COMUNICARSE CON LOS ANIMALES Laila del Monte

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Querido Lector dispone de más obras de Laila del Monte, sus cursos, seminarios y todo nuestro catálogo en: Ediciones Isthar Luna-Sol [w] www.istharlunasol.com [c] [email protected] [t] +34 696 575 444 Titulo original: Communiquer avec les Animaux © Traducción: Carmen López de la Parte Primera edición: mayo 2011 Segunda edición: febrero 2013 © Ediciones Véga - Guy Trédaniel - enero 2008 © Ediciones Isthar Luna-Sol - 2010 Calle albahaca 17, 45340 Ontígola - TOLEDO (ESPAÑA) ISBN (epub): 978-84-943786-2-1 Depósito Legal: TO-1343-2015 Diseño cubierta: [email protected] Maquetación: [email protected] Reservados todos los derechos. Este libro no puede ser reproducido, integra o parcialmente, por cualquier medio mecánico, electrónico o químico, ya existente o de futura introducción, incluidas fotocopias, adaptaciones para radio, televisión, internet o webTV, sin la autorización escrita del editor.

A mis dos hijos, Shaul y Enosh… ...............................................

Doy las gracias con todo mi corazón a las maravillosas personas que he encontrado en Europa, convertidas ahora en bellas y profundas amistades. Les doy también las gracias por el amor, la ayuda y el apoyo que con tanta generosidad me han dado. Doy las gracias a todos los que han contribuido a la realización final de este libro.

ÍNDICE Prólogo 1. El Lobo 2. Formentera 3. La comunicación por telepatía 4. Las comunicaciones sencillas 5. Los animales y su corazón 6. Los animales y su cuerpo 7. Casos particulares o extraños 8. Los pájaros mensajeros 9. No estamos solos 10. Las señales 11. El despertar 12. Cuando llegan a nuestra vida… 13. Ellos nos enseñan 14. Los gatos gurú 15. Cuando vienen a nuestra vida… nos explican 16. Cómo perdonar 17. Lecciones 18. Amar 19. Cuando creemos que estamos separados 20. Las puertas 21. La preparación 22. Después de la muerte 23. Cuando encendemos la vela 24. Luz

Prólogo

S

olo soy un hombre de caballos, pero pertenezco a una cultura de

miles de años de antigüedad. En las ceremonias tradicionales y de medicina he visto, en varias ocasiones, cosas excepcionales. El encuentro con Laila forma parte de esas experiencias. Yo era muy escéptico al principio, cuando algunos jinetes del equipo francés de salto y una amiga común me hablaron de ella. Lo que me convenció, o mejor, suscitó instintivamente mi interés, fueron sus sencillas cualidades humanas. Los hombres-medicina1 u hombres de ceremonias Cheyene forman parte de las personas más sencillas y humildes que he conocido. Laila se me apareció como poseedora de esas mismas cualidades. Comprendí que había tenido que ser elegida por los espíritus y que ello podía revelarse como una buena elección. Puesto que no soy más que un hombre de caballos, un entrenador tradicional, hablé de ella con algunos ancianos de la reserva (Lame Deer, Montana). Recibí la confirmación que esperaba y la segunda etapa fue la de permitir que Laila y algunos respetados hombres de medicina se conocieran. Así que la invité a reunirse conmigo en Montana durante el verano. Hablamos con un “Sacerdote Sun Dance”2 cuyo nombre era Mark Wandering Medecine. La confirmación de su eventual “contacto directo” con los espíritus no se hizo esperar; tan pronto como se puso frente a él, Laila recibió informaciones excepcionales y concretas sobre él mismo. Mark mostró un gran respeto hacia ella y su cualidad de “conexión” con el mundo sin tiempo-ni-espacio. De forma indudable, Mark estaba sorprendido y casi emocionado frente a esta “joven” mujer. He intentado comprender lo que Laila explica y enseña durante los seminarios, y todo ello forma parte de la cultura amerindia; la confirmación me ha sido dada por todos los ancianos de mi pueblo con los que he hablado. Es por esa razón por la que he aceptado unir nuestras experiencias organizando seminarios juntos. Se trata de dos caminos diferentes para alcanzar la conexión que forma parte de la misma filosofía y la misma cultura, o mejor aún, la misma forma de vivir.

Laila no es una imagen de publicidad o de marketing que utiliza nuevas modas empleadas en el mundo de los caballos y de la equitación de hoy. La verdad que hay en ella, la sinceridad consigo misma, la devoción hacia lo que hace, el respeto de seguir hoy en día un camino trazado de experiencias amerindias es la puerta para ser parte integrante y expresión de ese pueblo. A mis ojos, Laila no es un nuevo gurú con excepcionales dones intelectuales sumergida en campañas de publicidad dándole prioridad a los intereses económicos. El trabajo continuo que realiza sobre sí misma con la ayuda de los hombres-medicina es para mí una garantía; es una garantía para el que aprende de ella; es una garantía para todos el estar protegidos por la experiencia milenaria de la cultura amerindia. Una expresión cultural indígena entre las que reivindican, hoy día, experiencias de relación con la naturaleza basadas en un equilibrio ecológico que nosotros llamamos “círculo sagrado de la vida”. Es en el interior de este círculo donde sitúo el trabajo de Laila por la sinceridad que le pertenece. P. Allori “HEVATAN” 1 En inglés “Medicine man”, para los nativos americanos es el que tiene la clarividencia para su tribu, el que puede transformar las cosas y eventos y, a veces, curar. 2 En inglés “Sun Dance Priest”.

AVISO al LECTOR

E

ste libro describe mis experiencias personales. Por ello invito al

lector a tomar aquello que resuene en su corazón. Es importante respetar la verdadera naturaleza del animal. No se le puede confundir con un humano, pues hay demasiadas situaciones de ese tipo que perjudican a los animales. Para comunicarse con los animales, es indispensable realizar un trabajo sobre sí mismo de manera continua. Es peligroso proyectar nuestras emociones no controladas sobre los animales y sobre las personas a las que transmitimos la información. Cada palabra tiene sus consecuencias. El objetivo de la comunicación no es el de juzgar o criticar a un guardián (empleo esta palabra pues estimo que los animales no nos pertenecen), sino el de ayudar de manera honesta al animal o a la persona. Cuando evoco el hecho de que los animales absorben a través de las personas, tengo que subrayar que es de manera inconsciente. No hay que sentir culpabilidad o hacer reproches a los guardianes o a las personas responsables del animal. ¿De dónde viene la información durante las comunicaciones? Personalmente, yo paso por el Creador, Gran espíritu3, para pedirle que establezca una comunicación, lo que permite una mayor precisión. La comunicación depende de diferentes factores, el Creador está por encima de todo, pero a nosotros nos corresponde hacer un trabajo sobre nosotros mismos. Ahí es donde se encuentra nuestro libre albedrío. En una comunicación, es responsabilidad nuestra proyectar nuestro espíritu con integridad hacia el espíritu del animal. El animal también debe querer establecer esta conexión con nosotros. Somos nosotros los que tenemos que trabajar con disciplina para desarrollar las habilidades de todos nuestros sentidos. ¿Cómo transmitir esta información? Quiero subrayar que lo que es visto, resentido, oído en la comunicación, necesita de manera imperativa del discernimiento y del rigor antes de transmitir la información. Además, nuestras creencias y nuestras proyecciones emocionales pueden confundir las informaciones percibidas. El hecho de pedir la comunicación al Creador no garantiza respuestas libres de proyecciones y de

interpretaciones erróneas. Para toda comunicación, hay que limitarse a informaciones concretas y no entrar en interpretaciones abstractas reforzadas por formas de “desarrollo personal” cada vez más expandidas. La trampa del ego: todos nos sentimos satisfechos de obtener buenos resultados durante las comunicaciones. El peligro es sentirse superior, especial respecto a los otros. Plantéense la pregunta: ¿Se trata de una información útil y condescendiente para el animal y la persona? Utilizo la palabra comunicarse en lugar de la palabra hablar. Si digo: Tu caballo dice… Es una afirmación absoluta. Es decretar que lo que se dice es la única verdad, cosa que no es deseable. Si digo: Cuando me comunico con tu caballo… Esto deja la elección a la persona de tomar o dejar la información, de identificarse con ella o no. Cuando hablo de terapias, de curación o de ayuda, es otro campo totalmente diferente al de la comunicación con los animales. Este es un don que me ha sido ofrecido de ALLÁ ARRIBA desde mi más tierna infancia y que he descubierto a lo largo de mi vida. Por tanto, es, completamente diferente: no puede ni aprenderse ni transmitirse. Deseo precisarlo para que no haya confusión por parte del lector: la comunicación con los animales no permite practicarles terapias.

3 En inglés “Great Spirit”.

El Lobo “La Divinidad está presente en todos nosotros y en todos los seres, como un todo. Como el espacio, la Divinidad está en todas partes, lo impregna todo, es todopoderosa, lo conoce todo. La Divinidad es el principio mismo de la vida, la luz interior de nuestra conciencia y el éxtasis puro… Es nuestro propio ser”. Amma (Mata Amritanandamayi Devi)

V

erano del 2002. Me encontraba en Yellowstone, una magnífica

reserva y parque natural en el norte de los Estados Unidos. Estaba con amigos. Habíamos decidido coger un coche e ir a visitar el parque. Éramos cuatro: David, su amiga Cathy que conducía, Chris un joven de veinte años y yo. Situado sobre una antigua caldera volcánica, Yellowstone es uno de los lugares más bellos del continente americano. Era magnífico: cascadas de luz, géiseres que brotaban del suelo, el omnipresente olor del azufre, la tierra plateada que brillaba de cristales y sales, las fuentes termales, las fumarolas en la tierra, el agua hirviendo de la que escapaba un vapor caliente y extraño, las montañas de color violeta de los grandes cañones detrás de mí. Me encontraba en una tierra encantada, perdida en el tiempo, y de una belleza de las que cortan la respiración. A través de los árboles percibimos bisontes enormes, alces y ciervos que nos miraban con ojos sospechosos. Toda una población de animales salvajes vivía en esa tierra americana. Yo deseaba sobre todo ver un lobo. Siempre me han gustado los lobos. Por supuesto, los lobos que me fascinaban eran los del Libro de la Selva, así como la legendaria loba que amamantó a Rómulo y a Remo. Me imaginaba que ella nos había adoptado a mi hermano mellizo y a mí, y que nos protegía. Todo eso no tenía nada que ver con la realidad, pero me daba igual: todo era más bello de esa manera. Algunos años atrás, en Estados Unidos, conocí a una mujer chamán de origen amerindio y asiático. Bajo los sonidos rítmicos del tambor, con los ojos cerrados, fue un lobo lo que se me apareció durante ese viaje rítmico. No sabía si todo eso era real o si simplemente era fruto de mi imaginación. No podía olvidar su mirada amarilla, el olor de su pelaje espeso al que me había aferrado. Ahora quería ver uno de verdad. Me habían dicho que la ciudad de Yellowstone intentaba introducir de nuevo a los lobos que habían sido diezmados por la caza. Quedaban pocos y se escondían.

Una horda de alces se acercó a nosotros. Un gran macho estaba muy cerca, a la entrada del puente, parecía furioso. Otros tres más pequeños, probablemente hembras, le esperaban en medio del puente. Evidentemente era el líder del grupo. No había ningún otro medio de llegar al otro lado del río. Estábamos muy impresionados y asustados. Tras deliberarlo, se decidió enviarme como portavoz. Tenía el miedo metido en el cuerpo. El alce tenía un aspecto más bien amenazador con su gran cornamenta, además, no parecía en absoluto querer dejar sitio a esos pobres humanos civilizados perdidos en la naturaleza. Era su territorio y ese río brillante, de un azul profundo, le pertenecía. Me mantuve a una distancia desde la que me podía sentir segura y le comuniqué rápidamente, mentalmente, que nos dejara pasar, que no íbamos a molestarle. Pero estaba verdaderamente furioso y no tenía intención alguna de colaborar. Le expliqué que queríamos pasar al otro lado del puente. Comprendía perfectamente que no le gustaran los turistas de dos patas que invadían su territorio, pero no queríamos hacerle ningún daño. Deseábamos simplemente atravesar el puente. Le envíe en varias ocasiones imágenes de nuestro grupo andando rápidamente sobre el puente con una actitud benévola hacia él. Le mostré una imagen del puente, libre ya de esos “molestos extranjeros”, alejándose hacia el horizonte azul violeta de las montañas. Tras varias tentativas llegamos a un acuerdo. Les dije a mis amigos que seguían preocupados: “Ahora pasemos uno a uno en silencio, y sobre todo sin mirarle a los ojos”. Ese día yo debía convencerme de la realidad de la comunicación por telepatía, había sido una prueba. Todos contaban conmigo. Nuestro amigo David avanzó con valor, y el alce nos dejó pasar. Casi teníamos que rozarle y nos miraba con ojos feroces. Por si acaso, yo estaba dispuesta a saltar al río… Los otros alces nos dejaron pasar sin hacer un solo movimiento. Al final de esa extraordinaria tarde, tomamos el camino de regreso. Dormitaba. David me despertó de un codazo y dijo: “¡Mira el lobo!” Solo vi una sombra plateada y la chispa amarilla de sus ojos, que huía delante de las luces de nuestro coche. Exclamé: “¡Oh, no, no es suficiente! ¡Quiero ver realmente un lobo!” Después me dormí enseguida, cansada por las aventuras del día. Al día siguiente, el mismo grupo volvió a salir en expedición. Habíamos previsto terminar la tarde sobre una de las montañas violetas que percibíamos a lo lejos. De regreso, cerca de medianoche, nos paramos a mirar el mapa, pues nos habíamos equivocado de carretera. La luna iluminaba ese paisaje fantástico y sobrenatural. En el aire flotaba

siempre el olor embriagador y espeso de las sales minerales. En el momento en que el coche se detuvo, sentí cómo todo se movía a mi alrededor. Pensé: “¡Tiene que haber un terremoto!”, pero en el coche mis compañeros no parecían preocuparse, estaban ocupados en encontrar el camino de vuelta. De repente sentí que abandonaba mi cuerpo. Un gran vacío interior me dio la impresión de que no iba a volver nunca, tuve miedo de no poder regresar. Después sentí una gran Presencia de Luz, una sensación muy potente de una corriente que irradiaba, que entraba por mi cráneo y descendía a lo largo de la columna vertebral. Apenas podía respirar de lo fuerte que era, me parecía que iba a vomitar. Mi amigo David intentaba calmarme pero apenas podía contener esa gran Fuerza en mi cuerpo. Era tan poderoso, como si mi cuerpo se fuera a consumir. Aparentemente Chris veía cosas que yo no podía ver, me dijo: “Déjate llevar, no luches, será más fácil si no te resistes”. Me relajé con gran dificultad, sentí como una luz redonda y rosa, palpable, que entraba por mi frente, luego me inundó una paz maravillosa y absoluta. La Fuerza seguía ahí, pero me deslicé hacia un espacio intemporal, suave como la miel, a la vez oscuro y luminoso. Formaba parte del Todo. Era muy sencillo. Yo no era nada y lo era todo a la vez. Estaba ahí desde siempre en esa Paz sin sustancia. Para siempre. Era tan límpido, como si nada más existiera o tuviera importancia. Creo incluso que ni respiraba, al menos ni siquiera sentía ya la respiración, sin embargo estaba viva, más viva que nunca. Me encontraba en el centro de ese espacio infinito, sin límite, al mismo tiempo era consciente de las personas presentes en el coche, de la carretera, del bosque y de la luna. Era consciente de todos los demás en mi vida, formaba parte de todos ellos y al mismo tiempo estaba ausente, lejos de las emociones, únicamente en la Paz. Después oí la voz clara de Chris: “¡Ahora tienes que volver, vuelve!” Pero no yo tenía ninguna intención de volver. Ahí donde me encontraba todo era perfecto. Sabía que mi cuerpo estaba en alguna parte, sentado en ese coche, pero estaba muy lejos de todo ello. Chris insistió: “Vuelve ahora”. Sin tener realmente intención de volver, de repente, me encontré de nuevo sentada en el asiento trasero del coche, con la sensación de una potente Luz en toda mi espalda y de una energía casi insoportable, eléctrica, en mis manos. Estaba atónita. Mis compañeros me miraban. Tenía hambre, mucha hambre. Imposible mover las manos. Me pusieron un trozo de plátano en la boca. Su sabor era extraño, como si estuviera probando una nueva variedad o como si no hubiera sabido

nunca lo que era un plátano. Apenas podía controlar toda esa energía en mi cuerpo. Oí el ruido del motor. Retomamos nuestro camino. A pesar de todo, dije en voz alta: “¡Sigo queriendo ver un lobo!” Era más de medianoche. Estábamos en medio del bosque y la luna brillaba con su luz fantástica en el negro cielo. Pero el encantamiento estaba en el interior de todo mi ser. El bosque y la luna mostraban otra realidad. De repente, un frenazo, y Cathy, nuestra conductora dijo: “¡Hay un lobo!” En plena noche, en medio del bosque, los ojos amarillos y brillantes del lobo estaban fijos en los míos. Un lobo de color gris plateado, delgado, con costillas que sobresalían, solo, a dos metros a mi izquierda. Dejé de respirar, no podía mover las manos, estaban con las palmas hacia el cielo, vibrantes de toda esta energía en el interior. El lobo estaba conmigo, en mí, y yo estaba perdida en el oro oscuro de sus ojos. Me miraba. De vez en cuando bajaba la cabeza como si comiera algo, pero no había nada sobre el asfalto frío y negro de la carretera. Luego me volvió a mirar. Súbitamente, el lobo se desplazó de forma silenciosa, rodeó el coche para acercarse a mi ventana. Justo en ese momento se me encogió el corazón. El animal volvió rápidamente al otro lado del coche y siguió mirándome intensamente a los ojos. Él y yo. Eso era todo. Un encuentro. Mis compañeros le miraban, les oía respirar a mi lado, pero era como si estuviesen en otro mundo. Me encontraba envuelta por el brillo único y salvaje de sus ojos, yo formaba parte de él. Todo parecía muy claro y definido, como si hasta entonces hubiese estado ciega y que de repente alguien me hubiera dado unas gafas. De alguna manera, en el fondo de mi conciencia, sabía que ese lobo era una ofrenda privilegiada. Un haz de luz iluminó la carretera, detrás de nosotros. Otro coche se acercaba, nuestra conductora volvió a poner el motor en marcha. La mirada del lobo estaba ahora a mis espaldas. Habían pasado diez minutos desde este encuentro entre el lobo y yo. Sabía que mi vida iba a cambiar para siempre. Esa noche tuve que dormir completamente vestida en la habitación del hotel porque la energía era tan fuerte en el interior de mis manos que apenas podía moverlas. Soñé que una manada de lobos entraba en mi habitación, formando un círculo alrededor de mi cama, velando mi sueño.

Formentera “Todas las cosas comparten el mismo aliento: el animal, el árbol, el hombre, el aire. Todos comparten el mismo espíritu y la vida que los sostiene” Jefe Squamish de Seattle

C

uando era pequeña, quería ser como el rey Salomón: hablar con las

plantas, los animales e incluso las piedras. Me fascinaba. En aquella época la sabiduría no me interesaba. Eso era para los reyes de largas barbas. Pasábamos todos nuestros veranos en la isla de Formentera, en las Baleares. Tres meses de felicidad, de luz y de Mediterráneo. Mi hermano y yo vivíamos en casa de Manuela, una campesina de la isla, mientras que mis padres, escritores, consagraban una gran parte de su tiempo a la escritura. Los primeros años dormíamos en la bodega, en colchones hechos con algas. Del techo colgaba una cuerda en la que se colocaban en fila ristras de tomates para secar. No era muy confortable pero olía bien a mar. Más tarde nos instalaron en la habitación de abajo. Nos dormíamos escuchando el ruido de las uvas que fermentaban en los grandes recipientes de cerámica. Había muy pocos habitantes, un solo taxi, el número uno, y un autobús, eso era todo. Las pocas familias de la isla hablaban el payés, un dialecto derivado del catalán, y algo de castellano. Todos los sábados íbamos al pueblo con Carmen, la hija de Manuela, al único cine al aire libre que existía en la isla. Había que esperar a que se hiciera de noche para ver la película. Las noches eran muy calurosas. Mientras tanto, los habitantes del pueblo paseaban con sus bonitas ropas de domingo. Las chicas andaban cogidas del brazo, haciendo revolotear sus faldas blancas, perfectamente planchadas, y mirando a los chicos por el rabillo del ojo. Los chicos mostraban sus músculos, decían tonterías y hablaban alto para llamar la atención. Las mujeres se sentaban fuera, contándose historias y agitando sus abanicos, mientras que los hombres se tomaban un café o veían un partido de fútbol. Eso era antes de la llegada de los hippies a la isla. Todas las películas eran americanas, dobladas al español, pero tan censuradas que no entendíamos nada. Tampoco oíamos nada. Todo el mundo hablaba durante la película, mientras comían pipas y kikos. Los chicos aprovechaban para acariciar las piernas de las chicas a escondidas o

intentaban captar su mirada. Una chica nunca salía sola. Siempre la acompañaba una tía, mujer vestida con traje negro y con sombrero de paja típico de la isla. Yo siempre iba con mi hermano, nosotros éramos extranjeros. El resto del tiempo lo pasábamos en la granja. Había cabras, ovejas, un burro llamado Ara, cerdos, conejos y gallinas. No había ni electricidad ni agua corriente. El servicio estaba fuera. Utilizábamos el agua del pozo para lavarnos. El agua clara del tanque servía para que bebieran humanos y animales. El agua era algo precioso, pues llovía muy poco. Si una lagartija caía en el depósito de agua y se descomponía, había que vaciarlo, blanquearlo con cal y hacer llegar en camión cisterna de otra isla. No había hierba. La isla era tan árida que las cabras comían las hojas de las higueras chumbas. Me preguntaba cómo no se pinchaban la boca. Les encantaba. Para ellas era un manjar como el helado de pistacho o limón que tanto nos gusta, ¡una delicia! Manuela me había enseñado cómo ordeñar las cabras. No era fácil. No apreciaban para nada mi mano sin experiencia. Con esa leche se hacía el único queso de cabra de la isla, que se ponía a secar en lo alto de los patios hasta que se volvía consistente con miras al invierno. Los habitantes de la isla preparaban esa estación con bastante antelación. Íbamos a buscar higos que poníamos a secar sobre hojas de parra. Dentro metíamos semillas de hinojo que habían sido recogidas en el borde de la carretera. También secábamos las almendras y preparábamos tarros de aceitunas. Cuando llegaba el mes de septiembre, mi hermano y yo ayudábamos en ocasiones a vendimiar. Toda la uva recogida era vaciada en el lagar. Carmen, mi hermano y yo las pisábamos con nuestros pies descalzos. Bailábamos y cantábamos mientras pisoteábamos la aterciopelada y suave uva, mientras que un jugo escarlata, suave y perfumado, se escurría en el recipiente. A las mujeres no se les permitía hacer el vino porque supuestamente hacían que se volviese agrio. Éramos nosotros, con nuestros pequeños pies de críos, los que hacíamos el vino. De todas formas estaba agrio. Los hombres tenían porrones, echaban la cabeza para atrás y dejaban que el hilillo de vino goteara en sus gargantas, con los ojos medio cerrados. Se divertían viendo quién lo hacía mejor. Nos alimentábamos con leche de cabra. Manuela cortaba una rama de la higuera, la abría con un cuchillo, extraía un jugo extraño, pegajoso y verde. Lo ponía en un plato lleno de leche de cabra caliente y humeante. La leche cuajaba y una vez cubierto todo de azúcar se convertía en un postre delicioso. ¡Hasta el flan se hacía con leche de cabra! Un día

alguien trajo una vaca a la isla, la única vaca. ¡Todo el mundo quiso verla, nunca habíamos visto una vaca antes! Más tarde también hubo un toro en el campo de al lado. Cuando saltábamos por encima del muro de piedra para ir al “servicio”, había que tener mucho cuidado para no servirle de blanco. Mi hermano y yo pasábamos mucho tiempo con los animales. Yo sabía que estos poseían otros niveles de percepción diferentes a los del ser humano. Bastaba con entrar dentro del otro, era muy fácil. Me sentaba en el muro de piedra con mi hermano y mirábamos las cabras y las ovejas. Mi hermano le había puesto un nombre a cada una de ellas. Su Majestad, la Señora Duquesa, la Señora Condesa, etc. Yo sabía cómo se sentía cada una de ellas cada día: el calor agobiante, la sensación calmante de la sombra, todo el rebaño agrupado alrededor del único árbol en el árido campo, la sed en los labios, la cuerda que cortaba la carne de sus patas, para que no se escapasen y que las hacía cojear, sentía cómo sus percepciones nos concernían. Sus sensaciones se convertían en las mías. Me bastaba con sentarme sobre el muro, con no pensar en nada, con mirarlas, y podía captar lo que sentía cada una de ellas, ya fuese la Señora Duquesa o la Señora Condesa. Hablaba con los cerdos. Me gustaba darles restos de comida, no se enfadaban cuando yo les hacía rabiar vaciando las cáscaras de melón sobre sus cabezas. Me daba cuenta de que tenían siempre una mente muy rápida y despierta. Sus pensamientos eran vivos. Provocaban una sensación aguda en mi cabeza y eso me divertía. Los cerdos son muy inteligentes. Apreciaban mis visitas, sobre todo si llevaba sandía. También iba a ver a Ara, el único burro de la familia que estaba encerrado casi todo el día en la casita oscura detrás de la casa. Siempre triste y cansado, se aburría terriblemente. Su soledad rebasaba el grado de simple aburrimiento. En realidad estaba deprimido. A veces, cuando iba a verle, me daba la espalda pero aún así me quedaba junto a él porque sentía mi presencia. Nos quedábamos juntos en silencio para sentirnos el uno al otro. Le sentaba bien saber que yo le entendía, aunque no pudiera hacer nada por mejorar su condición actual. Pasaba horas observando las hormigas y molestando los coleópteros en los caminos de arena. Me divertía poniéndoles ramitas de madera como obstáculo en sus trayectos. Al principio, siempre estaban resignados a su pesado destino, intentaban superar los obstáculos. Me extrañaba ver que siempre intentaban superar el obstáculo sin buscar otra solución. Para gran sorpresa de ellos, cuando yo notaba que empezaban a estar demasiado cansados, me gustaba levantarlos para acortar el camino de su

destino y eliminar todos los obstáculos. Me convertía en un deus ex machina magnánimo. Construía igualmente casas con hojas y ramitas para los caracoles que recuperaba en la carretera, la mayor parte de las veces con el caparazón roto. No sabía si su hábitat podía repararse, así que había que construirles una nueva casa artificial. Me encantaban las huellas plateadas que dejaban sobre las hojas. Se sentían aliviados y agradecidos. Pero al día siguiente ya habían abandonado la nueva casa que les había construido. También me gustaba salvar a las moscas de una muerte inminente cuando se caían en la colada. Tenían mucho miedo y se debatían con todas sus fuerzas para salir adelante, ello creaba una onda eléctrica que atravesaba todas las fibras de mi cuerpo. Así un pequeño trozo de madera servía de barco refugio, me gustaba su sensación cuando se encontraban pasmadas al sol, bañadas de detergente, como borrachas. Sus alas transparentes parecían temblorosas, y las drosophilas felices de estar vivas. ¡El resto del tiempo detestaba las moscas y lamentaba inmensamente haberlas salvado la vida! Así transcurría el paso de los meses, a la merced de los placeres de vivir en esta isla. De pequeña, estaba conectada con toda la naturaleza. Todo en ella estaba vivo, todo respiraba y yo respiraba al mismo tiempo. Todo vibraba y formaba parte de mí: la arena ardiente cantaba bajo mis pies, el olor de las higueras penetraba en todas mis células. El jugo de las moras que goteaba en mi garganta se volvía vivo como un néctar de los dioses. Las casas blancas, pintadas con cal, me invitaban al descanso a la espera del frescor de la tarde y me contaban sus recuerdos. Incluso el silencio bajo el calor agobiante del mediodía, interrumpido únicamente por los grillos, me llenaba de su aliento, a mí y a todos los seres, grandes y pequeños, que vivían en la isla. De pequeña, en mi fuero interior yo sabía que todo tenía un alma y que todo permitía un diálogo. A menudo, durante la noche, me deslizaba fuera y bailaba para la luna, hablaba a los espíritus del agua del pozo quienes respondían al eco de mi voz, me sentaba al pie de un gran pino que me gustaba y le confiaba mis secretos. Yo sabía que había seres pequeños que vivían por todas partes, escondidos en la naturaleza y que me observaban. A veces, encontraba lugares “especiales” y dejaba ofrendas, tomillo y piedras encontradas en el borde del mar. Me gustaban las hadas y pasaba horas dibujándolas y buscándoles nombres. Vivía en un mundo interior, siempre renovado y maravilloso, “construía” todo en mi cabeza, durante horas. En la isla no había juguetes, la isla en sí misma se convertía en una plastilina gigante, modelada por mi imaginación. Al

crecer lo perdí todo. Primero, era muy difícil soñar en el colegio. Había que encontrar técnicas sutiles para que la maestra no se diese cuenta. Y después, pasada una cierta edad, se supone que ya no tenemos que creer en las hadas. ¡Es peor aún que creer en Papa Noel! Entonces aprendí a ser crítica, a enunciar teorías, a juzgar y a hacer disertaciones. Ya no había sitio en mi cabeza para escuchar a la naturaleza o a mi ser interior, puesto que me llegaban pensamientos muy ruidosos, por momentos, que inundaban mi conciencia. De vez en cuando encontraba una interioridad en forma de sueños magníficos o de visiones, para recordarme que existía otro mundo paralelo al metro, a la monotonía y a los discursos intelectuales en los cafés llenos de humo. Pero la realidad de la vida cotidiana prevalecía poco a poco. Un día, el año de COU, tuve un cero en la clase de química, porque había escrito ácido feérrico4 en la hoja del examen en lugar de ácido férrico. El profesor estaba furioso. ¡Me lo había subrayado tres veces en rojo, con varios puntos de exclamación! Después, me convertí en bailarina profesional y me fui a vivir a Madrid. Había que ensayar mucho, trabajar la técnica, tener ambición para llegar cada vez más lejos, ser cada vez “más” y convertirse así en la mejor. Yo sabía que había una parte de mí misma que estaba olvidada, pero no tenía ni el tiempo ni la energía de volver a encontrarla.

4 En francés “féerique”, que significa mágico.

La comunicación por telepatía From Spirit to Spirit ® “Al comienzo de todo, la sabiduría y el conocimiento estaban con los animales, pues Tirawa, El de Arriba, no hablaba directamente al hombre. Enviaba a los animales para decir a los hombres que Él se mostraba a través de las bestias y que solamente a través de ellas, de las estrellas, el sol y la luna, el hombre debía aprender. Todas las cosas hablan de Tirawa” Jefe Eagle (Letakos Lesa) Pawnee

Y

o me comunico con los animales. Esta comunicación se hace de

espíritu a espíritu. Considero la comunicación animal como algo sagrado. Es un regalo maravilloso poder hacerlo. Gracias a la comunicación he recorrido el largo camino para encontrar lo que ya había comprendido cuando era pequeña. En esa época había dejado España y vivía en Estados Unidos. Estaba totalmente volcada en mi carrera de bailarina. Sabía que poseía una hipersensibilidad, pero para mí era más un obstáculo que una ventaja y eso me hacía sufrir más que otra cosa. Era como una esponja, lo sentía todo, lo cogía todo, y además era susceptible. Todas esas sensaciones podían volverse contra mí. Había perdido la inocencia de mi infancia. La telepatía jugaba, más que otra cosa, en mi contra, puesto que sentía todos los pensamientos negativos. Un día descubrí que la telepatía no era un arma, sino un instrumento. Empezaba a darme cuenta de quién era yo realmente. A partir de entonces, decidí encaminarme completamente hacia ese ámbito, pues poseía esa capacidad desde la infancia. Quería ir más lejos, sentía que era el camino que tenía que tomar. Comunicar con los animales se hace por telepatía. Cuando oímos la palabra telepatía, pensamos a menudo en alguien que entra en la cabeza del otro y le impone sus propios pensamientos. Pero realmente no es eso. En la comunicación por telepatía, recibimos las impresiones del animal, que pueden llegar en forma de palabras, de imágenes o de sensaciones. Así es como nos comunicamos verdaderamente entre nosotros, los hombres, pero estamos acostumbrados a aferrarnos a las palabras. Por ejemplo, yo puedo transmitir en impresiones lo que hubiera dicho con palabras: “¡No vayas por la carretera! ¡No te alejes!” Existe un mundo entero muy rico en impresiones detrás de las palabras. Puesto que los

animales no tienen cuerdas vocales para formar palabras y frases, basta con ir directamente a buscar impresiones. Comienza por el hecho de establecer una comunicación en la que recibo informaciones, y después, descodifico esas impresiones y las traduzco en cierto modo para poder retransmitirlas al humano que cohabita con ese animal. Con la comunicación puedo tener todo tipo de informaciones sobre el animal en cuestión, en particular en lo relativo a sus estados de ánimo y sus emociones hacia la persona humana, hacia los otros animales que le rodean, y conocer mejor sus deseos. Existe un abanico de deseos muy amplio en el animal, tal como existe en nosotros, únicamente no nos damos cuenta porque no los oímos. Por ejemplo, el animal ¿quiere o no quiere participar en una competición?, ¿quiere quedarse en casa de tal persona, en tal lugar?, ¿quiere seguir viviendo si está enfermo, o bien desea partir? Con la comunicación, es posible también mirar el cuerpo físico, ver cómo se sienten los animales, si sufren o sienten un dolor localizado, darse cuenta si son capaces de realizar una carrera, si están enfermos. La comunicación también permite transmitir un mensaje rápido a un animal, yo le envío imágenes. Por ejemplo, si quiero decir: “¡No vayas por la carretera, te van a atropellar!” o “¡Hay coyotes por aquí, es peligroso, no te alejes!”, envío imágenes del coche, del impacto del choque o del coyote y de sus colmillos. Añado los sonidos e incluso los olores. Cuanto más vivas y detalladas son las imágenes, más claro es el mensaje. Por ejemplo, en el caso del coyote, envío también el olor del pelaje, del aliento, así como la sensación de los dientes que se enganchan al cuello del pequeño animal, el miedo. Todo lo que permite visualizar mejor. Intento formar una imagen completa de la situación. Por supuesto, es una proyección holográfica en el futuro, de lo que podría ocurrirle al animal, de hecho esto se traduce por: “Si te alejas de la casa, corres el riesgo de ser comido por un coyote”. Si alguien me dice con palabras: “¡Corres el riesgo de ser comido por un coyote!”, yo también tengo esa asociación de imágenes en la cabeza, pero ocurre tan deprisa que no me doy cuenta. De esta forma, al mismo tiempo le preciso al animal que no es una realidad, sino una posibilidad virtual en un futuro indefinido, y que no hay que ponerse delante del peligro, intencionalmente, para desafiar al destino. Cuando busco a un animal perdido, a través la comunicación, recibo imágenes y sensaciones. Por ejemplo, siento sus patas sobre la hierba o el cemento, siento la textura del suelo bajo sus patas, si hay viento, sol o nieve, edificios, una carretera o un prado. Me pongo en el lugar del animal y miro el mundo a través de sus ojos. Sin embargo, cada uno es

diferente, según el sentido que está más desarrollado en él. Algunos oyen, otros ven y otros huelen. Lo ideal sería poseer el conjunto de esos sentidos a la vez, de este modo la comunicación es más completa. Cuando realizo una comunicación, procedo por etapas. En la primera fase, proyecto mi espíritu hacia el Gran Espíritu, pues ello corresponde a mis convicciones personales. Seguidamente me reúno con el animal. Al principio no se distingue lo imaginario de la realidad. Más tarde, con la práctica, conseguimos discernir bien lo que es “fantasía” y comunicación real. Es necesario cierto entrenamiento para adquirir mayor soltura en la comunicación. Para estar segura de que me dirijo al animal correcto, necesito una fotografía. También puedo comunicarme sin fotografía, pero el trabajo es más fácil si dispongo de una imagen del animal. La fotografía permite tomar contacto con la esencia del animal. Si solo tengo un nombre, “Minette”, no es suficiente, pues en Francia existen miles de “Minette” de muchas formas y colores. A lo largo de la comunicación observo al animal, que se encuentra delante de mí, miro su personalidad, si parece acogedor, desconfiado, contento, triste, enérgico o cansado. Me quedo con él, simplemente en su presencia. Le capto. Es como si estuviese realmente delante de él. Si entro en una casa en la que hay un perro, comienzo por captarle antes de entrar en contacto con él. Captar es recibir un conjunto de sensaciones y de informaciones que me llegan en unos segundos. Así, después de eso, decido si me acerco o no al perro. En la comunicación a distancia es exactamente lo mismo, pero al principio descodificar las informaciones lleva un poco más de tiempo. A continuación me comunico con el animal, interiormente. Escucho las respuestas que llegan en forma de imágenes, de percepciones, de sensaciones o de pensamientos. La escucha es lo más importante. Entre nosotros los humanos, estamos acostumbrados a hablar mucho. Hay siempre una enorme cantidad de palabras que sale de nuestra boca y si lo escuchamos es porque estamos obligados. Entonces, mientras el otro habla frente a nosotros, tenemos ya una respuesta hecha, estamos en la anticipación, así que no escuchamos realmente. Los animales escuchan, es por eso por lo que nos sentimos comprendidos y amados en su presencia. Cuando estoy frente a un caballo, primero él me percibe. Todos sus sentidos están despiertos para captar mi presencia, mi ser y quién soy. Él escucha antes de comunicar. Ha sido escuchando a los animales como he aprendido a hablar de forma más calmada, a entrar en el silencio, a oír al otro. Me he dado cuenta de que es en ese tiempo de escucha cuando estoy verdaderamente en el momento presente. Imposible proyectarme en el

futuro, el pasado o en la fantasía. Tengo que estar ahí, completamente enfocada en el aquí y ahora. Tengo que estar. En la comunicación, después de haber escuchado, me siento como el animal que está frente a mí. De alguna manera, tomo su identidad. Viendo el mundo con sus ojos no me equivoco. Para ello, tengo que abstraerme de todas mis preocupaciones, de mis pensamientos tumultuosos y de mis emociones fuertes. A veces, si no me siento en paz ese día, ocurre que tengo que dejar la comunicación para más tarde. Si estoy nerviosa o si tengo ganas de llorar e incluso si estoy muy alegre, mi comunicación puede verse falseada. Pero con la práctica, se consigue volver a centrarnos rápidamente. Ese silencio está en nosotros, podemos acceder a él en cualquier momento. Oigo solamente lo que necesito saber para ayudar al animal. En esa tranquilidad nos deshacemos de todos los juicios que tenemos en nosotros y que podríamos transferir al animal. Todos tenemos un sistema de creencias, bien anclado, ligado a nuestra infancia, a nuestra cultura y a nuestro entorno. No es tan fácil deshacernos de él. Para ello, hay que convertirse en el otro, ser el otro. Así, los muros que forman nuestras creencias, nuestros juicios negativos o positivos, se atenúan y podemos entonces recibir todo tipo de informaciones en forma de pensamientos, de sensaciones o de imágenes. En la comunicación, oigo solo lo que necesito saber para ayudar al animal. Ni más ni menos. Lo más importante es querer ayudar. Es aconsejable realizar las primeras comunicaciones guiado por una persona experimentada. Espero para recibir eventualmente informaciones suplementarias. Estas vienen del Gran Espíritu, del Universo o campo cuántico. Algunas veces llegan enseguida, otras veces simplemente tengo que esperar. Hay muchas técnicas diferentes para comunicarse. Lo que cuenta es saber que poseemos todos el mismo lenguaje, nos pertenece, basta con encontrarlo. La telepatía era el verdadero idioma universal antes de la separación de las lenguas, ¡en la época de Babel! Ese lenguaje es como un bello diamante que ha estado enterrado durante mucho tiempo en una mina. Basta con rascar un poco, quitarle el polvo y pulirlo. Las técnicas son simplemente herramientas para despertar la memoria, saber cuál utilizar no es importante. A partir del momento en el que podemos comunicarnos con los animales, podemos hacerlo con el conjunto del universo, puesto que todo tiene una conciencia, un espíritu. Incluso las piedras. Todos nuestros pensamientos, nuestras emociones, al igual que nuestras palabras son oídos y recibidos en el universo, todos ellos vibran y afectan a los otros espíritus. Es por esta razón por la que hay que ser consciente de lo

que se dice, de lo que se siente y de lo que se piensa. No solo vuestro gato o perro tumbado a vuestros pies os oye, aunque no lo parezca, sino también vuestro caballo cuando vais de paseo con él o cuando habláis por el móvil. Incluso las arañas de las paredes y muchos otros seres, por todos lados, arriba, abajo, por todas partes en el universo, os oyen. ¡Estamos muy rodeados! La comunicación es importante sobre todo para nosotros, para que nos demos cuenta de hasta qué punto los animales son conscientes y sepamos lo que sienten. Ellos ya saben comunicarse entre especies. Nosotros tenemos que acordarnos, tenemos que despertar nuestra conciencia así como reparar el desorden que hemos sembrado en nuestro planeta. Los animales son seres libres, no nos pertenecen. Vienen a nosotros en la Tierra y eligen compartir su vida con nosotros. No se compra verdaderamente un animal puesto que es imposible poseer otro ser vivo. Los animales forman parte de la Creación, como nosotros. El valor fijado a un animal es un error. Basta con pensarlo, es algo muy lógico. Un animal no puede costar cien, mil o un millón de euros. Antiguamente, se vendían las hijas para el matrimonio a cambio de algunas ovejas, o de todo un rebaño, o de camellos, según la posición social de la familia. En nuestros días, en nuestra cultura, no se nos ocurriría poner precio a nuestros hijos, puesto que nos parece aberrante que el comercio de humanos y la esclavitud hayan podido existir. Espero que algún día ocurra lo mismo con los animales domésticos. Nos han sido enviados. Que vengan de una tienda, de un criador o de la calle importa poco. A veces vienen directamente hasta nuestra puerta. Incluso para esas damas que poseen hoteles de cinco estrellas para gatos, con muchos clientes de los que ocuparse, a los que alimentar, un recién llegado nunca está allí por casualidad. Siempre estará presente por algo. A veces es para ayudarnos a comprender mejor muchas cosas, y otras veces para grandes o pequeñas lecciones de vida. Estas no están determinadas por el tamaño del animal. Eso fue decidido mucho antes. Quizá un día podamos todos comunicarnos y colaborar con los animales así como aprender de ellos. Los juegos son importantes para nosotros. Nos gusta organizar competiciones, pruebas y grandes premios. No somos ni amos ni propietarios, únicamente guardianes. Por el momento, los animales están bajo nuestra tutela. Velamos simplemente para que sean alimentados, alojados y amados. Si a un animal le buscamos por todas partes y no vuelve, es porque tiene ganas de irse y de no ser encontrado, entonces hay que abandonar la búsqueda. Estamos en este planeta para vivir en armonía con el mundo de los

animales con el fin de explorar con nuestros compañeros de camino la paleta de las más sutiles emociones. Si deben irse de este planeta porque es la hora, o simplemente porque quieren visitar otras dimensiones, no hay que aferrarse a ellos. Su espíritu espera que estemos preparados para poder irse. Es difícil perder ese pequeño o gran cuerpo de pelaje que tanto hemos querido, pero su espíritu, no le da tanta importancia a esa envoltura física. ¡Si supieseis todo el Amor que el Creador, el Gran Espíritu, siente por nosotros, tan vasto e infinito, os sería mucho más fácil dejarles partir! El amor está por encima del apego.

Las comunicaciones sencillas “Dadme el don de un corazón que escucha” El rey Salomón

U

n día me pidieron que realizara una comunicación por una iguana

que se había perdido. ¡Recibo peticiones de todo tipo en Estados Unidos! Me puse a buscar a Freddy en comunicación dentro de mi espíritu. Encontré a Freddy. Poco a poco, vi a través de los ojos de la iguana, entré en su cuerpo y me convertí en ella conservando mi conciencia de Laila: “Estoy en un jardín con árboles, el suelo está cubierto de hojas secas. Sólo veo las raíces de los árboles, pero sé que son árboles. Es como si mirase las raíces con una lupa, veía todos los detalles. No había sentido eso nunca con mi cuerpo de humano. De manera extraña el mundo me parecía muy llano. No veía muy alto, nunca el cielo, pero sabía que era azul. Si levanto la cabeza, veo azul. La sensación del sol sobre mi piel es extraordinaria. No me quema, me reconforta y me tranquiliza. Es diferente de la luz que entra en mi jaula. La tierra huele bien. Debajo de mí, el suelo está algo seco y crujiente, pero muy agradable. Cada parcela de tierra emite un olor diferente. También es muy agradable sentirme bajo la tierra, en la fresca oscuridad del túnel. Aquí la tierra es más oscura, un poco húmeda y con un fuerte olor. Huele tan bien, tengo ganas de dormir aquí para siempre. Las sensaciones son más agudas que en mi cuerpo humano, mi olfato está más desarrollado y oigo hasta el más mínimo sonido. Puedo pensar muy deprisa, mi espíritu es muy ágil, y cuando descanso ya no pienso en nada. Se hace el vacío. No sé dónde me encuentro, pero me siento bien. Estoy viva, ¿no? ¿De qué tendría que tener miedo? Sí, está Isabel, pero me encuentro bien, aquí, ahora. No, creo que no voy a volver a su casa, quizá después de una siesta en el fresco túnel, ya veremos más tarde…” Al ponerme en el lugar de Freddy, las sensaciones son más agudas que en mi cuerpo humano, mi olfato está más desarrollado y oigo hasta el más mínimo sonido. Puedo pensar muy deprisa, mi espíritu es muy ágil. Existe lo que yo llamo las comunicaciones “sencillas”, que son suficientes para saber lo que el animal piensa. Las comunicaciones más complejas son aquellas en las que hay que resolver un gran problema de comportamiento. Situaciones emocionales en las que los animales

“captan” en el lugar de las personas sus problemas físicos o misterios por resolver. He aquí algunos ejemplos de comunicaciones sencillas. Una señora me llamó por su perro Georges, un pequeño bulldog que vivía en Beverley Hills. La señora quería saber únicamente si era feliz. Le pregunté quién compartía la casa con ella. Esa señora vivía con su marido, con un cocinero y una mujer de la limpieza. Vi al perro venir a mi encuentro, con una mancha blanca en la oreja, lo que le daba un aire travieso y pícaro. Estaba muy contento de venir a hablarme. Se acercó impaciente y alegre. Georges estaba muy mimado, vivía en una lujosa casa americana. Me enseñó grandes salas luminosas con los suelos de mármol blanco. Le seguí de una sala a otra. Era el amo y señor de esta casa. Iba donde le parecía y hacía lo que quería. El “chef” era el único que no le dejaba entrar en la cocina, pero se colaba por la puerta, a escondidas, cuando estaba entreabierta. Me enseñó la cocina. ¡Olía tan bien en el interior! A veces podía quedarse sin que el chef se diera cuenta. El pobre chef le apreciaba mucho, aunque protestara sin parar. De vez en cuando el cocinero estaba de buen humor y le daba pequeñas golosinas. Pero en la actualidad el hombre estaba triste pues su amante le estaba dando problemas. Algunos días antes estaba llorando solo en la cocina. También estaba la mujer de la limpieza. Según la descripción de Georges deduje que era hispana y que había llegado hacía poco tiempo. Era muy tímida, tenía miedo de no agradar, de perder su trabajo. Estaba muy nerviosa. Además, tenía algo de miedo de Georges. No le gustaba cuando éste se le echaba encima. Georges no se preocupaba de nada. Hoy, contento, iba a jugar con sus amigos, los perros del vecindario. Se reunían con “sus señoras” varias veces por semana en su casa. ¡Estaba muy orgulloso! Otras veces me llaman para hacer preguntas, conocer ciertas cosas o simplemente para transmitir mensajes. A menudo la gente me pide que avise a los animales de su salida de viaje. Una señora, en Texas, me llama regularmente cuando se va de viaje para avisar a sus pájaros y a su perro. Están mucho más tranquilos después de la comunicación y hay menos daños en la casa cuando vuelve. Efectivamente, los animales se comunican telepáticamente, pero eso no quiere decir necesariamente que sepan si vas a volver ni cuándo lo vas a hacer. Basta con decirles: “Vuelvo a tal hora o tal día” para que su angustia disminuya considerablemente. Fay, la perrita de mi vecina María, de dos años de edad, había sido recogida en un refugio en Los Feliz, un barrio de Los Ángeles. Era muy

bonita, de tamaño mediano, pelaje blanco y sedoso. Vivía muy feliz con su nueva familia. Pero cuando todos se iban de vacaciones, Fay hacía sistemáticamente todas sus necesidades en la alfombra, debajo de la mesa del comedor. Aunque alguien fuera todos los días para darle de comer, no cambiaba nada, se volvía histérica, ladraba, daba vueltas en la casa sin parar. Los vecinos se quejaban. Entonces pedí poder comunicarme con Fay. Una vez frente a ella, le pregunté cómo se sentía cuando estaba sola. ¡Tenía pánico! Sentía la opresión dentro de su vientre, la angustia en su garganta, el más mínimo sonido la sobresaltaba y se ponía muy nerviosa. Cuando alguien pasaba delante de la casa corría de manera nerviosa a la ventana para ladrar. Me enseñó también la habitación de la niña pequeña a la que iba a acostarse. Pero Fay no conseguía descansar, se levantaba sin cesar y daba vueltas sin parar por la casa, que de repente se había vuelto muy pequeña. Me mostró también imágenes de ella muy pequeña, sin mamá, en una jaula en la que pasó mucho tiempo. Quería dormir, no tenía sitio para moverse. Había varios niños en la casa, ruido, la cogían en brazos todo el tiempo, tiraban de ella en todas las direcciones, intentaba irse, quería dormir. Consiguió escapar, no sé cómo. Me puse en su lugar. Estas son, traducidas con mis palabras, las sensaciones que sentí5: “Estoy en la calle, hay mucho ruido, veo humo. Hace tanto calor, el asfalto me quema las patas, tengo hambre, no hay nada que comer, he conseguido beber agua de la alcantarilla, hay casas en fila, camino, busco la sombra para dormir, hierba, intento no llamar la atención, tengo tanta hambre, estoy cansada, quiero hierba…” Fay tenía miedo de ser abandonada, sola y perdida de nuevo, sin su familia, sin la niña pequeña a la que había cogido cariño. Como no sabía si iban a volver algún día, la casa grande se transformaba en una jaula pequeña con barrotes. La sensación de pánico, de rechazo y de angustia predominaba. Le expliqué que no iban a estar ausentes por mucho tiempo: “Van a volver pronto, te quieren”. Le envié imágenes de su querida familia abriendo la puerta, entrando en casa, cogiéndola en brazos, muy contentos por su recibimiento. Le expliqué también que ella tenía que cuidar la casa en su ausencia, que ya no era un cachorro, que era su trabajo. Le mostré en imágenes su familia, que estaba muy orgullosa de ella pues había protegido la casa. Fay se calmó un poco. Es cierto que no estaba contenta de quedarse sola en la casa, pero dejó de hacer sus necesidades en el interior en ausencia de su familia. Otras veces me hacen preguntas acerca de sus gustos, sus preferencias, para saber lo que quieren, adónde desean ir, lo que quieren hacer. Cuando hablamos con ellos, nos muestran también sus preocupaciones diarias.

Un día una señora me llamó por su perro Brendon. Durante los concursos, delante de los jueces, se ponía muy nervioso, salivaba y hacía pis. Brendon, un bonito perro de color caramelo y ojos melancólicos me comunicó que él no quería hacer concursos caninos, quería quedarse en casa y vivir una vida tranquila, era demasiada presión para él. ¡Estaba harto de estar estresado y obligado! Le gustaba hacer los ejercicios con Marge, pero los concursos, eso era otra cosa. Volví a vivir con él toda la experiencia: “Siento cómo se me hace un nudo en la garganta, las piernas se vuelven muy débiles y temblorosas, oigo el ruido, los gritos, la excitación de los otros perros, el polvo me quema los ojos. Me tiran de la correa delante de los jueces. ¿Qué quieren de mí? No sé lo que tengo que hacer. Un líquido caliente me gotea entre las patas. Ahora se va a enfadar y me va a castigar. Ya no puedo más, me quiero ir, ¿pero cómo? Los nervios. Yo conocía esa sensación como bailarina, pero para él era peor pues no le gustaba la competición. ¡Me daba tanta pena Brendon! Lo peor es que no sabía cómo ayudarle. Todo lo que podía hacer era explicar a Marge lo que el perro sentía. Pero ella no quería saber nada: “No lo entiendo —me dijo por teléfono— es brillante en las pruebas, pero frente a los jueces se transforma en un perrillo tímido y miedoso. ¡No es el mismo!” Intenté conversar con Marge, hacerle sentir el estado de Brendon, pero añadió: “Lo entiendo, pero tiene que superar sus angustias, tiene que aprender, ¡ni hablar de abandonar los concursos! Todos mis perros participan en espectáculos, es por lo que vienen a mi casa”. No sé lo que fue del pobre Brendon, Marge no volvió a llamarme. Sunny, un galgo gris plateado de pura raza, se comunicó conmigo a propósito del recién nacido de Nancy y Joe que acababa de llegar a casa. Nancy había notado que Sunny estaba raro con el bebé. En presencia suya el perro gruñía. Nancy, preocupada, me pidió que me comunicara con él. Sunny apareció enseguida. Yo ya había tenido comunicaciones con él, incluso había venido a mi estudio para sesiones de terapias. Era muy sensible, yo le quería mucho y estaba muy unida a él. Tenía grandes y límpidos ojos y la cabeza fina y sensible del galgo. Siempre era un poco miedoso. Provenía de las carreras. Cuando dejó de ganar lo metieron en una jaula y lo abandonaron. Estaba destinado a que le dieran la eutanasia. Una asociación de “socorro” lo recogió. La primera vez que Nancy lo había traído tenía una enfermedad grave en la piel con abscesos y fiebre. Los veterinarios consultados no se ponían de acuerdo sobre su caso, era una enfermedad extraña. Lo habían intentado todo. Sunny se acercó indeciso. Era desconfiado. Me quedé un momento con él, agachada, en silencio, sin preguntarle nada, sólo para

estar ahí, presente para él. Pasado un tiempo, se atrevió a mirarme a los ojos, se sentía más seguro. Le pregunté qué le había ocurrido. Me mostró su pasado en las carreras. Era un mundo que yo no conocía y que no deseaba conocer: “Nos encierran, somos numerosos, no hay sitio, siempre tengo hambre, mucha hambre, tengo miedo continuamente de los ruidos del metal (¿de cadenas, de puertas metálicas?). Gritos, las carreras, correr lo más deprisa posible. Sin tiempo para descansar. Esa sensación en mi cuerpo de extrema nerviosidad, los espasmos en las patas, no puedo dormir. Todos los otros tienen miedo, gritan durante la noche. No puedo dormir, no vamos a durar mucho tiempo. Si hay uno que se va, otro llega. ¿Cuándo será mi turno? ¿Adónde vamos luego? Estoy agotado, no tengo fuerzas, ya no tengo ganas de vivir, de todas formas todo me da igual, así que ¿qué más da? Y después un día veo el rostro de Nancy detrás de mis barrotes, su sonrisa, sus lágrimas, su voz, me lleva a su casa. Ahora me siento tan bien, Nancy se ocupa de mí, me quiere. Hay otros animales aquí, tres gatos y otro galgo. Son tranquilos, duermen todo el tiempo. No conocen lo que es estar encerrados. Al principio pensé que Nancy no volvería, que iba a abandonarme, pero ahora sé que está aquí, siempre vuelve. Ya no tengo hambre. Ahora está ese bebé. Ya no me habla, ya no me deja entrar en su habitación, estoy solo, incluso tuvo miedo de mí el otro día, como si yo fuera a hacer algo malo. Sunny “lloraba”. Los animales lloran en silencio, las lágrimas van hacia el interior. Lloré con él. Un gran espacio de tristeza y de soledad me entró en el corazón. “¿Por qué Nancy me ha abandonado de repente?” Me sequé las lágrimas y le expliqué que el pequeño “cachorro humano” sin pelo también necesitaba amor. Había bastante amor para todos. Pero el bebé era muy pequeño y frágil y necesitaba muchos cuidados. Después crecerá… Ahora le tocaba a él ayudar a Nancy. Después de la comunicación con Sunny y con un poco más de atención de parte de Nancy y Joe todo volvió a la normalidad, Sunny se calmó y aceptó valientemente la presencia del pequeño “cachorro humano”. Lady era un bonito water spaniel de pura raza, de color chocolate, con ojos inocentes y traviesos de color avellana, un hocico negro aterciopelado y orejas rizadas que le rodeaban de forma graciosa la cabeza. Vivía en casa de Joyce, criadora y preparadora. Eran cinco perras de la misma raza. Todas participaban en concursos. Lady estaba aprendiendo. Tomaba lecciones. Dentro de poco se iría a casa de alguien para un entrenamiento especial. Estaba lejos, viajaría en avión. El problema se producía con Noemi, su hermana mayor. Es la razón por la que Joyce me había llamado. Lady y Noemi se tiraban una al cuello de la

otra. He aquí, con mis palabras, las sensaciones que percibí en Lady: Noemi, la mayor, había ganado todos los premios de los concursos y hacía todo a la perfección. ¡Era verdaderamente exasperante! Además Joyce le decía siempre lo que tenía que hacer, la criticaba sin parar y consideraba que Noemi era perfecta. “Me observa constantemente y me gruñe. ¡Lo hago todo mal! Nunca está lo suficientemente bien. ¡Estoy harta! ¡Ya no la soporto! Y además, no soy lo suficientemente bella, tengo el hocico muy ancho y el cuerpo muy largo. Joyce opina que Noemi es perfecta. Ella es la que gana todos los premios. Yo ya no quiero participar en concursos, nunca seré lo bastante bella, así que ¿para qué intentarlo? Y además, ya estoy harta de estar sentada con la cabeza levantada, de estar obligada a dar la pata, de comportarme bien, de andar de esta u otra manera, de que me regañen o me critiquen. Quiero (traducido en imágenes): correr, jugar, saltar, ir al río, estar sucia, muy sucia, mojada, quiero sacudirme, olfatear allá donde quiero, correr, hacer locuras, saltar, brincar… quiero… ya no quiero ser una Lady”. La entendía muy bien. No volver a estar obligada, no más etiquetas sociales, no más obligaciones, no volver a estar obligada a parecer, a sonreír, no más “buenos días señora”, “sí señora”, “gracias señor”, “pido perdón”. Quiero ser libre, correr en la playa hasta no poder más, sentir mi cuerpo… Pero había venido a la tierra bajo la forma de un “water spaniel”, pura raza, nacida en casa de una criadora reconocida, así que, ¿qué parte de elección y qué parte de destino existía para esta perra? Le expliqué que era tan bella y perfecta como su hermana y que tenía que tener confianza en sí misma. Por el momento no tenía otra elección puesto que se encontraba en el seno de una familia que realizaba concursos y que había sido concebida para ello. Al menos había que intentarlo, y si no funcionaba, volvería a hablar con Joyce. Por otro lado iba a pedir a Joyce que le otorgara más tiempo libre y que la llevara al río. A cambio, ella se esforzaría más en los entrenamientos. Después tuve que establecer un contrato entre las “dos hermanas guerreras” con leyes, condiciones y términos que respetar. Tras todo esto no podía decirse que Lady y Noemi se adorasen, pero las disputas habían disminuido, llegaban a cohabitar sin tirarse una al cuello de la otra por pequeñeces. Lady continuó los concursos. Al parecer ahora se comporta bien, como una verdadera Lady. Se ha dejado domesticar. Otro caso. Rosie, un gato pelirrojo y Mosy, un conejo blanco de ojos rojos, se peleaban continuamente. Vivían en Pasadena, un barrio muy

bonito de Los Ángeles. Ambos intentaban llamar la atención de Cindy. En cuanto esta salía de casa, ¡era la guerra! Se tiraban uno sobre el otro mientras se perseguían y causaban terribles destrozos en el gran salón. Cuando Cindy volvía, todo estaba por el suelo y había que curar las heridas de guerra de los dos combatientes. La sangre chorreaba. Además, durante las treguas, el pequeño Mosy mordisqueaba nerviosamente todos los bellos libros de arte que estaban sobre la mesa, sin contar los daños hechos a los cables eléctricos de las lámparas, a los bajos de las sillas y otros objetos de valor que eran “suculentos”. Cuando me comuniqué con ellos, cada uno acusaba al otro y se defendía de haber comenzado las hostilidades. Mosy hasta se enfurruñaba. Me hacían correr del uno al otro, ¡terminaba por ser agotador! ¡Tenía la impresión de ser una pelota de ping-pong! Entonces, decidí tomar las riendas. Recurrí a toda la diplomacia de un embajador de las Naciones Unidas. Fijamos una fecha para el tratado de paz. Tras muchas vacilaciones, llegamos a un acuerdo. Recé a los dioses para que el contrato se mantuviera. Al día siguiente de este acuerdo de paz, conejo y gato eran inseparables, lavándose mutuamente y durmiendo la siesta acostados el uno contra el otro. Una yegua, Charm, que vivía en un hermoso lugar cubierto de verde al norte de California, me contó cómo una araña la había picado en el pecho durante un paseo. Me describió con todo detalle al hombre que le daba de comer en ausencia de su guardiana. Le vi con su cubo de avena, me enseñó las manos (una imagen con pelo) y su gorra azul. También llevaba una camisa azul. No le gustaba ese hombre en absoluto. Nunca me explicó el porqué pero era visceral. En cuanto se acercaba a ella, todo su cuerpo se estresaba. Sentí cómo toda la adrenalina subía por mi cuerpo y cómo me atravesaba el rechazo total de ese hombre. Era extraño sentir el rechazo a través de los ojos de Charm. Era más bien la sensación que emanaba de él la que le ponía los pelos de punta. ¿Quién sabe por qué? Quizá era porque ella conseguía captar algo en él de su pasado, de sus acciones, de sus pensamientos. No lo sé. En todo caso, ella, que habitualmente era dulce, se volvía agresiva. La guardiana me confirmó que la yegua ya había dado algunas coces a ese hombre. Tras la comunicación, la guardiana decidió buscar otra persona para alimentar a la yegua en su ausencia. Otro día traté a un pequeño póney negro en una cuadra, le dolía mucho la nuca. El póney me enseñó la imagen de una niña de unos diez años, de cabellos castaños y vestida de rojo. La niña le hacía daño cuando le montaba. Era un poco torpe y tiraba hacia arriba demasiado. Cada vez

que la niña estaba encima de él, tenía dolor en la nuca, en la espalda y en las costillas. “Yo intento que no se caiga, que se encuentre más a gusto, así que estiro el cuello, pero mi cabeza está demasiado alta y tira, me duele la boca, pero ella no lo sabe, no es culpa suya”. Me pregunté si debía decir algo o callarme. ¿A lo mejor era imaginación mía? Además, era enero y estábamos en Francia, hacía mucho frío. Justo en ese momento apareció una niña que debía tener entre diez y doce años, con el cabello castaño, recogido en una coleta y un abrigo rojo. Era la hija del propietario de la cuadra. Ya era de noche, tenía frío y hambre y muchas ganas de irme a dormir, pero me dije que más me valía transmitir ese mensaje para ayudar al pequeño póney. Entonces le pregunté su nombre a la niña y si ese póney era el suyo. Sí. Le expliqué con amabilidad que a su póney le dolía mucho la nuca, que debía ser más suave y tener cuidado al montarlo, que los humanos no nos dábamos cuenta de que los póneys son muy delicados, que no dicen nada para complacernos. Le hice pasar su mano sobre la nuca del póney para que lo sintiera. La niña me encontraba extraña, seguramente se preguntaba quién era esa señora, pero parecía comprender… Eso espero. Los niños comprenden rápidamente si se les explica. No tienen ningún problema para creer que los animales se comunican. Eso ya lo saben. No obstante, por ignorancia, actúan haciendo daño a los animales. A menudo he visto niños pegar a su gato o perro. Incluso si es su mejor compañero y le adoran, pegan cuando piensan que el animal ha hecho algo “mal”. A veces es también para liberarse de toda la tensión acumulada, porque les han repetido a lo largo del día que son malos y se comportan mal. Recuerdo una situación en la sala de espera de un médico en Los Ángeles. Un niño pequeño mejicano jugaba con su cachorrillo marrón claro, de pelaje liso. Este último era muy pequeño, muy mono con sus grandes ojos marrones de cachorro “sorprendido de la vida” y su pequeño hocico negro. El niño le meneaba por todas partes, a veces incluso se lo disputaba con su hermana: era para ver a quién le tocaba coger al perro, el pobre estuvo a punto de ser descuartizado. Fueron a quejarse a la madre, que les miró aburrida. El niño golpeaba sin cesar al cachorro en el hocico, en la cabeza, diciendo “malo, malo”. Las señoras hispanas en la sala de espera no decían nada, por lo menos los niños estaban ocupados. La sangre me bullía. Hice una breve comunicación, pero el cachorrillo, que era muy pequeño, no comprendía nada de lo que le estaba pasando, la cabeza le daba vueltas y la única idea que le venía era la de ponerse a cubierto de los golpes. Entonces expliqué al niño pequeño que los

animales eran como nosotros, que lo sentían todo, que los golpes les hacían mucho daño, como a nosotros, y sobre todo que nunca, nunca había que golpear a un animal. Le dije que el cachorro no era en absoluto malo, solamente pequeño y que corría el riesgo de convertirse en un gran perro muy, muy malo si seguía golpeando de esa manera. Tras un momento de: “¿Quién es esta que me habla en español con un acento raro y qué me está contando?”, vi en sus ojos durante una fracción de segundo culpabilidad, vergüenza y por último una chispa de comprensión. ¡Había comprendido en tres segundos! A partir de entonces trató a su cachorro con mayor respeto, como si se tratara de un pequeño tesoro, ni siquiera dejó que su hermana se acercara a él. Sentí un pequeño agradecimiento del cachorro cuando me lamió la mejilla. Recé en mi fuero interior para que esa actitud durase. En numerosos lugares (en Estados Unidos, Canadá, Francia, Alemania, España, Polonia), me he comunicado con animales de todas las razas, de todos los colores. El país no es importante, el tiempo y el espacio no existen. Todas las comunicaciones son diferentes, a veces sorprendentes, pero el lenguaje y las emociones son los mismos que los nuestros. Hay amor, tristeza, envidia, sumisión, dominación, preocupaciones y necesidades idénticas a las nuestras. A veces he sido llamada para comunicarme con conejos, con un lobo, un mono, un cerdo, un búho, con ardillas, serpientes, iguanas. Son solo variaciones sobre el mismo tema. Las palabras tienen otra sonoridad, pero los pensamientos que están detrás son los mismos. El corazón es semejante en todas partes, de un pueblo al otro.

5 Nota de la autora: Las palabras entre comillas son una traducción en palabras de las sensaciones recibidas con mi propia conciencia, no son las “palabras” del animal.

Los animales y su corazón “Es la luz de la conciencia la que lo vuelve todo precioso y extraordinario. Entonces las cosas pequeñas dejan de ser pequeñas. Cuando una persona con vigilancia, sensibilidad y amor toca una piedra en el borde del mar, esa piedra se vuelve preciosa como un diamante. Cuanta más conciencia tengáis, mayor profundidad y sentido tendrá vuestra vida” Sri Ramana Maharishi

M

ediante la comunicación, puedo saber lo que sienten los animales,

sobre todo lo que quieren y lo que necesitan. Cuando trabajaba como voluntaria en los refugios, me pedían a menudo ayuda para la adopción. Mirando bien la personalidad y el pasado de un animal, podía ver si se iba a sentir bien en una familia con niños o si necesitaba la atención de una sola persona. También podía distinguir si la convivencia con otros animales iba a ser posible. Algunos tienen un pasado muy cargado, les es difícil deshacerse de la memoria de traumas muy dolorosos, como las personas que han vivido guerras o abusos. En lo que a los caballos se refiere, la comunicación me permite también determinar sus aptitudes para las competiciones, física y moralmente. Un día fui a una caballeriza en el este de Francia. Andaba delante de los boxes, con mi bloc de notas en la mano. Me pidieron que evaluara las aptitudes de los caballos para los concursos. En un primer momento me sentí muy contenta de hacerlo. Me encanta establecer comunicaciones, escuchar, buscar, encontrar cosas, entrar en la piel del otro. Luego, de repente, me observé con mi papel y mi bolígrafo, y mi aspecto de saberlo todo. Pero detrás de los barrotes: los caballos, su mirada… Todo me parecía triste ahora, incluso mi chal de color alegre estaba apagado y se me caía de los hombros. Estaba avergonzada, realmente avergonzada. ¿Con qué derecho? Como si yo fuera un juez, ¿Cómo podía tomar una decisión sobre sus capacidades? ¿Cómo podía yo anotarlas? Me sentí como un mercader de esclavos, mirando los dientes de los hombres para ver si eran lo suficientemente fuertes y resistentes para la tarea. Mis pensamientos se iban hacia todas partes, los caballos me miraban. Si no estaban hechos para la competición quizá era mejor decirlo, por

su bien, con el fin de evitar pérdida de tiempo y entrenamientos inútiles. ¿Quién era yo para decir si estaban hechos o no para ello? ¿Y si me equivocaba? No era como para tomarlo a la ligera, se trataba de toda su vida. Cada palabra tiene su peso, cada decisión tiene sus consecuencias. Hiciera lo que hiciera seguirían estando obligados, encerrados en boxes, encarcelados. Yo no podía devolverles su libertad. Deseaba tanto ayudarles: los caballos no tienen palabras para expresarse. Así que, ¿qué hacer? Entre los caballos estaba Jaina, una yegua baya de doce años de edad, entrenada para la competición de alto nivel. No obstante, al comunicarme con ella, vi que no poseía ni la resistencia física, ni la disposición mental para ese tipo de trabajo. Era preferible por su bien que fuese vendida a un particular que se ocuparía de ella y la sacaría de paseo. Además, la yegua no comprendía realmente lo que se esperaba de ella, todo era confuso. En la misma caballeriza, Naomi, baya, muy bonita, poseía grandes aptitudes físicas pero mentalmente estaba un poco dispersa. Adoraba las felicitaciones. Bastaría con darla un entrenador adecuado y haría maravillas. Otra, Leslie, a pesar de las verrugas que se extendían por todo su cuerpo y que atraían miradas de repulsión, tenía una gran resistencia y voluntad, una mente clara y lealtad. Le esperaba una gran carrera deportiva. Se sentía bien en ese mundo de competiciones, se movía en él con desenvoltura. Cuando llegué a la caballeriza, me enseñaron uno que acababa de llegar, un alazán. Estaba visiblemente ansioso, muy nervioso y no se dejaba tocar. Pensando que no tenía ningún ánimo de entrar en contacto conmigo, me dirigí hacia otro box, al extremo opuesto de la caballeriza. Pero tuve la impresión de que me tiraban enérgicamente de la camisa y tuve que dar marcha atrás. El caballo quería comunicarse absolutamente. Ahí estaba yo, tenía que escuchar. He aquí la traducción de las sensaciones que recibí de su parte. “Quiero quedarme aquí, no estar sólo de paso. Soy muy fuerte y ágil, poseo una gran fuerza mental y una potente voluntad, quiero trabajar. Que me den una oportunidad. Quiero quedarme aquí. Es mejor que el otro lugar. Él (Jean-Michel) es más tranquilo, y tiene buena voluntad. Los otros caballos parecen apreciarle. Pero habla de venderme. Me gustaría tanto quedarme. Soy fuerte. Puedo hacerlo todo. Basta con enseñármelo. Estaré bien aquí… sobre todo no quiero volver al otro lugar. Aquí todo es más tranquilo, los otros caballos están a gusto”. Cuando le expliqué todo eso a Jean-Michel, vi claramente en su expresión que el testimonio le había emocionado, que quizá iba a darle esa oportunidad. Tras esta conversación, me acerqué de nuevo al

alazán. De repente se mostró diferente. Agachó la cabeza, me dejó tocarle, con su cuerpo ahora relajado hasta me dejó soplarle en los orificios nasales. En fin, estaba más tranquilo, apaciguado, porque alguien le había ofrecido comprensión y seguridad. Se llamaba Lothaire, hijo de El Tot de Semilly. Escuchando bien a los caballos también puedo ayudar al jinete. El caballo me muestra siempre la posición de este sobre su lomo. Casi siempre hay algo que no está bien, lo que a menudo provoca dolores de espalda al caballo. El peso de la persona está demasiado echado para adelante, demasiado para atrás, el cuerpo se inclina hacia un lado, la persona tira demasiado de una rienda, el trasero no está equilibrado en la silla de montar, una mala posición sobre el caballo, etc. Para restablecer el equilibrio de su jinete, el caballo pone mucha tensión en su lomo, en su nuca e incluso en sus patas. A menudo tiene la sensación de que el jinete va a resbalar o caer. Intenta retenerlo. Ello crea una tensión muscular que con frecuencia se convierte en una contractura y que, a largo plazo, engendrará otros problemas que necesitarán la intervención de un osteópata. Al comunicarme con el caballo, puedo ver dónde se encuentra el error y corregirlo. Esto no tiene nada que ver con las reglas aprendidas en las escuelas de equitación. Cada caballo tiene una estructura anatómica algo diferente de los otros. Lo mismo ocurre con cada jinete, hay que respetar el conjunto. Mediante la comunicación, puedo simplemente ayudarles a adaptarse mejor el uno al otro y así evitar buen número de heridas. Sobre el caballo, excepto unos cuantos grandes jinetes, raramente he observado una posición perfecta. Hay que saber ante todo que el caballo nunca emite un juicio en relación con las capacidades del jinete. Simplemente, mediante la comunicación, me muestra imágenes de su falta de confort. No obstante, lo que más a menudo se echa en falta es la conexión mental entre el jinete y el caballo. Cuando los dos espíritus se fusionan, todos los defectos técnicos y de posiciones adquieren un impacto menos importante en el momento de la monta. Cuando formamos uno solo con nuestro caballo, éste está dispuesto a todo por nosotros. Podemos realizar maravillas. Un día realicé una comunicación con una yegua de salto de alto nivel. Isis estaba herida desde hacía algún tiempo y no conseguía recuperarse bien. Su jinete, Gérard, pensaba venderla. Comunicándome con ella, vi que poseía un temperamento extraordinario, era fuerte, dulce, fiel, dotada de una fuerza mental y de una inteligencia superiores a lo normal. Además, tenía capacidades físicas poco habituales, músculos muy

poderosos, a la vez finos y ágiles, miembros sólidos, fuertes, finos y elegantes, su agilidad era increíble. El tiempo de respuesta entre su espíritu y su cuerpo era muy rápido, lo que le daba mucha rapidez y fuego. Es más, poseía una conexión mental muy fuerte con Gérard, lo que le permitía responder sin dudar a su voluntad. La comparé a una bailarina en la cima de su arte. Cuando el cuerpo reacciona perfectamente al espíritu artístico, entonces la técnica al servicio del espíritu se vuelve invisible. Pero Isis estaba deprimida porque Gérard hablaba de venderla y ella lo sabía. Lo que ella hacía con él era toda su vida, lo había dado todo por él. Me enseñó también que se había hecho daño durante un concurso cuando otro jinete la había montado. La posición de éste último era diferente, inestable, su mente estaba dispersa por todas partes. Además, antes del salto, su equilibrio se desplazó ligeramente sobre el lomo de Isis. La yegua, que poseía una sensibilidad extrema, tuvo que poner toda la tensión en su lomo para ajustarse durante el salto. Al estar el peso mal repartido, antes de la recepción, sintió un latigazo en la rodilla delantera izquierda. A pesar del dolor acabó la prueba, pero estaba herida. Cuando le expliqué todo esto a Gérard, se produjo un cambio en su cabeza y decidió no venderla, curarla y retomar la competición con ella. Nosotros, los humanos, necesitamos un tiempo para comprender. Comunicarme con los caballos me permite saber en qué estado están y así no perder tiempo y evitar que sean vendidos en numerosas ocasiones, lo que les causa muchos traumas. Se encierran y no dan más de sí mismos. Realmente significa mucho para un caballo pedirle que se adapte a un nuevo lugar y a una nueva persona. Es como si hubiese que reconstruir toda una casa, empezando por el primer ladrillo. Esto es lo que no vemos, teniendo siglos de memoria colectiva que nos aseguran que los animales no sienten. Poco a poco el velo se levanta, centímetro a centímetro, y comenzamos a mirar el mundo a nuestro alrededor de otra manera. ¿Seremos tan orgullosos como para pensar que somos los únicos seres que sienten emociones, que tienen sentimientos? Es cierto que construimos catedrales y bombas atómicas, pero en lo demás somos iguales que todos los otros seres existentes visibles e invisibles. Todo alrededor nuestro muestra un sentimiento que vibra, cada uno según su propia emanación. Claude me llamó en relación con el caballo de Jane. Era miedoso, inquieto e imprevisible. A Jane, su guardiana, le hubiera gustado dar paseos con él, pero comprendió que algo no iba bien. El caballo se llamaba Ebony. Pedí entonces tener una comunicación con el caballo.

Apareció en el horizonte, era un magnífico caballo castrado de pelaje negro y brillante y una franja en la frente. Parecía inseguro, confuso, no me miraba a los ojos. Tomó su tiempo antes de acercarse a mí, esperé tranquilamente, dejándole la elección de venir o no. Cuando estuvo más cerca de mí, le dije que venía de parte de Jane para hablar de lo que le preocupaba. Le hice llegar el deseo de Jane de poder pasear con él en el bosque. ¿Qué pasaba? Ebony me mostró en imágenes las sesiones de trabajo con un entrenador de doma. Esta vez no había palabras, únicamente imágenes y sensaciones. Veía el picadero, la arena, al entrenador. ¡Este último tenía cambios de humor todo el tiempo! Mimaba, hacía cumplidos, ofrecía una recompensa a Ebony. Este se acercaba confiado y, de repente, sin ninguna razón aparente, el hombre se ponía furioso contra él, le insultaba y le golpeaba. Ebony no comprendía nada. El caballo estaba traumatizado, asustado, y aún así intentaba colaborar valientemente. El escenario se repetía sin cesar durante toda la sesión. Deduje que el entrenador tenía una personalidad inestable o que había tenido una infancia miserable. Quizá un matrimonio fallido. Por ello pasaba su frustración a los caballos. En resumen, necesitaba una terapia. Pero mi compasión se quedó ahí. Estaba indignada, en cólera contra él, me parecía rudo e inestable. El pobre Ebony ya no sabía qué hacer, estaba confuso, no comprendía nada, como un niño que recibe bofetadas sin parar. El caballo no sabía lo que se esperaba de él. Ahora ya no confiaba en nadie. Se había cerrado. Claude me confesó que había asistido a una sesión de entrenamiento y que era verdad, el entrenador era tal y como lo había mostrado Ebony. Le había chocado, pero no pensaba que pudiera intervenir puesto que ella era simplemente una jinete en periodo de aprendizaje. Ahora que lo que había sentido se había confirmado, iría a hablar con Jane. Ya era hora de decir la verdad y de encontrar otro lugar para Ebony. Basta con escuchar a los animales para saber lo que pasa. Un caballo puede ser dominante, pero no extraño o inestable. Antes de juzgarlos hay que conocerlos en todo su conjunto. Los caballos tienen una sensibilidad extraordinaria, lo captan todo, lo absorben todo. Son como una gran antena. A menudo, somos nosotros los que tenemos que reparar los errores cometidos por los otros. Es una suerte que se nos ha dado. Actuando por el bien del otro, creamos felicidad para nosotros mismos. Así es como aprendemos a abrirnos. He estado frente a animales deprimidos con frecuencia. A veces es debido únicamente al aburrimiento. El aburrimiento y la soledad son terribles, sobre todo cuando se vive encerrado. Muchas veces el animal

doméstico, como el perro o el gato, espera todo el día a que la persona vuelva del trabajo. Sabe que después de cierta hora estarán toda la velada juntos. En la naturaleza un animal no se aburre nunca. La sensación de soledad, de desinterés por la vida, de depresión, de aburrimiento, no existe, excepto en caso de enfermedad. Una cacatúa blanca macho, Snow, que vivía en un barrio a las afueras de Nueva York, se volvía loca. Erica me llamó porque el pájaro gritaba de manera estridente todo el día, era insoportable. Incluso tenía miedo del pájaro: si se acercaba, la cacatúa se ponía aún más nerviosa y le daba golpes agresivos con el pico. Snow era el pájaro de Steve, el marido de Erica. Esta última poseía otros dos pájaros que sacaba de la jaula varias veces al día. En el momento de la comunicación con la cacatúa, me enseñó que estaba encerrada en su jaula todo el día. Sentí toda la angustia y desolación de estar retenido en una jaula. Me pregunté qué es lo que podía haber hecho para merecer esas condiciones de vida. Era una sensación horrible. A menudo tenía ganas de explotar de lo insoportable que era esa vida. Esas eran las sensaciones y las imágenes que recibí a través de Snow. “No hay nada que hacer, nada que mirar, únicamente los mismos juguetes todos los días, la misma pared de papel pintado y el mismo cuadro de flores, la mesa con los papeles encima y la ventana más allá. No veo nada fuera de mi jaula. A veces uno de los perros pasa por allí, no le intereso. Hay tres perros, pero todos me evitan. No me queda otra cosa que dormir. Espero a Steve. Llega y ni siquiera me mira. Grito con todas mis fuerzas y no me oye. Se dirige hacia la gran caja negra de donde salen voces y música, no la veo desde aquí. Entonces grito más fuerte. Si grito lo suficientemente fuerte, viene hacia mí, mira en la jaula, huelo la cerveza en su aliento, a lo mejor me va a sacar. Vamos a jugar, entonces se olvidará todo. ¡Sácame, sácame! Entonces cuando me saca, me subo a sus dedos, a su hombro, huele tan bien, me gusta mordisquearle la oreja, me habla suavemente y mi corazón salta de alegría”. “Raramente vamos al jardín. Hay tantas cosas que ver de todos los colores, sensaciones de todo tipo. Me quedo con él, sobre su hombro y la brisa me acaricia las plumas. Una vez, todo estaba blanco fuera, como el color de mis plumas y copos fríos y mojados caían sobre mí, pero Steve me tenía entre sus manos calientes, soplaba sobre mí, lo que producía vaho y me hacía dar volteretas…” “Pero de nuevo esta vez Steve se acerca con una botellas en la mano, me dice que me calle y se aleja. Ahora ya no me saca nunca. Así que grito cada vez más fuerte. Los perros ladran, sé que mis gritos les ponen

nerviosos, Erica también chilla, Steve grita aún más fuerte, ella llora, ahora él está furioso, sacude la jaula, me dice: “¡Pájaro asqueroso, cierra el pico!” Ya no me quiere, ya no me querrá nunca más… Me da la espalda, va a la habitación con ella, siempre con ella, ya no le veo, ya no les oigo”. “Steve está siempre cansado. Yo estoy agotada, me callo, ya no sirve de nada seguir gritando. Los perros se calman. Un día fue ella la que me sacó. En pleno día. Steve no había vuelto. Así que me puse furiosa. La mordí. Fuerte. Tengo que compartir Steve con ella y además él ya no se ocupa de mí. Salté por todas partes, lancé un grito, desgarré las cortinas e hice caer los vasos que estaban sobre la mesa. La ataqué, entonces se fue corriendo y se encerró en su habitación. Los perros se pusieron a ladrar, mis plumas yacían por todas partes. Mis bonitas plumas blancas, partidas. Ya no puedo volar. Muevo las alas pero ya no puedo elevarme en el aire. Así que me agarré a las cortinas. Después la he oído llorar durante mucho tiempo. Sigue llorando. Allí me quedé, sin decir nada. Cuando volvió Steve, me cogió suavemente y me devolvió a la jaula. Se han peleado. He oído a Steve salir golpeando la puerta. Sé que piensa darme a otra persona, pero no lo hace. Ahora me da igual, estoy cansada”. Después de la comunicación hablé con Erica, que me pidió que le explicara todo eso a su marido. Me confió que él tampoco tenía tiempo para ella. Después del trabajo volvía cansado, encendía la televisión y ya no la hablaba. El fin de semana jugaba al fútbol americano con sus amigos del instituto. Erica declaró a Steve que tenía que sacar al pájaro de su jaula o decidirse a venderlo. Un mes después Erica me llamó. Durante una semana Steve había sacado tiempo para jugar con la cacatúa, que había estado en libertad y feliz todos los días. Los gritos habían cesado. Pero después de aquellos días Steve había vuelto rápidamente a sus antiguas costumbres. Snow estaba de nuevo en la jaula. Yo ya no podía hacer nada más. Solo había podido acceder brevemente a la cacatúa mediante la comunicación, pero permanecía impotente. A los animales los oigo, los comprendo y sufro por ellos, pero no puedo cambiar su destino. En los caballos, el aburrimiento puede ser mortal. Están aislados, en boxes, a veces con una sola hora de paseo al día, y no necesariamente con la persona que desearían. El aburrimiento, la depresión y la falta de ejercicio son a menudo el origen de enfermedades corrientes como la artrosis y ocasionalmente trastornos de comportamiento de balanceo. La depresión causa siempre una bajada del sistema inmunitario. Para los caballos en libertad, es diferente. Viven en manada, en medio de un

entorno natural, con una estructura jerárquica. Fue particularmente en el Centro de equitación natural del Castillo de la Beaume, donde pude observar la posibilidad de recrear este entorno. Sylvia, la propietaria, es una mujer sobresaliente, dotada de un respeto y de una apreciación de la naturaleza del caballo que es ejemplar. Los caballos se benefician de un marco de vegetación maravilloso, viven en grupos, libres para ir a beber al arroyo y para saborear apaciblemente su vida de caballo. Están tranquilos y serenos y no se ponen enfermos. Los caballos viven en armonía, lo más cerca posible de su verdadera naturaleza. En otros casos, la depresión está causada por la separación o el duelo de otro animal. El hecho de sentir o de saber de antemano que van a ser separados de otros caballos o de otro animal puede crearles una gran angustia. No hay que olvidar nunca que comprenden mucho más de lo que imaginamos. Captan nuestros pensamientos. Conozco un bonito rancho en Weiterswiller. Mis amigos Ute y Lothar son los propietarios. Es un lugar magnífico, situado en medio del bosque. Los pequeños caballos islandeses viven fuera, en manadas. Serenos y tranquilos, dirigen su propia vida. Colaboran voluntariamente en su trabajo y respetan a los niños que los montan los miércoles, dejan sus parques para aprovechar y dar paseos por el bosque. Cerca del picadero, algunos boxes abiertos sirven para los caballos de paso. Un día, al pasar delante de estos últimos, vi un caballo bayo con una herida muy profunda en el lugar donde se coloca la silla de montar. Le reconocí inmediatamente. Le había visto la víspera en la caballeriza en la que me había detenido con un dentista equino. Allí, la propietaria de la misma me había enseñado la silla de montar, ¡un artefacto muy pesado e incómodo que debía datar de la Edad Media! El pobre caballo tenía aspecto de ser bastante mayor, triste y cansado. La señora había intentado hablar con el jinete para que dejara de montarle, pero él no quería saber nada. Había echado una pomada en la herida y había puesto la silla de montar encima. El hombre se iba al día siguiente. A lo largo del día me crucé en varias ocasiones con el jinete pero decidí callarme. Después de todo no sabía qué hacer para ayudar al caballo. Pero hoy el caballo estaba de nuevo delante de mí, como “por casualidad”. ¿Era el destino? Observé la herida para ver cómo aliviarle. En cuanto me acercaba a él, la yegua en el box vecino se ponía nerviosa y me lanzaba pensamientos: “No le toques”. Intenté ignorarla pero ella proyectaba alrededor del caballo bayo como un denso vaho de protección. ¿Iba a intervenir o no? Mi tendencia natural era la de no decir nada y

dejarlo, pero la herida era profunda. Si seguía siendo montado se iba a agravar. Además, yo me había prometido a mí misma dar mi voz por los animales y siempre decir la verdad. Ese contrato está en mi cabeza, pero para mí es completamente real. No siempre es fácil decir la verdad. Hay que ser diplomático. Decir sin ofender no es una tarea fácil. Las personas son muy sensibles y susceptibles cuando se trata de sus animales, seguramente porque el animal es a menudo el reflejo de su personalidad. Ofender a alguien significa que nos van a mirar mal, y eso no me gusta… Fui entonces a informarme sobre las personas que montaban a los dos caballos. Era una pareja que estaba de excursión, procedentes de Suiza y se habían detenido en el rancho para pasar la noche. La señora montaba la yegua palomino que se encontraba junto al bayo herido. Así que me permití decirles amablemente que era preferible no continuar su excursión dado que el pobre caballo estaba completamente agotado, que sufría mucho y que la herida empezaba a infectarse. Pero aún así el hombre quería terminar la excursión, estaba decidido que seguirían. La había planificado, todo había sido programado con antelación, una noche de más lo estropearía todo y era absolutamente imposible modificar nada. La señora guardaba silencio. Insistí con suavidad, la mayor suavidad que pude encontrar en mí. A veces la suavidad femenina funciona, así que… Sentí que el hombre quería abrirse a esta bondad, pero en cuanto su cáscara se abría, clac, se volvía a cerrar brutalmente. “¡Ni hablar! Proseguimos la excursión”. Parecía ser un hombre seco, hecho de madera, un hombre cuyo corazón estaba encerrado en un caparazón. Me miró con sus ojos azules y la mirada fría tras las gafas. Era locuaz, pero sabía que era una fachada, simplemente una corteza. Si la despegábamos ligeramente era suave en el interior, blanco carnoso, hasta se podía a veces percibir el rocío, había lágrimas que se escondían dentro. Así, pedí permiso para curar a su caballo, que permanecía atento a lo que ocurría, igual que la yegua a su lado. Le hice una terapia y le unté una mezcla especial que siempre llevaba conmigo. Mientras aplicaba la preparación, vi como la yegua se preocupaba por él, como si quisiera hacer algo. Al día siguiente la herida estaba casi cerrada pero yo sabía que todavía no estaba en estado de continuar la excursión, estaba todavía demasiado agotado, necesitaba reposo. Expliqué todo eso a la pareja y, en ese momento, sentí que la yegua proyectaba hostilidad hacia mí, como si quisiera que me callara. Estaba demasiado ocupada hablando con la pareja para ir a ver de qué se trataba. Era absolutamente necesario que el caballo descansara. Pedí

poder hablar a solas con el hombre “corteza de madera”. Le hablé de su infancia, de su padre, de otras cosas oídas, le hice preguntas, de manera extremadamente delicada. Me escuchó, aunque estaba lejos, muy lejos de mí en el interior de su cáscara, pero aún así atento… Cuando evoqué a su padre, el caparazón se cerró de forma repentina, el escudo se volvió a instalar, la rabia le ganó. Ya no tuve acceso a su ser interior. ¡Siempre reglas, siempre obligaciones! Decepciones, frío, y el corazón cerrado. Era hijo de diplomático. Antes de irme le puse la mano sobre el corazón y le dije: “Esto es lo único que cuenta”. Estaba algo pasado de moda pero me daba igual, porque era verdad. Ya estaba cansada de fingir. Era ahora o nunca. Sus ojos estaban húmedos. “Voy a reflexionar”, dijo. Se fue a pasear solo por el bosque. Por la noche, vi a la pareja conversar fuera. Me di cuenta de que la yegua se agitaba mucho, lo sentí en mi interior, y eso que me encontraba dentro de la casa de Ute y de Lothar, que estaba alejada de la cuadra. No quería mirar de qué se trataba, me molestaba. A la hora de la cena, me enteré de que la pareja había decidido pasar otra noche en el rancho y marcharse al día siguiente con la yegua, dejando allí al caballo herido. En ese momento, de repente, comprendí. La yegua no quería separarse de su compañero. Esa era la razón por la que se agitaba. ¿Cómo no lo había comprendido antes? Mi corazón estaba cerrado, no lo había escuchado. Estaba demasiado ocupada en convencer a ese hombre. ¿Lo había hecho para sentirme bien conmigo misma, para probar que podía convencer a alguien, cambiar un destino? ¿Era mi ego el que quería llevarme hacia el otro lado y ponerme anteojeras? Pensé: “Ya no voy a interferir, no diré nada más”. Lo dejé, pero sentí cómo la angustia de la yegua me llamaba. Luché toda la noche contra mí misma, como Jacob. Al día siguiente por la mañana, la pareja me pidió que viera a la yegua porque se negaba a comer, se comportaba de manera muy extraña. ¡Era evidente! No quería separarse del otro caballo. Siempre habían estado juntos, estaban unidos y se apoyaban el uno al otro. Ella le protegía porque sentía que él tenía menos fuerza física. No sabía si volvería a verle algún día, ya que estaba herido. Ni siquiera sabía dónde estaban, perdidos en ese rancho en medio del bosque. Y ahora, los jinetes y ella iban a irse abandonándolo. Todo su cuerpo de bonita y vigorosa yegua expresaba el rechazo a esta situación. No iba a dejar a los humanos decidir por ella. Así, simplemente, fue ella la que dio el primer paso, tomó la delantera. Negándose a comer y a dejar que se acercaran a ella estaba diciendo de alguna manera: “Yo no me voy de aquí sin mi compañero”. Estaba claro. Pero no obstante yo tenía que traducir. Ella me había llamado la víspera a

causa de su angustia y su inquietud, y no la había escuchado. Tenía tapones en los oídos. Me estaba enseñando la lealtad, a respetar mis compromisos, a escuchar. Me disculpé mentalmente y de forma muy ante ella. Finalmente tomaron la decisión de no separarles. Se iban a quedar varios días en el rancho hasta que el caballo bayo se restableciese. Ese día, un bonito sol hizo brillar las hojas de los árboles en el bosque. Los animales sufren de la misma manera que nosotros cuando estamos separados de un ser querido. Algunos no se recuperan nunca de un duelo. Lloran en su corazón. Cuando creí que Chulo, mi gato siamés de seis meses, estaba perdido, Noche, mi otra gata, me acompañó en mi búsqueda. Llamamos a las puertas de todas las casas vecinas. Se paraba conmigo, como un perro, y me escuchaba hacer preguntas. Noche era de una belleza mágica, de color azul noche, aterciopelada, con una nariz como la de Nefertiti. No andaba, se deslizaba por el mundo sobre sus patas de satén. Era una guerrera, noble y poderosa, una diosa. Todas las mañanas, se deslizaba por la ventana entreabierta que daba al jardín y con su pata empujaba una fruta que caía sobre mi cama o sobre mi cabeza. No sé donde encontraba esas frutas, seguramente en los jardines de los vecinos, pero ella las traía en la boca hasta la casa. De cualquier modo ¡estaban intactas! Era su ofrenda matinal. Le había explicado que no me gustaban mucho los restos de pájaros, los lagartos descuartizados, depositados delante de la puerta de mi habitación, así optó por las frutas como regalo, con gran agradecimiento por mi parte. Pero Chulo no se había perdido. Ya no volvería. Le había atropellado un coche. El Creador se lo había llevado. Nunca más volvería a sentir su cuerpo suave enrollarse alrededor de mi cuello, nunca más volvería a besar su pequeño vientre blanco y sedoso, ni sumergir mi mirada en el azul ultramar de sus ojos. Su pequeña presencia, luz ligera, había volado. Se acabó el brincar en la hierba. Se terminaron las aventuras y las siestas con Noche. Las dos adorábamos a Chulo. Era nuestro pequeño ángel. Lo compartíamos de manera agradable. Tras la muerte de nuestro pequeño siamés no volvió a haber deleites de frutas. Nuestros corazones lloraban. Noche se hundió en una gran tristeza de la que nunca se recuperó totalmente. Se volvió hastiada y perdió una parte de su bello pelaje. Noche se iba una gran parte del día y solo volvía para comer. Era su elección. Yo sabía que no se iba lejos. Sus ausencias se hicieron cada vez más largas. Estaba obligada a aceptarlo y a respetarla. Después, un día ya no volvió. Hablándola a distancia, me enseñó a una mujer que vivía cerca de casa y que la necesitaba, necesitaba su presencia. Allí estaba más tranquila, podía olvidar a Chulo, nuestro siamés. Me transmitió amor,

que no me preocupara pero que no volvería. Era el momento de irse. Yo conocía la casa. Estaba situada detrás de mi calle, rodeada de grandes árboles. Vivía en ella una señora mayor, sola tras la muerte de su marido. Paseando había entrevisto otros dos gatos. Un día me detuve para decirle hola. Le pregunté si había visto un gato negro. Me dijo que había uno que venía todos los días. Ya no hice más preguntas. Fue solo algunos años después cuando me di cuenta hasta qué punto Noche era extraordinaria. Nunca amamos lo suficiente, nos damos cuenta demasiado tarde, no tomamos el tiempo necesario para darnos cuenta de quién es verdaderamente el ser a nuestro lado, animal o persona. Vemos el soplo de la Divinidad cuando ya ha pasado… Un día tuve la ocasión de conocer a un macho cabrío, Miguel, que había estado muy unido a un caballo blanco. Pasaban el día juntos, en un pequeño prado y por la noche dormían en un box. Estaban muy unidos. Cuando el caballo murió de manera repentina, el macho cabrío cayó en una gran tristeza y se deprimió. ¡Su vida estaba tan vacía sin su compañero! Con la llegada de un nuevo caballo negro, le invadió la rabia y la frustración. Le rechazó completamente. Su guardiana me dijo que el caballo negro había mordido al macho cabrío. No podía dejarles juntos. Cerré los ojos para comunicarme con el macho cabrío. Esta vez no era una fotografía, Miguel estaba delante de mí y el caballo negro al lado. El macho cabrío me mostró su vida en imágenes y sensaciones, pero sin palabras. Sentí toda la pena en su corazón. Era tan fuerte que yo también me puse a llorar, porque era la misma pena que yo misma he sentido por todos los que se han ido. Las lágrimas se vuelven siempre hacia el interior, aun cuando comprendemos, aun cuando sabemos que la vida continúa después de la muerte, aun cuando hemos hablado con los espíritus, aun cuando sabemos que todo es energía, aun cuando nos sentimos siempre acompañados. Es la presencia física del ser la que nos falta, el suave calor del cuerpo a nuestro lado, la chispa en los ojos, el olor… Es la separación la que nos apena. Miguel me enseñó su bonito caballo blanco y sentí cómo toda esa ternura me invadía. Su espíritu era grande. Era magnífico, extraordinario. Parecía estar suspendido en el aire en medio de la pequeña caballeriza como una imagen holográfica resplandeciente. No había abandonado nunca a su compañero. Se quedaba cerca de él, siempre juntos. Lo envolvía con su luz blanca eterna. Miguel me enseñó los momentos que habían pasado juntos, los compartidos en el silencio, bajo el sol, bajo la lluvia, bajo el viento, en el box. Siempre juntos para compartir sus historias y aventuras.

He aquí las emociones transmitidas por Miguel, traducidas con mis palabras: “No soporto al caballo nuevo. Quiero que se vaya. Ocupa el sitio de mi compañero. ¿Por qué se ha ido, por qué? Ahora estoy solo. ¿El caballo negro? No, fui yo el que le ataqué primero, después me mordió. No, no me gusta, no le quiero, no le querré nunca. Quiero que mi compañero vuelva. Sí, ese caballo negro está triste, nadie le quiere, no tiene nada más que irse. ¿Ella? (imagen de la señora). Sí, llora todavía… Ella tampoco lo entiende. No, el caballo negro, ella tampoco le quiere, no tiene nada más que llevárselo, nunca será lo mismo. Me da igual si el caballo está triste, yo soy aún más desgraciado, sufro. No quiero saber nada, si se acerca a mí le volveré a atacar”. Abrí los ojos. En la pared vi la foto del caballo blanco con la señora rubia sonriente al lado suyo. Él tenía los ojos tristes, soñadores y profundos. Ya solo veía su espíritu: este percibía la sombra en nuestros corazones, no sabía cómo disiparla. Impotente. Las manchas oscurecían ya la foto… Dentro de poco ya no quedaría nada. Todo se va… Catherine me llamó porque su caballo, Tremendo, que había adquirido recientemente, se negaba a hacer nada. Sin embargo, anteriormente había participado en concursos de salto. Tenía una gran reputación y había ganado muchos premios. Catherine no comprendía lo que le ocurría. Miré su foto, entré en sus ojos, pedí que se me diera acceso a él. Se acercó, triste y humilde, su presencia era muy suave y ligera. Me mostró la imagen de un jinete delgado, ágil, amable. Sentí toda la complicidad entre ellos, era una sensación maravillosa. Me convertí en Tremendo: “El jinete está sobre mi lomo, con él estoy cómodo, saltamos el obstáculo juntos, es un momento embriagador, formamos uno solo. Ganamos. Excitado, contento, me susurra al oído, se ocupa de mí. Luego un día se fue. Oí cómo las malas lenguas decían que estaba enfermo. ¿Dónde está? ¿Qué le ha pasado? No vuelve… “Espero todos los días. He esperado mucho tiempo, ¿quizás volverá al fin? Ya no tengo ganas de nada. ¿Por qué me ha dejado? No lo entiendo, estábamos tan bien juntos… Con las otras personas no es lo mismo. Los obstáculos, me dan igual. Me han enviado a otros lugares, con otros jinetes. Pero no me interesan, ya no tengo ganas. Paso de todo. Una vez más, el camión para enviarme a otra parte. Cada vez más lejos de él. Ahora ya no volveré a verle. Estoy cansado, me caigo, las piernas ya no me mantienen. El otro día, en el recorrido de salto, un jinete y yo nos caímos, me van a echar de nuevo. Me ocurre cada vez más a menudo…” Tremendo había perdido el deseo de comerse el mundo, ya nada le interesaba. Su vida estaba directamente ligada a la de su antiguo jinete.

Catherine no sabía quién era ese hombre, no conocía su historia. Había comprado a Tremendo, el caballo estaba con ella, pero estaba destrozado. Ese caballo necesitaba tiempo. Había que abandonar el salto y devolverle el deseo de vivir. Había que esperar. Catherine estaba preparada. “Me lo quedo para siempre. No lo venderé nunca. Le espero”. Tsareina, una bonita perra husky de Texas, había sido encontrada en la calle y llevada a un refugio donde fue adoptada por Betty. Esta me llamó para conocer la causa de la depresión de la perra. Además, el veterinario había descubierto que tenía un tumor. Tsareina tenía miedo de todo, estaba letárgica, se escondía, no comunicaba. Sin embargo Betty le proporcionaba los mejores cuidados posibles, una casa, alimento, amor. Hablé con Betty por teléfono. No sabía qué hacer para ayudar a la perra. Miré la imagen de Tsareina en la pantalla del ordenador. Tenía la mirada vacía. Comunicando con ella me mostró imágenes, unas tras otras, de su larga supervivencia en la calle. Había perdido a su familia. No me explicó cómo. Solamente la calle, el polvo, los coches, el hambre, la sed, correr siempre, no detenerse nunca, el aturdimiento, el miedo en los huesos, imposible descansar, siempre con los nervios de punta a pesar del cansancio, las heridas, no quedarse demasiado tiempo en el mismo sitio, los humanos son peligrosos. Ahora es como si estuviera en estado de conmoción, no conseguía encontrar su lugar en casa de Betty ni tomar conciencia de su nueva vida, es como si estuviera ciega, solo veía el pasado en la calle. No había gran cosa que hacer, solamente darle tiempo. Un buen día se escapó. Pasamos varias semanas buscándola. Betty había puesto por todas partes posters con su foto. Realicé la comunicación, localizamos el lugar, sin embargo nadie conseguía atraparla nunca. Tenía miedo, se paraba sólo un instante. Un día se paró para beber en la fuente de un parque, tenía mucha sed, quería quedarse cerca del agua. Alguien llamó a Betty, que llegó corriendo, la llamó: “¡Tsareina, Tsareina, vuelve!” Pero Tsareina la miró enloquecida y se fue corriendo. Gracias a las comunicaciones, yo podía seguirla en las calles, los parques, un poco como un helicóptero. Yo sabía que estaba deshidratada, al borde de sus fuerzas y que no iba a poder aguantar mucho tiempo. Ya no se comunicaba conmigo, a mí también me huía. Finalmente, al cabo de tres semanas, alguien la atrapó, esta vez ni siquiera tuvo tiempo de refrescarse. Fue llevada a la clínica veterinaria. Estaba al límite de sus fuerzas. Llamaron a Betty. Tsareina murió en sus brazos, cubierta de lágrimas, de sudor, de sangre seca y de tierra. Un montón de gusanos salían de su ano, la habían roído desde el interior. Solo el Creador conoce

el verdadero destino de los seres. Promise, una póney de diez años, vivía en un rancho de Colorado. Crystal, una joven mujer, la había salvado un año antes. Christian, que trabajaba allí como voluntario, me llamó en relación a Promise. La pregunta de la comunicación era sobre qué trabajo quería hacer y si quería quedarse en el rancho. Promise estaba destinada a trabajar en el club con niños. Pero estaba deprimida, desanimada, atemorizada y no confiaba en nadie. Había sido calificada de peligrosa y nadie se acercaba ya a ella. Ya había hecho fracasar a varios entrenadores. Los niños del club la evitaban o se burlaban de ella. El marido de Crystal quería venderla a toda costa y no se privaba de repetir todos los días que Promise no valía nada y que iba a venderla si no se portaba bien. Cogí su foto para comunicarme con la póney. Era bonita, color bayo con una franja y manchas blancas en las patas anteriores. Tenía un aspecto elegante y noble. Me enseñó imágenes de su pasado y de lo que parecía ser una doma muy dolorosa. Vi a un hombre, seguramente el entrenador, que la golpeaba con la fusta y la insultaba de forma regular. Las sesiones en el picadero eran sesiones de tortura. Le dolía mucho la boca por culpa del bocado y de las manos demasiado duras, la silla de montar la magullaba el lomo, las patas de Promise ya no la sostenían. A menudo tenía hambre y sed. Pero no iba a rendirse ni a someterse a ese hombre. No quería. Decidí no entrar en su cuerpo, no quería vivir todo este sufrimiento, era demasiado duro, apenas podía mirarla. Había sido orgullosa y noble, él la había destrozado. ¡Le había roto su bello espíritu! Después había pasado de mano en mano. Varias caídas. Ahora pasa de todo, ya no quiere saber nada más, le da igual. Este abandono de uno mismo es peor que la tristeza, a veces es irrecuperable. Tras esta comunicación, intenté explicar a Christian que antes de nada Promise debía recuperarse físicamente. Necesitaba los cuidados de una sola persona para devolverle la confianza. Ello iba a requerir tiempo. El hijo de Crystal, Jim, era el más apropiado. Era en él en el que tenía mayor confianza. Era tranquilo y pausado. Poseía toda la sensibilidad necesaria pero tenía poco tiempo, puesto que tenía que realizar también su trabajo en el rancho. Christian me dijo que era imposible, Jim no podía ocuparse de ella. Seguramente Promise iba a ser vendida. Sobre la pregunta del trabajo que ella quería hacer, no se puede hablar de trabajo a los animales, ellos no conocen ese concepto. Para los caballos, sus necesidades, el uso que de ellos se hace y sus estados de ánimo forman un todo. Es un conjunto. Promise tampoco podía responder a la pregunta sobre su vida en el

rancho. Solo conocía la desgracia o el rechazo, de modo que un lugar u otro era lo mismo para ella. Sabía que iba a seguir teniendo una vida desgraciada, no sabía qué hacer por ella, era totalmente impotente. Pensé en mi fuero interior: “¡Ojalá pueda ser feliz!” Sin creer en ello demasiado. Cinco meses más tarde, Christian me llamó por su gato enfermo. Al pasar me dijo que Promise había sido llevada a un refugio donde una mujer la había adoptado. Actualmente, Promise vive en otro rancho, parece confiada y una jovencita la montaba regularmente… La única clave para recuperar a un animal traumatizado, engañado, totalmente vacío, cuyo espíritu se ha ido, que ya no tiene ganas de vivir, es el amor incondicional. Sin esperar nada a cambio. La comunicación no es suficiente. Hace falta una persona u otro animal presente que se conecte a su espíritu para despertarlo a la vida. A veces es necesario tiempo, mucho tiempo y paciencia. Eso es todo. La noción de ser o no rentable crea mucha angustia en los caballos. No comprenden muy bien esa idea, pero saben que, si no gustan, van a perder su situación y su seguridad, y por tanto serán vendidos. El tema de la venta forma parte del inconsciente colectivo en el caballo y genera grandes miedos. He visto muchos casos en los que hay trastornos del comportamiento simplemente porque el guardián habla de la venta o piensa en ella delante de ellos. Para ellos, como para nosotros, es importante saber que tienen una seguridad física, con alimento y cuidados. Como no están en libertad, no pueden desplazarse para buscar comida. Además, ya no tienen a su manada como referencia. Pero la supervivencia, como necesidad básica, sigue siendo la misma que en la naturaleza. El caballo sabe que si no es lo suficientemente competente, que si no responde a las exigencias del guardián, perderá su seguridad. Esta sensación engendra ansiedad, presión y estrés. Por todo ello explotan como una olla exprés, a eso lo llaman un caballo “imposible de domar”. Nosotros también seríamos indomables en condiciones parecidas. El amor hace que se disuelvan todos los bloqueos. Y la paciencia lo vuelve a poner todo en su lugar. Comenzamos nuestra práctica con los animales. Con ellos, a través de ellos, es más fácil expresar este amor. No es que no sepamos hacerlo, es simplemente que lo hemos olvidado. Los animales vienen para despertar nuestra memoria. En la búsqueda por comprender y ayudar a los animales crecemos en el fondo de nosotros mismos, avanzamos en nuestro camino. Personalmente, el amor me ayuda a perdonar todas las injusticias, las crueldades, las incomprensiones que veo todos los días en el mundo animal. Todos los sufrimientos que me muestran y que me hacen estremecer. Hay días que

me siento y lloro viendo tanta miseria e injusticia. Me siento totalmente impotente, pequeña y sola. El amor también me ayuda a perdonarme a mí misma todos los errores cometidos cuando aún no tenía una conciencia de amor lo suficientemente desarrollada. Espero que esta conciencia crezca aún más. Aparentemente, es infinita. Cada vez que tengo una comunicación aprendo algo y me doy cuenta de que apenas una hora antes, era ignorante, insensible, y estaba dormida cuando pensaba que estaba despierta.

Los animales y su cuerpo “El alma es la misma en todos los seres vivos. Solo el cuerpo es diferente” Hipócrates

L

a comunicación me ayuda a saber cómo un animal se siente

físicamente. Yo capto los síntomas, las sensaciones. Cuando les hacemos preguntas y les mostramos nuestra paciencia, los animales dan fácilmente detalles. Hay que mirar y esperar. Me pongo en su lugar, convirtiéndome en ellos, y así experimento lo que sienten. Lo puedo sentir todo, los dolores, ya sean agudos, punzantes o más atenuados, las quemaduras, los picores, las cojeras, los dolores de espalda, en qué lado del cuerpo se sitúa el problema, etc. Siento incluso la sed intensa causada a veces por la diabetes, por los riñones que ya no funcionan correctamente o la engendrada por los medicamentos. Algunas veces me muestran solo lo que es más molesto en ese instante. Lo importante es tener paciencia, aprender a esperar y recibir. Miraba la foto de Missy, una gata diabética, con un ligero sobrepeso, de doce años de edad, negra y blanca, con ojos imperturbables, como el color de los grandes lagos de Michigan. Llevaba una vida tranquila. Su gran placer era ronronear por la tarde en el regazo de María. Pero la diabetes había perturbado su rutina cotidiana. María la pinchaba dos veces al día, pero algo no iba bien. Entonces cerré los ojos y me puse en el lugar de Missy: “Me siento como ella. Ando con mis patas de terciopelo por el apartamento. Siento mi bonito pelo brillante, suave y liso. Me encuentro bien aquí, segura, con María. Pero no me encuentro demasiado bien. De repente tengo mucha hambre. Un ácido me quema el estómago, sin embargo no hace mucho tiempo que he comido. Una sensación verdaderamente muy desagradable. Además me siento débil, como si toda mi sangre se volviese fría. Más vale que me tumbe inmediatamente, tengo la impresión de no ver claro. Quizá debería comer, tengo un “agujero” en el estómago, si duermo irá mejor”. No necesitaba quedarme más tiempo. Yo, Laila, lo había comprendido. Deduje que tenía hipoglucemias con demasiada frecuencia. Entonces, después de la comunicación, expliqué a María cómo se sentía Missy y le pedí que volviese al veterinario para mirar su tasa de insulina. Este ajustó las inyecciones y María me llamó algunos días más tarde para decirme que

Missy se sentía mejor. Tenía más energía y parecía más equilibrada. Otra gata, Princess, tenía los riñones defectuosos y nunca podía apagar su sed. Se colocaba en el hueco del lavabo para beber del grifo todo el día. Yo tenía una foto de ella delante de los ojos. Sentí la sed en mi boca, era la misma impresión que la sed humana, la misma que siento después de haber comido demasiado salado. “Puedo beber hasta el fin de los tiempos. El agua fría del grifo gotea en mi boca de gato, sobre mi lengua, en mi garganta, pero todavía tengo sed, como si el agua no atravesara mi paladar, simplemente resbala por encima. Tengo que seguir bebiendo. Me duele la tripa, paro un poco, pero aún tengo sed. Me siento pesada, hinchada, mi pelo está caliente y desagradable, quisiera quitármelo todo. Me quedo junto al grifo. Oír las gotas claras y sentir el frescor de las baldosas húmedas bajo mis pies me alivia”. Yo era Princess, mientras seguía siendo consciente de que era Laila quien experimentaba el cuerpo y las vivencias de Princess. No me perdía. Cuando sentí que ya había visto lo suficiente, salí del cuerpo hinchado de Princess, abrí los ojos, era de nuevo únicamente Laila, pero me dirigí hacia la cocina para beber un gran vaso de agua fresca. De repente el calor del mes de julio me pesó y la sequedad del desierto me picaba la piel. Es extraño cómo podemos cambiar tan fácilmente de cuerpo. Quizá es así cuando pasamos de una dimensión a otra. Cerramos los ojos y nos transformamos. Decidí entonces hacer una curación a la pobre Princess. Las curaciones son un don, un regalo que se me ofrece de Allá-Arriba. Esas terapias se hacen mediante la Gracia, la intervención divina del Gran Espíritu. Yo sólo soy su instrumento. Unos días después su sed había disminuido considerablemente, bebía menos, pero aún así prefería quedarse cerca del grifo, por si acaso. Todavía tenía los riñones defectuosos, pero sufría menos. Princess murió algunos meses después. Una yegua de Colorado que se llamaba Kia, baya, con manchas en las patas anteriores, tenía espasmos en todo el cuerpo en cuanto alguien la montaba. Los veterinarios estaban perplejos, no sabían de dónde provenía eso. La pobre Kia era muy desgraciada. Por culpa de su estado se quedaba a menudo encerrada, nadie se ocupaba ya de ella. Se acabaron los paseos. Cogí su foto e hice una comunicación para ver si su trastorno era físico o emocional. Kia estaba confusa. Vi su relación con Cheryl, su guardiana, pero no encontré nada. Entonces le pedí a Kia que me describiera los síntomas: “Cheryl está sobre la silla de montar, estamos listas para irnos. De repente, siento como un gel frío que me recorre todo el cuerpo. Empieza por las piernas luego por una contracción de los músculos que sube a la espalda. Intento sacudirme para quitármela. No

hay nada que hacer. Después viene una sensación de pinzas que me aprietan, duele, cada vez aprietan más. Mis piernas están totalmente contraídas, intento galopar y sacudirme para quitarme esas terribles presiones. Siento que Cheryl resbala al suelo, grita, quiero quedarme con ella, debo quitarme esas pinzas cueste lo que cueste, siento a Cheryl detrás de mí, corre mientras grita mi nombre, creo que ella también se ha hecho daño… Por fin, un respiro, las pinzas se han ido. Un sudor frío invade mi cuerpo, mis orificios nasales están humeantes, tengo frío, me encuentro muy cansada… Cheryl viene a mi lado, cojea, me coge por el ronzal, ambas sentimos la misma incomprensión. ¿Qué me ocurre?” Tras la comunicación con Kia, yo también me quedé perpleja, ¿qué tenía? Ni idea. ¿Quizá un problema nervioso? Kia temía ser montada, no soportaba a nadie sobre su lomo por miedo a revivir esas crisis. Era lógico. Para los caballos todo es simple. Kia no era mala, no quería tirar a Cheryl. Le expliqué toda la situación a Cheryl y decidimos ayudar a Kia. No sabía en absoluto si íbamos a tener resultados. Decidí curar a la yegua con la ayuda de los médicos del cielo que están conmigo. Los espasmos desaparecieron. No obstante, le dije a Cheryl que esperase antes de montarla de nuevo. Era peligroso y yo no quería que se arriesgara, era necesario que Kia estuviera preparada. Ya hacía seis años que sufría de esa manera. Es esencial respetar al animal. Es admirable ver todos los esfuerzos y la abnegación que demuestran para responder a nuestros deseos o exigencias, a pesar de sus sufrimientos o miedos. Kia pudo ser montada tres semanas después. De hecho, parecía muy contenta de volver a comenzar los paseos cuando se había sentido inútil y aislada estos últimos seis años. Es muy importante para ellos sentirse valorizados. Su vida entre nosotros tiene que tener un sentido, como la nuestra. Un día, Sonia, una joven china que había crecido en Estados Unidos, me llamó urgentemente. Se encontraba en el veterinario porque Spike, su gatito de dos años, estaba muy enfermo. Le había venido de repente y nadie comprendía lo que tenía. El veterinario estaba desconcertado. Yo ya había trabajado con Spike, por lo que no necesité una foto. Era muy conocido por sus travesuras. De hecho, bajo su carita inocente y sus grandes bigotes blancos, escondía bien su juego: era el delincuente más joven del vecindario y arrastraba siempre tras él a los otros gatos. Pero era también el ojito derecho. Cuando Sonia se daba la vuelta, él saltaba sobre la mesa del comedor en silencio, gracias a sus patas cubiertas de calcetines blancos amortiguadores, y hacía caer los recipientes con los

restos de la comida china pedida en el fast-food de la esquina. Entonces todos los otros gatos se tiraban encima para compartir el botín. No quedaba ni una miga. Sonia no se enteraba de nada. Así que me conecté directamente con él para ver cómo se sentía. Tenía la voz muy débil, no sabía nada de lo que le estaba pasando. El pobre ya no estaba alegre. Oí la voz, y no fue bajo la forma de un maullido. Percibí esa voz en mi cabeza, con palabras, como si fuera la mía, pero yo sabía que era la transmisión de los pensamientos del gato. Rápidamente describí los síntomas a Sonia, por teléfono, para que ella pudiera transmitirlos al veterinario. En particular, tenía esa sensación extraña en la cabeza y sentía una lenta parálisis de los miembros del cuerpo. Como si nuestro pequeño Spike se transformara es estatua de sal de Loth. El veterinario dijo enseguida: “¡Es una intoxicación con chocolate!” Sonia se acordó en ese momento que tenía galletas de chocolate en su bolso. ¡El pequeño travieso se había subido encima de una silla, había dejado caer la bolsa de un golpe de pata bien afinado y había devorado las galletas! Sonia solo había visto el bolso en el suelo, no se había dado cuenta de nada. Más tarde encontró los restos de los embalajes destrozados debajo del sofá. El veterinario le dio inmediatamente el tratamiento adecuado, y nuestro bonito y pequeño goloso volvió a casa muy contento de seguir con vida. Estaba listo para volver a empezar sus aventuras. Miles, un caballo bayo, había contraído la enfermedad de Lyme debido a las garrapatas. Vivía en las afueras de Nueva York con Arletta. Miles, grande y bonito, de temperamento fogoso y rebelde, se lo hacía pasar mal a Arletta. Pero ella le quería “con locura”. Durante este periodo, la llama en sus ojos se había apagado, estaba letárgico y sufría visiblemente. Arletta le había dejado en reposo. Me puse en relación con su espíritu para saber cómo se sentía. Sentí sus contracturas en todos los miembros, particularmente en las patas posteriores y en la parte baja del lomo. “Estoy cansado, tan hastiado, como si mi sangre estuviera compuesta de agua, ya no tengo ganas de hacer lo más mínimo. Además me siento febril. De verdad, no me siento bien. El más mínimo roce sobre mi piel me irrita. El calor, las voces fuertes, todo me es insoportable”. Prefiero conocer el estado de los animales gracias a la comunicación animal antes de curarlos, pues cuando sé exactamente lo que sienten, mi corazón se abre y así soy un mejor canal para la curación. Sólo soy un instrumento de Allá-Arriba. A menudo las terapias se hacen a distancia, con solo una foto. Cuando me conecto de espíritu a espíritu con ellos siento la falta de confort bajo la forma animal, ya no soy yo en ese momento, como con Miles, soy él mientras conservo al mismo tiempo mi

conciencia de pequeña Laila. Eso es todo. No necesito coger sus males sobre mí o en mí, pues siguen siendo sus dolores. Cuando he terminado, le devuelvo todo al Gran Espíritu, el Creador, así me encuentro límpida y pura. Tras varias sesiones con Miles, los exámenes de sangre indicaron que ya no tenía nada, Arletta estaba encantada, pero sentí que todavía tenía dolores en sus miembros. ¿Quizá se trataba de secuelas? Solamente cuando vi que ya no había dolores físicos dejé de ayudarla. Le pedí a Arletta que le proporcionara reposo. Todos los días iba a visitarla y le llevaba golosinas. El amor y la atención es lo que más cuenta en una curación. Si el animal conserva las ganas de vivir, hay siempre esperanza. Una dama de Nueva Jersey, Lynn, llamó por su husky, Tatonka, que perdía la vista del ojo derecho. Tatonka, un perro muy bonito, tenía un aspecto algo salvaje y extraño. El ojo izquierdo era marrón y el derecho azul. El especialista no sabía hasta qué punto la visión estaba dañada, y cuál era la intensidad de su dolor. Estaba siendo tratado con gotas para bajar la tensión de su ojo enfermo. Lynn me llamó llorando, no sabía qué hacer. Me interioricé en Tatonka y miré su mundo. Vi perfectamente la casa, la escalera de madera y a Lynn con mi ojo bueno. Yo misma, Laila, ya había visto a Lynn durante una de mis visitas a Philadelphia. Durante la comunicación, la reconocí a través de los ojos de Tatonka. Estas fueron las sensaciones percibidas a través de los ojos del perro, traducidas con mis palabras. “Si miro por la ventana de la habitación de Lynn, veo los árboles y hasta el más mínimo detalles de sus hojas. Pero en el otro ojo hay vaho, solo veo formas. Una vez no vi un peldaño de la escalera porque no tuve cuidado. Estoy triste, deprimido, y Lynn está siempre preocupada por mí. Habla de operarme pero a mí me da miedo. Está aún más inquieta que yo. Siento cómo su miedo se desliza por la casa. A menudo llora mucho cuando está con su marido Jim. Intento reconfortarla, pero su tristeza es muy grande, no sé qué hacer, me siento a sus pies y la miro. Hay días en que, de manera muy aguda, siento en mi ojo como si me lanzaran cuchillos en el interior. Intento quitármelos con la pata, pero no lo consigo. Entonces me voy a esconder debajo de la cama”. Tatonka pudo también enseñarme exactamente el efecto que tenían las gotas sobre su visión: “Sí, las gotas ayudan un poco. Después veo algo mejor”. Lynn era psicoterapeuta. Ella pensaba que quizá había algo que no quería “mirar” en su vida y que Tatonka había desarrollado así un glaucoma en el ojo. Era posible, seguramente tenía razón, todo depende de la visión con la que decidimos mirar el mundo, pero mientras tanto Tatonka sufría. Entonces Lynn decidió operar a Tatonka de su ojo.

Fue todo un éxito. Para saber lo que siente un animal, me basta con dejar de lado mi yo y deslizarme dentro de él. Nuestro espíritu es intangible, puede ir por todas partes. Por supuesto, siempre es necesario que te den permiso, esto no se hace sin preguntar. Respetamos a los animales. Es el deseo intenso de ayudar al animal el que nos va a sostener, el que va a elevar nuestro espíritu y nos va a permitir proyectarnos hacia él para sentirlo. Ese deseo de ayudar es absolutamente necesario, es el arco tensado que permite a la flecha alcanzar su objetivo. En otra ocasión, realicé una comunicación con un labrador blanco de trece años de edad. Beau tenía un cáncer de huesos localizado en una pata. Su guardiana, Michelle, una francesa de gran belleza que vivía en Los Ángeles, le adoraba. Ella deseaba saber si él prefería “la inyección” o la amputación del miembro enfermo. En esos casos conecto mi espíritu al suyo, me siento como ellos, pero me mantengo más al margen. Me duele mucho sentir sus sufrimientos. Michelle y su marido trajeron al labrador a mi estudio. Ni siquiera mis perros ladraron cuando entró en el jardín. Era como si de su presencia emanara algo muy bello y poderoso. Beau era un gran ser magnífico. Cuando toqué su bonito pelaje blanco y suave sentí cómo mi corazón se derretía. Me senté en el suelo y él posó la cabeza en mi regazo, como si nos conociéramos desde siempre. Sus bellos ojos marrones y límpidos demostraban amor. ¡Tenía toneladas de amor por dar a pesar de su sufrimiento! Me sentía tranquila con él, en paz. Beau se iba a morir en poco tiempo, pero quería vivir un poco más para ayudar a Michelle, que padecía esclerosis múltiple. Su bello rostro intentaba esconder la enfermedad y el miedo. Beau no quería “la inyección”. Tal vez le quedaban algunos meses, un año, no sabía. “Por favor, diles que tengo que quedarme aún… Es demasiado pronto para irme, Michelle todavía me necesita, necesita mi amor, no está preparada aún”. Pero el cáncer se propagó rápidamente y Beau sufría terriblemente. Así, decidieron amputarle. Tras la operación tuve una comunicación con Beau. Estaba feliz, libre. Aún sentía la pierna fantasma, lo que a veces hacía que se cayese, pero ya no tenía dolor. Estaba aprendiendo a adaptarse a su nueva vida. Un día Michelle me lo trajo en una pequeña carretilla roja de niño que tiraba con una mano. Michelle no le quitaba la vista de encima, le llevaba por todas partes con ella. Se hubiera podido decir que Beau sonreía, contento de sí mismo, de haber deshecho el espectro de la muerte. Cuando me dejó, Beau me miró a los ojos, seriamente, como para decirme: “Ya lo sé, no digas nada, finge, como yo

con ella…” No volví a verle. Murió seis meses más tarde. Una mujer me llamó de Suiza por su gatito negro, Negrito, que sufría crisis de epilepsia. Era muy joven. Conecté mi espíritu al suyo, la sensación de la crisis era muy desagradable. Los animales pueden mostrarme la sensación de una crisis, incluso si esta ha ocurrido varios meses antes. Me pregunto si hay una memoria a nivel celular, pues la crisis no ocurre realmente mientras hago la comunicación. No obstante, yo la siento como si fuera en el presente. Con la comunicación puedo proyectarme con mi espíritu en el pasado o en el futuro, el tiempo deja de existir. Después de haber realizado una terapia en un animal gracias a la intervención divina del Gran Espíritu, me gusta imaginar que está en un cuerpo sano y feliz, libre de toda enfermedad. Entro en él y me convierto en un cuerpo sano que puede galopar, correr, saltar o volar de nuevo. En este instante, en la imaginación, la enfermedad se borra como si no hubiera existido nunca, se vuelve un recuerdo borroso y lejano, como una pesadilla que olvidamos al despertar. Pienso que así podemos deshacer la memoria si el animal está de acuerdo con abandonar la enfermedad. Negrito estaba trastornado con la idea de una nueva crisis. Había vivido varias, a intervalos regulares, sabía que estas podían volver sin avisar. Mi corazón se encogió viendo el miedo en ese cuerpecillo endeble, suave y sedoso, negro como la noche. Negrito decidió que era mejor moverse lo menos posible por si acaso el enemigo volvía. Esperaba, como se espera a un enemigo invisible y peligroso: se ven sombras en la noche, allí donde no las hay, se oyen ruidos de pasos en el pasillo, se tiene miedo. Negrito ya no jugaba, ya no corría, ya no comía. Esperaba, listo para atacar y defenderse. Pero el enemigo estaba dentro. Afortunadamente, Negrito pudo ser curado por intervención divina. Hubo muy pocas sesiones de curación. Es realmente agradable ser escuchado por el Creador, el Gran Espíritu y ver el resultado físico “abajo”. Desde ese momento, Negrito dejó de esperar. El enemigo ya no volvería, el Creador le había dado con la puerta en las narices. El gatito se permitía ahora brincar alegremente en la casa y hacer todas las travesuras dignas de su edad. Saltaba, corría, escalaba, tiraba los objetos, robaba comida, dejaba las huellas de sus patitas encima de los pies de la señora y venía a frotarse contra ella maullando con grandes mimos de gato para que no se diese cuenta de nada. Esta mujer se volvió de repente amnésica y ciega, no veía nada más, le daba exactamente igual, ¡su pequeño Negrito había vuelto! Clara me llamó por su loba, Beauty, que estaba enferma. Ella pensaba

que tal vez la habían envenenado. El veterinario no estaba seguro de los síntomas. Pensaba que probablemente tenía úlceras, pero su estado se había deteriorado muy repentinamente. Beauty gemía y ya no comía. Todo mostraba que sufría. Entonces Clara la trajo a mi casa. Beauty estaba poco cruzada con perros, su pelaje era marrón claro, espeso y brillante. Muy bella y noble, con sus ojos rasgados, color oro. Clara me había advertido que Beauty no era muy sociable, pero estando enferma, seguro que iba a comportarse bien. Tuve que asegurarme sobre todo de que ninguno de mis gatos curiosos asomara por mi estudio. Desde el primer momento con Beauty, hubo una gran conexión. A lo mejor había reconocido mi afiliación con los lobos. Comunicar con una loba era diferente. Extremadamente inteligente, sus sentidos eran mucho más afinados que los de los perros. Estaba telepáticamente muy desarrollada y reaccionaba a mis más mínimos pensamientos. Beauty estaba delante de mí, tranquilamente tumbada en el suelo de mi estudio. Comprendía perfectamente que yo estaba allí para ayudarla. Posé una mano sobre su exuberante pelaje y cerré los ojos. Primero sentí espasmos en su vientre, así como algo que arde. Luego recibí una imagen del perrito caliente que le habían dado, lo sentí en mi boca, un polvo blanquecino y ácido se encontraba en el interior, un extraño sabor: “Demasiado tarde, ya me lo he tragado. Esa mezcla me quema terriblemente, me duele mucho, como si hubiera fuego dentro de mi tripa”. Busqué mentalmente el origen de ese polvo blanco. Era un producto químico, un producto para la limpieza de la casa, vi que parecía una botella de plástico con amarillo por encima y una escritura negra. De hecho, parecía que alguien le había dado ese producto a la loba en varias ocasiones. Clara reconoció inmediatamente el producto que tenía en su casa. Dedujo que se trataba claramente de un envenenamiento e identificó a la culpable: Una mujer que había vivido en su casa recientemente y que tenía mucha envidia de Clara. Se peleaban a menudo. Ya no me dio más detalles. Tal vez una historia a propósito de un hombre o de rivalidades femeninas. ¿O quizá se creía ella Catalina de Médici? Esa mujer se había vengado sobre el animal que Clara más amaba, su bella loba, Beauty. En el caballo, a menudo puedo detectar un problema de posiciones de los hierros en las pezuñas, porque puedo resentir la verticalidad de las patas. Soy muy sensible a la sensación de equilibrio de los miembros anteriores y posteriores en los caballos, quizá porque soy bailarina. Por ejemplo, en una yegua española, Belleza, tuve la clara sensación de que había un hueco en la pezuña posterior izquierda, como un tacón de zapato

roto. Eso daba la sensación de una pata más larga que la otra. Era muy molesto para andar. La señora me dijo que efectivamente su yegua tenía un problema en ese pie. El herrador le iba a poner herraduras especiales para restablecer su equilibrio. Belleza estaba ansiosa por recobrar su bienestar físico. En otro caso, he podido detectar un problema navicular: el caballo que cojeaba me mostró las punzadas dolorosas situadas en el centro de la pezuña derecha cuando la posaba en el suelo. El veterinario equino contactado confirmó el problema. Gracias a la comunicación de espíritu a espíritu puedo transmitir a las personas las sensaciones físicas de sus animales. Es importante saber que no tengo un poder especial, tengo un don que me ha sido ofrecido, pero todo el mundo puede aprender a comunicar con su animal de compañía. Es una suerte maravillosa el poder hacerlo. El veterinario puede detectar una enfermedad haciendo pruebas y análisis de sangre, pero no sabe de antemano cómo se sienten sus pacientes. Así, a lo largo de las comunicaciones he podido evitar cólicos en los caballos. Había prevenido a la guardiana de Leonard, un simpático caballo castrado bayo que vivía en Los Ángeles, que corría el riesgo de sufrir un cólico. Estaba demasiado estresado y cansado. Sentía ya algunos retortijones. Le pedí que lo dejara en reposo pero ella quería absolutamente que participara en la siguiente competición prevista. Cinco días después, el caballo estaba en una clínica a causa de un cólico. Se le podía haber evitado llegar a eso. A menudo las personas son conscientes de que hay un malestar en su animal, pero no saben exactamente cual: no tiene la misma cara, ni el mismo brío, duerme todo el día, parece cansado. ¿Qué pasa? A veces los animales disimulan sus síntomas por necesidad de supervivencia o para preservar a la persona con la que viven. En ese caso la causa es más difícil de encontrar. Los animales no se expresan, hay que sentirles. Conocí a un perro blanco de diecinueve años, Scooter, el superman de la raza canina. Su guardiana, Randi, me lo traía de vez en cuando para algunas terapias. Había sobrevivido a un accidente de coche, a los refugios, al cáncer, a una enfermedad cardíaca crónica, a una infección renal, a una úlcera en el ojo izquierdo, a una caída de mi camilla de masajes y a muchos otros accidentes. Últimamente, durante un viaje a Washington, se calló de un acantilado. Los bomberos lo encontraron indemne, paseando tranquilamente debajo del acantilado, entre las malezas. Tenía una personalidad de viejo gruñón, como si la vida le hubiera

tratado mal. Cuando le hablé, me mostró muy pocas cosas, solo algunos dolores en la pierna izquierda de la que había sido operado. Después de cada curación rejuvenecía casi cinco años, su capacidad de regeneración era verdaderamente asombrosa. Si no se le vigilaba, se perdía a menudo y simplemente se iba a ver lo que el mundo iba a ofrecerle ese día. Siempre le ocurría algo, pero siempre salía indemne e inocente, como un recién nacido. Se volvía a levantar, los ojos abiertos como platos, un poco sorprendido a pesar de todo, pero sin emoción, como si las tribulaciones de la vida no pudieran tocarle. Ni siquiera tenía aspecto de darse cuenta de lo que le ocurría, como si todo eso formase parte de la vida de todos los días. Scooter era un verdadero modelo para aprender a afrontar los desafíos. Simbolizaba la supervivencia. Yo aprendía mucho gracias a él cada vez que lo veía. Otros animales esconden sus síntomas para proteger a la persona que aman. Popi era una perra marrón de diez años muy bella, con grandes ojos de terciopelo negro. Padecía un cáncer con varios tumores en el abdomen y en los pulmones. Randi la adoraba más que a nada en el mundo. La traía regularmente a mi casa para realizar curaciones. Popi tenía que vivir. “¡No puedo vivir sin ella!” me dijo Randi. El veterinario, un gran especialista de Los Ángeles, le había anunciado que la perra ya no viviría mucho tiempo. A pesar del diagnóstico, Popi sobrevivió tres años. Lo más asombroso era que no se notaba nada respecto a su estado. Saltaba a la camilla de masaje, con aire vivo, contenta de que se ocuparan de ella. Ladraba contra los que osaban acercarse a mi estudio, corría tras las ardillas como un cachorro, y le gustaba jugar a la pelota. Cuando le pedí que me describiera sus síntomas, no me mostró nada. Intenté ponerme en su lugar y seguía sin ver nada. En la duda, me decía a mí misma: “A lo mejor he perdido todas mis capacidades”. Pero ella no quería que yo lo supiera, ni hablar. Se iba a quedar el mayor tiempo posible sobre esta Tierra, por Randi, porque esta última la quería apasionadamente. Yo también la cogí cariño. Sabía que no se curaría, era posible darle más tiempo y disminuir los síntomas. De hecho esas sesiones de terapias conmigo tenían como objetivo que Randi se fuera acostumbrando a su ida poco a poco… En cuanto empezaba las terapias, Randi, la guardiana, se dormía al mismo tiempo que Popi. Yo sabía que estaba trabajando también sobre Randi. Pero ya era hora de que Popi se fuera, lo presentía. La última vez que vino a mi estudio, tras la sesión, se puso de pie y me miró durante un buen rato, de forma poco habitual, con una gran profundidad en sus ojos.

Nunca había reaccionado así. Al contrario, siempre estaba loca de contenta y lista para correr tras las ardillas de mi jardín. Yo me iba al día siguiente a Francia. Randi me dijo: “¡Mira, te dice adiós!” Yo sabía que esa mirada era un adiós para siempre: “Me tengo que ir ahora, y gracias, ¡gracias por Randi!” Popi murió durante mi viaje, parecía en plena forma, yo no podía retenerla. Gracias a la ayuda de mis médicos del cielo, puedo ver en el interior del cuerpo de un animal enfermo mientras conservo mi conciencia de Laila y de ese modo puedo observar. Inicialmente, es muy importante para mí tener la intención de ayudar al animal con mucha integridad. Los animales son conscientes de que no se sienten bien, pero no saben lo que tienen. Así, puedo mirar dentro de los huesos, de la sangre, de los órganos. Un día estaba mirando a una yegua preñada, Aube, con la ayuda de los médicos del cielo. Se sentía cansada, no estaba en forma y pude ver un problema con su feto. Aube, que era consciente de ello, no sabía si el embarazo llegaría a su fin. Su inquietud causaba aún más estrés sobre su sistema inmunitario. Mirando dentro de su sangre vi algo extraño en sus glóbulos, parecían pequeñas placas, pero habitadas por una conciencia. Varias placas por glóbulo. Le sugerí entonces a su guardiana que hiciera un análisis de sangre. Tenía la piroplasmosis. Estando preñada estaba excluido administrarle el tratamiento médico específico a esta enfermedad. Realicé una curación con la ayuda de los médicos del cielo y, gracias a la intervención divina del Gran Espíritu, parió un potro en perfecta salud. Varias veces he ido a mirar dentro de los intestinos de los caballos. Eso me permite detectar si hay gusanos, bacterias o parásitos. No siempre sé diferenciarlos, pero tienen una conciencia. A veces puedo ver los gusanos. No es muy apetitoso como imagen, pero ahí están, ¡bulliciosos dentro de los intestinos, felices de vivir! Cuando intento hablarles, son muy obstinados y no tienen ninguna intención de cambiar de sitio. Se sienten muy a gusto en ese “gran hotel”, ¡No hay quejas por ese lado! Las amenazas, las súplicas, no consiguen nada. Todavía no he encontrado la manera de hacerles salir. Una veterinaria me pidió que mirara a su perro. No me reveló su diagnóstico con el fin de comprobar la concordancia con mi visión. Mirando la sangre, vi que los glóbulos blancos parecían aglomerados, muy pegados los unos a los otros, un poco como una pelota, y que los glóbulos rojos parecían débiles. No sé nada de medicina, así que le describí lo que había visto. Me confirmó que pensaba que era una forma

de leucemia y que ese era exactamente el aspecto que la sangre tomaba en esta enfermedad. En lo que a los huesos se refiere, por ejemplo, si hay una fractura, es posible ver a qué tipo pertenece y su grado de gravedad. Mirando la pata fracturada de un caballo español, percibí que era una fisura y que se iba a curar sola. Puedo sentir hasta qué punto el órgano enfermo puede curarse por sí mismo o si necesita ayuda. No poseo grandes nociones de anatomía, incluso cuando intento ampliar mis conocimientos. Todo tiene un espíritu, todo tiene una conciencia, así que puedo conectarme con todo.

Casos particulares o extraños “Sabéis, al comienzo de los tiempos, los hombres y los animales han vivido muy cerca los unos de los otros, comido y dormido juntos. Era al principio y eso ha sido el cielo sobre la tierra durante mucho tiempo. El hombre podía hablar al pueblo de cuatro patas, al pueblo del agua, al pueblo de dos patas y dos alas” Dhyani Ywahoo, Cherokee

P

ara mí, comunicar es lo mismo que ser el Sherlock Holmes del

mundo animal, siempre hay misterios por resolver. En lo que me concierne, los misterios son excitantes, un verdadero desafío. Me gustan los casos que nadie consigue resolver, esto me obliga a sobrepasar mis límites, a entrar todavía más en profundidad. En mi práctica, a veces tengo que buscar respuestas más allá del animal. Pienso que cada ser vivo sobre la Tierra está conectado al Todo; así que puedo, con su acuerdo, tener acceso a todas las respuestas que podrían ayudarle a recuperar su equilibrio perdido. La habilidad consiste en encontrar la llave que permite tener acceso a este espacio. Esta llave puede ser diferente para cada uno. Esto puede pasar por la meditación, la fe, la práctica de una cierta técnica, la revelación de un estado amoroso. En todo caso, pasa primero por el silencio, la escucha y la certeza de que nos oyen. La comunicación con un animal abre naturalmente la puerta a otra dimensión porque ya tenemos el corazón abierto. He aquí cómo procedo para conectarme conmigo misma. La conexión conmigo misma abre la puerta de mi corazón y me abre al Creador de Todo lo que existe. En primer lugar, respiro y me vuelvo a centrar en mi corazón, en ese espacio de quietud maravillosa con el Gran Espíritu, el Creador. A veces requiere tiempo llegar a esta sensación de paz, esto depende de los días y del estrés vivido. Es la continuidad y la costumbre los que hacen que lo consigamos rápidamente. Yo lo practico todas las mañanas, así como al mediodía y por la tarde. Siempre espero sentir una sensación de paz y de verdad. Es como un raudal de luz que me invade, me penetra y me rodea. Habitualmente, es como si una sustancia blanca llenase mi corazón y mi vientre, es muy reconfortante. Algunos días es muy grande y otras veces, es muy pequeño, según mi humor y mi condición, pero para mí es la señal. Si

siento esta paz, aunque sea mínima, sé que soy escuchada. Por supuesto, somos escuchados permanentemente. Luego me quedo ahí, sin hacer nada, en este espacio sagrado. A veces hago una pregunta sobre mi vida, sobre mí misma y espero una respuesta. A veces está muy claro y otras veces apenas lo oigo. Tengo que decir: “¡No estoy segura, no oigo!” Si llega el caso, hago tres veces la misma pregunta para estar segura. He necesitado mucho tiempo para aprender a discernir lo que oigo, para asegurarme de que no es una tontería. Por prudencia, vuelvo a hacer la pregunta otro día, con el fin de estar segura de la información. Mi corazón tiene que estar seguro con lo que oigo. Además, esto deber ser acompañado de una sensación de amor. Evidentemente, si oímos: “¡Vete a tirarte desde lo alto del acantilado!”, es que hay algo que no funciona. El mensaje sólo viene con mucho amor. Siempre hay una sensación de ayuda, de compasión. Nunca se nos dice: “Tienes que hacer esto o lo otro…” No. Nos guían imperceptiblemente hacia ese objetivo que es ayudar. Somos nosotros los que tenemos que tomar siempre la elección. Yo practico. Todos los días pregunto. Hay momentos en los que no oigo nada, así que espero. Sigo aprendiendo a discernir. Es con las validaciones con lo que acumulamos la fe. En nuestra tradición judeo-cristiana, estamos acostumbrados a rezar, a pedir estando convencidos de que no nos oyen y que nuestras súplicas nunca serán complacidas. Pero aun así rezamos, por si acaso el Creador “se dignara” a escucharnos. Pensamos no ser dignos de ser escuchados, pero aún así rezamos, puesto que nos han enseñado a hacerlo. Sin embargo, basta con una llave, por muy pequeña que esta sea, para penetrar en un universo maravilloso y mágico, compuesto de la sustancia misma del Creador que es Amor. Él es este Universo y formamos parte de Él, podemos hablar con Él, Inspirarlo e Integrarlo en todo momento puesto que la Divinidad está en nosotros. ¡Ya está bien de un Dios Bondadoso mudo, con barba blanca, sentado sobre su trono con tapones de nubes en los oídos! Un día me llamaron por un caballo castrado, Trooper, que vivía en los alrededores de Nueva York. Siempre hacía caer a su jinete Heidi. Y sin embargo, el caballo, muy dulce y amable, la respetaba. La situación era incomprensible. Heidi se había roto ya en tres ocasiones las costillas en el picadero. Había hecho lo mismo con la entrenadora, pero esta, más ágil, había conseguido salvar la espalda. Estaba tranquilo y de repente, se ponía muy nervioso. Comunicando con él me di cuenta de su estado, pero no conseguía encontrar la razón. Eso no tenía nada que ver con Heidi, ni con la entrenadora, ni con el lugar, ni con su pasado.

Luego oí la palabra “hierbas”. No pensé que viniera de Trooper. Sentí que venía de otra parte. Entonces le pregunté a Heidi si le daba hierbas. Al parecer sí: toda una mezcla de hierbas que se consiguen en las tiendas de dietética para proporcionar energía. Aparentemente era muy fuerte para él, lo que provocaba una estimulación demasiado grande y nerviosismo. La mezcla nefasta de hierbas, o bien la acumulación en su cuerpo, era la causa de su estado. Así que dejamos las hierbas. Tres semanas después, Trooper estaba mucho más tranquilo, con los músculos relajados. Hoy día ya no hay ningún problema de monta. Era un problema muy simple. Con otra persona que no hubiese sido Heidi, con menos paciencia, quizá hubiera sido vendido. He constatado que las personas utilizan las hierbas porque está de moda. Normalmente no habría que dar una mezcla de más de tres hierbas y esto durante un periodo corto. En la naturaleza, un animal enfermo va a dejar instintivamente de comer y elegirá hierbas con propiedades curativas. ¡En ningún caso tomará una mezcla de treinta y seis hierbas en cápsulas! Elegirá hierbas que están en su medio natural y no en el otro extremo del planeta. Pienso que debemos permanecer lo más cerca posible de la naturaleza. Un día, durante un seminario en Alta Saboya, Magali nos habló de su gata Mouche que, cada otoño, desarrollaba un gran nudo de pelos en la espalda. Mouche era muy mona, negra, con un poco de blanco en el pecho, pero también muy tímida y miedosa. En cuanto llegaban los participantes al seminario desaparecía para esconderse en una alguna parte de la casa. Todos los meses de septiembre, pasado el día diez del mes, desarrollaba el problema. Misterio. Pensamos en el clima, en alergias, en la pintura, incluso en la presencia de espíritus malintencionados en la casa… que solo aparecían en septiembre. Extraño. Comunicando con el animal, oigo a veces palabras que no vienen necesariamente de su boca. Los animales no saben por qué están enfermos. No más que nosotros. No son veterinarios con abrigo de pieles. No obstante, aprendiendo a escucharles, recibo también otras informaciones que aparecen para ayudarles. Tal vez son espíritus o guías que hablan. No sé. Lo único que sé es que si me quedo con el animal frente a mí, en una espera neutra y silenciosa, con la intención de ayudarle, entonces a veces recibo algunas palabras. Pero es suficiente para desatar la trama. Así, con Mouche, cerré los ojos y expuse claramente mi intención de obtener una respuesta. Oí: “Colegio, vuelta al colegio” “¿Cómo que colegio?” ¿Qué quería decir eso? No comprendía nada. ¡Los gatos no

iban al colegio! “Pregunta a Magali por el colegio”. Entonces le dije a Magali: “Es el colegio”. Pausa. Silencio. Ella me miró con sus bonitos ojos azules. Todos mis alumnos observaban. El silencio pesaba. A lo mejor me había vuelto completamente loca… Su rostro cambió de color, entonces se acordó de todo: un año, en septiembre, cuando había que volver al colegio, su madre casi se muere. Tuvo que ir al hospital y no sabía si se curaría. Entonces la madre había encontrado otra mujer para el padre de Magali y había organizado la colocación de sus hijos en casa de diferentes personas. Así, Magali se encontró sola en casa de otra gente, sin sus hermanos y hermanas, durante el período de recuperación de su mamá. Abandono, miedo, estrés. Magali se dio cuenta de que todos los meses de septiembre le ocurrían complicaciones y que todo iba mal. Era siempre un periodo muy difícil. Ese estrés estaba en ella, encima de ella, por todas partes. Mouche lo absorbía por ella y lo desprendía bajo la forma de esa bola en la espalda. Magali se dio cuenta de que todo estaba relacionado y entonces dijo: “¡Ya no volverá a haber bola!” Mouche salió de repente de su escondite y se paseó en el centro del círculo que formaban los alumnos. Incluso fue a mendigar caricias, tuve el beneficio de acariciar su bonito y sedoso pelaje y de recibir un hermoso ronroneo. Septiembre llegó, ninguna bola se volvió a formar. Un día, Chris me llamó por su perro, Peanut, que tenía miedo del día. Nadie sabía por qué. Peanut estaba con él desde pequeñito. Peanut era de color negro como la noche. El día le aterrorizaba y se escondía en el interior de la casa. Era imposible que diera un paso al exterior. ¡Ni hablar de salir, incluso si una ardilla aparecía en el jardín! Por lo que Chris sólo podía sacarle de paseo por la noche ya tarde. El veterinario no había encontrado nada. Su visión parecía normal. Era un misterio. Chris había llegado a creer que era porque a lo mejor Peanut veía espíritus y fantasmas… Era una explicación seductora al estilo de Edgar Allan Poe, pero ello iba en contra de toda nuestra literatura: ¡los fantasmas se pasean por la noche, es algo bien sabido! ¡Qué extraño! Peanut no sabía explicarme por qué tenía miedo, pero sentí su terror cuando se hizo la luz. Entonces me puse en su lugar, para ver. Esto es lo que sentí: “La luz del día me hace mucho daño en los ojos. Todas mis sensaciones visuales están multiplicadas por mil con la luz del día. Es cegador y muy extraño, como si fueran miles de agujas luminosas, veo demasiado, oigo demasiado, el jardín se transforma en una jungla terrorífica, hay grandes sombras, seres que me amenazan, ruidos extraños, es como si viviéramos una película apocalíptica. Por la noche, mi visión

se vuelve normal, la espesa sombra de la noche me protege y me envuelve, todo se calma, me siento tranquilo. Los olores están cada uno en su lugar, puedo seguirlos, estoy feliz”. No supimos nunca el porqué, quizás fue debido a la consanguinidad, pero el pobre Peanut conservó su miedo al día y Chris sus paseos nocturnos. Jordana me llamó por su caballo, Bliss, en Santa Bárbara, California. Era magnífico, completamente blanco. Bliss se balanceaba de una pata a la otra, señal de gran ansiedad. En cuanto le separaban de otro caballo. Poco importaba cuál, no necesariamente un compañero. Miré su foto en blanco y negro. Bliss estaba en el picadero, con Jordana sobre el lomo, al galope, muy elegante. Cerré los ojos, le encontré y me comuniqué con él. Esto no tenía nada que ver con Jordana ni con otro caballo, se veía que se ocupaban de él con afecto… Entonces, ¿por qué ese comportamiento? Busqué más lejos, volví a hacer preguntas, esperé. No tenía sentido, su angustia se percibía con mucha fuerza y con una sensación de nudo en la garganta, de pánico en el vientre y de sudores fríos por todo el cuerpo. Me quedé con él, le acompañé en su angustia y le empujé más lejos hacia el centro de la emoción. La ansiedad subía cada vez más, estaba a punto de explotar, de romperlo todo: de repente, se encontró en el centro de un terremoto. Tenía cinco años. He aquí las sensaciones que percibí a través de él: “Es de noche. Entro en el terror, el suelo ruge bajo mis pies, hay bestias feroces que van a matarme así como a los otros caballos de la caballeriza. Todo tiembla, el ruido es terrorífico, los caballos relinchan, enloquecidos, se ponen a dos patas, intentan salir, no hay manera de escapar, tengo un pánico que me encoge el estómago, me encuentro solo, acorralado. ¿Dónde están los demás?” Al parecer algunos caballos habían conseguido salir. Hablando con Jordana, me dijo que efectivamente a esa edad, Bliss no estaba en Santa Bárbara sino en las afueras de San Francisco, donde tuvo lugar un gran terremoto. Ella no sabía nada de su pasado, únicamente conocía el lugar en el que había vivido. Tras la comunicación deduje que la crisis de angustia provenía de ahí. Cada vez que otro caballo se iba, se activaba en él la memoria de la separación de los otros caballos de la caballeriza, el miedo, el aislamiento, la vulnerabilidad. Volvimos a pasar por todos los traumas hasta que consiguió soltar. Esto se hizo a través de imágenes y sensaciones. Entré con él en el fondo de cada emoción. Tras la comunicación, Jordana me llamó para decirme que iba bien. En los años que siguieron, Bliss solo tuvo muy pocos y cortos episodios de balanceo.

Los pájaros mensajeros “Los pájaros de vuestro planeta son a menudo mensajeros o traductores de la energía no física… eso es porque los pájaros son móviles, están en todas partes, y también porque así lo quieren…” Las enseñanzas de Abraham. Jerry y Esther Hicks

L

os animales se comunican, basta con escucharles. Una vez di un

seminario en el Jura. Estábamos en una especie de bar. Fuera hacía frío y llovía a cántaros. Una pajarita, una aguzanieves, vino a la ventana y nos observó. Todo el mundo la vio. Parecía reinar en el lugar con mucha confianza. Se posó en el borde de la ventana, miró a nuestro grupo con sus ojillos penetrantes, con curiosidad, luego arregló sus bellas plumas con el pico y se echó al vuelo repentinamente. Veinte minutos después regresó, dibujó varios círculos alrededor del bar y volvió a posarse en el borde de la ventana. Parecía decirnos: “¡Ah, todavía estáis aquí!” Es como si fuésemos niños que hacían teatro. El grupo estaba en plena repetición. Muy ocupada, revoloteaba y venía solo de vez en cuando a echar una ojeada por la ventana para asegurarse de que todo iba bien. El segundo día, después de la comida, la aguzanieves se puso a golpear con su pico a la ventana con insistencia. Pequeños golpecillos regulares. La miramos sin comprender, pero ella no se iba, seguía golpeando como diciendo: “¡Venga, venga, abrid, soy yo!”. Así que abrimos la ventana a pesar del frío, pensando que tenía hambre. Una alumna dejó algunas migas de pan, pero la aguzanieves se echó a volar enseguida. No era pan lo que quería. En ese momento, una de las alumnas se dio cuenta de lo que pasaba. Se acordó de que había que abrir la ventana regularmente porque la calefacción de carbón del bar era deficiente. ¡Nuestra pequeña aguzanieves nos había salvado a todos de una buena intoxicación! Ese mismo día un poco más tarde, el pájaro apareció una vez más en la ventana como para asegurarse de que todo iba bien. Le estuvimos todos muy agradecidos. Era nuestro pequeño ángel guardián con plumas… Una vez me llamaron en relación a un parajito, Sunshine. Tenía bonitas plumas blancas y plateadas. Su guardiana estaba muy enferma, sufría de cáncer y no podía abandonar la cama. La comunicación era útil para saber si quería ser adoptado por Patti, una amiga de la señora o si quería quedarse con ella. Cogí su foto entre mis manos, cerré los ojos y me deslicé en la casa. Olía a moho y a muerte. Todo estaba oscuro, era

pesado. Había un gran gato atigrado que deambulaba por la casa, sin saber dónde meterse. Me acerqué a la jaula donde se encontraba Sunshine, sus plumas brillaban en la oscuridad. Sentí la cama no lejos y la presencia de la mujer enferma. Recibí un pensamiento bajo la forma de una vocecilla fina y débil que me decía: “Me quiero quedar con ella hasta el final…” Sunshine tenía una voz muy bella, le gustaba cantar. Cuando cantaba, toda la casa se llenaba de alegría y de luz. Hasta el gato le escuchaba. Ya no había barrotes, ni tristeza, todo se convertía en espacio infinito. A lo mejor cantaba para curar a su guardiana, pero no funcionaba. Ahora Sunshine ya no cantaba. A medida que la enfermedad avanzaba, la casa se volvía cada vez más oscura y silenciosa. Algunas veces, Sunshine se comunicaba con el gato, que hacía su aseo matinal bajo la jaula. Ya no tenían gran cosa que decirse. “Sabemos que va a dejarnos dentro de poco. Es Patti la que nos da de comer y beber todos los días”. La ambulancia vino para llevarse a la señora al hospital. Al día siguiente, Patti vino a alimentar a Sunshine y al gato. Se acercó a la jaula. Sunshine yacía en la jaula, con sus bellas plumas rígidas, su bonita voz apagada para siempre. Se había ido volando como una pluma ligera, para acompañar a su señora hacia la luz. Lloré cuando me lo contó, a mí también me había emocionado la voz de Sunshine. Después pensé en ese antiguo proverbio chino que dice: “Un pájaro no canta porque tiene una respuesta, canta porque tiene una canción”. Personalmente, creo que los pájaros saben comunicarse entre especies. Todos los animales saben, pero me parece que en los pájaros es natural; quizá porque tienen la posibilidad de desplazarse tan fácilmente entre cielo y tierra, quizá porque tienen el espíritu tan ligero. Una vez tuve una comunicación con un caballo gris tordo, Star, muy viejo, que tenía problemas de salud. Vivía a una hora de Los Ángeles. Star me enseñó que tenía como compañero a un bonito pájaro que venía a visitarle todos los días. El caballo vivía solo en un gran prado, algo que no era natural para un caballo. Es dura la soledad. Le hubiera gustado tener otros caballos alrededor suyo. Este pájaro era la única presencia para él. Sentí que la mayor preocupación de Star era no abandonar a este último en el caso en que muriese. Eso me sorprendió, pensé que tal vez era mi imaginación que me jugaba una mala pasada. Cuando hablé con su guardiana, Carolyn, me dijo que efectivamente un pájaro venía todos los días a posarse sobre el hombro derecho del caballo y que se quedaba así durante horas. ¡Además era de color azul! Otra vez, estaba en el sur de Francia en casa de unos amigos. Era una

bonita tarde templada gracias al calor del sureste francés. Un dentista equino me acompañaba, Paul, estábamos mirando a los dos caballos que había en el prado cuando de repente sentí unos tirones en la espalda, como si me estuvieran tirando de la camisa. Me di la vuelta. Detrás de la valla del prado había un pequeña cría de arrendajo que me miraba. Me acerqué a él. Daba saltitos con gran dificultad sobre un montón de maderas e intentaba trepar sobre el muro de la casa. Cuando estuve muy cerca de él, me miró con sus ojillos, y oí muy claramente en mi fuero interior: “¡Ayúdame, ayúdame!” Al principio pensé que quizás estaba herido porque temblaba de miedo. Sentí que tenía sed y estaba al borde del agotamiento. Después percibí estas sensaciones: “He perdido a mi mamá, ¿dónde está mi mamá? ¡Ayúdame!” Yo tenía el corazón en un puño, pero no sabía qué hacer. Más tarde me enteré de que una de las mujeres que estaba de visita en casa de nuestros amigos ese día había visto al pájaro después del desayuno y le había dicho: “¡Ve a ver a Laila, ella te ayudará!” Entonces el pequeño arrendajo había dado saltitos alrededor de la gran casa tal vez para buscarme en el prado en el que me encontraba con los caballos. Eso le tenía que haber llevado mucho tiempo porque caía la noche ya. Cansado, fue deprisa a esconderse en las malezas detrás de la casa. Yo me decía, a pesar de los tirones en mi corazón: “Quizás es mejor dejar que la naturaleza haga su trabajo, no me voy a meter”. Pero el dentista a mi lado añadió: “Pregunta qué es lo que tienes que hacer, tú sabes cómo, ellos te escuchan”. Oí muy claramente en mi interior: “¡Ayúdale!” e intuitivamente supe qué hacer. Paul tenía que cogerle con sus manos, enrollarlo en un trapo, y después dármelo. Cogió suavemente al pájaro, sin ninguna dificultad. En cuanto el pequeño arrendajo se encontró en sus manos, se calmó instantáneamente. Me sorprendí. ¡Había visto muchas veces cómo la magia se producía con los caballos, pero no sabía que también funcionara con los polluelos! Me comuniqué con el pequeño arrendajo para saber lo que le había ocurrido. Me mostró en imágenes cómo se había caído del nido en el que anidaba con otros tres hermanos y hermanas. De repente se encontró a pleno sol, sobre el suelo ardiendo y duro. Había piedrecillas bajo sus patas. Estaba muy angustiado: “¿Dónde está mi mamá?” No sabía volar. Cuando describí la situación a nuestros amigos, supieron inmediatamente en qué fachada de la casa se encontraba el nido. Los pintores habían venido y accidentalmente habían desplazado el nido. Estaba en el lado sur, en pleno sol. Era el mismo lugar en el que la señora

le había visto por la mañana. Intenté entonces comunicar con la mamá, a distancia, percibí imágenes de ella ocupada reuniendo a los otros tres pequeños y reconstruyendo el nido. Ella sabía que el polluelo perdido estaba sano y salvo. Me sentía responsable del pequeño arrendajo pero no sabía qué hacer. Había que actuar con rapidez pues caía la noche. Una vez más, el dentista me sugirió: “¡Pregunta y te dirán!” Supe que había que hidratarle, darle de beber con la pipeta, mantenerle caliente y en el interior durante la noche. Ni hablar de dejarle fuera, no sobreviviría. No había que preocuparse, todo iría bien, se reuniría con su mamá al día siguiente. Paul fue a buscar una pequeña jeringuilla destinada a los caballos y con una paciencia infinita, insistiendo para que abriese el pico, le dio una gota tras otra. Sus ojos estaban medio cerrados y se veía que eso le regeneraba. Pequeños sonidos salían de su garganta después de cada gota. Muy rápidamente empezó a reponerse. Una vez tonificado, eligió a Paul como padre adoptivo. Se divertía subiendo y bajando a sus hombros, escalaba a su nuca y le daba pequeños y afectuosos golpes de pico en las mejillas. Ese papá sin plumas era algo diferente… No obstante, era la hora de dormir. Le hicimos un pequeño nido con mi jersey. Se negó a dormir, entonces le cogí en mis manos, hice una oración y seguidamente se sumergió en un profundo sueño. Pasó toda la noche en la habitación conmigo. Al día siguiente, cuando abrí los ojos, le vi inmóvil, mirando el rostro de una estatua de madera que representaba a la diosa de la compasión, Quan Yin. Ya me había fijado en esa bella estatua la víspera antes de acostarme. Ni un solo sonido salía de la garganta del pequeño arrendajo. Salí a buscar a Paul. Llegó, le levantó con la palma de sus manos y abrió la gran vidriera que daba al jardín. El pequeño arrendajo, que ayer no sabía volar, tomó el vuelo a la luz del sol naciente. Sentí que iba en busca de su mamá arrendajo. ¿Le había enseñado a volar durante la noche la diosa de la compasión? Comprendí que era un mensaje para mí también: “Escucha tu corazón, déjate guiar y el Creador te dará alas para ir hacia la Luz”. Cada vida es valiosa, cada respiro es único. Cada ser tiene su lugar y su objetivo en el círculo sagrado de la vida. A veces ocurre que en nuestra existencia nos es dado un regalo precioso, el de salvar una vida o ayudar a un animal a volver hacia su Creador. Un día, di un espectáculo para un festival de las culturas del mundo en el museo Ghetty de Los Ángeles. La escena estaba situada en un gran patio. Era a primeras horas de la noche, en el mes de junio. Había

aproximadamente doscientos espectadores. Desde hacía un momento sentía un vacío interior, una ausencia. Con todo lo que había recibido y ahora atravesaba un período de noche oscura, la noche que tan bien había traducido San Juan de la Cruz. Ya no oía nada, dudaba de todo. Antes de bailar miré al cielo y dije: “Creador, ahora bailo para ti. Dame una señal, dime que no se ha acabado, que hay luz al fondo del túnel, dime que me escuchas, ¡que no me has abandonado!” Me encontraba en medio de la coreografía, cuando de repente un músico dejó de tocar, miró al cielo y dijo: “¡Mira, una paloma blanca!”. Todos los músicos y bailarinas levantaron la cabeza, el movimiento se detuvo. Estábamos todos paralizados sobre el escenario, como estatuas de sal: un breve instante de silencio suspendido en el tiempo. Miré hacia arriba, a la izquierda, había una bella paloma blanca en el cielo. Con sus alas desplegadas, dibujó dos círculos muy altos alrededor de nuestras cabezas y desapareció repentinamente. La música volvió a comenzar. Yo volví a bailar, mi corazón reventando de alegría, los ritmos respondiendo como cantos de pájaros. Los aplausos estallaron. La paloma había bajado esa noche para mí, para todos nosotros allí presentes, con un mensaje para cada uno… La comunicación animal se hace por telepatía. Todos nos comunicamos bajo esta forma. Es nuestro primer lenguaje, antes incluso que la palabra. Todos somos capaces de sentir percepciones e informaciones sobre los animales, puesto que todos formamos parte de ese mismo campo, que los físicos denominan: “campo cuántico”. Por nuestra educación y por la sociedad, ese lenguaje ha quedado oculto en el fondo de nosotros, es como si hubiéramos conocido esa lengua durante nuestra más tierna infancia y la hubiésemos olvidado. Para volver a encontrar esa facultad, necesitamos entrar en nuestro interior, en el silencio, y volver a aprender a escuchar. Una vez que la máquina vuelve a ponerse en marcha, la telepatía vuelve a ser fácil.

No estamos solos “El que vive la unidad de la vida se ve a él mismo en todos los seres vivos, ve a todos los seres vivos en su interior y lo mira todo con ojo imparcial” Buda

M

ás tarde he vuelto a pensar en la sabiduría del rey Salomón.

¡Después de todo tal vez yo deseaba también una pequeña parcela de esa sabiduría! Quizás él sabía entrar en todas las cosas, ser Uno con el Gran Todo. Si no alcanzamos la sabiduría del rey Salomón estaremos todos separados, siempre solos. Tenía una tortuga macho que se llamaba Samson. La había visto en una tienda del barrio chino, golpeándose constantemente la cabeza contra el cristal de un pequeño vivero. Parecía no comprender que era un cristal, que no podía pasar a través de él. Pedí verla, la cogí en mis manos. Sacó la cabeza de su caparazón y me miró. Fue un flechazo inmediato. Le dije: “¡Ven, te voy a sacar de ahí!” La llamé Samson porque deseaba que estuviera siempre fuerte, quería que viviese eternamente. ¡Es bien conocido que las tortugas viven mucho tiempo! La quería mucho. Cabía en el hueco de mi mano. Adoraba acariciar su bonito caparazón y la parte de arriba de su cabeza. Cuando le acariciaba la cabeza suavemente con mi índice, cerraba sus ojitos negros que me recordaban toda la sabiduría y el conocimiento del rey Salomón. Nos comunicábamos sin palabras, con el corazón. Le construí un “palacio” espléndido, muy grande, en mi jardín, detrás de la casa. Había jardines, pequeños lagos para bañarse, una zona de arena, pequeños árboles y refugios para protegerse del sol. Intenté reproducir “la Alhambra” para tortugas. Estaba a salvo de los animales salvajes, era inmenso y aún así era libre de irse si así lo deseaba. Pero se quedó por mí. Ese día, hacía un calor tórrido. Llegué a su palacio. La busqué. Parecía dormitar y tenía aspecto de estar abatida. Cuando me vio sacó la cabeza de su caparazón, la levantó muy alto y me miró fijamente a los ojos. Nunca me había mirado con tanta intensidad. Sentí claramente la sensación en el interior de mi corazón: “Te quiero”. Una miel suave y fluida se extendió en todo mi corazón, en todo mi ser y me deslicé en la sombra líquida de sus ojos, deseando quedarme allí. Quedarme en ese amor apacible. Para la eternidad.

Pero nos separamos y le dije: “Espera, hace calor, voy a casa a buscarte agua fresca”. Yendo hacia la cocina pensé: “Yo también te quiero”. Volví corriendo, el suelo quemándome los pies, con el platillo de agua del que había volcado la mitad con las prisas. Está ahí todavía, adormecida. Adormecida para siempre. Bajo el calor tórrido del mediodía, en el desierto de California. Me quedé ahí, el agua del platillo goteando sobre mis dedos, sobre mis pies desnudos. Con el calor agobiante, insoportable sobre mi cabeza. Sus ojos estaban cerrados, todo el líquido suave se evaporó, su fuerza había desaparecido para siempre. Dándole el nombre de Samson a la tortuga, había olvidado que ese hombre evocado en la Biblia también había perdido su fuerza. No lloré, mis lágrimas estaban dirigidas hacia el interior, estaba sola, separada del gran Todo. Con un desierto en mi corazón. “Nunca más vas a estar sola”. Son los médicos los que me lo han dicho. Les llamamos los “médicos del Cielo”. No es un cuento de hadas. En una época de mi carrera de bailarina apenas podía caminar. Era imposible bailar, subir al escenario. Mi rodilla izquierda estaba en muy mal estado. Fui a ver al mejor especialista de cirugía deportiva artroscópica de los Estados Unidos. Me dijo que olvidara la danza, que hiciera otra cosa. “Búsquese otra profesión. ¡Menisco, tendones, cartílago! ¡Una intervención quirúrgica daría muy pocos resultados, incluso habría riesgo de que se agravase, y sería peor que antes!” “¿Qué quiere decir peor que antes —pregunté—, que ya no volvería a bailar nunca más?” “Sería mejor que encontrase otra profesión”, me respondió, sentencioso y enigmático. Pero yo tenía que bailar. Ya con quince años me habían dicho que no volvería a bailar por culpa de mis rodillas. Gracias a la rehabilitación, me restablecí y pude continuar bailando. Pero ahora sabía que no iba nada bien; daba las clases de baile sentada en una silla, luchando contra el dolor y la depresión. Mis piernas ya no me sostenían, en cualquier momento podía desmoronarme. Hacía años que lo había probado todo: acupuntura, inyecciones en las rodillas y otros tratamientos alternativos. Sin mucho éxito. Tras unos meses de respiro, el problema reaparecía. No entendía el porqué de tantas dificultades. En España, había vivido prácticamente en un cuchitril, en un barrio insalubre de Madrid. Igualmente casi me muero después del nacimiento de mis gemelos. Había sobrevivido a una gran pobreza y a enormes dificultades. Había recibido milagros, luego llegué a Estados Unidos, ahora ya no podía bailar. ¿Qué querían de mí? Me sentía como los hebreos atravesando el desierto con Moisés, quienes dudaban a

pesar de los milagros. Ya no sabía a quién acudir. ¿De qué íbamos a vivir mi familia y yo? Los niños tenían cinco años. Yo vivía de la danza, era mi profesión. Mi marido era guitarrista, trabajábamos juntos. Un día, mientras estaba de pie delante de la ventana, de repente, mirando la luz de primeras horas de la tarde que entraba en mi habitación, lo comprendí todo en un instante. Tuve un abandono interior muy fuerte, todo mi ser se abandonaba, comprendí que no tenía control alguno. Era como una revelación. ¡Durante todos esos años había luchado tanto por encontrar algo, por seguir bailando! Era como una guerra dentro de mí, contra mi cuerpo permanentemente, a todas horas del día. Y entonces dije claramente, en voz alta: “Gran Espíritu, Creador, si quieres que baile, bailaré, si no, haré otra cosa. Haz lo que quieras, estoy harta de luchar, estoy cansada”. Y era sincera. No hacía trampas con el Creador para que me curase la rodilla. Me puse en sus manos, con todo mi ser. Algunos días después, me hablaron de los “médicos del Cielo”. Estaba lista para ir a México. Me hicieron pasar a una sala y un hombre mayor con la espalda encorvada se acercó a mí. Mirando más de cerca, se veía que era un hombre que tenía entre veintiocho y treinta años, pero se movía como un viejo. Tenía ojos extraños y un timbre de voz muy bajo, como si hablar fuese un esfuerzo para él. Sentí que mi corazón latía fuerte y me pregunté: “¿En dónde me he metido esta vez?” El médico me dijo que me sentara encima de la cama y me preguntó: “¿Qué puedo hacer por ti?” Le describí el problema de la rodilla y lo que habían dicho los cirujanos americanos, con una voz más bien temblorosa. Tenía miedo de que oyese los latidos de mi corazón, pero parecía imperturbable. Puso su mano sobre mi rodilla. En ese momento sentí una confianza absoluta, total, como nunca antes había sentido. Esta confianza se deslizó suavemente hacia todas mis células, ya no tenía miedo, me sentía aliviada, mi vida estaba en buenas manos. Desde hace casi veinte años que conozco a los médicos, sigo teniendo esa misma sensación de confianza, de seguridad y de Amor. El médico miró mi rodilla como si viese en su interior y me dijo: “¡Tengo que operar!” Me explicó exactamente lo que pasaba en mi rodilla. Me mostró el menisco desgarrado, el cartílago degenerado, y el tendón inflamado. Estuve de acuerdo con la operación. Los especialistas americanos no querían operar. Yo sabía que estaba en las mejores manos. Cogió un pequeño escalpelo. Me tumbé sobre la cama. No hubo anestesia. Dolía. Cerré los ojos, apreté los puños. Tuve la impresión de que me cortaban la rodilla pero, cosa extraña, me era absolutamente

imposible mover la pierna. Después de aproximadamente tres minutos, me dijo: “Ya está, se acabó. Puedes levantarte”. Abrí los ojos esperando ver sangre por todas partes. Ni una gota. Miré la rodilla. Solo había una pequeña incisión que parecía un pequeño arañazo de gato. Me dijo que me levantara y andase. Nada. No me dolía. Doblé fuerte la rodilla sin esfuerzo. ¡Era la primera vez en nueve años que podía hacerlo! Descansé toda la semana. Me quemaban las manos, mi cuerpo pesaba, dormía mucho con un sueño profundo, sereno y apacible. Una semana después de la operación volvía a bailar, un mes después estaba sobre un escenario, sin ningún dolor. Mi vida se recuperaba, mi carrera también. Incluso el arañazo sobre la rodilla desapareció, como si la operación no hubiera existido nunca. “Nunca más vas a estar sola” me habían dicho los médicos. A partir de ahora estaba acompañada por los médicos del Cielo. Durante los diez años que siguieron, tuve cinco operaciones por otros problemas estructurales. Todas con éxito. En una de las operaciones a las que me sometí en México, mi amiga Laura que me acompañaba vio cómo las tijeras se clavaban hasta la mitad en mi nuca. Yo no sentí nada. Hacía años que no había dormido así. Hay muchos médicos que no vemos pero que sentimos. Su amor y su presencia están siempre ahí, conmigo. Ni siquiera puedo expresar todo el reconocimiento y el amor que siento por mis médicos. Están ahí siempre para mí, los siento a mi alrededor. Sobre todo mi médico. En los momentos más difíciles de mi vida, me ha apoyado, guiado, ayudado, curado, escuchado, aconsejado, me ha visto llorar y me ha hecho reír a carcajadas. No se puede explicar todo lo que he aprendido y que aprendo aún con él. Toda mi forma de ver la realidad ha cambiado. A menudo pienso en lo que me dijo: “Vosotros os olvidáis más fácilmente de nosotros que nosotros de vosotros”. “No estás sola”. Mis médicos… no tengo palabras para daros las gracias. Os quiero con todo mi corazón. A partir de ahí, mi vida empezó a cambiar. Sentí en el fondo de mí misma que iba a tomar otra dirección. En aquella época yo trabajaba con Adam, que era mi marido, realizábamos grandes espectáculos en los mayores teatros de Estados Unidos. Adam es un gran guitarrista. Es un músico con talento. Éramos muy creativos en el baile y en el espectáculo: ritmos, pasos, ideas nuevas, teatro. Mi cabeza trabajaba permanentemente, y siempre mucha práctica, lo que daba ritmo a los días. Estaba absorta por mi vida de bailarina. Era tan maravilloso poder ahora andar sin dolor, correr, bailar, hacer piruetas. Era maravilloso el poder escenificar las visiones coreográficas que daban vueltas en mi cabeza, y

poder enseñar de pie, fuerte sobre mis piernas. Mis hijos también tocaban un instrumento, el violonchelo y el violín respectivamente. A veces se unían a nosotros en el escenario. Nuestra vida cotidiana era rica en música, en teatro, en lectura de críticas, en conversaciones apasionadas con los cantaores y de nuevo con los gitanos, las clases, los ensayos, los viajes… Mi cabeza estaba llena y disponía de poco tiempo para entrar en el Silencio. Muy a menudo me despertaba en plena noche con una sensación de presencias. Pero al día siguiente la vida tumultuosa volvía a empezar, sin tiempo para ninguna otra cosa.

Las señales “En este universo el amor es lo que une todo. El Amor es el fundamento de la belleza y de la realización de la vida” Amma (Mata Amritanandamayi Devi)

H

abía señales. Una noche soñé con un gran caballo de largas crines.

Parecía muy viejo. Era espléndido, grande y radiante, pero se encontraba preso como en una tela de araña, esculpido en un gran cristal del tamaño de una pared. No podía salir de la piedra transparente. En cuanto me desperté olvidé el sueño. Al día siguiente, fui a un mercado con dos amigos que se ocupaban de un refugio para animales perdidos; acabábamos de crear en Los Ángeles una asociación de ayuda a los animales basada en la comunicación y los cuidados. Estaba en el mercado, esperaba a mis amigos concentrados en sus compras. Yo no tenía ganas de comprar. El mercado rebosaba de todo tipo de objetos, libros, joyas antiguas, peluches, objetos para coleccionar, cosas en cobre y madera. Estaba esperando delante de un puesto. Había una señora rubia con un delantal azul. Esperaba que compráramos algo en su puesto. Mi mirada se posó en una vieja caja de cartón azul descolorido, colocada al revés sobre la mesa. Miré la caja unos instantes, luego le dije a la señora: “Eso es un caballo en un cristal”. No sé cómo pero lo sabía. Las palabras salían solas de mi boca. Su rostro cambió de repente de color y me miró con ojos atónitos, como si yo viniese de otra dimensión. Levantó la caja con una mano, la giró y ahí estaba, el bello caballo de mi sueño, ¡prisionero en un cristal! Se le veía a través del plástico transparente de la caja. Entonces me lo regaló. Yo le expliqué mi sueño. ¡Se quedó maravillada! Me confió que sentía que en su vida no pasaba nada. Su vida era triste y apagada, se sentía sola, deprimida. El caballo era el golpe de varita mágica, creía que su vida iba a cambiar ahora, era una señal. Para mí era la señal de romper mi cristal y de liberar la promesa que había olvidado. De pequeña me había prometido ayudar a los caballos. Entre todos los animales, es quizás de ellos de los que más se abusa, porque son utilizados. A partir del momento en que el ser humano utiliza al caballo y le da un valor comercial, le está faltando al respeto. El caballo se convierte en un objeto que tiene que ser rentable. Su espíritu y sus

sentimientos son secundarios o incluso inexistentes. Cuántas veces he oído: “Voy a venderle, no tiene el valor que yo pensaba”; “¡Me han engañado!”; “Tiene un problema de salud, no sirve para nada”; “Con este caballo no se puede hacer nada, no se puede sacar nada”; “Está loco”. Hemos olvidado quién es realmente el caballo, de dónde viene. Así que respeto mi promesa, doy mi vida por ellos. Es increíble lo que pueden soportar: las horas de soledad en el box, el bocado, las riendas, las cinchas, los jinetes, el dolor de espalda, de piernas, el cansancio, los golpes, los insultos, las heridas, el hecho de estar atados, etc., etc. La lista es larga. Gracias a su fuerza física, podrían perfectamente enviarnos a “la porra”. Pero aceptan todo lo que les hacemos padecer. No obstante, si el comercio de caballos y las competiciones no existiesen, ¡quizás estarían en vías de extinción! ¿Será por fin capaz el hombre de trabajar en colaboración, en co-creación con el caballo? El caballo es un ser inmenso, dotado de una paciencia infinita. Por supuesto, cada uno tiene un carácter y un temperamento diferentes. Niveles de sensibilidad y de evolución diferentes, así como capacidades físicas variables. Al igual que nosotros. Si alguien quiere ser pianista, no intentamos transformarle en futbolista. Es lo mismo con los caballos. No debemos imponerles nuestra voluntad por la fuerza. Para ello hay que comprenderles, respetar su personalidad, no obligarles y sobre todo hay que desarrollar una conexión, una relación con ellos de confianza mutua. Algunos tienen menos capacidades atléticas, pero más voluntad que otros, los hay que simplemente sienten nerviosismo y ansiedad. Pero todos intentan dar gusto al hombre a pesar de todo. Es importante que el caballo tenga ganas de colaborar con nosotros. Ganas de darnos. ¿Por qué obtener por la fuerza lo que podéis obtener con amor?, dijo un jefe Powhatan. No hay otra llave que el amor. Es la única. Antes de montarles, de pedirles resultados, de exigir de ellos, hay que aprender a conocerles, estar con ellos, presentes con ellos, conectarse de espíritu a espíritu. Luego podemos aplicar todas las diferentes técnicas, los conocimientos, los entrenamientos necesarios. Basta con tener la intención de ayudar y de quererlo. Todos sabemos comunicarnos. Es nuestro primer lenguaje. Un día, gracias a Catherine del Centro Equino de las 3 Fronteras en Rixheim, conocí a un hombre extraordinario que posee la conexión más perfecta, más natural y armoniosa con el caballo. Se llama Patrizio, de origen Cheyenne y vive en Suiza. Le llaman a menudo para los caballos llamados “difíciles” o “con problemas”, aquellos que por ejemplo han enviado ya a su jinete al hospital. Patrizio en el round pen (cercado redondo) establece en muy

poco tiempo, sin hacer nada en apariencia, una relación con el caballo. El caballo “difícil, con problemas” se vuelve confiado, mientras sigue conservando su nervio. Patrizio establece una relación jerárquica ofreciendo así la seguridad de líder para el caballo. Él es el líder indiscutible que el caballo aprende a aceptar y por consiguiente a darle su confianza. Todo se juega sin tocar al caballo físicamente, es como si este se despertase a la vida por vez primera. Su atención está fija en su líder y Patrizio, a cambio, proyecta toda su atención sobre él. El espíritu del hombre y del caballo se tocan y se unen. El caballo tiene confianza en él. Está dispuesto a darse enteramente a él. El caballo vibra, está vivo y vuelve su verdadera esencia. Cuando estuve frente a Patrizio, sentí inmediatamente en él una gran fuerza interior, un hombre íntegro, un verdadero espíritu libre. Observando su trabajo, las palabras de los médicos del Cielo me vinieron a la mente: “la vida está hecha para disfrutar”. Ese es el verdadero objetivo: una colaboración con el caballo, una unión de espíritus. Es, así lo espero, el camino del futuro.

El despertar “Deja a mi alma sonreír a través de mi corazón y a mi corazón sonreír a través de mis ojos, que yo pueda dispersar sonrisas en los corazones tristes” Paramahansa Yogananda

V

arios años después del encuentro con los médicos del Cielo, mi

familia y yo fuimos a pasar una temporada en Ensenada, México. Allí, tuve la impresión de que algo se revelaba en mí, como una memoria antigua. Me sentía muy conectada con esa tierra mexicana. No conseguía acostumbrarme al español de México, estando habituada al castellano. En cambio, la sensación en el aire tenía algo familiar que yo no podía definir. Un día, nuestro anfitrión nos llevó a visitar un templo abandonado, muy pequeño, que se encontraba en un campo. El acceso al mismo no era fácil. Había que escalar una colina puntiaguda de piedras. Nadie sabía para qué había servido el templo. Las paredes de piedra se derrumbaban. Se parecía más bien a las “casitas” en las que las gentes guardaban a sus animales en la isla de mi infancia. El campo estaba reseco, extendiéndose hasta el infinito. No obstante, parada allí, en medio de ese terreno, bajo el sol, oí una voz interior muy fuerte que me decía: “Es el momento de comenzar”. Poco después, en Los Ángeles, tuve un sueño extraño. Tenía grandes agujas de acupuntura redondas, largas, espesas y antiguas clavadas en diferentes lugares de mi cuerpo, y una mano invisible me las quitaba una a una. Esto producía un ruido extraño, pues estaban allí desde hacía mucho tiempo. Parecían ser de madera negra lacada, no obstante, también las veía oxidadas. Cada vez que me quitaban una, el aire entraba con una gran fuerza, entonces mi cuerpo respiraba de repente, como si resucitase. Supongo que eran “chakras”, pero había muchos. Oí en mi sueño que no se podía quitar todo a la vez. Me parecía tan real que me acuerdo como si fuese ayer. ¡De hecho creo que todavía me quedan agujas en el interior! Ese sueño me mostraba mis bloqueos, que desaparecían cada vez más. Encontré confirmación de lo que había sentido en México. Ir hacia los animales, ayudarles. Fue con mi tortuga macho, Samson, con la que comencé. Estaba visiblemente enferma, muy débil. Mi perro, Calo, celoso de su presencia, le había cogido con su boca y le había estropeado su bonito caparazón. La

tortuga tuvo heridas que sangraban. Fue curada con sustancias naturales que nos dio un veterinario formado en medicina holística, pero aún estaba débil. La cogí en la palma de mis manos. Sacó su pequeña cabeza, sus ojos medio cerrados. Una gran “Presencia” me llenó. Esta “Presencia” irradia un amor y una compasión infinitos. Nos quedamos juntas durante una hora en un silencio perfecto. Parecía que el tiempo se hubiera parado repentinamente, yo no pensaba en nada. Seguidamente, levantó su cabecita y se empezó a moverse en mis manos, llena de energía. No obstante, no pensé que esta “Presencia” hubiera podido tener una influencia sobre la mejoría de su estado. Después vino Dulce, una gatita negra de tres meses, recuperada en la calle y acribillada a perdigones. Unos niños se habían dedicado a tirar sobre ella. Un veterinario compasivo la había operado para sacarle todos los plomos del cuerpo, excepto uno. La vi en el refugio, medio muerta, tumbada en una jaula. Nadie pensaba que sobreviviría. Y además tenía una infección en las vías respiratorias. Iban aplicarle la eutanasia. Pero entonces les dije: “Dejadme intentarlo”. Me la llevé conmigo y le hice un pequeño camastro en mi estudio de danza. Cada vez que me acercaba a ella sentía esta gran “Presencia”. Me llevó tiempo, todos los días la cogía entre mis manos. Se volvía suave y tranquila y poco a poco volvió a empezar a comer y beber, estaba salvada. Esto me llevó mucho tiempo. Mi médico del cielo me decía siempre: “Sigue aprendiendo, sigue”. Lo probaba todo, practicaba mucho, a distancia, hasta altas horas de la noche. A veces me despertaba a las tres de la madrugada sentada, con las piernas cruzadas y doloridas. Me había dormido durante la práctica de la cura. ¡Todo era tan intangible! En el baile poseemos la técnica de los pies, es algo concreto, está ahí; pero ahora no podía coger nada con los dedos, ¡era frustrante! ¡Cuanto más utilizaba mi voluntad y más esperaba resultados, menos había! Fui a quejarme a mi médico del Cielo que me dijo solamente: “Sigue”. A veces podía ayudar a los animales del refugio en el que trabajaba como voluntaria. Y luego un día, mi perro Calo se desgarró el ligamento de la pata posterior en el parque para perros. Otro perro se había golpeado contra él a toda velocidad y oí su grito de dolor cuando se cayó al suelo. Calo es un gran rottweiler cruzado con perro pastor, era muy estoico. No se quejaba nunca. Sabía que algo no iba bien. El veterinario, tras un examen, quiso operarle y darle medicamentos anti-inflamatorios. Me dijo: “No sé si su hígado va a soportar, pero no podrá volver a caminar correctamente”. Esa frase me recordó mi situación antes de encontrar a los médicos del Cielo. A la espera de la operación, me puse a trabajar con

él todos los días. Me desanimaba. Además me partía el corazón verle cojear e intentar no mostrarme su dolor, ¡eso lo conocía demasiado bien! Durante ese período, lo peor fue la duda. Dudaba siempre de mí misma. ¡De hecho podría enseñar y otorgar el diploma de la duda! Mi médico del Cielo me veía llegar a él llena de pena y me decía: “La duda es el peor enemigo del hombre”. “¿Qué te parece, es mejor hacerlo o no?” Yo me sentía sola. No me sentía ayudada. ¿Por qué era tan difícil? Mi médico del Cielo me decía: “¿Cuánto tiempo has necesitado para aprender a bailar?” Calo hizo progresos poco a poco, sin operación, volvió a andar sin cojear y tres meses más tarde brincaba como un pequeño cachorro. Yo ya había visto lo que era el Chi. Cuando tenía quince años, mis padres habían conocido a Rodrigo de Azagra, maestro de la tradición del Albaicín. Su familia era de origen chino que había emigrado al norte de España. Esta enseñanza había sido transmitida de generación en generación en su familia, y se parecía al Chi Gong. Todos los movimientos que desarrollaba el Chi estaban basados en la observación de los animales. Se hacían los movimientos del tigre, del oso, del águila… Rodrigo podía hacer caer al suelo en un minuto a un gran karateka, un profesional de kárate, con solo dirigir sus dos dedos hacia él. Eso era el Chi. Después conocí al Maestro Zhou. Al llegar a Estados Unidos, una estudiante china me llevó a su casa. Era un gran maestro de Chi Gong que había escapado de la revolución china. Se había pasado la vida en templos para practicar el Chi Gong con maestros, luego se había marchado a pie para curar a la gente. Tenía alrededor de sesenta años y no hablaba inglés. Para las curas, preparaba una pequeña toalla empapada en alcohol de 90ºC que enrollaba dentro de una hoja de papel de aluminio. Colocaba esa toalla sobre la parte enferma del cuerpo. Seguidamente ponía su mano derecha detrás de la espalda, y movía los dedos de la mano derecha por encima de la toalla. ¡Se ponía ardiendo! Había que gritar: ¡Hot, hot! (¡era mejor aún con el acento chino!) para que parara de lo mucho que quemaba. ¡A él le hacía gracia! Pronto aprendí a decir tang en chino para caliente. ¡Tang, tang!… Lo vi incluso trabajar sobre un bombero americano, un gran tipo fuerte que había ido a verle en uniforme. ¡Le divertía mucho quemar a un bombero! He asistido a otras de sus proezas de Chi Gong. Le he visto tensar una fina hoja de papel bambú en el aire entre dos sillas, caminar por encima sin romperla, con dos cubos de agua colgados de sus brazos y sujetos mediante una incisión en su carne. He visto cómo un camión pasaba por

encima de él, romperse piedras sobre su cabeza, clavarse una espada en su cuello y otras cosas de ese tipo sin que nada le afectase. Era el Chi. Me cogió como alumna y me enseñó el Chi Gong durante seis meses. Me ayudó mucho con mi rodilla izquierda. Cuando fui a ver al médico deportivo, me dijo que no comprendía cómo mis músculos se habían vuelto a formar correctamente. Dijo incluso: “He ido a China y es verdad que he visto cosas que nuestra medicina no puede explicar”. ¡Desgraciadamente, yo en esa época solo tenía la danza en mente y no practiqué el Chi Gong! Las terapias no me interesaban realmente. Había grandes Maestros para eso. Sin embargo ya me habían tendido la mano en varias ocasiones. Un día, mucho antes, en Madrid, al entrar en el estudio de baile en el que estudiaba en aquella época, vi a una mujer que hacía señales extrañas en la mano de un hombre. Al verme entrar en la sala, con los zapatos en la mano, me hizo señas para que me acercara. Fui hacia ella. Me miró fijamente a los ojos con gran intensidad y me dijo: “Eres una sanadora”. Y enseguida repliqué: “Ah no, no lo soy, quiero bailar, no quiero ser sanadora”. Y le di rápidamente la espalda, corriendo hasta los vestuarios como si tuviera al diablo siguiéndome los talones… ¡El destino me había ofrecido una abertura para aprender y yo la había rechazado! Interiormente sabía que eso me alejaría de la danza. En 1992, en Madrid, me pidieron que bailara por la reconciliación de los reyes de España con los Indios de América del Norte. Fue allí donde conocí a Dhyani Ywahoo, una amerindia Cherokee. Había sido elegida como portavoz de las diez tribus presentes. Trabajaba también con el Dalaï Lama. De ella emanaba una sabiduría y una belleza increíbles. Tras el espectáculo, se acercó con sus bonitos ojos oscuros y su trenza negra y me dijo: “Bailas muy bien, pero más tarde serás sanadora. Tu vida va a cambiar por completo. Más tarde verás”. Percibía toda su grandeza. En presencia suya se sentía tanto amor y alegría… Despertó una extraña sensación en mí. Me hubiera gustado seguirla a América, aprender con ella, aunque solo fuera un poco, tener esa paz y esa sabiduría. Pero no tenía tiempo de mirar en esa dirección, mi corazón, mi cabeza y mis pies estaban muy ocupados. Aparentemente no veía más allá de mis narices…

Cuando llegan a nuestra vida… El lobo salvador Tras la masacre por parte de las tropas del ejército americano en Sand Creek, solo sobrevivieron dos mujeres con sus hijos. No tenían ni alimento, ni herramientas excepto sus cuchillos. Después de haber viajado seis o siete días, decidieron esconderse a pasar la noche en una madriguera en medio del bosque para protegerse, pues el frío era extremo. En mitad de la noche vieron un gran lobo a la entrada de la madriguera. Tuvieron miedo, pero este se tumbó tranquilamente. Al día siguiente prosiguieron su camino y el lobo les acompañó. Cuando hicieron un alto en el camino, la mujer más mayor habló al lobo de la misma manera que hubiera hablado a una persona: “Lobo, haz algo por nosotras y nuestros hijos, estamos muertos de hambre”. El lobo pareció escucharla, la miró y luego se dirigió hacia el norte. Volvió más tarde por la noche, sus colmillos y su hocico estaban ensangrentados. Las mujeres estaban tan débiles que apenas podían ponerse de pie, pero le siguieron. Les llevó hasta el esqueleto de un bisonte que una jauría de lobos rodeaba. Estos no se movían. Las mujeres se acercaron a los restos, sacaron sus cuchillos y comieron la carne cruda. Cuando se sintieron saciadas, cogieron provisiones y se alejaron del esqueleto. En ese momento la jauría se tiró encima del bisonte. Las mujeres emprendieron el camino acompañadas por el lobo. Una noche, oyeron pasos acercarse sobre la nieve. En ese momento el lobo se puso a aullar y, poco a poco, de todas las direcciones, salieron lobos que atacaron al intruso. Al día siguiente, la mujer más mayor habló con el lobo y le dijo: “Ayúdanos a encontrar nuestra tribu”. Este se marchó y volvió al día siguiente a buscarlas. Ellas le siguieron. Se detuvieron en lo alto de una gran colina. Más abajo vieron un campamento Cheyenne a lo largo de un río. Descendieron, pero el lobo se quedó en la colina. Al día siguiente, la mujer le llevó carne y le dijo: “Nos has ayudado, ahora puedes volver a tus antiguas costumbres”. Esa misma noche, la mujer volvió a subir a la colina pero el lobo se había ido. Mirando sus huellas, vio que se había ido tal como había venido. Esto ocurrió durante el invierno 1864-1865”. Historia Cheyenne

T

enía un gato siamés de seis meses al que adoraba. Se llamaba Chulo.

Todas las mañanas venía a mi cama para enrollarse alrededor de mi cuello. Le llamaba también mi angelito, porque era ligero y alegre. Una mañana en la que aún estaba en las brumas del sueño, sentí que comunicaba con su espíritu. Chulo parecía muy grande. Me di cuenta de que su presencia era diferente de la de otros días, pero como estaba medio dormida no le presté demasiada atención. Ese día no volvió a por su desayuno. Le había pillado un coche. Estaba hundida, había perdido a mi angelito. Lloraba sin parar. Fui a ver a los “médicos”. Mi médico del cielo me dijo: No llores, Chulo es un ser de Luz que ha venido y se ha ido, eso es todo. Y añadió: “¿Qué quieres?” Yo respondí: “Que vuelva a mí”, sabiendo que no volvería nunca más. Mi médico del Cielo me miró sin decir nada. Algunos días después tuve un sueño. Alguien ponía sobre mis manos una pequeña bola de pelo gris plateado con reflejos azules, suave como el algodón. Ese gatito parecía irreal de lo suave que era. Un jueves, algunos días después, me fui a dar mi curso de danza en el norte de Hollywood. Ese día no había sitio para aparcar. Aparqué muy lejos. Cuando iba andando hacia el estudio de danza pasé delante de un hospital para animales que no había visto nunca antes. Fuera, en una jaula, había un gatito que maullaba desesperadamente, como si me llamara. Me arrodillé delante de la jaula. Era gris plateado con reflejos azules, suave como un peluche. ¡Era él, el del sueño! Se les llama “russian blue”. Le adopté de inmediato y por supuesto, llegué tarde al curso de danza. Se llama Sueño. Viene a mi cama todas las mañanas. Se instala en mi regazo, con las patas alrededor de mi cuello y me deja que lo utilice como cojín. Siempre ha estado ahí, cerca de mí, durante todos los momentos difíciles, sólido y reconfortante. Sigo estando convencida de que fueron los “médicos del Cielo” los que me lo enviaron. Es un regalo. Le llamo también el Rey de España. A veces los animales aparecen en nuestra vida sin que lo queramos, en nuestra puerta, en la calle o incluso bajo las ruedas de nuestro coche. Si salvamos un animal y luego se queda con nosotros para siempre, no es una casualidad. Pienso que algunos animales vienen a nuestra vida por una buena razón, sin que siempre lo comprendamos. Lisa me llamó porque un pequeño caniche blanco apareció en su puerta. Seguramente se había escapado y perdido… no desde hacía mucho tiempo, pues parecía en buen estado físico. El perro quería entrar por todos los medios en casa de Lisa. Esta tenía ya varios gatos y se

ocupaba de su padre mayor que estaba enfermo, así que no tenía en absoluto la intención de quedarse con un perro. No obstante, me pidió que me comunicara con él. El caniche me envió imágenes de la familia con la que vivía anteriormente, una jovencita y su madre, y me hizo comprender que no quería volver porque tenía que estar con el padre de Lisa, había venido para él. Lisa me dijo que efectivamente, desde la llegada del perrillo, ahora bautizado Tommy, su padre estaba más alegre, en mejor forma y había recobrado el apetito. Además sacaba al perro de paseo, lo que le hacía salir un poco de casa. Ella había empezado a pensar que, quizá, se lo quedaría si los antiguos “propietarios” no se manifestaban. Pero vio carteles con la foto de Tommy, entonces se dirigió a la dirección indicada. Vio a una mujer y a una joven adolescente salir de la casa. Lisa volvió a su casa con el corazón en un puño. Estaba viviendo un verdadero dilema. Su padre estaba muy unido al pequeño caniche, iba mucho mejor, había recuperado la energía y volvía a tener ganas de vivir. Era un hombre nuevo y Tommy parecía muy feliz. Lisa le dio varias oportunidades de marcharse, dejó la puerta abierta de par en par, pero el caniche se quedó pegado a los pies del padre, no le dejaba. Además, había hecho amistad con los dos gatos de la familia. Lisa decidió entonces quedárselo, tal como parecía querer Tommy.

Ellos nos enseñan “Nunca estáis solos ni desamparados. La fuerza que guía a las estrellas también os guía a vosotros” Srii Anandamurti

A

veces creo que los animales llegan a nuestra vida solamente para

transmitirnos un mensaje. Nos corresponde a nosotros comprenderlo y efectuar un cambio interior. Mediante la comunicación, podemos descodificar más fácilmente el mensaje. La lección más grande y la más dolorosa que he recibido y que más tarde me llevó hacia la comunicación telepática profesional, la aprendí con Gatulina. Un día un compañero, José Luis, me trajo un gatito que había encontrado por ahí. Fue amor a primera vista. Yo vivía en un piso, no muy caro, en el centro de Madrid, en la Gran Vía, en el octavo piso. En el mismo rellano vivían unas prostitutas. Eran muy amables, pero el ir y venir continuo de hombres era molesto. Eran sobre todo hombres de negocios, más bien apagados, intentando volverse invisibles en pleno día… Además, había muchas cucarachas en el piso y no querían irse… Todo el mundo en el inmueble se quejaba. Gatulina fue el sol en la oscuridad. Las cucarachas decidieron instalarse en frente, en casa de las prostitutas, estaban más seguras que en casa del monstruo tigre… No tuvieron más que atravesar el pasillo. Gatulina era mi gran alegría, me pasaba horas jugando con ella. Acababa los ensayos antes para estar con ella. Ya no salía. Estaba raquítica, pues había sido destetada demasiado pronto. En verano en Madrid hay poca actividad, ya no hay clases y hace un calor de muerte, “seis meses de invierno, seis meses de infierno” como dicen los españoles. Decidí entonces ir a Formentera. Me llevé a la gatita en autobús, luego en barco. En cuanto llegó, se adaptó perfectamente a la isla y su raquitismo desapareció completamente. El sol estimulaba la síntesis de la vitamina D, los lagartos y ratones mordisqueados, el calcio. Además encontró un gran gato negro al que acosar. Saltaba sobre su rabo sin parar. El gato aceptaba resignado, ¡la gatita era tan encantadora! Gatulina era feliz, yo también. Venía a despertarme todas las mañanas y me hacía reír dando saltos laterales, como un cangrejo. Pero llegó septiembre y tuve que volver a Madrid. Decidí dejar el piso de al lado del de las prostitutas, era demasiado malsano y se había vuelto

algo peligroso, hasta tenía que evitar el ascensor. Había que buscar otro alojamiento. Mis padres quisieron convencerme: “Deja a Gatulina aquí, estará mejor, mira, es feliz, tú tienes que hacer tu vida…” Mi corazón me decía otra cosa, pero hablaba la voz de la razón. La llevamos a casa de Pierre, un francés que vivía en la isla y adoraba los gatos. Mi padre me acompañó porque yo lloraba, no tenía la fuerza de dejarla atrás. “Vendrás a visitarla —decía la voz de la razón— no está tan lejos”. Sabía perfectamente que ella no quería dejarme, pero no escuché mi corazón. El sentido común fue más fuerte. Así que la dejé en casa de Pierre y subí deprisa en mi bicicleta huyendo como una ladrona. Dos días después, en el pueblo, alguien se me acercó para decirme que la gatita se había escapado y que Pierre no la encontraba. No teníamos ni teléfono ni electricidad, había que esperar que alguien viniese a dar el mensaje. Entonces volví al día siguiente con mi padre. En cuanto entré en el jardín y pronuncié su nombre, vino a mí corriendo. Se había escondido entre grandes hierbajos secos. Una vez más, a pesar de la gran punzada que persistía en mi corazón, la dejé en casa de Pierre, porque era más razonable. Podría volver a verla en unos meses. Estaba de nuevo en mi bicicleta y mi padre me dijo: “¡No mires hacia atrás!” Pero yo giré la cabeza. Gatulina había conseguido subirse a la ventana y me miraba, me llamaba. Giré de nuevo la cabeza, con los ojos llenos de lágrimas y los oídos cerrados. Nunca olvidaré su mirada. De vuelta a Madrid, algunas semanas más tarde, me dijeron que se había escapado y que nunca volvió. Supe que la habían atropellado. Seguramente me había buscado, pero la isla era grande para un gato. Pasé años llorando y odiándome, nunca me he perdonado totalmente. Es también por ella por la que me he convertido en comunicadora, para perdonarme, para enseñar a los otros a escuchar su voz, a escuchar su propio corazón. Cuando el amor pasa junto a nosotros no le demos la espalda. Mi médico del Cielo me decía: “Escucha tu corazoncito”. “Es tu corazón el que te guía”. Un hombre me llamó en relación a King, su caballo bayo islandés. Este se negaba a avanzar cuando alguien lo montaba. Estaban muy unidos y mantenían una relación de fusión. Pierre lo había intentado todo: la suavidad, los mimos, las conversaciones serias, las amenazas, el enfado, la fuerza, nada funcionaba. Ni un solo paso, nada, un rechazo total y absoluto por avanzar. No se movía ni un milímetro. Ese nuevo comportamiento había comenzado tras el último paseo que habían hecho quince días antes, y aún perduraba. Me comuniqué entonces con King, pero no me dijo gran cosa. No

había ocurrido nada durante el paseo. King era algo misterioso y hermético por naturaleza. Era muy inteligente, sin embargo era un poco obstinado. Había que tirarle de la lengua para saber más. Le pregunté si algo le había asustado o le había emocionado, o si algún acontecimiento de cualquier tipo había podido provocar ese trauma. Nada, ninguna información, ninguna imagen. Me quedé junto al animal y esperé a recibir algo. El Creador, el Gran Espíritu, sabe que todos necesitamos ayuda, en general, algo nos va a ser transmitido. Me gustaba quedarme junto a King. Respiraba la libertad y los grandes espacios. Tenía en él ese inconformismo, esa libertad interior, se había liberado de todo miedo. Me inspiraba. Luego, poco a poco, recibí informaciones. King, el islandés cabezota, no avanzaba porque Pierre estaba estancado en su vida. No sabía qué dirección tomar. King simplemente reflejaba el estado de ánimo de Pierre. Pero lo más evidente era que este último no sabía afirmarse en la vida. Era demasiado blando y conciliador, no sabía ser firme, no dejaba hablar a su verdadera personalidad. Por tanto, iba a menudo contra su propia esencia. Ese esquema se había establecido desde hacía mucho tiempo, en la infancia, con su madre. King ya no se movía para mostrarle ese estado interno, para forzarle a tomar la iniciativa y a decidir una dirección. Hasta entonces, cuando Pierre montaba a King, le dejaba que fuera donde él quisiera. Pierre tenía que aprender a ser fuerte, a ser un líder. Necesito tener realmente confianza y reunir todo mi coraje con las dos manos para explicar a los guardianes de los animales lo que percibo durante las comunicaciones. Corren el riesgo de sentirse ofendidos; no sé nunca si lo que he recibido como información es correcto hasta que hablo con ellos. Además, a veces, corro el riesgo de parecer ridícula. No me gusta nada ser ridícula, pero he prometido, he dado mi palabra por los animales, así que digo siempre la verdad. De algún modo es mi contrato. Ser comunicador es ser traductor. Debo ser lo más justa posible. No estoy aquí para espiar a nadie. A menudo la gente se preocupa, piensa que entro en ellos, que hablo con sus animales de todos sus secretos escondidos. No es así, yo solo oigo lo que es necesario para el bienestar del animal y de la persona. Evidentemente tengo que tener mucho cuidado con la manera de transmitir las cosas, y tener en cuenta los sentimientos de las personas. Hasta los duros tienen el corazón delicado. No nos damos cuenta, pero es verdad. He aprendido gracias a los animales. Ellos me han enseñado que toda persona es sensible en el fondo, incluso cuando esa sensibilidad está a veces profundamente escondida. Ser comunicador es también saber escuchar a la gente. Los

animales llegan también para ayudarnos, para hacer emerger las cosas que van a hacer que una persona avance en su vida. Además, en una comunicación, no hay posibilidad de hacer daño a alguien. ¡Así fue como King, nuestro majestuoso caballo islandés, decidió a partir del día siguiente avanzar de nuevo! No volvió a haber problemas. Solamente de vez en cuando, cuando era necesario, se paraba. Lo que recordaba a Pierre la lección. Entonces King volvía a avanzar. Pierre tenía así un espejo para sus emociones. ¡Aprendió deprisa! Me he dado cuenta de que hay muchos casos similares que son debidos al hecho de que una persona no puede afirmarse en la vida. Elsa, que trabajaba en un centro para personas ancianas en California del Sur, me llamó por su perra Chloé. Era una mezcla de varias razas, de color chocolate con leche. La habían encontrado, abandonada en el borde de una carretera. Hacía cinco años que vivía con Elsa. Chloé ladraba o intentaba atacar a ciertas personas del centro, nunca a las mismas. A veces si les veía con bastones o bolsas, se volvía muy agresiva. Elsa estaba preocupada y no comprendía el comportamiento extraño de Chloé. Todo había empezado un año y medio antes. La situación era peligrosa porque los habitantes del centro eran todos mayores. Al comunicar con Chloé, percibí la existencia de una relación amorosa entre Elsa y un hombre. Parecía haber disputas entre ellos. También vi que todo el mundo se aprovechaba de Elsa, que era demasiado buena, ella daba, daba sin parar, no había límite. Además, los residentes del centro la criticaban. Chloé había asumido el papel de protectora, impedía que ciertas personas se acercaran a su guardiana. Protegía a Elsa de la misma manera que se protege una casa y su jardín, y vigilaba todo el espacio alrededor de ella. Expliqué todo eso a Elsa, que admitió que el hombre con el que había vivido un año y medio antes la utilizaba. Ella le había dejado y se había sentido muy vulnerable. Además, reconoció que daba constantemente a los demás, sin pensar nunca en ella misma. Estaba constantemente agotada, al límite de sus fuerzas. ¡Iba a intentar cambiar puesto que Chloé le había enseñado todos esos puntos importantes! Una señora, Ingrid, me llamó por su perra de tres años, Polly. Lo despedazaba todo, las alfombras, los muebles, la escalera de madera, las plantas, el sintasol del suelo, los cojines, el mando a distancia, todo. Sin embargo, poseía un pequeño aire inocente, con su mancha negra en el ojo izquierdo, única nota de color sobre su pelaje completamente blanco. Y si nadie la veía, era un desastre. Como venía de un refugio, pensé que quizás había sufrido traumas en el pasado, pero nada, ni feliz ni

desgraciada: neutra. Nada explicaba ese comportamiento. Ingrid tenía muchos otros animales, ¿entonces quizás fuera envidia? No obstante, durante la comunicación, Polly me mostró a un joven adolescente sentado delante de un ordenador en una habitación. Sentí en él muchas emociones contenidas. Me mostró igualmente la imagen de otro hombre, más grande, que parecía venir de vez en cuando. Iba directamente a la nevera y se volvía a marchar. Polly no parecía adorarle. Entonces pregunté a Ingrid si por casualidad tenía hijos. Generalmente pregunto antes quién vive en la casa, pero esa vez había olvidado hacerlo. Ingrid me había dado una larga lista con los nombres de todos los animales que vivían también en la casa. Me respondió que efectivamente era madre de dos chicos. Hablamos de los problemas del más joven, Gabriel. Se había vuelto casi autista, pero Ingrid, que estaba constantemente ocupada con todos los animales, no se daba cuenta de la gravedad de su estado. Su hijo pasaba horas delante del ordenador, encerrado. Ingrid vivía sola con ellos y con todo el pueblo animal. Su hijo mayor, un vago, se drogaba. Venía solamente para comer y cogerle dinero. La pobre Ingrid estaba desbordada por los acontecimientos, las constantes disputas con el hijo mayor, su trabajo y todos los animales que alimentar la sumergían. La pequeña Polly, recién llegada a ese medio, absorbía todas las emociones de Gabriel y las expresaba mordiendo… todo. Hice un trabajo con ella durante varios días, pues tenía la cabeza un poco dura, y todo volvió a la normalidad. ¡Ya no mordía nada más que sus juguetes! La lección para Ingrid fue la de prestar atención a su hijo menor que pasaba desapercibido. Ya no podía seguir ignorándole. Otra mujer que tenía el mismo tipo de problema con su perra se acercó a mí durante un taller que estaba impartiendo. Había venido a verme bajo la recomendación de su veterinario. Era una hermosa mujer, rubia, con bonitos ojos azules, pero ¡tan desorientados! Clémentine, su perra, devoraba todo en su ausencia. Hasta las cortinas. Me enseñó fotos de la casa después del huracán. Había plumas por todas partes, pedazos de mantas despedazadas y no sé que más aún… Sillas sin pie tiradas por el suelo, restos de objetos mordidos a medias, en resumen ¡un verdadero desastre! La pobre mujer se había divorciado recientemente y trabajaba todo el día. A penas conseguía llegar a final de mes. Tenía una hija de diez años. Me comuniqué con Clémentine. Lo primero que me mostró fue que detestaba estar separada de su guardiana, Janine. No obstante, eso no podía explicar por completo su comportamiento extremo. Después, Clémentine me comunicó las frecuentes discusiones entre

madre e hija, oí golpear puertas, sentí el nerviosismo, vi lágrimas. Todo tenía aspecto caótico en esa casa, teníamos la impresión de sufrir vértigos, de ser aspirados por un torbellino negro de emociones. Clémentine me hizo descubrir también toda la confusión que había en el corazón de Janine, el sentimiento hacia su ex-marido, los celos, la frustración y todas las variantes. Sentí las emociones, pero afortunadamente estaban fuera de mí; pertenecían a Janine. Era mucho más agradable estar fuera que dentro. No obstante reconocía todos esos sentimientos. He aprendido a conocer un vasto abanico de emociones en esta Tierra, las mías y las de todas las otras personas, así como las de los animales. Todos tenemos las mismas emociones. Todos los días sentía esas emociones con variantes. ¡Es increíble tanta variación sobre el mismo tema! La cuestión es poder elegir entre lo positivo y lo negativo, eso es la libertad. Le expliqué a Janine que los estragos en su casa representaban su verdadero estado interior, con todas esas emociones negativas que la destruían. Ya era hora de poner orden en sus asuntos internos. Lo más asombroso es hasta qué punto el estado de ánimo se refleja en la realidad externa. Lo que vivimos en nuestro interior es lo que crea nuestro mundo. Mi médico del Cielo me lo ha dicho en numerosas ocasiones: “Tú creas tu propia realidad”. “Tu actitud de hoy crea tu mañana” Pero yo no creía demasiado en ello. ¡He necesitado siglos para comprender! A través de los animales he descubierto hasta qué punto es verdad. Ellos reflejan nuestro espíritu. Son nuestro espejo. Nos guían para aprender a modificar nuestro interior y así transformar nuestra realidad externa. A veces ocurre que vivo situaciones que no son de mi agrado, ya sea con la gente, con mi trabajo u otra circunstancia. Me pregunto: “¿En qué estado estoy yo ahora para atraer esto?” Me he dado cuenta de que si estoy triste, negativa, estoy deprimida o critico, ¡paf!, es inmediato, mi estado de ánimo repercute en el exterior, sobre mi realidad. Es como con el caballo King, de repente, todo se para. A propósito de Clémentine, encontré a su veterinario varios meses después de la comunicación. Me dijo que después de ese episodio Janine le dio las gracias a la perra y decidió hacer una terapia. Sabía que a partir de ese día, Clémentine no volvería a destruir su casa. Lynley vivía en Cincinnati, y me llamó por su pequeño caniche blanco, Audrey, de tres años. Audrey hacía pis en su cojín todas las noches. No parecía molestarla dormir encima, incluso estando mojado. La perra no sufría de incontinencia y no tenía ningún problema de vejiga. En la casa vivía el marido de Lynley y su hijo Alex, de trece años. En la

comunicación con Audrey, me pareció que soñaba con correr, se excitaba mucho y no podía retener el pis, ni siquiera se daba cuenta. Lo extraño era que tenía mucho miedo de salir fuera, seguramente a causa de la valla eléctrica que rodeaba el jardín. No obstante, Audrey insistió mucho tiempo sobre la imagen del hijo. Me lo mostró muy furioso, reprimido, asfixiado por el resentimiento. Había algo que no iba bien. Cada vez que intentaba ir más lejos en la comunicación, Audrey me volvía a mostrar a Alex y sus problemas en el colegio; parecía no ser aceptado ni apreciado por los demás. Parecía tímido, encerrado en sí mismo. También me hizo ver al marido de Lynley, le apreciaba mucho, pero a menudo estaba ausente, ocupado con sus negocios. Lynley intentaba mantener la paz y el equilibrio de esa casa. Hablando con ella, le pregunté: “Disculpa pero ¿por casualidad hay algún problema con tu hijo?” Me dijo: “No sé, no me habla, se pasa el día jugando al ordenador”. Alex se encerraba en su habitación y no hablaba. Además, el hijo padecía psoriasis, lo que le producía muchos complejos y se sentía solo. La comunicación era inexistente entre los tres ocupantes de esa casa. La única que recibía palabras y afección era la perra Audrey. Ella servía de vaivén entre ellos. Después de la comunicación, tuve que explicar a Lynley que lo que pasaba no era en absoluto normal, que ya era hora de buscar ayuda, que la situación no iba a mejorar por sí sola, todo lo contrario; y que si Audrey me había mostrado esta situación es que había un motivo. Estaba poniendo en evidencia la situación. Por supuesto, a veces hay cosas que me tengo que callar. Así, una vez que estaba trabajando con una perra que pertenecía a la hermana de una clienta, la perra me comunicó que su guardiana comía chocolate todas las noches a escondidas. Su hermana le repitió el mensaje y se sintió muy molesta y enfadada porque su secreto había sido descubierto. A partir de entonces ya no volvería a hablar de los pequeños secretos de chocolate. En otra ocasión un gato me mostró todas las botellas de cerveza vacías que cubrían el suelo del apartamento de mi vecino. Era conductor de camión. Me había llamado porque su gato tenía muchos dolores de espalda, y los exámenes del veterinario no mostraban nada. Al parecer el hombre tenía que entrar en el hospital para someterse a una importante operación de espalda, muy delicada y peligrosa. Había un riesgo de parálisis. El gato intentaba coger su dolor y me mostraba las botellas para que comprendiese la depresión y el miedo de su guardián. Tal vez para proporcionarle ayuda…

Los gatos gurú “Los gatos fingen dormir… para ver mejor” François René Auguste de Chateaubriand

P

eggy, de Los Ángeles, me llamó porque su gato Simba, un adorable

gatito pelirrojo de cuatro meses de edad, hacía pis por todas partes dentro de casa. Me comuniqué con el gato. Simba era joven y fuerte, con una gran energía, quería cazar. Estaba cansado de estar encerrado en casa y ver cómo la vida pasaba por la ventana. Quería salir, correr, trepar a los árboles. ¡Había tantos olores fuera! Era un guerrero. Puesto que Peggy no lo comprendía, él hacía pis. Era su forma de expresar su descontento. Expliqué esto a Peggy y aceptó correr el riesgo de dejarle salir. A partir del día de su liberación, no volvió a hacer pis dentro de casa. Peggy me volvió a llamar cuatro años después porque ahora Simba hacía pis sobre su pie todas las mañanas mientras ella se bebía el café, y también sobre las bonitas cortinas azules que acababa de comprar. Volví a hablar con Simba y le pregunté qué es lo que pasaba. ¿No era feliz? ¿Necesitaba algo? ¿Por qué hacía pis encima del pie de Peggy todos los días? Nada, todo iba bien. Él estaba bien. Era ella la que tenía un problema. Me mostró lo que Peggy estaba viviendo: “Está frustrada en este momento, nerviosa. Ama a alguien que no responde a su amor. Está triste y deprimida”. Simba no sabía cómo ayudarla. Admití que hacer pis no era necesariamente la forma ideal de ayudar a Peggy, pero los gatos tienen sus propias técnicas. Es imposible intervenir. Tienen su manera de hacer. Intenté dialogar con Simba, pero me repetía todo el tiempo lo mismo. Entonces decidí preguntar a Peggy si eso era verdad. ¿Había un hombre en su vida? ¿Mantenía una relación romántica? En ese momento Peggy se puso a llorar al teléfono. No se lo esperaba. Sí, amaba a un hombre, pero las cosas no pasaban como ella hubiera deseado. No la trataba bien y se burlaba de ella. No conseguía quitárselo de la cabeza. Era como una obsesión. Y así desde hacía meses. Le expliqué que Simba orinaba sobre su pie, lo que además era una manifestación contundente, para que ella volviese a la realidad. Tenía que soltar, recobrar el control de sí misma. Hablamos un poco de su vida, de sus relaciones. Decidió dejar a ese hombre. En mi imaginación, tuve la impresión de que Simba, como en unos dibujos animados, se frotaba los bigotes a sus espaldas

pensando: “Vaya, ya era hora, le ha llevado tiempo… ¡Anda y que le zurzan!” Al día siguiente, Peggy se tomó su café y Simba vino a frotarse contra sus piernas. Nada de particular. Solo unos mimos. El mismo comportamiento al día siguiente y todos los días que siguieron. ¡Ese pequeño gurú disfrazado de gato tenía sus propias técnicas! Otra vez me llamaron porque un gato, Sandy, hacía pis en una silla antigua que había costado cinco mil dólares. ¡Es mejor un objeto caro, es más eficaz! Kathleen es psicoterapeuta. Llevó a Sandy al veterinario, pero en vano, el gato estaba en perfecta salud. Ella acababa de casarse y de cambiar de casa. ¡Mirando la foto de Sandy me dije que seguramente estaba celoso del marido! Había vivido solo con Kathleen durante años antes de casarse. Me comuniqué con Sandy, era gris atigrado, metido en carnes, le gustaba dormir en los sofás y parecía uno más del montón. Realmente ningún animal es del montón, y este estaba muy unido a Kathleen. No percibí nada de excepcional. Me mostró la vida en la nueva casa con el marido de Peggy, que no le molestaba demasiado. Es cierto que no estaba muy contento, pues ese hombre se había quedado con su lugar en la cama, pero si Kathleen era feliz, él lo aceptaba. Entonces ¿por qué se hacía pis en la silla de cinco mil dólares? Kathleen no se expresaba, tenía miedo de perder a su segundo marido, como al primero, así que no le contaba lo que la preocupaba. Si algo no iba bien se lo guardaba para sí. A Sandy eso le hacía sentirse mal. Ya no era como antes. Estaba en simbiosis total con Kathleen. Sentía cómo aumentaba la tensión en ella, así como el resentimiento. El pis era su manera de transmitírselo. Al día siguiente llamé a Kathleen e intenté explicarle por qué su gato orinaba en la silla antigua. Me escuchó sin una palabra, la sentí un poco hostil. ¡No tenía ganas de que su gato la psicoanalizara! Le di más detalles y le expliqué por qué Sandy se comportaba así. Era por ella, porque la quería. Su voz se desgarró un poco, empezó a comprender. No deseaba revelarse a mí, pero sentí que había comprendido. Un mes más tarde me anunció que Sandy ya no se hacía pis en la silla. Me dio las gracias por haber hablado con él. Iba a devolverle su lugar en la cama. Su marido estaba de acuerdo. Margaret me llamó de San Francisco a causa de su gato Kasey quien hacía todas sus necesidades encima de la cama. ¡Cada vez era peor! Ya no podía más, ponía dos lavadoras al día, estaba dispuesta a separarse de él confiándole a un refugio. Pregunté quién vivía en la casa. Estaba su hija, otro gato y un inquilino en una de las habitaciones. En ese momento me

dije que el comportamiento problemático de Kasey podía ser debido al inquilino o a los celos hacia el otro gato. Miré su foto en el ordenador. Cerré los ojos. Después empecé una comunicación con Kasey. Era atigrado y tenía cuatro años. Enseguida apareció delante de mí. Era muy vivo y poseía un espíritu rápido e inteligente. A Kasey no le gustaba el inquilino porque no le dejaba entrar en su habitación, así que se sentía un poco ofendido. ¡No obstante no era una razón suficiente para hacer sus necesidades encima de la cama de Margaret! Busqué más allá, le hice preguntas. Habló de la relación entre Margaret y su hija. Esta era muy delicada. Me dio la impresión de que estaba enfadada con ella y que no se atrevía a hablarle. Kasey no me comunicó el porqué, pero me mostró un comportamiento de Margaret hacia ella que no era sincero. No comprendí bien todo lo que percibía, pero fue la única información que recibí. No sabía muy bien cómo iba a decirle todo eso a Margaret. No tenía mucho sentido. Entonces empecé por el inquilino. Después le expliqué que había mucha cólera no expresada hacia su hija y que eso parecía estar relacionado con el comportamiento de Kasey. Me escuchó. Hubo varios minutos de silencio al otro lado del hilo durante los que pensé: “Seguro que me he equivocado por completo…” Después Margaret retomó la palabra; su hija que tenía cuarenta años, había vuelto a vivir con ella; había dejado de drogarse y estaba en fase de reinserción. Margaret hacía un esfuerzo por ser amable y por ayudarla lo mejor que podía, se ocupaba de ella, cocinaba buenos platos para ella, pero en el fondo, estaba furiosa contra su hija que había arruinado su propia vida y arruinaba la suya. Sabía muy bien que tenía esa cólera en el fondo de ella, pero no se atrevía a expresarla por miedo a que su hija se sintiese rechazada y buscase de nuevo refugio en la droga. Entonces se reprimía. Hablamos un poco. Tomó decisiones. Decidió ser más sincera con su hija. Le dije que me comunicaría de nuevo con Kasey si aceptaba quedarse con él. Tuve que hacerlo en varias ocasiones porque tras una semana de respiro, había vuelto a mojar la cama. Nos llevó seis semanas. Kasey sigue viviendo con Margaret y se comporta limpiamente. El resto no me lo contó. Otra joven mujer, Corinne, se quejaba de que su gran gato, Magie, orinaba delante del dormitorio. Vivía con su futuro marido. Había que dar un gran salto para entrar en la habitación sin meter el pie en el gran charco de orina. Evidentemente, su prometido no estaba nada contento. Cogí la foto de Magie. Pensé que tal vez estaba celoso del futuro marido, puesto que Corinne y el gato acababan de mudarse a casa de este, o quizás porque no le dejaban entrar en el dormitorio. Pero Magie tenía otra

cosa que mostrarme. Me comunicó imágenes de Corinne. Me mostró que tenía miedo de afirmarse delante de su futuro esposo, al que también vi en imágenes, parecía muy seguro de sí mismo, muy intelectual, algo dogmático. Corinne pensaba que ella no poseía las mismas aptitudes intelectuales, se sentía inferior a él durante las conversaciones. No se atrevía a hablarle cuando había problemas, andaba con pies de plomo. Ella odiaba las confrontaciones, prefería la suavidad. Magie me guió hacia la puerta del dormitorio. Me mostró (imagen vista de lejos detrás de la puerta) sus correteos sexuales. ¡Vaya, vaya! No se trataba de un gato mirón, simplemente me mostró que por ese lado no había problemas. Aún así me sentí un poco molesta… Después hablé con Corinne. Le expliqué que los charcos delante de su habitación estaban relacionados con su relación afectiva. Me confesó que se sentía intimidada delante de su futuro marido, se había llegado a preguntar si era la pareja correcta. Pero le quería. Se sentía indecisa en cuanto a su futuro con él. No se atrevía a decirle nada. Me atreví a ir más lejos: “¡En todo caso, en la cama la cosa va bien!” Se rió. Efectivamente, ninguna queja por esa parte. Le dije que había sido Magie el que me lo había enseñado. “¡Es un pícaro!” Corinne se sintió mejor, tomó la decisión de hablar con su marido y de confesarle cómo se sentía. Algunas semanas después vino a verme. ¡Los charcos delante del dormitorio habían desaparecido! Otra clienta, Anna, una actriz muy bella de Los Ángeles, me pidió ayuda en relación a su gata negra, Lluna, a la que adoraba. El problema era que hacía pis encima de la ropa de su nuevo compañero. Tiempo atrás yo ya me había comunicado con Lluna porque se había perdido. No necesité foto pues tenía su imagen en la cabeza. Lluna era muy bonita, negra y sedosa, con ojos verdes salvajes, pero tenía muy mal carácter. No dejaba que se acercaran a ella fácilmente. Lluna me comunicó que había demasiados hombres alrededor de Anna y que ella deseaba tenerla para ella sola. Resistía a la presencia del recién llegado. No le gustaba. Así que no tenía reparos para mostrárselo. ¡De esa manera quizá no volvería, ya que su camisa estaba manchada con su orina! Además, Anna perdía el tiempo con todos esos hombres. En dos años habían pasado muchos y según ella ninguno valía nada. Lluna primero se escondía debajo de la cama, luego les arañaba, les escupía, hasta atacarles sin demasiados resultados. Ahora hacía pis en sus ropas mientras que ellos estaban en la cama con Anna. No había manera de conversar con Lluna, sabía lo que hacía y además era muy obstinada. Poco después,

Anna me llamó para decirme que el hombre en cuestión ya no le interesaba. Lluna había tenido razón. Un año después, Anna conoció a su futuro marido, pero temía la reacción de Lluna, no se atrevía a llevar al hombre a su casa. Finalmente, un día, hubo que pasar el test. El novio entró en su casa, Lluna se dirigió hacia él, le miró y fue a frotarse de forma afectuosa contra sus piernas. ¡Uf! ¡Se había librado de una buena! Un día, una tortuga macho, Tito, se aventuró en mi jardín y mi perro Calo la encontró. Nunca antes había tenido una tortuga. Estaba encantada. Era tan mona… Convertida en el centro de atención de la familia, residía en la habitación de los niños, pero podía entrar y salir de casa a su gusto. Se ponía al sol en el jardín, pero no se iba. Los otros animales no estaban muy contentos con la presencia de este intruso. Calo consideraba que le pertenecía, puesto que él la había encontrado. La cogía dentro de la boca cuando le apetecía. El pobre Tito metía su cabecita y esperaba a que ese monstruo negro, de grandes colmillos, le soltara bruscamente en cuanto su mirada cruzase una ardilla. Noche, mi bonita gata pantera negra, roída por los celos, se deslizaba por la puerta entreabierta del dormitorio de los niños por la mañana al amanecer, y hacía pis sobre la tortuga. Tito metía rápidamente la cabeza en el caparazón y soportaba esa ducha inesperada con resignación. Seguidamente yo debía lavarla con jabón. A pesar de todo se quedaba. Sabía que era libre de irse si quería. Se quedó con nosotros algunos meses. Un buen día decidió que era hora de afirmarse en la vida y de ir a probar suerte a otra parte. ¡Se fue lentamente pero de manera segura, como había venido! La envié bendiciones en su camino y le di las gracias por haber compartido su pequeña y sabia existencia con nosotros.

Cuando vienen a nuestra vida… nos explican “Hay en nosotros fuerzas muy bellas y muy salvajes” San Francisco de Asís

L

os animales lo resienten todo, son verdaderas esponjas, absorben por

nosotros lo que está dentro de nosotros, tienen acceso a nuestros más profundos sentimientos y los expresan de manera diferente. No obstante, no hay que ponerse nervioso ni culpabilizaros si vuestro animal está enfermo. Así es, eso es todo, es inconsciente. A menudo la situación es así para que comprendamos algo. No sé si eso viene del animal o si es su espíritu el que actúa. No tengo la menor idea. Pero he constatado muy a menudo ese tipo de situaciones. He trabajado con veterinarios en Estados Unidos y en Europa. A todos les he hecho la misma pregunta: “¿Pensáis que los animales se apoderan del estrés y de los problemas, que los absorben?” Todos están de acuerdo, todos han constatado una correlación entre el estado mental y físico del animal y las emociones. Lo único que ocurre es que no pueden decírselo a sus clientes. Varios veterinarios han venido a recibir cursos de comunicación animal y me ha sorprendido gratamente su gran intuición, su sensibilidad y percepción. Quizás en el futuro eso formará parte de la práctica habitual. Diane me pidió que realizara una comunicación con su perra Red, una hembra pastor alemán que tenía una diarrea persistente. Los veterinarios no podían ayudarla. La pobre perra no dormía en toda la noche, ni la familia tampoco. Le pregunté a Diane quiénes eran las personas que vivían en la casa. Diane vivía con Mélanie, su hija adolescente, y su marido. Me comuniqué con Red, que era dulce, sencilla y leal. Me enseñó sobre todo imágenes de Mélanie. Sentí que la joven era desgraciada. Había problemas en el colegio. Era tímida, introvertida, rechazada, no estaba integrada. Me pareció que los otros niños no la aceptaban. Yo no comprendía en absoluto la relación que eso podía tener con los problemas de diarrea del perro, pero como era todo lo que percibía, llamé a Diane. Intenté explicarle que, de alguna manera, la diarrea de Red parecía estar ligada a su hija. Le transmití lo que había sentido respecto a Mélanie.

La voz de Diane se desmoronó un poco al otro lado del hilo. Me dijo que su hija era sordomuda y que, efectivamente, tenía problemas en el colegio. Tal vez Red absorbía todo su estrés. Quizá con ello quería mostrar algo. Decidimos realizar un encuentro con Mélanie. La encontré en una caballeriza, pues adoraba los caballos. Con ellos se sentía comprendida. Mélanie era muy mona físicamente, tenía unos grandes y profundos ojos, era fina y sensible como una gacela. Se notaba que era muy inteligente y madura para su edad. Ya había comprendido muchas cosas. Nos sentamos en el suelo del guadarnés; los caballos alrededor nuestro eran muy conscientes de nuestra presencia. Nos rodearon con su calor, su olor y su fuerza. Hablamos, Diane tradujo por signos. Volví a ver a Mélanie algunos meses más tarde, esta vez estaba radiante, más segura de sí misma, hasta su manera de comportarse era diferente. Todo iba mejor en el colegio, seguía montando a caballo y Red ya no tenía diarrea. ¿Había tenido Red un problema físico cuya causa era difícil de encontrar o había expresado el estado de ánimo de Mélanie, sabiendo que ambas estaban muy unidas? Otra señora, Shelbi, me llamó por su gato, Rom, que tenía un sarcoma. Simplemente quería saber cómo se sentía. Rom era un bonito gato, muy noble, con una presencia tranquilizadora y prudente. Rom sabía que estaba enfermo, que ya no le quedaba mucho tiempo, pero mediante la comunicación me mostró que Shelbi no quería seguir viviendo. Hacía mucho tiempo que estaba así, una depresión que duraba. Era como una muerta viviente. Ella seguía ahí por él y él por ella, para ayudarla a vivir. Ahora tenía que irse, ya no podía quedarse más tiempo. Así que Shelbi tenía que tomar una decisión. Hablé con ella. Era enfermera. Shelbi veía morir gente todos los días. Ya no le tenía gusto a la vida. Solo Rom le daba alegría. Si él moría, no sabía si iba a poder sobrevivir. Seguimos hablando. Le expliqué que era imposible seguir de esa manera. El gato estaba listo, ya no se quedaría mucho tiempo más. Shelbi me dijo que iba a reflexionar sobre todo eso. Me llamó unos días más tarde. Iba a intentarlo. Había elegido seguir viviendo. Aceptaba la muerte de Rom, comprendía que era su hora. La proximidad de su muerte le permitía a ella abrirse a la vida. Conocí a una gata llamada Garnet, una calico de catorce años de edad, que vivía con Petra en el norte de California. Sufría de hipertiroidismo y de cáncer. Además, siete años atrás, la habían disparado, y se había quedado paralizada de un lado. Durante la comunicación, se mantuvo discreta sobre ella misma pero me mostró a Petra, su guardiana. Garnet

me transmitió que se sentía muy cansada y enferma, pero que se iba a quedar y a hacer todo por Petra. Me transmitió que esta última también estaba enferma, muy sola, que había tenido grandes disputas con su familia, que guardaba mucho resentimiento hacia ellos, pero que ella, Garnet, iba a hacer todo lo posible para ayudarla a atravesar todo eso. Vi que era el único ser cercano de Petra, quien no tenía a nadie más. Garnet se marcharía en paz cuando Petra fuese mejor. Tras la comunicación, Petra me dijo que había tenido un cáncer once años atrás, que este había vuelto hacía tres años. ¡Estaba enfadada con su familia y se sentía muy sola y deprimida! Sentía un gran reconocimiento por tener a Garnet en su vida. Él la quería y la apoyaba todo el tiempo. La vida era más agradable gracias a él. Un día, realicé una comunicación para una mujer joven y morena, Claire. Tenía una piel perlada y ojos traviesos. Me dijo que su perra Blanche no se dejaba montar por ningún perro macho, y sin embargo Claire hubiera querido que Blanche tuviese cachorros. No comprendía por qué su perra, incluso en celo, rechazaba todos los cortejos de sus pretendientes perros. Los rechazaba a todos. ¡Era algo extraño! ¡En general los perros no son tan difíciles! Comunicándome con Blanche, sentí que efectivamente rechazaba toda monta. ¡Ni hablar de que lo intentaran con ella! Pero al avanzar en la comunicación, vi que Claire había tenido dificultades con su sexualidad a lo largo de toda su vida, así como problemas ligados a su madre y a su infancia. Estaba por tanto aterrorizada ante la idea de quedarse embarazada y de tener un hijo. Rechazaba su feminidad, prefiriendo ser una especie de chicazo. Por eso Blanche se negaba también a tener una camada. En uno de mis seminarios, una mujer, Sarah, habló de su yegua alazán de ocho años de edad, Sugar. Tenía nódulos en la garganta y problemas de piel bastante graves en las patas. Sugar estaba con ella desde hacía tres años y ya tenía los nódulos cuando la había comprado. Durante el taller, me pareció asombroso que nadie oyese a Sarah cuando esta se expresaba. Tenía una voz apagada. Todo el mundo le decía: “Habla más alto, no te oímos”. Además, cada vez que le tocaba a ella hablar, la gente no la escuchaba. Es como si no estuviese allí. Era extraño, pues era un grupo muy agradable y unido. Además Sarah era una mujer morena y bella, con maneras dulces y armoniosas. Algo extraño pasaba. A menudo me he dado cuenta de que es posible atraer hacia nosotros un animal con un problema particular, que refleja un trastorno emocional en nosotros. Al comunicar con Sugar, la yegua me mostró sobretodo su falta de comodidad en las patas, los nódulos no parecían molestarla

demasiado. No obstante oí estas palabras: “Háblale de su padre”, no venían de Sugar sino de otra parte. Después del taller le pregunté a Sarah cómo era la relación con su padre. Me confesó que era muy autoritario y que no se había atrevido nunca a decir nada en su presencia, se lo tragaba todo. Además, se comportaba así permanentemente en la vida, en su trabajo y con sus amigos. No decía nunca nada, y sobre todo nunca decía que no. Si había que trabajar hasta muy tarde lo hacía, sin decir nada. Si había que hacer favores a amigos en momentos inoportunos, los hacía también. Ahogaba su propia voz. Quizás Sugar había venido para mostrárselo. Creo que si nuestro animal se nos presenta con un algún problema, es para revelarnos algo, hasta que ese efecto espejo nos ayude a tomar conciencia de nuestras dificultades. A veces no lo comprendemos, entonces el problema continúa. Otras veces se repite con otro animal presente en nuestra vida. Pienso que hay que mirar siempre en el interior de uno mismo para ver lo que pasa. El mundo exterior es el reflejo de nuestro interior. Por supuesto, los animales también viven para ellos mismos. Una vez realicé una comunicación para una moza de cuadras. Formaba parte de un gran equipo internacional de salto. Su caballo se negaba a avanzar. Lo había intentado todo. El caballo estaba a menudo solo, pues viajaba mucho debido a las competiciones. Sabía que toda la atención de su guardiana estaba volcada hacia los otros. Además, la moza de cuadra tenía grandes conflictos con su novio que ya era hora de resolver, lo que le producía problemas intestinales debido al estrés. Me esforcé en explicarle detalladamente todos los aspectos de la relación con su novio, que había percibido durante la comunicación con su caballo. Intentamos encontrar soluciones. Los caballos son reveladores. A veces basta con que el trastorno emocional ascienda a la superficie, es decir, a la conciencia, para que todo se resuelva. Otras veces, basta con hablar. Cuando eso viene de parte del animal que amamos, nuestro corazón se abre y nos volvemos más atentos. Me sorprendí al descubrir que los caballos también se niegan a avanzar, ¡yo creía que solo los burros actuaban así! Cuando era pequeña, en la isla de Formentera, a veces íbamos a pasar el día a casa de la hermana de Manuela. Me gustaba mucho ir allí, ¡era toda una aventura! Lo único que no me gustaba era que cuando llegábamos, la abuela nos ofrecía una sobrasada casera y un licor dulce de la isla que había que beberse, si no se molestaba. El licor se llamaba hierbas y al parecer era bueno para la salud. No podíamos rechazar la

comida ofrecida. Era una de las costumbres de la isla. A mí no me gustaba comer cerdo. Intentaba escupirlo cuando ella no me veía. La abuela, una mujer pequeña con un carácter terrible, iba vestida con el tradicional traje negro de la isla y llevaba un sombrero de paja. Todas las mujeres mayores iban vestidas de la misma manera. Llevaban una trenza muy apretada que les caía por la espalda. Para las fiestas se vestían con un traje negro que animaban con algunos colores. La abuela no hablaba castellano, solamente el payés, un dialecto catalán. Su familia y ella vivían a la otra punta de la isla. Estaba lejos. Ataban al único burro que tenían, Ara, y metían a todos los niños en el carro, es decir, mi hermano, Carmen y yo, así como las bolsas. El tío se sentaba delante. Tenía una fusta. Odiaba a ese hombre. Era rudo y cruel. Me parecía de una fealdad alucinante. Todo en él era duro. Despreciaba su fusta con la que hería al pequeño burro. Además, hacía siempre comentarios fascistas que yo no comprendía muy bien, pero sentía que no estaba bien hablar así. Me figuraba que el pobre Ara no iba a aguantar. Hacía calor, el tiempo era muy pesado, la distancia muy grande. Yo le rogaba al Creador para que el alma de Ara pudiese llegar a destino sin ningún daño. Si se paraba, yo le susurraba en mi fuero interior: “¡Por favor, venga, no te pares, no demasiado tiempo por favor, si no te va a golpear!” Pasamos por un magnífico bosque de pinos que olía bien. Toda la isla estaba perfumada por el tomillo, el romero, las viñas y la tierra roja. Tanto era el miedo que tenía por Ara, que no conseguía apreciar ese bonito paisaje. Cuando se paraba, yo intentaba distraer al tío el mayor tiempo posible con el fin de que Ara pudiera retomar fuerzas. Le enviaba toda mi energía. ¡Los burros no son testarudos! ¡Simplemente a veces están verdaderamente hartos! “Soy un burro, soy un burro, soy un burro, soy un burro…” Es el castigo que nos infligían en la escuela primaria. Teníamos que escribirlo mil veces. Tarea imposible. ¡Algunos alumnos lo habían escrito hasta el alba sin llegar a terminar! Toda la clase odiaba a esa maestra que ponía castigos colectivos y totalmente injustos. Lo suyo era la humillación. Estábamos todos hundidos por el miedo. En ese momento comencé a hacerme preguntas sobre la naturaleza de los seres humanos. No veía qué había de malo en escribir “Soy un burro”, puesto que yo los amaba, y después de todo, era verdad. Soy un burro, soy una vaca, soy una hormiga. Somos Uno. Escribí “soy un burro” doscientas cincuenta veces. Descontenta, mi madre fue a quejarse al colegio. Mi madre era una mujer recta y justa. Sabía cómo mantenerse en pie, firme frente a la injusticia. La admiraba.

No me acuerdo de gran cosa del colegio puesto que hacía lo posible por desaparecer. Había también otra maestra que tenía el cabello de un azul plateado. En invierno llevaba, con su traje gris, una piel de zorro cuya cabeza estaba adornada con falsos ojos —dos canicas— que brillaban. Esa piel caía como una bufanda alrededor de su cuello. Me preguntaba cómo su cabello se había vuelto azul como sus ojos. Nos quitaba cinco puntos por cada falta de ortografía. Así que yo siempre tenía ceros. Mi madre había preguntado: “¿Por qué cinco puntos por faltas?” No había nada que hacer. ¡Era imposible tener una buena nota! Y sin embargo me gustaba el francés y la poesía. Podía refugiarme en ella como en una isla y nadie me decía nada. El zorro me miraba a menudo. Él sabía de sobra que yo iba a cometer faltas. Nunca tenía aspecto de estar contento. A veces salían chispas de sus ojos. ¡Quizá estaba harto de estar siempre colgado al cuello de la señora de cabello azul!

Cómo perdonar “Los débiles nunca pueden perdonar. Perdonar es el atributo de los fuertes” Mahatma Gandhi

K

erby me llamó en relación con su perro Mighty. Le adoraba. Se

estaba muriendo. Sus riñones ya no funcionaban. El veterinario le había dicho que le quedaban dos o tres días de vida. Kerby lloraba tanto por teléfono que casi no conseguía comprender lo que me decía. Un raudal de palabras incoherentes salía de su boca. Pero a través de esa llamada, sentí como todo su dolor me atravesaba el corazón. Vi la foto de Mighty en el ordenador. No se le veía muy bien, era una foto de mala calidad. Parecía ser una amalgama de varias razas, ni siquiera parecía un perro. No obstante, la esencia de ese animal era extraordinaria. Percibí su sufrimiento, estaba muy débil, a punto de morir. Estaba lleno de sabiduría y de grandeza. Durante la comunicación sentí que Kerby tenía problemas por resolver con su padre antes de que Mighty muriese. Estaba sorprendida, no me esperaba oír algo así. Aparentemente Kerby había sufrido muchos abusos en su infancia. Un padre difícil, a veces violento. Mighty me transmitió que tenía que intentar perdonar a sus padres. Su madre no la había defendido. Kerby tampoco podía perdonarla. Les odiaba por haber arruinado su vida y su infancia, sentía que no conseguía encontrar un marido decente, todas sus relaciones terminaban mal, a causa de los traumas vividos. Mighty transmitió también que había venido para traerla alegría y confianza durante los tres últimos años pasados con ella y que era para ayudarla. Ya no podía quedarse más tiempo. Hablé con Kerby. Me dijo que dependía completamente de la presencia de Mighty. No sabía cómo iba a vivir sin él. Lloraba. Era actriz y vivía con su padre. No habló de su madre, que vivía en otro Estado de los Estados Unidos. Kerby tenía problemas de salud desde los doce años, especialmente en los riñones y la vejiga. Mientras que yo le hablaba, tenía en sus brazos al pequeño animal amado que acababa de transmitirle esos mensajes condescendientes. Dos minutos antes de la muerte de Mighty, la llama de la vela se apagó. Tuvo la sensación de que una pluma vino a acariciar su mejilla. Todos los problemas de salud de Kerby desaparecieron. Me encontré con ella más tarde. Era una mujer rubia, muy bella, esbelta y con ojos

azules como pétalos de flores. Me volvió a hablar de Mighty, y me dijo que gracias a él ella había podido vivir. En aquellos momentos estaba muy deprimida y se hubiera dejado morir pues nada iba bien. Entonces Mighty había entrado en su vida y todo había cambiado. Ese inmenso amor la había mantenido, había aprendido a reír de nuevo. Habían pasado juntos tres años. Algunas veces los animales absorben nuestras penas y nuestras miserias. Tara, una terapeuta masajista, me llamó porque su gato Argenon tenía un tumor en la espina dorsal. Por esa razón no podía utilizar sus patas posteriores. Realizamos entonces una sesión de curación. Pudo de nuevo saltar sobre la cama y sobre las estanterías donde le gustaba echarse la siesta. No obstante el tumor seguía ahí. Cuando realicé una comunicación con él percibí lo siguiente: “Tara me ha pedido que le quite el dolor”. Efectivamente, Tara tenía terribles problemas de espalda. Ningún médico podía curarla, lo que la había obligado a dejar su profesión. Tomaba medicinas para el dolor en fuertes dosis, sufría enormemente y muchas veces había dicho llorando: “¡Por favor, Argenon, quítame este dolor, ayúdame, no puedo más!” Había intentado ayudarla, eso era todo. Si pedimos a los animales que nos ayuden, a menudo lo hacen sin que nos demos cuenta. Es mejor pedir ayuda al Creador. Argenon vivió aún dos años con buena salud. Tara sigue teniendo problemas de espalda. Christie me llamó porque su perra Rosie, un pastor alemán, tenía un cáncer. Quería saber cómo se sentía. Rosie vivía en el campo, rodeada de caballos. Un lugar remoto de América, ya no me acuerdo dónde. Al tener la comunicación con Rosie, vi que la casa estaba muy oscura con una especie de pesadez, de depresión y de tristeza infinita, vi que el marido de Christie también estaba enfermo. Además, oí las palabras abuso y alcohol. El lugar era muy deprimente y no tenía ningún ánimo de entretenerme. Efectivamente, Christie me dijo que venía de una familia de alcohólicos y que había tenido una infancia muy desgraciada. Además, no era feliz en su matrimonio, pero no podía dejar a su marido enfermo. A veces Rosie se tumbaba sobre su marido, como para coger su dolor. Lo absorbía todo en ella, pero no podía, o no quería deshacerse de su enfermedad. Quizás es el espíritu el que decide. No lo sé. Le dije a esa pobre mujer que yo no podía hacer nada. A veces, a través de las comunicaciones, entro en el seno de familias que están muy tristes, se sienten muy pesadas y que ¡tienen tantas cosas que solucionar! Es como si una nube negra y espesa envolviese su casa. Eso me parte el

corazón, pero es como si no tuviera derecho a tocar. Son los animales los que se ocupan de ello. En general siento cuando no tengo derecho a intervenir. Me gustaría venir con una varita mágica e iluminarlo todo, pero no me han dado ese don ni esa capacidad. Es difícil ver esos sufrimientos y no poder hacer nada. Me siento impotente, pero tengo que dejar así las cosas. Quizás es una cuestión de destino. ¡A veces me encuentro con animales tan enfermos que me pregunto cómo han podido sobrevivir hasta ahí! Una veterinaria maravillosa, Corinne, que conocí en Francia y a la que quiero mucho, me dijo un día: “¡Es increíble hasta qué punto pueden soportar todo ese dolor y la manera con la que se aferran!” A veces hay animales que son como andrajos, mitad en su cuerpo y mitad fuera de su cuerpo. Se aferran a la vida, no por ellos, sino porque el humano no está listo. Esperan a que estemos preparados. En estado salvaje, ya se habrían ido desde hace mucho tiempo. Una mujer, en un seminario, me enseñó una foto de su perro negro, Hamlet, que estaba roído por los tumores. No podía aceptar que muriese. El veterinario había dicho que tenía que haberse muerto desde hacía mucho tiempo, pero aún estaba ahí. Su diagnóstico era correcto, únicamente, el espíritu de Hamlet había decidido otra cosa. La señora se aferraba a Hamlet, así que él no podía abandonarla. Ella había colocado todo su vacío afectivo en el perro. La señora era como un pozo sin fondo. Su infancia había sido desgraciada, triste y solitaria. Ahora para ella solo existía Hamlet. Él lo llenaba todo en su vida. Tras el seminario, las comunicaciones y muchas lágrimas, la mujer comenzó a tomar conciencia de la relación con su perro. Hubo un cambio en ella y Hamlet pudo liberarse de su cuerpo físico tres días después. Los animales que vienen a nosotros tienen una gran responsabilidad. Nosotros, los humanos, solo pensamos en adiestrarlos, en hacer que anden al paso o que se revuelquen sobre el vientre, y sobre todo en prohibirles que se suban encima del sofá. Pero ellos, a nuestras espaldas, han emprendido una misión mucho más grande y difícil: iniciarnos en el amor, enseñarnos que no estamos solos. Desde que realizo comunicaciones con los animales, he conocido tantas personas solas y sin amor que me pregunto adónde ha ido el amor en nuestro planeta y cómo es posible explicar todo ese vacío. ¿Qué ocurre? Los animales domésticos tienen un lugar cada vez más importante en nuestra vida. ¿Cómo podríamos vivir sin ellos? Una mujer, Michelle, me habló de su caballo, Polo, que tenía sarcomas en el interior del muslo. No sabía qué hacer para curarle. El veterinario no

quería llevar a cabo ningún tratamiento a causa del lugar en el que estaba el tumor. Era demasiado arriesgado. Durante la comunicación con Polo, este me mostró cosas acerca de Michelle. En general el animal me da indicaciones que le conciernen. En cambio, cuando solo envía informaciones sobre su guardián, eso me pone “la mosca detrás de la oreja”. Cuando los animales comunican acerca de sus guardianes, es siempre con mucho amor y sin ningún juicio. Polo me mostró que había un problema bastante grave respecto a una relación que concernía a Michelle y a un hombre. Hablé entonces con Michelle. Era una mujer sobresaliente, de una gran inteligencia. Tenía mucha profundidad, los caballos la apreciaban. Le expliqué lo que había oído y las lágrimas comenzaron a hacer brillar sus ojos negros. Me dijo que tenía mucho resentimiento hacia su ex-marido, pues cuatro años atrás le había quitado a su hijo. Debía vivir sin él, viéndole muy poco. No conseguía soltar de lo doloroso que era para ella. Michelle también había tenido un cáncer de pecho algunos años atrás. Ahora era Polo el que lo absorbía todo. La grandeza de los animales me sorprenderá siempre. Polo era magnífico y noble. Comprendía perfectamente por qué Michelle le quería tanto, su espíritu era excepcional. A través de Polo, Michelle se abrió a la posibilidad de un perdón. Mediante ese encuentro, yo también aprendí mucho acerca del perdón. A veces requiere tiempo. En Los Ángeles, John me llamó por su perra, Gladys, que tenía un gran tumor cancerígeno en la cadera y otro en el corazón, imposible de operar. John la había salvado en Grecia, donde había sido miserablemente golpeada y quemada con cigarros. La había encontrado en la calle, atada a un camión, con el cuerpo cubierto de quemaduras. Él se había puesto en peligro para salvarla, le había procurado un pasaporte para llevarla con él a Estados Unidos donde vivió feliz durante seis años. Ahora se estaba muriendo de cáncer y yo sabía que no podía hacer nada. La mujer de John, una muy bella mujer de largos cabellos castaños, muy dulce, quería con locura a esta perra. Durante la comunicación, Gladys me mostró la cólera que John sentía contra su madre y su hermano quienes le trataban de manera injusta. Siempre le jugaban malas pasadas. Siempre había grandes discusiones con su madre. Esta le manipulaba constantemente y eso le ponía furioso. La bella perra griega se apoderaba de la furia y quizás eso se transformó en cáncer en el corazón. Su guardián, John, ya había tenido una crisis cardíaca y se había salvado por los pelos. John también había perdido un joven gato, Spring, que había salvado

igualmente en Grecia. Alguien lo había lanzado contra un muro para divertirse y le había reventado la cabeza. John le había salvado y llevado a Estados Unidos. Consiguió proporcionarle algunos años de felicidad, pero el espíritu del gato debía irse. Nunca he visto a un hombre hacer tanto para salvar a un animal y tener tanta pena por él, era terrible. La violencia y la cólera están a menudo en nuestro interior, tendríamos que saber cómo transformarlos en amor. A menudo se llega gracias a la compasión infinita transmitida por los animales. Ellos nos proporcionan la clave. En otra ocasión, una mujer con la que yo había realizado una sesión me habló de su perro y de su caballo. Su caballo tenía cólicos regularmente y su perro tumores en el vientre. Miré las fotos de esos dos animales para establecer una comunicación. Todo lo que percibí fue la palabra padre repetida varias veces. Entonces le dije: “Hay algo ligado a tu padre”. Ella mi miró con consternación y lloró. Con lágrimas pesadas y profundas. Se confió a mí y me contó que se había enterado de que su padre, en su época militar, había visto cómo sus compañeros destripaban a una mujer embarazada. Aparentemente, él no había hecho nada por salvarla. Quizá los animales de esta mujer expresaban su sufrimiento a través de sus enfermedades. Ella no podía perdonar. Era demasiado pesado para ella. Otra mujer, Linda, me llamó para curar a su perra Spice, que estaba paralizada de la espalda y de las patas posteriores. Antes de cada curación, realizo una comunicación para definir de forma precisa la situación. Tras algunos mensajes para Linda, oí las palabras abusos sexuales. Parecía referirse a un periodo de su juventud y todavía había secuelas. Tuve dudas en cuanto a si debía decirlo, era una información muy fuerte. Cuando oigo hechos de ese tipo nunca lo digo. Simplemente hago preguntas para ver lo que va a revelarse. Le pregunté entonces si no había ocurrido algo durante la adolescencia. Linda me dijo que no, nunca había ocurrido nada, había tenido una infancia feliz. No insistí. Seguidamente hablé con la amiga que la había aconsejado ponerse en contacto conmigo, y le pregunté si conocía a Linda desde la adolescencia. Sí, la conocía desde hacía mucho. Intenté saber si le había ocurrido algo que hubiera podido afectarla. Me dijo que a los dieciocho años, después del colegio, Linda había sido violada por un grupo de jóvenes. Ella lo sabía pues su amiga se había confiado a ella. Pero Linda no me había dicho nada. Sin embargo me dijo que desde la sesión de curación, la perra iba mejor. A lo mejor Linda debía hacerse preguntas para finalmente dirigirse hacia una terapia que iba a ayudarle en su vida. Tenía que perdonar a los culpables y sobre todo perdonarse a ella misma. Pensé que

si no lo hacía, Spice desarrollaría seguramente otra enfermedad. A menudo las personas aceptan analizar sus emociones a través de los animales, pues no se sienten juzgadas por ellos. Gracias a ellos aprendemos a perdonar a los demás y a uno mismo. Sue tenía una perra, Tiaree, que sufría crisis de epilepsia. Sue tenía unos bonitos ojos azules, muy profundos, pero se notaba en ella algo muy triste. Realicé una comunicación con Tiaree, que parecía feliz a pesar de las crisis tan penosas que sufría. Me pareció que era un problema genético. No obstante, otra cosa salió a la superficie durante la comunicación: “Sue, tienes miedo de expresar tus emociones, hay mucha angustia en tu interior. No sé lo que es, pero hay en ti un miedo a perder el control, no consigo realmente dar con ello y no es una casualidad que hayas atraído hacia ti una perra que tiene crisis de epilepsia”. Me dijo que las otras dos perras que había tenido antes también eran epilépticas. Me explicó que cuando era pequeña su padre había golpeado tanto a su madre que una parte de su cerebro había sido destruido. Me quedé de piedra, sorprendida por sus palabras. Es por esa razón por la que había toda esa tristeza infinita en ella. ¡Qué infancia más desgraciada! Así, en su mente, su conclusión interior de niña pequeña era que la expresión de sus emociones fuertes, cólera u otra cosa, habría engendrado una pérdida de control que la habría llevado a expresar una violencia extrema. Sue escondía en lo más profundo todo su doloroso pasado, esa infancia tan brutal para sus ojos así como su cólera. Se contenía, ya no sentía nada, cerraba la puerta a la sensibilidad. Pero Tiaree había llegado a su vida para mostrarle, para enseñarle a sentir de nuevo, a estar en armonía. Las crisis de epilepsia traducían la pérdida de control sobre el ser. Por supuesto, no es necesariamente el caso de todos los perros o de todos los gatos epilépticos, pero sí es cierto en algunos casos muy precisos. Un día un hombre vino a verme con su perra, Soleil, un doberman rojo. Era especialmente dulce, muy bonita, sus ojos brillaban con una luz apacible. Tenía un cáncer en fase terminal. Le quedaban algunas semanas de vida, quizás uno o dos meses. Mike quería a Soleil más que a nada. Nunca había sentido un amor tan fuerte. Todo su corazón se abría cuando estaban juntos. Me comuniqué con Soleil. Aunque estaba delante de mí, cerré los ojos. Sus bonitos ojos me perturbaban. Había algo de inexpresable en ella, infinitamente dulce. No se encontraba bien, iba a tener que irse en breve. No quería dejar a Mike, pero sin embargo había llegado la hora. Ya no podía quedarse más tiempo. Durante la comunicación, recibí informaciones del Creador, el Gran

Espíritu, referentes a Mike. Habían abusado sexualmente de él durante su infancia, y percibí las palabras padre y alcohol. Soleil me comunicó que, incluso después de su muerte, siempre estaría con él para envolverle con su amor. Dejé mi cuaderno de apuntes. Me puse a llorar ante todo el dolor de Mike que salía a la superficie y porque vi la inconmensurable belleza del espíritu benévolo de Soleil, como despegado de su cuerpo. Mike me miró sin comprender. Le hablé. Fueron entonces sus lágrimas las que se vertieron sobre el pelaje rojizo de Soleil. Su padrastro le había golpeado cruel y regularmente. También golpeaba a la madre de Mike. Esta última bebía para ahogar su dolor. Mike había tenido una vida extremadamente difícil con una infancia miserable, bañada por el miedo y el sufrimiento. No sabía que había vidas como esa en los Estados Unidos, es increíble la angustia de la que fui testigo… Mike era un hombre muy educado, dulce, sencillo, artista. Tenía una vida espiritual muy desarrollada. Meditaba con regularidad. Era un hombre extremadamente inteligente que se había educado a sí mismo y que era capaz de una introspección en lo más profundo de sí. Seguía una terapia desde hacía años. No obstante, la cólera, el odio, el resentimiento y la impotencia vivían todavía en el fondo de él, en estado latente. Todo eso Soleil lo absorbía en su lugar, lo que quizás explicaba ese cáncer. Mike me contó que los cuatro doberman que había tenido antes habían muerto todos de cáncer. Todos procedían de una camada diferente. El alimento que les daban era natural, sano. Ninguna vacuna. Vivían en la naturaleza. ¿Por qué morían todos de cáncer? Soleil, la más particular y más poderosa de los doberman de Mike, había venido para mostrarle que había que perdonar aunque fuera la cosa más difícil de hacer. Había que abandonar el odio para poder vivir. Ella había venido para enseñarle a quererse a sí mismo. Una semana más tarde soñé con ella, caminaba hacia una puesta de sol maravillosa de resplandecientes colores. Con tonos que no existen en las paletas de los pintores. Cuando me desperté, muy contenta, pensé: “A lo mejor se va a curar”, pero Mike, al teléfono, comprendió inmediatamente el significado del sueño: “Se va a marchar ahora…” Solo se necesitaron algunas horas. Al día siguiente de su muerte me pidió que me comunicara con su espíritu. Ella le dio las gracias por las flores blancas. Mike había depositado esa misma mañana rosas blancas al pie de su foto. A menudo pienso en ella, en sus bellos ojos color avellana inundados de luz. Entonces, un soplo fino y ligero viene a posarse en mi corazón para recordarme también que me quiera a mí misma.

Lecciones “¿Qué es la vida? Es el resplandor de una luciérnaga en la noche, el soplido de un búfalo en invierno. Es la pequeña sombra que corre a través de la hierba y se pierde en la puesta de sol” Crowfoot, Guerrero Blackfoot

A

veces los animales vienen a nuestra vida para darnos una

enseñanza. Se llamaba Alba, yo estaba en Estados Unidos desde hacía un año. No conseguía adaptarme. Todo era tan grande, tan diferente de Madrid, y tenía miedo. Miedo de estar sola. Todos mis alumnos de danza vivían muy lejos. Raramente me cruzaba con los vecinos. Me dije: necesito un perro para protegerme. Un día, mi marido llegó a casa con una perra que había encontrado en un refugio. Era muy miedosa y no miraba a los ojos. A fuerza de cuidados y de atención, cogió peso y confianza. Se tomó muy en serio su papel de protectora. Aterrorizaba a mis alumnos. Nadie se atrevía a entrar en casa o a acercarse a mí. Después de todo, no podía reprochárselo puesto que era lo que le había pedido: protegerme. Y lo había declarado en voz alta en numerosas ocasiones. No quería escucharme de ningún modo ni actuar de otra manera. Un día en que yo estaba en el jardín, mirando el magnífico cielo azul, comprendí de repente. ¡No era ella la que tenía que protegerme, era el Creador! En ese instante estuvo muy claro y la evidencia se instaló en mi corazón. Un destello de comprensión más. ¡Los acumulo esperando a que un día tal vez me transformen! ¡Ja, Ja! Como mis alumnos se negaban a venir a mi casa por culpa de Alba, tuve que encontrarle otra persona con la que vivir, que la adoptó sin resistencia. Parecía incluso aliviada… Su última mirada antes de subir al coche me dijo: “Sabía que no me iba a quedar mucho tiempo. Lo he hecho lo mejor que he podido. No te olvidaré”. Me miró por la ventanilla y se fue con su nuevo guardián. Sentí una punzada de culpabilidad. ¡Quizás había cometido un error! Después, algunos años más tarde, vino Shuki. Me produjo el efecto de un huracán que lo revuelve todo a su paso. Un refugio me llamó en relación con un perro que no quería moverse, lloraba todo el día, se negaba a dar paseos y no miraba nunca a nadie a los ojos. Giraba la cabeza. Su guardiana le había llevado al refugio porque ya no sabía qué hacer con él. Lloraba todo el tiempo y se negaba a entrar en su caseta.

Dije: “De acuerdo, voy a verle”. Llegué al refugio. Giró la cabeza, nos miramos fijamente a los ojos. Tenía unos ojos profundos, nuestras miradas se perdieron una en la otra. Yo era la única persona con la que había establecido un contacto visual. Era un husky de ocho meses, me recordaba un poco al lobo de Yellowstone. ¡Para mí fue amor a primera vista! No sabía cómo quedármelo, ya tenía otros animales. Sin embargo acepté quedármelo de manera temporal. Le dejé de mala gana y en cuanto me di la vuelta, no dejé de pensar en él. Su imagen estaba constantemente en mi cabeza, sus ojos en los míos. Sabía que pensaba en mí, sabía que esperaba estar conmigo. Al día siguiente, la propietaria del refugio me lo trajo. De un salto bajó del coche, sin correa, atravesó el jardín y el patio y se echó a mis brazos como un niño. Olía tan bien, olía a salvaje y a lujo al mismo tiempo. Era diferente de los otros perros. Su olor se deslizó por todo mi cuerpo. Pero en cuanto otro de mis animales intentaba acercarse, gruñía terriblemente y enseñaba los colmillos. Entonces le dije: “Te quiero, pero no puedes quedarte. Ellos estaban aquí antes que tú”. La señora estaba allí todavía, esperaba con su furgoneta. Tras estas palabras, Shuki se fue solo, con la cola entre las patas y la cabeza pesada. Comprendió todo lo que le dije. Yo tenía el corazón destrozado, pero sabía que su presencia iba a perturbar a todos los demás animales, no era justo para ellos. La noche siguiente decidí comunicarme con él, señalándole mi amor y explicándole los términos y condiciones de la convivencia que había que respetar en mi casa. Íbamos a intentarlo una vez más. Al día siguiente la señora del refugio le trajo a casa y este se comportó con una gran educación hacia los otros. ¡Lo había comprendido! Acepté quedármelo. Se quedó en mi casa. Tuvimos momentos maravillosos juntos en los que compartimos momentos excepcionales. Paseaba conmigo sin ningún problema. Se hizo muy amigo de Calo, al que llamaba Maestro Calo del Monte. Le enseñó todo. No había necesidad de entrenador: Shuki me escuchaba siempre, comprendía antes incluso de que yo hablara. Pero si una ardilla se nos cruzaba, me miraba, luego miraba a la ardilla, luego me miraba de nuevo, como para decirme: “Déjame ir, soy cazador…” Seis meses de felicidad. Siempre esa sensación de fluido salvaje y lujoso que emanaba de su pelaje. Cuando estaba con él me encontraba como hipnotizada, envuelta en una suave frescura. Nunca antes había sentido eso. Un día sentí de repente una angustia que me oprimía el corazón. Salí precipitadamente y me encontré a Shuki con Luna, la pequeña conejita

muerta a sus pies. ¿Cómo había podido entrar en el garaje? Luna vivía con su hermana Estrella en el enorme garaje doble preparado como un hábitat natural. Ambas eran negras, Estrella tenía un poco de blanco en la nariz y las patas. Me las habían dado cuando eran muy pequeñas, cabían cada una en el hueco de la mano. Las adoraba. Al crecer se habían transformado en bolas negras regordetas y suaves, con las orejas grandes y flexibles. Siempre traviesas, felices, vivarachas, saltando de alegría y masticando todo lo que podían echarse al diente. Hasta habían hecho agujeros en la pared. Seguramente la libertad total hubiera sido lo más conveniente, pero ya estaban domesticadas, no habrían tenido muchas posibilidades de sobrevivir en el exterior. Lo destrozaban todo, pero me daba igual: ¡Sentía que eran muy felices! Cuando llegaba a su territorio con perejil en las manos, se ponían a dar volteretas, una tras otra, para mostrarme su alegría. Luna era el jefe. Cuando me tumbaba en el suelo, las dos conejitas se divertían saltando por encima de mí, después haciéndome mimos y cosquillas en el cuello. Ahora, mi adorada y dulce pequeña Luna estaba ahí, sin vida a mis pies. Ya no había espíritu en su cuerpo. Shuki me miraba, sorprendido. Era la primera vez que mataba. Había tirado la puerta del garaje. Necesité mucho tiempo para reponerme, para aceptar que mi pequeña bola de amor ya no estaba aquí. Pero Estrella nunca se repuso. Estaba sola, decaída. Cuando la conmoción y la pena se aplacaron, yo seguía queriendo lo mismo a Shuki. Es muy duro querer al animal que ha matado a otro animal que amamos. Pero el amor es inexplicable, muy sencillo o muy complicado, no sabría decirlo. Quizás estaba viviendo esta experiencia para aprender lo que era el amor incondicional… Más adelante otro día apareció una ardilla muerta en el jardín. Shuki puso de nuevo cara de sorpresa, pero había probado la sangre, su instinto depredador se imponía. Venía de la familia del lobo. Comenzó a mirar a mi gato Sueño con otros ojos. Chispa, la otra gata, se quedó escondida en la habitación de mi hijo durante toda la estancia de Shuki. Tenía miedo, sentía el peligro. Pero Sueño era el rey de España. Reinaba. Me di cuenta de que Sueño ya no estaba a gusto, intentaba cautivar a Shuki, pero no funcionaba muy bien, y cada vez menos. ¡Había peligro! Yo sentía cómo día a día se volvía cada vez más vulnerable. Ahora Shuki dominaba también a Calo, que ya no era el maestro, Shuki había ocupado su lugar. Me comuniqué con Shuki. Seguía habiendo un gran Shuki, muy bueno, y un pequeño Shuki. Supliqué al grande que hiciera algo para que el pequeño pudiera quedarse en mi vida. Sin éxito.

El gran Shuki no podía intervenir. Así que se lo pedí al pequeño Shuki. Esto es lo que sentí: “Voy a intentarlo pero no sé si podré”. Él comprendía. Quería hacer lo necesario por quedarse conmigo. Llamé a especialistas, a entrenadores. Todos me dijeron lo mismo: “Si ha probado la sangre es demasiado tarde. Con ocho meses es demasiado tarde”. Como último recurso le pregunté a mi médico del Cielo. Me respondió: “Hay muchas probabilidades de que mate a tu gato. Es un riesgo”. Mi médico del Cielo no decía nunca nada a la ligera y sabía, en mi interior, que Sueño no se escaparía. Así que tuve que separarme del perro al que amaba más que a nada en el mundo para salvar al gato que adoraba. Se lo di a otra familia que desapareció sin darme sus señas. Nunca volví a verle. Sé que ha pasado a otra dimensión porque he sentido varias veces su Espíritu, así como el contacto de su pelaje salvaje contra mi cuerpo. “La vida es más sencilla que fácil” me dice a menudo mi médico del Cielo.

Amar “Escuchad, hermanos: el que comprende, ama” Kabir

L

os animales demuestran la fuerza del amor incondicional. Pienso que

se supone que tenemos que aprender a través de ellos. Siempre me sorprende la delicadeza y lealtad absoluta de los animales hacia sus guardianes. A menudo es la única fuente de amor que esas personas tienen en su vida y el animal se deja absorber hasta que ya no le queda ni una gota de sangre en su cuerpo. Eso me recuerda siempre la historia del “niño pequeño con el cerebro de oro” que leí cuando era pequeña. Daba un trozo pequeño de cerebro a todos aquellos que se lo pedían, para ayudarles, hasta que no le quedó nada, solo una gota de sangre, y se murió con esa gota en los dedos porque había dado su último trocito de cerebro a un pobre. Cheryl me llamó desde Texas por una perra, Grace, que acababa de sufrir un ataque cardíaco. Tenía trece años. El ataque le había dejado sin fuerzas en el suelo de la caravana, paralizada. Cheryl me pidió una curación. Me dijo que si Grace no se levantaba iba a tener que sacrificarla. Cheryl, que era mayor, no podía levantarla. Me comuniqué con Grace para ver su estado. Era un gran perro pastor negro. Estaba muy cansada, sin aliento, la cabeza le caía hacia un lado, como si estuviera torcida. Estaba agotada, pero intentaba desesperadamente levantarse, con todas sus fuerzas. Únicamente, sus patas traseras no se movían, estaban muertas. “Tengo que levantarme, debo quedarme”. Era muy consciente de que si no se levantaba, la iban a matar. Lo sabía porque el veterinario que había venido lo había dicho en presencia suya. Había dicho que no se podía hacer nada, que ya era demasiado tarde y que había que practicarle la eutanasia. Grace había intentado con todas sus fuerzas hacer comprender al veterinario que no quería irse y dejar a Cheryl sola, pero aquel no había captado su resistencia. Grace le había mirado a los ojos, pero él se dio la vuelta y sin una sola palabra se fue. Le daba mucha pena verla en ese estado, la conocía desde hacía mucho tiempo. A lo mejor él también tenía miedo a la muerte. Hablé con Cheryl, sentada junto a Grace. Le expliqué que esta última quería quedarse a cualquier precio. Iba a intentar la curación, pero necesitaba tres días. Cheryl estuvo de acuerdo pero no creía en ello

demasiado. Trabajé con Grace tarde por la noche. Al día siguiente Cheryl me llamó, ¡Grace se había levantado, le dolía un poco, pero andaba! Seguí trabajando con ella. En muy poco tiempo caminó, su cabeza volvió a su sitio e incluso corrió. ¿Por qué ese resultado? Porque no estaba preparada para irse, todavía no había sonado la hora, su espíritu había hecho una elección, quería quedarse para ayudar a Cheryl. La intercesión divina responde al deseo del espíritu. Hablé con Cheryl y esta se confió a mí. Me contó toda su infancia y su juventud hasta que se escapó del medio en que vivía, a los quince años. Había sido víctima de abusos satánicos por parte de su familia y nunca se había recuperado de ello. Había sufrido horrores sexuales, torturas… Me habló de todo ello a trozos. Después tuvo que seguir años de terapia. Yo había oído hablar vagamente de esas prácticas, parece ser que esas cosas existen en Estados Unidos. Me costaba creer que eso fuera posible. Cheryl me dijo que podía enviarme fotos, que existían páginas webs… No obstante, ella intentaba olvidar, así que más valía no hablar de ello. En ese momento decidí protegerme de esos documentos para no tener imágenes de ese tipo en mi cabeza. Evidentemente, me hacía la pregunta: “¿Es verdad o no?” Pero de todas formas Cheryl sufría de su realidad. Había hecho todo lo que estaba en mi poder. Grace estaba allí por ella, siempre a su lado, siempre presente para ella, aligerando su soledad y sus recuerdos dolorosos. Cheryl me dijo que nunca habría sobrevivido sin su perra. Eso pasó hace dos años. Grace sigue teniendo buena salud. Cheryl llora a menudo dando gracias al Creador por haber recibido todo ese amor. Me manda correos electrónicos en los que me habla de Grace. Una vez me encontré con un gato negro y blanco, Dunkin, que tenía veinticinco años. Ese pequeño gato delgaducho había tomado la determinación de quedarse en nuestra tierra porque su guardiana, Karen, estaba muy enferma. Él estaba en perfecta salud para su avanzada edad. El animal ni siquiera tenía artrosis. Únicamente un poco de lentitud para desplazarse y ya no saltaba sobre la mesa. Karen, una bella mujer de tez clara, era cantante en Hollywood, pero había contraído, unos años antes, una tipo especial de esclerosis. Sufría mucho y además estaba muy atormentada emocionalmente. Había tenido una infancia difícil y relaciones muy abusivas. Vivía sola y sufría de esa soledad. Todo el mundo la abandonaba porque tenía una personalidad muy difícil. De hecho, nadie podía soportarla. Iba de terapeuta en terapeuta, sin éxito. Los médicos la atiborraban de medicamentos. Todo el mundo la abandonaba, excepto Dunkin. Karen había seguido todo tipo de seminarios, de terapias, de clases, pero nada parecía funcionar.

Finalmente, Dunkin era su único terapeuta, su salvavidas. Él velaba por ella, la protegía, y le aseguraba con su apoyo siempre renovado. Gracias a Dunkin ella salía adelante. Como dice la Madre Teresa: “No es necesario ser extraordinario para amar, simplemente hay que amar sin cansarse”. Una señora, Stacey, me llamó desde Philadelphia. Estaba muy furiosa. Había comprado una perrita de tres meses muy bonita, Beany, para darle amor. Esta la mordía e incluso la atacaba. ¿Por qué? Stacey ya le había hecho trabajar con entrenadores pero no servía de nada. La perra era imprevisible. Durante un minuto era amable, encantadora, y de repente, atacaba sin avisar. Stacey comenzaba a tener miedo de Beany. Cada vez era más agresiva. Miré su foto. ¡Era difícil de creer, parecía adorable! Me comuniqué con ella, no sabía por qué no conseguía controlarse. Sin embargo respetaba a Stacey, pero bruscamente no podía controlarse, enseñaba los colmillos, se tiraba a su mano. Quizás era un problema nervioso, no se podía hacer gran cosa. Sin embargo, oí del Creador, el Gran Espíritu, que Stacey venía de una familia que la había desatendido, la había maltratado, que se sentía irremediablemente sola y que no hacía ningún esfuerzo por desarrollar una relación con un hombre. Se sentía a cubierto en su aislamiento. Stacey buscaba el amor de la perrita más que el de un hombre. Hablé con Stacey. Efectivamente provenía de una familia numerosa y su infancia había sido muy desgraciada. Se había sentido siempre rechazada y sola. No había tenido relaciones con un hombre desde hacía siglos. Ni siquiera lo intentaba ya. Todo lo que le pedía a la vida era un poco de amor y de mimos. Nunca se había sentido importante, valorizada, amada. Y ahora Beany, ese pedacito de perro al que ella quería le mostraba los colmillos. Stacey temía ahora que Beany le saltase al cuello y la hiriese. Le expliqué que, pasara lo que pasara, tenía que aprender a encontrar ese amor en otro lugar, y no solamente en la perra. Y tenía que aprender también a ofrecerlo libremente, sin esperar nada a cambio. No había sido una casualidad lo que ocurría entre ella y el perro. Aunque no se quedara con Beany, quizá debería aprender la naturaleza misma del amor. La Madre Teresa dice que el amor es una paradoja. Dice que si se puede amar hasta que haga daño, entonces ya no hay más dolor, solamente más amor aún. A lo mejor es por ello por lo que Stacey ha recibido una perra como Beany. ¿Quién sabe? Stacey me dijo que ni siquiera sabía lo que era el amor, nunca lo había sentido en su vida. Es por esa razón por la que había comprado a Beany. Una de mis clientas, María, tenía un perro de tamaño pequeño de doce años de edad, Brazil, recuperado de algún lugar. No era el más guapo de

los perros, pero ella le adoraba. Se orinaba en casa sobre todo en presencia del marido de María. Se llamaba Antonio, era un hombre muy guapo, pero se drogaba, bebía y no trabajaba. Su mujer le mantenía. Esta vivía con él y con su hija, fruto de otra unión. Antonio, muy colérico y violento, la insultaba regularmente y le daban ataques. María me explicó que con la luna llena se volvía loco y que más valía no estar presente. ¡Se convertía en hombre lobo! Yo no comprendía por qué seguía con él, pero ella siempre me decía que le quería. Vivir en su casa era un verdadero infierno, incluso su hija sufría las consecuencias. María había engordado mucho durante los últimos cinco años de matrimonio, estaba perdiendo el pelo y se sentía fea y poco atractiva. Solo cuando Brazil se puso a orinar por todas partes, María empezó a darse cuenta de en qué se había convertido su vida, lo que había hecho de ella. Ahora tenía que volver a aprender todo de nuevo. Aprender en primer lugar a amarse a ella misma, a respetarse, a mirarse a través de los ojos llenos de amor de Brazil. A partir del momento en que Brazil se puso a orinar, ella comenzó a introducir cambios en su vida. Decidió que ese amor abusivo ya no le valía, que se había acabado para ella el seguir viviendo así. Algunos meses más tarde volví a verla mucho más tranquila y radiante. Me dijo que Brazil había muerto. Antonio había encontrado un trabajo y en breve se iría. A partir de entonces ella se respetaba y ya no dejaba que la utilizaran. A menudo el animal se convierte en la única posibilidad de conocer el amor, y es así para la mayoría de las personas. Ese amor no existe en ninguna otra parte. Todo se centra alrededor del animal, porque el Amor está siempre ahí, fluido, emanando de él permanentemente. Pero un día este muere y la persona se siente de nuevo vacía, sin nada. Hay que adquirir rápidamente otro animal. Sobre todo evitar sentirse sin esa fuente de afecto, lo que sería aterrador. Pero esta Fuente se encuentra en todas partes, arriba, abajo, en nosotros, en el interior de todos los seres. En cuanto nos damos cuenta de que está presente, entonces es posible sentirla. Eso nos envuelve como una nube de luz, suave, reconfortante, alejando el miedo. Ya no tenemos que buscar por todas partes, ya no tenemos que rodearnos de decenas de animales por necesidad, pues ese Amor está siempre ahí. Es lo que debemos descubrir.

Cuando creemos que estamos separados “No haber sido deseado ni amado, haber sido desatendido y olvidado por todos, creo que existe ahí un hambre y una pobreza más grandes que el que no tiene nada que comer” Madre Teresa

E

l miedo es casi palpable en los animales. La mayoría de las veces, es

debido a traumas del pasado, a menudo parece que no tiene fundamento, o al menos no se conoce la causa. Un día me comuniqué con un loro, Brutus. Su guardiana, Lili, que vivía en la costa este de los Estados Unidos, me llamó porque Brutus tenía miedo de todo. Tenía cuarenta y cinco años. No sé dónde había recuperado a ese loro. Había pasado toda su vida en una jaula tan pequeña, tan pequeña, que no sabía utilizar bien sus miembros. En cuanto Lili acercaba la mano para sacarle, este se volvía histérico, dando grandes gritos de loro y batía frenéticamente las alas. No sabía que alguien podía divertirse asustando a un pájaro. Pero ¿quién sabe lo que pasa por la cabeza de los seres humanos? Brutus estaba completamente traumatizado. Tuve que trabajar varias veces con él, a todos los niveles, físico, mental y emocional. Afortunadamente, gracias a estas sesiones y a la infinita paciencia y el amor constante de Lili, pudo recuperar el uso de sus miembros y se convirtió en un pequeño loro ágil, pudiendo finalmente desplazarse libremente, hasta se volvió bromista y cariñoso con su guardiana. Sorprendente, pero Lili también tenía un pasado sin amor, una sensación de estar limitada, sola, como en una jaula. ¿Acaso Brutus reflejaba la vida de Lili? Abriéndole la jaula, dándole la libertad, alimentándole con su amor, ella también se estaba curando. Una mujer, Mary, me llamó por su perro Slushy, un pequeño Lhassa Apso de cuatro años y medio. En cuanto ella salía de casa, el perro se volvía loco. Lloraba, ladraba, gemía, daba vueltas sin parar. Me dijo por teléfono: “Hace cuatro años que he dejado de salir, ya no puedo más”. Me pareció que era un poco exagerado, pero como oigo todo tipo de historias extravagantes, ¡ya no juzgo! Así que Mary llevaba a Slushy a todas partes con ella, al trabajo, a las compras, a todas partes. No le dejaba solo nunca.

Realicé la comunicación con Slushy, este me mostró las cosas habituales en ese tipo de situación: sentía ansiedad con la sola idea de la separación, angustia de estar solo, miedo en el cuerpo, pánico, luego desesperanza y por fin el agotamiento. También sentía que sus miembros estaban débiles. Sentí su angustia en mis propias carnes, me sentía encerrada con él, entre las cuatro paredes del apartamento, me temblaba todo el cuerpo. Sin embargo, sentí que había otra cosa además de ese problema. Entonces, después de haber esperado pacientemente, en el transcurso de la comunicación, percibí: “Problemas en su relación con los hombres, ¡pregúntale! Pero también problemas en su relación con su madre y su padre”. No sabía de qué manera todo eso iba a ayudar a que la situación se arreglara, pero transmití todo a Mary. Le pedí que lo pensara, seguro que había otra cosa ligada al comportamiento de Slushy, y le pedí que me hiciera un resumen al día siguiente. Mary me contó que su padre nunca había aprobado sus relaciones. ¡Los hombres que le presentaba no eran lo suficientemente altos! Un buen marido tenía que ser de gran tamaño, medir por lo menos un metro y noventa centímetros. Evidentemente, todos los hombres que llevaba a casa no eran tan grandes. ¡Cuando menos ese criterio era extraño viniendo de un padre! Nadie era lo suficientemente bueno para su hija. La madre no decía nada, solamente que el padre tenía razón. Mary me confesó que hacía diez años que no había tenido una sola relación. Y fue entonces cuando todo se volvió claro en mi cabeza. ¡Por supuesto, Slushy representaba su papel de maravilla! Impedía a Mary salir para que esta no pudiera conocer a ningún hombre, ni que lo llevara a casa de su padre, quien no iba a aceptarlo nunca. Además, el padre trasladaba todo su amor a su hija a la que consideraba perfecta, puesto que la relación con su mujer no iba para nada bien. Mary me dijo que para ella todo eso tenía mucho sentido. Por otro lado, a menudo se había preguntado por qué Slushy no hacía su numerito cuando le dejaba en casa de sus padres y que los tres salían de casa. Decidimos que iba a mandar a Slushy de vacaciones durante dos semanas, y aprovechar para salir y conocer gente. Mary estaba angustiada con esta idea, pero aún así lo hizo. Se daba perfectamente cuenta de que ya no podía más. Al cabo de una semana se sentía más ligera y más libre. Dos semanas después Slushy volvió a casa y no volvió a producirse ninguna escena cuando Mary salía. Slushy la miraba ponerse su abrigo y se quedaba tranquilo. Espero que desde entonces Mary haya podido encontrar un hombre, grande o pequeño y que haya podido presentárselo a su padre.

Vivianne me llamó de San Diego por su caballo, Monet. Tenía miedo de todo. De paseo, este se encabritaba y tiraba a sus jinetes al suelo. Nadie comprendía el porqué. Vivianne estaba dispuesta a venderlo, pero toda la familia quería a ese caballo. Realicé una comunicación con él y este me mostró sombras aterradoras. Veía cosas que no existían e inmediatamente se aterrorizaba, esto me recordó la sensación de miedo de mi infancia. Volví a mi niñez: es de noche, tengo miedo y me escondo debajo de las sábanas; en la isla el viento sopla y la luz de la luna refleja los monstruos que vienen a mi habitación, todos mis miembros tiemblan y pido ayuda. Monet, en la comunicación, me mostró ese mismo miedo, intenté calmarle. Además no tenía ningún problema en los ojos, había sido examinado por un veterinario. Intenté explicarle que lo que veía no existía, pero aún así tenía miedo. Una vez llegado al box, se calmó. Todo ocurría en su cabeza. Realizamos sesiones juntos y se sintió mejor. Vivianne pudo volver a montarlo de nuevo. Algunos meses después, me enteré de que el cáncer de la hija de Vivianne había vuelto a aparecer, con varios tumores en la columna vertebral. Tenía diecisiete años. Me pregunté si Monet no estaba absorbiendo los miedos de toda la familia, transformándolos en seres monstruosos y grotescos que le atacaban. Pedí a Vivianne permiso para trabajar con su hija. Muchas personas habían rezado también por ella. Al día siguiente fue al hospital para volver a pasar una resonancia magnética: ya no tenía nada. Los médicos pensaron que había habido un error en los exámenes médicos. ¿Quién sabe? De todas formas, ya no había cáncer. Los miedos de Monet durante los paseos desaparecieron. A menudo se siente el miedo, incluso el terror, en los animales perdidos. Evidentemente, se encuentran en una situación de supervivencia total a la que no estaban acostumbrados antes. Hay animales salvajes, coches, o la gente de la perrera que intentan atraparlos y encerrarlos. La vida fuera es peligrosa. Una vez me pidieron ayuda para encontrar a un gato perdido en el desierto, cerca de Palm Spring. Sabía que había coyotes en el vecindario. Sobrevivió cinco días durante los cuales su guardiana lo buscó desesperadamente, pero un coyote lo atrapó. El espíritu del gato me mostró la imagen no muy agradable pero rápida de su muerte. Sentí por completo la sensación de ser matado por un coyote. Ellos también tienen que comer, es el ciclo natural de la vida, pero a través de nuestros ojos de humanos, no es una muerte muy deseable. Tras mi descripción, después de la comunicación, la pobre señora volvió al desierto para ver si podía encontrar restos de su muy querido gato. Algunas horas después, encontró un puñado de pelaje marrón y

atigrado en las malezas. Era el mismo pelaje que el de su gato. Su espíritu había venido para decirnos que aun así seguía existiendo y que estaba bien (¡para un muerto por supuesto!). La señora guardó el puñado de pelaje como recuerdo. Ahora sabía que el espíritu de su gato estaba aún presente, cerca de ella. A través de los ojos de varios animales muertos, he podido ser testigo del hecho de que ser comido por un coyote no es un fin muy envidiable, ¡excepto si intentamos convencernos de que estamos alimentando a otro ser y que formamos parte del ciclo de la naturaleza! Afortunadamente, los hay que escapan a los colmillos y no sirven de festín a los coyotes. He tenido la suerte de ver a varios seres salvados. En varios casos, he intentado mostrarles el camino, la oración, que pusieran barreras para protegerse, pero aparentemente no tengo derecho a interferir si la hora de la muerte ha llegado. Algunos animales perdidos están en tal estado de choque emocional que parecen muertos, quizás porque salen de su cuerpo. A veces están “perdidos” solamente porque han salido a explorar los alrededores, en ningún caso piensan volver. Muy a menudo se aburren muchísimo esperando a sus guardianes y sueñan con aventuras. Una vez tuve una comunicación con un gato perdido en Montbéliard, Francia. Establecí la comunicación desde los Estados Unidos con su foto. Me habían dicho que el gato se había subido al tejado. Pero mirando bien, le vi bajar por un canalón y correr por una calle estrecha. Me mostró un edificio de ladrillos rojos y un lugar donde el aire caliente salía de la pared. Se encontraba en ese edificio, tenía frío y hambre, no se movía. Cuando describí el lugar, el marido dijo: “Sé exactamente donde es”. Yo le dije: “¡Llévese una lata de atún!” Allí estaba el gato, detrás de un restaurante, temblando por completo y avergonzado delante de una salida de aire caliente. ¡En ese momento decidió que las latas de atún valían más que llevar una vida de aventuras por todo el mundo! Creo que todos dejamos detrás nuestro un rastro intangible, de la misma manera que los caracoles dejan un rastro brillante sobre las hojas. Ese rastro existe, vibra. Es tal vez la huella que queda de toda nuestra vida. Cuando tocamos ese rastro con uno de nuestros sentidos, con nuestra intuición, es como una varita mágica. Esto da acceso al ser desaparecido. Recibimos informaciones en forma de pensamientos, imágenes, sensaciones o sonidos. Esas informaciones nos ayudan a comprender al otro. Me parece que todos esos rastros son como estrellas. Brillan, vibran y son conscientes las unas de las otras. ¡Somos todos como guisantes en una gran sopa! Los físicos lo llaman “campo cuántico”. En ese espacio, la noción de separación ya no existe.

Las puertas “El que reza es un águila intrépida que planea y se acerca al sol” San Juan Bautista María Vianney Cura de Ars

C

uando empezamos a desarrollar nuestras capacidades telepáticas, se

nos abren puertas. A veces en todas las dimensiones. Una noche tuve un sueño sorprendente. Mi piel se cubría de jeroglíficos antiguos que conocía (en el sueño). Cada vez que mi piel estaba íntegramente recubierta de ellos, mudaba y una nueva piel aparecía con otros signos. Lo extraño era que podía transmitir esos signos a los demás. En ese sueño poseía un conocimiento antiguo, místico y muy completo. Evidentemente, ¡al despertar lo había olvidado todo! Algunas veces recibimos llamadas extrañas. Una vez participé en un curso de medicina natural y había que realizar ejercicios con una compañera. Bruscamente, un bello caballo bayo apareció en medio de nosotras. No comprendí lo que hacía allí. Pero como la imagen persistía, me puse a escuchar: “Dile a esta persona que no me ha abandonado, que no llore, estoy aquí todavía”. Estupefacta, miré el rostro de la bella joven rubia sentada en frente de mí, preguntándome si no me había vuelto loca. Estábamos en pleno centro de Los Ángeles y no era lógico que tuviera un caballo con ella. Decidí callarme, pues no tenía ganas de parecer ridícula o de parecerme a una de esas videntes con turbante y pendientes. Pero el caballo insistió con una gran dulzura. Entonces le dije. “Discúlpame, ¿por casualidad tienes un caballo?” Me miró con los ojos abiertos como platos y respondió: “Sí, pero está en Alemania”. Le transmití el mensaje y eso le provocó un gran llanto e intensas emociones. Había dejado tras ella al caballo, que adoraba, para intentar una carrera de actriz en Los Ángeles. Se sentía muy culpable por haberle dejado. Un día, en un restaurante, tuve la visión de dos gatos enrollados a los pies de una señora que estaba sentada en la mesa de al lado. En ese tipo de visiones percibo al animal, pero no le veo realmente. Es un poco como una sombra. Dejé esa imagen de lado y seguí comiendo la ensalada. Al final de la comida, en los servicios, vi a esa señora. Le pregunté si por casualidad tenía un gato o dos. Me respondió “¿Cuál, el vivo o el muerto?” Dije: “El muerto” Le describí a su gato. No había mensaje, era simplemente para que supiera que estaba con ella. La gente se siente

siempre aliviada cuando reciben un mensaje de un animal, son más felices, contentos de saber que los animales están todavía presentes. En otra ocasión estaba en un avión que salía de Estados Unidos hacia Francia, cuando tuve una visión delante de mí de un perro marrón pequeñito. Era muy mono, pero como estaba medio dormida tras el largo viaje, no presté demasiada atención. Solo tenía una idea en la cabeza: llegar a París para comer un croissant. No era muy espiritual, pero ya estaba cansada de la horrible comida americana. Finalmente, una de las mujeres que había estado a mi lado durante ese viaje me habló. No tuve más remedio que preguntarle si tenía un pequeño perro marrón, joven, muy mono y que hacía muchas travesuras… Parecía que decía: “Mamá, mamá, vuelve…” La mujer le reconoció inmediatamente pues acababa de adoptarlo. Era un cachorro y se sentía culpable de haberle dejado para irse de vacaciones. Le comuniqué al cachorro que ella volvería pronto y que no tenía que preocuparse. Una vez tuve que organizar un seminario en una caballeriza. Mientras que explicaba las técnicas de comunicación al grupo de estudiantes, tuve la sensación, muy fuerte, de que uno de los caballos me llamaba. En la siguiente pausa decidí ir al encuentro del caballo. Sabía que era de color muy oscuro y que estaba al final de la caballeriza. Pasé delante de los boxes y le encontré de inmediato. Necesitaba realmente comunicarse porque estaba muy angustiado. Sus guardianes habían hablado de venderlo. Aparentemente padecía trastornos de comportamiento. El caballo me mostró sus angustias, su miedo, no sabía a dónde iría a parar, y también me comunicó que había un niño pequeño que venía a verle. Quería quedarse allí. En el mundo del caballo, la gente no se da cuenta de la angustia que alcanza al animal cuando se pronuncia la palabra “venta”. Imaginad a un niño de siete u ocho años al que se le dice que se va a ir a otro sitio, con otra familia, pero no se le dice dónde. No digo que un animal sea como un niño de ocho años. Utilizo este ejemplo porque los animales domésticos, como los niños, no tienen control sobre las decisiones que se toman en relación a ellos. Son los padres los que deciden. Cuando los caballos están en libertad es diferente, puesto que hay una conciencia de grupo. Están todos unidos mental y emocionalmente. Reaccionan al mismo tiempo. Hay un líder en el grupo, que está unido a todos los demás caballos. Es decir, que el caballo que ha oído en numerosas ocasiones hablar de venta, ha comprendido bien lo que le esperaba: va a perder a sus guardianes, su seguridad y además a sus

compañeros. Por otro lado, ¿será maltratado allá donde se le lleven? ¿Qué van a hacer con él? ¿Será aceptado o revendido? Se llena de grandes inquietudes y angustias para el futuro. Algunas veces se vuelve agresivo, deprimido o tiene cólicos. Después la gente se pregunta por qué. Hay que saber que a nivel de los pensamientos y emociones de base, los animales son exactamente como nosotros. No tienen una conciencia creativa para construir templos, autopistas o bombas, pero tienen una conciencia. Además, comprenden muy bien todo lo que expresamos, así como todas nuestras intenciones tras las palabras. El caballo es ante todo un animal de huida, tiene una hipersensibilidad muy desarrollada. Lo capta todo. Es como una gran antena. En todo caso, después de la comunicación, la señora y el niño consiguieron convencer al marido y se quedaron con el caballo. Otra vez, en un seminario en Los Ángeles, estaba sentada al lado de una señora entrenadora de caballos. Se había presentado. De repente, apareció en mi campo de visión un gran caballo marrón. Estaba agitado e insistía en comunicarse conmigo. Le dije: “Espera, estoy intentando atender al curso”. Era un curso muy intenso y había que prestar mucha atención. Pero él quería comunicarse porque no se encontraba nada bien. Le dije: “De acuerdo, pero después de comer”. Después de la comida me puse en contacto con él. Me mostró el abuso de otro entrenador, su dolor físico y su soledad. Fui a hablar con la entrenadora antes de retomar el curso. Al oír todo eso se sintió muy triste y responsable, pero ella no podía hacer gran cosa. El caballo no le pertenecía y era el otro entrenador el que se ocupaba de él. Iba a hacer todo lo que pudiese. A menudo, cuando llevamos a cabo comunicaciones con caballos, hay una gran tristeza y una sensación de depresión porque no tienen ningún control sobre sus vidas. A menudo hay condiciones de vida muy difíciles. Una de ellas, que les afecta mucho, es el hecho de quedarse encerrados en los boxes: la soledad. Es cierto que hay boxes muy bonitos y soleados, son magníficos, pero no dejan de ser boxes. Es como si nos encerrasen en un bonito cuarto de baño con la única perspectiva, una hora de paseo al día. Sí, el cuarto de baño es muy bonito, ¡pero realmente estamos hartos de mirar la bonita bañera de porcelana y las mismas paredes todos los días en el mismo decorado! Preferiríamos estar con nuestros compañeros. Hay otros lugares que son terribles y oscuros, con condiciones horribles de inmovilización, como por ejemplo los caballos atados por el cuello al muro. Hay que pensar que es exactamente lo mismo que si nos ataran por el

cuello a un muro todo el día. Únicamente podríamos comer, no podríamos darnos la vuelta ni cambiar de sitio. Nada. Un único horizonte: la represión. Existen condiciones que son mucho peores que las prisiones medievales. He oído todos los razonamientos y todas las justificaciones posibles dadas por los entrenadores. Nada puede convencerme. Los animales son seres libres. No deben estar encerrados dentro de boxes o jaulas, ni estar atados todo el día. Por otra parte, la soledad es un sufrimiento terrible para los caballos, quienes normalmente viven en manadas en la naturaleza.

La preparación “Cuando un hombre tiene piedad de todos los seres vivientes, en ese instante, se vuelve noble” Buda

U

n día estaba sentada con Swami6 en Ojai, California, en el templo

dedicado a Krishnamurti. Swami es nativo de la Isla Mauricio. Era una noche de mucho calor. Swami estaba de visita por primera vez en Estados Unidos. De Swami siempre emanaba dulzura, paz y amor: un estado de ser que yo deseaba vivir intensamente. Estábamos sentados a la mesa con Adam y mis hijos Shaul y Enosh. Debían ser cerca de las tres de la mañana. De repente oí un ladrido a lo lejos, un único grito seguido de aullidos de coyotes. Ese grito me proyectó bruscamente hacia un torbellino de espacio, revoloteando en el fondo de los ojos negros de Swami en la noche y en el miedo, hacia el pequeño perro marrón rodeado por cinco coyotes muy lejos, en el valle, pero presente como si estuviera allí mismo. Sentía el aliento fétido de los coyotes en mi cuello, el resplandor amarillo de sus ojos, sus dientes, la luna y la sombra, el miedo, el sudor sobre mi piel, mis patas que se escondían debajo de mí, el aire más fresco en mi nariz, el olor de coyote impregnándose profundamente en mi interior, su aliento en el mío y el grito detenido en mi garganta. Después mi aliento se convirtió en perfume que se exhalaba de la tierra húmeda y de mi sudor, y por fin el silencio. Así era, y yo estaba de acuerdo. Estaba de acuerdo para sumergirme hacia el fondo de los ojos negros de Swami donde el Amor vasto y penetrante nos llevaba suavemente hacia ese oscuro luminoso, a mí, al perro y a los coyotes. Y de repente el silencio, presente e infinito. El silencio infinito en la respiración de mis hijos que empezaban a ser conscientes de la presencia de la muerte. Todos los seres tiemblan frente a la violencia. Todos tienen miedo de la muerte. Todos aman la vida. “Veros a través de los otros” nos dice Buda. ¿Adónde van los animales después de la muerte? Me decían que después de la muerte no había nada más. Pero yo, desde muy pequeña, sabía que era una gran mentira. Sabía que lejos, detrás de mis pensamientos y emociones, estaba esa sensación profunda de estar desatada de la conciencia estrecha del “yo”, pequeña Laila, y sabía que no desaparecería jamás.

Cuando tenía alrededor de diez años, asistí a la muerte de un conejo. Fue en Formentera. Manuela, la campesina en cuya casa nos hospedábamos, me llamó para ayudarla. Corrí al árbol de donde provenía su voz. Allí, vi a un conejo marrón que colgaba de una rama y que me miraba con ojos consternados. Manuela cogió el único cuchillo cortante que había en la cocina. La hoja brillaba al sol, así como su diente de oro. Se reía. Me puso un plato en las manos. Me quedé inmóvil, enganchada a los ojos del conejo, ligada a sus bonitas orejas marrones y flexibles, las piernas inmovilizadas por el repentino miedo que me invadió. De repente, la sangre brotó escarlata en el plato y el vapor caliente subió hasta mi nariz, velándome los ojos, separando nuestra mirada mientras la luz se iba muy suavemente. Muy suavemente. Un pequeño resplandor, como el faro del monte El Pilar que veíamos brillar por la noche en la bruma, muy lejos, en la otra punta de la isla. Era para guiar a los barcos con el fin de que no se chocaran contra los arrecifes. Y después la noche. Nada más. Únicamente el sonido de las olas y el olor de la sal. Fue solo un instante. Un instante en el tiempo. El otro tiempo, el del tomillo, el sol y el Mediterráneo seguía transcurriendo, sin detenerse. Trabajé como voluntaria en un refugio para perros de Los Ángeles. Me habían dado varias fotos y algunas preguntas. Casos difíciles, traumas. En cuanto entré en el refugio, todos los animales venían a agruparse alrededor mío con la esperanza de encontrar “algo”, desesperados o resignados, eso dependía del tiempo pasado en ese refugio. Había una perra grande y negra tumbada al pie de un muro, dormía. Un día, una de las asistentes me dijo: “Es Daisy, sufre de incontinencia, no se ha movido de ahí desde hace dos meses, la vamos a sacrificar”. Me dirigía hacia el otro edificio situado en frente del refugio para llevar a cabo las comunicaciones, lejos de los ladridos y de los olores, cuando la asistenta gritó a mi espalda: “Venga, ocúpate de Daisy, solo por ver”. Acepté. No necesitaba foto para la comunicación, la tenía en mente. Su cuerpo era pesado, agotado, triste. Le era imposible retener la orina. Yo sentía la sensación de vergüenza y la de no ser deseada. No conocía el amor, nunca lo había recibido. Mucho sufrimiento brotaba de su ser. Me envió imágenes de su pasado: había estado atada con una cuerda en la parte trasera de un jardín durante toda su vida. Sola. Aburrimiento. Nada que hacer. Calor. La miserable comida seca. El cemento bajo las patas. Un árbol. La hierba reseca. El muro de la casa. Voces en la casa. Eran numerosos, había niños, pero nadie venía. Siempre sola. Todo ello parecía durar desde hacía una eternidad. Y después el refugio. Estas son las palabras que traducen lo que sentía

Daisy. “Me gustaría quedarme aquí todavía. Sobre todo, dejadme vivir, escuchar a los otros perros, sentir la vida alrededor mío, los olores, los jóvenes, la gente. Me gustaría quedarme aún un poco, aunque me haga pis encima. ¡Por favor! No quiero irme”. Con el corazón encogido, volví al edificio principal del refugio. Cuando abrí el portón, Daisy vino hacia mí corriendo, el rabo bien alto. Saltó encima de mí, con sus patas casi a la altura de mi cuello para lamer mis lágrimas. Las asistentes estaban asombradas. Era la primera vez desde que había llegado al refugio que se levantaba de esa manera. La había escuchado, había sido comprendida. Estaba agradecida y tenía esperanza. Logré convencer a los propietarios del refugio para que no la sacrificaran. Hicimos una colecta para poder alimentarla y mantenerla durante todo el tiempo que le quedara de vida. En otras situaciones, los animales están listos para irse. Mi vecina María me llamó para que intentara una curación con su perra, un pequeño colley de siete años y con un colapso en la tráquea (tráquea aplastada). Fui a casa de María. Todo fue muy bien. Al día siguiente me dijo: “Tengo que hacer algunas compras, enseguida vuelvo, haz la curación a Duquesa”. En cuanto la puerta se cerró y el ruido del motor del coche se alejó, Duquesa me miró con ojos feroces, enseñándome los dientes. Era sin embargo una perra bien educada que llevaba bien su nombre. Poseía buenas maneras. Pero ahí, instantáneamente, se había metamorfoseado en bestia salvaje. La hablé en voz alta con una voz aduladora, pero gruñó cada vez más, sin quitarme ojo. Enfadada, crucé los brazos en el pecho y le pregunté: —¿Pero qué te pasa? Me trasmitió las sensaciones siguientes: —¡No me toques, vete! —¿Pero por qué? ¡Ayer estabas de acuerdo! —Era solamente para dar gusto a María. ¡No quiero curaciones, me quiero ir, sobre todo no me toques! La vecina nos encontró la una frente a la otra, a buena distancia, sin quitarnos los ojos de encima. Duquesa no quería ser un peso para María que acababa de perder a su padre de un cáncer largo y doloroso. Ella quería irse dignamente, intacta físicamente, íntegra y sin vergüenza. No quería que María pudiera ver cómo su cuerpo disminuía físicamente. A Duquesa, una perra muy domesticada que apreciaba los cumplidos, le gustaba estar limpia, oler bien y que María la cepillara. No era su estilo revolcarse en el barro. Quería que María se acordara de ella bella y vibrante, con su bonito pelaje claro y sedoso, su cola en forma de penacho y sus ojos negros brillantes. María me escuchó con lágrimas en los ojos.

Me dijo: “En el fondo de mí lo sabía”. Algunas semanas más tarde, sin derramar ninguna lágrima, la llevó al veterinario para que la sacrificara. Duquesa se fue orgullosamente con toda su belleza de colley, con clase y elegancia. En otra ocasión conocí a Diane y a su perra negra Reba, de doce años de edad. Yo tenía que presentar un espectáculo en el norte de San Francisco, en la región en la que se cultivan las viñas. El lugar era magnífico, estábamos fuera, frente a un lago. Diana vendía los billetes a la entrada. Reba estaba sentada debajo de la mesa. En cuanto vi a la perra, supe que había algo especial, pero como me preparaba para subir al escenario, no puse mayor atención. Después del espectáculo, hablé con Diane, esta me pidió una comunicación para Reba porque tenía tumores e iba a hacer que la operaran una semana más tarde. Diez años atrás, Diane se había vuelto epiléptica. Vivía sola. Además, tenía otros problemas de salud y le costaba mucho desplazarse. Reba era una perra totalmente común. Pero un día, Diane se dio cuenta de que Reba podía prevenirla de una crisis cinco minutos antes. Nadie le había enseñado nunca nada. Sentía venir la crisis, ponía la pata encima del brazo de Diane y hacía un sonido extraño en su garganta. Gracias a ella, Diane pudo conducir por la autopista y pararse a tiempo antes de una crisis. Además Reba la ayudaba a salir de la crisis o buscaba ayuda si veía que Diane no podía sola. Evidentemente eran inseparables. El amor y la atención que tenían la una por la otra eran visibles, incluso palpables. No obstante, en la comunicación, Reba me transmitió que tenía que irse, que era su hora. No se curaría. Había venido para ayudar y apoyar a Diane y darle ese gran amor. Algunos meses más tarde, Diane me envió una postal con la foto de Reba para anunciarme su muerte. No sé lo que fue de Diane.

6 La autora, titular de un master de religiones comparadas (Sorbona-Paris), quiere precisar que no pertenece a ninguna secta ni a ningún movimiento relacionado.

Después de la muerte “El espíritu que está dentro de todos los seres es también inmortal. No llores por la muerte de lo que no puede morir” Bhagavad Gita

M

ady me llamó llorando porque su gato siamés de tres meses, Soleil,

acababa de ser atropellado. Había muerto en el acto. Mady encontraba muy injusto que le quitaran a su gatito de forma tan brusca. Comuniqué con el espíritu de Soleil. Cogí la foto del pequeño siamés. Me recordaba un poco a Chulo. Soleil se me apareció de repente, no sé de dónde salió. Era inmenso en mi campo de visión, un poco etéreo. Su cuerpo no tenía sustancia. Soleil me comunicó que había venido a la vida de Mady solamente un pequeño instante para aportarle alegría. En la comunicación estaba vivo como un pequeño rayo de sol, luminoso, ligero, rápido, juguetón. Me mostró que Mady necesitaba verdaderamente aprender lo que era la alegría. Soleil me mostró una madre estricta y padre autoritario, distante. Una infancia triste y apagada. Sin juguetes, ni amigos, ni risas. Teniendo como única alternativa seriedad y obligaciones. Así que Soleil había llegado a su vida bajo la forma de un pequeño gatito juguetón y travieso para mostrarle la alegría, para que ella pudiera conocer esta sensación. Le transmití a Mady lo que me había comunicado el pequeño Soleil. El mensaje la conmovió. Su padre había sido muy duro, la habían castigado por nada, siempre había tenido miedo y nunca había estado alegre. Su madre también había sido muy estricta y nunca la había apoyado. Mady había vivido una infancia basada únicamente en la disciplina. Más tarde, en su vida de adulta, no había cambiado nada. Toda su vida se parecía a un cuadro sin colores. Solamente Soleil había aportado bonitos y nuevos toques de color por aplicar a su vida, así como una paleta y pinceles. Después del mensaje de Soleil, Mady siguió teniendo la misma pena, pero pudo aceptar su muerte con mayor facilidad. Soleil seguía existiendo, simplemente estaba en otro lugar. Ahora comprendía que ella llevaba en su corazón un inmenso arco iris y que podía encontrar la alegría. No sabía todavía cómo, pero esa conciencia estaba ahí. Chris me llamó por su perrito blanco Geboy, muerto desde hacía poco tiempo y que había estado sordo y ciego. Era al que más había querido en su vida. Me pidió que comunicara con su espíritu. Cuando volvía de

Montana donde había pasado dos semanas de vacaciones con sus dos perros, tuvo un accidente de coche. Había puesto el regulador de velocidad y los frenos se habían bloqueado de repente. Conducía por la autopista y no podía controlar la velocidad. Giró hacia la derecha para evitar al camión que estaba delante de ella. El coche dio dos vueltas de campana luego cayó colina abajo. Ella salió indemne. El perro grande Big Boy también. Pero Geboy que dormía sobre el asiento delantero, había desaparecido. Los bomberos llegaron y le encontraron en la misma posición que en el coche, pero escondido entre los matorrales. Geboy se levantó como si nada y se puso a caminar hacia Chris que lloraba. Parecía encontrarse bien, pero los bomberos dijeron a la guardiana que a lo mejor tenía una contusión o una hemorragia interna. Chris tuvo que pasar dos días en el hospital en observación, pero ella solo pensaba en Geboy. En cuanto la dejaron salir, corrió a la clínica veterinaria en la que se encontraba. Era mejor practicarle la eutanasia porque de todas formas era tan viejo… Chris decidió que era el momento de “la inyección”. Una semana más tarde, me llamó llorando con grandes lagrimones, llena de pesares preguntándose si había hecho o no lo correcto. Así que pedí poder comunicarme con el espíritu de Geboy. Vi a un perro que se parecía a Geboy en vida, por lo menos así lo percibí yo. Se me apareció más grande, con una luz difusa. Oí: “He elegido este momento para irme, la quiero, gracias por el regalo”. Le pregunté a Chris qué era el regalo. Chris tenía un nudo en la garganta. Tras algunos instantes de silencio, al otro lado del teléfono, me dijo que había decidido llevar a Geboy a la montaña, durante la estancia en Montana, a la cabaña de su hermano, como último regalo porque sabía que ya no le quedaba mucho tiempo de vida. Hay palabras transmitidas que nos permiten eliminar nuestras dudas y saber si hay una vida después de la muerte. Hay gente que no cree en la vida después de la muerte, pero que aún así me piden una comunicación porque no consiguen separarse del animal amado. A menudo el mensaje recibido les ayuda a calmarse un poco porque sienten que el espíritu del animal todavía existe. El mensaje resuena en sus corazones pues en lo más profundo de su ser, detrás de la cultura, la religión y las creencias, en el fondo de ellos, saben que la muerte no existe. Con bastante frecuencia, el mensaje nos ayuda a sobrepasar el miedo de lo que puede pasarnos después de la muerte, ya que en la tradición judeo-cristiana, nos han inculcado la noción de castigo. Hasta los ateos tienen miedo puesto que se trata del dominio de lo desconocido. No creer en el Creador no quita el miedo. El miedo está ahí, creamos o no en el

Creador. Solo los hombres con una gran fe, los hombres medicina o los Santos tienen quizás menos miedo. Imagino que todos tenemos diferentes formas de percibir el mundo del más allá. Lo que cuenta es que el mensaje transmitido nos proporcione paz, a nosotros, que nos quedamos “detrás”, y nos permita continuar viviendo nuestra vida. Eso es todo. No siempre es necesario pasar a través de un comunicador para comprender lo que se nos transmite. De todas formas el animal se las va a arreglar para transmitirnos el mensaje. Algunos de vosotros, sentiréis la presencia de vuestro animal, oiréis un maullido, un ladrido, un galope, sentiréis un roce en vuestras piernas, un peso sobre la cama, sábanas arrugadas, veréis el nombre de vuestro animal en numerosas ocasiones, soñaréis con él…, algo os llegará, una sensación familiar. Son mensajes de parte de vuestro animal muerto para transmitiros que sigue existiendo y que no estáis solos. Yo no soy médium, no me comunico con los muertos, soy comunicadora con los animales. Si recibo mensajes o imágenes, es únicamente porque insistimos en pasar un mensaje al otro lado del velo. Durante un viaje por Francia, me hospedaba en el bonito pueblo de Abeilhan, en la región de Hérault, en compañía de mi gran amiga, la bella Hélène. Teníamos que encontrarnos con un amigo, Juan y visitar una antigua caballeriza del siglo XIX, transformada en bodega de cata. Al mismo tiempo, conocimos a los propietarios del lugar. En cuanto entré, sentí con gran fuerza la presencia de caballos. Hélène también sintió su presencia. La propietaria nos hizo la visita del lugar y nos mostró la vivienda del antiguo palafrenero, situada en el piso de arriba. Tuve la visión de los caballos. Eran de color bayo, anchos, fuertes y musculosos, eran caballos de tiro. Estaban atados al muro, separados los unos de los otros por una pared. Estaba oscuro y hacía frío. Sentí su olor, el sudor después de un duro trabajo, luego el persistente olor del heno. Mi atención se dirigió hacia el fondo de la sala, a la derecha. Vi un gran caballo bayo acompañado por otro caballo blanco, ligero y flexible. Una especie de “doble” de apariencia etérica. No comprendí lo que hacía ahí ese caballo blanco, ese no era su lugar. De repente, sentí cómo un gran dolor penetraba en mi vientre y entonces me eché a llorar. Era tan fuerte que no podía respirar y tuve que salir. De nuevo la visión del caballo castrado bayo delante de mí. Me mostró imágenes. Vi un accidente: un carro en el suelo, ruedas desenroscadas, un niño de doce años, herido, vestido como antiguamente, sangre en los ojos del caballo castrado bayo. Sufría. ¿Había sido golpeado después de ese accidente? Su sufrimiento parecía inmenso y… apenas pude contener el mío.

Una vez recuperada de mis emociones, volví a la sala, todavía angustiada. Hélène, que tenía una intuición muy afinada, vio la representación de una señora vestida como antiguamente. Sintió que había una relación entre los caballos y esta mujer que no quería irse. Decidimos rezar las dos. Le pedí al Gran Espíritu, al Creador que liberara al caballo castrado bayo y que lo llevara hacia la luz. Poco a poco, mi angustia se transformó en paz. De ello nació un sentimiento de armonía que se convirtió en una sensación sutil como un rocío. Me levanté y me di la vuelta. Hélène había terminado al mismo tiempo que yo, nos miramos a los ojos: la comprensión era tácita. La propietaria nos dijo que no conocía la historia. Una señora en apariencia muy tiránica habría vivido allí en otra época, al igual que un caballo blanco, pero este parecía más reciente. Todo me llevaba a decir que lo del caballo blanco databa de unos veinte años atrás. La actual propietaria creía tener una foto del caballo blanco. Su hijo volvió algo después con un viejo álbum en el que había una foto del caballo blanco, ligero, flexible y como etéreo. Ese bonito caballo habría vivido en la caballeriza solo hasta una edad avanzada. Había sido muy querido. ¿Acaso había venido para ayudar al gran caballo bayo? No lo sabré nunca. Isabelle me llamó para comunicar con el espíritu de su yegua Djeda a la que había querido mucho. Su muerte había sido muy traumatizante e Isabelle se sentía terriblemente culpable. Djeda había parido un potro que estaba muerto quedando la mitad fuera y la otra mitad dentro. Habían intentado salvar a la madre y le habían llevado a la clínica. Pero en la primera curva la yegua se había caído dentro del camión. Habían tirado de ella fuera del camión y el veterinario la había operado en el suelo del aparcamiento, pero la sierra se había roto y no tenía otra. Finalmente la llevó a la sala de operaciones y le practicó una cesárea. La yegua no se había movido durante tres días. Cuando finalmente tuvo fuerzas para levantarse, se resbaló en el suelo de baldosas, seccionándose los nervios de la pelvis. Tras intensos cuidados, consiguieron ponerla en pie. Isabelle y su marido decidieron llevarla a casa, pero antes de entrar en la camioneta, se dieron cuenta de que la piel de la entrepierna se había soltado y por ello fue llevada de nuevo a la clínica. Finalmente, a la mañana siguiente, el veterinario había dado permiso para que saliera. El marido de Isabelle llegó a la clínica con su camioneta y se había encontrado a Djeda muerta en su box. Era mediodía, Isabelle no la había vuelto a ver y no la había dicho adiós. Isabelle lloró durante años. ¡Tenía tanto dolor en su corazón! Hablando

con el espíritu de Djeda, vi a un caballo resplandeciente, rico de presencia y de sabiduría. Djeda había intentado explicarles que para ella ya era hora de irse. Me pareció que fue por esa razón por la que todo salió mal. No se trataba de accidentes. Nadie era culpable. Ella quiso sobre todo explicar a Isabelle que no había habido errores, que todo formaba parte del orden de las cosas y sobre todo que ella existía y que volverían a verse. Mientras visitaba una caballeriza en Los Ángeles y hablaba con Frank el director, vi súbitamente la sombra de un caballo detrás de su nuca. El caballo era grande y algo transparente, y me pareció blanco tordo. Parecía que estaba mordisqueando los cabellos de Frank. Sorpresa, me dije: “¿A lo mejor hay aquí un caballo que se quiere comunicar?” Pero como era ligeramente luminoso y parecía intemporal, le pregunté a Frank si le conocía. Le reconoció inmediatamente como el caballo favorito de su infancia al que le gustaba mordisquearle los cabellos detrás de la nuca. Estuvo muy agradecido de sentir de nuevo su presencia, las lágrimas cayeron por sus mejillas. Esa misma noche, me relajaba en mi baño a base de aceites esenciales cuando el caballo apareció de nuevo en mi campo de visión. Estaba flotando tranquilamente en el perfume de romero que me llevaba hacia la isla de mi infancia, pero ese gran caballo no tenía ninguna intención de dejar que me instalara en mis sueños. Tenía mensajes que comunicarme para Frank, sobre su vida. Protesté diciendo que no tenía bolígrafo en el baño, pero él insistió suavemente. Entonces le dije que intentaría tomar nota mentalmente de lo que tenía que decirme. Al final de la comunicación, llena de curiosidad, le pregunté: “¿A dónde van los caballos después de la muerte?” Recibí imágenes: Seres de Luz con forma de caballo, inmensos y deslumbrantes, siempre juntos, en manada. Galopaban libremente. Una sensación de sabiduría emanaba de ellos. Era muy furtivo. Un breve instante y se fueron. Pero la sensación permaneció en mi corazón. En mi fuero interno los llamé “Constelaciones”. Al día siguiente, le transmití a Frank el mensaje dejado por nuestro visitante nocturno. Para él fue de una gran importancia. Una tarde, durante una estancia en el rancho islandés de Weiterswiller, se me apareció una yegua blanca con la cabeza muy fina y largas crines que caían a la izquierda de su cuello. Le pedí que volviese más tarde. Pero ella se quedó ahí, suspendida, entre la llama de la vela y yo. De ella emanaba una bella luz difusa, blanca y dorada. Me transmitió que había venido para ayudar a los otros caballos. Cuando se lo conté a Ute, la

propietaria del rancho, la reconoció enseguida y me dijo: “Es Hela, la madre de Hetjia” Me llevó al bosque a ver a Hetjia porque ambas se parecían muchísimo. ¡El póney era como el de mi visión, excepto que sus crines caían hacia la derecha del cuello!

Cuando encendemos la vela “Toda curación es en esencia una liberación del miedo. El miedo viene de la falta de amor. El único remedio contra la falta de amor es el amor perfecto” Un Curso de Milagros

L

as terapias constituyen mi práctica preferida. No obstante, es otro

campo bien diferente del de la comunicación. Durante la terapia, estoy con la “Presencia”: el tiempo y el espacio se borran. Cuando hay fondos emocionales en los que el animal absorbe por la persona, todo se complica. Entonces tengo que comunicar con el espíritu de este último. Para mí el espíritu es la parte luminosa del ser que existe eternamente. En el caso de mi perro Shuki, veía siempre un pequeño Shuki y un gran Shuki. El grande era muy filósofo, sabio, en la compasión. Había tanto amor procedente de su espíritu, que a veces me sentía decepcionada cuando hablaba al pequeño Shuki. Al principio estaba un poco preocupada y no comprendía por qué veía doble. Nunca me había ocurrido antes. ¿Acaso ahora necesitaba gafas? Gran Shuki era algo intangible y no podía cambiar la personalidad de pequeño Shuki, sobre todo en lo que concernía al hecho de matar presas. El instinto de matar formaba parte del pequeño Shuki. Cuando le pedía al gran Shuki que hiciera algo, me decía que no podía intervenir. La mayoría de las veces, en el caso de una cura física grave, pido hablar con el espíritu del animal. En algunos casos, ocurre que no se puede intervenir. Existen resultados a cerca del restablecimiento del animal que no nos pertenecen y no se puede hacer nada. La curación en el animal se hace por intercesión divina. Cada caso es diferente y no sé nunca lo que va a presentarse. Durante mucho tiempo he luchado con las dudas y las interrogaciones aunque haya asistido a cosas maravillosas. Al principio me sentía responsable, trabajaba hasta las dos de la mañana si era necesario, quería curar al animal. Más tarde, me he dado cuenta de que mi fuerza de voluntad, que me había dirigido en mi vida de bailarina, no servía para nada ahora. Al contrario, había que dejar la voluntad, abandonarse y entrar en la confianza absoluta. Eso era muy difícil para mí. El hecho de que no tuviera ninguna educación religiosa, hacía que no comprendiera para nada la noción de fe. Excepto sobre el plano intelectual, lo que era bastante reductor. Siempre me habían atraído

los Santos de todo tipo. Había leído la vida de los Santos cristianos como San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Ávila, de yoguis de oriente tales como Yogananda, Muktananda y de los grandes tsaddiks (santos o justos en hebreo) como Isaac Luria, Shimon Bar Yochai. Incluso había estudiado la historia de las religiones, pero cuando me di cuenta de que no era más que un ejercicio académico, me fui sin acabar el curso teológico. Además eso no me dejaba tiempo para bailar, ¡todas esas horas pasadas en la biblioteca con los libros! Los libros no dejan de ser las palabras de otros seres humanos. Es cierto que más sabios y con más conocimientos, pero aún así sujetos al error y a la interpretación. Al menos en el baile mi corazón vibraba, todo mi ser respiraba, formaba parte del Todo. El estudio académico era muy seco para mí. He oído decir que para enseñar el hebreo a los niños, hay que poner miel sobre cada letra. Las letras están vivas, tienen una energía y también están llenas de dulzura. Pero yo no sabía hebreo y en los estudios no encontraba la miel. No la iba a encontrar de esta manera. Yo quería ese Amor, esa miel que estaba en los ojos de Yogananda. Además, en cuanto acababa de leer un libro de todas maneras lo olvidaba todo y no captaba nada en mi interior. Vengo de una familia de escritores, con libros cubriendo todas las paredes de la casa, vengo del pueblo del Libro y lo que yo buscaba no estaba allí. En el baile, al principio, no tenía ninguna ambición y aún menos disciplina. Simplemente tenía ganas de bailar, una especie de necesidad en el fondo de mí. Eso me ha llevado años de trabajo para transformar el deseo en ambición y para llegar a un gran nivel para presentarme en los grandes teatros. Era necesario un ego sólido en el mundo del espectáculo. El poder de mi voluntad me dirigía a pesar de mis rodillas dañadas, una salud muy frágil y el nacimiento de mis bellos gemelos. He estado a punto de morir en varias ocasiones. Sin hablar de la pobreza. En cambio, en el mundo de las terapias, había que dejar todo eso y someterse. Bello, un alazán, me enseñó la perseverancia y la confianza. Un día, Vickie me llamó porque el caballo tenía tanta artrosis que ya no podía moverse. Había sido un campeón. Vickie lo había encontrado en un prado, abandonado y solo, delgado y deprimido. No quería seguir viviendo, ya no le interesaba, su espíritu ya no estaba presente. Si había vuelto a la vida es porque ella le había prestado muchas atenciones y cuidados. Al realizar la comunicación, vi un pasado muy doloroso: estrés, inyecciones de esteroides, algo ácido y ardiendo muy doloroso bajo las pezuñas, dolores agudos en las patas, tensión. Sin olvidar el nerviosismo

y el séquito de presiones, de carreras y encierros. El entrenador de la caballeriza en la que se encontraba ahora me dijo que efectivamente, para las carreras, habían tenido que ponerle una especie de placa de madera bajo las pezuñas anteriores para que las levantara más alto. ¡Para dar estilo! El caballo se quedaba durante horas en esa posición. ¡Y qué decir del ácido bajo las patas! Aparentemente esta “solución” aún se practica. Empecé a ayudar a Bello a distancia. Repetí las terapias en varias ocasiones. Había muy poca mejoría. No lo entendía. Así que me comuniqué con él una y otra vez. Siempre me ponía triste cuando le escuchaba. Llegué a la conclusión de que para él, curarse significaba retomar las carreras y volver a la vida miserable de antes. Es como si prefiriese sufrir de artrosis. No lo hacía de manera consciente, pero era una solución. Me llevó semanas hacerle entrever otro futuro. Repetí las terapias en varias ocasiones. Un pequeño porcentaje de mejoría cada vez. Y había que volver a empezar. Me sentía determinada, no iba a bajar los brazos ahora. Por él y por todos los caballos de carreras. Pues sabía por la experiencia vivida, cuando apenas podía caminar, que los médicos del Cielo me habían curado y, de ese modo, permitido volver a bailar. Ello nos llevó varios meses y creo que necesitaba realmente todo ese tiempo. Lo habíamos conseguido: era de nuevo libre y galopaba como un potro. Ahora está en plena forma. Bello reside en la caballeriza de Frank. Todos estamos muy orgullosos de él. Sue, una joven muy guapa de origen indio que vivía no lejos de mí en el valle, vino a verme con Toby, su pequeño perro gris de doce años de edad. Adoraba a Toby. Era el amor de su vida. Su perro tenía tanta artrosis que se desplazaba muy lentamente, con mucha dificultad. Hacía mucho tiempo que estaba en este estado. Me dije: “¡Con éste nos va a llevar tiempo!” Puse las manos sobre él y sentí la “Presencia”. Se durmió como un ángel durante la sesión. Al día siguiente me llamó y me dijo: “Ya no tiene nada, corre como cuando tenía tres años, ¡está completamente curado!” Yo estaba verdaderamente sorprendida de esta curación, no me lo esperaba. Sue pasó toda la semana dando grandes paseos con él, durante horas, de lo contenta que estaba de volver a verle joven, alegre y lleno de vitalidad. Fueron incluso a la montaña para meter los pies en el río. El último día de la semana, Toby murió, se fue mientras dormía, sin avisar. Sue no pudo llorar. Anidada en su memoria, solo quedó esa última semana maravillosa llena de felicidad y de instantes mágicos. Para que permanecieran esos últimos momentos espléndidos de amor mutuo, sin

dolor y sin pena. Para que nosotros, los humanos, nos acordemos de que el Amor existe y que hay mucho más en la vida después de la muerte. Pennylane. Una magnífica yegua negra. No la olvidaré nunca. Está en mi corazón, grabada para siempre. Gracias a ella, me he hecho todas las preguntas posibles, sin encontrar respuesta, acerca de las terapias, del destino, de la intervención del Creador, de la naturaleza de nuestro espíritu, la naturaleza del hombre. Era Septiembre. El veterinario alemán, Johannes, me llamó para que le ayudara. Pennylane se encontraba en Alemania. Estaba tumbada en el suelo, todo su cuerpo temblaba y las personas no sabían qué hacer. Los guardianes querían sacrificarla, pero Johannes no quería, la yegua era joven y pensaba que podía curarse. Trabajé con ella urgentemente. Poco después se puso de pie. Después hice una breve comunicación con ella para ver que tal iba. Pennylane tenía mucho miedo de una mujer, su guardiana. Había algo que no iba bien y querían practicarle la eutanasia. Ella quería vivir. No estaba preparada en absoluto para irse. Pensé que si se quedaba en presencia de su guardiana, eso podría provocar otra crisis. Así que Johannes decidió que se quedaría en su casa durante un tiempo. Seguí trabajando con él. Lo que más ayudó fue el amor, la atención y la dulzura que Johannes dio a la yegua Pennylane durante esas tres semanas. Se había recuperado por completo, se encontraba bien pero un poco delgada todavía, desgraciadamente ya no podía cuidarla por más tiempo en casa. Entonces, la yegua volvió con sus guardianes y no volví a tener noticias suyas. Algunos meses después hablé con Johannes y le pregunté si tenía noticias de la bella Pennylane. Me dijo: “La abatieron una semana después”. “¿Por qué?”. “Porque estaba demasiado delgada”. Lloramos los dos. Johannes murió algunos meses más tarde. Fue una muerte inesperada para todos nosotros. Johannes era un veterinario brillante y muy apreciado por los caballos, por sus clientes y sus amigos. Creo que el destino de Pennylane y el de Johannes estaban ligados, pero no sé de qué manera. Quizás se han vuelto a reunir. Tal vez su espíritu ha acogió a Johannes a su muerte. Uno de los casos que más me ha marcado concierne al caballo Hockey. Estábamos en la caballeriza de Michel Robert, un gran jinete francés. Yo iba acompañada de Paul, el dentista equino, y de Catherine de Rixheim. La víspera yo había intuido que el dentista tenía que estar presente y que yo sabría el porqué una vez allí. Los caballos llegaron y salieron uno a uno del camión. Volvían de una competición, tras de un largo viaje. Uno de los mozos de cuadras llamó al jinete y le dijo que había una urgencia.

Uno de los caballos se había herido. El que estaba delante de mi tenía la boca ensangrentada, trozos de piel colgaban aquí y allá, la mandíbula estaba destrozada, partida por la mitad. Una mitad de la mandíbula colgaba de un lado. Goteaba sangre por todas partes. Yo le miré con consternación. Michel me pidió ayuda, por mi parte yo quería un veterinario. Para mí todo eso formaba parte del campo de lo imposible. Pero estábamos lejos de una clínica, había que hacer algo. La gente alrededor nuestro estaba pálida y asustada. Empecé a pedir ayuda al Creador, el Gran Espíritu. Michel esperaba que yo hiciese algo. Gracias al milagro de la “Presencia”, supe exactamente cómo proceder. Yo estaba extraordinariamente tranquila. Sabía que Hockey sufría de un dolor intenso, pero también sabía que teníamos solo algunas horas para que la mandíbula se volviera a colocar en su sitio. Después sería demasiado tarde. Lavamos la boca del caballo e indiqué a Michel y a Paul dónde situarse, mientras yo rezaba con ellos, recogida en mi visión de la “Presencia”. Teníamos los tres las manos en la mandíbula de Hockey. Media hora más tarde, la mandíbula se había deslizado y estaba casi en su lugar. Nos paramos a menudo para lavarle la boca y volvíamos rápidamente al trabajo. A los tres nos animaba la misma intención, la misma idea y el mismo deseo, centrados en la recuperación de Hockey. Trabajamos durante seis horas con Hockey quien, a pesar del dolor, comprendía muy bien lo que pasaba. Se dejó manipular durante todo ese tiempo con una paciencia, una amabilidad y una nobleza de carácter increíbles. Sabía que le estábamos ayudando. La parte de la mandíbula que se había dislocado se colocó en su lugar. Todas las heridas se curaron una tras otra. Ya no se notaba nada. Después pudimos darle cereales en papilla. Más tarde, durante la noche, Paul volvió para ponerle compresas antisépticas. Al día siguiente Hockey pudo masticar heno. Como había un pequeño desplazamiento de los dientes, le pregunté al Creador lo que había que hacer. Supe que el dentista tenía que limar los dientes para que todo se ajustara. Trabajó con Hockey con mucha compasión, paciencia y aplicación, y al día siguiente la mandíbula parecía perfecta. Yo sabía que si en los tres días siguientes la mandíbula no se movía, todo iría bien. Efectivamente tres días más tarde todo estaba en su lugar y Hockey comía normalmente como si nada hubiera ocurrido. He vivido numerosos acontecimientos importantes en mi vida, pero ha sido Hockey el que me ha enseñado a no volver a dudar. Basta con que piense en él y la confianza enseguida vuelve. De la misma manera,

cuando pienso en su nobleza de carácter y en su paciencia, siento verdaderamente en mí que la huella maravillosa de su resplandor está grabada en mi memoria para siempre. Cuanto más conozco a los caballos, más me maravillo de lo que son. Mi médico del Cielo me lo dijo: “Tendrás otros como él cuando tengas confianza”. ¿La confianza y la certeza son lo mismo? Estaba en Francia y tenía delante de mi tres días de relajación antes del siguiente taller. Sentí con gran intensidad que tenía que volver a ver a Blackey, mi burrito que me llamaba interiormente. Había venido de Rumanía con muchos otros burros. Habían sido amontonados, en gran cantidad, en un mismo camión, con el fin de ser vendidos en Francia. La mitad de ellos se habían muerto por el camino. Ken y Valerie habían salvado algunos, que vivían ahora en el prado frente a la casa de Magali. La primera vez que les vi en casa de Magali, un año antes, me había enamorado de dos hermanos de cuatro meses de edad, Bibou y Blackey. ¡Eran tan dulces y tan inocentes!, como si toda esta tragedia no les hubiera alcanzado. Había sujetado su cabeza con mi mano y nos quedamos durante mucho tiempo mirándonos a los ojos. Me llené de su dulzura. Blackey tenía una pata deformada. Cuando era más joven le habían puesto un vendaje. Les volví a ver varias veces. Ahora sentía que había que darse prisa, era urgente ayudar a Blackey costara lo que costara. Cuando llegué a casa de Magali en Haute-Savoie, le vi todavía “pequeño” aunque ya tenía un año. Se quedaba al final del prado, solo, con la cabeza gacha, el cuerpo endeble, las patas que vacilaban, el pelo sucio, rígido y enredado. Los otros burros le ignoraban y rechazaban. Estaba solo, abandonado. No parecía querer seguir viviendo. Parecía deprimido, como rodeado de una nube negra, maciza y espesa. Me quedé junto a él todo el día. Me pareció deshidratado, no conseguía alcanzar el recipiente con agua, los otros le empujaban. Intenté hacerle beber en la palma de mi mano y darle de comer. Valérie vino a nuestro encuentro. Ella le habló, le pidió que viviese, pero Blackey se dejó caer con la cabeza en el regazo de Valérie, como agotado por la vida. Ken llamó a un veterinario para que viniera al día siguiente. Magali se reunió con nosotros después de su largo día de trabajo. Nos sentamos en la hierba al lado de Blackey, intentando que bebiera una preparación salina azucarada, improvisada, con ayuda de una pipeta. Caía la noche y se veía venir la tormenta. Mi pequeño burrito estaba tumbado, ya no tenía ganas de vivir. Yo no quería que se fuera. Me negaba categóricamente. Había que salvarle costara lo que costara. Magali y yo decidimos llevarle hasta la casa. Le enrollamos en mantas

para transportarle. Magali encontró una fuerza venida de no sabía dónde: le levantó en sus brazos, pero unos pasos después, le volvimos a depositar en el suelo pues estaba agotada. El ojo de Blackey se volvió vidrioso. No sabíamos si aún respiraba. Volvimos a empezar una y otra vez. Luego en un momento dado pensamos las dos que nos había dejado. No quedaba nada en sus ojos. Entonces dije a Magali: “Tenemos que quedarnos aquí y rezar”. Depositamos en la hierba húmeda, enrollado en las mantas, el cuerpo pesado y letárgico del pequeño Blackey. Puse la mano sobre él. Poco a poco la “Presencia” me invadió. Podía observarle como apartada, detrás de él. Esta “Presencia” miraba a mi burrito a los ojos y le hablaba llenándolo de amor, ese Amor que no sentimos entre nosotros sobre esta tierra. Amor siempre presente, infinito, lleno de compasión y de comprensión. Sentí que esa “Presencia” hablaba al espíritu de mi pequeño Blackey. Le explicaba, le dejaba elegir. En ese instante, pareció recuperarse un poco. Entonces le llevamos hasta casa de Magali, a mi habitación. Me tumbé junto a él, en las mantas, mi cabeza contra la suya. Roncaba suavemente como los recién nacidos. Agotada, me rendí en el soplo caliente de su respiración, acunada por ese sonido. Me despertó bruscamente en medio de la noche porque intentaba ponerse de pie. Tuve miedo de que se hiciera daño y que yo no pudiera sujetarle. Corrí al piso de arriba a buscar a Magali y le depositamos fuera sobre la hierba fresca. Pensé que quizás estaba salvado. Hacia las cinco de la mañana, le vi fuera, de pie sobre sus patas, paciendo en la hierba. Magali se había levantado varias veces durante la noche para darle de beber la preparación con la pipeta. Parecía estar mejor. Ken llegó muy temprano por la mañana e intentó curarle. Le habló con una gran ternura, Blackey se puso a comer de nuevo. Me sentí más bien aliviada. Así que pude irme a Suiza con Catherine, que vino de Reixheim para buscarme pues teníamos una cita con Patrizio. Pensé todo el tiempo en mi pequeño Blackey. Me llamó en varias ocasiones. Le vi como si estuviese delante de mí. Sentí que tenía que volver, muy deprisa, para una transfusión. Al llegar, Magali estaba llorando, al límite de sus fuerzas. Mi pequeño Blackey estaba tumbado en el suelo, medio inconsciente, con el ojo de nuevo vidrioso. Yo no conseguía reaccionar. Catherine, que ya se había dado cuenta de la situación, me dijo: “Pregúntale si quiere quedarse o irse”. No pensé que pudiera conseguirlo a pesar de mi larga experiencia de comunicadora, mi pena era demasiado grande. No obstante lo intenté. Me senté en el suelo, con los ojos cerrados. Instantáneamente vino hacia mí con mucha dulzura y bondad en

sus grandes ojos húmedos teñidos de ternura. Mis sensaciones me hicieron oír: “Por favor, deja que me vaya”. Volví hacia mis amigas que estaban sentadas cerca de su cuerpo, yo estaba cegada por las lágrimas, un nudo en la garganta, no podía hablar. Ellas Comprendieron. Nos planteamos la eutanasia. Blackey me pidió que me quedara con él dos horas más. El veterinario se había retrasado y llegó exactamente dos horas después. Magali no tuvo la fuerza de ver a Blackey irse. Se volvió a casa, pero estaba conmigo en mi corazón, estaba con nosotros, Blackey nos había unido para siempre. El veterinario puso una inyección a Blackey y éste se fue lentamente, entre mis brazos. Yo no podía dejar de llorar. ¿Por qué tenía que irse? Valérie me preguntó si quería quedarme sola con él. Me quedé un tiempo en el silencio con su espíritu, luego cubrí muy suavemente su cuerpo con la manta. En casa, Catherine me consoló y me miró con compasión, con sus ojos verde turquesa. Me habló del pasaje del espíritu, tenía razón, pero mi pena era demasiado grande. Todo lo que yo sentía era que Blackey había creado un lazo indestructible entre Magali y yo. Durante la noche no conseguí dormir. De repente, una presencia clara y ligera vino a tumbarse a mi lado: era mi burrito, limpio y suave ahora, con grandes ojos luminosos. Puse los brazos alrededor de su cuello y me hundí con él en la paz profunda de su respiración perfumada. Me desperté al alba, mi burrito se había ido, pero en su lugar oí una voz sutil que me decía: “Ama a todo el mundo, ama a los demás, ama al Todo”. Simultáneamente, tuve la potente sensación de un gran Amor para cada uno. Me parecía que tenía nuevas lentillas que me permitían observar la estricta realidad de cada uno. Todo era tan sencillo y claro… todo se hacía evidente. Me sentía liberada, ya no estaba limitada por mis percepciones habituales. Recé para que ese estado se volviese permanente. ¡Ojalá pudiese durar!

Luz “De la misma manera que el aceite está presente en todas las partes de la aceituna, el amor empapa toda la Creación” Sri Yukteswar

“N

unca más vas a estar sola” —dijo mi médico del Cielo. Cuando

vivía en Madrid, un año después del nacimiento de mis gemelos, caí muy enferma. Nadie sabía lo que tenía. No podía comer. Pesaba solo cuarenta y tres kilos. Sabía que estaba a un paso de la muerte, pero no tenía fuerzas para luchar. Me daba igual. Lo único que sabía era que si me metían en un hospital, sería el fin. Estábamos en pleno mes de julio. Había cuarenta grados en la calle. Llevaba puestas todas las mantas de la casa y aún así temblaba de frío. No sabía cómo iba a salir adelante y no tenía la energía suficiente para pensarlo. Había una gran conferencia en Madrid con chamanes del mundo entero, y Yechiel, que era cabalista y vivía en Israel, estaba allí para hablar de la Cábala. Le pidieron a Adam, con quien yo vivía en aquella época, que tradujera del hebreo al español. Este respondió: “Mi mujer está muy débil, no sé si voy a poder dejarla sola”. Yechiel le dijo simplemente: “Voy a hacer una cosa”. Yo no sabía nada de eso. Por la noche, un gran calor me despertó. Me quité una a una las mantas del calor que tenía. Sentí una gran “Presencia” luminosa delante de mí, muy palpable. Había colores del arco iris, con lentejuelas de oro. Sentí que esa “Presencia” me hablaba, pero yo no oía palabras. Todo mi ser se dirigió hacia esa Luz. Tenía calor, mucho calor, y se extendió por todos los miembros de mi cuerpo. Tuve la impresión de que mi cuerpo respiraba. Era extraordinario sentir ese soplo. En esa época estaba muy furiosa con el Creador porque ahí estaba yo, en Madrid, con dos bebes gemelos y una gran pobreza de artista que no me parecía tan romántica como en las novelas de finales del siglo XIX. Algunos días no sabíamos si tendríamos bastante para comer, y además me estaba muriendo. Pero en ese momento, solo esa Luz contaba. Al día siguiente pude levantarme y andar. Yechiel me dijo: “Ese milagro se ha producido solo para ti. Esto no me ha ocurrido nunca antes y no me volverá a ocurrir”. Él lo sabía, me había curado gracias a sus oraciones cabalísticas. Ahora conozco esa “Presencia”. Yechiel murió algunos años más tarde en Israel.

He vuelto recientemente a Israel, a Galilea, para visitar las tumbas de los grandes Cabalistas: Rabbi Akiba, Rabbi Isaac Luria y Shimon Bar Yochai. Tuve la impresión de revivir en una época antigua. En Safed, las piedras de color arena parecían vibrar bajo el sol ardiente del Medio Oriente. Las tumbas blancas me cegaban los ojos, las de los Santos estaban marcadas con una señal azul. Quise encontrar, comprender, pero no obtuve respuesta, a pesar de mi ardiente deseo. Fue junto al Muro de las Lamentaciones donde supe que mis oraciones serían siempre oídas. Anteriormente no había aprendido a rezar nunca. Cuando era pequeña, en Formentera, Manuela nos llevaba a la iglesia los fines de semana, pero el cura estaba siempre completamente borracho y corrían rumores acerca de él y los niños del pueblo. Yo no quería que mi hermano se acercara a él. Tenía mucho miedo de ese cura, me parecía asqueroso. No me gustaba ir a la iglesia. Toda la gente del pueblo se amontonaba allí dentro con sus ropas de los domingos. Hacía calor. Los abanicos de las señoras palmoteaban con cada frase del cura. Había muchas mujeres de negro que lloraban en silencio y murmuraban frases ininteligibles. No comprendía nada de lo que decía el cura y no sabía cuándo había que levantarse o sentarse. No me gustaban las imágenes mórbidas del Cristo colgado en la cruz. A mí me parecía que Cristo no tenía ese aspecto. Tenía siempre la impresión de que le conocía en el secreto de mi corazón, pero no era como la iglesia nos lo representaba. Y luego, más tarde, Manuela se hizo testigo de Jehova. Alguien en la isla le había hablado de ellos y la había convertido. Así fue como aprendió a leer, con la Biblia. Leía muy lentamente, en voz alta, con un dedo en cada palabra. En esos textos había imágenes de Jesús. Tenía aspecto de un buen chico americano, rubio y bien afeitado, con mejillas regordetas. Le habían quitado la barba. La barba era para los malos. Excepto mi padre: Era, según Manuela, el único bueno de la isla que llevaba barba. Los malos eran detenidos por los guardias civiles. Cuando era pequeña, a pesar del final del franquismo, había todavía tres exguardias civiles que vivían en la isla. Estos paraban a todos los hombres que llevaban barba, pero el pasaporte americano era como un salvoconducto. Inmediatamente dejaron que mi padre se fuera. Había gente que hablaba de los horrores del franquismo. Me preguntaba si era lo mismo que el infierno. Manuela nos aterrorizaba con sus descripciones del infierno donde, según ella, íbamos a ir todos. Era espantoso. Había fuego por todas partes y los malos se quemaban lentamente, gimiendo. Además, Manuela nos daba todos los oscuros detalles sobre lo que ocurría cuando íbamos a

parar al infierno. ¡Yo tenía pesadillas! Había quitado la gran cruz bajo la que dormía, lo que provocaba discusiones terribles con Vicente, su marido, que seguía siendo firmemente católico. Por la mañana me preguntaba si iba a volver a ver la cruz en la pared o no. Todas las habitaciones en la isla tenían una cruz encima de la cama. En el colegio francés, en París, había oído hablar del catecismo. Todo lo que recuerdo era que los otros niños decían: “Dios ve una hormiga negra, en la noche negra, encima de una piedra negra”. El profesor intentaba asustarles para que no hiciesen tonterías. Si hacíamos una tontería, aunque fuese muy pequeña, Dios la vería y seríamos castigados. Veníamos del pecado y moriríamos en el pecado. Esto no tenía sentido para mí. ¿Por qué ese Dios estaba tan preocupado por la hormiga negra? ¿Por qué quería tanto castigarnos? No podía dejar de pensar en la pobre hormiga negra. Todo eso me provocaba pesadillas. Mis padres nos llevaban a menudo a visitar las iglesias en España, y también el museo del Prado cuando íbamos a ver a mi tía en Madrid. Me gustaba la luz de los cuadros del Greco. Esa era la verdad, la verdadera, la expresión en los rostros. El Espíritu Santo como una paloma entre los retratos y el cielo. Mis padres querían educarnos sin ninguna religión para que pudiésemos tener nuestra propia opinión. Nos hablaban mucho de historia. Mi madre conocía muy bien la Biblia. La veía desde un punto de vista histórico. Mi madre había aprendido yoga en Los Ángeles. También tenía el libro Autobiografía de un Yogi. Me pasaba horas mirando la foto de Paramahansa Yogananda en la portada, llenándome del amor que brotaba de sus ojos. Era como si me mirase, me viese crecer y me esperase. Sabía que me esperaba, la miel de sus ojos me esperaba. Mi padre me inició también desde pequeña en la lectura de los místicos y de las filosofías del Este. Me proponía obras especializadas: Gurdjieff, Ouspenski, el sufismo. Lo devoraba todo, lo quería todo. Quería ver, sentir, comprender, conocer, salir de la maya7, atravesar el velo de la ilusión. Estaba sedienta de conocimiento. Pero sabía que había otra cosa a la que no tenía acceso. Cuando miraba una pintura de Cristo, de la Virgen María, de Krishna o de Buda, sabía que detrás de esas representaciones había algo inalcanzable que quería descubrir a toda costa. Todos irradiaban lo mismo que emanaba del fondo de los ojos de Yogananda. Hasta una estatua lo reflejaba. Lo que yo quería no estaba en los libros y no sabía cómo encontrarlo. No obstante, seguía leyendo todo lo que pasaba por mis manos. Algunos años después de mi llegada a los Estados Unidos, di clases de baile en la universidad de Pomona en California. Había caballos en un

gran campo que formaba parte del campus de la universidad. Estaban allí porque había un departamento de agricultura. Eran caballos árabes, pura sangre. Todos los miércoles iba a verles con mis zapatos de baile y una bolsa con zanahorias y manzanas, les distribuía esas golosinas y ellos estaban encantados con la ofrenda. Me reconocían, pero cuando la bolsa estaba vacía todos se iban, excepto uno. Un magnífico caballo blanco manchado. Se quedaba cerca de mí a pesar de la valla, y me envolvía con su presencia y su olor. Su presencia me dejaba en un estado de alegría intensa. Entonces, los cursos y la universidad dejaban de existir. La estudiante mexicana que me acompañaba hablaba sin parar y muy deprisa, pero yo no la escuchaba. Era como un raudal de palabras fuera de mi mundo. Pensaba en mi pura sangre toda la semana y esperaba con impaciencia el miércoles. En cuanto veía el coche llegaba al galope, y cuando me separaba de él muy a mi pesar para ir a dar las clases, él se iba hasta el final del campo y miraba cómo el coche se alejaba. Yo sentía como una cuerda que unía mi corazón al suyo y que se estiraba cada vez que me separaba de él. Un día que estaba delante de él y que le había dado manzanas, en un instante, vi una luz cegadora en sus ojos, en su ojo derecho solamente, porque no podía ver los dos ojos al mismo tiempo. Realmente fue una luz fulgurante. En ese mismo instante sentí un gran desgarro en mi corazón, y toda la luz entró dentro de mí con tal fuerza que esa descarga me cortó la respiración. Todo se apagó a mi alrededor. Ya no hubo nada. Ni mundo ni realidad. Solamente nuestros dos espíritus en el interior de ese torbellino de luz intensa. No respiraba, ni siquiera sabía si existía porque no había cuerpo, ya no estaba yo o él, simplemente esa luz increíble. Cuando volví al mundo, la estudiante seguía hablando, pero yo ya no estaba allí. Todas mis células se acordaban de esa sensación y vibraban a toda velocidad. Un miércoles fui al prado como de costumbre, pero él ya no estaba. Le busqué por todas partes, en todos los campos. Nadie supo decirme lo que había pasado con él. Poco después pedí la dimisión y no he vuelto nunca más. La luz había desaparecido. Cuando vivía en Temple City, un barrio de Los Ángeles convertido ahora en barrio chino, intentaba cada mañana la práctica de la meditación. No había templos a pesar de la denominación de esta ciudad, supongo que había que encontrarlos en uno mismo. Mientras meditaba, mi conejita Jasmine, que vivía en el estudio de danza, me mordisqueaba los pies. Era su ritual matinal. Era toda blanca, con grandes ojos negros maquillados a la egipcia y una naricita sonrosada. Un día se produjo un hecho extraño.

Sentí una “Presencia” cegadora que ocupaba toda la sala. Era como una ola blanca, ligera, hecha de algodón luminoso que nos llenaba a mí, a Jasmine y a toda la sala. Esta “Presencia” era la Paz y la Serenidad absoluta. Sentí tanto Amor en mí, alrededor mío, que fue como una pausa en el tiempo, ya no me movía, no respiraba, estaba clavada a la silla. Jasmine también dejó de mover su naricilla y se puso a la escucha. Ya sabía que era algo muy grande. Tras un largo momento, indefinible, la “Presencia” se marchó, pero la densidad del aire en la sala permaneció durante casi tres días. Todo parecía luminoso y vivo. Lo sentía cada vez que penetraba en la sala. No pude hablar en todo el día de lo bello e inexplicable que era. Evidentemente, después de eso, me puse a meditar con obstinación todas las mañanas, esperando volver a encontrar esa sensación, pero nada, nada de nada. Así que, desalentada, dejé de meditar durante varios años. Únicamente, cada vez que cogía a Jasmine en mis brazos, mis manos se ponían completamente ardiendo. Tenía una ligera sensación de soplo blanco, luminoso, alrededor de mi cabeza. Jasmine se ponía boca arriba, mostrando su vientre blanco blandito y vulnerable, con las patitas al aire, los ojos medio cerrados, la naricilla rosa hacia arriba y la boquita abierta con los dientes de delante blancos. Nos quedamos las dos en este estado de quietud total, reviviendo lo que habíamos vivido juntas. Eso duraba aproximadamente veinte minutos, y luego la sensación se iba y ¡hop!, Jasmine se daba la vuelta de golpe, los ojos maquillados abiertos como platos por la sorpresa. La naricita rosa temblorosa. Saltaba de mis brazos y daba pequeños saltitos en mi estudio. Esto ocurrió todos los días hasta la experiencia del lobo de Yellowstone. Seguidamente tuve que cambiar de casa para ir a vivir al valle de San Fernando. Mi pequeña Jasmine, a la que adorada, murió en los primeros días que siguieron la mudanza, justo a mi regreso de Yellowstone, tras mi encuentro con el lobo. Desde ese encuentro, he tenido la gran suerte de recibir experiencias maravillosas. También he pasado por varias etapas de “noches oscuras”, muy dolorosas, en las que me he sentido completamente sola, vacía, abandonada, sin apoyo y sin que encontrara ningún sentido a mi vida… “No estás sola. Eres tú la que te abandonas”, me dijo mi médico del Cielo. ¿Qué quería decir eso? En el hecho de abandonarme he comprendido muchas cosas con mi cabeza y con mi corazón. Si puedo fusionarme con el interior del otro, deslizarme en sus emociones, resbalar en sus lágrimas, flotar en su cuerpo, es porque somos intercambiables. Todos somos hijos del Creador, conectados los unos a los otros, todos

parecidos, unidos al gran Todo. El otro y yo somos la misma cosa. El animal nos mira sin juicio, sin error, sin condenar. Siente quiénes somos realmente. A través del animal aprendemos a vernos a nosotros mismos de la misma manera, así como a nuestros seres cercanos, ya sean animales o humanos. Si juzgamos a una persona, habría que preguntarse cómo la miraría el Creador. Esa es la mirada que tengo que cultivar en mí permanentemente. También he comprendido, gracias a la comunicación, que todo es un espejo de nuestras creencias, de nuestra forma de percibir el mundo. El animal es el espejo por excelencia. Nos muestra con su comportamiento y su salud quiénes somos realmente en nuestra vida, cuáles son nuestros pensamientos y nuestras emociones. Es el reflejo de nuestro espíritu. A través de nuestros compañeros, podemos conocernos para acceder a la transformación profunda de nosotros mismos. Después de haberme dado cuenta de que los animales reflejan lo que somos, he comprendido también que nuestra percepción de la realidad refleja nuestra identidad, lo que pensamos, así como nuestros estados de ánimo. No solo nos escuchan los animales. El Gran Todo nos escucha y nos habla. Todos nuestros pensamientos, todas nuestras emociones son oídas y se nos devuelven directamente a través de nuestras experiencias. Me he dado cuenta de que hay una correlación directa entre mi trabajo, las curaciones y mis estados de ánimo. Cuando estoy en la “noche negra”, todo se para de la noche a la mañana, todo se estanca. No me sirve de nada estar en la acción, es como si todo esperase. En cuanto levanto la cabeza y me vuelvo a conectar, todo vuelve rápidamente, triunfalmente, los animales se restablecen y ¡hay una sensación muy clara de alegría en el aire! Cuanto mejor me siento, más evidente es, no puedo hacer como si esta correlación no existiese. Me he dado cuenta de que si estoy triste, deprimida o negativa, si critico, todo se detiene. Percibo un mundo vacío, sin sentido, en el que me siento abandonada. A partir de ahí todo va mal. Todo se encadena. Los problemas se acumulan, las preocupaciones crecen, pequeñas cosas insignificantes pero molestas me muestran con insistencia en qué estado estoy. Entonces todo son contratiempos, los correos electrónicos desaparecen en el ordenador como si hubiese un agujero negro que los atrapara, el cartero llega con el paquete que espero desde hace una semana cuando estoy en la ducha, hay anulaciones, me equivoco de horario, llego tarde, el tren se me escapa por los pelos, pierdo el avión, las cartas se pierden o de manera extraña llegan con retraso.

En resumen, todo está al revés, desorganizado, caótico. Me siento cada vez más separada. Es increíble hasta qué punto las cosas van deprisa ahora. Basta con unas horas. Después de haberme dado cuenta de todo ello, tengo que modificar deprisa mi estado de ánimo. En cuanto cambio interiormente, entonces todo vuelve a su sitio, mi mundo vuelve a ser claro y favorable. Todo está sincronizado, conozco a las personas adecuadas, estoy en el lugar adecuado, todo está en armonía. Soy yo la que tengo que tener cuidado con lo que emito con mis pensamientos y mis sentidos. Mi médico del Cielo dice: “Si estás bien dentro de ti, todo se armoniza contigo”. Mi médico del Cielo me ha dicho: “Si buscas, encuentras. Recibirás todo lo que deseas. Las cosas no vienen ni antes ni después”. Siempre me dice esta frase. Me la ha tenido que repetir cientos de veces. Eso me deja siempre confusa. Ya no sé encontrar el término medio entre el destino y el libre albedrío. Cuando le pregunto, me responde: “El sol siempre sale y se pone en el mismo lugar. No lo puedes cambiar. Puedes gritar, llorar y patalear, el sol siempre se levantará por el mismo lugar. Lo que sí puedes hacer es levantarte más temprano para ver el sol al alba”. Aún pienso en esa frase… Esta historia ocurre en el tiempo en el que el pueblo de los hombres todavía sabía hablar con los animales. Un cazador Cheyenne volvía de la caza con la carne de un ciervo que llevaba envuelta en la piel del animal. Era una época de hambruna, y aunque eso no fuese suficiente para alimentar a la tribu entera, estaba contento de traer un poco de comida. En el camino de vuelta al poblado, oyó una magnífica canción que nunca antes había oído. Enseguida se dio cuenta de que era un canto en Cheyenne. Se dirigió hacia esa voz y desembocó en un pequeño valle en el que percibió a una loba con sus lobeznos, junto a su guarida. Estaban delgados y enfermos pues no habían comido desde hacía tiempo. Todos los animales estaban débiles y necesitaban absolutamente comer para sobrevivir. El cazador comprendió rápidamente la situación y sin dudar, cortó un pedazo de carne y se la dio a la loba quien comió un poco para luego dejar que sus pequeños comieran el resto. El cazador se puso en marcha, feliz por su gesto, aunque tuviese menos alimento que llevar a su poblado. Esa misma noche, el joven vio en sueños a una mujer magnífica, de largos cabellos negros y vestida con un vestido de piel blanca con largos flecos… Ella le habló: “Hoy, nos has salvado a mis hijos y a mí, gracias a la comida que nos

has dado. Todos estamos unidos en el círculo sagrado de la vida que tú has sabido respetar, hoy, con generosidad. Por esta razón, te doy el canto del espíritu del lobo y si lo cantas cuatro veces a los espíritus de las cuatro direcciones durante la caza, encontrarás siempre buen alimento para tu familia. Escúchalo bien una vez más y recuérdalo”. Las palabras del canto expresan que “nosotros conocemos el medio tradicional”, esto significa que sabemos que podemos pedir y recibir ayuda y la conexión con el Creador así como con todos los seres vivos. ..................................

Doy las gracias a nuestro Creador por haberme dado esta vida, por haber colocado en ella a todos los que amo, animales y humanos, por los Médicos del Cielo, y por haberme permitido entrever una ínfima parte del resplandor de su Amor.

7 Maya: uno de los términos dados a “la ilusión” en la filosofía de la India.

¿Por qué lloráis lo que no muere? Animales… su viaje hacia el otro Mundo Gracias a las conexiones que establece con los animales fallecidos puede recibir los mensajes que nos envían y responder a las preguntas que siempre nos hemos hecho sobre su muerte y su transición. A través de estas páginas podemos experimentar el proceso de preparación a la muerte, comprender si nuestro animal esta preparado o no, cuales son sus decisiones, que parte tiene el destino y cual es verdaderamente la voluntad de su Ser. Laila del Monte nos presenta importantes reflexiones sobre el hecho tan común de la eutanasia en los animales: ¿Es un acto frío que se hubiera podido evitar? o ¿Es un acto de compasión? ¿Cuáles son los obstáculos que impiden que nuestro animal pueda morir en paz y armonía?

Cuando

el caballo guía al hombre Alex, un jinete de carreras de obstáculos de alto nivel, sufre una caída de su caballo durante una competición internacional en la que estaba a punto de obtener la copa del mundo y cae en coma. En este estado vive una experiencia que le lleva a conocer, entre otros, a caballos de personajes históricos como Hernán Cortés, el jefe comanche Quanah Parker, el rey Salomón, Gengis Kan, Lao-Tsé, Calígula y el Buda. Desde otro plano de conciencia, estos encuentros le revelan la verdadera naturaleza de los caballos, sus pensamientos y sus emociones, y las condiciones en las que viven en la tierra junto a los seres humanos. Alex aprende lo que un jinete debe hacer para tener una relación basada en la armonía y la colaboración con su compañero y amigo equino. Las enseñanzas transmitidas por los distintos caballos le permiten conocer la compasión y emprender así el camino hacia la conciencia plena, la iluminación.

El Secreto de Asís Francisco de los pájaros, Clara y el Sol Este libro no es, un relato más, entre la multitud de los que se han consagrado a Francisco de Asís… Es más bien una inmersión total en su alma, y en el corazón del misterio que le alimentó. Un testimonio que nos reenvía a nuestros interrogantes de hoy… un libro que osa decir… una mirada que “sacude” la vida… recordándonos su belleza.

Las Primeras Enseñanzas del Cristo …a la búsqueda de Aquel que lo cambió todo Este libro, que nos presenta al Maestro Jesús en su contexto diario y en su intimidad al lado de sus discípulos cercanos —mujeres y hombres— constituye una base de datos única y una importante herramienta de reflexión… una llamada a la verdad.

El Método del Maestro Ocho ejercicios para la purificación de los chakras. Más allá de la Enseñanza que el Maestro Jesús dispensó a sus apóstoles y a la multitud de aquellos que venían a escucharle, existía otra distinta, mucho más discreta, que consagró a un circulo restringido de discípulos. …Una semilla que pide ser plantada.

Visto desde Arriba Una cita muy particular… Audaz diario de la conversación con un ser Invisible muy atento a nosotros y nuestras preguntas. Manejando el humor, la sabiduría y el sentido común, la Presencia amiga se expresa en el curso de una apasionante entrevista llevada a cabo por el autor con el fin de desbrozar y simplificar una serie de nociones a menudo confusas en nuestras mentes en busca de la verdad.

Así curaban Ellos …de los Egipcios a los Esenios, un acercamiento a la terapia Daniel se centra en este libro en las enseñanzas y prácticas terapéuticas de los antiguos Egipcios y de los Esenios, proponiéndonos elementos importantes de comprensión y de trabajo. Partiendo de la concepción de la salud, común a ambas tradiciones, como un precioso equilibrio entre nuestra alma y nuestro cuerpo, y basándose en las técnicas terapéuticas que ambos empleaban, el autor nos ofrece un método de trabajo que nos permitirá realizar pasos decisivos en nuestro avance interior y en el área de las terapias energéticas.

Lo que Ellos me dijeron …mensajes recibidos y recopilados Estos mensajes, durante mucho tiempo mantenidos en la discreción, pueden clasificarse en 2 categorías: Aquellos que son de naturaleza puramente espiritual y los que constituyen consejos de vida. Aquí se encontraran, entre otros, a los Maestros de Sabiduría de la Fraternidad de Shambhalla: El Morya, Khut Humi y El Tibetano Djwal Khul. Que puedan estas páginas, que ofrecen toda la riqueza de un verdadero documento, ayudar a cada uno a un mejor conocimiento de sí… en un espíritu de servicio a la Vida.

Cómo Dios se hizo Dios ¿Qué es Dios? ¿Una Presencia en algún lugar de la Eternidad? ¿Un mito que las religiones perpetúan con fines dominadores, o un Mecanismo eternamente inaccesible? Obra adulta para adultos de conciencia, esta biografía colectiva, tal como la califica el mismo autor, será para muchos la clave para otra comprensión de la Divinidad.

El Testamento de las Tres Marías Tres mujeres, tres iniciaciones María Salomé, María Jacobé y María Magdalena, tres de las discípulas más cercanas al Maestro Jesús, nos llevan a descubrir lo que, a través de sus vidas y sus iniciaciones, les dio esa fuerza para responder, hoy más que nunca, a nuestra pregunta fundamental: ¿cómo encontrar la Paz en el corazón? Estamos ante una fuente de agua pura destinada a aquellos que tienen sed de un auténtico Conocimiento.

LA RESPUESTA ESTÁ EN EL ALMA El contacto con el alma de sus semejantes en el instante de la transición, que Juan José vive como médico de urgencias, le ha posibilitado una experiencia y una visión integral, que él ha profundizado y enriquecido con su formación en Terapia Regresiva. Este libro es un valioso aporte al trabajo de investigación en este aspecto de la experiencia humana, además de una sorprendente y esclarecedora guía que nos ayudará a comprender y sanar el camino de vida de nuestra propia alma. El doctor José Luis Cabouli, maestro y colega del autor, dice: “Con una técnica terapéutica impecable nos muestra el derrotero del alma en momentos clave de su aventura en el cuerpo físico. A través de historias reales de pacientes, algunas de ellas surgidas espontáneamente en el marco de su trabajo hospitalario, la inspiración de Juanjo sigue la evolución del alma en el proceso de la muerte, del suicidio, en el vientre materno, en el aborto y en contacto con otras almas”

Pasaje hacia una nueva mirada LA INICIACIÓN EN LO COTIDIANO Enseñanzas del Maestro El Morya En este libro, El Morya nos enseña cómo manejar nuestro día a día frente al miedo, la cólera, la tristeza, el juicio de los demás, las críticas, la duda, el dolor, la enfermedad o ante una situación difícil para la que no parece haber ninguna salida. En otro tiempo, la iniciación se daba en escuelas secretas reservadas a seres privilegiados, hoy día es necesario en la vida cotidiana de cada persona que desea verdaderamente despertar a Sí misma y contribuir así a mejorar las condiciones de vida en el mundo. La iniciación surge en los acontecimientos de todos los días y se revela a aquél que elige verla con la mirada de EL QUE AMA en sí. Por tanto, ya no es necesario buscar o encontrar la paz interior, el amor o la libertad, únicamente hay que reconocer que todo está ya aquí, en nosotros. El Pasaje del que se trata es el retorno a nuestra verdadera identidad. Mediante ejercicios sencillos y a través de un cambio de mirada, el Maestro El Morya nos invita a hacer este Pasaje que conduce al centro de la Presencia en nosotros, despierta, libre y condescendiente.

Alquimia Genética Abriendo las Puertas del Universo Interior ¿Y si fuera posible comunicar con las células como si fueran habitantes de un gran pueblo? ¿Y si pudiéramos interactuar con el mundo celular para sanarlo, regenerarlo, transformar su realidad, y de paso la nuestra? La Alquimia Genética constituye un vehículo para penetrar en las minas del inconsciente, del mundo celular, con el fin de extraer todos sus contenidos e interactuar con él, y desde allí, acceder a los estratos más altos de la esfera psíquica: los del superconsciente, los del alma, el Adán Kadmón que dormita en cada ser, el observador que contempla desde la atalaya de su inmanencia todos nuestros montajes escénicos.

Nota editorial sobre COMUNICARSE con los ANIMALES Este libro será para unos la confirmación de lo que saben o intuyen, para otros una toma de conciencia que no les dejará indiferentes, pero en cualquier caso… una nueva comprensión y visión en la relación con los animales es necesaria.

sobre el trabajo de Laila El trabajo de Laila es pionero en Europa y España y muy importante en EE.UU. Su esfuerzo continuado está produciendo un cambio de visión y de conciencia hacia nuestros compañeros de viaje “los animales”. Es nuestra intención que Laila pase por España al menos una vez al año, para la realización de talleres y la difusión de sus conocimientos y experiencias de comunicación y sanación.

Sobre cursos, seminarios, novedades y noticias de Daniel Meurois: [w] www.istharlunasol.com [c] [email protected] [t] +34 696 575 444
COMUNICARSE CON LOS ANIMALES Laila del Monte

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