torciera. Se llevó las manos a las caderas y me dije a mí misma: No mires, Diana. No mires hacia abajo. La pregunta salió de mi boca antes de que pudiera detenerme. —¿Eres realmente patriota o simplemente te gustan las águilas? Sus cejas se elevaron y con una cara seria, miró su pecho antes de volver a centrarse en mí. —Mi papá tenía este tatuaje en el brazo. —Luego, como si lo que le había preguntado no fuera gran cosa, preguntó—. ¿Necesitas algo que hacer? Asentí con la cabeza, diciéndome que debía dejar de ver el tatuaje. —¿Estás segura? ¿Solo usarás una mano? ¿Por qué el primer pensamiento que me vino a la cabeza fue sucio?
¿Y por qué mi rostro se puso rojo mientras pensaba en eso? —Lo juro. Dallas inclinó la cabeza hacia un lado. —No empezaste con el quarterpipe de Louie mientras yo no estaba, ¿verdad? Allí estaba. Otro recordatorio de que había ido a alguna parte. Hmm. —Nop. —Entonces puedes ayudarme a construirlo. “Mierda”, salió de mi boca antes de que pudiera detenerla y él sonrió. —O puedo hacerlo solo. —Hizo una pausa durante un segundo antes de decir—: Si me dices que puedes hacerlo tú misma... Puse los ojos en blanco. —No, —murmuré—. Si insistes en ayudar, podemos hacerlo juntos, y juntos, quiero decir que te quedarás atrapado haciendo la mayor parte porque solo tengo una mano, pero haré todo lo posible. —Me encogí de hombros—. Sería bueno sorprenderlo mañana. Hoy pasará la noche con los Larsens. ¿Crees que podemos hacerlo? La pequeña sonrisa que apareció en la boca de Dallas fue como un petardo directo a mi corazón. —Podemos hacer nuestro mejor esfuerzo, —ofreció con toda esa paciencia y naturaleza tolerante que me gritaba. Haría lo que fuera por Dallas Walker. Pero todo lo que dije fue: —Está bien. Estoy lista cuando tú lo estés. —Dame quince para que pueda terminar aquí y poner esto al otro lado de la calle, —se comprometió. Asentí. —Te veré en el patio trasero. No le tomó los quince minutos completos para llegar. Agarré mis guantes de jardinería del cobertizo mientras esperaba y me puse uno, y después de pensarlo por un momento, saqué mi caja de herramientas también. Todavía no entendía
lo que le había pasado esa otra noche, pero no lo había mencionado, y yo tampoco lo iba a hacer. De lo único que quería hablar era de adónde había ido, pero me hice la promesa de que no iba a preguntar. No lo iba a hacer. Dallas también había venido preparado por lo que parecía cuando abrió la puerta y la cerró detrás de él, dándole a Mac, que estaba afuera conmigo, un masaje en la cabeza. Desafortunadamente, o supuse que afortunadamente, se había puesto una camiseta. Era una de sus camisas raídas en la que solía trabajar con las manchas en todos los lugares al azar. —Sé que son viejas. Levanté mis ojos hacia los suyos y fruncí el ceño. —¿Qué? —Mi ropa. —dijo, dándome la espalda mientras se dirigía directamente hacia una de las cajas, con el martillo en la mano. Se adelantó y abrió la tapa con el lado de la garra del martillo—. Odio ir de compras. Enderezándome, seguí frunciendo el ceño, de repente avergonzada de que me hubiera pillado mirando lo que estaba usando. —Están bien, —le dije lentamente—. El propósito no es estar desnudo, ¿no es así? —Hmmm. —mientras se movía hacia la esquina de la caja más alejada de mí. —Tampoco compro ropa nueva con tanta frecuencia, —traté de ofrecerle—. Si no tuviera que vestirme elegante para el trabajo, no lo haría, y las he tenido todas desde hace años. Los niños crecen tan rápido y rompen sus cosas con tanta facilidad, son los únicos que reciben cosas nuevas regularmente en nuestra casa. —Nana siempre me está molestando por ellas—, dijo en voz baja o tal vez solo estaba distraído, no estaba seguro—. Dice que a las mujeres les gusta un hombre bien presentable. Eso me hizo reír. —Quizás para una idiota. Tuve algunas citas con este chico hace unos años que se vestía mejor que yo, ¿y sabes qué? Vivía con sus padres
y todavía le pagaban el seguro del auto. Sé que no soy de las que juzgan porque me tomó una eternidad arreglar mis cosas, e incluso ahora, no sé qué diablos estoy haciendo la mitad del tiempo, pero todos deberían tener algunas prioridades en la vida. Créeme cuando te digo que la ropa no lo es todo. Dallas me miró brevemente mientras se movía a otra esquina con su martillo. —Una de las únicas cosas que recuerdo de mi papá es que nunca combinaba a menos que estuviera en uniforme. Nunca. Mi mamá se reía de cuánto esfuerzo no puso en su ropa. —Pude ver la esquina de su boca inclinarse en una sonrisa al recordarlo, y tan rápido como apareció, desapareció—. Cuando intenté vivir con mi ex durante esos dos meses después de regresar a tierra, ella no me dejaba ir a ningún lado con ella a menos que me cambiara. Dijo que la hacía sentir pobre. Ahora no solo iba a tener que matar a su futura esposa, también iba a tener que matar a su ex. Dios. Mi pregunta salió más dura de lo que pretendía. —¿Y tú lo hacías? ¿Te cambiabas? —Durante unos pocos días. —No deberías haber tenido que intentarlo en primer lugar, —le dije, y él miró hacia arriba, con una pequeña sonrisa en su cara. —Debería haberlo hecho si realmente le importara tanto, pero no me importaba lo suficiente. Nunca he estado con nadie más de un año, sabes. Las relaciones a distancia no suelen funcionar, y nunca probé una hasta ella, pero todas las parejas que conozco que lo hicieron y sobrevivieron, siempre se comprometieron. Tienes que preocuparte lo suficiente por los sentimientos de la otra persona como para no siempre tener la razón o salirte con la tuya. No me arrepiento de no haber intentado que funcionara, pero si la hubiera amado, debería haberlo hecho. ¿Era de mala educación por mi parte pensar que me alegraba de que no lo hubiera hecho?
Antes de que pudiera pensar en eso demasiado tiempo, dijo: —Ahora lo sé para la próxima. No iba a sabotear ninguna relación futura suya. No lo estaba haciendo. Entonces, ¿qué diablos iba a hacer? Me preguntaba. ¿Mudarme a otro lugar? Encontrar un novio que tal vez sea la mitad del hombre que él era y, con suerte, no pensaría en el que vivía al otro lado de la calle, por quien tenía todos estos… ¿sentimientos? ¿Qué diablos había hecho? ¿Por qué me había hecho esto a mí misma? Sabía mejor. Sabía que no me gustaba Dallas. Y, sin embargo, no pude evitar preguntar: —¿Has... tenido muchas novias? Este hombre me miró con una expresión divertida en su rostro antes de enfrentarse a la caja nuevamente. —Nunca he sido uno de esos chicos con una chica nueva cada semana o cada mes. Eso todavía no era una respuesta, y a riesgo de sonar como una persona loca, todo lo que hice fue murmurar: —Hmm. —O me estaba muriendo por dentro o así se sentía un asesino en serie cuando necesitaba otra dosis. Podría haber sido una o la otra. Eso fue suficiente para que volviera a mirarme con esa extraña expresión facial. —Tengo cuarenta y uno, Diana. He tenido novias. A excepción de mi ex, nunca viví con ninguna de ellas. Nunca le propuse matrimonio a ninguna de ellas. La única chica que amé fue mi novia del instituto, y no he oído nada de ella desde que rompí con ella para unirme a la marina. Nunca busqué a ninguna de ellas en línea, ni hablé con ellas por teléfono, y no recuerdo la mayoría de sus nombres ni cómo son. Estuve mucho en el mar. Por supuesto que sabía que había tenido otras relaciones en el pasado, pero el reconocerlas hizo que mi estómago se revolviera de celos y tal vez un poco de odio también. Perras. Sin confiar en mí misma para no llamar a todas sus ex zorras, mi brillante respuesta fue otro. —Hmm. —Y luego, como si estuviera tratando de hacerme sentir mejor, le dije—: Solo he tenido cuatro novios reales
en toda mi vida, mi ex no incluido. Si alguna vez volviera a ver a alguno de ellos, probablemente correría hacia el otro lado. ¿Cómo respondió Dallas? Con un —Hmm —que me hizo mirarlo. ¿Estaba usando demasiada fuerza para sacar el clavo o me lo estaba imaginando? —Gracias por ir a ver a Nana, —comentó de repente, cambiando de tema y haciéndome seguir mirándolo. Caminó hacia la esquina que estaba justo a mi lado antes de mirar en mi dirección, sus ojos se dirigieron a mi caja de herramientas de cachorro rosa por un breve segundo. Desvió la mirada de ella casi de inmediato. Busqué a tientas el cambio de tema. —Sí, por supuesto. Me dijo que se quedará contigo hasta que arreglen su casa. —Si. —Colocó su cuerpo directamente a mi lado, su trasero a centímetros de mí. Aparté la mirada—. Ella quiere su propio lugar de regreso, pero va a estar atrapada conmigo por un tiempo, no importa lo que diga. —¿Ella no quiere quedarse contigo? —Ella no quiere quedarse con nadie. No deja de decirme que no ha vivido bajo el techo de otra persona en más de setenta años y que no lo hará por más tiempo del necesario. Se ofreció a quedarse con su hermana, que vive en una comunidad de jubilados, para “quitarse de encima”, pero no la dejaré vivir con nadie más que conmigo hasta que arreglen su casa. Ella es mi abuela. No voy a empeñarla. No me gustaba este hombre más que como un amigo. Un conocido de paso. Era simplemente un buen tipo y tenía mucho sentido admirar a alguien con su tipo de lealtad. Él no me gustaba. No lo hacía. Y seguro que no me estaba enamorando un poco de él. De ninguna manera.
Mientras estaba ocupada repitiéndome a mí misma que, sí, pensé que estaba súper caliente, y sí, su corazón podría estar hecho de la mejor plata del país, pero había muchos hombres así en el mundo. Ni siquiera me creía a mí misma. Dallas empujó la tapa de la parte superior de la caja y dio un paso atrás, mirándome una vez antes de volver a mirar el contenido del interior. —El club de motociclistas está celebrando un concurso de cocina en la tienda donde Trip trabaja para recaudar dinero para la casa de Nana este fin de semana. Mierda. Realmente no tenía por qué gastar dinero en cosas mientras no podía trabajar. Las flores que le había comprado a la señora Pearl tenían que ser mi único derroche durante mucho tiempo. Siguió adelante. —Este es el fin de semana de los chicos con sus abuelos, ¿no? —Asentí y él hizo lo mismo—. Ven. Te compraré un plato. —No tienes que... Esa gran mano se estiró para tocar el dorso de mi mano, su cara inclinada hacia abajo y seria. —¿Alguna vez vas a aceptar que trate de ser amable sin discutir? Apreté mis labios por un segundo. —Probablemente no. Él sonrió. —Ven. —Tocó el dorso de mi mano de nuevo—. Trip estará allí. ¿Por qué fue mi primer pensamiento, mientras estés allí, está bien para mí? ¿Qué me pasaba? Estaba pidiendo un lío. Para el dolor. Para el desamor. Por tener que mudarme un día. E incluso sabiendo todo eso, como un idiota, no dije que no, pero suspiré. —Si está pagando, Mr. Clean32...
32
Mr. Clean es el nombre de la marca y la mascota de una línea de productos para la limpieza del hogar.
—¡DIANA! ¡MI HÉROE! Incluso rodeada de lo que parecían al menos 100 personas merodeando por el lote del taller mecánico junto al salón, me las arreglé para adivinar esa voz familiar que gritaba en el aire. Sonriendo, miré a mi alrededor de cara a cara hasta que encontré al que estaba buscando entre la multitud, abriéndome paso. La gran sonrisa en la cara de Trip era obviamente el resultado de estar un poco borracho. —Oye. —Lo saludé con la mano, tratando de ver si reconocía a alguien más en la parrillada a la que Dallas me había invitado. Trip pasó un brazo por encima de mi hombro mientras me empujaba hacia su costado, dándome un abrazo lateral. —¿Cómo lo estás llevando? —Mejor. —Levanté mi mano vendada. Las ampollas finalmente habían comenzado a desaparecer, dejando atrás la piel tensa y roja. Hace un par de días, por alguna razón que no entendía, busqué quemaduras en línea y casi pierdo mi almuerzo. Las cosas podrían haber sido mucho peores; No me iba a quejar de mi lesión después de haber visto eso. —Me parece una mierda, —dijo, inspeccionando mi mano, pero manteniendo su brazo en mi hombro y el otro a su lado—. ¿Qué quieres comer? Te traeré un plato. ¿Dónde están los chicos? —Me estaba guiando a través de la gente, y me fijé en los chalecos de cuero del club de motociclistas y las otras docenas de personas que parecían una mezcla de mujeres de veintitantos a hombres de treinta, cuarenta, cincuenta y sesenta años. -la gente mayor en jeans, camisetas y más chalecos de cuero.
Pensé en preguntar dónde estaba Dallas, pero me lo guardé para mí. Necesitaba dejar lo de Dallas. —Están con sus abuelos. ¿Qué probaste ya? Tarareó. —La pechuga es bastante buena. Las costillas son bastante buenas. Los filetes no son tan buenos como los tuyos... —¿Recuerdas haber discutido conmigo sobre hacerlos en hierro fundido? Trip me apretó a su lado mientras se reía entre dientes. —Sí, soy miembro. Compré una sartén de hierro fundido la última vez que corrí a la tienda. Iba a verte durante la práctica del jueves, pero estamos muy ocupados con todos los padres que quieren hablar sobre cómo su hijo necesita más tiempo para jugar. —Hizo un gruñido. Me reí. —No te preocupes. Sé que somos amigos. —Estamos jodidamente seguros, cariño, —confirmó cuando llegamos a tres grandes parrillas alineadas casi una al lado de la otra—. ¿Para qué estás de humor? Le dije lo que quería: pechuga y mazorcas de maíz a la parrilla. Cuando la chica guapa que ayudaba al hombre delgado y anciano de cabello gris en la parrilla me sirvió un poco de ensalada de papas en el plato, Trip silbó. —Eres una muñeca, Iris. —Vete a la mierda, Trip, —gruñó un hombre alto que había estado parado a un lado con un niño pequeño atado a la espalda y un bebé envuelto en una manta rosa en sus brazos. Lo miré una vez y luego una vez más antes de apartar la mirada. Había tatuajes hasta el cuello del hombre y tenía el ceño más gruñón que jamás había visto en nadie, pero eso no cambiaba el hecho de que su cara por sí solo podría haber dejado embarazada a alguna mujer. —Sí, sí. —Trip lo ignoró, guiñando un ojo a la chica que ayudaba a servir. —Trip, —ladró de nuevo el hombre tatuado.
Este rubio resopló cuando sus ojos se encontraron con los míos y susurró: —¿Alguna vez has tenido a alguien a quien amas y que te gusta joderlo? Ese hombre no parecía alguien con quien me encantaría joder, pero ¿qué sabía yo? Incluso con dos niños en sus brazos, no quería mirarlo por mucho tiempo. Le respondí en un susurro: —Sí. —Ese había sido mi hermano para mí. Trip resopló y, con mi plato en la mano, me condujo hacia una de las muchas mesas dispuestas a lo largo de los espacios cerrados de la tienda. Había tanta gente de pie, había espacio más que suficiente para sentarse, y tomó el lugar frente a mí, dejando el plato. —Me olvidé de traerte un trago. ¿Qué deseas? ¿Una cerveza? —Estoy conduciendo. Cualquier refresco que tengas está bien. —Lo tienes. —Sonrió antes de desaparecer. Con mi tenedor en mi mano izquierda, tomé la carne en mi plato y maldije. Debería haberme comido las costillas. Desde que me quemé, me había conformado con preparar comida que pudiera comer con una mano de manera segura, que eran principalmente sopas, pero no había puesto dos y dos juntos con la carne. No había forma de que pudiera usar un cuchillo. Demonios, apenas podía limpiarme con la mano izquierda. Entonces, con el tenedor de lado, comencé a tratar de romper la carne, pero no iba tan bien. —Eso es lo más triste que he visto, —dijo una voz detrás de mí un momento antes de que alguien se dejara caer en la silla junto a la mía. No necesitaba mirar para saber quién era. Solo un hombre tenía esa voz ronca y áspera. Era Dallas. Y la sonrisa que se apoderó de mi rostro al verlo a centímetros de distancia me hizo soltar el tenedor para girar en la silla. —No sabía que ya estabas aquí, —dije, notando la lata de cerveza de raíz en sus manos. Con jeans oscuros y una sudadera con capucha de lana gris, se veía genial.
—Estaba ocupado hablando con mi tío cuando te vi comiendo, —explicó, esos largos dedos moviendo la lata en su mano hasta que la tuvo como quería. Giró la lengüeta, la abrió para mí y la puso al lado de mi plato antes de mover su silla, dejándolo tan cerca que su calor corporal era inevitable. Se inclinó, directamente frente a mí, bloqueando mí vista de mi plato cuando preguntó—: ¿Quieres algo más? —No, estoy bien. ¿Me estás cortando la carne? —Bromeé, sonriendo a pesar de que él no podía verlo. —Sí, —dijo, continuando con la espalda a centímetros de mi rostro. Había algo mal en mi corazón. Había algo gravemente mal en mi corazón. Tartamudeé: —De verdad... —Déjame hacerlo, —fue todo lo que dijo. Suspiré y me incliné hacia atrás, tratando de hacer que pareciera que era una especie de mierda que él tuviera el descaro de cortarme la carne cuando mi mano estaba estropeada. Iba a necesitar ir a un cardiólogo. Pronto. Primero, necesitaba que dejara de hacer lo que fuera que estaba haciendo para que esto me sucediera. —Dallas, —susurré—. Realmente no me debes nada. ¿Cuántas veces tengo que decirte eso? —Ninguna. Deja de malgastar tu aliento. ¿Dejó de hacer lo que estaba haciendo? No. No lo hizo. —Eres tan jodidamente terco, —le dije. —La olla se encuentra con su tetera, —Se enderezó en su silla, apoyando el cuchillo en el borde del plato desechable antes de entregarme el tenedor que había estado usando. ¿Mi tetera? No se me escapó que corto la carne en formas cuadradas perfectas. Suspiré de nuevo y le quité el utensilio. Deja tu mierda, corazón. Déjalo ahora
mismo, intenté decirlo. No tengo tiempo ni reservas emocionales para esto. —Gracias, —le dije a Dallas. Su parpadeo fue la segunda cosa más inocente que había visto después de Louie. Las comisuras de su boca se elevaron un poco cuando dijo: —Cualquier cosa por ti. Oh Dios mío. ¿Por qué me estaba haciendo esto? ¿Por qué? ¿Por qué? No era el tipo de persona que encandila a alguien más por el gusto de hacerlo. Lo sabía. Pero, ¿por qué tenía que ser tan amable? ¿Y por qué tuve que ser tan tonta? Que me jodan. Si no hubiera tenido tanta hambre, me habría tomado mi tiempo para comer, pero lo tenía. Me había saltado el almuerzo, esperando atiborrarme esta tarde en la parrillada. Le había enviado un mensaje de texto a Ginny para saber si vendría después del trabajo, pero ella había dicho que solo tendría la oportunidad de pasar corriendo durante un descanso; tenía muchas cosas que hacer en el último minuto para su boda que se aproximaba en dos semanas. Honestamente, lo había olvidado por completo. Terminé mi comida en silencio, encontrándome con la mirada de Dallas de vez en cuando mientras masticaba, pero en su mayor parte, mantuve mi atención enfocada en mi plato y en la gente que merodeaba por el taller mecánico. En el segundo en que terminé de limpiarme la boca, le pregunté algo que me había estado molestando por un tiempo. —¿Por qué no estás en el club de motociclistas? Dallas apoyó el codo en la mesa mientras movía su cuerpo en el asiento para mirarme, su sien apoyada en su puño cerrado. El lado de su rodilla tocó mi muslo y no fue a ninguna parte. —El club es más un legado. Padre a hijo. Mi papá no estaba en el MC. Te dije que estaba en la marina. —Me estaba mirando con esos ojos color avellana mientras susurraba y señalaba en la dirección general detrás de él—. Pero esta es una gran familia al final del día. Míralos. Todos están aquí por Nana Walker, y ella no es pariente de sangre de nadie aquí.
¿Eh? Supongo que tenía razón. —¿No te importa no estar en él? Dallas negó con la cabeza. —No he conocido a ninguno de estos tipos excepto a mi tío y a Trip en toda mi vida. Para mí es diferente. Tenía muchos amigos en la marina. No me estoy perdiendo nada. Le entrecerré los ojos. —¿Alguna vez tuviste una motocicleta? Él rio profundamente y negó con la cabeza. —No. Me gusta el aire acondicionado. —Tienes razón. —Sonreí. —Las motocicletas no son mi cosa. No iba a darle ojos entrecerrados y coquetos, maldita sea. No iba a hacerlo. Me aseguré de mantener mis párpados normales cuando le pregunté: —¿Tienes realmente una cosa? —Tengo una cosa. Tengo una gran cosa… —Dallas inmediatamente cerró la boca. Sus orejas se pusieron rojas. Me parpadeó y yo le devolví el parpadeo. Y ambos nos echamos a reír al mismo tiempo. —Alguien es arrogante. —Me partí de risa. —No quise decirlo así. —Se rio entre dientes de esa manera baja y suelta que cantaba directamente en mi corazón lisiado. —Lo sé. Yo tampoco. Solo te estoy rompiendo las pelotas —le dije, extendiendo mi mano mala para tocar la parte superior de la suya. Sus ojos se encontraron con los míos; los dos nos sonreíamos el uno al otro. Y en ese momento, fue el momento más conectado que jamás había sentido con nadie. Cualquiera alguna vez.
Dios ayúdame. Me di cuenta. Me di cuenta en ese momento. Estaba locamente enamorada de este hijo de puta. Realmente, realmente lo estaba. La comprensión acababa de entrar en mi cerebro cuando un plato cayó sobre la mesa frente a mí, lo que nos obligó a ambos a mirar, rompiendo el momento en una docena de pedazos. Era Jackson. Jackson, que ya estaba gruñendo parcialmente cuando sacó la silla y se dejó caer en ella, descuidadamente. No tuve que ver físicamente al hombre a mi lado para saber que se había puesto tenso. Lo que tampoco tuve que presenciar con mis propios ojos fue la mano que se posó en el espacio entre mis omóplatos, calmada y firme. Todo el cuerpo de Dallas cambió de cómo había estado sentado frente a mí a mirar hacia adelante de repente, su atención en su hermano. —¿Dónde has estado? —fue lo primero que salió de la boca de Dallas. Su hermano menor tomó el tenedor de plástico que había estado encima de su plato de comida y picoteó la porción de frijoles que tenía, su mirada de ojos verdes clavada en Dallas. En serio, tenía la cara de alguien que definitivamente había sido un poco mierda en su juventud y no había superado esa maldita actitud. —Por ahí, —fue su vaga respuesta murmurada. El hombre que se había sentido tan a gusto conmigo hace unos segundos, colocó el codo más lejos de mí en la mesa. Se inclinó hacia adelante, la palma de mi espalda no se movía ni un centímetro. Su pecho se llenó de aire antes de decir: —Intenté llamarte una docena de veces. —Lo sé. Podía sentir la tensión de Dallas dispararse. —¿Eso es todo? ¿Desapareciste después del incendio en la casa de Nana y ni siquiera puedes contestar tu maldito teléfono? —gruñó el hombre normalmente tranquilo.
No me imaginaba que su cara se enrojeciera cada minuto. Definitivamente se estaba poniendo más rojo a cada segundo, y no tenía nada que ver con que bromeáramos. Jackson clavó su tenedor directamente en su comida, dejándola reposar, y miró hacia adelante. —¿Por qué actúas como si te importara una mierda cuando no es así? La cabeza de Dallas se inclinó hacia un lado. Podía verlo respirar con dificultad; Nunca lo había visto reaccionar de esa manera, pero, de nuevo, los hermanos tenían esta forma de llevarte justo donde dolía. —¿Vas a dejarlo estar alguna vez? Veinte años después, ¿todavía no puedes perdonarme? ¿Tenemos que seguir hablando de esto? Oh no. Jackson negó con la cabeza, su atención bajó al plato debajo de él. Cuando volvió a prestar atención, observó a su hermano mientras se metía la comida en la boca con rabia, masticando con la boca entreabierta. Estaba tratando de ser un idiota. Realmente intentando. ¿Qué diablos le pasaba a este hombre? Mientras miraba a Dallas a través de mi visión periférica, pude ver que los músculos del antebrazo que descansaban sobre la mesa estaban flexionados. Pude ver lo apretada que estaba su mandíbula, y lo odié. Este era el hombre más agradable que había conocido en mi vida, y vivía con este estúpido sentimiento de culpa sin ninguna razón, todo por culpa de este idiota frente a nosotros. Sintiendo que lo juzgaba, Jackson movió sus ojos en mi dirección, su expresión era de tan mal humor que hizo que sus cejas se bajaran. —¿Qué? ¿Tienes algo que decir? La palma entre mis hombros se deslizó hacia arriba para caer sobre el hombro más alejado de Dallas. Me dio un apretón y supe que era una advertencia. El problema era que me importaba una mierda. —Si. Estás actuando como un idiota.
Jack se echó hacia atrás como si lo hubieran tomado con la guardia baja u ofendido por lo que había dicho. —Vete a la mierda. No me conoces. Dallas apretó mi hombro con fuerza, todo su cuerpo se puso tenso, más tenso. —No le hables así joder. Lo interrumpí, mi mirada se clavó en su hermano. —Vete a la mierda tú también. Me alegro de no conocerte. Eres un hombre adulto que actúa como un niño. Cuando Jackson dejó caer su tenedor y se inclinó hacia adelante sobre la mesa, sus manos agarrando los lados, no me inmuté. —Jackson, retrocede ahora, —gruñó Dallas, ya empujando su silla hacia atrás. Él no se movió y yo tampoco. —Jack, —repitió Dallas con esa voz mandona suya, poniéndose de pie. El Walker más joven no se movió ni un centímetro, la expresión de su cara decía que quería pegarme. Lo había visto en la cara de otro hombre antes, y lo sabía por lo que era. Violencia. Ira. La diferencia era que yo no era la misma persona que había sido antes. La diferencia era que me importaba la persona a la que este imbécil hería constantemente. Quizás Dallas se sentía tan culpable que no se lo diría a su hermano como tenía que ser, pero yo no tenía miedo de hacerlo. —No sabes una mierda, perra mexicana, —escupió el hombre, mirándome con esos ojos de alguna manera tan parecidos a los de Dallas y tan diferentes al mismo tiempo. —Di una maldita palabra más y te voy a dar una paliza. —La voz de Dallas era tan baja, tan ronroneada que no pude captar mis pensamientos por un segundo. Pero una vez que lo hice, levanté una ceja hacia Jackson e incliné mi barbilla hacia abajo en una cara de “oh, de verdad”, mi mano se posó en el antebrazo de Dallas. —Mi hermano murió hace dos años. Sé que haría cualquier cosa para tenerlo de vuelta en mi vida, y tienes uno en la tuya que te ama y soporta tus
tonterías, aunque no te lo mereces con tu forma de actuar, idiota. Extraño el mío todos los días de mi vida, y espero que algún día no te arrepientas de alejar el tuyo por algo que hizo hace veinte años que no requiere perdón. La mueca en su cara debería haberme advertido que iba a llevar su idiotez a un nivel diferente. Realmente debería haberlo sabido. Pero no estaba preparada para Jackson resoplando mientras se dejaba caer en la silla y se apoyaba en el respaldo, su expresión era horrible. —Lárgate de aquí, —le dijo Dallas—. Ahora. Pero como la mayoría de los hermanos menores, no escuchó. El joven Walker gruñó. —¿Qué hizo tu hermano? ¿Se suicidó comiendo demasiados tacos? Cuando no estás enojado, es fácil recordar que la gente dice cosas que no quiere decir cuando sus sentimientos están heridos. No era tan fácil cuando estabas a un suspiro de tomar un cuchillo de mantequilla y usarlo para apuñalar a alguien. En algún lugar del fondo de mi cabeza, me di cuenta de que Jack no sabía nada sobre mí y mi vida, o sobre mí y mi familia. Por algún milagro, por el rabillo del ojo, capté dos manos grandes agarrando el borde de la mesa, capté un “Jack” de la boca de Dallas que no sonaba humano. No hizo falta un esfuerzo de imaginación para darse cuenta de que Dallas estaba a punto de darle la vuelta. Solo podría ser ese amor extremo que podrías tener por alguien que haya salido del mismo útero que tú, o nacido de alguien que lo haya hecho, que podría perseverar en una situación como esta. No puedo culparlo. Le encantaba este idiota, estúpido o no. Pero había aprendido en los últimos años que la única persona que podía pelear mis batallas era yo. Y aunque estaba segura de que más tarde me arrepentiría de que él no defendiera mi honor y tomara este asunto en mis propias manos, rocé el antebrazo de Dallas con el dorso de mi mano quemada antes de estirarme para agarrar un vaso de algo rojo con hielo que Jackson había traído a la mesa.
Los ojos de Dallas se encontraron con los míos incluso cuando esta sensación repugnante llenó mi estómago ante la irreflexión de su hermano. Sus manos se aflojaron un momento antes de que volviera a enfrentarme a Jack y le arrojara el líquido del interior del vaso a la cara, viendo cómo el rojo se iba por todas partes: su cara, orejas, cuello y camisa. Su boca se abrió como si no pudiera creerlo. Bien. —Tuvo una lesión cerebral traumática, idiota insensible e inmaduro, —escupí, deseando que hubiera otro vaso de líquido rojo para tirarle a su estúpida cara de nuevo—. Se resbaló con un poco de hielo, se cayó y se golpeó la cabeza. Así murió. No hubo tacos de por medio, idiota. A la mierda, desearía que hubiera un granizado para poder arrojarle eso en su lugar. Más enojada de lo que había estado en mucho tiempo, los músculos de mis brazos y cuello estaban tensos y me dolía el estómago. —Oh, oye, Diana, vamos a ver qué está haciendo Ginny, ¿qué te parece? —preguntó una voz detrás de mí mientras dos manos se posaban en mis hombros y literalmente me tiraban hacia atrás—. La tengo. Dallas, ocúpate de él. —La voz de Trip estaba junto a mi oído. Estaba casi paralizada mientras Trip me guiaba a través de la multitud que había estado observando lo que había sucedido tan rápido. No me gustaba ser el centro de atención, pero si tuviera que volver a hacerlo, lo haría. Maldita sea, quería hacerlo todo de nuevo. No fue hasta que estábamos a medio camino del salón que mi pobre mano dio un latido sordo, recordándome que la había usado para agarrar el vaso. —Maldita sea —siseé, sacudiéndola, como si eso pudiera ayudar a aliviar el dolor.
—¿Estás bien, cariño? —preguntó, mirando mi mano. —Usé la mano equivocada. —La sacudí de nuevo y le di un apretón a esa muñeca con mi mano buena—. Oww. —Había estado mejorando, pero había agarrado el vaso con demasiada fuerza. —¿Qué diablos pasó? —preguntó—. Un minuto, te vi sentada allí con Dal, riendo como una niña, y al siguiente, ambos están de pie, empezando a gritarle a Jackson y le lanzas Hawaiian Punch a la cara. —Lo que pasó es que es una perra malcriada. Eso fue lo que paso. Trip se rio con esa risa que me hizo hacer lo mismo. —Perra malcriada. Entendido. —Hermano de Dallas o no, es el peor. No entiendo cómo dos personas pueden ser tan diferentes —refunfuñé mientras llegamos a la puerta de Shear Dialogue. Trip me abrió la puerta y yo entré primero—. Tiene suerte de que yo no agarrara una silla y me fuera a la WWE33. Trip se rio aún más fuerte. En su estación, Ginny estaba de espaldas a nosotros mientras cortaba el cabello de un cliente, lanzando sobre su hombro, —¡Estaremos contigo en un minuto! —Soy solo yo, —grité—. Y Trip. En mi estación, había una mujer que había conocido un par de veces en el pasado que había trabajado con nosotros antes cuando alguien se iba de vacaciones. Era una señora agradable que era ama de casa y aceptaba trabajos aquí y allá. Al reconocerme, me saludó y yo le devolví el saludo. En el asiento entre mi puesto y el de Ginny estaba Sean. Me conformé con levantar una mano y él hizo lo mismo de vuelta. Según Ginny, estaba enojado porque me había
33
Lucha libre profesional.
tomado tres semanas sin trabajar. Como si pudiera controlar la rapidez con la que sano. Ginny no respondió mientras seguía con lo que estaba haciendo. Para cuando terminó de secar el cabello de su cliente, yo había llevado a Trip a la sala de descanso y nos sentamos a la mesa. Estaba tranquilo de nuevo. Ella me miró y preguntó: —¿Qué pasó? —Tu primo pasó, —se rio Trip mientras tomaba un sorbo de Pepsi. —¿Qué hizo Dallas? —preguntó ella, confundida. —No Dallas, —respondió Trip antes de que pudiera. Sus rasgos se convirtieron en una máscara en blanco. —Oh. Él. Apoyando mi mano en mi muslo, me recliné en la silla y miré a mi jefa. —Debería haberte preguntado por qué siempre hacías muecas cada vez que se mencionaba su nombre. Ahora sé. —¿Dijo algo estúpido? ¿Cómo lo supo? —UH Huh. Ginny negó con la cabeza antes de dirigirse al refrigerador y sacar una botella de agua, tomando un trago lento. —Es lo que mejor hace. No creo que haya una mujer con la que sea pariente a quien no haya insultado en algún momento u otro, ni siquiera a la señora Pearl. ¿Qué dijo? —Algo sobre mi hermano, —le dije, sin estar de humor para repetir exactamente lo que había salido de su boca. Ella hizo una mueca. —Me llamó puta cuando estaba embarazada del número dos porque no estaba casada. Y tal vez hace unos seis años, dijo que yo era una perra vieja. —La sonrisa de Ginny era sombría—. Buenos tiempos.
Ese idiota. —Ahora definitivamente no me sentiré mal por lanzarle Hawaiian Punch en la cara. Ginny rio, dejando su botella de agua en el mostrador, lo que me hizo sonreír. —¿Qué pasó? ¿Dónde está Dallas? —En la tienda, —le dije. —Mi mejor suposición es que le está diciendo a Jackson que se vaya a la mierda, —fue el aporte de Trip. —Debería, —se burló Ginny, su mirada se encontró con la de Trip mientras intercambiaban una mirada que no entendí. —¿Qué fue eso? —pregunté. Ella estaba tratando de ser inocente, pero no estaba funcionando. Nos conocíamos desde hacía mucho tiempo, habíamos sido testigos del deseo de matar gente mientras pintamos sonrisas en nuestros rostros. —¿Qué? —Esa cara que se hicieron el uno al otro. ¿Qué es? —Nada. El timbre de la puerta de entrada al abrirse hizo que, por instinto, Gin y yo miramos la televisión en las esquinas donde se mostraban las imágenes de la cámara de seguridad. En la pantalla apareció el cuerpo que siempre reconocería como el de Dallas. —No está aquí buscándome, —comentó Gin. Poniéndome de pie, sacudí el resto de mi mal humor y salí de la sala de descanso hacia el frente, dejando a los dos primos adentro para repasar cualquier pequeño secreto que estaban escondiendo entre ellos. Cuando los ojos de Dallas se posaron en mí, no sabía qué decir o cómo actuar. Inclinó la cabeza en dirección a la puerta detrás de él y asentí con la cabeza, siguiéndolo afuera.
La puerta apenas se había cerrado cuando dijo, con su atención dirigida a la acera, —Diana, lo siento. ¿Lo siento? No pude evitar darle un golpe en el pecho, justo en el centro de sus pectorales. —¿De qué te tienes que lamentar? No hiciste nada. —Jack. Lo toqué de nuevo, esperando hasta que su mirada se apartara del suelo y aterrizara en mí. Esos ojos marrones y dorados que lucían avergonzados y arrepentidos me hicieron sentir muy mal. —Lo que él hace no es culpa tuya. No estoy enojada ni herida por ti. Sus iris se movían de un lado a otro del mío, como si tratara de buscar la verdad que acababa de decir en voz alta. —Lo siento. Pero no me arrepiento de haberme metido en una conversación que no me correspondía, —susurré sin ninguna razón real—. No te mereces eso, y yo tampoco. Ese hermoso, hermoso rostro no se quebró con la seriedad quemada en cada línea. —Lamento lo que dijo, —susurró en respuesta. Arqueé las cejas. —No lo dijiste ni lo obligaste a decirlo. No estoy enojada, y espero que tú tampoco estés enojado conmigo. —¿Por qué lo estaría? —Las comisuras de su boca se curvaron en una sonrisa que no estaba segura de que él supiera que había hecho. —Es tu hermano. No quiero interponerme entre ustedes dos, pero tampoco puedo sentarme allí y dejar que él te hable así. —Parpadeé—. ¿Estaba todo bien después de que me fui? En un abrir y cerrar de ojos, todo el lenguaje corporal de Dallas volvió a ser enojado. —Tuvimos algunas palabras y se fue. No me importa lo que haga ahora, pero estoy harto.
No pude evitar sentirme un poco culpable. No quería interponerme entre su familia. Inclinó su barbilla hacia mí, esos bonitos ojos se enfocaron en mi rostro. —¿Tú y yo estamos bien entonces? —Usó las mismas palabras que usé con él hace tantos meses. —Estamos bien, Lord Voldemort34. —Hizo un sonido de risa que me hizo sonreír. Había algo en él parado tan cerca de mí, mirando hacia abajo que me conmovió de una manera que no estaba dispuesta a expresar con palabras—. ¿Quieres que nos demos un abrazo o va en contra de las reglas? Nadie está mirando. —Excepto quizás Ginny y Trip, me di cuenta después de que lo dije. Dallas seguía mirándome mientras sus brazos rodeaban mi cabeza sin decir una palabra más, atrayéndome hacia su cuerpo alto y cálido. Mi mejilla encontró un lugar entre sus pectorales mientras envolvía mis brazos alrededor de la mitad de su espalda, sintiendo músculos largos y duros debajo de su ropa. Por mucho que no quisiera aceptarlo o creerlo, la verdad era que estaba enamorada de él. Completamente. No tenía sentido querer pensar de otra manera. Y, como si pudiera leer mi mente, los brazos a mí alrededor se tensaron y me abrazó como… no estaba segura de qué. Como si me hubiera extrañado. Como si no quisiera dejarme ir, ni ahora ni nunca. Como si él sintiera por mí lo mismo que yo sentía por él. Antes de que pudiera detener mi bocaza de correr, le dije que la verdad rebotaba en cada célula de mi cuerpo. —Esto es agradable.
Lord Voldemort es un personaje ficticio y principal antagonista de la serie de novelas Harry Potter, de la escritora británica J. K. Rowling. 34
Capitulo Veintiuno
—¡Dios mío, Joshua! ¿Te apresurarías por el amor de todo lo que es santo en este mundo? —Llamé desde la sala de estar donde caminaba. Ya había estado gritando por él durante al menos diez minutos, y todavía no había salido. ¿Qué demonios haría que un niño de once años tardara tanto en prepararse para un torneo? No tenía que afeitarse ni maquillarse. Ni siquiera tenía que ducharse. Sus cosas ya estaban empacadas porque me había asegurado de que lo hiciera la noche anterior. No entendía lo difícil que era ponerse la ropa y los zapatos. —¡Cinco minutos! —gritó en respuesta. Gemí y miré el reloj de la pared. Íbamos a llegar tarde. No había forma de evitarlo ahora, mucho menos dentro de cinco minutos. No sabía qué tenían estos niños que los hacían pensar que podíamos teletransportarnos a lugares, o tal vez pensaban que yo manejaba en NASCAR los fines de semana que no estaban conmigo y podía ir a 300 kilómetros por hora para ir del punto A al punto. B. El pensamiento acababa de entrar en mi cerebro cuando me di cuenta de lo que había pensado. Mi madre me había dicho exactamente las mismas palabras en el pasado cuando era niña, excepto que pensé que se había referido a Knight Rider35 en lugar de NASCAR. Jesús.
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Knight Rider, también conocida como “El auto fantástico”, es una serie en la que Michael Knight lucha por la
justicia junto con su Pontiac Trans Am, un vehículo inteligente, de alta tecnología y que puede hablar.
Si eso no fuera lo suficientemente malo, la noche anterior, me había pasado lo mismo. Josh había estado en el sofá mientras yo doblaba la ropa junto a él, y después de escucharlo gemir durante media hora acerca de “lo aburrido que estaba”, finalmente le miré mal y le dije: “Entonces comienza a limpiar, amigo”. Era oficial. Me estaba convirtiendo en mi mamá. ¿Cuántas veces me había dicho cuando era más joven y me había quejado de no tener nada que hacer, “ponte a limpiar”, me había dicho? Fue espantoso. Apretándome el puente de mi nariz, le di un vistazo al chico que estaba apoyado contra la pared con su tableta y suspiré. Ya tenía su mochila en el suelo y su chaqueta puesta. Se suponía que el clima iba a ser frío hoy, y cuando salí a cargar la hielera en el auto, confirmé que definitivamente era clima de chaqueta y les dije a ambos niños que estuvieran preparados. Al menos uno de ellos me había escuchado. —Louie, quiero decir, Josh, ¡te esperaremos afuera! ¡Date prisa! No voy a recibir una multa por tu culpa, y si no calientas, ¡no te dejarán jugar! Todo lo que gritó fue —¡Bien! —Josh... maldita sea... maldita sea, Louie, lo siento. Esperémoslo afuera. Tal vez conduzcamos algunas casas hacia abajo y lo hagamos correr tras el auto, —le dije. El niño de cinco años sonrió y asintió. —¡Si! Eso fue demasiado entusiasta y me hizo reír. —Oye, no te olvides de darle las gracias a Dallas por construir tu quarterpipe para ti. Lo había ayudado, pero con una sola mano, había sido más un apoyo moral. Además, no me importaba si le iba a dar a Dallas todo el crédito o no. Podría no confiar en su uso si pensara que tengo mucho que ver con él. —Está bien, —estuvo de acuerdo.
Inclinando mi cabeza hacia la puerta, salimos. Afortunadamente, Josh salió poco después y se instaló cuando Louie terminó de abrocharse el cinturón de seguridad en su asiento. No dije una palabra durante mucho tiempo mientras salía del camino de entrada y conducía cinco millas por encima del límite de velocidad, imaginándome a mí misma culpando a Josh por el motivo por el que estaba corriendo hacia el policía que podría detenernos. —¿Puedes conducir más rápido? —preguntó el niño de once años. A través del espejo retrovisor, le di a Josh una mirada que esperaba que hiciera que apartara la mirada. Funcionó. Ataviado con su uniforme Tornado y rodeado por su bolso y todas sus cosas, estaba listo para ir al juego que se suponía iba a comenzar en… veinte minutos. Llegábamos tan tarde que Trip llamó diez minutos después de que se suponía que debíamos llegar para asegurarse de que todo estaba bien. En el momento en que entré al estacionamiento, Josh salió volando del auto antes de que yo lo dejara en el estacionamiento y tirara su bolso, corriendo hacia el campo como si estuviera en llamas. No podía ver dónde estaban calentando los chicos, pero no me preocupé; Josh los encontraría. Louie y yo acabábamos de llegar al campo cuando comenzó el juego. Fuimos los últimos en llegar, a pesar de que la mitad de las gradas estaban vacías porque nadie iba a un juego temprano a menos que fuera necesario. Las personas que estaban allí estaban todas acurrucadas en sus chaquetas y mantas. El frente frío pateaba el trasero de todos. Honestamente, no me sorprendió descubrir que Josh no estaba jugando de receptor. Lo habían metido en los jardines. Una parte de mí se sintió aliviada de que Dallas y Trip hubieran hecho eso. Con suerte, le enseñaría una lección, ya que gritarle casi a diario no hizo nada para que se apurara. Los Tornados apenas lograron sobrevivir con una victoria.
Con una hora de descanso entre juegos, Louie y yo esperamos en las gradas a Josh, observando parcialmente el otro juego que se desarrollaba en el campo junto al que acababan de jugar los chicos. Había ocho equipos en este torneo por lo que puedo recordar. No presté atención hasta que Josh estuvo de pie frente a mí, temblando y pidiendo un dólar. Le miré parpadeando. —¿Dónde está tu chaqueta? Tuvo el descaro de parecer avergonzado. —La deje en casa. ¿Puedes darme un dólar para chocolate caliente? —Silencio—. Por favor. —¿Olvidaste tu chaqueta a pesar de que te dije dos veces que la agarraras? —Le pregunté, mirándolo mientras metía una mano en mi bolso por el bolsillo donde guardaba todos mis billetes pequeños de propinas. —Si. —¿Tampoco trajiste la camiseta de manga larga que te compré para el clima frío? Estaba bastante segura de que Louie, que estaba pierna con pierna a mi lado, soltó un “je” mientras trataba de que pareciera que estaba prestando más atención al programa que estaba viendo en su tableta que a nuestra conversación, pero lo dejé pasar. —Lo siento, —susurró Josh. Se estremeció de nuevo—. ¿Puedes darme un dólar, por favor? ¿Por qué siempre me pasaba esto a mí y por qué no estaba lo suficientemente preparada para dejar dos chaquetas en mi auto para ocasiones como esta? Una pequeña parte de mí quería llorar cuando comencé a sacar un brazo de mi manga y luego el otro, mirando a Josh todo el tiempo. Lo bueno fue que me puse un suéter debajo de mi chaqueta de lana negra que era una talla demasiado grande, un regalo cortesía de mi mamá.
Josh puso los ojos en blanco. —No la necesito. Estaré bien. —Hasta que te dé neumonía. —Le entregué la chaqueta de vellón en una mano y dos billetes de un dólar en la otra—. Póntelo. Si uno de nosotros se va a enfermar, seré yo. Deja de mirarme de esa forma. No es rosa y no parece una chaqueta de niña. Nadie sabrá que es mía. Resopló cuando me quitó la chaqueta primero, echando un vistazo a su alrededor para asegurarse de que nadie lo estuviera mirando, y luego se la puso más rápido de lo que nunca lo había visto ponerse algo en su vida. —Lleva a tu hermano contigo y tráele un chocolate caliente también. Para darle crédito, solo frunció el ceño un poco antes de asentir. —¿Quieres uno? Negué con la cabeza. —Estoy bien. Se encogió de hombros y subió la cremallera. —Cara de trasero, vamos. El niño entrometido a mi lado estaba listo y empujó su mochila hacia mí antes de saltar de la grada y seguir a Josh. Los chicos apenas me habían dado la espalda cuando finalmente me dejé temblar y crucé los brazos sobre el pecho, como si eso fuera a ayudar. Joder, hacía frío. —Hace frío, ¿eh? Cambiando de lugar, vi como el padre divorciado, que a veces se sentaba a mi lado y siempre mencionaba que no veía a nadie, bajó un paso del banco en el que estaba y se colocó debajo, el primero. El mismo que yo. Si eso no fuera suficientemente malo, se sentó a una distancia del largo de su cuerpo, con la chaqueta abrochada y las manos metidas en los bolsillos. Le sonreí, tratando de ser cortés. —Mucho. —Podría tener una manta en mi auto... —ofreció.
—¿Olvidaste tu chaqueta? —preguntó una voz extremadamente familiar desde mi izquierda. Sabía que era Dallas sin necesidad de pruebas, pero aun así giré para poder mirarlo, temblando de nuevo. Con una chaqueta de cuero gastada que parecía tener una especie de piel de oveja en el interior, tenía su habitual camisa con cuello Tornado y, en forma de V, tenía algo blanco debajo. Pero no fue lo que había en su cuerpo lo que me cautivó. —Tenía una chaqueta. Alguien más lo está usando ahora, —le dije, mirando el gorro de punto verde que estaba moldeada en su cabeza. El ceño fruncido en su cara desapareció instantáneamente. —¿Quieres que revise y vea si tengo esa manta? —preguntó el papá, recordándome dónde estaba. —Oh estoy bien. No tienes que hacer eso, —le dije a pesar de que, si hubiera sido cualquier otra persona, lo habría aceptado. No quería que se hiciera una idea equivocada después de haber pasado tanto tiempo manteniendo las cosas casuales entre nosotros. Dallas estaba de pie frente a mí cuando terminé de hablar, tan alto que tuve que inclinar la cabeza hacia atrás mientras me preguntaba por qué estaba parado tan cerca. Antes de que pudiera preguntar, o averiguarlo, sacó un brazo detrás de su espalda y se quitó una manga y luego siguió sacando su brazo de la segunda manga. En el tiempo que me llevó preguntarme por qué se estaba quitando la chaqueta, se agachó frente a mí y apartó uno de mis brazos de mi pecho, luego deslizó mi mano en la manga que acababa de dejar libre, todo mientras yo lo miraba como una idiota total. Me estaba poniendo la chaqueta. Mi boca tenía que estar un poco abierta mientras deslizaba mi brazo completamente en el capullo cálido, colocó el cuero alrededor de mi espalda, y luego, su cara y pecho a centímetros del mío, esos ojos color avellana atraparon
mis ojos marrones y los mantuvo allí, tiró aparté la otra muñeca de mí y la guie hacia la otra manga. En un raro momento de mi vida, no supe qué decir. Definitivamente no tenía idea de qué diablos decir cuando sus dedos fueron a la parte inferior de la chaqueta que descansaba en la parte superior de mis muslos y enganchó la cremallera, tirando del cierre hacia arriba directamente en el valle entre mis senos, hasta que llego justo debajo de donde comenzaba mi garganta. Dallas me sonrió un poco mientras se inclinaba hacia mí, y por un estúpido segundo, no sé por qué, pensé que me iba a besar, pero todo lo que sentí fue un tirón en la parte de atrás de mi cabello y supe me había sacado el cabello suelto del cuello. Él entrecerró los ojos y yo entrecerré los míos de vuelta, y lo siguiente que supe, fue que volvió a estirar la mano detrás de mí y metió el mechón de cabello que estaba sosteniendo dentro de su chaqueta. Y todavía me sonrió, solo un poco, un poco, una cosita, mientras decía: —Mejor. —Su mano fue a la gorra de béisbol roja en mi cabeza, y bajó el ala cinco centímetros en mi frente—. Bonita gorra. Fue eso, lo que me hizo sonreírle mientras me empapaba del calor que su cuerpo había dejado en el suave material del interior de la chaqueta. —Se amoldó en la forma de mi cabeza. —Me acurruqué en la chaqueta—. Nunca devuelvo cosas. Lo acabas de aprender por las malas. Él sonrió y se puso de pie lentamente de la posición agachada en la que había estado. —Me gusta tu gorro. —le dije con sinceridad. El verde esmeralda hizo que sus ojos color avellana destellaran como locos. Además, era jodidamente lindo— . ¿La señora Pearl te lo hizo? —Lo hice yo, —dijo con una mueca en la boca—. Ella me enseñó cómo.
La estúpida sonrisa que apareció en mi rostro me hizo mirarlo con asombro. Incluso golpeé mi mano derecha sobre el lado izquierdo de mi pecho. —¿Eres real? Dallas tocó mi barbilla. —Te tejeré uno, Melocotón. —Podría haberte dado mi chaqueta, —dijo el pobre padre a mi lado, rompiendo mi trance de amor. La atención de Dallas se movió instantáneamente hacia el hombre, y cuando las palabras “Ella está bien” salieron de su boca, giró ese cuerpo alto y musculoso y se ubicó en el estrecho espacio entre nosotros. No encajaba. De ningún modo. Su codo prácticamente aterrizó en mi regazo y la mayor parte de su muslo y pantorrilla estaban presionados y alineados con las partes de mi cuerpo. Me moví a mi izquierda unos centímetros y la longitud de su pierna me siguió, su codo permaneció exactamente dónde estaba. ¿Qué diablos estaba pasando? —¿Cómo te va, Kev? —Dallas le preguntó al papá, todavía asfixiándome, pero de alguna manera su atención en otra parte. Hmm. Metiendo mis manos en los bolsillos de su chaqueta, el dorso de mi mano izquierda golpeó algo arrugado. Papel. Asegurándome de que no me mirara, saqué lo que pensé que eran recibos enrollados, entrometiéndome y preguntándome qué diablos había comprado. Pero no fue papel blanco reciclado lo que saqué. Parecían notas Post-it. Post-it amarillos y sencillos como los que había visto en su camioneta. Eso me hizo sentir más curiosidad. Ambos hombres estaban hablando cuando comencé a abrir las notas lo más silenciosamente posible, realmente sin importarme si me sorprendía en el acto en ese momento. Pero no se volvió para mirarme. Estaba demasiado ocupado
hablando de a quién pensaba que los Rebeldes de Texas iban a intentar reclutar la próxima temporada. La bola de papel era en realidad dos notas cuadradas apiladas. Leí una y luego leí la otra. Luego volví y leí la de arriba y seguí leyendo la de abajo. Lo hice por tercera vez. Y luego las volví a enrollar y las metí donde las había encontrado. No necesité volver a mirarlas para recordar qué había en cada una. La primera, con letra pequeña y pulcra que estaba tachada con trazos fuertes en las letras, como si hubiera cambiado de opinión, decía:
Eres la luz de mi vida. La segunda... Respiré profundamente por la nariz y me aseguré de no mirar a Dallas ni siquiera por el rabillo del ojo. Fue la segunda que me hizo sentir como una adicta al crack. Las palabras no habían sido tachadas como la primera, y había una mancha en la esquina del Post-it que fue directo a mi corazón. Era una mancha como las que siempre veía en su cuello y brazos.
No puedo vivir sin ti. No puedo vivir sin ti. La primera vez que lo leí, me pregunté con quién diablos no podría vivir. Pero no era tan estúpida e ingenua, a pesar de que sentía que mis entrañas estaban a punto de explotar.
Él no estaba… no había manera…. ¿Qué fue exactamente lo que le había dicho a él y a Trip en mi cocina durante la pijamada de Josh, lo que se sintió hace una eternidad? —¡Tía! Me senté y miré a mí alrededor, reconociendo la voz de Louie al instante. Dallas también debe haberlo hecho, porque se puso de pie y escaneó el área. Pero encontré la cabeza rubia al instante; a su lado estaba Josh. Fue la mujer frente a ellos la que me hizo concentrarme como un águila en la caza de un ratón inocente para el desayuno. De todas las mujeres que podría haber sido, fue Christy. Joder con Christy. Las notas olvidadas por ahora, saqué mi bolso de la grada y dejé el resto de mi mierda donde estaba, ese segundo de vacilación le dio a Dallas una ventaja en el camino hacia los chicos. Lo hizo antes que yo, y fue entonces cuando noté que Josh tenía su brazo alrededor del hombro de su hermano. La última vez que había hecho ese tipo de gesto protector había sido en el funeral de Rodrigo. Lo que significaba que alguien estaba a punto de morir porque Josh y Louie nunca deberían sentirse amenazados por nada. —¿Qué pasó? —Dallas preguntó de inmediato, extendiendo su mano hacia Louie. No me perdí cómo Lou tomó su mano al instante. —Ella me llamó mocoso, —espetó Louie, su otra pequeña mano se acercó para encontrarse con la que ya agarraba la de nuestro vecino. Parpadeé y me dije a mí misma que no iba a mirar a Christy hasta que tuviera la historia completa. —¿Por qué? —Dallas fue quien preguntó.
—Derramó un poco de su chocolate caliente en su bolso, —explicó Josh—. Dijo que lo sentía, pero ella lo llamó mocoso. Le dije que no le hablara así a mi hermano y ella me dijo que debería haber aprendido a respetar a mis mayores. Por segunda vez con esta mujer, fui a diez. Directamente a diez, pasándolo, y recogiendo doscientos dólares. —Traté de limpiarlo, —ofreció Louie, esos grandes ojos azules iban y venían entre Dallas y yo en busca de apoyo. —Deberías enseñarles a estos chicos a mirar hacia dónde van, —dijo Christy, dando un paso atrás. Sé un adulto. Sé un ejemplo a seguir, Traté de decirme a mí misma. —Fue un accidente, —me atraganté—. Dijo que lo sentía... y tu bolso es de cuero y negro, y estará bien, —logré gritar como si toda esta conversación de treinta segundos me estuviera pinchando en los riñones con cuchillos afilados. —Me gustaría una disculpa, —agregó rápidamente la mujer, que hizo que me suspendieran y me hiciera llorar. Me quedé mirando su rostro alargado. —¿Por qué? —De Josh, por ser tan grosero. Mi mano comenzó a moverse por el exterior de mi bolso, tratando de encontrar el compartimento interior cuando Louie de repente gritó: —¡Sr. Dallas, no dejes que le tire gas pimienta! ¿Qué carajos? Oh Dios mío. Miré a Louie. —Estaba buscando una toallita para bebés para ofrecerle una, Lou. No estaba buscando mi spray de pimienta. —Nuh-uh, —argumentó, y por el rabillo del ojo, noté que Christy dio un paso atrás—. Te escuché hablando por teléfono con Vanny. Dijiste, que, si ella te
volvía a enojar, ibas a usar gas pimienta para ella, su mamá y la mamá de su mamá en el... —¡Caraj..caramba, Louie! —Mi rostro se puso rojo y abrí la boca para argumentar que no me había escuchado correctamente. Pero... yo había dicho esas palabras. Habían sido una broma, pero las había dicho. Miré a Dallas, el hombre serio y tolerante que parecía en ese instante como si estuviera conteniendo un pedo, pero con suerte era solo una risa, y finalmente miré a la mujer que me gustaría pensar que se trajo esto—. Christy, yo nunca haría eso... El dolor en mi trasero tenía algo para ella porque, a pesar de que tenía un pie a un lado como si estuviera preparada para salir corriendo, se las arregló para aclararse la garganta y llamar la atención sobre Dallas, con la boca fruncida. —Dallas, siento que eso es motivo para echarlos del equipo. No es deportivo. —Tampoco lo es hacer llorar a alguien, y ya lo hemos abordado, ¿no, Christy? —le respondió con esa voz fría que ahora me hacía imaginármelo con un vestido blanco—. Déjalo estar. Fue un accidente, se disculpó y podemos seguir adelante. Parpadeó tan rápido que era como si agitara las pestañas. Al verla de cerca de nuevo, Christy no era fea. Tenía que estar en la treintena, estaba en buena forma y cuando no estaba haciendo caras feas, no sería horrible mirarla. Un recuerdo de la prueba me dio un codazo en el cerebro... ¿esas mamás habían dicho algo acerca de que a Christy le gustaba Dallas? —¿Dejarlo pasar? —preguntó con voz chillona. —Déjalo, —confirmó. —Si fuera alguien más, al menos lo suspenderías... Sabía que tenía razón y de repente contuve el aliento, esperando lo peor.
Pero todo lo que Dallas dijo fue: —Tienes razón. Pero no voy a hacerlo. Has comenzado este lío con ellos, Christy, y todos lo sabemos. Tú y yo ya hablamos de esto, ¿no? No quiero suspender a nadie, pero si lo hago, no serán ellos. Sí, me di cuenta por la expresión de su rostro, le gustaba Dallas. Y le gustaba mucho Dallas. —¡Pero tienes favoritismos! —Siempre seré justo con los chicos, pero tendré favoritismos con todos los demás que no sean miembros activos del equipo. No me pongas en esa posición, porque sé que ella —inclinó la cabeza hacia mí— sólo muerde cuando tiene que hacerlo, y yo siempre estaré de su lado. ¿Lo tenemos claro? ¿Él lo estaría? Las mejillas de Christy se inflaron con tanta indignación que literalmente chilló. Todo, desde su frente hacia abajo, estaba rojo. —Es increíble. ¡Bien! Pero no creo que Jonathan vaya a estar en este equipo por mucho más tiempo. —Su mirada permaneció en Dallas por un momento, una docena de emociones destellaron en su rostro antes, así como así, giró sobre sus talones y desapareció entre la multitud. ¿Por qué de repente me sentí mal por ella? No fue hasta entonces que noté que la mitad de los padres del equipo estaban sentados en las mesas alrededor del puesto de comida. Lo que probablemente era la mitad de los padres de todos los demás equipos que jugaban en el torneo ese fin de semana también lo estaban. Excelente. Aclaré mi garganta y asomé mis labios. —Bueno, eso fue incómodo. —No soy un mocoso. —Louie todavía estaba colgado e indignado. Le señalé con el dedo. —Eres un chismoso, eso es lo que eres. Nosy Rosie36. ¿Qué te dije sobre los soplones?
36
Termino en inglés para decirle a alguien que es demasiado entrometido.
—¿Los amas? Fue Dallas quien se rio primero, una de sus manos ya se deslizó en su bolsillo trasero donde sacó su billetera. —Lou, ve a comprar otro chocolate caliente. Louie asintió con la cabeza y tomó los cinco, volviendo a la línea cuando Josh, que estaba a mi lado, dijo: —Voy a buscar a mis amigos. —Está bien, —dije—. Cuidado. Josh asintió y desapareció. Dallas me miró con una expresión seria en su cara y yo alcé las cejas. Una sensación de estar abrumada llenó mi pecho mientras me acurrucaba más profundamente en la chaqueta abrigada, el dorso de mis dedos rozaba las notas Post-it en el bolsillo. ¿Qué estaba pasando exactamente? —¿Siempre se pondrá de mi lado, profesor? —Casi susurré la pregunta. Dio un paso hacia mí, su mirada todavía centrada directamente en mi rostro. Y asintió. —¿De qué hablaron ustedes? —Le pregunté, todavía tan bajo que solo él podía oír. Dallas dio otro paso adelante, las puntas de sus zapatillas de tenis tocaron las puntas de mis botas. Su barbilla estaba en el cuello de la camisa cuando me miraba. Y con una voz que era mucho más fuerte que la mía, dijo: —La suspendí durante dos semanas después de lo que sucedió, ya sabes. No lo sabía. De hecho, estaba bastante sorprendida de que nadie me lo hubiera dicho. La sorpresa debió ser evidente en mi rostro, o tal vez me conocía demasiado bien, porque bajó la barbilla aún más en un asentimiento parcial. —Lo hice. Y
le pedí disculpas si le había dado la impresión equivocada de que estaba interesado en ella, informándole que no lo estaba y que teníamos que mantener las cosas profesionales. —Pensé que le gustabas. Se encogió de hombros, las comisuras de la boca se tensaron ligeramente. No es la primera vez que sucede.
—
—¿Qué? ¿Te coquetean las mamás del equipo? —Si. Me reí. —¿Estás seguro de que no te lo estabas imaginando? Dallas hizo una mueca antes de que esta enorme sonrisa se apoderara de su boca, tan potente que podría haberme quitado la chaqueta y estar abrigada el resto del día. —Estoy seguro, cariño. ¿Cariño otra vez? Todo lo que pude decir fue “Ajá”, para no sonar como una idiota. —Quiero preguntar si realmente dijiste que le rociarías gas pimienta, pero ya sé la respuesta. Apretando mis labios, me encogí de hombros. Extendió la mano hacia mí y pasó el dorso de sus dedos por mi mejilla, todavía sonriendo ampliamente, y pellizcó mi barbilla. —Estás jodidamente loca. Todo lo que hice fue encogerme de hombros de nuevo. —Lo sabes, pero todavía estás aquí, ¿no? Su sonrisa se convirtió en una más pequeña, y el profundo suspiro que dejó escapar hizo que pareciera que pesaba quinientos kilos. Luego, sus dedos rozaron mi mejilla de nuevo, y Dallas se movió para meter un mechón de cabello detrás de mí oreja. Su voz era suave. —Todavía estoy aquí, Melocotón.
Capitulo Veintidos Nunca pensé que llegaría el día en el que estaría emocionada de ir a trabajar, pero después de casi tres semanas de descanso, mi cuerpo estaba tan listo. Había intentado tomar las tijeras dos veces en la última semana, y era un poco dudoso y doloroso, pero no podía soportar estar en casa por más tiempo. Mi cuenta bancaria tampoco podía. Entonces, con la mano lastimada o no, ese miércoles por la mañana, estaba emocionada más allá de lo creíble. Josh estaba frunciendo el ceño a través del reflejo en el espejo retrovisor. —¿Porque estas tan feliz? —pantalones gruñones murmuró su pregunta. —Porque voy a volver al trabajo, —le canté, ganando un ceño más grande. Realmente disfrutaba de mi trabajo de manera normal, pero después de tanto tiempo, estaba lista para amarlo nuevamente de una manera que solo el tiempo y el espacio eran capaces de hacer. —Seré feliz la semana que viene cuando salgamos de la escuela para el Día de Acción de Gracias, —murmuró el gruñón. Mierda. Me había olvidado del Día de Acción de Gracias. —¿Ustedes decidieron lo que quieren hacer? —Los Larsens iban a Louisiana y mi familia se iba a quedar en San Antonio, así que les di a los chicos la opción de elegir con quién querían pasarlo. El año pasado, nos quedamos todos juntos en casa de mis padres, pero no podía ser codiciosa y quedarme con ellos si querían ver el otro lado de la familia. De cualquier manera, tenía que trabajar el día anterior, la mitad del día y el día siguiente también.
—No, —fue la misma respuesta que me dieron cuando les mencioné que iban a Louisiana. Suspiré. —Bueno, será mejor que decidan pronto o, —canté—, están atrapados conmigo. —Detente, por favor, —suplicó Josh. —Me gusta la forma en que cantas, —dijo Louie, ganándose una mirada mortal de su hermano—. Suenas como un lindo gatito. No pensé que fuera un cumplido tanto como él pretendía, pero lo tomaría. —Si nos quedamos, ¿el Sr. Dallas comerá pavo con nosotros? —preguntó el niño de cinco años. Lo miré a través del espejo retrovisor, dejándome pensar en lo agradable que había sido el fin de semana pasado en el juego de Josh y en cómo me había dado un abrazo mientras nos acompañaba a nuestro auto esa noche al final del torneo. Incluso se había disculpado por tener que saltarse la cena, pero había dejado a la señora Pearl sola en casa todo el día y pensó que debería pasar algún tiempo con ella, ya que ella se quedaría con él y todo eso. Lo había aceptado. Estaba locamente, estúpidamente enamorada de este tipo. El problema era que no sabía qué hacer con él. Con él siendo más cariñoso y diciendo las cosas que decía… pero sin hacer mucho más. Quiero decir, él podría besarme y eso haría una declaración. O decirme que le gustaba... si le gustaba. Parecía que estaba dejando caer pistas, o no sé qué, pero no estaba segura de si interpretar sus mensajes o dejarlos pasar. Así que iba a dejarlos ir por ahora y conformarme con lo que él me había estado dando voluntariamente. —No lo sé, Goo. Él también tiene familia. Podría tener planes para pasarlos con ellos. No le he preguntado, —le expliqué.
—Le preguntaré, —ofreció. —¿Puedo conseguir un nuevo juego este fin de semana? —preguntó Josh de la nada, por lo que era la segunda vez en esta semana que lo había intentado. Le dije la misma respuesta que ya había escuchado. Podría aplaudir su esfuerzo, pero eso es todo lo que estaba obteniendo de mí. —No pronto, J. Quizás para Navidad. —¿Por qué? —¿Por qué? Porque no tengo el dinero en este momento. —Apenas había podido pagar la hipoteca y el agua; Pondría la factura de la luz en mi tarjeta de crédito junto con la factura del cable. —¿Por qué? —¿Por qué no tengo dinero? Porque no he trabajado en semanas, J. Sé que ustedes piensan que estoy sacando dinero de mis oídos, pero no es así. Lo siento. Refunfuñó tanto que le lancé una mirada mortal a través del espejo retrovisor que lo hizo detenerse en el momento en que lo vio. —Está bien, —murmuró. —Eso es lo que pensé, —me susurré a mí misma, tratando de mantener mi optimismo y entusiasmo por volver al trabajo con las dos manos. Había ido al salón el día anterior para intentar empezar a organizar mi agenda de nuevo, y logré tener la mayor parte del día reservada. —Tía, ¿crees que Santa me regalará una bicicleta por Navidad? —preguntó Louie. —Mientras no se entere de toda tu actividad criminal durante el año, creo que podrías, —le dije, riéndome cuando dejó escapar un ruido de disgusto mientras estacionaba el auto frente a la escuela—. Muy bien, que tengan un buen día en la escuela, amenazas para la sociedad. Los amo.
Louie se deslizó de su asiento de seguridad justo cuando Josh me besó en el costado de la frente con un beso que era más un roce de labios; el fin estaba llegando un día para eso, pero aún no lo había hecho. Lou hizo lo mismo en mi mejilla, gritando: —¡Adiós! —justo antes de cerrar la puerta de golpe. Por un momento, volví a mirar mi mano, la piel rosada y tensa y mucho más tierna de lo que deseaba que fuera, pero iba a tener que ser lo suficientemente buena. Necesitaba trabajar.
—D, tenemos una persona sin cita preguntando por ti, —me informó Ginny con una sonrisa maliciosa mientras cerraba la puerta de la sala de descanso. ¿Una persona sin cita preguntando por mí? No tenía suficiente tiempo entre clientes para hacer un trabajo de color, pero podía hacer otro corte. Mi palma solo me dolía alrededor de un cinco en una escala del uno al diez por sostener tijeras. No podía permitirme decir que no. El día había estado ajetreado. Tuve que ir más lento de lo que estaba acostumbrada porque cerrar las tijeras rápidamente molestó demasiado la carne nueva recién curada, pero lo había estado haciendo bien. El salón solo estaría abierto dos horas más. Lo haría. Caminé hacia la recepción y me detuve cuando vi una cabeza marrón familiar inclinada hacia el suelo. Sentado allí con los codos sobre las rodillas extendidas, las manos centradas entre ellas con un teléfono celular en la mano, vistiendo su atuendo habitual de jeans viejos y una camiseta que había usado para trabajar basada en el tono de gris que estaba cubierto, era Dallas. Lo había visto en las prácticas durante la última semana y media, pero además de eso, no nos habíamos visto en el vecindario. Sabía que la señora Pearl se iba a quedar con
él, y no podía decir que no me pareciera dulce que no la dejara sola en casa... incluso si echaba de menos que él viniera por la casa. El sonido de mis zapatos en el piso de concreto liso lo hizo levantar la vista de lo que fuera que había estado mirando, y sonrió, una gran sonrisa, tan hermoso que me sentí como una idiota por pensar que la parte más atractiva de él era su cuerpo. —Oye. —Oye, profesor, —dije, aunque en mi cabeza realmente me preguntaba: ¿qué está haciendo aquí? —¿Ocupada? —preguntó, sonriendo un poco y parándose. —No para ti. —¿Por qué dije eso y por qué mi corazón latía tan rápido en mi pecho? —Alguien me dijo que no aceptas nuevos clientes, pero me preguntaba si harías una excepción por un amigo, —dijo, pasando una mano por lo que obviamente había crecido hasta convertirse en un cabello de unos cinco centímetros de largo donde él generalmente lo mantenía a dos centímetros. ¿Cortarle el cabello? ¿Acercarme lo suficiente para cortarle el cabello? La más mínima inquietud se instaló en mi pecho, pero solo encontrarme con su mirada me recordó quién era. Mi amigo. Mi vecino. El hombre que había sido casi nada más que amable conmigo, una y otra vez. No había nada de qué preocuparse. Bueno, al menos no físicamente. Mi corazón era una historia diferente. La sonrisa que apareció en mi rostro fue tan fácil y natural como debería haber sido. —Por supuesto que puedo. Vamos. Él sonrió y me convertí en un charco de sustancia viscosa, pero por algún milagro, me las arreglé para no poner los ojos en blanco sobre él. Ese era el plan al menos. —¿Cómo ha sido tu día? —preguntó mientras esperaba a que se acercara a mí.
—Bastante bueno. Termino en dos horas. —Me encontré con esos ojos turbios de color marrón verdoso—. ¿El tuyo? —Terminé un gran trabajo de alicatado37. Fue un buen día. —respondió, rozando el dorso de su mano contra la mía. Esto no me podría estar pasando a mí. No con mi vecino. No con este hombre que técnicamente todavía estaba casado y era el entrenador de Josh. No puede ser. No lo dejaría. —Un día, cuando tenga el dinero, te pediré que me des una cotización para rehacer los pisos de mi casa, pero eso no será pronto, —le dije. —Todo lo que tienes que hacer es preguntar, Diana. —Me miró por encima del hombro—. Podemos hacerlo juntos cuando tengas tiempo libre. —¿Juntos? —Juntos. —repitió. Tarareé y lo miré. —Está bien. ¿Gratis? Eso lo hizo sonreír. —Si. Obtienes un descuento especial. —¿Qué? ¿El descuento del padre soltero que te alimenta con descuento? Dallas negó con la cabeza y sonrió, pero no dijo nada. Está bien. —¿Entonces vamos por un Mohawk38 o qué? —Me obligué a preguntar. La expresión de su cara era esa juguetona que exprimía hasta la mierda de mis ovarios cada vez que lo sacaba. —Quizás la próxima vez.
37 38
Alicatado: Revestimiento hecho con azulejos en una pared u otra superficie. Corte de pelo, corto arriba y largo atrás
Guiñó un ojo. Me guiñó un ojo. Nunca antes había hecho eso. ¿Qué diablos estaba pasando? —Está bien, —prácticamente me atraganté, incómoda y extraña e instantáneamente sintiéndome avergonzada internamente por cómo debería haber mantenido la broma, pero no lo hice. Maldición—. Déjame tomar mis maquinillas muy rápido y bajar tu silla. No tengo a nadie de más de 1.80 de altura frente a mí muy a menudo. —Está bien, —respondió. —¿El mismo corte de siempre? —Abriendo el cajón, mantuve la mirada baja mientras sacaba las maquinillas y el juego de accesorios que tenía allí. Su voz era baja. —Lo que sea que creas que se ve bien. Agarrando una capa, la deslicé sobre sus hombros e hice que las partes de velcro se juntaran. —¿Estás seguro? —Claro, —respondió él, todo áspero y ronco—. Confío en ti. ¿Por qué me hacía esto? Aparté mi cuerpo de él para dejar escapar un profundo suspiro. Esos ojos color avellana me miraban a través del espejo. Podía verlos fuera de mi visión periférica mientras me movía alrededor de él para enchufar las maquinas al cable de extensión que había escondido debajo de mi estación. —Tú eres la que me mira más que nadie, haz lo que quieras. Respiré profundamente. —Bueno.
Nuestras miradas se encontraron cuando me levanté de nuevo y caminé para ver el corte de su cabello. Podría hacerlo con los ojos cerrados y una mano a la espalda. Extendí la mano para tocar con el pulgar el hueco en la base de su cabeza y moví la maquinilla hacia donde tenía que estar. Su cara estaba en paz mientras le afeitaba desde el frente hasta la parte posterior de su cabeza, sobre esa suave curva de su cráneo, siendo gentil, para no cortarlo. Me moví lentamente alrededor de él hasta que me paré enfrente. Sus rodillas golpearon la parte superior de mis muslos cuando me detuve donde estaba, y me dejó mover la cabeza sin ninguna resistencia para conseguir los lugares que necesitaba alcanzar. Estaría mintiendo si dijera que no dejé que mis dedos permanecieran una fracción de segundo más de lo necesario sobre la suave piel de su frente y su sien y esa piel ultra suave justo detrás de su lóbulo de la oreja. Podía sentir su mirada fija en mí mientras trabajaba, pero solo me permití mirarlo a los ojos un par de veces, sonriendo cada vez como si esto no fuera gran cosa, cuando se sentía como cualquier otra cosa. Las maquinas fueron ruidosas entre nosotros, una distracción de la tensión que sentí en la boca del estómago en reacción a lo cerca que estábamos. —Lo siento si apesto, —se disculpó con esa voz casi susurrante. —No hueles a nada, —le dije, obligándome a mantener la mirada en el centro de su cabello recién cortado—. Casi termino. Solo necesito usar mis tijeras en un par de lugares —¿Mi voz sonaba ronca o solo me lo estaba imaginando? —No te estoy apurando. Hacer esto por mí es muchísimo mejor que mi peluquero habitual —Dios, ¿cómo podía ser tan atractiva una voz?—. Puede que tenga que empezar a venir cada dos semanas si vas a frotarme la nuca así, Buttercup. Sonreí, mi estómago revoloteaba, y estoy segura de que mi rostro se estaba poniendo rosa. —¿Por qué te sonrojas? —preguntó en ese canturreo que sonaba directo a mis ovarios.
—Porque... —Me reí de nuevo, torpe y estúpida, ¿y por qué demonios me estaba haciendo esto? Tú lo sabes mejor, Diana—. Me recordó algo que escuché. Eso es todo, —dije, frotando mi mano en mis pantalones antes de moverme alrededor de él. Tarareó. —Puedes decirme. Puedo guardar un secreto, —dijo—. No comparto. —Yo tampoco, —murmuré antes de arrastrar los pies para ponerme detrás de él, intercambiando una herramienta por la otra para atrapar un par de cabellos súper finos junto a sus orejas que no había podido cortar—. Es estúpido. Te lo diré otro día. Vi su nuez moviéndose. No me sorprendería que pudiera escuchar mi corazón acelerarse dentro de mi pecho. Solo me tomó un par de minutos terminar, asegurarme de que las líneas y los bordes a lo largo de la nuca estuvieran limpias y rectas. Después de cepillar su piel desnuda, le quité la capa. Lentamente lo sacudí mientras se ponía de pie, evitando los pequeños mechones de cabello castaño intenso en el suelo. —¿Cuánto te debo? —preguntó. Hice un gesto hacia el área de la recepción con la cabeza, consciente de que Sean y Ginny eran entrometidos como una mierda y aún no habían terminado con sus clientes. —¿Qué tal diez dólares? Tocó el dorso de mi mano de nuevo con la suya, y supe sin una sola duda, por una fracción de segundo, su dedo meñique se enganchó alrededor del mío antes de soltarlo. —Eso es lo que le pago a mi viejo para que me corte detrás de las orejas y me meta su sudorosa axila en la cara. ¿Cuánto cuesta? Sonaba como la señora Pearl. Me contuve de toser y de mirar hacia abajo a sus manos, y de alguna manera incluso puse los ojos en blanco, tratando de mantener esto ligero y juguetón, aunque se sentía como algo más. —Diez dólares. Eso me tomó quince minutos,
como mucho, Dallas. Es un descuento para amigos, y no pienses en darme propina. Te devolveré el dinero a escondidas en tu bolso durante la práctica. —¿Sí? —Si. Me ayudas todo el tiempo. Puedo evitar meterte una axila apestosa en la cara y asegurarme de dejarte sin ningún corte. —¿Estás segura? Sé que cobras como cien dólares por un corte de cabello. Lo haría gratis en mi casa si él quisiera, pero en este momento, parecía una idea peligrosa. —No cobro cien dólares por un corte de cabello. Son como ochenta, y normalmente me lleva más de una hora hacerlo. Diez dólares. Suéltalos, Capitán. Esa lenta sonrisa cruzó sus duros rasgos, iluminándome las entrañas. —Como desees. Empecé a sonreír antes de detenerme. ¿Qué acaba de decir? Antes de que pudiera preguntarme si realmente acababa de decir lo que yo pensaba que decía, Dallas agregó: —Y es Jefe Superior, Melocotón. No Capitán. ¿Estaba teniendo sofocos? ¿Me estaba imaginando cosas? Tiré del cuello de mi camisa con mi mano buena y respondí: —Lo tienes, Jefe Superior. Se rio y negó con la cabeza. Mientras me entregaba un billete de diez dólares de una billetera de cuero desgastada, preguntó: —¿Me reservas para dentro de dos semanas? Parpadeé e incluso mis manos dejaron de moverse. —¿Vas en serio? Hablaba muy en serio. Me di cuenta por la expresión de su cara. La había visto antes. Y lo confirmó. —Lo digo en serio. Anótame. —¿Por qué no vienes a mi casa y me haces cortarte el cabello allí? —Ofrecí, susurrando. Yo podría hacerlo. Podría mantener mis manos quietas.
—Me gusta tener una excusa para venir a verte, —respondió en voz baja que fue directo a mi pecho. Lo miré y asentí con la cabeza, deslizando el dinero en efectivo en la caja registradora antes de extender la mano para apagar la computadora del modo de suspensión. —¿Está bien el lunes? —Me las arreglé para no chillar. —Seguro, cariño. No iba a dar mucha importancia a la palabra “C”. Y no lo hice. Las palabras eran solo palabras a veces, sin ningún significado especial, y Dallas y yo habíamos pasado por algunas cosas juntos. Trip también me llamaba “cariño” todo el tiempo. ¿Quizás Dallas solo estaba practicando términos de cariño conmigo? ¡Puaj! —Muy bien. —¿Me tienes anotado? —preguntó antes de que yo hubiera guardado la fecha. —Estoy a punto de hacerlo. —Bueno. Hazme tu cita de las seis en punto a partir de ahora. Cualquier día que quieras, lo haré funcionar. Mi dedo índice se mantuvo sobre el mouse por un momento y contuve la respiración. Había algo en esto que se sentía diferente. Pesado. —¿Por cuánto tiempo? —Pregunté lentamente. —Durante el tiempo que ese calendario te lo permita.
—Esa puta.
Ginny soltó una carcajada desde su lugar al otro lado del salón donde estaba limpiando los fregaderos que usábamos para lavar el cabello de los clientes. —¿Tu propina fue tan mala? El hecho de que ella supiera por qué se pedía el insulto ni siquiera me registró. Habíamos estado trabajando juntas durante tanto tiempo haciendo esto, ambas sabíamos que solo había un puñado de razones por las que llamaríamos a nuestros clientes. O se perdieron una cita, se quejaron de un corte de cabello que solicitaron específicamente a pesar de que tratamos de disuadirlos, o nos dieron propinas como una mierda. En circunstancias normales, normalmente no nos quejamos de nuestras propinas. Quiero decir, pasa mierda; a veces la gente tiene menos dinero que en otras ocasiones, pero en este caso... —Acaba de terminar de decirme que la ascendieron en su bufete de abogados. Me dejó cinco dólares, Gin. Cinco dólares. Me tomó media hora secar su cabello después de cortarlo. Me duele la mano como un hijo de puta por sostener la secadora. Su risa estalló fuera de ella, porque ese tipo de mierda nos pasaba a todos de forma semi-regular. Algunas semanas eran mejores que otras. Por eso nunca les daba malas propinas a los camareros. Si bien Ginny nos pagaba con base en una estructura de comisiones justa en comparación con otros propietarios de salones para los que había trabajado en el pasado, cada centavo seguía contando, especialmente cuando tenías facturas e hijos. Solo hoy había tenido seis clientes tacaños. Por otro lado, tuve que cancelar su cita original debido a mi mano. Sus raíces habían sido bastante brutales. —Uf —gemí—. Ha sido uno de esos días. —Aww, Di. Suspiré y eché la cabeza hacia atrás antes de meter el billete de cinco dólares en mi billetera. —Necesito una bebida. —No tengo a los niños hoy, —dijo astutamente, ganándose una mirada de mi parte.
—¿No los tienes? —No. Su padre llamó a último momento y dijo que se quedaría con ellos durante el fin de semana —Ella levantó la vista de su trabajo en el fregadero y arqueó las cejas repetidamente—. Mayhem no es tan caro. —Probablemente no debería gastar dinero cuando tengo una botella de vino perfectamente buena en casa, —dije. No hacía mucho que había regresado a trabajar y mi cuenta corriente todavía estaba dañada. —Te invito a dos bebidas. Uno de mis chicos me dejó una buena propina extra como regalo de bodas, y no voy a tener una despedida de soltera. Vamos a hacerlo. Tú y yo, una última vez antes de convertirme de nuevo en una mujer casada. Sabía a dónde iba con esto y lo aprobé. —¿Dos tragos, no más? —Sólo dos, —confirmó. Para darnos crédito, ambas fuimos serias mientras recitamos la mayor mentira jamás contada.
—¡Uno más! —¡No! —¡Uno más! —¡No!
—¡Vamos! Mi rostro estaba caliente y había alcanzado el nivel de la risa hace dos tragos. —¡Uno más, y eso es todo! ¡No bromeo esta vez! —Finalmente estuve de acuerdo, una maldita idiota. ¿Qué era esto? ¿Bebida número cuatro? ¿Número cinco? No tenía ni idea. Viendo como Ginny se inclinaba sobre la barra y le pedía al camarero, que había estado muy atento con nosotras esta noche, dos whisky sour más, me quité la suave camisa abotonada que me había puesto sobre una camisola de encaje para el trabajo esa mañana. Tenía calor. Estaba malditamente caluroso considerando que las temperaturas de noviembre habían bajado. El bar estaba lleno. Después de todo, era viernes por la noche, y habíamos luchado por nuestros dos lugares en la barra, aplastadas entre dos hombres fornidos con chalecos de motociclistas y dos tipos que habíamos aprendido hace un trago que trabajaban en el garaje del tío de Ginny. ¿Qué pasó con nuestro límite de dos bebidas? El tío de Ginny sucedió. El hombre con el aspecto más curtido que había visto en mi vida había venido directamente a por nosotras en el momento en que nos sentamos y le dijimos al camarero que las bebidas iban por su cuenta esta noche. El hombre, supe momentos después, se llamaba Luther, puso una mano en el respaldo de la silla en la que estaba sentada y me dijo: —Escuché lo que hiciste por la señora Pearl. Eres bienvenida aquí cuando quieras. —Realmente no tiene que hacer eso, —le dije a este hombre que nunca había visto antes. Su intensa atención no se movió por un segundo. —Mi nieto está enamorado de ti. Eres buena —decidió. Oh Dios mío. Dean. El hombre llamado Luther continuó, —Ginny, no puedo permitirme tu trasero borracho. Considera esta noche un regalo de bodas, —dijo arrastrando las
palabras, palmeando el hombro de su sobrina mientras ella se ahogaba con una risa. Y luego, así, el Hada del Alcohol se fue. Y Ginny y yo dijimos en silencio “a la mierda” y decidimos aprovecharlo, por eso, me encontré con cinco tragos en una noche en un bar de moteros, riéndome a carcajadas con alguien a quien amaba. Me estaba abanicando cuando Ginny se dio vuelta con dos vasos del brebaje amarillento. Inclinándome hacia atrás, comencé a atarme el cabello. —¿Hace calor o solo soy yo? —pregunté. —Hace calor, —confirmó, deslizando la bebida sobre el mostrador en mi dirección—. El último y nos iremos a casa. Asentí con la cabeza, sonriéndole, mis músculos faciales se sentían bastante hormigueantes. —El último. En serio. —En serio —prometió. El hombre mucho mayor a mi derecha, el gran motociclista con el que Ginny y yo hablamos media hora antes, se volvió en su asiento para mirarme. Su tupida barba gris era larga y definitivamente necesitaba un corte. —¿Qué estás bebiendo ahora? —Un whisky amargo, —respondí, tomando un sorbo. Arrugó la nariz y miró de un lado a otro entre Gin y yo. —Es una gran cantidad de licor que has bebido por ser tan pequeña. —Estoy bien, —le dije, tomando otro sorbo—. Solo voy a llamar a un taxi. Parecía horrorizado. —Cariño, eso suena como una mala idea. —¿Por qué? —Ginny habló desde su lugar junto a mí. Ella también había estado hablando con él en el transcurso de las últimas dos horas que estuvimos en el bar.
—¿Dos chicas borrachas en un auto con un extraño? Bueno, cuando lo puso de esa manera…. Habíamos tomado un taxi la última vez y estuvo bien. Además, ¿cuántas otras veces en el pasado había hecho lo mismo? —Ginny, haz que Trip los lleve a casa. Sé que su trasero no ha bebido tanto esta noche. Está arriba lidiando con la mierda del club. Iré a buscarlo por ti, o mierda, llama a Wheels. Él vendrá a buscarte. No hay problema. Ella sacudió su cabeza. —Él está dormido. No quiero despertarlo. —Puedo llevarlas a ambas a casa, —ofreció un hombre sentado al otro lado de Ginny, uno de los dos mecánicos. No necesitaba mirar a mi jefa ni a mi amigo para saber que, aunque el tipo parecía bastante amable, no éramos idiotas. Habíamos aprendido a no meternos en autos con extraños. Mierda, les habíamos enseñado a nuestros hijos a no subirse a los autos con extraños. —No. Las llevaré a las dos a casa, —afirmó una nueva voz desde algún lugar detrás de mí inesperadamente. Sentí los dos brazos bajar a cada lado de mi silla antes de ver las columnas gemelas de antebrazos fuertemente musculosos encerrándome. Fueron las hermosas líneas marrones y negras del ala de un pájaro estampadas en el interior de los bíceps junto a mi rostro lo que me dijo quien estaba en mi espacio. No tuve que mirar hacia arriba para saber quién estaba hablando. Era Dallas. Me gustaría pensar que fue todo el alcohol lo que me llevó a echar la cabeza hacia atrás lo más que pude. —Hola. Dallas inclinó su cara hacia abajo para mirarme, su expresión era dura, sensata incluso a través de mi nebuloso cerebro. —Diana, —dijo mi nombre sólidamente sin un solo rastro del afecto familiar que nos habíamos cultivado el uno al otro.
—No sabía que estabas aquí, —le dije, todavía mirándolo al revés. Podría haber parpadeado, pero su boca estaba tan apretada que no podía mirar más allá. —He estado aquí todo el tiempo. Tragué y solo logré asentir, mi rostro se puso caliente de nuevo. Incluso en esa posición, pude ver que sus ojos recorrían mi rostro, mi garganta y algún otro lugar que no podía confirmar. —Podrías haber venido a saludar. Somos amigos. Podemos sentarnos uno al lado del otro en público —Y así fue como más tarde sabría que estaba borracha. ¿Qué demonios estaba pensando al decir eso? —Has estado ocupada, —dijo con esa misma voz indiferente, casi cruel. —¿Qué? —Ya bebiste lo suficiente, —dijo Dallas—. Las llevaré a las dos a casa. —¡Pero acabamos de recibir esta bebida! —Protestó Ginny. —Te daré los diez dólares. Vamos, ahora —exigió. Sin previo aviso, los brazos a ambos lados de mí se movieron, sus manos fueron a las manijas del taburete en el que estaba, justo antes de que lo apartara de la barra, haciéndolo raspar contra el suelo. Alguna parte razonable de Ginny y de mi cerebro debió haber reconocido que habíamos bebido demasiado, porque ninguna de las dos se quejó mucho por su orden. Por el rabillo del ojo, noté que mi jefa empujaba su silla hacia atrás, no forzada a salir de ella como lo había hecho yo. Girando el taburete para poder salir y agarrando mi bolso al mismo tiempo, me encontré cara a cara con el cuerpo de Dallas a centímetros de mis rodillas. Mirando su cara, lista para pedirle que retrocediera para poder bajar, no pude evitar sonreír ante el ceño fruncido que tenía. —Hola, —dije de nuevo como si no lo hubiera saludado hace dos minutos.
No le hizo gracia. De hecho, estoy bastante segura de que sonaba más enojado que hace un minuto cuando habló a continuación. —Vámonos. Pensé que le entrecerré los ojos. —¿Por qué suenas tan enojado? —Hablaremos de eso en la camioneta, —dijo y me hizo un gesto hacia adelante, su tono incluso aún más bajo. —¿Estás segura de que no quieres que te lleve? —preguntó el mecánico mientras Ginny se deslizaba de su silla y se paraba junto a Dallas. Dallas no apartó los ojos de mí cuando nos sacó para responder: —No. Estoy bastante segura de que escuché al motociclista en el asiento junto al mío reír. Mis tobillos me traicionaron cuando di un paso hacia adelante y me tambaleé, mi pecho golpeó el de Dallas, y estiré el cuello hacia atrás para darle una mirada divertida. Tenía más arrugas en la frente y debajo de los ojos de las que jamás había visto. ¿Qué le pasaba por el culo? —Adiós, Diana, —gritó el motociclista mayor. Inclinando la cabeza hacia un lado, obligándome a apartar la mirada de mi vecino, el entrenador de Josh, saludé a mi nuevo amigo motorista. —Adiós. Ten cuidado al llegar a casa —le dije. Pero antes de que pudiera decir algo más, una mano grande y cálida se deslizó dentro de la mía; los dedos largos se entrelazaron con los míos más pequeños, y perdí el hilo de mis pensamientos en menos de un segundo. Conocía esos dedos. Todo lo que logré hacer fue mirar a Dallas con una expresión confusa y conmocionada en mi rostro antes de que me tirara hacia adelante y atravesara la barra y la masa con gente que estaba adentro. Distraída, miré por encima del hombro para asegurarme de que Ginny me seguía, y lo estaba. Mierda. Al mirarla en ese momento, me di cuenta de lo sonrojado que estaba su rostro.
Realmente habíamos bebido demasiado. El aire de la noche era frío y de repente me di cuenta de que no había agarrado mi camisa después de quitármela. —¡Espera! —Empecé a decir antes de que Dallas levantara la mano que no sostenía la mía. —Tengo tu camisa, —dijo, echando un rápido vistazo sobre su hombro que aterrizó directamente en mi pecho. Estaba un poco borracha, pero no lo suficiente como para no notar cómo se flexionaban los tendones de su cuello. También estaba bastante segura de que murmuró “Jesús” en voz baja mientras me arrastraba detrás de él. ¿Podría haber soltado su mano? Flexioné mis dedos dentro de los suyos, los uní fuertemente y decidí que probablemente no. No es que quisiera, aunque sabía que no tenía ningún derecho. Sabía que esto no significaba nada. No podía significar nada. ¿Cuántas veces había hecho evidente que no estaba interesado en mí más que en nosotros siendo amigos y porque había estado con una madre soltera y estaba relacionado conmigo en ese nivel? Los amigos se tomaban de la mano cuando bebían demasiado. Esto no era nada. Solo un amigo cuidando a otro. No era la primera vez que estaba cerca de él de mal humor. No tenía ninguna razón para pensar demasiado en eso. Probablemente pensó que yo era estúpida por beber demasiado y tenía razón. Lo era. Ninguno de nosotros dijo una palabra mientras nos dirigíamos hacia la camioneta de doble cabina estacionada a una cuadra en el mismo estacionamiento donde había dejado mi auto. Tenía esta extraña necesidad de
extender la mano y tocar mi amado CRV39, pero el agarre en mi mano era demasiado seguro y fui conducida directamente a la puerta del lado del pasajero de Dallas. Lo vi meter la llave en la cerradura y girarla, abriendo la puerta, y sin mirarme a los ojos, me agarró por las caderas y me levantó, tan rápido que ni siquiera tuve tiempo de registrar su acción hasta que se terminó. Había bebido demasiado, pero podría haberme subido a su camioneta por mi cuenta. ¿O no podría? Definitivamente había tenido demasiado en el pasado y nunca había tenido problemas para subirme a un auto… al menos por lo que podía recordar. —Muévete —ordenó la voz áspera de Dallas. No tuvo que decírmelo dos veces. Me moví hacia el medio, mirando mientras cruzaba la parte delantera de su camioneta, dejando que Ginny se subiera a su camioneta por su cuenta. Todo su cuerpo se veía tenso, su mandíbula era una línea recta que me recordaba a la de mi madre cuando la enojaba cuando era niña y ella planeaba ponerme en mi lugar en el segundo en que tuviéramos algo de privacidad. Miré alrededor del interior de la cabina y aprecié de nuevo que, aunque no cuidaba muy bien su casa, trataba a su camioneta como a un bebé. —¿Por qué me convenciste en ese tercer trago? —Ginny murmuró mientras se acomodaba a mi lado, el lado de su pierna cubierta por jeans y su hombro tocando el mío. —¿Qué? Me convenciste —discutí con ella en un susurro. Todo lo que hizo fue negar con la cabeza. —Nunca volveré a salir contigo. —Nos divertimos. Ni siquiera intentes fingir que no lo hicimos. —Choqué mi muslo contra el de ella.
39
Modelo de auto.
Se rio cuando la puerta del lado del conductor se abrió y, un segundo después, el gran cuerpo de Dallas se deslizó detrás del volante, ocupando todo el espacio restante y más. Mucho más estaba prácticamente sellado a mi lado, pegándome a él como un gemelo unido con el que estaría atrapada para siempre. Justo cuando comencé a deslizarme hacia Ginny, él me dio una mirada al mismo tiempo que giraba su llave en el encendido, el sonido bajo de la música country cortaba el agudo silencio. Y había algo en esa mirada dura e intransigente que me detuvo en medio del movimiento. Sus ojos, todavía de algún modo de color claro incluso en la cabina oscura, se centraron directamente en mí. —Cinturón de seguridad. Dejando caer los ojos, miré a mis costados en busca de la correa. No lo había estado buscando mucho, pero tal vez cinco segundos cuando ese brazo con el que me había familiarizado tanto en el transcurso de los últimos meses se extendió sobre mi regazo, la palma de su mano ahuecando mi cadera por un breve momento en la historia. y lo agarró de donde estaba encajado debajo de los asientos casi como si lo hubiera plantado allí. Y lentamente, con el dorso de sus dedos rozando la banda de mis pantalones, pasando justo por encima de la cremallera de mis jeans, de un hueso pélvico al otro, me lo sujetó. Contuve la respiración todo el tiempo. Y no iba a negar que no pude evitar mirarlo a la cara inmediatamente después, sintiendo ese calor eléctrico de él quemando cada centímetro de piel expuesta que mi camiseta dejaba al descubierto. ¿Qué es lo que hice? Sonreí. Y en una rara ocasión de tantas en los últimos meses, no me devolvió la sonrisa. Sin romper el contacto visual, metió la mano debajo del asiento y me entregó una botella de agua. Bueno. —¿Dónde vives? —le preguntó a Ginny.
Mi jefa y mi amiga recitó la dirección y las indicaciones para llegar a ella. Ninguno de nosotros dijo nada mientras Dallas conducía y bebí un sorbo del agua que me había dado, ofreciéndola a Ginny cada vez. Había algunas canciones country en la radio que reconocí vagamente en los veinte minutos que le tomó conducir hasta el lado opuesto de la ciudad donde vivíamos. Cuando se detuvo en el camino de entrada de la nueva casa en una nueva subdivisión que Ginny había comprado hace un año, la abracé antes de que saliera y luego vi a Dallas salir de la camioneta y acompañarla hasta la puerta principal. Mientras regresaba, saqué mi teléfono de mi bolso y miré la pantalla, agradecida de que los Larsens hubieran llevado a los chicos a su casa en el lago y no me hubiera perdido la llamada telefónica nocturna de Louie. Estaba en medio de poner mi teléfono en mi bolso cuando la puerta se abrió y mi vecino se deslizó en el asiento del conductor de la camioneta que aún estaba en marcha. Su mano fue a la palanca de cambios justo cuando alcancé a soltar el pestillo del cinturón de seguridad... Cubrió mi mano con la suya, deteniéndome. —¿Estás bien? —pregunté, manteniendo mi mano donde estaba incluso cuando dio marcha atrás en el corto camino de entrada, con la barbilla sobre el hombro mientras miraba por la ventana trasera. Su respuesta fue fría y tranquila. —¿Me preguntas si estoy bien? Parpadeé. —Si. Quitando su mano de la mía y haciéndome olvidar que había estado a punto de moverme, puso su camioneta en marcha, su atención ahora enfocada fuera del parabrisas. —Tú. —aún sonaba normal, sereno—. bebiste demasiado y pasaste las últimas tres horas hablando con hombres que no conoces. No estaba segura de sí fueron las bebidas o solo esa pequeña parte de mí que no había podido aceptar lo que sentía por él lo que me llevó a expresar la cosa
más estúpida que podría haber dicho. Al menos en retrospectiva, me di cuenta de lo tonto que era. —¿Y? Eso no era algo que no hubiera hecho cientos de veces antes. Sabía la diferencia entre ser amigable y coquetear, y no había estado coqueteando con ninguno de esos tipos en el bar. Pero aprendí bastante rápido que “¿Y?” obviamente no era el tipo de respuesta que buscaba Dallas. Acepté eso un momento después, cuando apretó los frenos, enviándome balanceándome hacia adelante, su brazo se disparó a través de mi pecho para evitar que me estrellara el rostro contra el tablero. —¡Qué demonios! —Lloré al mismo tiempo que él gritó—: ¿Y? Mi corazón latía en mi maldita garganta de pensar que estaba a punto de tener una cirugía reconstructiva en mi rostro, pero de alguna manera me las arreglé para jadear, —¿Qué te pasa? —Entonces estaba despierta, la borrachera desapareció mientras trataba de recuperar el aliento. —¡No conoces a esos malditos tipos, Diana! —el grito—. Uno de ellos fue acusado de violación hace un par de años, y tú estabas sentada allí convirtiéndote en la BFF40 de él. Estaba tan enojada y molesta que dejé pasar que usará la palabra “BFF”. —La única razón por la que estuve allí fue porque me iba a reunir con mi amigo del que te hablé. Me senté ahí mirándote todo el tiempo. Esperando a que te dieras la vuelta y te sentaras conmigo para poder presentarte con él, pero eres tan jodidamente inocente... —No soy una observadora —argumenté. —Entonces, ¿cómo diablos no me viste a tres metros de ti durante horas?
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BFF: Best FriendForever – Mejores amigas por siempre.
—Yo... —Bueno, ¿qué diablos se suponía que tenía que decir? No había una buena excusa o explicación para eso. Tenía razón. Simplemente no lo iba a admitir. Nunca—. Bueno, no lo sé. Pero no me hubiera ido a casa con ellos. ¿Estás loco? La forma en que me miró casi me hizo revisar mis cejas para asegurarme de que no se hubieran quemado. Enseñó los dientes en una expresión que no se parecía en nada a una sonrisa. —Tienes toda la razón, no te hubieras ido a casa con ellos. Respiraba con dificultad y me había llevado demasiado tiempo darme cuenta de que estaba tan irritado como yo. Este hombre normalmente tranquilo y paciente se parecía a un dragón empeñado en destruir un pueblo. Ese pueblo era yo. —Te habría sacado de la oreja si lo hubieras intentado, como solía hacer mi mamá. Y Dios me ayude, si hubieras tomado un maldito taxi... —¿Qué pasa con un taxi? Juraría por mi vida que este hombre dulce y pasivo me gruñó, así que me recosté en el asiento. —No me hagas preguntas estúpidas ahora mismo, Diana. No estoy de humor para eso. Parpadeé hacia él, de repente sintiéndome abrumada. —¿Por qué estás siendo tan malo conmigo? Parpadeó. —¿Crees que estoy siendo malo contigo? —¡Si! Bebí demasiado. No hice nada malo. Esa no era la primera vez que salía, ¿sabes? No iba a hacer nada malo, pero estás aquí, gritándome... La mano que tenía más cerca de la ventana se levantó para frotar su cabello corto. —¡Porque me preocupaste! ¿Crees que quiero que te pase algo? No puedo leer tu mente. No sé qué diablos estás planeando hacer —explicó, al menos parecía que estaba tratando de explicarlo, pero todavía había tanta ira en su voz, no parecía del todo así.
Por segunda vez en tan poco tiempo, dije algo más estúpido que no me di cuenta hasta horas después. —Mira, te agradezco que me cuides, pero soy una mujer adulta. Puedo cuidar de mí misma. —Tal vez puedas cuidarte, pero ¿has pensado por un jodido segundo que tal vez alguien más podría querer cuidar de ti también? —gruñó. Y en esa fracción de segundo, cada pensamiento, cada emoción, abandonó mi cuerpo. Solo puf. Desaparecido. —¿Tú qué? —¿Estaba lo suficientemente borracha como para no entender lo que salía de su boca? No sería la primera vez, pero no pensé que estuviera en ese nivel todavía. Se echó hacia atrás, su expresión era todo “¿Estás bromeando?” —Ser tu amigo ha sido lo más difícil que he tenido que hacer. Espera. —¿Lo ha sido? —pregunté, dividida entre su comentario de un momento antes y el que acababa de salir de su boca. Pensé que estaba tratando de decir que quería cuidarme, pero ahora... —Eres la maldita mujer más ridícula que he conocido en toda mi vida, Diana. La mitad del tiempo quiero sacudirte y la otra mitad del tiempo... —Se calló, mirándome directamente a los ojos. En el segundo que siguió a esa fracción de tiempo, ese brazo musculoso que me había sostenido de mi pecho para mantenerme en su lugar se movió. Su mano, esa mano callosa de dedos largos, se deslizó detrás de mi cuello, y Dallas me besó. Sus labios tocaron los míos, suavemente, apenas un roce, un susurro de una boca cálida y un aliento sobre los míos. Y luego fue a por ello. No hubo vacilación, ningún picoteo de advertencia. Ese labio superior más lleno pasó por encima del mío, esos dientes blancos y desafilados atraparon mi labio inferior... y luego me estaba besando. Una y otra vez. Más suave, luego suavemente, luego simplemente suave.
Entonces no lo dudé. Abrí la boca y atrapé su labio superior en el instante en que mi cerebro se dio cuenta de lo que estaba sucediendo. Su boca se inclinó sobre la mía, su lengua se deslizó por la pequeña abertura que le había dado. Una lengua contra la otra, una mano cubriendo la parte de atrás de mi cuello mientras la otra agarraba mi cadera. ¿Mis manos? Podrían haber estado en sus costillas, o podrían haber estado en sus muslos, no tenía idea. Todo en lo que podía pensar era en Dallas. Dallas, Dallas, Dallas. Cuánto quería esto. Cuánto quería esto más de lo que nunca había querido casi cualquier cosa. Mis manos amasaron. Sus manos amasaron. Sus labios se alejaron de los míos, bordeando mi mandíbula, chupando un lóbulo de la oreja brevemente antes de que deslizara su húmeda y cálida boca por mi cuello como si tuviera hambre, como si el mundo se fuera a acabar si no me besaba por todas partes con todo en él. Su lengua rozó la piel de mi garganta, sus labios rozaron antes de que sus dientes hicieran contacto. Y Dios me ayude, todo lo que pude hacer fue acercarme a él, casi subiéndome a su regazo. Comencé a inclinarme hacia adelante cuando me di cuenta. ¿Qué diablos estaba haciendo? Él estaba casado. Separado. Misma mierda. —Oh, Dios mío —siseé, empujándome hacia atrás tan rápido que todavía estaba donde lo había dejado cuando abrió los ojos entrecerrados. Lo señalé, la sangre que solía tener en mi cabeza bajaba—. Estás casado. Dallas parpadeó lentamente. Su nuez de Adán se balanceó y la mano que tenía en mi muslo se quedó exactamente dónde estaba mientras enfocaba esos increíbles ojos en mí, luciendo solo un poco aturdido. —Diana, —dijo mi nombre como nunca antes lo había dicho mientras su pulgar se deslizaba sobre mi rodilla—. Mi divorcio se concretó.
Capitulo Veintitres —¿Finalmente se divorció? —La voz de Vanessa estaba tan cerca de la excitación como su temperamento normalmente bastante tranquilo le permitía estar—. ¿Desde cuándo? —¡Si! —Yo, por otro lado, no estaba tan tranquila. Me moría por contarle lo que había descubierto hace dos días, pero en el instante en que me levanté a la mañana siguiente, me puse a preparar el desayuno, sintiéndome más que un poco mierda por lo mucho que había bebido la noche anterior y me dirigí directamente al salón. Para cuando salí del trabajo, todo lo que quería hacer era desmayarme en el sofá. Me quedé dormida dos horas después de llegar a casa—. Unas pocas semanas. Unas pocas semanas. Todavía no podía entender eso. Semanas. Desde justo después del incendio. Cuando se fue por unos días. —¿Qué dijo después de eso? —preguntó Van. ¿Cómo podría explicar la mirada que me dio después de decir que ya no estaba casado? ¿O cómo su mano se había deslizado más por mi muslo y me había apretado la pierna como si fuera su dueño? No había forma de hacerlo. Todo lo que había logrado hacer era sentarme allí mirándolo mientras mi corazón corría un maratón dentro de mi pecho. —Nada, simplemente me senté allí y lo miré y él me miró, y luego nos llevó a casa. Estacionó su camioneta en su casa, me acompañó a casa y todo lo que dijo fue 'Buenas noches, Diana'. —Le transmití la información. —¿Le dijiste algo?
—¿Le dije que gracias por el viaje y buenas noches? —No había sido mi mejor momento. Ni siquiera lo había mirado a los ojos, pero no le dije eso a Van. De cualquier manera, ella todavía se fue con —Qué gallina. —¿Gallina? ¿Viniendo de ti? ¿De verdad? Vanessa se burló. —¿De qué estás hablando? ¿Realmente necesitaba recordarle acerca de su no relación con su ahora esposo hace años? —Me gusta él. No sé qué hacer, wah, boohoo —recapitulé. Su respuesta fue un gruñido. —Cállate. —Está bien, Chicken Little41. No me importa una mierda si no puedes soportarlo. Al menos le dije antes que me gustaba. —Ahora que lo mencionas, creo recordar que me dijiste que dejara de ser una marica. —Esa fue una situación completamente diferente, idiota. —¿Cómo? —¡Estaba casado! Ella lo pensó por un segundo antes de jadear. —Lo que sea. Come mierda. Lo que quiero saber es qué vas a hacer al respecto. ¿No era esa la pregunta del siglo? ¿Qué iba a hacer? Dallas me había besado. Realmente besado. No este beso en el costado de la boca que le das a alguien a quien quieres... a menos que lo hubiera entendido totalmente mal y tal vez ahora que estaba divorciado, estaba planeando compensar por no tener citas durante años.
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Película infantil, protagonizada por un joven pollito.
Ese solo pensamiento dejó un gran bulto de mierda podrida en mi estómago. ¿Era eso lo que estaba pasando? ¿Estaba tomando su nueva tarjeta de la libertad y usándola conmigo? Tenía que saber que no funcionaría. Él tenía que saberlo. Cuanto más lo pensaba, más convencida estaba de que él no me haría eso. Le había dejado claro una y otra vez que era una persona loca. Además, tenía a los chicos. No podría estar haciendo esa mierda de “moverse por ahí”. Además, éramos vecinos. Si quería “golpearlo y dejarlo”, yo era la peor opción del mundo, y él tenía que saberlo. Él tenía que hacerlo. No iba a creer lo contrario. Pero ese era el problema, ¿qué se suponía que debía creer? —¿Di? —La voz de Van llegó a través de la línea, preocupada. —Lo siento, me he despistado —me disculpé, haciendo a un lado el pensamiento de su razonamiento—. No lo sé. Se acaba de divorciar. ¿Quiere salir con alguien? ¿Quiere salir conmigo? ¿Solo quería besarme? No lo sé. Nunca hablamos de eso. Siempre parecía una cosa lejana que nunca iba a suceder. —Esto se sentía como la escuela secundaria de nuevo—. Nos vemos demasiado para que esto sea algo que terminará mal. Me gusta demasiado como para que eso suceda también, supongo. —Está bien, Nancy Negativa42. Pregúntale o dale algo de tiempo. No lo sé. Tú eres la que tiene toda la experiencia del novio. ¿Toda la experiencia del novio? Esta perra. —Tenía casi diecinueve años cuando perdí la virginidad, idiota, y he tenido cuatro novios. No soy exactamente una experta aquí. No sé qué diablos está pasando. No sé cuál es su plan.
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Un apodo que se le da a un chico o una chica que siempre tiene un giro negativo en las cosas..
El silencio al otro lado de la línea decía exactamente lo que sabía que era verdad. Yo era una monógama en serie. Había tenido cuatro relaciones toda mi vida y, con la excepción de Jeremy, todas habían sido a largo plazo. Jeremy lo habría sido si no hubiera sido un pedazo de mierda que necesitaba ser apuñalado en los riñones repetidamente. Me gustaban muchos chicos y hombres en mi vida, pero no me gustaba mucho tener citas y jugar en el campo. Y considerando lo mucho que me gustaba Dallas, y sentía incluso más que eso por él, mi corazón no podía soportar la decepción, y en este momento de mi vida, no era solo a mí a quien cuidaba. También fueron los chicos. Les gustaba y era el entrenador de Josh. No estaba dispuesta a arruinar una influencia masculina positiva para ellos saliendo con Dallas, que acababa de divorciarse después de tantos años. Iba a tener citas. Y su vecina al otro lado de la calle con dos chicos, que siempre estaba metida en sus negocios y esas cosas, no podía ser su primera opción. Yo vivía enfrente de él. Si Jeremy se mudaba al otro lado de la calle, le rayaría el auto y le arrojaría huevos a su casa hasta que tuviera una pista y se mudara. No había forma de que pudiera ser una puerta giratoria. Quería asentarme. Lo necesitaba. Sabía que se preocupaba por mí, pero ¿cuáles eran las posibilidades de que no pensara con claridad? Mierda. No iba a arriesgarme. Podríamos ser amigos y eso era todo lo que me había dado la impresión que quería, con la excepción de que él frotaba su boca por todo mi cuello... Y las notas que encontré en su bolsillo que podrían no tener nada que ver conmigo. No podía pensar en eso, o nunca más, si se suponía que iba a sobrevivir a esto.
—Bueno, puedes mirar, pero no tocar si quieres hacer eso, D. —Ese es un consejo realmente útil, —refunfuñé. —¿Qué quieres que te diga? Tú eres la que nunca ha tenido problemas para decir lo que tengas en mente. Siempre haces lo que quieres hacer y todos los demás pueden irse al infierno. La Di que conozco, la Diana que conozco ahora, no se acobarda en las cosas. Así que haz lo que quieras hacer. Dejé escapar otro gruñido. ¿Cómo diablos se suponía que eso me ayudaría? —Cambiaremos de tema, gallina, —continuó Vanessa cuando no dije una palabra—. ¿Te dije cómo Aiden hace que Trevor me llame cuando se ha ido, una vez cada hora para asegurarse de que estoy bien? ¿Puedes creerlo? —Nop. —Porque no pude. Sabía lo mucho que Van odiaba al representante de su esposo, y que él tuviera que llamarla todo el tiempo porque Aiden estaba practicando era bastante divertido. Así que me reí porque estaba segura de que también debía haberla matado un poco por dentro—. Malvada. Mi mejor amiga se río. —Él es el imbécil. Sé con certeza que nunca te conté cómo nos compró este cochecito de bebé, y lo busqué. Cuesta cuatro mil dólares. ¡Para un cochecito de bebé! Traté de devolverlo, pero no me dice de dónde lo sacó. Debería haber usado ese dinero para comprar cosas para alguien que no puede pagar lo básico. Quiero encontrar una organización benéfica para mujeres embarazadas y donarle dinero o artículos a cambio. Me hace sentir culpable conseguir todas estas cosas. —Problemas de las chicas ricas, —le bromeé. —Púdrete. —Dona el dinero, o puedes donarme el dinero a mí... Eso la hizo reír. Sabía que no había forma de que yo le pidiera dinero.
—Me estás haciendo daño, y necesito volver al trabajo mientras Sammy todavía duerme la siesta, —anunció la adicta al trabajo con voz acuosa—. Escríbeme luego. —Lo voy a hacer. Te amo. —También te amo. ¡Sé mi Diana y toma lo que quieras! —gritó antes de que terminara la llamada. Colgué, agarré mi teléfono, tomé otro trago del café que había estado bebiendo toda la mañana y volví a salir al piso. Toma lo que quieras. No tuve que averiguar qué era lo que quería. Yo sabía lo que era. Exactamente lo que era. Y eso era Dallas. Pero, ¿qué diablos iba a hacer al respecto? Me pregunté mientras salía de la sala de descanso y me dirigía a la sección principal del salón para mi próxima cita. Sean tenía a su cliente en su silla haciendo lo que parecía un tratamiento de keratina, y Ginny estaba sentada en su estación, enviando mensajes de texto en su teléfono. Ella parecía tan mierda como yo. Tenía ojeras y estaba pálida. Ella había venido a trabajar después de que yo lo hice, y todo lo que habíamos hecho fue saludarnos la una a la otra. Quería contarle lo que pasó con su primo hace dos noches, pero... Bueno, eran familia. Familia lejana, pero familia, al fin y al cabo. No hablabas de asuntos del corazón con personas emparentadas. Pero podría preguntarle qué me había estado molestando durante meses. Dirigiéndome a su estación, me incliné y eché un vistazo a sus raíces mientras terminaba de escribir lo que fuera que estaba enviando.
Cohibida, se llevó una mano a su cabello rojo rubí. —Lo sé. Ya era hora de que hicieras mis raíces. Seguí hacia el mostrador de su estación, apoyé mi trasero contra él y vi su rostro despejado, estresado pero feliz. —Dime cuándo y lo haré por ti. Mi jefa asintió y arqueó las cejas, mirándome de cerca. —¿Como te sientes? —Como una mierda. ¿Y tú? —Como una mierda. Me reí y Ginny sonrió. —¿Cómo conseguiste tu auto ayer? —Hice que los niños me dejaran. ¿Y tú? —Los Larsens me llevaron. Ambas nos miramos por un momento antes de que finalmente soltara: —Oye, ¿hay algo que deba saber sobre ti y Dallas? Inclinó la cabeza hacia un lado. —¿Qué quieres decir? —¿Por qué no te agrada? Su boca formó una forma de O antes de cerrarla y suspiró. ——No es que no me guste. Nunca... nos llevamos bien. ¿Sabes a lo que me refiero? Cuando éramos niños, era serio y tenso. Cuando éramos mayores, como adolescentes, él siempre pensaba que era mejor que el resto de nosotros. No le pasa nada. Supongo que nunca le di una oportunidad. No sabía que todavía estaba haciendo eso, pero supongo que no puede ser tan engreído si sale con Trip. Era mi turno de que mi boca formara una O. Tan rápido como lo había hecho Ginny, cerré la boca también. Definitivamente podría imaginarme a Dallas siendo esta montaña de críticos en blanco y negro cuando era niño. Todavía era así.
La diferencia era que a mí me gustaba. Ginny siguió adelante. —Ahora, Jackson, por otro lado, qué desperdicio de ser humano.
No voy a mirar el trasero de Dallas. No voy a mirar el trasero de Dallas. No. No mirar. No hacerlo. Como si me estuviera tentando, Dallas pasó frente a mí, toda su atención en el chico a su lado durante la práctica. En lo más profundo del campo estaba Josh, haciendo ejercicios con Trip y algunos de los otros chicos. Pero por muy terrible que fuera para mí, era Dallas a quien estaba ocupada mirando. Dallas y la ceñida camiseta térmica de manga larga que tenía y los jeans en los que no me iba a concentrar. Estaba demasiado ocupada sin pensar en Dallas para darme cuenta de que alguien se sentó a mi lado. Era el papá divorciado. —Oye, Diana, —me saludó, con el cabello peinado cuidadosamente y las manos en el regazo. Le sonreí. —Hola. El hombre, que tenía que tener unos treinta o cuarenta años, hizo un gesto hacia mi mano, su mirada era amplia. —¿Cómo está tu mano?
—Mucho mejor, —le dije, sobre todo honestamente. Estaba mejor. Mucho mejor. Pero eso no significaba que no doliera como el infierno después de unas horas de trabajo. Le había estado poniendo aceite de vitamina E todas las noches antes de acostarme, pero la piel aún no se había curado por completo. Siseó, estirando el cuello para mirar mi mano más cerca. —Sheesh. Apreté mis labios y sonreí. —Se pondrá aún mejor. El hombre inclinó la cabeza hacia un lado, todavía mirándome. Cuando no dijo nada de inmediato, pensé que lo dejaría pasar. La mayor parte de la práctica había pasado, y los entrenadores tenían a los muchachos en un grupo, hablando con ellos antes de que finalmente volviera a hablar. —Creo que ya te dije que estoy divorciado, —Solo me lo había dicho unas diez veces desde que nos conocimos—. No estoy saliendo con nadie en serio. Pero estaba saliendo con alguien y tratando de coquetear. Excelente. —Si alguna vez necesitas ayuda, puedes llamarme. Estaría más que dispuesto a ayudarte con cualquier cosa que necesites, —dijo en voz baja, obviamente consciente de lo entrometidos que eran el resto de los padres y de cómo todos escuchaban a escondidas a los demás. Me sentí incómoda. Aunque no quería, aparté los ojos de los chicos en el campo y me volví para mirar a este chico, sabiendo exactamente lo que tenía que hacer, aunque realmente no quería hacerlo. —Es muy amable de tu parte ofrecerlo, pero mi papá me ayuda muchísimo, y entre los chicos y yo, generalmente somos bastante buenos con la mayoría de las cosas, pero agradezco la oferta. Este hombre pobre y atractivo según los estándares de la mayoría de las mujeres no se detenía. —No tiene por qué ser de ayuda. Nuestros muchachos son amigos —No llamaría a Josh amigo de su hijo, en absoluto, pero mantendría la boca cerrada—. Podríamos hacer algo con ellos, si están interesados. —Parpadeó—. O por nosotros mismos.
Mierda. Apenas abrí la boca para decirle algo por el estilo que me sentía halagada de que me estuviera ofreciendo, pero que estaba muy ocupada y no me interesaba salir con nadie cuando una sombra se apoderó de mí. Una mano grande se acercó a mi rostro para tomar la bolsa que tenía entre el papá y yo. Antes de mirar siquiera, supe que no había forma de que fuera Josh. Era alto, pero no tanto, y la mano que había visto brevemente era mucho más grande que la mía. Pero supongo... bueno, no estaba segura de lo que suponía, pero segura que no esperaba encontrar a Dallas a mi lado, mirándome, con Josh a su lado mirando al padre. —Hola, chicos, —los saludé rápidamente, frunciendo el ceño ante las caras que ambos estaban haciendo. Entendí la de Josh, él siempre miraba mal a ese papá específico cada vez que se sentaba a mi lado, pero ¿Dallas? ¿Qué le pasaba por el trasero? Esos cálidos ojos color avellana permanecieron fijos en mi rostro. Ni una sola vez miró al hombre a mi lado. —¿Estás lista? ¿Para irnos? —Si. —Miré a Josh y levanté la barbilla. Estaba demasiado ocupado mirando al padre como para notarme. Cuando me puse de pie, comencé a alcanzar mi bolso de las manos de Dallas, pero él lo acercó más a su cuerpo, mirándome todo el tiempo. —Vámonos. Ninguna parte de mí estaba juntando las piezas. Ni una sola. Todo lo que hice fue asentir antes de darme la vuelta para enfrentar al papá que aún estaba sentado en el banco, mirando y escuchando. Le sonreí. —Te veré más tarde. Gracias por la oferta. La mirada del padre rebotó de mí a Dallas y viceversa antes de asentir, lentamente. —Sí, claro, —dijo, volviendo a Dallas, que de repente parecía estar a centímetros de mí. Podía sentir el calor de su cuerpo.
Ni siquiera me congelé un poco cuando lo que obviamente era su mano aterrizó en mi hombro, girándome suavemente en la dirección hacia donde se dirigían todos. Solo miré parcialmente su mano cuando dejé caer la mía para un bajo cinco de Josh, quien me la dio fácilmente. —¿Buenas prácticas, J-Money? —pregunté, completamente consciente del peso sobre mí y del hombre a mi lado. El niño de once años volvió a golpearme la mano con una sonrisa. —Buena práctica. ¿Te divertiste hablando con tu amigo? ¿Le di a mi hijo de once años una mirada asesina? Maldita sea, lo hice. El problema era que había aprendido a mirar mal del mejor: Él. Le saqué la lengua y él puso la espalda derecha. —Es por eso que tengo que seguirlos a los dos a casa, —dijo la voz que parecía estar en mi oído. Me quedé mirando a Josh un segundo más antes de guiñarle un ojo, y él me guiñó el ojo de vuelta. —¿Quiere cenar con nosotros, Sr. Dallas? —preguntó Josh mientras seguía mirándome. ¿Desde cuándo invitaba Josh a la gente a cenar? Ese era el trabajo de Louie. —J, estoy segura de que tiene mejores cosas que hacer que ver tu cara por más tiempo del necesario, —dije en broma, todavía mirando esa cara que conocía demasiado bien. Se sentía como si estuviera tramando algo, pero ¿qué?—. Además, estoy segura de que quiere pasar algún tiempo con su abuela. —No hay nada mejor que pueda estar haciendo, —fue la respuesta junto a mi hombro un momento antes de que la mano en el lado opuesto me diera un apretón antes de dejarla caer—. Y probablemente Nana ya esté dormida.
Con el corazón en la garganta y esta mierda furtiva con Josh, me las arreglé para mantener mi atención hacia adelante. —Está bien, primero tengo que ir a buscar a Louie, —dije, sobre todo en mi hombro. No había una sola duda en mi mente de que lo que tenía que ser una mano tocara la parte baja de mi espalda. —Soy bueno esperando, —respondió. Asentí con la cabeza, y cuando levanté la mirada para empezar a caminar hacia el estacionamiento, lo noté. Una buena parte de las mamás, esperando a los niños o hablando, nos miraban. ¿Por qué me sorprendía eso? ¿Y por qué no me molestaba? —Deberíamos empezar a compartir el auto. Ese comentario hizo que mi cabeza se balanceara hacia un lado y hacia arriba. Dallas me estaba mirando, su expresión clara. La mano en mi espalda baja hizo un círculo incluso a través del material de mi chaqueta, y sus cejas gruesas y oscuras se elevaron un milímetro, como si estuviera tratando de desafiarme. Pero, ¿por qué haría eso? No entrecerré los ojos, pero quería hacerlo. —Eso ahorraría gasolina... —Me aclaré la garganta—. Quizás no en los días que Louie no viene. Y este hombre, este hombre de mis sueños que ni siquiera sabía que quería, volvió a coser una pulgada entera de esa parte de mi corazón que no había sido la misma desde mi hermano. —No me importa recoger a Lou. —Hubo una pausa y parpadeó esos hermosos ojos. Su voz era vacilante—. ¿A menos que no quieras que lo haga? ¿No quería que lo hiciera? Qué idiota.
Le sonreí, tratando de decirle con mis ojos que quería que él también me amara. Para besarme de nuevo. Para decirme lo que quería de mí. —¿Qué le dije sobre preguntas estúpidas, Mrs Clean?
Acababa de terminar de colocar el último plato limpio en la rejilla cuando mi teléfono sonó desde donde lo había dejado. —¡Tía Di! ¡Es abuelita! —Josh gritó desde la sala de estar un momento antes de que el golpe de sus pies en el suelo me advirtiera que venía. Efectivamente, tenía mi teléfono extendido en su mano; su uniforme de práctica todavía está puesto. Antes de que yo fuera a la cocina a lavar los platos, él, Lou y Dallas habían estado sentados frente al televisor, turnándose para jugar videojuegos. Era demasiado. Así que me levanté y decidí lavar los platos mientras ordenaba mis pensamientos. —Gracias, J. —le dije, tomando el teléfono de su mano—. Oye, tú y Lou deben seguir adelante y prepararse para la cama, ¿de acuerdo? Son más de las diez. Todo el tiempo que estuve hablando, su labio comenzó a gruñir un poco, pero asintió de mala gana. —¿Quieres que le diga al señor Dallas que se vaya? No, no quería que echara al vecino, pero no podía decir exactamente eso. —No te preocupes por eso. Louie y tú prepárense para ir a la cama. Dallas puede irse cuando esté listo. Josh asintió con la cabeza y se volvió para salir de la cocina mientras me acercaba el teléfono al rostro.
—¿Bueno? Hubo un silencio antes de que la voz de mi madre llegara a través de la línea, lenta y arrastrada. —¿Quién está en tu casa? —preguntó en español. Odié poner los ojos en blanco segundos después de nuestra conversación, pero no pude evitarlo. —Mi vecino. —¿Tienes un hombre en tu casa? Ella estaba siseando. Fantástico. —Sí mamá. —¡Son las diez de la noche! —Lo sé, —le dije, sacando las palabras con frustración—. ¿Necesitas algo? —¿Está solo con los chicos en este momento? —Ella todavía estaba hablando en español rápido y enojado. Mierda. —Ma, ¿necesitas algo? —¿¿Qué piensas? ¿Qué estás haciendo? —Sé lo que estoy haciendo, mamá, —le dije con la mayor calma posible, aunque la realidad era que nunca tenía la menor idea de lo que estaba haciendo. Nunca—. ¿Que necesitas? —Diana, —refunfuñó—. ¿Va a pasar la noche? —Oh, Dios mío, —murmuré, rodando los ojos—. Mamá, dime por qué llamas. Todavía tengo que poner a los niños a dormir y tengo que irme a dormir. —Que Dios me bendiga. ¿Dónde te fallé? Rodé los ojos y negué con la cabeza exasperada. Ella acababa de preguntar dónde me había fallado. Dios ayúdame. —¿Es el hombre de los tatuajes?
Suspiré y pellizqué el puente de mi nariz, ya decidiendo que necesitaba encontrar mis Pop-Tarts y meterme dos en la boca a la vez. —Si. ¿Que necesitas? El ruido más dramático jamás hecho en la historia de los sonidos corporales llegó a través del teléfono y mis ojos intentaron encontrar mi cerebro nuevamente. —Mamá, me agrada y vas a tener que vivir con eso. Así que dime por qué llamaste, por favor. Comenzó a murmurar palabras en español que estaba bastante segura de que había hecho una oración que no había escuchado en décadas, desde mi Primera Comunión. Había algo en Dios ayudándola y algo después de eso en pagar por sus pecados. Colocando una mano en la encimera de la cocina, con la otra sosteniendo el teléfono en mi rostro, dejé caer la cabeza hacia atrás y sollocé. —Mamá. Ella no me estaba escuchando. Como siempre. Solo fingí sollozar más. Entonces escuché la suave risa detrás de mí. Era Dallas con la cadera contra el mostrador, esos brazos musculosos cruzados sobre el pecho. Parecía demasiado divertido. ¿Me había oído decir que me gustaba? —Mamá, mamá, solo llámame más tarde, ¿de acuerdo? Ya no estás prestando atención. Te amo, mándale a Dios mis saludos. —Esperé un segundo, y cuando ella todavía no me había reconocido, suspiré y presioné el botón rojo en mi pantalla. —¿Problemas con tú mamá? —preguntó Dallas. —Como siempre.
—Los chicos fueron a prepararse para irse a la cama hace un momento, —dijo, dando un paso adelante. —Bueno —¿Por qué me sentí tímida de repente?—. ¿Te vas? —Aún no —Dio otro paso—. He echado de menos verte. ¿Me extrañaba? Tragué saliva. —Vivo al otro lado de la calle. —Lo sé, Di, —respondió con una sonrisa en su boca rosada—. He intentado darte un poco de espacio para pensar en las cosas. —¿Pensar en qué? —Tragué saliva de nuevo, mirándolo acercarse lentamente a mí. —¿Qué pasó en mi camioneta? Afortunadamente, sabía que lo incorrecto a preguntar era “¿Qué pasó en la camioneta?” En cambio, tenía esa expresión de ciervo atrapado en los faros y murmuré—: Oh. Eso. Levantó la ceja. —¿Eso? —Si. Eso. —Estúpida, estúpida, estúpida, Diana. Dallas dio dos pasos más hacia adelante hasta que se detuvo directamente frente a mí, tan cerca que la parte superior de su estómago rozó mis pechos. Una de esas grandes manos se acercó a mi rostro y volvió a acariciarme la mejilla con el dorso de los dedos, su voz baja y firme. —Te voy a besar de nuevo. Respiré profundamente mientras él inclinaba su cabeza más cerca de la mía. Había un millón de cosas que debería decirle. Quizás incluso dos millones de cosas. Pero en lugar de decirle que no estaba segura de dónde estaba su mente o qué quería de mí o decirle que pensaba que había colgado la Vía Láctea, todo lo que hice fue asentir.
Ni siquiera le pregunté por qué le gustaba o desde cuándo. ¿Cuándo? Lo que hice fue quedarme allí mientras sus manos se curvaban sobre mis caderas y su aliento golpeaba mi piel. Sus labios rozaron mi frente de una sien a la siguiente y viceversa. Tragué saliva. La suave piel de la boca de Dallas pasó de mi sien a lo largo de mi oreja y hasta la mitad de mi mandíbula. Amablemente. Apenas un toque. Contuve la respiración. Cuando subió por el camino por el que había bajado, volvió a cruzar mi frente y bajó por la misma ruta a lo largo de mi oreja del otro lado, cerré los ojos y seguí sin respirar. Las manos en mis caderas se tensaron, y Dallas dio un paso más cerca o me acercó a él porque la parte inferior de nuestros cuerpos de repente se presionó uno contra el otro. Y luego, y luego, sus labios se cernieron sobre los míos durante un latido antes de cubrir los míos. De un instante a otro, su boca se inclinó sobre la mía y la dulzura no se encontraba en ninguna parte porque había sido reemplazada por algo que solo se podía llamar hambre. Muerto de hambre, no puedo-tener-suficiente-ahora-y-se-siente-como-que-talvez-nuncatenga-suficiente-hambre. La lengua de Dallas se batió en duelo con la mía, y no estaba dispuesta a dejarlo ganar. No podía recordar la última vez que tomé un respiro, pero no me importaba una mierda. Fui yo quien presionó mis caderas contra las suyas, un rock and roll. Pero era Dallas con la cosa dura entre nosotros, caliente y como una pipa contra mí, justo encima de mi ombligo. —Me encanta la forma en que besas, —susurró cuando apartó su boca de la mía solo un centímetro. Lo dije. Se lo dije. —Me encanta todo de ti. —Porque era la verdad.
Este ruido ahogado, quejido burbujeó en la boca de Dallas y pude sentir el calor de su mirada en mi rostro, pero solo pude convencerme de mirar su boca. Sus labios hinchados y ligeramente separados a centímetros de distancia. Y fue solo porque estaba mirando su boca que supe que estaba siendo redirigido a mis mejillas, a mi mandíbula, a dos puntos en mi cuello, y luego no pude ver nada cuando sus caderas se mecieron en mi estómago nuevamente su polla más dura y tan caliente a través de mi ropa. Dallas presionó esa suave boca contra mi clavícula mientras sus manos se deslizaban desde mis caderas hasta mi cintura y justo debajo de mis senos, de modo que la parte inferior descansaba en la curva de su mano entre el pulgar y el índice. —Sabía que sería así —murmuró en mi clavícula, mordiéndola con esos dientes blancos y planos. Estaba jadeando. No podía hablar. Uno de sus pulgares se desvió de mis costillas y subió, pasando sobre mi pezón, lo que no me sorprendió en absoluto que estuviera duro. Dallas respiraba con dificultad cuando su pulgar lo hizo de nuevo. Su boca besó el parche de piel que mi camisa abotonada no podía cubrir y susurró, directamente en mi maldito corazón: —He pensado en hacer esto contigo aquí cien veces, mil veces... —¡Buttercup! ¿Me vas a arropar? —vino un grito que me hizo regresar a la realidad. Pero Dallas no fue a ninguna parte. No tenía sus manos moviéndose de donde habían establecido su residencia. Y ese eje grueso a través de mi estómago tampoco se fue a ninguna parte. Fue solo la cabeza de Dallas la que se elevó hasta que su cara se cernió sobre la mía, esa hermosa boca rosada rozando la mía. Enfocó esos ojos verde-marróndorado en mí y besó mis labios, solo un beso, una, dos, tres, cuatro, cinco veces. Luego tocó con su boca una de mis mejillas y luego la otra, deteniéndose justo en frente de mí mientras su mirada rebotaba de uno de mis ojos al otro y viceversa.
—¡Buttercup! —Louie gritó de nuevo. Sus manos se movieron hacia mis brazos y mis muñecas antes de tomar cada una de mis manos en sus palmas. Las colocó entre nosotros y contra su vientre plano y duro. —Te dejaré acostar a los chicos, pero hablaremos mañana. No voy a seguir posponiendo esto, Diana. Y respondí con la única palabra que se le ocurrió a mi estúpido y aturdido cerebro. —Está bien. —¡Buttercup! —¡Cara de caca! ¡Dame un segundo! —grité, negando con la cabeza mientras sostenía la mirada de Dallas. —¡Trae al Sr. Dallas! —gritó el niño. Este hermoso y perfecto hombre que acababa de terminar de besarme sonrió suavemente ante la petición de Louie. —¿Te importa? —tuvo el descaro de preguntar. —Sabes que no lo hago. —Le indiqué que se acercara a mí—. Vamos. Dallas asintió y dio un paso adelante cuando le di la espalda. Me las arreglé para dar quizás un par de pasos antes de que dos brazos se envolvieran alrededor de mis hombros por detrás en un abrazo que duró todo un apretón y lo que solo pude asumir fue un beso en la parte posterior de mi cabeza. Me quedé allí y lo tomé. Una parte gigante de mí deseaba que lo hiciera una y otra vez. No fue hasta que soltó su agarre sobre mí demasiado pronto, que me estiré hacia atrás sin mirarlo y tomé su mano. Entrelacé mis dedos con los suyos y sentí sus almohadillas curvarse sobre los huesos finos debajo de la parte exterior de mi muñeca. Caminamos los cinco metros hasta la habitación de Louie tomados de la mano, sin decir una palabra. Efectivamente, su cabeza rubia era lo único que
se asomaba por encima de sus mantas de Iron Man y estaba sonriendo con esa sonrisa que iluminaba todo mi mundo. —Me gusta esto —confirmó Louie mientras me sentaba en la cama más alejada de la puerta y Dallas tomó el lugar opuesto mientras soltábamos la mano del otro. Resoplando, comencé a meter su edredón alrededor de sus piernas y dije comentando. —¿Has cepillado los dientes? —Si. —¿Qué historia quieres escuchar hoy? —pregunté, todavía arropándolo. El niño hizo un murmullo mientras sus ojos se posaban en Dallas. —¿Qué piensa, Sr. Dallas? —¿Qué sueles oír? ¿Solo historias sobre tu papá? —Sí, —respondió como si estuviera diciendo “duh”. Dallas hizo su propio ruido pensativo. Su mano fue a la parte superior de donde estaba el pie de Louie y le dio un apretón. —¿Qué hay de una de tu mamá? La parte cobarde de mí dijo “Mierda”. La parte de mí que sabía que esta era una conversación que seguí dejando de lado a pesar de que no debería pensar que ya era hora de que alguien mencionara esto. Louie, por otro lado, no dijo una palabra, pero pude sentir su mirada en mí. Podía sentir su tensión. Dallas sabía que la mamá de Louie no estaba viva. Había mencionado los testamentos de Mandy y Rodrigo antes, pero todavía no le había contado lo que pasó. La culpa era una dolorosa hija de puta que a nadie le gustaba recordar. —Mi mamá murió. La declaración de la boca de Louie me hizo mirarlo de la manera más disimulada posible. Esa cara dulce e inocente no estaba exactamente en blanco, pero eran
sus ojos los que lo decían todo. Se veía tan herido como hace dos años, y eso me devoró por dentro. Debería haber manejado esto mejor. —Mi papá murió cuando yo era un niño, —le dijo Dallas suavemente—. Todavía lo extraño mucho. Mi mamá también solía contarme historias sobre él a veces, pero no como lo hace tu Buttercup. Tienes mucha suerte, ¿lo sabías? —¿Tu papá también murió? Dallas asintió. —Yo tenía diez años. Era el mejor hombre del mundo. Quería ser como él. Todavía quiero ser como él. Mantuve la boca cerrada y miré la cara de Louie cuando dijo: —Mi papá era policía. Yo también quiero ser como él. —Puedes ser lo que quieras ser, Lou, —dijo nuestro vecino. La mano que tenía en el pie de Louie se movió y sus dedos tocaron uno de los dedos de Louie. —Eso es lo que dice Tía Di. —Ella sabe de lo que está hablando. Louie sonrió. Sus ojos se posaron en los míos y su sonrisa se hizo aún más amplia. —Si. —Tan rápido como había llegado, las curvas de su boca desaparecieron y miró una vez más a Dallas—. Solo me gustan las historias sobre mi papá. —Es posible que a ti también te gusten las historias sobre tu mamá, amigo. Estoy seguro de que tenía que ser muy especial para tener un hijo tan agradable como tú. Este tipo me estaba matando. —Ella era muy especial, Goo, —le hice saber, mi voz un poco inestable. Tenía que aprovechar esta oportunidad que me estaba dando Dallas—. ¿De dónde crees que sacas lo dulce y lindo que eres? Todos amaban a tu mamá.
Parpadeó y sus dedos se asomaron por encima del edredón, curvándose sobre el borde. Juraría que sus ojos se entrecerraron un poco. —¿Lo hicieron? —Por el tono de su voz, confirmó que no lo creía. ¿Mis padres habían dicho algo frente a él para hacerle pensar lo contrario? Dudaba que los Larsens lo hubieran hecho, pero ¿qué sabía yo? Un bulto se instaló en mi pecho y tuve que obligarme a ignorarlo. —Oh sí. Pregúntale a Josh —Quería preguntarle si no la recordaba, pero eso parecía casi cruel—. Ella siempre fue feliz y nunca tuvo nada malo que decir sobre nadie. —Le sonreí. Esos ojos azules saltaron entre los míos y los de Dallas y luego a su edredón. Miré a Dallas y extendí la mano para poner mi mano sobre la que tenía en los pies de Louie. Sus dedos se abrieron y tomó los míos entre los suyos. —Ella... —Louie vaciló—. ¿Qué dijo ella cuando nací? No iba a llorar frente a él. No iba a llorar frente a él. La última vez que hablamos de Mandy fue justo después de su muerte, semanas, tal vez un par de meses como máximo. Louie había llorado. Había sido un niño pequeño en ese entonces, pero su dolor por cómo su madre lo había rechazado en las largas semanas posteriores a la muerte de Rodrigo había sido inevitable. Le había tomado bastante tiempo entender que mi hermano no iba a regresar. La muerte no era algo que un niño de tres años pudiera realmente procesar. Durante mucho tiempo pensó que estaba en el trabajo, y no fue hasta un día al azar que aceptó que nunca significaba nunca. Su papá, mi hermano, nunca regresaría. Ni ese día ni el siguiente, ni dentro de un año. Lo que no había podido aceptar o comprender era por qué su madre no había estado allí después. Podía recordar las lágrimas y las preguntas. “¿Dónde está mami?” y “¿Por qué no juega mami?” No hay forma de que pueda olvidar lo confundido que estaba Louie, más que Josh, en ese entonces. No dudaba que Josh hubiera amado a Mandy, pero ella no era todo lo que había conocido. Josh siempre había estado
al tanto de la situación con Anita. Lo único que había funcionado en ese período de tiempo era que Louie siempre había estado cerca de mí y no había rechazado mi amor y mi atención en ese entonces. No había entendido lo que estaba pasando con su mamá, pero había saltado a lo que yo había estado más que dispuesta a darle. Creo que había estado demasiado ocupada llorando a mi hermano como para dejarlo sentir algo más que enojo con su madre después de que ella se fue, y después de un tiempo, simplemente dejó de hablar de ella. Como si no quisiera recordar que ella existía. No importa cuánto traté de decirle, él se negó. Hasta hoy. —Ella lloró mucho, —le dije en voz baja, obligándome a sonreír—. Lágrimas de felicidad. Como cuando Santa le trajo a Josh su bate de béisbol y lloró, ¿recuerdas eso? Ella seguía diciendo que eras la cosa más hermosa que había visto en su vida, y que no podía creer que pudiera amar algo tanto como te amaba a ti. Ella no me dejó abrazarte durante dos días después de que naciste, ¿puedes creer eso? Ella no quería compartirte con nadie, solo con tu papá. Louie me miró todo el tiempo. Una sonrisa nunca cruzó su cara. Fueron sólo los dedos que tenía en la parte superior de sus mantas los que golpeaban el material mientras escuchaba. Los dedos de Dallas se apretaron alrededor de los míos. —Eso suena a que ella te amaba mucho, —le dijo a mi Lou. Todo lo que el niño dijo fue “Hmm”. Eso fue todo. Iba a tomarlo. Por ahora. No queriendo obligarlo a hablar más de ella por ahora, le dije: —Tu hermano tiene toneladas de historias sobre ella. Deberías pedirle que te cuente algunas de ellas algún día. La amaba mucho. Yo también la amaba. Los ojos de Louie estaban más vidriosos de lo normal cuando me miró y asintió con la cabeza rápidamente. Demasiado rápido. Su boca se torció tristemente y
tragó. Luego tragó de nuevo y sentí que había tomado una decisión sobre algo. —¿Me amaba como tú me amas? —preguntó el astuto mocoso con su voz normal. Tuve que aceptar que habíamos llegado a algún lugar esta noche al menos sacando el tema. Le guiñé un ojo. —No te vuelvas loco. No mucho. Eso le hizo sonreír. —¿Por qué no me cuentas una historia sobre tu padre esta noche, Lou, hmm? —preguntó Dallas.
Capitulo Veinticuatro
—¡Estaré afuera esperándote, Josh! —grité eso a la mañana siguiente cuando noté que teníamos exactamente cinco minutos antes de que tuviéramos que irnos a la escuela para que los niños pudieran llegar a tiempo. —¡Bueno! —gritó desde la cocina donde estaba terminando su cereal. Louie se paró a mi lado con su mochila puesta y un trozo de pan tostado con miel en la mano. Ya podía imaginarme las costras metidas en su asiento o tiradas al suelo de mi auto. —Estoy listo —dijo, esos ojos azules completamente inocentes, como si no fuera capaz de hacer nada remotamente malo en su vida. Le dediqué una sonrisa cansada e incliné la cabeza hacia la puerta. Estaba agotada. Después de acostar a los niños, me quedé despierta, repitiendo cada conversación que había tenido con Dallas desde que nos conocimos. Y había habido muchas de ellas. ¿Cuántas veces me había dicho que se mantendría fiel a su esposa hasta que se divorciaran? ¿Cada vez que la mencionó? ¿Cuántas veces mencionó algo acerca de que su futura novia imaginaria tenía que esperarlo? El me conocía. Sé que me conocía. Y, sobre todo, no era un imbécil que podría decir un montón de cosas y no querer decir una sola de ellas. Y luego, pensé en las palabras de Vanessa y en cómo me había dicho que no fuera una gallina. Cómo me había recordado quién era yo ahora. Me había
llevado muchos años, pero sabía quién era y sabía lo que estaba dispuesta a hacer por las personas que amaba y las cosas que quería. Y eso fue todo. Haría todo y cualquier cosa. Entonces, ¿dónde diablos me dejaba eso? Ocupada pensando en todas las cosas relacionadas con Dallas, me di la vuelta con mi bolso para ir por el camino cuando vi una motocicleta al otro lado de la calle en el camino de entrada de Dallas. Era de Jackson. Habían pasado semanas desde nuestro enfrentamiento en la barbacoa. Semanas desde que vi su motocicleta en la calle. Justo el día anterior, mientras preparaba la cena después de la práctica, le pregunté a Dallas si había visto o tenido noticias de su hermano, y me dijo que no. Pero fue su cara cuando respondió lo que realmente se había hundido en mis entrañas. Solo con la familia podías estar tan jodidamente enojado y, sin embargo, preocuparte y amarlos. Entendí. Su hermano era un pedazo de mierda, pero seguía siendo su hermano. Suspiré y miré a Louie que ya se dirigía hacia la puerta trasera del pasajero de mi auto. —Goo, vuelvo enseguida. Creo que veo al hermano de Dallas y quiero preguntarle algo. Regresaré en un segundo. —Bueno. ¿Quería cruzar la calle y hablar con este hijo de puta de nuevo? No, no quería. Pero esto de la adultez era mucho más difícil y complicado de lo que nadie me había advertido, y nunca había sabido cómo ocuparme de mis propios asuntos. Todo esto de amar a la persona equivocada tampoco fue fácil.
Corrí a través de la calle, lista para decir mi granito de arena y, con suerte, no recibir un bofetón en el proceso porque había visto la intención en los ojos de Jackson en la barbacoa. Efectivamente, al lado de la fornida motocicleta estaba el rubio de barba espesa que obviamente no iría al torneo este fin de semana si las bolsas que tenía en la parte trasera de su motocicleta decían algo. Cuando me acerqué a él, miró hacia arriba y parpadeó de una manera que había visto hacer a su hermano en innumerables ocasiones en ese momento. Me detuve, dejando cerca de tres metros entre nosotros, y levanté mis manos en un gesto pacífico, mirando esa cara que realmente parecía más vieja que la de Dallas. —Mira, solo vine a decirte que no deberías castigar a Dallas por lo que te dije y te hice, ¿de acuerdo? Él se rio y negó con la cabeza, moviéndose para apretar una correa en el otro lado. —¿No estás aquí para disculparte? —se burló, tan lleno de sarcasmo que quería golpearlo en la cara o lanzarle un poco más de Hawaiian Punch. —¿Por qué habría de hacerlo? Te lo merecías. —Lo miré para asegurarme de que no comenzara a deformarse, pero ni siquiera volvió a mirar en mi dirección—. Simplemente no quiero que mi bocaza empeore las cosas de lo que ya están entre ustedes dos. Eso es todo. —Hice una pausa y lo miré por un segundo antes de que esta pequeña cantidad de pavor llenara mi estómago— . Mira, me callaré después de esto y no volveré a decirte nada, pero si desapareces con él de esta manera... él ya se siente lo suficientemente culpable por lo que pasó cuando eran niños. —No voy a desaparecer, —se quejó—. No puedo quedarme aquí cuando Nana Pearl está aquí. Ya me dio suficiente mierda en los cinco minutos que estuve… —Idiota Jackson dejó escapar un suspiro de frustración—. Olvídalo. Estoy empacando mi mierda como me pidió hace semanas. ¿Hace semanas? ¿Como en la barbacoa? ¿Había echado a su hermano a patadas?
Ni siquiera pensé que Louie o Josh hubieran sido un dolor en el trasero en ningún momento de sus vidas. Este era un comportamiento de niño malhumorado y mi instinto decía que no tenía sentido. Sentí el culo obstinado en él la primera vez que nos conocimos, y todavía podía sentir el culo obstinado en él en ese momento. Poniendo los ojos en blanco, di un paso atrás y suspiré. Casi le digo buena suerte, pero, de nuevo, esta era la persona que me había llamado perra y había hecho comentarios groseros sobre mi hermano después de lo que había hecho por él. Pendejo ingrato. Afortunadamente, no esperaba una disculpa porque seguro que no la conseguí cuando volví corriendo a cruzar la calle justo cuando Josh salía apresuradamente de la casa y bajaba corriendo los escalones de la entrada antes de que yo señalara la puerta para poder cerrarla. Para cuando salimos del camino de entrada, llevábamos más de cinco minutos tarde. Y Jackson aún no se había ido. Me preguntaba qué les pasaría a él y a Dallas, y parte de mí esperaba que de alguna manera lograran resolverlo. Pero quién sabe. A veces, las personas autodestructivas no sabían cómo apagar ese botón. Mi abuela siempre había dicho que no se puede ayudar a las personas que no quieren ayudarse a sí mismas.
Termine con mis dos primeras citas antes de darme cuenta de que la cita de Dallas era esa tarde. No era gran cosa.
No importaba que cuanto más pensaba en nuestra situación, con él besándome y escribiendo notas que no me había dado y diciéndome “como tú desees”, más lo deseaba. Quería algo con Dallas si él quería, y estaba bastante segura de que ese era el caso. Entonces sabía lo que iba a hacer y no iba a dar marcha atrás. Cuando mi cita justo antes de la suya llegó tarde porque la clienta apareció veinte minutos después de que se suponía que debía hacerlo, y ella era una de mis clientes habituales que se presentaba religiosamente para que sus raíces se rehicieran, podría haberme apresurado a terminar. Solo un poco. Capté sus ojos en el reflejo mientras pasaba la plancha por el cabello de mi cliente y observé su lenta sonrisa mientras caminaba por la sala de espera con su atención en su teléfono. —¿Qué está haciendo American History X43 aquí? —mi clienta se burló. Bromeamos entre nosotras, eso no era nada nuevo, pero en este caso, me congelé. —¿Qué has dicho? —pregunté en broma, pensando que había escuchado mal. —El skinhead44. ¿Desde cuándo haces desvanecimiento? —Ella se rio un poco al final de su pregunta. Aclaré mi garganta y sujeté su cabello entre la cerámica. —Le arreglamos el cabello a cualquiera, —le respondí lentamente, alcanzando otro mechón de cabello incluso cuando sentí que mi cuello se calentaba.
Película dramática estadounidense 1998, donde un joven quinceañero neonazi, se mete en problemas en la escuela, y el director trata de llevar por buen camino. 44 Los skinheads, son un grupo de personas con ideologías similares, principalmente el anti hippismo. No se consideran racistas ni fascistas; están en contra de cualquier ideología política. Sus enemigos en este género son cualquier skins con ideología política. 43
Hizo un ruido despectivo con la garganta, pero a medida que pasaban los minutos, me enojé más y más. ¿Quién era ella para juzgar a Dallas? ¿Y asumir que era un skinhead? ¿Historia americana X? ¿De verdad? Miré su cabeza mientras caminaba frente a mí hacia la recepción, y estaba apretando los dientes mientras pasaba su tarjeta. Me empezó a doler la cabeza en los cinco minutos que me llevó hacer todo eso, y cuando preguntó: —¿Cuándo puedes programarme dentro de cuatro semanas? —con una voz alegre, casi lo pierdo. Dallas había colgado su teléfono y estaba sentado en una de las sillas, mirándome. Dejé escapar un suspiro tembloroso mientras contemplaba esos hermosos ojos color avellana que habían hecho tanto por mí. Luego volví a mirar a mi cliente. —Trish, no creo que pueda programarte en un mes a partir de ahora. Sean se ha vuelto bastante bueno con el color. Definitivamente puede hacer lo que necesitas. Te pondré con él si quieres volver aquí, pero depende completamente de ti. La expresión de su rostro se desvaneció en una fracción de segundo. —No entiendo. ¿Qué quieres decir con que no puedes programarme? —No puedo programarlo. Gracias por venir a verme durante tanto tiempo, pero ya no me siento cómoda con eso. Su rostro palideció. —¿Hice algo mal? —El “skinhead”, —utilicé mis dedos como comillas—, es mi muy buen amigo. —Dejé caer mis manos—. En realidad, creo que algún día se casará conmigo. Lo dije. Lo hice mío. Y ella, mi clienta, se puso rosada desde la raíz del cabello hasta el pecho. —Puedes llamar para programar una cita si quieres volver, no me importa. Sin embargo, preguntaras por Sean.
Ella se aclaró la garganta, asintió y agachó la cabeza. Luego giró sobre sus talones y, con la atención aún en el suelo, salió corriendo del salón. Podía sentir mi propio rostro poniéndose caliente e incómodo, pero sabía que era eso o vivir con esa capa de culpa que saturaría mis pensamientos y huesos durante días si no hacía algo. No fue hasta después de haber tenido un gran arrepentimiento que comprendí la importancia de no posponer las cosas o de no tener miedo de hacer algo al respecto. Podría vivir con mi cliente pensando que soy un idiota por decir algo. Podría vivir sin volver a teñirme ni a cortarme el cabello. Con lo que no podía vivir no era defender a alguien que era mucho más que su apariencia y su color de piel y su puto corte de cabello. Alguien que valía mucho más de doscientos dólares al mes. —¿Estás listo? —grité mientras rodeaba la recepción, mi cabeza todavía latía con fuerza por mí no-realmente altercado. Él ya tenía esos ojos asombrosos sobre mí mientras se levantaba, haciéndome pensar en cómo había presionado su erección contra mi estómago la noche anterior. Mierda. —Si. —Me miró de nuevo y levantó la barbilla—. ¿Qué pasa? —Gente estúpida. Ellos son lo que me pasa —le respondí con sinceridad, demasiado frustrada por lo que acababa de pasar como para estar pensando en otras cosas. Cosas como besos. Su sonrisa era cautelosa. cualquiera, —respondió.
—La
gente
estúpida
le
hará
eso
a
Asentí con la cabeza y solté un suspiro, deseando relajarme y olvidarme de Trish. —Vamos. No parece que necesites un corte de cabello, pero puedo tomarme mi tiempo para que pienses que estás obteniendo el valor de tu dinero. Una sonrisa se deslizó sobre sus rasgos lenta y fácilmente, como si no tuviera una sola preocupación en el mundo, como si esta cosa entre nosotros no le
hiciera perder el sueño en absoluto. Dios, era guapo. —Haz lo que me hiciste en el cuello la última vez y te pagaré el doble. Me reí e hice un gesto hacia mi estación. —Detente. Dallas caminó delante de mí diciendo: —O justo en el lugar donde mi cabello y mi oreja se encuentran. Triple. Eso me hizo reír como si todo estuviera bien y no hubiera habido besos entre nosotros. —Súbete a la silla. No prometo ese tipo de finales felices. Se rio entre dientes mientras se hundía en la silla, con los antebrazos apoyados en los brazos. Sacudí una capa y se la puse sobre el pecho cuando preguntó: —¿A qué tipo de lugares vas que le dan a la gente un final feliz, eh? —El mismo tipo de lugares que tú, ya que sabes de lo que estoy hablando. —No pude evitar reírme. Mis dedos estaban en su nuca, uniendo las piezas separadas de velcro para sujetar la capa cuando echó la cabeza hacia atrás lo suficiente para que yo pudiera ver sus ojos. —No voy a ese tipo de lugares. Querido Jesús. Tosí. —¿Oh? Seguía mirándome mientras susurraba lo suficientemente fuerte como para que yo escuchara: —Mi mano es tan buena como cualquier otra. Dios ayúdame. Dios ayúdame. Dios ayúdame. Dios ayúdame. Él acababa de decir lo que pensaba que había dicho. Su mano. En él. Una vez, la imagen mental de Dallas desnudo en su cama con la mano sobre sí mismo, larga y gruesa, porque había sentido esa cosa contra mí y no había podido confundirla con nada excepto lo que era, llenó mi cabeza, imaginándolo acariciando una y otra vez, arriba y abajo, un giro aquí y allá, apretando y tirando… no había vuelta atrás. No había absolutamente ninguna vuelta atrás. Ni ahora ni nunca.
No había forma de que mis pensamientos no estuvieran escritos en todo mi rostro. Podía sentir que se calentaba. Podía sentir que me deformaba en tantos bucles y espirales que no había forma de enderezarme. Las imágenes de Dallas masturbándose iban a estar en mi cabeza esta noche y todas las noches durante mucho tiempo. O siempre, advirtió una vocecita en mi cabeza. Una gran mano se acercó para envolver sus dedos alrededor de mi muñeca y él tiró de ella suavemente. —¿Cómo puedo extrañarte tanto cuando te vi ayer? Respiré profundamente y lancé mis ojos hacia su cara para encontrarlo mirándome con atención, esa gentil y suave sonrisa suya apuntaba directamente hacia mí con tanta honestidad y franqueza que olvidé cómo pensar. Pero en el segundo que pude, recordé las palabras de Vanessa. Y recordé en lo que me había quedado despierta toda la noche pensando. Y recordé lo que había decidido. La vida podía ser brutalmente corta y la felicidad nunca estaba garantizada. Había tantas cosas que desearía haberle dicho a mi hermano antes de que muriera: cuánto había significado para mí, cuánto lo amaba y cómo trataría de ser alguien de quien pudiera estar orgulloso. Había cometido muchos errores en mi vida; Simplemente no quería seguir tomando decisiones que me llevaran a arrepentirme. Y fue con ese conocimiento, pensando en la corta y brillante vida de Rodrigo y en lo mucho que me había amado a mí y a sus hijos, que lo hice. Le pregunté: —¿Te gusto? Sonaba tan a la escuela secundaria como debería haberlo hecho, pero no me importaba una mierda. ¿Cómo diablos más podría haber preguntado?
Dallas parpadeó y sus dientes fueron a morderse el labio inferior. Sus cejas se elevaron un milímetro y dejó escapar un lento suspiro por la boca. —Yo no lo llamaría 'gustar. '—Los dedos que tenía alrededor de mi muñeca se aflojaron y bajaron hasta mi mano. Separando esos dedos, entrelazó esos dedos largos y fuertes con los míos. Dallas estaba sosteniendo mi mano. Me tomó de la mano cuando dijo: —Me dijiste que estabas un poco enamorada de mí, ¿te acuerdas? ¿Como podría olvidarlo? —Pero no usaría 'poco' para describir lo que siento por ti, Diana. Creo que ya lo sabes. Fue mi turno de parpadear. Apreté nuestras palmas juntas. —¿Entonces no me lo estoy imaginando? —Casi susurré. —No, cariño, no lo estás. —Dallas apretó mis dedos entre los suyos. Dejé caer unas cuatro bombas J en mi cabeza mientras estaba allí, sin confiar en mis palabras. O en las suyas. Y debe haberlo sabido porque no esperó a que abriera la boca. —Soy tu pobre bastardo y lo sabes. —Siguió tirando de mi brazo hasta que me paré frente a él, la parte delantera de uno de mis muslos tocando su rótula. Hubo otra docena de bombas M y bombas HP mientras cada nervio de mi columna se encendía como una máquina de pinball. Sin pensar en qué sería lo mejor para decir a continuación, hice que mi mirada se encontrara con la suya, como lo había hecho todas las veces que discutimos cosas, y le pregunté: —¿Estás seguro? Dallas era el hombre más constante que había conocido en mi vida. Su paciencia, firmeza y determinación cubrieron cada centímetro de todo su ser
mientras me sonreía. —Positivo. —Sus ojos fueron de uno a otro, parejos y pacientes—. De todas las casas que podrías haber comprado, tienes la que está enfrente de mí. De todos los deportes que Josh pudo haber jugado, era el béisbol y yo entreno a un grupo de esa edad. Estabas destinada a estar en mi vida. Esos iris color avellana se volvieron tan tiernos que me dolió el corazón. Su susurro no ayudó en nada. —Se que me quieres. Una cosa era admitirlo a mí misma, pero otra completamente diferente era decir las palabras en voz alta. Pero las dije de todos modos. —Sí lo hago. —Respiré—. Pero... —Sin peros. No pude evitar sonreír un poco a pesar de que sentía que todo mi futuro, mi vida, dependía de lo que sucediera ahora mismo. Pero no pude detenerme mientras miraba la cara seria de Dallas. —Sí, peros. Puedes amarme, pero eso no tiene por qué significar nada, Dallas. ¿Qué quieres de mí? —Todo. Respiré profundamente y parpadeé. De todas las formas en que pudo haber respondido, eso no era lo que esperaba. Pensé que sería más como una “cita” o “ser mi novia” o... algo. De esa manera eso era todo él, como si supiera lo que estaba pensando y sintiendo, las comisuras de su boca se levantaron. Pero no dijo nada. —Todo. Sin duda. Está bien. Las comisuras de su boca se curvaron ligeramente, y juro por mi vida que se veía un poco nervioso. Solo un poco. —Te deseo. Quiero tu sonrisa. Tus abrazos. Tu amor. Quiero tu felicidad —hizo una pausa—. Cada cosa. ¿Era así como se suponía que debía sentirse recibir un disparo en el corazón?
Lo miré directamente a los ojos y le pregunté: —¿Estás seguro de que sabes en lo que te estás metiendo? Su boca permaneció en la misma sonrisa y asintió. —Cien por ciento. —Sabes que estoy loca. —Tú eres mi mejor amiga. Sé que estás loca. No tenía ni idea de por qué se sentía como el mejor cumplido que jamás me habían dado. Pero le di una mirada seria. —Soy una perra celosa, Dallas. ¿Entiendes eso? No digo que no puedas hablar con mujeres u otros padres del equipo ni nada, pero si me engañas, ¿por qué estás sonriendo? —Si te engaño, tú y Josh me matarían y enterrarían el cuerpo en algún lugar que nadie pudiera encontrar. —Continuó con mi historia, sonriendo tan ampliamente que su cara tenía que doler. Le parpadeé y me encogí de hombros. —Mas o menos. —Yo nunca te engañaría. Vivimos al otro lado de la calle, por lo que nunca tendrías que ponerte celosa preguntándote dónde diablos estoy o con quién estoy. Al entrenar a Josh, pasaríamos los fines de semana juntos. ¿Ves? Eso me suena perfecto. Me estaba muriendo, lentamente. ¿Por qué sentí que estaba escogiendo discusiones que no existían? Su boca se animó aún más, tanto que prácticamente estaba radiante. —Tengo a los chicos, Dallas... —¿Y? Odiaba cuando usaba mis palabras y tácticas en mi contra. Dijo la palabra como si no fuera nada. Como mi preocupación por Josh y Lou ni siquiera era una
consideración en nuestra relación o lo que fuera que él quisiera tener conmigo, y eso me inquietaba más que cualquier otra cosa que hubiera dicho antes. Cuando di un paso atrás, soltó mi muñeca y le di la espalda, alcanzando la cortadora de cabello de uno de los cajones. Esto estaba sucediendo. Esto realmente estaba sucediendo. —Me dijiste que confiabas en mí, —me recordó. Estaba segura de que mi rostro estaba rosado cuando me volví hacia él, con el dispositivo en mi mano. No fue hasta que estuve justo frente a él de nuevo que habló una vez más, sus dedos extendidos para tocar un punto justo por encima de mi rodilla. —Puedes decirme cualquier cosa. Eso fue lo que me asustó. Era la verdad. Siempre sentí que podía decirle cualquier cosa. Ahora más que nunca eso parecía aterrador. Como si pudiera ganar o perder. Así que le dije, mirándolo a los ojos antes de dar un paso que me acercó tanto que su respiración golpeó mi antebrazo cuando me incliné sobre él. Empecé con la máquina, pasando por la superficie redondeada de su cabeza. —Te acabas de divorciar. Sé que ya dijiste que no me engañarías y que sabes exactamente lo que estás haciendo, pero… yo no… esto es serio para mí. No me gusta ni amo a cualquiera, Dallas. Sé que no puedes prometerme que no me romperás el corazón algún día, pero... —Esto también es serio para mí. No te romperé el corazón, Diana. Nunca he tenido miedo de trabajar por cosas o esperarlas. Te conozco y sé que tú vales la pena. Solo tuve que esperar a divorciarme para poder hacer esto bien por ti. La vida es tan jodidamente corta, Melocotón, y soy demasiado mayor para no saberlo e ir por lo que quiero. Y sabes lo que quiero. Lo que he querido. Por un largo, largo tiempo. —El pauso—. A ti.
Mierda, mierda, mierda. Solo había una cosa más que necesitaba decirle antes de que se me olvidara. Y era lo más importante. —Bueno. Quiero casarme algún día. No digo mañana o dentro de seis meses, ¿de acuerdo? Y no estoy segura de querer tener hijos pronto. ¿Puedes lidiar con eso? Algo empujó mi muslo. Podía ver el dorso de su mano, sentir cómo se frotaba los nudillos de arriba abajo. Su mano subió otra pulgada. Metió la mano más para que su palma agarrara la parte posterior de mi muslo. Esos ojos de los que estaba más que un poco enamorada me quemaban la retina. —Sería feliz con solo dos niños. ¿Estaba llorando? ¿Era por eso que mis ojos estaban llorosos? Parpadeé y las lágrimas no se fueron a ninguna parte. Y la dulce expresión de Dallas no ayudó en nada. —Eres la persona más dura que he conocido, Diana, pero también eres la más vulnerable, y eso me vuelve jodidamente loco, —me dijo. Apretó mi muslo, su voz baja y casi febril—. Sé que puedes cuidarte, pero quiero estar ahí para ayudarte. Te necesito más de lo que tú me necesitas, y está bien, —me dijo. Este hombre iba a ser mi muerte. Por séptima u octava vez en mi vida, no tenía idea de qué decir o ni siquiera por dónde empezar. Esa gran mano apretó. —Como les digo a los chicos, no jugamos para una sola carrera, jugamos para ganar todo el partido. Y estoy en esto para ganarlo. Apreté mi mano alrededor de la maquinilla. —Pero hay muchos otros equipos contra los que jugar. Las comisuras de su boca se curvaron, y uno de los dedos en mi muslo trazó una pequeña línea acariciadora. —El único equipo del que me voy a preocupar es el mejor. Nunca he estado tan seguro de nada en mi vida.
No fue hasta la hora de cerrar, después de que Sean y yo limpiamos, mientras él estaba ocupado contando la caja registradora al final de la noche porque decía que era más rápido que yo, que fui a mi tarro de propinas. Pero no fueron los billetes del tarro azul lo que me llamó la atención. Fueron lo que parecían unos pocos trozos de papel doblados adentro lo que me hizo alcanzarlos. Si alguien me hubiera dejado un pagaré o una tarjeta de presentación, iba a gritar. Dando la vuelta al frasco, salió todo. Dentro había docenas de papeles, cada uno de unos ocho centímetros de largo y dos de ancho. Abrí uno preguntándome genuinamente qué diablos alguien había puesto allí. Pero lo supe en el instante en que desdoblé al primero que lo había hecho.
Todo sobre ti me hace sonreír. -Tío Fester45. Me reí a carcajadas y tomé otra en el instante en que leí la última letra de la primera. Tío Fester. Maldito Dallas. Maldito Dallas. No tenía idea de lo que me hizo. Solo logré pasar otros tres antes de comenzar a llorar.
De verdad. Te amo. Con amor, el profesor Xavier antes de perder el cabello. Fester Addams, más conocido como Uncle Fester es un personaje de la franquicia The Addams Family y es el tercer miembro más conocido de la familia después de Gomez y Morticia. 45
En todas las formas que importan, puedes ser mi # 1 - (infinito). ¿Trato? Con amor siempre, tu pobre bastardo. Te Amo. -Tu convertido católico virgen nacido de nuevo, Dallas.
Capitulo Veinticinco
Estaba sentada en el borde del sofá, poniéndome los tacones cuando me concentré con Louie, que estaba sentado a mi lado en el sofá vestido con un atuendo que encontré a la venta alrededor del Día del Trabajo. Pero no fueron los pantalones azul marino o el chaleco que tenía lo que me llamó la atención, o el hecho de que estaba emparejado por una vez en su vida cuando no estaba usando su uniforme escolar. Fue la mancha roja en el cuello de su camisa blanca lo que me hizo estirar la mano para pellizcarme la punta de la nariz. —Loui. —¿Huh? —preguntó, su cuerpo encorvado con una tableta en su regazo mientras tocaba lo que fuera que estaba tocando. —¿Comiste algo después de cambiarte? —Le dije específicamente que no comiera nada porque lo conocía. —No, —respondió rápidamente, su atención todavía debajo de él. Deslizando mi talón hacia abajo en mi zapato color nude, moví los dedos de los pies para asegurarme de que mi pie estuviera allí lo más profundo posible, diciéndome a mí misma que no me asustaría por su camisa. Había sido inevitable, ¿no? ¿No sabía que esto iba a pasar y traté de prevenirlo? Con una respiración profunda, miré hacia atrás a su camisa y me paré, tirando de la parte de la falda de mi vestido. —Gooey46, ¿has sacado algo del refrigerador? —Jugo de manzana.
46
Empalagoso Louise.
Volví a pellizcarme la punta de la nariz. —¿Agarraste la botella de salsa de tomate por casualidad? Dejó de jugar su juego para mirar hacia arriba y darme una expresión curiosa. —¿Cómo lo supiste? —Porque hay una gran mancha roja en tu camisa, Goo. Las manos de Louie fueron inmediatamente a su pecho y comenzaron a palmear mientras trataba de encontrar el lugar —¡No comí nada! —Te creo, —gemí, tratando de pensar si tenía alguna otra camisa de vestir que no le quedara pequeña. No la había, y no teníamos tiempo de lavar esta. La boda de Ginny era en media hora. —Lo siento, —se disculpó. Era solo una camisa y él era solo un niño. No era el fin del mundo. —Está bien. —¡Lo prometo! ¡No comí nada! —Te creo. Probablemente solo sostuviste la botella de salsa de tomate demasiado cerca de ti, desastre descuidado —Lo miré por un momento más antes de decirle—. Ven aquí. Tal vez pueda limpiar lo peor con una servilleta. Inclinó la barbilla hacia abajo para tratar de ver su cuello. Sin previo aviso, agarró el botón más cercano a su cuello, tiró del material lejos de él y sacó la lengua. Lamió la mancha de salsa de tomate. Una y otra vez. —¡Louie! Dios mío, dame una toalla. No lo lamas, Jesús —Me reí, sabiendo que no debería, pero sin poder detenerme.
Un ojo azul me miró mientras lo lamía de nuevo. —¿Por qué? Estoy ahorrando agua. Estoy salvando la Tierra. Salvando la Tierra. Si no hubiera pasado veinte minutos maquillándome, me habría golpeado en la frente. —Detente. Basta. Déjalo. Está bien. Puedes salvar la Tierra de otra manera. —¿Estás segura? Puedo lamer más. Eso sí que me hizo reír. —Sí, detente. Vuelve a meterte la lengua en la boca, asqueroso. —Me reí aún más fuerte cuando la punta se asomó entre sus labios. Louie soltó una carcajada mientras acercaba su cara al lugar, como si me desafiara. —Detente. Solo finge que no hay nada allí ahora —le ordené, justo antes de que le diera a la mancha de kétchup una lamida más—. ¡Oh Dios mío, mira eso! ¡Ya no hay mancha! —¿Qué estás haciendo, bobo? —vino la voz de Josh desde atrás de donde yo estaba parada—. ¿Por qué estás lamiendo tu camisa? —Kétchup —fue la respuesta del niño. Miré a Josh mientras murmuraba: —Qué bicho raro. Vestido con pantalones negros que mi mamá le hacía usar cuando iban a la iglesia, una camisa azul de manga larga y un chaleco negro, mi pequeño Josh se parecía tanto a mi primer recuerdo de Drigo que casi me deja sin aliento. Tuve que morderme el labio para no decir nada. —Te ves bien, J-Money. Él puso los ojos en blanco. —Me veo estúpido. —Y si por estúpido te refieres a realmente guapo, tienes razón. Puso los ojos en blanco tanto que me sorprendió que volvieran a su lugar.
—¿Listo para irnos? —Si. —El pauso—. ¿Tengo que ir? —preguntó por cuarta vez desde que le dije que todos iríamos a la boda de Ginny. Le dije lo mismo que le dije cuando me dijo que podía quedarse con sus abuelos o que podía quedarse con mis padres. —Nop. —Pero le dije algo que no le había dicho antes—. Dean estará allí. Eso borró el ceño fruncido de su rostro lo suficientemente rápido. —¿Él irá? —Si. Trip me envió un mensaje de texto y me preguntó si ibas. Su respuesta fue un gruñido que decidí ignorar. —Está bien, vámonos, gánsteres. Louie se puso de pie de un salto. —Está bien, gángster. Agarrando mi bolso y el regalo de Ginny, empujando a los chicos afuera, tratando de equilibrar todo debajo de mis axilas mientras hacía que Louie cerrara la puerta detrás de nosotros. Josh ya estaba en la puerta trasera del pasajero de la camioneta cuando escuché: —¡Diana! No pude evitar sonreír cuando me volví en dirección a la persona que gritaba. No “la persona”. Dallas. Efectivamente, cruzando la calle a grandes zancadas de la manera que solo alguien tan alto con su tipo de confianza era capaz de hacerlo, mi vecino se veía mejor que nunca. Y eso decía algo desde que lo había visto sin camisa. Con pantalones de vestir gris carbón, camisa blanca y corbata lavanda, era el hombre más guapo que había visto en mi vida. Viniendo hacia mí. Sonriente. Quién dijo que estaba enamorado de mí.
Y mirándome con ese enfoque que casi me hace sudar. Se había afeitado recientemente, su vello facial era más una sombra de la pulcra barba que solía mantener. —Hola, profesor, —le llamé mientras daba un paso hacia la acera directamente frente a mi casa. —Te refieres al entrenador, —sugirió Josh. Negué con la cabeza, todavía mirando a mi vecino. —No, me refiero al profesor. Dallas debió habernos escuchado porque lo vi sonriendo y negando con la cabeza. Louie preguntó de inmediato: —¿Vienes con nosotros? Dallas tocó a Josh en la parte posterior del hombro cuando se acercó a nosotros, una de sus manos se extendió hacia mí. Tomó el regalo de debajo de mi brazo y respondió: —Si no les importa. Como si alguna vez me importara. —¡Ven con nosotros! —Louie estuvo de acuerdo. —No me importa, —agregó Josh. Tragué el nudo en mi garganta cuando Dallas se inclinó hacia adelante y besó mi mejilla por un breve momento que quedaría grabado en mi memoria por siempre y para siempre, incluso cuando Josh hizo un sonido de arcadas. —Por supuesto que puede. —Le di una sacudida a las llaves—. ¿Quieres conducir? Me miró directamente a los ojos mientras tomaba las llaves. —Dime cómo llegar, Melocotón.
Había estado en muchas bodas en mi vida, mis padres solían arrastrarme a cada una de las que iban cuando era niña, pero incluso si no hubiera conocido a Ginny, habría pensado que era la boda más hermosa en la que había estado. Había una razón por la que había estado tan escasa de dinero durante tanto tiempo. Ella había derrochado. Mucho. Pero mientras me sentaba en el salón de banquetes después de la ceremonia, que había tenido lugar en otra sección de las instalaciones, tuve la sensación de que no se arrepentiría de todas las luchas por las que se había sometido. Gin estaba radiante. Su felicidad era como una luz al final de un túnel oscuro. Hizo que mi corazón se hinchara. No conocía a Ginny cuando estaba con su ex, pero había escuchado por qué se separaron. Ambos habían sido jóvenes, y cuando decidieron seguir su propio camino, eran personas completamente diferentes. Joder. No eras la misma persona que eras a los diecisiete que a los treinta y tres. Pensé en la aversión de Trip y Dallas por su nuevo esposo, en por qué se sentían de la forma en que se sentían, pero todo lo que podía pensar para mí era que, si ella pudiera ser tan feliz con alguien que había “estado alrededor de la cuadra” unas cuantas veces, ¿qué importaba lo que alguien había hecho antes que tú? Nadie tenía éxito en nada al primer intento. —¿Guardas tu primer baile para mí? Parpadeé al plato de comida vacío frente a mí y miré al hombre de pie junto a mi silla. Le sonreí a Trip. —¿Bailas? —Puedes apostar tu trasero a que sí. Vamos. —Flexionó sus dedos hacia mí en una invitación. Había una canción country lenta sonando a través de los parlantes, luego del primer baile de la pareja.
No tuvo que decírmelo dos veces. Me levanté y lo seguí, poniendo un brazo en su hombro y dejé que tomara mi otra mano en la suya. Él sonrió mientras se alejaba un poco de mí con un guiño. —No tengo ganas de morir esta noche, —explicó, como si eso tuviera algún sentido. —¿Quién te va a matar? —Dal. —Se asomó por encima del hombro por un momento antes de mirarme con una sonrisa que me recordó a un niño pequeño que sabía que estaba haciendo algo malo—. Le doy dos minutos antes de que venga. —Está con uno de tus parientes ahora mismo. Le estaban preguntando por la señora Pearl —expliqué. Había ido a la casa de Dallas dos días antes para cortar el cabello de la anciana. Ella había actuado con normalidad, no me llamó señorita Cruz ni una vez, y luego, de repente, mientras le cortaba el cabello, anunció: —Lo he pensado y no me importaría. algunos bisnietos bronceados algún día. ¿Con qué diablos respondí? —¿Esta bien? Nietos bronceados. Oh Dios mío. Mi vecina de cabello blanco se volvió en su silla lo suficiente para verme con uno de esos ojos reumáticos y luego dijo: —Él mira por la ventana para ver cómo estás todas las noches. Le digo que te llame y deje de ser un acosador, pero cree que voy a escuchar sus conversaciones —Ella resopló—. Tengo mejores cosas que hacer con mi tiempo. Todo lo que logré hacer después de eso fue asentir. Obviamente, la señora Pearl estaba bien después de perder muchas de sus cosas en el incendio. —Todavía le doy dos minutos. —Trip me arqueó las cejas mientras nos giraba, devolviendo mi atención al presente—. Así que ustedes dos finalmente, ¿eh?
—¿Finalmente? —Sí, finalmente. Solo ha sido, ¿qué? ¿tres meses? —No. —Entrecerré mis ojos—. ¿De verdad? —Tu dulce, dulce y ciega niña —Él río entre dientes—. Le dije que era un idiota por esperar hasta que se resolviera su mierda, pero el 'quería hacerlo bien'. —Ve a buscar a tu propia chica para bailar, —dijo una voz detrás de mí. Apostaría mi vida a que la fácil aceptación de Trip fue una señal de cuánto se preocupaba por su primo y por eso retrocedió tan rápido. Todavía me guiñó un ojo antes de decirle al hombre detrás de mí: —Solo estaba preparando la tuya para ti, hermano. —Apuesto a que sí, —dijo Dallas. Se acercó a mí y se deslizó con tanta fluidez frente a mí, colocando mis manos donde tenían que ir, no reaccioné hasta que su pecho estuvo a una o dos pulgadas del mío. Esos ojos marrones, verdes y dorados se cernieron sobre los míos. Ni siquiera miré en qué dirección se había ido Trip por que estaba tan atrapada por el hombre frente a mí—. Ahí está mi única. Me sonrojé y apreté los labios. ¿Cómo es que ya no tenía idea de cómo actuar con él? Era tonto. —Tu única, —murmuré—. Hay muchas chicas bonitas aquí para bailar también, —dije como una completa idiota, a pesar de que mi estómago comenzó a doler inmediatamente después. Su ceja se arqueó hacia arriba cuando su mano se curvó sobre mi hombro, tocando delicada, y suavemente. —¿Las hay? —Si. —Eso es bueno para todos los demás, —dijo, atrayéndome hacia él. El suspiro que salió de mí fue largo y probablemente mostró lo confundida que me sentía.
—¿Por qué ese suspiro? No me hacen ningún bien —Esa palma ancha suya fue a la parte baja de mi columna, la otra llevó nuestras manos a la esquina de su pecho y hombro, colocándose allí mientras hundía su rostro más cerca del mío. Sus ojos estaban firmes e incluso, mirando directamente a los míos—. Ya tengo la que quiero aquí mismo, —dijo. —Dallas, —gemí, agachando la cabeza. ¿Qué estaba haciendo? —¿Qué? Nuestra charla en el salón hace un par de días no había aliviado mucho mis preocupaciones. Hablar era hablar. Cualquiera podría decir que era Batman, pero no todo el mundo podía ser Batman. —Hay un millón de otras mujeres en el mundo a las que les encantaría estar contigo... —¿Quieres que vaya a buscarlas? —preguntó con demasiado humor en su voz. Lo miré. —No, pero no puedo ser casual. No creo que entiendas eso. Su boca fue a mi oído. —¿Qué te dio la idea de que sería esto? Lo último que siento por ti es casual, Diana. Gemí, sintiendo una cálida sensación llenar mi vientre. —Mira, yo solo… me he esforzado mucho por ser un adulto, y un adulto querría que alguien como tú fuera feliz. Me preocupo mucho por ti y soy un desastre, lo sabes. —Lo sé cariño. —Me acercó más a él con la mano en la columna—. Es una de mis cosas favoritas de ti. Que el cielo me ayude. Que el cielo me ayude. Gemí de nuevo, tratando de ordenar mis pensamientos. —Tienes debilidades por las madres ¿eh? La mano en mi espalda bajó, pasando por la curva antes de volver a subir, bromeando. —Tengo debilidad por las madres solteras. Es duro. Pero tengo esta cosa, tal vez sepas lo que es, es roja y está en el centro de tu pecho, y tiene más
de una debilidad por las tías calientes que crían a sus sobrinos. Ni siquiera puedes llamarlo un lugar, de verdad. Me atraganté y sentí su barbilla descansar en la parte superior de mi cabeza. —¿Qué tan grande es este... lugar? —Es lo suficientemente grande como para hacer cualquier cosa por una tía como esa, —me dijo. —¿Cualquier cosa? —Cualquier cosa, —confirmó. Tragué saliva y me dejé tragar la sensación de sus brazos y manos alrededor y sobre mí. —Huh. —No puedes dar algo tan grande e importante a cualquiera. Lo miré, observando su cara. —¿Vas a darlo? Dallas solo me abrazó más cerca de su pecho para que no pudiera mirarlo a la cara. —Te lo di hace mucho tiempo, Diana. En piezas pequeñas y luego en piezas más grandes, y lo siguiente que supe es que no me queda nada, así que espero que sea suficiente. Me eché hacia atrás, lo miré y tragué. —Espero que sepas lo que estás haciendo. —Lo hago cariño. Créeme. Sé exactamente lo que estoy haciendo. Ustedes tres se sienten como mi familia. No todos los días miras a tu amiga y a sus dos hijos y sabes que aquí es donde se suponía que debías estar. ¿Me crees? Ni siquiera tuve que pensar en la respuesta. —Sí lo hago. —Sacudí la cabeza para mí misma, tratando de recordarle a mi cerebro que confiamos en esta persona. Que todo estaría bien—. Nunca recuperarás tu gran cosa roja si tengo algo que decir al respecto. Quiero que pienses en eso. Quiero que sepas en qué diablos te estás inscribiendo, porque las buenas chicas católicas que solo van a
la iglesia dos veces al año no creen en el divorcio —Parpadeé—. Ya sabes, cuando llegue el momento. Me sonrió y yo le devolví la sonrisa. Antes de que pudiera tomar mi próximo aliento, Dallas bajó la cabeza y presionó su boca, cerrada y dulce, contra la mía. Se echó hacia atrás y luego lo hizo de nuevo. —Dios, ustedes son asquerosos, —dijo una voz que podría distinguir entre la multitud. Era Josh—. ¿Cuándo podemos ir a casa?
Sonreía y tenía más que un poco de sueño mientras conducíamos a casa horas más tarde. En contra de los deseos de Josh de irnos una hora antes de la recepción, lo envié de regreso para que pasara el rato con Dean y jugara, o hiciera lo que fuera que hicieran los niños de once años en las bodas cuando había un patio de recreo y un adulto a cargo de mirar a los niños. Afortunadamente, debieron haberse metido en algo interesante porque no fue hasta que fui a ver a los chicos una vez cada hora que los encontré todavía vivos y de una pieza, sentados en una mesa de picnic mirando videos en el teléfono de Dean. Mientras tanto, adentro, me había reído a carcajadas con amigos y familiares de Trip y Dallas, quienes llenaron el resto de la mesa en la que había estado sentada y baile una canción tras otra con uno de los dos, e incluso una vez con el padre de Trip. Todos esos clubes a los que había ido cuando tenía veintitantos años habían valido la pena. Sin embargo, sobre todo, había pasado la noche junto a Dallas o frente a él. No me iba a quejar ni un poquito.
Con Louie desmayado en el asiento trasero de su silla y Josh jugando un juego en la tableta que su hermano obviamente no estaba usando, había sido una buena noche. Sin embargo, estaba lista para llegar a casa, cambiarme y quitarme los zapatos. —¿Cansada? —Dallas susurró la pregunta. —Un poco, —le respondí. Cambiando la forma en que estaba sentada, observé su perfil en la oscuridad del auto, observando esa nariz casi larga, su labio inferior lleno, su mandíbula cuadrada y la muesca de su nuez de Adán. Lo amaba y no era ni un poquito. Era mucho—. ¿Y tú? —Estoy bien. Dudando por un segundo, extendí la mano a través de la consola central para agarrar su mano derecha, la que no usaba para conducir. No sabía qué era lo que me hacía sentir como una niña insegura de nuevo. Los nervios, la maravilla. Espero que le guste tanto como a mí. Pero Dallas no se detuvo cuando levantó la mano y entrelazó sus dedos largos y fríos con los míos, sujetándolos con fuerza. Le sonreí y él me devolvió la sonrisa. Antes de que me diera cuenta, estaba girando el auto hacia mi entrada. Estaba demasiado ocupada mirándolo para darme cuenta del auto estacionado directamente al otro lado de la calle. Me estaba moviendo más lenta de lo habitual cuando Dallas salió y abrió la puerta trasera del pasajero, sus manos iban a desabrochar las correas del asiento de Louie, tomándolo en sus brazos antes de que pudiera decirle que lo llevaría. Estaba a medio camino de la puerta y yo acababa de cerrar la puerta con la cadera cuando Josh también salió. Estábamos rodeando la parte trasera de la camioneta mientras yo le revolvía el cabello cuando sucedió. —¡Josh!
Dejé de caminar tan rápido que me doblé el tobillo con los tacones. Supe de inmediato que la voz solo podía pertenecer a una persona. La única persona que Josh vio antes que yo. Anita estaba cruzando la calle. —Soy yo, —le gritó al chico que estaba congelado en su lugar a mi lado. Sin pensarlo, mientras me enderezaba, sin importarme una mierda un tobillo que seguramente tenía torcido o esguinzado, puse mi mano en su hombro. Y entré un poco en pánico. No le dije nada en el tiempo que le tomó a su madre biológica cruzar la calle y terminar a un metro de nosotros en el camino de entrada. ¿Qué estaba haciendo ella aquí de nuevo? —Eres tan grande, —dijo antes de que espabilara y di un paso adelante para impedir que lo viera, un dolor agudo subiendo por mi pie. —Anita, este no es el momento ni el lugar, —le dije con la mayor calma posible. Ni siquiera me miró. Colocando sus manos debajo de su barbilla, la mujer que era casi de mi edad pero que parecía mucho mayor trató de mirar a mi alrededor—. Te pareces a tu papá, bebé. No puedo creerlo. Mis manos se cerraron en puños y di otro paso lateral, escuchando débilmente el sonido de la puerta principal cerrándose. Esperaba que Dallas hubiera llevado a Louie adentro para que no se despertara y presenciara esto. Así como Louie se había adaptado a todos los cambios en su vida desde que había perdido a sus padres, nunca me engañé pensando que algún día no lo alcanzaría. Realmente no quería que ese día fuera pronto. —Anita, concéntrate. Se supone que no debes estar aquí. No puedes pasar así —le dije lo más amablemente posible, luchando contra el gruñido en mi garganta cuando una mano tocó mi espalda, una mano que solo podía pertenecer a Josh.
—Él es mi hijo, —finalmente me habló, su mirada fue a la mía. Abrí la boca para decirle que él también era mío, pero Josh se me adelantó. —Déjame en paz, —susurró. La cabeza de Anita se echó hacia atrás, su mirada fue hacia el chico detrás de mí. —Josh, soy tu mamá. Eso fue lo peor que podría haberle dicho, y no me sorprendió cómo reaccionó. —¡No eres mi mamá! —gritó de repente. Mierda. Con una mano yendo a la parte posterior de su cuello, comencé a guiarlo hacia la puerta principal, con cuidado de mantener mi cuerpo entre él y la mujer que ninguno de los dos quería ver. Al menos no quería verla. Así no. —¡Josh! —llamó a este chico al que no estaba convencida de que ambas amáramos por igual. Seguí moviéndolo hacia adelante, apuntando con mi dedo índice hacia ella mientras la miraba fijamente. —Vete, vete. —¡No puedes alejarme de él! —¡No quiero verte! —Josh gritó de nuevo, de repente se dio la vuelta y se hizo a un lado para poder mirar a la mujer que le había dado a luz—. ¡No quiero volver a verte! Hoy no eres mi mamá. Mañana no serás mi mamá. ¡Nunca vas a ser mi mamá! —Josh... —¡No! ¡No me querías! ¡No puedes cambiar de opinión! —le gritó, con el pecho inflado. Maldita sea. Puse mi mano sobre el hombro de Josh y le di la vuelta, llevándolo rápidamente por el camino hacia nuestra casa justo cuando Dallas salía furioso
por la puerta principal, sus ojos iban de Josh, a mí y finalmente a Anita. Pareció hacer clic. La recordaba. —Llévalo adentro. Me ocuparé de esto —me dijo con firmeza mientras pasaba junto a nosotros. Lo último que escuché cuando la puerta se cerró detrás de nosotros fue su voz baja escupiendo: —¿Necesito... Josh me quitó el brazo de encima casi instantáneamente y, antes de que pudiera detenerlo, se fue corriendo hacia su habitación. La puerta se cerró de golpe y todo lo que pude hacer fue quedarme allí, tratando de averiguar qué diablos acababa de pasar. Jesucristo. Pellizcándome el puente de la nariz, dejé escapar un suspiro por un minuto, me saqué los tacones y fui directamente a la habitación de Josh. Parcialmente esperando que la puerta estuviera cerrada, me sorprendí cuando el pomo giró. No pregunté si podía entrar. Iba a hacerlo él lo quisiera o no. Encontré a Mac en el suelo junto a la cama, con las orejas hacia atrás y su expresión ansiosa y concentrada en Josh, quien ni siquiera miró en mi dirección mientras se dejaba caer en la alfombra y tomaba el control de su consola de juegos. Sus dedos presionaron con fuerza los botones. Tragué. —J, ¿quieres hablar de eso? Estaba mirando la pantalla de la televisión, claro, y sus dedos se movían por el controlador de su juego, pero me di cuenta de que no estaba prestando atención. Lo conocía demasiado bien para ser capaz de ignorar la ira y el dolor que irradiaba de él. Este niño nunca fue del tipo que llora; por lo general, se enfurecía directamente, y eso era exactamente lo que estaba haciendo en ese momento. Con eso en mente, no me sorprendió cuando dijo un —No. Suspiré y caminé más hacia su habitación, tomando asiento en el piso junto al televisor, mi vestido me obligó a meter las piernas debajo de mí. —Está bien. Déjame reformular eso: hablemos de ello.
No me miró mientras se repetía. —No. —Joshua. —Moví mi cabeza hacia un lado para bloquear su vista de la pantalla. Arqueé las cejas—. Vamos a hablar de eso. Ahora. Guarda tu juego. De todos modos, ni siquiera vas a jugar bien ahora. Esos pequeños dedos martillaron las teclas de su controlador un momento antes de que lo enviara volando detrás de su cabeza, el inocente control remoto golpeó la pared antes de que se estrellara contra el suelo. Su pecho comenzó a expandirse hacia adentro y hacia afuera, y respiraba con dificultad, su cara se puso roja. En momentos como estos, no tenía ni idea de qué demonios se suponía que debía hacer con él. ¿Qué era lo correcto para decir? ¿Cómo se suponía que iba a calmarlo? No me engañé pensando que no eran estos momentos los que darían forma a cómo manejaría las cosas malas por el resto de su vida. Sabía que lo era. Sabía que, sin embargo, le enseñaría a lidiar con la mierda, sería el camino que probablemente tomaría de ahora en adelante. Y tirar mierda no era algo con lo que quisiera que continuara. —Entiendo que estás enojado, J, y no te culpo. —No podía decirle que entendía que estaba herido; inmediatamente lo pondría nervioso y a la defensiva. Él no se sentía herido—. Pero tirar tu mierda por ahí no está bien. ¿Quieres lidiar con tu ira? Haz algo productivo. Grita tu ira en una almohada para sacarla de tu sistema, pero no reprimas tu mierda, no rompas cosas y no te desquites con otra persona. Si tu control remoto está roto, no te compraré otro. —No te pedí que me compraras otro. —Corta la actitud, Josh. Ahora. Háblame. —No quiero. —Lástima, —le dije mientras lo veía desviar la mirada hacia la pared a su derecha. Maldita Anita. No lo podía creer. Quería patearle el trasero, madre de mi sobrino o no. Pero no podía y no lo haría. Tenía que ser un modelo a seguir
y los modelos a seguir no iban alrededor de la gente golpeándola—. Puedes decirme cualquier cosa, lo sabes. Él no dijo nada. —Si no quieres hablar, escucha. Nadie es perfecto, J. Nadie. Todos hemos cometido errores estúpidos en nuestras vidas, y cuando seas mayor, vas a cometer muchos de ellos tú mismo, pero eso es lo que quiero que entiendas: tienes que aprender de lo que haces, lo bueno y lo malo. Nunca perdonaré a Anita por lo que hizo cuando tú eras un bebé, pero tampoco sé lo que debió haber sido ser tan joven y quedar embarazada, ¿de acuerdo? Ninguno de los dos lo entenderá jamás. Y Dios sabe, cada vez que la veo, quiero darle una bofetada en el rostro por meterse en tantos problemas después de que naciste, pero esa es la cuestión: recuerdo que tu papá me dijo que ella no era cercana a sus padres. Ella no tenía a nadie que la quisiera de la manera en que Abuelito y Abuelita me amaban, mucho menos de la manera en que yo los amo a ti y a Louie. Sabes que haría cualquier cosa por ti. >>Ya te lo dije antes, nunca tienes que hacer nada con ella si no quieres, pero tal vez algún día lo hagas. Le he dicho antes que, si quiere tener la oportunidad de conocerte, tendrá que arreglar su vida. —¡No quiero conocerla! —gritó, alto y sonando tan joven que el sonido fue como ácido para mi alma—. ¡Hoy no! ¡Tampoco Mañana! ¡Nunca! ¡Es una perra! —Antes de que me diera cuenta, se levantó de la alfombra y se arrojó sobre su cama. Sacó la almohada de donde había estado sentado y la estrelló contra su cara, gritando durante varios segundos hasta que se aflojó. Su pecho comenzó a hincharse de nuevo, y estaba 99 por ciento segura de que estaba llorando. Me mató. Y lo que finalmente dijo a continuación, deslizó el cuchillo aún más profundo—. No me obligues a ir con ella. Por favor. Me lo prometiste, me prometiste que siempre me cuidarías. —No la llames perra, —le dije con calma, aunque sentía cualquier cosa menos eso. Una de las peores cosas del mundo era ver a un ser querido desmoronarse— . Te lo dije, si no quieres verla, está bien. No voy a obligarte a hacerlo, pero tal
vez algún día, cuando seas mayor, quizás quieras hacerlo. Tal vez. No te culpo, pero quiero que entiendas que eres mío. No vas a ninguna parte. No te cargué dentro de mí durante nueve meses, pero eso no significa nada para mí. Eres mío, Josh. Eres mi Joshy Poo y siempre lo serás. Lucharé por ti con cualquiera que intente decir lo contrario. Pero el hecho de que seas mío no significa que un día, si quieres, ella no podrá estar en tu vida también. Algunas personas no tienen ni una sola persona que se preocupe por ellos, y tú también has tenido a Mandy. Él guardó silencio. Tenía la espalda inclinada sobre la almohada y estaba temblando. Nunca, nunca había querido matar a una persona más que en ese momento. Esto era lo que Anita le había hecho a Josh, el inflexible y resistente. Nunca la perdonaría por eso. Su pregunta salió como un graznido, ahogada y cruda. —¿Prometes que soy tuyo? —Josh, ¿de verdad crees que no lo eres? —Le pregunté mientras me ponía de pie y me sentaba en el borde de la cama con él, deslizándome hacia atrás hasta que estuve acostada junto a él, mi cabeza descansando junto a su pecho—. Te limpié el trasero. Me has vomitado. Me he pasado los fines de semana en tus juegos gritando dolorida. Te he abrazado y amado incluso cuando no has sido muy amable. Eres mi do-doble-g47. Eres la mantequilla de maní de mi mermelada. El dolor en mi trasero... Estaba bastante segura de que resopló incluso con la almohada cubriendo su boca, pero sonaba aguado y dolido. Mis propios ojos empezaron a llorar. —Un día, cuando seas mucho mayor, vas a conseguir una novia y voy a querer matar a la zorra. Voy a odiar sus tripas. ¿Pero sabes qué? Sé que al final del día, seguiré siendo tu chica número uno. —¿Por qué? —preguntó. —Porque ella nunca sabrá lo que es haber puesto un termómetro en tu trasero.
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Slang del rapero Snog Dog
Esa vez, su risa llegó a su pecho. —Josh, los amo a ti y a Louie, y nada ni nadie los reemplazará a ustedes dos perdedores. Lo juro por mi vida. Mentiré, engañaré y robaré por ti, y siempre, siempre lo haré —Acerqué mi cabeza a él, por lo que el lado de mi rostro descansaba en su caja torácica—. ¿Me entendiste? Su cara todavía estaba cubierta. —Si, supongo. Tendría que aceptarlo. —Más te vale. Ninguno de los dos dijo nada por un tiempo, pero finalmente la almohada en la parte superior de su cara se cayó y su mano fue a mi cabello. —Prometes, ¿Qué siempre seremos una familia? —Niño, no podrías deshacerte de mí si lo intentaras. —¿Incluso si tienes hijos algún día? No era estúpida. Sabía de dónde venía esto y me equivoqué al no abordarlo con él. Así que me aseguré de envolver mi brazo alrededor de su antebrazo y besar la suave piel allí. —Si alguna vez decido tener un bebé, él o ella será tu hermano o hermana. Si piensas en ellos como tus primos, me rompería el corazón y te daría un calzón chino hasta que dijeras lo contrario. Somos familia. No hay nada más unido que la sangre. —Hice una pausa, necesitando hacerlo reír—. Y el vómito. No hay vuelta atrás una vez que te han vomitado. Sorbió y pude sentir que asentía con la cabeza. Tragué y decidí aprovechar el momento. —Necesito decirte algo que no tiene nada que ver con lo que acaba de pasar, sino con nuestra familia, ¿de acuerdo? —¿Qué? —graznó sospechosamente. —Dallas —Oh.
—¿Oh qué? —Ya sé sobre el Sr. Dallas —anunció. Me senté y puse un codo debajo de mí, mirando su cara roja e hinchada mientras miraba hacia el techo. —¿Qué sabes? —Él te ama. Lo amas —murmuró poniendo los ojos en blanco, mirándome brevemente antes de volver a concentrarse—. Sabes, primero viene el amor, luego viene el matrimonio, luego viene la tía Di con un cochecito de bebé. Uhh, ¿de dónde diablos había salido eso? —¿Como supiste? —¿Tengo ojos? Este jodido sabelotodo. —Y él me lo dijo. —¿Que te dijo él? Me miró desde su lugar todavía acostado sobre el colchón. —¿Recuerdas cuando la mamá de Jonathan te gritó durante el torneo y tú lloraste? —¿Como podría olvidarlo?—. Me dijo. ¿Qué demonios? —¿Que dijo él? Josh puso los ojos en blanco, deslizando los codos por debajo de los hombros para sentarse, aburrido de esta conversación. —No lo sé. Dijo que le gustas, qué asco. —Lo miré parpadeando—. Un día durante la práctica cuando vimos a ese papá hablando contigo, le dije que no me gustaba que hablaras con él, y él dijo que a él tampoco. Entonces le pregunté qué deberíamos hacer, y me dijo que nada, porque nunca ibas a hacer nada con él y que un día pronto, entre él y yo, ninguno de esos imbéciles, él lo dijo, no yo, no te enojes. Nunca más te molestarían.
¿Estaba mi corazón a punto de estallar o me lo estaba imaginando? —¿Y qué le dijiste? —Le dije que estaba bien siempre y cuando no me hiciera ir a vivir con la abuela y el abuelo. —¡Nunca te haría ir a vivir a otro lugar! —¡Eso es lo que él dijo! Dios. Dijo que sabía que yo ya tenía un papá, y me dijo que su papá también murió y que sabía que si su mamá se hubiera casado de nuevo cuando él era joven, nunca llamaría papá a nadie más. Entonces, dijo que podríamos ser amigos y que él podría mostrarme cómo hacer las cosas y que podríamos ser una familia, que no tenía que llamarlo de otra manera excepto Dallas si no quería. No iba a llorar. No iba a llorar. —¿Y qué le dijiste? —Dije que está bien. —¿Qué estaba bien? ¿Eso es todo? Él sonrió. —¿Qué querías que hiciera? ¿Pedirle dinero? Me eché a reír. —Eres el hombre de la casa. No puedes simplemente dejarme así. Se encogió de hombros y dijo: —¿Sabes cuántos juegos de Xbox tiene? Mi boca se abrió y negué con la cabeza. —Me cambiaste por juegos de Xbox. No puedo creerlo. —Créelo. ¿De dónde diablos había salido este monstruo? ¿Había creado esto? Lo hice. Realmente lo había hecho. —No lo beses delante de mí. Eso es asqueroso —agregó con un estremecimiento.
—Tu cara es asquerosa. —No tan asquerosa como la tuya. Le sonreí y él me devolvió la sonrisa. —Realmente no te importa si yo… —¿Qué palabra se suponía que debía usar? ¿Tenía citas? Ya parecía mucho más que eso—. ¿Ves a Dallas todo el tiempo? ¿Si viene mucho a casa y esas cosas? Josh se encogió de hombros mientras se sentaba completamente, secándose los ojos con el dorso de las manos. —No me importa, tía Di. Me gusta, le gusta a Louie y le gustas mucho. Por eso siempre hace cosas por nosotros. Solo… no te beses y cierra la puerta de tu habitación. No quiero ver nada. Dean me contó cosas que había visto hacer a su padre, y eso es desagradable. Sus palabras me hicieron detenerme. Por eso siempre hace cosas por nosotros. ¿Josh había visto esto antes que yo? ¿Y qué diablos le estaba diciendo Dean? Necesitaba hablar con Trip. Empujó su rodilla contra la mía, llamando mi atención. —¿Le vas a decir a Abuelita que tienes novio? —preguntó. Mierda. —Tengo que hacerlo. Algún día. Josh sonrió. —Ella se va a enojar. —Lástima por ella, ¿eh? —Le sonreí y me acerqué para pellizcarle la . ¿Vas a estar bien?
nariz—
—Sí, —dijo un poco más suave que un momento antes, su expresión se volvió ligeramente sombría. —Bueno. —Dejé caer mis piernas de la cama—. Avísame si necesitas algo, ¿de acuerdo?
—Solo estoy... —Palmeó su almohada—. Voy a jugar algunos juegos y me iré a la cama. Poniéndome de pie, asentí. —Bueno. Te amo con todo mi corazón. —Lo sé. También te amo. Con dos sonrisas intercambiadas, salí de su habitación y cerré la puerta detrás de mí justo cuando le pedía a Mac que se uniera a él en la cama. Podía ver la luz en la sala de estar encendida, el sonido de las voces de la televisión a la deriva por el pasillo, pero primero, me dirigí a la habitación de Louie. La puerta estaba abierta, y me asomé para encontrar el cuerpo pequeño boca abajo, bajo las mantas. Seguro que no iba a despertarlo para ponerle un pijama. No iba a morir durmiendo con su ropa. Por lo mucho que había jugado con los otros niños en el patio de recreo, iba a dormir toda la noche. Retrocediendo, me dirigí unos pocos metros por el pasillo, manteniendo el peso de mi tobillo que de repente me recordó que me lo había torcido. Cuando llegué a la sala de estar, encontré a Dallas en el sofá con la televisión encendida. Sus muslos estaban muy abiertos y tenía una mano en uno, la otra cubría el respaldo del sofá. —Oye, —le susurré, cojeando. —¿Que te pasó? —preguntó, mirándome con atención. —Doble mi tobillo afuera. Duele. Frunció el ceño cuando me detuve junto a sus rodillas en el sofá y me dejé caer. Antes de que pudiera sentarme, se inclinó y puso mis piernas en su regazo, mis rodillas se inclinaron sobre él, los pies en el sofá del otro lado. —¿Josh está bien? —preguntó mientras su mano iba directamente hacia mi pie, su pulgar barriendo suavemente sobre el hueso.
—Estaba bastante molesto, pero estará bien, —le expliqué, viendo sus dedos moverse sobre mí—. ¿Se fue, supongo? Tarareó. —Ella se ha ido, me aseguré. —Gracias. Su palma bajó para ahuecar mi talón. —¿Me contarás sobre la situación con las mamás de los niños? Entiendo que Louie y Josh no comparten la misma. Moví mi trasero sobre el sofá hasta que mi cadera entró en contacto con la suya, donde estaba básicamente a un paso de sentarme en su regazo. Mi vestido se había subido bastante alto, pero no me preocupé por eso. Había visto más de mis piernas el día del incendio. —Mi hermano estaba casado con la mamá de Louie. Ella es como tú... —¿Alta? Me reí y sonreí. —No, tonto. Tu color de piel. ¿De dónde crees que sacó sus ojos azules? —Me moví un poco más—. Cuando murió mi hermano, la mamá de Louie perdió su mierda. Ella no estaba comiendo, bebiendo ni durmiendo. Tuve que llevarme a los niños porque era obvio que ella no sabía que ella era la que estaba viva y mi hermano era el que no. Cuando suspiré, el brazo que tenía sobre el respaldo del sofá se bajó para descansar sobre mis hombros, su mano fue a mi brazo. —Ella no estaba lidiando con eso. Deberíamos haberlo hecho, deberíamos haber hecho algo al respecto. Todos sabíamos que no lo estaba haciendo bien, pero... —Oh, hombre, la culpa me golpeó con fuerza en el plexo solar—. Se cayó por las escaleras, en lo que pienso ahora y estoy bastante segura de que lo hizo a propósito para tener una excusa para tomar analgésicos... y seis semanas después de la muerte de mi hermano, sufrió una sobredosis. Había algo atorado en mi garganta y, por segunda vez en minutos, sentí que se me llenaban los ojos de lágrimas. —Nunca me perdonaré por no decir o hacer
algo. Conseguirle ayuda. No lo sé. Alguna cosa. Sabes, esperaba que alguien más hiciera algo o quizás pensé que ella eventualmente lo arreglaría, pero no es así como funciona. —No podrías haberlo sabido, —dijo en voz baja. Me encogí de hombros bajo su brazo. —No lo sé. Tal vez no. Pero ahora Lou se ha quedado conmigo para siempre. Nunca quiere hablar de ella ni reconocer que existió. Viste cómo se pone cuando la mencionamos. Esa noche en su habitación fue la primera vez que dijo algo sobre ella en mucho tiempo. Incluso Josh, de vez en cuando, dice algo sobre ella, pero Lou se niega a hacerlo. La única persona de la que quiere hablar es su padre. —¿Ella es la mujer de las fotos de la casa? —UH Huh. —Eso es mejor que nada. Me encogí de hombros de nuevo y el brazo sobre mí me apretó, acercándome más a él. —No encajó hasta ahora que los Larsens no son los verdaderos abuelos de Josh. —Si. Solo Louie está relacionado biológicamente. Pero conocieron a Josh cuando tenía tres años. Lo aman mucho. Sé que Mandy, esa es la mamá de Louie, también lo amaba. Ella fue genial con él. Creo que por eso son tan útiles. Me gusta pensar que ella hubiera querido que se quedaran en su vida, y lo han hecho. —Es un niño fácil de amar, —dijo—. Si no supiera que es de tu hermano, pensaría que es tuyo. Ustedes dos son exactamente iguales. Me burlé. —No lo somos. —Lo son. Trip y yo hemos hablado de ello.
—¿Hablas de mí a mis espaldas? —Todo el tiempo. —Él sonrió—. Ustedes dos son… salvajes. Eres honesta, leal y aman jodidamente por completo. Ambos dan todo por lo que les importa. Me encanta. Eché mi cabeza hacia atrás y le sonreí. —Eso es probablemente lo más lindo que alguien haya dicho sobre mí. —Cuando estabas a punto de patear el trasero de Christy... —No iba a patearle el trasero. —Fue entonces cuando supe que esta chica había perdido la jodida cabeza. Durante una semana después, todo lo que podía pensar era en cómo no ibas a dejar que nadie, ni siquiera yo, hiciera lo incorrecto por Josh, como si lucharas hasta la muerte por él. Me hizo pensar que querría que alguien se sintiera así por mí. Este nudo se formó en mi garganta, y no pude evitar inclinarme hacia adelante para besar su cuello mientras su mano se deslizaba por mi pantorrilla desde mi pie y se posaba en la sensible piel detrás de mi rodilla. —Le tiré Hawaiian Punch a tu hermano, eso es un comienzo. Dallas se mordió los labios y sonrió, besando mi mejilla una vez y la mandíbula otra. Incliné mi cabeza hacia atrás para dejarlo arrastrar su boca hasta mi cuello, sus labios cálidos y suaves mientras se cerraban y luego se abrían, su aliento húmedo sobre mi piel. —Nunca dejaría que nadie hablara de ti. —Lo sé cariño. Lo sé —dijo, besando la parte hueca del lado derecho de mi garganta—. Escuché lo que le dijiste a tu cliente ese día en el salón.
—¿Lo hiciste? —Le pregunté, quedándome donde estaba con la cabeza hacia atrás mientras él se inclinaba para besar el otro lado de mi cuello, haciéndome retorcerme. —Mm-hmm, —respondió—. Si no hubieras estado en el trabajo, te habría besado como el infierno. Gemí en mi garganta cuando su boca se pegó al lóbulo de mi oreja y lo chupó. Los escalofríos se extendieron por la parte superior de mi cuerpo, mis pezones se endurecieron. —Puedes compensarlo ahora si insistes, —le dije en un susurro. —Voy a hacerlo, —dijo, sonando ronco y crudo justo antes de bajar su cara y besarme una y otra vez entre mi mandíbula y clavícula. Apoyándose en su cadera, sus manos vagaron mientras mi cabeza permanecía donde estaba, arrullada hacia atrás para darle todo el espacio que quería. Esas grandes palmas fueron desde mi espalda baja hasta enredar sus dedos en mi cabello suelto, ahuecando mi cráneo suavemente. Traté de no hacer ruidos, conformándome solo con gemidos bajos mientras esa maravillosa boca se abría de vez en cuando para que su lengua pasara la piel sobre un tendón u otro. Me movió, me maniobró como quería, para llegar a cualquier lugar que quisiera. Cuando sus labios bajaron para besar desde el hueco en mi garganta, abajo, en línea recta hasta donde terminaba la forma de V de mi vestido, arqueé mi espalda. Estaba encendida. Más excitada de lo que había estado en toda mi vida. Era como ahogarse en pudín. No quería que terminara, nunca. Y cuando su voz baja habló directamente en mi oído mientras su nariz trazaba una línea sobre el borde, estaba prácticamente en trance. —No tenemos que hacer nada esta noche. —¿No quieres? Su risa me hizo presionarme más cerca de él. —¿Qué me dijiste sobre preguntas estúpidas?
De alguna manera me las arreglé para sonreír. —¿Puedo llevarte a tu habitación? —preguntó, presionando sus labios justo debajo de la esquina de mi boca. Él podía llevarme a Marte por lo que me importaba, pero no podía hablar. Todo lo que pude hacer fue asentir mientras me balanceaba hacia él, necesitando su boca en mi garganta de nuevo. Su risa ronca golpeó la sensible piel húmeda en la que acababa de tener la boca. Su mano fue a mi cadera, doblando esos largos dedos sobre mi costado. —¿Sí? —preguntó, levantando la boca para besar mis mejillas, mi nariz, la franja de piel justo encima de mi labio superior, en todas partes menos en la boca. Estaba jadeando. Jadeaba. —Uh-huh —fue todo lo que pude decir. Lentamente, sin romper nuestra cercanía, me puso de pie, su boca todavía por todas partes, sus manos yendo a todas partes: arriba y abajo de mi espalda, cadera, mis hombros, brazos, antebrazos, incluso mis manos. Mapeándome. No fue hasta que me acercó a él que recordé que no estábamos solos en la casa. —La puerta de entrada, —susurré, sin aliento por dejarlo usar esos labios sobre mí. —Ya está cerrada, —me dijo mientras esas dos grandes palmas se deslizaban desde donde habían estado en mi cintura, hacia abajo, sobre el dobladillo de mi vestido, antes de hacer un viaje de regreso hacia arriba, dentro de la falda esta vez. Esos dedos y palmas ásperos y callosos me arañaron la piel en los dos latidos que le tomó a Dallas llegar a mi trasero, ahuecando la piel desnuda allí en esas manos grandes, agarrándolas y moldeándolas juntas mientras su respiración golpeaba mi oído—. Siempre pensé que parecías mía, pero seguro que te sientes jodidamente mía también, —dijo, dibujando un círculo alrededor de mi pulso con su lengua. Sin una palabra de advertencia, de repente me levantó, mi vestido se tensó cuando el material se deslizó hacia arriba para descansar alrededor de mis
caderas. En algún lugar de mi cabeza, recé para que nos llevara a mi habitación rápido, muy, muy rápido, antes de que Josh decidiera que tenía que ir al baño y me encontrara con el trasero colgando de mi ropa, envuelta alrededor de Dallas. como un mono araña. Porque eso era exactamente lo que tenía que parecer. En el instante en que estuve en sus brazos, mis piernas se habían envuelto alrededor de su cintura, mis brazos entrelazados detrás de su cuello. Cara a cara, mi boca flotaba a centímetros de la suya. Milímetros, de verdad. Y sin besarme, su frente a la mía, sus ojos clavados en los míos, comenzó a caminar con nosotros por el pasillo. Una de mis manos se aflojó alrededor de su cuello para subir a la parte posterior de su cabeza, pasando mis dedos por el cabello corto súper suave de su cabeza. Ninguno de los dos dijo nada mientras seguía caminando y, finalmente, supe que estábamos en mi habitación incluso con todas las luces apagadas. Dio una patada a la puerta para cerrarla y dio un paso atrás, una de las manos que tenía sosteniéndome desapareció por un breve momento antes de que el clic bajo de la cerradura llenara el único otro sonido en mi habitación además de nuestra respiración. Él no encendió las luces y yo tampoco me molesté. Días después, me gustaría pensar que estábamos tan callados porque no había nada que se pudiera decir que hubiera hecho que el momento fuera mejor o más significativo. Realmente no lo había. Cada vez que sus manos me tocaban, era como si estuviera pronunciando una frase. Y esperaba que cada vez que ponía mis manos sobre él, pudiera sentir cada cosa que pensaba de él, todo lo que sentía por él. Era maravilloso y lo amaba. Lo amaba más de lo que pensaba que era capaz. Si realmente lo pongo en perspectiva, ¿cómo es posible que algo que haya sentido por alguien antes que él se acerque siquiera a la palabra “A” cuando lo que teníamos era diez (veinte, treinta, cuarenta, ¿cincuenta) veces más brillante y más real que cualquier otro hombre que alguna vez conocí antes que él?
No podía. Simplemente no podía. Porque nadie más fue tan bondadoso o desinteresado, tan generoso o paciente, tan amoroso en todas las formas pequeñas y grandes, como él. Nunca supe realmente lo que quería la mayor parte de mi vida, pero esto, era él. Y mientras me ponía de pie en mi dormitorio, con sólo una tenue luz que entraba por la ventana desde el exterior, sus manos fueron a la parte inferior de mi vestido. En un movimiento rápido, el vestido estaba levantado y por encima de mi cabeza, podría haber ido a otra dimensión por lo que me importaba. Esas palmas frías y ásperas fueron a mi cintura, y mientras estaba allí en ropa interior y un sostén sin tirantes, me atrajo hacia él, presionando mi frente contra la suya. Nos selló juntos desde el pecho hacia abajo justo cuando su boca finalmente decidió encontrarse con la mía. Su boca inclinada, se abrió sobre la mía. Nuestras lenguas chocaron y acariciaron. Estaba desmayada y mareada cuando me besó, su boca inclinada de un lado al otro mientras nos comíamos el uno al otro, como si fuera el fin del mundo y no hubiera otro lugar en el que ninguno de los dos preferiría estar. Era la verdad. Mientras me besaba y me besaba y me besaba, su cuerpo cálido y completamente vestido presionado contra mi pecho, senos, vientre e incluso mis muslos, todo lo que quería era estar envuelta alrededor de él de nuevo. Estaba tan ocupada deslizando mi lengua contra la suya que me tomó un tiempo notarlo torpemente jugando con los broches de mi sostén con una mano. Si esa no era mi señal para sacarlo de su ropa, no sabía qué lo era. Respiré profundamente cuando finalmente separé mi boca, subiendo hasta la punta de los dedos de los pies para besar esa piel cálida, casi salada en su cuello, con pequeños vellos que me pinchaban los labios y la barbilla. Las manos de Dallas seguían buscando a tientas en mi espalda, y me tomó un momento en la oscuridad para que mis manos se deslizaran por los músculos duros y voluminosos de sus abdominales, por encima de sus pectorales hasta que mis
dedos encontraron los botones cerca de su garganta. Le quité la corbata y la tiré antes de regresar. Me quitó el sujetador cuando estaba a mitad de camino, desabotonando su camisa de vestir. Sus manos acariciaron mis hombros y la parte de atrás de mi cuello cuando terminé y comencé a empujar su camisa, sintiendo que me ayudaba a quitársela, rápido, casi desesperadamente. Con solo su delgada camiseta entre mí y todos esos músculos calientes y ondulados, contuve el aliento cuando Dallas se inclinó para besar mi labio superior antes de alejarse. Por el sonido y la sensación, se quitó la camisa, porque lo siguiente que supe, un hombro desnudo y liso rozó mi mejilla. En la oscuridad, todo se sentía mucho más intenso. Sus pulgares se metieron en el trozo de encaje en mis caderas mientras tiraba de mi tanga por mis piernas. Los besos que revoloteó en el viaje hacia abajo, al costado de mi clavícula, mi pecho superior, la rápida succión que le dio a mi pezón una y otra vez mientras seguía bajando su cuerpo. Otro beso en mis costillas y mi cadera desnuda. El sonido de sus rodillas golpeando la alfombra me dijo dónde había terminado. Cuando besó mi muslo y siguió presionando su cálido aliento y su boca en el pliegue donde mi muslo se encontraba con el lugar que mi ropa interior había descubierto, respiré profundamente, muy fuerte. Y cuando trazó una línea húmeda de besos una y otra vez, antes de presionar la hendidura de mi abertura, tragué saliva y busqué su cabeza para mantener el equilibrio o para que no se fuera a ninguna parte, no tenía idea. Me besó allí y volvió a besarme allí. No me separó cuando la punta de su lengua tocó la piel exterior y me dio otro beso. Su suspiro fue profundo y tembloroso cuando sus manos ahuecaron la parte posterior de mis muslos, agarrándolos con fuerza, manteniéndome en mi lugar. Entonces Dallas abrió mi abertura con su lengua, saboreando ese pequeño nudo de nervios que había cobrado vida con el primer beso que me había dado. Su frente presionada contra mi vientre, su nariz en la piel que afortunadamente me afeité antes de la boda, Dallas me besó, chupando y lamiendo esos labios
inferiores como si no me estuviera muriendo y lista para él. Me besó como lo había hecho cuando ambos estábamos de pie. Lentamente, las manos en mis muslos tiraron y me llevaron hacia abajo hasta que me arrodillé frente a él. Lo besé, probándome en sus labios mientras movía mis manos por todo ese pecho que solo había visto dos veces en persona, luego las deslicé sobre esos abdominales ondulados que no deberían pertenecer a alguien mayor de treinta años. Sus propias manos estaban en mis senos, pellizcando mis pezones entre su dedo índice y pulgar antes de tomarlos. La boca de Dallas cayó para tomar uno y luego el otro entre sus labios, una y otra vez. Me retorcí y me moví frente a él, arrastrando mis manos hacia arriba y hacia abajo por sus abdominales de nuevo, sobre el vello que llegaba hasta el botón y la cremallera de sus pantalones de vestir. En poco tiempo, le bajé la cremallera y deslicé mi mano dentro, mi palma hacia mí. El dorso de mis dedos rozó su vello corto y áspero antes de sentir esa base gruesa y caliente en el centro de su cuerpo. El cuerpo de Dallas se sacudió mientras seguía deslizando mi mano dentro, sintiendo su longitud doblada hacia la izquierda, acurrucada contra su muslo, y todavía no podía alcanzar la punta. Volteé mi mano, envolví mi palma y mis dedos alrededor de su ancha y gruesa polla, y lo más gentilmente posible, lo levanté lo suficiente hasta que la punta miró hacia el techo. Dallas dejó de hacer lo que estaba haciendo, con sus labios entreabiertos alrededor de mi pezón, mientras yo le daba un apretón. Era tan grueso como me había imaginado, y mientras deslizaba mi palma hacia arriba, él también era tan largo, veinte o veinticinco centímetros de polla hinchada. Sus caderas se sacudieron y respiró hondo mientras yo apretaba mi agarre a su alrededor y tiraba del exceso de piel súper suave. Arriba y abajo, arriba y abajo. Con un movimiento rápido, Dallas me empujó sobre mi espalda en la alfombra, y antes de que pudiera dejar escapar un suspiro, estaba sobre mí. Cubriéndome como una manta humana, pero mucho más grande, más pesada y más cálida. No necesitaba la luz para saber que la cosa dura y contundente que se clavaba
en mi coño era él listo. —Estoy tomando anticonceptivos, —susurré casi con timidez. Tampoco estaba ovulando, pero no le diría eso. Al menos todavía no. Exhaló y yo hice lo mismo mientras deslizaba mis brazos por debajo de sus axilas, dejando mis antebrazos en sus omóplatos, mis manos curvándose sobre sus músculos trapecios. —Diana, —dijo justo encima de mí. Envolví mis piernas alrededor de sus caderas, mis tobillos descansando contra sus pantalones de vestir que todavía cubrían todo excepto ese gran órgano presionando lentamente contra mí, tratando de encontrar el lugar que ambos queríamos. —Te amo, Dallas, —susurré mientras levantaba mis caderas para que pudiera introducirse un centímetro. Su boca y todo su cuerpo cayeron sobre mí, pesados, como si estuviera tratando de consumirme en él. Su peso fue lo que lo empujó más profundo, un centímetro más, y otro centímetro y otro, empujando a través de mis músculos húmedos que protestaban por su grosor, protestando por él punto. Pero Dallas siguió, besándome una y otra vez hasta que se instaló completamente sobre mí y dentro de mí, ensartando mi cuerpo con el suyo. El único sonido que hizo antes de comenzar a palpitar dentro de mí fue un grito ahogado, luego un gemido, y se sacudió y se hinchó, empujó profundamente hasta la raíz en mí. Dallas se corrió y se corrió, tanto semen que cuando se retiró un centímetro antes de empujar hacia atrás en mí, su semen goteó alrededor de su polla y por mi piel. —Mierda, —murmuró, todo rasposo en mi mejilla mientras se mantenía tan profundo como podía en mí—. No quise correrme tan rápido. —Está bien. Su boca se movió sobre mi mejilla, de un lugar a otro, suavemente. —No he terminado. Lo prometo. —Dallas sacó esa gruesa polla, lentamente y movió sus
caderas hacia adelante, llenándome una vez más—. No podrías sentirte más como mía si lo intentaras, —me dijo, puntuando cada palabra con un fuerte empujón que me hizo deslizarme por la alfombra unos centímetros. Mi espalda ardía solo un poco mientras mantenía su velocidad lenta, y la última pulgada de su empujón en mí fue una bofetada, un golpe. Me besó como si me estuviera haciendo el amor, lentamente, inclinando su boca de un lado a otro mientras su lengua acariciaba la mía. Sus caderas se movieron en un círculo, como si estuviera tratando de profundizar. Aspiré un aliento tras otro, tratando de evitar hacer un montón de ruido porque los chicos estaban al final del pasillo, pero seguí moviendo mis caderas, tratando de ajustar el ángulo hasta que movió su cuerpo lo suficiente para que su hueso púbico comenzará a aplastarme perfectamente. Su pecho rozó el mío, los dos sudamos y respiramos con dificultad, y siguió moviendo las caderas, construyéndome hasta que lo perdí. Tuve que echar la cabeza hacia atrás, morderme el labio y arquear la espalda para evitar hacer un ruido mientras él se mantenía quieto dentro de mí hasta que recobré el aliento. Un fuerte empujón seguido de otro más fuerte, y luego un fuerte tirón y empujón de su polla nos hizo movernos por la alfombra de nuevo. Dallas empujó profundamente esa gruesa circunferencia y gimió, largo y bajo, volviéndose a correr, latiendo más y más, su polla retorciéndose y sacudiéndose. Lentamente, su peso se aflojó encima de mí. Pesaba y era más difícil respirar, pero no moví mis brazos de alrededor de su espalda y hombros, y mantuve mis piernas alrededor de él apretadas, mientras todos esos finos músculos pulsaban encima de mí y dentro de mí. Respiraba tan fuerte como yo, era como si ninguno de los dos pudiera recuperar el aliento. Después de lo que pudieron haber sido diez minutos o treinta, se puso de rodillas y pude oírlo tragar saliva, su respiración entrecortada. Con mis ojos un poco más acostumbrados a la habitación oscura, pude verlo alcanzar mi rostro. Su mano ahuecó mi mejilla mientras yo estaba tumbada en la alfombra, todavía sin poder recuperar el aliento.
Moví mi cabeza para besar la yema de la piel debajo de su pulgar, y así, Dallas se bajó de nuevo para acostarse en el suelo a mi lado. Su brazo se deslizó debajo de mi cuello y me acurrucó contra su costado. Estaba húmedo por el sudor, y cuando rodé sobre mi costado y puse mi pierna sobre su muslo, sentí lo que teníamos que ser ambos en sus muslos internos. Pegajoso y húmedo. Me encantó. Con mi cabeza en su hombro, pasé mi brazo por la mitad de su pecho y lo abracé. Cuando empezó a reír, levanté mi rostro, pero solo pude captar el tenue contorno de su mandíbula. —¿De qué te ríes? La mano más alejada de mí se posó en lo alto del muslo que tenía sobre él. Acarició más arriba, tocando mi cadera con la palma y el costado de mi trasero con las yemas de los dedos. Lo hizo dos veces antes de decir con esa voz asombrosa, ronca y totalmente agotada: —Sabes que ese abrazo tuyo comenzó todo esto. ¿Qué? —¿Qué quieres decir? Movió su mano en un círculo sobre mi muslo, amasando lentamente. —Te vi afuera de tu casa unas semanas después de que te mudaste. Los Larsens deben haber estado dejando a los niños porque estaban todos afuera. Estabas parada en el porche esperándolos, y Josh salió de su auto. Cuando se acercó a ti, ni siquiera estaba prestando atención, pero lo abrazaste con una gran sonrisa en tu rostro. Te estabas riendo. No sé lo que le dijiste, pero luego empezó a devolverte el abrazo y lo sacudiste hasta que finalmente se rio también. —Y cada puta vez que te vi después de eso, siempre estabas abrazando a alguien. Besando a alguien. Diciéndoles que los amabas. Me iba a la cama pensando en ti y preguntándome por qué siempre hacías eso —me dijo en esa voz baja, abrazándome más fuerte. —Porque los amo y la vida es corta.
—Lo sé ahora, Diana. Aprendí eso cada vez que estaba contigo. Pude ver cuánto amas a tu familia y es lo que más amo de ti. Quería que alguien me quisiera así. Quería que me amaras así. —La mano que tenía en mi costado encontró la mía y entrelazó nuestros dedos—. No soy rico ni guapo, pero podría hacerte feliz. Podríamos formar nuestra propia familia remendada. Mi corazón se partió por la mitad. —Por supuesto que podrías hacerme feliz. Ya lo haces. Y eres tan guapo, ¿de qué estás hablando? —No, no lo soy. Me dijiste que no era tu tipo, ¿recuerdas? —me recordó en un tono que no sonaba triste o decepcionado. —Estabas siendo un idiota. ¿Qué se suponía que debía decirte? Vaya, ¿qué brazos grandes tienes? ¿Y qué? ¿Por favor, déjame acurrucarme en tu regazo, amigo mío? —Me reí, apretando mis dedos entre los suyos—. Estabas casado y te lo tomaste en serio. Nunca haría eso. Y no fue como si hubieras sido muy amable conmigo por un tiempo de todos modos. —¿Qué querías que te dijera? ¿Qué quería que te acurrucaras en mi regazo? —Él se rio entre dientes—. Cariño, me tomé en serio estar casado con alguien a quien ni siquiera amaba. Ni una sola vez engañé a mi ex, incluso después de que nos separamos. ¿Qué clase de hombre te mostraría que soy si hubiera cambiado de opinión sobre cómo debería actuar después de conocerte? Tenía razón y lo sabía. —Al principio pensé que estabas loca, y luego llegué a conocerte y me gustaste, eras mi amiga y eras amable solo porque así eres, no porque quisieras algo de mí. Y luego, ese día que estaba quitando los piojos de tu cabello, me miraste mientras reíamos y supe que había terminado —dijo. Su mano fue a mi mejilla de nuevo. —Si puedo respetar estar en una relación con alguien que no recordaré dentro de unos años, alguien en quien nunca pienso, quería que vieras cuán en serio me tomaría pasar los próximos cincuenta años con la chica que tiene mi corazón.
Este hombre. Este hombre me iba a coser con hilo industrial. ¿Cómo? ¿Cómo podría vivir un día sin él? ¿Una semana, un mes, toda la vida? Como si sintiera que estaba perdiendo la mierda, pero no de la forma en que pensaba, Dallas se incorporó sobre un antebrazo para mirarme. —Diana, te amo, y cada hueso de mi cuerpo me dice que te amaré todos los días de mi vida, incluso cuando queramos matarnos. Sollocé, ¿y qué hizo? Él rio. —Cuando seas mayor, te tomaré de la mano cuando crucemos la calle. Te ayudaré a ponerte los calcetines —prometió. Me eché a reír, incluso cuando las lágrimas asomaron a mis ojos. —¿Y si tengo que ayudarte a ponerte los calcetines? —Entonces me ayudarás a ponerme los calcetines. Y si estoy en silla de ruedas y tú no, te llevaré. Mis lágrimas se derramaron mientras me reía, y no pude evitar poner mi frente en su hombro. —No puedes prometerme que siempre estarás ahí. Sabes que no es así como funciona. —Mientras todavía tenga aliento en mi cuerpo, no iré a ninguna parte, Melocotón. —Besó mi sien—. Nunca se sabe lo que sucederá dentro de una hora, dentro de un minuto, pero no haré que te arrepientas demasiado de nada de eso, incluso cuando me ponga de los nervios y peleemos porque hemos estado juntos desde siempre y sabemos todo sobre el otro. Ese tiempo podría ser un mes, o podría ser hasta que ambos estemos en pañales, pero estaré allí. —¿Pañales? —Pañales, —confirmó, inclinándose para besarme el rostro tres veces—. Lo prometo.
Capitulo Veintiseis
—Dile —susurró Josh mientras pasaba a mi lado en la cocina para volver a llenar su vaso con jugo de manzana del refrigerador. Apreté los dientes e hice que mis ojos se agrandaran en su dirección mientras volvía a vigilar a mi madre, que estaba de pie junto a la estufa en la cocina, cuidando al arroz que estaba revolviendo. —Voy a hacerlo. Dame un segundo —le siseé, mirando en dirección a mi madre una vez más para asegurarme de que ella no se daba cuenta. Mi hijo de once años me dijo —Cobarde —por encima del hombro mientras salía de la habitación con el vaso lleno. Lamentablemente, sabía que tenía razón. Necesitaba decirle a mi mamá quién vendría para la cena de Navidad. Bueno, más específicamente, por qué alguien vendría a cenar con la Sra. Pearl a cuestas. Mierda. Agarrando un paño de cocina limpio de un cajón, apenas lo había sumergido bajo el grifo cuando finalmente dije: —Mamá, la señora Pearl y Dallas vienen a cenar. —¿Señora Pearl? ¿La vecina? —Sí, la vecina. Aquella cuya casa se quemó. —¿Y quién más? —preguntó distraídamente, todavía de espaldas a mí.
—Dallas. Mi vecino. El entrenador de Josh. —No era como si no hubiéramos hablado de él una docena de veces antes. Sin embargo, conociendo a mi madre, se estaba haciendo la tonta, posiblemente esperando que misteriosamente se le ocurriera a alguien más con el mismo nombre. —¿El de todos los tatuajes? Jesucristo. —Ni siquiera tiene tantos tatuajes, —gemí. —Suficientes —se burló ella. Cuando exprimí el exceso de agua del paño, me dije que no me imaginaba que era el cuello de mi madre. —Por favor deja de comentar eso. Vas a tener que acostumbrarte a ellos. Vas a verlo mucho. —Allí. Yo lo había hecho. Se lo dije. —¿Cómo? Me volví para mirar a la mujer que me había cargado durante nueve meses, que me peleó más que nadie, me criticó y juzgó cinco veces más y me dio más dolores de cabeza que cualquier persona en el mundo. Pero ella significaba el mundo para mí. Chiflada y todo. —Ya sabes cómo. Uno de sus ojos se entrecerró un poco y la vi dejar escapar un profundo suspiro. —¿Él es tu novio? —preguntó en español, exhausta y casi conmocionada. No podía faltarle el respeto mintiendo, así que le dije la verdad. —Podrías decir eso. Esta mujer dramática, que me había dado a luz hace casi treinta años, se llevó la mano directamente a su corazón. —Lo amo, mamá. Se dio la vuelta con descaro. Jesucristo. Un poco asustada de ella a pesar de que yo era más alta, di un paso más cerca y bajé la voz, haciendo todo lo posible por ser comprensiva. No funcionó bien, pero lo intenté. —Es el mejor hombre que he conocido, mamá. Soy suertuda. Deja de parecer que te vas a morir,
vamos. Es un güero, tiene tatuajes. Rodrigo se casó con Mandy, que ni siquiera era católica, mucho menos mexicana, y tenía tatuajes. Detente. —¿Cómo puedes siquiera… —Ella jadeó dramáticamente. Aquí estaba. —¿Cómo puedo qué? A los chicos les gusta mucho. Louie está medio enamorado de él. Tiene un trabajo fijo. Su abuela vive con él. Estaba casado y no quería tener nada que ver conmigo hasta que se divorció... —¡Él estaba casado! Parpadeé hacia ella, casi al final con su mierda. Así que tiré la única carta que tenía para vencer a este fenómeno: —Estuviste casada antes de papá. ¿Recuerdas a ese chico? Aspiró una bocanada que me hizo levantar las cejas. —¿Pensaste que no lo sabía? Mamá, siempre lo supe. Papá me lo dijo hace mucho tiempo. ¿A quién le importa? Su rostro se puso tan rojo como alguien tan moreno era capaz de hacerlo. —Diana… Le esbocé una sonrisa y di un paso adelante, tratando de poner mi mano en su hombro, solo para que se apartara del camino en el último minuto. Hirió mis sentimientos mucho más de lo que debería. —¿Qué? No me importa que estuvieras casada con alguien antes. No tienes por qué avergonzarte. Obviamente, todos empezamos nuestras primeras relaciones. Sucede. Rodrigo también lo hizo, pero mira, conociste a papá y nos tuviste. Está bien. Mi madre me dio la espalda y pude verla inclinar la cabeza, encorvar los hombros mientras se inclinaba sobre la encimera de la cocina. —Deja de hablar de Rodrigo, Diana. ¿Regresamos a esto? —Mamá.
—No, no. Esto no tiene nada que ver conmigo y lo que pasó antes de que nacieras. Muy bien, estaba avergonzada de que yo supiera su secreto desde hace años. Bien. Entendí. Probablemente yo también sentiría lo mismo si le hubiera mentido a alguien durante casi treinta años. Negó con la cabeza dramáticamente, agarrándose el pecho de nuevo, y mi simpatía desapareció. —¿Cómo puedes traer a otro hombre a tu vida? ¿En la vida de los chicos? Ya tenían padre. Un gran... —¿De qué estás hablando? No les voy a dar otro padre. Lo amo, y sé que él siente lo mismo, e incluso si nos casamos un día en el futuro lejano… —Me burlé, sin creer lo que mi mamá estaba tratando de insinuar—. Nadie podría reemplazar a Rodrigo, mamá. ¿Cómo puedes pensar eso de que yo solo encuentre a alguien que me guste? Pensé que te ibas a asustar porque odias a todas las personas con las que he salido, pero esto es diferente. Es tan diferente. Es maravilloso. Probablemente sea demasiado bueno para mí. Pero no tiene nada que ver con Rodrigo. Podía verla negar con la cabeza, ver sus hombros temblar, me acerqué por detrás y envolví mis brazos alrededor de su cuello. —Pienso en él todo el tiempo. Hablo con los chicos sobre él. Ninguno de nosotros lo ha olvidado y nunca podríamos. ¿Pero no crees que él querría que seamos felices? Ella no dijo una palabra y mi estómago se revolvió. —Mamá te amo. ¿Qué es? Bajó la barbilla hasta tocar mi antebrazo y no dijo nada durante mucho tiempo. —Lo siento, amor. Tienes razón. Tienes razón, —admitió finalmente. —Sé que siempre tengo la razón.
Ella sollozó, sonando húmeda y reacia. —No te creas. —Su palma fue a una de mis manos, entrelazando nuestros dedos—. Echo de menos a tu hermano —susurró en voz baja, como si decir las palabras demasiado alto la cortaría—. Me sorprendí comprándole un regalo de Navidad dos veces este año. Quería pedirle más, que me contara más sobre cuándo pensaba en él. Pero mantuve la pregunta en mi boca. Me encantaba presionar y presionar por más, pero con algo como esto… Lo que me dio fue más que suficiente. Era un comienzo. O tal vez si no era un comienzo, era algo. —Solo quiero lo mejor para ti. Eso es todo lo que siempre he querido. Cometí tantos errores, Diana. Sé que sí, y no quiero que los repitas. No siempre he sido la persona que querías que fuera, y lo siento. Ugh. —Mamá, estás bien. Sé que tampoco siempre he sido la persona que querías que fuera, pero estás un poco atrapada conmigo y yo estoy atrapada contigo —Le di un apretón—. Te amo de todas maneras. —Te quiero mucho, amor. —Sus pequeños dedos les dieron a los míos un apretón mucho más fuerte de lo que alguien tan pequeño debería ser capaz—. No todo el mundo puede casarse con un hombre como tu prima, según tengo entendido. Puse los ojos en blanco tan atrás que no estaba segura de cómo encontraron el camino hacia adelante de nuevo. Dios. Debería haber esperado esto de ella. No estaba segura de por qué dejé que siguiera sorprendiéndome. Cuando soltó mis dedos y me dio una palmadita en el dorso de la mano, decidí dejarlo ir. —Está bien, estoy bien ahora. —Ella no se dio la vuelta para mirarme mientras actuaba como si nada hubiera pasado—. Podrías haberme dicho antes que vendría más gente. Podría haberme puesto un vestido mejor. Le di un apretón en los hombros, no en el cuello, mientras daba un paso atrás. —¿A quién intentas impresionar? Ya estás casada. Eso la tenía mirándome con un ojo lloroso por encima del hombro. —No sé dónde me equivoqué contigo.
Un golpe llegó desde la puerta principal justo cuando dije: —Yo tampoco. Al salir de la cocina, estaba 99 por ciento segura de que mi madre me había amenazado con su zapato, pero estaba demasiado aliviada de que hubiéramos terminado esa conversación para hacer cualquier cosa más que sonreír a la persona que estaba al otro lado puerta. El cabello de la señora Pearl era un halo pálido alrededor de su cabeza y se había puesto un jersey de cuello alto con árboles de Navidad y lindos pendientes colgantes con muñecos de nieve en ellos. —Feliz Navidad, señora Pearl. La mujer mayor me dio una sonrisa de suficiencia. —Es Nochebuena, Diana, pero Feliz Navidad anticipada. Dios ayúdame. Me reí mientras me inclinaba hacia adelante para darle un suave abrazo. —Adelante. Adelante, —le dije mientras retrocedía para dejarla pasar. Y fue entonces cuando finalmente miré al hombre que había estado parado justo detrás de ella. Con una camisa de franela gris suave con el botón superior desabrochado estaba Dallas. Dio un paso hacia delante. —Hola, luz de mi vida. Arrugué mi nariz. Mi corazón se aceleró instantáneamente de un latido al siguiente, de un parpadeo al siguiente. ¿Esto iba a envejecer alguna vez? Seguro que esperaba que no. —Hola profesor. —Me puse de puntillas y lo sentí presionar su boca contra la mía, el beso lento y dulce, un recordatorio para mi corazón de lo que habíamos hecho en mi habitación tres noches la semana pasada. De lo que esperaba que hiciéramos en mi habitación, con las puertas cerradas, también esta noche. Se había ido para ayudar a Trip con algo el día anterior, así que no había venido anoche. Confié en él, en ambos, de verdad. No necesitaba preguntar qué estaban haciendo. —Gracias por recibirnos. Poniendo los ojos en blanco, volví a besar su boca. —No me agradezcas.
—Está bien, puedes agradecerme, —dijo, metiendo la mano en su bolsillo y sacando algo rosa. Dallas extendió la mano por encima de mi cabeza tan rápido que no pude verlo bien hasta que sus dedos rozaron los lados de mi rostro y algo cayó sobre mi cabello. Sus ojos se posaron en los míos mientras colocaba la tela rosa sobre el cabello que había dejado suelto y rizado—. Te hice un gorro. Y sonrió mientras lo decía, sus palmas se curvaban hacia abajo para ahuecar mis mejillas. Todo lo que pude hacer fue parpadear. —Rosa como la princesa Melocotón. Tragué con fuerza. —Si estás tratando de echar un polvo, tenemos que esperar hasta que todos se vayan —susurré. Dallas sonrió y yo también. —Gracias, —le dije—. No puedo creer que me hayas tejido uno. —Te dije que lo haría. Él lo había dicho. Realmente me lo había dicho. Retiré sus manos de mi rostro mientras observaba cómo se estremecía ante el contacto y miraba las grandes palmas y los largos dedos que sostenía entre nosotros. Los nudillos eran de un rojo púrpura y dos tenían la piel rota. Parpadeé. —¿Qué diablos hiciste? No hubo vacilación en su respuesta. —Cosas. Lo miré, entrecerrando los ojos e ignorando la sonrisa disimulada que asomaba por sus mejillas. —¿Le pegaron a alguien? Trip, podía verlo entrar en una pelea por cualquier razón. ¿Dallas? Tenía que haber una maldita buena razón. Quizás Trip se había peleado y Dallas había intervenido...
Su mano no magullada subió a mi mejilla de nuevo y sonrió abiertamente. —Si. Se lo merecía. —Antes de que pudiera reaccionar, se inclinó hacia adelante y besó mi boca suavemente. ¿Había… Jeremy…? Con sus labios flotando justo encima de los míos, le pregunté lentamente: —¿A dónde fuiste? —Fort Worth. Santa mierda. Dallas presionó sus labios contra los míos de nuevo. —Es mejor si no haces más preguntas, ¿eh? Considéralo uno de tus regalos de Navidad, cariño. Mi corazón pareció hincharse diez tamaños más grande de lo que era originalmente y en una de las raras ocasiones en mi vida, no supe qué decir. Todo lo que pude hacer fue acercar su mano herida a mi boca y besar los nudillos, sonriendo y riendo cuando sus ojos se encontraron con los míos. Debo haber hecho algo jodidamente increíble en otra vida para merecer a este hombre. Y fue muy fácil no hacer más preguntas sobre dónde había estado y qué había hecho. Todavía le sonreía cuando le pregunté: —¿Todavía estás libre pasado mañana? Dallas asintió, esos ojos verde-marrón-dorado se centraron en los míos. No me sorprendió lo mucho que no se apretó mi pecho o cómo no me dolía el estómago cuando la pregunta salió de mi boca. —Lo pensé anoche mientras estaba en la cama y decidí hacerlo. ¿Podrías cuidarme a los chicos durante la mitad del día? Tengo clientes... —Claro, —me interrumpió. ¿Parecía aliviado o me lo estaba imaginando? —Me pediste ayuda. Esta extraña sensación rodó por mi vientre y le sonreí. —¿Entonces?
—Realmente me amas. —Su boca estaba abierta. Ugh. —Cállate, —gemí—. Será mejor que te acostumbres. No voy a dejar que salgas de esto un día porque te cansas de que yo pida ayuda. Dallas negó con la cabeza. Esta sonrisa gigante que parecía el mejor regalo de Navidad del mundo se apoderó de su boca. —No lo haré. Nunca. No pude evitar mirarlo un poco. —Tú lo dijiste. —Te lo enviaré por escrito algún día. —UH Huh. —Mi rostro se puso caliente, así que cambié de tema. Había mucho que mi corazón pudiera absorber en un día. Quizás algún día me acostumbraría a él, pero esperaba no hacerlo. Dejas de apreciar las cosas en el momento en que se convierten en una rutina—. ¿Te pusiste en contacto con tu hermano por casualidad? Se encogió de hombros. —No. Le dejé un mensaje de voz. Trip dijo que pensó que lo había visto la semana pasada, pero no lo sé. Arrugué mi nariz. —Lo siento. Espero que te devuelva la llamada. —Yo también. —Besó mi mejilla—. La buena noticia es que Nana está tratando de estar calmada, pero está emocionada de estar aquí, —dijo, su boca a centímetros de la mía cuando se apartó. —Bueno. Me aseguré de que tuviéramos mucha comida mexicana con la que pudiera llenarse el rostro. —Le sonreí—. ¿Ha dicho algo más sobre... ya sabes, nosotros? Sus manos volvieron a subir a mis mejillas. —Estaba despierta hace unas noches y me sorprendió entrando a escondidas. Todo lo que dijo fue que era hora.
Mi rostro se puso rojo y no pude evitar reírme de lo vergonzoso que era. Dios. —Bueno. Ahora tengo que sentarme durante la cena sabiendo que ella sabe que vienes. —Vine ahora mismo. —Esa es una forma completamente diferente de venir. —Me reí—. Es más como cruzar la calle, si sabes a qué me refiero. Dallas se encogió de hombros, tranquilo, uno de sus pulgares se dirigió a mi labio inferior para tirarlo un poco hacia abajo. —Un día podemos tener una Navidad donde no tendré que cruzar la calle, ¿eh? —Me gustaría eso. Me gustaría mucho —Lo miré directamente a los ojos—. Lo único que me importa es que este es el primero de muchos. Espero. Su sonrisa se hizo más amplia, su frente se acercó a la mía y suspiró: —Tienes toda la razón, es la primera de muchas.
Epilogo
—¿Seguro que quieres hacer esto? Louie asintió rápidamente, emocionado, estaba tan malditamente emocionado que hizo un nudo en mi garganta por enésima vez desde que me había planteado su idea meses atrás. Había sido todo él. No podía tomarme el crédito por lo que estaba a punto de hacer. Todo lo que quería era asegurarme de que los sentimientos de nadie fueran heridos. —Lou, ¿estás seguro? —Le pregunté, sabiendo que habíamos repasado esto todas y cada una de las miles de veces desde que lo había mencionado. Tenía la misma respuesta cada vez: —Sí, Tía. —No puedes volver atrás de esto. Parpadeó con esos hermosos ojos azules mientras se alejaba de la mesa del desayuno y se dirigía hacia el pastel de cumpleaños que acababa de sacar de la nevera. El pastel blanco y azul que habíamos comprado en la tienda de camino a casa decía FELIZ CUMPLEAÑOS, DALASS en la parte superior con glaseado rojo. Josh y yo habíamos chocado los cinco al menos tres veces por lo graciosos que éramos. Louie se encogió de hombros mientras sus manos se agarraban al borde del mostrador de la cocina. Ahora era tan alto que me dolía un poco el corazón. Josh me había dejado en la oscuridad en cuanto a alturas hace unos tres años, pero pensé que había tenido más tiempo con Louie antes de que él creciera. Le daría
otro año antes de que se disparara como un cohete, y supe que eventualmente eso me haría llorar por el bebé que ya no era. —Lo sé, Tía. —Su boca se torció y sonrió al pastel—. Realmente quiero. —Me miró—. ¿Estás segura de que a papá no le importaría? Oh, mi maldito hermano. No había pasado un día en el que no pensara en él y no quisiera llorar, pero especialmente mientras hablaba de esto… me afectaba todo el tiempo. No ayudó que estuviera embarazada de cuatro meses. Yo. Embarazada de cuatro meses. Todavía no podía precisar cómo o cuándo Dallas me había convencido, pero supongo que me había convencido hace un año. Él nunca mencionó la idea de tener hijos, pero lo había hecho de la misma manera que me había enamorado de él. Lenta, inesperada y completamente. También culpé a Vanessa por cómo sucedió. Si los cuatro no hubiéramos ido a visitarla, y no hubiera visto a Dallas jugando con su bebé más pequeño, mis ovarios nunca hubieran estado en llamas. Lo siguiente que supe fue que estábamos en medio de la fiebre por hacer bebés, y estaba absolutamente segura de que nunca me iba a quejar de eso. Ahora lo estaba pagando con horribles náuseas matutinas y cambios de humor que me tenían llorando la mitad del día por las cosas más tontas. ¿Pasar por una foto de mi hermano al azar? Lloraría ¿Josh necesitaba un nuevo par de pantalones porque le habían quedado pequeños? Lloraría ¿Dallas me dejó una nota Post-It en el espejo de nuestro baño? Lloraría. Era un poco patético. Y no lo cambiaría por nada. Dallas se había encendido como un petardo, como si le hubiera dado el mundo, y los chicos estaban más emocionados de lo que jamás hubiera imaginado cuando se enteraron de que estaba esperando al miembro más nuevo de nuestra familia. Ahora tenía tres hombres
sobreprotectores que me fastidiaban cuando cargaba comestibles, sacaba la basura y trabajaba demasiadas horas. Avance rápido a dos meses después de haber descubierto que estaba embarazada de alguien nuevo a quien amar. Estábamos celebrando el cumpleaños número 46 de Dallas, solo nosotros cuatro. Una de mis tías lejanas había muerto y mis padres estaban fuera de la ciudad para asistir al funeral. Cuando Louie me preguntó por primera vez si pensaba que mi hermano estaría bien con lo que quería hacer, no estaba segura de qué decirle. Quería pensar que él estaría bien con eso, pero ¿cómo podría saberlo realmente? Pero cuanto más pensaba en la relación de Louie y Dallas, viendo lo cerca que estaban después de cinco años, cuánto amaba Dallas de verdad a este chico que siempre había sido mi corazón... Tuve mi respuesta. —Nada te lo quitará jamás. Tu papá querría que hicieras lo que te hace feliz, Gooey Louie. Lo entendería y sé que le hubiera gustado mucho Dallas. Louie asintió lentamente, pensando en ello, y luego asintió con más determinación. —Sí yo también. Quiero hacerlo. Realmente quiero hacerlo. No voy a llorar No voy a llorar. —Sé que lo haces, pero quiero asegurarme de que entiendes que esto no es algo ligero. Esta es una gran decisión. Como si alguna vez me cansara de él, podríamos divorciarnos... —Sobre mi cadáver, —fue la respuesta detrás de mí. Mierda. ¿Cuánto había escuchado? Dallas se acercó detrás de mí, su barbilla se detuvo en la parte superior de mi cabeza mientras su brazo giraba hacia mi frente para palmear mi estómago, instantáneamente yendo al lugar exacto donde mi pequeño maní de la vida aún se escondía. —Nunca te dejaría ir a ningún lado, —dijo, y ya podía imaginarlo sonriéndole a Louie por encima de mi cabeza.
Me incliné hacia él y apreté la mano que acababa de colocar en mi cadera. —Me gustaría verte intentar detenerme si quisiera. —No llegarías al final de la cuadra. Nos amas demasiado. Me reí. —¿Nos? —J y Lou no me dejarían. Honestamente, tenía razón. Ellos no lo harían. Yo había sido la estrella del espectáculo hasta que este hombre entró y estableció este espacio para sí mismo que nadie más podría llenar. Los chicos lo amaban casi tanto como a mí. Ni siquiera estaba un poco molesta por eso. Eso era mentira. Tal vez un poco. Siempre había tenido problemas para compartir, pero pensé que, si iban a amar a alguien nuevo, bien podría ser él. La barbilla de Dallas se movió por un lado de mi cabeza, frotándose contra mi sien. —¿Por qué estás hablando de algo que nunca sucederá? —preguntó. Por supuesto que nunca iba a suceder. Si hubiera pensado que amaba a Dallas cuando se divorció por primera vez de “Ella” que nunca fue mencionada de nuevo, no era nada comparado con ahora. Era honesta con Dios, el amor de mi vida, y me decía al menos una vez a la semana que yo era su amor. Vía Post-It, susurrado al oído cuando estábamos juntos en la cama por la noche, en voz alta cuando me dio un abrazo…. Miré a Louie y lo vi sonreír mientras mentía. —Estábamos hablando sobre cómo ponerle un nombre al bebé y cómo tenemos que elegir algo bueno porque no es como si pudiéramos cambiarlo más adelante. Si es una niña, creo que los dos seguimos pensando que Pearl sería un buen nombre. Hizo un ruido pensativo contra mi oído. Casi inmediatamente después de que Dallas se mudó con nosotros, le preguntamos si quería irse a vivir con nosotros en lugar de quedarse sola en su casa remodelada, pero nunca la convencimos. Ella estaba feliz sola y parecía perfectamente bien con que fuéramos allí para
ayudar con las cosas o invitarla a cenar. No le había ocurrido nada. Así que hace dos años, cuando Dallas la encontró sin respirar, sentada en su sofá, todos nos sorprendimos muchísimo al descubrir que había fallecido. Su funeral también fue la última vez que vimos a Jackson. Dallas me dijo que lo llamaba de vez en cuando, pero eso era todo lo que había entre los dos. Me rompió un poco el corazón porque sabía que Dallas todavía tenía la esperanza de que su hermano volviera y dejara de ser un idiota, pero no había sucedido. Louie se aclaró la garganta demasiado fuerte, y eso me hizo sonreír y alejarme del pensamiento de la señora Pearl y Jackson. Sabía exactamente de quién había adquirido ese hábito. —Dal, ¿quieres tu regalo? —le preguntó. —No necesitabas darme nada, Lou, —dijo el hombre detrás de mí. El rostro de Louie se iluminó. —Quería hacerlo, —dijo mientras tomaba el delgado paquete de veinte por veinticinco centímetros que había envuelto solo hace un par de días. Vi como Dallas dio un paso a mi alrededor y se detuvo a mi lado. Tomó el regalo con una mano. Si pensó que era extraño que la parte que no estaba tocando se inclinara hacia él, flexible y parecida al papel, no hizo ningún comentario. Extendió su brazo libre hacia adelante y lo tiró alrededor de la espalda de Louie, abrazándolo con una palmadita mientras el niño de diez años envolvía ambos brazos alrededor del hombre que había llegado a significar tanto para él. —¿Estás haciendo lo de los regalos y no me ibas a decir? —La voz de Josh vino de detrás de todos nosotros. Con casi dos metros de altura y dieciséis años, parecía mucho mayor de lo que era. Mi Josh. Todavía no había completado su estatura, pero sabía que vendría; los suyos eran todos músculos largos y una cara que todavía era bastante juvenil. Sigue siendo la cara de mi Joshy Poo. Le dio un codazo a Dallas mientras se interponía entre el hombre que había dejado de ser su entrenador de Select hacía dos años y yo, y puso un brazo sobre mis hombros. —¿Qué
obtuviste? —le preguntó, sabiendo muy bien lo que le estaba dando su hermano pequeño. Eso fue lo segundo que le pedí a Louie que hiciera cuando vino a verme: hablar con su hermano y hacerle saber lo que estaba planeando. Pensé que Josh había estado lastimado durante tal vez un día una vez que se enteró, pero habíamos hablado de eso y él se reconcilió con eso. Él lo entendió. La otra persona con la que le había dicho a Louie que hablara era mi madre. A lo largo de los años, se había encariñado mucho con Dallas, lo que no era sorprendente. Él era perfecto, ¿por qué no llegaría a amarlo una vez que le diera una oportunidad? Pero lo que Louie quería hacer tenía el potencial de enviar a mi madre al punto de inflexión. No estaba segura de qué se dijo exactamente entre ellos dos durante su conversación, pero fuera lo que fuera, Louie todavía estaba llevando a cabo sus planes. Supuse que no podría haber ido tan mal. Dallas le devolvió el codazo mientras le daba la vuelta al regalo, sus dedos iban a los bordes arrugados y pegados y los abría. —No lo sé. Mordisqueando mis labios, miré de un lado a otro entre Louie y Dallas mientras abría su regalo. Esto iba a cambiar la vida de ambos, pero para mí, nada en absoluto sería diferente. Vi como Dallas frunció un poco el ceño mientras arrancaba el papel de la pila de papeles que Louie había envuelto. Les dio la vuelta, con el lado derecho hacia arriba, y arrugó la frente mientras leía la letra. Segundos después, miró a Louie y su garganta se balanceó. Segundos después de eso, se volvió hacia mí con esos ojos color avellana muy abiertos, y su garganta se balanceó de nuevo. Luego volvió su atención a los papeles y articuló las palabras que estaba leyendo antes de llevarse las manos a las caderas, agarrar los papeles en una mano y dejar escapar un profundo, profundo suspiro. Tenía los ojos llorosos. Parpadeó un montón de veces. La punta de su lengua fue a su labio superior y dejó escapar otra respiración profunda.
Dallas me miró y levantó las cejas de nuevo antes de enfrentarse a Louie una vez más y dijo con voz quebrada: —Lou, te adoptaría mil veces, amigo. Nada me haría más feliz. Culparía a las hormonas por la forma en que rompí a llorar en el momento en que Louie se precipitó a los brazos de Dallas, pero honestamente, no fueron las hormonas en absoluto. Todo lo que podía pensar mientras estaba allí era que a veces la vida te daba una tragedia que quemaba todo lo que sabías y te cambiaba por completo. Pero de alguna manera, si realmente quisieras, podrías aprender a contener la respiración mientras se abría paso a través del humo que quedaba a su paso, y podrías continuar. Y a veces, a veces, podrías hacer crecer algo hermoso de las cenizas que quedaron atrás. Si tuvieras suerte. Y yo era una perra muy, muy afortunada.
Fin