07 Reino De Ceniza

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Para mis padres —quienes me enseñaron a creer que las mujeres podemos salvar al mundo.

Libros por Sarah J. Maas La serie Trono de Cristal

The Assassin’s Blade Trono de Cristal Corona de Medianoche Heredera de Fuego Reina de Sombras Imperio de Tormentas Torre del Amanecer Reino de Ceniza

I El Libro de Colorear de Trono de Cristal

La serie Una Corte de Espinas y Rosas

Una Corte de Espinas y Rosas Una Corte de Niebla y Furia Una Corte de Alas y Ruina Una Corte de Escarcha y Luz de Estrellas

I El Libro de Colorear de Una Corte de Espinas y Rosas

Sinópsis El viaje de Aelin Galathynius de esclava a asesina del rey a reina del que fue un gran reino alguna vez, alcanza su final desgarrador mientras estalla la guerra a través de su mundo… Aelin lo ha arriesgado todo para salvar a su gente, pero a un gran precio. Encerrada dentro de un ataúd de hierro por la Reina de los Fae, Aelin debe recurrir a su inquebrantable voluntad mientras soporta meses de tortura. Consciente de que ceder a Maeve condenará a aquellos a los que ama es lo que la ayuda a no desmoronarse, aunque su sanidad empieza a resquebrajarse con cada día que pasa… Con Aelin capturada, Aedion y Lysandra mantienen la última línea de defensa para proteger Terrasen de la total destrucción. Aunque pronto se dan cuenta de que los muchos aliados que habían reunido para luchar contra las hordas de Erawan podrían no ser suficientes para salvarlos. Dispersados por todo el continente y luchando contra el tiempo, Chaol, Manon y Dorian se ven obligados a forjar sus propios caminos para enfrentarse a sus destinos. Cualquier esperanza de salvación o de un mundo mejor pende de un hilo. Y a través del mar, sus inquebrantables compañeros a su lado, Rowan busca a su esposa y reina capturada, antes de perderla para siempre. Mientras los hilos del destino se entrelazan al fin, todos deben luchar, si quieren tener una oportunidad de futuro. Algunos lazos se harán incluso más profundos, mientras otros serán cortados para siempre en el explosivo capítulo final de la saga Trono de Cristal.

Créditos

Corrección

Traducción • Achilles • Akira the Undaunted • Albasr11 • Aruasi Sargav • Blackbeak • Carolina • Cris • Dakya • Ella R

• Akira the Undaunted • Aruasi Sargav • Cotota • Ella R • Luneta • Nix • WinterGirl • Vaughan

• iAtenea • Irais • IsaCat • Liliana Hdz

Corrección Final

• Luneta • Mary A.

• Cotota

• Nashly

• Vaughan

• Ravechelle

• Reshi

• Reshi • Scáthach • Selkmanam • Vaughan • Venus

Diseño

• Viv_J • Yunn Hedz •

Lu Na

El libro que ahora tienen en sus manos, es el resultado del trabajo final de varias personas que, sin ningún motivo de lucro, han dedicado su tiempo a traducir y corregir los capítulos del libro. El motivo por el cual hacemos esto es porque queremos que todos tengan la oportunidad de leer esta maravillosa saga lo más pronto posible, sin tener que esperar tanto tiempo para leerlo en el idioma en que fue hecho. Como ya se ha mencionado, hemos realizado la traducción sin ningún motivo de lucro, es por eso que este libro se podrá descargar de forma gratuita y sin problemas. También les invitamos a que en cuanto este libro salga a la venta en sus países, lo compren. Recuerden que esto ayuda a la escritora a seguir publicando más libros para nuestro deleite. ¡Disfruten la lectura!

El príncipe Traducido por Vaughan

Había estado buscándole desde el momento en que se la arrebataron. Su Pareja. Apenas recordaba su propio nombre. Y sólo lo recordaba porque sus tres compañeros lo decían mientras la buscaban a través de violentos y oscuros mares, a través de antiguos y durmientes bosques, a través de montañas barridas por tormentas ya enterradas en la nieve. Se detuvo lo suficiente para alimentar su cuerpo y permitirles a sus compañeros unas cuantas horas de sueño. Si no fuera por ellos, él hubiera despegado ya, volado muy lejos y por todas partes. Pero el necesitaría la fuerza de sus espadas y magia, necesitaría de la astucia y sabiduría de ellos antes de que esto terminara. Antes de que enfrentara a la reina oscura quien había rasgado en lo profundo de su ser, robando a su Pareja mucho antes de que ella hubiera sido encerrada en el cofre de hierro. Y después de que él terminara con ella, después de eso, él se encargaría de los dioses de sangre fría mismos, empeñados en destruir lo que pudiera quedar de su pareja. Así que se quedó con sus compañeros, incluso mientras los días pasaban. Las semanas... Los meses. Más aun así él buscó. Aun así, él iba de cacería por ella en cada camino polvoriento y olvidado. Y algunas veces, él hablaba a través del lazo entre ellos, enviando su alma a través del viento a donde fuera que ella estaba siendo cautiva, enterrada. Te encontraré...

La princesa Traducido por Vaughan

El hierro la sofocaba. Había suprimido el fuego en sus venas, tan certero como si las flamas hubieran sido rociadas. Ella podía escuchar el agua, incluso en la caja de hierro, incluso con la máscara de hierro y las cadenas decorándola como listones de seda. El rugido, el interminable flujo de agua sobre piedra. Llenaba los huecos entre sus gritos. Un pedazo de isla en el corazón de un río cubierto por la niebla, no más pequeña que un suave bloque de piedra. Ahí la habían puesto. Almacenado. En un templo de piedra construido por un dios olvidado. Y ella probablemente sería olvidada. Era mejor que la alternativa: Ser recordada por su completo fracaso. Si terminara habiendo alguien que la recordara. Si terminara habiendo alguien en lo absoluto. Ella no lo permitiría. Ese fracaso. Ella no les diría lo que deseaban saber. Sin importar cuan seguido sus gritos se ahogaran por el violento río. Sin importar que tan seguido el chasquido de sus huesos rompiera entre el bramido de los rápidos. Había intentado mantener el paso de los días. Pero ella no sabía cuánto tiempo la habían mantenido en esa caja de hierro. Cuánto tiempo la habían forzado a dormir, arrullarla hacia el olvido por el dulce humo que colaban dentro de su caja mientras viajaban hacia aquí. A esta isla, a este templo del dolor. Ella no sabía cuánto tiempo habían durado las brechas entre sus gritos y el despertar. Entre el dolor terminando y comenzando de nuevo. Días, meses, años, se mezclaban juntos, mientras su propia sangre a veces se deslizaba sobre el piso de piedra hacia el río mismo.

Una princesa quien iba a vivir por mil años. Aún más. Esa había sido su bendición. Ahora era su maldición. Otra maldición que cargar, tan pesada como aquella puesta sobre ella antes de su nacimiento. El sacrificar su ser mismo para corregir un antiguo error. Para pagar la deuda de otro a unos dioses que habían encontrado su mundo, que habían quedado atrapados en él. Y que luego habían gobernado. Ella no sentía la cálida mano de la diosa que la había bendecido y maldecido con tan terrible poder. Se preguntaba si esa diosa de luz y fuego siquiera se preocupaba de que ahora ella yacía atrapada en esta caja de hierro, o si la inmortal había pasado sus atenciones a otra persona. Al rey quien podría ofrecerse a sí mismo en su lugar y en dar su vida, salvando este mundo. A los dioses no les importaba quien pagara la deuda. Por lo que ella sabía que no vendrían por ella, o la salvarían. Así que ella no se molestó en rezarles. Pero ella aun así se contaba a sí misma la historia, aun así, algunas veces se imaginaba que el río la cantaba para ella. Que la oscuridad viviendo dentro del ataúd sellado le cantaba la historia también. Érase una vez, en una tierra hacía ya tiempo reducida a cenizas, una pequeña princesa que vivía ahí, quien amaba a su reino... En lo hondo ella divagaba, profundo en la oscuridad, en el mar de fuego. Tan profundo que cuando el látigo crujió, cuando hueso era escindido, ella algunas veces no lo sentía. La mayoría de las veces lo sentía. Era en esas horas interminables en las que ella fijaría su mirada en la de su compañero. No en la del cazador de la reina, quien podía extraer dolor como un músico persuadiendo melodía de un instrumento. Sino en la del enorme lobo blanco, encadenado por lazos invisibles. Forzado a presenciar esto. Había unos días en los que ella no podía soportar el mirar al lobo. Cuando había estado tan cerca, muy cerca, de romperse. Y sólo la historia la había retenido de hacerlo. Érase una vez, en una tierra hacía ya tiempo reducida a cenizas, una pequeña princesa que vivía ahí, quien amaba a su reino... Palabras que ella le había dicho a un príncipe. Una vez, mucho tiempo atrás. Un príncipe de hielo y viento. Un príncipe quien había sido suyo, y ella de él. Mucho antes de que el lazo entre ellos fuera sentido por ambos. Era sobre él donde la tarea de proteger ese reino alguna vez glorioso yacía ahora.

El príncipe cuya esencia era besada con pino y nieve, la esencia de ese reino que ella amaba con su corazón de fuego salvaje. Incluso cuando la reina oscura tomaba el lugar del cazador, la princesa pensaba en él. Lo mantenía en su memoria como si fuera una roca en el río salvaje. La reina oscura con una sonrisa de araña intentaba manipularlo en su contra. En las telarañas de obsidiana que ella tejía, en las ilusiones y sueños que ella hilaba ante la culminación de cada punto de ruptura, la reina intentaba torcer su recuerdo de él como la clave para entrar en su mente. Se estaban volviendo borrosas. Las mentiras y verdades y memorias. El sueño y la oscuridad en el ataúd de hierro. Los días atada al altar de piedra en el centro de la habitación, o colgada de un gancho en el cielo, o atada entre cadenas anclada en una pared de piedra. Todo comenzaba a borrarse, como tinta en el agua. Así que ella se dijo a sí misma la historia. La oscuridad y la flama dentro de ella la susurraban, también, y ella les cantaba de vuelta. Encerrada en ese ataúd escondida en una isla dentro del corazón de un río, la princesa recitaba la historia, una y otra vez, y les permitía desatar una eternidad de dolor sobre su cuerpo. Érase una vez, en una tierra hacía ya tiempo reducida a cenizas, una pequeña princesa que vivía ahí, quien amaba a su reino... 

Capítulo 1 Traducido por Akasha Corregido por Nix

Las nevadas habían llegado antes. Incluso para Terrasen, la primera de las ráfagas otoñales había arribado mucho antes de su llegada habitual. Aedion Ashryver no estaba completamente seguro de que fuera una bendición. Pero si mantenía a las legiones de Morath lejos de las puertas de su casa solo un poco más, se pondría de rodillas para agradecer a los dioses. Incluso si esos mismos dioses amenazaban todo lo que amaba. Si los seres de otro mundo pudieran ser considerados dioses en absoluto. Aedion supuso que tenía cosas más importantes en las que pensar, de todos modos. En las dos semanas que habían transcurrido desde que se había reunido con su ejército, no habían visto señales de las fuerzas de Erawan, ni terrestres ni aéreas. La espesa nieve comenzó a caer apenas tres días después de su regreso, lo que dificultó el proceso ya lento de transportar a las tropas de su armada al campamento de la Perdición en la Llanura de Theralis. Los barcos habían navegado por el Florine, justo al lado de la puerta de Orynth, con banderas de todos los colores ondeando en el viento de las Staghorns: el cobalto y oro de Wendlyn, el negro y carmesí de Ansel de Briarcliff, la plata reluciente de la realeza Whitethorn y sus muchos primos. Los Asesinos Silenciosos, dispersos por toda la flota, no tenían estandarte, aunque no se necesitaba ninguno para identificarlos, no con sus ropas pálidas y su variedad de hermosas y letales armas. Los barcos se reincorporarían pronto a la retaguardia que quedaba en la boca del Florine y patrullarían la costa de Ilium a Suria, pero los soldados a pie, la mayoría de ellos provenientes de las fuerzas del príncipe heredero Galan Ashryver, irían al frente. Un frente que ahora yacía enterrado bajo varias capas de nieve. Con más por venir. Escondido en un estrecho paso en las montañas Staghorns detrás de Allsbrook, Aedion frunció el ceño al pesado cielo. Sus pieles pálidas lo confundían con el gris y blanco del afloramiento rocoso con una capucha que ocultaba su cabello dorado. Y lo mantenía cálido. Muchas de las tropas de Galan nunca habían visto nieve, gracias al clima templado de Wendlyn. La familia real Whitethorn y su pequeña fuerza no estaban mejor. Así que Aedion había dejado a Kyllian, su comandante más confiable, a cargo de garantizar que estuvieran tan

cálidos como fuera posible. Estaban lejos de casa, luchando por una reina que no conocían o en la que quizás ni creían. Ese frío gélido socavaría sus espíritus y haría que la disidencia brotara y se expandiera más rápido que el viento aullando entre estos picos. Un movimiento al otro lado del paso llamó la atención de Aedion, visible solo porque sabía dónde mirar. Ella se había camuflado mejor que él. Pero Lysandra tenía la ventaja de usar un abrigo que había sido hecho para estas montañas. No que le hubiera dicho eso. O que incluso la hubiera mirado cuando habían partido en esta misión de exploración. Al parecer, Aelin tenía asuntos secretos en Eldrys y había dejado una nota con Galan y sus nuevos aliados para explicar su desaparición. Lo que permitió a Lysandra acompañarlos en esta tarea. Nadie se había dado cuenta, en los casi dos meses que habían mantenido esta artimaña, que la Reina de Fuego no tenía una brasa que mostrar. O que ella y la cambiaformas nunca aparecían en el mismo lugar. Y nadie, ni los Asesinos Silenciosos del Desierto Rojo, ni Galan Ashryver, ni las tropas que Ansel de Briarcliff había enviado por delante de la mayor parte de su ejército, habían notado los pequeños comentarios que no pertenecían a Aelin en lo absoluto. Tampoco habían notado la marca en la muñeca de la reina, que no importaba la piel que usara, Lysandra no podía remover. Ella hacía un buen trabajo al ocultar la marca con guantes o mangas largas. Y si alguna vez aparecía un destello de piel cicatrizada, podrían ser explicadas como parte de las marcas que dejaron los grilletes. Las falsas cicatrices que también había agregado, justo donde las tenía Aelin. Junto con la risa y la sonrisa maliciosa. La arrogancia y la quietud. Aedion apenas podía mirarla. Hablar con ella. Solo lo hacía porque también tenía que mantener el engaño. Fingir que era su primo fiel, su intrépido comandante que la llevaría a ella y a Terrasen a la victoria, aunque pareciera improbable. Así que hizo su papel. Uno de los muchos que había hecho en su vida. Sin embargo, el momento en que Lysandra cambió su cabello dorado por trenzas oscuras, ojos Ashryver por unos color esmeralda, dejó de reconocer su existencia. Algunos días, el nudo de Terrasen tatuado en su pecho, los nombres de su reina y su corte tejidos entre ellos, se sentía como una marca. Especialmente su nombre. Él solo la había traído a esta misión para hacerla más fácil. Más segura. Había otras vidas además de la suya en riesgo, y aunque podría haber asignado esta tarea de exploración a algunos de la Perdición, necesitaba ponerse en acción.

Les tomó más de un mes navegar desde Eyllwe con sus nuevos aliados, esquivando la flota de Morath alrededor de Rifthold, y luego estas últimas dos semanas para trasladarse tierra adentro. Habían tenido pocas batallas. Solo unas cuantas patrullas de soldados de Adarlan, sin Valg entre ellos, de los que se habían encargado rápidamente. Aedion dudaba que Erawan estuviera esperando hasta la primavera. Dudó que su tranquilidad tuviera algo que ver con el clima. Lo había discutido con sus hombres, y con Darrow y los otros señores hace unos días. Es probable que Erawan esperara hasta el final del invierno, cuando la movilidad fuera más difícil para el ejército de Terrasen, cuando los soldados de Aedion se encontraran débiles por los meses en la nieve, con los cuerpos rígidos por el frío. Ni siquiera la fortuna que Aelin había planeado y ganado para ellos la primavera pasada podrían evitar eso. Sí, podían comprar alimentos, mantas y ropa, pero cuando las líneas de suministro estaban enterradas bajo la nieve, ¿de qué servirían? Todo el oro en Erilea no podría detener la lenta y constante pérdida de fuerza causada por los meses en un campamento en invierno, expuesto a los despiadados climas de Terrasen. Darrow y los otros señores no creyeron en su afirmación de que Erawan atacaría en medio del invierno, ni creyeron en Ren, cuando el Señor de Allsbrook expresó su acuerdo. Erawan no era tonto, decían. A pesar de su legión de brujas voladoras, incluso los soldados Valgs que no podían cruzar la nieve cuando tenía tres metros de grosor. Habían decidido que Erawan esperaría hasta la primavera. Sin embargo, Aedion no se arriesgaría. Tampoco lo haría el Príncipe Galan, quien había permanecido en silencio en esa reunión, pero luego buscó a Aedion para darle su apoyo. Tenían que mantener a sus tropas cálidas y alimentadas, entrenados y listos para marchar en cualquier momento. Esta misión de exploración, si la información de Ren era correcta, ayudaría a su causa. Cerca de allí, una cuerda de arco gruñó, apenas audible sobre el viento. Su punta y eje habían sido pintados de blanco, y ahora era apenas visible cuando apuntaba con precisión hacia la mortal abertura del paso. Aedion llamó la atención de Ren Allsbrook desde donde el joven señor estaba escondido entre las rocas con su flecha lista para volar. Cubierto con las mismas pieles blancas y grises que Aedion con una bufanda pálida sobre su boca, Ren era poco más que un par de ojos oscuros con la insinuación de una cicatriz. Aedion hizo un gesto para que esperara. Sin apenas mirar hacia la cambiaformas, Aedion transmitió la misma orden. Dejarían que sus enemigos se acercaran. Nieve crujiente se mezcló con la dificultad para respirar.

Justo a tiempo. Aedion colocó una flecha en su propio arco y se agachó en el afloramiento. Como la exploración de Ren había afirmado cuando había corrido a la tienda de guerra de Aedion hace cinco días, había seis soldados. No se molestaron en mezclarse con la nieve y la roca. Sus ropas oscuras, peludas y extrañas, bien podría haber sido un enorme faro contra el blanco deslumbrante de las Staghorns. Pero fue su olor, llevado por un viento veloz, lo que le dijo a Aedion lo suficiente. Valg. No había signos de un collar en ninguno de ese grupo, ningún indicio de un anillo oculto por sus gruesos guantes. Aparentemente, incluso a las alimañas infestadas de demonios les daba frío. O por lo menos a sus portadores mortales. Sus enemigos se adentraron más en el paso. La flecha de Ren se mantuvo firme. Deja a uno con vida, había ordenado Aedion antes de que tomaran sus posiciones. Había sido suerte adivinar que elegirían este paso, una puerta trasera casi olvidada hacia las tierras bajas de Terrasen. Solo lo suficientemente ancha como para que dos caballos pudieran viajar a la orilla, había sido ignorada durante mucho tiempo por los ejércitos conquistadores y los mercaderes que buscaban vender sus productos en el interior más allá de las Staghorns. Qué vivía allí, quién se atrevía a ganarse la vida más allá de cualquier frontera reconocida, Aedion no lo sabía. Justo como no sabía por qué estos soldados se habían aventurado tan lejos en las montañas. Pero pronto lo descubriría. El grupo de demonios pasó por debajo de ellos, y Aedion y Ren se movieron para reposicionar sus arcos. Un tiro directo al cráneo. El asentimiento de Aedion fue la única señal antes de que su flecha volara.

I La sangre negra todavía calentaba la nieve cuando la lucha terminó. Había durado unos minutos. Solo unos pocos, después de que las flechas de Ren y Aedion encontraron sus objetivos y Lysandra saltara de su posición para destruir a otros tres. Y destrullera los músculos de las pantorrilas del sexto y único miembro sobreviviente. El demonio gimió cuando Aedion se acercó a él, la nieve a los pies del hombre ahora

era negro azabache por sus piernas hechas jirones. Como restos de tela en el viento. Lysandra se sentó cerca de su cabeza, con sus fauces manchadas de ébano y sus ojos verdes fijos en el pálido rostro del hombre. Garras tan afiladas como agujas brillaban en sus enormes patas. Detrás de ellos, Ren miró a los otros en busca de signos de vida. Su espada se alzó y cayó, decapitándolos antes de que el aire helado pudiera hacerlos demasiado rígidos para atravesarlos. —Sucio traidor —dijo el enfurecido demonio a Aedion con el rostro lleno de odio. El hedor llenó la nariz de Aedion, cubriendo sus sentidos como alquitrán. Aedion sacó el cuchillo que tenía a su lado, la daga larga y mortal que Rowan Whitethorn le había regalado, y sonrió con gravedad. —Si eres inteligente, esto puede ser rápido. El soldado Valg escupió sobre las botas cubiertas de nieve de Aedion.

I El castillo Allsbrook había permanecido con las Staghorns a sus espaldas y el Oakwald a sus pies durante más de quinientos años. Paseando ante el fuego en una de sus muchas chimeneas de gran tamaño, Aedion pudo contar las marcas de cada brutal invierno sobre las piedras grises. También podía sentir el peso de la historia del castillo en esas piedras, los años de valor y servicio, cuando estos pasillos estaban llenos de cantos y guerreros, y los largos años de tristeza que siguieron. Ren había tomado una butaca gastada y mullida y la puso junto al fuego, con los antebrazos apoyados en los muslos mientras miraba la llama. Habían llegado tarde la noche anterior, e incluso Aedion se había agotado por la caminata a través del nevado Oakwald. Y después de lo que habían hecho esta tarde, dudaba que tuviera la energía para hacerlo ahora. El otro gran salón estaba silencioso y oscuro más allá de su fuego, y sobre ellos, los tapices y crestas descoloridas del logo de la familia Allsbrook se balanceaban en las altas ventanas que se alineaban en un lado de la cámara. Un surtido de aves anidadas en las vigas se agazapaban contra el frío letal de más allá de las antiguas murallas de la fortaleza. Y entre ellos, un halcón de ojos verdes escuchaba cada palabra. —Si Erawan está buscando un camino para entrar a Terrasen —dijo Ren finalmente—, las montañas serían una tontería —frunció el ceño hacia las bandejas de comida

que habían devorado minutos antes. Estofado de cordero y verduras de raíz asadas. La mayoría estuvieron blandas, pero al menos estaban calientes—. En este lugar la tierra no perdona fácilmente. Perdería innumerables tropas solo por el clima. —Erawan no hace nada sin razón —respondió Aedion—. La ruta más fácil a Terrasen sería a través de las tierras de cultivo, en los caminos del norte. Es donde cualquiera esperaría que marchara. Ya sea allí, o que lanzara sus fuerzas desde la costa. —O ambos, por tierra y mar. Aedion asintió. Erawan había extendido su red en su deseo de aplastar la resistencia que había surgido en este continente. Se acabó el disfraz del imperio de Adarlan: desde Eyllwe hasta la frontera norte de Adarlan, desde las orillas del Gran Océano hasta la imponente muralla de montañas que partían su continente en dos, la sombra del rey Valg crecía cada día. Aedion dudaba que Erawan se detuviera antes de colocar unos collares negros alrededor de sus cuellos. Y si Erawan consiguiera las otras dos llaves del Wyrd, si pudiera abrir la puerta del Wyrd cuando quisiera y desatara hordas de Valg desde su propio reino, tal vez incluso esclavizara ejércitos de otros mundos y los usrala para la conquista... no habría posibilidad de detenerlo. En este mundo, o en cualquier otro. Toda la esperanza de evitar ese horrible destino ahora estaba con Dorian Havilliard y Manon Blackbeak. A dónde habían ido durante estos meses, qué les había ocurrido, Aedion no había escuchado un susurro. Lo que supuso era una buena señal. Su supervivencia estaba en secreto. Aedion dijo: —Por lo tanto, no es prudente que Erawan desperdicie una patrulla de exploración para encontrar pequeños pasos en la montaña —se rascó la mejilla cubierta de barba incipiente. Se habían ido antes del amanecer de ayer, y él había optado por dormir en lugar de afeitarse—. Estratégicamente, no tiene sentido. Las brujas pueden volar, por lo que es poco útil enviar exploradores para aprenderse el terreno. Pero si la información es para ejércitos terrestres... mover sus fuerzas a través de pequeños pasajes como ese llevaría meses, sin mencionar el riesgo del clima. —Su explorador solo se reía —dijo Ren, sacudiendo la cabeza. Su largo cabello hasta los hombros se movía con él—. ¿De qué nos estamos perdiendo? ¿Qué no estamos viendo? —A la luz del fuego, la cicatriz que atravesaba su rostro se veía más espantosa. Un recordatorio de los horrores que Ren había soportado y a los que su familia no había sobrevivido. —Podría ser para mantenernos en suposiciones. Para hacernos reubicar nuestras fuerzas. Aedion apoyó una mano en la repisa, el calor de la piedra se filtraba en su piel aún helada. De hecho, Ren había preparado a la Perdición los meses que Aedion había estado ausente, trabajando estrechamente con Kyllian para ubicarlos tan al sur de Orynth

como la correa de Darrow lo permitiera. Resultó que apenas estaban más allá de las estribaciones que bordeaban el extremo sur de la Llanura de Theralis. Ren había cedido el control a Aedion, aunque la reunión del Señor de Allsbrook con Aelin había sido muy fría. Tan fría como la nieve que azotaba afuera, para ser exactos. Lysandra había desempeñado bien el papel, dominando la culpa y la impaciencia de Aelin. Y desde entonces, sabiamente evitaba cualquier situación en la que pudieran hablar del pasado. Aunque no era que Ren hubiera demostrado un deseo de recordar los años anteriores a la caída de Terrasen. O los acontecimientos del invierno pasado. Aedion solo podía esperar que Erawan también permaneciera inconsciente de que ya no tenían a la Portadora de Fuego con ellos. Lo que las propias tropas de Terrasen dirían o harían cuando se dieran cuenta de que la llama de Aelin no los protegería en la batalla, no quería considerarlo. —También podría ser una verdadera maniobra que tuvimos la suerte de descubrir —reflexionó Ren—. Entonces, ¿nos arriesgamos a mover tropas a los pasos? Ya hay algunas en las Staghorns detrás de Orynth, y en las planicies del norte más allá. Un movimiento inteligente por parte de Ren: convencer a Darrow de que le permitiera ubicar parte de la Perdición detrás de Orynth, si Erawan navegaba hacia el norte y atacaba desde allí. No pondría nada más allá del bastardo. —No quiero que la Perdición se expanda demasiado —dijo Aedion, estudiando el fuego. Tan diferente… esta llama era tan diferente al fuego de Aelin. Como si el que estaba delante de él fuera un fantasma comparado con el ser vivo que era la magia de su reina—. Todavía no tenemos suficientes tropas de sobra. Incluso con las maniobras desesperadas y audaces de Aelin, los aliados que había ganado no se acercaban al máximo poder de Morath. Y todo ese oro que había acumulado hizo poco para comprarles más, no cuando quedaban pocas cosas con las que atraer para unirse a su causa. —Aelin no parecía muy preocupada cuando se fue a Eldrys —murmuró Ren. Por un momento, Aedion estaba sobre arena abrasadora empapada de sangre. Una caja de hierro. Maeve la había azotado y puesto en un verdadero ataúd. Y navegó hacia Mala-sabía-dónde, con un sádico inmortal con ellos. —Aelin —dijo Aedion, arrastrando las palabras lo mejor que pudo, incluso mientras la mentira lo ahogaba—, tiene sus propios planes que solo nos dirá cuándo sea el momento adecuado. Ren no dijo nada. Y aunque Ren creía que la reina que había regresado era una ilusión, Aedion agregó: —Todo lo que hace es por Terrasen.

Él le había dicho cosas horribles ese día que ella había matado al ilken. ¿Dónde están nuestros aliados? Había exigido. Todavía estaba tratando de perdonarse por ello. Por todo. Todo lo que tenía era esta única oportunidad de hacer lo correcto, de hacer lo que ella le había pedido y salvar su reino. Ren miró las espadas gemelas que había dejado en la antigua mesa detrás de ellos. —Aun así, se fue —no hablaba de Eldrys, sino de hace diez años. —Todos hemos cometido errores en la última década —los dioses sabían que Aedion tenía mucho que expiar. Ren se tensó, como si las elecciones que lo habían perseguido le hubieran mordido la espalda. —Nunca le conté —dijo Aedion en voz baja, para que el halcón que estaba sentado en las vigas no pudiera oír—, sobre la casa de opio en Rifthold. Sobre el hecho de que Ren había conocido a la dueña y había frecuentado mucho el establecimiento de la mujer antes de la noche en que Aedion y Chaol habían arrastrado a un Ren casi inconsciente para esconderse de los hombres del rey. —Puedes llegar a ser un verdadero imbécil, ¿sabías? —La voz de Ren se volvió ronca. —Nunca usaría eso contra ti —Aedion sostuvo la furiosa mirada del joven Lord, dejando que Ren sintiera la lenta furia creciente en su mirada—. Lo que quería decir, antes de que te salieras de tus casillas —agregó cuando la boca de Ren se abrió de nuevo—, era que Aelin te ofreció un lugar en esta corte sin conocer esa parte de tu pasado —un músculo hizo clic en la mandíbula de Ren—. Pero incluso si lo hubiera hecho, Ren, todavía te habría hecho esa oferta. Ren estudió el piso de piedra bajo sus botas. —No existe una corte. —Darrow puede gritar todo lo que quiera, pero me permito disentir —Aedion se deslizó en el sillón frente al de Ren. Si Ren realmente respaldaba a Aelin, con Elide Lochan ahora de regreso, y Sol y Ravi de Suria probablemente apoyándola, le daban a su reina tres votos a su favor. Contra los cuatro que se oponían. Había pocas esperanzas de que el voto de Lysandra, como Señora de Caraverre, fuera reconocido. La cambiaformas no había pedido ver la tierra que iba a ser su hogar si sobrevivían a esta guerra. Solo se había convertido en un halcón durante la caminata hasta aquí y se había ido por un tiempo. Cuando regresó, no dijo nada, aunque sus ojos verdes estaban brillantes. No, Caraverre no sería reconocido como un territorio, no hasta que Aelin tomara su

trono. Hasta que Lysandra fuera coronada reina, si la suya no regresaba. Ella regresaría. Tenía que hacerlo. Una puerta se abrió en el otro extremo del pasillo, seguida de apresurados pasos ligeros. Se levantó un instante antes de que un alegre ¡Aedion!, retumbara sobre las piedras. Evangeline estaba radiante, vestida de pies a cabeza con ropas de lana verde bordeada con pelaje blanco, con el cabello rojo dorado colgando en dos trenzas. Como las chicas de las montañas de Terrasen. Sus cicatrices se estiraron cuando sonrió, y Aedion abrió los brazos justo antes de que ella se lanzara sobre él. —Dijeron que llegaste tarde anoche, pero te fuiste antes del amanecer, y estaba preocupada de extrañarte de nuevo. Aedion le dio un beso en la cabeza. —Parece que has crecido medio metro desde la última vez que te vi. Los ojos citrinos de Evangeline brillaron mientras miraba entre él y Ren. —¿Dónde está…? Un destello de luz, y allí estaba ella. Brillante. Lysandra parecía estar brillando mientras pasaba una capa alrededor de su cuerpo desnudo, la prenda dejada en una silla cercana precisamente para este propósito. Evangeline se arrojó a los brazos de la cambiaformas, medio sollozando de alegría. Los hombros de Evangeline se sacudieron, y Lysandra sonrió, profunda y cálidamente, acariciando la cabeza de la niña. —¿Estás bien? Para todo el mundo, la cambiaformas habría parecido tranquila, serena. Pero Aedion la conocía, conocía su estado de ánimo, sus secretos. Sabía que el ligero temblor en sus palabras era una prueba del furioso torrente bajo la hermosa superficie. —Oh, sí —dijo Evangeline, alejándose para dirigirse hacia Ren—. Él y Lord Murtaugh me trajeron aquí poco después. Ligera está con él, por cierto. Con Murtaugh, quiero decir. Le agrada él más que yo porque le da golosinas todo el día. Ahora está más gorda que un gato casero perezoso. Lysandra se echó a reír, y Aedion sonrió. La niña había sido bien cuidada. Como si se diera cuenta, Lysandra murmuró a Ren, su voz era un suave ronroneo. —Gracias.

Las mejillas de Ren se tiñeron de rojo cuando se puso de pie. —Pensé que estaría más segura aquí que en el campo de batalla. Más cómoda, al menos. —Oh, es el lugar más maravilloso, Lysandra —dijo Evangeline, tomando la mano de Lysandra entre las suyas—. Murtaugh me llevó a Caraverre una tarde, antes de que empezara a nevar, quiero decir. Tienes que verlo. Las colinas y ríos y bonitos árboles, todo con las montañas al fondo. Pensé que había visto a un leopardo fantasma escondido sobre las rocas, pero Murtaugh dijo que era una alucinación. Pero te juro que era uno, ¡incluso más grande que tú! ¡Y la casa! Es la casa más bonita que he visto, con un jardín amurallado en la parte de atrás que Murtaugh dice que estará lleno de verduras y rosas en el verano. Por un instante, Aedion no pudo soportar la emoción en la cara de Lysandra cuando Evangeline le contaba sus grandes planes para la finca. El dolor de anhelar una vida que probablemente sería arrebatada antes de que ella tuviera la oportunidad de reclamarla. Aedion se volvió hacia Ren, la mirada del señor se fijó en Lysandra. Como lo hacía siempre que ella tomaba su forma humana. Luchando contra el impulso de apretar la mandíbula, Aedion dijo: —Entonces reconoces Caraverre. Evangeline continuó su alegre parloteo, pero los ojos de Lysandra se deslizaron hacia ellos. —Darrow no es el Señor de Allsbrook —fue todo lo que dijo Ren. En efecto. ¿Y quién no querría una vecina tan bonita? Es decir, cuando ella no viviera en Orynth bajo la piel y corona de otra persona, usando a Aedion para engendrar una falsa línea de sangre real. Poco más que un semental para reproducirse. Lysandra asintió de nuevo, y el rubor de Ren se intensificó. Como si no hubieran pasado todo el día caminando a través de la nieve y matando Valgs. Como si el olor a maldad no se adhiriera a ellos todavía. De hecho, Evangeline olfateó la capa que Lysandra mantenía envuelta alrededor de sí y frunció el ceño. —Apestas. Todos apestan. —Modales —regañó Lysandra, pero se echó a reír. Evangeline puso sus manos en sus caderas en un gesto que Aedion había visto a Aelin hacer tantas veces que su corazón dolía al verla.

—Me pediste que te dijera si alguna vez apestabas. Especialmente tu aliento. Lysandra sonrió, y Aedion luchó contra el tirón de su propia boca. —Lo hice. Evangeline tiró de la mano de Lysandra, tratando de arrastrar a la cambiaformas por el pasillo. —Podemos compartir mi habitación. Allí hay un baño —Lysandra dio un paso. —Una habitación fina para un invitado —murmuró Aedion a Ren, alzando las cejas. Tenía que ser una de las mejores aquí, si tenía su propio baño. Ren agachó la cabeza. —Perteneció a Rose. Su hermana mayor. Quién había sido asesinada junto con Rallen, el medio hermano de Allsbrook, en la academia de magia a la que estaban asistiendo. Cerca de la frontera con Adarlan, la escuela había estado directamente en el camino de las tropas invasoras. Incluso antes de que cayera la magia, habrían tenido pocas defensas contra diez mil soldados. Aedion no se permitía recordar a menudo la matanza de Devellin, esa escuela legendaria. En cuántos niños habían estado allí. En cómo ninguno había escapado. Ren había sido cercano a sus dos hermanas mayores, pero sobre todo a la alegre Rose. —Le hubiera gustado —aclaró Ren, sacudiendo su barbilla hacia Evangeline. Con cicatrices, se dio cuenta Aedion, como Ren. La marca en la cara que Ren se había ganado mientras escapaba de los cuchillos en la carnicería, las vidas de sus padres, el costo de la distracción que los sacó a él y a Murtaugh. Las cicatrices de Evangeline provenían de un tipo diferente de escape, evitando por poco la vida infernal que la cortesana habría soportado. Aedion tampoco se dejaba recordar a menudo ese hecho. Evangeline continuó alejando a Lysandra, ajena a la conversación. —¿Por qué no me despertaste cuando llegaste? Aedion no escuchó la respuesta de Lysandra mientras se dejaba conducir desde el pasillo. No mientras la mirada de la cambiaformas se encontraba con la suya. Ella había tratado de hablar con él estos últimos dos meses. Muchas veces. Docenas de veces. Él la había ignorado. Y cuando por fin llegaron a las costas de Terrasen, ella se había rendido.

Ella le había mentido. Lo engañó tanto que cualquier momento entre ellos, cualquier conversación... no sabía si había sido real. No quería saberlo. No quería saber si ella sintió algo de eso, cuando él tan estúpidamente había dejado todo a sus pies. Había creído que esta era su última cacería. Que él podría tomarse su tiempo con ella, mostrarle todo lo que Terrasen tenía para ofrecer. Muéstrale todo lo que él tenía que ofrecer, también. Perra mentirosa, la había llamado. Se lo había gritado. Había reunido suficiente razonabilidad para avergonzarse de ello. Pero la rabia se mantenía. Los ojos de Lysandra eran desconfiados, como si le preguntaran: ¿No podemos, en este raro momento de felicidad, hablar como amigos? Aedion solo regresó la vista al fuego, bloqueando sus ojos color esmeralda, su exquisito rostro. Ren podía tenerla. Incluso si el pensamiento le hacía querer golpear algo. Lysandra y Evangeline desaparecieron por el pasillo, la chica seguía hablando. El peso de la decepción de Lysandra se mantuvo como un toque fantasma. Ren se aclaró la garganta. —¿Quieres decirme qué está pasando entre ustedes dos? Aedion le lanzó una mirada que habría hecho a cualquier hombre correr. —Consigue un mapa. Quiero volver a ver los pasos. Ren, para su crédito, fue en busca de uno. Aedion miró el fuego, tan pálido sin la chispa de magia de su reina. ¿Cuánto tiempo pasaría hasta que el viento que aullaba fuera del castillo fuera reemplazado por el aullido de las bestias de Erawan?

I Aedion obtuvo su respuesta al amanecer del día siguiente. Sentado en un extremo de la larga mesa en el Gran Comedor, Lyssandra y Evangeline desayunaban tranquilamente en el otro extremo, Aedion dominó el temblor en sus

dedos cuando abrió la carta que el mensajero había entregado momentos antes. Ren y Murtaugh, sentados a su alrededor, se abstuvieron de exigir respuestas mientras él leía. Una vez. Dos veces. Aedion al fin dejó la carta. Respiró hondo mientras fruncía el ceño hacia la luz gris y acuosa que se filtraba por las ventanas en lo alto de la pared. En la mesa, el peso de la mirada de Lysandra lo presionaba. Sin embargo, ella se quedó donde estaba. —Es de Kyllian —dijo Aedion con voz ronca—. Las tropas de Morath tocaron tierra en la costa, en Eldrys. Ren juró. Murtaugh se quedó en silencio. Aedion se mantuvo sentado, ya que parecía probable que sus rodillas no lo sostuvieran. —Destruyó la ciudad. La convirtió en escombros sin desatar una sola tropa. Porqué el rey oscuro había esperado tanto tiempo, Aedion solo podía hacer suposiciones. —¿Las torres de las brujas? —preguntó Ren. Aedion le había contado todo lo que Manon Blackbeak había revelado en su viaje a través de los Stone Marshes. —No dice —dudaba que Erawan hubiera manejado las torres, ya que eran lo suficientemente masivas como para requerir ser transportadas por tierra, y los exploradores de Aedion seguramente habrían notado una torre de treinta metros siendo arrastrada por su territorio—. Pero las explosiones arrasaron la ciudad. —¿Aelin? —La voz de Murtaugh era casi un susurro. —Se encuentra bien —mintió Aedion—. Salió de regreso al campamento Orynth el día antes de que sucediera —Por supuesto, no mencionó su paradero en la carta de Kyllian, pero su comandante principal había especulado que ya que no había ningún cuerpo ni enemigo que la celebrara, la reina había conseguido salir. Murtaugh se relajó en su asiento, y Ligera apoyó su cabeza dorada sobre su muslo. —Gracias a Mala por esa misericordia. —No le agradezcas todavía —Aedion metió la carta en el bolsillo de la gruesa capa que vestía contra las corrientes de aire que provenían del pasillo. No le agradezcas en absoluto, casi agregó—. En su camino hacia Eldrys, Morath destruyó diez de los buques de guerra de Wendlyn cerca de Ilium, y envió al resto huyendo por el Florine. Murtaugh se frotó la mandíbula. —¿Por qué no darles caza y seguirlos por el río? —¿Quién sabe? —Aedion lo pensaría más tarde—. Erawan fijó su mirada en Eldrys,

y ahora ha tomado la ciudad. Parece inclinado a lanzar algunas de sus tropas desde allí. Si no lo detenemos, llegarán a Orynth en una semana. —Tenemos que regresar al campamento —dijo Ren, con un gesto—. A ver si podemos hacer que nuestra flota vuelva a bajar por el Florine y atacar con Rolfe desde el mar. Mientras atacamos desde tierra. Aedion no tuvo ganas de recordarles que no habían oído de Rolfe más que vagos mensajes sobre su búsqueda de los micenios y su legendaria flota. Las probabilidades de que Rolfe emergiera para salvar sus traseros eran tan escasas como la legendaria Tribu del Lobo en el extremo más alejado de las Montañas Anascaul. O que los Fae que huyeron de Terrasen hace una década y regresaran de donde habían huido para unirse a las fuerzas de Aedion. La calma calculadora que había guiado a Aedion a través de la batalla y la carnicería se instaló en él, tan sólida como la capa de piel que llevaba. La velocidad sería su aliado ahora. Velocidad y claridad. Las líneas tienen que mantenerse, ordenó Rowan antes de que partieran. Cómpranos todo el tiempo que puedas. Cumpliría esa promesa. Evangeline se quedó en silencio mientras la atención de Aedion se deslizaba hacia la cambiaformas al otro lado de la mesa. —¿A cuántos puedes llevar en tu forma de wyvern?

Capítulo 2 Traducido por Yun Hdez Corregido por Nix

Elide Lochan una vez había esperado viajar a lo largo y ancho, a un lugar donde nadie hubiera oído hablar de Adarlan o Terrasen, tan distante que Vernon no tuviera oportunidad de encontrarla. Ella no había anticipado que eso realmente podría suceder. De pie en el polvoriento y antiguo callejón de una ciudad igualmente polvorienta, en un reino al sur de Doranelle, Elide se maravilló con las campanas del mediodía que resonaban en el cielo despejado, el sol pintando las pálidas piedras de los edificios, el viento seco barriendo a través de las estrechas calles entre ellos. Ella había aprendido el nombre de esta ciudad tres veces, y aún no podía pronunciarlo. Supuso que no importaba. No estarían aquí por mucho tiempo. Al igual que no se habían detenido en ninguna de las ciudades que por las que habían pasado, ni en los bosques o montañas o tierras bajas. Reino tras reino, el ritmo implacable establecido por un príncipe que parecía apenas capaz de recordar hablar, y mucho menos alimentarse. Elide hizo una mueca ante las desgastadas ropas de brujas que todavía llevaba, su deshilachada capa gris y sus desgastadas botas, y luego miró a sus dos acompañantes en el callejón. De hecho, todos habían visto días mejores. —En cualquier momento —murmuró Gavriel con un ojo en la entrada del callejón. Una imponente y oscura figura se fundió en las escasas sombras por el arco medio derrumbado, observando la bulliciosa calle más allá. Elide no observó demasiado esa figura. Había sido incapaz de soportar estas interminables semanas. Incapaz de soportarlo, o el insufrible dolor en su pecho. Elide frunció el ceño hacia Gavriel. —Deberíamos habernos detenido para el almuerzo. Él movió su barbilla hacia la bolsa gastada que estaba contra la pared. —Hay una manzana en mi bolsa. Mirando hacia el edificio que se alzaba sobre ellos, Elide suspiró y alcanzó la bolsa, pasando por la ropa de repuesto, la cuerda, las armas y diversos suministros hasta que sacó la manzana gorda roja-y-verde. La última de las muchas que habían arrancado de un huerto en un reino vecino. Sin palabras Elide la compartió con el Señor de las Hadas. Gavriel arqueó una dorada ceja. Elide reflejó el gesto.

—Puedo escuchar tu estómago gruñir. Gavriel soltó una carcajada y tomó la manzana con una inclinación de cabeza antes de limpiarla con la manga de su pálida chaqueta. —En efecto, lo está. En el callejón, Elide podría haber jurado que la figura oscura se puso rígida. Ella no le prestó atención. Gavriel mordió la manzana, sus caninos brillando. El padre de Aedion Ashryver… el parecido era asombroso, aunque las similitudes se detenían en la apariencia. En los breves días que había pasado con Aedion, él había demostrado ser lo opuesto al macho pensativo y de suave voz. Se preocupó, después de que Asterin y Vesta los dejaron a bordo del barco con el que habían navegado hasta allí, de que podría haberse equivocado al elegir viajar con tres machos inmortales. Que sería pisoteada. Pero Gavriel había sido amable desde el principio, asegurándose de que Elide comiera lo suficiente y tuviera mantas en las noches frías, enseñándole a montar los caballos en los que habían gastado preciosas monedas para comprar porque Elide no tendría la oportunidad de mantenerse al trote con ellos, con su tobillo o no. Y para los momentos en que tenían que llevar a sus caballos por un terreno complicado, Gavriel había reforzado su pierna con su magia, su poder era una brisa cálida de verano contra su piel. Ella ciertamente no permitiría que Lorcan lo hiciera. Nunca olvidaría la imagen de él arrastrándose detrás de Maeve una vez que la reina había roto el juramento de sangre. Arrastrándose tras Maeve como un amante rechazado, como un quebrantado perro desesperado por su amo. Aelin había sido maltratada, su ubicación traicionada por Lorcan a Maeve, y aun así trató de seguirla. A través de la arena todavía húmeda con la sangre de Aelin. Gavriel se comió la mitad de la manzana y le ofreció a Elide el resto. —También deberías comer. Frunció el ceño ante el morado debajo de los ojos de Gavriel. Igual que debajo de los suyos, no lo dudaba. Su ciclo, al menos, había llegado cada mes, a pesar del duro viaje que quemó cualquier reserva de comida en su estómago. Eso había sido particularmente mortificante. Explicarle lo que necesitaba a los tres guerreros que ya podían oler la sangre. Más paradas frecuentes. No había mencionado los calambres que le torcían las tripas, la espalda y azotaban sus muslos. Había seguido cabalgando, con la cabeza baja. Sabía que se habrían detenido. Incluso Rowan se habría detenido para dejarla descansar. Pero cada vez que hacían una pausa, Elide veía ese ataúd de hierro. Veía el látigo brillando con sangre, mientras chasqueaba en el aire. Escuchaba los gritos de Aelin. Se había ido para que no se llevaran a Elide. No había dudado en ofrecerse en lugar de Elide.

El solo pensamiento mantuvo a Elide a horcajadas sobre su yegua. Esos pocos días se hicieron un poco más fáciles con las limpias tiras de lino que Gavriel y Rowan le proporcionaron, sin duda, de sus propias camisas. Cuándo los cortaron, ella no tenía ni idea. Elide mordió la manzana, saboreando la dulce y agria frescura. Rowan había dejado algunas monedas de cobre de un suministro que disminuía rápidamente como cuenta de la fruta que habían tomado. Pronto tendrían que robar sus cenas. O vender sus caballos. Un golpe sonó desde detrás de las ventanas selladas un nivel arriba, salpicado de amortiguados gritos masculinos. —¿Creen que tendremos mejor suerte esta vez? —preguntó Elide en voz baja. Gavriel estudió las contraventanas pintadas de azul, talladas en una intrincada celosía. —Espero que sí. La suerte se había agotado en estos días. Habían tenido muy poca desde la maldita playa en Eyllwe, cuando Rowan sintió un tirón en el vínculo entre él y Aelin, el vínculo de apareamiento, y había seguido su llamada a través del océano. Sin embargo, cuando llegaron a estas orillas después de varias semanas terribles en aguas tan salvajes como tormentas, no había nada más que rastrear. No había rastro de la restante armada de Maeve. Ningún susurro del barco de la reina, el Ruiseñor, atracado en cualquier puerto. Sin noticias del regreso a su trono en Doranelle. Los rumores eran todo lo que habían tenido para continuar, llevándolos a través de montañas llenas de nieve, a través de densos bosques y secas llanuras. Hasta el reino anterior, la ciudad anterior, las calles llenas de parranderos celebrando Samhuinn, para honrar a los dioses cuando el velo entre los mundos era más delgado. No tenían idea de que esos dioses no eran más que seres de otro mundo. Que cualquier ayuda que los dioses ofrecían, cualquier ayuda que Elide había recibido de esa pequeña voz sobre su hombro, había sido con un objetivo en mente: regresar a casa. Peones… eso es todo lo que Elide, Aelin y los demás eran para ellos. Estaba confirmado por el hecho de que Elide no había escuchado un susurro de la guía de Anneith desde aquel horrible día en Eyllwe. Solo empujones durante los largos días, como si fueran recordatorios de su presencia. Que alguien estaba observando. Que, si tuvieran éxito en su búsqueda para encontrar a Aelin, esperaban que la joven reina pagara el precio final a esos dioses. Si Dorian Havilliard y Manon Blackbeak pudieran recuperar la tercera y última Llave del Wyrd. Si el joven rey no se ofrecía como sacrificio en lugar de Aelin. Así que Elide soportó esos empujones ocasionales, negándose a contemplar qué

tipo de criatura se había interesado tanto en ella. En todos ellos. Elide había descartado esos pensamientos mientras examinaban las calles, escuchando cualquier susurro de la ubicación de Maeve. El sol se había puesto, Rowan gruñía con cada hora que pasaba que no daba con nada. Como todas las demás ciudades que habían resultado en nada. Elide los había hecho seguir paseando por las alegres calles, inadvertidos e inmaculados. Le recordaba a Rowan cada vez que él mostraba sus dientes que había ojos en cada reino, en cada tierra. Y si se corriera la voz de que un grupo de guerreros Hada estaban aterrorizando a las ciudades en su búsqueda de Maeve, seguramente llegaría a la Reina de las Hadas en poco tiempo. Había caído la noche, y en las colinas doradas que se extendían más allá de las murallas de la ciudad, se habían encendido las fogatas. Rowan finalmente había dejado de gruñir ante la vista. Como si hubieran tirado de algún hilo en su memoria de dolor. Pero luego pasaron junto a un grupo de soldados Hada que estaban bebiendo y Rowan se quedó quieto. Había evaluado a los guerreros de esa manera fría y calculadora que le dijo a Elide que había elaborado algún plan. Cuando se metieron en un callejón, el príncipe hada lo había expuesto en términos crudos y brutales. Una semana después, y aquí estaban. Los gritos crecieron en el edificio de arriba. Elide hizo una mueca cuando la madera resquebrajada ahogó las campanas de la ciudad. —¿Deberíamos ayudar? Gavriel se pasó una tatuada mano por su dorado cabello. Los nombres de los guerreros que habían caído bajo su mando, le había explicado cuando finalmente se atrevió a preguntar la semana pasada. —Ya casi termina. De hecho, incluso Lorcan ahora fruncía el ceño con impaciencia ante la ventana encima de Elide y Gavriel. Cuando las campanas del mediodía terminaron de sonar, las persianas se abrieron de golpe. Destrozadas era una mejor palabra mejor para eso ya que dos machos salieron volando a través de ellas. Uno de ellos, moreno y ensangrentado, gritó mientras se caía. El príncipe Rowan Whitethorn no dijo nada mientras caía con él. Mientras mantenía su agarre en el macho, y mostraba sus dientes. Elide se hizo a un lado, dándoles un amplio espacio mientras se estrellaban contra la pila de cajas en el callejón, haciendo volar astillas y escombros.

Sabía que una ráfaga de viento evitó que la caída fuera fatal para el hombre de hombros anchos, a quien Rowan tiró de los restos del cuello de su túnica azul. No les servía de nada que estuviera muerto. Gavriel sacó un cuchillo y se mantuvo al lado de Elide cuando Rowan golpeó al extraño contra la pared del callejón. No había nada amable en el rostro del príncipe. Nada acogedor. Solo un depredador de sangre fría. Empeñado en encontrar a la reina dueña de su corazón. —Por favor —espetó el macho. En lengua común. Entonces Rowan lo había encontrado. No podían tener la esperanza de rastrear a Maeve, Rowan se había dado cuenta de eso en Samhuinn. Sin embargo, encontrar a los comandantes que servían a Maeve, quienes se despelgaban a través de varios reinos como préstamo a los gobernantes mortales, eso es lo que podían hacer. Y el macho al que Rowan gruñía, sus propios labios sangrando, era un comandante. Un guerrero, desde la anchura de sus hombros hasta sus musculosos muslos. Rowan todavía lo empequeñecía. Gavriel y Lorcan también. Como si, incluso entre las hadas, los tres fueran una raza completamente diferente. —Así es como va ir esto —dijo Rowan al comandante que lloriqueaba, con una voz terriblemente suave. Una sonrisa brutal agraciaba la boca del príncipe, dejando correr la sangre de su labio partido—. Primero te rompo las piernas, tal vez una parte de tu columna para que no puedas arrastrarte. —Señaló con un dedo ensangrentado el callejón. Hacia Lorcan—. Sabes quién es, ¿verdad? Como si respondiera, Lorcan salió de las sombras. El comandante comenzó a temblar. ―La pierna y la columna, tu cuerpo eventualmente se curaría —continuó Rowan mientras Lorcan seguía al acecho—. Pero lo que Lorcan Salvaterre te hará… —Soltó una risa baja y triste—… no te recuperarás de eso, amigo. El comandante miró frenéticamente hacia Elide, hacia Gavriel. La primera vez que eso había sucedido, hace dos días, Elide no había podido observar. Ese comandante en particular no poseía ninguna información que valiera la pena compartir, y dado en el tipo indecible de burdel en el que lo habían encontrado, Elide no había lamentado que Rowan hubiera dejado su cuerpo en un extremo del callejón. Su cabeza en el otro. Pero hoy, esta vez... observa. Observa, siseó una pequeña voz en su oído. Escucha. A pesar del calor y el sol, Elide se estremeció. Apretó los dientes, aguantando todas las palabras que se alzaron dentro de ella. Encuentren a alguien más. Encuentren una manera de usar sus propios poderes para forjar la Cerradura. Encuentren una manera de aceptar que su destino es quedarse atrapados en este mundo, así no necesitaremos pagar una deuda que, para empezar, no era nuestra. Sin embargo, si ahora Anneith hablaba cuando solo la había presionado durante

estos meses... Elide tragó esas furiosas palabras. Como se esperaba que todos los mortales hicieran. Por Aelin, podría someterse. Como Aelin finalmente se sometería. El rostro de Gavriel no mostraba piedad, solo una practicidad sombría mientras miraba al tembloroso comandante colgando de la mano de hierro de Rowan. —Dile lo que quiere saber. Solo lo empeoraras para ti. Lorcan casi los había alcanzado, un viento oscuro se arremolinaba sobre sus largos dedos. No había nada del macho que había venido a conocer en su severo rostro. Al menos del macho que había conocido antes de esa playa. No, esta era la máscara del que había visto por primera vez en Oakwald. Insensible. Arrogante. Cruel. El comandante vio el poder acumulado en la mano de Lorcan, pero logró burlarse de Rowan, con la sangre cubriendo sus dientes. —Ella los matará a todos —Un ojo morado ya formándose, su parpado completamente cerrado. El aire pulsó en las orejas de Elide cuando Rowan cerró un escudo de viento a su alrededor. Sellando todo el sonido—. Maeve matará a cada uno de ustedes, traidores. —Puede intentarlo —fue la suave respuesta de Rowan. Observa, susurró Anneith de nuevo. Cuando el comandante comenzó a gritar esta vez, Elide no apartó la mirada. Y mientras Rowan y Lorcan hacían para lo que habían sido entrenados, ella no podía decidir si la orden de Anneith había sido de ayuda, o un recordatorio de lo que los dioses podrían hacer si les desobedecían.

Capítulo 3 Traducido por Yun Hedz Corregido por Nix

Los Staghorns estaban ardiendo, y Oakwald con ellas. Los poderosos y antiguos árboles eran poco más que cáscaras carbonizadas y espesas cenizas como nieve cayendo. Las brasas flotaban en el viento, una burla de cómo una vez se habían balanceado en su camino como luciérnagas mientras ella corría a través de las hogueras de Beltane. Tantas llamas, el calor sofocante, el aire mismo chamuscando sus pulmones. Tú hiciste esto, tú hiciste esto, tú hiciste esto. La grieta de los árboles moribundos gemían las palabras, las gritaban. El mundo estaba bañado en fuego. Fuego, no oscuridad. Un movimiento entre los árboles llamó su atención. El Señor del Norte estaba frenético, salvaje por la agonía, mientras galopaba hacia ella. Mientras humo salía de su blanco pelaje, el fuego devoraba sus poderosas astas, no la llama inmortal que sostenía entre ellas en su propio sello, la llama inmortal de los sagrados ciervos de Terrasen y de Mala Portadora de Fuego antes de eso. Sino verdaderas y viciosas llamas. El Señor del Norte pasó al lado de ella, ardiendo, ardiendo, ardiendo. Ella extendió una mano hacia él, invisible e intrascendente, pero el orgulloso ciervo se desmoronó, gritos saliendo de su boca. Esos gritos horribles e implacables. Como si el corazón del mundo estuviera siendo destrozado. No podía hacer nada cuando el ciervo se arrojó a una pared de llamas que se extendía como una red entre dos robles en llamas. Él no emergió.

I El lobo blanco la estaba observando de nuevo. Aelin Ashryver Whitethorn Galathynius pasó un dedo acorazado sobre el borde del

altar de piedra sobre el que estaba acostada. Tanto movimiento como podía lograr. Cairn la había dejado aquí esta vez. No se había molestado en moverla al ataúd de hierro contra la pared adyacente. Un raro alivio. No despertar en la oscuridad, sino a la luz del fuego parpadeante. Los braseros se estaban muriendo, haciendo señas en el húmedo frío que presionaba sobre su piel. La que no estaba cubierta por el hierro. Ella había tirado de las cadenas tan silenciosamente como podía. Pero se mantuvieron firmes. Habían agregado más hierro. Sobre ella. Empezando por guantes de hierro. No recordaba cuándo había sucedido. Dónde había sucedido. Entonces solo había existido el ataúd. El sofocante ataúd de hierro. Lo había probado en busca de debilidades, una y otra vez. Antes de que enviaran ese humo de olor dulzón para dejarla inconsciente. No sabía cuánto tiempo había dormido después de eso. Cuando despertó allí, no había más humo. Lo había examinado en busca de debilidades, una y otra vez. Tanto como el hierro lo permitía. Empujando con sus pies, sus codos, sus manos contra el implacable metal. Ella no tenía suficiente espacio para darse vuelta. Para aliviar el dolor de las cadenas que se clavaban en ella. Irritándola. Las heridas del látigo grabadas profundamente en su espalda se habían desvanecido. Las que habían desgarrado su piel hasta el hueso. ¿O eso también había sido un sueño? Se había dejado llevar por la memoria, hasta los años de entrenamiento bajo la custodia de un asesino. Hasta las lecciones donde la habían dejado encadenada en sus propios desechos, hasta que había descubierto cómo quitarlas. Pero había estado vinculada mentalmente con ese entrenamiento. Nada de lo que había intentado en la estrecha oscuridad había funcionado. El metal del guante raspó la piedra oscura, apenas audible sobre los silbantes braseros, el río rugiente más allá de ellos. Dónde quiera que estuvieran. Ella, y el lobo. Fenrys. Ninguna cadena lo ataba. No era necesario. Maeve le había ordenado que se quedara, que se retirara, y así lo hacía. Durante largos minutos, se miraron el uno al otro.

Aelin no reflexionó sobre el dolor que la había llevado a la inconsciencia. Incluso cuando el recuerdo de huesos rompiéndose hizo que su pie se contrajera. Las cadenas sonaron. Pero no había un destello de la agonía que debería haber sido rampante. Ni un susurro de incomodidad en sus pies. Bloqueó la imagen de cómo ese macho, Cairn, los había separado. Cómo había gritado hasta que su voz había fallado. Podría haber sido un sueño. Uno de la interminable horda que la cazaba en la oscuridad. Un ciervo ardiendo, huyendo entre los árboles. Horas en este altar, sus pies destrozados bajo antiguas herramientas. Un príncipe de cabello plateado cuyo olor era el de su hogar. Se difuminaron y se desvanecieron, hasta este momento, mirando al lobo blanco tendido contra la pared frente al altar, podrían ser un fragmento de una ilusión. El dedo de Aelin rasguñó otra vez el borde curvo del altar. El lobo parpadeó ante ella, tres veces. En los primeros días, meses, años de esto, habían creado un silencioso código entre ellos. Usando los pocos momentos que había sido capaz de hablar, susurrando a través de los agujeros casi invisibles en el ataúd de hierro. Un parpadeo para sí. Dos para no. Tres para ¿Estás bien? Cuatro para Estoy aquí, estoy contigo. Cinco para Esto es real, estás despierta. Fenrys de nuevo parpadeó tres veces. ¿Estás bien? Aelin tragó contra el grosor de su garganta, su lengua separándose del paladar de su boca. Ella parpadeó una vez. Sí. Ella contó sus parpadeos. Seis. Él lo había inventado. Mentirosa, o algo así. Ella se negaba a reconocer ese código en particular. Ella parpadeó una vez más. Sí. Ojos oscuros la examinaron. Él lo había visto todo. Cada momento de ello. Si se le permitiera cambiar de forma, él podría decirle qué era inventado y qué era real. Si algo de eso hubiera sido real. No había ninguna herida cuando se despertaba. Sin dolor. Solo el recuerdo de ello, de la cara sonriente de Cairn mientras la cortaba una y otra vez. Debió haberla dejado en el altar porque iba a regresar pronto. Aelin se movió lo suficiente para tirar de las cadenas, la cerradura de la máscara clavándose en la parte posterior de su cabeza. El viento no había rozado sus mejillas, ni la mayor parte de su piel en... no lo sabía. Lo que no estaba cubierto de hierro estaba cubierto con un vestido blanco sin mangas que llegaba hasta la mitad del muslo. Dejando las piernas y los brazos al descubierto

para los cuidados de Cairn. Había días, recuerdos, de que el vestido había desaparecido, de cuchillos que raspaban su abdomen. Pero cada vez que despertaba, el vestido permanecía intacto. Sin tocar. Sin ninguna mancha. Las orejas de Fenrys se levantaron, retorciéndose. Toda la alerta que Aelin necesitaba. Odiaba el temblor que comenzaba a enrollarse alrededor de sus huesos mientras pisadas se aproximaban más allá de la cuadrada habitación y la puerta de hierro. La única forma de entrar. Sin ventanas. El pasillo de piedra más allá que a veces vislumbraba estaba igualmente sellado. Solo el sonido del agua entraba a ese lugar. Se hizo más fuerte cuando la puerta de hierro se abrió y gimió al abrirse. Se obligó a no temblar cuando el macho de cabello castaño se acercó. —¿Despierta tan pronto? No debí haber trabajado lo suficiente. Esa voz. Odiaba esa voz por encima de todas las demás. Melodiosa y fría. Llevaba un atuendo de guerrero, pero ningún arma de guerrero colgaba del cinturón en su delgada cintura. Cairn notó dónde caían sus ojos y palmeó el pesado martillo que colgaba de su cadera. —Tan ansiosa por más. No había ninguna llama para animarla. Ni una sola brasa. Él se dirigió a la pequeña pila de troncos al lado de un brasero y alimentó con unos pocos al fuego agonizante. Se arremolinó y crujió, saltando sobre la madera con dedos hambrientos. Su magia ni siquiera parpadeó en respuesta. Todo lo que comía y bebía a través de la pequeña ranura en la boca de la máscara estaba mezclada con hierro. Lo había rechazado al principio. Había probado el hierro y lo había escupido. Ella había llegado al borde de la muerte por la falta de agua cuando la forzaron por su garganta. Luego la dejaron morir de hambre, morir de hambre hasta que se quebraba y devorara lo que pusieran delante de ella, con hierro o no. No pensaba a menudo en ese momento. Esa debilidad. Lo emocionado que Cairn había estado al verla comer, y cuánto se enfurecía cuando aún no le daba lo que quería. Cairn cargó el otro brasero antes de chasquear sus dedos hacia Fenrys. —Puedes ir a ocuparte de tus necesidades en el pasillo y regresa aquí inmediatamente. Como si un fantasma lo alzara, el enorme lobo se fue. Maeve había considerado incluso eso, concediéndole poder a Cairn para ordenar cuándo Fenrys comía y bebía, cuándo orinaba. Sabía que Cairn lo olvidaba

deliberadamente en ocasiones. Los quejidos caninos de dolor la habían alcanzado, incluso en el ataúd. Real. Eso había sido real. El macho ante ella, un guerrero entrenado en todo menos en honor y espíritu, examinó su cuerpo. —¿Cómo vamos a jugar esta noche, Aelin? Odiaba el sonido de su nombre en su lengua. Sus labios se curvaron hacia atrás sobre sus dientes. Rápido como una serpiente, Cairn agarró su garganta lo suficientemente fuerte como para dejar un moretón. —Cuánta ira, incluso ahora. Ella nunca la dejaría ir, la ira. Incluso cuando se hundía en ese mar ardiente dentro de ella, incluso cuando le cantaba a la oscuridad y a las llamas, la ira la guiaba. Los dedos de Cairn se clavaron en su garganta, y ella no pudo detener el ruido ahogado que salió de esta. —Todo esto puede terminar con unas pocas palabras, princesa —ronroneó, bajando lo suficiente hasta que su aliento rozó su boca—. Unas pocas palabras, y tú y yo nos separaremos para siempre. Nunca las diría. Nunca haría el juramento de sangre a Maeve. Jurarlo, y entregar todo lo que sabía, todo lo que era. Ser una esclava eterna. Y marcar el fin del mundo. El agarre de Cairn en su cuello se aflojó, y ella inhaló profundamente. Pero sus dedos se demoraron en el lado derecho de su garganta. Sabía exactamente en qué lugar, qué cicatriz, sus dedos rozaban. Las pequeñas marcas gemelas en el espacio entre su cuello y hombro. —Interesante —murmuró Cairn. Aelin apartó bruscamente la cabeza y volvió a mostrar los dientes. Cairn la golpeó. No en su rostro, cubierta por hierro que rasgaría sus nudillos. Sino a su desprotegido estómago. El aliento salió de ella, y el hierro sonó mientras intentaba y fallaba en acurrucarse de lado. Con sus silenciosas patas, Fenrys volvió a subir y tomó su lugar contra la pared. La preocupación y la furia se encendieron en sus oscuros ojos de lobo mientras jadeaba buscando aire, mientras sus encadenadas extremidades intentaban enroscarse alrededor de su abdomen. Pero Fenrys solo pudo caer al suelo una vez más.

Cuatro parpadeos. Estoy aquí, estoy contigo. Cairn no lo vio. No hizo ningún comentario sobre su único parpadeo en respuesta cuando él sonrió ante los pequeños mordiscos en su cuello, sellados con la sal de las cálidas aguas de la Bahía de la Calavera. La marca de Rowan. La marca de un compañero. Ella no se permitió pensar en él por mucho tiempo. No mientras Cairn liberaba con el pulgar el martillo de cabeza pesada y lo sopesaba en sus amplias manos. —Si no fuera por la orden de amordazarte de Maeve —reflexionó el macho, examinando su cuerpo como un pintor que evalúa un lienzo vacío—. Pondría mis propios dientes en ti. A ver si la marca de los Whitethorn resiste. El miedo se enroscó en sus entrañas. Ella había visto la evidencia de lo que las largas horas aquí demandaban de él. Sus dedos se curvaron, raspando la piedra como si fuera el rostro de Cairn. Cairn movió el martillo a una mano. —Supongo que esto debería ser suficiente —pasó su otra mano a lo largo de su torso, y ella se sacudió contra las cadenas por el posesivo toque. Él sonrió—. Muy receptiva —agarró su rodilla desnuda, apretando suavemente—. Empezamos con los pies anteriormente. Vamos más alto esta vez. Aelin se preparó. Tomó respiraciones profundas que la llevarían lejos de aquí. De su cuerpo. Nunca dejaría que la rompieran. Nunca haría ese juramento de sangre. Por Terrasen, por su gente, a quien ella había dejado para soportar su propio tormento durante diez largos años. Les debía esto. Profundo, profundo, profundo ella fue, como si pudiera escapar lo que vendría, como si pudiera esconderse de ello. El martillo brilló a la luz del fuego cuando se alzó sobre su rodilla, el aliento de Cairn entrecortándose, anticipación y placer mezclándose en su rostro. Fenrys parpadeó, una y otra y otra vez. Estoy aquí, estoy contigo. No impidió que el martillo cayera. O el grito que salió de su garganta.

Capítulo 4 Traducido por Yun Hedz Corregido por Aruasi Sargav

—Este campamento ha estado abandonado por meses. Manon se apartó del acantilado cubierto de nieve donde había estado vigilando el borde occidental de las Montañas Colmillos Blancos. Hacia los Wastes. Asterin permaneció agazapada sobre los restos medio enterrados de un pozo de fuego, la peluda piel de cabra colgaba sobre sus hombros agitándose en el viento helado. Su Segunda continuó: —Nadie ha estado aquí desde principios de otoño. Manon también lo había sospechado. Las Sombras habían visto el sitio una hora antes en su patrulla del terreno por delante, de alguna manera notando las irregularidades hábilmente escondidas en el lado de sotavento de la rocosa cima. La Madre sabía que la propia Manon podría haber volado justo sobre ella. Asterin se puso de pie, sacudiéndose la nieve de la piel de sus rodillas. Incluso el grueso material no era suficiente para protegerse del brutal frío. De ahí las pieles de cabra montés que habían recurrido a usar. Buena para mezclarse con la nieve, Edda había afirmado, la Sombra incluso había dejado que el tinte oscuro para el cabello que ella prefería se lavará estas semanas para revelar el blanco lunar de su tono natural. El tono de Manon. Briar había conservado el tinte. Una de ellas era necesaria para explorar por la noche, la otra Sombra había afirmado. Manon examinó a las dos Sombras cuidadosamente acechando a través del campamento. Quizás ya no sean Sombras, sino más bien las dos caras de la luna. Una oscura, una de luz. Uno de los muchos cambios a Las Trece. Manon dejó escapar un suspiro, el viento destruyendo el soplo caliente. —Están ahí fuera —murmuró Asterin para que las demás no pudieran escuchar desde dónde estaban reunidas, junto a la roca que las protegía del viento. —Tres campamentos —dijo Manon con la misma tranquilidad. —Todos abandonados hace tiempo. Estamos cazando fantasmas. El cabello dorado de Asterin se desprendió de su trenza, soplando hacia el oeste. Hacia la patria que era muy posible que nunca vieran.

—Los campamentos son la prueba de que son de carne y hueso. Ghislaine cree que podrían ser de las cazas de fines de verano. —También podrían ser de los hombres salvajes de estas montañas. Aunque Manon sabía que no lo eran. Ella había cazado suficientes Crochans durante los últimos cien años para poder detectar su estilo de hacer fogatas, sus pequeños y ordenados campamentos. Todas Las Trece lo habían hecho. Y todas ellas rastrearon y mataron a tantos hombres salvajes de los Colmillos Blancos a principios de este año en nombre de Erawan, que también conocían sus hábitos. Los ojos negros con manchas doradas de Asterin se posaron en ese borroso horizonte. —Las encontraremos. Pronto. Tenían que encontrar al menos a algunas de las Crochans pronto. Manon sabía que tenían métodos de comunicación, dispersas como estaban. Formas de pedir una llamada de ayuda. Una llamada de auxilio. El tiempo no estaba de su lado. Habían pasado casi dos meses desde aquel día en la playa de Eyllwe. Desde que supo del terrible costo que la Reina de Terrasen debía pagar para poner fin a esta locura. El costo que otro con la línea de sangre de Mala también podría pagar, si era necesario. Manon resistió la tentación de mirar por encima del hombro hacia donde se encontraba el Rey de Adarlan entre el resto de sus Trece, entreteniendo a Vesta invocando llamas, agua y hielo en su ahuecada palma. Una pequeña muestra de una terrible y maravillosa magia. Hizo que las tres espirales de los elementos bailaran perezosamente entre sí, y Vesta arqueó una ceja impresionada. Manon había visto la forma en que la centinela pelirroja lo miraba, había notado que Vesta sabiamente se abstenía de actuar sobre ese deseo. Aunque Manon no le había dado tales órdenes. No le había dicho nada a Las Trece sobre qué era exactamente el rey humano para ella. Nada, quiso decir ella. Alguien tan libre como ella. Tan silenciosamente enojado. Y presionado por tiempo. Encontrar la tercera y última Llave del Wyrd había resultado fútil. Las dos que el rey llevaba en su bolsillo no ofrecieron ninguna guía, solo su olor sobrenatural. Donde Erawan la ocultaba, no tenían el más mínimo indicio. Buscar en Morath o cualquiera de sus otros puestos de avanzada sería un suicidio. Así que dejaron de cazar, después de semanas de búsqueda infructuosa, a favor de encontrar a las Crochans. El rey había protestado inicialmente, pero cedió. Sus aliados y amigos en el Norte necesitarían tantos guerreros como pudieran reunir. Encontrar a las Crochans... Manon no rompería su promesa. Ella podía ser la repudiada Heredera del Clan Blackbeak, podía ahora comandar solo una docena de brujas, pero aún así podría cumplir con su palabra. Así que ella encontraría a las Crochans. Las convencería de volar a la batalla con Las Trece. Con ella. Su última Reina de las Crochan viva. Incluso si a todas ellas las condujera directamente al abrazo de la Oscuridad.

El sol se arqueaba más alto, su luz sobre la nieve casi cegadora. Persistir era imprudente. Habían sobrevivido estos meses con fuerza e ingenio. Porque mientras cazaban a las Crochans, ellas mismas habían sido cazadas. Por Yellowlegs y Bluebloods, en su mayoría. Todas patrullas de exploración. Manon había dado la orden de no participar, de no matar. Una patrulla desaparecida de Ironteeth solo señalaría su ubicación. Aunque Dorian podría haberles roto el cuello sin levantar un dedo. Era una pena que no hubiera nacido brujo. Pero con mucho gusto aceptaría a un aliado tan letal. Al igual que Las Trece. —¿Qué vas a decir? —reflexionó Asterin. —¿Cuándo encontremos a las Crochans? Manon lo había considerado una y otra vez. Si las Crochans supieran quién era Lothian Blackbeak, que ella había amado al padre de Manon, un Príncipe Crochan de raro nacimiento. Que sus padres habían soñado, habían creído que habían creado una hija para romper la maldición de las Ironteeth y unir a sus pueblos. Una hija no de guerra, sino de paz. Pero esas eran palabras extrañas en su lengua. Amor. Paz. Manon pasó un enguantado dedo sobre el trozo de tela roja que ataba el extremo de su trenza. Un trozo de la capa de su media hermana. Rhiannon. Llamada así por la última Reina Bruja. Cuyo rostro Manon de alguna manera tenía. Manon dijo: —Le pediré a las Crochans que no disparen, supongo. La boca de Asterin se torció hacia una sonrisa. —Me refiero a sobre quién eres. Rara vez retrocedía ante algo. Rara vez le temía a algo. Pero diciendo las palabras, esas palabras... —No lo sé —admitió Manon. —Veremos si llegamos tan lejos. El Demonio Blanco. Así es como la llamaban las Crochans. Ella estaba en la parte superior de su lista para matar. Una bruja que todas las Crochan debían matar a simple vista. Sólo ese hecho decía que no sabían quién era ella para ellas. Sin embargo, su media hermana lo había descubierto. Y entonces Manon le había cortado la garganta. Manon Asesina de Brujas, su abuela se había burlado. La Matrona probablemente había saboreado cada corazón de Crochan que Manon le había traído a la Fortaleza Blackbeak durante los últimos cien años. Manon cerró los ojos, escuchando la hueca canción del viento.

Detrás de ellas, Abraxos dejó escapar un gemido impaciente y hambriento. Sí, todos tenían hambre estos días. —Te seguiremos, Manon —dijo Asterin en voz baja. Manon se volvió hacia su prima. —¿Merezco ese honor? La boca de Asterin se convirtió en una apretada línea. El ligero golpe en su nariz, Manon se lo había dado. La había roto en el comedor Omega por pelearse con las charlatanas Yellowlegs. Asterin nunca se había quejado de eso. Parecía haber usado el recordatorio de la paliza que Manon le dio como una insignia de orgullo. —Sólo tú puedes decidir si lo mereces, Manon. Manon dejó que las palabras se asentaran cuando ella cambió su mirada hacia el horizonte occidental. Tal vez ella merecería ese honor si tuviera éxito en traerlas de vuelta a un hogar en el cual nunca habían puesto sus miradas. Si sobrevivían a esta guerra y todas las cosas terribles que debían hacer antes de que terminara.

I No fue fácil, escapar de trece durmientes brujas y sus wyverns. Sin embargo Dorian Havilliard las había estado estudiando, sus turnos, quién dormía más profundamente, quién podía informar que lo habían visto alejarse de su pequeño fuego y quién mantendría la boca cerrada. Semanas y semanas, desde que se había decidido por esta idea. Este plan. Acamparon en el pequeño afloramiento donde encontraron fríos rastros de las Crochans, refugiándose debajo de la roca que sobresalía, los wyverns una pared de calidez correosa alrededor de ellos. Tenía minutos para hacer esto. Él había estado practicando durante semanas, sin hacer ruido cuando se levantaba en medio de la noche, no más que un hombre soñoliento disgustado de tener que enfrentarse a los frígidos elementos para satisfacer sus necesidades. Dejando que las brujas se acostumbraran a sus movimientos nocturnos. Dejando que Manon también se acostumbrara a ello. Aunque no había declarado nada entre ellos, sus sacos de dormir terminaban enrollados uno al lado del otro cada noche. No es que un campamento lleno de brujas ofreciera algún tipo de oportunidad para enredarse con ella. No, para eso, habían

recurrido a los desnudos bosques de invierno y pases nevados, sus manos en busca de cualquier pedazo de piel desnuda que se atrevieran a exponer al aire frío. Sus acoplamientos eran breves, salvajes. Dientes y uñas y gruñidos. Y no solo de Manon. Pero después de un día de búsqueda infructuosa, poco más que una guardia glorificada contra los enemigos que los perseguían mientras sus amigos sangraban para salvar sus tierras, necesitaba la liberación tanto como ella. Nunca lo discutieron, lo que los acosaba. Lo que estaba bien para él. Dorian no tenía idea de en qué tipo de hombre lo convertía. La mayoría de los días, si era honesto, él sentía poco. Había sentido poco durante meses, a excepción de esos salvajes momentos robados con Manon. Y a excepción de los momentos en que entrenaba con Las Trece y una especie de rabia lo impulsaba a seguir blandiendo su espada, a seguir levantándose cuando lo derribaban. Juego de espadas, tiro con arco, trabajo con cuchillos, rastreo, le enseñaron todo lo que pidió. Junto con el sólido peso de Damaris, un cuchillo de bruja colgaba ahora del cinturón de su espada. Sorrel se lo había regalado cuando había logrado golpear a la Tercera cuyo rostro era de piedra. Hace dos semanas. Más cuando terminaron las lecciones, cuando se sentaban alrededor de la pequeña fogata que se atrevían a arriesgar cada noche, se preguntaba si las brujas podrían oler la inquietud que le pisaba los talones. Si ahora podían oler que no tenía intención de orinar en la fría noche mientras se abría paso entre sus sacos de dormir, atravesando la pequeña brecha entre Narene, la yegua celeste de Asterin y Abraxos. Hizo un gesto hacia donde Vesta estaba de guardia, y la pelirroja bruja, a pesar del frío brutal, le lanzó una maliciosa sonrisa antes de que doblara la esquina del alero rocoso y desapareciera de su vista. Él había elegido su turno por una razón. Había algunas entre Las Trece que nunca sonreían en absoluto. Lin, que todavía parecía que ella estaba debatiendo cómo cortarlo para examinar sus entrañas; o Imogen, que se mantenía callada y no sonreía a nadie. Thea y Kaya solían reservar sus sonrisa la una para la otra, y cuando Faline y Fallon -las diabólicas gemelas de ojos verdes, como las llamaban las demás– sonreían, significaba que el infierno estaba a punto de desatarse. Todas ellas podían haber sospechado si desapareciera durante demasiado tiempo. Pero Vesta, que descaradamente coqueteaba con él, lo dejaba quedarse fuera del campamento. Probablemente por temor a lo que Manon podría hacerle si ella fuera vista yendo detrás de él en la oscuridad. Un bastardo, era un bastardo por usarlas así. Por evaluarlas y monitorearlas así cuando actualmente arriesgaban todo para encontrar a las Crochans. Pero no hacia diferencia si a él le importaba. Sobre ellas. Sobre sí mismo, suponía. Preocuparse no le había hecho ningún favor. No le había hecho ningún favor a Sorscha. Y no importaría, una vez que abandonara todo para sellar la Puerta del Wyrd.

Damaris era un peso a su lado, pero nada comparado con los dos objetos metidos en el bolsillo de su pesada chaqueta. Afortunadamente, había aprendido rápidamente a ahogar sus susurros, sus llamadas de otro mundo. La mayor parte del tiempo. Ninguna de las brujas había cuestionado por qué había sido convencido tan fácilmente para que abandonara la búsqueda de la tercera Llave del Wyrd. Había sabido que no podía perder el tiempo discutiendo. Así que él había planeado, y dejó que ellas, dejó que Manon, creyeran que él estaba contento con su papel de protegerlas con su magia. Alcanzando el claro cubierto de rocas que había explorado antes con el pretexto de vagar sin rumbo por el sitio, Dorian hizo un rápido trabajo de sus preparativos. No había olvidado un solo movimiento de las manos de Aelin en Bahía de la Calavera cuando ella había untado su sangre en el piso de su habitación en “La Rosa del Océano”. Pero no era Elena a quien planeaba convocar con su sangre. Cuando la nieve estaba roja con ella, cuando se aseguró de que el viento todavía soplaba su aroma lejos del campamento de brujas, Dorian desenvainó a Damaris y la hundió en el círculo de Marcas del Wyrd. Y luego esperó. Su magia era un ruido constante a través de él, la pequeña llama que se atrevió a conjurar lo suficiente como para calentar su cuerpo. Para evitar que temblara hasta morir mientras pasaban los minutos. El hielo había sido la primera manifestación de su magia. Supuso que eso debería darle algún tipo de ventaja por ello. O al menos algo de inmunidad. No tenía ninguno. Y había decidido que si sobrevivía lo suficiente para soportar el calor abrasador del verano, nunca más se quejaría de eso. Había estado afinando su magia lo mejor que podía durante estas semanas de incesante e inútil caza. Ninguna de las brujas poseía poder, no más allá del Sometimiento, que le habían dicho que solo podía ser convocado una vez, con una terrible y devastadora consecuencia. Pero Las Trece observaban con cierto grado de interés mientras Dorian continuaba con las lecciones que Rowan había comenzado. Hielo. Fuego. Agua. Curación. Viento. Con la nieve, intentando volver a la vida la tierra congelada había resultado imposible, pero aún así lo intentaba. La única magia que siempre respondía a sus llamadas era esa fuerza invisible, capaz de romper huesos. Eso, a las brujas les gustaba más. Sobre todo porque eso lo convertía en su mayor defensa contra sus enemigos. La muerte, ese era su regalo. Todo lo que parecía poder ofrecer a los que lo rodeaban. Era poco mejor que su padre en ese sentido. La llama fluyó sobre él, invisible y firme. No habían oído un susurro de Aelin. O Rowan y sus compañeros. Ni un susurro de si la reina seguía siendo prisionera de Maeve. Ella había estado dispuesta a ceder todo para salvar a Terrasen, para salvarlos a

todos ellos. No podía hacer nada menos. Aelin sin duda tenía más que perder. Un compañero y esposo que la amaba. Una corte que la seguiría al infierno. Un reino que desde hace mucho esperaba su regreso. Todo lo que él tenía era una tumba sin nombre para una sanadora que nadie recordaría, un imperio roto y un castillo destrozado. Dorian cerró los ojos por un momento, bloqueando el recuerdo del castillo de cristal explotando, el recuerdo de su padre tratando de alcanzarlo, suplicando perdón. Un monstruo, el hombre había sido un monstruo en todas las formas posibles. Había engendrado a Dorian mientras estaba poseído por un demonio Valg. ¿En qué lo convertía? Su sangre corría roja, y el príncipe Valg que había infestado al propio Dorian se había deleitado en darse un festín con él, en hacerle disfrutar de todo lo que había hecho mientras llevaba el collar en el cuello. ¿Pero eso todavía lo hacía completamente humano? Soltando un largo suspiro, Dorian abrió los ojos. Un hombre estaba parado en el nevado claro. Dorian se inclinó. —Gavin.

I

El primer Rey de Adarlan tenía sus ojos. O más bien, Dorian tenía los ojos de Gavin, heredados a través de los miles de años que habían transcurrido entre ellos. El resto del rostro del antiguo rey era extraño: el largo cabello castaño oscuro, los rasgos ásperos, el serio aspecto de su boca. —Aprendiste las marcas. Dorian se levantó de su reverencia. —Aprendo rápido. Gavin no sonrió. —La convocación no es un regalo para ser usado a la ligera. Te arriesgas mucho, joven rey, al llamarme aquí. Teniendo en cuenta lo que llevas. Dorian dio unas palmaditas en el bolsillo de la chaqueta donde yacían las dos Llaves del Wyrd, ignorando el extraño y terrible poder que latía contra su mano en respuesta.

—Todo es un riesgo en estos días —se enderezó—. Necesito tu ayuda. Gavin no respondió. Su mirada se deslizó hacia Damaris, todavía hundida en la nieve entre las marcas. Una pertenencia personal del rey, ya que Aelin había usado el Ojo de Elena para convocar a la antigua reina. —Al menos has cuidado bien mi espada —levantó los ojos hacia los de Dorian, tan afilados como la propia espada—. Aunque no puedo decir lo mismo de mi reino. Dorian apretó la mandíbula. —Heredé un poco del desastre de mi padre, me temo. —Fuiste Príncipe de Adarlan mucho antes de que te convirtieras en su rey. La magia de Dorian se convirtió en hielo, más fría que la noche que lo rodeaba. —Entonces considera que estoy tratando de expiar años de mala conducta. Gavin sostuvo su mirada por un momento que se prolongó en la eternidad. Un verdadero rey, eso es lo que el hombre ante él era. Un rey no solo en título, sino en espíritu. Como pocos habían sido desde que Gavin fue sepultado bajo los cimientos del castillo que había construido a lo largo del Avery. Dorian resistió el peso de la mirada de Gavin. Dejando que el rey viera lo que quedaba de él, la pálida marca alrededor de su garganta. Entonces Gavin parpadeó una vez, la única señal de su permiso para continuar. Dorian tragó saliva. —¿Dónde está la tercera llave? Gavin se tensó. —Tengo prohibido decirlo. —¿Prohibido, o no quieres? Supuso que debería estar arrodillado, debería mantener su tono respetuoso. ¿Cuántas leyendas sobre Gavin había leído de niño? ¿Cuántas veces había corrido por el castillo, fingiendo ser el rey ante él? Dorian sacó el Amuleto de Orynth de su chaqueta, dejando que se balanceara en el penetrante viento. Una canción silenciosa y fantasmal salía del medallón dorado y azul, hablando en idiomas que no existían. —Brannon Galathynius desafió a los dioses poniendo la llave aquí con una advertencia para Aelin. Lo menos que podrías hacer es darme una dirección. Los bordes de Gavin se difuminaron, pero se mantuvieron. No quedaba mucho tiempo. Para cualquiera de ellos. —Brannon Galathynius era un bastardo arrogante. He visto lo que provoca la interferencia con los planes de los dioses. No va a terminar bien.

—Tu esposa, no los dioses, provocó esto. Gavin le enseñó los dientes. Y aunque el hombre había muerto hacía mucho, la magia de Dorian se encendió de nuevo, preparándose para atacar. —Mi compañera —gruñó Gavin—, es el precio de esto. Mi compañera, si se recuperan las llaves, desaparecerá para siempre. ¿Sabes cómo es eso, joven rey? ¿Tener la eternidad… y después que te sea arrebatada? Dorian no se molestó en responder. —No quieres que encuentre la tercera clave porque significará el final de Elena. Gavin no dijo nada. Dorian dejó escapar un gruñido. —Innumerables personas morirán si las llaves no se vuelven a poner en la puerta —empujó el Amuleto de Orynth nuevamente dentro de su chaqueta, y una vez más ignoró el zumbido de otro mundo que pulsaba contra sus huesos—. No puedes ser tan egoísta. Gavin permaneció en silencio, el viento moviendo su oscuro cabello. Pero sus ojos parpadearon, apenas. —Dime dónde —respiró Dorian. Tenía apenas unos minutos para que incluso Vesta viniera a buscarlo—. Dime dónde está la tercera llave. —Tu vida también se perderá. Si recuperas las llaves y forjas la Cerradura. Tu alma será reclamada también. Ni un solo fragmento de ti vivirá en el Más Allá. —No hay nadie a quien realmente eso le importe. Ciertamente a él no. Y ciertamente merecía ese tipo de final, cuando había fallado tantas veces. Con todo lo que había hecho. Gavin lo estudió por un largo momento. Dorian se quedó quieto bajo esa feroz mirada. Un guerrero que había sobrevivido a la segunda de las guerras de Erawan. —Elena ayudó a Aelin —presionó Dorian, su aliento flotando en el espacio entre ellos. —Ella no se resistió a eso, incluso sabiendo lo que significaba para su destino. Y tampoco Aelin, que no tendrá ni una larga vida con su propia pareja, ni la eternidad con él —Como tampoco lo tendré yo. Su corazón comenzó a resonar, su magia elevándose con él. —Y sin embargo tú lo harías. Saldrías huyendo de esto. Los dientes de Gavin brillaron. —Erawan podría ser derrotado sin sellar la puerta. —Dime cómo, y encontraré la manera de hacerlo. No obstante, Gavin volvió a guardar silencio, con las manos apretadas a los costa-

dos. Dorian resopló suavemente. —Si lo supieras, se habría hecho hace mucho tiempo —Gavin negó con la cabeza, pero Dorian siguió adelante—. Tus amigos murieron luchando contra las hordas de Erawan. Ayúdame a evitar el mismo destino para los míos. Puede que ya sea demasiado tarde para algunos de ellos —su estómago se revolvió. ¿Habría llegado Chaol al continente sur? Tal vez sería mejor si su amigo nunca regresara, que se mantuviera a salvo en Antica. Incluso si Chaol nunca haría una cosa así. Dorian miró hacia la esquina rocosa que había rodeado. No quedaba mucho tiempo. —¿Y qué hay de Adarlan? —preguntó Gavin—. ¿Lo dejarías sin rey? —La pregunta decía bastante de la opinión de Gavin sobre Hollin—. ¿Así es como expiarías los pasados años sin hacer nada como su Príncipe Heredero? Dorian recibió el golpe verbal. No era más que la verdad, dicha por un hombre que había servido a su dios sin nombre. —¿Realmente importa ya? —Adarlan era mi orgullo. —Ya no es digno de eso —espetó Dorian—. No lo ha sido durante mucho, mucho tiempo. Tal vez merezca caer en la ruina. Gavin inclinó la cabeza. —Las palabras de un niño temerario y arrogante. ¿Crees que eres el único que ha sufrido una pérdida? —Y, no obstante, tu propio miedo a la pérdida te hace elegir a una mujer sobre el destino del mundo. —Si tuvieras la opción, tu mujer o Erilea, ¿habrías elegido algo diferente? Sorscha o el mundo. La pregunta sonó hueca. Algo del fuego dentro de él se acumuló. Sin embargo, Dorian se atrevió a decir: —Te engañas a ti mismo sobre el camino por recorrer, a pesar de que servías al dios de la verdad —Chaol le había contado sobre su descubrimiento en las catacumbas bajo las alcantarillas de Rifthold en primavera. El olvidado templo de huesos donde se había escrito la confesión del lecho de muerte de Gavin—. ¿Qué tiene que decir él sobre el papel de Elena en esto? — El Que Todo Lo Ve no reclama parentesco con esas débiles criaturas —gruñó Gavin. Dorian podría haber jurado que un viento polvoriento, seco como un hueso, atravesó el paso. —Entonces, ¿qué es él?

—¿No puede haber muchos dioses, desde muchos lugares? ¿Algunos nacidos de este mundo, otros nacidos en otros? —Esa es una pregunta para debatir en otro momento —dijo Dorian—. Cuando no estemos en guerra —respiró hondo. Otra vez—. Por favor —suspiró—. Por favor ayúdame a salvar a mis amigos. Ayúdame a hacer lo correcto. Era todo lo que realmente le quedaba, esta tarea. Gavin lo miró de nuevo, lo evaluó. Dorian lo soportó. Que leyera la verdad que estaba escrita en su alma. El dolor empañó el rostro del rey. Dolor y arrepentimiento, cuando Gavin finalmente dijo: —La llave está en Morath. La boca de Dorian se secó. —¿Dónde en Morath? —No lo sé —Dorian le creyó. El miedo crudo en los ojos de Gavin lo confirmó. El antiguo rey inclinó la cabeza hacia Damaris. —Esa espada no es ornamental. Deja que te guíe, si no puedes confiar en ti mismo. —¿Realmente dice la verdad? —Fue bendecida por El Que Todo Lo Ve, después de que me juré a él —Gavin se encogió de hombros, un gesto medio domado. Como si el hombre nunca hubiera abandonado realmente las tierras salvajes de Adarlan, donde había ascendido del líder de la guerra al Rey Supremo. —Aún tendrás que aprender por ti mismo lo que es verdad y lo que es mentira. —¿Pero Damaris me ayudará a encontrar la llave en Morath? —Para irrumpir en la fortaleza de Erawan, donde se creaban todos esos collares... La boca de Gavin se tensó. —No puedo decirlo. Pero te diré esto: no te aventures a Morath todavía. Hasta que estés listo. —Estoy listo ahora —una mentira tonta. Gavin también lo sabía. Hizo un esfuerzo por no tocar su cuello, la pálida marca estropeando para siempre su piel. —Morath no es una simple fortaleza —dijo Gavin—. Es un infierno, y no es amable con los jóvenes imprudentes —Dorian se puso rígido, pero Gavin continuó—. Sabrás cuándo estés realmente listo. Permanece en este campamento, si puedes convencer a tus compañeras. El camino te encontrará aquí. Los bordes de Gavin se deformaron aún más, su rostro se volvió turbio. Dorian se atrevió a dar un paso adelante. —¿Soy humano?

Los ojos zafiro de Gavin se suavizaron, apenas. —No soy la persona que puede responder eso. Y entonces el rey se había ido.

Capítulo 5 Traducido por Akira the Undaunted Corregido por Aruasi Sargav

El comandante en el callejón había declarado que sus últimas órdenes habían sido expedidas de Doranelle. Ninguno de ellos sabía si creerle. Sentado alrededor de un pequeño fuego en un yacimiento polvoroso a las afueras de una precaria ciudad, la sangre que llevaba mucho tiempo lavada de sus manos, Lorcan Salvaterre de nuevo meditó la lógica de ello. ¿Ellos habían de alguna manera pasado por alto la opción más sencilla? ¿De que Maeve haya estado en Doranelle todo este tiempo, oculta de sus súbditos? Pero ese comandante había estado suciamente mintiendo. Él había escupido en el rostro de Lorcan antes de que lo hubieran terminado. Sin embargo, el otro comandante que hoy habían encontrado, después de una semana de estarlo cazando en el puerto más cercano, había declarado que él había recibido órdenes de un reino distante en el que habían buscado tres semanas atrás. En la dirección opuesta a Doranelle. Lorcan tocó la tierra con la punta de su pie. Ninguno de ellos había querido hablar desde que el comandante de esta tarde había contradicho la primera declaración. —Doranelle es la fortaleza de Maeve —dijo Elide finalmente, su firme voz llenando el pesado silencio. —Tan simple como lo es, tendría sentido para ella llevar a Aelin ahí. Whitethorn solo miraba fijamente el fuego. Él no había lavado la sangre de su oscura chaqueta gris. —Sería imposible, incluso para Maeve, mantenerla oculta en Doranelle —replicó Lorcan—. Ya nos habríamos enterado de ello. No estaba seguro cuando le había hablado por última vez a la mujer delante de él. Aunque ella no había dudado de cómo él había roto a los comandantes de Maeve. Se había acobardado durante la peor parte de ello, sí, pero había escuchado cada

palabra que Rowan y Lorcan habían exprimido de ellos. Lorcan supuso que ella había visto cosas peores en Morath… odiaba que ella lo hubiera hecho. Odiaba que el monstruo de su tío todavía respirara. Pero esa caza vendría luego. Después de que ellos encontraran a Aelin. O lo que sea que quedara de ella. Los ojos de Elide se agrandaron fríos, tan fríos mientras ella decía: —Maeve logró ocultar a Gavriel y Fenrys de Rowan en la Bahía de la Calavera. Y quizás se ocultó e hizo desaparecer toda su flota —Lorcan no respondió. Elide continuó, su mirada inquebrantable—. Maeve sabe que Doranelle sería la opción más obvia… La opción que probablemente rechazaríamos porque es bastante fácil. Ella anticipó que nosotros creeríamos que ella arrastraría a Aelin hasta los rincones más lejanos de Erilea y no justo de regreso a casa. —Maeve tendría la ventaja de una armada fácilmente convocada —Gavriel agregó, su tatuada garganta subió y bajó. —Lo cual haría difícil el rescate. Lorcan se abstuvo de decirle a Gavriel que cerrara la boca. Él no había fallado en notar cuán seguido Gavriel salía de su camino para ayudar a Elide, hablar con ella. Y sí, una pequeña parte de él estaba agradecida por ello, desde que los dioses sabían que ella no aceptaría ninguna clase de ayuda de él. Hellas lo condenara, él había tenido que recurrir a dar su camisa troceada a Whitethorn y Gavriel para darle a ella por su ciclo. Él los había amenazado con despellejarlos vivos si decían que era suya, y Elide, con su humano sentido del olfato, no lo había percibido en la tela. Él no sabía por qué se molestaba. No había olvidado sus palabras ese día en la playa. Espero que pases el resto de tú miserable e inmortal vida sufriendo. Espero que la pases solo. Espero que vivas con arrepentimiento y culpa en tu corazón y nunca encuentres una forma de suportarlo. Su voto, su maleficio, lo que sea que había sido, se había hecho realidad. Cada palabra de ello. Él había roto algo. Algo precioso más allá de lo conmensurable. Nunca le había importado hasta ahora. Incluso el cercenado juramento de sangre, que seguía abierto anchamente dentro de su alma, no se acercaba ni un poco con el agujero en su pecho cuando él la miraba. Ella le había ofrecido un hogar en Perranth sabiendo que sería un macho sin honor. Le ofreció un hogar con ella. Pero no había sido el rompimiento del juramento de sangre de Maeve lo que había

revocado la oferta. Había sido una traición tan grande que él no sabía cómo arreglarla. ¿Dónde está Aelin? ¿Dónde está mi esposa? La esposa de Whitethorn, y su compañera. Solo esta misión de ellos, esta interminable búsqueda para encontrarla, evitaba que Lorcan se lanzara en un pozo del cual sabía que no emergería. Quizás si la encontraran, si aún quedara suficiente de Aelin para rescatar después de los cuidados de Cairn, encontraría una manera de vivir consigo mismo. De aguantar esta... persona en la que se convertiría. Podría tomarle otros quinientos años para hacerlo. Él no se permitía considerar que Elide sería un poco más que polvo para entonces. El pensamiento por sí solo era suficiente para revolver a la miserable comida de pan rancio y queso duro en su estómago. Un idiota, era un torpe inmortal idiota por comenzar este camino con ella, por olvidar que incluso si ella lo perdonara, su mortalidad la llamaba. Lorcan dijo al fin: —También tendría sentido para Maeve ir con los akkadianos, como el comandante de hoy afirmó. Maeve ha mantenido lazos por mucho tiempo con dicho reino —él, Whitethorn y Gavriel habían ido a la guerra y regresado a ese territorio arenado. Él nunca había deseado en poner un pie en él de nuevo. —Sus ejércitos la escudarían. Porque se necesitaría una armada para evitar que Whitethorn alcance a su compañera. Él se giró hacia el príncipe, quién no dio señal de haber estado escuchando. Lorcan no quería considerar si Whitethorn pronto necesitaría agregar un tatuaje al otro lado de su rostro. —El comandante de hoy era mucho más comunicativo —Lorcan continuó hacia el príncipe con el que había luchado tantas veces a su lado, quien había sido un bastardo de corazón frío tanto como Lorcan hasta esta primavera—. Apenas si lo amenazaste y él cantó para nosotros. El que había afirmado que Maeve estaba en Doranelle seguía lleno de desprecio hasta el final. —Creo que está en Doranelle —se interpuso Elide—. Anneith me dijo que escuchara ese día. Ella no me lo dijo las otras dos ocasiones. —Es algo a tomar en cuenta, sí —dijo Lorcan, y los ojos de Elide centellearon con irritación—. No veo razón para creer que los dioses serían así de claros. —Lo dice el macho que siente el tacto de un dios, diciéndole cuando correr o pelear —Elide chasqueó. Lorcan la ignoró, a esa verdad. Él no había sentido el toque de Hellas desde las

Marismas de Piedra. Como si incluso el dios de la muerte fuera repelido por él. —El borde de Akkadia es un recorrido de tres días desde aquí. Su capital tres días más que eso. Doranelle está alrededor de dos semanas, si viajamos con poco descanso. Y el tiempo no estaba de su lado. Con las llaves del Wyrd, con Erawan, con la segura desencadenación de una guerra en el propio continente de Elide, cada retraso tenía un costo. Sin mencionar lo que cada día indudablemente traía sobre la reina de Terrasen. Elide abrió la boca, pero Lorcan la interrumpió: —Y luego, llegar a la fortaleza de Maeve agotados y hambrientos… no tendríamos ni una oportunidad. Sin mencionar que con ese velo que ella puede manejar, bien podríamos pasar por donde está Aelin sin siquiera saberlo. Las fosas nasales de Elide se ensancharon, pero ella se giró hacia Rowan: —La decisión es tuya, Príncipe. No sólo un príncipe, ya no más. Consorte de la Reina de Terrasen. Finalmente, Whitethorn levantó su cabeza. Cuando esos ojos verdes se posaron sobre él, Lorcan resintió el peso de su mirada, la dominancia innata. Él había estado esperando a Rowan para declarar la venganza que merecía, esperando por ese golpe. Deseándolo. Nunca había llegado. —Hemos venido a este lejano sur —dijo Rowan finalmente, su voz baja. —Será mejor que vayamos a Akkadia que nos arriesguemos a aventurarnos todo el camino hacia Doranelle para darnos cuenta que estábamos equivocados. Y así fue. Elide sólo lanzó una furiosa mirada hacia Lorcan y se levantó, murmurando algo de ocuparse de sus necesidades antes de irse a dormir. Su andar se mantenía firme mientras hacía crujir el pasto, gracias al soporte que Gavriel mantenía alrededor de su tobillo. Debería ser su magia la que la ayudara. La que tocara su piel. Sus pasos se volvieron distantes, casi silenciosos. Ella usualmente iba más lejos de lo necesario para evitar que ellos escucharan algo. Lorcan le dio unos minutos antes de que él la siguiera en la oscuridad. Encontró a Elide ya de regreso, y ella se detuvo sobre un montículo, apenas si era una joroba en la tierra del campo. —¿Qué quieres?

Lorcan siguió caminando, hasta que él estaba en la base del montículo y se detuvo. —Akkadia es la opción más sabia. —Rowan decidió eso también. Debes estar muy complacido. Ella hizo un pisotón para pasarlo, pero Lorcan se metió en su camino. Ella estiró su cuello para ver su rostro, aún así él jamás se había sentido menos. Más pequeño. —No insistí en Akkadia para mortificarte —logró decir. —No me importa. Ella trató de rodearlo, Lorcan fácilmente se mantuvo delante de ella. —Yo no… —las palabras lo estrangulaban—. No quería que esto pasara. Elide dejó salir una suave y viciosa carcajada. —Por supuesto que no. ¿Por qué habrías querido que tu maravillosa reina cortara el juramento de sangre? —Eso no me importa —no lo hacía. Nunca había dicho palabras más ciertas—. Yo solo deseo hacer las cosas bien. Sus labios se crisparon. —Estaría inclinada a creerlo que si no te hubiera visto arrastrarte tras Maeve en la playa. Lorcan parpadeó ante esas palabras, el odio en ellas, bastante perplejo como para dejarla pasar esta vez. Elide ni siquiera miró atrás. No hasta que Lorcan dijo: —No me arrastré tras Maeve. Ella se detuvo, el cabello balanceándose. Lentamente, ella miró sobre su hombro. Imperiosa y fría, como las estrellas de arriba. —Yo me arrastré… —su garganta subió y bajó—. Me arrastré tras Aelin. Él evitó la arena sangrienta, los gritos de la reina, sus finales y suplicantes peticiones a Elide. Los evitó y dijo: —Cuando Maeve rompió el juramento, no podía moverme, apenas si podía respirar. Tal agonía que Lorcan no podía imaginar lo que sería romper el juramento por su parte, sin ser licitado. No era la clase de dolor de la que uno salía. El juramento podía ser estirado, languidecer. El hecho de que Vaughan, el último del cadre, todavía vagara por las selvas del norte en su “caza” de Lorcan era prueba suficiente de que las restricciones del juramento de sangre podían ser trabajadas

alrededor. Pero romperlo por su propia voluntad, encontrar una manera de romper la cuerda, sería abrazar la muerte. Se había cuestionado durante esos meses si él debió haber hecho justo eso. Lorcan pasó saliva. —Traté de alcanzarla. A Aelin. Traté de alcanzar aquella caja —agregó tan bajo que solo Elide pudo escucharlo—. Lo prometo. Su palabra era su bono, la única moneda que se preocupaba por cambiar. Él le había dicho eso a ella alguna vez, durante esas semanas de camino. Nada vaciló en sus ojos que le dijera que ella recordaba eso. Elide solo dio paso de regreso al campamento. Lorcan se quedó donde estaba. Él había hecho esto. Traído esto sobre ella, sobre ellos. Elide alcanzó la fogata y Lorcan finalmente la siguió, aproximándose a su anillo de luz a tiempo para verla dejarse caer junto a Gavriel, su boca apretada. El León le murmuró a ella: —Él no estaba mintiendo, sabes. Lorcan apretó su mandíbula, haciendo ningún esfuerzo por ocultar sus pasos. Si los oídos de Gavriel eran lo suficientemente agudos para haber escuchado cada palabra de su conversación, el León ciertamente sabía que se estaba acercando. Y ciertamente sabía que era mejor no meterse en sus asuntos. Sin embargo, Lorcan aún se encontraba escaneando el rostro de Elide, esperando por su respuesta. Y cuando ella ignoró a ambos, al León y a Lorcan, él se encontró a sí mismo deseando que no hubiera dicho nada.

I El príncipe Rowan Whitethorn Galathynius, consorte, esposo y compañero de la Reina de Terrasen, sabía que estaba soñando. Lo sabía porque podía verla. Sólo había oscuridad aquí. Y viento. Y un gran trecho entre ellos. No existía fondo en ese abismo, esa grieta en el mundo. Pero podía oír susurros serpenteando, muy hacia abajo.

Ella estaba de espaldas hacia él, el cabello ondeando como una lámina de oro. Más larga de como la había visto la última vez. Trató de transformarse, volar sobre el abismo. La innata magia de su cuerpo lo ignoró. Bloqueó su cuerpo de hada, el salto bastante grande, él solo podía ver hacia ella, respirar su esencia - jazmín, limón, verbena y crepitantes brasas - como si flotaran hacia él en el viento. Este viento no le decía secretos, no tenía canción que cantar. Era un viento de muerte, del frío, de la nada. Aelin. Él no tenía voz aquí, pero dijo su nombre. Lo lanzó a través del golfo entre ellos. Lentamente ella se volteó hacia él. Era su rostro, o lo sería en un par de años. Cuando se Asentara. Pero no eran las ligeramente características de edad las que le quitaron el aliento. Era la mano sobre su barriga redonda. Ella miró hacia él, el cabello aun ondeando. Detrás de ella cuatro pequeñas figuras emergieron. Rowan cayó a sus rodillas. La más alta: una chica con cabello dorado y ojos verde pino, con un rostro solemne y tan orgullosa como su madre. El chico junto a ella, cercano a la altura de ella, le sonrió, calido y brillante, sus ojos Ashryver brillando bajo su casco de cabello plateado. El chico junto a él, de cabello plateado y ojos verdes, podría muy bien haber sido su gemelo. Y la más pequeña, aferrada a las piernas de su madre... De huesos finos y plateado cabello una niña, un poco más pequeña que un bebé, sus ojos azules volviendo a un linaje que él no conocía. Niños. Sus niños. Los niños de ellos. Con otro a meras semanas de ser nacidos. Su familia. La familia que el podría tener, el futuro que podría tener. La cosa más hermosa que alguna vez haya visto. Aelin. Sus hijos se estrecharon cerca de ella, la mayor asomándose a Aelin en advertencia. Rowan lo sintió. Un letal, violento viento negro barriéndolos. Él trató de gritar. Trató de escapar de sus rodillas, para encontrar alguna vía hacia ellos. Pero el viento negro rugió, desgarrando y despedazando todo a su paso. Ellos seguían viéndolo mientras él también era arrastrado.

Hasta que solo quedaban polvo y sombra.

I Rowan se despertó de una sacudida, su corazón con un frenético latido, como si su cuerpo rugiera por moverse, por pelear. Pero ahí no había nada ni nadie con quién pelear ahí, en este polvoso campo bajo las estrellas. Un sueño. Ese mismo sueño. Él frotó su rostro, sentándose sobre su saco de dormir. Los caballos dormitaban, sin un rastro de angustia. Gavriel vigilaba como león de montaña, más allá de la luz del fuego, sus ojos destellando en la oscuridad. Elide y Lorcan no se agitaban de su pesado sueño. Rowan escaneó la posición de las estrellas. Solo unas pocas horas hasta el alba. Y luego, hacia Akkadia, esa tierra de malezas y arena. Mientras Elide y Lorcan habían debatido hacia dónde ir, él lo había sopesado por sí mismo. Si volar hacia Doranelle solo y arriesgarse a perder valiosos días en lo que sería una búsqueda de idiotas. Si Vaughan hubiera estado con ellos, si hubiera sido Vaughan liberado, él podría haber enviado al guerrero en su forma de águila pescadora a Doranelle mientras ellos seguían hacia Akkadia. Rowan lo consideró una vez más. Si presionaba su magia, sacando partido de los vientos a su favor, las dos semanas que le tomarían para llegar a Doranelle podrían ser hechas en días. Pero si él de alguna manera encontraba a Aelin… él había sostenido tantas batallas para saber que necesitaría la fuerza de Lorcan y Gavriel antes de que las cosas acabaran. Él podría arriesgar a Aelin al tratar de liberarla sin su ayuda. Lo que significaría volar de regreso hacia ellos, luego, haciendo el agonizante viaje lento hacia el norte. Y con Akkadia tan cerca, la opción más prudente era buscar ahí primero. En caso de que el comandante de hoy hubiera hablado con la verdad. Y si lo que ellos aprendieran en Akkadia los llevaba a Doranelle, entonces hacia Doranelle irían ellos. Juntos. Incluso si fuera contra cada instinto como su compañera. Su esposa. Incluso si cada día, cada hora, aquella Aelin pasaba en el agarre de Maeve fuera probablemente a traerle más sufrimiento del que él podía soportar considerar. Así que él viajaría a Akkadia. Dentro de unos días, ellos entrarían en sus llanuras

planas y luego, las distantes colinas áridas más allá. Una vez que comenzaran las lluvias invernales, la llanura sería verde, fresca, pero después del abrasante verano, las tierras quedaban de color café y del color del trigo, escasas de agua. Él se aseguraría de que se proveyeran en el siguiente río. Suficiente para los caballos también. Puede que la comida escaseara, pero se podía encontrar caza en las llanuras. Escuálidos conejos y pequeñas cosas con pelaje que se enterraban en la agrietada tierra. Precisamente la clase de comida que Aelin se acobardaría de comer. Gavriel notó el movimiento en su campamento y se acercó con sus enormes patas, silencioso incluso sobre la hierba seca. Leonados e inquisitivos ojos parpadearon hacia él. Rowan sacudió su cabeza a la pregunta no pronunciada. —Ve a dormir algo. Yo me encargo. Gavriel inclinó su cabeza en un gesto que Rowan sabía qué significaba: ¿Estás bien? Extraño, todavía era extraño trabajar con el León, con Lorcan, sin los lazos del juramento con Maeve atándolos a hacerlo. El saber que ellos estaban ahí por su elección. Lo que ahora los hacía hacerlo, Rowan no estaba realmente seguro. Rowan ignoró la pregunta silenciosa de Gavriel y miró entre el menguante fuego. —Descansa un poco mientras puedes. Gavriel no objetó mientras merodeó hacia su saco de dormir y se dejó caer sobre él con un suspiro felino. Rowan suprimió la punzada de culpa. Había estado presionándolos muy duro. Ellos no habían reclamado, no habían pedido disminuir el agotador paso que él había fijado. Él no había sentido nada en el vínculo desde aquel día en la playa. Nada. Ella no estaba muerta, porque el vínculo aún existía, sin embargo… estaba silenciado. Él lo había descifrado durante las largas horas en las que habían viajado, durante sus horas en guardia. Incluso en las horas en que él debería haber estado durmiendo. Él no había sentido dolor en el vínculo aquel día en Eyllwe. Él había sentido cuando Dorian Haviliard la había acuchillado en el castillo de cristal, había sentido la conexión, lo que él tan estúpidamente había pensado que era el vínculo carranam entre ellos, estirándose hasta el punto de quiebre cuando ella había llegado a estar así, tan próxima a la muerte.

Sin embargo, ese día en la playa, cuando Maeve la había atacado, luego Cairn la había azotado… Rowan apretó su mandíbula tan fuerte como para que le doliera, incluso mientras su estómago se enturbiaba. Él miró hacia Goldryn, situada junto a él en su saco de dormir. Gentilmente, él puso a la espada delante de él, observando el rubí en el centro de su empuñadura, la piedra ardiendo en la lumbre. Aelin había sentido la flecha que él había recibido durante la batalla con Manon en el templo del Temis. O lo suficiente como una sacudida para que ella supiera, en ese momento, que ellos eran compañeros. Aun así, él no había sentido nada de nada ese día en la playa. Él tenía un sentimiento de que sabía la respuesta. Sabía que Maeve era probablemente la causa de ello, el amortiguador sobre lo que había entre ellos. Ella se había metido en su cabeza para engañarlo en pensar que Lyria era su compañera, se había burlado de cada instinto que lo hacía un hada macho. No estaría más allá de sus poderes encontrar una manera de sofocar lo que había entre él y Aelin, evitar que supiera que ella había estado en tal peligro, y ahora lo alejaba de encontrarla. Pero él debió haberlo sabido. Debió haber volado directo a la playa, y no haber desperdiciado esos preciosos minutos. Compañera. Su compañera. Él debió haber sabido eso también. Incluso si la furia y la aflicción lo habían vuelto un miserable bastardo, él debió haber sabido quién era ella, qué era ella, desde el momento en que él la había mordido en Mistward, incapaz de detener el impulso de reclamarla. El momento en que su sangre había llegado a su lengua y ésta le había cantado y luego se había negado a dejarlo solo, su sabor persistiendo durante meses. En lugar de eso, ellos habían peleado. Él los había dejado pelear, tan perdido en su furia y hielo. Ella había estado tan rabiosa como él y había escupido tan odiable y atroz cosa que la había tratado como cualquiera de los otros machos y hembras que habían estado bajo sus órdenes y la había callado, pero esos prematuros días todavía lo perseguían. Aunque Rowan sabía que si alguna vez mencionaba la riña que ellos habían hecho con una lengüetada de pena, Aelin lo maldeciría por idiota. Él no sabía qué hacer sobre el tatuaje bajo su rostro, su cuello y brazo. La mentira que contaba su pérdida y la verdad que revelaba su ceguera. Él había llegado a amar a Lyria, eso había sido cierto. Y la culpa de ello lo consumía vivo en cualquier momento en que él pensaba en ello, aunque lo entendía ahora. Por qué Lyria había estado tan asustada de él esos primeros meses, porque qué había sido tan malditamente difícil cortejarla, incluso con el lazo de compañeros, su

verdad desconocida para Lyria también. Ella había sido gentil, tranquila y amable. Una diferente clase de fuerza, sí, pero no lo que él habría escogido para él. Se odiaba a sí mismo por pensar en ello. Incluso cuando la furia lo consumía en sus pensamientos, por lo que había sido robado de él. De Lyria también. Aelin había sido suya, y él había sido de ella, desde el inicio. Mucho más tiempo que eso. Y Maeve había pensado en romperlos, romperla para conseguir lo que quería. Él no dejaría ir eso impune. Al igual que él no podía perdonar que Lyria, sin importar lo que realmente existió entre ellos, había estado portando su hijo cuando Maeve había enviado esas fuerzas enemigas a su hogar en la montaña. Él nunca perdonaría eso. Te mataré, Aelin había dicho cuando ella había escuchado lo que Maeve había hecho. Cuán terriblemente Maeve lo había manipulado, destrozado, y destruido a Lyria. Elide le había dicho cada palabra del encuentro, una y otra vez. Te mataré. Rowan miró hacia el ardiente corazón rubí de Goldryn. Él suplicó que ese fuego, esa furia, no se hubieran roto. Él sabía cuántos días habían sido, sabía quién Maeve le había prometido que supervisaría la tortura. Sabía que la suerte estaba apilada contra ella. Él había pasado dos semanas atado en una mesa enemiga. Aún portaba la cicatriz en su brazo por uno de sus más creativos aparatos. Apresurarse. Ellos tenían que apresurarse. Rowan se inclinó hacia adelante, descansando su frente sobre la empuñadura de Goldryn. El metal estaba cálido, como si aún tuviera el susurro de la flama de su portador. Él no había puesto un pie en Akkadia desde aquella última y terrible guerra. Aunque él había liderado a soldados Fae y mortales por igual hacia la victoria, él no había tenido ningún deseo de verla de nuevo. Pero a Akkadia ellos irían. Y si la encontraba, si él la liberaba… Rowan no se permitía pensar más allá de eso. La otra verdad que ellos encararían, la otra carga. Dile a Rowan que lo siento, mentí. Solamente dile que todo era tiempo prestado de cualquier manera. Incluso antes de hoy, yo sabía que todo sólo era tiempo prestado, pero que igual desearía que tuviésemos más de ello. Él se negaba a aceptarlo. Nunca aceptaría que ella sería él costo final para terminar esto, para salvar su mundo. Rowan examinó la manta de estrellas arriba.

Mientras todas las constelaciones habían girado más allá, el Señor del Norte permanecía, la estrella inmortal entre sus astas apuntando el camino a casa. A Terrasen. Dile que tiene que pelear. Que debe salvar a Terrasen y recordar los votos que me hizo. El tiempo no estaba de su lado, no con Maeve, no con una guerra desencadenándose en su propio continente. Pero él no tenía intención de volver sin ella, con una petición de partida o no, sin importar el juramento que él había hecho sobre casarse con ella para proteger y reinar Terrasen. Y dile que gracias… por caminar conmigo en ese oscuro sendero de regreso hacia la luz. Había sido su honor. Desde el principio, había sido su honor, el más grande de su inmortal vida. Una vida inmortal que ellos compartirían juntos… de alguna manera. Él no permitiría ninguna otra alternativa. Rowan silenciosamente lo juró a las estrellas. Podría jurar que el Señor del Norte titiló en respuesta.

Capítulo 6 Traducido por Irais Galvez Corregido por Aruasi Sargav

Los vientos invernales frente a las olas ásperas habían enfriado a Chaol Westfall desde el momento en que emergió de sus camarotes de debajo de la cubierta. Incluso con su gruesa capa azul, el frío húmedo se filtró en sus huesos, y ahora, mientras escudriñaba el agua, parecía que la pesada capa de nubes no se rompería pronto. El invierno se empujaba sobre el continente, seguramente, así como las legiones de Morath. El rápido amanecer no había revelado nada, solo los mares turbulentos y los estoicos marineros y soldados que habían mantenido a este barco viajando rápidamente hacia el norte. Detrás de ellos, flanqueando, los seguía la mitad de la flota del Kan. La otra mitad aún permanecía en el sur del continente mientras el resto de la armada del poderoso imperio se unía. Solo se retrasarían unas semanas si el clima se mantenía. Chaol envió una oración sobre el viento helado y salobre para que lo hiciera. Porque a pesar del tamaño de la flota reunida detrás de él, y a pesar de los mil jinetes de ruk que acaban de volar a los cielos desde sus perchas en los barcos para la caza matutina sobre las olas, tal vez no fuera suficiente contra Morath. Y es posible que no llegaran lo suficientemente rápido para que ese ejército haga una diferencia de todos modos. Tres semanas de navegación les habían traído pequeñas noticias del anfitrión que sus amigos habían reunido y supuestamente traído a Terrasen, y se habían alejado lo suficiente de la costa para evitar cualquier barco enemigo, o Wyvern. Pero eso cambiaría hoy. Un delicado y cálido brazo lo rodeó, y una cabeza de cabello marrón dorado se apoyó en su hombro. —Se está congelando aquí —murmuró Yrene, frunciendo el ceño ante las olas azotadas por el viento. Chaol le dio un beso en la cabeza. —El frío construye el carácter. Ella dejó escapar una carcajada, el vapor de su aliento arrancado por el viento. —Dicho como un hombre del norte.

Chaol deslizó su brazo alrededor de sus hombros, metiéndola en su costado. —¿No te estoy manteniendo lo suficientemente caliente estos días, esposa? Yrene se sonrojó y le dio un codazo en las costillas. —Canalla. Más de un mes después, él seguía maravillado ante la palabra: esposa. De la mujer a su lado, que había curado su alma fracturada y cansada. Su columna vertebral era secundaria a eso. Había pasado estos largos días en el barco practicando cómo podía luchar, ya fuera a caballo o con un bastón o desde su silla de ruedas, durante los tiempos en que el poder de Yrene se agotaba lo suficiente como para que el vínculo vital entre ellos se estirara y la lesión se hiciera cargo una vez más. Su columna vertebral no había sanado, no de verdad. Nunca lo haría. Había sido el costo de salvar su vida después de que una princesa Valg lo había llevado al umbral de la muerte. Sin embargo, no se sentía como un costo demasiado alto pagado. Nunca había sido una carga, la silla, la lesión. No lo sería ahora. Aunque la otra parte de ese trato con la diosa que había guiado a Yrene durante toda su vida, que la había llevado a las costas de Antica y ahora la había regresado a su propio continente... esa parte lo asustó muchísimo. Si moría, Yrene también se iría. Para canalizar su poder curativo en él para que pudiera caminar cuando su magia no estaba demasiado agotada, sus vidas se habían entrelazado. Entonces, si él cayera en batalla contra las legiones de Morath... No sería solo su propia vida la que se perdiera. —Estás pensando muy duro. Yrene frunció el ceño. —¿Qué es? Chaol levantó la barbilla hacia el barco que navegaba más próximo al suyo. En su popa, dos ruks, uno dorado y otro marrón rojizo, estaban atentos. Ambos ya estaban ensillados, aunque no había señales de los jinetes de Kadara o Salkhi. —No puedo decir si estás viendo mal a los ruks o al hecho de que Nesryn y Sartaq son lo suficientemente inteligentes como para permanecer en la cama en una mañana como esta. Como nosotros deberíamos hacer, sus ojos de color marrón dorado agregaron cortantemente.

Fue el turno de Chaol de empujarla con un codo. —Tú eres la que me despertó esta mañana, sabes. Le dio un beso en la altura de su columna en su cuello, un recordatorio preciso de cómo, exactamente, Yrene lo había despertado. Y lo que habían pasado haciendo una buena hora al cerca del amanecer. Solo la cálida seda de su piel contra sus labios era suficiente para calentar sus huesos fríos. —Podemos volver a la cama, si quieres —murmuró. Yrene dejó escapar un sonido suave y sin aliento que tenía a sus manos doliendo para vagar a lo largo de su cuerpo envuelto. Incluso con el tiempo presionándolos, apurándolos hacia el norte, a él le había encantado aprender todos sus sonidos, le encantaba inducirlos. Pero Chaol apartó su cabeza de la curva de su cuello para hacer un gesto de nuevo a los ruks. —Se dirigen a una misión de exploración pronto. Apostaría a que Nesryn y el recién coronado heredero del Kan se estaban abrochando armas y capas. —Navegamos lo suficientemente al norte como para que necesitemos información sobre dónde amarrar. Para que pudieran decidir dónde, exactamente, atracar la armada y marchar hacia el interior lo más rápido posible. Si Rifthold todavía estaba en manos de Erawan y las legiones de las dientes de hierro, entonces navegar con la armada hasta el Avery y marchar hacia el norte a Terrasen sería imprudente. Pero el rey Valg podría muy bien tener fuerzas esperando en cualquier punto adelante. Por no hablar de la flota de la reina Maeve, que se había desvanecido después de su batalla con Aelin y, afortunadamente, permanecido desaparecida. Según los cálculos de su capitán, solo estaban cerca de la frontera que Fenharrow compartía con Adarlan. Así que tenían que decidir a dónde, exactamente, estaban navegando. Lo más rápido posible. Ya habían perdido tiempo precioso bordeando las Islas Muertas, a pesar de la noticia de que, una vez más, pertenecían al Capitán Rolfe. Es probable que la noticia ya haya llegado a Morath sobre su viaje, pero no había necesidad de proclamar su ubicación exacta. Pero su secretismo les había costado: no había tenido noticias sobre la ubicación

de Dorian. Ni un susurro sobre si se había ido al norte con Aelin y la flota que había reunido en varios reinos. Chaol solo podía rezar que Dorian lo hubiera hecho, y que su rey permaneciera a salvo. Yrene estudió a los dos ruks en el barco cercano. —¿Cuántos exploradores van? —Solo ellos. Los ojos de Yrene se encendieron con preocupación. —Es más fácil para números pequeños permanecer ocultos —Chaol señaló al cielo. —La cubertura de nubes de hoy también lo hace ideal para la exploración. Cuando la preocupación en su rostro no disminuyó, agregó: —Tendremos que luchar en esta guerra en algún momento, Yrene. ¿Cuántas vidas reclamaba Erawan por cada día que se retrasaban? —Lo sé. Ella apretó el medallón de plata en su cuello. Se lo había dado a ella, un grabador experto había tallado las montañas y los mares en la superficie. En el interior, todavía llevaba la nota que Aelin Galathynius le había dejado hacía años, cuando su esposa trabajaba como camarera en un puerto remoto, y la reina vivía como asesina con otro nombre. —Solo... sé que es una tontería, pero de alguna manera no pensé que nos afectaría tan rápido. Apenas llamaría rápido a estas semanas en el mar, pero entendía lo que ella quería decir. —Estos últimos días serán los más largos hasta ahora. Yrene se acurrucó en su costado, su brazo le rodeó la cintura. —Necesito comprobar en los suministros. Haré que Borte me lleve al barco de Hasar. Arcas, el feroz montura del jinete ruk, todavía cabeceaba donde dormía en la popa. —Puede que tengas que esperar un rato para eso. De hecho, ambos aprendieron estas semanas a no molestar ni al ruk ni al jinete mientras dormían. Los dioses los ayudaran si Borte y Aelin se conocen. Yrene sonrió y levantó las manos para ahuecar su rostro. Sus ojos claros escanearon los suyos. —Te amo —dijo en voz baja.

Chaol bajó la frente hasta que descansó contra la de ella. —Dime eso cuando estemos hasta la altura de la rodilla en el lodo congelado, ¿lo harás? Ella resopló, pero no hizo ningún movimiento para alejarse. Tampoco él. De ceja a ceja y de alma a alma, se quedaron parados en medio del viento amargo y las olas, y esperaron a ver qué podían descubrir los ruks.

I Ella había olvidado lo frío que era en el norte. Incluso mientras vivía entre los jinetes de ruk en las montañas Tavan, Nesryn Faliq nunca había estado tan congelada. Y el invierno no había descendido del todo. Sin embargo, Salkhi no mostró ningún indicio de que el frío lo afectara mientras se lanzaban sobre las nubes y el mar. Pero eso también podría deberse a que Kadara voló a su lado, el escuadrón dorado se debilitó con el viento amargo. Un punto débil: su ruk había desarrollado un punto débil y una admiración por la montura de Sartaq. Aunque Nesryn supuso que se podría decir lo mismo sobre ella y el jinete del ruk. Nesryn apartó los ojos de las turbulentas nubes grises y miró al jinete a su izquierda. Su pelo rapado había crecido, apenas. Justo lo suficiente como para ser trenzado contra el viento. Al sentir su atención, el Heredero del kanato señaló: ¿Todo está bien? Nesryn se sonrojó a pesar del frío, pero le devolvió la señal, sus dedos entumecidos torpes sobre los símbolos. Todo claro. Una colegiala sonrojada. Eso es en lo que se había convertido cerca del príncipe, sin importar el hecho de que habían estado compartiendo una cama estas semanas, o lo que él le había prometido para su futuro. Gobernar a su lado. Como la futura emperatriz del Kanato. Era absurdo, por supuesto. La idea de ella vestida como la madre de él, con esas amplias túnicas y grandes tocados... No, se adaptaba mejor a los cueros de rukhin, al peso del acero, no a las joyas. Se lo había dicho a Sartaq. Muchas veces. Él se había reído de ella. Había dicho que podía caminar desnuda por el palacio si lo deseaba. Lo que ella usara o no usara no le molestaría en lo más mínimo.

No obstante seguía siendo una noción ridícula. Una que el príncipe parecía pensar era el único rumbo para su futuro. Había apostado su corona, le había dicho a su padre que si ser príncipe significaba no estar con ella, entonces se alejaría del trono. El Kan le había ofrecido el título de Heredero en su lugar, Antes de que se fueran, sus hermanos no parecían enojados por eso, aunque habían pasado toda su vida compitiendo por ser coronados como el heredero de su padre. Incluso Hasar, que navegó con ellos, se había abstenido de sus comentarios habituales y afilados. Incluso si Kashin, Arghun o Duva, todos todavía en Antica, con Kashin prometieron navegar con el resto de las fuerzas de su padre, habían cambiado de opinión acerca de la cita de Sartaq, Nesryn no lo sabía. Un aleteo de actividad a su derecha hizo que Salkhi se dirigiera hacia ello. Falkan Ennar, cambiaformas y comerciante convertido en espía rukhin, había tomado forma de halcón esta mañana y había manejado la extraordinaria velocidad de la criatura para volar. Debió haber visto algo, porque ahora los aguardaba y pasaba por delante de ellos, y luego volvía a adentrarse en el interior. Síganme, parecía decir. Navegar a Terrasen aún era una opción, dependiendo de lo que encontraran hoy en la costa. Si Lysandra podría estar allí, si aún podría estar viva, esa era otra cuestión enteramente. Falkan había jurado que su fortuna, sus propiedades, serían su herencia mucho antes de que supiera que había sobrevivido a la infancia o recibido los dones de su familia. Una extraña familia de los Desiertos, que se había extendido por todo el continente, su hermano terminó en Adarlan el tiempo suficiente para engendrar a Lysandra y abandonar a la madre de esta. Sin embargo Falkan no había hablado de esos deseos desde que habían dejado las Montañas Tavan, y en cambio se había dedicado a ayudar de cualquier manera que pudiera: explorar, más que nada. Aunque pronto llegaría un momento en que necesitarían su ayuda adicional, como lo habían hecho contra los kharankui en los páramos de Dagul. Quizás tan vital como el ejército que habían traído con ellos era la información que habían recogido allí. Que Maeve no era una Reina Fae, sino una impostora Valg. Una antigua reina Valg, que se había infiltrado en Doranelle en los albores del tiempo, atacado las mentes de las dos reinas y convencido de que tenían una hermana mayor. Tal vez el conocimiento no traería nada en esta guerra. Pero podría cambiarlo de

alguna manera. Para saber que otro enemigo acechaba a sus espaldas. Y que Maeve había huido a Erilea para escapar del rey Valg con quien se había casado, hermano de otros dos, quienes a su vez había separado las llaves de Wyrd de la puerta y atravesaron mundos para encontrarla. Que los tres reyes Valg habían irrumpido en este mundo solo para detenerse aquí, sin saber que su presa ahora acechaba en un trono en Doranelle, había sido un extraño giro del destino. Solo Erawan se quedó aquí de esos tres reyes, hermano de Orcus, el esposo de Maeve. ¿Qué pagaría él para saber quién era ella realmente? Era una pregunta, tal vez, para que otros reflexionaran. Para considerar cómo manejar. Falkan cayó en una inmersión en picado a través de la cubierta de nubes y Nesryn lo siguió. El aire frío y brumoso la asaltó, pero Nesryn se inclinó hacia el descenso, mientras Salkhi seguía a Falkan sin una orden. Por un minuto, solo las nubes pasaron, y luego... Los acantilados blancos se alzaban de las olas grises, y más allá de ellos pastos secos se extendían en las últimas llanuras del norte de Fenharrow. Falkan se dirigió hacia la orilla, comprobando su velocidad para no perderlos. Kadara siguió su ritmo fácilmente y volaron en silencio mientras la costa se hacía más clara. Los pastos en las llanuras no estaban secos por el invierno. Habían sido quemados. Y los árboles, desprovistos de hojas, eran poco más que cáscaras. En el horizonte, penachos de humo manchaban el cielo de invierno. Demasiados y demasiado grandes para ser agricultores que queman el último de los cultivos para fertilizar el suelo. Nesryn hizo una señal a Sartaq, mirare más de cerca. El príncipe le devolvió la señal, pasa rozando las nubes, pero no te pongas debajo de ellas. Nesryn asintió, y ella y su ruk desaparecieron en la delgada capa inferior de las nubes. A través de brechas ocasionales, vistazos de la tierra carbonizada destellaban debajo. Pueblos y granjas: desaparecidos. Como si una fuerza hubiera barrido desde el mar y arrasara todo a su paso. Pero no había habido ninguna armada acampada en la orilla. No, este ejército había estado a pie. Manteniéndose justo dentro del velo de las nubes, Nesryn y Sartaq cruzaron la tierra.

Su corazón latía con fuerza, cada vez más rápido, con cada unión de paisaje escarchado y estéril que cubrían. No había signos de un ejército contrario o batallas en curso. Lo habían quemado para su propio disfrute enfermo. Nesryn marcó la tierra, las características que podía distinguir. De hecho, apenas habían cruzado las fronteras de Fenharrow, Adarlan se extendía hacia el norte. Aunque tierra adentro, cada vez más cerca con cada unión, un ejército marchó. Se extendía por millas y millas, negro y retorcido. El poder de Morath. O una fracción terrible de ella, enviada para infundir terror y destrucción antes de la ola final. Sartaq señaló: Una banda de soldados abajo. Nesryn miró por encima del ala de Salkhi, la despiadada caída, y vio a un pequeño grupo de soldados con una armadura oscura que se movía a través de los árboles, una rama de la gran masa que estaba muy por delante. Como si hubieran sido enviados para cazar a los supervivientes. La mandíbula de Nesryn se apretó, y ella le hizo una señal al príncipe, Vámonos. No a los barcos. Sino hacia los seis soldados, comenzando el largo viaje de regreso a su anfitrión. Nesryn y Salkhi cayeron en picado por el cielo, Sartaq un borrón a su izquierda. La banda de soldados no tuvo la oportunidad de gritar antes de que Nesryn y Sartaq estuvieran sobre ellos.

I Lady Yrene Westfall, antes Yrene Towers, había contado los suministros unas seis veces. Cada barco estaba lleno de ellos, pero el barco de la princesa Hasar, la escolta personal de la Sanadora en Mando, tenía la mezcla más vital de tónicos y pomadas. Muchos habían sido elaborados antes de partir desde Antica, sin embargo Yrene y los otros curanderos que habían acompañado al ejército pasaron largas horas preparándolos lo mejor que pudieron a bordo. En la tenue empuñadura, Yrene apoyó los pies contra el balanceo de las olas y cerró la tapa de la caja de tarros de salve, anotando el número en el pedazo de papel que había traído consigo. —El mismo número que hace dos días —una vieja voz chasqueaba desde las escaleras.

Hafiza, la Sanadora en Mando, se sentó en los escalones de madera, con las manos apoyadas sobre la pesada falda de lana que cubría sus rodillas delgadas. —¿Qué te preocupa que les pase, Yrene? Yrene movió su trenza por encima de un hombro. —Quería asegurarme de que había contado bien. —Otra vez. Yrene se guardó el trozo de pergamino en el bolsillo y recogió su capa arrugada de piel desde donde la había arrojado sobre una caja. —Cuando estamos en el campo de batalla, mantener un inventario de nuestros suministros... —Será vital, sí, pero también imposible. Cuando estemos en el campo de batalla, chica, tendrás suerte si puedes encontrar una de estas latas en medio del caos. —Eso es lo que estoy tratando de evitar. La Sanadora en Mando le ofreció un suspiro comprensivo. —La gente morirá, Yrene. De maneras horribles y dolorosas, morirán, e incluso tú y yo no podremos salvarlos. Yrene tragó. —Lo sé. Si no se apuraban, si no tocaban tierra pronto y descubrían a dónde marcharía el ejército del Kan, ¿cuántos más perecerían? La mirada de complicidad de la vieja mujer no se desvaneció. Siempre, desde el primer momento en que Yrene había puesto los ojos en Hafiza, había emanado esta calma, esta tranquilidad. El pensamiento de la Sanadora en Mando en esos sangrientos campos de batalla hizo que el estómago de Yrene se revolviera. Incluso si este tipo de cosas era precisamente por lo que habían venido, por lo que se entrenaron en primer lugar. Pero eso fue sin el asunto de los Valg, ocultándose en huéspedes humanos como parásitos. Valg quienes las matarían de inmediato si supieran lo que las curanderas planeaban hacer. Lo que Yrene planeaba hacerle a cualquier Valg que se cruzara en su camino. —Los bálsamos están hechos, Yrene. Hafiza gimió cuando se levantó de su posición en los escalones y ajustó las solapas de su gruesa chaqueta de lana, cortada y bordada al estilo de los jinetes de Darghan. Un regalo de la última visita que la Sanadora en Mando había hecho a las estepas,

cuando ella había llevado a Yrene con ella. —Están contados. No hay más suministros para hacerlos, no hasta que lleguemos a la tierra y podamos ver qué se puede usar allí. Yrene apretó su capa contra su pecho. —Necesito estar haciendo algo. La Sanadora en Mando dio unas palmaditas en la barandilla. —Lo harás, Yrene. Muy pronto, lo harás. Hafiza subió las escaleras con eso, dejando a Yrene en la bodega en medio de las pilas de cajas. Ella no le dijo a la Sanadora en Mando que no estaba completamente segura de cuánto tiempo más sería una ayuda, todavía no. No le había susurrado ni una palabra de esa duda a nadie, ni siquiera a Chaol. La mano de Yrene se deslizó sobre su abdomen y se demoró.

Capítulo 7 Traducido por Irais Galvez Corregido por Aruasi Sargav

Morath. La última llave estaba en Morath. El conocimiento se cernió sobre Dorian durante la noche, impidiéndole dormir. Cuando se quedó dormido, se despertó con una mano en el cuello, agarrando un collar que no estaba allí. Tenía que encontrar algún camino por recorrer. Alguna forma de alcanzarlo. Ya que Manon sin duda no estaría dispuesto a llevarlo. Incluso si ella hubiera sido la que había sugerido que él podría tomar el lugar de Aelin para forjar la cerradura. Las Trece apenas habían escapado de Morath, no tenían prisa por regresar. No cuando su tarea de encontrar a los Crochans se había vuelto tan vital. No cuando Erawan podría sentir muy bien su llegada antes de que se acercaran a la fortaleza. Gavin había afirmado que el camino lo encontraría aquí, en este campamento. Aunque encontrar una manera de convencer a las Trece de permanecer, cuando el instinto y la urgencia las obligaba a seguir adelante... eso podría resultar una tarea tan imposible como obtener la tercera llave de Wyrd. Su campamento se agitó en la luz gris del amanecer, y Dorian se dio por vencida con el sueño. Al levantarse, encontró la bolsa de dormir de Manon empacada y la bruja misma de pie junto a Asterin y Sorrel junto a sus monturas. Era ese trío al que tendría que convencer para quedarse, de alguna manera. Ya esperando cerca de la boca del paso, los otros wyverns se movieron mientras se preparaban para el vuelo insoportablemente frío. Otro día, otra búsqueda de un clan de brujas que no tenían deseos de ser encontradas. Y probablemente tendrían pocas ganas de unirse a esta guerra. —Salimos en cinco minutos lLa voz rocosa de Sorrel se extendió por todo el campamento. Convencer tendría que esperar, entonces. Habría que retrasar. En menos de tres minutos, el fuego estaba apagado y las armas fueron colocadas, atadas a las sillas de montar y las necesidades observadas antes del largo día de vuelo. Amarrándose a Damaris, Dorian apuntó a Manon, la bruja que estaba de pie con esa quietud sobrenatural. Hermosa, incluso aquí en la maldita nieve, una peluda cabra

sobre sus hombros. Cuando se acercó, sus ojos se encontraron con los de él en un destello de oro quemado. Asterin le dio una sonrisa maliciosa. —Buenos días, Majestad. Dorian inclinó la cabeza. —¿A dónde estamos andando hoy? Sabía que las palabras casuales no alcanzaban del todo con sus ojos. —Justo estábamos debatiendo eso —respondió Sorrel, la cara de la Tercera dura, pero atenta. Detrás de ellos, Vesta juró cuando se desabrochó la hebilla de la silla. Dorian no se atrevió a mirar, para confirmar que las manos invisibles de su magia habían funcionado. —Ya buscamos al norte de aquí —dijo Asterin—. Sigamos dirigiéndonos hacia el sur, lleguemos al final de los Colmillos antes de dar marcha atrás. —Puede que ni siquiera estén en las montañas —respondió Sorrel—. Las hemos cazado en las tierras bajas en décadas pasadas. Manon escuchó con una expresión fresca y tranquila. Como ella hacía cada mañana. Sopesando sus palabras, escuchando el viento que le cantaba. La alforja de Imogen se soltó de su correa. La bruja siseó mientras desmontaba para volver a atarlo. Cuánto tiempo estos pequeños retrasos podrían mantenerlos aquí, no lo sabía. No indefinidamente. —Si abandonamos estas montañas —argumentó Asterin— entonces seremos mucho más fáciles de rastrear en las tierras abiertas. Tanto nuestros enemigos como las Crochans nos verán antes de que las encontremos. —Sera más cálido —refunfuñó Sorrel. —Eyllwe sería endemoniadamente más cálido. Al parecer, incluso las brujas inmortales con acero en sus venas podrían cansarse del frío incesante. Pero ir tan al sur, a Eyllwe, cuando todavía estaban lo suficientemente cerca de Morath... Manon parecía considerar eso también. Sus ojos se hundieron en su chaqueta. A las llaves dentro, como si ella pudiera sentir su susurro pulsante, el deslizar contra su poder. Todo lo que había entre Erawan y su dominio sobre Erilea. Para llevarlas a menos de cien millas de Morath... No, ella nunca lo permitiría. Dorian mantuvo su rostro ligeramente agradable, una mano apoyada en el pomo con

forma de ojo de Damaris. —¿Este campamento no tiene pistas sobre a dónde fueron? Sabía que no tenían la menor idea. Lo sabía, pero esperó su respuesta de todos modos, tratando de no agarrar el pomo de Damaris demasiado fuerte. — No —dijo Manon con un toque de gruñido. Sin embargo, Damaris no dio respuesta más allá de un débil calor en el metal. No sabía lo que había esperado: un zumbido verificador de poder, una voz de confirmación en su mente. Ciertamente no el susurro nada impresionante de calor. Calor para la verdad; probablemente frío por mentiras. Sin embargo, al menos Gavin había dicho la verdad acerca de la espada. Él no debería haberlo dudado, considerando al dios al cual Gavin todavía honraba. Sosteniendo su mirada con ese implacable y depredador enfoque, Manon dio la orden de moverse. Hacia el norte. Lejos de Morath. Dorian abrió la boca, buscando algo que decir, hacer, para retrasar esta partida. A falta de romper el ala de un wyvern, no había nada... Las brujas se volvieron hacia los wyverns, donde Dorian cabalgaría con una de las centinelas para la siguiente etapa de esta caza sin fin. Pero Abraxos rugió, lanzándose a Manon con un chasquido de dientes. Cuando Manon se giró, la magia de Dorian se disparó, ya azotando al enemigo invisible. Un poderoso oso blanco se había levantado de la nieve detrás de ella. Con los dientes destellando, bajó su enorme pata. Manon se agachó, rodando hacia un lado, y Dorian lanzó una pared de su magia: el viento y el hielo. El oso fue envestido hacia atrás, golpeando la nieve con un golpe helado. Al instante volvió a subir, luchando con Manon. Sólo Manon. Medio pensamiento hizo que Dorian lanzara unas manos invisibles para detener a la bestia. Justo cuando chocó con su magia, rociando nieve, la luz destelló. Conocía esa luz. Una cambia formas. Pero no fue Lysandra quien emergió de la piel perfectamente camuflada del oso. No, lo que salió del oso estaba hecho de pesadillas. Una araña. Una gran araña, estigia, grande como un caballo y negra como la noche. Sus muchos ojos se entrecerraron sobre Manon, con las pinzas haciendo clic,

mientras silbaba: —Blackbeak

I La araña estigia la había encontrado, de alguna manera. Después de todos estos meses, después de las miles de leguas que Manon había recorrido por el cielo, la tierra y el mar, la araña de la que había robado la seda para reforzar las alas de Abraxos la había encontrado. Pero la araña no había anticipado a Las Trece. O el poder del rey de Adarlan. Manon saco su cuchilla de viento mientras Dorian mantenía a la araña en su lugar con su magia, el rey mostraba pequeños signos de tensión. Poderoso, se hacía más poderoso cada día. Las Trece cerraron filas, las armas brillando en el cegador sol y la nieve, los wyverns formando una pared de cueros y garras correosas detrás de ellos. Manon se acercó unos pasos más a esas pinzas retorcidas. —Estás muy lejos de las Ruhnns, hermana. La araña siseó. —No fuiste muy difícil de encontrar, a pesar de eso. —¿Conoces a esta bestia? —Preguntó Asterin, merodeando al lado de Manon. La boca de Manon se curvó en una cruel sonrisa. —Ella donó la ceda de araña para las alas de Abraxos. La araña siseó. —Me robaste la seda y me empujaste a mí y a mis tejedores desde un acantilado... —¿Cómo es que puedes cambiar de forma? Preguntó Dorian, todavía sujetando a la araña en su lugar mientras se acercaba al otro lado de Manon, con una mano agarrando la empuñadura de su antigua espada. —Las leyendas no hacen mención de eso. La curiosidad se iluminó en su rostro. Supuso que la línea blanca a través de su piel dorada en su garganta era una prueba de que él había lidiado con algo mucho peor. Y supuso que cualquier vínculo que existiera entre ellos también era una prueba de que tenía poco miedo al dolor o a la muerte.

Un buen rasgo para una bruja, sí. ¿Pero en un mortal? Probablemente terminaría matándolo. Quizás no fuera la falta de miedo, sino la falta de... de cualquier cosa que los mortales consideren vital para sus almas. Arrancado de él por su padre. Y ese demonio Valg. La araña ardía de furia. —Tomó dos décadas de la vida de un joven comerciante a cambio de mi seda. El don de su cambio fluyó a través de su fuerza vital, al menos parte de ella. Todos esos ojos se entrecerraron en Manon. —Él pagó el precio voluntariamente. —Mátala y termina con esto —murmuró Asterin. La araña retrocedió tanto como lo permitía la correa invisible del rey. —No tenía idea de que nuestras hermanas se habían vuelto tan cobardes, si ahora requieren magia para ensartarnos como cerdos. Manon levantó a la cambia formas, contemplando dónde, entre los muchos ojos de la araña, hundir la hoja. —¿Veremos si gritas como una cuando lo haga? —Cobarde —escupió la araña—. Libérame, y terminaremos esto de la manera antigua. Manon lo debatió. Luego se encogió de hombros. —Voy a hacer esto indoloro. Considera esa mi deuda a ti. Tomando aire, Manon se preparó para el golpe... —Espera. La araña respiró la palabra. —Espera. —De insultos a súplicas —murmuró Asterin. —¿Quién no tiene valor ahora? La araña ignoró a la Segunda, sus profundos ojos devoraron a Manon, luego a Dorian. —¿Sabes qué se mueve en el sur? ¿Qué horrores se juntan? —Viejas noticias —dijo Vesta, resoplando.

—¿Cómo crees que te encontré? —Preguntó la araña. Manon se quedó inmóvil—. Tantas posesiones abandonadas en Morath. Tú aroma por todos lados. Si la araña los había encontrado aquí tan fácilmente, tenían que moverse. Ahora. La araña siseó: —¿Debo decirte lo que vi a unas cincuenta millas al sur de aquí? ¿A quién vi, Blackbeak? Manon se puso rígida. —Crochans —dijo la araña, luego suspiró profundamente. Ávidamente. Manon parpadeó. Sólo una vez. Las Trece se habían quedado igualmente quietas. Asterin preguntó: —¿Has visto a las Crochans? La enorme cabeza de la araña se balanceó en una inclinación de cabeza antes de que ella suspirara de nuevo. —Las Crochans siempre saben cómo lo que yo imagino que es el vino de verano. A lo que el chocolate, como lo llamas tú, sabría. —¿Dónde? —exigió Manon. La araña nombró la ubicación: vaga y desconocida. —Te mostraré dónde —dijo ella—. Yo te guiaré. —Podría ser una trampa —dijo Sorrel. —No lo es —dijo Dorian, con la mano todavía en la empuñadura de su espada. Manon estudió la claridad de sus ojos, los hombros cuadrados. La cara despiadada, aunque con un ángulo inquisitivo de su cabeza. —Veamos si su información es cierta y decidamos su destino después. Manon soltó un susurro —¿Qué? Las Trece se movieron ante la muerte negada. Dorian levantó la barbilla hacia la araña temblorosa. —No la mates. Aún no. Hay más que podría saber más allá del paradero de las Crochans. La araña siseó:

—No necesito la misericordia de un niño... —Lo que recibes es la misericordia de un rey —dijo Dorian con frialdad—, y sugeriría que te quedes callada el tiempo suficiente para recibirla. Rara vez, tan rara vez Manon escuchaba esa voz de él, ese tono que le enviaba un estremecimiento por su sangre y huesos. La voz de un rey. Pero él no era su rey. Él no era el líder del clan de Las Trece. —La dejamos vivir y nos venderá al mejor postor. Los ojos de zafiro de Dorian se agitaron, la mano en su espada se apretó. Manon se tensó ante esa contemplativa y fría mirada. La insinuación del depredador calculador debajo de la hermosa cara del rey. Solo le dijo a la araña: —Parece que dominaste el cambio de forma en cuestión de meses. Un camino lo encontraría aquí, había dicho Gavin. Un camino hacia Morath. No es un camino físico, no es un curso de viaje, pero esto. El terror profano se mantuvo en silencio por un instante antes de que ella dijera: —Nuestros dones son cosas extrañas y hambrientas. Nos alimentamos no solo de tu vida, sino también de tus poderes, si los posees. Una vez que se liberó la magia, aprendí a manejar las habilidades que el cambia-formas me había transferido. Damaris se calentó en su mano. Verdad. Cada palabra que la araña había dicho era verdad. Y esto... Un camino hacia Morath, como algo completamente distinto. En la piel de otros. Tal vez un esclavo humano, como Elide Lochan. Alguien cuya presencia iría sin llamar la atención. Su poder en bruto se había prestado a cualquier otra forma de magia, capaz de moverse entre la llama y el hielo y la curación. Para cambiar de forma... ¿podría él también aprenderlo? Dorian solo le preguntó a la araña: —¿Tienes un nombre? —Un rey sin su corona pide a una humilde araña su nombre —murmuró ella, sus profundos ojos se posaron en él—. No puedes pronunciarlo en tu lengua, pero puedes llamarme Cyrene. Manon apretó los dientes. —No importa cómo te llamemos, ya que pronto estarás muerta. No obstante Dorian la miró de soslayo.

—Las Montañas Ruhnns son parte de mi reino. Como tal, Cyrene es uno de mis súbditos. Creo que eso me da derecho a decidir si ella vive o muere. —Ambos están a merced de mi aquelarre —gruñó Manon—. Hazte a un lado. Dorian le dio una leve sonrisa. —¿Lo estoy? Un viento más frío que el aire de la montaña llenó el paso. Él podría matarlas a todos. Ya sea sofocando el aire de ellas o rompiendo sus cuellos. Podía matarlas a todas, wyverns incluidos. El conocimiento escarbó otro hueco dentro de él. Otro lugar vacío. ¿Alguna vez le había preocupado a su padre, o a Aelin, soportar tal poder? —Tráela con nosotros, pregúntale más a fondo en el próximo campamento. Manon dijo bruscamente: —¿Planeas traer eso con nosotros? En respuesta, la araña se movió, adoptando la forma de una mujer de cabello oscuro y piel pálida. Pequeña y sin complicaciones, excepto por esos desconcertantes ojos negros. No bonita, pero con un tipo de encanto antiguo y mortal que ni siquiera una nueva piel podría ocultar. Y completamente desnuda. Ella se estremeció, frotándose las manos por los delgados brazos. —¿Será esta forma suficiente para viajar ligera? Manon ignoró a la araña. —¿Y cuando ella se transforme en la noche para destrozarnos? Dorian solo inclinó su cabeza, con el hielo bailando en sus dedos. —Ella no lo hará. Cyrene aspiró en un suspiro. —Un raro don mágico. Su mirada se volvió voraz cuando miró a Dorian. —Para un rey raro. Dorian solo frunció el ceño con disgusto. Manon miró a Asterin. Los ojos de su Segunda desconfiaban, su boca era una línea tensa. Sorrel, unos pocos pies atrás, fulminó con la mirada a la araña, sin embargo su mano había caído de su espada. Las Trece, en alguna señal tácita, se alejaron hacia sus wyverns. Solo Cyrene los

observaba, esos ojos horribles y sin alma parpadeaban de vez en cuando, sus dientes comenzaron a chasquear. Manon inclinó la cabeza hacia él. —Estás... diferente hoy. Se encogió de hombros. —Si quieres a alguien que caliente tu cama y se acobarde con cada una de tus palabras y obedezca todas tus órdenes, busca en otra parte. Su mirada se desvió hacia la banda pálida alrededor de su garganta. —Todavía no estoy convencida, príncipe —dijo entre dientes—, de que no debería solo matarla. —¿Y qué tomaría, bruja, para convencerte? No se molestó en ocultar la promesa sensual en sus palabras, ni su filo. Un músculo parpadeó en la mandíbula de Manon. Cosas de leyendas, eso es lo que lo rodeaba. Las brujas, la araña... También podría haber sido un personaje de uno de los libros que le prestó a Aelin el otoño pasado. Aunque ninguno de ellos había soportado un vacío tan grande en su interior. Frunciendo el ceño a sus pies descalzos en la nieve, las manos de Cyrene se contrajeron a sus lados, un eco de las pinzas que había llevado momentos antes. Dorian intentó no estremecerse. Suicidio para infiltrarse en Morath, una vez que supo lo que necesitaba de esta cosa. El peso de la mirada de Manon volvió a caer sobre él, y Dorian no se resistió. No rechazó las palabras de Manon cuando dijo: —Si encuentras tan poco valor en tu existencia que te obliga a confiar en esta cosa, entonces, por todos los medios, llévala. Un desafío no mirar hacia Morath o a la araña, más hacia adentro. Ella vio exactamente lo que roía en su pecho vacío, aunque solo fuera porque una bestia similar roía en el suyo. —Suficientemente pronto sabremos si ella dice de verdad sobre las Crochans. La araña lo había hecho. Damaris se había calentado en su mano cuando Cyrene había hablado. Y cuando encontraran a las Crochans, cuando las Trece estuvieran distraídas, también aprendería lo que necesitaba de la araña. Manon se volvió hacia Las Trece, las brujas temblando de impaciencia.

—Ahora volamos. Podemos alcanzar a las Crochans al anochecer. —¿Y luego qué? —Preguntó Asterin. La única de ellas que tenía permiso para hacerlo. Manon buscó a Abraxos y Dorian la siguió, lanzándole a Cyrene una capa de repuesto mientras su magia la arrastraba con él. —Y luego hacemos nuestra movida —aseguró Manon. Y por una vez, no se encontró con la mirada de nadie. No hizo nada más que mirar hacia el sur. La bruja también guardaba secretos. ¿Pero eran los suyos tan terribles como los de él?

Capítulo 8 Traducido por Selkmanam Corregido por Aruasi Sargav

La oscuridad recibió a Aelin mientras tomaba conciencia. Estrecha y contenida oscuridad. Solo un pequeño movimiento de sus codos era suficiente para incrustarlos en los lados de la caja, cadenas reverberando a través del pequeño espacio. Sus pies descalzos podían rozar el fondo si los retorcía un poco. Ella levantó sus manos atadas a la sólida pared de hierro pocos centímetros por sobre su cara. Trazó los espirales y soles en relieve sobre su superficie. Incluso en el interior Maeve había ordenado que fueran grabados. Para que Aelin nunca pudiera olvidar que esta caja había sido hecha para ella, mucho antes que naciera. Pero al menos eran sus propios dedos rozando el frío y duro metal. Le habían quitado los guanteletes de hierro. U olvidado ponérselos de vuelta después de lo que él había hecho. La forma en que él los sostuvo sobre el brasero hasta que el metal estuvo al rojo vivo alrededor de sus manos y ella gritaba y gritaba… Aelin presionó sus palmas contra la tapa metálica y empujó. El brazo destrozado y los fragmentos de hueso sobresaliendo de su piel habían desaparecido. O nunca habían estado. Aunque se había sentido real. Más incluso que las otras memorias que presionaban, demandando que las reconociera. Que las aceptara. Aelin empujó sus palmas contra el hierro, músculos tensionándose. Ni siquiera se movió. Ella intentó otra vez. Que ella tuviera fuerzas para hacerlo era gracias a los otros servicios que los sanadores de Maeve proveían: evitar que sus músculos se atrofiaran mientras estuviera allí. Un ligero quejido resonó en la caja. Una advertencia. Aelin bajó sus manos justo cuando el cerrojo chirrío y la puerta crujía a punto de abrirse. Los pasos de Cairn eran más rápidos esta vez. Urgentes.

—Haz tus necesidades en el salón y espera en esta puerta —le espetó a Fenrys. Aelin se preparó mientras esos pasos se acercaban. Un gruñido y luz cegadora entraron en la caja. Ella parpadeó, pero se mantuvo quieta. Ellos habían anclado sus cadenas al mismo cajón. Ella lo aprendió por las malas. Cairn no dijo nada mientras desanclaba sus cadenas de su pilar. Era la etapa más peligrosa para él, justo antes de moverla a los anclajes del altar. Incluso con sus pies y manos atadas no se arriesgaba. Tampoco hoy, a pesar de no molestarse con los guanteletes. Tal vez se hubieran fundido sobre el brasero, junto con su piel. Cairn la irguió de un tirón mientras media docena de guardias silenciosamente aparecieron en la entrada. Sus caras no mostraron horror por lo que le habían hecho a ella. Ella había visto a estos Faes antes. En un ensangrentado pedazo de playa. —Varik —Dijo Cairn y uno de los guardias dio un paso al frente, Fenrys se colocó a su lado en la puerta, tan alto como un pony. La espada de Varik descansaba sobre la garganta de Fenrys. Cairn agarró sus cadenas, tirándola hacia su pecho mientras caminaba hacia los guardias y el lobo. —Tú te mueves y él muere. Aelin no le dijo que ella no estaba del todo segura que tuviera la fuerza de intentar algo, menos correr. La pesadez se instaló en ella. Ella no luchó contra el saco negro sobre su cabeza mientras pasaban por la puerta abovedada. No peleó mientras caminaban por el pasillo, aunque ella contó los pasos y las vueltas. No le importaba si Cairn era lo suficientemente inteligente para añadir unos giros extras para desorientarla. Ella los contó de todas formas. Escuchó el rugido del río, creciendo en volumen con cada giro, la niebla elevándose enfriando su piel expuesta y humedeciendo las piedras debajo de sus pies. Luego aire fresco. Ella no lo podía ver, pero rozaba su piel con dedos invisibles y húmedos, susurrando sobre el mundo abierto más allá. Corre. Ahora. Las palabras eran un distante murmullo.

Ella no tenía dudas que la espada del guardia seguía en la garganta de Fenrys. Que ésta podría derramar sangre. La orden de restricción de Maeve ligaba a Fenrys muy bien junto con ese extraño don suyo de saltar en cortas distancias, como si se moviera de una habitación a otra. Hace tiempo que ella había perdido esperanza de que Fenrys encontrara alguna forma de usarlo, de llevarlos lejos de allí. Ella dudaba que el milagrosamente reclamara esa habilidad si la espada del guardia atacara. Pero incluso si ella escuchara esa voz, si corriera ¿El costo de su vida valía la de ella? —Lo estás debatiendo, ¿cierto? Cairn siseó en su oreja. Ella podía sentir su sonrisa, incluso con el saco cegándola. —Si la vida del lobo es un precio justo para escapar. Una risa cómplice. —Inténtalo. Veamos qué tan lejos llegas. Aún nos quedan algunos minutos de caminata. Ella lo ignoró. Ignoró también la voz susurrándole corre, corre, corre. Paso tras paso, ellos caminaron. Sus piernas temblaban con el esfuerzo. Ellas le dijeron que tan lejos ella había estado allí. Por cuánto tiempo no había podido moverse apropiadamente, incluso con los cuidados de los sanadores para mantener sus músculos sanos. Cairn la llevó a través de una escalera ventosa que la obligaron a jadear, la niebla desvaneciéndose al frío aire nocturno. Un aroma dulce. Flores. Las flores aún existían. En este mundo, este infierno, floreciendo en algún lugar. El agua debajo se desvanecía detrás de ellos en un reconfortante torrente embotado, siendo pronto reemplazado por un goteo alegre más adelante. Manantiales. Fríos, lisos azulejos mordiendo sus pies y a través de la capucha se ve un fuego parpadeante que proyecta rayos dorados. Linternas. El aire se tornó denso e inmóvil. Un patio, quizás. Un rayo pulsó a través de sus muslos y pantorrillas, alertándola de parar para descansar. Luego el aire fresco volvió a moverse a su alrededor, el agua nuevamente rugiendo. Cairn paró, tirando de ella hacia su imponente cuerpo, sus múltiples armas presionando contra sus cadenas, su piel. Las ropas de los otros guardias crujían mientras paraban también. Las garras de Fenrys chasquearon en la piedra, el sonido sin duda

indicando que estaba cerca. Ella comprendió porque el sintió la necesidad de hacer eso mientras una voz femenina que era vieja y joven, divertida y sin alma ronroneó. —Quítale la capucha, Cairn. Se la quitaron y Aelin necesitó solo algunos parpadeos para captarlo todo. Ella había estado aquí antes. Había estado en esta amplia terraza con vistas a un poderoso río y cascadas, había caminado a través de la antigua ciudad de piedra que ella sabía que se alzaba a sus espaldas. Había estado en este preciso lugar, frente a la reina de pelo oscuro descansando en un trono de piedra encima del estrado, niebla envolviéndola, un búho blanco posado en el respaldo de su asiento. Sólo un lobo tumbado a sus pies esta vez. Negro como la noche, negro como los ojos de la reina fijos en Aelin, entrecerrados con placer. Maeve parecía satisfecha con dejar mirar a Aelin. El vestido púrpura intenso de Maeve brillaba como la bruma detrás de ella, su larga cola cubría los pocos escalones del estrado. Derramándose hacia… Aelin contempló qué brillaba en la base de los escalones y se quedó inmóvil. Los labios rojos de Maeve se curvaron en una sonrisa mientras agitaba su blanca mano. — Si lo deseas, Cairn. El Fae no dudó en arrastrar a Aelin sobre lo que preparado en el suelo. Cristal destrozado, apilado y organizado en un pulcro círculo. Él se detuvo justo fuera, el primero de los afilados trozos sólo a un par de centímetros de los pies descalzos de Aelin. Maeve se movió hacia el lobo negro a sus pies y éste se levantó, recolectando algo desde el amplio brazo del trono antes de trotar hacia Cairn. —Pienso que tu rango debería al menos ser reconocido —dijo Maeve, con su siempre presente sonrisa de araña mientras Aelin contemplaba lo que el lobo le ofrecía al guardia a un lado de Cairn. —Ponlo sobre ella. La reina ordenó.

Una corona, antigua y resplandeciente, brilló en las manos del guardia. Forjada en plata y perlas. Diseñada en alas alzadas que se encuentran en su puntiagudo centro, rodeado con astillas de diamantes, resplandece como si los rayos de la luna hubieran sido capturados dentro mientras el guardia la colocaba en la cabeza de Aelin. Un terrible, sorpresivo peso, el frío metal incrustándose en su cuero cabelludo. Mucho más pesada de lo que aparentaba, como su tuviera un núcleo de hierro sólido. Otro tipo de cadenas. Siempre fue así. Aelin contuvo las ganas de retroceder, de quitarse la corona de la cabeza. —La corona de Mab —dijo Maeve—. Tu corona, por derecho de sangre y nacimiento. Su verdadera Heredera. Aelin ignoró sus palabras. Su mirada fija en el círculo de fragmentos de cristal. —Oh, eso —dijo Maeve. Notando el objetivo de su mirada—. Yo creo que conoces como irá esto, Aelin del Fuego Salvaje. Aelin no dijo nada. Maeve dio un asentimiento. Cairn la empujó hacia adelante, justo sobre los cristales. Sus pies descalzos fueron rebanados, piel nueva chirriando mientras se destrozaba. Ella inhaló bruscamente a través de sus dientes, ahogando un grito mientras Cairn la presionaba para arrodillarse. El aliento se le escapó al impactar el suelo. A cada fragmento que se abrió paso profundamente en sus rodillas. Respirar… respirar es la clave, es vital. Ella se concentró fuera de su mente, inhalando y exhalando. Una ola retrayéndose de la costa, luego retornando. Sangre caliente se acumuló alrededor de sus rodillas, sus pantorrillas y tobillos, el olor metálico de su sangre ascendiendo para mezclarse en la brisa. Su respiración se volvió áspera y su cuerpo comenzó a temblar mientras un grito surgía dentro de ella. Ella mordió sus labios, caninos perforando la piel. Ella no gritaría. Aún no. Respira, respira. El sabor de su sangre cubrió su boca mientras mordía aún más fuerte.

—Una pena que no tengamos audiencia para presenciar esto —dijo Maeve, su voz lejana y aun así muy cerca—. Aelin del Fuego Salvaje, llevando su apropiada corona de Reina Fae al fin. Arrodillándose a mis pies. Un temblor se esparció a través de Aelin, moviendo su cuerpo lo suficiente para que el cristal encontrara nuevos ángulos, nuevas entradas. Ella se movió un poco más, retrocediendo. Cada respiración arrastrándola hacia el mar, un lugar donde palabras y sentimientos y dolor se convierten en una costa distante. Maeve chasqueó sus dedos. — Fenrys. Un lobo se movió y se sentó junto al trono. Pero no antes de mirar al lobo negro. Solo un giro de cabeza. El lobo negro devolvió la mirada templada y fría. Eso fue suficiente para Maeve. —Connall, quizás podrías contarle finalmente a tu gemelo lo que quieres decir. Un flash de luz. Aelin inhaló a través de su nariz, exhaló por la boca, una vez y otra. Apenas notó el hermoso Fae de cabello oscuro que ahora se encontraba en el lugar del lobo. Piel bronceada como su gemelo, pero sin el salvajismo, sin el travieso brillo de su cara. Él vestía ropas de guerrero de varias capas, negro en contraste con gris usado por Fenrys, dagas gemelas colgando a sus costados. El lobo blanco miró a su gemelo, fijado en su posición por la conexión invisible. —Habla con libertad, Connall —dijo Maeve con una tenue sonrisa. La lechuza posada en el respaldo del trono miraba con solemnes ojos y sin parpadear—. Deja que tu hermano sepa que esas palabras son tuyas y no por mi orden. Una bota tocó la columna de Aelin, un ligero empujón hacia adelante. Sobre el cristal. Ninguna respiración podría haberla llevado lo suficientemente lejos para ahogar el quejido sordo. Ella lo odiaba… odiaba ese sonido, tanto como odiaba a la reina frente a ella y al sádico a su espalda. Más aun así salió, apenas audible por sobre el clamor de la cascada. Los ojos de Fenrys se dispararon hacia ella. Él parpadeó cuatro veces. Ella no pudo parpadear devuelta. Sus dedos se encrespaban y estiraban en su regazo. —Tú te causaste esto —le dijo Connall a Fenrys, atrayendo la atención de su hermano

otra vez, su voz tan gélida como la de Maeve—. Tu arrogancia, tu imprudencia descontrolada… ¿Era esto lo que tú querías? Fenrys no respondió. —No me dejarías tener esto… tener nada de esto para mí. Tú tomaste el juramento de sangre no para servir a tu reina, sino para que no pudiera superarte ni una vez en tu vida. Fenrys mostró sus dientes, aunque algo parecido a dolor oscurecía su mirada. Otra ola ardiente atravesó sus rodillas, a través de sus muslos. Aelin cerró sus ojos y trató de resistir. Ella soportaría esto, lo podría superar. Su gente había sufrido por diez años. Probablemente estarían sufriendo ahora. Por su bien, ella superaría esto. Lo abrazaría. Lo sobreviviría. La voz de Connall retumbó en ella. —Eres una desgracia para nuestra familia. Nuestro reino. Te vendiste a una reina extranjera ¿Y por qué? Te rogué que te controlaras cuando te enviaron a cazar a Lorcan. Te rogué que fueras listo. Bien podrías haberme escupido en la cara. Fenrys gruñó, y el sonido debió haber sido un lenguaje secreto entre ellos, porque Connall resopló. —¿Irme? ¿Por qué yo me querría ir? ¿Y por qué? ¿Por eso? —Incluso con sus ojos cerrados Aelin supo que le apuntaba a ella—. No Fenrys. No me iré. Y tú tampoco. Un quejido bajo cortó el húmedo aire. —Eso será todo Connall —dijo Maeve y una luz resplandeció, penetrando incluso la oscuridad detrás de los párpados de Aelin. Ella respiró y respiró y respiró. — Tu sabes que tan rápido puede terminar esto, Aelin —dijo Maeve, Aelin mantuvo sus ojos cerrados—. Dime dónde escondiste las Llaves del Wyrd, haz el juramento de sangre… El orden no importa, supongo. Aelin abrió sus ojos. Levantó sus manos atadas ante ella. Y le dio un gesto obsceno a Maeve, el más sucio y vil que hubiera hecho nunca. La sonrisa de Maeve se apretó… solo un poco. —Cairn. Antes de que Aelin pudiera inhalar y prepararse, manos se estrellaron en sus hombros. Presionando hacia abajo.

Esta vez ella no pudo detener su grito. No mientras él la sumergía en un ardiente pozo de agonía que corría sobre sus piernas y su columna. Oh dioses… oh dioses… Desde muy lejos el gruñido de Fenrys se escuchó entre su grito, seguido del canturreo de Maeve. —Muy bien, Cairn. La presión en sus hombros se redujo. Aelin se encorvó sobre sus rodillas. Una respiración completa, ella necesitaba obtener una respiración completa. Ella no pudo. Sus pulmones, su pecho se levantó en leves y ásperos movimientos. Su visión se emborronó, inundó y onduló con la sangre que se extendió más allá de sus rodillas. Aguantar; sobrevivir… —Mis ojos me contaron un interesante fragmento de información esta mañana — dijo Maeve arrastrando las palabras—. Reportando que tú estabas actualmente en Terrasen, preparando el pequeño ejército que reuniste para la guerra. Tú y el príncipe Rowan y mis dos deshonrados guerreros. Junto con tu grupo habitual. Aelin no se había dado cuenta que se estaba aferrando a eso. Esa astilla de esperanza, necia y patética. Esa astilla de esperanza de que él viniera por ella. Ella le había dicho que no, después de todo. Le había dicho que protegiera Terrasen. Había arreglado todo para que él defendiera desesperadamente la posición contra Morath. — Útil, tener un cambia-formas para jugar tu papel de reina —reflexionó Maeve—. Aunque me pregunto por cuánto tiempo el ardid puede durar sin tus especiales dones para incinerar las legiones de Morath. Cuánto tiempo hasta que los aliados que reuniste comiencen a preguntar por qué la Portadora del Fuego no arde. No estaba mintiendo. Los detalles, su plan con Lysandra… No había forma que Maeve lo supiera a menos que fueran verdad. ¿Tal vez Maeve hubiera tenido un golpe de suerte al mentir sobre eso? Si sí, y aun así… Rowan se había ido con ellos. Todos habían marchado al Norte. Y han alcanzado Terrasen. Una pequeña misericordia. Una pequeña misericordia y sin embargo…

El cristal alrededor de ella resplandeció en la bruma y la luz de la luna, su sangre una gruesa mancha abriéndose camino a través de él. — Yo no deseo arrasar este mundo como quiere Erawan —dijo Maeve, como si no fueran más que dos amigas conversando en uno de los salones de té más finos de Rifthold. Si aún existiera uno después de que las Ironteeth saquearan la ciudad—. Me gusta Erilea precisamente en la forma en que está. Siempre me ha gustado así. El cristal, la sangre, el balcón y la luz de la luna se arremolinaban en su visión. —He visto muchas guerras. Enviado a mis guerreros a pelearlas, y terminarlas. E visto cuán destructivas son. El mismo cristal sobre el que estás viene de una de esas guerras ¿Sabías? De las montañas cristalinas en el Sur. Una vez fueron dunas de arena, pero los dragones las quemaron hasta convertirlas en cristal durante un antiguo y sangriento conflicto —un zumbido de diversión—. Algunos dicen que es el cristal más duro del mundo. El más inflexible. Pienso que, dado tu propia herencia de fuego, podrías apreciar sus orígenes. Un chasquido de su lengua, y nuevamente estaba ahí Cairn, manos en sus hombros. Empujando. Cada vez más fuerte. Dioses, dioses, dioses… No había dioses que pudieran salvarla. No realmente. El grito de Aelin reverberó en el agua y las rocas. Sola. Estaba sola en esto. No hay caso en suplicarle al lobo blanco en ayudarla. Las manos en sus hombros se alejaron. Exhalando, bilis ardiendo en su garganta, Aelin una vez más se encorvó sobre sus rodillas. Aguanta; sobrevive… Maeve simplemente continuó. —Los dragones no sobrevivieron a esa guerra. Y ellos nunca volvieron a alzarse. Sus labios se curvaron y Aelin supo que Maeve se había asegurado de eso. Otros portadores de fuego, cazados y asesinados. Ella no sabía por qué lo sintió entonces. Ese fragmento de pesar por criaturas que no han existido por innumerables siglos. Que nunca más serían vistos en este mundo. Por qué eso la hizo indescriptiblemente triste. Por qué importaba de todas formas, cuando su propia sangre gritaba en agonía. Maeve giró hacia Connall, aún en forma Fae junto al trono, ojos furiosos aún fijos en su hermano.

—Refrigerios. Aelin seguí arrodillada en el cristal mientras comida y bebida era servida. Arrodillada mientras Maeve comía queso y uvas, sonriendo a ella todo el tiempo. Aelin no pudo detener los temblores, el entumecimiento brutal. Profundo, profundo, ella flotaba. No importaba si Rowan no venía. Si otros obedecieran sus deseos de pelear por Terrasen. Ella los salvaría a su manera también. Por tanto tiempo como pudiera. Se lo debía a Terrasen. Nunca podría pagar la deuda. Desde muy lejos, las palabras retumbaron, y memorias brillaron. Ella dejó que la jalaran, la jalaran fuera de su cuerpo. Ella se sentó al lado de su padre en los pocos peldaños que descendían al anillo de combate del castillo al aire libre. Era más un templo que foso de pelea, flanqueado por desgastadas, pálidas columnas que por siglos habían sido testigos del ascenso de los guerreros más poderosos de Terrasen. Esta tarde de verano estaba vacío, la luz dorada lo cubría. Rhoe Galathynius pasó una mano por su escudo redondo, el metal oscuro marcado con cicatrices de horrores vencido hace tiempo. —Algún día. Él dijo mientras ella trazaba uno de los largos rasguños sobre la antigua superficie. —Este escudo pasará a ti. Tal como fue pasado a mí y a tu tío abuelo antes que a mí. Su aliento aún áspero por el entrenamiento que hizo. Sólo ellos dos… como él prometió. La hora semanal que apartó para ella. Su padre colocó el escudo en la piedra delante de ellos, el sonido que hizo reverberando a través de la sandalia y su pie. El escudo pesaba tanto como ella, pero él lo usaba como su fuera una mera extensión de su brazo. —Y tú. Si padre siguió. —Como muchos grandes hombres y mujeres de esta Casa, lo usarás para defender este reino. Sus ojos de niña se alzaron a la cara de él, apuesto y sin arrugas. Solemne y Real. —Ésta es tu carga, tu único deber.

Él tensó una mano sobre el borde del escudo, golpeteándolo para enfatizar. —Defender, Aelin. Proteger. Ella asintió, sin comprender. Su padre besó su frente, como si tuviera una ligera esperanza de que nunca tuviera que hacerlo. Cairn la estrelló contra el cristal otra vez. No quedaba sonido en ella para gritar. —Me estoy aburriendo de esto —dijo Maeve, olvidando su bandeja plateada con comida —ella se inclinó hacia adelante en su trono, el búho detrás de ella crujiendo sus alas—. ¿Tú crees, Aelin Galathynius, que no haré los sacrificios necesarios para obtener lo que busco? Ella había olvidado como hablar. No lo había hecho aquí, de todas formas. —Déjame demostrártelo —dijo Maeve, enderezándose. Los ojos de Fenrys brillaban con advertencia. Maeve agitó una marfileña mano hacia Connall, congelado a su lado. Donde se paró desde que trajo la comida de la reina. —Hazlo. Connall desenfundó uno de sus cuchillos en su cinturón. Y dio un paso hacia Fenrys. No. La palabra envió un frío estremecimiento a través de ella. Sus labios incluso la formaron mientras tironeaba las cadenas, líneas de fuego líquido se disparaban por sus piernas. Connall avanzó otro paso. Cristal crujió y se quebró debajo de ella. No, no… Connall se detuvo sobre Fenrys, su mano temblando. Fenrys sólo pudo gruñirle. Connall levantó su cuchillo en el aire entre ambos. Ella no pudo levantarse en sus pies. No pudo levantarse contra las cadenas y el cristal. No podía hacer nada, nada… Cairn la agarró por el cuello, dedos cavaron lo suficientemente fuerte como para magullar, y volvió a arrodillarla contra los fragmentos ensangrentados. Un áspero, quebrado grito rompió a través de sus labios. Fenrys. Su única cuerda a la vida, a esta realidad… El cuchillo de Connall centelleó. Él vino a ayudar en Mistward. Él había desafiado

a Maeve aquella vez; quizá él lo haría ahora, tal vez sus palabras llenas de odio habían sido un engaño… La hoja cayó. No hacia Fenrys. Sino hacia el mismo corazón de Connall. Fenrys se movió… o trató de hacerlo. Fauces abiertas en lo que podría haber sido un grito, el trató y trató de saltar hacia su hermano mientras Connall se estrellaba en el embaldosado balcón. Mientras se comenzaba a formar un charco de sangre. El búho en el trono de Maeve aleteó sus alas una vez, tal vez en horror. Pero Cairn dejó salir una risa baja, el sonido retumbando a través de la cabeza de Aelin. Real. Esto era real. Tenía que serlo. Algo frío y aceitoso se sacudió dentro de ella. Sus manos se aflojaron a sus lados. La luz se desvaneció en los ojos de Connall, su cabello negro desparramado en el suelo a su alrededor imitando la forma en que su sangre se agotaba. Fenrys temblaba. Aelin también podría estarlo haciendo. —Tú contaminaste algo que me pertenecía, Aelin Galathynius —dijo Maeve—. Y ahora debe ser purgado. Fenrys estaba gimoteando, aun intentando arrastrarse a su hermano muerto en el suelo. Los Fae se pueden curar; quizás el corazón de Connall podría sanarse… El pecho de Connall subió en una muy leve inhalación. No volvió a moverse. El aullido de Fenrys hendió la noche. Cairn la dejó ir y Aelin se estrelló contra los cristales, manos y muñecas punzando. Ella se dejó estar allí, medio desparramada. Dejó que la corona cayera de su cabeza y rebotara a través del piso, cristal de dragón se pulverizaba donde rebotaba. Rebotaba, luego rodaba, dibujando un círculo en el balcón. Hasta llegar a la barandilla de piedra. Y luego hasta el rugiente y detestable rio debajo. —No hay nadie aquí para ayudarte —la voz de Maeve estaba vacía como el espacio entre las estrellas—. Y no hay nadie viniendo por ti. Los dedos de Aelin se curvaban en el antiguo cristal. —Piensa en eso. Piensa en eso esta noche Aelin —Maeve chasqueó sus dedos—.

Ya hemos terminado aquí. Las manos de Cairn aferraron las cadenas. Sus piernas se doblaron, pies rebanándose otra vez. Ella apenas lo sintió, apenas lo sintió a través de la ira y el mar de fuego muy, muy abajo. Pero mientras Cairn la levantaba, sus salvajes manos errando, ella atacó. Dos golpes. Un trozo de cristal se incrustó a un lado del cuello de Cairn. Él se tambaleó hacia atrás, maldiciendo mientras su sangre se desparramaba. Aelin giró alrededor de sí misma, cristal destrozando la planta de sus pies y lanzó el fragmento en su otra mano. Hacia Maeve. Falló por un cabello. Rasgando la pálida mejilla de Maeve antes de partir el trono detrás de ella. El búho posado justo encima chilló. Duras manos la detuvieron, Cairn gritando, furibundos gritos de Pequeña perra, pero ella no los escuchó. No mientras una gota de sangre serpenteó por la mejilla de Maeve. Sangre negra. Tan oscura como la noche. Tan oscura como los ojos fijos en Aelin, una mano levantándose a su mejilla. Las piernas de Aelin se aflojaron, y ella no peleó con los guardias arrastrándola. Un parpadeo, la sangre fluía roja. Su esencia tan cobriza como la suya. Un truco de luz. Una alucinación, otro sueño… Maeve miró con atención a la mancha carmesí cubriendo sus pálidos dedos. Un viento ónice chasqueó hacia Aelin, enrollándose en su cuello. Apretó y ella no supo más.

Capítulo 9 Traducido por Selkmanam Corregido por Aruasi Sargav

Cairn la ató a un altar y la dejó allí. Fenrys no entró hasta mucho después que ella despertara. La sangre aún se escapaba de donde Cairn dejó el cristal en sus piernas, sus pies. No fue un lobo el que se deslizó en la cámara de piedra, sino un Fae. Cada uno de los pasos de Fenrys le dijo lo suficiente antes de que ella se enfrentara a la falta de vida en sus ojos, la palidez de su usual piel dorada. El miró a la nada, incluso mientras se detenía frente a donde la tenían encadenada. Más allá de las palabras, insegura de que su garganta podría incluso funcionar, Aelin parpadeó tres veces. ¿Estás bien? Dos parpadeos. No. Persistentes sendas salinas se movieron por sus mejillas. Las cadenas crujieron mientras ella estiraba un dedo hacia él. Silenciosamente él deslizó una mano en la de ella. Ella vocalizó las palabras, aunque él podría no escucharlas a través de la hendidura en la boca de la máscara. Lo siento. Su agarre sólo se apretó. Los primeros botones de su chaqueta gris estaban sueltos. Lo suficientemente abierta para revelar un indicio del pecho musculoso debajo. Como si no le importara cerrarla en su apuro por salir. Su estómago se revolvió. Lo que indudablemente había tenido que hacer después, con el cuerpo de su gemelo aún tendido en las losas del balcón debajo de él… —No sabía que me odiaba tanto —dijo Fenrys con voz rasposa. Aelin apretó su mano. Fenrys cerró sus ojos, soltó un respiro tembloroso. —Ella me permitió salir sólo para quitarte el cristal. Cuando termine, yo… yo debo volver allí.

Señaló con su mentón hacia la pared donde usualmente se sienta. El comenzó a examinar sus piernas, sin embargo ella apretó su mano otra vez, y parpadeó dos veces. No. Dejarlo estar en estar forma por un poco más, para que pueda llorar como un Fae y no un lobo. Dejarlo estar en esta forma para que ella pudiera escuchar esa voz amistosa, sentir un toque gentil… Ella comenzó a llorar. Ella no pudo evitarlo. No pudo parar una vez comenzó. Odió cada lágrima y respiración estremecida, cada espasmo de su cuerpo que envió rayos a través de sus piernas y pies. —Los sacaré —él dijo, y ella no pude decirle, comenzar a explicarle que no era el cristal, la piel destrozada hasta el hueso. Él no vendría. Él no vendría por ella. Ella debería estar alegre. Debería estar aliviada. Ella estaba aliviada. Y aun así… aun así… Fenrys sacó unas pinzas del set de herramientas que Cairn había dejado en una mesa cercana. —Seré tan rápido como pueda. Mordiendo su labio lo suficientemente fuerte para sangrar, Aelin volvió su cabeza mientras el primer fragmento de cristal se deslizaba fuera de su rodilla. Carne y tendones cortados nuevamente. Sal superó el aroma de su sangre y ella supo que él estaba llorando. El olor de las lágrimas de ambos llenó el pequeño cuarto mientras él trabajaba. Ninguno de los dos dijo una palabra.

Capítulo 10 Traducido por Selkmanam Corregido por Aruasi Sargav

El mundo se había convertido en barro congelado, sangre roja y negra, además del grito de los moribundos en el frío cielo. Lysandra había aprendido estos meses que la batalla no era algo ordenado y pulcro. Era caos y dolor donde no había grandes y heroicos duelos. Sólo el desgarrar de sus garras y el rasgar de sus colmillos; el choque de escudos dentados y espadas ensangrentadas. Armadura que alguna vez se hubiera distinguido rápidamente se roció en sangre, y de no ser por el oscuro color de su enemigo, Lysandra no estaba totalmente segura de cómo distinguiría amigos de enemigos. Sus líneas aguantaron. Al menos habían logrado eso. Escudo con escudo y hombro con hombro en lo que una vez había sido un campo nevado convertido en un pozo fangoso, ellos se habían enfrentada a la legión que Erawan había ordenado marchar a través de Eldrys. Aedion había elegido el lugar, la hora y el ángulo para esta batalla. Los otros habían presionado por un ataque instantáneo, pero él había dejado que Morath marchara lo suficientemente dentro del territorio, justo donde él quería. El lugar era tan importante como los números, fue todo lo que dijo. No a Lysandra, por supuesto. Él apenas le dijo una maldita palabra a ella estos días. Ahora ciertamente no era el tiempo para pensar en eso. O para interesarse. Sus aliados y soldados creían que Aelin Galathynius seguía en ruta hacia ellos, permitiéndole a Lysandra usar su forma de leopardo fantasmal. Ren Allsbrook incluso había ordenado armadura de placas para el pecho y costados. Tan ligera que no estorbaba, pero lo suficientemente sólida para que tres golpes que ella no había podido parar, una flecha a su costado y luego dos cuchilladas de espadas enemigas, fueran desviadas. Pequeñas heridas quemaban a lo largo de su cuerpo. Sangre enmarañaba el pelaje de sus patas por la matanza que ella había hecho en las líneas frontales y ser herida por espadas caídas y flechas quebradas. Pero ella seguía, la Perdición aguantando firmemente contra lo que había sido enviado contra ellos. Sólo cinco mil.

Sólo parecía una palabra ridícula, pero era la que Aedion y los otros habían usado. Apenas lo suficiente para ser un ejército, considerando el poderío de Morath, no obstante lo suficientemente fuerte para representar una amenaza. Para ellos, Lysandra pensó mientras saltaba entre dos guerreros de la Perdición y se lanzaba contra el soldado Valg más cercano. El hombre tenía su espada alzada, lista para atacar al soldado de la Perdición frente a él. Con el ángulo de su cabeza mientras levantaba su espada, el soldado no podía ver su muerte inminente hasta que sus fauces estuvieron alrededor de su cuello expuesto. Horas en esta batalla, ya era instintivo apretar con fuerza, carne separándose como una pieza de fruta madura. Ella ya se estaba moviendo antes que el soldado cayera a tierra, rociando con sangre de su garganta el barro, dejando que la Perdición decapitara el cadáver. Tan lejana se veía la vida de cortesana en Rifthold. A pesar de la muerte a su alrededor, ella no podía decir que la extrañaba. Más abajo en la línea, Aedion bramaba órdenes para el flanco izquierdo. Ellos dejarían que algo de la Perdición descansara después de escuchar cuan pocos había enviado Erawan, y había llenado las filas con una mezcla de las pocas fuerzas que poseían los Lores de Terrasen y las del Príncipe Galan Ashryver y la Reina Ansel de los Baldíos, ambos tenían tropas adicionales en camino. No había necesidad de revelar que tenían un pequeño batallón de soldados Fae cortesía del príncipe Endymion y la Princesa Sellene Whitethorn o que había Asesinos Silenciosos del Desierto Rojo entre ellos también. Ya habría tiempo cuando la sorpresa de su presencia sería necesaria, Aedion había argumentado durante el rápido consejo de guerra que habían hecho después de regresar al campamento. Lysandra, sin aliento por llevar a Ren y Murtaugh sin descanso desde Allsbrook a los límites de Orynth, había apenas escuchado el debate. Aedion había ganado, de todas formas. Cómo ganaba él todo, a través de pura fuerza de voluntad y arrogancia. Ella no se atrevió a mirar hacia las líneas para ver como a él le iba, hombro con hombro en el barro con sus hombres. Ren lideraba el flanco derecho donde Lysandra había sido destinada. Galan y Ansel habían tomado la izquierda, dejando a Ravi y Sol de Suria pelear entre ellos. Ella no se atrevió a mirar cuáles de esas espadas aún se movían. Ellos contarían a los muertos después de la batalla.

Ahora no había muchos del enemigo. Unos mil, tal vez. Los soldados a su espalda eran muchos más. Así que Lysandra siguió matando, la sangre de su enemigo como vino estropeado en su lengua.

I Ellos ganaron, aunque Aedion estaba muy consiente que esa victoria contra cinco mil tropas era efímera, considerando que la hueste completa de Morath aún estaba por venir. El subidón de adrenalina por la batalla aún no desaparecía en ninguno de ellos… que era el cómo Aedion terminó en su carpa de guerra una hora después que el último soldado Valg había caído, parado frente a una mesa cubierta por el mapa con Ren Allsbrook y Ravi y Sol de Suria. Dónde Lysandra se había ido, él no lo sabía. Ella había sobrevivido, lo que él suponía era suficiente. Ellos no se habían lavado la sangre o el barro cubriéndolos tan exhaustivamente que se endurecía debajo de sus cascos y su armadura. Sus armas yacían tiradas en una pila cerca de la entrada de la tienda. Todas necesitaban ser limpiadas. Pero después. —¿Bajas en tu lado? Aedion le había preguntado a Ravi y Sol. Los dos hermanos rubios gobernaban Suria, aunque Sol era técnicamente su señor. Ellos nunca habían peleado en una guerra, a pesar de ser de alrededor de la edad de Aedion, pero ellos se habían mantenido bien hoy. Sus soldados también. Los Señores de Suria habían perdido a su padre en el matadero de Adarlan hace una década, su madre había sobrevivido la guerra y la ocupación de Adarlan a través de su astucia y el hecho de que su próspera ciudad-puerto era demasiado valiosa en las rutas de comercio imperial como para ser destruida. Sol, se parecía a su equilibrada e inteligente madre. Ravi, inquieto y temerario se parecía a su padre. Ambos, sin embargo, odiaban a Adarlan en lo más profundo con una ardiente intensidad oculta por sus pálidos ojos azules. Sol, su angosta cara moteada por el barro, soltó el aire a través de su nariz. Una nariz de aristócrata, Aedion había pensado cuando ellos eran niños. El lord había

sido siempre más un erudito que un guerrero, pero al parecer había aprendido una cosa o dos en los oscuros años desde entonces. —No muchos, gracias a los dioses. Doscientos a lo más. La voz suave era engañosa, Aedion había aprendido estas semanas. Talvez un arma en su propio derecho, para hacer a las personas creer que era alguien amable y débil. Para enmascarar una mente aguda e instintos aún más agudos debajo de ésta. —¿Y tú flanco? Aedion le preguntó a Ren. Ren movió una mano a través de su pelo oscuro, barro derrumbándose. —Ciento cincuenta, si es que. Aedion asintió. Mucho mejor de lo que había anticipado. Las líneas habían aguantado, gracias a las tropas entremezcladas dentro de la Perdición. Los Valg habían tratado de mantener el orden, pero una vez que sangre humana comenzó a derramarse, ellos habían descendido en un ansia de batalla y perdido el control, a pesar de los gritos de sus comandantes. Todos eran soldados Valg, sin príncipes entre ellos. Él sabía que no era una bendición. Él supo que las cinco mil tropas que Erawan había enviado, emboscando los barcos de Galan Ashryver en Ilium antes de dirigirse a Eldrys, justo para ser masacrados. Ningún Ilken, Ironteeth, ni Sabueso del Wyrd. Ellos todavía habían sido difíciles de matar. Habían luchado por mucho más tiempo que la mayoría de los hombres. Ravi miró el mapa. —¿Ahora nos retiramos a Orynth? ¿O marchamos hacia el borde? —Darrow nos ordenó ir a Orynth, si sobrevivíamos. Sol respondió ceñudo hacia su hermano. A la luz en los ojos de Ravi que claramente decían dónde él deseaba ir. Darrow, que era muy viejo para pelear, permanecía en el campamento secundario veinte millas detrás de ellos. Para ser la siguiente línea de defensa, si cinco mil tropas de alguna forma lograban destruir una de las mejores unidades de combate que Terrasen haya visto nunca. Con mensajes que sin duda llegaban contando del resultado de la batalla a su favor, Darrow querría retroceder hacia la capital. Aedion echó un vistazo a Ren. —¿Tú crees que tu abuelo puede persuadir a Darrow y a los otros lores de presionar

hacia el sur? Guerra por comité. Era absurdo. Cada decisión que tomaba, cada campo de batalla que elegía, él tenía que discutirlo. Convencerlos. Como si estas tropas no estuvieran aquí por su reina, no hubieran venido por Aelin cuando ella los llamó. Como si la Perdición sirviera a alguien más. Ren dejó escapar un suspiro hacia el alto techo de la tienda. Un gran espacio, solamente sin adornar. No tenían el tiempo o los recursos para amueblarlo como le corresponde a una tienda de mando, colocando solo un catre, algunos braceros y la mesa, junto con una tina de cobre detrás de una cortina en la parte de atrás. Tan pronto como terminó la reunión, encontraría a alguien para que la rellenara por él. Si Aelin estuviera aquí la habría calentado en un latido. El excluyó la opresión en su pecho. Si Aelin estuviera aquí, un respiro de ella y cinco mil tropas que ellos quedaron extenuados por matar hubieran sido cenizas en el viento. Ninguno de los señores alrededor de él había cuestionado dónde estaba su reina. Por qué no había estado en el campo ese día. Tal vez no se atrevían. Ren dijo: —Si movemos los ejércitos al sur sin el permiso de Darrow y los demás Señores, estaremos cometiendo traición. —¿Traición cuando estamos salvando nuestro propio maldito reino? —demandó Ravi. —Darrow y los demás pelearon en la última guerra —le dijo Sol a su hermano. —Y la perdieron —Ravi desafió—. Gravemente —él asintió hacia Aedion—. Tú estuviste en Theralis. Tú viste la masacre. Los Señores de Suria no tenían ningún amor por Darrow o los otros señores que habían liderado las fuerzas en esa última y condenada batalla. No cuando sus errores habían llevado a la muerte a la mayoría de la corte, a sus amigos. Era de poca importancia que Terrasen hubiera estado en abrumadora desventaja numérica, que no había esperanza de todas formas. Ravi continuó: —Yo digo que vayamos al sur. Reunir nuestras fuerzas en la frontera es mejor que dejar a Morath arrastrarse tan cerca de Orynth. —Y permitir a cualquier aliado que aún tengamos en el sur no viajar tan lejos antes de unirse a nosotros —añadió Ren.

—Galan Ashryver y Ansel de los Wastes irán a donde les digamos, los Fae y los asesinos también —presionó Ravi—. El resto de las tropas de Ansel están marchando hacia el norte en este momento. Podríamos encontrarlos. Quizás dejarlos arremeter desde el oeste mientras nosotros atacamos desde el norte. Una buena idea, y una que Aedion había contemplado. Sin embargo para convencer a Darrow… Él tendría que dirigirse al otro campamento mañana, tal vez alcanzar a Darrow antes de que regresara a la capital. Una vez que haya visto que se está cuidando de los heridos. Pero parecía que Darrow no quería esperar hasta la mañana. —General Ashryver —una voz masculina sonó desde afuera, joven y calmada. Aedion gruñó como respuesta, y con certeza no era Darrow el que entró, sino un hombre alto, de pelo oscuro y ojos grises. Sin armadura, aunque sus ropas salpicadas de barro revelaban un cuerpo tonificado debajo. Una carta estaba en sus manos, la cual extendió a Aedion mientras cruzaba la tienda con elegante facilidad, luego se inclinó. Aedion tomó la carta, su nombre escrito en ella con la caligrafía de Darrow. —Lord Darrow ruega que te unas a él mañana —dijo el mensajero, apuntando con el mentón hacia la carta sellada—. Tú y el ejército. —¿Cuál es el punto de la carta… —murmuró Ravi— si vas a decirle qué contiene? El mensajero le lanzó al joven señor una mirada desconcertada. —Yo pregunté lo mismo, milord. —Entonces estoy sorprendido que aún tengas trabajo —dijo Aedion. — No estoy trabajando —dijo el mensajero—. Sólo… colaborando. Aedion abrió la carta, y ciertamente contenía las órdenes de Darrow. —Para que hayas llegado tan rápido, tendrías que haber volado —le dijo al mensajero—. Esto debió haber sido escrito incluso antes de que la batalla hubiera comenzado esta mañana. El mensajero sonrió satisfecho. —Se me entregaron dos cartas. Una para victoria, la otra para derrota. Audaz, este mensajero era audaz y arrogante para alguien al servicio de Darrow. —¿Cuál es tu nombre? —Nox Owen —el mensajero se inclinó hasta la cintura—. De Perranth. —He oído de ti —dijo Ren, escaneando otra vez al hombre—. Eres un ladrón.

—Antiguo ladrón —corrigió Nox parpadeando—. Ahora un rebelde y el mensajero más confiable de Lord Darrow —por supuesto, un hábil ladrón sería un mensajero inteligente, capaz de escurrirse y salir de un lugar sin ser visto. Pero Aedion no estaba interesado en lo que hacía o no el hombre. —Asumo que no estarás cabalgando devuelta esta noche. Una sacudida de cabeza. Aedion suspiró. —¿Darrow sabe que estos hombres están exhaustos y aunque ganamos la batalla no fue una victoria fácil por ningún motivo? —Oh, estoy seguro que lo sabe —dijo Nox, sus cejas oscuras alzándose con leve entretenimiento. —Dile a Darrow —cortó Ravi—. Que él puede venir a encontrarse con nosotros. En vez de hacernos mover un ejército entero sólo para verlo. —La reunión es una excusa —dijo Sol en voz baja. Aedion asintió. A las cejas estrechas de Ravi, su hermano mayor clarificó—. Él quiere asegurarse que nosotros no… —Sol paró, consiente del ladrón que escuchaba cada palabra. Pero Nox sonrió, como si entendiera el significado de todas formas. Darrow quería asegurarse que ellos no tomaran el ejército y marcharan hacia el sur. Atajarlos antes que pudieran hacer tal cosa, con esas órdenes de moverse mañana. Ravi gruñó, al fin captando la esencia de las palabras de su hermano. Aedion y Ren intercambiaron miradas. El Lord de Allsbrook frunció el ceño, pero asintió. —Descansa donde puedas encontrar un fuego que te dé la bienvenida, Nox Owen —dijo Aedion al mensajero—. Viajaremos al amanecer.

I Aedion se fue en búsqueda de Kyllian para transmitir la orden. Las tiendas eran un laberinto de soldados exhaustos, los heridos gimiendo entre ellos. Aedion se detuvo lo suficiente para saludarlos, para ofrecer una mano en el hombro o una palabra de alivio. Algunos sobrevivirían la noche, muchos no. Él se detuvo en los fuegos también. Para elogiar la pelea del día, ya sea que los soldados fueran de Terrasen o de los Baldíos o de Wendlyn. En algunos, incluso probó sus comidas o bebidas.

Rhoe le había enseñado eso, el arte de hacer que sus hombres quisieran seguirlo, morir por él. Pero más que eso, verlos como hombres, como gente con familias y amigos, que arriesgan tanto como él al venir a pelear aquí. No era una carga, a pesar del progresivo agotamiento que caía sobre él, para agradecerles por su coraje, sus espadas. Pero tomaba tiempo. El sol ya se había puesto, el embarrado campamento lanzó largas sombras entre los fuegos para el tiempo en que se acercó a la tienda de Kyllian. Elgan, uno de los capitanes de la Perdición, le palmeó el hombro mientras pasaba, el entrecano rostro con una sonrisa sombría. —No fue un mal día, cachorro —refunfuñó Elgan. El llamaba a Aedion así desde los primeros días en las filas de la Perdición, había sido uno de los primeros hombres en tratarlo no como un príncipe que había perdido su reino, sino un guerrero peleando por defenderlo. Mucho de su entrenamiento marcial se lo debía a Elgan. Junto con su vida, considerando las incontables veces que su sabiduría y espada rápida lo habían salvado. Aedion sonrió al veterano capitán. —Peleaste bien, para ser un abuelo —su hija había dado a luz tan sólo el invierno pasado. Elgan gruñó. —Me gustaría ver cómo empuñas una espada tan bien cuando tengas mi edad, niño. Luego él se fue, encaminándose a un fuego con varios otros viejos capitanes y comandantes. Ellos notaron la atención de Aedion y levantaron sus tazones como saludo. Aedion solo inclinó su cabeza, y continuó. —Aedion. Él reconocería esa voz, aunque fuera ciego. Lysandra se acercó desde detrás de una tienda, su cara limpia pesar de usar ropas embarradas. El paró, finalmente sintiendo el peso del polvo y la sangre en sí mismo. —¿Qué? Ella ignoró su tono. —Yo podría volar con Darrow esta noche. Darle el mensaje que tú quieras. —Él quiere que movamos al ejército con él, y luego hacia Orynth —dijo Aedion,

caminando hacia la tienda de Kyllian—. Inmediatamente. Ella se atravesó en su camino. —Puedo ir, decirle que este ejército necesita tiempo para descansar. —¿Es este algún intento para congraciarte conmigo? Él estaba demasiado cansado, demasiado abatido, para preocuparse por revelar la verdad. Sus ojos esmeraldas se volvieron tan fríos como la noche invernal a su alrededor. —Me importa una mierda tu gracia. Me importa que este ejército sea desgastado con movimientos innecesarios. —¿Cómo sabes lo que se dijo en esa tienda? —Él supo la respuesta tan pronto como hizo la pregunta. Ella estuvo en alguna forma pequeña e inadvertida. Precisamente por qué tantos reinos y cortes habían cazado y matado a cualquier cambiaformas. Espías y asesinos sin paragón. Ella cruzó los brazos. —Si no me quieres sentada en tus consejos de guerra, entonces dímelo. Él miró su cara, su rígida postura. El agotamiento le pesaba, su piel dorada y ojos atormentados. Él no sabía dónde se estaba quedando en el campamento. Si incluso tenía una tienda. Culpa lo carcomió por un latido. —¿Cuándo, exactamente, nuestra reina hará su gran retorno? Su boca se tensó. —Esta noche, si crees que es prudente. —¿Perderse la batalla sólo para aparecer y disfrutar la gloria de la victoria? Dudo que eso infunda ánimo en las tropas. —Entonces dime dónde, cuándo y lo haré. —¿Tan ciegamente como obedeces a tu reina, ahora me obedecerás? —No obedezco a ningún hombre —Lysandra le gruñó—. Pero no soy estúpida como para pensar que sé más de ejércitos y soldados que tú. Mi orgullo no se hiere tan fácilmente. Aedion dio un paso adelante. —¿Y el mío sí? —Lo que hice, lo hice por ella y este reino. Mira a estos hombres, tus hombres, mira

a los aliados que hemos reunido y dime que, si ellos supieran la verdad, estarían tan dispuestos a pelear. —La Perdición peleó cuando la creímos muerta. No habría diferencia. —Quizás la haya para tus aliados. Para la gente de Terrasen. Ella no se echó para atrás ni un momento. —Sigue y castígame por el resto de tu vida. Por mil años, si concluyes el Asentamiento. Con Gavriel como su padre, él podría hacerlo. Él intentó no pensar en la posibilidad. Él apenas interactuó con la realeza Fae o sus soldados más allá de lo necesario. Y solo suelen reunirse entre ellos. Y aun así no se burlan de el por ser semi-fae; realmente no parece importarles que sangre fluyera en sus venas mientras él los mantuviera vivos. —En este momento ya tenemos suficientes enemigos —siguió Lysandra—. Pero si de verdad desea hacerme uno también, no hay problema. No me arrepiento por lo que hice, ni lo haré. —Bien —fue todo lo que pudo pensar en decir. Ella lo miró con perspicacia. Como si ponderara al hombre dentro. —Fue real, Aedion —dijo ella—. Todo lo fue. No me importa si me crees o no. Pero fue real para mí. Él no pudo soportar el seguir escuchándola. —Tengo una reunión —mintió, y la rodeó—. Ve a arrastrarte a otra parte. Dolor brilló por un momento en los ojos de Lysandra, rápidamente lo ocultó. Él era el peor tipo de bastardo por eso. Pero él continuó hacia la tienda de Kyllian. Ella no fue tras él.

I Ella era una estúpida necia. Una estúpida necia, por haber dicho algo, y ahora por sentir algo en su pecho deshacerse. A ella aún le quedaba suficiente dignidad para no rogar. Para no ver a Aedion entrar en la carpa de Kyllian y preguntarse si fue por una reunión o él buscaba recordar

sobre la vida después de toda la muerte de hoy. Para no dar espacio a la quemazón en sus ojos. Lysandra se dirigió a la confortable tienda que Sol de Suria le había dado cerca de la de él. Un amable, agudamente inteligente hombre- que no tenía interés en mujeres. El hermano más joven, Ravi, le había echado el ojo, como todos los hombres. No obstante había mantenido una respetuosa distancia, y le había hablado a ella, no a su pecho, así que él le gustaba. No le importó tener una tienda entre ellos. Un honor, de hecho. Ella había ido desde gatear a las camas de los señores, haciendo cualquier cosa que ellos le pidieran con una sonrisa a pelear a su lado. Y ahora ella misma era una señora. Una que ambos Señores de Suria y el Señor de Allsbrook reconocía, a pesar de que Darrow escupía en ese título. Podría haberla llenado de alegría si la batalla no la hubiera cansado tanto que la caminata devuelta a su tienda se volvió eterna. Si el general… príncipe no hubiera fileteado su espíritu a conciencia. Cada paso era un esfuerzo, el barro succionando sus botas. Ella giró en un callejón de tiendas, los estandartes cambiando del ciervo blanco en fondo esmeralda de la Perdición a los plateados peces gemelos en vibrante turquesa de los pertenecientes a la Casa de Suria. Solo quince metros más hasta su tienda, luego ella podría descansar. Los soldados sabían quién era, qué era. Ninguno, si miraban dos veces en su dirección, le gritaban de la forma que los hombres habían hecho en Rifthold. Lysandra caminó penosamente hacia su tienda, suspirando con exhausto alivio mientras abría con el hombro la tienda, encaminándose al catre. Sueño, frío y vacío, la encontró antes que ella pudiera recordar quitarse las botas.

Capítulo 11 Traducido por Selkmanam Corregido por Aruasi Sargav

—¿Estás seguro de esto? Su corazón golpeando, Chaol tensó una mano en el escritorio del alojamiento que compartía con Yrene y apuntó al mapa que Nesryn y Sartaq habían abierto delante de ellos. —Los soldados que hemos interrogado tenían órdenes sobre dónde reunirse —dijo Sartaq desde el otro lado del escritorio, aun vistiendo sus ropas de vuelo rukhin—. Ellos estaban tan atrás de los demás que hubieran necesitado direcciones. Chaol frotó una mano sobre su mandíbula. —¿Y tienes un estimado del ejército? —Diez mil —dijo Nesryn, aun apoyándose contra el muro cercano—. Pero no hay señal de las legiones Ironteeth. Sólo infantería, y alrededor de mil en caballería. —Hasta donde se puede ver desde el aire —respondió la Princesa Hasar, enrollando el final de su larga y oscura trenza—. ¿Quién sabe qué puede estar rondando entre las filas? Cuántos demonios Valg, la princesa no necesitaba añadir. De todos los hermanos de la realeza, Hasar había tomado la infestación de la Princesa Duva y el asesinato de su hermana Tumelun a sus manos más personalmente. Ella había navegado hasta aquí para vengarlas a ambas, y para asegurarse que no pasaría otra vez. Si esta guerra no hubiera sido tan desesperada, Chaol habría pagado mucho para ver a Hasar despedazar el pellejo de los Valg. —Los soldados no dieron mucha información —admitió Sartaq—. Sólo su destino. A su lado, Yrene envolvió sus dedos alrededor de los de Chaol y apretó. Él no se había dado cuenta que tan frías, temblorosas, estaban sus manos hasta que el calor de ella se filtró hasta él. Porque el destino de ese ejército enemigo que ahora marchaba al noroeste… Anielle. —Tu padre no se ha arrodillado ante Morath —reflexionó Hasar, sacudiendo su pesada trenza sobre el hombro de su bordada chaqueta celeste—. Debe tener a Erawan tan nervioso que vio la necesidad de enviar a tal ejército para aplastarlo.

Chaol tragó la sequedad en su boca. —Pero Erawan ya saqueó Rifthold —dijo él, apuntando a la capital en la costa, luego moviendo un dedo tierra adentro siguiendo el Avery—. Él controla la mayor parte del río. ¿Por qué no enviar a sus brujas a saquearlo? ¿Por qué no navegar río arriba? ¿Por qué tomar un ejército tan lejos de la costa y luego devuelta? —Para limpiar el camino para el resto —dijo Yrene, su boca una línea apretada—. Para instigar tanto terror como sea posible. Chaol dejó escapar un suspiro. —En Terrasen. Erawan quiere que Terrasen sepa qué viene, que él puede tomarse si tiempo y gastar tropas en destruir franjas de tierra. —¿Anielle tiene un ejército? —Sartaq preguntó, los oscuros ojos del príncipe firmes. Chaol se enderezó, mano hecha un puño, como si pudiera mantener el miedo acumulándose en su estómago a raya. Prisa, ellos tenían que apresurarse. —No uno capaz de ganarle a diez mil soldados. El fuerte podría soportar un asedio, más no indefinidamente, y no es capaz de soportar la población de la ciudad —sólo a los elegidos de su padre. El silencio cayó, y Chaol supo que estaban esperando a que hablara, para que él mismo hiciera la pregunta. Él odió cada palabra que salió de su boca. —¿Vale la pena mover a nuestras tropas y salvar Anielle? Porque no podían arriesgarse a ir por el Avery, no cuando Rifthold se encuentra en su entrada. Tendrían que encontrar un lugar para desembarcar y marchar tierra adentro. A través de las planicies, sobre el Acanthus, hacia Oakwald, hacia las mismas estribaciones de White Fangs. Días de viaje en caballo, los dioses sabrán cuánto le tomaría a un ejército. —Quizás no quede una Anielle que salvar para cuando lleguemos —dijo Hassar con más gentileza que la princesa de rostro afilado se permitía. Suficiente como para que Chaol se aguantara el decirles que era precisamente el por qué debían moverse ahora—. Si no se puede ayudar a la mitad sur de Adarlan, entonces deberíamos desembarcar cerca de Meah —ella apuntó a la ciudad al norte del reino—. Marchar hasta llegar cerca del borde y luego prepararnos para interceptarlos. —O podríamos ir directamente a Terrasen, y navegar el Florine hasta las puertas de Orynth —reflexionó Sartaq reflexionó. —No sabemos con qué podemos encontrarnos tampoco —contestó Nesryn discretamente, su fría voz llenando la habitación. Una diferente mujer en algunos aspectos de con la que se fue al continente sur—. Meah podría estar invadida, y Terrasen podría estar enfrentando su propio asedio. Los días que podría tomar a nuestros exploradores volar al norte podrían ser un desperdicio de tiempo vital, si es

que regresan. Chaol inspiró profundamente, tratando de calmar a su corazón. Él no tenía la menor idea de dónde podría estar Dorian, si había ido con Aelin a Terrasen. Los soldados que Nesryn y Sartaq habían interrogado no lo sabían. ¿Qué habría escogido su amigo? El casi podía escuchar a Dorian gritarle por incluso dudar, escucharlo ordenándole que parara de preguntarse a dónde había ido y se apresurara en salvar Anielle. —Anielle está cerca de la Brecha Ferian —dijo Hasar—. Que también está controlada por Morath, y es otro puesto para las Ironteeth y sus wyverns. Si traemos nuestras tropas tierra adentro, arriesgamos no solo al ejército marchando hacia Anielle, sino con encontrarnos una hueste de brujas a nuestras espaldas. Ella encontró la mirada de Chaol, su cara tan inquebrantable como sus palabras. —¿Salvar la ciudad nos reportará algún beneficio? —Es su hogar —dijo Yrene tranquila, pero no débilmente, su mentón se negaba a hundirse ni un poco en presencia de la realeza—. Creo que esa es toda la prueba que necesitamos para defenderla. Chaol apretó su mano alrededor de la de ella en silencioso agradecimiento. Dorian hubiera dicho lo mismo. Sartaq estudió el mapa una vez más. —El Avery se separa cerca de Anielle —murmuró, moviendo un dedo a lo largo de éste—. Vira hacia el sur hacia el Lago de Plata y Anielle, y luego la otra rama corre hacia el norte, pasando la Brecha Ferian, serpenteando a lo largo de los Ruhnns hasta cerca del mismo borde de Terrasen. —Puedo leer un mapa, hermano —gruñó Hasar. Sartaq la ignoró, sus ojos encontrando los de Chaol una vez más. Un destello encendió sus calmadas profundidades. —Podemos evitar el Avery hasta Anielle. Marchar tierra adentro. Y luego de asegurar la ciudad, marchar hacia el norte, junto con el Avery. Nesryn se separó de la pared para acercarse al lado del príncipe. —¿Hacia la Brecha Ferian? Nos encontraremos con las brujas, entonces. Sartaq le dio media sonrisa. — Entonces es bueno que tengamos ruks. Hasar se inclinó en el mapa. —Si aseguramos la Brecha, entonces podríamos marchar directamente hacia Terrasen, tomando la ruta tierra adentro —ella sacudió su cabeza—. Pero, ¿qué hay

de la armada? —Esperan para interceptar la flota de Kashin —dijo Sartaq—. Tomamos a los soldados, la caballería Darghan, los ruks y luego ellos esperan al resto del ejército para decirles que nos encuentren aquí. Esperanza se movió en el pecho de Chaol. —Pero esto aún nos deja al menos una semana por detrás del ejército marchando hacia Anielle —dijo Nesryn. Cierto, ellos no los encontrarían a tiempo. Cada demora podría costar incalculables vidas. —Ellos necesitan ser advertidos —dijo Chaol—. Anielle debe ser advertida, debemos darles tiempo para prepararse. Sartaq asintió. —Puedo estar allá en unos pocos días de vuelo. —No —dijo Chaol, e Yrene levantó una ceja—. Si puedes dejarme un ruk y un jinete, iré yo mismo. Quédate aquí y prepara a los ruks para volar. Mañana, si es posible. Un día o dos, máximo —él señaló a Hasar—. Atraca los barcos y lidera a las tropas por tierra, tan rápido como puedan marchar. Los ojos de Yrene se volvieron cautelosos, muy conscientes de qué y a quién él se enfrentará en Anielle. El arribo a casa cual nunca se imaginó, ciertamente no bajo estas circunstancias. —Voy contigo —le dijo su esposa. Él apretó su mano otra vez, como si dijera. No estoy sorprendido en lo absoluto de escuchar eso. Yrene apretó de regreso. Sartaq y Hasar asintieron, y Nesryn abrió su boca como si fuera a objetar, sin embargo asintió también. Ellos se irían esta noche, bajo la cobertura de la oscuridad. Encontrar a Dorian otra vez tendría que esperar. Yrene mascó su labio, sin duda calculando que necesitarían empacar, qué decirles a los otros sanadores. Él rezó para que fueran lo suficientemente veloces, rezó para que pudiera encontrar qué demonios decirle a su padre, después del juramento que quebró, después de todo lo que existía entre ellos. Y más que eso, qué le diría a su madre, y al no-tanjoven hermano que dejó atrás cuando eligió a Dorian sobre su derecho de nacimiento. Chaol le había dado a Yrene el título que le debía al casarse con ella: Lady Westfall.

Él pensó si tendría estómago para ser llamado Lord. Si eso importaba en algo, dado lo que le venía encima a la ciudad en el Lago de Plata. Si eso importaba algo si no llegaban a tiempo. Sartaq pasó una mano por la empuñadura de su espada. —Mantén las defensas por tanto tiempo como puedas, Lord Westfall. Los ruks estarán aproximadamente un día por detrás de ti, los soldados a pie una semana por detrás de eso. Chaol apretó la mano de Sartaq, luego la de Hasar. —Gracias. La boca de Hasar se curvó en una media sonrisa. —Agradécenos si salvamos tú ciudad.

Capítulo 12 Traducido por Selkmanam Corregido Por Aruasi Sargav

Todo, ella había dado todo por esto, y había estado encantada de hacerlo. Aelin yacía en las sombras, la plancha de hierro encima como una noche sin estrellas. Ella se había despertado aquí. Había estado aquí por… un largo tiempo. Lo suficiente como para aliviarse a sí misma. No le había importado. Tal vez todo había sido para nada. La Reina Que Había Sido Prometida. Prometida para morir, para rendir su ser y cumplir la deuda de una antigua princesa. Para salvar a este mundo. Ella no se creía capaz de hacerlo. Ella fallaría, incluso si sobrevivía a Maeve. Sobrevivir lo que ella vislumbró por debajo de la piel de la reina. Si eso fue siquiera real. Contra Erawan, había poca esperanza. Pero contra Maeve también… Silenciosas lágrimas se acumularon en su máscara. No importaba. Ella no dejaría este lugar. Esta caja. Ella nunca volvería a sentir el calor del sol en su cabello o la brisa besada por el mar en sus mejillas. Ella no podía parar de llorar, incesante e implacable. Como si alguna represa se hubiera roto dentro de ella en el momento que vio la gota de sangre bajar por la cara de Maeve. A ella no le importaba que Cairn viera esas lágrimas, las oliera. Dejarlo romperla hasta que se hiciera añicos ensangrentados en el suelo. Dejarlo hacer eso una vez y otra y otra. Ella no pelearía. No sería capaz de pelear. Una puerta gimió al abrirse y se cerró. Pisadas acechantes se acercaron. Luego un golpe en la tapa del ataúd. —¿Qué tal suenan para ti unos cuantos días más ahí?

Ella deseó que pudiera plegarse en sí misma con la oscuridad a su alrededor. Cairn le dijo a Fenrys que hiciera sus necesidades y volviera. Silencio envolvió la habitación. Luego un ligero chirrido. A lo largo de la caja. Como si Cairn estuviera corriendo una daga sobre él. —He estado pensando cómo pagarte cuando te deje salir. Aelin bloqueó sus palabras. No hizo nada más que mirar hacia la oscuridad. Ella estaba cansada. Tan, tan cansada. Por Terrasen, ella con gusto lo había hecho. Todo esto. Por Terrasen, ella merecía pagar este precio. Ella había tratado de hacerlo bien. Había tratado y fallado. Y ella estaba tan, tan cansada. Corazón de Fuego. La palabra susurrada flotó a través de la noche eterna, un centelleo de sonido, luz. Corazón de Fuego. La voz de la mujer era suave, llena de amor. La voz de su madre. Aelin volvió la cabeza. Incluso en ese momento ese movimiento era más de lo que podía soportar. Corazón de Fuego ¿por qué lloras? Aelin no pudo responder. Corazón de Fuego. Las palabras eran un suave roce por su mejilla. Corazón de Fuego ¿por qué lloras? Y desde muy lejos, profundo dentro de ella. Aelin susurró a ese rayo de memoria, Porque estoy perdida. Y no conozco el camino. Cairn aún estaba hablando. Aún movía el cuchillo sobre la tapa del ataúd. Sin embargo Aelin no lo escuchaba mientras encontró a una mujer a su lado. Un espejo, o un reflejo de la cara que llevaría en unos pocos años. Si ella viviera hasta ese entonces. Tiempo prestado. Cada momento había sido tiempo prestado.

Evalin Ashryver rozó un suave dedo por la mejilla de Aelin. Sobre la máscara. Aelin podría haber jurado que lo sintió sobre su piel. Has sido muy valiente, su madre dijo. Has sido muy valiente, por mucho tiempo. Aelin no podía detener el silencioso sollozo que había subido por su garganta. Pero debes ser valiente un poco más, mi Corazón de Fuego. Ella se apoyó en el toque de su madre. Debes ser valiente un poco más, y recuerda… Su madre posó una mano fantasmal sobre el corazón de Aelin. Es la fuerza de esto lo que importa. No importa dónde estés, no importa qué tan lejos, esto te llevará a tu hogar. Aelin consiguió deslizar una mano hacia su pecho, para cubrir los dedos de su madre. Sólo tela y hierro tocaron su mano. Pero Evalin Ashryver mantuvo la mirada de Aelin, la suavidad endureciéndose y reluciendo como acero fresco. Es la fuerza de esto lo que importa, Aelin. Los dedos de Aelin cavaron en su pecho mientras articulaba, La fuerza de esto. Evalin asintió. Las siseantes amenazas de Cairn danzaban a través del ataúd, su cuchillo raspando y raspando. La cara de Evalin no titubeó. Tú eres mi hija. Tú naciste de dos poderosas herencias. Esa fuerza fluye a través de ti. Vive en ti. La cara de Evalin ardió con la ferocidad de una mujer que había venido antes que ellas, atrás hasta la Reina Fae cuyos ojos ambas poseían. Tú no te rindes. Luego ella se había ido, como el rocío bajo el sol de la mañana. Pero las palabras permanecieron. Florecieron dentro de Aelin, brillantes como una brasa encendida. Tú no te rindes. Cairn movió su daga por sobre el metal, justo sobre su cabeza. —Cuando te corte esta vez, perra, voy a…

Aelin estrelló su mano contra la tapa. Cairn paró. Aelin golpeó su puño contra el hierro otra vez. Y otra. Tú no te rindes. Otra vez. Tú no te rindes. Otra vez. Y otra. Tú no te rindes. Hasta que vivía por eso, hasta que la sangre llovía en su cara, lavando las lágrimas, hasta que cada golpe de su puño en el hierro era un grito de batalla. Tú no te rindes. Tú no te rindes. Tú no te rindes. Se alzó en ella, quemando y rugiendo y ella se entregó por completo a eso. Distantemente, cerca de ahí, madera se rompió. Como si alguien se tambaleara sobre algo. Luego gritaba. Aelin aporreó su puño contra el metal, la canción dentro de ella pulsando y elevándose, una marea a la carrera por la orilla. —¡Dame esa gloriella! Las palabras no significaban nada. Él era nada. Siempre fue nada. Una vez y otra, ella machacó la tapa. Otra vez y otra, esa canción de fuego y oscuridad llamearon a través de ella, fuera de ella, hacia el mundo. Tú no te rindes. Algo silbó y crujió cerca, humo se filtró por la tapa. Pero Aelin siguió golpeando. Siguió golpeando hasta que el humo la ahogó, hasta que ese olor dulce la llevó muy, muy lejos. Y cuando se despertó encadenada al altar, ella vio lo que le hizo al ataúd de hierro. La parte superior de la tapa había sido deformada. Un gran bulto protuberante, el metal adelgazado. Como si hubiera estado tan cerca de romperlo por completo.

I En la oscura cima que domina un reino dormido, Rowan se congeló. Los otros ya estaban bajando la colina, llevando los caballos por la reseca pendiente que los llevaría hacia el borde de Akkadia y hacia las áridas planicies más abajo. Sus manos cayeron de las riendas del semental. Él debió haberlo imaginado. Él escaneó el cielo estrellado, las tierras dormidas más allá, el Lord del Norte por encima. Lo golpeó un latido después. Erupcionó a su alrededor y rugió. Una vez y otra y otra, como si fuera un martillo contra un yunque. Los demás se volvieron hacia él. Esa furia, fiera canción cargó hacia él. A través de él. Hacia el vínculo. Hacia su propia alma. Un bramido de furia y rebeldía. Desde el pie de la colina, Lorcan dijo: —Rowan. Era imposible, absolutamente imposible y, aun así… —Norte —dijo Gavriel, girando su bayo castrado—. La oleada vino desde el norte. Desde Doranelle. Un faro en la noche. Poder ondulando hacia el mundo, como había sido en Bahía de Calavera. Eso lo llenó con sonido, con fuego y luz. Como si gritara, una y otra vez, Estoy viva, estoy viva, estoy viva. Y luego silencio. Como si hubiera sido cortado. Extinguido. Él se negaba a pensar por qué. El vínculo se mantenía. Estirado y tenso, pero se mantenía.

Así que envió las palabras a través de él, con tanta esperanza y furia e implacable amor como había sentido por ella. Te encontraré. No había respuesta. Nada además de la oscuridad zumbante y el Señor del Norte brillando encima, señalando el camino hacia el norte. Hacia ella. Él encontró a sus compañeros esperando sus órdenes. Él abrió su boca para decirles, pero paró. Lo consideró. —Tenemos que sacar a Maeve, lejos de Aelin —su voz retumbó sobre el amodorrado zumbar de insectos en el pasto—. Sólo lo suficiente para infiltrarnos en Doranelle — porque incluso con ellos tres juntos, no serían suficientes para enfrentarse a Maeve. —Si ella escucha que vamos en camino —respondió Lorcan—. Maeve desaparecerá a Aelin otra vez, no vendrá a encontrarnos. Ella no es tan tonta. Pero Rowan miró a Elide, los ojos abiertos de la Dama de Perranth. —Lo sé —dijo él, su plan formándose, frío y despiadado como el poder en sus venas—. Sacaremos a Maeve con otro tipo de engaño, entonces.

Capítulo 13 Traducido por Summerfold Corregido por Aruasi Sargav

La araña hablaba verdad. Manteniéndose escondidas entre las rocas cubiertas de hielo de una montaña de picos escarpados, Manon y Las Trece se asomaron hacia el pequeño paso. Al campamento de brujas de manto rojo, la ubicación confirmada por las Sombras hace apenas una hora. Manon miró por encima del hombro, hacia donde Dorian era casi invisible contra la nieve, la araña en su forma humana a su lado. Los ojos sin fondo de la criatura se encontraron con los de ella, brillando con triunfo. Bien. Cyrene o como se llame ella misma, podría vivir. Donde los llevaría a ellos, ella lo vería. Los horrores que la araña había mencionado en Morath Después. Manon escaneo los oscuros cielos azules. Ninguno de ellos había cuestionado cuándo Manon había zarpado en Abraxos horas antes. Y ninguna de Las Trece ahora le preguntó a dónde había ido mientras monitoreaban el campamento de su antiguo enemigo. —Setenta y cinco que podemos ver —murmuró Asterin, con los ojos fijos en el bullicioso campamento. —¿Qué demonios están haciendo aquí afuera? Manon no lo sabía. Las Sombras no habían podido recoger nada. Las carpas rodeaban pequeñas fogatas, y cada tanto, figuras salían y llegaban en escobas. Su corazón tronó en su pecho. Los Crochan. La otra mitad de su herencia. —Nos movemos a tu comando —dijo Sorrel, un cuidadoso empujón. Manon respiró hondo, deseando que el viento nevado la mantuviera fría y firme durante el próximo encuentro. Y lo que vendría después. —Sin uñas o dientes —ordenó Manon a Las Trece. Luego miró por encima del

hombro una vez más al rey y la araña—. Puedes quedarte aquí, si lo deseas. Dorian le dio una sonrisa perezosa. —¿Y perder toda la diversión? —Sin embargo, ella captó el brillo en sus ojos, la comprensión de que tal vez él solo podría captar. Que no solo estaba a punto de enfrentarse a un enemigo, sino a un pueblo potencial. Él asintió sutilmente—. Todos entramos. Manon simplemente asintió de vuelta y se levantó. Las Trece se pusieron de pie con ella. Era cuestión de unos minutos antes de que se escucharan gritos de guerra. Pero Manon mantuvo sus manos en el aire cuando Abraxos aterrizó en el borde del campamento Crochan, Las Trece y sus wyverns detrás de ella, Vesta con Dorian y la araña. Lanzas, flechas y espadas apuntadas a ellos con una precisión letal. Una bruja de cabello oscuro caminaba por la línea frontal armada, con una fina cuchilla en su mano mientras sus ojos estaban clavados sobre Manon. Crochans. Su gente. Ahora, ahora sería el momento de pronunciar el discurso que había planeado. Para liberar esas palabras que ella había atado dentro de sí misma. Asterin se volvió hacia ella en un instante silencioso. Sin embargo, los labios de Manon no se movieron. La de pelo oscuro mantuvo sus ojos marrones fijos en Manon. Sobre un hombro brillo una vara de madera pulida. No un bastón, una escoba. Más allá de la ondulante capa roja de la bruja, brillaban ramas de oro. De alto rango, entonces, para tener tales ligaduras finas. La mayoría de las Crochans utilizaban metales más simples, los más pobres solo guita. —Qué reemplazos interesantes para sus escobas de hierro —dijo la Crochan. Los otros tenían la misma cara de piedra que Las Trece. La bruja miró hacia donde estaba sentado Dorian sobre la montadura de Vesta, probablemente monitoreando a todos con esa astucia de ojos claros—. Y la compañía interesante que ahora mantienes —la boca de la bruja se curvó ligeramente—. A menos que las cosas se hayan vuelto tan lamentables por tu clase, Blackbeak, que tengas que recurrir a compartir. Un gruñido retumbó de Asterin.

Pero la bruja la había identificado, o al menos de qué clan procedían. Los Crochan olfatearon a la araña cambiante. Sus ojos se cerraron. —Compañía interesante, en verdad. —No queremos hacerte daño —dijo finalmente Manon. La bruja resopló. —¿No hay amenazas del demonio blanco? Oh, ella lo sabía, entonces. Quién era Manon, quiénes eran todos. —¿O son ciertos los rumores? ¿Qué rompiste con tu abuela? —la bruja descaradamente examinó a Manon de la cabeza a la bota. Una mirada más audaz de la que Manon usualmente permitía hacer a sus enemigos—. El rumor también dice que fuiste destripada por su mano, pero aquí tu estas. Sana y una vez más cazándonos. Quizás los rumores sobre tu deserción no son ciertos, tampoco. —Ella se separó de su abuela —dijo Dorian, deslizándose fuera del wyvern de Vesta y rondando hacia Abraxos. Las Crochans se tensaron, pero no hicieron ningún movimiento para atacar—. La saqué del mar hace meses, cuando estaba tendida en el umbral de la muerte. Vi los fragmentos de hierro que mis amigos sacaron de su abdomen. Las cejas oscuras de las Crochan se alzaron, nuevamente observando al hermoso y bien hablado macho. Quizás notando el poder que irradiaba de él, y las llaves que llevaba. —¿Y quién, exactamente, eres tú? Dorian le dio a la bruja una de esas sonrisas encantadoras e hizo una reverencia. —Dorian Havilliard, a su servicio —El rey —murmuró uno de las Crochans cerca de los wyverns. Dorian guiñó un ojo. —Eso también soy. La jefa del aquelarre, sin embargo, lo estudió, y luego a Manon. La araña. —Parece que hay más por explicar. La mano de Manon le picaba por la Cuchilla de viento en su espalda. Pero Dorian dijo: —Te hemos estado buscando durante dos meses.

Las Crochans se tensaron nuevamente. —No por la violencia o el deporte —aclaró, las palabras fluían en una melodía de lengua de plata—. Pero para que podamos discutir asuntos entre nuestros pueblos. Las Crochans se movieron, las botas crujían en la nieve helada. La líder del aquelarre preguntó: —¿Entre Adarlan y nosotros, o entre Blackbeak y nuestra gente? Manon se deslizó de Abraxos por fin, su montura resoplando ansiosamente mientras miraba sus armas relucientes. —Todos nosotros —dijo Manon con fuerza. Ella sacudió su barbilla hacia los wyverns—. Ellos no te harán daño —a menos que ella señale la orden. Luego, las cabezas de las Crochans serían arrancadas de sus cuerpos antes de que pudieran sacar sus espadas—. Ustedes pueden relajarse. Una de las Crochans se rio. —¿Y ser recordadas como tontas por confiar en ti? Yo creo que no. La líder del aquelarre lanzó una mirada silenciosa hacia la centinela de cabello castaño que había hablado, una bruja bonita y de grandes figuras. La bruja se encogió de hombros, suspirando hacia el cielo. La líder del aquelarre se volvió hacia Manon. —Nos retiraremos cuando se nos ordene hacerlo. —¿Por quién? —Dorian escaneó sus filas. Ahora sería el momento para que Manon diga quién era, qué era. Para anunciar por qué había venido realmente. La líder del aquelarre señaló más profundamente en el campamento. —Ella.

I Incluso desde la distancia, Dorian se había maravillado con las escobas donde los Crochans se sentaban a horcajadas para volar por el cielo. Pero ahora, rodeados de ellas... No meros mitos. Sino guerreras. Todos muy felices por acabar con ellos. Las capas de sangre corrían por todas partes, rígidas contra la nieve y los picos grises. Aunque muchas de las brujas eran hermosas y de rostro joven, había muchas de

las que parecían personas de mediana edad, algunas incluso ancianas. La edad que debieron tener para marchitarse tanto, Dorian no pudo asimilar. Tenía pocas dudas de que podrían matarlo con facilidad. La líder del aquelarre señaló hacia las filas ordenadas de tiendas de campaña, y los guerreros reunidos se separaron, la pared de escobas y armas brillando en la luz agonizante. —Entonces —dijo una voz antigua mientras las filas retrocedían para revelar a quién había señalado la Crochan. Aún no se había doblado con la edad, más su pelo estaba blanco con él. Sus ojos azules, sin embargo, eran claros como un lago de montaña—. Los cazadores ahora se han convertido en los cazados. La bruja antigua se detuvo en el borde de sus filas, observando a Manon. Había bondad en el rostro de la bruja, notó Dorian, y sabiduría. Y algo, se dio cuenta, como el dolor. No le impidió deslizar una mano sobre el pomo de Damaris, como si lo estuviera descansando casualmente. —Te buscamos para que pudiéramos hablar —la voz fría y tranquila de Manon resonó sobre las rocas—. No queremos hacerte daño. Damaris se calentó ante la verdad en sus palabras. —Esta vez —murmuró la bruja de cabello castaño que había hablado antes. Su líder del aquelarre le dio un codazo de advertencia. —¿Quién eres, sin embargo? —Manon preguntó a la vieja—. Tú lideras estos clanes. —Soy Glennis. Mi familia sirvió a la familia real Crochan, mucho antes de que cayera la ciudad. Los ojos de la antigua bruja se dirigieron a la franja de tela roja que ataba la trenza de Manon—. Rhiannon te encontró, entonces. Dorian había escuchado cuando Manon le había explicado a Las Trece la verdad sobre su herencia y quién su abuela le había ordenado matar en Omega. Manon mantuvo su barbilla levantada, incluso mientras sus ojos dorados parpadeaban. —Rhiannon no logró salir de la Brecha. —Perra —gruñó una bruja, otras haciendo eco. Manon las ignoró y le preguntó a la antigua Crochan —¿La conocías, entonces? —Las brujas se callaron. La vieja inclinó su cabeza, esa tristeza llenó sus ojos una vez más. Dorian no necesitaba la calidez de Damaris para saber que las siguientes palabras eran ciertas. —Yo era su bisabuela —incluso el viento azotaba el silencio—. Como soy la tuya.

Capítulo 14 Traducido por IsaCat Corregido por Aruasi Sargav

Las Crochan se retiraron, bajo las órdenes de la también llamada bisabuela de Manon. Glennis Ella había exigido el cómo, cuál era el linaje, pero Glennis solo le había pedido a Manon que la siguiera al campamento. Al menos otras dos docenas de brujas atendían las varias fogatas dispersas entre las tiendas blancas, todas ellas deteniendo sus tareas cuando Manon pasaba. Nunca había visto a las Crochan realizar tareas domésticas, pero aquí estaban: algunas atendían el fuego, otras cargaban baldes de agua, otras vigilaban los calderos pesados de lo que olía como estofado de cabra de montaña sazonado con hierbas secas. Ninguna palabra sonó en su cabeza mientras caminaba a través de las filas de Crochan erizadas. Las Trece tampoco intentaron hablar. Pero Dorian lo hizo. El rey se puso a caminar a su lado, su cuerpo era una pared de sólido calor, y le preguntó tranquilamente, —¿Sabías que tenías familiares vivos entre las Crochan? —No. Su abuela no lo había mencionado entre sus últimas burlas. Manon dudaba que el campamento fuera un lugar permanente para las Crochan. Serían tontas para revelar eso alguna vez. Aun así, Cyrene lo había descubierto, de alguna manera. Tal vez rastreando el olor de Manon, las partes de su aroma que reclamaban el parentesco con las Crochan. La araña ahora caminaba entre Asterin y Sorrel, Dorian todavía no mostraba signos de resistencia al mantenerla parcialmente atada, aunque mantuvo una mano en la empuñadura de su espada. Una mirada aguda de Manon y la dejó caer. —¿Cómo quieres jugar esto? —Murmuró Dorian—. ¿Quieres que me quede callado o esté a tu lado? —Asterin es mi Segunda.

—¿Y qué soy yo, entonces? —La suave pregunta pasó una mano por su columna, como si la hubiera acariciado con esas manos invisibles suyas. —Tú eres el rey de Adarlan. —¿Seré parte de las discusiones, entonces? —Si te apetece. Ella sintió su creciente molestia y ocultó su sonrisa. La voz de Dorian se convirtió en un ronroneo bajo: —¿Sabes lo que me apetece? Ella giró la cabeza para mirarlo con incredulidad. Y encontró al rey sonriendo. —Parece que estás a punto de salir corriendo —dijo con esa sonrisa persistente—. Darás una imagen incorrecta. Estaba tratando de irritarla, distraerla para que aflojara el agarre de hierro en su control. —Ellas saben quién eres —Dorian fue a ello—. Probando que esa parte terminó. Si te aceptan, esa es la verdadera cuestión —su bisabuela debió haber venido de la parte fuera de la realeza de su linaje, entonces—. Ellas no parecen brujas que puedan ganarse por la brutalidad. Él no sabía ni la mitad de eso. —¿Estás suponiendo que me aconsejas? —Considéralo una recomendación, de un monarca a otro. A pesar de quién caminaba delante de ellos, detrás de ellos, Manon sonrió levemente. Él la sorprendió aún más diciendo. —He estado buscando en mi poder desde que aparecieron. Un movimiento en falso y las reduciré a nada. Un escalofrío recorrió su espalda ante la fría violencia en su voz. —Las necesitamos como aliadas. Todo lo que debía hacer hoy, esta noche, era sellar eso. —Entonces esperemos que no llegue a eso, bruja. Manon abrió la boca para responder. Pero un cuerno, agudo y de advertencia, sopló a través de la noche en descenso.

Entonces, el batir de poderosas alas de cuero resonó entre las estrellas. El campamento estaba inmediatamente en acción, afuera gritos zumbando de las exploradoras que habían sonado la alarma. Las Trece cerraron filas alrededor de Manon, sus armas listas. Las Ironteeth las habían encontrado. Más pronto de lo que Manon había anticipado.

I Cómo los habían encontrado las Ironteeth, Dorian no lo sabía. Suponía que las fogatas habían sido una señal. Dorian reunió su magia mientras veintiséis enormes formas barrían el campamento. Yellowlegs. Dos aquelarres. La anciana que se había presentado como la bisabuela de Manon comenzó a gritar órdenes, y las Crochans obedecieron, saltando a los recientemente oscurecidos cielos sobre sus escobas, arcos o espadas listas. No había tiempo para cuestionar cómo los encontraron, si la araña les había tendido una trampa, ciertamente no cuando sonó la voz de Manon, ordenando a las Trece en posiciones defensivas. Rápidas como sombras, corrieron hacia la izquierda a donde habían dejado a sus wyverns, dientes de hierro reluciendo. Dorian esperó hasta que las Crochan se alejaron de él antes de liberar su poder. Lanzas de hielo, atravesaron el pecho expuesto del enemigo, rasgaron a través de las alas. En la mitad de un pensamiento aflojó su agarre en Cyrene, aunque no la liberó del poder que le impedía atacar. Solo le dio espacio suficiente para cambiar, para defenderse. Un destello al otro lado del campamento le dijo que lo había hecho. El interrogatorio vendría después. Manon y las Trece llegaron a los wyverns y en un latido de corazón se encontraban en el aire, agitándose en el caos en el cielo. Las Crochan eran tan pequeñas, tan terriblemente pequeñas, contra la mayor parte de los wyverns. Incluso en sus escobas.

Y mientras se arremolinaban alrededor de los dos aquelarres de Ironteeth, disparando flechas y agitando sus espadas, Dorian no podía conseguir un disparo claro. No con las Crochan lanzándose alrededor de las bestias, demasiado rápido para que él las rastreara. Algunos de los wyverns gritaron y cayeron del cielo, pero muchos se quedaron en lo alto. Glennis ladró órdenes desde el suelo, con grandes ademanes de sus manos arrugadas, apuntado hacia arriba. Un wyvern se elevó sobre su cabeza, tan bajo que su cola venenosa y puntiaguda atravesó tienda tras tienda. Glennis dejó volar su flecha, y Dorian hizo eco de su golpe con una de las suyas. Una lanza de hielo sólido, inclinándose en el expuesto y moteado pecho. Tanto la flecha como la lanza de hielo volaron a casa, y la sangre negra se derramó, antes de que el wyvern y su jinete chocaran contra una cima y se lanzaran sobre el acantilado. Glennis sonrió, esa cara envejecida iluminándose. —Golpeé primero. Ella alistó otra flecha. Tal ligereza, incluso ante una emboscada. —Desearía que fueras mi bisabuela —murmuró Dorian y preparó su siguiente golpe. Tenía que ser cuidadoso, con las Trece luciendo como Ironteeth desde abajo. No obstante las Trece no necesitaban su cautela, ni su ayuda. Surcaron las líneas de las Yellowlegs, separándolas, dispersándolas. Las Yellowlegs pudieron haber tenido la ventaja de la sorpresa, pero las Trece eran maestras de la guerra. Las Crochan cayeron de los cielos cuando fueron golpeadas por brutales colas con púas. Algunas ni siquiera se voltearon cuando se encontraron cara a cara con enormes fauces y no volvieron a emerger. —¡Despejen! —La orden de Manon se extendió sobre la lucha—. ¡Formen líneas bajas en el suelo! No una orden para las Trece, sino para las Crochan. Glennis gritó, sin duda alguna con la magia amplificando su voz: —¡Sigan su orden! Justo así, las Crochan retrocedieron, formando una unidad sólida en el aire sobre las carpas.

Vieron cómo Abraxos arrancaba la garganta de un toro dos veces su tamaño, y Manon disparó una flecha a través de la cara del jinete. Observando mientras los gemelos demonios de ojos verdes reunían a tres wyverns entre ellas y los enviaban a estrellarse contra las laderas de las montañas. Observando como la yegua azul de Asterin arrancó a un jinete de su silla, luego arrancó parte de la columna vertebral del wyvern debajo de ella. Cada una de las Trece marcó un objetivo con cada golpe a través de los atacantes reunidos. Las Yellowlegs no tenían tal organización. Los centinelas Yellowlegs que intentaron romper el camino de las Trece para atacar a las Crochan, se toparon debajo un muro de flechas que se encontraron con ellas. Los wyverns pudieron haber sobrevivido, pero sus jinetes no lo hicieron. Y con unas cuantas cuidadosas maniobras, las bestias sin jinete se encontraron con el cuello cortado, la sangre fluyendo mientras chocaban contra los picos cercanos. La pena se mezclaba con el miedo y la rabia en su corazón. ¿Cuántas de esas bestias podrían haber sido como Abraxos, si hubieran tenido buenas jinetes que los amaran? Fue sorprendentemente difícil explotar su magia en el wyvern que logró navegar por encima, apuntando directamente a Glennis, otro wyvern en su cola. Le dio una muerte fácil, rompiendo el cuello de la bestia con una explosión de su poder que lo dejó jadeando. Lanzó su magia hacia el segundo Wyvern atacante, ofreciéndole el mismo final rápido, pero no vio al tercero y el cuarto que ahora se estrellaban contra el campamento, destrozando tiendas y rompiendo con sus mandíbulas cualquier cosa en su camino. Crochan cayeron, gritando. Pero entonces Manon estaba allí, Abraxos navegando fuerte y rápido, y ella se escapó de la cabeza del jinete más cercano. La centinela Yellowleg todavía tenía una expresión de conmoción cuando su cabeza voló. La magia de Dorian se detuvo. La cabeza decapitada golpeó el suelo cerca de él y rodó. Una habitación brilló, el mármol rojo manchado de sangre, el golpe de una cabeza sobre piedra, el único sonido más allá de sus gritos. No se suponía que te amara. La cabeza de la Yellowleg se detuvo cerca de sus botas, la sangre azul brotando sobre la nieve y la tierra.

No escuchó, no le importó que el cuarto wyvern se dirigiera hacia él. Manon gritó su nombre y flechas Crochan se dispararon. Los ojos de la centinela Yellowleg no miraron a nadie, a nada. Una boca abierta ante él, con las mandíbulas abiertas. Manon volvió a gritar su nombre, pero no pudo moverse. El wyvern bajó y la oscuridad se abrió de par en par cuando esas mandíbulas se cerraron a su alrededor. Cuando Dorian dejó que su magia se liberara de sus ataduras. En un latido de corazón, el wyvern lo estaba tragando entero, su aliento rancio manchaba el aire. Al siguiente, la bestia estaba en el suelo, su cadáver derretido. Derretido, por lo que él le había hecho. No al wyvern, sino a sí mismo. El cuerpo que había convertido en una llama sólida, tan caliente que se había derretido a través de las mandíbulas del wyvern, a través de su garganta, y que había atravesado el hocico de la bestia como si no fuera nada más que una telaraña. La jinete de Yellowleg que había sobrevivido al choque sacó su espada, solamente demasiado tarde. Glennis puso una flecha en su garganta. El silencio cayó. Incluso la batalla de arriba se extinguió. Las Trece aterrizaron, salpicadas de sangre azul y negra. Tan diferente de la sangre roja de Sorscha, su propia sangre roja. Luego, unas manos con punta de hierro se aferraron a sus hombros, y sus ojos dorados se clavaron en los suyos. —¿Eres tonto? Él solo miró a la cabeza de la bruja Yellowleg, todavía a pies de distancia. La propia mirada de Manon se volvió hacia ella. Apretó la boca, luego lo soltó y se giró hacia Glennis. —Enviaré a mis Sombras para buscar otras. —¿Algún sobreviviente enemigo? Glennis escudriñó los cielos vacíos. Ya sea que su magia las sorprendiera, o las dejara en shock, ni Glennis ni las Crochan se apresuraron a atender a sus heridos dejándose llevar.

—Todas muertas —dijo Manon. Pero la Crochan de pelo oscuro que los había interceptado por primera vez asaltó a Manon, sacando su espada. —Tú hiciste esto. Dorian se aferró a Damaris, más no hizo ningún movimiento para desenfundarla. No mientras Manon no retrocediera. —¿Salvar sus traseros? Sí, diría que lo hicimos. La bruja se enfureció. —Tú las guiaste aquí. —Bronwen —advirtió Glennis, limpiándose la sangre azul de la cara. La joven bruja, Bronwen, se erizó. —¿Crees que es una mera coincidencia que llegaran, y luego nos ataquen? —Lucharon con nosotras, no en contra —dijo Glennis. Ella se volvió hacia Manon—. ¿Lo juras? Los ojos dorados de Manon brillaron a la luz del fuego. —Lo juro. No las guie aquí. Glennis asintió, pero Dorian miró a Manon. Damaris se había enfriado como el hielo. La empuñadura dorada estaba tan fría que mordió su piel. Glennis, de alguna manera estaba satisfecha, asintiendo de nuevo. —Entonces hablaremos, más tarde. Bronwen escupió en el suelo ensangrentado y se alejó. Una mentira. Manon había mentido. Ella arqueó una ceja, pero Dorian se dio la vuelta. Dejando que el conocimiento se asentara en él. Lo que ella había hecho. Así comenzaron una serie de órdenes y movimientos, recogiendo heridos y muertos. Dorian ayudó lo mejor que pudo, sanando a quienes más lo necesitaban. Heridas abiertas que goteaban sangre azul en sus manos. El calor de esa sangre no lo alcanzó.

Capítulo 15 Traducido por IsaCat Corregido por WinterGirl

Era una mentirosa, una asesina, y probablemente tendría que ser las dos nuevamente antes de que esto terminara. Pero Manon no se arrepentía de lo que había hecho. No tenía espacio en ella para el arrepentimiento. No con el tiempo sobre ellos, no con lo mucho que soportaban sus hombros. Durante largas horas, mientras trabajaban para reparar el campamento y Crochans, Manon vigilaba los cielos helados. Ocho muertos. Eso podría haber sido peor. Mucho peor. Aunque tomaría las vidas de esas ocho Crochan con ella, aprendería sus nombres para que pudiera recordarlos. Manon pasó la larga noche ayudando a las Trece a arrastrar a los Wyverns caídos y a los jinetes de Ironteeth a otra cresta. El suelo era demasiado duro para enterrarlas, y quemarlas dejaría marcas, así que optaron por la nieve. Ella no se atrevió a pedirle a Dorian que usara su poder para ayudarlas. Había visto esa mirada en sus ojos. Como si lo supiera. Manon dejó caer un rígido cuerpo Yellowleg, los labios de la centinela ya azules, con el hielo incrustado en su cabello rubio. Asterin arrastró a una jinete de cuerpo robusto hacia ella por las botas, luego depositó a la bruja con poca ceremonia. Pero  Manon  miró fijamente a los rostros de las brujas caídas. Ella las había sacrificado también.  Ambos lados de este conflicto. Ambas líneas de sangre. Todos sangrarían, demasiados morirían. ¿Les habría dado la bienvenida Glennis? Tal vez, pero las otras Crochan no parecían tan dispuestas a hacerlo. Y el hecho es que no tenían tiempo que desperdiciar en tratar de agradarles. Así que había elegido el único método que conocía: la batalla. Se había alejado por su cuenta ese mismo día, cerca de donde sabía que las Ironteeth estarían patrullando, esperó hasta que el gran viento del norte llevara su aroma hacia el sur. Y luego esperó por su momento. —¿Las conocías? Preguntó Asterin cuando Manon se quedó mirando el cuerpo de la centinela caída. A lo largo de la línea, los Wyverns usaron sus alas para rociar grandes extensiones de nieve sobre los cadáveres. —No —dijo Manon—. No la conocía.

Amanecía cuando regresaron al campamento Crochan. Los ojos que habían escupido fuego horas antes, ahora las miraban con cautela, menos manos dirigiéndose hacia sus armas mientras se dirigían hacia el gran anillo de fuego que era la fogata. El más grande del campamento, y ubicado en su corazón. El corazón de Glennis. La vieja estaba ante la fogata, calentando sus nudosas y ensangrentadas manos. Dorian se sentó cerca, y sus ojos zafiro la condenaron cuando se encontró con la mirada de Manon. Luego. Esa conversación vendría después. Manon se detuvo a unos metros de Glennis, las Trece cayeron en fila a las afueras del fuego, observando las cinco tiendas que lo rodeaban, el caldero burbujeaba en el centro. Detrás de ellos, las Crochan continuaron con sus reparaciones y curaciones, mientras mantenían un ojo sobre todas ellas. —Coman algo —dijo Glennis, gesticulando a la burbujeante caldera.  Olía a estofado de cabra. Manon no se molestó en objetar antes de obedecer, recogiendo uno de los pequeños cuencos de barro al lado del fuego. Otra forma de demostrarles confianza: comería su comida. La aceptaría. Así lo hizo Manon, devoró algunos bocados antes de que Dorian siguiera su ejemplo e hiciera lo mismo. Cuando ambos estaban comiendo, Glennis se sentó en una piedra y suspiró. —Han pasado más de quinientos años desde que una bruja Ironteeth y una Crochan compartieron una comida. Desde que buscaban intercambiar palabras en paz. Excepto, tal vez, solo por tu madre y tu padre. —Supongo que sí —dijo Manon suavemente, pausando su comida. La boca de la anciana se torció en una sonrisa, a pesar de la batalla, de la noche agotadora. —Yo era la abuela de tu padre —aclaró al fin—. Yo misma aburrí a tu abuelo, quien se apareó con una reina Crochan antes de que ella muriera dando a luz a tu padre. Otra cosa que habían heredado de los Fae: su dificultad para concebir y la naturaleza mortal del parto. Una manera de que la Diosa de Tres Caras mantuviera el equilibro, para que evitara la inundación de las tierras con muchos niños inmortales que devorarían sus recursos. Sin embargo, Manon escudriñó el campamento medio destruido. La vieja leyó la pregunta en sus ojos. —Los hombres habitan en nuestras casas, donde están a salvo. Este campamento es un puesto de avance mientras llevamos a cabo nuestros negocios. Los Crochans siempre habían dado a luz a más machos que las Ironteeth, y habían adoptado el hábito Fae de seleccionar parejas, sino con un verdadero vínculo de apareamiento, entonces sí en espíritu. Siempre le había parecido extravagante y

extraño. Innecesario. —Después de que tu madre nunca regresó, a tu padre le pidieron que se apareara con otra joven bruja. Él era el único portador de la línea de sangre Crochan, verás, y si tu madre y tú no hubieran sobrevivido al parto, eso terminaría con él. Él no sabía qué les había pasado a ninguna de las dos. Si estabas viva, o muerta. Ni siquiera sabía dónde buscar. Así que accedió a cumplir con su deber, accedió a ayudar a las personas moribundas. Su bisabuela sonrió con tristeza.  —Todos los que conocieron a Tristan lo amaban. Tristan. Ese había sido su nombre. ¿Lo había sabido su abuela antes de que lo matara? —Una joven bruja fue elegida especialmente para él. Pero no la amaba, no con tu madre como su verdadera compañera, la canción de su alma. Sin embargo, Tristán lo hizo funcionar. Rhiannon fue el resultado de ello. Manon se tensó. Si la madre de Rhiannon estuviera aquí... Una vez más, la vieja leyó la pregunta en el rostro de Manon. —Fue asesinada por una centinela Yellowleg en las planicies fluviales de Melisande. Años atrás. Un destello de vergüenza atravesó a Manon ante el alivio que la inundó. Por evitar esa confrontación, por evitar pedir perdón, como debería haber hecho. Dorian dejó su cuchara. Un gesto tan gracioso e informal, teniendo en cuenta cómo había derribado ese Wyvern.  —¿Cómo es que la línea Crochan sobrevivió? La leyenda dice que fueron eliminadas. Otra sonrisa triste. —Puedes agradecerle a mi madre por eso. La hija menor Rhiannon Crochan dio a luz durante el asedio a la Ciudad de las Brujas. Con nuestros ejércitos derribados y solo las murallas de la ciudad para contener a las legiones Ironteeth, y con tantos de sus hijos y nietos asesinados y su compañero clavado en las murallas de la ciudad, Rhiannon hizo que los heraldos anunciaran que había sido un nacimiento muerto. Así que las Ironteeth nunca sabrían que una Crochan aún podría vivir. Esa misma noche, justo antes de que Rhiannon comenzara su batalla de tres días contra las Grandes Brujas Ironteeth, mi madre sacó de contrabando a la princesa bebé en su escoba. La garganta de la anciana se agitó. —Rhiannon era su mejor amiga, una hermana para ella. Mi madre quería quedarse, luchar hasta el final, pero se le pidió que hiciera eso por su gente.  Por nuestra gente. Hasta el día de su muerte, mi madre creía que Rhiannon iba a sostener las puertas contra las Grandes Brujas como una distracción. Para sacar a ese último vástago Crochan mientras las Ironteeth miraban hacia otro lado. Manon no sabía del todo qué decir, cómo expresar lo que se agitaba dentro de ella.

—Encontrarás —continuó Glennis—, que tienes algunas primas en este campamento. Asterin se puso rígida ante eso, Edda y Briar también se tensaron en el lugar donde estaban sentadas en el borde del fuego. Las familiares de Manon, en el lado Blackbeak de su herencia. Indudablemente dispuestas a luchar por mantener esa distinción para sí mismas. —Bronwen —dijo la anciana, haciendo un gesto hacia la líder del grupo, de pelo oscuro con la escoba forjada en oro, ahora vigilando a Manon y las Trece desde las sombras, más allá del fuego—. También es mi bisnieta. Tú prima más cercana. La bondad no brillaba en la cara de Bronwen, por lo que Manon tampoco se molestó en parecer agradable. —Ella y Rhiannon eran tan cercanas como hermanas —murmuró Glennis. Le tomó un esfuerzo considerable no tocar el trozo de manto rojo al final de su trenza. Dorian, la Oscuridad abrazando su alma, interrumpió: —Te encontramos por una razón. Glennis volvió a calentarse las manos. —Supongo que es para pedirnos que nos unamos a esta guerra. Manon no suavizó su mirada.  —Lo es. Tú y todos las Crochan esparcidas por la tierra. Una de las Crochan en las sombras dejó escapar una carcajada. —¿Algo más? —otras se rieron con ella. Los ojos azules de Glennis no vacilaron.  —No hemos seguido a un aquelarre desde antes de la caída de la Ciudad de las Brujas. Puede que les resulte una tarea más difícil de lo que anticiparon. Dorian preguntó: —¿Y si su reina las convoca a pelear? La nieve crujía bajo fuertes pisadas, y luego Bronwen estaba allí, con sus ojos marrones ardiendo. —No contestes, Glennis. Tal falta de respeto, tal informalidad a una anciana… Bronwen dirigió su mirada ardiente a Manon. —No eres nuestra reina, a pesar de lo que tu sangre podría sugerir. A pesar de esta pequeña pelea. No lo haremos, y nunca, responderemos ante ti. —Morath te encontró hace un momento —dijo Manon con frialdad. Ella había anticipado esta reacción—. Lo hará de nuevo. Ya sea en unos pocos meses o un

año, te encontrarán. Y entonces no habrá esperanza de vencerlos —mantuvo las manos a los lados, resistiendo el impulso de desenfundar sus garras de hierro—. Hay una gran cantidad de reinos manifestándose en Terrasen. Únete a ellos. —Terrasen no vino en nuestra ayuda hace quinientos años —dijo otra voz, acercándose. La bonita bruja de antes, de pelo castaño. Su escoba también estaba forjada en metal fino, plateado al oro de Bronwen—. No veo por qué deberíamos molestarnos en ayudarlos ahora. —Pensé que ustedes eran un grupo de justas y benevolentes —canturreó Manon—. Seguramente esto sería tu tipo de cosas. La joven bruja se erizó, pero Glennis levantó una mano vieja. Sin embargo, no fue suficiente para detener a Bronwen, ya que la bruja miró a Manon y gruñó: —No eres nuestra reina. Nunca volaremos contigo. Bronwen y la bruja más joven se fueron, las guardias Crochan separándose para dejarlas pasar. Manon encontró a Glennis haciendo una mueca de dolor. —Nuestra familia, encontrarás, tiene un rasgo impetuoso.

I Despiadado. Lo que Manon había hecho esta noche, llevando a las Ironteeth a este campamento... Dorian no tenía otra palabra que no fuera despiadado. Dejó a Manon y su bisabuela, las Trece mirando, y fue en busca de la araña. Encontró a Cyrene donde la había dejado, agazapada en las sombras de una de las tiendas más lejanas. Había regresado a su forma humana, su cabello oscuro enredado, envuelta en una capa Crochan. Como si una se hubiera apenado de ella. Sin darse cuenta de que el hambre en los ojos de Cyrene no era por el estofado de cabra. —¿De dónde viene el cambio? —preguntó Dorian mientras se detenía ante ella, una mano sobre Damaris—. ¿Dentro de ti? La araña cambia-formas parpadeó, luego se puso de pie. Alguien le había dado una túnica marrón desgastada, pantalones y botas, también. —Esa fue una gran hazaña de magia la que realizaste —ella sonrió, revelando pequeños dientes afilados—. Qué rey podría hacerte. Sin desafío, sin rival.

Dorian no tenía ganas de decir que no estaba completamente seguro de qué tipo de rey deseaba ser, si vivía lo suficiente para reclamar su trono. Cualquiera y cualquier cosa, excepto su padre, parecía un buen lugar para comenzar. Dorian mantuvo su postura relajada, incluso cuando volvió a preguntar: —¿De dónde viene el cambio, desde dentro de ti? Cyrene inclinó su cabeza, como si escuchara alguna cosa. —Fue extraño, rey mortal, descubrir que tenía un nuevo lugar dentro de mí con el regreso de la magia. Descubrir que algo nuevo había echado raíces —su pequeña mano se desvió hacia estómago, justo por encima de su ombligo—. Una pequeña semilla de poder. Haría el cambio, pensaría en lo que deseo ser, y el cambio comienza aquí primero. Siempre, el calor viene de aquí —la araña posó su mirada en él—. Si deseas ser algo, rey sin corona, entonces selo. Ese es el secreto del cambio. Sé lo que deseas ser. Evitó las ganas de poner los ojos en blanco, aunque Damaris se calentó. Sé lo que deseas, una cosa mucho más fácil de decir que de hacer. Especialmente con el peso de una corona. Dorian puso una mano en su estómago, a pesar de las capas de ropa y su capa. Sólo le recibió un músculo tonificado. —¿Es eso lo que haces para convocar el cambio, primero pensar en lo que quieres llegar a ser? —Con límites. Necesito una imagen clara dentro de mi mente, o de lo contrario no funcionará en absoluto. —Así que no puedes cambiar en algo que no has visto. —Puedo inventar ciertos rasgos: color de ojos, cabello, pelo, pero no la criatura misma —una sonrisa horrible floreció en su boca—. Usa esa magia encantadora tuya. Cambia tus bonitos ojos —se atrevió la araña—. Cambia su color. Los dioses lo maldigan, pero él lo intentó. Pensó en ojos marrones. En la foto de los ojos bronce de Chaol, feroces después una de sus sesiones de combate. No cómo habían estado antes de que su amigo hubiera navegado al continente sur. ¿Se las había arreglado Chaol para ser sanado? ¿Habrían convencido él y Nesryn al Kan de enviar ayuda? ¿Cómo se enteraría Chaol de dónde estaba, qué les había pasado a todos, cuando se habían dispersado en los vientos? —Piensas demasiado, joven rey. —Mejor que muy poco —murmuró. Damaris se calentó de nuevo. Él podría haber jurado que lo hizo en diversión.  Cyrene rió entre dientes. —No pienses mucho en el color de ojos, más bien demándalo.

—¿Cómo aprendiste esto sin instrucción? —El poder está en mí ahora —dijo la araña simplemente—. Lo escuché. Dorian dejó caer un zarcillo de su magia serpenteante hacia la araña. Ella se tensó. Pero su magia la rozó, gentil e inquisitiva como un gato. Cruda magia, para ser moldeada como él quisiera. Serpenteó en ella, buscó para encontrar esa semilla de poder. Para aprenderlo. —¿Qué estás haciendo? Jadeó la araña, moviéndose sobre sus pies. Su magia la envolvía y podía sentirla, cada año odioso y horrible de existencia. Cada… Su boca se secó. La bilis surgió en su garganta por el olor que su magia detectó. N unca olvidaría ese olor, esa vileza. Llevaría la marca en su garganta para siempre como prueba. Valg. La araña, de alguna manera, era Valg. Y no poseída, sino nacida. Mantuvo su rostro neutral. Desinteresado. A pesar de que su magia localizó ese brillo, un poco de magia. Magia robada. Como el Valg robaba todas las cosas.  Tomaba todo lo que quería. Su sangre se convirtió en un sordo y fuerte rugido en sus oídos. Dorian estudió su pequeño cuerpo, su cara ordinaria.  —Has estado bastante callada con respecto a la búsqueda de venganza que te envió a cazar en todo el continente. Los ojos oscuros de Cyrene se convirtieron en pozos profundos. —Oh, no lo he olvidado. De ningún modo. Damaris se mantuvo caliente. Esperando. Dejó que su magia envolviera sus manos tranquilizadoras alrededor de la semilla de poder atrapada dentro del infierno negro en la araña. No le importaba saber por qué y cómo las arañas stygian eran Valg. Cómo habían venido aquí. Por qué se habían quedado. Se alimentaban de los sueños, la vida y la alegría. Encantadas en ello. La semilla del poder cambia-formas parpadeó en sus manos, como si estuviera agradecido por un toque amable. Un toque humano. Esto. Su padre había permitido que este tipo de criaturas crecieran, gobernaran. Sorscha había sido masacrada por estas cosas, su crueldad.

—Puedo hacer un trato contigo, sabes —susurró Cyrene—. Cuando llegue el momento, me aseguraré de que estés a salvo. Damaris se puso más fría que el hielo. Dorian la miró fijamente. Retiró su magia y podría haber jurado que la semilla del poder cambia-formas atrapado dentro de ella lo alcanzó. Intentando rogarle que no se fuera. Él sonrió a la araña. Ella le devolvió la sonrisa. Y entonces él golpeó. Manos invisibles envueltas alrededor de su cuello y torcidas. Justo cuando su magia se hundió en su ombligo, en donde residía la semilla robada de la magia humana, y la envolvió. La tomó, con un pajarito en sus manos, mientras la araña moría. Estudió la magia, cada una de sus facetas, antes de que pareciera suspirar de alivio y desvanecerse en el viento, por fin libre. Cyrene se desplomó en el suelo, sus ojos ciegos ahora. Medio pensamiento y Dorian la incineró. Nadie vino a preguntar por el hedor que surgió de sus cenizas. La mancha negra que permanecía debajo de ellas. Valg. Tal vez era su boleto para entrar en Morath, y sin embargo, se encontró mirando esa mancha oscura en la tierra medio descongelada. Soltó a Damaris, la espada calmándose a regañadientes. Encontraría su camino hacia Morath. Una vez que dominara el cambio. La araña y toda su especie podrían arder en el infierno.

I El corazón de Dorian todavía estaba acelerado cuando, una hora después, se encontraba en una tienda que ni siquiera era lo suficientemente alta como para pararse, en uno de los dos pilares. Manon entró en la tienda justo cuando se quitó las botas y tiró de las pesadas mantas de lana sobre él. Olían a caballos y heno, y bien podrían haber sido arrebatadas de un establo, pero a él no le importaba. Eran cálidas y mejor que nada. Manon examinó el espacio estrecho, la segunda cama y la manta. —Trece es un número impar —ella dijo a manera de explicación—. Siempre tengo una tienda de campaña para mí misma.

—Lamento arruinarte eso. Ella le dirigió una mirada secamente divertida antes de sentarse en el petate y desatarse las botas. Pero sus dedos se detuvieron cuando sus fosas nasales se ensancharon. Lentamente, ella lo miró por encima del hombro.  —Qué hiciste. Dorian mantuvo su mirada fija.  —Hiciste lo que tenías que hacer hoy —dijo simplemente—. Yo lo hice también. No se molestó en tratar de tocar a Damaris. Ella lo olfateó de nuevo.  —Mataste a la araña. No había juicio en su rostro, solo pura curiosidad. —Era una amenaza —admitió.  Y un pedazo de mierda Valg.  La cautela ahora inundó sus ojos.  —Ella podría haberte matado. Él le dio una media sonrisa.  —No, no podría haberlo hecho. Manon lo evaluó de nuevo, y él lo soportó.  —¿No tienes nada que decir sobre mis propias... elecciones? —Mis amigos están peleando y probablemente están siendo asesinados en el Norte —dijo Dorian—. No tenemos el tiempo para pasar semanas ganándonos a las Crochans. Ahí estaba, la brutal verdad. Para obtener algún grado de bienvenida aquí, habían tenido que cruzar esa línea. Tal vez este tipo de decisiones insensibles eran parte de que lleva una corona. Él guardaría su secreto, mientras ella deseara mantenerlo oculto.  —¿No hay discursos santurrones? —Esto es la guerra —dijo simplemente—. Hemos pasado ese tipo de cosas. Y no importaría, ¿lo haría entonces, cuando su alma eterna fuera el precio a pagar por detener la masacre? Él había tenido suficiente de ello. Si cruzar línea tras línea evitaría el daño a otros, lo haría. No sabía qué clase de rey lo hacía. Manon murmuró, considerando que era una respuesta aceptable: —Sabes sobre la corte, complot e intriga —dijo, sus hábiles dedos otra vez

volando sobre los cordones y ganchos de las botas—. ¿Cómo... jugarías esto, como lo llamaste más temprano? Mi situación con las Crochans. Dorian puso una mano bajo su cabeza.  —El problema es que tienen todas las cartas. Las necesitas mucho más de lo que te necesitan a ti. La única carta que tienes para jugar es tu herencia, y parece que ha sido rechazada, incluso con la pelea. Entonces, ¿cómo lo hacemos vital para ellas? ¿Cómo compruebas que necesitan a su última reina viva, la última de la línea de sangre Crochan? Él lo contempló.  —También existe la posibilidad de paz entre tus pueblos, pero... —hizo una mueca —. Ya no eres reconocida como Heredera. Cualquier negociación que puedas hacer como Blackbeak sería solo para ti y las Trece, no para el resto de las Ironteeth. No sería un verdadero tratado de paz. Manon terminó con sus botas y se recostó en su petate, deslizando la manta sobre ella mientras miraba el techo bajo de la tienda. —¿Te enseñaron estas cosas en tu castillo de cristal? —Sí —antes de que él hubiera destrozado ese castillo en fragmentos y polvo. Manon se puso de lado, apoyando su cabeza en una mano, su cabello blanco se desparramaba de su trenza para enmarcar su rostro.  —No puedes usar esa magia tuya para simplemente... obligarlas ¿verdad? Dorian soltó una carcajada. —No que yo sepa. —Maeve se abrió camino en la mente del Príncipe Rowan para convencerlo de que tomara una pareja falsa. —Ni siquiera sé lo que el poder de Maeve es —dijo Dorian, encogiéndose. Lo que la Reina Fae le había hecho a Rowan, lo que estaba haciendo ahora a la Reina de Terrasen...—. Y no estoy del todo seguro de que quiera comenzar a experimentar con aliados potenciales. Manon suspiró por la nariz.  —Mi entrenamiento no incluía estas cosas. No estaba sorprendido.  —¿Quieres mi opinión sincera? —sus ojos dorados lo clavaron en su lugar mientras asentía bruscamente—. Encuentra lo que necesitan y úsalo a tu favor. ¿Qué las llevaría a unirse a ti, a verte como su Reina Crochan? Pelear en la batalla de esta noche ganó cierto grado de confianza, pero no aceptación inmediata. Quizás Glennis podría saberlo. —Tendría que arriesgarme a preguntarle.

—No confías en ella. —¿Por qué debería? —Es tu bisabuela. Y no ordenó que te ejecutaran a primera vista. —Mi abuela tampoco lo hizo, hasta el final —ninguna emoción pasó por su rostro, pero sus dedos se clavaron en su cuero cabelludo ante sus palabras. Así que Dorian dijo: —Aelin necesitaba que el capitán Rolfe y su gente fueran sacudidos tras siglos de ocultación para reunir a la flota Micénica. Ella aprendió que solo regresarían a  Terrasen  cuando un dragón de mar reapareciera por fin, uno de sus  aliados perdidos hace mucho tiempo en las olas. Así que lo diseñó para que ocurriera: provocó que  una pequeña  flota de Valg  atacara la Bahía de la Calavera mientras permanecían principalmente indefensos, y luego usó la batalla para exhibir al dragón marino que llegó para ayudarlos, convocado por el aire y la magia. —La cambiadora de forma —dijo Manon. Dorian asintió—. ¿Y los Micénicos lo compraron? —Absolutamente —dijo Dorian arrastrando las palabras—. Aelin aprendió lo que necesitaban los Micénicos para convencerse de unirse a su causa. ¿Qué tipo de cosas podrían requerir las Crochan para hacer lo mismo? Manon se recostó en su petate, con tanta gracia como un bailarín. Ella jugó con el extremo de su trenza, la tira roja ahí.  —Le preguntaré a Ghislaine por la mañana. —No creo que Ghislaine lo sepa. Esos ojos dorados se deslizaron hacia él.  —¿De verdad crees que debería preguntarle a Glennis? —Lo creo, y pienso que ella te ayudará. —¿Por qué molestarse? Se preguntó si las Trece podrían verlo alguna vez, ese indicio de autoestima que a veces parpadeaba en su rostro.  —Su madre voluntariamente abandonó su ciudad, a su gente, su reina en sus últimas horas para poder preservar el linaje real. Su línea de sangre. Creo que ella contó esa historia esta noche, podrías darte cuenta de que ella también haría lo mismo. — ¿Por qué no decirlo abiertamente, entonces? —Porque, en caso de que no te hayas dado cuenta, no eres exactamente una persona popular en este campo, a pesar de tu estrategia con las Ironteeth. Glennis sabe cómo jugar el juego. Solo tienes que ponerte al día con ella. Averigua por qué están aquí incluso, luego planifica tu próximo movimiento. Su boca se tensó, luego se relajó. 

—Tus tutores te enseñaron bien, príncipe. —Ser criado por un tirano infestado de demonios tenía sus beneficios, al parecer — sus palabras sonaron planas, incluso con un borde afilado en su interior. Su mirada se desvió a su garganta, a la línea pálida a través de él. Casi podía sentir su mirada fija como un toque fantasma. —Todavía lo odias. Él arqueó una ceja.  —¿Se supone que no debo? Su pelo blanco como la luna brillaba en la tenue luz.  —Me dijiste que era humano. En el fondo, se mantuvo humano y trató de protegerte lo mejor que pudo. Sin embargo, lo odias. —Me perdonarás si encuentro que sus métodos para protegerme son desagradables. —Pero fue el demonio, no el hombre, quien mató a tu sanadora. Dorian apretó la mandíbula.  —No hace ninguna diferencia. —¿No la hace? —Manon frunció el ceño—. La mayoría apenas puede soportar algunos meses de infestación de Valg. Tú apenas lo soportaste —él intentó no retroceder ante las contundentes palabras—. Sin embargo, él se mantuvo durante décadas. Él sostuvo su mirada.  —Si estás tratando de considerar a mi padre como una especie de héroe noble, estás perdiendo el aliento —debió terminar con ello, pero le preguntó:— Si alguien te dijera que tu abuela era secretamente buena, que ella no quería asesinar a tus padres ni a tantos otros, que se vio forzada a obligarte a matar a tu propia hermana, ¿Te resultaría tan fácil de creer? ¿De perdonarla? Manon miró su abdomen, la cicatriz escondida debajo de sus cueros. Se preparó para la respuesta. Pero ella solo dijo: —Estoy cansada de hablar. Bien. Él también lo estaba. —¿Hay algo que prefieras hacer en lugar de eso, brujita? —Su voz se volvió áspera, y supo que ella podía escuchar los latidos de su corazón cuando comenzó a martillar. Su única respuesta fue deslizarse sobre él, mechones de su cabello cayendo alrededor de ellos en una cortina.  —Dije que no quiero hablar —suspiró ella, y bajó la boca a su cuello. Arrastró sus dientes sobre él, justo a través de la línea blanca donde había estado el collar.

Dorian gimió suavemente, y movió sus caderas, apretándose contra ella. Su aliento se volvió irregular en respuesta, y él pasó una mano por su costado. —Cállame, entonces. Él dijo, una mano se dirigía hacia el sur para ahuecar su parte trasera mientras ella mordía su cuello, su mandíbula. Ningún indicio de esos dientes de hierro, pero la promesa de ellos se prolongó, una exquisita espada sobre su cabeza. Solo con ella no necesitaba explicarse. Solo con ella no necesitaba ser un rey, ni nada más que lo que él era. Solo con ella no habría juicios por lo que había hecho, por a quiénes había fallado, por lo que aún podía hacer. Solo esto, placer y total olvido. La mano de Manon encontró la hebilla de su cinturón, y Dorian alcanzó la de ella, y ninguno de los dos habló por un tiempo después de eso.

I La liberación que encontró esa noche, dos veces, no podía apagar completamente el borde cuando amanecía, gris y sombría, y Manon se acercó a la tienda más grande de Glennis. Había dejado al rey dormido, envuelto en las mantas que habían compartido, aunque no había permitido que la sostuviera. Ella simplemente se había vuelto sobre sobre su lado, poniéndose de espaldas a él, y cerró los ojos. A él no parecía importarle, saciado y adormecido después de que ella lo había montado hasta que ambos encontraron su placer, se habían quedado dormidos rápidamente. Se había quedado dormido, mientras Manon había contemplado cómo, exactamente, iba a tener esta reunión. Tal vez debería haber traído a Dorian. Ciertamente sabía cómo jugar estos juegos. Pensar como un rey. Sin embargo, él había matado a esa araña como una bruja de sangre azul. Sin una pizca de misericordia. No debería haberla emocionado como lo hizo. Pero Manon sabía que su orgullo nunca se recuperaría, y nunca más podría llamarse bruja si le permitiera hacer esta tarea por ella. Así que Manon pasó a través de los faldones de la tienda de Glennis sin anunciarse.  —Necesito hablar contigo. Encontró a Glennis hincada en su capa de glamour ante un pequeño espejo de bronce. 

—¿Antes del desayuno? Supongo que tienes esa urgencia de tu padre. Tristan siempre corría hacia mi tienda con sus diversos asuntos urgentes. Apenas podía convencerlo de que se quedara quieto el tiempo suficiente para comer. Manon descartó la semilla de información. Las Ironteeth no tenían padres. Sólo a sus madres y las madres de sus madres. Siempre había sido así. Incluso si era un esfuerzo por mantener a raya sus preguntas sobre él. Cómo había conocido a Lothian Blackbeak, lo que los había llevado a dejar de lado su antiguo odio. —¿Qué se necesitaría para ganarse a las Crochan? ¿Para qué se unan a nosotros en la guerra? Glennis se ajustó la capa en el espejo.  —Sólo una Reina Crochan puede encender la Llama de la Guerra, para convocar a cada bruja de su hogar. Manon parpadeó ante la respuesta franca.  —¿La Llama de la Guerra? Glennis señalo con su barbilla hacia la solapas de la tienda, al pozo de fuego más allá.  —Cada familia Crochan tiene una fogata que se mueve con ellos a cada campamento u hogar que hacemos, el fuego nunca se extingue. La llama en mi hogar se remonta a la ciudad Crochan, cuando Brannon Galathynius le dio a Rhiannon una chispa de eterno fuego ardiente. Mi madre lo llevó con ella en un globo de cristal, escondido en su manto, cuando sacó de contrabando a su antepasado, y ha seguido ardiendo en todos los hogares reales de Crochan desde entonces. —¿Qué pasó cuando la magia desapareció durante diez años? —Nuestros videntes tuvieron la visión de que se desvanecería y la llama moriría. Así que encendimos varios fuegos ordinarios de esa llama mágica, y los mantuvimos encendidos. Cuando la magia desapareció, la llama se apagó. Y cuando la magia regresó esta primavera, la llama volvió a encenderse, justo en el hogar donde la habíamos visto por última vez —su bisabuela se volvió hacia ella—. Cuando una Reina Crochan convoca a su pueblo a la guerra, se toma una llama del hogar real y se pasa a cada hogar, un campamento y una aldea a la otra. La llegada de la llama es una citación que sólo una verdadera reina Crochan puede hacer. —¿Entonces solo necesito usar la llama en ese pozo y el ejército vendrá a mí? Un graznido de risa.  —No. Primero debes ser aceptada como Reina antes de hacer eso. Manon apretó los dientes.  —¿Y cómo podría lograr eso? —Eso no es para que yo lo averigüe, ¿no es así? Le tomó todo su autocontrol para evitar desenfundar sus uñas de hierro y merodear

por la tienda.  —¿Por qué están aquí, por qué este campamento? Las cejas de Glennis se alzaron.  —¿No te lo dije ayer? Manon golpeó un pie en el suelo. La bruja notó la impaciencia y se rio entre dientes.  —Nos dirigíamos a Eyllwe. Manon comenzó: —¿Eyllwe? Si piensas escapar de esta guerra, puedo decirte que también se ha encontrado en ese reino. Por mucho tiempo, Eyllwe se llevó la peor parte de la ira de Adarlan. En sus interminables reuniones con Erawan, se había enfocado particularmente en asegurar que el reino permaneciera fracturado. Glennis asintió.  —Lo sabemos. Pero recibimos noticias de nuestros hogares del sur de que había surgido una amenaza. Viajamos para reunirnos con algunas de las bandas de guerra de Eyllwe que han logrado sobrevivir todo este tiempo, para enfrentar el horror que Morath pudo haber enviado. Para ir al sur, no al norte a Terrasen. —Erawan podría estar desatando sus horrores en Eyllwe solo para dividirte —dijo Manon—. Para evitar que ayudes a Terrasen. Habrá adivinado que estoy tratando de reunir a las Crochan. Eyllwe ya está perdido, ven con nosotros al Norte. La vieja se limitó a sacudir la cabeza.  —Podría ser. Pero hemos dado nuestra palabra. Así que a Eyllwe iremos.

Capítulo 16 Traducido por IsaCat Corregido por WinterGirl

Darrow estaba esperando a caballo en la cima de una colina cuando el ejército finalmente llegó al anochecer. Una marcha de un día completo, la nieve y el viento azotándolos por cada maldita milla. Aedion, sobre su propio caballo, se separó de la columna de soldados que apuntaban al pequeño campamento y galopó a través de la nieve cubierta de hielo hasta el anciano señor. Señaló con una mano enguantada a los guerreros detrás de él.  —Según lo solicitado: hemos llegado. Darrow apenas miró a Aedion mientras observaba a los soldados que estaban acampando. Agotados, brutal trabajo después de un largo día, y una batalla antes de eso, pero dormirían bien esta noche. Y Aedion se negaría a moverlos mañana. Quizás también el día después de ese  —¿Cuántos perdidos? —Menos de quinientos. —Bien. Aedion se erizó ante la aprobación. No era el propio ejército de Darrow, ni siquiera el de Aedion. —¿Qué querías que nos justificara traernos aquí tan rápido? —Quería discutir la batalla contigo. Escuchar lo que aprendiste. Aedion apretó los dientes.  —Voy a escribir un informe para usted, entonces. Recogió las riendas, preparándose para conducir su caballo de regreso al campamento.  —Mis hombres necesitan refugio. Darrow asintió con firmeza, como si no fuera consciente de la marcha agotadora que había exigido.  —Al amanecer, nos encontraremos. Envía un mensaje a los otros señores. —Envía tu propio mensajero.

Darrow le lanzó una mirada de acero.  —Dile a los otros señores —miró a Aedion desde sus botas salpicadas de barro hasta su cabello sin lavar—. Y descansa un poco. Aedion no se molestó en responder cuando instó a su caballo a galopar, el sementa l cargando en la nieve sin vacilación. Una bestia orgullosa que le había servido bien. Aedion entrecerró los ojos al ver la nieve que azotaba su rostro. Necesitaban construir un refugio, y rápido. Al amanecer, iría a la reunión de Darrow. Con los otros señores.  Y Aelin a cuestas.

I Un pie de nieve cayó durante la noche, cubriendo las tiendas de campaña, sofocando las fogatas y colocando a los soldados durmiendo hombro con hombro para conservar el calor. Lysandra se había estremecido en su tienda, a pesar de estar acurrucada en su forma de leopardo fantasma cerca del brasero, y se había despertado antes del amanecer simplemente porque el sueño se había vuelto inútil. Y debido a la reunión que estaba a unos minutos de tener lugar.  Se dirigió hacia la gran tienda de guerra de Darrow, Ansel de Briarcliff a su lado, los dos arropados contra el frío. Afortunadamente, la fría mañana mantuvo cualquier conversación entre ellos al mínimo. No tenía sentido hablar cuando el mismo aire enfriaba sus dientes hasta el punto de dolor. La familia real Fae de cabellos plateados entró justo antes que ellos, el príncipe Endymion le dio, a Aelin, un asentimiento. La esposa de su primo. Eso es lo que él creía que era. Además de reina. Endymion nunca había olfateado a Aelin, o sabría que la extraña esencia de la cambia formas estaba mal. Gracias a los dioses por eso. La carpa de guerra estaba casi llena, señores, príncipes y comandantes se reunieron alrededor del centro del espacio, todos estudiando el mapa del continente que colgaba de una de las paredes de la carpa. Los alfileres sobresalían de la gruesa lona para marcar varios ejércitos. Tantos, demasiados, agrupados en el Sur. Bloqueando la ayuda de algunos aliados

más allá de las líneas de Morath. —Ella regresa por fin —dijo una voz fría. Lysandra dibujó una sonrisa perezosa y se dirigió al centro de la habitación, Ansel permaneció cerca de la entrada. —Escuché que me perdí algo de diversión ayer. Pensé que volvería antes de que perdiera la oportunidad de matar yo misma algunos Valg. Unas pocas risitas al oír eso, pero Darrow no sonrió.  —No recuerdo que te hayan invitado a esta reunión, Su Alteza. —Yo la invité —dijo Aedion, acercándose al borde del grupo—. Ya que está técnicamente luchando con La Perdición, la convertí en mi segunda al mando —y por lo tanto, digna de estar aquí. Lysandra se preguntó si alguien más podría ver el indicio de dolor en la cara de Aedion; dolor y disgusto por la impostora de la reina que se paseaba entre ellos. —Lamento decepcionarte —le canturreó a Darrow. Darrow solo se volvió hacia el mapa cuando Ravi y Sol entraron. Sol asintió respetuosamente a Aelin, y Ravi le dirigió una sonrisa. Aelin le guiñó un ojo antes de mirar el mapa. —Después de nuestra derrota a Morath ayer, bajo el mando del general Ashryver —Darrow dijo—. Creo que deberíamos posicionar a nuestras tropas en Theralis, y preparar las defensas de Orynth para un asedio. Los señores más antiguos, Sloane, Gunnar e Ironwood, gruñeron de acuerdo. Aedion sacudió su cabeza, sin duda ya había anticipado esto. —Anuncia a Erawan que estamos huyendo, y nos separará demasiado de cualquier aliado potencial del Sur. —En Orynth —dijo Lord Gunnar, más viejo, más gris que Darrow y el doble de malo—. Tenemos paredes que pueden soportar catapultas. —Si traen esas torres de brujas —interrumpió Ren Allsbrook—. Incluso las paredes de Orynth se derrumbarán. —Aún tenemos que ver evidencia sobre esas torres de brujas, —respondió Darrow—. Más allá de la palabra de un enemigo. —Un enemigo se volvió un aliado, —dijo Aelin –Lysandra–, Darrow mirándola con desagrado—. Manon Blackbeak no mintió. Sus Trece tampoco se alinearon con Morath cuando lucharon junto a nosotros. Un cabeceo de la familia Fae, de Ansel.

—Contra Maeve —se burló Lord Sloane, un hombre delgado como una caña, con una cara dura y nariz en forma de gancho—. Esa batalla fue contra Maeve, no contra Erawan. ¿Habrían hecho lo mismo contra su propia especie? Las brujas son leales hasta la muerte y más astutas que las zorras. Manon Blackbeak y su círculo podrían haberlos tomado por tontos desesperados y haberles dado la información incorrecta. —Manon Blackbeak se volvió contra su propia abuela, la Gran Bruja del Clan Blackbeak —dijo Aedion, su voz cayendo en un peligroso gruñido—. No creo que las astillas de hierro que encontramos en su herida intestinal fueran una mentira. —Una vez más —dijo Lord Sloane—. Estas brujas son astutas. Harán cualquier cosa. —Las torres de brujas son reales —dijo Lysandra, dejando que la voz fría e imperturbable de Aelin llenara la tienda—. No voy a perder el aliento probando su existencia. Tampoco arriesgaré a Orynth a su poder. —¿Pero arriesgarías las ciudades fronterizas?—Darrow la desafió. —Planeo encontrar una manera de eliminar las torres antes de que puedan pasar las colinas —dijo ella. Rezó porque Aedion tuviera un plan. —Con el fuego que has exhibido tan magníficamente —dijo Darrow con igual suavidad. Ansel de Briarcliff respondió antes de que Lysandra pudiera encontrar una mentira arrogante. —A Erawan le gusta jugar a sus pequeños juegos mentales, aumentar el miedo. Deje que se pregunte y se preocupe por qué Aelin todavía no ha manejado el suyo. Contemplando si lo está almacenando para algo grandioso —dio guiño pícaro hacia ella—. Espero que sea horrible. Lysandra le dio a la reina una sonrisa.  —Oh, lo será. Sintió la mirada de Aedion, la agonía bien oculta y la preocupación. Pero el general dijo: —Eldrys debía reducir nuestros números, hacernos dudar del juicio de Morath enviando sus gruñidos aquí. Quiere que lo subestimemos. Si nos movemos hacia la frontera, tendremos los estribos para frenar su avance. Conocemos ese terreno; él no. Podemos manejarlo a nuestro favor. —¿Y si corta a través de Oakwald? —Lord Gunnar señaló la carretera que pasaba por Endovier—. ¿Entonces qué? Ren Allsbrook respondió esta vez: —Entonces también conocemos ese terreno. Oakwald no tiene amor por Erawan o

sus fuerzas. Su lealtad es a Brannon. Y a sus herederos. Una mirada hacia ella, fría y sin embargo... cálida. Ligera. Ella ofreció al joven señor la insinuación de una sonrisa. Ren ignoró eso y se puso frente al mapa de nuevo. —Si nos movemos a la frontera —dijo Darrow—, corremos el riesgo de que nos eliminen, dejando así a Perranth, a Orynth ya todos los pueblos y ciudades de este reino a merced de Erawan. —Hay argumentos para ambos —dijo el Principe Endymion, dando un paso adelante. El mayor entre ellos, aunque no parecía haber pasado de los veintiocho—. Tu ejército sigue siendo demasiado pequeño para arriesgarse a dividirlo por la mitad. Todos deben irse, ya sea hacia el sur o hacia el norte. —Votaría por el sur —dijo la princesa Sellene, prima de Endymion. Prima de Rowan. Ella había sentido curiosidad por Aelin, Lysandra podía decirlo, pero se había mantenido alejada. Como si dudara en forjar un vínculo cuando la guerra podría destruirlos a todos. Lysandra se había preguntado más de una vez qué la había hecho así en la larga vida de la princesa: cautelosa y solemne, pero no completamente distante—. Hay más rutas de escape, si surge la necesidad — señaló con un dedo curtido al mapa, con el pelo plateado trenzado que brillaba entre los pliegues de su gruesa capa esmeralda—. En Orynth, tus espaldas estarán contra las montañas. —Hay caminos secretos a través de los Staghorns —dijo Lord Sloane, completamente imperturbable—. Mucha de nuestra gente los usó hace diez años. Y así siguió. Debates y discusiones, voces subiendo y bajando. Hasta que Darrow convocó un voto, solo entre los seis Lords de Terrasen. Los únicos líderes oficiales de este ejército, al parecer. Dos de ellos, Sol y Ren, votaron por la frontera. Cuatro de ellos, Darrow, Sloane, Gunnar y Ironwood, votaron por mudarse a Orynth. Darrow simplemente dijo, cuando el silencio había caído: —Si nuestros aliados no desean arriesgarse con nuestro plan, pueden partir. No les hicimos juramento. Lysandra casi comenzó ante eso. Aedion gruñó, incluso cuando la preocupación brilló en sus ojos. Pero el Príncipe Galan, que había permanecido en silencio y vigilante, un oyente a pesar de sus frecuentes sonrisas y audaces combates en el mar y en la tierra, dio un paso adelante. Miró directamente a Aelin, sus ojos, sus ojos, brillando intensamente. —Aliados pobres que de hecho seríamos —dijo, con su acento Wendlyniano rico

y en movimiento—, si abandonáramos a nuestros amigos cuando sus elecciones cambian la nuestra. Prometimos nuestra ayuda en esta guerra. Wendlyn no dará la espalda. Darrow se tensó. No por las palabras, sino por el hecho de que estaban dirigidas hacia ella. Hacia Aelin. Lysandra inclinó su cabeza, poniendo una mano en su corazón. El príncipe Endymion alzó la barbilla.  —Hice un juramento a mi primo, tu consorte —dijo, y los otros señores se erizaron. Dado que Aelin no era reina, el propio título de Rowan todavía no era reconocido por ellos. Sólo por los otros señores, parecía—. Dado que dudo que seamos bienvenidos en Doranelle nuevamente, me gustaría pensar que quizás este sea nuestro nuevo hogar, si todo sale bien. Aelin lo habría aceptado.  —Ustedes son bienvenidos aquí, todos ustedes. Por el tiempo que quieran. —No estás autorizada para hacer tales invitaciones —dijo bruscamente Lord Gunnar. Ninguno de ellos se molestó en contestar. Pero Ilias de los Asesinos Silenciosos dio un asentimiento solemne en el que expresó su acuerdo de quedarse, y Ansel de Briarcliff simplemente le guiñó un ojo a Aelin y dijo: —Llegué hasta aquí para ayudarte a convertir a ese bastardo en polvo. No veo por qué me iría a casa ahora. Lysandra  no  fingió  la gratitud que apretó su garganta cuando se inclinó  ante los aliados que su reina había reunido. Un hombre alto y moreno entró en la tienda, sus ojos grises se lanzaron alrededor de la compañía reunida. Se ensancharon cuando la vieron, a Aelin. Ensanchados, entonces echaron un vistazo  a Aedion  como  para confirmarlo. Observó el cabello dorado, los ojos Ashryver, y la palidez. —¿Qué es, Nox? —gruñó Darrow. El mensajero se enderezó y se apresuró al lado del señor, murmurando alguna cosa en su oreja—. Envíalo —fue la única respuesta de Darrow . Nox se marchó, con gracia a pesar de su altura, y entró un hombre más bajo y de piel pálida. Darrow extendió una mano hacia la carta.  —¿Recibiste un mensaje de Eldrys? Lysandra olió al extraño en el momento en que Aedion lo hizo.

Un momento antes de que el desconocido sonriera y dijera: —Erawan envía sus saludos. Y desató una ráfaga de viento negro directamente hacia ella.

Capítulo 17 Traducido por IsaCat Corregido por WinterGirl

Lysandra se agachó, pero no lo suficientemente rápido como para evitar el golpe de poder que se deslizaba por su brazo. Cayó al suelo, rodando, como había aprendido bajo la cuidadosa tutela de Arobynn. Pero Aedion ya estaba delante de ella, con la espada en la mano. Defendiendo a su reina. Un destello de luz y frío, de Enda y Sellene, y el mensajero de Morath quedó atrapado en sus rodillas, su poder oscuro azotaba contra una barrera invisible de viento bañado en hielo. Alrededor de la tienda, todo había caído, las armas brillaban. Flanqueando al hombre caído, Ilias y Ansel ya tenían sus espadas en ángulo hacia él, sus poses defensivas eran un reflejo en un espejo. Entrenados en sus huesos por el mismo maestro, bajo el mismo sol abrasador. Aunque ninguno miró al otro, sin embargo. Ren, Sol y Ravi se habían puesto en posición en el lado de Lysandra, al lado de Aelin, con sus propias espadas preparadas para derramar sangre. Una corte incipiente que cerraba filas alrededor de su reina. No importaba que los señores mayores hubieran tropezado detrás de la seguridad de la mesa de refrigerios, sus caras desgastadas cenicientas. Solo Galan Ashryver había ocupado un lugar cerca de la salida de la tienda, sin duda para interceptar a su agresor si intentaba huir. Un movimiento audaz, y uno de tontos, considerando lo que estaba arrodillado en el centro de la tienda. —¿Nadie olía que era un demonio Valg? —Exigió Aedion, levantando a Lysandra con sus brazos ilesos. Pero no había collar en el extraño, ni anillo en sus manos pálidas y desnudas. El estómago de Lysandra se revolvió mientras apretaba una mano en la palpitante herida de la parte superior de su brazo. Ella sabía qué latía dentro del pecho del hombre. Un corazón de hierro y piedra del Wyrd. El mensajero se rió, siseando.  —Corre hacia tu castillo. Estamos… Olfateó el aire. Miró directamente a Lysandra. A la sangre que goteaba por su brazo izquierdo, que se filtraba en el azul océano de la túnica desgastada de Aelin.

Sus ojos oscuros se abrieron con sorpresa y alegría, la palabra tomó forma en sus labios. Cambia formas. —Mátenlo —le ordenó a la realeza Fae de cabellos plateados, con el corazón acelerado.  Nadie se atrevió a decirle que lo quemara ella misma. Endymion levantó una mano, y el hombre poseído por el Valg comenzó a jadear. Sin embargo, no antes de que sus ojos se oscurecieron por completo, hasta que ninguna luz brilló. No de la muerte barriendo sobre él. Pero como parecía transmitir un mensaje por un largo vínculo de obsidiana. El mensaje que podría condenarlos: Aelin Galathynius no estaba aquí.  —Basta de esto —gruñó Aedion, y el miedo, el miedo real palideció en su rostro mientras él también se dio cuenta de lo que el mensajero acababa de transmitir a su maestro. La Espada de Orynth brilló, la sangre negra se esparció, y la cabeza del hombre cayó al suelo cubierto de alfombras. En silencio, Lysandra jadeó, llevando su mano desde su brazo a la herida. El corte no era profundo, pero estaría sensible por unas pocas horas. Ansel de Briarcliff enfundó su espada de lobo y agarró el hombro de Lysandra, su pelo rojo se balanceó mientras evaluaba la herida, luego al cadáver. —Pequeños pinchazos desagradables, ¿no? Aelin habría tenido alguna respuesta arrogante para que todos se rieran, pero Lysandra no pudo encontrar las palabras. Ella solo asintió mientras la mancha negra avanzaba lentamente por el piso de la tienda. La familia real Fae olfateaba el olor, haciendo una mueca. —Limpia este desastre —ordenó Darrow a nadie en particular. Incluso mientras sus manos temblaban ligeramente. Por las aletas de la tienda, Nox estaba boquiabierto ante el decapitado Valg. Sus ojos grises se encontraron con los de ella, buscando, y luego bajaron.  —No tenía un anillo —murmuró Nox. Arrebatando un borde de mantel que colgaba de la mesa de refrescos intacta, Aedion limpió la Espada de Orynth.  —Él no necesitaba uno.

I Erawan sabía que Aelin no estaba con ellos. Que una cambiaformas había tomado su lugar. Aedion caminó por el campamento, con Lysandra, como Aelin, pisándole los talones. —Lo sé —dijo por encima del hombro, por una vez ignorando a los guerreros que lo saludaban. Ella continuó tras él de todos modos.  —¿Qué debemos hacer? No se detuvo hasta que llegó a su propia tienda, el olor de ese mensajero Valg se aferraba en su nariz. Ese látigo de la negrura hacia Lysandra todavía ardía detrás de sus ojos. Su grito de dolor sonaba en sus oídos. Su temperamento se agitó, aullando por una salida. Ella lo siguió hasta la tienda.  —¿Qué debemos hacer? —Preguntó de nuevo.  —Qué tal si empezamos asegurándonos de que no haya otros mensajeros acechando en el campamento —gruñó, todavía caminando. Los miembros de la familia Fae ya habían transmitido esa orden y estaban enviando a sus mejores exploradores. —Él lo sabe —suspiró ella. Se giró para mirarla, encontrando a su prima, encontrando a Lysandra temblando. No Aelin, aunque había sido bastante convincente hoy. Mejor de lo habitual—. Él sabe lo que soy. Aedion se frotó la cara. —También parece saber que vamos a Orynth. Quiere que hagamos justamente eso. Ella se dejó caer sobre su cama, como si sus rodillas no pudieran sostenerla de pie. Un latido del corazón, la impulso a sentarse a su lado, para presionarse contra él, era tan fuerte que casi cedió a eso. El sabor de su sangre llenaba el espacio, junto con el olor salvaje y multifacético de ella. Arrastró un dedo sensual por su piel, convirtiendo su rabia en algo tan mortal que podría haber matado muy bien al siguiente hombre que entrara en esta tienda. —Erawan podría escuchar las noticias y preocuparse —dijo Aedion, cuando pudo pensar de nuevo—. Podría preguntarse por qué ella no está aquí, y si está a punto de hacer algo que lo lastimará. Podría obligarlo a mostrar su mano. —O para atacarnos ahora, con toda su fuerza, cuando sabe que somos más débiles.

—Tendremos que ver. —Orynth será un matadero —susurró ella, sus hombros curvándose bajo el peso, no solo de ser una mujer metida en este conflicto, sino de una mujer que interpretaba a otra, que podría ser capaz de fingir, pero solo hasta ahora. Quien no tenía realmente el poder de detener a las hordas que marchaban hacia el norte. Sin embargo, había estado dispuesta a soportar esa carga. Por Aelin. Por este reino. Incluso si había mentido al respecto, había estado dispuesta a aceptar este peso. Aedion se dejó caer a su lado y miró fijamente las paredes de la tienda.  —No iremos a ir a Orynth. Levantó la cabeza. No solo por las palabras, sino por lo cerca que estaba sentados. —¿A dónde vamos, entonces? Aedion examinó su armadura, engrasada y esperando en un maniquí a través de la tienda.  —Sol y Ravi llevarán a algunos de sus hombres a la costa para asegurarse de que no enfrentemos más ataques desde el mar. Se reunirán con lo que queda de la flota Wendlyniana mientras Galan y sus soldados se quedan con nosotros. Vamos a marchar como un ejército a la frontera. —Los otros señores votaron en contra ello. Por supuesto que lo habían hecho, los tontos viejos. Había bailado con traición durante la última década. Lo había hecho una forma de arte. Aedion sonrió levemente.  —Déjamelo a mí.

I La Perdición no era leal a nadie excepto a Aelin Galathynius. Así como los aliados que ella había reunido. Y las fuerzas de Ren Allsbrook, Ravi y Sol de Suria. Y así, aparentemente, lo era Nox Owen. Sin embargo, fue Lysandra, no Aedion, quien hizo posible su vuelo.

Había estado caminando de regreso a su propia tienda, a la tienda de Aelin, no apta para una reina, sino para un capitán del ejército, cuando Nox se puso a su lado. Silencioso y agraciado. Bien entrenado. Y probablemente más letal de lo que parecía. —Entonces, Erawan sabe que no eres Aelin. Ella volvió su cabeza hacia él.  —¿Qué? Una pregunta vaga y rápida para ganar tiempo. ¿Se había arriesgado Aedion a decirle la verdad? Nox le dio una media sonrisa.  —Lo pensé mucho cuando vi la sorpresa en la cara de ese demonio. —Debes estar equivocado. —¿Lo estoy? ¿O no me recuerdas en absoluto? Ella hizo todo lo posible para mirarlo por encima de su nariz, incluso cuando el ladrón mensajero se alzaba sobre ella. Aelin nunca había mencionado un Nox Owen. —¿Por qué debería recordar uno de los lacayos de Darrow? —Un intento decente, pero Celaena Sardothien parecía un poco más divertida cuando cortó a los hombres en listones. Él sabía, quien había sido Aelin. Lysandra no dijo nada y siguió caminando hacia su tienda. Si le contaba a Aedion, ¿qué tan rápido podría ser enterrado Nox bajo la tierra congelada? —Tu secreto está a salvo —murmuró Nox—. Celaena... Aelin era una amiga. Todavía lo es, espero. —Cómo —ella no admitiría más que eso con respecto a su papel. —Luchamos juntos en la competencia, en el castillo de cristal —él resopló—. No tenía idea hasta el día de hoy. Dioses, estuve allí por el Ministro Joval como espía de los rebeldes. Fue mi primera vez fuera de Perranth. Mi primera vez, y terminé, sin saberlo, entrenando junto a mi reina —él se rió, bajo y sorprendido—. Había estado trabajando con los rebeldes durante años, incluso como ladrón. Querían que yo fuera su mirada en el interior en el castillo, de los planes del rey. Informé los extraños sucesos hasta que se volvió demasiado peligroso. Hasta que Cel... Aelin me advirtió que corriera. Escuché, y volví aquí. Joval está muerto. Caí en una pelea con una banda de rebeldes en la frontera esta primavera. Darrow me tomó para ser su propio mensajero y espía. Así que aquí estoy —una mirada de soslayo hacia ella, con el temor todavía en la cara—. Estoy a tu disposición, incluso si no eres... tú —Él inclinó la cabeza—. ¿De cualquier manera, quién eres?

—Aelin. Nox sonrió a sabiendas.  —Lo suficientemente justo. Lysandra se detuvo ante la tienda demasiado pequeña de la reina, situada entre la de Aedion y la de Ren.  —¿Cuál es el costo de tu silencio? ¿O Darrow ya lo sabe? —¿Por qué le diría? Sirvo a Terrasen, y a la familia Galathynius. Siempre lo haré. —Algunos podrían decir que Darrow tiene un fuerte derecho al trono, dada su relación con Orlon. —Hoy me di cuenta de que la asesina que vine a llamar amiga es en realidad la reina que creí muerta. Creo que los dioses me están apuntando en cierta dirección, ¿no es así? Se quedó entre las solapas de la tienda. El delicioso calor la invitaba a su interior.  —¿Y si tuviera que decirte que necesitábamos tu ayuda esta noche, y que el riesgo era que se te calificara de traidor? Nox solo esbozó un arco.  —Entonces diría que le debo un favor a mi amiga Celaena por su advertencia en el castillo, y además me salvó la vida antes de eso. Ella no sabía por qué confiaba en él.  Pero había desarrollado un instinto para los hombres que siempre le mostraba lo correcto, incluso si ella era incapaz de actuar en eso en el pasado. Solo había podido prepararse para ellos. Pero Nox Owen, la amabilidad en su rostro era cierta. Sus palabras eran ciertas. Otro aliado que Aelin había ganado para ellos, esta vez sin saberlo. Ella sabía que Aedion estaría de acuerdo con el plan, incluso si él todavía la odiaba. Así que Lysandra se inclinó, su voz se convirtió en un susurro.  —Entonces escucha con atención.

I Fue hecho en silencio y sin dejar rastro.

Cada elemento intrincado se desarrollaba sin problema, como si los dioses mismos los ayudaran. En la cena, Nox Owen entregó el vino que había servido personalmente, como una disculpa por dejar pasar al soldado Valg a Lord Darrow, Sloane, Gunnar y Ironwood. No para matarlos, sino para enviarlos a un sueño profundo y sin sueños. Incluso un oso rugiente no podría despertar a ese patán, Ansel de Briarcliff había olfateado cuando se paró sobre el catre de Lord Gunnar, levantando su brazo inerte y dejándolo caer. El señor no se movió, y Lysandra, con la forma de un ratón de campo y metida en las sombras detrás de la reina, lo consideró una prueba suficiente. Los fieles porta banderas de los cuatro señores también se encontraban durmiendo profundamente esa noche, cortesía del vino que Galan Ashryver, Ilias, Ren y Ravi se habían asegurado de entregar a sus fogatas. Y cuando todos se despertaron al día siguiente, solo había nieve batiendo más allá de sus tiendas. El campamento se había ido.  El ejército con él.

Capítulo 18 Traducido por IsaCat Corregido por WinterGirl

Nadie en Anielle ni en las grises piedras que se cernían sobre su borde sur gritaban alarmados al escuadrón que descendía de los cielos y se alzaba sobre las almenas. Los centinelas que permanecían y que habían estado de guardia sólo alcanzaron a sacar sus armas, uno de ellos corriendo hacia el oscuro interior, y la apuntó a Chaol y Yrene mientras se deslizaban fuera del poderoso pájaro. El frío en el océano abierto no era nada comparado con el viento en el muro de las montañas contra las que se había construido la ciudad, o el frío abrasador del extenso Lago de Plata que se curvaba alrededor, tan plano que parecía un poderoso espejo esparcido debajo del cielo gris. Yrene sabía que el diseño de Anielle era tan familiar para Chaol como su propio cuerpo, y sabía, por los recuerdos que había visto en su alma y lo que le había dicho estos meses, que las tejas grises de los techos habían sido cortadas de la pizarra de las canteras justo al sur, la madera de las casas tomada de la maraña de Oakwald se escondía más allá de la llanura que bordea el lado sur del lago. Una pequeña rama de picos sobresalía como un brazo del cuerpo serpenteante de los Colmillos, doblados en la ciudad entre ella y el Lago de Plata, y fue en las áridas laderas donde se había construido la fortaleza. Nivel tras nivel, La fortaleza Westfall se elevó desde la llanura a los tramos más altos de la montaña detrás eso, la abertura de la puerta más baja sobre la plana extensión de nieve, mientras que otros niveles fluían hacia la ciudad a su izquierda. Se había construido como una fortaleza, los innumerables niveles, almenas y puertas, todas diseñadas para durar más que un asalto enemigo. Las piedras grises llevaban las cicatrices de la cantidad que habían presenciado y sobrevivido, nada más que el grueso muro de cortina que rodeaba la fortaleza. Intimidante, imponente e implacable: Chaol le había dicho que nunca se había construido por belleza o placer. En efecto, no había vistosos banderines que ondearan al viento. Sin el olor o especias a la deriva en él tampoco. Sólo relajante y penetrante humedad. Desde las torres superiores cubiertas de líquenes, Yrene sabía que se podía controlar cualquier movimiento en el lago o la llanura, en la ciudad o en el bosque, incluso a lo largo de las laderas de los Colmillos. ¿Cuántas horas había pasado su marido en la torre, en los pasillos, mirando hacia Rifthold, deseando estar en otro lugar que no fuera este lugar frío y oscuro?

Chaol se mantuvo cerca de Yrene, con la barbilla en alto, cuando anunció a la docena de guardias que apuntaban con sus espadas que era el Señor Chaol Westfall, y deseaba ver a su padre. Inmediatamente. Ella nunca lo había escuchado utilizando esa voz.  Un tono diferente, de autoridad. La voz de un señor. Un señor... y ella era una dama, supuso. Incluso si volar la había obligado a abandonar sus vestidos habituales en favor de los cueros de rukhin, incluso si estaba segura de que su cabello trenzado que ahora se encontraba despeinado en una docena de direcciones y le tomaría horas y un baño para desenredarlo. Se detuvieron en las almenas en silencio, y la mano enguantada de Chaol se deslizó en la suya, el viento agitaba el pelaje a lo largo del pesado cuello de la capa. Su rostro no reveló nada más que determinación sombría, aun con la mano de él apretando alrededor de la suya... Ella sabía lo que significaba este regreso a casa. Nunca olvidaría el recuerdo que había presenciado del padre que lo había tirado por los escalones de piedra unos niveles más abajo, otorgándole a Chaol la cicatriz oculta justo después de su cabello. Un niño. Había arrojado a un niño por esas escaleras y lo había obligado a caminar hacia Rifthold a pie. Dudaba que la segunda impresión de su suegro fuera mejor. Ciertamente, no cuando un hombre de rostro demacrado apareció con una túnica gris y dijo. —Ven por aquí. Sin título, sin honores. Sin una bienvenida. Yrene apretó su agarre alrededor de la mano de Chaol. Habían venido a advertir a la gente de esta ciudad, no al bastardo que había dejado cicatrices tan brutales en el alma de su marido. Esas personas merecían la advertencia, la protección. Yrene se recordó a sí misma ese hecho cuando entraron en el interior sombrío. El pasillo alto y estrecho no era mucho mejor que el exterior. Las ventanas delgadas colocadas en lo alto de las paredes permitían la entrada de poca luz, y los antiguos braseros arrojaban sombras parpadeantes sobre las piedras. Tapices raídos colgaban intermitentemente, y ningún sonido, ni música, ni risas, ni conversación, los saludaba. ¿Esta casa incómoda y antigua había sido su hogar? Comparada con el palacio del Kan, era una choza, no apta para que los ruks descansaran. —Mi padre —murmuró Chaol para que su acompañante no escuchara, sin duda leyendo la consternación en el rostro de Yrene—, no cree en gastar sus arcas en mejoras. Si no se ha derrumbado, entonces no está roto.

Yrene intentó sonreír ante el intento de humor, trató de hacerlo por su bien, pero su temperamento se agitó con cada paso que daban por el pasillo. Al fin, su silenciosa escolta se detuvo ante dos puertas de roble, la madera tan vieja y podrida como la propia torre, y golpeó una vez. —Entra. Yrene sintió el temblor que atravesó Chaol ante la voz fría y astuta. Las puertas se abrieron para revelar un pasillo oscuro, revestido de columnas, salpicado de focos de luz acuosa. El único saludo que recibirían, parecía, ya que el hombre sentado en la cabeza  de  la  larga mesa  de  madera,  suficientemente grande  para  albergar a cuarenta hombres, no se molestó en levantarse. Cada uno de sus pasos hizo eco a través del pasillo, el rugiente y gigantesco hogar a su izquierda, apenas quitándole el borde del frío. Una copa de lo que parecía ser vino y los restos de la cena estaban ante el Señor de Anielle sobre la mesa. No había rastro de su esposa, o su otro hijo. Pero su rostro... era el rostro de Chaol, en unas pocas décadas. O lo sería, si Chaol se volviera tan sin alma y frío como el hombre ante ellos. Ella no sabía cómo lo hizo. Cómo Chaol logró bajar su cabeza en una reverencia. —Padre.

I Chaol nunca se había sentido avergonzado por el mantenimiento de la fortaleza hasta que la recorrió con Yrene. Nunca se había dado cuenta de lo mucho que necesitaba reparaciones, de lo descuidado que había estado. La idea de ella, tan llena de luz y calor, en este lugar sombrío, le hizo querer correr hacia el ruk esperando en los parapetos y volar de nuevo a la costa. Y ahora, a la vista de ella ante su padre, que no se había molestado en levantarse de su silla, cuya cena a medio comer estaba descartada delante de él, Chaol encontró que su temperamento necesitaba una correa más corta. La capa forrada de piel de su padre se juntaba a su alrededor. ¿Cuántas veces lo había visto en esta silla, al frente de esta poderosa mesa, en la que alguna vez se habían sentado a algunos de los mejores señores y guerreros en Adarlan? Ahora estaba vacía, una cáscara de lo que podría haber sido.

—Caminas —dijo su padre, escudriñándolo de pies a cabeza. Su atención se demoró en la mano que Chaol todavía mantenía alrededor de la de Yrene. Oh, seguramente lo mencionaría muy pronto. Cuando golpeara más profundo—. Lo último que escuché es que no podrías mover ni el dedo del pie. —Eso es gracias a esta mujer, —Chaol dijo. Yrene miró fijamente a su padre con una frialdad que Chaol nunca había visto antes. Como si estuviera pensando en pudrir sus órganos de adentro hacia afuera.  Calentó a Chaol lo suficiente como para decirle—. Mi esposa. Lady Yrene Towers Westfall. Un vistazo de sorpresa iluminó el rostro de su padre, pero desapareció rápidamente.  —Una sanadora, entonces —reflexionó, examinando a Yrene con una intensidad que hizo que Chaol quisiera comenzar a destruir cosas—. Towers no es una casa noble que reconozca. El miserable bastardo. La barbilla de Yrene levantada ligeramente. —Podrá no serlo, milord, pero su linaje no es menos orgulloso o digno. —Al menos ella habla bien —dijo su padre, bebiendo de su vino. Chaol apretó su mano libre tan fuerte que su guante protestó—. Mejor que esa otra… la asesina arrogante. Yrene lo sabía. Todo ello. Conocía cada fragmento de la historia, sabía de quién era la nota que llevaba en su medallón. Pero no facilitó el golpe, no cuando su padre agregó: —Quien resultó ser la reina de Terrasen —una risa triste—. Qué premio pudiste haber tenido, hijo mío, si hubieras podido quedártela. —Yrene es la mejor sanadora de su generación —dijo Chaol con mortal tranquilidad—. Su valor es mayor que alguna corona. Y en esta guerra, muy bien podría serlo. —No tienes que molestarte demostrarle mi valor a él —dijo Yrene, sus ojos de hielo cubrieron a su padre—. Sé precisamente cuan talentosa soy y no requiero su bendición. Ella quiso decir cada maldita palabra. Su padre se volvió de nuevo hacia ella, con curiosidad llenándolo por un momento. Si le hubieran preguntado, incluso hace unos minutos, cómo pensaba que podría ser este encuentro, Yrene sin inmutarse por completo con su padre, Yrene enfrentándolo, no habrían estado entre los posibles resultados. Su padre se recostó en su silla.  —No viniste aquí para cumplir tu juramento, ¿verdad?

—Esa promesa está rota, y por eso me disculpo —logró decir Chaol. Yrene se erizó. Antes de que pudiera decirle que no volviera a disculparse, Chaol continuó—. Vinimos a advertirte. Su padre levantó una ceja.  —Morath está en movimiento, eso lo sé. He tomado la precaución de que lleven a tu amada madre y hermano a las montañas. —Morath está en movimiento —dijo Chaol, luchando contra la decepción de no ver a ninguna de las dos personas con las que más necesitaba hablar—. Y está en camino directamente aquí. Su padre, por una vez, se quedó inmóvil. —Diez mil tropas —dijo Chaol—. Vienen a saquear la ciudad. Él podría haber jurado que su padre palideció.  —¿Sabes esto sin lugar a dudas? —Navegué con un ejército enviado por el Kan, una legión de sus jinetes de ruk entre ellos. Sus exploradores descubrieron la información. Los rukhin vuelan aquí mientras hablamos, pero sus soldados Darghan no llegarán al menos durante una semana o más —avanzó, solo un paso—. Necesitas unir tus fuerzas, preparar la ciudad. Inmediatamente. Pero su padre hizo girar su vino, frunciendo el ceño ante el líquido rojo en su interior.  —No hay fuerzas aquí, ninguno que haga mella en diez mil hombres. —Luego comienza la evacuación y mueve la mayor cantidad posible a la fortaleza. Prepárate para un asedio. —La última vez que miré, muchacho, yo era todavía señor de Anielle. Con mucho gusto le diste la espalda. Dos veces. —Tienes a Terrin. —Terrin es un erudito. ¿Por qué crees que lo envié lejos con su madre como un bebé lactante? —se burló su padre—. ¿Has vuelto a sangrar por Anielle, entonces? ¿Por fin sangrarás por esta ciudad? —No le hables así —dijo Yrene con una calma peligrosa. Su padre la ignoró. Pero Yrene dio un paso delante de Chaol—. Soy la heredera aparente de la Sanadora al Mando de la Torre Cesme. Vine por orden de tu hijo, de vuelta a la  tierra de mi nacimiento, para ayudar en esta guerra, con doscientas Sanadoras de la propia Torre. Su hijo pasó los últimos meses forjando una alianza con el Kanato, y ahora todos los ejércitos del Kan navegan a este continente para salvar a su gente. Así que mientras se sienta aquí en su miserable fortaleza, lanzándole

insultos, sabe que ha hecho lo que nadie más pudo hacer, y si tu ciudad sobrevive, será por él, no por ti. Su padre parpadeó hacia ella. Despacio. Le tomó toda la moderación de Chaol para evitar tomar a Yrene en sus brazos y besarla. Pero Chaol le dijo a su padre: —Prepárate para un asedio y prepara las defensas. O el Lago de Plata volverá a correr rojo bajo las garras de las bestias de Erawan. —Conozco la historia de esta ciudad tan bien como tú. Chaol debatió terminar allí, pero preguntó: —¿Es por eso que no te arrodillaste ante Erawan? —O al rey títere antes que él —dijo su padre, recogiendo su comida.  —¿Sabías… que el viejo rey estaba poseído por Valg? Los dedos de su padre se detuvieron en una masa de pan, el único signo de su conmoción.  —No. Solo que estaba construyendo un ejército a lo largo de la tierra que no parecía... natural. No soy el lacayo de un rey, no importa lo que pienses de mí —él bajó la mano una vez más—. Por supuesto, en mis planes para sacarte del peligro, parece que solo te llevé más cerca de él. —¿Por qué molestarte? —Significaba lo que dije en Rifthold. Terrin no es un guerrero, no de corazón. Vi lo que se estaba construyendo en Morath, en la Brecha Ferian, y necesito a mi hijo mayor aquí, para recoger la espada si me caigo. Y ahora has regresado, a la hora en que la sombra de Morath se ha arrastrado a nuestro alrededor por todos lados. —Todos los lados menos uno —dijo Chaol, señalando hacia los Colmillos Blancos apenas visibles a través de las ventanas en lo alto—. El rumor dice que Erawan pasó estos meses cazando a los salvajes de los Colmillos. Si tienes pocos soldados, pide ayuda. La boca de su padre se apretó.  —Son nómadas medio salvajes que disfrutan matando a nuestra gente. —Como la nuestra ha disfrutado matándolos. Que Erawan nos una. —¿Y ofrecerles qué? Las montañas nos han pertenecido desde antes de que Gavin Havilliard se sentara en su trono.

Yrene murmuró: —Ofréceles la maldita luna, si eso los convencerá de ayudar. Su padre sonrió. —¿Puedes ofrecer una cosa así, como heredera aparente de la Sanadora al Mando? —Cuidado —gruñó Chaol. Su padre también ignoró eso.  —Preferiría tener mi cabeza en una pica que darles a los hombres salvajes de los Colmillos una pulgada de la tierra de Anielle, y mucho menos pedirles ayuda. —Espero que su gente esté de acuerdo —dijo Yrene. Su padre dejó escapar una de esas risas sin alegría.  —Me gustas más que la reina asesina, creo. Tal vez casarse con la chusma genere algo de columna vertebral en nuestra línea de sangre una vez más. La sangre de Chaol rugió en sus oídos, pero los labios de Yrene se curvaron en una sonrisa.  —Eres exactamente como te había imaginado —dijo ella. Su padre solo inclinó la cabeza. —Prepara esta ciudad, esta fortaleza —logró decir Chaol con los dientes apretados—. O merecerás todo lo que se derribe.

Capítulo 19 Traducido por Ravechelle Corregido por WinterGirl

Quince minutos después, Chaol podía sentir a Yrene todavía temblando cuando entraron a pequeña y cálida habitación. Uno de los pocos lugares acogedores en aquella horrible estancia. Una cama y un lavabo medio oxidado llenaban la mayor parte del espacio, junto con una palangana de agua caliente. No era exactamente un dormitorio apropiado para el hijo de un lord. Luchó contra el calor que subía a sus mejillas. —Me repudiaron, recuerda —dijo Chaol, apoyado contra la puerta cerrada—. Esta es una habitación para un huésped. —Estoy segura de que tu padre la eligió exactamente para ti. — Estoy seguro de que lo hizo. Yrene gruñó. —Es peor de lo que lo hiciste parecer. Chaol le dio una pequeña y cansada sonrisa. —Y tú estuviste brillante, absolutamente brillante. Su padre, al menos, había accedido a comenzar las evacuaciones para aquellos que se encontraban a las afueras de la cuidad, y cuando se dirigieron a esta habitación, la torre ya había empezado a prepararse para el asedio. Si su padre necesitaba ayuda para la planeación, el hombre no se lo había hecho saber. Mañana, después de que descansaran esta noche, vería por si mismo lo que su padre había planeado. Pero por ahora, después de casi dos días volando en el aire helado, necesitaba descansar. Y su esposa, aunque fuera audaz y temeraria, necesitaba descansar también, lo admitiera o no. Así que Chaol se retiró de la puerta, rondando hacia donde Yrene paseaba frente a la cama. —Lo siento por lo que te dijo. Ella lo miró.

—Yo siento que hayas tenido que lidiar con él por más tiempo que esa conversación. Su temperamento, a pesar de todo lo que pasaba, a pesar del bastardo que gobernaba esta ciudad, calentó algo en él. Lo suficiente para que Chaol cerrara la distancia entre ellos, tomando su mano. Pasó su pulgar sobre el anillo de bodas. —Desearía que la hubieras conocido a ella en su lugar, a mi madre —dijo suavemente. La fiereza en sus ojos de apagó. —Yo también —su boca se curvó hacia un lado—. Aunque me sorprende que a tu padre le importaran lo suficiente como para enviarlos lejos al primer susurro de amenaza. —Ellos son activos para él. No me sorprendería si los enviara con una buena parte del tesoro. Yrene miró a su alrededor en duda. —Anielle es uno de los territorios más ricos de Adarlan, a pesar de lo que sugiere este mantenimiento —él besó sus nudillos, su anillo—. Hay cámaras llenas de tesoros en las catacumbas. Oro, joyas, armaduras, se rumorea que la riqueza de todo un reino está ahí abajo. Yrene dejó escapar un suspiro de impresión, pero dijo: —Debería haberle dicho a Sartaq y Nesryn que trajeran más curanderas de las cincuenta que seleccionamos —Hafiza se quedaría con los soldados de infantería y la caballería, pero Eretia, su segunda al mando volaría con los ruks y lideraría al grupo, incluida Yrene. —Lo lograremos con lo que tenemos. Dudo que hubiera un solo curandero con talento mágico en esta ciudad hasta hace una hora. Su garganta se agitó. —¿Puede esto seguir sobreviviendo al asedio lo suficiente como para que el ejército terrestre llegue aquí? No parece que pueda soportar otro invierno, y mucho menos un ejército en la puerta de su casa. —Esta fortaleza se mantuvo por más de mil años, sobrevivió al segundo ejército de Erawan, incluso cuando saquearon a Anielle. También durará más que esta tercera guerra. —¿A dónde se evacuará la gente? Las montañas ya están cubiertas de nieve. —Hay caminos que las atraviesan, peligrosos, pero podrían llegar a los Wastes si permanecen juntos y traen suficientes suministros —dirigirse al norte de Anielle era una trampa mortal, con las brujas esperando en la Brecha Ferian, e ir demasiado al

sur sería llevarlos a la puerta de Morath. Para ir al este los llevarían por el camino del ejército que intentaban evitar—. Es posible que puedan esconderse en Oakwald, a lo largo del borde de los Colmillos. Él negó con la cabeza. —No hay buenas opciones, no en esta época del año. —Muchos de ellos no lo lograrán —dijo ella en voz baja. —Tendrán una mejor oportunidad en los Colmillos que aquí —dijo Chaol con la misma tranquilidad. Todavía eran su gente, todavía le habían mostrado amabilidad, incluso cuando su propio padre no lo había hecho—. Me encargaré de que mi padre envíe a algunos de los soldados que son demasiado viejos para luchar con ellos; ellos recordarán el camino. —Sé que no soy nada más que la chusma —dijo Yrene, y Chaol se rió—. Pero aquellos que eligen quedarse, a los que se les deje entrar en la fortaleza ... Tal vez mientras esperamos nuestras propias fuerzas, podría ayudar a encontrar espacio para ellos. Suministros. Averiguar si hay curanderos entre ellos que puedan tener acceso a las hierbas e ingredientes que necesitamos. Tener vendas preparadas. Él asintió, el orgullo llenando su pecho hasta un punto que le causaba dolor. Una dama. Si no es por sangre, entonces por nobleza de carácter. Su esposa era más una dama que cualquier otra que hubiera conocido, en cualquier corte. —Entonces preparémonos para la guerra, esposo —dijo Yrene, con pena y temor llenando sus ojos. Y fue la visión de ese atisbo de miedo, no por ella misma, sino por lo en que, sin duda, pronto participarían, presenciarían, lo que le hizo tomarla en sus brazos y ponerla sobre la cama. —La guerra puede esperar hasta la mañana —dijo, y bajó la boca hacia la de ella.

I El amanecer llegó, y llegaron los ruks. Tantos ruks que taparon el amanecer, el auge de las alas y el susurro de las plumas llenando los cielos. La gente gritó esta vez, sus voces como un heraldo de los gritos que vendrían cuando ese ejército llegara a las puertas. En la llanura precedentes al lado sur de la fortaleza, fluyendo hacia el borde del

lago, los ruks se asentaron. Durante mucho tiempo se había mantenido libre de asentamientos, la extensión era plana, plagada de fuentes termales y propensa a inundaciones anuales, aunque algunos agricultores obstinados todavía intentaban convencer a los cultivos de germinar en el duro suelo. Una vez había sido parte del lago en sí, antes de que las Cataratas del Oeste escondidas en los Colmillos se hubieran represado, sus aguas rugientes se calmaron hasta un goteo que alimentaba el lago. Durante siglos, los antepasados ​​de Chaol habían debatido la posibilidad de romper la presa y dejar que el río corriera libre una vez más, ahora que sus antiguas forjas habían dado paso a unos pocos molinos hidráulicos que podían trasladarse fácilmente a otra parte. Sin embargo, la destrucción que causaría la represa causaría que, incluso si reunieran a todos los «portadores de agua» en el reino para controlar el flujo, serían catastróficos. La llanura entera se inundaría en cuestión de minutos, barriendo también parte de la ciudad. Las aguas descenderían desde las montañas, destruyendo todo a su paso en una poderosa ola que fluiría hacia Oakwald. Los niveles más bajos de la torre, la puerta que daba a la llanura, estarían completamente sumergidos. Así que la presa se había quedado, y la llanura cubierta de hierba con ella. Los ruks se acomodaron en filas ordenadas, y Chaol e Yrene observaron desde las almenas, otros centinelas salieron de sus puestos para unirse a ellos, mientras los jinetes empezaban a armar el campamento con los suministros que sus monturas habían llevado. Las curanderas llegarían más tarde, aunque algunas permanecerían en el campamento hasta que llegara la legión de Morath. Dos formas oscuras se elevaron en lo alto, y los centinelas volvieron a sus puestos cuando Nesryn y Sartaq aterrizaron en el muro de la almena, un pequeño halcón se posó junto a las aves. Falkan Ennar. Nesryn saltó de su ruk en un movimiento fácil, con la cara seria como cualquier general del reino de Hellas. —Morath está a tres días, tal vez cuatro —dijo sin aliento. Sartaq apareció detrás de ella, los ruks no necesitaban un puesto de enganche. —Nos mantuvimos en lo alto, fuera de la vista, pero Falkan pudo acercarse —el cambia formas permaneció en forma de halcón junto a Salkhi. Yrene dio un paso adelante. —¿Qué viste? Nesryn negó con la cabeza, su piel normalmente de color marrón dorado sin sangre. —Valgs y hombres, en su mayoría. Pero todos se ven rápidos, viciados. Chaol frenó su mueca.

—¿No hay rastro de las brujas? —Ninguno —dijo Sartaq, pasando una mano sobre su pelo trenzado—. Aunque podrían estar esperando para atacar desde el Abismo Ferian cuando el ejército llegue aquí. —Oremos para que no lo hagan— dijo Yrene, observando a los ruks en el valle de abajo. Mil ruks. Parecía un regalo de los dioses, parecía un número increíblemente grande. Y sin embargo, viéndolos reunidos en la llanura... Incluso las poderosas aves podían ser arrasadas en la marea de la batalla.

Capítulo 20 Traducido por Ravechelle Corregido por Luneta

—¿Conoces la historia de la reina que caminó a través de los mundos? Sentada en la alfombra de musgo de una antigua cañada, con una mano jugando con las pequeñas flores blancas esparcidas sobre ella, Aelin negó con la cabeza. En los imponentes robles que formaban una celosía sobre el claro, pequeñas estrellas parpadeaban, como si hubieran sido atrapadas por las propias ramas. Más allá de ellas, bañando el bosque con una luz lo suficientemente brillante como para ver, había salido la luna llena. A su alrededor, débiles cantos flotaban en el cálido aire de verano. —Es una historia triste —dijo su tía, con una esquina de su boca pintada de rojo curvándose hacia arriba mientras se recostaba en su asiento tallado en una roca de granito. Su lugar habitual, mientras tenían estas lecciones, estas largas y pacíficas charlas en las cálidas noches de verano—. Y vieja. Aelin levantó una ceja. —¿No soy un poco grande para cuentos de hadas? —De hecho, acababa de celebrar su vigésimo cumpleaños hace tres días, en otro claro no muy lejos de aquí. La mitad de Doranelle había asistido, al parecer, y sin embargo, su compañero había encontrado una manera de escabullirse de la fiesta. Para ir hasta una piscina aislada en el corazón del bosque. Su rostro aún se calentaba al pensar en ese nado a la luz de la luna, lo que Rowan la había hecho sentir, cómo la había adorado en el agua calentada por el sol. Compañero. La palabra seguía siendo una sorpresa. Como lo había sido llegar aquí al final de la primavera y verlo junto al trono de su tía y simplemente saberlo. Y en los meses posteriores, su cortejo... Aelin se sonrojó al pensarlo. Lo que habían hecho en esa piscina en el bosque había sido la culminación de esos meses. Y un desencadenamiento. Las marcas en su cuello, y en las de Rowan, lo demostraban. No volvería sola a Terrasen cuando llegara el otoño. —Nadie es demasiado viejo para los cuentos de hadas —dijo su tía, con su leve sonrisa creciendo—. Y como eres parte de las hadas, creo que tendrías algo de interés en ellas. Aelin le devolvió la sonrisa, inclinando la cabeza. —Suena justo, tía.

Tía no era del todo preciso, no con generaciones y milenios que las separaban, pero era lo único que la reina había sugerido a Aelin que la llamara. Maeve se acomodó más en su asiento. —Hace mucho tiempo, cuando el mundo era nuevo, cuando no había reinos humanos, cuando ninguna guerra había estropeado la tierra, nació una joven reina. Aelin dobló sus piernas debajo de ella, inclinando su cabeza. —Ella no sabía que era una reina. Entre su gente, el poder no era heredado, sino simplemente nacía. Y a medida que ella creció, su poder aumentó con ella. Encontró que la tierra en la que moraba era demasiado pequeña para ese poder. Demasiado oscuro y frío y sombrío. Ella tenía dones similares a muchos manejados por su clase, pero ella tenía más, su poder era un arma más aguda e intrincada, lo suficiente como para ser diferente. Su gente vio ese poder y se inclinó ante él, y ella los gobernó. “Se corrió la voz de sus dones, y tres reyes vinieron a buscar su mano. Para formar una alianza entre su trono y el que ella había construido para sí misma, por pequeño que fuera. Por un tiempo, pensó que sería la novedad, el desafío que siempre había deseado. Los tres reyes eran hermanos, cada uno poderoso por derecho propio, su poder vasto y aterrador. Escogió al mayor entre ellos, no por ninguna habilidad o gracia en particular, sino por sus innumerables bibliotecas. Lo que ella podría aprender en sus tierras, lo que ella podría hacer con su poder... Era ese conocimiento lo que ella ansiaba, no al rey mismo. Una extraña historia. Las cejas de Aelin se alzaron, pero su tía continuó. —Así que se casaron, y ella dejó su pequeño territorio para reunirse con él en su castillo. Durante un tiempo, ella estuvo contenta, tanto por su esposo como por el conocimiento que su hogar le ofrecía. Él y sus dos hermanos eran conquistadores, y pasaban gran parte de su tiempo lejos, atando nuevas tierras a su trono compartido. A ella no le importaba, no cuando le daba libertad para aprender tanto como quería. Pero las bibliotecas de su marido contenían conocimiento, que incluso él no sabía que guardaban. Ciencia y sabiduría de mundos hace mucho tiempo convertidos en polvo. Ella aprendió que efectivamente existían otros mundos. No el mundo oscuro y arruinado en el que vivían, sino mundos más allá de eso, viviendo uno encima del otro y sin darse cuenta. Mundos donde el sol no era un goteo acuoso a través de nubes cenizas, sino una corriente dorada de calor. Mundos donde existía el verde. Ella nunca había oído hablar de tal color. Verde. Tampoco había oído hablar del azul, ni la sombra del cielo que se describía. Ella no podía ni siquiera imaginárselo. Aelin frunció el ceño. —Una existencia lamentable. Maeve asintió con gravedad. —Lo era. Y mientras más leía acerca de estos otros mundos, donde los antiguos ca-

minantes muertos hacía mucho tiempo habían vagado, más quería verlos. Conocer el beso del sol en su cara. Para escuchar los cantos matutinos de los gorriones, el llanto de las gaviotas sobre el mar. El mar, eso también era extraño para ella. Una extensión infinita de agua, con sus propios estados de ánimo y profundidades ocultas. Todo lo que tenían en sus tierras eran lagos poco profundos y turbios y arroyos medio secos. Entonces, mientras su marido y sus dos hermanos estaban librando otra guerra, ella comenzó a reflexionar sobre cómo podría encontrar el camino hacia uno de esos mundos. Sobre cómo podría irse. —¿Es tal cosa posible? —algo la molestaba, como si la historia pudiera ser cierta, pero tal vez era uno de los cuentos de su madre, o incluso de Marion, tirando de su memoria. Maeve asintió. —Lo era. Usando el lenguaje de la existencia misma, las puertas pueden abrirse, aunque sea brevemente, entre mundos. Estaba prohibido, ilegalizado mucho antes de que nacieran su marido y sus hermanos. Una vez que el último de los antiguos caminantes había muerto, los caminos entre los reinos se habían sellados, sus métodos para caminar entre los mundos se perdían con ellos. O eso habían pensado todos. Pero en lo profundo de la biblioteca privada de su marido, encontró los viejos hechizos. Ella comenzó con pequeños experimentos. Primero, abrió una puerta al reino del descanso, para encontrar a uno de esos caminantes y preguntarle cómo hacerlo correctamente —una sonrisa de complicidad—.. El caminante se negó a decírselo. Entonces la reina comenzó a enseñarse a sí misma. Abriendo y cerrando puertas desde hace mucho tiempo olvidadas o selladas. Mirando profundamente en el funcionamiento del cosmos. Su propio mundo se convirtió en una jaula. Ella se cansó de las guerras de su marido, su crueldad casual. Y cuando se fue a la guerra una vez más, la reina reunió a sus sirvientas más cercanas, abrió una puerta a un mundo nuevo y abandonó en el que había nacido. —¿Ella se fue? —Aelin espetó—. Ella, ¿ella acaba de dejar su propio mundo? ¿Para siempre? —Nunca había sido su mundo, no en realidad. Ella había nacido para gobernar otros. —¿A dónde fue? Su sonrisa creció un poco. —A un mundo justamente hermoso. Donde no había guerra, no había oscuridad. No como en el que había nacido. Allí también la hicieron reina. Fue capaz de esconderse dentro de un nuevo cuerpo para que nadie pudiera saber lo que estaba debajo, para que ni siquiera su propio marido la reconociera. —¿Alguna vez la encontró de nuevo? —No, aunque la buscó. Descubrió todo lo que había aprendido y se lo enseñó a sí mismo y a sus hermanos. Ellos destrozaron mundo tras mundo para encontrarla.

Y cuando llegaron al mundo donde ella había hecho su nuevo hogar, no la reconocieron. Incluso cuando fueron a la guerra, ella no se reveló. Ella ganó, y dos de los reyes, incluido su marido, fueron desterrados a su propio mundo. El tercero quedó atrapado, su poder casi destruido. Se arrastró hacia las profundidades de la tierra, y la reina victoriosa pasó su larga, larga vida preparándose para su regreso, preparando a su gente para su regreso. Porque los tres reyes habían ido más allá de sus métodos de caminar entre los mundos. Habían encontrado una manera de abrir permanentemente una puerta entre mundos, y habían creado tres llaves para hacerlo. Manejar esas llaves significaba controlar todos los mundos, tener el poder de la eternidad en la palma de tu mano. Deseaba encontrarlas, solo para poder poseer la fuerza necesaria para desterrar a cualquier enemigo, desterrar al hermano menor de su marido a su reino. Para proteger su nuevo y encantador mundo. Es todo lo que siempre quiso: existir en paz, sin la sombra de su pasado cazándola. Desde muy lejos, un fantasma empujó en su memoria. Como si se hubiera olvidado de apagar una llama que ardía en su habitación. —¿Y la reina encontró las llaves? La sonrisa de Maeve se volvió triste. —¿Crees que ella lo hizo, Aelin? Aelin lo consideró. Muchas de sus platicas, sus lecciones en esta cañada contenían profundos rompecabezas, preguntas para que ella las resolviera, para ayudarla cuando un día tomara su trono, con Rowan a su lado. Como si lo hubiera convocado, el olor a pino y nieve de su compañero llenó el claro. Un susurro de alas, y allí estaba él, posado en forma de halcón en uno de los imponentes robles. Su príncipe guerrero. Ella sonrió hacia él, como lo había hecho durante semanas, cuando él había venido para acompañarla de vuelta a sus habitaciones en el palacio del río. Fue durante esos paseos desde el bosque a la ciudad envuelta en niebla que ella había llegado a conocerlo, a amarlo. Más de lo que ella nunca había amado nada. Aelin volvió a mirar a su tía. —La reina era inteligente y ambiciosa. Pensaba que ella podría hacer cualquier cosa, incluso encontrar las llaves. —Así lo creerías. Y sin embargo, la eludieron. —¿A dónde fueron? La oscura mirada de Maeve sostuvo la de ella, inquebrantable. —¿A dónde crees que fueron? Aelin abrió la boca.

—Yo creo que… Parpadeó. Se detuvo. La sonrisa de Maeve volvió, suave y amable. Como su tía se había comportado con ella desde el principio. —¿Dónde crees que están las llaves, Aelin? Ella abrió su boca una vez más. Y de nuevo se detuvo. Como si una cadena invisible hubiera tirado de su espalda. Silenciándola. Cadena, una cadena. Ella miró sus manos, sus muñecas. Como si esperara que estuvieran allí. Nunca había sentido la mordida de un grillete en su vida. Y, sin embargo, se quedó mirando el lugar vacío en su muñeca donde podría haber jurado que había una cicatriz. Sólo había piel suave y besada por el sol. —Si este mundo estuviera en riesgo, si esos tres reyes terribles amenazaran con destruirlo, ¿a dónde irías para encontrar las llaves? Aelin miró a su tía. Otro mundo. Había otro mundo. Como un fragmento de un sueño, había otro mundo, y en él, ella tenía una muñeca con una cicatriz. Tenía cicatrices por todas partes. Y su compañero, posado en lo alto... Tenía un tatuaje en su cara, cuello y brazo en ese mundo. Una historia triste, su tatuaje contaba una historia triste y terrible. Acerca de la pérdida. Pérdida causada por una reina oscura… —¿Dónde están escondidas las llaves, Aelin? Esa sonrisa plácida y amorosa permaneció en el rostro de Maeve. Y aun así… Aun así. —No —suspiró Aelin. Algo se deslizó en las profundidades de la mirada de su tía. —¿No qué? Esta no era su existencia, su vida. Este lugar, estos maravillosos meses aprendiendo en Doranelle, encontrando a su compañero... Sangre y arena y olas rompiendo. —No.

Su voz era un trueno a través de la pacífica cañada. Aelin le mostró los dientes y sus dedos se curvaron en el musgo. Maeve dejó escapar una risa suave. Rowan se dejó caer de las ramas para aterrizar en el brazo levantado de la reina. Él no luchó tanto cuando ella envolvió sus delgadas manos blancas alrededor de su cuello. Y lo rompió. Aelin gritó. Gritó, aferrándose a su pecho, al desgarramiento del vínculo de compañeros... Aelin se arqueó en el altar, y cada parte rota y desgarrada de su cuerpo gritaba con ella. Por encima de ella, Maeve estaba sonriendo. —Te gustó esa visión, ¿verdad? No había sido real. Eso no había sido real. Rowan estaba vivo, él estaba vivo... Intentó mover el brazo. Un rayo al rojo vivo la golpeó, y ella volvió a gritar. Sólo salió un sonido roto. Roto, justo como su brazo ahora yacía... Ahora yacía... El hueso brillaba, sobresaliendo a lo largo de más lugares de los que podía contar. Sangre y piel torcida, y sin cicatrices de grillete, incluso con las heridas de la ruptura. En este mundo, este lugar, ella tampoco tenía cicatrices. Otra ilusión, otro paisaje onírico hilado. Ella gritó de nuevo. Gritó a su brazo arruinado, la piel sin cicatrices gritó al eco persistente del vínculo de apareamiento cortado. —¿Sabes qué me duele más, Aelin? —Las palabras de Maeve eran suaves como las de un amante—. Es que crees que soy la villana en esto. Aelin sollozó entre dientes mientras intentaba y no podía mover su brazo. Ambos brazos. Miró a través del espacio, esta habitación aún no real. Habían reparado la caja. Había soldado una nueva plancha de hierro sobre la tapa. Luego sobre los costados. En el fondo. Se filtraba menos aire, las horas o los días que pasaba ahora en el interior eran en un calor casi sofocante. Había sido un alivio cuando finalmente había sido encadenada al altar. Siempre que había sido así. Si es que había ocurrido en absoluto. —No tengo dudas de que tu compañero o Elena o incluso el mismo Brannon llenaron

tu cabeza con mentiras sobre lo que haré con las llaves —Maeve se pasó una mano por el borde de piedra del altar, a través de su sangre salpicada y fragmentos de hueso—. Lo dije en serio. Me gusta este mundo. No deseo destruirlo. Solo mejorarlo. Imagina un reino donde no hay hambre, ni dolor. ¿No es por eso por lo que luchas tú y tu corte? ¿Un mundo mejor? Las palabras eran una burla. Una burla de lo que les había prometido a tantos. Lo que le había prometido a Terrasen, y todavía se lo debía. Aelin intentó no moverse contra las cadenas, contra sus brazos rotos, contra la presión que empujaba su piel desde adentro. Una intensidad creciente a lo largo de sus huesos, en su cabeza. Un poco más, todos los días. Maeve dejó escapar un pequeño suspiro. —Sé lo que piensas de mí, Portadora de Fuego. Lo que asumes. Pero hay algunas verdades que no se pueden compartir. Ni siquiera por las llaves. Sin embargo, la creciente tensión aumentaba dentro de ella, sofocando el dolor... sintiéndose tal vez peor. Maeve ahuecó su mejilla sobre la máscara. —La Reina que fue Prometida. Deseo salvarte de ese sacrificio, ofrecido por una chica testaruda —una risa suave—. Incluso te dejaría tener a Rowan. Ustedes dos aquí, juntos. Mientras tú y yo trabajamos para salvar este mundo. Las palabras eran mentiras. Ella lo sabía, aunque no podía recordar dónde acababa la verdad y comenzaba la mentira. Si su compañero había pertenecido a alguien más antes que ella. Alguien que le había sido arrebatada. ¿O había sido esa la pesadilla? Dioses, la presión en su cuerpo. Su sangre No cedas. —Puedes sentirlo, incluso ahora —continuó Maeve—. La necesidad de tu cuerpo de decir que sí —Aelin abrió los ojos, y la confusión debió brillar allí, porque Maeve sonrió—. ¿Sabes lo que estar encerrado en hierro le hace a un portador de magia? No lo sentirías de inmediato, pero a medida que pasa el tiempo... tu magia necesita ser liberada, Aelin. Esa presión es tu magia gritando que quiere que te liberes de estas cadenas y liberes la tensión. Tu misma sangre te dice que me hagas caso. Eso era verdad. No la parte de la sumisión, pero la presión cada vez más profunda que ella sabía sería peor que cualquier dolor por agotamiento. Lo había sentido una vez, al sumergirse tan lejos en su poder como ninguna vez se había ido. Eso no sería nada comparado con esto. —Me voy por unos días —dijo Maeve.

Aelin se quedó inmóvil. Maeve negó con la cabeza en una burla de decepción. —No estás progresando tan rápido como lo deseaba, Aelin. Al otro lado de la habitación, Fenrys dejó escapar un gruñido de advertencia. Maeve ni siquiera lo miró. —Me ha llamado la atención que nuestro enemigo mutuo ha sido descubierto nuevamente en estas costas. Uno de ellos, un príncipe Valg, estuvo a pocos días de viaje desde aquí, cerca de la frontera sur. Traía consigo varios collares, sin duda para usar en mi propia gente. Tal vez incluso en mí. No. No… Maeve pasó una mano por el cuello de Aelin, como si trazara una línea donde iría el collar. —Así que iré yo misma a recuperar ese collar, a ver qué dirá el siervo de Erawan por sí mismo. Rompí a los príncipes Valg que se encontraron conmigo en la primera guerra —dijo en voz baja—. Supongo que será bastante fácil doblarlos a mi voluntad. Bueno, doblegar a uno a mi voluntad y retirarlo del control de Erawan, una vez que coloque su collar alrededor de tu cuello. No. La palabra era un canto constante, un grito creciente dentro de ella. —No sé por qué no lo había pensado antes —reflexionó Maeve. No. Maeve asió la muñeca destrozada de Aelin, y Aelin se tragó su grito. —Piénsalo. Y cuando regrese, discutamos mi proposición otra vez. Tal vez toda esa tensión creciente te hará ver más claramente, también. Un collar. Maeve iba a recuperar un collar de piedra de Wyrd... Maeve se volvió, con un vestido negro arremolinándose con ella. Cruzó el umbral, y su lechuza saltó desde su posición sobre la puerta abierta para aterrizar sobre su hombro. —Estoy segura de que Cairn encontrará maneras de entretenerte mientras estoy fuera.

I

Ella no sabía cuánto tiempo estuvo tumbada en el altar después de que los curanderos lo inundaron todo con su humo de olor dulce. Le volvieron a poner los guanteletes de metal. Con cada hora, la presión debajo de su piel crecía. Incluso en ese sueño pesado y drogado. Como si una vez que fuera reconocido, no sería ignorado. O contenido. Sería el menor de sus problemas si Maeve se colocara un collar alrededor del cuello. Fenrys se sentó junto a la pared, con la preocupación brillando en sus ojos mientras parpadeaba. ¿Estás bien? Ella parpadeó dos veces. No. No, ella no estaba ni cerca de estar bien. Maeve había estado esperando esto, esperando que comenzara esta presión, peor que cualquier cosa que Cairn pudiera hacer. Y con el collar que ahora Maeve había ido a recuperar personalmente... Ella no podía permitirse contemplarlo. Una forma más espantosa de esclavitud, una de la que nunca podría escapar, una contra la que nunca sería capaz de luchar. No era quebrantar a la Portadora de fuego, sino un borrarla completamente. Era tomar todo lo que ella era, todo su poder y conocimiento, y arrancárselo. Para tenerla atrapada adentro mientras era testigo de cómo su propia voz cedía la ubicación de las llaves del Wyrd. Como daba el juramento de sangre a Maeve. Sometiéndose completamente ante ella. Fenrys parpadeó cuatro veces. Estoy aquí, estoy contigo. Ella respondió con amabilidad. Estoy aquí, estoy contigo. Su magia surgió, buscando una salida, llenando los huecos entre su respiración y sus huesos. Ella no podía encontrar espacio para eso, no podía hacer nada para calmarlo. No cedas. Ella se centró en las palabras. En la voz de su madre. Tal vez la magia la devoraría por dentro antes de que Maeve regresara. Pero ella no sabía cómo lo soportaría. Como soportaría otros pocos días de esto, y mucho menos la próxima hora. Para aliviar la tensión, sólo una fracción... Ella apagó los pensamientos que serpenteaban en su mente. La suya o la de Maeve, a ella no le importaba. Fenrys parpadeó otra vez, el mismo mensaje una y otra vez. Estoy aquí, estoy contigo.

Aelin cerró los ojos, rezando por olvidar.

I —Levántate. Una burla de las palabras que una vez había escuchado. Cairn estaba de pie sobre ella, con una sonrisa torciendo su odiosa cara. Y la luz salvaje en sus ojos... Aelin se quedó inmóvil cuando él comenzó a desatar sus cadenas. Guardias entraron con fuertes pisadas. Fenrys gruñó. La presión se retorció contra su piel, golpeando en su cabeza como un martillo brutal. Peor que las herramientas para quebrar colgando al lado de Cairn. —Maeve quiere moverte —dijo, esa luz febril que crecía mientras la levantaba y la llevaba a la caja. Déjandola caer con tanta fuerza que las cadenas chocaron con sus huesos, su cráneo. Sus ojos se humedecieron, y se lanzó hacia arriba, pero la tapa se cerró de golpe. Oscuridad, caliente y asfixiante, presionando. Gemela a lo que crecía bajo su piel. —Con Morath arrastrándose nuevamente a estas orillas, ella quiere que te muevas a un lugar más seguro hasta que regrese —canturreó Cairn a través de la tapa. Los guardias gruñeron, y la caja se levantó, Aelin se deslizó, mordiéndose el labio ante el movimiento—. Me importa una mierda lo que ella te haga una vez que te ponga ese collar de demonio en la garganta. Pero hasta entonces... te tengo toda para mí, ¿verdad? Unos últimos momentos de diversión para ti y para mí, hasta que te encuentres con un nuevo amigo dentro de ti. El miedo se enroscó en su estómago, sofocando la presión. Trasladándola a otro lugar, una vez le había advertido a un joven sanador sobre eso. Le había dicho que, si un atacante intentaba moverla, definitivamente la matarían, y ella debía haría un último movimiento antes de que pudieran. Y eso fue sin la amenaza de que un collar de Piedra del Wyrd se encontrara más cerca cada día que pasaba. Pero Cairn no la mataría, no cuando Maeve la necesitaba viva. Aelin se centró en su respiración. Dentro y fuera, fuera y dentro.

No impidió que el miedo aceitoso y agudo terminara de establecerse. De hacerla empezar a temblar. —Te unirás a nosotros, Fenrys —dijo Cairn, con la risa en su voz cuando Aelin se deslizó contra el metal de la caja mientras subían las escaleras—. No quiero que te pierdas ni un instante de esto.

Capítulo 21 Traducido por Ravechelle Corregido por Luneta

Rowan conocía cada camino, concurrido y desconocido en Doranelle. Ambos, tanto el exuberante reino como la descuidada ciudad habían sido nombrados después. Así como también lo hacían Gavriel y Lorcan. Habían vendido sus caballos la noche anterior, con Elide negociando por ellos. Los guerreros Fae eran demasiado reconocibles, y si sus rostros no llamaban la atención, su sola presencia y su poder lo haría. Pocos eran los que no sabían quiénes eran. Contrario a la frontera norte con Wendlyn, no había lobos salvajes acechando los caminos al sur del reino. Pero aun así se mantenían escondidos, tomando caminos olvidados en su caminata al norte. Y cuando se encontraban a solo unos pocos días de los limites exteriores de la ciudad, la trampa para Maeve ya estaba lista. Sabía muy bien que la reina sería incapaz de resistirse a venir ella misma a recuperar el collar de Piedra del Wyrd. Aelin aún no se había quebrado. Él lo sabía, lo había sentido. Era posible que estuviera volviendo loca a Maeve. De ahí la tentación de usar uno de los collares de Piedra del Wyrd, la arrogancia que él sabía que poseía Maeve hacia que se sintiera capaz de controlar el demonio que acompañaba a la piedra, encerrado por Erawan mismo… de hecho era una oportunidad demasiado grande para que la reina la dejara pasar. Así que ellos habían comenzado con los rumores, alimentados por Elide en tabernas y mercados, lugares en los que Rowan sabía que los espías de Maeve estarían escuchando. Susurros sobre un guerrero Fae quien había capturado un príncipe Valg… y los extraños collares que encontraron en él. La locación: un puesto de avanzada a leguas de distancia. Los collares, cualquiera podría tomarlos. Él ni siquiera se molestó en rezarle a los dioses para que Maeve viniera por el collar. Pero si para que no enviara uno de sus espías a recuperarlo o a confirmar su existencia. Una apuesta arriesgada, pero la única que podían permitirse. Y mientras escalaban las empinadas colinas del sur que les ofrecían una vista de la ciudad en penumbra, el corazón de Rowan retumbaba en su pecho. Ellos podrían no tener las habilidades para ocultarse de Maeve, pero sin el juramento de sangre, podrían mantenerse ocultos.

Sin embargo, los ojos de Maeve estaban en todos lados, su red de poder se extendía a lo largo de esta tierra. Y muchas otras. Su respiración de hacía más y más pesada a medida que escalaban a lo más alto de la colina arbolada. Había otros caminos a la ciudad, sí, pero ninguno ofrecía una vista del terreno ante ellos. Rowan no se había arriesgado a volar, no cuando sin duda había patrullas y vigías buscando por un halcón de cola blanca, aun bajo el manto de la noche. Y ahora solo faltaban diez metros para alcanzar la cumbre. Rowan siguió escalando, y los demás se mantenían cerca. Ella estuvo aquí. Había estado aquí todo el tiempo. Si ellos hubieran venido directamente a Doranelle… Ni siquiera se dejó considerarlo. No mientras alcanzaban la cima. Bajo la suave luz de la luna, la ciudad hecha en piedra estaba bañada de blanco, envuelta en niebla proveniente de los ríos y cascadas a su alrededor. Elide, entre jadeos, suspiró. —Yo… yo creí que sería como Morath —admitió. La serena ciudad yacía en el corazón de la cuenca del rio. Algunas linternas aun brillaban a pesar de la hora, y él sabía que en algunas plazas aún se estaría tocando música. Su hogar. O lo había sido. Donde sus ciudadanos eran su gente ¿cuándo se hubiera casado con una reina de fuera? ¿Cuándo había peleado y matado a tantos en las aguas de Eyllwe? El no miró los lazos negros que reflejaban el luto, colocados en muchas de las ventanas. Detrás de él, sabía que Lorcan y Gavriel también estarían evitándolos. Por siglos habían conocido a esta gente, vivido entre ellos. Llamándolos amigos ¿Habría alguien al tanto de quien estaba retenida en el medio de la ciudad? ¿habrían escuchado sus gritos? —Ese es el palacio —le dijo Gavriel a Elide, apuntado hacia el conjunto de domos y elegantes edificios colocados en el extremo este, justo al lado del borde de la masiva cascada. Ninguno de ellos hablo mientras analizaban el edificio con columnas que mantenía los aposentos privados de la reina. Y sus propias habitaciones. Ninguna luz se encontraba encendida en ellos. —No confirma nada —dijo Lorcan—, ni que Maeve no está, o si Aelin se encuentra aquí.

Rowan escucho al viento, sintiéndolo, pero nada. —La única forma de confirmar algo es entrando a la ciudad. —¿Son esos dos puentes la única vía para entrar? —Elide señalo los puentes de piedra gemelos en los lados noreste y sureste de Doranelle. Ambos abiertos, ambos visibles a la distancia. —Si —dijo Lorcan, con voz apretada. El río era demasiado ancho y sus aguas demasiado peligrosas para nadar en él. Y si otras vías existían, Rowan nunca las había conocido. —Deberíamos examinar la cuenca —dijo Lorcan, estudiando la ciudad al centro de la planicie. Al norte, las faldas boscosas florecían hasta el muro creado por las Montañas Cambrian. Al oeste, la llanura se convertía en tierra de cosecha hasta llegar al océano. Y al este, pasando la cascada, la verde planicie llegaba a los antiguos bosques y las montañas detrás de estos. Sus montañas. El lugar que alguna vez llamo hogar, donde su casa se había mantenido hasta que había sido quemada. Donde enterró a Lyria y donde esperaba ser enterrado algún día. —Necesitamos también un plan para salir —dijo Rowan, aunque él ya lo había considerado. A donde correr después. Maeve mandaría a sus mejores hombres a cazarlos. Aquellos a los que alguna vez había pertenecido. Había sido enviado a rastrear y eliminar al Fae que se había convertido en alguien demasiado monstruoso incluso para Maeve, un Fae desertor quien ya no tenía razones para existir. Él había entrenado a los cazadores a quienes Maeve enviaría. Les había enseñado los caminos ocultos y los lugares preferidos por los Fae para ocultarse. Nunca había considerado que algún día serian usados en su contra. —Nos tomaremos un día —dijo Lorcan. Rowan dirigió una fría mirada hacia él. —Un día es más de lo que podemos esperar. Aelin estaba allí. En esa ciudad. Él lo sabía, la podía sentir. Había estado cavando en su poder por los últimos dos días, preparando la muerte que desataría, el vuelo que harían. La tensión por retener su magia tiró de él, pero mantuvo el control de manera persistente. —Pagaremos por un plan mal elaborado si no nos tomamos el tiempo necesario. Tu compañera también lo pagara —dijo Lorcan. Su antiguo control como comandante también se encontraba al borde. Incluso

Gavriel, calmado y estable, estaba inquieto. Todos ellos habían descendido dentro de su poder, acumulándolo en la superficie desde el fondo de su ser. Pero Lorcan tenía razón. Rowan diría lo mismo de estar en su posición. Gavriel señaló a un afloramiento rocoso en la colina ante ellos. —Está oculto a la vista. Acamparemos allí esta noche y evaluaremos la situación mañana. Descansemos un poco. La idea le aborrecía. Dormir mientras Aelin estaba a solo unos cuantos kilómetros. Sus oídos se tensaron, como si pudiera escuchar sus gritos en el viento. Pero Rowan se limitó a decir: —De acuerdo. Ni siquiera tuvo que decir que era arriesgado encender una fogata. El aire era frio, pero sobrevivirían. Rowan bajo por la colina y le ofreció la mano a Elide para ayudarla a esquivar un borde peligroso. Ella tomó su mano con dedos temblorosos. Aun así, ella no había entorpecido su camino al venir con ellos, no les había estorbado para hacer nada de esto. Rowan superó otro escalón antes de volverse y ayudarla. —No necesitas entrar en la ciudad. Decidiremos la ruta de escape y nos encontraremos allí. Cuando Elide no respondió, Rowan levantó la mirada hacia ella. Sus ojos no estaban puesto en él, sino en la ciudad al frente. Y estaban llenos de terror, el aroma lo empapó. Lorcan llego ahí de inmediato colocando su mano en el hombro de ella. —¿Qué pa…? Rowan volteó a la ciudad. La colina había sido una frontera. Pero no una frontera para la ciudad, si no una ilusión. Una bonita e idílica ilusión para cualquiera que se acercara al borde para explorar e informar. Pero ahora, rodeando la ciudad en cada lado, incluso en la planicie al este… Un ejército. Había un enorme ejercito acampado ahí. —Convocó a la mayoría de sus fuerzas —suspiró Gavriel, con el viento atravesando su cabello en su rostro. Rowan contaba las fogatas que cubrían el terreno oscuro como si fueran un cielo

estrellado. Nunca había visto una reunión de guerreros Fae como esa. Ni en las que él o el cadre habían estado durante guerras anteriores se asemejaban a esta. Aelin podría estar en cualquier lugar dentro de aquel ejército. En el campamento, o la cuidad misma. Ellos tenían que ser listos. Astutos. Y si Maeve no había caído en su distracción… —¿Trajo un ejército para mantenernos fuera? —preguntó Elide. Lorcan miró a Rowan, con aquellos ojos oscuros llenos de preocupación. —O para mantener a Aelin dentro. Rowan examinó al ejército. Qué hicieron los habitantes de Doranelle, quienes rara vez veían algún tipo de fuerzas más allá de los guerreros que a veces acechaban en la ciudad, ¿ser anfitriones? —Tenemos aliados en la ciudad —ofreció Gavriel—. Podemos tratar de contactarlos. Saber dónde está Maeve y qué es lo que vino a hacer el ejército. Y si ha habido alguna mención de Aelin. El tío de Rowan, Ellys, el jefe de su casa se había quedado cuando la armada de Maeve había navegado. Un hombre duro, un hombre inteligente, pero leal. Había entrenado a Enda a su imagen, para ser un miembro de la corte perspicaz. Pero también había entrenado a Rowan cuando podía, dándole algunas de sus primeras lecciones de espada. Había crecido en la casa de su tío, y había sido el único hogar que había conocido hasta que encontró esa montaña. Pero ¿podría la lealtad de Ellys desviarse de Maeve hacia su propia línea de sangre, especialmente a raíz de la traición de la Casa Whitethorn en Eyllwe? Su tío ya podría estar muerto. Maeve podría haberlo castigado en nombre de todos los primos a quienes Rowan le había pedido que los ayudara. O bien, Ellys, buscando volver a entrar en las buenas gracias de Maeve después de su traición, podría venderlos antes de que pudieran encontrar a Aelin. Y en cuanto a los demás, los pocos aliados que pudieran tener ... —Maeve es capaz de abrirse camino en la mente de una persona —dijo Rowan—. Es probable que sepa quiénes son nuestros aliados y que ya los haya comprometido —apoyó una mano en la empuñadura de Goldryn, el cálido metal era un toque reconfortante—. No nos arriesgaremos. Lorcan gruñó en acuerdo. —Maeve no me conoce, apenas sabe de mí. Nadie aquí me reconocería, especialmente si puedo ... ajustar mi apariencia. Como hice al difundir esas mentiras sobre el príncipe Valg. Podría intentar entrar a la ciudad mañana y ver si hay algo que pueda averiguar —dijo Elide.

—No. La respuesta de Lorcan fue un cuchillo en la oscuridad. Elide le dijo, tranquila e imperturbable: —Tú no eres mi comandante. No estás en mi corte. Ella se volvió hacia Rowan. Pero él lo estaba. Su rango era mayor al de ella. Rowan trató de no ceder. Aelin había puesto esto sobre él. Lorcan siseó. —Ella no conoce la ciudad, no sabe cómo evitar a los guardias ... —Entonces le enseñaremos —interrumpió Gavriel—. Esta noche. Le enseñaremos lo que sabemos. Lorcan le enseñó los dientes. —Si Maeve permanece en Doranelle, ella la olfateará. —No lo hará —dijo Elide. —Te encontró en esa playa—espetó Lorcan. Elide levantó la barbilla. —Voy a ir a esa ciudad mañana. —¿Y qué vas a hacer? ¿Preguntar si Aelin Galathynius se ha estado pavoneando por la ciudad? ¿Preguntar si Maeve está disponible para tomar el té? —el gruñido de Lorcan rompió el aire. Elide no dio marcha atrás ni por un instante. —Voy a preguntar por Cairn. Todos se congelaron. Rowan no estaba completamente seguro de haberla escuchado correctamente. Elide los examinó. —Seguramente a una mujer joven y mortal se le permite preguntar por el hombre Fae que la abandonó. Lorcan palideció a un tono similar al de la luna sobre ellos. —Elide —cuando ella no contestó, Lorcan se giró hacia Rowan—. Vamos a explorar, hay otra manera de ...

Elide solo le dijo a Rowan. —Si encontramos a Cairn encontraremos a Aelin. Y averiguaré si Maeve sigue aquí. Ya no había miedo en los ojos de Elide. No quedaba ni rastro en su olor. Entonces Rowan asintió, incluso mientras Lorcan se tensaba. —Ten una buena cacería, señorita.

Capítulo 22 Traducido por Nashly Corregido por Luneta

Las llanuras nevadas de Terrasen fluían hacia el sur, hasta las colinas que se extendían hacia el horizonte. A principios del verano, Lysandra había cruzado esas colinas con sus compañeros, con su reina. Había visto a Aelin ascender y caminar hacia la piedra de granito tallada que sobresale en la parte superior. La marca de la frontera entre Adarlan y Terrasen. Su amiga había dado un paso más allá de la piedra y había estado en casa. Quizá esto hacía a Lysandra una tonta, pero no se había dado cuenta que la próxima vez que vería las colinas, usando las plumas de un pájaro, sería en guerra. O como un explorador para un ejército de miles de soldados fuertes marchando muy por detrás de ella. Había dejado a Aedion para averiguar cómo explicar la repentina desaparición de Aelin cuando ella había partido a esta misión de exploración. Para saber dónde podrían interceptar las legiones de Morath, y darle al general una posición del terreno por delante. Los exploradores Fae, en sus formas aviares habían volado hacía el este y oeste para ver que podían averiguar también. Sus alas de halcón plateado se agitaban en el viento gélido, ajustando su vuelo a una velocidad que disparaba un relámpago líquido a través de su corazón. Además del leopardo fantasma, esta forma se había convertido en una de sus favoritas. Veloz, elegante, cruel; este cuerpo estaba hecho para cabalgar los vientos y atacar a la presa. La nieve se había detenido, pero el cielo permanecía gris, ni una pizca de sol para calentarlos. El frío era una preocupación secundaria, se había hecho soportable por sus capas de plumas. Voló y voló por largas millas, explorando el terreno vacío. Los pueblos por los que habían pasado durante el verano habían sido evacuados y sus habitantes huían hacia el norte. Rezó porque hubieran encontrado un refugio seguro antes de la nevada y que los portadores de magia de esas aldeas se alejaran de las redes de Morath. Había habido una niña en uno de esos pueblos que había sido bendecida con un poderoso don con el agua ¿había sido llevada ella y su familia detrás de los gruesos muros de Orynth? Lysandra atrapó una corriente ascendente y se elevó aún más, el horizonte revelando más de sí mismo. La primera de las colinas pasó por debajo, crestas de luz y sombra bajo el cielo nublado. Poner al ejercito sobre ellas no sería una tarea sencilla, pero La Perdición había luchado cerca de aquí antes. Indudablemente conocían el terreno, a

pesar de los montones de nieve acumulados en las cuencas. El viento chillaba, empujando hacia el norte. Como si la protegiera de volar hacia el sur. Suplicándole que no continúe. Aparecieron las colinas coronadas con piedras, las antiguas marcas fronterizas. Ella pasó sobre ellas. Pasaron unas horas hasta que cayó la oscuridad. Volaría hasta que la noche y el frío la incapacitaran, y encontraría un árbol para resguardarse hasta que pudiera continuar con la exploración al amanecer. Voló más hacía el sur, al horizonte sombrío y vacío. Hasta que no lo estaba. Hasta que observó lo que marchaba hacía ellos y casi cayó del cielo. Ren le había enseñado a contar soldados, sin embargo, ella perdía la pista cada vez que intentaba obtener un numero de las líneas ordenadas que cruzaban las llanuras del norte de Adarlan. Justo hacía las colinas que abarcaban ambos territorios. Miles. Cinco, diez, quince mil. Más. Una y otra vez, ella tropezaba al contar. Veinte, treinta. Lysandra se elevó más en el cielo. Más alto porque los Ilken iban con ellos, volando sobre las tropas de armadura negra, controlando todo lo que pasaba por debajo. Cuarenta. Cincuenta. Cincuenta mil tropas, supervisadas por Ilken. Y entre ellos, a caballo, cabalgaban jóvenes de rostro hermoso. Con collares negros en el cuello, por encima de su armadura. Príncipes Valg. Cinco en total, cada uno al mando de una legión. Lysandra contó de nuevo el ejército. Tres veces. Cincuenta mil tropas. Contra los veinticinco mil que ellos habían reunido. Uno de los Ilken la vio y aleteo hacia arriba. Lysandra se impulsó con fuerza y se dirigió al norte, batiendo las alas como el infierno.

I

Los dos ejércitos se reunieron en los campos cubiertos de nieve del sur de Terrasen. El príncipe general de Terrasen les ordenó esperar, en lugar de apresurarse a encontrarse con las legiones de Morath. Para dejar que las hordas de Erawan se agotaran en las colinas, y enviar una fuerza avanzada de Asesinos Silenciosos para derrotar a los soldados que lucharan en medio de los baches y huecos. Solo algunos de los asesinos regresaron. El poder oscuro de los Principes Valg avanzaba, devorando todo a su paso. Y aun así, la Portadora de Fuego no disolvió al Valg en cenizas. No hizo nada más que viajar al lado de su primo. Ilken descendían sobre su campamento en la noche, desatando el caos y terror, destrozando a los soldados con sus garras manchadas con veneno antes de escapar a los cielos. Arrancaron las antiguas piedras fronterizas de las colinas cubiertas de pasto al pasar a Terrasen. Apenas sin aliento, sin inmutarse por la nieve, y casi sin disminuirse, el ejército de Morath dejó la última de las colinas. Corrieron por la ladera, una ola negra rompiendo sobre la tierra. Directo a las lanzas y escudos de La Perdición, la magia de los soldados Fae mantenía a raya el poder de los Príncipes Valg. Sin embargo, no podían oponerse a los Ilken. Los atravesaron como telarañas en una puerta, algunos arrojando su veneno para derretir la magia. Entonces los Ilken aterrizaron, o destruyeron completamente sus defensas. E incluso una cambiaformas en forma de un wyvern armado con púas envenenadas no podía derribarlos a todos. Incluso un Príncipe general con una espada antigua e instintos Fae no podía cortar sus cuellos lo suficientemente rápido. En el caos, nadie notó que la Portadora de Fuego no apareció. Que ni una brasa de su llama brillo en la noche de gritos. Entonces los soldados de infantería los alcanzaron. Y el ejército que se encontraba junto comenzó a dividirse. El flanco derecho se dividió primero. Un Príncipe Valg desató su poder, los hombres yacían muertos a su paso. En ese momento Ilias de los Asesinos Silenciosos se escondió detrás de las líneas enemigas para decapitarlo y que así se detuviera la matanza. Las líneas centrales de La Perdición se mantuvieron, pero perdieron yarda tras yarda

por garras y colmillos y espada y escudo. Había tantos enemigos que los miembros de la familia Real de los Fae y sus parientes no pudieron sofocar el aire de sus gargantas lo suficientemente rápido. Cualquier avance que la magia de los Fae les compraba no detenía a Morath por mucho tiempo. Las bestias de Morath los empujaron hacia el norte ese primer día. Y en la noche. Y al amanecer del siguiente día. Al caer la noche del segundo día, incluso la línea de La Perdición se había doblado. Sin embargo Morath, no se detenía.

Capítulo 23 Traducido por Nashly Corregido por Luneta

Elide nunca había visto un lugar como Doranelle. Lo llamaban la ciudad de los ríos. Nunca se imaginó que una ciudad podría construirse en el corazón de varios que se reunían y vertían en una poderosa cuenca. No dejó que el asombro se reflejara en su rostro mientras caminaba por las limpias y serpenteantes calles. El miedo era otro acompañante que ella mantenía al margen. Los Fae con su aumentado sentido del olfato podían detectar cosas como las emociones. Y aunque una buena dosis de miedo podría ayudar en su actuación, demasiado podría ser su perdición. Sin embargo, este lugar parecía un paraíso. Flores rosadas y azules cubriendo los alfeizares. Pequeños canales pasaban entre algunas de las calles, transportando gente en barcos brillantes y largos. Nunca había visto tantos Fae, nunca había pensado que serían completamente normales. Bueno, lo más normal posible, con su gracia y esas orejas y colmillos. Junto con los animales que corrían a su alrededor, revoloteando, tantas formas que no podía seguirles la pista. Todos satisfechos con su rutina diaria, comprando de todo, desde rebanadas de pan crujiente hasta jarras con algún tipo de aceite o telas de franjas vibrantes. Sin embargo, gobernando sobre todo esto se encontraba Maeve en el palacio del lado este de Doranelle. Rowan le había dicho a Elide que esta ciudad había sido construida de piedra para evitar que Brannon o cualquiera de sus descendientes la arrasaran por completo. Elide luchó contra la cojera que aumentaba con cada paso que se adentraba a la ciudad, más lejos de la magia de Gabriel. Los había dejado en las colinas boscosas donde acamparon la noche anterior, y Lorcan había intentado discutir de nuevo sobre su partida. Pero había rebuscado entre sus mochilas hasta que encontró lo que necesitaba: bayas que Gabriel había recogido ayer, un cinturón de repuesto y una capa verde oscuro de Rowan, una camisa blanca arrugada y un pequeño espejo que Lorcan usaba para afeitarse. Ella no había dicho nada cuando encontró dentro las tiras blancas de lino en el fondo de la bolsa de Lorcan. Esperando su próximo ciclo. De cualquier manera, había sido capaz de encontrar las palabras. No con lo que se le arrugaba el pecho de solo

pensar en ellos. Elide mantuvo sus hombros sueltos, aunque su rostro permanecía tenso mientras se detenía en el borde de una pequeña y bonita plaza alrededor de una fuente burbujeante. Vendedores y compradores se reunían, charlando bajo los rayos de sol del mediodía. Elide se detuvo en la entrada arqueada de la plaza, se puso de espaldas y saco el pequeño espejo del bolsillo de la capa, con cuidado de no empujar los cuchillos que también estaban escondidos ahí. Abrió el espejo compacto, frunciendo el ceño ante su reflejo, la mitad de su expresión no era completamente fingida. Había aplastado las bayas al amanecer y había puesto cuidadosamente el jugo alrededor de sus ojos, volviéndolos rojo de los bordes y dándole un aspecto miserable. Como si hubiera estado llorando durante semanas. De hecho, el rostro que estaba mirando era bastante desgraciado. Pero no era su reflejo lo que ella quería ver, era más bien la plaza detrás de ella. Inspeccionarla directamente podría plantear demasiadas preguntas, pero si ella simplemente estaba mirando un espejo, no era más que una chica tímida tratando de arreglar su aspecto agotado… Elide alisó algunos mechones de su cabello mientras observaba la plaza más allá. Un centro de todo tipo. Dos tabernas se alineaban a los lados, considerando los barriles de vino que estaban servidos en las mesas de enfrente y los vasos vacíos aun por recoger. Entre las dos tabernas, una parecía atraer a más hombres, algunos vestidos de guerreros. De las tres plazas que había visitado, y las tabernas que había visto, esta era la única con soldados. Perfecto. Elide aliso su cabello de nuevo, cerro el espejo y se volteó hacia la plaza alzando su mentón. Una chica tratando de reunir algo de dignidad. Que ellos vean lo que quieran ver, que miren la camisa blanca que se había puesto en lugar de la chaqueta de cuero de las brujas, la capa verde por encima y ajustada por en medio, que pensaran que era una viajera inmunda y poco elegante. Una chica sin la noción de estar hermosa y bien vestida ciudad. Se acercó a los siete Fae que descansaban fuera de la taberna, evaluando quien era el que hablaba más, se reía más fuerte, a quien se dirigían a menudo los cinco hombres y las dos mujeres. Una de ellas no era guerrera, sino que vestía pantalones suaves y femeninos y una túnica azul cielo que se ajustaba a su exuberante figura como un guante. Elide marcó a quien parecía que miraban más con esperanza de aprobación y confirmación. Una mujer de hombros anchos, con cabello oscuro recortado cerca de su cabeza. Llevaba una armadura en sus hombros y muñecas, más fina que la que llevaban los hombres. Su comandante, entonces.

Elide se quedó a unos metros de distancia, una mano alzada para sujetar la capa a la altura de su corazón, la otra jugueteando con el anillo de oro en su dedo, la reliquia invaluable que era un poco más que el recuerdo de un amante. Mordiéndose el labio, lanzó una rápida e insegura mirada hacia los soldados en la taberna. Olfateó un poco. La otra mujer, con la ropa fina y azul, se fijó en ella primero. Era hermosa, se dio cuenta Elide. Su cabello oscuro cayendo en una gruesa y brillante trenza por la espalda, su piel de un marrón dorado brillaba con una luz interior. Sus ojos eran suaves, con amabilidad. Y preocupación. Elide tomó esa preocupación como una invitación y tropezó con ellos, inclinando su cabeza. —Yo… yo… lamento interrumpir —soltó ella, dirigiéndose más a la bella morena. El tartamudeo siempre había incomodado a la gente, siempre los ponía tontamente desprevenidos y ansiosos por escapar. Para decirle lo que necesitaba saber. —¿Pasa algo? —La voz de la mujer era ronca, encantadora. El tipo de voz que Elide siempre había imaginado que las grandes bellezas poseían, y que hacía que los hombres cayeran sobre sí mismos. Por la forma en que algunos de los hombres a su alrededor habían estado sonriendo, Elide no tenía dudas de que la mujer también tenía ese efecto en ellos. Elide meneo su labio y lo mordió. —Yo… yo estaba buscando a alguien. Él dijo que estaría aquí, pero… —miró a los guerreros y jugó con el anillo en su dedo otra vez—. Yo vi…vi…vi sus uniformes y pensé que podrían conocerlo. La alegría de los acompañantes había desaparecido, y había sido remplazada por cautela. Y lastima, de parte de la bella mujer. Ya sea por el tartamudeo o por lo que claramente veía: una joven mujer añorando a un amor que probablemente no estaba ahí. — ¿Cómo se llama? —Preguntó la mujer más alta, tal vez hermana de la otra, considerando su misma piel y cabello oscuros. Elide tragó con fuerza como para hacer que su garganta se moviera patéticamente. —Yo… lamento molestarlos —objeto ella—. Pero todos ustedes se veían muy a…a… amables. Uno de los hombres murmuró algo acerca de conseguir otra ronda de bebidas, y dos de sus compañeros decidieron unirse a él. Los otros dos hombres que se quedaron parecían inclinados a ir también, pero una afilada mirada de su comandante hizo que se quedaran.

—No es molestia —dijo la belleza, agitando una mano bien cuidada. Era tan baja como Elide, aunque se comportaba como una reina—. ¿Quieres que te traigamos un refresco? Las personas eran fáciles de halagar, fáciles de engañar, sin importar si tenían orejas redondas o puntiagudas. Elide se acercó más. —No, gracias. No quiero ser una mo… molestia. Las fosas nasales de la mujer se agrandaron cuando Elide se acercó lo suficiente como para tocarlos. Sin duda oliendo las semanas que llevaba de camino. Pero cortésmente no dijo nada, aunque sus ojos recorrieron su rostro. —El nombre de tu amigo –insistió la comandante, su voz ronca era lo contrario a la de su hermana. —Cairn —susurró Elide—. Su nombre es Cairn. Uno de los hombres maldijo, el otro escaneaba a Elide de pies a cabeza. Pero las dos mujeres se habían quedado quietas. —Él… él sirve a la reina —dijo Elide con los ojos saltando de cara en cara, el retrato de la esperanza—. ¿Lo conocen? —Lo conocemos —dijo la comandante, con el rostro oscuro—. ¿Tú eres su amante? Elide logró que su cara se sonrojara pensando en todos los momentos mortificantes en el camino, su periodo y tener que explicar cuando necesitaba aliviarse. —Necesito hablar con él —fue todo lo que Elide dijo. El paradero de Maeve lo averiguaría más tarde. La belleza de cabello oscuro dijo en un tono demasiado silencioso: —¿Cómo te llamas niña? —Finnula —mintió Elide, diciendo el nombre de su niñera. —Te daré un pequeño consejo —soltó el segundo hombre, dándole un trago a su cerveza—, si escapaste de Cairn, no vuelvas a buscarlo. Su comandante le lanzó una mirada. —Cairn está ligado a nuestra reina. —Sigue siendo un idiota —dijo el hombre. La mujer gruñó tan cruelmente que el hombre sabiamente fue a buscar las bebidas.

Elide hizo que sus hombros se curvaran hacía dentro. —Entonces ¿ustedes… ustedes lo conocen? —¿Se supone que Cairn te encontraría aquí? —preguntó la belleza en su lugar. Elide asintió. Las dos hembras intercambiaron miradas. La comandante contestó: —No sabemos dónde está. Mentira. Vio la mirada entre ellas, entre hermanas. La decisión de no decirle, ya sea por proteger a la indefensa niña mortal que creían que era, o por lealtad a él. O tal vez por todos los Fae que decidían encontrar camas en reinos mortales y después ignorar las consecuencias meses después. Lorcan había sido el resultado de una de esas uniones, y luego había sido tirado a la merced de las calles. El pensamiento fue suficiente para que apretara sus dientes, pero Elide mantuvo su mandíbula relajada. No te enfades, le había enseñado Finnula. Se inteligente. Ella tomó nota de eso. No parecer demasiado patética en la siguiente taberna. O como una amante abandonada que podría estar embarazada. Porque ella tendría que ir a otra. Y si la próxima vez obtenía una respuesta, tendría que ir a otra taberna después de esa para confirmarlo. —¿Esta… esta la reina en casa? —dijo Elide con una suplicante y quejumbrosa voz a sus propios oídos—. Él… él… él dijo que viaja con ella ahora, pero si no está aquí… —Su Majestad no está en casa —dijo la comandante, tan bruscamente que Elide supo que su paciencia se estaba agotando. Elide no permitió que sus rodillas se doblaran, no permitió que sus hombros se hundieran con lo que ellos considerarían una decepción—, pero donde está Cairn, como dije, no lo sabemos. Maeve no estaba aquí. Tenían eso a su favor. Si era suerte o debido a sus planes, a ella no le importaba. Pero Cairn… ella no averiguaría nada más de estas mujeres. Así que Elide inclinó la cabeza. —Gra… gracias. Se alejó antes de que las mujeres pudieran decir algo más, e hizo una buena actuación esperando en la fuente por cinco minutos. Quince. El reloj de la plaza marcó la hora, y ella sabía que ellos aun la observaban mientras hacia su mejor esfuerzo al caminar desanimada hacia la otra entrada de la plaza. Lo mantuvo por unas cuantas cuadras, vagando sin rumbo, hasta que se metió en un estrecho callejón y dejo escapar un suspiro.

Maeve no estaba en Doranelle. ¿Cuánto tiempo permanecería así? Tenía que encontrar a Cairn, rápidamente. Tenía que hacer que su próxima actuación contara. Tenía que ser menos patética, menos necesitada y menos llorona. Tal vez ella había agregado demasiado enrojecimiento alrededor de sus ojos. Elide sacó el espejo. Pasando su dedo meñique bajo un ojo, froto algo de la mancha roja. No cedió. Humedeciendo la punta de su meñique con la lengua, volvió a pasar el dedo por el parpado inferior. Disminuyo, un poco. Estaba a punto de hacerlo de nuevo cuando un movimiento se reflejó en el espejo. Elide se dio la vuelta, pero demasiado tarde. La belleza de cabello oscuro de la taberna estaba parada detrás de ella.

I Lorcan nunca había sentido el peso de las horas tan pesadamente sobre él. Mientras exploraba la frontera sur de ese ejército, observando a los soldados en sus rotaciones, advirtiendo las principales arterias del campamento, vigilaba la ciudad. Su ciudad, o lo había sido. Nunca se había imaginado, incluso durante su niñez en la que se la había pasado sobreviviendo en las sombras, que se convertiría en un enemigo. Que Maeve mientras lo azotaba y castigaba por cualquier desobediencia o por propia diversión, se convertiría en un enemigo tan grande como Erawan. Y enviar a Elide a las garras de Maeve, le había tomado toda su voluntad dejarla partir. Si Elide era capturada, o era descubierta, no lo escucharía, ni lo sabría. Ella no tenía ninguna magia para protegerse, salvo los ojos afilados de la diosa en su hombro y una extraña habilidad de pasar desapercibida, de jugar con las expectativas. No habría ningún destello de poder, ninguna señal para alertarlo de que estaba en peligro. Pero se mantuvo alejado. La había visto cruzar ese puente antes, con el aliento apretado en su pecho, pasó sin ser interrogada ni vista por los guardias que se encontraban en cada extremo. Maeve no permitía a los Semi-Fae o humanos vivir dentro de las fronteras de Doranelle sin probar que eran dignos, sin embargo podían visitar la ciudad, brevemente. Había ido a explorar. Sabía que Whitethorn le había ordenado que vigilara el borde sur, este borde, porque era precisamente donde ella saldría. Si es que salía. Whitethorn y Gavriel habían dividido los otros campos, el príncipe reclamando el

oeste y el norte, el león tomando el campo este sobre la cuenca de la cascada. El sol de la tarde se hundía en el lejano mar cuando regresaron a su pequeña base. —¿Algo? —la pregunta de Rowan retumbó en ellos. Lorcan negó con la cabeza. —Nada de Elide, ni de mi exploración. Las rotaciones de los centinelas son estrictas, pero no impenetrables. Pusieron a exploradores en los árboles a seis millas —conocía a varios de ellos. Había sido su comandante ¿eran ahora sus enemigos? Gavriel se movió y se dejó caer sobre una roca, sin aliento. —Tienen patrullas aéreas en el campamento del este. Y centinelas por la frontera del bosque. Rowan se apoyó en un imponente pino y cruzó los brazos. —¿Qué clase de aves? —Rapaces en su mayoría —dijo Gavriel. Soldados altamente entrenados entonces. Siempre habían sido los más fuertes de los exploradores—. No reconocí a ninguno de tu casa. O bien todos habían estado en esa armada, ahora en Terrasen, o Maeve los había bajado. Rowan se pasó una mano por la mandíbula. —El campamento de la llanura occidental está muy bien protegido. El del norte no tanto, pero es probable que los lobos en el paso hagan la mitad del trabajo por ellos. No se molestaron en discutir para que pudiera haberse reunido a ese ejército. A dónde podría dirigirse. Si la derrota de Maeve en la costa de Eyllwe podría ser suficiente para iniciar una alianza con Morath, y para llevar a este ejército a destruir Terrasen por fin. Lorcan miró hacia la ladera boscosa, agudizando su oído en busca del sonido de ramas u hojas quebrarse. Media hora. Esperaría media hora antes de bajar esa colina. Se obligó a escuchar a Whitethorn y Gavriel a establecer los puntos de entrada y las estrategias de salida para cada campamento, se obligó a participar en ese debate. También se obligó a discutir las posibles entradas y salidas de Doranelle, a dónde podrían ir en la ciudad, como podrían cruzar una y otra vez sin provocar la ira de su ejército. Un ejército que alguna vez habían supervisado y comandado. Ninguno de ellos lo mencionó, aunque Gavriel seguía observando los tatuajes grabados en sus manos. ¿Cuántas vidas más tendría que agregar antes de que terminaran? ¿Soldados no derribados por los enemigos, sino por su propia espada?

El sol se acercó al horizonte. Lorcan comenzó a pasearse. Mucho tiempo. Había tardado demasiado. Los otros también se habían quedado en silencio. Mirando hacia debajo de la colina. Esperando. Un ligero temblor sacudió las manos de Lorcan, y las empuñó, apretando con fuerza. Cinco minutos. Iría en cinco minutos, aunque Aelin Galathynius y su plan estuvieron condenados. Aelin había sido entrenada para soportar la tortura. Elide… él podía ver sus cicatrices por los grilletes. Ver su pie y los tobillos estropeados. Ya había soportado demasiado sufrimiento y terror. No podía permitir que ella se enfrentara de nuevo a un poco de… Ramitas se rompieron bajo unos pasos ligeros, Lorcan se puso de pie, con una mano yendo a su espada. Whitethorn soltó el hacha a su lado, con un cuchillo en la otra mano y Gavriel sacó su espada. Pero entonces un silbido de dos notas hizo eco, las piernas de Lorcan se tambalearon tan fuertemente que se sentó de nuevo en la roca donde había estado apoyado. Gavriel silbó en respuesta, Lorcan se sintió agradecido. No estaba seguro de tener aliento. Entonces ella estaba ahí, jadeando por la subida, sus mejillas sonrosadas en el aire frio de la noche. —¿Qué paso? —preguntó Whitethorn. Lorcan inspeccionó su cara, su postura. Estaba bien. Estaba ilesa. No había ningún enemigo acechando. Los ojos de Elide se encontraron con los suyos. Desconfiados e inciertos. —Conocí a alguien.

I Elide pensó que estaba a punto de morir. O al menos creyó que iba a ser vendida a Maeve cuando enfrentó a la belleza de cabello oscuro en el callejón sombrío.

Se dijo a sí misma, en sus latidos del corazón, que haría todo lo posible por resistir la tortura que seguramente vendría, para mantener en secreto la ubicación de sus compañeros, incluso si la destrozaban. Pero la perspectiva de lo que le harían… La mujer levantó una mano delicada. —Sólo deseo hablar. En privado —señaló más allá del callejón, hacía una puerta cubierta con un toldo de metal. Para protegerlas de cualquier curioso, aquellos en el suelo y por encima. Elide la siguió, una mano deslizándose hacia el cuchillo en su bolsillo. La mujer abrió camino, no se veían armas, su marcha sin prisas. Pero cuando se detuvo en las sombras debajo del toldo, la mujer levantó la mano una vez más. Una llama dorada bailaba entre sus dedos. Elide retrocedió, y el fuego desvaneció tan rápido como había aparecido. —Mi nombre es Essar —dijo la mujer en voz baja—. Soy una amiga de tus amigos, creo. Elide no dijo nada. —Cairn es un monstruo —dijo Essar dando un paso más cerca—, mantente lejos de él. —Necesito encontrarlo. —Hiciste muy bien el papel de amante abandonada. Debes de saber algo de él. De lo que hace. —Si sabes dónde está, por favor dímelo —ella no dejaba de suplicar. Essar miró a Elide. Entonces le dijo: —Él estaba en la ciudad hasta ayer. Luego salió al campo del este —señaló con el pulgar por encima del hombro—. Él está ahí ahora. —¿Cómo lo sabes? —Porque no está aterrorizando a los patrones de cada establecimiento fino en esta ciudad, saciándose con las monedas que Maeve le dio cuando hizo el juramento de sangre. Elide parpadeo. Esperaba que algunos de los Fae estuvieran en contra de Maeve, especialmente después de la batalla en Eylle, pero encontrar total disgusto… Essar luego agregó: —Y porque mi hermana, la soldado con la que hablaste, me lo dijo. Ella lo vio en el

campamento esta mañana, sonriendo como un gato. —¿Por qué debería creerte? —Porque llevas la camisa de Lorcan y la capa de Rowan Whiterthorn. Si no me crees infórmales quien te lo dijo y ellos lo harán. Elide ladeo la cabeza hacia un lado. Essar dijo suavemente: —Lorcan y yo estuvimos juntos por un tiempo. Estaban en medio de la guerra, habían viajado miles de millas para encontrar a su reina, y sin embargo, la tensión ante esas palabras de alguna manera encontraban espacio para enroscarse en las entrañas de Elide. Amante de Lorcan. Esta delicada belleza con voz de dormitorio había sido la amante de Lorcan. —Se darán cuenta que no estoy, si me voy por mucho tiempo, pero diles quien soy. Diles que yo te lo dije. Si a Cairn es a quien buscan, ahí es donde estará. Su ubicación exacta, no la sé —Essar retrocedió un paso—. No vayas preguntando por Cairn en otras tabernas, él no es bien visto, incluso entre los soldados. Y aquellos que lo siguen… no querrás atraer su interés. Essar se dio la vuelta, pero Elide soltó. —¿A dónde fue Maeve? Essar miró por encima de su hombro. La estudió. Los ojos de la mujer se ensancharon. —Ella tiene a Aelin Portadora de Fuego —suspiró Essar. Elide no dijo nada, pero Essar murmuró. —Ese fue… fue el poder que sentimos la otra noche —Essar se dirigió hacia Elide. Agarro sus manos—. Donde Maeve fue hace unos días, no lo sé. Ella no lo anunció, no se llevó a nadie con ella. A menudo le sirvo, me piden que… no importa. Lo que importa es que Maeve no está aquí. Pero no sé cuándo volverá. El alivio amenazó nuevamente con enviar a Elide a estrujarse al suelo. Parecía que los dioses todavía no los habían abandonado. Pero si Maeve hubiera llevado a Aelin al campamento donde habían mentido que el príncipe Valg había sido contenido… Elide agarró las manos de Essar, encontrándolas cálidas y secas. —¿Tú hermana sabe dónde reside Cairn en el campamento? Durante largos minutos, luego una hora, habían hablado. Essar se fue y volvió con Dresenda, su hermana. Y en ese callejón, habían conspirado.

Elide terminó de contarle a Rowan, Lorcan y Gavriel lo que había averiguado. Se sentaron en silencio, aturdidos durante un largo minuto. —Justo antes del amanecer —repitió Elide— Dresenda dijo que la vigilancia en el campamento del este es más débil al amanecer. Que ella encontraría una manera para que los guardias estén ocupados. Es nuestra única oportunidad. Rowan estaba mirando a los árboles, como si pudiera ver la distribución del campamento, como si estuviera tramando su entrada y salida. —Sin embargo, no confirmó si Aelin estaba en la tienda de Cairn —advirtió Gavriel—. Maeve se ha ido, Aelin también podría estar con ella. —Es un riesgo que tomaremos —dijo Rowan. Un riesgo, tal vez, deberían de haberlo considerado. Elide miró a Lorcan, que había estado en silencio durante todo el rato. A pesar de que había sido su amante quien los había ayudado, quizás guiado por la misma Anneith. O al menos había sido advertido por el olor en la ropa de Elide. —¿Crees que podemos confiar en ella? —Preguntó Elide a Lorcan, aunque ya sabía la respuesta. Los ojos oscuros de Lorcan se movieron hacía ella. —Sí, aunque no veo porque tomarse la molestia. —Es una buena mujer, por eso —dijo Rowan. Al ver la ceja levantada de Elide, explicó—. Essar visitó Mistward esta primavera. Ella se encontró con Aelin —le dirigió una mirada penetrante a Lorcan—, y me pidió que te dijera que te desea lo mejor. Elide no había visto nada que se le acercara al sufrimiento en la cara de Essar, pero dioses, ella era hermosa, inteligente y amable. Y Lorcan, de alguna manera, la había dejado ir. Gavriel interrumpió. —Si nos movemos hacía el campamento este, necesitamos trazar nuestro plan ahora. Ponernos en posición. Está a millas de distancia. Rowan miró de nuevo hacia ese campo distante. —Si estas sugiriendo volar allí ahora mismo —gruñó Lorcan—, entonces te merecerás cualquier desdicha que surja de tu estupidez —Rowan mostró los dientes, pero Lorcan dijo:— Todos entramos. Todos salimos. Elide asintió, de acuerdo por una vez. Lorcan pareció ponerse rígido de sorpresa. Rowan también llegó a esa conclusión, porque se agacho y clavo un cuchillo en la tierra cubierta de musgo.

—Esta es la tienda de Cairn —dijo sobre la daga, y busco una piña cercana—, esta es la entrada sur del campamento. Y así lo planearon.

I Rowan se había separado de sus compañeros hace una hora, enviándolos a ocupar sus posiciones. No todos entrarían, todos saldrían. Rowan entraría al campamento del este, tomando la entrada más al sur. Gavriel y Lorcan estarían esperando su señal en la entrada del este, escondidos en el bosque justo al otro lado de las colinas cubiertas de hierba de ese lado del campamento. Listos para desatar el infierno cuando enviaran un destello de su magia, desviando a los soldados a su lado, mientras que Rowan correría hacía Aelin. Elide los esperaría más lejos en ese bosque, o huiría, si las cosas salían mal. Ella había protestado, pero incluso Gavriel le había dicho que ella era mortal. Inexperta. Y lo que había hecho hoy… Rowan no tenía palabras para expresar lo agradecido que estaba por lo que Elide había hecho. El inesperado aliado que había encontrado. Él confiaba en Essar. A ella nunca le había gustado Maeve, le había dicho abiertamente que no la servía con ninguna disposición u orgullo. Pero estas últimas horas antes del amanecer, cuando tantas cosas podrían salir mal… Maeve no estaba aquí. Eso, al menos, había salido bien. Rowan se demoró en las empinadas colinas sobre la entrada sur del campamento. Se había mantenido oculto fácilmente de los centinelas en los arboles, su viento ocultaba cualquier rastro de su olor. Abajo, esparcidos por la llanura del este, el campo del ejército brillaba. Tenía que estar ahí. Aelin tenía que estar ahí. Se hubieran acercado más, pero terminó siendo la razón que hizo que Maeve se llevara a Aelin de nuevo, y la llevara al campamento de avanzada. Rowan empujó contra el peso en su pecho. El vínculo dentro de él estaba oscuro y dormido. Ningún indicio de que estuviera cerca.

Essar no tenía idea de que Aelin estaba siendo retenida aquí hasta que Elide le informó. ¿Cuántos más no lo sabían? ¿Qué tan bien la había mantenido oculta Maeve? Si Aelin no estuviera en ese campamento mañana, al menos encontrarían a Cairn. Y obtendrían algunas respuestas. Darle una probadita de lo que había hecho… Rowan borró el pensamiento. No se permitiría pensar en lo que le habían hecho a ella. Lo haría mañana, cuando viera a Cairn. Cuando por fin le toque pagar por cada momento de dolor. En el cielo, las estrellas brillaban claras y brillantes, aunque Mala solo se le había aparecido una vez al amanecer, en las colinas de esa misma ciudad, y aunque podría solo ser un ser extraño y poderoso de otro mundo, ofreció una oración de todas maneras. Luego, le rogó a Mala que protegiera a Aelin de Maeve cuando entraron en Doranelle, que le diera fuerza, la guiara y la dejara salir con vida. Después, le había rogado a Mala que lo dejara quedarse con Aelin, la mujer que amaba. La diosa había sido un poco más que un rayo de sol en el amanecer, y sin embargo, él había sentido que le sonreía. Esta noche, con sólo el frío fuego de las estrellas por compañía, le suplicó una vez más. Una espiral de su viento envió su oración a esas estrellas, a la luna creciente que iluminaba el campamento, el río y las montañas. Se había abierto camino a través del mundo, había ido y regresado de la guerra más veces de las que quería recordar. Y a pesar de todo, a pesar de la rabia, la desesperación y el hielo que había envuelto su corazón, el seguía encontrando a Aelin. Cada horizonte que había mirado, incapaz e indispuesto a descansar durante siglos, cada montaña y océano que había observado y se había preguntado que había más allá… Todo había sido ella. Había sido Aelin, el silencioso llamado del vínculo de apareamiento que lo impulsaba, incluso cuando no podía sentirlo. Habían atravesado juntos este sendero oscuro de vuelta a la luz. Él no permitiría que el camino terminara aquí.

Capítulo 24 Traducido por iAtenea Corregido por Luneta

Las Crochans la ignoraron. Y también ignoraron a las Trece. Unos cuantos insultos fueron siseados mientras pasaban, pero una mirada de Manon y las Trece mantuvieron sus puños apretados a los costados. Las Crochans permanecieron en el campamento por una semana para atender a sus heridos, así que Manon y las Trece permanecieron en él también, ignoradas y odiadas. —¿Qué es este lugar? —preguntó Manon a Glennis al mismo tiempo que encontró a la bruja puliendo la empuñadura de su escoba dorada al lado del fuego. Otras dos se encontraban recostadas en una capa cerca. Trabajos de criados para la bruja a cargo de este campamento. —Es un campamento antiguo, uno de los más viejos que reclamamos —los nudillos de Glennin tomaron la empuñadura de la escoba—. Cada uno de los siete Grandes Corazones tiene fuego aquí, como muchos otros —en efecto, había más de siete en el campamento —era un lugar de reunión para nosotras después de la guerra y, desde entonces, se convirtió en el lugar para acoplar a algunas de nuestras brujas más jóvenes hasta la adultez. Es un rito que hemos desarrollado a través de los años, enviarlas hacia la profundidad salvaje por unas pocas semanas a cazar y sobrevivir con solo sus escobas y cuchillos. Nosotras permanecemos aquí mientras hacen eso. Manon preguntó tranquilamente: —¿Sabes cuál es nuestro rito de iniciación? La cara de Glennis se endureció. —Sí. Todas lo sabemos — ¿A qué clan habrá pertenecido la bruja que mató a la edad de dieciséis años? ¿Qué habrá hecho su abuela con el corazón de la Crochan que llevó en una caja para la líder de las Blackbeak, usando la capa de su enemigo como un trofeo? Pero Manon preguntó: —¿Cuándo se dirigen a Eyllwe? —Mañana. Aquellas que sufrieron mayores heridas en la pelea han sanado lo suficiente para viajar o sobrevivir por su cuenta.

La garganta de Manon se apretó, pero calló el arrepentimiento. Glennis extendió una de las escobas hacia Manon, su base unida con hilos de metal ordinarios. —¿Viajas al sur con nosotras? Manon tomó la escoba, la madera zigzagueando contra su mano. El viento susurraba a su oído la corriente rápida y perversa entre los picos de arriba. Ella y las Trece habían decidido ya hace días. Si al sur es hacia donde las Crochans iban, entonces el sur es hacia donde ellas se dirigirían. Inclusive si cada día que pasara deletreara la desgracia para aquellos en el norte. —Viajamos contigo —dijo Manon. Glennis asintió. —Esa escoba pertenece a una bruja pelinegra llamada Karsyn —la bruja levantó la barbilla hacia las tiendas de campaña detrás de Manon—. Está en servicio con tus wyverns.

I Dorian decidió que no necesitaba esconderse para practicar. Lo que era una suerte, ya que no había nada cercano a la privacidad en los campamentos de las Crochans. No dentro del campamento, y definitivamente no a los alrededores, no con los agudos ojos de sus centinelas patrullando día y noche. Es por eso que terminó sentado frente a Vesta en el hogar de Glennis, la pelirroja bruja medio dormida con aburrimiento. —Aprender a cambiar de forma —se quejó, bostezando por décima vez en esa hora—, parece una pérdida colosal de tiempo —alzó una mano blanca como la nieve hacia el improvisado anillo de entrenamiento donde las Trece mantienen sus cuerpos e instintos pulidos—. Podrías estar entrenando con Lin ahora mismo. —Acabo de ver como Lin casi golpea los dientes de Imoge. Perdona si no estoy de ánimo para entrenar con ella. Vesta arqueó una castaña ceja. —Entonces, no hay fanfarroneo masculino de tu parte. —Me gustan mis dientes donde están —suspiró—. Estoy tratando de concentrarme. Ninguna de las brujas, inclusive Manon, le han cuestionado porqué practicaba.

Lo había mencionado solo una vez, hace casi una semana, que la araña lo hizo preguntarse si será posible transformarse, usando su cruda magia, y todas se encogieron de hombros. Su enfoque estaba en las Crochans. En el viaje a Eyllwe que pasaría en cualquier día de estos. No había escuchado mención de alguna banda de guerra uniéndose, pero si pudiera dividir las fuerzas de Morath, aunque sea un poco para aventurarse al sur y lidiar con ellos, si distrajera a Erawan cuando Dorian fuera hacia el fuerte del rey Valg… Lo aceptaría. Ya les había ofrecido a Manon y Glennis todo lo que sabe acerca del reino y sus gobernantes. Los padres de Nehemia y dos hermanos pequeños. El imperio de Adarlan ya había hecho su trabajo al diezmar el ejército de Eyllwe, así que cualquier esperanza de ese frente era imposible, pero si juntabas unos cuantos miles de soldados para que se dirigieran al norte… Sería una bendición para sus amigos. Si pudieran sobrevivir, sería suficiente. Dorian cerró sus ojos y Vesta se calló. Por días, ella se ha sentado junto a él mientras su entrenamiento y exploración se lo permitieran, observando por cualquier cambio en las transformaciones que intentaba lograr: cambiar su cabello, su piel, sus ojos. Nada de eso pasó. Su magia había tocado el poder de cambiaformas robado, lo había aprendido lo suficiente justo antes de que matara a la araña. Ahora era solo cuestión de convencer a su magia en convertirse en ese poder de cambiaformas. Si alguna vez se había logrado con su cruda magia antes, no lo sabía. Sé lo que deseas, Cyrene le dijo. Nada. Deseaba no ser nada. Pero Dorian seguía mirando hacia dentro. En cada hoyo, en cada solitaria esquina. Solo necesitaba hacerlo el tiempo necesario. Para dominar el cambio de forma. De infiltrarse en Morath y encontrar la tercera llave. Para después ofrecer todo lo que era y todo lo que ha sido a la Cerradura y la puerta. Y después todo habrá terminado. Para Erawan, sí, y para él. Inclusive si deja a Hollin con el derecho al trono. Hollin, quien fue engendrado por un hombre infestado por los Valg también. ¿El demonio habrá pasado algunos de sus rasgos a su hermano? El chico había sido bestial, ¿pero alguna vez fue humano? Hollin no fue quien mató a su padre. Destruyó el castillo. Dejó Morir a Sorscha.

Dorian no se atrevía preguntarle a Damaris. No tenía certeza de lo que haría si la espada le revelaba lo que era, muy en el fondo. Así que Dorian miró hacia dentro, a donde su magia flotaba en él, donde se podía mover entre las llamas, el agua, el hielo y el viento. Pero no importa cuánto lo quisiera, cuanto se imaginara cabello café, o una tez de piel más pálida o pecas, nada pasaba.

I No era ninguna mensajera, pero Manon entendió el mensaje, y la oferta. Junto con otras tres escobas, todas para las brujas del campamento. No sería suficiente viajar con ellas a Eyllwe. No, tendrá que aprender sobre ellas. Cada una de las brujas. Asterin, quien ha estado monitoreando a través del fuego, cayó a su paso a su lado, tomando dos de las escobas. —Olvidé que usaban madera roja —dijo su Segunda—. Es un infierno más fácil de tallar que las de hierro. Manon aún podía sentir como sus manos dolían durante esos largos días en los que había tallado su primera escoba del tronco de hierro que había encontrado en las profundidades de Oakwald. Las primeras dos aventuradas terminaron en ejes cortados, y resolvió que debía tallar su escoba más cuidadosamente. Tres intentos, uno por cada cara de la Diosa. Tenía trece años, unas cuantas semanas después de su primera menstruación, lo que había provocado la corriente de poder que llamaba al viento, que florecía a través de escobas y las llevaba hacia los cielos. Cada golpe del cincel, cada libra del martillo que transformó el bloque de material casi impenetrable, transfirió ese poder en la emergente escoba misma. —¿Dónde dejaste la tuya? —preguntó Manon. Asterin se encogió de hombros. —En algún lugar del fuerte de Blackbeak. Manon asintió. La suya se encontraba descartada en la parte trasera de un closet en su cuarto en el asiento de poder de su abuela. La había aventando allí después de que la magia se desvaneció, la escoba poco más que un artículo de limpieza sin ella.

—Supongo que no regresaremos por ellas —dijo Asterin. —No, no lo haremos —respondió Manon, escaneando los cielos—. Volamos con las Crochans a Eyllwe mañana. Para llegar con cualquier banda de guerra humana que vayan a encontrarse. La boca de Asterin se apretó. —Quizá las convenzamos a todos ellos, a las Crochans, la banda de guerra de Eyllwe, de viajar hacia al norte. Quizá. Si eran lo suficientemente suertudos. Si no malgastaban mucho tiempo que Erawan usaba para aplastar al Norte a cenizas. Llegaron con la primera de las brujas que Glennis le había indicado, y Asterin no dijo nada mientras Manon le indicaba a su Segunda de entregarle la escoba. La nariz de la Crochan se arrugó con disgusto mientras colgaba a la escoba en dos de sus dedos. —Ahora la necesito limpia de nuevo. Asterin le dio una sonrisa torcida que significa que problemas se acercaban rápidamente. Así que Manon empujo hacia un lado a su Segunda para continuar, encaminándose entre las tiendas en búsqueda de las otras dueñas. —¿De verdad piensas que esto vale nuestro tiempo? —Asterin murmuró cuando la segunda, y después la tercera bruja se burlaban cuando recibían sus escobas—. ¿Jugar a las sirvientas con estas princesas mimadas? —Eso espero —respondió Manon mientras alcanzaban a la última de las brujas. Karsyn. La pelinegra Crochan se encontraba observando hacia el anillo de los wyverns, justo donde Glennis dijo que estaría. Asterin aclaró su garganta, y la bruja se giró, su cara de piel de oliva endureciéndose. Pero no se burló. Ni siseó. Misión terminada, Asterin se giró. Pero Manon le dijo a la Crochan, girando su barbilla a los wyverns: —Es diferente a usar las escobas. Más rápido, más letal, pero también tienes que alimentarlos y darles de beber. Los ojos verdes de Karsyn estaban cautelosos, pero curiosos. Miró de nuevo a los wyverns acurrucados contra el frío, la yegua azul de Asterin apretada junto Abraxos, su ala envuelta sobre ella. Manon habló:

—Erawan los creó, utilizando métodos de los cuales aún no estamos seguras. Tomó un antiguo modelo y lo trajo a la vida —porque había habido wyverns en Adarlan antes, muchísimo antes—. Tenía la intención de criar una gran cantidad de asesinos sin razonamiento, pero muchos no salieron como lo planeaba. Asterin se quedó callada por una vez. Kasryn habló por último: —Tu wyvern parece más un perro que cualquier otra cosa. No era un insulto, se recordó Manon. Las Crochans se quedaban con perros como mascotas. Los adoraban, como los humanos lo hacían. —Su nombre es Abraxos —dijo Manon—. Es… diferente. —Él y el azul son compañeros. Asterin comenzó: —¿Que son qué? La Crochan apuntó hacia donde la yegua azul se acurrucaba al lado de Abraxos. —Él es más pequeño, y aun así está loco por ella. La acaricia cuando nadie se da cuenta. Manon intercambió una mirada con Asterin. Sus montajes coqueteaban incesantemente, sí, pero compañeros… —Interesante —logró decir Manon. —¿No sabían que hacían esas cosas? —las cejas de Karsyn se juntaron. —Sabíamos que criaban —se interpuso Asterin por fin—. Pero no lo habíamos presenciado por… elección. —Por amor —la Crochan dijo, y Manon casi giraba sus ojos—. Estas bestias, a pesar de su oscuro maestro, son capaces de amar. Tonterías, sin embargo, algunas partes en ella se dieron cuenta de que era verdad. En su lugar, Manon dijo, aunque ya lo sabía: —¿Cuál es tu nombre? Pero la cautela inundó de nuevo los ojos de Karsyn, como si comenzara a recordar con quien hablaba, que había otras que podían verlas conversando. —Gracias por la escoba —dijo la bruja, y se alejó entre las tiendas. Al menos una de las Crochans había hablado con ella. Quizá este viaje a Eyllwe le ofrecería la oportunidad de hablar más. Incluso si pudiera sentir cada hora y minuto

que pasaba pesando sobre ellos. Apresúrense al norte, el viento cantaba, día y noche. Apresúrate, Blackbeak. Cuando Karsyn se fue, Asterin seguía viendo a Abraxos y Narene, rascando su cabello. —¿De verdad crees que son compañeros? Abraxos levantó su cabeza de donde descansaba en la espalda de Narene, y las miraba, como diciendo, les tomó suficiente tiempo para darse cuenta.

I —¿Qué, exactamente, se supone que debería de estar viendo? Sentados rodilla con rodilla en su pequeña tienda, el viento aullando fuera, los ojos dorados de Manon se estrecharon mientras observaba la cara de Dorian. —Mis ojos —dijo—. Solo dime si cambian de color. Ella gruñó: —¿Esto de cambiar formas es realmente una cosa tan difícil de aprender? —Perdóname —él ronroneó, y se estiró dentro, su magia ardiendo. Café. Cambiarás tus ojos de azul a café. Mentiroso, supuso que era un mentiroso por mantener sus verdaderas intenciones alejadas de ella. No necesitaba a Damaris para confirmarlo. Quizá le prohibiera ir a Morath, pero había otra posibilidad, incluso peor que esa. Insistiría en ir con él. Manon le dirigió una mirada que habría provocado que otros hombres se fueran corriendo. —Aún son azules. Por todos los Dioses, era hermosa. Se preguntaba cuando se dejaría de sentir una traición pensar eso. Dorian tomó un largo respiro, concentrándose de nuevo. Ignorando el susurro de la presencia de las dos llaves dentro de su bolsillo.

—Dime si cambia en algo. —¿Es diferente a tu magia? Dorian se recostó, apoyando los hombros detrás de él mientras buscaba las palabras para explicar. —No es como los otros tipos de magia, donde fluye a través de mis venas, y una mitad de pensamiento logra que cambie de hielo a fuego a agua. Ella lo estudió, la cabeza inclinada de una manera que había observado a los wyverns hacer. Justo antes de devorar a una cabra entera. —¿Cuál es la que te gusta más? Una inusual pregunta personal. Incluso aunque esta semana pasada, gracias a la relativa privacidad y cálido ambiente de la tienda, han pasado horas enredándose en las cobijas que se encontraban debajo de ellos. Nunca había tenido nada como ella. A veces se cuestionaba si ella nunca habrá tenido alguien como él tampoco. Ha observado que tan a menudo encontraba el placer cuando él tomada las riendas, cuando su cuerpo se retorcía debajo del suyo y perdía el control completamente. Pero las horas en esta tienda no cedieron a ningún paso de intimidad. Solo distracción bendecida. Para ambos. Estaba agradecido por ello, se decía. Nada de esto podía terminar bien. Para ninguno de los dos. —Prefiero el hielo —Dorian admitió, notando que había permitido que el silencio goteara—. Fue el primer elemento que salió de mí, no sé por qué. —No eres una persona fría. Él arqueó una ceja. —¿Esa es tu opinión personal? Manon lo estudió. —Puedes descender a esos niveles cuando estás enojado, cuando tus amigos están siendo amenazados. Pero no eres frío, no de corazón. He visto a hombres que lo son y tú no lo eres. —Tú tampoco —dijo un poco callado. La cosa equivocada para decir. Manon se puso rígida, levantando su barbilla. —Tengo ciento diecisiete años —dijo planamente—. He pasado la mayor parte de ese tiempo matando. No te convenzas a ti mismo que los eventos de los meses

pasados pueden borrar eso. —Síguete diciendo eso —dudaba que alguien hubiera hablado tan mal hacia ellasaboreando que lo hizo y que mantuvo su garganta intacta. Ella gruñó en su cara. —Eres un tonto si piensas que el hecho de que soy su reina elimina la verdad, que he matado a decenas de Crochans. —Ese hecho siempre permanecerá. Es el cómo lo haces contar que importa. Haz que cuente. Había dicho Aelin en esos primeros días después que había sido liberado de su collar. Trataba de no preguntarse si esa mordida fría de Piedra de Wyrd se apretaría sobre su cuello una vez más. —No soy una Crochan de corazón blando. Nunca lo seré, incluso si uso su corona de estrellas. Había escuchado los susurros acerca de esa corona entre las Crochans esta semana, sobre si sería encontrada por fin. La corona de estrellas de Rhiannon Crochan, robada de su cuerpo moribundo por Baba Yellowlegs misma. Dónde habrá terminado después de que Aelin asesinó a la matrona, Dorian no tenía la mínima idea. Si se quedó en ese extraño carnaval con el que viajaba podría estar en cualquier lado. Podría haber sido vendida por dinero rápido. Manon continuó: —Si eso es lo que las Crochans esperan que me convierta antes de unirse a esta guerra, entonces las dejaré aventurarse a Eyllwe solas mañana. —¿Es tan malo que te importe? —los Dioses saben que él ha estado luchando por hacerlo. —No sé cóm, —gruñó. Ridículo. Una total mentira. Quizá fuera por la alta probabilidad de que volviera a tener el collar de nuevo en Morath, quizá fuera porque era un rey que había dejado a su reino en las garras del enemigo, pero Dorian se encontró a sí mismo diciendo: —Sí te importa. Y lo sabes también. Es lo que hace que estés tan malditamente asustada de todo esto. Sus dorados ojos se enfurecieron, pero no dijo nada. —Que te preocupes no te hace débil —él le ofreció. —¿Entonces por qué no utilizas tu propio consejo? —Me preocupo —su temperamento se elevó para encontrarse con el de ella. Y decidió que al infierno con eso, decidió soltar esa correa que había puesto sobre sí

mismo. Soltar esa restricción—. Me preocupó más de lo que debería. Incluso me preocupo por ti. Otra cosa equivocada de decir. Manon se levantó, tan alto como la tienda lo permitía. —Entonces eres un idiota. —Después se colocó sus botas y pisoteó hacia la frígida noche.

I Incluso me preocupo por ti. Manon gruñó, mientras se giraba para dormir, acuñada entre Asterin y Sorrel. Solo quedaban horas hasta que tuvieran que moverse- dirigirse hacia Eyllwe y cualquier fuerza que quizá estuviera esperando aliarse con las Crochans. Y en la necesidad de ayuda. Preocuparte no te hace débil. El rey era un idiota. Un poco más que un chico. ¿Qué sabía de cualquier cosa? Aun así las palabras se enterraron en su piel, sus huesos. ¿Es tan malo que te importe? No lo sabía. No lo quería saber.

I El amanecer no estaba tan lejos cuando un cuerpo cálido se deslizó a su lado. Dorian dijo en la oscuridad: —Tres en una tienda no es cómodo, ¿cierto? —No regresé porque estoy de acuerdo contigo —Manon tiró las cobijas sobre ella. Dorian sonrió ligeramente, y se quedó dormido una vez más, dejando que su magia los calentara a ambos.

Cuando despertaron, algo afilado en su pecho se había embotado solo una fracción. Pero Manon fruncía el ceño hacia él. Dorian se sentó, gimiendo mientras estiraba sus brazos tanto como le permitía la tienda. —¿Qué sucede? —le preguntó cuándo su ceño seguía fruncido. Manon se puso sus botas, luego su capa. —Tus ojos son cafés. Él levantó una mano a su cara, pero ella ya se había ido. Dorian la siguió con la mirada, el campamento apurándose para abandonar el lugar. Donde ese filo se había embotonado en su pecho, ahora su magia fluía libre. Como si también hubiera sido liberada de esas restricciones interiores que había soltado ligeramente la noche anterior. Lo que se había abierto, lo que le reveló a ella. Algo de libertad, soltar eso. El sol apenas se encontraba en el cielo cuando comenzaron el largo viaje a Eyllwe.

Capítulo 25 Traducido por iAtenea Corregido por Luneta

Cairn la dejó pudrirse en la caja por un tiempo. Era más calmado aquí, no estaba el rugido sin fin del rio. Nada más que esa presión, creciendo, creciendo y creciendo debajo de su piel, en su cabeza. No podía huir, incluso en su estado inconsciente. Pero los hierros seguían sujetándola, apretándose en su piel. La humedad se acumulaba debajo de ella a medida que pasaba el tiempo. Mientras Maeve, sin duda alguna, se acercaba al collar con cada hora que pasaba. No podía recordar la última vez que había comido. Se ahogó de nuevo, en un bolsillo de oscuridad, donde se contaba a sí misma esa historia, la historia, una y otra vez. Quién era, lo que era, lo que estaba a punto de destruir debería ceder a la ausencia de aire de la caja, a la tensión creciente. Aunque no iba a importar. Una vez que ese collar fuera colocado en su cuello, ¿Cuánto tiempo tomaría hasta que el príncipe Valg dentro fisgoneara todo lo que Maeve deseaba conocer? ¿Hasta qué violara y cavara en cada barrera interior para conocer esos vitales secretos? Cairn comenzaría de nuevo pronto. Sería miserable. Y, después, los curanderos regresarían con ese humo de olor dulce, como lo han hecho estos meses, estos años, o el tiempo que haya pasado. Pero había visto detrás de ellos, por un instante. Había visto tela de lona sobre su cabeza, juncos cubiertos con alfombras tejidas bajo sus pies con sandalias. Los braseros ardían por todas partes. Una tienda. Estaba en una tienda. Murmullos se escuchaban afuera- no cerca, pero lo suficiente para que su oído Fae lo lograra captar todo. Gente hablando en su lengua y el Viejo Lenguaje, alguien murmurando sobre las condiciones tan estrechas del campamento. Un campamento del ejército, lleno de Fae. Una locación más segura, había dicho Cairn. Maeve la quería aquí, para resguardarla de Morath. Hasta que Maeve tuviera el frío collar de piedra del Wyrd alrededor

de su cuello. Pero la inconciencia se precipitó sobre ella. Cuando despertó, limpia y sin ningún dolor, supo que Cairn iba a comenzar pronto. Su tienda había sido limpiada completamente, lista para pintarla de rojo. Su terrible gran final, no para obtener información de su parte, no con el triunfo de Maeve en la mano, pero por placer. Aelin estaba lista también. No la habían encadenado a un altar esta vez. Sino a una mesa de metal, colocada en el centro de la larga tienda. Los había hecho traer las comodidades de casa, o lo que sea que Cairn considerara un hogar. Una alta cómoda se encontraba en una de las paredes de la tienda. Dudaba que lo que estuviera dentro fuera ropa. Fenrys estaba recostado al lado, su cabeza en las patas delanteras, dormido. Por primera vez durmiendo. La pena pesaba sobre él, embotando su abrigo, oscureciendo sus brillantes ojos. Otra mesa había sido colocada cerca de donde se encontraba recostada. Ropa cubría tres jorobados objetos en ella. Al lado del más cercano, un parche de terciopelo había sido dejado fuera. Para los instrumentos que usaría en ella. La forma en que un comerciante enseña sus mejores joyas. Dos sillas se encontraban una frente a la otra en el otro lado de la segunda mesa, ante el gran brasero lleno de ala con troncos crepitantes. El humo giraba hacia arriba, arriba, arriba… Un pequeño hoyo había sido cortado en el techo de la tienda. Y a través de él… Aelin no podía pelear contra el temblor que se generó en su boca al ver el cielo de la noche, a los pinchazos de luz que brillaban en él. Estrellas. Solo dos, pero eran estrellas. El cielo mismo… No era la pesadez de una noche completa, más bien un turbio y grisáceo negro. El amanecer. Probablemente una hora o algo para que sucediera, si las estrellas aún estaban afuera. Quizá durara lo suficiente para ver la luz del día. Los ojos de Fenrys se abrieron como un disparo, y levantó su cabeza, sus orejas moviéndose. Aelin tomó constantes respiros mientras Cairn entraba por las solapas de la tienda, ofreciendo un vistazo de fuegos y luz en la oscuridad de más allá. Nada más. —¿Disfrutaste tu descanso? Aelin no dijo nada. Cairn recorrió una mano por la orilla de la mesa de metal. —Me he estado debatiendo que hacer contigo, sabes. Cómo saborear realmente

esto, hacerlo especial para ambos antes de que nuestro tiempo se acabe. El rugido de Fenrys retumbó por toda la tienda. Cairn solo quitó la ropa de la mesa más pequeña. Platos bajos de metal en tres patas, apilados con troncos. Aelin se puso rígida mientras Cairn agarraba uno y lo colocaba a los pies de la mesa de metal. Un brasero más pequeño, sus piernas cortas para que el tazón se mueva apenas por encima del suelo. Él colocó el segundo brasero debajo del centro de la mesa. El tercero a la cabeza. —Ya hemos jugado con tus manos antes —dijo Cairn, enderezándose. Aelin comenzó a temblar, empezó a jalar las cadenas que rodeaban sus brazos arriba de su cabeza. Su sonrisa creció—. Vamos a ver cómo reacciona tu cuerpo entero a las llamas sin tu don especial. Quizá hiervas como el resto de nosotros. Aelin tiró inútilmente, sus pies deslizándose contra el aún frío metal. No de esta manera. Cairn metió su mano al bolsillo y sacó un pedernal. Esto no era solo para romper su cuerpo. Era para romperla a ella, del fuego que había llegado a amar. Para destruir esa parte de ella que cantaba. Derretiría su piel y huesos hasta que Aelin le temiera al fuego, hasta que lo odiara, como odiaba a esos curanderos que venían una y otra vez a reparar su cuerpo, para esconder lo que era real de lo que había sido un sueño. El rugido de Fenrys seguía, no tenía fin. Cairn dijo levemente: —Puedes gritar todo lo que quieras, si te complace. La mesa se encendería de un color rojo, y la esencia de carne quemándose llenaría su nariz, no sería capaz de detenerlo, de detenerlo a él; sollozaría en agonía, mientras las quemaduras se hacían profundas a través de su piel y de los huesos. La presión en su cuerpo, en su cabeza, se desvaneció. Pasó a ser secundario mientras que Cairn pescaba una bolsa enrollada de su otro bolsillo. Lo colocó arriba del parche de terciopelo negro, y podía observar las orillas de las herramientas dentro. —Para cuando calentar la mesa se vuelva aburrido —dijo, dándole palmaditas al kit de herramientas—, quiero ver qué tan lejos las quemaduras van dentro de tu piel. La bilis se disparó a su garganta mientras él cargaba la piedra en sus manos y se acercaba.

Empezó a descifrar en ese momento quién era ella, y comenzó a derretirse, justo como su propio cuerpo lo haría cuando la mesa se calentara. El juego que le habían dado. Era el juego que le habían dado, y lo soportaría. Incluso cuando una palabra tomó forma en su lengua. Por favor. Trató de tragárselo. Trató de mantenerlo encerrado mientras Cairn se agazapaba al lado de la mesa, la piedra levantada. Tú no te rindes. Tú no te rindes. Tú no te rindes. —Espera. La palabra salió de forma violenta. Cairn paró. Se levantó de donde estaba agachado: —¿Espera? Aelin tembló, su respiración rota. —Espera. Cairn cruzó sus brazos. —¿Tienes algo que quieres decir por fin? La dejaría prometerle cualquier cosa a él, a Maeve. Y después encendería esos fuegos. Maeve no escucharía sobre sus rendiciones por días. Aelin se obligó a encontrarse con su mirada, sus dedos cubiertos por guantes presionándose en la losa de metal debajo de ella. Una última oportunidad. Ya había visto las estrellas. Era un regalo mejor como cualquiera que haya recibido, mejor que las joyas, los vestidos y el arte que había codiciado y acumulado en Rifthold. Era el último regalo que recibiría, si jugaba la mano que le habían dado. Si jugaba bien con él. Para terminar con esto, con ella. Antes de que Maeve pudiera colocar ese collar de Piedra del Wyrd en su cuello.

I

El amanecer se acercaba, las estrellas oscureciéndose una por una. Rowan acechaba por la entrada sur del campamento, su poder haciendo estruendo. La tienda de Cairn se encontraba en el centro del campamento. Una milla y media separaba a Rowan de su presa. Cuando los guardias comenzaran el cambio de turno, rasgaría el aire de sus pulmones. Rasgaría el aire de los pulmones de cada soldado en su camino. ¿A cuántos conocería? ¿Cuántos habrá entrenado? Una pequeña parte de él oraba para que fueran pocos. Que si lo conocían, serían sabios y se rendirían. Aunque no tenía intención de parar. Rowan liberó el hacha de su lado, un cuchillo largo ya centelleaba en el otro. Una calma asesina se había instalado en él hace horas. Hace días. Hace meses. Solo unos cuantos minutos más. Los seis guardias en el campamento se movían de sus lugares. Los centinelas en los árboles detrás de él, desconociendo su presencia esa noche, notarían la acción el momento en que sus compañeros fueran derribados. Y, certeramente, lo notarían en el momento que se lanzara de los árboles, cruzando la estrecha franja de hierba entre el bosque y el campamento. Se había debatido volar hasta allá, pero los guardias aéreos habían estado dando vueltas toda la noche, y si se enfrentaba a ellos, usando más poder del que necesitaba mientras peleaba contra las flechas y magia que seguro lanzarían desde abajo… Desperdiciaría reservas vitales de energía. Así que sería a pie, un duro y bruto recorrido hasta el centro del campamento. Y luego saldría de allí, con Aelin o Cairn. Aún vivo. Tenía que mantener a Cairn vivo por ahora. Lo suficiente para limpiar el campamento y llegar a un lugar donde puedan obtener cada respuesta de él. Ve, una quieta voz le apresuraba. Ve ahora. La hermana de Essar había aconsejado esperar hasta el amanecer. Cuando el cambio era débil. Cuando ella asegurara que ciertos guardias no llegaran a tiempo. Ve ahora. Esa voz, cálida y aun así insistente tiró de él. Lo empujaba hacia el campamento. Rowan reveló sus dientes, su respiración áspera. Lorcan y Gavriel van a estar esperando por su señal, por su llamarada de magia, cuando se acercara lo suficiente al campamento.

Ahora, Príncipe. Conocía esa voz, había sentido su calidez. Como si la Señora de la Luz misma susurrara en su oído… Rowan no se permitió tiempo para considerarlo, para enfurecerse hacia la Diosa que lo urgía a actuar pero que con alegría sacrificaría a su compañera por la Cerradura. Así que Rowan se preparó, el hielo en sus venas. Calmado. Preciso. Letal. Cada desliz de sus espadas, cada golpe de su poder, tenía que contar. Rowan lanzó su magia hacia la entrada del campamento. Los guardias se agarraban la garganta, escudos débiles los rodeaban. Rowan los destrozó con la mitad de pensamiento, su magia desgarraba el aire de sus pulmones, su sangre. Cayeron un segundo más tarde. Los centinelas gritaban desde los árboles, órdenes de ¡suenen la alarma! zumbaban. Pero Rowan ya se encontraba corriendo. Y los centinelas en los árboles, sus gritos prolongados en el viento mientras jadeaban por aire, ya estaban muertos.

I El cielo sangró lentamente hacia el amanecer. Parado en la orilla del bosque que rodeaba el lado este del campamento, unas buenas dos millas de colinas cubiertas de hierba entre él y la orilla del ejército, Lorcan monitoreaba las revueltas de las tropas. Gavriel ya había cambiado de forma, y el león de montaña rondaba la línea del árbol, esperando por la señal. Era un esfuerzo no mirar detrás, aunque Lorcan no podía verla. Habían dejado a Elide unas cuantas millas dentro del bosque, escondida en un bosquecillo de árboles rodeando una cañada. Si todo iba mal, ella se sumergiría más profundamente en el bosque montañoso, hacia las montañas antiguas. Donde muchos depredadores más mortales y astutos que los Fae todavía merodeaban. Elide no le había ofrecido palabras de despedida, aunque les deseó a todos suerte.

Lorcan no había encontrado las palabras correctas para decir de todas formas, así que se alejó sin más que una mirada. Pero ahora observaba detrás. Rezaba que si no regresaban, ella no volviera para encontrarlos. Gavriel detuvo su caminata, sus orejas crispándose hacia el campamento. Locan se puso rígido. Una chispa de su poder se despertó y parpadeó. La muerte estaba cerca. —Es demasiado pronto —dijo Lorcan, buscando por una señal de Whitethorn. Nada. Las orejas de Gavriel yacían planas contra su cabeza. Y aún esos aleteos de los moribundos pasearon goteando.

Capítulo 26 Traducido por albasr11 Corregido por Luneta

Aelin tragó una vez. Dos veces. El retrato de miedo incierto mientras yacía encadenada en la mesa de metal, Cairn esperaba su respuesta. Y entonces ella dijo, su voz quebrándose: —¿Cuándo terminas de romperme en pedazos por el día, como se siente saber que sigues siendo nada? Cairn sonrió. —Aún queda un poco de fuego en ti, al parecer. Bien. Ella le regresó la sonrisa a través de la máscara. —Solo te dieron el juramento por esto. Por mí. Sin mí, no eres nada. Regresarás a ser nada, menos que nada, por lo que he escuchado. Los dedos de Cairn se apretaron alrededor del pedernal. —Sigue hablando, perra. Veamos a donde te lleva. Una risa áspera escapó de ella. —Los guardias hablan cuando no estás, sabes. Se olvidan de que soy Fae, también. Puedo escuchar como tú. Cairn no dijo nada. —Al menos concuerdan conmigo en un aspecto. Eres débil. Tienes que atar a la gente para lastimarla porque te hace sentir como un macho —Aelin lo miró intencionalmente en medio de las piernas—. Inadecuado en las maneras que cuentan. Un estremecimiento lo atravesó. —¿Te gustaría que te mostrara cuan inadecuado soy? Aelin resopló otra risa, altanera y fría, y miró fijamente al techo, hacia el cielo iluminado. El ultimo que vería, si interpretaba esto bien. Siempre ha habido otro, un repuesto, para tomar su lugar si ella fallaba. Que su muerte significaría la de Dorian, que enviaría a esos odiosos dioses a exigir su vida para forjar la Cerradura... No era una cosa extraña, el odiarse por eso. Le había

fallado a suficiente gente, fallado a Terrasen, que el peso adicional apenas tomó tierra. No tendría mucho más tiempo para sentirlo de cualquier manera. Así que arrastró las palabras hacia el cielo, las estrellas. —Oh, yo sé que no hay mucho que valga la pena ver en ese aspecto, Cairn. ¿Y tú no eres lo suficientemente macho para ser capaz de usarlo sin alguien gritando, no es así? —ante su silencio, sonrío con suficiencia—. Ya lo creía. Traté con suficientes de tu clase en el Gremio de Asesinos. Todos ustedes son iguales. Un profundo gruñido. Aelin sólo soltó una risita y reacomodó su cuerpo, como si se estuviera poniendo cómoda. —Vamos, Cairn. Hazme lo peor. Fenrys dejó salir un gemido de advertencia. Ella esperó, esperó, manteniendo la sonrisa, la soltura de sus miembros. Una mano golpeó su estómago, lo suficientemente fuerte para que se encorvara alrededor de ella, el aire esfumándose de ella. Luego otro golpe, en sus costillas, un grito ronco saliendo de ella. Fenrys ladró. Cerraduras chasquearon, abriéndose. Aliento caliente cosquilleándole la oreja mientras era tirada hacia arriba, fuera de la mesa. —Las órdenes de Maeve pueden mantenerme a raya, perra, pero veamos cuanto más hablas después de esto. Sus piernas encadenadas fallaron en sostenerla antes de que Cairn sujetara la parte de atrás de su cabeza y golpeara su cara en el borde de la mesa de metal. Estrellas estallaron, cegadoras y agonizantes, mientras metal en metal en hueso rompiera a través de ella. Tropezó, cayendo hacia atrás, sus pies encadenados mandándola al piso. Fenrys ladró de nuevo, frenético y furioso. Pero Cairn estaba ahí, sujetando su cabello tan apretadamente que sus ojos lagrimearon, y gritó una vez más mientras la arrastraba a través del piso hacia el gran brasero ardiente. Él la jaló hacia arriba por el cabello y empujó su cara enmascarada hacia adelante. —Veamos cómo te burlas de mí ahora. El calor la chamuscó inmediatamente, las flamas lamiendo muy cerca de su piel. Oh dioses, oh dioses, el calor...

La máscara se calentó en su rostro, las cadenas a lo largo de su cuerpo con ella. A pesar de ella, de sus planes, se empujó hacia atrás, pero Cairn la sostuvo firmemente. Empujándola hacia el fuego mientras su cuerpo se retorcía. Luchando por cualquier burbuja de aire fresco. —Voy a derretir tu cara tan mal que incluso los curadores no serán capaces de arreglarte. El respiró en su oreja, presionando hacia abajo, sus miembros empezando a tambalearse, el calor abrasando su piel, las cadenas y la máscara. La empujó una pulgada más cerca de las flamas. El pie de Aelin se deslizó hacia atrás, entre sus piernas reforzadas. Ahora. Tenía que ser ahora. —Disfruta de respirar fuego —siseó, y dejó que la empujara otra pulgada hacia abajo. Dejarlo fuera de balance, solo una fracción, mientras estrellaba su cuerpo, no hacia arriba, sino hacia atrás sobre él, su pie curvándose alrededor de su tobillo mientras el tropezaba. Aelin giró, empujando su hombro sobre su pecho. Cairn se estrelló en el piso. Ella corrió, o trató. Con las cadenas en sus pies, apenas podía caminar, pero paso tropezando lejos de él, sabiendo que ya estaba retorciéndose para ponerse en pie. Corre. Las manos de Cairn se envolvieron sobre sus espinillas y tiraron. Ella cayó, sus dientes repicando mientras se estrellaban contra la máscara, sacando sangre de su labio. Entonces él estaba sobre ella, descargando un torrente de golpes sobre su cabeza, su cuello, su pecho. No podía quitárselo de encima, sus músculos estaban demasiado drenados por el desuso, a pesar de que los curadores mantenían el atrofiamiento a raya. No podía lanzarlo por los aires tampoco, aunque lo intentó. Cairn buscó a tientas por algo detrás de ellos, por un atizador de metal, calentándolo en el brasero. Aelin se revolvió, tratando de poner sus manos arriba y detrás de su cabeza, para envolver las cadenas alrededor de su cuello. Pero habían estado enganchadas a los hierros a sus costados, debajo de su espalda. Los gruñidos y ladridos de Fenrys sonaron alto. La mano de Cairn busco a tientas otra vez por el atizador. Falló. Cairn miró hacia atrás para tomar el atizador, atreviéndose a alejar sus ojos de ella

por un momento. Aelin no titubeó. Embistió su cabeza con fuerza hacia arriba y estrelló su cara enmascarada en la cabeza de Cairn. Él cayó hacia atrás, y ella se lanzó hacia las solapas de la tienda. Él tenía más control de lo que ella había estimado. Él no la mataría, y lo que ella había hecho justo ahora, provocándolo... Apenas había salido de su posición agachada cuando las manos de Cairn sujetaron su cabello otra vez. Cuando la lanzó con toda su fuerza contra el buró de cajones. Aelin se estrelló con un chasquido que hizo eco sobre todo su cuerpo. Algo en su costado se rompió y ella gritó, el sonido pequeño y roto, mientras colisionaba contra el piso.

I Fenrys había visto a su gemelo llevarse un cuchillo a través del corazón. Había visto a Conall desangrarse en las baldosas y morir. Y entonces había sido ordenado arrodillarse ante Maeve en esa misma sangre mientras ella le ofrecía que la atendiera. Se había sentado en una habitación de piedra por dos meses, siendo testigo de lo que hacían al cuerpo de una joven reina, a su espíritu. Había sido incapaz de ayudarla mientras gritaba y gritaba. Nunca dejaría de escuchar esos gritos. Pero fue el sonido que salió de ella cuando Cairn la arrojaba contra el buró donde Fenrys lo había visto arreglando sus herramientas; el sonido que ella hizo mientras golpeaba el piso, el que lo hizo añicos completamente. Un sonido pequeño. Suave. Sin esperanza. Nunca lo había escuchado de ella, ni una sola vez. Cairn se puso de pie y se limpió su sangrienta nariz rota. Aelin Galathynius se revolvió, tratando de levantarse sobre sus antebrazos. Cairn sacó el atizador rojo candente del brasero. Lo apuntó hacia ella como una espada. Fenrys se tensó contra sus ataduras invisibles mientras Aelin miraba hacia él, hacia

donde él se había sentado los últimos dos días, en ese maldito mismo lugar a un lado de la pared de la tienda. Desesperación brilló en sus ojos. Verdadera desesperación, sin luz o esperanza. El tipo de desesperación que deseaba la muerte. El tipo de desesperación que comenzaba a minar la fuerza, que se comía la determinación de sobrevivir. Ella parpadeó hacia él. Cuatro veces. Estoy aquí, estoy contigo. Fenrys lo reconoció por lo que era. El mensaje final. No antes de morir, si no de antes del tipo de rompimiento del que nadie podía salir. Antes de que Maeve regresara con el collar de Piedra del Wyrd. Cairn giró el atizador en sus manos, el calor ondeando de su punta. Y Fenrys no lo podía permitir. No podía permitirlo. En su alma hecha pedazos, en lo que quedaba de él después de todo lo que había sido obligado a ver y hacer, no lo podía permitir. La promesa de sangre mantenía sus miembros clavados. Una cadena oscura que corría hasta su alma. Él no lo permitiría. El quebrantamiento final. Empujó hacia arriba contra la oscura cadena del vínculo, gritando, aunque ningún sonido salió de sus fauces abiertas. Empujó y empujó y empujó contra esas cadenas invisibles, contra esa orden jurada con sangre de obedecer, de permanecer abajo, de observar. La desafió. Todo lo que el juramento de sangre era. Dolor laceró a través de él, hasta su mismo centro. Lo bloqueó mientras Cairn apuntaba el ardiente atizador a la joven reina con corazón de fuego. Él no lo permitiría. Gruñendo, el macho dentro de él agitándose, Fenrys rugió a la cadena oscura atándolo. Despedazó hacia ella, mordiendo y rasgando con cada trozo de resistencia que poseía. Dejaría que lo matara, destrozara. Él ya no serviría. Ni un solo latido más. Él no obedecería. No obedecería.

Y lentamente, Fenrys se puso de pie.

I El dolor estremecía a Aelin mientras yacía tumbada, jadeando, sus brazos esforzándose por mantener su cabeza y su pecho levantados. No era a Cairn y al atizador a quien miraba. Si no a Fenrys, levantándose, su cuerpo ondulándose con temblores de dolor, su hocico arrugado de rabia. Incluso Cairn se detuvo. Mirando hacia el lobo blanco. —Detente. Fenrys gruñó, profunda y violentamente. Y aun así luchaba por ponerse de pie. Cairn apuntó el atizador hacia la alfombra. —Échate. Es una orden de tu reina. Fenrys tuvo un espasmo, su pelo del lomo levantándose. Pero estaba de pie. De pie. A pesar de la orden. A pesar del comando del juramento de sangre. Levántate. Desde muy lejos, las palabras sonaron. Cairn rugió. —¡Échate! La cabeza de Fenrys se sacudió de lado a lado, su cuerpo dando sacudidas contra las cadenas invisibles. Contra el juramento invisible. Sus ojos oscuros se encontraron con los de Cairn. Sangre comenzó a correr de los orificios nasales del lobo. Lo mataría, cortar el juramento. Rompería su alma, su cuerpo seguiría pronto después de eso. Pero Fenrys movió una pata hacia adelante. Sus garras clavándose en el suelo.

La cara de Cairn palideció ante ese paso. Ese paso imposible. Los ojos de Fenrys se deslizaron hacia los de ella. Ninguno necesitando el código silencioso entre ellos para ver la palabra en su mirada. La orden y la súplica. Corre. Cairn leyó la palabra también. Y dijo entre dientes: —No con la columna destrozada, no podrá —antes de dejar caer el atizador para estrellarse en la espalda de Aelin. Con un rugido, Fenrys saltó. Y con ello, rompió el juramento de sangre completamente.

Capítulo 27 Traducido por Ella R Corregido por Luneta

Lobo y hada cayeron sobre la alfombra, rugiendo y despedazándose. Fenrys apuntó a la garganta de Cairn, su enorme cuerpo encerrando al macho, pero Cairn interpuso su pie entre ellos y pateó. Aelin se lanzó hacia adelante, transmitiendo fuerza a sus piernas mientras se arrodillaba al lado de la cajonera. Fenrys golpeó contra un costado de la mesa de metal, pero instantáneamente continuó moviéndose, lanzando su cuerpo contra Cairn. Un siseo ronco sonó por algún lado, y Aelin se atrevió a echar una mirada hasta encontrar un atizador a su derecha. Torció sus pies hacia él. Colocó el centro de las cadenas que amarraban sus tobillos sobre la punta ardiente. Lentamente, los eslabones en el centro se calentaron. Lobo y hada estallaron en un revoltijo de garras, puños y dientes, luego se alejaban de un salto. Romper el juramento de sangre, eso lo mataría. Esos eran sus últimos alientos, sus últimos latidos. —Voy a despellejar la piel de tus huesos —jadeó Cairn. Fenrys respiraba pesadamente, la sangre caía entre sus dientes mientras él ponía una pata delante de la otra, dando vueltas. Su mirada no se despegó de la de Cairn mientras se movían, evaluándose el uno al otro, preparándose para el golpe mortal. Los eslabones en el centro de la cadena comenzaron a resplandecer. Arriba, el cielo estaba aclarando a gris. Fenrys y Cairn dieron otra vuelta, un paso tras otro. Fatigarlo, agotarlo. Cairn conocía el costo de cortar con el juramento de sangre. Sabía que sólo tendría que esperar para que Fenrys muriera. Fenrys lo sabía también. Él cargó, los dientes apuntando hacia la garganta de Cairn mientras sus garras bus-

caban las espinillas del macho. Aelin tomó el atizador, plantó sus tobillos y condujo la vara hacia arriba. Hizo presión contra los eslabones calientes de la cadena, empujando sus pies hacia más y más abajo; sus brazos cedieron. Cairn y Fenrys rodaron, y Aelin apretó sus dientes rugiendo. La cadena entra sus piernas se rompió. Era todo lo que necesitaba. Se removió hasta ponerse de pie, pero se detuvo. Fenrys, atrapado por Cairn, encontró su mirada. Gruñó en advertencia y a modo de orden. Corre. Cairn volteó su cabeza hacia ella. Hacia la cadena que colgaba libre entre sus tobillos. —Tú… Pero Fenrys se disparó hacia arriba, su mandíbula cerrándose en torno al hombro de Cairn. Cairn gritó, arqueándose para agarrar a Fenrys por el lomo. Fenrys se encontró con su mirada nuevamente, destrozando el hombro de Cairn incluso mientras el macho lo empujaba contra el borde de la mesa. Martilleando la columna de Fenrys contra el metal, lo suficientemente fuerte como para que el hueso se rompiera. Corre. Aelin no titubeó. Se lanzó hacia la entrada de la tienda. Y hacia la mañana.

I Media milla hacia el centro del campamento. Hacia la tienda. Los soldados habían respondido como Rowan esperaba, y él los había matado por ello.

Aves de presa se lanzaban hacia él, atacando con viento y hielo desde arriba. Él minó su magia con un aluvión de la suya propia, dispersándolas. Un grupo de guerreros había cargado desde detrás de una fila de tiendas. Algunos lo contemplaron y volvieron corriendo por el camino en que habían llegado. Todos los soldados que él hubo entrenado. Y algunos que no. Sin embargo, muchos se quedaron a luchar. Rowan atravesó sus escudos, arrancando el aire de sus pulmones. Algunos se toparon con su hacha balanceándose hacia sus cuellos. Cerca. Tan cerca de esa tienda. Le haría una señal a Lorcan y a Gavriel en un momento. Cuando estuviera lo suficientemente cerca como para necesitar una distracción que le permitiera salir. Otra arremetida de soldados fueron hacia él, y Rowan posicionó su cuchillo largo. Su poder hizo estallar las flechas en llamas que habían disparado, y luego hizo estallar a los arqueros. Convirtiéndolos a todos en astillas ensangrentadas.

Capítulo 28 Traducido por Ella R Corregido por Luneta

Aelin corrió. Sus débiles piernas tropezaban en el pasto, sus manos aun atadas restringían su campo de movimiento, pero ella corrió. Escogió una dirección, cualquier dirección salvo las nieblas del río a su izquierda, y corrió. El sol estaba saliendo, y el campamento militar… Había movimiento detrás suyo. Gritos. Ella los bloqueó y se dirigió hacia adelante. Hacia el sol naciente, como si fuera el abrazo de bienvenida de la misma Mala. Ella no podía aspirar suficiente aire a través de las delgadas aberturas de la máscara, pero continuó moviéndose, pasando tiendas, pasando soldados que volteaban sus cabezas hacia ella, desconcertados. Ella apretó el atizador en sus manos blindadas, negándose a ver de qué se trataba la conmoción, o si Cairn rugía detrás de ella. Pero entonces ella las escuchó. Rugidos de órdenes. Pasos apresurados sobre el pasto detrás suyo, acercándosele. Personas adelante alertadas por sus gritos. Con los pies descalzos volando sobre el suelo, sus piernas exhaustas gritaban un alto. Sin embargo, Aelin apuntaba hacia el horizonte este. Hacia los árboles y las montañas, hacia el sol que se alzaba sobre ellos. Y cuando el primer soldado bloqueó su camino, gritándole que se detuviera, ella posicionó el atizador de hierro y no flaqueó.

I La muerte le cantaba a Lorcan. Por las aves de presa que se esparcían cada vez más dentro del campamento, sabía que Whitethorn estaba cerca de la tienda de Cairn.

En cualquier momento recibirían la señal. Lorcan y Gavriel acompasaron su respiración, alistando su poder. Este tronaba dentro de ellos, ambas olas llegando a su cénit. Pero la muerte comenzó a hacer sus señas en otra parte del campamento. Más cerca de ellos. Moviéndose rápido. Lorcan escaneó el cielo, la fila de las primeras tiendas. La entrada con los guardias. —Alguien se está moviendo hacia nosotros —murmuró Lorcan a Gavriel—. Pero Whitethorn sigue allí. Fenrys. O Connall, quizás. Tal vez era la hermana de Essar, a quien nunca le había agradado. Pero a él no le importaría una mierda eso, si ella no los hubiera traicionado. Señaló hacia el norte, la entrada. —Tú ve por ese lado, prepárate para golpear desde el flanco. Gavriel tomó velocidad, un predador listo para volverse invisible ni bien Lorcan atacase de frente. La muerte brillaba. Whitethorn estaba cerca del centro del campamento. Y esa fuerza aproximándose por su entrada este… A la mierda con esperar. Lorcan salió del refugio de los árboles, su oscuro poder arremolinándose, preparado para enfrentarse a lo que fuere que atravesara la fila de tiendas. Liberando la espada a su lado, observó por el cielo, el campamento, el mundo, mientras la muerte parpadeaba y el sol naciente cubría de oro los pastos y calentaba el rocío. Nada. No había indicación de qué, de quién… Había llegado a la primera de las hondonadas que fluían hacia el borde del campamento, las cuestas estrechas y empinadas, cuando Aelin Galathynius apareció. Lorcan no esperaba el sollozo en su garganta mientras ella corría entre las tiendas, al ver la máscara de hierro y las cadenas que colgaban de ella, aun amarrando sus manos. Al ver la sangre empapando su piel, su corto vestido blanco, su cabello, más largo desde la última vez que la había visto, aplastado contra su cabeza con sangre. Sus rodillas dejaron de funcionar, e incluso su magia titubeó ante la visión de su salvaje y desesperada carrera hacia el borde del campamento.

Los soldados corrieron tras ella. Lorcan accionó, haciendo estallar su magia a lo largo y a lo ancho. No hacia ella, sino hacia Whitethorn, apuntando hacia el centro del campamento. Ella está aquí, ella está aquí, ella está aquí, mocionó. Pero Lorcan estaba demasiado lejos, las colinas y hondonadas entre ellos ahora se hicieron interminables, mientras diez soldados rodeaban a Aelin, bloqueando su camino hacia el campo abierto. Uno balanceó su espada, un golpe que partiría su cráneo en dos. El idiota no sabía a quién se estaba enfrentando. A qué se estaba enfrentando. Que no era una reina que exhalaba fuego amarrada en hierro la que cargaba contra él, sino una asesina. Con un giro y los brazos levantados, Aelin se encontró con el golpe de esa espada de frente. Justo como lo había planeado. La espada del macho erró su blanco intencionado, pero golpeó precisamente donde ella deseaba. En el centro de las cadenas que ataban sus manos. El hierro cedió. La espada del macho estaba sobre sus manos liberadas. Luego su garganta estaba chorreando sangre. Aelin giró, golpeando a los otros soldados que se interponían entre ella y la libertad. Incluso al correr tras ella, Lorcan solo pudo mirar boquiabierto ante lo que se estaba desarrollando. Ella golpeaba antes que ellos supieran dónde voltear. Cortaba, eludía, embestía. Puso sus manos sobre una de sus dagas. Luego todo terminó. Luego no hubo nada entre ella y la entrada al campamento salvo los seis guardias que extraían sus armas… Lorcan lanzó con su magia una letal red de poder que hizo que todos esos guardias cayeran de rodillas. Sus cuellos rotos. Aelin ni parpadeó mientras ellos languidecían en el suelo. Ella continuó camino, dirigiéndose directamente hacia el campo y las colinas. Hacia donde Lorcan corría por ella. Él volvió a hacer la señal. A mí, a mí.

Aun cuando Aelin lo hubiera reconocido a él o a la señal, siguió dirigiéndose en esa dirección. Entera. Su cuerpo se veía entero, y sin embargo, estaba tan delgada, sus piernas salpicadas de sangre forzándose a mantenerla de pie. Un campo de colinas empinadas y hondonadas se extendía entre ellos. Lorcan profirió un juramento. Ella no lo lograría, no podía cruzar ese terreno drenada de tal forma… Pero lo hizo. Aelin desapareció tras la primera hondonada y la magia de Lorcan resplandeció una y otra vez. Hacia ella, hacia Whitethorn. Y luego allí estaba, trepando la colina, y él notó la lentitud apoderándose de ella, el mero agotamiento de un cuerpo que estaba al límite. Las flechas se tensaron en sus arcos, y una lluvia se disparó hacia el cielo. Apuntando hacia ella en esas colinas expuestas. Lorcan las alejó enviando una ola de poder. Más flechas aparecieron. Disparos individuales esta vez, de tantas direcciones que él no pudo rastrear sus fuentes. Arqueros entrenados, algunos de los mejores de Maeve. Aelin tendría que… Ella ya lo estaba haciendo. Aelin comenzó a zigzaguear, privándolos de un blanco fácil. De izquierda a derecha, ella se lanzó sobre las colinas, disminuyendo la velocidad con cada cuesta que dejaba atrás; cada paso hacia Lorcan quien también corría a su encuentro, solo cien yardas entre ellos. Una flecha alcanzó su espalda pero Aelin se lanzó hacia un lado, derrapando sobre el pasto y la tierra. Se levantó nuevamente en un latido, con las armas aun en las manos, cargando hacia las colinas y las hondonadas entre ellos. Otra flecha fue hacia ella, y Lorcan intentó quebrarla, pero una pared de oro brillante llegó allí primero. Desde el norte, abalanzándose sobre las hondonadas, Gavriel cargaba. Aelin desapareció en un hueco de la tierra, y cuando emergió, el León corrió a su lado, con un escudo dorado a su alrededor. No cerca suyo, sino en el aire, alrededor de ambos. Incapaz de tocarla por completo con la máscara de hierro y las cadenas envueltas alrededor de su torso. Las manoplas de hierro en sus manos. Los soldados estaban dispersándose por el campamento, y Lorcan envió un viento negro para azotarlos. Donde este los tocaba, morían. Y todos aquellos que no

murieron, encontraron un escudo impenetrable cubriendo el camino hacia el campo. Lo esparció tan lejos como pudo. Con juramento de sangre o sin él, ellos seguían siendo su gente. Sus soldados. Él evitaría sus muertes, si podía. Los salvaría de ellos mismos. Aelin estaba tropezando ahora, y Lorcan despejó el resto de las colinas que quedaban entre ellos. Él abrió su boca, para gritar qué, no lo sabía, pero un chillido atravesó el cielo azul. El sollozo que salió de Aelin ante el rugido furioso del halcón partió el pecho de Lorcan. Pero ella siguió corriendo hacia los árboles, hacia su protección. Lorcan y Gavriel llegaron a su lado, y cuando ella volvió a tropezar, esas piernas demasiado delgadas rindiéndose, Lorcan la tomó por debajo del brazo y la acarreó consigo. Tan rápido como una estrella fugaz, Rowan se lanzó hacia ellos. Los alcanzó cuando ellos estaban pasando la primera línea de árboles, transformándose al aterrizar. Ellos se detuvieron de golpe, Aelin derrumbándose sobre el suelo cubierto de piñas. Aelin dejó salir otro sollozo, luego gimió. —Fenrys… Lorcan necesitó un momento para entender. Necesitó que ella señalara detrás de ellos, hacia el campamento, mientras decía nuevamente, como si las palabras fueran demasiado: —Fenrys. Su respiración era un chirrido húmedo. Una plegaria. Una plegaria rota y sangrienta. Fenrys se había quedado con Cairn. En el campamento. Aelin volvió a señalar, llorando. Rowan le dio la espalda a su compañera. La ira en sus ojos podía devorar al mundo entero. Y esa ira estaba a punto de obtener la clase de venganza que solo un macho podía ordenar. Los colmillos de Rowan salieron, pero su voz fue mortalmente suave cuando le dijo a Lorcan: —Llévala al valle —movió su barbilla hacia Gavriel—. Tú vienes conmigo. Con una mirada final hacia Aelin, su furia congelada creando una tormenta en el viento, el príncipe y el León desaparecieron, cargando nuevamente hacia el caótico y sangriento campamento.

Capítulo 29 Traducido por Ella R Corregido por WinterGirl

Con el campamento sumido en un caos total, se le hizo más fácil colarse dentro. El poder de Rowan estalló contra el borde oeste, destrozando tiendas y huesos. Todos los soldados que estaban entre el borde este del campamento y el centro corrieron hacia allí. Despejando el camino. Justo hacia la tienda que él había estado tan cerca de alcanzar cuando el poder de Lorcan se había disparado. Una señal. Que ellos la habían encontrado. O ella los había encontrado a ellos, al parecer. Y cuando Rowan la vio, primero desde los cielos y luego a su lado, cuando olió la sangre, tanto suya como de otros, cuando contempló las cadenas y la máscara de hierro aplastada contra su rostro, cuando ella lloró al verlo a él, mientras que el terror y la desesperación inundaban su olor… La ira que se despertó en él no tenía lugar para la piedad. No cabía la compasión. No había ninguna dentro suyo cuando, junto con Gavriel, se escabulleron pasando el último grupo de tiendas hacia la más grande situada sobre un círculo de pasto despejado. Como si nadie pudiera tolerar estar cerca de Cairn. Fenrys estaba con ella. O lo había estado. Desde el silencioso interior, se preguntó si el lobo estaría muerto. Gavriel se transformó a su forma de Fae, y liberó el cuchillo que estaba en su cadera. Un intercambio de miradas expresó la orden de silencio, antes que Rowan enviara una brizna de viento dentro de la tienda. Esta le contó de dos formas con vida. Ambas heridas. La sangre densa en el aire. Fue todo lo que necesitó. Silenciosos como la briza sobre el pasto, ambos se colaron dentro de la tienda. Rowan no supo dónde mirar primero. Al lobo y al hada macho tumbados en el suelo. O al ataúd de hierro del otro lado de la tienda. El cajón de hierro en el que la habían encerrado.

Lo tuvieron que reforzar al parecer, dadas las soldaduras sueltas de las placas gruesas que estaban encima de él. El ataúd era tan pequeño. Tan estrecho. El olor de su sangre y de su miedo saturaba la tienda. Emanaba de ese cajón. Una mesa de metal se encontraba cerca de él. Y debajo de ella… Rowan asimiló los tres braseros apagados que se encontraban debajo, los amarres de cadenas en la parte superior e inferior de la mesa y por último miró hacia el Fae macho que había quedado ensangrentado pero vivo, sobre el suelo enfrente de Fenrys. Gavriel ya estaba agazapado sobre Fenrys, la luz dorada de su poder envolviéndose alrededor del pelaje empapado de sangre. Sanándolo. El lobo blanco no abandonó la inconsciencia, pero su respiración se estabilizó. Sería suficiente. —Cúralo —dijo Rowan con una suavidad letal. El León alzó la vista y notó que la mirada de Rowan ya no estaba sobre el lobo. Sino sobre Cairn. Pedazos de carne habían sido arrancados del cuerpo de Cairn. Un bulto en su sien indicó a Rowan que ese había sido el golpe que lo había dejado inconsciente. Como si Fenrys hubiese aplastado el cráneo de Cairn contra un borde de la mesa de metal. Y luego hubiera colapsado él mismo a unos pocos pasos de distancia. Colapsado, quizás no por las heridas, sino… Rowan se quedó perplejo ¿Qué había ocurrido aquí, qué había sido tan terrible como para que el lobo fuera capaz de hacer lo imposible para evitar a Aelin ese sufrimiento? Los ojos leonados de Gavriel brillaron en advertencia. Rowan señaló a Cairn nuevamente. —Cúralo. No tenían demasiado tiempo. No para hacer lo que quería. Lo que necesitaba. Algunos de los cajones del mueble se habían salido. Herramientas pulidas resplandecían dentro. Un par de ellas también habían sido colocadas sobre un trozo de terciopelo negro a un lado de la mesa de metal. La sangre de Aelin le contó acerca del dolor y la desesperación, acerca del puro terror. Su Corazón de Fuego. La magia de Gavriel resplandeció, una luz dorada posándose sobre Cairn.

Rowan evaluó las herramientas que Cairn había dispuesto y las que estaban en el cajón. Cuidadosamente, con consideración, seleccionó una. Un cuchillo delgado y afilado. La herramienta de un curandero, creada para las incisiones prolijas que permitieran extraer lo podrido. Cairn gimió mientras la inconsciencia quedaba atrás. Para el momento en que estuvo despierto, encadenado a la mesa de metal, Rowan estaba listo. Cairn observó a quien estaba plantado sobre él, la herramienta en la mano tatuada de Rowan, las otras que también había dispuesto sobre ese trozo de terciopelo, y comenzó a revolverse. Las cadenas de hierro lo sostuvieron firmemente. Luego Cairn contempló la furia congelada en los ojos de Rowan. Entendió lo que pretendía hacer con ese cuchillo tan afilado. Una mancha oscura se esparció por el frente de los pantalones de Cairn. Rowan envolvió a la tienda con un viento helado, bloqueando todo sonido, y comenzó.

Capítulo 30 Traducido por Ella R Corregido por WinterGirl

El estallido del conflicto hizo eco a través del campo, incluso a cientos de kilómetros. En las profundidades de un bosque antiguo, sobre sus irregulares colinas, Elide esperó durante horas. Primero temblando en la oscuridad, luego observando cómo el cielo se tornaba gris hasta finalmente volverse azul. Y con esa transición final, el clamor había comenzado. Ella alternaba entre pasearse a través del musgoso valle, abriéndose camino por los peñascos grises desparramados entre los árboles, y sentarse en silencio contra uno de los gigantescos árboles, haciéndose tan pequeña y silenciosa como fuera posible. Gavriel le había jurado que ninguna de las extrañas y letales bestias en esas tierras merodearían tan cerca de Doranelle, pero ella no quería arriesgarse. Por lo que se mantuvo en la cañada, donde le habían ordenado esperar. Esperarlos a ellos. O esperar a que las cosas resultaran lo suficientemente mal como para que tuviera que encontrar su propio camino. Tal vez buscaría a Essar, si no quedase otra opción… Quedaría otra opción. Se lo juró una y otra vez. No llegaría a eso. El sol matutino estaba comenzando a calentar la fría sombra cuando ella los vio. Los vio, antes de poder oírlos, porque sus pies caminaban en silencio sobre el suelo del bosque, debido a su gracia inmortal y a su entrenamiento. Una exhalación temblorosa salió de ella cuando Lorcan emergió entre dos árboles cubiertos de musgo, con sus ojos ya clavados en ella. Y justo detrás suyo, tambaleándose… Elide no sabía qué hacer. Con su cuerpo, sus manos. No sabía qué decir mientras Aelin tropezaba con las raíces y las rocas, la máscara y las cadenas rechinando, la sangre empapándola. No solo sangre de sus propias heridas, sino que también sangre de otros. Ella estaba delgada, su cabello dorado mucho más largo. Demasiado largo, incluso a pesar del tiempo que había transcurrido. Caía cerca de su ombligo, la mayoría oscuro con sangre seca. Como si hubiera corrido debajo de una lluvia de esta. No había señales de Rowan ni de Gavriel. Tampoco pena en el rostro de Lorcan, nada salvo la urgencia, por la manera en que monitoreaba el cielo y los árboles. Buscando alguna persecución. Aelin se detuvo en el borde del claro. Sus pies estaban descalzos y la corta y delgada vestimenta que llevaba no revelaba grandes heridas.

Pero hubo poco reconocimiento en los ojos de Aelin, ensombrecidos por la máscara. Lorcan le dijo a la reina: —Esperaremos aquí por ellos. Aelin, como si su cuerpo no perteneciera del todo a ella, levantó sus manos encadenadas y recubiertas de metal. La cadena que las mantenía juntas había sido cortada y ahora una pieza colgaba de cada manopla. Lo mismo ocurría con las que estaban en sus tobillos. Ella tiró de una de las manoplas de hierro. No cedió. Ella volvió a tirar. La manopla no hizo más que moverse. —Quítalas. Su voz era grave, cruda. Elide no sabía a quién de los dos se lo ordenaba, pero antes que pudiera cruzar el lago, Lorcan agarró la muñeca de la reina para examinar las cerraduras. Una esquina de su boca se tensó. No era nada fácil liberarlas, entonces. Elide se acercó, su renguera una vez más era profunda, ahora que la magia de Gavriel estaba ocupada. Las manoplas habían sido cerradas en torno a sus muñecas, encimándose apenas sobre las cadenas. Ambas tenían pequeñas cerraduras. Ambas estaban hechas de hierro. Elide se acomodó, poniendo su peso sobre la pierna herida, para obtener una mejor visión del lugar en el que la máscara se cerraba en la parte trasera de la cabeza de Aelin. Esa cerradura era más complicada que las otras, las cadenas gruesas y antiguas. Lorcan había hecho entrar la punta de una delgada daga en la cerradura de la manopla, y ahora estaba moviéndola, intentando violar el mecanismo. —Quítalas —las palabras guturales de la reina fueron ahogadas por los árboles musgosos. La daga arañó la cerradura, pero esta no cedió. —Quítalas —la reina comenzó a temblar—. Estoy… Aelin le quitó la daga de sus manos, metal chocando contra metal mientras ella metía la punta de la daga dentro de la cerradura. La daga se sacudió en su mano acorazada. —Quítalas —exhaló, sus labios retrocediendo para dejar a la vista sus dientes—. Quítalas. Lorcan intentó agarrar la daga, pero ella cambió el ángulo. —Estas cerraduras son demasiado complejas. Necesitamos a un herrero —dijo Lor-

can. Jadeando a través de sus dientes apretados, Aelin clavó y giró la daga dentro de la cerradura del guantelete. Un crujido atravesó el claro. Pero no era la cerradura. Aelin alejó la daga para revelar la punta rota. Un trozo de metal salió de la cerradura y cayó sobre el musgo. Aelin observó la daga partida y el trozo que había caído sobre el pasto que amortiguaba sus pies descalzos y ensangrentados, sus jadeos salían cada vez más rápido. Entonces dejó caer la daga sobre el musgo. Comenzó a arañar las cadenas en sus brazos, las manoplas en sus manos, la máscara en su rostro. —Quítalas —suplicó mientras rasguñaba, tiraba y empujaba—. ¡Quítalas! Elide estiró una mano hacia ella, para detenerla antes que se arrancara la piel de sus huesos, pero Aelin la esquivó, tambaleándose más hacia el claro. La reina cayó de rodillas, reverenciándose ante ellos y arañó la máscara. Esta no hizo más que moverse. Elide miró a Lorcan. Estaba congelado, con los ojos desorbitados mientras Aelin se arrodillaba sobre el musgo, y su respiración se entrecortaba con sollozos. Él había hecho esto. Los había conducido a esto. Elide se acercó a Aelin. Los guanteletes de la reina la rasguñaban y le hacían sangrar el cuello y la mandíbula, mientras ella intentaba jalar la máscara. —¡Quítalas! —La plegaria se convirtió en grito—. ¡Quítalas! Una y otra vez, la reina gritaba. —¡Quítalas! ¡Quítalas! ¡Quítalas! Lloraba en medio de sus gritos, los devastadores sonidos atravesando el antiguo bosque. Ella no decía otras palabras. No suplicaba a ningún dios, ni a ningún ancestro. Solo esas palabras, una y otra y otra vez. Quítalas, quítalas, quítalas. Un movimiento atravesó los árboles detrás de ellos, y el hecho de que Lorcan no hubiera sacado sus armas, le dijo a Elide de quién se trataba. Pero cualquier alivio fue efímero mientras Rowan y Gavriel emergían, con un enorme lobo blanco entre sus brazos. El lobo cuya mandíbula se había cerrado en torno al brazo de Elide, destrozándole la carne. Fenrys.

Estaba inconsciente. La lengua saliéndose de sus fauces ensangrentadas. Rowan apenas había entrado al claro cuando dejó al lobo en el suelo y se apresuró hasta llegar donde estaba Aelin. El príncipe estaba cubierto de sangre. Por su manera libre de caminar, Elide supo que no era suya. Por la sangre que cubría su barbilla, su cuello… No quería saber de qué se trataba. Aelin intentó arrancar la máscara inamovible, sin notar o sin importarle que el príncipe estuviera ante ella. Su consorte, esposo y compañero. —Aelin. Quítalas, quítalas, quítalas. Sus gritos eran insoportables. Peores que aquellos ese día en la playa de Eyllwe. Gavriel se plantó al lado de Elide, su piel dorada ahora pálida al asimilar a la frenética reina. Lentamente, Rowan se arrodilló frente a ella. —Aelin. Su única respuesta fue levantar la cabeza hacia las copas de los árboles y llorar. La sangre caía de su cuello por los rasguños que ella misma se había causado, y se mezclaba con la que anteriormente la había cubierto. Rowan extendió una mano temblorosa, la única señal visible de la agonía que lo estaba atravesando. Gentilmente, colocó sus manos sobre sus muñecas; gentilmente, cerró sus dedos a su alrededor. Deteniendo los brutales rasguños y arañazos. Aelin sollozó, su cuerpo temblando. —Quítalas. Los ojos de Rowan resplandecieron con pánico, desolación y añoranza. —Lo haré. Pero tienes que quedarte quieta, Corazón de Fuego. Sólo por unos minutos. —Quítalas. Los sollozos menguaron, tornándose algo crudo y desgarrador. Rowan pasó sus pulgares sobre su piel, sobre esas cadenas de hierro. Como si no fuese nada más que su piel. Lentamente, sus temblores cesaron. No, no cesaron, Elide notó mientras Rowan se ponía de pie y caminaba detrás de la reina. Sino que estaban contenidos, encerrados dentro suyo. El cuerpo tenso de Aelin se estremecía, pero ella se mantuvo quieta mientras Rowan examinaba la

cerradura. Sin embargo, algo como la conmoción y luego el horror y la pena destellaron en su rostro, cuando él la volvió a examinar. Desapareció tan rápido como había aparecido. Una mirada, y Gavriel y Lorcan fueron a su lado, sus pasos lentos. No amenazantes. Del otro lado del pequeño claro, Fenrys continuaba inconsciente, su pelaje blanco empapado de sangre. Sólo Elide caminó hacia Aelin y ocupó el lugar dónde Rowan había estado. Los ojos de la reina estaban cerrados, como si toda su concentración estuviera puesta en mantenerse quieta durante otro latido, en permitirles mirar sin rasguñar el hierro. Por lo que Elide no dijo nada, ni pidió nada de ellos, salvo por compañía en caso de necesitarla. Detrás de Aelin, el rostro ensangrentado de Rowan estaba sombrío al estudiar la cerradura que aseguraba las cadenas de la máscara a la parte trasera de su cabeza. Sus fosas nasales se expandieron ligeramente. Ira… frustración. —Nunca he visto una cerradura así —murmuró Gavriel. Aelin comenzó a temblar nuevamente. Elide colocó una mano sobre su rodilla. Aelin se la había rasguñado hasta dejarla en carne viva, con lodo y pasto pegados a su piel cubierta de sangre. Ella esperó que la reina alejara su mano, pero Aelin no se movió. Mantuvo sus ojos cerrados, y su respiración entrecortada pero estable. Rowan agarró una de las cadenas que envolvía a la máscara y asintió hacia Lorcan. —La otra. Silenciosamente, Lorcan tomó el otro extremo. Ellos cortarían el hierro, de ser necesario. Elide contuvo la respiración mientras los dos machos tiraban, con brazos temblorosos. Nada. Volvieron a intentarlo. La respiración de Aelin se dificultó. Elide tensó su agarre sobre la rodilla de la reina. —Ella logró romper las cadenas en sus tobillos y manos —dijo Gavriel—. No son indestructibles.

Pero con las cadenas de la máscara tan cerca de su cabeza, una estocada era imposible. O tal vez la máscara estaba hecha de un hierro mucho más fuerte. Rowan y Lorcan gruñeron al tirar de las cadenas. No sirvió de mucho. Jadeando ligeramente, hicieron una pausa. Habones rojos brillaban en sus manos. Habían intentado usar su magia para romper el hierro. El silencio se esparció por el claro. No podrían quedarse allí, no por demasiado tiempo. Pero llevarse a Aelin encadenada, cuando ella estaba tan frenética por verse libre de ellas… Los ojos de Aelin se abrieron. Estaban vacíos. Drenados por completo. Un guerrero aceptando la derrota. Elide, luchando por algo que decir para desterrar ese vacío, soltó: —¿Hubo una llave? ¿Tú los viste utilizando una llave? Dos parpadeos. Como si eso tuviera sentido. Rowan y Lorcan volvieron a tirar, esforzándose. Pero la mirada de Aelin cayó sobre el musgo, las piedras. Se estrechó ligeramente, como si la pregunta hubiera hecho mecha. A través del pequeño hueco con la máscara, Elide apenas pudo ver que articulaba la palabra. Una llave. —No la tengo… no las tenemos —dijo Elide, percibiendo la dirección que tomaban los pensamientos de Aelin—. Manon y Dorian sí. —Silencio —susurró Lorcan. No por el nivel de su voz, sino por la información mortal que había revelado. Aelin volvió a parpadear dos veces con esa extraña intención. Rowan le gruñó a las cadenas, tirando de ellas nuevamente. Pero Aelin estiró una mano hacia el musgo y trazó una forma. —¿Qué es eso? —Elide se inclinó hacia adelante cuando la reina volvió a hacerlo, su rostro vacío e ilegible. Los Fae macho pausaron ante su pregunta, y miraron al dedo de Aelin moverse por el follaje. —Una Marca del Wyrd —dijo suavemente Rowan—. Para abrirla. Aelin la volvió a trazar, callada y quieta. Como si ninguno de ellos estuviera allí. —¿Funcionan sobre hierro? —preguntó Gavriel, siguiendo el dedo de Aelin.

—Ella abrió puertas en la biblioteca real de Adarlan con ese símbolo —murmuró Rowan—. Pero necesitó… Dejó la frase sin terminar y levantó la daga rota que Aelin había dejado tirada sobre el musgo, luego, la utilizó para cortarse la palma. Arrodillándose ante ella, extendió su mano ensangrentada. —Enséñame, Corazón de Fuego. Enséñamelo otra vez. Él tocó su tobillo, el grillete que estaba allí. En silencio y con movimientos tensos, Aelin se inclinó hacia adelante. Ella olió la sangre acumulada en su mano, sus fosas nasales ensanchándose. Su mirada fue hacia la de Rowan, como si el olor de su sangre planteara alguna pregunta. —Soy tu compañero —murmuró Rowan, como si esa fuera la respuesta que ella buscaba. Y ante el amor en sus ojos, la forma en que su voz se quebró, su mano ensangrentada temblando… la garganta de Elide se cerró. Aelin sólo veía la sangre acumulándose en su mano ahuecada. Sus dedos se curvaron y la manopla rechinó. Como si fuese también otra respuesta. —Ella no puede hacerlo con el hierro —dijo Elide—. Si está en sus manos. Interfiere con la magia en la sangre. Un parpadeo de ella, en ese lenguaje silencioso. —Esa es la razón por la cuál te las puso, ¿no? —dijo Elide, su pecho comprimiéndose—. Para asegurarse que no pudieras usar tu propia sangre con las Marcas del Wyrd para liberarte. Como si todo el otro hierro no fuera suficiente. Otro parpadeo, su rostro aún seguía tan vacío y frío. Exhausto. La mandíbula de Rowan se tensó. Pero se limitó a mojar su dedo con la sangre que había en su palma y ofrecérselo a ella. —Muéstrame, Corazón de Fuego —repitió. Elide podría jurar que lo vio estremecerse, y no de miedo, cuando la mano de Aelin envuelta en metal se cerró en torno a la suya. En pequeños y pausados movimientos, ella guio su dedo para trazar el símbolo sobre el grillete alrededor de su tobillo. Un suave resplandor de luz verde, y luego… El siseo y el suspiro de la cerradura llenaron el claro. El grillete cayó sobre el musgo. Lorcan maldijo.

Rowan ofreció su mano, su sangre, nuevamente. El grillete alrededor de su otro tobillo se rindió ante la Marca de Wyrd. Después las esposas alrededor de sus muñecas. Luego las hermosas y horribles manoplas cayeron pesadamente sobre el musgo. Aelin llevó sus manos desnudas hacia su rostro, buscando la cerradura detrás de la máscara, pero se detuvo. —Yo lo haré —dijo Rowan con voz aun suave, aun llena de ese amor. Se movió detrás de ella y Elide contempló esa horrible máscara, con los soles y las llamas grabados en relieve a lo largo de su antigua superficie. Un resplandor de luz, un chasquido de metal, y entonces, se abrió. Su rostro estaba pálido, demasiado pálido, todos los rastros de color brindados por el sol habían desaparecido. Y vacío. Consciente, y a la vez no. Cauteloso. Elide se mantuvo quieta, dejando que la reina la estudiara. Los machos se movieron para colocarse frente a ella, y Aelin los miró de a turnos. Gavriel, quien agachó la cabeza. Lorcan, quien le devolvió ampliamente la mirada, sus oscuros ojos ilegibles. Y Rowan. Rowan, cuya respiración se tornó entrecortada, y tragó audiblemente. —¿Aelin? El nombre, al parecer, era una cerradura también. No de la reina que había conocido tan brevemente, sino del poder que habitaba en ella. Elide se encogió cuando ardientes y doradas llamas hicieron erupción alrededor de la reina. El vestido se convirtió en cenizas. Lorcan arrastró a Elide hacia atrás y ella se lo permitió, incluso mientras el calor se desvanecía. Incluso mientras las llamas de poder se contraían en un aura alrededor de la reina, como una brillante segunda piel. Aelin se arrodilló allí, ardiendo, y sin hablar. Las llamas centellaron a su alrededor, sin embargo ni el musgo ni las raíces se quemaron. No hicieron mucho más que echar humo. Y a través del fuego, el cabello ahora largo de Aelin cubriendo en parte su desnudez, Elide obtuvo un buen vistazo de lo que le habían hecho. Además de un cardenal en sus costillas, no había nada.

Ni una marca. Ni un callo. Ni una sola cicatriz. Las que Elide había contado durante esos días previos a la captura de Aelin habían desaparecido. Como si alguien las hubiese eliminado.

Capítulo 31 Traducido por Yunn Hdez Corregido por WinterGirl

Le habían quitado sus cicatrices. Maeve le había quitado todas. Eso le dijo a Rowan lo suficiente sobre lo que habían hecho. Cuando había visto su espalda, la piel suave donde deberían de haber estado las cicatrices de Endovier y las cicatrices de los azotes de Cairn, lo había sospechado. Pero arrodillándose, quemando nada más que en su piel... No había cicatrices donde debería haber habido. El casi collar de Baba Yellowlegs: desaparecido. Las marcas de grillete de Endovier: desaparecidas. La cicatriz donde Arobynn Hamel la había obligado a romper su propio brazo: desaparecida. Y en sus palmas... Eran sus palmas expuestas donde Aelin contemplaba. Como si se diera cuenta de lo que faltaba. Las cicatrices en sus palmas, una desde el momento en que se habían convertido en carranam, la otra de su juramento a Nehemia, habían desaparecido por completo. Como si nunca hubieran existido. Sus llamas ardían más brillantes. Los sanadores podían eliminar las cicatrices, sí, pero la razón más probable de la falta de ellas en Aelin, en todos los lugares donde una vez las había rastreado con sus manos, su boca... Era una nueva piel. Toda ella. Salvo por su rostro, ya que dudaba que fueran tan estúpidos como para quitarle la máscara. Casi cada centímetro de ella estaba cubierta de nueva piel, sin barnizar como nieve fresca. La sangre que la cubría se había quemado para revelarla. Nueva piel, porque necesitaban reemplazar lo que había sido destruida. Para sanarla para que pudieran comenzar una y otra vez. Gavriel y Elide se habían movido hacia donde estaba Fenrys, la curación en el campo de batalla que Gavriel había hecho sobre el guerrero probablemente no era suficiente para mantener a raya a la muerte. Gavriel no le dijo a nadie en particular:

—Él no tiene mucho tiempo. Había roto el juramento de sangre. Por pura voluntad, Fenrys lo había roto. Y pronto pagaría el precio cuando su fuerza vital se desangrara por completo. La mirada de Aelin se desvió entonces. Desde sus manos, su piel horriblemente prístina, hasta el lobo a través del claro. Ella parpadeó dos veces. Y luego se levantó lentamente. Desconociendo o despreocupada de su desnudez, dio un paso inestable. Rowan estaba allí instantáneamente, o tan cerca como lo permitían las llamas. Él podría empujar a través de ellas, protegiéndose a sí mismo en hielo o simplemente cortando el aire que alimentaba sus llamas. Pero cruzar esa línea, meterse en sus llamas cuando tanto, demasiado, le había sido arrebatado... No se permitió pensar en el distante y cauteloso reconocimiento en su rostro cuando lo había visto, cuando los había visto a todos ellos. Como si ella no estuviera completamente segura de confiar en ellos. Confiar en esto. Aelin dio otro paso, tambaleándose. Él le vislumbró el cuello al pasar. Incluso las gemelas marcas de mordedura, su marca de posesión, se habían desvanecido. Encerrada en llamas, Aelin caminó hacia Fenrys. El lobo blanco no se movió. La tristeza suavizó su rostro, incluso con esa distancia tranquila. Dolor y gratitud. Gavriel y Elide permanecieron del otro lado de Fenrys mientras ella se acercaba. Retrocedieron un paso. No por miedo, sino para darle espacio en ese momento de despedida. Tenían que irse. Quedarse ahí, a pesar de los kilómetros entre ellos y el campamento, era una locura. Podían llevar a Fenrys hasta que se terminara, pero... Rowan no podía decirlo. Decirle a Aelin que podría no ser prudente despedirse de esta manera como ella necesitaba. Tenían minutos, en el mejor de los casos, de sobra antes de tener que ponerse en marcha. Pero si los exploradores o centinelas los encontraran, él se aseguraría de que no se acercaran lo suficiente como para molestarla. Gavriel y Lorcan parecían tener el mismo pensamiento, sus ojos se encontraron desde el otro lado del claro. Rowan levantó la barbilla hacia la línea de los árboles del oeste en orden silenciosa. Acecharon por ello. Aelin se arrodilló junto a Fenrys, y su llama los envolvió a ambos. El fuego dio paso a un aura dorada rojiza, un escudo que sabía que derretiría la carne de cualquiera que intentara cruzar. Fluyó y onduló alrededor de ellos, una burbuja de aire cobrizo, y a través de ella, Rowan la observó mientras pasaba una mano por el lado magullado

del lobo. Gavriel había curado la mayoría de las heridas, pero la sangre permanecía. Aelin hizo movimientos largos y suaves sobre su pelaje, con la cabeza inclinada mientras le hablaba en voz muy baja incluso para que Rowan la escuchara. Lenta y dolorosamente, Fenrys abrió un ojo. La agonía lo llenó, agonía y, sin embargo, algo así como alivio y alegría al ver su rostro desnudo. Y agotamiento. Tal agotamiento que Rowan sabía que la muerte sería un agradable abrazo, un beso de la misma Silba, diosa de los amables finales. Aelin volvió a hablar, el sonido estaba contenido o era tragado por su escudo. Sin lágrimas. Sólo esa tristeza, y claridad. El rostro de una reina, se dio cuenta mientras que Lorcan y Gavriel tomaban lugares a lo largo de la frontera de Glen. Era el rostro de una reina que miraba a Fenrys. Una reina que tomó su enorme pata en sus manos, empujando hacia atrás pliegues de piel y pelaje para desenvainar una garra curva. Lo deslizó sobre su antebrazo desnudo, partiendo la piel. Dejando la sangre a su paso. La respiración de Rowan se detuvo. Gavriel y Lorcan se giraron hacia ellos. Aelin volvió a hablar, y Fenrys parpadeó una vez en respuesta. Ella consideró que esa respuesta era suficiente. —Santos Dioses —susurró Lorcan cuando Aelin extendió su sangrante antebrazo hasta la boca de Fenrys—. Santos dioses en celo. Por la lealtad de Fenrys, por su sacrificio, no había mayor recompensa que ella pudiera ofrecer. Para evitar que muriera, no había otra manera de salvarlo. Solo esto. Sólo el juramento de sangre. Y cuando Fenrys logró lamer la sangre de su herida, mientras le hacía una promesa silenciosa a su reina, parpadeando unas cuantas veces más, el pecho de Rowan se apretó insoportablemente. Romper el juramento de sangre a una reina había destrozado su fuerza vital, su alma. Jurar el juramento de sangre a otra persona podría muy bien reparar esa escisión, la antigua magia uniendo la vida de Fenrys a la de Aelin. Tres bocados. Eso es todo lo que Fenrys tomó antes de que apoyara la cabeza en el musgo y cerrara los ojos. Aelin se acurrucó de lado junto a él, las llamas los rodeaban a ambos. Rowan no podía moverse. Ninguno de ellos se movió.

Aelin pronunció una palabra corta y brusca. Fenrys no respondió. Ella habló de nuevo, el rostro de la reina se mostró inquebrantable. Vive. Ella usaría el juramento de sangre para obligarlo a permanecer en este lado de la vida. Fenrys todavía no se movía Al otro lado de la burbuja de fuego y calor, Elide se puso una mano sobre la boca, con los ojos brillando. Ella también había leído la palabra en los labios de Aelin. Aelin habló por tercera vez, los dientes parpadearon cuando le dio a Fenrys su primera orden. Vive. Rowan no respiró mientras esperaban. Largos minutos pasaron. Entonces los ojos de Fenrys se abrieron de golpe. Aelin sostuvo la mirada del lobo, no había nada en su rostro, salvo esa grave e inflexible orden. Lentamente, Fenrys se movió. Sus patas se movieron debajo de él, sus piernas tensas. Y se levantó. —No lo creo —susurró Lorcan—. Yo no… Pero allí estaba Fenrys, de pie ante su reina, ahora arrodillada. Y allí estaba Fenrys, inclinando su cabeza, con los hombros hundiéndose con él, una pata barriendo antes que la otra. Haciendo una reverencia. El fantasma de una sonrisa apareció en la boca de Aelin, desapareciendo antes de que pudiera tomar forma. Sin embargo, Aelin se quedó arrodillada. Incluso mientras Fenrys los observaba, la sorpresa y el alivio iluminaban sus ojos oscuros. Su mirada se encontró con la de Rowan, y Rowan sonrió, inclinando la cabeza. —Bienvenido a la corte, cachorro —dijo, con voz gruesa. Una emoción cruda recorrió ese rostro de lupino, y luego Fenrys se volvió hacia Aelin. Ella estaba mirando a la nada. Fenrys le dio un codazo en el hombro con su peluda cabeza. Ella pasó una mano ociosa por el blanco pelaje del lobo. El corazón de Rowan se apretó. Maeve había atravesado la mente de Rowan para engañar a sus instintos.

¿Qué le había hecho a ella? ¿Qué había hecho ella estos meses? —Tenemos que irnos —dijo Gavriel, su voz gruesa mientras observaba a Fenrys, de pie orgulloso y vigilante junto a Aelin—. Necesitamos poner distancia entre nosotros y el campamento, y encontrar un lugar donde detenernos para pasar la noche — donde reevaluarían cómo y dónde abandonar este reino. Dirigirse hacia el bosque, hacia las montañas, sería su mejor apuesta. Esos árboles ofrecían mucha cobertura y muchas cuevas en las que esconderse. —¿Puedes caminar? —Lorcan le preguntó a Fenrys. Fenrys deslizó sus oscuros y funestos ojos hacia Lorcan. Oh, esa pelea vendría. Esa venganza. El lobo le dio un breve asentimiento. Elide alcanzó uno de los paquetes escondidos cerca de la base de un árbol. —¿Por dónde? Pero Rowan no pudo responder. Silenciosos como espectros, aparecieron a través del valle. Como si simplemente hubieran surgido de la sombra del follaje. Pequeños cuerpos, algunos pálidos, algunos negros como la noche, algunos con escamas. Mayormente ocultos, a excepción de dedos delgados y ojos amplios y sin parpadear. Elide se quedó sin aliento. —La Pequeña Gente.

I Elide no había visto un susurro de la Pequeña Gente desde los días previos a la caída de Terrasen. Entonces, habían sido destellos y susurros dentro de la antigua sombra de Oakwald. Nunca tantos, nunca tan abiertamente. O tan abiertos como jamás se permitirían ser. La más o menos media docena que se había reunido en el claro se mantenía mayormente oculta detrás de raíces y rocas y grupo de hojas. Ninguno de los machos se movió, aunque las orejas de Fenrys se inclinaron hacia ellos.

Un milagro, eso es lo que sucedió con la reina y el lobo. Aunque Fenrys parecía agotado, sus ojos estaban claros mientras la Pequeña Gente se reunía. Aelin apenas miró hacia ellos. Una mano pálida y delgada se alzó sobre una roca manchada de musgo y se enroscó. Vengan. Rowan preguntó con voz de granito: —¿Quieres que te sigamos? Una vez más, la mano hizo el movimiento. Vengan. Gavriel murmuró: —Ellos conocen este bosque mejor que nosotros. —¿Y confías en ellos? —preguntó Lorcan. Los ojos de Rowan se posaron en Aelin. —Salvaron su vida una vez —la noche en que el asesino de Erawan había regresado por Aelin—. Lo harán de nuevo ahora.

I Silenciosos e invisibles, pasaron a través de los árboles y las rocas y arroyos del antiguo bosque. Rowan se mantuvo un paso detrás de Aelin y Fenrys, Gavriel y Elide a la cabeza de su grupo, Lorcan en la retaguardia, mientras seguían a la Pequeña Gente. Aelin no había dicho nada, no hizo nada excepto levantarse cuando le dijeron que era hora de irse. Rowan le había ofrecido su capa, y ella había permitido que pasara a través de su burbuja de llamas doradas y claras para envolver su cuerpo desnudo. La apretó contra su pecho mientras caminaban, kilómetros tras kilómetros, con los pies descalzos. Si las piedras y las raíces del bosque la lastimaban, ella ni siquiera se inmutó. Ella solo siguió caminando, Fenrys a su lado dentro de esa esfera de fuego, como si fueran dos fantasmas de memoria. Una visión de antaño, paseando entre los árboles, la reina y el lobo. Los otros raramente hablaban a medida que pasaban las horas y los kilómetros. A

medida que las colinas boscosas dieron paso a inclinaciones más pronunciadas, las rocas más grandes, las rocas y los árboles se rompieron en puntos. —De las antiguas guerras entre los espíritus del bosque —le susurró Gavriel a Elide cuando la notó frunciendo el ceño hacia una ladera llena de troncos caídos y piedra astillada—. Algunas todavía son libradas por ellos, totalmente inconscientes y despreocupados con los asuntos de cualquier reino, excepto este. Rowan nunca había visto a una raza de seres etéreos mucho más antigua y secreta que la Pequeña Gente. Pero en su casa en la montaña, en lo alto de la cordillera hacia la que se dirigían, a veces escuchaba el rompimiento de rocas y árboles en las noches oscuras y sin luna. Cuando no había ni un susurro de viento en el aire, ni ninguna tormenta para causarlos. Tan cerca, a solo veinte kilómetros de la casa de la montaña que había construido. Había planeado llevar a Aelin allí un día, aunque no era más que cenizas que habían desaparecido por mucho tiempo. Solo para mostrarle dónde había estado la casa, donde había enterrado a Lyria. Ella todavía estaba allí arriba, su compañera que nunca había sido. Y su verdadera compañera... Ella caminaba inquebrantable a través de los árboles. No más que un espectro. Aun así, siguieron a la Pequeña Gente, que hacían señas desde un árbol, una roca y un arbusto hacia adelante, y luego desaparecieron. Detrás de Lorcan, algunos otros escondieron su rastro con manos inteligentes y pequeña magia. Rezó para que tuvieran un lugar donde pasar la noche. Un lugar donde Aelin pudiera dormir y permanecer protegida de los ojos de Maeve una vez que se diera cuenta de que había sido engañada. Se dirigían hacia el este, lejos de la costa. Rowan no se atrevió a arriesgarse a decirles que necesitaban encontrar un puerto. Él vería a dónde los llevarían esta noche y luego elaboraría su plan para regresar a su propio continente. Pero cuando la Pequeña Gente apareció ante una roca gigantesca, cuando luego desaparecieron y reaparecieron en una astilla cortada en la roca, sus manos huesudas que hacían señas desde su interior, Rowan se encontró a sí mismo rehuyendo. La criatura que habitaba en el lago debajo de la Montaña Calva era una leve amenaza en comparación con las otras cosas que aún cazaban en lugares oscuros y olvidados. Pero la Pequeña Gente volvió a hacer señas. Lorcan apareció a su lado. —Podría ser una trampa. Pero Elide y Gavriel caminaron hacia ellos, sin inmutarse.

Y detrás de ellos, Aelin continuó también. Entonces Rowan la siguió, como él la seguiría hasta su último aliento, y más allá de eso. La boca de la cueva estaba ceñida, pero pronto se abrió en un pasaje más grande. Aelin iluminó el espacio, bañando las paredes de piedra negra en un brillo dorado lo suficientemente brillante como para ver. Pero su llama fue empequeñecida cuando entraron en una cámara masiva. El techo se extendía en penumbra, pero no era la altura de la cámara lo que lo hacía detenerse. Se habían construido rincones y nichos en el lado de la roca, algunos equipados con petates, algunos con lo que parecían ser pilas de ropa, y algunos con comida. Un pequeño fuego ardía cerca de uno, y más allá de él, escondido contra la pared, un canal de piedra natural brillaba con agua, cortesía de un pequeño arroyo. Pero más lejos en la cueva, al otro lado de la cámara, fluyendo hasta la roca negra, un gran lago se extendía en la oscuridad. Había innumerables lagos y ríos subterráneos debajo de estas montañas, lugares tan profundos en la tierra que incluso las Hadas no se habían molestado ni se habían atrevido a explorar. Esta, al parecer, la Gente Pequeña lo había reclamado para ellos mismos, yendo tan lejos como para equipar el espacio con ramas de abedul en crecimiento contra las paredes. Colgaron pequeñas guirnaldas y coronas de flores de las blancas ramas, y entre las hojas, pequeñas luces azuladas brillaban. Magia, magia vieja, extraña, esas luces. Como si hubieran sido arrancadas del cielo nocturno. Elide estaba estudiando el espacio, con asombro escrito sobre sus rasgos. Gavriel y Lorcan, sin embargo, lo evaluaron con un ojo más agudo y cauteloso. Rowan hizo lo mismo. La única salida parecía ser por la que habían entrado, y el lago se extendía demasiado para discernir si había una orilla más allá. Aelin no se detuvo mientras se dirigía hacia una de las paredes relucientes. No había ninguna de sus precauciones habituales, ni el movimiento de sus ojos mientras sopesaba las salidas y las trampas, las potenciales armas para empuñar. Un trance, era casi como si ella se hubiera deslizado en un trance, se hundiera en un océano sin profundidad dentro de sí misma y descendiera tanto que podría haber aves volando sobre su distante superficie. Pero ella caminó hacia esa pared, las ramas de abedul se desplegaron artísticamente a través de ella. Más de la Pequeña Gente dentro, Rowan se dio cuenta. Encaramados en las ramas, aferrándose a ellas. Los pasos de Aelin eran silenciosos sobre la piedra. Fenrys se detuvo cerca, como

para darle privacidad. Rowan tuvo la vaga sensación de que Lorcan, Elide y Gavriel se dirigían a la alcoba al otro lado de la cueva para inspeccionar los bienes que se habían colocado. Pero se quedó en el centro del espacio mientras su compañera se detuvo ante la pared viva y brillante. No había expresión en su rostro, no había tensión en su cuerpo. Sin embargo, inclinó la cabeza hacia la Pequeña Gente medio oculta en las ramas y ramas que tenía delante. Su mandíbula se movió, hablando. Palabras breves y cortas. Él ni siquiera había oído hablar a la Pequeña Gente. Pero allí estaba su reina, su esposa, su compañera, murmurando con ellos. Por fin, se dio la vuelta, con el rostro todavía en blanco, sus ojos de fuego salvaje tan planos y fríos como el lago. Fenrys se puso a caminar a su lado, y Rowan permaneció en su lugar mientras Aelin apuntaba hacia el pequeño fuego. Seguro. La Pequeña Gente debió haberle dicho que esta cueva era segura, si ahora se movía hacia el fuego, su propia esfera aún ardía. Los otros detuvieron su evaluación de los suministros. Pero Aelin no les prestó atención, no le prestó atención al mundo, mientras ella ocupó un lugar entre el fuego y la pared de la cueva, se tendió sobre la piedra desnuda y cerró los ojos.

Capítulo 32 Traducido por Yunn Hdez Corregido por WinterGirl

Dorian tuvo ojos marrones durante tres días antes de que descubriera cómo cambiarlos de nuevo a azul. Asterin y Vesta se burlaron de él sin piedad mientras viajaban a través de la columna de los Colmillos, lamentando dramáticamente la ausencia de sus bonitos ojos de campanilla azul, y habían suspirado al cielo cuando el tono de zafiro había vuelto. Su magia podría saltar entre un elemento y otro, sin embargo, la capacidad de cambiar de forma se encontraba dentro de algo completamente distinto. Dentro de una parte de él que siempre había anhelado una cosa por encima de todas las demás: dejarse ir. Ser libre. Como Temis, la Diosa de las Cosas Salvajes, era libre, sin una jaula. Como lo había deseado una vez, cuando era poco más que un idealista e imprudente príncipe. Era el único comando de la magia: dejarse ir. Dejar ir quién y en qué se convirtió desde ese collar y emerger en algo nuevo, algo diferente. Era más fácil darse cuenta de ello que ponerlo en práctica. Desde que sus ojos volvieron a ser azules, como el desenredar un hilo dentro de él, no había podido hacer nada más. Incluso cambiarlos a marrón otra vez. Las Crochans y las Trece se habían detenido para su descanso del mediodía bajo la pesada cubierta de Oakwald, los árboles desolados, pero sin un toque de nieve en la tierra. Otro día, y llegarían al punto de encuentro. Una semana después de lo que habían prometido a los líderes de la guerra Eyllwe, pero llegarían. Se sentó en un tronco caído, cubierto de musgo, mordisqueando la tira de conejo seco. Su cena. —Mi cabeza palpita en por ti, solo por verte esforzarte —dijo Glennis desde el otro lado del claro. A su alrededor, las Trece comían en silencio, Manon vigilando todo. Las Crochans se sentaron entre ellas, al menos. En silencio, pero se sentaron allí. Lo que significaba que todos lo miraban ahora. Dorian bajó la tira de carne dura e inclinó la cabeza hacia la vieja bruja. —Creo que mi cabeza está latiendo lo suficiente por los dos. —¿En qué estás tratando de convertirte, exactamente? ¿O quién? Lo contrario de lo que era. Lo opuesto al hombre que había pasado por alto la pre-

sencia de Sorscha durante años. Y únicamente le ofreció muerte al final. Estaría encantado de dejarlo ir, si solo la magia lo permitiera. —Nada —dijo. Muchas de las Trece y Crochans volvieron a sus escasas comidas ante su aburrida respuesta—. Solo quiero ver si es posible, para alguien con mi tipo de magia. Incluso cambiar pequeñas características —no era una mentira, no del todo. Manon frunció el ceño, como si tratara de resolver algún enigma que no pudiera entender del todo. —Pero si tuvieras éxito —presionó Glennis—. ¿Quién desearías ser? Él no sabía. No podía conjurar una imagen más allá de la vacía oscuridad. Damaris, a su lado, tampoco tenía respuesta. Dorian miró hacia adentro, sintiendo el mar de magia que se agitaba dentro de él. Trazó su forma con manos cuidadosas e invisibles. Siguió un hilo dentro de sí mismo, no a su estómago, sino a su corazón aún agrietado. ¿Quién quieres ser? Ahí, como la semilla de poder que Cyrene había robado, estaba a pequeña maraña en su magia. No una maraña, sino un nudo, un nudo en un tapiz. Uno que él podía tejer. Uno que podría convertir en algo si se atrevía. ¿Quién quieres ser? Preguntó al tapiz apenas tejido dentro de él. Dejando que los hilos y los nudos tomaran forma, creando la imagen dentro de su mente. Empezando pequeño. Glennis se rió entre dientes. —Tus ojos son verdes ahora, rey. Dorian se sobresaltó, con el corazón retumbando. Las demás nuevamente detuvieron sus almuerzos, boquiabiertas, algunas inclinándose para mirarlo más de cerca. Pero él alimentó su magia en el telar dentro de sí mismo, añadiendo más a la imagen emergente. —Oh no, el cabello dorado no te queda para nada —Asterin hizo una mueca—. Te ves enfermo. ¿Quién quería ser? Cualquiera menos él. Cualquiera menos en lo que se había convertido. Su respuesta silenciosa hizo que ese mágico telar cayera de su invisible agarre, y supo que si miraba, su cabello oscuro y sus ojos de zafiro habrían regresado. Asterin suspiró aliviada.

Pero Manon sonrió sombríamente, como si hubiera escuchado su respuesta tácita. Y hubiera entendido.

I La noche estaba llena, los fuegos de las Crochans crepitaban bajo el enrejado de árboles sin hojas, cuando Glennis preguntó: —¿Alguno de ustedes ha visto los Wastes? Las Trece parpadearon hacia la vieja bruja. Ella no solía abordarlos todos a la vez, o hacer preguntas tan personales. Pero al menos Glennis les habló. Tres días de viaje, y Manon no estaba más cerca de ganarse a las Crochans de lo que había estado al partir de los Colmillos. Aunque hablaron con ella, y ocasionalmente se unieron al hogar de Glennis para las comidas, era solamente con tan pocas palabras como era necesario. Asterin respondió por el aquelarre. —No. Ninguna de nosotros, aunque pasé un tiempo en un bosque al otro lado de las montañas. Pero nunca tan lejos —la tristeza parpadeó en los ojos negros salpicados de oro de la bruja, como si hubiera más en el relato que eso. De hecho, Sorrel y Vesta, incluso Manon, miraron con un poco de esa tristeza a la bruja. Manon le preguntó a Glennis, la única Crochan en esa fogata bajo el dosel: —¿Por qué lo preguntas? —Curiosidad —dijo la vieja bruja—. Ninguna de nosotros ha estado, tampoco. No nos atrevemos. —¿Por miedo a nosotras? —el cabello dorado de Asterin se movió cuando ella se inclinó más cerca del fuego. Había encontrado una tira de cuero en el campamento para atarse a la frente, no el negro que había usado en el último siglo, sino una visión familiar, al menos. Una cosa, al parecer, no se había alterado por completo. —Por temor a lo que nos hará ver lo que queda de nuestra antigua ciudad, nuestras tierras. —Nada más que escombros, dicen —murmuró Manon. —¿Y lo reconstruirías, si pudieras? —Preguntó Glennis—. ¿Reconstruir la ciudad para ustedes mismas? —Nunca discutimos lo que haríamos —dijo Asterin—. Si alguna vez pudiéramos ir a

casa. —Un plan, tal vez —reflexionó Glennis—, sería sabio. Una cosa poderosa que tener —sus ojos azules se posaron en Manon—. No solo para las Crochans, sino para tu propia gente. Dorian asintió, aunque él no era parte de esta conversación. ¿Quienes querían ser las Trece, las Ironteeth y las Crochans, para levantarse, como un pueblo? Manon abrió la boca, pero las Sombras irrumpieron en el anillo de su hogar, con la cara tensa. Las Trece se pusieron de pie al instante. —Seguimos explorando, hasta el lugar de la cita —jadeó Edda. Manon se preparó. Un susurro de poder recorrió el campamento, la única indicación de que la magia de Dorian se había enrollado alrededor de ellos en un escudo casi impenetrable. —Apesta a muerte —terminó Briar.

Capítulo 33 Traducido por Blackbeak Corregido por Cotota

Habían llegado tarde. No solo por una hora, o un día. No, juzgando el estado de los cuerpos en el claro lleno de hojas veinte millas al sur, la semana que se habían retrasado le había costado al partido de Eyllwe todo. Morath había dejado a los guerreros donde estaban, unas cuantas Crochans de capa roja, las que habían llamado a sus hermanas del norte aquí, entre los caídos. El olor a putrefacción era suficiente para hacer que los ojos de Manon se aguaran mientras examinaban lo que quedaba. Ella había hecho esto. Había causado esto, al retrasar a las Crochans con su engaño. Una mirada a Dorian, el rey que estaba al borde del claro con un brazo sobre su nariz para protegerse del hedor, y ella supo que él también lo sabía. El filo en su mirada le decía lo suficiente. —Algunos escaparon —anuncio Edda, el rostro de la Sombra fúnebre—, pero la mayoría no lo lograron. —Querían supervivientes —dijo Bronwen, lo suficientemente alto para que todos escucharan—. Para sembrar miedo. Manon estudió los arboles destrozados, los antiguos robles destrozados como los cuerpos en el suelo del bosque. Prueba de quien, exactamente, había sido responsable de esa masacre. Ella también había hecho eso. —¿Qué bando mortal podría esperar sobrevivir un ataque de la legión de las Ironteeth? Especialmente cuando esa legión aérea fue entrenada por una Líder de Vuelo tan habilidosa —dijo Brownen, su voz fría y baja. —Escoge bien tus palabras —advirtió Asterin. Pero Una, la Crochan menuda, de cabello marrón, y otras de las primas de Manon, agarró su escoba de plata y dijo: —Tú las entrenaste. Todas ustedes, ustedes entrenaron a las brujas que hicieron esto —Una apuntó a los cuerpos en descomposición, las gargantas desgarradas, la matanza que no había parado solo con las muertes rápidas. Para nada—. ¿Y

esperas que nos olvidemos de eso? El silencio cayó. Incluso sobre Asterin. Glennis no dijo nada. Las manos de Manon se tornaron frágiles. Extrañas. El hierro dentro de ellas crocante. Ella había hecho eso. Los soldados en el amplio claro no eran nada y nadie para ella, la mayoría eran simples mortales y aun así… una mujer estaba cerca de las botas de Manon, su torso abierto limpiamente desde el ombligo hasta el esternón. Sus ojos cafés miraban sin ver al destrozado dosel, su boca aún abierta de dolor. —Puedo quemarlas —ofreció Dorian a nadie. ¿Quién había sido, esta guerrera frente a ella? ¿Para quién peleaba? No a reinos o gobernantes, pero ¿quién había sido valioso para defender en su vida? —Deberíamos alertar al Rey y la Reina de Eyllwe —estaba diciendo Bronwen—. Advertirles a sus príncipes, también. Decirles que mantengan la cabeza baja. Erawan ya no está tomando prisioneros. Manon miró y miró a la guerrera destrozada. Algo en lo que antes encontraba placer. Lo que ella antes adoraba antes que todo el mundo y había hecho sin un poco de arrepentimiento. Solo esperando que su abuela lo aprobara. Que las Ironteeth la aprobaran. Esto era por lo que serían recordadas. Por qué ella sería recordada. La jinete estrella de Erawan. Su Líder de Vuelo. —No las quemes —dijo Manon. Silencio cayó sobre el claro. Pero Manon se arrodilló en la apestosa tierra, sacó sus uñas de hierro y comenzó a excavar. Sacándose los guantes, Asterin se arrodilló en la tierra cercana. Luego Sorrel y Vesta. Luego el resto de las Trece. La helada, firme tierra no se rompió fácilmente. Golpeaba los dedos de Manon, raíces y piedras quemado cuando tocaban su piel. Al otro lado del claro, Karsyn, la bruja cuya escoba Manon había prestado, se comenzó a arrodillar también. Pero Manon alzó una sucia, ya sangrante, mano. La bruja se detuvo. —Solo las Trece —dijo Manon—. Nosotras las enterraremos —las Crochan la miraron y Manon escavó el antiguo suelo—. Los enterraremos a todos.

I Por horas, Manon y las Trece se arrodillaron en la tierra llena de sangre y excavaron la tumba. Dorian ayudó a Bronwen y Glennis en escribir mensajes para el Rey y la Reina de Eyllwe y a sus dos hijos. Advirtiéndoles del peligro, y nada más. Nada de pedidos de ayuda, por ejércitos. Justo antes del amanecer, las mensajeras Crochan regresaron. La gente del sur que las habían convocado allí había llegado justo después de la masacre, demasiado tarde para salvar al bando humado o a las pocas brujas que quedaban. Habían volado directo a Banjali, donde los cuatro alquerraques ayudaban al Rey y la Reina de Eyllwe. No era como si los nobles de Eyllwe lo necesitaran. No, las otras mensajeras Crochan habían regresado con un mensaje del mismo rey: la pérdida del bando era grave en verdad, pero Eyllwe no se había roto por ello. Sus rebeldes y las fuerzas reunidas, aunque pequeñas, aun resistían a Morath, aun no cedían. Seguirían sosteniendo la línea en el Sur y lo harían hasta su último aliento. Dorian, aun así, vislumbró las palabras sin escribir: no tenían un solo soldado extra para Terrasen. Después de lo que había visto, Dorian estaba dispuesto a coincidir. Eyllwe había dado demasiado, por demasiado tiempo. Era momento que descansaran de la carga que llevaban. Dorian se preguntó si Manon notaba a las Crochans que la miraban. No con odio, pero con un poco de respeto. Juntas, las Trece hicieron una tumba masiva, sin siquiera pedirle a sus wyverns que sacaran la tierra. El sol salió y luego comenzó su descenso. Lentamente, la tumba tomó forma. Lo suficientemente grande por cada guerrero caído. Tendría que ir a Morath. Pronto. Antes de que esto ocurriera de nuevo. Antes de que se necesitaran más tumbas masivas. No podía aguantar el pensar en ello, era peor que pensar en otro collar alrededor de su cuello. La noche estaba muy adelantada cuanto Dorian se las arregló para escabullirse. Para cuando encontró un claro vacío, dibujó las marcas y enterró a Damaris en la tierra brillando con su propia sangre. Su convocación respondió rápido esta vez. Aunque no fue Gavin quien salió, brillando, del aire nocturno. La magia de Dorian se movió, preparándose para atacar, mientras la figura se

formaba. Mientras Kaltain Rompier, cubierta en un vestido ónix y su cabello negro suelto, le sonreía tristemente.

I Todas las palabras desaparecieron de la lengua de Dorian. Pero su magia seguía girando a su alrededor, manos invisibles ansiosas por romper huesos. Aunque no había ningún tipo de vida en Kaltain Rompier. Aun así, ella alzó una delgada mano, su vestido de noche y su cabello sedoso flotando con un viento fantasma. —No te voy a herir. —No te convoque a ti —fue lo único que se le ocurrió decir. Los ojos oscuros de Kaltain se deslizaron hacia Damaris, saliendo del círculo de Marcas Wyrd. —¿No lo hiciste? No quería contemplar el por qué o el como la espada la había llamado a ella y no a Gavin. Si la espada tenía voluntad propia, o si el dios que la bendecía orquestó esta reunión. Cualquiera que fuera la verdad que pensaba necesaria mostrarle. —Pensé que habías sido destruida en Morath —le dijo. —Lo fui —su rostro más suave de lo que había visto en toda su vida—. En muchas maneras, fui destruida. Manon y Elide le habían contado lo que había aguantado. Lo que había hecho por ellas. Él inclinó la cabeza. —Lo siento. —¿Por qué? Las palabras sólo salieron, desparramándose de donde las tenía desde los Pantanos de Piedra de Eyllwe. —Por no verte cómo debía hacerlo. Por no saber dónde te llevaron. Por no ayudarte cuando tuve la oportunidad.

—¿Tuviste la oportunidad? La pregunta era calmada, aun así, podía jurar que había un filo en su voz. Él abrió la boca para negarlo. Pero se obligó a sí mismo a recordar, a quien había sido antes del collar, antes de Sorscha. —Sabía que estabas en el calabozo de castillo. Estaba contento con dejar que te pudieras allí. Y luego Perrintong, Erawan, quiero decir, te llevo a Morath y yo no me moleste en pensar en ello —la vergüenza lo cortó—. Lo siento —repitió. Un príncipe heredero, que no había servido a su gente, no realmente. Gavin tenía razón. Los bordes de Kaltain brillaron. —No soy completamente inocente, sabes. —Lo que te ocurrió en Morath no fue tu culpa de ninguna manera. —No lo fue —coincidió ella, una sombra pasando sobre su rostro—. Pero tomé decisiones propias al ir a Rithfold el pasado otoño, al seguir mi propia ambición por ti, por tu corona. Me arrepiento de algunas de ellas. Su mirada fue hacia su brazo desnudo, a la cicatriz que quedó aun en la muerte. —Salvaste a mis amigos —le dijo, y se arrodilló frente a ella—. Dejaste todo por salvarlos y alejar la llave Wyrd de Erawan —él haría lo mismo, si podía sobrevivir a los horrores de Morath—. Estoy en deuda contigo. Kaltain lo miró donde se arrodillaba. —Nunca tuve amigos propios. No como tú. Siempre te envidié por ello. A ti y Aelin. Él alzó la cabeza. —¿Sabes quién es ella? Un fantasma de una sonrisa. —La muerte tiene sus ventajas. No pudo detener su siguiente pregunta. —¿Es… es mejor allí? ¿Estás en paz? —No puedo decírtelo —respondió Kaltain suavemente, sus ojos brillando con entendimiento—. Y no puedo decirte quien está allí conmigo. Él asintió, peleando contra la rigidez de su pecho, la decepción. Pero tiró la cabeza hacia un lado.

—¿Quién te prohíbe hacerlo? Si los doce dioses de esta tierra estaban varados en Erilea, ellos definitivamente no reinaban sobre otros territorios. Los labios de Kaltain se curvaron hacia arriba. —No puedo decírtelo, tampoco —cuando abrió su boca para preguntar más, ella lo cortó—. Hay otras fuerzas trabajando. Más allá de lo que es tangible y lo que se puede saber. Él miró hacia Damaris. —¿Otros dioses? El silencio de Kaltain fue respuesta suficiente. Pero… en otro momento. Lo contemplaría en otro momento. —Nunca pensé en convocarte —admitió—. Tú, que conociste los verdaderos horrores de Morath. No me di cuenta… Dejó que sus palabras se desvanecieran mientras se levantaba. —¿Qué habría algo que convocar de mí? —terminó ella. Él hizo una mueca—. La llave se comió muchas cosas… pero no todas. —¿Esta la tercera en Morath, entonces? Ella asintió gravemente. Su cuerpo brilló, desvaneciéndose suavemente. —Aunque no sé dónde la tenía. No estaba… lista para recibir la segunda cuando tome las cosas en mis propias manos. Ella pasó sus delgados dedos sobre la cicatriz negra que corría por su brazo. Nunca había hablado con ella, no realmente. Apenas le había dedicado más de una mirada o le había sonreído dentro de conversación amables con ella. Y aun así aquí estaba, la mujer que había aniquilado un tercio de Morath, que había devorado a un príncipe Valg con pura fuerza de voluntad. —¿Cómo lo hiciste? —le susurro—. ¿Cómo te libraste de su control? Él tenía que saberlo. Si iba a caminar en el mismo infierno, si iba a ser más que posible que iba a terminar con un collar nuevo en su cuello, tenía que saberlo. Kaltain estudió su cuello antes de mirarlo de nuevo. —Porque pelee contra eso. Porque no pensaba merecer ese collar. La verdad de sus palabras lo golpeó con tanta certeza como si ella hubiera empujado su pecho.

Kaltain sólo preguntó: —Dibujaste las marcas de convocación por una razón. ¿Qué es lo que deseas saber? Dorian guardó la verdad que ella le había dicho, el espejo que ella sostenía a lo que alguna vez había sido y lo que se había convertido. No había sido un príncipe verdadero, no en espíritu, no en necesidades. Había tratado de serlo, pero demasiado tarde. Había actuado demasiado tarde. Dudaba que fuera a ser un rey mejor. Seguramente no cuando había olvidado a Adarlan por pura culpa y furia, preguntándose si valía la pena ser salvada. Como si hubiera una posibilidad de que no lo mereciera. Al final lo preguntó: —¿Estoy listo para ir a Morath? Solo ella podría saberlo. Ella había visto cosas peores que Manon o Elide. Kaltain miró de nuevo a Damaris. —Tú sabes la respuesta. —¿No vas a convencerme de que no vaya? Pero la boca de Kaltain se apretó mientras su vestido ónix comenzaba a mezclarse con la noche. —Tú sabes lo que enfrentaras allí. No es mi lugar decirte si estás listo. Su boca se secó. —Todo lo que has escuchado de Morath es cierto. Es real, y aun así hay cosas peores de las que imaginas. Quédate en la fortaleza. Es el fuerte de Erawan y probablemente el único lugar donde él tendría la llave. Dorian asintió, su corazón comenzando a tamborilear. —Lo haré. Ella dio un paso hacia él, pero se detuvo mientras sus bordes de desvanecían. —No te quedes demasiado tiempo, y no atraigas su atención. Él es arrogante y totalmente egocéntrico, no se molestará en mirar demasiado cerca a lo que podría estar en sus murallas. Se rápido, Dorian. Un temblor corrió por sus manos, pero las cerró en puños. —Si puedo matarlo, ¿debería hacerlo? —No —ella negó con la cabeza—. No saldrás vivo de ello. Tiene una habitación en el fondo de la fortaleza, es donde tiene los collares. Te llevará allí si te atrapa.

Él se puso recto. —Yo… —Ve a Morath, como has planeado. Consigue la llave y nada más. O te encontrarás de nuevo con un collar en tu cuello. Él trago. —Apenas puedo cambiar. Kaltain le dio una sonrisa mientras se disolvía en la luz de luna. —¿En serio? Y luego desapareció. Dorian vio el lugar donde había estado, las marcas Wyrd ya desvanecidas. Solo Damaris estaba allí, testigo de la verdad que de alguna manera había sentido que el necesitaba escuchar. Así que Dorian trato de sentir ese jalón en su magia, el lugar donde el poder en bruto salía y emergía como lo que el deseara. Dejar ir, la orden de la magia del cambiante. Dejar ir todo. Dejar ir esa pared que había construido a su alrededor el momento que el príncipe Valg lo había invadido, y mirar dentro. Hacia sí mismo. Tal vez lo que la espada le trataba de decir al convocar a Kaltain. ¿Quién deseas ser? —Alguien digno de mis amigos —le dijo a la noche—. Un rey digno de su reino —por un momento, cabello como la nieve y ojos dorados pasaron por su mente—. Feliz —susurró, mientras envolvía una mano en la empuñadura de Damaris. Dejar ir de ese poco de terror. La antigua espada se calentó en su mano, un amigable y corriente calor. Pasó por sus dedos, su muñeca. A ese lugar dentro de él donde todas sus verdades estaban, donde se convirtió en calidez con un filo de dolor. Y entonces el mundo creció y se expandió, los árboles se alzaron, la tierra se aproximó… Intentó tocar su rostro, pero se dio cuenta que no tenía manos. Solo alas negras. Solo un pico de ébano que no dejaba pasar las palabras. Un cuervo. Un– Una suave inhalación de aire hizo que moviera su cuello, mucho más fácil en esta

forma, hacia los árboles. Hacia Manon, parada en las sombras de un roble, su sangrienta, sucia mano contra el tronco mientras lo miraba. A la transformación. Dorian tropezó hacia el hilo de poder que lo mantenía en esa extraña, ligera forma. Instantáneamente, el mundo se movió y él creció y creció, regresando a su cuerpo humano, Damaris fría y quieta a sus pies. Sus ropas estaban intactas. Tal vez por las diferencias que existían entre su magia pura y el verdadero don del cambiante. Pero el labio de Manon se curvo hacia sus dientes. Sus ojos dorados brillaban como llamas. —¿Exactamente cuándo pensabas informarme de que ibas a recuperar la tercera Llave Wyrd?

Capítulo 34 Traducido por Blackbeak Corregido por Cotota

—Necesitamos hacer una retirada —le jadeó Galan Ashryver a Aedion mientras se paraban cerca de la tienda de agua en el centro de las filas de su ejército, el Príncipe de la Corono manchado de sangre tanto roja como negra. Tres días de pelear en el frígido viento y nieve, tres días de ser empujados hacia el norte, milla por milla. Aedion tenía soldados en rotación en el frente, y esos que se las arreglaban para dormir unos minutos regresaban a pelear con los pies cada vez más cansados. Él mismo había dejado la línea del frente hace unos minutos, solo después de que Kyllian le había ordenado hacerlo, yendo tan lejos que tiró a Aedion detrás de él, la Perdición pasándolo con dificultad hasta que estuvo allí, el Príncipe Heredero de Wendlyn tragando el agua a los rincones más lejanos de sus fuerzas. La piel bronceada del príncipe tenía cenizas, sus ojos Ashryver oscuros mientras monitoreaba a los soldados corriendo o caminando a su alrededor. —Si nos retiramos aquí, tendríamos que aguantar ser perseguidos hasta Orynth —la garganta de Aedion ardía con cada palabra. Nunca había visto un ejército tan grande. Incluso en Theralis, hace tantos años. Galan le dio a Aedion su pellejo de agua, y Aedion bebió con ganas. —Te seguiré, primo, hasta como sea que esto termine, pero no podemos mantenernos. No otra noche entera. Aedion sabía eso. Se había dado cuenta después de que la batalla había continuado bajo el manto de la oscuridad. Cuando los hombres habían comenzado a preguntar por qué Aelin del Fuego Salvaje no quemaba a sus enemigos. No les daba al menos una luz con la cual poder pelear. Por qué se había desvanecido de nuevo. Lysandra se había transformado en wyvern para batallar a los ilken, pero se había visto forzada a torcer su brazo, para terminar detrás de sus líneas. Buena para matar ilken, sí, pero también un blanco grande para los arqueros y lanceros. Adelante, demasiado cerca para ser cómodo, gritos y el golpe de espadas se alzaban en el cielo. Incluso la magia de la nobleza Fae comenzaba a flaquear, sus soldados con ellos. Cuando eso fallaba, los Asesinos Silenciosos estaban esperando,

destrozando a los Valg e ilken con eficiencia. Pero solo había unos cuantos de ellos. Y todavía no había señales del ejército adicional de Ansel de Briarcliff. Pronto, decía la reina de cabello rojo con una gravedad poco característica hace solo unas horas, la legión con ella se desvanecía rápidamente. El resto de mi ejército llegará pronto. Gruñidos se alzaron cerca, cortando el murmullo de la batalla. El leopardo fantasma no había flaqueado, apenas había descansado. Tenía que volver afuera. Tenía que comer algo y volver. Kyllian podía mantener el orden por un buen tiempo, pero Aedion era su príncipe. Y Aelin no estaba a la vista… caía sobre el mantener a los soldados en las líneas. Aunque esas líneas estaban debilitándose, como fugas en una presa. —El río Lanis en Perranth —murmuró Aedion mientras Ilias y los Asesinos Silenciosos hacían caer a los ilken del cielo, sus flechas encontrando fácilmente los blancos. Alas primero, lo habían aprendido a la mala. Para sacarlos del aire. Luego espadas a la cabeza, para decapitarlos por completo. O se alzarían de nuevo. Y recordarían quien los había intentado matar. —Si nos retiramos hacia el norte —continuó Aedion—, llegamos a Perranth y cruzamos el río, podemos forzarlos a cruzar también. Sacarlos de esa manera también. —¿Hay un puente? —el rostro de Galan se apretó mientras los dos príncipes Valg que quedaban enviaban una ola de poder hacia un puñado de sus soldados. Los hombres se marchitaban como flores en una helada. Una ola de viento y hielo respondió, Sellene o Endymion. Tal vez uno de sus primos. —No uno suficientemente grande. Pero el río está congelado, podríamos cruzarlos y luego derretirlo. —Con Aelin —una dudosa, cuidadosa pregunta. Aedion hizo un gesto hacia la fuente de la respuesta a la ola de magia, ahora deteniendo el poder de los príncipes Valg. —Si los nobles Fae pueden hacer hielo, entonces también pueden derretirlo. Justo bajo los pies de Morath. Los ojos turqueses de Galan brillaron, por el plan o por el hecho de que Aelin no iba a ser la que lo pusiera en acción. —Morath podría adivinarlo. —Hay pocas opciones.

Desde Perranth, ellos tendrían que acceder a más suministros, tal vez tropas frescas vendrían hacia ellos desde la misma ciudad. Pero, el retroceder… Aedion estudio las líneas que se destrozaban una a una, los soldados en sus últimos alient6os. Retirarse y vivir. Pelear y morir. Porque esta resistencia se derretiría, si continuaban así. Aquí, en las tierras del sur, ellos morirían. No había garantía de que Rowan y los otros encontrarían a Aelin. Que Dorian y Manon recuperarían la tercera llave Wyrd y se la darían a su reina, si estaba libre, si la encontraban en el desorden de este mundo. No había garantía de cuantas brujas Crochan Manon podría traer, si eran algunas. Con la armada tan debilitada en la costa de Terrasen para ser de uso alguno, solo las fuerzas restantes de Ansel de Briarcliff podrán ofrecer un alivio. Si no estaban hasta los huesos para ese entonces. No había más opción que aguantar hasta que llegaran. Sus últimos aliados. Porque Rolfe y los Micénicos… no había garantía de que ellos vendrían. Ni una palabra. —Ordena la retirada —le dijo Aedion al príncipe— y diles a Endymion y Sellene que necesitaremos sus poderes tan pronto como empecemos a correr. Para que tiren toda su magia en un escudo poderoso para cuidar sus espaldas mientras trataban de poner tantas millas como fuera posible entre ellos y Morath. Galan asintió, poniéndose el sangriento casco sobre el cabello negro, y camino hacia la caótica masa de soldados. Una retirada. Tan pronto, tan rápido. Todo su entrenamiento, los años brutales de aprender y pelar y liderar, a esto habían llegado. ¿Llegarían hasta Perranth?

I El orden con el cual el ejército había marchado hacia el sur colapso terriblemente en el regreso al norte. Las tropas de los Fae estaban en la retaguardia, los escudos de magia temblando, pero aún se sostenían. Manteniendo las fuerzas de Morath en línea por las faldas de las colidas mientras se retiraban hacia Perranth.

El ruido entre los heridos, cansados soldados pasaba por Lysandra mientras trotaban entre ellos llevando la piel de un caballo. Había dejado que un joven subiera a su espalda cuando vio de reojo que sus intestinos casi colgaban de un agujero en su armadura. Por muchas millas, el fluir de su sangre calentó sus lados mientras él se tiraba sobre ella. El fluir caliente había parado. Congelado. Él también. Ella no había tenido el corazón para tirarlo, dejando su cadáver en el campo para ser aplastado. Su sangre lo había pegado ella de todas maneras. Cada paso era un esfuerzo de su voluntad, sus heridas sanando más rápido que las de los soldados a su alrededor. Muchos caían en la marcha hacia Perranth. Algunos eran levantados, llevados por sus compañeros o extraños. Otros no se volvían a levantar. La resistencia no se tenía que romper tan rápido. El ruido empeoró cuando se acercaron a Perranth, a pesar de unas cuantas horas de sueño la noche pasada. ¿Dónde está la reina? ¿Dónde está su fuego? Ella no podía pelar como Aelin, no de manera convincente y no lo suficientemente bien para mantenerse con vida. Y cuando la Portadora de la Llama peleara sin fuego… podrían descubrirlo en ese momento. Ella huyó. De nuevo. Dos Asesinos Silenciosos notaron en la segunda anoche que el soldado muerto aún estaba en la grupa de Lysandra. No dijeron nada mientras recogían agua caliente para derretir la sangre y tripas que lo habían pegado a ella. Luego para lavarla. Nadie intentó alcanzar al caballo solitario que paseaba por el campamento. Algunos soldados habían alzado tiendas. Algunos dormían al lado de fogatas, bajo mantas y chaquetas. Sus oídos timbraban. Lo habían estado haciendo desde el primer cruce de batalla. No sabía como había encontrado su tienda, pero allí estaba, las solapas abiertas a la noche para revelarlo parado con Galan, Ansel y Ren. El Lord de Allsbrook alzó las cejas mientras ella entraba, su cabeza casi golpeando el techo. Un caballo. Ella aún era un caballo

Ren camino hacia ella, a pesar del cansancio que seguramente pesaba en cada centímetro de él. Lysandra jaló el hilo dentro de ella, el hilo de regreso a su forma humana, la luz parpadeante que la empequeñecería en ello. Los otros solo la miraron mientras ella lo encontraba, peleaba por ello. La magia saco su última fuerza para ella. Para el momento que estaba de nuevo en su propia piel, ya estaba cayendo al suelo cubierto de paja. Ella no sintió el golpe frio en su piel desnuda, no le importaba mientras cayó sobre las rodillas. Ansel ya estaba allí, deslizando su capa alrededor de ella. —¿Dónde carajos has estado? Incluso la Reina del Desierto estaba pálida, su pelo rojo vino pegado a su cabeza bajo la tierra y la sangre. Lysandra ya no tenía manera de hablar. Solo podía arrodillarse, aferrándose a la capa. —Nos movemos una hora antes del amanecer —dijo Aedion, la orden claramente una despedida. Ansel y Galan asintieron, saliendo de la tienda. —Le traeré un poco de comida, Dama —murmuró Ren antes de salir. Botas crujieron contra la paja y luego él estaba rodilla contra rodilla frente a ella. Aedion. No había amabilidad en su rostro. Ni pena ni calidez. Por un largo minuto, solo se miraron entre ellos. Luego, el príncipe rugió lentamente. —Tu plan fue una mierda. Ella no dijo nada, y no pude detener que sus hombros se echaran hacia el frente. —Tu plan era una mierda —le susurró, sus ojos brillando—. ¿Cómo podrías ser ella, vestir su piel, y pensar que podrían salirse con la suya? ¿Cómo pudieron siquiera pensar que podrían evitar el hecho de nuestros ejércitos cuentan contigo para hacer ceniza al enemigo, y todo lo que puedes hacer es huir y salir como alguna bestia en lugar de atacar? —No me culpes por esta retirada —graznó ella. Las primeras palabras que habían dicho en días y días.

—Estuviste de acuerdo a que Aelin fuera a su muerte y nos dejaría aquí para que nos destrozaran. Ustedes dos no le dijeron a nadie de este plan, no nos dijeron a ninguno de nosotros que podrían haber explicado las realidades de esta guerra y que habría necesidad de una maldita Portadora de Fuego y una novata, inútil cambia pieles contra Morath. Golpe tras golpe, las palabras caían sobre su frágil corazón. —Nosotras… —¡Si estabas tan dispuesta a dejar morir a Aelin, entonces deberías dejarla hacer eso después de que incinerara las hordas de Erawan! —No habría detenido a Maeve de capturarla. —¡Si nos hubieran dicho, podríamos haberlo planeado diferente, actuado diferentes, y no estaríamos aquí, malditas! Ella se quedó mirando el heno húmedo. —Échame de tu ejército, entonces. —Lo arruinaron todo —las palabras eran más frías que el viento de fuera—. Tú y ella. Lysandra cerró los ojos. La paja se removió, y ella supo que él se había levantado, lo sabía tanto como que sus palabras la rompían desde arriba de su cabeza agachada. —Sal de mi tienda. No estaba segura de sí se podría mover lo suficiente para obedecer, aunque lo deseaba. Lo necesitaba. Defiéndete. Ella debería defenderse. Debería gritarle, así como él se desquitaba con ella, necesitando un lugar para su miedo y su desesperación. Lysandra abrió los ojos, echando una mirada escondida hacia él. A la ira en su rostro, el odio. Ella se las arregló para levantarse, su cuerpo palpitando del dolor. Se las arregló para mirarlo a los ojos, incluso cuando Aedion le dijo de nuevo con fría tranquilidad: —Fuera. Descalza en la nieve, desnuda debajo de la capa. Aedion miró a sus piernas desnudas, como si se diera cuenta. Y no le importara. Así que Lysandra asintió, agarrando con más fuerza la capa de Ansel, y camino hacia la fría noche.

I —¿Dónde está ella? —preguntó Ren, una taza de lo que olía como sopa en una mano y un pedazo de pan en la otra. El lord escaneo la tienda como si fuera a encontrarla bajo el catre, la paja. Aedion miró a los preciosos y pequeños troncos quemando en la chimenea y no dijo nada. —¿Qué has hecho? —jadeo Ren. Todo estaba a punto de terminar. Había estado condenado desde que Maeve se había llevado a Aelin. Desde que su reina y la cambia pieles habían hecho su trato. Así que no importaba, lo que había dicho. No le importaba si no era justo, no era cierto. No importaba que estaba tan cansado que no podía procesar la vergüenza de tirarle a ella la culpa por la clara derrota que enfrentaría en cuestión de días ante las paredes de Perranth. El deseo que ella lo hubiera golpeado, que hubiera gritado. Pero ella solo lo había dejado gritar. Y había caminado fuera en la nieva, descalza. Había prometido salvar Terrasen, mantener las líneas. Lo había hecho por años. Y aun así esta prueba contra Morath, cuando había contado… él había fallado. Encontraría la fuerza para hacerlo de nuevo. Para preparar a sus hombres. El solo… solo necesitaba dormir. Aedion no notó cuando Ren se fue, sin duda en busca de la cambiapieles de la cual estaba tan malditamente enamorado. Debería convocar a sus comandantes de la Perdición. Ver como pensar en manejar este desastre. Pero no podía. No podía hacer nada más que mirar al fuego mientras la larga noche pasaba.

Capítulo 35 Traducido por Blackbeak Corregido por Cotota

Ella no confiaba en este mundo, este sueño. Los compañeros que habían caminado con ella, llevado allí. El príncipe guerrero con ojos de color pino y que olía a Terrasen. Él, ella no se atrevía a creer del todo. No por las palabras que decía, pero el mero hecho de que estaba allí. Ella no confiaba en que le había quitado la máscara, el hierro. También se habían ido en sus otros sueños, sueños que luego fueron falsos. Pero la Pequeña Gente le habían dicho que era verdad. Todo eso. Dijeron que era seguro, y que podía descansar y que ellos cuidarían de ella. Y esa terrible, incansable presión corriendo en sus venas… se había aligerado. Lo suficiente para pensar, para respirar y actuar más allá del puro instinto. Había sacado tanto como se atrevía, pero no todo. Definitivamente no todo. Así que había dormido. Ella había hecho también, en los otros sueños. Había vivido días y semanas de historias que luego se habían desvanecido como huellas en la arena. Aun así, cuando abrió los ojos, la cueva se mantuvo, más oscura ahora. El poder que rugía se había acomodado profundamente, dormitando. El dolor en sus costillas se había desvanecido, el corte en su brazo había sanado, pero la cicatriz se mantenía. La única marca en ella. Aelin la recorrió con un dedo. Dolor sordo en respuesta. Suave, no la caracha, el dedo. Suave como vidrio mientras frotaba las yemas de su pulgar y su índice juntas. Sin callos. Ni en sus dedos, ni en sus palmas. Totalmente en blanco, limpiado de la huella de años de entrenamiento o del año en Endovier. Pero esta nueva cicatriz, el suave pálpito debajo, eso se quedaba, al menos. Envuelta en el piso, ella miró la cueva. El lobo blanco estaba a su lado, roncando suevamente. La esfera de llamas transparentes aun quemaba a su alrededor, ayudando con la tensión llama por llama. Pero no totalmente. Aelin trago, probando la ceniza.

Su magia abrió un ojo e respuesta. Aelin aguantó la respiración. No aquí, aun no. Le susurró a la llama. Aún no. Pero el fuego estaba a su alrededor y el fuego llameó y se hizo más grueso, secando la cueva. Ella apretó la mandíbula. Aun no, le prometió. No hasta que se pudiera hacer a salvo. Lejos de ellos. Su magia se puso contra sus huesos, pero la ignoró. Le puso correa. La burbuja de llama disminuyó, protestando y se hizo transparente una vez más. A través de ella podía ver un cuenco de agua curvado, las durmientes formas de sus otros compañeros. El príncipe guerrero dormía a solo unos metros al filo del fuego, metido en una alcoba en la pared de la cueva. El cansancio estaba gravado sobre él, pero no se había desarmado. Una espada colgaba de su cinturón, su rubí reflejando la luz de su fuego. Ella conocía esa espada. Una espada antigua, forjada en estas tierras para una guerra peligrosa. También había sido su espada. Esos callos borrados habían encajado perfectamente en su mango. Y el príncipe guerrero que la llevaba había encontrado la espada por ella. En una cueva como esta, llena de reliquias de héroes que llevaban mucho tiempo en el Mas Allá. Ella estudio el tatuaje que serpenteaba en los lados de su cara y su cuello, desapareciendo en sus oscuras ropas. Soy tu compañero. Ella quería creerle, pero este sueño, esta ilusión en la que había caído… No era una ilusión. Él había ido por ella. Rowan. Rowan Whitethorn. Ahora Rowan Whitethorn Galathynius, su esposo y consorte. Su compañero. Ella pronunció su nombre. Él había ido por ella. Rowan.

Silenciosamente, tan despacio que ni el lobo blanco se levantó, ella se sentó, una mano agarrando la capa que olía a pino y nieve. Su capa, su olor tejido en las fibras. Ella se levantó, piernas más tensas de lo que habían sido. Un pensamiento hizo que la burbuja de llama se expandiera mientras ella cruzaba los pocos metros hacia el durmiente príncipe. Ella miró hacia abajo a su rostro, hermoso, pero sin ceder. Sus ojos se abrieron, encontrando los de ella como si supiera donde estaba incluso dormido. Una pregunta silenciosa se alzó en sus ojos verdes. ¿Aelin? Ella ignoró la pregunta silenciosa, incapaz de soportar abrir ese pequeño canal entre ellos de nuevo, y registró las poderosas líneas de su cuerpo, el simple tamaño de él. Un suave viento besado con hielo y rayos se cepilló contra su pared de fuego, un eco de su pregunta. Su magia flameó en respuesta, un poco de poder danzando dentro de ella. Como si hubiera encontrado un espejo de sí misma en el mundo, como si hubiera encontrado la contra melodía a su propia canción. En ninguna de esas ilusiones o sueños, ni una vez, había hecho eso. Había hecho que su propia llama saltara de alegría por su cercanía, su poder. Él estaba allí. Era él y había ido por ella. La llama se derritió en nada más que aire fresco en la cueva. No derretido, más bien absorbido dentro de ella, retrocediendo, una gran bestia luchando contra la correa. Rowan. Príncipe Rowan. Él se sentó, lentamente, una tensión cayendo sobre él. Él sabía. Le había dicho antes, antes de que dejara que el olvido se la llevara. Soy tu compañero. Ellos debían haberle dicho, entonces. Sus compañeros. Elide y Lorcan y Gavriel. Ellos habían estado en la playa donde todo se había ido al infierno. Su magia surgió, y ella movió sus hombros, obligándola a dormir, a esperar, solo un poco más. Ella estaba allí. Los dos estaban allí. ¿Qué podría decirle a él, para explicarle, para arreglarlo? Que había sido usado tan vilmente, que había sufrido tanto, solo por ella.

Había sangre en él. Tanta sangre, empapando sus oscuras ropas. Por las manchas en su cuello, los arcos debajo de sus uñas, parecía que había tratado de lavarse un poco. Pero el olor se mantenía. Ella conocía ese olor, a quien pertenecía. Su columna se apretó, sus miembros de tensaron. Trabajando contra su mandíbula apretada, inhaló profundamente. Forzó una respiración profunda entre sus dientes. Se forzó a traspasar el olor de la sangre de Cairn. Lo que lo hizo a ella. Su mágica se revolvió, aullando. Y luego ella se obligó a decirle, a su príncipe que olía a casa: —¿Está vivo? Frío pasó por los ojos de Rowan. —No. Muerto. Cairn estaba muerto. La tensión en su cuerpo se relajó, solo un poco. su llama, también, disminuyó. —¿Cómo? No había remordimiento en su rostro. —Tú me dijiste una vez en Mistward que si alguna vez te azotaba, entonces me despellejarías vivo —sus ojos no dejaron los de ella mientras le decía con letal silencio—. Me tomé la tarea de darle ese destino a Cairn de parte tuya. Y cuando terminé, me tomé la libertad de separar su cabeza de su cuerpo, luego quemé lo que quedaba —una pausa, un momento de duda—. Siento no haberte dado la oportunidad de hacerlo por ti misma. Ella no tenía la voluntad de sentir una chispa de sorpresa, de maravillarse en la brutalidad de la venganza que él había hecho. No mientras las palabras se asentaban. No mientras sus pulmones se abrían de nuevo. —No podía arriesgar traerlo aquí para que lo mates —continuó Rowan, escaneando su rostro—. O dejarlo vivo. Ella levantó las palmas, estudiando la suave, vacía piel. Cairn había hecho eso. Había despedazado cada parte de ella tan brutalmente que necesitaron hacerla de nuevo. Había quitado cada trazo de quién y qué había sido, lo que había visto y había soportado. Bajó las manos a sus lados. —Estoy feliz —dijo, las palabras eran verdad. Un escalofrío pasó por Rowan, mientras agachaba la cabeza lentamente.

—¿Estás…? —pareció luchar para encontrar la palabra correcta—. ¿Puedo abrazarte? La necesidad pura en su voz la destruyó por dentro, pero ella dio un paso hacia atrás. —Yo… Ella escaneó la cueva, bloqueando la manera en que sus ojos se apagaban cuando ella retrocedió. Al otro lado de la cueva, el gran lago fluía, suave y plano como un espejo negro. —Necesito un baño —dijo ella. Su voz baja y cruda. Aun si no había una sola marca en ella más allá de pies sucios—. Necesito lavármelo —intentó de nuevo. Comprensión endulzó sus ojos. Él apuntó con la mano tatuada hacia el canal cercano. —Hay tela extra con la que te puedes lavar —pasando una mano por su cabello plateado, más largo de cuando ella lo había visto por última vez, en este mundo, la verdad, al menos, él añadió:— No sé cómo, pero encontraron algo de tu ropa vieja de Mistward y la trajeron aquí. Pero las palabras se volvían distantes de nuevo, disolviéndose en su lengua. Su magia rugía, presionando contra su correa, apretando sus huesos. Fuera, aullaba. Fuera. Pronto, prometió ella. Ahora. Se resistía. Sus manos temblaron, se hicieron puño, como si pudiera contenerlo. Así que ella se dio la vuelta, apuntó no hacia el canal, pero hacia el lago más allá. El aire se movió tras ella y sintió como él la seguía. Cuando Rowan vio donde se pensaba bañar, le advirtió: —El agua está apenas arriba de congelada, Aelin. Ella solo tiró la capa en las piedras negras y se metió al agua. Vapor siseo, deambulando a su alrededor en nubes. Ella siguió adelante, tomando la mordida del agua con cada paso, incluso si fallaba en acallar ese calor dentro de ella. El agua estaba clara, aunque el brillo ocultaba en fondo que desaparecía mient5ras ella iba bajo la frígida superficie. El agua estaba silenciosa. Fresca, y en bienvenida, y calmada. Así que Aelin soltó la correa, solo una fracción.

Fuego erupcionó, devorado por la congelante agua. Consumido por ella. Alejaba esa presión, esa nube infinita de calor. Acurrucaba y enfriaba hasta que los pensamientos tomaban forma. Con cada brazada bajo la superficie, hacia la oscuridad, podía sentirlo de nuevo. A sí misma. O lo que sea que quedara de ella. Aelin. Ella era Aelin Ashryver Whitethorn Galanthynius, y ella la Reina de Terrasen. Más magia salía, pero ella mantuvo su agarre. No toda, aun no. Había sido capturada por Maeve, torturada por ella. Torturada por Cairn, su centinela. Pero había escapado, su compañero había venido por ella. La había encontrado, justo como se habían encontrado el uno al otro a pesar de los siglos de matanzas y pérdidas y guerra. Aelin. Ella era Aelin y esto no era una ilusión, era el mundo real. Aelin. Nadó en el lago, y Rowan se sentó en la zona salida de piedra en la costa. Ella se hundió bajo la superficie, dejándose hundir y hundir y hundir y hundir, sus dedos tocando solo fresca, abierta, agua, luchando por un fondo que no iba a llegar. Hacia abajo a la oscuridad, el frío. La antigua, fría agua arrastro lejos la llama y la tensión. Jalaba y chupada y la quitaba. Enfriaba el ardiente centro de ella hasta que tomó forma, una hoja al rojo vivo sacado del fuego y puesto dentro del agua. Aelin. Esa era ella.

I El agua del lago nunca había visto la luz del sol, había fluido del oscuro, frío corazón de las mismas montañas. Podía incluso matar al guerrero Fae más duro en minutos. Y aun así allí estaba Aelin, nadando como si fuera una piscina en el bosque calentada por el sol. Ella se sumergía en el agua, metiendo la cabeza una que otra vez para limpiar su cabello.

No se había dado cuenta de que había estado tan caliente hasta que ella se metió en la frígida agua y el vapor salió. Silenciosamente, ella buceó, nadando bajo la superficie, el agua tan clara que podía ver cada trazo de su apenas brillante cuerpo. Como si el agua hubiera pelado la piel de la mujer y revelara el alma dentro. Pero ese brillo se desvanecía con cara respiración que salía a tomar, bajando su resplandor cada vez que buceaba bajo la superficie. ¿Había querido ella que no la tocara por ese infierno interno, o porque simplemente quería quitarse la mancha de Cairn primero? Tal vez ambas. Al menos comenzó a hablar, sus ojos aclarándose un poco. Se mantuvieron claros mientras ella se sumergía en el agua, el brillo apenas manteniéndose, y ella miró hacia donde él estaba en el salido de piedra negra que estaba en el lago. —Podrías unirte —le dijo al fin. No había calor en sus palabras, solo una invitación. No para que probara su cuerpo de la manera que él anhelaba, necesitaba para poder saber que ella estaba allí con él, pero más bien para estar con ella. —A diferencia de ti —le dijo, tratando de controlar su voz mientras el reconocimiento en el rostro de ella amenazaba con hacer temblar sus rodillas—, no creo que mi magia pueda calentar tan bien si entro. Quería hacerlo, aun así. Dios, quería darse un chapuzón. Pero se obligó a sí mismo a añadir: —Este lago es antiguo. Deberías salir. Antes de que algo salga de allí. Ella no lo hizo, sus brazos continuaban trazando círculos en el agua. Aelin solo lo miro en esa grave, cautelosa manera. —No me rompí —dijo silenciosamente—. No les dije nada. Ella no lo dijo para alabarse, para vanagloriarse. Pero lo hizo para decirle a él, su consorte, donde estaban en esa guerra. Lo que podrían saber sus enemigos. —Sabía que no sería así —se las arregló para decir. —Ella… ella trató de convencerme que esto era un mal sueño. Cuando Cairn terminaba conmigo, o durante, no lo sé, ella trataba de entrar en mi mente —ella miró la cueva, como si pudiera ver el mundo más allá de la misma—. Ella hacia fantasías que se sentían tan reales… Se sumergió un momento bajo la superficie, tal vez necesitaba el agua fría del lago

para ser capaz de escuchar su voz de nuevo; tal vez necesitaba la distancia entre ellos para poder decir esas palabras. Ella salió, peinando su cabello hacia atrás con una mano. —Se sentían así. La mitad de sí mismo no quería saberlo, pero preguntó: —¿Qué tipo de ilusiones? Una pausa larga. —No importa ahora. Demasiado pronto para presionar, tal vez nunca podría. Luego, ella preguntó suavemente: —¿Cuánto tiempo? Tomó la totalidad de sus tres siglos de entrenamiento para esconder la agonía de ella, de su rostro. —Dos meses, tres días y siete horas. Ella apretó la boca, tal vez por la cantidad de tiempo o por el hecho de que él había contado cada una de esas horas lejos. Ella pasó sus dedos por su cabello, sus puntas flotando alrededor de ella en el agua. Aún era demasiado que hubieran pasado dos meses. —Me sanaron después de cada… sesión. Para que no supiera lo que me habían hecho y qué estaba en mi mente y donde quedaba la verdad —borrar sus cicatrices y Maeve tenía una oportunidad en convencerla de que nada de eso era real—, pero los sanadores no recordaban que tan largo era mi cabello, o Maeve quería confundirme más, así que lo hicieron crecer. Sus ojos se oscurecieron a la memoria de por qué, tal vez, ellos necesitaban volver a crecer su cabello para empezar. —¿Quieres que lo corté de nuevo a la altura que tenía la última vez que te vi? —sus palabras eran casi guturales. —No —olas temblaban a su alrededor—. Lo quiero para poder recordar. Lo que le habían hecho, lo que había sobrevivido y lo que había protegido. Incluso con todo lo que él le había hecho a Cairn, la manera en la que él se había encargado de que el macho estuviera vivo y gritara en el proceso, Rowan deseó que el hombre todavía respirara, solo para poder tomarse más tiempo matándolo. Y cuando encontrara a Maeve…

Ese no era su asesinato. Había terminado con Cairn, y no se arrepentía. Pero Aelin… Maeve era suya. Incluso si la mujer dando vueltas en el agua ante él no parecía tener la venganza en su mente. Ni una chispa de esa rabia ardiente que la llenaba. No la culpaba. Sabía que tomaría tiempo, tiempo y distancia, el sanar las heridas internas. Si alguna vez podían sanar. Pero él trabajaría con ella, la ayudaría en cualquier manera posible. Y si ella nunca regresaba a ser la de antes de todo esto, él no la amaría menos. Aelin hundió su cabeza, y cuando salió, le dijo: —Maeve estaba a punto de poner un collar Valg en mi cuello. Se fue para recuperarlo —el olor restante de su miedo llegó hacia él y Rowan se acercó un paso más al borde del agua—. Es por lo que… por lo que huí. Me movió al campamento para mantenerme a salvo, y yo… Su voz se desvaneció, pero ella encontró su mirada. Dejo que él leyera las palabras que no podía decir, en esa manera silenciosa en la que siempre se habían comunicado. Escapar no era mi intención. —No, Corazón de Fuego —jadeó él, negando con la cabeza, el horror llegando a él—. No… no había ningún collar. Ella parpadeó, moviendo la cabeza. —¿Eso también era un sueño? Su corazón se rompió y lucho para encontrar las palabras. Se obligó a decirlas. —No, era real. O Maeve pensó que lo era. Pero los collares, la presencia Valg… fue una mentira que creamos. Para alejar a Maeve, con suerte de ti y de Doranelle. Solo el suave sonido del agua estaba. —¿No había collar? Rowan se arrodilló y negó con la cabeza. —Yo… Aelin, si hubiera sabido lo que ella planeaba hacer con ese conocimiento, lo que tu decidirías hacer… Pudo perderla. No por Maeve o los dioses o el Candado, pero sus propias malditas decisiones. La mentira que él había hecho girar. Aelin se hundió de nuevo bajo la superficie. Tan profundo que cuando la llama apareció, era un poco más que un parpadeo. La luz salía de ella, rompiendo con el lado, iluminando las piedras, el resbaloso

techo sobre ellos. Una erupción silenciosa. Su respiración era irregular. Pero ella nadó hacia la superficie de nuevo, luz saliendo de su cuerpo como pedazos de humo. Casi se había desvanecido cuando ella emergió. —Lo siento —se las arregló para decir. De nuevo, ella movió la cabeza. —No tienes nada por lo que disculparte. Tenía que hacerlo. Él había aumentado su terror, su desesperación. Él… —Si no hubieras planteado esa mentira para Maeve, si ella no me hubiera dicho, no creo que estaríamos aquí ahora —le dijo. Trató de controlar el retorcijón en sus tripas, la urgencia de tocarla, de rogar su perdón. Trató y trató. Ella solo preguntó: —¿Qué hay de los demás? Ella no sabía, no podría saber cómo y por qué todos se habían separado. Así que Rowan le dijo, tan lento y tranquilamente como pudo. Cuando terminó, Aelin se quedó callada por unos minutos. Ella miro la oscuridad, la ruptura de cómo se movía en el agua el único sonido. Su cuerpo casi había perdido todo el brillo. Luego ella pivoteó de regreso a él. —Maeve dijo que tú y los demás estaban en el Norte. Que sus espías los habían visto allí. ¿Plantaron esa mentira para ella también? Él negó con la cabeza. —Lysandra ha sido inteligente, al parecer. La garganta de Aelin se movió. —Yo le creí. Sonaba como una confesión. Así que Rowan se encontró a sí mismo diciendo: —Te dije una vez que incluso si la muerte nos separaba, destrozaría todos los mundos hasta encontrarte —le dio un amago de sonrisa—. ¿Pensabas que esto me iba a detener?

Ella apretó la boca, y al fin, esas agonizantes emociones comenzaron a surgir en sus ojos. —Debías salvar Terrasen. —Considerando que el sol brilla, diría que Erawan no ha ganado. Así que lo salvaremos juntos. No se dejó pensar el costo final de destruir Erawan. Y Aelin parecía no estar en apuro para discutir, tampoco, mientras decía: —Deberías haber ido a Terrasen. Te necesita. —Yo te necesito más —no retrocedió de la pura honestidad en su voz—, y Terrasen te necesitará, también. No Lysandra pretendiendo ser tú, pero tú. Un asentimiento vacío. —Maeve alzó su ejército. Dudo que sea sólo para protegerme mientras estaba lejos. Él apartó ese pensamiento, para considerarlo después. —Puede ser solo para poner sus defensas en la costa, si Erawan cruza el mar. —¿Crees en verdad que eso es lo que planea hacer con ello? —No —admitió—. No lo creo. Y si Maeve pensaba llevar ese ejército a Terrasen, ya sea para unirse con Erawan o simplemente ser otra fuerza golpeando contra su reino, para golpear cuando estaban débiles, tenían que apurarse. Tenían que regresar. Inmediatamente. Los ojos de su compañera brillaron con la misma comprensión y miedo. La garganta de Aelin tembló mientras susurraba: —Estoy tan cansada, Rowan. Su corazón se apretó de nuevo. —Lo sé, Corazón de Fuego. Abrió la boca para decir más, para atraerla a la tierra para que él al menos pudiera abrazarla si las palabras no podían aligerar su carga, pero allí fue cuando lo vio. Un bote, antiguo y con cada centímetro tallado, navegaba fuera de la penumbra. —Regresa a la costa. El bote no estaba vagando, lo estaban jalando. Podía apenas distinguir dos formas oscuras que serpenteaban bajo la superficie. Aelin no dudó, aun así, sus brazadas se mantenían firmes mientras nadaba hacia él.

Ella no retrocedió de la mano que él extendió y envolvió su capa alrededor de ella mientras el bote pasaba. Criaturas negras como anguilas, del tamaño de un hombre, lo empujaban. Sus aletas se movían detrás de ellos como velos de ébano, y con cada aletazo de las largas colas que las propulsaban adelante, él tuvo un vistazo de los ojos blancos como elche. Ciegas. Ellas llevaron el buque con fondo plano lo suficientemente grande para quince machos Fae hasta el borde del lago. Un flash de pequeños, delgados cuerpos entre la oscuridad y la Gente Pequeña se había asomado cerca de una estalagmita. Los otros debieron escuchar sus órdenes a Aelin, porque salieron con las espadas en alto. Un paso detrás de ellos, Elide estaba rezagada con Fenrys, el macho aun en su forma de lobo. —No pueden esperar a que vayamos en eso por las cuevas —murmuró Lorcan. Pero Aelin se giró hacia ellos, su cabello goteando en la piedra donde estaban sus pies desnudos. Medio pensamiento de ella podría secarla, pero no hizo ningún movimiento para hacerlo. —Nos están cazando. —Lo sabemos —le respondió Lorcan, y si no fuera por el hecho de que Aelin lo estaba dejando poner una mano sobre su hombro, Rowan habría tirado al hombre en el lago. Pero las facciones de Aelin no cambiaron de grave, imperturbable calma. —El único camino hacia el mar es por esas cuevas. Era una declaración escandalosa. Había miles de millas en tierra, y no había registro de que estas montañas conectaran a ningún sistema de cuevas que fluía hasta el mismo océano. Para hacerlo, tendrían que ir hacia el norte por ese rango, luego direccionarse hacia el oeste hacia las Montañas Cambrian, y navegar bajo ellas justo hasta la costa. —¿Y supongo que ellos te dijeron eso? El rostro de Lorcan estaba tan duro como el granito. —Cuidado —rugió Rowan. Fenrys sí que le enseñó los dientes al guerrero de cabello negro, su pelaje alzándose. Pero Aelin simplemente dijo: —Sí —su barbilla no bajó ni un centímetro—. La tierra sobre nosotros está llena de soldados y espías. Ir bajo ellos es la única manera.

Elide dio un paso adelante. —Yo iré —le dio una mirada fría a Lorcan—. Puedes probar tu suerte arriba, si eres tan escéptico. La mandíbula de Lorcan se apretó, y una pequeña parte de Rowan se maravilló de ver a la delicada Lady de Perranth filetear al guerrero endurecido por los siglos con solo unas palabras. —Considerar la potencial caída de la situación es sabio. —No tenemos tiempo para considerar —interrumpió Rowan antes de que Elide pudiera armar una respuesta en su lengua—. Necesitamos seguir moviéndonos. Gavriel caminó hacia delante para estudiar el bote amarrado y lo que parecía ser bolsas de suministros en sus robustas planchas. —¿Cómo navegaremos? —Seremos escoltados. —¿Y si nos abandonan? —la desafío Lorcan. Aelin levantó sus inmovibles ojos hacia él. —Entonces tendrás que encontrar una manera de salir, supongo. Una pista, solo una chispa, de temperamento calentaba esas palabras. No había nada más que debatir después de eso. Y tuvieron poco tiempo para empacar. Los otros le dieron privacidad a Aelin para vestirse al lado del fuego mientras inspeccionaban el bote y cuando su compañera salió de nuevo, enfundada en botas, pantalones y varias capas bajo su abrigo, la vista de ella en las ropas de Mistward fue suficiente para que sus tripas se apretaranYa no era una desnuda, cautiva escapada. Aun así, nada de esa malicia, esa alegría y esa libertad suelta iluminaba su cara. El resto del grupo esperaba en el bote, sentados en bancos construidos en los lados altos. Fenrys y Elide se sentaban lo más lejos posible de Lorcan, Gavriel una dorada, constantemente en sufrimiento amortiguación entre ellos. Rowan se quedó en el borde la orilla, una mano extendida hacia Aelin mientras ella se acercaba. Cada uno de sus pasos parecía considerado, como si se maravillara que fuera libre de moverse. Como si sus piernas se ajustaran a estar sin el peso de las cadenas. —¿Por qué? —preguntó Lorcan en voz alta, más para sí mismo—. ¿Por qué dar tanto por nosotros? Ella se dio la vuelta hacia la misma cueva. La Gente Pequeña mirando desde esas

ramas de abedul, desde las piedras y detrás de las estalagmitas. Lenta, profundamente, Aelin les hizo una reverencia. Rowan podría jurar que todas esas pequeñas cabezas se bajaron en respuesta. Un par de grises, esqueléticas manos salieron de una roca cercana, algo brillando entre ellas, y dejó el objeto en el suelo. Rowan se quedó quieto. Una corona de plata y perla y diamante brillaba allí, diseñada como las alas abiertas de un cisne. —La corona de Mab —jadeó Gavriel. Pero Fenrys miró a otro lado, hacia la oscuridad, su cola envolviéndose junto a él. Aelin dio un paso más cerca de la corona. —Se… se cayó al rio. Rowan no sabía cómo la había encontrado, por qué la había visto caer a un río. Maeve mantenía las coronas de sus dos hermanas bajo constante vigilancia, solo sacándolas para ser expuestas en la habitación del trono en ocasiones especiales. En memoria a sus hermanas, decía. Rowan a veces se preguntaba si era un recordatorio de que ella las había superado, de que se había quedado con el trono para sí, al final. La mano gris se movió sobre el filo de la piedra de nuevo y apunto a la corona con un gesto silencioso. Tómala. —¿Quieres saber por qué? —le preguntó Gavriel a Lorcan suavemente mientras Aelin caminaba sobre la piedra. Nada más que reverencia solemne en su rostro—. Porque ella no solo es la Heredera de Brannon, pero también la de Mab. Una señal a su tátara-tátara-abuela, la había provocado Maeve. De quien había heredado su fuerza y su vida inmortal. Los dedos de Aelin se cerraron alrededor de la corona, levantándola suavemente. Brillaba como la misma luz de luna en sus manos. La línea de mi hermana Mab desciende asertiva, Elide decía que eso había dicho Maeve en la playa. En todas las maneras, al parecer. Pero Aelin no hizo ningún movimiento para ponerse la corona mientras se acercaba a el de nuevo, su caminar más firme esta vez. Tratando de no quedarse en la insoportable suavidad de su mano mientras se envolvía en la de él, Rowan la ayudo a subir, luego subió el mismo antes de liberar las cuerdas que los retenían en la orilla. Gavriel siguió, asombro en cada palabra.

—Y eso la hace su reina, también. Aelin se encontró con la mirada de Gavriel, la corona casi brillando en sus manos. —Sí —fue todo lo que ella dijo mientras el bote navegaba hacia la oscuridad.

Capítulo 36 Traducido por Blackbeak Corregido por WinterGirl

―¿Cuánto tomará llegar a la costa? ―el susurro de Elide hizo eco en las paredes de la caverna del rio. Ella se asustó cuando el bote se había aventurado más allá del brillo de la orilla y hacia un pasaje a través del lago, tan oscuro que ella no podía ver sus propias manos ante su cara. Estar atrapada en una oscuridad impenetrable por horas, días, posiblemente más… ¿Había sido así en el cofre de hierro? Aelin no daba señales de que la perpetua oscuridad la molestara, y no había dado señales de iluminar su camino. No había invocado ni una llama. Pero la Pequeña Gente, al parecer, había venido preparado. Y en unos cuantos latidos al entrar al pasaje del rio totalmente oscuro, luz azul había llameado en una linterna que colgaba sobre la curvatura de la proa. No luz, ni siquiera magia. Pero pequeños gusanos que brillaban de azul pálido, como si se hubieran tragado el corazón de una estrella. Se reunían en la linterna, y su suave luz rompía sobre las paredes suaves por el agua. Una gentil, calmante luz. Al menos, lo era para ella. Los machos Fae se sentaban alertas, los ojos brillando con algo animal, usando la iluminación para marcar las cavernas por las que iban tirados de esas extrañas, serpentinas bestias. ―No estamos viajando con fluidez ―respondió Rowan desde donde se sentaba al lado de Aelin casi en la parte de atrás del bote, Fenrys durmiendo a los pies de la reina. Era lo suficientemente grande para que cada uno de ellos se acostara en los asientos, o se reunieran en la proa para comer la pila de frutas y queso―. Y no sabes que tan directamente fluyen estos pasajes. Algunos días debe ser un estimado conservador. ―Tomaría tres semanas llegar a pie si estuviéramos arriba ―explicó Gavriel, su cabello dorado casi platinado por la luz de la linterna―. Tal vez más. Elide jugueteó con el anillo en su dedo, dándole vueltas a la banda. Preferiría viajar un mes a pie que permanecer atrapada en esos oscuros, desairados pasajes. Pero no tenían opción. Anneith no había susurrado una advertencia, no había dicho

nada antes de que se subieran al bote. Antes de que a Aelin le fuera otorgada la corona antigua de la Reina Fae, su derecho de nacimiento y su herencia. La reina había guardado la corona de Mab en uno de sus bolsos, como si n fuera más que un cinturón de espada extra. No había hablado, y no le habían hecho ninguna pregunta. En vez, ella se había pasado las últimas horas sentada en la parte de atrás del bote, estudiando sus manos sin marcas, ocasionalmente mirando las aguas negras bajo ellos. Que esperaba ver además de su propio reflejo, Elide no quería saber. Las caídas y antiguas criaturas de estas tierras eran demasiado numerosas para contar y no muy amigables con los humanos. Recostándose contra la pila de mochilas, Elide miró a su izquierda. Lorcan se había puesto allí, junto al borde del bote. Más cerca de ella de lo que se había sentado en semanas. Sintiendo su atención, sus ojos negros se deslizaron hacia ella. Por unos largos latidos, ella se dejó mirarlo. Él se había arrastrado tras Maeve en la playa para salvar a Aelin. Y él la había encontrado durante su escape, se había asegurado que Aelin lo lograra. ¿Eso quitaba lo que había hecho al invocar a Maeve en la playa desde el principio? Incluso si Maeve había puesto una trampa, si el no sabía lo que ella había planeado para Aelin, ¿borraba su decisión de llamarla? La última vez que hablaron como amigos, había sido a bordo de ese barco en las horas anteriores a la llegada de la armada de Maeve. Él le dijo que tenían que hablar, y ella había asumido que era sobre el futuro, sobre ellos. Pero tal vez lo que él estaba a punto de decirle lo que había hecho, que estaba equivocado al actuar antes de que los planes de Aelin se pusieran en marcha. Elide dejó de retorcer el anillo. Lo había hecho por ella. Ella lo sabía. Él había llamado a la armada de Maeve porque pensaba que serían destruidos por la flota Melisande. Lo había hecho por ella, justo como había tirado el escudo alrededor de ellos el día que Fenrys había mordido un trozo de su brazo, a cambio de que Gavriel la sanara. Pero la reina sentándose detrás de ellos en silencio, sin rastro de ese fuego filoso que llevaba, ni de esa sonrisa malévola que ella le daba a cualquiera que se cruzara en su camino… dos meses con un sadista. Con dos sadistas. Ese había sido el costo, y la carga que Aelin y todos ellos llevarían. El silencio, el fuego apagado era por él. No totalmente, pero en ciertas maneras. La boca de Lorcan se apretó, como si pudiera leer los pensamientos en su rostro. Elide miró hacia delante de nuevo, hacia el frente, hacia donde el techo de la caverna

se hundía tanto que ella podría tocarlo si se levantaba. El espacio se hacía más y más apretado. ―Probablemente sea un pasaje a una caverna más grande ―murmuró Lorcan, como si pudiera ver el miedo en su rostro, también. U olfatearlo. Elide no se molestó en contestar. Pero no podía evitar ese destello de gratitud. Continuaron por la antigua, silenciosa oscuridad, y nadie hablo por un momento después de eso.

I El collar no había sido real. Pero el ejército que Maeve había convocado si lo era. Y Dorian, Manon con él, estaba persiguiendo la Llave Wyrd final. Si la adquiría del mismo Erawan, donde sea que el rey Vlag la tenía, si conseguía las tres… El choque del rio contra su bota era el único sonido, lo había sido por un tiempo. Gavriel hacia guardia en la proa, Loran monitoreaba el lado del bote, su mandíbula apretada. Fenrys y Elide dormían, la cabeza de la dama descansando en su flanco, cabello negro como la tinta esparciéndose sobre el pelaje blanco como la nieve. Aelin miró a Rowan, sentando a su lado, peo sin tocarse. Sus dedos de curvaron en su regazo. Un pestañeo hacia el brillo era la única señal de que estaba consciente de todos sus movimientos. Aelin respiró su olor, dejo que su fuerza se instalara en ella un poco más profundo. Dorian y Manon podrían estar en cualquier lado. Buscar a la bruja y al rey sería una tarea de tontos. Sus caminos se encontrarían de nuevo, o tal vez no. Y si encontraba la última llave y la llevaba a ella, ella pagaría lo que los dioses demandaban. Lo que le debía a Terrasen, al mundo. Pero si Dorian decidía terminarlo por sí solo, forjar la Cerradura… su estómago se volteó. El tenía el poder. Tanto como el de ella, quizás más. Se suponía que era su sacrifico. Su sangre que los salvaría a todos. Dejar que él lo reclamara… Ella podía. Ella debía. Con que Erawan estaba sin duda desatándose sobre Terrasen, con el ejército de Maeve posiblemente causando dolor indescriptible, ella podría dejar que Dorian hiciera eso. Ella confiaba en él.

Incluso si nunca se podría perdonar por ello. Su deuda, se suponía que ella la deuda que ella debía pagar. Tal vez el castigo por fallar en hacer eso sería tener que vivir consigo misma. Tener que vivir con lo que le habían hecho estos meses, también. La oscuridad del río subterráneo la presionada, envolvía sus brazos alrededor de ella y apretaba. Un lugar del que ella nunca podría escapar, no en realidad. Su poder se sacudió, despertando. Aelin tragó, negándose a reconocerlo. Alimentarlo. No podía. No lo haría. Aún no. Hasta que estuviera lista. Había visto el rostro de Rowan cuando ella había dicho lo que su mentira sobre el collar la había motivado a hacer. Había notado la manera en la que sus compañeros la miraban, con pena y miedo en sus ojos. Por lo que le habían hecho, en lo que se convertiría. Un nuevo cuerpo. Un extranjero, extraño cuerpo, como si ella hubiera sido arrancada de uno y tirada en el otro. Diferente a moverse entre sus formas, de alguna manera. No había tratado de cambiar a su cuerpo humano aún. No veía el punto. Sentada en silencio mientras el bote era empujado por la oscuridad, ella sentía el peso de las miradas. Su miedo. Los sentía preguntándose lo rota que debía estar. Tú no te quiebras. Ella sabía que eso era cierto, que había sido la voz de su madre la que le había hablado y nadie más. Ella no se quebraría por eso. Lo que le habían hecho. Lo que quedaba. Por los compañeros a su alrededor, para levantar su desesperación, su miedo, ella no se rompería. Ella pelearía por ello, se arrastraría de regreso, a quien había sido antes. Recordaría como mover las caderas y sonreír y guiñar un ojo. Ella pelearía contra ese jalón permanente en su alma, pelearía para ignorarlo. Usaría este viaje en la oscuridad para arreglarse, lo suficiente para que parezca convincente. Incluso su esta oscuridad fracturada ahora estaba en ella, incluso si hablar era difícil, ella les mostraría lo que ellos querían ver. Una irrompible Portadora de Fuego. Aelin del Fuego Salvaje. Ella le mostraría al mudo esa mentira también. Los haría creerla. Tal vez un día ella lo creería también.

Capítulo 37 Traducido por Blackbeak Corregido por WinterGirl

Días de casi silencioso viaje pasaron. Tres días, si los sentidos de Rowan y Gavriel eran correctos. Tal vez el último llevara un reloj de bolsillo. Aelin no estaba interesada en eso particularmente. Ella usó cada uno de esos días para considerar lo que se había hecho, lo que estaba frente a ella. A veces, el rugido de su magia ahogaba sus pensamientos. A veces dormía. Ella nunca le hacía caso. Navegaban por la oscuridad, el rio bajo ellos tan negro que podrían tranquilamente estar navegando por el reino de Hella. Fue casi al final del cuarto día por la oscuridad y la piedra, sus escoltas llevando el bote sin cansancio, que Rowan murmuró: ―Estamos entrando en territorio de una criatura de caretilla. Gavriel se dio la vuelta en su puesto en la proa. ―¿Cómo lo sabes? Estirado a su lado, aun en forma de lobo, Fenrys movió sus orejas hacia delante. Ella no le había preguntado porque estaba aún en forma de lobo. Nadie le preguntaba a ella por qué estaba en su forma Fae, después de todo. Pero ella suponía que, si él se pasaba a su forma Fae, tal vez se sentiría inclinado a hablar. Para responder estas preguntas que él tal vez no estaba listo para discutir. Podía solo comenzar a gritar y gritar a lo que se le había hecho a él, a Connall. Rowan apuntó con su dedo tatuado hacia una alcoba en la pared. La sombra ocultaba sus contenidos, pero mientras la linterna azul lo tocaba, el oro brillaba por el suelo de piedra. Oro antiguo. ―¿Qué es una criatura de carretilla? ―susurró Elide. ―Criaturas hechas de malicia y pensamientos ―respondió Lorcan, escaneando el pasaje, una mano posándose en el pomo de su espada―. Codician oro y tesoros, e infestan tumbas de reyes antiguos y reinas para poder esperar allí. Odian la luz de cualquier tipo. Con suerte, esto los mantendrá lejos. Elide se encogió y Aelin se sintió inclinada a hacer lo mismo.

En vez, ella encontró el habla suficiente para decirle a Rowan: ―¿Estas son las mismas que estaban bajo los montículos de entierro que visitamos? Rowan se enderezó, ojos brillando por su pregunta, o al hecho de que ella había hablado. Él se había quedado a su lado esos días, una silenciosa, constante presencia. Incluso cuando dormía, él estaba unos metros más allá, aun sin tocarse, pero solo allí. Lo suficientemente cerca para que el olor a pino y nieve la ayudara a dormir. Rowan puso una mano en el bode del bote. ―Hay muchos montículos con criaturas de carretilla en Wendlyn, pero no más entre Cambrias y Doranelle además de a los que fuimos. Por lo que sabemos ―él se corrigió―, no me había dado cuenta de que sus tumbas se habían cavado tan profundas. ―Las criaturas necesitan una manera de entrar, con las puertas de la tumba probablemente selladas ―observó Gavriel, estudiando la larga apertura que apareció justo delante. No una apertura, pero una boca seca de cueva que fluía el borde del rio antes de alzarse fuera de vista. ―Detengan el bote ―dijo Aelin. Silencio por la orden, incluso de Rowan. Aelin apuntó al labio de orilla cerca de la boca de la cueva. ―Detengan el bote ―repitió. ―No creo que podamos ―murmuró Elide. En verdad, las dos habían recurrido a usar una palanga para sus necesidades estos días, los machos metiéndose en cualquier conversación posible para hacer el silencio más soportable. Pero el bote fue hacia el huevo, su velocidad reduciéndose. Fenrys se levantó, oliendo el aire mientras se acercaban al borde. Rowan y Lorcan se inclinaron hacia fuera extendiendo las manos contra la piedra para impedir que choquen demasiado fuerte. Aelin no esperó a que el bote dejara de moverse antes de que tomara una linterna y saltara a la tierra suave del rio. Rowan maldijo, saltando detrás de ella. ―Quédense aquí ―le advirtió a quien sea quedara en el bote. Aelin no se molestó en ver quien obedecía mientras caminaba hacia el pueblo.

I La reina había sido descuidada antes de que Cairn y Maeve trabajaran en ella por dos meses, pero parecería que ella aun tendría un poco de sentido común grabado en ella. Aun así, Lorcan se refrenó de decir eso mientras se encontró a sí mismo a solas con Elide en el bote. Gavriel y Fenrys habían ido tras Rowan y Aelin, su camino marcado solo por el brillo azul que se desvanecía de las paredes. No luz de fuego. Ella no les había mostrado una sola llama desde que habían entrado a la cueva. Elide se quedó sentada frente a él en el lado izquierdo del bote, su espalda descansando contra el filo curvado. Había estado callado estos últimos minutos, mirando la ahora oscura boca de la cueva. ―Las criaturas carretillas no son nada que tener si estas armado con magia ― Lorcan se encontró a si mismo diciendo eso. Los oscuros ojos de ella se deslizaron hacia él. ―Bueno, no tengo nada de eso, así que perdóname si me mantengo alerta. No, ella le había dicho una vez que, aunque la magia fluía en la familia Lochan, ella no tenía nada de ello. Él nunca le había dicho que consideraba su inteligencia como una gran magia por sí sola, sin importar los susurros de Anneith. Elide siguió. ―No son las criaturas las que me preocupan. Lorcan miró el silencioso rio que fluía, las cavernas a su alrededor, antes de decir: ―Le va a tomar tiempo ajustarse de nuevo. Ella se lo quedó mirando con esos malditos ojos. Él puso sus brazos en sus rodillas. ―La tenemos de vuelta. Está con nosotros ahora. ¿Qué más quieres? De mí, era lo que no necesitaba añadir. Elide se enderezó. ―No quiero nada. De ti.

Él apretó los dientes. Aquí sería donde lo harían, entonces. ―¿Cuánto más se supone que debo hacer penitencia? ―¿Te estás aburriendo? Él gruñó. Ella solo lo miró. ―No me di cuenta que estabas haciendo penitencia. ―Estoy aquí, ¿no es así? ―¿Por quien, exactamente? ¿Rowan? ¿Aelin? ―Por ambos. Y por ti. Allí estaba. Que eso este puesto entre ellos. A pesar del brillo azul de la linterna, él podía ver el rosado que se esparció por sus mejillas. Aun así, la boca de ella se apretó. ―Te lo dije en la playa: no quiere tener nada que ver contigo. ―¿Así que un error y yo soy tu enemigo eterno? ―Ella es mi reina, y tu convocaste a Maeve, luego le dijiste donde estaban las llaves y te paraste allí mientras veías lo que le hacían. ―Tú no tienes idea de lo que un juramento de sangre puede hacer. Ninguna. ―Fenrys rompió el juramento. Encontró una manera. ―Y si Aelin no hubiera estado allí para darle otro, él habría muerto ―dejó salir una baja risa sin alegría―. Tal vez eso es lo que habrías preferido. Ella ignoró su último comentario. ―Lo hice ―le gruñó―. Peleé con todo lo que tenía. Y no fue suficiente. Si ella me hubiera ordenado que cortara tu garganta, lo habría hecho. Y si hubiera encontrado una manera de romper el juramento, habría muerto y ella podría haberte matado a ti o te habría llevado con ella después. En esa playa, mi único pensamiento era que Maeve se olvidará de ti que te dejara ir… ―¡No me importa lo que me pase a mí! ¡No me interesaba por mí misma en esa playa! ―Bueno, pues yo si ―el grito de sus palabras hizo eco a través del agua y la piedra, y el bajó la voz. Cosas peores que criaturas de carretilla podrían venir a meter las narices aquí―. A mí me importaste en esa playa. Y a tu reina también.

Elide negó con la cabeza y apartó la mirada, mirar a cualquier lado, al parecer, pero a él. Esto era lo que venía de abrir una puerta a un lugar de el a quien nadie más había llegado. Este desorden, este vacío en su pecho que lo obligaba a querer arreglar las cosas. ―Resiénteme todo lo que quieras ―le dijo, maldiciendo la ronquera en su voz―. Estoy seguro que sobreviviré. Dolor pasó por sus ojos. ―Bien ―dijo ella, su voz frágil. Él odiaba esa fragilidad más que a nada que se había encontrado. Se odiaba a si mismo por causarla. Pero él tenía limites a que tan bajo se arrastraría. Había dicho lo suyo. Si ella quería lavarse las manos en el para siempre, entonces el encontraría la manera de respetarlo. De vivir con ello. De alguna manera.

I La cueva ascendía por unos cuantos metros, luego se nivelaba y se metía con la piedra. Un pasaje brusco escarbado no por el agua o la edad, se dio cuenta Rowan, pero por manos mortales. Tal vez reyes muertos hace mucho tiempo y lores que habían tomado el rio subterráneo para depositar a sus muertos antes de sellar las tumbas a la luz y el aire de la superficie, el conocimiento de estos caminos muriendo con sus reinos. Un brillo fantasmal pulsaba de la linterna que Aelin sostenía, bañando las paredes de la cueva en azul. El la alcanzó rápidamente y ahora caminaba a su lado, Fenrys trotando a sus talones y Gavriel en la retaguardia. Por qué Aelin necesitaba detenerse, lo que necesitaba ver, el solo podía adivinarlo mientras el pasaje se abría en una pequeña caverna y el oro brillaba. Oro por todos lados, y una sombra envuelta en desgastadas mantas negras estaba cerca del sarcófago en el centro. Rowan gruño una advertencia, pero Aelin no se detuvo. Una mano curvada a su lado, ella se quedó en silencio. La criatura siseo. Aelin solo la miró. Como si no quisiera, no pudiera, tocar su poder.

El pecho de Rowan se apretó. Luego envió un latigazo de hielo y viento por la cueva. La criatura se encogió una sola vez, y desapareció. Aelin miró por un latido a donde había estado, y luego lo miró sobre su hombro. Gratitud brillaba en sus ojos. Rowan solo asintió. No te preocupes por ello. Aun así, Aelin se volvió, cerrando esa silenciosa conversación mientras observaba el espacio. Tiempo. Tomaría tiempo para que ella sanara. Incluso si sabía que su Corazón de Fuego pretendiera lo contrario. Así que Rowan miró también. Por la tumba, más allá del sarcófago y el tesoro, un arco abriéndose hacia otra habitación. Tal vez otra tumba, o una salida. ―No tenemos tiempo para averiguarlo ―murmuró Rowan mientras ella caminaba en la tumba―, y las cuevas siguen siendo más seguras que la superficie. ―No estoy buscando una salida ―dijo en esa tranquila, inmovible voz. Ella se detuvo, tomando un puñado de monedas de oro estampada con la cara de un rey―. Vamos a necesitar fondos para nuestros viajes. Y dios sabe que más. Rowan arqueó una ceja. Aelin se encogió de hombros y se metió el oro en un bolsillo de su capa. ―A menos que el penoso choque que escuché de las monedas en su bolsillo no indicara que estas bajo de fondos. Esa chispa de humor, esa broma… estaba intentando. Por él, o por los demás, tal vez por sí misma, lo estaba intentando. Él no podía ofrecerlo menos, entonces. Rowan inclinó la cabeza. ―Estamos en verdad con mucha necesidad de llenar nuestras arcas. Gavriel tosió. ―Esto pertenece a los muertos, sabes. Aelin añadió otro montón de monedas a su bolsillo, comenzando un circuito alrededor de la tumba llena de tesoros. ―Los muertos no necesitan comprar pasajes en un arco. O caballos. Rowan le dio al León una sonrisa torcida. ―Ya escuchaste a la señorita.

Una luz erupcionó de donde Fenrys había estado oliendo un cofre de joyas, y luego el hombre estaba parado allí. Sus ropas grises gastadas, pero intactas, en mejor forma que ese vacío en sus ojos. Aelin pausó su saqueo. La garganta de Fenrys se movió, como si tratara de recordar el habla. Luego dijo roncamente: ―Necesitamos más bolsillos. Palpó los suyos como referencia. Los labios de Aelin se curvaron en el fantasma de una sonrisa. Ella pestañeo hacia Fenrys, tres veces. Fenrys pestañeó en respuesta una vez. Un código. Habían hecho un código silencioso para comunicarse cuando el había sido obligado a permanecer en forma de lobo. La sonrisa de Aelin se mantuvo, sólo un poco, mientras ella caminaba al hombre de color dorado, su piel bronceada gris. Ella abrió los brazos en una silenciosa oferta. Para dejarlo decidir si quería el contacto. Si podía soportarlo. Justo como Rowan había dejado que ella decidiera si quería ser tocada. Un pequeño suspiro salió de Fenrys antes de que envolviera a Aelin en sus brazos, un temblor esparciéndose por él. Rowan no podía ver el rostro de ella, tal vez no lo necesitaba, mientras sus manos apretaban la cacheta de Fenrys con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos. Una buena señal, un pequeño milagro, que cualquiera de ellos deseara, pudiera ser tocado. Rowan se recordó a si mismo de ello, incluso si una intrínseca, masculina parte de él se tensó por el contacto. Un bastardo Fae territorial, alguna vez le dijo ella. Él daría lo mejor de sí para no hacer honor al título. ―Gracias ―dijo Aelin, su voz pequeña de una manera que hizo que el pecho de Rowan se rompiera más. Fenrys no respondió, pero por la angustia en su rostro, Rowan sabía que no tenía que agradecer. Ellos se separaron, y Fenrys acunó su mejilla. ―Cuando estés lista, podemos hablar. De lo que habían aguantado. Para desvelar lo que había pasado. Aelin asintió, dejando salir una respiración.

―Igualmente. Ella volvió a meter oro en sus bolsillos, pero miró de regreso a Fenrys, su rostro retraído. ―Te di el juramento de sangre para salvar tu vida ―dijo ella―, pero si no lo quieres, Fenrys, yo… podemos encontrar una manera de liberarte. ―Lo quiero ―dijo Fenrys, ningún rastro de su usual humor. Él miró hacia Rowan e inclinó la cabeza―. Es un honor para mí servir en esta corte. Y servirte a ti ―le añadió a Aelin. Ella batió una mano como para quitárselo de encima, aunque Rowan no falló en notar un brillo en sus ojos mientras ella se agachaba para coger más oro. Dándole un momento, el camino hacia Fenrys y puso una mano en su hombro. ―Es bueno tenerte de vuelta ―le añadió, tropezando un poco en la palabra―. Hermano. Porque eso era lo que serian. Lo que nunca habían sido antes, pero lo que Fenrys había hecho por Aelin… Si, hermano era como lo llamaría Rowan. Incluso si el de Fenrys… Los ojos de Fenrys se oscurecían. ―Ella mató a Connall. Hizo que se apuñalara sí mismo en el corazón. Un collar de perlas y rubíes se deslizó de los dedos de Gavriel. La temperatura de la tumba subió, pero no hubo una señal de llamas, ningún movimiento de cenizas. Como si la magia de Aelin hubiera salido, solo para ser atada de nuevo. Aun así, Aelin siguió metiendo oro y joyas en sus bolsillos. Ella lo había visto, también. Esa matanza. Pero fue Gavriel, acercándose con pies silenciosos incluso con las joyas y el oro en el suelo, quien puso una mano en el hombro de Fenrys. ―Nos aseguraremos de que esa deuda sea saldada antes del final. El León nunca había dicho esas palabras, no sobre su anterior reina. Pero la rabia quemaba en sus ojos de león. Dolor y furia. Fenrys respiró profundamente y dio un paso atrás, la perdida en su rostro mezclándose con algo que Rowan no podía identificar. Pero ahora no era momento de preguntar, o de entrometerse. Ellos llenaron sus bolsillos con tanto oro como podían, Fenrys yendo tan lejos que

hizo su chaqueta negra en un bolso improvisado. Cuando estaba cerca de tocar el suelo con oro, los hilos forzándose, él se regresó silenciosamente por el pasillo. Gavriel, aun incómodo por su vergonzoso saqueo, lo siguió un momento después. Aelin siguió escogiendo el tesoro. Ella había sido más selectiva que el resto, examinando piezas con lo que Rowan asumía era el ojo de un joyero. Los dioses saben que ella tenía suficientes lujos para decir cual sacaría el mejor precio en el mercado. ―Deberíamos irnos ―le dijo. Sus bolsillos estaban casi a reventar, todos sus pasos pesados Ella se levantó de un cofre de metal que había estado examinado. Rowan se quedó quieto mientras ella se acercaba, algo metido en su palma. Solo fue cuando ella se detuvo lo suficientemente cerca para que el la tocara que ella abrió sus dedos. Los anillos de oro estaban allí. ―No sé las costumbres Fae ―dijo ella. El anillo más grueso tenía un elegante rubí en la banda, mientras que el más pequeño tenía una brillante esmeralda rectangular encima, la piedra tan grande como una uña―, pero en las bodas humanas, se intercambian anillos. Sus dedos temblaron, solo un poco. Demasiadas palabras quedaban colgadas entre ellos. Aun así, ahora no era momento para esa conversación, para esa curación. No cuando estaban en camino lo más rápido posible, y esta oferta que ella le hacía, esta prueba de que ella aun quería lo que estaba entre ellos, los votos que habían jurado… ―Asumo que la esmeralda brillante es para mí ―dijo Rowan con una media sonrisa. Ella ahogó una risa, y el no trató de temblar de alivio, trató de no caer de rodillas mientras ella deslizaba el anillo con el rubí en su dedo. Le quedaba a la perfección, el anillo sin duda forjado para el rey que estaba en esa guarida. Silenciosamente, Rowan tomó la mano de ella y deslizó el anillo de la esmeralda. ―Hasta el final ―le susurró. Plata delineo sus ojos. ―Hasta el final. Un recordatorio, una promesa, más sagrada que los votos de matrimonio que habían jurado en esa nave.

De caminar ese camino juntos, de regreso de la oscuridad de ese ataúd de hierro. De enfrentar lo que los esperaba en Terrasen, al diablo con las promesas antiguas de los dioses. Él paso su pulgar sobre su mano. ―Haré el tatuaje de nuevo ―ella tragó, pero asintió―. Y ―añadió― me gustaría hacer otro. Sobre mí, y sobre ti. Las cejas de ella se alzaron, pero él apretó las manos. Tendrás que esperar y ver, Princesa. Otro fantasma de una sonrisa. Ella no se alejó de las palabras silenciosas esta vez. Típico. Él abrió la boca para hacer la pregunta que se moría por hacer desde hacía días. ¿Puedo besarte? Pero ella apartó la mano de él. Admirando el anillo de bodas en su dedo, su boca se apretó mientras daba la vuelta a su palma. ―Necesito volver a entrenar. Ni un solo callo quedaba en sus manos. Aelin frunció el ceño hacia su delgado cuerpo. ―Y ganar músculo de nuevo. Un ligero temblor abrazaba sus palabras, pero ella apretó sus manos en puños a los lados y sonrió hacia sus ropas, hacia el atuendo de Mistward. ―Sera justo como los viejos tiempos. Intentando. Ella estaba saliendo y moviéndose e intentando. Así que él también lo haría. Hasta que ella no tuviera que hacerlo más. Rowan le dio una sonrisa torcida. ―Justo como los viejos tiempo ―le dijo, siguiéndola fuera de la alcoba y de vuelta al río oscuro―, pero con menos siestas. Él podía jurar que el pasaje se calentó. Pero Aelin continuó. Luego. Esa conversación, ese negocio sin terminar entre ellos, vendría luego.

Capítulo 38 Traducido por Blackbeak Corregido por WinterGirl

La reina y su consorte necesitaban un momento privado, al parecer. Elide se había sorprendido más al ver a Fenrys en su hermosa forma de hombre que por el oro que él y Gavriel llevaban, casi saliéndose de los bolsillos. Lorcan rió suavemente mientras empacaban el tesoro en sus bolsas. Más de lo que algunas personas podrían imaginar. ―Al menos ella está pensando un paso más adelante. Fenrys se quedó quiera mientras se arrodillaba sobre su bolsa, el oro en sus manos brillando como su cabello. No había nada remotamente cálido en sus ojos. ―Estamos en esta posición por ti. Elide se tensó mientras Lorcan se petrificaba. Gavriel se detuvo mientras empacaba, una mano pasando a la daga a su lado. Pero el guerrero de cabello negro solo inclinó su cabeza. ―Así me lo han recordado ―dijo, pero no miró a Elide. Fenrys le mostró los dientes. ―Cuando salgamos de esta ―le siseó―. Tú y yo vamos a arreglar las cosas. La sonrisa de Lorcan fue un brutal corte blanco. ―Será un placer. Elide sabía lo que quería decir. Él estaría agradecido de tomar lo que sea que Fenrys tirara en su camino, de meterse en el devastador, sangriento conflicto. Gavriel dejó salir un suspiro, sus ojos atigrados encontrándose con Elide. Nada podía ser dicho o hecho ara convencerlos de otra cosa. Aun así, Elide se encontró a si misma respirando profundo para sugerir que pelear el uno con el otro, venganza o no, no los llenaría, cuando Aelin y Rowan salieron del pasaje. Goldryn colgaba del lado de la reina, indudablemente devuelta a ella por el príncipe. Su brillante rubí se veía como una ametista en la luz azul de la linterna, moviéndose con cada paso de Aelin.

Ellos apenas se habían subido al bote cuando un siseo vino del pasaje del cual habían salido. Tensándose, Rowan y Gavriel empujaron fluidamente el bote de la costa. Las criaturas que los empujaban comenzaron a moverse, llevándolos más lejos dentro del río. Con las hojas brillando, todos los guerreros inmortales esperaron con quietud letal. Aelin no tomó a Goldryn. No levanto una mano en llamar. Ella apenas se quedó al lado de Elide, su rostro como piedra. El siseo aumentó. Escamosas, oscuras manos se agarraban al arco del pasaje, retrocediendo cada que se encontraban con la luz. ―Alguien está molesto por el tesoro. ―Pues que se forme ―dijo Aelin y Elide podía jurar que el dorado de los ojos de la reina brillo. Una llama de luz escondida muy al fondo, luego nada. Un viento besado por el hielo pasó por las cuevas. El siseo se detuvo. Temblando, Elide murmuró: ―Creo que no me importaría el no regresar a estas tierras. Fenrys rió, una risa ligera que no encontró sus ojos. ―Estoy de acuerdo contigo, Lady.

I Navegaron por la oscuridad por otro día más, luego dos. Aun así, el mar no aparecía. Aelin estaba durmiendo, un tranquilo, pesado sueño, cuando una mano fuerte sacudió su hombro. ―Mira ―susurró Rowan, su aliento raspando su oreja. Aelin abrió los ojos a una pálida luz. No el océano, se dio cuenta mientras se sentaba, los otros moviéndose, sin duda por las palabras de Rowan. Arriba, agarrándose del cielo de la caverna como si fueran estrellas atrapadas bajo la piedra, pequeñas luces azules brillaban.

Gusanos Brillantes, como los de la linterna. Miles de ellos, hechos infinitos por el reflejo del agua. Estrellas arriba y abajo. Del rabillo del ojo, Aelin vio como Elide presionaba una mano contra su pecho. Un mar de estrellas, eso era en lo que se había convertido la cueva. Belleza. Todavía había belleza en este mundo. Las estrellas aun brillaban, aun quemaban con fuerza, incluso enterradas bajo tierra. Aelin respiró el aire fresco de la caverna, la luz azul. Dejó que todo fluyera dentro de ella. Alcanzar las estrellas. Ella había prometido hacer eso. Había hecho mucho hacia eso, pero aún quedaba por hacer. Tenían que apresurarse. ¿Cuántos habían sufrido a las garras de Morath? La belleza resistía, y ella pelearía por ello. Necesitaba pelear. Era el constante murmullo en su sangre, en sus huesos. Justo al lado del poder que había guardado muy al fondo e engoraba con cada respiración. Pelea, una última vez. Había escapado para poder hacerlo. Pensaría en todos lo que aun desafiaban a Morath, desafiaban a Maeve, mientras entrenaba. No dudaría. No se atrevería a pausar. Ella haría que este tiempo valiera la pena. En todas las maneras posibles. La esmeralda en su anillo de matrimonio brillaba con su propio fuego. Era egoísta de su parte, el fortalecer ese lazo cuando su propia sangre la destinaba a un altar de sacrificio, y aun así se había bajado del bote para encontrarlos. Los anillos. Saquear la cueva había sido un pensamiento secundario. Pero si ella no iba a tener cicatrices, ningún recordatorio de lo que había sido o de lo que ella era y lo que había prometido, entonces necesitaba este pedazo de prueba. Aelin podía jurar que las estrellas vivientes arriba cantaban, un coro celestial que flotaba por las cuevas. Una canción de estrellas se llevaba por la corriente del rio, corriendo a su lado, durante las últimas millas hacia el mar.

Capítulo 39 Traducido por Blackbeak Corregido por Cotota

El ejército del enemigo no llegó en tres días, o cuatro, pero sí en cinco. Una bendición y una maldición, decidió Nesryn. Una bendición, por el tiempo que les había dado para prepararse, para que los ruks cargaran a algunos de los más vulnerables de Anielle a un campamento lleno de nieve más allá de los Colmillos. Una maldición por el miedo que dejaba que infestara la fortaleza. Para el atardecer del tercer día, podían ver las líneas negras marchando hacia ellos desde las andanas de Oakwald que ellos habían derribado. Para el amanecer del quinto día, estaban cerca de las orillas del lago, el plano. Nesryn estaba sentada sobre Salkhi en uno de los espirales de la fortaleza, Borte sobre Arcas al lado de ella. —Para ser el ejército de un demonio, marchan más lento que el ej de mi propia madre. Nesryn soltó una risa. —Los ejércitos tienen trenes de guarniciones, y este tiene que cruzar un río y cortar un bosque. Borte olfateó. —Parece como un montón de problemas por una ciudad tan pequeña. En verdad, los cabalgantes de ruk no estaban impresionados con Anielle, definitivamente no después de hacer campamentos en Antica antes de que pasaran a estas tierras. —Salvamos esa ciudad, tomamos la Brecha Ferian al norte de ella y podemos hacer un camino hacia el norte. Puede ser un lugar feo, pero es vital. —Oh, la tierra es hermosa —dijo Borte mirando hacia el lado que se brillaba bajo la luz de invierno, vapor saliendo de las aguas termales cercanas—, pero los edificios… —ella hizo una mueca. Nesryn se carcajeó. —Puede que tengas razón.

Durante unos momentos, vieron como el ejército de acercaba más. La gente huía en las calles, apurándose subiendo los interminables escalones de la fortaleza y los batallones. —Estoy sorprendida de que Sartaq dejaría que su futura emperatriz vuele contra ellos —dijo Borte pícaramente. La chica había sido insufrible estas semanas. Nesryn frunció el ceño. —¿Dónde está Yeran? Borte le sacó la lengua, a pesar del ejército marchando hacia ellos. —Quemándose en el infierno, no me importa. Incluso lejos de sus respectivos nidos y las antiguas rivalidades, el par de prometidos no se habían acercado entre ellos. O tal vez era parte del juego que ellos jugaban, que habían estado jugando por años. El fingir odiarse, cuando era tan claro que matarían a cualquiera que fuera una amenaza para el otro. Nesryn levantó las cejas, y Borte se cruzó de brazos, sus trenzas gemelas volando en el aire. —Está llevando a los dos últimos sanadores a la fortaleza. En verdad, un ruk casi negro volaba desde el plano. —¿Ninguna inclinación a finalmente casarse antes de la batalla? Borte retrocedió. —¿Por qué debería? Nesryn sonrió. —¿Para poder tener tu noche de bodas? Borte ladró una risa. —¿Quién dice que aún no la tengo? Nesryn se quedó boquiabierta. Pero Borte sólo inclinó la cabeza, y chasqueo la lengua a Arcas, y la jinete y el ruk se sumergieron en el cielo. Nesryn salió detrás de Borte hasta que llego al plano, pasando por Yeran y su ruk en una atrevida maniobra que algunos podrían interpretar como un gigante, vulgar, gesto al guerrero.

El ruk de Yeran se estiró en ira, y Nesryn sonrió, sabiendo que Yeran probablemente haría lo mismo, incluso con los dos sanadores volando con él. Aunque la sonrisa de Nesryn fue corta mientras veía de nuevo al ejército que se acercaba y se acercaba a cada momento. Una irrompible, inmovible masa de acero y muerte. ¿Acamparían hasta el amanecer, o atacarían al anochecer? ¿El asalto seria rápido y letal, o largo y brutal? Había visto sus trenes de cargamentos. Estaban preparados para quedarse todo el tiempo que tomara destruir esta ciudad. Y aniquilar cualquier alma que estuviera en ella.

I Los tambores de hueso comenzaron a sonar al anochecer. Yrene se paró en uno de los parapetos más altos de la fortaleza, contando las antorchas que se espacian por la noche, y peleo por mantener la cena en su estómago. No era diferente de los otros alimentos que había comido ese día, se dijo a sí misma. Las comidas que había tratado de comer sin hacer arcadas. El parapeto estaba lleno de soldados y curiosos, todos viendo hacia el ejército al borde del campo que separaba el límite de la ciudad, todos escuchando ese murmullo de silencio con el imparable tamborileo. Un terrible, constante ritmo. Con la meta de afectar, de romper la voluntad de alguien. Ella sabía que continuarían toda la noche. Les quitaría el descanso, les haría temer el amanecer. La fortaleza estaba tan llena como era posible, los pasillos a reventar de chiquillos. Ella y Chaol le habían cedido su habitación a una familia de cinco, los niños demasiado jóvenes para hacer el viaje a los Desiertos, incluso a lomos de un ruk. En el frígido aire, un infante se tornaría azul del frío en solo minutos. Yrene pasó una mano por la pared a la altura de la cintura. Gruesa, antigua piedra. Ella suplicaba que se sostuviera. Catapultas. Había catapultas en el ejército debajo. Había escuchado el último reporte de Falkan en el desayuno. El campo mismo está repleto con suficientes rocas de los días que había sido parte del lago que Morath no tendría problema encontrando cosas que lanzarles. La advertencia había tenido a Yrene ocupada todo el día, recogiendo familias que

habían sido llevadas a habitaciones del lado del lago de la fortaleza o las que dormían demasiado cerca de ventanas o muros exteriores. De ultimo minuto, idiota no haberlo considerado hasta ahora, pero ella había estado tan concentrada los últimos cinco días en que todos estén dentro, así que ella no había pensado en cosas como catapultas o bloques rotos de piedras pesadas. También movió los suministros de medicina también a una habitación interna donde tendrían que destrozar toda la fortaleza para que lo que estaba dentro se pierda. Las sanadoras de la Torre habían traído lo que podían en la flota, pero habían hecho más cuando habían llegado. No su mejor trabajo, para nada, pero Eretia había ordenado que las sábilas y los tónicos solo necesitaban funcionar, no impresionar, y que sigan mezclando. Todo estaba hecho. Todo estaba listo. O lo más listo que podría estar. Así que Yrene se quedó en los batallones, escuchando los tambores de hueso por un poco más.

I Chaol se dijo a si mismo que no era su última noche con su esposa. Igual la aprovecharía al máximo, y ellos habían descansado todo lo que podían antes de que estuvieran levantados, horas antes del amanecer. El resto de la fortaleza también estaba despierta, los ruks inquietos en los techos de la torre y batallones, el click y rasgar de sus garras sobre las piedras haciendo eco en cada salón y habitación. Los tambores seguían retumbando. Lo habían hecho toda la noche. Había dado un beso de despedida a Yrene, y parecía que ella quería decir más, pero opto por abrazarlo por un largo, precioso minuto antes de separarse. No sería la última vez que la vería, se prometió a si mismo mientras caminaba hacia los batallones donde su padre, Sartaq y Nesryn habían acordado de verse al amanecer. El príncipe y Nesryn no habían llegado, pero su padre estaba parado en una armadura que Chaol no había visto desde su infancia. Desde que su padre había cabalgado para servir los deseos de Adarlan. A conquistar este continente. Todavía le quedaba bien, el apagado metal rayado y dentado. No era la mejor pieza de armadura del arsenal familiar debajo de la fortaleza, pero si la más resisten. Una espada colgaba de su cadera, y un escudo descansaba contra la pared del batallón. Alrededor de ellos, centinelas trataban de no mirar, aunque esos ojos abiertos de

miedo seguían cada movimiento. Los tambores persistieron. Chaol llegó al lado de su padre, su propia túnica oscura reforzada con una armadura en sus hombros, brazos y espinillas. Un bastón de madera de hierro estaba envainado en la espalda de Chaol, para cuando la magia de Yrene comenzara a desvanecerse, y su silla esperaba justo dentro del gran salón, para cuando su poder se acabara por completo. Lo que su padre pensara de eso cuando Chaol se lo había explicado ayer, no lo dejó saber. No había dicho una sola palabra. Chaol miró de reojo al hombre que miraba hacia el ejército cuyos fuegos habían comenzado a desvanecerse uno por uno bajo el amanecer. —Usaron los tambores de hueso durante el último ataque a Anielle —dijo su padre, sin temor de su voz—. La leyenda dice que tocaron los tambores por tres días y tres noches antes de atacar, y cuando la ciudad estaba tan llena de terror, tan loca, tan desvelada, que no tenían oportunidad. Los ejércitos de Erawan y sus bestias los despedazaron. —No tenían ruks peleando junto a ellos esa vez —dijo Chaol. —Ya veremos cuanto duran. Chaol apretó los dientes. —Si no tienes esperanza, entonces tus hombres tampoco aguantaran. Su padre miró hacia el campo, el ejército revelado con cada minuto. —Tu madre se fue —dijo el hombre al final. Chaol no escondió su shock. Su padre tomó el parapeto de piedra. —Tomó a Terrin y se fue. No sé a dónde huyeron. Cuando nos dimos cuenta que estábamos rodeados de enemigos, ella tomó a sus damas, a sus familias. Se fueron en la noche. Solo tu hermano se molestó en dejar una nota. Su madre, después de todo lo que habían aguantado, todo lo que había sobrevivido en esa infernal casa, al fin se había ido. Para salvar a su otro hijo, su promesa de un futuro. —¿Qué dijo Terrin? Su padre pasó la mano por la piedra. —No importa.

Claramente importaba. Pero ahora no era momento para presionar, para preocuparse. —Si no lideras a estos hombres hoy —gruñó Chaol—, entonces yo lo haré. Su padre lo miró al fin, su rostro grave. —Tu esposa está embarazada. El shock corrió por Chaol como un golpe físico. Yrene, Yrene… —Puede ser una sanadora con habilidad, pero una mentirosa habilidosa, eso no es. ¿O no te has dado cuenta que su mano descansa frecuentemente en su estómago, o lo verde que se torna cuando es hora de comer? Tan banales, casuales palabras. Como si su padre no estuviera arrancando la tierra que estaba bajo sus pies. Chaol abrió la boca, su cuerpo tensándose. Para gritarle a su padre, para correr a Yrene, no lo sabía. Pero los tambores de hueso se detuvieron. Y el ejército comenzó a moverse.

Capítulo 40 Traducido por Cotota Corregido por Aruasi Sargav

Manon y las Trece habían enterrado a todos y cada uno de los soldados masacrados por las Ironteeth. Sus manos palpitantes estaban desgarradas y sangrantes, les dolía la espalda, no obstante lo habían hecho. Cuando lo último de la tierra dura había sido removido, habían encontrado a Bronwen de pie en el borde claro, el resto de las Crochans trasladándose a un campamento. Las Trece habían pasado por delante de Manon. Ghislaine, según Vesta, había sido invitada a sentarse a la tienda de una bruja con igual interés en esas mortales, académicas búsquedas. Solo Asterin permaneció en las sombras cercanas para protegerla cuando Manon le preguntó a Bronwen: ― ¿Qué pasa? Debería haber intentado la cortesía, por diplomacia, sin embargo no lo hizo. No podía hacerlo. La garganta de Bronwen se agitó, como si se ahogara con las palabras. ― Tú y tu aquelarre actuaron con honor. ― ¿Lo dudabas, del Demonio Blanco? ― No pensé que las Ironteeth se molestaran en preocuparse de vidas humanas. Ella no sabía ni la mitad de eso. Manon solo dijo: ― Mi abuela me informó que ya no soy una bruja Ironteeth, así que parece que quienes les importan o no ya no lleva ningún peso conmigo ―siguió caminando hacia los árboles, donde las Trece habían desaparecido, y Bronwen se puso a caminar a su lado. ― Era lo menos que podía hacer ―admitió Manon. Bronwen la miró de reojo. ― Por supuesto. Manon miró a la Crochan.

― Diriges bien a tus brujas. ― Las Ironteeth siempre nos han dado una excusa para estar altamente entrenados. Algo como la vergüenza la inundó de nuevo. Se preguntó si alguna vez encontraría una manera de aliviarlo, de soportarlo. ― Supongo que tenemos que hacerlo. Bronwen no respondió antes de caminar hacia las pequeñas fogatas. Sin embargo cuando Manon fue en busca de la propia tienda de Glennis, las Crochans miraron en su dirección. Algunas inclinaron sus cabezas hacia ella. Algunas ofrecieron sombríos asentimientos. Ella se encargó de que a las Trece les estuvieran atendiendo las manos y se encontró incapaz de sentarse. De dejar que el peso del día la alcanzara. A su alrededor, alrededor de cada fuego, Crochans discutían en silencio sobre si regresar a casa o dirigirse más al sur en Eyllwe. Sin embargo, si entraban en Eyllwe, ¿qué harían? Manon apenas escuchó cuando el debate se desató, Glennis dejando que cada una de los siete hogares gobernantes llegara a su propia decisión. Manon no se demoró en escuchar lo que eligieron. No se molestó en pedirles que volaran hacia el norte. Asterin se acercó a Manon, ofreciéndole una tira de conejo seco mientras las Trece comían, las Crochans continuando con sus tranquilos debates. El viento cantaba a través de los árboles, hueco y agudo. ― ¿A dónde vamos al amanecer? ―preguntó Asterin―. ¿Las seguimos o nos dirigimos hacia el norte? ¿Se aferraban a esta búsqueda cada vez más inútil para convencerlas o las abandonaban? Manon estudió sus manos sangrantes y doloridas, las uñas de hierro cubiertas de tierra. ―Soy una Crochan ―dijo―. Y soy una bruja Ironteeth ―ella flexionó los dedos, deseando que estuvieran rígidos―. Las Ironteeth también son mi gente. Independientemente de lo que mi abuela pueda decretar. Son mi gente: Blueblood, Yellowlegs y Blackbeak por igual. Y ella soportaría el peso de lo que había creado, para lo que había entrenado, para siempre. Asterin no dijo nada, aunque Manon sabía que escuchaba cada palabra. Sabía que las Trece habían dejado de comer para escuchar, también.

― Quiero llevarlas a casa ―les dijo Manon, al viento que fluía todo el camino hacia los Wastes―. Quiero llevarlas a todas a casa. Antes de que sea demasiado tarde, antes de que se conviertan en algo indigno de una patria. ― Entonces, ¿qué vas a hacer? ―preguntó Asterin en voz baja, pero no débilmente. Manon terminó la tira de carne seca y bebió de su cantimplora. La respuesta no estaba en elegir una sobre la otra, Crochan sobre Ironteeth. Nunca lo estuvo. ― Si las Crochans no se reúnen en un aquelarre, encontraré a otro. Uno ya formado. ― No puedes ir a Morath ― suspiró Asterin ―.No podrás adentrarte ni cien millas. Incluso es posible que el aquelarre Ironteeth ya esté demasiado perdido para siquiera considerar ponerse de tu lado. ― No voy a Morath ―Manon deslizó su mano congelada en su bolsillo ―. Voy a la Brecha Ferian. A lo que quede del aquelarre que permanece allí bajo el mando de Petrah Blueblood. Para pedirles que se unan a nosotros. Asterin y las Trece habían quedado aturdidas en el silencio. Dejando que se detuvieran detrás, Manon se había volteado hacia los árboles. Había recogido el olor de Dorian y lo había seguido. Y lo vio conversando con el espíritu de Kaltain Rompier, la mujer sana y lúcida en la muerte. Liberada de su terrible tormento. El shock entró en Manon. Entonces ella escuchó de los planes de Dorian para infiltrarse en Morath. Morath, donde se escondía la tercera y última Llave del Wyrd. Él lo había sabido y no se lo había dicho. Kaltain había desaparecido en el aire nocturno y luego Dorian había cambiado. En un hermoso, orgulloso cuervo. Él no había estado entrenando para entretenerse. De ningún modo. Manon gruñó: ― ¿Cuándo, exactamente, ibas a informarme que estabas a punto de recuperar la tercera Llave del Wyrd? Dorian parpadeó, su rostro era el retrato de tranquilidad. ― Cuando me fuera. ― ¿Cuándo salieras volando como un cuervo o wyvern, entrando directamente en la red de Erawan? La temperatura en el claro se desplomó.

― ¿Qué diferencia hay si te lo dijera hace semanas o ahora? Ella sabía que no había nada bueno, nada cálido en su cara. La cara de una bruja. La cara de una Blackbeak. ― Morath es un suicidio. Erawan te encontrará en cualquier forma que uses, y terminarás con un collar alrededor de tu garganta. ― No tengo otra opción. ― Estuvimos de acuerdo ―dijo Manon, dando un paso―. Acordamos que buscar las llaves ya no era una prioridad. ― Sabía que no debía discutir contigo al respecto ―sus ojos brillaban como el fuego azul―. Mi camino no interviene el tuyo. Reunir a las Crochans, volar al norte de Terrasen. Mi camino lleva a Morath. Siempre lo ha hecho. ― ¿Cómo puedes haber mirado a Kaltain y no haber visto lo que te espera? ― levantó el brazo y señaló dónde había estado la cicatriz de Kaltain―. Erawan te atrapará. No puedes ir. ― Perderemos esta guerra si no voy ―dijo bruscamente―. ¿Cómo no te importa eso? ― Me importa ―siseó ella―. Me importa si perdemos esta guerra. Me importa si no logro reunir a las Crochans. Me importa si vas a Morath y no regresas, no como algo que no vale la pena vivir ―él solo parpadeó. Manon escupió en el suelo cubierto de musgo. ― Ahora, ¿quieres decirme que la preocupación no es algo tan malo? Bueno, esto es lo que viene de ella. ― Por eso no dije nada ―suspiró. Su corazón se tornó furioso, su pulso hizo eco a través de su cuerpo, aunque sus palabras eran frías como el hielo. ― ¿Quieres ir a Morath? ―ella se acercó a él y él no retrocedió ni un centímetro―. Entonces, pruébalo. Demuestra que estás listo. ―No necesito demostrarte nada, brujita. Ella le dio una sonrisa brutal, malvada. ―Entonces tal vez te lo demuestres a ti mismo. Una prueba ―la había engañado, le había mentido. Este hombre que ella había creído que no escondía secretos entre ellos. Ella no sabía por qué le hacía querer destruir todo a la vista. ― Volamos a Brecha Ferian al amanecer ―él comenzó a decir algo, pero ella continuó―. Únete a nosotras. Necesitaremos un espía en el interior. Alguien que puede escabullirse de los guardias para decirnos qué y quién está dentro ―ella

apenas se escuchó a sí misma por encima del rugido en su cabeza―. Veamos qué tan bien puedes cambiar de forma, principito. Manon se obligó a mantener su mirada fija. Dejar que sus palabras se interpusieran entre ellos. Luego él giró sobre sus talones, apuntando hacia el campamento. ― Bien. Más encuentra otra tienda de campaña para dormir esta noche.

Capítulo 41 Traducido por Ella R Corregido por Cotota

Llegaron al mar bajo una cubierta de oscuridad, advertidos de su presencia por un olor salado que llegó a la cueva, luego las agitadas aguas que fueron entrando y finalmente el rugido de las olas. Los ojos de Maeve podrían haber estado en cualquier lado, pero no estaban puestos sobre la entrada de la cueva que se extendía hacia una cala a lo largo de la costa oeste de Wendlyn. Tampoco estuvieron sobre esa cala cuando el bote llegó a la arenosa playa y luego se desvaneció nuevamente hacia las cuevas antes que alguien más pudiera incluso intentar agradecerles a las criaturas que los habían arrastrado sin descanso. Aelin observó el bote hasta que desapareció, intentando no mirar durante demasiado tiempo la limpia arena debajo de sus botas, mientras los otros debatían dónde se encontraban. Un par de horas después de apresurarse hacia el norte, hacia Wendlyn, y obtuvieron su respuesta: lo suficientemente cerca del puerto más cercano. La marea estaba de su lado, y con el oro que les habían robado a las criaturas de los túmulos, era cuestión de que Rowan y Lorcan cruzaran sus brazos antes de asegurarse un barco. Con el ejército de Wendlyn navegando hacia las costas de Terrasen, las reglas en los cruces de frontera habían sido revocadas. Al igual que las medidas de seguridad, con los botes enviados a atravesar el mar hacia el continente. Ningún tirano ocupaba Adarlan, sino que se trataba de un rey Valg con una legión aérea. Facilitaba la salida de los mensajes que ella enviaba, también. Si la carta para Aedion y Lysandra llegaba a destino era decisión de los dioses, suponía, ya que ellos parecían sus malditos titiriteros. Tal vez ni se molestaran con ella ahora, si Dorian se dirigía hacia la tercera llave y pudiera tomar su lugar. Ella prefirió no pensar demasiado en eso. El barco estaba casi en ruinas, las embarcaciones más finas habían sido incautadas para la guerra, pero esa parecía lo suficientemente estable como para soportar un cruce durante semanas. Por el oro que habían pagado, el capitán les cedió a Aelin y Rowan su camarote. Si el hombre supo quiénes eran, qué eran, no lo dijo. A Aelin no le importaba. No le importaba nada más que estar navegando con la marea de media noche y la magia de Rowan impulsándolos rápidamente hacia el mar iluminado por la luna.

Lejos de Maeve. Lejos de las fuerzas que había reunido. Lejos de la verdad que Aelin pudo ver ese día en el salón del trono de Maeve, la oscura sangre que se había vuelto roja. No se lo había dicho a los otros. No sabía si había sido real o un truco de la luz. Si había sido otra escena onírica o un fragmento que se había mezclado en el mero recuerdo de la muerte de Connall. Ella lidiaría con eso después, decidió mientras estaba de pie en la proa. Los otros ya se habían ido a sus propios camarotes debajo de la cubierta. Solo quedaba Rowan, apoyado sobre el mástil principal mientras escaneaba el horizonte en busca de cualquier señal de persecución. Habían evadido a Maeve. Por ahora. Esta noche, por lo menos, ella no sabría dónde encontrarlos. Hasta que los chismes se extendieran acerca de extraños en el puerto, del barco por el que habían pagado la fortuna de un rey para que los llevara al infierno destrozado por la guerra. De los mensajes que Aelin había enviado. Por lo menos Maeve no sabía dónde estaban las Llaves del Wyrd. Aún tenían eso a su favor. Aunque probablemente Maeve haría que su ejército cruzara el mar para cazarlos. O simplemente ayudaría en la caída de Terrasen. El poder de Aelin revoloteó, un trueno rugiendo en su sangre. Ella apretó sus dientes y no le prestó atención. Todo dependía de que ellos llegaran al continente antes que Maeve y sus fuerzas. O antes que Erawan pudiera destruir demasiado de su mundo. Aelin se inclinó contra la brisa del mar, dejando que calara en su piel y su cabello, dejando que se llevara consigo la oscuridad de las cuevas, mientras que la oscuridad de los meses anteriores no pudiera aliviarse por completo. Dejando que calmara su fuego hasta convertirlo en brasas adormiladas. Estas semanas en el mar serían interminables, incluso con la magia de Rowan impulsándolos. Ella utilizaría cada día para entrenar, para trabajar con la espada, la daga y el arco hasta que sus manos estuvieran ampolladas y nuevo callos se formaran. Hasta que la delgadez volviera a ser músculo. Ella reconstruiría… lo que había sido. Tal vez por última vez, tal vez solo durante un ratito, pero lo haría. Solo por Terrasen. Rowan descendió del mástil, transformándose al llegar a su lado junto a la barandilla. Él observó el oscuro mar que se extendía más allá.

—Deberías descansar. Ella le lanzó una mirada. —No estoy cansada —no era una mentira, por lo menos en ciertos aspectos—. ¿Quieres practicar? Él frunció el ceño. —El entrenamiento puede comenzar mañana. —O esta misma noche —ella sostuvo su penetrante mirada, emparejando su dominación con la de él. —Puede esperar un par de horas, Aelin. —Cada día cuenta —contra Erawan, incluso un día de entrenamiento contaría. La mandíbula de Rowan se tensó. —Es cierto —dijo finalmente—. Pero aún puede esperar. Hay… hay cosas que necesitamos hablar. Las palabras no dichas se reflejaron en sus brillantes y salvajes ojos. Acerca de tú y yo. Su boca se secó, pero Aelin asintió. En silencio, se encaminaron hacia su espacioso camarote, su única decoración era la pared de ventanas que miraba hacia el mar revuelto detrás de ellos. Muy lejos de la recámara de una reina, o de cualquier cosa que podría haber comprado como la asesina de Adarlan. Por lo menos la cama atornillada a la pared se veía lo suficientemente limpia, las sábanas enteras y sin manchas. Pero Aelin se dirigió hacia el escritorio de roble clavado al suelo, y se apoyó contra él mientras Rowan cerraba la puerta. Se observaron bajo la tenue luz de la lámpara. Ella había sobrevivido a Maeve y a Cairn; había superado Endovier y otros incontables horrores y pérdidas. Podía tener esta conversación con él. El primer paso hacia su reconstrucción. Aelin sabía que Rowan podía oír los fuertes latidos de su corazón mientras el espacio entre ellos se tensaba. Ella tragó saliva. —Elide y Lorcan te contaron… te contaron todo lo que fue dicho en esa playa. Un breve asentimiento, cautela inundando su mirada. —Todo lo que dijo Maeve. Otro asentimiento.

Ella se abrazó. —Que soy… que somos compañeros. Entendimiento y algo como el alivio reemplazó esa cautela. —Sí. —Soy tu compañera —ella dijo, necesitando expresarlo en voz alta—. Y tú eres el mío. Rowan cruzó la habitación, pero se detuvo a unos centímetros de donde ella estaba. —¿Qué hay con eso, Aelin? —su pregunta fue brusca. —Tú no… —ella se refregó el rostro—. Tú sabes lo que ella te hizo a ti y a… —no podía pronunciar su nombre. Lyria—. Por esa razón. —Sí lo sé. —¿Y? —¿Y qué deseas que diga? Ella se alejó del escritorio. —Deseo que me digas cómo te sientes acerca de eso. Si… —¿Si qué? —Si desearías que no fuera así. Sus cejas se fruncieron. —¿Por qué habría de desear eso? Ella sacudió su cabeza, incapaz de contestar, y observó el mar por encima de su hombro. Parecía como si él fuese a cerrar la distancia entre ellos, pero permaneció en su ligar. —Aelin —su voz se tornó áspera—. Aelin. Ella lo miró entonces, ante el dolor en sus palabras. —¿Sabes qué deseo? —Él expuso sus palmas, una tatuada, la otra inmaculada—. Que me lo hubieras dicho. Cuando lo supiste. Desearía que me lo hubieses dicho entonces. Ella tragó el bulto que se estaba formando en su garganta. —No quería herirte.

—¿Por qué habría de herirme conocer la verdad que ya se anidaba en mi corazón? ¿La verdad que deseaba? —No lo entendí. No entendía cómo era posible. Pensé que quizás… tú eras capaz de tener dos compañeras a lo largo de la misma vida, pero incluso entonces, yo solo… —ella exhaló—. No quería angustiarte. Su mirada se suavizó. —¿Me arrepiento de que Lyria fuera arrastrada a esto, que el costo para que Maeve jugara fuera su vida y la vida del hijo que habríamos tenido? Sí, me arrepiento de eso, y desearía que nunca hubiera sucedido —él llevaría el tatuaje para recordárselo durante el resto de sus días—. Pero nada de eso fue tu culpa. Siempre cargaré con lo sucedido, siempre sabré que yo elegí abandonarla a cambio de la guerra y la gloria, y que eso me hizo caer de lleno en las garras de Maeve. —Sin embargo, Maeve quería hacerte caer para llegar a mí. —Entonces fue su elección, no la tuya. Aelin pasó una mano sobre la superficie desgastada del escritorio. —En esas ilusiones que ella tejió para mí, me mostró más variaciones de esa situación que de las demás —las palabras sonaban estranguladas, pero ella las forzó a salir. Se obligó a mirarlo—. Me hizo ver una escena onírica tan real que pude oler el viento de las Staghorns. —¿Qué te mostró? —Una pregunta ahogada. Aelin tuvo que tragar antes de poder responder. —Me mostró lo que podría haber sido, de no haber existido Erawan; si Elena hubiera lidiado con él correctamente y lo hubiera desterrado. Me mostró cómo estaría Terrasen hoy, con mi padre como rey y mi feliz niñez y… —sus labios temblaron—. Cuando cumpliera veinte, tú irías con una delegación de hadas a Terrasen, para enmendar la riña entre mi madre y Maeve. Y tú y yo nos miraríamos en el salón del trono de mi padre, y lo sabríamos. Ella no luchó contra el escozor en sus ojos. —Quería creer que ese era el mundo real. Que éste sólo era la pesadilla de la cual me despertaría. Quería creer que había un lugar en el tú y yo nunca conociéramos este sufrimiento y esta pérdida, dónde sólo bastaría una mirada para saber que éramos compañeros. Maeve me dijo que podía crearlo. Si le daba las llaves, lo haría todo posible —ella limpió la lágrima que rodaba por su mejilla—. Me mostró realidades en las que tú estabas muerto, en las que habías sido asesinado por Erawan y sólo al entregarle las llaves a ella sería capaz de vengarte. Pero esas realidades me hicieron… Dejé de serle útil cuando me dijo que habías muerto. Ya no podía hacerme hablar, ni pensar. Sin embargo, en las ilusiones en las que tú y yo

nos conocíamos, donde las cosas eran como deberían haber sido… ahí fue cuando más cerca estuve. Él tragó ruidosamente. —¿Qué te detuvo? Ella limpió las lágrimas de su rostro nuevamente. —El macho del que me enamoré eras tú. Tú, quien conocías el dolor tan bien como yo, y quien había acompañado a superarlo, quien me guió de nuevo hacia la luz. Maeve no entendía eso. Que incluso aunque pudiera crear ese mundo perfecto, no seríamos tú y yo. Y nunca cambiaría eso, esto que tenemos. Por nada en el mundo. Él extendió su mano. Una oferta y una invitación. Aelin descansó la suya sobre la de él, y sus dedos callosos la apretaron gentilmente. —Quería que fueras tú —susurró él, cerrando sus ojos—. Durante meses y meses, incluso en Wendlyn, me preguntaba por qué tú no eras mi compañera. Me destrozaba el pensarlo, pero aun así lo hacía —abrió sus ojos, los cuales ardían con un fuego verde—. Todo este tiempo, quería que fueras tú. Ella bajó su mirada, pero él tomó su barbilla con su pulgar e índice y levantó su rostro. —Sé que estás cansada, Corazón de Fuego. Sé que la carga sobre tus hombros es más pesada de lo que cualquiera debería soportar —él tomó sus manos entrelazadas y las colocó sobre su corazón—. Pero enfrentaremos esto juntos. Erawan, la Cerradura, todo eso. Lo enfrentaremos juntos. Y una vez que lo hagamos, después de tu Asentamiento, pasaremos mil años juntos. Y más. Un débil sonido salió de ella. —Elena dijo que la Cerradura requiere… —Lo enfrentaremos juntos —volvió a jurar—. Y si el costo eres realmente tú, entonces lo pagaremos juntos. Como una misma alma en dos cuerpos. Su corazón se contrajo tanto que pensó que saldría de su pecho. —Terrasen necesita un rey. —No tengo intención de reinar Terrasen sin ti. Aedion puede encargarse del puesto. Ella estudió su rostro. Él dijo cada palabra en serio. Él alejó el cabello de su rostro, su otra mano aún continuaba aferrada a la de ella sobre su pecho, donde su corazón latía a ritmo calmo y firme. —Incluso si pudiera elegir entre alguna realidad onírica, entre alguna perfecta ilusión,

aún te escogería a ti también. Ella sintió la verdad de sus palabras hacer eco en la cosa irrompible que unía sus propias almas, e inclinó la cabeza hacia la de él. Pero él se mantuvo quieto. Ella frunció el ceño. —¿Por qué no me besas? —Pensé que querrías que te preguntara antes. —Eso nunca te detuvo antes. —Esta primera vez, quiero asegurarme que estés… lista —después de Cairn y Maeve. Después de meses de no tener elecciones. Ella sonrió ante esa verdad. —Estoy lista para que me vuelvas a besar, Príncipe. Él dejó salir una risa por lo bajo y murmuró: —Gracias a los dioses. Antes de bajar su boca hacia la de ella. El beso fue gentil, leve. La dejó decidir cómo guiarlo. Así ella lo hizo. Deslizando sus brazos alrededor del cuello de Rowan, Aelin presionó su cuerpo contra el de él, arqueándose ante su toque cuando él comenzó a acariciarle la espalda. Sin embargo, su boca permaneció con el toque de una pluma contra la de ella. Besos dulces y exploradores. Él lo haría toda la noche, si eso es lo que ella deseaba. Compañero. Él era su compañero y finalmente ella podía llamarlo así, dejarlo ser como tal… El pensamiento liberó algo. Aelin mordisqueó su labio inferior con un colmillo. El gesto liberó algo en él, también. Con un gruñido, Rowan la levantó en brazos sin separar su boca de la de ella, y la llevó hacia la cama, donde la colocó gentilmente. Sus botas, sus chaquetas, y camisas y pantalones desaparecieron. Y luego él estuvo con ella, la fuerza y el calor que provenían de él atravesando su piel desnuda. Ella no podía tocarlo lo suficientemente rápido, no podía sentir suficiente de él contra su cuerpo. Incluso cuando su boca recorrió su cuello, lamiendo ese lugar dónde había dejado su marca de territorialidad. Incluso cuando fue más allá, adorando sus pechos mientras ella se arqueaba ante cada lamida. Incluso cuando se arrodilló ante sus piernas, los hombros de él separando sus muslos, y la probó, una y otra vez hasta que ella estuvo retorciéndose debajo suyo.

Pero algo primordial en ella quedó quieto y en silencio cuando Rowan se incorporó nuevamente y sus miradas se encontraron. —Eres mi compañera —dijo él, las palabras casi guturales. Él se acercó a su entrada, y ella movió sus caderas para acercarlo más, pero él se quedó dónde estaba. Reteniendo aquello por lo que ella ardía hasta oír lo que necesitaba. Aelin inclinó la cabeza hacia atrás, exponiendo su cuello. —Eres mi compañero —sus palabras fueron jadeos apresurados—. Y yo soy la tuya. Rowan entró en ella con una poderosa caricia al mismo tiempo que clavaba sus dientes en su cuello. Ella gritó ante la demanda, la liberación recorriendo su columna, pero él comenzó a moverse. Mientras sus dientes permanecían en ella, que gimió ante cada impulso de sus caderas, ante el mero tamaño de su cuerpo, un hedonismo del que nunca tendría suficiente. Ella arañó su musculosa espalda y fue más abajo, sintiendo cada poderosa caricia dentro de ella. Rowan alejó sus dientes de su cuello, y Aelin reclamó su boca en un beso salvaje, saboreando su propia sangre en la lengua de él. Él se volvió loco ante eso, levantando sus caderas para posicionarse más dentro suyo, más fuerte. El mundo podría arder a su alrededor, por todo lo que les importaba a ambos. —Juntos, Aelin —prometió, y ella escuchó el resto de las palabras en cada lugar donde sus cuerpos se unían. Juntos enfrentarían esto, juntos encontrarían la manera. La liberación se abrió paso dentro de ella una vez más, resplandeciendo brillantemente. Y cuando llegó, Aelin hundió sus dientes en el cuello de Rowan, reclamándolo como él la había reclamado a ella. Su sangre, poderosa y besada por el viento, llenó su boca y su alma, y Rowan rugió cuando la liberación barrió sobre él también. Durante largos minutos, permanecieron enredados el uno en el otro. Juntos encontraremos la manera, el turbulento mar parecía hacer eso de sus respiraciones mezcladas. Juntos.

Capítulo 42 Traducido por Ella R Corregido por Aruasi Sargav

A Lorcan le dieron la última ronda de guardia de la noche, lo cual le permitió observar el amanecer sobre el ahora lejano horizonte. ¿Volvería a verlo alguna vez sobre Wendlyn, Doranelle o alguna de esas tierras del este? Tal vez no, considerando hacia lo que habían navegado en el oeste, y el ejército inmortal que Maeve sin dudas había enviado tras ellos. Tal vez todos estaban condenados a los limitados amaneceres. Los otros se levantaron, aventurándose a la cubierta solo para descubrir lo que había traído la mañana. Nada, casi les dijo desde el lugar donde estaba en la popa. Agua, sol y un montón de nada. Fenrys lo observó y descubrió sus dientes. Lorcan le dio una sonrisa burlona. Sí, esa pelea vendría después. Le daría la bienvenida con gusto a la oportunidad de aliviar la tensión de sus huesos y dejar que Fenrys lo golpee un poco. Sin embargo, no mataría al lobo. Fenrys podría intentar matarlo a él, sin embargo Lorcan no lo haría. No después de lo que Fenrys había soportado, lo que había hecho. Elide emergió a la cubierta, su cabello trenzado y suave. Como si hubiera estado despierta desde antes del amanecer. Casi no miró en su dirección, a pesar de que él sabía que ella estaba bien consciente de su ubicación. Lorcan ignoró el punzante dolor en su pecho. No obstante Aelin lo estaba espiando y había más entendimiento en su rostro que a lo largo de los días anteriores, mientras caminaba hacia donde él se encontraba. Más contoneo en su andar, también. Las mangas de su camisa blanca habían sido enrolladas hacia sus codos, su cabello trenzado hacia atrás. Goldryn y un cuchillo largo colgaban de su cinturón. Lista para el entrenamiento, a juzgar por la energía que zumbaba a su alrededor. Lorcan descendió los pequeños escalones para unirse a ella. Whitethorn estaba cerca, igualmente vestido para la lucha y con una cautela en sus ojos que le transmitió a Lorcan lo necesario: el príncipe no tenía idea de qué se trataba todo eso.

Pero la joven reina cruzó sus brazos. — ¿Planeas navegar con nosotros hacia Terrasen? Una pregunta innecesaria durante el amanecer, y en el medio del mar. — Sí. — ¿Y planeas unirte a nosotros en esta guerra? — Ciertamente no iré hasta allí para disfrutar del clima. Una diversión brilló en sus ojos, aunque su rostro permaneció adusto. — Entonces así es cómo haremos las cosas. Lorcan esperó la lista de órdenes y requerimientos, pero la reina se limitó a observarlo, la diversión desvaneciéndose en algo duro como el acero. — Eras el segundo al mando de Maeve —dijo ella, y Elide se volvió hacia ellos—. Y ahora que no lo eres quedas como un poderoso Fae macho cuyas lealtades no conozco y en las que no confío totalmente. No cuando el ejército de Maeve probablemente esté viajando hacia el continente en este mismo instante. Por lo que no puedo tenerte en mi reino, ni viajando con nosotros cuando tranquilamente puedes estar vendiendo información para volver a consagrarte con Maeve, ¿cierto? Él abrió su boca, erizándose ante el tono altivo, pero Aelin continuó: — Así que te haré una oferta, Lorcan Salvaterre. —Ella tamborileó los dedos sobre su antebrazo desnudo. — Hazme el juramento de sangre y te dejaré deambular por donde desees. Fenrys maldijo detrás de ellos, sin embargo Lorcan apenas lo oyó sobre el rugido en su cabeza. — ¿Y qué exactamente —se las arregló para decir— gano de ello? Los ojos de Aelin se deslizaron por encima de su hombro. Donde Elide estaba mirando, boquiabierta. Cuando la reina volvió a mirar a Lorcan, un toque de simpatía había suavizado la fiera arrogancia. — Se te permitirá entrar en Terrasen. Eso es lo que ganas. Donde sea que escojas vivir dentro de los límites de Terrasen ya no es mi decisión. No sería su decisión, ni la de él. Sino la de la mujer de cabello oscuro que los observaba. — ¿Y si me niego? —se atrevió a preguntar Lorcan. — Entonces nunca se te permitirá poner pie en mi reino ni seguir viajando con nosotros. No cuando las llaves están en juego y el ejército de Maeve a nuestras

espaldas. —Esa simpatía no se desvaneció. — No hay otra manera en la que pueda confiar en ti lo suficiente para que te unas a nosotros. — ¿Pero me dejarás hacer el juramento de sangre? — No quiero nada de ti, y tú no quieres nada de mí. La única orden que te daré es la misma que le pediría a cualquier ciudadano de Terrasen: proteger y defender nuestro reino y a su gente. Puedes vivir en una choza en las Staghorns por todo lo que me importa. Ella lo decía en serio. Hacer el juramento de sangre, prometer nunca lastimar a su reino, y ella le daría la libertad. Pero si se negaba… nunca volvería a ver a Elide. — No tengo otra opción —dijo suavemente Aelin, para que los otros no la oigan—. No puedo arriesgar Terrasen — ella sostuvo su brazo frente a él. — Pero no alejaré de ti algo tan precioso. — Lo que no te das cuenta es que eso ya no es más una posibilidad. Otra vez, esa sombra de una sonrisa y una rápida mirada hacia Elide. —Lo es. —Sus ojos turquesa estaban resplandecientes mientras lo observaba y había una sabiduría en su rostro que nunca antes había notado. — Créeme Loran, lo es. Él apagó la esperanza que llenaba su pecho, extraña e indeseada. — Pero Terrasen no sobrevivirá a esta guerra, ella no sobrevivirá a esta guerra sin ti. E incluso si la reina que estaba ante él daba su vida inmortal para forjar la Cerradura y detener a Erawan, el juramento de sangre de Lorcan para proteger a su reino se mantendría. — Es tu elección —dijo simplemente. Lorcan se permitió observar a Elide, por más estúpido que eso fuera. Ella tenía una mano sobre su garganta, sus ojos oscuros bien abiertos. No importaba si ella aun le ofrecía un hogar en Perranth, si la reina estaba diciendo la verdad. Lo que verdaderamente importaba era que Aelin Galathynius cumpliría con su promesa: él era demasiado poderoso, sus lealtades muy turbias para que ella le permitiera quedarse con ellos y entrar a su reino libremente. Ella lo dejaría ir, lo mantendría fuera de Terrasen, incluso si las hordas de Erawan descendían sobre ellos, solo para evitar la otra amenaza a sus espaldas: Maeve.

Y Elide no sobreviviría a esta guerra si todos ellos morían. Él no podía aceptar esa posibilidad. Estúpida e inútil como lo era, no podía dejar que sucediera. Que las bestias de Erawan ni que su tío Vernon la volvieran a reclamar. Estúpido. Era un antiguo y tonto estúpido. Sin embargo, el dios en su hombro no le habló de huir ni de luchar. Su elección, entonces. Se preguntó qué pensaría acerca de esto la diosa que le susurraba a Elide. Se preguntó qué pensaría la propia mujer, cuando le dijo a Aelin: — Bien. — Que los dioses nos perdonen —murmuró Fenrys. Los labios de Aelin se curvaron en esa casi sonrisa, divertida aunque con un toque de crueldad, mientras miraba hacia el lobo. — Ya ves, tendrás que dejarlo vivir —le dijo a Fenrys, enarcando una ceja—. Nada de duelos a muerte. Ni de luchas vengativas. ¿Podrás soportarlo? Lorcan se enfureció mientras Fenrys lo observaba. Le dejó ver cada pizca de dominación en su mirada. Fenrys le devolvió la mirada, mostrando toda su furia. No era tanta como la que Lorcan poseía, pero sí suficiente como para recordarle que el Lobo Blanco de Doranelle podía morder si así lo deseaba. Letalmente. Luego se volvió hacia la reina. — Si te digo que es un idiota y un miserable bastardo, ¿cambiarías de parecer? Lorcan siseó, pero Aelin soltó una risotada. — Sin embargo, ¿no es eso lo que amamos de Lorcan? Ella le dio una sonrisa que le dijo a Lorcan que ella recordaba cada detalle de sus primeros encuentros en Rifthold; cuando él la empujó de cara contra la pared de ladrillos. Aelin le dijo a Fenrys: — Solo lo invitaremos a Orynth para las fiestas. — ¿Para que pueda arruinarlas? —Fenrys frunció el ceño. —Yo, por lo menos, aprecio las festividades. No necesito que un misántropo me las arruiné. Dioses santos. Lorcan interpeló a Rowan con una mirada, más el príncipe guerrero estaba observando a su reina cuidadosamente. Ya que conocía exactamente el tipo de tormenta que estaba rugiendo en su interior.

Aelin agitó una mano. — Bien, bien. No intentarás matar a Lorcan por lo sucedido en Eyllwe, y, en retorno, no lo invitaremos para ninguna celebración. Su sonrisa no era más que maliciosa. Esta era la clase de corte a la que se estaría uniendo, este torbellino de… Lorcan no conocía la palabra para describirlos. Sin embargo, dudaba que alguno de sus cinco siglos lo hubieran preparado para algo así. Aelin extendió una mano. — Sabes cómo se hace, entonces. ¿O eres demasiado viejo para recordar? Lorcan le lanzó una mirada y se arrodilló, ofreciéndole la daga que llevaba a su lado. Un estúpido. Era un estúpido. Y sin embargo, sus manos temblaron ligeramente cuando le entregó el cuchillo a la reina. Aelin sopesó el filo, un anillo de oro con una esmeralda obscenamente grande adornaba su dedo. Una alianza. Probablemente del tesoro que había robado de las criaturas de los túmulos. Él observó a Whitethorn a su lado. Como era de esperarse, un anillo de oro con un rubí incrustado estaba en el dedo del guerrero. Y al mirar por encima del cuello de la chaqueta de Rowan, descubrió dos cicatrices frescas. Iguales a las que ahora marcaban el cuello de la reina. — ¿Terminaste de inspeccionar? —preguntó fríamente Aelin. Él frunció el ceño. Incluso ante el ritual sagrado en el que estaban a punto de participar, la reina lograba ser irreverente. — Dilo. Sus labios se volvieron a curvar. — Lorcan Salvaterre, ¿juras sobre tu sangre y tu alma eterna ser leal a mí, a mí corona y a Terrasen durante el resto de tu vida? Él parpadeó. Maeve había recitado una larga lista de preguntas en el Lenguaje Antiguo cuando él le hubo prestado juramento. En este caso, se limitó a decir: — Sí. Lo juro. Aelin pasó la daga por su antebrazo, y su sangre resplandeció como el rubí en la espada a su lado. — Entonces bebe.

Su última oportunidad de arrepentirse. Pero volvió a mirar a Elide. Y vio esperanza, apenas un destello, iluminando su rostro. Por lo que Lorcan tomó el brazo de la reina en sus manos y bebió. Su sabor a jazmín, verbena y brasas llenó su boca. Llenó su alma, como si algo ardiente se asentara dentro de él. Un ascua caliente. Como si una parte de esa ferviente magia comenzara a descansar dentro de su propia alma. Bamboleándose un poco, soltó su brazo. — Bienvenido a la corte —dijo Aelin—. Aquí está tu primera y única orden: protege Terrasen y a su gente. La orden se asentó en él también, otra pequeño destello que resplandeció en lo profundo de su ser. Luego la reina dio media vuelta y se alejó hacia donde estaba Elide. Lorcan intentó ponerse de pie pero falló. Su cuerpo, al parecer, aún necesitaba un momento. Así que solo pudo mirar cuando Aelin le dijo a Elide: — No te ofreceré el juramento de sangre. Con votos o sin ellos, se debatió lanzar a la reina al océano al ver la devastación que inundó el rostro de Elide. Pero la Señora de Perranth mantuvo su barbilla en alto. — ¿Por qué? Aelin tomó la mano de Elide con una gentileza de calmó el temperamento de Lorcan. — Porque cuando regresemos a Terrasen, si tomo el trono no puedes estar unida a mí. —Las cejas de Elide se fruncieron. — Perranth es la segunda Casa más poderosa en Terrasen —explicó Aelin—. Cuatro de sus lores decidieron que soy inadecuada para el trono. Necesito a la mayoría para recuperarlo. — Y si hago el juramento haca ti, arriesga la integridad de mi voto —concluyó Elide. Aelin asintió y soltó su mano, para hablarles a todos ellos. Bajo el sol saliente, la reina parecía bañada en oro. —Terrasen queda a más de dos semanas de viaje, siempre y cuando las tormentas de invierno no interfieran. Aprovecharemos este tiempo para entrenar y planear. — ¿Planear qué? —preguntó Fenrys, acercándosele. Un miembro de esta corte. De la corte de Lorcan. Los tres unidos nuevamente, pero,

al mismo tiempo, más libres de lo que alguna vez fueron. Lorcan casi se preguntó por qué la reina no le ofreció el juramento a Gavriel, pero ella continuó hablando. — Mi tarea no puede completarse sin las llaves. Asumo que sus nuevos portadores me buscarán eventualmente, si la tercera es encontrada y deciden no terminar las cosas ellos mismos. —Le lanzó una mirada a Rowan, quien asintió. Como si ya hubieran discutido aquello. —Así que, en vez de desperdiciar tiempo vital deambulando por el continente en su búsqueda, iremos hacia Terrasen. Especialmente si Maeve está trayendo a su ejército hacia sus costas. Y si no tengo permitido reinar desde mi trono, entonces tendré que hacerlo desde el campo de batalla. Ella quería luchar. La reina, la reina de Lorcan, quería luchar contra Morath. Y Maeve, si lo peor fuera a suceder. Y luego moriría por todos ellos. — A Terrasen, entonces —dijo Fenrys. — A Terrasen —repitió Elide. Aelin miró hacia el oeste, hacia el reino que era todo lo que se interponía entre Erawan y la conquista. Hacia el nuevo hogar de Lorcan. Como si ella pudiera ver las legiones del señor del terror desatándose sobre él. Y los huéspedes inmortales de Maeve crepitando por sus espaldas, un huésped que Lorcan y sus compañeros hubieron comandado una vez. Aelin simplemente caminó hacia el centro de la cubierta, los marineros evitándolos. Ella desenvainó a Goldryn y su daga, y luego levantó sus cejas hacia Whitethorn en un silencioso desafío. El príncipe guerrero obedeció, liberando su espada y hacha antes de hundirse en una posición de defensa. Para entrenar, re-entrenar su cuerpo. Sin manifestaciones de su poder, sus ojos brillaban ardiendo. Aelin posicionó sus armas. — A Terrasen —dijo finalmente. Y comenzó.

Capítulo 43 Traducido por Dakya Corregido por Cotota

Dorian comenzó poco a poco. Primero, cambiando sus ojos a negro. Negro sólido, como el Valg. Luego, convirtiendo su piel en una sombra pálida y helada, del tipo que nunca vio la luz del sol. Su cabello, él lo dejó oscuro, pero logró hacer su nariz más torcida, su boca más delgada. No de una sola vez, sino en pedazos. Uniendo la imagen en sí mismo, formando el tapiz de su nueva cara, su nueva piel, durante el largo y silencioso vuelo por la columna vertebral de los Colmillos. No le había dicho a Manon que probablemente también era una misión suicida. Apenas había hablado con ella desde el claro del bosque. Se habían ido al amanecer, cuando ella había anunciado a Glennis y los Crochans lo que planeaba hacer. Podrían volar a la Brecha Ferian y regresar a ese campamento escondido dentro de los Colmillos en cuatro días, si tenían suerte. Ella les había pedido a las Crochans que las encontraran allí. Confiar en ella lo suficiente para regresar a su campamento de montaña y esperar. Ellas habían dicho que sí. Tal vez fue la tumba que las Trece habían cavado todo el día, pero las Crochans dijeron que sí. Una confianza tentativa, solo esta vez. Así que Dorian había volado con Asterin. Había utilizado cada hora fría hacia el norte para alterar lentamente su cuerpo. Tienes tantas ganas de ir a Morath, Manon había siseado nuevamente antes de que se fueran, veamos si puedes hacerlo. Una prueba. Una en la que se alegraba de sobresalir. Solo para restregárselo en su cara. Manon sabía de una puerta trasera que solo los wyverns tomaban al Colmillo del Norte, junto con cualquier gruñido humano lo suficientemente desafortunado como para estar atado a este lugar. Asterin y Manon habían dejado a las Trece más lejos en las montañas antes de acercarse, e incluso entonces se habían detenido lo suficientemente lejos de cualquier explorador que hubiera pasado horas caminando a pie, llevándose a la yegua de Asterin con ellos. Abraxos había gruñido y tirado de las riendas, pero Sorrel lo había abrazado con firmeza.

Los dos picos de mamut que flanquean la brecha se hicieron más grandes con cada milla pasada. Sin embargo, cuando se acercaban al lado sur del Colmillo, no se había dado cuenta de cuán masivos, exactamente, eran. Lo suficientemente grandes como para contener una armada aérea. Para entrenarlos y criarlos. Esto era lo que su padre y Erawan habían construido. En lo que Adarlan se había convertido. Sin wyverns que dieran vueltas en el cielo, pero sus rugidos y chillidos resonaron en el paso cuando se dirigían hacia las antiguas puertas que se abrían hacia la montaña. Detrás de él, guiado por una cadena, la yegua azul de Asterin lo seguía. Otro entrenador devolviendo su montura después de un viaje por un poco de aire. Los pocos guardias, hombres mortales, en las puertas apenas parpadearon cuando apareció alrededor de una curva rocosa. Las palmas de Dorian se pusieron sudorosas dentro de sus guantes. Rezó para que el cambio resistiera. No tendría forma de saberlo, aunque suponía que pocos reconocerían su rostro natural. Había escogido el color lo suficientemente cerca del suyo para que, en caso de que el tapiz dentro de sí se desenredara, alguien pudiera descartar la alteración de su tono de piel, sus ojos, como un truco de la luz. Narene resopló, tirando de las riendas. No queriendo acercarse a este lugar. Él no la culpó. El hedor de la montaña le hizo tambalear sus rodillas. Pero había pasado años entrenando su expresión contra los dolores de cabeza inducidos por los perfumes usaban los cortesanos de su madre. Qué lejano parecía ese mundo, ese palacio de perfumes, encajes y música alegre. Si no hubieran resistido a Erawan, ¿habría permitido que aún existiera? ¿Se habrían inclinado ante él? ¿Erawan habría mantenido su treta como Perrington y habría gobernado como un rey mortal? Las piernas de Dorian se quemaron, las horas de caminar pasaban factura. Manon y Asterin acechaba cerca, escondidas en la nieve y la piedra. Sin duda, marcaron cada uno de sus movimientos mientras él se acercaba más a las puertas. Sus palabras de despedida con Manon habían sido breves. Breves. Había dejado caer las dos llaves del Wyrd en la palma de su mano, el Amuleto de Orynth tintineando débilmente contra sus clavos de hierro. Solo un tonto los llevaría a una de las fortalezas de Erawan.

—Puede que no sean tú prioridad —dijo Dorian—, pero siguen siendo vitales para nuestro éxito. Los ojos de Manon se entrecerraron cuando se guardó las llaves, sin inmutarse por sostener en su chaqueta un poder lo suficientemente grande como para nivelar reinos. —¿Crees que las tiraría como basura? Asterin de repente descubrió que la nieve necesitaba su cuidadosa atención. Dorian se encogió de hombros y desabrochó a Damaris, la espada demasiado fina para un mero entrenador de wyvern. También se la pasó a Manon. Una daga ordinaria sería su única arma, y la ​​ magia en sus venas. —Si no vuelvo —dijo mientras ella ataba la antigua espada a su cinturón— las llaves deben ir a Terrasen —era el único lugar en el que podía pensar, incluso si Aelin no estaba allí para tomarlas. —Volverás —dijo Manon. Sonaba más como una amenaza que cualquier otra cosa. Dorian sonrió. —¿Me extrañarías si no lo hiciera? Manon no respondió. Él no sabía por qué esperaba que ella lo hiciera. Había dado todo un paso, cuando Asterin le apretó el hombro. —Dentro y fuera, tan rápido como puedas —le advirtió—. Cuida de Narene —la preocupación brillaba en los ojos negros con manchas doradas de la Segunda. Dorian inclinó la cabeza. —Con mi vida —prometió mientras se acercaba a su montura y agarraba las riendas colgando. No dejó de perder la gratitud que suavizó las características de Asterin. O que Manon ya se había apartado de él. Un tonto por comenzar este camino con ella. Debería haberlo sabido mejor. Las caras de los guardias se aclararon. Dorian abrazó el retrato de un manejador cansado y aburrido. Esperó el interrogatorio, pero nunca llegó. Simplemente lo saludaron con la mano, igualmente cansados ​​ y aburridos. Y congelados. Asterin le había dado un mapa del Colmillo del Norte y el omega frente a él, por lo que supo girar a la izquierda al entrar en el imponente pasillo. Los bramidos y gruñidos de los Wyverns sonaban a su alrededor, y ese olor podrido llenaba su nariz.

Pero encontró los establos precisamente donde Asterin dijo que estarían, la yegua azul tranquila mientras ataba sus cadenas al ancla en la pared. Dorian dejó a Narene con una suave palmadita en el cuello, y fue a ver qué podía revelar la Brecha Ferian. *** Las horas que pasaron fueron algunas de las más largas de la existencia de Manon. De la anticipación, se dijo. De lo que tenía que hacer. Abraxos, como era de esperar, los encontró después de una hora, sus riendas cortadas por la lucha que sin duda libró y ganó con Sorrel. Sin embargo, esperó en silencio junto a Manon, totalmente concentrado en la puerta donde habían desaparecido Dorian y Narene. El tiempo pasaba. La espada del rey era un peso constante a su lado. Se maldijo a sí misma por la necesidad de demostrarle, a él, a sí misma, que se negó a dejarlo ir a Morath por razones prácticas y corrientes. Erawan no estaba en la Brecha Ferian. Sería más seguro. Algo. Pero si las Matronas estuvieran allí... Por eso se había ido. Para saber si estaban. Para ver si Petrah realmente comandaba las huestes, y cuántas Ironteeth estaban presentes. No había sido entrenado como espía, pero había crecido en una corte donde la gente manejaba sonrisas y ropas como armas. Él sabía cómo mezclarse, cómo escuchar. Cómo hacer que la gente vea lo que deseaba ver. Ella había enviado a Elide a las mazmorras de Morath, la oscuridad la condenó. Enviar al rey de Adarlan a la Brecha Ferian no fue diferente. No impidió que su aliento escapara cuando Abraxos se puso rígido y escudriñó el cielo. Como si escuchara algo que ellas no podían. Y fue la alegría que brillaba en los ojos de su montura lo que le dijo. Momentos después, Narene avanzo hacia ellos, haciendo un perezoso sendero sobre las montañas, un jinete de cabello oscuro y piel pálida encima de ella. Realmente había sido capaz de cambiar partes de sí mismo. Había hecho su rostro casi irreconocible. Y lo mantuvo así. Asterin se apresuró hacia la yegua, e incluso Manon parpadeó cuando su segunda lanzó sus brazos alrededor del cuello de Narene. Sosteniéndola fuerte. La yegua solo apoyó su cabeza contra la espalda de Asterin y resopló. Dorian se deslizó fuera de la yegua, dejando las riendas colgando.

—¿Y bien? —exigió Manon. Sus ojos, oscuros como los de Valg, brillaron. Ella no trató de explicar porque sus rodillas le temblaban. Todavía sin ceder mientras ella le entregaba su espada, luego las dos llaves, sus uñas rozando su mano enguantada. Los ojos de Dorian se iluminaron con ese aplastante zafiro, su piel se volvió dorada una vez más. —Las matronas no están allí. Solo Petrah Blueblood, y unas trescientos Ironteeth de los tres clanes —su boca se curvó en una cruel sonrisa, fría como los picos alrededor de ellos. Maldición—. El camino está despejado, majestad. *** Las patrullas en la Brecha Ferian las vieron a millas de distancia. A las Trece todavía se les permitía aterrizar en el omega. Manon había dejado a Dorian en el pequeño paso donde habían reunido a las Trece. Si no regresaban en un día, debía hacer lo que deseaba. Ir a Morath y esperar el abrazo de Erawan, si fuera tan imprudente. No hubo despedidas entre ellos. Manon mantuvo el ritmo cardíaco estable mientras se sentaba en la parte superior de Abraxos, justo dentro de la boca cavernosa que conducía al Omega, consciente de cada ojo enemigo sobre ellos, tanto delante como detrás. —Deseo hablar con Petrah Blueblood —declaró a la sala. Una joven voz respondió: —Yo soy. La heredera Blueblood apareció a través del arco más cercano, con una banda de hierro en la frente, con túnicas azules que fluían. Manon inclinó la cabeza. —Reúne a tus huestes en este salón.

I Manon no se había preocupado mucho en lo que diría.

Y cuando las trescientas brujas Ironteeth entraron en la sala, algunas saliendo de sus patrullas, Manon se preguntó si debería haberlo hecho. La observaron, observaron a las Trece con un desdén cauteloso. Su líder de ala deshonrada; su heredera caída. Cuando todas se reunieron, Petrah, aún de pie en la puerta donde había aparecido, simplemente dijo: —Mi deuda de vida por una audiencia, Blackbeak. Manon tragó, con la lengua tan seca como el papel. Sentada en la parte superior de Abraxos, podía ver cada movimiento de movimiento en la multitud, los ojos abiertos o las manos agarrando las espadas. —No les diré los detalles de quién soy —dijo Manon por fin—. Porque creo que ya lo han escuchado. —Perra Crochan —alguien escupió. Manon puso sus ojos en los Blackbeaks, con cara de piedra donde las otras se erizaron de odio. Fue por ellas que habló, por ellas había venido aquí. —Toda mi vida —dijo Manon, su voz temblaba ligeramente—, me han mentido. —No tenemos que escuchar esta basura —escupió otra centinela. Asterin gruñó al lado de Manon, y los demás guardaron silencio. Incluso en desgracia, las Trece eran mortales. Manon continuó: —Una mentira, sobre quiénes somos, qué somos. Que somos monstruos, y estamos orgullosas de serlo —pasó un dedo sobre el trozo de tela roja que sujetaba su trenza—. Pero nos hicieron eso. Crearon —repitió ella—, cuando podríamos ser mucho más. El silencio cayó. Manon tomó eso como un estímulo suficiente. —Mi abuela no planea recuperar las Wastes cuando termine esta guerra. Ella planea gobernar las Wastes como Reina Suprema. Su única reina. Un murmullo a eso. En las palabras, en la traición que Manon cometió al revelar los planes privados de su Matrona. —No habrá Bluebloods, o Yellowlegs, no como ahora. Ella planea tomar las armas que han construido aquí, planea usar a nuestros jinetes Blackbeak y convertirlas en nuestras súbditas. Y si no te inclinas hacia ella, no existirás en absoluto —Manon tomó aliento. Otro.

—Hemos conocido el derramamiento de sangre y la violencia por quinientos años. Lo seguiremos conociendo por otros quinientos más. —Mentirosa —gritó alguien—. Volamos a la gloria. Pero Asterin se movió, desabotonando su chaqueta de cuero y luego levantando su camisa blanca. Levantándose en los estribos para desnudar su cicatrizado y brutal abdomen. —Ella no miente. INMUNDA. Allí, la palabra estaba estampada. Siempre estaría estampada. —¿Cuántas de ustedes —dijo Asterin—, han sido calificadas de manera similar? ¿Por tu matrona, por tu líder de aquelarre? ¿Cuántas de ustedes han quemado a sus brujitas nacidas muertas antes de poder sostenerlas? El silencio que cayó ahora era diferente al anterior. Temblando, estremeciéndose. Manon miró a las Trece para encontrar lágrimas en los ojos de Ghislaine mientras observaba la marca en el vientre de Asterin. Lágrimas en los ojos de todas ellas, que no sabían. Y fue por esas lágrimas, que Manon nunca había visto, que se enfrentó nuevamente a las huestes. —Las matarán en esta guerra, o después de ella. Y nunca volverán a ver nuestra patria. —¿Qué es lo que quieres, Blackbeak? —Petrah preguntó desde el arco. —Vuelen con nosotros —suspiró Manon—. Vuela con nosotros. Contra Morath. Contra la gente que las mantendría alejadas de su tierra natal, su futuro. —Murmuró de nuevo. Manon siguió adelante—. Una alianza de Ironteeth-Crochan. Tal vez para romper nuestra maldición por fin. De nuevo, ese silencio estremecedor. Como una tormenta a punto de romper. Asterin se recostó en la silla, pero mantuvo la camisa abierta. —La elección de cómo se configurará el futuro de nuestra gente es suya —Manon le dijo a cada una de las brujas reunidas, todas los Blackbeaks que podrían volar a la guerra y nunca regresar—. Pero les diré esto —sus manos temblaron, y las apretó sobre sus muslos—. Hay un mundo mejor por ahí. Y lo he visto. Incluso las Trece miraban hacia ella ahora. —He visto brujas y humanos y Fae morar juntos en paz. Y no es una debilidad hacerlo, sino una fortaleza. He conocido reyes y reinas cuyo amor por sus reinos,

sus pueblos, es tan grande que el yo es secundario. El amor por su gente es tan fuerte que incluso frente a probabilidades impensables, hacen lo imposible. Manon levantó la barbilla. —Ustedes son mi gente. Ya sea que mi abuela lo decrete o no, ustedes son mi gente, y siempre lo serán. Pero volaré contra ustedes, si es necesario, para asegurar que haya un futuro para aquellos que no pueden luchar por ellos mismos. Durante demasiado tiempo nos hemos aprovechado de los débiles, disfrutamos al hacerlo. Es hora de que seamos mejores que nuestras primeras madres —las palabras que ella había pronunciado hace trece meses—. Hay un mundo mejor allá afuera —dijo de nuevo—. Y lucharé por eso —ella apartó a Abraxos, hacia la zambullida detrás de ellos. “¿Y ustedes? Manon asintió con la cabeza a Petrah. Con los ojos brillantes, la heredera solo asintió con la cabeza. Se les permitiría salir como habían llegado: ilesas. Así que Manon dio un codazo a Abraxos, y saltó al cielo, las Trece siguieron su ejemplo. No como un soldado de guerra. Sino de paz.

Capítulo 44 Traducido por Mary A. Corregido por Cotota

—¿Cómo te voy a cortar hoy, Aelin? Las palabras de Cairn fueron un empujón de aliento caliente en su oído cuando su cuchillo raspó su muslo desnudo. No. No, no podría haber sido un sueño. El escape, Rowan, el barco a Terrasen... Cairn clavó la punta de su daga en la carne sobre su rodilla, y ella apretó los dientes mientras la sangre salpicaba y se derramaba. Cuando empezó a girar la hoja, un poco más profundo con cada rotación. Lo había hecho tantas veces ahora. Por todo su cuerpo. Solo se detendría cuando golpeara el hueso. Cuando ella gritara y gritara. Un sueño. Una ilusión. Su huida de él, de Maeve, había sido otra ilusión. ¿Lo había dicho ella? ¿Había dicho ella dónde estaban escondidas las llaves? Ella no pudo detener el sollozo que arrancó de ella. Luego una voz fresca y culta ronroneó: —Todo ese entrenamiento, ¿y esto es lo que pasa? Irreal. Arobynn, de pie al otro lado del altar, no era real. Incluso si lo miraba, su pelo rojo brillaba, su ropa impecable. Su antiguo maestro le dio una media sonrisa. —Incluso Sam resistió mejor que esto. Cairn retorció el cuchillo otra vez, cortando músculo. Ella se arqueó, su grito resonó en sus oídos. Desde muy lejos, Fenrys gruñó. —Podrías salir de estas cadenas, si realmente quisieras —dijo Arobynn, frunciendo el ceño con disgusto—. Si realmente lo intentaras. No, ella no podía, y todo había sido un sueño, una mentira... —Te permites permanecer cautivo. Porque en el momento en que eres libre... — Arobynn se rió entre dientes—. Entonces debes ofrecerte como cordero para el sacrificio.

Ella arañó y se sacudió contra la trituración de su pierna, sin escuchar a Cairn mientras él se burlaba. Solo oyendo al Rey de los Asesinos, invisible y desapercibido a su lado. —En el fondo, esperas estar aquí el tiempo suficiente para que el joven Rey de Adarlan pague el precio. En el fondo, sabes que estás escondida aquí, esperando que él despeje el camino. —Arobynn se apoyó en el costado del altar, limpiándose las uñas con una daga—. En el fondo, sabes que no es realmente justo, que esos dioses te hayan elegido. Que Elena te eligió a ti en lugar de a él. Ella te compró tiempo para vivir, sí, pero aun así fuiste elegida para pagar el precio. Su precio. Y los dioses. Arobynn se pasó una mano de dedos largos por el costado de su cara. —¿Ves lo que intenté evitarte todos estos años? ¿Qué habrías evitado si hubieras seguido siendo Celaena, permanecieras conmigo? —Él sonrió—. ¿Lo ves, Aelin? Ella no pudo responder. No tenía voz. Cairn golpeó el hueso, y–

I Aelin se lanzó hacia arriba, con las manos agarrando su muslo. Ninguna cadena la pesaba. Ninguna máscara la sofocó. Ninguna daga había sido retorcida en su cuerpo. Respirando con fuerza, el olor de las sábanas mohosas se aferraba a su nariz, los sonidos de sus gritos reemplazados por el canto soñoliento de los pájaros, Aelin se frotó la cara. El príncipe que se había quedado dormido a su lado ya le pasaba una mano por la espalda con suaves y suaves movimientos. Más allá de la pequeña ventana de la destartalada posada en algún lugar cerca de la frontera de Fenharrow y Adarlan, se esparcían gruesos velos de niebla. Un sueño. Solo un sueño. Se retorció y apoyó los pies en la alfombra raída del suelo de madera irregular. —El amanecer no es por otra hora —dijo Rowan. Sin embargo, Aelin alcanzó su camisa.

—Me calentaré, entonces —tal vez correr, como no había podido hacer en semanas y semanas. Rowan se incorporó, sin perder nada. —El entrenamiento puede esperar, Aelin —lo habían estado haciendo durante semanas, tan minucioso y agotador como lo había sido en Mistward. Se metió las piernas en los pantalones y luego se abrochó el cinturón de la espada. —No, no puede. Aelin esquivó a un lado, la espada de Rowan navegando sobre su cabeza, cortando algunas hebras del extremo de su trenza. Ella parpadeó, respirando con dificultad, y apenas levantó a Goldryn a tiempo para detener su próximo ataque. El metal reverberó a través de las ampollas punzantes que cubrían sus manos. Nuevas ampollas, para un nuevo cuerpo. Tres semanas en el mar, y sus callos apenas se habían formado de nuevo. Todos los días, pasaba horas entrenando espadas, tiro con arco y combate, y sus manos aún eran suaves. Gruñendo, Aelin se agachó, los muslos ardían mientras se preparaba para saltar. Pero Rowan se detuvo en el polvoriento patio de la posada, su hacha y su espada cayeron a sus lados. En la primera luz del alba, la posada podría haber pasado por agradable, la brisa marina de la costa cercana flotaba a través de las hojas persistentes en el manzano encorvado en el centro del espacio. Una tormenta en el norte había forzado a su barco a encontrar un puerto la noche anterior, y después de semanas en el mar, ninguno de ellos había dudado en pasar unas pocas horas en tierra. Para saber qué demonios había pasado mientras se habían ido. La respuesta: la guerra. En todas partes, la guerra rabiaba. Pero donde ocurrió la lucha, el viejo posadero no lo sabía. Los barcos ya no se detenían en el puerto, y los grandes buques de guerra pasaban por alto. Si eran enemigos o amigos, él tampoco lo sabía. No sabía absolutamente nada, parecía. Incluyendo cómo cocinar. Y limpia su posada. Tendrían que estar de vuelta en los mares dentro de uno o dos días, si querían llegar a Terrasen rápidamente. Había demasiadas tormentas en el Norte como para haberse arriesgado a cruzar directamente allí, había dicho su capitán. En esta época del año, era más seguro llegar a la costa del continente y luego navegar por ella. Incluso si ese comando y esas mismas tormentas los hubieran aterrizado aquí: en algún lugar entre Fenharrow y la frontera de Adarlan. Con Rifthold unos días por delante.

Cuando Rowan no reanudó su combate, Aelin frunció el ceño. —Qué —no era tanto una pregunta sino una demanda. Su mirada era inquebrantable. Como lo había sido cuando ella había regresado de su carrera a través de los campos brumosos más allá de la posada y lo encontró apoyado contra el manzano. —Es suficiente por hoy. —Apenas hemos empezado —ella levantó su espada. Rowan mantuvo la suya abajo. —Apenas dormiste anoche. Aelin se tensó. —Malos sueños —un eufemismo. Ella levantó la barbilla y le lanzó una sonrisa—. Tal vez estoy empezando a desgastarte un poco. A pesar de las ampollas, había recuperado el peso, al menos. Había visto cómo sus brazos iban delgados al corte con músculos, sus muslos desde cañas a elegantes y poderosos. Rowan no le devolvió la sonrisa. —Vamos a desayunar. —Después de la cena de anoche, no tengo ninguna prisa —no le dio un abrir y cerrar de ojos antes de lanzarse hacia él, golpeando a Goldryn y apuñalando con su daga. Rowan se encontró con su ataque, desviándose fácilmente. Se enfrentaron, se separaron y se enfrentaron de nuevo. Sus caninos brillaban. —Necesitas comer. —Necesito entrenar. Ella no pudo evitarlo, necesitaba hacer algo. Para estar en movimiento. No importa cuántas veces ella blandiera su espada, podía sentirlas. Los grilletes. Y cada vez que se detenía a descansar, también podía sentirlo, su magia. Esperando. De hecho, parecía abrir un ojo y bostezar. Apretó la mandíbula y atacó de nuevo. Rowan recibió cada golpe, y ella sabía que sus maniobras estaban cayendo en el descuido. Sabía que la dejaba continuar en lugar de aprovechar las muchas aberturas para terminarla.

Ella no pudo parar. La guerra rugía alrededor de ellos. La gente se estaba muriendo. Y ella había estado encerrada en esa maldita caja, había sido desarmada una y otra vez, incapaz de hacer nada... Rowan golpeó, tan rápido que no pudo rastrearlo. Pero fue el pie que deslizó delante de ella el que la condenó, enviándola a toda velocidad hacia la tierra. Sus rodillas ladraron, se despellejaron bajo sus pantalones, y su daga se dispersó de su mano. —Yo gano —jadeó—. Comamos. Aelin lo fulminó con la mirada. —Otra ronda. Rowan acaba de enfundar su espada. —Después del desayuno —ella gruñó. Gruñó de vuelta. —No seas estúpido —dijo—. Perderás todo ese músculo si no alimentas a tu cuerpo. Así que come Y si aún quieres entrenar después, entrenaré contigo —él le ofreció una mano tatuada—. Aunque es probable que vomites tus tripas. Ya sea por el esfuerzo o por la cocina sospechosa del posadero. Pero Aelin dijo: —La gente se está muriendo. En Terrasen. En todas partes. La gente se está muriendo, Rowan. —Tu desayuno no va a cambiar eso —sus labios se curvaron en un gruñido, pero él la interrumpió—. Sé que la gente se está muriendo. Los vamos a ayudar. Pero necesitas tener algo de fuerza o no podrás. Verdad. Su compañero dijo la verdad. Y sin embargo ella podía verlos, escucharlos. Esos moribundos, asustados. Cuyos gritos sonaban tan a menudo como los suyos. Rowan retorció sus dedos en un recordatorio silencioso. ¿Debemos? Aelin frunció el ceño y tomó su mano, permitiéndole que la pusiera de pie. Tan agresivo. Rowan deslizó un brazo alrededor de sus hombros. Esa es la cosa más educada que has dicho sobre mí.

I Elide trató de no hacer una mueca ante las gachas grises que humeaban frente a ella. Especialmente con el posadero observando desde las sombras detrás de la barra de su salón. Sentada en una de las mesas pequeñas y redondas que llenaban el espacio desgastado, Elide llamó la atención de Gavriel desde donde empujó su propio tazón. Gavriel se llevó la cuchara a la boca. Despacio. Los ojos de Elide se ensancharon. Se ensanchó aún más cuando abrió la boca y dio un mordisco. Su golondrina era audible. Su estremecimiento apenas contenía. Elide detuvo su sonrisa ante la pura miseria que entró en la tímida mirada del León. Aelin y Rowan habían estado terminando una batalla similar cuando ella había entrado en el salón hace unos minutos, la reina deseándole suerte antes de regresar al patio. Elide no la había visto quedarse quieta por más tiempo del necesario para comer. O durante las horas en que los había instruido sobre Marcas del Wyrd, después de que Rowan le hubiera pedido que les enseñara. La había sacado de las cadenas, había explicado el príncipe. Y si los ilken eran resistentes a su magia, entonces aprender las marcas antiguas sería útil con todo lo que enfrentaban. Las batallas tanto físicas como mágicas. Esas marcas tan extrañas y difíciles. Elide no podía leer su propio idioma, no lo había intentado en mucho tiempo. No suponía que se le concediera la oportunidad en el corto plazo. Pero aprendiendo estas marcas, si ayudaba a sus compañeros de alguna manera... ella podría intentarlo. Lo había intentado, lo suficiente para conocer a algunos de ellos ahora. Gavriel se atrevió a otro bocado de las gachas, ofreciendo una sonrisa tensa al posadero. El hombre parecía tan aliviado que Elide recogió su propia cuchara y se tragó un bocado. Suave y un poco agrio, ¿le había puesto sal en lugar de azúcar? Pero... hacía calor. Gavriel la miró a los ojos y Elide volvió a contener la risa. Ella sintió, más que vio, entra Lorcan. El posadero encontró instantáneamente en otro lugar para estar. El hombre no se había sorprendido al ver a cinco Fae entrar en su posada la noche anterior, por lo que su desaparición cada vez que aparecía Lorcan se debía, sin duda, al brillo que el hombre había perfeccionado. De hecho, Lorcan echó un vistazo a Elide y Gavriel y abandonó el comedor. Apenas

habían hablado estas semanas. Elide ni siquiera sabía qué decir. Un miembro de este tribunal. Su corte Siempre. Él y Aelin ciertamente no se habían calentado entre sí. No, solo Rowan y Gavriel realmente le hablaron. Fenrys, a pesar de su promesa a Aelin de no pelear con Lorcan, lo ignoró la mayor parte del tiempo. Y Elide... Se había hecho tan escasa a menudo que Lorcan no se había molestado en acercarse a ella. Bueno. Estuvo bien. Incluso si a veces se encontraba abriendo la boca para hablar con él. Observándolo mientras escuchaba las lecciones de Aelin sobre las Marcas del Wyrd. O mientras entrenaba con la reina, los raros momentos en que los dos no estaban en la garganta del otro. Aelin les había sido devuelta. Se estaba recuperando lo mejor que podía. Elide no probó su siguiente bocado de papilla. Gavriel, por suerte, no dijo nada. Y Anneith tampoco habló. No es un susurro de orientación. Era mejor así. Para escucharse a sí misma. Mejor que Lorcan también mantuviera la distancia. Elide se comió el resto de sus gachas en silencio.

I Rowan tenía razón: casi vomitó después del desayuno. Cinco minutos en el patio y ella había tenido que detenerse, esa miserable gachas subiendo por su garganta. Rowan se había reído entre dientes cuando se había tapado la boca con una mano. Y luego cambió a su forma de halcón para navegar por la costa cercana y su barco en espera, para registrarse con su capitán. Haciendo rodar sus hombros, ella lo había visto desaparecer en las nubes. Él tenía razón, por supuesto. Sobre dejarse descansar. Si los otros sabían lo que la impulsó, no habían dicho una palabra. Aelin enfundó a Goldryn y soltó un largo suspiro. En lo profundo, su poder gruñó. Ella flexionó los dedos El rostro frío y pálido de Maeve apareció ante sus ojos. Su magia se quedó en silencio. Soplando otra respiración temblorosa, sacudiendo el temblor de sus manos, Aelin

apuntó hacia las puertas abiertas de la posada. Un camino largo y polvoriento se extendía por delante, los campos más allá de estériles. Poco impresionante, tierra olvidada. Apenas había vislumbrado algo en su carrera al amanecer más allá de la niebla y unos pocos gorriones flotando entre las hierbas secas del invierno. Fenrys se sentó en forma de lobo en el borde del campo más cercano, mirando a través de la extensión. Precisamente donde había estado antes del amanecer. Ella le dejó oír sus pasos, sus orejas temblando. Se movió cuando ella se acercó, y se apoyó en la valla medio rota que rodeaba el campo. —¿A quién molestaste para conseguir el turno de noche? —preguntó Aelin, limpiándose el sudor de su frente. Fenrys resopló y se pasó una mano por el pelo. —¿Creerías que me ofrecí para eso? Ella arqueó una ceja. Se encogió de hombros, observando el campo de nuevo, las nieblas todavía se aferraban a sus alcances más lejanos. —No duermo bien en estos días —él le dirigió una mirada de soslayo—. No creo que sea la única. Ella cogió la ampolla de su mano derecha, silbando. —Podríamos comenzar una sociedad secreta, para las personas que no duermen bien. —Mientras Lorcan no esté invitado, estoy dentro. Aelin soltó una carcajada. —Déjalo ir. Su rostro se volvió piedra. —Dije que lo haría. —Claramente no lo has hecho. —Lo dejaré pasar cuando dejes de correr furiosamente al amanecer. —No estoy corriendo furiosamente Rowan lo está supervisando. —Rowan es la única razón por la que no estás cojeando en todas partes. Verdad. Aelin enroscó sus manos doloridas en puños y se las metió en los bolsillos. Fenrys no dijo nada, no preguntó por qué no se calentaba los dedos. O el aire a su alrededor. Se volvió hacia ella y parpadeó tres veces. ¿Estás bien?

El grito de una gaviota atravesó el mundo gris, y Aelin parpadeó dos veces. No. Era todo lo que ella admitiría. Ella parpadeó de nuevo, tres veces ahora. Son todos ustedes, ¿bien? Dos parpadeos de él, también. No, no estaban bien. Puede que nunca lo estuviera. Si los otros sabían, si veían más allá de la arrogancia y el temperamento, no lo dejaban ver. Ninguno de ellos comentó que Fenrys no había usado su magia para saltar entre lugares. No es que hubiera ningún lugar para ir en medio del mar. Pero incluso cuando se enfrentaron, él no lo manejó. Quizás había muerto con Connall. Quizás había sido un regalo que ambos habían compartido, y tocarlo era insoportable. Ella no se atrevió a mirar hacia adentro, al mar agitado dentro de ella. No pudo. Aelin y Fenrys estaban de pie junto al campo mientras el sol se arqueaba más alto, quemando las nieblas. Después de un largo minuto, ella preguntó: —Cuando hiciste el juramento a Maeve, ¿a qué sabía su sangre? Sus cejas doradas se estrecharon. —Como la sangre. Y poder. ¿Por qué? Aelin negó con la cabeza. Otro sueño, o alucinación. —Si ella está sobre nuestros talones con este ejército, yo solo... estoy tratando de entenderlo. A ella, quiero decir. —Planeas matarla. Las gachas de su estómago se revolvieron, pero Aelin se encogió de hombros. A pesar de que ella sabía a cenizas en su lengua. —¿Preferirías hacerlo? —No estoy seguro de sobrevivir —dijo entre dientes—. Y tienes más razones para reclamarlo que yo. —Yo diría que tenemos un reclamo igual. Sus ojos oscuros recorrieron su rostro. —Connall era un hombre mejor que el que lo viste esa vez. De lo que fue al final. Ella agarró su mano y la apretó.

—Lo sé. Las últimas nieblas se desvanecieron. Fenrys preguntó en voz baja: —¿Quieres que te lo cuente? No se refería a su hermano. Ella sacudió su cabeza. —Sé lo suficiente —ella examinó sus manos frías y ampolladas—. Sé lo suficiente —repitió ella. Se puso rígido, una mano yendo a la espada a su lado. No en sus palabras, pero... Rowan se zambulló desde el cielo, una zambullida total. Se movió a pocos pies del suelo, aterrizando con la gracia de un depredador mientras corría los últimos pasos hacia ellos. Goldryn cantó mientras lo desenvainaba. —¿Qué? Su compañero acaba de señalar los cielos. A lo que voló allí.

Capítulo 45 Traducido por Mary A. Corregido por Cotota

La roca rugió contra la roca, e Yrene apoyó una mano en las estremecedoras piedras de la Fortaleza Westfall cuando la torre se balanceó. En el pasillo, la gente gritaba, algunos gemían, otros se lanzaban sobre los miembros de la familia para cubrirlos con sus cuerpos mientras llovían escombros. El amanecer apenas se había roto, y la batalla ya se estaba librando. Yrene se apretó contra las piedras, con el corazón martilleando, contando las respiraciones hasta que cesaron los temblores. El último asalto, habían sido las seis. Ella llegó a tres, afortunadamente. Cinco días de esto. Cinco días de esta pesadilla sin fin, con solo las horas más negras de la noche ofreciendo indulto. Apenas había visto a Chaol por más que un beso y un abrazo pasajero. La primera vez, él había estado luciendo una herida en el templo que ella había curado. Al siguiente, había estado apoyado pesadamente en su bastón, cubierto de tierra y sangre, gran parte de lo que no era suyo. Era la sangre negra la que le había hecho girar el estómago. Valg. Había Valg ahí fuera. Infestación de huéspedes humanos. Demasiados para que ella los cure. No, esa parte vendría después de la batalla. Si sobrevivían. Pronto, demasiado pronto, comenzaron a llegar los heridos y los moribundos. Eretia había organizado una enfermería en el gran salón, y allí fue donde Yrene pasó la mayor parte de su tiempo. Hacia dónde se había dirigido, después de pasar unas pocas horas sin dormir. La torre se estabilizó, e Yrene no le anunció a nadie en particular: —Los ruks todavía están aguantando la marea. Morath solo dispara las catapultas porque no pueden romper las paredes. Fue solo parcialmente cierto, pero las familias se agacharon en el pasillo, sus petates y sus pocas y preciosas pertenencias, parecían asentarse. Los ruks habían deshabilitado muchas de las catapultas que Morath había arrastrado hasta aquí, pero algunas se quedaron, solo lo suficiente para martillar a la fortaleza, la ciudad. Y mientras

los ruks podrían haber estado conteniendo la marea, no sería por mucho tiempo. Yrene no quería saber cuántos habían caído. Solo vio la cantidad de jinetes en el gran salón y sabía que serían demasiados. Eretia había ordenado a los ruks lesionados que se establecieran en uno de los patios interiores, asignando cinco curanderos para que los supervisaran, y el espacio estaba tan lleno que apenas podía moverse a través de él. Yrene se apresuró hacia adelante, consciente de los escombros esparcidos en la escalera de la torre. Ella casi se había roto el cuello ayer deslizando un pedazo de madera caída. Los gemidos de los heridos la alcanzaron mucho antes de que ella entrara en el gran salón, las puertas se abrieron para revelar fila tras fila de soldados, desde el khaganate y Anielle por igual. Los curanderos no tenían camas para todos, por lo que muchos habían sido colocados en sacos de dormir. Cuando se acabaron, se utilizaron capas y mantas apiladas sobre piedra fría. No es suficiente, no hay suficientes suministros y no hay suficientes curanderos. Deberían haber traído más del resto del anfitrión. Yrene se arremangó, apuntando a la estación de lavado cerca de las puertas. Varios de los niños cuyas familias se refugiaron en la bodega habían asumido la tarea de vaciar las tinas sucias y llenarlas con agua caliente cada poco minuto. Junto a las cuencas por los heridos. Yrene se había resistido a dejar que los niños presenciaran tal derramamiento de sangre y dolor, pero no había nadie más para hacerlo. Nadie más tan ansioso por ayudar. El señor de Anielle podría haber sido un gran bastardo, pero su gente era un grupo valiente y noble. Una que había dejado más huella en su marido que su odioso padre. Yrene se frotó las manos, aunque las había lavado antes de venir aquí, y las había secado. No podían desperdiciar sus preciosos paños en secarse las manos. Su magia apenas se había llenado, a pesar del sueño que había conseguido. Sabía que, si miraba las almenas, espiaría a Chaol usando su bastón, tal vez incluso encima del caballo de batalla que habían equipado con su corsé. Su cojera había sido profunda cuando lo había visto por última vez, justo ayer por la tarde. Sin embargo, no se había quejado, no le había pedido que dejara de gastar su poder. Pelearía si estaba parado o usando el bastón o la silla o un caballo. Eretia se encontró con Yrene en la mitad del piso del pasillo, su piel oscura brillaba de sudor. —Están trayendo a un jinete. Su garganta ha sido cortada por garras, pero está to-

davía respirando. Yrene reprimió su estremecimiento. —¿Veneno en las garras? Muchas de las bestias Valg lo poseían. —El explorador que voló para avisarnos de su llegada no estaba seguro. Yrene sacó su caja de herramientas de la mochila en su cadera, buscando en el pasillo un lugar para trabajar en el jinete entrante. No hay mucho espacio, pero allí, junto a los lavabos donde se había limpiado las manos. Suficiente espacio. —Me reuniré con ellos en las puertas —Yrene se apresuró a caminar por la entrada abierta. Pero Eretia agarró el brazo de Yrene, sus dedos delgados se clavaron suavemente en su piel. —¿Has descansado lo suficiente? —¿Lo hiciste? —Yrene respondió de nuevo. Eretia todavía estaba aquí cuando Yrene se había acostado horas antes, y parecía que Eretia había llegado mucho antes que Yrene esta mañana, o no se había ido en absoluto. Los ojos marrones de Eretia se estrecharon. —No soy la que necesita tener cuidado con lo mucho que me esfuerzo. Yrene sabía que Eretia no se refería a Chaol ni al vínculo entre sus cuerpos. —Conozco mis límites —dijo Yrene rígidamente. Eretia le dio una mirada de complicidad al abdomen aún plano de Yrene. —Muchos no se arriesgarían en absoluto. Yrene se detuvo. —¿Hay una amenaza? —No, pero cualquier embarazo, especialmente en los primeros meses, está agotando. Eso es sin los horrores de la guerra, o usar tu magia al borde de todos los días. Por un instante, Yrene dejó que las palabras se asentaran. —¿Cuánto tiempo hace que sabe? —Unas pocas semanas. Mi magia lo sintió en ti. Yrene tragó.

—No le he dicho a Chaol. —Pensaría que, si alguna vez hubiera un momento para hacerlo —dijo el curandero, haciendo un gesto hacia el estremecimiento que los rodeaba—, sería ahora. Yrene lo sabía. Ella había estado tratando de encontrar una manera de decirle por un tiempo. Pero poner esa carga sobre él, esa preocupación por su seguridad y la seguridad de la vida que crece en ella ... Ella no había querido distraerlo. Para aumentar el temor del que ya sabía que luchaba, solo por tenerla aquí, luchando a su lado. Y para que Chaol sepa que, si él se cayera, no sería solo su vida lo que acabaría ahora ... Ella no se atrevía a decírselo. Aún no. Tal vez la hizo egoísta, tal vez estúpida, pero no pudo. Incluso si en el momento en que se había dado cuenta en la cámara de baño de la nave, cuando su ciclo todavía no había venido y había empezado a contar los días, había llorado de alegría. Y luego se dio cuenta de lo que, exactamente, llevar un niño durante la guerra implicaría. Que esta guerra bien podría estar aún en su apogeo, o en sus últimos y horribles días, cuando ella dio a luz. Yrene había decidido que haría todo lo posible para asegurarse de que no terminara con el nacimiento de su hijo en un mundo de oscuridad. —Le diré cuando llegue el momento —dijo Yrene con tono cortante. Desde las puertas abiertas de la sala, los gritos se elevaron a “¡Despejen el camino! ¡Despeja el camino para los heridos!” Eretia frunció el ceño, pero corrió con Yrene para encontrarse con la gente del pueblo que llevaba una camilla ya ensangrentada y el jinete del ruk casi muerto encima de ella.

I El caballo debajo de Chaol se movió, pero se mantuvo firme donde estaban parados a lo largo de las almenas más bajas de las paredes. No es un caballo tan fino como Farasha, pero es lo suficientemente sólido. Una bestia de corazón valiente que había llevado bien a su silla de montar equipada, que era todo lo que había pedido. Caminar, sabía Chaol, no sería una opción cuando desmontara. La tensión en su columna vertebral le dijo lo suficiente sobre lo difícil que estaba trabajando Yrene, que el sol apenas había salido. Pero él podría luchar igual de bien a caballo, podría liderar a estos soldados de todos modos.

Adelante, extendiéndose demasiado lejos para que él contara, el ejército de Erawan se lanzó a la ciudad para otro día de asalto total contra las paredes. Los ruks se dispararon, esquivando flechas y lanzas, arrebatando soldados del suelo y separándolos. En lo alto de las aves, los rukhin desataron su propio torrente de furia en pases cuidadosos e inteligentes organizados por Sartaq y Nesryn. Pero después de cinco días, incluso los poderosos ruks se estaban ralentizando. Y las torres de asedio de Morath, que antes se habían roto fácilmente en pedazos de metal y madera, ahora se dirigían a las paredes. —Preparen a los hombres para el impacto —ordenó Chaol al capitán de rostro sombrío que estaba cerca. El capitán gritó la orden por las líneas que Chaol había reunido justo antes del amanecer. Unas pocas bandas de soldados Morath se las habían arreglado para conseguir ganchos de agarre en las paredes durante los últimos dos días, alzando escaleras de asedio y montones de soldados con ellos. Chaol los había eliminado, y aunque los guerreros de Anielle no estaban seguros de qué hacer con los hombres infestados de demonios que habían venido a asesinarlos, habían obedecido sus órdenes. Apresuró rápidamente el flujo de soldados sobre las Paredes, cortando los lazos que sujetaban las escaleras. Pero las torres de asedio que se acercaban ... no serían tan fáciles de desalojar. Y tampoco lo harían los soldados que cruzaron el puente de metal que atravesaría la torre y los muros. Detrás de él, subiendo de nivel, supo que su padre lo observaba. Ya había señalado a través del sistema de linternas que Sartaq había demostrado cómo usar que necesitaban rublos para volar hacia atrás, para derribar las torres. Pero los ruks estaban haciendo un pase en la retaguardia del ejército de Morath, donde los comandantes habían mantenido las líneas de Valg en orden. La idea de Nesryn había sido la de anoche: dejar de ir por las interminables líneas del frente y sacar a los que las ordenaban. Intenta sembrar caos y desorden. La primera torre de asedio se acercó, el metal gimió cuando los wyverns, encadenados al suelo y con las alas cortadas, lo acercaron más. Los soldados ya se alinearon detrás de él en columnas gemelas, listos para asaltar hacia arriba. Hoy dolería. El caballo de Chaol se movió debajo de él otra vez, y él palmeó una mano cubierta con un guante en el cuello blindado del semental. El ruido de metal contra metal fue tragado por el estruendo. —Paciencia, amigo.

A lo lejos, más allá del alcance de los arqueros, la catapulta se estaba recargando. Habían lanzado una roca hace solo treinta minutos, y Chaol se había escondido debajo de un arco, rezando para que la base de la torre que golpeó no se derrumbara. Rezar Yrene no estaba cerca de eso. Apenas la había visto durante estos días de derramamiento de sangre y agotamiento. No había tenido la oportunidad de decirle lo que él sabía. Para decirle lo que había en su corazón. Se conformó con un beso profundo pero breve, y luego corrió a cualquier parte de las almenas en las que había sido necesitado. Chaol desenvainó su espada y el metal recién pulido gimió cuando salió de la vaina. Los dedos de su otra mano se apretaron alrededor de las azas de su escudo. Un escudo de jinete ruk, ligero y destinado para el combate rápido. La abrazadera que lo sostenía en la silla de montar se mantuvo firme, con las hebillas aseguradas. Los soldados que bordeaban las almenas se agitaron en la torre de asedio que se aproximaba. Los horrores en el interior. —Una vez fueron hombres —gritó Chaol, con su voz sobre el clamor de la batalla más allá de las murallas—. todavía pueden morir como ellos. Unas pocas espadas dejaron de temblar. —Ustedes son personas de Anielle —continuó Chaol, levantando su escudo e inclinando su espada—. Vamos a mostrarles lo que eso significa. La torre de asedio se estrelló contra el costado de la torre, y el puente de metal en su nivel más alto se derrumbó, aplastando los parapetos de almenas debajo. El enfoque de Chaol se volvió frío y calculador. Su esposa estaba en la custodia detrás de él. Embarazada con su hijo. Él no la fallaría.

I Una torre de asedio había alcanzado las murallas, y ahora descargado soldado tras soldado en el antiguo castillo. A pesar de la distancia, Nesryn pudo ver el caos en las almenas. Apenas distinguía a Chaol sobre su caballo gris, luchando en lo más profundo. Elevándose sobre el ejército lanzando flechas y lanzas hacia ellos, Nesryn se inclinó hacia la izquierda, los ruks detrás de ella siguieron su ejemplo.

Al otro lado del campo de batalla, Borte y Yeran, liderando otra facción de rukhin, agrupados a la derecha, los dos grupos de rukhin una imagen de espejo que se acercaba el uno al otro, luego de vuelta para arar a través de las líneas traseras. Al igual que Sartaq, liderando un tercer grupo, golpeó desde la otra dirección. Sacaron a dos comandantes, pero tres más permanecieron. No príncipes, Agradezca a los dioses aquí y a los treinta y seis en el khaganate, pero Valg de todos modos. La sangre negra cubrió las plumas blindadas de Salkhi, cubrió cada ruk en los cielos. Ella había pasado horas limpiándolo en Salkhi la noche anterior. Todo lo que Rukhin tenía, no estaba dispuesto a arriesgarse a que la sangre vieja interfiriera con cómo sus plumas atrapaban el viento. Nesryn apuntó una flecha y escogió su objetivo. Otra vez. El comandante Valg había evadido su disparo la última vez. Pero ahora no lo haría. Salkhi barrió bajo, tomando flecha tras flecha contra su coraza, en sus gruesas plumas y piel. Nesryn casi había vomitado la primera vez que una flecha había encontrado su marca días antes. Hace una vida. Ahora también pasaba horas recogiéndolos de su cuerpo cada noche, como si fueran espinas de una planta espinosa. Sartaq había pasado ese tiempo yendo de fuego en fuego, reconfortando a aquellos cuyas monturas no eran tan afortunadas. O calmar a los ruks cuyos jinetes no habían durado el día. Ya se había amontonado un carro con su camino, esperando el viaje final a casa para ser plantado en las áridas laderas de Arundin. Cuando Salkhi se acercó lo suficiente como para arrancar a varios Valg de sus caballos y destruirlos en sus garras, Nesryn disparó al comandante. Ella no vio si el disparo aterrizó. No como un cuerno cortó el estruendo. Un grito surgió del rukhin, todos mirando hacia el este. Hacia el mar A donde los soldados de caballería y de infantería de Darghan cargaron contra el flanco oriental desprotegido del ejército de Morath, Hasar sobre su caballo Muniqi, liderando la hostia del khagan. Dos ejércitos se enfrentaron en la llanura a las afueras de una ciudad antigua, una oscura y otra dorada. Lucharon, brutales y sangrientas, durante las largas horas del día gris. Sin embargo, los ejércitos de Morath no se rompieron. Y no importa cómo Nesryn y el rukhin, liderados por las órdenes de Sartaq y Hasar, se unieron detrás de sus nuevas tropas, el Valg siguió luchando. Y aún el anfitrión de Morath se encontraba entre el ejército del khagan y la ciudad sitiada, un océano de oscuridad.

Cuando cayó la noche, demasiado negro para que incluso el Valg luchara, el ejército del khagan se retiró para evaluar. Listo para el ataque al amanecer. Nesryn voló a Yrene y Chaol, ensangrentados y agotados, desde los muros de seguridad nuevamente asegurados, para que pudieran unirse al consejo de guerra entre los hijos reales del khagan. A su alrededor, los soldados gimieron y gritaron de dolor, los curanderos dirigidos por la propia Hafiza se apresuraron a atenderlos antes de que la noche diera paso a más combates. Pero cuando llegaron a la carpa de batalla de la princesa Hasar, cuando todos se habían reunido alrededor de un mapa de Anielle, tuvieron solo unos minutos de discusión antes de ser interrumpidos. Por la persona que Chaol menos esperaba pasear por las solapas.

Capítulo 46 Traducido por Yun Hdez Corregido por Cotota

Perranth apareció en el horizonte, la ciudad de piedra oscura recostada entre un lago de cobalto y una pequeña cordillera que también llevaba su nombre. El castillo había sido construido a lo largo de imponentes montañas que rodeaban la ciudad, sus estrechas torres eran lo suficientemente altas como para rivalizar con las de Orynth. Las grandes murallas de la ciudad habían sido derribadas por el ejército de Adarlan y nunca habían sido restauradas, los edificios a los largo de sus acantilados ahora desbordándose sobre los campos más allá del congelado río Lanis que fluía entre el lago y el distante mar. Fue en uno de esos campos que Aedion consideró que iban a defender su posición. El hielo se mantuvo mientras cruzaban el río y organizaban sus reducidas líneas una vez más. La familia real Whitethorn y sus guerreros estaban casi agotados, su magia una simple brisa. Pero habían mantenido a Morath un día detrás con sus escudos. Un día que el ejército utilizó para descansar, tallar madera de cualquier árbol, graneros o granjas abandonadas que pudieran encontrar para alimentar sus fuegos. Un día donde Aedion había ordenado a Nox Owen ir como su emisario a Perranth, la ciudad natal del ladrón, y ver si había hombres y mujeres que quisieran venir a llenar sus agotadas filas. No muchos. Nox regresó con unos poco cientos guerreros-no-entrenados. Ningún poseedor de magia. Pero tenían algunas armas, la mayoría viejas y oxidadas. Flechas recién hechas, por lo menos. Vernon Lochan se había asegurado que su pueblo permaneciera desarmado, temiendo un levantamiento en caso de que se enteraran que la verdadera Heredera de Perranth había sido prisionero en la torre más alta del castillo. Pero al parecer el pueblo de Perranth ya había tenido suficiente de su señor títere. Y al menos tenían mantas y comida de sobra. Los vagones los acarrearon cada hora, junto con sanadores –ninguno con dotes mágicos– para curar a los heridos. Los que estaban demasiado heridos para luchar fueron enviados en los vagones de suministros a la ciudad, algunos encima de otros. Pero una manta y comida caliente no ayudarían a sus números. O mantendrían a

Morath a raya. Así que Aedion planeó, manteniendo a los Comandantes de La Perdición cerca. Ellos harían que esto importará. Cada centímetro de terreno, cada arma y soldado. Él no vio a Lysandra. Aelin tampoco apareció. La reina los había abandonado, los soldados murmuraban. Aedion se aseguró de callar la conversación. Había gruñido que la reina tenía su propia misión para salvar sus traseros, y si ella quería que Erawan lo supiera, ella lo habría anunciado a todos, ya que estaban tan inclinados a chismear. Alivió el descontento, apenas. Aelin no los había defendido con su fuego, los había abandonado para ser masacrados. Parte de él estaba de acuerdo. Se preguntaba si hubiera sido mejor ignorar las llaves, usar las dos que ya tenían y aniquilar esos ejércitos, en lugar de destruir su mejor arma para forjar la Cerradura. Carajo, habría llorado por ver a Dorian Havilliard y su considerable poder en ese momento. El rey había disparado ilken desde el cielo, había roto sus cuellos sin tocarlos. Se arrodillaría ente el hombre si eso los salvara. Era mediodía cuando el ejército de Morath los alcanzó una vez más, sus masas derramándose sobre el horizonte. Una tormenta barriendo a través de los campos. Le había advertido al pueblo de Perranth que huyeran a Oakwald, si pudieran. Encerrarse en el castillo sería de poca utilidad. No tenían provisiones para sobrevivir a un asedio. Había debatido usar eso en la batalla, pero su ventaja estaba en el río congelado, no en dejarse arrinconar para enfrentarse a una lenta muerte. Nadie vendría a salvarlos. No había ninguna noticia de Rolfe, las fuerzas de Galan estaban agotadas, sus naves esparcidas por la costa, y sin ningún susurro del resto de los soldados de Ansel de Briarcliff. Aedion mantuvo esa información fuera de su rostro mientras cabalgaba hacia las líneas del frente, inspeccionando a los soldados. El fuerte olor a miedo empañaba el gélido aire, el peso de sus temores siendo un abismo sin fin ampliándose en sus ojos mientras lo seguían con la mirada. La Perdición comenzó a golpear sus espadas contra los escudos. Un constante ritmo para superar las vibraciones de los soldados de Morath marchando hacia ellos. Aedion no buscó un cambia-formas entre sus filas. Los ilken volaban a baja altura sobre las rebosantes masas de Morath. Sin duda ella iría por ellos primero. Aedion detuvo a su caballo en el centro de su hueste, el congelado Lanis casi enter-

rado en la nieve que había caído la noche anterior. Sin embargo Morath sabía de su existencia. Esos príncipes Valg probablemente había estudiado minuciosamente el terreno. Probablemente también a él, sus técnicas y habilidades. Sabía que se enfrentaría a uno de ellos antes de que acabara, quizás a todos. No iba a terminar bien. Mientras no se arriesgaran a cruzar, no le importaba. Endymion y Sellene, las únicas Fae con un susurro de magia, estaban posicionados detrás de la primera línea de La Perdición. Los ojos de sus propios soldados eran un toque fantasma detrás de sus omóplatos, en el casco de su cabeza. No había preparado un discurso para reanimarlos. Un discurso no impediría a estos hombres morir hoy. Así que Aedion desenvainó la espada de Orynth, levantó su escudo y se unió al constante compás de La Perdición. Expresando todo el desafío y la rabia en su corazón, él golpeó la antigua espada contra el abollado y redondo metal. El escudo de Rhoe. Aedion nunca le había dicho a Aelin. Había querido esperar hasta que hubieran regresado a Orynth para revelar que el escudo que había llevado, que nunca perdió, había pertenecido a su padre. Y a muchos otros antes que él. No tenía nombre. Incluso Rhoe no sabía su edad. Y cuando Aedion la había tomado de la habitación de Rhoe, el único objeto que agarró cuando las noticias de que su familia había sido masacrada, había dejado que los demás también se olvidarán de el. Incluso Darrow no lo había reconocido. Gastado y simple, el escudo había pasado desapercibido al lado de Aedion, un recordatorio de lo que había perdido. De lo que defendería hasta su último aliento. Los soldados de los ejércitos de sus aliados aceleraron el ritmo mientras que Morath se acercaba al borde del río. Una orden gritada por los príncipes Valg montados a caballo hizo que los primeros soldados cruzaran el río a pie, los ilken manteniéndose detrás, muy cerca del centro. Para atacar cuando estuvieran exhaustos. Ren Allsbrook y el resto de sus arqueros se mantuvieron ocultos detrás de las líneas, escogiendo blancos entre los terrores alados. Sin cesar, Aedion y su ejército golpearon sus espadas contra los escudos. Cada vez más cerca, el ejército de Morath se derramaba en el río congelado. Aedion conservó el ritmo, su enemigo no se percató que el sonido servía a otro propósito.

Enmascarar el resquebrajamiento del hielo debajo de ellos. Morath avanzó hasta que estuvieron casi del otro lado del río. Enda y Selllene no necesitaron gritar una orden. Un viento se levantó por encima del hielo, para luego estrellarse, entre las grietas que ellos habían creado. Luego ellas destruyeron el hielo. Lo rompieron en pedazos. Un latido del corazón, Morath marchaba hacia ellos. Al siguiente, se hundieron, agua salpicando, gritos y gritos llenando el aire. Los ilken se lanzaron para atrapar a los soldados que se ahogaban bajo el peso de su armadura. Pero Ren Allsbrook los estaba esperando y, a su rugida orden, los arqueros dispararon sobre los ilken expuestos. Los golpes en las alas los hicieron caer al hielo, en el agua. Yéndose abajo, algunos ilken eran arrastrados por sus propios soldados. Los príncipes Valg levantaron una mano, como si compartieran una sola mente. El ejército se detuvo en la orilla. Viendo como sus hermanos se ahogaban. Observando cómo Endymion y Sellene seguían destrozando el hielo, impidiendo que se congelara de nuevo. Aedion se atrevió a sonreír al ver a los soldados ahogándose. Encontró a los dos príncipes Valg sonriéndole desde el otro lado del río. Uno pasó una mano por el negro collar en su garganta. Una promesa y un recordatorio de exactamente lo que le harían. Aedion inclinó su cabeza en una burlona invitación. Ciertamente podrían intentarlo. El poder de la familia real de los Fae se rompió por fin, anunciado por el hielo que se formó sobre los soldados que se ahogaban, sellándolos bajo el agua oscura. Con una ráfaga de negro viento, los príncipes Valg y sus soldados no miraron hacia abajo cuando empezaron a marchar sobre el hielo, ignorando los puños que golpeaban debajo de sus pies. Aedion guio a su caballo detrás de la línea del frente, hasta donde Kyllian y Elgan estaban montados en sus propios corceles. Dos mil enemigos habían entrado al río como máximo. Ninguno emergería. Apenas un golpe en la fuerza que avanza ahora. Aedion no tenía palabras para sus comandantes, quienes lo habían conocido durante la mayor parte de su vida, tal vez mejor que nadie. Ellos tampoco tenían palabras para él. Cuando por fin Morath llegó a su orilla, con espadas brillando en el día gris, Aedion soltó un rugido y avanzó.

I Los ilken habían aprendido que había un cambia-formas entre ellos, y llevaba la piel de un guiverno. Lysandra se dio cuenta de eso después de haberlos buscado, saltando de las filas del ejército para atacar a un grupo de tres. Otros tres habían estado esperando, escondidos en la horda de abajo. Una emboscada Apenas había eliminado a dos, arrancando sus cabezas con su puntiaguda cola, antes de que sus garras envenenadas la obligaran a huir. Así que había atraído a los ilken hacia sus propias líneas, justo al alcance de los arqueros de Ren. Apenas habían conseguido derribar al ilken. Disparos a las alas que le permitieron a Lysandra arrancar las cabezas de sus cuerpos. A medida que caían, se lanzaba al suelo, cambiando a medida que avanzaba. Aterrizó como un sigiloso leopardo, y ​​se lanzó sobre los soldados de infantería que ya estaban empujando contra los escudos unidos de Terrasen. La hábil unidad de La Perdición no era nada contra los números absolutos que los obligaban a retroceder. Los guerreros Hada, los Asesinos Silenciosos los pocos soldados de Ansel y Galan que quedaban se dispersaron entre ellos ninguna de esas letales unidades tampoco podrían detenerlos. Así que ella arañó y rasgó y desgarró, bilis negra quemaba su garganta. La nieve se convirtió en barro debajo de sus patas. Los cadáveres apilados, los hombres, humanos y Valg gritaban. La voz de Aedion rompió las líneas, —¡Mantén el flanco derecho! Se atrevió a echar un vistazo hacia el. Los ilken habían concentrado sus fuerzas allí, golpeando a los hombres en una falange de muerte y veneno. Luego, otra orden del príncipe: —¡Mantengan rápido el izquierdo! Había reposicionado a La Perdición entre los flancos derecho e izquierdo para responder el bamboleo en las llanuras del sur, pero no era suficiente. Los ilken rasgaban a la caballería, los caballos chillaban mientras garras envenenadas arrancaban sus entrañas, los jinetes aplastados bajo los cuerpos que caían. Aedion galopó hacia el flanco izquierdo, algunos de La Perdición lo siguieron.

Lysandra atravesó soldado tras soldado, flechas volaban desde ambos ejércitos. Morath todavía avanzaba. Adelante y con más fuerza, haciendo retroceder a La Perdición como si fueran poco más que una rama bloqueando su camino. Le faltaba el aliento en los pulmones, le dolían las piernas, pero seguía luchando. No quedaría nada de ellos para el anochecer si seguían así. Los otros hombres también parecían darse cuenta. Veían más allá de los demonios contra los que luchaban, hacia los miles que todavía estaban detrás en filas ordenadas, esperando para matar y matar y matar. Algunos de sus soldados comenzaron a girar. Huyendo de las líneas del frente. Algunos arrojaron sus escudos y salieron corriendo del camino de Morath. Morath lo aprovechó. Como una ola rompiendo a la orilla, chocaron contra su línea frontal. Justo en el centro, que nunca se había roto, incluso cuando los otros se habían tambaleado. Hicieron un agujero justo a través de él. El caos reinó. Aedion rugió desde algún lugar, desde el corazón del infierno, —¡Reformen las líneas! La orden fue ignorada. La Perdición intentó y no pudo mantener la línea. Ansel de Briarcliff gritó a sus hombres que huían regresar al frente, Galan Ashryver repitiendo las órdenes a sus propios soldados. Ren gritó a sus arqueros que se quedaran, pero ellos también abandonaron sus puestos. Lysandra cortó las espinillas de un soldado Morath, luego rasgó la garganta de otro. Ninguno de los guerreros de Terrasen permaneció detrás de ella para decapitar los cuerpos caídos. Nadie. Fin. Era el fin. Inútil, la había llamado Aedion. Lysandra miró hacia los ilken alimentándose en el flanco derecho y supo lo que tenía que hacer.

Capítulo 47 Traducido por Yun Hdez Corregido por Cotota

Aedion había imaginado que todos serían asesinados donde estaban, luchando juntos hasta el final. No liquidando uno por uno mientras huían. Había sido forzado lejos de las líneas cuando Morath se precipitó, incluso La Perdición tuvo que despegarse del frente. Pronto, la derrota estaría completa. Las flechas aún volaban desde lo más profundo de sus filas, Ren habiendo incautado una orden, aunque solo fuera para cubrir su retirada. No una marcha ordenada hacia el norte. No, los soldados corrían, empujándose el uno al otro. Un final vergonzoso, indigno de una mención, indigno de su reino. Él estaría de pie, se quedaría ahí hasta que lo derribaran. Miles de hombres pasaron frente a él, con los ojos muy abiertos por el terror. Morath los persiguió, sus príncipes Valg sonriendo mientras esperaban el banquete que seguramente vendría. Acabado. Estaba acabado, aquí en este campo sin nombre delante de Perranth. Entonces una llamada cruzó las fragmentadas líneas. Los hombres que huían empezaron a detenerse. Girando en dirección a las noticias. Aedion ensartó a un soldado de Morath en su espada antes de que entendiera completamente las palabras. La reina ha venido. La reina está en la línea del frente. En un tonto latido, escudriñó el cielo en busca de una explosión de fuego. No vino. Temor se instaló en su corazón, un miedo más profundo del que había conocido. La reina está en la línea del frente, en el flanco derecho. Lysandra. Lysandra había asumido la piel de Aelin.

Se giró hacia el inexistente flanco derecho. Justo cuando la reina de cabello dorado con una armadura prestada se enfrentaba a dos ilken, con una espada y un escudo en sus manos. No. La palabra fue un puñetazo a través de su cuerpo, mayor que cualquier golpe que haya sentido. Aedion comenzó a correr, empujando a través de sus propios hombres. Hacia el distante flanco derecho. Hacia la cambia-formas que se enfrentaba a aquellos ilken, sin garras ni colmillos ni nada para defenderla más allá de esa espada y escudo. No. Apartó a los hombres del camino, la nieve y el barro obstaculizando cada paso mientras los dos ilken se acercaban más a la reina de los cambia-formas. Saboreando la matanza. Pero los soldados frenaron su huida. Algunos incluso volvieron a formar las líneas cuando la llamada volvió a salir. La reina está aquí. La reina pelea en primera línea. Exactamente por qué lo había hecho. Por qué había tomado esa forma indefensa, humana. No. Los ilken se alzaba sobre ella, sonriendo con sus horribles caras destrozadas. Muy lejos. Todavía estaba demasiado lejos para hacer algo… Uno de los ilken arremetió con un largo brazo con garras. Su grito cuando las garras envenenadas le atravesaron el muslo se oyó por encima del estruendo de la batalla. Ella se derrumbó, levantando el escudo para cubrirse. Él se retractaba. Retiraba todo lo que le había dicho, cada momento de ira en su corazón. Aedion empujó a través de sus propios hombres, incapaz de respirar, de pensar. Él se retractaba; no había dicho en serio ninguna palabra, no realmente. Lysandra trató de levantarse sobre su pierna lesionada. Los ilken se rieron. —Por favor —gritó Aedion. La palabra fue devorada por los gritos de los moribundos—. ¡Por favor!

Haría cualquier trato, vendería su alma al dios oscuro, si la perdonaban. Él no lo había dicho en serio. Se retractaba, todas esas palabras. Inútil. La había llamado inútil. La había arrojado desnuda a la nieve. Se retractaba. Aedion sollozó, lanzándose hacia ella mientras Lysandra intentaba levantarse otra vez, usando su escudo para equilibrar su peso. Los hombres se reunieron detrás de ella, esperando ver lo que haría la Portadora de Fuego, cómo quemaría a los ilken. No había nada que ver, nada que presenciar. Nada en absoluto, excepto su muerte. Sin embargo, Lysandra se levantó, el cabello dorado de Aelin cayendo en su rostro mientras levantaba su escudo y apuntaba la espada entre ella y los ilken. La reina ha venido; la reina lucha sola. Los hombres corrieron de vuelta a la línea del frente. Giraban sobre sus talones y corrían hacia ella. Lysandra sostuvo firmemente su espada, la mantuvo apuntada hacia los ilken con desafío y rabia. Lista para la muerte que vendría pronto. Ella había estado dispuesta a esto desde el principio. Había aceptado los planes de Aelin, sabiendo que podría llegar a esto. Un cambio, un cambio en la forma de un wyvern, y ella destruiría a los ilken. Pero ella permaneció en el cuerpo de Aelin. Sostenía esa espada, su única arma, levantada. Terrasen era su hogar. Y Aelin su reina. Ella moriría para mantener a este ejército unido. Para evitar que las líneas se rompieran. Para reunir a sus soldados una última vez. Su pierna goteaba sangre sobre la nieve, y los dos ilken olfatearon, riendo de nuevo. Lo sabían, lo que acechaba bajo su piel. Que no era la reina a la que se enfrentaban. Ella se mantuvo firme. No cedió ni un centímetro a los ilken, quienes avanzaron otro paso. Por Terrasen, ella haría esto. Por Aelin. Él se retractaba. Se retractaba de todo. Aedion estaba a unos treinta metros de distancia cuando los ilken la golpearon.

Gritó cuando el que estaba a la izquierda la barría con sus garras, el que estaba a la derecha se lanzaba hacia ella, como si la llevara hacia la nieve. Lysandra desvió el golpe a la izquierda con su escudo, haciendo que el ilken se desparramara sobre el suelo, y con un rugido, cortando hacia arriba con su espada a la derecha. Desgarrando al ilken desde del ombligo al esternón. Sangre negra brotó, y el ilken chilló, lo suficientemente fuerte como para hacer sonar los oídos de Aedion. Pero tropezó, cayendo en la nieve, retrocediendo mientras se aferraba a su barriga abierta. Aedion corrió más fuerte, ahora a nueve metros de distancia, el espacio entre ellos estaba despejado. El ilken que había sido desparramado aún no había terminado. Con la atención de Lysandra en el que se retiraba, este volvió a azotar sus piernas. Aedion alzó la Espada de Orynth con todo lo que quedaba en él mientras que Lysandra se giraba hacia el ilken atacante. Ella comenzó a caer hacia atrás, levantando el escudo como su única defensa, todavía demasiado lenta para escapar de las garras que la trataban de alcanzar. Las puntas manchadas de veneno le rozaron las piernas justo cuando su espada atravesaba el cráneo de la bestia. Lysandra golpeó la nieve, gritando de dolor, y Aedion estaba allí, levantándola, sacando su espada de la cabeza del ilken y haciéndola caer sobre su musculoso cuello. Una vez. Dos veces. La cabeza del ilken cayó en la nieve y el barro; el otro fue tragado instantáneamente por los soldados Morath que se habían detenido a mirar. Quienes ahora miraban a la reina y su general y se lanzaban hacia ellos. Solo para ser recibidos por una oleada de soldados de Terrasen que corrían al lado de Aedion y Lysandra, los gritos de batalla rompiendo en sus gargantas. Aedion arrastró a la cambia-formas detrás de las líneas reformadas, a través de los soldados que se habían unido a su reina. Tenía que sacar el veneno, tenía que encontrar un sanador que pudiera extraerlo de inmediato. Sólo quedaban unos pocos minutos para que llegara a su corazón… Lysandra tropezó, un gemido en sus labios. Aedion balanceó su escudo en su espalda y la levantó sobre un hombro. Un vistazo a su pierna reveló piel desgarrada, pero no limo verdoso.

Quizás los dioses habían escuchado. Tal vez fue su idea de misericordia: que el veneno del ilken se hubiera agotado en otras víctimas antes de que llegara a ella. Pero solo con la pérdida de sangre... Aedion presionó una mano sobre la piel cortada y sangrienta para detener el flujo. Lysandra gimió. Aedion exploró el reagrupado ejército en busca de algún indicio de las banderas blancas de los curanderos sobre sus cascos. Ninguna. Se giró hacia las líneas del frente. Tal vez había un guerrero Fae con la habilidad suficiente para curar, con suficiente magia… Aedion se detuvo. Contempló lo que aparecía en el horizonte. Brujas Ironteeth. Varias docenas montadas en wyverns. Pero no en el aire. Los wyverns caminaban por tierra. Tirando de una gigantesca torre móvil de piedra detrás de ellos. No era una torre de asedio ordinaria. Una torre de brujas. Se elevaba a un centenar de metros de altura, toda la estructura integrada en una plataforma cuya forma no podía determinar con el ángulo del suelo y las líneas de wyverns encadenados que la arrastraban por la llanura. Una docena más de brujas volaban en el aire a su alrededor, protegiéndola. Piedra oscura, la Piedra del Wyrd, se había utilizado para crearla, y las hendiduras de las ventanas se habían entremezclado en todos los niveles. No tenía ranuras de ventana. Portales a través de los cuales se podría incrementar la potencia de los espejos que recubrían el interior, tal y como Manon Blackbeak había descrito. Todos capaces de ser ajustados a cualquier dirección, a cualquier enfoque. Todo lo que necesitaban era una fuente de energía para que los espejos se amplificaran y dispararan hacia el mundo. Oh dioses —¡Retrocedan! —gritó Aedion, incluso mientras sus hombres continuaban reuniéndose—. ¡RETROCEDAN! Con su visión Fae, podía distinguir el nivel más alto de la torre, más abierto a los elementos que los demás. Brujas en túnicas oscuras se reunieron alrededor de lo que parecía ser un espejo curvo en ángulo hacia el hueco núcleo de la torre. Aedion se giró y comenzó a correr, llevando a la cambia-formas con él.

—¡RETROCEDAN! El ejército vio lo que se acercaba. Si se dieron cuenta de que no era una torre de asedio, entendían su orden con suficiente claridad. Lo vieron corriendo, con Aelin sobre su hombro. Manon nunca había conocido el alcance de la torre, hasta dónde se podría disparar la magia oscura reunida dentro de ella. No había dónde esconderse en el campo. No había pendientes en la tierra a donde él pudiera esconderse junto con Lysandra, rezando que la explosión pasara sobre ellos. Nada más que nieve abierta y frenéticos soldados. —¡RETROCEDAN! —la garganta de Aedion se tensó. Miró por encima del hombro cuando las brujas que estaban en lo alto de la torre se separaron para dejar pasar una pequeña figura con una túnica de ónix, con el pálido cabello suelto. Una luz negra comenzó a brillar alrededor de la figura, de la bruja. Levantó las manos por encima de su cabeza, el poder reuniéndose. El Rendimiento. Manon Blackbeak se lo había descrito. Las brujas Ironteeth no tenían magia sólo para eso. La capacidad de liberar el poder de su diosa oscura en una explosión incendiaria que destruía a todos a su alrededor. Incluyendo a la bruja misma. Ese poder oscuro seguía construyéndose, creciendo alrededor de la bruja en un aura profana, cuando ella simplemente se acerco al borde del rellano de la torre. Justo en el agujero en el centro de la torre. Aedion siguió corriendo. No tenía más remedio que seguir moviéndose, mientras la bruja se hundía en el núcleo de la torre revestida por espejos y desataba el poder oscuro dentro de ella. El mundo se estremeció. Aedion arrojó a Lysandra al lodo y a la nieve y se arrojó sobre ella, como si de alguna manera la salvara de la fuerza rugiente que surgía de la torre, dirigida a su ejército. Un latido, su flanco izquierdo estaba luchando mientras se retiraban una vez más. El siguiente, una ola de luz teñida de negro se estrelló contra cuatro mil soldados. Cuando retrocedió, solo había ceniza y metal abollado.

Capítulo 48 Traducido por Achilles Corregido por Cotota

Las fuerzas del Kan habían asestado un golpe suficiente a Morath que los tambores de hueso habían cesado No era señal de una derrota segura, pero sí lo suficiente como para que los pasos de Chaol, que cojeaba, se sintieran más ligeros cuando entró en la tienda de guerra en expansión de la princesa Hasar. Su surco había sido plantado afuera, la crin de roan soplaba en el viento del lago. La propia lanza de Sartaq había sido hundida en el barro frío junto a la de su hermana. Y al lado de la lanza del heredero... Apoyándose en su bastón, Chaol se detuvo ante la lanza de ébano que también había sido plantada, su crin negro azabache seguía brillando a pesar de su edad. No significaba que hubiera de la realeza dentro, un marcador de su herencia Darghan, pero para representar al hombre al que servían.  Crin de marfil para tiempos de paz; el ébano para tiempos de guerra. No se había dado cuenta de que el Kan le había dado a su Heredero el ébano para traer a estas tierras. Al lado de Chaol, su vestido salpicado de sangre, pero con los ojos claros, Yrene también se detuvo. Habían viajado durante semanas con el ejército, sin embargo, viendo el signo de su compromiso con esta guerra que irradiaba los siglos de conquista que había supervisado...Parecía casi sagrado, ese surco. Era sagrado. Chaol puso una mano en la espalda de Yrene, guiándola a través de las aletas de la tienda y en el espacio ornamentadamente decorado. Para una mujer que había llegado a Anielle ni un momento demasiado tarde, solo Hasar, de alguna manera, habría logrado erigir su tienda real durante la batalla. Apoyando su bastón embarrado en la plataforma de madera elevada, Chaol apretó sus dientes cuando dio el paso hacia arriba. Incluso las gruesas y lujosas alfombras no aliviaban el dolor que azotó su espalda, sus piernas. Se detuvo, apoyándose pesadamente en el bastón mientras respiraba, dejando que su equilibrio se reajustara. La cara manchada de sangre de Yrene se tensó.

—Vamos a ponerte en una silla —murmuró ella y Chaol asintió. Sentarse, aunque fuera por unos minutos, sería un bendito alivio Nesryn entró detrás de ellos, y al parecer escuchó la sugerencia de Yrene, porque se dirigió inmediatamente al escritorio alrededor del cual estaban parados Sartaq y Hasar, y sacó una silla de madera tallada. Con un gesto de agradecimiento, Chaol se sentó en ella. —¿No hay un sofá de oro? —la princesa Hasar bromeó, e Yrene se sonrojó, a pesar de la Sangre en su piel marrón dorada, y saludó a su amiga. El sofá que Chaol había traído del continente del sur, el sofá en el que Yrene lo había curado, de donde le había ganado el corazón. Todavía estaba a salvo a bordo de su nave. Esperando, en caso de sobrevivir, ser los primeros muebles en la casa que él construiría para su esposa. Para el niño que llevaba. Yrene se detuvo junto a su silla, y Chaol tomó su delgada mano entre las suyas, entrelazando sus dedos. Sucios, ambos, pero a él no le importó. Tampoco a ella, a juzgar por el apretón que ella le dio. —Superamos en número a la legión de Morath —dijo Sartaq, evitándoles las burlas de Hasar—, pero cómo decidimos separarnos mientras cortamos por un camino a la ciudad todavía hay que sopesar cuidadosamente, para que no gastemos demasiadas fuerzas aquí. Cuando la verdadera lucha aún estaba por venir. Como si estos terribles días de asedio y de derramamiento de sangre, como si los hombres se hubieran rendido hoy, eran solo el comienzo. Hasar dijo. —Lo suficientemente sabio. Sartaq se estremeció ligeramente. —Puede que no haya terminado así —Chaol levantó una ceja, Hasar hizo lo mismo, y Sartaq dijo: —Si no hubieras llegado, hermana, yo estaba a horas de liberar la presa e inundar la llanura. Chaol comenzó: —¿En serio?

El príncipe se frotó el cuello. —Una última medida desesperada. En efecto. Una ola de ese tamaño habría borrado parte de la ciudad, la llanura y aguas termales, y leguas detrás de él. Cualquier ejército en su camino se habría ahogado, siendo barrido. Incluso podría haber llegado al ejército del kanato, marchando para salvarlos —Entonces, alegrémonos de no haberlo hecho —dijo Yrene, con la cara pálida tanto como ella. Consideró la destrucción. Qué cerca habían llegado a un desastre. Que Sartaq lo hubiera admitido decía suficiente: podría ser heredero, pero deseaba que su hermana supiera que él tampoco estaba por encima de cometer errores. Que tenían que pensar a través de cualquier plan de acción, por más fácil que pudiera parecer. Hasar, al parecer, entendió el punto, y asintió. El sonido de alguien que se aclaró la garganta atravesó la tienda, y todos giraron hacia las solapas abiertas. Para encontrar a uno de los capitanes de Darghan, su surco apretado en su mano salpicada de barro. El hombre tartamudeó que alguien estaba ahí para verlos. Ninguno pregunto quién mientras ellos le indicaban al hombre que los dejaras entrar. Un momento después, Chaol se alegró de estar sentado. Nesryn respiró. —Dioses santos. Chaol estaba dispuesto a repetirlo mientras Aelin Galathynius, Rowan Whitethorn y varios otros entraron en la tienda. Estaban salpicados de barro, el cabello trenzado de la reina de Terrasen estaba mucho más largo de lo que Chaol lo había visto desde la última vez. Y sus ojos... No la mirada suave, pero ardiente. Pero algo más viejo. Más cansado Chaol se puso de pie. —Pensé que estabas en Terrasen —soltó él. Todos Los informes lo habían confirmado. Sin embargo, aquí estaba ella, sin ejército a la vista. Tres machos Fae, guerreros imponentes tan anchos y musculosos como Rowan, habían entrado, junto con una delicada mujer humana de cabello oscuro. Pero Aelin solo lo miraba fijamente. Mirándolo y mirándolo fijamente.

Nadie habló mientras las lágrimas comenzaron a deslizarse por su rostro. No estaba él aquí, Chaol se dio cuenta cuando tomó su bastón y cojeó hacia Aelin. Pero a él. En pie. Para caminar. La joven reina dejó escapar una risa de alegría y lanzó sus brazos alrededor de su cuello. El dolor se deslizó por su espina dorsal por el impacto, pero Chaol la contuvo, cada pregunta desapareciendo de su lengua. Aelin estaba temblando mientras se alejaba. —Sabía que lo harías —ella respiró, mirando a su cuerpo, a sus pies, luego de nuevo hacia su mirada—. Sabía que lo harías. —No solo —dijo con voz espesa. Chaol tragó, liberando a Aelin para extender un brazo detrás de él. A la mujer que conocía estaba allí, con una mano sobre el medallón en su cuello. Tal vez Aelin no lo recordaría, tal vez su encuentro hace años no significaba nada para ella, pero Chaol hizo que Yrene avanzara. —Aelin, déjame presentarte a… —Yrene Towers —la reina respiró mientras su esposa se acercaba a su lado. Las dos mujeres se miraron fijamente. La boca de Yrene se estremeció cuando abrió el medallón plateado y sacó un pedazo de papel. Con manos temblorosas, se lo extendió a la reina. Las propias manos de Aelin temblaron al aceptar el fragmento. —Gracias —susurró Yrene. Chaol supuso que era todo lo que realmente necesitaba ser dicho. Aelin desdobló el papel, leyendo la nota que había escrito, viendo las líneas de los cientos de plegados y relecturas de estos últimos años. —Fui a la Torre —dijo Yrene con voz quebrada—. Tomé el dinero que me diste, y fui a la Torre. Y me convertí en la aparente heredera de la Sanadora al Mando. Y ahora he vuelto para hacer lo que pueda. Enseñé a cada curandero que pude las lecciones que me enseñaste esa noche, sobre defensa personal. No lo desperdicié, ni una sola moneda que me diste, o un momento del tiempo, la vida que me compraste.

Las lágrimas fueron rodando y rodando por la cara de Yrene. —No desperdicié nada de eso. Aelin cerró los ojos, sonriendo a través de sus propias lágrimas, y cuando los abrió, ella tomó las manos temblorosas de Yrene. —Ahora es mi turno de agradecerte —pero la mirada de Aelin cayó sobre el anillo de matrimonio en el dedo de Yrene, y cuando ella miró a Chaol, él sonrió. —Ya no Yrene Towers —dijo Chaol suavemente—, Yrene Westfall. Aelin dejó escapar una de esas risas ahogadas y alegres, y Rowan se acercó a su lado. La cabeza de Yrene se inclinó hacia atrás para observar la altura máxima del guerrero. Sus ojos se ensancharon, no solo por el tamaño de Rowan, sino también por las orejas puntiagudas, por los caninos alargados y los tatuajes. Aelin dijo. —Entonces déjame presentarte, Señora Westfall, a mi propio esposo, el príncipe Rowan Whitethorn Galathynius. Porque eso era de hecho una alianza de boda en el dedo de la reina, la esmeralda salpicada de barro, pero brillante. En la propia mano de Rowan, un anillo de oro y rubí brillaba. —Mi compañero —agregó Aelin, agitando sus pestañas al macho Fae. Rowan rodó sus ojos, pero no pudo contener por completo su sonrisa mientras inclinaba su cabeza hacia Yrene. Yrene hizo una reverencia, pero Aelin resopló. —Nada de eso, por favor. Va a ir directamente a su cabeza inmortal —su sonrisa se suavizó cuando Yrene se sonrojó, y Aelin levantó el papel—. ¿Puedo quedarme con esto? —Ella miró el medallón de Yrene—. ¿O entra allí? Yrene dobló los dedos de la reina alrededor del papel. —Es tuyo, como siempre lo fue. Una pieza de tu valentía que me ayudó a encontrar la mía. Aelin negó con la cabeza, como para desestimar el reclamo. Pero Yrene apretó la mano cerrada de Aelin. —Me dio coraje; las palabras que escribiste. Cada milla que viajé, cada larga hora estudié y trabajé, me dio valor. También te agradezco por eso.

Aelin tragó saliva y Chaol lo tomó como excusa suficiente para volver a sentarse, su espalda dando un tirón cuando se hizo para atrás. Le dijo a la reina: —Hay otra persona Responsable de que este ejército esté aquí —señaló a Nesryn, la mujer ya sonriendo a la reina—. El rukhin que ves, el ejército reunido, es tanto por Nesryn como es por mi culpa. Una chispa encendió los ojos de Aelin, y ambas mujeres se encontraron a medio camino en un apretado abrazo. —Quiero escuchar toda la historia —dijo Aelin—. Cada palabra de ella. La tenue sonrisa de Nesryn se ensanchó. —Así lo harás. Pero después —Aelin la aplaudió en el hombro y se volvió hacia los dos de la realeza que aún estaban junto al escritorio. Altos y majestuosos, pero tan salpicado de barro como la reina. Chaol soltó: —¿Dorian? Rowan respondió: —No con nosotros. —miró a la realeza. —Lo saben todo —dijo Nesryn. —Está con Manon —dijo simplemente Aelin. Chaol no estaba del todo seguro de si estar aliviado—. Está cazando algo importante. Las llaves. Dioses santos. Aelin asintió. Luego. Pensaría en dónde podría estar Dorian más tarde. Aelin asintió de nuevo. La historia completa vendría entonces también. Nesryn dijo: —Les presento a la princesa Hasar y al príncipe Sartaq. Aelin hizo una reverencia... baja. —Tienes mi eterna gratitud —dijo Aelin, y la voz que salió de ella era, en efecto, la de una reina.

Cualquier sorpresa que Sartaq y Hasar habían mostrado sobre la reina inclinándose tan bajo fue oculta mientras se inclinaban hacia atrás, el retrato de la gracia cortesana. —Mi padre —dijo Sartaq—, se quedó en el kanato para supervisar nuestras tierras, junto con nuestros hermanos Duva y Arghun. Pero mi hermano Kashin navega con el resto del ejército. Él estaba a dos semanas cuando nos marchamos. Aelin miró a Chaol, y él asintió. Algo brillaba en sus ojos ante la confirmación, pero la reina sacudió su barbilla hacia Hasar. —¿Recibiste mi carta? La carta que Aelin había enviado hacía meses, suplicando ayuda y prometiendo solo un mundo mejor a cambio. Hasar se mordió las uñas. —Tal vez. Recibo demasiadas cartas de princesas estos días para posiblemente recordarlas o contestarlas todas. Aelin sonrió, como si los dos hablaran un idioma que nadie más podía entender, un código especial entre dos mujeres arrogantes y orgullosas. Pero ella hizo un gesto a sus compañeros, quienes se adelantaron. —Permítanme presentarles a mis amigos. Lord Gavriel, de Doranelle —un guiño hacia los ojos castaños y el guerrero de pelo dorado que hizo una reverencia. Los tatuajes cubrían su cuello, sus manos, pero cada uno de sus movimientos fue agraciado —Mi tío, más o menos —agregó Aelin con una sonrisa en Gavriel. Cuando las cejas de Chaol se arrugaron, explicó—. Es el padre de Aedion. —Bueno, eso explica algunas cosas —murmuró Nesryn. El cabello, la cara ancha... sí, era lo mismo. Pero donde Aedion era fuego, Gavriel parecía ser piedra. De hecho, sus ojos eran solemnes como él decía. —Aedion es mi orgullo. La emoción recorrió el rostro de Aelin, pero ella hizo un gesto al hombre de cabello oscuro. No era alguien con quien Chaol hubiera querido enredarse, decidió mientras observaba los rasgos tallados en granito, los ojos negros y la boca sin sonreír. —Lorcan Salvaterre, antes de Doranelle, y ahora un miembro jurado de sangre de mi corte —como si eso no fuera suficiente, Aelin le guiñó un ojo al imponente macho. Lorcan frunció el ceño—. Todavía estamos en el período de ajuste —susurró en voz alta, e Yrene rio entre dientes.

Lorcan Salvaterre. Chaol no había conocido al macho esta primavera en Rifthold, pero había escuchado todo sobre él. Que había sido el comandante más confiable de Maeve, su guerrero más leal y feroz. Que había querido matar a Aelin, odiaba a Aelin. Cómo esto había surgido, por qué ella no estaba en Terrasen con su ejército... —Tú también tienes un cuento que contar —dijo Chaol. —De hecho, lo tengo —Aelin entrecerró los ojos y Rowan puso una mano en su la parte baja de su espalda. Malo, algo terrible había ocurrido. Chaol exploró a Aelin en busca de algún indicio de eso Se detuvo cuando notó la suavidad de la piel en su cuello. La falta de cicatrices. Las cicatrices que faltaban en sus manos, sus palmas. —Más tarde —dijo suavemente Aelin. Enderezó los hombros y otro macho de cabello dorado se adelantó. Hermoso. Esa era la única manera de describirlo. —Fenrys… sabes, en realidad no sé el apellido de tu familia. Fenrys le lanzó un guiño pícaro a la reina. —Moonbeam. —No lo es —siseó Aelin, ahogándose en una risa. Fenrys puso una mano en su corazón. —Estoy jurado a ti. ¿Mentiría? Otro Fae macho jurado de sangre en su corte. Al otro lado de la tienda, Sartaq maldijo en su propia lengua Como si hubiera oído hablar de Lorcan, Gavriel y Fenrys. Aelin le dio a Fenrys un gesto vulgar que hizo reír a Hasar y se enfrentó a la realeza. —Son apenas caseras. Apenas para su buena compañía —incluso Sartaq sonrió ante eso. Pero fue a la pequeña y delicada mujer a la que Aelin ahora gesticulaba—. Y el único miembro civilizado de mi corte, Lady Elide Lochan de Perranth. Perranth. Chaol había peinado a través de la familia de los árboles de Terrasen solo este invierno, había visto las listas de tantas familias reales tachadas, víctimas de la Conquista hace diez años. El nombre de Elide había estado entre ellos. Otra Terrasen real que había logrado evadir a los carniceros de Adarlan. La joven y bella mujer dio un paso adelante e hizo una reverencia a la realeza Sus

botas ocultaban cualquier signo de la fuente de la lesión, pero la atención de Yrene se disparó directamente a su pierna. Su tobillo —Es un placer conocerlos a todos ustedes —dijo Elide con voz baja y firme. Sus ojos oscuros los recorrieron, astutos y claros. Como si ella pudiera ver debajo de su piel y huesos, a las almas debajo. Aelin se limpió las manos. —Bueno, eso ya terminó —anunció ella, y caminó hacia el escritorio y el mapa—. ¿Discutiremos aquí que todos ustedes planean marchar una vez que derrotemos a la mierda viva de este ejército?

Capítulo 49 Traducido por Achilles Corregido por Cotota

Rowan había estado hablando con el capitán de su nave cuando el ruk había pasado volando. Según su compañero, el ruk casi se estrelló justo en el barco gracias a la densa niebla sobre el mar. Un explorador de una armada al sur. Una tripulación esquelética había permanecido entre ellos, aunque el explorador no había sido privado de los planes de la realeza. Todo lo que sabía era que el ejército del Kan había ido a Anielle. A dónde irían después de eso, a Rifthold, a Eyllwe, no había sido decidido. Así que Aelin les ayudaría a decidir. Asegurarse de que cuando este negocio con Anielle hubiera terminado, el ejército del Kan marchara hacia el norte. A Terrasen. Y a ninguna otra parte. Todo lo que ella necesitaba hacer para convencerlos, era ofrecerles a cambio eso, ella lo pagaría. Incluso si arrastrarle el culo a Anielle hubiera significado retrasar su propio regreso a Terrasen. Supuso que sería mejor regresar con un ejército detrás de ella que sola. Sin embargo, ahora, de pie en la tienda de guerra de la realeza, Aelin todavía no podía creer cuántos había enviado el Kan. Con más por venir, había reclamado el príncipe Sartaq. Habían atravesado las carpas y los soldados cuidadosamente organizados, ambos a pie y la caballería absolutamente imponente. Los Darghan, los legendarios jinetes de las estepas del Khaganate. La gente de la madre de la familia real, que había tomado el continente por sí mismos. Y luego vieron a los ruks, e incluso el miserable Lorcan había jurado asombrado ante las poderosas y hermosas aves adornadas con armaduras ornamentadas, y los jinetes armados encima de ellos. El explorador había sido una cosa. Un ejército de ellos había sido glorioso. Una mirada a Rowan le dijo que la mente astuta ya estaba calculando un plan. Así que Aelin preguntó casualmente, mostrando una sonrisa a la realeza. —¿A dónde planean ir después de esto?

La princesa Hasar, tan astuta como la compañera de Aelin, le devolvió la sonrisa, una cosa de gran nitidez y poca belleza. —Sin duda, está a punto de comenzar un plan para convencernos de ir a Terrasen. La habitación se tensó, pero Aelin resopló. —¿Comenzar? ¿Quién dice que no estoy ya en él? —Que los dioses nos ayuden — murmuró Chaol. Rowan hizo eco al sentimiento. Hasar abrió la boca, pero el príncipe Sartaq intervino: —Donde marcharemos será decidido después de que Anielle esté asegurada —el rostro del príncipe se mantuvo serio, calculador, pero no frío. Aelin había decidido en unos momentos que le gustaba. Y le gustó aún más cuando se supo que acababa de ser coronado el Heredero del Kan. Con Nesryn como su posible novia. Posible, para diversión de Aelin, porque la propia Nesryn no estaba tan interesada siendo emperatriz del imperio más poderoso del mundo. Pero lo que Sartaq había dicho… Elide espetó: —¿Te refieres a no ir a Terrasen? Aelin se quedó quieta, con los dedos curvados a los lados. El príncipe Sartaq dijo con cuidado: —Había sido nuestro plan inicial ir hacia el norte, pero otros lugares como Anielle necesitan liberación. —Terrasen necesita ayuda —dijo Rowan, su rostro el retrato de la calma acerada mientras él cuestionaba a sus nuevos aliados y viejos amigos. —Y, sin embargo, Terrasen no la ha pedido —Hasar contrarrestó, completamente imperturbable por la pared de guerreros Fae mirándola con el ceño. Exactamente el tipo de persona que Aelin había esperado que fuera cuando le escribió hace tantos meses. Chaol se aclaró la garganta. Dioses arriba, Chaol caminaba de nuevo. Y casada a Yrene Towers, quien lo había curado. Un hilo en un tapiz. Así se sentía la noche que había dejado el oro para Yrene en Innish. Como tirar de un hilo en un tapiz y ver hasta dónde se hacía. Todo el camino hacia el sur del continente, parecía. Y se había ondulado hacia atrás con un ejército y un feliz amigo sanado. O tan feliz como cualquiera de ellos podría estar en el momento.

Aelin se encontró con la mirada de Chaol. —Enfócate en ganar esta batalla —dijo, asintiendo. Una vez en la comprensión en el fuego que sabía ardía en sus ojos—, y luego decidiremos. La princesa Hasar sonrió a Aelin. —Así que asegúrate de impresionarnos. Una vez más, esa tensión se extendió por la habitación. Aelin sostuvo la mirada de la princesa. Sonrió levemente. Y no dijo nada. Nesryn se puso de pie, como si fuera consciente de lo que podía significar ese silencio. —¿Qué tan sólidas son las paredes? —preguntó Gavriel a Chaol, dirigiendo suavemente la conversación lejos. Chaol se frotó la mandíbula. —Han resistido los asedios antes, pero Morath tiene los ha estado martillando durante días. Las almenas son lo suficientemente sólidas, pero otros pocos golpes de las catapultas y las torres podrían comenzar a ceder. Rowan se cruzó de brazos. —¿Se rompieron las paredes hoy? —Sí —dijo Chaol con gravedad—. Por una torre de asedio. Los ruks no pudieron llegar a tiempo para derribarla —Nesryn se encogió, pero Sartaq no ofreció una disculpa. Chaol continuó: “Aseguramos las paredes, pero los soldados Valg mataron a una serie de nuestros hombres, de Anielle, eso es. Aelin examinó el mapa, bloqueando el desafío de los feroces ojos de la princesa que eran un espejo de tantas maneras. —Entonces, ¿cómo lo jugamos? ¿Nos golpeamos a través de las líneas, o los recogemos uno por uno? Nesryn clavó un dedo en el mapa, justo encima del Lago de Plata. —¿Y si los empujamos al lago mismo? Hasar tarareaba, todos los rastros de burlas se habían ido. —Morath se colocó tontamente en su codicia por saquear la ciudad. No estimaron ser pisoteados por el Darghan, o destrozado por el rukhin. Aelin miró de reojo a Rowan. Lo encontró mirándola fijamente.

—Les convenceremos de que vayan a Terrasen —dijo su compañero en silencio. Chaol se inclinó hacia delante, su espalda se estremeció un poco y pasó un dedo por encima del lago de la costa occidental. —Esta sección del lago, por desgracia, es poco profunda a cien metros de la orilla. El ejército podría vadear hacia fuera, atraernos hacia el agua. —A las pocas horas en esa agua —Yrene contrarrestó, su boca una línea apretada—, los mataría. La hipotermia se establecería rápidamente. Tal vez en unos minutos, dependiendo del viento. —Eso es si el Valg es víctima de tales cosas —dijo Hasar—. Ellos no mueren como los hombres verdaderos en la mayoría de los sentidos, y usted afirma que provienen de una tierra de oscuridad y frío —entonces la realeza realmente sabía acerca de sus enemigos. —Podríamos empujarlos en el agua para encontrar que no les importa en absoluto. Y al hacerlo, arriesgarse a exponer nuestras tropas a los elementos —la princesa pinchó los muros de mantenimiento—. Estamos mejor empujándolos directamente contra la piedra, separándolos contra ella. Aelin se inclinaba a estar de acuerdo. Lorcan abrió la boca para decir algo, sin duda, desagradable, pero los silbidos de pisadas en el barro fuera de la tienda los hicieron girar hacia la entrada mucho antes de que una joven bonita y de cabello oscuro irrumpiera, con las trenzas gemelas balanceándose. —No lo creerías... Se detuvo al ver a Aelin. Viendo a los machos Fae. Su boca se formó en una O. Nesryn se rio entre dientes. —Borte, conoce a… Otro conjunto de pasos en el barro, más pesado y más lento que el rápido movimiento de Borte, y luego un joven entró tropezando, su piel no era el beso dorado marrón de Borte o de la realeza, era pálido. —Ha vuelto —jadeó, mirando boquiabierto a Nesryn—. Desde hace días, juré que sentí algo, noté cambios, pero hoy todo volvió. Nesryn inclinó su cabeza, su cortina de cabello oscuro se deslizó sobre el hombro de su armadura. —¿Quién...? Borte apretó el brazo del joven.

—Falkan. Es Falkan, Nesryn. El príncipe Sartaq se acercó al lado de Nesryn, tan elegante como cualquier guerrero Fae. —¿Cómo? Pero el joven se había vuelto hacia Aelin, entrecerrando los ojos. Como si tratara de enfocarla. Entonces él dijo: —El asesino del mercado en Xandria. Aelin arqueó una ceja. —Con suerte, el caballo que robé no te pertenecía. Una tos de Fenrys. Aelin lanzó al guerrero una sonrisa por encima del hombro. Los ojos del joven se lanzaron sobre su rostro, luego aterrizaron en la enorme esmeralda en su dedo. El rubí aún más grande en la empuñadura de Goldryn. Borte espetó a Nesryn. —Un minuto, estábamos cenando en la fogata. Luego al siguiente, Falkan se agarró el estómago como si fuera a vomitar sus entrañas sobre todo el mundo —una mirada de Falkan a Borte—, y luego su rostro se volvió joven. Él es joven. —Siempre fui joven —murmuró Falkan—. Simplemente no lo vi —sus ojos grises encontraron de nuevo a los de Aelin—. Te di un trozo de tela de araña. Por un latido, el entonces y el ahora se mezclaron y se tambalearon. —El comerciante — murmuró Aelin. Lo había visto por última vez en el Desierto Rojo, con un aspecto de veinte años—. Vendiste tu juventud a una araña stygian. —¿Ustedes dos se conocen? —Nesryn se quedó boquiabierta. —Los hilos del destino se entrelazan de formas extrañas —dijo Falkan, luego sonrió a Aelin—. Nunca supe tu nombre. Hasar se rió desde el otro lado del escritorio. —Ya lo sabes, cambia formas. Antes de que Falkan pudiera responder, Fenrys dio un paso adelante. —¿Cambia formas? Pero Nesryn dijo: —Y el tío de Lysandra.

Aelin se desplomó en la silla al lado de Chaol. Rowan puso una mano sobre su hombro, y cuando levantó la vista, lo encontró cerca de la risa. —¿Qué es tan gracioso, exactamente? —siseó ella. Rowan sonrió. —Que por una vez, tú eres a la que golpean en culo por sorpresa. Aelin sacó la lengua. Borte sonrió y Aelin le guiñó un ojo a la chica. Pero Falkan le dijo a Aelin y a sus compañeros: —Tú conoces a mi sobrina. Su hermano debía haber sido mucho mayor para haber engendrado a Lysandra. Ahí no había nada de Falkan en la cara de su amiga, aunque Lysandra también había olvidado su forma original. —Lysandra es mi amiga, y Lady de Caraverre —dijo Aelin—. Ella no está con nosotros —añadió sobre la mirada esperanzada de Falkan hacia las solapas de la tienda—. Ella está en el Norte. Borte había vuelto a estudiar a los machos Fae. No a su considerable belleza, sino a su tamaño, sus orejas puntiagudas, sus armas y caninos alargados. Aelin susurró de forma conspiratoria a la chica. —Haz que rueden antes de ofrecerles un trato. Lorcan la fulminó con la mirada, pero Fenrys se movió en un instante, el enorme lobo blanco llenando el espacio. Hasar juró, Sartaq retrocedió un paso, pero Borte sonrió. —Tú eres un verdadero Fae, entonces. Gavriel, siempre el caballero galante, esbozó una reverencia. Lorcan, el bastardo, solo se cruzó de brazos Sin embargo, Rowan sonrió a Borte. —De hecho, lo somos. Borte se giró hacia Aelin. —Entonces eres Aelin Galathynius. Luces justo cómo Nesryn dijo. Aelin sonrió a Nesryn, la mujer apoyada en el costado de Sartaq. —Espero que sólo dijeras cosas horribles sobre mí. —Solo lo peor —dijo Nesryn con apatía, aunque su boca se torció.

Pero Falkan susurró: —La reina —y cayó de rodillas. Hasar se rió. —Nunca mostró ese tipo de temor cuando nos conoció. Sartaq alzó las cejas. —Le dijiste que se convirtiera en una rata y se escabullera. Aelin levantó a Falkan por el hombro. —No puedo tener al tío de mi amigo de rodillas en el suelo, ¿o sí? —Dijiste que eras una asesina —los ojos de Falkan eran tan grandes que lo blanco a su alrededor brillaba—. Le robaste caballos al Señor de Xandria... —Sí, sí —dijo Aelin, agitando una mano—. Es una larga historia, y estamos en el medio de un consejo de guerra, así que... —¿Vete al cuerno? —Falkan terminó. Aelin se echó a reír, pero miró a Nesryn y Sartaq. Ella sacudió su barbilla a Falkan. —Se ha convertido en una especie de espía. Nos acompaña en estas reuniones. Aelin asintió y luego guiñó un ojo al cambiaformas. —Supongo que no me necesitabas para matar a esa araña stygian después de todo. Pero Falkan se tensó, su atención se dirigió a Nesryn y Sartaq, a Borte, todavía boquiabierta de los machos Fae. —¿Lo saben? Aelin tenía la sensación de que tendría que volver a sentarse. Chaol de hecho dio unas palmaditas a la silla junto a él, ganándose una risita de Yrene. Haciéndose un favor a sí misma, Aelin se sentó, Rowan tomando su lugar detrás de ella, Sus dos manos descansaban sobre sus hombros. Su pulgar corrió por la su nuca, luego los deslizó sobre las marcas de su compañero de nuevo marcando un lado gracias al agua de mar que habían utilizado para sellarlas. Pero cuando sus músculos se calmaron bajo ese toque amoroso, su alma con ella, su respiración se mantuvo tensa. No mejoró cuando Nesryn dijo: — Las arañas stygian son Valg. Silencio.

—Nos encontramos con sus parientes, los kharankui, en las profundidades de los Dagul Fells. Ellos vinieron a este mundo a través de una grieta temporal entre reinos, y se mantuvo después para proteger la entrada, si alguna vez vuelve a aparecer. —Esto no puede terminar bien —murmuró Fenrys. Elide tarareó su acuerdo. —Se alimentan de los sueños y los años y la vida, —dijo Falkan, con una mano en su pecho—. Como han dicho mis amigos que los Valg hacen. Aelin había visto a los príncipes de Valg drenar a un humano de cada gota de juventud y vigor y dejan solo un cadáver seco. Ella no lo pondría más allá de las arañas para que tuvieran un regalo similar. —¿Qué significa esto para la guerra? —preguntó Rowan, sus pulgares seguían acariciando el cuello de Aelin. —Si se unirán a las fuerzas de Erawan es la mejor pregunta —desafió Lorcan con cara de piedra. —No responden a Erawan —dijo Nesryn en voz baja, y Aelin lo supo. Sabía por la mirada que Chaol le dio, la simpatía y el miedo, lo sabía en sus huesos antes de que Nesryn terminara—. Las arañas stygian, los kharankui, responden a su reina Valg. La única reina Valg. A Maeve.

Capítulo 50 Traducido por Scáthach Corregido por Cotota

Las manos de Rowan apretaron los hombros de Aelin cuando las palabras se asentaron en ella, vacías y frías. —¿Maeve es una reina del Valg? —él murmuró. Aelin no dijo nada. No pudo hallar las palabras. Su poder se agitó. Ella no lo sintió. Nesryn asintió solemnemente. —Sí. La kharankui nos contó toda la historia. Y así lo hizo Nesryn también. De cómo Maeve había encontrado de alguna manera un camino hacia este mundo, huyendo o aburrida de su marido, Orcus. El hermano mayor de Erawan. De cómo Erawan, Orcus y Mantyx habían destrozado mundos para encontrarla, a la esposa desaparecida de Orcus, y solo se habían detenido aquí porque los Faes se levantaron para desafiarlos. Faes liderados por Maeve, a quien los reyes Valg no conocieron ni la reconocieron, por la forma que ella había tomado La vida que ella había diseñado para sí. Ella rasgó las mentes de todos los Faes que habían existido, convenciéndolos de que eran tres reinas, no dos. Incluyendo las mentes de Mab y Mora, las dos hermanas reinas que habían gobernado Doranelle. Incluso la mente del propio Brannon. —Las arañas afirmaron —continuó Nesryn—, que incluso Brannon no lo sabía. Incluso ahora, en el otro mundo, él no lo sabe. Qué tan profundo lo poderes de Maeve entraron en su mente, en todas las mentes. Ella se convirtió a sí misma en su verdadera reina. Las palabras, la verdad, golpeaban a Aelin, una tras otra. El rostro de Elide estaba blanco como la muerte. —Pero ella teme a los curanderos —señaló a Yrene—. Ella mantiene a esa lechuza, dijiste, un curandero Fae esclavizado, porque el Valg podría descubrirla. Porque esa era la otra parte. La otra cosa que Nesryn había revelado, Chaol e Yrene añadieron sus propios relatos

Los Valg eran parásitos. E Yrene podía curar a sus huéspedes humanos de ellos. Lo había hecho con la princesa Duva. Y podía ser capaz de hacerlo con tantos otros esclavizados con anillos o collares. Pero lo que había infestado a Duva... Una princesa Valg. Aelin se recostó en su silla, con la cabeza apoyada contra la sólida pared que era el cuerpo de Rowan. Sus manos temblaron contra sus hombros. Él se sacudió como dándose cuenta de qué, exactamente, había rasgado su mente. De dónde provenía el poder de Maeve, lo que le permitía hacer eso. Por qué permanecía inmortal y atemporal, y sobrevivía a cualquier otro. Por qué el poder de Maeve era oscuridad. —También es por eso que le teme el fuego —dijo Sartaq, sacudiendo su barbilla hacia Aelin—. El por qué te tiene tanto miedo. Y por qué había querido romperla. Ser igual que el curandero esclavo. Atado en forma de lechuza a su lado. —Pensé que… me las arreglé para cortarla una vez —dijo Aelin por fin. Esa tranquila, antigua oscuridad empujándola, arrastrándola hacia abajo, abajo, abajo...—. Vi su sangre fluir de negro. Luego cambió a rojo —dejó escapar un suspiro, saliendo de la oscuridad, del silencio que quería devorarla entera. Se obligó a ser fuerte. Analizó a Fenrys. —Dijiste que su sangre tenía un sabor normal cuando hiciste el juramento. El lobo blanco regresó a su cuerpo Fae. Su piel de bronce estaba cenicienta, sus ojos oscuros inundados de miedo. —Lo tenía. Rowan gruñó: —Tampoco tuvo un sabor diferente para mí. —Un glamour, como la forma que ella mantiene —reflexionó Gavriel. Nesryn asintió. —Por lo que dijeron las arañas, parece totalmente posible de que sea capaz de convencer de que su sangre se veía y sabía a sangre Fae. Fenrys hizo un sonido como si estuviera enfermo. Aelin se inclinaba a hacer lo mismo. Y desde muy lejos, se agitó un recuerdo que no era un recuerdo. De noches de verano pasadas en un valle del bosque, Maeve instruyéndola. Contándole una historia sobre una reina que caminaba entre mundos. Quien no estaba contenta en el reino en el que había nacido, y había encontrado

una manera de dejarlo, usando el conocimiento perdido de los antiguos caminantes. Caminantes del mundo. Maeve le había contado. Tal vez una historia distorsionada y sesgada, pero ella le había contado. ¿Por qué? ¿Por qué hacerlo de todos modos? ¿Una forma de ganarla, o hacerla dudar, si alguna vez llegaban a esto? —Pero Maeve odia a los reyes Valg —dijo Elide, e incluso desde el lugar silencioso y errante al que Aelin había ido, podía ver la mente afilada, batiéndose detrás de los ojos de Elide—. Estuvo escondida por mucho tiempo. Seguramente ella no se aliaría con ellos. —Ella corrió ante la oportunidad de conseguir un collar Valg —dijo Fenrys sombríamente—. Parecía convencida de que podía controlar al príncipe que lo estaba usando. No solo por el poder de Maeve, sino por ser una reina de los demonios. Aelin se obligó a tomar otro aliento. Otro más. Sus dedos se curvaron, agarrando un arma invisible. Lorcan no había pronunciado una palabra. No había hecho nada más que permanecer allí, pálido y en silencio. Como si él también hubiera dejado de estar en su cuerpo. —No sabemos sus planes —dijo Nesryn—. Los kharankui no la han visto por milenios y solo escuchan susurros llevados por arañas menores. Pero aun así siguen adorándola y esperando su regreso. Chaol se encontró con la mirada de Aelin, una mirada inquisitiva. Aelin dijo en voz baja: —Fui prisionera de Maeve durante dos meses. Silencio absoluto en la carpa. Entonces ella lo explicó todo. El por qué ella no estaba en Terrasen, quién ahora luchaba allí, a dónde habían ido Dorian y Manon. Aelin tragó saliva mientras terminaba, apoyándose en el toque de Rowan. —Maeve deseaba que le revelara la ubicación de las dos Llaves del Wyrd. Quería que se las entregara, pero logré alejarlas antes de que me llevara. A Doranelle. Quería que me rindiera a su voluntad. Para usarme para conquistar el mundo, pensé. Pero parece que, tal vez, quería usarme como escudo contra el Valg, para protegerla para siempre —las palabras salieron, pesadas y afiladas—. Fui su cautiva hasta hace casi un mes atrás —ella asintió con la cabeza hacia su corte—. Cuando me liberé, me encontraron otra vez. El silencio volvió a caer, sus nuevos compañeros estaban perdidos. Ella no los culpaba.

Entonces Hasar siseó: —Haremos que la perra pague por eso también, ¿no? Aelin se encontró con la mirada oscura de la princesa. —Sí, lo haremos.

I La verdad azotó a Rowan como un golpe físico. Maeve era una Valg. Una reina Valg. Cuyo esposo abandonado había invadido una vez este mundo y, si Chaol tenía razón, deseaba volver a entrar, si Erawan tenía éxito en abrir la puerta del Wyrd. Sabía que su grupo, o como sea que se llamaran ahora, estaban en shock. Sabía que él mismo había caído en una especie de estupor. La hembra a la que habían servido, se habían sometido a una... Valg. Habían sido tan bien engañados que ni siquiera habían catado su sangre. Fenrys parecía que iba a vaciar el contenido de su estómago en el piso de la carpa. La verdad era más horrenda para él. La cara de Lorcan permaneció fría y en blanco. Gavriel siguió frotándose la mandíbula, sus ojos inundados de consternación. Rowan soltó un largo suspiro. Una reina Valg. Eso era lo que había mantenido retenida a su Corazón de Fuego. ¿Qué clase de poder había tratado de entrar en su mente? ¿Qué poder había irrumpido en la mente de Rowan? En todas sus mentes, si ella pudo crear un glamour para que su sangre pareciera y tuviera un sabor ordinario. Sintió que la tensión aumentaba en Aelin, una tormenta furiosa que casi zumbaba en sus manos cuando él la agarró por los hombros. Sin embargo, sus llamas aun no aparecían. No se habían mostrado más que como una brasa estas semanas, a pesar de lo duro que habían entrenado. De vez en cuando, veía el rubí de Goldryn brillando mientras ella lo sostenía, como si el fuego brillara en el corazón de la piedra. Pero nada más.

Ni siquiera cuando se habían enredado en su cama en el barco, cuando sus dientes habían encontrado esa marca en su cuello. Elide los examinó a todos, callados, y dijo a sus nuevos compañeros: —Quizás deberíamos determinar un plan de acción con respecto a la batalla de mañana. Y darles tiempo, más tarde esta noche, para resolver este desorden colosal. Chaol asintió. —Trajimos un baúl de libros con nosotros —le dijo a Aelin—. Desde la Torre. Todos están llenos de marcas de Wyrd —Aelin no hizo más que parpadear, pero Chaol terminó:— Si superamos esta batalla, son tuyos para que los analices. En caso de que haya algo en ellos que puedan ayudar —contra Erawan, contra Maeve, contra el terrible destino de su compañero. Aelin solo asintió vagamente. Entonces Rowan se obligó a ahuyentar la conmoción, el disgusto y el miedo, y centrarse en el plan que tenían por delante. Solo Gavriel parecía capaz de hacer lo mismo, Fenrys se quedó dónde estaba, y Lorcan simplemente miraba y miraba a la nada. Aelin se quedó en su silla, hirviendo de rabia. Agitada. Lo planearon de manera rápida y eficiente: volverían con Chaol e Yrene a la fortaleza, para ayudar con los combates de mañana. La realeza del kanato empujarían desde aquí; Nesryn y el príncipe Sartaq liderando a los ruks, y la princesa Hasar al mando de los soldados de infantería y la caballería Darghan. Un grupo brillantemente y letalmente entrenado. Rowan ya había marcado a los soldados Darghan, con sus finos caballos y armaduras, sus lanzas y sus cascos con crestas, mientras se dirigían a esta tienda y suspiró aliviado por sus habilidades. Quizás el último suspiro de alivio que tendría en esta guerra. Especialmente porque las fuerzas del kanato aún no decidían adónde irían con este ejército después. Supuso que era justo, tantos territorios estaban ahora en el camino a Morath, pero cuando esta batalla terminara, estaba seguro de que marcharían hacia el norte. A Terrasen. Pero mañana, mañana golpearían a la legión de Morath contra los muros de la fortaleza, Chaol y Rowan guiando a los hombres desde el interior, derribando a los soldados enemigos. Aelin no se ofreció a hacer nada. No indicó que los había escuchado. Y cuando todos ellos consideraron que el plan era sólido, junto con un plan de

contingencia en caso de que algo saliera mal, Nesryn solo alcanzó a decir: —Les buscaremos ruks para llevarlos de vuelta a la fortaleza —antes de que Aelin irrumpiera en la noche helada, Rowan apenas pudo seguirle el ritmo. No le siguieron las brasas. No había barro bajo sus botas. No había fuego en absoluto. Ni siquiera una chispa. Como si Maeve hubiera apagado esa llama. Hizo que ella le temiera. Que la odiara. Aelin cortó a través de las tiendas cuidadosamente organizadas, pasaron por los caballos y sus jinetes armados, pasaron por los soldados que estaban alrededor de las fogatas, pasaron junto a los jinetes de ruks y sus poderosos pájaros, quienes lo llenaron de asombro y lo dejaron sin palabras. Todo el camino hacia el borde oriental del campamento y las llanuras que se extendían más allá, al espacio amplio y vacío que existía tras la cercanía de un ejército. Ella no se detuvo hasta que llegó a un arroyo que habían cruzado hace apenas unas horas. Estaba casi congelado, pero un pisotón de su bota hizo que el hielo se resquebrajara. Rompiéndose para revelar el agua oscura besada con la luz plateada de las estrellas. Luego se arrodilló y bebió. Bebió y bebió, ahuecando sus manos para beber. Tenía que estar lo suficientemente helada como para quemarla, pero ella siguió así hasta que apoyó las manos en las rodillas y dijo: —No puedo hacer esto. Rowan hundió una rodilla, el escudo que había mantenido a su alrededor mientras ella caminaba hasta aquí había sellado el viento frío de la llanura abierta. —Yo... no puedo... Tomó un aliento estremecedor y se cubrió la cara con sus manos mojadas. Con suavidad, Rowan agarró sus muñecas y las bajó. —No te enfrentes a esto sola. Angustia y terror inundaron esos hermosos ojos, y su pecho se contrajo de dolor mientras ella decía: —Fue tonto disparar contra Erawan. ¿Pero contra él y Maeve? Ella reunió un ejército. Es probable que en este momento esté trayendo ese ejército a Terrasen. Y si Erawan convoca a sus dos hermanos, si los otros reyes regresan... —Él necesita las otras dos llaves para hacer eso. Él no las tiene.

Sus dedos se curvaron, cavando en sus palmas lo suficientemente fuerte como para que el sabor de su sangre llenara el aire. —Debería haber ido tras las llaves. Inmediatamente. No haber venido aquí. No para hacer esto. —Es tarea de Dorian ahora, no tuya. Él no fallará en eso. —Es mi tarea, y siempre lo ha sido... —Tomamos la decisión de venir aquí y nos atendremos a esa decisión —agregó con un gruñido, sin molestarse en calmar su ton—. Si Maeve efectivamente está trayendo su ejército a Terrasen, entonces solo confirma que teníamos razón al venir aquí. Que debemos convencer a las fuerzas del kanato de ir hacia el norte después de esto. Es la única oportunidad que tenemos de ganar. Aelin se pasó las manos por el pelo. Corrientes de sangre manchaban el oro. —No puedo ganar contra ellos. Contra un rey y una reina del Valg —su voz se convirtió en lija—. Ya han ganado. —No lo han hecho —y aunque Rowan odiaba cada palabra, gruñó:— Y tú, sobreviviste dos meses contra Maeve sin magia que te protegiera. Dos meses en los que una reina Valg intentó entrar en tu cabeza, Aelin. Para quebrarte. Aelin se estremeció. —Lo hizo, sin embargo. Rowan lo esperaba. Aelin susurró: —Al final quería morir, antes de que, incluso, me amenazara con el collar. E incluso ahora, siento que alguien arrancó algo de mí misma. Es como si estuviera en el fondo del mar y quién soy, quién era, está lejos de la superficie, y nunca volverá a estar ahí de nuevo. Él no sabía qué decir, qué hacer aparte de sacar suavemente los dedos de sus palmas. —¿Compraste la soberbia, la arrogancia? —exigió ella, con la voz quebrada—. ¿Los otros? Porque he estado intentándolo. He estado intentando, como el infierno, convencerme a mí misma de que esto es real, convenciéndome de que solo tengo que pretender ser como era antes, el tiempo suficiente. El tiempo suficiente para sellar la cerradura y morir. Dijo suavemente: —Lo sé, Aelin —no había comprado los guiños y las sonrisas burlonas por un latido del corazón. Aelin dejó escapar un sollozo que rompió algo en él.

—No puedo sentirme, a mí misma, ya no. Es como si ella hubiera acabado con todo. Me arrancó algo. Ella y Cairn y todo lo que me hicieron —tragó aire y Rowan la envolvió en sus brazos y la acercó a su regazo—. Estoy tan cansada —lloró ella—. Estoy tan, tan cansada, Rowan. —Lo sé —le acarició el pelo—. Lo sé. Era todo lo que había que decir. Rowan la sostuvo hasta que su llanto se calmó y ella se quedó quieta, acurrucada contra su pecho. —No sé qué hacer —susurró ella. —Pelea —dijo simplemente—. Nosotros peleamos. Hasta que no podamos más. Nosotros peleamos. Ella se sentó, pero permaneció en su regazo, mirándole a la cara con una crudeza que lo destruyó. Rowan puso una mano en su pecho, justo sobre ese corazón ardiente. —Corazón de fuego. Un reto y una convocatoria. Ella puso su mano encima de la suya, cálida a pesar de la fría noche. Como si ese fuego aún no se hubiera ido completamente. Pero ella levantó la mirada hacia las estrellas. Al señor del Norte, de pie vigilando. —Peleamos —suspiró ella.

I Aelin encontró a Fenrys junto a un fuego silencioso, contemplando las llamas crepitantes. Ella se sentó en el tronco junto a él, cruda, abierta y temblorosa, pero... la sal de sus lágrimas habían lavado algo de eso. La estabilizó. Rowan la había estabilizado, y todavía lo hacía, mientras vigilaba desde las sombras más allá del fuego. Fenrys levantó la cabeza, con los ojos tan vacíos como ella sabía que habían estado los de ella. —Cuando sea necesario hablar de eso —dijo ella, con voz ronca—. Estoy aquí. Fenrys asintió, su boca una línea apretada.

—Gracias. El campamento se estaba preparando para partir, pero Aelin se acercó más y se sentó junto a él en silencio durante largos minutos. Dos sanadores, marcados solo por las bandas blancas alrededor de sus bíceps, pasaron rápido por ahí, con sus brazos llenos de vendajes. Aelin se tensó. Enfocándose en su respiración. Fenrys siguió su línea de visión. —Estaban horrorizados, ya sabes —dijo tranquilamente—. Cada vez que ella los traía para... arreglarte. Los dos sanadores desaparecieron alrededor de una carpa. Aelin flexionó sus dedos, sacudiendo la ligereza de ellos. —No les impidió seguir haciéndolo. —No tenían opción. Ella se encontró con su mirada oscura. La boca de Fenrys se tensó. —Nadie te hubiese abandonado en ese estado. Nadie. Rota, sangrienta y quemada... Agarró la empuñadura de Goldryn. Impotente. —La desafiaron a su manera —continuó Fenrys—. A veces, ella ordenaba que te devolvieran la conciencia. A menudo, afirmaban que no podían, que habías caído muy profundamente en el olvido. Pero yo sabía, creo que también Maeve, que ellos te ponían allí. Tanto como podían. Para comprarte tiempo. Ella tragó. —¿Ella los castigó? —No lo sé. Nunca eran los mismos sanadores. Maeve probablemente lo había hecho. Probablemente había destrozado sus mentes por desafiarla. El agarre de Aelin se apretó en la espada a su lado. Indefensa. Ella había estado indefensa. Como tantos en esta ciudad, en Terrasen, en este continente, habían estado indefensos. La empuñadura de Goldryn se calentó en su mano. Ella no volvería a estar así otra vez. Por el tiempo que le quedara.

I Gavriel se acercó a Rowan, dio una mirada hacia la reina y a Fenrys, y murmuró: —No eran las noticias que necesitábamos escuchar. Rowan cerró los ojos por un instante. —No, no lo eran. Gavriel apoyó una mano en el hombro de Rowan. —No cambia nada, de todos modos. —Cómo. —Nosotros estábamos a su servicio. Ella era... no lo que es Aelin. Cómo tendría que haber sido una reina. Nosotros sabíamos eso mucho antes de que supiéramos la verdad. Si Maeve quiere usar lo que es contra nosotros, para aliarse con Morath, entonces eso cambia las cosas. Pero el pasado se acabó. Se terminó, Rowan. Saber que Maeve es una Valg o simplemente una persona miserable no cambia lo que pasó. —Sabiendo que una reina Valg quiere esclavizar a mi pareja, y que casi lo hizo, lo cambia todo. —Pero sabemos a lo que teme Maeve, por qué le teme —respondió Gavriel, sus ojos leonados brillantes–. El fuego y a los sanadores. Si Maeve viene con ese ejército suyo. No estamos indefensos. Eso era cierto. Rowan podría haberse maldecido a sí mismo por no haberlo pensado. Otra pregunta se formó, sin embargo. —Su ejército —dijo Rowan—. Se compone de Faes. —¿Y? Es su armada —dijo Gavriel con cautela. Rowan se pasó una mano por el pelo. —¿Serás capaz de vivir con eso, luchando contra nuestra propia gente? Matándolos. —¿Y tú? —Gavriel respondió. Rowan no respondió. Gavriel preguntó después de un momento:

—¿Por qué Aelin no me ha ofrecido el juramento de sangre? El macho no había preguntado en estas semanas. Y Rowan no estaba seguro de por qué Gavriel lo preguntaba ahora, pero él le dio la verdad. —Porque ella no lo hará hasta que Aedion haya hecho el juramento primero. Ofrecértelo antes que él... ella quiere que Aedion lo haga primero. —En caso de que él no quiera que esté cerca de su reino. —Para que Aedion sepa que ella puso las necesidades de él antes que las de ella. Gavriel inclinó la cabeza. —Yo diría que sí, si me lo ofreciera. —Lo sé —Rowan le dio una palmada a su amigo más viejo en la espalda—. Ella también lo sabe. El León miró hacia el norte. —¿Crees que...? No hemos escuchado ninguna noticia de Terrasen. —Si hubiera caído, si Aedion hubiera caído, lo sabríamos. La gente de aquí sabría. Gavriel se frotó el pecho. —Hemos estado en la guerra. Él ha estado en la guerra. Luchando en los campos de batalla desde un niño, maldita sea —la rabia pasó por el rostro de Gavriel. No por lo que Aedion había hecho, sino por lo que él había estado obligado a hacer por el destino y la mala suerte. Por qué no había estado allí para prevenirlo—. Pero todavía temo cada día que pasa sin tener noticias. Temo a cada mensajero que veo. Un terror que Rowan nunca había conocido, diferente de su miedo por su compañero o por su reina. El miedo de un padre por su hijo. No se permitió mirar hacia Aelin. Para recordar sus sueños mientras la buscaba. La familia que había visto. La familia que harían juntos. —Debemos convencer a los miembros de la realeza del kanato de marchar hacia el norte cuando esta batalla se acabe —juró Gavriel en voz baja. Rowan asintió. —Si podemos aplastar a este ejército mañana, y convencer a la realeza, que Terrasen es el único curso de acción, podríamos, en efecto, estar dirigiéndonos al norte pronto. Podrías estar peleando al lado de Aedion en Yulemas. Las manos de Gavriel se apretaron a sus costados, sus tatuajes extendiéndose sobre sus nudillos.

—Si él me concede ese honor. Rowan haría que Aedion lo permitiera. Pero él sólo dijo: —Reúne a Elide y a Lorcan. Los ruks están casi listos para partir.

Capítulo 51 Traducido por Venus Corregido por Cotota

Lorcan se detuvo al borde del campamento ruk, apenas percatándose de las majestuosas aves o de sus jinetes blindados mientras se instalaron para pasar la noche. Unos pocos, él sabía, no encontrarían aún su descanso, sino que se los cargarían de suministros que se necesitaban para volver a la torre que se alza sobre la ciudad y la llanura. No le importó, no se maravilló con el hecho de que pronto iba a estar en el aire en una de esas increíbles bestias. No le importó que mañana, todos ellos se enfrentaran al oscuro ejército reunido más allá. Había peleado en más batallas, en más guerras, de las que quería recordar. Mañana sería un poco diferente, salvo por los demonios que matarían en lugar de hombres o Fae. Al parecer, demonios como su antigua reina. Se había ofrecido a ella, la había querido, o creyó haberlo hecho. Y ella se había burlado de él. No sabía lo que eso significaba. Sobre ella, sobre él mismo. Había pensado que su oscuridad, el obsequio de Hella, se había sentido atraída por ella, que ellos serían emparejados. Quizá el dios oscuro habría querido que no le jurara lealtad a Maeve, sino que la matara. Acercarse lo suficiente para hacerlo. Lorcan no ajustó su capa frente a la ráfaga de are helado del lejano lago. Más bien, se apoyó en el frío, en el hielo sobre el viento. Como si pudiera arrancar la verdad. —Estamos viviendo. La voz baja de Elide cortó el rugido silencioso de sus pensamientos. —Los ruks están listos —ella agregó. No había miedo o lástima en su rostro, su cabello negro iluminado por las antorchas y fogatas. De todos ellos, ella había manejado las noticias con escaza dificultad, avanzando hacia el escritorio como si hubiera nacido en un campo de batalla. —No lo sabía —dijo él, con voz cansada. Elide sabía lo que quería decir.

—De todas formas, tenemos cosas más importantes de las que preocuparnos. Dio un paso hacia ella. —No lo sabía —dijo otra vez. Elide echó su cabeza hacia atrás para estudiar su rostro y frunció su boca, un músculo marcado en su mandíbula. —¿Quieres que te de algún tipo de absolución por eso? —La serví casi por quinientos años. Quinientos años, y pensé que era inmortal y fría. —Eso suena como la definición de un Valg para mí. Él expuso sus dientes. —Vive durante eones y mira lo que te hace, Lady. —No veo por qué estás tan asombrado. Aun siendo ella inmortal y fría, tú la amaste. Debiste haber aceptado esos rasgos. ¿Qué diferencia hace que la llamemos de cierta forma, entonces? —No la amaba. —Sin duda actuabas como si lo hicieras. Lorcan gruñó. —¿Por qué sigues volviendo a ese punto, Elide? ¿Por qué es lo único que no puedes dejar de lado? —Porque estoy tratando de entender. Cómo puedes llegar a amar a un monstruo. —¿Por qué? Lorcan empujó hacia su espacio, y ella no lo rechazó. En realidad, sus ojos brillaban mientras siseaba. —Porque me ayudará a entender cómo yo hice lo mismo. Su voz se enganchó con las últimas palabras, y Lorcan se calmó mientras se acomodaban entre ellas. Él nunca… él nunca había tenido a alguien quien… —¿Es una enfermedad? —ella demandó—. ¿Es algo roto dentro de ti? —Elide —su nombre era una picazón en sus labios. Lorcan se atrevió a tomar su mano. Pero ella se apartó de su alcance —Si piensas que porque hiciste un juramento de sangre a Aelin, significa algo para

ti y para mí, estás muy equivocada. Eres inmortal, yo humana. No olvidemos ese pequeño hecho, tampoco. Lorcan casi retrocede antes sus palabras, su horrible verdad. Tenía quinientos años. Debería alejarse, no debería estar malditamente perturbado por nada de esto. Y, sin embargo, Lorcan gruñó: —Estás celosa. Eso es lo que realmente te come. Elide soltó una carcajada que nunca antes había escuchado, cruel y mordaz. —¿Celosa? ¿Celosa de qué? ¿Del demonio a quien servías? —cuadró sus hombros, una ola creciendo antes de que se estrellara contra la orilla—. La única cosa de la que estoy celosa, Lorcan, es que ella se haya deshecho de ti. Lorcan odió que sus palabras impactaran como un golpe. Que no le quedaran defensas donde a ella se refería. —Lo siento —él dijo—. Por todo, Elide. Allí, lo había dicho, y lo expuso delante de ella. —Lo siento —repitió. Pero el rostro de Elide no se perturbó. —No me importa —dijo, girando sobres sus talones—. Y no me importa si sales del campo de batalla mañana.

I Celos. La idea de ello, de estar celosa de Maeve por comandar el afecto de Lorcan por siglos. Elide se acercó cojeando a la preparada fiesta de los ruks, apretando los dientes con tanta fuerza que le dolía la mandíbula. Estaba casi en el primero de los pájaros ensillados cuando una voz dijo detrás de ella. —Debiste haberlo ignorado. Elide se detuvo, encontrando a Gavriel siguiéndola. —¿Perdona? El rostro generalmente cálido del León era grave, desaprobador. —Podrías haber pateado a un hombre ya caído.

Elide no había cruzado una palabra con Gavriel en todo el tiempo que lo había conocido, pero dijo: —No veo como esto es de tu incumbencia. —Nunca he escuchado a Lorcan disculparse por algo. Incluso cuando Maeve lo flageló por error, él no se disculpó con ella. —¿Y eso significa que él merece mi perdón? —No. Pero tienes que darte cuenta que él le hizo un juramento de sangre a Aelin por ti. Por nadie más. Así él podía permanecer cerca de ti. Incluso sabiendo lo suficientemente bien que tú tendrías una vida mortal. Las aves se movieron sobre sus pies, agitando sus alas en anticipación al vuelo. Ella lo supo. Lo había sabido desde el momento en que se arrodilló ante Aelin. Semanas más tarde, Elide no habría sabido que hacer con eso, el conocimiento que Lorcan había hecho esto por ella. El anhelo de hablar con él, el trabajar con él como lo habían hecho. Se había odiado por eso. Por no tratar de aferrarse mucho más a su ira. Esa era la razón por la que ella había ido tras él esta noche. No para castigarlo, sino para castigarse a sí misma. Para recordarse a quien había vendido a su reina, cuan profundamente equivocada había estado. Y sus palabras de despedida hacia él… eran una mentira. Una repugnante y odiosa mentira. Elide se volvió hacia Gavriel otra vez. —Yo no… El León se había ido. Y durante el frio vuelo sobre el ejército, después sobre el mar de oscuridad se propagó entre este y la antigua ciudad, incluso esa sabia voz que le había susurrado durante toda su vida se había ido.

I Nesryn se detuvo junto a Salkhi, una mano al lado de su montura emplumada, y observó como la fiesta se elevaba a los cielos. Los veinte ruks no solo llevaban a Aelin Galathynius y sus acompañantes, incluidos Chaol e Yrene, sino también a más curanderos, suministros y algunos caballos, encapuchados y acorralados en corrales de madera que los pájaros podían cargar. Incluyendo el caballo de Chaol, Farasha. —Desearía poder ir con ellos —Borte suspiró desde donde ella estaba acariciando

a Arcas—. A pelear al lado del Fae. Nesryn le dio una mirada de reojo entretenida. —Tendrás esa oportunidad muy pronto, si marchamos hacia Terrasen después de esto. Cerca de allí, sonó un resoplido de burla claramente masculino. —Ve a escuchar a escondidas a alguien más, Yeran —Borte se volvió hacia su prometido. Pero el capitán Berlas solo respondió: —Que buen comandante que eres, fantaseando sobre el Fae como una niña inocente. Borte rodó sus ojos. —Cuando me enseñen sus técnicas de matar y las use para borrarte del mapa en nuestra próxima Asamblea, puedes decirle todo sobre mis fantasías. El apuesto capitán se precipitó sobre su propio ruk, y Nesryn agachó su cabeza para ocultar su sonrisa, encontrándose a sí misma inmensamente interesada en cepillar las plumas marrones de Salkhi. —Serás mi esposa entonces, de acuerdo a tu trato con mi Madre de Corazón —dijo, cruzando sus brazos—. Sería indecoroso para ti matar a tu propio esposo en la Asamblea. Borte sonrió con una dulzura envenenada a su prometido. —Tendré que matarte en otra ocasión, entonces. Yeran le devolvió la sonrisa, el retrato de la perversa diversión. —En alguna otra ocasión, entonces. Nesryn no falló al notar la luz que brillaba en los ojos del capitán. O la forma en la que Borte mordía su labio, apenas visible, y su respiración agitándose. Yeran se inclinó para susurrar algo al oído de Borte que hizo que los ojos de la chica se ensancharan. Y aparentemente la aturdió lo suficiente para que cuando Yeran merodeaba por su ruk, el retrato de arrogancia y fanfarronería, Borte se sonrojara furiosamente y volviera a limpiar su ruk. —No preguntes —acalló. Nesryn sostuvo en alto sus manos. —No soñaría con eso. El rubor de Borte se mantuvo por minutos después, su limpieza casi frenética.

Pasos fáciles y elegantes resonaban en la nieve, y Nesryn sabía quién se acercaba antes de que el rukhin incluso se enderezara para prestar atención. No por el hecho de que Sartaq fuera príncipe y heredero, sino que él era su capitán. De todos los rukhin en esta guerra, no solo la aeronave de Eridun. Les hizo un gesto con la mano, escudriñando el cielo nocturno y los ruks aún elevandose, protegidos por Rowan Whitethorn de cualquier flecha enemiga que pudiera encontrar un objetivo. Sartaq apenas se había acercado a Nesryn cuando Borte le dio unas palmaditas a Arcas, arrojó el cepillo en su mochila de suministros y entró en la noche. No para darles privacidad, se dio cuenta Nesryn. No cuando Yeran merodeaba desde el lado de su propio ruc un instante después, arrastrando a Borte a un ritmo lento. La joven miró por encima del hombro una vez, y había algo más que molestia en su rostro cuando notó a Yeran pisándole los talones. Sartaq se rió entre dientes. —Al menos están un poco más claros al respecto. Nesryn resopló, cepillando sobre las plumas de Salkhi. —Estoy tan confundida como nunca. —Los jinetes cuyas tiendas se encuentran al lado de Borte no lo están. Las cejas de Nesryn se elevaron, pero sonrió. —Bien. No sobre los jinetes, pero… sobre ellos. —La guerra les hace cosas extrañas a las personas. Hace que todo sea más urgente —pasó una mano por la parte de atrás de su cabeza, sus dedos se entrelazaron en su cabello antes de susurrarle en su oreja—. Ven a la cama. El calor ardía a través de su cuerpo. —Tenemos una batalla que comenzar mañana. Otra vez. —Y un día de muerte me ha hecho querer abrazarte —dijo el príncipe, dándole esa sonrisa encantadora contra la que no tiene defensa alguna. Especialmente mientras él añadía—. Y hacer otras cosas contigo. Los dedos de los pies de Nesryn se encogieron en sus botas. —Entonces ayúdame a terminar de limpiar a Salkhi. El príncipe arremetió tan rápido por el cepillo que Borte había desechado que Nesryn se rió.

Capítulo 52 Traducido por Venus Corregido por Cotota

Los Crochans habían regresado a su campamento en los Colmillos y esperaron. Manon y Los Trece desmontaron de los wyverns. Algo se agitó en sus entrañas con cada paso que daba hacia el fuego de Glennis. La tira de tela roja al final de su trenza se convirtió en una piedra de molino, tirando su cabeza hacia abajo. Estaban cerca al hogar de Glennis cuando Bronwen se puso a caminar al lado de Manon. Asterin y Sorrel, detrás, se tensaron, pero no interfirieron. Especialmente cuando Bronwen preguntó: —¿Qué pasó? Manon miró de reojo a su prima. —Les pedí que consideraran su posición en esta guerra. Bronwen frunció el ceño hacia el cielo, como si esperara ver a Ironteeth detrás de ellos. —¿Y? —Y veremos, supongo. —Pensé que ibas a reunirlos. —Fui —dijo Manon, mostrando sus dientes—, a hacerlos contemplar quienes desean ser. —No creí que las Ironteeth era capaz de tales cosas. Asterin gruñó. —Cuidado, bruja. Bronwen le lanzó una sonrisa burlona por encima del hombro, y luego le dijo a Manon: —¿Te dejaron ir viva? —Lo hicieron. —¿Lucharán, se pondrán en contra de Morath y del otro Ironteeth? —No lo sé —no lo sabía. Realmente no lo sabía.

Bronwen guardó silencia durante unos cuantos pasos. Manon había ingresado al círculo del hogas de Glennis, cuando la bruja dijo: —No deberíamos habernos molestado en esperar, entonces. Manon no tenía respuesta así que siguió caminando, Los Trece no le dirigieron la mirada a Bronwen. Manon encontró a Glennis agitando las brasas de su hogar, del centro del fuego sagrado, una llama que no necesitaba madera que quemar. Un regalo de Brannon, un pedazo de la reina de Terrasen aquí. Glennis dijo: —Deberíamos irnos a media mañana. Está decidido: tenemos que regresar a nuestros hogares. Manon solo se sentó en la piedra más cercana al anciano, dejando a Los Trece buscar cualquier alimento que puedan encontrar. Dorian se había quedado con los wyverns. Lo último que había visto que él hace minutos fue a unos Crochans acercándosele. Si por placer o información, Manon no lo sabía. Se preguntaba si él compartiría su cama otra vez. Especialmente si seguía empeñado en ir a Morath. El pensamiento no le sentó nada bien. Manon le dijo a Glennis: —¿Crees que las Ironteeth sean capaces de cambiar de opinión? —Deberías saber esa respuesta mejor que nadie. Lo hacía, y no estaba completamente segura si le agradaba la conclusión a la que había llegado. —¿Rhiannon pensó que podríamos hacerlo? —¿Ella pensó que yo podría hacerlo? Los ojos de Glennis se suavizaron, un indicio de tristeza los adornó mientras ella agregaba otro pedazo de madera a la llama. —Tu media hermana era tu opuesto, en tantas formas. Y como tu padre, en muchos aspectos. Ella era abierta, y honesta, y manifestaba sus sentimientos sin importarle las consecuencias. Temeraria, algunos la llamaban. Puede que no lo sepas por la manera en la que ellas actúan ahora —dijo la anciana, sonriendo un poco—, pero hubo más que unos pocos, alrededor de estos distintos hogares, a las que no les agradaba. Quién no quiso escuchar sus conferencias sobre el fracaso de nuestra gente o sobre cómo existía una mejor solución. Cómo nuestros pueblos pueden encontrar la paz. Todos los días hablaba en voz alta y con cualquiera que pudiera escuchar sobre la posibilidad de un Reino Bruja unido. La posibilidad de un futuro en el que no necesitábamos escondernos, o estar tan dispersos. Muchos la llamaban tonta. Pensé que era una tonta, especialmente cuando fue a buscarte. Para ver si estábas de acuerdo con ella, a pesar de lo que sugiere tu sangrienta historia. Está muerta por ese sueño, por esa posibilidad de un futuro. Manon la había matado

por eso. Glennis dijo: —Entonces, ¿Rhiannon pensó que las Ironteeth eran capaces de cambiar? Ella debió ser la única bruja entre las Crochans que lo hizo, pero lo creía con cada fibra de su ser —su cuello se sacudió—. Ella creía que ustedes dos podrían gobernar juntas, el Reino de las Brujas. Tú liderarías a las Ironteeth y ella a las Crochans, y juntas reconstruirían lo que se fragmentó hace mucho tiempo. —Y ahora solo quedo yo —se las apañó para decir. —Ahora solo quedas tú —la mirada de Glennis se volvió directa, impecable—. Un puente entre nosotros. Manon aceptó el plato de comida que Asterin le ofreció antes de que la Segunda se sentara al costado de ella. Asterin dijo: —Las Ironteeth vendrás. Ya verás. Sorrel gruñó desde la roca más cercana, el desacuerdo escrito en su rostro. Asterin le dio a la Tercera de Manon un gesto vulgar. —Ellos vendrán. Lo juro. Glennis le ofreció una pequeña sonrisa, pero Manon no dijo nada mientras surcaba entre su comida. Esperanza, le había dicho a Elide todos esos meses atrás. Pero tal vez no habría ninguna para ellos después de todo.

I Dorian se detuvo por los wyverns para responder a las preguntas de los Crochans que no querían o quizá eran muy temerosos para preguntar a las Trece que había ocurrido en la Brecha Ferian. No, una multitud no se alzaba detrás de ellos. No, nadie los había rastreado. Sí, Manon había hablado con las Ironteeth y les había pedido que se les uniera. Sí, habían podido entrar y salir vivos. Sí, ella había hablado como ambos, Ironteeth y Crochan. Al menos, Asterin le había dicho eso en el largo vuelo de regreso. Hablando de Manon, discutiendo sus siguientes pasos… A él no le importaba. No aún. Y cuando Asterin por sí mismo se había callado, él cayó profundamente en sus

pensamientos. Reflexionando sobre todo lo que había visto en la Brecha Ferian, en cada sala, cámara y foso retorcidos que apestaban a dolor y miedo. Lo que su padre y Erawan habían construido. La clase de reino que él heredaría. Las Llaves del Wyrd se agitaron, susurrando. Dorian las ignoró y pasó una mano por la empuñadura de Damaris. El oro se mantuvo caliente a pesar del frío extremo. Una espada de verdad, sí, pero también recordatorio de lo que Adarlan había sido una vez. Lo que se volvería a convertir. Si él no hubiera flaqueado. No hubiera dudado de sí mismo. Independientemente del tiempo que le quedara. Lo pudo haber hecho bien. Todo eso. Lo pudo haber hecho bien. Damaris se calentó en cómodo silencio y ratificación. Dorian dejó la pequeña multitud de Crochans y se dirigió a un pedazo de tierra con vistas a una zambullida mortal en un abismo cubierto de nieve y rocas. Las montañas salvajes ondeaban en todas direcciones, pero él dirigió su mirada al Sureste. Hacia Morath, que se avecinaba mucho más allá de la vista. Él había podido transformarse en un cuervo esa noche en el bosque de Eyllwe. Ahora suponía que solo necesitaba aprender a volar. Se extendió hacia su interior, a ese remolino de poder en bruto. El calor floreció en él, sus huesos gimieron, el mundo se ensanchó. Abrió su pico, y un gutural graznido salió de él. Extendiendo sus alas de hollín, Dorian comenzó a practicar.

Capítulo 53 Traducido por Venus Corregido por Cotota

Alguien le había prendido fuego a su muslo. No Aelin, porque Aelin se había ido, sellada en un sarcófago de hierro y llevada a través del mar. Pero alguien la había quemado hasta los huesos, tan profundamente que el más mínimo movimiento dondequiera que yacía (¿una cama? ¿una camilla?) enviaba agonía a través de ella. Lysandra se resquebrajó al abrir sus ojos, un gemido bajo se abrió camino hasta su garganta reseca. —Tranquila —una voz profunda retumbó. Ella conocía esa voz. Conocía el aroma, como un claro arroyo y nueva hierba. Aedion. Arrastró sus ojos, pesados y ardientes, hacia el sonido. Su brillante cabello colgaba flojo, enmarañado con sangre. Y esos ojos turquesas estaban manchados de púrpura debajo, y completamente sombríos. Vacíos. Alrededor de ellos había una tienda de campaña montada, la única luz era proporcionada por una linterna que se balanceaba en el viento helado que se deslizaba por las solapas. La habían amontonado con mantas, aunque él estaba sentado en un cubo volcado, todavía en su armadura, sin nada que lo calentara. Lysandra sacó su lengua del paladar y escuchó el mundo más allá de la tenue tienda. Caos. Griteríos. Algunos hombres gritando. —Nos rendimos, en Perranth —dijo Aedion roncamente—. Hemos estado huyendo por dos días ahora. Otros tres días y llegaremos a Orynth. Sus vejas se estrecharon ligeramente. ¿Ha estado inconsciente por tanto tiempo? —Tuvimos que ponerte en una carreta con los otros heridos. Esta noche es la primera que nos atrevemos a detenernos —la fuerte columna de su garganta se agitó—. Una fuerte tormenta golpeó al sur. Ha ralentizado a Morath, solo lo suficiente. Ella trató de tragar contra la sequedad de su garganta. Lo último que recordaba es que había estado enfrentándose a esos Ilken, nunca tan consciente de las limitacio-

nes de un cuerpo mortal, de cómo incluso Aelin, que parecía tan alta como ella si se tambaleaba a través del mundo, fue empequeñecida por las criaturas. Entonces esas garras habían rasgado en su pierna. Y ella había logrado hacer un swing perfecto. Para tomar a uno de ellos abajo. —Movilizaste a nuestro ejército —él dijo—. Perdimos la batalla, pero ellos no se avergonzaron. Lysandra se las arregló para tirar una mano de debajo de las mantas, y se estiró por la jarra de agua puesta junto a su cama. Aedion se puso inmediatamente en movimiento, llenando una copa. Pero mientras sus dedos se cerraban alrededor, ella notó su color, su forma. Su propia mano. Su propio brazo. —Tú… cambiaste —dijo Aedion, notando sus ojos ensanchados—. Mientras el curandero te estaba cociendo la pierna. Creo que el dolor... Volviste a este cuerpo. El horror, rugiente y nauseabundo la invadió. —¿Cuántos vieron? —Sus primeras palabras, cada una tan áspera y seca como papel de lija. —No te preocupes por eso. Ella se atragantó con el agua. —¿Todos ellos saben? Un solemne asentimiento. —¿Qué les dijiste, sobre Aelin? —Que ella había estado fuera en una búsqueda importante con Rowan y los demás. Y que es tan secreto que no nos atrevemos a hablar de ello. —¿Están los soldados…? —No te preocupes —volvió a repetir. Pero podía verlo en su cara. La tensión. Se habían unido a su reina, solo para darse cuenta de que había sido una ilusión. Que el poder de la Portadora de Fuego no estaba con ellos. No los protegería contra el ejército en sus talones. —Lo siento —exhaló. Aedion tomó la copa vacía antes de sujetar su mano, apretando suavemente. —Lo siento, Lysandra. Por todo —su garganta se agitó de nuevo—. Cuando vi al ilken, cuando te vi luchando contra él…

Inútil. Perra mentirosa. Las palabras que le había lanzado, la enfurecían, la arrastraban de la neblina del dolor. Afiló su enfoque. —Tú hiciste esto —dijo, con baja voz—, por Terrasen. Por Aelin. Estabas dispuesta a morir por ellos, por encima de los dioses. —Lo estaba —sus palabras salieron frías como el acero. Aedion pestañeó mientras ella retiraba su mano de la suya. Le dolía y palpitaba su pierna, pero logró sentarse. Para encontrar su mirada. —He sido degradada y humillada de tantas formas, por tantos años —dijo ella, con voz temblorosa. No de miedo, sino por la marea que barrió todo dentro de ella, ardiendo junto a la herida en su pierna—. Pero nunca me sentí tan humillada como cuando me tiraste a la nieve. Cuando me llamaste perra mentirosa en frente de nuestros amigos y aliados. Nunca —odió las lágrimas de furia que le escocieron los ojos—. Una vez me vi obligada a arrastrarme ante los hombres. Y por encima de los dioses, casi me arrastré por ti estos meses. Y, sin embargo, ¿tuve que estar cerca de la muerte para que te des cuenta de que has sido un estúpido? ¿Tuve que estar cerca de la muerte para que me veas como humano otra vez? No ocultó el arrepentimiento en sus ojos. Ella había pasado años leyendo a los hombres y supo que cada agonizante emoción en su rostro era genuina. Pero no borraba lo dicho, ni lo hecho. Lysandra puso una mano en su pecho, justo sobre su destrozado corazón. —Quería que fueras tú —ella dijo—. Después de Wesley, después de todo esto. Quería que fueras tú. Lo que Aelin me pidió que hiciera no tenía nada que ver con esto. Lo que ella me pidió que hiciera nunca se sintió como una carga, porque quería que fueras tú al final de todo —no se limpió las lágrimas que se deslizaron por sus mejillas—. Y tú me tiraste a la nieve. Aedion se deslizó en sus rodillas. Alcanzando su mano. —Nunca dejaré de lamentarlo. Lysandra, nunca olvidaré ni segundo, nunca dejaré de odiarme por eso. Y estoy tan… —No —quitó su mano—. No te arrodilles. No te molestes —apuntó hacia las solapas—. No hay nada que me quede por decirte. O tú a mí. La agonía volvió a inquietar su rostro, pero ella ocultó lo que le hizo a ella. Lo que le hizo el ver a Aedión ponerse de pie, gimiendo suavemente por un dolor no localizado en su poderoso cuerpo. Por unos cuantas respiraciones, él solo la miró fijamente. Luego dijo: — Cada promesa que te hice en esa playa en la Bahía de la Calavera, las hice en serio.

Y luego se fue.

I Aedion había pasado una gran parte de su vida odiándose a sí mismo por distintas cosas que había hecho. Pero al ver las lágrimas en el rostro de Lysandra por culpa suya… Nunca se había sentido más como un bastardo. Apenas escuchó a los soldados alrededor del él, tensos e intranquilos en la nieve que soplaba entre sus carpas erigidas rápidamente. ¿Cuántos heridos más morirían esta noche? Él ya había alcanzado privilegios por su rango para obtener el cuidado de Lysandra de los mejores curanderos que habían dejado. Y todavía no era suficiente, los curanderos no tenían dotes mágicas. Y a pesar de las habilidades de curación más rápidas de Lysandra, todavía tenían que coserle la pierna. Y le cambiaban las vendas cada pocas horas. La herida se había sellado, afortunadamente, lo suficientemente rápido como para evitar la infección. Muchos de los heridos de entre ellos no pudieron decir lo mismo. Las heridas podridas, la sangre supurada en sus venas... Cada mañana, más y más cuerpos habían sido dejados en la nieve, el suelo demasiado congelado y sin tiempo para quemarlos. Comida para las bestias de Erawan, murmuraron los soldados cuando se desplazaban. Bien podrían ofrecerle al enemigo una comida gratis. Aedion cerró esa conversación, junto con cualquier tipo de silbido sobre su vuelo y su derrota. Para cuando acamparon esta noche, a un buen tercio de los soldados, incluidos los miembros de la Perdición, se les habían asignado varias tareas para mantenerlos ocupados. Para cansarlos tanto después de la huida de un día para que no tengan la energía para refunfuñar. Aedion se encaminó a su propia tienda de campaña, situada justo afuera del anillo de tiendas de los curanderos, donde yacía Lysandra. Darle una tienda privada había sido otro privilegio que había usado por su rango. Casi había llegado a la pequeña tienda de campaña, no servía de nada construir su tienda de guerra completa cuando estarían corriendo nuevamente en unas pocas horas, cuando vio las figuras acurrucadas junto al fuego de afuera. Redujo sus pasos. Ren se puso de pie, su rostro tenso bajo la pesada capucha.

Sin embargo, fue el hombre al costado de Ren quien hizo que el temperamento de Aedion se convirtiera en algo peligroso. —Darrow —él dijo—. Habría creído que estarías en Orynth ahora. El hombre atado en pieles no sonrió. —Vine para entregar el mensaje por mí mismo. Ya que mi mensaje más confiable parece inclinado a elegir otra lealtad. El viejo bastardo sabía, entonces. Sobre el disfraz de Lysandra como Aelin. Y el papel de Nox Owen en mover a su ejército fuera de su alcance. —Vamos a terminar con esto, entonces —dijo Aedion. Ren se tensó, pero no dijo nada. Los finos labios de Darrow se curvaron en una cruel sonrisa. —Por tus actos de osada rebelión, por tu incapacidad de prestar atención a nuestro comando y llevar a tus tropas a donde fueron ordenadas, por tu total derrota en la frontera y la pérdida de Perranth, se le quita su rango. Aedion escuchó las palabras. —Considérate ahora un soldado en la Perdición, si te aceptan. Y en cuando al impostor por el que has alardeado… —una burla hacia la tienda de los curanderos. Aedion gruñó. Los ojos de Darrow se estrecharon. —Si vuelve a ser atrapada haciéndose pasar por la princesa Aelin —Aedion casi le arranca la garganta ante esa palabra, Princesa— entonces no tendremos otra opción que ordenar su ejecución. —Me gustaría verles intentarlo. — Me gustaría verte detenernos. Aedion sonrió burlonamente. —Oh, no soy yo con quien tendrán que lidiar. Buena suerte a cualquier hombre que intente dañar a una cambia-formas tan poderosa. Darrow ignoró la promesa y le tendió una mano. —La Espada de Orynth, si tú quieres. Ren empezó. —Estás loco, Darrow.

Aedion solo miró. El antiguo señor dijo: —Esa espada pertenece a un verdadero general de Terrasen, a su príncipecomandante. Como ya no eres el portador de ese título, la espada deberá volver a Orynth. Hasta que se pueda determinar un nuevo portador apropiado. Ren se iluminó. —Esa espada está en nuestra posesión, Darrow, por Aedion. Si no la hubiera recuperado, seguiría oxidándose en el tesoro de Adarlan. Él siempre tendrá nuestra gratitud por eso. Ojalá en ese sentido, al menos. Un rugido sordo llenó la cabeza de Aedion. La mano de Darrow permaneció extendida. Se merecía esto, supuso. Por su fracaso en estos campos de batalla, su fracaso al defender la tierra que prometió a Aelin que protegería. Por lo que le había hecho a la cambia-formas que había retenido su corazón desde el momento en que ella había destrozado a esos soldados Valg en las alcantarillas de Rifthold. Aedion desbloqueó la antigua espada de su cinturón. Ren soltó un sonido de protesta. Pero ignoró al señor y lanzó La Espada de Orynth a Darrow. La ligereza donde esa espada había sido sacada de su equilibrio. El anciano se quedó mirando la espada en sus manos. Incluso fue tan lejos como para pasar un dedo por el pomo del hueso, el odioso bastardo incapaz de contener su asombro. Aedion solo dijo: —La Espada de Orynth es solo una pieza de metal y hueso. Siempre lo ha sido. Es lo que la espada inspira en el portador lo que importa. El verdadero corazón de Terrasen. —Qué poético, Aedion —fue la respuesta de Darrow antes de girarse en sus talones, dirigiéndose a donde su acompañante lo esperaba más allá del borde del campamento—. Tu comandante, Kyllian, es ahora general de la Perdición. Repórtate ante él por órdenes. La nieve arremolinada devoró al viejo señor en unos pocos pasos. Ren gruñó: —Como un demonio que no eres general. —Los Señores de Terrasen lo decretan, y así será. —¿Por qué no estás peleando por esto? —Los ojos de Ren resplandecieron—. Acabas de entregarle esa espada…

—No le he dado una mierda —Aedion no se molestó en mantener su cansancio, su decepción y enojo, de su voz—. Déjale tener la espada, el ejército. No me importa una mierda. Ren no le detuvo mientras Aedion entraba a su tienda y no salió hasta la madrugada.

I Los Señores de Terrasen habían despojado al General Ashryver de su espada. El rumor se extendió de fogata en fogata, ondeando a través de las filas. El soldado era nuevo en la Perdición, había sido aceptado en sus filas solo este verano. Un honor, incluso con la guerra sobre ellos. Un honor, aunque la familia del soldado había llorado al verlo partir. Por pelear para el Príncipe Aedion, por pelear por Terrasen, habría valido la pena, el peso de dejar a atrás su granja. Dejar atrás a la hija del granjero de cara dulce a quien nunca había tenido la oportunidad de besar. Habría valido la pena entonces. Pero no ahora. Los amigos que él había hecho en los meses de entrenamiento y peleas estaban muertos. Acurrucados alrededor de la pequeña fogata, el soldado fue el último de ellos, los reclutas de rostro fresco que habían estado tan ansiosos por probarse contra el Valg al comienzo del verano. En el muerto corazón del invierno, él se llamaba a sí mismo estúpido. Si se molestaba en hablar. Las palabras se habían vuelto innecesarias, ajenas. Tan extraño como su cuerpo medio congelado, que nunca se calentaba, aunque dormía tan cerca del fuego como se atrevía. Si el sueño lo encontraba, con el grito de los heridos y moribundos. El conocimiento de lo que los cazaban hacia el norte. No quedaba nadie para ayudarlos. Salvarlos. La reina que creyeron estaba entre ellos, había sido una mentira. El engaño de una cambia formas. Donde Aelin Galathynius luchaba ahora, lo que había considerado más importante que ellos, él no lo sabía. La fría noche entró en acción, amenazando con devorar el pequeño fuego que tenía ante él. El soldado se acercó poco a poco a la llama, estremeciéndose bajo su capa desgastada, cada dolor y rasguño del día que palpitaba.

Sin embargo, no abandonaría este ejército. No como algunos de los otros que murmuraban. Incluso con el príncipe Aedion despojado de su título, incluso con su reina desaparecida, no abandonaría este ejército. Había jurado proteger a Terrasen. Para proteger a su familia. Lo sostendría. Incluso si ahora supiera que nunca los volvería a ver.

I La nieve seguía cayendo cuando ellos renovaron su vuelo. Nevó por los siguientes dos días, persiguiéndolos hacia el norte por cada milla que recorrían. El decreto de Darrow tuvo poca procedencia. Kyllian se negó rotundamente a hacer alguna llamada sin la aprobación de Aedion. Se negó a ponerse la armadura de su rango. Se rehusó a tomar la tienda de guerra. Aedion sabía que él había ganado su lealtad hace un tiempo. Tal como la Perdición había ganado la suya. Pero no le impidió odiarlo, solo un poco. De desear que Kyllian se hiciera cargo de todo. La pierna de Lysandra se curó lo suficiente como para montar, pero él la vio poco. Ella se mantuvo al lado de Ren, los dos viajaron cerca a los curanderos, en caso sus puntos se estiraban. Cuando Aedion la vislumbró, a menudo lo miraba directamente hasta que él quiera vomitar. Al tercer día, los exploradores corrieron hacia ellos. Informando que Morath había ganado, y se estaba cerrando detrás, rápido. Aedion sabía cómo iba esto. Vio cada paso y rostros hambrientos alrededor. Orynth estaba a media hora. Si se tratara de un terreno fácil, podrían tener la oportunidad de estar detrás de sus antiguos muros. Pero entre ellos y la ciudad descansaba el río Florine. Muy salvaje para cruzar sin botas. El puente más cercano se encontraba muy al sur para arriesgar. En esta época del año, todavía podría no haberse congelado. Y aun así, con el río tan ancho y profundo, la capa de hielo que a menudo lo recubría era delgada Para que su ejército cruzara, tendrían que arriesgarse a que el hielo no colapsara. Había otros caminos a Orynth. Ir directo al norte hacia las Staghorns, y recortar hacia el sur hasta la ciudad situada a sus pies. Pero cada hora retrasada permitió

que el anfitrión de Morath ganara terreno. Aedion estaba montando al costado de Kyllian cuando Elgan galopó al costado de ellos, el caballo que sopla rizos de aire caliente en el día de nieve espesa. —El río está a diez millas si al frente —dijo Elgan—. Tenemos que tomar nuestra decisión ahora. Arriesgarse por el puente al sur, o el tiempo que tomaría para ir a la ruta larga hacia el norte. Ren, al ver su reunión, instó a su caballo a acercarse. Kyllian esperó por la orden. Aedion arqueó una ceja. —Tú eres el general —Mierda —escupió. Aedion solo se volvió a Elgan. —¿Alguna noticia sobre el estado del hielo? Elgan sacudió su cabeza. —Ninguna noticia, ni del puente. Sin fin, la nieve girando yacía por delante. Aedion no se atrevió a mirar hacia atrás a las líneas de soldados que caminaban con dificultad. Ren, tan silenciosamente como había venido, se dirigió hacia donde cabalgaba al lado de Lysandra. Las alas revoloteaban a través del viento y la nieve, y luego un halcón disparaba hacia el cielo, con una pierna torpemente recta debajo de ella. —Sigue montando —es todo lo que Aedion le dijo a sus compañeros.

I Lysandra regresó en una hora. Se dirigió a Ren y solo a Ren, y luego el joven señor estaba galopando al lado de Aedion, donde Kyllian y Elgan todavía viajaban. El rostro de Ren se había vuelto pálido. —No hay hielo en el Florine. Y los exploradores de Morath se adelantaron y arrasaron con el puente del sur.

—Nos están guiando hacia el norte —Elgan murmuró. Ren asintió. —Estarán sobre nosotros mañana por la mañana. No tendrían tiempo para considerar correr hacia la entrada norte de Orynth. Y con el Florine a pocas millas por delante, demasiado ancho y profundo para cruzar, demasiado frío para atreverse a nadar, y Morath acercándose por detrás, quedarían completamente atrapados.

Capítulo 54 Traducido por Carolina Corregido por Ella R

Chaol le dio de comer una manzana a Farasha, la hermosa y caprichosa yegua negra después de su vuelo sin precedentes. Parecía que incluso el caballo de Hellas podía asustarse, aunque Chaol supuso que cualquier persona sabia se encontraría desconcertada al estar colgando cientos de pies sobre el aire. —Alguien más podría hacer eso por ti —apoyada contra la pared del establo de la fortaleza, Yrene lo observaba trabajar, monitoreando cada débil paso—. Deberías descansar. Chaol negó con la cabeza. —Ella no sabe qué demonios está pasando. Me gustaría tratar de calmarla antes de ponerla a dormir. Antes de la batalla de mañana, antes de que tal vez ellos tuvieran una chance de verdaderamente salvar Anielle. Todavía estaba asimilando todo lo que había pasado en los meses que se había ido. Las batallas y las pérdidas. El lugar donde Dorian se había ido con Manon y las Trece. Chaol solo podía rezar para que su amigo tuviera éxito, y que no se tuviera que sacrificar para forjar la Cerradura. Necesitando desentrañar todo lo que le habían informado, dejó a Aelin y los demás cerca del Gran Salón para que encontraran algo de comida, e inmediatamente trajo a Farasha con él. Más que nada para la seguridad de todos los que estaban alrededor del caballo Muniqi, ya que Farasha había tratado de arrancarle un trozo al soldado más cercano a ella en el momento en que se soltó la capucha. Ni siquiera la capucha le había ocultado qué era lo que exactamente estaba pasando con el enorme contenedor al que la habían abrochado. Pero Farasha no había mordido su mano antes de mordisquear la manzana, así que Chaol rogó que lo perdonara por el duro vuelo. Una parte de él casi se preguntaba si la yegua sabría que le dolía la espalda, que necesitaba su bastón, pero que eligió quedarse allí. Pasó una mano por su melena de color ébano, luego le dio una palmada fuerte en el cuello.

—¿Lista para pisotear algunos Valgs gruñones mañana, mi amiga? Farasha resoplo, posando un ojo en el como si le dijera, ¿lo estás tú? Chaol sonrió y Yrene se rio suavemente. —Debería regresar al salón —dijo su esposa—. Ver quien necesita ayuda —pero ella permaneció ahí. Sus miradas se encontraron por encima de la poderosa espalda de Farasha. Él rodeó al caballo, cuidando de que no lo mordiera. —Lo sé —dijo calmadamente. Yrene inclino su cabeza. —¿Qué sabes? Chaol entrelazó sus dedos. Y luego colocó sus manos sobre su abdomen aún plano. —Oh —fue todo lo Yrene dijo, mientas su boca quedaba abierta—. Yo… ¿Cómo? El corazón de Chaol comenzó a golpetear. —Es verdad entonces. Los ojos dorados de ella escanearon los suyos. —¿Quieres que suceda? Chaol coloco la mano en su mejilla. —Más que nada en el mundo. La sonrisa de Yrene fue tan amplia y amorosa que casi rompe el corazón de Chaol en pedazos. —Es cierto —ella soltó. —¿Cuánto tiempo? —Casi dos meses. Estudió su estómago, un lugar que pronto se hincharía con un niño creciendo dentro de ella. El hijo de ambos. —No me lo dijiste, supongo, porque no querías que me preocupara. Yrene mordió su labio. —Algo así Él resopló.

—¿Y cuándo estuvieras tambaleando con la barriga a punto de estallar? Yrene golpeó su brazo. —No voy a tambalearme. Chaol se echó a reír y la envolvió en sus brazos. —Te tambalearás hermosamente, fue lo que quise decir —la risa de Yrene resonó en él, y Chaol besó la parte superior de su cabeza, su sien—. Vamos a tener un hijo —murmuró sobre su cabello. Sus brazos lo rodearon. —Lo tendremos —susurró ella—. Pero, ¿cómo lo supiste? —Mi padre —gruñó Chaol—, observación que yo.

aparentemente posee mejores habilidades de

Él sintió su estremecimiento. —¿No estás enojado por no habértelo dicho? —No. Me hubiera gustado escucharlo de tus labios primero, pero entiendo por qué no querías decir nada todavía. Por muy estúpido que sea —agregó, mordisqueando su oreja. Yrene lo golpeó en las costillas, y él volvió a reír. Río, a pesar de que todos los días que habían peleado en esta batalla, con cada oponente que enfrentaba, temía cometer un error fatal. No podía olvidar que, si él fuera a caer, los dos lo harían. Sus brazos se apretaron alrededor de él, e Yrene acurrucó su cabeza contra su pecho. —Serás un padre brillante —dijo en voz baja—. El más brillante que haya existido jamás. —Es un gran elogio, teniendo en cuenta que proviene de la mujer que quería echarme desde la ventana más alta de la Torre hace unos meses. —Una curadora nunca sería tan poco profesional. Chaol sonrió y respiró su aroma antes de retirarse y rozar su boca contra la de ella. —Estoy más feliz de lo que puedo expresar, Yrene, por compartir esto contigo. Cualquier cosa que necesites, estoy a tu disposición. Sus labios se torcieron hacia arriba. —Palabras peligrosas. Pero Chaol pasó su pulgar sobre su anillo de matrimonio. —Tendré que ganar esta guerra rápidamente, para poder tener terminada nuestra

casa en el verano. Ella puso los ojos en blanco. —Una noble razón para derrotar a Erawan. Chaol le robó otro beso. —Por mucho que me gustaría mostrarte lo mucho que estoy a tu disposición —dijo contra su boca—, tengo otro asunto que tratar antes de ir a dormir. Las cejas de Yrene se alzaron. Él hizo una mueca. —Necesito presentar a Aelin a mi padre. Antes de que se encuentren entre sí — el hombre no había estado cerca del salón cuando llegaron, y Chaol había estado demasiado preocupado por Farasha como para molestarse en perseguirlo. Yrene se encogió, aunque la diversión chispeó en sus ojos. —¿Sería malo querer unirme a ti? ¿Y traer bocadillos? Chaol pasó un brazo alrededor de sus hombros y le dio a Farasha una caricia de despedida antes de irse. A pesar del bastón, cojeaba a cada paso y el dolor en su espalda le recorría las piernas, pero era secundario. Todo, incluso la maldita guerra, era secundario al lado de su mujer. Al lado del futuro que construirían juntos.

I Tan bien como la conversación entre Yrene y Chaol había ido, así de mal iban las cosas entre Aelin Galathynius y su padre. Yrene no trajo bocadillos, pero eso fue solo porque cuando llegaron al Gran Salón, ya habían sido interceptados por su padre. Corriendo hacia la habitación donde Aelin y sus compañeros habían ido para buscar un alivio temporal. —Padre —dijo Chaol, poniéndose a su lado. Yrene no dijo nada, vigilando los movimientos de Chaol. El dolor en su espalda tenía que ser grande, si él estaba cojeando profundamente, incluso si su magia le llenaba. Ella no tenía idea de dónde había dejado su silla, o si había sido aplastada por los escombros que caían. Rezó para que no hubiera sido así. Su padre dijo bruscamente:

—¿No me despiertas cuando la Reina de Terrasen llega a mi castillo? —No era una prioridad —Chaol se detuvo ante la puerta que daba a la pequeña recámara que había sido limpiada para la reina y tocó. Un gruñido fue la única confirmación antes de que el marido de Yrene abriera la puerta lo suficiente como para meter la cabeza. —Mi padre —dijo Chaol a quienquiera que estuviera dentro, presumiblemente la reina— quisiera verte. Silencio, luego el susurro de ropa y pasos. Yrene retrocedió cuando apareció Aelin Galathynius, con la cara y las manos limpias, pero con la ropa todavía sucia. A su lado estaba el imponente guerrero hada de cabello plateado: Rowan Whitethorn. De quien la realeza había hablado con tanto temor y respeto meses atrás. En la habitación, Lady Elide estaba sentada contra la pared del fondo, con una bandeja de comida a su lado, y un lobo blanco gigante yacíendo en el suelo, vigilando con los ojos entrecerrados. Fue una sorpresa ver el cambio, darse cuenta de que estas hadas podrían ser poderosas y antiguas, pero todavía tenían un pie en el bosque. La reina, al parecer, prefería el cambio también, sus orejas delicadamente puntiagudas medio ocultas por su cabello suelto. Detrás de ella, no había ni rastro del guerrero melancólico de cabello dorado, Gavriel, o del totalmente aterrador Lorcan. Gracias a Silba por eso, al menos. Aelin dejó la puerta abierta, aunque sus dos miembros de la corte permanecieron sentados. Casi aburridos. —Bueno, hola —fue todo lo que dijo la reina al entrar en el pasillo. El padre de Chaol miró al príncipe guerrero a su lado. Luego volvió la cabeza hacia Chaol y dijo: —Supongo que se encontraron en Wendlyn. Después de que la enviaste allí. Yrene se tensó ante las burlas en la voz del hombre. Bastardo. Horrible bastardo. Aelin chasqueó la lengua. —Sí, sí, quitemos eso del camino. Aunque no creo que tu hijo realmente lo lamente, ¿verdad? Los ojos de Aelin se desviaron hacia Yrene, e Yrene trató de no inmutarse bajo esa mirada turquesa y dorada. Diferencia del fuego que había visto esa noche en Innish, pero todavía con esa aguda conciencia. Diferentes, ambas eran diferentes de las chicas que habían sido. Una sonrisa curvó la boca de la reina. —Creo que lo hizo bastante bien para sí mismo —ella frunció el ceño a su consorte—.

Yrene, al menos, no parece ser de la clase que acapara las mantas y ronca en el oído toda la noche. Yrene tosió cuando el príncipe Rowan solo sonrió a la reina. —No me importa que ronques —dijo suavemente.  La boca de Aelin se torció cuando se volvió hacia el padre de Chaol. La propia risa de Yrene murió por la falta de luz en el rostro del hombre. Chaol estaba tenso como una cuerda de arco cuando la reina le dijo a su padre: —Estoy cansada y hambrienta, y eso no terminará bien para ti. —Esta es mi casa. Aelin hizo un buen espectáculo mirando boquiabierta al techo, las paredes, los pisos. —¿Lo es realmente? Yrene tuvo que agachar la cabeza para ocultar su sonrisa. Lo mismo hizo Chaol. Pero Aelin le dijo al Señor de Anielle: —Confío en que no nos estorbará. Un límite en la arena. La respiración de Yrene se atoró en su garganta. El padre de Chaol dijo simplemente: —Que yo sepa tú no eres la reina de Adarlan. —No, pero tu hijo es la Mano derecha del Rey, lo que significa que te sobrepasa en rango. Aelin sonrió con horrible dulzura a Chaol. —¿No le dijiste eso? Yrene y Aelin ya no eran las chicas que habían estado en Innish, no, pero ese fuego salvaje aún permanecía en el espíritu de la reina. Fuego salvaje ardiendo con locura. Chaol se encogió de hombros. —Me imaginé que le diría cuando llegase el momento. Su padre frunció el ceño. El príncipe Rowan, sin embargo, le dijo al hombre: —Usted ha defendido y preparado a su gente admirablemente. No tenemos planes de arrebatarle eso. —No necesito la aprobación de unas hadas brutas —se burló el señor.

Aelin le dio una palmada a Rowan en el hombro. —Brutos. Me gusta eso. Mejor que ‹buitre›, ¿verdad?  Yrene no tenía ni idea acerca de qué estaba hablando la reina, pero se contuvo en su risa de todos modos. Aelin hizo una reverencia burlona al señor de Anielle. —Como hermosa nota de despedida, vayamos a terminar nuestras cenas. Disfrutemos de la velada, los veremos en el campo de batalla mañana y, por favor, no se pudra en el infierno. Entonces Aelin se alejó, con la mano de su esposo guiándola hacia dentro. Pero no antes de lanzar una sonrisa por encima del hombro a Yrene y Chaol y decirles, con los ojos brillantes repletos de alegría y calidez: —Felicidades. Cómo lo supo, Yrene no tenía ni idea. Pero las hadas poseían un sentido del olfato sobrenatural. Yrene sonrió al mismo tiempo que inclinaba la cabeza, justo antes de que Aelin cerrara la puerta en la cara del Señor de Anielle.  Chaol se giró hacia su padre, cualquier indicio de diversión estaba escondido como un experto. —Bueno, la viste. El padre de Chaol se estremeció con lo que Yrene supuso que era una combinación de rabia y humillación, y se alejó. Era una de las mejores escenas que Yrene había visto. Por la sonrisa de Chaol, ella supo que su esposo se sentía igual.

I —Qué hombre tan horrible —Elide terminó su pata de pollo antes de entregarle la otra a Fenrys, quien había cambiado de nuevo a su forma de hada. Le agradeció con un gruñido—. Pobre Lord Chaol. Aelin, extendió sus adoloridas piernas antes de reclinarse contra la pared, terminando su propia porción de pollo y luego hundiéndose en un trozo de pan negro.

—Pobre de Chaol, pobre de su madre, pobre de su hermano. Pobre de todo aquel que tenga que lidiar con él. En la solitaria y estrecha ventana de la habitación, observando al oscuro ejército a cientos de pies por debajo, Rowan bufó. —Estuviste rara esta noche. Aelin lo saludó con su pedazo de abundante pan de avena. —Cualquiera que interrumpa mi cena corre el riesgo de pagar el precio. Rowan puso los ojos en blanco, pero sonrió. Justo como Aelin lo había visto sonreír cuando ambos olieron lo que había en Yrene. El niño en ella.  Estaba feliz por Yrene, por ambos. Chaol merecía esa alegría, tal vez más que nadie. Tanto como su propia compañera. Aelin no dejó que los pensamientos viajaran más lejos. No cuando terminó su pedazo de pan y se acercó a la ventana, apoyándose contra el costado de Rowan. Él deslizó su brazo alrededor de sus hombros, casual y tranquilamente. Ninguno de ellos mencionó a Maeve. Elide y Fenrys continuaron comiendo en silencio, dándoles la privacidad que podían en la pequeña y vacía habitación que estarían compartiendo, durmiendo en sus petates. El señor de Anielle, al parecer, no compartía su aprecio por el lujo. O comodidades básicas para sus huéspedes. Como baños calientes. O camas. —Los hombres están aterrados —dijo Rowan, mirando los niveles bajos de la torre—. Puedes olerlo. —Se han mantenido fuertes por días. Saben lo que les espera al amanecer. —Su miedo —dijo Rowan, apretando la mandíbula— es una prueba de que no confían en nuestros aliados. Prueba de que no confían en que el ejército del Kan los salve. Los hará luchadores descuidados. Podría crear una debilidad donde no debería haber una. —Tal vez deberías haberle dicho a Chaol —dijo Aelin—. Podría darles un discurso motivacional. —Tengo la sensación de que Chaol les ha dado varios. Este es tipo de miedo que corroe el alma. —Entonces, ¿qué queda por hacer? Rowan negó con la cabeza. —No lo sé.

Pero ella sintió que él lo sabía. Sintió que quería decir algo más, pero ya fuera su actual compañía o algún tipo de vacilación se lo impidió. Así que Aelin no presionó, e inspeccionó los preparativos con sus soldados patrulleros, el extenso y oscuro ejército más allá. Gritos y aullidos resonaban en la noche, los sonidos eran tan terribles que arrastraban un escalofrío por su espalda. —¿Es una batalla en tierra más fácil o peor que una en el mar? —preguntó Aelin a su esposo, su compañero, mirando su rostro tatuado. Solo se había enfrentado a los barcos en la Bahía de la Calabera, e incluso eso había terminado relativamente rápido. Y contra los ilken en los Pantanos de Piedra, pero eso había sido un exterminio más que nada. No era parecido a lo que les esperaba mañana. No era parecido a lo que sus amigos habían peleado en el Mar Estrecho mientras ella y Manon habían estado en el espejo y luego con Maeve en la playa. Rowan consideró su respuesta. —Son igual de desordenadas, pero de diferentes maneras. —Prefiero luchar en tierra —se quejó Fenrys. —¿Porque a nadie le gusta el olor a perro mojado? —preguntó Aelin por encima del hombro. Fenrys se echó a reír. —Exactamente por eso —al menos estaba sonriendo otra vez. La boca de Rowan se contrajo, pero sus ojos eran duros mientras observaba al ejército enemigo. —La batalla de mañana será igual de brutal —dijo—. Pero el plan es sólido. Estarían haciendo los preparativos con Chaol, adelantándose a cualquier maniobra desesperada que Morath pudiera intentar cuando se encontraran siendo arrastrados y aplastados por el ejército del Kan. Elide estaría con Yrene y los otros curanderos en el Gran Salón, ayudando a los heridos. Aelin solo podía adivinar el lugar dónde podrían estar Lorcan y Gavriel. Ambos se habían separado al llegar, lo último que podían estar haciendo era montar guardia en algún lugar, aunque lo más seguro era que estuviesen meditando. Pero probablemente pelearían a su lado. Como si sus pensamientos lo hubieran convocado, Gavriel se deslizó dentro de la habitación. —El ejército se ve bastante tranquilo —dijo a modo de saludo, luego se dejó caer sin ceremonias al suelo junto a Fenrys y levantó la bandeja de pollo hacia él—. Sin embargo, los hombres están llenos de miedo. Los días de defender estos muros los

han desgastado. Rowan asintió con la cabeza, sin molestarse en decirle al León que acababan de discutir esto cuando Gavriel arrancó la comida. —Entonces tendremos que asegurarnos de que no se desanimen mañana. —En efecto. —Me preguntaba… —dijo Elide a ninguno de ellos en particular después de un momento—. Ya que Maeve es una impostora, ¿quién gobernaría a Doranelle si fuera desterrada con todos los demás Valg? —O quemada — murmuró Fenrys. Aelin podría haber sonreído tristemente, pero la pregunta de Elide se asentó en ella. Gavriel bajó lentamente el pollo. El brazo de Rowan cayó de los hombros de Aelin. Sus ojos verde pino estaban muy abiertos. —Tú. Aelin parpadeó. —Hay otros del linaje de Mab. Galan, o Aedion... —El trono pasa a través del linaje materno, solo a una mujer. O debería haberlo hecho —dijo Rowan—. Eres la única mujer con un reclamo directo y puro de la línea de sangre de Mab. —¿Y tú linaje, Rowan? —dijo Gavriel—. Alguien en tu hogar debería reclamar la mitad del trono de Mora. —Sellene. Le correspondería a ella —incluso como príncipe, la herencia de Rowan que lo conectaba con la línea de sangre de Mora se había reducido hasta el punto de quedar sólo el nombre. Aelin estaba más estrechamente relacionada con Elide, probablemente con Chaol también, que ella con Rowan, a pesar de su lejana ascendencia. —Bueno, Sellene puede tenerlo —dijo Aelin, limpiándose un polvo inexistente de sus manos—. Doranelle es de ella. No volvería a poner un pie en esa ciudad, con Maeve o sin ella. No estaba segura de si eso la hacía una cobarde. No se atrevió a alcanzar el reconfortante ruido de su magia. —La pequeña gente realmente sabía —reflexionó Fenrys, frotándose la mandíbula—. Lo que eras.

Siempre lo habían sabido, la pequeña gente. Le habían salvado la vida hace diez años y les habían salvado la vida en las últimas semanas. La habían conocido y le habían dejado regalos. Homenajes, pensó, a la heredera de Brannon. No a… Gavriel murmuró: —La Reina Fae del Oeste. Silencio. Aelin espetó: —¿Es ese un título real? —Lo es ahora —murmuró Fenrys. Aelin le lanzó una mirada. —Con Sellene como la Reina Fae del Este —reflexionó Rowan. Nadie habló por un buen minuto. Aelin suspiró hacia el techo. —¿Qué es otro título elegante? No respondieron, y Aelin intentó no dejar que el peso de ese título se asentara demasiado. Todo lo que implicaba. Para que ella no solo cuide de la gente pequeña en este continente, sino el puesto, empezar una nueva patria para cualquier hada que desease unirse a ellos. Para cualquiera de las hadas que hubieran sobrevivido a la masacre en Terrasen hace diez años y desearan regresar. El sueño de un tonto. Uno que probablemente ella vería llegar. No estaría para crearlo. —La Reina Fae del Oeste —dijo Aelin, saboreando las palabras en su lengua. Preguntándose cuánto tiempo podría llamarse así. Desde el pesado silencio, supo que sus compañeros estaban contemplando lo mismo. Y por el dolor en los ojos de Rowan, la rabia y la determinación, supo que él ya estaba calculando si eso podría salvarla del altar de sacrificios. Pero eso vendría después. Pasado mañana. Si sobrevivían.

I Había una puerta, y la eternidad yacía más allá de su negro umbral. Pero no para ella. No, no habría un mundo después para ella.

Los dioses habían construido otro ataúd, esta vez haciéndolo de esa piedra oscura y reluciente. Piedra que su fuego nunca podría derretir. Ni perforar. La única forma de escapar era convertirse en eso, disolverse en espuma de mar en una playa. Cada aliento era más delgado que el anterior. No habían puesto ningún agujero en este ataúd. Más allá de sus confines, sabía que había un segundo ataúd al lado del suyo. Lo supo, porque los gritos ahogados todavía se escuchaban desde ahí. Dos princesas, una de oro y una de plata. Una joven y una antigua. El costo de sellar esa puerta para la eternidad para ambas. El aire se acabaría pronto. Ella ya había perdido demasiado mientras arañaba frenéticamente la piedra. Las yemas de sus dedos punzaban donde se había roto las uñas y la piel. Esos gritos femeninos se hicieron más tranquilos. Ella debería aceptarlo, abrazarlo. Sólo cuando lo hiciera se abriría la tapa. El aire estaba tan caliente, tan precioso. Ella no podía salir, no podía salir…

I Aelin se despertó. La habitación permanecía oscura, la respiración profunda de sus compañeros, firme. Aire fresco. Las estrellas eran apenas visibles a través de la estrecha ventana. No había un ataúd de piedra Wyrd. Ninguna puerta estaba a punto de devorarla entera. Pero ella sabía que la estaban mirando, de alguna manera. Esos desgraciados dioses. Incluso aquí, la estaban mirando. Esperando. Un sacrificio. Eso es todo lo que ella era para ellos. Las náuseas se agitaban en sus entrañas, pero Aelin lo ignoró, ignoró los temblores que la recorrían. El calor bajo su piel. Aelin se volvió de costado, acurrucada más cerca del sólido calor de Rowan, los gritos ahogados de Elena aún resonaban en sus oídos. No, ella no estaría indefensa de nuevo.

Capítulo 55 Traducido por Carolina Corregido por Ella R

Estar en forma femenina no era del todo lo que Dorian había esperado. La forma en que caminaba, la forma en que movía las caderas y las piernas era extraño. Tan desconcertantemente extraño. Si alguna de las Crochans había notado a una joven bruja entre ellos caminando en círculos, agachándose y estirando las piernas, no detuvieron su trabajo mientras se preparaban para irse del campamento. Luego estaba el asunto de sus senos, que nunca había imaginado que fuera tan... engorroso. No es desagradable, pero el impacto de golpear sus brazos contra ellos, la necesidad de ajustar su postura para acomodar su ligero peso, aún estaba fresco después de unas horas. Había mantenido la transformación tan simple como pudo: había elegido a una joven Crochan la noche anterior, una de las novicias a la que quizás no necesitaban a todas horas o de la cual no se daban cuenta muy a menudo, y la estudio hasta que ella probablemente lo considerara un acosador. Esta mañana, con la imagen de su rostro y su forma aún plantada en su mente, él había llegado al borde del campamento y simplemente cambio. Bueno, tal vez no simplemente. El cambio no fue una sensación totalmente agradable, mientras que los huesos se ajustaron, su cuero cabelludo hormigueaba con el largo cabello castaño que creció en brillantes olas, cosquilleando la nariz mientras se le daba forma en una curva delicada. Durante largos minutos, solo se miró a sí mismo. Sus manos delicadas, as muñecas más pequeñas. Increíble cuánta fuerza contenían los diminutos huesos. Unas pocas palmaditas sutiles entre sus piernas le habían dicho lo suficiente sobre los cambios allí. Y así había estado aquí durante las últimas dos horas, aprendiendo cómo se movía y operaba el cuerpo femenino. Totalmente diferente de aprender cómo volaba un cuervo, cómo se movía el viento. Pensaba que sabía todo sobre el cuerpo femenino. Cómo hacer que una mujer ronroneara de placer. Estaba medio tentado de encontrar una tienda de campaña y aprender de primera mano cómo se sentían ciertas cosas. No era un uso efectivo de su tiempo. No con el campamento listo para viajar. Las Trece estaban en una disruptiva. Todavía no habían decidido adónde ir. Y no había

sido invitado a viajar con las Crochans a ninguno de sus hogares. Ni al de Glennis. Sin embargo, ninguno de ellos había mirado en su dirección cuando paso por delante. Ninguno la había reconocido. Dorian acababa de completar otro circuito de caminatas en su pequeña área de entrenamiento cuando Manon pasó a su lado, con su cabello plateado fluyendo. Él hizo una pausa, nada más una cautelosa centinela Crochan, y la observó irrumpir a través de la nieve y el barro como si fuera una espada atravesando el mundo. Manon casi había pasado su área de entrenamiento cuando se puso rígida. Lentamente, ella se volvió, sus fosas nasales se ensancharon. Esos ojos dorados cayeron sobre él, veloz y cortante. Sus cejas juntaron. Dorian solo le dio una sonrisa perezosa a cambio. Entonces ella se acercó a él. —Me sorprende que no te estés manoseando. —¿Quién dice que no lo he hecho ya? Otra mirada evaluadora. —Pensé que elegirías una forma más bonita. Frunció el ceño hacia sí mismo. —Creo que ella es lo suficientemente bonita. La boca de Manon se tensó. —Supongo que esto significa que estás a punto de ir a Morath. —¿Dije algo por el estilo? —No se molestó en sonar agradable. Manon dio un paso hacia él, sus dientes brillando. En este cuerpo, él era más bajo que ella. Odió la emoción que brotó de su sangre cuando ella se inclinó para gruñirle. —Ya tenemos suficiente con lo que lidiar hoy, principito. —¿Me veo como si te lo estuviera impidiendo? Abrió la boca, luego la cerró. Dorian dejó escapar una risa baja y se dio la vuelta para alejarse. Una mano con punta de hierro se apoderó de su brazo. Extraño, que esa mano se sienta grande en su cuerpo. Grande, y no la cosa delgada y mortal a la que se había acostumbrado.

Sus ojos dorados ardían. —Si quieres una mujer de corazón débil que llora por decisiones difíciles y finalmente se resiste a rechazarlas, entonces estás en la cama incorrecta. —No estoy en la cama de nadie en estos momentos. Él no había ido a su tienda ninguna de estas noches. No desde esa conversación en Eyllwe. Ella tomó la réplica sin más que un estremecimiento. —Tu opinión no me importa. —Entonces, ¿por qué estás aquí de pie? Una vez más, ella abrió y cerró la boca. Entonces gruñó: —Cambia de forma. Dorian sonrió de nuevo. —¿No tienes mejores cosas que hacer en este momento, Su Majestad? Honestamente, pensó que ella podría desenvainar esos dientes de hierro y arrancarle la garganta. La mitad de él quería que ella lo intentara. Incluso llegó a pasar esas manos fantasmas a lo largo de su mandíbula. —¿Crees que no sé por qué no quieres que vaya a Morath? Él podría haber jurado que ella tembló. Podría haber jurado que ella arqueó su cuello, solo un poco, apoyándose en ese toque fantasma. Dorian pasó esos dedos invisibles por su cuello, arrastrándolos a lo largo de sus clavículas. —Dime que me quede —dijo, las palabras no tenían calidez, ni amabilidad—. Dime que me quede contigo, si eso es lo que quieres —sus dedos invisibles crecieron en garras y se rasparon su piel. La garganta de Manon se agitó—. Pero no me dirás eso, ¿verdad, Manon? —su respiración se volvió irregular. Él continuó acariciando su cuello, su mandíbula, su garganta, acariciando la piel que había probado una y otra vez—. ¿Sabes por qué? Cuando ella no respondió, Dorian dejó que una de esas garras fantasma se hundiera en su piel, solo un poco. Ella tragó, y no fue por miedo. Dorian se acercó, inclinando su cabeza hacia atrás para mirarla a los ojos mientras ronroneaba: —Porque aunque seas más antigua, y mortal de mil maneras diferentes, en el fondo, tienes miedo. No sabes cómo pedirme que me quede, porque temes admitir que lo deseas. Tienes miedo. De ti misma más que nadie en el mundo. Tienes miedo.

Durante varios latidos del corazón, ella solo lo miró fijamente. Entonces gruñó: —No sabes de lo que estás hablando —y se alejó. Su risa baja la desgarró tras ella. Su columna vertebral se puso rígida. Pero Manon no se dio la vuelta.

I Asustada. De admitir que sentía algún tipo de apego. Era absurdo. Y tal vez, era cierto. Pero no era su problema. No ahora. Manon irrumpió en el campamento de preparación, donde se retiraban y plegaban las carpas y se empacaban los hogares. Las Trece estaban con los guivernos, guardando suministros en alforjas. Algunas de las Crochans habían fruncido el ceño. No con rabia, sino algo así como decepción. Descontento. Como si pensaran que separarse era una mala idea. Manon se abstuvo de decir que estaba de acuerdo. Incluso si las Trece siguieran, las Crochans encontrarían la manera de perderlas. Usarían su poder para atar a los guivernos el tiempo suficiente para desaparecer. Y ella no se rebajaría a sí misma ni a las Trece para convertirse en perros persiguiendo a sus amos. Podrían estar desesperados por ayuda, podrían haberlo prometido a sus aliados, pero ella no se rebajaría más. Manon se detuvo en el campamento de Glennis, el único hogar con un fuego aun ardiendo. Un fuego que siempre permanecería encendido. Un recordatorio de la promesa que había hecho para honrar a la reina de Terrasen. Una sola y solitaria llama contra el frío. Manon se frotó la cara mientras se dejaba caer sobre una de las rocas que bordeaban el hogar. Una mano apoyada en su hombro, cálida y ligera. Ella no se molestó en abofetearla. Glennis dijo:

—Nos vamos en unos minutos. Pensé en despedirme. Manon miró a la bruja antigua. —Buen vuelo. Realmente era todo lo que quedaba por decir. El fracaso de Manon no se debió a Glennis, ni a nadie más que a ella misma, supuso. Tienes miedo. Eso era cierto. Ella había intentado, aunque no con todas sus fuerzas, ganarle a las Crochans. Dejarles ver cualquier cosa que significara algo para ella. Que vieran lo que le había hecho, que supieran que tenía una hermana y que la había matado. Ella no sabía cómo, y nunca se había molestado en aprender. Tienes miedo. Sí que lo tenía. De todo. Glennis bajó la mano del hombro de Manon. —Que tu camino te lleve a salvo a través de la guerra y, finalmente, de vuelta a casa.  No tenía ganas de decirle a la vieja que no había un hogar para ella ni para las Trece. Glennis volvió la cara hacia el cielo, suspirando una vez. Luego sus cejas blancas se estrecharon. Sus fosas nasales se ensancharon. Manon se levantó de un salto. —Corre —respiró Glennis—. Corre ahora. Manon extrajo a su Cuchilla del Viento y no hizo tal cosa. —¿Qué pasa? —Están aquí —cómo Glennis los había olfateado en el viento, no le importaba a Manon. No mientras tres wyverns salieron de las nubes, peleando contra su campamento. Conocía a esos wyverns, casi tan bien como conocía a los tres jinetes que enviaron a las Crochans a un frenesí de movimiento. Las Matronas de los Clanes Ironteeth las habían encontrado. Y venían a terminar lo que Manon había comenzado ese día en Morath.

Capítulo 56 Traducido por Carolina Corregido por Ella R

Las tres Altas Brujas habían venido solas. No impidió que las Crochans se reunieran, las escobas se movían rápidamente en el aire, algunas de ellas temblaban con lo que solo podía ser reconocimiento. El agarre de Manon en su Cuchilla de Viento se apretó ante el ligero temblor en su mano cuando las tres brujas aterrizaron al borde del fuego de Glennis, con sus wyverns aplastando las tiendas de campaña debajo de ellas. Asterin y Sorrel estaban instantáneamente a su lado, el murmullo de su segundo tragado por la grieta de las carpas rotas. —Las Sombras están en el aire, pero no dieron señales de otra unidad. —¿De ninguno de sus aquelarres? —No. Y ni rastro de Iskra o Petrah. Manon tragó saliva. Las Matronas realmente habían venido solas. Habían volado desde donde estaban reunidas, y de alguna manera las habían encontrado. O rastreado. Manon no dejó que el pensamiento se asentara. Que ella pudo haber llevado a las tres Matronas directamente a este campamento. Los suaves gruñidos de las Crochans a su alrededor, apuntando a Manon, dijeron lo suficiente de su opinión. Los wyverns se asentaron, sus largas colas se enroscaron alrededor de ellos, esas espinas mortíferas y resbaladizas listas para infligir la muerte. Pasos apresurados crujían a través de la nieve helada, deteniéndose al lado de Manon justo cuando el olor de Dorian la envolvía. —Son esas… —Sí —dijo en voz baja, con el corazón tronando mientras las Matronas desmontaron y no levantaron las manos para pedir un armisticio. No, solo se acercaron al hogar, a la preciosa llama que aún ardía—. No se involucren — advirtió Manon a los demás, y se dirigió a su encuentro. No era una batalla del rey, sin importar el poder que habitara en sus venas.

Glennis ya estaba armada, había una espada antigua en sus manos marchitas. La mujer era tan vieja como la matrona de las Yellowlegs, pero se mantuvo erguida, frente a las tres Brujas Altas. Cresseida Blueblood habló primero, con los ojos tan fríos como la corona de púas de hierro clavada en su frente pecosa. —Ha pasado un tiempo, Glennis. Pero la mirada de Glennis, Manon se dio cuenta, no estaba en la Matrona de las Blueblood. O incluso en la abuela de Manon, su túnica negra ondeaba mientras se burlaba de Manon. Estaba en la Matrona de las Yellowlegs, encorvada y con odio entre ellos. En la corona de estrellas, sobre su delgado cabello blanco. La espada de Glennis tembló ligeramente. Justo cuando Manon se dio cuenta de lo que la matrona estaba usando, Bronwen apareció al lado de Glennis y suspiró: —La corona de Rhiannon. Llevada por la Matrona de las Yellowlegs para burlarse de estas brujas. Para escupirles. Un rugido sordo comenzó en los oídos de Manon. —¿Qué compañía tienes en estos días, nieta? —dijo la abuela de Manon, con su cabello oscuro con mechones plateados trenzado lejos de la cara. Era una señal de sus intenciones, si el cabello de su abuela estaba trenzado de esa forma. Batalla. Aniquilación. El peso de ser el punto de la atención de las tres Matronas la presionó. Las Crochans reunidas detrás de ella se movieron mientras esperaban su respuesta. Sin embargo, fue Glennis quien gruñó, con una voz que Manon aún no había oído: —¿Qué es lo que quieres? La abuela de Manon sonrió, revelando dientes de hierro manchados de óxido. El verdadero signo de su edad. —Cometiste un grave error, Manon Asesina de Familia, cuando trataste de poner nuestras fuerzas en contra de nosotros. Cuando sembraste tales mentiras entre nuestros centinelas sobre nuestros planes, mis planes. Manon mantuvo su barbilla alta. —Solo hablé la verdad. Y debe haberte asustado lo suficiente como para que

reunieras a estos dos para perseguirme y demostrar tu inocencia al planear contra ellos. Las otros dos Matronas ni siquiera parpadearon. Las garras de su abuela estaban hundidas muy profundamente. O simplemente no les importaba. —Vinimos —dijo Cresseida, lo opuesto en muchos aspectos a la hija que le había dado a Manon la oportunidad de hablar— para por fin deshacernos de la espina en nuestros costados. ¿Habían castigado a Petrah por dejar que Manon saliera con vida del Omega? ¿Todavía respiraba la heredera de las Blueblood? Cresseida había gritado una vez en el terror y el dolor de una madre cuando Petrah casi se había lanzado a la muerte. ¿Ese amor, tan extraño y extraño, sigue siendo cierto? ¿O había vencido el deber y el odio antiguo? El pensamiento fue suficiente para endurecer la columna vertebral de Manon. —Vinieron porque planteamos una amenaza. Debido a la amenaza que representas para ese monstruo al que llamas abuela. —Vinieron —continuó Manon, su Cuchilla de Viento subía fracción por fracción— porque tienes miedo. Manon dio un paso más allá de Glennis, levantando su espada más lejos. —Vinieron —dijo Manon— porque no tienen un verdadero poder más allá de lo que les damos. Y tienen miedo de que estemos a punto de quitárselos —Manon puso su Cuchilla de Viento en la mano, inclinando la espada hacia abajo, y trazó una línea entre la nieve—. Vinieron solo por ese miedo. Que otros puedan ver de lo que somos capaces. La verdad que siempre has querido esconder.  Su abuela resopló. —Escúchate. Suenas como una Crochan predicando cosas sin sentido. Manon la ignoró. La ignoró y apuntó su Cuchilla de Viento directamente a la Matrona de las Yellowlegs mientras gruñía: —Esa no es tu corona. Algo como vacilación se extendió sobre el rostro de Cresseida Blueblood. Pero la matrona Yellowlegs con sus uñas de hierro atrajo a Manon por tanto tiempo que se sus dedos se curvaron hacia abajo. —Entonces ven por ella, traidora. Manon dio un paso más allá de la línea que había dibujado en la nieve. Nadie habló detrás de ella. Se preguntó si alguno de ellos estaba respirando.

Ella no había ganado contra su abuela. Apenas había sobrevivido, y sólo gracias a la suerte. En esa pelea, ella había estado lista para su final. Para decir adiós. Manon inclinó su Cuchilla de Viento hacia arriba, su corazón estaba en un ritmo constante y furioso. Ella no abrazaría a la Oscuridad hoy. Pero ellas sí. —Esto parece familiar —dijo su abuela, arrastrando las piernas a la posición de ataque. Las otras dos Matronas hicieron lo mismo—. La última reina de las Crochan. Manteniendo una línea contra nosotros. Manon le rompió la mandíbula y los dientes de hierro descendieron. Una flexión de sus dedos tenía sus uñas de hierro desenfundadas. —No es solo la reina de las Crochan esta vez. Había dudas en los ojos azules de Cresseida. Como si se hubiera dado cuenta de algo que las otras dos Matronas no. Allí, allí era donde Manon atacaría primero. Con quien ahora se preguntaba si de alguna manera habían cometido un grave error al venir aquí. Un error que les costaría lo que habían venido a proteger. Un error que les costaría esta guerra. Y sus vidas. Porque Cresseida vio la estabilidad de la respiración de Manon. Vio la clara convicción en sus ojos. Vio la falta de miedo en su corazón mientras Manon avanzaba otro paso. Manon sonrió a la Matrona Blueblood como si fuera a decir sí. —En ese entonces no me mataste —dijo Manon a su abuela—. No creo que puedas ahora. —Ya lo veremos —siseó su abuela y cargo contra ella. Manon estaba lista. Un movimiento ascendente de su Cuchilla de Viento enfrentó a los dos primeros golpes de su abuela, y Manon esquivó el tercero. Girando a la derecha en la embestida de la Matrona de las Yellowlegs, que barrió con una velocidad poco natural, los pies casi volaron sobre la nieve y cortaron la espalda expuesta de Manon. Manon desvió el asalto de la vieja bruja, enviándola de vuelta. Justo cuando Cresseida se lanzó hacia Manon.

Cresseida no era una luchadora entrenada. No como lo eran la Matrona de las Blackbeak y de las Yellowlegs. Había pasado demasiados años leyendo las entrañas y escudriñando las estrellas en busca de las respuestas a los enigmas de la Diosa de Tres Caras. Un paso a la izquierda hizo que Manon evadiera fácilmente el barrido de las uñas de Cresseida, y un contraataque hizo que Manon clavara su codo en la nariz de la Matrona de las Blueblood. Cresseida tropezó. La Matrona de las Yellowlegs y su abuela atacaron de nuevo. Tan rápido. Sus tres asaltos habían ocurrido en el lapso de unos pocos parpadeos. Manon mantuvo sus pies debajo de ella. Vio a donde se movió una matrona y como la otra dejó una peligrosa brecha expuesta. Ella no era una Líder de Ala desconsolada e insegura de su lugar en el mundo. Ella no estaba avergonzada de la verdad ante ella. Ella no tenía miedo. La abuela de Manon lideró el ataque, con sus mortíferas maniobras. Fue por ella que apareció la primera tajada de dolor. Un rasguño de uñas de hierro a través del hombro de Manon. Pero Manon agitó su espada, una y otra vez, hierro sobre acero resonando a través de los picos helados. No, ella no tenía miedo en absoluto.

I Dorian nunca había visto una pelea como la que se desarrollaba ante él. Nunca había visto nada tan rápido, tan letal. Nunca había visto a nadie moverse como Manon, un torbellino de acero y hierro. Tres contra uno, las probabilidades no estaban a su favor. No cuando enfrentarse a uno de ellos había dejado a Manon en el umbral de la muerte meses atrás. Sin embargo, donde habían golpeado, ella ya se había ido. Ella no lanzo muchos golpes, sino que los mantuvo a raya.

Sin embargo, tampoco lanzaron muchos. La magia de Dorian se retorció, buscando una salida, para detener esto. Pero ella le había ordenado que se retirara. Y él obedecería. A su alrededor, las Crochans temblaban de miedo y temor. Ya sea por la lucha que se desarrollaba o por que las tres Matronas las habían encontrado. Pero Glennis no temblaba. A su lado, Bronwen zumbaba con la energía de alguien ansioso por saltar a la lucha. Manon y las Matronas se separaron, respirando pesadamente. La sangre azul se derramaba por el hombro de Manon, y pequeñas rodajas salpicaban a las tres Matronas. Manon aún permanecía en el otro lado de la línea que había dibujado. Todavía lo sostenía. La bruja de pelo oscuro con voluminosa túnica negra escupió sangre azul sobre la nieve. La abuela de Manon. —Patética. Tan patética como tu madre —una burla hacia Glennis—. Y como tu padre. El gruñido que arrancó de la garganta de Manon sonó a través de las montañas. Su abuela soltó la carcajada de un cuervo. —¿Entonces eso es todo lo que puedes hacer? ¿Gruñir como un perro y balancear tu espada como una inmunda humana? Te desgastarás con el tiempo. Mejor arrodillarte ahora y muere con lo poco que te queda de honor intacto. Manon extendió solo una mano con daga de hierro detrás de ella, con los dedos extendiéndose mientras sus ojos permanecían fijos en las Matronas. Dorian alcanzó a Damaris, pero Bronwen se movió primero. La Crochan arrojó su espada, acero destellando sobre la nieve y el sol. Los dedos de Manon se cerraron en la empuñadura, la espada cantó mientras la giraba para enfrentar a las Brujas Altas nuevamente. —Rhiannon Crochan mantuvo las puertas durante tres días y tres noches, y ella no se arrodilló ante ti, ni siquiera al final —una sonrisa—. Creo que haré lo mismo. Dorian podría haber jurado que la llama sagrada que ardía a su izquierda se encendió con más intensidad. Podría haber jurado que Glennis contuvo el aliento. Que cada Crochan que observaba hacia lo mismo. Las rodillas de Manon se doblaron, las espadas se alzaban.

—Entonces, terminemos lo que comenzó —ella atacó, con las cuchillas destellando. Su abuela retrocedió paso tras paso, las otras dos Matronas no pudieron romper sus defensas. Se había ido la bruja que había dormido y deseaba la muerte. Se había ido la bruja que había enfurecido con la verdad que la había hecho pedazos. Y en su lugar, estaba luchando como si ella fuera el mismo viento, inquebrantable contra las Matronas, estaba alguien a quien Dorian aún no había conocido. Era una reina de dos pueblos. La Matrona de las Yellowlegs lanzó una ofensiva que hizo que Manon diera un paso, y luego otro, con sus espadas levantándose contra cada golpe cortante. Cediendo solo esos pocos pasos, y nada más. Porque Manon con convicción en su corazón, con total audacia en sus ojos, era completamente imparable. La Matrona de las Yellowlegs empujó a Manon lo suficientemente cerca de la línea que sus talones casi la tocaron. Las otras dos brujas se habían retirado, como si esperaran a ver qué podía pasar. Para una bruja, la Matrona Yellowlegs era un el retrato de las pesadillas. Peor de lo que Baba Yellowlegs había sido nunca. Sus pies apenas parecían tocar el suelo, y sus uñas curvas de hierro dibujaban sangre dondequiera que cortaban. Las espadas de Manon bloquearon golpe tras golpe, pero ella no hizo ningún movimiento para avanzar. Para ganar terreno, aunque Dorian vio varias oportunidades para hacerlo. Manon dejó los cortes en su brazo y el sangrado de lado. Pero ella no cedió más terreno. Un muro que la Matrona Yellowlegs no podía pasar. La vieja soltó un gruñido, atacando una y otra vez, sin sentido y furiosa. Dorian vio la trampa en el momento en que sucedió. Vio el lado que Manon dejó abierto, el cebo puesto en una bandeja de plata. Embestida en furia, la Matrona de las Yellowlegs no lo pensó dos veces antes de lanzarse. Manon la estaba esperando. Perdida en su sed de sangre, la horrible cara de la Matrona de las Yellowlegs se iluminó de triunfo mientras intentaba el fácil golpe mortal que arrancaría el corazón de Manon. La Matrona de las Blackbeak ladró en advertencia, pero Manon ya se estaba moviendo.

Justo cuando esas garras curvadas atravesaban el cuero y la piel, Manon se giró hacia un lado y dejó caer su Cuchillo de Viento sobre el cuello extendido de la Matrona Yellowlegs. Sangre azul roció se sobre la nieve. Dorian no apartó la vista esta vez cuando la cabeza que cayó al suelo. En el cuerpo la túnica marrón cayó con él. Las dos Matronas restantes se detuvieron. Ninguna de los Crochans detrás de Dorian hablaba mientras Manon miraba sin compasión el torso sangrante de la Matrona de las Yellowlegs. Nadie pareció respirar en absoluto cuando Manon hundió la espada de Bronwen en la tierra helada debajo y se inclinó para tomar la corona de estrellas de la cabeza caída de la bruja Yellowlegs. Nunca había visto una corona como esta. Era una cosa viva y brillante que brillaba en su mano. Era como si nueve estrellas hubieran sido arrancadas del cielo y dispuestas para brillar a lo largo de la simple banda de plata. La luz de la corona bailaba sobre el rostro de Manon cuando la levantó por encima de su cabeza y la colocó sobre su cabello blanco sin atar. Incluso el viento de la montaña se detuvo. Sin embargo, una brisa fantasma movió los mechones del cabello de Manon cuando la corona brilló, las estrellas blancas brillaron con núcleos de cobalto, rubí y amatista. Como si hubiera estado dormido durante mucho, mucho tiempo. Y ahora despertaba. Ese viento fantasma tiró del cabello de Manon hacia un lado, mechones de plata rozándole la cara. Y a su lado, a su alrededor, las Trece tocaron dos dedos en su frente con respeto. En lealtad a la reina que miraba a las dos Matronas restantes. La reina Crochan, coronada de nuevo. El fuego sagrado saltó y bailó, como en una alegre bienvenida. Manon recogió la espada de Bronwen, la levantó y a su Cuchilla de Viento, y le dijo a la Matrona de las Blueblood, que parecía solo unos años mayor que Manon: —Vete. La bruja Blueblood parpadeó, tenía unos ojos muy abiertos con lo que solo podía ser miedo y temor.

Manon levantó la barbilla hacia el wyvern que esperaba detrás de la bruja. —Dile a tu hija que todas las deudas entre nosotras están pagas. Y ella puede decidir qué hacer contigo. Saca ese otro wyvern de aquí. La abuela de Manon se erizó, sus dientes de hierro rechinaron como si fuera a replicarle a la Matrona de las Blueblood, pero la bruja ya estaba corriendo hacia su wyvern. Perdonada por la reina de Crochan en nombre de la hija que le había dado a Manon el don de hablarle a las Ironteeth. En cuestión de segundos, la Matrona de las Blueblood ya estaba en los cielos, con el wyvern de la bruja de Yellowlegs volando a su lado. Dejando sola a la abuela de Manon. Dejando a Manon con las espadas alzadas y una corona de estrellas brillando en su frente. Manon estaba brillando, como si las estrellas sobre su cabeza pulsaran a través de su cuerpo. Una belleza maravillosa y poderosa, como ninguna otra en el mundo. Como nadie lo había sido nunca, o lo sería de nuevo. Y lentamente, como si saboreara cada paso, Manon se dirigió hacia su abuela.

I Los labios de Manon se curvaron en una pequeña sonrisa mientras avanzaba hacia su abuela. Una luz cálida y danzante fluía a través de ella, tan inquebrantable como lo que había derramado en su corazón en los últimos minutos sangrientos. Ella no se resistía. No temía. El peso de la corona era ligero, como si hubiera sido elaborado con luz de la luna. Sin embargo, su fuerza era como una canción, que se atenuaba antes de que la única Matrona dejara de estar pie. Así que Manon siguió caminando. Ella dejó la espada de Bronwen a unos pocos metros de distancia. Dejó la Cuchilla de Viento a varios pies más allá. Con las uñas clavadas, con los dientes listos, Manon se detuvo apenas a cinco pasos de su abuela. Un odioso, desperdicio de existencia. Eso es lo que era su abuela.

Nunca se había dado cuenta de cuánto más baja era la Matrona. Qué estrechos eran sus hombros, o cómo los años de rabia y odio la habían marchitado. La sonrisa de Manon creció. Y ella podría haber jurado que sintió a dos personas de pie junto a su hombro. Ella sabía que nadie estaría allí si miraba. Sabía que nadie más podía verlos, sentirlos, pararse con ella. De pie junto a su hija contra la bruja que los había destruido. Su abuela escupió en el suelo, enseñando sus dientes oxidados. Esta muerte, sin embargo... No era su muerte para reclamar. No pertenecía a los padres cuyos espíritus se quedaron a su lado, que podrían haber estado allí todo el tiempo, llevándola hacia esto. Quien no la había dejado, incluso con la muerte separándolos. No, tampoco les pertenecía. Ella miró detrás de ella. Hacia la Segunda esperando junto a Dorian. Las lágrimas se deslizaron por la cara de Asterin. De orgullo, orgullo y alivio. Manon le hizo una seña a Asterin con una mano en la punta de hierro. La nieve crujió, y Manon se giró, inclinándose para tomar la peor parte del ataque. Pero su abuela no había cargado contra ella. No a ella. No, la Matrona de las Blackbeak corrió hacia su wyvern. Huyendo. Las Crochans se tensaron, el miedo cedió a la ira cuando su abuela se subió a la silla. Manon levantó una mano. —Déjala irse. Con un chasquido de las riendas, su abuela estaba en el aire, las grandes alas del wyvern las volaron con viento brusco. Manon vio como el wyvern se elevaba más y más alto. Su abuela no miró hacia atrás antes de desaparecer en el cielo. Cuando no quedaron rastros de las Matronas, solo sangre azul y un cadáver sin cabeza que teñía la nieve, Manon se volteó hacia las Crochans. Sus ojos estaban muy abiertos, pero no hicieron ningún movimiento. Las Trece se quedaron dónde estaban, Dorian también.

Manon recogió ambas espadas, envolvió su Cuchilla de Viento en su espalda y caminó hacia donde estaban Glennis y Bronwen, vigilando cada respiración. Sin decir palabra, Manon le entregó a Bronwen su espada, asintiendo en agradecimiento. Luego se quitó la corona de estrellas y la extendió hacia Glennis. —Esto te pertenece —dijo ella, con voz baja. Las Crochans murmuraron, moviéndose. Glennis tomó la corona, y las estrellas se apagaron. Una pequeña sonrisa apareció en el rostro de la vieja. —No —dijo ella—, no es así. Manon no se movió cuando Glennis levantó la corona y la puso de nuevo sobre su cabeza. Entonces la antigua bruja se arrodilló en la nieve. —Lo que fue robado ha sido restaurado; lo perdido ha sido devuelto a casa. Te saludo, Manon Crochan, Reina de las Brujas. Manon se mantuvo firme contra el temblor que amenazaba con doblarle las piernas. Se mantuvo firme mientras las otras Crochans, Bronwen incluida, cayeron sobre una rodilla. Dorian, de pie entre ellos, sonrió, más brillante y más libre de lo que jamás había visto. Y luego las Trece se arrodillaron, dos dedos se acercaron a sus cejas cuando inclinaron sus cabezas, con un orgullo feroz iluminando sus caras. —Reina de las Brujas —declararon las Crochan y Blackbeak como una sola voz. Como un pueblo.

Capítulo 57 Traducido por Cris Corregido por Cotota

Una hora antes del amanecer, la fortaleza y dos ejércitos más allá se agitaban. Rowan apenas había dormido, en cambio se había quedado despierto junto a Aelin, escuchando su respiración. Que el resto de ellos durmiera profundamente era testimonio de su agotamiento, aunque Lorcan no los había encontrado de nuevo. Rowan estaba dispuesto a apostar que era por elección. No fue el miedo o la anticipación de la batalla lo que mantuvo despierto a Rowan, no, había dormido lo suficientemente bien durante otras guerras. Fue más bien el hecho de que su mente no dejaba de pasar de un pensamiento a otro. Había visto los números acampados afuera. Valg, los hombres humanos leales a Erawan, algunos cayeron como bestias, sin embargo, ninguno como el ilken o los Sabuesos del Wyrd, o incluso las Brujas. Aelin podía limpiarlo antes de que el sol hubiera salido por completo. Unas cuantas explosiones de su poder, y ese ejército se habría ido. Sin embargo, ella no lo había presentado como opción en su planificación la noche anterior. Había visto brillar la esperanza en los ojos de las personas en la fortaleza, el temor de los niños a medida que pasaban. La Portadora de Fuego, susurraron. Aelin del Fuego Salvaje. ¿Qué tan pronto ese temor y esperanza se derrumbarían hoy cuando no se desatara una chispa de ese fuego? ¿Qué tan pronto el miedo de los hombres cambiaría de rango cuando la Reina de Terrasen no borrara las legiones de Morath? Él no había podido preguntarle. Se había dicho a sí mismo…, no, se había rugido a sí mismo para preguntarlo estas últimas semanas, cuando incluso su entrenamiento no había convocado una brasa. Pero no podía exigirle saber por qué ella no podía o no podía usar su poder, por qué no lo habían visto o sentido nada después de esos primeros días de libertad. No podía preguntar qué habían hecho Maeve y Cairn para posiblemente hacerla temer u odiar su magia lo suficiente como para que ella no lo tocara. Preocupado y temeroso de mordisquearla, Rowan salió de la habitación y el ruido de los preparativos lo saludó en el momento en que entró en la sala. Un instante

después, la puerta se abrió detrás de él, y los pasos se sincronizaron con los suyos, junto con un olor familiar y perverso. —La quemaron. Rowan miró de reojo a Fenrys. —¿Qué? Pero Fenrys asintió con la cabeza a un curandero que pasaba. —Cairn... y Maeve, a través de sus órdenes. —¿Por qué me dices esto? —Fenrys, juramento de sangre o no, lo que había hecho por Aelin o no, no estaba al tanto de estos asuntos. No, era entre él y su compañero, y nadie más. Fenrys le lanzó una sonrisa que no encontró sus ojos. —La estabas mirando en mitad de la noche. Pude verlo en tu cara. Todos lo piensan… ¿por qué no acaba de quemar al enemigo hasta el infierno? Rowan apuntó a la estación de lavado en el pasillo. Unos cuantos soldados y curanderos estaban parados a lo largo del canal de metal, frotándose la cara para sacudir el sueño o los nervios. Fenrys dijo: —Él la puso en esos guantes de metal. Y una vez, los calentó sobre un brasero abierto. Ahí... —se tropezó con sus palabras, y Rowan apenas podía respirar—. Les tomó dos semanas a los curanderos arreglar lo que él hizo con sus manos y muñecas. Y cuando se despertó, no había más que piel curada. Ella no podía decir lo que era real y lo que era una pesadilla. Rowan alcanzó una de las pesqueras que algunos de los niños rellenaban cada pocos momentos y la tiraba sobre su cabeza. El agua helada mordió su piel, ahogando el rugido en sus oídos. —Cairn hizo muchas cosas así —Fenrys tomó una jarra y se echó un poco en las manos antes de frotárselas en la cara. Las manos de Rowan temblaron mientras observaba el embudo de agua hacia la cuenca situada debajo del abrevadero—. Sus marcas de reclamación, sin embargo —Fenrys se limpió la cara de nuevo—. No importa lo que le hicieron, se quedaron. Más largas que cualquier otra cicatriz, se quedaron. Sin embargo, su cuello estaba liso cuando la había encontrado. Leyendo ese pensamiento, Fenrys dijo: —La última vez que la curaron, justo antes de que escapara. Fue entonces cuando

desaparecieron. Cuando Maeve le dijo que habías ido a Terrasen. Las palabras golpearon como un soplo. Cuando ella había perdido la esperanza de que él viniera por ella. Incluso los curanderos más grandes del mundo no habían podido quitárselo hasta entonces. Rowan se secó la cara en el brazo de la chaqueta. —¿Por qué me dices esto? —repitió. Fenrys se levantó del abrevadero, secándose la cara con la misma falta de ceremonia. —Así que puedes dejar de preguntarte qué pasó. Enfócate en algo más hoy. El guerrero siguió el ritmo a su lado mientras se dirigían hacia donde les habían dicho que se serviría un magro desayuno. —Y déjala que venga a ti cuando esté lista. —Ella es mi compañera —gruñó Rowan—. ¿Crees que no lo sé? —Fenrys podría meter su hocico en los asuntos de otra persona. Fenrys levantó las manos. —Puedes ser brutal, cuando quieres algo. —Nunca la forzaría a que me dijera nada que no estuviera lista para decir —había sido su ofrecimiento desde el principio. Parte de por qué se había enamorado de ella. Debería haber sabido entonces, durante esos días en Mistward, cuando se encontró compartiendo partes de sí mismo, su historia, que nunca le había contado a nadie. Cuando se encontró necesitando decírselo, en fragmentos y piezas, sí, pero él quería que ella lo supiera. Y Aelin había querido oírlo. Todo ello. Descubrieron a Aelin y Elide ya en la mesa del buffet, con el rostro sombrío mientras recogían trozos de pan, queso y frutas secas. No había rastro de Gavriel o Lorcan. Rowan apareció detrás de su compañero y le dio un beso en el cuello. Justo donde yacían sus nuevas marcas reclamantes. Ella zumbó y le ofreció un bocado del pan que ya había cavado mientras recogía el resto de su comida. Él obedeció, el pan espeso y abundante, y luego dijo: —Estabas dormida cuando me fui hace unos minutos, pero de alguna manera me pegaste a la mesa del desayuno —otro beso en su cuello—. ¿Por qué no estoy sorprendido? Elide se rió junto a Aelin, amontonando comida en su propio plato. Aelin solo le dio un codazo mientras se alineaba a su lado.

Los cuatro comieron rápidamente, rellenaron sus odres en la fuente en un patio interior y se pusieron a buscar una armadura. Había poco en los niveles superiores que fuera adecuado para usar, por lo que descendieron a la torre, más y más profundo, hasta que se encontraron con una habitación cerrada. —¿Deberíamos o sería grosero? —reflexionó Aelin, mirando la puerta de madera. Rowan lanzó un asta de su viento apuntando hacia la cerradura y la rompió. —Parece que ya estaba abierto cuando llegamos aquí —dijo con suavidad. Aelin le dirigió una sonrisa maliciosa, y Fenrys sacó una antorcha de su soporte en el estrecho pasillo de piedra para iluminar la habitación más allá. —Bueno, ahora sabemos por qué el resto de la custodia es un pedazo de mierda — dijo Aelin, observando el tesoro—. Han guardado todo el oro y las cosas divertidas aquí abajo. De hecho, la idea de cosas divertidas de su compañero era la misma que la de Rowan: armaduras y espadas, lanzas y mazas antiguas. —¿No pudo haber distribuido esto? —Elide frunció el ceño ante los bastidores de espadas y dagas. —Es todo reliquias —dijo Fenrys, acercándose a una de esas estanterías y estudiando la empuñadura de una espada—. Antiguo, pero sigue siendo bueno. Realmente bueno —agregó, sacando una cuchilla de su vaina. Miró a Rowan—. Esto fue forjado por un herrero de Asterion. —De una época diferente —reflexionó Rowan, maravillándose de la perfecta hoja, su condición impecable—. Cuando los Fae no eran tan temidos. —¿Vamos a tomarlo? ¿Sin siquiera el permiso de Chaol? —Elide se mordió el labio. Aelin soltó una risita. —Considerémonos espadas de alquiler. Y como tal, tenemos tarifas que deben pagarse —levantó un escudo redondo y dorado, con los bordes bellamente grabados con un motivo de ondas. También hecho por Asterion, a juzgar por la artesanía. Apropiado para el Señor de Anielle, el Señor del Lago de Plata—. Entonces, tomaremos lo que se nos debe por la batalla de hoy, y le ahorraremos a Su Señoría la tarea de tener que venir aquí mismo. Dioses, la amaba. Fenrys le guiñó un ojo a Elide. —No te diré si no lo haces, señora. Elide se sonrojó, luego los agitó hacia adelante.

—Recoge tus ganancias, entonces. Rowan lo hizo. Él y Fenrys encontraron una armadura que podría encajar en ciertas áreas. Tuvieron que renunciar a todo el traje, pero tomaron pedazos para reforzar sus hombros, antebrazos y espinillas. Rowan acababa de terminar de atarse unas rodilleras en las piernas cuando Fenrys dijo: —Deberíamos traer algo de esto para Lorcan y Gavriel. De hecho, deberían hacerlo. Rowan miró otras piezas y comenzó a recoger dagas y hojas extra, luego secciones de otro traje que podría ajustarse a Lorcan, Fenrys haciendo lo mismo para Gavriel. —Debes cobrar mucho por tus servicios —murmuró Elide. Incluso mientras la Dama de Perranth ataba algunas dagas a su propio cinturón. —Necesito alguna forma de pagar mis gustos caros, ¿no? —Aelin arrastró las palabras, pesando una daga en sus manos. Pero aún no se había puesto ninguna armadura, y cuando Rowan le dirigió una mirada inquisitiva, Aelin levantó la barbilla hacia él. —Sube las escaleras, localiza a Lorcan y Gavriel. Te encontraré pronto. Su cara era ilegible por una vez. Tal vez ella quería un momento a solas antes de la batalla. Y cuando Rowan trató de encontrar alguna palabra en sus ojos, Aelin se volvió hacia el escudo que había reclamado. Como si lo contemplara. Entonces Rowan y Fenrys se dirigieron escaleras arriba, Elide ayudando a transportar su equipo robado. Nadie los detuvo. No con el cielo tornándose gris, y los soldados corriendo a sus posiciones en las almenas. Rowan y Fenrys no tenían que ir muy lejos. Estarían estacionados junto a las puertas en el nivel inferior, donde los arietes podrían salir volando si Morath se desesperaba lo suficiente. En el nivel superior a ellos, Chaol se sentó a horcajadas sobre su magnífico caballo negro, el aliento de la yegua se curvaba en sus narices. Rowan levantó una mano para saludar, y Chaol le devolvió el saludo antes de mirar hacia el ejército enemigo. El kanato haría la primera maniobra, el impulso inicial para que Morath se moviera. —Siempre olvido cuánto odio esta parte —murmuró Fenrys—. La espera antes de que comience. Rowan gruñó de acuerdo. Gavriel se acercó a ellos, Lorcan una oscura tormenta detrás de él. Rowan sin decir nada le entregó a este último la armadura que había reunido.

—Cortesía del Señor de Anielle. Lorcan le dirigió una mirada que decía que sabía que Rowan no creía una palabra, pero comenzó a ponerse la armadura de manera eficiente, Gavriel estaba haciendo lo mismo. Si los soldados a su alrededor marcaron esa armadura, si Chaol la reconoció, nadie dijo una palabra. A lo lejos, el cielo gris se aclaraba aún más, Morath se agitó para descubrir que el ejército dorado del kanato ya estaba en su lugar. Y como un solitario ruk chilló su desafío, el kanato avanzó. Soldados de infantería en perfectas líneas marcharon, lanzaron lanzas y los escudos se cerraron de borde a borde. La caballería de Darghan flanqueaba a ambos lados, una fuerza de la naturaleza lista para llevar a Morath a donde los deseaban. Y arriba, batiendo en los cielos, los rukhin prepararon sus arcos y marcaron sus objetivos. —Listo ahora —Chaol llamó a los hombres de su fortaleza. La armadura hizo ruido cuando los hombres se movieron, su miedo llenó la nariz de Rowan. Esto sería todo, hoy. Ya fuera si esa esperanza se mantenía o se había fracturado. En ese momento, el cielo del despertar reveló dos torres de asedio que fueron arrastradas hacia ellos. Justo a la pared. Mucho más cerca de lo que Rowan había notado por última vez cuando sobrevolaba la noche anterior. Morath, al parecer, tampoco había estado durmiendo. Los ruks se quedarían de vuelta con su propio ejército, llevando a Morath a la fortaleza. Para ser elegidos aquí, uno por uno. —Tenemos minutos hasta que la primera torre haga contacto con la pared —observó Gavriel. Un escaneo de las almenas, los soldados sobre ellos, no revelaron ninguna señal de Aelin. Lorcan, de hecho, murmuró: —Será mejor que alguien le diga que deje de prepararse y venga aquí. Rowan gruñó en señal de advertencia. El choque de pies blindados y escudos era tan familiar como cualquier canción. Los soldados de infantería de Morath apuntaban a las paredes de mantenimiento, lanzas listas. En el otro extremo de la hueste, los soldados se enfrentaban, con lanzas y

picas en ángulo para interceptar el ejército del kanato. Un cuerno explotó desde las profundidades de las filas del kanato, y las flechas volaron. La masa de soldados Morath ni siquiera se estremeció o miró hacia atrás para ver qué había sido de sus líneas traseras. —Escaleras —murmuró Fenrys, apuntando con su barbilla hacia la onda a través de las líneas. Escaleras de asedio masivas de hierro separaron a la multitud. —Ellos están haciendo de esto su asalto total, entonces —dijo Lorcan con la misma calma. Todos ellos eran cuidadosos de no dejar oír a los hombres cercanos. —Intentarán irrumpir en la fortaleza antes de que el kanato pueda romperlos. —¡Arqueros! —Sonó el bramido de Chaol. Detrás de ellos, por las almenas, los arcos gimieron. Fenrys abrió el arco a través de su espalda y colocó una flecha en su lugar. Rowan mantuvo su propio arco atado a la espalda, el temblor intacto, Gavriel y Lorcan hicieron lo mismo. No había necesidad de desperdiciarlas en unos pocos soldados cuando su propósito podrían ser objetivos mucho peores al final del día. Pero si a uno de ellos había que destacar, eran los soldados de la tala. Por lo que sea que hicieran para reunir a sus espíritus. Y Fenrys, tan bueno como un arquero como Rowan, él admitiría, lo haría muy bien. Rowan siguió la línea de la punta de flecha de Fenrys hasta donde había marcado a uno de los portadores de una escalera de asedio. —Hazlo impresionante —murmuró. —Ocúpate de tus propios asuntos —murmuró Fenrys de vuelta, siguiendo a su objetivo con la punta de la flecha mientras esperaba la orden de Chaol. Si Aelin no llegaba en otro momento, tendría que dejar las almenas para encontrarla. ¿Qué demonios la había detenido? Lorcan sacó su antigua espada, que Rowan había presenciado derribando soldados en reinos lejos de aquí, en guerras mucho más largas que esta. —Se dirigirán hacia las puertas cuando la torre de asedio se acople —dijo Lorcan, mirando desde las almenas a la puerta un nivel más abajo, el pequeño bastión de hombres frente a ella. Se habían derribado árboles para apuntalar las puertas de metal, pero si un grupo lo suficientemente sólido de soldados enemigos lo rodeaba,

podrían destruir esos soportes y los pesados cierres en cuestión de minutos. Y abrir las puertas a las hordas más allá. —No les dejamos llegar tan lejos —dijo Rowan, mirando hacia la enorme torre acercándose pesadamente. Los soldados se movían detrás de él, esperando escalar su interior—. Chaol derribó la torre el otro día sin nuestra ayuda. Puede volver a pasar. —¡Descarguen! —el rugido de Chaol hizo eco en las piedras, y las flechas cantaron. Como un enjambre de langostas, atacaron a los soldados que marchaban hacia abajo. La flecha de Fenrys encontró su marca con una precisión letal. En un latido del corazón, otro estaba en su cola. Un segundo soldado en la escalera de asedio cayó. ¿Dónde diablos estaba Aelin? Morath no se detuvo. Marcharon justo sobre los soldados que cayeron en sus líneas de frente. El pulso del miedo humano en las almenas onduló contra su piel. El cuadro tendría que golpear rápido y golpear bien para sacudirlo. La torre de asedio se acercó pesadamente. Una mirada de Rowan hizo que él y sus amigos se movieran hacia el lugar que ahora sin lugar a dudas golpearía las almenas. Lo suficientemente cerca de las escaleras hasta la puerta. Morath había elegido bien la ubicación. Algunos de los soldados por los que pasaron estaban rezando, un estremecimiento de palabras en el frío aire de la mañana. Lorcan le dijo a uno de ellos: —Guarda el aliento para la batalla, no para los dioses. Rowan le lanzó una mirada, pero el hombre, mirando boquiabierto a Lorcan, se calló. Chaol ordenó otra volea, y las flechas volaron, Fenrys disparó mientras caminaba. Como si apenas le molestara. Aun así, las oraciones susurradas continuaron por la línea, las espadas temblando junto con ellos. Por Chaol, los soldados se mantuvieron firmes, sus rostros sólidos. Pero aquí, en este nivel de las almenas... esas caras estaban pálidas. Con los ojos muy abiertos. —Es mejor que alguien diga algo inspirador —dijo Fenrys con los dientes apretados, disparando otra flecha—. O estos hombres se van a mear en un minuto.

Por un minuto fue todo lo que les quedaba, cuando la primera torre de asedio se acercó un poco más. —Tienes la cara bonita —replicó Lorcan—. Harías un mejor trabajo. —Es demasiado tarde para los discursos —dijo Rowan antes de que Fenrys pudiera responder—. Mejor mostrarles lo que podemos hacer. Se colocaron en la pared. Justo en el camino del puente que se derrumbaría sobre la almena. Sacó su espada, luego soltó con el pulgar el hacha a su lado. Gavriel desenvainó dos cuchillas de su espalda, cayendo en posición de flanqueo a la derecha de Rowan. Lorcan se plantó a su izquierda. Fenrys tomó la retaguardia, para atrapar a cualquiera que atravesara su red. Los hombres mortales se agruparon detrás de ellos. Las puertas se estremecieron bajo el impacto de Morath al fin. Rowan calmó su respiración, preparando su magia para desgarrar los pulmones de Valg. Había abatido unos pocos con sus espadas primero. Para mostrar lo fácil que se podía hacer, que Morath estaba desesperado y que la victoria estaría cerca. La magia vendría después. La torre de asedio gimió cuando se detuvo. Justo cuando la pared debajo de ellos se estremeció ante su impacto, Fenrys susurró: —Dioses santos. No hacia el puente que se derrumbó, los soldados que se encontraban en las oscuras profundidades del interior. Sino a quien surgió del arco de la fortaleza detrás de ellos. Lo que surgió. Rowan no sabía dónde mirar. A los soldados saliendo de la torre de asedio, saltando sobre las almenas, o en Aelin. A la reina de Terrasen. Ella había encontrado una armadura debajo de la fortaleza. Una hermosa, pálida armadura dorada que brillaba como un amanecer de verano. Reteniendo su cabello trenzado, una diadema yacía contra su cabeza. No era una diadema, sino una pieza de armadura. Parte de un conjunto antiguo para una dama desde hace mucho tiempo enterrada. Una corona para la guerra, una corona para llevar en la batalla. Una corona para liderar ejércitos.

No había miedo en su rostro, sin duda, cuando Aelin levantó su escudo, lanzando a Goldryn en su mano una vez antes de que el primero de los soldados de Morath estuviera sobre ella. Un golpe rápido y ascendente cortó el gruñido de Morath del ombligo a la barbilla. Su sangre negra se roció, pero ella ya se estaba moviendo, fluyendo como una corriente alrededor de una roca. Rowan se puso en movimiento, sus cuchillas encontraban sus marcas, pero aun así la observaba. Aelin golpeó su escudo contra un guerrero que se aproximaba, mientras Goldryn cortaba otro antes de hundir la espada en el soldado que había desviado. Lo hizo de nuevo, y otra vez. Todo mientras se dirigía hacia esa torre de asedio. Sin trabas. Soltado. Una llamada se fue por la línea. La reina ha llegado. Los soldados que esperaban su turno giraban hacia ellos. Aelin tomó a tres soldados Valg y los dejó muriendo en las piedras. Ella plantó su línea ante las fauces abiertas de esa torre de asedio, justo en el camino de esas hordas repletas. Cada momento del entrenamiento que había hecho en el barco aquí, en la carretera, cada nueva ampolla y callo, todo para reconstruirse para esto. La reina ha llegado. Goldryn, inquebrantable, con el escudo extendido por el brazo, Aelin brillaba como el sol que ahora rompía sobre el ejército del kanato cuando se enfrentaba a cada soldado que se lanzaba en su camino. Cinco, diez: ella se movió y se movió y se movió, agachándose y blandiendo, empujando y volteando, salpicando sangre negra, su rostro era el retrato de una sombría e inquebrantable voluntad. —¡La reina! —Gritaban los hombres—. ¡A la reina! Y mientras Rowan se abría paso más cerca, a medida que ese grito recorría las almenas y los hombres de Anielle corrían para ayudarla, se dio cuenta de que Aelin no necesitaba una onza de fuego para inspirar a los hombres a seguirla. Que ella había estado esperando, tirando de la broca, para mostrarles lo que ella, sin magia, sin ningún poder divino, podría hacer. Nunca había visto una vista tan gloriosa. En cada tierra, en cada batalla, nunca había visto algo tan glorioso como Aelin antes de la garganta de la torre de asedio, sosteniendo la línea.

Con el amanecer rompiendo alrededor de ellos, Rowan soltó un grito de batalla y desgarró a Morath.

I Esta primera batalla establecería el tono. Establecería el tono y enviaría un mensaje. No a Morath. Impresiónanos, había dicho Hasar. Así que ella lo haría. Así que ella había elegido la armadura de oro y su corona de batalla. Y esperó hasta el amanecer, hasta que la torre de asedio se estrelló contra las almenas, antes de desatarse. Para evitar que los hombres aquí se rompan, para limpiar el miedo que se desvanece en sus ojos. Para convencer a los miembros de la realeza del kanato de lo que podría hacer, de lo que podía hacer. No era una amenaza, sino un recordatorio. Ella no era una princesa indefensa. Ella nunca lo había sido. Goldryn cantó con cada golpe, su mente tan fría y afilada como la espada mientras evaluaba a cada soldado enemigo, sus armas, y los derribaba en consecuencia. Apenas sabía que Rowan luchaba a su lado, Gavriel y Fenrys luchaban cerca de su flanco izquierdo. Pero ella era muy consciente de los hombres mortales que saltaron a la refriega con gritos de desafío. Lo habían hecho hasta aquí. Ellos sobrevivirían hoy, también. Y la realeza del kanato lo sabría. Los cascos al galope ahogaron la batalla, y luego Chaol estaba allí, con la espada encendida, entrando en la marea interminable que se precipitó desde la entrada de la torre. ¡Al señor Chaol! ¡A la reina! Cuán lejos estaban ambos de Rifthold. Del asesino y del capitán. Las flechas se levantaron del ejército más allá de la pared, pero una ola de viento helado las rompió en astillas antes de que pudieran encontrar marcas.

Un oscuro borrón se precipitó, y luego Lorcan estaba en la boca de la torre de asedio, su espada balanceándose tan rápido que Aelin apenas podía seguirla. Se abrió camino a través del puente de metal de la torre, en la escalera más allá. Como si luchara por las rampas y hacia el campo de batalla en sí. Abajo, comenzó una explosión. Morath había traído su ariete. Aelin sonrió con gravedad. Ella los derribaría a todos. Entonces Erawan. Y luego se desataría sobre Maeve. En el extremo opuesto del campo, el ejército del kanato empujó, ganando el campo paso a paso. No indefenso. No contenido. Nunca más. La muerte se convirtió en una melodía en su sangre, cada movimiento era un baile mientras la marea de soldados que salían de la torre se hacía más lenta. Como si Lorcan estuviera forzando su camino hacia el interior. Quienes pasaron junto a él encontraron su espada o la de Rowan. Un destello de oro, y Gavriel también se había abierto camino hacia la torre de asedio, con las cuchillas gemelas en un torbellino. Lo que Lorcan y el León harían al llegar al fondo, cómo desalojarían la torre, ella no lo sabía. No lo pensó. No de este lugar de matanza y movimiento, de aliento y sangre. De libertad. La muerte había sido su maldición y su don y su amiga durante estos largos, largos años. Ella estaba feliz de saludarla de nuevo bajo el sol dorado de la mañana.

Capítulo 58 Traducido por Cris Corregido por Cotota

Elide ni siquiera estaba en las almenas, y ya no deseaba volver a soportar otra guerra. Los soldados que fueron arrastrados, sus heridas... Ella no sabía cómo estaban tan tranquilos los curanderos. Cómo Yrene Westfall trabajaba tan firmemente mientras un hombre gritaba, gritaba, gritaba cuando sus órganos internos asomaban a través de la herida en su vientre. La gente temblaba de vez en cuando, y Elide se odiaba a sí misma por estar contenta de no saber qué significaba. Aquella duda se la comía, no saber cómo les iba a sus compañeros. Si tan solo el ejército del kanato estuviera lo suficientemente cerca como para que esta pesadilla pudiera terminar pronto. Pasarían horas cuando la curandera de ojos oscuros y ojos afilados llamada Eretia había afirmado que Elide había vomitado al ver a un hombre cuya espinilla se había clavado en su pierna. Todavía faltaban horas para que la curandera reprimiera, así que sería mejor que terminara de agitarse y volviera al trabajo. No es que hubiera mucho que Elide pudiera hacer. A pesar del generoso don de poder que corría a través de la línea de sangre de Lochan, ella no poseía magia, ningún don más allá de leer a la gente y mentir. Pero ella ayudó a los curanderos a inmovilizar a los hombres. Se apresuraron a conseguir vendas, agua caliente y cualquier salve o hierba que los curanderos solicitaran con calma. Ninguno de ellos gritó. Solo alzaron sus voces, la magia brillaba a su alrededor, si un soldado gritaba demasiado fuerte para que sus palabras se escucharan. El sol apenas estaba sobre el horizonte, a juzgar por la luz de las ventanas colocadas en lo alto del Gran Salón, y muchos ya yacían heridos. Tantos. Todavía seguían viniendo, y Elide seguía moviéndose, su cojera se convirtió en un dolor sordo, luego agudo. Un dolor menor, comparado con lo que los soldados soportaron. Comparado con lo que enfrentaron en las almenas. No se permitió pensar en sus amigas. No se permitió pensar en Lorcan, que no había ido a la cámara la noche anterior y no los había buscado esta mañana. Como si él no quisiera estar cerca de ella. Como si hubiera tomado en serio todas las palabras de odio que ella había dicho. Así que Elide ayudó a los curanderos de ojos claros, sujetó a los hombres gritando

y suplicando, y no se detuvo.

I Farasha no rechazó a los soldados Morath que llegaron a las almenas. De los que emergieron de la segunda torre de asedio que atracaron en la pared, o de los que subieron las escaleras. No, ese magnífico caballo los pisoteaba, intrépido y malvado, tal como Chaol había predicho. Un caballo cuyo nombre significaba mariposa, pisoteando fuerte a todos los soldados de infantería Valg. Si su aliento no fuera un rasguño en su pecho, Chaol podría haber sonreído. Si los hombres no hubieran sido derribados a su alrededor, él también podría haberse reído un poco. Pero Morath se estaba lanzando contra las paredes y las puertas con un furor que aún no habían presenciado. Quizás sabían quién había venido a Anielle y ahora los habían derribado. Aelin y Rowan lucharon espalda con espalda, y Fenrys se abrió camino por las almenas para unirse a Chaol en la segunda torre de asedio. El brazo de la espada de Chaol no flaqueó, a pesar del agotamiento que comenzó a arrastrarse como una hora, luego pasaron dos. A lo largo del mar de soldados enemigos, los ejércitos rukhin y Darghan arrearon y aplastaron a Morath entre sus fuerzas, llevándolos hacia las murallas. Morath, al parecer, no pensó en rendirse. Solo pensaba en infligir la destrucción, romper en la custodia y matar a tantos como pudieran antes de llegar a su fin. Su escudo ensangrentado y abollado, su caballo era un demonio furioso debajo de él, Chaol seguía agitando su espada. Su esposa yacía dentro de la fortaleza detrás de él. Él no le fallaría.

I Nesryn se quedó sin flechas demasiado pronto.

Morath no huyó, ni siquiera con el poder de los jinetes de Darghan y los soldados de infantería sobre ellos. Así que avanzaron lentamente, dejando los cuerpos vestidos con una armadura negra y dorada a su paso. Más soldados Morath que los suyos, pero fue difícil, casi insoportable, ver caer a tantos. Ver los hermosos caballos de los Darghan sin jinete. O derribados ellos mismos. El rukhin tuvo pérdidas, pero no tantas. No ahora que un ejército luchó debajo de ellos. Sartaq dirigió el centro, y desde donde Nesryn ordenó el flanco izquierdo, ella vigiló a Kadara y a él. Un ojo en Borte y Yeran, dirigiendo el flanco derecho hacia el lado occidental de la batalla, Falkan Ennar en forma de ruk con ellos. Tal vez lo imaginó, pero Nesryn podría haber jurado que el cambia-formas luchó con renovado vigor. Como si los años que volvieron a él le ayudaran con su fuerza. Nesryn le dio un codazo a Salkhi, y se zambulleron otra vez, los jinetes detrás de ella siguieron su ejemplo. Flechas y lanzas se alzaron para encontrarlos, algunos soldados de Morath huyeron. Nesryn y Salkhi se levantaron nuevamente en el aire cubiertos de sangre más negra. En lo alto, dos patrullas de exploradores rukhin vigilaban la batalla. Cuando Nesryn se limpió la sangre negra de la cara, un jinete se zambulló, directo hacia Sartaq. Sartaq se elevó un instante más tarde. Nesryn sabía que le daría una patada en el trasero por eso, pero ella le gritó al capitán Rukhin detrás de ella para mantener la formación, y dirigió a Salkhi hacia el príncipe. —Vuelve a la fila —ordenó Sartaq sobre el viento, su piel inusualmente cenicienta. —¿Qué está mal? —dijo ella. Salkhi se agitó más fuerte y se alineó con el pelotón del príncipe. Sartaq señaló hacia adelante. A la pared de montañas más allá del lago y la ciudad. A la represa que tan casualmente había mencionado romper para eliminar al ejército de Morath. Con cada batir de las alas de Salkhi, se hizo más claro. Lo que lo envió a una loca carrera. Un grupo de soldados Morath se había tomado la noche no para descansar, sino para escabullirse a la ciudad abandonada. Para escalar las estribaciones, luego el muro de montaña. A la propia presa. Donde ahora, con arietes y astutos malvados, intentaban desatarla. Salkhi se acercó más. Nesryn alcanzó una flecha. Sus dedos se curvaron alrededor

del aire. Sartaq, sin embargo, tenía dos flechas a la izquierda, y disparó ambas más o menos a la treintena. Los soldados de Morath lanzaron un ariete de mamut al centro de la presa. Madera, y piedra, y hierro, antiguo y aprensivo. Unas cuantas grietas, y bajaría. Y luego el lago superior y el río encerrado detrás de él se enfurecerían a través de la llanura. A Morath no le importaba que sus propias fuerzas fueran arrastradas. Perderían hoy de todos modos. Tampoco permitirían que el ejército del kanato abandonara la llanura. Las dos flechas de Sartaq encontraron sus marcas, pero los dos soldados que cayeron no causaron que los otros cayeran el ariete. Una vez más, levantaron el carnero hacia atrás y lo lanzaron hacia adelante. El choque de la madera sobre madera se hizo eco de ellos. Se elevaron lo suficientemente cerca como para que las medidas de hierro en la punta del ariete se aclararan. Carcasa de hierro grueso, rematada con púas para destrozar y perforar. Si Salkhi y Kadara pudieran alcanzarla, podrían arrancar el carnero de sus manos… El metal gimió y sonó, y el grito de advertencia de Sartaq se rompió en el aire. Salkhi se inclinó por instinto, espiando el enorme cerrojo de hierro antes de que lo hiciera Nesryn. Un rayo disparado desde un dispositivo de aspecto pesado que ellos debían haber enrollado allí. Para mantener a los ruks lejos. El cerrojo se abrió de par en par, golpeando la roca de la montaña. Habría perforado el pecho de Salkhi, directo a su corazón. Con el estómago revuelto, Nesryn se elevó de nuevo, evaluando a los soldados que estaban debajo. Sartaq hizo señas desde las cercanías, Entrelácense desde las dos direcciones. Reúnanse en el centro. Los vientos gritaban en sus oídos, pero Nesryn tiró de las riendas, y Salkhi formó un amplio arco. Sartaq convirtió a Kadara, la imagen reflejada en la maniobra de Nesryn. —¡Lo más rápido que puedas, Salkhi! —le gritó Nesryn a su ruk. Al llegar a la presa, a los soldados, Salkhi y Kadara se lanzaron el uno contra el otro,

cruzaron caminos y se arquearon nuevamente hacia afuera. Entrelazándose rápido como el viento mismo. Negando a los arqueros un objetivo fácil. Un rayo de hierro disparó para Sartaq y arrancó el aire por encima de él, casi rozando su cabeza. El ariete se estrelló contra la madera de nuevo. Una grieta astillada sonó esta vez. Un gemido profundo, como una bestia terrible despertando de un largo sueño. Otro rayo de hierro disparó hacia ellos y falló. Nesryn y Sartaq se cruzaron el uno con el otro, volando tan rápido que sus ojos se agitaron. El viento cantaba, lleno de las voces de los moribundos y heridos. Y luego estaban allí, las garras de Salkhi extendidas mientras chocaba contra la máquina de hierro que había lanzado esos pernos, destrozándola. Los soldados gritaron cuando el ruk cayó sobre ellos, también. Los que estaban en el ariete se lanzaron en otro estruendo contra la presa antes de que Sartaq y Kadara los atacaran. Los hombres salieron volando, algunos golpeando la presa. Algunos aterrizando en pedazos. Kadara arrojó el ariete a la cara de la montaña cercana, la madera se astilló con el impacto. Rodó lejos en las rocas y desapareció. Con un estruendo en el corazón, la batalla en la llanura de abajo aún en su apogeo, Nesryn hizo girar a Salkhi y evaluó el muro de la presa, Sartaq hizo lo mismo a su lado. Lo que vieron los hizo remontarse a la fortaleza tan rápidamente como los vientos pudiesen llevarlos.

I Lorcan se había abierto camino por el interior oscuro y estrecho de la primera torre de asedio, matando a los soldados en su camino. Gavriel lo siguió, y pronto se puso al día cuando Lorcan se encontró sosteniendo la entrada de la torre contra los innumerables soldados que intentaban entrar. Los dos bajaron la marea, incluso cuando algunos de los gruñidos de Morath superaron sus espadas. Whitethorn y la reina estarían esperando para recogerlos.

Lorcan perdió la cuenta de cuánto tiempo él y Gavriel mantuvieron la entrada a la torre de asedio, cuánto tiempo tomó hasta que sus fuerzas lograron desalojarla. Su magia sería inútil. Toda la maldita cosa estaba construida de hierro. Las escaleras, también. Como si Morath hubiera anticipado su presencia. Solo el gemido del metal colapsando les advirtió que la torre se estaba derrumbando y los envió corriendo al campo de batalla. Donde ellos se habían encontrado fuera de las puertas. Fenrys y Lord Chaol habían aparecido en los muros de las almenas con arqueros y habían disparado contra los soldados que habían corrido hacia Lorcan y Gavriel. Pero él y el León ya habían marcado su próximo objetivo: el ariete todavía golpeaba esas puertas cada vez más débiles. Y con los arqueros cubriendo desde arriba, habían empezado a sacrificar su camino. Y luego masacrando a lo largo del carnero, hasta que cayó al suelo, luego fue olvidado en la ola de soldados Morath que vinieron por ellos. El aliento de Lorcan había sido un latido constante, una caída a tierra cuando los cuerpos se amontonaban a su alrededor. Solo necesitan mantener la puerta el tiempo suficiente para que el ejército del kanato invadiera el hostal Morath. Desde arriba, un viento veloz y brutal se sumó a la danza de la muerte, arrancando el aire de los pulmones de los soldados que los atacaban, incluso cuando sabía que Whitethorn seguía luchando en las almenas. Lorcan volvió a perder la noción del tiempo. Solo vagamente sabía que el sol se estaba arqueando sobre el cielo. Pero el ejército del kanato estaba ganando terreno, centímetro a centímetro. Suficiente para que los ruks arrancaran las escaleras de asedio de las paredes. Lo suficiente para que lord Chaol le gritara a él y a Gavriel que escalasen una escalera de asedio y regresaran de una maldita vez. Gavriel obedeció, al ver que la escalera de hierro se retiraba de los soldados Morath, que permanecía en su lugar el tiempo suficiente para que subieran de nuevo a las almenas. Pero las fuerzas del kanato estaban cerca. Y un golpe en el hombro de Lorcan le dijo que no corriera, sino que luchara. Así que Lorcan escuchó. No se molestó en gritarle a Gavriel, que ahora estaba a mitad de la escalera, antes de lanzarse a la refriega. Él había sido criado para la batalla. Independientemente de a qué reina sirvió, ya

fuera Fae o Valg o humana, para eso había sido entrenado. Lo que una parte de él le cantaba hacer. Lorcan se abrió camino hacia las líneas del kanato que avanzaban, y algunos soldados Morath huyeron a su paso. Algunos cayeron antes de que él los alcanzara, su magia rompió sus vidas. Pronto ahora. Ganarían el campo pronto, y la canción en su sangre se callaría. Una parte de él no quería que terminara, incluso cuando su cuerpo comenzó a gritar por un descanso. Pero cuando terminara la batalla, ¿qué quedaría? Nada. Elide lo había dejado suficientemente claro. Ella lo amaba, pero se odiaba por ello. Él no la merecía de todos modos. Ella merecía una vida de paz, de felicidad. Él no conocía tales cosas. Había pensado que los había vislumbrado durante los meses que habían viajado juntos, antes de que todo se fuera al infierno, pero ahora sabía que no estaba destinado a nada como eso. Pero este campo de batalla, esta canción de la muerte a su alrededor... Esto, él podría hacerlo. Esto, él podría saborearlo. Los cascos dorados del ejército del kanato se hicieron claros, sus caballos ardientes se afanaron. Más fino que cualquier hostia contra la que hubiera luchado en un reino mortal. En muchos reinos inmortales, también. Obedeciendo la canción de la muerte en su sangre, Lorcan dejó caer sus escudos. No quería que fuera fácil. Quería sentir cada golpe, ver cómo la vida de su enemigo se desvanecía bajo su espada. No le importaba lo que resultara de eso. A nadie le importaría que volviera a la fortaleza de todos modos. No se resistió cuando se enfrentó a los diez soldados que cargaron contra él. Tal vez se merecía lo que pasó después. Se lo merecía por sus pensamientos patéticos, o su arrogancia al bajar sus escudos. En un momento, él estaba enviando cómodamente los gruñidos de Morath a su creador oscuro. En un momento, él estaba sonriendo, incluso mientras saboreaba su vil sangre rociando el aire. Un destello de metal en su espalda. Lorcan giró, con la espada en movimiento, pero demasiado tarde. La hoja del soldado Valg se movió hacia arriba. Lorcan se arqueó, bramando cuando

la carne desgarró su espina dorsal. Ninguna armadura, no había habido una armadura que les colocara sobre sus torsos. El soldado Morath se movió de nuevo, más adepto que los demás. Quizás el hombre al que había infestado tenía alguna habilidad en el campo de batalla, algo que el demonio manejaba en su favor. Lorcan apenas podía levantar su espada antes de que el soldado se hundiera en las entrañas de Lorcan. Lorcan cayó, haciendo sonar la espada. El barro helado lamió su cara, como si se lo tragara todo. Llevándolo a las profundidades oscuras del reino de Hellas, donde merecía estar. La tierra tembló bajo los cascos atronadores y las flechas gritaron en lo alto. Entonces hubo un rugido. Y luego la negrura.

Capítulo 59 Traducido por Viv_J Corregido por Cotota

El ejército del Kan no tomó prisioneros. Algunos de los soldados de Morath intentaron escapar a la ciudad. De pie junto a Aelin en las almenas, Rowan observó a los ruks que los atacaban con eficiencia letal. Sus oídos aún resonaban con el estruendo de la batalla, su aliento era un latido áspero que Aelin hacía eco. Ahora, las pequeñas heridas en él habían comenzado a sanar, un hormigueo bajo sus ropas manchadas. La lesión que tenía en la pierna, sin embargo, necesitaría más tiempo. Al otro lado de la llanura, que se extendía hacia el horizonte, el ejército del Kan se aseguró de verificar los muertos. Las espadas y las lanzas brillaron a la luz de la tarde mientras se levantaban y caían, cortando cabezas. Rowan siempre había recordado el caos y las prisas de la batalla, pero esto, las consecuencias aturdidas y cansadas, esto, lo había olvidado. Los curanderos ya se habían abierto paso por el campo de batalla, con sus estandartes blancos contra el mar de negro y oro. Aquellos que necesitaban ayuda más intensiva fueron llevados por los ruks y directamente al caos del Gran Salón. En lo alto de las almenas ensangrentadas, sus aliados y compañeros a su alrededor, Rowan le pasó sin palabras a Aelin el odre de agua. Ella bebió profundamente, luego se la entregó a Fenrys. Un desencadenamiento y liberación. Eso es lo que la batalla había sido para su compañera. —Pérdidas mínimas —decía la princesa Hasar, una mano apoyada en una pequeña sección de la muralla que no estaba cubierta de sangre negra o roja—. Los soldados de infantería fueron los más golpeados; los Darghan permanecen casi intactos. Rowan asintió. Impresionante, más que impresionante. El ejército del Kan había sido una fuerza bellamente coordinada, moviéndose a través de la llanura como si fueran agricultores cosechando trigo. Si no hubiera sido arrastrado a la danza de la batalla, podría haberse detenido para maravillarse con ellos. La princesa se volvió hacia Chaol, sentado en una silla de ruedas, con el rostro sombrío.

—¿Y en su extremo? Chaol miró a su padre, quien observó el campo de batalla con los brazos cruzados. Su padre dijo sin mirarlos —Muchos. Lo dejaremos en eso. El dolor pareció parpadear en los ojos del bastardo, pero él no dijo nada más. Chaol le dio a Hasar una mueca de disculpa, se apretó las manos en los brazos de la silla. Los soldados de Anielle, aunque lucharon valientemente, no eran una unidad entrenada. Muchos de los que habían sobrevivido eran guerreros experimentados que habían luchado contra los hombres salvajes en los Colmillos, le había dicho Chaol a Rowan antes. La mayoría de los muertos no lo habían hecho. Hasar al fin miró a Aelin. —Escuché que hiciste un espectáculo hoy. Rowan se preparó. Aelin se apartó del campo de batalla e inclinó la cabeza. —Te ves como si también lo hubieras hecho. De hecho, la ornamentada armadura de Hasar estaba salpicada de sangre negra. Ella había estado en el meollo, encima de su caballo Muniqi, y había subido hasta las puertas. Pero la princesa no hizo más comentarios. La irritación, profunda y casi oculta, brilló en los ojos de Aelin. Sin embargo, no volvió a hablar, no presionó a la princesa sobre sus próximos pasos. Ella solo observaba el campo de batalla una vez más, mordiéndose el labio. Ella apenas se había detenido durante la batalla, pensando solo cuando ya no había más Valg para matar. Y en los minutos transcurridos desde que se despejaron los muros, se mantuvo callada, distante. Como si todavía estuviera saliendo de ese lugar tranquilo y calculador al que había descendido mientras luchaba. Ella no se había molestado en quitarse su armadura. La corona de batalla de bronce estaba cubierta de sangre, su cabello enmarañado con eso. El padre de Chaol había echado un vistazo a su armadura, a la de Rowan, y se puso blanco de rabia. Sin embargo, Chaol simplemente había llevado su silla al lado de su padre, gruñendo algo demasiado suave para que Rowan lo oyera, y el hombre retrocedió. Por ahora. Tenían cosas más importantes que considerar. Cosas que llevaron a su compañero a roer su labio. Cuando el ejército del príncipe Kashin llegara, si realmente se dirigían hacia el norte, a Terrasen. Si hoy hubiera sido suficiente para hacerlos caer.

Dos formas tomaron forma en el cielo. Kadara y Salkhi, elevándose para mantenerse a una velocidad casi sin control. La gente se escabulló del camino de los ruks cuando Sartaq y Nesryn aterrizaron en las almenas, deslizándose de sus monturas y corriendo directamente hacia ellos. —Tenemos un problema —dijo Nesryn, con la cara pálida. De hecho, los labios de Sartaq estaban sin sangre. El aroma de ambos estaba empapado de miedo. Las ruedas de la silla de Chaol salpicaron sangre al rodar —¿Qué es? Aelin se enderezó, Gavriel y Fenrys se quedaron inmóviles. Nesryn señaló a través de la ciudad, a la pared de las montañas. —Interceptamos a un grupo de soldados de Morath hacia el final de la batalla, tratando de derribar esa represa. Rowan juró, y Chaol le hizo eco. —Supongo que no tuvieron éxito gracias a ustedes —dijo Aelin, mirando hacia esa presa cercana, las aguas embravecidas de la parte superior del lago y el río que mantenía a raya. —Parcialmente —dijo Sartaq, tensando los músculos en su mandíbula—. Llegamos después de que ya se había hecho mucho daño. —Debemos hacer algo —siseó Hasar. Los ojos oscuros de Sartaq brillaron. —Necesitamos evacuar a nuestro ejército fuera de la llanura. Ahora mismo. —¿Se va a romper? —Preguntó el padre de Chaol. Nesryn se estremeció. —Es probable que lo haga. —Podría estallar en cualquier momento —Sartaq señaló al ejército del kanato en la llanura—. Necesitamos sacarlos. —No hay a dónde ir —dijo el padre de Chaol—. El agua rugirá por millas, y esta muralla no podrá contener a todas sus fuerzas. De hecho, Rowan se dio cuenta de que la fortaleza, a pesar de su alta posición, no podía adaptarse al tamaño del ejército en la llanura. Ni siquiera cerca. Y la fortaleza, que se alza en lo alto, sería lo único que podría soportar la marea de agua helada

que barrería desde las montañas y al otro lado de la llanura. Destruyendo todo a su paso. Hasar fijó su mirada ardiente en Chaol. —¿A dónde les decimos que corran? —Invoca a los ruks —dijo Chaol—. Que logren reunir a la mayor cantidad posible, y vuelen hasta la cima detrás de nosotros —señaló la pequeña montaña en la que se había construido la torre—. Ponlos en las rocas, ponlos en cualquier lugar. —¿Y los que no lleguen a los ruks? —Presionó la princesa, algo como el pánico rompiéndose en su feroz rostro. El propio corazón de Rowan tronó. Habían ganado la batalla, solo para que el enemigo tuviera la última palabra en su victoria. Morath no permitiría que el ejército del Kan saliera de la llanura. Destruiría este ejército, este fragmento de esperanza, en un simple y brutal golpe. —¿Fue una trampa todo el tiempo? —Chaol se frotó la mandíbula—. Erawan sabía que traía un ejército. ¿Escogió a Anielle para esto? ¿Sabiendo que vendría y que usaría la presa para limpiar a nuestro anfitrión? —Piénsalo más tarde —advirtió Aelin, con el rostro tan serio como el de Rowan. Ella escaneó la llanura—. Diles que corran. Si no pueden obtener un ruk, entonces que corran. Si llegan al borde del Bosque de Oak, podrían tener una oportunidad si pueden subirse a un árbol. Su compañero no mencionó que con una ola de ese tamaño, esos árboles se sumergirían. O serian arrancados de sus raíces. Gavriel preguntó: —¿No hay manera de reparar el daño hecho? —Lo comprobamos —dijo Sartaq, tragando con fuerza—. Morath sabía dónde golpear. —¿Qué hay de tu magia? —Fenrys le preguntó a Rowan—. ¿Podrías congelar el río? Ya lo había pensado. Rowan negó con la cabeza. —Es demasiado profundo y su corriente es demasiado fuerte. Tal vez si él tuviera todos sus primos, pero Enda y Sellene estaban en el norte, sus hermanos y parientes con ellos. —Abre las puertas de mantenimiento —dijo Chaol en voz baja—. Cualquier vecino

debe correr lejos de aquí. Los más alejados tendrán que huir hacia el bosque. Rowan se encontró con la mirada de Aelin. Sus manos comenzaron a temblar. Esto no puede terminar aquí, parecía decir. Pánico, el pánico se encendió en sus ojos. Rowan agarró su mano temblorosa y apretó. Pero no había verdad ni mentira que pudiera calmarla. No hay verdad ni mentira para salvar al ejército en la llanura.

I Elide encontró a sus compañeros y sus aliados, no en una sala del consejo, sino reunidos en las almenas. Como si los cuerpos y la sangre no estuvieran a su alrededor. Ella se encogió a cada paso a través de la sangre, tanto negra como roja, tratando de no encontrarse con los ojos ciegos de los soldados caídos. Ella había sido enviada por Yrene para ver cómo le iba a Chaol, una pregunta jadeante y temerosa de una esposa que no había oído nada de su destino desde que comenzó la batalla. Después de horas de ayudar a los curanderos, Elide estaba desesperada por escapar de la habitación que apestaba a sangre y desperdicios. Sin embargo, el alivio que notó al tomar el escaso aire fresco al final de la batalla, había sido de corta duración cuando vio las sangrientas almenas. Cuando notó los rostros pálidos de sus compañeros, sus palabras tensas. Todos ellos miraban entre las montañas y el campo de batalla. Algo había salido mal. Algo andaba mal. El campo de batalla se extendía en la distancia, los curanderos se lanzaban entre los cuerpos derribados con banderas blancas en alto para indicar su ubicación. Tantos. Tantos muertos y heridos. Un mar de ellos. Elide llegó al lado de Chaol justo cuando Nesryn Faliq saltó encima de su hermoso ruk, lanzándose a una zambullida hacia el ejército de abajo. No, los otros ruks. Elide puso una mano en el hombro de lord Chaol, atrayendo su atención desde donde vio a Nesryn volar. Salpicado de sangre, pero sus ojos de bronce eran claros. Y lleno de terror. Cualquier mensaje que Yrene le había dado a Elide desapareció de su memoria.

—¿Qué está mal? Fue Aelin quien respondió, su armadura ensangrentada era extraña y antigua. Una visión de antaño. —La presa se va a romper —,dijo la reina con voz ronca—. Y limpiar a cualquiera en la llanura. Oh dioses. Oh dioses. Elide miró entre ellos, y supo la respuesta a su siguiente pregunta ¿Qué se puede hacer? Nada. Los ruks se dirigieron a los cielos, volando hacia ellos, con soldados en sus garras y aferrados a sus espaldas. —¿Alguien ha advertido a los curanderos? —Elide señaló las banderas blancas que agitaban tan lejos en la llanura—. ¿A la Sanadora en Mando? —Hafiza estaba allí, había dicho Yrene. Silencio. Luego, el príncipe Sartaq juró en su propia lengua y corrió hacia su ruk dorado. Estaba volando por el campo de batalla en cuestión de segundos, sus gritos sonaban. Kadara se sumergió cada pocos momentos, y cuando se levantó de nuevo, otras pequeñas figuras estaban en sus garras. Los sanadores. Agarrando a tantos de ellos como pudo. Elide se giró hacia sus compañeros cuando los soldados comenzaron a correr hacia la fortaleza, pisoteando cadáveres y heridos por igual. Las órdenes salieron en el idioma del continente del sur, y más soldados en el campo de batalla saltaron a la acción. —¿Qué más, qué más podemos hacer? —Preguntó Elide. Aelin y Rowan solo miraron hacia el campo de batalla, observando con Fenrys y Gavriel mientras los ruks corrían para salvar a todos los que podían. Detrás de ellos, la princesa Hasar caminaba de un lado a otro, y Chaol y su padre murmuraban sobre dónde podrían caber todos en la fortaleza. Todos los que habían sobrevivido. Elide los miró de nuevo. Mirándolos a todos ellos. Y luego preguntó en voz baja —¿Dónde está Lorcan? Ninguno de ellos se volvió. Elide preguntó, más fuerte: —¿Dónde está Lorcan?

Los ojos rojizos de Gavriel escudriñaron los suyos, la confusión bailaba allí. —Él... salió al campo de batalla durante los combates. Lo vi justo antes de que las tropas del kanato lo alcanzaran. —¿Dónde está? —La voz de Elide se rompió. Fenrys la enfrentó ahora. Luego Rowan y Aelin. Elide rogó, con la voz entrecortada—. ¿Dónde está Lorcan? Por su aturdido silencio, supo que no se lo habían preguntado. Elide se giró hacia el campo de batalla. A ese tramo interminable de cuerpos caídos. Soldados huyendo. Muchos de los heridos siendo abandonados donde yacían. Tantos cuerpos. Tantos, tantos soldados allá abajo. —¿Donde? Nadie respondió. Elide señaló hacia el campo de batalla y gruñó a Gavriel: —¿Dónde lo viste unirse a las fuerzas del kanato? —Casi al otro lado del campo —respondió Gavriel, con voz tensa, y señaló a través de la llanura—. Yo... no lo vi después de eso. —Mierda —respiró Fenrys. Rowan le dijo: —Usa tu magia. Salta al campo, encuéntralo y tráelo de vuelta. El alivio arrugó el pecho de Elide. Hasta que Fenrys dijo: —No puedo. —No lo usaste ni una vez durante la batalla —desafió Rowan—. Debes estar completamente preparado para hacerlo. El rostro de Fenrys palideció, y miró suplicando a Elide: —No puedo. El silencio cayó sobre las almenas. Entonces Rowan gruñó: —Tu no —señaló con un dedo ensangrentado al campo de batalla—. Lo dejarías morir, ¿y para qué? Aelin lo perdonó —su tatuaje se arrugó cuando volvió a gruñir—. Sálvalo. Fenrys tragó. Pero Aelin dijo:

—Déjalo, Rowan. Rowan le gruñó a ella también. Ella gruñó de vuelta: —Déjalo. Alguna conversación tácita pasó entre ellos, y la esperanza que ardía en el pecho de Elide se apagó cuando Rowan retrocedió. Le dio a Fenrys un asentimiento de disculpa. Fenrys, que parecía que iba a ponerse enfermo, volvió a enfrentarse al campo de batalla. Elide retrocedió un paso. Luego otro. Lorcan no podía estar muerto. Ella sabría si él estuviera muerto. Ella lo sabría, en su corazón, en su alma, si él se hubiera ido. Él estaba allí abajo. Él estaba allí abajo, entre ese ejército, tal vez herido y desangrado. Nadie la detuvo mientras Elide corría dentro de la fortaleza. Cojeando a cada paso, con dolor atravesándole la pierna, pero no vaciló cuando golpeó la escalera interior y se sumergió en el caos. Ella le había hecho una promesa. Ella le había hecho un juramento, hacía tantos meses. Siempre te voy a encontrar. Soldados y curanderos huyeron por las escaleras, empujando a Elide. Los gritos eran casi ensordecedores, rebotando en las piedras antiguas. Ella luchó en su camino hacia abajo, sollozando entre dientes. Siempre te voy a encontrar. Empujando, codeando, gritando a las frenéticas personas que pasaron corriendo junto a ella, Elide luchó por cada paso hacia abajo. Hacia las puertas. La gente gritaba, un torrente interminable subía las escaleras. Aun así, Elide se abrió paso, resbalando aquí, resbalando allá. Ni siquiera la miraron, ni siquiera intentaron despejar el camino mientras fluían hacia arriba. Fue solo cuando Elide tropezó de nuevo que gritó en la escalera: —¡Despejen un camino para la reina! Nadie escuchó, así que ella lo hizo de nuevo. Llenó sus pulmones de aire, y con voz de mando, con cada onza de poder que había visto usar a los hombres Fae para intimidar a sus oponentes:

—¡Despejen un camino para la reina! Esta vez, la gente se apretaba contra las paredes. Elide tomó la pequeña abertura y gritó su orden una y otra vez, con el tobillo aullando de dolor con cada paso hacia abajo. Pero ella lo hizo. Llegó al caótico nivel inferior, a las puertas abiertas repletas de soldados. Más allá de ellos, cuerpos estirados en el horizonte. Guerreros y curanderos y los que llevaban a los heridos se apresuraron hacia cualquier escalera que pudieran encontrar. Le tomo a Elide cojear cinco pasos hacia la puerta abierta antes de que supiera que sería imposible. Para cruzar el campo, encontrarlo en la llanura sin fin, antes de que la presa explotara y fuera arrastrado. Antes de que se fuera para siempre. Él no estaba muerto. Él no estaba muerto. Siempre te voy a encontrar. Elide escruto las puertas, los cielos en busca de cualquier signo de un ruk que podría llevarla. Pero se elevaron a los niveles superiores, llegando con soldados y curanderos, algunos incluso depositando sus cargas en la cara de la montaña. Y a nivel del suelo, nadie la oiría llorar pidiendo ayuda. Ninguno de los soldados se detendría, tampoco. Elide examinó el otro extremo de la entrada. Contempló a los caballos que eran sacados de sus establos por frenéticos mozos, las bestias se resistían al pánico que los rodeaba mientras eran arrastrados hacia las rampas. Una yegua negra se alzó, su grito fue una aguda advertencia antes de que golpeara sus cascos en el mozo. El caballo de lord Chaol. El hombre chilló y cayó hacia atrás, apenas agarrando las riendas cuando el caballo pisoteó, con las orejas planas en la cabeza. Elide no pensó. No lo reconsideró. Cojeó hasta los establos y los caballos. Ella le dijo al frenético peón, aun alejándose del caballo medio salvaje: —Yo la tomaré. El hombre, aun pálido, le tiró las riendas. —Buena suerte —entonces él también corrió.

La yegua, Farasha, tiró tan fuerte de las riendas que Elide casi fue arrojada sobre las piedras. Pero ella plantó sus pies, sus piernas ardiendo por el dolor, y le dijo al caballo: —Te necesito, corazón feroz —se encontró con los ojos oscuros y furiosos de Farasha—. Te necesito —su voz se quebró—. Por favor. Y por los Dioses de arriba, el caballo se calmó. Parpadeó. Caballos y adiestradores pasaron junto a ellas, pero Elide se mantuvo firme. Esperó hasta que Farasha bajó la cabeza, como dando permiso. Los estribos eran lo suficientemente bajos gracias a las largas piernas de Lord Chaol para que Elide pudiera alcanzarlos. Se tragó el grito mientras su peso se asentaba en su tobillo malo, mientras se empujaba, y se sentaba en la silla de montar de Farasha. Una pequeña misericordia, que ni siquiera habían tenido tiempo de desmontar a los caballos después de la batalla. Un conjunto de lo que parecían ser tirantes colgaba de sus costados, seguramente para mantener al lord Chaol estabilizado, y Elide los desenganchó. Cualquier peso, cualquier cosa que disminuyera su búsqueda, tenía que ser descartado. Elide recogió las riendas. —Al campo de batalla, Farasha. Relinchando, Farasha se lanzó a la refriega. Los soldados saltaron fuera de su camino, y Elide no se detuvo a disculparse, no se detuvo por nadie, ya que ella y la yegua negra se lanzaron hacia las puertas. Luego a través de ellas. Directo a la llanura.

Capítulo 60 Traducido por Viv_J Corregido por Cotota

Rowan sabía que su magia simplemente retrasaría lo inevitable. Había debatido volar al dique, para ver si podía mantener la estructura en su lugar el tiempo suficiente, no podía detener el río por completo, pero si disminuir la fuerza en el otro lado... sin embargo no podía ser detenido. Soldados y curanderos corrieron a buscar la fortaleza, los ruks que se lanzaban a través del campo de batalla para llevar a los primeros en el camino del agua hacia la seguridad. Pero no era lo suficientemente rápido. Incluso sin saber cuándo se rompería la presa, no sería lo suficientemente rápido. ¿Estaba Lorcan actualmente entre los que corrían, o se las había arreglado para subirse a un ruk? —El poder —Fenrys le dijo en voz baja a él, agarrando la pared resbaladiza—. Fue lo único que Connall y yo compartimos. —Lo sé —dijo Rowan. No debería haber empujado—. Lo siento. Fenrys simplemente asintió. —No he podido soportarlo desde entonces. Yo... ni siquiera estoy seguro de poder usarlo de nuevo —dijo, y repitió—. Lo siento. Rowan le dio una palmada en el hombro. Otra cosa por la que haría pagar a Maeve. —Es posible que ni siquiera lo hayas encontrado, de todos modos. La mandíbula de Fenrys se apretó. —Él podría estar en cualquier parte. —Podría estar muerto —murmuró la princesa Hasar. —O herido —Chaol intervino, girando hacia el borde de la pared para observar el campo de batalla debajo y a la presa distante más allá. Aelin, a pocos metros de distancia, también miró hacia ella, su cabello empapado de sangre que se desprendía de su trenza con el viento áspero. Fluyendo hacia esas montañas, la destrucción que pronto sería desatada. Ella no dijo nada. No había hecho nada desde que Nesryn y Sartaq trajeron la noticia. Su peor pesadilla, se dio cuenta, ser incapaz de ayudar, de verse obligada a mirar mientras otros sufrían. Ninguna palabra podría consolarla, ninguna palabra

podría arreglar esto. Parar esto. —Podría intentar rastrearlo —ofreció Gavriel. Rowan se sacudió el miedo que se arrastraba. —Volaré, trataré de localizarlo y te daré una señal. —No te preocupes —dijo la princesa Hasar, y Rowan estaba a punto de gruñir su réplica cuando señaló el campo de batalla—. Ella ya se adelantó. Rowan se giró, los demás siguieron su ejemplo. —No —respiró Fenrys. Allí, galopando a través de la llanura en un caballo negro familiar, estaba Elide. —Farasha —murmuró Chaol. —Se matará —dijo Gavriel, tensándose como si él pudiera saltar de las almenas y perseguirla—. Ella será... Farasha saltó sobre cuerpos caídos, entre los heridos y muertos, Elide girándose de un lado al otro sobre la silla de montar. Y desde la distancia, Rowan podía distinguir su boca moviéndose, gritando una palabra, un nombre, una y otra vez. Lorcan. —Si alguno de ustedes baja allí —advirtió Hasar—, entonces también estarán muertos. Fue contra todo instinto, contra los siglos de entrenamiento y lucha que había hecho con Lorcan, pero la princesa tenía razón. Perder una vida era mejor que varias. Especialmente cuando necesitaría tanto a su cuadro durante el resto de esta guerra. Lorcan estaría de acuerdo, le había enseñado a Rowan a hacer ese tipo de llamadas difíciles. Aun así, Aelin permaneció en silencio, como si hubiera descendido profundamente dentro de sí misma, y miró el campo de batalla. Al pequeño jinete y la poderosa carrera de un caballo atravesándola

I Farasha era una tempestad debajo de ella, pero la yegua no trató de volcar a Elide mientras trotaban por la llanura llena de cadáveres. —¡Lorcan! Su grito fue tragado por el viento, por los gritos de soldados y personas que huían,

por el grito de los ruks de arriba. —¡Lorcan! Buscó en cada cadáver que pasó por un indicio de ese brillante cabello negro, esa cara dura. Tantos. El campo de los muertos se extendía para siempre, los cuerpos amontonados a varias profundidades. Farasha saltó sobre ellos, haciendo giros bruscos mientras Elide giraba para mirar y mirar y mirar. Caballos y jinetes de Darghan pasaron corriendo. Algunos para la fortaleza, otros para el bosque distante a lo largo del horizonte. Farasha tejió entre ellos, mordiendo a los que estaban en su camino. —¡Lorcan! —¡Qué pequeño sonaba su llanto, qué débil! La presa aún se mantenía. Siempre te voy a encontrar. Y sus palabras, sus palabras estúpidas y odiosas para él... ¿Le había hecho esto? ¿Le había traído esto? ¿Le pidió a algún Dios que hiciera esto? Sus palabras se habían desvanecido en el momento en que se dio cuenta de que no estaba en las almenas. Los últimos meses se habían desvanecido por completo. —¡Lorcan! Sin inmutarse, Farasha siguió moviéndose, su melena negra corría en el viento. La presa tenía que aguantar. Se mantendría. Hasta que ella lo llevara de vuelta a la fortaleza. Así que Elide no se detuvo, no miró hacia el destino que acechaba, esperando ser desatado. Ella cabalgó, y cabalgó, y cabalgó.

I En lo alto de la almena, Chaol no sabía qué mirar: la presa, la gente que huía de su próxima destrucción, o la joven Dama de Perranth, corriendo por el campo de batalla sobre su caballo. Una mano cálida se posó en su hombro, y supo que era Yrene sin girarse. —Acabo de escuchar sobre la presa. Había enviado a Elide para ver si estabas... Las palabras de su esposa se desvanecieron cuando vio al jinete solitario alejándose

de las masas que corrían por la fortaleza. —Silba, sálvala —susurró Yrene. —Lorcan está ahí abajo —fue todo lo que Chaol dijo a modo de explicación. Los machos Fae estaban tensos como la cuerda de un arco mientras que la joven cruzaba el campo de batalla poco a poco. Las posibilidades de que ella encontrara a Lorcan, sobretodo antes de que estallara la presa, mucho antes... Aun así Elide siguió cabalgando. Corriendo contra su propia muerte. La princesa Hasar dijo en voz baja: —La niña es una tonta. La más valiente que he visto, pero una tonta sin embargo. Aelin no dijo nada, sus ojos distantes. Como si se hubiera retirado a sí misma al darse cuenta de que esta pizca de esperanza estaba a punto de ser arrastrada. Sus amigos con eso. —Hellas, cuida de Lorcan —murmuró Fenrys—. Y Anneith, su consorte, vigila a Elide. Quizás se encuentren el uno al otro. —El caballo de Hellas —dijo Chaol. Se giraron hacia él, arrastrando sus ojos del campo. Chaol negó con la cabeza e hizo un gesto al campo, a la yegua negra y a su jinete. —Yo llamo a Farasha el caballo de Hellas. Lo he hecho desde el momento en que la conocí. Como si conocer a esa yegua, traerla aquí, no fuera tanto para él como para esto. Para esta carrera desesperada a través de un campo de batalla sin fin. Yrene estrechó su mano, ella entendiéndolo, también. El silencio cayó a lo largo de su sección de la almena. No había palabras para decir.

I —¡Lorcan! La voz de Elide se rompió en el grito. Ella había perdido la cuenta de cuántas veces lo había gritado ahora. No había rastro de él. Ella apuntó hacia el lago. Más cerca de la presa. Habría elegido el lago por sus ventajas defensivas.

Los cuerpos eran un borrón debajo, alrededor de ellas. Tantos Valg tirados en el campo. Algunos alzaron las pálidas maños por Farasha. Como si quisieran agarrarla, destrozarla, le pidieran ayuda. La yegua los pisoteó en el lodo, chasqueando los huesos y resquebrajando los cráneos. Él tenía que estar aquí. Tenía que estar en algún lugar. Vivo, herido, pero vivo. Ella lo sabía. El lago era una extensión gris a su izquierda, una burla del infierno que se desataría en cualquier momento. —¡Lorcan! Habían llegado al corazón del campo de batalla, y Elide redujo la velocidad de Farasha lo suficiente como para pararse en los estribos, callando la agonía en su tobillo. Nunca se había sentido tan pequeña, tan intrascendente. Una mancha de nada en este mar condenado. Elide se dejó caer de nuevo en la silla, empujó el caballo con los talones y tiró de Farasha hacia la brillante extensión plateada. Tenía que haber ido al lago. El caballo se puso en movimiento, su pecho agitado como un poderoso fuelle. Una y otra vez, armadura negra y dorada, sangre, nieve y barro. La presa aún se mantuvo. Pero allí... Elide tiró de las riendas, reduciendo la velocidad del caballo. Allí, no muy lejos de la orilla del agua, había un parche de soldados de Morath derribados. Una franja de ellos. Ni un solo conjunto de armadura dorada. Incluso donde el ejército del Kan había barrido, habían perdido soldados. La distribución a través del campo de batalla de ninguna manera había sido uniforme, pero había cadáveres con armaduras doradas entre la masa de negros. Sin embargo, aquí, no había ninguno. No había rastros de flechas o lanzas, que explicaran la baja de tantos. Un verdadero camino de los demonios de Valg fluyó por delante. Elide lo siguió. Escaneaba cada cadáver, cada rostro con casco, su boca se secó. Una y otra vez, dejando la estela de destrucción detrás. Tantos. Él había matado a tantos. Su aliento raspaba en su garganta cuando se acercaban al final del rastro de muertos, donde los cuerpos dorados comenzaron a aparecer de nuevo. Nada. Elide detuvo a Farasha. Gavriel había dicho que lo había visto por última vez aquí. ¿Se había lanzado detrás de las líneas de sus aliados y se había movido desde allí?

Él podría haber salido de este campo, se dio cuenta. En este momento podría estar de vuelta en la fortaleza, o en el Bosque de Oak, y ella habría viajado aquí para nada... —¡Lorcan! —Ella lo gritó, tan fuerte que era una maravilla que su garganta no sangrara—. ¡Lorcan! La presa se mantuvo intacta. ¿Cuál de sus respiraciones sería la última? —¡LORCAN! Un gemido de dolor respondió detrás de ella. Elide giró en la silla y escudriñó el camino de Valg muertos detrás de ella. Una mano ancha y bronceada se levantó de debajo de una gruesa pila de ellos, y luchó por tomar el peto de un soldado. No a veinte pies de distancia. De ella salió un sollozo, y Farasha se dirigió hacia aquella mano tensa y sangrienta. El caballo se detuvo, sangre volando de sus cascos. Elide se tiró de la silla antes de trepar hacia él. La armadura y las cuchillas se clavaron en ella, la carne muerta golpeó contra su piel mientras empujaba los cadáveres de los demonios, gruñendo por su peso. Lorcan se encontró con ella a mitad del camino, esa mano se convirtió en un brazo, luego dos, empujando los cuerpos apilados sobre él. Elide lo alcanzó justo cuando había logrado desalojar a un soldado tendido sobre él. Elide echó un vistazo a la herida en el medio de Lorcan y trató de no caer de rodillas. Su sangre se filtró por todas partes, la herida no se cerró, no de la manera en que los Fae deberían poder curarse a sí mismos. El traumatismo que le habían ocasionado debió ser catastrófico, tomando todo su poder sin lograr curarlo por completo. Pero ella no dijo eso. No dijo nada más que: —La represa está a punto de romperse. Sangre negra salpicó la cara pálida de Lorcan, sus ojos oscuros se empañaron de dolor. Elide se puso de pie, tragó su grito de dolor y lo agarró por los hombros. —Necesitamos sacarte de aquí. Su respiración era superficial cuando ella trató de levantarlo. Él bien podría haber sido una roca, podría haber sido tan inamovible como su propia subsistencia. —Lorcan, —suplicó, con la voz rota—. Tenemos que sacarte de aquí. Sus piernas se movieron, generando un gemido agonizante. Ella nunca lo había escuchado tan quejumbroso. Nunca lo había visto incapaz de levantarse.

—Levántate —dijo ella—. Levántate. Las manos de Lorcan se apoderaron de su cintura, y Elide no pudo detener el grito de dolor por el peso que colocó sobre ella, los huesos de su pie y el tobillo se apretaron juntos. Sus piernas ni siquiera lo sostenían debajo de él, se detuvo. —Hazlo —le rogó ella—. Levántate. Pero sus ojos oscuros se posaron en el caballo. Farasha se acercó, con pasos inestables sobre los cadáveres. Ella ni siquiera se inmutó cuando Lorcan agarró las correas inferiores de la silla, su otra mano en el hombro de Elide, y movió sus piernas debajo de él otra vez. Su respiración se volvió irregular. Sangre fresca goteaba de su estómago, fluyendo sobre los restos costrosos en su chaqueta y pantalones. Cuando comenzó a levantarse, Elide vio la herida atravesando el lado izquierdo de su espalda. La carne estaba abierta, con los huesos asomándose. Oh dioses. Oh dioses. Elide se agachó aún más debajo de él, hasta que su brazo quedó colgado de sus hombros. Muslos ardiendo, tobillo chillando, Elide empujó hacia arriba. Lorcan tiró al mismo tiempo, Farasha se mantuvo firme. Gimió de nuevo, su cuerpo tambaleándose... —No te detengas —siseó Elide—. No te atrevas a parar. Respiró hondo, pero Lorcan puso sus pies debajo de él, poco a poco. Pulgada tras pulgada. Deslizando su brazo del hombro de Elide, se tambaleó para agarrarse de la silla. Aferrarse a ella. Él jadeó y jadeó, la sangre fresca se deslizó también por su espalda. Este paseo sería una agonía. Pero no tenían otra opción. Ninguna en absoluto. —Ahora arriba —ella no le permitió escuchar su terror y desesperación—. Métete en esa silla. Apoyó la frente contra el lado oscuro de Farasha. Moviéndose lo suficiente como para que Elide envolviera con cuidado un brazo alrededor de su cintura. —No te estas muriendo —espetó ella—. Todavía no estás muerto. Nosotros no estamos muertos aún. Así que súbete en esa silla. Cuando Lorcan no hizo nada más que respirar, y respirar, y respirar, Elide habló de nuevo.

—Prometí encontrarte siempre. Te lo prometí, y tú me lo prometiste. Por eso vine por ti; estoy aquí por eso. Estoy aquí por ti, ¿entiendes? Y si no subimos a ese caballo ahora, no tendremos una oportunidad contra esa presa. Moriremos. Lorcan jadeó por otro latido. Luego otro. Y luego, apretando los dientes, con las manos nudosas sobre la silla, levantó la pierna lo suficiente como para deslizar un pie en el estribo. Ahora sería la verdadera prueba: ese poderoso empuje hacia arriba, el balanceo de su pierna sobre el cuerpo de Farasha, y al otro lado de la silla de montar. Elide se colocó a sus espaldas, tan cuidadosa con la terrible herida en su cuerpo. Sus pies se hundieron hasta el tobillo en el barro helado. Ella no se atrevió a mirar hacia la presa. Aún no. —Levántate —gritó su orden sobre el clamor de pánico de los soldados que huían—. Métete en esa silla ahora. Lorcan no se movió, su cuerpo temblaba. Elide gritó: —¡Levántate ahora! —Y lo empujó hacia arriba. Lorcan dejó escapar un bramido que sonó en sus oídos. La silla de montar gimió ante su peso, y la sangre brotó de sus heridas, pero luego se elevó en el aire, hacia la espalda del caballo. Elide arrojó su peso sobre él, y algo se quebró en su tobillo, tan violentamente que el dolor la atravesó, cegándola y dejándola sin aliento. Ella tropezó, perdiendo su agarre. Pero Lorcan estaba levantado, su pierna sobre el otro lado del caballo. Curvado sobre sí mismo, un brazo acunando su abdomen, el pelo oscuro colgando lo suficientemente bajo como para rozar la espalda de Farasha. Apretando su mandíbula contra el dolor en su tobillo, Elide se enderezó y miró la distancia. Un brazo largo y ensangrentado cayó en su línea de visión. Una oferta para subir. Ella lo ignoró. Ella lo había metido en la silla de montar. Ella no estaba dispuesta a enviarlo al suelo de nuevo. Elide retrocedió un paso, cojeando. No permitiéndose registrar el dolor, corrió los pocos pasos hacia Farasha y saltó. La mano de Lorcan se aferró a la parte posterior de su chaqueta, el aliento salió de ella cuando su estómago golpeó el duro borde de la silla de montar, arañando para sostenerse. La fuerza en el brazo de Lorcan no vaciló cuando la empujó casi sobre su regazo. Mientras él gruñía de dolor cuando ella se enderezaba. Pero ella lo hizo. Consiguió las piernas a ambos lados del caballo y tomó las

riendas. Lorcan pasó su brazo alrededor de su cintura, su duro cuerpo se convirtió en una masa sólida en su espalda. Elide al fin se atrevió a mirar la presa. Un ruk se elevó de él, agitando frenéticamente una bandera dorada. Pronto. Se rompería pronto. Elide recogió las riendas de Farasha. —Hacia la fortaleza, amiga —dijo ella, clavando los talones en los lados del caballo—. Más rápido que el viento. Farasha obedeció. Elide se volvió hacia Lorcan cuando la yegua se lanzó al galope, ganando otro gemido de dolor. Pero permaneció en la silla de montar, a pesar del galope que lo hacía agonizar. —¡Más rápido, Farasha! —Elide gritó al caballo mientras la guiaba hacia la fortaleza, a la montaña en la que estaba construida. Nada había parecido nunca tan lejano. Lo suficiente como para que ella no pudiera ver si la puerta inferior de la torre aún estaba abierta. Si alguien la sostenía, si alguien los esperaba. Sostengan la puerta. Sostengan la puerta. Cada golpe atronador de los cascos de Farasha, sobre los cadáveres de los caídos, se hizo eco de la oración silenciosa de Elide mientras corrían por la llanura sin fin. Sostengan la puerta.

Capítulo 61 Traducido por Viv_J Corregido por Cotota

La agonía era una canción en la sangre de Lorcan, sus huesos, su aliento. Cada paso del caballo, cada salto que ella hizo sobre los cuerpos y los escombros, lo envió a sonar de nuevo. No había fin, no había piedad en ello. Era todo lo que podía hacer para mantenerse en la silla, aferrarse a la conciencia. Para mantener su brazo alrededor de Elide. Ella había venido por él. Lo había encontrado, de alguna manera, en este campo de batalla sin fin. Su nombre en sus labios había sido una convocatoria que nunca podría negar, incluso cuando la muerte lo había sostenido tan gentilmente, anidando debajo de todos los que había derribado, y esperó sus últimos alientos. Y ahora, cargando hacia esa fortaleza demasiado distante, tan lejos detrás de los montones de soldados y jinetes que corrían hacia las puertas, se preguntó si estos minutos serían los últimos. Su último. Ella había venido por él. Lorcan logró mirar hacia la presa a su derecha. Hacia el jinete de ruk que indicaba que solo en cuestión de minutos se desataría el infierno sobre la llanura. No sabía cómo se había debilitado. No le importaba. Farasha saltó sobre una pila de cuerpos de Valg, y Lorcan no pudo detener su gemido mientras la sangre caliente goteaba por su parte delantera y trasera. Aún así, Elide seguía impulsando al caballo hacia adelante, manteniéndolos en un camino tan recto hacia la fortaleza distante como fuera posible. Ningún ruk vendría a llevarlos. No, su suerte se había gastado en sobrevivir todo este tiempo, mientras lo encontraban. Su poder no haría nada contra esa agua. Las líneas más lejanas de soldados en pánico aparecieron, y Farasha pasó por delante de ellos. Elide dejó escapar un sollozo, y él siguió la línea de su vista. Hacia la puerta de la guardia, todavía estaba abierta.

—¡Más rápido, Farasha! —Ella no ocultó el terror crudo en su voz, la desesperación. Una vez que la presa se rompiera, tomaría menos de un minuto para que la marejada los alcanzara. Ella había venido por él. Ella lo había encontrado. El mundo se quedó en silencio. El dolor en su cuerpo se desvaneció en nada. En algo secundario. Lorcan deslizó su otro brazo alrededor de Elide, acercando su boca a su oído cuando dijo: —Tienes que dejarme ir. Cada palabra era grave, su voz tensa casi hasta el punto de inutilidad. Elide no desvió su atención. —No. Ese apacible silencio fluía a su alrededor, despejando la niebla del dolor y la batalla. —Tienes que... tienes que hacerlo, Elide. Soy demasiado pesado, y sin mi peso, podrías llegar a tiempo para mantenerte a salvo. —No —la sal de sus lágrimas llenó su nariz. Lorcan rozó su boca sobre su mejilla húmeda, ignorando el dolor rugiente en su cuerpo. El caballo galopaba y galopaba, como si ella pudiera superar la muerte misma. —Te amo —susurró en el oído de Elide—. Te he amado desde el momento en que cogiste el hacha para matar al Ilken —sus lágrimas fluyeron junto a él en el viento—. Y estaré contigo… —su voz se quebró, pero se obligó a decir las palabras, la verdad en su corazón—. Yo estaré contigo siempre. No estaba asustado de lo que vendría por él una vez que se cayera del caballo. Él no estaba asustado en absoluto, si eso significaba que ella alcanzaría la fortaleza. Así que Lorcan volvió a besar la mejilla de Elide y se permitió respirar su aroma. una última vez. —Te amo —repitió, y comenzó a retirar sus brazos de alrededor de su cintura. Elide puso una mano sobre su antebrazo. Clavado sus uñas directamente en su piel, feroz como cualquier ruk. —No. No había lágrimas en su voz. Nada más que acero sólido, inquebrantable.

—No —dijo de nuevo. La voz de la señora de Perranth. Lorcan intentó mover su brazo, pero su agarre no sería desalojado. Si él se caía del caballo, ella iría con él. Juntos. Ellos o bien superarían esto o morirían juntos. —Elide... Pero Elide golpeó sus talones en los costados del caballo. Golpeó sus talones en el flanco oscuro y gritó: —VUELA, FARASHA —ella hizo sonar las riendas—. ¡VUELA, VUELA, VUELA! Y los dioses la ayudaron, ese caballo lo hizo. Como si el dios que la había hecho a mano llenara los pulmones de la yegua con su propio aliento, Farasha aumento la velocidad. Más rápido que el viento. Más rápido que la muerte. Farasha pasó por delante de la caballería de Darghan que huía. Pasó caballos y jinetes desesperados en un galope para llegar a las puertas. Su poderoso corazón no vaciló, incluso cuando Lorcan sabía que estaba en su punto de estallido. Menos de una milla se interponía entre ellos y la fortaleza. Pero una grieta atronadora y quejumbrosa rompió el mundo, haciendo eco en el lago, en las montañas. No había nada que pudiera hacer, nada que el valiente e inquebrantable caballo pudiera hacer cuando la presa se rompió.

I Rowan comenzó a orar por los que estaban en la llanura, por el ejército a punto de ser borrado, cuando la presa se rompió. De pie, a pocos metros de distancia, Yrene también susurraba sus oraciones. A Silba, la diosa de las muertes suaves. Que sea rápido, que sea indoloro. Un muro de agua, grande como una montaña, se liberó. Y se precipitó hacia la ciudad, la llanura, con la ira de mil años de confinamiento.

—No lo van a lograr —siseó Fenrys, mirando a Lorcan y Elide, galopando hacia ellos. Tan cerca, tan cerca, y sin embargo, esa ola llegaría en cuestión de segundos. Rowan se puso de pie allí, para ver los últimos momentos de la Dama de Perranth y su ex comandante. Era todo lo que podía ofrecer, presenciar sus muertes, por lo que podría contar la historia a aquellos con los que se encontrara. Para que no fueran olvidados. El rugido de la ola que se aproxima se volvió ensordecedor, incluso a kilómetros de distancia. Todavía Elide y Lorcan corrían, Farasha pasaba caballo tras caballo. Incluso aquí arriba, ¿escaparían del alcance de la ola? Rowan se atrevió a examinar las almenas, a evaluar si necesitaba llegar a las otras, necesitaba llevar a Aelin a un lugar más alto. Pero Aelin no estaba a su lado. Ella no estaba en la almena en absoluto. El corazón de Rowan se detuvo. Simplemente dejó de latir cuando un ruk marrón rojizo cayó del cielo, atravesando el centro de la llanura. Arcas, el ruk de Borte. Una mujer de cabellos dorados colgando de sus garras. Aelin. Aelin era... Arcas se acercaba a la tierra, abriendo las garras. Aelin golpeó el suelo, rodando, rodando, hasta que ella se puso en pie. Justo en el camino de esa ola. —Oh dioses —respiró Fenrys, viéndola ella también. Todos la vieron. La Reina en la llanura. La interminable pared de agua agitada por ella. Las piedras se pusieron a temblar. Rowan extendió una mano para prepararse, el miedo como ninguno que había conocido lo desgarró cuando Aelin levantó los brazos por encima de su cabeza. Una columna de fuego se disparó a su alrededor, levantando su cabello con ella. La ola rugió y rugió por ella, por el ejército detrás de ella. El temblor en la fortaleza no era de la ola. No fue en absoluto de esa pared de agua.

Grietas formadas en la tierra, fragmentada a través de ella. Telarañas de Aelin. —Las aguas termales —suspiró Chaol—. El fondo del valle está lleno de venas en la tierra. En el corazón ardiente del mundo. El mantenerlo temblaba, más violentamente esta vez. La columna de fuego envolvió a Aelin. Extendió una mano delante de ella, con el puño cerrado. Como si desviara la ola en su trayectoria. Él lo supo entonces. Ya sea como su compañero o carranam, él lo sabía. —Tres meses —respiró Rowan. Los otros se detuvieron. —Tres meses —dijo de nuevo, sus rodillas temblando—. Ella ha estado reteniendo su poder durante tres meses. Todos los días que había estado con Maeve, atada con hierro, había ido más profundo en su poder. Y no había aprovechado demasiado de él desde que la habían liberado porque había seguido sumergiéndose. Para reunir toda la fuerza de su magia. No para la cerradura, no para Erawan. Pero sí por el golpe mortal a Maeve. Unas pocas semanas de reposo habían llevado sus poderes a niveles devastadores. Tres meses de eso... Santos Dioses. Santos Dioses en celo. Y cuando su fuego golpeó la pared de agua que ahora se alzaba sobre ella, cuando chocaron... —¡ABAJO! —Rowan gritó, sobre las aguas que rugían—. ABAJO, ¡AHORA! Sus compañeros cayeron a las piedras, cualquiera al alcance del oído haciendo lo mismo. Rowan dejo ir su poder. Y fue tan rápido y tan duro, destruyendo cualquier fragmento de magia restante. Elide y Lorcan todavía estaban demasiado lejos de las puertas. Miles de soldados todavía estaban demasiado lejos de las puertas cuando la ola se posó sobre ellos. Cuando Aelin abrió su mano hacia ella.

El fuego estalló. Fuego de cobalto. El alma furiosa de una llama. Una ola de marea. Más alto que las aguas furiosas, explotó de ella, ensanchándose. La ola se estrelló contra ella. Y donde el agua se encontró con una pared de fuego, donde mil años de confinamiento se reunieron en tres meses, el mundo explotó. Vapor abrasador, capaz de derretir la carne del hueso, se disparó a través de la llanura. Con un rugido, Rowan lanzó todo lo que quedaba de su magia hacia el ataque de vapor, una pared de viento que la empujó hacia el lago, las montañas. Aun así llegaron las aguas, rompiendo contra las llamas que no cedieron ni una pulgada. El golpe mortal de Maeve. Dejado aquí, para salvar al ejército que podría significar la salvación de Terrasen. Para salvar las vidas en la llanura. Rowan apretó los dientes, jadeando contra su poder desgarrador. Un agotamiento acechaba, cercano a ser mortal. La ola furiosa se lanzó una y otra vez al muro de llamas. Rowan no vio si Elide y Lorcan lograron ingresar a la fortaleza. Si los otros soldados y jinetes en la llanura se detuvieron boquiabiertos. La princesa Hasar dijo, poniéndose a su lado: —Ese poder no es una bendición. —Dile eso a tus soldados —gruñó Fenrys, de pie, también. —No quise decirlo de esa manera —recortó Hasar, y con un temor marcado en su rostro. Rowan se apoyó contra las almenas, jadeando con fuerza mientras luchaba por evitar que el vapor letal fluyera hacia el ejército. Mientras se enfriaba y lo enviaba volando lejos. Unas manos sólidas se deslizaron bajo sus brazos, y luego Fenrys y Gavriel estaban allí, apoyándolo entre ellos. Pasó un minuto. Luego otro. La ola comenzó a bajar. Todavía el fuego ardía. La cabeza de Rowan palpitaba, su boca estaba seca.

El tiempo se le escapó. Un sabor a cobre llenó su boca. La ola descendió más lejos, las aguas furiosas se aquietaban. Entonces el rugido se convirtió en agua corriendo, convertidos en rápidos remolinos. Hasta que la pared de llamas también comenzó a descender. Llevando las aguas hacia abajo, y hacia abajo, y hacia abajo. Dejándolas filtrarse en las grietas de la tierra. Las rodillas de Rowan se doblaron, pero mantuvo su magia el tiempo suficiente para que el vapor disminuyera. Por él, también, para estar tranquilo. Llenó la llanura, convirtiendo el mundo en niebla flotante. Bloqueando la vista de la reina en su centro. Luego el silencio. Silencio absoluto. El fuego parpadeó a través de la niebla, el azul se volvió dorado y rojo. Un brillo apagado y palpitante. Rowan escupió sangre sobre las piedras de la almena, su aliento raspando como fragmentos de vidrio en su garganta. Las llamas resplandecientes se encogieron, el vapor onduló al pasar. Hasta que solo quedaba una delgada columna de fuego, velada en la llanura envuelta en niebla. No era un pilar de fuego. Sino Aelin. Brillando incandescente. Como si se hubiera entregado tan completamente a la llama que ella misma se había convertido en fuego. La Portadora De Fuego alguien susurró en las almenas. La niebla onduló y se disipó, convirtiéndola en nada más que una figura resplandeciente. El silencio se volvió reverente. Un suave viento del norte sopló. El velo de niebla se retiró, y allí estaba ella. Ella brillaba desde dentro. Un brillo dorado, con los zarcillos de su cabello flotando en un viento fantasma. —La heredera de Mala —respiró Yrene. Abajo en la llanura, Elide y Lorcan se habían detenido. El viento alejó más de la niebla que se deslizaba, despejando la tierra más allá de Aelin.

Y donde se alzaba esa poderosa y letal ola, donde la muerte se había cargado contra ellos, no quedaba nada.

I Durante tres meses, ella había cantado a la oscuridad y a la llama, y ellos le habían devuelto el canto. Durante tres meses, se había hundido tan profundamente dentro de su poder que había saqueado profundidades sin descubrir. Mientras Maeve y Cairn habían trabajado en ella, ella había profundizado. Nunca dejándolos saber qué lo extraía, qué se reunía con él, día tras día tras día. Un golpe de muerte. Uno para limpiar a una reina oscura de la tierra para siempre. Ella había mantenido ese poder envuelto en sí misma incluso después de haber sido liberada de los hierros. Había luchado para mantenerlo abajo estas semanas, la tensión era enorme. Algunos días, apenas había sido fácil hablar. Algunos días, la arrogancia había sido su clave para ignorarlo. Sin embargo, cuando había visto esa ola, cuando había visto a Elide y Lorcan elegir la muerte juntos, cuando había visto al ejército que podría salvar a Terrasen, lo había sabido. Ella había sentido el fuego durmiendo debajo de esta ciudad, y sabía que habían venido aquí por una razón. Ella había venido aquí por esta razón. Un río que aún fluía de la presa, inofensivo y pequeño, avanzaba hacia el lago. Nada más. Aelin levantó una mano resplandeciente ante ella mientras la bendita y fría sensación de vacío la llenaba por fin. Lentamente, a partir de las yemas de sus dedos, el brillo se desvaneció. Como si fuera forjada de nuevo, forjada de nuevo en su cuerpo. De vuelta a Aelin. La claridad, aguda y cristalina, llenó su estela. Como si pudiera ver de nuevo, respirar de nuevo. Pulgada por pulgada, el brillo dorado se desvaneció en la piel y los huesos. Convirtiéndose en una mujer una vez más.

Enseguida, un halcón de cola blanca se lanzó hacia el cielo. Pero cuando lo último del brillo se desvaneció, desapareciendo a través de los dedos de sus pies, Aelin cayó de rodillas. Cayó de rodillas en el silencio absoluto del mundo y se acurrucó de lado. Tenía la vaga sensación de brazos fuertes y familiares que la levantaban. De ser llevada en una amplia espalda de plumas, todavía en esos brazos. De volar a través de los cielos, lo último de la niebla se extendió hacia el sol de la tarde. Y luego a la dulce oscuridad.

Capítulo 62 Traducido por Achilles Corregido por Cotota

Las Crochans no se dispersaron en los vientos. Como una, las Trece y las Crochans volaron hacia el suroeste, hacia los límites de los Colmillos. A otro campamento secreto, ya que la ubicación del otro estaba verdaderamente comprometida. Más lejos de Terrasen, pero más cerca de Morath, al menos. Un pequeño consuelo, pensó Dorian, cuando encontraron un lugar seguro para acampar por la noche. Los wyverns podrían haber sido capaces de seguir adelante, pero las Crochans en sus escobas no podían volar por demasiado tiempo. Habían volado hasta que la oscuridad casi los había cegado a todos, aterrizando solo después de que las Sombras y las Crochans hubieran acordado un lugar seguro para quedarse. Se pusieron vigilantes, tanto en el suelo como en el cielo. Si las dos matronas sobrevivientes iban a tomar represalias por su humillante derrota, sería ahora. Las Crochans y Asterin habían pasado gran parte de su tiempo hoy tendiendo engañosas pistas, pero solo el tiempo diría si habían escapado. La noche fue lo suficientemente fría como para tomarse el tiempo de erigir tiendas de campaña, los wyverns acurrucados juntos contra uno de los voladizos rocosos. Y aunque una fogata no hubiera sido sabio, el frío amenazaba con ser tan letal que Glennis había tomado la llama sagrada de la esfera de vidrio donde se mantuvo mientras viajaba y prendió su fuego. Otros habían seguido su ejemplo, y mientras que los glamoures serían puestos para esconder el campamento, las fogatas, de los ojos del enemigo, Dorian no podía olvidar por completo que la matrona de las Ironteeth los había encontrado a pesar de todo. No habían hablado de a dónde iban a continuación. Lo que harían. Si al final se separarían, o permanecerían como un grupo unido. Manon no les había pedido ni les había presionado para una alianza, para ir a la guerra. No había exigido saber a dónde volaron, tal era su extrema necesidad de alejarse de su campamento esta mañana. Pero mañana, pensó Dorian mientras se deslizaba bajo las mantas de su petate, una llama de su propio fuego calentando el espacio, mañana los forzaría a confrontar algunas cosas. Cansado hasta los huesos, enfriado a pesar de la magia que lo calentaba, Dorian

dejó caer la cabeza contra el rodillo de suministro que usaba como almohada. El sueño casi lo había arrastrado cuando un estallido de frío se deslizó en la tienda, luego desapareció. Él sabía quién era antes de que ella se sentara al lado de su petate, y cuando abrió los ojos, encontró a Manon con las rodillas estiradas y los brazos encima de ellas. Miró a la penumbra de su tienda, el espacio iluminado con la luz plateada de las estrellas brillantes en su frente. —No tienes que usarla todo el tiempo —dijo—. Se nos permite quitárnosla. Ojos dorados se deslizaron hacia él. —Nunca te he visto llevar una corona. —Los últimos meses no me han proporcionado mucho acceso a la colección real. Se sentó. —Y odio usarlas de todos modos. Cavan sin piedad en mi cabeza. Un indicio de una sonrisa. —Esta no es tan pesada. —Dado que parece estar hecho de luz, me imagino que no —aunque esa corona pesaría mucho de otras maneras, él lo sabía. —Entonces me estás hablando a mí —dijo ella, sin molestarse en seguir con gracia. —Hablé contigo antes. —¿Es porque ahora soy reina? —Eras reina antes de hoy. Sus ojos dorados se entrecerraron, escaneando en busca de la respuesta que buscaba. Dorian dejó que lo hiciera, y le regresó el favor. Su respiración era estable, su postura relajada. Por una vez. —Pensé que sería más satisfactorio. El verla correr —a su abuela—. Cuando mataste a tu padre, ¿qué sentiste? —Rabia. Odio —no se resistió a la verdad en sus palabras, la fealdad. Ella se mordió el labio inferior, sin señales de esos dientes de hierro. Una rara, silenciosa admisión de la duda. —¿Crees que debería haberla matado?

—Algunos podrían decir que sí. Pero humillarla de esa manera —dijo, considerando—. La habrá debilitado y a las fuerzas Ironteeth más que su muerte. Matándola podría haber unido a las Ironteeth contra ti. —Maté a la matrona de las Yellowlegs. —La mataste, salvaste a la bruja Bluebood y tu abuela huyó. Esa es una derrota desmoralizadora. Si los hubieras matado a todos, incluso si solo mataste a tu abuela y la matrona de las Yellowlegs, podría haber convertido su muerte en nobles sacrificios en nombre de los Clanes Ironteeth. Ella asintió, sus ojos dorados se posaron en él de nuevo con ese sobrenatural. Claridad y quietud. —Lo siento —dijo ella—. Por cómo hablé cuando me enteré de tus planes para ir a Morath. Estaba tan aturdido que solo parpadeó. Lo suficientemente aturdido que el humor era su único escudo cuando dijo. —Parece que el comportamiento de Crochan para hacer el bien se te está pegando, Manon. Una media sonrisa ante eso. —Madre, ayúdame si alguna vez me vuelvo tan aburrida. Pero la diversión de Dorian se desvaneció. —Acepto tus disculpas —él le sostuvo la mirada, dejándola ver la verdad en ella. Parecía respuesta suficiente para ella. Respuestas, y de alguna manera la pista final para lo que buscaba. Sus ojos dorados vacilaban. —Te vas —ella respiró—. Mañana. No se molestó en mentir. —Sí. Era hora. Se había enfrentado a su abuela, había desafiado lo que había creado. Era hora de que él hiciera lo mismo. No necesitaba que Damaris confirmara el calor o a los espíritus de los muertos para decirle eso. —¿Cómo? —Ustedes brujas tienen escobas y wyverns. He aprendido a hacer mis propias alas. Durante unas cuantas respiraciones, ella no dijo nada. Luego bajó las rodillas,

girando hasta enfrentarlo completamente —Morath es una trampa mortal. —Lo es. —Yo... no podemos ir contigo. —Lo sé. Él podría haber jurado que el miedo entró en sus ojos. Sin embargo, ella no se enojó con él, o le rugió, ni siquiera gruñó. Ella solo preguntó: —¿No tienes miedo de ir solo? —Por supuesto que tengo miedo. Cualquiera en su sano juicio lo tendría. Pero mi tarea es más importante que el miedo, creo. La ira parpadeó sobre su cara, sus hombros se tensaron. Luego se desvaneció y fue reemplazado por algo que había visto solo hoy… la cara de la reina. Estable y sabia, bordeada por el dolor y brillante con claridad. Sus ojos se hundieron en el petate, luego se levantaron para encontrarse con los suyos. —¿Y si te pidiera quedarte? La pregunta también lo tomó por sorpresa. Pensó cuidadosamente a través de su respuesta. —Necesitaría una razón muy convincente, supongo. Sus dedos fueron a las hebillas y botones de sus cueros, y comenzó a aflojarlos. —Porque no quiero que te vayas —fue todo lo que dijo. Su corazón tronó cuando ella reveló centímetro tras centímetro de piel desnuda y sedosa. No una eliminación seductora de su ropa, sino más bien una oferta desnuda. Sus dedos comenzaron a temblar, y Dorian se movió por fin, ayudándola a quitarse sus botas, luego su cinturón de espada. Dejó su chaqueta abierta, la hinchazón de sus pechos apenas visible entre las solapas. Subieron y cayeron en un ritmo desigual que solo se volvió más inestable cuando ella alcanzó entre ellos y comenzó a remover su propia chaqueta. Dorian la dejó. Deja que ella se quite la chaqueta, luego la camisa debajo. Afuera, el viento aullaba. Y cuando se arrodillaron uno frente al otro, desnudos de cintura para arriba, esa corona de estrellas aún sobre su cabeza, Manon dijo suavemente. —Podríamos hacer una alianza. Entre Adarlan, y las Crochans. Y cualquier

Ironteeth que pueda seguirme. Fue su respuesta, se dio cuenta. A su solicitud por una razón más convincente para quedarse. Ella tomó su mano y entrelazó sus dedos. Era más íntimo que todo lo que habían compartido, más vulnerable de lo que ella se había permitidor. —Una alianza —dijo, con la garganta abierta—, entre tú y yo. Sus ojos dorados se elevaron hacia él, la oferta brillaba allí. Casarse. Unir a sus pueblos en los términos más fuertes e irrompibles. —Tú no quieres eso —dijo con la misma calma—. Nunca querrías ser encadenada a cualquier hombre así. Podía ver la verdad allí, en su hermoso rostro. Que ella estaba de acuerdo con él. Pero ella negó con la cabeza, la luz de las estrellas bailaba en su cabello. —Las Crochans no se han ofrecido a volar a la guerra. Todavía no me he atrevido a preguntarles. Pero si tuviera la fuerza de Adarlan a mi lado, quizás al fin estén convencidas. Si no habían sido convencidas por el triunfo de hoy, entonces nada les haría cambiar sus mentes. Incluso su reina ofrecía la libertad que tanto ansiaba. Que Manon incluso lo consideraría, aunque... Dorian enroscó un mechón de su cabello plateado alrededor de su dedo. Para un latido del corazón, él se permitió disfrutarla. Ella sería su esposa, su reina. Ella ya era su igual, su pareja, su espejo de muchas maneras. Y con su unión, el mundo lo sabría. Pero podía ver los barrotes de la jaula que se arrastraban más cerca, más apretados, cada día. Y era o romperla por completo, o convertirla en algo que ninguno de ellos deseaba que fuera jamás. —¿Te casarías conmigo, para que todos pudiéramos ayudar a Terrasen en esta guerra? —Aelin está dispuesta a morir para poner fin a este conflicto. ¿Por qué debería ella llevar la peor parte del sacrificio? Y ahí estaba, su respuesta, aunque él sabía que ella no se había dado cuenta. Sacrificio. La otra mano de Dorian fue a los botones de sus pantalones, y los liberó con

unas pocas y hábiles maniobras. Revelando la larga y gruesa cicatriz a través de su abdomen. ¿Habría mostrado la moderación que Manon hizo hoy, si hubiera enfrentado a su abuela? Absolutamente no. Pasó los dedos por la cicatriz. Sobre ella, y luego hasta su estómago. Arriba y arriba, la piel de ella cayendo bajo su toque, hasta que él se detuvo justo sobre su corazón. Hasta que él apoyó la palma de la mano contra ella y la curva de su pecho se alzó para encontrarse con su mano. Cada respiración inestable que ella tomó. —Tenías razón —dijo en voz baja—. Tengo miedo —Manon puso su mano sobre la suya—. Tengo miedo de que vayas a Morath y vuelvas como en algo que no sé. Algo que tendré que matar. —Lo sé —esos mismos temores atormentaban sus pasos. Sus dedos se apretaron sobre los de él, presionando más fuerte. Como si ella estuviera tratando de imprimir su mano sobre su corazón que se aceleraba debajo. —¿Te quedarías aquí, si tuviéramos esta alianza entre nosotros? Escuchó cada palabra dejada sin decir. Así que Dorian rozó su boca contra la de ella. Manon dejó escapar un pequeño sonido. Dorian la besó de nuevo, y su lengua se encontró con la suya, hambrienta y buscando. Luego sus manos se hundían en su cabello, ambos se levantaron sobre sus rodillas para encontrarse en el medio. Ella gimió, sus manos se deslizaron de su cabello por su pecho, hasta sus pantalones. Ella lo acarició a través del material, y Dorian gimió en su boca. El tiempo se fue, y solo quedaba Manon, una espada viva en sus brazos. Sus pantalones se unieron a sus camisas y chaquetas en el suelo, y luego él la estaba tirando sobre su cama. Manon sacó sus manos de él para quitar la corona brillante de encima de su cabeza, pero él la detuvo con un toque fantasma. —No —dijo, con la voz casi... gutural—. Déjatela puesta. Sus ojos se convirtieron en oro fundido, y se cerraron pesadamente mientras se retorcía, inclinando su cabeza hacia atrás. Su boca se secó ante la belleza que amenazaba con deshacerlo, la tentación que todos sus instintos rugían reclamar. No el cuerpo, sino lo que ella le había ofrecido.

Casi dijo que sí, entonces. Era lo suficientemente egoísta, lo suficientemente codicioso para ella, que casi dijo que sí. Sí, la tomaría como su reina. Para que nunca tuviera que despedirse, para que esto, para que esta magnífica y feroz bruja pudiera permanecer a su lado durante todos sus días. Manon lo alcanzó, con los dedos clavándose en sus hombros, y Dorian se levantó sobre ella, encontrando su boca en un beso saqueador. Un cambio de sus caderas, y él fue enterrado, la seda de ella lo suficientemente caliente para hacerle olvidar que tenían un campamento a su alrededor, o reinos para proteger. No se molestó en tocar fantasmas. La quería toda para él, piel con piel. Cada impulso en ella, Manon respondió con un movimiento envolvente y exigente. Quédate. La palabra hizo eco en cada aliento. Dorian tomó una de sus piernas y la levantó, acercándola a él. Él gimió ante la perfección de ello, y Manon tragó el sonido con un beso, una mano que sujetaba su parte trasera para propulsarlo más fuerte, más rápido. Dorian le dio a Manon lo que ella quería. Se dio lo que quería. Terminado y una y otra vez. Como si esto pudiera durar para siempre.

I La respiración de Manon era tan irregular como la de Dorian cuando finalmente se separaron. Ella apenas podía mover sus extremidades, apenas podía respirar el aire suficiente mientras miraba el techo de la tienda. Dorian, tan agotado como ella, no se molestó en tratar de hablar. ¿Qué quedaba por decir de todos modos? Ella había dispuesto lo que quería. Había hablado tanto de la verdad como su voz se atrevió. Despierta, brilló una especie de claridad saciada. Como no se había sentido en un largo tiempo.

Sus ojos de zafiro se posaron en su rostro, y Manon se volvió hacia él. Despacio, se quitó su corona de estrellas y la puso a un lado. Luego, cubrió con las mantas a ambos. Él ni siquiera se inmutó cuando ella se acercó más, hacia los sólidos músculos de su cuerpo. No, Dorian solo la cubrió con un brazo y la apretó contra él. Manon aún escuchaba su respiración cuando ella se durmió, cálida en sus brazos.

I Se despertó al amanecer en una cama fría. Manon echó un vistazo al lugar vacío donde había estado el rey, a la falta de suministros y de esa espada antigua, y lo supo. Dorian había ido a Morath. Y se había llevado a las dos llaves del Wyrd con él.

Capítulo 63 Traducido por Achilles Corregido por Akira the Undaunted

Aedion y Kyllian mantuvieron a sus tropas en pánico en línea mientras marchaban, todo el camino a las orillas del Florine. No tenía sentido correr hacia el norte. No cuando empezó el golpeteo de los tambores de hueso. Y se hizo más fuerte con cada minuto que Aedion ordenaba a su legión en formación. Acechando las líneas del frente, su armadura tan pesada que podría haber sido hecha de piedra, la ausencia de la antigua espada a su lado como un brazo fantasma, Aedion dijo a Ren: —Necesito que me hagas un favor. Ren, abrochándose el carcaj, no se molestó en mirar hacia arriba. —No me digas que corra. —Nunca. Cerca… estaban tan cerca de Theralis ¿Qué tan apropiado sería por fin morir en el campo donde Terrasen había caído hace una década? El tener su sangre empapada en la tierra donde tantos de la corte que había amado habían muerto, por sus huesos para unirse a los suyos, sin marcar en la llanura. —Necesito que pidas ayuda. Ren levantó la vista entonces. Su cara llena de cicatrices era más delgada que hace unas semanas ¿Cuándo fue la última vez que alguno de ellos tuvo una comida adecuada? ¿O una noche de descanso? Dónde estaba Lysandra y qué forma llevaba, Aedion no lo sabía. Él no la había buscado anoche y ella se había mantenido alejada de él por completo. —No soy nadie ahora —dijo Aedion, las filas de soldados se separaron de ellos. La Perdición y Fae, Asesinos Silenciosos y soldados de Wendlyn y de Wastessaludando por igual—. Pero eres el Señor de Allsbrook. Envía mensajeros. Envía a Nox Owen. Pide ayuda. Envíalos a todas direcciones, a cualquier persona que puedan encontrar. Dile a Nox y a los otros que rueguen si tienen que hacerlo, pero dígales que digan que Terrasen pide ayuda. Sólo Aelin tenía la autoridad para hacerlo, o Darrow y su consejo, pero no le importaba a Aedion.

Ren paró y Aedion se detuvo con él, muy consciente de los soldados dentro del alcance del oído. Del oído Fae que muchos poseían. Endymion y Sellene ya parados en la línea frontal del flanco izquierdo, con los rostros serios y cansados. Un hogar, eso era lo que habían perdido, lo que ahora luchaban para ganar. Si alguno debía sobrevivir esto. ¿Qué haría su padre de su hijo, luchando junto a su gente al menos? —¿Vendrá alguien? —preguntó Ren, también consciente de esos oídos que escuchaban. Consciente de las caras sombrías que permanecían con ellos, a pesar de la muerte que marchaba a sus espaldas. Aedion se colocó el casco en la cabeza, el metal era extremadamente frío. —Ninguno vino hace diez años. Pero tal vez alguien se moleste esta vez. Ren lo agarró del brazo, tirando de él. —Puede que no quede nada para defender, Aedion. —Envía la llamada de todos modos —tiró de su barbilla a las líneas por las que habían pasado. Ilias estaba puliendo sus espadas entre un grupo de asesinos de su padre, su atención se fijó en el enemigo por delante. Preparándose para hacer una última parada en esta llanura nevada muy lejos de su cálido desierto. —¿Insistes en que sigo siendo tu general? Entonces aquí está mi orden final: Pide ayuda. Un músculo se tensó en la mandíbula de Ren. Pero él dijo: —Considéralo hecho —entonces él se había ido No se molestaron en despedirse. Su suerte era ya bastante mala. Así continuó Aedion, solo, a las líneas del frente. Dos soldados Bane se apartaron para hacer espacio y Aedion levantó su escudo, encajándolo a la perfección entre su frente unificado. El muro de metal contra el que Morath golpearía primero, y el más difícil. Las nieves se arremolinaron, cubriendo con un velo a más de cien pies. Sin embargo, los tambores de hueso latían más fuerte. Pronto la tierra tembló bajo la marcha de los pies Su posición final, aquí en un campo sin nombre frente al Florine. ¿Cómo todo había llegado a esto? Aedion sacó su espada, los otros soldados siguieron su ejemplo, el grito del zumbido del metal cortando a través del viento aullando. Apareció Morath, una línea de negro sólido emergiendo de la nieve. Cada pie que ganaban, más aparecían detrás. ¿Cuán lejos atrás estaba esa torre de

brujas? ¿Qué tan pronto se desataría su poder? Oró, por el bien de sus soldados, para que fuera rápido y relativamente sin dolor. Que no tuvieran mucho miedo antes de ser reducidos a cenizas. Los Bane no chocaron sus espadas en sus escudos esta vez. Sólo estaba el marchar de Morath y los tambores. Si hubieran ido a Orynth cuando Darrow exigió, lo habrían logrado. Hubieran tenido tiempo para cruzar el puente, o tomar la ruta norte. Esta derrota, estas muertes, descansaba solamente sobre sus hombros. En la línea, el movimiento captó su atención, justo cuando una borrosa y maciza cabeza se asomaba entre el príncipe Galan y uno de sus soldados restantes. Un leopardo fantasma. Los ojos verdes se deslizaron hacia él, agotados y sombríos. Aedion miró hacia otro lado primero. Esto sería lo suficientemente malo sin saber que ella estuvo aquí. Que Lysandra, sin duda, se quedaría hasta que ella también cayera. Rezó para que fuera primero. Así no lo presenciaría. Morath se acercó lo suficiente para que la orden de Ren a los arqueros resonara. Las flechas volaron, desvaneciéndose en las nieves. Morath envió una descarga de respuesta que borró la luz acuosa. Aedion inclinó su escudo, agachándose. Cada impacto reverberó a través de sus huesos. Gruñidos y gritos llenaron su lado del campo de batalla. Cuando la descarga se detuvo, cuando se enderezaron de nuevo, muchos hombres no se levantaron con ellos. No eran solo las flechas que se dispararon lo que ahora salpicaba la nieve. Sino cabezas. Cabezas humanas, muchas aún en sus cascos. Teniendo la insignia del lobo rugiente de Ansel de Briarcliff. El resto del ejército que había prometido. Que habían estado esperando. Debieron haber interceptado a Morath y haber sido borrados. Los gritos se elevaron desde el ejército detrás de él cuando la comprensión onduló a través de los rangos. Una voz femenina en particular se extendió por el estruendo, su grito de luto haciendo eco a través del casco de Aedion.

Los ojos lechosos y anchos de la cabeza decapitada que había aterrizado cerca de sus botas. Mirando hacia el cielo, la boca todavía abierta en un grito de terror. ¿Cuántos había conocido Ansel? ¿Cuántos amigos habían estado entre ellos? No era el momento de buscar a la joven reina, de ofrecer sus condolencias. No cuando ninguno de ellos probablemente sobreviviría el día. No cuando podían ser las cabezas de sus propios soldados que fueran lanzados a las paredes de Orynth. Ren ordenó otra descarga, sus flechas, tan pocas en comparación con las que se habían desatado segundos antes. Una lluvia de salpicaduras en comparación con un aguacero. Muchos encontraron sus marcas, soldados en armadura oscura cayendo. Pero fueron reemplazados por los que estaban detrás de ellos, meros dientes en alguna máquina terrible. —Luchamos como uno —llamó Aedion en la línea, obligándose a ignorar las cabezas dispersas—. Morimos como uno. Un cuerno sonó desde lo más profundo de las filas enemigas. Morath comenzó su carrera total en su primera línea. Las botas de Aedion se hundieron en el barro mientras sujetaba el brazo de su escudo. Como si pudiera retener la marea que se extendía hacia el horizonte. Contó sus respiraciones, sabiendo que eran limitadas. El gruñido de un leopardo fantasma rompió la línea, un desafío para el ejército de carga. Quince metros. Los arqueros de Ren seguían disparando cada vez menos flechas. Doce. Nueve. La espada en su mano no era igual a la antigua espada que había usado con tal orgullo. Pero lo haría funcionar. Seis. Tres. Aedion contuvo el aliento. Los ojos negros y sin profundidad de los soldados Morath se hicieron evidentes bajo sus cascos. La línea frontal de Morath inclinaba sus espadas, sus lanzas... Fuego rugiente sopló desde el flanco izquierdo. Su flanco izquierdo. Aedion no se atrevió a quitarle la atención al enemigo, pero varios de los soldados de Morath lo hicieron. Él los mató por eso. Mató a sus compañeros aturdidos, también, mientras se giraban hacia otra explosión de fuego. Aelin. Aelin… Los soldados detrás de él gritaban. En triunfo y alivio.

—Cierren la brecha —Aedion gruñó a los guerreros a ambos lados de él, y retirado lo suficiente como para ver la fuente de su salvación, libre y segura al fin... No fue Aelin quien desató fuego sobre el flanco izquierdo. No era Aelin quien se había arrastrado por el río cubierto de nieve. Las naves llenaron el Florine, casi fantasmas en las nieves en espiral. Algunos ondeaban las banderas de su flota unida. Pero muchos, tantos que no pudo contar, portaban una bandera de cobalto adornada con un dragón marino verde. La flota de Rolfe. Los micénicos. Sin embargo, no había ni rastro de los antiguos dragones de mar que una vez habían entrado y luchado con ellos. Sólo soldados humanos marcharon a través de la nieve, cada uno con un aparato de aspecto familiar, bufandas en la boca. Lanzallamas. Un cuerno sonó desde el río. Y luego los lanzallamas desataron flamas al rojo vivo a las filas de Morath, como si fueran penachos del infierno. Dragones, todos ellos, escupiendo fuego sobre su enemigo. La llama fundió armadura y carne. Y quemaron los demonios que temían del calor y la luz. Como si fueran granjeros quemando sus campos cosechados para el invierno, Los micénicos de Rolfe marcharon hacia adelante, lanzando fuego, hasta que formaron una línea entre Aedion y su enemigo. Morath se dio la vuelta y corrió. Fueron a toda velocidad, sus gritos de advertencia se elevaron por encima de las llamas. ¡La portadora de fuego los había armado! ¡Su poder ardía de nuevo! Los tontos no se dieron cuenta de que no había magia, nada más allá que pura suerte y buena sincronización. Entonces sonó una voz familiar. —¡Rápido! ¡A bordo, todos ustedes! —era Rolfe. Para los barcos en el río se habían detenido, pasarelas bajadas y botes de remos ya en la orilla. Aedion no perdió tiempo. —¡Al río! ¡A la flota! Sus soldados no dudaron. Corrieron para la armada que esperaba, en cualquier nave

podían alcanzar, saltando en los botes. Caótico y desordenado, pero con Morath en retirada por sólo los dioses sabían cuánto tiempo, no le importaba. Aedion mantuvo su posición en la línea del frente, asegurándose de que ningún soldado se quedara atrás. En la línea, el príncipe Galan y una forma peluda manchada hicieron lo mismo. A continuación, con el pelo rojo ondeando en el viento, Ansel de Briarcliff sostuvo su espada apuntando hacia su enemigo. Las lágrimas se deslizaron por sus mejillas pecosas. Las cabezas de sus hombres yacían dispersas en la nieve a su alrededor. Y delante de ellos, todavía desencadenando llamas, los micénicos de Rolfe les compraron tiempo para retirarse. Cada segundo goteaba, pero lentamente, los barcos se llenaban. Lentamente, su ejército dejó la orilla, cada bote que partía fue reemplazado por otro. Muchos Fae cambiaron, las aves de presa llenaron el cielo gris mientras se elevaban sobre el río. Y cuando no quedaba nada más que unos pocos barcos, entre ellos un hermoso barco con un mástil tallado detrás de un dragón marino atacando, Rolfe rugió desde el timón. —¡Atrás, todos ustedes! Los micénicos y sus bomberos hicieron una rápida retirada, apresurándose hacia las lanchas que regresaron a la orilla Lysandra y Ansel corrieron con ellos y Aedion siguió su ejemplo. Era la carrera más larga de su vida. Pero entonces él estaba en la pasarela del barco de Rolfe, el río lo suficientemente profundo como para hubieran podido acercarlo a la orilla. Lysandra, Galan y Ansel ya le habían pasado, y Aedion apenas había despejado la cubierta cuando la pasarela se levantó, alrededor, los micénicos saltaron a sus botes y remaron como el infierno. Ni un solo soldado dejado atrás. Sólo los muertos. La luz destelló, y Aedion se giró hacia el timón de la nave a tiempo para ver a Lysandra pasar del fantasma leopardo a la mujer desnuda como el día en que nació. Rolfe, para su crédito, solo se vio ligeramente sorprendido cuando ella lanzó sus brazos alrededor de su cuello. Y para su crédito, una vez más, el Señor Pirata envolvió su capa alrededor de ella antes de que él la agarrara de nuevo. Aedion los alcanzó, jadeando y tan aliviado que pudo vomitar sobre las planchas brillantes. Rolfe soltó a Lysandra, ofreciéndole su capa por completo. Mientras la cambiaformas la envolvía alrededor de ella, él dijo: —Parecía que necesitabas un rescate.

Aedion solo abrazó al hombre, luego hizo un gesto hacia las manos enguantadas de Rolfe. —Yo supongo que tenemos que agradecer a ese mapa tuyo. —Resulta que es bueno para algo que no sea el saqueo —Rolfe sonrió—. Ravi y Sol de Suria nos interceptaron cerca de la frontera norte —admitió—. Pensaron que podrías estar en problemas, y nos enviaron de esta manera —él movió una mano a través de su cabello—. Se quedan con lo que queda de tu flota, custodiando la costa. Si Morath ataca desde el mar, no tendrán suficientes barcos para tener una oportunidad. Yo les dije eso, y aun así me enviaron a aquí —el rostro bronceado del Señor Pirata se apretó—. Así que aquí estoy. Aedion apenas notó a los marineros y soldados haciendo la navegación rápida al otro lado del rio. —Gracias —suspiró. Y gracias a los dioses por Ravi y Sol. Rolfe negó con la cabeza, mirando hacia la masa de soldados Morath todavía retirándose. —Los sorprendimos, pero no los detendrá por mucho tiempo. Lysandra se acercó a Rolfe. Aedion trató de no encogerse al ver sus pies descalzos y piernas, sus hombros descubiertos, mientras el viento amargo del río los mordía. —Solo necesitamos llegar a Orynth y detrás de sus paredes. A partir de ahí, podemos reagruparnos. —No puedo llevar a todo tu ejército a Orynth —dijo Rolfe, señalando a los soldados que se concentraron en la orilla lejana—. Pero puedo soportarte allí ahora, si quisieras llegar con anticipación para prepararme —el Señor Pirata estudió la costa, como si buscara a alguien. —Ella no está aquí, ¿verdad? Lysandra negó con la cabeza. —No. —Entonces lo haremos —fue todo lo que dijo Rolfe, el retrato del comando genial. Sus ojos verde mar se deslizaron hacia donde Ansel de Briarcliff estaba parada, en la barandilla del barco, mirando hacia el campo de cabezas dejado en la nieve. Ninguno de los dos habló mientras la joven reina se deslizó sobre sus rodillas, la armadura en la cubierta, e inclinó la cabeza. Aedion murmuró: —Permítame enviar un mensaje a nuestras tropas para marchar a Orynth, y luego navegaremos hacia la ciudad.

—Lo haré —dijo Lysandra, sin mirarlo. Ella no se molestó en decir algo más. La capa se cayó a los tablones, se convirtió en un halcón y voló a donde Kyllian ahora salía de una lancha. Intercambiaron sólo unas pocas palabras antes de que Kyllian se volviera hacia Aedion y levantara una mano en despedida. Aedion levantó una en respuesta, y luego Lysandra se movió de nuevo. Cuando ella aterrizó en el barco, volviendo a su forma humana y arrebatando la capa, fue a Ansel que ella caminó. En silencio, la cambia-formas apoyó una mano en el hombro acorazado de la reina. Ansel ni siquiera miró hacia arriba. Aedion le preguntó a Rolfe. —¿Cuántos de esos lanzallamas tienes? El Señor Pirata atrajo su mirada de Ansel a la masa negra que se desvanecía detrás ellos. Su boca se tensó. —No los suficientes como para superar un asedio. E incluso los lanzallamas no harían nada, absolutamente nada, una vez que las brujas de la torre llegaran a los muros de Orynth.

Capítulo 64 Traducido por Ravechelle Corregido por Ella R

Horas más tarde, Yrene seguía temblando. Por el desastre que habían evitado por poco, por las muertes que había presenciado antes de que esa ola golpeara, ante el poder de la reina en la llanura. El poder del príncipe que había evitado que el vapor resultante hirviera a cualquiera que se encontrara en su camino. Yrene había vuelto a la tarea de sanar en medio del caos desde entonces. Había dejado a la familia real y sus comandantes para supervisar las consecuencias, y había regresado al Gran Salón. Las sanadoras se dirigieron al campo de batalla, buscando a aquellos que necesitaban ayuda. Todos ellos, cada una de las personas en la fortaleza o en el cielo o en el campo de batalla, siguieron mirando hacia la brecha ahora vacía entre los dos picos montañosos. Hacia la ciudad inundada, diezmada, y la línea de demarcación entre la vida y la muerte. El agua y los escombros habían destruido la mayor parte de Anielle, la primera ahora se dirigía hacia el Lago de Plata. Una visión de lo que habría quedado de ellos, si no fuera por Aelin Galathynius. Yrene se arrodilló sobre una jinete de ruk, la mujer tenía el pecho abierto por un golpe de espada y extendió sus manos ensangrentadas y brillantes. La magia, limpia y brillante, fluyó de ella hacia la mujer, reparando la piel y los músculos desgarrados. Tardaría en recuperarse de la pérdida de sangre, pero no había perdido tanta como para que Yrene necesitara gastar su energía haciéndole recuperar sangre. Ella necesitaría descansar, pronto. Por unas pocas horas. Se le había pedido que inspeccionara a la reina cuando fue llevada a una cámara privada por el Príncipe Rowan, los dos traídos de la llanura por Nesryn. Yrene no había podido evitar que sus manos temblaran mientras las mantenía sobre el cuerpo inconsciente de Aelin. No había habido señales de daño más allá de algunos cortes ya curados de la batalla en sí. Nada más allá de una mujer dormida y cansada. Quien sostuvo el poder de un dios dentro de sus venas. Yrene entonces había inspeccionado al Príncipe Rowan, quien se veía mucho peor,

una herida considerable serpenteaba por su muslo. Pero él la había despedido, diciendo que se había acercado demasiado al agotamiento, y que también necesitaba descansar. Así que Yrene los había dejado, solo para atender a alguien más. Lorcan, cuyas heridas... Yrene había necesitado convocar a Hafiza para que la ayudara. Para prestar su poder, ya que el de Yrene se había agotado. El guerrero inconsciente, que aparentemente se había caído de Farasha cuando él y Elide habían cruzado las puertas, ni siquiera se movió mientras trabajaban en él. Eso había sido hace horas. Hace días, al menos así se sentía. Sí, ella necesitaba descansar. Yrene se movió hacia la palangana de agua en el fondo del pasillo, con la boca seca como un papel. Un poco de agua, algo de comida, y tal vez una siesta. Entonces ella estaría lista para trabajar de nuevo. Pero un cuerno, claro y brillante, sonaba desde fuera. Todos se detuvieron, luego corrieron a las ventanas. La sonrisa de Yrene creció a medida que ella, también, encontraba un lugar para asomarse al campo de batalla. Hacia donde el resto del ejército del kan, con el príncipe Kashin al frente, marchaba hacia ellos. Gracias a los dioses. Todos en el pasillo murmuraron palabras similares. Desde la fortaleza, un cuerno de respuesta cantó su bienvenida. No solo se había salvado un ejército aquí hoy, se dio cuenta Yrene cuando se volvió hacia la palangana de agua. Si esa ola hubiera llegado a Kashin... Afortunados. Todos habían sido muy, muy afortunados. Sin embargo, Yrene se preguntó cuánto duraría esa suerte. Si los vería a través de la brutal marcha hacia el norte, y hacia las paredes de Orynth.

I Lorcan dejó escapar un gemido cuando emergió del cálido y pesado abrazo de la oscuridad.

—Eres un bastardo con suerte. Demasiado pronto. Había pasado muy poco tiempo después de estar cerca de la muerte para escuchar el acento de Fenrys. Lorcan abrió un ojo y se encontró acostado en un catre en una recámara estrecha. Una vela solitaria iluminaba el espacio, bailando en el cabello dorado del guerrero hada que estaba sentado en una silla de madera a los pies de su cama. La sonrisa de Fenrys era una barra blanca. —Has estado inconsciente por un día. Perdí el sorteo y tuve que cuidarte. Una mentira. Por alguna razón, Fenrys había elegido estar aquí. Lorcan movió su cuerpo ligeramente. Ningún indicio de dolor más allá de un latido sordo en su espalda y un tirón fuerte en su estómago. Se las arregló para levantar la cabeza lo suficiente como para arrancar la pesada manta de lana que cubría su cuerpo desnudo. En el lugar donde había podido ver sus órganos, solo quedaba una gruesa cicatriz roja. Lorcan apoyó la cabeza en la almohada. —Elide —su nombre raspaba en su lengua. Lo último que recordaba era que habían cruzado las puertas, el poder profano de Aelin Galathynius gastado. Entonces el olvido se había extendido. —Ayudando con la sanación en el Gran Salón —dijo Fenrys, estirando las piernas ante él. Lorcan cerró los ojos, algo dejó de apretar su pecho, alivio. —Bueno, ya que no estás muerto… —comenzó Fenrys, pero Lorcan ya estaba dormido.

I Lorcan se despertó más tarde. Horas, días, no lo sabía. La vela todavía ardía en el estrecho alféizar de la ventana, casi hasta su base. Horas, entonces. A menos que hubiera dormido tanto tiempo que hubieran reemplazado la vela por completo. A él no le importó. No cuando la tenue luz reveló a la delicada mujer tendida boca abajo en el extremo de su cama, la mitad inferior de su cuerpo todavía en la silla de

madera donde había estado Fenrys. Sus brazos acunando su cabeza, uno extendido hacia él. Casi tocando su mano, a escasos centímetros de la de ella. Elide. Su cabello oscuro estaba derramado sobre la manta, ocultando gran parte de su rostro y cubriendo las espinillas de Lorcan. Haciendo una mueca ante el dolor persistente en su cuerpo, Lorcan estiró su brazo lo suficiente como para tocar sus dedos. Estaban fríos, sus dedos eran mucho más pequeños que los de él. Se contrajeron, alejándose mientras ella aspiraba con fuerza, despertando. Lorcan saboreó cada característica mientras ella hacía una mueca ante un tronido proveniente de su cuello. Pero sus ojos se posaron en él. Ella se quedó quieta cuando lo encontró mirándola, despierta y completamente asombrada por la mujer que había atravesado el infierno para encontrarlo... Cansada. Parecía agotada, pero su barbilla permanecía alta. Lorcan no tenía palabras. Él había dado todo a lomos de ese caballo de todos modos. Pero Elide preguntó: —¿Cómo te sientes? Adolorido. Agotado. Sin embargo, al encontrarla sentada junto a su cama... —Vivo —dijo, y lo dijo en serio. Su rostro permaneció ilegible, incluso cuando sus ojos se hundieron en su cuerpo. La manta se había deslizado lo suficiente para revelar la mayor parte de su torso, aunque todavía escondía la herida cicatrizada en su abdomen. Sin embargo, nunca se había sentido tan desnudo. Fue un esfuerzo mantener su respiración firme bajo su mirada aguda. —Yrene dijo que habrías muerto si no hubieran llegado a ti cuando lo hicieron. —Hubiera muerto —dijo, con voz grave—, si no hubieras desafiado al infierno para encontrarme. Su mirada se elevó hasta la de él. —Te hice una promesa. —Lo hiciste. ¿Era ese un toque de color surgiendo a través de sus pálidas mejillas? Pero ella no se retiró.

—Dijiste algunas cosas interesantes, también. Lorcan intentó sentarse, pero su cuerpo dio un estallido de dolor en protesta. —Yrene advirtió que, aunque las heridas se curaron, persistirá un poco de dolor — explicó Elide. Lorcan apretó los dientes ante la aguda puñalada en la espalda, en el estómago. Se las arregló para apoyarse en los codos y consideró que ese progreso era suficiente. —Ha pasado un tiempo desde que fui gravemente herido. Me había olvidado de lo inconveniente que es. Una leve sonrisa tiró de su boca. Su corazón se detuvo. La primera sonrisa que le había regalado en meses y meses. Desde ese día en el barco, cuando él le tocó la mano mientras se mecían en sus hamacas. Su sonrisa se desvaneció, pero el color en sus mejillas se demoró un poco más. —¿Lo decías en serio? Todo lo que dijiste. Él sostuvo su mirada. Dejando que se derrumbaran algunos muros en su interior. Sólo para ella. Por esta astuta y mentirosa mujer que había roto todas las reglas y defensas de hierro que había construido para sí mismo. Él le dejó ver eso en su cara. Dejó que lo viera todo, como nadie lo había hecho antes. —Sí. Su boca se tensó, pero no en disgusto. Entonces Lorcan dijo en voz baja: —Dije en serio cada palabra —su corazón tronaba, tan salvajemente que era una maravilla que ella no pudiera oírlo—. Y las mantendré hasta el día en que me desvanezca en el Más Allá. Lorcan no respiró cuando Elide le tendió la mano con suavidad. Y entrelazaron sus dedos. —Te amo —susurró ella. Se alegró de estar acostado. Las palabras lo habrían puesto de rodillas. Incluso ahora, estaba dispuesto a inclinarse ante ella, la verdadera dueña de su antiguo y perverso corazón. —Te he amado —continuó— desde el momento en que viniste a pelear por mí contra Vernon y los ilken —la luz en sus ojos le robó el aliento—. Y cuando escuché que estabas en algún lugar en ese campo de batalla, lo único que quería era poder

decirte eso. Era lo único que importaba. Una vez, podría haberse burlado. Declarado que había cosas mucho más grandes importaban más, especialmente en esta guerra. Y, sin embargo, la mano que sostenía la suya... Nunca había conocido nada más precioso. Lorcan pasó su pulgar por el dorso de su mano. —Lo siento, Elide. Por todo eso. —Lo sé —dijo en voz baja, y sin ningún arrepentimiento o dolor en su rostro. Sólo brillaba una calma clara e inquebrantable. El rostro de la poderosa mujer en la que se estaba convirtiendo, en la que ya se había convertido, y que gobernaría Perranth con sabiduría en una mano y compasión en la otra. Se miraron fijamente durante unos minutos. Por una bendita eternidad. Entonces Elide desenredó sus manos y se levantó. —Debo volver a ayudar a Yrene. Lorcan volvió a cogerle la mano. —Quédate. Ella arqueó una ceja oscura. —Sólo voy al Gran Salón. Lorcan pasó su pulgar sobre el dorso de su mano una vez más. —Quédate —suspiró. Por un instante, pensó que ella diría que no, y estaba preparado para estar bien con eso, para aceptar estos últimos minutos como un regalo más de lo que se merecía. Pero luego Elide se sentó en el borde de su camilla, justo al lado de su hombro, y pasó una mano por su pelo. Lorcan cerró los ojos, apoyándose en el toque, incapaz de detener el ronroneo profundo que rodaba por su pecho. Hizo un ruido sordo de asombro, tal vez algo más, y sus dedos volvieron a acariciarlo. —Dilo —susurró ella, con los dedos inmóviles en su cabello. Lorcan abrió los ojos, encontrando su mirada. —Te amo. Ella tragó saliva y Lorcan apretó los dientes mientras se incorporaba por completo. Tan cerca, se había olvidado de cuánto se alzaba sobre ella. Sobre ese caballo, ella había sido una fuerza de la naturaleza, una tormenta desafiante. Su manta se resbaló peligrosamente, pero la dejó donde estaba en su regazo.

Él no se perdió la inclinación de su mirada. O cómo arrastró sus ojos a lo largo de su torso. Casi podía sentir su mirada, persistiendo en cada músculo y cicatriz. Un suave gemido salió de él mientras ella continuaba llenándose la vista. Pidiendo cosas que él estaba seguro que no estaba en condiciones de darle. Y que ella aún no estaba lista para darle, dejando de lado las declaraciones. Se vio inmediatamente desafiado a demostrar su resolución cuando Elide pasó sus dedos ligeramente temblorosos por la nueva cicatriz en su abdomen. —Yrene dijo que podrías tener esto para siempre —dijo ella, su mano afortunadamente se alejó. —Entonces será la cicatriz que más atesoraré —Fenrys se reiría hasta llorar al escucharlo hablar de esta manera, pero a Lorcan no le importaba. Al infierno con el resto de ellos. Otra de esas pequeñas sonrisas curvó sus labios, y las manos de Lorcan se apretaron en las sábanas con el esfuerzo que le tomó no saborear esa sonrisa, adorarla con su propia boca. Pero esta cosa nueva y frágil entre ellos... No la arriesgaría por nada en el mundo. Elide, gracias a los dioses, no tenía tales preocupaciones. Ninguna en absoluto, al parecer, cuando levantó una mano hacia su mejilla y pasó su pulgar por ella. Cada respiración era un esfuerzo de control. Lorcan se mantuvo absolutamente inmóvil cuando ella llevó su boca a la de él. Rozó sus labios con los suyos. Ella se retiró. —Descansa, Lorcan. Estaré aquí de nuevo cuando despiertes. Cualquier cosa que ella le pidiera, él se la daría. Cualquiera en absoluto. Demasiado conmovido por ese suave y hermoso beso para molestarse con las palabras, se tumbó de nuevo. Ella sonrió ante su total obediencia y, como si no pudiera ayudarse a sí misma, se inclinó una vez más. Este beso se demoró. Su boca trazó la suya, y ante la leve presión de sus labios, la gentil petición, él respondió con la suya. El sabor de ella amenazó con deshacerlo por completo, y el tentativo roce de su lengua contra la suya provocó otro ronroneo desde lo profundo de su pecho. Pero Lorcan dejó que Elide lo explorara, lenta y dulcemente, dándole todo lo que le pidiera. Y cuando su boca se volvió más insistente, cuando su respiración se volvió irregular, él deslizó una mano alrededor de su cuello para acunar su nuca. Ella se abrió para

él, y ante su bajo gemido, Lorcan pensó que volaría fuera de su piel. Su mano se deslizó de su nuca para correr por su espalda, saboreando el cuerpo cálido e irrompible debajo de las capas de ropa. Elide se arqueó al tacto, con otro de esos pequeños ruidos que provenían de ella. Como si ella hubiera estado hambrienta por él. Pero Lorcan se obligó a alejarse. Se forzó retirar la mano de la parte baja de su espalda. Jadeando un poco, compartiendo aliento, le dijo a la boca: —Más tarde. Ve a ayudar a los demás. Unos ojos oscuros vidriosos de deseo se encontraron con los suyos, y Lorcan ajustó la caída de la manta sobre su regazo. —Ve a ayudar a los demás —repitió—. Estaré aquí cuando estés lista para dormir. La petición tácita se prolongó, y Elide se retiró, estudiándolo una vez más. —Solo dormir —dijo Lorcan, sin molestarse en ocultar el calor que se elevaba en su mirada—. Por ahora. Hasta que ella estuviera lista. Hasta que ella le dijera, le mostrara, que deseaba compartir todo con él. Ese último reclamo. Pero hasta entonces, la quería aquí. Durmiendo a su lado, donde él podría vigilarla. Como ella lo había vigilado. La cara de Elide se sonrojó mientras se levantaba, sus manos temblaban. No por miedo, sino por el mismo esfuerzo que le estaba costando a Lorcan no alcanzarla. Él disfrutaría mucho volviéndola loca. Lentamente enseñándole todo lo que sabía sobre el placer, sobre querer. Tenía pocas dudas de que aprendería un buen número de cosas de ella también. Elide pareció leer eso en su cara, y sus mejillas se enrojecieron aún más. —Más tarde, entonces —respiró, cojeando hacia la puerta. Lorcan envió un parpadeo de su poder alrededor de su tobillo. La cojera desapareció. Con una mano en el pomo, ella le dio un pequeño y agradecido asentimiento. —Extrañaba eso. Escuchó las palabras no pronunciadas mientras ella desaparecía en la concurrida sala. Te extrañé. Lorcan se permitió una rara sonrisa.

Capítulo 65 Traducido por Ravechelle Corregido por Ella R

Dorian había ido a Morath. Había volado desde el campamento en alas de su propia creación. Habría elegido una especie de ave pequeña y ordinaria, Manon lo sabía. Algo que ni siquiera las Trece hubieran notado. Manon se quedó en el borde, mirando hacia el este. La nieve crujiente le dijo que Asterin se acercaba. —Se fue, ¿verdad? Ella asintió, incapaz de encontrar las palabras. Ella le había ofrecido todo, y había pensado que tenía la intención de aceptarlo. Había pensado que lo había aceptado, con lo que habían hecho después. Sin embargo, había sido una despedida. Un último acoplamiento antes de aventurarse en las fauces de la muerte. Él no la encerraría, no aceptaría lo que ella le estaba dado. Como si él la conociera mejor que ella misma. —¿Vamos tras él? A la luz del amanecer, el campamento se agitaba. Hoy, hoy decidirían a dónde ir. Hoy, ella se atrevería a pedir a las Crochan que la siguieran. ¿Le harían caso? Pero dirigirse a Morath, donde serían reconocidas mucho antes de que se acercaran, regresar al infierno... El sol se levantó, lleno y dorado, como si fuera la nota solitaria de una canción que llena el mundo. Manon abrió la boca. —¡Terrasen pide ayuda! —La joven voz de una Crochan resonó en el campamento. Manon y Asterin se giraron, otros siguieron su ejemplo mientras la bruja corría hacia la tienda de Glennis. Esta emergió cuando la bruja se detuvo. Una exploradora, sin duda, sin aliento y con el pelo enredado por el viento. —Terrasen pide ayuda —jadeó la exploradora, apoyando las manos en las rodillas

mientras se inclinaba para tragar aire—. Morath los derrotó en la frontera, luego en Perranth, y avanza hacia Orynth mientras hablamos. Saquearán la ciudad dentro de una semana. Peores noticias que las que Manon había anticipado. Incluso si ella las necesitaba, las esperaba. Las Trece se acercaron, Bronwen dio un paso atrás y Manon no se atrevió a respirar mientras Glennis miraba hacia la llama inmortal que ardía en la hoguera, a pocos pies de distancia. La Llama de la Guerra. Luego se volvió hacia Manon. —¿Tú qué dices, Reina de las Brujas? Un reto y un desafío. Manon levantó la barbilla hacia los dos caminos que tenía delante. Uno al este, a Morath. El otro hacia el norte, hacia Terrasen y la batalla. El viento cantó, y en él, ella escuchó la respuesta. —Voy a responder a la llamada de Terrasen —dijo Manon. Asterin se colocó a su lado, sin miedo mientras observaba el campamento reunido. —Como lo haré yo. Sorrel flanqueo la derecha de Manon. —Así lo harán las Trece. Manon esperó, sin atreverse a reconocer lo que comenzó a arder en su pecho. Luego Bronwen se adelantó, su cabello oscuro ondeando en el frío viento. —El Clan de Vanora volará hacia el norte. Otra bruja cuadró sus hombros. —Así lo hará el Silian. Y así fue. Hasta que las líderes de los siete Grandes Clanes se reunieron allí. Hasta que Glennis le dijo a Manon: —Hace mucho tiempo, Rhiannon Crochan cabalgó al lado del rey Brannon hacia la batalla. Así ha renacido su semejanza, así serán forjadas de nuevo las viejas alianzas —hizo un gesto hacia la llama eterna—. Enciende la Llama de la Guerra, Reina de las Brujas, y reúne a tu ejército.

El corazón de Manon se aceleró, tan salvaje que palpitaba en sus palmas, pero ella recogió una rama de abedul colocada entre el fuego. Nadie habló mientras ella la sumergía en la llama eterna. Rojo, dorado y azul saltaron sobre la madera, devorándola. Manon retiró la rama solo cuando la hubo atrapado, profunda y verdadera. Ni siquiera el viento pudo soplar la llama cuando Manon la levantó, una antorcha en el nuevo día. La multitud de Crochan se separó, revelando un camino directo hacia el hogar de Bronwen. La bruja ya estaba esperando, su aquelarre reunido a su alrededor. Cada paso era un tambor de la guerra. Una respuesta a una pregunta planteada hace mucho tiempo. Los ojos de Bronwen brillaban cuando Manon se detuvo. Manon solo dijo: —Tu reina te convoca a la guerra. Y tocó con su llama en el corazón de Bronwen. La llama se encendió, brillante y danzante. Bronwen recogió una rama propia, un largo tronco que ardía en el fuego. —Vanora volará. Retiró la madera y se dirigió al hogar del siguiente Clan, donde hundió el centro del fuego sagrado en su hoguera. Una vez más, la luz se encendió, y Bronwen declaró, fuerte y clara como el día rompiendo a su alrededor: —Tu reina te convoca a la guerra. Vanora volará con ella. ¿Tú lo harás? La líder del aquelarre solo dijo: —Redbriar volará —y encendió su propia antorcha antes de apresurarse hacia el fuego del siguiente clan. Hoguera tras hoguera. Hasta que las siete hubieron aceptado y encendido el fuego. Entonces, y solo entonces, la joven exploradora del clan final tomó su antorcha encendida, tomó su escoba y saltó a los cielos. Para encontrar al próximo clan, para decirles que la llamada había sido hecha. Manon y las Trece, y las Crochan que las rodeaban, observaron hasta que la exploradora no fue más que una mancha ardiente contra el cielo, y luego nada. Manon ofreció una oración silenciosa al viento para que la llama sagrada que

llevaba la joven exploradora ardiera de manera firme durante los largos y peligrosos kilómetros. Todo el camino hasta los campos de exterminio de Terrasen.

I Clan tras clan, la Llama de la Guerra fue pasando. Sobre montañas nevadas y entre los árboles de bosques enmarañados, escondiéndose de los enemigos que merodeaban los cielos. A través de largas y frías noches donde el viento aullaba mientras intentaba eliminar cualquier rastro de esa llama. Pero el viento no tuvo éxito, no contra la llama de la reina. Así que fue, clan tras clan. Hacia aldeas remotas donde la gente gritaba y se dispersaba cuando una mujer de rostro joven descendía de los cielos en una escoba, agitando su antorcha. No como una señal para ellos, sino para las pocas mujeres que no corrieron. Quienes caminaron hacia la llama, la jinete, mientras ella gritaba: —Tu reina te convoca a la guerra. ¿Volarás? Baúles ocultos en los áticos fueron abiertos. Pliegues doblados de tela roja se liberaron de allí dentro. Las escobas dejadas en los armarios, junto a las puertas, metidas debajo de las camas, fueron sacadas, atadas con cordeles trenzados de color dorado o plateado. Y las espadas, antiguas y hermosas, se sacaron de debajo de las tablas del piso o se bajaron de los pajares, y su metal continuaba tan brillante y fresco como el día en que se forjaron en una ciudad que ahora estaba en ruinas. Brujas, la gente del pueblo susurró, los maridos con ojos muy abiertos e incrédulos cuando las mujeres subieron a los cielos, con capas rojas ondeando. Hubo brujas entre nosotros todo este tiempo. Pueblo a pueblo, donde los hogares que nunca se habían apagado en su totalidad se encendieron en respuesta. Siempre un jinete salía, para encontrar el siguiente hogar, el siguiente bastión de su gente. Brujas, aquí entre nosotros. Brujas, ahora van a la guerra. Una marea creciente de brujas, que subieron a los cielos con sus capas rojas,

espadas atadas a sus espaldas, escobas que arrojaban años de polvo con cada milla al norte. Brujas que se despidieron de sus familias, sin dar ninguna explicación antes de besar a sus bebés que dormían y desaparecieron en la noche estrellada. Milla tras milla, a través de un mundo cada vez más oscuro, la llamada se dispersó, incesante e interminable como la llama eterna que pasó de un hogar a otro. —¡A volar, a volar, a volar! —gritaban—. ¡Por la reina! ¡A la guerra! A lo largo y ancho, a través de la nieve, la tormenta y el peligro, las Crochan volaron.

Capítulo 66 Traducido por Luneta Corregido por Akira the Undaunted

Aelin se despertó con el olor a pino y nieve, y supo que estaba en casa. No en Terrasen, todavía no, pero en el sentido de que siempre estaría en casa, si Rowan estaba con ella. Sus respiraciones constantes llenaron su oreja derecha, el sonido de que estaba profundamente dormido, y el brazo que había cruzado en su parte media era un peso sólido y cálido. La luz plateada esmaltaba las antiguas piedras del techo. Era de mañana, o era un día nublado. Los pasillos más allá de la habitación ofrecían fragmentos de sonido que ella clasificaba, pieza por pieza, como si estuviera montando un espejo roto que pudiera revelar el mundo más allá. Al parecer, habían pasado tres días desde la batalla. Y el resto del ejército kanato, liderado por el Príncipe Kashin, su tercer hijo mayor, había llegado. Fue ese dato lo que hizo que se despertara totalmente en la conciencia, una mano deslizándose hacia el brazo de Rowan. Un toque delicado, solo para ver qué tan profundo lo retenía el sueño rejuvenecedor. Tres días habían dormido aquí, inconscientes del mundo. Un momento peligroso y vulnerable para cualquier poseedor de magia, cuando sus cuerpos exigían un sueño profundo para recuperarse de gastar tanto poder. Esa era otra astilla que había recogido: Gavriel se sentó fuera de su puerta. En forma de león de montaña. Las personas se tranquilizaron cuando se acercaron, sin darse cuenta de que tan pronto como pasaban ante él, se oían susurros de ese gato extraño y aterrador podían ser detectados por las orejas de Fae. Aelin pasó un dedo por la costura de la manga de Rowan, sintiendo el músculo como una cuerda debajo. Claro, su cabeza, su cuerpo se sentían frescos. Como la primera respiración helada inhalada en una mañana de invierno. Durante los días que durmieron, ninguna pesadilla la había despertado, ni cazado. Un pequeño y misericordioso indulto. Aelin tragó, con la garganta seca. Lo que había sido real, lo que Maeve había tratado de plantar en su mente, ¿importaba si el dolor había sido verdadero o

imaginado? Ella había salido, se había alejado de Maeve y Cairn. Frente a los pedazos rotos dentro de ella vendría más tarde. Pero por ahora, era suficiente recuperar esta claridad. Aunque liberar su poder, gastar ese poderoso golpe aquí, no había sido su plan. Aelin deslizó su mirada hacia Rowan, su rostro áspero se suavizó hasta convertirse en una hermosura por el sueño. Y limpio, la sangre que los había salpicado a ambos se había ido. Alguien debió haberlo lavado mientras dormían. Como si él sintiera su atención, o simplemente sintiera la mano persistente en su brazo, los ojos de Rowan se abrieron de golpe. La examinó de pies a cabeza, considerando que todo estaba bien y la miró a los ojos. —Fanfarrona —murmuró. Aelin le dio una palmadita en el brazo. —Tú te pusiste muy elegante, príncipe. Él sonrió, su tatuaje arrugándose. —¿Esa exhibición será la última de tus sorpresas, o vendrán más? Ella debatió, si decirle, si revelarle eso. Tal vez. Rowan se incorporó, deslizándose la manta. ¿Es este el tipo de sorpresa que terminará cuando mi corazón se detenga en mi pecho? Ella resopló, apoyando su cabeza con un puño mientras trazaba marcas ociosas sobre la manta rasposa. —Envié una carta, cuando estábamos en ese puerto en Wendlyn. Rowan asintió. —A Aedion. —A Aedion —dijo en voz tan baja que Gavriel no pudo escuchar desde su lugar fuera de la puerta—. Y a tu tío. Y a Essar. Las cejas de Rowan se alzaron. —¿Y qué les decías? Ella murmuró para sí misma. —Les conté que Maeve me había encarcelado, y que mientras estaba cautiva ella había ordenado algunos planes viles.

Su compañero se quedó inmóvil. —¿Con qué objetivo en mente? Aelin se incorporó y se mordió las uñas. —Para convencerlos de disolver su ejército. De comenzar una revuelta en Doranelle. De retirar a Maeve del trono. Ya sabes, pequeñas cosas. Rowan se limitó a mirarla. Luego se frotó la cara. —¿Crees que una carta podría hacer eso? —Estaba redactada con intensidad. Se quedó un poco boquiabierto. —¿Qué clase de nefastos planes mencionaste? —Deseo de conquistar el mundo, su completa falta de interés en salvar la vida de los Fae en una guerra, de su interés en las cosas de Valg —ella tragó—. Podría haber mencionado que ella es posiblemente un Valg. Rowan la miró fijamente. Aelin se encogió de hombros. —Fue una conjetura afortunada. Las mejores mentiras siempre se mezclan con la verdad. —Sugerir que Maeve es Valg es una mentira bastante extravagante, incluso para ti. Incluso si resulta ser cierto. Ella agitó una mano. —Ya veremos si algo sale de eso. —Si funciona, si de alguna manera se rebelan y el ejército se vuelve contra ella... —él negó con la cabeza, riendo suavemente—. Sería una bendición en esta guerra. —Planeo y miento tan grandemente, ¿y ese es todo el crédito que recibo? Rowan se sacudió la nariz. —Obtendrás crédito si su ejército no se presenta. Hasta entonces, nos preparamos como si fueran a hacerlo. Lo cual es muy probable —ante su ceño fruncido, dijo—: Essar no tiene mucho poder, y mi tío no toma muchos riesgos. No como Enda y Sellene. Para ellos derrocar a Maeve... sería monumental. Incluso si ellos sobreviven. Su estómago se revolvió.

—Es su elección, lo que hacen. Solo expuse los hechos. Hechos cuidadosamente redactados y conjeturas a medias. Una apuesta completa, si era honesta. Rowan sonrió. —¿Y aparte de intentar derrocar el trono de Maeve? ¿Alguna otra sorpresa que debería saber? Su sonrisa se desvaneció cuando se recostó, Rowan hizo lo mismo a su lado. —No hay más —ante sus cejas levantadas, ella agregó—: Lo juro por mi trono. No quedan más. La diversión en sus ojos rebotaba. —No sé si estar aliviado. —Todo lo que sé, lo sabes. Todas las cartas están sobre la mesa ahora. Con los diversos ejércitos que se habían reunido, con la cerradura, con todo. —¿Crees que podrías hacerlo de nuevo? —preguntó—. ¿Sacar tanto poder? —No lo sé. No lo creo. Se requería estar contenida... con los hierros. Una sombra oscureció su rostro, y él se puso de costado, levantando su cabeza. —Nunca he visto algo así. —Y nunca lo volverás a ver —era la verdad. —Si el costo de esa cantidad de energía es lo que soportaste, entonces me alegraré de no volver a verlo. Aelin pasó una mano por los poderosos músculos de su muslo, con los dedos enganchados en el rasgón de la tela justo por encima de su rodilla. —No sentí que recibieras esta herida a través del vínculo — dijo, rozando la gruesa cresta de la nueva cicatriz. Un trofeo de la batalla. Ella se encontró con su penetrante mirada. ¿Maeve de alguna manera rompió ese vínculo? ¿Esa parte de nosotros? —No —él respiró, y le acarició el pelo que tenía en el rostro—. Me he dado cuenta de que el vínculo solo transmite el dolor de las heridas más graves. Ella tocó el lugar en su hombro donde la flecha de Asterin Blackbeak lo había perforado meses atrás. En el momento en que supo lo que él era para ella. —Fue por eso que no sabía lo que te estaba pasando en la playa —dijo toscamente Rowan. Debido a que los azotes brutales e insoportables como habían

sido, no la habían llevado al borde de la muerte. Sólo la tenían confinada a un ataúd de hierro. Ella frunció el ceño. —Si estás a punto de decirme que te sientes culpable por ello... —Ambos tenemos cosas con las que lidiar, sobre lo que pasó en estos meses. Una mirada a él, y ella supo que él estaba consciente de lo que aún nublaba su alma. Y como él era la única persona que veía todo lo que ella era y no se alejó de ella, Aelin le dijo: —Quería que el fuego fuera para Maeve. —Lo sé —palabras tan simples, y sin embargo significaban todo, esa comprensión. —Quisiera haber hecho las cosas... mejor —soltó un largo suspiro—. Para borrarlo todo. Cada recuerdo, cada pesadilla y cada mentira. —Tomará un tiempo, Aelin. Para enfrentarlo, y superarlo. —No tengo ese tiempo. Su mandíbula se tensó. —Eso aún está por verse. Ella no se molestó en discutir. No mientras ella admitía: —Quiero que se acabe. Se quedó totalmente inmóvil, pero le concedió el espacio para pensar, para hablar. —Quiero que todo termine —dijo con voz ronca—. Esta guerra, los dioses y la Puerta del Wyrd y la Cerradura. Todo eso —se frotó las sienes, empujando más allá a ese peso, esa mancha persistente que ningún fuego podría limpiar—. Quiero ir a Terrasen, a luchar, y luego quiero que se acabe. Quería que todo terminara, ya que había aprendido el verdadero costo de forjar la cerradura de nuevo. Quería que todo terminara con cada uno de los azotes de Cairn en la playa de Eyllwe. Y todo lo que le había hecho a ella después. Lo que sea que pudiera hacer, podría terminar, ella quería que todo terminara. Ella no sabía quién y qué la hacía.

Rowan permaneció en silencio por un largo momento antes de decir: —Entonces nos aseguraremos de que el ejército del kanato se dirija al norte. Luego regresaremos a Terrasen y aplastaremos a los ejércitos de Erawan —se llevó sus manos a la boca para darle un rápido beso—. Y luego, después de todo eso, veremos qué hacer sobre la maldita Cerradura —intransigente voluntad llenaba cada respiración de él y el aire a su alrededor. Ella dejó que fuera suficiente para los dos. Guardó sus palabras, su promesa, todas esas promesas entre ellos y extendió la palma de su mano en el aire entre ellos. Ella convocó la magia, la gota de agua que le había dado la línea de sangre de su madre. La línea de sangre de Mab. Una pequeña bola de agua tomó forma en su mano. Sobre los callos que ella había reconstruido tan cuidadosamente. Ella dejó que el suave y refrescante poder goteara sobre ella. Dejo que alise los trozos irregulares dentro de ella y cantándoles para dormir. El regalo de su madre. Tú no vas a ceder. Cuando la Cerradura se llevara todo, ¿reclamaría esa parte también? ¿La parte más preciosa de su poder? Ella escondió esos pensamientos también. Concentrándose, apretando los dientes, Aelin ordenó a la bola de agua que girara en su palma. Un bamboleo fue todo lo que obtuvo en respuesta. Ella resopló. —La Reina Fae del Oeste ciertamente. Rowan soltó una risa silenciosa. —Sigue practicando. En mil años, quizás puedas hacer algo con eso. Ella le golpeó el brazo, empapándole la manga de su camisa. —Es un milagro que aprendiera algo de ti con ese tipo de estímulo —ella sacudió la humedad de su mano. Justo en su cara. Rowan le pellizcó la nariz. —Tengo una cuenta, princesa. De todas las cosas horribles que salen de tu boca.

Sus dedos de los pies se curvaron, y ella arrastró sus dedos por su cabello, disfrutando de las hebras de seda. —¿Cómo voy a pagar por eso? Al otro lado de la puerta, ella podría haber jurado que los pies suaves como un gato se alejaron rápidamente. Rowan sonrió, como si también sintiera la rápida salida de Gavriel. Luego su mano se aplastó en su abdomen, su boca rozando la parte inferior de su mandíbula. —He estado pensando en algunas maneras. Pero la mano que había puesto en su vientre empujó hacia abajo lo suficiente como para que Aelin se soltara de su agarre. Y se dio cuenta de que había estado dormida durante tres días y tenía la vejiga llena. Ella se estremeció, levantándose de un salto. Ella se tambaleó, y él estaba allí instantáneamente, estabilizándola. —Antes de que me raptes por completo —declaró—, necesito encontrar un baño. Rowan se echó a reír, inclinándose para recoger el cinturón de su espada, dejado pulcramente junto a la pared junto a la de ella. Solo Gavriel los habría arreglado con tanto esmero. —Esa necesidad de hecho triunfa sobre lo que había planeado.

I La gente se quedaba boquiabierta en los pasillos, y algunos susurraban al pasar. La reina y su consorte. ¿Dónde crees que habrán estado estos últimos días? Oí que entraron en las montañas y trajeron a los hombres salvajes con ellos. Escuché que han estado tejiendo hechizos alrededor de la ciudad, para protegerla contra Morath. Rowan aún estaba sonriendo cuando Aelin salió del baño de las damas comunales. —¿Ves? —ella se puso a caminar a su lado, y no irían a su habitación sino al pasillo donde se había colocado la comida—. Está empezando a gustarte ser

una celebridad. Rowan arqueó una ceja. —¿Crees que a todas las partes a las que he ido durante los últimos trescientos años, los susurros no me han seguido? —ella puso los ojos en blanco, pero él se echó a reír—. Esto es mucho mejor que bastardo de corazón frío o escuché que mató a alguien con la pata de una mesa. —Sí mataste a alguien con una pata de la mesa —la sonrisa de Rowan creció—. Y eres un bastardo de corazón frío —agregó Aelin. Rowan resopló. —Nunca dije que esos susurros fueran mentiras. Aelin pasó su brazo por el suyo. —Voy a comenzar un rumor sobre ti, entonces. Algo verdaderamente grotesco. El gimió. —Temo la idea de lo que podrías llegar a hacer. Ella adoptó un áspero susurro cuando pasaron junto a un grupo de soldados humanos. —¿Volviste al campo de batalla para picotear los ojos de nuestros enemigos? — su jadeo hizo eco en la roca—. ¿Y te comiste esos ojos? Uno de los soldados tropezó, los otros les hicieron un gesto con la cabeza. Rowan le pellizcó el hombro. —Gracias por eso. Ella inclinó la cabeza. —Eres muy bienvenido. Aelin siguió sonriendo mientras encontraban comida y almorzaban rápido, era mediodía, habían aprendido, sentados juntos en una escalera polvorienta, casi olvidada. Al igual que los días que pasaron en Mistward, rodilla con rodilla y hombro con hombro en la cocina mientras escuchaban las historias de Emrys. Aunque a diferencia de los meses de esta primavera, cuando Aelin dejó su plato entre los pies, deslizó sus brazos alrededor del cuello de Rowan y su boca se encontró con la de ella al instante. No, ciertamente no se parecía en nada a su tiempo en Mistward mientras se arrastraba en el regazo de Rowan, sin preocuparse en absoluto de que alguien pudiera subir o bajar las escaleras, y le dio un beso tonto. Se detuvieron, sin aliento y con los ojos desorbitados, antes de que ella pudiera decidir que realmente no sería una mala idea desabrocharse los pantalones allí mismo, o que

su mano, frotando discretamente y perezosamente ese maldito lugar entre sus muslos, debería estar dentro de ella. Si Aelin era honesta consigo misma, todavía estaba debatiendo llevarlo al armario más cercano cuando finalmente se fueron a buscar a sus compañeros. Una mirada a los ojos vidriosos de Rowan y ella supo que él estaba debatiendo lo mismo. Sin embargo, el deseo de calentar su sangre se enfrió cuando entraron en el antiguo estudio cerca de la parte superior de la torre y vieron al grupo reunido. Fenrys y Gavriel ya estaban allí, Chaol con ellos, no había rastro de Elide o Lorcan. Pero el padre de Chaol, desafortunadamente, estaba presente. Y frunció el ceño cuando entraron en la reunión que parecía estar en marcha. Aelin le dirigió una sonrisa burlona y se acercó al gran escritorio. Un hombre alto y de hombros anchos estaba con Nesryn, Sartaq y Hasar, guapo y lleno de una especie de energía impaciente. Sus ojos marrones eran acogedores, su sonrisa tranquila. Le gustó de inmediato. —Mi hermano —dijo Hasar, agitando una mano sin levantar la vista del mapa—. Kashin. El príncipe esbozó una graciosa reverencia. Aelin le ofreció una, Rowan haciendo lo mismo. —Un honor —dijo Aelin—. Gracias por venir. —En realidad puedes agradecerle a mi padre por eso. Y a Yrene —dijo Kashin, haciendo uso de su lenguaje tan impecable como el de sus hermanos. De hecho, Aelin tenía mucho que agradecer a la curandera. Los agudos ojos de Nesryn escudriñaron a Aelin de la cabeza a los pies. —¿Te sientes bien? —Solo necesitaba descansar —Aelin tiró su barbilla hacia Rowan—. Requiere siestas frecuentes en su vejez. Sartaq tosió, agachando la cabeza mientras continuaba estudiando el mapa. Fenrys, sin embargo, se rió. —De vuelta a tus buenos espíritus, ya veo. Aelin sonrió con satisfacción al padre de Chaol. —Veremos cuánto dura —el hombre no dijo nada. Rowan señaló el escritorio y preguntó a la realeza —¿Has decidido a dónde irás ahora?

Una pregunta tan casual y tranquila. Como si el destino de Terrasen no descansara sobre ello. Hasar abrió la boca, pero Sartaq la interrumpió: —Al Norte. Ciertamente iremos al norte contigo. Solo para pagarte por salvar a nuestro ejército, a nuestra gente. Aelin intentó no parecer demasiado aliviada. —Dejando de lado la gratitud —dijo Hasar, sin sonar muy agradecido en absoluto—, los exploradores de Kashin han confirmado que Terrasen es a donde Morath está concentrando sus esfuerzos. Así que allí iremos. Aelin deseaba no haber comido un almuerzo tan grande. —¿Qué tan malo es? Nesryn negó con la cabeza, respondiendo por el príncipe Kashin —Los detalles eran turbios. Todo lo que sabemos es que se vieron hordas marchando hacia el norte, dejando tras de sí un rastro de destrucción. Aelin mantuvo sus puños a sus costados, evitando la necesidad de frotarse la cara. El padre de Chaol dijo: —Espero que tu poder pueda ser convocado de nuevo. Aelin dejó que una brasa de ese poder ardiera en sus ojos. —Gracias por la armadura —canturreó. —Considérelo como un regalo de coronación temprana —respondió el señor de Anielle con una sonrisa burlona. Sartaq se aclaró la garganta. —Si tú y sus compañeros se recuperan, entonces nos dirigiremos hacia el norte tan pronto como podamos —no hubo objeciones de Hasar al respecto. —¿Y marchar a lo largo de las montañas? —preguntó Rowan, escaneando el mapa. Aelin trazó la ruta que seguirían—. Tendríamos que pasar directamente delante de la Brecha Ferian. Apenas despejaremos el otro extremo de este lago antes de que estemos en otra batalla. —Así que lo despejamos —dijo Hasar—. Engañarlos para que vacíen las fuerzas que esperan en el Brecha, luego nos acercamos sigilosamente por detrás. —Adarlan controla todo el Avery —dijo Chaol, dibujando una línea invisible hacia el interior desde Rifthold—. Para llegar al norte, tenemos que cruzar ese río de todos modos. Al elegir el Brecha como nuestro campo de batalla, evitaremos el desorden que

se produciría al luchar en medio de Oakwald. Los ruks, al menos, podrían proporcionar cobertura aérea. No es así con los árboles. Rowan asintió. —Tendríamos que llevar a la mayoría de los ejércitos a las montañas, para entonces llegar al Brecha desde donde menos lo esperan. Sin embargo, es un terreno accidentado. Tendremos que escoger nuestra ruta con cuidado. El padre de Chaol se quejó. Aelin alzó las cejas, pero su hijo respondió: —Envié emisarios el día después de la batalla, a los Colmillos. Para contactar a los hombres salvajes que viven allí, si es que pueden conocer caminos secretos a través de las montañas hasta la Brecha. Antiguos enemigos de esta ciudad. —¿Y? —Lo hacen. Pero tienen un costo. —Uno que no será pagado —espetó el Señor de Anielle. —Déjame adivinar... territorio —dijo Aelin. Chaol asintió. De ahí la tensión en esta sala. Dio unos golpecitos en un pie mientras observaba al Señor de Anielle. —¿Y no les darás una porción de tierra? Él sólo la miró enojado. —Aparentemente no —murmuró Fenrys. Aelin se encogió de hombros y se volvió hacia Chaol. —Bueno, está arreglado, entonces. —¿Qué está resuelto? —dijo su padre. Aelin lo ignoró y le guiñó un ojo a su amigo. —Eres la mano del rey de Adarlan. Lo superas en rango. Estás autorizado a actuar en nombre de Dorian —ella señaló el mapa—. La tierra puede ser parte de Anielle, pero pertenece a Adarlan. Adelante, trátenlo. Su padre comenzó: —Tú... —Vamos hacia el norte —dijo Aelin—. No te interpondrás en nuestro camino —de nuevo, dejó que algo de su fuego se encendiera en sus ojos, prendió el oro que ardía en

ellos—. Detuve esa ola. Considera esta alianza con los hombres salvajes como una forma de devolverme el favor. —Esa ola destruyó la mitad de mi ciudad —gruñó el hombre. Fenrys dejó escapar una risa baja, incrédulo. Rowan gruñó suavemente. Chaol le gruñó a su padre: —Eres un bastardo. —Cuida tu lengua, muchacho. Aelin asintió con simpatía a Chaol. —Veo por qué te fuiste. Chaol, para su crédito, hizo una mueca y regresó al mapa. —Si podemos superar la Brecha de Ferian, entonces continuamos hacia el norte. Pasando Endovier. Ese camino los llevaría más allá de Endovier. El estómago de Aelin se tensó. La mano de Rowan rozó la suya. —Tenemos que decidirnos pronto —declaró Sartaq—, en este momento nos sentamos entre la Brecha Ferian y Morath. Sería muy fácil para Erawan enviar a los ejércitos y que nos aplasten entre ellos. Hasar se volvió hacia Chaol. —¿Está Yrene cerca de terminar? Apoyó un codo contra el brazo de su silla de ruedas. —Incluso con los pocos sobrevivientes, hay muchos de ellos. Estaríamos aquí en semanas. —¿Cuántos heridos? — preguntó Rowan. Chaol negó con la cabeza. —No heridos —su mandíbula se apretó—. Valg. Aelin frunció el ceño. —¿Yrene está curando Valg? Hasar sonrió. —Es una forma de hablar. Aelin agitó su mano. —¿Puedo ver?

I Encontraron a Yrene pero no en la fortaleza, sino en una tienda de campaña en los remanentes del campo de batalla, inclinada sobre un hombre humano que golpeaba un catre. El hombre había sido sujetado al suelo de las muñecas y los tobillos. Aelin echó un vistazo a esas cadenas y tuvo que tragar. Rowan puso una mano en su espalda baja, y Fenrys se acercó a su lado. Yrene se detuvo, sus manos envueltas en luz blanca. Borte, espada fuera, se detuvo cerca. —¿Pasa algo malo? —preguntó Yrene, el brillo en sus manos se desvaneció. El hombre se hundió, y se quedó débil cuando el asalto de la sanadora contra el demonio dentro de él se detuvo. Chaol dirigió su silla más cerca de ella, las ruedas equipadas para un terreno más áspero. —Aelin y sus compañeros quieren una demostración. Si estás preparada para ello. Yrene alisó el cabello que había escapado de su trenza. —No es realmente nada que puedas ver. Sucede debajo de la piel, de mente a mente. —Te enfrentas directamente a los demonios de Valg —dijo Fenrys sin una pequeña cantidad de admiración. —Ellos son odiosos, desgraciados cobardes —Yrene se cruzó de brazos y frunció el ceño al hombre atado al catre—. Absolutamente patético —ella escupió hacia él, al demonio dentro de él. El hombre siseó. Yrene solo sonrió. El hombre, el demonio, gimió. Aelin parpadeó, sin saber si reír o caer de rodillas. —Muéstrame. Haz lo que sea que hagas, pero muéstramelo. Así lo hizo la curandera. Con las manos brillando, las puso encima del pecho del hombre. Gritó y gritó y gritó. Yrene jadeó, frunciendo el ceño. Durante largos minutos, los chillidos continuaron. —No es muy emocionante con ellos atados, ¿verdad? —dijo Borte.

Sartaq le lanzó una mirada exasperada. Como si esto fuera una conversación que ya habían tenido muchas veces. —Puedes estar de guardia, si lo prefieres. Borte puso los ojos en blanco, pero se volvió hacia Aelin, mirándola con una franqueza que solo Aelin podía apreciar. —¿Alguna otra misión para mí? Aelin sonrió. —Aún no. Pronto, tal vez. Borte le devolvió la sonrisa. —Por favor. Por favor, evítame el tedio de esto. Aelin miró hacia la curandera radiante de luz. —¿Cuántos han hecho hoy? —Diez —gruñó Borte. —¿Y cuántos pueden hacer todos los días? —Aelin le preguntó a Chaol. —Quince, a lo sumo. Algunos requieren más energía que otros para expulsar, por lo que en esos días es menos. Aelin trató de calcular cuántos soldados infestados quedaban en el campo. —Y una vez que se curan, ¿qué haces con ellos entonces? —Los interrogamos —dijo Chaol, frunciendo el ceño—. Ver cuáles son sus historias, cómo terminaron capturados. A donde se encuentran sus lealtades. —¿Y tú les crees? —preguntó Fenrys. Hasar acarició la empuñadura de su fina espada. —Nuestros interrogadores son expertos en obtener la verdad. Aelin ignoró el dolor en su estómago. —Entonces los liberas —dijo Gavriel, en silencio por unos minutos—, ¿y luego los torturas? —Esto es la guerra —dijo Hasar simplemente—. Los dejamos capaces de funcionar. Pero no nos arriesgaremos a salvar sus vidas solo para encontrar un nuevo ejército a nuestras espaldas. —Algunos se unieron voluntariamente a Erawan —dijo Chaol en voz baja—. Algunos de buen grado tomaron el anillo. Yrene puede decir, cuando está allí, quién lo quería

o no. Ella no se molesta en salvar a aquellos que con mucho gusto se arrodillaron. Así que la mayoría de los que ella salva fueron tontos o tomados por la fuerza. —Algunos quieren luchar por nosotros —dijo Sartaq—. Aquellos que pasan nuestro proceso de investigación pueden comenzar a entrenar con los soldados de infantería. No muchos, sino unos pocos. Bien. Bien, y bien. Yrene se quedó sin aliento, su luz brillaba lo suficiente como para que Aelin entrecerrara los ojos. El hombre atado al catre tosió, arqueando. Rociando vomito negro y nocivo. Borte hizo una mueca, alejando el olor. Entonces ondeo humo negro de su boca. Yrene se dejó caer hacia atrás, Chaol sacando un brazo para abrazarla. La curandera solo se posó en el brazo de su silla y una mano en su pecho. Aelin le dio un momento para recuperar el aliento. Para gestionar tal hazaña era notable. Para hacerlo mientras está embarazada... Aelin sacudió la cabeza con asombro. —Ese demonio no quería ir —Yrene no le dijo a nadie en particular —¿Pero ya se fue? — Preguntó Aelin. Yrene señaló al hombre en el catre, ahora abriendo los ojos. Marrón, no negro, miró hacia arriba. —Gracias —fue todo lo que dijo el hombre, con voz ronca. Y humano, totalmente humano.

Capítulo 67 Traducido por Luneta Corregido por Akira the Undaunted

Rowan siguió a Aelin mientras serpenteaba por el campo de batalla, hasta el borde del Lago de Plata. Solo se detuvo de vez en cuando para recoger cualquier arma enemiga valiosa. Hubo pocas. Los otros se habían dispersado, Gavriel se demoraba en aprender cómo Yrene curaba del Valg, Fenrys se iba con Chaol para reunirse con los emisarios de los hombres salvajes, y la realeza del kanato cuidaba a sus tropas. Se irían en dos días, si el clima se mantenía. Dos días, y luego comenzarían el empuje hacia el norte. Gracias a los dioses. A pesar de que eran los últimos seres que Rowan deseaba agradecer. Aelin se detuvo en la costa rocosa, mirando a través de la extensión plana como un espejo ahora ahogada con escombros. Apoyó una mano sobre la empuñadura de Goldryn, con las llamas bailando en sus dedos, aparentemente en la propia piedra roja. —Llevaría años —observó—, curar a todos los infectados por el Valg. Cada uno de esos soldados tiene una familia, amigos que querrían que lo intentáramos. —Lo sé —el viento frío le azotó el pelo con la cara, soplando hacia el norte. —Entonces, ¿por qué salir de aquí? —se había quedado contemplativa durante su reunión en la tienda, frunciendo el ceño. —¿Podría Yrene curarlos? ¿A Erawan y Maeve? No sé por qué no lo pensé. —¿Es el cuerpo de Erawan, o se lo robó a alguien? ¿Es de Maeve? —Rowan negó con la cabeza—. Podrían ser completamente diferentes. —No veo cómo puedo pedirle a Yrene que lo haga. Pedir eso de Chaol —Aelin tragó saliva—. Para poner a Yrene cerca de Erawan o Maeve... no puedo hacerlo. Rowan tampoco podría hacerlo. No podría por mil razones diferentes. —Pero, ¿es un error poner la seguridad de Yrene por encima de la de todo este mundo? —reflexionó Aelin, examinando una de las dagas enemigas que había robado. Una hoja inusualmente fina, probablemente robada en primer lugar—.

Ella es la mejor arma que tenemos, si las Llaves no están en juego. ¿Somos tontos por no presionar para usarla? No era su elección, su llamada. Pero él podía ofrecerse de comunicador social. —¿Podrás vivir contigo misma si algo le sucede a Yrene, a su hijo por nacer? —No. Pero el resto del mundo vivirá, al menos. Mi culpa sería secundaria a eso. —Y si no presionas a Yrene para que intente destruirlos, y Erawan o Maeve ganan, ¿entonces qué? —Todavía está la Cerradura. Todavía estoy yo. Rowan tragó saliva. Vio la razón por la que necesitaba estar lejos de los demás, necesitaba caminar. —Yrene es un rayo de esperanza para ti. Para nosotros. Es posible que no necesite forjar la Cerradura en absoluto. Tú, o Dorian. —Los dioses lo exigen. —Los dioses pueden irse al infierno. Aelin tiró la daga. —Odio esto. Realmente lo hago. Él deslizó un brazo alrededor de sus hombros. Era todo lo que él podía ofrecerle. Terminara, ella había dicho que quería que todo terminara. Haría todo lo posible para que así fuera. Aelin apoyó la cabeza contra su pecho, y se quedaron mirando en silencio a través del frío lago. —¿Me dejarías hacerlo, si yo fuera Yrene? ¿Si yo estuviera llevando a nuestro hijo? No logró bloquear la imagen de ese sueño de Aelin, muy embarazada, de sus hijos a su alrededor. —No te dejaría hacer nada. Ella agitó una mano. —Sabes a lo que me refiero. Se tomó un momento para contestar. —No. Incluso si el mundo terminara por eso, no podría soportarlo. Y con esa Cerradura, él también podría tener que tomar esa decisión.

Rowan pasó sus dedos por las marcas reclamantes en su cuello. —Te dije que el amor era una debilidad. Sería mucho más fácil si todos nos odiáramos. Ella resopló. —Dale unas semanas en el camino con este ejército, en esas montañas, y ya no seremos aliados tan agradables. Rowan le besó la cabeza. —Los dioses nos ayuden. Pero Aelin apartó ante esas palabras, la frase que cayó de su lengua. Ella frunció el ceño hacia el ejército acampado. —¿Qué? —preguntó él. —Quiero ver esos libros de las marcas del Wyrd que Chaol y Yrene trajeron con ellos.

I —¿Qué dice esto? —Aelin le preguntó a Borte, tocando con el dedo en una línea de texto garabateada en Halha, la lengua del sur del continente. Sentada a su lado en el escritorio de la tienda de guerra del príncipe Sartaq, el jinete de la ruk estiró el cuello para estudiar la nota manuscrita al lado de una larga columna de las marcas del Wyrd. —Un buen hechizo para animar a que crezcan tus hierbas. Al otro lado del escritorio, Rowan resopló. Un libro estaba abierto ante él, su progreso a través de él era mucho más lento que el de Aelin. La mayoría de los tomos estaban completamente escritos en marcas Wyrd, pero las anotaciones garabateadas en los márgenes la habían llevado a buscar a la joven Rukhin. Borte, completamente aburrida de ayudar a Yrene, había aprovechado la oportunidad para ayudarlos, pasando del deber Valg a su ceñudo prometido. Pero durante las dos horas que Aelin y Rowan habían examinado la colección que Chaol y Yrene habían traído de la biblioteca prohibida de Hafiza encima de

la Torre, nada había resultado útil. Aelin suspiró bajo el techo de lona de la gran tienda del príncipe. Era una fortuna que Sartaq hubiera traído estos baúles con él, en lugar de dejarlos con su armada, pero... el agotamiento la mordió, empañando la intrincada red de símbolos en las páginas amarillentas. Rowan se enderezó. —Este abre algo —dijo, volteando el libro para mirarla—. No conozco los otros símbolos, pero ese dice ‘abierto’. Incluso con las horas de instrucción en el viaje de regreso a este continente, Rowan y los demás no dominaron completamente el lenguaje de las marcas medio olvidadas. Pero su compañero recordaba más, como si se las hubieran sido plantados en su mente. Aelin estudió cuidadosamente la línea de símbolos a través de la página. Leyendo a través de ellos una segunda vez. —No es lo que estamos buscando —se tiró del labio inferior—. Es un hechizo para abrir un portal entre ubicaciones, solo en este mundo. —¿Como lo que Maeve puede hacer? — Borte preguntó. Aelin se encogió de hombros. —Sí, pero esto es para viajes cercanos. Más como lo que Fenrys puede hacer —o lo había podido hacer una vez, antes de que Maeve se lo hubiera quitado. La boca de Borte se curvó hacia un lado. —¿Cuál es el punto de esto, entonces? —¿Entretener a la gente en las fiestas? —Aelin le devolvió el libro a Rowan. Borte se rió, y se recostó en su asiento, jugando con el final de una larga trenza. —¿Crees que el hechizo existe, para encontrar una forma alternativa de sellar la puerta Wyrd? La pregunta fue apenas más que un susurro, y sin embargo Rowan le lanzó a la chica una mirada de advertencia. Borte solo lo ignoró. No. Elena le habría dicho a ella, o a Brannon, si tal cosa hubiera existido. Aelin pasó una mano por la página seca y antigua, con los símbolos borrosos. —Vale la pena buscarlo, ¿no? De hecho, Rowan reanudó su cuidadosa búsqueda y decodificación. Él se sentaría aquí por horas, ella lo sabía. Y si no encontraban nada, ella sabía que él se

sentaría aquí y los releería para estar seguro. Una salida, un camino alternativo. Para ella, para Dorian. Cualquiera de ellos que pagaría el precio para forjar la Cerradura y sellar la puerta. Una esperanza desesperada y tonta. Las horas pasaron, las pilas de libros disminuyeron. Fenrys se unió a ellos después de un tiempo, inusualmente solemne mientras buscaban y buscaban. Y no encontró nada. Cuando ya no quedaban libros en el maletero, cuando Borte se estaba quedando dormida y Rowan paseaba por la tienda, Aelin les hizo un favor a todos y les ordenó que regresaran a la fortaleza. Había merecido la pena de echarle un vistazo, se dijo a sí misma. Incluso si el peso de plomo en su tripa decía lo contrario.

I Chaol encontró a su padre donde lo había dejado, furioso en su estudio. —No puedes dar un solo acre de este territorio a los hombres salvajes —susurró su padre cuando Chaol entró en la habitación y cerró la puerta. Chaol se cruzó de brazos, sin molestarse en parecer apaciguador. —Puedo y lo haré. Su padre se puso de pie y apoyó las manos en su escritorio. —¿Escupirías en la vida de todos los hombres de Anielle que lucharon y murieron para mantener este territorio lejos de sus manos sucias? —Si ofrecerles un pequeño pedazo de tierra significará que las generaciones futuras de hombres y mujeres de Anielle no tendrán que luchar o morir, entonces creo que nuestros antepasados estarían encantados. —Son bestias, apenas aptas para ser sus propios amos. Chaol suspiró, recostándose en su silla. Toda una vida de esto, eso es lo que Dorian le había dado. Como Mano, tendría que tratar con señores y gobernantes al igual que su padre. Si sobrevivían. Si Dorian sobrevivía, también. El pensamiento fue suficiente para que Chaol dijera: —Todos en esta guerra están haciendo sacrificios. Más allá, muchos más grandes

que unas pocas millas de tierra. Agradezca que es todo lo que te pedimos. El hombre se burló: —¿Y qué si yo fuera el que negocia contigo? Chaol puso los ojos en blanco, extendiendo la mano para volver la silla hacia la puerta. Su padre levantó un trozo de papel. —¿No quieres saber lo que me escribió tu hermano? —No es suficiente para detener esta alianza —dijo Chaol, girando su silla. Su padre desplegó la carta de todos modos y leyó: —Espero que Anielle se queme hasta los cimientos. Y tú con ellos —una pequeña sonrisa de odio—. Eso es todo lo que dijo tu hermano. Mi heredero, así es como se siente sobre este lugar. Si él no protege a Anielle, ¿qué será de eso sin ti? Otro enfoque, para culparlo dentro del arrepentimiento. Chaol dijo: —Apostaría a que el respeto de Terrin por Anielle está relacionado con sus sentimientos por ti. El anciano señor se dejó caer en su asiento una vez más. —Deseo que sepas a lo que Anielle se enfrentará, si no logras protegerlo. Estoy dispuesto a negociar, muchacho —él se rió entre dientes—. Aunque sé lo bien que aguantas al final de las cosas. Chaol tomó el golpe. —Soy un hombre rico, y no necesito nada que puedas ofrecerme. —¿Nada? —Su padre señaló un baúl junto a la ventana. —¿Qué pasa con algo más valioso que el oro? Cuando Chaol no habló, su padre se dirigió hacia el maletero, lo abrió con una llave de su bolsillo y abrió la pesada tapa. Chaol se acercó para mirar su contenido. Cartas. Todo el baúl estaba lleno de cartas que llevaban su nombre en una elegante escritura. —Ella descubrió el baúl. Justo antes de que supiéramos que Morath marchaba hacia nosotros —dijo su padre, con una sonrisa burlona y fría—. Debería haberlas quemado, por supuesto, pero algo me impulsó a guardarlos. Para este momento exacto, creo.

El baúl estaba lleno de cartas. Todas escritas por su madre. A él. —Cuánto tiempo —dijo en voz muy baja. —Desde el día en que te fuiste —la burla de su padre se demoró. Años. Años de cartas, de una madre de la que no había oído hablar, creyendo que no había querido hablar con él, que había cedido a los deseos de su padre. —Le dejaste creer que no le respondí —dijo Chaol, sorprendido de encontrar su voz aún tranquila—. Nunca las enviaste, y le dejaste creer que no le respondí. Su padre cerró el maletero y lo volvió a cerrar. —Parece ser que sí. —¿Por qué? —era la única pregunta que importaba. Su padre frunció el ceño. —No podría permitir que te alejaras de tu derecho de nacimiento, de Anielle, sin consecuencias, ¿verdad? Chaol se sujetó a los brazos de su silla para evitar envolver sus manos alrededor de la garganta del hombre. —¿Crees que al mostrarme este baúl de cartas me hará querer negociar contigo? Su padre resopló. —Eres un hombre sentimental. Mirarte con esa esposa tuya solo lo demuestra. Pensaría que negociarías bastante para poder leer estas cartas. Chaol solo lo miró fijamente. Parpadeó una vez, como si pudiera sofocar el rugido en su cabeza, en su corazón. Su madre nunca lo había olvidado. Nunca dejó de escribirle. Chaol sonrió levemente. —Guarda las cartas —dijo, dirigiéndose en su silla hacia las puertas—. Ahora que te ha dejado, podría ser tu única forma de recordarla. Abrió la puerta del estudio y miró por encima del hombro. Su padre permaneció al lado del tronco, rígido como una espada. —No hago tratos con bastardos —dijo Chaol, sonriendo de nuevo cuando entró en el pasillo—. Y ciertamente no voy a empezar contigo.

I Chaol les dio a los hombres salvajes de los Colmillos una pequeña porción de territorio en el sur de Anielle. Su padre se había enfurecido, negándose a reconocer el intercambio, pero nadie lo había escuchado, para diversión eterna de Aelin. Dos días después, una pequeña unidad de esos hombres llegó a la orilla más occidental de la ciudad, cerca del agujero donde había estado la represa, y señaló el camino. Cada uno de los hombres barbudos cabalgaba en un peludo caballo de montaña, y aunque sus pesadas pieles escondían gran parte de sus voluminosos cuerpos, sus armas estaban en exhibición: hachas, espadas, cuchillos, todos brillaban en la luz gris. La gente de Caín, o lo habían sido. Aelin decidió no mencionarlo durante su breve introducción. Y Chaol, sabiamente, se abstuvo de admitir que había matado al hombre. Otra vida. Otro mundo. Asentada encima de un buen caballo Muniqi que Hasar le había prestado, Aelin montó al frente de la compañía, mientras marchaba desde Anielle, Chaol en Farasha a su izquierda, Rowan en su propio caballo Muniqi a su derecha. Sus compañeros estaban dispersos detrás, Lorcan se curó lo suficiente como para cabalgar, con Elide a su lado. Y detrás de ellos, serpenteando en la distancia, el ejército del kanato se movió. Parte de él, al menos. La mitad de los ruks y los jinetes de Darghan marchaban bajo el estandarte de Kashin en el lado este de las montañas, para atraer a las fuerzas de la Brecha Ferian a una batalla abierta en el valle. Mientras se escabullían detrás, justo a través de la puerta trasera. La nieve pesaba sobre los Colmillos, el cielo gris amenazaba más, pero los exploradores rukhin y los hombres salvajes habían evaluado que ningún mal clima los golpearía todavía, al menos hasta que alcanzaran la Brecha. Cinco días de caminata, con el ejército y las montañas. Serían tres para el ejército que marchó a lo largo de la orilla y el río. Aelin inclinó la cara hacia ese cielo frío cuando comenzaron la interminable serie de curvas en las laderas de las montañas. El rukhin podría cargar gran parte del equipo más pesado, gracias a los dioses, pero la escalada en las montañas sería la primera prueba.

Sin embargo, los ejércitos del kanato habían cruzado todos los terrenos. Montañas y desiertos y mares. No se negaron ahora. Así que Aelin supuso que ella tampoco lo haría. Para el tiempo que le quedaba, hasta que todo terminara. Este último empujón hacia el norte, hacia casa... Ella sonrió sombríamente a las montañas que se avecinaban, al ejército que se extendía detrás de ellas. Y solo porque podía, solo porque se dirigían a Terrasen por fin, Aelin desató un parpadeo de su poder. Algunos de los abanderados detrás de ellos murmuraron sorprendidos, pero Rowan solo sonrió. Sonrió con esa feroz esperanza, esa determinación brutal que estalló en su propio corazón, cuando comenzó a arder. Dejó que la llama la envolviera, un brillo dorado que sabía que podía ser espiado incluso desde las líneas más alejadas del ejército, desde la ciudad y mantenerlas atrás. Un faro brillando en las sombras de las montañas, en las sombras de las fuerzas que los esperaban, Aelin iluminó el camino hacia el norte.

Capítulo 68 Traducido por Liliana Hernández Corregido por Ella R

Las torres negras de Morath se alzaban sobre las fraguas humeantes y las fogatas del valle, como un grupo de espadas oscuras levantadas hacia el cielo. Se adentraban en las nubes bajas, algunas rotas y astilladas, otras aún de pie orgullosas. La ira y el acto final de Kaltain Rompier estaban escritos en todas ellas. Extendiendo sus alas color hollín, Dorian atrapó un viento que apestaba a hierro y carroña, y se inclinó para rodear la fortaleza. Había aprendido a aprovechar los vientos durante estos largos días de viaje, y aunque había cubierto gran parte del viaje como un halcón veloz y de cola roja, se había transformado esta mañana en un cuervo común. Bandadas de ellos rodeaban a Morath, con sus garras tan abundantes como el repique de martillos sobre yunques en todo el valle. Incluso con el infierno desatado en el norte, todavía había más acampando aquí abajo. Más tropas, más brujas. Dorian siguió el ejemplo de los otros cuervos e ignoró a los guivernos, volando bajo mientras grupos de brujas tras grupos de brujas hacían su exploración, daban informes o se formaban. Tantas Ironteeth. Todas esperando. Rodeó las torres más altas de Morath, explorando la fortaleza, el ejército en el valle, los guivernos elevados en los aires. Con cada aletear de sus alas, el peso de lo que había escondido en un afloramiento rocoso diez millas al norte se hizo más pesado. Habría sido una locura traer las dos llaves aquí. Así que las había enterrado en la roca de esquisto, ni siquiera atreviéndose a marcar el lugar. Solo pudo esperar que fuera lo suficientemente lejos para evitar la detección de Erawan. Al costado de una torre emergieron dos sirvientes con grandes cantidades de ropa desde una pequeña puerta y comenzaron a subir las escaleras exteriores, con las cabezas inclinadas como si trataran de ignorar al ejército que ondeaba muy abajo. O a los guivernos cuyos fuelles hicieron eco en la roca negra. Ahí. Aquella puerta. Dorian voló hacia ella, deseando que su corazón se calmara, que su aroma—lo único que podría condenarlo— permaneciera sin marcar. Pero ninguna de las Dientes de Acero volando en lo alto notó al cuervo-que-no-olía-como-un-cuervo. Y las dos lavanderas que subían la escalera de la torre no gritaron cuando aterrizó en la pequeña barandilla de piedra y dobló sus alas pulcramente.

Un salto y estuvo en las piedras. Un cambio, músculos y huesos ardiendo, y el mundo se volvió más pequeño, infinitamente más letal. E infinitamente menos consciente de su presencia. Los bigotes de Dorian se movieron, sus orejas de gran tamaño se agitaron. El rugido de los guivernos se mecía a través del pelaje de su pequeño cuerpo y apretaba los dientes, grandes, casi demasiado grandes para su pequeña boca. El hedor se volvió casi nauseabundo. Él podía oler... todo. La persistente frescura de la ropa que tenía. El almizcle de algún tipo de caldo que se adhería a las lavanderas después de su almuerzo. Nunca había pensado que los ratones fueran extraordinarios, pero incluso alzado como halcón, no había sentido este estado de alerta, este nivel de estar despierto. En un mundo diseñado para matarlos, supuso que los ratones necesitaban tanta nitidez para sobrevivir. Dorian se permitió un largo suspiro antes de apretarse bajo la puerta cerrada. Y entrar a Morath.

I Sus sentidos podrían haber sido más agudos, pero nunca se había dado cuenta de lo desalentador que era realmente un conjunto de escaleras sin piernas humanas. Se mantuvo en las sombras, deseando caer en el polvo y la oscuridad con cada par de pies que pasaban por allí. Algunos estaban blindados, otros con botas, algunos con zapatos gastados. Todos sus portadores pálidos y miserables. No brujas, gracias a los dioses. Y no príncipes Valg ni sus gruñidos. Ciertamente no había rastro de Erawan. La torre en la que había entrado era una escalera de sirvientes, una que Manon había tendido durante una de sus varias explicaciones a Aelin. Fue gracias a ella que siguió un mapa mental, confirmado por sus círculos en lo alto durante las últimas horas. La torre de Erawan, ahí es por donde empezaría. Y si el rey de Valg estuviera allí... lo resolvería. Y le devolvería a Erawan todo lo que había hecho, independientemente de la advertencia de Kaltain. Con la respiración entrecortada, Dorian llegó al pie de los escalones sinuosos,

enroscando su larga cola a su alrededor mientras miraba hacia el oscuro pasillo. Desde aquí tendría que cruzar todo el nivel, subir otra escalera, otro pasillo y luego, si tenía suerte, la torre de Erawan estaría allí. Manon nunca había tenido acceso a ella. Nunca supo lo que esperaba allí. Solo que estaba vigilado por el Valg a todas horas. Un buen lugar para comenzar su caza. Sus orejas se crisparon. No se acercaban pasos. No gatos, afortunadamente. Dorian dobló la esquina, su pelaje marrón grisáceo se mezcló con la roca, y se escurrió a lo largo de la ranura donde la pared se encontraba con el suelo. Un guardia estaba de guardia al final del pasillo, mirando a la nada. Se alzaba, grande como una montaña, cuando Dorian se acercaba. Dorian casi había alcanzado la guardia y la encrucijada que vigilaba cuando lo sentió, la agitación y luego el silencio. Incluso el guardia se enderezó, mirando hacia la hendidura de una ventana detrás de él. Dorian se detuvo, metiéndose en una sombra. Nada. Sin gritos ni alaridos, sin embargo... El guardia volvió a su puesto, pero escudriñó la sala. Dorian se quedó quieto y tranquilo, esperando. ¿Habrían descubierto su presencia? ¿Habían enviado una llamada? No podría haber sido tan fácil como parecía. Erawan sin duda tenía trampas para alertarlo de cualquier presencia enemiga. Pasos apresurados y ligeros sonaron alrededor de la esquina, y el guardia se volvió hacia ellos. —¿Qué quiere? —preguntó el hombre. El sirviente que se acercaba no cambió su ritmo. —¿Quién sabe estos días con la empresa que mantenemos? No me demoraré en averiguarlo. Luego el hombre se apresuró a ir corriendo, pasando a Dorian. No corriendo hacia algo, sino alejándose. Los bigotes de Dorian se movieron mientras olisqueaba el aire. Nada. Esperar en un pasillo no serviría de nada. Pero lanzarse hacia adelante para descubrir

lo que pueda estar sucediendo... tampoco era prudente. Había un lugar donde podía escuchar algo. Donde la gente siempre estaba chismeando, incluso en Morath. Así que Dorian se aventuró por el pasillo. Bajó otro conjunto de escaleras, sus patitas apenas podían moverse lo suficientemente rápido. Hacia las cocinas, caliente y brillante con la luz del gran hogar. Lady Elide había trabajado aquí, había conocido a estas personas. No Valgs, sino personas reclutadas en servicio. Personas que indudablemente hablarían sobre las idas y venidas de este lugar. Igual como las que había en el palacio de Rifthold. Los diversos criados y cocineros estaban esperando. Mirando hacia las escaleras en el lado opuesto de la cavernosa cocina. Al igual que el delgado gato atigrado de ojos verdes en la habitación. Dorian se hizo lo más pequeño posible. Pero la bestia no le prestó atención, su atención se fijó en las escaleras. Como si lo supiera, también. Y luego los pasos, rápidos y silenciosos. Entraron dos mujeres, bandejas vacías en sus manos. Tan pálidas como temblorosas. Un hombre que tenía que ser el cocinero jefe preguntó a las mujeres: —¿Vieron algo? Una de las mujeres negó con la cabeza. —Aún no estaban en la sala del consejo. Gracias a dios. Las manos de su compañero se tambalearon cuando ella dejó su bandeja. —Sin embargo, estarán ahí pronto. —Suerte que salieron antes de que llegaran —dijo alguien—. O quizás hubieran sido parte del almuerzo, también. Suerte, de hecho. Dorian se demoró, pero la cocina retomó sus ritmos, satisfecha de que dos de los suyos hubieran regresado a salvo. La sala del consejo, tal vez la misma que Manon había descrito. Donde Erawan prefería tener sus reuniones. Y si el propio Erawan se dirigía allí... Dorian se escabulló, prestando atención al mapa mental que Manon había elaborado. Un tonto, sólo un tonto iría voluntariamente a ver a Erawan. Era arriesgado. Tal vez él tenía un deseo de muerte. Tal vez él realmente era un tonto. Pero quería verlo. Tenía que verlo, esta criatura que había arruinado tantas cosas. Quien estaba preparado para devorar su mundo.

Tenía que mirarlo, esta cosa que lo había esclavizado, que había matado a Sorscha. Y si tenía suerte tal vez lo mataría. Él podría permanecer en esta forma y atacar. Pero sería mucho más satisfactorio volver a su propio cuerpo, extraer a Damaris y acabar con él. Para que Erawan pudiera ver la pálida cicatriz alrededor de su garganta y sepa quién lo mató, que viera que todavía no lo había roto. Y luego Dorian encontraría esa llave. El silencio le mostró el camino, tal vez más que el mapa mental que había memorizado. Pasillos vacíos. El aire se volvió espeso, frío. Como si la corrupción de Erawan se escapara de él. No había guardias, humanos o Valg custodiando las puertas abiertas. Nadie que notara la figura encapuchada que entró, la capa negra ondeando. Dorian se apresuró, deslizándose tras esa figura justo cuando las puertas se cerraban. Su magia se incrementó, y él quiso calmarse, enrollarse, preparándose para atacar. Un golpe para derribar a Erawan, luego cambiaría y extraería a Damaris. La figura se detuvo, la capa se balanceó, y Dorian corrió hacia la sombra más cercana, por la grieta entre la puerta y el piso. La recámara era ordinaria, excepto por una mesa de vidrio negro en su centro. Y el hombre de cabello dorado y ojos dorados, sentado ante ella. Manon no había mentido: Erawan había destrozado la piel de Perrington por algo mucho más justo. Aunque todavía estaba vestido con sus mejores galas, Dorian se dio cuenta de que el rey Valg se levantaba, su chaqueta gris y sus pantalones estaban inmaculadamente a medida. No había armas a su lado. Ni indicio de las llaves del Wyrd. Pero podía sentir el poder de Erawan, la maldad escapaba de él. Podía sentirlo, y recordarlo, la forma en que el poder se había sentido dentro de él, cuajando su alma. El hielo se resquebrajó en sus venas. Rápido, tenía que ser rápido. Dar el golpe ahora. —Ésta es una delicia inesperada —dijo Erawan, con voz joven y a la vez no. Señaló la propagación de los alimentos: frutas y carnes curadas—. ¿Deberíamos? La magia de Dorian vaciló cuando dos delgadas manos pálidas como la luna se alzaron de los pliegues de la capa negra y empujaron la capucha. La mujer que revelaba no era hermosa, no de la manera clásica. Sin embargo, con su pelo negro azabache, sus ojos oscuros, sus labios rojos...era sorprendente.

Hipnotizante. Esos labios rojos curvados, revelando dientes de color blanco hueso. Frío lamió la espina de Dorian, orejas puntiagudas y delicadas se asomaban por encima de la cortina de cabello oscuro. Hada. La mujer...era un hada. Se quitó la capa para revelar un vestido suelto de color morado profundo antes de colocarse a través de la mesa de Erawan. Ni una onza de vacilación o miedo comprobó sus graciables movimientos. —Sabes por qué he venido, entonces. Erawan sonrió mientras se sentaba, sirviendo una copa de vino para la mujer y luego para él. Y todos los pensamientos de matar desaparecieron de la cabeza de Dorian cuando el rey Valg preguntó: —¿Hay alguna otra razón por la que te dignes visitar Morath, Maeve?

Capítulo 69 Traducido por Liliana Hernández Corregido por Ella R

Orynth no había estado tan callado desde el día en que Aedion y los restos de la corte de Terrasen marcharon hacia Theralis. Incluso entonces, había habido un zumbido en la antigua ciudad erguida entre la desembocadura del Florine y el borde de los Staghorns, Oakwald, una onda de madera hacia el oeste. En ese entonces, las paredes blancas aún brillaban. Ahora yacían manchadas y grisáceas, tan sombrías como el cielo, mientras Aedion, Lysandra y sus aliados cruzaban las imponentes puertas metálicas de la puerta occidental. Aquí, las paredes tenían dos metros de espesor, los bloques de piedra tan pesados que la leyenda afirmaba que Brannon había reclutado a gigantes de los Staghorns para que los colocaran en su lugar. Aedion daría cualquier cosa por esos gigantes olvidados hace mucho tiempo para encontrar su camino a la ciudad ahora. Para que las antiguas Tribus del Lobo vinieran corriendo por los imponentes picos detrás de la ciudad, la hada perdida de Terrasen con ellos. Para que cualquiera de los viejos mitos surja de las sombras del tiempo, como lo habían hecho Rolfe y sus Micenios. Pero sabía que su suerte se había acabado. Sus compañeros también lo sabían. Incluso Ansel de Briarcliff se había quedado tan silenciosa como Ilias y sus asesinos, con los hombros arqueados. Ella había sido así desde que las cabezas de sus guerreros habían aterrizado entre sus filas, su cabello rojo vino apagado, sus pasos pesados. Conocía su horror, su culpa. Él desearía tener un momento para consolar a la joven reina más allá de una rápida disculpa. Pero al parecer, Ilias se había comprometido a hacer precisamente eso, cabalgando junto a Ansel en compañía constante y tranquila. La ciudad había sido colocada a los pies del imponente y casi mítico castillo construido sobre una roca sobresaliente. Un castillo que se alzaba tan alto que sus torres superiores parecían perforar el cielo. Una vez, ese castillo había resplandecido, rosas y plantas rastreras cubrían sus piedras calentadas por el sol, el canto de mil fuentes resonando en cada salón y patio. Una vez, orgullosos estandartes habían ondeado de esas torres increíblemente altas, vigilando las montañas y el bosque y el río y la llanura de Theralis abajo. Se había convertido en un mausoleo.

Nadie habló mientras caminaban por las empinadas y sinuosas calles. Las personas de rostro sombrío o bien se detuvieron para mirar o siguieron corriendo para prepararse para el sitio. No había manera de superarlo. No con las Staghorns a sus espaldas, Oakwald al oeste y el ejército avanzando desde el sur. Sí, podrían huir hacia el este a través de las llanuras, pero ¿a dónde? ¿Hacia Suria, dónde sería sólo una cuestión de tiempo antes de que fueran encontrados? ¿A las tierras del interior más allá de las montañas, donde los inviernos eran tan brutales que decían que ningún mortal podía sobrevivir? La gente de Orynth estaba tan atrapada como su ejército. Aedion sabía que debía cuadrar sus hombros. Debería sonreír a estas personas, su gente, y ofrecerles un poco de coraje. Sin embargo, no pudo. No podía dejar de preguntarse cuántos habían perdido familiares o amigos en la batalla junto al río. En las semanas de lucha anteriores a eso. ¿Cuántos seguían orando para que las filas de soldados que se dirigían hacia la ciudad revelaran a un ser querido? Su culpa, su carga. Sus elecciones los habían llevado aquí. Sus decisiones habían dejado tantos cuerpos en la nieve, un verdadero camino de ellos desde la frontera sur hasta el Florine. El castillo blanco se alzaba, más grande con cada colina que ascendían. Al menos tenían eso, la ventaja de un terreno más alto. Al menos tenían eso.

I Darrow y los otros lores estaban esperando. No en la sala del trono, sino en la espaciosa sala del consejo al otro lado del palacio. La última vez que Aedion estuvo en la habitación, un presbítero adarlanio acicalado presidió la reunión. El Virrey de Terrasen, se había llamado a sí mismo. Parecía que el hombre había tomado sus galas, sillas y tapices incluidos, y salió corriendo en el momento en que mataron al rey. Así que una antigua mesa de trabajo ahora servía como su escritorio de guerra, un surtido de sillas abatibles de varias habitaciones en el castillo a su alrededor. Actualmente ocupado por Darrow, Sloane, Gunnar y Ironwood. Murtaugh, para

sorpresa de Aedion, estaba entre ellos. Se levantaron cuando Aedion y sus compañeros entraron. No por respeto a Aedion, sino por la familia real con él. Ansel de Briarcliff examinó el pobre espacio, como lo había hecho durante la caminata a través del oscuro y lúgubre castillo, y dejó escapar un silbido. —No bromeabas cuando dijiste que Adarlan allanó tus arcas. —Sus primeras palabras en horas. Días. Aedion gruñó. —Al grano. Se detuvo ante la mesa. Darrow exigió: —¿Dónde está Kyllian? Aedion le dio una sonrisa que no llegó a sus ojos. Ren se tensó, leyendo la advertencia en esa sonrisa. —Me ordenó que siguiera adelante mientras dirigía el ejército aquí. —Mentira. Darrow puso los ojos en blanco y luego miró a Rolfe, que aún fruncía el ceño ante el destartalado castillo. —Tenemos que agradecerte por él retiro afortunado, lo tomo. Rolfe fijó su mirada verde mar en el hombre. —Eso lo haces tú. Darrow se sentó de nuevo, los otros lores siguieron su ejemplo. —¿Y usted es? —Corsario Rolfe —dijo el pirata suavemente—. Comandante en la Armada de Su Majestad. Y heredero de los Micenios. Los otros lores se enderezaron. —Los micenios desaparecieron hace siglos —dijo Lord Sloane. Pero el hombre notó la espada al lado de Rolfe, el pomo del dragón de mar. Sin duda había espiado a la flota arrastrándose por el Florine. —Desapareció, pero no se extinguió —respondió Rolfe—. Y hemos venido a cumplir una vieja deuda. Darrow se frotó la sien. Viejo… Darrow realmente aparentaba su edad mientras se apoyaba contra el borde de la mesa.

—Bueno, tenemos que agradecer a los dioses por eso. Lysandra dijo a fuego lento con rabia: —Tienes que agradecerle a Aelin por eso. El hombre entrecerró los ojos y el temperamento de Aedion se convirtió en algo letal. Pero la voz de Darrow estaba agotada, pesada, cuando preguntó: —¿No está fingiendo hoy, señora? Lysandra solo señaló a Rolfe, luego a Ansel, luego a Galan. Estiró su brazo hacia las ventanas, hacia donde la familia real de las hadas e Ilias de los Asesinos Silenciosos se ocupaban de los suyos en los terrenos del castillo. —Todos ellos. Todos vinieron aquí por culpa de Aelin. No tú. Entonces, antes de que te burles de que no hay una Armada de Su Majestad, permíteme decirte que sí. Y no eres parte de ella. Darrow dejó escapar un largo suspiro, frotándose la sien de nuevo. —Puedes retirarte de esta sala. —Como el infierno que lo hará —gruñó Aedion. Pero Murtaugh interrumpió: —Hay alguien, señora, a quien le gustaría verte. Lysandra levantó las cejas, y el anciano hizo una mueca. —No quise arriesgarme a dejarla sola en Allsbrook. Evangeline está en la torre norte, en el dormitorio de mi anterior nieta. Ella te vio acercándote desde la ventana y todo lo que pude hacer fue convencerla de que esperara. Una forma educada e inteligente de desactivar la tormenta venidera. Aedion debatió decirle a Lysandra que podía quedarse, pero Lysandra ya se estaba moviendo, con su cabello oscuro que fluyendo detrás de ella. Cuando se fue, Aedion dijo: —Ella ha peleado en las filas del frente en cada batalla. Casi murió contra nuestros enemigos. No vi a ninguno de ustedes molestándose en hacer lo mismo. El grupo de viejos señores frunció el ceño con desagrado. Sin embargo, fue Darrow quien se movió en su asiento, ligeramente. Como si Aedion hubiera golpeado una herida supurante. —Se es demasiado viejo para pelear —dijo Darrow en voz baja—. Mientras los hombres y mujeres jóvenes mueren no es tan fácil como piensas, Aedion. Miró hacia abajo, hacia la espada sin nombre al lado de Aedion.

—No es nada fácil. Aedion debatió decirle que preguntara a las personas que habían muerto si eso tampoco era fácil, pero el Príncipe Galan se aclaró la garganta. —¿Qué preparativos están en marcha para un asedio?» Los señores de Terrasen no parecieron apreciar que los interrogaran, pero abrieron sus odiosas bocas y hablaron.

I Una hora más tarde los demás estaban en sus habitaciones, luego de un baño y comida caliente, Aedion se encontró a sí mismo siguiendo su aroma. No había ido a la torre norte y al ala que la correspondía, sino a la sala del trono. Las imponentes puertas de roble estaban rotas, los dos ciervos tallados en ellas lo miraban fijamente. Una vez, la filigrana de oro había cubierto la llama inmortal que brillaba entre sus orgullosas astas. Durante la última década, alguien había despegado el oro. Ya sea por rencor o por moneda rápida. Aedion se deslizó por las puertas, la cámara cavernosa parecida al fantasma de un viejo amigo. ¿Cuántas veces se había arrepentido de haberse visto obligado a vestirse con su ropa de gala y pararse junto a los tronos en lo alto del estrado en la parte posterior de la habitación bordeada de pilares? ¿Cuántas veces había atrapado a Aelin asintiendo con la cabeza durante un interminable día de gala? En ese entonces, las banderas de todos los territorios de Terrasen habían colgado del techo. En ese entonces, los pisos de mármol pálido habían estado tan pulidos que podía ver su reflejo en ellos. En ese entonces, un trono de asta se había sentado en el estrado, imponente y primitivo. Construido a partir de los cuernos del cobertizo de los inmortales ciervos de Oakwald. Los ciervos ahora fueron masacrados y quemados, como lo había sido el trono de la cornamenta después de la batalla de Theralis. El rey había ordenado que se hiciera

justo en el campo de batalla. Ante ese estrado vacío estaba plantada Lysandra. Mirando el mármol blanco como si pudiera ver el trono que una vez había estado allí. Mirando los otros tronos más pequeños que se habían sentado a su lado. —No me había dado cuenta de que Adarlan destrozó este lugar tan a fondo —dijo ella, oliéndolo o reconociendo la cadencia de sus pasos. —Los huesos aún están intactos —dijo Aedion—. Por cuánto tiempo más seguirá siendo cierto, no lo sé. Los ojos verdes de Lysandra se deslizaron hacia él, oscurecidos por el agotamiento y la tristeza. —En el fondo —dijo en voz baja—, una parte de mí pensaba que viviría para verla sentada aquí. —Señaló el estrado, donde había estado el trono de la cornamenta. —En el fondo, pensé que podríamos hacerlo de alguna manera. Incluso con Morath, y la Cerradura, y todo eso. No había esperanza en su rostro. Tal vez por eso se molestó en hablar con él. —Yo también lo pensé —dijo Aedion con la misma calma, aunque las palabras resonaron en la vasta cámara vacía—. Yo también pensé lo mismo.

Capítulo 70 Traducido por Luneta Corregido por Ella R

La reina de las hadas había venido a Morath. Dorian forzó su ritmo cardíaco a calmarse, su respiración se estabilizó cuando Maeve tomó un sorbo de su vino. —Entonces no me conoces —dijo la reina hada, estudiando al rey Valg. Erawan se detuvo, con la copa medio levantada hasta los labios. —¿No eres Maeve, reina de Doranelle? Aelin. ¿Maeve había traído a Aelin aquí? ¿Sería vendida a Erawan? Dioses, dioses... Maeve echó la cabeza hacia atrás y se echó a reír. —Milenios aparte, y has olvidado incluso a tu propia cuñada. Dorian se alegraba de ser pequeño, tranquilo y sin marcas. Él podría muy bien haberse tambaleado. Erawan se quedó inmóvil. —Tú. Maeve sonrió. —Yo. Esos ojos dorados recorrieron a la reina hada. —En una piel hada. Todo este tiempo. —Estoy decepcionada de que no lo hubieras descubierto. El pulso del poder de Erawan se deslizó sobre Dorian. Tan similar, tan terriblemente similar al poder aceitoso de ese príncipe Valg. —Sabes lo que tienes... —El rey Valg se calló. Enderezó los hombros. —Entonces supongo que debería agradecerte —dijo Erawan, dominándose a sí mismo—. Sin que traiciones a mi hermano, no habría descubierto este mundo

encantador. Y no estaría preparado para conquistarlo. —Tomó un sorbo de su copa. —Pero la pregunta sigue siendo: ¿Por qué venir aquí? ¿Por qué revelarte ahora? Mi antiguo enemigo, tal vez ya no más unenemigo. —Nunca fui tu enemiga —dijo Maeve, su voz inquebrantable—. Tus hermanos, sin embargo, lo eran. —Y sin embargo, te casaste con Orcus sabiendo muy bien cómo es él. —Tal vez debería haberme casado contigo cuando me lo ofreciste. —Una pequeña sonrisa, tímida y horrible. —Pero yo era tan joven entonces. Fácil de engañar. Erawan dejó escapar una risa baja que hizo que el estómago de Dorian se revolviera. —Nunca lo fuiste. Y ahora aquí estamos. Si Aelin estuviera aquí, si Dorian pudiera encontrarla, tal vez podrían enfrentarse a la reina y el rey de Valg... —Aquí estamos —dijo Maeve—. Tú, preparado para barrer este continente. Y yo, dispuesta a ayudarte. Erawan cruzó un tobillo sobre una rodilla. —Otra vez, ¿por qué? Los dedos de Maeve se alisaron sobre su copa. —Mi gente me ha traicionado. Después de todo lo que he hecho por ellos, todo lo que he protegido, se levantaron contra mí. El ejército que había reunido se negó a marchar. Mis nobles, mis sirvientes, se negaron a arrodillarse. Ya no soy la reina de Doranelle. —Puedo adivinar quién podría estar detrás de una cosa así —dijo Erawan. La oscuridad parpadeó en la habitación, terrible y fría. —Tenía a Aelin del Fuego Salvaje contenida. Esperaba traerla aquí cuando estuviera... lista. Pero el centinela que asigné para supervisar su cuidado cometió un grave error. Yo misma admitiré que fui engañada. Y ahora vuelve a ser libre. Y se encargó de enviar cartas a algunas personas influyentes en Doranelle. Probablemente ya esté en este continente. El alivio se estremeció a través de él. Erawan agitó una mano. —En Anielle. Gastando su poder descuidadamente.

Los ojos de Maeve brillaron. —Me costó mi reino, mi trono. Mi círculo de guerreros de confianza. Cualquier neutralidad que pudiera haber tenido en esta guerra, cualquier misericordia que pudiera haber ofrecido, se desvaneció en el momento en que ella y su compañero se fueron. La habían encontrado. De alguna manera, la habían encontrado. Y Anielle, ¿se atrevería a esperar que Chaol también estuviera allí? Dorian podría haber rugido su victoria. Pero Maeve continuó: —Aelin Galathynius vendrá por mí, si ella sobrevive a tí. No planeo darle la oportunidad de hacerlo. La sonrisa de Erawan creció. —Así que piensas aliarte conmigo. —Solo juntos podemos asegurar que la línea de sangre de Brannon sea derribada para siempre. Para nunca volver a levantarse. —Entonces, ¿por qué no matarla, cuando la tuviste? —¿Lo habrías hecho, hermano? ¿No habrías intentado convertirla? El silencio de Erawan fue suficiente confirmación. Entonces el rey de Valg preguntó: —Pones mucho ante mí, hermana. ¿Esperas que te crea tan fácilmente? —Lo anticipé. —Sus labios se curvaron. —Después de todo, no me queda más que mis propios poderes. Erawan no dijo nada, como si fuera consciente del baile en que la reina lo guiaba. Extendió una mano blanca como la luna hacia el centro de la habitación. —Hay algo más que podría traer a la mesa, si te interesa. Un movimiento de sus delgados dedos y un agujero simplemente apareció en el corazón de la cámara. Dorian se acurrucó más en la sombra y el polvo. Al no molestarse en ocultar su temblor con horror, solo la verdadera oscuridad podía aparecer al otro lado de ese agujero. El portal. —Había olvidado que habías dominado ese regalo —dijo Erawan, con sus ojos dorados brillando ante la cosa que ahora se inclinaba hacia ellos, cerrando sus pinzas La araña.

—Y había olvidado que todavía se molestaban en responderte —continuó Erawan. —Cuando las hadas me hicieron a un lado —dijo Maeve, sonriendo levemente ante la enorme araña— regresé a aquellos que siempre me han sido leales. —Las arañas estigias se han convertido en sus propias criaturas —respondió Erawan—. Tu lista de aliados sigue siendo corta. Maeve negó con la cabeza, el pelo oscuro brillaba. —Estas no son las arañas estigias. A través del portal, Dorian pudo distinguir una roca irregular y cenicienta. Montañas. —Estos son los kharankui, como los llaman los pueblos del sur del continente. Mis sirvientas más leales. El corazón de Dorian tronó cuando la araña se inclinó de nuevo. La cara de Erawan se volvió fría y aburrida. —¿Qué uso tendría para ellos? Hizo un gesto hacia las ventanas más allá, el paisaje del infierno que había creado. —He creado ejércitos de bestias leales a mí. No necesito unos cientos de arañas. Maeve ni siquiera vaciló. —Mis doncellas son ingeniosas, sus redes son de gran alcance. Me hablan de los acontecimientos del mundo. Y me hablaron de la próxima... fase de sus grandes planes. Dorian se preparó. Erawan se puso rígido. Maeve arrastraba las palabras. Las princesas Valg necesitan huéspedes. Has tenido dificultad en poder mantener a salvo a los que son lo suficientemente poderosos para mantenerlos como la princesa del kanato que logró sobrevivir a la que sembraste en ella, y una vez más es dueña de su propio cuerpo. Princesas Valg. En el continente sur. Chaol… —Estoy escuchando —dijo Erawan. Maeve señaló a la araña que todavía se inclinaba sobre el portal, el portal al continente del sur, que se abría tan fácilmente como una ventana. —¿Por qué molestarse con los huéspedes humanos para las seis princesas restantes cuando podrías crear unas mucho más poderosas? Y dispuestas.

Los ojos dorados de Erawan se deslizaron hacia la araña. —¿Tú y los tuyos permitirían esto? —Sus primeras palabras a la criatura. Las pinzas de la araña se cerraron, sus horribles ojos parpadearon. —Sería nuestro honor demostrar nuestra lealtad a nuestra reina. Maeve sonrió a la araña. Dorian se estremeció. —Inmortales y poderosos huéspedes —le dijo Maeve al rey Valg—. Con sus dones innatos, imagina cómo las princesas pueden prosperar dentro de ellas. Tanto la araña como la princesa serían cada vez más. Se convertirían en un horror más allá de todo cálculo. Erawan no dijo nada, y Maeve chasqueó los dedos y el portal y la araña desaparecieron. Ella se levantó, tan elegante como una sombra. —Te dejaré considerar esta alianza, si eso es lo que deseas. Los kharankui harán lo que yo les pida y marcharé feliz bajo tu estandarte. —Pero, ¿qué le diré a mi hermano, cuando lo vuelva a ver? Maeve ladeó la cabeza. —¿Planeas ver a Orcus de nuevo? —¿Por qué crees que he pasado tanto tiempo construyendo este ejército, preparando este mundo, si no para saludar a mis hermanos una vez más? ¿Si no para impresionarlos con lo que he hecho aquí? Erawan llevaría a los reyes Valg de vuelta a Erilea, si tuviera la oportunidad. Y si lo hacía... Maeve estudió al rey sentado. —Dile a Orcus que me aburrí de esperar a que él viniera a casa después de sus conquistas. —Una sonrisa de araña. —Preferiría mucho haberme unido a él. Erawan parpadeó, la única señal de su sorpresa. Luego agitó una mano elegante, y las puertas se abrieron con un viento fantasma. —Voy a pensar en esto, hermana. Por tu descaro al acercarte a mí, te permitiré que permanezcas como mi invitada hasta que lo decida. —Dos guardias aparecieron en el vestíbulo, y Dorian se preparó, con las patas tensas sobre las piedras. —Ellos te mostrarán tu habitación. Permanecer en esta cámara durante demasiado tiempo podría llevarlo a su exposición, pero no había percibido la llave del rey Valg. Más tarde, él podría seguir mirando más tarde. Contemplar la mejor manera de matar al rey, también.

Si era lo suficientemente tonto como para arriesgarse. Por ahora… Maeve recogió su manto, barriendo a su alrededor, y Dorian se apresuró a avanzar, escondiéndose en las sombras una vez más mientras la reina hada salía. Los guardias la condujeron por un pasillo, subieron por una escalera de caracol y entraron en una torre adyacente a la de Erawan. Estaba bien decorada con muebles de roble pulido y sábanas de lino. Probablemente este había sido un bastión humano y no un hogar de horrores. Cuando la puerta se cerró detrás de Maeve, se apoyó en la madera tachonada de hierro y suspiró. —¿Planeas esconderte en esa patética forma todo el día? Dorian se abalanzó hacia el hueco entre la puerta y el piso, pero la bota negra le golpeó el trasero. El dolor atravesó sus huesos, pero su pie permaneció en su lugar. Su magia surgió, azotando, pero un viento oscuro lo envolvió con garras, ahogándolo. Sofocante. La reina hada le sonrió. —No eres un espía muy hábil, Rey de Adarlan.

Capítulo 71 Traducido por Luneta Corregido por Ella R

La magia de Dorian luchó, rugiendo mientras su poder oscuro lo mantenía en su red. Si pudiera convertirse en un guiverno y arrancarle la cabeza... Pero Maeve sonreía, atenta y divertida, y levantó el pie de su pobre cola. Luego soltó el control sobre su magia. Se estremeció ante el poder oscuro y áspero cuando acarició las garras de su magia, rozó el núcleo brillante y crudo, y desapareció. Fue un esfuerzo no vomitar, no tocar la banda pálida en su cuello solo para asegurarse de que se había ido. La sonrisa de Maeve permaneció en su boca roja, su magia todavía temblaba mientras la sensación de su poder se demoraba. El poder de entrar en la mente, de desgarrar la mente. Un tipo diferente de enemigo. Uno que requeriría otra ruta. Una ruta imprudente, tonta. Ruta de un cortesano. Así que se convirtió, el pelaje volviéndose piel, las patas en manos. Cuando por fin se paró ante la reina hada, hombre una vez más, su sonrisa creció. —Qué guapo eres. Dorian hizo una reverencia. No se atrevió a tocar a Damaris a su lado. —¿Cómo supiste? —¿No crees que te observé, tu aroma y la sensación de tu poder, en los recuerdos de Aelin? —Ella inclinó la cabeza. —Aunque mi espía no reportó tu interés en cambiarte. Cyrene. El horror se deslizó a través de él. Maeve se adentró más en la cámara y se sentó en el banco frente a los pies de la cama, como si estuviera sentada en su trono. —¿Cómo crees que las Matronas supieron dónde encontrarte? —Cirene estuvo en el campamento por un día solo —logró decir. —¿Realmente crees que no hay otras arañas, allá arriba en las montañas? Todos le responden a ella, y a mí. Ella solo necesitaba susurrar una vez, a los cor-

rectos, y me encontraron. Y encontré a las Ironteeth. —Maeve se pasó una mano por el regazo de la bata. —Si Erawan sabe de tus dones eso queda por verse. Antes de que la mataras, Cyrene ciertamente me informó que eras... diferente. No se arrepintió de haberla matado ni un poco. —Pero eso no es ni aquí ni allá. Cyrene está muerta, y estás muy lejos de los brazos de Manon Blackbeak. Dorian apoyó una mano en la empuñadura de Damaris. Maeve sonrió ante la antigua espada. —Parece que la reina de Terrasen aprendió a compartir. Ella ha adquirido bastante tesoro, ¿no es así? Dorian parpadeó. Si Maeve supiera todo lo que Aelin poseía... —También lo sé —dijo Maeve, con sus ojos oscuros sin profundidad. Damaris se calentó en su agarre—. Y sé que la araña no adivinó esa verdad, al menos. —Ella lo miró. —¿Dónde están ahora, Dorian Havilliard? Algo afilado se deslizó por su mente. Tratando de entrar, la magia de Dorian rugió. Una capa de hielo se estrelló contra esas garras mentales. Las envió lejos. Maeve se echó a reír, y Dorian parpadeó, encontrando que la habitación también estaba cubierta de escarcha. —Un método dramático, pero efectivo. Dorian le sonrió burlonamente. —¿Crees que sería lo suficientemente estúpido como para dejarte en mi mente? —Todavía manteniendo una mano en la espada, deslizó la otra en un bolsillo, solo para ocultar su temblor. —¿O decirte dónde están escondidos? —Valió la pena el intento —dijo Maeve. —¿Por qué no hacer sonar la alarma? —Fue su única respuesta. Maeve se echó hacia atrás, estudiándolo de nuevo. —Quieres lo que yo quiero. Erawan lo tiene. ¿Eso no te hace a ti y a mí aliados? —Debes estar loca si piensas que alguna vez te daría las llaves. —¿Lo estoy? ¿Qué harías con ellas, Dorian? ¿Destruirlas? —¿Qué harías tú? ¿Conquistar el mundo?

Maeve se rió. —Oh, nada tan común como eso. Me aseguraría de que Erawan y sus hermanos nunca puedan regresar. Damaris se mantuvo caliente en su mano. La reina dijo la verdad. O una parte de ella. —¿Admitirás tan fácilmente que planeas traicionar a Erawan? —¿Por qué crees que vine aquí? —preguntó Maeve—Mi gente me ha expulsado, y supuse que buscarías Morath lo suficientemente pronto. El calor de Damaris no flaqueó, sin embargo, Dorian dijo: —No puedes pensar que creería que viniste aquí para ganarte mi lealtad. No cuando vi que planeas ofrecerle a Erawan tus arañas para ocupar a sus princesas. No quería saber qué podían hacer las princesas Valg. ¿Por qué Erawan había retrasado su desencadenamiento? —Un pequeño sacrificio de mi parte para ganarme su confianza. —Damaris se mantuvo callada. —No somos tan diferentes, tú y yo. Y ahora no tengo nada que perder, gracias a tu amigo. Verdad, verdad, verdad. Y ahí estaba, la apertura que había estado esperando. Manteniendo su mente encerrada en esa pared de hielo, y a su magia midiendo al enemigo ante ellos, Dorian dejó que su mano se deslizara lejos de la empuñadura de Damaris. Dejo que viera su desconfianza relajarse cuando dijo: —Aelin parece ser hábil en destruir los reinos de otras personas mientras protege a los suyos. —Y en dejar que otros paguen sus deudas. Dorian se calmó, aunque su magia continuó su vigilia, vigilando su poder oscuro mientras pasaba la barrera de su mente. —¿No es por eso que estás aquí? —preguntó Maeve— ¿Para ser el sacrificio así Aelin no tiene que destruirse? —Ella chasqueó la lengua. —Es un desperdicio tan terrible, que cualquiera de ustedes pague el precio por la estupidez de Elena. —Eso es verdad. —¿Puedo decirte lo que Aelin me reveló, durante esos momentos que pude mirar en su mente?

Dorian no se atrevió a alcanzar a Damaris de nuevo. —La esclavizaste —gruñó—.No quiero escuchar nada de eso. Maeve se pasó la cortina de pelo por encima del hombro. —Aelin se alegra de que seas tú —Se limitó a decir—. Ella espera que sea demasiado tarde para regresar. Que logres lo que te propusiste y le ahorres una elección terrible. —Ella tiene un compañero y un reino. No la culpo. —La nitidez de sus palabras no fue del todo falsa. —¿No es así? ¿No tienes un reino que cuidar, uno no menos poderoso y noble que Terrasen? —Cuando él no contestó, Maeve continuó— Aelin ha sido liberada hace semanas. Y no ha venido a buscarte. —El continente es un lugar grande. Una sonrisa de complicidad. —Ella podría encontrarte, si lo deseara. Y sin embargo, fue a Anielle. Sabía a qué tipo de juego jugaba ella. Su magia se deslizó una fracción. Una abertura. La propia Maeve lo atacó, buscando una forma de entrar. Apenas había cruzado el umbral cuando él apretó los dientes y la echó de su mente otra vez, la pared de hielo chocó con ella. —Si quieres que me alíe contigo, estás escogiendo una manera increíble de demostrarlo. Maeve se rio suavemente. —¿Puedes culparme por intentarlo? Dorian no respondió, y la miró fijamente durante un largo minuto. Hizo un show de consideración. Con un poco de intriga y entrenamiento cortesano mantenía su rostro ilegible. —¿Crees que traicionaría a mis amigos tan fácilmente? —¿Es una traición? —Maeve reflexionó— ¿Para encontrar una alternativa para que ni tú ni Aelin Galathynius paguen el precio final? Era lo que pretendía para ella todo el tiempo, evitar que fuera un sacrificio para los dioses insensibles. —Esos dioses son seres poderosos. —Entonces, ¿dónde están ahora? —Ella hizo un gesto hacia la habitación, hacia la fortaleza. Respondió el silencio. —Tienen miedo. De mí, de Erawan. De las

llaves. —Ella le dio una sonrisa de serpiente. —Te tienen miedo. A ti y Aelin Portadora del Fuego. Los suficientemente poderosos como para enviarlos a casa, o para maldecirlos. Él no respondió. Ella no estaba del todo equivocada. —¿Por qué no desafiarlos? ¿Por qué inclinarse ante sus deseos? ¿Qué han hecho por ti? La cara dolorida de Sorscha brilló ante sus ojos. —No hay otra manera —dijo al fin—. Para terminar esto. Las llaves podrían terminarlo. Para manejarlos, en lugar de sellarlos de nuevo en la puerta. —Podrían hacer cualquier cosa —continuó Maeve—. Destruir a Erawan, expulsar a esos dioses a su casa si eso es lo que quieren. —Ella inclinó la cabeza. —Abrir otra puerta a reinos de paz y descanso. A la mujer que sin duda estaría allí. El poder oscuro y depredador que acechaba su mente se desvaneció, se retiró hacia su señora. Aelin lo había hecho una vez. Abrir una puerta para ver a Nehemia. Era posible. Los encuentros con Gavin y Kaltain solo lo confirmaron. —¿Qué pasaría si no solo te aliaras conmigo —preguntó al fin—, sino con Adarlan en sí? Maeve no respondió. Como si ella estuviera sorprendida por la oferta. —Una alianza más grande que simplemente trabajar juntos para encontrar la llave —reflexionó Dorian, y se encogió de hombros—. No tienes reino, y claramente quieres otro. ¿Por qué no ofreces tus dones a Adarlan, a mí? Trae tus arañas a nuestro lado. —Hace un respiro estabas furioso porque esclavicé a tu amiga. —Oh, todavía lo estoy. Sin embargo, no soy tan orgulloso de negarme a considerar la posibilidad. ¿Quieres un reino? Entonces únete al mío. Alíate conmigo, trabajemos juntos para obtener lo que necesitamos de Erawan, y te haré reina. De un territorio mucho más grande, con un pueblo que no se levantará contra ti. Un nuevo comienzo, supongo. Cuando ella continuó sin hablar, Dorian se apoyó contra la puerta. El retrato de la despreocupación cortesana. —Crees que estoy tratando de engañarte. Tal vez lo haga.

—¿Y Manon Blackbeak? ¿Qué hay de tus promesas a ella? —No le he hecho ninguna promesa con respecto a mi trono, y ella no quiere tener nada que ver con él. —No ocultó la amargura mientras se encogía de hombros otra vez. —Los matrimonios se han construido sobre cimientos mucho más volátiles que este. —Aelin podría marcarte como un enemigo, si hacemos una verdadera unión. —Aelin no se arriesgará a matar a un aliado, no ahora. Y descubrirá que no es la única capaz de salvar este mundo. Tal vez incluso venga a darme las gracias, si está tan ansiosa por evitar ser sacrificada como tú aseguras. La boca roja de Maeve se curvó hacia arriba. —Eres joven, y descarado. Dorian volvió a hacer una reverencia. —También soy sumamente guapo y estoy dispuesto a ofrecer mi trono en un gesto de buena fe. —Podría venderte a Erawan ahora mismo y él me recompensaría generosamente. —Recompensarte, como si fueras un perro que trae un faisán a su amo. — Dorian se echó a reír, y sus ojos brillaron. —Fuiste tú quien planteó esta alianza entre nosotros, no yo. Pero considera esto ¿Te arrodillas o gobiernas, Maeve? —Él se dio unos golpecitos en el cuello, justo sobre la banda pálida que lo rodeaba. —Me arrodillé y descubrí que no tengo interés en volver a hacerlo. No ante Erawan, ni ante Aelin, ni ante nadie. —Se encogió de hombros. —La mujer que amo está muerta. Mi reino está hecho pedazos. ¿Qué tengo que perder? —Dejó que parte del hielo viejo, el vacío en su pecho, subiera a su cara. —Estoy dispuesto a jugar este juego. ¿Lo estás tú? Maeve volvió a guardar silencio. Y lentamente, esas manos fantasmas se deslizaron por los rincones de su mente. Él la dejó ver. Mirar la verdad que buscaba. Él resistió, ese toque de sondeo. Por fin, Maeve soltó un suspiro por la nariz. —Viniste a Morath por una llave y te irás con una novia. Casi se hundió de alivio. —Me iré con los dos. Y rápido. —¿Y cómo nos proponemos encontrar lo que buscamos? Dorian sonrió a la reina hada. La reina Valg.

—Déjamelo a mí.

I Horas más tarde, en la cima de la torre más alta de Morath, Dorian miró las fogatas del ejército que cubrían el fondo del valle, con las plumas de su cuervo agitadas por el viento helado de los picos circundantes. Los gritos y gruñidos se habían calmado, al menos. Como si incluso los maestros de las mazmorras de Morath mantuvieran horas normales de trabajo. Podría haber encontrado la idea muy divertida, si no supiera qué tipo de cosas se estaban rompiendo y criando aquí. Su primo, Roland, había terminado aquí. Lo sabía, aunque nadie lo había confirmado nunca. ¿Había sobrevivido a la transición del príncipe Valg, o simplemente había sido una comida para uno de los terrores que merodeaban este lugar? Levantó la cabeza, escudriñando el cielo nublado. La luna era un borrón pálido detrás de ellos, un hilo de luz que parecía dispuesto a permanecer oculto a los ojos vigilantes de Morath. Un juego peligroso. Estaba jugando un juego muy peligroso. ¿Lo miraba Gavin ahora, desde donde descansaba? ¿Se había enterado con qué clase de monstruo se había aliado Dorian? No se atrevió a convocar al rey aquí. No con Erawan tan cerca. Lo suficientemente cerca como para que Dorian pudiera haber atacado. Tal vez había sido un tonto por no hacerlo. Tal vez sería un tonto si lo intentara, como Kaltain había advertido, cuando podría revelar su misión. Cuando Erawan tenía esos collares en la mano. Dorian lanzó una mirada a la torre adyacente, donde Maeve dormía. Un juego peligroso, muy peligroso. La torre oscura más allá de la de ella parecía palpitar con poder. Sin embargo, la sala del consejo al final del pasillo aún estaba iluminada. Y en el pasillo un movimiento. La gente pasaba junto a las antorchas. Apresurándose. Estúpido. Absolutamente estúpido, y sin embargo, se encontró a sí mismo agitado en la fría noche. Se encontraba en la banca, y luego se dirigió a una ventana rota a lo largo del pasillo.

Empujó la ventana un poco más lejos con el pico y escuchó. —Meses que he estado aquí, ¿y ahora se niega a mi consejo? —Un hombre alto y delgado pasaba por el pasillo. Lejos de la sala del consejo de Erawan. Hacia la puerta de la torre al final del pasillo y los guardias con la cara en blanco plantados allí. A su lado, dos hombres más bajos luchaban por mantenerse a su paso. Uno de ellos dijo: —Los motivos de Erawan son misteriosos, Lord Vernon. Él no hace nada sin razón. Ten fe en él. Dorian se congeló. Vernon Lochan. El tío de Elide. Su magia surgió, el hielo resquebrajándose sobre el alféizar de la ventana. Dorian rastreó al larguilucho lord mientras pasaba a toda velocidad, con su capa de pelaje oscuro cayendo hacia las piedras. —He tenido fe en él más allá de lo que podía esperarse —espetó Vernon. El señor y sus lacayos le dieron a la puerta de la torre una amplia litera cuando la pasaron, doblaron la esquina y desaparecieron, sus voces se desvanecieron con ellos. Dorian observó la sala vacía. La sala del consejo en el otro extremo. La puerta seguía entreabierta. Él no dudó. No se dio tiempo para reconsiderarlo mientras elaboraba su plan. Y esperó.

I Erawan emergió una hora después. El corazón de Dorian tronaba a través de él, pero mantuvo su posición en el pasillo, mantuvo sus hombros rectos y sus manos detrás de su espalda. Precisamente cómo se había aparecido a los guardias cuando había doblado la esquina, habiendo volado a un pasillo tranquilo antes de moverse y caminar hasta aquí. El rey Valg lo examinó una vez, y apretó la boca. —Pensé que te había despedido por la noche, Vernon.

Dorian inclinó la cabeza, deseando que su respiración fuera firme con cada paso que Erawan daba hacia él. Su magia se agitó, retrocediendo aterrorizada hacia la criatura que se acercaba, pero la forzó a hundirse. A un lugar donde Erawan no lo detectaría. Como no había detectado a Dorian antes. Quizás la magia cruda en él también borró cualquier olor rastreable. Dorian inclinó la cabeza. —Regresé a mi habitación, pero me di cuenta de que tenía una pregunta persistente, mi lord. Rezó para que Erawan no notara las ropas diferentes. La espada que guardaba medio escondida bajo su capa. Rezó porque Erawan decidiera que Vernon había regresado a su habitación para cambiarse antes de regresar. Y rogó que hablara lo suficientemente parecido al Señor de Perranth para ser convincente. Un hombre que se arrastra y se arrastra, del tipo que vendería su propia sobrina a un rey demonio. —¿Qué es? —Erawan caminó por el pasillo hacia su torre, una pesadilla envuelta en un hermoso cuerpo. Golpearlo ahora. Mátalo. Y sin embargo, Dorian sabía que no había venido aquí por eso. De ningún modo. Mantuvo la cabeza baja, la voz baja. —¿Por qué? Erawan deslizó sus ojos dorados y brillantes hacia él. Los ojos de Manon. —¿Por qué qué? —Podrías haberte hecho señor de una docena de otros territorios, y sin embargo, nos agració con este. Durante mucho tiempo me he preguntado por qué. Los ojos de Erawan se estrecharon en rendijas, y Dorian mantuvo su rostro con el retrato de la curiosidad arrastrada. ¿Vernon le había preguntado eso antes? Una estúpida apuesta. Si Erawan notaba la espada a su lado... —Mis hermanos y yo planeamos conquistar este mundo, agregarlo al tesoro que ya habíamos tomado. —El cabello dorado de Erawan bailaba con la luz de las antorchas mientras caminaba por el largo pasillo. Dorian tuvo la sensación de que cuando llegaran a la torre en el otro extremo, la conversación terminaría. — Llegamos a este, nos encontramos con una sorprendente cantidad de resistencia, y fueron desterrados de nuevo. No podía hacer nada menos mientras estaba atrapado aquí que hacerle pagar este mundo por el golpe que nos asestaron.

Así que haré de este mundo un espejo de nuestra patria, para honrar a mis hermanos y prepararlos para su regreso. Dorian examinó las innumerables lecciones sobre las casas reales de sus tierras y dijo: —Yo también sé lo que es tener una rivalidad fraternal. —Le dirigió al rey una sonrisa. —Mataste a los tuyos —dijo Erawan, aburrido ya—. Yo amo mucho a los míos. La idea era ridícula. La mitad del pasillo continuaba hasta la puerta de la torre. —¿Realmente diezmarás este mundo, entonces? ¿Todos los que habitan en él? —Los que no se arrodillen. Maeve, al menos, deseaba conservarlo. Para gobernar, pero preservarlo. —¿Recibirán collares y anillos, o una muerte limpia? Erawan lo miró de reojo. —Nunca te has preguntado por el bien de tu gente. Ni siquiera por el bien de tu sobrina, el fracaso que fue. Dorian se encogió de hombros y agachó la cabeza. —Me disculpo de nuevo por eso, milord. Ella es una chica inteligente. —Tan inteligente, parece, que te confrontó y te asustó. Dorian volvió a inclinar la cabeza. —Iré a buscarla, si eso es lo que deseas. —Soy consciente de que ella ya no tiene lo que busco, y ahora está perdido para mí. Una pérdida que causaste. —Elide se había llevado la llave Wyrd, a quien se la había entregado Kaltain. Dorian se preguntó si Vernon había estado acostado abajo durante meses, evitando esta conversación. Se encogió de nuevo. —Dime cómo rectificarlo, milord, y lo haré. Erawan se detuvo, y la boca de Dorian se secó. Su magia se enroscó dentro de él, preparándose. Pero se hizo mirar al rey a la cara. Conociendo los ojos de la criatura que había provocado tanto sufrimiento.

—Tu línea de sangre resultó inútil para mí, Vernon —dijo Erawan un tono demasiado suave—. ¿Encontraré otro uso para ti aquí en Morath? Dorian sabía exactamente qué tipo de usos tendría el hombre. Levantó las manos suplicantes. —Soy tu siervo, milord. Erawan lo miró fijamente durante largos latidos. Entonces dijo: —Ve. Dorian se enderezó, dejando que Erawan avanzara unos pasos más hacia la torre. Los guardias con la cara en blanco colocados en su puerta se hicieron a un lado mientras se acercaba. —¿Realmente los odias? —dijo Dorian. Erawan dio media vuelta hacia él. Dorian preguntó: —A los humanos. Aelin Galathynius. Dorian Havilliard. Todos ellos. ¿Los odias realmente? ¿Por qué nos haces sufrir tanto? Los ojos dorados de Erawan se desvanecieron. —Me apartarían de mis hermanos —dijo—. No dejaré que nada se interponga en el camino para reunirme con ellos. —Seguramente podría haber otra manera de reunirlos. Sin una guerra tan grande. La mirada de Erawan se apoderó de él, y Dorian se mantuvo inmóvil, deseando que su olor no se destacara, y que mantuviera su forma. —¿Dónde estaría la diversión en eso? —preguntó el rey Valg, y se volvió hacia el vestíbulo. —¿El anterior rey de Adarlan hizo tales preguntas? —Las palabras solo salieron de él. Erawan de nuevo se detuvo. —No era un siervo tan fiel como podrías creer. Y mira lo que le costó. —Él luchó contra ti. —No fue una pregunta. —Él nunca se inclinó. No del todo. —Dorian se sorprendió tanto que abrió la

boca. Pero Erawan comenzó a caminar de nuevo y dijo sin mirar atrás: —Haces muchas preguntas, Vernon. Muchas preguntas. Las encuentro aburridas. Dorian se inclinó, incluso con Erawan a su espalda. Pero el rey Valg continuó, abriendo la puerta de la torre para revelar un interior sin luz y cerrarlo detrás de él. Un reloj dio la medianoche, desfasado y odioso, y Dorian regresó por el pasillo y encontró otra ruta hacia las cámaras de Maeve. Un rápido cambio en un rincón sombreado lo hizo volver a correr por el suelo, sus ojos de ratón veían bastante bien en la oscuridad. Sólo las brasas permanecían en la chimenea cuando se deslizó debajo de la puerta. En la oscuridad, Maeve dijo desde la cama: —Eres un tonto. Dorian se movió de nuevo, volviendo a su propio cuerpo. —¿Por qué? —Sé a dónde fuiste. A quién buscabas. —Su voz se deslizó por la oscuridad. —Eres un tonto. Cuando él no respondió, ella le preguntó: —¿Planeaste matarlo? —No lo sé. —No podrías enfrentarte a él y vivir. —Palabras informales y duras. Dorian no necesitaba tocar a Damaris para saber que eran ciertas. —Habría puesto otro collar alrededor de tu garganta. —Lo sé. —Tal vez debería haber aprendido dónde los guardó el rey Valg y destruir el escondite. —Esta alianza no funcionará si te estás escapando y actuando como un chico imprudente —siseó Maeve. —Lo sé —repitió, las palabras huecas. Maeve suspiró cuando no dijo más. —¿Al menos encontraste lo que estabas buscando? Dorian se recostó ante el fuego, acurrucándose con un brazo debajo de la cabeza. —No.

Capítulo 72 Traducido por Luneta Corregido por Ella R

Desde la distancia, la Brecha Ferian no parecía el puesto de avanzada para un gran número de la legión aérea de Morath. Tampoco parecía, pensó Nesryn, como si hubiera estado criando guivernos durante años. Supuso que la falta de signos obvios de la presencia de un rey Valg era parte de por qué había permanecido en secreto durante tanto tiempo. Navegando más cerca de los imponentes picos gemelos que flanqueaban ambos lados (el Colmillo del Norte en uno, el Omega en el otro) y separaban los Colmillos Blancos de las Montañas Ruhnn, Nesryn apenas podía distinguir las estructuras construidas en cualquiera de las dos. Como el nido de Eridun, y sin embargo no del todo. La casa de montaña de Eridun estaba llena de movimiento y vida. Lo que se había construido en la Brecha, conectado por un puente de piedra cerca de su parte superior, estaba en silencio. Frío y sombrío. La nieve medio cegó a Nesryn, pero Salkhi se dirigió hacia los picos, manteniéndose alto. Borte y Arcas llegaron desde el norte, poco más que sombras oscuras en medio de los azotes blancos. Muy por detrás de ellos, en la llanura del valle más allá de la Brecha, la mitad de su ejército esperó, los ruks con ellos. Esperó a que Nesryn y Borte, junto con los otros exploradores que habían salido, informaran que había llegado el momento de atacar. Hicieron el cruce del río al amparo de la oscuridad la noche anterior, y aquellos que los rublos no pudieron transportar habían sido traídos en botes. Una posición precaria para estar, en esa llanura antes de la Brecha. El Avery se bifurcaba a sus espaldas, acorralándolos efectivamente. Gran parte de él había sido congelada, pero no lo suficientemente grueso como para correr el riesgo de cruzar a pie. Si esta batalla saliera mal, no habría a dónde correr. Nesryn dio un codazo a Salkhi, rodeando el Colmillo del Norte desde el lado sur. Muy abajo, las nieves arremolinándose se aclararon lo suficiente como para revelar lo que parecía ser una puerta trasera hacia la montaña. No había rastros de centinelas ni de ningún guiverno. Quizás el clima los había llevado a todos adentro. Miró hacia el sur, hacia los Colmillos. Pero no había señales de la segunda mit-

ad de su ejército, marchando hacia el norte a través de los picos para llegar a la Brecha desde la entrada occidental. Un viaje mucho más traicionero que el que habían hecho. Pero si lo programaron correctamente, si arrastraban al ejército en la Brecha hacia la llanura justo antes de que los otros llegaran desde el oeste, podrían aplastar a las fuerzas de Morath entre ellos. Y eso sería sin desatar el poder de Aelin Galathynius. Y su consorte y corte. Salkhi se arqueaba alrededor del Colmillo del Norte. A lo lejos, Nesryn podía distinguir a Borte haciendo lo mismo con el Omega. Pero no había rastro de su enemigo. Y cuando Nesryn y Borte dieron otro paso a través de la Brecha Ferian, incluso llegando tan lejos como para elevarse entre los dos picos, tampoco encontraron ninguna señal. Como si el enemigo hubiera desaparecido.

I Los Colmillos Blancos eran absolutamente implacables. Los hombres salvajes que los guiaban evitaban que las montañas fueran fatales, sabiendo qué pasos podrían ser eliminados por la nieve, o que podría tener una plataforma de hielo inestable, que estaba demasiado abierta para los ojos que volaban por encima. Incluso con el ejército detrás, Chaol se maravilló ante la velocidad de su viaje, de cómo, después de tres días, despejaron las montañas y subieron a las llanuras occidentales planas y nevadas más allá. Nunca había puesto un pie en el territorio, aunque técnicamente era suyo. La frontera oficial de Adarlan reclamó las llanuras más allá de los Colmillos durante una buena distancia antes de ceder a los territorios sin nombre de los Desiertos. Pero aún se sentía como los Desiertos, inquietantemente tranquilos y en expansión, una extraña extensión que se expandía, sin romperse, hacia el horizonte. Incluso los estoicos guerreros del kanato no miraron hacia los Desiertos a su izquierda mientras avanzaban hacia el norte. Por la noche, se acurrucaban más cerca de sus fuegos. Todos ellos lo hacian. Yrene se aferró un poco más fuerte en la noche, susurrando acerca de la extrañeza de la tierra, su silencio hueco. Como si la tierra en sí no cantara, había dicho ahora unas cuantas veces, estremeciendose cada vez que lo hacía.

Un lugar mucho mejor, pensó Chaol mientras avanzaban hacia el norte, bordeando el borde de los Colmillos a su derecha, para que Erawan construyera su imperio. Demonios, podrían habérselo dado si hubiera establecido su fortaleza en la llanura y la hubiera mantenido. —Estamos a un día fuera de la Brecha —dijo uno de los hombres salvajes, Kai, a Chaol mientras cabalgaban en una mañana inusualmente soleada—. Acamparemos al sur del Colmillo Norte esta noche, y la marcha de mañana por la mañana nos llevará a la Brecha. Había otra razón por la que los hombres salvajes se habían aliado con ellos, más allá del territorio que podían ganar. Las brujas habían cazado a su clase esta primavera, clanes enteros y campos abandonados en cintas sangrientas. Muchos habían sido reducidos a cenizas, y los pocos sobrevivientes habían mencionado en susurros acerca de una mujer de cabello oscuro con un poder profano. Chaol estaba dispuesto a apostar que había sido Kaltain, pero no les había dicho a los hombres salvajes que al menos esa amenaza en particular había sido borrada. O se había incinerado al final. No les importaría de todos modos. De los más de doscientos hombres salvajes que se habían unido a su ejército desde que habían dejado Anielle, todos habían acudido a la Brecha Feriana para obtener venganza de las brujas. En Morath. Chaol se abstuvo de mencionar que él mismo había matado a uno de los suyos hace casi un año. Podría haber sido hace una década, por todo lo que había sucedido desde que había matado a Caín durante su duelo con Aelin. Yulemas aún estaba a unas semanas, si sobrevivían lo suficiente como para celebrarlo. Chaol le dijo al hombre delgado y barbudo, que compensaba su falta de forma tradicional de hombre de clan con ingenio rápido y ojos agudos: —¿Hay algún lugar en el que pueda esconder un ejército esta noche? Kai negó con la cabeza. —No tan cerca. Esta noche será el mayor riesgo. Chaol echó un vistazo a los vagones de los curanderos distantes en donde viajaba Yrene, trabajando con los soldados que habían caído enfermos o heridos en la caminata. No la había visto desde que se habían despertado, pero sabía que ella había pasado su viaje hoy sanando, la tensión en su columna crecía con cada milla. —Solo tendremos que rezar —dijo Chaol, girándose hacia la imponente montaña que toma forma ante ellos. —Los dioses no vienen a estas tierras —fue todo lo que dijo Kai antes de volver a caer con un grupo de su propia gente.

Un caballo se acomodó al lado del suyo, y encontró a Aelin envuelta en una capa forrada de piel, con una mano en la empuñadura de Goldryn. Gavriel cabalgaba detrás de ella, y Fenrys a su lado. El primero vigilaba las llanuras occidentales; el último vigilaba el muro de picos a su derecha. Sin embargo, los dos machos hada de cabello dorado permanecieron en silencio, mientras Aelin fruncía el ceño ante la desaparición de la forma de Kai. —Ese hombre tiene un don para lo dramático que debería haberle ganado un lugar en algunas de las mejores etapas de Rifthold. —Un elogio, viniendo de ti. Ella guiñó un ojo, acariciando el pomo rubí de Goldryn. La piedra pareció estallar en respuesta. —Reconozco un alma gemela cuando la veo. A pesar de la batalla que esperaba, Chaol se rio entre dientes. Pero entonces Aelin dijo: —Rowan y el grupo de cazadores hada han estado haciendo un túnel en su poder durante los últimos días. —Ella asintió con la cabeza por encima del hombro a Fenrys y Gavriel, luego hacia donde Rowan montaba a la cabeza de la compañía, el cabello plateado del Príncipe Hada. Brillante como el sol sobre nieve alrededor de ellos. —Yo también. Nos aseguraremos de que nada dañe al ejército esta noche. —Una mirada de complicidad hacia los carros de los curanderos. —Ciertas áreas estarán especialmente vigiladas. Chaol asintió en agradecimiento. Tener a Aelin capaz de usar sus poderes, y a sus compañeros harían la batalla mucho más fácil. Es posible que los guivernos ni siquiera puedan acercarse lo suficiente como para tocar a sus soldados si Aelin pudiera derribarlos desde el cielo, o si Rowan podría romper sus alas con una ráfaga de viento. O simplemente arrancar el aire de sus pulmones. Había visto lo suficiente de los combates de Fenrys y Gavriel en Anielle para saber que, incluso sin tanta magia, serían letales. Y Lorcan... Chaol no miró por encima del hombro hacia donde cabalgaban Lorcan y Elide. Los poderes del guerrero oscuro no eran nada que Chaol deseara enfrentar. Con un gesto de respuesta, Aelin trotó al lado de Rowan, el rubí en la empuñadura de Goldryn como un pequeño sol. Fenrys lo siguió, protegiendo la espalda de la reina incluso entre los aliados. Sin embargo, Gavriel se quedó guiando su caballo al lado de Farasha. La yegua negra miró a la caballo roan castrado del guerrero, pero no hizo ningún movimiento para morderlo. Gracias a los dioses. El león le dirigió una leve sonrisa. —No tuve la oportunidad de felicitarte por las felices noticias.

Una cosa extraña para el guerrero, dado que apenas habían hablado más allá de los consejos, pero Chaol inclinó la cabeza. —Gracias. Gavriel miró hacia la nieve y las montañas, hacia el lejano norte. —No se me concedió la oportunidad que tienes, de estar presente desde el principio. Para ver a mi hijo crecer y convertirse en un hombre. Chaol pensó en ello, en la vida que crecía en el vientre de Yrene, en el niño que criarían. Pensó en lo que Gavriel no había experimentado. —Lo siento. —Era lo único, realmente, que podía decir. Gavriel negó con la cabeza, sus ojos rojizos brillaban dorados y salpicaban esmeralda en el sol cegador. —No te lo dije por simpatía. —El León lo miró, y Chaol sintió el peso de cada uno de los siglos de Gavriel que pesaban sobre él. —Sino más bien para decirte lo que quizás ya sabes: saborear cada momento de ello. —Sí. —Si sobrevivieran a esta guerra, él lo haría. Cada maldito segundo. Gavriel inclinó las riendas, como para llevar a su caballo de regreso a sus compañeros, pero Chaol le dijo: —Supongo que Aedion no te ha facilitado la aparición en tu vida. La cara grave de Gavriel se tensó. —Él tiene todas las razones para no hacerlo. Y a pesar de que Aedion era el hijo de Gavriel, Chaol le dijo: —Estoy seguro de que ya lo sabes, pero Aedion es tan terco e impetuoso como como ella. —Levantó la barbilla hacia Aelin, avanzando, diciéndole algo a Fenrys que hizo que Rowan se riera. Y Fenrys soltó una carcajada. —Aelin y Aedion podrían ser gemelos. —Que Gavriel no lo detuviera le dijo a Chaol que había leído la herida persistente en los ojos del León lo suficientemente bien. —Ambos a menudo dicen una cosa, lo cual significa algo completamente distinto. Y luego lo negarán hasta su último aliento. —Chaol negó con la cabeza. —Dale tiempo a Aedion. Cuando lleguemos a Orynth, tengo la sensación de que estará más feliz de verte que de lo que él dice. —Estoy llevando de vuelta a su reina, y montando con un ejército. Creo que estaría feliz de ver a su enemigo más odiado, si hiciera eso por él. La preocupación palideció las facciones bronceadas del León. No por la reunión, sino por lo que su hijo podría estar enfrentando en el Norte.

Chaol consideró. —Mi padre es un bastardo —dijo en voz baja—. Él ha estado en mi vida desde mi concepción. Sin embargo, ni una sola vez se molestó en hacer las preguntas que planteas —continuó Chaol—. Nunca le importó lo suficiente como para hacerlo. Ni una vez se preocupó. Esa será la diferencia. —Si Aedion decide perdonarme. —Él lo hará —dijo Chaol. Haría que Aedion lo hiciera. —¿Por qué estás tan seguro? Chaol consideró sus palabras con cuidado antes de encontrarse de nuevo con la sorprendente mirada de Gavriel. —Porque tú eres su padre —dijo—. Y no importa lo que pueda haber entre ustedes, Aedion siempre querrá perdonarte. Ahí estaba, su propia vergüenza secreta, todavía en guerra dentro de él después de todo lo que su padre le había hecho. Incluso después del baúl lleno de las cartas de su madre. —Y Aedion se dará cuenta, a su manera, de que viniste a salvar a Aelin no por su bien o el de Rowan, sino por el suyo. Y que te quedaste con ellos, y marchas en este ejército, por su bien, también. El león miró hacia el norte, con los ojos parpadeando. —Espero que tengas razón. Ningún intento de negación, que todo lo que Gavriel había hecho y haría era solo por Aedion. Que marchaba hacia el norte, hacia el infierno seguro, por Aedion. El guerrero comenzó a pasar su caballo por delante de él otra vez, pero Chaol se encontró diciendo: —Desearía... desearía haber tenido tanta suerte de tenerte como mi padre. Sorpresa y algo mucho más profundo cruzó el rostro de Gavriel. Su garganta tatuada se agitó. —Gracias. Tal vez esa sea nuestra suerte, nunca tener a los padres que deseamos, pero todavía esperar que puedan superar lo que son, fallas y todo. Chaol se abstuvo de decirle a Gavriel que ya era más que suficiente. Gavriel dijo en voz baja: —Intentaré ser digno de mi hijo. Chaol estaba a punto de murmurar que Aedion sería mejor que considerara al

León digno cuando dos formas tomaron forma en los cielos en lo alto. Grandes, oscuros, y en rápido movimiento. Chaol agarró el arco que llevaba atado a la espalda mientras los soldados gritaban, el propio arco de Gavriel ya apuntaba hacia el cielo, pero Rowan gritó por encima de la refriega: —¡Deténgan el fuego! —anunció Rowan—Son Nesryn y Borte. En cuestión de minutos, las dos mujeres habían descendido, sus ruks estaban cubiertos de hielo desde el aire por encima de los picos. —¿Qué tan grave es? —preguntó Aelin, ahora acompañada por Fenrys, Lorcan y Elide. Borte se estremeció. —No tiene sentido. Nada de esto. Nesryn lo explicó antes de que Chaol pudiera decirle a la chica que fuera al grano. —Ya hemos pasado por la Brecha tres veces. Incluso aterrizamos en el Omega. —Ella negó con la cabeza. —Está vacío. —¿Vacío? —preguntó Chaol. —¿No hay un alma allí? —Los guerreros hada se miraron entre sí. —Algunos de los hornos seguían funcionando, así que alguien debe estar allí — dijo Borte—, pero no había ni una bruja ni guiverno. Quien se quedara atrás es lo de menos, probablemente no eran más que entrenadores o criadores. La Brecha Feriana estaba vacía. La legión de las Ironteeth se ha ido. Rowan escudriñó el pico por delante. —Necesitamos enterarnos lo que ellos saben, entonces. El asentimiento de Nesryn fue sombrío. —Sartaq ya tiene gente en eso.

Capítulo 73 Traducido por Ella R Corregido por Cotota

Dorian cazó a lo largo de Morath bajo cientos de pieles diferentes. Sobre los silenciosos pies de un gato, o escabulléndose a través de los pisos como una cucaracha, o colgando de una viga como un murciélago, pasó la mayor parte de la semana escuchando. Observando. Erawan aún continuaba ignorando su presencia. Tal vez la naturaleza de su magia cruda realmente lo dotaba con el anonimato, y Maeve solo había sabido reconocerlo gracias a lo que fuere que hubiese extraído de la mente de Aelin. Durante las noches, Dorian regresaba a las recámaras de Maeve, donde repasaban todo lo que él había visto. Lo que hacía ella para evitar que Erawan notara una pequeña y siempre-cambiante presencia cazando por sus salones, continuaba sin revelarlo. Sin embargo, ella había traído las arañas. Dorian había escuchado los aterrorizados susurros de los sirvientes acerca del efímero portal que la reina había abierto para permitir que pasaran seis criaturas a las catacumbas. Donde ellas, mediante una magia terrible, habían dejado entrar a las princesas del Valg. Dorian no podía decidir si era o no un alivio no haberse topado aún con esos híbridos. Aunque sí había visto cuerpos humanos demacrados, cáscaras que ocasionalmente eran arrastradas por los pasillos. Cena, los guardias que los llevaban les susurraban a los petrificados sirvientes. Para alimentar un hambre sin fin. Para prepararlos para la batalla. Lo que las princesas-arañas podían hacer, lo que les harían a sus amigos en el norte… Dorian no podía dejar de recordar lo que Maeve le había dicho a Erawan. Que las princesas del Valg estaban siendo mantenidas allí para la segunda fase de lo que fuera que estuviera planeando. Quizá para asegurarse que estuvieran realmente destruidos una vez que el grueso de sus ejércitos atravesara. Eso afilaba su concentración al cazar. Lo empujaba hacia adelante, incluso cuando la razón y el instinto le decían que huyera de aquel lugar. Pero no lo haría. No podía. No sin la llave. A veces, podía jurar que la sentía. La llave. Esa horrible presencia de otro mundo. Pero cuando perseguía a ese miserable poder por las escaleras y a lo largo de anti-

guos pasillos, solo encontraba polvo y sombras. A menudo lo guiaba hacia la torre de Erawan. Hacia la puerta de hierro cerrada y los guardias del Valg apostados fuera. Uno de los pocos lugares en el que no se había atrevido a buscar. Aunque aún quedaban otras posibilidades. El hedor de la cámara subterránea alcanzó a Dorian mucho antes que bajara por la escalera en caracol, el oscuro pasillo era cavernoso y se cernía sobre sus sentidos de mosca. Había sido la forma más segura para andar durante el día. El gato de la cocina había estado al acecho antes, y las brujas Ironteeth se apresuraron hacia la fortaleza, preparándose para lo que él entendía que era una orden de marchar hacia el norte. Había estado buscando la llave desde el amanecer, mientras Maeve mantenía la atención de Erawan ocupada en las catacumbas al oeste, al otro lado de la guarida. Donde esas princesas-arañas probaban sus nuevos cuerpos. Él nunca había llegado tan a lo profundo de la guarida. Debajo de los almacenes. Debajo de los calabozos. Solo había encontrado la escalera por el olor que salía detrás de la parte superior de la puerta, la escencia apenas detectada por el increíble sentido de olfato de la mosca. Ya había pasado por esa puerta tantas veces durante su caza infructífera, cosiderándola un mero armario de suministros… hasta que la oportunidad intervino. Dorian rodeó el último tramo de escaleras y casí cae del aire cuando el olor lo golpeó por completo. Mil veces peor en esta forma, con estos sentidos. Un hedor a muerte, a pudrición, a odio y desesperación. Una pestilencia que solo el Valg podía evocar. Él nunca lo olvidaría. Nunca lo había dejado completamente atrás. Regresa. La advertencia era un susurro en su mente. Regresa. El salón inferior estaba iluminado con solo un par de antorchas colocadas en soportes de hierro oxidados. No había guardias apostados en toda su longitud, ni en la puerta que se encontraba en su lejano final. El hedor llenaba el pasillo, emanando de esa puerta. Llamando. ¿Acaso Erawan dejaría la llave sin protección? Dorian hizo que su magia se escabullera por el salón, buscando alguna trampa oculta. No encontró ninguna. Y cuando llegó a la puerta de hierro, se retrajo. Huyó. Tiró de su poder para que volviera a él, apiñándolo. La puerta de hierro estaba abollada y arañada por el tiempo. Nueve cerraduras se encontraban a lo largo de su borde, una más complicada que la otra. Cerraduras antiguas, extrañas.

No titubeó. Se dirigió hacia el pequeño hueco entre las piedras y la puerta de hierro y se transformó. La mosca se redujo al tamaño de un jején, tan pequeño que parecía una mota de polvo. Voló debajo de la puerta, bloqueando el terrible olor que pulsaba contra su sangre. Le tomó un momento entender lo que estaba viendo en la áspera cámara, iluminada por una pequeña linterna que colgaba del techo abovedado. Una llama verde danzaba dentro. No era una llama de este mundo. Su luz se deslizaba sobre el montón de piedra negra en el centro de la habitación. Trozos de un sarcófago. A su alrededor, construídos sobre estantes tallados de la misma montaña, resplandecían collares de piedra del Wyrd.

I Solo los instintos de su pequeño e intrascendente cuerpo sostuvieron a Dorian en el aire. Lo mantuvieron circulando por la oscura cámara. El escombro en el centro del espacio. La tumba de Erawan, exactamente debajo de Morath. El sitio donde Elena y Gavin lo habían atrapado, y luego construido encima del sacófago para que éste no pudiera ser movido. Donde todo este desastre había comenzado. Donde, siglos después, su padre había proclamado que él y Perrington se aventuraron durante su juventud, utilizando la Llave del Wyrd para abrir tanto la puerta como el sarcófago, liberando inconscientemente a Erawan. El rey demonio que se había apoderado del cuerpo del duque. Su padre… El corazón de Dorian se aceleró al pasar frente a los collares, alrededor de toda la habitación. Erawan no había necesitado uno para contener a su padre, no cuando el hombre no poseía mágia en sus venas. Sin embargo, Erawan había dicho que el hombre no se había rendido, no por completo. Había luchado contra él durante décadas. Él no se había permitido pensar en ello durante esta última semana. Si las últimas palabras de su padre en el castillo de cristal habían sido realmente verdaderas. Cómo lo había matado, sin la excusa del collar para justificar su acto. Su cabeza latía mientras él continuaba recorriendo la tumba. Los collares filtraban

su profano hedor al mundo, latiendo al ritmo con su sangre. Parecían estar dormidos. Estar esperando. ¿Acaso un príncipe estaba al acecho en cada uno de ellos? ¿O eran caparazones, listos para ser llenados? Kaltain le había advertido acerca de esta cámara. Este lugar, adonde Erawan lo hubiera traído, de haberlo capturado. La razón por la que Erawan había escogido este lugar para guardar sus collares… Tal vez se tratase de un santuario, si algo así existía para un rey Valg. Donde Erawan pudo haber observado el método de su encarcelamiento, recordándose a sí mismo que no volvería a ser contenido. Que usaría esos collares para esclavizar a todos aquellos que intentaran volver a sellarlo dentro del sarcófago. La magia de Dorian lo azotaba, impaciente y frenética. ¿Habría aquí un collar designado para él? ¿Para Aelin? Una y otra vez, voló alrededor del sarcófago y los collares. No había señales de la llave. Sabía cómo los collares se sentirían contra su piel. El frío mordisco de la piedra del Wyrd. Kaltain se había resistido. Había destruido al demonio que se hallaba dentro. Aún podía sentir el peso de la rodilla de su padre clavándose en su pecho mientras lo atrapaba contra el suelo de mármol en un castillo de cristal que ya no existía. Aún sentía la suave piedra del collar contra su cuello mientras se cerraba. Aún veía la tiesa mano de Sorscha cuando él intentó alcanzarla una última vez. La habitación giraba y giraba, y su sangre zumbaba con ella. Ni un príncipe, ni un rey. Los collares intentaban alcanzarlo con garras invisibles. Él no era mejor que ellos. Había aprendido a disfrutar lo que el príncipe del Valg le mostraba. Había destrozado a hombres buenos, y había dejado que el demonio se alimentara de su odio y su ira. La habitación comenzó a arremolinarse, girando y arrastrándolo hacia sus profundidades. No era humano, no por completo. Quizás no quería serlo. Quizás se quedara en otra forma para siempre, quizás solo se rindiera… Un viento oscuro atravesó la habitación. Lo atrapó en sus fauces y lo arrastró consigo. Él lo azotó, gritando silenciosamente.

No se lo llevarían. No de esta manera, no otra vez… Pero lo alejó de los collares. Debajo de la puerta y fuera de la habitación. Hacia la palma de una mano pálida. Unos ojos oscuros y sin profundidad lo observaron. Una enorme boca roja se abrió para revelar dientes blancos como el hueso. —Chico estúpido —siseó Maeve. Las palabras sonaron como un trueno. Él jadeo, el cuerpo del jején temblando de punta a punta. Si ella presionaba uno de sus dedos, él desaparecería. Se preparó para eso, esperándolo. Pero Maeve mantuvo su palma abierta. Mientras comenzó a caminar por el pasillo, lejos de la cámara sellada, dijo: —Lo que sentiste allí… es la razón por la que abandoné su mundo —ella miró hacia adelante, una sombra oscureciendo su rostro—. Eso es lo que sentía, todos los días.

I Arrodillándose en el piso, en una esquina de la recámara de Maeve, Dorian volcó el contenido de su estómago dentro de una cubeta de madera. Maeve lo observaba desde la silla junto al fuego, una diversión cruel se curvaba en sus labios rojos. —Tú viste los horrores de los calabozos y no te sentiste mal —dijo cuando él volvió a vomitar. La pregunta implícita brillaba en sus ojos. ¿Por qué hoy sí? Dorian levantó su cabeza, limpiándose la boca en el hombro de su chaqueta. —Esos collares… —pasó una mano por su cuello—. No creí que me pudieran afectar así. Verlos nuevamente. —Fuiste imprudente al entrar en esa cámara. —¿Habría sido capaz de salir, si no me hubieras encontrado? —No le preguntó cómo lo había hecho, cómo había sentido el peligro. Sin dudas su poder lo seguía donde fuera que él estuviera. —Los collares no pueden hacer nada cuando no están aferrados a un húesped. Pero esa habitación es un lugar de odio y dolor, los recuerdos grabados sobre las piedras —ella examinó sus largas uñas. —Te atrapó. Tú te dejaste atrapar.

¿No había ducho Kaltain casi la misma cosa acerca de los collares? —Me tomó por sorpresa. Maeve dejó salir un zumbido, consciente de su mentira. Pero dijo: —Los collares son una de las creaciones más brillantes. Ninguno de sus hermanos era lo suficientemente inteligente como para que se les ocurriera algo así. Pero Erawan… siempre tuvo un don para las ideas —ella se inclinó hacia atrás en la silla, cruzando sus piernas—. Pero ese don también lo hizo arrogante —asintió hacia él—. El haberte permitido quedarte en Rifthold con tu padre, en vez de traerte aquí, sólolo prueba. Pensó que podía controlarlos a ambos de lejos. Si hubiera sido más cuidadoso, te habría traído a Morath inmediatamente. Habría comenzado a trabajar contigo. Los collares resplandecieron ante sus ojos, filtrando su olor envenedado y aceitoso al mundo, atrayéndolo, esperándolo a él… Dorian vomitó de nuevo. Maeve dejó salir una risa por lo bajo que se sintió como garras rastrillando su columna. Su humor. Dorian se recompuso y se volteó hacia ella. —Tú le entregaste esas arañas para sus princesas, sabiendo lo que tendrían que soportar, sabiendo cómo se sentiría estar atrapado de esa manera, aunque sea de diferente forma. Cómo, no le dijo. ¿Cómo pudiste hacer eso, cuando conocías esa clase de terror? Maeve quedó en silencio por un momento y él pudo haber jurado que algo parecido al arrepentimiento cruzó por su rostro. —No lo habría hecho, si la necesidad de probar mi lealtad no me hubiera obligado —su atención se dirigió hacia su lado, donde se encontraba Damaris—. ¿No deseas verificar mis palabras? Dorian no tocó la empuñadura dorada. —¿Quieres que lo haga? Ella chasqueó su lengua. —Sin dudas eres diferente. Me pregunto si algún Valg cruzó cuando tu padre y tu madre te engendraron. Dorian se estremeció. Aún no se había atrevido a preguntarle a Damaris acerca de eso… si él era humano. Como si importase ahora. —¿Por qué? —preguntó, haciendo señas a la guarida a su alrededor—. ¿Por qué Erawan está haciendo todo esto?

Una semana después de habérselo preguntado al propio rey Valg, Dorian aún quería, necesitaba saber. —Porque puede. Porque a Erawan le complacen estas cosas. —Lo haces sonar como si fuera el más tranquilo de sus tres hermanos. —Lo es —ella pasó una mano por su garganta—. Orcus y Mantyx fueron los que le enseñaron todo lo que sabe. Si ellos regresan aquí, harán que lo que Erawan está creando en estas montañas parezcan corderos. Por lo menos, él había prestado atención a esa advertencia de Kaltain. No se había atrevido a aventurarse en las cavernas más allá del valle. A los altares de piedra y las monstruosidades que Erawan había creado sobre ellos. —¿Nunca has tenido hijos? ¿Con Orcus? —preguntó. —¿Acaso mi futuro marido desea realmente saberlo? Dorian se apoyó sobre sus talones. —Deseo entender a mi enemigo. Ella sopesó sus palabras. —No le permití a mi cuerpo madurar, prepararse para los hijos. Una pequeña rebelión, mi primera, contra Orcus. —¿Los príncipes y princesas del Valg son los hijos de otros reyes? —Algunos sí, algunos no. Ningún heredero que valiera la pena ha tomado el mando. Aunque quién sabe lo que ha ocurrido en su mundo durante este milenio —su mundo. No el de ella—. Los príncipes que Erawan convocó no han sido fuertes… por lo menos no como eran. Estoy segura que eso molesta muchísimo a Erawan. —¿Lo cual es porqué ha traído a las princesas? Un asentimiento. —Las hembras son las más leales. Pero más difíciles de contener dentro de un huésped. La franja blanca en su cuello pareció arder, pero mantuvo a su estómago calmado. —¿Por qué dejaste tu mundo? Ella parpadeó en su dirección, como si estuviera sorprendida. —¿Qué? —preguntó él. Ella inclinó su cabeza.

—Ha pasado un tiempo muy largo desde la última vez que conversé con alguien que me conozca por quien soy. Y con alguien cuya mente sea del todo suya. —¿Incluso Aelin? Un músculo en su delgada mandíbulase tensó. —Incluso Aelin Portadora de Fuego. No pude penetrar por completo en su mente, pero las cosas pequeñas… esas, podía convencerla que las viera. —¿Por qué la capturaste y torturaste? Una manera tan simple de describir lo que había sucedido en Eyllwe y posteriormente. —Porque ella nunca habría aceptado trabajar conmigo. Y nunca me habría protegido contra Erawan o el Valg. —Tú eres fuerte… ¿porqué no protegerte tú misma? ¿Usar a esas arañas para obtener una ventaja? —Porque nuestra clase solo le teme a ciertos dones. El móo, por lástima, no es uno de ellos —jugueteó con una mecha de su cabello negro—. Usualmente mantengo otra Fae hembra conmigo. Una que tenga poderes que sirvan contra el Valg. Diferentes de los que posee Aelin Galathynius —el que ella no especificara cuáles eran esos poderes, le dijo a Dorian que no gastara saliva en preguntarle—. Ella hizo el juramento de sangre hacia mí hace mucho tiempo y raramente ha abandonado mi lado desde entonces. Pero no me atreví a traerla a Morath. Tenerla aquí no convencería a Erawan de mi buena fe —enredó la mecha alrededor de su dedo—. Por lo que verás que estoy tan indefensa contra Erawan como tú. Dorian seriamente dudaba eso, pero se puso de pie, dirigiéndose hacia la mesa donde había agua y comida. Un fino despliegue para el castillo de un rey demonio en pleno invierno. Él se sirvió un vaso de agua y se tragó su contenido. —¿Esta es la forma verdadera de Erawan? —En cierto modo. No somos como los humanos ni las hadas, con almas invisibles. Nuestras almas tienen forma propia. Tenemos cuerpos que pueden moldearsea su alrededor, adornarlas, como si fueran joyas. La forma que ves en Erawan siempre fue su decoración preferida. —¿Cómo lucen sus almas por debajo? —Las encontrarías desagradables. Él se encogió de hombros. —Supongo que eso nos hace cambia-formas, también. Maeve reflexionó mientras Dorian se ubicaba en la silla a su lado. Él había pasado sus noches durmiendo en el piso frente al fuego, con un ojo observando a la reina

que dormitaba en la cama con dosel detrás de él. Pero ella no había hecho ningún movimiento para herirlo. Ni siquiera uno. —¿Te sientes como un Valg, o una Fae? —Soy lo que soy —durante un instante, él casi pudo detectar el peso de sus eones de existencia en sus ojos. —¿Pero quien deseas ser? —Una pregunta cuidadosa. —No como Erawan. Ni sus hermanos. Nunca lo he querido. —Esa no es exactamente una respuesta. —¿Tú sabes quien y qué deseas ser? —Un reto, y una pregunta sincera. —Lo estoy descubiendo —dijo. Extraño. Tan extraño, estar teniendo esa conversación. Distrayéndolos a ambos por el momento, Dorian restregó su rostro—. La llave está en su torre. Estoy seguro. La boca de Maeve se tensó. —No hay manera de entrar —dijo Dorian—, no con los guardias. Y he volado por el exterior lo suficiente como para saber que no hay ventanas, ni siquiera aberturas por las que colarme —él miró fijamente sus ojos místicos. No alejó la mirada—. Necesitamos entrar. Aunque sea solo para confirmar que está allí —ella había tenido las llaves una vez… sabría cómo se sentían. Que hubiera estado tan cerca entonces… —¿Y supongo que esperas que yo lo haga? Él cruzó sus brazos. —No puedo pensar en nadie más a quien Erawan permita entrar. El parpadeo de Maeve fue el único signo de sorpresa. —Seducir y traicionar a un rey, uno de los trucos más viejos de la historia, como dicen ustedes los humanos. —¿Erawan puede ser seducido por alguien? Él pudo haber jurado que el desagrado revoloteó en su rostro antes que ella dijera: —Sí puede.

I

No perdieron tiempo. No esperaron. Incluso Dorian se encontró incapaz de desviar la mirada cuando Maeve pasó una mano por su cuerpo y su vestimenta púrpura se derritió, reemplazada por un vestido negro suelto. Algo más que una bata. Cosido con hilo dorado, que artísticamente disimulaba las partes de su cuerpo que sólo quien quitara el traje podría ver. Cuando se volteó, su rostro estaba serio. —Lo que estás a punto de presenciar no te gustará —luego se envolvió en una capa, escondiendo ese exuberante cuerpo y pecaminoso vestido, y salió por la puerta. Se transformó en un insecto rápido y flexible y la siguió, cerca de sus tobillos, mientras Maeve atravesaba los pasillos. Hacia la base de la torre. Se metió por una abertura en la pared negra mientras Maeve le decía al Valg apostado en la puerta: —Sabes quién soy. Lo que soy. Dile que he venido. Pudo haber jurado que las manos de Maeve temblaban ligeramente. Pero uno de los guardias, a quien Dorian sólo había visto parpadear, se volteó hacia la puerta, golpeó y entró. Emergió momentos más tardes, regresando a su puesto sin decir nada. Maeve aguardó. Luego resonaron pasos en la torre interior. Y cuando la puerta se volvió a abrir, el viento putrefacto y la oscuridad arremolinándose dentro lo amenazaron con hacerlo huir. Erawan, aún vestido a pesar de la hora, levantó sus cejas. —Tenemos una reunión mañana, hermana. Maeve dio un paso hacia adelante. —No vine para discutir acerca de la guerra. Erawan se quedó tieso. Y luego les dijo a los guardias: —Déjennos.

Capítulo 74 Traducido por Irais Corregido por Cotota

Como si fueran uno solo, los guardias afuera de la torre de Erawan se alejaron. Una vez solo, el rey Valg bloqueando la entrada a su torre, Maeve dijo: —¿Eso significa que soy bienvenida? Aflojó el agarre en su capa, los pliegues delanteros se abrieron para revelar el puro vestido. Los ojos dorados de Erawan examinaron cada pulgada. Luego su cara. —Aunque no lo creas, eres la esposa de mi hermano. Dorian parpadeó ante eso. En el honor del demonio dentro del cuerpo masculino. —No tengo que serlo —murmuró Maeve, y Dorian supo, entonces, por qué le había advertido antes de que se fueran. Un movimiento de cabeza, y su espeso cabello negro se volvió dorado. Su piel blanca como la luna se oscureció ligeramente, hasta un bronceado bañado por el sol. La cara angular se redondea ligeramente, los ojos oscuros se iluminan a turquesa y oro. —Podríamos jugar así, si lo prefieres. Incluso la voz le pertenecía a Aelin. Los ojos de Erawan se ensancharon, su pecho se elevó en un aliento desigual. —¿Eso te atraería? —Maeve le dio una media sonrisa que Dorian solo había visto en el rostro de la Reina de Terrasen. El asco y el horror se apoderaron de él. Sabía, sabía que no había verdadera lujuria en los ojos de Erawan para Aelin. No hay verdadero deseo más allá de la reclamación, el dolor. El glamour de Maeve cambió de nuevo. El cabello dorado palideció al blanco, los ojos turquesa se volvieron dorados. La rabia helada, pura y sin diluir, desgarró a Dorian cuando Manon estaba ahora ante el rey Valg. —O tal vez esta forma, hermosa más allá de todo reconocimiento —se miró a sí

misma, sonriendo—. ¿Era ella tu reina prevista cuando esta guerra hubiera terminado, la líder del ala? ¿O simplemente una yegua premiada? Las fosas nasales de Erawan se ensancharon, y Dorian se concentró en su respiración, en las piedras debajo de él, cualquier cosa para evitar que su magia estallara ante el deseo, el verdadero deseo, que apretaba el rostro de Erawan. Pero si metía a Maeve dentro de esa torre... Erawan parpadeó, y ese deseo se apagó. —Eres la esposa de mi hermano —dijo—. No importa de qué piel te pongas. Si necesitas ser liberada, enviaré a alguien a tu habitación. Con eso, cerró la puerta. Y no surgió de nuevo.

I Maeve llevó a Dorian a su reunión a la mañana siguiente. En el bolsillo de su capa, como ratón de campo, Dorian se quedó quieto y escuchó. —Después de todo ese alboroto anoche —Erawan estaba diciendo—, rechazaste lo que te envié. De hecho, ni quince minutos después de haber regresado a la torre de Maeve, sonó un golpe. Un joven de rostro inexpresivo había permanecido allí, hermoso y frío. No era un príncipe, no con el anillo que llevaba. Sólo un humano esclavizado. Maeve lo había enviado lejos, aunque no por amabilidad alguna. No, Dorian sabía que el hombre se había librado de sus deberes debido a su presencia, y nada más. Maeve se lo había dicho antes de dormirse. —Esperaba vino —dijo Maeve suavemente—, no es una cerveza aguada Erawan se echó a reír, y el papel crujió. —He estado considerando más detalles de esta alianza, hermana —el título era un dardo, una burla del rechazo de la noche anterior—. Y me he estado preguntando: ¿qué más podrías traer? Puedes ganar más que yo, después de todo. Y ofrecer seis de tus arañas es relativamente pequeño, incluso si han sido anfitriones receptivos de las princesas. Las orejas de Dorian se tensaron mientras esperaba la respuesta de Maeve. Ella dijo en voz baja, más tensa de lo que la había oído hablar antes:

—¿Qué es lo que quieres, hermano? —Trae al resto de las kharankui. Abre un portal y transpórtalas aquí. —No todos serán unas huéspedes tan dispuestas. —No huéspedes. Soldados, no pretendo arriesgarme. No habrá segunda fase. El estómago de Dorian se retorció. Maeve vaciló. —Hay una posibilidad, ya sabes, de que incluso con todo esto, incluso si convoco a las kharankui, podrías enfrentarte a Aelin Galathynius y fracasar —una pausa—. Anielle ha confirmado tus miedos más oscuros. Escuché lo que ocurrió. El poder que ella convocó para detener ese río —Maeve tarareaba—. Fue hecha por mí, sabes. La explosión. Pero si la convoca de nuevo, digamos en tu contra en un campo de batalla... ¿Podrías alejarte, hermano? —Es por eso que esta presión hacia el norte con tus arañas será vital —fue la única respuesta de Erawan. —Tal vez —contrarrestó Maeve—. Pero no olvides que tú y yo juntos podríamos ganar. Sin las arañas. Sin las princesas. Incluso Aelin Galathynius no podría oponerse a los dos. Podemos ir al norte, y destruirla. Mantén las arañas en reserva para otros reinos. Otros tiempos. Ella no deseaba sacrificarlas. Como si ella tuviera cierta afición por los seres que habían permanecido leales durante milenios. —Y más allá de eso —continuó Maeve—, sabes mucho sobre caminar entre mundos. Pero no todo. Su mano se deslizó en el bolsillo, y Dorian se preparó mientras sus dedos pasaban por su espalda. Como si le dijera que escuchara. —Y supongo que solo sabré cuando tú y yo ganemos esta guerra —dijo Erawan al fin. —Sí, aunque estoy dispuesta a darte una exhibición. Mañana, una vez que me haya preparado —una vez más, ese horrible silencio. Maeve dijo:— Son demasiado fuertes, demasiado poderosos para que yo pueda abrir un portal entre reinos que les permita atravesar. Desestabilizarían mi magia demasiado en el esfuerzo por traer todo lo que son a este mundo. Pero podría enseñártelos, solo por un momento. Podría mostrarte a tus hermanos. Orcus y Mantyx.

Capítulo 75 Traducido por Yunn Hdez Corregido por Cotota

Darrow y los otros señores de Terrasen habían utilizado su tiempo sabiamente en los últimos meses, gracias a los dioses, y Orynth estaba bien abastecida contra el asedio que se acercaba cada vez más. Comida, armas, suministros curativos, planes para donde los ciudadanos podrían dormir en caso de que huyeran al castillo, refuerzos en los lugares a lo largo de la ciudad y en las murallas del castillo donde la piedra antigua se había debilitado; Aedion no había encontrado en la falta. Sin embargo, después de una noche de sueño reparador en su antigua habitación en el castillo, horrible, extraña y fría, estaba merodeando por una de las torres más bajas mientras amanecía. Aquí arriba, el viento era mucho más salvaje, más frío. Pasos firmes y acechadores sonaron desde el arco detrás de él. —Te vi aquí en el camino para el desayuno —dijo Ren a modo de saludo. Los cuartos de la corte de Allsbrook siempre habían estado en la torre adyacente a la de Aedion, cuando eran niños, una vez pasaron un verano diseñando un sistema de señalización entre sus habitaciones usando una linterna. Era el último verano que habían pasado como amigos, una vez que el padre de Ren comenzó a tener claro que Aedion era el favorito para prestar el juramento de sangre. Y entonces comenzó la rivalidad. Un verano: tan espeso como ladrones y tan salvaje. El siguiente: interminables concursos de orines, todo desde carreras a pie a través de los patios hasta empujarse en las escaleras para pelear abiertamente en el Gran Salón. Rhoe había tratado de apaciguarlo, pero Rhoe nunca había sido un mentiroso agradable. Se había negado a decirle al padre de Ren que Aedion era el único que juraría ese juramento. Y al final de ese verano, incluso el Príncipe Heredero había empezado a mirar hacia otro lado cuando los dos muchachos se lanzaban a otra pelea en la tierra. No es que importara ahora. ¿Habría su propio padre, habría Gavriel, alentado la rivalidad? Supuso que tampoco importaba. Pero por un instante, Aedion trató de imaginárselo: Gavriel aquí, presidiendo su entrenamiento. Su padre y Rhoe, enseñándole juntos. Y sabía que Gavriel habría encontrado alguna manera de apaciguar la competencia, en gran medida en la forma en que mantuvo la paz en el Cadre. ¿En qué clase de hombre se habría convertido, si el León hubiera estado aquí? Gavriel probablemente habría sido ma-

sacrado con el resto de la corte, pero... él habría estado aquí. Un camino de tontos, vagar por ese camino. Aedion era quien era, y la mayoría de las veces, no le importaba ni un poco. Rhoe había sido su padre en todas las formas que importaban. Incluso si hubiera habido momentos en que Aedion había mirado a Rhoe, Evalin y Aelin y todavía se hubiera sentido como un invitado. Aedion sacudió el pensamiento de su cabeza. Estar aquí, en este castillo, lo había confundido. Lo arrastró a un reino de fantasmas. —No esperes que Darrow tenga un desayuno como los que solíamos tener —dijo Aedion. No es que él esperara o quisiera uno. Comió solo porque su cuerpo le exigió que lo hiciera, comió porque era fuerza, y la necesitaría, su gente la necesitaría en poco tiempo. Ren estudió la ciudad, luego la llanura de Theralis más allá. El horizonte todavía vacío. —Hoy voy a ordenar a los arqueros. Y asegúrate de que los soldados en las puertas sepan cómo manejar ese aceite hirviendo. —¿Tú sabes cómo manejarlo? —Aedion arqueó una ceja. Ren resopló. —¿Qué es aprender? Tiras un caldero gigante por un lado de las paredes. El daño está hecho. Ciertamente requería un poco más de habilidad que eso, pero era mejor que nada. Al menos Darrow se había asegurado de que tuvieran tales suministros. Aedion rezó para que tuvieran la oportunidad de usarlos. Con las torres de brujas de Morath, lo más probable era que fueran arrojados a los escombros antes de que la hueste enemiga llegara a cualquiera de las dos puertas de la ciudad. —Lo que realmente podríamos usar es fuego infernal —murmuró Ren—. Eso los mantendría alejados de las puertas. Y potencialmente podría derretir a todos a su alrededor, también. Aedion abrió la boca para coincidir cuando sus cejas se estrecharon. Contempló la llanura, el horizonte. —Escúpelo —dijo Ren. Aedion condujo a Ren hacia la entrada de la torre. —Necesitamos hablar con Rolfe.

I No se trataba del fuego infernal en las puertas sur y oeste. De ningún modo. Esperaron hasta la protección de la oscuridad, cuando los espías de Morath no pudieran detectar al pequeño grupo que se movía, kilómetro tras kilómetro, a través de la llanura de Theralis. Vestidos con un negro de batalla, se movieron sobre el campo que una vez más se bañaría en sangre. Cuando llegaron a los puntos de referencia que Aedion y Ren habían utilizado en las horas de luz para planificar, Aedion levantó una mano. Los Asesinos Silenciosos estuvieron a la altura de su nombre cuando Ilias hizo una señal de respuesta y se dispersaron. Entre ellos se trasladaron los Micénicos de Rolfe, soportando sus pesadas cargas. Pero fue la cambia-formas quien comenzó a trabajar primero. Convirtiéndose en un tejón gigante, más grande que un caballo, que recogió la tierra congelada con hábiles y fuertes patas. El olor de su sangre llenó el aire, pero Lysandra no dejó de cavar. Y cuando terminó el primer hoyo, pasó al siguiente, dejando al grupo de Asesinos Silenciosos y Micénicos poner su trampa, para luego enterrarla una vez más. El viento brutal gimió más allá de ellos. Sin embargo, trabajaron toda la noche, usaron cada minuto que se les dio. Y cuando terminaron, desaparecieron de nuevo en la ciudad, invisibles una vez más.

I Morath apareció en el horizonte un día después. Desde las torres y pasillos más altos del castillo, se podía contar cada línea en marcha. Una tras otra tras otra. Con las manos aún magulladas y vendadas por cavar en la tierra helada, Lysandra estaba con una variedad de sus aliados en uno de esos pasillos, Evangeline se aferraba a ella. —Eso son quince mil —Ansel de Briarcliff anunció mientras que surgía otra línea.

Nadie dijo nada—. Veinte. —Morath debe estar vacío para tener tantos aquí —murmuró el Príncipe Galan. Evangeline tembló, no del todo por el frío, y Lysandra apretó su brazo alrededor de la chica. Bajo la pared del paso peatonal, Darrow y los otros señores de Terrasen hablaban en voz baja. Como si sintiera la atención de Lysandra, Darrow lanzó una corta mirada hacia ella, que luego se movió a la Evangeline, de rostro pálido y tembloroso. Darrow no dijo nada, y Lysandra no se molestó en parecer agradable, antes de volverse hacia sus compañeros. —Esos son treinta —dijo Ansel. —Podemos contar —le recortó Rolfe. Ansel levantó una ceja de color vino. —¿Realmente puedes? A pesar de que el ejército avanzaba hacia ellos, la boca de Lysandra se movió hacia arriba. Rolfe solo puso los ojos en blanco y volvió a observar al ejército que se aproximaba. —A la mayor brevedad, no llegarán hasta el amanecer —observó Aedion, con el rostro sombrío. Ella aún no había decidido qué forma tomar. Donde pelear. Si los ilken todavía volaban en sus filas, entonces sería un wyvern, pero si se necesitaban cuarteles más estrechos, entonces... ella no había decidido. Nadie le había pedido que estuviera en algún lugar en particular, aunque la petición de Aedion la otra noche para ayudar en su salvaje plan había sido un raro indulto en estos días de espera y temor. Con mucho gusto tomaría días de caminar de un lado al otro en lugar de lo que se les acercaba. —Cincuenta mil —dijo Ansel, lanzando una mirada irónica a Rolfe. Lysandra tragó contra la opresión en su garganta. Evangeline presionó su cara contra el lado de Lysandra. Y entonces las torres de brujas tomaron forma. Como enormes lanzas que sobresalían del horizonte, aparecieron a través de la luz gris de la mañana. Tres de ellas, repartidas igualmente en medio del ejército que continuaba fluyendo detrás de ellos. Incluso Ansel dejó de contar. —No pensé que sería tan terrible —susurró Evangeline, con las manos clavadas en la gruesa capa de Lysandra—. No pensé que sería tan despreciable.

Lysandra le dio un beso en la parte superior de su dorado y rojizo cabello. —Ningún daño vendrá a ti. —No tengo miedo por mí —dijo Evangeline—. Pero si por mis amigos. Esos ojos citrinos brillaron con lágrimas de terror, y Lysandra quitó una de ellas antes de ver cómo avanzaban las torres de brujas hacia ellos. Ella no tenía palabras para consolar a la chica. —En cualquier momento —murmuró Aedion, y Lysandra miró hacia la nevada llanura. A las figuras que emergieron de debajo de la nieve, vestidas de blanco. Flechas flamígeras en sus arcos. Las líneas del frente de Morath estaban casi sobre ellos, pero esos soldados no eran su objetivo. En la pared, Murtaugh se aferró a las antiguas piedras y una figura que tenía que ser Ren dio la orden. Las flechas en llamas se arquearon y volaron, los soldados Morath se agacharon bajo sus escudos. No se molestaron en mirar debajo de sus pies. Tampoco las brujas que lideraban sus tres torres. Las flechas en llamas golpearon la tierra con una precisión mortal, gracias a los Asesinos Silenciosos que manejaban esos arcos. Justo encima de las líneas de fusibles que fluían directamente hacia los pozos que habían cavado. Justo cuando las torres de brujas pasaban sobre ellos. Destellos cegadores destrozaron el negro mar del ejército. Entonces el poderoso boom. Y luego una lluvia de piedra, todas las fuerzas de Morath girando para ver. Proporcionando la distracción correcta mientras que Ren, Ilias y los Asesinos Silencioso corrieron hacia los caballos blancos escondidos detrás de un montón de nieve. Cuando el destello se aclaró, cuando el humo se fue, un suspiro de alivio bajó por el paso peatonal. Dos de esas torres de brujas habían estado directamente sobre los pozos. Los pozos que se habían llenado con los reactores químicos y los polvos que alimentaban las lanzas de fuego de Rolfe, y luego ocultaron bajo la tierra, esperando que una chispa los encendiera. Esas dos torres ahora yacían en ruinas dispersas, sus wyverns destrozados debajo de ellos, soldados aplastados bajo la piedra que caía. Sin embargo, una seguía en pie, el pozo que estaba más cerca a punto de explotar. Uno de los wyverns que la había arrastrado había sido golpeado por escombros de

otra torre, y estaba muerto o herido. Y esa tercera torre restante se había detenido. Un retorcido y sordo cuerno provino del ejército enemigo, y el ejército también se detuvo. —Gracias a los dioses en celo —dijo Rolfe, inclinando la cabeza. Pero Aedion seguía contemplando la llanura, las figuras a caballo que galopaban hacia las paredes de Orynth. Asegurándose de que todos regresaron. —¿Por cuánto tiempo los detendrá? —preguntó Evangeline. Todos, incluido Darrow, se volvieron hacia la niña. Nadie tenía una respuesta. No había una mentira para ofrecer. Así que nuevamente se enfrentaron al ejército reunido en la llanura, su magnitud más lejana ahora visible. —Cien mil —anunció Ansel de Briarcliff en voz baja.

Capítulo 76 Traducido por Yunn Hdz Corregido por Cotota

—¿Es posible, mostrar un mundo diferente? —le preguntó Dorian a Maeve cuando estaban otra vez en su habitación en la torre. Maeve se deslizó en una silla, con el rostro distante. —Usando espejos, sí. Dorian levantó una ceja. —Has visto por ti mismo el poder de los espejos de brujas. Lo que le hizo a Aelin Galathynius y Manon Blackbeak. ¿Quién crees que enseñó a las brujas tal poder? No los Fae —una pequeña risa—. ¿Y cómo crees que he podido ver hasta ahora, escuchar las voces de mis ojos, desde Doranelle? Hay espejos para espiar, viajar, matar. Incluso ahora, Erawan los maneja a su favor con las Ironteeth —con las torres de brujas. Maeve se recostó, una reina sin corona. —Puedo enseñarte lo que él desea ver. Dorian abrió la boca, luego consideró las palabras. —Una ilusión. No planeas mostrarle a Orcus o Mantyx en absoluto. Ella le dirigió una mirada fría. —Un juego de manos, mientras entras en la torre. —No puedo entrar. —Soy un caminante del mundo —dijo Maeve—. He viajado entre universos. ¿Crees que moverte entre habitaciones será tan difícil? —Algo te impidió ir a Terrasen todos estos años. Maeve apretó la mandíbula. —Brannon Galathynius estaba al tanto de mis dones para moverme entre lugares. Las barreras alrededor de su reino me impedían hacerlo. —Así que no podrías transportar los ejércitos de Erawan hasta allí para él.

—No. Solo puedo entrar a pie. De todos modos, son muchos de ellos para que yo sostenga el portal durante tanto tiempo. —Erawan es consciente de tu regalo, por lo que probablemente habrá tomado medidas para proteger su propia habitación. —Sí, y he pasado mi tiempo aquí desentrañándolos lentamente. No es un hechicero tan hábil como él piensa —una sonrisa engreída y triunfante. Sin embargo, Dorian preguntó: —¿Por qué no hacer esto desde el principio? —Porque aún no había decidido que valía la pena el riesgo. Porque aún no me había empujado a traer a mis doncellas aquí, para ser simples soldados de infantería. —Te preocupas por ellas, las arañas. —Encontrará, Su Majestad, que un amigo leal es algo muy raro. No son tan fáciles de sacrificar. —Ofreciste seis de ellas a esas princesas. —Y lo recordaré mientras viva —dijo Maeve, y un poco de emoción de verdad bailó sobre su rostro—. Fueron voluntariamente. Me digo a mí misma que cada vez que ahora las miro y no veo nada de las criaturas que conocí. Desearon ayudarme —sus ojos se encontraron con los de él—. No todos los Valg son malvados. —Erawan lo es. —Sí —dijo ella, y sus ojos se oscurecieron—. Él y sus hermanos... son los peores de nuestro tipo. Su gobierno era a través del miedo y el dolor. Se deleitan en tales cosas. —¿Y tú no? Maeve giró un oscuro mechón alrededor de un dedo. Y no contestó. Bien. Dorian continuó: —Así que debes romper las barreras en la habitación Erawan, abrir el portal para mí, y me deslizaré mientras lo distraes con una ilusión sobre sus hermanos —él frunció el ceño—. Tan pronto como encuentre la llave, él sabrá que lo has engañado. Tendremos que irnos rápidamente. Su boca se curvó. —Lo haremos. Y luego a donde hayas escondido las demás. Dorian mantuvo cada expresión fuera de su rostro. —¿Estás seguro de que no sabrá que está siendo engañado?

—Orcus es su hermano. Pero Orcus también era mi marido. La ilusión será bastante real. Dorian lo consideró. —¿A qué hora hacemos nuestro movimiento?

I Al anochecer. Fue entonces cuando Maeve le había dicho a Erawan que se reunieran. Ese espacio liminal entre la luz y la oscuridad, cuando una fuerza cedía ante la otra. Cuando ella abriría el portal para Dorian desde cuartos de distancia. Cuando el sol se puso, no es que Dorian pudiera verlo con las nubes y la oscuridad de Morath, se encontró mirando la pared de la cámara de Maeve. Se había ido hacía unos minutos, con nada más que una mirada de despedida. Su ruta de escape había sido trazada, una alternativa con ella. Todo debía ir de acuerdo al plan. Y el cuerpo que ahora llevaba, el cabello dorado y los ojos dorados... Si alguien, excepto el propio Erawan, atravesaba la torre, la encontrarían ocupada por su maestro. No tenía espacio en sí mismo para el miedo, para la duda. No pensó en los collares de Piedra de Wyrd debajo de la fortaleza, o en cada habitación y mazmorra retorcida que había atravesado. La oscuridad cayó más allá de la habitación. Dorian dio un paso atrás cuando las piedras se volvieron oscuras, oscuras, oscuras... y luego desaparecieron. El hedor a muerte, a podredumbre, y a odio brotaron. Mucho más pútrido que los niveles inferiores de la tumba. Amenazó con doblarle las rodillas, pero Dorian empuño a Damaris. Reunió su poder y levantó su mano izquierda, una débil luz dorada brillaba en sus dedos. Fuego. Con una oración a los dioses que pudieran molestarse en ayudarlo, Dorian atravesó el portal.

Capítulo 77 Traducido por Cris Corregido por Cotota

Dorian no sabía qué esperar de la cámara de un rey Valg, pero la cama con dosel de madera negra tallada, el lavamanos y el escritorio, estaban bajas en su lista de conjeturas. Nada extraordinario. No había tesoros robados, armas antiguas o reliquias, ni pociones burbujeantes ni libros de hechizos, ni bestias que gruñen en la esquina. Ni adiciones de piedra del Wyrd en los collares. Un dormitorio y nada más. Escudriñó la sala circular, incluso yendo tan lejos como para mirar por la escalera. Un tiro directo a la puerta de hierro y guardias apostados afuera. No había armarios. No había trampillas. Abrió el armario para encontrar fila tras fila de ropa limpia. Ninguno de los cajones contenía nada, y no había compartimientos ocultos. Pero la sintió. Esa presencia de otro mundo, terrible. Podía sentirla en todo a su alrededor… Un pequeño ruido lo hizo girar. Dorian miró entonces la cama. Lo que había obviado, estaba tendido entre las sábanas de obsidiana, que casi se tragaba su frágil y pequeño cuerpo. La joven mujer. Su rostro estaba vacío, vacío. Sin embargo, ella lo miró fijamente. Como si hubiera despertado. Una chica guapa y morena. No mayor de veinte años. Una casi gemela de Kaltain. La bilis le quemó la garganta. Y cuando la chica se sentó más lejos, las sábanas se cayeron para revelar un cuerpo desnudo y desperdiciado, para revelar un brazo demasiado delgado y la horrible cicatriz purpurina cerca de la muñeca... Sabía por qué había sentido la presencia de la llave a lo largo de la fortaleza. Moviéndose. Desvaneciéndose. Había estado caminando. A la zaga de su amo. Su esclavitud. Un collar de piedra negra estaba sujeto alrededor de su garganta.

Y, sin embargo, ella se sentó allí en esa cama arrugada. Fijando la vista en él. Hueca y vacía, y con dolor. No tenía palabras. Solo se escuchaba el silencio. Kaltain había destruido al príncipe Valg dentro de ella, pero la Llave del Wyrd la había vuelto loca. Le había dado un poder terrible, pero le había destrozado la mente. Dorian lentamente, con cuidado, dio un paso más cerca de la cama. —Estás despierta —dijo, disponiendo su voz ante el acento del rey Valg. Sabiendo que era su captor lo que ella había visto. Un parpadeo. Dorian había presenciado los experimentos de Erawan, los horrores de sus mazmorras. Sin embargo, esta joven, tan muerta de hambre, los moretones en su piel, la cosa profana en su brazo, la cosa profana que él sabía había compartido esta cama con ella... Se atrevió a desentrañar un hilo de su poder. Se acercó a su brazo y retrocedió. Sí, la llave estaba allí. Él rondó más cerca, deseando que ella no mirara hacia el portal en la pared. La joven tembló, solo un poco. Se obligó a no vomitar. A no hacer nada más que mirarla fríamente y ordenarle: —Dame tu brazo. Sus ojos marrones escanearon su rostro, pero ella extendió su brazo. Casi se tambaleó hacia la herida supurante, las venas negras salieron de ella. Fugando su veneno en ella. No tenía dudas de lo que parecía la herida de Kaltain, y de por qué la cicatriz se mantenía, incluso en la muerte. Pero él enfundó a Damaris y le tomó el brazo entre las manos. Hielo. Su piel era como el hielo. —Acuéstate —le dijo a ella. Ella se sacudió, pero obedeció. Preparándose a sí misma. Para él. Kaltain. Oh dioses, Kaltain. Lo que ella había soportado… Dorian soltó el cuchillo a su lado, el que Sorrel le había regalado, y lo colocó sobre su brazo. Kaltain había hecho lo mismo para liberarlo, había dicho Manon. Pero Dorian envió un destello de su magia curativa a su brazo. Para adormecer y

calmarla. Ella se sacudió, pero él se mantuvo firme. Dejó que su magia brillase a través de ella. Ella jadeó, arqueándose, y Dorian aprovechó su repentina quietud para hundir el cuchillo, rápido y hábil. Tres movimientos, su magia curativa todavía funcionaba a través de ella, calmándola lo mejor que podía, y el fragmento ensangrentado estaba en sus dedos. Pulsando el hueco, el enfermizo poder a través de él. La última Llave del Wyrd. Dejó caer el brazo de ella, deslizando la Llave del Wyrd en su bolsillo, y giró hacia el portal. Pero una mano se envolvió en la suya, débil y temblorosa. Se giró, una mano fue hacia Damaris, y la encontró mirándolo fijamente. Las lágrimas se deslizaron por su rostro. —Mátame —suspiró ella. Dorian parpadeó—. Tú... lo empujaste hacia atrás —no la llave, sino el demonio dentro de ella, se dio cuenta. De alguna manera, con esa magia curativa...—. Mátame —dijo ella, y comenzó a sollozar—. Mátame por favor. Damaris se calentó en su mano. Cierto. Él la miró boquiabierto de horror. —Yo... no puedo. Ella comenzó a arañar el collar alrededor de su garganta. Como si quisiera deshacerse de él. —Por favor —sollozó ella—. Por favor. No tenía tiempo. Para encontrar una manera de quitarle ese collar. Ni siquiera estaba seguro de que pudiera desprenderse, sin ese anillo de oro que Aelin había usado en él. —No puedo. La desesperación y la agonía inundaron sus ojos. —Por favor —era todo lo que decía—. Por favor. Damaris se mantuvo caliente. Verdad. El ruego no era más que verdad. Pero él tenía que irse, tenía que irse ahora. No podía llevarla con él. Conocía eso dentro de ella, sin embargo, como fuera que su magia lo hubiese apartado, emergería de nuevo. Y gritándole a Erawan dónde estaba. Lo que había robado. Ella lloró, las manos rasguñando su cuerpo brutalizado. —Por favor.

¿Sería misericordia matarla? ¿Sería un crimen peor dejarla aquí, con Erawan? ¿Esclavizada a él y al demonio Valg dentro de ella? Damaris no contestó sus silenciosas preguntas. Y dejó que su mano cayera por completo de la espada mientras miraba a la chica que lloraba. Manon lo habría terminado. La hubiera liberado de la única manera que quedaba. Chaol la habría llevado con él y maldecido las consecuencias. Aelin... Él no sabía lo que ella habría hecho. ¿Quién quieres ser? Él no era ninguno de ellos. Él era él, nada más que él mismo. Un hombre que había conocido la pérdida y el dolor, sí. Pero también un hombre que había conocido la amistad y la alegría. La pérdida y el dolor no lo habían roto por completo. Sin ellos, ¿serían tan brillantes los momentos de felicidad? Sin ellos, ¿lucharía tan duro para asegurarse de que no volviera a suceder? ¿Quién quieres ser? Un rey digno de su corona. Un rey que reconstruiría lo que había sido destruido, tanto dentro de él como en sus tierras. La chica sollozó y sollozó, y la mano de Dorian se dirigió hacia la empuñadura de Damaris. Entonces sonó un estruendo. Un chasquido de huesos. Un instante, la chica estaba llorando. Al siguiente, con la cabeza torcida hacia un lado, los ojos sin ver. Dorian se giró, con un grito en sus labios cuando Maeve entró en la habitación. —Considéralo un regalo de bodas, Majestad —dijo ella, con los labios curvados—. Por evitarle esa decisión. Y fue la sonrisa en su rostro, el paso depredador de sus pasos lo que hizo que su magia se reuniera. Maeve asintió hacia su bolsillo. —Bien hecho. Su poder oscuro saltó sobre su mente. No tuvo la oportunidad de agarrar a Damaris antes de que fuera atrapada en su oscura red.

Capítulo 78 Traducido por Cris Corregido por Cotota

Estaba en la habitación de Erawan, y sin embargo no lo estaba. Maeve le respondió: —La llave, si quieres. La mano de Dorian se deslizó en su bolsillo. A la astilla interior. —Y luego recuperaremos las demás —continuó, e hizo una seña al portal a través del cual ambos habían llegado. La siguió, sacando el fragmento de su bolsillo—. Tales cosas que he planeado para nosotros, Majestad. Para nuestra unión. Con las llaves, podría mantenerte eternamente joven. Y con tu poder, superado por ninguno, ni siquiera por Aelin Galathynius, nos protegerás de cualquiera que intente volver a este mundo de nuevo. Salieron a su habitación, y un golpe de la mano de Maeve hizo que el portal se desvaneciera. —Rápidamente ahora —le ordenó—. Nos vamos. El wyvern espera. Dorian se detuvo en medio de la cámara. —¿No crees que es de mala educación irse sin una nota? Maeve se giró hacia él, pero demasiado tarde. Malditamente tarde, mientras las garras que había enganchado en su mente se atascaron en ella. Como una flama, candente y chisporroteante, se cerró sobre el trozo de ella que, sin saberlo, había dejado al descubierto para atraparlo. Una trampa dentro de una trampa. Una que él había formado desde el momento en que la había visto. Había sido un simple truco. Para cambiar su opinión, mientras cambiaba su cuerpo. Para hacerla ver una cosa cuando vislumbrase dentro de ella. Para hacerle ver lo que ella deseaba creer: sus celos y su resentimiento hacia Aelin; su desesperación. Su ingenua estupidez. Había dejado que su mente se convirtiera en esas cosas, que la atrajera a ella. Y cada vez que se acercaba, cayendo por esos resbalones de su poder, su magia había estudiado la suya. Así como había estudiado el núcleo robado de cambio de forma de Cirene, también había aprendido

la capacidad de Maeve para introducirse en la mente, aprovecharse de ella. Solo era cuestión de esperar a que la hiciera moverse, que la dejara tirar la trampa que ella cerraría para sellarlo para siempre. —Tú... —una sonrisa de él, y Maeve dejó de poder hablar. Dorian dijo en el oscuro abismo de su mente, una vez fui esclavo. Realmente no pensaste que me permitiría serlo una vez más, ¿verdad? Ella se sacudió, pero él la mantuvo firme. Me liberarás, siseó ella, y la voz no era la de una reina hermosa, sino algo cruel y frío. Hambriento y odioso. Eres vieja como la tierra y, sin embargo, pensaste que realmente me enamoraría de tu oferta. Él se rió entre dientes, dejando que una chispa de su fuego la quemara. Maeve chilló, silenciosa e interminable en sus mentes. Me sorprende que hayas caído en mi trampa. Te mataré por esto. No si te mato primero. Su fuego se convirtió en algo vivo, envolviéndose alrededor de su garganta pálida. En el mundo real, en el lugar donde existían sus cuerpos. Heriste a mi amiga, dijo con calma letal. No será tan difícil acabar contigo por ello. ¿Es este el rey que deseas ser? ¿Torturar a una mujer indefensa? Él se rió de nuevo. No eres indefensa. Y si pudiera, te sellaría en una caja de hierro por la eternidad. Dorian miró hacia las ventanas. A la noche más allá. Tenía que irse, rápidamente. Pero él siguió diciendo: El rey que deseo ser es lo opuesto a lo que tú eres. Él dirigió a Maeve una sonrisa. Y solo hay una bruja que será mi reina. Un gemido retumbó a través de la montaña debajo de ellos. Morath se estremeció. Los ojos de Maeve se ensancharon aún más. Un estruendo más fuerte que el trueno hizo eco a través de las piedras. La torre se balanceó. La boca de Dorian se curvó hacia arriba. No creerás que pasé todas esas horas simplemente buscando, ¿verdad? Él no permitiría que existiera otro día, esa cámara con los collares. Ni un día más. Así que derribaría a toda la maldita cabeza sobre ella. No había sido difícil. Pequeños trozos de magia, del hielo más frío, que surgieron a través del estruendo de los cimientos de Morath. Que se comía la piedra antigua. Poco a poco, una red de inestabilidad que crecía por cada pasillo y sala que registró.

Hasta que toda la mitad oriental de la fortaleza se equilibraba sólo con su voluntad. Hasta ahora. Hasta la mitad de un pensamiento, su magia se expandió a través de ese estruendo, sobre ellos. Y así Morath comenzó a desmoronarse. Sonriendo a Maeve, Dorian se retiró. Se retiró, incluso mientras él sostenía su mente. La torre se estremeció de nuevo. La respiración de Maeve se detuvo. No me puedes dejar así. Él me encontrará, me tomará… ¿Tal como tú me habrías tomado? Dorian se convirtió en un cuervo, aleteando en el aire de la cámara. Morath gimió de nuevo, y por encima de él se alzó un chillido de rabia, tan penetrante y sobrenatural que se amedrentó hasta los huesos. Dile a Erawan, dijo Dorian, deteniéndose en el alféizar de la ventana, que lo hice por Adarlan. Por Sorscha y Kaltain y todos aquellos destruidos por ella. Como Adarlan mismo había sido destruido. Pero a partir de la ruina total, podría construirse de nuevo. Si no por él, entonces por otros. Quizás ese sería su primer y único regalo para Adarlan como su rey: una pizarra limpia, en caso de que sobrevivieran a esta guerra. Los gritos llenaban los pasillos. Él había marcado dónde trabajaban los sirvientes humanos, dónde moraban. Encontrarían, mientras huían, que sus pasillos permanecían estables. Hasta que cada uno de ellos estuviese fuera. Por favor, rogó Maeve, tambaleándose de rodillas mientras la torre se balanceaba de nuevo. Por favor. Debería dejar que Erawan la encontrara. Condenándola a la vida que había pensado para él. Por Aelin. Maeve se acurrucó sobre sus rodillas, conteniendo su mente y su poder. Esperando desesperado al rey oscuro del que tanto había intentado escapar. O que la fortaleza estremecida se derrumbara a su alrededor. Sabía que lo lamentaría. Sabía que debía matarla. Pero condenarla a lo que él había soportado... Él no se lo deseaba a nadie. Incluso si les costara esta guerra.

No creía que eso lo debilitara. De ningún modo. Más allá de la ventana, las Ironteeth se dispararon a los cielos, los wyverns chillando mientras las piedras de Morath empezaron a ceder. En el valle, el ejército se detuvo para mirar la montaña que se alzaba sobre ellos. La torre temblorosa construida encima de ella. Por favor, dijo Maeve de nuevo. Niveles debajo de ellos, otro grito de rabia retumbó desde Erawan, más cerca ahora. Así que Dorian se elevó en la caótica noche. El silencioso grito de desesperación de Maeve siguió sus talones. Todo el camino hasta los picos que dominaban Morath y el afloramiento rocoso, hasta lasdos Llaves del Wyrd enterradas bajo la pizarra. Apenas podía recordar su propio nombre mientras las deslizaba en su otro bolsillo. Mientras las tres Llaves del Wyrd ahora yacían sobre él. Luego volvió a la mente aún atada a la suya. Era simple como una incisión. Romper el vínculo entre sus mentes y cortar otra parte de ella. Enlazar el regalo que le permitía saltar entre lugares. Abrir esos portales. No más el caminante del mundo, dijo mientras su magia en bruto cambiaba la suya. Cambió su esencia misma. Te sugiero que inviertas en un buen par de zapatos. Luego soltó la mente de Maeve. Un grito odioso e interminable fue la única respuesta. Dorian se movió de nuevo, volviéndose grande y cruel, no más que una manada de wyvern volando hacia el norte para llevar suministros a la legión aérea. Un rey, podría ser un rey para Adarlan durante los últimos días que le quedaban. Limpiar la mancha y la podredumbre de lo que se había convertido. Así que podría empezar de nuevo. Convertirse en quien quería ser. Dorian atrapó un viento veloz, navegando fuerte y rápido. Y cuando miró hacia atrás, hacia la montaña y el valle que apestaban a muerte, al lugar donde habían comenzado tantas cosas terribles, Dorian sonrió y derribó las torres de Morath.

Capítulo 79 Traducido por Cris Corregido por Cotota

Yrene odiaba la Brecha Ferian. Odiaba el aire estrecho entre los dos picos gigantescos, odiaba los huesos y los desechos de wyvern que ensuciaban el suelo rocoso, odiaba el hedor que se deslizaba por las aberturas excavadas en las montañas. Al menos estaba vacío. Aunque todavía no habían decidido si eso era una bendición. Los dos ejércitos ahora llenaban la Brecha, los soldados de Hasar ya se estaban preparando para cruzar de nuevo el Avery en la maraña de Oakwald. Esa caminata tomaría una eternidad, incluso con el rukhin cargando los carros y suministros más pesados. Y luego empuje hacia el norte a través del bosque, tomando el antiguo camino que se extiende a lo largo de la rama norte de Avery. —Pásame ese cuchillo de allí —dijo Yrene a Lady Elide, señalando con su barbilla a su kit de suministros. Estirado sobre una manta en el fondo del vagón cubierto, un soldado Darghan yacía inconsciente, con sudor frío en la frente. No había visto a un sanador después de recibir un corte en el muslo en la batalla por Anielle, y cuando se había caído de su caballo esta mañana, lo habían detenido aquí. Las manos de Elide se mantuvieron firmes mientras sacaba el cuchillo delgado y se lo pasaba a Yrene. —¿Lo despertará? —preguntó mientras Yrene se inclinaba sobre el guerrero inconsciente y examinaba la herida infectada que era lo suficientemente espantosa como para torcer la mayoría de los estómagos. —Mi magia lo tiene en un sueño profundo —Yrene inclinó el cuchillo—. Se quedará fuera hasta que lo despierte. Elide, para su crédito, no vomitó cuando Yrene comenzó a limpiar la herida, raspando los trozos muertos e infectados. —No hay señales de envenenamiento con sangre, gracias a los dioses —anunció Yrene cuando la tela al lado del hombre quedó cubierta por la podredumbre desechada—. Pero tendremos que darle una bebida especial para asegurarnos. —¿Tu magia no puede simplemente hacer un barrido a través de él? —Elide tiró la tela sucia en el cubo de basura cercano, y dejó otro al lado. —Puede, y lo hará —dijo Yrene, luchando contra su mordaza cuando el hedor de la herida le llenó la nariz—, pero eso podría no ser suficiente, si la infección realmente

desea hacer una aparición. —Hablas de enfermedades como si fueran criaturas vivas. —Lo son, hasta cierto punto —dijo Yrene—. Con sus propios secretos y temperamentos. A veces tienes que burlarte de ellas, como harías con cualquier enemigo. Yrene tomó la linterna reflejada del lado de la cama y ajustó las placas para hacer brillar un rayo de luz sobre la porción infectada. Cuando el brillo no reveló más signos de piel podrida, dejó la linterna y el cuchillo. —Eso no fue tan malo como había temido —admitió ella, y extendió sus manos sobre la sangrienta herida. El calor y la luz se elevaron dentro de ella, como un recuerdo del verano en este frígido paso de montaña, y cuando sus manos brillaron, la magia de Yrene la guio dentro del cuerpo del hombre. Fluyó a lo largo de la sangre, los tendones y los huesos, tejiendo y remendando, escuchando los dolores y la fiebre que ahora se desataban. Suavizándolos, calmándolos. Secándolos. Estaba jadeando cuando terminó, pero la respiración del hombre se había aliviado. El sudor en su frente se había secado. —Notable —susurró Elide, boquiabierta ante la ahora suave pierna del guerrero. Yrene simplemente giró la cabeza hacia un lado y vomitó en el cubo de basura. Elide se levantó de un salto. Pero Yrene levantó una mano, limpiándose la boca con la otra. —Aunque sea muy alegre saber que pronto seré madre, las realidades de los primeros meses son... no tan felices. Elide se acercó a la red de agua potable y sirvió una taza. —Ten. ¿Hay algo que pueda conseguirte? ¿Puedes, puedes curar tu propia enfermedad o necesitas que alguien más lo haga? Yrene tomó un sorbo del agua, dejando que lavase la bilis amarga. —El vómito es una señal de que las cosas están progresando con el bebé —una mano se movió hacia su vientre—. No es algo que realmente se pueda curar, no a menos que haya un curandero a mi lado día y noche, aliviando las náuseas. —¿Tan malo se ha vuelto? —Elide frunció el ceño. —Un momento terrible, lo sé —Yrene suspiró—. Las mejores opciones son el jengibre, cualquier cosa con jengibre. Que preferiría ahorrar para el malestar estomacal de nuestros soldados. La menta también puede ayudar —ella hizo un gesto hacia su bolso—. Tengo algunas hojas secas allí. Simplemente pon un poco en una taza con

agua caliente y estaré bien —detrás de ellas, un pequeño brasero sostenía una caldera humeante, utilizada para desinfectar los suministros en lugar de para hacer té. Elide se movió al instante, e Yrene observó en silencio mientras la mujer preparaba el té. —Podría curar tu pierna, ya sabes. Elide se quedó inmóvil, una mano que alcanzaba el hervidor. —¿De verdad? Yrene esperó hasta que la mujer le puso una taza de té de menta en las manos antes de que ella asintiera con la cabeza hacia las botas de la dama. —¿Puedo ver la lesión? Elide vaciló, pero se sentó en el taburete al lado de Yrene y se quitó la bota, luego el calcetín debajo. Yrene examinó las cicatrices, el hueso retorcido. Elide le había dicho días atrás por qué tenía aquella lesión. —Tienes suerte de no haber contraído una infección —Yrene tomó un sorbo de su té, lo consideró aún demasiado caliente, y lo dejó a un lado antes de darle una palmadita en el regazo. Elide obedeció, poniendo su pie sobre el muslo de Yrene. Con cuidado, Yrene tocó las cicatrices y los huesos destrozados, su magia haciendo lo mismo. La brutalidad de la lesión era suficiente para quitarle el aliento a Yrene. Y para hacerla rechinar los dientes, sabiendo lo joven que había sido Elide, lo insoportablemente doloroso que era, sabiendo que su tío le había hecho esto a ella. —¿Qué pasa? —respiró Elide. —Nada, quiero decir, más allá de lo que ya sabes. Tanta crueldad. Tan terrible, imperdonable crueldad. Yrene devolvió su magia a sí misma, pero mantuvo sus manos en el tobillo de Elide. —Esta lesión requeriría semanas de trabajo para curarse, y en nuestras circunstancias actuales, no creo que ninguno de nosotros pueda someterla —Elide asintió—. Pero si sobrevivimos a esta guerra, puedo ayudarte, si lo deseas. —¿Qué implicaría? —Hay dos caminos —dijo Yrene, dejando que algo de su magia se filtrara en la pierna de Elide, calmando los músculos doloridos, las zonas donde los huesos se unían a otro hueso sin amortiguador. La mujer suspiró—. Lo primero es lo más difícil. Requeriría

que reestructurara completamente tu pie y tobillo. Lo que significa que tendría que romper el hueso, sacar las partes que se curaron o fusionaron incorrectamente y luego que vuelvan a crecer. No podrías caminar mientras lo haga, e incluso con la ayuda que pudiese darte para el dolor, la recuperación sería agonizante —no había forma de evitar esa verdad—. Necesitaría tres semanas para desarmar tus huesos y volver a juntarlos, pero necesitarías al menos un mes para descansar y aprender a caminar sobre ellos de nuevo. El rostro de Elide se había puesto pálido. —¿Y la otra opción? —La otra opción sería no curar, sino dar ungüento, como el que dijiste que Lorcan te dio, para ayudarte con los dolores. Pero te advertiré: el dolor nunca te abandonará por completo. Por la forma en que tus huesos se afilan junto —ella tocó suavemente la mancha en la parte superior del pie de Elide, y luego una mancha abajo por los dedos de los pies—, la artritis ya se está acumulando. A medida que los huesos continúan apretándose, la artritis, ese dolor que sientes cuando caminas, solo empeorará. Puede llegar a un punto en unos pocos años, tal vez cinco, tal vez diez, es difícil saberlo, cuando el dolor es tan intenso que ningún ungüento podrá ayudarte. —Entonces necesitaría la curación, a pesar de todo. —Depende de ti si deseas la curación del todo. Solo quiero que tengas una mejor idea del camino por delante —ella le sonrió a la mujer—. Depende de ti decidir cómo deseas enfrentarlo. Yrene golpeó suavemente el pie de Elide, y la mujer lo bajó de nuevo al piso antes de volver a ponerle el calcetín, luego su bota. Movimientos fáciles y eficientes. Yrene tomó un sorbo de su té, lo suficientemente frío como para beberlo. La brisa fresca de la menta la atravesó, despejando su mente y calmando su estómago. Elide dijo: —No sé si puedo enfrentar ese dolor nuevamente. Yrene asintió. —Con ese tipo de lesión, sería necesario enfrentar muchas cosas dentro de ti — sonrió hacia la entrada del vagón—. Mi esposo y yo acabamos de hacer un viaje juntos. —¿Fue duro? —Increíblemente. Pero lo hizo. Lo hicimos. Elide lo consideró, luego se encogió de hombros. —Tendríamos que sobrevivir a esta guerra primero, supongo. Si vivimos... entonces

podemos hablar de ello. —Lo suficientemente justo. Elide frunció el ceño ante el techo del vagón. —Me pregunto qué han aprendido allí. Arriba en el Omega y el Colmillo del Norte, donde Chaol y los demás se reunían con los criadores y pescadores que habían quedado atrás. Yrene no quería saber más que eso, y Chaol no había ofrecido ninguna otra idea de cómo estarían extrayendo información de los hombres. —Esperemos que haya algo que valga la pena para que visitemos este lugar horrible —murmuró Yrene, y luego terminó el resto de su té. Cuanto antes se fueran, mejor. Era como si los dioses se estuvieran riendo de ella, de ambas. Un golpe en las puertas del vagón hizo que Elide cojeara hacia ellos, justo antes de que apareciera Borte. Su rostro extrañamente solemne. Yrene se preparó, pero fue Elide a quien se dirigió el jinete de ruk. —Tienes que venir conmigo —dijo Borte sin aliento. Detrás de la chica, Arcas esperó, un gorrión posado en la silla. Falkan Ennar. No era una compañera, se dio cuenta Yrene, sino una guardia adicional. Elide preguntó: —¿Qué pasa? Borte se movió, con impaciencia o nervios, Yrene no podía decirlo. —Encontraron a alguien en la montaña. Ellos te quieren allá arriba, para decidir qué hacer con él. Elide se había quedado quieto. Totalmente inmóvil. Yrene preguntó: —¿Quién? La boca de Borte se tensó. —Su tío.

I

Elide se preguntó si el rukhin la rechazaría para siempre si vomitase sobre Arcas. De hecho, durante el vuelo rápido y empinado hasta el puente que atraviesa el Omega y el Colmillo del Norte, fue todo lo que pudo hacer para no arrojar el contenido de su estómago sobre las plumas del ave. —Lo encontraron escondido en el Colmillo del Norte —había dicho Borte antes de haber tirado a Elide a la silla de montar, Falkan ya estaba volando por la cara del paso—, tratando de pretender ser un entrenador wyvern. Pero uno de los otros entrenadores lo delató. La reina Aelin lo llamó tan pronto como lo tuvieron seguro. A tu tío, no al entrenador, quiero decir. Elide no había podido responder. Solo había asentido. Vernon estuvo aquí. En la brecha. No en Morath con su maestro, sino aquí. Gavriel y Fenrys estaban esperando cuando Arcas aterrizó en la abertura cavernosa en el Colmillo del Norte. La roca de corte tosco asomaba como fauces abiertas, el olor de lo que había dentro hacía que su estómago se revolviera de nuevo. Olía como a carne podrida y peor. Valg, sin duda, pero también un olor a odio y crueldad y estrechos pasillos sin aire. Los dos machos Fae se pusieron silenciosamente a su lado cuando entraron. No había rastro de Lorcan, ni de Aelin. O de su tío. Hombres yacían muertos en algunos de los oscuros pasillos por los que Fenrys y Gavriel la condujeron, asesinados por los rukhin cuando barrieron con ellos. Ninguno de ellos filtró sangre negra, pero todavía tenían ese olor. Como ese lugar había infectado sus almas. —Están aquí arriba —dijo Gavriel en voz baja, con suavidad. Las manos de Elide comenzaron a temblar, y Fenrys colocó una de las suyas en su hombro. —Él está bien apresado. Ella no sabía si con meras cuerdas o cadenas. Probablemente con fuego y hielo y quizás incluso el poder oscuro de Lorcan. Pero eso no impidió que temblara, por lo pequeña y quebradiza que se volvió cuando doblaron una esquina y vieron a Aelin, Rowan y Lorcan de pie ante una puerta cerrada. Más allá del pasillo, Nesryn y Sartaq, Lord Chaol con ellos, esperaron. Dejándoles decidir qué hacer. Dejando que Elide decidiera. El rostro grave de Lorcan estaba congelado de rabia, sus ojos profundos como gélidos charcos nocturnos. Dijo en voz baja: —No necesitas ir allí.

—Te trajimos aquí —dijo Aelin, con su propia cara siendo el retrato de ira contenida—, para que pudieras elegir qué hacer con él. Si quieres hablar con él antes que nosotros lo hagamos. Dio una mirada a los cuchillos a los lados de Rowan y Lorcan, de tal forma que los dedos de la reina se curvaron, y Elide sabía lo que su tipo de conversación incluiría. —¿Quieres torturarlo para obtener información? —ella no se atrevió a mirar a los ojos de Aelin. —Antes de que reciba lo que debe —gruñó Lorcan. Elide miró al hombre que amaba y a la reina a la que servía. Y su cojera nunca se había sentido tan pronunciada, tan obvia, mientras se acercaba un paso. —¿Por qué está aquí? —Todavía tiene que revelar eso —dijo Rowan—. Y aunque no hemos confirmado que estás aquí, sospecha —una mirada hacia Lorcan—. La decisión es suya, Señora. —¿Lo matarás a pesar de todo? Lorcan preguntó: —¿Quieres que lo hagamos? —hace meses, ella le había dicho que lo hiciera. Y Lorcan había accedido a hacerlo. Eso había sido antes de que Vernon y la ilken hubieran venido a secuestrarla, antes de la noche en que había estado dispuesta a abrazar la muerte en lugar de ir con él a Morath. Elide miró hacia adentro. Le dieron la cortesía del silencio. —Me gustaría hablar con él antes de que decidamos su destino. Una reverencia de la cabeza de Lorcan fue su única respuesta antes de abrir la puerta detrás de él. Las antorchas parpadearon, la cámara estaba vacía, salvo por una mesa de trabajo contra una pared. Y su tío, atado con gruesos hierros, sentado en una silla de madera. Su ropa de gala estaba desgastada, su cabello oscuro descuidado, como si hubiera luchado mientras lo ataban. De hecho, la sangre cubría una de sus fosas nasales, con la nariz hinchada. Destrozada. Una mirada a su derecha confirmó la sangre en los nudillos de Lorcan. Vernon se enderezó cuando Elide se detuvo a varios metros de distancia, la puerta se cerró, Lorcan y Aelin se quedaron atrás. Los demás se quedaron en la sala.

—Qué compañía tan poderosa tienes en estos días, Elide —dijo Vernon. Esa voz. Incluso con la nariz rota, esa voz sedosa y horrible arrastraba garras a lo largo de su piel. Pero Elide mantuvo su barbilla en alto. Mantuvo los ojos sobre su tío. —¿Por qué estás aquí? —Primero dejas que el bruto se acerque a mí —se quejó Vernon, asintiendo con la cabeza hacia Lorcan—, ¿luego envías a la chica de rostro dulce para persuadir las respuestas? —una sonrisa hacia Aelin—. ¿Una técnica suya, Majestad? Aelin se apoyó contra la pared de piedra, con las manos metidas en los bolsillos. Nada humano en su cara. Aunque Elide notó la forma en que sus manos, incluso dentro de sus confines, cambiaban. Atado con hierros. Abollada. Hace solo unas semanas, había sido la prisionera en el lugar de Vernon. Y ahora parecía que estaba parada aquí por pura voluntad. Parada aquí, lista para recabar la información de Vernon, por el bien de Elide. Fortaleció a Elide lo suficiente como para que ella le dijera a su tío: —Tus respiros son limitados. Te sugiero que los uses sabiamente. —Despiadada —Vernon sonrió—. La sangre de bruja que corre en tus venas es verdadera después de todo. Ella no podía soportarlo. Estar en esta habitación con él. Respirar el mismo aire que el hombre que sonreía mientras su padre había sido ejecutado, sonreía mientras la encerraba en esa torre durante diez años. Sonreía mientras tocaba a Kaltain, tal vez algo mucho peor, y luego trató de venderle a Elide a Erawan para su reproducción. —¿Por qué? —Preguntó ella. Era la única pregunta que realmente podía pensar, la que realmente importaba. —¿Por qué hacer algo como eso? —Como mi respiración es limitada —dijo Vernon—, supongo que no importa lo que te diga —una pequeña sonrisa curvó sus labios—. Porque pude —dijo su tío. Lorcan gruñó—. Porque mi hermano, tu padre, era un bruto insoportable, cuya única calificación para gobernar era la orden de nuestro nacimiento. Un bruto guerrero — Vernon escupió, burlándose de Lorcan. Luego dijo a Elide—. La preferencia de tu madre parece haber pasado a ti, también —una sacudida odiosa de la cabeza—. Una pena. Ella era una belleza rara, ya sabes. Lástima que la mataron, defendiendo a Su Majestad —el calor estallaba en la habitación, pero el rostro de Aelin permaneció inmóvil—. Podría haber habido un lugar para ella en Perranth si ella no…

—Suficiente —dijo Elide suavemente, pero no débilmente. Ella dio otro paso hacia él—. Así que estabas celoso. De mi padre. Celoso de su fuerza, de su talento. De su esposa —Vernon abrió la boca, pero Elide levantó una mano—. No he terminado todavía —Vernon parpadeó. Elide mantuvo su respiración firme, los hombros hacia atrás. —No me importa por qué estás aquí. No me importa lo que planean hacer contigo. Pero quiero que sepas que una vez que salga de esta habitación, nunca volveré a pensar en ti. Tu nombre será borrado de Perranth, de Terrasen, de Adarlan. Nunca habrá un susurro de ti, ni ningún recordatorio. Serás olvidado. Vernon palideció, solo un poco. Entonces él sonrió. —¿Borrado de Perranth? Lo dices como si no lo supieras, Lady Elide —se inclinó hacia delante tanto como le permitían sus cadenas—. Perranth ahora está en manos de Morath. Tu ciudad ha sido saqueada. Las palabras la recorrieron como un golpe, e incluso Lorcan contuvo el aliento. Vernon se echó hacia atrás, presumido como un gato. —Adelante y bórrame, entonces. Con los escombros, no será difícil de hacer. Perranth había sido capturado por Morath. Elide no tuvo que mirar por encima del hombro para saber que los ojos de Aelin estaban casi encendidos. Mal, esto era mucho peor de lo que habían previsto. Tenían que moverse rápido. Ir al norte lo más rápido que pudiesen. Así que Elide se volvió hacia la puerta, Lorcan se acercó para abrirla para ella. —¿Eso es todo? —exigió Vernon. Elide hizo una pausa. Poco a poco se volvió. —¿Qué más podría tener que decirte? —No me pediste detalles —otra sonrisa de serpiente—. Todavía no has aprendido a jugar el juego, Elide. Elide le devolvió la sonrisa con una de las suyas. —No hay nada más que me interese saber de ti —miró hacia Lorcan y Aelin, hacia sus compañeros reunidos en el pasillo—. Pero todavía tienen preguntas. La cara de Vernon se puso del color de la leche en mal estado. —¿Quieres dejarme en sus manos, completamente indefenso? —Yo estaba indefensa cuando dejaste que mi pierna permaneciera sin cicatrizar — dijo, con una calma constante que se asentó sobre ella—. Yo era una niña entonces,

y sobreviví. Tú eres un hombre adulto —ella dejó que sus labios se curvaran en otra sonrisa—. Veremos si tú también lo haces. No trató de ocultar su cojera mientras salía. Mientras captaba la mirada de Lorcan y veía el orgullo que brillaba allí. Ni un susurro, ni un susurro de esa voz que la había guiado. No desde el miedo, pero... Tal vez no necesitaba a Anneith, la Dama de las Cosas Sabias. Tal vez la diosa sabía que ella misma no era necesaria. Ya no.

I Aelin sabía que una sola palabra de ella, y Lorcan le arrancaría la garganta a Vernon. O tal vez comenzaría chasqueando huesos. O lo despellejaría vivo, como Rowan había hecho con Cairn. Mientras seguía a Elide, la cabeza de la Dama de Perranth aún alta, Aelin forzó su propia respiración para permanecer estable. Para prepararse para lo que vendría. Ella podría superarlo. Presionó más allá del temblor en sus manos, del sudor frío en su espalda. Para aprender lo que necesitaban, ella podría encontrar alguna manera de soportar esta próxima tarea. Elide se detuvo en el pasillo, Gavriel, Rowan y Fenrys se acercaron un paso más. No había rastro de Nesryn, Chaol o Sartaq, aunque un grito probablemente los convocaría en esta ostentación. Dioses, el hedor de este lugar. La sensación de ello. Había estado debatiendo durante la última hora si valía la pena para su salud mental y su estómago el regresar a su forma humana, al bendito sentido del olfato que ofrecía. Elide le dijo a ninguno de ellos en particular: —No me importa lo que hagan con él. —¿Te importa si sale vivo? —Dijo Lorcan con una calma mortal. Elide estudió al hombre cuyo corazón sostenía. —No —bien, casi dijo Aelin.

Elide agregó: —Pero hazlo rápido —Lorcan abrió la boca. Elide negó con la cabeza—. Mi padre lo desearía así. Castígalos a todos, Kaltain había hecho prometer a Aelin una vez. Y Vernon, por lo que Elide le había dicho a Aelin, parecía haber estado a la cabeza en la lista de Kaltain. —Tenemos que interrogarlo primero —dijo Rowan—. Ver qué es lo que sabe. —Entonces hazlo —dijo Elide—. Pero cuando sea el momento, hazlo rápido. —Rápido —reflexionó Fenrys—, ¿pero no sin dolor? La cara de Elide era fría, inflexible. —Pueden decidirlo. La sonrisa brutal de Lorcan le dijo a Aelin lo suficiente. Lo mismo hizo el hacha, gemela a la de Rowan, brillando a su lado. Sus palmas se volvieron sudorosas. Había estado sudando desde que habían atado a Vernon, desde que había visto las cadenas de hierro. Aelin buscó su magia. No la llama furiosa, sino la gota de agua refrescante. Ella escuchó su canción silenciosa, dejándola pasar por ella. Y a su paso, ella sabía lo que deseaba hacer. Lorcan dio un paso hacia la puerta de la cámara, pero Aelin le bloqueó el paso. Ella dijo: —La tortura no sacará nada de él. Incluso Elide parpadeó ante eso. Aelin dijo: —A Vernon le gusta jugar juegos. Entonces jugaré. Los ojos de Rowan se entrecerraron. Como si él pudiera oler el sudor en sus manos, como si supiera que hacerlo a la antigua usanza... la enviaría a vomitar sus entrañas sobre el borde del Colmillo del Norte —Nunca subestimes el poder de romper algunos huesos —respondió Lorcan. —Ve lo que puedes sacar de él —le dijo Rowan a ella. Lorcan se giró con la boca abierta, pero Rowan gruñó:— Podemos decidir, aquí y ahora, lo que deseamos ser como tribunal. ¿Actuamos como nuestros enemigos? ¿O encontramos métodos alternativos para romperlos? Su compañera se encontró con su mirada, allí la comprensión brillaba.

Lorcan todavía parecía dispuesto a discutir. Sobre la picadura fantasma de cadenas en sus muñecas, el peso de una máscara en su cara, Aelin dijo: —Lo hacemos a mi manera primero. Todavía puedes matarlo, pero intentamos mi camino primero —cuando Lorcan no se opuso, ella dijo:— Necesitamos un poco de cerveza.

I Aelin deslizó la jarra de cerveza fría sobre la mesa hasta donde Vernon estaba ahora sentado, las cadenas se aflojaron lo suficiente como para usar sus manos. Un movimiento en falso, y su fuego lo derretiría. Sólo el León y Fenrys estaban en la cámara, estacionados junto a las puertas. Rowan y Lorcan habían gruñido a su orden de quedarse en el pasillo, pero Aelin había declarado que solo obstaculizarían sus esfuerzos allí. Aelin tomó un sorbo de su propia jarra y zumbó. —Un día extraño, cuando uno tiene que complementar el buen gusto de la cerveza con su enemigo. Vernon frunció el ceño ante la jarra. —No está envenenado —dijo Aelin—. Derrotaría el propósito si lo fuera. Vernon tomó un pequeño sorbo. —Supongo que piensas que si me acompañas con cerveza y hablas como si fuéramos amigos firmes, obtendrás lo que quieres saber. —¿Prefieres la alternativa? —sonrió ella levemente—. Yo ciertamente no. —Los métodos pueden diferir, pero el resultado final será el mismo. —Dime algo interesante, Vernon, y tal vez cambie. Sus ojos la recorrieron. —Si hubiera sabido que te habrías convertido en una reina así, tal vez no me hubiera molestado en arrodillarme por Adarlan —una sonrisa astuta—. Tan diferente de tus padres. ¿Tu padre alguna vez torturó a un hombre?

Ignorando la burla, Aelin bebió, agitando la cerveza en la boca, como si pudiera lavar la mancha de este lugar. —Intentaste y no pudiste ganar el poder por ti mismo. Primero robándola a Elide, luego intentando venderla a Erawan. Morath ha despedido a Perranth y, sin duda, marcha hacia Orynth y, sin embargo, te encontramos aquí. Escondiéndote —ella bebió de nuevo—. Uno podría pensar que el favor de Erawan se ha ido a otra parte. —Tal vez me colocó aquí por una razón, Majestad. Su magia ya lo había sentido. Para asegurarse de que ningún corazón de hierro o Piedra del Wyrd golpeara su pecho. —Creo que te echaron a un lado —dijo ella, inclinándose hacia atrás y cruzando los brazos—. Creo que sobreviviste a tu utilidad, especialmente después de que no pudiste recuperar a Elide, y Erawan no tenía ganas de deshacerse completamente de un lacayo, pero tampoco quería que te escondieras. Así que, aquí estás —ella hizo un gesto con la mano hacia la cámara, la montaña sobre ellos—. La encantadora Brecha Ferian. —Es hermosa en primavera —dijo Vernon. Aelin sonrió. —Una vez más, dime algo interesante, y quizás vivas para verlo. —¿Lo juras? ¿En tu trono? ¿No me matarás? —una mirada hacia Fenrys y Gavriel, con una cara de piedra tras de ella—. ¿Ni ninguno de tus compañeros? Aelin resopló. —Esperaba que demoraras más tiempo antes de mostrar tu mano —ella escurrió el resto de su cerveza—. Pero sí. Juro que ni yo ni ninguno de mis compañeros te matarán si nos dices lo que sabes. Fenrys comenzó. Toda la confirmación que Vernon necesitaba era que ella lo decía en serio, que ellos no lo habían planeado. Vernon bebió profundamente de su cerveza. Luego dijo: —Maeve ha venido a Morath. Aelin se alegró de estar sentada. Ella mantuvo su cara aburrida, sosa. —¿Para ver a Erawan? —Para unirse a él.

Capítulo 80 Traducido por Cris Corregido por Cotota

La habitación le daba vueltas ligeramente. Ni siquiera la gota de magia de su madre podía estabilizarla. Era peor. Peor que cualquier cosa que Aelin hubiera imaginado escuchar de los labios de Vernon. ―¿Maeve trajo a su ejército? ―su voz fría y sin sonido sonaba muy, muy lejos. ―Ella no trajo a nadie más que a sí misma. ―¿Ningún ejército, ninguno en absoluto? Vernon bebió de nuevo. ―No es que haya visto antes a Erawan enviándome en un wyvern a plena noche. Afirmó que había hecho demasiadas preguntas y que estaba mejor preparado para estar detenido aquí. Erawan o Maeve debían haberlo sabido. De algún modo. Que acabarían aquí, y plantaron a Vernon en su camino. Para decirles esto. ―¿Dijo dónde estaba su ejército? ―No Terrasen, si se hubiera adelantado a Terrasen... ―Ella no lo hizo, pero asumí que sus fuerzas se habían dejado cerca de la costa, para esperar órdenes sobre dónde navegar. Aelin hizo a un lado su náusea creciente. ―¿Aprendiste lo que Maeve y Erawan planean hacer? ―Frente a ti, apostaría. Se recostó en su asiento, su cara aburrida, casual. ―¿Sabes dónde Erawan guarda la tercera Llave del Wyrd? ―¿Qué es eso? No era una pregunta engañosa. ―Una astilla de piedra negra, como la plantada en el brazo de Kaltain Rompier.

Los ojos de Vernon se cerraron. ―Ella tenía el regalo del fuego, también, ya sabes. Temblé al pensar qué podría pasar si Erawan colocara la piedra en tu brazo. Ella lo ignoró. ―¿Y bien? Vernon terminó su cerveza. ―No sé si tenía otra más allá de lo que había en el brazo de Kaltain. ―Él lo hizo. Lo hace. ―Entonces no sé dónde está, ¿verdad? Solo supe de la que robó mi astuta sobrina. Aelin se abstuvo de rechinar los dientes. Maeve y Erawan, unidos. Y ni un susurro de dónde estaban Dorian y Manon con las otras dos llaves. Ella no reconoció las paredes que empezaron a presionar, el sudor frío nuevamente deslizándose por su espalda. ―¿Por qué Maeve se alió con Erawan? ―No estaba al tanto de esa discusión. Me enviaron aquí rápidamente ―dijo con un destello de molestia―. Pero Maeve de alguna manera tiene... influencia sobre Erawan. ―¿Qué pasó con las Ironteeth estacionados aquí en la Brecha? ―Fueron llamadas hacia el norte. A Terrasen. Recibieron órdenes de unirse a la legión que ya estaba en camino después de derrotar al ejército en la frontera y luego en Perranth. Oh dioses. Le tomó todo su entrenamiento pensar más allá del rugido en su cabeza. ―Cien mil soldados marchan sobre Orynth ―dijo Vernon, riéndose―. ¿Ese fuego tuyo será suficiente para detenerlos? Aelin puso una mano en la empuñadura de Goldryn, con el corazón acelerado. ―¿Qué tan lejos están de la ciudad? Vernon se encogió de hombros. ―Ya estaban a unos pocos días de marcha cuando la legión de las Ironteeth se fue de aquí. Aelin calculó la distancia, el terreno, el tamaño de su propio ejército. Estaban a dos semanas de distancia, como mucho, si el clima no se los impedía. Dos semanas a través de densos bosques y territorio enemigo.

Nunca lo harían a tiempo. ―¿Maeve y Erawan van a unirse a ellos? ―Asumiría que sí. No con el grupo inicial, por razones que no me dijeron, pero irán a Orynth. Y te enfrentarán allí. Su boca se volvió seca. Aelin se levantó. Vernon le frunció el ceño. ―¿No deseas preguntar si conozco las debilidades de Erawan, o alguna sorpresa para ti? ―Tengo todo lo que necesito saber ―tiró la barbilla hacia Fenrys y Gavriel, y el primero se apartó de la pared para abrir la puerta. Este último, sin embargo, comenzó a apretar las cadenas de Vernon una vez más. Anclándolas a la silla, uniendo sus manos a los brazos. ―¿No vas a desencadenarme? ―exigió Vernon―. Te di lo que deseabas. Aelin dio un paso hacia el pasillo, notando la furia en el rostro de Lorcan. Había escuchado cada palabra, incluyendo su juramento de no dejar que matara a Vernon. Aelin lanzó a Vernon una sonrisa torcida sobre su hombro. ―No dije nada sobre desencadenarte. Vernon se quedó inmóvil. Aelin se encogió de hombros. ―Dije que ninguno de nosotros te mataría. No es culpa nuestra si no puedes salir de esas cadenas, ¿verdad? La sangre se drenó de la cara de Vernon. Aelin dijo en voz baja: ―Encadenaste y encerraste a mi amiga en una torre durante diez años. Veamos cómo disfrutas de la experiencia ―ella dejó que su sonrisa se volviera cruel―. Sin embargo, una vez que los entrenadores lo hayan acordado, no creo que nadie quiera alimentarte. O traerte agua. O incluso escuchar tus gritos. Entonces, dudo que llegues diez años antes de que el final te reclame, ¿pero dos días? ¿Tres? Puedo aceptar eso, creo. ―Por favor ―dijo Vernon cuando Gavriel alcanzó la manija de la puerta para sellar al hombre que estaba adentro. ―Marion me salvó la vida ―dijo Aelin, sosteniendo la mirada del hombre―. Y te inclinaste alegremente ante el hombre que la mató. Tal vez incluso le dijiste al rey de

Adarlan dónde encontrarnos. A todos nosotros. ―¡Por favor! ―chilló Vernon. ―Deberías haber conservado esa jarra de cerveza ―dijo Aelin antes de asentir a Gavriel. Vernon comenzó a gritar cuando la puerta se cerró. Y Aelin giró la llave. El silencio llenó la sala. Aelin se encontró con la mirada fija de Elide, Lorcan salvajemente satisfecho a su lado. ―No será rápido de esta manera ―dijo Aelin, extendiendo la llave a Elide. El resto de la pregunta colgaba allí. Vernon seguía gritando, suplicándoles que regresaran para desencadenarlo. Elide estudió la puerta sellada. Al hombre desesperado detrás de esto. La Dama de Perranth tomó la llave extendida. Se la metió en el bolsillo. ―Deberíamos encontrar una mejor manera de sellar esa habitación.

I ―Nuestros peores temores han sido confirmados ―le dijo Aelin a Rowan, inclinándose sobre una barandilla de uno de los balcones del Colmillo Norte, mirando al ejército reunido en el piso de la Brecha. Hacia donde se dirigían sus compañeros, la tarea de sellar permanentemente la cámara en la que Vernon estaba completamente encadenado. A dónde deberían dirigirse, también. Pero ella se había detenido aquí. Tomó un momento. Rowan le puso una mano en el hombro. ―Los enfrentaremos juntos. Maeve y Erawan. ―¿Y los cien mil soldados marchando en Orynth? ―Juntos, Corazón de Fuego ―fue todo lo que dijo. Ella encontró solo siglos de entrenamiento y frío cálculo en su rostro. Esa voluntad inquebrantable. Apoyó la cabeza en su hombro, su sien se hundió en la armadura ligera.

―¿Lo haremos? ¿Habrá algo en absoluto? Él apartó el cabello de su cara. ―Vamos a tratar. Eso es lo mejor que podemos hacer ―eran palabras de un comandante que había caminado dentro y fuera de los campos de matanza durante siglos. Unió sus manos, y juntos miraron al ejército de abajo. El fragmento de salvación que ofrecía. ¿Había sido una tonta al gastar esos tres meses duramente ganados de su poder en ese ejército, en lugar de Maeve? ¿Maeve y Erawan? Incluso si ella comenzara ahora, no sería, nunca podría ser lo mismo. ―No te agobies con los “y si» ―dijo Rowan, leyendo las palabras en su cara. No sé qué hacer, dijo en silencio. Él besó la parte superior de su cabeza. Juntos. Y cuando el viento aullaba a través de los picos, Aelin se dio cuenta de que su pareja, quizás, tampoco tenía una solución.

Capítulo 81 Traducido pro Cris Corregido por Cotota

—Cien mil —susurró Ren, calentándose las manos ante el rugiente fuego en el Gran Salón. Habían perdido a dos de los asesinos silenciosos frente a los arqueros de Morath que buscaban represalias por la destrucción de las torres de brujas, pero nada más que eso, afortunadamente. Aun así, la cena había sido sombría. Nadie había comido realmente, no cuando la oscuridad había caído y las fogatas enemigas se habían encendido. Más de las que podían contar. Aedion había permanecido allí después de que todos los demás se habían ido a sus camas. Solo Ren se había quedado, Lysandra escoltando a una Evangeline que aún temblaba hasta su habitación. Lo que traería la mañana, solo lo sabían los dioses. Quizás los dioses los habían abandonado de nuevo, ahora que su única manera de regresar a casa había sido encerrada en una caja de hierro. O enfocaran sus esfuerzos completamente en Dorian Havilliard. Ren dejó escapar un largo suspiro. —Esto es todo, no lo hay. No hay nadie más que venga en nuestra ayuda. —No será un final bonito —admitió Aedion, apoyándose contra la repisa—. Especialmente una vez que la tercera torre vuelva a estar operativa. No tendrían otra oportunidad de sorprender a Morath ahora. Sacudió la barbilla al joven señor. —Deberías descansar un poco. —¿Y tú? Aedion se quedó mirando a la llama. —Hubiera sido un honor —dijo Ren—. Servir en este tribunal. Con usted. Aedion cerró los ojos, tragando saliva. —Habría sido un honor de verdad. Ren le dio una palmada en el hombro. Entonces sus pasos que se alejaban se arrastraron por el pasillo.

Aedion permaneció solo a la luz de la chimenea durante unos minutos antes de dirigirse hacia la cama y a cualquier sueño que pudiera encontrar. Casi había llegado a la entrada de la torre cuando la espió. Lysandra se detuvo, con una taza de lo que parecía ser leche humeante en sus manos. —Para Evangeline —dijo—. No puede dormir. La niña había estado temblando todo el día. Parecía que vomitaría justo en la mesa. Aedion solo preguntó: —¿Puedo hablar con ella? Lysandra abrió la boca como si dijera que no, y él estaba dispuesto a dejarlo pasar, pero ella inclinó la cabeza. Caminaron en silencio todo el camino hasta la torre norte, luego subieron y subieron. A la vieja habitación de Rose. Ren debió haberlo visto una vez más. La puerta estaba abierta, con una luz dorada derramándose sobre el rellano. —Te traje un poco de leche —anunció Lysandra, apenas sin aliento por la subida—. Y algo de compañía —agregó a la chica cuando Aedion entró en la acogedora habitación. A pesar de los años de abandono, la cámara de Rose en el castillo real permanecía sin daño, una de las pocas habitaciones de las que se podía decir aquello. Los ojos de Evangeline se agrandaron al verlo, y Aedion le ofreció a la niña una sonrisa antes de sentarse en el lado de su cama. Tomó la leche que ofreció Lysandra cuando la cambia-formas se sentó en el otro extremo del colchón, y tomó un sorbo, con las manos blancas alrededor de la taza. —Antes de mi primera batalla —dijo Aedion a la niña—, pasé toda la noche en el baño. Evangeline chilló: —¿Tú? Aedion sonrió. —Oh sí. Quinn, el viejo Capitán de la Guardia, dijo que era una maravilla que quedara algo dentro de mí cuando llegó la hora del amanecer —un viejo dolor llenó el pecho de Aedion ante la mención de su mentor y amigo, el hombre que tanto admiraba. Quién había tomado su última posición, como lo haría Aedion, en la llanura más allá de esta ciudad. Evangeline dejó escapar una pequeña risa.

—Eso es asqueroso. —Ciertamente lo fue —dijo Aedion, y podría haber jurado que Lysandra estaba sonriendo un poco—. Así que ya eres más valiente de lo que nunca fui. —Vomité antes —susurró Evangeline. Aedion dijo en un susurro conspirativo: —Eso es mejor que cagarte en tus pantalones, cariño. Evangeline dejó escapar una carcajada que la hizo agarrar la taza para evitar derramarla. Aedion sonrió y le revolvió el pelo rojo dorado. —La batalla no será bonita —dijo mientras Evangeline sorbía su leche—. Y es probable que vomites de nuevo. Pero ¿recuerdas este miedo tuyo? Significa que tienes algo por lo que vale la pena luchar, algo que te importa tanto que perderlo es lo peor que puedes imaginar —señaló las ventanas cubiertas de escarcha—. ¿Esos bastardos que hay en la llanura? No tienen nada de eso —él puso su mano sobre la de ella y apretó suavemente—. No tienen nada por qué luchar. Y aunque no tengamos sus números, sí tenemos algo que vale la pena defender. Y por eso, podemos vencer nuestro miedo. Podemos luchar contra ellos, hasta el final. Por nuestros amigos, por nuestra familia... —él volvió a apretarle la mano—. Por aquellos que amamos... — se atrevió a mirar a Lysandra, cuyos ojos verdes estaban surcados de plata—. Por aquellos a quienes amamos, podemos superar ese miedo. Recuerda eso mañana. Incluso si vomitas, incluso si pasas toda la noche en el baño. Recuerda que tenemos algo por lo que luchar, y eso siempre triunfará. Evangeline asintió. —Lo haré. Aedion le revolvió el pelo una vez más y caminó hacia la puerta, deteniéndose en el umbral. Encontró la mirada de Lysandra, sus ojos de color esmeralda brillante. —Perdí a mi familia hace diez años. Mañana lucharé por la nueva que he hecho. No solo por Terrasen y su corte y su gente. Sino también por las dos damas en esta sala. Quería que fueras tú al final. Él casi dijo sus palabras entonces. Casi se las dijo a Lysandra mientras algo como el dolor y el anhelo entraban en su rostro. Pero Aedion salió de la habitación, cerrando la puerta detrás de él.

I Lysandra apenas durmió. Cada vez que cerraba los ojos, veía la expresión en el rostro de Aedion y escuchaba sus palabras. No esperaba sobrevivir a esta batalla. No esperaba que ninguno de ellos lo hiciera. Ella debería haber ido tras él. Correr por las escaleras de la torre tras él. Y sin embargo no lo hizo. El amanecer llegó, un día brillante con él. Así que ellos podrían ver el tamaño del anfitrión esperándolos con mayor claridad. Lysandra trenzó el cabello de Evangeline, la chica con la espalda más recta de lo que había estado ayer. Ella podría agradecer a Aedion por eso. Por las palabras que habían permitido dormir a la niña la noche anterior. Caminaron en silencio, Evangeline con la barbilla en alto, hasta el Gran Comedor, en lo que podría ser su último desayuno. Estaban casi allí cuando una vieja voz dijo: —Me gustaría una palabra. Darrow. Evangeline se volvió antes de que Lysandra lo hiciera. El antiguo señor estaba en el umbral de lo que parecía ser un estudio, y les hizo señas para que entraran. —No tomará mucho tiempo —dijo al notar el disgusto que aún estaba en la cara de Lysandra. Ella había terminado de mostrarse agradable ante hombres por quienes no le interesaba ser amable. Evangeline la miró con una silenciosa pregunta, pero Lysandra levantó la barbilla hacia el viejo. —Muy bien. El estudio estaba repleto de torres de libros, pilas y pilas contra las paredes, a lo largo de los pisos. Más de mil. Muchos medio desmoronados con el tiempo. —El último de los textos sagrados de la Biblioteca de Orynth —dijo Darrow, apuntando hacia el escritorio apilado con papeles ante una estrecha ventana de vidrio—. Todo lo que los Maestros Eruditos lograron rescatar hace diez años.

Muy pocos. Muy pocos en comparación con lo que Aelin había dicho una vez que existía en esa biblioteca casi mítica. —Los hice salir de su escondite después de la muerte del rey —dijo Darrow, sentándose detrás del escritorio—. El optimismo de un tonto, supongo. Lysandra se dirigió a una de las pilas, mirando un título. En un lenguaje que ella no reconoció. —Los restos de una civilización que alguna vez fue grande —dijo Darrow con dureza. Y fue el ligero toque en su voz lo que hizo girar a Lysandra. Ella abrió la boca para exigir lo que él quería, pero vislumbró lo que estaba sentado junto a su mano derecha. Encerrada en un cristal que no es más grande que una carta de juego, la flor roja y anaranjada que estaba dentro parecía brillar, al igual que el poder de su tocayo. —La llama del rey —suspiró, incapaz de detenerse mientras se acercaba. Aelin y Aedion le habían hablado de la flor legendaria, que había florecido a través de las montañas y los campos el día que Brannon había puesto un pie en este continente, una prueba de la paz que había traído consigo. Y desde aquellos días antiguos, solo se habían visto flores individuales, tan raro que su apariencia se consideraba una señal de que la tierra había bendecido a cualquier gobernante sentado en el trono de Terrasen. De que el reino estaba verdaderamente en paz. La que estaba enterrada en cristal en el escritorio de Darrow, había dicho Aelin, había aparecido durante el reinado de Orlon. Orlon, el amor de toda la vida de Darrow. —Los Maestros Eruditos tomaron los libros cuando Adarlan invadió —dijo Darrow, sonriendo tristemente a La llama del rey—. Yo agarré esto. El trono de la cornamenta, la corona, todo estaba destruido. Excepto por este único tesoro, tan grande como cualquiera que perteneciera a la familia Galathynius. —Es muy hermoso —dijo Evangeline, acercándose al escritorio—. Pero muy pequeño. Lysandra podría haber jurado que los labios del anciano se curvaron hacia una sonrisa. —Es cierto —dijo Darrow—. Y tú también. No esperaba el ablandamiento de su voz, la amabilidad. Y tampoco esperaba sus siguientes palabras. —La batalla estará sobre nosotros antes del mediodía —dijo Darrow a Evangeline—.

Creo que necesitaré a alguien de ingenio rápido y pies más rápidos para ayudarme aquí. Para enviar mensajes a nuestros comandantes en este castillo y traerme suministros según sea necesario. Evangeline ladeó la cabeza. —¿Quieres que te ayude? —Has entrenado con guerreros durante tus viajes con ellos, lo acepto. Evangeline miró interrogante a Lysandra y ella asintió con la cabeza hacia su pupila. Todos habían supervisado a Evangeline aprendiendo los conceptos básicos del juego de espadas y el tiro con arco mientras viajaban. La niña asintió con la cabeza al viejo señor. —Tengo alguna habilidad, pero no como Aedion. —Pocos lo hacen —dijo Darrow con ironía—. Pero necesitaré a alguien con un corazón intrépido y mano firme para ayudarme. ¿Eres esa persona? Evangeline no miró a Lysandra de nuevo. —Lo soy —dijo ella, levantando la barbilla. Darrow sonrió levemente. —Entonces dirígete al Gran Salón. Come tu desayuno, y cuando regreses aquí, habrá una armadura esperándote. Los ojos de Evangeline se agrandaron ante la mención de la armadura, sin rastro de miedo atenuándolos. Lysandra le murmuró: —Vete. Estaré contigo en un minuto. Evangeline salió corriendo, con la trenza volando detrás de ella. Solo cuando Lysandra estaba segura de que había bajado las escaleras, dijo: —¿Por qué? —Supongo que esa pregunta significa que me estás permitiendo comandar a tu pupila. —Por qué. Darrow recogió el cristal de La llama del rey. —Nox Owen no me sirve de nada ahora que su lealtad se ha aclarado, y aparentemente se ha desvanecido hacia los dioses sepan dónde, probablemente a petición de Aedion —dio la vuelta al cristal con sus delgados dedos—. Pero más allá de eso,

ningún niño debería tener que mirar mientras sus amigos son reducidos. Mantenerla ocupada, darle un propósito y un poco de poder será mejor que encerrarla en la torre norte, asustada por cada horrible sonido y muerte. Lysandra no sonrió, no inclinó la cabeza. —¿Harías esto por la pupila de una puta? Darrow dejó el cristal. —Son los rostros de los niños los que más recuerdo de hace diez años. Incluso más que el de Orlon. Y la cara de Evangeline ayer cuando miró hacia ese ejército, fue la misma desesperación que vi en ese entonces. Así que puedes pensar que soy un bastardo campeón, como diría Aedion, pero no soy tan despiadado como puedes creer —asintió hacia la puerta abierta—. La vigilaré. Ella no estaba completamente segura de qué decir. Si debería escupir en su cara y enviarlo al infierno con su oferta. Sin embargo, el brillo en los ojos de Evangeline, la forma en que se había ido de aquí... Darrow le había ofrecido su propósito y guía. Así que salió de la habitación, del precioso tesoro, los libros antiguos que valían más que el oro. Los silenciosos y tristes compañeros de Darrow. —Gracias. Darrow la despidió con un gesto y volvió a estudiar los papeles que había sobre su escritorio, aunque sus ojos no se movían a lo largo de las páginas.

I Las murallas de la ciudad estaban alineadas con soldados. Cada uno con cara de piedra a lo que marchaba más cerca. La torre de la bruja todavía estaba abajo, gracias a los dioses. Pero incluso desde la distancia, Aedion podía espiar a los soldados que trabajan para reparar su rueda dañada. Sin embargo, sin otro wyvern para reemplazar al derrotado ayer, no se movería pronto. Sin embargo, hoy no sería más fácil. No, hoy dolería. —Estarán dentro del rango de los arqueros en aproximadamente una hora —informó Elgan. Malditas sean las órdenes de Darrow. Kyllian todavía era general, sí, pero cada informe que recibía su amigo, Aedion también.

—Recuérdales que hagan que sus disparos cuenten. Elige objetivos. La Perdición lo sabía sin que se los dijeran. Los otros, habían demostrado su valía en estas batallas, pero un recordatorio no les haría mal. Elgan apuntó a las secciones de las murallas de la ciudad que Ren y los nobles Fae habían considerado la mejor ventaja para sus arqueros. Contra cien mil soldados, podrían resistir las líneas, pero dejar que el enemigo cargase sin oposición en las paredes sería una completa locura. Y rompería el espíritu de estas personas antes de que llegasen a su fin. —¿Qué es eso? —Murmuró Ren. Apuntando al horizonte. Agudos, los ojos de Ren debían ser más nítidos que los de la mayoría de los humanos, ya que era solo una mancha en el horizonte para Aedion. Un aliento pasó. La mancha oscura comenzó a tomar forma, elevándose hacia el cielo azul. Volando hacia ellos. —¿Ilken? —Ren entrecerró los ojos mientras se los protegía contra el brillo. —Demasiado grande —respiró Aedion. Más cerca, la masa que volaba sobre el ejército se hizo más clara. Más grande. —Wyverns —dijo Aedion, el miedo se acurrucó en su estómago. La legión aérea Ironteeth se había desatado al fin. —Oh dioses —susurró Ren. Contra un asedio terrestre, Orynth podría haber resistido, algunos días o semanas, pero podrían haber durado. Pero con las mil o más brujas Ironteeth que se lanzaron hacia ellas en esos wyverns... No necesitarían sus torres infernales para destruir esta ciudad, el castillo. Para abrir las puertas y muros de la ciudad y dejar entrar las hordas de Morath. Los soldados comenzaron a divisar los wyverns. La gente gritaba a lo largo de las almenas. En el castillo que se alzaba detrás de ellos. Este asedio ni siquiera tendría la oportunidad de ser un asedio. Terminaría hoy. Dentro de unas horas. Los pies a la carrera se detuvieron y luego Lysandra estuvo allí, jadeando. —Dígame qué hacer, dónde ir —sus ojos color esmeralda estaban muy abiertos por el terror, el desamparo y la desesperación—. Puedo cambiarme a un wyvern, tratar de mantenerlos...

—Hay más de mil Ironteeth —dijo Aedion, su voz hueca en sus oídos. Su miedo despertó algo agudo y peligroso en él, pero se abstuvo de alcanzarla—. No hay nada que tú o nosotros podamos hacer. Unas pocas docenas de Ironteeth habían despedido a Rifthold en cuestión de horas. Este anfitrión... Aedion se concentró en su respiración, en mantener la cabeza en alto cuando los soldados comenzaron a alejarse de sus posiciones a lo largo de las paredes. Inaceptable. —QUÉDENSE DONDE ESTÁN —bramó—. MANTENGAN LA LÍNEA, Y NO PASEN. El rugido comando detuvo a los que parecían propensos a salir disparados, al menos. Pero no detuvo las espadas temblorosas, el hedor de su miedo creciente. Aedion se volvió hacia Lysandra y Ren. —Pon a los bomberos de Rolfe en las torres y edificios más altos. A ver si pueden quemar a las Ironteeth del cielo. Cuando Ren dudó, Aedion gruñó: —Hazlo ahora. Entonces Ren corría hacia donde estaba el Señor Pirata con sus soldados micénicos. —No va a hacer nada, ¿verdad? —Lysandra dijo en voz baja. Aedion solo dijo: —Toma a Evangeline y vete. Hay un pequeño túnel en el nivel inferior del castillo que conduce a las montañas. Tómala y vete. Ella sacudió su cabeza. —¿Con qué fin? Morath nos encontrará a todos de todos modos. Sus comandantes corrían hacia él, y por primera vez desde que los conocía, había un verdadero temor brillando en los ojos de la Perdición. En los ojos de Elgan. Pero Aedion mantuvo su atención fija en Lysandra. —Por favor. Te lo ruego. Te estoy rogando, Lysandra, que te vayas. Su barbilla se levantó. —No estás pidiendo a nuestros otros aliados que corran. —Porque no estoy enamorado de nuestros otros aliados.

Por un instante, ella parpadeó. Luego su rostro se arrugó, y Aedion solo la miró fijamente, sin temor a las palabras que había dicho. Solo temeroso de la masa oscura que se extendía hacia ellos, manteniéndose dentro de la formación sobre ese ejército interminable. Miedo de lo que esa legión le haría a ella, a Evangeline. —Debería haberte dicho —dijo Aedion, con la voz quebrada—. Todos los días después de que me di cuenta, todos estos meses. Debería habértelo dicho todos los días. Lysandra se echó a llorar, y él le quitó las lágrimas. Sus comandantes lo alcanzaron, ceniciento y jadeando. —¿Órdenes, general? No se molestó en decirles que no era su general. De todos modos, no importaría cómo demonios fuera llamado en unas pocas horas. Sin embargo, Lysandra se mantuvo a su lado. No hizo ningún movimiento para correr. —Por favor —le dijo a ella. Lysandra solo unió sus dedos a través de los suyos en respuesta silenciosa. Y en desafío. Su corazón se quebró ante esa negativa. A la mano, temblorosa y fría, que se aferraba a la suya. Apretó sus dedos con fuerza, y no la soltó mientras se enfrentaba a sus comandantes. —Nosotros… —¡Wyverns del norte! La advertencia de gritos destrozó las almenas, y Aedion y Lysandra se agacharon mientras giraban hacia el ataque que venía de espalda. Trece wyverns corrieron desde los Staghorns, hundiéndose hacia las murallas de la ciudad. Y mientras disparaban hacia Orynth, la gente y los soldados gritaban y huían ante ellos, el sol golpeó al pequeño wyvern que lideraba el ataque. Iluminando sus alas como la plata viva. Aedion conocía ese wyvern. Conocía al jinete de pelo blanco encima de él. —MANTENGAN EL FUEGO —gritó por las líneas. Sus comandantes hicieron eco de la orden, y todas las flechas apuntadas hacia arriba ahora se detuvieron.

—Es... —respiró Lysandra, dejando caer su mano de la suya mientras caminaba un paso, como si estuviera aturdida—. Eso… Los soldados aún retrocedían de las murallas de la ciudad cuando Manon Blackbeak y sus Trece aterrizaron a lo largo de ellos, justo antes de Aedion y Lysandra. No era la bruja que había visto por última vez en una playa en Eyllwe. No, no había nada de esa criatura fría y extraña en la cara que le sonreía tristemente. Nada de ella en esa extraordinaria corona de estrellas sobre su frente. Una corona de estrellas. Para la última reina de Crochan. Jadeaba, sin aliento, y Aedion apartó la mirada de Manon Blackbeak para ver a Darrow correr hacia las murallas de la ciudad, mirando a la bruja y su wyvern, a Aedion por no dispararle a ella, ella, a quien Darrow creía que era un enemigo antes de su matanza. —No nos rendiremos —escupió Darrow. Asterin Blackbeak, su wyvern azul al lado de Manon, dejó escapar una carcajada. De hecho, los labios de Manon se curvaron en una fría diversión mientras le decía a Darrow: —Hemos venido para asegurarnos de que no lo hagas, mortal. Darrow siseó: —Entonces, ¿por qué tu maestro te ha enviado a hablar con nosotros? Asterin se rio de nuevo. —No tenemos un maestro —dijo Manon Blackbeak, y fue en verdad una voz de reina con la que habló, sus ojos dorados brillantes. —Venimos a honrar a un amigo. No había rastro de Dorian entre los Trece, pero Aedion se tambaleaba tanto que no tenía las palabras para preguntar. —Vinimos —dijo Manon, lo suficientemente fuerte como para que todos en las murallas de la ciudad pudieran escuchar—, para cumplir una promesa hecha a Aelin Galathynius. Luchar por lo que nos prometió. Darrow dijo en voz baja: —¿Y qué fue eso? Manon sonrió entonces.

—Un mundo mejor. Darrow dio un paso atrás. Como si no creyera lo que estaba delante de él, desafiando a la legión que se dirigía hacia su ciudad. Manon solo miró a Aedion, esa sonrisa persistente. —Hace mucho tiempo, las Crochans lucharon junto a Terrasen, para honrar la gran deuda que le debemos al Rey Fae Brannon por otorgarnos una patria. Durante siglos, fuimos tus aliados y amigos más cercanos —la corona de estrellas resplandeció sobre su cabeza—. Escuchamos tu llamada de ayuda —Lysandra comenzó a llorar—. Y hemos venido a contestarla. —Cuántos —respiró Aedion, explorando los cielos, las montañas—. ¿Cuántos? El orgullo y el temor llenaron el rostro de la Bruja-Reina, e incluso sus ojos dorados se cruzaron de plata mientras señalaba hacia los Staghorn. —Ve por ti mismo. Y luego, rompiendo entre picos, aparecieron. Capas rojas que fluían sobre el viento, llenaban los cielos del norte. Tantos que no podían contarlos, ni las espadas y los arcos y las armas que llevaban sobre sus espaldas, sus escobas volaban rectas y firmes. Miles. Miles de ellos descendieron sobre Orynth. Miles de ellos ahora barrían la ciudad, sus soldados se abrían hacia arriba en la corriente de rojo revoloteando, sin desanimarse ni perturbarse por la fuerza enemiga que oscurecía el horizonte. Una por una, una por una, se alzaban sobre las almenas del castillo vacío. Una legión aérea para desafiar a las Ironteeth. Las Crochans habían regresado por fin.

Capítulo 82 Traducido por iAtenea Corregido por Cotota

Cada Crochan que podía volar y blandir una espada había venido. Por días habían volado hacia el norte, manteniéndose en lo profundo de las montañas, después volando bajo en Oakwald antes de hacer un amplio circuito para evadir la detección de Morath. En efecto, al tiempo en que Manon y las Trece se alzaban sobre las murallas de la ciudad, las Crochans iban adelante mientras encontraban cualquier lugar para aterrizar en las almenas del castillo, aún era difícil de creer que lo habían logrado. Y sin una hora de descanso. Mientras más al norte volaban, más Crochans habían caído en sus líneas. Como si la corona de estrellas que Manon usaba fuera un imán, convocándolas. Con cada kilómetro, más aparecían desde las nubes, las montañas, el bosque. Jóvenes y viejas, ojos sabios o caras frescas, todas venían. Hasta que cinco mil viajaban detrás de Manon y las Trece. —Han parado por completo —exhaló la cambia-formas al lado de Aedion, apuntando al campo de batalla. A lo lejos, Morath había parado. Parado por completo. Como si hubiera duda y shock. —Tu abuela está con ellos —le murmuró Asterin a Manon—. Lo puedo sentir. —Lo sé —Manon se giró hacia el joven general-príncipe—. Nosotras manejaremos a las Ironteeth. Sus ojos turquesa brillaron tanto como el día arriba de ellos, al tiempo que señalaba hacia la llanura. —Por supuesto, procedan. La boca de Manon se inclinó hacia un lado, y después sacudió su barbilla hacia las Trece. —Debemos estar en las almenas de tu castillo. Dejaré a una de mis centinelas contigo, si hay necesidad de que envíes un mensaje —un asentimiento hacia Vesta, y

la pelirroja bruja no hizo señal de moverse para volar mientras todas las demás se alejaron hacia el gran palacio imponente. Manon nunca había visto nada parecido, incluso el ex castillo en Rifthold era nada comparado con él. Manon sonrió hacia el viejo hombre que le había siseado ella, mostrando todos sus dientes: —Por nada —dijo, y con un chasquido de las riendas, ya se encontraba en el cielo.

I Morath había parado completamente. Como si estuvieran re-administrando su estrategia ahora que las Crochans habían aparecido desde la niebla de la leyenda. Al parecer, no habiendo sido cazadas como para estar cerca de la extinción como habían creído. Al menos eso dejó a Manon y al ejército que había reunido una oportunidad de recuperar el aliento. Y una noche para dormir apropiadamente. Ya se había encontrado con los líderes mortales durante la cena, cuando se hizo evidente que Morath no los mataría ese día. Cinco mil Crochans no ganarían esta guerra. No pararían cientos de miles de soldados. Pero podían mantener a las legiones Ironteeth acorraladas, mantenerlas alejadas de saquear la ciudad y dejar entrar las hordas de demonios. Tiempo suficiente para cualquier pequeño milagro, Manon no sabía. No se había atrevido a preguntar, y ninguno de los mortales había preguntado tampoco. ¿Podría la ciudad alejar a cientos de miles de soldados que martillaban las paredes y puertas? Quizá. Pero no con la torre de brujas aun operando en la llanura. Tenía muy poca duda que estaba siendo reparada, un nuevo wyvern siendo enganchado. Quizá eso era por lo que habían parado, para darse tiempo de volver a poner en función la torre. Y mandar a las Crochans al olvido. Solo el amanecer revelaría lo que las Ironteeth escogerían hacer. Lo que habían cumplido.

Manon y las Trece, Bronwen y Glennis con ellas, gastaron horas organizando a las Crochans. Asignándolas en ciertos flancos de las Ironteeth basados en el conocimiento que Manon tenía de las formaciones de sus enemigos. Ella había creado esas formaciones. Había planeado liderarlas. Y cuando terminaron con eso, cuando la reunión con los líderes mortales había terminado, todos ellos con muecas en la cara pero no tan cerca del pánico, Manon y las Trece encontraron una habitación donde dormir. Unas cuantas velas ardían en el espacioso cuarto, pero no había muebles que lo llenaran. Nada más que las colchonetas que habían traído. Manon trató de no mirar tanto la suya, trató de no marcar la esencia que se desvanecía con cada kilómetro avanzado hacia el norte. Donde Dorian estaba, lo que estaba haciendo, no se permitía pensar en eso. Y solo porque hacerlo la enviaría volando hacia el sur de nuevo, todo el camino de regreso hacia Morath. En la oscura habitación, Manon se sentó en su colchoneta. Las Trece alrededor de ella, escuchando el caos del castillo. El lugar era un poco más que una tumba, los fantasmas de sus riquezas cazando cada esquina. Se preguntaba que habrá sido esta habitación antes, una sala de reunión, un lugar para dormir, para estudiar… No había indicadores. Manon inclinó su cabeza hacia atrás contra las oscuras piedras de la pared, su corona descartada por sus botas. Asterin habló primero, cortando el silencio de la asamblea de brujas: —Conocemos cada uno de sus movimientos, cada arma. Y ahora las Crochans lo conocen también. Las Matronas deben estar en pánico. Nunca había visto a su abuela en pánico, pero Manon resopló una oscura risa. —Lo veremos mañana, supongo —estudió a las Trece—. Han venido tan lejos conmigo, pero mañana será su propia gente a la que enfrenten. Quizá peleen contra amigos, amantes o familiares —tragó—. No las culparé si no pueden hacerlo. —Hemos llegado tan lejos —dijo Sorrel—, porque nos hemos preparado para lo que mañana traerá. En efecto, las Trece asintieron. Asterin dijo: —No estamos asustadas. No, no lo estaban. Observando a los claros ojos a su alrededor, Manon lo podía ver por sí misma.

—Esperaría que al menos unas —se quejó Vesta—, de la Brecha Ferian se unieran a nosotras. —Ellas no entienden —dijo Ghislaine—. Lo que les ofrecimos. Libertad, libertad de las Matronas que las habían forjado en herramientas de destrucción. —Un desperdicio —refunfuñó Asterin. Incluso las gemelas ojo verdes demonio asintieron. El silencio cayó de nuevo. A pesar de sus claros ojos, sus Trece estaban conscientes de las limitaciones de cinco mil Crochans contra las Ironteeth, un ejército debajo de ellas. Así que Manon dijo, mirándolas a cada una a los ojos: —Prefiero volar con ustedes, que con diez mil Ironteeth a mi lado —sonrió ligeramente—. Mañana les mostraremos porqué. Su asamblea sonrió, malvadas y desafiantes, colocaron dos dedos en su frente en respeto. Manon regresó el gesto, inclinando su cabeza al mismo tiempo. —Somos las Trece —dijo—. Desde ahora hasta que la Oscuridad nos reclame.

I Evangeline decidió que no deseaba ser más el mensajero de Lord Darrow, pero si el de una bruja Crochan. Una de las mujeres incluso se aventuró tanto como para darle a la pequeña con los ojos exorbitantes abiertos una capa roja extra, que Evangeline aún usaba cuando Lysandra la acostó en su cama. Ayudaría a Darrow mañana, Evangeline prometió mientras se dormía. Después de que estuviera segura que las Crochans tenían toda la ayuda que necesitaban. Lysandra sonrió al escuchar eso, a pesar de las posibilidades aún apiladas tan alto contra ellos. Manon Blackbeak, ahora Manon Crochan, supuso, había sido franca en sus evaluaciones. Las Crochans podían mantener a las Ironteeth alejadas, quizá derrotarlas si de verdad tenían suerte, pero los soldados de Morath aún estaban allí para contener. Una vez que el ejército marchara nuevamente, su plan para defender las murallas se mantendría igual.

Sin poder ni querer dormir en la cuna al lado de la cama de Evangeline, Lysandra se encontró a sí misma deambulando por los pasillos del laberíntico y antiguo castillo. Que hogar hubiera sido para ella y Evangeline. Que corte. Quizá había seguido inconscientemente su esencia, pero Lysandra no estaba nada sorprendida cuando entró al Gran Salón y encontró a Aedion ante el moribundo fuego. Estaba solo, y tenía poca duda que había estado así durante ya un tiempo. Él se giró antes de que Lysandra incluso hubiera atravesado la puerta. Observaba cada paso que daba. Porque no estoy en enamorado de nuestros otros aliados. Como las palabras cambiaban todo y, al mismo tiempo, nada. —Deberías estar dormido. Aedion le dedicó la mitad de una sonrisa. —Tú también. El silencio cayó mientras se observaban el uno al otro. Podría haber permanecido toda la noche de esa manera. Había gastado muchas noches así, en la piel de otra bestia. Solo mirándolo, tomando las poderosas líneas de su cuerpo, la voluntad inquebrantable en sus ojos. —Pensé que moriríamos hoy —ella dijo. —Lo íbamos a hacer. —Aún estoy enojada contigo —soltó—. Pero… Sus cejas se alzaron, la luz que hacía tiempo que no veía radiaba desde su cara. —¿Pero? Frunció el ceño: —Pero voy a pensar sobre lo que me dijiste. Eso es todo. Una familiar malvada sonrisa adornaba sus labios. —¿Pensarás acerca de eso? Lysandra levantó su barbilla, mirándolo por debajo de su nariz tanto como podía, mientras él se alzaba sobre ella. —Sí, pensaré sobre ello. Lo que planeo hacer. —Acerca de que estoy enamorado de ti.

—Och —sabía que su fanfarroneo la desquiciaría—. Si así lo quieres llamar. —¿Hay otra manera que se supone lo debo de llamar? —Tomó un solo paso hacia ella, dejándola decidir si lo permitiría. Lo hizo. —Solo… —Lysandra presionó sus labios juntos—. No mueras mañana. Es todo lo que pido. —Así tienes tiempo para pensar acerca de lo que planeas hacer sobre mi declaración. —Precisamente. La sonrisa de Aedion se volvió depredadora. —Entonces, ¿te puedo pedir algo? —No creo que estés en la posición para pedir, pero bueno. Esa sonrisa lobuna se mantuvo al tiempo que susurraba en su oído: —Si no muero mañana, ¿te puedo besar cuando el día se acabe? La cara de Lysandra se incendió mientras retrocedía, dando un paso hacia atrás. Había sido entrenada como una cortesana, por todos los Dioses. Altamente entrenada. Y aun así, el simple pedido redujo sus rodillas a gelatina. Se preparó, encuadrando sus hombros. —Si no mueres mañana, Aedion, entonces hablaremos. Y veremos que sale de ello. La sonrisa lobuna de Aedion ni siquiera vaciló: —Hasta mañana, entonces. El infierno los esperaba mañana. Quizá la muerte. Pero no lo besaría, no ahora. No le daría esa clase de promesa o despedida. Así que Lysandra se alejó del salón, su corazón acelerándose. —Hasta mañana.

Capítulo 83 Traducido por iAtenea Corregido por Cotota

Dorian voló y voló. A lo largo de la columna de Colmillos, Oakwald a su derecha, se encontraba tendido en el invierno, se dirigió hacia el norte durante casi dos días antes de atreverse a parar. Escogiendo un claro en medio de una maraña de árboles antiguos, se estrelló a través de las ramas, apenas registrando el dolor debido a su gruesa piel de wyvern. Se transformó tan pronto como tocó la nieve, su magia descongelando el arroyo al instante que pasaba por el lugar. Después cayó en sus rodillas y bebió. Profundos y jadeantes tragos de agua. Encontrar comida fue un esfuerzo más sencillo de lo que anticipó. No necesitó ninguna trampa o flechas para atrapar al conejo magro que rondaba cerca. Ninguna necesidad de cuchillos para desollarlo. O donde escupirlo. Cuando su sed y hambre se habían calmado, cuando una mirada hacia el cielo le dijo que ningún enemigo se acercaba, Dorian dibujó las marcas. Solo una vez más. Tendría que avanzar pronto. Pero por esto podía retrasar su vuelo hacia el norte solo un poco más. Damaris, al parecer, estaba de acuerdo. Convocó a la persona que deseaba esta vez. Gavin apareció en el círculo de sangrientas Marcas del Wyrd, más pálido y turbio en la luz de la mañana. —Lo encontraste entonces —el antiguo rey dijo a manera de saludo—. Y dejaste a Erawan con un infierno de lío que limpiar. —Lo hice —Dorian colocó una mano en el bolsillo de su chaqueta. En el terrible poder haciendo estruendo allí. Había tomado cada onza de su concentración durante su loco vuelo desde Morath para bloquear el susurro de él. Su temblor no era solo por el frígido aire. —Entonces, ¿para qué hablarme? Dorian se encontró con la mirada del hombre. De rey a rey. —Te quería decir que lo conseguí, para que quizá tengas la oportunidad de decir adiós. A Elena, quiero decir. Antes de que la Cerradura se selle. Gavin se quedó quieto. Dorian no se intimidó ante la evaluadora mirada del rey.

Después de un momento, Gavin dijo con tono cortante: —Entonces supongo que también te diré adiós a ti. Dorian asintió. Estaba listo. No tenía otra opción más que estar listo. Gavin preguntó: —¿Ya lo decidieron? ¿Que tú serás el que se sacrificará? —Aelin está en el norte —dijo Dorian—. Cuando la encuentre supongo que decidiremos qué haremos —quién será el que se unirá a las tres llaves. Y quién no saldrá de ello—. Pero, —admitió—, estoy esperando que ella encuentre alguna otra solución. Una para Elena también. Aelin había escapado de Maeve. Quizá sería tan suertuda en encontrar una forma para escapar de su destino. Un viento fantasma sopló las hebras del largo cabello de Gavin a través de su cara. —Gracias —dijo con voz ronca—. Por siquiera considerarlo —pero el dolor brilló en los ojos del rey. Sabía que tan precisamente imposible sería. Así que Dorian respondió: —Lo siento. Por lo que el éxito de la Cerradura significará para los dos de ustedes. La garganta de Gavin se agitó. —Mi compañera hizo su elección hace mucho tiempo. Siempre estuvo preparada para encarar las consecuencias, incluso si yo no lo estaba. Justo como Sorscha había tomado sus propias decisiones. Seguido su propio camino. Y por primera vez, el recuerdo de ella no dolía. En su lugar relucía un brillante desafío. Para que cuente. Por ella, y muchos otros. Por él mismo también. —No renuncies a la vida tan fácilmente —dijo Gavin—. Fue la vida que tuve con Elena que me permite si quiera considerar separarme de ella. Una buena vida, tan buena como cualquiera puede esperar —Inclinó su cabeza—. Deseo lo mismo para ti. Antes de que Dorian pudiera vocear lo que surgió en su corazón al escuchar las palabras, Gavin miro hacia el cielo. Sus oscuras cejas se estrecharon. —Necesitas irte —por el auge de alas que llenaban el aire. Miles de alas. Al parecer, la legión de brujas Ironteeth en Morath se recuperó después del colapso de su guarida. Y ahora realizaban su largo viaje hacia el norte, a Orynth, Probablemente infinitamente más ansiosas por desgarrar a sus amigos. Rezaba porque Maeve no fuera con ellas. Que continuara lamiendo sus heridas en

Morath con Erawan. Hasta que el resto de sus horrores marchara, las princesas-arañas con ellos. Pero a pesar del cercano ejército, Dorian tocó la empuñadura de Damaris y dijo: —Cuidaré de él. De Adarlan. Durante el tiempo que me quede. No lo abandonaré. Calidez resplandeció de la espada. Y Gavin, a pesar de la pérdida que se alzaba sobre él, sonrió ligeramente. Como si sintiera la calidez de la espada también. —Lo sé —contestó—. Siempre he sabido eso. El calor de Damaris se mantuvo estable. Dorian tragó ante la presión en su garganta. —Cuando cerremos la Puerta del Wyrd ¿será posible que abra el portal de nuevo? —¿Podré verte de nuevo, para buscar tus consejos? Gavin se desvaneció. —No lo sé —añadió quietamente—. Pero eso espero. Dorian colocó una mano en el corazón e hizo una profunda reverencia. Y mientras Gavin desaparecía en la nieve y el sol, Dorian podría jurar que el rey regresó la reverencia. Minutos después, cuando alas borraban al sol, nadie notó al solitario wyvern que se alzaba de Oakwald y caía en las líneas del anfitrión.

Capítulo 84 Traducido por Viv_J Corregido por Cotota

No quedaba ninguna armadura en el agotado arsenal del castillo. Y ninguna hubiera calzado en un wyverns de todos modos. Lo que había sobrevivido a la ocupación de Adarlan o se había adquirido desde su caída fue distribuido, y aunque el Príncipe Aedion ofreció a un herrero para soldar láminas de metal para formar corazas, Manon había echado un vistazo a las partes que se reutilizarían y sabía que los harían ser demasiado pesados. Contra la legión de las Ironteeth, la velocidad y la agilidad serían sus mejores aliados. Así que se dirigirían a la batalla como siempre lo habían hecho, con nada más que sus cuchillas, sus dientes y uñas de hierro, y a su astucia. De pie en uno de los grandes balcones en la cima de la torre superior del castillo de Orynth, vigilando la extensión del ejército de Morath, Manon observó el sol naciente y supo que podría ser su último. Pero las Trece, muchas de ellas apoyadas contra la barandilla del balcón, no miraban hacia el este. No, su atención estaba en el enemigo, agitándose en la luz ascendente. O en las dos Crochans que estaban con Manon, las escobas en mano y sus espadas atadas a las espaldas. No había sido ninguna sorpresa ver a Bronwen llegar esta mañana vestida para la batalla. Pero Manon se había detenido cuando Glennis emergió con una espada, y el cabello trenzado en la espalda. Ya habían repasado los detalles. Y lo había hecho tres veces la noche anterior. Y ahora, a la luz del amancer, se detuvieron sobre la antigua torre. Lejos, en lo más profundo de las filas de Morath, un cuerno sonó. Lentamente, la gran bestia despertaba de un sueño profundo, el ejército de Morath comenzó a moverse. —Ya era hora —murmuró Asterin al lado de Manon, con el cabello trenzado atado con una tira de cuero en la frente. Los wyverns de las Ironteeth se lanzaron al aire, haciendo rugir el viento por el peso

de su armadura. Pero no ganaría el día. No, las Ironteeth, después de un pesado comienzo, pronto llenaron los cielos. Mil por lo menos. Donde estaba la comandante de la Brecha Ferian, Manon no quería saberlo. Todaví no. En las torres del castillo, en los tejados de la ciudad y a lo largo de los muros de las almenas, el ejército de las Crochan enderezaron las escobas a sus lados, listas para echarse a volar con la señal. Una señal de Bronwen, del cuerno tallado a su lado. El cuerno estaba agrietado y dorado con la edad, los símbolos tallados en él estaban tan desgastados que apenas eran visibles. Al observar la mirada de Manon, Bronwen dijo —Una reliquia del antiguo reino. Perteneció a Telyn Vanora, una joven guerrera sin probar durante los últimos días de la guerra, que estaba cerca de las puertas cuando Rhiannon cayó. Mi antepasado —ella pasó una mano por el cuerno—. Ella sopló este cuerno para advertir a nuestra gente que Rhiannon había sido asesinado, y debíamos huir de la ciudad. Justo después de que ella terminó la llamada de advertencia, la Matrona BlueBlood la mató. Pero le dio a nuestra gente el tiempo suficiente para correr. Para sobrevivir —los oscuros ojos de Bronwen bordeados de plata la miraron—. Es un honor para mí volver a soplar este cuerno hoy. No para advertir a nuestra gente, sino para unirlos. Ninguna de las Trece miró a Bronwen, pero Manon sabía que escuchaban cada palabra. Bronwen puso una mano en su peto de cuero. —Telyn está aquí hoy. En el corazón de cada Crochan que logró escapar, en las que llegaron hasta aquí. Todas las que cayeron en la guerra de las brujas están con nosotras, incluso si no podemos verlos. Manon pensó en esas dos presencias que había sentido mientras luchaba contra las Matronas y sabía que las palabras de Bronwen eran ciertas. —Es por ellas que luchamos —dijo Bronwen, y su mirada cayó hacia el ejército que se aproximaba—. Y para el futuro, tenemos que ganar. —Un futuro que todos tenemos que ganar —dijo Manon, y se encontró con los ojos de las Trece. Aunque no sonreían, la ferocidad de sus rostros hablaba lo suficiente. Manon se volvió hacia Glennis. —¿Realmente tienes la intención de luchar? Glennis asintió, firme e inflexible.

—Hace quinientos años, mi madre eligió el futuro del linaje real en lugar de luchar junto a sus seres queridos. Y aunque nunca se arrepintió de su elección, siempre llevo encima el peso de lo que había dejado atrás. He llevado su carga toda mi vida —la bruja le hizo un gesto a Bronwen y luego a Asterin—. Todos los que luchamos aquí hoy, lo hacemos con una presencia invisible detrás de nosotros. Los ojos negros y dorados de Asterin se suavizaron un poco. —Sí —fue todo lo que dijo su Segunda, mientras su mano se dirigía hacia su abdomen. No en memoria de la odiosa palabra marcada allí, de lo que le habían hecho. En memoria de la bruja nacida muerta, que había sido arrojada por la abuela de Manon al fuego antes de que Asterin tuviera la oportunidad de abrazarla. En memoria del cazador, que Asterin había amado, como ninguna Ironteeth lo había hecho nunca. Amando a un hombre, y nunca vuelto a él, por vergüenza y miedo. Por el cazador que nunca había dejado de esperar a que ella regresara, incluso cuando era un anciano. Por ellos, por la familia que había perdido, Manon sabía que su Segunda pelearía hoy. Así se aseguraría que nunca volvería a suceder. Y Manon también lucharía hoy para asegurarse de que nunca ocurriera. —Así que llegamos a esto después de quinientos años —dijo Glennis, su voz inquebrantable pero a la vez distante, como si se hubiera metido en las profundidades de la memoria. El sol naciente bañaba las paredes blancas de Orynth en oro—. La posición final de los Crochans. Como si las propias palabras fueran una señal, Bronwen levantó el cuerno de Telyn Vanora a sus labios y sopló.

I La mayoría creía que el río Florine fluía desde los Staghorns, justo después del borde occidental de Orynth, antes de atravesar las tierras bajas. Pero la mayoría no sabía que el antiguo Rey Fae había construido su ciudad con inteligencia, cavando alcantarillas y arroyos subterráneos que transportaban el agua dulce desde las montañas directamente a la ciudad. Todo el camino bajo el castillo. Levantando una antorcha, Lysandra miró uno de esos caminos de agua subterránea, de agua oscura que se arremolinaba a medida que fluía por el túnel de piedra y salía por las murallas de la ciudad. Su respiración vaciló frente a ella mientras le decía al

grupo de soldados de la Bane que la acompañaban: —Cierren la reja en el momento que salga. Un gruñido fue su única respuesta. Lysandra frunció el ceño ante la pesada rejilla de hierro que cruzaba el río subterráneo, las bandas de metal tan gruesas como su antebrazo. Había sido Lord Murtaugh quien había sugerido esta particular ruta de ataque, tenía un amplio conocimiento de las vías fluviales que se encontraban debajo de la ciudad y el castillo, más allá de la conciencia de Aedion. Lysandra se preparó para la zambullida, sabiendo que el agua estaría fría. Mucho más que fría. Pero Morath se estaba moviendo, y si ella no se ponía pronto en posición, podría muy bien, llegar demasiado tarde. —Que los dioses estén contigo —dijo uno de los soldados de la Bane. Lysandra le dio al hombre una sonrisa tensa. —Y con todos ustedes. Ella no llegó a reconsiderar su decisión. Acababa de salir al borde de la cornisa de piedra. La zambullida fue rápida, hacia el fondo. El frío arrancó el aire de sus pulmones, pero ella ya estaba cambiando, la luz y el calor llenaban su cuerpo mientras sus huesos se deformaban, mientras la piel desaparecía. Su magia palpitaba, drenándose rápidamente con el gasto que requería este cuerpo, pero se hizo. A lo lejos, por encima de la superficie, los hombres de la Bane juraron. Ya sea con miedo o con temor, a ella no le importaba. Saliendo lo suficiente a la superficie como para tomar un respiro, Lysandra se sumergió de nuevo. Incluso en esta forma, el frío la desgarró, el agua se volvió turbia y oscura, pero se permitió nadar con la corriente, dejando que la guiara en su salida del antiguo túnel. Bajo las murallas de la ciudad. En la zona más amplia del Florine, donde el frío crecía casi insoportable. Gruesos bloques de hielo flotaron sobre ella, ocultándola de los ojos del enemigo. Ella nadó por el río, justo por el oriente del ejército de Morath, y esperó su señal.

I

Las Crochans se lanzaron a los cielos, una ola de rojo que se extendió sobre la ciudad y alrededor de sus murallas. Sobre la zona sur de la muralla, con Ren a su lado, Aedion levantó la cabeza mientras las veía elevarse en el aire por encima de la llanura. —¿Realmente crees que pueden luchar contra eso? —Ren asintió hacia el mar de brujas Ironteeth y los wyverns. —Creo que no tenemos otra opción, más que esperar que así sea —dijo Aedion, descolgando el arco de su espalda. Ren hizo lo mismo. A una señal silenciosa, los arqueros en las murallas de la ciudad levantaron sus arcos. Dispersos entre ellos, los micénicos de Rolfe colocaron sus cohetes, apoyando los artilugios de metal en la pared. Morath marchaba. No habría más retrasos, ni más sorpresas. La batalla sería hoy. Aedion miró hacia la curva del Florine, las capas de hielo escarchado brillaban bajo el sol de la mañana. Dejó a un lado el temor en su corazón. Estaban demasiado desesperados, demasiado superados en número, para que él le negara a Lysandra la tarea que había asumido hoy. Una mirada por encima del hombro hizo que Aedion confirmara que los soldados de La Perdición tuvieran las catapultas preparadas sobre las almenas, la realeza Fae lista para usar su agotada magia y hacer levitar los enormes bloques de roca desde el río. Y en las murallas de la ciudad, los arqueros Fae permanecieron vigilantes mientras esperaban su propia señal. Aedion colocó una flecha en su arco, estirando el brazo mientras tiraba de la cuerda hacia atrás. Como uno, el ejército reunido en las murallas de la ciudad hizo lo mismo. —Hagamos que esta pelea sea digna de una canción —dijo Aedion.

Capítulo 85 Traducido por Viv_J Corregido por Cotota

Manon y las Trece se lanzaron a los cielos mientras el ejército de las Crochan fluía por debajo, como una marea roja corriendo hacia el mar de negro que se avecinaba. Forzando a la legión Ironteeth a elegir: sus antiguos enemigos o sus nuevos enemigos. Era una prueba, y una que Manon había querido hacer antes. Para ver cuántas de las Ironteeth obedecerían la orden de ir hacia adelante, y cuántas podrían quebrar sus órdenes, la tentación de luchar contra las Trece era demasiado para soportar. Y una prueba, supuso, para las Matronas y sus Herederas que lideraban cada legión, ¿caerían en la trampa? ¿Dividirían sus fuerzas para atacar a las Ironteeth, o continuarían su asalto a las Crochans? Más y más alto, Manon y las Trece se elevaron, los dos ejércitos abajo se acercaban. Las Crochans no dudaron cuando sus espadas brillaron al sol, señalando hacia los wyverns que se aproximaban. Las Ironteeth no habían entrenado contra un enemigo capaz de contraatacar. Un enemigo que podría ser aerotransportado, más pequeño y más rápido, y que sabía golpear donde eran más débiles, los jinetes. Ese era el objetivo de las Crochans, derribar a los jinetes, no a las bestias. Pero para hacerlo, tendrían que desafiar las mandíbulas acorazadas y las colas puntiagudas envenenadas. Y sí pudieran navegar alrededor de los wyverns, entonces quedaría la cuestión de enfrentar las flechas voladoras y a las guerreras entrenadas sobre las bestias. No sería fácil, y no sería rápido. Las Trece se elevaron tan alto que el aire a su alrededor se adelgazó. Lo suficientemente alto como para que Manon pudiera ver la última línea del ejército negro, donde volaba el horroroso e inconfundible bulto del wyvern de Iskra Yellowlegs. Un desafío y una promesa de una confrontación por venir. Manon sabía que, a pesar de la distancia, Iskra la había marcado. No había señales de Petrah. O de las dos Matronas restantes. Quien había reemplazado a la vieja Yellowlegs para convertirse en una Alta Bruja, aun no se preocuparía. Tal vez su abuela las habría convencido de que no se designara a Iskra o a una nueva todavía, para despejar su propio camino a la cima, Manon no estaba segura.

Justo cuando la cabeza de Manon se acostumbraba a la altura, unos cincuenta wyverns se alejaron del enemigo. Volando hacia arriba, volando hacia ellas, las bestias liberadas de su atadura. Hambrientas por la gloria y alardeando derechos que al matar a las Trece ganarían. Manon sonrió. Los dos ejércitos chocaron entre sí. Perdiendo el aliento, Manon dio un tirón a las riendas de Abraxos. Su wyvern de corazón feroz recogió sus alas mientras se arqueaba y caía en picada. El mundo se inclinó mientras giraban y se lanzaba hacia abajo, y hacia abajo, y hacia abajo, las Trece cayendo detrás. Se abrieron paso entre las nubes, el choque de los ejércitos se desdibujó, el castillo y la ciudad se alzaron debajo. Y cuando las Ironteeth estaban lo suficientemente cerca como para que Manon pudiera diferenciar que eran Yellowlegs y Bluebloods, Abraxos se inclinó bruscamente hacia un lado y una corriente lo lanzó directamente al corazón de ellos. Las Trece se formaron detrás de ella, una formación que golpeaba a través de las Ironteeth. El arco de Manon cantó mientras disparaba flecha tras flecha. Al primer rocío de sangre azul, una parte de ella se rompió. Pero ella siguió disparando. Y Abraxos siguió volando, destrozando alas y gargantas con la cola y los dientes. Y así comenzó.

I Incluso en el río, el trueno de los pies en marcha pasó junto a Lysandra. Ellos no vieron el gran hocico blanco que periódicamente rompía el hielo para respirar brevemente. El cielo estaba oscuro ahora, lleno de choques de wyverns y Crochans. A veces los cuerpos se sumergían en el río, Ironteeth y Crochan por igual. Las Crochans que caían, que aún estaban vivas, Lysandra las llevó disimuladamente a una orilla lejana. Lo que les sucediera después, no se quedó a ver. No demoraba lo suficiente para permitirse averiguarlo.

Las Ironteeth que cayeron al río fueron arrastradas al fondo y atrapadas en las rocas. Había tenido que apartar la mirada en cada ocasión que lo hacía. El hocico de Lysandra rompió la superficie cuando el fuerte sonido de un cuerno rompió sobre el estruendo de la lucha, desde las murallas de la ciudad. No una llamada de advertencia, sino una señal de ataque. Lysandra se zambulló hasta el fondo. Se sumergió y luego emergió, agitando su poderosa cola para lanzarse a la superficie. Se separó del hielo y el agua, girando en el aire y se estrelló justo en el flanco oriental de Morath. Los soldados gritaron mientras se desataba en un torbellino de dientes, garras y una enorme cola que rompía todo a su paso. Donde se movía el dragón blanco de mar, sangre negra salpicaba. Y justo cuando los soldados dominaron su terror lo suficiente como para lanzar flechas y lanzas a las escamas opalescentes reforzadas con seda de araña, ella se retorció y volvió de nuevo a la profundidad del río, desapareciendo bajo el hielo. Las lanzas se hundieron en las aguas turquesas, perdiendo su objetivo, pero Lysandra ya estaba lejos. El cuerpo del dragón de mar, dragón de río, supuso, no se detuvo. Empujándolo hasta el límite, los grandes pulmones funcionando como un fuelle. El río se curvó, y ella lo usó a su favor cuando saltó del agua otra vez. Los soldados, tan concentrados en el daño que había hecho adelante, no la miraron, hasta que estuvo sobre ellos. Echó un vistazo a las murallas de la ciudad, donde ahora una ola negra se estrellaba contra ellas, subiendo en escaleras de asedio y lanzando flechas, con estallidos de las llamas en medio de todo, antes de regresar a las heladas profundidades del río. Sangre negra brotaba de sus fauces, de su cola y de sus garras, mientras giraba sobre su espalda, la sombra de las brujas luchando sobre el hielo, sobre ella. Así que ella luchó, el hielo cubriéndola como un escudo. Atacar, y luego volver; desestabilizando el flanco oriental con cada asalto, forzándolos a huir de la orilla del río para saturarlos en las filas centrales. Lentamente, las aguas turquesas del Florine se tiñeron de azul y negro. Aun así, Lysandra se mantuvo atacando junto al margen del monstruo, poniéndolo en marcha sobre el Orynth.

I El calor de los lanzafuegos chamuscó la mejilla de Aedion, calentando su casco casi hasta lograr incomodarlo. Un pequeño precio, ya que cada explosión de las llamas hacia retroceder a los soldados de infantería Valg que llegaban a las murallas. Donde sus arqueros derribaban al enemigo, más llegaban. Y donde los lanzafuegos los derretían, solo quedaba tierra quemada y una armadura derretida. Pero no era suficiente, ni siquiera cerca... Por encima, más allá de las paredes, las Ironteeth y las Crochans se enfrentaban. Tan violentamente, tan rápidamente, que una niebla azul colgaba en los cielos por el derramamiento de sangre. No pudo determinar quién tenía la ventaja. Las Trece luchando entre ellas, y donde se lanzaron a la batalla, Ironteeth y sus monturas cayeron. Aplastando a los soldados Valg debajo de ellas. Las escaleras de asedio de hierro se levantaron de nuevo, apuntando a las murallas de la ciudad. Las explosiones de fuego en la llanura enviaron a los que ya estaban en ellas al suelo como cadáveres carbonizados. Pero más Valg respondían, el miedo a las llamas no fue suficiente para disuadirlos. Corriendo hacia la escalera más cercana, Aedion fue lanzando flecha tras flecha, disparando a los soldados que subían por los peldaños. Disparos limpios a través de los huecos en la armadura oscura. Los arqueros a su alrededor hicieron lo mismo, y los soldados de la Bane que estaban detrás de él se pusieron en posiciones de combate, esperando al primero que rompiera las defensas. A las puertas de la ciudad, las llamas estallaron enfurecidas. La mayoría de los micénicos estaban concentrados en las dos puertas de entrada a Oryth, los puntos más vulnerables a lo largo de las murallas. Que el fuego siguiera ardiendo, le decía lo suficiente, era donde Morath estaba empujando. La orden de Rolfe de ¡Conserven el fuego! provocó la aparición de terror en sus entrañas, pero Aedion se enfocó en las escaleras de asedio. Su arco se tensó, y otro soldado se derrumbó. Luego otro. Mas abajo en otra parte del muro, Ren había tomado otra escalera de asedio cercana, haciendo cantar al su arco.

Aedion se atrevió a mirar al ejército enemigo. Ya se habían acercado bastante. Retrocediendo, dejando que un arquero ocupara su lugar, levantó su espada, señalando a la Bane en las catapultas, a la realeza y a los arqueros Fae cerca de ellos. —¡Ahora! La madera gimiendo se soltó. Rocas tan grandes como vagones se elevaron sobre las paredes. Cada una había sido engrasada, y brillaba al sol mientras ascendían. Y cuando las rocas alcanzaron su cima, justo cuando empezaban a caer en picada hacia el enemigo, los arqueros Fae soltaron sus flechas en llamas. Golpeando las rocas resbaladizas por el aceite justo antes de que las piedras se estrellaran contra la tierra. La llama estalló, fluyendo directamente hacia los agujeros que Aedion había ordenado perforar en la roca, directamente en el nido de pólvora que habían tomado de las preciosas reservas de Rolfe. Las rocas explotaron en bolas de fuego y piedra. A lo largo de las murallas de la ciudad, los soldados vitorearon la carnicería que las ruinas humeantes habían revelado. Nada más que los gruñidos de soldados Valg derretidos, aplastados o destrozados. En cada lugar donde habían caído las cargas de las seis catapultas ahora tenía un anillo de tierra carbonizada a su alrededor. —¡Reposicionen! —Rugió Aedion. La Perdición ya estaba presionando contra las ruedas que harían girar las catapultas sobre sus soportes de madera. En cuestión de segundos, habían apuntado a otro lugar; en cuestión de segundos, la realeza Fae estaba levantando más rocas engrasadas de la reserva que Darrow había adquirido durante semanas y semanas. Él no le daría a Morath la oportunidad de recuperarse. —¡Fuego! Las piedras se elevaron, seguidas de flechas en llamas. Las explosiones en el campo de batalla sacudieron las murallas de la ciudad esta vez. Se levantó otra aclamación, y Aedion hizo un gesto a los miembros de La Perdición y la realeza Fae para que se detuvieran. Dejando que Morath pensase que sus reservas estaban agotadas, que solo habían tenido algunos disparos de suerte en su arsenal. Aedion se volvió hacia la escalera de asedio cuando los primeros gruñidos de los Valg penetraron en las murallas.

El hombre fue asesinado antes de que sus pies terminaran de tocar el suelo, cortesía de un soldado de la Perdición que lo esperaba. Aedion desenganchó el escudo de su espalda y desenvainó su espada mientras la ola de soldados cubría las paredes. Pero no fue un soldado de infantería Valg quien apareció a continuación, subiendo fácilmente la escalera. El rostro del joven estaba frío como la muerte, sus ojos negros iluminados por un hambre profana. Un collar negro estaba atado alrededor de su garganta. Un príncipe Valg había venido.

Capítulo 86 Traducido por Viv_J Corregido por Cotota

—Concentrados en la escalera —gruñó Aedion a los soldados que se escabullían del apuesto príncipe demonio que se subió a las murallas de la ciudad como si simplemente estuviera entrando en una habitación. No llevaba armadura. Nada más que una túnica negra adherida a su cuerpo ágil. El príncipe Valg sonrió. —Príncipe Aedion —ronroneó la cosa en su interior, sacando una espada de una oscura vaina a su lado—. Te hemos estado esperando. Aedion atacó. No tenía magia, no tenía nada para combatir el poder oscuro en las venas del príncipe, pero tenía velocidad. Él tenía fuerza. Aedion realizó una finta con su espada, esa espada ordinaria, sin nombre, y el príncipe contraatacó con su propia espada, justo cuando Aedion golpeaba su escudo contra el costado del hombre. Llevándolo de regreso. No hacia la escalera, sino hacia el micénico que empuñaba el lanzafuego, el micénico estaba muerto. El príncipe se echó a reír, y un latigazo de poder oscuro azotó a Aedion. Aedion se agachó, levantando el escudo. Como si eso fuera a hacer algo contra ese poder. La oscuridad golpeó el metal, y el brazo de Aedion se estremeció por las vibraciones. Pero el dolor, la agonía que drenaba la vida, no ocurrió. Aedion se detuvo al instante, generando un ataque ascendente que el príncipe Valg esquivó saltando hacia un lado. Los ojos del demonio se abrieron de par en par cuando contempló el escudo. Luego a Aedion. Entonces el príncipe Valg siseó: —Fae Bastardo. Aedion no sabía lo que significaba, y no le importó mientras daba otro golpe con su escudo, las almenas ya estaban llenas de sangre negra y roja. Si el micénico cerca

de ellos estaba muerto, entonces habría otro en la escalera de Ren. El príncipe Valg liberó una ráfaga tras otra de poder. Aedion recibió cada uno sobre su escudo, el poder del príncipe rebotando como si fuera un rocío de agua sobre la piedra. Y por cada estallido de poder enviado, Aedion blandió su espada. Acero contra acero; la oscuridad chocando con el antiguo metal. Aedion tuvo la vaga sensación de que los soldados Valg y los humanos se detuvieron por igual, cuando él y el príncipe demonio se abrieron camino a través de la muralla de la ciudad. Mantuvo su posición, como Rhoe le había enseñado. Como Quinn le había enseñado, y Cal Lochan. Como todos sus mentores y los guerreros que había admirado por encima de todos los demás le habían enseñado. Por este momento, cuando sería llamado a defender los muros de Orynth. Fue por ellos que blandió su espada, por ellos que recibió golpe tras golpe. El príncipe Valg siseó con cada explosión, como si estuviera enfurecido de que su poder no pudiera romper ese escudo. El escudo de Rhoe. No había magia en él. Brannon nunca lo sostuvo. Pero uno de ellos lo había forjado, uno de la línea ininterrumpida de reyes y reinas que vinieron después del él, que habían amado a su reino más que a sus propias vidas. Que había llevado este escudo a la batalla, a la guerra, para defender a Terrasen. Y mientras Aedion y el príncipe Valg luchaban a lo largo de las murallas, mientras ese antiguo escudo se negaba a ceder, se preguntó si había un tipo diferente de poder en el metal. Uno que los demonios Valg no conocieran y nunca lograrían entender. No verdadera magia, no como la de Brannon y Aelin. Pero algo igual de fuerte, más fuerte. Que los Valg nunca pudieran romper, no importando cuanto lo intentaran. La espada de Aedion zumbó, y el príncipe Valg rugió cuando Aedion conectó con su brazo, cortando profundamente. Rociando sangre negra. Aedion aprovechó la ventaja, empujando con el escudo y apuñalando con su espada. Pero el príncipe había estado esperando. Había puesto una trampa, su propio cuerpo como el cebo. Y cuando Aedion se estrelló contra el príncipe Valg, el demonio sacó una daga del cinturón de su espada y lo golpeó. Justo donde la armadura de Aedion exponía una pequeña zona cerca de su axila, vulnerable con la posición extendida de su brazo.

El cuchillo se hundió, desgarrando carne, músculo y hueso. El dolor, candente y cegador, amenazó con hacer que abriera la mano para dejar caer la espada. Solo el entrenamiento de Aedion, solo esos años de trabajo, mantuvieron su posición mientras saltaba hacia atrás, liberándose del cuchillo. El príncipe Valg se rió, Aedion estaba apenas consciente de la lucha a lo largo de las murallas, los gritos y muertes, y las llamaradas de fuego, mientras el príncipe sonreía a la daga ensangrentada. Llevándola a su sensual boca, el príncipe arrastró su lengua a lo largo de la hoja. Lamiendo la sangre de Aedion. —Exquisito —suspiró el demonio, temblando de placer. Aedion retrocedió otro paso, su brazo ardiendo, ardiendo y ardiendo, la sangre se acumulaba dentro de su armadura. El príncipe lo acechó. Un látigo de oscuro poder fue lanzado contra Aedion, y él nuevamente lo recibió con su escudo. Arrojándolo al suelo, aterrizando sobre el cuerpo acorazado de uno de la Perdición. Su respiración se volvió afilada como el cuchillo que lo había apuñalado. El príncipe se detuvo frente a Aedion. —Serás un delicioso banquete para mi deleite. Aedion levantó el escudo sobre sí mismo, preparándose para el golpe. El príncipe llevo nuevamente la daga ensangrentada hacia su boca, cerrando los ojos por el placer. Esos ojos que se abrieron de par en par cuando una flecha rompió la piel de su garganta. Justo encima del cuello. El príncipe se atragantó, girando hacia la flecha que no había venido de Aedion, sino de atrás. Justo en el camino de Ren Allsbrook y del lanzafuegos que llevaba en sus brazos. Ren golpeó su mano en la escotilla de liberación, y la llama estalló. Aedion se agachó, resguardando su cuerpo bajo el escudo, mientras la llama amenazaba con derretir sus propios huesos. El mundo era calor y luz. Después nada. Sólo los gritos de la batalla y de hombres moribundos. Aedion logró bajar su escudo.

Donde había estado el príncipe Valg, ahora solo quedaba un montón de cenizas y un collar negro con la Piedra del Wyrd. Aedion jadeó, llevando una mano hacia su lado sangrante. —Lo tenía. Ren solo negó con la cabeza y giró sobre una bota, desatando el fuego sobre los soldados Valg más cercanos. El señor de Allsbrook se volvió hacia él con la boca abierta para decir algo. Pero la cabeza de Aedion se desplomó y su cuerpo se sumergió en una frialdad que nunca había conocido. Entonces no había nada.

I La batalla era mucho peor de lo que Evangeline había imaginado. El sonido sólo hacía temblar sus huesos, y eso que nada más entregaba mensajes a Lord Darrow, que se encontraba en uno de los balcones más altos del castillo, evitando así que se convirtiera en un ovillo. Su respiración era algo seca e irregular mientras corría de regreso al balcón, donde Darrow estaba parado junto a la barandilla de piedra, con otros dos señores de Terrasen a su lado. —De Kyllian —logró decir Evangeline, haciendo una reverencia, como había hecho cada vez que había entregado un mensaje. Las batallas no era un lugar para modales, ella lo sabía, Aelin sin duda lo habría dicho. Pero ella siguió haciéndolo, realizando una reverencia, incluso cuando sus piernas temblaban. No podía detenerse. El mensajero de Kyllian la había encontrado en las escaleras del castillo, y ahora esperaba la respuesta de Darrow. Eso fue lo más cercano a la pelea que había estado. No es que estar aquí fuera mejor. Presionándose contra las piedras de la pared de la torre, Evangeline dejó que Darrow leyera la carta. Las Crochans y los wyverns estaban mucho más cerca aquí. A esta altura, ella estaba de pie a su nivel, con el mundo borroso abajo. Evangeline apoyó las palmas de sus manos sobre las piedras heladas, como si pudiera sacar algo de fuerza de ellas. Incluso con el rugido de la batalla, escuchó a Darrow declarar a los otros señores:

—Aedion ha sido herido. El estómago de Evangeline se hundió, las náuseas, grasosas y espesas, aumentaron. —¿Él está bien? Los otros dos señores la ignoraron, pero Darrow la miró. —Ha perdido el conocimiento y lo han trasladado a un edificio cerca del muro. Los sanadores están trabajando en él mientras hablamos. Lo trasladarán aquí tan pronto como sea capaz de soportarlo. Evangeline se tambaleó hacia la barandilla del balcón, como si pudiera ver ese edificio en medio del mar de caos junto a las murallas de la ciudad. Ella nunca había tenido un hermano, o un padre. Aún no había decidido cuál puesto le otorgaría a Aedion. Y si estaba tan herido que justificaba un mensaje para Darrow. Ella presionó una mano contra su vientre, tratando de contener la bilis que le quemaba la garganta. Sonó un murmullo, y luego hubo una mano en su hombro. —Lord Gunnar se encargará de dar mi respuesta —dijo Darrow—. Te quedarás aquí conmigo. Puede que te necesite. Las palabras eran severas, pero la mano en su hombro era amable. Evangeline solo asintió con la cabeza, enferma y miserable, aferrando la barandilla del balcón, como si su agarre pudiera de alguna manera mantener a Aedion en este lado de la vida. —Un refresco caliente, Sloane —ordenó Darrow, su voz no permitiendo discusión. El otro señor se apartó. Evangeline no sabía cuánto tiempo pasó después de eso. Cuánto tiempo tardó en llegar el señor, y que Darrow le pusiera una taza ardiente en los dedos. —Bebe. Evangeline obedeció, encontrando que era algún tipo de caldo. Carne de res, tal vez. A ella no le importaba. Sus amigos estaban allí abajo. Su familia, la que ella había hecho. Lejos, cerca del río, un movimiento borroso era su única indicación de que Lysandra aún vivía. No sabía del destino de Aedion. Así que Evangeline se quedó en la torre, Darrow en silencio junto a ella, y rezó.

Capítulo 87 Traducido por Dakya Corregido por Aruasi Sargav

Incluso moviéndose tan rápido como pudieron, el ejército del Kan era demasiado lento. Demasiado lento, y demasiado grande, para llegar a Terrasen a tiempo. En la semana que habían estado avanzando hacia el norte, Aelin rogaba a Oakwald, al Pueblo Pequeño y a Brannon que la perdonaran mientras arrasaba un sendero a través del bosque, solo ahora se estaban acercando a Endovier y a la frontera apenas unas millas más allá. A partir de ahí, si tenían suerte, serían otros diez días para Orynth. Y probablemente se convertiría en un desastre si Morath hubiera mantenido las fuerzas estacionadas en Perranth después de la captura de la ciudad. Así que habían elegido bordear la ciudad en su flanco occidental, yendo alrededor de las Montañas Perranth en lugar de ir a las tierras bajas para un viaje más fácil por la tierra. Con Oakwald como su tapadera, podrían ser capaces de acercarse sigilosamente a Morath en Orynth. Si quedaba algo de Orynth para cuando llegaran. Todavía estaban demasiado lejos para que los jinetes de ruks pudieran hacer algún tipo de exploración y ningún mensajero se había cruzado en sus caminos. Incluso los hombres salvajes de los Colmillos, que se habían quedado con ellos y ahora juraban marchar hacia Orynth para vengar a sus parientes, no sabían de un camino más rápido. Aelin intentó no pensar en ello. O sobre Maeve y Erawan, dondequiera que estén. Lo que sea que hayan planeado.

I

Endovier, el único puesto de avanzada de la civilización que habían visto en una semana, serían sus primeras noticias desde que abandonaron la Brecha Ferian. Ella trató de no pensar en eso, tampoco. El hecho de que estarían pasando por Endovier mañana o pasado mañana. Que vería esas montañas grises que habían albergado las minas de sal. Acostada boca abajo sobre su catre, no tenía sentido hacer que alguien armara una

cama real para ella y Rowan cuando estarían marchando en unas pocas horas, Aelin hizo una mueca de dolor por la picazón que la quemaba a lo largo de su espalda. El tintineo de las herramientas de Rowan y el crujido de los braseros eran los únicos sonidos en su tienda. — ¿Lo harás esta noche? —Preguntó ella mientras se detenía para sumergir su aguja en la olla de tinta con sal. —Si dejas de hablar —fue su seca respuesta. Aelin resopló, levantándose sobre sus codos para mirar por encima de un hombro hacia él. Ella no podía ver lo que él pintaba, más conocía el diseño. Una réplica de lo que él había escrito en su espalda esta primavera, las historias de sus seres queridos y sus muertes, escritas justo donde habían estado sus cicatrices. Exactamente donde habían estado, como si él tuviera su memoria grabada en su mente. Sin embargo ahora había otro tatuaje allí. Un tatuaje que se extendía sobre sus huesos del hombro como si fuera un par de alas extendidas. O así había hecho el boceto para ella. La historia de ellos. Rowan y Aelin. Una historia que comenzó con rabia y tristeza y se convirtió en algo completamente diferente. Se alegró de que lo dejara así. En la felicidad. Aelin apoyó la barbilla sobre sus manos. — Estaremos cerca de Endovier pronto. Rowan volvió a trabajar, pero ella sabía que había escuchado cada palabra, pensó en su respuesta. — ¿Qué quieres hacer al respecto? Ella se estremeció ante la picadura de un punto particularmente sensible cerca de su columna vertebral. — Quemarlo hasta el suelo. Destruir las montañas en escombros. — Bueno. Te ayudaré. Una pequeña sonrisa curvó sus labios. — ¿El legendario príncipe guerrero no me diría que evitara gastar descuidadamente mi fuerza? — El legendario príncipe guerrero te diría que mantengas el rumbo, pero si destruir a Endovier ayudará, entonces estará allí contigo.

Aelin se quedó en silencio mientras Rowan seguía trabajando unos minutos más. — No recuerdo que el tatuaje se tomara tanto tiempo la última vez. — He hecho mejoras. Y estás obteniendo una marca completamente nueva. Ella murmuró, aunque no dijo nada más por un tiempo. Rowan continuó, limpiando la sangre cuando era necesario. — No creo que pueda —respiró Aelin—. No creo que pueda soportar ni siquiera mirar a Endovier y mucho menos destruirlo. — ¿Quieres que lo haga? —Una pregunta tranquila, de un guerrero. Él lo haría, ella lo sabía. Si ella lo pedía, volaría a Endovier y lo convertiría en polvo. — No —admitió ella. Los capataces y los esclavos se han ido de todos modos. No hay nadie para destruir, y nadie para salvar. Solo quiero pasarlo y nunca volver a pensar en él. ¿Eso me hace una cobarde? — Yo diría que te hace humano. —Una pausa—. O lo que sea un dicho igual podría ser para los Fae. Ella frunció el ceño a sus dedos entrelazados debajo de la barbilla. — Parece que soy más Fae en estos días que cualquier otra cosa. Incluso olvido a veces, cuando fue la última vez que estuve en mi cuerpo humano. — ¿Eso es algo bueno o malo? —Sus manos no flaquearon. — No lo sé. Soy humana, en el fondo, la reina de las hadas, sinsentido aparte. Tenía padres humanos y sus padres eran humanos, en su mayoría, e incluso con la línea de Mab corriendo… Soy una humana que puede convertirse en Fae. Un humano que usa un cuerpo de Fae. —Ella no mencionó la vida inmortal. No con todo lo que tenían por delante. — Por otra parte —respondió Rowan— diría que eres un ser humano con los instintos de Fae. Quizás más de ellos que humanos. Ella lo sintió sonreír. — Territorial, dominante, agresiva… — Tus habilidades cuando se trata de halagar a las mujeres son incomparables. Su risa fue un roce de aire caliente a lo largo de su columna vertebral. — ¿Por qué no puedes ser humano y Fae? ¿Por qué elegir? — Porque la gente siempre parece exigir que seas una cosa u otra. —

Nunca te has molestado en maldecir lo que otras personas demandan.

Ella sonrió levemente.

— Cierto. Ella apretó los dientes cuando su aguja le atravesó la espina dorsal. — Me alegra que estés aquí, que veré Endovier de nuevo por primera vez contigo aquí. Para enfrentar esa parte de su pasado, ese sufrimiento y ese tormento, si bien aún no podía mirar muy de cerca los últimos meses. Sus herramientas, el adormecedor dolor, se detuvieron. Luego sus labios rozaron la parte superior de su columna vertebral, justo encima del comienzo del nuevo tatuaje. El mismo tatuaje que le había hecho a Gavriel y Fenrys entintarse por su cuenta estos últimos días, siempre que paraban por la noche. — También me alegro de estar aquí, Corazón de Fuego. Por el tiempo que los dioses lo permitieran.

I

Elide se dejó caer en su cama, gimiendo suavemente mientras se inclinaba para desatar los cordones de sus botas. Un día de ayudar a Yrene en el vagón no era una tarea fácil, y la perspectiva de frotar, aliviar su tobillo y pie parecía nada menos que divina. El trabajo, al menos, mantuvo a raya los enjambres de pensamientos: lo que le había hecho a Vernon, lo que le había ocurrido a Perranth, lo que les esperaba en Orynth y lo que podrían hacer para derrotarlo. Desde la cama opuesta a la suya, Lorcan solo observaba, una manzana medio pelada en sus manos. —Deberías descansar más a menudo. —Elide le hizo un gesto con la mano, quitándose la bota y luego el calcetín. — Yrene está embarazada, y vomita cada hora aproximadamente. Si ella no descansa, tampoco yo. — No estoy del todo seguro de que Yrene sea del todo humana. — Aunque la voz era áspera, el humor brillaba en los ojos de Lorcan. — Elide sacó la lata de su bolsillo. Eucalipto, había dicho Yrene, nombrando una planta de la que Elide nunca había oído hablar, pero cuyo olor, intenso y suave a la vez, le gustaba mucho. Debajo de la hierba picante yacían la lavanda, el romero y

algo más mezclado con el opaco y pálido preparado. Un susurro de ropa, y luego Lorcan se arrodilló ante ella, con el pie de Elide en sus manos. Casi tragado por sus manos, en realidad. —Déjame —se ofreció. Elide se sorprendió lo suficiente como para que ella de hecho lo dejara quitar la lata de su agarre y observó en silencio mientras Lorcan metía los dedos en el ungüento. Entonces comenzó a frotárselo en el tobillo. Su pulgar se encontró con la mancha en su tobillo, donde el hueso se apretaba contra el hueso. Elide dejó escapar un gemido. Con cuidado, con reverencia parecía, comenzó a aliviar el dolor. Estas manos habían matado su camino a través de los reinos. Tenía las débiles cicatrices para demostrarlo. Y sin embargo, él sostuvo su pie como si fuera un pequeño pájaro, como si fuera algo... sagrado. No habían compartido una cama, no cuando estos catres eran demasiado pequeños, y Elide a menudo se desmayaba después de la cena. No obstante ellos compartieron esta tienda. Había tenido cuidado, tal vez demasiado cuidado, pensaba a veces, en darle privacidad cuando se cambiaba y se bañaba. De hecho, había una tina de vapor en la esquina de la tienda, mantenida por cortesía de Aelin. Muchos de los baños del campamento eran cálidos gracias a ella, a la eterna gratitud de los soldados reales y de infantería. Alternando movimientos largos con pequeños círculos, Lorcan lentamente removió el dolor de su pie. Parecía contento de hacer eso toda la noche, si ella lo deseara. Pero ella no estaba medio dormida. Por una vez. Y cada roce de sus dedos en su pie la tenía sentada, algo calentándose en su centro. Su pulgar empujó a lo largo del arco de su pie, y Elide de hecho dejó escapar un pequeño ruido. No por el dolor, pero... El calor ardía en sus mejillas. Creció más cálido mientras Lorcan la miraba por debajo de sus pestañas, una chispa de maldad iluminando sus ojos oscuros. Elide se quedó boquiabierta ligeramente. Luego golpeó su hombro. Un músculo duro como una roca la saludó. — Lo hiciste a propósito. Sin dejar de mirarla, la única respuesta de Lorcan fue repetir el movimiento. Bien, se sentía tan malditamente bien... Elide le arrebató el pie. Cerró las piernas. Herméticamente. Lorcan le dio una media sonrisa que hizo que sus dedos se doblaran.

Pero luego dijo: —Ahora eres verdaderamente la Señora de Perranth. Ella sabía. Lo había pensado sin cesar durante estos duros días de viaje. — ¿De esto es de lo que realmente quieres hablar? Sus dedos no detuvieron su obra milagrosa y pecaminosa. —No hemos hablado de eso. Sobre Vernon. — ¿Qué hay de eso? —Dijo, intentando y fallando en sonar despreocupada. Sin embargo él la miró desde debajo de sus gruesas pestañas. Muy consciente de su evasión. Elide soltó un suspiro, mirando hacia el techo de la tienda. — ¿Me hace ser mejor que Vernon? ¿Cómo elegí castigarlo al final? Ella no lo había lamentado el primer día. O el segundo. No obstante estas largas millas, como había quedado claro que Vernon probablemente estaba muerto, se había preguntado. — Sólo tú puedes decidir eso, creo —dijo Lorcan. Sin embargo, sus dedos se detuvieron en su pie. — Por lo que valga, se lo merecía. —Su poder oscuro retumbó a través de la habitación. — Por supuesto que tú dirías eso. Se encogió de hombros, sin molestarse en negarlo. —Perranth se recuperará, sabes —ofreció—. De los saqueos de Morath. Y todo lo que Vernon lo hizo antes de ahora. Ese había sido el otro pensamiento que pesaba demasiado con cada milla hacia el norte. Que su ciudad, su padre y su madre, habían sido diezmadas. Que Finnula, su niñera, podría estar entre los muertos. Que cualquiera de su gente pudiera estar sufriendo. — Eso es si ganamos esta guerra —dijo Elide. Lorcan reanudó sus suaves movimientos. — Perranth será reconstruido —fue todo lo que dijo—. Veremos que así sea. — ¿Lo has hecho alguna vez? ¿Reconstruir una ciudad? — No —admitió, sus pulgares liberando el dolor de sus huesos doloridos. — Solo las he destruido. —Sus ojos se elevaron a los de ella, buscando y abiertos.

— Pero me gustaría intentarlo. Contigo. Ella vio la otra oferta allí, no solo para construir una ciudad, sino una vida. Juntos. El calor subió a sus mejillas mientras ella asentía. — Sí —susurró ella—. Por el tiempo que tengamos. Porque si sobrevivían a esta guerra, todavía quedaba eso entre ellos: su inmortalidad. Algo se cerró en los ojos de Lorcan ante eso y ella pensó que él diría más, pero su cabeza se hundió. Entonces él comenzó a desatar su otra bota. — ¿Qué estás haciendo? —Sus palabras fueron sin aliento. Sus hábiles dedos, dioses, esos dedos hicieron un rápido trabajo en sus cordones. — Deberías remojar ese pie. Y empaparlo en general. Como dije, trabajas demasiado duro. — Dijiste que debería descansar más. — Porque trabajas demasiado duro. —Él levantó la barbilla hacia el baño mientras le quitaba la bota y la ayudaba a levantarse. — Iré a buscar algo de comida. — Ya comí. — Deberías comer más. Dándole su privacidad sin la torpeza de su necesidad de pedirlo. Eso es lo que estaba tratando de hacer. Descalza ante él, Elide miró su cara tallada en granito. Se quitó la capa y luego la chaqueta. La garganta de Lorcan se agitó. Ella sabía que él podía escuchar su corazón cuando comenzó a correr. Podría probablemente oler cada emoción en ella. A pesar de eso ella dijo: — Necesito ayuda. Para entrar en el baño. — Tú, ahora. —Su voz era casi gutural. Elide se mordió el labio, sus pechos se volvieron pesados, hormigueando. — Podría deslizarme. Sus ojos vagaron por su cuerpo, sin embargo no hizo ningún movimiento. — Un momento peligroso, la hora del baño. Elide lo encontró junta a ella para caminar hacia la bañera de cobre. Se arrastró

unos pies detrás, dándole espacio. Dejando que ella maneje esto. Elide se detuvo al lado de la bañera, el vapor pasaba. Se sacó el dobladillo de la camisa de los pantalones. Lorcan observaba cada movimiento. Ella no estaba completamente segura de que él estuviera respirando. Pero… sus manos se estancaron. Insegura. No de él, sino de este rito, de este camino. — Muéstrame qué hacer —suspiró ella. — Lo estás haciendo bien —dijo Lorcan. No obstante ella le dirigió una mirada indefensa y él merodeó más cerca. Sus dedos encontraron el dobladillo suelto de su camisa. — ¿Puedo? —Preguntó en voz baja. Elide susurró — Sí. Lorcan aún estudiaba sus ojos, como si leyera la sinceridad de esa palabra. Considerándolo cierto. Suavemente, le quitó la tela. El aire fresco la besó en la piel, aguijoneándola. La banda flexible que rodeaba sus senos se mantuvo, pero la mirada de Lorcan se quedó en la de ella. — Dime lo que quieres a continuación —dijo con rudeza. Con la mano temblando, Elide rozó un dedo sobre la banda. Las propias manos de Lorcan temblaron mientras lo desataba. Como él la reveló al aire, a él. Sus ojos parecían volverse completamente negros cuando tomó sus pechos, su respiración desigual. — Hermosa —suspiró. La boca de Elide se curvó cuando la palabra se asentó dentro de ella. Le dio suficiente coraje como para que ella levantara las manos de su chaqueta y comenzara a desabrocharla. Hasta que el propio pecho de Lorcan estaba desnudo, y ella pasó los dedos por el pelo oscuro sobre los planos esculpidos. — Hermoso —dijo ella. Lorcan tembló… con moderación, con emoción, ella no lo sabía. Ese querido ronroneo de él retumbó dentro de ella cuando ella presionó su boca contra su pectoral.

Su mano se deslizó hacia su cabello, cada golpe desenredando su trenza. — Sólo vamos todo lo lejos que quieras —dijo. Sin embargo, ella se atrevió a mirar su cuerpo… a lo que se tensaba bajo sus pantalones. Su boca se secó. — Yo... no sé lo que estoy haciendo. — Cualquier cosa que hagas será suficiente —dijo. Ella levantó la cabeza, escaneando su cara. — ¿Suficiente para qué? Otra media sonrisa. — Lo suficiente para complacerme. Ella se burló de la arrogancia, pero Lorcan rozó su boca contra su cuello. Sus manos sujetaban su cintura, sus pulgares le rozaban las costillas. Pero no más alto. Elide se arqueó al tacto, un pequeño sonido escapó de ella cuando sus labios Le rozaron justo debajo de su oreja. Y luego su boca encontró la de ella, gentil y concienzuda. Sus manos se entrelazaron alrededor de su cuello, y Lorcan la levantó, llevándola no a la bañera, sino al catre detrás de ellos, sus labios nunca abandonaron los de ella. Hogar. Esto, con él. Este era su hogar, como nunca lo había tenido. Por el tiempo que compartieran. Y cuando Lorcan la tendió en el catre, su respiración era tan desigual como la suya, cuando se detuvo, permitiéndole decidir qué hacer, dónde llevar esto, Elide lo besó de nuevo y le susurró: —Muéstrame todo. Así lo hizo Lorcan.

I Había una puerta y un ataúd. Ella no había elegido ninguno de los dos. Se quedó en un lugar que no era un lugar, la niebla la envolvió, y las miró fijamente.

Sus elecciones. Un golpeteo llegó desde el interior del ataúd, gritos femeninos ahogados y súplicas en aumento. Y la puerta, el arco negro en la eternidad, la sangre corría por sus costados, filtrándose en la piedra oscura. Cuando la puerta había terminado con el joven rey, esta sangre era todo lo que quedaba. — No eres mejor que yo —dijo Cairn. Ella se volvió hacia él, pero no era el guerrero quien la había atormentado de pie en la niebla. Doce de ellos acechaban allí, sin forma y, sin embargo, presentes, antiguos y fríos. Como uno hablaban. — Mentirosa. Traidora. Cobarde. La sangre en la puerta empapó la piedra, como si la puerta misma devorara incluso esta última pieza de ella, la que había ido en su lugar. La que ella había dejado ir en su lugar. Los golpes dentro del ataúd no cesaron. — Esa caja nunca se abrirá —dijeron. Ella parpadeó, y estaba dentro de esa caja… la piedra tan fría, el aire sofocante. Parpadeó y ella estaba golpeando la tapa, gritando y gritando. Parpadeó y había cadenas en ella, una máscara sujeta a su rostro.

I Aelin se despertó para atenuar los braseros y el aroma a pino y nieve de su compañero la envolvió. Fuera de su tienda, el viento aullaba, haciendo que las paredes de lona se mecieran y se hincharan. Cansada. Estaba tan, tan cansada. Aelin miró en la oscuridad durante largas horas y no volvió a dormir.

I

Incluso con la cubierta de Oakwald, a pesar del camino que Aelin incineró a ambos lados de la antigua carretera que atraviesa el continente como una vena seca, podía sentir que Endovier se avecinaba. Podía sentir las montañas Ruhnns apuntando hacia ellas, una pared contra el horizonte. Ella cabalgó cerca de la parte delantera de la compañía, sin decir tanto como la mañana, luego pasó la tarde. Rowan se quedó a su lado, siempre a su izquierda, como si fuera un escudo entre ella y Endovier, mientras ella enviaba columnas de llamas que derretían árboles antiguos. El viento de Rowan sofocó cualquier humo para alertar al enemigo de su enfoque. Había terminado los tatuajes la noche anterior. Había tomado un pequeño espejo de mano para mostrarle lo que había hecho. El tatuaje que había hecho para ellos. Ella había echado un vistazo a las alas extendidas, las alas de un halcón en su espalda y lo besó. Lo besó hasta que sus propias ropas se habían ido y ella estaba a horcajadas sobre él, sin molestarse en palabras ni siendo capaz de encontrarlas. Su espalda se había curado por la mañana, aunque permaneció sensible en algunos puntos a lo largo de su columna vertebral, y en las horas en que se habían acercado más a Endovier, había encontrado que el peso invisible de la tinta era estable. Ella había salido Ella había sobrevivido De Endovier… y Maeve. Y ahora le tocaba a ella cabalgar como el infierno por el Norte, tratar de salvar a su gente antes de que Morath los borrara para siempre. Antes de que Erawan y Maeve llegaran a hacer precisamente eso. Pero no detuvo la pesadez, que tiraba hacia el oeste. Para mirar el lugar que había tardado tanto en escapar, incluso después de haber sido liberada físicamente. Después del almuerzo, encontró a Elide a su derecha, cabalgando en silencio bajo los árboles. Montando más alto de lo que había visto a la chica antes. Un rubor en sus mejillas. Aelin tenía la sensación de que sabía exactamente por qué ese rubor brotaba allí, que si miraba hacia atrás a donde cabalgaba Lorcan, lo encontraría con una sonrisa satisfecha, puramente masculina. Sin embargo las palabras de Elide eran todo menos las de una doncella enamorada. — No pensé que realmente podría volver a ver Terrasen, una vez que Vernon me sacara de Perranth. Aelin parpadeó. E incluso el rubor en la cara de Elide se desvaneció, apretando su boca.

De todos ellos, solo Elide había visto a Morath. Vivió ahí. Lo sobrevivió. Aelin dijo: — Hubo un momento en el que pensé que nunca lo volvería a ver, también. El rostro de Elide se volvió contemplativo. — ¿Cuándo eras una asesina, o cuando eras una esclava? — Ambos. —Y aunque tal vez Elide había venido a su lado solo para que ella hablara, Aelin explicó: —Fue una tortura de otro tipo, cuando estaba en Endovier, saber que mi hogar estaba a solo millas de distancia. Y que no podría verlo una última vez antes de morir. Los ojos oscuros de Elide brillaban con comprensión. — Pensé que moriría en esa torre, y nadie recordaría que había existido. Ambas habían sido cautivas, esclavas, en cierto modo. Tenían ambas cadenas desgastadas. Y llevaban las cicatrices de ello. O Elide lo hizo. La falta de ellos en Aelin todavía la asaltó, una ausencia que nunca pensó que se arrepentiría. — No obstante al final lo logramos —dijo Aelin. Elide se estiró para apretar la mano de Aelin. — Sí, lo hicimos. Incluso si ella ahora deseaba que se terminara. Todo ello. Cada aliento se sentía pesado con ese deseo. Continuaron después de eso y justo cuando Aelin espiaba la bifurcación en el camino, la encrucijada que los llevaría a las minas de sal, un grito de advertencia surgió desde el ruk, elevándose a lo largo del borde entre el bosque y las montañas. Aelin al instante tenía a Goldryn fuera. Rowan se armó junto a ella y todo el ejército se detuvo mientras exploraban el bosque, los cielos. Escuchó la advertencia justo cuando una forma oscura pasaba, tan grande que borraba el sol sobre el dosel del bosque. Wyvern. Los arcos gimieron y los ruks corrieron, persiguiendo a ese wyvern. Si un explorador Ironteeth los veía...

Aelin preparó su magia. El wyvern se inclinó hacia ellos, apenas visible a través del enrejado de las ramas. Pero la luz se encendió entonces. Estallando hacia el ruk, inofensivamente. No luz Sino hielo, parpadeando y destellando antes de convertirse en fuego. Rowan también lo reconoció. Rugió la orden de mantener su fuego. No fue Abraxos quien aterrizó en la encrucijada. Y no había rastro de Manon Blackbeak. La luz destelló de nuevo. Y luego Dorian Havilliard apareció, con la chaqueta y la capa manchadas y gastadas. Aelin galopó por el camino hacia él, Rowan y Elide a su lado, los demás a sus espaldas. Dorian levantó una mano, su rostro grave como la muerte, incluso cuando sus ojos se abrieron al verla. Pero Aelin lo sintió entonces. Lo que Dorian llevaba. Las llaves del Wyrd. Las tres.

Capítulo 88 Traducido por Dakya Corregido por Aruasi Sargav

El brazo y las costillas de Aedion estaban en llamas. Peor que el calor abrasador de los lanzallamas, peor que cualquier nivel del reino ardiente de Hellas. Había recuperado la conciencia cuando la sanadora comenzó sus primeros puntos. Había sujetado el pedacito de cuero que había ofrecido y rugía alrededor del dolor mientras lo cosía. Para cuando ella terminó, él se había desmayado otra vez. Despertó minutos más tarde, según los soldados asignados para asegurarse de que no murió y encontró que el dolor se alivió un poco, pero aún lo suficientemente agudo como para usar su brazo con la espada sería casi imposible. Al menos hasta que su herencia Fae lo curara, más rápido que a los hombres mortales. El hecho de que no haya muerto por pérdida de sangre y pudiera intentar mover su brazo mientras ordenaba que se le atara la armadura y tropezando con las calles de la ciudad, apuntando a la muralla fue gracias a su herencia Fae. La de su madre, sí, pero principalmente de su padre. ¿Habría escuchado Gavriel, a través del mar o dondequiera que lo hubieran llevado a buscar a Aelin, que Terrasen estaba a punto de caer? ¿Le importaría? No importaba Incluso si una parte de él deseaba que el León estuviera allí. Rowan y los demás ciertamente, sin embargo la presencia constante de Gavriel habría sido un bálsamo para estos hombres. Probablemente para él. Aedion apretó los dientes y se balanceó al escalar las escaleras manchadas de sangre hacia las murallas de la ciudad, esquivando cuerpos humanos y Valg. Una hora, había estado abajo durante una hora. Nada había cambiado. Valg aún rodeaban las paredes y las puertas del sur y del oeste; No obstante las fuerzas de Terrasen los detenían. En los cielos, el número de Crochans e Ironteeth se había reducido, solo apenas. Las Trece eran un cúmulo distante y vicioso que destrozaba a quien quiera que volara en su camino. Y abajo en el río… sangre roja manchó los bancos nevados. Demasiada sangre roja. Tropezó un paso, perdiendo de vista el río por un momento, mientras los soldados enviaban los gruñidos de Valg ante él. Cuando pasaron, Aedion apenas podía respirar

mientras escudriñaba los bancos ensangrentados. Los soldados yacían muertos por todas partes, pero… allí. Más cerca de las murallas de la ciudad de lo que se había dado cuenta. Blanca contra la nieve y el hielo, todavía luchaba. Sangre goteando por sus costados. Sangre roja. Más ella no se retiró al agua. Se mantuvo firme. Era una tontería, innecesaria. Emboscarlos habría sido mucho más efectivo. No obstante, Lysandra luchó, rompiendo las espinas y las fauces gigantes arrancando cabezas, justo donde el río pasaba por la ciudad. Sabía que algo estaba mal entonces. Más allá de la sangre sobre ella. Sabía que Lysandra había aprendido algo que ellos no habían aprendido. Y al mantenerse firme, trató de mandar señales en las paredes. Con la cabeza dando vueltas, el brazo y las costillas palpitando, Aedion exploró el campo de batalla. Un grupo de soldados cargó contra ella. Un golpe de su cola hizo que las lanzas se rompieran, sus portadores junto con ellos. Pero otro grupo de soldados trató de cargarse más allá de ella, en la orilla del río. Aedion vio lo que llevaban, lo que intentaron llevar y juró. Lysandra destrozó un bote con su cola, pero no pudo llegar al segundo grupo de soldados, resistiendo otro. Llegaron a las aguas heladas, chapoteando, y Lysandra se lanzó. Justo cuando estaba rodeada por otro grupo de soldados, tantas lanzas y lanzas que no tenía más remedio que enfrentarlos. Permitiendo que el bote, y los soldados que lo llevaban, se deslizaran. Aedion notó hacia dónde se dirigían esos soldados y comenzó a gritar sus órdenes. Su cabeza nadaba con cada orden. En Lysandra, que se escabullía al río a través de los túneles, había tenido el elemento de sorpresa. Sin embargo también le había revelado a Morath que existía otro camino hacia la ciudad. Uno justo debajo de sus pies. Y si atravesaban la reja, si podían meterse dentro de las paredes... Luchando contra la falta de claridad que crecía en su cabeza, Aedion comenzó a señalar. Primero a la palanca de cambios que sostenía la línea, tratando tan valientemente de mantener esas fuerzas a raya. Luego, a las Trece, peligrosamente arriba en el cielo, para volver a las paredes, para detener el arrastre de Morath antes de que fuera demasiado tarde.

I En lo alto, los gritos del viento sangraban en los moribundos y heridos, Manon vio la señal del general, el cuidadoso patrón de luz que le había mostrado la noche anterior. Una orden de apresurarse a las paredes… inmediatamente. Sólo ella y las Trece. Las Crochans mantuvieron a raya la marea de Ironteeth, pero para ceder terreno, para abandonar… El Príncipe Aedion hizo otra señal. Ahora. Ahora. Ahora. Algo andaba mal. Muy mal. Río, señaló. Enemigo. Manon dirigió su mirada a la tierra muy abajo. Y vio lo que Morath intentaba hacer en secreto. — ¡A las paredes! —Gritó a las Trece, todavía con un martillo detrás de ella, y se dirigió a Abraxos hacia la ciudad, tirando de las riendas para que volara por encima de la refriega. El grito de advertencia de Asterin llegó a su corazón demasiado tarde. Disparando desde abajo, un depredador que embosca a su presa, el toro masivo apuntaba directamente hacia Abraxos. Manon reconoció al jinete cuando el toro se estrelló contra Abraxos, con garras y dientes profundizando. Iskra Yellowlegs ya estaba sonriendo. El mundo se inclinó y giró, pero Abraxos, rugiendo de dolor, se mantuvo en el aire, siguió aleteando. Incluso cuando el toro de Iskra retiró su cabeza, solo para cerrar sus mandíbulas alrededor de la garganta de Abraxos.

Capítulo 89 Traducido por Yunn Hdez Corregido por Cotota

El macho de Iskra lo agarró por el cuello, pero Abraxos los mantuvo en el aire. Al ver esas poderosas mandíbulas alrededor de la garganta de Abraxos, el miedo y el dolor en sus ojos... Manon no podía respirar. No podía pensar en el terror que la atravesaba, tan cegador y enfermizo que, durante unos pocos latidos, estaba congelada. Totalmente congelada. Abraxos, Abraxos… Suyo. Él era suyo, y ella era suya, y la Oscuridad los había elegido para estar juntos. No tenía sentido del tiempo, ni de cuánto tiempo había pasado entre esa mordida y cuándo se movió de nuevo. Podría haber sido un segundo, podría haber sido un minuto. Pero entonces ella estaba sacando una flecha de su casi agotada carcaza. El viento amenazó con arrancarla de sus dedos, pero ella la golpeó contra su arco, el mundo girando, girando, girando, el viento rugiendo y apuntó. El macho de Iskra se sacudió cuando su flecha aterrizó, solo un pelo, en el borde de su ojo. Pero no lo soltó. Él no tenía un profundo agarre para desgarrar la garganta de Abraxos, pero si lo hacía durante el tiempo suficiente, si cortaba el suministro de aire de su montura... Manon soltó otra flecha. El viento la movió lo suficiente como para que golpeara la mandíbula de la bestia, apenas incrustándose en la gruesa piel. Iskra se estaba riendo. Riendo mientras Abraxos luchaba y no podía liberarse. Manon buscó a cualquiera de Las Trece, para que cualquiera los salvara. Lo salvara. Él era quien importaba más que cualquier otro, con quien ella intercambiaría lugares si la Diosa de Tres Caras lo permitía, tener su propia garganta agarrada en esas terribles mandíbulas... Pero Las Trece habían sido dispersadas, el aquelarre de Iskra estaba separando sus filas. Asterin y la Segunda de Iskra eran garras contra garras mientras sus wyverns

cerraban sus garras y se lanzaban hacia el campo de batalla. Manon calculó la distancia al macho de Iskra, a las mandíbulas alrededor del cuello. Pesaba la fuerza de las correas en las riendas. Si pudiera bajar, si tuviera suerte, podría cortar la garganta del toro, lo suficiente como para arrancarlo... Pero las alas de Abraxos flaquearon. Su cola, intentando valientemente golpear al macho, comenzó a disminuir la velocidad. No. No. Así no. Cualquier cosa menos esto. Manon se echó el arco sobre la espalda, con los dedos medio congelados hurgando en las correas y las hebillas de la silla. Ella no podía soportarlo. No lo soportaría, esta muerte, su dolor y su miedo ante ella. Ella podría haber estado sollozando. Podría haber estado gritando mientras el ritmo de sus alas volvían a tambalearse. Saltaría a través del maldito viento de los dioses, arrancaría a esa perra de la silla y cortaría la garganta de su montura... Abraxos comenzó a caer. No a caer. Pero a zambullirse, tratando de bajar. Para llegar al suelo, arrastrando a ese macho con él. Para que Manon pudiera sobrevivir. —POR FAVOR —su grito hacia Iskra cruzó el campo de batalla, a través del mundo—. POR FAVOR. Ella rogaría, se arrastraría, si le daba la oportunidad de vivir. Su montura con corazón de guerrero. Quién la había salvado mucho más de lo que ella alguna vez lo había salvado a él. Quién la había salvado en las formas que más importaban. —POR FAVOR —ella gritó, gritó con cada fragmento de su destrozada alma. Iskra solo se rió. Y el macho no lo soltó, incluso mientras Abraxos intentaba e intentaba acercarlos al suelo. Sus lágrimas se rasgaban con el viento, y Manon liberó la última de las hebillas en su silla de montar. La brecha entre los wyverns era imposible, pero ella había tenido suerte antes.

A ella no le importaba nada de eso. Los Wastes, las Crochans y Ironteeth, su corona. A ella no le importaba nada de eso, si Abraxos no estaba allí con ella. Las alas de Abraxos se tensaron, luchando con ese poderoso y amoroso corazón para alcanzar el aire más bajo. Manon calculó la distancia al flanco del macho, quitándose los guantes para liberar sus uñas de hierro. Tan fuerte como cualquier gancho de agarre. Manon se levantó en la silla, deslizando una pierna debajo de ella, tensando el cuerpo para dar el salto hacia adelante. Y ella le dijo a Abraxos, tocándole la espalda: —Te quiero. Era lo único que importaba al final. Lo único que importaba ahora. Abraxos se revolcó. Como si él tratara de detenerla. Manon envió fuerza a sus piernas, a sus brazos y contuvo el aliento, tal vez el último... Disparando desde el cielo, más rápido que una estrella que corría por el cielo, una forma rugiente se lanzó contra el toro de Iskra. Esas mandíbulas se desprendieron del cuello de Abraxos, y luego cayeron, girando. Manon tuvo el suficiente sentido como para agarrarse a la silla, aferrarse a todo lo que tenía mientras el viento amenazaba con arrancarla de él. Su sangre se derramó hacia arriba cuando cayeron, pero luego sus alas se abrieron de par en par, y él estaba en la ladera, aleteando hacia arriba. Se estabilizó lo suficiente para que Manon se subiera a la silla y se atara a sí misma mientras se giraba para ver qué había ocurrido detrás de ella. Quien los había salvado. No era Asterin. No era ninguna de Las Trece. Era Petrah Blueblood. Y detrás de la Hereda al Clan de Brujas Blueblood, ahora estrellándose contra la legión aérea de Morath que habían llegado al campo de batalla desde lo alto de las nubes, estaban las Ironteeth. Cientos de ellas. Cientos de brujas Ironteeth y sus wyverns chocaron contra los suyos. Petrah e Iskra se separaron, la Heredera Blueblood se acercó a Manon mientras Abraxos luchaba por mantenerse erguido. Incluso con el viento, con la batalla, Manon aún escuchó a Petrah cuando la Here-

dera de las Blueblood le decía: —Un mundo mejor. Manon no tenía palabras. Ninguna, aparte de mirar hacia la muralla de la ciudad, a la fuerza que intentaba entrar por las rejas del río. —Los muros… —Ve —entonces Petrah señaló a donde Iskra se había detenido en el aire para mirar lo que ocurría. En el acto de desafío y rebelión tan impensable que muchas de la brujas Ironteeth de Morath estaban igualmente aturdidas. Petrah mostró los dientes, revelando hierro brillando en la luz del sol acuoso—. Ella es mía. Manon miró entre las murallas de la ciudad e Iskra, volviéndose hacia ellas una vez más. Dos contra uno, y seguramente la harían pedazos... —Ve —gruñó Petrah. Y cuando Manon volvió a dudar, Petrah solo dijo:— Por Keelie. Por el wyvern que Petrah había amado, como Manon amaba a Abraxos. Quién luchó por Petrah hasta su último aliento, mientras que el macho de Iskra la mataba. Así que Manon asintió. —Que la Oscuridad te abrace. Abraxos comenzó a elevarse hacia la pared, sus alas inestables, su respiración superficial. Necesitaba descansar, necesitaba ver a un sanador... Manon miró detrás de ella justo cuando Petrah se estrellaba contra Iskra. Las dos herederas fueron cayendo hacia la tierra, chocando de nuevo, atacando con los wyverns. Manon no podía alejarse aún si lo deseara. No cuando los wyverns se separaron y luego se amontonaron, ejecutando giros perfectos y afilados que los juntaron una vez más, elevándose hacia el cielo, con las colas chasqueando mientras cerraban las garras. Arriba y arriba, Iskra y Petrah volaron. Los wyverns cortando y mordiendo, garras cerrándose, quijadas hiriendo. A través de los niveles de lucha en el cielo, a través de Crochans y Ironteeth, a través de las nubes. Una carrera, una burla de la danza de apareamiento de los wyverns, para elevarse hasta el punto más alto del cielo y luego caer a la tierra como uno solo. Las Ironteeth detuvieron su lucha. Crochans se detuvieron en el aire. Incluso en el campo de batalla, los soldados Morath miraron hacia arriba.

Las dos herederas se lanzaron más y más alto y más alto. Y cuando llegaron a un lugar donde incluso los wyverns no podían llevar suficiente aire a sus pulmones, metieron sus alas, cerraron sus garras y se lanzaron de cabeza hacia la tierra. Manon vio la trampa antes que Iskra. Lo vio en el momento en que Petrah se liberó, el cabello dorado fluyendo mientras sacaba su espada y su wyvern comenzaba a dar vueltas. Círculos estrechos y precisos alrededor de Iskra y su macho mientras se desplomaban. Tan apretado que el macho de Iskra no tenía espacio para abrir sus alas. Y cuando lo intentaba, el wyvern de Petrah estaba allí, con la cola o las mandíbulas mordiendo. Cuando lo intentaba, la espada de Petrah estaba allí, cortando franjas en la bestia. Iskra se dio cuenta entonces. Se dio cuenta de que caían y caían y caían y Petrah los rodeaba, tan rápido que Manon se preguntó si la Heredera Blueblood había estado practicando estos meses, entrenando para este preciso momento. Para la venganza en deuda a ella y Keelie. El mundo mismo parecía detenerse. Petrah y su wyvern dieron vueltas y círculos, con la sangre de la wyvern de Iskra lloviendo hacia arriba, la bestia más frenética con cada metro más cerca de la tierra. Pero Petrah tampoco había abierto las alas de su wyvern. No había tirado de las riendas para depositar su montura. —Retírate —suspiró Manon—. Gira ahora. Petrah no lo hizo. Dos wyverns cayeron hacia la tierra, estrellas oscuras cayendo del cielo. —Para —ladró Iskra. Petrah no se dignó a responder. No podían girar a esa velocidad. Y pronto Petrah no podría realizar ningún tipo de giro. Se rompería en el suelo, justo al lado de Iskra. —¡Para! —El miedo convirtió la orden de Iskra en un grito agudo. No hubo pena para ella encendida en Manon. Ninguna en absoluto. El terreno se acercó, brutal e inflexible. —¡Perra loca, te dije que pares!

A doscientos metros de la tierra. Entonces cien. Manon no podía dejar de respirar. Cincuenta metros. Y cuando el suelo parecía levantarse para encontrarse con ellos, Manon escuchó las únicas palabras de Petrah a Iskra como si hubieran sido transportadas por el viento. —Por Keelie. El wyvern de Petrah lanzó sus alas, con un giro más agudo que cualquier otro wyvern que Manon haya presenciado. Levantándose, la punta del ala rozando el suelo helado antes de que se disparara de vuelta al cielo. Dejando que Iskra y su wyvern salpicaran la tierra. El boom retumbó más allá de Manon, resonando a través del mundo. Iskra y su wyvern no se levantaron de nuevo. Abraxos soltó un gemido de dolor, y Manon se retorció en la silla de montar, con el corazón enfurecido. Iskra estaba muerta. La Heredera Yellowlegs estaba muerta. No la llenó con la alegría que debería haber tenido. No con esas rejillas vulnerables en la muralla de la ciudad bajo ataque. Así que ella rompió las riendas, y Abraxos se dirigió a las murallas de la ciudad, y luego Sorrel y Vesta estaban a su lado, Asterin viniendo rápido por detrás. Volaron bajo, debajo de las Ironteeth ahora luchando contra Ironteeth, Ironteeth todavía luchando contra Crochans. Apuntando a los lugares donde el río fluía hasta su lado. Ya un barco largo las había alcanzado. Ya las flechas volaban desde la pequeña rejilla, los guardias frenéticos para mantener al enemigo a raya. Los soldados Morath estaban tan preocupados con su objetivo por delante que no miraron hacia atrás hasta que Abraxos estuvo sobre ellos. Su sangre fluyó junto a ella cuando aterrizó, chasqueando con garras y dientes y cola. Sorrel y Vesta se ocuparon de los demás, el bote pronto hecho astillas. Pero no fue suficiente. Ni siquiera cerca. —Las rocas —suspiró Manon, dirigiendo a Abraxos hacia el otro lado del río. Él entendió. Su corazón se tensó hasta el punto de agonía al empujarlo, pero él se elevó al otro lado del río y tiró una de las rocas más pequeñas de vuelta. Las Trece vieron su plan y la siguieron, veloz e inflexibles. Cada uno de sus latidos fue más lento que el anterior. Perdió altura con cada metro

que cruzaban del río. Pero luego lo logró, justo cuando otro grupo de soldados de Morath intentaban entrar en el pequeño y vulnerable paso. Manon golpeó la piedra en el agua delante de ella. Las Trece también dejaron caer sus piedras, las salpicaduras sobre las murallas de la ciudad. Cada vez más, cada viaje a través del río más lento que el anterior. Pero entonces había rocas apiladas, rompiendo la superficie. Luego alzándose sobre él, bloqueando todo acceso al túnel del río. Solo lo suficientemente alto como para sellarlo, pero no ceder una pierna a los soldados Morath en la otra orilla. La respiración de Abraxos era laboriosa, su cabeza caía. Manon se retorció en la silla para pedirle a su Segunda que dejara de apilar las rocas, pero Asterin ya lo había hecho. Su Segunda señaló las murallas de la ciudad por encima de ellos. —¡Entra! Manon no perdió el tiempo discutiendo. Chasqueando las riendas de Abraxos, Manon lo envió volando por encima de las murallas de la ciudad, con su sangre lloviendo sobre los soldados que luchaban allí. Llegó a los resguardos del castillo antes de que su fuerza se agotara. Antes de que golpeara las piedras y se deslizara, el auge del impacto resonando a través de Orynth. Se estrelló contra el lado del castillo, con las alas flojas, y Manon se liberó de la silla al instante mientras ella gritaba por un sanador. La herida en su cuello era mucho peor de lo que ella había pensado. Y aun así había luchado por ella. Se había quedado en el cielo. Manon empujó sus manos contra la profunda herida de mordedura, la sangre corría por sus dedos como agua a través de una presa agrietada. —La ayuda está llegando —le dijo ella, y encontró que su voz era un chillido roto—. Ya vienen. Las Trece aterrizaron, Sorrel corrió hacia el castillo para, sin duda, arrastrar a un curandero si tenía que hacerlo, y luego había once pares de manos en el cuello de Abraxos. Conteniendo el flujo de su sangre. Presionando como uno, para mantener esa preciosa sangre dentro de él mientras se encontraba al sanador. Manon no podía mirarlas, no podía hacer nada más que cerrar los ojos y rezar a la

Oscuridad, a la Madre de Tres Caras mientras sostenía sus manos sobre las heridas sangrantes. Pisadas corriendo sonaban sobre las piedras de almena, y luego Sorrel estaba allí junto a Manon, levantando sus manos para cubrir sus heridas, también. Una mujer mayor desempacó un kit, advirtiéndoles que siguieran aplicando presión. Manon no se molestó en decirle que no iban a ir a ninguna parte. Ninguna de ellas lo haría. Incluso mientras la batalla rugía en los cielos y en la tierra debajo. *** Lysandra apenas podía respirar, cada aleteo de sus alas era más pesado que el anterior mientras apuntaba hacia el lugar donde había visto a Manon Blackbeak y su clan irse a estrellar contra los resguardos del castillo. Ella misma se había convertido en un wyvern, aprovechando el caos de la llegada de las rebeldes Ironteeth como una distracción, pero el agotamiento de su magia había tenido su efecto. Y la lucha, las heridas que incluso ella no podía contener... Lysandra vio a las dos figuras que arrastraban a un conocido guerrero de cabello dorado por las escaleras del castillo justo cuando golpeaba las almenas, las brujas girándose hacia ella. Pero Lysandra se obligó a cambiar, obligando a su cuerpo a hacerlo por última vez, a volver a esa forma humana. Apenas había terminado de meterse en el pantalón y la camisa que había escondido en un paquete junto a la pared del castillo cuando Ren Allsbrook y un soldado de La Perdición llegaron a la cima de las almenas, un Aedion medio consciente entre ellos. Había tanta sangre en él. Lysandra corrió hacia ellos, ignorando su profunda cojera, el dolor astillado que se extendía por su pierna izquierda, por su hombro derecho. Abajo de las almenas, un curandero trabajaba en un herido Abraxos, Las Trece, cubiertas de su sangre, ahora vigilando. —¿Qué sucedió? —Lysandra se detuvo en seco ante Aedion, quien logró levantar la cabeza para darle una sonrisa sombría. —Un Príncipe Valg —dijo Ren, su propio cuerpo cubierto de sangre, la cara pálida por el agotamiento Oh dioses. —Él no se alejó —dijo Aedion con voz ronca. Ren espetó:

—Y tú no descansaste lo suficiente, estúpido bastardo. Te desgarraste los puntos. Lysandra pasó las manos por el rostro de Aedion, su frente. —Vamos a llevarte a un curandero. —Ya he visto a uno —gruñó Aedion, apoyando los pies en el suelo y tratando de enderezarse—. Me trajeron aquí para descansar —como si tal cosa fuera una idea ridícula. De hecho, Ren sacó el brazo de Aedion de su hombro. —Siéntate, antes de que te caigas y te rompas la cabeza con las piedras. Lysandra estaba dispuesta a aceptar, pero luego Ren dijo: —Voy de regreso a los muros. —Espera. Ren se volvió hacia ella, pero Lysandra no habló hasta que el soldado de La Perdición ayudó a Aedion a sentarse contra el lado del castillo. —Espera —le dijo de nuevo a Ren cuando él abrió la boca, con el corazón acelerado, las náuseas enroscándose en sus entrañas. Ella silbó, y Manon Blackbeak y Las Trece miraron en su dirección. Ella les hizo un gesto con la mano, su brazo ladraba de dolor. —Estás herida— gruñó Aedion. Lysandra lo ignoró mientras las brujas se acercaban sigilosamente, tanta sangre y sangre en todas ellas. Ella le preguntó a Manon: —¿Abraxos vivirá? Un leve asentimiento, los ojos dorados de la Reina Bruja apagados. Lysandra no tenía en ella alivio. No con las noticias por las que había volado de regreso tan desesperadamente para entregar. Ella tragó la bilis en su garganta, luego señaló el campo de batalla. A su corazón oscuro y brumoso. —Ellos han levantado la torre de bruja de nuevo. Se está moviendo hacia aquí. Acabo de verla yo misma. Las brujas se han reunido encima de ella. Silencio absoluto. Y como respuesta, la torre estalló. No hacia ellos, sino hacia el cielo. Un destello de luz, un estruendo más fuerte que un trueno, y luego una porción del cielo se quedó vacío.

Donde Ironteeth, rebeldes y fieles por igual, habían estado luchando, donde Crochans había estado zigzagueando entre ellas, no había nada. Sólo ceniza. La voz de Lysandra se quebró cuando la torre continuó moviéndose. Una línea recta e inquebrantable hacia Orynth. —Ellos quieren destruir la ciudad.

I Con sus manos y brazos cubiertos en la sangre de Abraxos, Manon miró el campo de batalla. Miró hacia donde todas esas brujas, Ironteeth y Crochan, que luchaban por cualquiera de los ejércitos, simplemente... desaparecieron. Todo lo que su abuela había asegurado sobre las torres de brujas era verdad. Y no fue Kaltain y su fuego de la sombra lo que alimentó esa explosión de destrucción, sino las brujas Ironteeth. Las jóvenes brujas de Ironteeth que se ofrecían. Quiénes hacían el Rendimiento cuando saltaban al hoyo bordeado de espejos dentro de la torre. Un Rendimiento ordinario podría liquidar a veinte, treinta brujas a su alrededor. Tal vez más, si ella fuera mayor y más poderosa. Pero un Rendimiento amplificado por el poder de esos espejos de brujas... Una explosión, y el castillo que se cernía sobre ellos sería escombros. Otra explosión, tal vez dos, y Orynth lo seguiría. Ironteeth revoloteaban alrededor la torre, un muro vicioso que mantenía a las Crochans y las rebeldes Ironteeth fuera. Unas cuantas Crochans intentaron romper esas defensas. Sus cuerpos vestidos de rojo cayeron a la tierra en pedazos. Petrah, ahora dentro de los límites de su aquelarre, incluso corrió hacia la torre. Para romperlo. Fueron derrotadas por un enjambre de Ironteeth. La torre avanzó. Más y más cerca. Estaría dentro de rango pronto. Unos minutos más, y esa torre estaría lo suficiente-

mente cerca como para que su explosión llegara al castillo. Para borrar este ejército, este remanente de resistencia, para siempre. No habría sobrevivientes. No habría segundas oportunidades. Manon se volvió hacia Asterin y dijo en voz baja: —Necesito otro wyvern. Su Segunda solo la miró fijamente. Manon repitió: —Necesito otro wyvern. Abraxos no estaba en forma para volar. No lo estaría por horas o días. Aedion Ashryver dijo con voz áspera: —Nadie está atravesando esa pared de Ironteeth. Manon le enseñó los dientes. —Yo lo haré —señaló a la cambia-formas—. Puedes llevarme. Aedion gruñó. —No. Pero Lysandra negó con la cabeza, tristeza y desesperación en sus ojos verdes. —No puedo, mi magia esta agotada. Si tuviera una hora... —Tenemos cinco minutos —espetó Manon. Se giró hacia Las Trece—. Hemos entrenado para esto. Para romper las filas enemigas. Podemos superarlas. Desmontar esa torre. Pero todas se miraron. Como si hubieran tenido algún diálogo y acuerdo tácitos. Las Trece se encaminaron hacia sus monturas. Sorrel agarró el hombro de Manon cuando pasó, subiéndose a la espalda de su wyvern. Dejando a Asterin ante Manon. Su Segunda, su prima, su amiga, sonrió, con los ojos brillantes como estrellas. —Vive, Manon. Manon parpadeó. Asterin sonrió más ampliamente, besó la frente de Manon, y susurró de nuevo: —Vive. Manon no vio venir el golpe.

El golpe a sus entrañas, tan duro y preciso que le quitó el aliento. La puso de rodillas. Estaba luchando por respirar, levantarse, cuando Asterin alcanzó a Narene y montó a la yegua azul, recogiendo las riendas. —Trae a nuestra gente a casa, Manon. Manon lo supo entonces. Lo que iban a hacer. Sus piernas le fallaron, su cuerpo le falló, mientras trataba de ponerse de pie. Mientras ella escupía: —No. Pero Asterin y Las Trece ya estaban en los cielos. Ya en formación, ese ariete que les había servido tan bien. Lanzándose hacia el campo de batalla. Hacia la torre de brujas que se aproximaba. Manon se abrió paso hasta la cornisa de almenas y se levantó. Inclinada contra las piedras, jadeando, tratando de llevar aire a sus pulmones para que pudiera encontrar una manera de volar, encontrar a una Crochan y robar su escoba... Pero aquí no había brujas. No se encontraban escobas. Abraxos estaba inconsciente. Manon lejanamente se percató de la cambia-formas y el Príncipe Aedion venían a su lado, Lord Ren con ellos. Atentos al silencio que cayó sobre el castillo, la ciudad, las murallas. Mientras todos ellos observaban que la torre de brujas se acercaba, su destino reuniéndose dentro de ella. Mientras Las Trece corrían hacia ella, corrían contra el viento y la muerte misma. Un muro de Ironteeth se levantó ante la torre, bloqueando su camino. Cien contra doce. Dentro de la torre de bruja, lo suficientemente cerca ahora que Manon podía ver a través del arco abierto del nivel superior, una joven bruja vestida de negro se acercó al interior ahuecado. Caminó hacia donde estaba la abuela de Manon, haciendo un gesto hacia el hoyo debajo. Las Trece se acercaron al enemigo en su camino y no vacilaron. Manon clavó sus dedos en las piedras con tanta fuerza que sus uñas de hierro se agrietaron. Comenzó a sacudir la cabeza, algo en su pecho se fracturó por completo. Se fracturó cuando Las Trece se estrellaron contra el bloqueo de las Ironteeth.

La maniobra fue perfecta. Más limpia que cualquiera que hayan hecho. Una letal falange que cruzó las filas del enemigo. Apuntando al flanco derecho de la torre. Segundos. Tenían unos segundos hasta que esa joven bruja convocara el poder y desatara el Rendimiento en una explosión de oscuridad. Los Trece atravesaron a las Ironteeth, extendiéndose, empujándolas hacia un lado. Despejando un camino directo a la torre mientras Asterin entraba por la parte de atrás, apuntando al nivel más alto. Imogen cayó primero. Entonces Lin. Y Ghislaine, su wyvern arremolinado por su enemigo. Luego Thea y Kaya, juntas, como siempre habían sido. Luego las gemelas demonio de ojos verdes, riendo mientras se iban. Luego las Sombras, Edda y Briar, flechas aún disparando. Aún encontrando sus blancos. Luego Vesta, rugiendo su desafío a los cielos. Y luego Sorrel. Sorrel, que mantuvo el camino abierto para Asterin, un muro sólido para la Segunda de Manon cuando se elevó. Un muro contra el que se rompieron y rompieron las olas de Ironteeth. La joven bruja dentro de la torre comenzó a brillar con un color negro, a pasos del hoyo. Al lado de Manon, Lysandra y Aedion se abrazaron. Listos para el final que estaba cerca. Y entonces Asterin estaba allí. Asterin se dirigía hacia ese tramo de aire abierto, hacia la propia torre, comprada con la vida de Las Trece. Con su última defensa. Manon solo podía mirar, mirar y mirar y mirar, sacudiendo la cabeza como si pudiera deshacerlo, mientras Asterin se quitaba su traje de cuero, la camisa debajo. Mientras Asterin se levantaba en la silla, libre de las hebillas, con una daga en la mano mientras su wyvern apuntaba directamente hacia la torre. La abuela de Manon se volvió entonces. Lejos del pozo, la seguidora a punto de saltar dentro y destruirlos a todos. Asterin lanzó su daga. La hoja voló derecho. Se hundió en la espalda de la seguidora, enviando a la bruja desparramándose hacia las piedras. A un pie de la caída hasta el hoyo.

Asterin sacó las espadas gemelas de las vainas en sus caderas y golpeó a su wyvern en el costado de la torre. La grieta del hueso en la roca hizo eco en todo el mundo. Pero Asterin ya estaba saltando. Ya arqueando en el aire, con las espadas levantadas, el wyvern derrumbándose debajo, el cuerpo de Narene rompiéndose con el impacto. Manon comenzó a gritar entonces. Gritando, interminable y sin palabras, mientras que esa cosa en su pecho, mientras su corazón, se destrozaba. Mientras Asterin aterrizó en el arco abierto de la torre de brujas, las espadas se balanceaban hacia las brujas que se apresuraron a matarla. Bien podrían haber sido hojas de hierba. También podría haber habido niebla, por la facilidad con que Asterin las liquidó, una tras otra, conduciendo hacia adelante, hacia la Matrona que había marcado las letras en una dura demostración en el abdomen de Asterin. SUCIA. Girando, girando, con las cuchillas volando, Asterin se abalanzó hacia la abuela de Manon. La Bruja Alta del Clan Blackbeak retrocedió, sacudiendo la cabeza. Su boca se movió, como si respirara. —Asterin, no... Pero Asterin ya estaba allí. Y no fue oscuridad, sino luz, la luz, brillante y pura como el sol sobre la nieve, que brotó de Asterin. Luz, mientras que Asterin hacía el Rendimiento. Mientras que Las Trece, sus cuerpos rotos dispersados alrededor de la torre en un círculo cercano, también hacían el Rendimiento. Luz. Todas ardían con ella. La irradiaban. Luz que fluía de sus almas, sus corazones feroces mientras se entregaban a ese poder. Se volvían incandescentes con él. Asterin tiró a la Matrona Blackbeak al suelo, la abuela de Manon poco más que una sombra contra el brillo. Después, poco más que un fragmento de odio y memoria mientras Asterin explotaba. Mientras ella y Las Trece se Rendían por completo, se volaban a sí mismas y la torre de brujas en cenizas.

Capítulo 90 Traducido por Ravechelle Corregido por Cotota

Manon se dejó caer en las piedras de las almenas del castillo y no se movió por mucho, mucho tiempo. No escuchó a los que le hablaron, a los que tocaron su hombro. No sentía el frío. El sol se levantó y descendió. En algún momento, se tendió sobre las piedras, acurrucada contra la pared. Cuando se despertó, un ala la cubría, y un cálido aliento rozaba su cabeza mientras Abraxos dormitaba. No tenía palabras dentro de ella. No tenía nada más que un silencio resonante. Manon se puso de pie, saliendo del ala que la había protegido. Estaba amaneciendo. Y donde había estado esa torre de brujas, donde había estado el ejército, solo quedaba tierra maldita. Morath se había retirado. Se había ido muy lejos. La ciudad y las murallas seguían en pie. Acarició el costado de Abraxos con una mano. Él no podía volar, todavía no, así que caminaron juntos. Bajaron de la almena. A través de las puertas del castillo y hacia las calles de la ciudad más allá. A ella no le importaba que otros los siguieran. Que cada vez fueran más. Las calles estaban llenas de sangre y escombros, todo con un resplandor dorado por el sol naciente. No sintió el calor de ese sol en su rostro mientras caminaban por la puerta sur y en la llanura más allá. No le importó que alguien les hubiera abierto la puerta. A su lado, Abraxos apartó pilas de soldados Valg, despejando un camino para ella. Para todos aquellos que les seguían. Estaba tan tranquilo. Dentro de ella, y en la llanura.

Tan tranquilo, y vacío. Manon cruzó el campo de batalla. No se detuvo hasta que llegó al centro de la explosión. Hasta que se paró en su corazón. No había rastro de la torre. O de los que habían estado en ella, a su alrededor. Incluso las piedras se habían fundido en nada. Ni rastro de los Trece, ni de sus valientes y nobles wyverns. Manon cayó de rodillas. Cenizas se alzaron, revoloteando, suaves como la nieve mientras se aferraban a las lágrimas en su cara. Abraxos yacía a su lado, su cola se curvaba a su alrededor mientras ella se inclinaba sobre sus rodillas y lloraba. Detrás de ella, si hubiera mirado, habría visto a Glennis. Y a Bronwen. A Petrah Blueblood. A Aedion Ashryver y a Lysandra y a Ren Allsbrook. Al Príncipe Galan y al Capitán Rolfe y a Ansel de Briarcliff, a Ilias y a los miembros de la familia Fae a su lado. Si hubiera mirado, habría visto las pequeñas flores blancas que llevaban. Se habría preguntado cómo y dónde las habían conseguido en el muerto corazón del invierno. Si ella hubiera mirado, habría visto a la gente reunida detrás de ellos, tantos que llegaban hasta las puertas de la ciudad. Habría visto a los humanos de pie junto a las Crochans y las Ironteeth. Todos a los que vinieron a honrar a las Trece. Pero Manon no miró. No vio cuando los líderes que habían venido con ella, que la siguieron durante su camino hasta aquí comenzaron a depositar sus flores en la tierra sangrienta y maldita. No vio cuando sus lágrimas fluyeron, cayendo en las cenizas junto a sus ofrendas. No hablaron. Y tampoco lo hizo nadie en la larga fila de personas que vinieron después de ellos. Algunos llevaban flores, pero muchos traían pequeñas piedras para colocar en el sitio. Aquellos que no tenían nada más que ofrecer. Hasta que el sitio de la explosión quedó cubierto, como si un jardín hubiera crecido de un campo de sangre. Glennis se quedó hasta el final. Y cuando estaban solos en el silencioso campo de batalla, la bisabuela de Manon le puso una mano en el hombro y dijo en voz baja, su voz de alguna manera distante:

—Sé el puente, sé la luz. Cuando el hierro se derrita, cuando las flores broten de los campos de sangre, deja que la tierra sea testigo y vuelve a casa. Manon no escuchó las palabras. No se dio cuenta cuando Glennis regresó a la ciudad a su espalda. Durante horas, Manon se quedó arrodillada en el campo de batalla, con Abraxos a su lado. Como si así pudiera quedarse con ellas, con sus Trece, por un rato más. Y muy lejos, a través de las montañas cubiertas de nieve, en una llanura árida, ante las ruinas de una ciudad que una vez fue grande, una flor comenzó a florecer.

Capítulo 91 Traducido por Ravechelle Corregido por Cotota

Dorian no lo había creído, no se había atrevido a esperar lo que veía. Un ejército extranjero, marchando hacia el norte. Un ejército que había crecido estudiando. Estaban los soldados de infantería del Kan y la caballería Darghan. Allí estaban los legendarios ruks, magníficos y orgullosos, elevándose sobre ellos en un mar de alas. Se acercó lo más posible de la cabeza del ejército, preguntándose cuál de los miembros de la realeza había venido. Preguntándose si Chaol estaba con ellos. Si la presencia de este ejército milagroso significaba que su amigo había tenido éxito contra todo pronóstico. Los ruks lo vieron entonces. Se lanzaron hacia él, y él comenzó a hacer señas mientras se acercaban. Esperando que se detuvieran. Pero aterrizaron en la encrucijada. Y luego los vio. La vio. Aelin, galopando hacia él. Rowan a su lado, Elide y los demás con ella. Maeve había creído que Aelin se había dirigido a Terrasen. Y aquí estaba ella, con el ejército del Kan. La sonrisa de Aelin se desvaneció en el momento en que se acercó. Como si sintiera lo que él llevaba. —¿Dónde está Manon? —Fue todo lo que ella preguntó. —Terrasen —,uspiró, jadeando un poco—. Probablemente con las Crochans, si todo fue según el plan. Sus ojos se abrieron y abrió la boca, pero otro jinete salió galopando por la carretera. El mundo se quedó en silencio. El jinete que se aproximaba se detuvo, iba con alguien más, una bella mujer que Dorian solo pudo describir como dorada, iba justo detrás. Pero Dorian miró al jinete que tenía delante. En la postura del cuerpo, la silla que llevaba.

Y cuando Chaol Westfall desmontó y corrió los últimos metros hacia Dorian, el Rey de Adarlan lloró.

I Chaol no ocultó sus lágrimas, ni el temblor que lo alcanzó cuando chocó con Dorian y abrazó a su rey. Nadie dijo una palabra, aunque Chaol sabía que todos estaban ahí. Sabía que Yrene estaba detrás de él, llorando con ellos. Él solo abrazó a su amigo, a su hermano. —Sabía que lo lograrías —dijo Dorian con voz grave—. Sabía que encontrarías una manera. Para todo. El ejército. El hecho de que ahora estaba de pie. Chaol solo abrazó a Dorian con más fuerza. —Tienes una historia increíble que contar. Dorian se alejó, su rostro era solemne. Una historia, se dio cuenta Chaol, que podría no ser tan feliz como la suya. Sin embargo, antes de que la carga que Dorian llevaba pudiera caer sobre ellos, Chaol hizo un gesto hacia donde Yrene había desmontado y ahora se había secado las lágrimas. —La mujer responsable de esto —dijo Chaol, señalando sus piernas, su andar, al ejército que se extendía por la carretera—. Yrene Towers. Sanadora de la Torre Cesme. Y mi esposa. Yrene se inclinó, y Chaol podría haber jurado que un destello de dolor oscurecía los ojos de Dorian. Pero entonces su rey estaba tomando las manos de Yrene, levantándola de su reverencia. Y a pesar de que la tristeza aún cortaba su sonrisa, Dorian le dijo: —Gracias. Yrene se puso color escarlata. —He oído mucho sobre usted, Su Majestad. Dorian sólo guiñó un ojo, un fantasma del hombre que había sido antes.

—Todas cosas malas, espero. Yrene se echó a reír, y la alegría en su rostro, la alegría que Chaol sabía que era para ambos, le hizo amarla de nuevo. —Siempre he querido una hermana —dijo Dorian, y se inclinó para besar a Yrene en ambas mejillas—. Bienvenida a Adarlan, Lady. La sonrisa de Yrene se volvió más suave, más profunda, y puso una mano sobre su abdomen. —Entonces le alegrará saber que pronto será tío. Dorian se giró hacia él. Chaol asintió, incapaz de encontrar las palabras para transmitir lo que inundó su corazón. Pero la sonrisa de Dorian se apagó cuando se enfrentó a donde Aelin ahora se apoyaba contra un árbol, Rowan y Elide a su lado. —Lo sé —dijo Aelin, y Chaol sabía que no se refería al embarazo. Dorian cerró los ojos y Chaol puso una mano en el hombro de su rey ante la carga que estaba a punto de revelar. —Recuperé la tercera de Morath —dijo Dorian. Las rodillas de Chaol se doblaron, e Yrene estuvo allí instantáneamente, con un brazo alrededor de su cintura. Las Llaves del Wyrd. Chaol le preguntó a Dorian. —¿Tienes los tres ahora? Dorian asintió una vez. Una mirada de Rowan hacia su Cadre hizo que se desplegaran para asegurarse de que nadie del ejército se acercara lo suficiente como para escuchar. —Me colé en Morath para obtener la tercera —dijo Dorian. —Santos Dioses —suspiró Aelin. Chaol solo parpadeó. —Esa fue la parte fácil —dijo Dorian, palideciendo. Los miembros de la realeza del kanato emergieron de las filas, y Dorian sonrió a Nesryn. Luego asintió con la cabeza a la realeza. Las presentaciones vendrían más tarde. —Maeve estaba allí —,le dijo Dorian a Aelin. Fuego bailaba en las puntas de los dedos de Aelin mientras descansaba su mano encima de Goldryn. El fuego parecía fundirse en la hoja, el rubí parpadeó.

—Lo sé —dijo en voz baja. Las cejas de Dorian se alzaron. Aelin solo negó con la cabeza, indicándole que continuara mientras el cadre volvía. —Maeve descubrió mi presencia y... —Dorian suspiró, y toda la historia se vino abajo. Cuando terminó, Chaol se alegró de que Yrene hubiera mantenido su brazo alrededor de su cintura. El silencio cayó, espeso y tenso. Dorian había destruido Morath. —Tengo una pequeña duda —admitió Dorian—, si tanto Erawan como Maeve sobrevivieron al colapso de Morath. Probablemente solo sirvió para enfurecerlos. No detuvo a Chaol de maravillarse por su amigo, los otros se quedaron boquiabiertos. —Bien hecho —dijo Lorcan, escaneando al rey de pies a cabeza—. Definitivamente bien hecho. Aelin dejó escapar un silbido impresionado. —Desearía haberlo visto —le dijo a Dorian, sacudiendo la cabeza. Luego se volvió hacia Rowan—. Tu tío y Essar lo lograron, entonces. Expulsaron a Maeve. El Príncipe Fae resopló. —Dijiste que tu carta estaba redactada con fuerza. Debería haberte creído —Aelin hizo una reverencia. Chaol no tenía la menor idea de lo que estaban hablando, pero Rowan continuó:— Entonces, si Maeve no puede ser la Reina de los Fae, encontrará otro trono. —Perra —escupió Fenrys. Chaol estaba de acuerdo. —Nuestros peores temores han sido confirmados, entonces —dijo el Príncipe Sartaq, mirando a sus hermanos—. Un rey y una reina Valg unidos —un gesto con la cabeza hacia Elide—. Tu tío no mintió. —Maeve no tiene ejército ahora —les recordó Dorian—. Sólo cuenta con su poder. Nesryn se encogió. —Los híbridos que ella creó con las princesas podrían ser un desastre suficiente. Chaol miró a Yrene, la mujer que tenía la mejor arma contra el Valg dentro de su propio cuerpo. —¿Cuándo te fuiste de Morath? —Preguntó Rowan. —Hace tres días —dijo Dorian. Rowan se volvió hacia Aelin, con el rostro ceniciento mientras ella permanecía apoyada contra el árbol.

Chaol se preguntó si lo hacía solo porque sus propias piernas no podían sostenerla. —Entonces al menos sabemos que Erawan aún no ha llegado a Terrasen. —Sus ejercito de Ironteeth, se le adelantó —dijo Dorian. —Lo sabemos —dijo Chaol—. Ya están en Orynth. Dorian negó con la cabeza. —Eso es imposible. Se fueron poco después que yo. Me sorprende que no las vieran al pasar volando por las Ruhnns. Silencio. —El aquelarre completo de las Ironteeth aún no está en Orynth —dijo Aelin en voz baja. Demasiado suave. —Conté más de mil en el ejército con el que volé —dijo Dorian—. Muchas llevaban soldados con ellas, todos valg. Chaol cerró los ojos, y el brazo de Yrene se apretó a su alrededor en silencioso confort. —Sabíamos que los rukhin serían superados en número de todos modos —dijo Nesryn. —No quedará nada de Terrasen para que los rukhin lo defiendan —dijo el Príncipe Kashin, frotándose la mandíbula—. Incluso si las Crochans llegan antes que nosotros. La reina de Terrasen se apartó del árbol por fin. —Tenemos dos opciones, entonces —dijo, su voz inquebrantable a pesar del infierno que se apoderaría de ellos—. Continuamos hacia el norte, tan rápido como podamos. Ver contra lo que hay que luchar cuando lleguemos a Terrasen. Podría ser capaz de derribar un buen número de esos wyverns. —¿Y la otra opción? —Preguntó la princesa Hasar. La cara de Aelin era ilegible. —Tenemos las tres llaves del Wyrd. Me tenemos a mí. Puedo terminar esto ahora. O al menos sacar a Erawan del juego antes de que pueda encontrarnos, recuperar esas llaves y dominar este mundo y todos los demás. Rowan se enderezó, sacudiendo la cabeza. Pero Aelin levantó una mano. E incluso el Príncipe Fae se retiró. —No es solo mi elección. Y Chaol se dio cuenta de que quien estaba delante de ellos era realmente una reina, no la asesina que había sacado de una mina de sal a unos pocos kilómetros de la

carretera. Ni siquiera la mujer que había conocido en Rifthold. Dorian cuadró sus hombros. —La elección también es mía. Lentamente, muy lentamente, Aelin lo miró. Chaol se preparó. Su voz era muy suave cuando le dijo a Dorian: —Recuperaste la tercera llave. Tu papel en esto está hecho. —Como el infierno que está hecho —dijo Dorian, con los ojos color zafiro brillando—. La misma sangre, la misma deuda, también fluye en mis venas. Las manos de Chaol se curvaron a sus lados mientras luchaba por mantener la boca cerrada. Rowan parecía estar haciendo lo mismo cuando los dos gobernantes se enfrentaron. El rostro de Aelin permaneció inmóvil, distante. —¿Estás tan ansioso por morir? Dorian no se retiró. —¿Tú lo estás? Silencio. Silencio absoluto en el claro. Entonces Aelin se encogió de hombros, como si el peso de mundos enteros no estuviera en la balanza. —Independientemente de quién devuelva las llaves a la puerta, este es un destino que nos pertenece a todos. Así que todos debemos decidirlo —levantó la barbilla—. ¿Continuamos la guerra, esperamos llegar a Orynth a tiempo y luego destruir las llaves? O destruimos las llaves ahora, y luego continuamos hacia el norte —una pausa, horrible e insoportable—. Sin mí. Rowan estaba temblando, ya sea por estarse conteniendo o por temor, Chaol no podía decirlo. Aelin dijo inquebrantable y tranquila: —Me gustaría someterlo a votación.

I Votación

Rowan nunca había escuchado algo tan absurdo. Incluso cuando parte de él brillaba con orgullo porque ella había elegido ahora, aquí, como el momento en que ese nuevo mundo que había prometido se levantaría. Un mundo en el que unos pocos no tendrían todo el poder, sino muchos. A partir de esto, esta elección vital. Este destino insoportable. Todos ellos se habían alejado un poco más por la carretera, y Rowan no perdió de vista que estaban en una encrucijada. O que Dorian, Aelin y Chaol estaban en el corazón de esa encrucijada, a solo unos kilómetros de las minas de sal. Donde esto había comenzado, hace poco más de un año. Hubo un rugido sordo en los oídos de Rowan mientras el debate se desataba. Sabía que debía caer de rodillas y agradecer a Dorian por recuperar la tercera llave. Pero él odiaba al rey de todos modos. Odiaba este camino en el que habían sido puestos, hace mil años. Odiaba que esta elección estuviera ante ellos, cuando ya habían luchado tanto, dado tanto. El príncipe Kashin estaba diciendo: —Marchamos sobre cien mil tropas enemigas, posiblemente más. Ese número no cambiará cuando la puerta del Wyrd esté cerrada. Necesitaremos a la Portadora de Fuego para combatirlos. La princesa Hasar negó con la cabeza. —Pero existe la posibilidad de que ese ejército colapse cuando Erawan desaparezca. Corta la cabeza de la bestia y el cuerpo podrá morir. —Eso es un gran riesgo que tomar —dijo Chaol, apretando la mandíbula—. La eliminación de Erawan de todo esto podría ayudar, o no. Un ejército enemigo tan grande, lleno de Valgs que podrían estar ansiosos por ocupar su lugar, podría ser imposible de detener en este punto. —¿Entonces por qué no usar las llaves? —Preguntó Nesryn—. ¿Por qué no llevar las llaves al norte y usarlas, destruir el ejército y...? —Las llaves no se pueden manejar —interrumpió Dorian—. No sin destruir al portador. No estamos del todo seguros de que un mortal pueda soportar el poder —él asintió con la cabeza hacia Aelin, silenciosa y vigilante, mientras que a Rowan le tomó todo su entrenamiento para no vomitar sus entrañas—. Solo ponerlas de nuevo en la puerta lo requiere todo —agregó con fuerza—. De uno de nosotros. Rowan sabía que debería estar discutiendo contra esto, debería estar gritando. Dorian continuó: —Yo debería hacerlo.

—No —la palabra vino de Chaol y de Aelin. Su primera palabra desde que este debate había comenzado. Pero fue Fenrys quien le preguntó a Chaol, con voz mortal: —¿Prefieres que mi reina muera antes que tu rey? Chaol se puso rígido. —Preferiría que ninguno de mis amigos muera. Preferiría que nada de esto sucediera. Antes de que Fenrys pudiera gruñir su respuesta, Yrene interrumpió: —Entonces, cuando se forje la cerradura y se cierre la puerta del Wyrd, ¿los dioses se irán? —Buen viaje —murmuró Fenrys. Pero Yrene se puso rígida ante el despido casual, y puso una mano sobre su corazón. —Amo a Silba. De verdad. Cuando ella se haya ido de este mundo, ¿dejarán de existir mis poderes? —Ella hizo un gesto al grupo reunido. —Lo dudo —dijo Dorian—. Ese precio, al menos, nunca fue exigido. —¿Qué hay de los otros dioses en este mundo? —Preguntó Nesryn, frunciendo el ceño—. Los treinta y seis del Kanato. ¿No son dioses también? ¿Serán expulsados, o solo estos doce? —Quizás nuestros dioses son de otro tipo —reflexionó la princesa Hasar. —¿No pueden ayudarnos, entonces? —Yrene preguntó, tristeza por la diosa que la había bendecido todavía oscureciendo sus ojos dorados—. ¿No pueden intervenir? —De hecho, hay otras fuerzas trabajando en este mundo —dijo Dorian, tocando la empuñadura de Damaris. El dios de la verdad, que es quien había bendecido la espada de Gavin—. Pero creo que si esas fuerzas hubieran podido ayudarnos de alguna manera, ya lo habrían hecho. Aelin golpeó el suelo con su pie. —Esperar dones divinos es una pérdida de nuestro tiempo. Y no es el tema que nos ocupa —ella fijó su mirada ardiente en Dorian—. Tampoco estamos debatiendo sobre quién pagará el costo. —¿Por qué? —La pregunta de Rowan salió antes de que pudiera detenerla. Lentamente, su compañera se volvió hacia él. —Porque no —palabras afiladas y heladas. Ella le dirigió a Dorian una mirada, y el rey de Adarlan abrió la boca.

—No lo estamos —gruñó ella. Dorian abrió la boca de nuevo, pero Rowan llamó su atención. Sostuvo su mirada y le dejó leer las palabras allí. Luego. Vamos a debatir esto más tarde. Si Aelin notó su conversación silenciosa, si vio el sutil asentimiento de Dorian, no lo dijo. Ella solo dijo: —No tenemos tiempo que perder en un debate interminable. Lorcan asintió. —Cada momento mientras tengamos las tres llaves es un riesgo de que Erawan nos encuentre y finalmente obtenga lo que busca. O Maeve —añadió, frunciendo el ceño—. Incluso con eso, me gustaría ir hacia el norte, dejar que Aelin haga mella en las legiones de Morath. —Se objetivo —gruñó Aelin. Los examinó a todos—. Finge que no me conoces. Imagina que no soy nadie y nada para ti. Imagina que soy un arma. ¿Me utilizas ahora o después? —Sin embargo, tú no eres nadie —dijo Elide en voz baja—. No para mucha gente. —Las llaves regresaran a la puerta —dijo Aelin con frialdad—. En un momento u otro. Y me voy con ellas. Estamos decidiendo si eso es ahora, o en unas semanas. Rowan no podía soportarlo. No podía escuchar otra palabra. —No. Todos se detuvieron una vez más. Aelin le mostró los dientes. —No hacer nada no es una opción. —Las esconderemos de nuevo —dijo Rowan—. Las perdió por miles de años. Podemos hacerlo de nuevo —eeñaló a Yrene—. Ella podría destruirlo sola. —Esa no es una opción —gruñó Aelin—. Yrene está embara... —Puedo hacerlo —dijo Yrene, dejando el lado de Chaol—. Si hay una manera, podría hacerlo. Tal vez los otros sanadores podrían ayudar... —Habrá miles de valgs para que destruyas o salves, Lady Westfall —dijo Aelin con la misma frialdad—. Erawan podría matarte antes de que incluso tengas la oportunidad de tocarlo. —¿Por qué puedes renunciar a tu vida por esto, tú y nadie más? —Desafió Yrene. —No soy la que lleva a un niño dentro de mí.

Yrene parpadeó lentamente. —Hafiza podría ser capaz de... —No jugaré un juego de «y sí» o «tal vez» —dijo Aelin, en un tono que Rowan había escuchado raramente. El tono de una reina—. Votaremos. Ahora. ¿Ponemos las llaves en la puerta inmediatamente o continuamos a Terrasen y lo hacemos después si somos capaces de detener a ese ejército? —Erawan puede ser detenido —presionó Yrene, sin inmutarse por las palabras de la reina. Sin miedo a su ira—. Sé que es posible. Sin las llaves, podemos detenerlo. Rowan quería creerle. Lo quería más que cualquier cosa que hubiera deseado en su vida, deseaba creer en Yrene Westfall. Chaol, mirando a Dorian, parecía inclinado a hacer lo mismo. Pero Aelin señaló a la princesa Hasar. —¿Tu voto? Hasar sostuvo la mirada de Aelin. Considerado su respuesta por un momento. —Voto por hacerlo ahora. Aelin señaló a Dorian. —¿Tú? Dorian se tensó, el debate inacabado todavía reflejado en su rostro. Pero él dijo: —Hazlo ahora. Rowan cerró los ojos. Apenas escuchó a los otros gobernantes y a sus aliados cuando dieron sus respuestas. Caminó hasta el borde de los árboles, preparado para correr si empezaba a vomitar. Entonces Aelin dijo: —Eres el último, Rowan. —Yo voto que no. No ahora, ni nunca. Sus ojos estaban fríos, distantes. La forma en que habían estado en Mistward. —Está decidido —dijo Chaol en voz baja. Con tristeza. —Al amanecer, la cerradura se forjará y las llaves volverán a la puerta —finalizó Dorian. Rowan solo miró a su compañera. Su razón para respirar. Elide preguntó suavemente:

—¿Cuál es tu voto, Aelin? Aelin apartó los ojos de Rowan, y él sintió la ausencia de esa mirada como un viento helado cuando ella dijo: —No importa.

Capítulo 92 Traducido por Scáthach Corregido por Cotota

Aelin no dijo que pedirles que votaran no había sido solo para dejarlos decidir, como pueblos libres del mundo, cómo sellar su destino. Tampoco les dijo que era una cosa de cobardes dejar que lo hicieran. Dejar que alguien más decidiera por ella. Elegir el camino a seguir. Acamparon esa noche en Endovier, las minas de sal apenas tres millas abajo del camino. Rowan hizo instalar su tienda real. Su cama real. Ella no comió con los demás. Apenas podía tocar la comida que Rowan puso en el escritorio. Todavía estaba sentada en frente de ésta, conejo asado ahora frío, devorando todos esos libros inútiles sobre las marcas del Wyrd cuando Rowan dijo desde el otro lado de la mesa: —Yo no acepto esto. —Yo sí —las palabras eran planas, muertas. Como lo estaría ella, antes de que el sol hubiera salido por completo. Aelin cerró el antiguo tomo que estaba ante ella. Sólo unos pocos días los separaban de la frontera de Terrasen. Tal vez ella debió haber acordado hacer esto ahora, pero con la condición de que estuviera en el suelo de Terrasen. En el suelo de Terrasen, mejor que en Endovier. Pero cada día que pasaba era un riesgo. Un terrible riesgo. —Nunca has aceptado nada en tu vida —gruñó Rowan, levantándose de un salto y apoyando sus manos sobre la mesa—. ¿Y ahora de repente estás dispuesta a hacerlo? Ella tragó contra el dolor de su garganta. Examinó los libros que había peinado tres veces en vano. —¿Qué se supone que debo hacer, Rowan? —¡Mándalo todo al infierno! —Golpeó su puño sobre la mesa, sacudiendo los platos—. ¡Diles al infierno con sus planes, sus profecías y sus destinos, y que tú te creas el tuyo! ¡Haz cualquier cosa pero no aceptes esto!

—La gente de Erilea ha hablado. —Al infierno con eso, también —gruñó—. Puedes comenzar tu mundo libre después de esta guerra. Déjalos votar por sus malditos reyes y reinas, si quieren. Ella dejó escapar un gruñido propio. —No quiero esta carga por un segundo más. No quiero elegir y descubrir que tomé la decisión incorrecta al retrasar esto. —Así que habrías votado en contra, entonces. Tú habrías ido a Terrasen. —¿Importa? —Ella se levantó de un salto—. Los votos no estaban a mi favor de todas formas. Escuchar que yo quería ir a Orynth, a pelear una última vez, sólo los habría influido. —Tú eres la que está a punto de morir. Yo diría que tienes una voz en todo esto. Ella le mostró los dientes. —Este es mi destino. Elena trató de alejarme de él. Y mira a dónde fue a parar… con un grupo de dioses vengativos que juran acabar con su alma eterna. Cuando la cerradura esté sellada, cuando cierre la puerta, estaré destruyendo otra vida aparte de la mía. —Elena ha tenido mil años de existencia, ya sea viva o como espíritu. Perdóname si no me importa una mierda que su tiempo haya llegado a su fin, cuando tú sólo recibiste veinte años. —Llegué a los veinte años gracias a ella. Ni siquiera veinte. Todavía faltaban meses para su cumpleaños. En una primavera que tal vez no vería. Rowan comenzó a pasearse, sus pisadas se comían la alfombra. —Este lío es por ella también. ¿Por qué deberías soportar este peso sola? —Porque siempre fue mío, para empezar. —Mentira. Podría fácilmente haber sido de Dorian. Él está dispuesto a hacerlo. Aelin parpadeó. —Elena y Nehemia dijeron que Dorian no estaba listo. —Dorian entró y salió de Morath, estuvo cara a cara con Maeve y destruyó todo el maldito lugar. Yo diría que está tan listo como tú. —No le permitiré que se sacrifique en mi lugar. —¿Por qué?

—Porque él es mi amigo. Porque no podré vivir conmigo misma si dejo que él se vaya. —Dijo que lo haría, Aelin. —Él no sabe lo que quiere. Apenas está superando los horrores que tuvo que soportar. —¿Y tú no lo estás? —Rowan la desafió, completamente imperturbable—. Es un hombre adulto. Puede tomar sus propias decisiones… podemos tomar decisiones sin que estés mandando sobre nosotros. Ella le mostró los dientes. —Ha sido decidido. Él se cruzó de brazos. —Entonces tú y yo lo haremos. Juntos. Su corazón se detuvo en su pecho. Él continuó: —No vas a forjar la Cerradura sola. —No —sus manos comenzaron a temblar—. Esa no es una opción. —¿Según quién? —Según yo. Ella no podía respirar por el pensamiento… de él siendo borrado de la existencia. —Si fuera posible, Elena me lo habría dicho. Alguien con mi línea de sangre tiene que pagar Él abrió la boca, pero vio la verdad en su rostro, en sus palabras. Sacudió su cabeza. —Te prometo que encontraremos la forma de pagar esta deuda… juntos. Aelin examinó los libros dispersos. Nada… los libros, ese trozo de esperanza que le habían ofrecido, no había llegado a nada. —No hay alternativa —ella arrastró sus manos por su cabello—. No tengo alternativa —enmendó ella. Ninguna carta bajo su manga, ninguna gran revelación. No para esto. —Entonces, no lo hacemos mañana —él presionó—. Esperamos. Diles a los demás que queremos llegar a Orynth primero. Tal vez la Biblioteca Real tenga algunos textos... —¿Cuál es el punto de una votación si ignoramos su resultado? Ellos decidieron,

Rowan. Mañana se acabará. Las palabras sonaban vacías y enfermas dentro de ella. —Déjame encontrar otra manera —su voz se quebró, pero su ritmo no flaqueó—. Encontraré otra manera, Aelin... —No hay otra manera. ¿Acaso no lo entiendes? Todo esto… —siseó ella, extendiendo sus brazos—, todo esto ha sido para mantenerte vivo. A todos ustedes. —Contigo como el precio a pagar. Para expiar el sentimiento de culpa. Ella golpeó una mano encima de la pila de libros antiguos. —¿Crees que quiero morir? ¿Crees que esto es fácil, mirar el cielo y preguntarme si es la última vez que lo voy a ver? ¿Verte y preguntarme sobre los años que no tendremos? —No sé lo que quieres, Aelin —gruñó Rowan—. No has estado muy comunicativa. Su corazón tronó. —Quiero que termine, de una manera u otra —sus dedos se doblaron formando un puño—. Quiero que esto se acabe. Él sacudió su cabeza. —Lo sé. Y sé por lo que has pasado, esos meses en Doranelle fueron un infierno, Aelin. Pero no puedes dejar de luchar. No ahora. Sus ojos ardían. —Me aferré a esto. A este propósito. Así puedo devolver las llaves a la puerta. Cuando Cairn me destrozó, cuando Maeve me arrancó todo lo que conocía, fue solo el recuerdo de que esta tarea dependía de mi supervivencia lo que me impidió quebrarme. Sabiendo que si fallaba, todos ustedes morirían —su respiración se volvió desigual, fuerte—. Y desde entonces, he sido tan malditamente tonta al pensar que tal vez no tendría que pagar la deuda, que tal vez podría ver Orynth de nuevo. Que Dorian podría hacerlo en mi lugar —escupió en el suelo—. ¿Qué clase de persona soy, por estar aterrada cuando él llegó hoy? Rowan volvió a abrir la boca para responder, pero ella lo interrumpió, su voz se quebró: —Pensé que podía escapar… solo por un momento. Y tan pronto como lo hice, los dioses hicieron que Dorian volviera a mi camino. Dime que no es intencional. Dime que esos dioses, o cualquier fuerza que pudiera gobernar este mundo, no están rugiendo que debo ser yo la que forje la cerradura. Rowan solo la miró fijamente por un largo momento, su pecho agitándose. Entonces dijo:

—¿Qué pasaría si esas fuerzas no guían a Dorian a tú camino para que solo tú puedas pagar la deuda? —No entiendo. —¿Qué pasaría si los están juntando? No escogiendo a uno u otro, sino para que compartan la carga. Juntos. Incluso el fuego en los braseros pareció detenerse. Los ojos de Rowan brillaron mientras señalaba hacia adelante. —Ese día en que destruiste el castillo de cristal: cuando uniste tus manos, tu poder... nunca había visto algo así. Fuiste capaz de fundir tus poderes, de convertirte en uno. Si la Cerradura exige todo de ti, entonces ¿por qué no dar la mitad, la mitad de cada uno, si ambos llevan la sangre de Mala? Aelin se deslizó lentamente en su silla. —Yo... no sabemos si funcionará. —Es mejor que caminar hacia tu propia ejecución con la cabeza inclinada. Ella gruñó: —¿Cómo podría pedirle que lo haga? —Porque no es solo tu carga, es por eso. Dorian lo sabe. Lo aceptó. Porque la alternativa es perderte —la rabia en sus ojos se fracturó, junto con su voz—. Iría en tu lugar, si pudiera. Su propio corazón se agrietó. —Lo sé. Rowan cayó de rodillas ante ella, poniendo su cabeza en su regazo mientras sus brazos envolvían su cintura. —No puedo soportarlo, Aelin. No puedo. Ella le pasó los dedos por el pelo. —Quería esos mil años contigo —dijo en voz baja—. Quería tener hijos contigo. Quería que entráramos al otro mundo, juntos —sus lágrimas aterrizaron en su cabello. Rowan levantó la cabeza. —Entonces lucha por ello. Una vez más. Lucha por ese futuro. Ella lo observó, a la vida que veía en su rostro. Todo lo que le ofrecía. Todo lo que ella podría tener, también.

I —Necesito pedirte que hagas algo. La voz de Aelin sacó a Dorian de un sueño inestable. Se sentó en su catre. Desde el silencio del campamento, la noche estaba muriendo. —¿Qué? Rowan estaba haciendo guardia detrás de ella, observando el campamento del ejército debajo de la arboles. Dorian captó su mirada esmeralda, vio la respuesta que necesitaba. El príncipe había cumplido su promesa silenciosa. La garganta de Aelin se agitó. —Juntos —dijo ella, con la voz quebrada—. ¿Y si forjamos la Cerradura juntos? Dorian conocía su plan, su desesperada esperanza, antes de que ella terminara de exponerlo. Y cuando ella terminó, Aelin solo dijo: —Lamento siquiera preguntarte. —Lamento no haberlo pensado —respondió, y se puso de pie, tirando de sus botas. Rowan se volvió hacia ellos ahora. Esperando por la respuesta que sabía que Dorian daría. Así que Dorian les dijo a ambos: —Sí. Aelin cerró los ojos, y él no podía decir si era de alivio o de arrepentimiento. Él puso una mano en su hombro. No quería saber cuál había sido la discusión entre ella y Rowan para que ella aceptara, para aceptar esto. Para que Aelin incluso dijera que si... Sus ojos se abrieron, y solo una sombría resolución había en ellos. —Lo hacemos ahora —dijo ella con voz ronca—. Antes que los demás. Antes de las despedidas. Dorian asintió. Ella solo preguntó:

—¿Quieres que Chaol esté allí? Pensó en decir que no. Pensó en salvar a su amigo de otro adiós, cuando había tanta alegría en el rostro de Chaol, tanta paz. Pero Dorian aun así dijo: —Sí.

Capítulo 93 Traducido por Scáthach Corregido por Cotota

Los cuatro caminaron en silencio a través de los árboles. Por el antiguo camino hacia las minas de sal. Era el único lugar que los exploradores no estaban mirando. Cada paso más cerca hizo que se mareara, un sudor lento le recorrió la columna vertebral. Rowan mantuvo su mano alrededor de la de ella, su pulgar rozando su piel. Aquí, en este horrible, lugar muerto y con tanto sufrimiento… aquí estaba ella, en donde se enfrentaría a su destino. Como si nunca hubiera escapado, no realmente. Bajo la cubierta de la oscuridad, las montañas en las que fueron talladas las minas eran poco más que sombras. La gran muralla que rodeaba el campo de la muerte no era más que una mancha de oscuridad. Las puertas habían quedado abiertas, una estaba rota en sus bisagras. Tal vez los esclavos liberados habían tratado de arrancarla al salir. Los dedos de Aelin se apretaron sobre los de Rowan cuando pasaron por debajo del arco y entraron en los terrenos abiertos de las minas. Allí, en el centro, allí estaba el poste de madera donde había sido azotada. En su primer día, en tantos días. Y allí, en la montaña a su izquierda, allí estaban los pozos. Los pozos sin luz en los que la habían empujado. Los edificios de los supervisores de las minas estaban oscuros. Cáscaras. Le tomó todo su autocontrol evitar mirar sus muñecas, donde las cicatrices de los grilletes habían estado. Para no sentir el sudor frío deslizándose por su espalda y sin cicatrices. Sólo el tatuaje de Rowan, tatuado sobre piel suave. Como si este lugar fuera un sueño… una pesadilla conjurada por Maeve. La ironía de ello no le pasó inadvertida. Había escapado de los grilletes, dos veces, solo para terminar de nuevo aquí. Una libertad temporal. Un tiempo prestado. Ella había dejado a Goldryn en su tienda. La espada sería de poca utilidad a donde iban. —Nunca pensé que volveríamos a ver este lugar —murmuró Dorian—. Ciertamente no así.

Ninguno de los pasos del rey vaciló, su rostro sombrío mientras se aferraba a la empuñadura de Damaris. Listo para encontrarse con lo que les esperaba. El dolor que ella conocía, se aproximaba. No, ella nunca había escapado realmente, ¿verdad? Se detuvieron cerca del centro del patio de tierra. Elena la había acompañado cuando forjó la Cerradura, volviendo a poner las llaves en la puerta. Aunque no había gran despliegue de magia, ninguna amenaza alrededor de ellos, ella había querido estar lejos. Lejos de todo. A la luz de la luna, la cara de Chaol estaba pálida. —¿Qué necesitas que hagamos? —Estar aquí —dijo Aelin simplemente—. Eso es suficiente. Era la única razón por la que todavía podía soportar estar de pie aquí, en este lugar odioso. Se encontró con la mirada inquisitiva de Dorian y asintió. No había tiempo que perder. Dorian abrazó a Chaol, los dos hablando tan bajo que Aelin no podía oírlos. Aelin comenzó a dibujar una marca del Wyrd en la tierra, lo suficientemente grande para ella y para que Dorian pudieran estar de pie. Habría dos, que se superponían entre sí: Abrir. Cerrar. Bloquear. Desbloquear. Ella los había aprendido desde el principio. Los había usado ella misma. —¿No hay dulces despedidas, Princesa? —preguntó Rowan mientras ella trazaba la marca con el pie. —Mucho drama —dijo Aelin—. Demasiado drama, incluso para mí. Pero Rowan la detuvo, el segundo símbolo a medio terminar. Inclinó su barbilla hacia atrás. —Incluso cuando estés... allí —dijo, sus ojos verde pino tan brillantes bajo la luna—. Estoy contigo —puso una mano sobre su corazón—. Aquí. Estoy contigo, aquí. Ella puso su propia mano sobre su pecho, y aspiró su aroma profundamente en sus pulmones, en su corazón. —Como yo estoy contigo. Siempre. Rowan la besó. —Te amo —susurró en su boca—. Vuelve a mí.

Entonces Rowan se retiró, más allá de las marcas inacabadas. La ausencia de su olor, su calor, la llenó de frío. Pero ella mantuvo los hombros hacia atrás. Mantuvo su respiración estable mientras memorizaba las líneas de la cara de Rowan. Dorian, con los ojos brillantes, entró en las marcas. Aelin le dijo a Rowan: —Sella el último cuando hayamos terminado. Su príncipe, su compañero, asintió. Dorian sacó un trozo de tela doblada de su chaqueta. Lo abrió para revelar dos astillas de piedra negra. Y el amuleto de Orynth. Su estómago se revolvió, las náuseas en su espíritu amenazaban con ponerla de rodillas. Pero tomó el amuleto de Orynth de él. —Pensé que podrías ser quien deseaba abrirlo —dijo Dorian en voz baja. Aquí en el lugar donde ella había sufrido y soportado, aquí en el lugar donde tantas cosas habían comenzado. Aelin pesó el antiguo amuleto en sus palmas, pasó los pulgares por la veta dorada de sus bordes. Por un instante, estuvo otra vez en esa acogedora habitación, en una finca ribereña, su madre a su lado, dejando el amuleto a su cuidado. Aelin trazó sus dedos sobre los marcas del Wyrd de la parte de atrás. Las runas que enunciaban su odioso destino: Sin nombre es mi precio. Escrito aquí, todo este tiempo, durante tantos siglos. Una advertencia de Brannon, y una confirmación. Su sacrificio. El sacrificio de ella. Brannon había enfurecido a esos dioses, había marcado el amuleto y había colocado todas esas pistas para que ella las encontrara un día. Para que pudiera entender. Como si ella pudiera de alguna manera desafiar este destino. La esperanza de un tonto. Aelin le dio la vuelta al amuleto y pasó los dedos por la frente inmortal del ciervo. Tiempo prestado. Siempre había sido tiempo prestado. El oro que sellaba el amuleto se derritió en sus manos, siseando mientras caía sobre la tierra helada. Con un giro, separó los dos lados del amuleto. El olor sobrenatural de la tercera llave la golpeó, atrayéndola. Susurrado en lenguas que no existían en Erilea y que nunca existirían. Aelin tiró la astilla de la llave del Wyrd en la mano de Dorian. Chocó contra las otras dos, y el sonido hizo eco en la eternidad, en todos los mundos.

Dorian tembló, Chaol y Rowan se estremecieron. Aelin se guardó las dos mitades del amuleto. Un pedazo de Terrasen para llevar con ella. A donde sea que estuvieran a punto de ir. Aelin se encontró con la mirada de Rowan por última vez. Vio las palabras allí. Vuelve a mí. Ella se llevaría esas palabras, esa cara con ella, también. Incluso cuando la Cerradura lo exigía todo, eso quedaría. Siempre quedaría. Tragó más allá de la opresión en su garganta. Rompió la mirada penetrante de Rowan. Y luego se abrió la palma de la mano. Después la de Dorian. Las estrellas parecieron moverse más cerca, las montañas vigilando por encima de los hombros de Aelin y de Dorian, mientras cortaba con su cuchillo una tercera vez, a su antebrazo. Profundo y ancho, separando la piel. Para abrir la puerta, ella debía convertirse en la puerta. Erawan había comenzado el proceso de convertir a Kaltain Rompier en esa puerta, puso la piedra dentro de su brazo no para protegerla, sino para preparar su cuerpo para las otras piedras, para convertirla en una puerta del Wyrd viviente que él podría controlar. Sólo una astilla en su cuerpo había destruido a Kaltain. Poner las tres en la suya... Mi nombre es Aelin Ashryver Galathynius, y no tendré miedo. No tendré miedo. No tendré miedo. —¿Listo? —suspiró Aelin. Dorian asintió. Con una última mirada a las estrellas, una última mirada al Señor del Norte que custodiaba Terrasen a pocas millas de distancia, Aelin tomó los fragmentos de la palma extendida de Dorian. Y cuando ella y Dorian unieron sus manos ensangrentadas, mientras su magia rugía a través de ellos y se entrelazaba, cegadora y eterna, Aelin golpeó las tres llaves del Wyrd en la herida abierta de su brazo.

I

Rowan selló las marcas del Wyrd con un golpe de su pie a través de la tierra helada. Justo cuando Aelin puso su palma sobre su brazo, sellando las tres llaves del Wyrd en su cuerpo mientras su otra mano agarraba la de Dorian. Tenía que funcionar. Tenía que ser el por qué sus caminos se habían cruzado, por qué Aelin y Dorian se habían encontrado dos veces, en este lugar exacto. Él no podría aceptar otra alternativa No la habría dejado ir de otro modo. Rowan no respiró. A su lado, tampoco estaba seguro de que lo hiciera Chaol. Pero mientras Aelin y Dorian aún permanecían allí de pie, con la cabeza en alto a pesar del miedo que él podía oler y que lo atravesaba, sus caras habían quedado ausentes. Vacías. Sin un destello de luz. Sin un destello de poder. Aelin y Dorian simplemente se quedaron de pie, con las manos unidas, y mirando hacia el frente. Blancos. Ciegos. Congelados. Se habían ido. Estaban aquí, pero se habían ido. Como si sus cuerpos fueran caparazones. —¿Qué pasó? —exhaló Chaol. La mano de Aelin cayó de donde había golpeado en su brazo y colgaba débilmente a su lado. Revelando esa herida abierta. Las negras astillas de roca empujadas dentro. Algo en el pecho de Rowan, intrincado y esencial, comenzó a tensarse. Comenzó a apretarse. El vínculo de apareamiento. Rowan se adelantó un paso, una mano en su pecho. No. El vínculo de apareamiento se retorció, de agonía, de terror. Él se paralizó, el nombre de Aelin en sus labios. Rowan cayó de rodillas cuando las tres llaves del Wyrd dentro del brazo de Aelin se disolvieron en su sangre. Como el rocío al sol.

Capítulo 94 Traducido por Scáthach Corregido por Cotota

Como había sido una vez antes, así fue otra vez. El principio y el fin y la eternidad, un torrente de luz, de vida, que fluyó entre ellos, dos mitades de una línea de sangre dividida. La niebla se arremolinaba, ocultando el suelo sólido debajo. Una ilusión, tal vez, de sus mentes para soportar donde estaban ahora. Un lugar que no era un lugar, en una cámara con muchas puertas. Más puertas de las que jamás podrían esperar contar. Algunas hechas de aire, otras de vidrio, otras de llamas y oro y luz. Un nuevo mundo más allá de cada una; un nuevo mundo llamándolos. Pero permanecieron allí, en la encrucijada de todas las cosas. En cuerpos que no eran sus cuerpos, se encontraban en medio de todas esas puertas, sus poderes derramándose, reuniéndose ante ellos. Mezclándose y fusionándose, una bola de luz, de creación, flotando en el aire. Cada partícula que fluía de ellos hacia la esfera que crecía ante ellos, hacia la Cerradura que tomaba forma, no volvería. No se repondría. Hasta secarse. Para siempre. Más y más y más, desgarrándolos con cada respiración. Creación y destrucción. La esfera se arremolinaba, sus bordes se combaban, encogiéndose. En la forma que habían elegido, una cosa de oro y plata. La Cerradura que sellaría todas estas infinitas puertas para siempre. Aun así dieron su poder, aun sí la formación de la Cerradura exigía más. Y empezó a doler.

I Ella era Aelin y, sin embargo, no lo era. Ella era Aelin y, sin embargo, era infinita; ella era todos los mundos, ella era...

Ella era Aelin. Ella era Aelin. Y al poner las llaves en ella, habían entrado a la verdadera puerta del Wyrd. Un paso o un pensamiento, o un deseo les permitiría acceder a cualquier mundo que desearan. Cualquier posibilidad. Un arco se detuvo detrás de ellos. Un arco que olía a pino y a nieve. Lentamente, se formó la Cerradura, la luz se convirtió en metal, en oro y plata. Dorian estaba jadeando, con la mandíbula tensa, mientras daban y daban y daban su poder. Nunca volvería a verlo. Fue agonía. Agonía como nada que ella hubiera conocido. Ella era Aelin. Ella era Aelin y no era las cosas que había puesto en su brazo, no era este lugar que existía más allá de la razón. Ella era Aelin; ella era Aelin; y había venido aquí para hacer algo, había venido aquí prometiendo hacer algo... Luchó contra un grito creciente mientras su poder se desvanecía, como si su piel se desprendiera de sus huesos. Precisamente cómo Cairn lo había hecho, encantado. Ella, sin embargo, había sobrevivido. Había escapado de las garras de Maeve. Había sobrevivido a ambos. Para hacer esto. Para venir acá. Pero se había equivocado. No podía soportarlo. No tenía estómago para esto, para esta pérdida y dolor, se volvería loca, cuando una nueva verdad se hizo clara: No dejarían este lugar. De todos modos no le quedaría nada. Ellos se disolverían, flotarían en la niebla que los rodeaba.

I Era una agonía como Dorian nunca había conocido. Su propio ser, desenredado hilo por hilo. La forma de la Cerradura, le había dicho Elena a Aelin, no importaba. Podría haber sido un pájaro o una espada o una flor para todo este lugar, esta puerta, no importaba. Pero sus mentes, lo que quedaba de ellas cuando se rasgaba, elegían la forma que conocían, la única que tenía más sentido. El Ojo de Elena, nacido de nuevo, la Cerradura una vez más.

Aelin comenzó a gritar. Gritar y gritar. Su magia era arrancada de ese lugar sagrado, perfecto dentro de él. Los mataría forjarla. Los mataría a ambos. Habían venido aquí con la desesperada esperanza de que ambos se irían. Y si no se detenían, si no detenían esto, ninguno lo haría. Intentó mover la cabeza. Intenté decirle. Detente. Su magia salió de él, la Cerradura la bebía toda, una fuerza que no podía ser detenida. Un hambre insaciable que los devoraba. Detente. Intentó hablar. Trató de retroceder. Aelin estaba sollozando ahora, sollozando entre sus dientes. Pronto. Pronto, la Cerradura se llevaría todo. Y esa destrucción final sería la más brutal y dolorosa de todas. ¿Los dioses les harían mirar mientras reclamaban el alma de Elena? ¿Tendría incluso la oportunidad, la capacidad, de intentar ayudarla, como le había prometido a Gavin? Él sabía la respuesta. Detente. Detente. —Detente. Dorian escuchó las palabras y por un instante no reconoció a quien hablaba. Hasta que un hombre apareció por una de esas puertas imposibles pero posibles. Un hombre que parecía de carne y hueso, real, y sin embargo brilló en sus bordes. Su padre.

Capítulo 95 Traducido por scáthach Corregido por Cotota

Su padre se paró allí. El hombre a quien había visto por última vez en un puente en un castillo de cristal, y no lo parecía. Había bondad en su rostro. Humanidad. Y pena. Una terrible y dolorosa pena. La magia de Dorian vaciló. Incluso la magia de Aelin desaceleró en sorpresa, el torrente se convirtió en un goteo, un constante y agonizante goteo. —Detente —el hombre exhaló, tambaleándose hacia ellos, mirando la cinta de poder, cegador y puro, alimentando la formación de la Cerradura. Aelin dijo: —No se puede detener. Su padre negó con la cabeza. —Lo sé. Lo que ha comenzado no puede ser detenido. Su padre. —No —dijo Dorian—. No, no puedes estar aquí. El hombre solo miró hacia abajo, al lado de Dorian. A donde había una espada. —¿No me convocaste? Damaris. Había estado usando a Damaris dentro del anillo con la marca del Wyrd. En su mundo, en su existencia, todavía la tenía. La espada, el dios sin nombre que sirvió, aparentemente, pensó, tenía una verdad aun por enfrentar. Una verdad más, antes de su final. —No —repitió Dorian. Era todo lo que pensaba decir mientras lo miraba, al hombre que les había hecho cosas tan terribles a todos. Su padre levantó las manos en señal de súplica.

— Mi niño —sólo susurraba eso. Dorian no tenía nada que decirle. Odiaba que este hombre estuviera aquí, al final y al principio. Sin embargo, su padre miró a Aelin. —Déjame hacer esto. Déjame terminar esto. —¿Qué? —la palabra salió de Dorian. —No fuiste elegido —dijo Aelin, aunque la frialdad en su voz vaciló. —Sin nombre es mi precio —dijo el rey. Aelin se quedó inmóvil. —Sin nombre es mi precio —repitió su padre. La advertencia de una bruja antigua, las palabras malditas escritas en la parte posterior del amuleto de Orynth—. Por la marca de nacida bastarda que llevas, eres Sin nombre, pero ¿no lo soy también? —miró entre ellos, sus ojos bien abiertos—. ¿Cuál es mi nombre? —Esto es ridículo —dijo Dorian entre dientes— Tú nombre es… Pero donde debería haber un nombre, solo existía un agujero vacío. —Tú… —suspiró Aelin—. Tu nombre es... ¿Cómo es que no tienes uno, uno que no sabemos? La rabia de Dorian se deslizó. Y la agonía de tener su magia, su alma destrozada se hizo secundaria cuando su padre dijo: —Erawan lo tomó. Lo borró de la historia, de la memoria. Un antiguo, terrible hechizo, tan poderoso que solo podía ser usado una vez. Todo para que yo sea su sirviente más fiel. Incluso yo no sé mi nombre, ya no. Lo perdí. —Sin nombre es mi precio —murmuró Aelin. Dorian miró entonces. Al hombre que había sido su padre. Realmente lo miró. —Mi niño —su padre susurró de nuevo. Y fue amor, amor y orgullo y pena lo que brillaba en su rostro. Su padre que había sido poseído como él, que había tratado de salvarlos a su manera y que había fracasado. Su padre, que se lo había quitado todo, pero que nunca se inclinó ante Erawan, no del todo. —Quiero odiarte —dijo Dorian, con la voz quebrada. —Lo sé —dijo su padre. —Destruiste todo —no pudo detener sus lágrimas. La mano de Aelin apretó la suya. —Lo siento —suspiró su padre—. Lo siento por todo esto, Dorian.

E incluso la forma en que su padre decía su nombre… nunca lo había oído decirlo de esa forma. Despedirlo. Lanzarlo a algún infierno de mundo. Eso es lo que debería hacer. Y sin embargo, Dorian sabía por quién realmente había derribado Morath. Por quien había enterrado esa sala de collares, esa odiosa tumba alrededor de ellos. —Lo siento —dijo su padre de nuevo. No necesitaba que Damaris le dijera que las palabras eran ciertas. —Déjame pagar esta deuda —dijo su padre, acercándose—. Déjame pagar esto, hacer esto. ¿La sangre de Mala no fluye también por mis venas? —No tienes magia, no como nosotros —dijo Aelin con ojos tristes. Su padre se encontró con la mirada de Aelin. —Tengo suficiente, la suficiente en mi sangre. Para ayudar. Dorian miró por encima del hombro, hacia el arco que se abría hacia Erilea. A su hogar. —Entonces déjalo —dijo, aunque las palabras no salieron con la frialdad que deseaba. Sólo pesadez y agotamiento. Aelin dijo suavemente a su padre: —Había planeado hacerlo antes de que llegara el final. —Entonces no estarás sola ahora —respondió su padre. Entonces el hombre le sonrió a él, una visión del rey, del padre, que podría haber sido. Siempre lo había sido, a pesar de lo que le había ocurrido—. Estoy agradecido, por haberte vuelto a ver. Una última vez. Dorian no tenía palabras, no podía encontrarlas. No cuando Aelin se volvió hacia él, las lágrimas deslizándose por su rostro cuando dijo: —Uno de nosotros tiene que gobernar. Antes de que Dorian pudiera entender, antes de que pudiera darse cuenta del acuerdo que ella acababa de hacer, Aelin arrancó la mano de la suya. Y lo empujó a través de la puerta que estaba detrás de ellos. De vuelta a su propio mundo. Rugiendo, Dorian cayó. Cuando la niebla de la puerta del Wyrd se desvanecía, Dorian vio a Aelin tomar la mano de su padre.

Capítulo 96 Traducido por scáthach Corregido por Cotota

Rowan no se había movido durante las horas que había estado al lado de Aelin y Dorian y los miraba mirar fijamente a la nada. Chaol tampoco había cambiado de lugar. La noche pasó, las estrellas girando sobre este lugar odioso y frío. Y luego Dorian se arqueó, tragando aire, y se desplomó sobre sus rodillas. Aelin se quedó dónde estaba. Permaneció de pie y simplemente soltó la mano de Dorian. El alma de Rowan se detuvo. —No —dijo Dorian con voz ronca, gateando hasta ella, tratando de agarrar su mano de nuevo, para unirse a ella. Pero la herida en la mano de Aelin se había sellado. —¡No, no! —gritó Dorian, y Rowan lo supo entonces. Sabía lo que había hecho. El engaño final, la última mentira. —¿Qué sucedió? —exigió Chaol, alcanzando a Dorian para que se levantara. El rey sollozó, desató la antigua espada de su costado y la arrojó lejos. Damaris sonó hueca cuando golpeó la tierra. Rowan se quedó mirando a Aelin. A su compañera, que le había mentido. A todos ellos. —No fue suficiente… los dos juntos. Nos habría destruido a los dos —Dorian lloró—. Sin embargo, Damaris de alguna manera convocó a mi padre, y... él tomó mi lugar. Se ofreció a tomar mi lugar, así que ella... Dorian se lanzó, alcanzando la mano de Aelin, pero él había salido del anillo con la marca del Wyrd. Ahora estaba fuera. Una pared que se sellaba en Aelin.

El vínculo de apareamiento se volvía más y más delgado. —Ella y él… lo van a terminar —dijo Dorian, temblando. Rowan apenas escuchó las palabras. Debería haberlo sabido. Debería haber sabido que si su plan fallaba, Aelin nunca sacrificaría voluntariamente a un amigo. Incluso por esto. Incluso por su propio futuro. Ella sabía que él trataría de evitar que forjara la Cerradura si mencionaba esa posibilidad, lo que ella haría si todo se fuera al infierno. Había accedido a dejar a Dorian ayudarla solo para llegar hasta aquí. Probablemente hubiera dejado caer la mano de Dorian aun si no hubiese aparecido a su padre. Terminar… ella había dicho tantas veces que deseaba que todo terminara. Él debería haberla escuchado. Chaol agarró a Dorian, y el joven señor le dijo a Rowan, con suavidad y tristeza: —Lo siento. Ella le había mentido. Su Corazón de Fuego había mentido. Y ahora la vería morir.

I De la mano de su enemigo, Aelin permitió que la magia fluyera de nuevo. Permitió que saliera de ella. El poder del rey sin nombre no era nada comparado con el poder de Dorian. Pero era suficiente, como él dijo. Sólo lo suficiente para ayudar. Ella nunca había querido que Dorian se destruyera a sí mismo por esto. Solo tenía que dar lo suficiente Y entonces lo habría arrojado de nuevo a Erilea. Así podía terminar esto sola. El pago por diez años de egoísmo, diez años lejos de Terrasen, diez años de correr. La agonía se convirtió en un estruendo. Incluso el viejo rey estaba jadeando de dolor. Cerrado ahora. Los bucles y círculos de oro de la Cerradura se solidificaron.

Aún se necesitaba más. Para atar este lugar, para atar todos los mundos. Él nunca la perdonaría. Su compañero. Había necesitado que la dejara ir, necesitaba que él lo aceptara. Nunca hubiera sido capaz de hacerlo, venir aquí, si él le hubiera pedido que no lo hiciera, si hubiera llorado como ella había querido llorar cuando lo había besado una última vez. Vuelve a mí, había susurrado. Ella sabía que él la esperaría. Hasta que él se desvaneciera en el Otro mundo, Rowan esperaría por su regreso. Para volver a él. La magia de Aelin se desprendió de ella, una pieza tan vital y profunda que gritó, se balanceó. Sólo el agarre del rey le impidió caer. La Cerradura estaba casi terminada, los dos círculos superpuestos del Ojo casi completos. Su magia se retorció, rogándole que se detuviera. Pero ella no pudo. No lo haría. —Pronto —prometió el rey. Encontró al hombre sonriendo. —Me dieron un mensaje para ti —dijo en voz baja. Sus bordes borrosos, mientas se agotaba lo que le quedaba de poder. Pero él todavía sonreía. Parecía en paz—. Tus padres están... están muy orgullosos de ti. Me pidieron que te dijera que te quieren mucho —era casi invisible ahora, sus palabras poco más que un susurro en el viento—. Y que la deuda ha sido pagada, Corazón de Fuego. Luego se fue. Lo último de él fluyó hacia la Cerradura. Borrado de la existencia. Apenas sintió las lágrimas en su rostro cuando cayó de rodillas. Mientras daba y daba su magia, a sí misma. Mi nombre es Aelin Ashryver Galath… Un grito ahogado arrancó lo último de ella cuando la Cerradura se selló. Cuando la Cerradura fue forjada una vez más, tan real como su propia carne. Cuando la magia de Aelin desapareció por completo.

Capítulo 97 Traducido por Irais Corregido por Cotota

Ella apenas podía moverse. Apenas pensar. Ido. Donde la luz y la vida habían fluido dentro de ella, no había nada. No una brasa. Solo una gota, solo una, de agua. Se aferró a ella, la protegió cuando aparecieron, doce figuras a través del portal detrás de ella. Filtrándose en este lugar de lugares, esta encrucijada de la eternidad. ―Ya está hecho, entonces ―dijo el de muchas caras, acercándose a la cerradura que flotaba en el aire. Un movimiento de una mano fantasmal, siempre cambiante, y la cerradura flotó hacia Aelin. Aterrizó en su regazo, dorado y brillante. ―Convócanos a nuestro mundo, niña ―dijo el que tiene una voz como el acero y gritos―. Y al fin vamos a casa. La ruptura final. Para devolverlos, para sellar la puerta. Ella usaría su último núcleo de sí misma, la gota final, para sellar la puerta con la cerradura. Y entonces ella se iría. Érase una vez, en una tierra desde hace mucho tiempo quemada hasta cenizas, vivía una joven princesa que amaba su reino... ―Ahora Uno con una voz como rompiendo olas ordenó. ―Hemos esperado lo suficiente. Aelin logró levantar la cabeza. Para mirar sus figuras relucientes. Cosas de otro mundo. Pero entre ellos, presionaron en sus filas como si la mantuvieran cautiva... Los ojos de Elena estaban muy abiertos. Agonizado. Quien amaba su reino... Uno de ellos chasqueó sus dedos fantasmales a Aelin. ―Basta de esto. Aelin la miró, a la diosa que había hablado. Ella conocía esa voz.

Deanna. En silencio, Aelin los examinó. Encontrado a la que era como un amanecer brillante, el corazón de una llama. Mala no la miró. O a Elena, su propia hija. Aelin se apartó de la Portadora de Fuego. Y dijo a ninguno de ellos en particular: ―Me gustaría hacer un trato con ustedes. Los dioses se callaron. Deanna siseó: ―¿Un trato? ¿Te atreves a pedir un trato? ―Lo escucharé ―dijo uno cuya voz era amable y amorosa. La cosa en su brazo se retorció, y Aelin quiso revelar lo que buscaban. El portal a su reino. La luz del sol sobre un país verde y ondulado casi la cegó. Se giraron hacia ella, algunos suspirando ante la vista. Pero Aelin dijo: ―Un canje. Antes de que cumplas tu fin. Las palabras eran distantes, tan difíciles y dolorosas. Pero ella los obligó a salir. Los dioses se detuvieron. Aelin solo miró a Elena. Sonrió suavemente. ―Has jurado llevarte a Erawan contigo. Para destruirlo —dijo Aelin, y el que tenía una voz como la muerte la enfrentó. Como si recordara que efectivamente habían prometido una cosa tan escandalosa. ―Me gustaría negociar ―dijo de nuevo. Y logró apuntar, con ese brazo que contenía toda la eternidad dentro de él. ―El alma de Erawan por Elena. Mala se volvió hacia ella ahora. Y se quedó mirando. Aelin dijo en medio del silencio: ―Deja a Erawan en Erilea. Pero a cambio, deja a Elena. Deja que su alma permanezca en el mundo de los demás con los que ama. ―Aelin ―susurró Elena, y lágrimas como la plata corrían por sus mejillas. Aelin sonrió a la antigua reina. ―La deuda se ha pagado lo suficiente. Ella había querido que lo debatieran, sus amigos. Había pedido una votación en la

puerta no solo para aliviar la carga de la elección, sino para escucharla de ellos, para escucharlos decir que podían derrotar a Erawan por su cuenta. Que Yrene Towers podía tener la oportunidad de destruirlo. Para que ella pudiera hacer este trato, este intercambio, y no sellar su perdición por completo. ―No lo hagas ―rogó Elena. Les rogó a todos esos dioses fríos e impasibles―. No estoy de acuerdo con eso. Aelin les dijo: ―Déjenla y váyanse. ―Aelin, por favor ―dijo Elena, llorando ahora. Aelin sonrió. ―Me compraste ese tiempo extra. Para que pudiera vivir. Déjame comprarte esto. Elena se cubrió la cara con las manos y lloró. Los dioses se miraron entre sí. Entonces Deanna se movió, con gracia como un ciervo a través de un bosque. Aelin dejó escapar un suspiro, inclinándose sobre sus rodillas, mientras la diosa se acercaba a Elena. Nadie más que ella. Ella no permitiría que nadie, excepto ella misma, fuera sacrificado en esta tarea final. Deanna puso sus manos a ambos lados de la cara de Elena. ―Había esperado esto. Luego apretó las manos, la cabeza de Elena entrelazada entre ellos. Un destello de luz de Mala, en advertencia y dolor, cuando los ojos de Elena se agrandaron. Mientras Deanna apretaba. Y luego Elena se rompió. En mil piezas brillantes que se desvanecieron al caer. El grito de Aelin murió en su garganta, su cuerpo no pudo levantarse cuando Deanna se limpió las manos fantasmales y dijo: ―No hacemos tratos con los mortales. Ya no más. Quédate con Erawan, si eso es lo que deseas. Entonces la diosa caminó a través del arco hacia su propio mundo.

Aelin se quedó mirando el lugar vacío donde Elena había estado hacia solo unos latidos del corazón. No quedó nada. Ni siquiera una brasa reluciente para enviar de vuelta al Mundo Después, a su compañero dejado atrás. Nada en absoluto.

Capítulo 98 Traducido por Irais Corregido por Cotota

Se estaba rompiendo. El vínculo de apareamiento. Se inclinó sobre sus rodillas, Rowan jadeó, con una mano en su pecho mientras el vínculo se deshilachaba. Se aferró a ella, envolvió su magia, su alma alrededor de ella, como si pudiera evitar que ella, dondequiera que estuviera, se fuera a un lugar donde él no la podía seguir. Él no lo aceptó. Nunca aceptaría este destino. Nunca. A lo lejos, escuchó a Dorian y Chaol debatir algo. A él no le importó. El vínculo de apareamiento se estaba rompiendo. Y no había nada que pudiera hacer más que aguantar.

I Uno por uno, los dioses cruzaron el arco hacia su propio mundo. Algunos se burlaron de ella cuando pasaron. Ellos no se llevarían a Erawan. No harían... no harían nada. Su pecho estaba vacío, su alma estaba vacía, y sin embargo esto... Y sin embargo esto... Aelin arañó el suelo cubierto por la niebla que no estaba, mientras el último de ellos desaparecía. Hasta que solo quedó uno. Un pilar de luz y llama. Brillando en la niebla. Mala se demoró en el umbral de su mundo.

Como si ella lo recordara. Como si recordara a Elena, a Brannon, y quien se arrodillaba ante ella. Sangre de su sangre. El receptor de su poder. Su heredera ―Sella la puerta, Portadora de Fuego ―dijo Mala en voz baja. Pero la Dama de la Luz todavía vacilaba. Y desde muy lejos, Aelin escuchó la voz de otra mujer. Asegúrate de que sean castigados algún día. Hasta el último de ellos. Lo serán, le había jurado a Kaltain. Habían mentido. Habían traicionado a Elena y Erilea, mientras se creían traicionados. Su verde mundo bañado por el sol se sacudió por delante. Gimiendo, Aelin se puso de pie. Ella no era un cordero para sacrificio. Ningún sacrificio sobre un altar del bien mayor. Y ella no había terminado todavía. Aelin se encontró con la mirada ardiente de Mala. ―Hazlo ―dijo Mala en voz baja. Aelin miró más allá de ella, hacia ese mundo prístino al que habían intentado regresar durante tanto tiempo. Y se dio cuenta de que Mala sabía, vio los pensamientos en su propia cabeza. ―¿No vas a detenerme? Mala solo tendió una mano. En él yacía un núcleo de poder candente. Una estrella caída. ―Tómalo. Un último regalo para mi línea de sangre. Ella podría haber jurado que Mala sonrió. ―Por lo que ofreciste en su nombre. Por luchar por ella. Para todos ellos. Aelin escaló los pocos pasos hacia la diosa, hasta el poder que le ofrecía en la mano. ―Lo recuerdo ―dijo Mala en voz baja, y las palabras fueron alegría, dolor y amor. ―Recuerdo. Aelin tomó el grano de poder de su palma. Era el amanecer contenido en una semilla.

―Cuando esté hecho, selle la puerta y piensa en tu hogar. Las marcas te guiarán. Aelin parpadeó, el único signo de confusión que podía transmitir cuando ese poder la llenó y la llenó, fundiéndose en los puntos rotos, los lugares vacíos. Mala extendió su mano otra vez, y una imagen se formó dentro de ella. Del tatuaje en la espalda de Aelin. El nuevo tatuaje, de alas abiertas, la historia de ella y Rowan escrita en el Antiguo Idioma entre las plumas. Un movimiento de los dedos de Mala y símbolos se alzaron de allí. Ocultas dentro de las palabras, las plumas. Marcas de Wyrd. Rowan había escondido marcas de Wyrd en su tatuaje. Había entintado marcas de Wyrd por todas partes. ―Un mapa a casa ―dijo Mala, la imagen se desvaneció―. A él. Él lo había sospechado, de alguna manera. Que podría llegar a esto. Le había pedido que le enseñara para que pudiera hacer esta apuesta. Y cuando Aelin miró hacia atrás, hacia el arco de su propio mundo, ella podía... sentirlos. Como si las marcas de Wyrd que él le había puesto secretamente en tinta fueran una cuerda. Una atada a casa. Un salvavidas en la eternidad. Un último engaño. Otra voz susurró más allá entonces, un fragmento de memoria, hablado en un tejado en Rifthold. ¿Y que si seguimos adelante, solo para más dolor y desesperación? Entonces no es el fin. Ese poder fluyó y fluyó hacia Aelin. Sus labios se curvaron hacia arriba. No era el final. Y ella no estaba terminada. Pero lo era. ―Por un mundo mejor ―dijo Mala, y caminó por la puerta hacia el suyo. Un mundo mejor. Un mundo sin dioses. Sin maestros del destino. Un mundo de libertad. Aelin se acercó al arco del reino de los dioses. A donde Mala caminaba ahora a

través de la hierba reluciente, poco más que un rayo de sol. La Dama de la Luz se detuvo y levantó un brazo para despedirse. Aelin sonrió y se inclinó. A lo lejos, caminando sobre las colinas, los dioses se detuvieron. La sonrisa de Aelin se convirtió en una mueca. Malvada y furiosa. No vaciló al encontrar el mundo que buscaba. Mientras ella se sumergía en ese eterno, terrible poder. Ella había sido una esclava y un peón anteriormente. Ella nunca lo volvería a ser. No para ellos. Nunca para ellos. Los dioses comenzaron a gritar, corriendo hacia ella, mientras Aelin abría un agujero en su cielo. Justo en un mundo que solo había visto una vez. Accidentalmente había abierto un portal en una noche en un castillo de piedra. Distantes, aullidos se agrietaron por la extensión gris sombría. Un portal a un reino del infierno. Una puerta ahora abierta. Aelin seguía sonriendo cuando cerró el arco hacia el mundo de los dioses. Y los dejaron ahí, los sonidos de sus gritos indignados y asustados sonaban.

I Todavía quedaba una última tarea para sellar la puerta para siempre. Aelin desplegó su palma, estudiando la cerradura que había forjado. Lo dejó flotar en el corazón de este espacio brumoso y lleno de puertas. Ella no tenía miedo. No cuando abrió su otra palma, y el poder se derramó. El último regalo de Mala. Y el desafío. La fuerza de mil soles explosivos se desprendió de la palma de Aelin. Bloquear. Cerrar. Sello. Ella lo quiso, lo quiso, y lo quiso. Deseó cerrarla mientras ella ofrecía su poder. Pero no esa última parte del ser.

La deuda ya se ha pagado lo suficiente. Un mapa a su hogar, un mapa impreso en las palabras de los universos, abriría el camino. Más y más y más. Pero no todos. Ella no lo dejaría. Su yo más íntimo. Ella no se rendiría. Ellos no tomarían este núcleo persistente de ella. Ella no lo cedería. La luz fluyó a través de la cerradura, fracturándose como un prisma, disparando a todas esas puertas infinitas. Cerrar y sellar y encerrar. Un arco a todas partes ahora selladas. No la destruirían. No les permitiría tomar esto. Regresa a mí. Más y más y más, el último poder de Mala se canalizaba fuera de ella y hacia la cerradura. Ellos no ganarían. Ellos no podían soportarla, no podían tenerla. Ella lo rechazó. Ella estaba gritando ahora. Gritando y rugiendo su desafío. Un rayo de luz se disparó al arco detrás de ella. Empezando a sellarlo, también. Ella viviría. Ella viviría, y todos podrían irse al infierno. Un mundo mejor. Sin dioses, sin destinos. Un mundo de su propia creación. Aelin bramó y bramó, el sonido resonó en todos los mundos. No la golpearían. Ellos no podrían tomar esto, este núcleo esencial de sí mismo. Del alma. Érase una vez, en una tierra desde hace mucho tiempo quemada hasta las cenizas, vivía una joven princesa que amaba su reino... Su reino. Su hogar. Ella lo vería de nuevo. No había terminado.

Detrás de ella, el arco se sellaba lentamente. Las probabilidades eran escasas; las probabilidades eran insuperables. Ella no había estado destinada a escapar de esto, a llegar a este punto y seguir respirando. La mano de Aelin se dirigió a su corazón y descansó allí. Es la fuerza de esto lo que importa, había dicho su madre, hace mucho tiempo. Dondequiera que vayas, Aelin, no importa cuán lejos, esto te llevará a casa. No importa dónde estaba ella. No importa lo lejos. Incluso si la llevaba más allá de todos los mundos conocidos. Los dedos de Aelin se curvaron, con la palma presionando el corazón palpitante debajo. Esto te llevará a casa. El arco de Erilea se cerró un poco. Caminante de los mundos. Caminante. Otros lo habían hecho antes. Ella también encontraría un camino. Un camino a casa. Ya no es la Reina Que Fue Prometida. Pero la Reina Que Caminaba Entre Mundos. Ella no iría tranquilamente. Ella no tenía miedo. Así que Aelin arrancó su poder. Arrancó un trozo de lo que Mala le había dado, una fuerza para nivelar un mundo, y lo arrojó hacia la cerradura. El pedacito final. El último pedacito. Y entonces Aelin saltó por la puerta.

Capítulo 99 Traducido por Ella R Corregido por Cotota

Ella estaba cayendo. Cayendo y siendo arrojada. La Puerta del Wyrd se cerró detrás de ella, y sin embargo, no estaba en casa. Al cerrarse, todos los mundos coincidieron. Y ahora ella caía a través de ellos. Uno tras otro tras otro. Mundos de agua, mundos de hielo, mundos de oscuridad. Ella chocaba contra ellos, más rápida que una estrella fugaz, más rápida que la luz. Su hogar. Ella tenía que encontrar su hogar… Mundos de luz, mundos de torres que se estiraban hasta los cielos, mundos de silencio. Tantos. Había tantos mundos, todos tan maravillosos, tan preciosos y perfectos que incluso al atravesarlos en su caída, su corazón se rompía con solo verlos. Casa. El camino hacia casa… Ella buscó a tientas la atadura, el vínculo en su alma. Tatuado en su carne. Regresa a mí. Aelin se sumergía mundo tras mundo tras mundo. Demasiado rápido. Ella chocaría con su propio mundo demasiado rápido y se lo perdería por completo. Pero no podía ir más lento. No podía detenerse. Tropezando, dando vueltas sobre sí misma, ella los atravesaba uno por uno. Es la fuerza de esto lo que importa. Donde sea que vayas, Aelin, sin importar cuán lejos, esto te guiará a casa.

Aelin rugió, una chispa resplandeciendo a través del cielo. La atadura se fortaleció. Se tensó. Arrastrándola consigo. Demasiado rápido. Tenía que disminuir… Cayó en picada hacia lo último que quedaba de ella, luchando para que cualquier clase de poder ralentizara su carrera. Atravesó un mundo donde una gran ciudad había sido construida a lo largo de la curva de un río, con edificios imposiblemente altos que resplandecían con luces. Atravesó un mundo de lluvia, verde y viento. Rugiendo, intentó disminuir la velocidad. Atravesó un mundo de océanos sin tierras a la vista. Cerca. Su hogar estaba tan cerca que casi podía oler el pino y la nieve. Si lo perdía, si lo dejaba pasar… Atravesó un mundo de montañas tapadas por la nieve, debajo de estrellas brillantes. Pasó sobre una de esas montañas, donde un macho con alas estaba de pie al lado de una hembra pesadamente embarazada, contemplando esas mismas estrellas. Fae. Eran hadas, pero ese no era su mundo. Ella estiró una mano, como si así pudiera darles una señal para que ellos de alguna manera la ayudaran, cuando no era nada más que una invisible mota de poder… El macho alado, hermoso más allá de la razón, levantó su cabeza hacia ella mientras su cuerpo trazaba un arco a través de su cielo estrellado. Él levantó una mano, a modo de saludo. Una ráfaga de oscuro poder, como una gentil brisa de verano, chocó contra ella. No para atacarla, sino para disminuir su velocidad. Una pared, un escudo, que ella rompió y atravesó. Pero la ralentizó. Ese poder del macho alado hizo que redujera la velocidad lo suficiente. Aelin desapareció de su mundo sin un susurro. Y allí estaba. Allí estaban, los pinos y la nieve, las serpenteantes montañas de su continente, Oakwald a su derecha, los Wastes a su izquierda. Una tierra de mucha gente, muchos seres.

Ella los vio a todos, conocidos y desconocidos, luchando y en paz, en grandes ciudades o escondidos en lo profundo de los bosques. Tanta gente, revelada ante ella. Erilea. Ella se lanzó allí. Tomó el amarre y rugió mientras se arrojaba hacia él. Casa. Casa. Casa. No era el final. Ella no había terminado. Hizo acopio de su voluntad, forzó al mundo a que se detuviera. Justo cuando la Puerta del Wyrd se cerró de golpe con un bramido, y todas las demás puertas con ella. Y Aelin se zambulló en su propio cuerpo.

I Las Marcas del Wyrd se desvanecieron sobre el piso rocoso mientras el sol se alzaba sobre Endovier. Rowan estaba de rodillas ante Aelin, preparándose para su último aliento, para el final que esperaba que de alguna manera se lo llevara a él también. Él lo convertiría en su final. Cuando ella se fuera, él se iría también. Pero entonces lo sintió. Mientras el sol salía, lo sintió, ese surgir del raído vínculo. No se atrevió a respirar. A esperanzarse. Incluso cuando Aelin colapsó de rodillas donde las Marcas del Wyrd habían estado. Rowan estuvo instantáneamente allí, alcanzando su blando cuerpo. Un latido hizo eco en sus oídos, en su propia alma. Y allí estaba su pecho, elevándose y descendiendo. Y allí estaban sus ojos, abriéndose lentamente. El olor de las lágrimas de Dorian y Chaol reemplazó el de la sal de Endovier cuando Aelin observó a Rowan y sonrió. Rowan la mantuvo pegada a su pecho y lloró bajo la luz del sol saliente.

Una mano débil aterrizó en su espalda, acariciando el tatuaje que él había hecho. Como si trazara los símbolos que él había escondido allí, en una desesperada y salvaje esperanza. —Volví —dijo con voz áspera.

I Ella estaba caliente, pero… fría de alguna manera. Una extraña en su propio cuerpo. Aelin se sentó, gruñendo ante el dolor en sus huesos. —¿Qué pasó? —preguntó Dorian, sostenido por el brazo que Chaol tenía alrededor de su cintura. Aelin ahuecó sus palmas ante ella. Una pequeña llama apareció dentro de ellas. Nada más. Ella miró a Rowan, luego a Chaol y a Dorian, sus rostros tan demacrados bajo la luz del día. —Se ha ido —dijo suavemente—. El poder. —Ella volteó sus manos, la llama rodando sobre ellas—. Solo quedan ascuas. Ellos no hablaron. Pero Aelin sonrió. Sonrió ante la falta de esa fuente dentro suyo, ese revuelto mar de fuego. Y lo que sí quedaba… un don significante sí, pero nada más allá de lo ordinario. Todo lo que quedaba de lo que Mala le había dado, en agradecimiento por Elena. Pero… Aelin fue dentro suyo, hacia ese lugar dentro de su alma. Llevó una mano a su pecho. Colocó una mano allí y sintió el corazón que latía dentro. El corazón de Fae. El costo. Ella había dado todo de sí. Había dado su vida. Su vida humana. Su mortalidad. Quemada, nada más que polvo entre los mundos. No habría más transformaciones. Sólo este cuerpo, esta forma.

Ella se los dijo. Y les contó lo que había ocurrido. Y cuando terminó, mientras Rowan aún la sostenía, Aelin estiró su mano una vez más, sólo para ver. Tal vez había sido un regalo final de Mala, también. Para preservar esta parte de ella que ahora se formaba en su mano, esta gota de agua. El don de su madre. Lo que Aelin había dejado para el final, de lo que no se quería desprender hasta que las últimas sobras de su ser fueran dadas a la Cerradura, a la Puerta del Wyrd. Aelin estiró su otra mano, y el núcleo de una llama se encendió a la vida dentro de ella. Un don ordinario. Ya no era más una Portadora de Fuego. Sino Aelin, a pesar de todo.

Capítulo 100 Traducido por Ella R Corregido por Cotota

Una patada insistente de Kyllian hizo que Aedion se despertara antes del amanecer. Gruñó mientras se estiraba sobre el catre en el Gran Salón, el lugar aún bajo luz tenue. Una cantidad incontable de soldados dormían a su alrededor, sus pesadas respiraciones llenando la habitación. Estrechó los ojos ante la pequeña linterna que Kyllian sostenía encima suyo. —Es la hora —dijo Kyllian, sus ojos agotados e inyectados de sangre. Habían tenido mejores épocas. Pero por lo menos seguían con vida. Una semana después que las Trece se hubieran sacrificado para alejar la marea de Morath, seguían vivos. Las vidas de las brujas les habían brindado un día completo de descanso. Un día, y después Morath había marchado hacia los muros de Orynth nuevamente. Aedion se colgó la pesada capa de piel que había estado usando como manta sobre sus hombros, haciendo una mueca ante el pulsante dolor en su brazo izquierdo. Una herida descuidada, cuando había alejado la atención de su escudo por un momento y un soldado a pie del Valg había logrado cortarlo. Pero por lo menos no estaba rengueando. Y por lo menos la herida que el príncipe del Valg le había hecho, había sanado. Arrojando su escudo sobre ese mismo hombro, él recogió su espada y la abrochó en su cintura, después de comenzar su camino a través del laberinto de cuerpos dormidos y exhaustos. Un asentimiento en dirección a Kyllian le indicó que se adelantara hacia los muros de la ciudad. Pero Aedion giró a la izquierda antes de abandonar el Gran Salón, dirigiéndose a la torre norte. Era un camino solitario y frío hasta llegar a la habitación que buscaba. Como si el castillo entero fuera una tumba. Golpeó gentilmente la puerta de madera cerca de la cima de la torre, e inmediatamente se abrió para volver a cerrarse, mientras Lysandra se colaba en el pasillo antes que Evangeline se revolviera en la cama.

Bajo la luz parpadeante de la vela de Aedion, las sombras de una semana luchando desde el alba hasta el anochecer grabadas sobre el rostro de Lysandra, parecían más crudas, más profundas. —¿Lista? —preguntó suavemente, girando hacia las escaleras. Se había convertido en su tradición: ver a Lysandra en las escaleras a la noche, luego encontrarse con ella en la mañana. El único punto brillante en esos largos y horribles días. A veces, Evangeline los acompañaba, relatándoles el tiempo que pasaba entregando mensajes y recados para Darrow. A veces, eran solo ellos en su ardua caminata. Lysandra estaba silenciosa, su grácil andar más pesado con cada escalón que descendían. —¿Desayuno? —preguntó Aedion mientras se acercaban a la base de las escaleras. Un asentimiento. Los huevos y carnes ahumadas cedieron el paso a las gachas y al caldo caliente. Dos noches atrás, Lysandra había volado bajo la forma de un guiverno, después que las luchas hubieran cesado por el día, para regresar una hora después con un venado en cada garra. Esa preciosa carne había desaparecido demasiado rápido. Llegaron a la base de las escaleras y Aedion apuntó hacia el salón comedor, cuando ella lo detuvo con una mano en su brazo. En la penumbra, él se volvió hacia ella. Pero Lysandra, con su hermoso rostro agotado, solo deslizó sus brazos alrededor de su cintura y presionó su cabeza contra su pecho. Inclinó lo suficiente de su peso contra él, que Aedion tuvo que dejar su vela sobre un saliente cercano y envolverla apretadamente entre sus brazos. Lysandra se hundió contra él, apoyándose aún más. Como si el peso del cansancio fuera insoportable. Aedion descansó su mentón sobre su cabeza y cerró sus ojos, aspirando su olor siempre cambiante. Los latidos de ella golpetearon contra los suyos, mientras él acariciaba con una mano su espalda. Caricias largas y calmantes. No habían compartido una cama. No había lugar para hacerlo, de todas maneras. Pero esto, sostenerse el uno al otro, ella lo había iniciado la noche en que las Trece se hubieron sacrificado. Lo había detenido en este mismo lugar y se había limitado a sostenerlo durante largos minutos. Hasta que cualquier dolor y pena se hubiera aliviado lo suficiente como para que pudieran hacer su camino hacia arriba. Lysandra se alejó, pero no del todo de su abrazo. —¿Listo?

I —Nos estamos quedando sin flechas —Petrah Blueblood le dijo a Manon bajo la luz grisácea antes del amanecer. Atravesaron la improvisada casa colgante sobre una de las torres del castillo—. Quizás debiéramos considerar asignar que uno de los aquelarres menores se quede atrás hoy para hacer más. —Hazlo —dijo Manon, evaluando a los aún desconocidos wyvers que compartían el lugar con Abraxos. Su montura ya estaba despierta. Mirando hacia afuera, solitario y frío, hacia el campo de batalla más allá de los muros de la ciudad. Hacia el maldito tramo de tierra que ninguna cantidad de nieve había sido capaz de hacer desaparecer por completo. Ella había pasado horas observándolo. Apenas podía sobrevolarlo durante las luchas interminables de cada día. Su pecho, su cuerpo, habían sido vaciados. Sólo se movía, realizando cada movimiento ordinario y evitando que se acurrucara en una esquina del nido para no volver a emerger. Tenía que continuar moviéndose. Debía hacerlo. O dejaría de funcionar completamente. No le importaba si era obvio para los demás. Ansel de Briarcliff la había buscado en el Gran Salón la noche anterior por esa razón. La guerrera pelirroja se había deslizado en el banco al lado suyo, sus ojos color vino repasando toda la comida que Manon apenas había comido. —Lo lamento —había dicho Ansel. Manon se había limitado a observar el plato que casi no había tocado. La joven reina había evaluado el solemne salón a su alrededor. —Perdí a la mayoría de mis soldados —dijo, su pecoso rostro ahora pálido—. Antes de que tú llegaras. Morath los masacró. Había sido un esfuerzo para Manon voltear su rostro hacia Ansel. Encontrar su mirada cargada. Ella parpadeó una vez, la única confirmación que podía molestarse en hacer. Ansel tomó la rodaja de pan del plato de Manon, rompiendo un trozo y comiéndolo.

—Podemos compartirlos, ¿sabes? Los Wastes. Si rompes esa maldición. A lo largo de la mesa, algunas brujas se tensaron, pero no miraron en su dirección. Ansel prosiguió. —Honraría las antiguas fronteras del Reino de las Brujas, pero me quedaría con el resto —la reina se levantó, llevándose el pan de Manon en ella—. Solo es algo para considerar, si se da la oportunidad —luego desapareció, contoneándose hacia su propio grupo de soldados restantes. Manon no la había seguido con la mirada, pero las palabras, la oferta, habían permanecido. Compartir la tierra, reclamar lo que habían tenido, pero no la totalidad de los Wastes. Lleva a los nuestros a casa, Manon. —Hoy puedes quedarte fuera del campo de batalla, también —decía ahora Petrah Blueblood, con una mano apoyada sobre el flanco de su montura—. Aprovechar el día para ayudar a los otros. Y descansar. Manon la miró fijamente. Incluso con dos Matronas muertas, Iskra con ellas, y sin señales de la madre de Petrah, las Ironteeth se las habían arreglado para permanecer organizadas. Para mantener a Manon, Petrah y las Crochans ocupadas. Cada día, menos y menos salían del campo de batalla. —Nadie más descansa —dijo Manon fríamente. —Sin embargo, todos los demás se las arreglan para dormir —dijo Petrah. Cuando Manon sostuvo la mirada de Petrah, esta repuso sin parpadear—: ¿Crees que no te veo, despierta toda la noche? —No necesito descansar. —El cansancio puede ser tan mortal como cualquier arma. Descansa hoy, únete a nosotros mañana. Manon mostró sus dientes. —Que sepa yo, tú no estás a cargo. Petrah no hizo mucho más que bajar su cabeza. —Lucha, entonces, si eso es lo que deseas hacer. Pero considera que muchas vidas dependen de ti, y si caes a causa del cansancio que te vuelve descuidada, todos ellos perecerán. Era un sabio consejo. Uno valioso.

Sin embargo, Manon miró por encima del campo de batalla, el mar de oscuridad apenas volviéndose visible. En poco menos de una hora, los tambores de huesos volverían a repiquetear, y el estruendo de la guerra se renovaría. Ella no podía parar. No se detendría. —No descansaré —Manon se volteó para buscar a Bronwen en los cuarteles de las Crochans. Ella, por lo menos, no tendría ideas tan ridículas. Incluso cuando Manon sabía que Glennis se aliaría con Petrah. Petrah suspiró, el sonido estremeciendo los huesos de Manon. —Entonces te veré en el campo de batalla.

I El rugido y estallido de la guerra se había convertido en un distante zumbido a los oídos de Evangeline para el mediodía. Incluso con el gélido viento, un sudor se esparcía por su espalda debajo de las pesadas capas de abrigo mientras ella corría nuevamente por las escaleras del fuerte, con un mensaje en la mano. Darrow y los otros lores ancianos se mantenían en la misma posición desde hace dos semanas: a lo largo de las paredes del castillo, monitoreando la batalla más allá de la ciudad. El mensaje que ella había recibido, directamente de una Crochan que había aterrizado tan brevemente que sus pies apenas habían tocado el suelo, provenía de Bronwen. Era extraño, Evangeline había aprendido, que una Ironteeth o una Crochan les reportaran algo a los humanos. Que el soldado Crochan la hubiera encontrado a ella, la hubiera reconocido… era el orgullo, más que el miedo lo que la impulsaba a correr por las escaleras y luego por el fuerte hasta llegar a Lord Darrow. Lord Darrow, con Murtaugh a su lado, ya tenía una mano estirada para el momento en que Evangeline se detuvo. —Con cuidado —le advirtió Murtaugh—. El hielo puede ser traicionero. Evangeline asintió, aunque planeaba ignorarlo por completo. A pesar de su caída ayer por las escaleras, que por suerte nadie había atestiguado. Especialmente Lysandra. Si ella veía el cardenal que ahora se formaba en la pierna de Evangeline, que combinaba con el de su brazo, la encerraría en la torre. Lord Darrow leyó el mensaje y frunció el ceño hacia la ciudad. —Bronwen informa que han visto a Morath transportando una torre de asedio hacia el muro oeste. Nos alcanzará en una hora o dos.

Evangeline miró más allá del caos en los muros de la ciudad, donde Aedion, Ren y la Perdición combatían valientemente debajo de la aglomeración en los cielos, sobre el que brujas luchaban contra brujas y Lysandra volaba en la forma de un guiverno. En efecto, una enorme forma estaba moviéndose atropelladamente hacia ellos. El estómago de Evangeline dio un vuelco. —¿Es… es una de esas torres de brujas? —Una torre de asedio es diferente —dijo Darrow con su típica brusquedad—. Gracias a los dioses. —Igualmente mortal —agregó Murtaugh—. Sólo que de una forma diferente —el viejo frunció el ceño hacia Darrow—. Me dirigiré hacia allí. Evangeline parpadeó ante esa declaración. Ninguno, ninguno de los lores más antiguos iba al frente. —¿Para advertirlos? —preguntó cuidadosamente Darrow. Murtaugh golpeteó la empuñadura de su espada. —Aedion y Ren no dan abasto. Kyllian tampoco, por si quieres continuar convenciéndote que él es quien los está guiando —Murtaugh no hizo más que bajar su mentón hacia Darrow, quien se tensó—. Me ocuparé del muro este. Y de esa torre de asedio —guiñó hacia Evangeline—. No todos podemos ser valientes mensajeros, ¿no? Evangeline se obligó a sonreír, a pesar de estar rodeada por la pena. —¿Debería… debería advertirle a Aedion que estarás allí? —Se lo comunicaré yo mismo —dijo Murtaugh y despeinó su cabello al pasar por al lado de ella—. Ten cuidado con el hielo —le volvió a advertir. Darrow no intentó detenerlo cuando Murtaugh salió del fuerte. Lento. Se veía tan lento, y viejo, y frágil. Y sin embargo, mantenía su frente en alto. Y la espalda recta. Si ella hubiera podido elegirse un abuelo, sería él. El rostro de Darrow estaba tenso después que Murtaugh hubiera desaparecido por completo. —Viejo tonto —dijo Darrow, con preocupación en sus ojos, al voltearse hacia la rugiente batalla.

Capítulo 101 Traducido por Ella R Corregido por Cotota

Ya no más una humana. La respiración de Aelin resonaba en sus oídos, a través de sus permanentemente puntiagudas e inmortales orejas, con cada paso hacia el campamento militar. Rowan se mantenía a su lado, con una mano alrededor de su cintura. No la soltó ni un minuto. Ni una vez, desde que hubo vuelto. Desde que hubo caminado entre mundos. Ella aún podía verlos. Incluso al caminar en silencio debajo de los árboles, la oscuridad rindiéndose ante la luz grisácea del amanecer, ella podía ver cada uno de esos mundos que había atravesado. Tal vez nunca dejara de verlos. Tal vez ella sola en este mundo y en los otros sabía lo que se encontraba detrás de las paredes invisibles que los separaban. Cómo la vida se esparcía y prosperaba. Cómo amaba, odiaba y luchaba por desarrollarse. Tantos mundos. Más de los que podía contemplar ¿Acaso sus sueños estarían siempre plagados de ellos? Después de haber obtenido un vistazo de ellos, pero siendo incapaz de explorarlos, ¿se arraigaría ese deseo en ella? Las ramas de Oakwald formaban un esquelético entramado sobre sus cabezas. Como los barrotes de una jaula. Como en lo que podrían convertirse su cuerpo, y este mundo. Alejó la idea de su mente. Ella había vivido, cuando debería haber muerto. Incluso cuando lado mortal… había sido asesinada. Se había evaporado. Las fronteras del campamento se aproximaban, y Aelin bajó la mirada hacia sus manos. Frío, ahora había un rastro de frío en ellas. Estaba alterada en todas las formas posibles. —¿Qué les dirás? —preguntó Dorian mientras se acercaban al primer rukhin. Las primeras palabras que cualquiera de ellos pronunciara desde que habían comenzado la caminata. —La verdad —dijo Aelin.

Ella supuso que era todo lo que tenía para ofrecerles, después de lo que había hecho. —Lo siento —le dijo a Dorian—, lo de tu padre. El viento gélido alejó las mechas de cabello de la frente de Dorian. —Al igual que yo —dijo, apoyando una mano sobre la empuñadura de Damaris. A su lado, Chaol se mantenía en silencio, a pesar de que cada tanto miraba de reojo al rey. Él cuidaría de Dorian. Al igual que siempre lo había hecho, supuso Aelin. Pasaron al primero de los ruks, las aves observándolos, y encontraron a Lorcan, Fenrys, Gavriel y Elide esperando en la periferia de las tiendas. Chaol y Dorian murmuraron algo acerca de reunir a los otros de la realeza y se alejaron. Aelin se mantuvo pegada a Rowan mientras se aproximaban a su corte. Fenrys la escaneó de pies a cabeza, sus fosas nasales expandiéndose al escanear su olor. Dio un titubeante paso adelante, el horror deformando su rostro. Gavriel empalideció. Elide jadeó boquiabierta. —Lo hiciste, ¿no es cierto? Pero fue Lorcan el que respondió, tensándose como si percibiera el cambio que se había apoderado de ella. —Tú… tú no eres humana. Rowan gruñó a modo de advertencia. Aelin se limitó a observarlos: la gente que había dado tanto por ella y había escogido seguirla allí, con su condena marcada. Triunfar, y al mismo tiempo, fallar por completo. Erawan permanecía. Su ejército permanecía. Y no habría más Portadora de Fuego, no más Llaves del Wyrd, no más dioses que los asistieran. —¿Se han ido? —preguntó suavemente Elide. Aelin asintió. Se los explicaría en otro momento. Se los explicaría todo. Asesina de dioses. Eso era lo que era. Una asesina de dioses. No se arrepentía de ello. Ni un poco. Elide le preguntó a Lorcan: —¿Tú… tú te sientes diferente? La falta de los dioses que los protegían. Lorcan alzó la mirada hacia los árboles, como si leyera la respuesta en las ramas

enredadas. Como si buscara a Hellas allí. —No —admitió. —¿Qué significa —murmuró Gavriel, mientras los primeros rayos de sol iluminaban su cabello dorado— que ellos ya no estén? ¿Hay algún reino del infierno cuyo trono ahora quedó vacante? —Es demasiado temprano para esa clase de mierda filosófica —dijo Fenrys, y le ofreció a Aelin una media sonrisa que no llegó a sus ojos. Allí había un reproche, no por su elección, sino por no habérselos comunicado. Sin embargo, intentaba aligerar la situación. Condenados, esa adorable y lobuna sonrisa podría estar experimentando sus últimos días de existencia. Todos podrían estar experimentando sus últimos días de existencia ahora. Por su culpa. Rowan lo leyó en sus ojos, en su rostro. Su mano se apretó más en torno a su cintura. —Vamos a encontrar a los otros.

I Dentro de una de las finas tiendas de guerra del Kan, Dorian estrechó sus manos frente a un fuego que él mismo había hecho e hizo una mueca de dolor. —Esa junta podría haber salido mejor. Chaol, sentado frente al fuego con Yrene sobre su regazo, jugueteaba con el final de la trenza de su esposa. —Concuerdo contigo. Yrene frunció el ceño. —No entiendo cómo ella no se alejó y dejó que todos se pudrieran. Eso habría hecho yo. —Nunca subestimes el poder de la culpa en lo que se refiere a Aelin Galathynius — dijo Dorian, suspirando. El fuego que había convocado ahora se agitaba. —Selló la Puerta del Wyrd —continuó Yrene—. Lo mínimo que podrían hacer es

estar agradecidos por eso. —Oh, no tengo dudas de que lo estén —dijo Chaol, copiando su ceño fruncido—. Pero el hecho es que Aelin prometió una cosa e hizo exactamente lo opuesto. Exactamente. Dorian no sabía bien qué pensar acerca de la elección de Aelin. O que incluso se los hubiera contado, el plan de intercambiar a Erawan por Elena. Los dioses traicionándola. Y Aelin destruyéndolos en retorno. —Típico —dijo Dorian, intentando sonar ligero y fallando. Una parte de él aún se sentía como si estuviera en ese lugar-de-lugares. Especialmente cuando alguna parte de él se rendía. La magia que había percibido sin fondo apenas ayer, ahora tenía un límite muy real y sólido. Un don poderoso, sí, pero él no creía volver a ser capaz de destrozar castillos de cristal o fortalezas de sus enemigos. Aún no había decidido si eso era un alivio o no. Era más poder, por lo menos, de lo que le había quedado a Aelin. De lo que le habían regalado. Aelin había quemado cada ascua de su propia magia. Lo que ahora poseía era lo que restaba de lo que Mala le había dado para sellar el portal, para castigar a los dioses que las habían traicionado a ambas. Esa idea hacía que el estómago de Dorian se revolviese. Y el recuerdo de Aelin escogiendo salvarlo de ese lugar inexistente aún le hacía rechinar los dientes. No por su elección, pero el que su padre… Pensaría acerca de su padre en otro momento. Nunca. Su padre innombrable, quien lo había reconocido al final. Chaol no le había preguntado, no lo había presionado. Y Dorian sabía que cuando fuera que estuviera listo para hablar de ello, su amigo estaría allí para él. —Aelin no mató a Erawan —dijo Chaol—. Pero por lo menos Erawan nunca podrá traer a sus hermanos. O utilizar las llaves para destruirnos a todos. Tenemos eso. Ella… ambos, lograron eso. No habría más collares. No más habitaciones debajo de oscuros fuertes que los guardaran. Yrene acarició el cabello castaño de Chaol, y Dorian intentó luchar contra el dolor en su pecho ante la visión. Ante el amor que fluía tan libremente entre ellos. No estaba resentido con Chaol por su felicidad. Pero eso no detenía ese corte afilado en su pecho cada vez que los veía. Cada vez que veía a las curanderas Torre y deseaba que Sorscha las hubiera encontrado.

—Así que el mundo está parcialmente salvado —dijo Yrene—. Mejor que nada. Dorian sonrió ante eso. Ya adoraba a la esposa de su amigo. Probablemente se habría casado con ella también, si hubiera tenido la oportunidad. Aun cuando sus pensamientos se dirigían hacia el norte, hacia una bruja de ojos dorados que caminaba con a la muerte a su lado y no le temía ¿Pensaría ella en él? ¿Se preguntaría lo que había sido de él en Morath? —Aelin y yo todavía poseemos magia —dijo Dorian—. No como antes, pero aún poseemos algo. No estamos completamente desamparados. —¿Lo suficiente para enfrentarse a Erawan? —preguntó Chaol, su mirada bronce precavida. Atenta a la respuesta—. ¿Y a Maeve? —Tendremos que encontrar una manera —dijo Dorian. Rezaba porque fuera cierto. Pero ya no había dioses a quienes rezarle.

I Elide mantenía un ojo sobre Aelin mientras se lavaban dentro de la tienda de la reina. Y el otro sobre la deliciosa agua cálida que había sido dispuesta. Y se mantenía caliente por la mujer en la tina que estaba al lado de la suya. Como si fuera un desafío contra la horrible reunión que habían tenido con la realeza del kanato después del inesperado retorno de Aelin. Triunfante. Pero solo en ciertos aspectos. Una amenaza vencida. La otra dando vueltas. Aelin lo había ocultado bien, pero la reina tenía sus formas de expresarse también. Su completa quietud, el depredador ángulo de su cabeza. La realeza había estado presente esa mañana. Una completa quietud se había apoderado de ella mientras la cuestionaban, criticaban, y le gritaban. La reina no había estado tan quieta desde el día que hubo escapado de Maeve. Y no era el trauma lo que inclinaba su cabeza hacia abajo, sino la culpa. El temor. La vergüenza. Hundida hasta los hombros en la gran tina, Elide había sido la que sugirió un baño. Para darle al Príncipe Rowan una oportunidad de descargar un poco de su furia vo-

lando a sus anchas. Para darle a Aelin un momento para tranquilizarse. Ella planeaba bañarse esa mañana de todas maneras. Aunque había imaginado a otro compañero en la tina a su lado. A pesar que Lorcan no supiera nada de eso. Él apenas había besado su sien antes de apresurarse hacia la mañana, para unirse a Fenrys y Gavriel y así preparar al ejército para la mudanza. Sumergiéndose más hacia el norte. Aelin refregó su largo cabello, que caía cubriendo su cuerpo. Bajo la luz del brasero, los tatuajes en la espalda de la reina parecían fluir como un río negro. —¿Entonces, tu magia sigue allí? —soltó Elide abruptamente. Aelin deslizó su mirada turquesa sobre ella. —¿Tu agua sigue caliente? —dijo resoplando y pasando sus dedos por el agua—. Sí. —Deseas saber cuánto, exactamente. —¿Tengo permitido saberlo? —No mentí en la junta —dijo Aelin, su voz aún vacía. Ella se había plantado allí y soportado cada grito y pregunta de la Princesa Hasar, cada mirada de desaprobación del Príncipe Sartaq—. Es… —ella levantó sus brazos y posicionó sus manos en el aire, una sobre la otra, con treinta centímetros de distancia separándolas—. Aquí es donde estaba el fondo antes —dijo, sacudiendo los dedos de la mano que estaba más abajo. Luego la elevó hasta que estuvo cinco centímetros por encima de la otra—. Aquí es donde está ahora. —¿Lo has probado? —Puedo sentirlo —esos ojos turquesas, a pesar de todo lo que ella había hecho, estaban cargados. Solemnes—. Nunca antes había sentido un fondo. Por lo menos no, sin tener que buscarlo —Aelin empapó su jabonosa cabellera en el agua, enjuagando las burbujas y los aceites—. No es tan impresionante, ¿cierto? —Nunca me importó si tenías magia o no. —¿Por qué? A todos los demás sí les importa —una pregunta llana. Sí, cuando eran pequeñas, muchos habían temido el poder que Aelin poseía. Estaban aterrorizados al pensar en lo que se convertiría. —Tu magia no define quien eres —dijo simplemente Elide. —¿No lo hace? —Aelin descansó su cabeza contra la tina—. Me gustaba mi magia. La amaba. —¿Y ser humana? —Elide sabía que no se debía haber atrevido a preguntar, pero

no se pudo contener. Aelin le miró de reojo. —¿Sigo siendo humana, en lo profundo de mi ser, aún sin poseer un cuerpo humano? Elide consideró la pregunta. —Supongo que tú eres la única persona que puede decidir eso. Aelin emitió un murmuro mientras metía su cabeza debajo del agua nuevamente. Cuando emergió, Elide le preguntó: —¿Tienes miedo? ¿De enfrentarte a Erawan en el campo de batalla? Aelin se abrazó a sus rodillas, en cuanto su tatuaje se expandía por su espalda. Se mantuvo en silencio durante un largo rato. —Tengo miedo de no llegar a Orynth a tiempo —dijo finalmente—. Si Erawan escoge arrastrar su cuerpo hasta allí para enfrentarme, entonces lidiaré con eso. —Y Maeve? ¿Qué pasaría si ella llegara junto con Erawan también? Pero Elide ya conocía la respuesta. Morirían. Todos ellos. Tenía que haber una forma, alguna manera de derrotarlos a ambos. Y tal vez ya fuera hora de que ella confiara un poco en sí misma. Incluso cuando la situación podría haber sido mucho mejor. —Cuántas preguntas, Señora de Perranth. Elide se ruborizó y tomó el jabón, pasándoselo por sus brazos. —Lo siento. —¿Ahora entiendes por qué no quise que hicieras el juramento de sangre? —Los Fae macho te desafían constantemente. —Sí, pero me gusta no tenerte amarrada a mí —un suspiro—. No planee nada de esto. —¿Qué cosa? —Sobrevivir a la Cerradura. Al portal. Tener realmente que... reinar. Vivir. Al parecer, estoy en un terreno desconocido. Elide consideró su respuesta. Después se quitó el anillo de oro de su dedo. El anillo de Silba, no el de Mala. —Ten —dijo, extendiendo el anillo entre sus tinas, espuma goteando de sus dedos.

Aelin parpadeó al ver el anillo. —¿Por qué? —Porque entre nosotras, tú eres la que más probablemente se enfrente a Erawan o a Maeve. Aelin no lo agarró. —Preferiría que tú lo tuvieses. Elide la desafío, sosteniendo la mirada de la reina. Ella preguntó suavemente: —¿No has dado lo suficiente, Aelin? ¿No dejarás que alguno de nosotros haga algo por tú? Aelin observó el anillo. —Fracasé. No te das cuenta de eso, ¿no? —Colocaste las llaves nuevamente en el portal. Eso no es un fracaso. E incluso si hubieras fallado en eso, aún te estaría dando este anillo. —Le debo a tu madre ocuparme de que sobrevivas a esto. El pecho de Elide se contrajo. —Le debes a mi madre la vida, Aelin —ella se inclinó más cerca, prácticamente empujando el anillo contra su rostro—. Tómalo. Si no es por mí, entonces hazlo por ella. Aelin volvió a observar el anillo. Y entonces lo tomó. Elide intentó no suspirar cuando la reina lo deslizó por su dedo. —Gracias —murmuró Aelin. Elide estaba a punto de responder cuando la tienda se abrió y un viento helado entro, junto con Borte. —¿No me invitaron al baño? —preguntó la rukhin, frunciéndole el ceño a la reina dramáticamente. Los labios de Aelin se curvaron hacia arriba. —Creí que los rukhin eran demasiado rudos para tomar un baño. —¿Ves lo bonito que los hombres mantienen su cabello? ¿Crees que eso no implica una obsesión con la limpieza? —Borte atravesó la tienda real y se desplomó sobre la banqueta que se encontraba al lado de la tina de la reina. Sin importarle para nada que ella o Elide estuvieran desnudas.

Le tomó a Elide toda su fuerza de voluntad no cubrirse. Por lo menos con Aelin en una tina adyacente, el borde de la bañera estaba lo suficientemente alto como para ofrecerles privacidad. Pero con Borte sentada por encima de ellas… —Aquí está lo que yo creo —declaró Borte, jugueteando con el extremo de una de sus trenzas. Aelin sonrió suavemente. —Hasar es un viejo cascarrabias. Sartaq está acostumbrado a estas condiciones y no le importa. Kashin intenta sacar el mejor provecho de la situación, porque es tan malditamente amable, pero es que todos están un poquito nerviosos de que estemos avanzando sobre cientos de miles de soldados (probablemente con más en el camino) y que Erawan no esté fuera del juego. Al igual que Maeve. Por lo que están enfadados. Les agradas, pero están enfadados. —Me di cuenta de eso —dijo secamente Aelin—, cuando Hasar me llamó una vaca estúpida. Elide se había abstenido con todas sus fuerzas de lanzarse contra la princesa. Y por el gruñido que habían emitido los Fae macho, Lorcan incluido, por todos los dioses, ella sabía que había sido igual de difícil para ellos. Aelin se había limitado a inclinar su cabeza y sonreírle a la princesa. Al igual que como estaba sonriendo ahora. Borte hizo un ademán con su mano ante las palabras de Aelin. —Hasar llama a todo el mundo vacas estúpidas. Estás en buena compañía —otra sonrisa de Aelin—. Pero no estoy aquí para hablar de eso. Quiero hablar sobre ti y sobre nosotras. —Mi tema de conversación favorito —dijo Aelin, riendo ligeramente. Borte sonrió. —Estás viva. Lo lograste. Todos aquí pensamos que morirías —ella deslizó su dedo a lo ancho de su cuello para enfatizar, y Elide se estremeció—. Probablemente Sartaq me hará guiar uno de los flancos hacia la batalla, pero ya he hecho eso. Y fui buena haciéndolo —su sonrisa se ensanchó—. Quiero guiar a tú flanco. —No tengo uno. —¿Entonces junto a quien cabalgarás hacia la batalla? —No he ido tan lejos —dijo Aelin, levantando una ceja—. Ya que esperaba estar muerta para este momento. —Bueno, cuando lo hagas, ten en cuenta que estaré en los cielos por encima de ti. Odiaría que la batalla fuese aburrida.

Solo los rukhin de mirada salvaje tienen el coraje de catalogar como “aburrida” una lucha contra cientos de miles de soldados. Pero antes que Aelin pudiera decir algo, o Elide pudiera preguntarle a Borte si los ruks estaban listos para combatir a los guivernos, la jinete había desaparecido. Cuando Elide volteó la mirada hacia Aelin, el rostro de la reina estaba sombrío. Aelin asintió con la cabeza hacia la entrada de la tienda. —Está nevando. —Ha estado nevando sin descanso durante días ahora. Aelin tragó saliva audiblemente. —Es una nevada del norte.

I La tormenta azotó el campamento, tan fieramente que Nesryn y Sartaq le dieron órdenes a los ruks de resguardarse durante el resto del día y la noche. Como si cruzar Terrasen los días anteriores los hubiera dejado oficialmente bajo un invierno brutal. —Continuaremos yendo hacia el norte —estaba diciendo Kashin, cerca del fuego dentro de la gran tienda de Hasar. —Como si hubiera otra opción —cortó Hasar, bebiendo de su vino con especias—. Hemos llegado tan lejos. Bien podríamos ir directamente hacia Orynth. Nesryn se sentó en un sofá bajo con Sartaq, aun preguntándose qué exactamente estaba haciendo en esas reuniones. Se cuestionaba el hecho de estar sentada junto a los hermanos de la realeza, con el Heredero del kanato a su lado. Emperatriz. La palabra parecía salir de cada respiración, de cada movimiento. —Nuestra gente se ha enfrentado a situaciones como esta anteriormente —dijo Sartaq—. Las enfrentaremos otra vez. Ciertamente, Sartaq se había quedado despierto largas horas durante las noches leyendo las cuentas y diarios de los guerreros y líderes del kanato de generaciones pasadas. Habían traído un cargamento de ellos desde el kanato, por esta misma razón. Sartaq le había dicho que ya había leído la mayoría. Pero nunca estaba de más refrescar la mente.

Si les daba una oportunidad contra cientos de miles de soldados, ella no presentaría queja. —No podremos enfrentarlos de ninguna manera si no cesa un poco esta tormenta —dijo Hasar, aun frunciendo el ceño y mirando la entrada de la tienda—. Cuando regrese a Antica, nunca más volveré a salir. —¿No sientes gusto por la aventura, hermana?—Kashin sonrió levemente. —No cuando es en un infierno congelado —gruñó Hasar. Nesryn dejó salir una risa ahogada, y Sartaq pasó su brazo alrededor de sus hombros. Un poco de contacto casual, descuidado. —Seguiremos avanzando —dijo Sartaq—. Hacia los muros de Orynth. Juramos hacerlo y no incumplimos nuestras promesas. Nesryn se habría enamorado de él tan solo por oírlo decir eso. Ella se inclinó hacia él, saboreando su calidez, en un silencioso agradecimiento. —Entonces recemos —dijo Kashin— para que esta tormenta no nos atrase demasiado y podamos llegar a Orynth cuando aún quede algo por defender.

Capítulo 102 Traducido por Ella R Corregido por Cotota

Prepararon una pequeña habitación cerca del Gran Salón para su visita. La habitación estaba iluminada por las velas esparcidas, y las antiguas piedras reflejaban sus sombras alrededor de la mesa donde lo habían colocado. Lysandra se quedó en el umbral, mientras observaba el cuerpo envuelto en sábanas en la parte trasera de la habitación. Ren se arrodilló ante él, cabizbajo. Así se había mantenido durante horas. Desde que les llegó la noticia que Murtaugh había caído al atardecer. Abatido por soldados de Valg mientras intentaba retener su avance sobre los muros de la ciudad. Habían trasladado a Murtaugh desde los muros de la ciudad con un grupo de soldados apiñados. Incluso desde los cielos, volando con las brujas después que Morath hubiera dado la orden de detenerse una vez más, Lysandra había oído el grito de Ren. Había visto desde las alturas cómo Ren corría por el fuerte hacia el cuerpo que era cargado a lo largo de las calles de la ciudad. Aedion había estado allí en cuestión de segundos. Plantado al lado de Ren todo este tiempo, con una mano en su hombro. Lysandra había ido con Evangeline. Había sostenido a la pasmada niña mientras lloraba, y se había quedado después que Evangeline se dirigiera hacia el cuerpo de Murtaugh para presionar un beso sobre su frente. Todo lo que la sábana dejaba ver, después de lo que el Valg había hecho. Ella la había alejado de la habitación justo cuando Darrow y el restó llegó. Lysandra no se había molestado en mirar a Darrow, ni a ninguno de los otros que no se hubieron atrevido a hacer lo que Murtaugh había hecho. Su muerte había congregado a los hombres en el muro. Los hizo derrumbar esa torre de asedio. Una victoria afortunada, y costosa. Lysandra había ayudado a Evangeline a bañarse, se aseguró que tuviera una comida caliente y la arropó en la cama antes de regresar. Para encontrar a Aedion aún al lado de Ren, su mano todavía descansando sobre

su hombro. Por lo que ella se quedó allí, en el umbral. Su propia vigilia, mientras el pozo de su poder se recuperaba, mientras las heridas que había recibido se curaban centímetro a centímetro. Aedion le murmuró algo a Ren, y retiró su mano. Ella se preguntó si esas habrían sido sus primeras palabras en horas. Aedion se volvió hacia ella entonces, parpadeando. Demacrado. Abatido. Exhausto y en duelo y cargando un peso que ella no podía soportar ver. Incluso el paso enérgico usual de Aedion ahora era fatigoso. Ella lo siguió hacia afuera, mirando hacia atrás solamente una vez, hacia donde Ren continuaba arrodillado, cabizbajo. Un terrible silencio a su alrededor. Lysandra mantuvo el paso a su lado, cuando él dobló hacia el salón comedor. A esa hora, la comida sería poca, pero ella encontraría algo. Para ambos. Iría a cazar si necesitaba hacerlo. Ella abrió su boca para decirle a Aedion justamente eso. Pero lágrimas estaban corriendo por su rostro, arrastrando consigo sangre y suciedad. Lysandra se detuvo, tirando de él para que se detuviera también. Él evitó su mirada mientras ella limpiaba las lágrimas de una mejilla. Luego la otra. —Debí haber estado en el muro oeste —murmuró, con la voz quebrada. Ella sabía que no había palabras que lo confortaran. Por lo que volvió a limpiar las lágrimas de Aedion, lágrimas que sólo dejaría caer en este ensombrecido salón, una vez que todos los demás se hubieran acostado. Y cuando continuó evitando su mirada, ella acunó su rostro, levantando su cabeza. Durante un latido, durante una eternidad, se miraron. Ella no lo podía soportar, la desolación y la pena en su rostro. No lo aguantaba. Se puso en puntillas de pie y rozó su boca con la de él. Un susurro de un beso, la promesa de la vida, mientras la muerte merodeaba. Ella se alejó, encontrando el rostro de Aedion tan desconsolado como antes. Entonces lo volvió a besar. Y susurró cerca de su boca: —Era un buen hombre. Valiente y noble. Al igual que tú —lo volvió a besar—. Y cuando esta guerra termine, de la forma en que termine, seguiré aquí junto a ti. Ya sea en esta vida o en la siguiente, Aedion.

Él cerró sus ojos, como si absorbiera sus palabras. Su pecho jadeó, sus anchos hombros comenzaron a temblar. Entonces abrió sus ojos; llamas turquesas alimentadas por el dolor, la ira y un desafío a la muerte que los rodeaba. La tomó por la cintura con una mano, mientras que la otra se enredaba en su cabello, e inclinó su cabeza hacia atrás antes que sus bocas colisionaran. El beso abrasó sus huesos siempre cambiantes. Ella envolvió sus brazos alrededor de su cuello para sostenerlo más cerca. Sola en el oscuro y silencioso salón, mientras la muerte invadía el campo de batalla cercano, Lysandra se rindió ante ese ardiente beso, ante Aedion, incapaz de detener su gemido mientras la lengua de él se movía contra la suya. El sonido fue su detonante. Aedion los volteó a ambos, apoyando su espalda contra la pared. Ella se arqueó, desesperada por sentirlo en todo su cuerpo. Él gruñó dentro de su boca y la mano que tenía sobre la cadera de Lysandra se deslizó hacia su muslo, levantándolo para enredarlo alrededor de su cadera mientras él se hundía en ella, exactamente donde ella lo necesitaba. Aedion separó su boca de la de ella y comenzó a explorar su cuello, su mandíbula, su oreja. Ella suspiró su nombre, pasando sus manos a lo largo de su poderosa espalda mientras esta se flexionaba bajo su tacto. Más. Más. Más. Más de esta vida, más de este fuego que quema todas las sombras. Más de él. Lysandra deslizó sus manos hacia su pecho, clavando sus dedos en su chaqueta, buscando la cálida piel que yacía debajo. Aedion mordisqueó su oreja, arrastró sus dientes a lo largo de su mandíbula y reclamó su boca en otro arrebatador beso que la hizo gemir nuevamente. Pasos resonaron por el pasillo, junto con una disimulada tos y Aedion se congeló. Ruidosos, debieron haber sido tan ruidosos… Pero Aedion no se alejó, a pesar que Lysandra desenredó su pierna del lugar donde estaba en su cadera. Justo cuando un centinela pasaba, mirando hacia abajo. Pasaba caminando rápidamente. Aedion siguió al hombre con la mirada durante todo el tiempo, no había nada de humano en sus ojos. Un predador que por fin había encontrado a su presa. No, no su presa. Nunca sería así con él.

Sino su pareja. Su compañera. Cuando el centinela hubo desaparecido doblando en una esquina, sin dudas corriendo para decirle a todo el mundo lo que había interrumpido, Aedion se inclinó para besarla nuevamente. Pero Lysandra lo detuvo colocando gentilmente su mano sobre su boca. —Mañana —dijo suavemente. Aedion dejó salir un gruñido, aunque sin ninguna mordida. —Mañana —repitió, besándolo en la mejilla y alejándose de sus brazos—. Sobrevive el día de mañana, lucha y nosotros… continuaremos. Su respiración estaba entrecortada, su mirada atenta. —¿Hiciste esto por pena? —Una pregunta rota y miserable. Lysandra pasó su mano por su mejilla, cubierta de una barba incipiente, y presionó su boca contra la de él. —Es porque estoy harta de toda esta muerte. Y porque te necesitaba. Aedion emitió un sonido doloroso por los bajo, por lo que Lysandra lo besó una última vez, pasando su lengua por la comisura de sus labios. Él abrió la boca permitiéndole entrar, y entonces volvieron a estar enredados el uno con el otro, dientes, lenguas y manos incursionando, tocando, probando. Pero Lysandra se las arregló para alejarse una vez más, su respiración tan entrecortada como la de él. —Mañana, Aedion —dijo exhalando.

I —Tenemos lo suficiente en nuestro arsenal para que los arqueros usen durante otros tres días, quizás cuatro si conservan su provisión —dijo Lord Darrow con los brazos cruzados mientras leía el recuento. A Manon no le desagradaba el anciano, una parte de ella incluso admiraba su férreo control. Pero esos comités de guerra cada tarde estaban comenzando a cansarla. Especialmente cuando las noticias eran cada vez más desalentadoras. Ayer había otro más en esa habitación. Lord Murtaugh. Hoy solo su nieto se sentaba en una silla, sus ojos rojos. Una furia viviente. —¿La comida? —Aedion preguntó desde el otro lado de la mesa.

El príncipe y general había visto días mejores, también. Todos ellos lo habían hecho. Cada rostro en esta habitación tenía la misma expresión de derrota y abatimiento. —Tenemos comida como para un mes, por lo menos —dijo Darrow—. Pero nada de eso importará si no hay nadie para defender los muros. El Capitán Rolfe se puso de pie. —Quedan apenas sobras de los lanzallamas. Tendremos suerte si duran hasta mañana. —Entonces los conservaremos, también —dijo Manon—. Los utilizaremos sólo contra algún Valg de alto rango que atraviese las paredes de la ciudad. Rolfe asintió. Otro hombre al que admiraba a regañadientes, aunque su fanfarronería podía llegar a ser molesta. Componía un esfuerzo no mirar hacia las puertas selladas de la habitación. Donde Asterin y Sorrel deberían haber estado esperando. En defensa. En vez de eso, Petrah y Bronwen estaban allí. No como sus nuevas Segunda y Tercera, sino representando sus propias facciones. —Digamos que hacemos rendir las flechas durante cuatro días —Ansel de Briarcliff dijo, frunciendo el ceño—. Y hacemos que los lanzallamas duren tres, si los usamos cautelosamente. Una vez que se acaben, ¿qué nos queda? —Las catapultas aún funcionan —dijo una de las Fae de cabello plateado perteneciente a la realeza. La hembra. —Están para infligir daño lejos del campo de batalla —dijo el Príncipe Galan, quien, al igual que Aedion, tenía los ojos de Aelin—. No lucha cuerpo a cuerpo. —Para eso están nuestras espadas —dijo Aedion secamente—. Nuestro coraje. Eso último, Manon sabía, también estaba escaseando. —Podemos retener a las Ironteeth —dijo Manon—, pero no podemos ayudarlos al mismo tiempo en los muros. Verdaderamente se estaban enfrentando a una marea implacable que no cesaba. —¿Este es el fin entonces? —preguntó Ansel—. ¿En cuatro o cinco días ofreceremos nuestros cuellos a Morath? —Lucharemos hasta el final —gruñó Aedion—. Hasta que ya no quede nada de nosotros. Ni siquiera Lord Darrow objetó eso. Por lo que se despidieron, dando por finalizado el comité. No había nada más que discutir. En un par de días más todos ellos se convertirían en un gran festín para los cuervos.

Capítulo 103 Traducido por Mary A. Corregido por Cotota

La tormenta había detenido por completo a su ejército. La primera mañana, se enfureció tan ferozmente que Rowan no había podido ver unos pocos pies delante de él. Ruks había sido castigados, y solo los exploradores más duros habían sido enviados a tierra. Así que el ejército se sentó allí. No más de cincuenta millas sobre la frontera de Terrasen. Una semana de Orynth. Si Aelin hubiera poseído todos sus poderes ... No sus plenos poderes. No más, Rowan se recordó a sí mismo mientras estaba sentado en su tienda de guerra, su pareja, su esposa y su reina en el sofá bajo a su lado. Los poderes completos de Aelin eran ahora ... no lo sabía del todo. Donde habían estado en Mistward, tal vez. Cuando ella todavía tenía ese amortiguador castigo autoinfligido. No tan poco como cuando había llegado, pero no tanto como cuando había rodeado a toda Doranelle con su llama. Ciertamente no era suficiente para enfrentar a Erawan y alejarse. Y Maeve. A él no le importaba. No le importaba una mierda si ella tenía todo el poder del sol, o solo una brasa. De todos modos, nunca le había importado. Afuera, el viento aullaba, la tienda se estremecía. —¿Siempre es así de malo? —Preguntó Fenrys, frunciendo el ceño ante las paredes de la tienda. —Sí —dijeron Elide y Aelin, luego compartieron una extraña sonrisa. Un milagro, esa sonrisa en la boca de Aelin. Pero la de Elide se desvaneció cuando dijo: —Esta tormenta podría durar días. Podría volcar tres pies. Lorcan, persistente cerca del brasero, gruñó. —Incluso una vez que la nieve se detenga, habrá que lidiar con eso. Soldados que pierden dedos de los pies y dedos por el frío.

La sonrisa de Aelin se desvaneció por completo. —Me derretiré tanto como pueda. Ella lo haría. Ella se pondría al borde del agotamiento para hacerlo. Pero juntos si unían sus poderes, la fuerza de la magia de Rowan podría ser suficiente para derretir un camino. Para mantener caliente al ejército. —Todavía tendremos un ejército que llevar a Orynth agotado —dijo Gavriel, frotándose la mandíbula. ¿Cuántos días lo había visto Rowan mirando hacia el norte, hacia el hijo que luchó en Orynth? Preguntándose, sin duda, si Aedion aún vivía. —Son profesionales —dijo Fenrys secamente—. Ellos pueden manejarlo. —Ir por el camino largo solo aumentará el agotamiento —dijo Lorcan. —Lo último que escuchamos —dijo Rowan— era que Morath sostuvo a Perranth — un doloroso parpadeo de Elide por eso—. No nos arriesgaremos a cruzar demasiado cerca de él. No cuando eso significaría potencialmente enredarse en un conflicto que solo retrasaría nuestra llegada a Orynth y reduciría nuestros números. —He mirado los mapas una docena de veces —Gavriel frunció el ceño hacia donde estaban colocados en la mesa de trabajo—. No hay un camino alternativo a Orynth, no sin acercarse demasiado a Perranth. —Quizás tengamos suerte —dijo Fenrys—, y esta tormenta habrá golpeado a todo el Norte. Tal vez congelando a algunas de las fuerzas de Morath por nosotros. Rowan dudaba que fueran tan afortunados. Tenía la sensación de que la suerte que poseían se había gastado con la mujer sentada a su lado. Aelin lo miró, grave y cansada. No podía imaginar cómo se sentía. Ella se había rendido a sí misma. Había renunciado a su humanidad, a su magia. Sabía que era lo primero que dejaba esa mirada atormentada y magullada en sus ojos. Eso la convirtió en una extraña en su propio cuerpo. Rowan se había tomado el tiempo la noche anterior para reencontrarla con ciertas partes de ese cuerpo. Y el suyo propio. Había pasado mucho tiempo haciéndolo, también. Hasta que esa mirada atormentada se desvaneció, hasta que ella se retorció debajo de él, ardiendo mientras él se movía en ella. No había evitado que sus lágrimas cayeran, incluso cuando se habían convertido en vapor antes de que golpearan su cuerpo, y había lágrimas en su propia cara, brillantes como plata en la llama, mientras ella lo sostenía con fuerza. Sin embargo, esta mañana, cuando la había acariciado con los besos en la mandíbula, el cuello, esa mirada atormentada había regresado. Y se demoró. Primero sus cicatrices. Luego su cuerpo mortal, humano.

Suficiente. Ella le había dado suficiente. Él sabía que ella planeaba dar más. Un explorador rukhin llamó a la reina desde las aletas de la tienda, y Aelin dio una orden tranquila para que entrara. Pero la exploradora solo asomó en su cabeza, con los ojos muy abiertos. La nieve cubrió su capucha, sus cejas, sus pestañas. —Su Alteza. Altezas —corregió, mirándolo. Rowan no se molestó en decirle que él era simplemente y que siempre sería Su Alteza—, debe venir —la exploradora jadeó lo suficientemente fuerte como para que su aliento se enroscara en el aire helado que se filtraba a través de las aletas de la tienda—. Todos ustedes. Tardó unos minutos en ponerse las capas y el equipo más cálido, para prepararse para la nieve y el viento. Pero luego todos avanzaban lentamente a lo largo de las derivas, y la exploradora los guiaba por las tiendas enterradas a medias. Incluso debajo de los árboles, había poco refugio. Sin embargo, cuando llegaron al borde del campamento, las nieves cegadoras pasaban rugiendo. Velando lo que la exploradora señaló cuando ella dijo: —Mire. A su lado, Aelin tropezó un paso. Rowan la alcanzó para evitar que se cayera. Pero ella no había estado cayendo. Ella se había estado lanzando hacia adelante, como para correr hacia adelante. Rowan vio por fin lo que ella veía. Quien emergió entre los árboles. Contra la nieve, era casi invisible con su pelaje blanco. Hubiera sido invisible si no fuera por la llama dorada que parpadea entre sus orgullosas y elevadas astas. El Señor del Norte. Y a sus pies, a su alrededor... La Gente Pequeña. La nieve se aferraba a sus pestañas, un pequeño sonido salió de Aelin cuando la criatura más cercana curvó su mano, haciendo señas. Como si dijeran, síguenos. Los otros se quedaron boquiabiertos en silencio ante el magnífico y orgulloso ciervo que había venido a saludarlos. Para guiar a casa a la Reina de Terrasen. Pero entonces el viento comenzó a susurrar, y no era la canción que Rowan solía escuchar. No, fue una voz que todos escucharon mientras pasaba por delante de ellos. La condena está sobre Orynth, Heredera de Brannon. Hay que darse prisa. Un escalofrío que no tenía nada que ver con el frío se deslizaba por la piel de Rowan.

—La tormenta —espetó Aelin, las palabras tragadas por la nieve. Hay que darse prisa. Te mostraremos el camino, veloz e invisible. Aelin se quedó inmóvil. Dijo a esa voz, tan antigua como los árboles, tan antigua como las rocas entre ellos: —Ya me han ayudado tantas veces. Y tú misma has dado mucho, Heredera de Brannon. Nosotros, que lo recordamos, sabemos que él habría tomado esa decisión si hubiera podido hacerlo. Oakwald nunca olvidará a Brannon, o su Heredera. Aelin se enderezó, escudriñó los árboles, el viento azotado por la nieve. Dríada. Esa era la palabra que buscaba. Dríada. Un espíritu de árbol. —¿Cuál es tu costo? —Preguntó Aelin, su voz ahora más fuerte. —¿Realmente quieres preguntar? —Fenrys murmuró. Rowan le gruñó. Pero Aelin se había quedado quieta mientras esperaba que la dríada respondiera. La voz de Oakwald, de la Gente Pequeña y las criaturas que durante mucho tiempo la cuidaron. Un mundo mejor, contestó por fin la dríada. Incluso para nosotros.

I El ejército fue una ráfaga de actividad cuando se preparó para marchar, para correr hacia el norte. Pero Aelin arrastró a Rowan a su tienda. Al montón de libros que Chaol y Yrene habían traído del sur del continente. Pasó un dedo por los títulos, buscando, escaneando. —¿Qué estás haciendo? —Preguntó su compañero. Aelin ignoró la pregunta y murmuró al encontrar el libro que buscaba. Lo hojeó, cuidando de no rasgar las antiguas páginas. —Podría ser una vaca estúpida —murmuró, girando el libro para mostrarle a Rowan la página que buscaba—, pero no sin opciones. Los ojos de Rowan bailaban. ¿Me estás incluyendo en este esquema en particular, princesa?

Aelin sonrió. No quiero que te sientas excluido. Inclinó la cabeza. —Tenemos que darnos prisa, entonces. Al escuchar el alboroto del ejército que se prepara más allá de su tienda, Aelin asintió. Y empezó.

Capítulo 104 Traducido por Mary A. Corregido por Cotota

El sudor y la sangre en él se estaban congelando rápidamente, Aedion jadeando cuando se apoyó contra las murallas de la ciudad golpeada y observó al enemigo acampado retirarse por la noche. Una broma enfermiza, un tormento cruel, para que Morath se detuviera a cada atardecer. Como si fuera una especie de civismo, como si las criaturas que infestaron a tantos de los soldados debajo necesitaran luz. Sabía por qué Erawan lo había ordenado así. Para desgastarlos día a día, para romperles el ánimo en lugar de dejarlos salir con furiosa gloria. No era solo la victoria o la conquista que Erawan deseaba, sino su completa rendición. Suplicando que se acabe, que él los termine, que los gobierne. Aedion apretó los dientes mientras cojeaba las almenas, la luz se desvanecía rápidamente, la temperatura caía en picado. Cinco días. Las armas que estimaban que se agotaban en tres o cuatro días habían durado hasta hoy. Hasta ahora. Abajo de la pared, uno de los micénicos envió un penacho de llamas al Valg que aún intentaba escalar la escalera de asedio. Donde ardía, los demonios caían. Rolfe estaba junto a la mujer que manejaba la pistola de fuego, con el rostro tan ensangrentado y sudoroso como el de Aedion. Una mano de armadura negra sujetada a la almena junto a Aedion mientras pasaba, luchando por comprar tiempo. Apenas mirando, Aedion golpeó su antiguo escudo. Un aullido y un grito de desvanecimiento fueron su única confirmación de que el soldado rebelde había caído al suelo. Rolfe sonrió sombríamente cuando Aedion se detuvo, el peso de su armadura era como mil piedras. En la parte superior, Crochans y Ironteeth volaron lentamente de regreso a través de las murallas de la ciudad, con capas rojas que se inclinaban sobre las escobas, con alas de cuero batiendo irregularmente. Aedion miró el cielo hasta que vio al wyvern sin jinete que buscaba todos los días, todos los días, todas las noches.

Al verlo también, Lysandra se inclinó y comenzó un lento y doloroso descenso hacia la muralla de la ciudad. Tantos muertos. Más y más cada día. Esas vidas perdidas pesaban cada uno de sus pasos. Nada de lo que pudiera hacer lo haría bien, no realmente. —Los arqueros están fuera —dijo Aedion a Rolfe a modo de saludo cuando Lysandra se acercó, con la sangre de ella y de otras personas en sus alas, su pecho—. No más flechas. Rolfe levantó la barbilla hacia la guerrera que todavía ponía en marcha su lanza de fuego con ataques de chisporroteo y estallidos. Lysandra aterrizó, moviéndose en un instante, e instantáneamente estaba al lado de Aedion, metida bajo el brazo de su escudo. Un beso suave y veloz era su único saludo. Lo único que esperaba todas las noches. A veces, una vez que habían sido vendados y comían algo, se las arreglaba para obtener más que eso. A menudo, no se molestaban en lavarse antes de encontrar un hueco sombreado. Entonces no era nada más que ella, la perfección absoluta de ella, los pequeños sonidos que hacía cuando él le lamía la garganta, cuando sus manos lentamente, tan lentamente, exploraban cada centímetro de ella. Dejando que ella marque el paso, mostrándole y diciéndole hasta dónde desea ir. Pero no esa unión final, todavía no. Algo para que ambos vivieran, ese era su voto tácito. Ella apestaba a sangre de Valg, pero Aedion aún presionaba otro beso en la sien de Lysandra antes de mirar a Rolfe. El Señor Pirata sonrió sombríamente. Bien conscientes de que estos serían probablemente sus últimos días. Horas El guerrero Micénico volvió a apuntar con su lanza de fuego, y el Valg persistente se desplomó en la oscuridad, poco más que huesos derretidos y tela revoloteando. —Eso es lo último —dijo Rolfe en voz baja. Le tomó a Aedion un latido del corazón darse cuenta de que no se refería al último soldado de la noche. El guerrero Micénico dejó su lanza de fuego con un golpe pesado y metálico —Las lanzas de fuego se acabaron —dijo Rolfe.

I

La oscuridad cayó sobre Orynth, tan espesa que incluso las llamas del castillo se marchitaron. En las almenas del castillo, Darrow, en silencio a su lado, Evangeline observaba las líneas de soldados que caminaban desde las paredes, desde los cielos. Los tambores de hueso empezaron a latir. Un latido del corazón, como si el ejército enemigo en la llanura fuera una bestia masiva y en ascenso ahora preparada para devorarlos. La mayoría de los días, solo latían de sol a sol, el ruido bloqueado por el estruendo de la batalla. Que habían comenzado de nuevo cuando el sol se desvaneció... Su estómago se revolvió. —Mañana —murmuró Lord Sloane desde donde se encontraba junto a Darrow—. O al día siguiente. Se hará entonces. No la victoria. Evangeline lo sabía ahora. Darrow no dijo nada, y Lord Sloane le dio una palmada en el hombro antes de entrar. —¿Qué pasa al final? —Evangeline se atrevió a preguntar a Darrow. El anciano miró a través de la ciudad, el campo de batalla lleno de tan terrible oscuridad. —O nos rendimos —dijo con voz ronca—, y Erawan nos hace esclavos a todos, o luchamos hasta que todos somos carroña. Palabras tan duras y duras. Sin embargo, a ella le gustaba eso de él, que él no suavizaba nada para ella. —¿Quién decidirá lo que hacemos? Sus ojos grises escudriñaron su rostro. —Caerá sobre nosotros, los Señores de Terrasen. Evangeline asintió. Las fogatas enemigas cobraron vida, sus llamas parecían hacer eco al ritmo de sus tambores de hueso. —¿Qué decidirías? —La pregunta de Darrow fue tranquila, tentativa. Ella lo consideró. Nunca nadie le había preguntado algo así. —Me hubiera gustado mucho vivir en Caraverre —admitió Evangeline. Ella sabía que él no lo reconocía, pero no importaba ahora, ¿verdad?—. Murtaugh me mostró la tierra, los ríos y montañas que están cerca, los bosques y las colinas —un dolor palpitaba en su pecho—. Vi los jardines en la casa, y me hubiera gustado haberlos visto en primavera —su garganta se tensó—. Me hubiera gustado que fuera mi hogar. Por esto... por todo Terrasen por haber sido mi hogar.

Darrow no dijo nada, y Evangeline puso una mano en las piedras del castillo, mirando hacia el oeste ahora, como si pudiera ver todo el camino hasta Allsbrook y el pequeño territorio en su sombra. A Caraverre. —Eso es lo que Terrasen siempre ha significado para mí, ya sabes —continuó Evangeline, hablando más para sí misma—. Tan pronto como Aelin liberó a Lysandra y se ofreció para unirse a su corte, Terrasen siempre ha querido ser hogar. Un lugar donde... la clase de personas que nos lastiman no llegan a vivir. Cualquiera que sea, independientemente de quiénes sean y de dónde vengan y cuál sea su rango, pueden vivir en paz. Donde podemos tener un jardín en primavera, y nadar en los ríos en verano. Nunca he tenido tal cosa antes. Un hogar, quiero decir. Y me hubiera gustado que Caraverre, por Terrasen, hubiera sido mío —ella se mordió el labio—. Así que elegiría pelear. Hasta el final. Por mi hogar, nuevo como es. Elijo pelear. Darrow se quedó en silencio durante tanto tiempo que ella lo miró. Nunca había visto sus ojos tan tristes, como si el peso de todos sus años realmente se asentara en ellos. Entonces él solo dijo: —Ven conmigo. Ella lo siguió por las almenas y se adentró en el calor del castillo, a lo largo de varios pasillos sinuosos, hasta llegar al Gran Salón, donde se estaba preparando una cena demasiado pequeña. Uno de sus últimos. Nadie se molestó en levantar la vista de sus platos cuando Evangeline y Darrow pasaban por entre las largas mesas abarrotadas de soldados drenados y heridos. Darrow tampoco los miró, mientras se dirigía a la fila de personas que esperaban su comida. Hasta Aedion y Lysandra, sus brazos enroscándose entre sí mientras esperaban su turno. Como debería haber sido desde el principio, los dos juntos. Aedion, percibiendo el acercamiento de Darrow, se giró. El general parecía agotado. Él lo sabía, entonces. Que mañana o pasado mañana sea el último. Lysandra le dirigió a Evangeline una pequeña sonrisa, y Evangeline sabía que ella también estaba consciente. Intentaría encontrar una manera de sacarla antes del final. Incluso si Evangeline nunca lo permitiría. Darrow desató la espada a su lado y la extendió hasta Aedion. El silencio comenzó a ondearse por el pasillo al ver la espada, la espada de Aedion. La Espada de Orynth. Darrow lo sostuvo entre ellos, el antiguo pomo de hueso brillaba. —Terrasen es tu hogar.

El rostro demacrado de Aedion permaneció inmóvil. —Ha sido desde el día que llegué aquí. —Lo sé —dijo Darrow, mirando a la espada—. Y lo has defendido mucho más de lo que se esperaría que un hijo nacido natural. Más allá de lo que alguien podría pedir razonablemente que diera. Lo has hecho sin queja. Sin temor, y han servido a tu reino noblemente —extendió la espada—. Perdonarás a un anciano orgulloso que también intentó hacerlo. Aedion deslizó su brazo del hombro de Lysandra, y tomó la espada en sus manos —Servir a este reino ha sido el gran honor de mi vida. —Lo sé —repitió Darrow, y miró a Evangeline antes de mirar a Lysandra—. Alguien muy sabio me dijo recientemente que Terrasen no es simplemente un lugar, sino un ideal. Un hogar para todos aquellos que vagan, para aquellos que necesitan un lugar para recibirlos con los brazos abiertos —inclinó la cabeza hacia Lysandra—. Reconozco formalmente a Caraverre y sus tierras, y a ti como su dama. Los dedos de Lysandra encontraron los de Evangeline y los apretaron con fuerza. —Por tu inquebrantable coraje frente al enemigo reunido en nuestra puerta, por todo lo que has hecho para defender esta ciudad y este reino, Caraverre será reconocida y será tuya para siempre —una mirada entre ella y Aedion—. Cualquier heredero que tengas lo heredará, y sus herederos después de ellos. —Evangeline es mi heredera —dijo Lysandra con voz espesa, apoyando una cálida mano en su hombro. Darrow sonrió levemente. —Yo también lo sé. Pero me gustaría decir una cosa más, en esta tal vez nuestra última noche nuestra —él inclinó la cabeza hacia Evangeline—. Nunca engendré descendencia alguna, ni adopté ninguna. Sería un honor nombrar a una joven tan sabia y valiente como mi heredera. Silencio absoluto. Evangeline parpadeó y volvió a parpadear. Darrow continuó con asombrada calma: —Me gustaría enfrentarme a mis enemigos sabiendo que el corazón de mis tierras, de este reino, latirá en el cofre de Evangeline. Sin importar la sombra que se acumule, Terrasen siempre vivirá en alguien que entienda su esencia sin necesidad de que se le enseñe. Quien encarna sus mejores cualidades —señaló a Lysandra—. Si eso te parece bien. Para hacerla en su pupila, y en una dama... Evangeline estrechó la mano de Darrow. Él apretó la espada.

—Yo... —Lysandra parpadeó, y se volvió hacia ella, con los ojos brillantes—. No es mi respuesta, ¿verdad? Así que Evangeline sonrió a Darrow. —Me gustaría mucho eso.

I Los tambores de hueso latían durante toda la noche. Qué nuevos horrores se desatarían con el alba, Manon no lo sabía. Sentada junto a Abraxos en la torre aguilera, miró con él el interminable mar de negrura. Se acabaría pronto. La esperanza desesperada de Aelin Galathynius había desaparecido. ¿Alguien podría escapar una vez que las murallas de la ciudad fueran destruidas? ¿Y a dónde irían? Una vez que la sombra de Erawan se asentara, ¿habría algo que lo detuviera? Dorian... Dorian podría. Si hubiera conseguido las llaves. Si hubiera sobrevivido. Él podría estar muerto. Podría estar marchando sobre ellos en este momento, con un collar negro alrededor de su garganta. Manon apoyó la cabeza contra el lado cálido y correoso de Abraxos. Ella no podría ver a su gente en casa. Para llevarlos a los Wastes. Mañana, en sus malvados y viejos huesos, sabía que sería mañana cuando por fin cayeran las murallas de la ciudad. No les quedaban armas más allá de las espadas y su propio desafío. Eso solo duraría tanto tiempo contra la fuerza infinita que los espera. Abraxos movió su ala para que la protegiera del viento. —Me hubiera gustado haberlo visto —dijo Manon en voz baja—. Los Wastes. Sólo una vez. Abraxos resopló, empujándola suavemente con la cabeza. Ella le acarició el hocico con una mano. E incluso con la oscuridad en cuclillas en el campo de batalla, podía imaginárselo: el

verde vibrante y ondulado que fluía hacia un mar gris agitado. Una ciudad brillante a lo largo de su orilla, brujas que se elevan en escobas o wyverns en los cielos sobre ella. Podía escuchar la risa de los brujos en las calles, la música olvidada de su gente flotando en el viento. Un espacio amplio, abierto, exuberante y siempre verde. —Me hubiera gustado haberlo visto —susurró Manon de nuevo.

Capítulo 105 Traducido por Yunn Corregido por Cotota

Llovía sangre sobre el campo de batalla. Sangre y flechas, tantas que cuando encontraron blancos en el flanco de Lysandra, sus alas, apenas se registraron. Morath había estado reservando su arsenal. Hasta hoy. Con el alba, habían desatado un torrente de flechas tan grande que llegar a los cielos había sido un letal guantelete. No había querido saber cuántas Crochans habían caído, a pesar de los mejores esfuerzos de las rebeldes Ironteeth para protegerlas con los cuerpos de sus guivernos. Pero la mayoría había logrado llegar al cielo, y directamente al ataque de la legión Ironteeth. Abajo, Morath se movía como un enjambre con una urgencia que ella aún no había presenciado. Un mar negro que se estrellaba contra las murallas de la ciudad, rompiéndolas de vez en cuando. Las escaleras de asedio se elevaron más rápido de lo que podían bajarse, y ahora, con el sol apenas en la cima, las torres de asedio avanzaron un poco. Lysandra se lanzó hacia una bruja Ironteeth, una Blackbeak, según la banda de cuero teñida en su frente-,y la arrancó de la silla antes de desgarrarle la garganta a su wyvern. Una. Solo una fuera de la masa en los cielos. Ella se zambulló, escogiendo otro objetivo. Luego otro. Y otro. No sería suficiente. Y cuando la legión de las Ironteeth se había contentado con enfrentarlos en la batalla en las últimas semanas, hoy empujaron. Los hicieron retroceder pie por pie hacia Orynth. Y no había nada que Lysandra, ni ninguna de las Crochans o Ironteeth rebeldes, pudieran hacer para detenerlo. Así que brujas murieron. Y debajo de ellas, en las murallas de la ciudad, también murieron soldados de tantos

reinos. La última defensa, las últimas horas, de su desesperada alianza.

I El aliento de Manon era un rasguño en su garganta, el brazo de su espada le dolía. Una y otra vez, se unieron y condujeron contra la legión de los Ironteeth. Una y otra vez, fueron empujadas hacia atrás. De vuelta hacia Orynth. Hacia las paredes. Las líneas de Crochans se estaban colapsando. Incluso las rebeldes Ironteeth habían comenzado a volar descuidadamente. ¿Cómo habían luchado y luchado y todavía habían llegado a esto? Las Trece habían renunciado a sus vidas; su pecho estaba vacío, el ruido de la batalla seguía siendo un rugido lejano sobre el silencio en su cabeza. Y sin embargo, había llegado a esto. Si siguieran así, serían invadidos al anochecer. Si no reconfiguraran su plan de ataque, no les quedaría nada al amanecer. Aún quedaba algo de su espíritu destrozado para encontrarlo inaceptable. Para enfurecerse contra ese fin. Tuvieron que retirarse hacia las murallas de la ciudad. Para reagruparse y usar Orynth, las montañas detrás de ella, para su ventaja. Cuanto más tiempo permanecieran en el despejado cielo, más letal se volvería. Manon liberó el cuerno de su lado y sopló dos veces. Crochan y Ironteeth se giraron hacia ella, con los ojos muy abiertos por la sorpresa. Manon volvió a sonar la bocina. Retírense, el cuerno sonó. Vuelvan a la ciudad.

I La puerta occidental de la ciudad se estremeció. Donde antes los intrincados y antiguos tallados habían adornado las imponentes placas de hierro, ahora solo quedaban abolladuras y salpicaduras de sangre.

Un estruendo atronador hizo eco en toda la ciudad, las montañas y Aedion, jadeando mientras luchaba encima de las almenas sobre las puertas, se atrevió a apartar la mirada de su último oponente. Se atrevió a inspeccionar el último golpe del ariete. Soldados llenaron el paso peatonal hasta la puerta, más alineándose en las calles más allá de él. Tantos como pudieran ser salvados de las paredes. Muy pronto. Muy pronto la puerta occidental cedería. Después de miles de años, finalmente se rompería. La Espada de Orynth estaba resbaladiza en su mano ensangrentada, su antiguo escudo cubierto de sangre. Ya la gente estaba huyendo al castillo. Las almas valientes que se habían quedado en la ciudad todo este tiempo, esperando contra toda esperanza que pudieran sobrevivir. Ahora corrían, niños en sus brazos, hacia el castillo que sería el último bastión contra las hordas de Morath. Por el tiempo que eso fuera. Horas, tal vez. Manon había dado la orden de retirarse, y Crochans y Ironteeth aterrizaron en la pared, junto a la puerta sur que aún estaba firme, algunas se unieron a la batalla y otras sostuvieron la línea contra la legión aérea del enemigo en su retaguardia. La puerta occidental se estremeció de nuevo, meciéndose hacia adentro, la madera, el metal y las cadenas que habían usado para reforzarlas se pandearon. Aedion sintió al enemigo que se apresuraba a su flanco izquierdo expuesto y levantó su escudo, tan infinitamente pesado. Pero un guiverno sin jinete interceptó al soldado, rompiendo al hombre en dos antes de arrojar sus restos de las almenas. Con un destello de luz, Lysandra estaba allí, quitándole la ropa, la espada y el escudo a un asesino silencioso caído. —Dime hacia donde ordenar a Manon y los demás estacionados en la ciudad —dijo ella, jadeando con fuerza. Una herida corría por su brazo y la sangre se derramaba por todas partes, pero ella no pareció notarlo. Aedion trató de hundirse en ese fresco y calculador lugar que lo había guiado a través de otras batallas, otras casi derrotas. Pero esto no sería una casi derrota. Esto sería una derrota, pura y brutal. Una matanza. —Aedion —su nombre era una súplica frenética. Un soldado Valg se apresuró a atacarlos, y Aedion dividió al hombre del ombligo a la nariz con un golpe de la Espada de Orynth. Lysandra apenas parpadeó ante la sangre negra que salpicó su cara. La puerta del oeste se dobló, el hierro chillaba cuando comenzó a despegarse.

Tenía que ir, tenía que ir allí para liderar la pelea en la puerta. Donde haría su última defensa. Donde encontraría su final, defendiendo el lugar que más había amado. Era lo menos que podía hacer, con todos los guerreros que habían caído gracias a él, a sus elecciones. Él mismo caería por Terrasen. Una muerte digna de una canción. Un final digno de ser contado en torno a un a fogata. Si en el nuevo mundo de oscuridad de Erawan, se le permitiera existir a las llamas. La legión Ironteeth de Morath se unió a sus compañeros rebeldes; las agotadas Crochans se posaron en las piedras mientras bebían agua y revisaban las heridas. Un respiro antes de su empuje final. A lo largo de la pared, los soldados de Valg se levantaron y se levantaron y se lanzaron sobre las almenas. Así que Aedion se inclinó y besó a Lysandra, besó a la mujer que debería haber sido su esposa, su compañera, una última vez. —Te amo. La tristeza llenó su hermoso rostro. —Y yo a ti —ella hizo un gesto hacia la puerta occidental, a los soldados que esperaban su última hendidura—. ¿Hasta el final? Aedion levantó su escudo, dando vuelta la Espada de Orynth en su mano, liberando la rigidez que había agarrado sus dedos. —Te encontraré de nuevo —le prometió—. En cualquier vida después de esta. Lysandra asintió. —En cada vida. Juntos, se dirigieron hacia las escaleras que los llevarían hasta las puertas. Al esperado abrazo de la muerte. Un cuerno atravesó el aire, la batalla, el mundo. Aedion se quedó inmóvil. Giró hacia la dirección de ese cuerno, hacia el sur. Más allá de las abundantes filas de Morath. Más allá del mar de negrura, hasta las laderas que limitaban el borde de la extensa llanura de Theralis. Una vez más, ese cuerno sonó, un rugido de desafío. —Ese no es un cuerno de Morath —susurró Lysandra.

Y luego aparecieron. A lo largo del borde de las laderas. Una línea de guerreros con armadura dorada, soldados de infantería y caballería por igual. Cada vez más, una gran línea que se extendía a lo largo de la cima de la colina final. Llenando los cielos, extendiéndose en el horizonte, volaban poderosos pájaros blindados con jinetes. Ruks. Y ante todos ellos, con la espada levantada hacia el cielo cuando ese cuerno sopló por última vez, el rubí en el pomo de la hoja ardiendo como un pequeño sol... Ante todos ellos, cabalgando sobre el Señor del Norte, estaba Aelin.

Capítulo 106 Traducido por Yunn Corregido por Cotota

A través de los antiguos y olvidados caminos de Oakwald, a través de las Montañas de Perranth, el Señor del Norte y la Gente Pequeña los habían guiado. Rápidos e inquebrantables, compitiendo contra la fatalidad, habían hecho su último empuje hacia el norte. Apenas se habían detenido a descansar. Había dejado cualquier suministro innecesario atrás. Los exploradores Ruks no se habían atrevido a volar por delante por temor a ser descubiertos por Morath. Por miedo a arruinar la ventaja en sorpresa. Seis días de marcha, ese gran ejército corriendo detrás de ella. Terreno inhóspito suavizado. Pequeños ríos se congelaron a su paso. Los árboles bloquearon la nieve que caía. Ayer habían viajado por la noche. Y cuando amaneció, el Señor del Norte se arrodilló frente a Aelin y se ofreció como su montura. No había silla para él; ninguna jamás sería permitida o necesaria. Cualquier jinete que permitiera en su espalda, Aelin sabía, nunca caería. Algunos se habían arrodillado cuando ella pasó. Incluso Dorian y Chaol habían inclinado sus cabezas. Rowan, encima de un caballo Darghan de ojos feroces, solo había asentido. Como si él siempre hubiera esperado que terminara aquí, al frente del ejército que galopaba las últimas horas hasta el borde de Orynth. Ella había colocado la corona de batalla en su cabeza, junto con la armadura que había reunido en Anielle, y se había equipado con las armas de repuesto que Fenrys y Lorcan le habían dado. Yrene, Elide y los sanadores permanecerían en la retaguardia, hasta que los ruks pudieran llevarlos a Orynth. Dorian y Chaol guiarían a los hombres salvajes de los Colmillos por el flanco derecho, la familia real de kanatos a la izquierda, Sartaq y Nesryn en los cielos con los ruks. Y Aelin y Rowan, con Fenrys, Lorcan y Gavriel, tomarían el centro. El ejército se había extendido a medida que se acercaban a las laderas más allá de Orynth, las colinas que los llevarían al borde de la llanura de Theralis, y ofrecerían

su primera vista de la ciudad más allá. Con el corazón palpitante, el Señor del Norte sin inmutarse, Aelin había ascendido por la última de esas colinas, la más alta y más empinada de ellas, y miró a Orynth por primera vez en diez años. Un terrible y palpitante silencio la atravesó. Donde una hermosa ciudad blanca había brillado entre el río y la llanura y la montaña... El humo y el caos y el terror reinaban. La turquesa Florina fluía de color negro. El tamaño total, el auge del enorme ejército que tronaba contra sus paredes, en los cielos sobre esta... Ella no se había dado cuenta. Cuan grande sería el ejército de Morath. Qué pequeña y preciosa parecía Orynth ante este. —Ya casi atraviesan por la puerta occidental —murmuró Fenrys, su vista de Fae engullendo detalles. El ejército del Kan se desplegó alrededor de ellos, a través de la colina. La cresta de una ola pronto a romperse. Sin embargo, incluso los soldados de Darghan vacilaron, moviendo los caballos, ante el ejército entre ellos y la ciudad. El rostro de Rowan estaba serio, serio, pero sin desanimarse, cuando observó al enemigo. Tantos. Tantos soldados. Y la legión de las Ironteeth encima de ellos. —Los Crochans luchan en las murallas de la ciudad —observó Gavriel. De hecho, apenas podía distinguir las capas rojas. Manon Blackbeak no había roto su promesa. Y ella tampoco lo haría. Aelin miró su mano, oculta bajo el guante. A donde debería haber estado una cicatriz. Te prometo que no importa lo lejos que vaya, sin importar el costo, cuando pidas mi ayuda, iré. No había tiempo para discursos. No había tiempo para reunir a los soldados detrás de ella. Estaban listos. Y ella también. —Suena la llamada —ordenó Aelin a Lorcan, quien se llevó un cuerno a los labios y sopló.

En la línea, los heraldos del kanato soplaron sus propios cuernos en respuesta. Hasta que todos fueron una inmensa, bramante nota, corriendo hacia Orynth. Volvieron a sonar los cuernos. Aelin empuñó a Goldryn de su funda a través de su espalda y levantó su escudo mientras levantaba la espada hacia el cielo. Mientras que un hilo de su magia penetraba el rubí en la empuñadura y lo hacía brillar. Los soldados de Darghan apuntaron sus suldes hacia adelante, madera crujiendo, crines agitándose con el viento. En la línea, la princesa Hasar y el príncipe Kashin apuntaron sus propias lanzas hacia el ejército enemigo. Dorian y Chaol sacaron sus espadas y las apuntaron hacia delante. Rowan desenfundó su espada, un hacha en la otra mano, su cara como piedra. Irrompible. Los cuernos sonaron por tercera y última vez, el grito de guerra cantando a través de la llanura sangrienta. El Señor del Norte se alzó, proyectando a Goldryn hacia el cielo, y Aelin desató un destello de fuego a través del rubí, la señal que el ejército detrás de ella había esperado. Po Terrasen. Todo ello, por Terrasen. El Señor del Norte aterrizó, la llama inmortal dentro de sus astas brilló cuando comenzó la carga. El ejército alrededor y detrás de ella fluía por la ladera de la colina, ganando con cada paso, avanzando hacia las filas de Morath. Disparados hacia Orynth. Hacia su hogar.

I Adelante en la batalla ellos atacaron, impávidos y furiosos. La reina que estaba en lo alto del ciervo blanco no se resistía con cada paso que ganaba hacia las legiones que esperaban. Ella solo tiró su espada en su mano, una, dos veces, el brazo del escudo encogiéndose con fuerza. Los guerreros inmortales a su lado tampoco dudaron, con los ojos fijos en el enemigo que tenían delante.

Más rápido y más rápido, la caballería del kanato galopaba a su lado, formando la línea del frente, sosteniéndola, mientras se acercaban a la primera de las líneas traseras de Morath. El enemigo se volvió hacia ellos. Lanzas puntiagudas; arqueros corriendo a su posición. El primer impacto dolería. Muchos caerían antes de que incluso lo alcanzaran. Pero la línea del frente tuvo que hacerlo. No debían romper. Desde las líneas enemigas, surgió una orden. —¡Arqueros! Las cuerdas del arco gimieron, los objetivos fueron fijados. —¡Disparen! Grandes flechas de hierro ocultaron el sol, apuntando a la caballería. Pero ruks, dorados y marrones y negros como la noche, se zambulleron, se zambulleron, se zambulleron del cielo, volando ala con ala. Y a medida que esas flechas se arqueaban hacia la tierra, los ruks las interceptaron, llevándose la peor parte mientras protegían al ejército al ataque debajo de ellas. Ruks cayeron. E incluso la reina al mando de la carga lloró de rabia y dolor cuando los pájaros y sus jinetes se estrellaron contra la tierra. Por encima de ella, tomando una flecha tras otra, con el escudo levantado hacia el cielo, un joven jinete rugió su grito de batalla. Las líneas del frente no debían romperse. Brujas Ironteeth sobre sus wyverns se inclinaron hacia ellos, hacia los ruks que se disparaban contra sus espaldas expuestas. En la ciudad, a lo largo de las paredes de Orynth, una reina de cabello blanco gritó: —¡Empujen! ¡Empujen! ¡Empujen! Las agotadas brujas se lanzaron a los cielos, en escobas y bestias, levantando espadas. Corriendo por el frente de la legión aérea girando hacia los ruks. Para aplastar a la legión de Ironteeth entre ellos. En el terreno sangriento, Morath apuntó lanzas, picas, espadas, cualquier cosa que llevaban a la caballería atronadora. No fue suficiente para detenerlos. No cuando escudos de viento y llamas y oscura muerte se colocaron en su lugar, y cortaron las líneas del frente de Morath.

Derribando soldados preparados para la batalla. Exponiendo a los que estaban detrás esperando para levantar armas. Dejando a Morath completamente abierto para el ejército dorado mientras este se estrellaba contra ellos con la fuerza de un maremoto.

Capítulo 107 Traducido por Yunn Corregido por Cotota

El aliento de Rowan era un ruido constante en su garganta mientras atacaba a través de las filas de los soldados de Valg, gritando a su alrededor. Cerca, luchando contra las masas de Morath, Aelin y el Señor del Norte luchaban. Soldados se arremolinaban, pero ni la reina ni el ciervo rehuían. No cuando la llama de Aelin, reducida como estaba, evitó que en sus puntos ciegos se lanzara un golpe. La caballería de Darghan empujó a Morath hacia atrás y, encima de ellos, ruks y wyverns se enfrentaban. Bestias, con plumas y escamas, se estrellaron contra la tierra. Aun así, Borte luchaba por encima de la reina, protegiéndola de las Ironteeth que veían ese ciervo blanco, como una pancarta en medio del mar de oscuridad, y apuntaban hacia ella. Al lado de Borte, su prometido cuidaba su flanco, y Falkan Ennar, en forma de ruk, cuidaba el otro. Con su valiente caballo Darghan, Rowan barrió su brazo izquierdo, atacando con un hacha. Una cabeza de Valg cayó, pero Rowan ya estaba golpeando con su espada a su próximo oponente. Las probabilidades estaban en contra de ellos, incluso con los planes que habían hecho. Sin embargo, si podían liberar la ciudad, reagruparse y reabastecerse, antes de que llegaran Erawan y Maeve, podrían tener una oportunidad. Porque Erawan y Maeve vendrían. En algún momento, vendrían, y Aelin querría enfrentarlos. Rowan no tenía intención de dejarla hacerlo sola. Rowan miró hacia Aelin. Ella había avanzado más adelante, la línea del frente extendiéndose, enjambres de soldados Morath entre ellos. Quedarse cerca. Tenía que quedarse cerca. Una Crochan pasó volando, pasando a Rowan mientras subía, subía, subía, directamente a la parte inferior sin protección de un wyvern de una bruja Ironteeth. Con la espada levantada, la bruja pasó por su parte inferior, rápida y brutal. Por donde ella pasó, llovió sangre y sangre. La bestia gimió, extendiéndose las alas, y Rowan lanzó una ráfaga de viento. El wy-

vern se estrelló contra las filas de Morath con un estruendo que obligó a su maldito caballo a huir lejos. Cuando las alas temblorosas se calmaron, cuando Rowan estabilizó su caballo y derribó a los soldados que se lanzaban hacia él, volvió a buscar a Aelin. Pero su compañera ya no estaba cerca de él. No, atacando hacia delante, una visión de oro y plata, Aelin se había alejado tanto que casi no podía verla. Tampoco había rastro de Gavriel. Sin embargo, Fenrys luchaba cerca del otro lado de Rowan, con Lorcan a su izquierda, un viento oscuro y mortal azotando su espada. Una vez, habían sido poco más que esclavos de una reina que los había desatado en todo el mundo. Juntos, habían tomado ejércitos y diezmado ciudades. Entonces no le había importaba si se alejaba de los distantes campos de batalla. No le había importado si esos reinos cayeron o sobrevivieron. Le habían dado órdenes y las había ejecutado. Pero aquí, hoy... Aelin no les había dado ninguna orden, ningún comando aparte del primero que habían jurado obedecer: proteger a Terrasen. Así lo harían. Y juntos, lo harían, una vez más como Cadre. Lucharían por este reino, su nueva corte. Su nuevo hogar. Podía verlo en los ojos de Fenrys mientras cortaba a un soldado en dos con un corte profundo en el medio. Podía ver la visión de un futuro en el furioso rostro de Lorcan mientras el guerrero usaba la magia y la espada para atravesar las filas enemigas. Cadre, y aún más que eso. Hermanos, los guerreros que luchaban a su lado eran sus hermanos. Se habían quedado con él a través de todo eso. Y continuarían haciéndolo ahora. Lo endureció tanto como la idea de su compañera, todavía luchando por delante. Tenía que acercarse a ella, mantenerse cerca. Todos lo harían. Orynth dependía de ello. Ya no eran esclavos. Ya no estaban embravecidos ni destrozados. Una casa. Esta sería su casa. Su futuro. Juntos. Los soldados de Morath cayeron ante ellos. Algunos corrieron abiertamente mientras contemplaban a los que luchaban más cerca. Quizás por qué Maeve los había reunido en primer lugar. Sin embargo, ella nunca había podido aprovecharlo por completo, su potencial, su verdadera fuerza. Había elegido grilletes y dolor para controlarlos. Incapaz de comprender, incluso de considerar, que la gloria y la riqueza solo llegaban hasta cierto momento.

Pero un verdadero hogar, y una reina que los vio como hombres y no como armas... Algo por lo que vale la pena luchar. Ningún enemigo podía soportarlo. Con Lorcan y Fenrys luchando a su lado, Rowan apretó los dientes e instó a su caballo a que siguiera a Aelin, dentro del caos y la muerte que rabiaban y que no se detenían.

I Aelin había venido. Había escapado de Maeve, y había venido. Aedion no podía creerlo. Incluso cuando vio al ejército que luchaba con ella. Incluso cuando vio a Chaol y Dorian liderando el flanco derecho, cargando con las líneas del frente y a los hombres salvajes de los Colmillos, la magia del rey explotando en plumas de hielo contra el enemigo. Chaol Westfall no les había fallado. Y de alguna manera había convencido al kan de enviar lo que parecía ser la mayoría de sus ejércitos. Pero ese ejército avanzaba lentamente hacia Orynth, todavía muy lejos a través de Theralis. Morath no detuvo su asalto a las dos puertas de Orynth. El sur se mantuvo fuerte. Pero la puerta occidental, estaba empezando a doblarse. Lysandra se había transformado en un wyvern y volaba con el desesperado y final ataque de Manon Blackbeak y las Crochans hacia la legión de las Ironteeth, esperando aplastarlas entre ellas y los ruks. La cambia-formas ahora luchaba allí, perdida en medio de la batalla. Así que Aedion se dirigió a la puerta occidental, con un grito de batalla en sus labios cuando sus hombres lo dejaron llegar hasta las puertas de hierro y el ejército enemigo apenas visible a través de las placas de separación. En el momento en que la puerta se abriera, se terminaría. Las piernas drenadas de Aedion temblaron, sus brazos se tensaron, pero se mantuvo firme. Por las pocas respiraciones que aún le quedaban. Aelin había venido. Era suficiente.

I

La magia de Dorian escapa de él, derribando a los soldados. Lado a lado con Chaol, los hombres salvajes de los Colmillos que los rodeaban, se abrieron paso a través de las filas de Morath, con sus espadas hundiéndose y levantándose, su aliento quemando sus gargantas. Él nunca había visto una batalla. Sabía que nunca más desearía ver una otra vez. El caos, el ruido, la sangre, los caballos chillando... Pero él no tenía miedo. Y Chaol, cabalgando cerca de él, rompiendo soldados entre ellos, no dudó. Solo masacrando hacia adelante, con los dientes apretados. Por Adarlan, por lo que le habían hecho y lo que podría llegar a ser. Las palabras hicieron eco en cada jadeo. Por Adarlan. El ejército de Morath se extendía hacia adelante, todavía entre ellos y las golpeadas murallas de Orynth. Dorian no se permitió pensar en cuántos quedaban. Solo pensó en la espada y el escudo en sus manos, Damaris ya bañada en sangre, en la magia que ejercía para complementar sus ataques. Él no cambiaría, todavía no. No hasta que sus armas y su magia comenzaran a fallarle. Nunca había luchado con otra forma, pero lo intentaría. Como wyvern o ruk, lo intentaría. En algún lugar por encima de él, Manon Blackbeak volaba. No se atrevió a mirar hacia arriba lo suficiente como para buscar el brillo de un cabello blanco-plateado, o el brillo de alas cubiertas con Seda de Araña. No vio a ninguna de Las Trece. O reconoció a cualquiera de las Crochans mientras volaban por encima de su cabeza. Así que Dorian siguió luchando, su hermano en el alma y en armas a su lado. Solo se había permitido a sí mismo contar hasta el final del día. Si sobrevivían. Si llegaban a las murallas de la ciudad. Sólo entonces contaría a los muertos.

I Sólo estaba la ciudad sitiada de Aelin, y el enemigo ante de ella, y la espada antigua en su mano.

Las torres de asedio se acercaban a las paredes, tres agrupadas cerca de la puerta sur, cada una llena de soldados. Todavía muy lejos para alcanzarla. Y demasiado distante para su magia. Magia que ya se estaba drenando, veloz y fugaz, de sus venas. No más pozo sin fin de poder. Tenía que conservarlo, usarlo para su mejor ventaja. Y utilizar el entrenamiento que se le había inculcado durante los últimos diez años. Ella había sido asesina mucho antes de dominar su poder. No fue difícil volver a caer en esas habilidades. Dejar que Goldryn extrajera sangre, atacar a varios soldados y dejarlos sangrando detrás de ella. El Señor del Norte era una tormenta debajo de ella, su blanco pelaje teñido de carmesí y negro. Esa llama inmortal entre sus astas no se agitó. En lo alto del cielo llovía sangre, brujas, wyverns y ruk muriendo y peleando por igual. Borte todavía la cubría, enfrentándose con cualquier Ironteeth que se abalanzaba desde arriba. Los minutos eran horas, o tal vez lo contrario era cierto. El sol alcanzó su punto máximo y comenzó su descenso, alargando las sombras. Rowan y los demás habían sido dispersados por el campo, pero una ráfaga de viento helado de vez en cuando le decía que su compañero todavía luchaba, todavía se abría camino a través de las filas. Todavía intentaba llegar a su lado una vez más. Lentamente, Orynth comenzó a acercarse. Lentamente, las paredes pasaron de ser un marcador distante a una presencia imponente. Las torres de asedio llegaron a las paredes, y los soldados salieron sin control sobre las almenas. Sin embargo, las puertas aún se mantenían. Aelin levantó la cabeza para darle la orden a Borte y a Yeran para que derribaran las torres de asedio. Justo a tiempo para ver a seis wyverns y jinetes de Ironteeth estrellarse contra los ruks. Obligando a Borte, Falkan y Yeran a dispersarse, ruks y wyverns chillando mientras golpeaban la tierra y rodaban. Despejando el camino por encima de su cabeza para un gigantesco wyvern que se

lanzaba en busca de Aelin. Ella lanzó una pared de llamas hacia el cielo mientras el wyvern extendía sus garras hacia ella, hacia el Señor del Norte. El wyvern se inclinó, se levantó y volvió a zambullirse. El Señor del Norte se alzó, manteniéndose firme mientras el wyvern se dirigía hacia ellos. Pero Aelin saltó de su espalda y golpeó su flanco con lo plano de su espada, su garganta tan destrozada por rugir que no pudo formar las palabras. Vete. El Señor del Norte solo agachó la cabeza cuando el wyvern se dirigió hacia ellos. Ella no tenía suficiente magia, no para convertir a la cosa en cenizas. Así que Aelin arrojó su magia alrededor del ciervo. Y salió de la esfera de llamas, escudo arriba y espada en ángulo. Ella se preparó para el impacto, tomó todos los detalles de la armadura del wyvern, donde era más débil, donde podría golpear si pudiera esquivar las mordazas. La carroña en su aliento fue una explosión caliente cuando sus fauces se abrieron de par en par. Su cabeza se fue cayendo al suelo. No cayendo sino haciéndose añicos. Debajo de una cola maciza y puntiaguda. Perteneciendo a un wyvern atacante con ojos color esmeralda. Aelin se agachó mientras el wyvern sin jinete giraba sobre la bruja Ironteeth, todavía en lo alto de su montura decapitada. Con un golpe de la cola, el wyvern de ojos verdes empaló a la bruja con sus púas, y lanzó su cuerpo a través del campo. Luego el flash y el brillo. Y un leopardo de las nieves ahora se precipitaba hacia ella, y Aelin hacia ella. Lanzó sus brazos alrededor del leopardo mientras se levantaba, un cuerpo masivo casi tirándola al suelo. —Bien hecho, amiga —fue todo lo que Aelin pudo decir mientras abrazaba a Lysandra. Un cuerno sonó desde la ciudad, un frenético llamado de ayuda. Aelin y Lysandra se giraron hacia Orynth. Hacia las tres torres de asedio contra las paredes por la puerta sur.

Ojos esmeraldas se encontraron con turquesa y oro. La cola de Lysandra se balanceó. Aelin sonrió. —¿Vamos?

I Tenía que llegar a su lado otra vez. Con un campo de batalla separándolos, Rowan se abalanzó hacia Aelin, Fenrys y Lorcan manteniéndose cerca. El dolor se había convertido en un rugido sordo en sus oídos. Hace mucho que perdió la cuenta de sus heridas. Se acordó de ellas solo por el fragmento de hierro que había dejado una flecha en el hombro cuando la liberó. Un error tonto, apresurado. El fragmento de hierro era suficiente para evitar que se moviera, para que volara hacia ella. No se había atrevido a detenerse el tiempo suficiente para sacárselo, no con el gran enemigo. Así que siguió luchando, su Cadre con él. Sus caballos cargaban audaces e intrépidos debajo de ellos, ganando terreno, pero no podía ver a Aelin. Solo al Señor del Norte, que cruzaba el campo de batalla, dirigiéndose hacia Oakwald. Como si hubiera sido puesto en libertad. Fenrys, con la cara salpicada de sangre negra, gritó: —¿Dónde está ella? Rowan escudriñó el campo, su corazón resonando. Pero el vínculo en su pecho brillaba fuerte, brillante como el fuego. Lorcan solo apuntaba hacia adelante. A las murallas de la ciudad por la puerta sur. Al leopardo de las nieves atravesando las tropas de soldados de Morath, chorros de llamas acompañándola mientras un guerrero de armadura dorada corría a su lado. Hacia las tres torres de asedio que causaban estragos en las paredes. Con los lados abiertos de las torres, Rowan podía ver todo a medida que se desarrollaba.

Podía ver a Aelin y Lysandra atacar la rampa dentro, cortando y destruyendo soldados entre ellas, nivel tras nivel tras nivel. Donde una perdía a un soldado, la otra lo derribaba. Donde una golpeaba, otra protegía. Hasta el final, hasta la pequeña catapulta cerca de su cima. Los soldados gritaron, algunos saltaron de la torre mientras Lysandra los hizo trizas. Mientras Aelin se lanzaba hacia los peldaños que bordeaban la base con ruedas de la catapulta, y comenzaba a empujar. Volteándola. Lejos de Orynth, del castillo. Precisamente como Aelin le había dicho que Sam Cortland había hecho en la Bahía de la Calavera, los mecanismos de la catapulta le permitieron rotar su base. Rowan se preguntó si el joven asesino estaba sonriendo ahora, sonriendo mientras la veía poner la catapulta en posición. Todo el camino hasta la torre de asedio a su izquierda. En la segunda torre, una figura pelirroja había luchado para llegar al nivel superior. Y estaba girando la catapulta hacia la tercera y última torre. Ansel de Briarcliff. Un destello de la espada de Ansel, y la catapulta se disparó, lanzando la roca que contenía. Justo cuando Aelin derribó a Goldryn sobre la catapulta que tenía ante ella. Rocas gemelas se dispararon. Y se estrellaron contra las torres de asedio junto a ellos. El hierro crujió; la madera se destrozó. Y las dos torres comenzaron a derrumbarse. A donde Ansel de Briarcliff había ido para escapar de la destrucción, incluso Rowan no podía saber. No mientras Aelin se mantenía sobre la primera torre de asedio, y saltaba sobre el brazo ahora extendido de la catapulta, que sobresalía sobre campo de batalla debajo. No mientras ella le gritaba a Lysandra, quien se movió de nuevo, un wyvern surgiendo desde el salto de un leopardo de las nieves. Agarrando el brazo extendido de la catapulta en una garra mientras tomaba a Aelin en otra. Con un poderoso aleteo, Lysandra arrancó la catapulta de sus pernos sobre la torre. Y girando, la lanzó hacia la torre final de asedio. Enviándola estrellándose hacia el suelo. Justo contra una horda de soldados Morath que intentan abrirse paso a través de la puerta sur. Con los ojos abiertos, los tres guerreros Fae parpadearon.

—Ahí es donde está Aelin — fue todo lo que dijo Fenrys.

I Salkhi se mantuvo en el aire. Lo mismo hizo Sartaq, Kadara con él. Eso era todo lo que Nesryn sabía, todo lo que le importaba, mientras se enfrentaba con wyvern tras wyvern. Eran mucho peores en la batalla de lo que ella había previsto. Tan rápidos y audaces como podrían ser los ruks, los wyverns tenían la corpulencia. Las púas envenenadas en sus colas. Y jinetes sin alma que no tenían miedo de destruir sus monturas si eso significaba derribar un ruk con ellos. Muy cerca ahora. El ejército del kanato se había acercado más y más a la asediada Orynth, en llamas y destrozada. Si pudieran seguir manteniendo su ventaja, podrían muy bien romperlos contra las paredes, como habían destruido a la legión de Morath en Anielle. Sin embargo, tenían que actuar con rapidez. El enemigo atacaba las dos puertas de la ciudad, decidido a entrar. La puerta sur se mantuvo, las torres de asedio que la habían estado atacando hacía unos momentos, ahora en ruinas. Pero la puerta occidental, no permanecería sellada por mucho tiempo. Salkhi levantándose del cuerpo a cuerpo para recuperar el aliento, Nesryn se atrevió a evaluar cuántos rukhin aún volaban. A pesar de las Crochans y Ironteeth rebeldes, eran superados en número, pero los rukhin estaban despejados. Listos y ansiosos por la batalla. No fue el número de rukhin restantes lo que le arrebató el aliento de su pecho. Pero lo que surgió detrás de ellos. Nesryn se zambulló. Se lanzó por Sartaq, Kadara arrancando la garganta de un wyvern en vuelo. El príncipe estaba jadeando, salpicado de sangre azul y negra, cuando Nesryn se puso a volar a su lado. —Suena la llamada —gritó sobre el estruendoso rugido del viento—. ¡Ve hacia las murallas de la ciudad! ¡A la puerta sur! Los ojos de Sartaq se estrecharon bajo su casco, y Nesryn señaló detrás de ellos. A la segunda horda de oscuridad arrastrándose a sus espaldas. Desde Perranth,

donde sin duda habían estado escondidos. El resto de la horda de Morath. Brujas Ironteeth y wyverns con ellos. Esta batalla había sido una trampa. Para atraerlos aquí, para gastar sus fuerzas derrotando a este ejército. Mientras que el resto se escabullía detrás y los atrapaba contra las paredes de Orynth.

I La puerta del oeste se rompió por fin. Aedion estaba listo cuando lo hizo. Cuando el ariete se abrió paso, el hierro chillando mientras se rendía. Luego estaban los soldados Morath por todas partes. Escudo a escudo, Aedion había dispuesto a sus hombres en una falange para saludarlos. Todavía no era suficiente. La Perdición no pudo hacer nada para detener la marea que brotó del campo de batalla, empujándolos de vuelta, retrocediendo, retrocediendo por el pasillo. E incluso Ren, guiando a los hombres encima de las paredes, no pudo detener el flujo que surgió sobre ellos. Tenían que cerrar la puerta de nuevo. Tenía que encontrar una manera de cerrarla. Aedion apenas podía respirar, apenas podía mantener sus piernas debajo de él. Un cuerno de advertencia sonó. Morath había enviado un segundo ejército. La oscuridad envolvía la totalidad de sus filas. Príncipes Valg, muchos de ellos. Morath había estado esperando. Ren le gritó sobre la refriega. —¡Ellos despejaron la puerta sur! ¡Están consiguiendo a tantas de nuestras fuerzas como pueden detrás de las paredes! Para reagruparse y reunirse antes de conocer al segundo ejército. Pero con la puerta del oeste aún abierta, con Morath a punto de cruzar, nunca tendrían una oportunidad. Tenía que cerrar la puerta. Aedion y La Perdición apuñalaron y golpearon, una pared para que Morath se rompiera. Pero no sería suficiente.

Un wyvern se estrelló contra la puerta, lanzándose por el suelo mientras rodaba hacia ellos. Aedion se preparó para el impacto, para que ese enorme cuerpo se rompiera a través de la última puerta. Sin embargo, la bestia derribada se detuvo, aplastando a los soldados debajo de su masa, justo en el arco. Bloqueando el camino. Una barricada ante la puerta occidental. Intencionalmente, Aedion se dio cuenta de que un guerrero de cabello dorado saltaba de la silla del wyvern, la bruja Ironteeth muerta aún colgando, la garganta brotando sangre azul por los costados de cuero. El guerrero corrió hacia ellos, con una espada en una mano, la otra sacando una daga. Corrió hacia Aedion, sus ojos castaños lo escudriñaban de pies a cabeza. Su padre.

Capítulo 108 Traducido por Yunn Corregido por Cotota

Los soldados de Morath arañaron y se arrastraron sobre el wyvern caído que bloqueaba su camino. Llenaron el arco, el pasaje. Un escudo dorado los mantenía a raya. Pero no por mucho. Sin embargo, el indulto que Gavriel había comprado le permitió a La Perdición drenar los últimos residuos de sus odres de agua, extraer las armas caídas. Aedion jadeó, un brazo apoyado contra el pasillo de la puerta. Detrás del escudo de Gavriel, el enemigo tembló y rabió. —¿Estás herido? —preguntó su padre. Sus primeras palabras para él. Aedion logró levantar su cabeza. —Encontraste a Aelin —fue todo lo que dijo. La cara de Gavriel se suavizó. —Sí. Y ella selló la Puerta del Wyrd. Aedion cerró los ojos. Al menos había eso. —¿Erawan? —No. No necesitaba los detalles sobre por qué el bastardo no estaba muerto. Sobre lo que había salido mal. Aedion se apartó de la pared, balanceándose. Su padre lo sostuvo con una mano por el codo. —Necesitas descansar. Aedion arrancó su brazo del agarre de Gavriel. —Díselo a los soldados que ya han caído. —También caerás —dijo su padre, más tosco de lo que jamás había escuchado—. Si no te sientas por un minuto. Aedion miró al macho. Gavriel le devolvió la mirada.

Ninguna mentira, no había lugar para discusión. La cara del león. Aedion se limitó a sacudir la cabeza. El escudo dorado de Gavriel se dobló bajo la embestida del Valg que aún está más allá de él. —Tenemos que cerrar la puerta de nuevo —dijo Aedion, señalando las dos puertas hendidas pero intactas contra las paredes. El acceso a ellas estaba bloqueado por los soldados de Morath que aún intentaban romper el escudo de Gavriel—. O invadirán la ciudad antes de que nuestras fuerzas puedan reagruparse. Estar detrás de los muros no haría ninguna diferencia si la puerta occidental estuviera completamente abierta. Su padre siguió su línea de visión. Miró a los soldados que intentaban superar sus defensas, su flujo había sido forzado a ser un goteo por el wyvern que tan cuidadosamente había derribado ante ellos. —Entonces la cerraremos —dijo Gavriel, y sonrió tristemente—. Juntos. La palabra era más como una pregunta, sutil y triste. Juntos. Como padre e hijo. Como los dos guerreros que eran. Gavriel, su padre. El había venido. Y al mirar esos ojos leonados, Aedion sabía que no era por Aelin o por Terrasen que su padre lo había hecho. —Juntos —dijo Aedion con voz áspera. No sólo este obstáculo. No sólo esta batalla. Pero lo que viniera después, si sobrevivían. Juntos. Aedion podría haber jurado que algo como la alegría y el orgullo llenaban los ojos de Gavriel. Alegría y orgullo y pena, pesada y vieja. Aedion regresó a la línea de La Perdición indicándole al soldado que estaba a su lado que dejara espacio para que Gavriel se uniera a su formación. Un gran empujón, y asegurarían la puerta. Su ejército entraría por el sur y encontrarían una forma de reunirse antes de que el nuevo ejército llegara a la ciudad. Pero la occidental, la limpiarían y la sellarían. Permanentemente. Padre e hijo, harían esto. Lo derrotarían. Pero cuando su padre no se unió a su lado, Aedion se volvió. Gavriel había ido directamente a la puerta. A la línea dorada de su escudo, ahora empujando hacia atrás, hacia atrás, hacia atrás. Empujando la pared de soldados enemigos con ella, doblándose con cada latido del corazón. Bajo el pasaje. A través

del arco. No. Gavriel le sonrió. —Cierra la puerta, Aedion —fue todo lo que dijo su padre. Y entonces Gavriel dio un paso más allá de las puertas. Ese escudo dorado estrechándose. No. La palabra se construyó, un grito creciente en la garganta de Aedion. Pero los soldados de La Perdición corrían hacia las rejas de la puerta. Agitándolas y cerrándolas. Aedion abrió la boca para rugirles que se detuvieran. Paren, paren, paren, paren. Gavriel levantó su espada y su daga, brillando doradamente en la agonizante luz del día. La puerta se cerró detrás de él. Dejándolo afuera. Aedion no podía moverse. Nunca se había detenido, nunca había dejado de moverse. Sin embargo, no podía obligarse a sí mismo a ayudar a los soldados que ahora amontonaban madera, cadenas y metal contra la puerta occidental. Gavriel podría haberse quedado. Podría haberse quedado y empujar su escudo hacia atrás el tiempo suficiente para que cerraran las puertas. Él podría haber permanecido aquí... Aedion corrió entonces. Demasiado lento. Sus pasos eran demasiado lentos, su cuerpo demasiado grande y pesado, mientras empujaba a través de sus hombres. Mientras apuntaba por las escaleras hasta las paredes. Una luz dorada brilló en el campo de batalla. Luego se oscureció. Aedion corrió más rápido, un sollozo le quemó la garganta, saltando y luchando entre los soldados caídos, tanto mortales como Valg. Entonces él estaba encima de las paredes. Corriendo por sus bordes. No. La palabra era un latido junto a su corazón. Aedion mató al Valg que estaba en su camino, mató a cualquiera que se acercara a la escalera de asedio.

La escalera. Podía abrirse camino, hasta llegar al campo de batalla, a su padre... Aedion agitó su espada con tanta fuerza hacia el soldado Valg ante él que la cabeza del hombre rebotó en sus hombros. Y entonces estaba en el muro. Mirando hacia ese espacio por la puerta. El ariete estaba hecho astillas. Valg yacían apilados a su alrededor. Ante la puerta. Alrededor del wyvern. Tantos que cortaban el acceso a la puerta occidental. Tanto que la puerta estaba segura, una herida abierta ahora endurecida. ¿Cuánto tiempo había estado allí, incapaz de moverse? Se quedó allí, incapaz de hacer nada, ¿mientras su padre hacia esto? Fue el cabello dorado lo que vio primero. Ante el montículo de Valg que se había apilado. La puerta que él había cerrado para ellos. La ciudad que había asegurado. Una terrible y apurada quietud se apoderó del cuerpo de Aedion. Dejó de escuchar la batalla. Dejó de ver la lucha a su alrededor, por encima de él. Dejó de verlo todo menos al guerrero caído, que miraba hacia el cielo oscurecido con ojos ciegos. Su garganta tatuada desgarrada. Su espada todavía se aferraba a su mano. Gavriel. Su padre.

I El ejército de Morath se retiró de la asegurada puerta occidental. Retrocedió y se retiró a los brazos del ejército que avanzaba. Al resto de la hueste de Morath. Tras cojear por una profunda herida en la pierna, con el hombro entumecido por la punta de la flecha que permanecía alojada en ella, Rowan condujo su espada a través de la cara de un soldado que huía. Sangre negra brotó, pero Rowan ya se estaba moviendo, dirigiéndose hacia la puerta occidental. Donde las cosas se habían quedado tan, tan quietas.

Sólo se había dirigido hacía allí cuando había espiado a Aelin abriéndose camino hacia la lejana puerta sur, Ansel con ella, después de que derribaron las torres de asedio a su alrededor. Fue a través de la puerta asegurada a donde la mayor parte de su ejército ahora se apresuraba, las fuerzas del Kan se apresuraban a ponerse detrás de las murallas de la ciudad antes de ser selladas. Tenían una hora como mucho antes de que Morath volviera a estar con ellos, antes de que también se vieran obligados a cerrar la puerta sur, a cerrar cualquier reja que se empujara contra las paredes. La puerta occidental permanecía sellada. El wyvern derribado y un montón de cuerpos a su alrededor garantizarían eso, junto con cualquier defensa interna. Rowan había visto la luz dorada encendida minutos antes. Se había abierto camino hasta allí, maldiciendo el fragmento de hierro en su brazo que evitaba que se moviera. Fenrys y Lorcan se habían apartado para eliminar a los soldados de Morath que intentaban atacar a los que huían por la puerta sur, y en lo alto, los ruks que llevaban a los curanderos, a Elide e Yrene con ellos, se lanzaron a la ciudad en pánico. Tenía que encontrar a Aelin. Poner en marcha sus planes antes de que fuera demasiado tarde. Sabía quién probablemente marchaba con esa hueste que avanzaba. Él no tenía ninguna intención de dejar que ella lo enfrentara sola. Pero esta tarea, él sabía lo que le esperaba. Lo sabía, y todavía fue. Rowan encontró a Gavriel ante la puerta occidental, docenas de muertos apilados alrededor de él. Un verdadero muro entre la puerta y la acechante hueste enemiga que se avecinaba. La luz se desvanecía con cada minuto. Los persistentes soldados de Morath y Ironteeth huyeron hacia sus futuros refuerzos. El ejército del Kan trató de matar a tantos como podían mientras se lanzaban hacia la puerta sur. Tenían que entrar en la ciudad. Por cualquier medio posible. Levantando las escaleras de asedio que habían caído al suelo hace unos minutos u horas antes, el ejército del kan trepó por los muros, algunos con los heridos en sus espaldas. Con su magia siendo un poco más que una brisa, Rowan apretó los dientes contra su palpitante pierna y hombro y apartó al soldado de Morath que estaba encima de Gavriel. Siglos de existencia, años pasados ​​librando guerras y viajando por el mundo, se fueron. Convertidos en nada más que ese cuerpo inmóvil, esa cáscara descartada.

Las rodillas de Rowan amenazaban con doblarse. Cada vez más sus fuerzas escalaban las murallas de la ciudad, un vuelo ordenado pero veloz hacia un refugio temporal. Seguir adelante. Tenían que seguir adelante. Gavriel desearía que lo hicieran. Había dado su vida por ello. Sin embargo, Rowan bajó la cabeza. —Espero que hayas encontrado la paz, mi hermano. Y en el otro mundo, espero que la encuentres de nuevo. Rowan se agachó, gruñendo por el dolor en su muslo, y tiró a Gavriel por encima de su hombro bueno. Y luego escaló. Hasta la escalera de asedio todavía anclada junto a la puerta occidental. Sobre las paredes. Cada paso más pesado que el anterior. Cada paso siendo un recuerdo de su amigo, una imagen de los reinos que habían visto, los enemigos que habían combatido, los momentos tranquilos que ninguna canción mencionaría. Sin embargo, las canciones mencionarían esto: que el León cayó ante la puerta occidental de Orynth, defendiendo a la ciudad y a su hijo. Si sobrevivieran hoy, si de alguna manera vivieran, los bardos cantarían sobre eso. Incluso con el caos de los soldados del kanato y la caballería de Darghan corriendo por la ciudad, el silencio cayó cuando Rowan bajó las escaleras de la fortaleza, llevando a Gavriel. Apenas logró un agradecido y aliviado asentimiento a un golpeado y sangriento Enda y Sellene, quienes recuperaban el aliento con un grupo de sus primos por los restos de las catapultas. Su sangre y sus parientes, sin embargo, el guerrero por encima del hombro, Gavriel, también había sido familia. Incluso cuando él no se había dado cuenta. El imposible y horrible peso en su hombro empeoró con cada paso hacia donde Aedion estaba al pie de la escalera, con la Espada de Orynth colgando de su mano. —Podría haberse quedado —fue todo lo que dijo Aedion cuando Rowan colocó a Gavriel en el primer escalón—. Podría haberse quedado. Rowan miró a su amigo caído. Su amigo más cercano. Quien lo había acompañado en tantas guerras y peligros. Quién había merecido este nuevo hogar como cualquiera de ellos. Rowan cerró los ciegos ojos de Gavriel. —Te veré en el Más Allá. El cabello dorado de Aedion colgaba lacio con sangre y sudor, la antigua espada en sus manos empapada de sangre negra. Los soldados pasaron junto a él, bajando las

escaleras de la almena, pero Aedion solo miró a su padre. Una roca ensangrentada en la corriente de la guerra. Entonces Aedion caminó hacia las calles. Las lágrimas y los gritos vendrían después. Rowan lo siguió. —Necesitamos prepararnos para la segunda parte de esta batalla —dijo Aedion con voz ronca—. O no duraremos la noche. Ya Enda y Sellene estaban usando su magia para arrastrar bloques de escombros caídos contra la puerta occidental. Las piedras se tambaleaban, pero se movieron. Era más poder de lo que Rowan podía reclamar. Rowan se giró para trepar por las paredes y no se atrevió a mirar hacia atrás, hacia donde sabía que los soldados estaban llevando a Gavriel a lo más profundo de la ciudad. A algún lugar seguro. Muerto. Su amigo, su hermano se había ido. —Su Alteza —un jinete, ruk jadeando y salpicado de sangre, estaba parado en la muralla. Señaló el horizonte—. La oscuridad oculta a la mayoría, pero tenemos una estimación para el ejército que se aproxima. Rowan se preparó —Veinte mil como mínimo —la garganta del jinete se sacudió—. Sus filas están llenas de Valg, y seis kharankui. No eran kharankui. Pero si las seis princesas Valg que las habían infestado. Rowan se obligó a cambiar. Su cuerpo se negó. Apretando los dientes, se retiró la armadura del hombro y buscó la herida. Pero se había cerrado. Atrapando el fragmento de hierro en el interior. Evitando que se transformara, que volara hacia Aelin. Dondequiera que ella estuviera. Él tenía que llegar a ella. Tenía que encontrar a Fenrys y Lorcan y encontrarla. Antes de que fuera demasiado tarde. Pero a medida que caía la noche, mientras liberaba una daga y la levantaba hasta la herida sellada en su hombro, Rowan sabía que ya podría ser demasiado tarde. A pesar de que los dioses se habían ido, Rowan se encontró a sí mismo orando. A través de la agonía mientras rasgaba su hombro, oró. Para que pueda llegar a Aelin a tiempo. Habían sobrevivido tanto tiempo, contra todo pronóstico y desafiando las antiguas profecías. Rowan hundió su cuchillo más profundo, buscando el fragmento de hierro encajado en su interior. Darse prisa, tenía que darse prisa.

Capítulo 109 Traducido por Yunn Corregido por Cotota

La espalda del Chaol se tensó, el dolor le azotó la espalda. Ya sea por la sanación de su esposa dentro de los muros del castillo o por las horas de lucha, no tenía ni idea. No le importó, ya que él y Dorian galoparon a través de la puerta sur hasta Orynth, los dos poco más que jinetes sin identificación en medio del ejército entrando a la carrera. Preparándose para el impacto del la nueva horda marchando hacia ellos. La noche pronto caería. Morath no esperaría hasta el amanecer. No con la oscuridad que flotaba sobre ellos como una especie de horrible nube. Lo que volaba y se escabullía en esa oscuridad, lo que los esperaba... Dorian estaba casi desplomado en su silla, con el escudo atado a la espalda y Damaris enfundada a su lado. —Te ves como yo me siento —se las arregló para decir Chaol. Dorian deslizó sus ojos de zafiro hacia él, una chispa de humor iluminando las profundidades afligidas. —Sé que un rey no debería encorvarse —dijo, frotándose la cara salpicada de sangre y suciedad—. Pero no me importa. Chaol sonrió sombríamente. —Tenemos que preocuparnos por algo peor. Mucho peor. Corrieron hacia el castillo, subiendo la colina que los llevaría a sus puertas, cuando un cuerno atravesó el campo de batalla. Una advertencia. Con la vista que ofrecía la colina, podían verla claramente. Lo que envió a los soldados a correr hacia ellos con renovada urgencia. Morath estaba ganando velocidad. Como si se dieran cuenta de que su presa estaba en sus últimas piernas y no querían dejar que se recuperaran. Chaol miró a Dorian, y dirigieron sus caballos de vuelta hacia las murallas de la ciu-

dad. Los soldados del kan también lo hicieron, corriendo por las colinas que habían estado escalando. De vuelta hacia las almenas. Y al infierno que pronto se desataría una vez más.

I Desplomada contra un wyvern muerto, Aelin drenó lo último de su piel de agua. A su lado, Ansel de Briarcliff jadeaba con los dientes apretados mientras la magia del sanador juntaba los bordes de su herida. Una desagradable y profunda cortada para el brazo de Ansel. Bastante mala para que Ansel no hubiera podido sostener un arma. Así que se detuvieron, justo cuando la marea de la batalla había cambiado, su enemigo ahora huía de los muros de Orynth. La cabeza de Aelin nadó, su magia descendió hasta las sobras, sus extremidades pesadas. El rugido de la batalla todavía zumbaba en sus oídos. Cubiertas de sangre y barro, nadie reconoció a ninguna de las dos reinas donde habían caído de rodillas, tan cerca de las puertas del sur. Los soldados pasaron corriendo, tratando de entrar en la ciudad antes de que el ejército a sus espaldas llegara. Solo un minuto. Necesitaba solo recuperar el aliento por un minuto. Luego se apresurarían hacia la puerta sur. Hacia Orynth. Hacia su casa. Ansel maldijo, balanceándose, y el curandero disparó una mano para abrazarla. No estaba bien. De ningún modo. Aelin sabía qué y quién marchaba hacia ellos. Lysandra había regresado a los cielos hace mucho tiempo, reuniéndose con las Ironteeth rebeldes y Crochans. Donde estaba Rowan, donde estaba el Cadre, ella no lo sabía. Los había perdido hace horas o días o vidas atrás. Rowan estaba a salvo, el vínculo de apareamiento le dijo lo suficiente. No había heridas mortales. Y a través del juramento de sangre, sabía que Fenrys y Lorcan aún respiraban. Si podía decir eso por el resto de sus amigos, no lo sabía. No quería saber, todavía no.

El curandero terminó con Ansel, y cuando la mujer se volvió, Aelin levantó una mano. —Ve a ayudar a alguien que lo necesite —dijo Aelin con voz ronca. La sanadora no dudó antes de que ella se apresurara, corriendo hacia el sonido de los gritos. —Tenemos que entrar en la ciudad —murmuró Ansel, apoyando su cabeza contra la piel de hierro detrás de ella—. Antes de que cierren la puerta. —Tenemos que —dijo Aelin, dispuesta a fortalecer sus piernas agotadas para que pudiera pararse. Evaluando qué tan lejos estaba esa horda final y aplastante. Un plan. Ella había tenido un plan para esto. Todos lo tenían. Pero el tiempo no había estado de su lado. Tal vez su suerte se había desvanecido con los dioses que había destruido. Aelin tragó contra la sequedad en su boca y gruñó mientras se ponía de pie. El mundo se tambaleó, pero ella se mantuvo erguida. Logró agarrar las riendas de un jinete Darghan que pasaba y le ordenó que se detuviera. Que se llevara a la reina pelirroja medio delirante en el suelo. Ansel apenas protestó cuando Aelin la lanzó en la silla detrás del soldado. Aelin estaba de pie junto al wyvern derribado, observando a su amiga hasta que ella había cruzado la puerta sur. Hacia Orynth. Lentamente, Aelin se volvió hacia la creciente ola de oscuridad. Ella los había condenado. Detrás de ella, la puerta del sur se cerró con un gemido. El boom hizo eco en sus huesos. Los soldados dejados en el campo gritaron de pánico, pero órdenes fueron dichas. Formen las líneas. Prepárense para la batalla. Ella podría hacer esto. Ajustar el plan. Ella todavía escudriñaba los cielos en busca de un halcón de cola blanca. No había rastro de él. Bien. Bien, se dijo a sí misma. Aelin cerró los ojos por un instante. Puso una mano en su pecho. Como si pudiera estabilizarla, prepararla, para lo que sea que ocupaba la oscuridad que se aproximaba.

Los soldados gritaban mientras se reunían, los gritos de los heridos y moribundos sonaban por todas partes, las alas resonaban en todas partes. Aún así, Aelin permaneció allí por un momento más, justo más allá de las puertas de su ciudad. Su hogar. Aún así, presionó su mano contra su pecho, sintiendo el corazón latiendo debajo, sintiendo el polvo de cada camino por el que había viajado estos diez años para regresar aquí. Para este momento. Para este propósito. Así que ella se susurró a sí misma, una última vez. La historia. Su historia. Érase una vez, en una tierra desde hace mucho tiempo quemada a cenizas, vivía una joven princesa que amaba su reino...

I Yrene había detenido su sanación solo por unos minutos. Su poder fluyó, fuerte y brillante, sin disminuir a pesar del trabajo que había estado haciendo durante horas. Pero ella se había detenido, necesitaba ver lo que había sucedido. Al enterarse de que sus soldados, con la victoria en la mano, habían huido de regreso a las murallas de la ciudad, solo la habían enviado a las almenas del castillo más rápido, Elide con ella. Como ella había estado todo el día, ayudándola. Elide se estremeció cuando subieron las escaleras hasta las almenas, pero no se quejaron. La dama escudriñó el espacio abarrotado, buscando a alguien, algo. Su mirada se posó en un anciano, una niña con un notable cabello rojo dorado a su lado. Mensajeros se acercaron a él, luego se alejaron. Un líder, alguien a cargo, se dio cuenta Yrene después de que lo hiciera Elide, ya cojeando hacia ellos. El viejo las observó mientras se acercaban, y se detuvo. A la vista de Elide. Yrene dejó de preocuparse por las introducciones cuando su mirada aterrizó en el campo de batalla. Sobre el ejército, otro ejército, marchando sobre ellos, medio oculto en la oscuridad. Seis kharankui en sus líneas de frente. Los soldados del kan se habían reunido junto a las murallas, tanto afuera como dentro de la ciudad. La puerta sur ahora estaba cerrada.

No era suficiente. No era suficiente para enfrentar lo que marchaba, despejado e incansable. Las criaturas que apenas podía distinguir colmando sus filas. Princesas Valg, había princesas Valg entre ellas. Chaol. ¿Dónde estaba Chaol? Elide y el anciano estaban hablando. —No podemos enfrentar esa cantidad de soldados y alejarnos —dijo la dama, con una voz tan diferente a cualquier tono que Yrene había escuchado de ella. Al mando y fría. Elide señaló el campo de batalla. La oscuridad, dioses santos, la oscuridad, que se acumulaba sobre este. Un escalofrío se deslizó sobre el cuerpo de Yrene. —¿Sabes lo que es eso? —preguntó Elide en voz muy baja—. Porque yo lo sé. El viejo solo tragó. Yrene lo sabía entonces. Lo que estaba en esa oscuridad. Quien estaba en ella. Erawan. Lo último rayo del sol se desvaneció, cubriendo a la nieve ensangrentadas con tonos azules. Un destello de luz resplandeció detrás de ellos, y la niña giró, un sollozo salió de su garganta cuando una mujer sorprendentemente hermosa, sangrienta y maltratada, apareció. Ella envolvió una capa alrededor de su cuerpo desnudo como un vestido, sin temblar de frío. Una cambia-formas. Abrió los brazos hacia la niña, abrazándola. Lysandra, Chaol la había llamado. Una dama en la corte de Aelin. Sobrina desconocida de Falkan Ennar. Lysandra se volvió hacia el viejo. —Aedion y Rowan enviaron la orden, Darrow. Cualquiera que pueda debe ser evacuado inmediatamente. El anciano, Darrow, acaba de mirar hacia el campo de batalla. Sin palabras, mientras el ejército se acercaba más y más y más. Mientras dos figuras tomaron forma en el frente. Y caminaban, sin obstáculos, hacia las murallas de la ciudad, la oscuridad rodeándolos. Erawan. El joven de pelo dorado. Ella lo sabría aunque fuera ciega. Una mujer de pelo oscuro y piel pálida caminaba a su lado, con túnicas ondeando a

su alrededor en un viento fantasmal. —Maeve —susurró Lysandra. La gente comenzó a gritar entonces. En terror y la desesperación. Maeve y Erawan habían llegado. Para supervisar personalmente la caída de Orynth. Caminaron hacia las puertas de la ciudad, la oscuridad detrás de ellos reuniéndose, el ejército a sus espaldas creciendo. Tenazas hicieron clic dentro de esa oscuridad. Criaturas que podían devorar la vida, alegría. Oh dioses. —Lord Darrow —dijo Elide, cortante y ordenado—. ¿Hay alguna salida de la ciudad? ¿Algún tipo de puerta trasera a través de las montañas que los niños y los ancianos podrían tomar? Darrow arrastró los ojos del rey y la reina Valg acercándose. Impotencia y la desesperación los llenaban. Eso rompió su voz cuando dijo: —No hay una ruta que les permita escapar a tiempo. —Dime dónde está —ordenó Lysandra—. Para que puedan intentarlo, al menos — agarró el brazo de la chica—. Para que Evangeline pueda huir. Una derrota. Lo que parecía una victoria triunfante estaba a punto de convertirse en una derrota absoluta. Una carnicería. Dirigida por Maeve y Erawan, ahora a escasos cien metros de las murallas de la ciudad. Sólo la antigua piedra y el hierro se interponían entre ellos y Orynth. Darrow vaciló. En shock. El anciano estaba en shock. Pero Evangeline señaló con un dedo. Hacia las puertas, hacia Maeve y Erawan. —Mira. Y allí estaba ella. En el profundo azul de la descendente noche, en medio de la nieve que comenzaba a caer, Aelin Galathynius había aparecido ante la puerta sellada del sur. Había aparecido ante Erawan y Maeve. Su cabello suelto se agitaba en el viento como un estandarte dorado, un último rayo de luz con la muerte del día. El silencio cayó. Incluso los gritos se detuvieron cuando todos giraron hacia la puer-

ta. Pero Aelin no se resistió. No escapó de la reina y el rey de Valg que se detuvieron como si estuvieran encantados con la figura solitaria que se atrevió a enfrentarlos. Lysandra soltó un sollozo estrangulado. —Ella... ella ya no tiene magia —la voz de la cambia-formas se rompió—. A ella no le queda nada. Aún así, Aelin levantó su espada. Las llamas corrieron por la hoja. Una llama contra la oscuridad reunida. Una llama para encender la noche. Aelin levantó su escudo y las llamas también lo rodearon. Ardiendo brillantemente, quemando impasiblemente. Una visión de lo viejo, renaciendo una vez más. El grito recorrió las almenas del castillo, a través de la ciudad, a lo largo de las murallas. La reina había llegado a casa por fin. La reina había venido a defender la puerta.

Capítulo 110 Traducido por Ravechelle Corregido por Cotota

Su nombre era Aelin Ashryver Whitethorn Galathynius. Y ella no tendría miedo. Maeve y Erawan se detuvieron. Así como lo hizo el ejército detrás de ellos, el golpe final del martillo, listo para aterrizar sobre Orynth. La magia en sus venas era poco más que una brasa chisporroteante. Pero ellos no sabían eso. Sus manos temblorosas amenazaron con dejar caer sus armas, pero se mantuvo firme. Rápida. Ni un paso más. No les permitiría dar un paso más hacia Orynth. Maeve sonrió. —Qué camino tan largo has realizado, Aelin. Aelin solo inclinó a Goldryn. Encontrando la dorada mirada de Erawan. Sus ojos se encendieron al ver la espada. Recordando. Aelin le mostró los dientes. Dejando que la llama con la que alimentaba la espada brillara más. Maeve se volvió hacia el rey Valg. —¿Vamos? Pero Erawan miró a Aelin. Y vaciló. Ella no tenía mucho tiempo. No pasaría mucho tiempo hasta que se diera cuenta de que el poder que lo hacía dudar ya no existía. Pero ella no se había quedado fuera de la puerta sur para derrotarlos. Sólo para ganar tiempo. Para que aquellos en la ciudad a los que amaba tanto pudieran alejarse. Pudieran

correr, y vivir para luchar mañana. Ella había llegado a casa. Era suficiente Las palabras hacían eco en cada aliento. Afilaban su visión, endurecían su espina. Una corona de llamas apareció sobre su cabeza, arremolinándose e inquebrantables. Ella nunca podría ganar contra los dos. Pero ella no se los haría fácil. Se llevaría a uno de ellos con ella, si podía. O, al menos, los retrasaría lo suficiente para que los demás puedan poner en práctica su plan, para encontrar una manera de detenerlos o derrotarlos. Incluso si cualquiera de las opciones parecía poco probable. Sin esperanza. Pero por eso se quedó aquí. Para darles ese delgado rastro de esperanza. Que los mantendría luchando. Al final de esto, si eso era todo lo que ella podía hacer contra Erawan y Maeve, podía ir al Más allá con la barbilla en alto. No se avergonzaría de ver a aquellos a quienes había amado con su corazón de fuego salvaje. Así que Aelin hizo una reverencia a Erawan y dijo con cada resto de valentía que le quedaba: —Nos hemos reunido unas cuantas veces, pero nunca como realmente somos — ella le guiñó un ojo. Incluso cuando sus rodillas temblaron, ella le guiñó un ojo—. Qué bonita es esta forma, Erawan, creo que extraño a Perrington. Solo un poco. Las fosas nasales de Maeve se ensancharon. Pero los ojos de Erawan se entrecerraron con diversión. —¿Piensas que fue el destino, que nos encontráramos en Rifthold sin reconocernos? Palabras casuales y fáciles de tan horrible y corrupta inmundicia. Aelin se encogió de hombros. —¿El destino o la suerte? —Ella hizo un gesto hacia el campo de batalla, su ciudad destrozada—. Este es un escenario mucho más grandioso para nuestra pelea final, ¿no crees? Mucho más digno de nosotros. Maeve dejó escapar un siseo. —Suficiente. Aelin arqueó una ceja. —He pasado el último año de mi vida, diez años, si lo consideras de otra manera, construyendo todo para este momento —ella chasqueó la lengua—. Perdóname si

quiero saborearlo. Hablar con mi gran enemigo por más de un momento. Erawan se echó a reír, y el sonido bajó por sus huesos. —Uno podría pensar que estabas tratando de retrasarnos, Aelin Galathynius. Señaló las murallas de la ciudad detrás de ella. —¿De qué? Las llaves se han ido, los dioses con ellas —ella les lanzó una sonrisa—. Lo sabías, ¿verdad? La diversión se desvaneció de la cara de Erawan. —Lo sé —muerte, una muerte terrible hizo un eco en su voz. Aelin se encogió de hombros otra vez. —Te hice un favor, ya sabes. Maeve murmuró: —No la dejes hablar. Terminemos esto ahora. Aelin se echó a reír. —Uno pensaría que tienes miedo, Maeve. De cualquier tipo de retraso —se volvió hacia Erawan una vez más—. Los dioses habían planeado arrastrarte con ellos. Para destrozarte —Aelin le dedicó una media sonrisa—. Les pedí que no lo hicieran. Para que tú y yo tuviéramos este gran duelo nuestro. —¿Cómo es que sobreviviste? —exigió Maeve. —Aprendí a compartir —ronroneó Aelin—. Después de todo este tiempo. —Mentiras —escupió Maeve. —Tengo una pregunta para ti —dijo Aelin, mirando entre los dos gobernantes oscuros, separados de ella solo por la nieve que se arremolinaba—. ¿Compartirás el poder? Ahora que los dos están atrapados aquí —ella le hizo un gesto a Maeve con su ardiente escudo—. Lo último que supe fue que estabas empeñada en enviarlo a casa. Y que habías reunido un pequeño ejército de curanderos en Doranelle para que pudieras destruirlo en el momento en que tuvieras la oportunidad. Erawan parpadeó lentamente. Aelin sonrió. —¿Qué vas a hacer con todos esos curanderos ahora, Maeve? ¿Han discutido eso? La oscuridad se arremolinaba alrededor de los dedos de Maeve. —Ya tuve suficiente de este parloteo.

—Yo no —dijo Erawan, con sus dorados ojos ardiendo. —Bien —dijo Aelin—. Yo fui su prisionera, ya sabes. Durante meses. Te sorprendería lo mucho que aprendí. Sobre su marido, tu hermano. Acerca de la biblioteca en su castillo, y cómo Maeve aprendió tantas cosas interesantes sobre caminar entre mundos. ¿Compartirás ese conocimiento, Maeve, o eso no es parte de tu trato? Duda. Era duda lo que estaba empezando a oscurecer los ojos de Erawan. Aelin presionó. —Ella te quiere fuera, sabes. Que te fueras. ¿Qué te dijo cuando tu llave del Wyrd desapareció? Déjame adivinar: que el Rey de Adarlan se coló a Morath, mató a la chica que habías esclavizado para que fuera tu puerta viviente, destruyó tu castillo, y Maeve llegó justo a tiempo para intentar detenerlo, ¿pero fracasó? ¿Sabías que ella trabajó con él durante días y días? ¿Tratando de obtener la llave? —Eso es mentira —espetó Maeve. —¿Lo es? ¿Debo repetir algunas de las cosas que dijo en sus reuniones privadas con Lord Erawan aquí? ¿Las cosas que me dijo el rey de Adarlan? La sonrisa de Erawan creció. —Siempre tuviste un don para el dramatismo. Tal vez estés mintiendo, como dice mi hermana. —Tal vez, tal vez no. Aunque creo que la verdad acerca del apuñalamiento de tu nuevo aliado es mucho más interesante que cualquier mentira que pueda inventar. —¿Debemos decirte otra verdad, entonces? —Canturreó Maeve—. ¿Quieres saber quién mató a tus padres? ¿Quién mató a lady Marion? Aelin se quedó inmóvil. Maeve agitó una mano hacia Erawan. —No fue él. Ni siquiera era el rey de Adarlan. No, envió a un príncipe Valg de bajo rango a hacerlo. Ni siquiera se molestó en ir él mismo. No creía que alguien importante fuera realmente necesario para hacer el trabajo. Aelin miró a la reina. Al rey Valg. Y luego arqueó una ceja. —¿Es eso algún intento de desconcertarme? Tienes miles de años, ¿y eso es todo lo que puedes pensar? —Rió de nuevo, y señaló a Erawan con Goldryn. Podría haber jurado que él se apartó de la espada en llamas—. Lo siento por ti, ya sabes. Que ahora te has encadenado a esta aburrición inmortal —se chupó un diente—. Y cuando Maeve te venda, supongo que también sentiré un poco de pena por ti.

—¿Ves cómo habla? —Siseó Maeve—. Ese ha sido siempre su don: distraer y balbucear mientras... —Sí, sí. Pero, como dije: tienes el terreno. No hay nada que realmente pueda detenerte. —Excepto por ti —dijo Erawan. Aelin presionó su escudo contra su pecho. —Me siento halagada de que creas eso —levantó las cejas—. Aunque creo que los doscientos sanadores que tenemos en la ciudad en este momento podrían estar un poco ofendidos de que los hayas olvidado. Especialmente cuando los he visto expulsar tan diligentemente a tus gruñones Valg de los huéspedes que infectaron. Erawan se quedó inmóvil. Sólo un momento. —¿O es esa otra mentira? —Reflexionó Aelin—. Una decisión arriesgada para ti, entonces, entrar en esta ciudad. Mi ciudad, supongo. Para ver quién te está esperando. Escuché que te tomaste muchas molestias al tratar de matar a uno de mis amigos este verano. Heredera de Silba. Si yo fuera tú, podría haber sido más minucioso al tratar de acabar con ella. Ella está aquí, ya sabes. Recorrió todo este camino para verte y devolverte el favor—Aelin dejó que su llama se hiciera más brillante cuando Erawan vaciló otra vez—. Maeve lo sabía. Ella sabe que los curanderos están aquí, esperándote. Y los dejará ir contra ti. Pregúntale dónde está su lechuza, la sanadora que ella mantenía a su lado. Para protegerla de ti. —No escuches sus tonterías —escupió Maeve. —Incluso hizo un trato: perdonar sus vidas a cambio de deshacerse de ti —Aelin señaló hacia Orynth con Goldryn—. Estarás caminando en una trampa desde el momento en que entres en la ciudad. Tú y todos tus pequeños amigos Valg. Y solo Maeve se quedará de pie al final, Señora de Todo. Las sombras de Maeve se alzaban en una ola. —He tenido suficiente de esto, Aelin Galathynius. Aelin sabía que Maeve seguiría adelante, sin Erawan. Trabajaría sin él, si era necesario. El rey oscuro miró hacia Maeve y pareció darse cuenta, también. El pelo negro de Maeve fluía a su alrededor. —¿Dónde está el rey de Adarlan? Tendré unas palabras con él —latente rabia a fuego lento irradiaba de la reina. Aelin se encogió de hombros. —Afuera peleando en alguna parte. Probablemente sin molestarse en pensar en

ti —ella inclinó la cabeza—. Un esfuerzo valiente, Maeve, para tratar de desviar la conversación —se volvió hacia Erawan—. Los curanderos te están esperando allí. Verás que estoy diciendo la verdad. Aunque supongo que será demasiado tarde para entonces. Duda. Eso era duda en los ojos de Erawan. Sólo una grieta. Un camino abriéndose. Y ahora estaría a favor de Yrene, Yrene y los demás, para aprovecharla. Ella no había querido preguntar, planear esto. No había querido arrastrar a nadie más. Pero ella confiaba en ellas. En Yrene, sus amigas. Ella confiaba en ellas para ver todo esto. Cuando ella ya no estuviera. Confiaba en ellas. Maeve dio un paso adelante. —Espero que hayas disfrutado estos últimos momentos —mostró sus dientes demasiado blancos, todos los rastros de esa fría belleza se desvanecieron. Incluso Erawan pareció parpadear en sorpresa ante eso, y de nuevo dudó. Como si se preguntara si las palabras de Aelin se habían hecho realidad—. Espero te hayas entretenido con un parloteo idiota. —Siempre —dijo Aelin con una burlona reverencia—. Supongo que me entretendré más cuando te limpie de la faz de la tierra —suspiró hacia el cielo—. Dioses, qué vista tendrán de esto. Maeve extendió una mano ante ella, la oscuridad se arremolinaba en su palma ahuecada. —No quedan dioses para vernos, me temo. Ya no quedan dioses que te ayuden, Aelin Galathynius. Aelin sonrió, y Goldryn se encendió más. —Yo soy un Dios. Se desató sobre ellos.

I Rowan se quitó el pedazo de hierro del hombro cuando Maeve y Erawan llegaron. Mientras Aelin iba a reunirse con ellos ante los muros de Orynth. Su magia se desvaneció dentro de sus venas, pero colocó su palma en el brazo

sangrante mientras corría hacia la puerta sur. Conjurando la curación. La carne picó mientras se unía, lentamente. Demasiado lentamente. Pero no podía volar con un ala rasgada, como seguramente la tendría si se moviera ahora. Calle tras calle, a través de la ciudad que habría sido su hogar, corrió hacia la puerta sur. Él tenía que llegar a ella. Un grito de advertencia desde las almenas le hizo lanzar un escudo por instinto. Justo cuando una escalera de asedio chocó contra el muro que tenía encima. Los soldados de Morath se derramaron por encima del muro, sobre las espadas de los soldados del kan y del Bane. Eran demasiados. Brujas Ironteeth chocaron contra las Crochans por encima de ellos, las Ironteeth llevaban a varios soldados de Morath cada una. Los dejaron caer en las almenas, en las calles. La gente gritaba. Dentro de la ciudad, la gente gritaba. Huyendo Sólo a unas pocas cuadras de la puerta sur, de Aelin. Sin embargo... esos gritos de terror y dolor continuaron. Familias. Niños. Casa. Esta iba a ser su casa. Ya lo era, si Aelin estaba con él. La defendería. Rowan desenvainó su espada y su hacha. El fuego estalló más allá de las murallas, bañando la ciudad en oro. Ella no podía tener más que brasas. Contra Erawan y Maeve, ella ya debería estar muerta. Sin embargo, su llama todavía radiaba con furia. El vínculo de apareamiento se mantuvo fuerte. Blanco brilló a su lado, y luego estaba Fenrys, manchado de sangre y gruñendo a los soldados que caían sobre las paredes. Uno se acercó a ellos, y un golpe de una poderosa pata fue todo lo que se necesitó para que el suelo se hiciera pedazos. Un golpe, y luego una ráfaga de viento negro. Lorcan. Se detuvieron durante todo un latido del corazón. Ambos machos lo miraron, cuestionándolo. Sabían muy bien dónde estaba Aelin. Como había ido el plan. Otra explosión de llamas desde más allá de las murallas. Pero los gritos de los inocentes en la ciudad... Ella nunca lo perdonaría por eso. Si se alejaba. Entonces Rowan inclinó sus armas. Se volvió hacia los gritos. —Hicimos un juramento a nuestra reina y a esta corte —gruñó, evaluando a los

soldados que caían sobre las paredes—. No lo romperemos.

I Incluso tres de los más poderosos del reino luchando ante las puertas de la ciudad no eran suficientes para detener la guerra a su alrededor. Morath se arremolinó y el agotado ejército del kanato se volvió para encontrarse con ellos una vez más. Para enfrentar los nuevos horrores que surgieron, bestias de dientes afilados y aullidos estridentes, ilken navegaban sobre ellos. No había rastro de las princesas valg, todavía no. Pero Elide sabía que estaban allí. Morath había vaciado sus agujeros más oscuros para esta destrucción final. Y en la llanura, ante las puertas, el fuego y la oscuridad más negra que la noche luchaban. Elide no sabía dónde mirar: a la batalla entre los ejércitos, o entre Maeve, Erawan y Aelin. Yrene se quedó a su lado, Lord Darrow, Lysandra y Evangeline observando con ellos. Una llamarada de luz, una ola de oscuridad respondía. Aelin era un ardiente torbellino entre Maeve y Erawan, la lucha era rápida y brutal. No le quedaba poder. Antes de que la puerta del Wyrd se lo hubiera arrebatado, Aelin podría haber sido capaz de enfrentar a uno de ellos y salir triunfante. Pero la dejó con un susurro de poder, y después de un día de manejarlo en este campo de batalla... Maeve y Erawan no lo sabían. No sabían que Aelin solo estaba desviando, no atacando. Que esta danza prolongada no era para dar un espectáculo, sino porque ella les estaba comprando todo el tiempo que pudiera. Abajo, en la oscuridad, más allá de las paredes, los soldados morían y morían. Y en la ciudad, cuando las escaleras de asedio rompieron contra las almenas, Morath se lanzó hacia Orynth. Aelin mantuvo su posición en la puerta contra Erawan y Maeve. No les permitiría acercarse más a la ciudad. El sacrificio final de Aelin Galathynius para Terrasen. En el momento en que se dieran cuenta de que a Aelin no le quedaba nada, todo

terminaría. Cualquier diversión que sintieran ante este intercambio superficial de poder y habilidad se desvanecería. ¿Dónde estaban los otros? ¿Dónde estaba Rowan, o Lorcan, o Dorian? ¿O Fenrys y Gavriel? ¿Dónde estaban o acaso no sabían lo que ocurria antes de las puertas de la ciudad? La respiración de Lysandra era superficial. Nada, la cambia-formas no podía hacer nada contra ellos. Y ofrecer ayuda a Aelin podría hacer que Erawan y Maeve se dieran cuenta de que la reina los estaba engañando. No había una voz suave en el hombro de Elide. Ya no. Nunca más escucharía esa voz sabia y susurrante que la guiaba. Mira, Anneith siempre le había murmurado. Mira. Elide exploró el campo, la ciudad, la reina luchando contra los gobernantes Valg. Aelin no hizo nada sin razón. Había salido a comprarles tiempo. Para desgastar a los gobernantes Valg, aunque fuera solo un poco. Pero Aelin no podría derrotarlos. Solo había una persona que podía. Los ojos de Elide se posaron en Yrene, la cara de la sanadora se puso pálida mientras observaba a Aelin. La reina nunca lo pediría. Nunca les pediría eso a ellas, a Yrene. Pero ella podría dejar un camino abierto. En caso de que, sí Yrene, deseara tomarlo. Al darse cuenta de su mirada, Yrene apartó su atención de la batalla. —¿Qué? Elide miró a Lysandra. Luego a las murallas de la ciudad, al destello de hielo y las llamas a lo largo de ellas. Ella vio lo que tenían que hacer.

Capítulo 111 Traducido por Reshi Corregido por Cotota

Nesryn no había anticipado al ilken. Qué terrible sería incluso una docena. Ágiles y despiadados, barriendo las líneas del frente de las filas de Morath. Negro como la noche caída y más que ansioso por enfrentar a los ruks en combate. Sartaq había dado la orden de liberar cualquier flecha ardiente que pudieran encontrar. El calor de una de ellas quemó los dedos de Nesryn cuando ella escogía un objetivo entre la oscura batalla y disparó. La llama se adentró en la noche, directo a un ilken preparado para desgarrar un caballo Darghan. La flecha impacto directo, el chillido del ilken llegó incluso hasta los oídos de Nesryn. El jinete Darghan apuñaló profundamente con su sulde, silenciando el chillido del ilken. Un valiente golpe de suerte. Nesryn estaba buscando otra flecha y suministros cuando el jinete Darghan cayó. No había muerto, el ilken no estaba muerto, sino fingiendo. El grito de dolor del hermoso caballo rompió la noche cuando las garras le abrieron el pecho. Otro corte y el esternón del jinete fue destrozado. Nesryn buscó el pedernal para encender el paño empapado en aceite alrededor de la punta de la flecha. Arriba y abajo del campo de batalla, el ilken atacó. Los jinetes, tanto como los caballos y rukhin, cayeron. Y acechando al final del campo de batalla, como esperando su gran entrada, esperando para eliminar lo que quedaba de ellos. Una nueva clase de oscuridad ataco. Las princesas Valg. En sus nuevos cuerpos, kharankui. La sorpresa final de Erawan. Nesryn apuntó y disparó su flecha, buscando a Sartaq. El príncipe había conducido a una unidad de rukhin más adentro de las líneas enemigas, con un abatido Borte, Falkan y Yeran que le flanqueaban. Un último intento desesperado. Uno del que ninguno de ellos era probable que se fueran caminando o volando.

I

La respiración de Yrene estaba tensa en su garganta, su corazón latía con fuerza por todo su cuerpo, pero el miedo al que creía que iba a ceder no se había apoderado de ella. Todavía no. No cuando Lysandra, en forma de ruk, aterrizó en las murallas de la ciudad, tan firmemente que Yrene y Elide pudieron desmontar rápidamente. Justo donde Chaol y Dorian lucharon, con un esfuerzo desesperado por mantener al Valg fuera de las paredes. La más pequeña de sus preocupaciones. Porque masacrando a su paso, los ilken se estaban acercando. Silba protege a todos. Chaol la vio primero. Sus ojos brillaron de terror. —Vuelve al castillo. Yrene no hizo tal cosa. Y cuando Dorian se volvió, ella le dijo al rey: —Te necesitamos, Majestad. Chaol se alejó de la pared, cojeando. —Vuelve al castillo. Yrene lo ignoró de nuevo. Lo mismo hizo Dorian, cuando el rey destruyó al Valg delante de él, empujó al demonio contra la pared y corrió hacia Yrene. —¿Qué pasa? Elide señaló la puerta sur. Al fuego que ardía en medio de la oscuridad atacante. El rostro salpicado de sangre de Dorian perdió color. —No le queda nada. —Lo sabemos—dijo Elide, apretando la boca—. Por eso te necesitamos. Chaol debió haberse dado cuenta del plan que tenía para su rey. Porque su esposo se giró hacia ella, con el escudo y la espada colgando a los costados. —No puedes. Elide rápida y brevemente, explicó su temeraria y loca idea. La idea de la Dama de Perranth. Yrene intentó no temblar. Trató de no temblar cuando se dio cuenta de que estaban a punto de hacerlo.

Pero Elide simplemente se subió a la espalda correosa de la cambia formas e hizo un gesto al rey para que la siguiera. Y Dorian, para su crédito, no dudó. Sin embargo, Chaol dejó caer su espada y su escudo sobre las piedras ensangrentadas, y tomó la cara de Yrene entre sus manos. —No puedes —dijo de nuevo, con la voz quebrada—. No puedes. Yrene puso sus manos encima de las de Chaol, mirándose frente a frente. —Eres mi alegría —fue todo lo que ella le dijo. Su esposo, su más querido amigo, cerró los ojos. El hedor a sangre y metal de Valg se aferraba a él y, sin embargo, debajo de él, percibía su olor. El olor del hogar. Chaol finalmente abrió sus ojos, el bronce de ellos tan intensos. Vivos. Completamente vivos. Llenos de confianza, comprensión, y orgullo —Ve a salvar el mundo, Yrene —susurró, y la besó en la frente. Yrene dejó que ese beso se hundiera en su piel, una marca de protección, de amor que llevaría con ella al infierno y más allá de él. Chaol se volvió hacia donde Dorian estaba sentado con Elide encima de la cambia formas, el amor en la cara de su esposo se endureció a algo feroz y decidido. —Mantenla a salvo —fue todo lo que dijo Chaol. Tal vez la única orden, se dio cuenta Yrene, que alguna vez le daría a su rey. Su rey Era por eso por lo que ella lo amaba. Por qué sabía que el niño en su vientre nunca pasaría un solo momento preguntándose si era amado. Dorian inclinó la cabeza. —Con mi vida —entonces el rey le ofreció una mano para ayudar a Yrene a subir a la espalda de Lysandra—. Hagamos que valga la pena.

I El pecho de Manon ardía con cada inhalación, pero Abraxos volaba sin vacilar a través del caos. Tantos. Demasiados. Y los nuevos horrores que Morath había desatado, los ilken entre ellos... Gritos y

sangre llenaron los cielos. Crochan y Ironteeth y ruks, esos eran ruks, que luchaban por su vida. Cualquier esperanza de victoria que Aelin Galathynius había traído con ella se estaba desvaneciendo. Manon y Abraxos atravesaron las líneas de Ironteeth y lanzándose para destrozar a los ilken y a soldados de infantería. Cuchilla de Viento era un peso de plomo en su mano. Ya no podía distinguir su sudor de la sangre. La reina de Terrasen había llegado con un ejército, y aun así no sería suficiente. *** Lorcan sabía que Maeve había llegado. Podía sentir su presencia en sus huesos, una oscura y terrible canción a través del mundo. Una canción de Valg. Luchó a lo largo de las murallas de la ciudad, cerca de Whitethorn y Fenrys, Aedion se lanzó sobre un soldado tras otro con una ferocidad que Lorcan sabía que provenía de una profunda y brutal pena. Gavriel estaba muerto. Había muerto para dar a su hijo y a los de la puerta oeste la oportunidad de volver a cerrarlos. Lorcan escondió la punzada en su pecho al pensar en ello. Que el león ya no estaba. ¿Cuál de ellos sería el siguiente? La luz se encendió más allá de la pared. La oscuridad la devoró. Demasiado rápido, demasiado fácil. Aelin tenía que estar loca. Debía haber perdido el juicio, si ella pensaba que podía enfrentarse no solo a Maeve, sino a Erawan, también. Pero… Rowan se detuvo. Habría sido atravesado por un soldado Valg si Lorcan no hubiera lanzado una daga directamente a la cara del demonio. Con una señal a Lorcan y Fenrys, Rowan se movió, como un halcón volando instantáneamente sobre las paredes. Lorcan miró a Fenrys. Lo vio inquieto. Consciente del cambio más allá de las paredes. Era la hora. —Terminaremos esto juntos —gruñó Fenrys, y también se movió, un lobo blanco saltando de las almenas hacia las calles de la ciudad. Hacia la puerta. Lorcan miró hacia el castillo, donde sabía que Elide estaba observando. Se despidió en silencio, enviando lo que quedaba de su corazón en el viento a la mujer que lo había salvado en todo lo que importaban. Entonces Lorcan corrió hacia la puerta, hacia la reina de la oscuridad que amenazaba

todo lo que había llegado a querer, a desear. Había descubierto que había algo mejor ahí fuera. Alguien mejor. Y él lucharía para defenderlo. *** Era un baile, y uno en el que Aelin había pasado toda su vida practicando. No solo los movimientos de su espada, su escudo. Pero la sonrisa que mantenía en su rostro al encontrarse con cada ráfaga de oscuridad, al darse cuenta una y otra vez de quiénes eran sus compañeros de baile. Cuando avanzaron un paso, Aelin lanzó una columna de fuego. No dejó que su propia duda se mostrara, no se atrevió a preguntarse si podían distinguir que el fuego era principalmente de color y luz. Aun así, lo esquivaron. Lo evitaron Esperando a que ella se hundiera profundamente, para dar ese golpe mortal que habían previsto. Y aunque su fuego desvió la oscuridad, aunque Goldryn era una canción ardiente en su mano, sabía que su poder se agotaría pronto. Las llaves ya no estaban. Al igual que la Portadora de Fuego. No les serviría de nada. No necesitaban esclavizarla, salvo para atormentarla. Podría ser de cualquier manera. Morir o ser esclavizada. Pero no tendrían las llaves, ni la posibilidad para que Erawan creara más Piedras del Wyrd, ni de que trajera a su Valg para poseer a otros. Aelin atacó con Goldryn, arremetiendo contra Erawan mientras levantaba su escudo contra Maeve. Ella envió una ola de llamas ardiendo por sus costados, acercándolos más. Erawan se lo devolvió, pero Maeve se detuvo. Se detuvo mientras Aelin daba un paso, jadeando. El sabor cobrizo de la sangre cubría su boca. Un presagio del inminente agotamiento. Maeve observó la llama de Aelin ardiendo a través de la nieve, derritiéndose hasta las hierbas secas de Theralis. Un mar ondulado de verde en los meses más cálidos. Ahora una sucia ruina cubierta de sangre. —Para una Diosa —dijo Maeve, sus primeras palabras desde que este baile había comenzado hace minutos u horas o una eternidad—, no pareces tan dispuesta a atacarnos.

—Los símbolos tienen poder —jadeó Aelin, sonriendo mientras giraba a Goldryn en su mano, la llama silbando en el aire—. Derribarte demasiado rápido arruinará el efecto —Aelin saco toda su arrogancia y le guiño el ojo a Erawan—. Ella quiere que te agote, verás. Quiere que te canse, para que los curanderos que están en el castillo puedan acabar contigo sin problemas. —Suficiente —Maeve desató su poder, y Aelin levantó su escudo, la llama apenas desviando el ataque. El impacto se extendió por sus huesos, su sangre. Aelin no se permitió hacer ni una mueca de dolor cuando lanzó un látigo de fuego hacia Maeve, y la reina oscura le devolvió el ataque. —Solo espera, muy pronto lanzará la trampa sobre ti. —Es una mentirosa y una tonta —escupió Maeve—, busca separarnos porque sabe que podemos derrotarla juntos. Una vez más, ese oscuro poder se unió a Maeve. El rey oscuro solo miró a Aelin con esos ojos dorados y ardientes, y sonrió. —En efecto. Tú… Se detuvo. Esos ojos dorados se elevaron sobre Aelin. Por encima de las puertas y el muro detrás de ella. A algo más arriba. Aelin no se atrevió a mirar. Para no distraer su atención. Por esperanza. Pero el dorado en los ojos de Erawan brillaba. Brillaba con rabia y tal vez miedo. Giró la cabeza hacia Maeve. —Hay curanderos en el castillo. —Por supuesto que los hay —espetó Maeve. Sin embargo, Erawan se quedó inmóvil. —Hay curanderos hábiles allí. Expertos con poder. —Directo de la Torre Cesme —dijo Aelin, asintiendo solemnemente—. Como te dije. Erawan solo miró a Maeve. Y aquella duda parpadeó de nuevo. Miró a Aelin. A su fuego, a su espada. Ella asintió con la cabeza. Erawan le siseó a Maeve. —Si ella dijo la verdad, tú eres la carroñera Y antes de que Aelin pudiera reunir una llama para atacar, una forma oscura y

tenebrosa surgió de la oscuridad detrás de Erawan y lo levantó. Un ilken. Aelin no malgastó su poder tratando de derribarlo, no con las defensas de los ilken contra la magia. No con Maeve siguiendo a Erawan mientras era llevado por los cielos. Sobre la ciudad. Contra dos príncipes valg, ya debería estar muerta. Contra la mujer que tenía frente a ella, Aelin sabía que era cuestión de tiempo. Pero si Yrene, si sus amigos, pudieran acabar con Erawan… —Solo nosotras, entonces —dijo Maeve, con los labios curvados en una sonrisa de aquella araña. La sonrisa de las horrendas criaturas que lanzó a Orynth. Aelin levantó a Goldryn de nuevo. —Eso era precisamente lo quería —dijo. Era verdad. —Pero sé tú secreto, heredera de fuego —canturreó Maeve, y golpeó de nuevo.

Capítulo 112 Traducido por Luneta Corregido por Cotota

En la cima de la torre más alta del castillo de Orynth, en el amplio balcón que dominaba el mundo, la curandera lanzó otra llamarada de poder. El resplandor blanco quemó la noche, arrojando las piedras fuera de la torre. Una señal, un desafío al rey oscuro que luchó contra Aelin Galathynius más abajo. Aquí estoy, el poder cantó durante toda la noche Aquí estoy. Erawan respondió. Su rabia, su miedo, su odio llenaron el viento mientras se precipitada en las extremidades de un ilken. Le sonrió al joven sanador, cuyas manos brillaban con luz pura, como si ya estuvieran probando su sangre. Saboreando la destrucción de lo que ella le ofrecia, el regalo que le habían dado. Su mera presencia puso a las personas a gritar abajo en el castillo mientras huían. No era la muerte encarnada, sino algo mucho peor. Algo casi tan antiguo, y como poderoso. Los ilken barrieron la torre y lo arrojaron sobre las piedras del balcón. Erawan aterrizó con la gracia de un gato, apenas sin aliento mientras se enderezaba. Mientras le sonreía a ella.

I —Nunca pensé que lo harías, ya sabes —dijo Maeve, su oscuro poder se enroscaba a su alrededor mientras Aelin jadeaba. Un calambre comenzó en la parte baja de su espalda y ahora se abría camino por su espina dorsal, hacia sus piernas—. Que serías tan tonta como para volver a poner las llaves en la puerta.

¿Qué pasó con esa visión gloriosa que me mostraste una vez, Aelin? De ti en esta misma ciudad, las masas de adoración clamando tú nombre. ¿Fue simplemente demasiado aburrido para ti, ser venerada? Aelin se recuperó con cada respiración, Goldryn aún ardía. Déjala hablar, déjala regocijarse y divagar. Cada segundo que tenía para recuperarse, para recuperar una fracción de su fuerza, era una bendición. Erawan había mordido el anzuelo, había dejado que la duda que ella había plantado echara raíces en su mente. Ella sabía que era solo cuestión de tiempo hasta que él sintiera el poder de Yrene. Solo rogó que Yrene Towers estuviera lista para encontrarse con él. —En cierto modo, siempre había esperado que tú y yo fuésemos iguales —continuó Maeve—. Que tú, más que Erawan, entendías la verdadera naturaleza del poder. De lo que significa manejarla. Qué decepción tan profunda, deseabas ser tan ordinaria. El escudo se había vuelto insoportablemente pesado. Aelin no se atrevió a mirar hacia atrás para ver a dónde había ido Erawan. O qué estaba haciendo. Había sentido el arrebato de poder de Yrene, se había atrevido a esperar que incluso fuera una señal, un señuelo, pero nada desde entonces. Sin embargo, se había alejado a Erawan. Era suficiente. La oscuridad alrededor de Maeve se retorció. —La Reina que Fue Prometida ya no existe —dijo ella, chasqueando la lengua—. Ahora no eres más que una asesina con una corona. Una plebeya con el regalo de la magia. Látigos gemelos de poder brutal se lanzaron a los lados de Aelin. Alzó su escudo y balanceó a Goldryn con su otro brazo, Aelin los desvió con la llama encendida. El escudo se combó, pero Goldryn ardió sin parar. Sin embargo, ella lo sintió. El dolor familiar, interminable. Las sombras que podrían devorar. Presionando más cerca. Comiéndose su poder. Maeve miró a la espada ardiente. —Lista para ti, para imbuir la espada con tus propios dones. Sin duda, antes de que le entregarás todo a la puerta del Wyrd. —Una precaución, por si no regresaba —jadeó Aelin—. Un arma para matar al Valg. —Ya veremos —Maeve golpeó de nuevo. Otra vez.

Obligando a Aelin a ceder un paso. Y luego otro. De vuelta a la línea invisible que había dibujado entre ellas y la puerta sur. Maeve se adelantó, con su cabello oscuro y sus túnicas ondeando. —Me has negado dos cosas, Aelin Galathynius. Las llaves que busqué —otro látigo de poder se deslizó a Aelin. Su llama apenas la desvió esta vez—. Y el gran duelo que me prometieron. Como si Maeve abriera la tapa de un cofre con su poder, surgieron columnas de oscuridad. Aelin las rebanó con Goldryn, el fuego dentro de la cuchilla firme. Pero no era suficiente. Y cuando Aelin retrocedió otro paso, una de esas columnas le atravesó sus piernas. Aelin no pudo detener el grito que se salió de su garganta. Cayó, dispersándose el escudo en el barro helado. Pero por todo el adiestramiento mantuvo sus dedos apretados en Goldryn. Pero la presión, insoportable y reptaba, comenzó a empujar dentro de su cabeza. —Despierta. El mundo cambió. La nieve fue sustituida por una luz de fuego. Y el terreno por una plancha de hierro. La presión en su cabeza se retorció, y Aelin se puso de rodillas, negándose a reconocerlo. Esta batalla, la nieve y la sangre, esto era real. —Despierta, Aelin —susurró Maeve. Aelin parpadeó. Y se encontró dentro de la caja de hierro, Maeve inclinada sobre la tapa abierta. Sonriente. —Estamos aquí —dijo la reina Fae. No la Fae. El Valg. Maeve era Valg. —Has estado soñando —dijo Maeve, pasándose un dedo sobre la máscara que todavía estaba pegada a su cara—. Sueños tan extraños y errantes, Aelin. No. No, había sido real. Se las arregló para levantar la cabeza lo suficiente como para mirarse a sí misma. Había cambiado y cuerpo estaba demasiado delgado. Las cicatrices aún estaban en ella. Aún allí. No se habían borrado. No tenía piel nueva. —Puedo facilitarte esto —continuó Maeve, apartando el cabello de Aelin con

suaves y cariñosos golpes—. Dime dónde están las llaves del Wyrd, y te prometo que el Juramento de Sangre y estas cadenas, esta máscara, esta caja... todo desaparecerá. Aún no habían comenzado. A desgarrarla. Todo es un sueño. Una larga pesadilla. Las llaves seguían sin unirse, la cerradura no era forjada. Un sueño, mientras habían navegado hasta aquí. Dondequiera que fuera aquí. —¿Qué dices, sobrina? ¿Te liberarás? ¿Te rendirás a mí? Tú no te rindes. Aelin parpadeó. —Es más fácil, ¿no? —Maeve reflexionó, apoyando sus antebrazos contra el borde del ataúd—. Permanecer aquí. Así no necesitas tomar decisiones tan terribles. Dejar que los demás compartan esa carga. Soportar su costo —insinuó una sonrisa—. En el fondo, eso es lo que te atormenta. Ese deseo de ser libre. Libertad, ella lo sabía. No la había. —Es lo que más temes, ni a mí, ni a Erawan, ni a las llaves. Ese deseo tuyo de estar libre del peso de tu corona, de tu poder, te consumirá. Te amargas hasta que no te reconoces a ti misma —su sonrisa se ensanchó—. Deseo evitarte todo eso. Conmigo, serás libre de una manera que nunca has imaginado, Aelin. Lo juro. Un juramento. Ella había jurado. A Terrasen. A Nehemia. A Rowan. Aelin cerró los ojos, apagando a la reina que estaba sobre ella, la máscara, las cadenas, la caja de hierro. No era real. Esto no es real. ¿No es así? —Sé que estás cansada —continuó Maeve, con suavidad y persuasión—. Das y das y das, y todavía no era suficiente. Nunca será suficiente para ellos, ¿verdad? No lo haría. Nada de lo que ella hubiera hecho, o haría, sería suficiente. Incluso si ella salvó a Terrasen, salvó a Erilea, todavía tendría que dar más, hacer más. El peso de eso ya la aplastaba. —Cairn —dijo Maeve. Unos pasos sonaban cerca. Arrastrándose sobre la piedra. Los temblores la sacudieron, incontrolables e injustificados. Ella conocía ese modo

de andar, lo conocía... el odioso y burlón rostro de Cairn apareció al lado de Maeve, los dos la estaban estudiando. —¿Cómo vamos a empezar, majestad? Él ya le había dicho esas palabras. Habían bailado tantas veces. La bilis le cubría la garganta. Ella no podía dejar de temblar. Ella sabía lo que él haría, cómo empezaría. Nunca dejaría de sentirlo, el susurro del dolor. Cairn pasó una mano por el borde del ataúd. —Rompí una parte de ti, ¿verdad? Te llamaré Elentiya, “Espíritu Que No Se Puede Romper”. Aelin trazó sus dedos incrustados de metal sobre su palma. Donde debería estar una cicatriz. Donde aún estaba. Siempre estaría, incluso si ella no pudiera verla. Nehemia, Nehemia, que había dado todo por Eyllwe. Y sin embargo… Y sin embargo, Nehemia todavía había sentido el peso de sus elecciones. Todavía deseaba liberarse de sus cargas. No la había debilitado. En lo más mínimo. Cairn examinó su cuerpo encadenado, evaluando dónde empezaría. Su respiración se agudizó en deleite anticipatorio. Sus manos se curvaron en puños. El hierro gimió. Espíritu que no se puede romper. Ella no cedería. Lo soportaría de nuevo, si le preguntaban. Ella lo haría. Cada hora brutal y un poco de agonía. Y dolería, y gritaría, pero lo afrontaría. Sobreviviría contra ello. Arobynn no la había roto. Tampoco Endovier. Ella no permitiría que éste desperdicio de existencia lo hiciera ahora. Su temblor se calmó, su cuerpo se quedó inmóvil. Esperando. Maeve parpadeó. Sólo una vez. Aelin aspiró una respiración, aguda y fresca. Ella no quería que se acabara. Todo eso. Cairn se desvaneció en el viento. Entonces las cadenas desaparecieron con él. Aelin se sentó en el ataúd. Maeve retrocedió todo de un paso. Aelin examinó la ilusión, tan ingeniosamente labrada. La cámara de piedra, con sus

braseros y gancho en el techo. El altar de piedra. La puerta abierta y el rugir del río más allá. Ella se obligó a mirar. Para enfrentar ese lugar de dolor y desesperación. Siempre le dejaría una marca, una mancha en ella, pero ella no dejaría que la definiera. La suya no era una historia de oscuridad. Esta no sería su historia. Ella se doblaría a sí misma, a este lugar, a este miedo, pero no sería toda la historia. No sería su historia. —¿Cómo? —Maeve simplemente preguntó. Aelin conocía el mundo y un campo de batalla se extendía más allá de ellos. Pero ella permaneció en la cámara de piedra. Había trepado desde el ataúd de hierro. Maeve solo la miró fijamente. —Deberías haberlo sabido mejor —dijo Aelin, las brasas persistentes dentro de ella brillaban—. Tú, quien temía el cautiverio e hizo todo esto para evitarlo. Deberías haberlo sabido mejor que sólo atraparme. Deberías haber sabido que encontraría una manera. —¿Cómo? —Preguntó Maeve de nuevo—. ¿Cómo no te rompiste? —Porque no tengo miedo —dijo Aelin—. Tu miedo a Erawan y a sus hermanos te condujo, te destruyó. Si alguna vez hubo algo que valiera la pena destruir. Maeve siseó, y Aelin se echó a reír. —Y luego estaba tu miedo a Brannon. A mí. Mira lo que provocó —señaló la habitación a su alrededor, el mundo más allá—. Esto es todo lo que te queda de Doranelle. Esta ilusión. El poder de Maeve retumbó a través de la habitación. —Le hiciste daño a mi compañero. Heriste a la mujer y lo engañaste para que pensara que era su compañera. La mataste y le rompiste a él. Maeve sonrió levemente. —Sí, y disfruté cada momento de ello. Aelin respondió a la sonrisa de la reina con una de las suyas. —¿Olvidaste lo que te dije en esa playa en Eyllwe? Cuando Maeve simplemente parpadeó otra vez, Aelin atacó. Volando con un escudo de fuego, condujo a Maeve a un lado y lanzó una lanza de llama azul.

Maeve esquivó el asalto con un muro de poder oscuro, pero Aelin se lanzó a la ofensiva, atacando una y otra vez y otra vez. Esas palabras que le había gruñido a Maeve en Eyllwe sonaron entre ellas: te mataré. Y ella lo haría. Por lo que Maeve le había hecho, a ella, a Rowan y Lyria, a Fenrys, a Connall y a tantos otros, la borraría de la memoria. Medio pensamiento y Goldryn estaba de nuevo en su mano, la hoja zumbando con llamas. Incluso si eso tomara sus últimos respiros, ella se inclinaría para esto. Maeve se encontró con cada golpe, y se quemaron y rabiaron por la habitación. El altar se agrietó. Derretido. El gancho del techo se disolvió en mineral fundido que silbó sobre las piedras. Arrancó el lugar donde se había sentado Fenrys, encadenada por ataduras invisibles. Una y otra vez, las últimas brasas de su fuego se acumulaban, el sudor caía sobre su frente, Aelin golpeando a Maeve. El ataúd de hierro caliente, rojo brillante. Sólo aquí, en esta ilusión, podría hacerlo. Maeve había pensado atraparla una vez más. Pero la reina no sería la atrapada esta vez. Aelin giró, haciendo retroceder a Maeve. Hacia el ataúd humeante. Paso a paso, la empujaba. La acorralaba. La oscuridad se extendió por la habitación, bloqueando la lluvia de flechas de fuego que dispararon a Maeve, y la reina se atrevió a mirar por encima del hombro al destino candente que la esperaba. La cara de Maeve se volvió más blanca que la muerte. Aelin soltó una carcajada, y giró a Goldryn, reuniendo su poder por última vez. Pero un parpadeo de movimiento atrajo su atención hacia la derecha. Elide. Elide se quedó allí, el terror escrito sobre sus rasgos. Alcanzó a alzar una mano para advertirle a Aelin —Mira... Maeve envió un látigo negro para la Lady de Perranth. No… Aelin se lanzó, saltando el fuego hacia Elide, para bloquear ese golpe fatal.

Ella se dio cuenta de su error en un instante. Se dio cuenta cuando sus manos pasaron por el cuerpo de Elide, y su amiga desapareció. Una ilusión. Se había enamorado de una ilusión y se había dejado vulnerable. Aelin se giró hacia Maeve, las llamas volvieron a crecer, pero demasiado tarde. Unas manos de sombra estaban envueltas alrededor de su garganta. Inamovibles. Eternas. Aelin se arqueó, jadeando por un poco de aire mientras esas manos apretaban y apretaban. La cámara se derritió. Las piedras debajo de ella se convirtieron en barro y nieve, el rugido del río fue sustituido por el estruendo de la batalla. Destellaron entre un latido y el siguiente, entre la ilusión y la verdad. Aire caliente para viento amargo, vida para muerte segura. Aelin envolvió sus manos en llamas, rasgando la sombra que ataba alrededor de su garganta. Maeve se paró frente a ella, con sus ropas ondeando mientras jadeaba. —Esto es lo que sucederá, Aelin Galathynius. Columnas de sombra se dispararon hacia ella, rompiéndose y desgarrándose, y sin la llama, ninguna cantidad de voluntad pura podría mantenerlos a raya. No mientras apretaban, reteniendo el aliento para gritar. Su fuego ardió. —Me harás el juramento de sangre. Y luego tú y yo arreglaremos este desastre que has hecho. Tú, y el rey de Adarlan arreglarán lo que has hecho. Puede que ya no seas Portadora de Fuego, pero seguirás teniendo tus usos. Un viento besado con nieve la rozó junto a ella. No. Otro destello de luz detrás de Aelin, y Maeve se detuvieron. Las sombras se apretaron, y Aelin se arqueó de nuevo, un grito sin sonido la atravesó. —Puede que te preguntes por qué alguna vez pensé que estarías de acuerdo. Qué podría tener contra ti —una risa baja—. Las mismas cosas que buscas proteger, eso es lo que destruiré, si me desafías. Lo que es más precioso para ti. Y cuando haya terminado de hacer eso, te arrodillarás. No. No… La oscuridad vibraba desde Maeve, y la visión de Aelin vaciló. Una maldita ola de viento helado la besó.

Solo lo suficiente para que ella se quede sin aliento. Levantó la cabeza y vio la mano tatuada que ahora se extendía hacia ella. Alcanzándola, era una oferta para levantarse. Rowan. Detrás de él, aparecieron otros dos. Lorcan y Fenrys, éste último en forma de lobo. El grupo, quienes no se habían detenido ese día para ayudarla en Mistward, pero quienes lo hacían ahora. Pero Rowan mantuvo su mano extendida hacia Aelin, que se ofreció para permanecer inquebrantable, y no apartó los ojos de Maeve mientras enseñaba los dientes y gruñía. Pero fue Fenrys quien golpeó primero. Quien había estado esperando este momento, esta oportunidad. Con los colmillos al descubierto, con el pelo erizado, cargó contra Maeve. Yendo directo a su pálida garganta. Aelin luchó, y Rowan gritó su advertencia, pero demasiado tarde. Perdido en su venganza, su furia, el lobo blanco saltó hacia Maeve. Un látigo de oscuridad lo atacó. El grito de dolor de Fenrys hizo eco a través de sus huesos antes de que tocara el suelo. La sangre se filtró de la herida, el profundo corte en su rostro. Tan rápido. Apenas más que un parpadeo. El poder de Rowan y Lorcan aumentó, reuniéndose para atacar. Fenrys se puso en pie con dificultad. Una vez más, la oscuridad lo quebró. Le rasgó la cara. Como si Maeve supiera precisamente dónde golpear. Fenrys volvió a caer, con la sangre salpicando la nieve. Un destello de luz, y él cambió a su forma de Fae. Lo que ella le había hecho a su cara... No. No… Aelin logró reunir suficiente aire para escupir: —Corre —Rowan la miró. A la advertencia. Así fue como Maeve golpeó una vez más. Como si ella hubiera estado reteniendo su poder, esperándolos. Para esto. Una ola de oscuridad envolvió a su compañero. Lorcan y Fenrys envueltos, también.

Su magia se encendió, iluminando la oscuridad como un rayo detrás de una nube. Sin embargo, no fue suficiente para liberarse del control de Maeve. El hielo y el viento soplaban contra él, una y otra vez. Golpes brutales calculados. El poder de Maeve aumentó. El hielo y el viento se detuvieron. La otra magia dentro de la oscuridad se detuvo. Como si hubiera sido tragado. Y entonces empezaron a gritar. Rowan comenzó a gritar.

Capítulo 113 Traducido por Luneta Corregido por Cotota

Erawan jadeó mientras se acercaba. —Sanadora —suspiró, su impío poder emanaba de él como un aura negra. Ella retrocedió un paso, más cerca de la barandilla del balcón. El rey oscuro la siguió, un depredador acercándose a una presa tan esperada. —¿Sabes cuánto tiempo te he estado buscando? —El viento agitó su cabello dorado—. ¿Sabes lo que puedes hacer? Ella vaciló, golpeando la barandilla del balcón detrás de ella, la caída tan horriblemente interminable. —¿Cómo crees que nos llevamos las llaves en primer lugar? —Una sonrisa odiosa y horrible—. En mi mundo, tu clase también existe. No son curanderas para nosotros, sino verdugos. Doncellas de la muerte. Capaz de curar, pero también de herir. Desenredando el tejido mismo de la vida. De los mundos —Erawan sonrió—. Así que tomamos a las de tu tipo. Las usábamos para abrir la puerta del Wyrd. Para arrancar las tres piezas de ella desde su propia esencia. Maeve nunca lo aprendió, y nunca lo hará —su respiración entrecortada se hizo más profunda mientras saboreaba cada palabra, cada paso más cerca—. Les tomó a todos sacar las llaves de la puerta, a cada uno de los curanderos de mi clase. Pero tú, con tus dones, podrías hacerlo de nuevo. Y con las llaves ahora de regreso a la puerta... —otra sonrisa—. Maeve cree que me fui para matarte, para destruirte. Tu pequeña reina de fuego también lo pensó. Ella no podía concebir que yo quisiera encontrarte. Antes que Maeve. Antes de que cualquier daño pueda llegar a ti. Y ahora que tengo... Nos divertiremos, Yrene Towers. Un paso más cerca. Pero no más. Erawan se quedó inmóvil. Lo intentó y no se movió. Entonces miró las piedras del balcón. En la sangrienta marca que había cruzado, demasiado concentrado en su presa para darse cuenta. Una marca Wyrd. Para contener. Para atrapar. La joven sanadora le sonrió, y la luz blanca alrededor de sus manos se apagó cuando sus ojos pasaron de oro a zafiro. —No soy Yrene.

I Erawan volvió la cabeza hacia el cielo cuando Lysandra, en forma de ruk, recorrió la torre desde donde se había estado escondiendo al otro lado, con Yrene aferrada a sus garras. El poder de Erawan aumentó, pero Yrene ya estaba brillando, tan brillante como el lejano amanecer. Lysandra abrió sus garras, dejando caer a Yrene delicadamente en las piedras del balcón, la luz se le escapó mientras corría de cabeza hacia Erawan. Dorian regresó a su propio cuerpo, la luz sanadora se derramó sobre él también, mientras rodeaba su poder alrededor de la Marca del Wyrd que contenía a Erawan. La puerta de la torre se abrió de golpe, Elide salió volando justo cuando Lysandra se movió, aterrizando en los silenciosos pies de un leopardo fantasma en el balcón. Erawan no parecía saber a dónde mirar. No mientras Dorian enviaba un puñetazo de su luz curativa que lo hizo perder el equilibrio. No mientras Lysandra saltaba sobre el rey oscuro, clavándolo en las piedras. No mientras Elide, con Damaris en sus manos, le hundía la hoja profundamente en las entrañas de Erawan, y entre las piedras de abajo. Erawan gritó. Pero el sonido no era nada comparado con lo que salió de él cuando Yrene lo alcanzó, con las manos como estrellas ardientes, y las golpeó contra su pecho. El mundo se ralentizó y se deformó. Sin embargo, Yrene no tenía miedo. Sin miedo a la luz blanca cegadora que brotó de ella, chocando contra Erawan. Se arqueó, chillando, pero Damaris lo sostuvo, esa antigua espada inquebrantable. Su poder oscuro subió como una ola para devorar al mundo. Yrene no la dejó tocarla. O tocar cualquiera de ellos. Esperanza. Esperanza que le dijo a Chaol lo que llevaba consigo. Esperanza que ahora crecía en su vientre. Por un futuro mejor. Por un mundo libre. Era la esperanza que lo que había guiado a dos mujeres en los extremos opues-

tos de este continente hacia diez años. Esperanza era lo que había guiado a la madre de Yrene a tomar el cuchillo y matar al soldado que habría quemado a Yrene viva. Esperanza era lo que había guiado a Marion Lochan cuando ella eligió comprar a una joven heredera el tiempo para correr con su propia vida. Dos mujeres, que nunca se habían conocido, dos mujeres que el mundo había considerado ordinarias. Dos mujeres, Josefin y Marion, que habían elegido la esperanza frente a la oscuridad. Dos mujeres, al final, las habían comprado todo este momento. Este único disparó al futuro. Para ellos, Yrene no tenía miedo. Para el niño que llevaba, no tenía miedo. Para el mundo que ella y Chaol construirían para ese niño, no tenía miedo en absoluto. Los dioses podrían haberse ido, Silba con ellos, pero Yrene podría haber jurado que sintió esas manos cálidas y suaves que la guiaban. Empujando sobre el pecho de Erawan mientras se sacudía, la fuerza de mil soles oscuros intentaba destrozarla. Su poder avanzó rápidamente a todos ellos. Rasgó, trituró y rasgó dentro de él, al gusano retorcido que yacía dentro. El parásito. La infección que se alimentaba de la vida, de la fuerza, de la alegría. A lo lejos, muy lejos, Yrene sabía que era incandescente con la luz, más brillante que un sol de mediodía. Sabía que el rey oscuro debajo de ella no era nada más que una fosa de serpientes retorciéndose, mordiéndola, tratando de envenenar su luz. No tienes poder sobre mí, le dijo Yrene. En el cuerpo que albergaba ese parásito de los parásitos. Te destrozaré, siseó. Comenzando con ese bebé en tu... Un pensamiento y el poder de Yrene se encendió más brillante. Erawan gritó. El poder de la creación y la destrucción. Eso es lo que hay dentro de ella. Dador de Vida. Hacedor del Mundo. Poco a poco, ella lo quemó. Empezando por sus extremidades, trabajando hacia adentro. Y cuando su magia comenzó a disminuir, Yrene extendió una mano. Ella no sintió la punzada de su palma abriéndose. Apenas sintió la presión de la mano callosa que la unía a la suya.

Pero cuando la magia cruda de Dorian Havilliard la invadió, Yrene se quedó sin aliento. Jadeó y se convirtió en luz de las estrellas, en calidez, fuerza y alegría.

I El poder de Yrene era la vida misma. Vida pura, sin diluir. Casi hizo que Dorian se arrodillase cuando se encontró con el suyo. Mientras le entregaba su poder, voluntaria y gustosamente, Erawan se postró ante ellos. Empalado. El rey demonio gritó. Alegre. Debería alegrarse de ese dolor, de ese grito. El final que seguramente vendría. Por Adarlan, por Sorscha, por Gavin y Elena. Por todos ellos, Dorian dejó que su poder fluyera a través de Yrene. Erawan se sacudió, su poder se elevó solo para golpear contra un impenetrable muro de luz. Y, sin embargo, Dorian se encontró diciendo: —Su nombre. Yrene, concentrada en la tarea que tenía ante ella, ni siquiera miró en su dirección. Pero Erawan, a través de sus gritos, se encontró con la mirada de Dorian. El odio en los ojos del rey demonio era suficiente para devorar al mundo. Pero Dorian dijo: —El nombre de mi padre —su voz no vaciló—. Lo tomaste —no se había dado cuenta de que lo quería. Lo necesitaba, tan desesperadamente. Un hombre patético, sin espinas, Erawan estalló. Mientras tú eres... —Dime su nombre. Devuélvelo. Erawan se echó a reír a través de sus gritos. No. —Devuélvelo. Yrene lo miró ahora, la duda en sus ojos. Su magia se detuvo, solo por un in-

stante. Erawan saltó, su poder en erupción. Dorian lo devolvió, y se lanzó hacia el rey demonio. Por Damaris. El grito de Erawan amenazó con romper las piedras del castillo cuando Dorian empujó la hoja más profundo. Lo retorció. Envió su poder a través de él. —Dime su nombre —jadeó entre dientes. Yrene, aferrándose a su otra mano, murmuró su advertencia. Dorian apenas lo oyó. Erawan solo se rió de nuevo, ahogándose mientras su poder lo chamuscaba. —¿Importa? —Yrene preguntó en voz baja. Sí. Él no sabía por qué, pero lo hacía. Su padre había sido borrado del Inframundo, de todos los ámbitos de la existencia, pero aún podía recibir su nombre. Si sólo pagaba la deuda. Ojalá Dorian le concediera un poco de paz al hombre. El poder de Erawan arremetió contra ellos. Dorian y Yrene lo empujaron hacia atrás. Ahora. Tenía que ser ahora. —Dime su nombre —gruñó Dorian. Erawan le sonrió. No. —Dorian —advirtió Yrene. El sudor se deslizaba por su rostro. Ella no podía sostenerlo por mucho más tiempo. Y arriesgarla... Dorian envió su poder ondeando por la hoja. La empuñadura de Damaris brillaba. —Dime… Es el tuyo. Los ojos de Erawan se ensancharon cuando las palabras salieron de él. Mientras Damaris se lo extraía. Pero Dorian no se maravilló del poder de la espada. El nombre de su padre... Dorian. Le arrebaté su nombre, escupió Erawan, retorciéndose mientras las palabras fluían de su lengua bajo el poder de Damaris. Lo borré de la existencia. Sin embargo, sólo lo recordó una vez. Sólo una vez. La primera vez que te vio.

Las lágrimas se deslizaron por la cara de Dorian ante esa insoportable verdad. Tal vez su padre, sin saberlo, había escondido su nombre dentro de él, una última parte de desafío contra Erawan. Y había nombrado a su hijo por ese desafío, una marca secreta con el que el hombre todavía luchaba. Nunca había dejado de pelear. Dorian. El nombre de su padre. Dorian soltó la empuñadura de Damaris. La respiración de Yrene se volvió irregular. Ahora, tenía que ser ahora. Incluso con el rey Valg ante él, algo en el pecho de Dorian se alivió. Curado. Así que Dorian le dijo a Erawan, sus lágrimas se consumían bajo el calor de su magia. —Derrumbé tu castillo —él sonrió salvajemente—. Y ahora te derribaremos a ti también. Luego asintió con la cabeza a Yrene. Los ojos de Erawan se encendieron como brasas. E Yrene desató su poder una vez más.

I Erawan no pudo hacer nada. Nada en contra de esa magia pura, uniéndose a la de Yrene, tejiendo ese poder de creación mundial. Toda la ciudad, la llanura, se volvió deslumbrantemente brillante. Tan brillante que Elide y Lisandra se protegieron los ojos. Incluso Dorian cerró los suyos. Pero Yrene lo vio entonces. Lo que estaba en el centro de Erawan. La criatura retorcida y odiosa dentro. Viejo e hirviente, pálido como la muerte. Pálido, desde una eternidad en la oscuridad tan completa que nunca había visto la luz del sol. Nunca había visto su luz, que ahora escaldaba su carne antigua, blanca como la luna. Erawan se retorció, contorsionándose en el terreno de todo lo que este lugar

estaba dentro de él. Patético, dijo simplemente Yrene. Los ojos dorados se encendieron, llenos de rabia y odio. Pero Yrene solo sonrió, convocando el hermoso rostro de su madre a su corazón. Mostrándoselo a él. Deseando saber cómo se veía la madre de Elide para poder mostrarle también a Marion Lochan. Las dos mujeres que él había matado, directa o indirectamente, y nunca lo habían pensado dos veces. Dos madres, cuyo amor por sus hijas y la esperanza de un mundo mejor eran mayores que cualquier poder que Erawan pudiera ejercer. Mayor que cualquier Llave del Wyrd. Y fue con la imagen de su madre que todavía brillaba ante él, mostrándole el error que nunca había sabido que cometió, que Yrene apretó sus dedos en un puño. Erawan gritó. Los dedos de Yrene se apretaron con más fuerza y, a lo lejos, sintió que su mano física hacía lo mismo. Sintió la picadura de sus uñas cortándose las palmas. Ella no escuchó las súplicas de Erawan. Sus amenazas. Ella solo apretó su puño. Más y más. Hasta que él no era más que una llama oscura en su interior. Hasta que ella apretó su puño, una última vez, y esa llama oscura se apagó. Yrene tuvo la sensación de caer, de caer de nuevo en sí misma. Y de hecho, ella estaba cayendo, meciéndose de nuevo en el peludo cuerpo de Lysandra, su mano deslizándose de la de Dorian. Dorian se abalanzó para que su mano renovara el contacto, pero ya no era necesario. No había necesidad de su poder, ni del de Yrene. No mientras ellos contemplaban el cielo nocturno de arriba y Erawan estaba con los ojos dorados abiertos e invisibles hundiéndose en las piedras del balcón. No mientras su piel se volvía gris, y luego comenzó a marchitarse, a desmoronarse. Una vida pudriéndose desde dentro. —Quémalo —dijo Yrene con voz áspera, una mano yendo a su vientre. Un pulso de alegría, una chispa de luz, respondió.

Dorian no dudó. Las llamas saltaron, devorando el cuerpo en descomposición ante ellos. Eran innecesarios. Antes de que incluso comenzaran a convertir su ropa en ceniza, Erawan se disolvió. Un poco de carne hundida y huesos quebradizos. Dorian lo quemó de todos modos. Observaron en silencio mientras el rey de Valg se convertía en cenizas. Mientras un viento de invierno barrió el balcón de la torre, y se los llevaba lejos, muy lejos.

Capítulo 114 Traducido por Luneta Corregido por Cotota

Estaba muerta. Aelin estaba muerta. Su cuerpo sin vida había sido clavado en las puertas de Orynth, con el pelo rapado hasta el cuero cabelludo. Rowan se arrodilló ante las puertas, los ejércitos de Morath pasaban corriendo junto a él. No era real. No podría serlo. Sin embargo, el sol calentaba su rostro. El hedor de la muerte le llenó la nariz. Apretó los dientes y se dispuso a alejarse de este lugar. Despertar de esta pesadilla. No vaciló. Una mano suave y pequeña le rozó el hombro. —Tú provocaste esto sobre ti mismo, lo sabes —le dijo una voz femenina. Conocía esa voz. Nunca lo olvidaría. Lyria. Ella estaba detrás de él, mirando a Aelin. Vestida con la armadura oscura de Maeve, con su cabello castaño trenzado por su delicada y encantadora cara: —Tú también provocaste esto sobre ella, supongo —reflexionó su compañera, su compañera de mentira. Muerta. Lyria estaba muerta, y Aelin era la única que estaba destinada a sobrevivir... —¿La elegirías por sobre mí? —Demandó Lyria, sus ojos castaños se estrecharon—. ¿Es ese el tipo de hombre en el que te has convertido? No pudo encontrar ninguna palabra, nada para explicar, para disculparse. Aelin estaba muerta. Él no podía respirar. No quería hacerlo.

I Connall estaba sonriéndole. —Todo lo que me ocurrió es tu culpa. Arrodillado en la veranda de Doranelle, en un palacio que esperaba no volver a ver nunca más, Fenrys luchó contra la bilis que le subía por la garganta. —Lo siento. —Lo siento, pero ¿lo cambiarías? ¿Fui yo el sacrificio que estabas dispuesto a hacer para obtener lo que querías? Fenrys negó con la cabeza, pero de repente fue el de un lobo, el cuerpo que una vez había amado con tanto orgullo y fiereza. La forma de un lobo, sin capacidad de hablar. —Tomaste todo lo que siempre quiso —continuó su gemelo—. Todo. ¿Incluso me has llorado? ¿Incluso importaba? Necesitaba decirle, decirle a su gemelo todo lo que quería decir, desearía haber podido decírselo. Pero la lengua de ese lobo no expresaba el lenguaje de los hombres y los Fae. Sin voz. No tenía voz. —Estoy muerto por tu culpa —respiró Connall—. Sufrí por ti. Y nunca lo olvidaré. Por favor. La palabra ardía en su lengua. Por favor...

I Ella no podía soportarlo. Rowan arrodillado allí, gritando. Fenrys sollozando hacia los cielos oscurecidos. Y Lorcan en completo silencio, sin ver los ojos mientras se desarrollaba un horror indecible. Maeve murmuró para sí misma. —¿Ves lo que puedo hacer? ¿Contra lo qué son impotentes?

Rowan gritó más fuerte, los tendones en su cuello abultados. Luchando contra Maeve con todo lo que tenía. Ella no podía soportarlo. No podía soportarlo. Esto no era una ilusión, no era ningún sueño hilado. Esto, su dolor, esto era real. Los poderes Valg de Maeve, por fin revelados. El mismo poder infernal que poseían los príncipes valg. El mismo poder que había soportado. Y derrotado con llamas. Pero ella no tenía llama para ayudarlos. Nada en absoluto. —De hecho, no hay nada con lo que puedas negociar —dijo Maeve simplemente—. Solo contigo misma. Cualquier cosa menos esto. Cualquier cosa menos esto... —Tú no eres nada.

I Elide estaba delante de él, las torres elevadas de una ciudad que Lorcan nunca había visto, la ciudad que debería haber sido su hogar, atrayéndola sobre el horizonte. El viento azotó su cabello oscuro, tan frío como la luz en sus ojos. —Un hijo bastardo nacido —continuó—. ¿Pensaste que me ensuciaría contigo? —Creí que podrías ser mi compañera —dijo con voz ronca. Elide se rió. —¿Compañera? ¿Por qué pensaste alguna vez que tenías derecho a algo así después de todo lo que has hecho? No podía ser real, no era real. Y sin embargo, esa frialdad en su rostro, la distancia... Se lo había ganado. Lo tenía merecido.

I Maeve los examinó, a los tres machos que habían sido sus esclavos, perdiendo cuando su poder oscuro cuando rasgó sus mentes, sus recuerdos y se echó a

reír. —Lástima lo de Gavriel. Al menos él cayó como un noble. Gavriel. Maeve se volvió hacia ella. —No lo sabías, ¿verdad? —chasqueó con su lengua—. El León ya no rugirá, su vida es el precio de venta por defender a su cachorro. Gavriel estaba muerto. Ella sintió la verdad en las palabras de Maeve. Dejó que le hicieran un agujero en el corazón. —Parece que no pudiste salvarlo —continuó Maeve—. Pero puedes salvarlos a ellos. Fenrys gritó ahora. Rowan se había quedado en silencio, sus ojos verdes vacíos. Lo que vio, lo había llevado más allá de los gritos, más allá del llanto. Dolor. Dolor inefable, inimaginable. Como el que ella había soportado, o tal vez peor. Y todavía… Aelin no le dio tiempo a Maeve para reaccionar. Incluso de girar la cabeza mientras agarraba a Goldryn de donde está tendida a su lado y se la arrojó a la reina. Erró por una pulgada, la reina Valg giró hacia un lado antes de que la hoja se enterrara profundamente en la nieve, humeando donde aterrizó. Siguió ardiendo Era todo lo que Aelin necesitaba. Ella arremetió, flameando en el mundo. Pero no para Maeve. Se estrelló contra Rowan, entre Fenrys y Lorcan. Golpearon sus hombros, duros y profundos. Quemándolos. Marcándolos.

I Aelin estaba muerta. Ella estaba muerta, y él le había fallado. —Eres poca cosa —dijo Lyria, aun estudiando la puerta donde el cuerpo de Aelin se balanceaba—. Te lo merecías. Después de lo que me hicieron, mereces esto.

Aelin estaba muerta. Él no deseaba vivir en este mundo. Ni por un latido de corazón más. Aelin estaba muerta. Y él... Su hombro se contrajo. Y luego se quemó. Como si alguien le hubiera presionado una marca. Un atizador al rojo vivo. Una llama. Miró hacia abajo, pero vería una herida. Lyria continuó: —Sólo traes sufrimiento a quienes amas —las palabras eran distantes. Secundarias a esa herida ardiente. Chamuscándolo de nuevo, una herida fantasma, un recuerdo... No era un recuerdo. No un recuerdo, sino un salvavidas arrojado dentro de la oscuridad. Dentro de la ilusión. Un ancla. Como una vez la había anclado, arrastrándola del agarre de un príncipe Valg. Aelin. Sus manos se curvaron a los costados. Aelin, que había conocido el sufrimiento como él. A quien se le habían mostrado vidas pacíficas y todavía lo había elegido, exactamente como era, por lo que ambos habían soportado. Ilusiones, esas habían sido ilusiones. Rowan apretó los dientes. Sintió la cosa envuelta alrededor de su mente. Manteniéndolo cautivo. Soltó un gruñido bajo. Ella había hecho esto, lo había hecho antes. Transformado su mente. Torciendo y arrebatando de él esta cosa más vital. Aelin. Él no la dejaría tomarla de nuevo.

I Lorcan rugió a la marca que destrozó sus sentidos, a través de las palabras burlonas de Elide, a través de la imagen de Perranth, la casa que tanto deseaba y

que nunca podría ver. Rugió, y el mundo tembló. Se convirtió en nieve y oscuridad y batalla. Y Maeve. Preparada ante ellos, con su pálido rostro lívido. Su poder se abalanzó sobre él, una sorprendente pantera... Elide ahora yacía en una cama grande y opulenta, y su mano seca buscaba la suya. Una mano envejecida, llena de marcas, las delicadas venas azules se entrelazan como de los muchos ríos que rodean Doranelle. Y su cara... sus ojos oscuros eran filosos, sus arrugas profundas. Su pelo delgado estaba blanco como la nieve. —Esta es una verdad que no puedes superar —dijo ella, con voz ronca—. Una espada sobre nuestras cabezas. Su lecho de muerte. Eso es lo que era. Y la mano que rozó contra la de ella, seguía siendo joven. Se mantenía joven. La bilis le cubría la garganta. —Por favor —se puso una mano en el pecho, como si detuviera el crujido implacable. Un dolor débil y palpitante le respondió. El aliento de Elide retumbó contra sus orejas. No podía ver esto, no podía... Se clavó la mano con más fuerza en su pecho. Al dolor allí. La vida, la vida era dolor. Dolor y alegría. Alegría por el dolor. Lo vio en la cara de Elide. En cada línea y marca de edad. En cada pelo blanco. Una vida vivida, juntos. El dolor de la despedida por lo maravilloso que había sido. La oscuridad más allá se diluía. Lorcan clavó su mano en la herida ardiente en su hombro. Elide dejó escapar una tos cortante que lo destrozó, sin embargo, la tomó en su corazón, cada una de ellas. Todo lo que el futuro podía ofrecer. No le asustaba.

I

Una y otra vez, Connall murió. Una y otra vez. Connall yacía en el suelo de la galería, su sangre goteaba hacia el río brumoso muy abajo. Su destino, debería haber sido su destino. Si él caminara por el borde de la galería, hacia ese río rugiente, ¿alguien notaría su paso? Si saltaba, a los brazos de su hermano, ¿el río sería un rápido final para él? No merecía un final rápido. Se merecía uno lento y sangriento, uno brutal. Su castigo, su justa recompensa por lo que le había hecho a su hermano. La vida que había permitido poner en su sombra, siempre había sabido que permanecía en su sombra y no había intentado, en realidad no, compartir la luz. Una quemadura, violenta e inquebrantable, lo desgarró. Como si alguien hubiera metido su hombro en un horno. Se lo merecía. Lo recibió en su corazón. Esperaba que lo destruyera.

I Dolor. La cosa que ella había temido infligirles más, había luchado y luchado para mantenerlos alejados. El olor de su carne quemada picó sus fosas nasales, y Maeve dejó escapar una carcajada. —¿Eso fue un escudo, Aelin? ¿O intentabas sacarlos de su miseria? Cuando se arrodilló a su lado, la mano de Rowan se movió ante el horror que vio, justo sobre el borde de su hacha desechada. El pino y la nieve y el olor a sangre cobriza se mezclaron, levantándose para encontrarse con ella mientras su palma se abría con la fuerza de esa contracción. —Podemos seguir con esto, ya sabes —continuó Maeve—. Hasta que Orynth esté en ruinas —Rowan miró sin ver hacia adelante, con la palma de su mano derramando sangre sobre la nieve. Sus dedos se curvaron. Ligeramente. Un gesto llamativo, demasiado pequeño para que Maeve lo notara. Para que cualquiera lo notara, excepto ella. Excepto por el lenguaje silencioso entre ellos, la forma en que sus cuerpos se habían hablado desde el momento en que se

habían encontrado en el polvoriento callejón de Varese. Un pequeño acto de desafío. Como una vez había desafiado a Maeve ante su trono en Doranelle. Fenrys sollozó otra vez, y Maeve miró hacia él. Aelin deslizó su mano por el hacha de Rowan, el dolor un susurro a través de su cuerpo. Su compañero tembló, luchando contra la mente que había invadido la suya una vez más. —Qué desperdicio —dijo Maeve, volviéndose hacia ellos—. Para que estos machos puros dejen mi servicio, solamente para terminar atados a una reina con apenas unas pocas gotas de poder en su nombre. Aelin cerró su mano alrededor de la de Rowan. Una puerta se abrió entre ellos. Una puerta para él, para ella. Sus dedos se cerraron alrededor de los de ella. Aelin soltó una carcajada. —Puede que no tenga magia —dijo—, pero mi compañero sí. A la espera de atacar desde el otro lado de la oscura puerta, Rowan arrastró a Aelin para que sus poderes y sus almas se fusionaran. La fuerza de la magia de Rowan la golpeó, antigua y furiosa. El hielo y el viento se convirtieron en una llama abrasadora. Su corazón cantó, rugiendo, ante el poder que fluía de Rowan y hacia ella. A su lado, su compañero se aferraba rápidamente. Irrompible. Rowan sonrió, feroz y salvaje y malvado. Una corona de llamas, gemela a la suya, apareció sobre su cabeza. Como uno, miraron a Maeve. Maeve siseó, su oscuro poder se congregó de nuevo. —Rowan Whitethorn no tiene el poder bruto que alguna vez tuviste. —Tal vez no lo haga —dijo Lorcan un paso detrás de ellos, sus ojos claros y libres—, pero juntos, lo tenemos —miró a Aelin, una mano que se elevaba hacia la furiosa quemadura roja que rodeaba su pecho. —Y más allá de nosotros —dijo Aelin, dibujando una marca en la nieve con la sangre que había derramado, su sangre y la de Rowan—, creo que también tienen suficiente.

La luz estalló en sus pies, y el poder de Maeve aumentó, pero demasiado tarde. El portal se abrió. Exactamente como lo habían prometido las marcas del Wyrd en los libros que Chaol e Yrene habían traído del continente del sur. Precisamente a donde Aelin se había propuesto. Donde ella había vislumbrado cuando había caído de regreso a través de la puerta Wyrd. Donde ella y Rowan se habían aventurado días atrás, probando este mismo portal. La cañada del bosque estaba plateada a la luz de la luna, con las nieves espesas. Extraños árboles viejos, más viejos que los de Oakwald. Árboles que solo se podían encontrar al norte de Terrasen, en el interior de su territorio. Pero no fueron los árboles los que hicieron que Maeve se detuviera. No, era la gran masa de personas, sus armaduras y sus armas brillaban bajo sus pesadas pieles. Entre ellos, grandes como caballos, gruñían lobos. Lobos con jinetes. En el campo de batalla, portal tras portal había sido abierto. Justo donde Rowan y el grupo de guerreros Fae los habían dibujado con su propia sangre mientras luchaban. Todo había sido abierto por este hechizo. Este comando. Y más allá de cada portal, se podía ver esa multitud de personas. El ejército. —Escuché que planeaba venir aquí —dijo Aelin a Maeve. El poder de Rowan era una sinfonía en su sangre—. Escuché que planeabas llevar a las princesas kharankui contigo —ella sonrió—. Así que pensé en traer algunos amigos propios. Surgió la primera de las figuras más allá del portal, montada en un gran lobo plateado. E incluso con las pieles sobre su pesada armadura, se podían ver las orejas arqueadas de la hembra. —Los Fae que habitaban en Terrasen no fueron eliminados completamente — dijo Aelin. Lorcan comenzó a sonreír—. Encontraron un nuevo hogar, con la Tribu del Lobo —aquellos que eran humanos también montaban esos lobos. Como habían afirmado todos los mitos—. ¿Y sabías que, si bien muchos de ellos vinieron aquí con Brannon, había un clan completo de Fae que llegó desde el sur del continente? Huyendo de ti, creo. A todos ellos, en realidad, no les caes bien, lamento decirlo. Cada vez más Fae y jinetes de lobo avanzaban hacia el portal, sacando las armas. Más allá de ellos, estirándose en la distancia, su anfitrión fluía. Maeve retrocedió un paso. Solo uno. —¿Pero sabes a quién odian aún más? —Aelin señaló con Goldryn hacia el campo de batalla—. A esas arañas. Nesryn Faliq me contó todo acerca de cómo sus ancestros lucharon contra ellos en el sur del continente. Cómo huyeron de ti

cuando trataste de mantener encadenados a sus sanadores, y luego terminaste luchando contra tus pequeños amigos. Y cuando llegaron a Terrasen, todavía lo recordaban. Una parte de la verdad se perdió, se volvió confusa, pero ellos lo recordaban. Se la enseñaron a su descendencia. Los entrenaron. Los Fae y sus lobos más allá de los portales ahora fijaron sus miradas en los híbridos kharankui que por fin emergían en la llanura. —Les dije que me encargaría de ti —dijo Aelin, y Rowan se echó a reír—, pero las arañas... Oh, las arañas son todas suyas. Creo que han estado esperando esto por un tiempo, en realidad. A las brujas Ironteeth, también. Al parecer, los Yellowlegs no fueron muy amables con los que quedaron atrapados en sus formas animales en estos diez años. Aelin soltó un destello de luz. La única señal que necesitaba dar. Para un pueblo que solo había pedido una cosa cuando Aelin les había pedido que lucharan, que se unieran a esta última batalla: regresar a casa. Para volver a Orynth tras una década de ocultarse. Su llama bailaba sobre el campo de batalla. Y los Fae perdidos de Terrasen, la legendaria Tribu del Lobo que los había recibido y protegido a su lado, cargaron a través de los portales. Justo en las desprevenidas filas de Morath. Maeve se había puesto muy pálida. Palideció aún más cuando la magia se encendió y surgió y esas arañas híbridas cayeron, sus gritos de sorpresa se silenciaron bajo las cuchillas Asterion. Sin embargo, la mano de Rowan se apretó sobre la de Aelin, y miró a su compañero. Pero sus ojos estaban en Fenrys. Sobre el poder oscuro, Maeve todavía lo tenía atrapado. El macho permaneció tendido en la nieve, sus lágrimas en silencio y sin final. Su rostro era una ruina ensangrentada. A través del rugido del poder de Rowan, Aelin buscó los hilos que salían de su corazón, de su alma. Mírame. Su orden silenciosa hizo eco en el juramento de sangre, a Fenrys. Mírame. —Supongo que crees que ahora puedes acabar conmigo de alguna manera grandiosa —Maeve le dijo a ella y a Rowan, esa oscura poder que se hinchaba—. Tú, a quien más he hecho daño. Mírame. Su rostro destrozado goteaba sangre, Fenrys miró, sus ojos girando ciegamente hacia los de ella. Y despejándose, solo un poco.

Aelin parpadeó cuatro veces. Estoy aquí, estoy contigo. Sin respuesta. —¿Entiendes lo que es una reina Valg? —les preguntó Maeve, con triunfo en su rostro a pesar de los Fae perdidos y los jinetes de lobos que cargaron en el campo de batalla más allá de ellos—. Soy tan vasta y eterna como el mar. Erawan y sus hermanos me buscaron por mi poder —su magia fluía a su alrededor en un aura profana—. ¿Crees ser una asesinoa de un Dios, Aelin Galathynius? ¿Qué eran sino criaturas vanas encerradas en este mundo? ¿Qué eran las cosas que tu mente humana no puede comprender? —Ella levantó los brazos—. Soy un Dios. Aelin volvió a parpadear ante Fenrys, el poder de Rowan reuniéndose en sus venas, preparándose para el primer y probable golpe final que podría aterrizar, el poder de Lorcan reuniéndose junto a los suyos. Sin embargo, una y otra vez, Aelin parpadeó ante Fenrys, ante esos ojos medio vacíos. Estoy aquí, estoy contigo.

I Estoy aquí, estoy contigo. Una reina le había dicho eso. En su lenguaje secreto y silencioso. Durante las inefables horas de tormento, se lo habían dicho mutuamente. No estaba solo. Él no había estado sólo entonces, y ella tampoco. La veranda en Doranelle y las nieves ensangrentadas en las afueras de Orynth se mezclaron y brillaron. Estoy aquí, estoy contigo. Maeve se quedó allí. Ante Aelin y Rowan, ardiendo con fuerza. Frente a Lorcan, sus oscuros regalos eran una sombra a su alrededor. Fae, tantos Fae y lobos, algunos montados en ellos, llegando al campo de batalla a través de agujeros en el aire. Había funcionado, entonces. Su loco plan, que se promulgaría cuando todos se fueran al infierno, cuando no les quedara nada. Sin embargo, el poder de Maeve creció. Los ojos de Aelin permanecieron sobre él, anclándolo. Sacándolo de esa veranda ensangrentada. Un cuerpo temblando de dolor. Una cara que ardía y palpitaba. Estoy aquí, estoy contigo.

Y Fenrys se encontró a sí mismo parpadeando. Sólo una vez. Sí. Y cuando los ojos de Aelin se movieron de nuevo, él entendió.

I Aelin miró a Rowan. Encontró a su compañero sonriéndole. Consciente de lo que probablemente les esperaba. —Juntos —dijo en voz baja. El pulgar de Rowan rozó al de ella. En el amor y la despedida. Y entonces estallaron. Llama, candente y cegadora, rugió hacia Maeve. Pero la reina oscura había estado esperando. Las olas gemelas de oscuridad se arquearon y en cascada para ellos. Solo para ser detenido por un escudo de viento negro. Golpeado a un lado. Aelin y Rowan volvieron a golpear, tan rápido como una víbora. Flechas y lanzas de fuego que Maeve cedió un paso. Luego otro. Lorcan la golpeó por un lado, obligando a Maeve a retroceder un paso más. —Yo diría —jadeó Aelin, hablando por encima del glorioso rugido de la magia a través de ella, la inquebrantable canción de ella y Rowan—, que no nos has hecho ningún daño. Como golpes alternos, Lorcan golpeó con ellos. Fuego y luego muerte a medianoche. Las oscuras cejas de Maeve se estrecharon. Aelin lanzó una pared de llamas que empujó a Maeve hacia atrás otro paso. —Pero él, oh, él tiene un punto que resolver contigo. Los ojos de Maeve se abrieron de par en par, y ella se giró. Pero no lo suficientemente rápido. No lo suficientemente rápido como para que Fenrys desapareciera de donde estaba arrodillado y reapareció, justo detrás de Maeve. Goldryn se encendió cuando se la hundió en su espalda. Dentro del corazón oscuro.

Capítulo 115 Traducido por Luneta Corregido por Cotota

La sangre oscura de Maeve se derramó sobre la nieve cuando cayó de rodillas, con los dedos arañando la ardiente espada clavada en su pecho. Fenrys la rodeó, dejando la espada donde la había empalado mientras caminaba hacia el lado de Aelin. Las ascuas se arremolinaban a su alrededor y al de Rowan, Aelin acercándose a la reina. Con los dientes descubiertos, Maeve siseó mientras intentaba liberar la hoja. —Sácala. Aelin solo miró a Lorcan. —¿Algo qué quieras decir? Lorcan sonrió sombríamente, observando a los Fae y los jinetes de lobo causando estragos a las arañas. —Larga vida a la reina —La Reina de las Hadas del Oeste. Maeve gruñó, y no era el sonido de un Fae o humano. Era Valg. Valg puro, sin diluir. —Bueno, mira quién dejó de fingir —dijo Aelin. —Iré a cualquier lugar que elijas para desterrarme —dijo Maeve—. Sólo sácala. —¿Cualquier lugar? —Preguntó Aelin, y le soltó la mano a Rowan. La falta de su magia, de su fuerza, la golpeó como si se hundiera en un lago helado. Pero ella tenía muchas cosas propias. No mágicas, nunca más serían así, pero tenía una fuerza más grande, más profunda que eso. Un corazón de fuego, así la había llamado su madre. No por su poder. El nombre nunca había sido sobre su poder. Maeve siseó de nuevo, arañando la hoja. Con los dedos en llamas, Aelin ofreció su mano a Maeve.

—Viniste aquí para escapar de un marido que no amabas. Un mundo que no amabas. Maeve se detuvo, estudiando la mano de Aelin. Los nuevos callos en ella. Ella hizo una mueca, hizo una mueca de dolor por la hoja que destrozaba su corazón pero no la mataba. —Sí —susurró Maeve. —Y tú amas este mundo. Amas a Erilea. Los ojos oscuros de Maeve escudriñaron a Aelin, luego a Rowan y Lorcan, antes de responder. —Sí. En la forma en que puedo amar cualquier cosa. Aelin mantuvo su mano extendida. La oferta tácita en ella. —Y si elijo desterrarte, irás a donde sea que decidamos. Y nunca más nos molestarás, o a cualquier otro. —Sí —espetó Maeve, haciendo una mueca ante la espada inmortal que perforaba su corazón. La reina inclinó la cabeza, jadeando, y tomó la mano extendida de Aelin. Aelin se acercó. Justo cuando ella deslizaba algo sobre el dedo de Maeve. Y susurró al oído de Maeve: —Entonces vete al infierno. Maeve retrocedió, pero ya era demasiado tarde. Demasiado tarde, mientras el anillo de oro, el anillo de Silba, el anillo de Athril, brillaba en su pálida mano. Aelin retrocedió al lado de Rowan cuando Maeve comenzó a gritar. Gritando y gritando hacia el cielo oscuro, hacia las estrellas. Maeve había querido el anillo no por protección contra Valg. No, ella era Valg. Lo quería para que nadie más lo tuviera. Sin embargo, cuando Elide se lo había dado a Aelin, no había sido para destruir a una reina Valg. Era para mantener a Aelin a salvo. Y Maeve nunca lo conocería, ese don y poder: la amistad. Lo que Aelin sabía que evitaría que se convirtiera en la reina que estaba frente a ella. Lo que la había salvado, y había salvado a este reino.

Maeve se sacudió, Goldryn ardiendo, gemela a la luz de su dedo. Inmunidad frente al Valg. Y veneno para ellos. Maeve chilló, el sonido lo suficientemente fuerte como para sacudir el mundo. Ellos solo se pararon entre la nieve que caía, con los rostros inmóviles y la observaron. Fueron testigo de esta muerte por todos aquellos que había destruido. Maeve se contorsionó, arañándose a sí misma. Su piel pálida comenzó a desprenderse como pintura vieja. Revelando fragmentos de la criatura bajo el disfraz. La piel que ella había creado para sí misma. Aelin solo miró a Rowan, a Lorcan y Fenrys, una pregunta silenciosa en sus ojos. Rowan y Lorcan asintieron. Fenrys parpadeó una vez, su rostro mutilado todavía sangraba. Así que Aelin se acercó a la reina que gritaba, la criatura debajo. Caminó detrás de ella y tiró de Goldryn. Maeve se hundió en la nieve y el barro, pero el anillo continuó desgarrándola desde adentro. Maeve levantó los ojos oscuros y odiosos mientras Aelin levantaba a Goldryn. Aelin solo le sonrió. —Fingiremos que mis últimas palabras para ti fueron algo digno de una canción. Ella agitó la espada ardiente. La boca de Maeve todavía estaba abierta en un grito mientras su cabeza caía hacia la nieve. La sangre negra se roció, y Aelin se movió de nuevo, atravesando con Goldryn el cráneo de Maeve. Hacia la tierra debajo de ella. —Quémala —dijo Lorcan con voz ronca. La mano de Rowan, cálida y fuerte, encontró de nuevo a Aelin. Y cuando ella lo miró, había lágrimas en su rostro. No por la reina Valg muerta ante ellos. O incluso por lo que Aelin había hecho. No, por su príncipe, su marido, su compañero, mirando hacia el sur. Al campo de batalla. A pesar de que su poder se fundió, y ella convirtió a Maeve en cenizas y memoria, Rowan miró hacia el campo de batalla. Donde línea tras línea tras línea de soldados Valg caían de rodillas en medio de una

pelea con los Fae y los lobos y la caballería de Darghan. Donde los ruks se agitaron con asombro cuando ilken cayeron de los cielos, como si hubieran sido asesinados a golpes. A lo lejos, varios gritos agudos rasgaron el aire, luego se quedan en silencio. Un ejército entero, a media batalla, a media tormenta, colapsando. Lanzados, colapsando, inmóviles. Hasta que todo el ejército de Morath permaneció inmóvil. Hasta que las Ironteeth peleando arriba se dieron cuenta de lo que estaba sucediendo y viraron hacia el sur, huyendo del rukhin y las brujas que ahora las perseguían. Hasta que la sombra oscura que rodeaba al ejército caído también se alejaba con el viento. Aelin lo supo con certeza entonces. A donde Erawan había ido. Quien lo había derribado al fin. Así que Aelin arrancó su espada del montón de cenizas que había sido Maeve. La elevó hasta el cielo nocturno, a las estrellas, y dejó que su llanto de victoria llenara el mundo. Dejó que sonara el nombre que gritó, los soldados en el campo, en la ciudad, atendiendo la llamada hasta que todo Orynth cantó con ella. Hasta que alcanzó a las estrellas brillantes del Señor del Norte que brillaban sobre ellos, que ya no era necesarias para guiarlos hacia su casa. Yrene. Yrene. Yrene.

Capítulo 116 Traducido por Luneta Corregido por Cotota

Chaol se despertó con las manos cálidas y delicadas que le acariciaban la frente y la mandíbula. Conocía ese toque. Lo sabría aunque fuera ciego. En un momento, había estado luchando por abrirse camino por las almenas. Al siguiente... no lo recordaba. Como si cualquier oleada de poder hubiera pasado por Yrene, no solo había le hubiera debilitado su columna vertebral, sino también su conciencia. —No sé si empezar a gritar o llorar —dijo, gimiendo cuando abrió los ojos y encontró a Yrene arrodillada ante él. Un latido lo hizo evaluar sus alrededores: una especie de escalera, donde había estado tendido en los escalones más bajos cerca de un rellano. Un arco abierto a la fría noche reveló un cielo estrellado y claro más allá. No había wyverns en ella. Sólo un sonido animando. Victorioso, salvajemente animado. No se oía un solo tambor. Ni un gruñido ni un rugido. E Yrene, aun acariciando su rostro, le estaba sonriendo. Lágrimas en sus ojos. —No dudes en gritar todo lo que quieras —dijo, y algunas de esas lágrimas se escaparon. Pero Chaol solo la miró boquiabierto cuando le golpeó lo que, exactamente, había sucedido. Por qué había ocurrido esa oleada de poder. Lo que esta notable mujer había hecho. Porque ellos gritaba su nombre. El ejército, la gente de Orynth clamaba su nombre. Se alegró de estar sentado. Incluso si no le sorprendió ni un poco que Yrene hubiera hecho lo imposible. Chaol deslizó sus brazos alrededor de su cintura y hundió su rostro en su cuello. —Se acabó, entonces —dijo contra su piel, incapaz de detener el temblor que se hizo cargo, la mezcla de alivio y alegría y ese terror fantasma que no se desvanece.

Yrene solo pasó sus manos por su cabello, por su espalda, y sintió su sonrisa. —Se acabó. Sin embargo, la mujer que sostenía, el niño que crecía dentro de ella... Erawan podría haber terminado, su amenaza y su ejército con él. Y Maeve con eso, también. Pero la vida, se dio cuenta Chaol, la vida apenas estaba comenzando.

I Nesryn no lo creía. El enemigo acababa de... colapsar. Incluso los híbridos kharankui. Era tan poco probable como los Fae y los lobos que simplemente habían aparecido a través de agujeros en el mundo. Un ejército desaparecido, que no había perdido el tiempo lanzándose contra Morath. Como si supieran precisamente dónde y cómo golpear. Como si hubieran sido convocados a partir de los antiguos mitos del norte. Nesryn estaba en las murallas de la ciudad empapadas de sangre, observando a los rukhin y las brujas aliadas perseguir a las Ironteeth hacia el horizonte. Ella habría estado con ellos, si no fuera por las marcas de garras que rodeaban el ojo de Salkhi. Por la sangre. Apenas tenía el aliento para gritar por un curandero mientras desmontaba. Apenas tenía aliento para desmontar al ruk, murmurándole al ave mientras lo hacía. Tanta sangre, las profundas líneas de garras ilken. Sin brillo de veneno, pero... —¿Estás herida? —Sartaq. Los ojos del príncipe estaban muy abiertos, su rostro ensangrentado, mientras la escaneaba de pies a cabeza. Detrás de él, Kadara jadeó en las almenas, sus plumas tan sangrientas como su jinete. Sartaq se aferró a sus hombros. —¿Estás herida? —Ella nunca había visto tanto pánico en su cara. Nesryn solo señaló al enemigo ahora inmóvil, incapaz de encontrar las palabras. Pero otros lo hicieron. Una palabra, un nombre, una y otra vez. Yrene. Los curanderos corrieron por las almenas, apuntando a los dos enemigos, y

Nesryn se permitió deslizar sus brazos alrededor de la cintura de Sartaq. Presionar su cara contra su pecho blindado. —Nesryn —su nombre era una pregunta y una orden. Pero Nesryn solo lo abrazó con fuerza. Tan cerca. Habían llegado tan, tan cerca de la derrota absoluta. Yrene. Yrene. Yrene, los soldados y la gente de la ciudad gritaban. Sartaq se pasó una mano por el pelo enmarañado. —Sabes lo que significa la victoria, ¿verdad? Nesryn levantó la cabeza, frunciendo el ceño. Detrás de ellos, Salkhi permaneció pacientemente mientras la magia del sanador calmaba sus ojos. —Una buena noche de descanso, espero —dijo. Sartaq se echó a reír y le dio un beso en la sien. —Significa —dijo contra su piel—, que nos vamos a casa. Que vuelves a casa conmigo. E incluso con la batalla recién terminada, incluso con los muertos y heridos a su alrededor, Nesryn sonrió. Casa. Sí, ella iría a casa con él al sur del continente. Y a todos los que allí esperaban.

I Aelin, Rowan, Lorcan y Fenrys se quedaron en la llanura afuera de las puertas de la ciudad hasta que estuvieron seguros de que el ejército caído no iba a levantarse. Hasta que las tropas del kanato fueron entre los soldados enemigos, empujando y pinchando. Y no recibieron respuesta. Pero ellos no decapitaron. No cortaron y terminaron el trabajo. No para que aquellos con los anillos negros, o collares negros. Aquellos a quienes los curanderos aún podrían salvar. Mañana. Eso vendría mañana. La luna había alcanzado la cima cuando decidieron sin palabras que habían visto lo suficiente para determinar que el ejército de Erawan nunca volvería a levantarse. Cuando los ruks, Crochans y las rebeldes Ironteeth desaparecieron, persiguiendo a la última legión aérea en la noche.

Entonces Aelin se volvió hacia la puerta sur de Orynth. Como respuesta, gimió al encontrarse con ella. Dos brazos abiertos de par en par. Aelin miró a Rowan, sus coronas de llamas aún ardían, intactas. Tomó su mano. Con el corazón tronando a través de cada hueso de su cuerpo, Aelin dio un paso hacia la puerta. Hacia Orynth. Hacia casa Lorcan y Fenrys se colocaron detrás de ellos. Las heridas de este último aún se filtraban por su rostro, pero él había rechazado las ofertas de Aelin y Rowan para curarlo. Había dicho que quería un recordatorio. No se habían atrevido a preguntar de qué, todavía no. Aelin levantó su barbilla en alto, sus hombros se cuadraron cuando se acercaron al arco. Soldados ya alineados a ambos lados. No los soldados del kanato, sino hombres y mujeres con armadura de Terrasen. Y entre los civiles, también, el temor y la alegría en sus caras. Aelin miró al umbral de la puerta. En las piedras antiguas, familiares, ahora empapadas en sangre y violencia. Ella envió un susurro de llamas deslizándose sobre ellas. Los últimos restos de su poder. Cuando el fuego desapareció, las piedras quedaron limpias nuevamente. Nuevo. A medida que esta ciudad se hiciera de nuevo, traída a mayores alturas, mayores esplendores. Un faro de aprendizaje y luz una vez más. Los dedos de Rowan se apretaron alrededor de los de ella, pero ella no lo miró mientras cruzaban el umbral, pasando por la puerta. No, Aelin solo miró a su gente, sonriendo amplia y libremente, cuando entraron a Orynth.

Capítulo 117 Traducido por IsaCat Corregido por Cotota

Aedion luchó hasta que el soldado enemigo delante de él se había arrodillado como si estuviera muerto. Pero el hombre con un anillo negro en su dedo, no estaba muerto en absoluto. Sólo el demonio dentro de él. Y cuando los soldados de innumerables naciones comenzaron a aplaudir, cuando se corrió la voz de que una curandera de la Torre Cesme había derrotado a Erawan, Aedion simplemente se apartó de las almenas. Lo encontró solo por el olor. Incluso en la muerte, su olor persistía, un camino que Aedion siguió por las calles destrozadas y la multitud de personas que celebraban y lloraban. Una solitaria vela había sido encendida en el cuarto vacío de los barracones donde habían colocado su cuerpo sobre una mesa de trabajo. Fue allí donde Aedion se arrodilló ante su padre. Cuánto tiempo permaneció allí con la cabeza inclinada, no lo sabía. Pero la vela casi se había quemado hasta la base cuando la puerta se abrió con un chirrido, y un olor familiar apareció. Ella no dijo nada mientras se acercaba con pasos silenciosos. Nada dijo mientras cambiaba y se arrodillaba a su lado. Lysandra solo se apoyó en él, hasta que Aedion la rodeó con el brazo y la apretó con fuerza. Juntos se arrodillaron ahí, y él supo que su dolor era tan real como el suyo. Sabía que su dolor era por Gavriel, pero también por su propia pérdida. Los años que él y su padre no habían tenido. Los años que se había dado cuenta que quería tener, las historias que deseaba escuchar, el hombre que deseaba conocer. Y nunca lo haría. ¿Lo había sabido Gavriel? ¿O se había ido creyendo que su hijo no quería tener nada que ver con él? No podría soportarlo, esa verdad potencial. Su peso sería insoportable.

Cuando la vela se apagó, Lysandra se levantó y se lo llevó. Un gran entierro, prometió Aedion en silencio. Con cada honor, cada fragmento de majestuosa regalía que se pudiera encontrar después de esta batalla. Enterraría a su padre en el cementerio real, entre los héroes de Terrasen. Donde él mismo sería enterrado un día. A su lado. Era lo menos que podía hacer. Para asegurarse de que su padre lo supiera en el otro mundo. Salieron a la calle y Lysandra se detuvo para limpiar sus lágrimas. Para besar sus mejillas, luego su boca. Cariñosos, suaves toques. Aedion la rodeó con sus brazos y la abrazó con fuerza bajo las estrellas y la luz de la luna. Cuánto tiempo estuvieron en la calle, no lo sabía. Pero luego una garganta se aclaró cerca de ellos, y se separaron para volverse hacia la fuente. Un joven, no mayor de treinta años, estaba allí. Mirando a Lysandra. Ni un mensajero, ni un soldado, aunque llevaba la ropa pesada del rukhin. Había un propósito propio para él, una especie de fuerza tranquila en su cuerpo alto mientras tragaba. ―¿Eres, eres lady Lysandra? Lysandra inclinó la cabeza. ―Lo soy. El hombre dio un paso, y Aedion reprimió la necesidad de empujarla detrás de él. Para dibujar su espada sobre el hombre cuyos ojos grises se ensancharon, y brillaron con lágrimas. Quien le sonrió, amplio y alegre. ―Mi nombre es Falkan Ennar ―dijo, poniendo una mano en su pecho.  El rostro de Lysandra seguía siendo el retrato de una desconfiada confusión. La sonrisa de Falkan no vaciló. ―Te he estado buscando durante mucho, mucho tiempo. Y entonces salieron, las lágrimas de Falkan fluyeron cuando él le dijo.  Su tío.  Él era su tío. Su padre había sido mucho mayor que él, pero desde que Falkan se enteró de su

existencia, la había estado buscando. Diez años, había buscado al niño abandonado de su hermano muerto, visitando Rifthold siempre que podía. Sin darse cuenta de que ella también podría tener sus dones, podría no estar usando ninguno de los rasgos de su hermano. Pero Nesryn Faliq lo había encontrado. O se habían encontrado. Y luego lo descubrieron, un poco de oportunidad en este mundo tan amplio. Su fortuna como comerciante era de ella para heredarla, si así lo deseaba. ―Lo que desees ―dijo Falkan―. Nunca más pedirás por algo de nuevo. Lysandra estaba llorando, y había pura alegría en su rostro cuando lanzó sus brazos alrededor de Falkan y lo abrazó con fuerza. Aedion observaba, silencioso y desgarrado. Sin embargo, feliz por ella, él siempre estaría feliz por ella, por cualquier rayo de luz que ella encontrara. Sin embargo, Lysandra se alejó de Falkan. Todavía sonriendo brillante, más hermosa que el cielo nocturno. Ella entrelazó sus dedos con los de Aedion y los apretó con fuerza mientras respondía a su tío por fin: ―Ya tengo todo lo que necesito.

I Horas más tarde, todavía sentado en el balcón donde Erawan había sido destrozado, Dorian no lo creía del todo. Siguió mirando ese lugar, la mancha oscura en las piedras, Damaris sobresaliendo de ella. El único rastro que quedaba. El nombre de su padre. Su propio nombre. El peso de eso se instaló en él, sin ser una cosa totalmente desagradable. Dorian flexionó sus dedos ensangrentados. Su magia estaba en pedazos, el sabor de la sangre persistente en su lengua. El agotamiento se aproximaba. Nunca antes había tenido uno. Supuso que sería mejor que se acostumbrara a ellos. Con las piernas temblorosas, Dorian levantó a Damaris de las piedras. La hoja se había vuelto negra como ónix. Con una pasada de sus dedos reveló que era una mancha que no se limpiaría. Necesitaba salir de esta torre. Encontrar a Chaol. Encontrar a los otros. Empezar a ayudar a los heridos. Y los soldados inconscientes en la llanura. Los que no habían

sido poseídos ya habían huido, perseguidos por los extraños Fae que habían aparecido, los lobos gigantes y sus jinetes entre ellos. Debería ir. Debería abandonar este lugar. Y sin embargo, se quedó mirando la mancha oscura. Todo lo que quedaba. Diez años de sufrimiento, tormento y miedo, y la mancha era todo lo que quedaba. Giró la espada en su mano, su peso era más pesado de lo que había sido. La espada de la verdad. ¿Qué había sido la verdad al final? ¿Cuál era la verdad, incluso ahora? Erawan había hecho esto, había sacrificado y esclavizado a tantos, para poder ver a sus hermanos de nuevo. Quería conquistar su mundo, castigarlo, pero quería reunirse con ellos. Milenios apartados, y Erawan no había olvidado a sus hermanos. Los anhelaba. ¿Habría hecho lo mismo por Chaol? ¿Por Hollin? ¿Habría destruido un mundo para volver a encontrarlos? La hoja negra de Damaris no reflejaba luz. No brillaba en absoluto. Aun así, Dorian apretó su mano alrededor de la empuñadura dorada y dijo: ―Soy humano. Se calentó en su mano. Miró la hoja. La espada de Gavin. Una reliquia de una época en que Adarlan había sido una tierra de paz y abundancia. Y así sería una vez más. ―Soy humano. Repitió, a las estrellas ahora visibles sobre la ciudad. La espada no respondió de nuevo. Como si supiera que ya no lo necesitaba. Las alas explotaron y luego Abraxos aterrizó en el balcón. Una jinete de pelo blanco encima de él. Dorian se quedó de pie, parpadeando, mientras Manon Blackbeak desmontaba. Ella lo miró, luego a la mancha oscura en las piedras del balcón. Sus ojos dorados se elevaron a los de él. Cansados, pesados, pero brillantes.  ―Hola, príncipe ―suspiró ella. Una sonrisa floreció en su boca. 

―Hola, bruja… Escudriñó los cielos más allá de ella en busca de las Trece, en busca de Asterin Blackbeak, sin duda, rugiendo su victoria ante las estrellas. Manon dijo en voz baja: —No las encontrarás. En este cielo, o en cualquier otro. Su corazón se tensó cuando entendió, a medida que la pérdida de esas doce fieras y brillantes vidas le hizo otro agujero. Una que no olvidaría, otra que honraría. En silencio, cruzó el balcón. Manon no retrocedió mientras deslizaba sus brazos alrededor de ella.  ―Lo siento ―dijo en su pelo. Tentativa, lentamente, sus manos se deslizaron por su espalda. Luego cedió, abrazándolo.  ―Las extraño ―susurró ella, estremeciéndose. Dorian solo la abrazó con más fuerza, y dejó que Manon se apoyara en él durante todo el tiempo que necesitara, Abraxos miraba hacia ese maldito trozo de tierra en la llanura, hacia la compañera que nunca regresaría, mientras que la ciudad abajo, celebraba.

I Aelin caminó con Rowan por las empinadas calles de Orynth. Su gente se alineaba en esas calles, con velas en sus manos. Un río de luz, de fuego, que señalaba el camino a casa. Directo a las puertas del castillo. A donde se encontraba lord Darrow, Evangeline a su lado. La niña radiante de alegría. La cara de Darrow estaba fría como la piedra. Dura como los Staghorns más allá de la ciudad mientras permanecía bloqueando el camino. Rowan dejó escapar un gruñido bajo, el sonido se hizo eco de Fenrys, un paso detrás de ellos. Sin embargo, Aelin soltó la mano de su compañero, sus coronas de llamas se apagaron mientras cruzaba los últimos pies hacia el arco del castillo. Hacia Darrow.

El silencio cayó sobre la iluminada calle dorada. Él le negaría la entrada.  Aquí, ante el mundo, la echaría.  Una bofetada final, vergonzosa. Pero Evangeline tiró de la manga de Darrow, como en un recordatorio. Que pareció estimular al anciano a hablar.  ―A mi joven pupila y a mí nos dijeron que cuando ibas a enfrentarte a Erawan y Maeve, tu magia estaba muy agotada. ―Lo estaba. Y seguirá estándolo para siempre. Darrow negó con la cabeza.  ―¿Por qué? No preguntaba sobre su magia siendo reducida a nada. Pero por qué se había enfrentado a ellos, con poco más que brasas en sus venas. ―Terrasen es mi hogar ―dijo Aelin. Fue la única respuesta en su corazón.  Darrow sonrió, sólo un poco.  ―Así es ―él inclinó la cabeza. Luego su cuerpo―. Bienvenida― dijo, y luego agregó mientras se levantaba―, su Majestad. Pero Aelin miró a Evangeline, la niña todavía radiante. Devuélveme mi reino, Evangeline.  Su orden a la niña, hace tantos meses. Y ella no sabía cómo Evangeline lo había hecho. Cómo había cambiado a este viejo señor ante ellos. Sin embargo, allí estaba Darrow, gesticulando hacia las puertas, hacia el castillo detrás de él. Evangeline le guiñó un ojo a Aelin, como si lo confirmara. Aelin solo se echó a reír, tomando a la niña de la mano y dirigió la promesa del brillante futuro de Terrasen al castillo.

I Cada sala antigua y llena de cicatrices la traía de vuelta. Arrebató el aliento y dejó

correr las lágrimas. En su memoria, cómo habían estado. A cómo aparecían ahora, tristes y desgastados. Y en lo que se convertirían una vez más. Darrow los condujo hacia el comedor, para encontrar cualquier alimento y refresco que pudieran estar disponibles en la oscuridad de la noche, después de tal batalla. Sin embargo, Aelin echó un vistazo a quienes esperaban en la grandeza descolorida del Gran Salón, y se olvidó de su hambre y sed. Todo el pasillo se quedó en silencio cuando se lanzó hacia Aedion, y se lanzó sobre él tan fuerte que retrocedió un paso. Por fin en casa; casa juntos Tuvo la vaga sensación de que Lysandra se unía a Rowan y los demás detrás de ella, pero no se volvió. No cuando su propia risa alegre murió al ver el rostro cansado y demacrado de Aedion. El dolor en él. Ella le puso una mano en la mejilla.  ―Lo siento. Aedion cerró los ojos, apoyándose en su toque, con la boca tambaleándose. Ella no hizo comentarios sobre el escudo en su espalda, el escudo de su padre. Nunca se había dado cuenta de que él lo llevaba. En cambio, preguntó suavemente. ―¿Dónde está él? Sin decir palabra, Aedion la condujo desde el comedor. Bajando por los sinuosos pasillos del castillo, su castillo, hasta una pequeña habitación a la luz de las velas. Gavriel había sido acostado en una mesa, una manta de lana que ocultaba el cuerpo que ella sabía que estaba rallado debajo. Solo se veía su hermoso rostro, aún noble y amable en la muerte. Aedion se detuvo junto a la puerta mientras Aelin caminaba hacia el guerrero. Ella sabía que Rowan y los demás estaban junto a él, su compañero con una mano en el hombro de Aedion. Sabía que Fenrys y Lorcan inclinaban la cabeza. Se detuvo ante la mesa donde habían puesto a Gavriel.  ―Deseé esperar para ofrecerte el juramento de sangre hasta que tu hijo lo hubiera tomado ―dijo ella, con su voz tranquila haciendo eco en las piedras―. Pero te lo ofrezco ahora, Gavriel. Con honor y gratitud, te ofrezco el juramento de sangre. Sus lágrimas cayeron sobre la manta que lo cubría, y se limpió una antes de sacar la daga de la vaina que tenía a su lado. Ella sacó su brazo de debajo de la cubierta.

Con un golpe de la hoja la hizo cortar la palma de su mano. No fluía sangre más allá de una ligera hinchazón. Sin embargo, esperó hasta que una gota se deslizó a las piedras. Luego abrió su propio brazo, sumergió sus dedos en la sangre y dejó caer tres gotas en su boca. ―Que el mundo sepa ―dijo Aelin, con voz entrecortada―, que eres un hombre de honor. Que estuviste junto a tu hijo y este reino, y ayudaste a salvarlo ―ella besó la frente fría―. Me has jurado con sangre. Y serás enterrado aquí como tal ―ella se apartó, acariciando su mejilla una vez más―. Gracias. Era todo lo que quedaba por decir. Cuando se dio la vuelta, no fue solo Aedion quien tenía lágrimas en su rostro. Los dejó allí. El Cadre, la hermandad, que ahora quería despedirse a su manera. Fenrys, con su rostro ensangrentado aún sin atención, se hundió en una rodilla al lado de la mesa. Un instante después, Lorcan hizo lo mismo. Había llegado a la puerta cuando Rowan también se arrodilló. Y comenzó a cantar las palabras antiguas, las palabras de luto, tan antiguas y sagradas como la propia Terrasen. Las mismas oraciones que una vez había cantado mientras la había tatuado. La clara y profunda voz de Rowan llenaba la habitación, Aelin pasanado su brazo por el de Aedion, y dejó que se apoyara en ella mientras caminaban de regreso al Gran Comedor. ―Darrow me llamó Su Majestad―, dijo después de un minuto. Aedion deslizó sus ojos enrojecidos hacia ella. Pero una chispa los encendió, solo un poco.  ―¿Deberíamos estar preocupados? La boca de Aelin se curvó. ―Pensé la misma maldita cosa.

I Tantas brujas. Había tantas brujas, Ironteeth y Crochan, en los pasillos del castillo. Elide escaneó sus caras mientras trabajaba con los curanderos en el Gran Salón. Un

señor oscuro y una reina oscura derrotados, pero los heridos permanecían. Y con lo que le quedaba de fuerzas, ayudaría en todo lo que pudiera. Pero cuando una bruja de pelo blanco entró cojeando en el pasillo, una Crochan herida se coló entre ella y otra bruja que Elide no reconoció... Elide estaba a mitad de camino a través del espacio, a través del pasillo donde había pasado tantos días felices de su infancia, para cuando se dio cuenta de que ella se había movido. Manon se detuvo al verla. Dio a la herida Crochan a su hermana de armas. Pero no hizo ningún movimiento para acercarse. Elide vio la pena en su cara antes de que la alcanzara. El entumecimiento y el dolor en los ojos dorados. Ella se quedó quieta.  ―¿Quién? La garganta de Manon se agitó.  ―Todas. Todas las Trece. Todas esas brujas feroces, brillantes. Se habían ido. Elide se llevó una mano al corazón, como si pudiera evitar que se agrietara. Pero Manon cerró la distancia entre ellas, e incluso con esa pena en su cara maltratada y ensangrentada, puso una mano en el hombro de Elide. En comodidad. Como si la bruja hubiera aprendido a hacer esas cosas. La visión de Elide picó y se hizo borrosa, Manon limpió la lágrima que escapó. ―Vive, Elide ―fue todo lo que la bruja le dijo antes de salir del pasillo una vez más―. Vive. Manon desapareció en el atestado pasillo, con la trenza meciéndose. Y Elide se preguntó si la orden había sido para ella. Horas más tarde, Elide encontró a Lorcan de pie junto al cuerpo de Gavriel. Cuando escuchó, lloró por el hombre que le había mostrado tanta amabilidad. Y por la forma en que Lorcan se arrodilló ante Gavriel, supo que él acababa de hacer lo mismo. Al sentirla en la puerta, Lorcan se puso de pie, con un movimiento lento y doloroso, verdaderamente agotado. De hecho, había dolor en su rostro. Pena y arrepentimiento. Ella mantuvo los brazos abiertos, y Lorcan se quedó sin aliento cuando la empujó contra él. ―Escuché ―dijo en su cabello―, que debemos agradecerte la destrucción de

Erawan. Elide se retiró de su abrazo, guiándolo fuera de esa habitación de tristeza y luz de velas.  ―Yrene lo hizo ―dijo, caminando hasta que encontró un lugar tranquilo cerca de un banco, con ventanas que daban a la ciudad que celebraba―. Sólo se me ocurrió la idea. ―Sin la idea, estaríamos llenando los vientres de las bestias de Erawan. Elide puso los ojos en blanco, a pesar de todo lo que había sucedido, todo lo que había ante ellos.  ―Fue un esfuerzo de grupo, entonces ―ella se mordió el labio―. Perranth, ¿has oído algo de Perranth? ―Un piloto de ruk llegó hace unas horas. Es lo mismo que está aquí: con la desaparición de Erawan, los soldados que sostenían la ciudad se derrumbaron o huyeron. Su gente ha recuperado el control, pero los que estaban poseídos necesitarán curanderos. Un grupo de ellos volará mañana para comenzar. El alivio amenazó con doblarle las rodillas.  ―Gracias a Anneith por eso. O Silba, supongo. ―Ambas se han ido. Agradécete a ti misma. Elide le restó importancia, pero Lorcan la besó. Cuando se apartó, Elide suspiró: ―¿Por qué fue eso? ―Pídeme que me quede ―fue todo lo que dijo. Su corazón comenzó a acelerarse.  ―Quédate ―susurró ella. Luz, luz tan hermosa llenó sus ojos oscuros.  ―Pídeme que vaya a Perranth contigo. Su voz se quebró, pero logró decir: ―Ven conmigo a Perranth. Lorcan asintió como respuesta, y su sonrisa era la cosa más hermosa que había visto nunca.  ―Pídeme que me case contigo.

Elide comenzó a llorar, incluso mientras se reía.  ―¿Te casarás conmigo, Lorcan Salvaterre? Él la levantó en sus brazos, dejando besos sobre su cara. Como si alguna parte final, encadenada de él hubiera sido liberada.  ―Lo pensaré. Elide se echó a reír, golpeando su hombro. Y luego volvió a reír, más fuerte.  Lorcan la bajó.  ―¿Qué? La boca de Elide se movió mientras trataba de detener su risa. ―Es solo que... soy Lady de Perranth. Si te casas conmigo, tomarás el apellido de mi familia. Él parpadeó. Elide se rió de nuevo.  ―¿Lord Lorcan Lochan? Sonaba igual de ridículo conforme lo pensaba. Lorcan parpadeó y luego aulló. Nunca había escuchado un sonido tan alegre. Él la tomó en sus brazos de nuevo, girándola.  ―Lo usaré con orgullo cada maldito día por el resto de mi vida ―dijo en su cabello, y cuando la dejó, su sonrisa se había desvanecido. Reemplazada por una infinita ternura mientras le apartaba el cabello, enganchándolo en una oreja―. Me casaré contigo, Elide Lochan. Y con orgullo me llamaré Lord Lorcan Lochan, incluso cuando todo el reino se ría al escucharlo ―él la besó, con ternura y cariño―. Y cuando nos casemos ―susurró―, ataré mi vida a la tuya. Así que nunca estaremos un día lejos. Nunca estarás sola, nunca más. Elide se cubrió la cara con las manos y sollozó, en el corazón que le ofrecía, en la inmortalidad de la que estaba dispuesto a desprenderse por ella. Por ellos. Pero Lorcan apretó sus muñecas, apartando suavemente sus manos de su cara. Su sonrisa era tentativa.  ―Si eso te gustaría ―dijo. Elide deslizó sus brazos alrededor de su cuello, sintiendo los latidos atronadores de su corazón contra los de ella, dejando que su calor se hundiera en sus huesos.  ―Me gustaría más que nada ―susurró de vuelta.

Capítulo 118 Traducido por IsaCat Corregido por Cotota

Yrene se dejó caer en el taburete de tres patas en medio del caos del Gran Salón. La historia le era familiar, aunque la configuración se modificó levemente: otra cámara poderosa se convirtió en una enfermería temporal. El amanecer no estaba lejos, pero ella y los otros sanadores seguían trabajando. Aquellos desangrados no podrían sobrevivir sin ellos. Humanos, Fae, brujas y lobos; Yrene nunca había visto tanta variedad de personas en un solo lugar. Elide había llegado en algún momento, resplandeciendo a pesar de los heridos que los rodeaban. Yrene supuso que todos llevaban la misma sonrisa. Aunque la suya había vacilado en la última hora, cuando el agotamiento se asentó en su cuerpo. Se vio obligada a descansar después de tratar con Erawan, y esperó hasta que su fuente de poder se hubiera llenado solo lo suficiente para comenzar a trabajar nuevamente. No podía quedarse quieta. No cuando veía lo que yacía debajo de la piel de Erawan cada vez que cerraba los ojos. Se había ido para siempre, sí, pero... se preguntó cuándo lo olvidaría. La sensación oscura y aceitosa de él. Horas atrás, no había podido decir si la respuesta que se produjo fue por el recuerdo de él o el bebé en su vientre. ―Deberías encontrar a ese marido tuyo y acostarte ―dijo Hafiza, cojeando y frunciendo el ceño―. ¿Cuándo fue la última vez que dormiste? Yrene levantó la cabeza, más pesada que hace unos minutos.  ―La última vez que lo hiciste, apostaría —hace dos días. Hafiza chasqueó la lengua.  ―Matar a un señor oscuro, curar a los heridos... Es un milagro que no estés inconsciente en este momento, Yrene. Yrene estaba a punto de estarlo, pero la desaprobación en la voz de Hafiza le endureció la espalda.  ―Puedo trabajar. ―Te estoy ordenando que encuentres a tu corpulento marido y vayas a dormir. En

nombre del niño en tu vientre. Ash. Cuando la Sanadora en Mando lo ponía así... Yrene gimió mientras se levantaba.  ―Eres despiadada. Hafiza solo le dio unas palmaditas en el hombro.  ―Los buenos sanadores saben cuándo descansar. El agotamiento hace que tomemos decisiones descuidadas. Y decisiones descuidadas... ―Cuestan vidas ―terminó Yrene. Levantó los ojos hacia el techo abovedado arriba, muy arriba―. Nunca dejas de enseñar, ¿verdad? La boca de Hafiza se quebró en una sonrisa.  ―Eso es la vida, Yrene. Nunca dejamos de aprender. Incluso a mi edad. Yrene había sospechado durante mucho tiempo que el amor por el aprendizaje era lo que había mantenido en el corazón a la Sanadora en Mando todos estos años. Ella simplemente le devolvió la sonrisa a su mentora. Pero los ojos de Hafiza se suavizaron. Crecieron contemplativos.  ―Permaneceremos mientras sea necesario, hasta que los soldados del Kan puedan ser transportados a casa. Dejaremos unos cuantos para atender a los heridos que queden, pero en unas semanas nos iremos. La garganta de Yrene se apretó.  ―Lo sé. ―Y tú ―continuó Hafiza, tomando su mano―, no volverás con nosotros. Sus ojos ardían, pero Yrene susurró: ―No, no lo haré. Hafiza apretó los dedos de Yrene, su mano cálida. Fuerte como el acero.  ―Tendré que encontrarme una nueva Heredera aparentemente, entonces. ―Lo siento ―susurró ella. ―¿Por qué? ―Hafiza se rió entre dientes―. Has encontrado el amor y la felicidad, Yrene. No hay nada más que pueda desear para ti. Yrene se secó la lágrima que se escapó.  ―Yo solo... no quiero que pienses que te hice perder el tiempo...

Hafiza se rio a carcajadas.  ―¿Perder mi tiempo? Yrene Towers… Yrene Westfall ―La anciana tomó el rostro de Yrene con sus manos fuertes y antiguas―. Nos has salvado a todos ―Yrene cerró los ojos cuando Hafiza le dio un beso en la frente. Una bendición y una despedida. “Te quedarás en estas tierras ―dijo Hafiza, su sonrisa inquebrantable―, pero incluso con el océano dividiéndonos, seguiremos unidas aquí ―ella tocó su pecho, justo sobre su corazón―. Y sin importar los años, siempre tendrás un lugar en la Torre. Siempre. Yrene puso una mano temblorosa sobre su propio corazón y asintió. Hafiza le apretó el hombro y se dirigió a sus pacientes.  Pero Yrene dijo: ―¿Y si...? Hafiza se volvió, alzando las cejas.  ―¿Sí? Yrene tragó.  ―¿Qué pasa si, una vez que me haya instalado en Adarlan, y haya tenido a este bebé...? Cuando sea el momento adecuado, ¿qué pasaría si estableciera mi propia Torre aquí? Hafiza ladeó la cabeza, como si escuchara la cadencia de la declaración mientras resonaba en su corazón.  ―Una Torre Cesme en el norte. Yrene continuó: —En Adarlan. En Rifthold. Una nueva torre para reponer lo que Erawan destruyó. Para enseñar a los niños que pueden no darse cuenta de que tienen el don, y a los que nacerán con él. Debido a que muchos de los Fae que llegaron desde el campo de batalla eran descendientes de las sanadoras que habían dotado a las mujeres de Torre con sus poderes, hace mucho tiempo… Quizás desearían volver a ayudar. Hafiza sonrió de nuevo.  ―Me gusta mucho esa idea, Yrene Westfall. Con eso, la Sanadora en Mando regresó a la refriega de la curación y el dolor. Pero Yrene permaneció allí de pie, con una mano a la deriva a la ligera hinchazón en su vientre.

Y sonrió, amplia e inquebrantable, al futuro que se abría ante ella, brillante como el amanecer que se avecinaba.

I El amanecer estaba cerca, pero Manon no podía dormir. No se había molestado en encontrar un lugar para descansar, no mientras Crochans y Ironteeth permanecían heridos, y ella todavía no había terminado de contar cuántos habían sobrevivido a la batalla. La guerra. Había un espacio vacío dentro de ella donde doce almas habían ardido ferozmente. Tal vez por eso no había encontrado su cama, ni siquiera cuando sabía que Dorian probablemente habría conseguido arreglos para dormir. Por qué ella todavía estaba en las almenas, Abraxos dormitaba a su lado y miraba el silencioso campo de batalla. Cuando se despejaron los cuerpos, cuando la nieve se derritiera, cuando llegara la primavera, ¿un trozo de tierra perduraría en la llanura frente a la ciudad? ¿Permanecería para siempre como tal, un marcador de dónde cayeron? ―Tenemos un conteo final ―dijo Bronwen detrás de ella, y Manon encontró a la Crochan y a Glennis saliendo de la escalera de la torre, Petrah pisándoles los talones. Manon se preparó para ello mientras agitaba una mano en silenciosa petición.  Malo. Pero no tan malo como podría haber sido. Cuando Manon abrió los ojos, los tres solo la miraron. Ironteeth y Crochan, paradas juntas, en paz. Como aliadas. ―Recogeremos a los muertos mañana ―dijo Manon, con voz baja―. Y los quemaremos a la salida de la luna. Como lo hicieron tanto Crochans como Ironteeth. Habría luna llena mañana, el vientre de la madre. Una buena luna para ser quemada. Para ser devuelta a la diosa de tres caras, y renacer dentro de esa matriz. ―¿Y después de eso? ―Petrah preguntó―. ¿Entonces qué? Manon miró de Petrah a Glennis y Bronwen.  ―¿Qué te gustaría hacer? ―dijo Glennis suavemente. ―Ir a casa.

Manon tragó saliva. ―Usted y las Crochan pueden irse cada vez que... ―A los Wastes ―dijo Glennis―. Juntas. Manon y Petrah intercambiaron una mirada. Petrah dijo: ―No podemos. Los labios de Bronwen se curvaron hacia arriba.  ―Tú puedes. Manon parpadeó. Y parpadeó otra vez cuando Bronwen extendió un puño hacia Manon y lo abrió. Dentro había una flor púrpura pálida, pequeña como una miniatura. Bonita y delicada. ―Un bastión de Crochans acaba de llegar aquí, un poco tarde, pero escucharon la llamada y llegaron. Todo el camino desde los Wastes. Manon miró y miró esa flor púrpura. ―Trajeron esto con ellos. De la llanura, antes la Ciudad de las Brujas. La llanura estéril y sangrienta. La tierra no había dado flores, no había vida más allá de la hierba, el musgo y... La vista de Manon se nubló, y Glennis tomó su mano, guiándola hacia Bronwen antes de que la bruja colocara la flor en la palma de Manon.  ―Solo juntas lo podemos deshacer ―susurró Glennis―. Sé el puente. Sé la luz. Un puente entre sus dos pueblos, en lo que Manon se había convertido. Una luz, como las Trece habían explotado con luz, no con oscuridad, en sus momentos finales. ―Cuando el hierro se derrita ―murmuró Petrah, sus ojos azules nadando con lágrimas. Las Trece habían derretido esa torre. Se derritieron con las Ironteeth dentro de ella. Y a ellas mismas. ―Cuando las flores brotan de los campos de sangre ―continuó Bronwen. Las rodillas de Manon se doblaron mientras miraba el campo de batalla. Donde innumerables flores se habían colocado sobre la sangre y las ruinas donde las Trece habían llegado a su fin. Glennis terminó:

―Dejen que la tierra sea testigo. El campo de batalla donde los gobernantes y los ciudadanos de tantos reinos, tantas naciones, habían venido a rendir homenaje. Presenciar el sacrificio de las Trece y honrarlas. El silencio cayó, y Manon susurró, su voz temblaba mientras sostenía esa pequeña e increíblemente preciosa flor en su palma: ―Y volver a casa. Glennis inclinó la cabeza.  ―Y así se rompe la maldición. Y así nos iremos a casa juntas, como un solo pueblo. La maldición estaba rota. Manon se limitó a mirarlas, su respiración se volvió irregular. Luego hizo levantar a Abraxos, y estuvo en la silla de montar en dos latidos del corazón. No les ofreció ninguna explicación, ninguna despedida, y saltó a la noche. Mientras guiaba a su wyvern a la zona, en el campo de batalla. Directo a su corazón. Y sonriendo a través de sus lágrimas, riendo de alegría y tristeza, Manon depositó esa preciosa flor de los Wastes en el suelo. En agradecimiento y por amor. Así sabrían, así como Asterin sabría, en el reino donde ella, su cazador y su hijo caminaban de la mano, que lo habían logrado. Que iban a casa.

I Aelin quería, pero no podía dormir. Había ignorado las ofertas para encontrarle una habitación, una cama, en el caos del castillo. En cambio, ella y Rowan habían ido al Gran Salón, para hablar con los heridos, ofreciéndoles la ayuda que pudieran a los que más lo necesitaban. Los Fae perdidos de Terrasen, sus lobos gigantes y el clan humano con ellos, querían hablarle tanto como los ciudadanos de Orynth. La forma en que habían encontrado a la Tribu del Lobo hacia una década, la forma en que habían caído con ellos en las zonas salvajes de las montañas y las tierras del interior, era un relato que pronto

aprendería. Que el mundo aprendería. Sus curanderos llenaron el Gran Salón, uniéndose a las mujeres de la Torre. Todos descendían de aquellos en el sur del continente, y aparentemente fueron entrenados por ellos también. Docenas de curanderos nuevos, cada uno de ellos con suministros muy necesarios. Cayeron perfectamente en el trabajo junto a los de la Torre. Como si lo hubieran hecho durante siglos. Y cuando los curanderos, tanto humanos como Fae, los habían ahuyentado, Aelin había vagado. Cada pasillo y piso, asomándose a las habitaciones tan llenas de fantasmas y recuerdos. Rowan había caminado a su lado, una presencia tranquila e inquebrantable. Nivel por nivel fueron subiendo cada vez más alto. Estaban acercándose a la cima de la torre norte cuando amaneció. La mañana fue brutalmente fría, incluso más arriba de la torre que se alza sobre el mundo, pero el día estaba despejado. Brillante. ―Así que ahí está ―dijo Aelin, señalando con la cabeza hacia la mancha oscura en las piedras del balcón―. Donde Erawan encontró su fin a manos de una sanadora ―frunció el ceño―. Espero que se lave. Rowan resopló, y cuando miró por encima del hombro, el viento azotaba su cabello, lo encontró apoyado contra la puerta de la escalera, con los brazos cruzados. ―Lo digo en serio ―dijo ella―. Sería odioso tener su desastre allí. Y planeo usar este balcón para tomar sol. Él lo arruinaría. Rowan se echó a reír, y empujó la puerta, yendo a la barandilla del balcón.  ―Si no se lava, tiraremos una alfombra sobre ella. Aelin se echó a reír y se unió a él, apoyándose en su calor mientras el sol doraba el campo de batalla, el río, los Staghorns.  ―Bueno, ahora has visto todos los pasillos, habitaciones y escaleras. ¿Qué piensas de tu nuevo hogar? ―Un poco pequeño, pero nos las arreglaremos. Aelin le dio un codazo, y levantó la barbilla hacia la cercana torre occidental. Donde la torre norte era alta, la torre oeste era ancha. Grandioso. Cerca de sus niveles superiores, colgando sobre la peligrosa pendiente, un jardín amurallado de piedra brillaba a la luz del sol. El jardín del rey. De la reina, supuso. No había quedado nada más que una maraña de espinas y nieve. Sin embargo,

todavía lo recordaba, cuando había pertenecido a Orlon. Las rosas y las celosías caídas de las glicinas, las fuentes que se habían extendido por el borde del jardín y al aire libre, el manzano con flores como grupos de nieve en la primavera. ―Nunca me di cuenta de lo conveniente que sería para Ligera ―dijo sobre el secreto jardín privado. Reservado sólo para la familia real. A veces solo para el rey o la reina―. No tendrá que bajar las escaleras de la torre cada vez que necesita orinar. ―Estoy seguro de que tus antepasados ​​tenían hábitos de baño canino en mente cuando lo construyeron. ―Lo habrían hecho ―se quejó Aelin. ―Oh, lo creo ―dijo Rowan, sonriendo―. Pero, ¿puedes explicarme por qué no estamos allí ahora, durmiendo? ―¿En el jardín? Él golpeó su nariz.  ―En la suite más allá del jardín. Nuestro dormitorio. Ella lo había guiado rápidamente a través del espacio. Todavía se conservaba bastante bien a pesar del mal estado del resto del castillo. Uno de los compinches adarlanos, sin duda, lo había usado.  ―Quiero que se limpie de cualquier rastro de Adarlan antes de que me quede ahí ―admitió. ―Ah. Ella dejó escapar un suspiro, aspirando el aire de la mañana. Aelin los escuchó antes de verlos, los olió. Y cuando se dieron vuelta, encontraron a Lorcan y Elide caminando hacia el balcón de la torre, Aedion, Lysandra y Fenrys enseguida de ellos. Ren Allsbrook, vacilante y cauteloso, emergió al final. Cómo habían sabido dónde encontrarlos, por qué habían venido, Aelin no tenía idea. Las heridas de Fenrys se habían cerrado al menos, aunque dos cicatrices rojas y gemelas cortaban desde su frente hasta su mandíbula. Él no parecía darse cuenta o importarle. Tampoco pasó por alto la mano que Lorcan sostenía en la espalda de Elide. El brillo en el rostro de la dama. Aelin podía adivinar bastante bien de qué era ese brillo. Incluso los ojos oscuros de Lorcan estaban brillantes. Eso no detuvo a Aelin de atrapar la mirada de Lorcan. Y de darle una mirada de advertencia que transmitía todo lo que no se molestó en decir: si le rompía el corazón a la Dama de Perranth, lo flamearía. E invitaría a Manon Blackbeak a asar un poco

de su cena sobre su cadáver en llamas. Lorcan puso los ojos en blanco y Aelin consideró que era aceptación suficiente cuando les preguntó a todos. ―¿Alguien se molestó en dormir? Solo Fenrys levantó su mano. Aedion frunció el ceño ante la mancha oscura en las piedras. ―Pondremos una alfombra sobre esto ―le dijo Aelin. Lysandra se echó a reír.  ―Algo estrafalario, espero. ―Estaba pensando en rosa y morado.  Bordado con flores.  Justo lo que Erawan hubiera amado. Los machos Fae las miraron boquiabiertos, Ren parpadeó. Elide agachó la cabeza mientras se echaba a reír. Rowan bufó de nuevo.  ―Al menos esta corte no será aburrida. Aelin le puso una mano en el pecho, el retrato de indignación. ―¿Estabas sinceramente preocupado de que lo fuera? ―Los dioses nos ayuden ―se quejó Lorcan. Elide le dio un codazo. Aedion le dijo a Ren, el joven señor que se detenía en el arco, como si todavía estuviera debatiendo sobre una salida rápida: ―Esta es tu oportunidad de escapar, sabes. Antes de que te dejes atrapar por este sinfín de tonterías. Pero los ojos oscuros de Ren se encontraron con los de Aelin. Los escaneó. Ella había oído hablar de Murtaugh. Sabía que ahora no era el momento de mencionarlo, la pérdida oscurecía sus ojos. Así que mantuvo su rostro abierto. Honesto. Cálido.  ―Siempre podríamos usar uno más para participar en este sinsentido ―dijo Aelin, con una mano invisible extendida. Ren la miró de nuevo.  ―Renunciaste a todo y aun así volviste aquí. Aun luchaste. ―Todo por Terrasen ―dijo en voz baja.

―Sí, lo sé ―dijo Ren, la cicatriz bajaba por su rostro rígido bajo el sol naciente―. Lo entiendo ahora ―él le ofreció una pequeña sonrisa―. Creo que podría necesitar un poco de tonterías, después de esta guerra. Aedion murmuró: ―Te arrepentirás de haber dicho eso. Pero Aelin dibujó una sonrisa.  ―Oh, ciertamente lo hará ―ella sonrió a los hombres reunidos―. Te lo juro, no te aburriré hasta las lágrimas. Es el juramento de una reina. ―¿Y qué no nos aburrirá, entonces? ―Preguntó Aedion.  ―Reconstruir ―dijo Elide―. Un montón de reconstrucción. ―Negociaciones comerciales ―dijo Lysandra. ―Entrenar a una nueva generación de magia ―continuó Aelin.  Una vez más, los machos parpadearon hacia ellos. Aelin inclinó la cabeza, parpadeando hacia ellos.  ―¿No tienen algo con lo que valga la pena contribuir? ―Ella chasqueó la lengua―. Tres de ustedes son antiguos como el infierno, ya saben.  Habría esperado algo mejor de viejos bastardos malhumorados. Sus fosas nasales se ensancharon. Aedion sonrió, Ren sabiamente apretó sus labios para evitar hacer lo mismo. Pero Fenrys dijo: ―Cuatro. Cuatro de nosotros somos viejos como el infierno. Aelin arqueó una ceja. Fenrys sonrió, el movimiento estiró sus cicatrices.  ―Vaughan todavía está ahí fuera. Y ahora es libre. Rowan se cruzó de brazos.  ―Nunca será atrapado de nuevo. Pero la sonrisa de Fenrys se volvió sabia. Señaló al ejército de Faes acampado en la llanura, los lobos y los humanos entre ellos.  ―Tengo la sensación de que alguien allí abajo podría saber dónde podríamos empezar ―miró a Aelin―. Si estuvieras dispuesta a que otro bastardo malhumorado se uniera a esta corte.

Aelin se encogió de hombros.  ―Si puedes convencerlo, no veo por qué no. Rowan sonrió ante eso, y escaneó el cielo, como si pudiera ver a su amigo desaparecido volando por ahí. Fenrys le guiñó un ojo.  ―Prometo que no es tan miserable como Lorcan ―Elide golpeó su brazo, y Fenrys se alejó, levantando las manos mientras se reía―. Te gustará ―le prometió a Aelin―, a todas las mujeres les agrada ―agregó con otro guiño a ella, Lysandra y Elide. Aelin se echó a reír, el sonido más ligero, más libre que había emitido, y se enfrentó al agitado reino.  ―Les prometimos a todos un mundo mejor ―dijo después de un momento con voz solemne―. Así que vamos a empezar con eso. ―Empezando pequeño ―dijo Fenrys―. Me gusta. Aelin le sonrió. ―Me gustó bastante todo el asunto de dejar que votaran en el asunto de las Piedras del Wyrd. Así que empezaremos con más de eso también. Silencio.  Entonces Lysandra preguntó. ―¿Votar sobre qué? Aelin se encogió de hombros y se metió las manos en los bolsillos.  ―Cosas. Aedion arqueó una ceja. ―¿Como la cena? Aelin puso los ojos en blanco.  ―Sí, en la cena. Cena por comisión. Elide tosió. ―Creo que Aelin quiere decir, votar sobre cosas vitales.  Sobre cómo dirigir este reino. ―Eres la reina ―dijo Lorcan―. ¿Sobre qué hay que votar? ―La gente debería tener una opinión sobre cómo se gobierna.  Políticas que los impactan.  Deberían opinar sobre cómo se reconstruye este reino ―Aelin levantó

la barbilla―. Seré reina y mis hijos... ―sus mejillas se calentaron mientras sonreía hacia Rowan―. Nuestros hijos ―dijo en voz baja―, gobernarán.  Un día.  Pero Terrasen debería tener una voz. Cada territorio, independientemente de los señores que lo gobiernan, debe tener una voz. Una elegida por su gente. El cadre miró de uno al otro entonces. Rowan dijo: ―Había un reino, al este. Hace mucho tiempo. Creían en tales cosas ―el orgullo brillaba en sus ojos, más brillante que el alba―. Era un lugar de paz y aprendizaje. Un faro en una parte distante y violenta del mundo. Una vez que la Biblioteca de Orynth haya sido reconstruida, pediremos a los académicos que encuentren lo que puedan al respecto. ―Podríamos llegar al reino mismo ―dijo Fenrys―. A ver si algunos de sus eruditos o líderes quieren venir aquí.  Para ayudarnos ―él se encogió de hombros―. Yo podría hacerlo. Viajar ahí, si lo deseas. Ella sabía que lo decía en serio: viajar como su emisario. Tal vez para trabajar a través de todo lo que había visto y soportado. Para hacer las paces con la pérdida de su hermano. Con él mismo. Tenía la sensación de que las cicatrices de su rostro solo se desvanecerían cuando él lo quisiera. Pero Aelin asintió. Y mientras enviaba alegremente a Fenrys a donde él deseaba... —¿La biblioteca? ―Soltó ella. Rowan solo sonrió.  ―Y el Teatro Real. ―No había un teatro, no como en Rifthold. La sonrisa de Rowan creció.  ―Lo habrá. Aelin lo detuvo.  ―¿Debo recordarte que a pesar de ganar esta guerra, ya no estamos llenos de oro? Rowan deslizó su brazo alrededor de sus hombros.  ―¿Debo recordarte que desde que decapitaste a Maeve, una vez más soy Príncipe de Doranelle, con acceso a mis bienes y propiedades? ¿Y que con Maeve como impostora, la mitad de su riqueza va a ti... y la otra a los Whitethorns? Aelin parpadeó lentamente hacia él. Los otros sonrieron. Incluso Lorcan. Rowan la besó. ―Una nueva biblioteca y un Teatro Real ―murmuró en su boca―. Considéralos mis

regalos de casamiento, Fireheart. Aelin se echó hacia atrás, escudriñando su rostro. Leyendo la sinceridad y convicción. Y, echando sus brazos alrededor de él riendo al cielo iluminado, ella estalló en lágrimas.

I Era un día para muchas reuniones, decidió Aelin mientras estaba de pie en una cámara polvorienta casi vacía y sonrió a sus aliados. Sus amigos. Ansel de Briarcliff, magullada y arañada, le devolvió la sonrisa.  ―Tu cambia-formas era una buena mentirosa ―dijo―. Me avergüenzo de no haberlo notado. El príncipe Galan, igualmente maltratado, soltó una carcajada.  ―En mi defensa, nunca te había conocido ―inclinó la cabeza hacia Aelin―. Así que, hola, prima. Aelin, reclinada contra el escritorio medio deteriorado que servía como el único mueble de la habitación, le sonrió.  ―Te vi desde la distancia, una vez. Los ojos de Galan Ashryver brillaron.  ―Voy a asumir que fue durante tu antigua profesión y te agradeceré por no matarme. Aelin se rio entre dientes, incluso cuando Rolfe puso los ojos en blanco.  ―¿Sí, Corsario? Rolfe agitó una mano tatuada, la sangre todavía se aferraba debajo de sus uñas.  ―Me abstendré de comentar. Aelin sonrió.  ―Eres el heredero de los Micénicos ―dijo―. Pequeñas disputas están ahora por debajo de ti. Ansel resopló. Rolfe le lanzó una mirada. ―¿Qué piensas hacer con ellos ahora? ―Preguntó Aelin. Supuso que el resto de su corte debería haber estado aquí, pero cuando envió a Evangeline a reunir a sus aliados, optó por dejarlos descansar. Rowan, al menos, había ido a buscar a Endymion y Sellene. La última, al parecer, estaba a punto de conocer mucho sobre

su propio futuro. El futuro de Doranelle. Rolfe se encogió de hombros.  ―Tendremos que decidir a dónde ir. Ya sea regresar a la Bahía de la Calavera o... ―sus ojos verde mar se entrecerraron. ―¿O? Preguntó Aelin dulcemente. ―O decidir si preferimos reconstruir nuestro antiguo hogar en Ilium. —¿Por qué no decidirlo tú mismo? ―Preguntó Ansel. Rolfe agitó una mano tatuada.  ―Ofrecieron sus vidas al luchar en esta guerra. Deberían poder elegir dónde desean vivir después de eso. ―Sabio ―dijo Aelin, chasqueando la lengua.  Rolfe se puso rígido, pero se relajó al ver la calidez en su mirada. Pero miró a Ilias, la armadura del asesino abollada y arañada.  ―¿Hablaste en toda esta guerra? ―No ―respondió Ansel por él. El hijo del Maestro Mudo miró a la joven reina. Mantuvo su mirada fija. Aelin parpadeó ante la mirada que compartieron entre ellos. Sin animosidad, sin miedo. Podría haber jurado que Ansel se sonrojó. Evitando a su viejo amigo, Aelin les dijo a todos: ―Gracias. Se enfrentaron a ella de nuevo. Ella tragó, y puso una mano sobre su corazón.  ―Gracias por venir cuando se los pedí. Gracias en nombre de Terrasen. Estoy en deuda con ustedes. ―Estábamos en deuda ―respondió Ansel.  ―Yo no lo estaba ―murmuró Rolfe. Aelin le dirigió una sonrisa. ―Vamos a divertirnos, ustedes y yo ―miró a sus aliados, cansada y harta de la batalla, pero todavía de pie. Todos ellos todavía en pie―. Creo que vamos a tener una gran diversión.

I A mediodía, Aelin encontró a Manon en uno de los nidos de las brujas, Abraxos mirando hacia el campo de batalla. Vendajes salpicados en sus costados y alas. Y cubrió a la ex Líder del Ala. ―Reina de los Crochans y Ironteeth ―dijo Aelin a modo de saludo, dejando escapar un silbido bajo que hizo que Manon girara lentamente. Aelin se mordió las uñas―. Impresionante. Sin embargo, el rostro que se volvió hacia ella... Agotado. Sufriendo. ―Lo escuché ―dijo Aelin en voz baja, bajando las manos pero sin acercarse. Manon no dijo nada, su silencio transmitía todo lo que Aelin necesitaba saber. No, ella no estaba bien. Sí, la había destruido. No, ella no quería hablar de eso. Aelin sólo dijo: ―Gracias. Manon asintió vagamente. Así que Aelin caminó hacia la bruja, luego pasó a su lado. Justo donde se sentaba Abraxos, mirando hacia Theralis. El maldito trozo de tierra. Su corazón se tensó al verlo. El wyvern, la tierra y la bruja detrás de ella. Pero Aelin se sentó al lado del wyvern. Pasó una mano sobre su cabeza coriácea. Él se apoyó en su toque. ―Habrá un monumento ―dijo a Abraxos, a Manon―. Si lo deseas, construiré un monumento allí mismo. Así nadie olvidará lo que fue dado. A quién tenemos que agradecer. El viento cantaba a través de la torre, hueco y enérgico. Pero luego se oyeron pasos en heno, y Manon se sentó a su lado. Sin embargo, Aelin no volvió a hablar, no hizo más preguntas. Y Manon, dándose cuenta de ello, dejó que sus hombros se curvaran, dejó que su cabeza se inclinara. Como nunca podría hacerlo con nadie más. Como nadie más podría entenderlo, el peso que ambas soportaban. En silencio, las dos reinas miraron hacia el campo diezmado. Hacia el futuro más allá de él.

Capítulo 119 Traducido por IsaCat Corregido por Cotota

Tomó diez días para que todo estuviera arreglado. Diez días para limpiar la sala del trono, limpiar los salones inferiores, encontrar la comida y los cocineros que necesitaban. Diez días para limpiar la suite real, encontrar la ropa adecuada y vestir la sala del trono con el esplendor de la reina. Guirnaldas de hoja perenne colgaban de los bancos y vigas, y cuando Rowan se paró en el estrado de la sala del trono, vigilando a la multitud reunida, tuvo que admitir que Lysandra había hecho un trabajo impresionante. Las velas parpadeaban por todas partes, y la nieve fresca que había caído la noche anterior, cubría las cicatrices que aún permanecían de la batalla. A su lado, Aedion se movió sobre sus pies, Lorcan y Fenrys miraban al frente. Todos bañados, cepillados y con ropa que los hacía lucir... principescos. A Rowan no le importaba. Su chaqueta verde, ribeteada de plata, era lo menos práctico que se había puesto nunca. A su lado, al menos, llevaba su espada, Goldryn colgando de su otra cadera. Afortunadamente, Lorcan parecía tan incómodo como él, vestido de negro. Si usas algo más, Aelin había amenazado a Lorcan, el mundo giraría sobre su cabeza. Entonces un negro entierro será. Lorcan había puesto los ojos en blanco. Pero Rowan había vislumbrado el rostro de Elide cuando la había visto a ella y a Lysandra en la sala del trono momentos antes. Había visto el amor y el deseo cuando vio a Lorcan en su ropa nueva. Y se preguntó qué tan pronto en esta sala se llevaría a cabo la celebración de una boda. Una mirada a Aedion, vestido de verde Terrasen también, y Rowan sonrió levemente. Dos bodas, probablemente antes del verano. Aunque ni Lysandra ni Aedion lo habían mencionado. El último de sus invitados terminó de llenar en el espacio ya lleno, y Rowan examinó a los gobernantes y aliados sentados en las primeras filas. Ansel de Briarcliff se mantuvo inquieta en sus pantalones y chaqueta igualmente nuevos, Rolfe pasó un brazo por encima del banco detrás de ella mientras sonreía ante su incomodidad. Ilias, vestido de blanco con la ropa en capas de su gente, se sentó en el otro lado de Ansel, el retrato de la calma inquebrantable. Una fila por delante, Galan se regodeó en su vestimenta principesca, con la barbilla en alto. Guiñó un ojo cuando sus ojos

Ashryver se encontraron con los de Rowan. Rowan solo inclinó su barbilla hacia el joven. Y luego se inclinó hacia sus primos, Enda y Sellene, sentados cerca del pasillo, la última de los cuales había necesitado unas cuantas horas de estar sentada en silencio cuando Rowan le había dicho que ahora era la Reina de Doranelle. La Reina Fae del Este. Su prima de cabello plateado no se había vestido para su nuevo título hoy, sin embargo, como Enda, ella había optado por cualquier ropa que fuera la menos usada para la batalla. Tales cambios vendrían a Doranelle, unos que Rowan sabía que no podía predecir. La familia Whitethorn gobernaría, la línea de Mora restaurada al fin en el poder, pero seguiría dependiendo de ellos, de Sellene, cómo se moldearía ese reinado. Cómo los Fae elegirían moldearse sin una reina oscura que los guiara. Cuántos de esos Fae elegirían quedarse aquí, en Terrasen, quedaría por verse. ¿Cuántos desearían construir una vida en este reino devastado por la guerra, optar por años de reconstrucción difícil en lugar de volver a la tranquilidad y la riqueza? Los guerreros Fae con los que se había encontrado estas dos semanas no le habían dado ninguna indicación, sin embargo, había visto a algunos de ellos mirar hacia los Staghorns, hacia Oakwald, con anhelo. Como si ellos también escucharan la salvaje llamada del viento. Luego estaba el otro factor: los Fae que habitaron aquí antes de la caída de Terrasen. Quienes habían respondido a la desesperada súplica de Aelin y habían regresado a su hogar, ocultos entre la Tribu Lobo en el interior del país para prepararse para el viaje aquí.  Para volver a Terrasen por fin. Y tal vez traer algunos de esos lobos con ellos. Él trabajaría para hacer que este reino sea digno de su regreso. Digno de todos los que vivieron aquí, humanos, Fae o Brujos. Un reino tan grande como lo había sido, más grande aun. Tan grande como lo que habitaba en el lejano Sur, a través del Mar Estrecho, prueba de que una tierra de paz y abundancia podría existir. La realeza del Kanato le había dicho mucho sobre su reino en estos días, sus políticas, sus pueblos. Ahora estaban sentados juntos al otro lado de la sala del trono, Chaol y Dorian con ellos. Yrene y Nesryn también estaban sentadas allí, ambas con vestidos encantadores que Rowan solo podía asumir que habían sido prestados. No había tiendas abiertas, y ninguna con suministros. De hecho, fue un milagro que alguno de ellos tuviera ropa limpia. Manon, al menos, había rechazado las galas. Llevaba sus cueros de bruja, aunque su corona de estrellas estaba sobre su frente, arrojando su luz sobre Petrah Blueblood y Bronwen Crochan, sentadas a su lado. El trago de Aedion fue audible, y Rowan miró hacia las puertas abiertas. Luego a donde Lord Darrow estaba al lado del trono vacío.

No era un trono oficial, solo una silla más grande y fina que había sido seleccionada de entre las tristes candidatas. Darrow, también, miró hacia las puertas abiertas, con la cara impasible. Sin embargo, sus ojos brillaban. Las trompetas sonaron. Una convocatoria de cuatro notas. Se repitió tres veces.  Las bancas gimieron cuando todos giraron hacia las puertas. Detrás de la tarima, ocultos más allá de una pantalla de madera pintada, un pequeño grupo de músicos comenzó a tocar una procesión. No la gran y extensa orquesta que podría acompañar un evento de esta magnitud, pero mejor que nada. No importaba de todos modos. No cuando Elide apareció en un vestido color lila, una guirnalda de cintas sobre su pelo negro trenzado. Cada paso cojeaba, y Rowan sabía que era porque ella le había pedido a Lorcan que no sujetara su pie. Había querido hacer esta caminata por el largo pasillo en sus propios pies. Preparada y elegante, la Dama de Perranth mantuvo sus hombros hacia atrás mientras sostenía el ramo de acebo ante ella y caminaba hacia el estrado. Señora de Perranth, y una de las doncellas de Aelin. Por hoy. Para la coronación de Aelin. Elide estaba a medio camino del pasillo cuando apareció Lysandra, vestida de terciopelo verde. La gente murmuró. No solo por la extraordinaria belleza, sino por lo que era. La cambia-formas que había defendido su reino. Había ayudado a derribar a Erawan. La barbilla de Lysandra se mantuvo alta mientras se deslizaba por el pasillo, y la propia cabeza de Aedion se levantó al verla. La Dama de Caraverre. Luego vino Evangeline, cintas verdes en su cabello rojo dorado, radiantes, sus cicatrices se ensanchaban con absoluta alegría. La joven Dama de Arran. La pupila de Darrow. Quién de alguna manera había derretido el corazón del señor lo suficiente como para convencer a los otros señores de que aceptaran esto. Al derecho de Aelin al trono. Habían entregado los documentos hace dos días. Firmados por todos ellos. Elide ocupó un lugar en el lado derecho del trono. Luego Lysandra. Y por último Evangeline. El corazón de Rowan comenzó a tronar mientras todos contemplaban el pasillo ahora vacío. A medida que la música subía y bajaba, la canción de Terrasen sonaba.

Y cuando la música alcanzó su apogeo, cuando el mundo explotó con sonido, real e inflexible, apareció. Las rodillas de Rowan se doblaron cuando todos se pusieron de pie. Vestida de gasa en un suave verde y plateado, con su cabello dorado suelto, Aelin se detuvo en el umbral de la sala del trono. Nunca había visto a nadie tan hermosa. Aelin miró por el largo pasillo. Como si pesara cada paso que ella daría al estrado. A su trono. El mundo entero pareció detenerse con ella, permaneciendo en ese umbral. Brillando más que la nieve en el exterior, Aelin levantó la barbilla y comenzó su último paseo a casa.

I Cada paso, cada camino que había tomado, la había llevado aquí. Los rostros de sus amigos, sus aliados, se desdibujaron al pasar. Al trono que la esperaba. A la corona que Darrow pondría sobre su cabeza. Cada una de sus pisadas parecía hacer eco a través de la tierra. Aelin dejó fluir algunas de sus brasas, meciéndose tras la cola de su vestido mientras flotaba detrás de ella. Le temblaban las manos, pero aferró más fuerte el ramo de hojas perennes. Siempre verdes, por la eterna soberanía de Terrasen. Cada paso hacia ese trono se alzaba y, sin embargo, le hacía señas. Rowan estaba a la derecha del trono, mostrando los dientes en una feroz sonrisa que incluso su entrenamiento no podía contener. Y allí estaba Aedion a la izquierda del trono. Con la cabeza alta y lágrimas corriendo por su cara, la Espada de Orynth colgando a su lado. Fue por él que ella sonrió. Por los niños que habían sido, por lo que habían perdido. Lo que ahora ganaban. Aelin pasó a Dorian y Chaol, y les hizo un gesto de asentimiento. Le guiñó un ojo a

Ansel de Briarcliff, frotándose los ojos con la manga de la chaqueta. Y entonces Aelin estaba en los tres escalones de la tarima, y ​​Darrow se acercó a la orilla. Como él le había instruido la noche anterior, como había practicado una y otra vez en una escalera polvorienta durante horas, Aelin subió los tres escalones y se arrodilló en el escalón superior. La única vez durante su reinado que se inclinaría. La única cosa ante la que ella jamás se arrodillaría. Su corona. Su trono. Su reino. Las personas en el pasillo permanecieron en pie, incluso cuando Darrow les indicó que se sentaran. Y luego vinieron las palabras, pronunciadas en el Antiguo Idioma. Sagrado y antiguo, hablado impecablemente por Darrow, quien había coronado al mismo Orlon todas esas décadas atrás. ¿Ofreces tu vida, tu cuerpo, tu alma al servicio de Terrasen? Respondió en el lenguaje antiguo, ya que también había practicado con Rowan la noche anterior hasta que su lengua se convirtió en plomo.  Ofrezco todo lo que soy y todo lo que tengo a Terrasen. Entonces di tus votos. El corazón de Aelin se aceleró, y supo que Rowan podía oírlo, pero inclinó la cabeza y dijo: Yo, Aelin Ashryver Whitethorn Galathynius, juro por mi alma inmortal cuidar, nutrir y honrar a Terrasen desde este día hasta el último. Entonces así será, respondió Darrow, y extendió una mano. No a ella, sino a Evangeline, quien dio un paso adelante con una almohada de terciopelo verde. La corona encima de ella. Adarlan había destruido su trono de astas. Había derretido su corona. Así que habían hecho una nueva. En los diez días transcurridos desde que se decidió que sería coronada aquí, ante el mundo, encontraron un maestro orfebre para forjar una del oro restante que habían robado de la cueva en Wendlyn. Bandas gemelas, como las cornamentas tejidas, se levantaron para sostener la gema en su centro.

No era una verdadera joya, sino una infinitamente más preciosa. Darrow se la había dado a ella. El trocito de cristal que contenía la única floración de la llama del rey en el reinado de Orlon. Incluso en medio de los brillantes metales de la corona, la flor roja y naranja brillaba como un rubí, deslumbrándose a la luz del sol de la mañana cuando Darrow levantó la corona de la almohada. La levantó hacia el rayo de luz que entraba por las ventanas detrás del estrado. La ceremonia elegida para esta época, este rayo de sol. Esta bendición, de Mala misma. Y aunque la Dama de la Luz se había ido para siempre, Aelin podría haber jurado que sintió una mano cálida en el hombro cuando Darrow levantó la corona hacia el sol. Podría haber jurado que los sintió a todos de pie allí con ella, a quienes había amado con su corazón de fuego salvaje. Cuyas historias fueron entintadas de nuevo sobre su piel. Y cuando la corona bajó, mientras inclinaba su cabeza, su cuello, su corazón, Aelin dejó brillar su poder. Por los que no lo lograron, por los que lucharon, para que el mundo los observara. Darrow colocó la corona sobre su cabeza, su peso era mayor de lo que había pensado. Aelin cerró los ojos, dejando que ese peso, esa carga y ese regalo, se acomodaran en ella. ―Levántate ―dijo Darrow―, Aelin Ashryver Whitethorn Galathynius, Reina de Terrasen. Ella tragó un sollozo. Y lentamente, su respiración constante a pesar del latido del corazón que amenazaba con saltar fuera de su pecho, Aelin se levantó. Los ojos grises de Darrow brillaban.  ―Largo sea su reinado. Y cuando Aelin giró, la llamada subió por el pasillo, haciendo eco en las piedras antiguas y en la ciudad reunida más allá del castillo.  ―¡Salve, Aelin! ¡Reina de Terrasen!  El sonido de eso en los labios de Rowan, en los de Aedion, amenazó con arrodillarla, pero Aelin sonrió. Mantuvo su barbilla en alto y sonrió. Darrow hizo un gesto hacia el trono que esperaba, a los dos últimos pasos. Ella se sentaría, y la ceremonia terminaría.

Pero no todavía. Aelin giró a la izquierda. Hacia Aedion. Y dijo en voz baja, pero no débilmente: ―Esto ha sido suyo desde el día en que nació, príncipe Aedion. Aedion se quedó quieto cuando Aelin apartó la manga de gasa de su vestido, exponiendo su antebrazo. Los hombros de Aedion temblaron con la fuerza de sus lágrimas. Aelin no luchó contra las suya cuando preguntó, sus labios se tambalearon: ―¿Me harías el juramento de sangre? Aedion se arrodilló ante ella. Rowan le entregó en silencio una daga, pero Aelin se detuvo mientras la sostenía sobre su brazo.  ―Luchaste por Terrasen cuando nadie más lo hacía. Contra todo pronóstico, más allá de toda esperanza, luchaste por este reino. Por mí. Por estas personas. ¿Jurarías seguir haciéndolo, mientras respires? La cabeza de Aedion se inclinó cuando suspiró. ―Sí. En esta vida, y en todas las demás, te serviré. Y a Terrasen. Aelin sonrió a Aedion, al otro lado de su bonita moneda, y abrió su antebrazo antes de extenderlo hacia él.  ―Entonces bebe, príncipe. Y se bienvenido. Suavemente, Aedion la tomó del brazo y puso su boca en la herida. Y cuando se retiró, con la sangre en sus labios, Aelin le sonrió.  ―Dijiste que querías jurarlo ante todo el mundo ―dijo ella para que solo él pudiera escuchar―. Bueno, aquí lo tienes. Aedion soltó una carcajada y se levantó, la rodeó con los brazos y la apretó con fuerza antes de retroceder hasta su lugar al otro lado del trono. Aelin miró a Darrow, todavía esperando.  ―¿Dónde estábamos? El viejo señor sonrió levemente e hizo un gesto hacia el trono.  ―La última pieza de esta ceremonia. ―Entonces el almuerzo ―murmuró Fenrys, suspirando.

Aelin reprimió su sonrisa y dio dos pasos hacia el trono. Se detuvo de nuevo cuando se volvió a sentarse. Se detuvo ante las pequeñas figuras que asomaban sus cabezas alrededor de las puertas de la sala del trono. Se le escapó un pequeño jadeo, lo suficiente para que todos se volvieran a mirar. ―La Gente Pequeña ―murmuró la gente, algunos retrocediendo mientras pequeñas figuras se lanzaban a través de las sombras por el pasillo, las alas crujían y las escamas relucían. Uno de ellos se acercó a la tarima, ​​con manos delgadas y verdosas, dejando su ofrenda a sus pies. Una segunda corona. La corona de Mab. Sacada de sus alforjas, donde quiera que hubieran terminado después de la batalla. Con ellos, parecía. Como si no lo dejaran perder una vez más. No la dejarían olvidar. Aelin recogió la corona que habían puesto a sus pies, mirando hacia la pequeña reunión que se agrupaba en las sombras más allá de los bancos, con sus ojos oscuros y anchos parpadeando. ―La Reina Fae del Oeste ―dijo Elide en voz baja, aunque todos escucharon. Los dedos de Aelin temblaron, su corazón se llenó hasta el punto del dolor, mientras observaba la antigua y reluciente corona. Luego miró a la Gente Pequeña.  ―Sí ―les dijo―. También les serviré. Hasta el final de mis días. Y entonces Aelin les hizo una reverencia. Las personas casi invisibles que la habían salvado tantas veces, y no pedían nada a cambio. El Señor del Norte, que había sobrevivido como ella, contra todo pronóstico. Quien nunca la había olvidado. Ella les serviría, como serviría a cualquier ciudadano de Terrasen. Todos en el estrado también hicieron una reverencia. Entonces todos en la sala del trono.  Pero la Gente Pequeña ya se había ido. Así que colocó la corona de Mab sobre la de oro, cristal y plata, y la antigua corona se asentó perfectamente detrás de ella. Y finalmente, Aelin se sentó en su trono. Pesaba sobre ella, acurrucada contra sus huesos, esa nueva carga. Ya no era una asesina. Ya no era una princesa pícara. Y cuando Aelin levantó la cabeza para observar a la multitud que la vitoreaba, cuando sonrió, la Reina de Terrasen y la Reina Fae del Oeste, ardió como una estrella.

I El ritual no había terminado. Aún no. Cuando las campanas sonaron sobre la ciudad, declarando su coronación, la ciudad reunida más allá de vítores. Aelin fue a saludarlos. Hasta las puertas del castillo, su corte, sus amigos, siguiéndola, la multitud desde la sala del trono detrás. Y cuando se detuvo ante las puertas selladas, el antiguo metal tallado, la ciudad y el mundo que la esperaban más allá, Aelin se volvió hacia ellos. Hacia todos aquellos que habían venido con ella, que los habían conseguido hasta el día de hoy, este alegre sonido de las campanas. Ella llamó a su corte. Luego sonrió a Dorian, Chaol, a Yrene, Nesryn y Sartaq y a sus compañeros. Y los llamó a ellos también. Con las cejas levantadas, se acercaron. Pero Aelin, coronada y brillante, solo dijo: ―Caminen conmigo ―hizo un gesto hacia las puertas detrás de ella―. Todos ustedes. Este día no le pertenecía solo a ella. De ningún modo. Y cuando todos se resistieron, Aelin avanzó. Tomó a Yrene Westfall de la mano para guiarla al frente. Entonces Manon Blackbeak. Elide Lochan. Lysandra. Evangeline. Nesryn Faliq. Borte y Hasar y Ansel de Briarcliff. Todas las mujeres que habían luchado a su lado, o desde lejos. Quien había sangrado, sacrificado y nunca habían perdido la esperanza de que este día pudiera llegar. ―Caminen conmigo ―les dijo Aelin, los machos y los hombres le siguieron el paso detrás de ella―. Mis amigos. Las campanas aún sonaban, Aelin asintió con la cabeza a los guardias en las puertas del castillo. Se abrieron por fin, y el rugido de la multitud reunida fue lo suficientemente fuerte como para sacudir las estrellas.

Como uno, salieron. En la ciudad que los animaba En las calles, donde la gente bailaba y cantaba, donde lloraban y juntaban las manos en sus corazones al ver el desfile de gobernantes sonrientes, guerreros y héroes que habían salvado su reino, sus tierras. Al ver a la reina recién coronada, la alegría iluminaba sus ojos. Un nuevo mundo.  Un mundo mejor.

Capítulo 120 Traducido por IsaCat Corregido por Cotota

Dos días después, Nesryn Faliq todavía se estaba recuperando del baile que había durado hasta el amanecer. Pero qué celebración había sido. Nada tan majestuoso como cualquier cosa en el sur del continente, excepto por la alegría y la risa en el Gran Salón, el banquete y el baile... Ella nunca lo olvidaría mientras viviera. Incluso si le tomara hasta su último día sentirse descansada nuevamente. Todavía le dolían los pies por bailar, bailar y bailar, había visto a Aelin y Lysandra quejándose de eso en la mesa del desayuno hacía solo una hora. Sin embargo, la reina había bailado, algo que Nesryn nunca olvidaría. El primer baile había sido dirigido por Aelin, y ella había seleccionado a su compañero para que se uniera a ella. Tanto la reina como su consorte se habían cambiado para la fiesta, Aelin se puso un vestido negro con hilos de oro y Rowan se vistió de negro con bordados en plata. Y qué pareja habían sido, solos en la pista de baile. La reina parecía conmocionada, encantada, ya que el Príncipe Fae la había conducido en un vals y no había tropezado ni un paso. Tan encantados que los había coronado a ambos con llamas. Ese había sido el comienzo. El baile había sido... Nesryn no tenía palabras para la rapidez y la gracia de su baile. El primero como reina y consorte. Sus movimientos habían sido una pregunta y una respuesta para el otro, y cuando la música había aumentado su ritmo, Rowan la había hecho dar vueltas, sumergirse y girar en el aire, las faldas del vestido negro revelaban los pies de Aelin, calzados con zapatillas doradas, a cada movimiento. Pies que se movían tan rápido sobre el piso que las brasas chispeaban en sus talones. Arrastrando tras su amplio vestido. Más y más rápido, Aelin y Rowan habían bailado, girado, girado y girado, la reina brillando como si hubiera estado recién forjada mientras la música se reunía en un choque. Y cuando el vals se estrelló en su nota final y triunfante, se detuvieron, una parada

perfecta y repentina. Justo antes de que la reina lanzara sus brazos alrededor de Rowan y lo besara. Nesryn seguía sonriendo al respecto, con dolor en los pies y todo, mientras estaba de pie en la cámara polvorienta que se había convertido en el cuartel general de la realeza del Kanato y los escuchaba hablar. ―La Sanadora en Mando dice que pasarán otros cinco días hasta que el último de nuestros soldados esté listo ―dijo el Príncipe Kashin a sus hermanos. A Dorian, que había sido invitado a esta reunión hoy. ―¿Y se marcharán entonces? ―preguntó Dorian, sonriendo un poco triste. ―La mayoría de nosotros ―dijo Sartaq, sonriendo con la misma tristeza. Por la amistad que había crecido aquí, incluso en la guerra. La verdadera amistad, que duraría más allá de los océanos que los separarían una vez más. Sartaq le dijo a Dorian: ―Te convocamos hoy aquí porque tenemos una solicitud bastante inusual. Dorian levantó una ceja. Sartaq se estremeció. ―Cuando visitamos la Brecha Ferian, algunos de nuestros rukhin encontraron huevos de Wyvern. Desatendidos y abandonados. Algunos de ellos ahora desean quedarse aquí. Para cuidarlos. Para entrenarlos. Nesryn parpadeó, junto con Dorian. Nadie le había mencionado esto a ella.  ―Yo... pensé que los rukhin nunca abandonaban a sus aguileras ―dijo Nesryn. ―Estos son jinetes jóvenes ―dijo Sartaq con una sonrisa―. Sólo dos docenas ―se volvió hacia Dorian―. Pero me rogaron que te preguntara si sería posible que se queden cuando nos vayamos. Dorian lo consideró.  ―No veo por qué no podrían ―algo brilló en sus ojos, una idea tomando forma y luego la apartó―. Sería un honor, en realidad. ―Simplemente no dejes que traigan a los wyvern a casa ―se quejó Hasar―. Nunca quiero ver otro wyvern mientras viva. Kashin le dio una palmadita en la cabeza. Hasar le chasqueó los dientes. Nesryn se rió entre dientes, pero su sonrisa se desvaneció cuando encontró a Dorian sonriéndole tristemente también. ―Creo que estoy a punto de perder a otro Capitán de la Guardia ―dijo el Rey de

Adarlan. Nesryn inclinó la cabeza.  ―Yo... Ella no había anticipado tener esta conversación. No ahora mismo, al menos. ―Pero me alegraré ―continuó Dorian―, de ganar otra reina a la que pueda llamar amiga. Nesryn se sonrojó. Se profundizó cuando Sartaq sonrió y dijo: ―No reina. Emperatriz. Nesryn se encogió, y Sartaq se echó a reír, Dorian con él. Entonces el rey la abrazó con fuerza.  ―Gracias, Nesryn Faliq. Por todo lo que has hecho. La garganta de Nesryn estaba demasiado apretada para hablar, así que ella le devolvió el abrazo a Dorian. Y cuando el rey se fue, cuando Kashin y Hasar fueron a buscar un almuerzo temprano, Nesryn se volvió hacia Sartaq y se encogió nuevamente.  ―¿Emperatriz? ¿De verdad? Los ojos oscuros de Sartaq brillaron.  ―Ganamos la guerra, Nesryn Faliq ―él la atrajo hacia sí―. Y ahora nos iremos a casa. Nunca había escuchado palabras tan hermosas.

I Chaol se quedó mirando la carta en sus manos. Había llegado hacía una hora y todavía no la había abierto. No, la había tomado del mensajero, uno de la flota de niños comandados por Evangeline, y lo había llevado de vuelta a su dormitorio. Sentado en su cama, a la luz de las velas parpadeando en la cámara desgastada, todavía no podía romper el sello de cera roja. El pomo de la puerta se torció, e Yrene se deslizó adentro, cansada pero con los ojos

brillantes.  ―Deberías estar durmiendo. ―Al igual que tú ―dijo él con una mirada aguda a su abdomen. Ella le hizo señas con la mano, quitándole importancia tan fácilmente como había hecho con los títulos de Salvadora, y Heroína de Erilea. Tan fácilmente como alejaba las miradas atónitas, las lágrimas, cuando pasaba por ahí. Así que Chaol estaba orgulloso de ambos. Le diría a su hijo de su valentía, su brillantez. ―¿Qué es esa carta? ―preguntó, lavándose las manos, luego la cara, en el lavabo cerca de la ventana. Más allá del cristal, la ciudad estaba en silencio, durmiendo, después de un largo día de reconstrucción. Los hombres salvajes de los Colmillos incluso se habían quedado para ayudar, un acto de bondad que se Chaol aseguraría no quedaría sin recompensa. Ya había investigado dónde podría expandir su territorio y la paz entre ellos y Anielle. Chaol tragó saliva.  ―Es de mi madre. Yrene se detuvo, su rostro todavía goteaba.  ―Tu... ¿Por qué no la has abierto? Se encogió de hombros. ―No todos somos lo suficientemente valientes como para enfrentarnos a Señores Oscuros, ya sabes... Yrene puso los ojos en blanco, se secó la cara y se dejó caer en la cama junto a él. ―¿Quieres que la lea primero? Él lo quería. Maldito fuera, pero lo quería. Sin decir palabra, Chaol se la entregó. Yrene no dijo nada cuando abrió el pergamino sellado, sus ojos dorados se lanzaron sobre las palabras entintadas. Chaol tocó su rodilla con un dedo. Después de un largo día de curación, sabía que no debía tratar de caminar. Apenas había regresado aquí con el bastón antes de que se hundiera en la cama. Yrene se llevó una mano a la garganta mientras pasaba la página y leía la parte de atrás. Cuando volvió a levantar la cabeza, las lágrimas se deslizaron por sus mejillas. Ella le entregó la carta.  ―Deberías leerla tú mismo.

―Sólo dime ―lo leería más tarde―. Sólo… dime lo que dice. Yrene se secó la cara. Su boca temblaba, pero había alegría en sus ojos. Pura alegría.  ―Dice que te ama. Que te ha extrañado. Dice que si tú y yo estamos dispuestos a hacerlo, le gustaría venir a vivir con nosotros. A tu hermano Terrin, también. Chaol alcanzó la carta, escaneando el texto. Todavía no lo creía. No hasta que lo leyera. Te he amado desde el momento en que supe que estabas creciendo en mi vientre. No impidió que sus propias lágrimas cayeran. Tu padre me informó lo que hizo con mis cartas para ti. Le informé que no volveré a Anielle. Yrene apoyó la cabeza en su hombro mientras él leía y leía. Los años han sido largos, y el espacio entre nosotros distante, había escrito su madre. Pero cuando estés de acuerdo con tu nueva esposa, tu bebé, me gustaría visitarte. Para quedarme más tiempo que eso, Terrin conmigo. Si eso estaría bien contigo. Tentativas, nerviosas palabras. Como si su madre tampoco creyera que estuviera de acuerdo. Chaol leyó el resto, tragando saliva mientras alcanzaba las líneas finales. Estoy muy orgullosa de ti. Siempre lo he estado, siempre lo estaré. Y espero verte muy pronto. Chaol dejó la carta, se secó las mejillas y sonrió a su esposa.  ―Vamos a tener que construir una casa más grande ―dijo. La sonrisa en respuesta de Yrene era todo lo que había esperado.

I Al día siguiente, Dorian encontró a Chaol e Yrene en la enfermería que había sido trasladada a los niveles más bajos, el primero en su silla de ruedas, ayudando a su esposa a atender a una Crochan herida, y les indicó que lo siguieran. Lo hicieron, sin hacerle preguntas, hasta que encontraron a Manon en la parte

superior de la aguilera. Ensillando a Abraxos para su paseo matutino. Donde había estado cada día, cayendo en una rutina que Dorian sabía era tanto para mantener a raya el dolor como el orden. Manon se quedó inmóvil mientras los contemplaba, estrechando las cejas. Había conocido a Chaol e Yrene días atrás, una reunión tranquila pero no fría, a pesar de lo mal que había ido el primer encuentro de Chaol con la bruja. Yrene solo había abrazado a la bruja, Manon le había devuelto el abrazo rígidamente, y cuando se separaron, Dorian podría haber jurado que parte de la palidez, la dureza, había desaparecido de la cara de Manon. Dorian le preguntó a la Reina Bruja. ―¿A dónde vas, cuando todos se van? Los ojos dorados de Manon no abandonaron su rostro. No se había atrevido a preguntarle. No se habían atrevido a hablar de ello. Igual que aún no había hablado de su padre, su nombre. Aún no. ―A los Wastes ―dijo al fin―. Para ver qué se puede hacer. Dorian tragó saliva. Había oído a las brujas, tanto Ironteeth como Crochan, hablando de ello. Había sentido sus nervios crecientes y su entusiasmo.  ―¿Y después? ―No habrá después. Él le sonrió levemente, una sonrisa secreta, sabia.  ―¿No lo habrá? ―¿Qué es lo que quieres? ―Preguntó Manon. A ti, casi dijo. Todo de ti. Pero Dorian dijo: ―Una pequeña facción de los rukhin se queda en Adarlan para entrenar a las crías de Wyvern. Quiero que sean mi nueva legión aérea. Y me gustaría que tú, y las otras Ironteeth, los ayudaran. Chaol tosió y lo miró como si dijera ¿Cuándo ibas a decirme esto? Dorian le guiñó un ojo a su amigo y se volvió hacia Manon. ―Ve a los Wastes. Reconstruye. Pero considéralo… regresar. Si no como mi jinete coronada, entonces para entrenarlos ―añadió un poco suavemente―. Y para saludar de vez en cuando. Manon lo miró fijamente.

Intentó no parecer que estaba conteniendo el aliento, como si esa idea que había tenido hace unos minutos en la cámara de la realeza del Kanato no lo estuviera atravesando, brillante y fresca. Luego Manon dijo: ―Son solo unos pocos días en Wyvern, desde los Wastes a Rifthold ―sus ojos desconfiados y, sin embargo, eso era una leve sonrisa―. Creo que Bronwen y Petrah podrán liderar si de vez en cuando me escapo. Para ayudar al rukhin. Vio la promesa en sus ojos, en ese indicio de una sonrisa. Ambos aún sufrían, aún estaban rotos en algunos lugares, pero en este nuevo mundo... tal vez podrían curarse. Juntos. ―Podrían casarse ―dijo Yrene, y Dorian le hizo un gesto con la cabeza, incrédulo―. Lo haría más fácil para los dos, así no necesitarían fingir. Chaol miró boquiabierto a su esposa. Yrene se encogió de hombros. ―Y sería una alianza fuerte para nuestros dos reinos. Dorian sabía que su cara estaba roja cuando se volvió hacia Manon, con disculpas y negaciones en sus labios. Pero Manon sonrió a Yrene, con su cabello blanco plateado levantándose en la brisa, como si tratara de alcanzar a las personas unidas que pronto se elevarían hacia el oeste. Esa sonrisa se ablandó mientras montaba a Abraxos y recogía las riendas. ―Ya veremos ―fue todo lo que Manon Blackbeak, la Gran Reina de las Crochan y Ironteeth, dijo antes de que ella y su wyvern saltaran a los cielos. Chaol y Yrene empezaron a discutir, riendo conforme lo hacían, pero Dorian caminó hacia el borde del aerie. Observó como la jinete de pelo blanco y el wyvern con alas plateadas se volvían distantes mientras navegan hacia el horizonte. Dorian sonrió. Y se encontró, por primera vez en mucho tiempo, esperando el mañana.

Capítulo 121 Traducido por IsaCat Corregido por Cotota

Rowan sabía que este día sería difícil para ella. Para todos ellos, que se habían acercado tanto estas semanas y meses. Sin embargo, una semana después de la coronación de Aelin, se reunieron de nuevo. Esta vez no para celebrar, sino para decir adiós. El día había amanecido, claro y soleado, pero aun brutalmente frío. Como lo estaría por un tiempo. Aelin les había pedido a todos que se quedaran la noche anterior. Esperar los meses de invierno y partir en primavera. Rowan sabía que ella entendía que era poco probable que su solicitud fuera aceptada Algunos parecían inclinados a pensarlo, pero al final, todos menos Rolfe habían decidido partir. Hoy, como uno. Dispersados a los cuatro vientos. Las Ironteeth y las Crochan se habían ido antes de la primera luz, desapareciendo rápida y silenciosamente. Dirigiéndose hacia el oeste hacia su antiguo hogar. Rowan estaba de pie junto a Aelin en el patio del castillo, y podía sentir la pena, el amor y la gratitud que fluía a través de ella mientras los recibía. La realeza del Kanato y el rukhin ya se habían despedido, Borte siendo la más reacia a despedirse, y el abrazo de Aelin con Nesryn Faliq había sido largo. Se habían susurrado la una a la otra, y él había sabido lo que Aelin ofrecía: compañía, incluso a miles de kilómetros de distancia. Dos reinas jóvenes, con reinos poderosos para gobernar. Las sanadoras se habían ido con ellos, algunos a caballo con los Darghan, algunos en carros, algunos con los rukhin. Yrene Westfall había llorado al abrazar a las sanadoras, a la Sanadora en Mando, por última vez. Y luego sollozó en los brazos de su esposo por un buen rato después de eso. Luego, Ansel de Briarcliff, con lo que quedaba de sus hombres. Ella y Aelin intercambiaron burlas, luego se echaron a reír y luego lloraron, abrazándose. Otro vínculo que no se rompería tan fácilmente a pesar de la distancia. Los Asesinos Silenciosos se fueron después, Ilias sonriéndole a Aelin mientras se marchaba. Luego, el príncipe Galan, cuyos barcos permanecieron bajo la vigilancia de Ravi y

Sol en Suria y quien viajaba ahí antes de partir hacia Wendlyn. Abrazó a Aedion y luego estrechó la mano de Rowan antes de volverse hacia Aelin. Su esposa, su compañera y su reina le había dicho al príncipe. ―Viniste cuando te lo pedí. Viniste sin conocer a ninguno de nosotros. Sé que ya lo he dicho, pero siempre estaré agradecida. Galan había sonreído. ―Era una deuda a largo plazo, prima. Y una pagada con mucho gusto. Entonces él también se marchó, su gente con él. De todos los aliados que se habían amontonado, sólo Rolfe se quedaría durante el invierno, ya que ahora era el Señor de Ilium. Y Falkan Ennar, el tío de Lysandra, que deseaba aprender lo que su sobrina sabía sobre el cambio de forma. Quizás construiría su propio imperio de comerciantes aquí y ayudara con los acuerdos de comercio exterior que necesitarían realizar rápidamente. Más y más partieron bajo el sol de invierno hasta que solo quedaron Dorian, Chaol e Yrene. Yrene abrazó a Elide, las dos mujeres juraron escribir con frecuencia. Yrene, sabiamente, solo asintió con la cabeza a Lorcan, luego sonrió a Lysandra, Aedion, Ren y Fenrys antes de acercarse a Rowan y Aelin. Yrene se quedó sonriendo mientras miraba entre ellos. ―Cuando tu primer hijo esté cerca, llámame y vendré. Para ayudar con el nacimiento. Rowan no tenía palabras ante la gratitud que amenazaba con inclinar sus hombros. Los nacimientos Fae... no se permitió pensar en ello. No cuando abrazó a la sanadora. Por un momento, Aelin e Yrene se miraron fijamente. ―Estamos muy lejos de Innish ―susurró Yrene. ―Pero perdida, no más ―le susurró Aelin, con la voz quebrada mientras se abrazaban. Las dos mujeres que habían sostenido el destino de su mundo entre ellas. Quienes lo habían salvado. Detrás de ellas, Chaol se secó la cara. Rowan, agachando la cabeza, haciendo lo mismo. Su adiós a Chaol fue rápido, su abrazo firme. Con Dorian se demoró más, con gracia y firmeza, incluso cuando Rowan se encontró luchando para hablar más allá de la tensión en su garganta. Y luego Aelin se colocó delante de Dorian y Chaol, Rowan dando un paso atrás, y se puso en línea junto a Aedion, Fenrys, Lorcan, Elide, Ren y Lysandra. Su corte principiante, la corte que cambiaría este mundo. Que lo reconstruiría.

Dándole espacio a su reina para este último y más duro adiós.

I Se sentía como si hubiera estado llorando sin fin durante unos minutos. Sin embargo, esta despedida, esta despedida final... Aelin miró a Chaol, a Dorian y sollozó. Abrió sus brazos hacia ellos, y lloró mientras se abrazaban. ―Los amo a los dos ―susurró ella―. Y no importa lo que pueda pasar, no importa lo lejos que estemos, eso nunca cambiará. ―Nos veremos de nuevo ―dijo Chaol, pero incluso su voz estaba llena de lágrimas. ―Juntos ―exhaló Dorian, temblando―. Vamos a reconstruir este mundo juntos. Ella no podía soportarlo, ese dolor en su pecho. Pero se obligó a alejarse y sonrió ante sus rostros llenos de lágrimas, con una mano en su corazón.  ―Gracias por todo lo que han hecho por mí. Dorian inclinó la cabeza.  ―Esas son palabras que nunca pensé que escucharía de ti. Ella ladró una risa áspera, y le dio un empujón. ―Eres un rey ahora. Tales insultos están por debajo de ti. Él sonrió, limpiándose la cara. Aelin sonrió a Chaol, a su esposa esperando más allá de él.  ―Te deseo toda la felicidad ―le dijo ella. A los dos. Tal luz brillaba en los ojos bronce de Chaol, que ella nunca había visto antes.  ―Nos veremos de nuevo ―repitió. Luego él y Dorian se volvieron hacia sus caballos, hacia el día brillante más allá de las puertas del castillo. Hacia su reino al sur. Destrozado ahora, pero no para siempre. No para siempre

I Aelin se quedó en silencio durante mucho tiempo después, y Rowan se quedó con ella, siguiéndola mientras caminaba hacia las murallas del castillo para ver a Chaol, Dorian e Yrene andar por la carretera que atravesaba la salvaje llanura de Theralis. Hasta que incluso se habían desvanecido en el horizonte. Rowan mantuvo su brazo alrededor de ella, respirando su aroma mientras descansaba su cabeza contra su hombro. Rowan ignoró el leve dolor que permanecía allí por los tatuajes que ella le había ayudado a entintar la noche anterior. El nombre de Gavriel, rendido en el Antiguo Idioma. Exactamente cómo el León se había tatuado una vez los nombres de sus guerreros caídos. Fenrys y Lorcan, una paz tentativa entre ellos, también ahora tenían el tatuaje, habían pedido uno tan pronto como se enteraron de lo que Rowan planeaba hacer. Aedion, sin embargo, le había pedido a Rowan un diseño diferente. Para agregar el nombre de Gavriel al nudo de Terrasen ya entintado sobre su corazón. Aedion había estado tranquilo mientras Rowan había trabajado, lo suficientemente tranquilo como para que Rowan hubiera empezado a contarle las historias. Historia tras historia sobre el León. Las aventuras que habían compartido, las tierras que habían visto, las guerras que habían librado. Aedion no había hablado mientras Rowan había hablado y trabajado, el olor de su pena se transmitía lo suficiente. Era un aroma que probablemente duraría muchos meses por irse. Aelin dejó escapar un largo suspiro.  ―¿Me dejarán llorar en la cama por el resto del día de hoy como un gusano patético ―preguntó por fin―, si prometo ir a trabajar en la reconstrucción mañana? Rowan arqueó una ceja, la alegría fluyendo a través de él, libre y brillante como un arroyo que baja por una montaña. ―¿Quieres que te traiga pasteles y chocolate para que te revuelques en tu autocompasión de manera completa? ―Si puedes encontrar alguno. ―Destruiste las piedras del Wyrd y mataste a Maeve. Creo que puedo encontrarte algunos dulces. ―Como me dijiste una vez, fue un esfuerzo grupal. También podría requerir que un

equipo adquiera pasteles y chocolate. Rowan se echó a reír y le besó la cabeza. Y por un largo momento, solo se maravilló de poder hacerlo. Podría estar con ella aquí, en este reino, esta ciudad, este castillo, donde harían su hogar. Podía verlo ahora: los pasillos restaurados en su esplendor, la llanura y el río brillando más allá, los Staghorns llamándolo. Podía escuchar la música que ella traería a esta ciudad, y la risa de los niños en las calles. En estos salones. En su suite real. ―¿En qué estás pensando? ―Preguntó ella, mirándolo a la cara.  Rowan le dio un beso en la boca.  ―En que tengo que estar aquí. Contigo. ―Hay mucho trabajo por hacer. Algunos podrían decir que es tan malo como tratar con Erawan. ―Nada será tan malo. Ella resopló.  ―Cierto. Él la acurrucó más cerca.  ―Estoy pensando en lo agradecido que estoy. En que lo hicimos. Que te encontré. Y cómo, incluso con todo ese trabajo por hacer, no me importará ni un momento porque estás conmigo. Ella frunció el ceño, sus ojos se humedecieron.  ―Voy a tener un terrible dolor de cabeza por todo este llanto, y no estás ayudando. Rowan se echó a reír y la besó de nuevo.  ―Muy de reina. Ella gruñó. ―Soy, en todo caso, el retrato consumado de la gracia real. Él se rió entre dientes contra su boca.  ―Y humildad. No lo olvidemos. ―Oh, sí ―dijo ella, envolviendo sus brazos alrededor de su cuello. Su sangre se calentó, provocando un poder superior a cualquier fuerza que un dios o Piedra del Wyrd pudieran convocar. Pero Rowan se apartó, lo suficiente como para apoyar su frente contra la de ella. 

―Vamos a llevarte a tus aposentos, Majestad, para que puedas comenzar tu autocompasión real. Ella se estremeció de risa.  ―Podría tener otra cosa en mente ahora. Rowan dejó escapar un gruñido, y mordió su oreja, su cuello. ―Bueno. Yo también. ―¿Y mañana? ―Preguntó sin aliento, y ambos se detuvieron para mirarse el uno al otro. Para sonreír―. ¿Trabajarás para reconstruir este reino, este mundo, conmigo mañana? ―Mañana, y todos los días después de eso ―por cada día de los mil benditos años que les otorgaron juntos. Y más allá. Aelin lo besó de nuevo y tomó su mano, guiándolo hacia el castillo. Dentro su casa. ―¿Con cualquier fin? ―Suspiró ella. Rowan la siguió, como lo había hecho toda su vida, mucho antes de que se conocieran, antes de que sus almas hubieran surgido. ―Con cualquier fin, Corazón de Fuego ―él la miró de reojo―. ¿Puedo darte una sugerencia sobre qué deberíamos reconstruir primero? Aelin sonrió, y la eternidad se abrió ante ellos, resplandeciente, gloriosa y encantadora. ―Dime mañana.

Epílogo Un mundo mejor Traducido por Aruasi Sargav Corregido por Cotota

El invierno brutal cedió a una suave primavera. A lo largo de nevados meses sin fin, habían trabajado. En reconstruir Orynth, en todos esos acuerdos comerciales, en forjar lazos con reinos que nadie había contactado en cien años. Las hadas perdidas de Terrasen habían regresado, muchos de los jinetes de lobo con ellos, e inmediatamente se lanzaron a la reconstrucción. Justo al lado de varias docenas de hadas desde Doranelle quienes habían optado por quedarse, incluso cuando Endymion y Sellene habían regresado a sus tierras. A través de todo el continente, Aelin podría haber jurado sonaba el repique de los martillos, tantos pueblos y tierras emergiendo una vez más. Y en el Sur, ninguna región trabajaba más duro para reconstruirse que Eyllwe. Sus pérdidas habían sido excesivas, a pesar de todo lo habían soportado, permaneciendo enteros. La carta que Aelin había escrito a los padres de Nehemia había sido la más gozosa de su vida. Espero conocerlos pronto, había escrito ella. Y reparar este mundo, juntos. Sí, habían respondido. Nehemia lo habría querido así. Aelin había mantenido su carta sobre su escritorio por meses. No una cicatriz en su palma, sino una promesa del mañana. Un juramento para hacer el futuro tan brillante como Nehemia había soñado que podía ser. Y mientras la primavera al fin se arrastraba sobre los Staghorns, el mundo se tornaba verde y dorado y azul, las piedras manchadas del castillo ahora limpias y relucientes por encima de todo. Aelin no sabía porque se despertó con el amanecer. Que la indujo a deslizarse fuera del brazo con el cual Rowan la había cubierto al dormir. Su compañero continúo dormido, exhausto como estaba ella, agotado como todos ellos estaban, cada noche. Exhaustos, ambos, y su corte, pero felices. Elide y Lorcan, ahora Lord Lorcan Lochan para la eterna diversión de Aelin, habían vuelto a Perranth tan sólo una semana atrás para empezar la reconstrucción ahí, ahora que las sanadoras habían finalizado su trabajo en el último de los poseídos por el Valg. Ellos volverían en tres semanas, sin embargo. Junto con todos los otros Señores quienes habían viajado a sus tierras

una vez que el invierno había aligerado su agarre. Todos convergerían en Orynth, entonces. Para la boda de Aedion y Lysandra. No más un príncipe de Wendlyn, sino un verdadero Señor de Terrasen. Aelin sonrió con el pensamiento mientras se deslizaba en su bata de vestir, arrastrando sus pies en sus pantuflas forradas en piel de oveja. Incluso con la primavera completamente sobre ellos, las mañanas eran frías. En efecto, Ligera yacía junto al fuego en su pequeña cama acolchada, hecha un ovillo. E igual de exhausta que Rowan, al parecer. La sabuesa no se molestó en abrir un ojo. Aelin echó las sabanas de vuelta encima del cuerpo desnudo de Rowan, sonriendo hacia él cuando no hizo más que agitarse. Él prefería por mucho la reconstrucción física, trabajando por horas en reparar los muros y edificios de la ciudad, a la mierda cortesana, como él la llamaba. Es decir, cualquier cosa que requiriera vestir ropa bonita. Con todo, él había prometido bailar con ella en la boda de Lysandra y Aedion. Tan inesperadamente finas habilidades de baile tenía su compañero. Sólo para ocasiones especiales, había advertido él tras su coronación. Sacándole la lengua, Aelin se giró de su cama y caminó a las ventanas que daban al amplio balcón con vistas a la ciudad y las llanuras más allá. Su ritual matutino: salir de la cama, moverse suavemente a través de las cortinas y emerger al balcón para inhalar el aire matutino. Para mirar a su reino, el de ellos y ver que éste lo había logrado. Observar el verde de la primavera y oler el pino y nieve del viento desde los Staghorns. Algunas veces, Rowan se le unía, sosteniéndola en silencio cuando todo lo que había ocurrido pesaba demasiado sobre ella. Cuando la pérdida de su forma humana persistía como un miembro fantasma. Otras veces, en los días cuando ella despertaba con los ojos claros y sonriendo, él se transformaría y navegaría en esos vientos montañosos, volando sobre la ciudad, o encima de Oakwald, o de los Staghorns. Cómo él amaba hacer, como hacía cuando su corazón estaba agitado o lleno de dicha. Ella sabía que era la última la cual lo enviaba volando estos días. Ella nunca dejaría de estar agradecida por eso. Por la luz, la vida en los ojos de Rowan. La misma luz que ella sabía brillaba en sus propios ojos. Aelin alcanzó las pesadas cortinas, sintiendo por la manija a la puerta del balcón. Con una última sonrisa a Rowan, se metió en el sol matutino y fresca brisa. Ella se quedó quieta, sus manos colgando a sus costados mientras miraba lo que el amanecer había revelado. — Rowan —susurró ella.

Del crujido de las sábanas, ella supo que él estaba instantáneamente despierto. Andando hacia ella, aún mientras se metía en sus pantalones. Salvo que Aelin no se dio la vuelta mientras él se apresuraba al balcón. Y se detuvo también. En silencio, ellos miraron fijamente. Las campanas empezaron a resonar; la gente gritaba. No con miedo, sino con asombro. Una mano subiendo a su boca, Aelin escaneó el amplio barrido del mundo. El viento de la montaña removió sus lágrimas, llevando con este una canción, antigua y encantadora. Desde el mismo corazón de Oakwald. Del mismo corazón de la tierra. Rowan entrelazó sus dedos en los de ella y murmuró, admiración en cada palabra: —Por ti, Corazón de Fuego. Todo esto es debido a ti. Aelin lloró entonces. Lloró en alegría que iluminó su corazón, más brillante de lo que cualquier magia podría ser. Porque a través de cada montaña, esparcida bajo el verde dosel de Oakwald, alfombrando toda la Llanura de Theralis, la llama del rey estaba floreciendo.

Agradecimientos Traducido por Aruasi Sargav Corregido por Cotota

Terminar una saga en la que he estado trabajando durante (literalmente) la mitad de mi vida no es una tarea fácil. Pero encontrar una forma de agradecer apropiadamente a todas las personas quienes han jugado un rol en convertir este sueño mío en realidad es igualmente intimidante. Supongo que debería iniciar con mis padres, a quienes este libro está dedicado y cuyo amor por leer inspiró el mío. Gracias por leerme cada noche cuando estaba creciendo, por nunca decirme que era demasiado mayor para cuentos de hadas y por empoderarme para seguir mis sueños. Nada de esto hubiera sido posible sin mi intrépida y encantadora agente, Tamar Rydzinski. Tamar: Tú me firmaste cuando yo era una escritora no publicada de veintidós años y creíste en esta saga cuando nadie más lo hizo. Trabajar contigo estos pasados diez años ha sido un privilegio y una alegría, gracias por ser mi campeona, mi hada madrina y más importante, mi amiga. En el transcurso de esta saga he tenido el honor de trabajar con varios editores fantásticos. A Margaret Miller: gracias por arriesgarte con este libro y por tu perspicaz, excepcional guía editorial a lo largo de los años. Soy una mejor escritora por haber trabajado contigo. A Michelle Nagler y Cat Onder: gracias por su apoyo, su visión y su amabilidad. A Laura Bernier: gracias por toda tu ayuda con Torre del Amanecer, trabajar contigo en este fue toda una delicia. A Bethany Strout: Demasiadas locas gracias por toda tu maravillosa y crucial retroalimentación de Reino de Ceniza. Me ayudaste a transformar este libro en algo de lo que estoy verdaderamente orgullosa. Y a Kamilla Benko: no hemos trabajado juntas tanto tiempo, ¡pero ya es un gran placer! A Lynette Noni: gracias, gracias, gracias por tus insanamente brillantes notas en este libro, por leerlo múltiples veces y por todas las salvadas de último minuto. Me alegra tanto que nuestros caminos se cruzaran en Australia todos esos años atrás. Al equipo completo de Bloomsbury, actual y pasado, quienes han trabajado tan incansablemente en estos libros: Cindy Loh, Cristina Gilbert, Kathleen Farrar, Nigel Newton, Rebecca McNally, Emma Hopkin, Lizzy Mason, Erica Barnash, Emily Ritter, Alona Fryman, Alexis Castellanos, Courtney Griffin, Beth Eller, Jenny Collins, Phoebe Dyer, Nick Parker, Lily Yengle, Frank Bumbalo, Donna Mark, John Candell, Yelene Safronova, Melissa Kavonic, Oona Patrick, Liz Byer, Diane Aronson, Kerry

Johnson, Christine Ma, Linda Minton, Chandra Wohleber, Jill Amack, Emma Saska, Donna Gauthier, Doug White, Nicholas Church, Claire Henry, Lucy MacKay-Sim, Elise Burns, Andrea Kearney, Maia Fjord, Laura Main Ellen, Sian Robertson, Emily Moran, Ian Lamb, Emma Bradshaw, Fabia Ma, Grace Whooley, Alice Grigg, Joanna Everard, Jacqueline Sells, Tram-Anh Doan, Beatrice Cross, Jade Westwood, Cesca Hopwood, Jet Purdie, Saskia Dunn, Sonia Palmisano, Catriona Feeney, Hermione Davis, Hannah Temby, Grainne Reidy, Kate Sederstrom, Hali Baumstein, Charlotte Davis, Jennifer Gonzalez, Verónica Gonzalez, Elizabeth Tzetzo. Gracias desde el fondo de mi corazón por hacer esta saga realidad. Los adoro a todos. Al equipo de “Agencia Literaria Laura Dail” ustedes chicos son luchadores y los amo. A Giovanna Petta y Grace Beck: muchas gracias por su ayuda. A Jon Cassir y el equipo en CAA: gracias por ser tan fantásticos para trabajar y por encontrar tan buenos hogares para mis libros. A Maura Wogan y Victoria Cook: gracias por ser un equipo legal tan estelar. A David Arntzen: gracias por toda tu consideración y guía estos años. A Cassie Homer: ¡gracias por ser la mejor maldita asistente allá afuera! A Talexi: ¡gracias por las espléndidas portadas! Un agradecimiento masivo y de corazón a todas mis maravillosas editoriales alrededor del mundo:



Bosnia: Sahinpasic;



Brasil: Record;



Bulgaria: Egmont;



China: Honghua Culture;



Croacia: Fokus;



República Checa: Albatros;



Dinamarca: Tellerup;



Estonia: Pikoprit;



Finlandia: Gummerus;



Francia: Editions du Seil;



Georgia: Palitra;



Alemania: DTV Junior;



Grecia: Psivhogios;



Hungría: Konyvmolykepzo;



Israel: Kor´im;



Italia: Mondadori



Japón: Villagebooks;



Corea del Sur: Athena;



Lituania: Alma Littera;



Países Bajos: Meulenhof/Van Goor;



Noruega: Gyldendal;



Polonia: Wilga;



Portugal: Marcador;



Rumania: RAO;



Rusia: Azbooka Atticus;



Serbia: Laguna;



Eslovaquia: Slovart;



Eslovenia: Ucila International;



España: Santillana & Planeta



Suecia: Modernista;



Taiwán: Sharp Point Press;



Tailandia: Nanmee Books;



Turquía: Dogan Kitap;



Ucrania: Vivat.

¡Estoy cruzando mis dedos para llegar a conocer a todos en persona algún día! No hubiera llegado hasta aquí si no fuera por algunos de mis primeros lectores: la comunidad de Fictionpress. ¿Cómo puedo transmitir mi gratitud por todo lo que han hecho? Su amor por estos personajes y este mundo me dio el coraje de intentar ser publicada. Gracias por quedarse hasta el final. Una de las mejores partes de esta aventura han sido las amistades que he hecho en el camino. Gracias y amor sin fin a Louisse Ang, Steph Brown, Jennifer Kelly, Alice Fanchiang, Diyana Wan, Laura Ashforth, Alexa Santiago, Rachel Domingo, Jessica Reigle, Jennifer Armentrout, Christina Hobbs, Lauren Billings y Kelly Grabowski. A Charlie Bowater: Llegar a conocerte ha sido todo un punto culminante en mi carrera y tu increible arte me ha inspirado en tantas maneras. Gracias por todo tu duro trabajo ( y por ser un genio total). A mi familia: Gracias por su amor inquebrantable. Me ha llevado más lejos de lo que saben. A mis suegros, Linda y Dennis: gracias por cuidarnos tan bien a mi y

a Josh estos pasados meses (bueno, seamos honestos: ¡por los últimos catorce años!) y por ser abuelos tan abnegados y estupendos. Para ti, querido lector: Gracias desde el fondo de mi corazón por todo. Nada de esto hubiera sido posible sin ti. Podría escribir otras mil páginas acerca de que tan agradecida estoy y siempre estaré. No obstante al final, todo lo que puedo pensar en decir es que espero que tus sueños, cuales sea que puedan ser, se vuelvan realidad. Espero que persigas esos sueños con tu corazón completo, espero que trabajes por ellos sin importar cuanto tarde, sin importar cuan improbable sean las posibilidades. Cree en ti mismo, incluso si se siente como si el mundo no lo hiciera. Cree en ti y te llevará más lejos de lo que te puedas imaginar. Tú puedes lograrlo. Tu lo harás. Estoy apostando por ti. A Annie, mi compañía canina y (otra) mejor amiga. Te sentaste a mi lado (o en mi regazo, o en el sillón, o a mis pies) mientras escribí estos libros. Si pudiera, te regalaría un suministro sin fin de conejos masticables por todo tu amor incondicional, y por toda la felicidad que me has traído. Te amo por y para siempre, cachorro bebé. Para Josh, mi esposo, mi carranam, mi compañero: ¿Qué puedo decir? Te he conocido por casi tanto como he estado trabajando en estos libros, y que travesía ha sido. Todos los días, me despierto con alegría y gratitud en mi corazón porque puedo caminar este camino contigo. Gracias por cuidar tan bien de mi, por ser mi mejor amigo, por hacerme reir y por sostenerme cuando me sentía como si no pudiera seguir. No lo hubiera logrado sin ti y estoy tan emocionada y bendecida de poder ir en la siguiente etapa de este viaje contigo. Y por último, a Taran: Tú eras el destino desde el principio, compañero. Tú eras a lo que caminé mi vida entera sin siquiera saberlo. Tú eres perfecto, maravilloso, eres mi orgullo. No recordarás estos primeros meses, aunque encuentro extrañamente adecuado que estos libros esten acabando en el momento exacto en el cuál tu has llegado. Es realmente un Capítulo de mi vida cerrando y el siguiente empezando. Así que, ahora que estoy en este cruce de caminos, quiero que sepas que sin importar a donde te lleve tu propio camino, Taran, espero que encuentres alegría, y maravilla, y suerte a lo largo del camino. Espero que seas guiado por valor y compasión y curiosidad. Espero que mantengas tus ojos y tu corazón abiertos y que siempre tomes el camino menos transitado. Pero más que nada, espero sepas que sin importar el camino ni que tan lejos te lleve, te amo. Sea cual sea el final.

Agradecimientos TRADUCCIONES INDEPENDIENTES

Queridos lectores de Traducciones Independientes, con este libro damos por terminada una gran etapa en este grupo, es cierto que aún faltan más libros de la Saga pero esos son extras, con Reino de Ceniza se acaba la historia de nuestra asesina favorita, y con esto también terminamos un trabajo que empezamos hace casi 5 años. Todos los que formamos este maravilloso equipo estamos muy emocionados y tristes a la ves por llegar hasta donde estamos ahora… ustedes leyendo este ultimo libro. Este grupo se creo con el objetivo de traducir la saga de Trono de Cristal y los siguientes libros Sarah, ya que en ese entonces, no era una autora conocida y nadie quería traducir sus libros… Traducciones Independientes no es nada sin sus miembros y por eso es que me tomo la libertad de escribir este pequeño texto, para agradecerles a todos: Melody; Gracias por crear el grupo, por reunir a los pocos fans que había en ese momento de Trono de Cristal y convencernos de Traducir el libro. Sin ti este grupo no existiría. Tú eres la creadora de Traducciones Independientes y lo que hemos logrado hasta ahora en este grupo es también un logro tuyo. Gracias por dejarme a cargo de tu grupo. Andrea, Kira, Joanna, Luciana B, Janita, Roxy, Liz Ibarra, TheLucky Thirteen, VanetyStars, Kenza, Esmeralda, Yam, Giuli C.T., Jas, Michelle Polo, Estefania R, Sabrina, Yuki, Stefania, Abril, Alex, Paola, Aida, Agus, Paz, Sofia, Nicole, Flor M., Stefany Vera, Fiore Vita, Micaela Libedinsky, Dafne Hein, Katia G, Leandro C, Carla R, Jeanna J, gracias por traducir Corona de Media Noche y Heredera de Fuego, algunos de ustedes aún siguen en el foro y siguen ayudándonos con todos los proyectos que TI ha tomado… GRACIAS POR DECIR SI A LA TRADUCCIÓN DE LOS DOS PRIMEROS LIBROS DE TRONO DE CRISTAL Tay Paredes, Roxana B, Andy Cobain, Yunn, May Aguilar, Ro Cáceres, Cecilia G, sin su gran apoyo el grupo no hubiese salido de ese gran agujero negro donde se encontraba… dieron todo por el equipo, incluso lo defendieron…ustedes fueron la legión que nos ayudo a salvar el grupo y la traducción de Reina de Sombras. GRA-

CIAS. Cotota, Ella R, Raisac, Luisa T, Mafer Torres, Akasha San MUCHAS GRACIAS POR SIEMPRE APOYAR A TI, ustedes son las reinas de este grupo, las salvadoras, el equipo de batalla, nadie las puede detener cuando se proponen algo para lograr que TI consiga su objetivo. Lu Na, TI te debe mucho, nuestros libros tienen el mejor diseño porqué tu aprecias la saga y el grupo. Quieres que todo quede perfecto. No solo nos ayudas con el diseño de nuestros libros, también ayudaste con la nueva etapa del grupo, GRACIAS DE TODO CORAZÓN. Vaughan, te uniste al grupo hace tres años y desde el primer momento mencionaste que querías ayudar con esta maravillosa saga, que es tan especial para ti. Gracias por dirigir el Proyecto de Torre del Amanecer, que si bien los miembros de TI no estabamos tan convencidos de este proyecto, con tu entuciasmo hiciste que todos participarán. Y Tambien por ayudar a TI con este ultimo libro, organizando todo. Eres parte importante de este gran grupo. GRACIAS A TODOS… TI es más que un simple grupo de traducción, es un grupo de fans, amigos que se unió para que tú, lector pudieras disfrutar esta maravillosa saga. Y a ti lector, gracias por creer en nosotros y esperar nuestras traducciones de esta saga, sabemos que la espera y el temor de leer algún spoiler es horrible y por eso les agradecemos su preferencia. Ustedes son la escencia de este foro… porustedes es que seguimos y créanme que todos sus mensajes de agradecimientonos emocionan mucho. En Traducciones Independientes tenemos un Código, este trabajo lo hacemos paraque el idioma no sea una barrera para conocer los libros de Sarah y otros autores. Yasí seguiremos trabajando. Gracias querido lector por acompañarnos en esta gran aventura. Nos veremos muy pronto… Traducciones Independientes

Agradecimientos de Vaughan Una vez más, llegamos a estar parte donde los agradecimientos no parecen ser suficientes para mí con los cuales pagarles por su increíble trabajo realizado en tiempo récord en este proyecto en el que me acompañaron. Aunque no entré primero en esta saga, comencé con ustedes hace tres años participando en Imperio de Tormentas, para después no sólo participar sino dirigir el proyecto de Torre del Amanecer, y henos aquí, concluyendo tan bella saga con Reino de Ceniza. En mi corazón están ustedes quienes me apoyaron desde el primer día que publiqué este proyecto y dije “comencemos”. Aquellas bellísimas personas que no dudaron ni un solo segundo para levantar la mano y decir “¡Dame diez capítulos!” o inclusive más. Quienes apenas terminamos de traducir todo me dieron una ayuda inimaginable con la corrección. Y en menos de dos meses me ayudaron a terminar un proyecto que ha superado las mil páginas. Nos superamos una y otra vez cada día durante este proyecto, donde por semana avanzábamos un cuarto de libro. Ustedes, en siete semanas, han traducido y corregido mil páginas. Jamás olviden eso. Me han demostrado a mí, y se han demostrado a ustedes mismos, que son capaces de todo lo que deseen cuando ponen su mente y esfuerzo en ello. Son imparables. como empecé este párrafo lo acabo, ustedes están en mi corazón. A mi increíble, impresionante, maravilloso, sorprendente, magnífico, equipo, no, equipo no, equipazo, de traducción: Ustedes rompieron un récord que nunca antes se había visto en TI. Un proyecto enorme traducido en tan poco tiempo, nada los detiene. Ravechelle, como siempre bromeando y apoyando y haciéndome reír a carcajadas durante los proyectos, no puedo expresar en tan poco espacio lo mucho que significó para mí que una vez más extendieras tu mano en apoyo a este proyecto. Quiero que sepas que estoy en profunda deuda con tu apoyo, y definitivamente hiciste este proyecto mucho más divertido de lo esperado, eres maravillosa (broma interna: mayor que-dos puntos-uve). Ella R, ya no tengo palabras para darte las gracias. Y no solo en este proyecto, sino en todos, donde siempre estás ahí, apoyando, emocionada, dispuesta, siempre atenta a todo, traduciendo más de lo esperado y como siempre entregando en tiempos increíbles todo lo que pidas. Hoy, mañana y siempre: gracias totales.

Cris, infinitas gracias por tu entusiasmo, y por estar tan feliz de apoyarme. A pesar de todo lo que nuestra vida exterior a TI nos tenía, sacamos adelante este proyecto en un increíble tiempo, y fuiste parte de ello, y causa de ello. Te doy la gracias por no fallar ni un paso y haberme ayudado en todo momento. Scáthach, Irais, iAtenea, gracias totales por todo. Me demostraron que puedo contar con ustedes, aunque estemos nadando contra corriente, aunque estemos inundados de proyectos personales, finales, escuela, trabajo, en fin… Estuvieron dispuestas en todo y por ello no me caben en los brazos las gracias que les mando, ¡ustedes son lo máximo! IsaCat, como siempre una ayuda enorme la que me diste, y una vez más quedo en deuda contigo por tu trabajo. Gracias por apoyarme y una enorme disculpa si de repente llegamos a tiempos clave de entregar capítulos y llegué a presionar en tiempos de entrega. No me fallaste en ningún momento, digno de ti, siempre al tanto de todo y entregada a este proyecto de principio a fin. Enormes y gigantescas gracias, por todo. Selkmanam, Mary A., Achilles, enormes gracias por su apoyo. Siempre dispuestos a apoyar y en todo lo que pida ayuda ahí están, sea uno, tres, los capítulos que sean, siempre desean ayudar. Esos pequeños granos de arena siempre abasteciendo la playa en demasía. Gracias, por tanto. Luneta, Blackbeak, una vez más dando el 110. Me demuestran que este pequeño gran proyecto es posible cuando se tienen las ganas, la dedicación, y la completa entrega a ello. Aunque algunas de ustedes estaban abarrotadas de proyectos por la universidad, con tareas, entregas finales, fin de carrera o semestre, nunca fallaron en entregar sus capítulos, en levantar la mano para ayudar, y eso es algo que jamás olvidaré. Gracias, por compartirme su tiempo para la realización de este proyecto. Yunn… creo que rompiste récord. Ayudándome a traducir una cantidad enorme de capítulos de este tan grande proyecto, definitivamente te volaste la barda. Estuviste lista para todo lo que hiciera falta, y apoyaste de maneras increíbles en todo momento. Estoy maravillado por tu apoyo, tu ayuda, tu actitud siempre de completa entrega a Reino de Ceniza. Gracias por tu entusiasmo, por tus comentarios, tu apoyo. Por todo. Albasr11, Summerfold, Akira the Undaunted, Aruasi Sargav, Liliana Hdz, Nashly, gracias por su increíble trabajo, por los capítulos que me apoyaron a traducir, y por estar dispuestos a ayudar, sea con uno, dos, tres, capítulos, siempre atentos a todo. En serio estoy enormemente agradecido por su ayuda. Son geniales, ¡sigan así! Dakya, Carolina, Venus, Viv_J, infinitas gracias. Sean nuevas o no en los proyectos, siempre demuestran que están más que emocionadas por participar en todo proyecto que esté activo en el grupo, y me encanta contar con ustedes. Les doy las gracias por haber participado en tan hermosa traducción, y principalmente por haberlo hecho a pesar de todo aquello que teníamos fuera de TI. Poner parte de su tiempo en este proyecto significa mucho, y les doy las gracias por ello.

Reshi, Cotota, gracias por saltar en último minuto para apoyarme con esos capítulos que ya no sabíamos ni cómo traducirlos porque todos estábamos hasta el cuello de pendientes. Aunque fuera para salir en la portada, o porque era urgente traducir, ustedes se volaron la barda por su disposición. No tengo el tiempo de ustedes aquí en TI, esto es de ustedes, lo cuidaron, lo amaron, lo hicieron prosperar. Gracias, especialmente a ti, Reshi, por permitirme dirigir estos proyectos. Sé que Trono de Cristal es tu bebé, y que me hayas permitido dirigir no uno, sino dos, proyectos de tan bellísima saga, significa mucho para mí. Gracias, jefa, por todo. Y mi equipo de corrección… haya sido poco o increíblemente enorme, su apoyo, hicieron este proyecto posible. Gracias por absolutamente todo, todo, todo: Akira de Undaunted, Nix, gracias por su apoyo, por corregir, así haya sido uno, dos, o más capítulos, extendieron su mano cuando llegué corriendo a pedirla y no dudaron ni un segundo. Estoy tan agradecido por su ayuda, y por sus preguntas, sus dudas, sus aclaraciones, sus comentarios. Su participación en este proyecto se hizo notar, sigan así, espero seguir viéndolos en futuros proyectos. WinterGirl, Luneta, Ella R, ya ni sé qué decirles. Tantas gracias que les doy, pero ninguna es suficiente. Han hecho este proyecto tan fácil, han ayudado arduamente en este trayecto tan maravilloso, sin importar carreras, trabajos, compromisos, siempre dispuestas a dar un poco de su tiempo en este viaje. No nos conocemos en persona, y tal vez por los miles de kilómetros que nos separan nos sea imposible conocernos, pero están en mi corazón, y nunca las olvidaré. Gracias infinitas. Aruasi Sargav, ah, qué te digo, que no te haya dicho ya. En Torre del Amanecer te volaste la barda con tu apoyo, y esta vez no fue la excepción. Quedo maravillado por tu enorme apoyo como siempre, gracias por todo, por preguntarme cada detalle de cada palabra que corregías, por esas desveladas donde seguíamos corrigiendo pasada la medianoche. Disculpa por esas veces donde me ganabas y yo terminaba quedándome dormido mientras tú seguías corrigiendo. Pero como siempre dando todas las ganas en estos proyectos, siempre dispuesta, siempre atenta. Gracias, Aruasi, por ser como eres. Por ser tú. Cotota, si me pongo a escribir todas las gracias que te debo, este libro tendrá otras mil páginas, así que trataré de ser lo más breve pero completo posible: gracias. Llevo cinco minutos en seco tratando de saber qué escribirte. Eres increíble, imparable, impresionante. Me hiciste reír a carcajadas, estuvimos corrigiendo por horas, por días, entregabas decenas de capítulos en días, ni siquiera una semana, no, un par de días… increíble. Aquí sí definitivamente no puedo negar que este libro está terminado a tan veloz tiempo en gran parte por ti, tu velocidad de corrección tenía medio libro corregido en una semana, ¡una semana! Eres maravillosa, no me caben palabras, voy a comenzar a repetir lo mismo una y otra vez. Gracias, Cotota, en serio mil gracias por todo, te la debo, chica, de aquí al cielo. Gracias.

Y, por último, pero jamás menos importante, gracias a ti, Lector. Por esperar, por mantenerte a la expectativa, por tu paciencia, por tu comprensión. Por saber que este no era un proyecto corto, y sabías que tomaría su tiempo. Te doy las gracias por tus mensajes de apoyo, de aliento, por depositar tu fe en nosotros, en nuestra calidad. Por mantenerte fiel a nuestra traducción, aunque existían ya otras desde hace más de un mes. Gracias, Lector, porque este proyecto es para ti, al final, ustedes son el fin del trayecto, a ustedes nos dirigimos al traducir, a sus manos, a sus ojos, a su deleite. Ustedes son el final de nuestro viaje cada vez que miramos nuestros proyectos y decimos “hemos terminado”. Les deseo un maravilloso día, una increíble vida, y espero que este libro haya sido todo lo que esperaban de nosotros, y más. Sepan que estaré con ustedes en toda noticia que pueda darles, y siempre atento a leerlos. Los quiso ayer, los quiere hoy, los querrá siempre, por siempre. Vaughan

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