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Tu amigo invisible ©2019 Santiago L. Speranza
Mayo de 2019
Diagramación de interior: Natalia Hatt Diseño de tapa: Nadín Velázquez www.autopublicarte.com Todos los derechos reservados. Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, el almacenamiento o transmisión por medios electrónicos o mecánicos, las fotocopias o cualquier otra forma de cesión de la misma, sin previa autorización escrita del autor.
Para Luisito, que me lee desde el cielo.
TABLA DE CONTENIDOS CAPÍTULO 1: MALICIA CAPÍTULO 2: POEMAS CAPÍTULO 3: REAL CAPÍTULO 4: SUPERMAN CAPÍTULO 5: ENTIERRO CAPÍTULO 6: EVIDENCIA CAPÍTULO 7: AGUA CAPÍTULO 8: MIEDO CAPÍTULO 9: IMPREDECIBLE CAPÍTULO 10: DÉBIL CAPÍTULO 11: FUEGO CAPÍTULO 12: DAMIÁN CAPÍTULO 13: WEB CAPÍTULO 14: CEGADOS CAPÍTULO 15: RIESGO CAPÍTULO 16: CHICAS CAPÍTULO 17: PABLO CAPÍTULO 18: VIRAL
CAPÍTULO 19: FLORENCIA CAPÍTULO 20: ESCAPE CAPÍTULO 21: BOMBAS CAPÍTULO 22: ERROR CAPÍTULO 23: REVELACIÓN CAPÍTULO 24: REVELACIÓN II CAPÍTULO 25: CONTROL CAPÍTULO 26: ACTO FINAL CAPÍTULO 27: YO, T.A.I CAPÍTULO 28: TODO Y NADA CAPÍTULO 29: LA RESERVA CAPÍTULO 30: LECTURA DE CARGOS. LOS PECADORES CAPÍTULO 31: LA RESISTENCIA CAPÍTULO 32: LA RESISTENCIA II CAPÍTULO 33: EL JUICIO FINAL CAPÍTULO 34: EL JUICIO FINAL II CAPÍTULO 35: EL JUICIO FINAL II CAPÍTULO 36: EL CÓDIGO CAPÍTULO 37: TE SENTENCIO AGRADECIMIENTOS SOBRE EL AUTOR
CAPÍTULO 1: MALICIA El colegio secundario Alfonsina Storni, ubicado en el ostentoso y cheto barrio de Belgrano, ha dado comienzo a un nuevo año escolar. De haber sabido que sería el último que permanecería abierto, y que el futuro que se les avecinaba no era más que crudo y oscuro, seguro todos habrían hecho las cosas diferentes. Pero nadie tiene una brújula mágica para ver nuestro destino, al menos por ahora. Los chicos revoloteaban en el recreo bajo la luz del sol, divirtiéndose en una hermosa tarde primaveral. Algunos jugaban a la pelota, otros charlaban entre ellos, mientras los introvertidos se quedaban a un costado leyendo un libro u observando al resto de sus compañeros. Cada uno se dedicaba a hacer lo que le plazca, siempre que cumplieran con las reglas establecidas por la dirección del colegio. Igualito a cualquier otra institución educacional. Suena el timbre y los alumnos vuelven a sus clases con pereza. Ninguno tenía ganas de estudiar. En tercer año son dieciséis alumnos. Diez varones y seis mujeres. Entre ellos existen todo tipo de temperamentos: los carismáticos, inteligentes, vagos, tecnológicos, populares. No falta ninguno. Algunos dicen que son el peor curso de toda la secundaria: conflictivos y revoltosos, recaen como la escoria de la escuela. Entraron al salón de forma desordenada, gritando puteadas y sin tener la más mínima delicadeza de saludar al profesor de historia que ya estaba sentado en su escritorio esperándolos. —¡Silencio! ¡Vayan a sentarse! —gritó el viejo y arrugado profesor Desteño. Todos estaban esperando que Mariano hiciera un comentario burlón o despectivo, como siempre hizo desde que llegó a la escuela. Típico bromista que desafía y socava la autoridad escolar. Pero ese día Mariano no estaba prestando atención. En cambio, leía lo que parecía ser un papel debajo de su banco. Su expresión no era clara. —Marian, ¿estás bien? ¿Qué es eso? —preguntó Ramiro, su mejor amigo. —¿Quién fue el pelotudo? —vociferó mostrando lo que parecía ser una carta—. No causa gracia.
—¡Campos! ¡Un insulto más y te vas directo a preceptoría! —replicó el profesor de historia. La clase se cernió en un absoluto silencio. Mariano notó que tenía toda la atención. Se paró de su asiento, aclaró la voz y comenzó a leer la carta que había recibido: Hola, Emprendedor. ¿Cómo estás? Te elegí a vos porque creí que eras la persona que menos se iba a tomar en serio mi carta. Tal vez porque pensás que la vida es un chiste, o simplemente porque no sabés identificar lo ficticio de la realidad. ¿Viste cómo te dije en el principio? Emprendedor. Ese sos vos. Yo soy otro, alguien más. ¿Tu objetivo? Descubrirme. Es como un juego. Y las reglas son sencillas. Te voy a dar tres pistas y vas a tener que descubrir, mediante la página, qué personalidad me pertenece o quién soy. Solo tenés una oportunidad de adivinar. Si fallás, perdés. Si perdés, morís. En el caso que descubras quién soy o qué personalidad me pertenece, quiero que escribas bien grande el nombre en el pizarrón de tu grado. No ignores la carta, de lo contrario, voy a tener que matarte en una semana. No falles, de lo contrario, voy a tener que matarte en una semana. No juegues conmigo, de lo contrario, voy a tener que matarte en una semana. No hables con nadie de la carta, de lo contrario, voy a tener que matarte. Yo sé absolutamente todo de vos, y vos no sabés absolutamente nada de mí. Dudo que alguna vez lo sepas. Observá y leé con detenimiento, porque estas tres son las únicas pistas que vas a recibir: • Estoy en tu colegio. • Tenés que buscar la página “16Personalities”. • Nada de lo que pensás de mí refleja quién soy en realidad. Tenés tiempo hasta el primer recreo del lunes treinta de octubre. Te desea lo mejor, con mucho cariño.
T.A.I Un silencio atroz invadió el aula por un par de segundos. Luego solo se escucharon carcajadas, carcajadas y más carcajadas. Mariano rompió la carta en pedacitos y la tiró a la basura. El profesor, claramente irritado, no le dio importancia a lo que acababa de suceder y continuó con su clase. Mariano Campos no quiso jugar. Mariano Campos rompió las reglas. Mariano Campos cometió el peor error de su vida. De hecho, el último.
CAPÍTULO 2: POEMAS Siete días. Siete días pasaron sin ningún acontecimiento, sin ninguna aparición del misterioso T.A.I. Aunque en realidad, nadie se lo tomó en serio. Ni siquiera recordaban esa carta que Mariano había leído en la clase de historia un lunes atrás. Gravísimo error. Pero ¿cómo podían saberlo? El colegio Alfonsina Storni vuelve a abrir sus puertas, y los alumnos, deprimidos de que recién es lunes, entran a sus aulas. A tercer año le tocaba clase de literatura, y como para hacerlo aún peor, debían dar una pequeña exposición. La consigna era simple: todos los alumnos debían escribir un poema en el que expresaran lo que sentían respecto a su vida. No había mínimo de versos ni límite de extensión, pero tenía que reflejar sus sentimientos más profundos. El azar decidió que el primero en leer su poema sería Sebastián Astudillo. Con timidez y pudor, se paró al frente del pizarrón y tomó coraje. —Cuando quieras, Sebastián —dijo la profesora Patricia Peralta, una joven muchacha a la que, secretamente, los chicos llamaban P.P: pendeja pelotuda. Cuando me siento solo, como un tipo mudo, juego a la compu, y me meto en mi mundo. Cuando me siento solo, como un golfista sin palo, agarro el joystick, y viajo a la Play 4. cuando me siento solo, como un adolescente sin celu, pienso lo impensable, y agoto hasta mi último aliento. —Sebastián, eso estuvo bien. Felicitaciones por tu trabajo. Tu nota es un ocho —anunció Peralta entre aplausos y algunas carcajadas burlonas.
—No te tenía así, boludazo. Sos más cursi de lo que pensaba —bromeó Lucas Orosco, uno de sus buenos amigos. —Callate tarado. Uno por uno fue pasando al frente, mientras los demás escribían sus poemas en una cartulina para pegarlos en las paredes del aula. Solo Mariano y Pedro, los líderes del grupo de los rebeldes, no habían preparado su tarea. Diego Lapaño había faltado a la escuela. Repleta de colores y frases, los chicos contemplaron sus obras: "Vivo para modelar, eso nadie lo puede negar. Soy modelo, soy tu sueño. Reparto alegría, divierto a las personas, reino como una diva, ¿no me amas?” Martina Laverde "El deporte es increíble, y qué decir del atletismo, que, aunque parezca impredecible, tiene una llama infalible. Disfruto de lo que hago, corro con el corazón, corro con lo más profundo de mí, y hasta mi alma dejo ahí." Lucas Orosco "Aunque a veces parezca despiadado, sin corazón ni cordura, dentro mío llevo, la peor de las locuras.
Guardo lo que siento, por miedo al fracaso, y que nunca más me acepten, en su grupo tan aclamado." Darío Humberto González "La belleza duele, y con frecuencia muele. La belleza duele, y mi cuerpo ya casi no puede. Juego con mi vida, con el corazón en la mano. Soy consciente de ello, pero no tengo reparo. Hago lo mejor que puedo, siempre lo intento, tengo mis días buenos, pero se están acabando." Estefanía Durango "Contemplé el lugar, observé con quien estoy, qué increíble conclusión, saber lo feliz que soy. Si bien a veces pierdo los estribos, sin importar que me lleve por delante, luego me arrepiento, y vuelvo a dejar las cosas como antes. No siento odio, tampoco resentimiento, solo ganas de disfrutar, y seguir viviendo." Ignacio Sánchez
"Llego a mi casa, sin haber cometido ninguna hazaña, agarro mi taza, y enloquezco con mis mañas. Hay quienes sienten odio, hay quienes solo quieren subir al podio. No los culpo, tienen los brazos de un pulpo, y el cerebro de un inculto." Julián Márquez "Hablo con suavidad y delicadeza, para lograr calmarte, y liberarte de todas tus tristezas. No me creo superior, solamente un ser capaz, de hacerte razonar mejor. Si me necesitan voy a estar, y sacaré su oscuridad, para convertirla en felicidad." Jazmín Schetzner "No sé qué sería de mí, si algún día pierdo esta energía, que forma parte de mi día a día. Es divertido saltar, meterse en el pogo, y por un momento pensar, que no vas a salir nunca más.
La vida pasa, el tiempo también, pero jamás me olvidaré, de los recuerdos del ayer." Gonzalo Perfón "Los opresores siempre serán opresores, los abusivos siempre serán abusivos, y nunca cambiarán, su tan particular estilo. Me duele que les guste hilar tan fino, sin pensar que dentro mío, hay un gran corazón partido. Ya no tengo expectativas, ni más Ave Marías. Solo resta aguantar, y esperar que algún día, todo se vaya a acabar." Belén Toscano "No tengo idea de qué hago acá, en esta cárcel camuflada, comiéndome libros que no sirven para nada. Estoy para otra cosa, un poco más dinámica, sin tanto palabreo, y teorías de cuarta." Ramiro García Labia "Lidero con astucia, juego con tu inocencia,
que extraña coincidencia, ser tu preferencia. No es buena idea enfrentarme, tampoco desafiarme. Llevo una tempestad, que debería guardarse." Florencia Vidriati "Con solo tres simples cosas, puedo vivir en paz. La música me da armonía, el arte me acompaña día a día, las películas completan, un trío en increíble sintonía." Sofía Lolo —Che Nacho, no sabía que habías salido del clóset. Te felicito, chabón —comentó Pedro burlando a su compañero. —Andate a la concha de tu hermana —bramó Ignacio Sánchez dándole un empujón a Pedro. Cuando la escena estaba por ponerse más violenta, sus grupos de amigos los separaron. —¡Olea y Sánchez, se van a preceptoría! ¡Hoy se llevan amonestaciones! —gritó furiosa la profesora. Con un enojo comprimido, los dos alumnos caminaron hasta preceptoría. —¿Qué hacen acá? —preguntó Pablo Ficader, director del colegio. —¿No está Lorena? —replicó Ignacio. —No. Está enferma. ¿Qué necesitan? —La profesora Peralta nos mandó para acá. Quiere ponernos amonestaciones —contestó Sánchez de nuevo. Pedro se mantenía en silencio. —Entonces lo que... —El director se cortó solo al ver a Darío González correr despavorido hacia ellos—. ¡Darío! ¿Qué pasa? —¡Algo pasa con Mariano!
CAPÍTULO 3: REAL Está muerto. Esas fueron las palabras que escuchó Pablo Ficader tan pronto entró al aula de tercer año. Patricia Peralta, arrodillada y sollozando, tenía sus manos sobre el pecho de Mariano. El chico, efectivamente, yacía sin vida en el suelo frío y mugriento del aula. Los alumnos observaban aterrorizados. Otros lloraban. Otros parecían a punto de tener un ataque de pánico. Otros hacían todo al mismo tiempo. —¿Q-qué pasó? ¿Y la ambulancia? —atinó a decir el director. —Me pidió si podía tomar un poco de agua, y después se desplomó. Fueron treinta segundos —respondió Peralta, destrozada. El colegio fue evacuado inmediatamente. Lo que parecía ser el lugar de una hermosa jornada educativa, terminó siendo la escena de un crimen. Pero nadie sabía de ello aún. Policía. Ambulancia. Todos estaban ahí. Los chicos se negaron a quedarse de brazos cruzados, y tras la tragedia, decidieron que acompañarían a la familia de Mariano en semejante difícil momento. Con velas en mano, los quince alumnos restantes de tercer año permanecieron frente a la casa de los Campos por horas. —¿Qué mierda pasó chicos? ¿Cómo? —preguntó Sofía Lolo, la mejor amiga de Martina, analizando con tristeza lo que había sucedido y sin poder completar en su cabeza la pregunta que se había hecho. —Yo escuché a mis viejos diciendo que le iban a hacer una autopsia porque creen que lo mataron —contestó Pedro sin gran empatía. —Che, ¿alguien se acuerda de la carta que había leído Mariano el lunes pasado? ¿No era una amenaza de muerte? —dijo Ramiro. —Ay no... —susurraron todos, formando un círculo. —¡Lo mataron! —gritó Diego Lapaño. El pobre tipo siempre hace comentarios muy poco ocurrentes. —¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Belén Toscano, creando una conversación completamente desorganizada. —Loco, tengo miedo —agregó Darío. —Hay un loco suelto —sumó Estefanía Durango.
—Esto es culpa nuestra —terminó por determinar Jazmín. Ese fue el comentario más agresivo que dijo en toda su vida. —¡Cállense! —exclamó Gonzalo. No se escuchó una palabra más—. Lo primero que tenemos que hacer es ir a la comisaría y hablar con el oficial a cargo de la investigación de la muerte de Mariano. Y cálmense un poco, nosotros hacemos jodas todo el tiempo, ¿qué íbamos a saber que la carta esa era posta? Todos estamos re cagados de miedo, pero mejor hagamos algo antes que estar diciendo boludeces que no suman. ¿Me acompañan? — concluyó. Sus compañeros lo apoyaron, y dejaron reposar las velas en la entrada de la casa de los Campos. —Marti, Estefi y yo nos tenemos que ir. Suerte chicos —agregó Sofía. Varios les echaron miradas asesinas, ¿qué podía ser más importante? Así fue. Caminaron en silencio por dos kilómetros hasta la comisaría, ubicada a solo trescientos metros del colegio. —Hola. Estamos buscando al oficial que investiga la muerte de nuestro amigo —dijo Lucas al primer policía con el que se toparon. —Ese soy yo. Damián Barrios, un gusto —comentó una voz detrás de los adolescentes, que se voltearon inmediatamente—. ¿Qué necesitan, chicos? —Estamos convencidos que mataron a Mariano —expresó Florencia Vidriati, una líder innata en el grupo de las chicas, pero no tan agradable. Más bien una líder negativa. —¿Cómo saben eso? —preguntó Barrios frunciendo el ceño. —El lunes pasado Mariano leyó una carta en la que lo amenazaban de muerte si no superaba un reto o algo así. Pensamos que era una joda y él tiró el papel a la basura. No le dimos importancia hasta que hoy nos dimos cuenta —agregó Florencia. El policía se veía realmente asombrado. —Ehm —aclaró su garganta—. Esta información es realmente útil, y es de suma importancia que nos contacten si reciben cartas de este psicópata. Seguro nos veamos de vuelta en el colegio, pero en el mientras tanto tengan cuidado. Cuando los chicos ya estaban por salir de la comisaría, Barrios les gritó que esperen. —¿Cómo firmó la carta? ¿Dejó algún nombre en clave? —Sí, recuerdo que Mariano dijo que estaba firmado por tres siglas: T.A.I —comentó Julián, que no había dicho mucho hasta entonces.
—¿T.A.I? —El policía no entendía. —Tu amigo invisible, como cuando jugábamos en primaria a descubrir quién nos estaba enviando cartas —dijo Jazmín sorprendiendo al resto de sus compañeros que no habían notado la peculiar coincidencia. —¿Y cómo descubrías quien estaba detrás de las cartas? —preguntó. Barrios estaba completamente intrigado. —Tenías que ver las pistas que te daba, y a partir de eso, desenmascararlo —volvió a responder Jazmín. —El tipo este también dejó pistas, ¿no? —arremetió de nuevo el policía, que comenzaba a atar cabos. —Sí, pero la única diferencia es que... —se frenó Jaz. —Cuando jugábamos a T.A.I no moría nadie —concluyó Pedro, fumando un cigarrillo desde el fondo.
CAPÍTULO 4: SUPERMAN Tras dos días de luto por la muerte de Mariano, los alumnos volvieron a sus clases con normalidad. Aunque claro, el clima ya no era el mismo. Un alumno murió en frente de las narices de todo tercer año, y los chicos no tenían duda alguna de que se había tratado de un asesinato. ¿Qué podía ser más terrible?
Lucas Orosco entró en el aula, seguido de Florencia Vidriati y Ramiro García Labia. De pronto, algo llamó la atención de Lucas, que desvió su camino hasta llegar al escritorio de la profesora. Otra carta. El sobre decía: "Que la lea a viva voz quien lo vea". Lucas lo tomó con inseguridad, y observó a sus compañeros que ya estaban acomodándose en sus bancos. —¡Chicos! Una carta —gritó Orosco. El curso se calló por completo. Hola, tercer año. Ahora ya saben que estoy hablando en serio. La regla número uno es NO hablar de la carta con nadie. De lo contrario, terminarán como Mariano. SOLO DEBEN JUGAR. Que tengan un gran día. Los quiere, T..A.I Tan pronto Lucas terminó de leer la carta, el director Pablo Ficader se metió en el aula con el comisario Damián Barrios detrás. —Lucas, ¿qué haces? —preguntó el director del colegio sacándole el papel de la mano. —Es T.A.I. Nos está advirtiendo —contestó. —Justo lo que necesitábamos. Acá seguro encontramos algo —dijo Damián ante la atenta mirada de todos los alumnos.
—Bueno, chicos. Damián me dijo que lo fueron a visitar el lunes, y les agradece mucho el aporte que hicieron al ir a la comisaría y decir lo que sabían. Ahora, él va a contarles un par de cosas importantes —agregó Pablo, rascándose su barba descuidada. Se lo veía agotado. —Gracias Pablo —dijo Damián haciendo a un costado al director para ubicarse en el centro del aula—. Lo primero y tal vez más importante que tengo para decirles es que Mariano murió por el consumo de varias pastillas Súperman. —Las mismas por las cuales murieron unos jóvenes en la Time Warp — comentó Belén, acomodándose sus anteojos y abriendo muy grande la boca. La mayoría del curso estaba horrorizado como para pronunciar palabra alguna. —Exactamente. Según lo que nos contó la profesora Peralta, nos basamos en la teoría que el asesino diluyó las pastillas en la bebida de Mariano. Él nunca podría haberlo notado, puesto que no se veía el contenido de la botella —agregó Damián esperando algún tipo de respuesta de los adolescentes, que no dijeron absolutamente nada—. Estamos trabajando en varias hipótesis, pero es muy pronto para sacar conclusiones. ¿Hay algo más que puedan decirme? —Me parece que en una de las pistas había un link —contó Sebastián. De una forma u otra, casi todo el curso estaba ayudando a reconstruir la escena del lunes pasado. —Y en otra decía que estaba en nuestro colegio —agregó Julián, pensativo. —Qué buena memoria, chicos. Me ayudan un montón con toda esta información —dijo Damián mientras anotaba los datos en su libreta—. Última cosa que les digo y los dejo con su clase de geografía: para garantizar su seguridad dentro de la escuela, someteremos a todos al detector de metales cuando deseen entrar a la institución. También vamos a implementar botones de pánico en las aulas y colocar un móvil que custodie la zona. —¿Qué haces revelándonos detalles de la autopsia, mamarracho? ¿Naciste ayer? —arrolló Pedro con actitud agresiva y sobradora. El comisario lo observó atento, sin agregar comentarios. —Gracias, Damián. —El director ya quería dar por cerrada la charla y el incómodo momento que se había generado.
—No lo duden ni un instante: vamos a encontrarlo, aunque estas sean mis últimas palabras —dijo el ahora ídolo de los adolescentes, desapareciendo del aula y dejando la clase en manos de la profesora de geografía. La tensión se palpa en el aire. El miedo recorre todo el sistema circulatorio. Y T.A.I, desde lo lejos, observa sediento.
CAPÍTULO 5: ENTIERRO Sábado. Sábado fúnebre. Sábado de tristezas. Sábado del entierro de Mariano. Cinco días tuvo que esperar su cuerpo para recibir la despedida que merecía. Entre la autopsia y toda la investigación posterior, realizar el entierro antes hubiera sido solo una utopía. ¿Cómo continúan viviendo esos padres que, tras llevar en un día como cualquier otro a su hijo a la escuela, termina siendo asesinado? —Señora Campos, lo sentimos mucho —dijo Darío con el resto de sus compañeros detrás, observando compasivos a la mamá de Mariano. Esta vez, los quince alumnos de tercer año estaban presentes. De hecho, todos estaban ahí: la profesora de literatura, el director Pablo Ficader, e incluso el comisario Damián Barrios. El suceso había conmovido a toda la institución, sumándole que el rumor de que Mariano había sido asesinado por un loco que envía cartas ya corría por doquier. Y el rumor empezó a crear intriga. Expectativa. Como si fuera un misterio por resolver. ¿Quién es T.A.I? ¿Qué quiere? ¿De dónde viene? ¿Por qué hace esto? Preguntas que, en realidad, Damián Barrios debe resolver. Si bien el comisario detesta que los civiles se crean detectives y jueguen a ser los héroes, es preferible a que sientan pánico. Solo los alumnos de tercer año sentían temor, presos de sus recuerdos. Y, ¿cómo no estarlo? ¿Cómo no sentir miedo, cuando uno de tus compañeros murió de un segundo a otro? ¿Cómo no sentir miedo, cuando T.A.I promete regresar muy pronto? ¿Cómo no sentir miedo? —¿Trajeron sus cosas para venir a casa? —preguntó Ignacio Sánchez a sus amigos en un susurro, intentando no pasar como un irrespetuoso: el cura estaba concluyendo sus palabras. Sebastián, Lucas y Julián asintieron rápidamente. —Enterarme del fallecimiento de Mariano fue una noticia que nos conmocionó enormemente a mí y a toda la institución. Pedimos a Dios que tengan toda la fuerza necesaria para poder recuperarse de este dolor tan grande que hoy embarga sus vidas. Mi más sentido pésame —dijo el director de la escuela a la familia Campos una vez finalizadas las palabras
del cura. Los padres se limitaron a agradecerle con un simple movimiento de cabeza. Lejos de todo el funeral de Mariano, Damián Barrios observaba desde su patrulla. No tenía por qué estar ahí, pero su instinto lo condujo hasta el lugar: necesitaba ver cada uno de los movimientos y reacciones de los involucrados. Tal vez esa sea la misma razón por la que jugó su pellejo al revelarle datos de la autopsia a los alumnos… Una minúscula reacción. Un movimiento erróneo. Algo que le diera con que trabajar. —¿Qué es lo que no estoy viendo? —murmuró el comisario apoyando la espalda contra su auto, sin notar los cuatro adolescentes que estaban frente a él. —¿Te sentís bien? —le dijo Sebastián. Nacho, Julián y Lucas se miraron, al borde de la carcajada. —Eh —esbozó Damián sacudiendo su cuerpo—. Disculpen, estaba perdido en mis pensamientos. ¿A dónde van? —Vienen para mi casa que queda a tres cuadras —respondió Nacho mientras se alejaba caminando con sus amigos detrás. Barrios los saludó con una seña. —¿Alguien me puede decir qué fue eso? —agregó Lucas. Los chicos se tentaron. —No tengo idea. Parecía poseído, ni siquiera nos había visto —comentó Julián. Los adolescentes caminaron las cuadras restantes hasta llegar a la casa de Nacho, y se dirigieron directamente a su habitación. Habían acordado tener una larga conversación sobre todo lo que estaba sucediendo. —Chicos, ¿qué creen que va a pasar? —preguntó Sebastián tirándose en la cama. —Nada Seba. La policía va a agarrar al loco de mierda este dentro de poco. Tengan fe de que todo va a estar bien —contestó Nacho. Los otros tres escuchaban pensativos. —Boludo, ¿y si yo soy el siguiente por haber leído su carta? —Lucas cambió su rostro al notar la ocurrencia. —No te va a pasar nada Luc. Ninguno de nosotros va a dejar que te pase nada —reaccionó Julián intentando calmar a su amigo. —Tenemos que hacer una promesa. Un juramento —comentó Lucas. —¿En qué consistiría ese juramento? —preguntó Nacho, escéptico.
—Tenemos que prometernos de que pase lo que pase, nunca vamos a poner en riesgo nuestra vida por romper una regla de las cartas que T.A.I mande. Los necesito, tarados. No sé qué haría sin alguno de ustedes —dijo Lucas. —Y yo le agregaría que nos mantengamos siempre unidos —agregó Sebastián. —¿Promesa? —preguntó Lucas. —Promesa —repitieron todos al unísono haciendo un choque de puños. De pronto, los chicos sintieron como alguien abría la puerta del dormitorio. Tu amigo invisible ya definió a su próxima presa. Tu amigo invisible está preparado. Y más vale que le tengan respeto.
CAPÍTULO 6: EVIDENCIA —¡Mamá! ¿Cuántas veces te dije que toques la puerta? —gritó Ignacio ofuscado. —¡Perdón! Quería saludar a los chicos —respondió Romina, la mamá de Nacho, dándoles un beso a los amigos de su hijo—. Ya me voy. —Me hiciste cagar del susto, vieja —dijo Ignacio Sánchez cuando su mamá ya no podía escucharlo. —¿Quién piensan que puede ser T.A.I? —preguntó Julián intentando remontar el tema anterior. —Tiene que ser alguien que nos conoce bien —contestó Lucas—. ¿Y si es del colegio? —Entonces yo soy Brad Pitt, cara de verga —saltó Sebastián. —Marmota, pensalo bien. No conocemos a todos los de la escuela como para asegurar que no hay un loco entre nosotros —reaccionó Lucas buscando que su amigo entienda lo que estaba planteando. —Bueno, en eso te doy la razón —respondió pensativo. —¿Y vos, Juli? ¿Qué pensás de todo esto? No dijiste mucho —interrogó Lucas. —Puede que sea uno del colegio como puede que no. Todavía no tenemos información como para acusar a nadie —dijo. —¿Tu viejo no sabe nada de la investigación? —volvió a arremeter Lucas. —El Grupo Halcón no se involucra en este tipo de situaciones. Son una fuerza especial —respondió Julián—. Igual desde que murió Pablo mi viejo ya no es el mismo. —¿Querés hablarlo? —preguntó Nacho compasivo. —La verdad que no. Cambiemos de tema —contestó Julián tocando la pulsera azul que tenía en la mano izquierda. —¿Jugamos un FIFA? —saltó Sebastián. —Claramente perri —agregó Nacho prendiendo su Play. Fue en ese momento que se perdió la seriedad de la conversación, y el recién estrenado FIFA 2018 consumió la atención de los chicos por horas. Tras compartir todo el fin de semana juntos, el lunes tocó volver a la escuela. Y ninguno tenía intenciones de volver.
Las nuevas instalaciones de seguridad ya estaban presentes en la entrada del colegio secundaria Alfonsina Storni, con Damián Barrios presente y otros dos oficiales acompañantes. Mientras los chicos pasaban por la dirección, lograron escuchar la conversación que Pablo Ficader estaba teniendo con el profesor de historia, el Sr. Desteño. —No podemos permitir que continúes tus clases en nuestra institución. Fuiste el que podría haber previsto la muerte de Mariano y decidiste ignorarlo. Sos uno de los principales sospechosos, y lamento decirte que vamos a prescindir de vos —vociferó el director de la escuela. Esta vez, solo había catorce alumnos presentes. Martina Laverde se ausentó con el pretexto de presentar vómitos. Los chicos se sentaron en sus bancos, aterrados por encontrar una carta debajo. Pero esta vez, nadie tenía una. O al menos no lo gritaron como Mariano lo había hecho. El asiento del alumno Campos yacía apartado del resto, y la profesora de biología casi dijo su nombre en la toma de asistencia. Tras un cambio de horarios con la profesora de literatura, ahora el comienzo de la semana vendría con una dosis de biología en ella. Fue un golpe fuerte. De pronto tocó el recreo. Todo marchaba con normalidad. Pero la normalidad comenzará a ser subjetiva. ¿A que llamamos normalidad, cuando uno de tus compañeros murió en el aula en la que estás la mayor parte del tiempo? Pedro se sentó en su banco, chequeó la hora en el teléfono: 10:26 AM. Y al lado de su teléfono, una carta. Los demás no tardaron en notar la coincidencia, y descifrar que su compañero estaba leyendo una nueva amenaza de T.A.I. El alumno la abrió y leyó con apuro, como si no le importara lo que la carta contuviera. Sus amigos observaban en silencio, conscientes de la situación. Pedro tomó el sobre con la carta incluida y salió del aula sin pronunciar palabra. Todos los chicos lo siguieron detrás, ignorando los gritos de la profesora de matemática. —Acabo de recibir esta carta. Te la entrego como evidencia. A mí no me va a pasar nada, y si el conchudo este se me acerca lo cago a piñas —dijo Pedro Olea al comisario Damián Barrios. —Guau. Muchas gracias por tu... ayuda. ¿Necesitás algo más?
—No. Solo que encuentren al idiota que está haciendo todo esto. La soberbia y el orgullo de Pedro lo llevaron a tomar decisiones inesperadas. Y nuevamente, han roto las reglas.
CAPÍTULO 7: AGUA La tan esperada noche del viernes seis de octubre por fin se hizo presente. La fiesta de egresados del colegio Alfonsina Storni prometía ser todo un descontrol. El lugar designado fue Mandarine, ubicado en un salón lo suficientemente amplio como para albergar miles de adolescentes y jóvenes con ganas de divertirse. Los chicos de tercer año estaban cebados por asistir a la fiesta. Unos más que otros, claro. Habían decidido realizar una previa en la casa de Martina Laverde. Ya saben, esas reuniones destinadas al consumo de alcohol para llegar bien energizados a la fiesta que más tarde tendría lugar. Se suponía que todos iban a estar en la casa de Martina para las 23:00, exceptuando a Diego Rubén Lapaño que decía tener otro grupo de amigos con el que asistir a la fiesta. El pobre no estaba bien integrado. Su arrogancia lo había llevado muy lejos. Los chicos y chicas comenzaron a llegar, todos puntuales. Pero faltaba uno. Un alumno del grupo de los odiosos, que fuma y recibió una carta de T.A.I el lunes a las 10:26AM para después entregársela al comisario Damián Barrios. ¿Ya lo descubrieron? Pedro Olea. —¿Quién falta? —preguntó Martina. Los chicos se miraron y lo notaron al instante. —Ay, no —titubeó Sofía Lolo. —¡Me voy a buscarlo! —gritó Darío que salió disparado por la puerta. Ramiro y Gonzalo lo siguieron detrás. Los tres adolescentes corrieron despavoridos las seis cuadras que tenían hasta llegar a la casa de su amigo Pedro. Sabían que podía estar en peligro. Movieron sus piernas a toda velocidad olvidando los cruces de calle, los semáforos, y el riesgo de ser atropellados. Eso ya no importaba. Llegaron y vieron la casa con una patrulla en la entrada. La puerta estaba abierta. —¡Pedro! ¡Pedro! ¿Dónde estás? —comenzaron a gritar. —Escucho voces arriba —dijo Ramiro dirigiéndose directamente hacia la escalera. Los otros dos hicieron lo mismo.
Cruzaron el dormitorio de Pedro, luego el cuarto de juegos y por último, llegaron al baño. Era demasiado tarde. El cuerpo sin vida de su amigo ahí estaba, inerte en la bañera. Los gritos desgarradores de la mamá de Pedro terminaron de doblegar a los chicos, que casi caen tendidos al suelo. Damián Barrios intentaba consolar a la madre mientras le pedía por favor que lo acompañe a otra habitación para liberar la escena del crimen. Los chicos observaron la escena hasta que el comisario terminó por sacarlos. Si querían encontrar a T.A.I, la escena no podía ser modificada. Antes de irse, los chicos vieron una nota doblada en el lavamanos: 22:26PM. Esa pista da muchas cosas de las que hablar, teniendo en cuenta que Pedro había visto la carta a las 10:26AM. ¿T.A.I está dentro del aula? ¿T.A.I tiene cámaras en el aula? ¿T.AI está controlando todo lo que los rodea? ¿Qué demonios, T.A.I? Los chicos salieron de la casa de Pedro desahuciados. La imagen que habían visto era aún peor que la de Mariano. —Señora, sé lo difícil que es esto, pero necesito que me dé su declaración para encontrar al culpable —dijo Damián Barrios a la mamá de Pedro en la entrada de la casa, que ya estaba rodeada de policías y un perímetro asegurado. Los tres adolescentes permanecían a solo unos metros. —Pedro siempre se daba baños de inmersión con la música muy alta, es una rutina para él —comenzó a contar la madre en un sollozo—. Esta noche iba igual a cualquier otra, Pedro se fue a bañar como a las 22:15PM porque después se tenía que ir a la casa de una de sus compañeras, y como vi que estaba tardando mucho, a eso de las 22:45PM lo fui a buscar cuando... —La señora no pudo continuar, y se largó a llorar desconsolada. —Está bien por ahora. Ramírez, llevá a la señora a un lugar más tranquilo —dijo Damián Barrios a uno de sus oficiales. —Chicos, siento mucho todo lo que pasó. No me quiero imaginar cómo se sienten ahora —agregó acercándose a Gonzalo, Darío y Ramiro, pero se pausó un segundo—. Debo preguntar, ¿qué hacían acá? Los adolescentes se miraron, dubitativos. Ramiro tomó la iniciativa y explicó cómo se habían dado cuenta que Pedro podía estar en peligro, y que luego corrieron hasta su casa para encontrar respuestas. El resto de la historia era evidente.
—¿Puedo preguntarte algo yo ahora? —interrogó Ramiro al comisario. —Sí, decime —respondió Damián intrigado. —¿Cómo es que llegaste antes que todos a la casa de Pedro? —Estuve patrullando la zona toda la hora. No vi nada hasta que escuché los gritos de su mamá —contestó sin titubear. —Ajá. Y una cosa más. En la carta que recibió, ¿T.A.I mencionó por qué eligió a Pedro? —El que ahora preguntó fue Darío. —Dijo que era de los más oscuros y molestos del grado. Con esas palabras —respondió el comisario. —¿Y si está matando según afinidad? —preguntó Darío. —¿Y si está matando a nuestro grupo de amigos? —saltó Gonzalo. —¿Y si yo soy el siguiente? —terminó por concretar Ramiro. Ninguno lo sabía aún, pero sus suposiciones son, en cierto punto, tres grandes verdades.
CAPÍTULO 8: MIEDO Una lluvia incesante caía sobre Buenos Aires desde la madrugada del lunes 9 de octubre. La tormenta era también eléctrica. Monstruosa, a decir verdad. Y qué decir de los vientos, que soplaban más fuerte que nunca. Un día horrible. ¿Acaso la naturaleza está expresando su rabia con los asesinatos que se cometieron? Pocos creen en esas cosas. T.A.I es uno de ellos, y tiene una interpretación única de las señales que le da la vida. Damián Barrios y Pablo Ficader se reunieron desde temprano en la escuela, previa a la entrada de todos los alumnos. —El colegio no puede seguir abierto —comenzó Pablo con la conversación. El comisario lo observó por unos segundos mientras se sentaba en una silla y acomodaba su maletín. —Buenos días, Pablo. Un gusto verte —recalcó Damián, mostrando su ofensa por la falta de educación del director de la escuela. —Perdón, estoy como loco. El asesino va a terminar por matarme sin ni siquiera tocarme —respondió Pablo Ficader sincero, haciendo clara muestra de su frustración. —Lo entiendo, pero yo no tengo la culpa —agregó el comisario tomando un sorbo de su café—. Pablo, yo entiendo tu preocupación por los chicos, pero lo peor que podés hacer es cerrar la escuela. Creo que los chicos acá están contenidos, y yo puedo garantizarles una seguridad que en sus casas no van a tener. Si cerrás la secundaria solo vas a causar más pánico y temor en los pibes, que ya bastante asustados están. Y con razón. Pablo Ficader se reclinó en su asiento, evaluando las palabras de Damián. —Te voy a hacer caso, pero necesito que me digas qué vas a hacer para reforzar la seguridad. —Si queremos tener un control total sobre los chicos de tercero, hay que poner cámaras en todas las áreas que sean posibles. De esa manera, T.A.I se va a quedar con menos opciones —dijo Damián Barrios. —Me parece bien. Quiero que esto termine cuanto antes, no me imagino el dolor por el que están pasando todas estas familias —comentó el director
de la escuela antes de chequear la hora en su reloj—. Ya están por entrar los chicos, Damián. Como siempre digo, muchas gracias. —A vos —concluyó el comisario estrechándole la mano. La primera hora de la mañana le correspondía a la profesora de salud y adolescencia, Marta Toledo. Tomó lista. Catorce presentes de catorce alumnos. Increíble, ¿no? Hace dos semanas eran dieciséis. Gonzalo, Darío y Ramiro estaban como en un mundo paralelo, totalmente desconectados de la realidad. Seguramente los cuerpos sin vida de sus amigos los atormentan hasta en sus sueños, impidiéndoles olvidar lo sucedido y forzándolos a vivir la escena una y mil veces más. El resto de los alumnos también se mostraban afligidos, pero con ese dejo despreocupado del adolescente llano que parece no importarle nada. —Buenos días chicos —dijo la profesora de salud y adolescencia para comenzar la clase. —Creo que no son tan buenos —saltó Darío. Sus compañeros asintieron lentamente, apenados. —Ya lo sé. Es por eso que hoy solo vamos a hablar de T.A.I — sorprendió Marta. Los alumnos quedaron alucinados. —¿Por qué, profe? —preguntó Estefanía Durango, escéptica. ¿Acaso sospecha de ella? —Están viviendo una situación que es aterradora. Creo que lo mejor es que digamos lo que pensamos y nos descarguemos. ¿O prefieren que continúe con el temario y hablemos del miembro reproductor masculino? —retrucó Marta que sabía manejar a los adolescentes a la perfección. Los chicos estallaron en gritos, negados a seguir analizando la reproducción de los humanos. —¿Alguno intentó ver el link que T.A.I dejó en sus cartas? —preguntó Diego Lapaño. —Cómo lo vamos a ver si todos los que vieron las cartas están muertos? A la policía no se lo podemos pedir porque estaríamos interfiriendo con la investigación. Si vas a hablar intenta decir algo coherente, gordito — contestó Gonzalo, furioso. —Gonzalo, por favor. Los modales —replicó Marta. —Profe, este hijo de puta me tiene cansado. No aparece nunca y cuando aparece hace comentarios como cagándose de la risa de Mariano y Pedro. Te podés ir bien a la mierda —respondió de vuelta Gonzalo. Estaba fuera de
sus cabales, con el rostro enrojecido y su vena del cuello a punto de estallar. Diego solo atinó a agachar la cabeza. —Perfón, salí del aula hasta que te calmes —dijo la profesora ofuscada. Gonzalo se levantó sin pronunciar palabra y cumplió con la sanción disciplinaria de Marta. —¿Vieron lo que acaba de pasar? Solo podemos ponerle una palabra a esa reacción: miedo. Y todos estamos igual que él.
CAPÍTULO 9: IMPREDECIBLE Martes 10 de octubre Los alumnos de tercer año vuelven al colegio secundario Alfonsina Storni. Hay que tener en cuenta un dato que agrega una importantísima carga emocional en el grupo de los catorce chicos restantes que quedan en el grado: las miradas del resto de la escuela. Desde los chicos de primer año, con su reciente llegada a la secundaria que observan y chismorrean entre ellos cuando ven a un alumno de tercer año, hasta los egresados del 2017 que se detienen a mirarlos fijamente e imaginarse toda la mierda que esos pobres adolescentes deben estar viviendo. Y eso, aunque algunos crean que no, se nota. Es como si fuera un bullying grupal. Nadie quiere hablar con ellos. Nadie se les acerca. Nadie pregunta como están. Solo se limitan a mirar y hacerlos sentir aún peor. T.A.I arruina lentamente sus vidas. Primer recreo de la mañana. Todo marchaba de lo más normal. Hasta parecían una escuela común y corriente. Las chicas de tercero estaban todas reunidas al lado del comedor, hablando de Dios sabe qué. Los chicos, en cambio, disfrutaban un partido de fútbol contra los chicos de segundo. Vaya abuso. De un momento a otro, Ramiro abandonó la cancha para chequear su celular. Nunca nadie lo había visto hacer cosa semejante, considerando que lo único que puede llegar a recibir en su teléfono a las nueve de la mañana de un martes es o un mensaje de su mamá o una notificación de Clash Royale. Pero esta vez fue la excepción. Su peor pesadilla se hizo realidad. El rostro de Ramiro parecía desfigurado del horror. T.A.I lo eligió como su próxima presa en lo que era casi un idéntico de la carta que había recibido Mariano. Solo una persona notó la reacción de Ramiro al leer el mensaje: Ignacio Sánchez.
¿Por qué miró hacia allí en el momento exacto? Esa respuesta únicamente la tiene él. E Ignacio siguió jugando al fútbol, como si no hubiera notado lo que acababa de pasar. Ramiro guardó su iPhone en el bolsillo del jean, que bastante corto le quedaba, y se fue discretamente hasta preceptoría a decir que no se sentía bien y que por favor lo vinieran a buscar. La madre, dueña de una inmobiliaria de la zona, llegó en un santiamén. Al parecer no estaba muy ocupada. —¿Qué te pasa Ramirito? —dijo dándole un beso en la frente. —Me duele mucho la panza, ma. Y deja de decirme así —contestó intentando actuar el supuesto dolor lo mejor posible. —Ay, este chico y su estómago. ¿No te alcanzó con hacernos sufrir a papá y a mí cuando te operaron de apendicitis? —agregó. El chico le tiró una mirada asesina. —Señora, tiene que firmar acá —saltó la preceptora Lorena. La mamá de Ramiro firmó sin darle mucha importancia. —Muchas gracias, Lorena. Felices fiestas y que disfrutes mucho con tu familia —respondió la madre de Ramiro. Lorena la observó sin entender, ya que es octubre y no se avecina ninguna festividad. Cuando Ramiro le dio un beso a la preceptora le susurró lo más bajito que pudo: —Está enferma. Así se dieron media vuelta y salieron de la escuela Alfonsina Storni. Ramiro venía conteniendo su pánico bastante bien. Viajaron hasta su casa en silencio. La mamá no quería molestar a su hijo. La casa estaba completamente rodeada por adornos navideños y un árbol gigantesco que llegaba casi hasta el techo. En la casa no había nadie más. —Me voy a acostar. —Bueno, Rami. Si necesitás, hay un ibuprofeno en el botiquín. Descansa bien, mi amor —dijo la mamá acariciándole el pelo—. Espero que te sientas mejor, ¡se viene la nochebuena! Ramiro se encerró en su cuarto. Vislumbró su entorno. Se le cayó una lágrima. Dos. Y rompió en un llanto silencioso para que su mamá no escuchara. Lloraba porque T.A.I lo tenía en la mira. Lloraba porque su mamá estaba enferma. Tan enferma que toda la familia tenía que simular que estaban en
Navidad para seguirle la corriente. Lloraba desconsolado porque habían matado a Mariano y a Pedro. Simplemente lloraba. Cuando por fin pudo calmarse, encontró una salida para acorralar a T.A.I. En ese instante se miró al espejo y tomó fuerzas para realizar un acto arriesgado y muy impredecible. Agarró su iPhone, buscó en los contactos al comisario Damián Barrios. Había dejado su número en un tablero de la escuela. Tocó el botón de llamada. —Damián, habla Ramiro. Recibí un mensaje de T.A.I, y quiero que seas mi custodia permanente. Ramiro se convirtió en el primero en retar a T.A.I. ¿Acaso el asesino doblará la apuesta o deberá cambiar su objetivo? Acaban de avivar el fuego. Y el incendio seguirá creciendo.
CAPÍTULO 10: DÉBIL —Hola Rama, ¿estás bien? Te fuiste volando del cole —envió Ignacio Sánchez por WhatsApp a las 10:35. —T.A.I me mandó un WhatsApp —contestó instantáneamente. No soltaba el teléfono, y Nacho permanecía en línea. —¿Por qué carajo me lo decís imbécil? —respondió con muchos signos de interrogación. —Hablé con Damián. Le di el número para que lo rastree y le pedí que fuera mi custodia permanente hasta que no haya más peligro. —Tenés unos huevos de toro. Me voy que se termina el recreo. Cuidate boludo —concluyó Nacho, dejando su última conexión a las 10:37. La sospecha de Nacho se hizo realidad. Ramiro estaba en la mira. Pero, al parecer, ahora tiene quien lo defienda. Ignacio Sánchez no pudo contenerse. Simplemente creía que todos merecían saberlo. Al menos para saber que ellos no serían las víctimas esta semana. Entró al aula luego del recreo, esperó a que todos entraran y gritó lo más fuerte posible para que ninguno quede sin escucharlo: —Ramiro recibió un mensaje de T.A.I. Quiero que sepan que llamó al comisario y lo va a proteger. —¿Y vos cómo sabés todo esto? —preguntó Belén, incrédula. —El bullying que se va a comer esta mina por poner en duda la integridad de Nacho va a ser terrible —susurró Lucas a Sebastián. —¿Vos decís? —retrucó Sebas escéptico. Tan pronto terminó Sebastián de decir eso, una catarata de insultos y gritos se cernieron ante la pobre Belén Toscano, entre los que se incluían: cuatro ojos, gorda fofa, vaquillona, pezones bizcos, estúpida. Esos fueron solo algunos. —¡Cierren la boca! —bramó Darío—. Nacho nos quiere explicar. —Gracias. Hablé con él por WhatsApp en el segundo recreo, me había quedado preocupado. ¿Alguien vio cómo se fue rajando del colegio? — preguntó Nacho. Pero nadie contestó. La profesora de física entró y era la menos empática de todas.
La clase se pasó lentísimo para los alumnos, que solo podían pensar en el futuro de Ramiro, y por qué no, del suyo también. Salieron a almorzar. Y ahí pasó lo inesperado. Como si fuera un choque en cadena, los trece chicos de tercer año que aún estaban en la escuela recibieron un WhatsApp al mismo tiempo. El mismo mensaje que le mandaron a Ramiro, la misma amenaza de muerte, el mismo número desconocido que ahora acaba de dejar trece alumnos muy aterrados. T.A.I redobló la apuesta de Ramiro, porque ahora todos estaban en peligro. ¿O acaso está queriendo despistar? La oficina de Pablo Ficader se llenó de inmediato con pedidos de ayuda y solicitando la presencia inmediata de Barrios en la escuela. Damián no tardó en llegar. De hecho, no dejó de investigar el caso ni un segundo. Con una gran destreza aplacadora y dando nota de su gran habilidad para manejar situaciones de tensión, el comisario logró calmar las aguas y hacer volver a los chicos hasta sus aulas para que continuaran con sus materias. Pero aún le queda el eslabón más fuerte: Ramiro. No le gustará nada escuchar que Damián no lo podrá proteger. El comisario viajó hasta el hogar de los García Labia en su patrulla. Tocó la puerta. Una gota de sudor cayó de su frente, señal de que a medida que pasaran las semanas, la temperatura solo seguiría aumentando. Ramiro abrió la puerta. Se lo veía un poco desalineado, incómodo. Damián ni quiso pensar que estaba haciendo, aunque no había que ser detective para darse cuenta. —¿Puedo pasar? Tengo que discutir algunas cosas con tus papás —dijo educadamente el comisario. Ramiro lo observó por un par de segundos con la mirada perdida, y luego le hizo un ademán para que entrara. —Vas a tener que hablar conmigo. Está mi mamá, pero ella no anda muy bien —contestó. Damián notó los adornos navideños y entendió el problema. —Siento mucho escuchar eso. ¿Qué es lo que tiene? —Nadie sabe. Dicen que tiene una mezcla de esquizofrenia, demencia y Alzheimer, entre otras cosas. Pero no hay enfermedad que cubra los síntomas que ella tiene, y mirá que la vieron los mejores doctores. Están perdidos. —¿Y no hay forma de tratarla? —preguntó compasivo.
—¡No! Se va a morir —gritó rompiendo en llanto. Damián lo abrazó con fuerza—. Todo está mal. Todo me sale mal. Mi vida es un desastre. Viniste a decirme que no me podés proteger solo a mí, ¿no? —Tranquilo, viejo —dijo acariciando su cabeza—. Que no esté las veinticuatro horas acá no significa que no vaya a protegerte. —Para terminar con mi increíblemente desastrosa vida, un asesino serial me va a matar. —Ramiro, mirame. —El adolescente levantó la vista—. No voy a dejar que te pase nada, ¿sí? Te lo prometo. —Gracias, Damián —respondió un poco más calmado. El comisario ya estaba por irse—. Ah, una cosa más. —Decime. —Me —bromeó el adolescente. —¿Me estás jodiendo? —Perdón, tenía que hacerlo. No sé si ya investigaste las personalidades, pero T.A.I tiene que ser el arquitecto. Y a Diego le cuadra perfecto. Existe soledad en la cima y, los Arquitectos son uno de los tipos de personalidad más raros y más estratégicamente capaces. Imaginativos pero decididos, ambiciosos pero reservados, increíblemente curiosos y grandes conservadores de energía. ¿Acaso esa personalidad pertenecerá a Diego? Y una pregunta aún más preocupante, ¿acaso esa personalidad pertenecerá a T.A.I? Damián tiene trabajo que hacer.
CAPÍTULO 11: FUEGO Damián se fue de la casa de Ramiro García Labia sin más altercados. El adolescente se desplomó en el sillón del living, y observó el techo por varios minutos. «¿Por qué se me ocurrió desafiar a un asesino serial?» se preguntaba. Él sabía que sus chances de sobrevivir eran prácticamente nulas. Sabía que nadie podía protegerlo. Ni Damián, ni su familia. Aun teniendo toda la salud y vida por delante, Ramiro ya no tenía esperanzas. Y cuando se pierde, todo se viene abajo muy rápidamente. Ahora le tocaba festejar la falsa navidad con su familia. Los esfuerzos del papá de Ramiro y de sus dos hermanos más grandes estaban plenamente destinados a cuidar de su mamá, dejando de lado el cuidado del pobre Ramiro. No lo veían. No veían que estaba a punto de morir. Solo. Después de la reunión, Ramiro se durmió. ¿Su última noche? Tal vez. Decidió no ir a la escuela, e inventó la excusa que seguía con dolor de panza. Sus padres se fueron a trabajar, incluyendo a su madre, que, aunque parezca extraño, todavía tenía momentos de lucidez y los médicos ordenaron que siguiera con su vida cotidiana la mayor cantidad de tiempo posible. Los hermanos de Ramiro, uno de veintidós y otro de veinticinco, también desaparecieron temprano. Se despertó solo. Como siempre estuvo. Pero el estar solo no iba a detenerlo. Cumpliría con lo que se había propuesto el día anterior: realizar una gran, gran nota, remarcando todos los datos que llamaran la atención de sus compañeros y también de su entorno. ¿Quién sabe? Quizás alguno de esos datos sean claves para revelar quién es T.A.I. Después de eso, una despedida de todo. De todos. Ramiro no quiso ahondar tan profundo con sus seres queridos y echarles la culpa por no haberle dado el apoyo suficiente, ni culpar a Dios por hacer sufrir tanto a su mamá, ni a sus amigos por ser unos conchudos que solo aprendieron a lastimar a otras personas indefensas. Porque esa es la realidad. Mariano y Pedro no eran buenas personas, y Ramiro tampoco lo había sido. Tal vez por agradar, tal vez por ser el
victimario y no la víctima, se había convertido en un chico odioso. No lo había notado hasta ese momento. Llorando, continuó escribiendo su carta a mano. Le pidió perdón a Belén, a Jazmín, a Sebastián y a tantas personas más por haberles causado ese dolor. Ramiro estaba sacándose todo lo que había guardado por años. Después solo quedará vacío. Y concluyó pidiéndole a Darío que sea fuerte y que lograra salir adelante con lo que le estaba sucediendo. Que el miedo no lo venciera. Qué ironía, ¿no? A Ramiro lo venció el temor. A él ya no le quedaban dudas. T.A.I vendrá. Lo presentía, sabía que su hora había llegado. Tomó fuerzas para escribir su nombre por una última vez: Ramiro García Labia. Luego de terminar de firmar, Ramiro escuchó un ruido en el piso de abajo de su casa. Guardó la carta en uno de sus cajones, rezando que alguien pudiera verla cuando muriera. Con todo el miedo del mundo, llorando sin consuelo, bajó las escaleras. Ya habían pasado dos o tres minutos. Corrió hasta la cocina. Una nota. "Arderás en el infierno". Quiso comenzar a correr lejos de su hogar, lejos de una muerte segura. Pero era demasiado tarde. Todo voló en pedazos. Todo se prendió fuego. Y Ramiro, junto a su nota despedida, se volvieron polvo y ceniza. Si tan solo T.A.I hubiera visto la carta, las cosas no estarían igual. Como dijo un escritor belga hace mucho tiempo: la desesperanza está fundada en lo que sabemos, que es nada, y la esperanza sobre lo que ignoramos, que es todo. Ramiro eligió su destino. T.A.I se lo hizo pagar con sangre.
CAPÍTULO 12: DAMIÁN Cometí el peor error que podía haber cometido: le prometí a una víctima potencial que todo iba a estar bien, y le fallé. Se terminó convirtiendo en víctima. Ahora Ramiro está muerto. Después de tantos años de casos imposibles y habiéndome ganado un prestigio altísimo, ¿cómo pude hacer semejante estupidez? Es como si un cirujano le diga al paciente que todo va a salir perfecto. ¿Y él qué carajo sabe? No tiene el control de todo. No puedo ir a hablar con los padres del difunto Ramiro con las manos vacías. Necesito una pista. Necesito algo. T.A.I me está empezando a impacientar. Lo mejor que puedo hacer ahora es quedarme en mi departamento y estudiar hasta el cansancio el caso. Bueno, ya lo hice unas doscientas veces, pero tengo fe de que con la muerte de Ramiro encontraré una guía. De pronto noté que mi escritorio era un completo desorden: los papeles en el piso, envases rancios de lo que solía ser café de Starbucks y un olor a encierro increíble. Me senté en mi silla de siempre, donde resolví incontables casos y tuve los peores dolores de cabeza del mundo. Sin duda, esta vieja silla ha sido mi mejor amiga por años. Si solo tuviera a Julieta para aconsejarme, las cosas serían mucho más fáciles. Mi amada siempre encontraba la respuesta a todo, y lograba mostrarme las perspectivas que yo no podía ver. Era mi todo. Y ahora yo no soy nada. Ni siquiera soy capaz de cumplirle una promesa a un adolescente en peligro. Ni siquiera soy capaz de hacer lo que siempre hice: encontrar asesinos. Tengo que encontrarlo. Debo encontrarlo. Esos chicos cuentan conmigo. Vamos a ver mis notas y pensar que tenemos hasta ahora, tal vez pasé algo por alto. ¿Huellas? T.A.I no deja huellas ni en sus escenas del crimen ni en las cartas que entrega, y eso requiere habilidad. Requiere profesionalismo. ¿Rastrear el mensaje? El celular que utilizó para escribirle a Ramiro tenía una dirección IP falsa. Dudo que T.A.I sea de Nebraska. Otra señal de profesionalismo. Está en todos los malditos detalles.
¿Modus operandi? Primero envenenó a Mariano, después ahogó a Pedro con sus propias manos y por último hizo explotar la casa de Ramiro. No logro ver un patrón. Posiblemente esté asesinando según lo que le sea más conveniente. ¿Las cartas? Algo tienen de importante. Diría que es el único patrón que encuentro. Por alguna razón que desconozco, T.A.I está obsesionado con recrear el juego de tu amigo invisible. Un dato curioso es que las tres víctimas rompieron las reglas que T.A.I establecía, habría que ver qué pasa cuando las cumplan. ¿Cómplices? Todavía es muy pronto para confirmar o negar que T.A.I tenga cómplices, aunque mi instinto indica que el trabajo minucioso que está haciendo es producto de la labor de más de una persona. ¿Relación con los chicos de tercer año? T.A.I está en la escuela Alfonsina Storni hace mucho tiempo. No hay forma de que pudiera saber tantas cosas de los alumnos y que se haya infiltrado tantas veces en la escuela sin haber llamado la atención. Es alguien que los conoce muy bien y está escondido entre las sombras. ¿Razón por la que mata? T.A.I tiene un foco específico en los chicos de tercer año y todo lo que hace está planeado y diseñado para que se ejecute de tal forma. Tengo la teoría de que cada adolescente amenazado y asesinado se ha ganado, en cierto punto, su propia muerte. Tal vez T.A.I está funcionando como un justiciero, pero la pregunta más relevante sería: ¿Justicia para él o justicia para alguien más? ¿Sexo de T.A.I? La puta, tengo tantas dudas para resolver esa pregunta que no me animo a dar una respuesta. Es tal el cinismo y la sociopatía de T.A.I que podemos estar tratando con un hombre o con una mujer. ¿Cómo entra la página de las personalidades en todo esto? T.A.I quiere ser descubierto, o al menos eso afirma en sus cartas. ¿Por qué? No tengo la más chota idea. Creo que las respuestas están ocultas en esa página. Si descubren su personalidad, o al menos con la que T.A.I se identifica, será más simple desenmascararlo. Loco de mierda. La puta que te parió por ser tan rebuscado. Me voy a buscar otro café. Listo. Concentrado de nuevo. ¿Sospechosos? Me niego a pensar que alguno de los chicos de tercer año es T.A.I, pero es una opción que lamentablemente hay que tener en cuenta. Las apariencias engañan. En realidad, es la idea que más tengo en la
cabeza. ¿Quién más puede conocerlos tanto como uno de sus propios compañeros de grado? Creo que me estoy acercando. Tengo que ver la información que recolecté de los chicos de tercer año. Y no hace falta que nadie me lo diga, ya sé que soy excelente perfilador. Uy, se me ocurrió algo. Pará, no, no puede ser. Tengo que ver las grabaciones de las cámaras de la escuela. T.A.I cometió un error.
CAPÍTULO 13: WEB La muerte de Ramiro García Labia conmocionó a la escuela Alfonsina Storni muchísimo más que las muertes de Mariano y Pedro. Tal vez porque era más querido. Tal vez porque su muerte fue más brutal, más despiadada. Tal vez porque ahora ni siquiera puede recibir un funeral. Tal vez porque su cuerpo se transformó en polvo y ceniza. Sin importar la razón, la escuela estaba en una crisis emocional increíblemente aterradora. Los profesores ya no saben cómo controlar a sus alumnos. Pablo Ficader vive nervioso, estresado, impaciente. Damián igual. La muerte de Ramiro lo dejó muy frustrado. Pero estamos a sábado. Y todos están más tranquilos. Nadie había recibido cartas o mensajes fuera del colegio, por lo que todos creían que mínimo tenían dos días más de vida. Error. La gilada que intentó realizar Ramiro, burlando y desafiando a su asesino, solo irritó más a T.A.I. Irritar asesinos seriales no es una buena idea. Todo cambia. Y T.A.I también. Con Damián por todos lados, sus opciones se limitan. Diego Rubén Lapaño se encontraba en su casa, disfrutando de un nublado día primaveral en el jardín de su casa, mientras leía por sexta vez uno de los libros de Percy Jackson. Su favorito. Tomó sus cosas y se fue para su cuarto, dispuesto a dormirse una linda siesta después de haber almorzado y haber leído cien páginas de su novela. Venía siendo el sábado perfecto. Pero no fue así. Una cosa cambió todo. Su libro cayó al suelo. Su Moto X también. Cambió su expresión. Cambió su día. Cambió toda su maldita vida. Y lo peor de todo, es que lo cambió en un segundo. Un mensaje de un número desconocido con un link. Igual que con Ramiro. Diego no tenía que ser adivino para saber lo que significaba. Era la próxima presa de T.A.I. El asesino que ya está por todas las noticias y se va a convertir en uno de los peores asesinos seriales de Argentina lo eligió a él. A Diego Rubén Lapaño. Con todo el pánico del mundo, volvió a tomar su celular y abrió el mensaje. Solo había un link. ¿A dónde llevaría? Diego no tenía ganas de descubrirlo, pero debía hacerlo. Su vida dependía de ello. En cuanto lo descubrió, Diego se desplomó en su cama.
Era una página web diseñada por T.A.I. Va subiendo de nivel. Primero cartas, después mensajes por WhatsApp y ahora páginas web. —¿Qué sigue? ¿Anuncios en el cielo? ¿Conexión mental? ¿Me hará una figura cuando esté cagando? —se decía Diego a sí mismo sin consuelo. Tan pronto entrabas a la página se veía un letrero que indicaba “tu amigo invisible”. Más abajo, tres imágenes deslizantes. Cada una tenía una palabra. Voy. Por. Vos. Bueno, eso precisamente no le daba mucha tranquilidad a Diego. Siguió bajando y se veía un cartel verde que decía: conoce tu objetivo. Al parecer eso te llevaba a otra pantalla, pero Diego decidió explorar toda la página primero. Aún más abajo del cartel verde, se leía una frase: que ni se te ocurra bajar. Diego pensó por un segundo qué tenía para perder, y como cabeza dura que es, siguió bajando en la página para ver si encontraba algo más. Efectivamente, había algo más que resultaba totalmente inútil para Diego. Otra frase más, que decía: andate a tocar el botón, y después el orto. Ya sin ninguna otra cosa que clickear ni poder ver, Diego se dirigió al cartel verde. Efectivamente, lo llevo hasta otra pantalla. Una pantalla que lo ponía al filo de la espada. Una pantalla que le ordenaba cometer una atrocidad. Convertirse en un asesino para asegurarse sobrevivir.
CAPÍTULO 14: CEGADOS Lunes 16 de octubre Una vez más, el calvario se inicia para los jóvenes de tercer año. No solo deben soportar la horrenda y, valga la redundancia, rutinaria rutina de asistir a clases sino que también deben lidiar con que pueden ser la próxima víctima de un asesino serial. Como todos sabemos, eso no tiene nada de rutinario. Y gracias que no lo es.
Diego Rubén Lapaño fue elegido por T.A.I, aunque solo él sabe al respecto. Es el primero en intentar rendir cuentas a las reglas que el asesino estableció en un principio. ¿Cumplirá? ¿No cumplirá? ¿Asesinará a Gonzalo? ¿No lo asesinará? ¿Ignorará a T.A.I? ¿Le dirá a Damián? Preguntas, preguntas. El único que conoce las respuestas es nada más ni nada menos que Diego. La semana arranca con una increíblemente densa y tediosa clase de biología. ¿A quién le importan los transgénicos cuando están cazando y masacrando a todos tus alumnos? La profesora parecía tener cero compasión por los chicos. Incluso varios aseguran que es la menos empática de todas. Ese día había un ausente: Martina Laverde. Sus faltas se hicieron recurrentes desde que T.A.I apareció en sus vidas. Ninguna de las chicas sabía bien lo que estaba sucediendo con ella últimamente. Diego estaba sentado atrás de todo, como siempre. Su inteligencia y gran participación en las clases hacía que los profesores tuvieran que forzar su oído para escucharlo y sus compañeros se dieran vuelta a oír la respuesta que, con el tono particular que Diego tenía, solo irritaba aún más a sus compañeros. No soportaban sus aires de superioridad. Una razón más por la cual Diego no estaba integrado.
Pero así como Ignacio observó a Ramiro cuando recibió el mensaje de T.A.I, hoy estaba haciendo lo mismo con Diego. Sabía que algo andaba mal. El tipo estaba muy callado. Mariano e Ignacio eran los más perspicaces del aula, o al menos los que siempre demostraban su habilidad para descubrir detalles ocultos en las personas. Tal vez hay perspicaces introvertidos que se guardan los detalles para ellos. Tal vez hay perspicaces asesinos que se guardan los detalles para ellos. Tal vez hay un perspicaz que es T.A.I. O tal vez Damián se esté equivocando, y debería ir tachando la posibilidad de que el asesino puede estar oculto entre los adolescentes de tercer año. Solo tal vez. Damián estaba observando las cámaras del aula y no logró notar el detalle, puesto que no conocía a los chicos de toda la vida como para saber la forma en la que actúan normalmente. De repente, Diego se levantó de su asiento sin razón aparente. Estaba con un buzo, a pesar de que no le hacía falta. Era un día soleado y caluroso. Caminó hasta la puerta y le puso la cerradura que la policía había implementado en todo el colegio para evitar cualquier tipo de peligro. Lo que no se dieron cuenta es que la cerradura fue la causa del peligro. —Diego, ¿qué haces? —preguntó la profesora de biología levantándose de su escritorio. —¡No te me acerques! —respondió en un sollozo. La profesora ignoró su pedido y dió dos pasos más hacia Diego. Boom. Boom. Dos tiros. Uno al estómago. El otro al pecho. La profesora de biología cayó al piso. Su rostro aterrorizado fue lo último que los alumnos vieron antes de que su vida se desvaneciera. Los chicos no se atrevieron a levantarse de sus bancos. Una profesora. Una trabajadora. ¿Qué culpa tenía? T.A.I no previó este daño colateral. Las expresiones de Diego eran inexplicables. Estaba más horrorizado que todos sus compañeros juntos. Damián ya estaba en la puerta con dos oficiales más. Intentaban abrir la puerta a toda costa, pero parece que les costaría un tiempo valioso. Segundos claves. —Perdón. Me obligó. Yo no quería matarte, Gonza —agregó Diego apuntando su arma ante Gonzalo Perfón, que estaba en el primer banco paralizado.
—¡Rómpanla como sea! —gritó Damián desaforado. Terminó por dispararle a la cerradura, y por fin la puerta cedió. Boom. Un disparo más se escuchó tan pronto el comisario entró por la puerta. Pero, señoras y señores, a Gonzalo le acaban de salvar la vida.
CAPÍTULO 15: RIESGO Un tercer disparo salió de la pistola Beretta que Diego Rubén Lapaño había adquirido horas atrás. Dos habían sido para la profesora de biología. El tercero, bueno, estaba dirigido a Gonzalo Perfón. Pero a último momento, la bala impactó a otro objetivo. Diego no lo podría haber previsto. Julián Márquez se interpuso en el instante previo a que Diego produjera el disparo, evitando que Gonzalo lo recibiera. Solo dos o tres segundos más tarde, Damián entró al aula y se abalanzó sobre Diego. El pobre chico no opuso resistencia. Soltó el arma como si el que estuviera muerto fuera él. Perdió todo tipo de cordura. La tercera bala, la bendita y maldita tercera bala, fue una total sorpresa para T.A.I que estaba viendo todo. No estaba en sus planes. Se suponía que Diego no mataría a Gonzalo. ¿De dónde? Bueno, ya lo sabrán con el tiempo. El disparo no fue fatal para Julián. Su estómago se llevó la peor parte, perdiendo mucha sangre con cada segundo transcurrido. El adolescente se desplomó en el suelo, preso del dolor. —Juli, por favor, no me dejés. Quedate conmigo. No te duermas —dijo Ignacio llorando a un costado de Julián. Uno de sus mejores amigos estaba muriendo frente a sus narices. El resto no era capaz de hacer comentario o acercarse. El shock era tal que ninguno caía. —Julián, aguantá. La ambulancia ya está en camino. Te vas a poner bien —agregó Damián Barrios, que veía la escena perplejo. Un muerto, un herido y un desquiciado. ¿O dos? Julián Márquez vio la vida pasar ante sus ojos. Dicen que cuando estás cerca de la muerte, podés ver los momentos que más te marcaron en tu vida. Y Julián sentía que era eso exactamente lo que estaba viviendo. Pero sus vivencias no se apartaban de un recuerdo imborrable en su mente. En lo único que podía pensar era en su hermano muerto. En cómo un día común y corriente, él lo fue a buscar hasta su habitación para mostrarle algo en la computadora. En cómo lo vio recostado en su cama, lo llamó por su nombre e insistió varias veces. En cómo se dio cuenta
que no era una siesta. Que no estaba durmiendo. Que su hermano se había suicidado. De repente perdió la consciencia. Ya no había recuerdos ni memorias, solo sangre derramada en el suelo del aula de tercer año. Un baño de sangre. Mientras Julián no tenía idea de que su vida pendía de un hilo, todo su entorno estaba aterrado por la idea de que podían perder otra vida en la escuela. Lo subieron a la ambulancia y Damián iba junto a Ignacio, Lucas y Sebastián que lo acompañaron. Vaya amigos que se ligó. Diego estaba siendo escoltado por otros dos oficiales lejos de la escuela. Probablemente lo internaran de urgencia en un psiquiátrico, puesto que ya no era la misma persona. Se parecía a una planta. Llegaron hasta el hospital más cercano y Julián se fue directo a cirugía mientras el comisario, sus amigos y padres se quedaban en la sala de espera. Damián Barrios le explicó lo que sucedió a los padres del chico con detenimiento, y raramente, sus papás estaban teniendo un comportamiento que no era el esperado. Se los notaba conmocionados, sí, pero parecían más anonadados que otra cosa. No entendían como su hijo menor podía encontrarse en esa situación. La paciencia de Damián estaba por las nubes. No soportaba que el asesino lo estuviera venciendo. A él, a uno de los mejores oficiales del cuerpo de policía de toda Argentina. Perdido en sus pensamientos y pensando en ese error de T.A.I que al final no fue, Damián había pasado horas sentado esperando noticias de Julián. Se maldecía todo el tiempo por haber sido tan estúpido, por creer que encontraría una falla tan pronto. El médico venía cabizbajo, con la cabeza gacha. Damián imaginó lo peor. —¿Ustedes son los padres de Julián Márquez? —preguntó el médico. —Sí, somos nosotros —respondió la madre. —Su hijo está bien. Se va a recuperar.
CAPÍTULO 16: CHICAS Julián Márquez tuvo suerte. La bala que impactó en su estómago, milagrosamente, no había hecho daños irreversibles y se esperaba que tuviera una recuperación completa con el pasar de los días. Damián Barrios sintió un alivio inmediato al oír las palabras del médico, pero aún no había pasado lo peor: Pablo Ficader lo estaba esperando en la escuela, y al parecer era un asunto de urgencia. El director llamó al comisario siete veces. Con una sensibilidad notable, se despidió de la familia y amigos de Julián y se fue con prisa hasta la secundaria. Incrédulo, impaciente, siempre presente, Pablo Ficader esperaba en la entrada. Su escuela se había vuelto a convertir en una escena del crimen, llena de peritos y personal del cuerpo de policía. —¿Cómo, cómo carajo ese chico metió un arma en la escuela? ¿Me podés explicar qué chota hacen tus oficiales acá si ni siquiera pueden detener a un adolescente con un arma? ¿Conocés a alguno de tus compañeros que sea eficaz o son todos tan pelotudos cómo el que mandó la orden? Me dijeron que ese es un idiota —bramó el director con toda la rabia del mundo, chocando sus puños contra la puerta de entrada. —No tengo idea como se les pudo haber escapado, pero por favor, no me vuelvas a insultar —intentó calmar las aguas el comisario. —¿Cuándo vas a dejar de decirme qué es lo que tengo que hacer? ¿Eh? Desde que te hago caso las cosas solo fueron de mal en peor. Los chicos de tercer año se siguen muriendo y vos solo estás ahí parado, mirando. ¿Para eso te pagan? —contestó. Nunca se había visto a Pablo Ficader tan descolocado. —¿Y vos? ¿Por qué estás tan nervioso, eh? —dijo Damián poniéndose nariz con nariz—. No te metas conmigo, intento ayudar. Me tocás un pelo y te meto en cana por violencia contra un oficial del cuerpo de la policía. —Bien —cortó en seco el director. Había aflojado. —Y la próxima vez que me llames de urgencia, espero que no sea para gritarme y putearme porque no te lo voy a permitir. Si me disculpás, tengo un chico internado y un asesino que encontrar —remató Damián solemne, tan fiel a su estilo de policía honorable.
Al mismo tiempo que el comisario se subía a la patrulla con rumbo a su oficina, las chicas de tercer año llegaban en grupo hasta Café Martínez. Posiblemente una de las pocas veces en las que se vería a las chicas todas juntas. Martina, Florencia, Sofía, Jazmín, Estefanía e incluso Belén, todas juntas. Una utopía de octubre en Argentina. Incluso podría hacerse un libro para conmemorar semejante acontecimiento. —Ay nena, ¿frapuccino con avellanas y chocolate? ¿Vos sabés lo que engorda eso? —atacó Martina Laverde a Belén Toscano tan pronto todas hicieron su pedido. —Boluda, ¿de nuevo con esto? Dejala en paz, que haga lo que quiera. No la trates más así —respondió rápidamente Jazmín, defendiendo a Belén. —Gracias —contestó Belén tan tímida como siempre. —¿Y ustedes, pedazo de taradas, no piensan decir nada? ¿Cuánto tiempo más vamos a dejar que nos pisoteemos entre todas? Parece que cuando más unidas tenemos que estar, más se empeñan en ser las soretes que siempre fueron —atacó con todo Estefanía Durango, la chica con problemas alimenticios. Tendrá sus trastornos, pero acaba de recitar una verdad absoluta. Se hizo un silencio incómodo por un par de segundos. —Bueno, Estefi tiene razón. Seamos un poquito más copadas —agregó ahora Sofía Lolo, la artista en potencia. Su comentario sonó tan falso que un par de chicas se asquearon del disgusto. —No te digo más nada porque acabás de tirar la posta Estefanía, pero la próxima vez que me hables así te juro que le digo a toda el aula lo obsesionada que estás con Julián desde el chape en lo de Mariano. Es más, ¿qué haces acá? ¿Por qué no estás en el hospital dándole besitos? —disparó Florencia. Vaya temperamento. Estefanía decidió no contestar, sabía que esa conversación no terminaría en buen puerto. —Les dije a todas de venir hasta acá porque creo que sé lo que está haciendo T.A.I, y necesitaba que estuviéramos las seis. Gracias por confiar en mí —dijo Jazmín ignorando el comentario de Florencia. Las chicas esperaban impacientes. —¿Y qué es lo que está haciendo? —preguntó Florencia al ver la pausa de Jazmín.
—Primero que nada, que Dios me libre y me guarde por hablar de compañeros que hoy están muertos. No puedo creer como pasó todo tan rápido —dijo Jazmín tragando saliva—. ¿Ustedes se fijaron a quién mató T.A.I hasta ahora? Mariano, Pedro, Ramiro, y eligió a Diego para que matara a Gonzalo. ¿Qué comparten estos cuatro? —Ni idea —contestó Martina. Era obvio que iba a dar esa respuesta. Mucha belleza, pocas neuronas funcionales. —No sé, contanos —dijo Estefanía. —Fueron todos bullies. Se burlaban de algunos compañeros, incluso sus amigos, y no tenían reparo a la hora de ver a quien lastimaban. T.A.I asesinó meros bullies, y temo que Flor sea la siguiente. Sin ofender — concretó su teoría Jazmín. —Ya sé que puedo ser una yegua. Pero, en ese caso, ¿qué hago para detenerlo? —preguntó Florencia, intrigada. —En cuanto recibas la carta, jugaremos con T.A.I y nosotras tendremos la ventaja. Vamos a hacer lo que él dice: descubrirlo. —¿Y qué mejor que seis chicas para hacerlo? —saltó desde las sombras Belén. La tortilla se acaba de dar vuelta. Si las chicas descubren o no a T.A.I será por puro uso de su lógica e inteligencia, pero hay un hecho que no puede ser dejado atrás: las seis adolescentes de tercer año acaban de unirse, formando un código específico para cuando alguna de ellas recibiera una carta. Y nuestro asesino nunca hubiera tenido en cuenta esa unión.
CAPÍTULO 17: PABLO Tantos años. Tantos años como educador de jóvenes, del futuro de nuestra sociedad. Tantos años de disfrute conociendo personas increíbles, asombrosas. Tantos años que se hicieron añicos por una sola persona: T.A.I. Mi esposa no me reconoce. Mis hijos, Rodrigo y Cristián, dicen que estoy apagado. Que estoy, pero no estoy. Como si mi mente estuviera viajando por otros lugares. No puedo evitarlo. Soy el responsable de todos los chicos de tercer año. Debería haber sido capaz de cuidarlos. No puedo evitar tener culpa, ni tampoco estar las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana pensando en quien será la próxima víctima. Y nuevamente pensar y sentir que no puedo evitar su muerte. No hay nada que hacer que no esté hecho. ¿Quién puede estar tan desquiciado para acabar con tantas vidas? Tres días pasaron del ataque de Diego. Julián se está recuperando y Lorena, la preceptora, me informó que ya está por volver a su hogar. ¿Y yo que hago acá en mi oficina? ¿Cómo es que ésta escuela sigue abierta después de que un asesino serial se llevara tantas vidas y uno de los alumnos entrara con un arma? Bueno, todo eso es culpa del gobierno. El comisario me llamó luego de la charla amena que tuvimos el día de los disparos y me notificó que, a pesar de que yo no quisiera, la escuela seguiría abierta. Quise disuadirlo, incluso le dije que lo mandaría a juicio, pero él tenía un as bajo la manga. Nunca me hubiera esperado que Damián me respondiera que tenía el apoyo de Mauricio Macri, nuestro presidente. Macri gato. Sabía que no había que votar a Cambiemos. Igual, antes de que vuelva La Cámpora me quedo hasta con Mirtha Legrand. Cuando Damián me lo dijo supe que estaría, de una vez por todas, cruzado de brazos. Ya no me quedaría nada que aportar, opinar o decidir respecto a todo lo relacionado con T.A.I y la escuela. Si el presidente lo autoriza, ¿cómo puedo siquiera decir "mu" sin que me critiquen? Pero esperen, esto no termina acá. Resulta que Macri se va a acercar mañana viernes veinte de octubre hasta la escuela Alfonsina Storni a tener una reunión conmigo y Damián. Estoy segurísimo que esta fue una decisión
propia del presidente, puesto que su gabinete y asesores nunca autorizarían ni aprobarían que se acercara a una zona tan peligrosa, corriendo un riesgo enorme de que atenten contra su vida. Habrá que aprovechar. No se tiene una reunión con el presidente todos los días. Lo único que me duele es hacerlo a costa de chicos muertos. De mis chicos. Bajo mi responsabilidad. ¿Qué estoy diciendo? ¿Aprovechar qué? Acabo de sonar como un hijo de puta egocéntrico. Yo no soy así. Te detesto, amigo invisible. Detesto lo que nos hacés a mí y a todos. No hay justificación para vos. No tenés razón de ser para acabar con la vida de tantos pibes inocentes. Bueno, ya me calmé. Creo que mis pensamientos terminaron siendo palabras e incluso gritos, puesto que cuando recapitulé, la preceptora Lorena estaba en la puerta de mi oficina observándome entre asustada y sorprendida. Mierda. —Ehm, perdón por molestarte, Pablo —me dijo entrecortada. Le hice un ademán de que no pasaba nada—. Pasó algo terrible. —¿Peor que todo lo que pasamos? —pregunté escéptico. —Creo que sí. ¿Viste que a Diego Lapaño lo internaron en un psiquiátrico? —Sí, lo fui a ver ayer —contesté. No quise imaginarme a dónde llevaba esta conversación. —Resulta que me acaban de decir que... —se entrecortó. Lorena no terminaba la frase. —¿Qué te acaban de decir? —respondí impaciente. Sentía como mis piernas estaban por saltar de la silla del pánico. —Que Diego se suicidó —dijo Lorena. Entonces supe que hasta ahí había llegado.
CAPÍTULO 18: VIRAL Ni una sola persona de la escuela se descuidó de enterarse del suicidio de Diego. Solo unas horas más tarde de que él se quitara la vida, toda la escuela Alfonsina Storni estaba al tanto de su fallecimiento. En realidad, muchas más personas se habían enterado. El caso de T.A.I no era conocido sólo en Argentina si no también internacionalmente. Incluso se hablaba de T.A.I en las noticias. En los diarios argentinos e internacionales. New York Times, Clarín, La Nación. En las redes. Hasta habían conseguido un trending topic mundial: #¿QuiénEsT.A.I? La gente estaba enloquecida. Y como la sociedad adora el morbo, las cuentas de Mariano, Ramiro, Diego y Pedro habían conseguido miles de seguidores, sobre todo en Twitter e Instagram. Hay una pregunta que da mucho que pensar, puesto que es la única forma de que todo el planeta se haya enterado de la existencia de T.A.I. ¿Quién o quiénes están filtrando estos datos a la prensa y a las redes sociales? Y peor aún, ¿quién podría ser tan hijo de puta para permitir que todo el mundo se ponga a opinar y hablar sobre la trágica muerte de cuatro adolescentes? Sea quien sea, se trata de un retorcido. Y T.A.I no es. Los más densos y perseguidores lograron encontrar los números de teléfono de algunos de los chicos de tercer año. Sin pudor, sin tener la más mínima consideración de lo que esos adolescentes estaban viviendo, los atacaban a mensajes para conseguir más información. El daño para el grupo estaba cerca de ser irreversible. Aún si todo terminara hoy y T.A.I desapareciera de sus vidas para siempre, el dolor y el trauma causado no podrá ser dejado atrás. Es más de lo que los chicos podían soportar. Con el caso en las redes y la llegada de Mauricio Macri a la escuela Alfonsina Storni, los noticieros estaban que estallaban, y Damián también. Era tanta la presión que llevaba encima, ahora no solo de su gobierno si no del mundo entero, que el comisario estaba cerca de ser superado por la situación. Pero atentos, que Damián es más fuerte de lo que cualquiera puede imaginar. No cederá. No se rendirá. La llegada del presidente de todos los argentinos era inminente. El comisario y el director de la escuela, Pablo Ficader, esperaban en la puerta,
impacientes, mientras se dictaban las clases de la primera hora de la mañana. —Un día distinto, ¿no? —preguntó el comisario estrechando la mano del director de la escuela. —De hecho, el último. Presenté mi renuncia —contestó Ficader. Damián se quedó helado. —¿Co-cómo? ¿Por qué harías eso? —Siempre puse la vida de los chicos antes que la mía. Esta decisión es enteramente para mi bienestar personal. No puedo más, Damián. No puedo seguir siendo testigo de lo que está sucediendo y quedarme de brazos cruzados. Basta. —Estás en completo derecho, y comprendo tu situación pero no la comparto. Estos chicos van a quedar desamparados después de que te vayas. Desde que estoy acá vi todo el aprecio que los pibes te tienen. Les estás arrebatando algo muy importante. —¿Y qué les estoy arrebatando? —preguntó el director, intrigado. —La seguridad que les da tenerte ahí. Pablo Ficader no tuvo tiempo de contestar. Tan pronto el comisario terminó de responder, la caravana presidencial de Mauricio Macri se comenzó a sentir en los alrededores, y solo unos minutos más tarde, se estacionó en la puerta de la escuela Alfonsina Storni. En una caminata solemne digna de cualquier presidente, Mauricio Macri se aproximó a Damián y Pablo con una tranquilidad aplacadora. Cualquiera podía notarlo. Al presidente ni siquiera le perturbaban las decenas de oficiales que tenía rodeando el perímetro, ni tampoco la escolta oficial que lo acompañó en cada segundo. Por alguna razón que tanto Damián y Pablo desconocen, a Mauricio Macri se lo veía muy calmado. Como se nota que no vivió de cerca lo que estaba sucediendo. —Buenos días, señores —dijo el presidente en un saludo muy formal. —Es un honor conocerlo —contestó Ficader. El comisario se limitó a asentir con la cabeza y acompañar con el saludo. Mauricio decidió, en primera instancia, recorrer las aulas y saludar a los alumnos. Nada muy fuera de lo común. De hecho, eso era lo mínimo que podía hacer. Luego se reunieron en la oficina de Ficader, y ahí todo se le vino abajo al comisario.
Damián esperaba recibir algún tipo de gratitud por sus esfuerzos o mínimamente una confirmación amistosa de que estaba haciendo bien su trabajo. Lejos de eso, Mauricio Macri tenía otros planes. La conversación no fue para nada amena. —Barrios, tengo a todo el mundo persiguiéndome y preguntándome qué es lo que pasa con el asesino de Belgrano. Somos el hazmerreír de toda América y la opinión pública incluso juega o idolatra los trabajos de este T.A.I. Necesito avances, necesito con qué responder —atacó el presidente argentino. —¿Qué estás sugiriendo? —preguntó Damián. —Pablo, vas a tener que salir. Fue un gusto conocerte —agregó Macri. Esta vez no fue tan amable. La presencia de Ficader en toda esta visita fue completamente inservible a los objetivos del presidente. —Estoy sugiriendo que, si no me das algo en la próxima semana, voy a abrir la causa de tu difunta esposa y voy a hacer lo que debería haber hecho hace seis meses. —No sos capaz. —Las piernas del comisario temblaban, porque sabía exactamente lo que le diría el presidente. —Soy más que capaz, Damián. Soy muy capaz de meterte preso en la pocilga más sucia y asquerosa de toda Argentina. Así fue como el comisario supo que estaba al borde del abismo. Un abismo en el que, si caía, no volvería nunca más.
CAPÍTULO 19: FLORENCIA Hay pocas cosas que disfruto tanto como hacer mi rutina fitness los sábados a la noche. Llámenme loca, llámenme extraña, llámenme anti-adolescente, pero la realidad es que esa es mi realidad. ¿La realidad es que esa es mi realidad? No, la realidad es esa. Punto. Salir por mi barrio corriendo, auriculares puestos y la música bien alta, disfrutando como los chicos me miran el culo y como la brisa del viento pega en mi cara y siente mi respiración agitada. Qué lindo. Después de unos cuantos kilómetros, volver a casa satisfecha y chequear que haya corrido a una velocidad aceptable y en un tiempo decoroso. Eso se llama disfrute. No puedo dejar de mencionar tampoco el vaso de agua fresca que me tomo para sacarme la sed y recuperarme para la tanda de sentadillas, estocadas y abdominales que me espera. Toda esa rutina hermosa, para mí es lo mejor del fin de semana. Me paso por los ovarios las fiestas, las salidas, las previas, las juntadas, y toda la mierda que hacen mis compañeros los sábados a la noche. Ojo, que no se malinterprete. Si es cualquier otro día de la semana, le doy hasta las seis de la mañana sin problema. Me gusta salir. Me gusta tomar. Me gusta como eso me hace sentir. Pero con los sábados a la noche no se metan. ¿Cuál es la cuestión de todo esto? Que este sábado a la noche iba a ser muy distinto. De hecho, iba a ser muy malo. Justo cuando ya me estaba poniendo mis calzas Nike para salir a correr, me vino un plan inesperado. Un mensaje de un número desconocido. Y como están las cosas, no había que pensar mucho de quien podía ser. Sí, de T.A.I. No soy ninguna tarada, o más bien, no soy ninguna Martina descerebrada. Sé perfectamente que el número no es el mismo que utilizó con Ramiro y sé también que voy a poder con esto. Ninguno intentó descifrar y jugar con el loquito este. Yo sí lo voy a hacer. Hubiera estado bueno que les digan a Mariano, Pedro y Ramiro que hay que usar el bocho antes de hacer idioteces, para algo nos dieron cerebro. El mensaje de T.A.I es el mismo que le mandó a Ramiro, solamente que cambia la personalidad "Virtuoso" por la de "Comandante". Soy alta jefaza.
Si se están preguntando como conseguí el mensaje, fue una cadena: Ignacio se lo pasó a Gonzalo, Gonzalo lo pasó al grupo de flacos, Diego antes de suicidarse lo mandó por el grupo del grado. No piensen que soy una insensible. Soy poco empática, y más con la gente que no me importa. Pero bueno, al fin y al cabo eran mis compañeros. Pobres. Bien, vamos a hacer todo lo que planeamos con las chicas. Me impresiona que Jazmín la haya pegado tan certeramente. Ella supo que T.A.I me iba a elegir. Ahí mandé un mensaje por el grupo y ya todas se van a poner a laburar con la página evaluando todas las personalidades y particularidades de cada una. De la mía no tengo mucho que decir, la verdad pienso que "Comandante" se adapta exactamente al tipo de persona que soy. Así como a muchas personas le da miedo T.A.I, a mí me da miedo la precisión y calidad de la página esta de las personalidades. Le dije a las chicas que primero busquen entre mi grupo de cuatro, el de los analistas. Para el que todavía no se interioriza, la página divide dieciséis personalidades en cuatro grupos de cuatro: analistas, diplomáticos, centinelas y exploradores. Les aseguro que querrán saberlo cuando un asesino serial los convoque a ser parte de su juego. Cada personalidad tiene sus propias características profundas y detalladas. Por eso la página es tan única. El problema para muchos es que solo la introducción está en español, aunque tanto el resto de las chicas como yo podemos desenvolvernos con el inglés sin problemas. A fin de cuentas, la escuela Alfonsina Storni algo bueno hizo. Una bien. Con la ayuda de las chicas, solo tengo que ir tachando los que ya sé que no son. Por ejemplo, el Emprendedor estaba asignado a Mariano, pero ahora está muerto. Es casi una certeza que hay una personalidad para cada uno de nosotros. Dieciséis alumnos, dieciséis personalidades. No puede ser coincidencia. Y después, analizar bien todo. Cada detalle. Cada palabra. No tengo que olvidarme que nada de lo que pienso de T.A.I refleja lo que en verdad es. No tengo miedo. No le tengo miedo. Sé que puedo, sé que las chicas pueden. Seis son mucho más fuertes que una, y encima somos mujeres con un propósito. Que T.A.I se agarre de su asiento y se saque los anteojos 3D. Su función está a punto de terminar. Yo, Florencia Vidriati, la voy a terminar.
CAPÍTULO 20: ESCAPE Domingo 22 de octubre Una gloriosa jornada para la familia Márquez: después de varios días de recuperación, Julián pudo volver a su casa. Todo tercer año lo había visitado en el transcurso de la semana, incluso Martina Laverde se despidió. ¿Por qué se despidió? Julián no lo sabía. Julián tampoco sabía por qué había llorado tanto cuando se enteró de la muerte de Diego. Un llanto desconsolado, sin calma. Si su relación era meramente una cuestión de ser compañeros y cruzar palabras cada dos por tres, ¿por qué la afligió tanto que Diego falleciera? Preguntas van, preguntas vienen. Era un domingo lluvioso pero sin tormentas. De aquellos días que llueve un rato y luego para, y que no te da ganas de salir de tu casa bajo ninguna circunstancia. El grupo de amigos de Julián hizo un esfuerzo enorme. Sabiendo que su amigo llegaría a su casa el domingo bien temprano, Lucas, Sebastián e Ignacio cayeron en la casa de los Márquez cuando apenas habían tocado las once de la mañana. El hogar de los Márquez era como cualquier otro. Ni muy chico ni muy grande, ni muy moderno ni muy tradicional, era una casa convencional de clase media en Argentina. Los chicos hicieron sonar el timbre un par de veces y la puerta tardó varios minutos en abrirse. Sebastián incluso se había asustado. Pero, por suerte, todo estaba bien. Con la sonrisa despampanante que tanto la caracteriza, la señora Márquez, una analista de sistemas implacable, abrió la puerta. —¡Sorpresa! —gritaron los tres chicos como si tuvieran dos años. La madurez sigue guardada en los úteros de sus madres. —Pasen chicos, Juli está en su cuarto. No se puede mover mucho, pero para lo que seguro planean hacer tampoco se requiere esfuerzo —contestó la mamá entre risas mientras le daba un beso a cada uno. —¿Rubén no está? —preguntó Ignacio haciendo referencia al papá de Julián.
—No, lo mandé a hacer unos mandados así me llena un poquito la heladera —respondió la mamá. Los chicos rieron y se fueron tranquilamente hasta el cuarto de Julián. Esta vez sus amigos no tocarían la puerta. Si Julián se tenía que cagar del susto, que así sea. —¿Dónde está el pibe que se pone a recibir balazos? —dijo Ignacio Sánchez abriendo la puerta. —¡Chicos! —contestó Julián incorporándose en la cama. Estaba boludeando con el celu. Los amigos del herido se sentaron al pie de la cama, y no tardaron en comenzar a hablar de temas triviales y sin importancia. Lo que suele hacer el 90% de los adolescentes cuando están manteniendo una conversación. —Che, ¿sale ese Fortnite gente? Últimamente lo está jugando todo el mundo —dijo Lucas. Ignacio quiso responder, pero Sebastián se le adelantó. —Antes déjenme contarles algo —disparó Sebastián. Sus amigos lo miraban expectantes. —¿Te la jugaste en el Quini y perdiste mucha guita? —tiró Lucas. Claramente no era más que una cargada a su amigo. —Yo soy el que está viralizando el caso de T.A.I por las redes y la tele —contó Sebastián sin más. Julián e Ignacio lo miraron perplejo. —¿Qué hiciste qué? —preguntó Julián anonadado. —Sos un pelotudo —agregó Ignacio. —¿Por qué tanto problema? No veo el quilombo —arrojó Lucas. Julián jamás se hubiera esperado esa respuesta. —¿No ves el problema? ¿Viralizar la muerte de tus propios compañeros no te parece un tanto, no sé, morboso, repulsivo, completamente inconsciente? —gritó Ignacio Sánchez. Julián mostró aprobación, y Sebastián y Lucas sólo atinaron a bajar la cabeza. —Yo sabía que pocas veces te tomás las cosas en serio, que solés vivir en una superficialidad admirable, pero acá te fuiste bien al choto, Seba. Prendé la play porque si sigo pensando en esto te saco a patadas en el culo de casa —remató Julián entre frustrado y decepcionado. Sebastián hizo caso a su amigo y prendió la PlayStation 4 y luego la televisión. TN, un canal reconocido de noticias en Argentina, estaba transmitiendo en Núñez un nuevo acontecimiento sobre el caso de T.A.I.
—Subí el volumen —le dijo Nacho a Sebastián. Un hecho desgarrador acaba de ocurrir en el barrio de Núñez, donde una adolescente fue asesinada de un disparo en la cabeza mientras salía de su casa con su familia. Se cree presuntamente que T.A.I ha sido el responsable del asesinato. ¿Quién es T.A.I, y por qué nadie puede encontrarlo? Esperemos que el cuerpo de la policía encuentre la respuesta pronto. Ampliaremos. Los chicos sabían quién era la única chica de su grado que vivía en Núñez. Julián ahora entendió el motivo de su despedida cuando vino a visitarlo. T.A.I se ha cobrado la vida de Martina Laverde
CAPÍTULO 21: BOMBAS El domingo a la noche, aquel mismo domingo lluvioso en el que unas horas antes Martina Laverde fue asesinada de un disparo a la cabeza, Damián Barrios se presentó en un programa de televisión al que había sido invitado. La entrevista que iban a hacerle no iba a ser solo una entrevista. El comisario se había encargado de que su aparición en la tele fuera una oportunidad para contraatacar y mostrarle a T.A.I lo cerca que estaba de resolver el enigma. Y para T.A.I, que cada día que pasa tiene que tomar medidas más extraordinarias, tener al comisario en la TV poniendo presión es lo peor que le podía pasar. Era una partida de ajedrez. Damián sabía que T.A.I lo iba a estar observando y T.A.I sabía que no le quedaba otra opción que ver lo que el comisario decantaba. Así que todos estaban preparados. El canal de Todo Noticias estaba listo para salir al aire, el conductor del programa y Damián ya se habían arreglado y T.A.I, tan calmo pero tan nervioso, esperaba sentado en su sillón. Ricardo Canaletti fue el elegido en dirigir el programa especial de esta noche. El periodista especializado en casos policiales condujo "Cámara del crimen" por años, y era el mejor para mantener una conversación con el comisario. —Salimos al aire en 3, 2, 1 —señaló el productor. —Buenas noches a todos, sean bienvenidos a este programa especial donde tendremos la oportunidad de entrevistar al comisario Damián Barrios, líder de la investigación del caso de T.A.I —comenzó Canaletti desde su silla. El conductor aprovechó para darle un sorbo a su vaso de agua. —Es un placer estar acá. Muchas gracias, Ricardo —respondió Damián muy calmo. —Damián, no me voy a andar con vueltas y voy a preguntar lo que todo el pueblo argentino quiere saber. Sé que probablemente no puedas responderme por la cuestión de la privacidad que se suele mantener respecto a las investigaciones policiales, pero con intentar no pierdo nada.
¿Están cerca de atrapar a este asesino serial tan particular? —preguntó sin rodeos el conductor del programa. —De hecho, hoy estás libre de hacerme la pregunta que quieras. Puedo revelarte todo. Respondiendo a tu pregunta, sí, estoy muy cerca. Si bien cada día T.A.I se vuelve más impredecible, también se está volviendo más errático. Sus métodos están empezando a fallar y está recurriendo a medidas que estoy seguro jamás hubiera tomado. Lo estamos acorralando. —¿Y qué me decís de la muerte de Martina Laverde? ¿T.A.I es el responsable? —Sí, T.A.I se adjudicó la muerte. Encontramos la bala mortal y tenía una inscripción grabada que decía "no pueden escapar". El disparo se realizó con un arma de alto calibre. Martina estaba por mudarse con su familia a Estados Unidos. Una muerte trágica, como todas. —Sin duda que es una tragedia. Damián, decime. ¿Tienen alguna pista de quién es el culpable? —preguntó Canaletti. El comisario no contestó—. ¿Damián? —Decime. Esa palabra me trajo recuerdos. ¿Qué me habías preguntado? —respondió Damián haciendo alusión a la broma que le hizo Ramiro cuando el comisario le prometió protegerlo a costa de todo. Le había fallado. —¿Tienen alguna pista de quién es el culpable? —repitió el conductor echando una mirada de reojo al productor, sin entender la reciente actitud de Barrios. —Es uno de los alumnos de tercer año. Ya no queda duda —contestó en seco. En ese preciso instante, a T.A.I se le hizo un nudo en la garganta. —Decir que un adolescente es el responsable de una serie de asesinatos crueles y macabros parece una utopía, ¿cómo llegás a esa conclusión? —La cantidad de personalidades que tiene la página que T.A.I nos da es dieciséis, la misma cantidad de alumnos de tercer año, y después de un análisis profundo y completo del entorno, las cartas, el modus operandi y las víctimas, solo uno de los compañeros puede tener un vínculo tan cercano. No hay lugar a más sospechosos. —¿Te das cuenta de que tu teoría se basa en suposiciones y ni una prueba fehaciente? —arremetió Canaletti.
—No te preocupes, cuando lo agarremos me lo vas a agradecer. Vos me preguntaste algo, yo te respondí. —Y entonces explicame, ¿cómo un adolescente tiene acceso a un arma de alto calibre, veneno, es capaz de prender fuego una casa, sigue yendo al colegio y no deja ni un rastro? —Porque no trabaja solo —respondió. —A todo esto, y suponiendo que tenés algo de razón, ¿por qué no interrogás a todos los alumnos y hacés que deje de matar de una vez? —El periodista estaba irritado. —T.A.I hace lo que hace por un fin, y no se va a detener hasta que cumpla su objetivo o caiga en el intento. No le va a importar tener toda la presión encima, va a seguir sus planes hasta el final. Para atraparlo necesito tener todas las piezas del rompecabezas, y todavía me faltan algunas. —Ajá —dijo el conductor dudando de la respuesta del comisario—. ¿Sabés quién filtró la información de T.A.I a las redes? Solo si tenés pruebas, si no te agradezco. —Sebastián Astudillo, uno de los alumnos de tercer año, fue el responsable. Rastreamos las cuentas que revelaron la información del caso de T.A.I y nos llevaron hasta una dirección IP que, convenientemente, era su casa. El conflicto está contenido. —Seguiremos después de la pausa —cortó Ricardo Canaletti, el conductor del programa. —¿Puedo decir algo antes? —interrumpió Damián. —Adelante —contestó el conductor ya irritado por la actitud tan distendida del comisario. —Sé que estás ahí mirándome, y te repito lo mismo que dije el día que entré a tu grado por primera vez: voy a encontrar al culpable aún si eso sea lo último que haga. Voy por vos. Esa noche Damián cumplió su objetivo a la perfección. Él sabía bien que el pueblo lo juzgaría por sus teorías sin base y que probablemente dudaran de su criterio, pero a Damián lo único que le importaba era dejarle bien claro a T.A.I de lo cerca que estaba. A Damián tampoco le importó romper con la confidencialidad que había que mantener con el caso. Tenía el apoyo del presidente, e incluso un indulto si lograba atrapar a T.A.I. T.A.I sintió de cerca el abismo. El mismo abismo del que Damián volvió y se recuperó con más fuerzas. Unos pasos más y podría ser jaque mate.
Podría ser caer el vacío. Pero T.A.I no lo dejará tan fácil.
CAPÍTULO 22: ERROR La ejecución de mi plan para presionar a T.A.I salió tal cual lo esperaba. Solo el tiempo me dirá si logré cumplir con el objetivo, pero lo importante es que la intención estuvo. Aun así, ante todo plan maestro de un ajedrecista, siempre viene el contraataque. El problema del contraataque de un asesino serial es que se ha llevado otra vida a su ya extensa lista de víctimas adolescentes. Florencia Vidriati pagó con su sangre. Lo peor de todo es que uno de los alumnos fue el primero en ver la horripilante escena que T.A.I dejó en el aula de tercer año. Según me ha contado Lorena, la preceptora, Lucas Orosco se topó con el cuerpo destrozado de su compañera Florencia cuando entró a su aula a las ocho de la mañana. Decidí cerrar el colegio inmediatamente y ver con mis propios ojos la escena del crimen. De todas formas, el trauma para los chicos ya es irreparable. No dejé que nadie más entrara al aula hasta que la policía científica llegara. Había que intentar que la escena no fuera corrompida por errores pelotudos. De esos ya cometimos bastantes. Me dispuse a abrir la puerta del aula de tercer año sabiendo que lo que me esperaba era un baño de sangre, una pintura que T.A.I seguramente me había dedicado por lo que había hecho ayer a la noche en la televisión. Y no me equivocaba. Incluso fue peor de lo que imaginaba. Colgada del pizarrón y con las extremidades separadas de su cuerpo por unas cuerdas bien apretadas, el cuerpo de Florencia yacía sin vida. La sangre ya no chorreaba. Se notaba como el cuerpo había pasado horas en ese estado sin ser visto ni notado por nadie. Por debajo de sus piernas, una frase escrita con sangre: no soy el abogado, comandante. Una incógnita me está preocupando demasiado, ¿cómo es que T.A.I tuvo todo el tiempo del mundo para hacer este show y nadie siquiera ha reportado algún movimiento extraño en las últimas horas? No se puede ir llevando un cuerpo como si nada. La perfección y precisión de este asesino tiende a ser incluso sobrenatural. Los chicos de tercer año se siguen muriendo en mis narices, pero sé que estoy muy cerca. Este fue, con seguridad, el último acto preparado que
T.A.I va a poder cometer. Lo presiento, lo huelo. Falta poco. No hay nada más que ver en la escena de crimen, solo intentar olvidar esos entristecidos ojos abiertos de Florencia que supieron tomar valor y enfrentar a T.A.I. Aunque no parezca, las muertes de estos inocentes están rompiendo mi corazón en pedazos, pero debo mantenerme fuerte hasta que todo termine. Hoy, a dos años de la trágica muerte de mi esposa, se me hace muy difícil. Se me cruzó, ¿cómo iba a querer atropellarla? Éramos felices juntos. Maté incluso a nuestro bebé. —Damián, volvé. Concentrate —sentía como Julieta me hablaba en mi cabeza para que me metiera de lleno en el caso de T.A.I y dejara de pensar en ella. Soy fuerte. Puedo. Teniendo como certeza que es uno de los chicos del grado, cada vez quedan menos: Darío, Gonzalo, Sofía, Belén, Jazmín, Estefanía, Sebastián, Lucas, Julián e Ignacio. No se puede descartar a ninguno. ¿Por qué? No hay porqué. Simplemente es la ley número uno del policía en casos tan complejos como este: todos serán sospechosos hasta que se demuestre su inocencia. Tan pronto estaba por salir del aula, un destello de grandeza abordó mi mente: ¿adivinen que vi? Un pelo. Llámese milagro, pero la luz exterior que proyectaba una de las ventanas me permitió verlo a través del reflejo. Un pelo puede arruinarle todo a T.A.I. Solo tengo dos cosas que hacer: esperar los resultados de laboratorio e investigar a las familias de cada uno de los chicos. Como dije con Canaletti, acá hay cómplices. No me va a quedar ni uno suelto. ¡La vas a chupar hijo de puta! O hija. Tic tac. Son las agujas del reloj anunciando tu final, amigo invisible.
CAPÍTULO 23: REVELACIÓN La muerte de Florencia solo trajo aparejada una cantidad preocupante de hechos irrefutables: la escuela Alfonsina Storni permanecerá cerrada por tiempo indeterminado; T.A.I se adjudicó su víctima más sangrienta y despiadada; los chicos de tercer año están más asustados que nunca. ¿Cómo no estarlo? El relato morboso de Lucas Orosco del cuerpo de su compañera colgado en el pizarrón ya es conocido por todo el aula. Es evidente que Sebastián no es el único en cometer actos infantiles y despreciables. En cuanto a ese pelo que Damián encontró en la escena, el resultado cotejado tardaría por lo menos treinta y seis horas en revelar la persona a la cual pertenece. Horas interminables para el comisario. Los chicos, en cambio, ahora solo podían sentarse a esperar que el calvario terminara. Dicen que la unión hace la fuerza, y precisamente eso hicieron Darío y Gonzalo. Sabiendo que los dos estarían completamente desorientados en su hogar, Gonzalo invitó a su casa al último que quedaba de su grupo más cercano de amigos, Darío. La tarde fue como muchas que compartieron en el pasado: una rica merienda y un buen Fortnite mezclado con algunos penales en el patio conformarían lo que para ellos era una diversión absoluta. Incluso en los momentos más difíciles, las cosas más simples son las que hace a uno feliz. Darío y Gonzalo lo entendieron perfectamente. La noche llegó con el pasar de las horas y trajo aparejada un descenso de la temperatura poco usual para el mes de octubre. Darío necesitaría una sábana extra o de lo contrario se cagaría de frío, y aventurado sea aquel que desee desafiar al frío en medio de la noche. Podríamos incluso catalogarlo como un reto insano. La cena transcurrió en silencio, y todos los destellos de alegría que en la tarde los chicos habían logrado emitir se apagaron con la llegada del frente frío y una noche sin estrellas. Los dos adolescentes se fueron al cuarto de Gonzalo sin pronunciar palabra, pero no por una cuestión de ánimo si no por el simple hecho de querer evitar una conversación incómoda en la cena con los padres del anfitrión, que se podían poner muy hinchapelotas cuando tenían ganas.
—Boludo, que silencio había en la mesa. Peor que cuando descendió River. El fantasma de la B —bromeó Darío mientras se tiraba en la cama. —La concha de tu hermana, bostero del ojete. Pecho frío —contestó Gonzalo tirándole un almohadón. —Che, hablando en serio. Te tengo que contar algunas cosas —cortó en seco el huésped. —¿No crees que ya tenemos suficientes cosas serias con toda la mierda que estamos viviendo? —Ya sé, pero si no fuera importante ni te lo diría —contestó rápidamente Darío apoyándose contra la pared. Gonzalo estaba justo a su lado. —Bueno, dale. Te escucho. —No es tan fácil. —Dale, tarado. Sabés que podés confiar en mí. Darío le susurró algo al oído de su amigo, y Gonzalo cambió de forma muy repentina su expresión. —¿Esto es en serio? —preguntó Perfón, el anfitrión al que al parecer le acaban de contar el secreto más grande. —No, es una joda, forro. Como si yo fuera a joderte con algo así —dijo Darío con un tono entre decepcionado y nervioso. —Pero entonces, ¿cómo? ¿Desde cuándo? ¿Quién más lo sabe? —Lo sabía solamente Ramiro y no sé, no recuerdo la fecha. Creo que desde este año. —Man, la puta madre, eu. Me dejás helado. —Sí, ya sé. Me la tengo que bancar como puedo. No la estoy pasando bien. Por favor no digas nada. —Me tenés acá para lo que necesites, amigo —respondió Gonzalo. Los dos chicos ignoran una verdad absoluta: la revelación que acaba de dar Darío involucra directamente a T.A.I. Y aquella revelación puede cambiar todo si sale a la luz.
CAPÍTULO 24: REVELACIÓN II Darío y Gonzalo no fueron los únicos en reunirse para unir fuerzas. Jazmín y Estefanía, amigas incluso desde antes que cada una naciera por la estrecha relación que comparten sus padres, coordinaron el mismo plan que los otros dos adolescentes habían concretado. Obviamente, hay diferencias. Jazmín y Estefanía no son aficionadas ni del Fortnite, ni de los penales en el patio, ni de las disputas entre River Plate y Boca Juniors. Ellas, por su parte, se retuvieron a charlas más bien precisas y orientadas a su vida y sus acontecimientos. Podríamos decir que es una tendencia típica en las adolescentes mujeres de la edad en la escuela Alfonsina Storni, que hoy está lejos de abrir sus puertas nuevamente. —Jaz, me está pasando algo —dijo Estefanía a su amiga entrando a su dormitorio. —¿Qué pasa, nena? —contestó Jazmín tirada desde el sillón. —Me estaría chorreando el bife y no traje toallitas, ¿tenés para prestarme? —Boluda, te dije que no hables así. Suena feo. Y sí, ya te traigo — contestó saliendo por una puerta lateral que conducía directamente al baño. Solo dos minutos más tarde, Jazmín ya venía con los suministros—. Acá están. —Bárbaro, qué velocidad —respondió Estefanía Durango dando un portazo, pero sin dejar de hablar—. Che, ¿qué onda vos con Gonza? —Ahora nada, ni puedo pensar en eso. Antes estábamos en algo. —¿Y qué incluye ese algo? —Varias cosas. No voy a decir más. —¿Garcharon? —preguntó Estefanía sin ninguna incomodidad mientras salía del baño. —¿Qué decís, tarada? Me lo comí unas veces y listo che, no puede ser que seas tan bruta para hablar. Yo siempre te digo las cosas con tacto, estaría bueno recibir lo mismo, viste —agregó muy ofendida Jazmín. Estefanía la miró estupefacta por unos segundos, y algo cambió en ella tan pronto empezó a hablar.
—¿Sabías que si no fuera por vos yo ya estaría muerta? —lanzó sin más Estefi, y la expresión de Jazmín se transformó radicalmente—. Los problemas con mi cuerpo, mi autoestima, los quilombos con mi viejo, las giladas de los pibes, el daño que me hice por un montón de tiempo. Pasaron tantas cosas, y vos siempre estuviste ahí. Siempre me escuchaste, siempre me calmaste, siempre me aconsejaste, siempre te tuve. Siempre. ¿Y sabés qué siento? Que nunca te lo agradecí, que siempre lo di por sentado. Gracias, gracias por todo. Te amo con todo lo que soy. —Me dejaste sin palabras. Por vos, yo mato. Vení —contestó Jazmín abriendo los brazos para recibir un abrazo. —Aunque después de todas las cosas que acabo de decir, todavía me queda la peor. Para esto necesito que no me juzgues. ¿Me lo prometés? — preguntó Estefanía. —Te lo prometo. Pinky promise —dijo haciendo el juramento con su compañera. —No me imagino estar sin vos, y hoy por hoy sabemos que en cualquier momento nos puede tocar. Quiero tener la certeza de que si voy a morir por lo menos va a ser de la forma en la que yo quiera. —No me gusta a donde va esto. —Amiga, estamos sufriendo todos. Se murió Marti, Flor, Diego, Pedro, Mariano y Ramiro. No quiero tener que soportar esto ni un segundo más. Me quiero ir de este mundo de mierda, y esta vez no es por boludeces mías. Basta. —Estefanía Durango, que no se te ocurra seguir con la idea que me estás planteando. —Quiero terminar con esta vida que no me dio nada más que un padre golpeador, una madre débil, un colegio lleno de pibes que se aprovechan de mi vulnerabilidad, un cerebro chiquitito que me hace llorar y sentirme menos por todo y un asesino serial que nos persigue —gritó Estefanía desconsolada. Jazmín tampoco pudo contenerse. —No me hagas esto, Estefi. No de nuevo, por favor —susurró su amiga con una lágrima cayendo por su mejilla. —Pero no me voy a ir sin vos, no me voy a ir a ningún lado. Juntas o nada. —No termines la frase, no la termines. —Dejemos las dos de luchar contra lo inevitable. La muerte.
La espera causa desesperación, la espera causa temor, vaya a saber quién es el valiente, de afrontarla sin pudor. No hay quien pueda ser más fuerte, no hay quien encuentre reparo, el muro indestructible de T.A.I, solo causa destrucción a su paso. Uno a uno va cayendo, los soldados se vuelven restos, de una guerra sin fin, entre el justiciero y los ajusticiados. Agárrese quien pueda, jueguen sus últimas cartas, el show del asesino, se está quedando sin jornadas. El acto final se acerca, tomará a aquellos bienaventurados, para darles una última lección, de buenos y malos.
CAPÍTULO 25: CONTROL Martes 24 de octubre Dos revelaciones realmente particulares podrían cambiar la perspectiva de T.A.I con algunas personas, y un asesino serial tan estructurado sólo puede detestar que los planes se vayan de sus carriles. Afortunadamente, nada está perdido. Por ahora. Tampoco se perdió la vida de ninguna de las dos muchachas, Estefanía y Jazmín. La conversación solo continuó con gritos, llantos e incluso una cachetada por parte de la adolescente que siempre tomó el papel de adulta en la relación. Una vez más, Jazmín salvó la vida de su amiga tan inestable. Tan fuerte y tan serena, la abogada ha logrado mantener la calma en el momento más desesperante de su vida. Pero hoy, ni Darío, ni Gonzalo, ni Jazmín, ni Estefanía tendrán los ojos encima. Es el turno de Belén Toscano. Un lobo solitario, sin duda, que vivió sus años rodeada de mierdas. Aunque esa noche iba a recibir una visita más que inesperada, de aquellas que no te esperarías nunca. —Ey, hola. ¿Qué hacés acá? —preguntó Belén abriendo la puerta principal de su casa. Sus padres habían salido a una cena con amigos. —Venía a ver cómo estabas, ¿puedo pasar? —retrucó la visita inesperada de la propietaria. —Sí, dale. Vamos para mi cuarto así estamos más tranquis —contestó sin problemas Belén. Los dos entraron y se fueron directamente a donde Toscano había indicado. —¿Por qué me hiciste esto? ¿Por qué? —La pregunta tomó por imprevisto a Belu, que cerró la puerta de su cuarto de un portazo. —¿De qué hablás? —Belén ya no se sentía cómoda. —¿Cómo pudiste quedarte callada todo este tiempo, aguantarte toda la mierda, vivir menospreciada por todo el mundo? ¿Cómo no defendiste tu dignidad, tu integridad? ¿Cómo? —El visitante se mostraba claramente alterado. —Ya nací así, siendo menos. ¿Sabías que mis padres biológicos me dejaron tirada en una bolsa cuando era un bebé? —No.
—¿Y sabés por qué mis padres adoptivos decidieron llevarme a su casa ese día? —No. —Porque no soportaban la idea de haber dejado morir a un bebito, pero las dos lacras siempre pensaron en ellos. Desde ese momento, hasta hoy. ¿Los ves por acá, conteniéndome, protegiéndome de T.A.I? No, están comiendo con amigos. —No sabía nada. —Antes de juzgar mejor cerrá un poco la boca. —Deberías haberle hablado así a todos esos que te quisieron lastimar. Ahora es tarde. —Ya te dije, no puedo. Estoy ahí, quiero decir algo y me bloqueo. Mi vida es una mierda. Siempre lo fue. —Me extraña, araña. —La visita sonrió por primera vez. Belén se la devolvió, aunque aún no terminaba de entender el propósito de la conversación. No lograba comprenderlo. —¿Y eso qué significa? —Nada, un chiste que decía alguien que quería mucho. —Gracias por venir —cortó en seco y cambió de tema Belén, como para sacar otro tema de conversación que no implicara tristeza. —No agradezcas, no lo hagas más difícil. —Ay che, ¿qué onda con esos comentarios? En ese preciso instante, alguien tocó la puerta: Damián, el comisario. Había conseguido los resultados de aquel maldito pelo. Aquellos resultados arrojaban a Belén Toscano. —¡Soy Damián! Vengo a hablar un rato, Belu —gritó impaciente desde la misma puerta principal por la que entró la visita minutos atrás. En ese preciso instante, una cantidad incontable de puntos se unieron en la cabeza de Belén y le hicieron clic: su visita inesperada era T.A.I. El asesino. —T.A.I es... Belén Toscano no vivió lo suficiente como para terminar de gritar esa frase. Un cuchillo filoso y reluciente cortó en seco el cuello de la adolescente, que pudo ver por un segundo como su vida se desvanecía y uno de sus compañeros se la estaba quitando. Damián llegó demasiado tarde. Sin Belén, sin T.A.I. Pero esta vez solo estuvieron a escasos metros y
segundos de descubrirlo. El acto final es inminente. Ya no hay más tiempo. Llegó la hora.
CAPÍTULO 26: ACTO FINAL Mariano. Pedro. Ramiro. Diego. Martina. Florencia. Belén. Todas víctimas de un asesino despiadado, cauteloso y perfecto. Bueno, casi perfecto. Lo perfecto no existe. Los planes de T.A.I sin dudas tuvieron imprevistos, pero nuestro amigo invisible siempre supo cómo esquivar los esfuerzos de la policía por encontrarlo. A fin de cuentas, para el acto final los sobrevivientes de tercer año eran casi como T.A.I los había imaginado. Entre Darío y Gonzalo, solo uno de ellos debería estar vivo. Gajes del oficio. Los planes fallan. Las cosas cambian. De eso se trata. Hoy, lunes treinta de octubre, comienza el acto final. Para T.A.I era el día más emocionante de su vida. —Che, ¿viste quién nos invitó a su casa? —le envió Darío a Gonzalo por WhatsApp al mediodía. —Sí, no sé qué onda. Además, rarísimo eso de no querer que se entere nadie —contestó su amigo unos minutos más tarde. —Fue, capaz no quiere que se enteren los viejos. ¿A qué hora vas? —A las cuatro, como nos dijo. Voy en bondi. —Sí, yo también. Nos vemos allá. El acto final será en la mismísima casa de T.A.I, y lo que los adolescentes jamás se hubieran imaginado era que la teoría de Damián siempre fue cierta. Uno de ellos fue T.A.I desde el principio. Lo peor de todo es que nadie puede culpar a alguno de los adolescentes, ¿quién puede ser tan macabro para pensar que una de las personas con la que compartís varias horas diarias es un asesino serial? Hubiera sido una barbaridad el simple hecho de cuestionárselo. Tarde, alumnos de tercer año. Tarde. Van directo a una trampa. El reloj cucú del hogar de T.A.I cantó las cuatro de la tarde, y un sol radiante iluminaba una brillante tarde primaveral. Las condiciones eran ideales, y para T.A.I que interpreta todo por señales, que el sol brillara en todo su esplendor era claramente un buen augurio. A todo esto, hay un factor que T.A.I tampoco pasó por alto pero que todos se deben estar preguntando: ¿dónde carajos está el comisario Damián Barrios y que mierda está haciendo? Cautivo. Incomunicado. Lejos de los
chicos. Lejos del acto final. Pero vivo. Sin el detective de la investigación al mando, T.A.I no se veía amenazado. Uno a uno, los alumnos de tercer año que quedaban con vida fueron al hogar de T.A.I, que esperaba impaciente. Abrió la puerta, le echó una mirada a su entorno y luego la cerró. Agarró a su compañero por la espalda y lo durmió con la ayuda de su padre. Ya saben, cloroformo. Lo llevó al sótano y lo sentó en su silla correspondiente con la ayuda de su madre. Así repitió el procedimiento siete veces más. La asistencia fue perfecta. Todo estaba en su lugar, menos una cosa: tan pronto T.A.I durmió a Gonzalo, el último en llegar, Damián se libró de su custodia. Sinónimo de librarse de una persona que te tiene prisionero: matarlo. T.A.I debería haberle pagado a un sicario más caro. Eso pasa cuando sos un primerizo en la Deep Web. Había conseguido librarse del cautiverio, ahora solo necesitaba comunicación y transporte. Estaba contrarreloj. Con una jugada realmente inteligente de su parte, el comisario volvió al tablero del juego, dispuesto a acabar con la partida de ajedrez. A todo o nada. Y ahora Damián estaba furioso. ¿Qué es peor que un comisario viudo, que mató también a su bebé, que tampoco tiene nada que perder y está furioso? Acertaron. Peor es que T.A.I comience con su acto final. —Hola, chicos. Disculpen las cadenas. Soy su amigo invisible —le dijo T.A.I a todos sus prisioneros, que no podían ver nada. Tenían tapada la cara. De una forma u otra, los chicos identificaron esa voz al instante. Se horrorizaron. Colorín colorado, soy tu amigo invisible, aquel que paró una cadena, de personas con odio visible. Colorín colorado, soy tu amigo invisible, aquel quien mató, y sin dudar, sangre derramó. Colorín colorado,
soy tu amigo invisible, aquel que, en la penumbra, supo distinguirse. Colorín colorado, soy tu amigo invisible, me juego todo lo que me queda, por vengar a quien nunca me dio pena, quien solo me inspiraba, a ser quien yo quisiera. Colorín colorado, este cuento todavía no ha terminado. Me queda explicar, y rezar, para que todos entiendan, la razón de mi accionar. De una forma u otra no me importa, si te toca morir, morirás. De lo contrario, vos sí que eras alguien especial. Me retiro por ahora, agradeciendo siempre a mi papá, por tener la heladera llena, y nunca dejarme atrás.
CAPÍTULO 27: YO, T.A.I Pronunciar esas palabras que tanto me fueron negadas por años me genera un alivio difícil de explicar. Les repito a todos que soy su amigo invisible como si fuera un disco rayado. Papá y mamá me observan desde la penumbra del sótano, convencidos como yo de que hicimos lo correcto. Libramos a todos mis compañeros cuyas almas estaban perdidas y cuya miseria era irreparable. Para el resto, los que presencian el acto final, depende de ellos. Bueno, dependió de ellos. Ahora depende del Juicio. Inspiré hondo, y me sentí lleno, vivo. Era hora de que mis invitados escucharan una triste historia. —Todo comenzó cuando un grupo de chicos de quinto año molieron a golpes a mi hermano hasta matarlo. Disculpen, reformulo. Como presencié que molieron a golpes a mi hermano hasta matarlo. No, él no se suicidó como creían ustedes. »Es muy interesante como la mente intercambia un recuerdo ficticio para protegernos de uno real y mucho peor. No, él no era mala persona. De hecho, era mejor que cualquiera de nosotros. Noble, atento, educado, amable, pacífico, calmo. Pero ¿a quién le importa, ¿no? Si lo podemos usar como saco de boxeo para hacerle la vida imposible, sirve. »Esos chicos lo hostigaron por meses. Y él, tan reservado, nunca dijo una palabra. Se guardó todo. Incluso le hizo prometer a sus amigos que no dijeran una palabra. ¿Qué se ganó? Una muerte terrible. No lo culpo. Nunca podría hacerlo. Tenía un corazón demasiado bondadoso como para hacer cualquier tipo de mal. »Éramos una familia común y corriente de clase media con sus dos hijos que asistían a una de las más prestigiosas escuelas de todo Buenos Aires, y de un momento a otro, ya no éramos ninguna de esas cosas. ¿Acaso esta noticia trascendió por la televisión y los diarios más reconocidos del país? No. Los padres ricos de los chicos abusadores cubrieron todo, y el colegio se lavó las manos. Mis padres ni siquiera fueron capaces de defender a su hijo muerto. Abogados costosos, trabas legales: hicieron lo imposible para enterrar el secreto. Y lo lograron. Tuvimos que mudarnos a la otra punta de Buenos Aires. Comenzar de nuevo. Pero no, no dejaríamos la causa impune. El corazón de nuestra familia se había vuelto el más negro de
todos. Sabíamos bien que aquellos chicos que despreciaron incontables veces a mi hermano eran intocables, y no, no nos quedaríamos de brazos cruzados. »Carla y Rubén, mis viejos queridos. La muerte de Pablo los destruyó por completo. Nos destruyó a todos. Así surgí yo. Así surgió mi personaje. Así surgió el amigo invisible. »Ya había pasado un mes desde que nos mudamos a Belgrano, y yo ya no podía contener el odio. Con trece años, solo pensaba en lastimar. Destruir. Hacer sufrir. Matar. Supe que tenía que vengarlo, y por mucho que quisiera, no podría acercarme a los asesinos de mi hermano. Por eso diseñé este macabro juego. Para que los adolescentes más despreciables paguen por sus pecados. Los estudié por dos largos años. Lo que hacían, lo que no hacían, lo que decían, lo que querían decir pero no se atrevían, los secretos más ocultos. Planeé todo de forma que quedara la menor cantidad de inconsistencias posibles. Todo para llegar a este día, con ustedes acá. Hasta me tomé el trabajo de asignarle una personalidad a cada uno, y que la persona que recibiera una carta tuviera el sufrimiento más tenebroso posible: el psicológico. »Pero no todo fue confeti. Cada uno de ustedes es una pieza de un rompecabezas más grande, incluso aquellos compañeros que tuve que matar. Cada cual tenía su rol. Porque no se equivoquen, no mato por placer. Mato por un propósito, un fin. Ya hablaremos de esto en la Lectura de Cargos. »Aquel día, mis padres tardaron una tarde entera en asimilar lo que sus ojos estaban viendo: su segundo hijo se convirtió en un monstruo. Y ellos tampoco tardaron en hacerlo. Era tal nuestra inestabilidad emocional en ese momento que vimos nuestro plan como la única salida para redimirnos y no caer en un abismo. Los reto a vivir sin la persona que más quieren en este mundo y no caer en el intento. »Así Carla, la vieja que todos ustedes conocen, una analista de sistemas implacable, se convirtió en cómplice de asesinato. Así Rubén, mi viejo al que ustedes siempre le tuvieron miedo por ser parte del Grupo Halcón, se convirtió en un asesino a sangre fría al aniquilar a Martina Laverde y su escape. Así Julián Márquez, quien les habla, se convirtió en su amigo invisible. Continuemos.
CAPÍTULO 28: TODO Y NADA —¡Tienen los ojos abiertos como platos! —dije, estallando de la risa—. Siempre quise decir eso desde que leí una de las cuantas historias cliché que hay en Wattpad. Nadie se rió. Que poca cultura wattpadiana. —Estás mal de la cabeza, ¡fuiste vos todo este tiempo, forro! Te odio, te odio. ¿Por qué no te morís? —me gritó la inestable de Estefi. No esperaba menos de ella. —No grites amor, nadie te va a escuchar —respondí indiferente. El resto observaba, pero ninguno se atrevió a hablar. Me senté en una silla al revés de como todos suelen hacerlo, con el respaldo para adelante y mis piernas estiradas. Solo estaba a dos metros de la hilera de rehenes, mis rehenes. Suspiré, esperando que alguien dijera algo más. —Dale che, les acabo de contar una historia conmovedora, ¿les comió la lengua algún ratón? —agregué arqueando las cejas y tomando una pausa—. Ojo, Gonzalo no cuenta. Sabemos que tenés una extraña afición por no pagar el escabio en las previas y que hasta Mariano te llamaba rata, pero acá no nos vamos a exceder tanto. —¿Por qué? —preguntó Nachito, que hasta ahora solo había mantenido la cabeza gacha. ¿El confianzudo del grado no se atreve a mirarme? —¿Por qué qué? —Espero no estar creando un incómodo trabalenguas. —Podría variarte esa pregunta en mil formas diferentes, pero supongo que por ahora me conformo con que me digas por qué nosotros estamos vivos —reformuló mi mejor amigo. Esta vez, nuestras miradas se encontraron. No vi miedo alguno. —¡Justo la pregunta que estaba esperando! Todos ustedes están vivos porque yo lo decidí, bueno, casi todos. Darío y Gonza, ¿me escuchan? — dije haciendo un chasquido con los dedos, los dos parecían un poco perdidos. Asintieron despacio. Es realmente admirable la calma que mantuvieron todos hasta ahora. Lástima que se vaya a poner difícil dentro de un rato.
—¿Vieron cuando me interpuse en la bala de Diego y te salvé la vida, Gonza? —Creo que esas cosas no se olvidan —me respondió, y una lágrima cayó por su mejilla. —Nada de eso fue preparado. Se suponía que Diego no iba a tener los huevos para matarte, entonces yo podía acabarlo tranqui, sabiendo que él había elegido su propio destino. No podía permitir que te mueras, al menos no así. —Porque de alguna forma tenía que competir conmigo para ver quien vivía —interrumpió Darío, que nada había dicho hasta el momento. —Veo que me prestaste más atención de la que pensaba, flaquito —le dije a Darío Humberto y me volví a dirigir a Gonzalo—. El percance con Diego me hizo imposible armarles el reto a ustedes, así que decidí que los dos estarían para el acto final. —¿Sabías que te van a agarrar, no? —Estos cambios drásticos de tema generalmente me irritarían, pero hoy nadie me saca la alegría. Viva la pepa, larga vida al rey T.A.I. Uy no, que comentario tan narcisista. Me retracto de lo que acabo de pensar. —Puede ser como puede ser que no, Jaz. De una forma u otra, la verdad no me interesa. —Juli, nos vamos arriba a vigilar el perímetro. Ya te dejé mis votos del Juicio en el archivo, y mamá también. Te dejamos solo —me dijo papá, y desapareció por las escaleras con mamá mientras me tiraban besos. —La Lectura de Cargos y su procedimiento es muy simple, muchachos. Primero voy a leer el expediente que hice para cada uno de los chicos que tuve que matar, con datos sobre su vida, decisiones y actitudes que tomaron, incluidos también los justificativos por los que esa persona tenía que morir. Recuerden, lo único que siempre quisimos fue vengar a Pablo castigando a los victimarios —dije, e inspiré profundo. Pude sentir como se me aceleraba el pulso—. Después voy a leer sus expedientes, y uno a uno voy a ir abriendo los sobres que me dejaron mis viejos. —¿Por qué nos querés hacer entender? —me interrumpió Darío por segunda vez. —No me interrumpas, por favor —respondí intentando disimular mi ira y tomando uno de los sobres que había en la mesa adyacente—. Por ejemplo, miren este sobre. ¿Leen lo que dice? Estefanía Durango y "papá".
Si en el papel que está adentro encuentro un "inocente", eso quiere decir que Rubén, mi viejo, decidió que podés vivir. Pero mi querida, para que sobrevivas necesitas conseguir un inocente más, ya sea el mío o el de mi vieja. ¿Entienden? —Necesito dos de tres inocentes o me vas a cortar en pedacitos. Buenísimo —me contestó sin boludeos Estefanía. Siempre amé su faceta tan brusca e impredecible. —Exactamente —contesté—. ¿Podemos comenzar? —Le gustabas a Darío. —Estefanía quería suicidarse conmigo. —Estaba enamorada de vos. Te adoraba. —Tengo una carta de despedida de Ramiro, la que escribió justo antes de que lo prendieras fuego. Los cuatro se hicieron uno, confesando de una forma que parecía hasta preestablecida. Me agarré la cabeza, estupefacto. Entré en shock. Necesitaba respuestas. Las necesitaba ya. Si la venganza no es justa y merecida, entonces habré matado a uno de los pocos chicos del grado que valía la pena, y no puedo hacer eso. Pablo nunca me lo perdonaría. Mierda. Voy a tener que darles una oportunidad a los acusados de defenderse.
CAPÍTULO 29: LA RESERVA Con defenderse me refiero a explicarse. No pueden darme la fórmula de la felicidad o la razón de nuestra existencia y que yo ni los deje hablar, aunque obvio, hay límites. —¿Quiénes verga se creen que son, pelotuditos? Van a hablar cuando yo se los diga o me hago un chop suei con los dedos de sus pies —bombardeé. Claramente no iba a hacer eso, pero ellos nunca lo sabrían. Los ocho se acurrucaron contra su asiento—. Gonza, arranquemos por vos. ¿Dijiste que yo le gustaba a Darío? ¿Escuché bien? —Sí —cortó en seco Gonza, intentando evitar la mirada asesina de Darío. —Puto, puto, ¡puto de mierda! —Darío estaba como loco. Intentaba librarse de su asiento para abalanzarse sobre Gonzalo. Mi cabeza estaba dando vueltas más que nunca, y no podía dejar de pensar en las cuatro revelaciones que estos giles me acaban de hacer. Calma, Juli. Calma. Esto no cambia nada. Te van a explicar qué quisieron decir con cada cosa y van a ser igual de culpables o inocentes que antes. Solo tenés que escucharlos. —Ya entiendo por qué Rama le pidió a Darío en su carta que fuera fuerte. Se ve que era el único que sabía —dijo Nacho. ¿Cómo chotis pudo conseguir la carta de despedida de Ramiro sin siquiera haberme enterado? —¿Y vos cómo tenías eso? No' tene' que avisar a nosotro' primero — comentó Sebastián en tono de la china del súper. Dios mío. Es más imbécil de lo que creí. —Ah, no. Vos sos un imbécil —deslizó Estefi. Por eso la amo, parece que me leyó la mente. —Muy buena la joda, Juli. Me encantó. ¿Nos podés ir soltando? — susurró Seba en tono burlón. —No te apuñalo ahora porque me voy del protocolo, descerebrado. Pero para que veas que esto es más serio que toda tu puta vida, mirame —le contesté. Una pistola Beretta 92 reposaba en el escritorio, justo al costado de los sobres. Sin dudarlo, la tomé con determinación y me paré de mi asiento.
—Sofía, vos hoy estabas acá solamente para demostrarle a los demás que hablo muy en serio. Sos mi reserva. La confirmación de lo que puede pasar si cometen un error. —¿Q-qué? —titubeó la Lolo. Que apellido de mierda. Lol. Trololololololo. —Gracias por ser tan insensata, tan falsa y tan poco original, gracias por no tener personalidad propia, por pegarte a una mina con menos aptitudes mentales que una mosca, y sobre todo, gracias por probarme que eras una hija de puta más cuando me mandaste una carta simulando estar enamorada de mí solo para reírte con tus amigas de mi reacción ¡Gracias! Nos vemos en el infierno —dije, y me acerqué hasta su oído para poder susurrarle —: nadie te va a extrañar. Volví a dar un paso hacia atrás, empuñé el arma, respiré hondo y puse uno de mis dedos en el gatillo. No me detuve a observar al resto de mis compañeros, pero supe por mero instinto que estaban demasiado obnubilados como para siquiera pedirme que no la asesinara. Sofía lloraba. —Chau. Disparé. Su cabeza se desplegó hacia abajo, la muerte fue instantánea. Un hilo de sangre comenzó a chorrear en sus zapatillas. Dejé de pensar por un segundo en todo. Me olvidé de Pablo, mis viejos, T.A.I. Todo. Y recordé el pibe feliz que era. Un chico normal. ¿Cómo llegué a esto? Enloqueciendo, sin duda. Y ya no hay vuelta atrás. Tomé la silla en la que aún descansaba el cuerpo sin vida de Sofía y comencé a arrastrarlo hacia atrás, lejos de la visión del resto de los rehenes. Ahora sí me dediqué a mirarlos. Sobre todo, a Sebastián. Estaba desconcertado, perdido. Para un chico que tiene todo resuelto y que su vida se basa en una fantasía, su cabeza ahora debe estar maquinando a mil por hora. El resto, mudo. Las expresiones eran variadas, pero no podían ocultar su impacto. Se hizo un silencio. —Yo, yo... Matame, Juli. Por favor, acabá con mi miseria —dijo Darío, que sollozaba. —¿Por qué iría a hacer eso ahora? Me compadezco de tu situación, en serio. Descubriste tu homosexualidad enamorándote de un compañero que es un asesino serial, una pija. Literalmente.
Qué mala combinación de palabras. —Nacho, no entiendo, ¿cómo tenías la carta de Ramiro y no dijiste nada? —increpó Gonzalo, ignorando por completo que acabo de matar en su cara a una de sus compañeras. Las reacciones de estos pibes son lejos lo más raro que vi. —Se lo prometí. Solo podía leerla si algún día encontraba a T.A.I, y acá lo tenés. —Gracias por el dato, lo voy a tener en cuenta —dije señalando el teléfono de Ignacio, que reposaba en una segunda mesa auxiliar que habíamos preparado. Me quedaba descubrir los dichos de Jazmín y Estefanía. El primero ponía en riesgo uno de mis veredictos, y el otro me daba la certeza absoluta de que con Estefi estábamos hechos el uno para el otro. Vamos primero con la mala noticia. —Jazmín —dije. La chica me ignoraba, casi inconsciente de su entorno —. ¡Jazmín! ¿Qué hiciste cuando Estefi te propuso que se quitaran sus vidas? —Me enojé, le grité, le dije que íbamos a salir de esto juntas, como siempre —contestó tartamudeando y a un volumen casi inaudible la abogada, Jazmín Schetzner. Excelente. Jazmín se mantiene igual. Estefi, no tanto. No me hace falta saber sus razones, ya era conocedor de su inestabilidad. —¡Ayuda, que alguien nos ayude! —comenzó a gritar Lucas. Ingenuo. —Nadie te escucha, velociraptor —respondí, haciendo referencia al apodo que le habíamos puesto entre todos al atleta, el corredor—. Es un sótano anti-bombas, podés imaginarte todas las características que implica una habitación así. Por si no te quedó claro, implica que nadie te puede ayudar. Estefi. Mi Estefi. No dejaba de pensar en ella. Todavía no entiendo como mantuve la cordura todo este tiempo. —Estefi, vos... —me detuve. Mi respiración se aceleraba, incapaz de pronunciar las siguientes palabras por unos segundos—. ¿Vos me amabas? —Amaba al Julián Márquez atento, cariñoso, amigable, caballero, compasivo, sensible, bueno por sobre todas las cosas. Este Julián... Sos una bestia, un impostor. No te conozco —decretó. Mi corazón se partió en dos,
aunque esa era la respuesta que estaba esperando. No podía pretender otra cosa. —¿Y vos qué pensás? ¿Que yo quería enamorarme de una de mis posibles víctimas? No, mi querida. Fuiste la oveja negra de mi plan, pero no puedo culparte por eso —repliqué, y Estefi solo pudo bajar la cabeza, ocultando sus hermosos ojos. Me tranquilicé al conocer los sentimientos de Estefi. Supongo que se enamoró de una de mis facetas, tal vez esa con la que vivía antes de la muerte de mi hermano. Mi consciencia comenzaba a estar en paz, poco a poco. Ahora sí, fin de las revelaciones. Volvemos a la normalidad, al plan original. Estiré mi cuello, soné mis nudillos, elongué mis piernas. Ya no hay quien pueda frenar lo inevitable: la tan triste realidad que después de la Lectura de Cargos, no todos saldrán con vida. Ya no hay máscaras. Ya no hay cartas. Solo ellos y yo, descifrando las verdades más crudas.
CAPÍTULO 30: LECTURA DE CARGOS. LOS PECADORES Me trae sin cuidado el charco de sangre que se sigue acumulando detrás del resto de mis rehenes. Sé que no van a ser tan morbosos como para darse vuelta. Me levanté de mi asiento y apreté mis nudillos contra la mesa contigua. Tomé uno de los archivos, que indicaba en una letra imprenta de color negro "los pecadores". —Voy a dar comienzo a esta primera lectura de cargos, que reúne a todos sus compañeros que tuve que matar. Llámenlo un justificativo de mis acciones. El que me interrumpa, ya sabe —dije haciendo un gesto de que les cortaría la cabeza—. Comencemos. Mariano Campos. El emprendedor. Fue el primero que odié desde que llegué al colegio. Siempre tan forro, siempre tan soberbio, era la viva imagen junto a Pedro de los hostigadores que terminaron por matar a mi hermano. ¿Saben lo que fue aguantar tanto tiempo sin poder cortar su cuerpo en pedacitos? Desesperante, pero su muerte fue la más disfrutada. ¿Qué puedo decir de esta lacra? A ver, lo saben por ustedes mismos. Yo una vez lo encontré apretando a un pibe de primer año diciéndole que su madre era una gorda judía. Bien despectivo, y con esas palabras. De eso se trata ahora para chicos como él. Ver quién dice la puteada más linda, ver quién es el más capito. Y acá todo se remonta a familia. Educación. A los viejos de Mariano les sobra guita, y a su hijo mayor lo malcriaron a más no poder. No le vi un atisbo de luz. Solo oscuridad. Solo le vi odio. Resentimiento. Su presencia me causaba rechazo. Entonces lo entendí. Supe que Mariano sería mi muerte número uno. No por coincidencia, todo hay que atribuirsélo a que es el hijo de puta número uno y nada ni nadie podría quitárselo. Pedro Olea. El innovador.
La otra cara de Mariano, pero al mismo tiempo justamente todo lo contrario. Me costó entender de dónde venía su personalidad al principio. Era como que no me cerraba. Después supe que su papá era un alcohólico, que le había pegado a su mamá y que murió en un accidente de tránsito hace seis años. Sentí compasión por un segundo. Les juro que sí. En un punto era alguien como yo, que vivió una tragedia terrible o tuvo una infancia difícil y reprimió las cosas como pudo. Pero las reprimió tan mal, que mi compasión se fue al carajo en un toque. Estábamos en una previa. No me acuerdo de quién. La mayoría había tomado bastante. Yo ya me estaba por ir. Giro la cabeza cuando estaba por abrir la puerta y lo veo a él sentado en un sillón, con tres pibes más chicos al lado. Creo que eran de segundo año. Estaban tan concentrados en lo suyo que nunca me vieron. Concentrados repartiendo sobrecitos comprometedores y con billetes por todos lados. No había que ser una eminencia para interpretar la situación de forma correcta. Les estaba vendiendo droga, ¡droga! Un completo sorete. Me asqueé por siquiera haberme preocupado y pensar que era buena gente. Podés arruinarte tu vida todo lo que quieras, pero no arrastres a otros a la mierda en la que vos vivís. —Que irónico, eso es justo lo que estás haciendo vos —me interrumpió Nacho. En un frenesí tomé la pistola y disparé a la pared, muy cerca del rostro de Nacho. —¿Con esa boquita decís mamá? La próxima va a la cabeza, aborto viviente —dije para poder continuar mi monólogo en paz. Pedro Olea tenía que ser mi muerte número dos. Pedro Olea se hundió en su miseria como un barco a punto de naufragar. Ramiro García Labia. El virtuoso. Me dolió ver un chico con tan poca personalidad, tan influenciable y con tan poca autoconfianza. Nunca tuvo voz propia. Nunca tuvo una relación real. Y eso lo terminó convirtiendo en culpable. No era el autor de todas las mierdas que se decían y hacían, pero era cómplice. Alimentaba el odio de Mariano y Pedro. No le podía dejar pasar eso.
Lo único que espero es que al leer su carta se haya redimido de todo el mal que causó. Habrá muerto en paz consigo mismo. Ramiro García Labia, mi muerte número tres. Ramiro García Labia, un peon sin fuerza y una planta manejable. Diego Rubén Lapaño. El arquitecto. La soberbia y la altanería reflejada en una persona. Puede que si lo ves así no más decís "ah, es un pobre pibe", y lo dejas pasar. Pero no, no lo podés dejar pasar cuando se mete con otras personas. ¿Saben lo feo que es comentar algo en medio de una clase y que salga el mogólico este y te diga "ay, lo que dijiste está todo mal"? ¿Saben lo que era que lo haga todas las putas clases en todo puto momento? Sí, Seba. Vos lo sabés bien. Inaguantable. Para una personalidad fluctuante, Diego te hacía sentir una miseria. Pero no esperaba que quisiera matar a Gonza como le ordené. Eso terminó de eliminar cualquier sospecha que el comisario podría tener hacía mí, y además quedé como un héroe. Fue el mejor cambio de planes de la historia. Su muerte fue lo de menos. Él se encargó solito de quitarse la vida. De una forma u otra, Diego Rubén Lapaño fue mi muerte número cuatro. Diego Rubén Lapaño, una vanidad descontrolada. —Julián —me volvieron a interrumpir. Esta vez, la voz no venía de ninguno de los chicos. Era mi papo desde la puerta del sótano, y su rostro no reflejaba buenas noticias. —¿Qué? —contesté medio secote. Después me sentí mal por responderle así. —Están acá. ¿Recurrimos al plan de contingencia? —preguntó, y mi mundo se desmoronó. Tenía la leve esperanza de que no tuviéramos que llegar a esto. La puta madre. —Lo último que nos queda —susurré, y por primera vez en años me emocioné—. Sí, pa. Plan de contingencia. Te amo. Los amo. —Te amo, hijo. Desearía que las cosas hubieran sido diferentes para nuestra familia.
—Dale mis saludos a Pablo, por favor —le dije, y rompí en un llanto breve. Mi padre asintió y se fue, encerrándome en el sótano que habíamos preparado por meses. Encerrándome lo suficiente para acabar con lo que habíamos empezado.
CAPÍTULO 31: LA RESISTENCIA —¡Atención a todas las unidades, dirigirse al hogar de los Márquez, ubicada en Iberá al 794! Quiero un perímetro establecido, ¡y llamen al Grupo Halcón ahora! —comencé a vociferar por el radio del móvil. Lo peor ya había pasado, pero sigo sin entender el accionar de Julián. ¿Enviarme un sicario novato a capturarme para que me lleve a cincuenta kilómetros de Belgrano? Si lo mejor que le podía pasar a T.A.I era que yo me muriera. No, acá hay gato encerrado. Quien sea que me haya mandado a capturar sabía que me iba a escapar. La pregunta es, ¿por qué? Vamos a tener muchísimo tiempo para hablarlo cuando capture a este hijo de puta. Encontrar un teléfono o alguien que pudiera ayudarme casi me lleva a una crisis nerviosa. Creo que estuve por una hora vagando en este pueblo que estoy lejos de conocer. Gracias que encontré un buen samaritano. Me prestó su teléfono y enviaron un móvil. El oficial García. «Volvió Damián Barrios mameeeeeee'» pensé en ese momento, bien a lo Ricky Fort. Igual me lo guardé. Gritarlo no hubiera sido correcto. —Comisario, ya estamos acá hace cinco minutos, esperando sus órdenes. Un civil llamó al 911 confirmando que T.A.I se encontraba en esa misma dirección —me respondió otro de los oficiales vía radio. ¿Cómo es posible? —¿Quién realizó la llamada? —pregunté, ansioso. —El ex-director de la escuela, Pablo. No recuerdo su apell... —Ficader. Pablo Ficader. ¿Está bien? ¿Dónde está ahora? —contesté intentando mantener el porte, pero por alguna razón que desconocía los ojos se me llenaron de lágrimas. Algo en mí se alivianó al saber que el director estaba bien. —Fuera del perímetro, señor. Lo escoltamos a una zona segura —replicó el oficial. Pude discernir que se trataba de Lopenato. —Excelente. No quiero que hagan nada hasta que llegue a la ubicación. Mantengan sus posiciones. —A la orden, comisario. Acá los estaremos esperando. Lo que me da más bronca es no haber podido adelantar ni por un microsegundo las actividades de esta familia demente. Un camino de
migajas había quedado después de la muerte de Belén. Julián fue descuidado, y confió en su suerte que al final le fue esquiva: perdió la pulsera azul que llevaba en su mano izquierda. Tardé varios días en encontrar la conexión. No podía acordarme dónde había visto esa pulsera. Ayer se me prendió la lamparita. Aquel día en el que vigilé la zona tras la muerte de Mariano, crucé palabra con Julián y su grupo de amigos. La pulsera me llamó la atención en ese momento. No había posibilidades de que no fuera él. Comencé a unir los puntos y todo tenía sentido. Una madre hábil en computación, un padre miembro del Grupo Halcón. No necesitaba más ayuda. Solo indagando un poco más, buscando entrelíneas y en expedientes que aparecían como obsoletos en otras localidades, encontré la dudosa muerte de su hermano. Tenía el perfil psicológico. Tenía el motivo. Tenía sus cómplices. No me hacía falta más, podría llevarme a los tres y terminar con esta pesadilla. Pero lograron atrasarme lo suficiente al capturarme, y todo el tiempo que había ganado se fue por la borda. Permití que llegaran hasta este punto, y hoy, solo hay más chicos en peligro. —Señor, estamos próximos a entrar al perímetro —me dijo el oficial García. Que rápido pasa el tiempo cuando me pierdo en mis pensamientos. El móvil avanzó lentamente, dejándome ver a Pablo parado en una esquina, al parecer sin intenciones de abandonar la zona. Nuestras miradas se encontraron. Fue una conexión reveladora: entendí que apreciaba al director mucho más de lo que pensaba. Tal vez porque me veía identificado en él, tal vez porque vivimos el mismo sufrimiento. Y hoy, fue el ángel de la guarda. Advirtió al cuerpo de policía antes que cualquiera y les dio a esos psicópatas menos minutos de vida. Espero que cuando todo termine podamos tener una larga conversación. —Hasta acá avanzamos, Damián —me comentó el oficial, apagando el móvil y bajando del auto. Comenzamos a caminar hacia donde estaba la barricada—. Grupo Halcón está a la espera de tus órdenes, igual que la metropolitana y la federal. Visualizamos a un sospechoso, creemos que es el padre de Julián Márquez. —Era de esperarse, tenemos que encon... —¡Comisario, abajo! —gritó el oficial García, y asumí lo peor. Un estruendo propio de un arma de alto calibre salió despedida del hogar de los Márquez. La bala se vio impedida de llegar a su objetivo principal:
mi pecho. El oficial García se desplomó, salvándome la vida. El impacto había sido casi perfecto, a solo unos centímetros del corazón. Arrastré su cuerpo hasta estar cubiertos detrás de una patrulla. Ante la caída de un colega, el protocolo es proteger y neutralizar. —¡Fuego a discreción, y un paramédico, ahora! —arrojé con determinación, aunque sabía que el paramédico no podría hacer nada. —Mátelos, señor —balbuceó, ahogándose en su propia sangre. Cerró sus ojos, y su vida se desvaneció. Apoyé mis manos en su pecho, en señal de respeto, y observé todo el panorama. Necesitaba información. —¡Todos a cubierta, retrocedan y cesen fuego! —repetí un par de veces para que todos pudieran escucharme—. ¡Necesito que el líder del escuadrón Halcón venga ahora! El atacante, al no poder visualizar un objetivo claro, también cesó el fuego. —Señor, ese sería yo. Soy Vargas —respondió mientras se escudaba un hombre pelado cuyo cuerpo era el doble del mío. —Necesito un análisis de los recursos y los sospechosos dentro de la casa —contesté sin ánimos de presentaciones innecesarias. Estábamos en un momento pre-tiroteo. —Hemos identificado al atacante, y con mucho dolor podemos decir que es Rubén Márquez. Lo considerábamos casi una figura icónica en nuestro escuadrón, señor. Se lo respetaba mucho —dijo Vargas, y asentí. Quería que siga hablando—. Según lo que nos dijo el testigo, T.A.I tiene de rehén en algún lugar de la casa al resto de los adolescentes de tercer año. No podemos prever su localización ni algún daño colateral si entramos a interceptarlos. —Contame del personal de la operación, y cuál crees que es el proceder más adecuado —le pedí a Vargas mientras observaba las ventanas de la casa para ver si encontraba a Rubén. Debe haber cambiado de posición. —Veinte tipos de la metropolitana rodearon el perímetro y cubrieron cada salida, la federal está acá con nosotros como refuerzo para un fuego pesado y por último está nuestro escuadrón de catorce miembros de élite. Nos falta Rubén —repitió Vargas. Sin duda lo afectó muchísimo que el papá de Julián haya desertado—. Teniendo en cuenta que una posible
negociación ya fue descartada, ya que el sospechoso no hesitó en abrir fuego, propongo alardear un poco para revelar su posición, que la federal disponga un fuego a discreción mientras nuestro escuadrón entra por la puerta trasera de la casa. —Y cuando estén a punto de entrar por atrás, voy a comandar a la federal con una formación de tres por línea y escudos bien en alto. Los vamos a hacer sanguchito. —Excelente, comisario. Nos comunicamos por radio —dijo, entregándomela en la mano—. Cuando usted de la orden, procedemos. Vargas caminó hacia su escuadrón con cautela y empezó a hacer señas con sus manos, digno de cualquier líder de una fuerza élite. Chequeé que mi Browning estuviera en su lugar, que todos los oficiales recibieran el plan estratégico y se ubicaran en sus posiciones. Todo listo, entonces. Vamos a rescatar a esos chicos. —¡Rubén, sabemos que estás ahí! Te tenemos rodeado. No tenés ninguna posibilidad. ¡Entregate o vamos a tener que reventarte a balazos! Sentí el primer disparo. Que comience la cacería.
CAPÍTULO 32: LA RESISTENCIA II Rubén no se pudo contener a mi alarde sobrador. A ver, ¿quién en su sano juicio podría? Su primer disparo fue dirigido a los pies de uno de los oficiales de la primera línea de escudos. Buscaba romper la línea y tener un blanco fácil. Yo, por lo pronto, me retenía a buscarlo desde la tercera fila y esperar el momento oportuno para que el Grupo Halcón entre por detrás. El hogar de los Márquez tenía demasiadas ventanas ocultas, difíciles de visualizar, y dos pisos. Muchos ángulos, muchos ejes. Podría moverse rápidamente y nos costaría ubicarlo. Disparó tres veces más y encontró el pie izquierdo de un miembro de la federal. Su escudo junto al resto de su cuerpo cayeron al suelo con pesadez. Logró romper la formación. Sólo un tipo con sus destrezas, entrenamientos y habilidades podría ser tan certero en un momento como este. No se me hace difícil imaginarme cómo Julián aprendió tan rápido el arte de matar. De una forma u otra, logramos reagruparnos en un tiempo extraordinario. Nuestra rapidez seguramente salvó un par de vidas. —¡Tercer ventana a la izquierda de la puerta principal! —grité como si mi vida dependiera de ello. Rubén se reveló al cambiar su rifle francotirador por lo que parecía algún tipo de subfusil—. ¡Fuego a discreción, disparen al objetivo! Los refuerzos que nos acompañaban detrás desplomaron su poder de fuego, y el sonido ensordecedor de las balas y vidrios rotos se hicieron moneda corriente. Rubén desapareció rápidamente. Las cortinas de cada ventana estaban colocadas de forma que del exterior se pudiera ver lo mínimo e indispensable. A todo esto, ¿y Julián? Mi formación había logrado recomponerse con el cese de disparos de Rubén y la extracción del oficial herido. Continuamos avanzando en lo que parecía el corredor de la muerte: todavía faltaban quince metros para llegar a la puerta principal. Tenía que esperar para darle la orden al Grupo Halcón. Debíamos entrar los dos al mismo tiempo a la casa, y de esa forma no tendrían chances de
escapar. En ese momento, sucedió lo inesperado. Ya no era solo un sospechoso dentro de la casa. Ahora eran dos. Y utilizaron ese factor sorpresa a su favor. Solo un segundo antes de verla disparar el subfusil, divisé a Carla Márquez en el extremo izquierdo de la casa. Mierda. Acaban de flanquearnos. —¡Extremos de la casa, segundo piso! —Los padres de Julián usaron la altura como una estrategia clave del tiroteo—. ¡Que los refuerzos retrocedan, a cubierta! Formación, ¡avancen! Los refuerzos de la federal estaban desprotegidos. Por lo pronto, mi formación estaba a salvo. Giré mi cabeza y entendí que era el peor escenario: los ocho miembros de la federal que acompañaban nuestro avance hacia la casa acababan de ser finiquitados en un musical de disparos. No podía frenar el avance. Si no entrábamos ahora, solo les daríamos más tiempo para recargar y volver a prepararse. Aproveché la muerte de mis colegas a mi favor, ordenándole a la formación que avanzara decidida hacia la puerta principal, ahora a solo cinco metros de distancia. Rubén y Carla ya no tenían ángulo de tiro desde el segundo piso. Tendrían que bajar y batallar en terreno llano. —¡Grupo Halcón, entren ahora! —comuniqué por radio, y podría asegurar que en mi mente vi la cara de disgusto de Rubén. Esa no se la esperaba. De hecho, ni siquiera esperaba al Grupo Halcón. Deberían haber venido los GEOF, pero mejor dejar los detalles para otro momento. Imagino que algo de dignidad le queda en su oscuro corazón, ¿va a intentar matar a sangre fría a su propio escuadrón también? Llegamos a la puerta, y nos refugiamos bajo el pequeño techo que había en la entrada. —¡3, 2, 1, ahora! —finalicé el conteo para que los oficiales abrieran la puerta principal con la palanca. Con un poco de esfuerzo, cedió en segundos. Di el primer paso hacia el interior del hogar de los Márquez, liderando la formación. Sentí un escalofrío y que mi piel se erizaba. Después de meses
de decepciones y un avance casi nulo, los tengo. Ya los tengo. Volví a la realidad. Vargas con su escuadrón avanzaban por el fondo del pasillo principal. Me indicó con un gesto claro que se movería hacia la puerta derecha, y que a nosotros nos tocaba la de la izquierda. Eran los únicos movimientos posibles: puerta izquierda o puerta derecha. Tumbamos la puerta izquierda en búsqueda de Rubén o Carla. ¿Dónde están, pequeños? Le ordené a la formación que se desplieguen en grupos de tres y revisen el resto de las salas. Según el plano de la casa que Grupo Halcón había conseguido, después de la puerta izquierda se bifurcaba en dos dormitorios, un baño y un vestidor. Me dirigí al vestidor con dos oficiales detrás. Registramos con cuidado, pero no había señal de Rubén. Boom. Boom. Dos disparos. Creo que vinieron desde el dormitorio de los viejos, al otro extremo del vestidor. —Comisar... —dijo alguno de mis colegas, cuya voz no pude distinguir. El estruendo de otro disparo posiblemente acabó con su vida. Al mismo tiempo, oí cierta disputa desde el otro lado de la casa. Parecía que se dividieron uno para cada lado. Corrí con mi Browning en mano y oí más disparos y un par de gritos desesperados. Pero ¿quién es este? ¿Voldemort? Llegué hasta el baño y solo encontré más muertos. Temí porque todo parecía derrumbarse. Nos redujo en número, y posiblemente solo quedáramos vivos los dos oficiales que me acompañaban y yo. En medio de un descontrol en mi cabeza, supe que todo había terminado. Dos disparos más, de un arma tan reconocible como la Browning, destellaron detrás de mí. —Hola, Damián —me dijo Rubén, y atiné a apuntarle, pero supe que era una mala idea—. No lo intentes porque te vuelo la cabeza. —Está bien, tranquilo. No dispares —le dije, y pateé mi pistola hacia él. —Quería matarte para hacer los honores. —Que Dios te perdone, porque nadie más lo va a hacer —le contesté, apelando a conseguir un poco más de tiempo. Tres pasos nos separaban. —Todos tenemos nuestros motivos. Siempre. Hasta nunca, Damián. Se irguió para dispararme, y no vi rastros de humanidad en él. Supe en ese momento que no iba a titubear. Cerré los ojos, listo y preparado para
aceptar lo que se venía: el reencuentro con mi familia. Después de todo, me lo merezco. Boom.
CAPÍTULO 33: EL JUICIO FINAL Mis padres murieron. Lo sabía bien. Se despertó en mí la misma sensación que tuve cuando habían matado a mi hermano: los músculos se contrajeron, mi pecho se llenó como si estuviera a punto de explotar y las piernas temblaron del pánico. Aunque en comparación, esta vez fue mucho más leve. La muerte de papá y mamá eran necesarias parar terminar con el Juicio, la de mi hermano era totalmente evitable. Y sí, no había forma de que sobrevivieran. Toda la policía argentina debía estar fuera. Aproveché todos esos minutos de ventaja para ordenar mis archivos con cuidado, por el orden que había dejado preestablecido. Los acusados, ya sabrán, son mis compañeros. Unos capos. —Juli, por favor. Terminá con todo esto. Todavía estás a tiempo —me dijo Jazmín como por décima vez. El resto también se sumó a sus pedidos. —¿Qué parte no entendés, mamerta? No queda nada de compasión en mi conciencia. Me la consumí hace rato —contesté abriendo mucho mis ojos, intentando mostrarle que mi locura no tenía límites. Guardaron silencio. Entendieron por fin que su destino no dependía de ellos. Me fui a ver que la puerta hermética que habíamos construido estuviera en sus funciones por una última vez. Esa aseguraría que la policía no nos interrumpa en medio del Juicio, puesto que no se puede abrir. ¿Cómo funca eso? Ni idea, lo averiguaré en otra vida. Todo listo. —Gonzalo, sos el primero —dije, tomando su archivo. —¿Y qué tengo que hacer? —preguntó, claramente aterrado por mi respuesta. —Aceptar tu destino —concreté, y sellé las bocas de todos con cinta menos la de Gonzalo. Bienaventurados aquellos que sobrevivan al juicio.
¿Cómo no lo vi antes? ¿Cómo nadie pudo verlo antes? ¿Cómo un pibe de mi edad, mi amigo, uno de mis mejores amigos, no le queda ni una pizca de cordura? ¿Cómo pasó todo esto? ¿En qué momento todo se fue al carajo? Julián vendó mi boca con cinta de papel, y lo mismo hizo con el resto de nosotros. Solo dejó la de Gonzalo libre. Comenzó a rebuscar entre todos esos papeles que estaban a unos metros míos. Llegué a ver que el que me pertenecía estaba último, con un "Ignacio Sánchez" escrito bien grande con algún fibrón. Juli tomó el primer sobre, determinado, sin dudar. No había atisbos de esperanza para nadie. —Nunca creí en las mierdas esas de la caballerosidad, pero vamos a hacer una excepción. Mamá primero —comentó como si nada. Gonzalo trataba de contener la tensión. Al tenerlo justo a mi lado, podía sentir su respiración agitada. Jugó un poco con el papel en mano, causando que Gonza solo se exasperara más. Luego de unos segundos aterradores, abrió el sobre. Los corazones de todos se paralizaron. Ninguno quería ver morir a otro de sus compañeros. —Inocente. Veo que alguien logró convencer a mamushka —recalcó T.A.I, depositando el sobre ya usado en un cesto a su izquierda. —Solo uno más, Gonza, solo uno más —se repetía una y otra vez mi compañero a un volumen casi inaudible. Había cerrado sus ojos. Rubén, por el amor de Dios o la persona a la cual le vayas a rezar todas las mañanas, espero que sea el veredicto que todos esperamos. —El veredicto de papo puede definir tu inocencia en el Juicio final. Veamos —dijo, y abrió el sobre—. ¡Es inocente! Felicidades, Gonza. Merecés seguir con tu vida. Realmente. Yo también te iba a dar mi voto positivo. —¿Seguir con mi vida después de esto? Levantarme cada mañana y pensar en todo lo que nos hiciste pasar. ¿No ves que tu plan falla? — bombardeó Gonza, recobrando su compostura. —¿Cómo que falla? —preguntó Juli, ofendido. En su estilo perfeccionista creo que no se aceptan errores. —Si yo soy inocente porque a juicio tuyo y de tus papás soy una buena persona, ¿no pensás que las consecuencias de toda esta mierda me van a terminar destruyendo por dentro, poco a poco, minuto a minuto?
Julián se quedó mudo. —Darío, vos sos el próximo —cambió de tema drásticamente T.A.I, ignorando la pregunta de Gonza. Aprovechó también para quitarle la cinta. A Darío lo tenía un poco más lejos. Estaba en un extremo, al lado de Estefanía. El sótano en el que estábamos se puso más lúgubre y siniestro de repente. La luz tenue que nos iluminaba pareció hacerse aún más tenue, y se sentía un olor a muerte desagradable. Sofía. Pobre Sofía. —¡Inocente para Carlucha! ¿Desde cuándo mamá es tan permisiva? — gritó sin previo aviso Julián. Darío suspiró, pero parecía que no se atrevía a pronunciar palabra. —Todo va a estar bien, Dari —se animó a decir Gonza. Si yo fuera Darío, no confiaría nada en las promesas de su amigo. ¡El hijo de puta les dijo a todos su peor secreto! —Para papá Darío fue... —El maldito hizo una pausa—. ¡Culpable! Y va con un detalle: no hay lugar para los falsos en este mundo. Darío es fluctuante y débil. —¡No, por favor, no! —liberó Darío, desatando todas las emociones que llevaba dentro. Temí por la vida de mi compañero. Con un uno a uno, Julián iba a definir el veredicto. —Todo queda en mis manos —dijo mientras gesticulaba con sus dedos, seguro pensando internamente—, ¿por qué debería salvarte, Dari? —Yo... Yo entiendo lo que dice tu papá. Toda mi vida fui una sombra de lo que pude haber sido, pero puedo cambiar, ¡te lo juro! Dame una oportunidad —pidió Darío en sollozos. Sus lágrimas caían sin previo aviso. —No me alcanza, Darío. Tuviste el tiempo para hacer eso. Tuviste toda una vida. Voy a tener que acompañar la decisión de mi papá. —¡No, no! —gritó Gonza, y juro haber tenido la misma intención. Cinta del orto. —Te declaro culpable, Darío Humberto González. —Matame a mí en su lugar, Julián. Por favor —le pidió Gonzalo. Está demente. —Apreciamos tu honradez, pero voy a tener que rechazar tu oferta —le contestó Julián—. Igual tranquis, hasta que no termine el juicio final con
todos, ustedes no recibirán su castigo. Respiré aliviado. Tal vez ese sea el tiempo necesario para que la policía pueda salvarnos. De un momento a otro se empezaron a escuchar disparos desde arriba. Tal vez la pesadilla está próxima a acabar. —Vaya, vaya —dijo Julián a lo Bart Simpson, ¿cómo es tan enfermo? Creo que estaría dispuesto a matarlo de tener la oportunidad—. Veo que ya llegó la caballería. —¿Malas noticias? —preguntó Gonza, y soltó una risita. —Son malas para ustedes. Toc toc, ¿quién es? ¡La muerte llamando a su puerta!
CAPÍTULO 34: EL JUICIO FINAL II Juli dejó de boludear y se puso más eficiente que nunca. Yo, por lo pronto, seguía con mi boca tapada y cagado hasta las patas. Los disparos que se sentían fuera de la casa no cesaban. Rompelos todos, Damián. Hacelos bien mierda. —¡La próxima en nuestra lista es Jazmín! Cambiemos un toque, ¿qué les parece si abro los dos sobres al mismo tiempo? ¡Suspenso doble! —decía mientras le sacaba la cinta de la boca a Jaz. —Hacé lo que se te cante —contestó Jaz, secándose los mocos en su hombro. Hasta ese punto nos estaba llevando T.A.I. Tomó los dos sobres y los abrió en simultáneo. No estaba serio, estaba pasado de energía: realmente, un puto psicópata. ¡Y tiene mi edad y es mi mejor amigo! Que alguien me ayude a entender todo esto. —¡Culpable para Carla, inocente para Rubén! Por la chucha, esto está electrizante —decretó, y se dispuso a leer la letra chica—. También viene con el justificativo de mamá: tenías las armas para detener lo que pasaba a tú alrededor y no lo hiciste. Te retuviste a ayudar a Estefanía y con toda la furia a alguna más de las chicas. El resto, dejaste que se cagara de hambre en su miseria. ¿Y te hacés llamar la conciencia del grupo? —No soy el Dios de nadie. Estás cegado, Julián. Cegado. Lo peor de todo es que contagiaste a tu familia con tu enfermedad —bombardeó Jaz, como nunca la había escuchado. Dicen que en los momentos más críticos de la vida uno saca lo peor de sí. —Voy a ignorar tu comentario y decirte que para mí sos inocente. Las charlitas y el tereré lo dejamos para otro momento —respondió Julián indiferente, como si de una conversación cotidiana se tratara. —Qué alivio, Jaz. Tenía miedo de que... —dijo Gonza, pero fue interrumpido. —¿De qué Juli la vaya a matar como a mí? —retrucó Darío cabizbajo. —¡Se me callan, que no tengo tiempo! Continuamos con el Luqui —dijo Julián remarcando el Luqui por alguna razón que desconozco—. Vamos a ver tus votos.
Una vez más, repitió el procedimiento: le sacó la cinta de la boca al juzgado y tomó su archivo. —¿Por qué, Juli? ¿Por qué? —preguntaba Lucas, aunque tenía claro que no recibiría una respuesta. Yo creo que era su forma de expresar el asombro que tenía. El asombro que todos teníamos. Aunque si me pongo a pensar, asombro se queda corto. Cualquier cosa se queda corta. —Carlota te votó inocente, bien ahí —agregó satisfecho, tomando ahora el sobre que pertenecía al padre—. Lamentablemente, para papá sos culpable. Te dejó el siguiente comentario: hasta hace poco eras inocente, pero me di cuenta que eras de otra calaña. Un Sebastián más. ¿Un Sebastián más? ¿Qué significa eso? No sé si me asusta más esa frase o la reacción que tuvo Julián al leer el nombre de mi amigo. —Tengo que admitir que un poco me pasó lo mismo que a mi papu, pero no tanto como para darte el culpable. Lo tenía claro antes de venir acá. Sos inocente. Respiré de nuevo. Uno menos que ya no está en riesgo. —¿Puedo preguntar por qué? —intentó Lucas, supongo que para ganar tiempo. Los disparos se seguían escuchando. —No, no podés. No seas chupapijas —puteó Julián, y no pude evitar rememorarme a las cientos de veces que había escuchado esa frase salir de su boca. Lo que tenía claro es que esta no me la iba a olvidar nunca más. —Bueno, che —respondió Lucas, como quejoso. ¿Este boludo está buscando que lo partan al medio? Por favor que cierre el orto una vez en su vida. —¡Silencio, carajo! Sigue Sebastián, el pete —comentó Julián, y su actitud ante el archivo de Seba cambió. Estaba irritado—. Culpable para pa, culpable para ma. Esperate, ¿qué? Me estás jodiendo. Lo dijo así sin más. Julián estaba desenfrenado e impredecible, y predije por unos segundos su próximo accionar. Una vez más, luché con mis cintas. Quise escapar para prevenir lo que se venía. Pero no alcanzó. —¡Te odio, te odio! Aposté todo en vos cuando llegué a la escuela, fuiste el primero en el que confié. Resultaste ser una mierda, ¡un Marianito o un Pedro! —gritó Julián, pero después bajó la voz—. Sos la media, el adolescente ordinario. Sé que muy en el fondo está la persona que yo
buscaba, pero nunca jamás me diste un indicio de que podía llegar a aparecer. Julián sacó una navaja muy afilada de su media y dio dos pasos hacia Sebastián, que balbuceaba lo que podía e intentaba hacer un grito vacío con la cinta puesta. Se había puesto frenético. Como dije, Julián también. —¡Hoy y siempre, te detesto! Cada palabra fue una puñalada despiadada en el vientre de Seba. Lo mató. Mató a Seba.
CAPÍTULO 35: EL JUICIO FINAL II No creía que fuera capaz de tocar siquiera un pelo de uno de nosotros, nuestro grupo inseparable. No éramos un grupito formado recientemente. Desde la llegada de Juli, fortalecimos la relación entre los cuatro como ninguno lo había hecho antes en tercer año. Luqui aportaba su espontaneidad, Juli su seriedad y Seba su infantilidad por sobre todas las cosas. Discusiones y pequeños caprichos tuvimos, como todos. ¿De qué amistad me estás hablando sin peleas entre sus miembros? Pero, a fin de cuentas, éramos mejores amigos. Nos apoyábamos unos a otros, disfrutábamos momentos inolvidables. Risas, llantos, enojos, quilombos con minas, bailes de Fortnite, la paja conjunta por no querer estudiar. ¿Y todo eso? Nada existió realmente. Nunca existió. Mis atisbos de esperanza desaparecieron. Sentí como cada puñalada de Julián en el cuerpo de Seba atravesaban mi propio estómago, destruyendo los órganos vitales y causando un sangrado lleno de oscuridad. No por la sangre en sí, si no por lo que significaba. Comencé a llorar. Una lágrima, dos, y terminé perdiendo la cuenta. Quería gritar y patalear. Quería agarrar a Julián y amarrarlo contra la pared para preguntarle con toda la bronca del mundo «¿Por qué?» Pero eso solo se trataba de una utopía. Julián pateó la silla de Sebastián y este cayó hacia atrás, impactando su cabeza contra el suelo. Todavía estaba vivo. T.A.I se arrodilló al lado de él, observando su lecho de muerte con mucha frialdad. —Perdón —atinó a decir Seba, y desde mi ángulo pude ver como los ojos de mi amigo se cerraron para siempre. Le dijo perdón. Qué locura. Esto es lo que nos queda ahora, ¿no? Redimirnos de cosas que nunca sabremos que hicimos mal y esperar lo mejor. Julián esbozó un grito de satisfacción, y dentro de mí se despertaron unas náuseas asquerosas. ¿Cómo evitarlo? El simple hecho de estar con él es repugnante.
—¿Cómo? ¿Cómo pudiste? —preguntó Gonzalo, que también luchaba con sus trabas sin éxito. El resto de los que no tenían cintas balbuceaban y susurraban palabras inaudibles, producto del mismo shock por el que yo estaba pasando. Hace falta una guerra sangrienta o la muerte de algún ser querido para causar un trauma tan grande en alguien. Ahora quisiera que se imaginen ese sufrimiento multiplicado por diez. Uno por cada compañero de curso que él mató sin remordimientos. Y después, multiplíquenlo por cien. Uno por cada momento vivido con quien era tu mejor amigo y asesino serial al mismo tiempo. Tal vez ahí logren aunque sea asimilar de qué se trata todo esto para mí. —Después de este crudo y doloroso momento, vamos a continuar con la anteúltima de nuestra lista: Estefi —dijo Julián, gesticulando algo inentendible con las manos. —Basura —contestó Estefi tan pronto T.A.I le sacó la cinta, y aprovechó para escupirlo. Qué bien que estuvo. Ahora yo era el único que quedaba con la cinta puesta. ¿Por qué estaré último? —¡Los modales! —bramó con cierto dejo de humor—. ¿Lista para ver el veredicto de los viejos? —Vos me amas, no vas a ponerme un dedo encima —respondió. Julián pensó su respuesta por un segundo mientras tomaba los sobres. —Esperemos no tener que llegar a eso —dijo guiñándole un ojo—. Mirá vos que alivio, para mamá sos inocente. —¿Ah, sí? ¿Por qué no le chupo la concha a tu mamá también, en señal de agradecimiento? —respondió intentando mantener el porte. Todos sabemos bien que esta faceta de Estefi solo forma parte de su coraza protectora: si logras atravesarla, es demasiado sensible. Me sorprende que aún no se haya quebrado. —Y para el papo sos... ¡Culpable! Tal como esperaba. Te odia tanto que ni siquiera dejó detalle —agregó tranquilo Juli, mostrando que todo iba en orden. No se lo veía afectado. —Julián, no. Dejala en paz. Ya terminaste —se metió Lucas. Siempre entrometido donde nadie lo llama. —Relaja las tetas, boludo. Mi veredicto con ella va a ser distinto, y lo vamos a hablar después —contestó, y por alguna razón sentí que me pasaría
lo mismo. ¿Por qué ponerme antes de Estefi entonces, que parece ser la persona más importante para él? Inspiré profundo para calmarme. Ya no quedaba nadie más en la habitación. Llegó mi hora. —¡Nachito! Me quedás vos —dijo mientras me sacaba la cinta de la boca, y sentí una liberación armoniosa. Julián se fue de vuelta a sentar con su carpetita y sobres de mierda—. A ver, vamos a ver. ¡Culpable para Carla! Ey, esa no me la esperaba. ¿Vos? —Ya no sé qué esperar, Juli. Ya no sé nada —contesté, rendido ante el destino. —Pero, pero... ¡No te bajonees! Para papá sos inocente, amiguito. Mi veredicto lo hablamos más tarde, hay que cerrar unos temitas antes. Tenía razón. Algo pasa conmigo. Saqué todo el aire que tenía contenido, y en ese exhalo escuché una voz. Pero no una voz cualquiera. —¡Policía! ¡Julián, abrí esta puerta de mierda! No tenés escapatoria. Se trataba de Damián, y venía a salvarnos.
CAPÍTULO 36: EL CÓDIGO Escuché un disparo. El disparo que anunciaría el final de mi vida y el comienzo de una nueva etapa. Pero no me sentía muerto. Estaba más vivo que nunca. Abrí los ojos un poco perdido por la situación, más que nada por el hecho de que Rubén me estaba apuntando y se supone que ya me debería haber matado. —¡Sospechoso abatido, repito, sospechoso abatido! Aseguren el área — recitaba por radio Vargas, el líder del escuadrón Halcón. —Vargas, me salvaste la vida —le dije una vez que asimilé la escena. El cuerpo de Rubén yacía sin vida en el suelo, con un tiro limpio y raso sobre su cráneo. —¿Pensaste que iba a dejar que te ejecute? No, señor. Claro que no — respondió con una sonrisa picarona y un buen apretón de manos. —¿Qué pasó con Carla Márquez? ¿Cuántas bajas tuvimos? —pregunté sin más. —Con mucho esfuerzo logramos capturar a Carla Márquez con vida, Damián. La tenemos bajo custodia en uno de los patrulleros —contestó rascándose su barba, marcando una pausa—. En cuanto al estado de nuestras fuerzas, el tiroteo derivó en una masacre. Perdimos al oficial García de la metropolitana y a diez miembros de la federal, mientras que otros seis están gravemente heridos. —No te puedo creer, loco. No te puedo creer. Un hijo de puta arruinó la vida de decenas de familias inocentes, gente de bien. ¿Cómo es posible que exista gente así en este mundo de mierda? No me cabe duda de que T.A.I es el peor psicópata que enfrenté en toda mi vida. Y lo tuve ahí todo el tiempo. El sorete seguía yendo al colegio como si nada, como un alumno más. Lo ocultó tan bien que no tuve muchas ventanas de acción. Pero va a caer. No le queda nadie ni nada que pueda salvarlo. —Damián, encontramos donde está atrincherado Julián con los rehenes. Se encerró en un sótano con una puerta blindada que funciona como cuarto de pánico. La única forma de abrirla es introduciendo el código. ¿Alguna idea? —me dijo Vargas, sacándome de mis pensamientos. —Llevame hasta la puerta. Vamos a ponerlo nervioso primero
—respondí, y recién en ese momento me percaté de que todo el escuadrón del Grupo Halcón nos estaba rodeando, escuchando con atención y a su vez cubriendo el perímetro dentro de la casa. Uno nunca sabe. Vargas asintió y procedió a llevarme hasta la fortaleza de Julián, ubicada al otro lado de la casa, donde habían capturado a Carla. Un hogar hermoso. Que horrible que se haya convertido en un baño de sangre. —Este es el lugar —me indicó el líder de escuadrón. Observé el cuarto con atención. Se trataba de una especie de living, con un ropero bastante ambiguo y lo que parecía un mueble gigante para guardar mierditas de asesinos. Detrás de ese mueble falso estaba la puerta blindada que llevaba al sótano, dato que averiguamos mediante los planos de la casa. Interesante. Muy interesante. Tenían todo bien planeado. Pedí ayuda para correr el mueble y dejar la puerta blindada al descubierto, que parecía que relucía y brillaba en su acero puro. Sobre ella, descansaba una pequeña pantallita con números y el lugar para cuatro dígitos. Espero poder descifrarlo. —¡Policía! ¡Julián, abrí esta puerta de mierda! No tenés escapatoria — grité, y grité. Claramente no estaba esperando que me abra la puerta y me invite a tomar un café, pero puedo joderlo un buen rato y ponerlo nervioso. Seguí tirándole boludeces mientras pensaba en el código de cuatro dígitos. Pensé en llamar a la empresa que les instaló el sistema para que chequeen el código de la puerta y así poder abrirlo, pero después me acordé que Carla debe haber cambiado el predeterminado. No son tan tarados para caer así de fácil. No me quedaba otra que rebuscar en mi cabeza y analizar la psicología de esta familia. ¿Qué los impulsa? ¿Qué los lleva a esta interminable matanza? Según mi teoría, la muerte de uno de sus integrantes, del hijo mayor, del hermano de Julián, fue el desencadenante de su furia: Pablo. Y lo sé muy bien. Eran un trío preparado y extremadamente inteligente, pero cuando se trata de obsesiones y trastornos personales, ¿quién es capaz de hacerlos a un costado? Absolutamente nadie. Lo sé por experiencia propia. El código debía involucrar a ese hijo muerto, a ese hermano perdido. No cabía duda. Recordé su fecha de nacimiento, Pablo Márquez nació el cuatro de agosto de 1998. Hoy tendría diecinueve años.
—Creo que lo tengo —le dije a Vargas confianzudo, aunque por dentro estaba muy nervioso. Marqué los números 4, 8, 9, 8, esperando una luz verde o que la puerta se desbloqueara. No sucedió. Fallé. La pantallita indicó que el código era incorrecto. Volví a utilizar mi memoria lo mejor que pude, y nuevamente no me defraudó. Mi conducta obsesiva con este caso sólo hizo que me aprendiera absolutamente todo: sospechosos, testigos, fechas, datos cruciales. Según el archivo que saqué de la galera unos días atrás, el certificado de defunción de Pablo Márquez indica que falleció el 4 de mayo de 2015. Por favor. Si no es esa fecha, estoy en cero. 4, 5, 1, 5. Cuatro por el día, cinco por el mes, uno y cinco por el año. Suena bien, ¿no? 4, 5, 1, 5. La pantallita emitió un pitido y la puerta blindada cedió milagrosamente. Es hora, se termina. Ya no más T.A.I en la tele, en las noticias, en el diario, en mi casa, en el barrio, en todos lados. Hasta acá llegó. —¡Todas las unidades, al sótano! ¡Vamos a atrapar a este hijo de puta! —bramé con todo lo que me quedaba de garganta. Vargas chifló a su escuadrón y establecieron una formación para bajar con cuidado. Fui el primero en descender por la escalinata. Estaba frenético, quería agarrarlo ya. No había ventanas. No había mucha luz tampoco, simplemente una muy tenue. Lo que sí había era un olor a putrefacción increíble. Olor a muerto. Cuando bajé el último escalón olvidé donde me encontraba. Olvidé que era lo que hacía ahí. Olvidé esperar al Grupo Halcón. Olvidé todo. Muerte había. Eso seguro. Chicos vivos había. Eso también. Pero Julián no estaba.
CAPÍTULO 37: TE SENTENCIO Son efímeros. Son frágiles. Son determinantes. Las decisiones de vida se basan en esos tres puntos. ¿Efímeros? Pasan en un instante. ¿Frágiles? Todo pende de un hilo. ¿Determinantes? Lo que uno haga puede cambiarlo todo. En frente mío tengo una de esas decisiones que tomar. Con Damián en la puerta, el tiempo ya se convirtió en un concepto abstracto, nulo e inexistente en su totalidad. Y decir que confío mi destino en esa puerta blindada no es más que una mentira. No habría que haber hecho todo a las apuradas. O se hace bien, o no se hace. Construimos un cuarto de pánico para el Juicio Final que ni yo llegué a enterarme de su funcionamiento. Una locura. El gil del comisario Damián nos jodió demasiado desde su miseria. Con mis viejos intentaba convencerme de que estaba lejos, que no había cabos sueltos. Pero siempre hay. En el peor momento de todos, donde tengo que elegir quién vive y quién muere, me pregunto cómo no me di cuenta antes. ¿Cómo no eliminé a Damián del tablero de juego? Las cámaras. Los detectores. Las charlas con Ramiro. La visión periférica de mierda que siempre tuvo. Ese tercer ojo que todo lo ve. La puta noche que casi me agarra cuando maté a Belén. Todo el tiempo estuvo más cerca de lo que creí. Hoy lo tengo atrás de la puerta, preparado para cagarme a balazos y terminar con todo lo que construí por años. Un plan que era perfecto. Un plan casi perfecto. No me lo iba a arruinar. Todavía tengo con qué jugar: mi plan de escape. Cuando hablábamos con mis viejos del Juicio Final solo podíamos esperar dos finales: muerte o escapatoria. No había forma que no nos hayan descubierto para ese entonces. Por un momento dudé si tal vez lo mejor sería dar por finalizado todo, habiendo redimido a mi hermano y completado mi objetivo. Llegamos a la conclusión de que yo lo decidiría en el momento, pero que para eso tenía que tener lo necesario para afrontar cualquiera de las dos situaciones. La primera era sin duda mi preferida y la más sangrienta. Junto a un arsenal de fusiles de asalto, granadas y una trinchera pelearía hasta mi último aliento,
derramando toda la sangre que hiciera falta. La otra era escapar. Mediante un sistema de alcantarillado que se encuentra debajo del sótano, perdería el rastro de la policía entre los cientos de caminos posibles y comenzaría de cero o caería en el intento. El momento llegó. Observé a todos mis compañeros: los muertos, los vivos. Todos se veían igual de asustados. Visualicé cada uno de sus rostros. La inagotable incertidumbre de saber si su muerte estaba a la vuelta de la esquina. Primero tomé la decisión más simple: Damián no me dejó tiempo para completar el Juicio. Las etapas no estaban finalizadas, no pude hacer mis rituales. No, no puedo sacrificar a Darío. No, no puedo tomar una decisión sobre Estefi y Nacho. No puedo. —¿Qué pasa, Julián? —preguntó Jazmín, que ante el grito de Damián me veía que pensaba sin parar. En ese momento me iluminé. Supe qué era lo que tenía que hacer. —Darío, quiero que sepas que esto no termina para vos, ¿sí? No juegues a la play tranquilo, no cenes tranquilo, no duermas tranquilo. Voy a volver a buscarte, tarde o temprano, sea en esta o en otra vida. Darío me miró perplejo, y no tuvo ni los huevitos para contestarme. Los tiene más chicos que los de una codorniz. —Nacho y Estefi, se llevaron el premio sorpresa. —¿Qué premio sorpresa? —me contestó Nacho, y Estefi hizo como que asentía. —¡Se vienen conmigo! Nos vamos de fiesta. —Yo con vos no voy a ningún lado. Matame, cortame en pedacitos. No me importa —respondió Estefanía. Ay, pobre ilusa. Respuesta equivocada. —¿No venís a ningún lado? ¿Y te convenzo si te digo que si no venís conmigo yo voy a ir personalmente hasta tu casa, voy a cortar las patas de tu perro para que se las coman las palomas y después voy a agarrar a tu hermanita y la voy a tirar por la ventana? ¿Así me crees? Qué hermosa sensación sentir el poder y gozarlo con todos sus privilegios. —Yo voy, pero no metas a nadie más en esto, por favor. Dejalo así — contestó Nacho, aún atado a su silla. Vi como Estefi, ahora llorando desconsolada y sin remedio, asintió lentamente. Creo que ya queda claro cuál fue mi decisión, ¿no? Me llevo conmigo a Estefanía y a Ignacio. Al que le gusta el durazno que se banque la pelusa.
Para Damián, esto no termina acá. Por frustrar lo que era mío. Por hacerme llegar a este punto. Por cambiar absolutamente todo. Volveré con sabor a venganza. Ya nadie está a salvo. Damián Barrios será el primero en mi lista. Cuando te despiertes y mires a través de la ventana, cuando vayas a almorzar con tus hijos, cuando camines por la calle pensando que solo te estás cruzando con desconocidos, cuando apagues la luz y te vayas a dormir, yo voy a estar ahí, esperando paciente el momento para arrancarte todo lo que creías que era tuyo. Bienvenido a mi mundo. Pero mi mente retorcida y planificadora estaba mucho más allá de nuestras posibilidades. Sentí un disparo en mi retaguardia, a pocos metros de nosotros. Tal vez Damián al final terminó por alcanzarnos. Tal vez logremos salir de esta. ¿Tiramos la moneda?
AGRADECIMIENTOS Pensar en tener este libro en mis manos con mi precoz edad era un sueño que muchas veces parecía fantasioso. No me alcanzan los gracias para agradecerle a todos los que hicieron esto posible. Igual, tengo que intentarlo: Gracias a papá y mamá, a mi tía Daniela y mi prima Valen, a mis abuelas Chichita y Tití, a mis amigos Orne, Ro, Caro, Tincho, Sofi, Guada, Cocó, Sol, Luli, Noe, Nico y los que falten, que desde el primer momento en que se enteraron del proyecto me acompañaron con una sonrisa y los mejores deseos. Sin su apoyo y motivación, esta edición no habría salido adelante. Gracias a Sweek por permitir que la autopublicación no sea solo una esperanza distante. Por ayudarme en todo el proceso con una guía dedicada y una enorme amabilidad para responder todas mis dudas. Gracias a Autopublicarte, a Nati por bancarse veinte mails por día y a Nadín por el hermoso diseño de cubierta. Son geniales, chicas. Fue un placer trabajar con ustedes. Y por último, gracias a todos mis lectores. Al grupo que me acompañó desde Wattpad, que gritó de la alegría cuando supo que T.A.I llegaría en físico y que no dejó de apoyarme ni un segundo en todo el camino. Un especial agradecimiento a Ara, Dana, Lizz, Lyna, Adri, Flor, Becca, Mili, Clara, Fabi, Guada, Isa, Manu, Maru, Monse, Santi, Sara, Sofy, Vir y Tali. De corazón, le dedico un gracias más a la persona que ha leído mi primer novela. Sí, tú. Él que está leyendo esto. Con el solo hecho de que tengas este libro en tus manos, me has hecho feliz. ¡Gracias, gracias a todos por hacer esto posible!
SOBRE EL AUTOR
Santiago Speranza es un estudiante apasionado de la lectura y la escritura. Nació el 1 de mayo de 2002, y es oriundo de Buenos Aires, donde vive actualmente.
En los últimos años desarrolló sus trabajos en Wattpad, donde ha podido publicar sus tres primeras novelas: La isla, Elegidos y Tu amigo invisible, consiguiendo una gran repercusión en sus lectores y ganando varios concursos en la plataforma. La mayor parte de su tiempo se la dedica a su otra pasión: jugar al tenis en alto rendimiento. Con Tu amigo invisible, Santiago busca seguir ampliando sus conocimientos y habilidades y cumple el sueño de publicar su primer libro en papel.