3. Darkdawn - Jay Kristoff

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Para mis lectores, tampoco podría haberlo hecho sin ustedes.

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Bueno, aquí estamos otra vez, caballero. Creo que tal vez una disculpa es imprescindible. Tanto por la conclusión de la segunda parte de la historia de Mia, como por el estado en el que te dejé después. Parecías bastante perturbado. Ten la seguridad de que nada quedará abierto en este, nuestro baile final juntos. Como prometí, su nacimiento lo has presenciado, su vida la has vivido. Todo lo que queda es su muerte. Pero antes de que la obscenidad y la carnicería comiencen en serio, permítanme un último repaso para aquellos con recuerdos tan confiables como su narrador. Y luego podemos seguir matando a nuestra perra asesina, ¿sí?

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DRAMATIS PERSONAE Mia Corvere: asesina de la Iglesia Roja, gladiatii de los Halcones de Remo y ahora la asesina más infame de la República de Itreya. Hija de una rebelión fallida, Mia ha pasado los últimos ocho años de su vida persiguiendo una venganza asesina contra los hombres que destruyeron a su familia. Después de descubrir que la Iglesia Roja intervino en el asesinato de su padre, Mia rompió filas con los asesinos y se vendió a un establo de gladiadores. Al ganar los grandes juegos de Tumba de Dioses, Mia hizo varios descubrimientos impresionantes en rápida sucesión: Su hermano menor, Jonnen, a quien ella presumió muerto, había sido robado por su enemigo mortal, el cónsul Julio Scaeva, y criado como su hijo. Jonnen en realidad es el hijo de Scaeva. Es decir, la madre de Mia, Alinne, estaba durmiendo con el hombre que eventualmente supervisaría el asesinato de su esposo y su propia muerte en la Piedra Filosofal. Al igual que Mia, Jonnen es tenebro, posee la capacidad de controlar las sombras. Al final de los grandes juegos, Mia asesinó al Gran Cardenal Francesco Duomo. Aparentemente, también asesinó a Scaeva y le robó a su hermano antes de caer ante ella muerto (de eso estaba segura) en una arena inundada repleta de dracos de tormenta. ...Por los dientes de Maw, ese fue realmente un final emocionante, ¿no? Don Majo: el compañero de Mia desde la infancia, Don Majo es, dependiendo de a quién le pregunte, un daemonio, pasajero o familiar, con la capacidad de alimentarse del miedo de las personas. Está hecho de sombras y sarcasmo. A pesar de su ingenio mordaz, obviamente tiene un 10

profundo y permanente cariño por Mia. Simplemente no dejes que te escuche decir eso. Lleva la forma de un gato, aunque como la mayoría de las cosas sobre él, su apariencia no es del todo genuina. Eclipse: otro daemonio de la sombra, Eclipse fue pasajero de Casio, ex Señor de las Hojas en la Iglesia Roja. Se unió a Mia cuando Casio murió. Eclipse lleva la forma de un lobo, y ella y Don Majo se llevan tan bien como la mayoría de los gatos y perros. Ashlinn Järnheim: una antigua acólita de la Iglesia Roja de sangre vaaniana. Ashlinn traicionó al Ministerio para vengar a su padre, Torvar, y casi puso de rodillas a la Iglesia Roja. Después de que Mia frustrara su plan, Ashlinn cayó al servicio del cardenal Duomo, quien le encargó que recuperara un mapa en un lugar no revelado en el Antiguo Ashkah, un mapa de cierta importancia vital para la Iglesia Roja. Temiendo la traición, Ashlinn se tatuó el mapa en su espalda con tinta arkímica, que se desvanecería en caso de su muerte. Ashlinn ayudó a Mia con su plan para ganar los grandes juegos, y la pareja finalmente se convirtió en amantes. (1) Después de la conclusión de los juegos, Ashlinn fue abordada por el Ministerio de la Iglesia y el Cónsul Scaeva, todavía muy vivo, quien reveló que Mia solo había matado a un doppelgänger creado por la Tejedora de carne, Marielle, y que Scaeva había estado trabajando con la Iglesia Roja para ver muerto a su rival, el cardenal Duomo. Para un bis, Scaeva reveló que también era el padre de Mia. Ashlinn fue atacada por los asesinos de la Iglesia Roja, pero rescatada por una figura oscura familiar... Tric: un acólito de la Iglesia Roja su sangre es una mezcla de Itreyano con Dweymeri, también ex amante de Mia. Ashlinn Järnheim lo asesinó como parte de su complot para capturar al Ministerio de la Iglesia Roja, y su cadáver fue empujado del lado del Monte Apacible. Tric aparentemente ha vuelto a la vida, aunque en una forma más oscura y mágica. Él Abordó a Mia en la necrópolis de Galante y le dio

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varias advertencias crípticas sin revelar su identidad. Más tarde rescató a Ashlinn de los asaltantes de la Iglesia Roja. Nadie sabe cómo regresó del reino de la Madre Negra o por qué salvó a la chica que lo asesinó. El viejo Mercurio: el confidente y mentor de Mia antes de unirse a la Iglesia Roja. Mercurio fue un miembro de la Iglesia durante muchos años y sirvió como obispo de Tumba de Dioses. A pesar de ser un viejo pinchazo terminalmente gruñón, ayudó a Mia con su plan para matar a Duomo y Scaeva, plenamente conscientes de que sus acciones incurrirían en la ira del ministerio. Durante el final de los grandes juegos, fue capturado por la Iglesia y llevado de regreso a el Monte Apacible por orden de... Julio Scaeva, cónsul electo tres veces de la República de Itreya, conocido como el “Senador del Pueblo”. El cargo de cónsul generalmente se comparte, pero Scaeva ha mantenido el liderazgo exclusivo del Senado desde la Rebelión del Coronador hace ocho años. Usando la rebelión como una excusa para extender su mandato, Scaeva ha estado trabajando con la Iglesia Roja con el objetivo de reclamar el título de Imperator y poderes perpetuos de emergencia sobre la República. Presidió la ejecución del padre de Mia, sentenció a su amante, la madre de Mia, a morir en la Piedra Filosofal, robó al hermanito de Mia y ordenó que Mia se ahogara en un canal, a pesar de saber que era su hija. La palabra “cabrón” realmente no parece hacerle justicia. Pero hablando de... Drusilla, la Señora de las Hojas en la Iglesia Roja y, a pesar de su edad aparente, una de las asesinas más letales de la República. Aunque ella reclama devoción a la Madre Negra, Niah, Drusilla ha estado trabajando en alianza con el cónsul Scaeva para asegurar su ambición de tomar el control de la República de Itreya. A La Señora de las Hojas no le gusta Mia desde que la chica falló en sus pruebas como acólita de la Iglesia Roja. Presumiblemente las recientes traiciones de Mia no han elevado precisamente las opiniones de Drusilla sobre ella. 12

Solis: el venerado padre y Shahiid de las canciones, maestro en el arte del acero y el hombre más vivo del mundo. Aparentemente es ciego, aunque demuestra poco impedimento cuando empuña una espada. Solís fue una vez prisionero en la Piedra Filosofal y fue el único sobreviviente de un sangriento sacrificio conocido como “el Descenso”, en el que los prisioneros son alentados a asesinarse en masa a cambio de libertad. La victoria de Solís le valió su nombre, que en la lengua del Antiguo Ashkah significa “el último”. Mia le cortó la cara durante su primera sesión de entrenamiento en el Monte Apacible. Él cercenó su brazo en represalia. Solís decidió quedarse con la cicatriz, junto con su rencor hacia la chica que lo marcó. Mataarañas: Shahiid del Salón de las Verdades y amante de los venenos. Mia era una de los acólitos más prometedores de Mataarañas, pero la afición de la Shahiid por la chica casi había desaparecido, incluso antes de que Mia decidiera traicionar las enseñanzas de la Iglesia. Si alguna vez te ofrece un vaso de vino dorado, te aconsejaría que te niegues. Ratonero: maestro del robo y Shahiid de los bolsillos. Un tipo encantador con la cara de un joven, los ojos de un viejo y una inclinación por llevar ropa interior femenina. El Ratonero no tenía enemistad con Mia antes de su traición, aunque presumiblemente ha sido eliminada de su lista de regalos del Gran Diezmo gracias a su reciente traición. Aalea: amante de los secretos y Shahiid de máscaras. Seductora y hermosa, el recuento de asesinatos de Aalea solo está respaldado por las muescas en su poste de la cama. En realidad, era muy aficionada a Mia antes de la traición de la chica, pero ningún miembro del Ministerio de la Iglesia alcanzó su posición siendo sentimental. Marielle, una de los dos teúrgos albinos que sirven a la Iglesia Roja. Marielle es maestra del tejido de carne, una forma de magia antigua practicada en el imperio caído de Ashkah. Puede esculpir la piel y los músculos tan fácilmente como la arcilla, pero el precio que paga por su 13

poder es terrible: su propia carne está horriblemente deformada y no tiene poder para modificarser a sí misma. Acorde con su aspecto inquietante, Marielle también parece demasiado aficionada a su hermano, Adonai. Adonai: el segundo teúrgo que sirve en el Monte Apacible. Adonai es un orador de sangre que trabaja con el vittus humano: puede transmitir mensajes en sangre, manipularla con solo un pensamiento y transportar personas y objetos que alguna vez vivieron a través de los charcos de sangre presentes en las capillas de la Iglesia Roja. Gracias a las artes de Marielle, es guapo sin comparación. Asesinó al hermano de Ashlinn, Osrik, durante el asalto de los Luminatii al Monte Apacible, y él tiene una deuda con Mia por salvarle la vida, que aún no se le ha cobrado. “Se te debe sangre, cuervo pequeño. Y la sangre será devuelta”. Aelio, cronista del Monte Apacible. Aelio es dueño del gran Athenaeum de la Iglesia Roja, una vasta y cada vez mayor biblioteca de libros que fueron destruidos, perdidos en el tiempo o incluso nunca escritos en primer lugar. También se pelea con los enormes carnívoros “gusanos de los libros” que deambulan por la oscuridad entre los estantes, y sus tareas se hacen cada vez más difíciles por el hecho de que, como todo lo demás en la biblioteca de la Madre Negra, el propio Aelio está muerto. Aún así, es una vida... Naev: una mano de la Iglesia Roja que gestiona las entregas de suministros en los Susurriales de Ashkah. Después de algunas dificultades iniciales, ella y Mia se hicieron amigas y confidentes. La Tejedora Marielle desfiguró a Naev por celos por una aventura con su hermano, Adonai. Pero después de que Mia frustrara el asalto al Monte Apacible, Marielle restauró la belleza de Naev como un favor para su salvadora. Naev mantiene su rostro velado y sus sentimientos de lado. Chss: una consumada Hoja de la Iglesia Roja. Aparentemente mudo, Chss se comunica a través de una forma de lenguaje de señas conocida

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como deslenguado. Aunque él y Mia eran acólitos al mismo tiempo y él la ayudó en sus juicios, él sigue siendo leal al Ministerio. Intentó capturar a Ashlinn a instancias del Ministerio, aunque la chica escapó con la ayuda de Tric. Francesco Duomo, Gran Cardenal de la Iglesia de la Luz y el miembro más poderoso del ministerio de Aquel que Todo lo Ve. Aunque aparentemente se alió con Julio Scaeva, el cardenal y el cónsul eran de hecho rivales acérrimos. Junto con Scaeva y el Justicus Marco Remo, Duomo dictó sentencia contra los rebeldes del Coronador, incluido el padre de Mia, Darío. Es seguro decir que Mia tomó personalmente acciones contra el cardenal: le cortó la barba hasta el hueso frente a cien mil personas que gritaban. Alinne Corvere, la madre de Mia y una temible política que casi logró derribar la República Itreya. Su matrimonio con Justicus Darío resultó ser de amistad y conveniencia política; de hecho, era amante de Julio Scaeva y le dio dos hijos: Mia y Jonnen. A pesar de su relación con Scaeva, el cónsul no mostró reparos en hacerla a un lado después de la rebelión fallida de su marido. Alinne fue encarcelada en la Piedra Filosofal, donde murió presa de la locura y la miseria. Mia se enteró recientemente de que su madre no era el modelo que ella alguna vez creyó. Darío Corvere, “el Coronador”. El hombre que Mia llamó “Padre”. Antiguo justicus de la Legión Luminatii, Darío forjó una alianza con su amante, el General Gaio Maxinio Antonio, que habría terminado coronando como rey de Itreya a Antonio. Sin embargo, con la ayuda de la Iglesia Roja, ambos hombres fueron capturados en la víspera de la batalla, y Darío fue ahorcado con su futuro rey, Antonio, a su lado. Decir que Mia se tomó mal su muerte sería una subestimación.

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Jonnen Corvere, el hermanito de Mia. Se creía que había muerto junto con su madre, Mia se enteró recientemente de que el niño fue criado como el hijo legítimo de Scaeva bajo el nombre de “Lucio”. La esposa de Scaeva, Liviana, aparentemente no puede tener hijos. Jonnen no tiene idea de su verdadera paternidad, y fue tomado demasiado joven para recordar su verdadero nombre o a su hermana. Furiano: El Invicto y campeón del Collegium de Remo. Furiano era tenebro como Mia, capaz de doblar las sombras a su voluntad. Sin embargo, no tenía pasajeros y se negó a explorar su don, creyendo que era una abominación. Mia mató a Furiano durante el clímax de los grandes juegos. En el momento de su muerte, se le mostró una breve visión de un cielo nocturno, ambientada con una esfera grande y brillante, y escuchó las palabras “Los muchos eran uno. Y lo serán de nuevo”. Después de ver este fantasma, Mia se dio cuenta de que su sombra era lo suficientemente oscura para cuatro. Sidonio: un ex-miembro de los Luminatii que sirvió bajo el mando de Darío Corvere. Sid fue expulsado de la legión después de que se negó a participar en la rebelión planeada del general Antonio contra el Senado. Vendido como esclavo, finalmente fue comprado por la Casa de Remo y luchó como gladiatii en el Venatus Magni. Cuando Mia fue vendida al mismo colegio, Sidonio se enteró de su identidad, y tomó a la chica bajo su ala, actuando como un hermano mayor sustituto de la joven Espada. Tiene los modales de una cabra y el corazón de un león. Los Halcones de Remo (Cantahojas, Bryn, Despiertaolas, Carnicero, Felix y Albano) todos son gladiadores del Collegium de Remo, y los amigos y aliados de Mia a lo largo de los juegos. Aunque aparentemente los traicionó y los asesinó a todos, Mia realmente orquestó su escape de Tumba de Dioses. Actualmente se encuentran en libertad en algún lugar de Itreya, y presumiblemente estarán bastante borrachos.

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Aa: jefe del panteón de Itreya, Padre de la Luz, también conocido como Aquel que Todo lo Ve. Se dice que los tres soles, conocidos como Saan (el Vidente), Saai (el Conocedor) y Shiih (el Observador) son sus ojos, y casi siempre hay al menos uno de ellos presente en los cielos, con el resultado de que la auténtica noche, o Veroscuridad, en la República ocurre solo durante una semana cada dos años y medio. Para el momento de esta historia, la veroluz, el momento en que los tres soles brillan en los cielos, ha llegado y se ha ido. La Veroscuridad se acerca, caballeros. Tsana: Dama de fuego, Aquella que quema nuestros pecados, La pura, Patrona de las mujeres y Guerreros, y primogénita de Aa y Niah. Keph: Dama de la Tierra, Aquella que duerme, El hogar, Patrona de Soñadores y tontos, segunda hija de Aa y Niah. Trelene: Dama de los Océanos, Aquella que se beberá el mundo, El destino, Patrona de Marineros y sinvergüenzas, tercera hija de Aa y Niah, y gemela de Nalipse. Nalipse: Dama de las tormentas, Aquella que recuerda, La piadosa, Patrona de Sanadores y líderes, cuarta hija de Aa y Niah, y gemelos de Trelene. Niah: La Madre de la Noche y Nuestra Señora del Bendito Asesinato, Conocida también como las Fauces. Esposa-hermana de Aa, Niah gobierna una región sin luz del más allá conocida como el Abismo. Inicialmente, ella y Aa compartían el dominio de los cielos por igual. Su marido le había ordenado tener solo hijas, pero Niah desobedeció las órdenes de Aa y le dio un hijo. En castigo, Niah fue expulsada de los cielos por su amado, y se le permite regresar solo por un breve período cada pocos años. ¿Y en cuanto a lo que pasó con su hijo? Bueno, amigo, creo que es hora de algunas respuestas.

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Cuando todo es sangre, la sangre es todo. —MOTTO DE LA FAMILIA CORVERE

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LIBRO 1: - LA OSCURIDAD DENTRO

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CAPÍTULO 1 HERMANO Ocho años de veneno, asesinato y mierda. Ocho años de sangre, sudor y muerte. Ocho años. Había caído tan lejos, su hermano pequeño en sus brazos, los dedos pegajosos y rojos todavía. La luz de los tres soles arriba, ardiendo y cegadora. Las aguas de la arena inundada debajo, carmesí de sangre. La turba aullaba, desconcertada e indignada por los asesinatos de su gran cardenal, su querido cónsul, ambos a manos de su venerado campeón. Los mejores juegos en la historia de Tumba de Dioses habían terminado con los asesinatos más audaces en la historia de toda la República. La arena estaba en caos. Pero a pesar de todo, los gritos, los rugidos, la rabia, Mia Corvere solo había sabido triunfar. Después de ocho años. Ocho putos años. Madre. Padre. Lo hice. Los maté por ti. Golpeó con fuerza el agua, las imágenes y los sonidos de la Arena de Tumba de Dioses se disiparon mientras se sumergía debajo de la superficie. Sal ardiendo en sus ojos. Aliento ardiendo en sus pulmones. Multitud todavía rugiendo en sus oídos. Su hermano pequeño, Jonnen, estaba luchando, golpeando, retorciéndose en sus brazos como un pez desembarcado. Podía sentir las sombras serpentinas de los dracos de tormenta que navegaban hacia ella por la oscuridad. Sonrisas filosas y ojos muertos. La Veroluz era tan brillante, incluso aquí debajo de la superficie. Pero incluso con esos tres soles horribles en el cielo, incluso con toda la indignación de Aquel que Todo lo Ve cayendo, sus propias sombras estaban 20

con ella. Suficientemente oscuro para cuatro ahora. Y Mia extendió la mano hacia el desagüe en el piso de la arena, la amplia boca de donde fluía toda esa sal y agua y ella caminó dentro de la oscuridad. La dejó mareada y enferma, todavía podía sentir esa cegadora luz del sol en el cielo de arriba. Mia se hundió como una piedra en su armadura, cargada de hierro negro y alas de halcón empapadas. Tirando de Jonnen con ella, golpeó el fondo de la tubería de salida con un ruido sordo. Solo tenía momentos, solo el aliento que había traído consigo. Y ella no había planeado tener un niño luchando en sus brazos cuando hizo esto. Arrastrándose a sí misma y al niño a lo largo de la tubería, encontró una bolsa de aire dentro de la válvula de presión, tal como Ashlinn había prometido. Surgiendo con un jadeo irregular, tiró de su hermano a su lado. El niño farfulló en sus brazos, gimiendo, luchando, agitándose en su cara. —¡Libérame, Dona!—, Gritó. —¡Basta!— Mia jadeó. —¡Déjame ir! —¡Jonnen, para, por favor! Ella envolvió al niño, sujetándole los brazos para que no pudiera golpearla más. Sus gritos resonaron en la tubería sobre su cabeza. Luchando con los broches y las correas de su armadura con su mano libre, arrastró las piezas, una por una. Derramando la piel de los gladiatii, la asesina, la hija de la venganza, quitando esos ocho años de sus huesos. Valió la pena. Todo ello. Duomo muerto. Scaeva muerta. Y Jonnen, su sangre, el bebé que había creído enterrado en su tumba...

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Mi hermano pequeño vive. El niño pateó, golpeó, mordió. No había lágrimas por su padre asesinado, solo furia, ondulación y rojo. Mia había pensado que el niño había muerto hace años, tragado dentro de la Piedra Filosofal con su madre y lo último de su esperanza. Pero si ella tenía alguna duda persistente de que él podría ser un Corvere, de que él podría ser el hijo de su madre, la furia sangrienta del niño los puso a todos en la espada. —Jonnen, escúchame! —¡Mi nombre es Lucio! —Chilló, su voz haciendo eco en el hierro— Lucio, entonces, ¡escucha! —¡No lo haré! —Gritó—. ¡Has matado a mi padre! ¡Tú lo mataste! La piedad se hinchó dentro de Mia, pero ella apretó la mandíbula, endureció su corazón contra —Lo siento, Jonnen. Pero tu padre... Ella sacudió la cabeza y respiró hondo. —Escucha, tenemos que salir de esta tubería antes de que empiecen a drenar la arena. Los dracos de tormentas volverán por acá, ¿entiendes? (2) —¡Que vengan, espero que te coman! —... Oh, me gusta... —... por qué eso no me sorprende... El niño se volvió hacia las formas oscuras que se unían en la pared junto a ellos, y el aire a su alrededor se volvió frío. Un gato hecho de sombras y un lobo de lo mismo, mirándolo sin ojos. La cola de Don Majo se movió de lado a lado mientras estudiaba al niño. Eclipse simplemente inclinó la cabeza, temblando ligeramente. Jonnen guardó silencio por un momento, con los ojos muy abiertos y oscuros mirando primero a los pasajeros de Mia, luego a la chica que lo sostenía. —También los escuchas...—, respiró. —Soy como tú—, Mia asintió. —Somos lo mismo. El chico la miró fijamente, tal vez sintiendo la misma enfermedad, hambre, anhelo que ella sentía. Mia lo miró con lágrimas en los ojos. Todas 22

las millas, todos los años... —No me recuerdas—, susurró, con la voz temblorosa. —Eras solo un bebé cuando te quitaron de nosotros. Pero yo te recuerdo. Casi la venció por un momento. Lágrimas en sus pestañas y un sollozo atrapado en su garganta. Recordando al bebé envuelto en pañales en la cama de su madre el giro en que murió su padre. Mirándola con sus grandes ojos oscuros. Envidiandolo de que era demasiado joven para saber que su padre había terminado, y todo su mundo además. Pero él no era el padre de Jonnen en absoluto, ¿verdad? Mia sacudió la cabeza y apartó las lágrimas de odio. Oh, madre, ¿cómo pudiste... Mirando al chico ahora, apenas podía hablar. Apenas obliga a su mandíbula a moverse, sus pulmones a respirar, sus labios para formar las palabras que arden en su pecho. Tenía los mismos ojos negros como el pedernal que ella, el mismo cabello negro como la tinta. Podía ver a su madre en él tan claramente, que era como mirar por un espejo. Pero más allá de ella en él, algo en forma de la pequeña nariz de Jonnen, la línea de sus gordas mejillas de cachorro... Ella pudo verlo. Scaeva —Mi nombre es Mia —finalmente logró decir—. Soy tu hermana—. —No tengo hermana —escupió el niño. —Jonn —Mia se contuvo. Lamió sus labios y probó la sal— Lucio, tenemos que irnos. Lo explicaré todo, lo juro. Pero aquí es peligroso. —... TODO ESTARÁ BIEN, NIÑO... —... respira tranquilo... Mia observó cómo sus demonios se deslizaban a la sombra del niño, devorando su miedo como siempre lo habían hecho por ella. Pero aunque el pánico en sus ojos disminuyó, la ira solo aumentó, los músculos agrupados en sus pequeños brazos de repente se flexionaron contra los de ella. Él se retorció y corcoveó de nuevo, soltando una mano y arañándole la cara. 23

—¡Déjame ir! —Gritó. Mia siseó cuando su pulgar encontró su ojo, alejando su cabeza con un gruñido— ¡Basta! —Espetó ella, furiosa. —¡Déjame ir! —¡Si no te quedas quieto, te mantendré quieto! Mia empujó al chico con fuerza contra la tubería, presionándolo en su lugar mientras pateaba y escupía. Ella podía entender su ira, pero en verdad, no tenía tiempo para gastar en sentimientos heridos en este momento. Trabajando en las hebillas restantes en su armadura con su mano libre, se quitó las largas correas de cuero que sujetaban su peto y bufandas en su lugar, dejando caer la armadura al piso de la válvula. Mantuvo sus botas, su falda de cuero tachonada, la túnica raída y manchada de sangre debajo. Y usando las correas, una para sus muñecas y tobillos, ella ató a su hermano como un cerdo para matarlo. —¡Unhand m-ffll-ggmm! Las protestas de Jonnen fueron silenciadas cuando Mia le ató otra correa a la boca. Y tomando al niño en sus brazos, lo abrazó con fuerza y lo miró a los ojos. —Tenemos que nadar —dijo—. No malgastaría mi aliento gritando si fuera tú. Los ojos oscuros se clavaron en los de ella, brillando con odio. Pero el chico parecía lo suficientemente sensato como para cumplir, finalmente arrastrado por una profunda corriente, tomó aire en sus pulmones. Mia los empujó hacia abajo y nadaron por sus vidas. Salieron a la superficie en agua de zafiro media hora después con el sonido de campanas. Con Jonnen en sus brazos, Mia había nadado a través de los vastos tanques de almacenamiento debajo de la arena, a través de la oscura eco de las tuberías de salida del mekkenismo, recuperando el aliento donde pudo y finalmente derramándose en el mar a unos cientos de pies al norte del puerto del Brazo de la Espada. Su hermano la había mirado todo el tiempo, atado de pies, manos y boca. 24

Mia se sintió miserable por tener que amarrar a su propia familia como un cordero de primavera, pero no tenía idea de qué más hacer con él. No podría haberlo dejado allí arriba en el pedestal del vencedor con los cadáveres refrescantes de su padre y su Duomo. Nunca podría haberlo dejado atrás. Pero en toda su planificación con Ashlinn y Mercurio, no había negociado sobre tener que discutir con un niño de nueve años después de haber asesinado a su padre justo en frente de él. Su padre. El pensamiento nadó detrás de sus ojos, demasiado oscuro y pesado para mirarlo por mucho tiempo. Ella lo hizo a un lado, enfocándose en llevarlos a aguas menos profundas. Ash y Mercurio la esperaban a bordo de una galera rápida llamada la Canción de la Sirena, atracada en el Brazo de la Espada. Cuanto antes salieran de Tumba de Dioses, mejor. Se correría la voz en la metrópoli sobre el asesinato de Scaeva, y si no lo supieran, la Iglesia Roja pronto se enteraría de que su patrón más rico y poderoso estaba muerto. Una tormenta de cuchillos y mierda estaba a punto de comenzar a llover sobre la cabeza de Mia. Mientras nadaba hacia los muelles del Brazo de la Espada, vio que las calles de la metrópoli más allá estaban en caos. Las catedrales hacían sonar la muerte en la ciudad de Bridges and Bones. La gente emergía de tabernas y viviendas, desconcertados, indignados, aterrorizados por el rumor del asesinato de Scaeva que se desencadenaba en la ciudad como sangre en el agua. Los legionarios estaban en todas partes, la armadura brillaba bajo esa horrible luz solar. Con todo el alboroto y la molestia, pocas personas preciosas notaron la mugrienta y sangrante esclava remando lentamente hacia la orilla con un niño acurrucado en sus brazos. Mientras se abría paso cuidadosamente a través de las góndolas y botes que flotaban alrededor de los embarcaderos del Brazo de la Espada, Mia alcanzó las sombras debajo de un largo paseo marítimo de madera. —Voy a escondernos por un momento —murmuró a su hermano—. No podrás ver por un tiempo, pero necesito que seas valiente. El chico solo la fulminó con la mirada, con sus rizos oscuros colgando de sus ojos. Estirando los dedos, Mia arrastró su manto de sombras sobre 25

ella y los hombros de Jonnen. Tomó un esfuerzo real con la veroluz ardiendo sobre ella, la luz del sol abrasadora y brillante. Pero incluso con sus pasajeros que ahora viajaban con su hermano, la sombra debajo de Mia era dos veces más oscura que antes de la muerte de Furian. Su control sobre la oscuridad se sintió más fuerte. Más apretado Más cerca. Recordó la visión que había visto al matar al Invicto ante la multitud que lo adoraba. El cielo sobre ella, no brillante y cegador, sino negro e inundado de estrellas. Y brillando muy por encima de su cabeza, un orbe pálido y perfecto. Como un sol, pero de alguna manera... no. “LOS MUCHOS FUERON UNO. Y LO SERÁN DE NUEVO”. O eso decía la voz que había escuchado. Haciéndose eco del mensaje de ese espectro sin hogar con las cuchillas de hueso de tumba que habían salvado su piel en la necrópolis de Galante. Mia no sabía lo que significaba. Nunca había tenido un mentor que le mostrara lo que era ser un oscuro. Nunca encontró una respuesta al enigma de lo que era ella. Ella no lo sabía. No podía saberlo. Pero sí sabía esto, estaba tan segura como de su propio nombre: desde el momento en que Furian había muerto a sus manos, una fuerza recién descubierta fluía por sus venas. De alguna manera, ella era... algo más. El mundo cayó en una confusa oscuridad cuando ella se puso su capa de sombra, y ella y su hermano se convirtieron en débiles manchas en las acuarelas del mundo. Jonnen entrecerró los ojos en la penumbra debajo de su manto, mirándola con ojos sospechosos, pero al menos sus luchas habían cesado por ahora. Mia siguió las instrucciones susurradas de Don Majo y Eclipse, subió lentamente una escalera incrustada de percebes y subió al muelle propiamente dicho con Jonnen bajo un brazo. Y allí, a la sombra de un arrastrero de fondo poco profundo, se acurrucó para esperar, con las piernas cruzadas, empapada, los brazos alrededor de su hermano. Don Majo se unió en la sombra a los pies de Jonnen, lamiendo una pata translúcida. Eclipse se derritió de la sombra del niño, delineado de negro contra el casco del arrastre. 26

—... VOLVERÉ... —gruñó el no lobo. —... te echaremos de menos... —bostezó el no gato. —... ¿EXTRAÑARÁS TANTO TU LENGUA TAN PRONTO COMO TE LA ARRANQUE DE TU CABEZA...? —Suficiente, ustedes dos —siseó Mia—. Sé rápido, Eclipse. —... COMO TE PLAZCA. El lobosombra se estremeció y desapareció, revoloteando por las grietas en las tablas del embarcadero y a lo largo de la pared del puerto. —... odio a ese chucho... —suspiró Don Majo. —Sí, ya me lo has dicho —murmuró Mia—. Como unas mil veces ahora. —... ¿tan pocas veces...? A pesar de su fatiga, los labios de Mia se torcieron en una sonrisa. Don Majo continuó con sus abluciones sin sentido y Mia se sentó acunando a su hermano durante largos minutos, con los músculos doloridos, el agua salada picando en sus cortes mientras los soles ardían en lo alto. Estaba cansada, golpeada, sangrando por una docena de heridas después de sus duras pruebas en la arena. La adrenalina de su victoria se estaba desvaneciendo, dejando una fatiga profunda hasta los huesos. Había peleado dos batallas importantes al principio del giro, ayudó a sus compañeros gladiatii del Collegium de Remo a escapar de su esclavitud, asesinó a docenas, incluidos Duomo y Scaeva, ganó el concurso más grande en la historia de la República, viendo todos sus planes cumplidos.. Un vacío se arrastraba lentamente para reemplazar su euforia. Un agotamiento que dejó sus manos temblorosas. Quería una cama suave y un cigarillo y sentir el sabor de un vino dorado Albari en los labios de Ashlinn. Sentir sus huesos chocando, para luego dormir por mil años. Pero más aún, debajo de todo, bajo el anhelo, la fatiga y el dolor, mirando a su hermano, se dio cuenta de que sentía... Hambrienta.

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Era similar a lo que había sentido en presencia de Lord Casio. De furia. Lo había sentido cuando vio por primera vez al niño sobre los hombros de su padre en el zócalo del vencedor. Ella lo sintió cuando lo miró ahora, el anhelo de un rompecabezas, buscando una pieza de sí mismo. Pero, ¿qué significa? Ella se preguntó. ¿Y Jonnen siente lo mismo? —... tengo un mal presentimiento, mia... El susurro de Don Majo apartó sus ojos de la parte posterior de la cabeza de su hermano. El gato en la sombra había dejado de fingir limpiarse la pata, en lugar de mirar a la Ciudad de los Puentes y los Huesos desde la sombra de Jonnen. —¿A qué le temes? —Murmuró ella—. Lo hecho, hecho está. Y a fin de cuentas, no salió del todo mal. —... ¿Qué diferencia hace, la dirección que apuntan tus senos...? —Dicho por alguien que nunca ha tenido un par —Don Majo miró al chico que montaba—...parece que tenemos un equipaje inesperado... Jonnen murmuró algo ininteligible debajo de la mordaza. Mia no tenía dudas de que sus sentimientos eran menos halagadores, pero mantenía sus ojos en el gato de las sombras. —Te preocupas demasiado — le dijo. —... y tú no lo suficiente.. ¿Y de quién es la culpa? Tú eres quien come mis miedos. El demonio inclinó la cabeza, pero no respondió. Mia esperó en silencio, contemplando la ciudad más allá de su velo de sombras. Los sonidos de la capital estaban silenciados debajo de su capa, los colores nada más que el blanco opaco y las manchas de terracota. Pero todavía podía escuchar campanas, pies corriendo, gritos de pánico en la distancia. —¡El cónsul y el cardenal asesinados! —¡Asesino! —Llegó el grito— ¡Asesino!

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Mia miró a Jonnen y vio que la estaba mirando con malicia revelada. Entonces supo sus pensamientos, tan seguro como si hubiera hablado en voz alta. Mataste a mi padre. —Él encarceló a nuestra madre, Jonnen —le dijo Mia al niño— La dejó morir en agonía dentro de la Piedra Filosofal. Mató a mi padre, y cientos más además. ¿No lo recuerdas en el pedestal del vencedor, arrojándote hacia mí para salvar su propia piel miserable? —Ella sacudió la cabeza y suspiró—. Lo siento. Sé que es difícil de entender. Pero Julio Scaeva era un monstruo. El chico se sacudió de repente, violentamente, golpeándole la frente con la barbilla. Mia se mordió la lengua, maldiciendo, agarrando a su hermano y apretándolo con fuerza mientras se lanzaba a otro combate. Tiró de sus correas empapadas de agua y se lastimó la piel mientras se esforzaba por liberarse. Pero a pesar de toda su furia, solo era un niño de nueve años. Mia simplemente lo sostuvo hasta que se le acabó la fuerza, hasta que sus gritos apagados murieron, hasta que finalmente se quedó sin fuerzas con un sollozo de ira. Tragando la sangre en su boca, lo envolvió en sus brazos. —Lo entenderás en su momento —murmuró—. Te amo, Jonnen. Se agitó una vez más, luego se quedó quieto. En el incómodo silencio posterior, Mia sintió un escalofrío por la espalda. La piel de gallina se erizó en su piel, y su sombra se volvió más oscura cuando escuchó un gruñido bajo de las tablas debajo de sus pies. —... NO ESTÁN ALLÍ...—, declaró Eclipse. Mia parpadeó, su barriga se sacudió un poco a la izquierda. Entrecerrando los ojos bajo el resplandor, miró el borroso borrón de la Canción de la Sirena, balanceándose suavemente en la litera unos pocos embarcaderos hacia abajo. —¿Estás seguro?—, Preguntó ella. —... BUSQUÉ DE PROA A POPA. MERCURIO Y ASHLINN NO ESTÁN A BORDO...

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Mia tragó saliva, con la lengua llena de sal. El plan había sido que Ash y su viejo maestro se encontraran en la capilla de Tumba de Dioses, recogieran sus pertenencias, luego se dirigieran al puerto y esperaran a Mia a bordo del Canción. Con el tiempo que le tomó nadar desde la arena hasta el océano y salir de nuevo... —Ya deberían estar aquí—, susurró. —... shhhh...—, llegó un murmullo a sus pies. —... ¿escuchas eso...? —... ¿Oyes qué? —... parece ser el sonido de... los senos inclinándose hacia el cielo...? Mia frunció el ceño ante la broma, arrastrando su cabello empapado sobre su hombro. Su corazón latía más rápido, sus pensamientos acelerados. Simplemente no había forma de que Mercurio o Ash hubieran llegado tarde, no con toda su vida en juego. —Les ha pasado algo... —... ¿PUEDO BUSCAR EN LA CAPILLA, INFORMAR...? —No. Si ella... Si ellos... Mia mordió su labio, se puso de pie a pesar de su fatiga. —Vamos juntos. —¿...incluido nuestro nuevo equipaje...? —No podemos dejarlo aquí, Don Majo—, espetó Mia. El no gato suspiró. —... y las tetas siguen subiendo...— Mia miró a su hermano. El chico parecía temporalmente derrotado, hosco, temblando, silencioso. Estaba empapado, los ojos oscuros nublados por la ira. Pero con Don Majo cabalgando sobre su sombra, al menos no tenía miedo. Entonces Mia se puso de pie, levantando a Jonnen después y arrojándolo sobre su hombro con una mueca. Era pesado como una bolsa de ladrillos, codos huesudos y rodillas golpeándola en todos los lugares equivocados. Pero después de los meses que había pasado entrenando en el Collegium de Remo, Mia se había endurecido, y aunque estaba herida, sabía que podía manejarlo por un buen un rato. Moviéndose lentamente debajo de la capa de sombra de Mia, el cuarteto improbable avanzó a tientas

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por el embarcadero y hacia el paseo marítimo lleno de gente, agua suave lamiendo debajo de ellos. Siguiendo las instrucciones susurradas de su pasajero, ocultándose de las patrullas de los legionarios y Luminatii, Mia salió a la calle más allá del puerto. El peso de su hermano sobre sus hombros hizo que sus músculos gimieran en protesta mientras se abría camino a través del laberinto de los callejones de Tumba de Dioses. Su pulso latía en sus venas, su barriga se volvía lenta y fríamente. Eclipse estaba rondando por delante. Don Majo seguía montando a Jonnen. Y sin sus pasajeros, Mia se quedó tratando de luchar contra los pensamientos temerosos sobre lo que podría haber retrasado a Mercurio y Ash. Luminatii? ¿El Ministerio? ¿Qué pudo haber salido mal? Diosa, si algo les ha sucedido por mi culpa... Arrastrándose a través de pasarelas y sobre pequeños puentes y canales, el grupo finalmente llegó a las cercas de hierro forjado que rodeaban la necrópolis de la ciudad. Las botas de Mia casi no hacían ruido en la gravilla, una mano extendida delante de ella, a tientas. Casi inaudible bajo el sonido de las campanas de la catedral, los susurros de Eclipse la guiaron a través de las puertas retorcidas hacia las casas de los muertos de la ciudad, a lo largo de hileras de grandes mausoleos y tumbas mohosas. En una esquina del casco antiguo de la necrópolis llena de maleza, cruzó una puerta tallada con un relieve de cráneos humanos. Un pasadizo que conducía a los cementerios esperaba más allá. Fue dulce la dicha de estar fuera de la luz de esos horribles soles. Su sudor ardía en sus heridas. Moviendo a un lado su manto de sombra, Mia deslizó a Jonnen fuera de su hombro. Era pequeño, pero Diosa, no era liviano, y sus piernas y columna vertebral prácticamente lloraron de alivio cuando lo colocó en el piso de la capilla. —Voy a liberar tus pies—, advirtió. —Intentas correr, te ataré más fuerte.

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El niño no hizo ningún ruido detrás de su mordaza, observando en silencio mientras ella se arrodillaba y le soltaba la correa de los tobillos. Podía ver la desconfianza nadando en esos ojos negros, la ira sin cesar, pero él no hizo ningún intento inmediato por liberarse. Enrollando la correa a través de las ataduras de sus muñecas, Mia se levantó y siguió caminando, tirando del niño detrás de ella como un perro huraño con una correa empapada. Se abrió paso silenciosamente a través de túneles retorcidos de fémures y costillas, los restos de los desposeídos y sin nombre de la ciudad, demasiado pobres para poder pagar tumbas propias. Tirando de una palanca oculta, abrió una puerta secreta en una pila de huesos polvorientos, y finalmente se deslizó en la capilla de la Iglesia Roja escondida más allá. Mia se arrastró por los pasillos retorcidos, alineados con los esqueletos de aquellos que perecieron hace mucho tiempo. Arrastrándose detrás de ella, Jonnen tenía los ojos muy abiertos y miraba los huesos a su alrededor. Pero rodeado de los muertos como estaba, Don Majo permaneció enroscado en su sombra, manteniendo a raya lo peor de su miedo a medida que avanzaban hacia la capilla. Los pasillos estaban oscuros. Silencio. Vacío. Equivocado. Mia lo sintió casi de inmediato. Lo olía en el aire. El leve olor a sangre no estaba fuera de lugar en una capilla de Nuestra Señora del Bendito Asesinato, pero el aroma persistente de una bomba de lápida y pergamino quemado sí lo estaba. La capilla estaba demasiado tranquila, el aire demasiado quieto. Sospechando siempre su consigna, Mia acercó a Jonnen y colocó su manto de sombras sobre ambos. Arrastrándose hacia adelante en casi ceguera. La respiración de Jonnen parecía demasiado fuerte en el silencio, su agarre en la correa estaba húmedo por el sudor. Sus oídos se esforzaron por el más mínimo sonido, pero el lugar parecía desierto.

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Mia se detuvo en un pasillo forrado de huesos, con el pelo en la parte posterior de su cuello erizado. Ella lo sabía, incluso antes de escuchar el gruñido de advertencia de Eclipse. —... DETRÁS... La daga salió de la oscuridad, brillando plateada, oscura como el veneno. Mia se retorció, el cabello húmedo se agitó en una larga cinta negra detrás de ella, la columna vertebral doblada en un arco perfecto. La cuchilla se deslizó sobre su barbilla y la esquivó por un suspiro. Su mano libre tocó el suelo, la empujó a ponerse de pie, con el corazón martilleando. Su mente estaba acelerada, ceño arrugada por la confusión. Debajo de su capa de sombras, estaba casi ciega, sí, pero el mundo debería haber sido igual de ciego para ella. Ciego. Oh Diosa Salió de la oscuridad, silencioso a pesar de su volumen. Sus pieles grises estaban tensas sobre el ancho de sus hombros. Su vaina siempre vacía colgaba de su cintura, cuero oscuro en relieve con un patrón de círculos concéntricos, muy parecido a un patrón de ojos. Treinta y seis pequeñas cicatrices estaban grabadas en su antebrazo, una por cada vida que había tomado en nombre de la Iglesia Roja. Sus ojos eran de color blanco lechoso, pero Mia vio que sus cejas se habían ido por completo. El rastrojo, una vez rubio, en su cabeza estaba negro como si estuviera quemado, y las cuatro puntas afiladas de su barba eran protuberancias carbonizadas. —Solís. Su rostro estaba envuelto en sombras, ojos ciegos fijos en el techo. Sacó dos cuchillas cortas de doble filo de su espalda, ambas oscurecidas por el veneno. Y, oculto ya que Mia estaba debajo de su manto, él todavía le hablaba directamente. —Traicionero puto quim—, gruñó él. Mia alcanzó su daga de hueso de la tumba con su mano libre. El corazón se le encogió al darse cuenta de que lo había dejado enterrado en el cofre del cónsul Scaeva.

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—Oh, mierda—, susurró. CAPÍTULO 2 CEMENTERIO El venerado padre de la Iglesia Roja avanzó con las cuchillas en alto. —Me preguntaba si serías tan tonta como para volver aquí—, gruñó. Mia apretó la correa sudada de su hermano. Sintiendo el movimiento, miró por encima del hombro y vio a un chico delgado con ojos azules impactantes que salía de las sombras de la necrópolis. Estaba pálido de muerte, vestido con un jubón negro chamuscado. Dos cuchillos malvados brillaban en sus manos, sus cuchillas negras con toxina. Chss. —¿Y bien? —Se burló Solís—. ¿Nada que decir, cachorro? Mia permaneció en silencio, preguntándose cómo Solís podía sentirla bajo su capa de sombra. Sonido, tal vez? ¿El aroma de su sangre y sudor? En cualquier caso, estaba exhausta, desarmada, herida, no estaba en condiciones de luchar. Sintiendo su miedo, el frío que se extendía por sus entrañas, Don Majo se deslizó de la sombra del niño hacia la suya para sofocarlo. Y cuando el demonio se alejó de la oscuridad a sus pies, el pequeño Jonnen pateó a Mia con fuerza en las espinillas y le quitó las manos de su sudoroso agarre. —Jonnen—, gritó ella. El chico se volvió y salió corriendo. Mia extendió la mano hacia él, con la mano extendida y tratando de alcanzarlo. Y Solís simplemente levantó sus espadas, bajó la cabeza y cargó. Mia se hizo a un lado, la espada del Shahiid silbando más allá de su mejilla cuando Chss se cerró detrás de ella. Girando velozmente, arrojó a un lado su capa de sombra, en lugar de las sombras y enredó los pies del niño. Tropezó, cayó, Mia se deslizó bajo otro de los golpes de Solís. Al mirar hacia la oscuridad fresca en el corredor detrás del Shahiid, vio a Jonnen huyendo por donde habían venido. Y apretando fuertemente la mandíbula ella

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Pisó en la penumbra a espaldas de Solís y corrió por el pasillo detrás de su hermano que huía. —Jonnen, para! Eclipse gruñó de advertencia, y Mia se hizo a un lado cuando una de las espadas cortas de Solís silbó en la negrura. Golpeó la pared de hueso frente a ella cuando llegó a una esquina afilada, permaneció temblando dentro de un cráneo muerto hace mucho tiempo. Mia la agarró mientras pasaba corriendo, liberándola y agarrándola con la mano izquierda mientras corría. Aferrándose a sus pequeñas piernas, Jonnen se vio superado rápidamente. Mientras Mia avanzaba por el corredor detrás de él, miró por encima del hombro y aumentó la velocidad. Sus manos aún estaban atadas, pero había logrado sacar la mordaza de su boca, gritando cuando ella lo levantó y lo colgó bajo su brazo. —¡Libérame, moza! —Gritó, retorciéndose de furia —Jonnen, ¡quédate quieto!— Siseó Mia. —¡Déjame ir! —...Quieto como él, ¿tu...?—, Susurró Don Majo desde la sombra de Mia. —...MENOS Y MENOS CON CADA MOMENTO QUE PASA... — respondió Eclipse, adelantándose. —... bueno, ahora aprecias lo que siento por ti... —¡Cállense, ustedes dos! —Mia jadeó. Ella rebotó en una pared de huesos y tropezó en otra esquina, Solís y Chss le pisaban los talones. Pateando a través de la puerta de la tumba, Mia subió corriendo las escaleras derrumbadas y regresó al resplandor horrible de esos tres soles ardientes. A pesar de que Don Majo se deleitaba con su miedo, su corazón amenazaba con salir de sus costillas. 35

Ya había pasado todo el giro luchando por su vida, no estaba en forma para enfrentarse a una Espada de la Iglesia Roja totalmente armada, y mucho menos al antiguo Shahiid de las Canciones. Dejando las cejas carbonizadas a un lado, Solís era uno de los hombres vivos más mortíferos con una espada. La última vez que se habían enredado, le había cortado el brazo por el codo. Chss tampoco era una persona descuidada, y cualquier afinidad que Mia y el niño pudieran haber tenido a su vez cuando los acólitos parecían evaporarse durante mucho tiempo. En sus ojos, ella era una traidora de la Iglesia Roja, digna de un asesinato lento y muy doloroso. Ella era superada en número. Y en su estado actual, estaba en inferioridad total. Pero, ¿cómo pudo verme Solís? Mia atravesó las sombras para darse una especie de ventaja, pero con los tres soles ardiendo en lo alto y su agotamiento por los grandes juegos que espesaron su sangre, solo logró viajar unas pocas docenas de pies. Se golpeó la espinilla en una lápida, se tambaleó y casi se cae. Ella podría haber vuelto a ponerse el manto, pero Solís parecía capaz de sentirla de todos modos. Y, a decir verdad, estaba demasiado cansada para manejar todo: el niño retorciéndose en sus brazos, la persecución desesperada, tejiendo la oscuridad. Su mirada salvaje buscando ahora cualquier forma de escape. Se subió a una tumba de mármol baja y saltó la valla de hierro forjado de la necrópolis. Golpeó el suelo con fuerza, jadeó, casi cayendo de nuevo. Ahora estaba en los terrenos de una gran capilla a Aa, construida al lado de las casas de los muertos. Podía ver un amplio camino empedrado diseminado por ciudadanos más allá del cementerio, altos edificios que bordean la calle, flores en las cajas de las ventanas. La capilla en sí era de piedra caliza y vidrio, los tres soles en su campanario reflejaban los tres soles de arriba. Madre Negra, eran tan brillantes, tan calientes, tan... —... ¡MIA, CUIDADO...! Una daga salió de la mano extendida de Chss, silbando hacia su espalda. Se retorció con un grito, la cuchilla cortó un mechón de su cabello

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largo y oscuro y pasó junto a su cicatriz en la mejilla, lo suficientemente cerca como para que ella pudiera oler la toxina en la cuchilla. Era Rictus, un paralítico de trabajo rápido. Un buen rasguño y estaría indefensa como un bebé recién nacido. Me quieren viva, se dio cuenta. —¡Libérame, villana! —Gritó su hermano, golpeando de nuevo—. Jonnen, por favor —¡Mi nombre es Lucio! El chico se sacudió y pateó bajo el brazo de Mia, aún tratando de liberarse de su agarre. Se las arregló para soltar la mano de los lazos de cuero empapados que le rodeaban las muñecas y, jadeando, la arrojó a la cara de Mia. Y como si los soles se extinguieran repentinamente en el cielo, todo el mundo se volvió negro. Ella tropezó en la repentina oscuridad. Su bota enganchó una losa rota, perdió el equilibrio y cayó. Mia apretó los dientes cuando golpeó el suelo, silbando de dolor mientras se raspaba las rodillas y las palmas de las manos. Su hermano también cayó, llorando mientras caía por la gravilla hasta detenerse sin gracia. El niño se levantó de la tierra. El chico que ella había pensado hace mucho tiempo muerto. El chico que acababa de arrebatar de las garras de un hombre que debería haber odiado. —¡Asesina! —Rugió—. ¡La asesina está aquí! Y tan rápido como pudo, salió corriendo a la calle. Mia parpadeó con fuerza, negó con la cabeza: podía escuchar a Jonnen gritar mientras corría, pero no podía ver nada en absoluto. En un apuro, se dio cuenta de que su hermano de alguna manera había ocultado las sombras sobre sus ojos, cegándola por completo. Era un truco que nunca había aprendido, nunca había intentado, y habría admirado la creatividad del chico si no hubiera resultado ser un pequeño imbécil tan problemático. Pero las sombras eran las suyas para actuar tanto como las de Jonnen, y la muerte corría justo sobre sus talones. Mia curvó sus dedos en garras, arrancó la oscuridad de sus ojos justo cuando el Venerable Padre y su

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compañero silencioso saltaron la cerca de hierro y cayeron en el cementerio detrás de ella. Mia se puso de pie, parpadeando con fuerza cuando recuperó la vista. Sus brazos se sentían como masilla. Le temblaban las piernas. Girando para enfrentar a Solis y Chss, apenas podía levantar su espada robada. Su sombra se retorció alrededor de sus largas botas de cuero cuando los dos asesinos se desplegaron para flanquearla. —¡Llama a los guardias! —Gritó Jonnen desde la calle más allá—. ¡Asesina! Los ciudadanos se volvieron para mirar, preguntándose por el alboroto. Un sacerdote de Aa salió de las puertas de la capilla, vestido con sus sagradas vestimentas. Un grupo de legionarios Itreyanos calle abajo giraron la cabeza al oír los gritos del niño. Pero Mia no podía prestarle atención a nada de eso. Solís se abalanzó sobre su garganta, su espada estaba borrosa. Desesperada, aprovechando la nueva fuerza oscura en sus venas, extendió la mano y enredó los pies del Shahiid en su propia sombra antes de que él pudiera alcanzarla. Solís gruñó de frustración, su golpe se quedó corto. Chss arrojó otro cuchillo y Mia gritó, rompiéndolo del aire con su espada robada en una lluvia de chispas brillantes. Y luego cargó contra el chico silencioso, desesperado por igualar la balanza antes de que Solís pudiera soltarse de su sombra. Chss sacó un estoque de su cinturón, se encontró con su carga, acero sobre acero. Mia conocía al chico por la breve camaradería que habían compartido como acólitos en los pasillos del Monte Apacible. Ella sabía de dónde venía, qué había sido antes de unirse a la Iglesia, por qué nunca hablaba. No fue porque le faltara una lengua, no, fue porque los dueños de la casa de placer que lo habían esclavizado cuando niño el niño le habían roto todos los dientes para que pudiera atender mejor a su clientela. Mia había estado entrenando en el arte de la espada desde que tenía diez años. Chss todavía había estado sobre sus manos y rodillas sobre sábanas de seda. Ambos se habían entrenado con Solís, cierto, y el chico había demostrado ser un novato con una espada. Pero en los últimos nueve meses, Mia se había entrenado bajo el látigo de Arkades, el León Rojo de 38

Itreya, educada en las artes de los gladiatii por uno de los mejores espadachines vivos. Y aunque estaba exhausta, sangrando, magullada, sus músculos todavía estaban endurecidos, su agarre todavía calloso, su forma perforada en su hora tras hora bajo la ardiente luz del sol. —¡Guardias! —Llegó la llamada de Jonnen—. ¡Ella está aquí! Mia golpeó bajo, empujando a Chss a un lado, su movimiento hacia atrás silbando por el aire. El chico se alejó como un bailarín, con los ojos azules brillantes. Mia levantó su espada, telegrafiando otro golpe. Pero con un hábil movimiento de su bota, recogió un puñado de arena de la tierra debajo de ellos, un viejo truco de gladiadores, y lo arrojó directamente en la cara de Chss. El chico retrocedió y la espada de Mia lo atravesó en el pecho, a solo unos centímetros de romper sus costillas para abrirlas. Su doblete y la carne más allá se separaron como el agua, pero aún así el chico no emitió ningún sonido. Se tambaleó hacia atrás, con una mano presionada contra su herida cuando Mia levantó su espada para el golpe mortal. —¡... MIA...! Se dio la vuelta con un grito ahogado, apenas desviando el golpe que le habría separado la cabeza. Solís se había quitado las botas, las dejó envueltas en zarcillos de su propia sombra y cargó descalzo hacia Mia. El hombre grande colisionó con ella, la envió volando, su trasero y sus muslos destrozados en la piedra mientras golpeaba el suelo. Volvió a ponerse de pie con una maldición negra, eesquivando la ráfaga de golpes que Solis apuntaba a su cabeza, cuello y pecho. Ella le devolvió el golpe, empapada de sudor y desesperada, con el largo cabello negro pegado a su piel, Don Majo y Eclipse trabajando duro para comerse su miedo. —¡Guardias! Esta no era una nueva Espada de la Iglesia que enfrentaba ahora, no. Este era el espadachín más mortal de la congregación. Y ningún truco barato aprendido en la arena le serviría a Mia aquí. Solo habilidad. Y acero. Y pura, sangrienta voluntad. Le devolvió el golpe a Solís, con sus espadas sonando brillantes bajo los soles ardientes. Sus ojos blancos estaban entrecerrados, fijos en algún 39

lugar vacío sobre su hombro izquierdo. Y, sin embargo, el ciego se movió como si la viera a cada golpe desde una milla de distancia. Forzando su espalda. Golpeándola. Agotándola. La multitud en la calle se había congregado fuera de las puertas de la capilla ahora, revoloteando como moscas a un cadáver, por los gritos de Jonnen. El niño estaba de pie en medio de la calle, saludando al cuadro de legionarios, que ahora se dirigían hacia ellos. Mia estaba cansada, débil, superada en número; solo tenía unos momentos antes de que esta situación se disolviera en un charco de mierda. —¿Dónde están Ashlinn y Mercurio? —Preguntó. La espada de Solís pasó por su barbilla mientras él sonreía. —Si deseas ver a tu viejo maestro vivo otra vez, chica, será mejor que dejes caer tu acero y vengas conmigo. Los ojos de Mia se estrecharon mientras golpeaba las rodillas del hombre grande. —No me llames chica, bastardo. No como si la palabra fuera parecida a “mierda”. Solís se echó a reír y lanzó una respuesta que casi le quitó la cabeza a Mia. Ella se hizo a un lado, con una franja empapada de sudor colgando de sus ojos. —Quizás solo escuches lo que quieres oír, chica. —Sí, ríete ahora —jadeó—. Pero, ¿qué harás sin tu amado Scaeva? ¿Cuándo tus otros clientes se enteren de que el salvador de la puta República murió a manos de una de tus propias Hojas? Solis inclinó la cabeza y sonrió más, deteniendo el corazón en el pecho de Mia. —¿Lo hizo? —¡Deténganla! ¡En nombre de la Luz! Los legionarios irrumpieron a través de las puertas de la capilla, todas con una armadura brillante y penachos rojos como la sangre en sus yelmos. Chss estaba de rodillas, el Rictus de la espada robada de Mia lo dejaba entumecido y letárgico. Mia y Solís se quedaron quietos, con las espadas en equilibrio mientras los legionarios se extendían por el patio. El centurión

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que los guiaba era corpulento como una pila de ladrillos, cejas pesadas y una espesa barba que se erizaba debajo de su reluciente yelmo. —¡Dejen sus armas, ciudadanos! —Ladró. Mia miró al centurión, las tropas a su alrededor, las ballestas apuntando directamente a su pecho agitado. Jonnen se abrió paso entre los soldados, señalándola directamente y gritando a todo pulmón. —Es ella! ¡Mátala ahora! —¡Retírate, muchacho! —Espetó el capitán. Jonnen frunció el ceño al hombre, se incorporó a su altura máxima. (3) —Soy Lucio Atticus Scaeva —escupió—. Hijo primogénito del cónsul Julio Maximillianus Scaeva. ¡Esta esclava asesinó a mi padre y te ordeno que la mates! Solis inclinó la cabeza ligeramente, como si notara al muchacho por primera vez. Los centuriones levantaron una ceja, mirando al insignificante joven de arriba abajo. A pesar de su aspecto desaliñado, la mugre en su rostro y sus túnicas empapadas, no se podía pasar por alto que estaba vestido de púrpura brillante, el color de la nobleza de Itreyaa. Ni tampoco que llevara la cresta del triple sol de la legión Luminatii sobre su pecho. —¡Mátala! —Rugió el chico, golpeando su pie. Los ballesteros apretaron los dedos sobre sus gatillos. El centurión miró a Mia y respiró hondo para gritar. —Lo… Un escalofrío se apoderó de la escena: los legionarios, los asesinos, la multitud reunida en la calle más allá. A pesar del calor abrasador, la piel de gallina se estremeció sobre la piel desnuda de Mia. Una forma familiar se alzó detrás de los soldados, encapuchada y envuelta, espadas gemelas de hueso de tumba agarradas en sus manos negras como la tinta. Mia lo reconoció de inmediato, la misma figura que le había salvado la vida en la necrópolis de Galante. El mismo que le había dado ese mensaje críptico. —BUSCA LA CORONA DE LA LUNA.

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Su cara estaba oculta en las profundidades de su capa. El aliento de Mia colgaba en nubes blancas ante sus labios, y a pesar del calor, se encontró temblando de frío. Sin decir una palabra, la figura golpeó al soldado más cercano, con la cuchilla de su sepulcro partiendo su coraza en pedazos. Los otros legionarios gritaron alarmados, volviendo sus ballestas sobre su asaltante. Mientras la figura se entretejía entre ellos, con las cuchillas destellando, dispararon. Los pernos de la ballesta golpearon a casa, golpeando el pecho y el vientre de la figura. Pero parecía no disminuir la velocidad en absoluto. La multitud en la calle más allá cayó en pánico cuando la figura giró y giró entre los soldados, cortándolos en pedazos sangrientos, lloviendo rojo. Mia se movió rápidamente a pesar de su fatiga, agarrando por el cuello a su hermano mientras éste se retorcía. Solís cargó a través de las losas rotas hacia ella, y Mia levantó su espada para bloquear su ataque. Los ataques del Shahiid fueron mortalmente rápidos, pura perfección. Y por mucho que lo intentó, él era demasiado rápido, sintió que un golpe pasaba por su guardia y le cortaba el hombro. Mia se hizo a un lado y dejó caer su espada robada mientras gritaba. En cuestión de segundos, pudo sentir el Rictus en sus venas, un escalofrío que se extendía desde la herida, bajando por su brazo. Con un gruñido de esfuerzo, ella levantó la mano, envolvió los pies de Solís en su sombra nuevamente mientras caía de espaldas, su hermano se apretó fuertemente contra su pecho. El Shahiid tropezó, maldijo, intentando liberar sus pies descalzos de su agarre. Don Majo y Eclipse se unieron en la piedra entre ellos, el gato de las sombras silbaba y resoplaba, el gruñido de lobo de sombra provenía de debajo de la tierra. —... da la vuelta, bastardo... —... NO LA TOCARÁS... Detrás de Mia, la extraña figura terminó su sombrío trabajo. El cementerio parecía el piso de un matadero, con trozos de legionarios esparcidos por todas partes, los transeúntes huían en pánico. Las espadas del hueso de la figura goteaban sangre al pasar sobre las losas, se alzaron sobre la chica caída, apuntando una espada a la garganta de Solís. El venerado padre de la Iglesia roja parecía imperturbable 42

A pesar del trío de sombras colocadas contra él, los labios se cerraron sobre sus dientes, el aliento blanco flotando en el aire entre ellos. La figura habló, su voz teñida de una extraña reverberación. —LA MADRE ESTÁ DECEPCIONADA EN TI, SOLIS. —¿Quién eres, demonio? —Preguntó. —REALMENTE ESTÁS CIEGO —respondió—. PERO CUANDO AMANEZCA, VERÁS—. La figura se arrodilló junto a Mia. Su brazo derecho estaba entumecido, apenas podía mantener la cabeza en alto. Pero todavía se aferraba a su hermano como una muerte sombría: después de toda la sangre, millas y años, estaba condenada a venir hasta aquí y descubrir que vivía, solo para perderlo nuevamente. Por su parte, entre la presencia de este extraño espectro y el sangriento asesinato que acababa de desatar, Jonnen parecía congelado por el miedo. La figura extendió una mano. Era negro y reluciente, como si estuviera sumergido en pintura fresca. Cuando tocó su hombro herido, Mia sintió una punzada de dolor, helado y negro, hasta el corazón. Ella siseó cuando la tierra surgió debajo de ella, un vértigo congelado que hizo que todo el mundo girara. Ella sintió pena. Dolor. Un escalofrío interminable y solitario. Ella sintió que se estaba cayendo. Y luego no sintió nada en absoluto.

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CAPÍTULO 3 ASCUAS Mercurio se despertó en la oscuridad. El dolor en su cabeza se sentía como el que queda después de una juega de tres dias, y sin embargo no podía recordar ningún desenfreno reciente. Le dolía la mandíbula y podía saborear la sangre en su lengua. Gimiendo, se sentó lentamente en una cama forrada con un suave pelaje gris, con la mano en la frente. No tenía idea de dónde podría estar, pero algo... el olor en el aire tal vez, lo arrastró de regreso a los años más jóvenes. —Hola, Mercurio. Se giró a su izquierda y vio a una anciana sentada al lado de su cama. Parecía tener más o menos su edad, su largo cabello gris atado en trenzas limpias. Estaba vestida con túnicas gris oscuro, fríos ojos azules con arrugas profundas. A primera vista, un espectador podría haber esperado encontrarla en una mecedora junto a un alegre hogar, un puñado de grandes dientes a su alrededor, un viejo moggy en la rodilla. Pero Mercurio lo sabía mejor. —Hola, vieja asesina, —respondió. Drusilla, Señora de las Hojas, sonrió en respuesta. —Siempre tuviste una lengua plateada, querido. La anciana levantó una taza de té humeante del platillo en su regazo, sorbió lentamente. Sus ojos estaban fijos en Mercurio mientras miraba alrededor de la habitación, respiraba profundamente, finalmente entendiendo dónde estaba. La canción de un coro colgaba en el aire fresco y oscuro. Olía velas e incienso, acero y humo. Recordó que el Ministerio lo abordó en la capilla de Tumba de Dioses. El rasguño de la hoja envenenada en la mano de Mataarañas. El viejo se dio cuenta de que la sangre que podía probar pertenecía a los cerdos. Me habían traído de vuelta a la montaña. —No has cambiado mucho tu decoración —suspiró —Me conoces, amor. Nunca fui muy extravagante. 44

—La última vez que estuve en esta cama, te dije que realmente era la última vez, —dijo Mercurio—. Pero si supiera que tienes tanta hambre para una actuación de regreso... —Oh, por favor, —suspiró la anciana—. Necesitarías un bloque y un aparejo para levantarlo a tu edad. Y tu corazón apenas lo soportó cuando teníamos veinte años. Mercurio sonrió a pesar de sí mismo—. Es bueno verte, Silla. —Ojalá pudiera decir lo mismo. —La Señora de las Hojas sacudió la cabeza y suspiró —Eres un viejo tonto de mente abierta. —¿Realmente me arrastraste hasta el Monte Apacible para una reprimenda? —Mercurio buscó su abrigo para fumar y descubrió que faltaban tanto el humo como el abrigo—. Podrías haberme machacado en la 'Tumba'. —¿Qué estabas pensando? —Preguntó Drusilla, dejando a un lado su té—. ¿Ayudando a esa chica idiota en sus esquemas idiotas? ¿Te das cuenta de lo que has hecho? —No estoy recién caído de las últimas lluvias, Silla. —¡No, eres el obispo de Tumba de Dioses! —Drusilla se puso de pie, merodeando por la cama, con los ojos brillantes—. Años de servicio fiel. Jurado a la Madre Oscura. ¡Y sin embargo, ayudaste a una Espada de la Iglesia a romper la Promesa Roja y asesinar a uno de nuestros propios patrocinadores! (4) —Oh, Diosa, no juegues conmigo al devoto herido. —gruñó Mercurio. —Es tan obvio como los cojones de un beagle que tú y tu nido de serpientes querían al cardenal Duomo muerto. Todos ustedes han estado en la cama con Scaeva por años. ¿Lo sabía lord Casio? ¿O fue algo que tú y los demás conspiraron a sus espaldas? —Eres bueno para hablar de conspiraciones, amor. —¿Cómo crees que reaccionaría el resto de la congregación si supieran, Silla? ¿Que el Ministerio se contentó con inclinarse y extender las

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mejillas por nuestro querido Senador del Pueblo? ¿Las manos de Niah sobre esta tierra, se convierten en los perros falderos de un jodido tirano? —Debería haberte matado por tu traición, —gruñó Drusilla. —Y, sin embargo, no puedo evitar notar que no estoy muerto, —El viejo miró por debajo de las sábanas—. O que no tengo pantalones. ¿Estás segura de que no estoy aquí para un reencuentro? He aprendido algunos trucos desde... Drusilla arrojó una túnica gris a la cabeza del anciano—. Estás aquí para servir como el gusano que eres. —... ¿Como cebo? —Mercurio sacudió la cabeza. ¿De verdad crees que es tan estúpida como para venir a por mí? Después de todo lo que ha pasado, después de todo lo que ella... —Sé quién es Mia Corvere, —espetó Drusilla—. Ella es una chica que se rindió a cualquier posibilidad de una vida normal o feliz para vengar a sus padres. Se vendió a la esclavitud con una táctica que incluso un loco consideraría locura, por una sola oportunidad de derribar a los hombres que destruyeron su casa. Ella no tiene miedo. Es temeraria más allá de los cálculos. Entonces, si hay una cosa que he aprendido sobre tu pequeño Cuervo, es esto: no hay nada que la chica no haga por su familia. Nada. La anciana se inclinó sobre la cama y miró a los ojos al anciano. —Y tú, querido Mercurio, eres un padre para ella, mas que su verdadero padre, —El viejo le devolvió la mirada, sin decir nada. Tragando la bilis que inundaba su boca. La Señora de las Hojas solo sonrió, inclinándose un poco más cerca. Todavía podía ver su belleza bajo las cicatrices del tiempo. Recordó la última noche que estuvieron juntos en esta habitación, hace tantos años. Sudor y sangre y dulce, dulce veneno. —Puedes pasear por la montaña si lo deseas, —dijo Drusilla—. Estoy segura que recuerdas dónde está todo. La congregación ha sido informada de su traición, pero nadie te tocará. Necesitamos que respires por ahora. Pero por favor, no forces la amistad siendo más tonto de lo que ya has sido. Drusilla metió la mano debajo de la sábana entre sus piernas, apretó con fuerza mientras jadeaba.

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—Un hombre todavía puede respirar sin estos, después de todo. La anciana aguantó un momento más, luego soltó su agarre helado. Con los labios todavía curvados en su sonrisa matrona, la Señora de las Hojas tomó su platillo y su copa de nuevo, se volvió y se dirigió hacia la puerta del dormitorio. —Drusilla. La Señora de las Hojas miró por encima del hombro. —¿Sí? —Realmente eres una imbecil, ¿lo sabías? —Siempre tan adulador, —La anciana se volvió hacia él, su sonrisa desapareció—. Pero un hombre como tú debería saber exactamente dónde te llevan los halagos con una mujer como yo. Mercurio se sentó en la penumbra después de que ella se fue, con el ceño arrugado arrugado por la preocupación. —Sí, —murmuró—. Bajo mucha mierda. Había acechado en la habitación unas horas más, cuidando su dolorida cabeza y su ego herido. Pero el aburrimiento eventualmente le ordenó que se pusiera la túnica gris que Drusilla le había dado, y que se atara la delgada tira de cuero alrededor de su cintura. No se molestó en tratar de armarse, Mercurio sabía que las únicas formas de salir del Monte Apacible eran una caminata de dos semanas a través de los Susurriales Ashkahi, a través del charco de sangre del Orador Adonai, o saltando de las barandillas del Altar del Cielo y hacia la noche sin forma. Escapar de aquí sin ayuda o alas era casi imposible. Salió de la habitación, apoyándose en el bastón que (sospechosamente) le habían dejado, hacia la penumbra del Monte Apacible. Los ojos azul hielo que parecían nacidos para fruncir el ceño examinaron la oscuridad a su alrededor. El coro sin cuerpo cantó débilmente, en ninguna parte y en todas partes a la vez. Los pasillos eran de piedra negra, iluminados por ventanas de vidrieras y luz solar falsa, decorados con estatuas grotescas de hueso y piel. Patrones espirales intrincados y enloquecedores cubrían cada centímetro de la pared.

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Tan pronto como los pies de Mercurio tocaron las losas fuera de la habitación de Drusilla, sintió la presencia de una figura vestida de túnica, observando desde la penumbra. Una de las manos de Drusilla, sin duda, se encargaría de ser su sombra durante la duración de su estadía (5). Él ignoró la figura, deambuló por su camino, escuchándola detrás. Sus viejas rodillas crujieron mientras bajaba las escaleras, bajaba por los caminos sinuosos y atravesaba la oscuridad laberíntica, hasta que finalmente entró en el Salón de los elogios. Miró alrededor del vasto espacio, obligado a admirar la grandeza incluso después de todos estos años. Enormes pilares de piedra estaban dispuestos en círculo, los aguilones de piedra tallados en la montaña misma se elevaban por encima. Los nombres de las innumerables víctimas de la Iglesia estaban escritos en el granito a sus pies. Tumbas sin identificar de los fieles se alinearon en las paredes. El espacio estaba dominado por una colosal estatua de la propia Niah. Sus ojos negros parecían seguir a Mercurio cuando él se acercó, entrecerrando los ojos a la luz falsa. Ella sostenía una balanza y una espada malvada en sus manos, su rostro hermoso, sereno y frío. Las joyas brillaban en su túnica de ébano como estrellas en el cielo oscuro. La que es todo y nada. Madre, sierva y matriarca. Mercurio tocó sus ojos, sus labios, su corazón, mirando a su Diosa con ojos nublados Mientras estaba allí en el pasillo, un grupo de jóvenes entraron por los escalones de abajo. Miraron al viejo obispo con miradas cautelosas al pasar, encontrando su mirada solo brevemente. Piel lisa y ojos brillantes y manos limpias, adolescentes todos. Nuevos acólitos por el aspecto, apenas comienzan su entrenamiento. Los miró con melancolía mientras se iban. Recordando su propia tutela dentro de estas paredes, su devoción a la Madre de la Noche. Parecía que todo eso había pasado hace demasiado tiempo, qué frío había crecido por dentro. Una vez había sido fuego. Respirado. Sangrado. Disputado. Pero ahora, la única brasa que quedaba era la que seguía quemando para ella, para esa mocosa, engreída, e insignificante Damita, que había entrado en su tienda hace tantos años, con un broche de plata con forma de cuervo en la mano. 48

Nunca había hecho tiempo para la familia. Vivir como una Hoja de la Madre era vivir con la muerte, sabiendo que cada vuelta podría ser la última. No le había parecido justo casarse cuando probablemente su esposa terminaría viuda, ni tener un hijo que probablemente fuera criado huérfano. Mercurio nunca pensó que necesitaría niños. Si le hubieras preguntado por qué había tomado esa chica de pelo negro hace tantos años, habría murmurado algo sobre su regalo, su valor, su astucia. Se habría reído si le hubieras dicho que la necesitaba tanto como ella lo necesitaba a él. Te hubiera cortado la garganta y enterrado profundamente si le hubieras dicho esa vuelta, la amaría como a la hija que nunca tuvo. Pero en sus huesos, incluso cuando esto acabaría con el, debía saber que era cierto. Y ahora, aquí estaba. Un gusano en el anzuelo de Drusilla. A pesar de todo su engaño, sabía que la Señora de las Hojas decía la verdad: Mia lo amaba como la sangre. Nunca lo dejaría morir aquí, no si pensaba que tenía la oportunidad de salvarlo. Y con esos miserables demonios cabalgando sobre su sombra y comiendo su miedo, en la cabeza de Mia siempre había una oportunidad. El viejo miró el coloso de granito sobre él. La espada y las escamas en sus manos. Esos ojos negros despiadados, aburridos en los suyos. —¿Dónde diablos estás? —Susurró. Salió del pasillo, con la mano de Drusilla acechando a una respetuosa distancia detrás mientras el viejo obispo se arrastraba por el laberinto de la montaña, su bastón golpeaba crujientemente sobre la piedra negra. Le dolían las rodillas cuando llegó a su destino; no recordaba que hubiera tantas escaleras en este lugar. Dos puertas de madera oscura se alzaban ante él, talladas con el mismo motivo espiral que decoraban las paredes. Cada uno debía pesar una tonelada, pero el viejo extendió la mano con una mano nudosa y las abrió con facilidad. Mercurio se encontró en un entrepiso con vista a un bosque adornado de estantes, dispuestos como un jardín en forma de laberinto. Se extendían hacia un espacio demasiado oscuro y vasto para ver los bordes. En cada estante se apilaban libros de todas las formas, tamaños y descripciones. Tomos polvorientos y rollos de vitela y cuadernos hambrientos y todo lo 49

demás. El gran Athenaeum de la Diosa de la Muerte, poblado de memorias de reyes y conquistadores, teoremas de herejes, obras maestras de locos. Libros muertos y libros perdidos y libros que nunca existieron, algunos quemados en las piras de los fieles, algunos simplemente tragados por el tiempo y otros simplemente demasiado peligrosos para escribir. Un cielo interminable para cualquier lector y un infierno para cualquier bibliotecario. —Bueno, bueno, —dijo una voz ronca y ronca—. Mira lo que arrastraron los perros costrados. Mercurio se volvió para ver a un viejo liisiano con un chaleco desaliñado, apoyado en un carrito lleno de libros. Dos mechones de cabello blanco brotaron de cada lado de su cuero cabelludo, y un par de anteojos gruesos con los dedos adornaban su nariz aguileña. Tenía la espalda tan doblada que parecía un signo de interrogación andante. Un fino cigarillo ardía en sus labios sin sangre. —Hola, cronista. —dijo Mercurio. —Estás muy lejos de Tumba de Dioses, obispo. —gruñó Aelio. El cronista se acercó, se enfrentó a Mercurio y frunció el ceño. Mientras estaban allí, cara a cara, Aelio parecía ser más alto, su sombra se hacía más larga. El aire ondulaba con una corriente oscura, y Mercurio escuchó las formas de colosos que se movían entre los estantes. Acercándose. Los ojos oscuros de Aelio ardieron mientras consideraba los de Mercurio, su voz cada vez más fuerte y fría con cada palabra. —Si todavía puedo llamarte “Obispo”, digo, —escupió—. Pensé que estarías avergonzado de mostrar tu cara fuera de tu habitación después de lo que sacaste. Y mucho menos arrastrarte aquí abajo. ¿Qué trae tu piel traidora a la biblioteca de la Madre Negra? Mercurio señaló el remanente siempre presente detrás de la oreja del cronista—. ¿Fumar? El cronista Aelio se quedó quieto por un momento, con los ojos ardiendo con una llama oscura. Luego, con una pequeña risita, desplegó sus

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brazos y le dio una palmada a Mercurio en su delgado hombro. Encendió el cigarillo por su cuenta y se lo entregó. —¿Todo bien, mequetrefe? —¿Me veo bien, viejo? —Preguntó Mercurio. —Te ves como una mierda. Pero siempre es educado preguntar. Mercurio se apoyó contra la pared y miró hacia la biblioteca, aspirando una dulce corriente gris a sus pulmones. El humo sabía a fresas, el papel azucarado le hacía bailar la lengua. —Ya no los hacen así, —suspiró Mercurio—. Lo mismo podría decirse de todo en esta sala —respondió Aelio—. ¿Cómo has estado, viejo bastardo? —Muerto (6). El cronista se instaló a su lado. —¿Tú? —Lo mismo. Aelio se burló, respiró una columna de gris—. Todavía siento un pulso en ti por lo que puedo ver. ¿Por qué estás malhumorado aquí abajo, muchacho? Mercurio tomó su cigarillo. —Es una larga historia, viejo. —Una historia sobre tu Mia, ¿no es así? —... ¿Cómo lo adivinaste? Aelio se encogió de hombros, tan delgados como sus huesos, y sus ojos centellearon detrás de sus gafas improbables—. Ella siempre me pareció una chica con una historia para contar. —Me temo que podríamos estar llegando a la página final. —Eres demasiado joven para ser tan pesimista. —Tengo jodidos sesenta y dos años. —gruñó Mercurio —Como dije, demasiado joven. Mercurio se encontró riendo, mientras cálidos grises se derramában de sus labios. Se recostó contra la pared, sintiendo el humo zumbar en su sangre. 51

¿Cuánto tiempo llevas aquí abajo, Aelio? —Oh, un rato, —suspiró el cronista—. Sin embargo, nunca tuvo mucho sentido contar los años. No es que realmente tenga una opción cuando me vaya. —La Madre se queda solo con lo que necesita. —murmuró Mercurio. —Sí, —Aelio asintió—. Ella hace eso. Mercurio echó la cabeza hacia atrás y contempló todos esos libros muertos con ojos pesados. —¿La odias por eso? —Blasfemia. —el viejo fantasma lo regañó. —¿Lo es? —Preguntó Mercurio. —¿Si qué importa lo que digamos o hagamos? —¿Y qué te hace decir eso? —Bueno, mira en qué se ha convertido este lugar, —gruñó Mercurio, agitando su bastón en la oscuridad—. Una vez, fue una casa de lobos. Cada asesinato, una ofrenda a Nuestra Señora del Bendito Asesinato. Alimentando su hambre. Haciéndola más fuerte. Apresurando su regreso. ¿Y ahora? —Escupió en las losas—. Es un burdel. El Ministerio alimenta sus propias arcas, no las Fauces. Sus manos gotean de oro, no de rojo. Mercurio sacudió la cabeza, respirando humo mientras continuaba. —Oh, decimos todas las palabras, hacemos todos los gestos, sí. 'Esta carne es tu fiesta, esta sangre es tu vino'. Pero aún así, cuando toda la oración ha terminado, nos arrodillamos ante los gustos de Julio follando a Scaeva. ¿Cómo puedes decir que a Niah le importa, si ella permite que este veneno infecte sus propios pasillos? —Los dientes de Maw. —Aelio levantó una ceja blanca como la nieve —. Alguien se despertó en el lado equivocado de la cama esta mañana. —Vete a la mierda. —escupió el viejo. —¿Qué quieres que haga? —Preguntó el cronista—. Ha sido desterrada del cielo por milenios, muchacho. Se permite gobernar por un puñado de giros cada dos años y medio. ¿Cuánto decir sobre todo esto crees

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que ella tiene? ¿Cuánta influencia crees que puede ejercer en la prisión que su esposo hizo por ella? —Si ella es tan impotente, ¿por qué llamarla una diosa? El ceño de Aelio se convirtió en un ceño fruncido—. Nunca dije que ella fuera impotente. —Porque nunca fuiste uno para decir lo jodidamente obvio. El cronista miró a Mercurio con fuerza—. Recuerdo cuando llegaste aquí, muchacho. Verde como la hierba, eras. Suave como la mierda del bebé. Pero tú creíste. En ella. En esto. Cuanto más brillante es la luz, más profunda es la sombra. Mercurio frunció el ceño—. Necesito tanto los viejos proverbios Ashkahi como necesito otro saco de bolas, viejo. —Puede que tengas más necesidad de lo que creas, con la joven Drusilla al acecho, —sonrió Aelio—. El punto es que tenías fe, muchacho. ¿A dónde fue esa fe? Mercurio presionó el cigarillo contra sus labios, pensando mucho. —Todavía creo, —respondió—. El Dios de la luz y la Diosa de la noche y sus cuatro jodidas hijas. Quiero decir, este lugar existe. Existes. La Madre Oscura obviamente todavía tiene algo de influencia. —Mercurio se encogió de hombros—. Pero este es un mundo gobernado por hombres, no por divinidades. Y a pesar de toda la sangre, toda la muerte, todas las vidas que hemos tomado en su nombre, todavía está tan jodidamente lejos. —Ella está más cerca de lo que piensas. —dijo Aelio. —Juro por todo lo que es sagrado, si me dices que ella habita en el templo de mi corazón, vamos a averiguar si la gente puede regresar de la muerte dos veces. —No pueden, en realidad, —el cronista se encogió de hombros—. Ni siquiera la Madre tiene ese poder. Si mueres una vez, podrías regresar con su bendición. ¿Pero cruzar de nuevo al Abismo una vez más? Te has ido para siempre. —Se suponía que esa amenaza era retórica, viejo.

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Aelio sonrió, apagó su cigarillo en la pared y dejó caer la colilla en el bolsillo de su chaleco. —Ven conmigo. El cronista se apoyó en su carro de RETORNOS y comenzó a bajarlo por la larga rampa desde el entrepiso hasta el piso del Athenaeum debajo. Mercurio observó al anciano alejarse arrastrando su propio humo. —¡Vamos, ladronzuelo! —Ladró Aelio. El obispo de Tumba de Dioses suspiró y, separándose de la pared, siguió al cronista por la rampa hacia la biblioteca propiamente dicha. De lado a lado, la pareja deambulaba por el laberinto de estantes, rodeados de caoba, pergamino y vitela. De vez en cuando, Aelio se detenía y colocaba uno de sus tomos devueltos en su lugar asignado, casi con reverencia. Los estantes eran demasiado altos para verlos, y cada pasillo tenía el mismo aspecto. Mercurio pronto se perdió irremediablemente, y una parte de él se preguntó cómo, en nombre de la Madre, Aelio se orientaba en este lugar. —¿A dónde abismos vamos? —Gruñó, frotándose las doloridas rodillas —Nueva sección, —respondió Aelio—. Aparecen todo el tiempo en este lugar. Cuando quieren ser encontrados, eso es. Me topé con este hace casi dos años. Justo antes de que tu chica llegara aquí por primera vez. En la oscuridad, Mercurio podía escuchar a los ratones de biblioteca moviendo sus enormes masas entre los estantes. Pieles de cuero raspando a lo largo de la piedra, gruñidos profundos y retumbantes que reverberan por el suelo. El aire era seco y fresco, haciendo eco con la débil canción de ese hermoso coro. Había paz en este lugar, sin duda. Pero Mercurio se preguntó si lograría una eternidad con tanta calma como Aelio. Doblaron un largo estante, girando en una curva suave. Mientras caminaban por las hileras de tomos polvorientos envueltos en pieles viejas y madera pulida, Mercurio se dio cuenta de que la curva se apretaba lentamente, que el estante giraba en una espiral cada vez más pequeña. Y en algún lugar cercano al corazón, en toda esa oscuridad, Aelio se detuvo. El cronista alcanzó el estante superior, sacó un grueso libro y lo colocó en las manos de Mercurio.

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—La madre mantiene solo lo que necesita, —dijo—, y ella hace lo que puede. En las pequeñas formas en que puede. Mercurio levantó una ceja, el cigarillo todavía ardía en sus labios mientras examinaba el tomo. Estaba encuadernado en cuero, negro como un cielo oscuro. Los bordes de las páginas estaban manchados de rojo sangre, y un cuervo en vuelo estaba grabado en negro brillante en la cubierta. Abrió el libro y miró la primera página. —Nuncanoche, —murmuró—. Nombre estúpido para un libro—. —Es una lectura interesante—, dijo Aelio. Mercurio abrió el libro al prólogo, con ojos reuminosos escaneando el texto. CAVEAT EMPTOR “Las personas a menudo se cagan a sí mismas cuando mueren. Sus músculos se aflojan y sus almas se agitan libremente y todo lo demás simplemente... sale fuera, sin más. Por todo el amor que su público profesa por la muerte, los dramaturgos rara vez…” Mercurio hojeó algunas páginas más, burlándose suavemente. —¿Tiene notas al pie? ¿Qué clase de idiota escribe una novela con notas al pie? —No es una novela, —respondió Aelio, sonando herido—. Es una biografía. —¿Sobre quién? El cronista simplemente asintió de nuevo al libro. Mercurio hojeó algunas páginas más, escaneando el comienzo del capítulo tres. “... que lo dejó caer en el camino de una sirvienta que se acercaba, quien cayó con un grito. Doña Corvere se volvió hacia su hija, regia y furiosa. —Mia Corvere, ¡quita a ese sucio animal de en medio o lo dejaremos atrás! Y tan simple como eso, tenemos su nombre.

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Mia.” Mercurio vaciló. Cigarillo colgando de labios repentinamente secos. Su sangre se congeló cuando finalmente entendió lo que tenía en sus manos. Mirando hacia los estantes a su alrededor. Los libros muertos y los libros perdidos y los libros que nunca fueron, algunos quemados en las piras de los fieles, algunos tragados por el tiempo y otros... Simplemente demasiado peligroso para escribir en absoluto. Aelio se había alejado por la fila retorcida, con las manos en los bolsillos y murmurando para sí mismo, dejando un rastro de humo gris y delgado detrás de él. Pero Mercurio estaba enraizado en el lugar. Completamente hipnotizado. Comenzó a hojear más rápido a través de las páginas, los ojos escaneando la secuencia de comandos fluida, arrebatando solo fragmentos en su prisa. “Los libros que amamos, nos aman.” “Le daré saludos a tu hermano.” “—¿Quién o qué es la Luna?—, Preguntó.” Mercurio llegó al final, volteando el libro una y otra vez en sus manos. Preguntándose por qué no había más páginas y mirando alrededor de la biblioteca de los muertos en mudo asombro y miedo. —También encontré otra—, dijo Aelio, volviendo de más abajo en la fila. Hace unos tres meses. No hubo un giro, el siguiente giro, allí estaba. El cronista le entregó a Mercurio otro tomo pesado. Era similar al que sostenía, pero las páginas estaban bordeadas de azul cielo en lugar de rojo sangre. Un lobo estaba grabado en la cubierta negra en lugar de un cuervo. Haciendo malabarismos con el primer libro en la curva de su codo, abrió la tapa del segundo y miró el título. —Tumba de Dioses. —murmuró. —Sigue desde el principio, —asintió Aelio—. Creo que este me gustó más, en realidad. Menos jodido al principio. El coro cantaba en la oscuridad fantasmal a su alrededor, haciendo eco a través del gran Athenaeum. Las manos de Mercurio temblaban, el

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cigarillo caía de su boca mientras buscaba el primer tomo, abriéndolo finalmente en la página del título. Y ahí estaba: NUNCANOCHE LIBRO 1 DE LA CRONICA DE LA NOCHE Por Mercurio de Liis El viejo cerró el libro, miró al cronista de Niah con ojos asombrados. —Mierda—, suspiró. CAPÍTULO 4 REGALO Globos arquímicos centellearon en los techos arqueados y la música se hinchó en el pecho de Mia y todo a su alrededor era hueso pálido y oro brillante. Se paró entre su padre y su madre, pequeñas manos agarrando las suyas, mirando la pista de baile con los ojos muy abiertos de asombro. Elegantes donas con deslumbrantes vestidos de rojo y perla y negro, balanceándose y girando en los brazos de suaves dons con largos abrigos. Deliciosa comida en bandejas de plata y vasos de cristal llenos de licores brillantes. —¿Y bien, mi paloma? —Preguntó su padre—. ¿Qué piensas? —Es tan hermoso. —Mia suspiró. La chica podía sentir los ojos de la gente sobre ellos mientras estaban parados allí, en lo alto de las sinuosas escaleras. El portero había anunciado su llegada al gran palacio y todos se habían girado para mirar. El apuesto justicus de la Legión Luminatii, Darío Corvere. Su encantadora y formidable esposa, Alinne. Sus padres se abrieron paso entre la multitud nacida del tuétano, las encantadoras sonrisas, los asentimientos corteses, los rostros escondidos por exquisitas máscaras de carnaval. El salón de baile del palacio estaba lleno hasta el tope, y todas las personas importantes de Tumba de Dioses habían sido invitados al asunto: la elección de un nuevo cónsul siempre sacaba a la gente más bella.

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—¿Bailamos, querida? —Preguntó su padre. Alinne Corvere se burló suavemente, una mano presionada contra su vientre hinchado. Mia sabía que el bebé vendría pronto. Ella esperaba que fuera un niño. —No, a menos que tengas una carretilla debajo de ese doblete, esposo. —respondió ella. —Ay, —respondió Darío, alcanzando debajo de los pliegues de su traje. —Solo tengo esto. El padre de Mia le regaló a su madre una rosa roja como la sangre, inclinándose para beneficio de los espectadores a su alrededor. Alinne sonrió y tomó la flor, inhalando profundamente mientras miraba a su esposo. Pero, de nuevo, se pasó una mano por el vientre y se apartó con la mirada de aquellos ojos oscuros y conocedores. El padre de Mia se volvió y se arrodilló ante ella. ¿Y tú, mi paloma? ¿Bailamos? Mia se había sentido extraña toda la semana, a decir verdad. Desde que cayó la Veroscuridad, su barriga había estado toda agitada, y nada se sentía como debería. Pero aún así, cuando su padre le ofreció la mano, ella no pudo evitar sonreír, atrapada en el calor de sus ojos. —Sí, padre. —murmuró. —Deberíamos felicitar a nuestro nuevo cónsul, —advirtió su madre —Pronto, —asintió su padre, ofreciéndole su brazo a Mia—. ¿Mi Dona? Los dos salieron a la pista de baile, los otros juerguistas de la médula se separaron para dejarlos pasar. Mia solo tenía nueve años, aún no era tan alta ni lo suficientemente mayor como para bailar correctamente. Pero Darío Corvere apoyó sus pequeños pies sobre los de él y la condujo suavemente hacia la prisa y el tirón de la música. Mia vio a las parejas a su alrededor sonriendo, encantadas como siempre por el hermoso justicus y su precoz hija. Miró a su alrededor maravillada, atrapada en la canción, los vestidos y las brillantes luces de arriba.

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Los tres soles se habían hundido bajo el horizonte hace más de una semana, y la Madre de la Noche se acercaba al final de otro breve reinado del cielo. Mia podía escuchar el popopopopop de los fuegos artificiales en la ciudad más allá, destinado a asustar la Noche de regreso al Abismo. En todo Tumba de Dioses, la gente estaba acurrucada sobre sus hogares, esperando que Aa abriera los ojos nuevamente. Pero aquí, en los brazos de su padre, Mia descubrió que no tenía miedo en absoluto. En lugar de asustarse, se sintió segura. Fuerte. Amada. Sabía que su padre era un hombre guapo, y que era lo suficientemente mayor como para notar las ansiosas miradas de las damas de médula mientras lo veían pasar por el suelo del salón de baile. Pero a pesar de las mejores donas de Tumba de Dioses (y no pocas dons) que lo miraban con nostalgia, el padre de Mia solo tenía ojos para ella. —Te amo, Mia. —Yo también te quiero. —Promete que lo recordarás. Pase lo que pase. Ella le dirigió una sonrisa perpleja—. Lo prometo, padre. Siguieron bailando, girando sobre las tablas pulidas hasta la canción magyca. Mia miró los techos muy por encima de ella, pálidos y brillantes. El extravagante palacio del cónsul se asentaba en la base de la primera costilla, justo cerca de la Casa del Senado y la columna vertebral de Tumba de Dioses. La pista de baile era un mosaico giratorio de los tres soles, circulando entre sí al igual que los bailarines. El edificio fue tallado en la Costilla de la tumba, al igual que la espada larga en la cintura de su padre, la armadura que llevaba cuando iba a la guerra. El corazón de la República de Itreya, cincelado de los huesos de un titán caído hace mucho tiempo. Mia miró a través de la multitud y vio a su madre, hablando con un hombre en una tarima al final de la habitación. Era resplandeciente con túnicas de color púrpura brillante, un laurel dorado alrededor de la frente y anillos dorados en los dedos. Su cabello era grueso y oscuro, sus ojos aún

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más oscuros, y él era, aunque Mia nunca lo habría admitido, quizás un poco más guapo que su padre. Mia vio a su madre inclinarse ante el hombre guapo. Una elegante mujer sentada en el estrado parecía disgustada cuando el hombre besó la mano de Alinne Corvere. —¿Quién es ese, padre?—, Preguntó Mia. —Nuestro nuevo cónsul, —respondió, su línea de ojo siguiendo la de ella—. Julio Scaeva. —¿Es amigo de mamá? —Algo así. Mia observó cómo el apuesto hombre colocaba una mano sobre el vientre hinchado de Alinne Corvere. Un toque breve, ligero como plumas. Una mirada entre ellos, rápida como la plata. —No me gusta. —declaró la chica. —No temas, paloma mía, —respondió el justicus—. A tu madre le gusta lo suficiente para los dos. Ella siempre lo ha hecho. Mia parpadeó y miró a su padre con los ojos negros y entrecerrados. Había un trozo de cuerda alrededor de su cuello en lugar de su corbata ahora, atado con un lazo perfecto. —¿Qué quieres decir? —Preguntó ella. —Oh, despierta, Mia, —suspiró. —Padre, yo… —Despierta. —Despierta. Mia sintió una fuerte patada en el vientre. La voz de un niño, en algún lugar distante. —¡Despierta, Maldición! Otra patada, esta vez en la herida fresca en su hombro. Mia jadeó de dolor y abrió los ojos, viendo una silueta inclinada sobre ella en la penumbra. Sin pensarlo, arremetió con su mano buena, agarrando la garganta de la figura. Chirriaba y se sacudía, los pequeños dedos cavaban

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en su antebrazo. Sólo entonces, a través del dolor y la neblina tóxica en retirada ella reconoció a... —... ¿Jonnen? Ella soltó el cuello del niño como si su piel estuviera hirviendo de metal. Absolutamente horrorizada, ella extendió la mano para suavizar su sucia toga púrpura. —Oh, Jonnen, lo sie…. —¡Mi nombre es Lucio! —Escupió el niño, apartando las manos. Mia contuvo el aliento, trató de calmar su corazón atronador. Estaba horrorizada consigo misma, casi lo había lastimado sin pensar. Su mente estaba nadando con imágenes de un salón de baile reluciente y un cielo verdaderamente oscuro y la mano de Scaeva sobre el vientre de su madre. De una arena llena de gente, gritando mientras enterraba su daga de hueso de tumba en el pecho de Scaeva. De la cara de Jonnen, pálida y horrorizada cuando ella puso a su padre bajo ante él. —Lo siento, —repitió ella—. No te hice daño, ¿verdad? El chico simplemente frunció el ceño, sus ojos tan oscuros e insondables como los de Mia. Miró a su alrededor y se preguntó dónde podrían estar. Un vasto espacio negro los rodeaba, iluminado por el resplandor de una sola linterna en el suelo a su lado. La luz fantasmal se extendía solo un puñado de pies, y más allá había una oscuridad demasiado profunda para comprender. El suelo era irregular debajo de ella, y Mia se dio cuenta de que estaba hecho completamente de rostros y manos humanos, relieves de piedra, tallados en el lecho rocoso de la nieve. Los rostros eran todos femeninos, de hecho la misma mujer, sus facciones hermosas, sus mechones largos y suavemente curvados. Pero sus expresiones eran de angustia, de terror, sus bocas de piedra se abrieron y gritaron en silencio. La multitud de manos se volcó hacia el techo oculto, como si estuviera a punto de colapsar. Mia parpadeó con fuerza, tratando de recordar cómo llegó aquí. Recordó su enfrentamiento con Solís y Chss. Esa figura espectral que la había rescatado en la necrópolis de Galante, salvando una vez más su piel entre las casas de los muertos de Tumba de Dioses. Todavía podía sentir el 61

veneno de Solís en sus venas, aunque notó que la herida en su hombro había sido atada con un trozo de tela oscura. Todavía se sentía lenta por la toxina, fría por el frágil frío que la rodeaba. Sintió el dolor de sus heridas y el tirón de sangre seca que formaba costra en su piel, y en algún lugar distante, una ira sin nombre y sin forma. Y mirando a ese mar de rostros aterrorizados y congelados, como la sensación de sonido para un hombre sordo desde hace mucho tiempo, Mia de repente se dio cuenta de que sentía... Temerosa. Ella buscó en la oscuridad sobre ella. Buscando a sus pasajeros entre esas manos de piedra y bocas abiertas y dándose cuenta de que no podía sentirlos en ningún lado. Su piel se le erizó, su estómago se revolvió, y con un silbido de dolor, se obligó a ponerse de pie. —Don Majo? —llamó—. ¿Eclipse? Sin respuesta. Nada más que el ruido sordo de su pulso en sus venas, el terrible vacío de su ausencia. Eclipse había caminado a su lado desde que Lord Casio había muerto, Don Majo desde que colgaron a su padre. Ella no había estado sin ellos, salvo por solicitud de una edad. Pero ahora, para encontrarse sola... —¿Dónde estamos? —Susurró, estudiando el mar de rostros y manos —No lo sé, —dijo Jonnen, con un pequeño temblor en su voz. Su corazón se suavizó y se acercó a él en la oscuridad. —Está bien, Jonnen, estoy aquí con... —¡Mi nombre es Lucio! —Gritó, golpeando su pequeño pie. ¡Lucio Atticus Scaeva! ¡Soy el hijo primogénito del cónsul Julio Maximillianus Scaeva, y estoy honrado de matarte! —Señaló con un dedo acusador, las mejillas sonrosadas de furia—. ¡Asesinaste a mi padre! Mia retiró la mano y estudió la cara del niño. Los dientes desnudos y el labio tembloroso. Esos ojos oscuros y melancólicos, tan parecidos a los suyos. Así como el suyo. —Yo solía cantarte, —dijo—. Cuando eras pequeño y había tormenta. Odiabas los truenos. —Se encontró sonriendo ante el recuerdo—. Eras un gritón chillón y de rostro rosado con un par de pulmones sobre él que

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podrían despertar a los muertos. Las niñeras no podían hacer nada para tranquilizarte. Yo era la única que podía calmarte. ¿Te acuerdas? Se aclaró la garganta, croando una melodía oxidada. —En los momentos más sombríos, en los climas más oscuros, cuando el viento sopla frío... —Suenas como una arpía que grita por la cena—, gruñó el chico. Mia se mordió el labio, luchando por mantener su temperamento infame bajo control. Había pasado casi ocho años tramando la muerte de los hombres que habían matado a sus parientes. Seis años entrenando con los asesinos más peligrosos de la República, otro año al servicio de la Iglesia Roja, casi otro año luchando por su vida en las arenas de Itreya, cubierta hasta las axilas en sangre. Ni una sola vez en todo ese tiempo aprendió a lidiar con un mocoso malcriado que lloraba la pérdida de su padre bastardo. Pero aun así, trató de imaginar lo que el niño debía pensar. Cómo debía sentirse mirando a la chica que había asesinado a su padre. En verdad, no fue tan difícil entenderlo. Ella tenía su propia versión de este momento, años pasados. Mirando a los hombres que colgaron a su propio padre en el foro. Su voto de venganza resonaba en su cabeza, el odio como ácido candente en sus venas. ¿Jonnen ahora sentía lo mismo por ella? ¿Soy su Scaeva? —Jonnen, lo siento, —dijo—. Sé que esto es difícil. Sé que estás asustado y enojado, que hay cosas que tú... —No me hables, esclava. —gruñó. Su mano fue hacia la marca arquímica en su mejilla. Los círculos gemelos que la marcaron como propiedad del Collegium de Remo. Podía sentir la cicatriz al otro lado de su cara. La herida le cortaba la frente y se enroscaba en un gancho cruel a lo largo de su mejilla izquierda, un recuerdo de sus pruebas en las arenas. Pensó brevemente en Sidonio. Cantahojas y los otros halcones. Preguntándome si habían llegado a un lugar seguro. —No soy una esclava, —dijo, con el hierro arrastrándose en su voz—. Soy tu hermana. 63

—No tengo hermana. —gruñó Jonnen. —Media hermana, entonces, —dijo Mia—. Tenemos la misma madre. —¡Eres una mentirosa! —Gritó, golpeando nuevamente sus pies—. ¡Mentirosa! —No estoy mintiendo, —insistió Mia, pellizcando el puente de su nariz para detener el dolor—. Jonnen, escúchame, por favor... eras demasiado joven para recordarlo. Pero fuiste tomado de nuestra madre cuando eras un bebé. Se llamaba Alinne. Alinne Corvere. —¿Corvere? —Se burló, sus ojos oscuros se estrecharon—. ¿La esposa del Coronador? Mia parpadeó—... ¿Sabes de la rebelión? —No soy un canalón, esclava, —dijo Jonnen, enderezando su túnica sucia—. Tengo una memoria filosa como espadas, todos mis tutores lo juran. Sé del Coronador. Mi padre envió a ese traidor al verdugo y su ramera a la Piedra Filosofal. —Cuida tu lengua, —advirtió Mia, su dedo levantándose junto con su temperamento—. Estás hablando de tu madre. —¡Soy el hijo de un cónsul! —Irrumpió el niño. —Sí, —Mia asintió—. Pero Liviana Scaeva no es tu madre. —¿Cómo te atreves? —Jonnen juntó sus pequeñas manos en puños—. Puedes ser la hija de una prostituta traidora, pero yo no soy bas… Su bofetada lo hizo tropezar, cayendo de espaldas como un ladrillo. Mia podía sentir la ira en sus venas, hincharse y rodar, amenazando con tragársela por completo. Jonnen parpadeó hacia ella, con los ojos muy abiertos y llenos de lágrimas, con una mano levantada sobre su ardiente mejilla. Era un señor de los tuétanos, heredero de una vasta propiedad, hijo de una casa noble. Mia imaginaba que nadie le había puesto las manos encima. Especialmente nadie con una marca de esclavos. Pero aún así… —Hermano o no, —advirtió Mia—, no hablas así de ella. Debajo de su ira, Mia estaba horrorizada consigo misma. Agotada, asustada y dolorida hasta los huesos. Había pensado que Jonnen había

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muerto todos estos años, de lo contrario, nunca lo habría dejado en manos de Scaeva. Ella debería haber estado arrojándo sus brazos alrededor de él con alegría, en vez de tirarlo sobre su pequeño y pomposo trasero. Especialmente no por decir la verdad. Mia había aprendido de Sidonio que el matrimonio de sus padres era de conveniencia, no de pasión. Darío Corvere estaba enamorado del general Antonius, el hombre que había tratado de convertirse en rey de Itreya. El acuerdo del Coronador con su esposa fue una alianza política, no una gran historia de amor. Y no era extraño, tal era la vida en muchas casas de médula de la República. Pero de todos los hombres que Alinne Corvere podría haber tomado como amante, engendrando un hijo, de todos los hombres en todo el mundo, ¿cómo podría haber elegido a Julio follando a Scaeva? Jonnen se mordió los ojos, la huella de la mano que Mia había grabado en su mejilla. Podía ver que él quería llorar. Pero en vez de eso, aplastó las lágrimas, apretó los dientes y convirtió su dolor en odio. Por ls dientes de Maw, él realmente es mi hermano. —Lo siento, —dijo Mia, suavizando su voz—. Se que lo que te digo son verdades agudas. Pero tu padre era un hombre malvado, hermano. Un tirano que quería hacerse un trono de los huesos de la República. —¿Como lo hizo el Coronador? —Escupió Jonnen. Mia tragó saliva, sintiendo las palabras del niño como un puñetazo en el estómago. Aunque trató de controlarlo, podía sentir que se enojaba de nuevo. Como si la ira de Jonnen estuviera de alguna manera avivando la suya. —Eres solo un niño. Eres demasiado joven para entenderlo. —¡Eres una mentirosa! —El niño se puso de pie, su temperamento y volumen subieron junto con él—. ¡Mi padre venció al tuyo y estás enojada por eso! —¡Por supuesto que estoy enojado por eso! —¡Lo engañaste! —Gritó el chico.

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—¡En el escenario del vencedor! ¡Escondiste ese cuchillo en tu armadura, de otra forma nunca lo hubieras tocado! —Hice lo que tenía que hacer, —espetó ella—. ¡Julio Scaeva merecía morir! —¡No luchas justo! —¿Justo? —Gritó ella—. ¡Él mató a nuestra madre! —No tienes honor, no... La voz del niño murió, el gruñido retorcido de su rostro se aflojó en silencioso asombro. Mia siguió su línea de ojos hasta el suelo, ese cuadro de rostros llorones y manos abiertas, iluminado por el brillo espectral de su única linterna. Ahí, en la tumba de piedra, podía ver sus sombras, oscuras y tenebrosas en la luz fantasmal. Y se estaban moviendo. La sombra de Jonnen se deslizaba hacia atrás, como una víbora que se enrosca para atacar. Su propia sombra se extendía hacia la de él, con el pelo ondulando como si fuera una suave brisa. En un parpadeo, la sombra de Jonnen arremetió contra la de ella, envolviendo sus manos alrededor de la garganta de su oponente. La sombra de Mia surgió y se onduló cuando la sombra más pequeña deslizó las manos sobre su cuello. Las sombras azotaron y cortaron el uno al otro, la violencia repentina pintada en negro ondulante, aunque Mia y Jonnen permanecieron inmóviles y ilesos. Mia podía ver la furia perfecta en los ojos de su hermano, reflejando la guerra en la oscuridad entre ellos. Parecía que sus sombras mostraban sus sentimientos más íntimos: su odio, su afecto despreciado. Y entonces lo supo, segura de que sabía su propio nombre: este chico la mataría si pudiera. Córtale la garganta y déjala a las ratas. Observó esas cintas de oscuridad, recordando que su sombra había reaccionado igual en presencia de Furiano. Al mirar a su hermano, sintió la misma enfermedad y anhelo que había sentido cerca de otros Tenebros. Como si se hubiera quedado dormida con alguien a su lado y se hubiera despertado para encontrarse sola. La sensación de que algo... falta. Ella forzó la calma en su voz. Desvaneció su sombra para quedarse quieta. —Soy tu hermana, Jonnen, —dijo—. Somos lo mismo, tú y yo. 66

El chico no respondió, la mirada de odio todavía estaba fija en ella. Pero la enemistad entre sus sombras se calmó lentamente, las sombras volvieron a sus formas normales, solo ondas débiles para marcar algo era extraño en absoluto. La oscuridad a su alrededor estaba mortalmente silenciosa. Los grandes ojos de mil rostros de piedra mirándolos. —¿Cuánto tiempo te ha hablado? —Preguntó Mia suavemente—. ¿La oscuridad? —Jonnen permaneció en silencio. Pequeñas manos enroscadas en pequeños puños. —Yo no era mucho mayor que tú, cuando me habló por primera vez, —Mia suspiró, cansada en su alma—. El día que tu padre colgó el mío, ordenó que me ahogaran, te arrancó de los brazos de nuestra madre. Ese día él lo destruyó todo. El niño miró sus sombras, sus oscuros ojos nublados. —Ocho largos años me tomó, —continuó—. Todas esas millas y toda esa sangre. Pero ya se acabo. Para bien o para mal, Julio Scaeva está muerto. Y somos una familia otra vez. —Perdidos, —escupió—, es lo que estamos, Coronadora. Mia miró a su alrededor, mirando hacia la oscuridad más allá del círculo de la luz de su linterna. Supuso que por el frío en el aire, el silencio que los envolvía, ellos estaban lejos bajo tierra. En alguna parte oculta de la necrópolis, tal vez. ¿Por qué ese sin hogar le había salvado la vida, solo para abandonarla aquí abajo? ¿Dónde estaban el Don Majo y Eclipse? Mercurio? Ashlinn? ¿Por qué seguía parada aquí como una criada asustada? Mia recogió la linterna. Su superficie era pálida y lisa como las garras del cuervo, talladas con relieves de una extraña forma de media luna. Hueso de Tumba, se dio cuenta. (7) Todavía podía sentir ese anhelo dentro de ella. Mirando al niño, a sus sombras en el suelo. Pero había algo más, se dio cuenta. Algo tirando de

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ella allí afuera en toda esa oscuridad y todo ese frío. Cuando movió la linterna en su mano, se dio cuenta de que sus sombras no se movían en respuesta a la luz. En cambio, permanecieron fijos en una dirección, como si el hierro fuera arrastrado hacia una piedra imán. Mia estaba cansada más allá de dormir. Cubierta de hematomas, sangrado y con miedo. Pero la voluntad que la había mantenido en movimiento cuando todo parecía perdido, cuando todo el mundo parecía en su contra, cuando su tarea parecía casi imposible, le pedía que siguiera caminando. Ella no sabía dónde estaban, pero sabía que no podían quedarse. Y entonces ella le tendió la mano a su hermano. —Vamos —¿A dónde? Ella asintió hacia sus sombras en el suelo—. Conocen el camino. —El chico la miró con rabia y desconfianza en sus ojos. —Nuestra familia tenía un dicho, —dijo Mia—. Antes de que tu padre lo destruyera. Neh diis lus'a, lus diis'a. ¿Sabes lo que eso significa? —No hablo liisiano, —gruñó el niño. —Cuando todo es sangre, la sangre lo es todo. Ella extendió su mano otra vez. —La sangre lo es todo, hermanito, —repitió. Jonnen la miró. En la oscuridad, entre esos hermosos rostros aulladores y manos abiertas y la luz fantasmal de la tumba, Mia podía ver el reflejo de su padre en esos ojos negros sin fondo. Pero al final, él tomó su mano. —¿Sientes eso? La voz de Mia resonó en la penumbra, demasiado alta para su comodidad. Habían estado caminando por lo que parecían millas, a través de un retorcido laberinto de túneles. Las paredes y el piso estaban hechos de esas manos y rostros de piedra, desiguales bajo sus pies. Se sentía singularmente desconcertante caminar sobre una superficie de gritos silenciosos. Mia estaba segura de que esto era parte de la 68

necrópolis de Tumba de Dioses, pero nada parecía familiar, y no tenía idea de por qué alguien habría pasado años tallando las paredes y los pisos de esta manera. Cuanto más caminaban, más incómoda se sentía. De vez en cuando captaba movimiento por el rabillo del ojo, jurando que una de las manos de piedra se había movido o que una cara se había girado para seguirla al pasar. Pero cuando los miró directamente, estaban inmóviles. La oscuridad era opresiva, el aire pesado, el sudor ardiendo en los cortes y gubias en su piel. Esa ira sin nombre y sin forma estaba floreciendo en su pecho, y no tenía idea de por qué. Con cada paso, la sensación que había estado persiguiendo a Mia desde que despertó en este lugar se hizo más pronunciada. El tirón de la polilla a la llama. Por el momento, el miedo de Jonnen a la oscuridad parecía haber superado su odio hacia ella, y aunque se había negado a sostener la mano de Mia por mucho tiempo, se mantuvo cerca de ella. Mientras lo conducía a través de los túneles, con la linterna de hueso de tumba en alto, a veces miraba hacia atrás y lo encontraba mirándola con odio revelado. Desafiando por completo la luz fantasmal de la linterna, sus sombras aún se extendían por el pasillo, ahora mucho más largas de lo que deberían haber sido. Con cada paso, el tirón parecía hacerse más fuerte. La ira ardía más en su pecho. —No me gusta aquí, —susurró Jonnen. —Ni a mi, —respondió Mia. Siguieron caminando, presionándose más cerca. Mia podía sentir una furia, golpeando el aire a su alrededor. Una sensación de ira profunda y permanente. De dolor, necesidad y hambre entrelazados. Era la misma sensación que había sentido durante la verdadera masacre oscura. Lo mismo que había sentido durante su victoria en la arena. La sensación de malicia en los huesos de esta ciudad. El aire se sentía aceitoso y espeso, y Mia juraría que podía oler sangre. Las caras en las paredes definitivamente se movían ahora, el suelo se movía bajo sus pies mientras las manos de piedra se acercaban a ellos, los labios de piedra articulaban palabras silenciosas. El corazón de Mia casi saltó de 69

su garganta cuando sintió que los dedos tocaban los de ella. Mirando hacia abajo, vio a Jonnen tomar su mano nuevamente y apretarla con los ojos muy abiertos con miedo. Hambre. Ira. Odio. El túnel se abría a otra cámara, demasiado grande para ver las paredes. Las caras angustiadas debajo de sus pies se inclinaban hacia abajo para formar una gran cuenca, apenas visible en el pálido brillo de la linterna. La orilla tenía todas las manos y bocas abiertas, y Mia vio que la cuenca estaba llena de un líquido, negro, aterciopelado y quieto, que se derramaba sobre los ojos y hacia las bocas de las caras más cercanas al borde. Parecía alquitrán, pero el hedor era inconfundible. Salado y cobrizo y teñido de podredumbre. Sangre. Sangre negra. Y allí, en esa costa que gritaba silenciosamente, Mia vio dos formas familiares. Mirando hacia el estanque negro con sus no ojos. —¡Don Majo! —Gritó ella—. ¡Eclipse! Sus pasajeros permanecieron inmóviles mientras ella tropezaba con los rostros y las palmas, hundiéndose de rodillas junto a ellos. Suspirando con alivio, pasó las manos sobre sus cuerpos, sus formas se movieron y ondularon como humo negro en una brisa. Pero ninguno de los dos rompió su mirada desde ese charco de terciopelo oscuro. Don Majo inclinó la cabeza y habló como aturdido. —¿…lo sientes…? —...LO SIENTO... —respondió Eclipse. —¿Mia? Se giró al escuchar la voz, con el corazón en el pecho. Y allí, en la penumbra, entre los ojos de piedra y los gritos vacíos, Mia vio un espectáculo más hermoso que cualquiera que pudiera recordar. Una chica 70

alta vestida con el atuendo manchado de sangre de un guardia de arena, otra linterna de hueso de tumba en la mano, una espada de hueso de tumba en la cintura. El pelo rubio teñido de rojo henna, las mejillas bronceadas salpicadas de pecas, los ojos del azul de los cielos quemados por el sol. —Ashlinn... —Mia respiró. Ella corrío. Tan ligero y rápido que parecía que estaba volando. Todo el dolor y el agotamiento se convirtieron en recuerdos lejanos, incluso la vista de ese estanque negro fue olvidada. Tropezando con las caras de piedra, con el corazón estallando en el pecho, Mia abrió los brazos y se estrelló contra el abrazo de Ashlinn. Golpeó tan fuerte que casi derribó a la chica más alta. Superada por una alegría enloquecedora al verla de nuevo, Mia entrelazó sus dedos con el cabello de Ashlinn, le tocó la cara para ver si era real, y sin aliento, finalmente acerco a la chica para darle un beso hambriento. —Oh, Diosa, —susurró. Ashlinn trató de hablar, sus palabras sofocadas por la boca de Mia. Mia podía saborear la sangre de la abertura reabierta en su labio, sin prestar atención al dolor, apretando su cuerpo contra el de Ash. —Nunca te dejaré ir de nuevo —Ella agarró las mejillas de Ash con ambas manos y apretó los labios de nuevo— Nunca, ¿me escuchas? jamás. —Mia, —protestó Ashlinn, colocando una mano sobre su pecho. —¿Qué? —Susurró Mia. Superada, volvió a lanzarse a la boca de la chica, pero Ashlinn se volvió a un lado, la miró a los ojos y la apartó suavemente. Mia miró fijamente ese azul quemado por el sol, parpadeando confundida. —... Ash, ¿qué pasa? —HOLA, MIA. La sangre de Mia se congeló cuando escuchó la voz detrás de ella. La temperatura a su alrededor se hizo más fría cuando se volvió, su piel se erizó. Vio una figura familiar, dos cuchillas de hueso de tumba en su espalda. Su túnica estaba oscura y deshilachada en los dobladillos, sus manos negras, las sombras retorciéndose como tentáculos en el borde de su capucha. 71

Mia miró a Ashlinn y vio que el miedo nadaba en su mirada azul. Se apartó de los brazos de su amante y se volvió para mirar a la extraña figura. De sus labios ensangrentados se derramaron pálidos jadeos. —Bueno, —dijo ella—. Mi misterioso salvador. La figura se inclinó, las túnicas se ondularon con una brisa fantasma. Su voz era hueca, sibilante, reverberando en algún lugar de la boca del vientre. —MI DONA. —Supongo que las gracias están en orden, —Mia se cruzó de brazos y se echó el pelo al hombro—. Pero pueden venir después de las presentaciones. ¿Quién diablos eres? —UNA GUÍA, —respondió la figura—. UN REGALO. —Habla con claridad, —gruñó Mia, con los nervios de punta—. ¿Quién eres?— —Mia... —Ashlinn murmuró, colocando una mano suave sobre su hombro. —¡Habla! —Exigió Mia, dando un paso adelante con los puños cerrados. La figura levantó esas manos negras como la tinta y echó hacia atrás la capucha. A la luz fantasmal, Mia vio ojos negros como el tono y una piel de alabastro impecable. Oscuros, gruesos cerrojos de sal, balanceándose como si estuvieran vivos. Seguía siendo dolorosamente guapo: mandíbula fuerte y pómulos altos, una vez garabateados con odiosas manchas de tinta, y luego perfeccionados por las manos del tejedor. Labios que una vez besó. Ojos en los que una vez se había ahogado. Una cara que alguna vez había adorado. Mia miró a los asustados ojos azules de Ashlinn. De vuelta a las piscinas de negro sin fondo que pasaban por las suyas. —Madre negra de mierda, —ella respiró.

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CAPÍTULO 5 EPIFANIAS —¿Cómo? —Susurró Mia. Miró a Tric de arriba abajo, cruzando los brazos sobre los senos y tiritando de frío. Era diferente de lo que había sido: su piel una vez verde oliva ahora estaba tallada en mármol, sus ojos una vez color avellana eran charcos de la más pura oscuridad. Parecía una estatua en el foro, forjado en frío y perfecto de la piedra por la mano de algún maestro y ahora cobra vida. Su cara era hermosa. Perfecto. Pálido y liso como un hueso de tumba, cortando igual de profundo. Su corazón apenas podía creer la historia que contaban sus ojos. Pero no había forma de confundir al chico que había conocido. ¿El chico que había amado? —Pero ella... —Mia se volvió hacia Ashlinn, desconcertada—. Tú lo mataste. Ashlinn estaba inusualmente silenciosa, sus ojos brillantes de miedo. Don Majo y Eclipse seguían sentados uno al lado del otro en esa extraña costa, y Jonnen se había unido a ellos, con los ojos oscuros clavados en esa piscina más oscura. Las caras de piedra a su alrededor articulaban súplicas silenciosas, las trenzas de piedra fluían como en un viento invernal y profundo. Pero Mia simplemente se puso de pie, mirando su vieja llama. Tratando de ignorar la avalancha de emociones que corren por su pecho y simplemente darle sentido a todo. —¿Cómo puedes estar aquí si estás muerto? Los ojos negros de Tric brillaron a la fría luz de la linterna—. LA MADRE RECOGE SÓLO LO QUE NECESITA. Mia respiró hondo unas pocas veces, le dolían los pulmones por el frío. Había oído hablar de espectros que regresaban del Hogar para perseguir a los vivos, descartó a la mayoría de ellos como cuentos de viejas. Pero esto que estaba frente a ella no era una fábula para niños. Este era su viejo amigo, estaba tan segura como que su corazón latía en su pecho. El chico que había viajado con ella a través de los Susurriales de Ashkah, que había

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sido su aliado y confidente durante los juicios de la Iglesia Roja, que había compartido su cama y ahuyentado sus pesadillas durante sus horas más oscuras. Su primer verdadero amor. Asesinado por su segundo amor. Mia podía sentir a Ashlinn detrás de ella, lo suficientemente cerca como para alcanzarla y tocarla. Todavía podía saborear los labios de la chica. Huele el perfume de sudor y cuero en su piel. Sabía que Tric debía haberlos visto juntos, que debía haber sido testigo de la pasión y la alegría que Mia había sentido besando a su asesino. —Yo... —Ella sacudió la cabeza. Buscando alguna explicación. Preguntándose por qué sentía la necesidad de explicar algo—. Pensé que estabas muerto… Esos ojos completamente negros parpadearon hacia Ashlinn—. LO ESTABA, —respondió Tric. —Me salvó la vida, Mia, —Ashlinn murmuró detrás de ella—. El Ministerio me tendió una emboscada en la capilla. Llevaron a Mercurio de regreso a la montaña. También estaban decididos a llevarme, pero... Tric... me ayudó. El estómago de Mia se hundió ante la noticia de la captura de Mercurio. —¿Por qué? —Preguntó ella—. ¿Por qué ayudarte después de lo que le hiciste? —No sé, —Ash puso una mano suave sobre su hombro—. Mia, tengo que decirte… —¿Cuál es tu juego, Tric? —Mia se volvió hacia el chico, ardiendo de curiosidad e indignación. —¿Por qué salvar a Ashlinn después de que ella te matara? ¿Por qué salvarnos a Jonnen y a mí y luego dejarnos vagar como ratas en la oscuridad? Al oír su nombre, el hermano de Mia se apartó del estanque negro. Parpadeó con fuerza, frotándose los ojos como un niño recién despertado del sueño. Parecía notar a Tric por primera vez, pero Mia podía ver sospechas en su mirada en lugar de miedo. Curioso, entrecerró los ojos

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mientras miraba a Ashlinn de arriba abajo, y una dosis saludable de odio resurgió cuando su mirada cayó sobre ella. Los ojos de Tric estaban fijos en Mia. Se dio cuenta de que aún no lo había visto parpadear—, ES LA VEROLUZ, —respondió—. LOS TRES OJOS DE AA EL FUEGO DE AQUEL QUE TODO LO VE BRILLAN EN EL CIELO ARRIBA. LA MADRE NIAH NUNCA ESTA TAN LEJOS DE ESTE MUNDO COMO LO ESTÁ EN ESTE MOMENTO. Y ES SOLO POR SU VOLUNTAD QUE CAMINO ESTE MUNDO. ME TOMÓ TODO, TENIA QUE HACER LO QUE HICE —¿Y Don Majo? —Preguntó Mia—, ¿y Eclipse? ¿Por qué nos separaron? — ESTUVIERON AQUÍ MIENTRAS DORMÍAS. Mia miró hacia esa costa oscura, con sus pasajeros sentados a su lado. Ahora que la alegría de ver a Ashlinn, la conmoción de ver a Tric, se estaba desvaneciendo, aún podía sentir el tirón de este lugar vibrando bajo su piel. La malicia negra e intoxicante reverberaba en ese vasto estanque negro. Mirándose los pies, podía ver su sombra que se extendía hacia ella, a pesar de la luz de la linterna. Y se dio cuenta de que quería unirse a él. —No más acertijos, Tric, —dijo—. Dime de una vez por todas lo que está pasando aquí. —NO TE GUSTARÁ. —¡Maldita sea, habla ya! —Exigió. La sombra de una sonrisa curvó los labios sin sangre de Tric—. TODAVÍA TIENES UNA EXTRAÑA FORMA DE HACER AMIGOS, HIJA PÁLIDA. Las palabras hicieron que el corazón de Mia doliera, disipando cualquier sospecha persistente de que esta aparición no era su vieja amiga. Recordó el tiempo que pasaron juntos, las promesas que se habían hecho, la forma en que su toque la había hecho sentir... —Por favor, —susurró. El chico sin corazón respiró hondo, como si estuviera a punto de hablar. Todo el aire a su alrededor parecía silenciarse, los susurrantes 75

rostros de piedra y las manos de piedra retorciéndose finalmente se quedaron quietas. Sus rastas salinas se balanceaban como víboras soñadoras, el borde andrajoso de su túnica bailaba en un viento que lo tocaba solo a él. —Sentí la hoja, —Tric miró a Ashlinn—. CUANDO LA DESLIZASTE EN MI PECHO. SENTÍ EL VIENTO MIENTRAS ME EMPUJABAS DESDE EL ALTAR DEL CIELO, HACIA ABAJO, HACIA EL NEGRO MAS ALLÁ DE MONTE APACIBLE. PERO NO SENTÍ EL SUELO. Mia sintió a Ashlinn a su lado, temblando cuando su amante se agachó y le tomó la mano. Se dio cuenta de que no podía sentir sus dedos por el frío en el aire. El mundo mismo parecía contener el aliento. —DESPERTÉ EN UN LUGAR SIN COLOR, —continuó Tric—, PERO EN LA DISTANCIA ADELANTE, VI UNA LLAMA PARPADEANTE. UN CORAZÓN. SABÍA QUE ESTARÍA SEGURO ALLÍ. PODÍA SENTIR SU CALOR, COMO LAS MANOS DE UN AMANTE EN MI PIEL, —El espectro sacudió la cabeza—. PERO, AL DAR MI PRIMER PASO HACIA ÉL, ESCUCHÉ UNA VOZ DETRÁS DE MÍ, COMO SI ESTUVIERA MUY LEJOS. —¿Qué dijo? —Mia se escuchó susurrar. —LOS MUCHOS FUERON UNO, —respondió Tric—. Y LO SERÁN OTRA VEZ; UNO DEBAJO DE LOS TRES, PARA LEVANTAR A LOS CUATRO, LIBERAR A LOS PRIMEROS, CEGAR A LOS SEGUNDOS Y A LOS TERCEROS. Oh, madre, la madre más negra, ¿en qué me he convertido? Mia sintió que se le revolvía el vientre al recordar el libro que el cronista Aelio le había regalado durante su tutela en la Iglesia Roja. Le había pedido al viejo un tomo sobre los Tenebros, y él había regresado con un diario golpeado y encuadernado en cuero. —El diario de Cleo, —dijo—. Esas fueron sus palabras. —NO, —respondió el chico muerto—. SON DE NIAH. ELLA ME LAS CANTÓ EN LA OSCURIDAD, LA MÚSICA DE SUS PROMESAS ACALLANDO LA LUZ DE ESE PEQUEÑO CORAZÓN Y TODOS 76

DESEANDO SENTARSE A SU LADO. Y CUANDO TERMINÓ SU ARRULLO, LA MADRE ME MOSTRÓ UN CAMINO, A TRAVÉS DE LA OSCURIDAD ENTRE LAS ESTRELLAS. Y QUEMABA A TRAVÉS DEL MAS FUERTE FRÍO, Y TAMBIÉN ME TRAGABA TODO A TRAVÉS DEL MAS PROFUNDO NEGRO, ME ARRASTRABA EN MI CAMINO DE VUELTA. Tric se subió las mangas de su túnica y Mia vio sus manos y sus antebrazos, estaban negros, salpicados, como si se hubiera sumergido los brazos en tinta hasta los codos. —Y ME CONVERTÍ. —¿Te convertiste en qué? —EN SU REGALO PARA TI, —respondió—. SU GUÍA. Mia simplemente negó con la cabeza en cuestión. —ESTÁS PERDIDA, —dijo Tric—. ES COMO TE DIJE UNA VEZ. TU VENGANZA ES COMO LOS SOLES, MIA. SOLO SIRVE PARA CEGARTE. Mia tragó saliva, terminando las palabras que le había dicho en la necrópolis de Galante. —Busca la corona de la luna. —... ¿La corona de la luna? —Ashlinn respiró. Mia se volvió hacia la chica que estaba a su lado y oyó la extraña nota en su voz—. ¿Eso significa algo para ti? Los ojos de Ashlinn seguían fijos en Tric. Parecía tan incrédula como Mia se sentía, —... ¿Ash? Ashlinn parpadeó, enfocándose en la cara de Mia. —El mapa, —dijo—. El que Duomo me contrató para encontrar. Mia tragó saliva, recordando la primera vez que había caído en la cama de Ashlinn. Los dulces besos y el cigarillo humean después, el largo cabello rojo se separa para revelar el intrincado tintero en la espalda de su amante. Ashlinn había sido contratado por el cardenal Duomo para recuperar un mapa de una ruina en la costa del Antiguo Ashkah. Pero por temor a la traición, había tatuado el mapa en su piel con tinta arquímica que se

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desvanecería en caso de su muerte, el mismo tipo que se utilizó en la marca de esclavos en la mejilla de Mia. En todo el caos que condujo a los magni, nunca habían encontrado realmente tiempo para discutirlo. —Duomo creía que conducía a un arma, —dijo Ashlinn suavemente—. Un magyco que desharía la Iglesia. Scaeva y el Ministerio también deben haberlo creído, o de lo contrario nunca te habrían enviado para robarlo, Mia. No sé la verdad de eso. Pero sí sé que el mapa conduce a un lugar en lo profundo de los desechos de Ashkahi. Un lugar llamado la Corona de la Luna. —A DÓNDE DEBES IR, —dijo Tric. —¿Por qué? —Exigió Mia—. ¿Qué demonios es esta Luna? ¿Y por qué le digo a un mendigo sobre su jodida corona? —TU FUISTE ELEGIDA POR LA MADRE, —respondió Tric. —OH, bollocks, —espetó Mia—. Si soy elegida de Nuestra Señora del Bendito Asesinato, ¿por qué estoy huyendo de sus propios asesinos? Si soy tan jodidamente elegida, ¿por qué he vivido hasta el cuello con sangre y mierda durante los últimos ocho años? —LA IGLESIA ROJA HA PERDIDO SU CAMINO, —respondió Tric—. Y LA MADRE ESTÁ MUY LEJOS DE AQUÍ, MIA. PERO ELLA HA HECHO LO QUE PUEDE PARA PONERTE EN TU CAMINO. TE ENVIÓ SALVACIÓN CUANDO CHICA A TRAVÉS DE MERCURIO. TE ENVIÓ EL DIARIO DE CLEO A TRAVÉS DE AELIO. TE ENVIÓ EL MAPA A TRAVÉS DE... —Los ojos de Tric brillaron mientras miraba a Ashlinn—… ELLA. ELLA ME ENVIÓ. NO PUEDES IMAGINAR LA LUCHA QUE LE TOMÓ INFLUENCIAR ESTE MUNDO DESDE LOS MUROS DE SU PRISIÓN. PERO TODAVÍA, DE LA MANERA PEQUEÑA QUE PUEDE, TE HA DADO TODA LA AYUDA QUE PUEDE DARTE. —¿Pero por qué? —Exigió Mia—. ¿Por qué yo? Tric juntó sus dedos negros en sus labios, mirando por largos y silenciosos momentos. —AL PRINCIPIO, EL MATRIMONIO DE NIAH Y AA FUE FELIZ, —dijo finalmente—. LA LUZ Y LA NOCHE COMPARTÍAN LA REGLA 78

DEL CIELO IGUALMENTE, HACIENDO EL AMOR EN EL AMANECER Y EL OCASO. TEMIENDO A UN RIVAL, AA LE ORDENÓ A NIAH QUE NO LE DIERA HIJOS VRONES, Y DUTIFICAMENTE, LE DIÓ CUATRO HIJAS: LAS SEÑORAS DE FUEGO, TIERRA, OCÉANO Y TORMENTAS. PERO EN LAS LARGAS Y FRÍAS HORAS DE OSCURIDAD, NIAH FALTÓ A SU MARIDO. Y PARA FACILITAR SU SOLEDAD, LLEVÓ A UN NIÑO AL MUNDO. Tric miró el charco de oscuridad a su espalda, con tristeza en su voz. —LA NOCHE NOMBRÓ A SU HIJO ANAIS. —Y Aa desterró a Niah del cielo por su crimen, —dijo Mia, su temperamento deshilachado—. Esta es la tradición de los niños, todos lo saben. ¿Qué tiene que ver conmigo? Tric señaló con un dedo la piscina, la superficie lisa y negra reflejaba el techo de arriba como si fuera de cristal. Y reflejada en ella, podía ver un orbe pálido, colgando en la oscuridad como humo. —EN EL IMPERIO DEL ANTIGUO ASHKAH, CONOCÍAN ANAIS POR OTRO NOMBRE. Mia miró el orbe resplandeciente, el mismo que había visto en el momento en que mató a Furiano en la Arena de Tumba de Dioses, y sintió que su sombra se oscurecía aún más. “La Luna” se dio cuenta. Tric asintió con la cabeza. —ÉL ERA EL COMEDOR DEL MIEDO. EL DÍA EN LA OSCURIDAD. REFLEJÓ LA LUZ DE SU PADRE Y BRILLÓ EN LA NOCHE DE MADRE. EN EL IMPERIO DEL ANTIGUO ASHKAH, ENSEÑÓ EL PRIMER SORCERII LAS ARTES ARCANAS. UN DIOS DE MAGYA Y SABIDURÍA Y ARMONÍA, ADORADO POR SOBRE TODOS LOS DEMÁS. NO HABIA SOMBRA SIN LUZ, CADA DÍA SIGUIENDO LA NOCHE, ENTRE NEGRO Y BLANCO... —Hay gris... —murmuró Mia. —ERA EL EQUILIBRIO ENTRE LA NOCHE Y EL DÍA. EL PRÍNCIPE DEL AMANECER Y LA OSCURIDAD. Y TEMIENDO SU PODER EN CRECIMIENTO, AQUEL QUE TODO LO VE RESOLVIÓ ASESINAR A SU ÚNICO HIJO. 79

Los relieves de piedra comenzaron a moverse nuevamente mientras Tric hablaba. Manos grabadas cambiaban para cubrir los ojos ciegos. Las bocas se ensanchaban con horror. El orbe en la piscina se movió, se convirtió en una forma aguda y creciente, goteando sangre. En el fondo de su mente, Mia juró que podía escuchar otras voces. Miles de ellas, más allá del límite de la audición. Y estaban gritando. —AA ATACÓ MIENTRAS ANAIS DORMÍA, —continuó Tric—. CORTÓ LA CABEZA DE SU HIJO Y ESCONDIÓ SU CUERPO DE LOS CIELOS. EL CADÁVER DE ANAIS CAYÓ EN PICADO A LA TIERRA, DESGARRANDO LA TIERRA Y ARROJANDO AL MUNDO ENTERO AL CAOS. EL IMPERIO ASHKAHI EN EL ESTE FUE COMPLETAMENTE DESTRUIDO. Y DONDE EL CUERPO DE SU HIJO ESTABA EN EL OESTE, AA MANDÓ A SUS FIELES A CONSTRUIR UN TEMPLO PARA SU GLORIA. Ese templo se convirtió en una ciudad, y esa ciudad se convirtió en el nuevo corazón de su fe. —Las costillas, —Ash echó un vistazo a la cuchilla de hueso de tumba en su cintura—. La espina. —Todo este lugar... —se dio cuenta Mia, mirando a su alrededor. Tric asintió con la cabeza—. UNA TUMBA DE UN DIOS. Con el corazón martilleante, la boca seca, Mia imaginó la ilustración que había encontrado al final del diario de Cleo: un mapa de Itreya antes del surgimiento de la República. La bahía de Tumba de Dioses había desaparecido por completo, una península que llenaba el Mar del Silencio donde ahora se encontraba la capital de Itreya. Y en ese lugar, tres palabras habían sido escritas con tinta roja como la sangre. —Aquí se cayó... —susurró ella. —AQUÍ SE CAYÓ, —asintió Tric—. PERO UN DIOS NO MUERE TAN FÁCILMENTE. Y LA MADRE GUARDA SOLO LO QUE NECESITA. EL ALMA DE ANAIS NO SE EXTINGIÓ. Tric respiró hondo y lentamente, como antes de una profunda zambullida.

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—ESTABA DESTROZADA. Sus ojos sin fondo estaban fijos en los de Mia. —ALGUNAS PIEZAS AGRUPADAS AQUÍ, EN LOS HUECOS DEBAJO DE LA PIEL DE ESTA CIUDAD. LA PARTE DE ÉL QUE DETESTABA. QUE ODIABA. QUE DESEABA QUE SOLO LLEGARA A SU FIN, COMO HABÍA PASADO. —El espectro miró a Don Majo y Eclipse, que ahora lo miraban con los ojos desorbitados—. EN SU MOMENTO, OTROS PARTES GANARON UNA VOLUNTAD PROPIA, ARRASTRANDOSE POR EL LODO BAJO SU TUMBA. CORTADOS DE LO QUE HABÍAN SIDO, Y SIN SABER LO QUE ERAN, BUSCARON A OTROS COMO ELLOS. ALIMENTANDOSE DEL MIEDO COMO ANAIS HABÍA HECHO UNA VEZ, Y TOMANDO CUALQUIER FORMA Y CARACTERÍSTICA QUE LES DIERAN AQUELLOS EN LOS QUE VIEJABAN PARA SU COMODIDAD. —Daemones, —dijo Mia—. Pasajeros. Esos ojos negros volvieron a los de la chica—, Y, POR ÚLTIMO, LOS FRAGMENTOS MÁS GRANDES DE TODOS, LAS PARTES QUE FUERON MÁS FUERTES, ENCONTRARON SU CAMINO EN... —... Personas, —respiró Ash. —Tenebros, —dijo Mia. Tric asintió con la cabeza. —PERO EN EL CORAZÓN DE USTEDES, DAEMONES O TENEBROS, SON TODOS LO MISMO. BUSCANDO LAS PIEZAS QUE FALTAN DE USTEDES MISMOS. BUSCANDO REUNIRSE OTRA VEZ. LAS PIEZAS DISPERSAS DE UN DIOS DAÑADO. Eclipse se burló. —… ESTO ES UNA LOCURA… —... No quiero alarmar a nadie, pero estoy de acuerdo con la mestiza... —MIRA TU SOMBRA, MIA —dijo Tric— ¿QUE VES? Mia miró a la oscuridad a sus pies. Todavía se extendía hacia ese charco de sangre negra, al igual que Jonnen. Pero incluso con sus pasajeros sentados en la orilla frente a ella, todavía era... —Lo suficientemente oscuro para dos, —dijo. 81

—ASÍ QUE LA MADRE FUE CON CLEO, —dijo Tric—. TAMBIÉN APRENDIÓ LA VERDAD DE LO QUE ERA. ELEGIDA POR LA MADRE, ELLA VIAJÓ A TRAVÉS DE LAS TIERRAS DE ITREYA, BUSCANDO REUNIR LAS PIEZAS DESGASTADAS DEL ALMA DE ANAIS. ELLA REUNIÓ A UNA LEGIÓN DE PASAJEROS A SU LADO. BUSCANDO A OTROS COMO ELLA Y... —Comiéndolos, —dijo Mia, recordando el diario. —TOMANDO LOS PELIGROS DE SU ESENCIA EN MISMA MISMA. Mia frunció el ceño. —Entonces el fragmento que estaba dentro de Furiano... —AHORA ES PARTE DE TI. AL ESCALARLO CON TU PROPIA MANO, LO HA RECLAMADO COMO TUYO. FUSIONANDO DOS EN UN TODO MÁS GRANDE. LOS MUCHOS FUERON UNO. Y LO SERÁN OTRA VEZ. —Pero Lord Casio murió justo en frente de mí. Y no me sentí más fuerte. —CASIO NO FUE ASESINADO POR UN OSCURO. EL FRAGMENTO EN ÉL SE PERDIÓ PARA SIEMPRE. EVENTUALMENTE, AUN UN DIOS PUEDE MORIR. El pulso de Mia latía en sus venas, su barriga era una mancha de hielo. Podía sentir la maldad que emanaba de esa piscina ennegrecida, la furia en el aire a su alrededor. Ahora lo entendía, por fin. Era la misma furia que había alcanzado y tocado durante la verdadera masacre oscura, la noche en que realmente ejerció el poder dentro de ella. Romper la piedra filosofal en pedazos. Asaltando la Basílica Grande y destruyendo la gran estatua de Aa fuera de ella. Abrazando la ira negra y amarga en los huesos de esta ciudad. Era la rabia de un niño, traicionado por quien más debería haberlo amado. La ira de un hijo, por su padre asesinado. Los ojos sin fondo del muerto se clavaron en los suyos. —El diario de Cleo... ella habló de un niño dentro de ella, —dijo Mia 82

— ...ELLA ERA UNA LUNATICA, MIA... —gruñó Eclipse. —Toda esta historia suena a locura, —respiró ella. —NO —respondió Tric. —ES…. —... ¿Destino...?— Don Majo se burló. Tric volvió los ojos sin fondo al gato de las sombras. —SI ELLA TIENE APROVECHARLO.

EL

VALOR

SUFICIENTE

PARA

—...esta es la más oscura sombra de tonterías... Eclipse estuvo de acuerdo con una sonrisa burlona. —... ¿HONESTAMENTE QUIERES QUE CREA QUE ESTE IDIOTA GATITO ES UN DIOS...? —EL ALMA DE ANAIS SE SEPARÓ EN CIENTOS DE FRAGMENTOS. USTEDES NO SON MÁS COMO DIOSES QUE UNA GOTA DE AGUA ES EL OCÉANO. ¿PERO DEBES SENTIR QUE TODOS ESTÁN LÍMITADOS? ¿NO SIENTES QUE ESTÁS... INCOMPLETO? Mia sabía de qué estaba hablando el chico sin corazón. La enfermedad y el hambre que siempre había sentido con Casio, Furiano, ahora Jonnen. Nunca se sintió tan completa como cuando Don Majo y Eclipse caminaron a su sombra. Y se sintió más fuerte que nunca desde la muerte de Furiano por su propia mano. Pero aun así, parecía una completa locura. Esta charla de dioses fragmentados y almas destrozadas, de restaurar el equilibrio entre la luz y la oscuridad. —DEBES REUNIR TODO LO QUE SE HA ROTO, MIA. DEBES DEVOLVER LA MAGYA AL MUNDO. RESTAURAR EL EQUILIBRIO ENTRE LA NOCHE Y EL DÍA, COMO ERA EN EL PRINCIPIO. COMO SIEMPRE TENÍA QUE SER. UN SOL UNA NOCHE. UNA LUNA. Hizo un gesto hacia la piscina ennegrecida. —Si se supone que debo buscar piezas de él, ese parece ser un buen lugar para comenzar.

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—NO, —dijo Tric—. ESTA ES LA FURIA DE ANAIS. ESTA ES SU IRA. LA PARTE DE ÉL QUE SE HA TENIDO EN LA OSCURIDAD Y HABLADO, QUE SOLO QUIERE DESTRUIR. DEBES TOMAR EL MUNDO, MIA. NO DESHACERLO ESTE ES TU PROPÓSITO. Los ojos de Mia se entrecerraron. —Mi propósito era vengar a mi familia. Era matar a Remo, Duomo y Scaeva. Y lo he hecho, después de vivir hasta el cuello con sangre y mierda durante ocho putos años. No gracias a tu preciosa madre. —Mia... —murmuró Ashlinn. —La Iglesia Roja capturó a Mercurio, Tric. Maw sabe lo que quieren con él, pero él está en sus manos. Probablemente saben que me ayudó a asesinar a Scaeva. Tengo que… —Mia, —dijo Ashlinn. Se volvió hacia su amante y vio el miedo nadando en ese hermoso azul —. ¿Qué pasa? —Preguntó Mia. —Tengo que decirte algo, —dijo Ash—. Sobre Scaeva. —¿Entonces dime? —... Deberías sentarte. —¿Estás bromeando? —Mia se burló—. Escúpelo, Ashlinn. La chica vaaniana se mordió el labio. Respiró hondo y temblando—. El Vive. Los ojos de Jonnen se agrandaron, su pequeña boca colgando abierta. Mia sintió que su corazón se saltaba un latido, un espantoso temor le hacía sentir las tripas más frías que el chico muerto detrás de ella. —¿De qué estás hablando? —Siseó Mia—. Puse una cuchilla de hueso de tumba justo a través de sus costillas. ¡Corté su jodido corazón en dos! Ash sacudió la cabeza—. Era un doble, Mia. Un actor, elaborado artesanalmente por La Tejedora Marielle para parecerse a Scaeva. El cónsul estaba en alianza con la Iglesia Roja, y sabían nuestro plan de ganar la magni todo el tiempo. Querían que mataras a Duomo. Scaeva va a usar el asesinato público del cardenal como una excusa para ejercer poderes de

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emergencia permanentes, reclamar el título de Imperator, convertirse en rey de Itreya en todo menos en su nombre. Mia sentía su cabeza como si estuviera bajo el agua. El corazón acelerado. Su piel cubierta de sudor helado. ¿Podría ser posible? ¿Podría haberla visto venir? ¿Podría haber estado tan ciega? Sus piernas se sentían débiles. Mareada por el agotamiento, la pérdida de sangre, un remanente de la toxina de Solís aún recorría sus venas. Miró a Jonnen y vio al niño mirándola triunfante en sus ojos negros. Ella había sido muy cuidadosa. Tan cierto Podía recordar la euforia cuando su espada separó el pecho de Scaeva, la alegría enloquecedora mientras su sangre salpicaba su barbilla y sus labios, cálidos, gruesos y de un rojo encantador. —Oh, Diosa... Ella parpadeó hacia Ashlinn, buscando desesperadamente la mentira, la artimaña—. ¿Cómo sabes esto? —Scaeva me lo dijo. Cuando me tendieron una emboscada en la capilla. Y Mia... él me dijo algo más. —Ash tragó saliva, su voz temblando —. Pero no quiero lastimarte. No quiero darle voz, sabiendo lo que te hará. —Pensé que había terminado... —Mia podía sentir lágrimas amargas en sus ojos. Demasiado cansada y dolorida para retenerlas más. —Ocho jodidos años, y yo... de verdad me permití creer que ya estaba hecho. Se dejó caer de rodillas en un mar de rostros gritones, tentada de comenzar a gritar junto con ellos. —¿Qué podría ser peor que eso? —Oh, Diosa, perdóname... Ashlinn se dejó caer sobre la piedra a su lado. Tomando las manos de Mia entre las suyas, respiró hondo y temblorosa. —Mia… Ash sacudió la cabeza, las lágrimas caían por sus mejillas. —Mia... él es tu padre. 85

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CAPÍTULO 6 IMPERATOR Mia se sentó en una costa negra, una guerra de tres colores se desató en su cabeza. El primero fue el rojo de la sangre. El rojo de la ira. Sintió que le apretaba los puños. La llenaba hasta el borde, desde el dedo del pie hasta la cabeza. Escupiendo maldiciones y fuego y pisoteando esos angustiados rostros de piedra. Fue una bendición ceder por un tiempo, abrazando el temperamento por el que era tan notoria. Al menos ella sabía de dónde venía ahora. Nadando en el aire a su alrededor, la ciudad sobre ella, cambiando la arquitectura debajo de su piel. Toda su vida. La ira de un dios se puso baja. El segundo era gris acero frío. Sospecha, deslizándose en su vientre como un cuchillo, frío y duro. Hubo un momento en el que rezó para que todo fuera un truco: la manipulación de un hombre que siempre había demostrado estar tres pasos por delante. Pero en sus profundidades más oscuras, todo sonaba a verdad. La forma en que Scaeva la había mirado en el apartamento de su madre. Ese momento en que él extendió su mano y se llevó todo su mundo. El brillo en sus ojos, oscuros como moretones, mientras la miraba y sonreía. —¿Te gustaría saber qué me mantiene caliente por la noche, pequeña? Y así la furia acabó con la sospecha. Ahogado bajo una inundación escarlata. Pero después de la sospecha, el frío gris había llegado a la tristeza. Negro como las nubes de tormenta. Convirtiendo sus maldiciones en sollozos y su furia en lágrimas. Se había desplomado en esa orilla sin voz, aullando y lloraba. Como un niño. Como una jodida nena. Dejando que su dolor, su horror, su angustia salieran de sus labios y bajaran por sus mejillas hasta que sus ojos se pusieron rojos como la sangre y su garganta dolorida y cruda.

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Darío Corvere. Justicus de los Luminatii. El Coronador, líder de la Rebelión. El hombre que le había dado acertijos para los regalos del Gran Diezmo, que había leído sus cuentos antes de acostarse, cuya barba le hacía cosquillas en las mejillas cuando le daba el beso de buenas noches. El hombre que había apoyado sus pequeños pies sobre los suyos y le había hablado sobre ese brillante salón de baile. —Te amo, Mia. —Yo también te amo. —Promte que lo recordarás. No importa lo que pase. El hombre al que había adorado, el hombre al que había llorado, el hombre por el que había dedicado los últimos ocho años de su vida a la venganza. El hombre al que había llamado padre. Ni de cerca. Ashlinn se sentó detrás de ella mientras lloraba, brazos suaves alrededor de su cintura, la frente presionada fría y suave contra su espalda. Don Majo y Eclipse se sentaron cerca, observando en silencio. Jonnen la miró con una nueva confusión que brillaba en esos ojos sin fondo. Negro como plumas de cuervo. Negro como la oscuridad verdadera. Justo como el de Scaeva. Justo como el mio. —Su esposa no puede tener hijos, —murmuró Ashlinn, su voz llena de dolor—. Scaeva, quiero decir. Supongo que por eso se llevó a Jonnen... después... —Todos los buenos reyes necesitan hijos, —susurró Mia—. Hijas, no tanto. —Lo siento, amor, —Ash tomó su mano, presionó los costados y sangrantes nudillos de Mia en sus labios—. Madre negra, lo siento mucho. Eclipse se acercó, envolvió su cuerpo translúcido alrededor de la cintura de Mia y apoyó la cabeza en el regazo de la chica. Don Majo yacía sobre sus hombros, entrelazado en su cabello, con la cola enrollada protectoramente sobre su pecho. Mia se consoló de su frío humeante, la sensación susurrante de sus cuerpos contra los de ella, los brazos de Ash a 88

su alrededor. Pero pronto sus ojos volvieron a la piscina negra que tenían ante ellos, con el hedor a cobre de la sangre que flotaba en el aire. Bajó la vista hacia sus manos vacías nuevamente, los pasajeros a su lado, la sombra debajo de ella, más oscura que nunca. Los muchos eran uno. ¿Y lo serán de nuevo? Miró al chico silencioso sin hogar que estaba delante de ella. Sus ojos negros estaban fijos en Ashlinn. En sus dedos entrelazados. Recordó que esos ojos habían sido color avellana una vez. Que esos dedos la habían tocado en lugares que nadie jamás había tenido. Esta revelación todavía sonaba en sus oídos. El peso de la verdad que había buscado todos estos años, ahora no encajabao y se retorcía sobre sus hombros. A parte de que todavía le resultaba imposible de creer, incluso con el recuerdo de la verdadera masacre oscura que cantaba en su cabeza, el poder y la furia que había ejercido sin esfuerzo, las sombras cortando como espadas en sus manos extendidas. Había matado a tantos hombres, cediendo a la ira que la había sostenido durante todos los años y todas las millas y todas las noches en vela. Ahora esa ira se arrastraba hacia ella, deslizándose desde ese estanque. Tóxico. Narcótico. El dolor sofocante se oscurecía bajo olas de un rojo familiar y reconfortante. Si estaba enojada, no necesitaba pensar. Si estaba enojada, simplemente podía actuar. Cazar. Apuñalar. Matar. Ese bastardo. La araña en el centro de toda esta jodida red podrida. El hombre que había sentenciado a su madre a morir en la Piedra Filosofal, que había ordenado que la ahogaran, que la había utilizado para deshacerse de sus rivales y, así al final, ponerse a si mismo como el brazo armado de su trono sangriento. El hombre que la había manipulado desde lejos todos estos años, empujándola, retorciéndola, convirtiéndola en...

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Se miró las manos temblorosas y abiertas. En esto. Entonces ella cedió a la ira. Deja que ahogue el dolor dentro de ella. Y en la oscuridad, susurró: —Si un asesino es lo que quiere, un asesino es lo que obtendrá. Ash parpadeó. —¿Qué? Mia se puso de pie con una mueca. Estiró la mano. —Dame la espada, Ash. Ashlinn bajó la mirada hacia la hoja larga que tenía en la cintura. La había recuperado de las cámaras de Mia en la capilla de Tumba de Dioses. Era de hueso de tumba, afilada como la luz del sol, su empuñadura tallada como un cuervo en vuelo. La espada había pertenecido a Darío Corvere, tomada de su estudio en Nido del Cuervo por Marco Remo. Mia había matado a Remo a su vez: le cortó la garganta en un polvoriento pueblucho en la costa de Ashkah y reclamó la espada como suya. Vengar a su padre, o eso pensaba. —Te amo, Mia. —Yo también te amo. —Dámela, —dijo Mia. —¿Por qué? —Preguntó Ash. —Porque es mía. —Mia... —Ashlinn se puso de pie, con precaución y cuidado convirtiendo su voz en terciopelo—. Mia, lo que sea que estés pensando... estás exhausta. Estás herida. Lo qué Tric nos acaba de decir... no puede ser fácil de... —¡Dame la puta espada, Ashlinn! —Gritó Mia. Las sombras se encendieron, la oscuridad sonó en su voz y la convirtió en hierro hueco. La oscuridad se retorcía sobre sus pies, patrones y formas locas, deslumbrantes negros. Los ojos rojo-ámbar del cuervo en la empuñadura centellearon en la luz fantasmal. La piscina detrás de ella se onduló, como besada por la piedra más pequeña. 90

Ashlinn palideció bajo sus pecas. Mia vio que en realidad estaba temblando. Pero de todas formas ella se mantuvo firme. Apretó los dientes y apretó los puños para detener los temblores. Enfrentar a Mia como nadie más se atrevió. —No, — respondió ella. Mia gruñó. —Ash, te advierto... —Adviérteme lo que quieras, —dijo Ash, respirando profundamente —. Sé que estás enojada. Sé que estás herida. Pero tienes que pensar. — Hizo un gesto hacia la oscuridad detrás y debajo de Mia—. Lejos de esta piscina maldita. Con la sangre lavada de tu piel y un cigarillo en tu mano y un sueño nocturno entre tú y toda esta mierda. Mia frunció el ceño, pero el hierro en su mirada vaciló. —Dame mi espada, Ashlinn. La chica extendió la mano y pasó una mano suave por la cruel cicatriz en la mejilla de Mia. A lo largo del arco de sus labios. La mirada en sus ojos derritió el corazón de Mia. —Te amo, Mia, —dijo Ash—. Incluso la parte de ti que me asusta. Pero ya has sufrido suficiente esta vez. No quiero verte herida de nuevo. Las lágrimas brotaron de los ojos de Mia. El negro subiendo por debajo del rojo. Las paredes se cernían sobre ella, listas para derrumbarse. Sus manos se agitaban a sus costados como si estuviera desesperada por un abrazo, pero demasiado desgarrada para rogar por uno. Con un murmullo de piedad, una mirada al chico sin corazón que las miraba, Ashlinn dio un paso adelante y abrazó a Mia. Besó su frente, la apretó con fuerza, Mia se hundió en sus brazos. —Te amo, —susurró Ash. —Lo siento, —Mia respiró en el cabello de Ashlinn, con las manos recorriendo su espalda—. Todo está bien. —No, —Las manos de Mia se movieron hacia abajo sobre las caderas de Ashlinn, sus dedos rozaron la empuñadura de la espada larga. Y con una floritura, Mia sacó la espada de la vaina y retrocedió fuera del alcance de Ash—. No lo esta.

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—Tú... —Ashlinn tenía los ojos muy abiertos, la boca abierta—. Tú... mierda... —¿Perra? Mia volteó la espada en su mano, secándose las lágrimas en su mugre manga. —Sí, —asintió ella—. Pero soy una puta puta inteligente. —Mia se volvió hacia Tric, olisqueó con fuerza y escupió. —¿Cómo salgo de aquí? —DEBES ESCUCHAR… —No debo hacer nada, —espetó Mia—. Julio Scaeva está en Tumba de Dioses, ¿entiendes eso? El verdadero Julio Scaeva. Cien mil personas lo vieron cortado por la espada de una asesina. Necesita mostrarse frente a la turba para asegurarse de que todo esté bien antes de que la ciudad se incendie. Y su doppelgänger está muerto. Entonces, ¿me mostrarás la salida de este maldito agujero o me dejarás vagar en la oscuridad jugando a adivinar un juego? Porque de una forma u otra, voy a volver a la “Tumba”. —Recuerdo el camino por el que llegamos aquí, —llegó una pequeña voz. Mia miró a su hermano, de pie en la costa negra con su sucia túnica púrpura. El chico la miraba con sus grandes ojos oscuros, obviamente ya no estaba seguro de qué hacer con ella. No había querido creer que fueran hermanos, eso estaba más que claro. Pero si lo que Ash dijo sobre que su padre aún estaba vivo era cierto, entonces todo podría ser cierto. Y cuando Mia era quien mató a su padre, era simple: ella era una enemiga, odiada y temida. Pero ahora que Jonnen sabía que su padre aún vivía, ¿cómo se sentía con respecto a la hermana que nunca había conocido? —¿Lo recuerdas? —Preguntó Mia. El chico asintió. —Tengo una memoria afilada como espadas. Todos mis tutores lo dicen. Mia le tendió la mano a su hermano—. Ven entonces. El chico la miró con sospecha y hambre en los ojos. Pero muy lentamente, él tomó su mano. Don Majo se sentó sobre los hombros de Mia, 92

ronroneando suavemente mientras Eclipse rondaba por sus tobillos. Levantó la linterna de la tumba y dio un paso en la oscuridad, pero Tric se movió para obstaculizar el paso, amenazante, como un hermoso espectro sin sangre de un cuento narrado junto al fuego. Podía sentir el frío irradiando de su cuerpo, donde una vez había sentido un calor que le producía dolor. Sus ojos recorrieron la línea de alabastro de su garganta, el corte de su mandíbula, el suave pliegue del hoyuelo en su mejilla. Pálido como la leche. Blanco como el papel. —Dijiste que la Madre te envió a ser mi guía, —dijo Mia—. Muéstrame el camino. —ESTE NO ES TU CAMINO, MIA —Tric habló en voz baja—. ASHLINN DICE LA VERDAD. ESTÁS HERIDA. ENOJADA. NECESITAS DORMIR Y UNA COMIDA DECENTE Y UN MOMENTO PARA RECUPERAR EL ALIENTO. —Tric, —dijo Mia—. ¿Recuerdas aquella vez que éramos acólitos y me disuadiste de hacer algo que quería desesperadamente apelando a mi lado sensato? El niño inclinó la cabeza. —… NO. —Yo tampoco, —respondió Mia—. Ahora muéstrame el camino. O vete a la mierda. El chico miró a Ashlinn. La oscuridad a su alrededor sonó con la canción de asesinato. La piscina se agitaba en una furia silenciosa. Tric miró a los ojos de Mia. Negro sin fondo. Completamente ilegible. Pero finalmente, lanzó un suspiro helado. —SÍGUEME. —¡Al foro! Los pregoneros estaban en cada puente, los botones en cada calle adoquinada. El grito sonaba de arriba a abajo por las vías públicas y a través de la taberna, sobre los canales desde las Partes Bajas hasta los Brazos y viceversa. Todos en Tumba de Dioses estaban pregonando. —¡El foro! El caos había tratado de echar raíces durante el tiempo que habían estado bajo la ciudad, y Mia podía oler sangre y humo en el aire. Pero a 93

medida que emergían de los túneles debajo de la necrópolis de Tumba de Dioses, pudo ver que la anarquía total aún no se había desatado. Luminatii y soldados patrullaban las calles, empujando a la gente con escudo y porra. Reuniones de más de doce personas se rompían rápidamente, junto con las narices de cualquiera que protestara con demasiada fuerza. La legión parecía haber sido informada de estos problemas con anticipación, casi como si el cónsul hubiera anticipado el caos después del final de los juegos. Siempre un paso adelante, bastardo... Y ahora el anuncio ondeaba por las calles. Flotando sobre los balcones y techos de terracota y resonando a través de los canales. Silenciando los rumores y calmando los disturbios y prometiendo las respuestas que buscaban todos en la ciudad. ¿Fue realmente asesinado el cardenal? ¿El cónsul también? ¿El salvador de la República, bajo la espada de una simple esclava? Mia había robado una capa del tendedero de una lavandera, y otra tira de tela para envolver la cicatriz y la marca de esclava en su rostro. Atravesaron el Brazo de la Espada y bajaron hacia el Corazón, Ashlinn a su izquierda, Tric a su derecha, Jonnen en sus brazos. El peso del chico hizo que le dolieran los músculos, su columna vertebral gimió en protesta. Pero incluso si ya no era la asesina que mató a su padre, seguía siendo la secuestradora que decía ser su hermana perdida, y Mia no confiaba en detenerse a descansar para darle alguna oportunidad. Incluso si no le asustaba que el pequeño e inteligente diablillo huyera, todavía detestaba dejarlo ir. Ella no podía perderlo ahora. No después de todo esto. Con Eclipse y Don Majo cabalgando bajo su sombra, el chico parecía un poco más tranquilo. Mirándola con ojos nublados mientras se deslizaban por las calles de Tumba de Dioses, sobre los adoquines y a través de las grandes plazas del distrito de los tuétanos, cada vez más cerca del foro. La multitud a su alrededor estaba llena de miedo, curiosidad, violencia esperando en las alas. Mia vio el destello de las cuchillas ocultas. El destello de los dientes desnudos. El potencial de ruina, solo un soplo y una palabra equivocada.

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Cada rencor. Cada esclavo, cada infeliz plebeyo, cada ser descontento con un hueso para recoger. Ella vio lo frágil que era todo, la llamada “civilización”. La ira hirviendo en el corazón de este lugar. Tumba de Dioses se sentía como un barril lleno de Vydriaro, envuelto en trapos empapados de aceite. Esperando la chispa que lo haría arder todo. En el foro, a unos cientos de pies de la primera costilla, descubrieron que las calles estaban demasiado llenas de gente para acercarse. Las vías y los puentes estaban llenos de gente de todo tipo, jóvenes y viejos, ricos y pobres, Itreyanos, liisianos, vaanianos y dweymeri. En lugar de tratar de seguir adelante, Mia y sus camaradas se abrieron paso hasta la base de la poderosa estatua de Aquel que Todo lo Ve en el corazón del foro. La efigie de cincuenta pies de altura tallada en mármol sólido, se alzaba sobre la multitud. Tres globos arquímicos que representaban los tres soles se sostenían en una de las manos extendidas de Aa. En la otra, sostenía una poderosa espada. Mia había destruido esta estatua, la verdadera oscuridad que cumplió catorce años, pero Scaeva había ordenado que se reconstruyera, pagando la tarifa de sus propios cofres. Un gesto piadoso más para comprar la adoración de la turba. Con Jonnen en los brazos de Tric, el cuarteto subió a la estatua, encontrando un descanso en los grandes pliegues de las túnicas de Aquel que Todo lo Ve. Mirando por encima de la turba de abajo. —Diosa Negra, míralos a todos, —Ash respiró a su lado. Mia solo podía mirar. La multitud con la que había luchado en el Venatus Magni había sido impresionante, pero parecía que todos los ciudadanos de Tumba de Dioses habían sido conducidos aquí para el anuncio. Las costillas se alzaban sobre ellos, dieciséis arcos de sepulcro, relucientes de color blanco y que se elevaban hacia el cielo. Soldados y Luminatii se abrieron paso a través de la turba, rompiendo cráneos y manteniendo el orden e la entrada. La desesperación y el miedo flotaban en el aire como el hedor de la sangre en una carnicería. Al menos tenían su percha para ellos, aunque parecían estar luchando tanto como Mia, la fría presencia de Tric disuadió a otras personas de acercarse demasiado. Mia entrecerró los ojos por el destello de la veroluz. El viaje desde debajo de la ciudad había sido largo, silencioso, cien vueltas y vueltas. No 95

tenía idea de cuánto tiempo habían caminado: el tiempo parecía no tener sentido en la profunda oscuridad debajo de la piel de la ciudad. Pero ahora que estaba lejos de eso, lo añoraba de nuevo. Ese estanque negro. Esos rostros silenciosos y llorosos. Lo echaba de menos, como echaba de menos al Don Majo y a Eclipse cuando estaban separados. Perdida, como si una parte de sí misma hubiera sido arrancada. Los muchos eran uno. Ella hizo a un lado el pensamiento. Centrada en la ira. Sus nudillos blancos en la empuñadura de su espada sepulcral. Nada de eso, la Luna, Niah, Cleo, Mercurio, Ashlinn, Tric, nada de eso importaba. No hasta que ese bastardo esté muerto. Las trompetas sonaron, sonando nítidas y claras en el resplandor de la Veroluz. Los soles de arriba eran seres vivos, que le golpeaban los hombros y la molían bajo su luz como un gusano debajo de una bota. Las sombras en los pliegues de las túnicas de Aquel que Todo lo Ve eran su único respiro, y Mia se aferró a ellas como una chica a las faldas de su madre. Pero se puso más alta cuando sonó la fanfarria, entrecerrando los ojos ante el gran anillo abierto del foro y el círculo de poderosos pilares coronados con estatuas de los mejores del Senado. La propia Cámara del Senado se encontraba al oeste, todas columnas estriadas y huesos pulidos. La primera costilla se alzaba hacia el sur, el balcón del palacio del cónsul estaba abarrotado de Luminatii en una placa de hueso de tumba y senadores en coronas de laurel verde y túnicas blancas onduladas adornadas en púrpura. Las trompetas sonaron largas y ruidosas, calmando los gritos, los susurros, la incertidumbre que se gestaba en la Ciudad de Puentes y Huesos. A decir verdad, Mia nunca había considerado realmente las consecuencias de su plan en la magnitud mucho más allá de ver a Duomo y Scaeva muertos. Pero con el rumor de la muerte del cónsul corriendo, todo parecía al borde de la calamidad. ¿Qué pasaría con este lugar si el cónsul realmente cayera? ¿Qué sería realmente de esta ciudad, esta República, si ella le cortara la cabeza? ¿Simplemente se sacudiría y agitaría por un tiempo, luego crecería

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otro? ¿O, como un dios abatido por la mano de su padre, se destrozaría en mil pedazos? —¡Misericordioso Aa! —Llegó un grito desde la calle de abajo—. ¡Mira! Un grito desde un tejado detrás. —Por las cuatro Hijas, ¿Es él? Mia sintió que su corazón caía y latía dentro de su pecho. Entrecerrando los ojos hacia el balcón de los apartamentos del cónsul mientras los Luminatii y los senadores se hicieron a un lado. Oh Diosa Oh, misericordiosa Madre Negra. Su túnica púrpura todavía estaba empapada de sangre, le faltaba el laurel dorado. Un vendaje estaba envuelto alrededor de su garganta y hombro, empapado en rojo. Tenía la cara pálida, el cabello color sal y pimienta húmedo por el sudor. Pero no podía confundirse al hombre cuando dio un paso adelante y levantó la mano como un pastor ante las ovejas. Tres dedos extendidos en el signo de Aa. —Padre—, dijo Jonnen. Mia fulminó con la mirada a su hermano, preguntándose si sería lo suficientemente problemático como para pedir ayuda, pero parecía tener suficiente miedo del despiadado chico que lo sostenía para quedarse callado por ahora. La multitud, sin embargo, fue superada con una ola de júbilo, un rugido ensordecedor y vertiginoso que se extendía desde aquellos lo suficientemente cerca como para ver con sus propios ojos, hasta afuera, alrededor del foro. La gente más atrás comenzó a gritar, exigiendo la verdad, se empujaban y peleaban para poder ver. Los soldados entraron, con las porras preparadas. Las calles se balanceaban y rodaban, la gente se empujaba, escupía y se empujaban unos a otros fuera de los puentes hacia los canales de abajo, el caos se alzaba más alto, como una herida que hacía cada vez más honda... —¡Mi gente! El grito sonó a través de los cuernos dispersos por el foro, amplificando el sonido y resonando en las paredes de la Casa del Senado, el

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hueso de la columna vertebral. Como algún tipo de magya, trajo quietud al caos. Equilibrando hasta el filo del cuchillo. Aunque estaba demasiado lejos para que Mia realmente viera su expresión, la voz de Julio Scaeva era ronca de dolor. Podía ver a la esposa de Scaeva, Liviana, a su lado, su vestido rojo como manchas de sangre, su garganta brillando con oro. Mia miró a Jonnen a su lado, vio sus ojos fijos en la mujer que había afirmado ser su madre. El chico miró a Mia. Volvió a mirar hacia otro lado igual de rápido. Scaeva respiró hondo antes de continuar. —¡Mi gente! —Repitió—. ¡Mis compatriotas! ¡Mis amigos! El silencio cayó en la Ciudad de los Puentes y los Huesos. El aire todavía permitía escuchar los susurros del mar lejano, la suave oración del viento. Mia había conocido el amor de las multitudes en la Arena, segura y real. Los había hecho poner de pie, rugiendo de adoración, emocionándolos, los hizo llorar y cantar su nombre como un himno al cielo. Pero ni una sola vez en su tiempo en la arena los había mantenido esclavizados de esta manera. Llamaron a Julio Scaeva “Senatum Populiis”, el Senador del Pueblo. El Salvador de la República. Y aunque le enfermaba reconocerlo, se maravilló al verlo manipular a la ciudad entera como agua del estanque con un mero puñado de palabras. —¡He escuchado susurros! —Llamó Scaeva—. ¡Susurran que tu República ha sido decapitada! ¡Que tu cónsul fue asesinado! ¡Que Julio Scaeva ha caído! ¡He escuchado estos susurros, y ahora, grito mi desafío ante todos ustedes! —Él golpeó con un puño sangriento la balaustrada—. ¡Aquí estoy! ¡Y por Dios, aquí me quedo! —Un rugido. Tormentoso y alegre, extendiéndose como la pólvora entre la multitud. Mia podía ver gente debajo de ella abrazada, mejillas húmedas con lágrimas de júbilo. Su estómago se revolvió, sus labios se curvaron, Sujetaba su espada con tal fuerza que su mano se sacudía. Después de un tiempo adecuado, Scaeva levantó la mano para pedir silencio, y el silencio volvió a caer como un yunque. Respiró hondo y luego tosió una vez, dos veces. Su mano se movió hacia su hombro empapado de 98

sangre, se balanceó sobre sus pies ante el mekkenismo del cuerno. Soldados y senadores se adelantaron para ayudar al cónsul para que no cayera. La consternación recorrió a la turba. Pero con un movimiento de cabeza, Scaeva hizo a un lado a sus ayudantes bien intencionados y se puso de pie de nuevo, a pesar de sus “heridas”. Valiente y firme y O, muy fuerte. La multitud perdió su mente colectiva. Los atravesó una marea de éxtasis y la dicha. Incluso aunque su boca se agrió, Mia tuvo que admirar su teatro. La forma en que esta serpiente convirtió cada inconveniente y tropiezo para obtener la mayor ventaja. —¡Estamos heridos! —Gritó—. No hay duda. Y aunque me duele mucho, no hablo del golpe de cuchillo que soporto, no. ¡Hablo del golpe que nos dieron a todos! Nuestro consejo, nuestra conciencia, nuestro amigo... no, nuestro hermano, nos lo quitaron. Scaeva inclinó la cabeza. Cuando volvió a hablar, su voz estaba llena de dolor. —Mi gente, me parte el corazón para traerte noticias como estas. —El cónsul se apoyó contra la balaustrada, tragó saliva como si estuviera abrumado por el dolor. —Pero debo confirmar que Francesco Duomo, Gran Cardenal del Ministerio de Aa, y el elegido de Aquel que Todo lo Ve en esta tierra bendita... ha sido asesinado. Gritos consternados resonaron en el foro. Angustiados gemidos y crujir de dientes. Scaeva levantó lentamente la mano, como un maestro ante una orquesta. —Lamento la pérdida de mi amigo. Verdaderamente. Las noches que pasé largas noches estuve en su resplandor, y llevaré la sabiduría celestial que él me regaló por el resto de mis años. —Scaeva bajó la cabeza y lanzó un suspiro—. ¡Pero hace mucho que advertí que los enemigos de nuestra gran República estaban más cerca de lo que mis hermanos en el Senado creían! ¡Hace tiempo que advertí que el legado de Coronador aún infectaba en el corazón de nuestra república! Y sin embargo, ni siquiera me atreví a imaginar que en esta fiesta sagrada, en la ciudad más grande que el mundo haya conocido, ¿el parangón de la fe de Aquel que Todo lo Ve podría ser cortado por la espada de un asesino? ¿A la vista de todos nosotros? ¿Ante los tres ojos sin parpadear del mismo Aa? ¿Qué locura es esta? 99

Rasgó su túnica púrpura y aulló al cielo. —¿Qué locura es esta? La multitud rugió de nuevo, consternada por la ira y de regreso. Mia vio la emoción subir y bajar como olas en una playa azotada por la tormenta, Scaeva los retorcía gota a gota. El cónsul volvió a hablar una vez que el alboroto había disminuido. —Como saben, mis amigos, para salvaguardar la seguridad de la República, tenía la intención de presentarme para un cuarto mandato como cónsul en las elecciones de la veroscuridad. Pero ante este asalto a nuestra fe, nuestra libertad, nuestra familia, no tengo otra opción. A partir de este momento, por las disposiciones de emergencia de la constitución de Itreya, y ante la innegable amenaza a nuestra gloriosa República, yo, Julio Scaeva, reclamo el título de Imperator y todos los poderes… La voz de Scaeva se ahogó momentáneamente por el volumen de la turba. Todos los hombres, mujeres y niños estaban vitoreando. Soldados. Hombres sagrados. Panaderos y carniceros, novias y esclavas, Diosa Negra, incluso los jodidos senadores de ese horrible y pequeño escenario. La constitución de la República se estaba desgarrando frente a ellos. Sus voces se redujeron a un eco pálido en una cámara vacía. Y aun así, todos ellos, Cada Uno No lloraron. No se enfurecieron. No pelearon. Jodidamente vitorearon. Cuando un bebé está asustado, cuando el mundo va mal, ¿por quién llora? ¿Quién parece ser el único que puede hacer lo correcto nuevamente? Mia negó con la cabeza. Padre… Scaeva levantó la mano, pero parecía que incluso el maestro no podía calmar los aplausos ahora. La gente pisoteó a tiempo, cantó su nombre 100

como una oración. Mia se puso de pie, bañada por el trueno, enferma hasta los huesos. Ashlinn se agachó y le apretó la mano. Mirando al chico nomuerto a su lado, Mia no estaba segura de si ella debería apretarlo de nuevo. Pareció una eternidad antes de que la multitud se calmara lo suficiente como para que Scaeva volviera a hablar—. Sepan que no tomo esta responsabilidad a la ligera, —finalmente gritó—. De ahora, hasta la veroscuridad, cuando estoy seguro de que nuestros amigos en el Senado ratificarán mi nueva posición, mi gente, seré su escudo. Seré tu espada ¡Seré la piedra sobre la cual podremos reconstruir nuestra paz, reclamar lo que nos fue arrebatado y reformar nuestra República para que sea más fuerte, más grande y más gloriosa que nunca! Scaeva logró sonreír ante la respuesta eufórica, aunque ahora parecía estar marchito. Su esposa le susurró al oído y él le arañó el hombro ensangrentado y asintió lentamente. Un centurión de los Luminatii dio un paso adelante y comenzó a llevarlos a él y a su esposa bajo custodia. Pero con una última demostración de fuerza, Scaeva volvió a la turba. —¡Escúchenme ahora! Un silencio cayó ante su grito, profundo y quieto como el Abismo mismo. —¡Escúchenme! —Gritó—. ¡Y sé que es verdad! Porque te hablo a ti ahora. A tí. Mia tragó saliva, con la mandíbula apretada y dolorida. —Donde quiera que estés, cualquier sombra que haya caído sobre tu corazón, cualquier oscuridad en la que te encuentres... Mia notó el énfasis en “sombra” y “oscuridad”. El fervor en la voz de Scaeva. Y aunque estaban a cientos de pies de distancia, con cien mil o más entre ellos, por un segundo, sintió como si fueran las únicas dos personas en el mundo. —Soy tu padre, —declaró Scaeva—. Siempre lo he sido. —Extendió su mano mientras la multitud levantaba la suya. —¿Y juntos? Nada podrá detenernos.

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CAPÍTULO 7 SER El destello de una espada de hueso de tumba. Un jadeo burbujeante. Una salpicadura de rojo. Otro guardia se puso de rodillas y Mia Dio un paso a través del pasillo

hacia el segundo hombre, con los ojos muy abiertos cuando vio caer a su camarada. Su espada de hueso cortaba músculos y huesos como la niebla. El guardia aflojó sus músculos, su vejiga se aflojó, la orina y la sangre se acumularon en el piso de piedra pulida cuando se dejó caer de rodillas y desde allí, hasta su final. Mia arrastró los cuerpos hasta una antecámara y se agachó en las sombras, con cortinas de largo cabello oscuro sobre su rostro. Escuchando pisadas. El ruido en el foro afuera todavía era intenso, la gente no sabía si celebrar el discurso de Scaeva o llorar a su cardenal asesinado. Tumba de Dioses estaba en las garras de una euforia culpable, respirando más fácil después de que la salvación había sido arrebatada de la calamidad. Su padre había desafiado la muerte. Escapado de la espada del asesino. ¿Quién podría negar ahora que era el elegido de Aa? ¿Quién mejor para reclamar el título de Imperator y guiar a la República a través de los peligros que ahora enfrentaba? Mia se escabulló por los pasillos de hueso, silenciosa y rápida. Ella caminó entre las sombras tan fácilmente como otra chica podría haber saltado de un charco a otro bajo la lluvia. Era un don que había practicado

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durante años; aunque parecía mucho más simple después que Furiano había muerto por su mano. Ella recordaba a su hermano usando las sombras para cegarla en la necrópolis, reflexionó ociosamente si ella podría aprender a hacer lo mismo. Se preguntaba cuánta verdad había en la historia de Tric de fragmentos de un dios destrozado dentro de ella. Qué otros dones podría descubrir dentro de sí misma, si los aceptaba y lo que era. Las paredes a su alrededor estaban cubiertas de hermosos tapices, forrados con estatuas de mármol sólido, iluminadas por candelabros de cristal cantado Dweymeri. Podía escuchar música en algún lugar distante: cuerdas y un clavecín, un toque lúgubre a la sombra de la muerte del cardenal. La espada larga de hueso de tumba en su mano era un peso reconfortante, el hedor de sangre en sus fosas nasales un dulce perfume, el lobo hecho de sombras un gruñido relajante en su oído. —... DOS MÁS ADELANTE... Cayeron como lo habían hecho los dos últimos, las sombras ondularon, la chica se fundió en la nada, como si se enfocara ante sus ojos maravillados. Los hombres eran Luminatii, armaduras de huesos de tumba y capas de color rojo sangre y plumas emplumadas sobre sus cabezas. Los cascos hicieron maravillas para sofocar el pequeño sonido que hicieron cuando murieron, y sus capas hicieron un buen trabajo al limpiar el desastre después. Su corazón latía con fuerza a pesar del daemonio en su sombra. Sus pensamientos vagaron hacia Ashlinn, Tric, Jonnen. Le había pedido a la primera que cuidara al último, que lo vigilara como si su vida dependiera de ello. —No soy una maldita niñera—, había venido la protesta, y había más esperando para ser dichas. Pero el beso de Mia los había silenciado rápidamente a todos. —Por favor, —fue todo lo que dijo—. Por mí. —Y eso había sido suficiente por ahora. Cuánto tiempo más, no estaba del todo segura. —NO SERÉ UTIL EN ESTO, —le había dicho Tric—. LA LUZ ES DEMASIADO BRILLANTE.

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—No tuviste que esforzarte con esos soldados en la necrópolis, — había señalado—. Con Veroluz o sin ella. —LAS PAREDES ENTRE ESTE MUNDO Y EL REINO DE LA MADRE SON MÁS DELGADAS EN LAS CASAS DE LOS MUERTOS. Y ES A TRAVÉS DE NIAH QUE CAMINARÉ ESTA TIERRA, Y DE NINGUNA OTRA. CRECERÉ MÁS FUERTE CUANDO MÁS CERCA DIBUJEMOS A VEROSCURIDAD. PERO AQUÍ Y AHORA… Había mirado a su alrededor y sacudió la cabeza. —ADEMÁS, ESTE ES UN PLAN TONTO, HIJA PÁLIDA. Ella había querido bromear en respuesta, pero escucharlo llamarla de esa forma le había hecho doler el pecho. Ella lo había mirado, con las manos negras escondidas en sus mangas, sus ojos negros escondidos debajo de su capucha. Su bello rostro de alabastro, enmarcado todo en la oscuridad. Preguntándose qué pudo haber pasado, luego sofocó esas inquietudes. —Por favor, no hagas esto, —había rogado Ash. —Tengo que hacerlo, —respondió ella—. Ya casi nunca hace apariciones públicas. Es por eso que lo golpeamos durante el magni, ¿recuerdas? Tengo que llevarlo ahora antes de que vuelva a la tierra. —Estás suponiendo que ese era él, —protestó Ash—. Scaeva podría tener una docena de dobles por lo que sabemos. Lleva años ligado a la Iglesia Roja. ¿Quién puede decir que todavía está en la ciudad? O si lo es, ¿quién puede decir que no te está molestando? —Probablemente lo esté haciendo, —dijo Mia. —Entonces, ¿qué es lo que evitará que te mate? —Preguntó Ash. —Solís y Chss usaron cuchillas envenenadas con Rictus. Me quieren viva. —Mia miró a su hermano—. Porque tengo algo que él también quiere. —Mia, por favor... Don Majo, quésate aquí con Jonnen. Mantenlo tranquilo. —... oh, que alegría... —Eclipse, conmigo. —... COMO TE PLAZCA... 104

—DEBES DEJAR QUE EL PASADO MUERA, MIA —advirtió Tric. Entonces lo miró a los ojos. Su voz dura y fría. —A veces el pasado no solo morirá. A veces tienes que matarlo. —Y al decir eso se fue. Deslizándose por el foro hasta que estuva demasiado lleno, los soldados eran demasiado fuertes. Luego, bajo su manto de sombras, el mundo se volvió borroso y sin forma, los soles ardieron sobre sus cabezas mientras Eclipse guiaba sus pasos. Se movió despacio cuando lo necesitó, tan rápido como se atrevía, hacia la sombra inminente de la primera costilla. Sobre la valla de hierro forjado, más allá de las docenas de Luminatii colocadas alrededor de un pesado conjunto de puertas de lápidas pulidas, allá en los apartamentos privados del cónsul. Tenía vagos recuerdos de este lugar por el baile al que había asistido cuando era chica, recorría el brillante salón de baile junto a su padre... ... no, no su padre. Madre, ¿cómo pudiste? Ella acechaba las sombras como un lobo rastreando el aroma de la sangre fresca, Eclipse exploraba hacia adelante, solo era una forma negra en las paredes. Esquivando esclavos y sirviendo al personal y a los soldados, solo una brisa en la parte posterior de sus cuellos, un escalofrío en sus espinas cuando los pasó. Todas las lecciones de Mercurio y Ratonero resonaban en su cabeza, sus músculos tensos, su espada en equilibrio, ni un solo movimiento desperdiciado, ni un susurro a sus pasos. Su viejo maestro se habría hinchado de orgullo al verla. Todo, las conferencias, la práctica, el dolor, podía sentirlo todo perfectamente destilando en sus venas. Cada elección que había hecho la había traído a este momento. Cada camino que había recorrido la había llevado inexorablemente hasta aquí. Donde siempre terminaría. Los susurros de Eclipse finalmente los llevaron a un gran estudio. En el extremo más alejado de la habitación había un gran escritorio de roble, con estanterías que cubrían la pared y rebosantes de tomos y pergaminos. El suelo estaba tallado con un relieve poco profundo y manchado por algún trabajo de arkemy, un pasatiempo rumoreado de Scaeva, y uno en el que aparentemente sobresalía. Era un gran mapa de toda la República, desde el Mar del Silencio hasta el Mar de las Estrellas. 105

El corazón de Mia latía con fuerza contra sus costillas mientras tiraba a un lado su manto de sombra. El pelo pegado de sudor y la sangre seca en su piel. Dolores musculares, heridas ardientes, adrenalina y rabia luchando contra el agotamiento y la tristeza. Y allí, cerca del balcón, él estaba en pie. Mirando hacia la deslumbrante luz del sol como si nada en el mundo estuviera mal. Él era solo una silueta contra el resplandor mientras ella se deslizaba por la habitación hacia él, con la boca seca como la suciedad, su agarre sobre su espada húmeda de sudor. A pesar del pasajero en su sombra, temía que él ya se hubiera ido, que las palabras de Ashlinn pudieran haber resultado ciertas, que el hombre que habló con la multitud que adoraba podría haber sido solo otro actor con la cara. Pero tan pronto como se acercó, lo supo. Una enfermedad fría en la boca del vientre. Un horror lento que dio paso a un sentimiento de inevitabilidad que se hundía. Las piezas finales en el enigma de su vida, quién era, qué era, por qué era, por fin haciendo clic en su lugar. Esa sensación… Oh, ese sentimiento tan familiar. Don Majo se materializó en el suelo de la Piedra Filosofal a su lado, su susurro cortó la penumbra. La dona Corvere echó un vistazo al gato de las sombras y siseó como si se hubiera quemado. Alejándose de los barrotes de su celda, hacia la esquina más alejada, los dientes se revelaron en un gruñido. “Está en ti”, había susurrado la dona. —Oh, hijas, él está en ti. —Hola, Mia. —Dijo Scaeva. No se volvió para mirarla. Sus ojos todavía fijos en la luz del sol afuera. Se había cambiado su disfraz desgarrado y ensangrentado por una larga toga de blanco inmaculado. Sombra en la pared. Dedos entrelazados detrás de su espalda. Indefenso. Pero no solo. 106

Ella vio su sombra moverse. Temblando cuando la enfermedad y el hambre dentro de ella se hincharon hasta estallar. Y desde la mancha de oscuridad a través de la pared del estudio, lo suficientemente oscura para dos, Mia escuchó un leve y mortal silbido. Una cinta de negrura se desenroscó debajo de los pies del Imperator. Deslizándose por el suelo y elevándose, delgado como el papel, lamiendo el aire con su no lengua. Una serpiente hecha de sombras. —... Ella tiene tus ojos, Julio... —decía. La ira estalló entonces, brillante como esos tres soles en los cielos malditos afuera. La sangre en sus venas hervía, la sangre que compartían. A ella no le importó nada en ese momento. Mercurio o Jonnen. Ashlinn o Tric. La Iglesia Roja y la Madre Negra y la pobre Luna rota. Ella se habría abierto las muñecas para tener la oportunidad de ahogarlo en su sangre en ese momento. Se habría hecho pedazos ella misma solo para cortar su garganta en fragmentos. No se dio cuenta de que estaba corriendo hasta que estuvo casi sobre él, con la espada en alto, los labios pelados hacia atrás y los ojos entrecerrados. La serpiente siseó en advertencia. El pulso latía en sus oídos. Y, volviéndose hacia ella, Julio Scaeva levantó la mano. Un destello de luz. Una punzada de dolor. Una llamarada cegadora como un puñetazo en la cara, que la hizo tumbarse hacia atrás, aullando como un gato escaldado. Una cadena de oro colgaba entre los dedos de Scaeva, y al final colgaba tres soles brillantes: platino, rosa y oro amarillo. La Trinidad de Aa, que se repite en cada torre de la capilla y ventana de la iglesia desde aquí hasta Ashkah. Pero esta había sido bendecida por un servidor de la verdadera fe. Eclipse gimió, la serpiente a los pies de Scaeva se retorció y se retorció en agonía. Mia estaba boca arriba, con las uñas arañando el suelo tallado cuando Scaeva levantó el sello a unos pocos metros y miles de millas entre

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ellos. La luz era fuego blanco y cuchillas oxidadas, que penetraban en la fresca oscuridad detrás de sus ojos. Su estómago se revolvió y su visión ardió y su boca se llenó de bilis, esa luz cegadora, abrasadora y ardiente la redujo a una bola de agonía impotente. —Es bueno verte, hija, —dijo Scaeva. ¿Cómo? Más allá del dolor, todavía podía sentirlo, el mismo anhelo que había sentido en presencia de todos los demás como ella. Scaeva era tenebro, estaba segura de eso. Pero esa Trinidad, Madre Negra, esas tres esferas de llamas incandescentes... —¿C-Cómo? —Balbuceó ella. —¿Cómo... lo soporto? La voz de Julio Scaeva tembló mientras hablaba, y a través de sus propias lágrimas, Mia también podía verlas brotar en sus ojos. Pero aún así, el Imperator de la República de Itreya sostuvo esos horribles soles entre ellos. Le temblaba la mano. Su pasajero se enroscó en nudos de agonía a sus pies. Leves volutas de humo serpentearon entre sus dedos. Pero aún así, aguantó. —De la misma manera que acabo de r-reclamar un trono, —Scaeva torció la Trinidad de un lado a otro, con las venas tensas en su cuello, siseando con los dientes apretados—. Una cuestión de voluntad, hija m-mía. Para reclamar el verdadero poder, no necesitas soldados... n-ni senadores, ni sirvientes de lo sagrado. Todo lo que necesitas es la voluntad de hacer lo que otros n-no harán. Las náuseas se hincharon en su garganta, el dolor de la llama de Aquel que Todo lo Ve era casi cegador. Pero aún así, Mia logró responder, su voz goteaba odio. —No soy... tu jodida hija. Scaeva inclinó la cabeza y la miró con algo parecido a la pena. —Oh, Mia... Se arrodilló frente a ella, acercando aún más a la Trinidad. Mia se alejó más y se echó hacia atrás retrocediendo de espaldas y con los codos como un cangrejo lisiado. Presionada contra la pared, se encontró sin aliento, las 108

lágrimas corrían sin control por sus cicatrices de las mejillas, la mano levantada contra la conflagración de esos tres círculos bendecidos. Podía ver tendones como cables en el brazo de Scaeva, sudor brillando en su puño tembloroso, goteando sobre el piso pulido de la tumba entre ellos. Pero aún así, aguantó. —¿P-Puedo guardar esto? —Preguntó—. ¿Crees... que podríamos hablar como personas civilizadas? ¿Por un... m-momento al menos? El fuego ardía dentro de su cráneo. El odio fluñia como el ácido en sus venas. Pero muy lentamente, con una sacudida de dolor y asqueada, Mia asintió. Scaeva se puso de pie de inmediato, ocultó la Trinidad en su túnica, fuera de la vista. El alivio fue inmediato, vertiginoso, un sollozo deslizándose sobre sus labios. Mientras Mia luchaba por recuperar el aliento, Scaeva se alejó por la habitación, con las sandalias de cuero susurrando en el vasto mapa tallado en el suelo. Con manos temblorosas, llenó un pequeño vaso de agua de una jarra de cristal. —¿Puedo ofrecerte una bebida? —Preguntó, su voz una vez más suave y dulce como el caramelo—, el vino dorado es tu veneno favorito, ¿eh? Mia no dijo nada, mirando a Scaeva mientras su pulso se desaceleraba al galope. Observándolo como un halcón de sangre. Mercurio siempre le había enseñado a estudiar a su presa. Y aunque había soñado con Julio Scaeva casi todas las noches durante los últimos ocho años, esta era la primera vez que lo veía de cerca desde que tenía diez años. El Imperator era guapo, tenía que admitirlo, casi dolorosamente. Los rizos negros espolvoreados con los más tenues toques grises en sus sienes. Hombros anchos, piel bronceada que contrastaba bruscamente con el blanco como la nieve de su túnica. Una sabiduría obtenida de décadas en los pasillos del poder que brillaba en sus ojos oscuros. Mercurio le había enseñado a resumir a la gente en un abrir y cerrar de ojos, y Mia había sido una alumna apta. Pero al mirar a Scaeva, este hombre que había doblegado al Senado de Itreya a su voluntad, que se había labrado un reino en una República que asesinó a sus reyes siglos atrás, se encontró en blanco. Casi todo lo relacionado con él más allá de lo superficial estaba 109

oculto. El era un asesino. Un bastardo de sangre fría. Pero más allá de eso... él era un enigma. Desaparecida la Trinidad, Eclipse se retiró del refugio de la sombra de Mia ondulando con indignidad. El pasajero de Scaeva se soltó y se deslizó por el suelo, mirando al no lobo con algo parecido al hambre. Mia podía ver que la sombra del Imperator se movía en la pared, su túnica ondeaba, sus manos se extendían hacia las de ella, suaves como corderos. —Bueno, —Scaeva se giró para mirarla, bebió de su vaso de cristal—. Juntos por fin. Todo esto es bastante emocionante, ¿no crees? —No es tan emocionante como será. —dijo, con el pecho todavía agitado. —Es bueno verte, Mia. Te has convertido en una joven bastante asombrosa. —Vete a la mierda, cabrón indescriptible. Scaeva sonrió levemente. —Una joven asombrosa, entonces. Vertió un poco de vino dorado de primera calidad en un vaso de cristal cantado. Acercándose suavemente hacia ella, colocó el vaso en el piso a una distancia prudente, luego se retiró al otro lado del estudio. Vio una mesa cuadrada allí, cerca del suelo, flanqueada por dos divanes de salón. Un tablero de ajedrez estaba grabado en la superficie de la mesa, un juego en pleno apogeo. Incluso de un vistazo podía decir que el lado blanco estaba ganando. —¿Juegas? —Preguntó Scaeva, con una ceja levantada hacia ella—. Mi oponente era nuestro buen amigo el cardenal Duomo. Enviamos corredores de un lado a otro con nuestros movimientos, él no confiaba en mí lo suficiente como para encontrarnos cara a cara al final. —El Imperator hizo un gesto hacia el tablero, con los anillos dorados en sus dedos brillando—. Estaba cerca de ganar este. El pobre Francesco siempre fue mejor en el ajedrez que el juego real. Scaeva se rió para sí mismo, lo que solo sirvió para inflamar la ira en el pecho de Mia. No tenía cuchillos, nada que arrojar, pero todavía agarraba su espada de hueso de tumba. Su mente estaba inundada de todas las formas en que podría enterrarla en su pecho. Sin inmutarse, Scaeva se sentó cerca del 110

tablero de ajedrez, apoyando su vaso sobre el brazo de terciopelo aplastado del diván. Metiendo la mano en su túnica, sacó una daga familiar de hueso de tumba, un cuervo tallado en la empuñadura, la daga con la que había asesinado a su doble con solo unas horas antes. Todavía estaba manchado de sangre, sus ojos ambarinos brillaban mientras lo colocaba sobre la mesa. —¿Qué puedo hacer por ti, Mia? —Puedes morir por mí, —respondió ella. —¿Todavía me quieres muerto? —El Imperator levantó una ceja oscura—. ¿Por qué, en nombre del Aquel que Todo lo Ve? —¿Es una broma? —Se burló ella—. ¡Mataste a mi padre! Scaeva la miró con lástima. —Mi amor, Darío Corvere fue... —¡Él me crió! —Espetó ella—. Puede que no haya sido hija de su sangre, ¡pero él me amaba de todos modos! ¡Y lo asesinaste! —Por supuesto que sí —Scaeva frunció el ceño—. Intentó destruir la República. —Hipócrita, ¿qué demonios acabas de hacer en el foro? —Logré destruir la República. Scaeva la miró a los ojos con genuina diversión. —Mia, si la rebelión de Darío Corvere hubiera triunfado, su amado general Antonio ahora sería el rey de Itreya. La Casa del Senado sería una ruina y la constitución en cenizas. Y no culpo al hombre por intentarlo. Darío dio lo mejor de sí. La única diferencia entre él y yo es que su mejor esfuerzo no fue lo suficientemente bueno como para ganar el juego. Mia se puso de pie con las uñas arañando sus palmas. En la pared, su sombra enfurecida y encendida, alcanzó a Scaeva, con las manos retorciéndose en garras. —Esto no es un juego, bastardo. —Por supuesto que sí, —frunció el ceño Scaeva, mirando el tablero de ajedrez—. Y las reglas son simples: gana la corona o pierde la cabeza. Darío entendió bien el precio del fracaso, y aun así eligió jugar. Así que, por

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favor, antes de volver a hablar de cuánto te amaba, considera que estaba dispuesto a arriesgar tu vida por el trono de su amante. —Era un buen hombre, —dijo—. Hizo lo que pensaba que era correcto. —Como yo. Como muchos hombres, considerando todas las cosas. Pero mientras Darío estaba dispuesto a tomar el trono para Antonio marchando con un ejército hacia su propia capital, yo lo tomé con palabras simples... —Se encogió de hombros—... Bueno, tal vez un asesinato o tres. Pero no puedes considerarme en serio un tirano y a Darío Corvere un parangón cuando estaba preparado para matar a miles mientras yo solo maté a un puñado. Te crié mejor que eso. El aliento de Mia temblaba en su pecho. —¡Nunca me criaste! ¡Ordenaste que me ahogaran en un maldito canal! —Y mira en lo qué te convertiste, —Scaeva respiró las palabras como un hechizo, mirándola con una especie de asombro—. La última vez que nos vimos, eras un cachorro de médula mocosa. Tenías sirvientes y vestidos bonitos y todo lo que siempre quisiste te lo entregaban en bandeja de plata. ¿Has considerado por un momento cómo habría sido tu vida sin mí? Scaeva recogió al rey negro, lo movió por el tablero y golpeó al rey blanco de lado. —Piénsalo un momento, Mia, —dijo—. Finge que Antonio hubiese reclamado su trono. En Darío estando de pie a su derecha. Y regado con la sangre de mil inocentes, todos sus sueños convertidos en realidad en lugar de convertirse en cenizas en el viento. Scaeva recogió un peón negro y lo tendió sobre su palma—. ¿Qué hubiera sido de ti? El Imperator dejó la pregunta sin respuesta por un momento. Un maestro antes del crescendo. —Te habrías casado con un tonto nacido del tuétano por el bien de la alianza política, —dijo finalmente—. Llena de mocosos, atendiendo asuntos domésticos y sintiendo el fuego dentro de su propio pecho morir

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lentamente. Nada más que una vaca con un vestido de seda. Levantó el peón entre sus dedos y lo giró de un lado a otro—. Por mi culpa, eres de acero sólido. Una cuchilla lo suficientemente afilada como para cortar la luz del sol en seis. Y aún así dentro de ti misma sigues odiándome. Scaeva soltó una risa suave y amarga mientras la miraba a los ojos. —¿Todo lo que eres? ¿Todo en lo que te has convertido? Te di. Mía es la semilla que te plantó. Mías son las manos que te forjaron. Mía es la sangre que fluye, fría como el hielo y negra como la brea, en esas venas tuyas. Se recostó en el diván, con los ojos negros ardiendo en los suyos—. En todos los sentidos posibles, eres mi hija. Julio Scaeva extendió su mano, el oro brillando en sus dedos. Sobre la pared, su sombra hizo lo mismo. —Únete a mí. La risa de Mia burbujeó en su garganta, amenazando con estrangularla. —¿Estás jodidamente loco?— —Algunos podrían decirlo, —respondió Scaeva—. Pero, ¿qué posible razón te queda para quererme muerto? Maté a un hombre que decía ser tu padre. Pero él era un mentiroso, Mia. Un aspirante a usurpador. Un hombre perfectamente dispuesto a arriesgar a su familia por el bien de su propia ambición fallida. Maté a tu madre, sí. Otra mentirosa. Dispuesta a compartir mi cama y cortarme la garganta antes de que el sudor se hubiera enfriado. Alinne Corvere sabía lo que estaba apostando al apoyar... no, alentando el gambito de Darío. Su vida. Sus hijos. Y a tí además. Y para ella eran más ligeros que un trono. La serpiente-sombra se deslizó por el suelo hacia Mia, lamiendo el aire. Scaeva giró el estilete de hueso de tumba sobre la mesa, sus ojos clavados en los de ella. —Nunca te he mentido, hija, —dijo—. Ni una sola vez, a lo largo de todo. Cuando ordené que te ahogaran, no valías nada para mí. Jonnen era lo suficientemente joven como para reclamarlo como mío. Tú en cambio, eras

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muy mayor. Pero ahora has demostrado ser mi hija verdadera. Posees la misma voluntad que yo: no solo de sobrevivir, sino de prosperar. Para tallar tu nombre con uñas ensangrentadas en esta tierra. ¿Darío trató de convertirse en un hacedor de reyes? Realmente puedes ser una. La Hoja en mi mano derecha. Lo que desees será tuyo. Riqueza. Poder. Placer. Puedo acabar con esas prostitutas de oro en la Iglesia Roja y tenerte a mi lado. Mi hija. Mi sangre. Tan oscura, hermosa y mortal como la noche. Y juntos, podemos esculpir una dinastía que vivirá por mil años. En la pared, su sombra se extendió más hacia la suya. —Tú y tu hermano son mi legado en este mundo, —dijo—. Cuando me haya ido, todo esto puede ser tuyo. Nuestro nombre será eterno. Inmortal. Entonces sí. Te pido que te unas a mí. Las palabras de Scaeva resonaron en los espacios huecos de su cabeza, repletas de verdad. Su sombra colgaba como un retrato torcido en la pared. Pero aunque Mia se quedó completamente quieta, lentamente, muy lentamente levantó una mano oscura hacia la suya. Toda su vida, ella había pensado que sus padres eran perfectos. Divinos. Su madre, afilada, sabia y hermosa como el estoque más fino del acero liisiano. Su padre, valiente, noble y brillante como los soles. Incluso cuando había aprendido más sobre quiénes eran de Sidonio en las celdas debajo del Nido del Cuervo, nunca pareció atenuar su reflejo en su mente. Duele demasiado admitir que podrían ser imperfectos. Egoístas. Impulsados por la codicia, la lujuria o el orgullo y dispuestos a arriesgarlo todo por el bien. Y así los mantuvo sin mancha. Sin desvanecer. Encerrado en una caja para siempre dentro de su cabeza. Padre es otro nombre para Dios en los ojos de un niño. Y Madre es la tierra misma debajo de sus pies. Pero ahora, Mia recordó ese momento en el foro, el momento de Darío Corvere. Una chica de diez años, parada con su madre sobre la multitud, mirando hacia ese horrible andamio, la línea de sogas balanceándose en el viento invernal. Todavía podía sentir la lluvia en su rostro y el brazo de Alinne sobre su pecho, otra mano en su cuello, sosteniéndola inmovilizada, 114

así que debía mirar hacia afuera mientras ataban la soga alrededor del cuello del Coronador. Las palabras que Alinne Corvere le susurró resonaban en los oídos de Mia ahora tan claras como el giro que las pronunció por primera vez. —Nunca retrocedas. Nunca temas. Y nunca, nunca olvides. Alinne debía haber sabido lo que estaba haciendo. Sabía las semillas del odio que estaba plantando en su hija. La venganza que debía crecer de ella. La sangre que debíae fluir. Y por la muerte de un hombre que, aunque podría haberla amado, no era el padre de Mia. Y si ella debía estar furiosa, y Oh, Diosa, lo estaba, ante la afirmación de Scaeva de que él la había hecho todo lo que era, ¿cómo podría estar menos enojada con la mujer que había estado detrás de ella en ese parapeto arrastrado por el viento? ¿Obligándola a mirar? ¿Pronuciar las palabras que la formaron, la gobernaron, la arruinaron? ¿Podría seguir amando a una mujer así? Y si no, ¿podría odiar al hombre que la había matado? ¿Por qué odiaba a Julio Scaeva? ¿Cuando todo en lo que ella había basado su vida era una mentira? ¿Era él tan diferente de Alinne y Darío Corvere, salvo que había salido victorioso? Era un asesino, implacable y frío, eso era seguro. Un hombre que se había empapado en la sangre de docenas, tal vez cientos, para salirse con la suya. ¿Pero no era eso cierto para todos los que jugaban este juego? ¿Incluso yo? Los pelos de Eclipse se ondularon cuando la serpiente de Scaeva se deslizó más cerca. El gruñido de Lobosombra arrastró a Mia fuera de la oscuridad dentro, de vuelta a la luz ardiente en ese estudio, brillando sobre el peón negro en la palma hacia arriba de Scaeva. —... RETROCEDE... —advirtió Eclipse. —... No hay nada que temer, cachorro... —la serpiente siseó en respuesta. —… RETROCEDE…

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Eclipse dio un golpe al bulto de sombras con su pata, y los ojos de Mia se abrieron cuando vio una fina niebla de salpicadura negra en el suelo, que se evaporó para nada. La serpiente retrocedió, silbando con furia fría. —... Te arrepentirás de ese insulto, perrito... —... NO TE TEMO, GUSANO... La serpiente-sombra abrió sus fauces negras, silbando de nuevo. —Susurro, —dijo Scaeva—. Suficiente. La serpiente volvió a silbar, pero se quedó quieta. —Mia no significa que no hagamos daño—, dijo Scaeva, mirando a su hija. —Ella es lo suficientemente inteligente como para saber dónde está parada. Y lo suficientemente pragmática como para darse cuenta de que, si nos ocurriera algo desagradable, su querido viejo Mercurio sería tratado con las más horribles torturas antes de ser enviado a encontrarse con su querida Diosa oscura. El estómago de Mia se revolvió ante la amenaza contra Mercurio, pero trató de mantener su rostro como una piedra. La serpiente se giró para mirar a su homólogo oscuro, balanceándose como si solo escuchara música. —... Ella teme, Julio... Scaeva le regaló a Mia una sonrisa que nunca llegó a sus ojos. —Entonces. La asesina más infame de Itreya es capaz de amar. Qué conmovedor. Mia se erizó ante eso. Sintió una suave ondulación en el aire, miró hacia sus sombras en la pared. Donde una vez Scaeva se había extendido como para abrazar la suya, ahora estaba equilibrada, doblada y con dedos de garra. Extendiéndose hacia la sombra de su propia sombra garganta. —¿Dónde está tu hermano, Mia? —A salvo, —respondió ella. Scaeva se levantó lentamente, con la mano a la deriva hacia la Trinidad escondida en su garganta. —Me lo traerás. —No recibo órdenes tuyas.

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—Me lo traerás, o tu mentor muere. La voz de Mia se volvió suave con amenaza. —Si lastimas a Mercurio, lo juro por la Diosa, nunca volverás a ver a tu hijo. Entonces vio furia hirviendo en sus ojos. Una furia nacida del miedo. Incluso con todo su control, su tan preciada voluntad, Scaeva todavía no podía ocultárselo. Podía sentirlo en él, seguro como podía sentir los soles de arriba. Su mente estaba trabajando. Sondeando las grietas en su fachada, los pequeños destellos que le había mostrado detrás de su máscara. Había hablado de construir una dinastía que duraría mil años. Y concedido, eso sería difícil de hacer sin su único hijo. Pero aún así, él era un Imperator ahora. Podía deshacerse de su esposa estéril, tener a cualquier mujer que quisiera. Madre Negra, podría tomar una docena de esposas. Señor cien hijos. Entonces, ¿por qué tiene miedo? Mia se echó el pelo sobre el hombro y volvió a mirar las siluetas de la pared. La sombra de Scaeva se movía ahora, su movimiento era violento y repentino. La suya respondía de forma amable, alargada, distorsionadora, formas oscuras que se desplegaban en su parte posterior. —Pareces terriblemente preocupado por Jonnen, padre, —dijo—. Y no puedo creer que sea por sentimentalismo. ¿Podría ser tu querida esposa Liviana no sea la única que no puede tener más hijos? Los ojos oscuros miraron debajo de su cintura. — ¿Ablandado en tu vejez? Scaeva dio un paso hacia ella, con la mano serpenteando debajo de su túnica. En un instante, sus sombras se golpearon, enredadas, retorcidas y rizadas como el humo. Juntas eran el doble de oscuras de lo que debían ser estando separadas. La serpiente de Scaeva se alzó como para atacar, y Eclipse descubrió sus colmillos con un gruñido negro. Mia sintió que su ropa y su cabello se movían, como si una brisa soplara detrás de ella. Como si el mundo se moviera bajo sus pies.

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—No puedes saber con qué apuestas juegas, —dijo Scaeva—. No te conviertas en mi enemiga, Mia. No cuando te ofrezco paz. Todos los que se han puesto en mi contra ahora se pudren en el suelo. Todos ellos. Tráeme a tu hermano y toma tu lugar a mi lado. —Tienes miedo, —se dio cuenta. —El miedo tiene sus usos, —respondió—. El miedo es lo que evita que la oscuridad te devoré. El miedo es lo que te impide unirte a un juego que no puedes esperar ganar. Él arrojó el peón hacia ella, y ella lo atrapó en su puño. —Si te decides por este camino, hija mía, vas a morir. Ella sabía que no podía tocarlo. Ni siquiera podía acercarse. No con esa Trinidad sobre su garganta. No con el cuello de Mercurio en el bloque. Podía escuchar los pies golpeando, suaves gritos en la distancia, supuso que alguien había encontrado los cuerpos a su paso. Se acabó el tiempo para charlar. Y así, ella comenzó a alejarse de él. Un solo paso. Luego otro. Más y más lejos de la garganta que había perseguido durante casi ocho años. Sus sombras todavía estaban entrelazadas en la pared, estrangulándose y agitándose, en un nudo de ira negra. Con esfuerzo, Mia arrastró su sombra hacia atrás, Scaeva se aferró. —Tráeme a mi hijo, Mia, —dijo, su voz suave y mortal. Ella liberó su sombra, la oscuridad sobre ella temblando. —Lo consideraré, —dijo—. Padre Una ondulación en la oscuridad. La canción susurrada de pies corriendo. Y ella se fue. Permaneció allí durante largos momentos después, quieto como una piedra e igual de silencioso. La serpiente de las sombras se abrió paso a través del vasto mapa de la República que ahora gobernaba, enrollada en una cinta negra alrededor de sus tobillos. —... ¿Crees que ella escuchará...? —Preguntó Susurro. El Imperator miró hacia la luz encendida del exterior. 118

—Creo que ella es tanto la hija de su madre como la mía—, respondió. La serpiente suspiró. —… Una pena… Scaeva caminó hacia el tablero de ajedrez. Se detuvo sobre el campo de batalla congelado, las piezas dispuestas en filas fracturadas, mirando hacia abajo con esos fríos ojos negros. En un movimiento rápido, se sentó, barriendo las piezas con la mano. Retiró una correa de cuero que estaba sujeta a su garganta. Un frasco de plata colgaba sobre la correa, cubierto con cera oscura y grabado con runas en la lengua del Antiguo Ashkah. Scaeva rompió el sello, vertiendo el contenido sobre el tablero, espeso y rojo rubí. Y, usando la punta de su dedo como un pincel, comenzó a escribir en la sangre.

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CAPÍTULO 8 SINVERGÜENZA Si la entrada bajo “sinvergüenza” en el superventas de Don Fiorlini “Diccionario de Itreya: La Guía Definitiva” tuviera una ilustración, probablemente se habría parecido mucho a Cloud Corleone. (8) Pero el propio Cloud prefería el término “emprendedor”. El Liisiano estaba vestido todo de negro: un chaleco de cuero sobre una camisa finamente cortada (sin cordones, lo que quizás era un toque demasiado atrevido) y un par de lo que solo podría describirse como pantalones muy ajustados. Los ojos de color verde esmeralda brillaban bajo el borde de su sombrero de tricornio emplumado, y una barba perpetua de tres vueltas sobre una mandíbula con la que se podía romper una pala. Estaba parado en la oficina del capitán de puerto en los muelles de Las Partes Bajas. Y él estaba regateando con una monja. Había sido un giro bastante extraño, de verdad. Todo comenzó ocho horas antes, cuando Cloud estaba realmente borracho, y había hecho una apuesta considerable sobre el resultado del Venatus Magni. En retrospectiva, la apuesta resultó ser una inversión poco sólida de sus escasos fondos. Oh, había elegido al ganador, de acuerdo. Incluso el corredor de apuestas que hizo la apuesta le había dicho que estaba pensando con su polla, pero al ver a la gladiadora conocida como Cuervo cortando a sus antiguos compañeros de colegio en pedazos sangrientos, Cloud se encontró admirando su forma junto con sus piernas. Tan seguro de haber sido de las habilidades de la muchacha, había apostado cada moneda que había ganado en los cinco giros anteriores del deporte sangriento en su victoria, junto con un montón de monedas más que realmente no poseía. Mientras el Cuervo se abría camino hacia el triunfo en el combate final, Cloud había estado de pie, gritando y aullando con el resto de la turba. Cuando ella dio el golpe final contra los No Caídos, Cloud bailó una plantilla en el acto, agarró a la hermosa muchacha más cercana y plantó un cuadrado de beso en sus labios (que la chica regresó con entusiasmo), lo que resultó en una pelea total con el enamorado de la muchacha, una

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docena de sus amigos, la mitad de la tripulación de Cloud y otros cien apostadores que simplemente querían una buena dosis de puñetazos después del giro de la carnicería. A decir verdad, había sido absolutamente maravilloso. Pero luego llegó la primera dosis de lo inesperado. Lo había visto suceder en cámara lenta. El Cuervo desenvainando su espada oculta en el pedestal del vencedor. Cortando la garganta del cardenal. Apuñalando al cónsul en el pecho (de todos modos, él y la mitad de la multitud ya se lo imaginaban). La sangre fluyendo como una trampa barata en una boda liisiana. Y a pesar de que el resto de la multitud se echó a llorar, aullando, entrando en pánico, viendo a ese grasiento hijo de puta Duomo caer en un charco de su propia mierda y sangre, Cloud Corleone se había encontrado vitoreando a todo pulmón. La siguiente dosis de lo inesperado había llegado en poco tiempo. A Cloud le había tomado casi una hora abrirse paso hasta los pozos de los corredores de apuestas para recoger sus ganancias, aún desde lo alto contemplando el desastroso final del cardenal. Fue entonces cuando un contingente de ceñudos legionarios Itreyanos informó al sinvergüenza que, debido a que una esclava había jodido a todos los bastardos más elegantes de toda la sangrienta República, se habían anulado todas las apuestas. Así que, nadie se beneficiaría de la muerte del cónsul y el gran cardenal a manos de la propiedad humana. Cloud estuvo tentado de informar a los soldados exactamente qué clase de bastardo era el buen cardenal en vida, pero al mirarlos a los ojos y escuchar el caos en ciernes en la ciudad que lo rodeaba, decidió no hacer un escándalo que debería causar más alboroto. Y así, con un giro de los nudillos hacia la sonrisa de mierda del hombre de los libros, el capitán y su tripulación regresaron al puerto con los bolsillos trágicamente vacíos. Con todas las peleas y puñetazos y el anuncio de Scaeva de su escape milagroso de la espada de la asesina en el foro (Cloud podría haber jurado que ella lo había apuñalado), le llevó otras tres horas regresar a la Doncella Sangrienta. Y ahora, en la oficina de Atilio Persio, capitán del puerto de Tumba de Dioses (9), la dosis final de lo inesperado en el turbulento giro de Cloud había llegado en la forma de la mencionada Hermana de Tsana. 121

Cloud había estado dando los últimos toques al papeleo de la Doncella Sangrienta y dándole a Atilio una amistosa pila de mierda (su esposa había dado a luz recientemente a su sexta hija, pobre hijo de puta) cuando la monja entró en la oficina, empujó a Cloud a un lado y dejó una fuerte bolsa de monedas en la encimera. —Necesito un pasaje a Ashkah. Rápido, si es de tu agrado. No podía haber tenido más de dieciocho años, pero parecía unos años mayor. Vestida toda de blanco como la nieve, un cofre de tela almidonada y túnicas voluminosas que fluían al suelo. Sus fríos ojos azules estaban fijos en el capitán del puerto, sus labios apretados. Era vaaniana, alta y en forma, lo que parecía ser cabello rubio teñido con henna asomando por el borde de su peinado. Cloud se preguntó distraídamente si su alfombra hacía juego con sus cortinas. En la puerta detrás de ella había un tipo corpulento envuelto en una tela oscura. Una Trinidad de Aa (de una calidad bastante mediana, pensó Cloud) estaba colgada alrededor de su cuello, bajo su túnica notó escondidas varias protuberancias con la sospechosa forma de espadas. Cloud se estremeció un poco. La oficina parecía haberse enfriado de repente. La hermana levantó una ceja expectante al capitán del puerto. —¿Mi Don? Atilio se limitó a mirarlo, sus mejillas barbadas se tambalearon—. Mis disculpas, hermana. Yo solo... No es frecuente que uno vea a una Hermana de la Hermandad de la Llama fuera de un convento, y mucho menos en un distrito tan rudo como Las Partes Bajas. (10) —Ashkah, —repitió, haciendo sonar su moneda—. De ser posible esta misma noche. —Nos dirigimos hacia ese lado, —dijo Cloud, apoyándose contra el mostrador—. Vigilatormenta primero, luego FuerteBlanco. Pero después de eso, a través del Mar de Espadas y hasta Ashkah. La monja se volvió para mirarlo atentamente. —¿Tu nave es rápida? —Más rápida de lo que late mi corazón al mirar esos bonitos ojos suyos, hermana. —La monja rodó los ojos antes mencionados y tamborileó

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con los dedos sobre la encimera—. Estás tratando de ser encantador, supongo. —Y fallando, aparentemente. —¿Cuánto cuesta nuestro pasaje? —Preguntó ella. —¿”Nuestro” pasaje? —Cloud miró a su corpulento compañero—. ¿No sabía que era costumbre de las Hermanas de la Llama Virgen viajar en compañía de hombres? —No es que sea de tu incumbencia, —respondió la hermana fríamente, —pero el hermano Tric está aquí para asegurarse que nada malo me ocurra en mis viajes. Como ilustra el asesinato de nuestro amado Gran Cardenal Duomo, Aa lo bendiga y lo guarde, estos son tiempos peligrosos. —Oh, sí, —asintió Cloud—. Una pena terrible por el buen Duomo. Se me rompe el Corazón, en serio. Pero estás a salvo a bordo de la Doncella Sangrienta, hermana, no tengas miedo. —No. —Le dio una mirada significativa a su matón—. No tengo miedo. Por el abismo y la sangre, hace frío aquí...” —¿Cuánto los pasajes, buen señor? —Preguntó de nuevo. —¿A Ashkah? —Preguntó Cloud—. Trescientos sacerdotes deberían ser suficientes. —En el fondo, el capitán del puerto casi se atragantó con su vino dorado—. Eso parece... excesivo. —dijo la hermana. —Tú pareces... desesperada. —Cloud sonrió en respuesta. La monja miró al gran hombre detrás de ella. Presionó sus labios más delgados. —Puedo darte doscientos ahora. Doscientos más cuando lleguemos a Ashkah. Con una sonrisa que le había valido cuatro bastardos confirmados y sus hijas sabían cuántos más, Cloud Corleone inclinó su sombrero de tricornio y extendió su mano hacia la hermana. —Hecho.

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Una mano más grande envolvió la suya. Estaba manchado de negro con lo que debía haber sido tinta, y pertenecía al tipo grande. Su apretón fue tan fuerte que Cloud pudo escuchar sus nudillos rechinarse. Y su mano estaba fría como una tumba. —HECHO. —dijo el tipo, con una voz extraña, profunda como el océano. El capitán liberó su mano, abrió y cerró los dedos. —¿Por qué nombre debería llamarte, hermana? —Ashlinn, —respondió ella. —¿Y usted, hermano? —Miró al gran bastardo—. ¿Tric, escuché? — El tipo simplemente asintió, con rasgos ocultos en las sombras de su capucha. —¿Tienen equipaje? —Preguntó Cloud—. Llevaré una carga de sales… —Tenemos todo lo que necesitamos, Capitán, gracias—, respondió la hermana. —Bueno, —dijo simplemente, agarrando el bolso cargado—. Entonces, Mejor síguanme. —Condujo a la pareja fuera de la oficina de Atilio, por el paseo marítimo lleno de gente, sintiendo los nervios en el aire. Podía ver al menos otras veinte naves preparándose para salir al azul, las llamadas y los gritos de sus tripulaciones haciendo eco a través del puerto. Toda la ciudad estaba de buen humor después del anuncio de Scaeva: se alegró de que el nuevo Imperator hubiera tomado el control de la situación, pero aun consternado por el asesinato del cardenal. Cloud se alegró de salir de la ciudad por un rato. Llegaron donde atracaba La Doncella Sangrienta, las aguas profundas de las Partes Bajas se veían de un marrón fangoso debajo de los tres ojos ardientes del Aquel que Todo lo Ve. El barco era una carraca de tres mástiles de corte rápido, quilla de roble pero con tablones de cedro, su cubierta estaba manchada de un cálido color marrón rojizo. Su figura decorativa era una hermosa mujer desnuda con el pelo largo y rojo arreglado artísticamente para preservar su modestia, o cubrir las partes más interesantes, dependiendo de cómo lo miraras. Su adorno y las velas eran 124

rojo sangre, de ahí su nombre, y aunque él había sido su dueño por más de siete años, a Cloud siempre le quitaba el aliento. A decir verdad, había perdido la cuenta de las mujeres que habían pasado por su vida. Pero él nunca había amado a ninguna de ellas de la forma en que amaba a su doncella. —Ahoy, compañeros—, dijo mientras trepaba por la pasarela. —Tienes una monja, —dijo BigJon alegremente. —Bien visto, —le dijo Cloud a su primer compañero. —Eso es una novedad. —Siempre hay una primera vez para todo, —respondió Cloud. BigJon era un hombre pequeño. Todos en los Muelles de las Partes Bajas lo sabían. No era un enano, lo había dejado claro al último tonto que lo había nombrado así al golpear el cráneo del hombre con un ladrillo. Tampoco era un mediano, joder, no. Se lo había explicado a una taberna llena de marineros mientras se acercaba a la estúpida entrepierna de un bastardo con su cuchillo. Al clavar el escroto cortado del hombre en el mostrador con su espada, BigJon había declarado a todo el pub que prefería el término “hombrecito” y preguntó si había alguien presente que se opusiera. Nadie lo hizo. Y nadie lo ha hecho desde entonces. —Hermana Ashlinn, —dijo Cloud—, este es mi primer ayudante, BigJon. —Un placer. —El hombrecito se inclinó, mostrando una hilera de dientes plateados. —¿Te dejas el disfraz puesto durante, o… —Ella no es una chica dulce con un disfraz. Ella es una verdadera monja. —... Oh, —BigJon arañó el cuello de su túnica azul cielo—. Ya veo. —La llevo a los camarotes. Ponnos en marcha. —¡Sí, sí, capitán! —BigJon giró sobre sus talones y rugió con una voz que desmentía su pequeño cuerpo—. Muy bien, animales comedores de estiércol, ¡muévanse! ¡Toliver, saca tu puño del trasero y guarda esos

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jodidos barriles! Kael, aparta los ojos de la verga de Andretti y sube la red antes de que te haga desear que tu viejo arara en el agujero de la oreja de tu madre... … y otras cosas mas floridas. —Disculpas, hermana, —dijo Cloud—. Tiene la boca como una alcantarilla, pero es el mejor ayudante de este lado del antiguo Ashkah. —He oído cosas peores, Capitán. Él inclinó la cabeza. —¿Las quiere oír ahora? La hermana simplemente lo miró, y el trozo de carne detrás de ella se alzó un poco más grande, por lo que sin más preámbulos, Cloud los acompañó por las escaleras hasta el interior de la Doncella. Guiando a la pareja por el estrecho pasillo hasta el camarote de babor, abrió la puerta con un gesto y se hizo a un lado. —Solo las hamacas, me temo, pero hay mucho espacio. Puedes cenar conmigo o sola, como te plazca. También tengo un baño en mi cabaña, si es necesario. Estufa Arkemica. Agua caliente. Su privacidad será respetada, y aunque no lo esperaría, si es molestada por alguno de mis salados, infórmeme a mí mismo o a BigJon y lo enseñaremos a respetar. —¿Tus “salados”? —Mi tripulación, —sonrió el hombre—. Disculpas, hermana, tengo lengua de marinero. De todos modos, La Doncella Sangrienta es mi hogar, y ustedes son mis invitados en él. —Gracias, Capitán. —dijo la hermana, metiéndose en una de las hamacas. Cloud Corleone consideró a la chica con cuidado. Su túnica blanca sin forma era lo suficientemente floja como para esconder a otra monja debajo, tristemente diseñada para dejar casi todo a la imaginación. Sin embargo, su cara era bonita, mejillas pecosas, ojos brillantes del color de un cielo despejado. Arrastrando su cofia, soltó largos mechones rojos sobre sus hombros, arrugados con un suave rizo. Parecía tres vueltas cansada y necesitando una buena comida, pero aún así, no la echarías de la cama por pedorrearse, santa virgen o no.

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Pero algo en ella no estaba bien. —¿Puedo ayudarlo con algo, Capitán? —preguntó ella, arqueando una ceja. El corsario se acarició el rastrojo—. También tengo una cama en mi cabaña, en caso de que la hamaca se canse. —Todavía está tratando de ser encantador, ya veo... —Bueno, —dio una sonrisa tímida de colegial—. Tengo alguna preferencia por las mujeres en uniforme. —Más por como se ven que por como son, lo apostaría. El capitán sonrió. —Estaremos en marcha momentáneamente. Norte a Vigilatormenta, veloz como gorriones, luego de vuelta a FuerteBlanco. Estaremos allí los fines de semana, los vientos sean amables. —Oremos, entonces, para que lo sean. —Cada vez que me quieras de rodillas, hermana, solo di la palabra. El tipo grande en la esquina se movió ligeramente, ajustando uno de esos bultos sospechosamente en forma de espada, y el capitán decidió que había visto lo suficiente por ahora. Con un guiño que podría encantar la pintura de las paredes, Cloud Corleone inclinó su sombrero de tricornio. —Buenas noches, hermana. Y cerró la puerta de la camarote. Caminando por el pasillo un momento después, el capitán murmuró suavemente para sí mismo. —Monja, mi trasero. —Si que las tiene grandes de ese astuto bastardo, —Ashlinn susurró incrédula. Don Majo se unió por encima de la puerta de la camarote. —... Me pregunto dónde guarda su carretilla...? —Estoy vestida como una monja, —dijo Ashlinn, mirando con indignación la habitación—. Se dio cuenta de que estoy vestida como una puta monja, ¿no es cierto? 127

Arrojando a un lado su capa de sombras, Mia se desvaneció en la esquina más alejada. Jonnen estaba parado con las muñecas atadas, uno de los brazos de su hermana alrededor de él, la otra mano sobre sus labios. Miró a la chica vaaniana mientras su hermana le quitaba la mano. —Tienes la boca sucia, ramera. —Tranquilo, —advirtió Mia—. O te toca mordaza otra vez. Jonnen hizo un puchero pero se calló, con los ojos en la espalda de su hermana cuando ella cruzó el piso de la camarote. Cerrando la puerta, Mia se volvió y miró a Ashlinn a los ojos. —No confío en él. En el otro rincón, Tric se quitó la capucha de la cabeza, con finas plumas blancas saliendo de sus labios mientras hablaba. —NI YO. —Bueno, somos tres, —respondió Ash—. Él bien podría tener la palabra “pirata” estampada en el trasero de esos ridículos pantalones. Es bueno que solo obtenga sus segundos doscientos después de nuestra llegada a Ashkah. —No pensé que todavía quedara tanto de los fondos que Mercurio nos dio. —No queda… tanto, —admitió Ash. —Pero podemos quemar ese puente cuando lleguemos a él. La Canción de la Sirena ya salió del puerto. Este barco navega en nuestra dirección, y no tenemos nada que intercambiar con otros. Así que o nos arriesgamos aquí, o comenzamos el camino a pie a través del acueducto y rezamos por un milagro. Y considerando que robamos este hábito mío de un tendedero en un convento, no estoy muy segura de que alguna de las divinidades esté de humor para responder amablemente. Don Majo comenzó a lamer una pata translúcida en su percha sobre la puerta. —... todo este esfuerzo se haría infinitamente más fácil si, o, no sé, de alguna manera pudiéramos ser invisibles para el resto del viaje... Mia frunció el ceño a su pasajero. —Es veroluz, Don Majo, apenas puedo lograr escondernos a Jonnen y a mí con esos malditos soles en el 128

cielo. Pero te agradezco por hacerme sentir peor por nuestra situación de lo que ya me siento. —... de nada...—, ronroneó. Mia volvió la vista hacia la puerta que había dejado el corsario—. Nuestro capitán parece inteligente. —murmuró. —QUIZÁS DEMASIADO INTELIGENTE. —dijo Tric. —No existe tal cosa, en mi experiencia. Mia se acomodó en una de las hamacas con un gemido y una mueca. Ella se sentó y se mordió el labio durante un rato, peleando una batalla perdida con sus párpados plomizos. —Pero Ash tiene razón, —finalmente declaró—. No tenemos mucho de donde escoger. Yo digo que nos arriesguemos con la Doncella. Mientras Jonnen y yo no estemos a la vista, y puedas aguantar su coqueteo durante unas semanas, creo que estamos a salvo aquí. —... estoy seguro de que Dona Järnheim detestará cada minuto de la atención... Ashlinn ignoró al gato de las sombras sobre la puerta, mirando a Mia con preocupación. La chica estaba encorvada en su hamaca, con la cabeza baja, meciéndose suavemente con el silencio y el susurro del agua contra el casco. Mia parecía a punto de caerse por puro agotamiento. Podían escuchar a la tripulación de la Doncella en lo alto, los episodios de blasfemias de color arcoíris de BigJon, el canto de las velas desplegadas, el olor a sal y mar colgando en el aire. Jonnen todavía estaba parado en la esquina, Eclipse en su sombra. —¿Lo lastimaste, Coronadora? —Preguntó suavemente. Mia se encontró con los ojos oscuros de su hermano, la sombra de Julio Scaeva flotando en el aire entre ellos. Pasaron largos momentos antes de que ella respondiera. —No. —Quiero irme a casa. —dijo el niño.

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—Y yo quiero una caja de cigarros y una botella de vino dorado lo suficientemente grande como para ahogarme. —suspiró Mia—. No siempre obtenemos lo que queremos. —Yo sí, —frunció el ceño. —Ya no. —Mia se pasó los dedos por los ojos y ahogó un bostezo—. Bienvenido al mundo real, hermanito. Jonnen simplemente la fulminó con la mirada. Eclipse se desenroscó de la oscuridad a sus pies, el lobo sombreado se unió a la silueta del niño en la pared, oscureciéndolo aún más. Sin el demonio cabalgando sobre su sombra, probablemente ya se habría reducido a la histeria, pero considerando lo que había pasado, el niño estaba bien. Aún así, a Ashlinn no le gustaba la forma en que el niño miraba a su hermana. Enojado. Hambriento. —... ¿Y AHORA QUÉ...?— Eclipse gruñó. —... ¿una rápida ronda de bollos y zorras...?—, Ofreció el Don Majo. —... ¿TIENES CON QUE, PEQUEÑO GATITO...? —... siempre, querida chucha... El lobo-sombra volvió sus ojos hacia el resto de la habitación. —... ¿HONESTAMENTE ESPERAN QUE CREA QUE ESTE GROSERO MESTIZO Y SU HUMOR PREPUBESCENTE ES EL FRAGMENTO DE UNA DIVINIDAD DESGASTADA...?— —Cállense, ustedes dos —espetó Ashlinn. —Ese “ahora qué” es simple, —dijo Mia, sofocando otro bostezo—. El Ministerio tiene a Mercurio. Hasta que lo recuperemos, Scaeva y yo estamos en un callejón sin salida. Ella se encogió de hombros. —Así que tenemos que recuperarlo. —Mia, tendrán a Mercurio en el Monte Apacible. —dijo Ashlinn—. El corazón del poder de la Iglesia Roja en esta tierra. Custodiado por Hojas de la Madre, el propio Ministerio, y el abismo sabe qué otra cosa más. 130

—Sí. —Mia asintió. —Además, estoy segura de que no necesito señalar que se llevaron a Mercurio para llegar a ti. —Continuó Ashlinn, en voz alta—. Te dijeron que lo tienen porque quieren que vayas a buscarlo. Si esto fuera obviamente una jodida trampa, tendrían una hilera de cortesanas de alto precio bailando vestidas con lencería liisiana, cantando un coro entusiasta de “esto es obviamente una jodida trampa”. Mia sonrió levemente—. Me encanta esa canción. —Mia... —gimió Ashlinn, exasperada. —Él me acogió, Ashlinn, —dijo Mia, su sonrisa se desvaneció—. Cuando todo lo demás me había sido arrebatado. Me dio un hogar y me mantuvo a salvo cuando no tenía ninguna razón para hacerlo. Mia levantó la vista hacia la chica, con los ojos brillantes—. Él es familia. Más familia para mí que casi nadie en este mundo. Neh diis lus'a, lus diis'a. —Cuando todo es sangre... —La sangre es todo, —asintió Mia. Ashlinn solo sacudió la cabeza. —MIA…— comenzó Tric. —El Monte Apacible está en Ashkah, Tric, —interrumpió Mia—. Independientemente, tenemos que ir por la misma ruta. Así que relájate un rato en el viaje, ¿no? —¿LO ACEPTAS ENTONCES? —En mi mente no hay ninguna idea clara, —dijo Mia, estirando las piernas sobre la hamaca con un suave gemido—. Así que viajar en la dirección correcta es suficiente por ahora. —El Ministerio va a saber que vamos en camino, —señaló Ash, mientras ayudaba a Mia con sus botas manchadas de sangre—. El Monte Apacible es una fortaleza. —Así es, —dijo Mia, moviendo los dedos de los pies con una mueca. —Entonces, ¿cómo, en nombre de la Madre, esperas entrar y rescatar a Mercurio? —Preguntó Ash, quitándole la otra bota—. Peor aún, ¿como 131

esperas salir viva otra vez? —Por la puerta de entrada, —dijo Mia, suspirando profundamente cuando finalmente se recostó en la hamaca y cedió a su agotamiento. —¿La maldita puerta de entrada? —Siseó Ash—. ¿Del Monte Apacible? ¡Necesitarías un ejército para entrar allí, Mia! Mia cerró los ojos. —Conozco un ejército, —murmuró—. Un pequeño, de todos modos... —¿Qué estás murmurando en el santo nombre de la Madre? —Se Enfureció Ash. La hamaca se balanceó y meció con la chica cansada encima. El caos y el derramamiento de sangre de los últimos giros, las epifanías y las profecías, las promesas rotas y aún incumplidas, todos parecían finalmente alcanzarla. A medida que las líneas de cuidado en su rostro se suavizaron, la cicatriz en su mejilla torció su labio muy levemente, hizo que pareciera que estaba sonriendo. Su pecho subía y bajaba al ritmo de las olas. —¿Mia? —Preguntó Ash. Pero la chica ya dormía. —...¿Qué significa “prepubescente”? —preguntó Jonnen suavemente en el silencio.

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CAPÍTULO 9 SUEÑO Ella soñó. Era una chica, debajo de un cielo tan gris como una despedida. Caminando sobre el agua tan quieta como la piedra pulida, como vidrio, como hielo bajo sus pies descalzos. Se extendía tan lejos como podía ver, impecable e interminable. Un menisco sobre el diluvio de siempre. Su madre caminaba a su izquierda. En una mano, ella sostenía una escala inclinada. La otra estaba envuelta en la de Mia. Llevaba guantes de seda negra, largos y brillantes con un brillo secreto, hasta los codos. Pero cuando Mia miró más de cerca, vio que no eran guantes en absoluto, goteaban gota, gota, gota, gota, en la piedra/vidrio/hielo y a sus pies, como brota la sangre de una muñeca abierta. El vestido de su madre era negro como el pecado, como la noche como la muerte, encordado con mil millones de pequeños puntos de luz. Brillaban desde adentro, hacia afuera a través de la mortaja de su vestido, como pequeños hoyos en una cortina contra el sol. Ella era hermosa. Terrible. Sus ojos eran tan negros como su vestido, más profundos que los océanos. Su piel era pálida y brillante como las estrellas. Tenía la cara de Alinne Corvere. Pero Mia lo sabía, en ese sueño, de alguna forma, que esta no era su verdadera cara. Porque la noche no tenía cara en absoluto. Y a través del gris infinito, las esperaba. Su padre. Estaba vestido todo de blanco, tan brillante y afilado que lastimaba los ojos de Mia al mirarlo. Pero ella se veía igual. Él le devolvió la mirada cuando ella y su madre se acercaron, tres ojos fijos en ella, rojo, amarillo y

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azul. Tenía que admitir que era guapo, casi dolorosamente. Los rizos negros espolvoreados con tenues toques grises en sus sienes. Hombros anchos, piel bronceada que contrasta bruscamente con el blanco nieve de su túnica. Tenía la cara de Julio Scaeva. Pero Mia sabía, de esa manera soñadora y sabia, que esa tampoco era su verdadera cara. Cuatro mujeres jóvenes se pararon a su alrededor. Una envuelto en llamas y otra envuelta en olas y la tercera vestida solo con el viento. La cuarta estaba durmiendo en el suelo, vestida con hojas de otoño. El trío despierto miró a Mia con malicia amarga y descubierta. —Marido, —dijo su madre. —Esposa, —respondió su padre. Se quedaron allí en silencio, los seis, y Mia podría haber escuchado su corazón latir en su pecho, si tan solo hubiera tenido uno. —Te extrañé, —finalmente suspiró su madre. El silencio se hizo tan completo que fue ensordecedor. —¿Este es él? —Preguntó su padre. —Sabes que si lo es, —respondió su madre. Y Mia quería hablar entonces, decir que no era él sino ella. Pero mirando hacia abajo, la chica vio la cosa más extraña reflejada en la piedra/vidrio/hielo reflejada a sus pies. Se vio a sí misma, como se veía a sí misma: piel pálida y largo cabello oscuro sobre hombros delgados y ojos de un blanco ardiente. Pero al asomarse a su espalda, vio una figura cortada de la oscuridad, negra como el vestido de su madre. La miró con sus ojos que no eran, su forma vibrante y cambiante como una llama sin luz. Lenguas de fuego oscuro ondeaban desde sus hombros, la parte superior de su corona, como si fuera una vela encendida. En su frente, se dibujaba un círculo plateado. Y como un espejo, ese círculo captó la luz de la túnica de su padre y la reflejó, el resplandor tan pálido y brillante como los ojos de Mia.

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Y mirando ese círculo único y perfecto, Mia entendió lo que era la luz de la luna. —Nunca te perdonaré por esto, —dijo su padre. —Nunca te lo pedí, —respondió su madre. —No enfrentaré ningún rival. —Yo no soy una amenaza. —Soy superior. —Pero estaba primero. Y confío en que tu victoria hueca te mantendrá caliente en la noche. Su padre la miró, su sonrisa oscura como moretones. —¿Te gustaría saber qué me mantiene caliente en la noche, pequeña? Mia volvió a mirar su reflejo. Observó el círculo pálido en su frente romperse en mil fragmentos brillantes. La sombra a sus pies se fragmentó, se extendió en todas direcciones, surgieron patrones enloquecedores, agitándose, las formas nocturnas de gatos y lobos y serpientes y cuervos y sombras sin forma en absoluto. Zarcillos negros como tinta brotaron de su espalda como alas, navajas de oscuridad de cada dedo. Podía escuchar gritos, cada vez más fuertes. Al final se dio cuenta de que la voz era la suya. —Los muchos eran uno, —dijo su madre—. Y lo serán de nuevo. Pero su padre sacudió la cabeza. —En todos los sentidos, eres mi hija. Levantó un peón negro en su palma ardiente. —Y vas a morir.

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LIBRO 2

- LUZ MORIBUNDA

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CAPÍTULO 10 INFIDELIDAD Mia se despertó con un jadeo, casi cayendo de su hamaca. Los ojos de buey estaban cerrados como lo habían estado durante las últimas dos vueltas. La camarote estaba envuelta en la misma penumbra que la había llenado desde que salieron de Las Partes Bajas, balanceándose con el suave movimiento del mar abierto. Casi tres vueltas después de la magni, Mia todavía se sentía adolorida en partes de su cuerpo que nunca supo que existían, y todavía necesitaba dormir unas siete nuncanoches más. Sueño genuino, eso necesitaba. Sueños. Sueños de sangre y fuego. Sueños de gris interminable. Sueños de su madre y su padre, o cosas con sus caras. Sueños de Furiano, muerto por su mano. Sueños de su sombra, cada vez más oscura a sus pies hasta que se deslizaba sobre ella y sentía que fluía sobre sus labios y hacia sus pulmones. Sueños de acostarse boca arriba y mirar hacia un cielo cegador, con las costillas desgarradas, pequeñas personas arrastrándose por sus entrañas como gusanos en un cadáver. —¿MÁS PESADILLAS? La voz la hizo temblar, luego se sintió culpable por hacerlo. Le lanzó una mirada furtiva a Ashlinn, dormida en la hamaca junto a la de ella. Luego de vuelta al chico muerto, sentado en ese rincón como lo había hecho desde que salieron al Mar del Silencio. La capucha de Tric estaba retraída y él estaba sentado con las piernas cruzadas, sus espadas de hueso en su regazo, y sus manos negras descansando sobre las cuchillas. Diosa, pero seguía siendo hermoso. No la belleza robusta y de tierra que había sido antes no. Había una belleza oscura en él ahora. Tallado en alabastro y ébano. Ojos negros y piel pálida y una voz tan profunda que podía sentirlo entre sus piernas cuando él hablaba. Una belleza principesca, envuelta en una túnica de noche y serpientes. Una corona de estrellas oscuras en su frente. —Disculpas, ¿te desperté? —NO DUERMO, MIA. 137

Ella parpadeó. — ¿Nunca? —JAMÁS. Mia se apartó el pelo de la cara y apartó las piernas del costado de su hamaca lo más despacio que pudo. Cuando se enderezó, sus heridas se estiraron y sus vendajes tiraron de sus costras y no pudo evitar hacer una mueca de dolor. Consciente de esos ojos completamente negros que la seguían en cada movimiento. Se estaba muriendo por un cigarillo. Por aire fresco. Para un maldito baño. Habían estado atrapados aquí juntos durante dos vueltas seguidas ahora, y la tensión los estaba desgastando a todos. Jonnen era un nudo de furia e indignación, solo controlado por la constante presencia de Eclipse en su sombra. Se quedó sentado durante horas, haciendo un mohín y malhumorado, arrancando zarcillos de su propia sombra y arrojándolo a la pared del fondo, tal como lo había hecho ante los ojos de Mia en la necrópolis. Eclipse se lanzaba sobre la bola de material de las sombras como un cachorro y Jonnen sonreía, pero la sonrisa desaparecería tan pronto como atrapara a Mia mirándolo. Podía sentir su ira hacia ella. Su odio y su confusión. Ella no podía culparlo por nada de eso. Ashlinn y Tric eran otra fuente de preocupación: la tensión entre ellos era lo suficientemente densa como para cortar y servir con el supuesto “guiso” que comían cada noche. Mia podía sentir las nubes formando una tormenta que oscurecería los soles. Y la verdad es que no tenía idea de qué hacer. Ella podría haber hablado con Tric sobre eso de una vez, ya sabes. Pero no era el mismo. Ella no supo qué sentir cuando lo vio por primera vez. La alegría y la culpa, la dicha y la tristeza. Sin embargo, después de algunas vueltas en su compañía, ella pudo ver que él fue dibujado con el mismo contorno, pero no completado con los mismos colores. Podía sentir una oscuridad en él, ahora, la misma oscuridad que sentía dentro de su propia piel. Haciendo señas. Y sí, incluso con Don Majo en su sombra, era un poco aterrador. Mia inclinó la cabeza, ríos de largo cabello negro cubrían ambos lados de su rostro. El silencio entre ellos espeso como la niebla. 138

—Lo siento, —murmuró finalmente. El chico muerto inclinó la cabeza, los rizos de sal se movían como serpientes soñadoras. —¿POR QUÉ? Mia se mordió el labio, buscando las palabras pálidas y débiles que de alguna manera lo arreglarían. Pero las personas eran el rompecabezas que nunca había logrado resolver. Ella siempre había sido mejor separando las cosas que volviendo a armarlas. —Pensé que estabas muerto. —TE LO DIJE, —respondió—. LO ESTOY. —Pero... pensé que no volvería a verte. Pensé que te habías ido para siempre. — NO ES LA MÁS TONTA DE LAS SUPOSICIONES. ELLA ME APUÑALÓ TRES VECES EN EL CORAZÓN Y ME EMPUJÓ DEL RISCO DE UNA MONTAÑA, DESPUÉS DE TODO. Mia miró por encima del hombro a Ashlinn. Su mejilla pecosa descansando sobre sus manos, las rodillas dobladas, sus largas pestañas revoloteando mientras soñaba. Amante. Mentirosa. Asesina. —Cumplí mi promesa, —le dijo—. Tu abuelo murió gritando. Tric inclinó la cabeza. —MIS GRACIAS, HIJA PÁLIDA. —No... Ella sacudió la cabeza, su voz fallando cuando el nudo se le subió a la garganta. —... Por favor, no me llames así. Dirigió sus ojos a Ashlinn. Poniendo una mano negra manchada de noche sobre su pecho y tocandose allí, como si recordara la sensación de su espada. 139

—¿QUÉ LE PASÓ A OSRIK, POR CIERTO? —Adonai lo mató. —respondió Mia—. Lo ahogó en el charco de sangre. —¿GRITÓ, TAMBIÉN? Mia se imaginó al hermano de Ashlinn cuando desapareció bajo ese torrente de rojo la vez que los Luminatii invadieron la Montaña. Sus ojos muy abiertos por el terror. Su boca llena de carmesí. —Lo intentó, —dijo finalmente. Tric asintió con la cabeza. —Debes pensar que soy una cabrona sin corazón, —suspiró. —SOLO LO CONSIDERARÍAS UN COMPLIDO. Mia levantó la vista y pensó que estaba enojado. Pero ella encontró sus labios curvados en una delgada y pálida sonrisa, la sombra de un hoyuelo arrugaba su mejilla. Por un momento le recordó al Tric que había sido. Mucho de lo que habían compartido. Miró su rostro sin sangre y sus ojos negros como la tinta y vio al hermoso chico roto que había sido, y su corazón se hizo pesado como plomo en su pecho. —¿LA AMAS? —Preguntó. Mia miró a Ashlinn de nuevo. Recordando la sensación de ella, el olor de ella, el sabor de ella. La cara que mostraba al mundo, cruel y dura, la ternura que mostraba solo a Mia, solo en sus brazos. Derritiéndose en su boca. Poesía en su lengua. Cada una un oscuro reflejo de la otra, ambas impulsadas por la venganza, por ser, hacer, querer cosas que la mayoría no se atrevería a soñar. Cosas maravillosas. Cosas horribles —Es… —… ¿COMPLICADO? Ella asintió lentamente. —Pero la vida siempre lo es, ¿eh? Una risa sin alegría se deslizó sobre sus labios. —PRUEBA MORIR.

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—Prefiero no hacerlo, si puedo evitarlo. —LA MUERTE ES LA PROMESA QUE TODOS DEBEMOS MANTENER. TARDE O TEMPRANO. —La tomaré más tarde, si te agrada. Él la miró a los ojos entonces. Negro a negro. —ME GUSTARIA. El sonido de las campanas pesadas cortó su conversación a la mitad, y Tric y Mia miraron hacia la cubierta de la Doncella. Oyeron gritos amortiguados, botas sobre las maderas, notas de alarma vaga. Ashlinn se despertó de su sueño con una sacudida, sentándose y arrastrando su antebrazo sobre su rostro. —¿Qué es eso? Mia estaba de pie ahora, sus ojos entrecerrados veían las tablas sobre sus cabezas. —No suena bien, sea lo que sea. Un segundo estallido de campanas. Una sucesiva cadena de maldiciones débiles y sorprendentemente imaginativas. Mia se acercó ligeramente al ojo de buey y abrió la persiana de madera, dejando entrar una deslumbrante cizalla de veroluz. Jonnen levantó la cabeza de su hamaca y miró alrededor de la camarote con los ojos entrecerrados. Don Majo maldijo desde su lugar sobre la puerta. Mia parpadeó con fuerza, le dolía la mirada, una vez que sus ojos se ajustaron, se unió a Ashlinn en el ojo de buey. Sobre las ondulantes olas más allá del cristal, Mia podía ver velas en el horizonte distante, cosidas con hilo dorado. —Ese es un buque de guerra Itreyano... —murmuró Ashlinn. Mia miró hacia arriba. —Nuestros anfitriones no parecen demasiado entusiasmados por verlo. —... AL CONTRARIO, SUENAN MUY EMOCIONADOS PARA MI... —... ¡Bravo! ¿Parece que hemos estado practicando nuestras bromas...?

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—... ALGUNOS DE NOSOTROS NO NECESITAN PRÁCTICA, GATITO. NOS SERVIMOS DEL INGENIO EN LUGAR DE... Ashlinn sumergió su rostro en su barril de agua de lavado para despejar el sueño y se ató el cabello en una trenza suelta. —Me dirigiré hacia arriba para conversar. —Será mejor que vaya con ella, hermano Tric. —dijo Mia—. Yo me quedaré aquí con Jonnen. El chico muerto se levantó lentamente. Mirando a Ashlinn con ojos sin fondo mientras envainaba sus cuchillas de hueso bajo su túnica y se cubría la cara con la capucha. —DESPUÉS DE TI, HERMANA. Ash se puso las botas que llevaba puestas desde que se infiltró en la arena de Tumba de Dioses y se ató la espada a la pierna. Tirando su hábito de hermandad por encima de su cabeza y tirando de su cofia, se dirigió a la puerta. —Ten cuidado, ¿si? —Advirtió Mia. Ash sonrió torcidamente, se inclinó y besó los labios de Mia. —Ya sabes lo qué dicen. Lo que no me mata es mejor que corra. La chica vaaniana salió por la puerta de la camarote con una ráfaga de túnicas blancas. Mia evitó los ojos de Tric mientras él la seguía. —Bueno. —Suspiró Cloud Corleone—. Como mi querido y antigua tutora Dona Elyse dijo el año que cumplió dieciséis años, “Fóllame muy suavemente, luego fóllame muy fuerte”. Kael Tres Ojos se asomó del Nido del Cuervo. —¡Están señalando, Capitán! —¡Sí, puedo ver eso! —Gritó, agitando su catalejo—. ¡Gracias! —Las reinas de mierda que nos resuenan también nos están ganando, —gruñó BigJon desde la barandilla a su lado.

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El capitán agitó su catalejo en la cara de BigJon. —Esto funciona, ya sabes. —¿Capitán? —Sonó una voz. Cloud miró por encima de su hombro, vio a Su no tan santidad en la cubierta detrás de él, y su perro de ataque de seis pies que se cernía detrás de ella. El aire bajo la veroluz se sintió un poco más frío, y un escalofrío involuntario le hizo cosquillas en la piel. —Lo mejor es volver abajo, hermana, —dijo—. Es más seguro allí. —¿Significa que no es seguro aquí arriba? La hermana extendió la mano y le quitó el catalejo de Cloud de la mano, se lo acercó a los ojos y se volvió hacia el horizonte. —Esa no es la marina regular de Itreya, —dijo—. Es un barco Luminatii. —Bien visto, hermana. —Y parece que están armados con cañones de arkímicos. —De nuevo, sí, mi catalejo funciona, gracias. La hermana bajó el catalejo y lo miró a los ojos. —¿Y que es lo que quieren? Cloud señaló la llamarada roja que la nave había enviado chisporroteando en el cielo. —Quieren que nos detengamos. —¿POR QUÉ? —Preguntó el gran guardaespaldas. El buen capitán parpadeó. —... ¡Oye! ¿Cómo haces eso con tu voz? La hermana le devolvió el catalejo. —¿Los Luminatii generalmente detienen barcos al azar en medio del océano sin razón aparente? —Bueno —Cloud raspó la cubierta con su bootheel—. Por lo general no, —La hermana y su guardaespaldas intercambiaron miradas inquietas. BigJon susurró por el costado de su boca, —¿Antolini les avisó, tal vez? —Él no me haría eso, ¿verdad? —Murmuró Cloud —Te follaste a su esposa, Capitán. 143

—Solo porque ella me lo pidió amablemente. —Ese niño violinista, Flavius, prometió matarte si te volvía a ver, — reflexionó el hombrecillo, chupando el tallo de su pipa de hueso de draco —. ¿Quizás se volvió creativo? —Entonces le debo una moneda. Esa no es razón para cantar sobre mí al Luminatii. —Le debes una pequeña fortuna. Y tú también te follaste a su esposa. Cloud Corleone levantó una ceja—. ¿No tienes cosas que hacer? El hombrecito miró a su alrededor la colmena de actividad que era la cubierta principal y la cubierta de proa, los mástiles de arriba. Se encogió de hombros y mostró su sonrisa plateada. —Particularmente no. —Todavía voy ganando, Capitán! —Kael llamó arriba. Cloud sostuvo su catalejo en alto. —¡Cuatro hijas, esta cosa funciona! —Capitán, —comenzó la hermana. —Me temo que tengo que insistir... —Lo siento, hermana, —suspiró el corsario—. Pero no nos detendremos. —... ¿No lo haremos? —Esa es una nave de guerra Luminatii, Capitán, —señaló BigJon—. No estoy seguro de La Doncella sea capaz de superarla. —Oh, hombres de poca fe, —dijo Cloud—. Da la orden. —Sí, sí, —suspiró el hombrecito. BigJon se apartó de la borda y rugió a la tripulación. —Correcto, ¡idiotas que traga-semen! ¡Estamos en una carrera! ¡Levanten cada centímetro de vela que tenemos! Si tienen papel higiénico o un pañuelo manchado de semen, quiero que lo amarren a un mástil en alguna parte, ¡vamos, vamos! —Capitán... —comenzó a decir la hermana. —Descanse, hermana, —Cloud sonrió—. Conozco mis océanos y conozco mi barco. Estamos sentados en la corriente rápida, y los vientos de 144

la noche están a punto de comenzar a besar nuestras velas como besé a la esposa de Don Antolini. El capitán levantó su catalejo con una pequeña sonrisa. —Estos dioses molestos no nos pondrán un maldito dedo. El primer disparo de cañón cruzó el agua a cien pies de proa. El segundo a veinte pies de su popa, lo suficientemente cerca como para quemar la pintura. Y el tercero pasó tan cerca que Cloud podría haberse afeitado. La nave de guerra Luminatii corría paralela a La Doncella, sus velas relucientes de hilo de oro. Cloud pudo ver su nombre escrito en letra negrita y fluida por su proa. Leal. Sus cañones estaban listos para desencadenar otra ráfaga de fuego arkímico: las tres explosiones anteriores habían sido disparos de advertencia, y a Cloud no le gustaban sus posibilidades de escapar de un cuarto. Además, considerando lo que la Doncella llevaba escondido en su vientre, un buen beso del viejo Leal aquí sería todo lo que necesitaban. —Detengan todo, —escupió el capitán—. Icen la bandera blanca. —¡Alto, inútiles magos de mierda! —Rugió BigJon desde el alcázar—. ¡Detengan todo! —Oh, sí, —murmuró la hermana Ashlinn desde la barandilla a su lado —. Usted conoce bien los océanos y su barco, Capitán... —Sabes, —respondió Cloud, volviéndose para mirarla—, mis primeras impresiones sobre usted fueron bastante favorables, buena hermana, pero tengo que decir que, cuanto más le conozco, menos me gusta. Su guardaespaldas cruzó los brazos y se burló. —DEBEMOS TOMAR UN TRAGO ALGUNA VEZ... El océano era demasiado profundo para que La Doncella echara el ancla, por lo que una vez que las velas se guardaron y volvieron la cabeza hacia el viento, la tripulación tuvo poco que hacer, excepto pararse y esperar a que el Leal atracara al costado. Cloud observó cómo el enorme

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buque de guerra se acercaba, su vientre se hundía cada vez más. Sus flancos se erizaban con los cañones arquímicos de los talleres del Collegium de Hierro, y sus cubiertas estaban repletas de marines Itreyanos. Los hombres estaban vestidos con cota de malla y armadura de cuero, cada uno con el sello de los tres soles en el pecho. Llevaban espadas cortas y ligeros escudos de madera, ideales para combates cuerpo a cuerpo en las cubiertas de barcos enemigos. Y superaban en número en dos a uno a la tripulación de la Doncella. Arriba, en la cubierta de popa, Cloud pudo ver media docena de Luminatii con armadura de hueso de tumba, con sus capas de plumas de color rojo sangre y plumas del mismo tono en sus timones, ondeando en la brisa marina. Su líder era un centurión alto con barba puntiaguda, ojos grises penetrantes y la expresión de un hombre que necesita desesperadamente un trabajo de una prostituta profesional. (11) —Malditos malditos dioses, —se quejó el capitán. —Sí, —dijo BigJon, poniéndose a su lado—. Lady Trelene los ahogue a todos. —Estaremos bien, —murmuró Cloud, más para sí mismo que su primer compañero—. Esta bien oculto. Tendrían que destrozar el casco para encontrarlo. — A menos que sepan exactamente dónde buscarlo. Cloud miró a su primer compañero con los ojos muy abiertos—. ¿No tendrían...? —El hombrecillo encendió su pipa de hueso de draco con un pedernal y resopló pensativo. —Te dije que no araras a la esposa de Antolini, Capitán. —Y te dije que ella lo pidió amablemente. —Cloud bajó la voz—. Muy dulce, de hecho. —¿Crees que estos chicos Luminatii serán tan dulces? —BigJon se burló, mirándolos prepararse para abordar—. Porque se están preparando para follarnos, seguro y cierto. Cloud hizo una mueca cuando arrojaron los garfios, hundiéndose en la borda de La Doncella y astillando la madera. La tripulación del Leal colocó 146

pesadas bolsas llenas de heno a lo largo de sus costados para amortiguar el impacto cuando La Doncella fue arrastrada más cerca por los cabestrantes mekkenismos, y las dos naves finalmente se unieron con un fuerte golpe. Las líneas estaban fuertemente atadas, y una pasarela se extendía de conquistador a conquistado. La muñeca del centurión fulminó con la mirada desde el castillo posterior de los Fieles. —Soy el centurión Ovidio Varinius Falco, segunda centuria, tercera cohorte de la Legión Luminatii, —dijo—. Por orden de Imperator Scaeva, estoy autorizado a abordar su embarcación en busca de contrabando. Tu cooperación es... —Sí, sí, vamos, compañeros. —Cloud mostró su sonrisa de cuatro bastardos, quitándose su tricornio con una reverencia baja—. ¡No tenemos nada que esconder aquí! Solo límpie sus pies primero, ¿no? El corsario murmuró sobre su hombro. —Será mejor que vayas a tu camarote, hermana. Las cosas van a... Cloud miró a BigJon, parpadeando con fuerza al espacio vacío donde la chica y su guardaespaldas habían estado unos momentos antes. —... ¿A dónde diablos fueron?

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CAPÍTULO 11 INCENDIARIO Los Luminatii se arrastraron sobre La Doncella como pulgas en el pelo del pecho de una abuela liisiana. La búsqueda fue acordonada y meticulosa, y el centurión Falco obviamente ya había tratado con contrabandistas antes: encontró fácilmente los tres lugares escondidos ficticios de Cloud. Afortunadamente, y a pesar de las teorías de conspiración de BigJon, los internos no se habían acercado a encontrar el contrabando real, y la carga oculta de Cloud se mantuvo a salvo como en el hogar. Pero acompañando a Falco en su búsqueda y respondiendo a sus preguntas tan cortésmente como pudo, el corsario rápidamente se dio cuenta de algo bastante inquietante. Los dioses molestos no estaban realmente interesados en el contrabando, lo que buscaban eran personas. Y, muy consciente de que la monja que llevaba probablemente no era más una monja que un sacerdote, el corsario estaba preocupado de que su barriga hundida pudiera comenzar a filtrarse a través de sus botas. —¿Y estos son tus únicos pasajeros? —Preguntó Falco. —Sí, —respondió Cloud, levantando un puño para llamar a la puerta de la camarote—. Por lo general, no estamos en el negocio de transportar ganado. ¿Dónde y cuándo abordaron? —Tumba de Dioses. Algunas vueltas atrás. Pasaje reservado hasta Ashkah. El centurión asintió bruscamente y Cloud llamó en voz alta. —¿Hermana? —Cantó—. ¿Está usted presentable? Hay algunos compañeros sirvientes de la Bendita Luz aquí, a quienes les gustaría hacerle algunas preguntas. — Adelante, —fue la respuesta. Cloud abrió la puerta y encontró a la chica vaaniana que ya estaba de pie cortésmente a un lado, de espaldas al mamparo, con las manos delante de ella como un penitente.

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—Perdón, hermana… —comenzó Cloud. —Hazte a un lado, plebeyo, —dijo Falco, forzando su camino hacia la camarote. El centurión se quitó el casco emplumado, se alisó el pelo sudoroso y le hizo una reverencia respetuosa a la hermana. Sus ojos grises como el acero revolotearon hacia el guardaespaldas en la esquina, los músculos de su mandíbula se tensaron. El tipo grande no hizo ningún sonido. —Perdóname, buena hermana, —le dijo a la monja—. Soy el centurión Ovidio Varinius Falco, comandante del buque de guerra Leal. Por orden de nuestro Imperator, Julio Scaeva, debo realizar una búsqueda en esta nave y, por ende, en su camarote. La chica mantuvo los ojos en el suelo en una convincente muestra de modestia, asintiendo una vez—. No necesitas disculparte, centurión. Por favor, realiza tu búsqueda. El centurión asintió a sus cuatro marines. Entraron en la habitación, con los ojos en el suelo por deferencia, cada uno obviamente tan cómodo en la cabaña de la monja como una monja real hubiera estado en la camarote de combate del muelle. Con cuidado de no afectar demasiado el espacio personal de la buena hermana, comenzaron a buscar en los cofres, los barriles, golpeando los pisos y las paredes en busca de huecos. Por su parte, Falco mantuvo sus ojos en el tipo grande en la esquina de la habitación, pero la figura permaneció inmóvil. Cloud se detuvo y miró, mariposas revoloteando en su estómago. Podía escuchar a los marines atravesando las otras camarotes más abajo del barco, y con ninguna delicadeza por el sonido. Envolvió sus brazos alrededor de sí mismo, con la mandíbula apretada. Está más frío que los bajos de una verdadera monja aquí... —Perdóname, hermana, —dijo Falco de repente—. Confieso que no salgo de mi extrañeza al encontrarte en tan… colorida compañía. —No puedo encontrar ningún defecto en eso, valiente Centurión, — dijo la hermana, con los ojos aún bajos. —¿Puedo preguntar qué estás haciendo a bordo de este barco?

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—Puedes preguntar, noble Centurión. —La muchacha se alisó la túnica voluminosa, que soplaba con la brisa desde el ojo de buey abierto—. Pero como informé al buen capitán aquí, mi tarea requiere la máxima discreción. Mi Madre Superiora me dijo que no hablara de eso, ni siquiera con nuestros hermanos en la Luz. Por mi honor, debo rogarle humildemente su perdón y mantener mi juramento de silencio. Falco asintió, con los ojos grises brillantes. —Por supuesto, buena hermana. Los marines terminaron su búsqueda y se volvieron hacia el centurión. —El niño no está aquí, —informó uno, innecesariamente. El centurión miró una vez más por la habitación. Pero aparentemente satisfecho, aunque todavía más que un poco curioso, se inclinó ante la hermana. —Perdona nuestra intrusión, buena hija. Tsana guía tu mano. La hermana levantó tres dedos con una sonrisa paciente. —Aa te bendiga y te mantenga, centurión. —¿Ves? —Cloud sonrió de oreja a oreja, con el alivio derritiendo sus entrañas—. Todo en en orden en el barco y fuera de borda, ¿sí, compañeros? Déjadme mostrarles encantadores caballeros. Falco giró sobre sus talones, listo para partir, sus hombres muy cerca. Pero el vientre de Cloud dio un pequeño vuelco cuando el hombre se detuvo de repente. Un ligero ceño apareció en la frente del centurión mientras miraba los pies de la chica. Los ojos grises brillaron en la tenue luz de la camarote. —Mi hermana se casó con un zapatero, —declaró. La muchacha vaaniana inclinó la cabeza—. ¿Perdón? —Sí, —asintió el hombre—. Un zapatero. Cuatro años atrás. —Yo... —La chica parpadeó, luciendo desconcertada—. Estoy... muy feliz por ella. —Yo no lo estoy, —frunció el ceño Falco—. Es más grueso que el excremento de un cerdo, mi cuñado. Sin embargo, sabe mucho sobre botas.

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Tiene un contrato con el editorii de Tumba de Dioses, de hecho. Cada guardia que trabaja en la arena usa un par de los suyos. El centurión señaló los dedos de cuero manchados de sangre que se asomaban por debajo de las vestiduras sagradas de la chica. —Justo como esos. Aquí sucedieron varias cosas en rápida sucesión, cada una un poco más sorprendente que la anterior. Primero, la muchacha gritó “¡MIA!” al máximo de sus pulmones hacia el ojo de buey abierto. Lo cual, considerando todo, Cloud pensó era bastante extraño. En segundo lugar, ella se movió, arrojando un cuchillo desde el interior de su manga y sacando una espada corta que había escondido la mierda sabe dónde. El cuchillo se hundió en la garganta del marine más cercano, y cuando el hombre cayó de nuevo en un rocío rojo, la muchacha arremetió contra el centurión con su espada, con la cara torcida en un gruñido. Tercero, el tipo grande en la esquina echó hacia atrás su capucha, revelando una cara pálida de cadáver, ojos como un demonio y rastas salinas como... bueno, Cloud no tenía ni idea, pero se estaban moviendo solas. El tipo sacó sus dos bultos sospechosamente en forma de espada de debajo de su túnica, que de hecho resultaron ser espadas. Espadas de hueso de tumba. Y por último, y probablemente lo más extraño de todo, cuando la chica apuntó un golpe seco al centurión Ovidio Varinius Falco, de la segunda centuria, el cuello arrogante de la tercera cohorte, una sombra con forma de gato se abalanzó debajo de sus voluminosas túnicas con un maullido sobrenatural, seguido de un niño de nueve años bastante alarmado, amordazado y atado a las muñecas. Por su parte, Falco estaba listo para el golpe al menos, sacando la hoja de acero de su cinturón y rezando una oración a Aa. La espada se encendió con una cizalladura de llama brillante y se encontró con el golpe de la chica, su acero solar marcando su espada. La muchacha gritó “¡MIA!” Otra vez, los tres marines restantes gritaron y sacaron sus cuchillas cortas, Cloud escupió una maldición negra y, antes de darse cuenta, la camarote estaba en caos. 151

Los marines estaban bien entrenados, obviamente acostumbrados a luchar en espacios reducidos. Pero cuando se adelantaron para cortar a la muchacha, el muchacho golpeó, su hoja de hueso cortó la cota de malla como una navaja de afeitar y cortó el brazo de un hombre por el hombro. La sangre roció la camarote y el hombre cayó aullando. Sin embargo, el tipo grande no era tan excitante: parecía muy fuerte pero torpemente lento. El tercer marine devolvió el golpe y le cortó el brazo profundamente. Y con una oración a Aa, el cuarto dio un paso adelante y lo atravesó directamente en el vientre. El tipo grande no cayó. Ni siquiera se inmutó. Con una mano negra, agarró la muñeca del infante de marina, empujó la hoja más adentro de su intestino y el soldado con los ojos muy abiertos se acercó aún más. Su otra mano se cerró sobre la garganta del hombre. Y con el chasquido de las ramitas húmedas, torció el cuello del hombre hasta romperlo. La buena hermana Ashlinn y Falco estaban enfrascados, espada contra espada, y el hombre más grande empujaba a la muchacha hacia atrás con su ardiente acero. Pero cuando levantó su espada, el sonido de una explosión atronadora desgarró el aire desde algún lugar afuera, destrozando los otros ojos de buey y rociando vidrio y el hedor negro y amargo del fuego arkemico en la habitación. Falco se dio cuenta de que la explosión había venido del Leal casi al mismo tiempo que Cloud, girando la cabeza momentáneamente en dirección a su nave. Y ese momento era todo lo que la buena hermana necesitaba. La punta de su cuchilla se conectó con la garganta del hombre, cortando su tráquea. El centurión cayó hacia atrás, su sangre brotando, el niño en el suelo mirando con horror con los ojos muy abiertos cuando el cuerpo del hombre, aún no muerto, golpeaba la cubierta. La sombra del gato se estaba desgarrando por la habitación aullando y escupiendo, el cadáver que caminaba había golpeado al último marine contra la pared y lo estaba ahogando con las manos desnudas, y Cloud Corleone podía oler la cosa más aterradora que un capitán a bordo de su propio barco puede imaginar. Fuego. Entonces hizo lo que cualquier hombre sensato hubiera hecho con sus botas—. A la mierda todo esto, —dijo. 152

Y corrió. Bajando por el pasillo y subiendo a la cubierta, fue momentáneamente vencido por el resplandor de la luz del sol y el hedor a humo. La cubierta de La Doncella estaba cubierta con hombres de la tripulación, corriendo de aquí para allá con los gritos de BigJon. —¡Corten esas líneas sangrientas! ¡Saquen esos garfios, imbéciles! ¡Mojen las malditas velas! ¡Empújennos lejos, tontos de mandíbula floja! ¡Lejos! Cloud pudo ver que el Fiel estaba ardiendo, tanto sus velas como su casco. Humo negro salía de su trasero, que de alguna manera había sido volado. La nave estaba inclinándose mucho, haciendo agua rápidamente. Marineros y marines en llamas se zambullían en el mar, las llamas regulares y arkímicas se comían la madera, y sus cubiertas estaban en un caos absoluto. Y mientras observaba, tratando de entender exactamente lo que estaba sucediendo a bordo del buque de guerra, Cloud Corleone notó que su mandíbula se aflojaba de asombro. —Por las cuatro hijas... Al principio pensó que era un truco de la luz o el humo. Pero entrecerrando los ojos con más fuerza, se dio cuenta de que entre brasas y llamas, podía ver... ¿Una mujer? Ella se movió como una canción. Tejiendo y girando, su piel pálida y sus ojos entrecerrados y su cabello largo, negro como plumas de cuervo. Sostenía una espada larga de hueso de tumba en una mano, un escudo robado en la otra, empapada de sangre hasta las axilas. Mientras él miraba, ella saltó a la cubierta de popa hacia uno de los Luminatii. El hombre maldijo y levantó su hoja de acero. Un lobo hecho de lo que parecía ser una sombra voló por las escaleras, con la boca abierta y rugiendo. Cloud palideció al darse cuenta de que podía entender lo que decía. —¡...CORRAN...! —Rugió, con una voz como el invierno—. ¡ ...CORRAN TONTOS...! La chica levantó la mano y el Luminatii gritó, retrocediendo y agarrando sus ojos como si estuviera ciego. La muchacha cortó al 153

aterrorizado hombre, golpeó con la mano su muñeca mientras caía, arrojó a un lado su escudo y con la mano libre agarró su espada llameante de la cubierta. Y mientras se abría paso entre el resto de la multitud aterrorizada, ese lobo de sombra aullaba por sangre, las cuchillas gemelas parpadeaban en sus manos, algo en su forma le pareció familiar. Algo que le hizo pensar en el olor a sangre y arena, el sabor de los labios de una muchacha atractiva, un hombre de apuestas que lo llamó tonto como un gallo cuando había puesto todas sus ganancias en... —Por el abismo y la sangre, —respiró. Otra explosión sacudió a la Fiel, sus maderas se rompieron, sus mástiles se hicieron añicos. Cloud se dio cuenta de que sus almacenes de municiones arkímicas debían haber sido incendiados, que se estaba desgarrando por dentro. Los soldados y los marineros cayeron al mar o saltaron desesperadamente hacia La Doncella, solo para ser obligados a descender a las olas por sus propios medios por orden de BigJon. Cloud observaba atónito, mientras la chica cortaba los bastidores que aseguraban el mástil de mesana, su espada de hueso cortaba las gruesas cuerdas empapadas de alquitrán como si fueran telaraña. Se agachó cuando el viento hizo que el mástil cayera como una astilla rota hacia La Doncella. Y trepando por el palo caído, se lanzó como un gato, con la cara torcida mientras daba un salto volador a través de la brecha cada vez mayor entre el Leal y la Doncella. Ella no lo logró. Su espada de hueso de tumba voló de su mano y cruzó la cubierta a los pies de Cloud cuando golpeó la barandilla de popa, su acero robado cayó al océano. Por poco cayó ella también hasta la llameante agua, pero de alguna manera se aferró, sus uñas arañando la madera, con los nudillos blancos mientras se aferraba a un pesado bloque. Arrastrándose por la polea, su agarre resbaladizo por la sangre, se las arregló para balancear una pierna sobre la barandilla y pararse, colapsando en la cubierta. Pesadez en el pecho. Tos y chisporroteo. —Fóllame muy suavemente, —murmuró Cloud—. Luego fóllame muy fuerte. Arrastrando un mechón de cabello empapado de sangre de sus labios, la muchacha miró a los ojos de Cloud. El capitán ahora sostenía su espada 154

de hueso en sus manos, su empuñadura estaba roja. Su sombra se retorció, se movió, y el lobo que había aterrorizado tanto a los Luminatii y sus hombres se materializó en la cubierta entre ellos, con los pelos en alto, su gruñido parecía venir de debajo de las tablas del piso. —… RETROCEDE… Su voz le heló el vientre, la mirada de la chica, aún más. Era como si el miedo fuera algo vivo, que se filtraba de la oscuridad a sus pies y hacia los suyos. Cloud escuchó pasos en las escaleras detrás de él. Sintió un escalofrío ahora familiar a su espalda. Podía escuchar a su tripulación formando abajo, porras y espadas preparadas, un poco borrachos en la carnicería y tal vez mimando un poco más. BigJon los mantenía bajo control, pero una palabra sería todo lo que necesitaba para comenzar de nuevo. —¿Mia? —Escuchó una voz preguntar detrás. —Está bien, Ash, —respondió la muchacha, mirando a Cloud. —Tú eres el cuervo, —dijo, con voz temblorosa—. Halcón del Collegium de Remo. La belleza sangrienta. Salvadora de Vigilatormenta. Cloud se lamió los labios. Forzó su voz a estabilizarse. —Eres la muchacha que asesinó al Gran Cardenal Francesco Duomo. Ella lo miró. Su cara marcada y marcada por esclavos y manchada de sangre y humo. Ojos negros como la oscuridad verdadera, rodeados de sombras. —Sí, —fue todo lo que dijo. Con cuidado de no asustar a nadie, Cloud Corleone colocó la espada sepulcral en la cubierta, gentilmente, como si fuera un bebé recién nacido. E inclinándome hacia la muchacha, le ofreció su sonrisa de cuatro bastardos junto con su mano temblorosa. —Bienvenida a bordo de la Doncella Sangrienta.

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CAPÍTULO 12 VERITAS Esa fue la cena más incómoda a la que Mia había asistido. El buen capitán estaba sentado en un extremo de la mesa en su camarote, vestido con una fina camisa de terciopelo negro, sin cordones con un toque muy atrevido. Su compañero BigJon se sentó a su lado, apoyado en una pila de cojines. Don Majo estaba envuelto alrededor del hombro de Mia en el otro extremo de la mesa, y Eclipse estaba acurrucado en el suelo a sus pies. Ashlinn estaba sentada a su izquierda y Tric a su derecha, Jonnen sentado frente a BigJon para completar el conjunto. Ash se había despojado de sus vestimentas de la hermandad, ahora vestida con pieles negras y una camisa de terciopelo rojo. Tric todavía vestía su túnica oscura, aunque su capucha estaba retirada, exponiendo su hermoso rostro pálido, sus ojos negros, sus rastas salinas moviéndose en una brisa que nadie más podía sentir. Mia todavía vestía su falda de gladiatii de cuero y botas, pero el buen capitán había sido lo suficientemente amable como para prestarle una de sus camisas de seda negra para reemplazar su túnica manchada de sangre. Rápidamente se dio cuenta de que al sinvergüenza le gustaba su estilo escotado y tuvo que inclinarse con cuidado para evitar que aquellas no invitadas hicieran una aparición inesperada. El océano susurró y se estremeció contra el casco, el suave ascenso y caída de La Doncella en el oleaje hizo que la vajilla tintineara y tintineara. La luz del sol entraba por las ventanas de luz de plomo, el Mar del Silencio se extendía en un esplendor azul detrás de ellos. El silencio alrededor de la mesa no era tan bonito. El buen capitán se había extendido y parecía decidido a impresionar a Mia, Aunque todavía ella no había comprendido completamente por qué. Después de su miedo inicial, se había aclimatado bien a la idea de que ella era tenebro, deslizándose fácilmente en el papel de anfitrión encantador. Mientras se servían los aperitivos, mantuvo la conversación ligera, hablando principalmente de su barco y sus viajes. Su ingenio era tan 156

brillante que podría haber estdo bebiendo plata pura. Pero pronto se hizo evidente que la mayoría de su audiencia no estaba de humor para la rutina del Encantador Bastardo. La pequeña charla de Corleone murió tan rápido como inició. Y cuando los platos se desocuparon en preparación para el segundo plato, la mesa se sumergió en un silencio incómodo. Cloud Corleone se aclaró la garganta— ¿Alguien quiere más vino? —No, —dijo Ashlinn, mirando a Tric. —NO, —dijo Tric, mirando a Ashlinn. —Joder sí, —dijo Mia, agitando su vaso. Mia iba por su tercer vaso. Era una buena cosecha, oscura y humeante en su lengua. Y aunque prefería un buen vino dorado, Albari si era posible, aunque en verdad, casi cualquier whisky sería suficiente, no era lo suficientemente grosera como para preguntarle al buen capitán si tenía alguno. Podía emborracharse de rojo con la misma facilidad, y los giros encerrados en esa camarote habían puesto a todos al límite. Muy borracha, tenía la intención de ponerse muy borracha. —Bueno, —dijo Corleone, tomando otra puñalada—. ¿Cómo se conocen todos? Otro silencio. Tan largo como los años. —Estudiamos juntos, —respondió finalmente Mia. —O, ¿en serio? —Corleone sonrió, intrigado—. Institución pública, o Collegium de Hierro, o... — ...era una escuela para incipientes asesinos dirigidos por un culto asesino... —Ah. —El capitán miró al gato en la sombra y asintió—. Tutores privados, entonces. —ALGUNOS DE NOSOTROS SE HICIERON MAESTROS EN EL ARTE, —dijo Tric, mirando a Ash—. EL ARTE DEL ASESINATO. —Eso no debería ser sorprendente, —respondió ella. —Dado que fue para lo que entrenamos. 157

—UN CUCHILLO EN MANO DE UN AMIGO ES A MENUDO UNA SORPRESA. —No debería ser, si ese amigo piensa llegar a ser familia. —Erm... —balbuceó Corleone. Mia vació su vaso. —¿Me Pasas el vino, por favor? Corleone obedeció cuando el chico de la galera trajo el plato principal y comenzó a servir. Estuvo bien teniendo en cuenta que estaban a bordo de un barco: cordero chisporroteante y verduras casi frescas y jus de romero que le hicieron a Mia la boca agua a pesar de la tensión en el aire. Cuando Corleone comenzó a tallar, la carne casi se desprendía sola del hueso. —Te vi mejor como la seda en los juegos de FuerteBlanco, —le dijo BigJon con la boca llena—. También gané un montón de monedas de rameras. Malditamente magnífica, muchacha. —Por las Cuatro Hijas, BigJon, —Cloud frunció el ceño—. ¿Te importaría no maldecir en la mesa? —Joder, —dijo, mordiéndose el labio—. Disculpas. —¿Otra vez? —Mierda. Lo siento. Mierda... ¡Mierda!... —No, está bien, —dijo Mia, recostándose en su silla y disfrutando de la sensación de su cabeza girando. —Estuve malditamente magnífica. Confío en que gastaste tus rameras en algo jodidamente maravilloso. El hombrecito sonrió con dientes plateados, levantando su vaso. —Oh, me agradas. —Mia levantó su vaso a cambio, lo ingirió de un trago. —¿Qué hay de ti, joven don? —Dijo Cloud, volviéndose hacia Jonnen para cambiar de tema—. ¿Te gustan los barcos, acaso? —No me hables, cretino, —respondió el niño, jugando con su comida —. Jonnen, —advirtió Mia—. No seas grosero. —No tendré una charla tonta con este bandolero sin ley, Coronadora, —espetó el chico—. Además, cuando vuelva con mi padre, lo veré colgado como un villano. —Bueno... —Los labios de Corleone se movieron un poco—. Yo… 158

—No le hagas caso, —dijo Mia—. Es una pequeña mierda malcriada. —¡Soy el hijo de un Imperator!—, Gritó el niño con estridencia. —¡Pero no estás por encima de una paliza! ¡Así que ten cuidado con tus jodidos modales! —Mia fulminó con la mirada al chico, comprometida en una batalla silenciosa de voluntades. —Ah... —intentó BigJon—. ¿Más vino? —Oh, sí, por favor, —dijo Mia, sosteniendo su vaso. Un silencio más cómodo se instaló sobre la mesa cuando Mia consiguió su vino y la gente se puso a comer. Mia había pasado los últimos ocho meses cenando de los diversos caldos y platillos cuestionables cocinados en el Collegium de Remo; este era el primer alimento decente que había tenido desde que tenía memoria. Ella comenzó a llenarse la cara, usando más vino para lavar sus bocados ambiciosos. El cordero estaba delicioso, caliente, perfectamente sazonado, las verduras crujientes y agrias. Incluso Jonnen parecía estar disfrutándolo. —¿No está comiendo, Don Tric? —Preguntó Corleone—. Puedo hacer que la galera arregle algo más si esto no es de su gusto. —LOS MUERTOS NO NECESITAN ALIMENTOS, CAPITÁN. —Y sin embargo insisten en venir a la mesa, independientemente, — murmuró Ashlinn con la boca llena. —… ¿PERDONA? —Pásame la sal, enano, —exigió Jonnen. —¡Oi!— Mia golpeó la mesa. —¡No es un enano, es un hombrecito! —No, soy un hombre pequeño, —dijo el niño con una sonrisa petulante, señalando a BigJon con su tenedor—. Es un enano. Y mañana seré más alto. —Eso es todo, —dijo Mia, poniéndose de pie—. ¡Ve a tu habitación! —¿Perdón? —Preguntó—. Soy el hijo de… —No me importa el hijo de quién eres. Eres un invitado en esta mesa y no hablas con la gente de esa manera. ¿Quieres que te traten con respeto, hermanito? Comience por tratar a los demás. Porque el respeto se gana, no 159

se te debe. —Mia se inclinó hacia delante y frunció el ceño—. Ahora. Ve. A. Tu. ¡Habitación! El niño miró a su hermana. Sus ojos se entrecerraron. Las sombras a su alrededor se estremecieron y estallaron como látigos, haciéndose eco de la ira en sus ojos. Algunos de los cubiertos comenzaron a traquetear sobre la mesa. —... ¿Mia?—, Preguntó Ash. —... ¿MIA...?— En un parpadeo, las sombras se volvieron nítidas y puntiagudas como cuchillos, arremetiendo contra su garganta. Mia frunció el ceño, apretó la mandíbula, quitando la oscuridad del agarre de su hermano con solo un pensamiento. Estaba furioso, sí. Pero ella era mayor. Más fuerte. Mucho, mucho más profunda. Tomar el control sobre las sombras era literalmente similar a arrebatarlas de un niño. Y con un movimiento de cabeza y un látigo de voluntad, las sombras volvieron a sus formas habituales. —Sonreiré cuando te cuelguen, Coronadora, —siseó. —Toma un número y haz cola, hermanito, —respondió ella—. Mientras tanto, lleva tu trasero a tu camarote antes de que lo patee. El labio del niño se tambaleó cuando admitió la derrota. Mejillas llenas de furia. Y sin decir una palabra más, salió de la habitación y cerró la puerta. —Eclipse, ¿podrías vigilarlo? —Murmuró Mia. —... COMO SOLO LOS SINOJOS PUEDEN... El lobosombra se levantó de debajo de la silla de Mia y desapareció de la vista. Mia se recostó en su asiento, con los codos en la mesa y la cabeza entre las manos. —¿Hombrecito? —BigJon dijo en el silencio que siguió. —Disculpas. —Mia agitó una mano—. Si eso te ofendió. BigJon se inclinó hacia adelante y golpeó sus ojos. —¿Quieres casarte conmigo, Dona?

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—Ponte en la fila, hombrecito, —sonrió Ashlinn, apretando la mano de Mia. —SOLO NO LE DES LA ESPALDA, —dijo Tric—. A ASHLINN NO LE GUSTA LA COMPETENCIA. —Jodida madre negra. —Ash golpeó su tenedor, tres vueltas de esta tensión finalmente sacaron lo mejor de ella—. ¿Tienes que aprovechar cada oportunidad para apuñalarme? —UNA ELECCIÓN INTERESANTE DE PALABRAS, DADO LO QUE ME HICISTE. —Se llama ironía, Tricky, —gruñó Ashlinn—. Técnica del viejo dramaturgo. Te hubiera considerado un experto en drama, por la forma en que lo estás poniendo. —¿LOS ESTOY PONIÉNDO? —Sí, un poco espeso, ¿no te parece? —¡ME ASESINASTE! —Gritó Tric, levantándose de su asiento. —¡Hice lo que tenía que hacer! —Gritó Ashlinn, levantándose junto con él. ¡Tú mismo dijiste que la Iglesia Roja se había perdido! ¡Bueno, he estado tratando de derribarla por más tiempo que cualquiera de ustedes! Lamento que hayas tenido que caer, ¡pero así es como es! Y te apuñalé como amigo, en caso de que lo hayas olvidado. De frente, no por la maldita espalda. No puedo deshacerlo, así que, ¿qué coño quieres de mí? —¿UN INDICIO DE ARREPENTIMIENTO? ¿UN POCO DE REMORDIMIENTO? ¿PARA QUE ENTIENDAS ALGUNA PEQUEÑA PARTE DE LO QUE TOMASTE DE MÍ? —El remordimiento es para los débiles, Tricky, —dijo Ash—. Y el arrepentimiento es por los cobardes. —NO TIENES NADA DENTRO DE TI, ¿VERDAD? NI UNA PIZCA DE CONCIENCIA O UN... —Ah, al abismo con esto... Ash hizo a un lado su plato y se volvió hacia la puerta. —Ashlinn... —dijo Mia. 161

—No, a la mierda, —escupió la chica—. A la mierda con esto y a la mierda con él. No me voy a sentar y comer mierda por algo que todos hemos hecho. Todos somos mentirosos. Todos somos asesinos. Por el abismo y la sangre, eras una espada jurada de la Iglesia Roja, Tric. A diferencia de Mia, pasaste tu iniciación. ¡Así que no te sientes allí y juegues a ser la maldita víctima cuando tus propias víctimas también están en el suelo! La puerta se cerró por segunda vez cuando Ashlinn se fue. La sala quedó en silencio. Mia jugueteó con su copa de vino y pasó el dedo por el labio. Las palabras de Ash resonando en su cabeza, junto con el recuerdo de su juicio final en la Iglesia Roja. Llamada ante la Reverenciada Madre Drusilla. Una tarea simple entre ella y la iniciación. Mia escuchó pasos rascando en las sombras. Ella vio dos manos envueltas en negro, arrastrando una figura por la fuerza. Un chico. Muy joven. Ojos muy abiertos. Mejillas manchadas de lágrimas. Atado y amordazado. Las manos lo arrastraron al centro de la luz y lo obligaron a arrodillarse frente a Mia. La chica miró a la Reverenciada Madre. Vio esa dulce sonrisa maternal. Esos ojos viejos y gentiles, con arrugas en los bordes. —Mata a este chico—, dijo la anciana. A pesar de toda su valentía, Mia había fallado en esa prueba. Se negó a quitarle la vida a un inocente. Aferrándose a los pocos fragmentos de moralidad que le quedaban. Pero Tric había estado en la fiesta de iniciación cuando Ashlinn traicionó a la Iglesia. Lo que, por supuesto, significaba que no había fallado. Miró al chico sin corazón Dweymeri. En esos ojos sin fondo. Al ver a sus víctimas nadando en la oscuridad. Sus manos no son negras, sino rojas. —CREO QUE TOMARÉ ALGO DE AIRE, —dijo —No te hace falta respirar, —respondió Mia. —TOMARÉ ALGO DE AIRE DE TODAS FORMAS. —Tric...

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La puerta se cerró en silencio cuando él se fue. BigJon y Corleone se miraron de reojo—... ¿Más vino? —Ofreció el capitán. Mia respiró hondo y suspiró—. A la mierda, por qué no... Agarrando la botella, se recostó en su silla y puso los pies en el borde de la mesa pulida del capitán, dando un largo y lento tirón desde el cuello. —Tienes... interesantes compañeros de viaje, Cuervo, —dijo Corleone. —Mia, —respondió ella, secándose los labios—. Mi nombre es Mia. —Cloud, —respondió. —¿Ese es tu nombre real? —Ella entrecerró los ojos, recelosa. —No, —sonrió—. No conoces mi nombre real. —¿Qué tienes para dar si puedo adivinarlo? Tomó su barco con un movimiento de brazo—. Todo lo que puedes ver, doña Mia. La chica se pasó la mano por los ojos, bajó la cara y volvió a suspirar. Su cabeza se sentía demasiado pesada para su cuello. Su lengua se sentía demasiado grande para su boca. —Puedes dejarnos en FuerteBlanco, —dijo—. Me podrías reembolsar algo de las doscientas monedas de plata sería apreciado. Lo que creas justo. —¿Te refieres a echarte de la Doncella? —El corsario frunció el ceño —. ¿Por qué iba a hacer eso? —Bueno, vamos a ver, —suspiró Mia, contando con sus dedos. —He traído dos daemonios y un chico muerto a bordo de tu barco. Mi hermano y yo somos tenebros, y también es el hijo secuestrado del Imperator con lo que probablemente toda la Legión de Itreya persigue su trasero. Los impliqué a ti y a tu tripulación en el asesinato de un puñado de Luminatii, de su tripulación y la destrucción de su barco. —Ella echó la cabeza hacia atrás, se tragó la última botella y la dejó caer en la cubierta—. Y me he bebido todo tu jodido vino. Ella hipeó. Lamió sus labios.

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—Buen vino, aunque... —El nombre de mi hermano era Niccolino, —dijo Corleone. —Es un buen nombre, —dijo Mia. Como si hubiera sonado alguna señal oculta, BigJon se bajó de la silla y salió silenciosamente de la habitación. Mia se encontró sola con el bandolero, a excepción del gato de sombras que todavía le cubría los hombros. Corleone se levantó lentamente, se dirigió hacia un armario de roble y trajo otra botella de rojo muy fino. Cortó el sello de cera con un cuchillo afilado, volvió a llenar el vaso de Mia, luego se retiró a su silla, cuidando el alcohol. —Nicco era dos años mayor que yo, —dijo, tomando un trago—. Crecimos en la “Tumba”. La pequeña Liis. Él, yo y mamá. Pa fue enviado a la Piedra Filosofal cuando éramos pequeños. Murió en el descenso. Los ojos de Mia se agudizaron un poco ante eso—. Mi madre también murió en la Piedra. —Pequeño mundo. —Brindaré por eso—, dijo, tragando saliva de su vaso e intentando no pensar en la noche en que murió Alinne Corvere. —Ma era devota, —continuó Corleone después de igualar su golondrina. —Una hija temerosa del Dios Aa. Íbamos a la iglesia cada vez. “Chicos”, decía ella, “Si no creen en él, ¿por qué el iba a creer en ustedes?” Corleone tomó otro largo y lento trago de la botella. —Él podía cantar, mi hermano. Tenía una voz que podría avergonzar a una lira. Entonces el obispo de nuestra parroquia lo reclutó en el coro. Esto fue hace como veinte años. Yo tenía doce años. Nicco catorce. Mi hermano practicó cada vuelta. Cloud se echó a reír y sacudió la cabeza. —Su canto por toda la casa me volvía loco. Pero recuerdo que mi madre estaba tan orgullosa que lloró durante toda su primera misa. Lloró como un maldito bebé.

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—Y entonces Nicco dejó de cantar. Como si su voz tan solo hubiera sido... robada. El dijo a Ma que ya no quería estar en el coro. No quería ir a la iglesia. Pero ella dijo que sería una pena que él desperdiciara el regalo que Aa le dio. “Si no crees en él, ¿por qué iba a creer en ti, Nicco?”, Le dijo. Y ella lo hizo regresar. El bandolero tomó otro trago y puso las botas sobre la mesa. —Una nuncanoche, regresó a casa de la práctica y estaba temblando. Llorando. Le pregunté que estaba mal. No quiso decirlo. Pero había sangre. Sangre en su ropa de cama. Corrí y llegué a mamá, gritando: “Nicco está sangrando, Nicco está sangrando”, y ella salió corriendo y preguntó qué estaba mal. —Y dijo que el obispo lo lastimó. Lo hizo... Corleone sacudió la cabeza, sus ojos perdieron el foco. —Ella no le creyó. Le pregunté por qué mentiría así. Y luego ella lo golpeó. —Madre Negra... —susurró Mia. —Ella no podía entenderlo, ¿sí? Algo así... Esas cosas simplemente no encajaban en su mundo. Pero es algo terrible, Dona Mia, cuando los que deberían amarte mejor te abandonan por los lobos. Mia bajó la cabeza—. Sí. —Nicco saltó del Puente de las promesas incumplidas cuatro vueltas después. Ladrillos en su camisa. Había estado en el agua una semana cuando lo encontraron. El obispo vino a su funeral. Dijo la misa sobre su piedra. Abracé a mi madre y le dije que todo estaría bien. Que Aquel que Todo lo Ve la amaba. Que tenía un plan. Y luego se volvió hacia mí, puso su mano sobre mi hombro y me preguntó si me gustaba cantar. Mia trató de hablar. No pudo encontrar su voz. Corleone la miró a los ojos. —El nombre de ese obispo era Francesco Duomo. El vientre de Mia cayó en las suelas de sus botas. Su boca llena de bilis, sus pestañas cubiertas de lágrimas. Sabía que Duomo merecía el

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asesinato que le había regalado en la arena, pero Diosa, nunca había adivinado cuán profundamente. Corleone se movió despacio, rodeó la mesa y, aún mirándola a los ojos, colocó una bolsa familiar de monedas en la mesa frente a ella. —Te quedas en este barco mientras jodidamente te parezca.

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CAPÍTULO 13 CONSPIRACIÓN Mercurio se sentó en la oficina del Cronista Aelio, con la nariz hundida en “LOS LIBROS”. Así es como pensaba en ellos en su cabeza ahora. “LOS LIBROS”. Con mayúsculas. Un guión audaz y sin sentido. Las comillas, quizás subrayadas, todavía no estaba seguro. Pero de lo que estaba seguro era de esto: pensar en estas cosas como “algunos libros” o “Algunos Libros”, o incluso “ALGUNOS LIBROS” era negar, en todo sentido verdadero y real, lo que realmente eran. Libros increíbles Libros imposibles. Rompecabezas, jodidas monstruisidades de libros. “LOS LIBROS.” El ceño fruncido del anciano se había vuelto tan permanente en su rostro en los últimos giros, que en realidad le dolía cambiar de expresión ahora. Sus ojos azul pálido escanearon cuidadosamente la página actual, cada párrafo, cada oración, cada palabra, su dedo índice retorcido y manchado de toxinas rastreando el movimiento de sus ojos a través de las líneas. Se estaba acercando al final del segundo volumen, con el corazón acelerado. Y con un jadeo final, el Invicto cayó. Un golpe de martillo a la columna vertebral de Mia. Una oleada de sangre en sus venas, la piel erizada, todas las terminaciones nerviosas en llamas. Cayó de rodillas, con el pelo ondeando sobre ella como si lo moviera una brisa fantasmal, su sombra se retorció en líneas enloquecidas e irregulares debajo de ella, Don Majo y Eclipse y otras mil formas garabateadas entre las formas que dibujó sobre la piedra. El hambre dentro de ella saciada, el anhelo había desaparecido, el vacío de repente, se llenaba violentamente. Un corte. Un despertar Una comunión, pintada en rojo y negro. Y con el rostro volteado hacia el cielo, por un momento, solo por un

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respiro, ella lo vio. No era un campo interminable de azul cegador, sino de negro sin fondo. Negro y entero y perfecto. Lleno de pequeñas estrellas. Colgando sobre ella en los cielos, Mia vio un globo de brillante y blanquecina luz. Casi como un sol, pero no rojo ni azul ni dorado ni ardiente con furioso calor. La esfera era fantasmalmente blanca, arrojando una pálida luminosidad y proyectando una larga sombra a sus pies. —LOS MUCHOS FUERON UNO. —¡Cuervo! ¡Cuervo! ¡Cuervo! ¡Cuervo! — Y LO SERÁN DE NUEVO. Mercurio se recostó en la silla y se puso el cigarro. —Esto me está haciendo sangrar la cabeza, —gruñó. —Requiere algunas contorsiones mentales, ¿no? El cronista Aelio estaba trabajando duro, volviendo a unir algunos de los tomos más maltratados y desgastados de la biblioteca con nuevas cubiertas de cuero labrado a mano. Ocasionalmente, deteniéndose para dar una calada a su cigarillo y respirar una nube de gris con aroma a fresa en el aire, trabajó con hábiles dedos y una aguja hecha de reluciente hueso de la tumba. Entre los dos fumando, el aire en la oficina estaba demasiado denso, el cenicero en el escritorio de caoba tallado del cronista estaba lleno de colillas sin vida. —¿Contorsiones? —Se burló Mercurio—. Las contorsiones son para artistas de circo y cortesanas de alto precio, Aelio. Esto es algo completamente distinto. —Conozco muchas cortesanas de alto precio, ¿tu no? —Preguntó Aelio. Mercurio se encogió de hombros. —En mi juventud. —¿Tienes alguna buena historia? Ha pasado un tiempo para mí... —Si lo que buscas es obscenidad barata, —suspiró Mercurio, tocando el primero de “LOS LIBROS”—, la pegajosidad comienza en el volumen uno, página doscientos cuarenta y nueve. 168

—Oh, lo sé, —se rió el cronista—, Capítulo veintidós. Mercurio volvió su ceño cada vez más profundo hacia Aelio. —¿Leíste esas páginas? —¿No lo hiciste tú también? —¡Por los malditos dientes de Maw, no! —Mercurio casi se ahogó con su humo, completamente horrorizado—. Ella es como mi... no quiero pensar en ella alistándose para... eso. El viejo se desplomó en su silla y le dio una salvaje aspirada a su cigarillo. En las últimas vueltas, había estado haciendo todo lo posible para enfrentarse a la existencia de “LOS LIBROS”, pero lo estaba pasando muy bien. Para evitar las sospechas de Drusilla y de las Manos que ella había enviado para vigilarlo constantemente a través del Monte Apacible, tuvo que reducir la frecuecia en que visitaba la biblioteca de Nuestra Señora del Bendito Asesinato, lo suficiente para unos cuantos cigarrillos con el viejo cronista, una charla, y luego otra vez. No se atrevía a sacar “LOS LIBROS” del Athenaeum en caso de que revisaran su habitación, por lo que se vio obligado a leerlos en fragmentos. Acababa de terminar el segundo. Se sentía terriblemente extraño leer sobre las hazañas de Mia, sus pensamientos privados y, lo más extraño, su propio papel en su historia. Leer esas páginas era como mirarse en un espejo negro, pero el cristal estaba apoyado sobre su hombro en lugar de mirarlo cara a cara. Y mientras leía sobre sí mismo, casi podía sentir los ojos mirando por encima de su propio hombro. —Pero, ¿cómo es posible que sea así? —Preguntó, girando en su silla para mirar a Aelio—. ¿Cómo pueden existir estos libros? Cuentan una historia que aún no ha terminado. Y mi nombre está en ellos, pero nunca escribí estas malditas cosas. —Exactamente, —respondió Aelio, asintió con la cabeza hacia el Athenaeum más allá de las paredes de piedra negra de su oficina—. Eso es exactamente lo que es este lugar. Una biblioteca de los muertos. Libros quemados. Olvidados en eras pasadas. O que nunca tuvieron la oportunidad de vivir. Estos libros no existen. Por eso están aquí. El cronista se encogió de hombros, hinchado por el humo 169

—Divertido este viejo lugar. El silencio descendió en la biblioteca de la Madre Negra, puntuado por el rugido lejano de un ratón de biblioteca enojado en la penumbra. —¿Has leído la introducción de nuevo?—, Preguntó suavemente Aelio. —¿Con cuidado?— —Sí—, murmuró Mercurio en respuesta. —Mmm—, dijo el hombre muerto. —Mira, no significa una maldita cosa. Aelio inclinó la cabeza, lástima en sus ojos azul lechoso. Pasó las páginas de bordes rojos hasta el comienzo del primer “LIBRO” y comenzó a leer en voz alta. —“Tenga en cuenta ahora que estas páginas que tenéis en las manos hablan de una chica que fue al asesinato lo que los virtuosos a la música. Que hizo a los finales felices lo que una sierra hace a la piel. Ella está muerta ya, noticia que iluminará el rostro tanto de malvados como de justos. Atrás quedaron las cenizas de una república. Una ciudad de puentes y huesos yace en e fondo del...” —He leído todo eso, —gruñó Mercurio—. No significa nada. —Esta es su historia, —respondió Aelio suavemente—. Y así es como termina. “Las cenizas de una república”. Ese es un buen final, Mercurio. Mejor que la mayoría. —Tiene dieciocho años. Ella no merece ningún final todavía. — ¿Desde cuándo esta historia tiene algo que ver con “merecer”? El viejo encendió un cigarillo con dedos nudosos, lo que se sumó a la espesa niebla gris de la oficina—. Muy bien, entonces, ¿dónde está el puto tercero? —¿Eh? —Preguntó Aelio. —Ya casi termino de leer el segundo, —dijo Mercurio, tocando la cubierta del lobo negro—. Y ambos mencionan un tercero. Nacimiento. Vida. Y la muerte ¿Entonces donde esta? Elio se encogió de hombros. —Que me follen si lo sé. 170

—¿No lo has buscado? Aelio parpadeó. —¿Para qué? ¡Para que podamos aprender cómo termina! ¡Cómo muere! — ¿Qué bien hará eso? —El cronista frunció el ceño. Mercurio se levantó con un suspiro dramático y, apoyándose en su bastón, comenzó a pasear por la habitación—. Porque si sabemos lo que viene, tal vez podamos ayudarla para que las cosas no salgan así, —su bastón cayó en el primer “LIBRO” con un golpe sordo—, decirnos lo que hacen. —¿Quién dice que puedes cambiar algo? —Bueno, ¿quién dice que no podemos? —Gruñó el viejo. —¿Realmente quieres ver el futuro? —Preguntó Aelio—. Me suena una maldición. Es mejor llorar por lo que pudo haber sido que por lo que sabes que está por venir. —No sabemos nada, —gruñó Mercurio. —Sabemos que todas las historias terminan, mequetrefe. Incluyendo la de ella. —Todavía no. —Mercurio sacudió la cabeza—. No lo permitiré. Aelio se recostó sobre el escritorio y exhaló un penacho de color gris fresa en el miasma de arriba. Mercurio se pasó la mano temblorosa por el pelo. —Leer sobre todo esto, —dijo—. No se siente bien... Se siente... —¿Demasiado grande? —Preguntó Aelio. —Sí. —¿Un poco como cosas de dioses, tal vez? Mercurio cruzó brazos delgados sobre su pecho más delgado. No recordaba haberse sentido tan viejo en toda su vida. —Malditos dioses... —Tu tienes un papel que desempeñar en esto—, dijo el hombre muerto. —La Madre te trajo aquí por una razón. Me pidió que encontrara estos libros, que te los mostrara, por una razón. 171

—Parece un hilo de mierda muy delgado para poner tanto peso. —Es todo lo que puede hacer desde donde está, —suspiró Aelio—. Un empujón aquí. Un empujón alla. Usando el poco poder que obtiene de la poca fe que la gente tiene en ella. Y cada vez es más difícil para ella. Una vez, la gente que dirigía este lugar realmente creía. Realmente significaba algo para los fieles que lo crearon hace siglos. Ella tenía poder real aquí. ¿Pero ahora? —Palabras huecas, —murmuró Mercurio—. Paredes pintadas de oro, no de rojo. —La madre hace lo poco que puede con lo poco que tiene. Pero el equilibrio entre Luz y Noche no será restaurado por las manos de las divinidades. —El cronista señaló las propias manos nudosas y manchadas de tinta de Mercurio—. Solo a través de esas. —No levantaré un maldito dedo si eso significa acelerar el final de Mia. —Aelio sopló su humo, mirando a Mercurio pensativamente. —Lo primero es lo último, jovencito, —dijo—. No es necesario leer toda su biografía para saber a dónde se dirigirá ahora. —Sí, —dijo Mercurio—. Cara a cara en un mundo de mierda en llamas. —Entonces, cuando llegue, será mejor que estemos listos. —Aelio se encogió de hombros—. De lo contrario, no tendremos que preocuparnos de cómo termina su historia. Terminará aquí mismo. En los pasillos de esta montaña. —Entonces, ¿qué podemos hacer? —Mercurio gruñó, frotándose el brazo dolorido—. Estoy a medio camino de morir, y tú estás muerto hasta el final. Ni siquiera puedes salir de la jodida biblioteca. Entre los dos, ¿qué bien podemos hacerle? Aelio se inclinó hacia el segundo “LIBRO” sentado en su escritorio. Bordes celestes, un lobo en la cubierta, el cuero tan negro que la luz parecía caer sobre él. Se lamió el pulgar y comenzó a hojear las páginas. Finalmente, deteniéndose en el lugar que quería, giró el tomo hacia Mercurio y tocó el texto.

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El viejo entrecerró los ojos ante las palabras, los latidos del corazón se aceleraban. Bajó la mirada hacia sus viejas manos marchitas. Un hilo tan delgado... —Correcto, —suspiró—. Iré a hablar con ellos. La habitación apestaba a sangre. Antigua y agrietada de pequeños copos negros, tantos años entre él y la sangría que fue en su escencia solo una promesa rota. Viejo y oscuro, endurecido hasta convertirse en una corteza en las grietas entre las losas. Unas salpicaduras agrias aquí y allá, rizadas y separadas como crema mala, envueltas con el hedor de la podredumbre. Pero, sobre todo, ¿hierro grueso y sal, flotando a través de las puertas abiertas en madejas invisibles hasta que impregnaba todo el nivel? Fresca, nueva, Sangre madura. El estanque era triangular, asentado en lo profundo de la piedra, el rojo dentro se balanceaba y rodaba como la superficie de un mar tempestuoso. Los glifos de Sorcerii estaban pintados de carmesí en la pared, junto con mapas de las grandes metrópolis de la República: Tumba de Dioses, Galante, Carrion Hall, Farrow, Elai. El viejo Mercurio también podía ver otras ciudades allí. Ciudades demolidas por el paso del tiempo convertidas en ruinas y polvo. Ciudades tan antiguas que pocos recordaban sus nombres. Pero el orador Adonai las recordaba. Estaba en la cúspide del triángulo, de rodillas. Su piel pálida como el hueso, su cabello blanco despeinado, una delgada túnica roja arrojada descuidadamente sobre su suave torso. Sus pantalones de cuero estaban peligrosamente bajos. Estaba descalzo. Una chica se paró frente a él, con las piernas ligeramente separadas, inclinándose hacia atrás como un retoño en una tormenta. Pequeños suspiros de placer se deslizaron sobre sus labios, sus pestañas kohled revoloteando. Estaba vestida con una túnica negra, abierta en la parte delantera, pegada a su piel con su propia sangre. El rojo rubí se derramó de un corte oscuro entre sus pechos desnudos, fluyendo por su vientre desnudo y luego aún más bajo. Ella sostenía un cuchillo manchado de sangre en una mano. El otro estaba envuelto en su cabello. 173

El orador Adonai estaba arrodillado frente a ella, con las manos agarrando sus nalgas, su cara presionada entre sus muslos. Los gemidos de dicha surgieron del núcleo de él mientras lamía, chupaba y lamía. Su lengua inteligente destelló, su pecho liso se agitó, su cuerpo ágil tembló. Los ojos se volvieron hacia atrás, por lo que solo se veía el rosa, no el blanco. Su garganta se movía con cada trago profundo, cada tembloroso, bocado rojo. Mercurio había visto a lobos hambrientos desgarrar un cordero cuando era niño. Los sonidos que hacían cuando mataban y los sonidos que provenían del orador mientras bebía eran muy parecidos. La Tejedora Marielle se sentó en la esquina de la habitación, mirando a su hermano alimentarse. Túnicas oscuras cubrían su cuerpo encorvado, la capucha bajaba sobre sus horribles rasgos. Mechones de cabello rubio hueso se derramaron de las sombras de su capucha, junto con una delgada cinta de baba de sus labios deformes. Una mano retorcida se presionó contra su garganta. El otro entre sus piernas. Adonai alejó su boca de los pétalos manchados de sangre de la chica, jadeando como un hombre a punto de ahogarse. Su cara y dientes estaban manchados de riachuelos rojos y carmesí que le bajaban por la garganta. La chica se estremeció, dedos sangrientos acariciando la cara de Adonai con toda la reverencia de una sacerdotisa ante su dios. Sin pedir perdón por sus pecados. Prefiere el castigo en su lugar. —Más, —gimió ella, atrayéndolo nuevamente. —¿Estoy interrumpiendo? —Preguntó Mercurio. Los ojos de Adonai encontraron una especie de enfoque borroso, y dejó escapar una risita jadeante. Todavía temblando, balanceándose como si estuviera borracho, giró la cabeza como un gusano ciego hacia la luz. Al encontrar a Mercurio en la puerta, la sonrisa se desvaneció de sus labios ensangrentados. Su mirada se convirtió en un ceño fruncido, un largo carrete de saliva de rubí balanceándose desde su barbilla. —Sí, —dijeron ambos, él y Marielle. —No deberías haber dejado la jodida puerta abierta, entonces, supongo, —respondió el viejo. 174

Cojeó hacia la habitación, el bastón golpeó crujientemente la piedra negra y húmeda. Hacía un calor incómodo aquí abajo, era la parte de la montaña de los sorcerii, y sabía que volver a subir esas escaleras sobre sus rodillas de mierda sería una agonía. Estaba sudando como un demonio de tinta con una aguja tres veces seca. Le dolían las piernas como un par de bastardos. Le dolía aún más el brazo izquierdo. —Fuera de aquí, muchacha—, le dijo a la chica sangrante y sin aliento. Arrastrando su túnica empapada hasta la mitad, la Mano logró mirar a Mercurio a pesar de parecer lista para desmayarse por la pérdida de sangre. —Adelante, —dijo, agitando su bastón en la puerta—. Vete a la mierda. Hay al menos tres de tus compañeros merodeando por mis talones. Tal vez uno de ellos tiene una mejor idea sobre cómo pasar mejor tu tiempo que en compañía de estos jodidos pervertidos. La chica miró a Adonai y el orador asintió levemente. —Por aquí, chica, —susurró Marielle, haciendo señas con los dedos retorcidos. La chica caminó hacia la tejedora, un poco inestable sobre sus pies. Cuando se acercó, Marielle levantó una mano deforme y la balanceó en el aire ante el pecho sangrante de la chica. La chica se estremeció. Suspiro Y cuando se volvió, Mercurio vio que la herida de un cuchillo hasta los huesos se había cerrado como si nunca hubiera estado. Se mordió el labio, forzado a admirar la obra de la mujer. A pesar de no poder manipular su propia carne horrible, Marielle podía moldear a los demás como un alfarero con arcilla. No había una marca en el cuerpo de la Mano. La tejedora sabe su trabajo. —Recupera tu fuerza, dulce chica, —Marielle murmuró entre dientes y labios sangrantes—. Entonces visítanos, como te llames. Con una última mirada de veneno para el obispo de Tumba de Dioses, la muchacha cerró su bata y salió de la habitación. Adonai se acercó a ella mientras pasaba, demasiado borracho como para decirle adiós.

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Mercurio miró por el pasillo por el que había salido y vio dos de las manos de Drusilla que le seguían al acecho en la penumbra. Lo suficientemente cerca como para hacerle saber que lo estaban mirando. Que la Dama de las Hojas estaba mirando. Pero no lo suficientemente envalentonados como para entrar en la cámara del orador sin invitación. Había que ser bastante estúpido para eso. Levantó los nudillos hacia sus sombras, luego cerró la puerta en sus caras. Adonai se puso de pie, pasando su mano ensangrentada por su cabello hacia atrás y levantando la cabeza como si fuera demasiado pesada para su cuello. Su túnica se le había caído de los hombros, y Mercurio pudo ver los canales y valles de músculo debajo. Se veía como una estatua en un pedestal fuera de la Casa del Senado. Cincelado en piedra por las manos del propio Aquel que Todo lo Ve. Pero Mercurio sabía que eran las manos de su hermana, no las de Aa, las que otorgaban la perfección imposible del orador de sangre. Y a pesar del poder que ejercían los hermanos, descubrió que ese pensamiento era tan jodido como siempre lo había hecho. Adonai finalmente redescubrió sus poderes de expresión, sus ojos brillaron rojos—. Debe ser muy grande la desesperación de tu situación o la ausencia de tu ingenio, cardenal, para interrumpir a un orador de sangre en su comida. Mercurio se encontraba en la base del triángulo, mirando a través de la sangre a Adonai. — ¿Y bien? —Exigió el orador—. ¿No tienes nada que decir? Mercurio agitó su bastón en dirección a la entrepierna del orador—. Solo estoy esperando que el entumecimiento disminuya un poco. El bulto es impresionante, tanto que distrae. —¿Buscas pelea con nosotros, buen Mercurio? —Marielle se levantó de su silla y se paró junto a su hermano—. ¿Tan cansado estas de la carga de la vida? Porque lo juro tan en serio, que podría dejarte más cansado antes de quitar esa la carga de tus hombros. —Ya te has ganado el favor de la Señora de las Hojas, —dijo Adonai —. ¿Tan comunes son tus enemigos que necesitas calidad? Tomo la sangre

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de los viejos para suplir mis reservas magycas, tan fácilmente como la de los jóvenes. Y todavía tengo hambre, viejo. —Por los dientes de Maw, ustedes dos hablan mucha mierda, —gruñó Mercurio. Adonai curvó sus dedos. La sangre de la piscina se alzó, y sangrientos zarcillos líquidos surgieron de la superficie, de resbaladizos y brillantes escarlatas. Eran puntiagudos como lanzas, semisólidas, afiladas como agujas. Se deslizaron lentamente alrededor del obispo de Tumba de Dioses, con un olor a sangre espeso en el aire, temblando de anticipación. —Se te debe sangre, pequeño cuervo, —dijo Mercurio—. Y la sangre será pagada. Los zarcillos se quedaron quietos, a unos centímetros de la piel del anciano. Los ojos rojos de Adonai se redujeron a cortes de afeitar en su hermoso rostro. —¿Repites esas palabras otra vez? —Me escuchaste, —dijo Mercurio—. Eso es lo que le dijiste a Mia, ¿no? ¿La última vez que la viste aquí en la montaña? “Dos vidas que salvaste, el giro en que los Luminatii presionaron con su acero solar la garganta del Monte apacible. La mía y la de mi amada hermana. Recuérdalo, en las nuncanoches que están por acaecer. Por profundas y oscuras que sean las aguas en las que nadas, en asuntos de sangre, puedes contar con el favor de un orador.” Adonai miró a su hermana. Y de vuelta a Mercurio. —Tales palabras sonaron solo para su oído, —respiró, enfurecido. —No había nadie en mis aposentos cuando se prometió la verdad, — dijo el tejedor. —Salvo yo, mi amada hermana, la Tenebro y sus pasajeros. ¿Cómo es que hablaste de memoria, buen Mercurio, como si fueras el sexto de los cinco solos? —No importa cómo lo sé, —dijo Mercurio—. Pero yo si. Le debes una deuda, Adonai. Le debes tu pequeña vida miserable y retorcida. Hiciste un voto. Y el agua en que nada ahora es profunda y oscura como siempre. —Bueno, lo sabemos, —dijo Marielle. 177

—¿Cómo? —Exigió Mercurio, las pupilas se estrechaban a pinchazos. Adonai se encogió de hombros perezosamente—. Scaeva envió una misiva de sangre ordenando a la Señora de las Hojas que desatara todas las capillas de la República sobre el rastro de nuestra pequeña Tenebro. Un hijo robado, deseado devuelto. Y para la que lo robó... —Cada capilla… —susurró el viejo. El vientre de Mercurio se hundió, pensando en la gran cantidad de cuchillas que ahora estarían cazando a Mia. Incluso después de la purga de Luminatii y la traición de Ashlinn Järnheim, todavía serían docenas. Todos educados en las artes de la muerte por los mejores asesinos del mundo. —¿Cómo diablos puede Scaeva pagar eso? —Pobre Mercurio, —arrulló Marielle—. Tan silenciosos tus ratos deben ser, solo en tu habitación. —El título del Imperator, Scaeva ha reclamado, —dijo Adonai—. Y posee cada moneda en los cofres de guerra de la República además. Drusilla pronto recostará su cabeza en una almohada de oro. El viejo apretó la mandíbula—. Esa perra intrigante... —No por amabilidad una sola Hoja se convierte en Señora de muchas otras, viejo. Mercurio se frotó el abominablemente.

brazo

izquierdo.

Le dolía el

pecho

Mia está más jodida de lo que jamás imaginé... —Entonces, —dijo finalmente, encontrando la mirada escarlata de Adonai—. Mia tiene a toda la Iglesia contra ella ahora. Cada espada que el ministerio pueda encontrar. La pregunta es, ¿fueron tus palabras solo eso? ¿O algo más? ¿Hasta dónde se extiende tu lealtad a la Iglesia, Adonai? En una casa de ladrones, mentirosos y asesinos, ¿cuánto peso tiene una promesa? —No somos ladrones, —escupió Adonai—. Ganado, nuestras magyas hemos. Dragado de las arenas de Antiguo Ashkah, en verdad, y pagado de nuevo con angustia, paso a paso.

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— Mentirosos, tampoco, —Marielle murmuró, deslizando su mano alrededor de la cintura de su hermano—. Aunque asesinos, sí que somos. Di que somos mentirosos, y encuentra la verdad en lo de que somos asesinos, buen Mercurio. Una verdad lenta y dolorosa. —En cuanto a la lealtad, quién puede decir. —El sorcerii colocó su brazo alrededor de su hermana, limpiándose la sangre en la boca—. La nuestra no se comprará con monedas, eso es seguro. Y estas paredes tienen mucho material desde que cayó Casio. Pero hay mucho peligro en cruzar el Ministerio, Mercurio. Y mi voto a tu pequeña Tenebro solo me llevará hasta cierto punto. —Y yo, para nada, —sonrió Marielle—. Mi deuda con tu pupila ya está pagada—. —No nos arrastramos a través de la sangre y el fuego para arrebatar los secretos de la Luna de las arenas del Antiguo Ashkah, solo para verlos arrojados sobre... —Espera, espera—, Mercurio frunció el ceño. —¿Qué mierda acabas de decir? Los ojos de Adonai se entrecerraron. —La sangre y el fuego fueron... —La luna, pervertida mierda. La parte sobre la Luna. —Fue el que nos enseñó la brujería Ashkahi, —dijo Adonai, con la cabeza inclinada y los ojos brillantes en la penumbra—. Un dios muerto, del pasado, y toda la magya en este mundo muerta con él. —Nuestras artes no son más que fragmentos de verdades más amplias, —dijo Marielle—. Siempre tomadas de este mundo. Extraído de los restos enterrados bajo las arenas del Antiguo Ashkah. El viejo miró entre ellos, con el corazón acelerado. —¿Y si les dijera que Mia tiene algo que ver con esta maldita cosa de la Luna? Es Tenebro. Sus pasajeros ¿Y si les dijera que ella conoce el camino hacia su corona? —... ¿Qué locura es esta? —Preguntó Marielle. —Sí, una locura, puede ser, —dijo el viejo. —Pero juro por la Madre Negra, Aquel que Todo lo Ve, y sus cuatro hijas santas que Ashlinn Järnheim tiene un mapa de la corona de la Luna marcada con tinta arkímica 179

en su espalda. Tinta que se desvanecerá en caso de que la asesinen. Digamos, por ejemplo, mientras protege a Mia. Los hermanos se miraron el uno al otro. De vuelta a Mercurio. Ojos rojos que brillaban en la poca luz. El charco de sangre en la espalda de Adonai comenzó a balancearse como el mar en una tormenta. El aliento de Marielle se había vuelto tan espeso que parecía casi jadear. —¿Qué dicen? —Mercurio ofreció su mano. ¿Ustedes dos quieren ayudarme a mantener vivo a ese par? Aún tienes un voto que cumplir, después de todo. Adonai miró la palma hacia arriba del hombre. Respiró hondo y temblando, pero sin decir una palabra más, agarró la mano de Mercurio con los dedos resbaladizos de sangre. Sin dudarlo, Marielle colocó su mano sobre la de su hermano, deformada y goteando pus. El viejo miró a los sorcerii y asintió. —De acuerdo entonces. Parece que tenemos una conspiración.

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CAPÍTULO 14 REUNIONES —Es una mierda rancia, —declaró Sidonio—. No es tan malo, —dijo Cantahojas. —Es tan malo, —frunció el ceño Sidonio—. Las ratas son grandes como perros, la madera están plagada de ácaros, y un cigarillo perdido y toda la maldita casa se incendiará. —Hermano, —suspiró la mujer Dweymeri. —Teniendo en cuenta que estabas encerrado en una celda manchada de orina debajo de la Arena de Tumba de Dioses, a un paso de tu propia ejecución hace una semana, creía que estarías más dispuesto a sentir el libre viento en tu cara. —Estamos adentro, Canta, dijo Sidonio, señalando los diversos agujeros en las paredes del teatro. —Se supone que no debemos sentir el jodido viento. Despiertaolas apartó un par de cortinas mohosas y salió al escenario. Su pie atravesó una de las maderas podridas y tropezó, soltando su bota y mirando a sus camaradas con loca alegría sobre su rostro tatuado y barbudo. —¿No es grandioso? Sidonio suspiró. Parecía que hacía toda una vida había estado encerrado bajo la Arena de la Tumba, no solo una semana como dijo Cantahojas. Mirando hacia atrás en los acontecimientos de los últimos meses, todo se sentía como un sueño, uno del que podría despertarse en cualquier momento, dándose cuenta de que todavía era un gladiador, todavía encadenado, aún esclavo. Cuando lo vendieron al Collegium de Remo junto a Mia Corvere, no tenía idea de cómo esa chica iba a cambiar su vida. Había servido bajo el mando de su padre, Darío, en la Legión Luminatii, y en las arenas ardientes había tratado de proteger la vida de ella con la suya propia. Pero al final, Mia fue quien lo salvó, y a los otros Halcones de Remo, además, tramaron un plan que no solo la llevo a vengarse de los hombres que habían destruido

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a su familia, sino que también liberó a sus compañeros gladiatii de su servidumbre. La mejilla de Sid todavía picaba por su visita al Colegio de Hierro de FuerteBlanco cuatro vueltas atrás, donde él y los otros Halcones habían puesto sus manos en las hojas rojas que les proporcionó la esclavista Bebelágrimas. El viejo arkimista marchito del vestíbulo se había derramado sobre el chartum liberii (12) durante un tiempo insufrible, y Carnicero parecía estar cerca de cagarse los pantalones. Pero Bebelágrimas tenía una deuda de por vida con Mia Corvere, y fiel a su palabra, los documentos de la esclavista soportaron la inspección. Sid y los demás habían tomado su giro bajo las manos del arkemista, y después de una agonía rápida, el ex legionario y gladiatii encontraron sus mejillas libres de la marca de esclavos por primera vez en seis largos años. Se habían disfrutado tres noches de celebraciones desenfrenadas, y utilizaron algunas de las monedas que el Viejo Mercurio les había proporcionado, los antiguos Halcones de Remo se emborracharon a gusto. El último recuerdo de Sidonio sobre la juerga fue un humo en algún lugar del distrito de burdeles de FuerteBlanco, donde había enterrado su rostro entre un par de senos muy finos y muy caros y declaró que no volvería a salir hasta que el propio Aa bajase y lo arrastre, mientras Carnicero cargaba alrededor de la sala común, desnudo, cargando con tantas chicas dulces bajo sus brazos como pudo. (13) Sid no recordaba, bajo ninguna circunstancia, una discusión sobre la compra de un teatro. Entonces, ya habían pasado cutro vueltas desde que adquirieron su libertad, cuando Despiertaolas lo despertó con una sacudida emocionada en algún momento después de las campanadas del mediodía y Sid había quitado los senos de su rostro a regañadientes, se sorprendió al descubrir que se había convertido en el dueño de una pila de leña torcida por los muelles de FuerteBlanco conocido como el Odeum. No estaba contento. —Podemos conseguir algunos carpinteros a mitad de semana—, decía Despiertaolas, su voz casi temblando de emoción. —Repararemos el escenario, algunas puertas nuevas, quedará como nuevo. Luego corremos la

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voz con los actores. Dirigiré, Sid y Canta, tú puedes trabajar en la fachada, Carnicero tiene cara para el backstage. Felix y Albano pueden... El gran hombre hizo una pausa, rascándose las gruesas rastas salinas. —Y hablando de eso, ¿dónde están Felix y Albano? —Félix se fue a casa con su madre, —dijo Bryn, todavía muy borracho, desde la galería superior. —Y Albano se veía tan embelesado con la pequeña Belle que nos trajo aquí. —Cantahojas frotó la cicatriz cruel en su brazo de la espada, obtenida durante el venatus en esta misma ciudad hace dos meses. —No recuerdo verlo salir del carro, ahora que lo pienso… —Bueno, ellos saben dónde encontrarnos, —sonrió Despiertaolas, levantando su voz de barítono en auge a los tejados. —¡El teatro más grandioso que la ciudad de FuerteBlanco jamás verá! Bryn dio un aplauso borracho desde la galería, dejó caer su botella de vino dorado medio llena, lanzó una maldición y cayó de espaldas sobre su trasero. —¡Estoy bien! —Gritó ella. Sidonio puso la cabeza entre las manos, se dejó caer sobre las caderas y suspiró. —Fóllame. —Sé que puede parecer una mala idea, —dijo Cantahojas suavemente —. Pero sabes que siempre fue el sueño de Despiertaolas dirigir un teatro. Míralo, Sid. —La mujer asintió con la cabeza al gran Dweymeri, que estaba caminando por el escenario y murmurando un soliloquio en voz baja—. Está feliz como un cerdo en la mierda. —Estoy... hic... bien...—, dijo Bryn nuevamente, en caso de que alguien estuviera escuchando. Sid pasó su mano sobre su cuero cabelludo raspado. —¿Cuántas monedas nos quedan? —Cien más o menos, —Canta se encogió de hombros. —¿Eso es todo?— Gimió Sidonio. 183

—Fue un par de tetas muy caras las que compraste, Sid —Vete a la mierda, no me culpes de esto, —gruñó el Itreyano—. Seis años en la arena, me merecía un poco de malicia después de eso. ¡No soy yo quien acaba de desperdiciar una maldita fortuna en una decrépita axila de un teatro! Cantahojas hizo una mueca de dolor. —Técnicamente, lo eres. El ex gladiatii agitó la factura de venta entre ellos, y debajo del vino, la cerveza y otras manchas menos identificables, Sid pudo distinguir un garabato magníficamente borracho que podría haber pasado por su firma. —Bueno, una quinta parte de una fortuna, de todos modos. —Jodanmeeeeeeeee. —También se cuál obra presentaremos primero, —decía Despiertaolas. —El triunfo de los Gladiatii. —¡Despierta, cállate la boca! —Rugió Sid. —¡No puedo sentir mis... hic... pies! —Gritó Bryn. Carnicero se levantó de los bancos rotos en la fila de atrás, arrugó su espantosa cara y miró a su alrededor con ojos llorosos. —... ¿Es esto un... un teatro? —Sí, —dijo alguien detrás de él—. Y es una belleza. Sidonio se detuvo ante el sonido de la voz, con adrenalina en el vientre. La figura en el umbral estaba envuelta en una larga capa, una bufanda envuelta alrededor de su cara. Pero aunque fuera ciego y sordo, Sid la habría conocido en cualquier lugar. Su rostro se dividió en una sonrisa idiota cuando Despiertaolas bramó desde el escenario. —CUERVOOOO! Y entonces Sid echó a correr, atrapando a la chica en su abrazo, levantándola del suelo mientras ella chillaba. Cantahojas chocó con los dos, envolviéndolos en sus brazos, Carnicero se tambaleó, Despiertaolas llegó como un terremoto, agarrándolos a los cuatro y rugiendo mientras los levantaba del suelo y saltaba en círculos. —¡Eres una perra magnífica! —Gritó Sid. 184

—¡Déjenme ir, malditos bultos! —Mia sonrió. Pero no harían nada de eso. No hasta que saborearan la alegría un poco más, hasta que Bryn llegó de la galería y se unió al abrazo, hasta que Despiertaolas se pasó la manga por la nariz y Cantahojas parpadeó las lágrimas de sus ojos y todos tuvieron la oportunidad de ponerse de pie y respirar y recordar lo que les había dado. No solo sus vidas. Su libertad —Por el abismo y la sangre, ¿cómo nos encontraste? —Preguntó Canta. —Metí la nariz en el primer prostíbulo que vi, —Mia se encogió de hombros—. Después de eso yo solo seguí el rastro de vómito. Despiertaolas se echó a reír. —¿Qué demonios estás haciendo aquí, pequeño Cuervo? Su sonrisa se desvaneció entonces. Miró el teatro a su alrededor, los agujeros en las paredes y la tapicería y telarañas carcomidas de polillas, gruesas como mantas en las vigas. Y ella sacudió la cabeza, la sonrisa regresó como si nunca se hubiera ido. —Solo quería ver si aterrizaban de pie. Sidonio miró a Cantahojas. La mujer se encontró con su mirada, ojos brillantes—. Entonces, —dijo Cuervo. ¿A quién debo cortarle la garganta para tomarme una copa por aquí? Ashlinn vio a Tric en la proa, el viento acariciaba sus rastas salinas como las manos de un amante. La tripulación de la Doncella le dio un amplio espacio, los pocos que tuvieron que acercarse a él hacían la señal de Aa antes y después, y trabajaban tan rápido como cualquier capitán pudiera pedir. Ash sabía que Cloud Corleone le había dicho a sus salados que Mia y sus compañeros debían ser tratados como invitados de honor a bordo de la Doncella Sangrienta. Pero los marineros eran un grupo supersticioso en el mejor de los casos, y la idea de un muerto caminarndo entre ellos con pies terrenales le había caído tan bien a la tripulación como le había caído a Ashlinn Aún podía sentirlo. 185

La ligera resistencia cuando su espada se hundió en su pecho. La cálida sangre derramándose sobre sus nudillos. El pequeño toque de rojo que salpicó sus mejillas cuando la hoja se deslizó en sus pulmones, haciendo que fuera imposible para él hacer otra cosa que mirarla confundida. —…Hrrk. —Lo siento, Tricky mientras lo mataba. —¿Cómo estas, Tricky? Él la miró de soslayo y luego volvió la vista hacia el puerto de FuerteBlanco. Ashlinn había regresado del mercado con los brazos cargados, gastando la mitad de la moneda restante en “artículos esenciales”. Los muelles y el malecón estaban repletos de marineros y vendedores de espadas, pescadores y granjeros, comerciando en el paseo marítimo. Los vastos arcos del acueducto se extendían sobre la bahía, de regreso hacia la Ciudad de los Puentes y los Huesos, y en la ladera de la colina, Ash podía ver el vasto y sinuoso laberinto de jardines (14). Las gaviotas se daban serenatas entre si bajo la veroluz del cielo, pero Ashlinn notó que el resplandor parecía un toque menos brillante que la vuelta anterior. Los soles más grandes, Saan y Shiih, estaban ahora en descenso, el rojo furioso del Vidente y el amarillo huraño del Observador ambos a la deriva hacia el horizonte. Saai permanecería por un tiempo después de que los otros dos ojos de Aquel que Todo lo Ve hubieran completado su descenso, el Conocedor proyectaba su luz azul pálido sobre la República. Pero entonces, seguro como la muerte y los impuestos, comenzaría la oscuridad verdadera. Mientras se apoyaba en la barandilla junto a Tric, Ashlinn creyó que la fría piel del chico parecía oscurecerse junto con la luz del sol. Quizás fuera su imaginación. Tal vez alguna faceta de la magya oscura que lo había devuelto a la vida. Pero si entrecerraba los ojos, ahora podía ver el más leve indicio de color en su piel. Sus movimientos tenían solo un toque más de gracia. Y hablaba cada vez menos como una herramienta inmortal de la Diosa encarnada y más como el chico que había conocido.

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Pero la piel de Ash todavía se erizaba al estar junto a él. Sus pelos todavía ondulaban. —Me pregunto cómo le irá a nuestra chica, reclutando a su pequeño ejército. —DEBERÍAS ESTAR OBSERVANDO A JONNEN. Ella asintió con la cabeza al niño sentado en un rollo de cuerda gruesa cerca del mástil principal. Estaba masticando el caramelo que ella le había comprado y jugando a la pelota de sombras con Eclipse. —Él está justo allí. —Ash arrojó sus trenzas de guerrera sobre sus hombros—. Y hazme un favor, ¿si? No soy una niñera. No me digas lo que debería estar haciendo. Entonces se volvió para mirarla. Esos ojos negros como agujeros en su cabeza. Esa palidez sin sangre, pintada sobre la bella debajo. Oh, había sido un espectador cuando estaba vivo, seguro y verdadero. Pómulos altos, pestañas largas, hombros anchos y manos inteligentes. Podría haber sido una verdadera asesina, si la dama no hubiera llegado allí primero. —PIENSA CÓMO SE SENTIRÁ MIA SI ALGO LE PASARA. —No necesito pensar cómo se siente Mia, Tricky. Lo sé. —¿Y CÓMO SE SIENTE, ASHLINN? —Preguntó el chico muerto. —Suave como la seda, —dijo Ash, mirando ese negro sin fondo—. Húmeda como el rocío del verano y dulce como las fresas. —Su voz se volvió baja y sensual—. Dura como el acero antes de que ella se venga, y suave como las nubes después. Empapada en mis brazos como la lluvia de primavera. Se movió, aunque todavía no la mitad de rápido que en las casas de los muertos. Su mano encontró su garganta un segundo completo después de que ella apoyó su espada contra su cuello, su borde colocado en el lugar donde la yugular de Tric debería haber pulsado. No tenía idea de cuánto le habían dolido sus palabras. Ella había estado en esa cabina cuando los marines Itreyanos lo apuñalaron en el brazo y el vientre. No sangró No cayó. Ociosamente se preguntó cuánto de él tendría que cortar para frenarlo. 187

Su voz era un graznido contra su agarre. —Quita tus jodidas... manos de mí. —NO HACES BIEN EN EMPUJARME, ASHLINN. —Mala elección de p-palabras, dada... nuestra historia... Su agarre se apretó, las rastas salinas se movieron como serpientes recién despertadas. Los soles podrían estar hundiéndose, él podría estar acercándose a lo que había sido, pero todavía era lento. Diosa, sin embargo, él era fuerte. Sus dedos eran como hierro frío en su piel. Ash presionó la hoja más fuerte contra su cuello. Jonnen los miraba ahora con ojos oscuros y brillantes, inteligentes y malévolos. —El mapa—, sonrió. —¿R-Recuerdas? La sujetó por un momento más, luego la soltó, su empujón la hizo tropezar hacia atrás. Mantuvo su espada levantada, arañando su garganta y sonriendo. —Siempre fuiste una jodida mucama. —ESE MAPA EN TU ESPALDA PODRÁ DESAPARECER SI MUERES, ASHLIN, —dijo Tric, cuadrándose hacia ella—. PERO HAY UN GRAN NÚMERO DE LESIÓNES QUE SE PUEDEN HACER SIN MATARTE. —Mira, ahí lo tienes. —Le guiñó un ojo al chico—. Un poco de saliva y fuego, eso es lo que me gusta ver. Pero soy más feroz que tú, Tricky. Soy más rapida y soy más bonita y la chica que ambos adoramos terminó en mi cama, no en la tuya. —Ella tamborileó con los dedos sobre la empuñadura de su espada—. Gané. Perdiste. Así que aléjate de ella, ¿sí? —¿ESTÁS REALMENTE TAN INSEGURA? —Preguntó—. ¿ ESTÁS TAN ASUSTADA DE QUE PUEDA DEJARTE, QUE TIENES QUE APLICAR TU RECLAMO A ELLA A PUNTA DE UNA ESPADA? —No la estoy reclamando, —gruñó Ashlinn—. Ella no es mía. Ella es su propia dueña. Pero si piensas por un segundo que no estoy dispuesta a bañarme en sangre para estar a su lado cuando todo esto termine, entonces estás loco. ¿Me entiendes?

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Ashlinn bajó su espada y se acercó. Su cabeza solo llegó a su pecho. Su voz era un susurro mortal. —Haz lo que tengas que hacer. Lunas, Madres, no me importa. Pero si llego a oler algún otro final del juego, o una pista de que esta tontería de Anais la está poniendo en riesgo, descubriremos con certeza si los chicos muertos pueden morir de nuevo. Ella dio un paso atrás, sus ojos nunca dejaron los de él. —Voy a arrancar los tres soles del cielo para mantenerla a salvo, ¿me oyes? —Prometió Ashlinn—. Mataré al puto cielo. Ella le lanzó un beso. Luego se volvió y se alejó. Los Halcones eligieron una taberna humeante al borde de los muelles y bebieron como si la Negra Madre viniera a buscarlos a todos al día siguiente. Mia agachó la cabeza, se bajó la capucha para ocultar la marca de esclavos en su mejilla derecha y la horrenda cicatriz en su izquierda. La parte de la ciudad en la que se encontraban era afilada como cristales rotos, pero aun así, ella era una famosa gladiatii, la chica que mató al arcadragón, ahora la asesina más buscada en la República. No debía arriesgarse. Bebió con moderación y chupó los cigarrillos de mierda que vendían en el bar, escuchando en lugar de hablar. Despiertaolas habló de sus planes para el teatro, y Bryn habló de los magni y Carnicero habló de todas y cada una de las dulces chicas con quienes había tenido sexo desde que llegó a FuerteBlanco. Mia se rió en voz alta aunque por dentro le dolía, y en las siguientes horas se enfrentó lentamente al hecho de que nunca debería haber venido aquí. Que después de esta víspera, nunca los volvería a ver. Habían peleado y dado suficiente. No podía pedirles más, y mucho menos que la siguieran a Monte Apacible para rescatar a un hombre que apenas habían conocido. Había sido egoísta para ella incluso pensarlo. Entonces dejó de pensarlo, simplemente disfrutó de su compañía. Y cuando sonaron las nueve campanadas, se levantó para usar el retrete, prometiendo que regresaría.

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Al salir por la puerta trasera de la taberna unos momentos más tarde, se bajó la capucha para protegerse de la maldita luz del sol y caminó penosamente por el callejón, de vuelta hacia los muelles. Don Majo revoloteó a lo largo de la pared a su lado, callado como un ratón muerto. —... ¿A dónde vamos...? —Preguntó finalmente. —De vuelta a la Doncella. El barco sale a las diez, ¿recuerdas? —... parece que nos vamos sin nuestro ejército... —Tendremos que arreglárnoslas sin ellos. —... mia, sé que te importa f… —No lo haré, Don Majo—, dijo. —Pensé que podía, pero no puedo. Así que déjalo. —... no puedes hacer esto sola... —Dije que lo dejes. El gato de las sombras se detuvo en los adoquines frente a ella, deteniéndola. —… Si deseas un perro que simplemente se da vuelta cuando gruñes, trae eclipse contigo. Pero diré lo que pienso, si te agrada... —¿Y si no me agrada? —... Lo diré de todos modos... Mia suspiró y se pellizcó el puente de la nariz. —Escupelo ya entonces. —... temo por ti... Mia casi se rió, hasta que las palabras se hundieron en su cráneo. Sonando como campanas de catedral. Y luego se quedó allí con el olor a basura y sal, el viento de la bahía azotando la capa sobre sus hombros, repentinamente y terriblemente fría. —... Hablé con eclipse al respecto, pero eclipse nunca cuestiona, como el tenebro que ella montó antes de ti nunca cuestionaba nada. Pero tú siempre has cuestionado, mia, y por lo tanto, yo también... El no gato miró hacia el puerto, el barco los esperaba. 190

—… Y me pregunto qué es lo que quieres de todo esto y por qué. Observo a la parte de ti que te hizo buscar a Sidonio y a los demás, sabiendo que morirás si luchas contra la montaña con tan poca ayuda, en guerra con la parte de ti que no teme a la muerte, y me pregunto si lo que tomamos de ti no es algo que necesitas, ahora más que nunca, porque en este momento deberías tener miedo... —No se trata de que yo tenga miedo, se trata de lo correcto y lo incorrecto, —espetó—. No estoy rota. No trates de arreglarme. Aunque el demonio no tenía ojos, casi podía sentir que se estrechaban. —Los viste, Don Majo. ¡Qué felices estaban! Negra Madre, Despiertaolas era como un niño en el puto Great Tithe. ¿Y viste la forma en que Bryn le miraba? Tienen una vida ahora. Tienen una oportunidad ¿Quién soy yo para exigirles que renuncien a eso? —... no exiges, preguntas. Eso es lo que hacen los amigos... —No, —dijo rotundamente—. No deberíamos haber venido aquí. Encontramos otra manera. —... mia… —¡Dije que no! Atravesando al gato de sombras, caminó penosamente hacia la boca del callejón, hacia las campanas del puerto y el olor del mar. Dio una última calada a su cigarrillo de mierda, exhaló una nube de gris hacia el cielo y lo aplastó bajo su bota. Y alcanzando las sombras con dedos inteligentes... —¿Te vas sin decir adiós? —Preguntó Sidonio. Ella se volvió y allí estaba él, apoyado contra la pared. Brillantes ojos azules, cabello afeitado hacia atrás a rastrojos, piel como bronce fundido. Podía ver la marca que le habían dado cuando lo echaron de la Legión Luminatii. La palabra COBARDE a fuego en su pecho. No podía recordar haber visto una mentira más grandiosa en toda su vida. Cantahojas estaba de pie detrás de él, con sus rastas salinas llegando al suelo, los intrincados tatuajes que cubrían cada centímetro de su cuerpo brillando a la luz del sol. Despiertaolas se cernía a su lado, con el pecho ancho como un barril, barba trenzada y mechones de sal oscura y tinta 191

ingeniosa en su rostro. Bryn se paró cerca de él, atándose su moño rubio y mirando a Mia con inteligentes ojos azules. Carnicero estaba orinando furtivamente contra la pared. —Sí—, dijo Mia. —Disculpas. Perdí la noción del tiempo. Mi barco sale a las diez. —¿Por qué has venido aquí, Mia? —Preguntó Sidonio. —Te lo dije, —dijo, fría como la brisa de otoño—. Quería asegurarme de que estaban bien. Yo tengo y tú eres y ese es el final. Así que me iré. Mia se alejó un paso y sintió su mano sobre su brazo. Ella se retorció, rápida como la plata, liberándose de su agarre. Y rompiendo un puñado de sombras, más fácil y más rápido de lo que podría haber hecho incluso unas semanas atrás, desapareció ante sus ojos maravillados. Ella entrecerró los ojos en el mundo borroso, caminando hacia una sombra más abajo en la calle, y luego otro más lejos aún.

Su cabeza nadaba por la quema de los soles de arriba, pero se mantuvo de pie. Y finalmente, contenta de que no pudieran seguirla, comenzó a avanzar a tientas, ciega a todo el mundo, esperando los susurros familiares que la guiaran de regreso a la sirvienta que esperaba. Excepto que nadie estaba susurrando. —Don Majo? Parpadeó, sintiendo en las sombras a su amiga. Al darse cuenta de que no vendría con ella. —Don Majo? Mia echó a un lado su manto y se volvió hacia la boca del callejón a cien pies de distancia. Y allí se sentó, una cinta de oscuridad a los pies de los gladiadores, la cola moviéndose de lado a lado mientras hablaba. Sintió una oleada de ira en el pecho, y alzó la voz en un grito. —¡No te atrevas! 192

El no-gato la ignoró, y cuando corrió por los adoquines, los Halcones la miraban como si fuera alguien nuevo. Decepción en sus ojos. Consternación. Quizás incluso enojo. —Don Majo, ¡cierra ese jodido agujero que es tu boca! —... no tengo agujeros, jodidos o de otra manera... Mia apuntó una patada a la cabeza del no-gato. Navegó inofensivamente a través del demonio, por supuesto, pero sin importarle eso ella trató de patearlo de nuevo. —¿Qué les has dicho? —Lo que estabas demasiado avergonzada para preguntar, —frunció el ceño Cantahojas. —¡Pequeña mierda! —Gritó, pateando al gato de nuevo— ¡Dije que nos las arreglaríamos! —... y dije que no puedes hacer esto sola... —¡Esa no era tu decisión! —... no, era de ellos... —Eres un puto odioso... —Mia, —dijo Sidonio suavemente. —Sid, lo siento, —dijo, mirando a los Halcones—. Todos ustedes. Lo pensé, pero luego lo pensé mejor, y nunca debería haberlo pensado en absoluto. Esta no es su pelea, y no tengo derecho a arrastrarlos a ella. No piensen que menosprecio su ayuda, yo... —Mia, por supuesto que te ayudaré, —dijo Sid. —Sí, —asintió Cantahojas—. Mi espada es tuya. Bryn cruzó los brazos y frunció el ceño—. Siempre. Los ojos de Mia se comenzaron a llenar de lágimas, pero ella parpadeó para ahuyentarlas, sacudiendo la cabeza. —No. No quiero su ayuda. —Cuervo, nos salvaste la vida, —dijo Cantahojas, señalando al Don Majo—. Y si el daemonio dice la verdad, la tuya está en mayor peligro que

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la nuestra. ¿Qué tipo de amigos seríamos si te dejáramos colgada después de todo lo que hiciste? ¿Qué clase de agradecimiento es ese? —¿Qué pasa con el teatro?— Exigió ella. Despiertaolas se encogió de hombros y esbozó una sonrisa triste—. Estará allí cuando regresemos. —No. No lo aceptaré. —Mia, arriesgaste tu vida por nosotros, —dijo Sidonio—. Todo por lo que habías trabajado bailaba al filo de un cuchillo. Y aún así te lo jugaste todo para darnos la libertad. ¿Y ahora te quedarás allí y nos dirás qué podemos y qué no podemos hacer con ella? —Maldita sea, eso es lo que hago, —gruñó—. ¿Me deben la vida? Váyan a vivirla como jodidamente quieran. ¿Quieren darme las gracias? Háganlo cuando le cuenten a sus nietos sobre mí. Ella giró sobre sus talones, mirando al gato de las sombras. —Nos vamos. Ahora. —... como te plazca... Comenzó a alejarse calle abajo, escuchó a Cantahojas afectar un bostezo. —Sabes, ese último vaso de vino dorado se me fue directamente a la cabeza, —dijo. dijo. —Creo que necesito caminar por el puerto. —Sí, —dijo Bryn—. Podría dar un paseo por el paseo marítimo. —Aire del mar, —canturrió Sid—. Creo que yo también iré. Tomar un crucero, tal vez. Mia se detuvo. Los hombros cayeron. —Escuché que Ashkah es encantadora en esta época del año, —dijo Despiertaolas, pasando junto a ella. —Nunca he estado en Ashkah, —reflexionó Bryn, enganchando sus pulgares en su cinturón.

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Hmm, —Cantahojas hizo un puchero—. Ahora que lo mencionas, yo tampoco... Ella los vio deambular calle abajo hacia el agua, las lágrimas volvieron a arder en sus ojos. Se detuvieron al final del camino, se giraron para mirarla, se desplomaron y fruncieron el ceño sobre los adoquines. —¿Vienes? —Llamó Sidonio. Miró al no gato en la cuneta a su lado. Traición como un cuchillo en su pecho. Siempre la había cuestionado como nadie, claro, empujarla si pensaba que estaba actuando como una tonta. Pero nunca antes había ido contra ella de esta manera. Nunca actuó tan contrario a lo que él sabía que ella quería. —Nunca he estado más triste por conocerte de lo que soy en este momento. —... una carga que con mucho gusto soportaré, si es para mantenerte respirando... Ella lo fulminó con la mirada y sacudió la cabeza. —Si algo les sucede, yo juro que no te perdonaré por eso. El gato de las sombras la miró con sus ojos que no se veían, moviendo la cola. —... Soy parte de ti, mia. Antes de conocerte, era una nada sin forma, buscando un significado. La forma que llevo nace de ti, en lo que me convertí es gracias a ti, y si debo hacer lo que no harás, que así sea. Al menos estarás viva para odiarme... Miró hacia el cielo, los soles caían lentamente hacia el horizonte. Otro podría haber tenido miedo, entonces, de considerar lo que venía. Darse la vuelta y salir huyendo. Pero a pesar de todo, Mia Corvere siguió caminando.

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CAPÍTULO 15 FINESSE —Benino—, dijo Mia. —No, —respondió Cloud. —Bertino, entonces. Te ves como un Bertino. —No. —Cloud frunció el ceño—. ¿Y de todos modos, cómo abismos luce un Bertino? —Dime la primera letra, —exigió Mia—. Es B, tengo razón sobre eso, ¿sí?— —No hay pistas, doña Mia. Te lo dije. —Debes darme algo—, dijo ella. —No debo darte nada, —dijo el capitán, levantando una ceja—. Apuesto a mi maldita nave que no podrás adivinar mi nombre, ¿por qué en nombre de Trelene te ayudaría? —¿Estás harto del mar y quieres establecerte en un lugar verde? —El culo de cerdo, —se burló el corsario—. Cortas estas muñecas, sangro azul. Estaban a tres vueltas de FuerteBlanco y navegaban en olas rápidas. Su destino se extendía a través del Mar de Espadas en la costa de Ashkah, a la ciudad de Última Esperanza. Desde ese puerto decrépito, sería una caminata a través de los Susurriales hasta el Monte Apacible. Mia no tenía idea de cómo le estaría yendo a Mercurio al cuidado de la Iglesia Roja, o cómo podría salvarlo de sus garras. Pero aunque no lo admitiría ante muchos, había amado a ese hombre más que a nadie desde que perdió a su padre. Y ahora, más que ningún otro hombre. Estaría condenada si lo dejaba pudrirse. La dentada costa de Liis se extendía hacia el sur, los acantilados blancos de Itreya al norte, la Doncella viajaba despacio sobre el azul ondulante. Los antiguos Halcones de Remo se mantuvieron en la proa en su mayoría, deleitándose con la sensación del mar en sus rostros.

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Sidonio era todo un espectáculo, su piel de bronce brillaba bajo la luz del sol, el cabello afeitado casi al ras, ojos de un brillante azul cielo. El gran Itreyano no le perdia la vista a Mia si podía evitarlo; su lealtad hacia Darío Corvere lo había hecho tomar a Mia bajo su ala cuando ambos eran Halcones, y desde entonces no había disminuido una gota. Con él a bordo, se sentía como si ella tuviera otra roca contra la cual apoyarse. Su hermano pequeño podría ser una mierda intolerable. Pero si Mia hubiera podido tener un hermano mayor, habría elegido a Sid. Despiertaolas no tuvo reparos en echar una mano en cubierta, como la mayoría de los isleños de Dweymeri, había crecido alrededor de barcos y conocía el océano como su propio reflejo. El antiguo actor se alzó sobre la tripulación mientras trabajaba, entreteniendo a los salados de Corleone con canciones interminables en su barítono en auge. Tenía una voz que podía hacer llorar a una sedosa, y Mia todavía sentía culpa por haberlo arrastrado lejos de su sueño de ser dueño de un teatro. Silenciosamente juró verlo regresar cuando terminara. Cantahojas también conocía a la Doncella, pero ella se mantuvo a proa mirando el azul ondulante con ojos oscuros. Todos los Dweymeri eran marcados con tatuajes faciales cuando eran mayores de edad, pero cada centímetro de la piel de caoba de Canta estaba cubierta de intrincados diseños, un legado de su tiempo estudiando como sacerdotisa. A Mia todavía le resultaba extraño pensar en la mujer rezando en un templo en alguna parte. Canta era una de las mejores guerreras del Colegium, una maravilla en las arenas. Aunque la herida en el antebrazo que Cantahojas se había ganado luchando contra la sedosa todavía parecía estar molestándola... Bryn también parecía preocupada, y Mia conocía la fuente: el hermano de la chica, Byern, había muerto en la arena, pero hacía sólo unos meses. La chica se quedó cerca de Despiertaolas, conversando y mirándolo trabajar, y su presencia parecía alejar lo peor de sus preocupaciones. Bryn era vaaniana como Ash, dura como un clavo, la mejor tiradora con un arco que Mia había conocido jamás. Mia estaba contenta por su compañía. Pero aún temía que la búsqueda de este tonto pudiera terminar con Bryn y el resto de sus camaradas en la tumba junto a Byern.

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De los cinco Halcones, solo Carnicero se veía mareado, pero dado que se había meado en la papilla de Mia la primera vez que se conocieron, sintió que había algo de justicia en ello. El gran Liisiano nunca había sido la mejor espada del colegio, pero lo que le faltaba en habilidad, lo compensaba con el corazón, las bravuconadas y la asombrosa palabrería. Se mantuvo cerca de babor, donde su vómito tenía la menor posibilidad de volver a golpearle en la cara, maldiciendo también a las diosas y a Despiertaolas, a quien se veía más que divertido por su malestar estomacal. En general, los antiguos gladiatii parecían estar adaptándose a la vida en el mar bastante bien. Pero en otras partes de la cubierta, las cosas no eran tan pacíficas. Ashlinn y Tric se rodeaban como serpientes esperando para atacarse. Aunque se mantenían separados el uno del otro ahora que Corleone les había dado sus propios camarotes, parecía haber una tensión aún más profunda entre ellos desde que habían atracado en FuerteBlanco. Mia aún no había llegado a una conclusión sobre sus propios sentimientos en lo que respecta al regreso de Tric, pero Ashlinn era claramente un nudo de sospecha y abierta hostilidad. Mia y Don Majo tampoco se habían hablado desde que zarparon de FuerteBlanco. No había cabalgado su sombra por varios giros. Aunque aún estaba Furiosa por su traición, lo extrañaba. Y así Mia estaba con el capitán de la Doncella Sangrienta al timón, jugando su nuevo juego favorito y gloriándose en la sensación de viento fresco en su rostro. Después de meses en el Collegium de Remo o en las celdas debajo de las arenas, incluso una brisa era una bendición. Y tratar de quitarle el barco al capitán era mejor que preocuparse por la tormenta que se avecinaba a bordo. —Hay una tormenta que se dirige hacia nosotros, —declaró Cloud Corleone—. Sí, —murmuró, mirando la cubierta de abajo—. Lo sé. —No, quiero decir que hay una tormenta genuina, —dijo, señalando una mancha de ceño negro en el horizonte oriental—. Estamos navegando directamente hacia ella. Mia entrecerró los ojos hacia donde él señalaba. —¿Es una mala? 198

—Bueno, no nos va a romper la espalda por el aspecto, pero serán un par de vueltas difíciles. —El corsario mostró su sonrisa de cuatro bastardos —. Entonces, si quieres aprovechar el baño en mi cabaña, doña Mia, será mejor que lo hagas rápidamente. —Podría hacer eso, —reflexionó—. Espléndido, traeré el jabón. —También podría sugerir algunas férulas para tus dedos rotos, —dijo, dándole una sonrisa de reojo—. Y algo de hielo para tus joyas destrozadas. Corleone sonrió a cambio, se quitó el tricornio emplumado. Era tan astuto como un zorro en el gallinero y torcido como la pata trasera de un perro escarabajo. Pero a pesar de su descaro, Mia no pudo evitar que le agradara el sinvergüenza. Corleone parecía disfrutar del coqueteo, pero estaba claro por su manera juguetona que esto era simplemente un juego para él, al igual que tratar de adivinar su nombre para ella. La historia de su hermano todavía colgaba en el aire con el recuerdo del asesinato de Duomo, y mirando a los ojos del pirata, Mia sospechaba que había hecho un aliado de por vida. —Haré que el chico del camarote encienda la estufa arkemica y haga correr el agua. Corleone le guiñó un ojo. —Si necesitas que alguien te lave la espalda, solo canta. —Vete a la mierda, —se rió, levantando los nudillos. —Ay. —Presionó su mano contra su corazón como si doliera—. Esa parece ser la única opción disponible, Dona Mia. Por ahora al menos. —En cada respiración, la esperanza permanece... —Mia sonrió. Bajó las escaleras de la cubierta de popa y se dirigió al cuarto. Jonnen estaba sentado a un lado, jugando con Eclipse en su propio juego favorito. El niño juntaba puñados de sombras y las arrojaba sobre las tablas, y Eclipse se abalanza sobre ellas como un cachorro en un hueso. Jonnen a veces movía los restos de sombras arrojados para evadir las fauces del daemonio, y se reía cuando ella fallaba, aunque parecía una risa de genuina diversión, en lugar de burla.

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Sin embargo, dejó de jugar cuando Mia bajó las escaleras y su sonrisa se desvaneció. Respirando profundamente, se sentó a su lado, con las piernas cruzadas. Ashlinn había ido al mercado en FuerteBlanco, había gastado la mayor parte de sus monedas, pero había encontrado a Mia un buen par de pantalones de cuero, negros y ajustados, y un par de botas de piel de lobo. Dos ueltas atrás, había arrojado su falda de cuero gladiatii por la borda con una pequeña oración de agradecimiento. Lo mejor de todo es que su chica había regresado con... —¿Cigarillos? —Dijo el chico, mirándola con disgusto— ¿En serio debes? —Debo, —asintió Mia, apoyando uno en sus labios y golpeando su nueva caja de pedernal. —Mi madre decía que solo las zorras y los tontos fuman. —¿Y quién soy, hermano mío? —Preguntó ella, expulsando el humo gris. El chico la miró con los labios apretados— ¿Quizás ambos? Eclipse se unió en las tablas entre ellos, colocando su cabeza en el regazo de Mia. —... NO DEBES HABLARLE ASI, JONNEN... —Hablaré con ella como quiera, —declaró el niño. —… ¿RECUERDAS QUE TE HABLÉ ACERCA DEL NIÑO PEQUEÑO QUE CONOCÍA? ¿CASIO?... —Sí, —resopló el niño, mirando de reojo al lobo. —... SIEMPRE DECÍA QUE LAS MANCHAS DE SANGRE SON MÁS PROFUNDAS QUE EL VINO. SABES LO QUE ESO SIGNIFICA…?— El chico nego con la cabeza. —… SIGNIFICA QUE LA FAMILIA PUEDE HACERTE MÁS DAÑO QUE CUALQUIER OTRA PERSONA. PERO ESO ES SOLO PORQUE LES IMPORTAS MÁS QUE A CUALQUIER OTRO. CUANDO DICES ESAS COSAS, AUNQUE MIA NO LO DEMUESTRA, LE HACES DAÑO... —Bien, —espetó—. Ella no me gusta. No deseo estar aquí. 200

Jonnen miró hacia las aguas azules que corrían por sus costados. —Quiero irme a casa, —dijo. —Pasaremos por ahí en una semana más o menos, —Mia asintió hacia la costa de Itreya—. El Nido del Cuervo. —Ese no es mi hogar, Coronadora. —... EL HOGAR ES DONDE ESTÁ EL CORAZÓN, NIÑO... Mia se tocó el pecho y sonrió—. Explica mi cofre vacío. —... TONTA... —se burló Eclipse— ...TIENES EL CORAZÓN DE UN LEÓN... —Un cuervo, tal vez. —Ella movió los dedos hacia el lobo—. Negro y arrugado. —… SABRÁS LA MENTIRA DE ESO ANTES DE QUE TODO TERMINE, MIA. LO PROMETO… Mia sonrió y dio un lento estirón, deleitándose con el calor del humo en sus pulmones. Mirando de reojo hacia Jonnen. Su hermano. Un desconocido. Era inteligente, eso era seguro: educación de los mejores tutores de la República, junto con la feroz inteligencia de Alinne Corvere y la astucia de Julio Scaeva. Mirando la forma en que se portaba, la forma en que hablaba, Mia sospechaba que crecería aún más fuerte que ella. Había una veta cruel en él, aprendida de su padre, como la mayoría. Pero también había una crueldad en ella, supuso. Jonnen seguía siendo su sangre, su familia. La única familia que le quedaba, a menos que contaras al bastardo que iba a matar. Y después de todos estos años sin uno, se encontró ansiosa por algún tipo de conexión real con él. —Recuerdo la noche en que naciste allí, —le dijo al niño—. En el nido del cuervo. Apenas era mayor que tú ahora. La comadrona me trajo para conocerte, y mamá te entregó y empezaste a gritar. Solo... gritabas como si el mundo se acabara. Mia negó con la cabeza—. Por el abismo y la sangre, desde niño tenías desarrollados tus pulmones. Otro arrastre, los ojos se estrecharon contra el humo. —Madre me dijo que te cantara, —dijo—. Dijo que aunque tus ojos estaban cerrados, conocerías a tu hermana. Entonces canté. Y dejaste de 201

llorar. Como si alguien arrojara una palanca dentro de tu cabeza. —Ella sacudió la cabeza—. La cosa más maldita. —Mi madre no canta, —dijo Jonnen—. No le gusta la música. —Oh, no, a ella le encantó, —insistió Mia—. Ella solía cantar todo el tiempo, ella... —Mi madre es Liviana Scaeva, —dijo el niño—. Esposa del Imperator. Mia sintió una oleada de sangre en sus mejillas. El pulso golpeando en su sien. A pesar de ella misma, sintió que sus cejas se fruncían juntas. Respirando humo como el fuego. —Tu madre era Alinne Corvere, —dijo—. Víctima del Imperator. —Mentirosa, —frunció el ceño. —Jonnen, ¿por qué iba a… —¡Eres una mentirosa! ¡Una mentirosa! —Y tú eres un maldito mocoso, —espetó ella. —Villana, —escupió—. Ladrona. Asesina. —De tal padre, tal hija, supongo. —¡Mi padre es un gran hombre! —Gritó Jonnen. —Tu padre es un cabrón. —¡Y tu madre una puta! Tomó todo lo que Mia tenía en ella para no volver a levantarle la mano. —... MIA... Ella se puso de pie, su paciencia en llamas. Temblando de ira. Con ganas de morderse la lengua, pero temiendo que la sangre simplemente le llenara la boca y la ahogara. Hablar con el chico era como golpear su cabeza contra una pared de ladrillos. Tratar de romper su caparazón era como buscar un cerrojo con diez pulgares. No tenía práctica en ser una hermana mayor, además no tenía talento para eso. Y así, como era habitual, la frustración abrió la puerta y dejó que su temperamento saliera libre. —Estoy intentándolo, Jonnen, —dijo. —Por los dientes de Maw, lo estoy intentando. Si fueras otra persona, te habría pateado el trasero por lo 202

que acabas de decir. Pero nunca vuelvas a hablar así de ella. Ella te amaba ¿Me escuchas? —Todo lo que escucho, Coronadora, —escupió—, son mentiras de la boca de una asesina. Ella respiró hondo. Cabeza baja, ojos cerrados. —Espero que te gusten las tormentas más que cuando eras un bebé, — dijo ella, mirándolo de nuevo—. Hay una grande que se dirige hacia nosotros. Y si te escucho llorar mientras duermes, no vendré a cantar esta vez. —Te odio, —siseó el chico. Lanzó su cigarillo sobre la barandilla, respirando el humo. —De tal padre, tal hijo, supongo. El baño no eramás que un barril de latón. Estaba atornillado al suelo en las habitaciones de Corleone, un cuarto de baño junto a la habitación, que a su vez salía del camarote principal. El primer pensamiento de Mia cuando lo vio fue preguntarse dónde se suponía que entraría exactamente el bandolero si hubiese aceptado su oferta de traer el jabón. Sería capaz de meterse allí con un poco de esfuerzo, pero no era exactamente de alcance palaciego. Este supuesto “baño” tenía más en común con un balde. Aún así, el agua estaba humeante, alimentada por tuberías de la estufa arkímica en la cocina de abajo. Y cuando Mia se desnudó y se hundió en el calor, entendió por qué Corleone se había entregado a tal extravagancia. —Oh, Madre Negra, —gimió—. ¡Eso es bueno! Mojó la cabeza después de algunas maniobras torpes y descubrió que si colgaba las piernas sobre el borde, podría sumergir la mayor parte de su cuerpo. Se inclinó hacia atrás, empapó una toallita y se restregó la cara. Encendiendo otro cigarillo, ella suspiró contenta y redeada de humo gris, escuchando la canción del mar afuera. —Podría ser un pirata, —murmuró, con humo flotando de sus labios —. Dejen eso, queridos. Levanten esas cosas pequeñas. Guarden el mizzen-

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loquesea, irritantes folla-cerdos… —Al fin estamos solas, —dijo una voz. Mia arrastró la toalla y vio a Ashlinn apoyada contra la puerta. Llevaba un corsé de hueso de draco sobre su camisa roja, polainas de cuero y botas hasta los muslos. Había comprado algunas hierbas en FuerteBlanco, se había lavado la henna del pelo. Se había soltado sus trenzas, y su cabello caía por sus hombros en cascadas doradas. —Dos no están solas, —dijo Mia. Ash pasó un dedo por el marco de la puerta—. Puedo irme. Si quieres. — No, —Mia sonrió—. Quédate. La cara de Ash se iluminó y entró en el baño, cerrando la puerta detrás de ella. No había ningún lugar para sentarse, así que se sentó a horcajadas sobre el barril. Sacando el cigarillo de la boca de Mia, Ashlinn se inclinó para plantar un ligero beso en sus labios. Ella permaneció cerca, sus narices rozándose una contra la otra, haciéndole cosquillas. —Hola, —susurró Ash. —Hola, —respondió Mia. Ash se inclinó y se besaron de nuevo, besos suaves, cálidos y mareantes. Los labios de Ashlinn se separaron, invitándola, y Mia sintió que la chica temblaba cuando sus lenguas se tocaron, ligeras como plumas. Suspiró en la boca abierta de Ash, levantando una mano para acariciar su mejilla mientras su beso se profundizaba. Ahogándose en ese beso, sin querer nunca tomar aire, chupando el labio inferior de Ash mientras se separaban lentamente. Al abrir los ojos, vio la cara de Ash a solo una pulgada de la de ella. Sus labios se rozaron mientras la chica murmuraba. — Besas como si mataras, Mia Corvere. —¿Y cómo es eso? —Con delicadeza. Mia sonrió y Ashlinn la besó de nuevo, una y otra vez, una docena de ligeros toques esparcidos por sus labios y mejillas como pétalos de rosa. 204

—Te extrañé, —suspiró Mia. —¿Cuánto? —No estoy completamente segura de cómo medir eso, —Mia frunció el ceño—. ¿Un par de pies, tal vez? —Jódete. —Este baño no es lo suficientemente grande para eso. —Te odio. —Que raro. Odio a todos menos a ti. —Siéntate, —sonrió Ash, besándola de nuevo—. Te lavaré la espalda. Ashlinn se bajó de la bañera para que Mia pudiera enderezarse, descansar la cabeza sobre sus brazos e inclinarse hacia adelante. Ash se sentó detrás, con las piernas colgadas a ambos lados del barril. Mia no podía ver lo que estaba haciendo, pero pronto sintió cálidas manos jabonosas sobre sus hombros, el aroma de madreselva y la campana solar en el aire. Ash presionó sus pulgares contra los doloridos músculos de Mia, amasando los nudos de tensión como masa. —Oh, Madre Negra, eso es... jodidamente... bueno... —gimió Mia. Cerró los ojos y dejó que las manos de Ash silenciaran todo por un momento. Su frustración con Jonnen y su ira con el Don Majo. Sus preocupaciones sobre Sid y los demás, la idea de lo que les esperaba al otro lado del océano en Ashkah. Mercurio y la luna y su maldita corona. Ash también había callado sobre Tric, a pesar de que ambas podían sentir la pregunta sobre él colgando como escarcha en el aire. Ella era demasiado lista para mencionarlo. Para abrir esa puerta y arruinar el primer momento que habían estado solas desde el magni. En cambio, Mia sintió labios en la nuca, enviando escalofríos por su columna vertebral—. Siempre puedes salir del baño, —murmuró Ash—. Si no es suficientemente grande.— —En un minuto... —Ella hizo una mueca cuando las manos de Ash hicieron un nudo particularmente apretado—. Diosa... sigue haciendo eso... —Estás rota como mekkenismo, amor. 205

—Es un trabajo duro, ser la asesina más buscada en la República. Otro beso. Un suave mordisco en su oído mientras Ash susurraba—, Puedo relajarte. —Mia sintió las manos de Ash deslizarse para acariciar lentamente sus senos. Sus dedos corriendo sobre su piel lisa, provocando hormigueos. El aliento de Mia se aceleró, su barriga se emocionó, otro escalofrío le recorrió el centro. La piel de gallina se alzó sobre su cuerpo, un suave suspiro escapó de sus labios mientras los besos de Ash le hacían cosquillas en el cuello, mientras las manos de la chica vagaban, una provocaba su pezón endurecido, la otra trazaba una larga y agonizante espiral hacia abajo. Abajo. Sobre sus costillas, centímetro a centímetro a lo largo de su vientre apretado, trazando la cúspide de su ombligo con círculos susurrantes de parpadeante corriente de arkemico. —¿Más? —Susurró Ash, sus labios rozando su lóbulo. Mia se preguntó que tan correcto era. Alguna culpa persistente por la presencia del chico muerto en la cubierta de arriba, tal vez, o la pelea que acababa de tener con su hermano, o la idea de que debería darse un capricho en aguas tan peligrosas. Pero la mano de Ash se deslizó por debajo del agua, y un fuego se levantó dentro de Mia, derritiendo sus dudas mientras sentía los toques más suaves entre sus piernas. Asombroso. Enloquecedor. —Más, —suspiró Mia. Sintió que la otra mano de Ashlinn se alzaba, sus dedos entrelazados con su cabello. Mia gimió cuando Ash la empujó hacia atrás, en posición vertical, dejándola expuesta, el vapor saliendo de su piel, sus muslos temblando. Los labios de Ash encontraron su cuello nuevamente cuando la mano entre las piernas de Mia comenzó a moverse, círculos firmes y apretados, tocando la melodía que su amante conocía tan bien. Mia se echó hacia atrás, suspirando, agarrando un puñado del cabello de Ash y presionando los labios de su chica con más fuerza contra su cuello. Había algo de emoción ilícita en ello; la sensación de Ash presionada contra ella completamente vestida mientras estaba completamente desnuda. Una rendición que la dejó temblando.

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—Oh, joder, —ella respiró, las caderas moviéndose a tiempo—. Mierda. —¿Más? —Ash susurró en su oído. Sus labios haciéndole cosquillas en la piel. Dientes mordiendo su cuello. Dedos bailando. —Más, —suplicó Mia. Sintió que la segunda mano de Ash se unía a ella primero, por delante y por detrás. Mia extendió la mano, con las uñas arañando el culo de Ashlinn, aruñando entre sus piernas. Sintió los dedos de Ashlinn, acariciando, amasando, cantando en su clitoris. El tiempo congelado aún y ardiendo a la luz de un sol negro. De sus labios se derramaba nada sin forma, con los ojos rodando hacia atrás en su cabeza mientras ella era arrastrada cada vez más alto por el toque de su amante, ahora volaba, con cada caricia, cada movimiento tirando de ella hacia esa oscura inmolación. —Sí, —respiró Ashlinn. —Sí, —gimió Mia—. Joder sí. Sí. Echó la cabeza hacia atrás mientras se encendía, con la boca abierta, cada músculo tenso y cantando, cada nervio en llamas. Las manos de Ashlinn seguían moviéndose, rechinando, prolongando la felicidad estremecedora y pulsante. Mia gritó, empujando a Ashlinn contra ella, temblando y sin sentido, sin suficiente aire en sus pulmones, sin suficiente sangre en sus venas. Los movimientos de Ash disminuyeron, realizando una dulce y dulce tortura hasta que Mia se agachó, presionó sus manos contra ella y las mantuvo quietas. —Suficiente, —suspiró—. Diosa... suficiente. Sintió los labios de Ashlinn curvarse en una sonrisa, otro mordisco suave en su cuello—. Nunca, —susurró Ash—. Jamás. Se puso de pie lentamente y le ofreció la mano a Mia. —Ven conmigo, hermosa.

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CAPÍTULO 16 TEMPESTAD La tormenta golpeó unas horas más tarde. Se tumbaron una en los brazos de la otra en el camarote de Mia, piel con piel mientras el trueno crecía y los océanos se hinchaban y la Doncella se levantaba y se estrellaba y se levantaba de nuevo. Mia había agradecido la tempestad una vez que se instaló; los truenos y el viento habían sido lo suficientemente fuertes como para ahogar los gritos de Ashlinn. Mantener el equilibrio en la creciente ola había resultado ser un desafío, pero a través de una determinación absoluta, lo habían logrado. En el piso y contra la pared y también en la hamaca, finalmente colapsaron allí en una maraña sin aliento. La hamaca se balanceaba de un lado a otro por el movimiento de la nave en lugar del de sus cuerpos ahora, las maderas gemían a su alrededor. El cabello de Mia estaba húmedo por el sudor, el cuerpo de Ashlinn resbaladizo contra el de ella, el aroma de la chica colgando en el aire como el perfume más dulce. Mia podía saborear a Ash en sus labios junto con el azúcar de su papel de cigarillo, el embriagador y gris sabor del humo en su lengua. —No puedo sentir mis piernas, —murmuró Ashlinn. Mia se rió alrededor de su rillo, arrastrando el humo de sus labios—. No me culpes. Tú eres quien suplicó por más. —No pude evitarlo. —Ash se acurrucó más cerca—. Y te gusta cuando te suplico. Que la Diosa la ayude, pero así era. Agotada como estaba Mia, solo pensar en eso fue suficiente para enviarle nuevos escalofríos a lo largo de su columna vertebral. La dulce rendición de Ash en sus brazos, el triunfo meloso que Mia sintió cuando se derritió bajo su toque. Estaba borracha con eso. Las pestañas revolotearon mientras sonreía y respiraba humo con olor a clavo, la chica en su abrazo era suya, y solo de ella. La verdad era que sería fácil pensar que Mia y Ashlinn fueron cortadas de la misma tela. Una pareja hecha de chispa y fuego, impulsada por la venganza, afilada y dura, sí, tal vez incluso cruel. Pero Ash era diferente

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cuando estaban solas. Ella era más suave. Seda para el acero de Mia. Todos los muros que levantó para el mundo desmoronándose en polvo. Había partes de sí misma que Ash guardaba solo para Mia, como secretos en la oscuridad, susurrados sin hablar. Un lenguaje de dulces suspiros y ojos sabios, de suaves labios y suaves yemas de los dedos. Los relámpagos atravesaron el vidrio del ojo de buey (reemplazados cuando atracaron en FuerteBlanco). El trueno cruzó los cielos de arriba, nubes negras se extendieron sobre el cielo. Sin embargo, Mia todavía podía sentir los tres soles esperando más allá, como un peso pesado sobre sus hombros, un dolor en la base de su cráneo. Odio sobre odio. Mia pasó los dedos por la suave curva de las caderas de Ashlinn, sobre su espalda, sintiendo a la chica temblar y suspirar en sus brazos. Era una fiesta para los sentidos, segura y verdadera. Hermosa, esbelta, dorada. Pero Mia encontró sus ojos atraídos por el tatuaje escrito en la piel de su amante. El mapa que había robado a instancias del cardenal Duomo. Mostraba un camino sinuoso a través de una cordillera creciente, instrucciones en la lengua del Antiguo Ashkah. Al mirar la tinta arkímica, Mia vio el destino del mapa entre la deliciosa cavidad en la parte baja de la espalda de Ashlinn. Estaba marcado con un cráneo sombrío y sonriente, que no era un buen augurio para lo que sucedería al llegar a esta misteriosa Corona de la Luna. Esto, por supuesto, hizo pensar a Mia en Tric, y todo lo que le había dicho mientras estaban parados junto a la piscina ennegrecida debajo de la piel de Tumba de Dioses. Aa y Niah. La guerra entre la luz y la noche. De cómo la astilla del alma de un dios muerto de alguna manera se alojó en la de Mia. Pensó en el chico muerto sentado solo en su cabina, escuchando la tempestad mientras se encerraba aquí y follaba a su asesina. Una astilla de culpa le atravesó el corazón. Ashlinn había arriesgado su vida por Mia innumerables veces durante sus pruebas en el venatus. Aparte de Mercurio y sus pasajeros, Ash había sido la única con la que Mia podía contar durante esos giros oscuros. Y lo que Ashlinn había hecho en el Monte Apacible después de la iniciación, una traición tan terrible y sangrienta como esa. Mia estaría mintiéndose a sí misma si dijera que una parte de ella no entiendía lo que pasó.

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El padre de Ashlinn había criado a su hija para ver la corrupción de la Iglesia Roja. Y aunque sus motivos eran egoístas, aunque fue su mutilación al servicio de la Iglesia lo que llevó a Torvar Järnheim a criar a sus hijos como armas para provocar la caída del Ministerio, Mia también podía entender eso. Y más, entienda por qué Ashlinn lo había seguido. El era familia. Cuando todo es sangre, la sangre es todo. La verdad era que Mia no era diferente. Ella no estaba mejor. Ella no era una heroína, impulsada por la crueldad e injusticia de la República. Ella era una asesina, impulsada por el puro y ardiente deseo de venganza. Scaeva, Duomo y Remo la habían lastimado, por lo que ella se dispuso a lastimarlos. Y si otros se interponían en su camino, de una forma u otra, ella los apartaba de su camino. Ashlinn simplemente había hecho lo mismo. Excepto que una de las personas que eliminó era el amigo de Mia. Su confidente. Su amante. Y un año después, Mia había caído en la cama de Ashlinn. Había algo cruel en eso, Mia lo sabía. Y había sido fácil de racionalizar en ese momento: cualquier giro en el venato podría haber sido el último, y se había aferrado a cualquier comodidad que pudiera encontrar en ese momento. Estaba en deuda con Ashlinn. Vio un parentesco oscuro en Ashlinn. La Diosa lo sabía, se sentía atraída por Ashlinn. Y Tric estaba muerto. Ido. Nunca volvería. Pero ahora… Y mientras la presión de los labios de Ash dejaba a Mia sintiéndose casi aturdida, incluso con sólo pensar en su toque, tendida sin sentido y saciada, enviando pulsos cálidos y deliciosos por sus muslos, una parte de Mia, seguramente la parte que Don Majo habría llenado, todavía sospechaba de esta chica en sus brazos. Pensó en lo que el gato de las sombras le había dicho en FuerteBlanco. Preguntándose si lo que el había tomado, su miedo y todo el espectro de emociones que le había dado forma, eran cosas que ella debería apreciar en lugar de regalar. 211

—¿Dónde lo encontraste? —Preguntó ella. —Mmm? —Ash murmuró, levantando la cabeza. —El mapa. —Mia trazó la línea del tatuaje de Ash con la punta de su dedo. —¿Donde estaba? —Un viejo templo, —suspiró Ash, hundiéndose en el pecho de Mia—. En Ashkah. —Ella se retorció más cerca mientras Mia continuaba acariciándole la espalda—. Que bien… Sigue haciendo eso. Mia chupó su cigarillo y expulsó el aire gris. Un Trueno sonó fuera. —¿Qué tipo de templo? —Uno arruinado. Dedicado a Niah. ¿Por qué? —¿Quien lo hizo? La adoración a Niah ha sido ilegalizada durante siglos. Ash volvió a levantar la cabeza, con una nota de precaución en su voz —. No lo sé. Era viejo. Oculto también. Tallado en piedra roja, en las montañas del norte. Cerca de la costa. —Y Duomo te envió a buscarlo, ¿sí? Junto con otros, me dijiste. Ashlinn miró a Mia un largo momento antes de hablar. Las olas rompieron contra su casco, la tormenta crecía más oscura y feroz afuera. —Éramos diez de nosotros. Un obispo del ministerio de Aa llamado Valens. Una manada de matones: un Liisiano llamado Piero, y dos Itreyanos llamados Rufus y Quintus. No puedo recordar el resto. No creo que Duomo confiara en los Luminatii, por lo que todos eran vendedores de palabras. También había una cartógrafa vaaniana llamado Astrid. Y yo. —¿Qué les pasó? —Murieron. Mia dio una larga calada a su cigarillo, con los ojos entrecerrados contra el humo. —¿Cómo? —¿Qué diferencia hace? —¿Los mataste? —¿Importaría si lo hiciera? 212

Mia se encogió de hombros y miró a los ojos azul cielo de la chica. Rufus fue asesinado por un rockadder. Valens y la mayoría de los demás murieron en el templo. —Ash miró la ceja de Mia y suspiró—. Había... cosas allí, Mia. En la cámara del mapa. Casi como los ratones de biblioteca en el Athenaeum de la Iglesia Roja, pero... más pequeños. Más rápidos. —Ash sacudió la cabeza, temblando ligeramente—. Atacaron mientras Astrid me estaba dibujando el mapa. Piero y sus vende-palabras intentaron salvar al sacerdote, todos fueron cortados en pedazos. Fue... caótico. Solo Astrid y yo salimos, y luego, solo yo. ¿Y qué le pasó a Astrid? —La maté, —dijo Ash, su voz plana—. Ella trabajaba para Duomo y no confiaba en ella. Así que le corté el cuello el giro que me hice grabar el mapa en mi piel. ¿Feliz ahora? Los relámpagos formaban arcos sobre los cielos, los truenos sacudían a la Doncella hasta sus huesos. —¿Por qué tatuarlo en tu espalda? —Preguntó Mia—. ¿Por qué tan cuidadosa? —¿Por qué preguntarme sobre todo esto ahora? —Antes nunca tuve oportunidad, —Mia se encogió de hombros—. Quiero saber cómo todas estas piezas encajan. Si vamos a esta Corona de la Luna... —¿En serio lo estás considerando? —Preguntó Ash. Mia dio una profunda aspirada a su cigarrillo—. No sé lo que estoy considerando todavía, Ash. Ashlinn frunció el ceño—. No me gusta, Mia. Toda esta charla de lunas destrozadas y dioses en guerra y demás. Apesta a podredumbre para mí. No confío en Tric tan lejos como podría arrojarlo. —Lo arrojaste por el risco de una montaña, si recuerdo. Ash parpadeó—. Oh, ahora hay algo. Honestamente, ¿La asesina más infame de la República de Itreya está a punto de darme una conferencia sobre la moralidad del asesinato?

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Mia habló despacio, abordando el tema con el mayor cuidado posible. —Era tu amigo, Ashlinn... —Él no era mi amigo, —escupió Ash—. No hay amigos en la Iglesia de Nuestra Señora del Bendito Asesinato. Y él no era un cordero perdido que yo sacrifiqué tampoco. Era el sirviente de un culto a la muerte que estaba tratando de quemar hasta los cimientos. Mató a un niño inocente para tomar su lugar entre las Espadas de Niah, Mia. Y no soy lo suficientemente hipócrita como para culparlo por eso. Pero solo porque tenga algunos hoyuelos bonitos no significa que no sea un jodido asesino. Tal como yo. Y justo como tú. Mia miró a Ashlinn a los ojos. Sus paredes estaban ahora levantadas, la suavidad desapareció, el fuego que respiraba en cada vuelta de su vida llegó rápidamente a sus labios. A pesar de toda su adoración, Ash no tuvo miedo de enfrentarse a Mia cuando sintió la necesidad. Empujando hacia atrás donde nadie más se atrevió, cortando directamente al corazón. Y efectivamente, había encontrado su marca. La verdad con la que Mia no podía discutir. ¿Cómo puedo culparla por hacer lo que he hecho cien veces o más? —Mi hermano murió en ese ataque en el Monte Apacible, —continuó Ash—. Y nunca me quejé por eso. Ni una vez te pregunté si tenías algo que ver con eso—. No maté a Osrik, Ash, —dijo Mia, desconcertada—. Fue Adonai. —Ese no es el punto, —respondió Ash—. No pregunté porque no importa. Lo que sea que hiciste, lo hiciste porque era necesario hacerlo. El remordimiento es para los débiles, Mia. Y el arrepentimiento es para cobardes. Lo que sea que hiciste permitió que ahora puedas estar aquí en mis brazos. Eso lo hace correcto. Y no voy a dejar que algunas tonterías sobre lunas y soles nos lo quiten. El trueno volvió a rodar, como si la Dama de las Tormentas estuviera espiando la ventana. Mia parpadeó cuando el rayo parpadeó y las sombras se encendieron en las paredes. Arrastrando su cigarillo y respirando humo en el aire.

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—Estoy soñando, Ashlinn, —confesó—. Todas las noches. Veo a mi madre y a mi padre. Excepto que no son mi madre y mi padre. Están discutiendo Sobre mí. Y cuando miro mi reflejo, hay alguien parado detrás de mí. Una figura hecha de llama negra, con un círculo blanco grabado en su frente. —… ¿Qué significa eso? —No tengo idea. De ahí mi deseo de ver todo el tablero, Ash. —No quiero sentir que soy una pieza en un tablero, —dijo Ashlinn, con un toque de desesperación en su voz—. No quiero que juguemos más este juego. Quiero que saquemos a Mercurio, que Scaeva muera, y que luego nos alejemos de todo esto. Un lugar tranquilo y lejos, muy lejos. Tú y yo. —Ash hizo un puchero—. Supongo que Jonnen puede venir. Si el pequeño imbécil aprende a mantener su lengua quieta en su cabeza. Pero él tiene su propia habitación. —¿Es así como ves que esto se desarrolla? —Preguntó Mia, con el cigarillo flotando en sus labios. —¿Encerrado en una cabaña? ¿Flores en el alféizar de la ventana y un fuego en el hogar? Ash asintió con la cabeza—. Y una gran cama de plumas. —¿En serio? —Mia arrastró profundamente, entrecerrando los ojos contra el humo—. ¿Nosotras? ¿Yo? —¿Por qué no? —Preguntó Ash—. Mi padre construyó una casa en la costa de TresLagos. Al norte de Ul'Staad. La malva y la campana solar se vuelven tan espesas que todo el valle huele a perfume. Deberías verlo. El lago está tan quieto que es como un espejo hacia el cielo. —Estoy... —Mia sacudió la cabeza—. No estoy segura de que estoy hecha para una vida así... Ash bajó los ojos, su voz un murmullo. —Te refieres a una vida conmigo. —Quiero decir... —Mia suspiró, tratando de formar sus pensamientos en palabras—. Quiero decir que nunca pensé en lo que haré después de esto. Nunca imaginé un momento en el que esta no fuera mi vida. Es todo lo que he sido durante ocho años, Ash. Es todo lo que hay. 215

Ashlinn se inclinó y la besó, con la mano en la mejilla, feroz y tierna. —No es todo lo que hay, —susurró. Mia miró a Ashlinn a los ojos y los vio brillar casi con lágrimas. Reflejando el rayo que se arrastra por los cielos oscuros afuera. —Te amo, Mia Corvere, —dijo—. Amo todo lo que eres. Pero hay mucho más para ti que esto. Sé que es posible que no veas una vida así por ti misma, pero puedes tenerla si lo deseas. No voy a acostarme aquí y decir que te lo mereces. Eres una ladrona, una asesina y una maldita y odiosa cabrona. Mia no pudo evitar sonreír. —Cierto. —Pero es por eso que te adoro, —respiró Ash—. Y cuanto más lo vivo, más me doy cuenta de que “merecer” no tiene nada que ver con esta vida. Las bendiciones y las maldiciones caen sobre los malvados y los justos por igual. La feria es un cuento de hadas. Nada es reclamado por aquellos que no lo quieran, y nada está reservado para aquellos que no luchan por ello. Entonces peleemos. A la mierda los dioses. A la mierda todo. Tomemos el mundo por el cuello y hagamos que nos dé lo que queremos. Ash la besó de nuevo, el sabor de las lágrimas ardientes en sus labios. —Porque te quiero. Ella no esperó la reciprocidad: Ash no era del tipo de personas que declararan afecto solo para escucharlas repitiendo. Sin inseguridad. Sin cebo La chica sabia como ella se sentía, confiaba en Mia lo suficiente como para compartirlo, y eso era todo. A Mia le gustaba eso de ella. ¿Pero la amo? Ash se acomodó contra su costado, abrazándola, apretándola con fuerza. —No hay nada que no haría por ti, para mantenerte a salvo, para ayudarte. Ash sacudió la cabeza y se sorbió las lágrimas. —Nada. —Lo sé, —susurró Mia, besando su frente.

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—Quiero estar contigo para siempre, —suspiró Ashlinn—. ¿Solo por siempre? —Por los siglos de los siglos. Mia permaneció allí por un largo tiempo después de que Ash se durmiera. Imaginando un lago tan quieto, como un espejo al cielo. Mirando la penumbra sobre su cabeza e imaginando un globo pálido brillando allí. Escuchando la tempestad cantar. Y maravillándose. Estaba empeorando. La Doncella Sangrienta era casi ciento veinte pies de roble robusto y cedro reforzado, construido para cortar la cara del océano como el bisturí de un boticario. Pero el oleaje aumentaba junto con los vientos, aullando y rechinando a su alrededor como una cosa salvaje en la madrugada. El barco fue lanzado como un juguete, las Damas de las Tormentas y los Océanos parecían furiosas. Sin Don Majo en su sombra, cada ola imponente trajo a Mia un triple temor: la tortuosa escalada, un silencio agónico e ingrávido, y luego una caída de boca en la oscuridad y un impacto que parecía que toda la tierra estaba terminando. Un momento de pausa. Y entonces todo comenzaba de nuevo. Por horas. Y horas. De cabeza. —Por el abismo y la sangre—, juró Ashlinn. Su hamaca estaba colgada en el barco para balancearse y mecerse mejor con el movimiento de la Doncella, pero incluso gastadas como estaban ambas, el sueño se había vuelto imposible. A medida que la tempestad empeoraba constantemente, los vientos aullaban, los truenos sonaban como si estuvieran justo encima de ellos, Mia se encontró saliendo de la hamaca y arrastrando sus cueros y botas. Con el vientre lleno de mariposas. Manos temblorosas —Quédate aquí, —le dijo a Ash.

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—¿A dónde vas? —A hablar con Corleone. A descubrir qué demonios está pasando. Se lanzó por la puerta del camarote a pesar de su miedo, tambaleándose con el violento balanceo y la sacudida. Cerrando la puerta de atrás, avanzó por un pasillo iluminado por lámparas arquímicas, con una mano presionada contra cualquiera de las paredes para mantener el equilibrio. Un miembro de la tripulación que se dirigía hacia abajo pasó junto a ella con murmullos de disculpas, empapado bajo su piel aceitosa. Podía ver que las tablas del suelo estaban mojadas, el agua de mar y la lluvia rodaban por la escalera que tenía delante. Al pasar por la cabaña de los Halcones, oyó que Carnicero todavía vomitaba, Bryn maldecía junto al Aquel que Todo lo Ve y todas sus hijas. Llamó a la puerta, Sid asomó la cabeza unos momentos después. —¿Todo está bien aquí?—, Preguntó Mia. —T-t-todo va... d-de m-maravilla, —gruñó Carnicero, su cara maltratada casi verde. —Estamos bien, —asintió Sid, agarrando la puerta para mantener el equilibrio mientras chocaban contra otra ola. —A Carnicero no le queda nada que vomitar, pobre bastardo. ¿Y tú? —Aún pateando. Me dirijo a hablar con el capitán. Ella se lamió los labios y respiró hondo—. Todos ustedes pueden nadar, ¿sí? —Sí, —Despiertaolas asintió. —Sí, —dijeron Bryn y Cantahojas. —¡Fuggin, hhurrrrkkkrkk! —Dijo Carnicero. —Creo que fue un sí, —sonrió Sidonio. —Mantén tu agudeza contigo, —dijo Mia—. No cierres la puerta. —Estamos contentos, Mia, —sonrió el gran matón—. Cada uno de nosotros ha mirado a la muerte a los ojos más veces de las que podemos contar. No hay que temer por nosotros. Ella le dio una palmada en el hombro a Sid, ahuecó el costado de su rostro. Mirando a su alrededor a estos hombres y mujeres que habían

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luchado junto a ella en la arena, y dándose cuenta de que también eran su familia. Y a pesar de todo, cuán feliz estaba de tenerlos con ella. Con un movimiento de cabeza, los dejó, tambaleándose por el oscilante suelo, bajando hacia la abertura de la escalera. Agarrando la barandilla, Mia luchó hasta llegar a la cubierta de arriba, intentando mantener el equilibrio. La tormenta era ensordecedora aquí, la lluvia caía como lanzas. Mia estaba asombrada por eso: las paredes de agua se alzaban por delante y por detrás, el mar era de un gris oscuro y sombrío. Su corazón se elevó en su pecho cuando un rayo desgarró el cielo, el viento era un aullido hambriento y sin boca, subrayado por los estallidos de blasfemia cegadora de BigJon. Mirando por encima de su cabeza, Mia podía ver marineros en las yardas de lluvia, tratando de asegurar una vela que se había liberado de sus ataduras. Se balanceaban en cables delgados, trabajando con una cuerda empapada y un lienzo pesado y empapado de agua, casi un cienpiés en el aire. Un resbalón, un tropiezo, en la cubierta o en el agua, cualquier error, y todo terminaría. —¿Qué diablos estás haciendo aquí? —Preguntó Corleone mientras subía a la cubierta de popa. El capitán estaba mojado hasta la piel, su abrigo estaba empapado y la pluma de su tricornio se marchitaba bajo la lluvia. La rueda estaba amarrada en su lugar, y el capitán estaba amarrado a ella, aferrándose como una lapa muy hermosa. —¡Pensé que habías dicho que esta tormenta no nos iba a romper! — Gritó. —¡Admito que pude haber subestimado su entusiasmo! —Gritó, sonriendo. Mia no pudo encontrar en como sonreírle de vuelta, sólo gritó a todo pulmón sobre el viento ensordecedor—. ¿Vamos a morir? —¡No si tengo algo que decir al respecto! ¡Tenemos una barriga llena que nos mantiene firmes, nuestra tormenta sopla nuestras velas y tenemos a los mejores salados de este lado de las Mil Torres! —Corleone parpadeó—. Además, ¡podría sentirme obligado a decirte mi nombre real si estuviéramos a punto de morir! —¿Es Gherardino? —Logró gritar—. ¿O Gualtieri? 219

—¿Qué pasó con los nombres B? —¡Ajá! —Rugió ella—. ¡Entonces comienza con una B! Él sonrió y sacudió la cabeza—.¡Tengo una confesión que hacer! —¿Entonces vamos a morir? —¡La razón por la que no quería parar por esos Luminatii! ¡Te estaban buscando a ti y a tu hermano, pero pensé que podrían estar detrás de lo que la doncella tenía en su vientre! —… ¿Y qué podría ser eso?— —¡Cerca de veinte toneladas de sal de arkemistas! (15) Los ojos de Mia se hincharon en sus cuencas. —¿Qué? —Sí, —asintió Corleone. —¿Estás diciendo que estamos navegando con veinte toneladas de alto explosivo debajo de nosotros? —Bueno... —Cloud se encogió de hombros—. ¡Probablemente más cerca de veintiuno! —¿En medio de una tormenta eléctrica? —Emocionante, ¿eh? —Corleone se rió en voz alta—. No temas, está bien guardado. ¡El casco tendría que separarse para que el rayo lo tocara, y ninguna tormenta es tan feroz! —¿Pensé que solo los corredores de Collegium de Hierro podían cargar esa basura? —Cloud la miró un largo momento—. Te das cuenta de que soy un pirata, ¿no? —Se echó la pluma empapada de los ojos y sonrió como un loco, aparentemente intrépido, a pesar del poder de los cielos sobre ellos. Al ver el rayo iluminar el brillo en los ojos de este hombre, Mia supo por qué sus hombres lo seguían. Al verlo reírse del alboroto a su alrededor, el peligro debajo de ellos, las manos firmes en el volante, no pudo evitar mantenerse un poco más alta a pesar de todo. —¡Vuelve abajo, Dona Mia! —Gritó—. Déjenme a mí y a mi tripulación manejar esto. ¡Ve a consolar a esa rubia gritona tuya! —... ¿Nos escuchaste?

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—Por las cuatro jodidas Hijas, ¡tendría que estar sordo o muerto para no haberte escuchado! —gritó—. Y bravo, por cierto. Toda una actuación. Mia podía sentir sus mejillas arder bajo el frío de la tormenta. —No te preocupes, —gritó—. Chico o muchacha, a quién le ruedes en mi barco es asunto tuyo. No me importa a quien folles. Pero si alguna vez necesitas compañía... Mia se encontró sonriendo a pesar de su miedo. —¡Vete a la mierda! —Bueno, gracias a esta tormenta, ¡la buena noticia es que ya no es mi única opción! Alentada por la confianza de Cloud, Mia decidió apartarse de su camino. Se dirigió cuidadosamente hacia el alcázar, entrecerrando los ojos bajo la lluvia, los nudillos blancos en la barandilla. El barco fue barrido y sacudido, y Mia tropezó dos veces, casi cayendo, su corazón martilleaba mientras miraba por el costado hacia los dientes del mar. Miró a los hombres que todavía luchaban con la vela suelta en el mástil de arriba. Preguntándose por qué alguien bajo los soles querría ser marinero. Y entonces ella lo vio. Era solo una silueta contra el gris acero del océano, más allá de la proa. Casi perdido bajo el rocío cuando chocaron de frente contra otra ola. Estaba de pie en la proa, con los brazos abiertos, la cabeza echada hacia atrás, largas rastas salinas empapadas de mar. —¿Tric? —Ella respiró. Otra ola se estrelló sobre la proa, toneladas de agua de mar helada corriendo por la cubierta y por los costados, pero allí permaneció a pesar de todo. Como una roca en medio del caos. Estaba demasiado lejos para que ella lo llamara, el resto de la tripulación parecía demasiado decidido a manejar la tormenta para atender cualquier preocupación menor. Mia comenzó a subir por la cubierta, aferrándose a la barandilla por su querida vida mientras otra ola se estrellaba sobre la cubierta. BigJon la vio, gritó una advertencia, pero ella ignoró al hombre. Avanzando con las manos heladas, sus uñas se volvieron azules, su piel se volvió blanca, más allá del palo principal y del antebrazo hasta que estuvo lo suficientemente cerca como para gritar. 221

—¿Qué demonios estás haciendo? —Gritó ella. Volvió la cabeza ligeramente, luego volvió hacia el mar, con los brazos abiertos. Las mangas de su túnica empapada se habían amontonado cuando levantó las manos, y Mia pudo ver esas extrañas manchas de salpicaduras negras, empapándolo de los dedos a los codos. —ORANDO! —¿A quién? —Gritó ella—. ¿Para qué? —A LA MADRE! ¡PIDIÉNDOLE A LAS SEÑORAS DE LOS OCÉANOS Y LAS TORMENTAS! — ¿De qué mierda estás hablando? —¡ESTA NO ES UNA TEMPESTAD ORDINARIA! —Gritó—. ¡ESTA ES LA ERA DE LAS DIOSAS! ELLAS ME PERCIBEN, TE PERCIBEN, ¡SABEN LO QUE ERES Y ADÓNDE VAS! —Pero, ¿por qué les importa? —Gritó sobre el trueno. —¡SON LAS HIJAS DE SU PADRE! ¡SI LA SEÑORA DE LAS TORMENTAS ROMPE NUESTROS MÁSTILES, ESTAREMOS A LA MISERICORDIA DEL MAR! —Él se volvió y la miró con esos ojos negros y muertos—. ¡Y LA SEÑORA DE LOS OCÉANOS NO TIENE MISERICORDIA, MIA! Él la despidió. —¡VAYA ABAJO! —Rugió—. ¡UNA HOJA AFILADA Y UNA LENGUA MÁS AFILADA NO SON DE USO AQUÍ! ¡LA ÚNICA ARMA EN ESTA GUERRA ES LA FE, Y TÚ NO TIENES NADA EN EN TI PARA LUCHAR! —Eres tú… —¡VETE! Mia retrocedió, toda la confianza que Corleone había infundido en ella se disolvió bajo esa mirada abisal. Tric se volvió hacia el mar, las manos negras se abrieron de nuevo. Otra ola se estrelló contra la proa, y Mia dio un paso adelante con un grito. Pero una vez que el aerosol se había despejado, él todavía permanecía allí, clavado en el lugar como si fuera un

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mago oscuro, con túnicas empapadas colgando sobre él como hierba envuelta en un cadáver flotante. Miró a su alrededor, la pequeña colección de ramitas y lienzos que era la Doncella; todo lo que se interponía entre ella y la muerte. De repente sintió una cosa pequeña y asustada, atrapada en algo más vasto de lo que podía imaginar. La imagen de ese peón en la palma de Scaeva brilló sin querer en sus pensamientos, sus palabras resonando en su mente. —Si comienzas por este camino, hija mía, vas a morir. Con las uñas azules arañando la madera, se arrastró a través del choque y el aullido y el frío profundo de los huesos, de vuelta a través de la cubierta, finalmente tropezando por las escaleras hacia las cubiertas de abajo. —Por los dientes de Maw, —susurró, con los dientes castañeteando. El barco gimió en respuesta, sus maderas en agonía. Podía escuchar a Cloud rugir a BigJon, y BigJon a la tripulación, voces casi tragadas en la tempestad. Mia regresó por el pasillo hacia su cabina, empapada, deseando saber dónde estaba el Don Majo. Preguntándose en qué oscuro rincón o escondrijo podría estar escondiéndose. Quería que volviera para quitarse este sentimiento. —El miedo es lo que evita que la oscuridad te devoré. El miedo es lo que te impide unirte a un juego que no puedes esperar ganar. Deteniéndose fuera de su cabina, miró hacia la puerta de enfrente: la habitación de Jonnen, cerrada y bloqueada. Podía ver una tenue luz debajo, escuchar sonidos suaves bajo la ensordecedora canción del trueno. De repente se dio cuenta de lo que estaba escuchando. Llanto. Ella tragó saliva. Recordando sus amargas palabras de antes, lamentando la hinchazón en su pecho. Era una pequeña mierda odiosa. Un mocoso malcriado. Un snob grosero e ingrato. Pero él era solo un niño pequeño. El era su hermano. Su sangre El trabajo precario de unos momentos con los ganzúas en el talón de ella botas de piel de lobo y la cerradura estaba abierta, la puerta siguió rápidamente. Se quitó el pelo empapado de los ojos y miró dentro de la 223

habitación. Vio a su hermano acurrucado en la esquina, atorado entre un pesado cofre y la pared, con las rodillas debajo de la barbilla. Eclipse estaba sentado frente a él, hablando en voz baja, pero parecía que incluso el lobosombra no era suficiente para calmar los temores del niño. Las mejillas de Jonnen estaban húmedas de lágrimas, sus ojos muy abiertos y asustados. —¿Hermano? —Dijo Mia. Él la miró con la mandíbula apretada y los ojos brillantes—. Vete, Coronadora, —espetó. Mia suspiró y entró en la habitación, goteando agua de mar. Acolchándose sobre las tablas del piso, se sentó frente a él. Después de una pausa incómoda, se apartó el pelo de la cara y extendió las manos para tomar las suyas. Sorprendentemente, no las retiró de inmediato. —¿Todavía teme las tormentas? —... LO SIENTO, MIA, NO ME DEJÓ MONTAR EN SU SOMBRA, PERO NO DESEABA QUE TE LO DIGA... Mia pasó una mano por los flancos de Eclipse, agradecida de que el lobo-sombra haya formado un vínculo tan rápido con su hermano. Aunque Mia era claramente una de las personas menos favoritas de Jonnen bajo los soles, el niño y el demonio eran muy unidos después de solo unas pocas semanas juntos. Pensando en eso aquí en la tormenta, Mia entendió por qué. Eclipse extraña a Casio. Y Jonnen le recuerda a él. Mia miró a su hermano y asintió. Él era un niño excepcional, ella tenía que admitirlo, no importa la enemistad que haya entre ellos. Sintió que la admiración crecía en ella, que él había elegido enfrentar la tormenta sin que el demonio se comiera su miedo. —Un hombre tiene que pararse sobre sus propios pies, ¿no? El chico la miró con esos ojos oscuros. Así como los de su padre. Así como los de ella—. Pero no tienes que quedarte solo, lo sabes, ¿verdad? — Mia apretó su pequeñas manos en las suyas—. Soy tu hermana, Jonnen. Estoy aquí para ti si lo necesitas.

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Se lamió los labios. Su voz tan suave que casi no podía oír sobre las olas, los truenos y la lluvia torrencial—. Es... es muy ruidoso. —Lo sé, —respondió ella—. Está bien, hermano. —¿Nos vamos a hundir? —Susurró. la Doncella se estrelló contra otro abismo, sacudiendo el barco hasta sus huesos. Las maderas crujieron y los océanos rugieron y el trueno retumbó, y Mia consideró decirle a Jonnen una mentira para callarlo. Pero aunque no tenía práctica en ser una hermana mayor, eso no se sentía como algo que una hermana mayor debería hacer. —Es posible —admitió—. Espero que no. —Yo... no se nadar muy bien. —Yo si puedo. —Ella le apretó la mano otra vez—. Y no dejaré que te ahogues. Él la miró con ojos negros reflejados con pequeños pinchazos de luz de linterna arquímica. Podía ver a su madre en él. Su padre también. Pero más que ambos, podía verlo a él: el bebé chillón que había sostenido en sus brazos esa noche en Nido del Cuervo. Todavía podía escuchar la voz de su madre, cansada y sin aliento desde el nacimiento, con los ojos brillantes mientras miraba a su hijo e hija con un amor ardiente e imposible. —Cántale, Mia. Él conocerá a su hermana. Y así, sintiéndose cada centímetro como una tonta, bajando la cabeza para que su cabello empapado ocultara la sangre que subía por sus mejillas marcadas y sonrosadas, Mia levantó la voz y cantó. La canción que su madre le enseñó. Tal como lo había hecho en aquel entonces. En los momentos más sombríos, en los climas más oscuros, Cuando el viento sopla frío en los cielos de arriba, Cuando los soles no brillen y las campanillas oscuras y oscuras, Aún así volveré a ti, mi amor. Siempre regresa a ti, amor verdadero. Mia se pasó la mano por los ojos y sacudió la cabeza.

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—Tienes razón, —se rió entre dientes—. Sueno como una arpía chillando para cenar... Ella sintió una ligera presión. Un breve apretón en su mano en la suya. Y al mirarlo a los ojos, vio que el niño ya no estaba llorando. —Tengo una idea, —murmuró, sollozando—. ¿Quieres dormir en mi habitación? De esa manera, si algo sucediera, estaré allí... Jonnen apretó los labios. Claramente queriendo consentir y claramente demasiado orgulloso para hacerlo. Mia intentó otra táctica. —Yo también tengo miedo. Dormiría mejor si estuvieras allí. —... Bueno, —dijo finalmente—. Si tienes miedo... —Vamos, —dijo ella, agarrando su manta y levantándolo. La nave rodó y se sacudió mientras regresaban al corredor, hacia la cabina de Mia. Llamó a la puerta, asomó la cabeza. Ashlinn se balanceaba en la hamaca, con los ojos en el techo y la cara preocupada. Pero cuando vio a Mia, sonrió, echó hacia atrás la manta y extendió los brazos. —Ven aquí, hermosa. —Ponte algo de ropa, —siseó Mia—. Jonnen va a dormir aquí con nosotros. —¿En serio? —Ash frunció el ceño, mirando a su alrededor—. Mierda, está bien, dame un respiro. —Mia arrastró a su hermano al camarote mientras Ashlinn salía de la hamaca, apartándose de la puerta. El niño estaba de pie con las manos entrelazadas delante de él, Lanzando miradas furtivas y curiosas a la tinta en la espalda de Ashlinn mientras la chica se inclinaba y recuperaba su calzoncillo, se lo puso sobre su piel desnuda. Mia se quitó los pantalones y la camisa empapados, hasta el calzoncillo relativamente seco debajo. Arrastrándose en la hamaca con Ash, apiló las mantas encima de ellas y llamó a Jonnen. —Vamos, está bien. El chico estaba inseguro, pero con su persistente temor a que la tormenta le golpeara los talones, se abrió paso a través de las tablas y se colocó en los brazos de Mia. Ella envolvió una segunda manta sobre sus hombros, hizo una mueca cuando él se movió y se retorció, todo codos y 226

rodillas puntiagudas. Pero finalmente, encontró una posición a su gusto, Eclipse se acurrucó a los pies de Mia y suspiró en la penumbra. —... JUNTOS... Mia envolvió un brazo sobre su hermano y el otro sobre la chica a su lado. Ashlinn se acomodó contra ella, sus cuerpos encajaban perfectamente, suspirando en el cabello de Mia. Mia besó la frente de su chica, y después de una pausa de plomo, arriesgó un beso en la parte superior de la cabeza de Jonnen. El niño no reaccionó, salvo tal vez para respirar un poco más fácilmente, un trozo de tensión desapareció de su pequeño cuerpo. Ella supuso que era un comienzo. Mia suspiró desde el fondo de sus pulmones. Las dos personas que le importaban quizás mas que nada en el mundo, aquí en sus brazos. Su centro Su familia Por lo que había luchado y sangrado todo este tiempo. Arriesgando cualquier cosa y todo. Y si podía matar por ello, sacrificaría todo en su vida por ello... ¿Quizás podría vivir para ello también? Mia miró hacia el techo. Imaginando un lago tan quieto, como un espejo al cielo. Mirando la penumbra sobre su cabeza e imaginando un globo pálido brillando allí. Escuchando la tempestad cantar. Y maravillándose.

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CAPÍTULO 17 PARTIDAS Casi no llegaron a Galante. La tormenta se prolongó durante una semana sólida, y aunque ningún rayo besó los explosivos en el vientre de la Doncella, el océano hizo todo lo posible para arrastrarlos a las tumbas de los marineros. Seis miembros de la tripulación se perdieron en las profundidades, barridos de las cubiertas o arrancados de los aparejos. Las velas en el mástil principal y en el palo de la mesana se partieron como arpillera podrida, el trinquete casi se partió por la raíz. A pesar de todo, Cloud Corleone se había parado al volante, como si por pura voluntad mantuviera su nave unida. Y, sin embargo, Mia sospechaba que no era el capitán, sino otra figura en la cubierta lo que hizo la diferencia entre todos los que vivieron y murieron. Un chico muerto. No se movió de la proa durante siete giros. Labios moviéndose en oración silenciosa a la Madre, pidiéndole que suplique a sus gemelos un respiro, piedad, silencio. Mia no sabía con certeza si la Madre escuchaba, o si sus hijas prestaban atención, pero cuando la Doncella entró cojeando en el puerto de Galante, desgarrada y sangrando, pero de alguna manera todavía a flote, Mia se dirigió hacia la proa y se apoyó en la madera a su lado. Estaba de pie con esas manos negras en las barandillas, una cortina de húmedos salobres enmarcaba su rostro. El viento aún soplaba y golpeaba sus talones, el agua debajo de un mar de casquetes blancos irregulares, la lluvia lloviznaba en un delgado velo gris. Todavía era oscuramente hermoso, su piel suave y pálida, sus ojos negros como tono. Pero Mia podía jurar que ahora tenía un poco más de color. Un leve rubor de vida en su carne. Una pista en la forma en que se movía. Ashlinn le había susurrado a Mia sobre eso cuando estaban a solas en su cabina: cómo se mientras mas se acercaban a la veroscuridad, Tric parecía más vivo.... Era como una sombra oscura de brujería, no se parecía a nada de lo que había escuchado o leído, pero Mia suponía que tenía 228

sentido. Si fue el poder de la Noche lo que devolvió la vida a Tric, podría parecer más vivo cuanto más se acercara la noche. Se preguntó qué era exactamente él. La magia de él y el misterio. Y cuánto se parecería al viejo Tric para cuando los soles finalmente fallaran. —¿QUÉ ESTÁS HACIENDO? —Preguntó, mirando hacia ella de reojo. —Solo mirando, —respondió ella. Él asintió, volviéndose hacia la joya blanca del puerto de Galante ante ellos. El puerto de las iglesias de la ciudad era una curiosa mezcla de arquitectura liisiana e itreiana, altos minaretes y elegantes cúpulas, jardines planos en la azotea y altos techos de terracota, centenares de miles de personas en sus calles. Las campanas de la catedral tocaban las olas, sonando a la hora, todo a tiempo. Mia había servido en la capilla de la Iglesia Roja aquí durante ocho meses al mando del obispo Diezmanos, y conocía la ciudad como un borracho conoce la botella. —Este fue el lugar donde nos encontramos, —dijo—. Bueno... nos reencontramos. Acababa de matar al hijo de un senador, si no recuerdo mal. —LO RECUERDO. TENÍAS PUESTO UN VESTIDO ROJO. Y UNA FLECHA DE BALLESTA EN TU CULO. —Ella sonrió, el viento arrojaba mechones en su cara—. No fue mi mejor momento. —LUCÍAS MÁS QUE BIEN PARA MÍ. La sonrisa se desvaneció. Un silencio incómodo colgaba entre ellos como una mortaja. Una gaviota solitaria cruzó el cielo sobre sus cabezas, cantando una canción triste. —Lo que...— Mia sacudió la cabeza, buscando cambiar de tema. —Lo que dijiste allí durante la tormenta, acerca de las Señoras del Océano y las Tormentas... ¿Eso era cierto? ¿Sobre que ellas... saben? —¿TIENES UNA CAJA DE PEDERNAL? Mia parpadeó ante la extraña pregunta—. Sí. —DÁMELA.

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Mia metió la mano en sus pantalones, sacó la pequeña losa de metal bruñido. Era un dispositivo simple: pedernal, mecha, combustible arkímico. Dos sacerdotes de plata en un puesto en el mercado. —Simplemente no la dejes caer en ningún lugar debajo de las cubiertas, ¿está bien? Tric tomó la caja con sus manos negras como la tinta, luchó un momento con el pedernal. Esos dedos suyos habían sido diestros como gatos, flexibles y rápidos. Su vientre se hundió ante otro recordatorio de que, tan hermoso como era, tan cerca de la oscuridad verdadera como podrían estar dibujando, a la luz del sol, este chico todavía no era quien solía ser. Pero después de un momento, encendió la llama y levantó el pedernal hacia ella. El viento aullaba, la lluvia escupía; la delgada lengua de fuego probablemente debería haberse apagado por completo. En cambio, cuando Tric lo sostuvo entre ellos, Mia vio que la llama parpadeaba y crecía, ardiendo aún más. Y aunque ella tenía el viento aullando a su espalda, el fuego se extendió hacia ella y alcanzó la tormenta. Como si… ... como si quisiera quemarla. —LA SEÑORA DE LA TIERRA DUERME COMO HIZO POR UNA ERA, —dijo Tric—. PERO MIENTRAS BUSQUES LA CORONA DE LA LUNA, LA TORMENTA, EL OCÉANO Y EL FUEGO SERÁN TUS ENEMIGOS. SON LAS HIJAS DE SU PADRE, MIA. EDUCADAS PARA ODIAR A SU MADRE Y A SU HERMANO. Y POR ENDE, A TI. Al ver el dedo de la llama alcanzarla, parpadear y agitarse, Mia sintió una astilla de miedo frío hundirse en su vientre. —TODAS LAS PIEZAS EMPIEZAN A MOVERSE. Y MIENTRAS TE ACERQUES MÁS A LA CORONA, MÁS FUERTE LUCHARÁN POR DETENERTE. —Tric sacudió la cabeza y apretó los labios—. ESPERABA QUE PUDIÉSEMOS LLEGAR MÁS LEJOS ANTES DE SER DETECTADOS. PERO LOS TRES OJOS DE AA TODAVÍA ESTÁN EN EL CIELO. NO LO NOMBRAN AQUEL QUE TODO LO VE POR NADA. —Estás diciendo que si nos dirigimos nuevamente al océano... 230

—LAS SEÑORAS INTENTARÁN DETENERNOS DE NUEVO. —Pero Ashkah y el Monte Apacible están a través del Mar de los Pesares desde aquí, —frunció el ceño—. No podemos caminar hasta allí desde Liis. Necesitamos viajar en barco. Tric miró hacia el puerto delante de ellos, con el mar a sus espaldas. —PODEMOS VIAJAR POR TIERRA POR UN TIEMPO, —ofreció —. RUMBO ESTE, A LO LARGO DE LA COSTA. CORLEONE Y LA DONCELLA TENDRÍAN QUE NAVEGAR ALREDEDOR DEL CABO DEL NORTE SIN NOSOTROS NI LA IRA DE LAS SEÑORAS, Y ENCONTRARNOS EN AMAI. QUE NOS DEJARÁ SOLO UN CORTO VIAJE POR AGUA, DESDE EL MAR DE LOS PESARES A ASHKAH. TODAVÍA PODEMOS ARRIESGARNOS LA IRA DE LAS GEMELAS, PERO UN VIAJE DE UNA SEMANA ES MEJOR QUE TRES. Mia negó con la cabeza. Ni siquiera se había decidido si realmente creía en todos estos dioses y diosas sin sentido. Aún no había decidido si incluso buscaría la Corona. Pero parecía que las divinidades habían decidido sin ella, y ella se estaba volviendo repentina y dolorosamente consciente de lo que podía significar tener un trío de diosas apiladas contra ella. —Cuanto más cerca llegamos a Veroscuridad, —dijo Tric, como si leyera sus pensamientos—, MÁS PROFUNDA CRECERÁ TU FUERZA. LO SABES. Mia asintió, recordando el poder que había ejercido durante la Masacre de la Veroscuridad. Atravesando sombras en la ciudad de Tumba de Dioses como una chica saltando charcos. Oscuridad líquida derribando la estatua de Aa fuera de la Basílica Grande a su antojo. Sólo la Madre sabía lo que podría lograr ahora que era mayor, ahora que la astilla que había estado dentro de Furiano residía en ella. Y ella podía sentirlo. Esos soles se hundían hacia el horizonte. Lento pero inevitable. La oscuridad dentro de ella se profundizaba. Se aceleraba. Las sombras a su espalda, esperando desplegarse en la luz moribunda. —PERO ERES VULNERABLE AHORA, —continuó Tric—. Y AHORA ES CUANDO BUSCARÁN DAR UN GOLPE. DEBEMOS 231

MOVERNOS CON PRECAUCIÓN. VIAJAR POR TIERRA FIRME ES MÁS SEGURO PARA NOSOTROS AHORA. Mia suspiró pero asintió—. De acuerdo entonces. Hablaré con Corleone sobre encontrarnos en Amai. ¿Estás seguro de que estarán a salvo sin nosotros a bordo? —AL TRATARSE DE LAS DIVINIDADES, NADA ES CIERTO, — dijo Tric. —PERO ERES SU OBJETIVO, MIA. TÚ ES LA AMENAZA A LOS OJOS DE AA. —Supongo que tendremos que comprarnos algunos caballos. —Mia frunció el ceño y escupió en la cubierta. —Odio los caballos. Tric sonrió, su hoyuelo arrugó su pálida mejilla—. LO RECUERDO. —Ella lo miró entonces. Su voz solo un susurro en el viento—. ¿Qué más recuerdas? Él inclinó la cabeza y la expresión de sus ojos le hizo doler el pecho. —TODO, —respondió. — ¿Qué noticias, Cuervo? Mia se volvió y vio a Sidonio y Cantahojas de pie detrás de ella. Despiertaolas y Bryn estaban en el estribor, el hombre grande apuntando a la ciudad y dándole a la chica de Vaania un recorrido rápido por los puntos de referencia. Detrás de ellos, Mia podía ver a Carnicero inclinado sobre la barandilla, que se secaba al mar. Cantahojas miró a Tric con abierta sospecha, y Mia se preguntó qué pensaría la ex sacerdotisa en entrenamiento de una Caminata sin hogar entre ellos. Pero los ojos de Sidonio estaban fijos en Mia. —Tenemos que viajar por tierra, —les dijo—. Esta es la situación, además del ministerio de Aa, la Legión Luminatii e Itreya, y la Iglesia Roja, aparentemente ahora las Señoras de Tormentas y Océanos también están disgustadas conmigo. —¿Tú... qué piensas?— Carnicero logró jadear. —He vomitado los dos... pulmones y una de mis jodidas joyas desde que nos metimos en este maldito cubo de mierda.

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—Cuida tu lengua, meada-comadreja, —llegó una voz—. O te voy a cortar tu otra nuez. BigJon frunció el ceño ante el ex gladiatii, con los puños en las caderas. El primer compañero y su capitán se habían unido al grupo en la proa mientras la Doncella se acercaba hacia el Puerto de las Iglesias. BigJon estaba empapado a través de esta piel y parecía salado para arrancar, su pipa de hueso de draco colgando de un lado de su boca. Por su parte, Corleone parecía exhausto de una semana de batalla constante al volante, su ropa se aferraba a él como el pelaje de una rata anegada. Pero el fuego no atenuado por los ojos del hombre. —¿Escuché que nos dejas? —Le preguntó a Mia. La chica asintió—. Por un tiempo. Estar a bordo es ponerte a tí y a tus hombres en peligro. —Bollocks, eso fue apenas una brisa. —Cloud pisoteó la cubierta—. Mi Doncella es tan sólida como la tierra bajo tus pies. —Deberíamos ver el maldito trinquete, al menos, —dijo BigJon—. Tengo una división más profunda que la de los senos de mi tía Pentalina. Las bombas de achique están funcionando como un perro sarnoso de tres patas, y vamos a tener el cerebro de los tejones si no volvemos a calafatear... —Ya sabes, —suspiró Cloud a su primer ayudante—, para un hombre con una polla como un burro, te impresionas como una anciana. (16) BigJon se rió entre dientes, con la caña de la pipa apretada entre sus dientes de plata. —¿Quién te dijo que la tengo como un burro? —Tu madre habla dormida. —Viajaremos por tierra, —sonrió Mia—. Eso te dará un respiro para las reparaciones, y aún tendrás suficiente tiempo para encontrarnos en Amai. Miró a Tric—. Será más seguro para todos nosotros. —SÍ. Corleone alzó una ceja—. ¿Alguna vez han estado en Amai?

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—No, —respondió Mia. —NO, —respondió el chico muerto. El capitán y su primer compañero intercambiaron una mirada inquieta. —Yo... —Carnicero gimió desde la barandilla— ... c-crecí allí... —Una infancia agradable, ¿verdad? —Preguntó BigJon. —En realidad no. —El gladiatii se secó los labios, se mantuvo con un gemido en sus inestables piernas. —He oído hablar de ese sitio, —dijo Cantahojas. —Ciudad áspera. —¿Áspera? —BigJon se burló—. Es el pozo más negro de bastardos, ladrones y asesinos a este lado de la Gran Sal. Todo el lugar es un enclave pirata. Y ninguno de ellos es del tipo Bastardo Encantador. Son capaces de violar y matar a toda su familia. Corleone asintió con la cabeza. —el Gran Asentamiento de Su Majestad, Einar 'el Curtidor' Valdyr, El Lobo Negro de Vaan, Azote de los cuatro mares, Rey de los Sinvergüenzas. Sidonio parpadeó—. ¿Los piratas tienen reyes? Cloud frunció el ceño—. Por supuesto que tenemos reyes. ¿Cómo pensaste que funcionábamos? — No lo sé. Pensé que serían un colectivo autónomo o algo así. — ¿Un jodido colectivo autónomo? —BigJon miró a Sid de arriba abajo. —¿Qué tipo de gobierno trasero-retrasado con-cerebro-de-mierda es ese? Suena como una receta de caos. —Sí, —Corleone asintió—. Trabajamos por un sistema, amigo. El hecho de que seamos piratas no significa que seamos bandidos sin ley. Sid parecía asombrado— ... ¡Eso es exactamente lo que significa! (17) —Está bien, está bien, —suspiró Mia—. ¿Hay alguna forma de llegar de Liis a Ashkah que no sea cruzar el Mar de los Pesares? —No, —dijo Corleone. —¿Hay un puerto importante en Liis que esté más cerca de Última Esperanza que Amai? 234

—No, —dijo BigJon. —Bien, bueno, dejemos de molestarnos y comencemos a caminar, ¿de acuerdo? —Dijo Mia—. Nos ocuparemos de su majestad Einar Whatsit, Azote de donde sea, cuando lleguemos allí. La noción de Mia obviamente no le sentaba bien a Corleone, pero sin una alternativa real que ofrecer, el corsario finalmente se encogió de hombros. —Bien, necesitaremos suministros, —dijo Sidonio—. Caballos y arneses. Armas. Armaduras. — Podemos permitirnos las molestias, —dijo Mia—. Pero nos quedará una pequeña y preciosa cantidad moneda después. —Tenemos el kit de ese jodido Luminatii y sus hombres asesinados en su camarote, —ofreció Cloud—. Cuatro marines más un centurión. Acero, escudos, cuero y cadena—. Eso podría funcionar —dijo Sidonio—. Haciéndonos pasar por soldados que se mueven por tierra, es menos probable que nos molesten los esclavistas y demás. Tendremos que deshacernos de los uniformes una vez que lleguemos, por supuesto. Pero yo era un oficial de la legión, así que hablo lenguaje si nos encontramos con alguna otra gente del ejército en el camino a Amai. — Parece que nos tendrás que guiar, entonces, Centurión, —dijo Mia, saludando. El grupo estuvo de acuerdo, y sin mucho más ruido, se dispusieron a reunir sus escasas posesiones. Cuando la Doncella atracó en Galante, estaban reunidos en cubierta. Sidonio y los Halcones aún no se habían puesto sus trajes de soldado, cada uno iba vestido todavía con la ropa común que habían comprado junto con su libertad. Ashlinn estaba con Jonnen, cargando el pequeño saco de “elementos esenciales” que había comprado en FuerteBlanco sobre su hombro. Eclipse se paró en la sombra del niño, haciéndola lo suficientemente oscura para dos. Tric finalmente había bajado de la proa, esperando junto a la pasarela. —Las hijas te vigilan a ti y a los tuyos, Mia, —dijo Corleone, extendiendo su mano.

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—Estoy esperando exactamente lo contrario, —sonrió, sacudiendo la mano que le ofrecían. —Haremos nuestras reparaciones, luego iremos alrededor de la capa. Supongo arribaremos antes que ustedes a Amai, pero te esperaremos allí. Vigila tus pasos una vez que estés dentro de la ciudad, mantente alejada de otros salados. Mantén la cabeza bien baja y sé tú misma. Dirígete directamente a la taberna, te estaremos esperando. —Conozco una pequeña y bonita capilla hacia Trelene en la playa, doña Mia, —dijo BigJon con una sonrisa plateada—. Esa oferta de matrimonio todavía está en pie. —Gracias a los dos, —sonrió—. Azul arriba y abajo. —Arriba y abajo, —sonrió Corleone. —Bartolomeo? —Mia levantó un dedo en el pensamiento—. No, no... ¿Brittanius? El corsario solo sonrió en respuesta—. Te veo en Amai, Mi Dona. Camina con cuidado. El capitán y su primer compañero se dedicaron a sus asuntos. Mia y su grupo marcharon por la pasarela uno por uno. Bajando la capucha, Canta se puso de pie y miró hacia el Puerto de las Iglesias. Galante era el hogar de una capilla de la Iglesia Roja; estaban en riesgo mientras permanecieran en la ciudad. Mia estaba ansiosa por moverse, pensando en Mercurio a merced del Ministerio y rezando a la Madre para que se sintiera bien. Sintió un pequeño escalofrío en la columna. Una forma delgada como una sombra se materializó en la barandilla a su lado, lamiendo una pata translúcida. Mia mantuvo sus ojos en el puerto—. ¿Vienes conmigo, verdad? —... siempre… —respondió el Don Majo. El viento aullaba en el espacio entre ellos, hambrientos como lobos. —¿… Todavía estás enfadada…? Ella bajó la cabeza. Pensando en quién y qué era ella, y por qué. Las cosas que la llevaron hasta ahí y las cosas que le hicieron a ella y a los que

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amaba. A pesar de todo. Ella frunció el ceño, extendió la mano y pasó los dedos por su nopelaje. —Siempre, —susurró. Mia odiaba los caballos casi tanto como la odiaban ellos a ella. Había nombrado al único semental al que le había gustado remotamente “Cabronazo”, y aunque la bestia le había salvado la vida, no podía decir que realmente le gustaba. Los caballos siempre le habían parecido cosas estúpidas y desgarbadas, y sus sentimientos no se vieron aliviados por el hecho de que cada caballo que había conocido le había desagradado al instante. A menudo se preguntaba si simplemente podían sentir su desdén innato. Pero al ver a los caballos en el establo de Galante reaccionar ante su hermano con el mismo nerviosismo que siempre mostraban a su alrededor, Mia supuso que debía ser el toque de oscuridad en sus venas. Ahora estaba más consciente de ello que nunca. La profundidad de la sombra a sus pies. El fuego de los tres soles en lo alto, golpeándola como puños odiosos incluso a través de la capa de nubes de tormenta. La persistente sensación de vacío, de que algo faltaba cuando miraba a su hermano. Ella se preguntó si él sentía lo mismo. Si eso era quizás por qué, siempre tan lento, él parecía estar calentándose con ella. De todos modos, era más de lo que ese capullo Liisiano estaba calentándo a Bryn... —Te daré cien de plata por los siete, —decía la chica vaaniana—. Además del carro y la comida. —Estás loca, chica, —se burló el hombre del establo—. ¿Un centenar? Prueba tres. Estaban parados en un establo fangoso del lado este de Galante, lo más lejos posible de la capilla de la Iglesia Roja. Habían recogido suministros en el mercado, comida y bebida, y un buen arco de ceniza fuerte y tres carcajes de flechas para Bryn. Ella estaba parada con los pies plantados en barro y 237

mierda ahora, con las yemas de los dedos corriendo sobre el arco a su espalda y obviamente con ganas de usarlo. El hombre del establo era un pie más alto que Bryn. Estaba vestido de grises sucios y un delantal de cuero sucio con herraduras y martillos. Tenía la mirada persistente de un tipo que veía los senos como un impedimento obvio pero fascinante para la inteligencia. —Cien, —insistió Bryn, cruzando los brazos sobre el pecho—. Eso es todo lo que valen. —Oh, una experta, ¿verdad? Estas son las razas puras liisianas, chica. El antiguo equillai del Collegium de Remo, y una de las mayores flagillae siempre para honrar las arenas de la arena, puso los ojos en blanco. —Esa es una raza pura, —dijo Bryn, señalando al caballo castrado más grande—. Pero este es Itreya, no Liisiano. Es una raza pura, —dijo Bryn, señalando a una yegua—, pero tiene al menos veinticinco años y parece que ha tenido alguna lesión en el lomo en los últimos dos años. El resto de ellos son corredores que ya pasaron su mejor momento o apenas aptos para ser descuartizados. Así que martilla esas tonterías de pura raza donde Aquel que Todo lo Ve no brilla. El hombre finalmente dirigió su mirada de las tetas de Bryn hacia sus ojos—. Ciento veinte, —dijo—. Además del carro y la comida. —El hombre frunció el ceño más profundamente pero finalmente escupió en su mano—. De acuerdo. Bryn resopló, tosió y escupió su una enorme flema de su garganta, luego estrechó su mano con un aplastamiento húmedo, mirando al dullard a los ojos—. Trato, —dijo—. Capullo. El hombre del establo todavía se limpiaba la mano mientras ellos ensillaban. Mia estaba constantemente vigilando las calles a su alrededor, buscando rostros familiares. Claro que ella y Jonnen podrían haberse escondido debajo de su capa de sombras, pero los agentes de la Iglesia Roja probablemente reconocerían a Ashlinn, y Mia no podría ocultarlos a los tres. Por eso, ella prefirió confiar en el entrenamiento de Mercurio: pegada a las sombras y acechando debajo de los aleros, con la capucha baja mientras observaba a la multitud. Ashlinn estaba de pie cerca, mirando los 238

tejados. Sabía tan bien como Mia que esta era una ciudad de la Iglesia Roja, que la Obispa Diezmanos y sus Hojas los estarían buscando. Pero a pesar de toda su vigilancia, parecía que por ahora habían pasado desapercibidos. Con suerte, estarían fuera del puerto de la ciudad antes de que su fortuna y esta tormenta estallasen. —¿Listos? —Preguntó Sidonio. Mia parpadeó y miró a su convoy. Un carro cargado, tirado por dos caballos de tiro cansados. Media docena de yeguas y caballos castrados, cada uno con un ex gladiatii cubiertos con un atuendo militar de Itreya. Sidonio encabezaba la columna, luciendo muy resplandeciente en su armadura de centurión de hueso de tumba, a pesar de la lluvia que marchitaba el penacho rojo sangre en su yelmo. Le recordaba a Mia su pa... ... Oh, Diosa... Ni siquiera sabía cómo llamarlo ahora... —Sí, señor, —Mia logró sonreír. Ayudó a su hermano pequeño a subir al carro. Ash se dejó caer en la cabina detrás, apoyándose contra las bolsas de alimentación y bajando su capucha sobre su rostro. Solo Tric permaneció a pie, dándoles a los caballos suficiente espacio: Mia vio que se volvían con los ojos muy abiertos y nerviosos cuando él se acercaba demasiado. Subiendo al asiento del conductor, se acomodó junto a Jonnen. El trueno retumbó en lo alto y el niño se estremeció, la lluvia caía más espesa mientras los rayos lamían los cielos. Mia se subió la capucha de su nueva capa sobre su cabeza, le ofreció las riendas para apartar su mente de la tempestad y la de ella sus penas. —¿Quieres conducirnos? —Preguntó ella. Él la miró con expresión reservada—. No se como. —Te enseñaré, —dijo—. Será simple para alguien tan inteligente como tú. Con un chasquido del látigo y un suave empujón, el carro comenzó a rodar. Mia y sus camaradas se abrieron paso por las calles de Galante, sobre los adoquines y losas, pasando por las fachadas de mármol y las columnas acanaladas y las viviendas apiladas, hacia las puertas orientales. El camino

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los esperaba, y más allá de eso, Amai. Y sobre el Mar de los Pesares, Los Susurriales Ashkahi, su mentor, y cualquier demonio que la Iglesia Roja pudiera conjurar. Pero por ahora, Mia simplemente se acomodó junto a su hermano, instruyéndolo suavemente, sonriendo mientras comenzaba a divertirse. Sintió a Ashlinn en el carro detrás de ella, un ligero toque en su cadera. Mia se agachó y apretó la mano de su chica. Sus ojos en el chico que caminaba delante de ellos. Salieron por la puerta, y desde allí, el camino se abría más allá. El trueno cayó de nuevo, la lluvia golpeó las baldosas. Dos figuras se pararon en un tejado a la sombra de una chimenea, observando el convoy con los ojos entrecerrados. El primero se volvió hacia el segundo, con las manos hablando donde su boca no podía informa a Diezmanos El segundo indicó cumplimiento, se deslizó por los tejados. Chss permaneció de pie bajo la lluvia. Ojos azules en la espalda de los traidores. Cabeceo. pronto

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CAPÍTULO 18 CUENTOS —La Dama de las Tormentas es una perra odiosa, —murmuró Mia. Llevaban dos vueltas de viaje, El puerto de la Ciudad de las Iglesias ya había quedado muy por detrás. Avanzaban hacia el este a lo largo de la costa, tierras de cultivo hacia el sur, mares furiosos hacia el norte. La lluvia empeoraba constantemente, y el camino se convertía en un atolladero. Los caballos eran miserables, los jinetes aún más. Sidonio encabezaba la columna, con su capa de centurión rojo sangre y las plumas empapadas de lluvia. Tric caminaba paralelo al Itreyano, pero lejos del flanco para que su presencia no asustara a los caballos. La primera noche que acamparon, el chico muerto había trepado a un árbol para alejarse de ellos y así poder establecerse. Mia supuso que era bueno que él no durmiera. La buena noticia era, al menos para Mia, que la La Veroluz había terminado. Si bien aún podía sentir la ardiente luz azul de Saai y el huraño calor rojo de Saan más allá de la cubierta de nubes, también sentía por la atenuación de la luz y el alivio fresco en sus huesos, que Shiih finalmente había desaparecido por debajo del horizonte, llevándose con el un tercio del implacable odio de Aa. Un sol menos golpeando su espalda. Un sol más cerca de la veroscuridad. Y entonces… —¿Qué tan lejos estamos de Amai? —Preguntó Bryn. Carnicero simplemente sacudió la cabeza—. Todavía falta buen trecho, hermana. —Estoy más húmeda que una novia de primavera en su nuncanoche de bodas. Las quejas de Bryn fueron recibidas con gruñidos generales de asentimiento. Cantahojas viajaba junto al carro de Mia, escurriendo la lluvia de sus rastas salinas. La cara maltrecha de Carnicero parecía más oscura que las nubes de arriba. Los espíritus de todos parecían enterrados en el 241

barro debajo de sus pezuñas. Pero Sid había servido como Segunda Lanza en los Luminatii durante años antes de su servidumbre en Collegium de Remo, y Mia pronto supo que sabía cómo mantener el espíritu de su cohorte en el camino. —La primera mujer con la que me acosté era de Amai, —reflexionó en voz alta. —Oh, ¿En serio? —Dijo Carnicero, animándose. —Cuéntanos, —sonrió Bryn. Sidonio miró alrededor del grupo, se encontró con un coro de asentimientos y murmullos—. Bueno, su nombre era… —Espera, espera, espera... —dijo Mia. La chica cubrió las orejas de su hermano pequeño con sus palmas y presionó con fuerza. Por su parte, Jonnen se aferró a las riendas y simplemente parecía confundido. —Muy bien, escúpelo, —dijo Mia—. Y no escatimes detalles. —Su nombre era Analie, —dijo Sidonio mientras el trueno se extendía por encima—. Se mudó a Tumba de Dioses cuando era una joven muchacha. Se convirtió en una de los clientas de mi madre en la costura. Ella era un poco mayor que yo... —Espera, ¿cuántos años es “un poco”? —Preguntó Cantahojas. —Tal vez... ¿ocho? —Sid se encogió de hombros—. ¿Diez? —¿Cuántos años tenías? —Preguntó Despiertaolas, incrédulo. —Dieciséis. —¡Braaaaa-vo! —Dijo Ashlinn, dándole a Sidonio un aplauso lento desde la cama del carro. —Pequeño bastardo con suerte, —sonrió Mia—. Te habría comido viva. —¿Puedo contar mi maldita historia o no? —Bien, bien, —dijo Mia, rodando los ojos.

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—Correcto, —dijo Sid—. Entonces, sabía que me gustaba, pero siendo verde no tenía idea de qué hacer al respecto. Afortunadamente, Analie lo hizo. Yo solía hacer entregas para mi madre, y una vuelta, llegué al palazzo de Analie, y ella contestó a la puerta en... bueno, básicamente en nada. —Directo y al grano, —reflexionó Cantahojas, retorciendo sus cerraduras—. Me gusta. —Entonces ella me arrastró adentro y se inclinó sobre el diván en el Salón de entrada y me exigió que me ponga a trabajar, así que siendo del tipo complaciente, me puse a trabajar. Y aproximadamente diez, tal vez once segundos en el proceso, y me di cuenta de que tenía dos problemas apremiantes. —Problema el primero: estando demasiado entusiasmado como la mayoría de los chicos tienden a estar en su primer viaje al bosque, estaba a unos tres segundos del finalizar con la atadura. Problema el segundo: la puerta de entrada se está abriendo. Resulta que Analie estaba casada y su esposo había vuelto a casa inesperadamente. —Por el abismo y la sangre, —se rió Bryn—. ¿Qué hiciste? —Bueno, demasiado nervioso para pensarlo, me di vuelta para enfrentar el segundo problema en el preciso momento en que el primero se resolvía por sí mismo. —Oh, no... —jadeó Mia. —Oh, sí. —Sid golpeó sus manos juntas—. Fue como un disparo de una ballesta. —Vete a la mierda, —Carnicero se quedó boquiabierto—. No lo hiciste... —Sid asintió—. Justo en el ojo del pobre bastardo. Aullidos de diversión resonaron entre el grupo, haciendo eco a lo largo del camino embarrado, más fuerte que los vientos de la tormenta. Un granjero que trabajaba en un campo cercano se volvió para mirar, preguntándose por qué tanto alboroto. Mia se reía tanto que pensó que podría caerse del asiento del carro, aferrándose a ambos lados de la cabeza de su hermano con desesperación.

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—¿Qué es tan divertido? —Murmuró el niño. Mia le rompió quitó su mano de una oreja y le susurró— Te lo diré cuando seas mayor. —¿Qué hiciste? —Le exigió Cantahojas a Sidonio. —¿Qué crees tú? Corrí como una maldita liebre —Dijo Sid—. Salí por esa puerta, calle abajo, iba completamente desnudo, todo el camino a casa. Afortunadamente, el lobo estaba demasiado ciego para perseguirme, por lo que este conejo en particular logró vivir para coger otro giro. Más risas, Carnicero sacudió la cabeza con incredulidad mientras Mia se limpiaba las lágrimas de los ojos en la manga empapada. Sid suspiró—. Sin embargo, siguen siendo los mejores catorce segundos de mi vida. —La primera vez que hice acabar a un hombre con la boca, salió por mi nariz, —dijo Bryn. —¿Qué tú qué? —Mia jadeó. —Por la luz, —asintió la chica—. Casi me ahogo. Lo olí durante semanas después. Sin embargo, nos reímos de eso. Me compró un pañuelo para el gran diezmo. Otra ola de risas se estrelló entre el grupo al compás del trueno. Carnicero jadeaba como si hubiera corrido una carrera a pie, el cabello de Cantahojas se balanceaba mientras ella echaba la cabeza hacia atrás y aullaba. —¿Qué hay de ti, entonces, Canta? —Bryn sonrió. —Oh, mi primera vez fue desastrosa, —se rió la mujer, poniéndose la capucha empapada de nuevo—. Madre Trelene, no querrán saber nada de eso. Especialmente ustedes muchachos. —¡Vamos! No salgas con eso, —dijo Ashlinn, golpeando la cama del carro. —Sí, vamos, Canta, —se rió Sid—. No hay secretos en las arenas. La mujer Dweymeri sacudió la cabeza—. De acuerdo entonces. No me culpen si mi historia les da pesadillas. —Ella bajó la voz, como si le 244

estuviera contando una historia de fantasmas junto al fuego. Un trueno crujió ominosamente sobre sus cabezas—. El chico era de Farrow. Un macho fornido llamado LanzaPiedras que había estado vigilando durante unos meses. Un rosto como de una pintura y un culo como un poema. Estábamos en una fiesta de playa para Firemass, hogueras quemándose en el malecón. Hermoso. Romántico. Él había tomado tanto como para finalmente invitarme, y yo había tomado tanto que me gustó el sonido de su invitación. Así que nos dirigimos a las dunas y lo hicimos allí. Bien, no era su primera vez ni de cerca, él ya había conocido algunas chicas antes. Así que se las arregló allá arriba para durar un poco más que Tiro-Veloz Sid. —Me siento herido, Dona, —dijo Sid desde el frente de la línea. Carnicero silbó—. Justo en el puto ojo... —En fin, —dijo Canta cuando un rayo de un blanco cegador cruzó el cielo—. Me iba sintiendo un poco más valiente a medida que avanzábamos, así que con su entusiasmo, me subo a la cima para dar un paseo. Y comenzamos a hacerlo mas fuerte, y se siente realmente bien, y estoy rebotando con un abandono tan nuevo que se me escapa en el golpe ascendente y aterrizo justo encima de él en el golpe descendente y le rompí su pobre polla casi por la mitad. —¡Oh, Dios santo! —Gritó Sid, haciendo una mueca. —¡Nooo! —Despiertaolas miró a Cantahojas con horror—. Eso no puede suceder, ¿verdad? —Sí, —asintió la mujer—. Sangre por todas partes. Deberían haberlo escuchado gritar. —Madre negra, —se rió Ashlinn, cubriéndose la boca. —¡No! —Gritó Carnicero, señalándola—. ¡No, eso NO es gracioso! —Tiene un toque gracioso, —sonrió Mia. Bryn, mientras tanto, casi se caía de su caballo de la risa. Despiertaolas tenía una expresión de horror silencioso en su rostro. Sid estaba inclinado sobre el doble en fingida agonía, sacudiendo la cabeza. —No, no, ¿por qué mierda nos contaste esa historia, Canta? —¡Se los advertí! —Gritó sobre otro trueno. 245

—¡Voy a tener pesadillas! —¡También te advertí sobre eso! —¿Por la mitad?— Despiertaolas respiró. —Casi, —asintió—. Aparentemente tomó más de un año antes de que se le enderezara. Nunca me dejó acercarme de nuevo para comprobarlo, por supuesto. Todos los hombres del grupo se movieron en la silla de montar, mientras que todas las mujeres se rieron. —Ni siquiera puedo recordar cual fue el primero, —dijo Carnicero—. Mi padre y mi tío me llevaron a una casa de recreo cuando tenía trece años y estaba demasiado fumado para recordar la cara de la muchacha... En realidad, ahora que lo pienso, tal vez ni siquiera vi su cara... —Le rompí la nariz al chico la primera vez, —se ofreció Ashlinn alegremente. Mia frunció el ceño—. ¿Con tu puño, o...? —No, —dijo Ashlinn, señalando su entrepierna—. Ya sabes... sentada sobre él... mucho entusiasmo. —Oh... —Mia puso el rompecabezas en su cabeza—. Oh, entiendo… Ashlinn asintió con la cabeza—. Sin embargo, siguió adelante. Era un soldado, ese. — Chicos Vaanianos, —Bryn suspiró melancólicamente. —Mmmhmm, —asintió Ashlinn. —¿Qué hay de ti, Despiertaolas? —Sid se rió entre dientes—. ¿Alguna catástrofe por primera vez? —Espero que no me suceda, —respondió el hombre grande. Todo el grupo se calló, e incluso la tempestad de arriba pareció detenerse por un momento. Mia y todos los demás se volvieron para mirar al descomunal Dweymeri. Despiertaolas era un trozo de carne pura, nada dura para los ojos, y esa voz suya golpeó a Mia justo en las partes dulces. Ella no lo podía creer... —¿No has...? —Preguntó ella—. ¿Nunca?

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Sacudió la cabeza—. Estoy esperando a la mujer adecuada. Las damas intercambiaron miradas, todas excepto Bryn, quien simplemente acercó su caballo al de Despiertaolas y le regaló una sonrisa persistente. —¿Qué hay de ti, Cuervo? —Preguntó Carnicero. —No hay desastres reales, me temo. —Mia se encogió de hombros, quitándose el pelo empapado de los ojos y temblando—. Aunque... salí y asesiné a un hombre inmediatamente después. —Hmm, —asintió Cantahojas—. Curiosamente, eso encaja. Más carcajadas. Sidonio miró de reojo a Tric, que había estado caminando en silencio todo el tiempo, hasta los tobillos en el barro. Siendo un buen comandante y no queriendo que el niño se sintiera excluido, respirando o no, el Itreya se aclaró la garganta. —¿Y tú? —Preguntó. ¿Alguna calamidad en tu viaje inaugural? —NO, —dijo Tric simplemente. Ojos negros parpadearon hacia Mia y se alejaron de nuevo—. NO, ERA MARAVILLOSA. Los truenos rodaron como si fuera una señal, y a esa llamada, la lluvia comenzó a caer en serio, un aguacero más fuerte de lo que Mia podía recordar. Jonnen estaba acurrucado junto a ella, temblando en sus botas. El viento era un monstruo que arañaba y aullaba, arrancándose las capuchas de la cabeza y metiéndose debajo de la ropa empapada con las manos heladas. A Mia le resultó difícil recordar el calor sofocante de la arena hace solo unas semanas, metiendo las manos en las axilas para calentarlas. —¡Esto es mierda de caballo! —Rugió Bryn, sacando su arco y disparando una flecha a las nubes de arriba—. ¡PERRA! Sidonio entrecerró los ojos bajo el aguacero, escaneando el campo a su alrededor—. Podríamos tocar en una de estas granjas, —gritó Despiertaolas, dando golpecitos en su peto de soldado y en los tres soles grabados en él—. Declara que vamos por asuntos oficiales y esperamos que pase lo peor en un hogar agradable y acogedor.

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—¿Qué pasa con él? —Cantahojas llamó, señalando a Tric—. ¡Cualquier campesino ingenioso y digno de su horca trataría de quemarlo en una estaca al instante! —Se ve un poco más animado últimamente, —dijo Carnicero, mirando al chico—. ¿Tiene un poco más de color, tal vez? ¿O soy yo? —¡Ahí! —Llamó Sid. Mia miró en la dirección que señalaba el hombre. A través de la lluvia cegadora, pudo ver una ruina sobre una colina distante. Era una torre de guarnición, sus muros estaban desmoronados y había un puente levadizo roto, con su mampostería aplastada bajo las manos del tiempo. Parecía que se había construido durante la ocupación itreyana, cuando el Gran Unificador, Francisco I, marchó por primera vez con sus ejércitos contra Liis y desafió el poder de los Reyes Magos. Una reliquia derrumbada de un mundo una vez en guerra. —¡Buena vista del campo! —Gritó Sid—. ¡Con suerte, la bodega aún estará seca! —Los caballos podrían descansar, —gritó Bryn—. Este fango es un trabajo duro para ellos. Mia miró el camino por delante, hacia los cielos grises de arriba. —Muy bien, —asintió ella—. Echemos un vistazo. La torre tenía tres pisos de piedra rota, coronada con un espolón de piedra caliza afilada. Hace mucho tiempo, Mia imaginó que podría haber estado habitada por legionarios endurecidos. Hombres que habían cruzado las olas bajo la bandera de tres soles con la conquista en sus corazones y sangre en sus manos. Pero ahora, siglos después de que las legiones y el rey que las dirigía se hubieran desmoronado, finalmente la torre también se estaba desmoronando. La ladera habría sido despejada en el momento en que se construyó, pero ahora, la naturaleza había reclamado el ascenso y se estaba infiltrando en el edificio, separando la piedra y derribando las paredes como ningún guerrero de los Reyes Magos podría haberlo hecho.

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Tenía unos sesenta pies de ancho. La pared de un lado se había derrumbado, abierta a la lluvia y al viento. Pero la mitad de la cantería seguía siendo sólida, amplios arcos en la planta baja sostenían los niveles superiores, desmoronando las escaleras que conducían a los tramos superiores y bajaban a un sótano cubierto de maleza y, tristemente, inundado. En el centro del piso había un viejo foso de piedra para cocinar, lleno de hojas podridas. El grupo se acurrucó en la planta baja, relativamente protegidos de la tempestad, los caballos atados afuera con el carro. El cielo era gris como el plomo, la luz del sol se atenuaba y Mia podía sentir el poder dentro de ella agitándose de a poco, como su sangre después de demasiados cigarrillos. Hormigueando en la punta de sus dedos. Adormeciendo la punta de su lengua. Se preguntó cómo se sentiría cuando los dos soles restantes hubieran desaparecido del cielo. En que podría llegar a convertirse. —VOY A REVISAR LOS ALREDEDORES, —declaró Tric. —Sí, —asintió Sidonio—. Despiertaolas, ve a mirar desde arriba. —Dos ojos, —asintió el hombre grande—. Mantenlos bien abiertos. —Iré contigo, —ofreció Bryn, recogiendo su arco. Cantahojas miró a Mia y a Ashlinn, y el trío compartió una sonrisa de complicidad. Luego comenzaron a desempacar el equipo, colocaron la comida en algún lugar mientras Carnicero y Sidonio buscaron en la torre algo para quemar. Las maderas se habían podrido hacía mucho tiempo, pero cuando se descargó la carreta, la pareja había logrado arrastrar suficientes restos y hojas secas para alimentar un pequeño fuego en la cocina. —Bien, —dijo Sidonio—. Veamos si recuerdo cómo hacer esto. El Itreyano sacó la hoja de acero del sol tomada del centurión Luminatii que Mia había matado a bordo de la Doncella. Sostuvo la espada con ambas manos, cerró los ojos y murmuró una oración a Aquel que Todo lo Ve por lo bajo. Mia escuchó un sonido breve y agudo, como una inhalación, y la espada de Sid estalló abruptamente.

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—Por el abismo y la sangre, —dijo Carnicero, entrecerrando los ojos contra la luz. (18) —Impresionante, —sonrió Canta. —A veces olvido que eras Luminatii de buena fe, Sid. —No es tan impresionante, —dijo Sid, empujando la espada hacia la leña que habían reunido. —Sin embargo, ahorra combustible de la caja de pedernal. Los maderos y las hojas se engancharon y el fuego pronto ardió alegremente. Carnicero le hizo señas a Jonnen, su cara de pastel se abrió en una amplia sonrisa. —Ven a calentarte, muchacho, —dijo el Liisiano—. El viejo carnicero no muerde. Mia miró el acero solar con ligera sospecha, pero había luchado contra un Luminatii antes, y sus espadas nunca tuvieron el mismo efecto que una Trinidad completamente bendecida tuvo sobre ella. Y así, tomando la mano de su hermano, Mia lo condujo al pequeño fuego, ahora ardiendo ferozmente. Cuando se acercó, las llamas de la hoja de Sid parpadearon más brillantes, la madera húmeda crujió y estalló. Y mientras sentaba a Jonnen... —Por las Cuatro Hijas, —murmuró Carnicero—. ¿Podrías echarle un vistazo a eso... El fuego quería llegar a ella. Lenguas de fuego que se extiendían desde el hoyo y la espada de Sid como dedos codiciosos, arañando y parpadeando. Mia miró a Ashlinn, y de nuevo el fuego. Se arrastró alrededor del borde de la cocina, observando las llamas que le seguían, inclinándose hacia ella como árboles jóvenes en una tormenta, independientemente de la dirección del viento. —Joder, —respiró Sidonio. —Mierda, —Ashlinn susurró. —Sí, —estuvo de acuerdo Carnicero—. Mierda. Jonnen miró a su alrededor con incredulidad—. Todos ustedes tienen bocas sucias...

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Mia miró hacia el fuego, y a la tormenta desatada afuera. Las Damas de las Llamas y las Tormentas dejaban saber su disgusto con ella, y sintió un destello de ira en el pecho. Ella no había pedido esta ira, ni ser parte de esta maldita disputa. Y allí estaba ella, empapada en la piel, incapaz de navegar en los mares o calentarse por un hogar feliz. —No tengo miedo de un poco de viento y lluvia, —dijo—. Ni tampoco una maldita chispa. Mia metió la mano en sus pantalones, sacó un cigarillo y lo acercó a la espada de Sid para encenderlo. Pero como una serpiente, las llamas arremetieron, brillantes y feroces, y tuvo que retirar su mano con una maldición negra para no quemarse. —Continúa, Mia, —advirtió Sidonio. —... tal vez deberíamos hacer nuestro mejor esfuerzo para no invocar más enemistad de las hijas... Don Majo se materializó en los arcos de arriba, con la cabeza inclinada. —... ya parecen bastante molestos con nosotros... —...POR UNA VEZ, EL MININO Y YO COMPLETAMENTE DE ACUERDO... —gruñó Eclipse.

ESTAMOS

—... o, bueno, en ese caso, fuma todo lo que quieras, mia...— Eclipse suspiró cuando Sid sacó su espada del pozo de cocción que aún estaba ardiendo, deslizándola en su vaina para extinguir sus llamas. Mia sintió los ojos de sus camaradas sobre ella, su lento despertar a la extrañeza en el trabajo aquí. Habían visto su parte del mundo, y ninguno de los Halcones era ciegamente supersticioso, pero no podía ser fácil de asimilar para ninguno de ellos. Esta era la vida de Mia, y estaba teniendo problemas para encajar todo en su mente. Solo la Diosa sabía lo que estaba pasando por sus cabezas... Aun así, con una mirada a Sidonio y el pragmatismo que la había servido durante tres años en la arena, Cantahojas comenzó a tender una cuerda entre los arcos para colgar su ropa mojada. Carnicero desafió la lluvia, arrastrando más madera del exterior para que se secara por las llamas

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y, murmurando algo sobre “perímetros”, Sidonio salió a la tormenta para explorar con Tric. Con la cuerda anudada en su lugar, Canta le hizo un gesto a Jonnen. —Dame eso, joven cónsul, —dijo—. Atraparás tu muerte en eso. El niño obedeció en silencio, quitándose la capa y pasándola. Mia pudo ver que estaba temblando de frío, su túnica empapada se aferraba a su delgada figura. —¿Alguna vez blandiste una espada, hombrecito? —Preguntó Carnicero. —... No, —murmuró el niño. Carnicero sacó su gladius y pasó la vista por el borde—. ¿Quieres aprender? —No, carnicero, —dijo Mia—. Es demasiado pequeño. —Tonterías, tuve un niño de su edad. Él podía balancear una espada. Mia parpadeó—… ¿Tienes un hijo? El hombre miró su espada y se encogió de hombros una vez—. Ya no. El corazón de Mia se hundió en su vientre. —Diosa, Carnicero, soy… —Además, él es hermano de Mia el Cuervo, —sonrió torcido el liisiano, lanzándose alrededor del sujeto con más habilidad de la que había mostrado en la arena—. Si quiere estar a la altura de las hazañas de su hermana en la arena, será mejor que empiece a aprender ahora, ¿no? —Yo no… —No soy pequeño. —El niño se puso de pie, su antigua imperiosidad resurgió—. Soy muy alto para mi edad, en realidad. Y el padre dijo que todo lo que un hombre necesita para ganar es la voluntad que otros carecen. Mia se mordió el labio inferior y recordó las palabras de Scaeva en su estudio. Esa trinidad girando y ardiendo en su mano. El Imperator seguía de pie, seguía hablando, mientras estaba tendida en el suelo en una temblorosa bola de dolor. Padre…

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—No puedo discutir con eso, supongo, —suspiró. El rostro de Carnicero se dividió en su sonrisa dentada, y le hizo señas a Cantahojas, quien le arrojó su espada. Mia observó por el rabillo del ojo cómo el Liisiano comenzó a adiestrar a su hermano sobre los conceptos básicos de agarre, postura y tácticas (“En caso de duda, siempre elige los trucos”). Supuso que mantendría a Jonnen en movimiento, al menos. Mantenlo caliente. Pero la verdad era que parte de ella quería proteger al niño de este mundo suyo. Toda la mierda y el dolor en ella. Ash se sentó junto al fuego, Mia un poco más lejos para no correr el riesgo de quemarse. Las las llamas todavía la buscaban, pero no tan ferozmente como cuando estaba cerca. Canta se agachó, estirando las manos para calentarlas. Mia podía ver la horrible cicatriz en el brazo de la espada, obtenida durante su batalla con la sedosa en FuerteBlanco. Por esa herida casi la había vendido su domina, y Mia no pudo evitar preguntarle. —¿Cómo está sanando? —Preguntó ella. Cantahojas miró a Mia, la luz del fuego parpadeando en su piel tatuada. —Lento. —¿Cómo está tu empuñadura de espada? El labio de la mujer se arqueó, sus ojos se estrecharon. —No hay miedo en ese frente, Cuervo. Mia sacudió la cabeza y sonrió. —Nunca. Los Dweymeri observaron las llamas por unos momentos, obviamente luchando adentro. —Entonces, el sin alma, —dijo finalmente—. El chico muerto. ¿Cuál es su historia? —Es un amigo nuestro. —Mia miró a Ashlinn—. Bueno... mío, supongo.— —¿Qué quieres decir con “sin alma”? —Preguntó Ashlinn. —Quiero decir que no hay nada más que carne y hueso, muchacha. — Cantahojas tocó su peto—. Que está vacío aquí. ¿Por qué está viajando

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contigo? —Es... —Mia negó con la cabeza, mirando las llamas—. Es una larga historia. —Lo que dijo Carnicero era verdad, ya sabes—. Cantahojas miró hacia la lluvia como si temiera que Tric pudiera estar escuchando. —Yo también lo noté. Ahora hay más color en su carne que en FuerteBlanco. Menos frío en el aire sobre él. —Creo que es la luz del sol, —respondió Mia—. Se vuelve más fuerte cuanto más débil se vuelve. Tal como yo. Pero no temas, Canta. Ha sido enviado de vuelta para ayudarnos. Canta levantó una ceja oscura y sacudió la cabeza. —Estudié siete años a los pies del sufí en las Porquerizas, chica. Aprendí sobre cada dios, cada credo bajo los soles. Y ahora te digo que los muertos no ayudan a los vivos. Solo nos obstaculizan. Y no regresan para resolver asuntos pendientes. Lo que muere debería seguir muerto. Mia miró a Ashlinn, encontró a la chica mirándola con un mensaje que te lo dije, en sus ojos Pero Ashlinn tenía la presencia de la mente para guardar silencio. —Él es mi amigo, Cantahojas. —Mia suspiró—. Él me salvó la vida. —Míralo a los ojos, Cuervo, —dijo Canta—. No importa el nuevo rubor en sus mejillas o la fresca primavera en su paso. Nuestros ojos son las ventanas de nuestra alma, y te digo la verdad, su mirada es una habitación vacía. Sidonio pisoteó la tormenta, goteando de pies a cabeza y luciendo completamente miserable. Se quitó el casco y la capa empapada, se sacudió como un perro. —Por las Cuatro Hijas, está cayendo más duro que un demonio de tinta cabeceando por ahí... Miró alrededor del vientre de la torre, notó la tensión en el aire. —... ¿Qué pasa? —Nada, —dijo Mia— ¿Dónde está Tric?

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—Todavía vagando. —Sid se agachó junto a la cocina y estiró las manos hacia el fuego—. Se dirigió hacia el sur, revisando el monte bajo. Olfateando el aire mientras avanzaba como un sabueso en la caza. Extraño bastardo, ese. —Sí, —Ashlinn murmuró, mirando a Mia—. Mortalmente extraño. —Oye, Sid—, llamó Carnicero. —Ven aquí y muéstrale al chico ese movimiento de fantasía que haces. Con el que destripaste esa guadaña en FuerteBlanco. —¡Ah, te refieres a la viuda! — Sid sonrió, arrastrando su mano a lo largo de su cuero cabelludo—. No estoy seguro de que nuestro joven cónsul esté listo para eso. —Puedo hacerlo, —insistió Jonnen—. Mira. El niño arremetió con su gladius, uno, dos, su sombra bailando en la pared, sus pasos tan torpes como los de un niño de nueve años con cinco minutos de práctica en su haber. —Impresionante, —Sidonio sonrió—. Muy bien, te lo mostraré. Pero debes prometer no usarlo a menos que sea extremadamente necesario. Podrías matar a un sedoso con este. El Itreyano se puso de pie, caminó penosamente por el pozo de cocción y comenzó a mostrar a Jonnen el movimiento. Mia los observó por un momento, con una pequeña y triste sonrisa en sus labios. La verdad era, que este pequeño respiro, estos amigos y familiares a su alrededor, era lo más cercano que había tenido a la normalidad durante ocho años. Se preguntó cuál podría haber sido su vida. Lo que podría haber tenido antes de que se lo quitaran todo. Lo que ella habría cambiado por hacerlo de nuevo. Pero muy pronto, apartó los ojos del fuego y los dirigió hacia la tormenta. Viendo los árboles balancearse bajo el viento, los relámpagos arañando el océano de nubes negras arriba. Negras como sus manos. Como sus ojos Antes eran Color avellana... —Una habitación vacía, —murmuró. 255

—¿Qué dijiste, amor? —Preguntó Ash. Pero Mia no respondió.

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CAPÍTULO 19 TRANQUILO Bryn estaba lo suficientemente cerca de Despiertaolas para sentir el calor de su cuerpo. Preguntándose si ella debería acercarse aún más. Siempre le había gustado, a decir verdad. Grandes manos y hombros anchos y una voz que simplemente le hacía sentir. Pero no había tenido oportunidad para ese tipo de fraternización bajo la atenta mirada del executus en el Collegium de Remo, y de todos modos, el gran Dweymeri le parecía un poco ambivalente. Así que Bryn siempre había mantenido sus sentimientos en una pequeña habitación en la parte posterior de su cráneo, solo dejándolos salir cuando estaba sola en su celda durante la noche y el deseo de rascarse la picazón se volvía demasiado para ignorarlo. Pero ahora… ...ahora eran libres. Libres de hacer lo que quisieran. Los últimos dos años peleando y sangrando en las arenas le habían enseñado lo delgado que era el hilo que los sujetaba a esta vida. La pérdida de su hermano Byern seguía siendo un dolor intenso en su corazón, y Bryn se preguntó si alguna vez volvería a sentirse completamente sana. Pero sabía que solo los tontos no se arriesgaban cuando podían, y aquí estaba su oportunidad, de pie justo frente a ella. Desde la revelación de Despiertaolas sobre “esperar a la mujer adecuada”, la urgencia de decirle cuán dulce creía que era, la quemaba en su pecho. Demasiado brillante para ignorarlo. Incluso aunque quisiera. Y no quería hacerlo. —No puedo ver una maldita cosa en todo esto, —murmuró el hombre grande. Sus grandes ojos marrones miraban el campo a su alrededor. Los bosques y las rocas estaban cubiertos por una cortina gris de frío y lluvia torrencial. Gotas cristalinas rodaban por su piel lisa y oscura, el agua

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goteaba de su barba y sus rastas salinas negras. El intrincado tatuaje en sus mejillas parecía un enigma para resolver. —Es una tormenta, está bien, —estuvo de acuerdo. Estúpida, estúpida. Piensa en algo inteligente que decir, mujer. —¿Tienes frío? —Preguntó esperanzada. Despiertaolas negó con la cabeza, con los ojos todavía en la lluvia gris. Los relámpagos cruzaban los cielos sobre la torre derrumbada, iluminando la vegetación que se balanceaba debajo, la piedra rota, la ruina rastrera. por un momento, La luz era brillante como los soles, las sombras marcadas en negro, el mundo entero destellando en luz estroboscópica. Bryn se acercó y le dio un suave toque en el brazo. —Tengo frío, —declaró, en lo que esperaba era una voz sensual. —Puedes bajar las escaleras, —ofreció Despiertaolas, girándose para escanear el suelo hacia el sur—. Huele como si hubieran prendido el fuego. Puedo vigilar desde aquí arriba. Las cejas de Bryn se alzaron lentamente hacia la línea del cabello. Despiertaolas estaba completamente ajeno, miraba hacia la penumbra y tarareaba una melodía suave en ese barítono profundo de los océanos. Ella apretó los labios, haciendo un puchero en sus pensamientos, o al menos trató de pensar. La vibración de esos tonos suaves como el caramelo en sus lomos no lo hacía fácil. Muy bien. Esto requiere un asalto frontal. —Despiertaolas, —suspiró—. No quiero bajar las escaleras. —... ¿No? —No, —dijo ella, colocando su mano sobre su cadera—. Quiero que me calientes tú. El gran hombre se volvió para mirarla. Sus cejas se juntaron con lentitud glacial. —… ¿De Verdad?

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—¡Por las Cuatro Hijas! —Dijo exasperada—. ¡No me sorprende que nunca te hayas acostado! ¿Puedo hacer esto más obvio? ¿Agarrarte de sus jodidas orejas y plantar un beso en tus tontos labios sería de ayuda para aclarar la posición? El gran hombre le dedicó una sonrisa tímida—. Yo... ¿supongo que no dolería? Ella lo miró un momento más. Al ver sus ojos bailar con alegría, su sonrisa salió a jugar. Y luego lo agarró por el peto, se puso de puntillas y apretó los labios contra los suyos. Al principio se estaba riendo, su pecho ancho como un barril se agitaba bajo sus manos. Pero pronto la risa se detuvo, sus labios se suavizaron contra los de ella, su pecho se agitó por una razón completamente diferente. El arco de Bryn se deslizó de sus dedos mientras entrelazaba sus manos en sus rastas salinas, se subió a su cuerpo y envolvió sus piernas alrededor de su cintura. La empujó hacia atrás contra el parapeto, con grandes manos fuertes debajo de su trasero, sosteniéndola como si fuera liviana como plumas. Bryn lo apretó fuertemente entre sus muslos, la lengua parpadeando contra la suya, el calor de su piel llenándola hasta los huesos. Ella suspiró cuando él separó sus labios de los de ella, la lluvia caía entre ellos como si el cielo estuviera llorando, su corazón latía más fuerte que el trueno. —Yo no... —Él parpadeó de nuevo, sonriendo de alegría—. ¿De Verdad? —Oh, hijas, —se rió—. Vas a ser un trabajo duro. —Trataré de no ser demasiado pesado, —prometió. —Deja de hablar, idiota, —susurró Bryn, pasando la mano por su mejilla—. Hay mejores cosas que podrías hacer con tu boca. —No estoy seguro de lo que tú… La hoja brilló plateada, brillante como el rayo de arriba. Pasó el collar de la coraza de Despiertaolas y bajó a su pecho, cortando su corazón y llenando sus pulmones con sangre en un abrir y cerrar de ojos. Intentó hablar pero solo logró toser, salpicando la cara de Bryn con rojo. Contuvo el

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aliento para llorar justo cuando los truenos cayeron por encima, el crujiente anillo de la segunda cuchilla deslizándose bajo su axila se perdió en el ruido. Bryn sintió que el acero perforaba su pecho. Se sintió caer. Las manos la atraparon, esbeltas pero terriblemente fuertes, guiándola hacia la piedra con toda la gentileza de una madre sosteniendo a su bebé. Vio una figura sobre ella mientras el cielo seguía llorando. Vestido con un doblete negro y pantalones. Sus labios estaban fruncidos como si se estuviera chupando los dientes. Era uno de los chicos más hermosos que había visto en su vida. Piel pálida y ojos azules afilados. Se arrodilló sobre Despiertaolas en las losas a su lado, levantó un cuchillo reluciente y se cortó la garganta, de oreja a oreja. Simple y rapido. Bryn trató de llorar no, pero su boca estaba llena de sangre. Salada y espesa y demasiado para respirar. Y mucho menos gritar. Tengo frio. Burbujeando sobre sus labios. Los labios que había estado besando solo un momento antes. Tengo tanto frio. El hermoso chico se volvió hacia ella. Quiero que me calientes. Y se llevó un dedo a los labios, como si quisiera que ella se callara. Sucedió en un instante. Mia estaba recostada en los brazos de Ash, con la cabeza apoyada en los hombros de la chica, sus párpados cargados de sueño. Carnicero seguía instruyendo a Jonnen, sonriendo alegremente mientras el niño corría a través de posturas y huelgas torpes. Canta yacía en la piedra junto a la cocina y Sid miró las llamas cuando Mia escuchó el más leve susurro en el piso de arriba. Un susurro de acero. Mia levantó la vista al igual que Sidonio. Ambos intercambiando una mirada.

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—... ¿Despiertaolas?— Sid llamó. Mia se puso de pie. —¿Bryn? Un pequeño objeto cayó entre las gotas de lluvia y golpeó las losas a unos metros de distancia. Pequeño. Redondo. Blanco. —¡Vydriaro! El globo explotó con una nube húmeda, llenando el nivel inferior de la torre con una nube de vapor blanco. Pesado, rodando espeso, el arkímico sabor en la punta de la lengua de Mia le dice al instante lo que era. Desmayo. Un sedante, elaborado por Mataarañas en el Monte Apacible. Un buen aliento y... Sin pensar, sin respirar, Mia buscó las sombras en el suelo en ruinas fuera de la torre, y en un abrir y cerrar de ojos, cerró los ojos y Pisó desde el blanco y en el negro y la lluvia más allá. Ella arrancó su espada de hueso de tumba de su vaina y se giró, agachada, con el pelo cayendo detrás de ella en la tormenta. Vio una figura en las ruinas del nivel superior de la torre, un brazo de piel oscura colgando sobre el borde, un moño rubio, empapado en sangre. No… La ira burbujeaba dentro de su pecho. El mundo se desacelera más allá de un arrastre. Cada segundo astillándose en un millón de fragmentos brillantes. Cada gota de lluvia que caía a través de la penumbra a su alrededor era una joya perfecta, que caía lentamente, brillaban con una

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claridad tan repentina y sorprendente que cada una era como un diamante disparado directamente a su mente. Más formas, vestidas de oscuro, subiendo a través del matorral, saliendo de las sombras y la piedra rota. Reconoció a Remillo y Violetta de su tiempo en la capilla de Galante: solían ir a beber con ella durante el fin de semana. Arturo con cara de astuto que cruzaba la pared, le había prestado sus cigarrillos cuando intentaba dejar su hábito. El silencioso Chss sobre las almenas: el chico que la había ayudado a pasar el juicio de Mataarañas durante su tiempo juntos como acólitos. Y allí, el cabello castaño, corto y delgado como un dedo, pegado a su frente, moviéndose a través del matorral como un draco a través del agua ensangrentada, llegó la Obispa Diezmanos. Hojas, todos. Los Halcones, Ashlinn, Jonnen, todos ellos habían caído en el desmayo. Cinco para ella, entonces. No, ninguno Miró a la oscuridad a sus pies. Muchos. Un relámpago, un rugido de tempestad, una sombra negra parpadeante que se movía rápidamente a través del brillo. Ella Pisó a Arturo primero, más fuerte y más cruel, saltando de la oscuridad a sus pies y enterrando su espada chu-wufffff en su pecho. Una burbuja de sangre, un chorro de carmesí, espada de hueso que corta la piel y los músculos y los huesos y rojo, rojo, rojo bailando entre la lluvia. Ella giró la

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hoja, sintió sus costillas chasquear cuando ella la soltó, girando para verlo caer. Un grito sin forma sonó arriba, el hermoso Chss se agachó como un pájaro en su maldita glorieta, ojos azules asesinos brillaron en la danza del rayo. Estiró los dedos en la oscuridad a sus pies, profundamente encantadora, soltando un puñado como había visto hacer a Jonnen y extendiéndose a través del espacio entre ellos para cegar esos hermosos ojos azules —... detrás de ti... Escuchó el susurro en su oído cuando la sombra que no era un gato se convirtió en los ojos detrás de su cabeza. Moviéndose rápidamente, rodando hacia adelante mientras el cuchillo viajaba hacia su cabeza, lo suficientemente cerca como para escuchar que cortaba la lluvia a través del trueno. Ella giró en su lugar cuando Violetta arrojó otro, luego otro, hojasafiladas y negro-venenoso, no necesitaba desmayo ahora que tenían al pequeño Jonnen a su espalda y soñando soñando (Sueños de cielos negros y un millón de estrellas y un globo brillante arriba) dedos pálidos acurrucados en forma de garras y sombras oscuras acurrucadas en las botas de Violetta como serpientes hambrientas y Mia pisó en la sombra del árbol en el flanco de Violetta y hundió su espada larga directamente en el vientre de la mujer, de lado y retorciéndose, cortando por fuera, por dentro y por fuera otra vez, la columna vertebral de Violetta arqueándose, con la boca abierta como cuerdas de sus entrañas, brillantes y humeantes, derramadas en enredos de color rosa y rojo. 263

—Maldito… —... MIA...! Doblándose hacia atrás cuando la espada de Diezmanos silbó más allá de su barbilla, cayendo y rodando hacia la torre a través de la tierra, con el pelo en los ojos, arena en la lengua, el rugido de las multitudes de arena resonando en sus oídos. CUERVO CUERVO CUERVO pero eso fue ayer cuando las cosas eran simples y la Luna no tenía nombre y su padre todavía estaba Mi... Diezmanos retiró su puño, lleno de acero oscuro y reluciente, no diez sino uno, pero Oh, eso sería suficiente. Eclipse se alzó rugiendo en la pared rota detrás de la mujer, el miedo como un escalofrío en el viento, una forma cortada de una sombra más profunda de lo que Mia había imaginado, alguna vez había soñado, pero una sombra una sombra UNA SOMBRA todas iguales. Y Mia se dio cuenta de que, en lugar de caminar hacia el negro a los pies de un enemigo, o un árbol, o una piedra, en su lugar, podría usar el lobo que también eran sombras, y extendió la mano y Pisó a través de Eclipse en su lugar retirándose de la piedra hacia la espalda de la buena obispa y sintiendo el crujido húmedo mientras se balanceaba, con los dientes al descubierto, escupiendo odio, hueso de tumba afilado entre la lluvia que caía y cortando la cabeza de Diezmanos casi de sus hombros.

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Rojo en sus manos, en su rostro, en su lengua, delgada como el agua y dulce como el cobre en el aguacero, lo suficientemente profunda como para ahogarla y aún no lo suficiente nunca es suficiente no es así? una línea de dolor blanco como la navaja en el muslo, un destello de cuchilla, oscuro con veneno. Mia jadeó y se giró, Remillo arrojó otro, rozando el aire en el que se había quedado un momento antes, ahora vacío. Pisó en la sombra a sus pies y salió de la sombra Con forma de gato en el suelo detrás de él, levantando su espada larga, ambas manos en la empuñadura, los ojos de cuervo rojo rubí en la empuñadura observando cómo la cuchilla le cortaba entre las piernas y lo dejaba gritar, dividiéndolo hasta las caderas. Las manos resbaladizas ahora con sangre, manchadas en sus cueros, derramando de la herida que él le había regalado, veneno en su corazón acelerado, veneno en sus venas atronadoras. Cuatro de cinco caídos, pero aún no son suficientes. Demasiado lenta. —... mia...! Girando cuando Chss cayó, bello y silencioso DEMASIADO LENTO. —... MIA...! y clavó el talón en la parte posterior de su cabeza. Luz blanca. Crujido.

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Dolor. Ruido sordo. Entonces negro. El trueno volvió a caer, la lluvia golpeó la piedra como martillos en el yunque. Una figura solitaria, de pie con los puños cerrados y los ojos entrecerrados. Asomándose sobre la chica caída, el cabello se extendía como un halo oscuro y roto alrededor de su cabeza. Las pestañas revoloteando. Sin sentido y sangrando. —... aléjate... —siseó el no gato. —... NO LA TOCARÁS...—, gruñó el no lobo, parándose entre ellos. Chss los ignoró a ambos, atravesándolos y agarrando a Mia por el cabello. Con el rostro en blanco y pálido, el chico la arrastró sobre las rocas, de vuelta al refugio de la torre. La arrojó al suelo junto a sus camaradas inconscientes, cuidando de romper su cráneo contra las losas con mucha fuerza. —... miserable cur... —... ¡TE MATARÉ, BASTARDO...! El chico miró al lobosombra, su rostro quizás cada vez más pálido, un leve temblor en su paso. Retrocedió de la torre, miró a los demonios, luego se volvió hacia la carnicería. Las otras Hojas de Galante estaban esparcidas por las ruinas, sangrando o muertas. Violetta estaba de rodillas, derramando sangre en ríos de rubí entre sus dientes, tratando de volver a meter sus intestinos en su cuerpo. Levantó la vista cuando Chss salió sigilosamente de la torre, hacia el terreno roto donde yacía la obispa Diezmanos. —H-Chss... —ella lloriqueó—. A-Ayuda... El chico también la ignoró. Silencioso como la muerte. Alcanzando a su obispa muerta, el estrago que la espada de Mia había hecho en su cuello. La cabeza de Diezmanos todavía colgaba de una tira de músculos y piel, su columna vertebral se partió en dos. Chss buscó entre los restos humanos, finalmente agarró una correa de cuero y la soltó.

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Al final colgaba una ampolla de plata. —Ch... ss... —rogó Violetta. El chico regresó a la torre, a la deslumbrante luz del fuego. Los pasajeros de Mia estaban parados junto a su cuerpo, silbando y gruñendo, pero el chico no les hizo caso. En cambio, se arrodilló junto a las llamas y sostuvo la ampolla plateada a la luz. Rompiendo el oscuro sello de cera, vertió el contenido espeso y de color rojo rubí sobre la piedra. Y usando la punta de su dedo como un pincel, comenzó a escribir en el charco. Cuatro Hojas muertas. Niño y traidores capturados. Asesorar. Miró hacia la lluvia cuando el trueno se estrelló, vio a Violetta hundirse sobre su espalda en una piscina de sus propias tripas y mierda. Sacudiendo la cabeza con desdén. débiles Y entonces la sangre comenzó a moverse. Chss centró su atención en ello, esperando sus instrucciones. El vitus pertenecía a Adonai: cada obispo tenía un suministro en la capilla, lo usaba para enviar misivas de sangre de un lado a otro entre la montaña. Lo que fuera que estaba escrito en rojo, Adonai lo sabía. Pero más, debido a que la sangre todavía estaba unida al orador incluso a distancias imposibles, Adonai podía manipularla tan fácilmente como la sangre en sus piscinas. Chss observó cómo la gota de sangre se movía y se movía como mercurio a lo largo de la piedra húmeda. Se formó en letras, cuatro en una fila roja brillante. ORAR El Hermoso asesino frunció el ceño. Volvió a mirar hacia la tormenta, con el ceño perfecto mientras buscaba el significado de las instrucciones de Adonai. ¿Orar? 267

¿De qué estaba hablando el orador en nombre de la madre? Chss volvió a manchar la sangre con la piedra y comenzó a escribir de nuevo. No entiend… La sangre se movió. Se transformó en un brillante zarcillo y se enrolló alrededor de su dedo. Chss retiró la mano, pero la sangre se movió con él, deslizándose alrededor de su mano como una serpiente y deslizándose por la manga. El chico se puso de pie, con los ojos muy abiertos por la alarma al sentir la sangre que le subía por el antebrazo, el hombro y, desde allí, hasta la garganta. Lo arañó, jadeando por instinto cuando la inundación escarlata se deslizó por su barbilla, sus labios y su boca abierta. —¡Gnu-uuuhh! —Gorgoteó, sus labios se despegaron de sus encías sin dientes. Una burbuja de sangre apareció en su garganta, intentó inhalar, hacer gárgaras y toser. Aferrándose a su cuello, tambaleándose hacia atrás y casi cayendo en la cocina, el asesino tropezó bajo la lluvia. Con las manos en la garganta, la sangre que brotaba de su nariz y los ojos hacia su boca mientras se ahogaba, la cara pálida se puso roja, girando en el acto, buscando algo... La hoja le separó la cabeza como un hacha cortando madera. El cerebro y el cráneo cayeron al suelo a sus pies cuando cayó de bruces en la piedra rota. Tric colocó su bota en la espalda del chico y arrastró su cimitarra de hueso de tumba, deslizó su segunda espada en el corazón de Chss y la giró por si acaso. Un rayo rasgó el cielo, las manos blancas arañaron las nubes con furia. Manos negras sostenidas con las palmas hacia arriba. — ESCÚCHAME, NIAH, —dijo el chico muerto—. ESCÚCHAME, MADRE. ESTA CARNE, TU FESTÍN. ESTA SANGRE, TU VINO. ESTA VIDA, ESTE FINAL, MI REGALO PARA TI. TENLO CERCA. —... ya era hora de que aparecieras... Tric se volvió hacia el gato de las sombras, sentado en la pared rota y lamiendo su pata translúcida. El lobo hecho de sombras lo miró desde el 268

lado de su amante. —... UN POCO TARDE PARA UNA ENTRADA DRAMÁTICA... —EL DRAMA NO ERA MI INTENCIÓN, —respondió—. LO MATÉ TAN RÁPIDO COMO PUDE. —... ya estaba muerto... —suspiró el no gato. —… MIRA… Tric enfundó sus espadas y contempló los restos del cráneo de Chss. Entre los fragmentos de calavera y cerebros punteados, sus ojos captaron una pizca de movimiento. Una delgada cinta de sangre, que se arrastra hacia arriba desafiando toda gravedad, que se acumula entre la lluvia en la parte posterior del jubón de cuero del niño caído. La sangre luchó por mantenerse unida, cada vez más arrastrada por el aguacero, diluyendo el líquido casi hasta la inutilidad. Pero antes de que perdiera por completo la cohesión, desangrándose en el charco de los hermosos restos de Chss, la sangre logró formarse en formas simples. Cuatro letras que formaron una sola palabra. Un nombre. NAEV.

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LIBRO 3

-UNA CASA DE LOBOS

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CAPÍTULO 20 ROMPER Frío. Esa fue la primera sensación que sintió Mia. El frío se filtró en sus huesos. La piedra a su espalda. Fría, dura y húmeda. Ella levantó la mano e intentó moverse. Dolor. En su cabeza. Su espalda. Su pierna. Sus dedos tocaron su frente y un gemido escapó de sus labios, la luz de arriba era demasiado brillante para abrir sus ojos. —TODAVÍA NO TE LEVANTES—, llegó una voz. —PUEDES TENER UNA CONCUSIÓN. Mia abrió los ojos, maldito sea el dolor, vio a un chico que alguna vez le hubiera encantado tener sobre ella. Un trueno rodó, agitando el dolor en su cráneo. Ella hizo una mueca cuando el relámpago bailó, parpadeó y volvió a cerrar los ojos. La impresión del golpe permaneció en sus párpados, fragmentos de memoria cambiando en el resplandor desvanecido. Oscuridad. Cuchillas. Sangre. —Chss, —jadeó, sentándose. Sintió las manos de Tric sobre sus hombros, sorprendentemente cálidas, escuchó sus suaves murmullos ordenándole que se quedara quieta, pero lo apartó todo: el toque suave, la voz profunda de los océanos, el dolor quebradizo de vidrio, subiendo por sus pies y respirando profundo y dispuesta a enfocar sus ojos. Su mente trataba de recordar. La Torre. Todavía estaban en la torre. Sid, Canta, Carnicero y, Diosa... Ash y Jonnen, todos estaban dispuestos alrededor de la cocina. Por un horrible momento sin fondo pensó que podrían estar muertos, que todos se habían ido, que no quedaba nada ni nadie. La idea era simplemente demasiado terrible de manejar, demasiado oscura para mirar. Pero entonces 271

vio el suave ascenso y caída de sus pechos, sintió un escalofrío cuando Eclipse se derritió en la sombra a sus pies y le quitó el miedo. —... TODO ESTÁ BIEN, MIA... —No, —susurró. Sus ojos encontraron los cuerpos, caídos y quietos. —No, no lo está. Tric los había dejado a un lado con esas fuertes manos negras suyas. Aparte de los demás, pero aún bajo la lluvia. La piedra a su alrededor estaba oscura por la sangre. Sus gargantas cortadas hasta el hueso. —Bryn, —susurró Mia, con la voz quebrada—. D-Despietaolas. —FUE RÁPIDO, —llegó una voz—. SINTIERON POCO DOLOR. —Oh, Diosa, —ella respiró, hundiéndose de rodillas junto a ellos. Mia extendió una mano temblorosa, las lágrimas le quemaron los ojos. Tocó la mejilla de Bryn y alisó los cabellos de Despiertaolas. Recordó la expresión de alegría en el rostro del gran hombre mientras hablaba de su vida en el teatro, las melodías de sus canciones hacían que sus giros en el colegio fueran mucho más fáciles de soportar. Recordó las palabras de Bryn sobre soportar lo insoportable en las arenas. Cómo en cada respiración, la esperanza permanecía. Excepto que Bryn ya no respiraba. —... lo siento, mia... Sus ojos se abrieron ante su susurro, las pupilas dilatándose de rabia. Ella levantó la vista hacia él, uniéndose en la pared frente a ella. La forma de un gato. La forma que había adoptado cuando era una chica pequeña, imitando a la querida mascota que Justicus Remo había asesinado delante de ella. La forma de algo familiar. Algo reconfortante. Algo para cegarla ante la horrible verdad de que él no tenía forma alguna. La ira se sintió tan bien. Si estaba enojada, no necesitaba pensar. Si estaba enojada, simplemente podía actuar. Herir. 272

Odiar. —Bastardo—, susurró. —… lo siento… —¡Hijo de puta!—, Gritó ella. ¡Te dije que esto sucedería! Te dije que no los quería aquí, ¡y ahora mira! ¡Mira lo que hiciste! —... la espada que los mató no era mía... —¡No habrían estado aquí si no fuera por ti! —Rugió ella, la ira ardiendo más brillante y más caliente hasta ella era toda ira—. ¡Eres una pequeña mierda egoísta! ¡Están aquí por tu culpa! ¡Están muertos por tu culpa! —... Mia, eligieron estar aquí... —¡Bastardo, por supuesto que lo hicieron! ¡Tan pronto como eludieran una deuda, dejarían de respirar! ¡Y lo sabías, y aún así tenías que abrir tu maldita boca! —Ella se puso de pie, gritando sobre el trueno—. Siempre ves más claro, ¿no? ¡Siempre lo sabes mejor! —… ¿Y si no hubieran estado aquí? ¿Entonces que? El momento de advertencia que tuviste fue suficiente para cambiar el rumbo de la batalla. Sin ella, todos ustedes estarían muertos... —¡No lo sabes! —Se enfureció—. ¡No sabes nada! —... Sé que estaban aquí porque te amaban, Mia. Tal como lo hago... — ¿Amor? —escupió ella—. ¡No me amas, no sabes lo que es el amor! —El gato no sacudió la cabeza, la tristeza se deslizó en el terciopelo de su voz. —… eso no es verdad. Soy parte de ti. Y tú eres todo de mí... —¡Mierda!—, Gritó, un rayo desgarrando los cielos. —¡Eres una sanguijuela! Un jodido parásito! ¡Me amas por lo que te doy, y eso es todo! —... Mia… —Quiero que te vayas, ¿me oyes? El no gato inclinó la cabeza. Se estremeció un poco. Y por primera vez desde el giro en que se conocieron, la primera vez que le habló desde la

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oscuridad de su propia sombra, todos esos años, kilómetros y asesinatos, sonó asustado. —… Qué quieres decir…? —¡Quiero decir, aléjate de mí! —Rugió, saliva volando, con los mocos derramándose por sus labios—. Vuelve a la tumba y gatea hacia el negro del que vienes. Encuentra a alguien más para viajar. ¡No te quiero cerca de mí! —... Mia, no... Ella estaba parada allí con las manos en puños, la sangre de sus amigos se acumulaba en sus pies, su cabeza latía al ritmo de su pulso. La vista de esos cuerpos, el recuerdo de la risa de Bryn, la sonrisa en la cara de Despiertaolas mientras se paseaba en su viejo y decrépito teatro... sentía su vientre llena de vidrios rotos, sus ojos se llenaron de lágrimas escaldantes. Eclipse se unió entre ellos, su voz baja de tristeza. —... QUIZÁS DEBERÍAS IRTE... —... ah, siempre podemos contar contigo, mestiza, para recibir consejos tanto inoportunos como sin pedir... —... TE DIJO QUE LA DEJARAS... —… No tienes derecho a una voz aquí. He caminado con ella durante ocho años, y tú, un puñado de latidos del corazón. Ahora silencia tu lengua antes de arrancarla... —... NO ME EMPUJES, GATITO... —... entonces sal de mi v… —¡SUFICIENTE! Mia retiró la mano, arañó el aire entre ellos, en la oscuridad de la que estaba hecho. El gato de las sombras aulló y se estremeció ante su golpe, una fina niebla negra salpicando la pared detrás de él antes de evaporarse en la nada. Se cayó, desapareciendo y fusionándose en el nivel roto sobre su cabeza. —¡Fuera de aquí!—, Rugió ella. —... Mia, no... 274

—¡Vete! —... Mia... —¡VETE!—, Gritó, levantando su mano nuevamente. Y con una mirada final Un suspiro suave —... como te plazca... Él desapareció. Mia se dejó caer de rodillas nuevamente, con los brazos alrededor de su pecho para contener los sollozos. De todas las muertes que había visto o tomado por su mano, estas duelen mucho más que casi todas juntas. Estos eran sus amigos. Gente que la amaba. Gente por la que arriesgó todo y que arriesgaron todo por ella a su vez. Todos esos meses en el colegio juntos, sangrando juntos, viviendo y luchando juntos, y al final, aquí fue donde terminaron. En una torre rota en un tramo de la nada. Todo había sido por nada. Ella sintió un suave toque en su hombro. —ESTÁN EN TU CORAZÓN AHORA, MIA, —murmuró Tric. El trueno sacudió los cielos de arriba. Lágrimas amargas brotaron de sus ojos. —¿Crees que eso lo hace más fácil? —Susurró. —ES CÁLIDO ALLÍ. LLENO DE LUZ, AMOR Y PAZ. Ella bajó la cabeza. Con la cara torcida mientras intentaba contener los sollozos. El viento era más frío de lo que nunca recordaba haberlo sentido. Las manos del destino, aún más frías. Y, sin embargo, estos no eran solo tópicos que Tric estaba hablando: en realidad había estado más allá del velo entre la vida y la muerte. Y si había algún tipo de paz en él... —¿Qué van a ver? —Susurró ella, mirándolo—. ¿Qué viste tú? El chico muerto se volvió hacia la tormenta de arriba, observando el gris con ojos del color de la noche. El trueno retumbó de nuevo y Mia se estremeció en el frío. Pasó mucho tiempo antes de que respondiera.

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—CUANDO DESPERTÉ DESPUÉS DE CAER, —dijo—, ESTABA EN UN LUGAR SIN COLOR. EL MONTE APACIBLE SE CERNÍA A MI ESPALDA, RODEADO TODO POR LA NOCHE. PERO ANTES DE MÍ, LEJOS EN LA DISTANCIA, PODÍA VER UN FUEGO BRILLANTE. PODÍA SENTIR SU CALIDEZ EN MI PIEL. Y ALREDEDOR, VI LAS CARAS DE TODOS LOS QUE HABÍA AMADO, QUE HABÍAN DEJADO ESTE MUNDO. —Él suspiró suavemente—. SABÍA QUE PERTENECÍA ALLÍ. QUE TODO ESTARÍA BIEN CUANDO ME SENTÉ A SU LADO. Y AHÍ ES DONDE ESTARÁN AHORA. EN UN LUGAR CÁLIDO Y SEGURO Y LEJOS DE TODO ESTO. JUNTOS. —Entonces por qué… Mia olisqueó con fuerza e intentó calmar su voz. —¿Por qué no te quedaste allí si es tan jodidamente maravilloso? —YO... —El chico sacudió la cabeza—... NO DEBO HABLAR DE ELLO. —Tric. —Mia tomó su mano. Se sorprendió de nuevo al sentir el calor. Donde una vez había sido duro como una piedra, ahora había una flexibilidad en su piel, sus dedos completamente negros contra su blanco como la leche. —Dímelo. Por favor. Seguía buscando en el cielo, la lluvia caía sobre sus mejillas como una hermosa estatua en el foro. Pero finalmente, él la miró con los ojos negros nadando de tristeza. —PORQUE CUANDO MIRÉ ENTRE TODAS ESAS CARAS, — dijo—, LAS CARAS DE TODOS LOS QUE HE AMADO, LA QUE AMO MÁS NO ESTABA ENTRE ELLAS. Mia sintió que se le revolvía el vientre y se le cortó la respiración. —VOLVÍ POR TI, MIA, —dijo Tric, con la luz negra ardiendo en sus ojos—. ESE FUE EL REGALO QUE LA MADRE ME OFRECIÓ. ELLA NO ERA LO SUFICIENTEMENTE FUERTE COMO PARA TRAERME DE REGRESO, SOLO PODÍA MOSTRARME EL CAMINO. —Él extendió la mano, manchada de negro—. TENÍA QUE RASGAR MI CAMINO A TRAVÉS DE LAS PAREDES DEL ABISMO MISMO. POR ESO RENUNCIÉ A MI LUGAR EN LA HOGUERA. NO FUE POR LA 276

OPORTUNIDAD DE REPARAR EL BALANCE O RESTAURAR LA LUNA O VER AL MUNDO ENDEREZARSE. NO ME IMPORTA NADA DE ESO. —Tomó la mano de Mia, la presionó contra su pecho, y ella se sorprendió al sentir un latido, fuerte y sordo bajo la palma de su mano—. PERO PODRÍA HACER MIL NEGOCIACIONES CON LA NOCHE POR UN MOMENTO MÁS CONTIGO. MORIRÍA MIL MUERTES Y LOS DESAFIARÍA A TODOS, SOLO PARA TENERTE EN MIS BRAZOS UNA VEZ MÁS. Todo el mundo quedó en silencio. Todo el mundo se quedó quieto. —Tric, yo… —TE AMO, MIA. Y POR LA NOCHE, TE AMARÉ PARA SIEMPRE. —... ¿Mia? La voz de Jonnen. Sacando a Mia del momento, de vuelta al frío, a la humedad, al dolor ya la sangre. Pero ella se demoró en los oscuros charcos de sus ojos por un momento más. Mano presionada contra el músculo de su pecho. Mirando a Ashlinn, dolorida y preguntándose. Rasgado en dos. —Mia? —Jonnen gimió de nuevo. —Está bien, hermano, —dijo, alejándose de Tric—. Estoy aquí. Se abrió paso a través de la torre, con la cabeza todavía palpitante, el cuerpo dolorido, la pierna sangrando bajo la tira de tela oscura que Tric sin duda había atado. Rodeando el fuego, observó las lenguas de fuego que saltaban hacia ella con hambre, finalmente se arrodill al lado su hermano con un silbido de dolor y recogió a Jonnen en sus brazos. Todavía estaba aturdido por el Desmayo, con los ojos inyectados en sangre y la cara pálida. Pero Eclipse se deslizó a la sombra de Jonnen para calmar sus temores, y Mia estaba lo suficientemente inmersa en su veneno como para saber que se recuperaría por completo en una hora más o menos, más rápido que los adultos, de hecho, que solo ahora comenzaban a agitarse.

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Mia le agradeció a la Diosa que todos habían sido agrupados, que el imperativo de tomar vivo a Jonnen había anulado el deseo de los asesinos de ver a los demás muertos. Podía recordar la batalla, el trueno de su sangre, el poder ondeando en sus venas. Nunca se había sentido así antes, nunca había manejado la oscuridad tan fácilmente, tan rápido. Era más que el hecho de que solo dos soles colgaban en el cielo ahora. El nuevo fragmento de la Luna dentro de ella, una vez de Furiano, ahora de ella, la había hecho algo más. Ella no pudo evitar preguntarse por Cleo entonces. La mujer que había escrito el viejo diario que el Cronista Aelio había encontrado en las profundidades de la biblioteca. Quién le había dado a Mia las únicas pistas reales sobre los Tenebros que había logrado encontrar. Quién se había pasado la vida recogiendo las piezas destrozadas de Anais, solo para tropezar sin completar el rompecabezas que se esperaba que Mia misma resolviera de alguna manera. Ese diario había hablado de un niño dentro de Cleo. Los pecados de la madre. ¿Podría haber tenido algo que ver con su fracaso? ¿Y qué había sido de la mujer misma? ¿Su hija? ¿Hijo? Tric la estaba mirando a través del velo de lluvia. Su declaración todavía resonaba en sus oídos, más fuerte que la tormenta que azotaba. —¿Cómo está tu cabeza? —Le preguntó a Jonnen. —Duele, —gimió. —Está bien, amor. Estoy aquí. Cuando todo es sangre... —... sangre es todo, —murmuró. Ella lo abrazó con fuerza, besó su frente. Pensando en todo lo que pudo haber sido, todo lo que pudo haber sucedido, su estómago se congeló de miedo.

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Esa sensación desconocida. El cosquilleo de su piel, la agitación en sus entrañas. La ausencia de un gato que no era un gato como un agujero en su pecho. Una pieza faltante de sí misma. Pero la ira la inundó para reemplazarlo, y se agarró con fuerza, desesperada, como un ahogado a un trozo de madera flotante. Dejó que la ira amarga y ardiente la llenase hasta el borde. La Iglesia Roja había tirado sus dados, enviado cinco de sus mejores hojas, vació el Capilla de Galante para derribarla. Habían fallado. Y ahora… Ahora que la Diosa es mi jodido testigo... Habría un ajuste de cuentas. —Naev. —ESO ES LO QUE DECÍA LA SANGRE. Estaban reunidos alrededor del fuego, todavía doloridos y tambaleándose por el Desmayo. Despiertaolas y Bryn yacían inmóviles y fríos en la piedra. Un fuego ardió en los ojos de los Halcones restantes, coincidiendo con el del pecho de Mia. —¿Quién diablos es Naev? —Preguntó Carnicero. —Una amiga mía, —respondió Mia—. Ella es una mano. Una discípula que trabaja en el Monte Apacible al servicio de la Iglesia. Le salvé la vida. Mia recordó la mirada de Naev parada al pie de su cama, sacando su cuchillo a lo largo del talón de su mano, la sangre brotando del corte y salpicando el suelo. —Ella salvó la vida de Naev. Así que ahora, Naev se la debe. Por su sangre, a los ojos deMadre de la Noche, Naev lo jura. —¿Entonces es una trabajadora de sangre? —Preguntó Sidonio. —No, ese es Adonai, —respondió Ashlinn, con la boca torcida—. Él y su hermana Marielle son sorcerii. Maestros de los antiguos magos Ashkahi, y tan jodidos de la cabeza como cualquier par de hermanos que te gustaría

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conocer. —Estiró las manos hacia el fuego, con los dedos curvados—. Ese bastardo mató a mi hermano. —DESPUÉS DE QUE AMBOS TRAICIONARON A LA IGLESIA ROJA, —respondió Tric. —Si quisiera saber de un gilipollas, iría a usar el retrete, Tricky. —¿Podríamos no comenzar? —Espetó Mia, su temperamento aumentaba—. ¿Por favor? —Está bien, —dijo Cantahojas—. ¿Entonces este mago de sangre Adonai es tu aliado, Cuervo? Mia se encogió de hombros—. También le salvé la vida. Dijo que me debía. Aunque no puedo decir que alguna vez me haya parecido el bastardo más confiable. Ni él ni su hermana, la verdad sea dicha. La forma de Eclipse parpadeó y se movió en la pared mientras el fuego bailaba. —… MATÓ A CHSS, MIA. YO LO VI. MIENTRAS TÚ Y LOS OTROS ESTUVIERON A SU MERCED, LA MAGYA DE SANGRE DE ADONAI ENCANTÓ AL CHICO CAÍDO... —Y ahora Adonai nos dirige hacia esta mujer Naev, —dijo Sid. Mia asintió con la cabeza—. Ella provee suministros para la Iglesia. Maneja un tren de caravanas desdel Monte Apacible hasta Última Esperanza y de regreso. ¿Supongo que están trabajando juntos? —¿Pero por qué? —Preguntó Ashlinn. —No sé, —suspiró Mia—. Pero al menos sé que estoy en el camino correcto. Llegamos a Amai, luego cruzo el océano hacia Última Esperanza. Desde allí puedo ir al Monte Apacible y al rescate de Mercurio. Justo como se planeó. —... Espera—, dijo Sidonio, con el ceño fruncido entre sus cejas oscuras. ¿A qué te refieres con que te diriges a Última Esperanza? ¿Qué pasa con el resto de nosotros? —Regresas a FuerteBlanco, —dijo Mia. Corleone probablemente puede llevarte. Jonnen tendrá que venir conmigo, y supongo que no hay que

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convencer a Ashlinn de que se vaya, pero tú, Canta y Carnicero, ya terminaron. —Me confundes, —dijo Carnicero—. Estamos contigo hasta el final. —No, —dijo Mia, la ira arrastrándose en su voz—. No lo estarás. Has pagado tu jodida deuda, ¿de acuerdo? Despiertaolas y Bryn están muertos por eso, y no tendré más sangre en mis manos. Me dejanrán sóla en Amai. El ceño de Sid solo se profundizó—. Mia, pude haber sido expulsado de la legión, pero aun así hice un juramento a Darío Corvere. No estuve allí cuando murió tu padre, pero... —¡Él no es mi padre, Sid! —Espetó ella, poniéndose de pie—. ¡Él no es nada mío! Soy la hija del maldito Julio Scaeva, ¿entiendes eso? ¡Soy la hija del hombre que mató a Darío Corvere! —Por el abismo y la sangre, —respiró Sidonio. —... ¿Eres la hija de ese bastardo? —Preguntó Carnicero, desconcertado. —Sí, —escupió—. El hombre que he estado tratando de matar durante los últimos ocho años resulta ser el hombre que me dio la vida. Y si eso no es suficiente para maldecir a las divinidades, ¡aparentemente tengo un fragmento de un dios muerto dentro de mí que también heredé de él! Ah, y para colmo, incidentalmente, el último chico con el que follé fue asesinado por la última chica con la que follé, luego resucitó por la Madre de la Noche para ayudarme con el problema de Dios mencionado anteriormente, y el pinchazo que acababa de cortar a Bryn y a Despiertaolas solía ser amigo mío! Soy un maldito veneno, ¿lo ves? ¡Soy un cancer! Lo que se acerca a mí termina muerto. Así que aléjate de mí antes de que te maten también. —No puedes culparte por esto, Mia, —dijo Sidonio —¡No lo hagas! —Advirtió ella—. Simplemente no lo hagas. —No es tu culpa. —Jódete, Sid, —escupió, con lágrimas en los ojos—. ¡Míralos! —Culparte a ti misma por el trabajo de otro es como culparte por el clima, —dijo, mirando los cuerpos de Despiertaolas y Bryn—. Y los lloraré como un hermano y una hermana perdidos, sí. Pero recibir una paliza es 281

parte de estar vivo. Y déjame decirte algo, Mia: los mejores peleadores que he conocido también fueron los más feos. Narices rotas y dientes perdidos y orejas de coliflor. Porque la mejor manera de aprender a ganar es perdiendo. —Yo no… —Los guerreros bonitos no pueden luchar por una mierda. No puedes saber lo dulce que es respirar hasta que te hayan roto las costillas. No puedes apreciar la felicidad hasta que alguien te haya hecho llorar. Y no tiene sentido culparte por las patadas que te da la vida. Solo piensa en cuánto te duele y cuánto no quieres volver a sentirte así. Y eso te ayudará a hacer lo que debas hacer la próxima vez para ganar. Sid se cruzó de brazos y frunció el ceño cuando el trueno rodó. —No me importa por que polla te escupieron. No te voy a dejar. — Yo tampoco, —dijo Cantahojas. —Sí, —Carnicero asintió—. Yo tampoco. Mia bajó la cabeza, las lágrimas ardían. Se pasó la mano por los ojos y respiró hondo y temblorosa, pensando en alguna forma en que pudiera influir en ellos. Pero ella conocía a Sid y a los demás lo suficientemente bien como para saber que eran tercos como mulas, que una declaración como la que acababan de hacer era tan sólida como la piedra bajo sus pies. Ella podría alejarse, pero ellos solo la seguirían. Podía esconderse y a Jonnen debajo de su capa y correr, pero eso significaría dejar a Ash y Tric atrás... Se dejó caer, cerca de la luz del fuego, no lo suficientemente cerca como para calentarla. Y en silencio, ella sacudió la cabeza y accedió. —Correcto, —asintió Sid—. Entonces, encontramos a esta Naev, veamos lo que tiene que decir. —Todavía tenemos que cruzar el Mar de los Pesares, —señaló Ash. —Seiscientas millas desde Amai hasta Última Esperanza, —murmuró Cantahojas—. Con las Damas de los Océanos y las Tormentas tratando de ahogarnos a cada centímetro del camino.

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—Bueno, quemaremos ese puente cuando lleguemos a él, —suspiró Sid, arrastrando su mano sobre su cuero cabelludo—. Parece que vamos a estar esperando aquí hasta que Nalipse se aburra o los soles quemen algunas de estas nubes. —Todos deberían intentar dormir un poco, —dijo Mia suavemente. Todos la miraron, sospechosos e inciertos. —Cada espada que conocía en la Capilla de Galante está muerta ahora, —dijo—. Así que dudo que haya alguien en nuestro camino por un tiempo. Pero Tric, ¿puedes vigilar por si acaso? El chico asintió, su confesión de amor colgaba como una pregunta sin respuesta entre ellos. —YO PUEDO HACER ESO. —¿Qué hay de ti?—, Preguntó Ash. —También necesitas dormir, Mia. —Lo haré, —ella asintió—. Despertaré a Sid en unas pocas horas. Descansen un poco. —No vas a intentar nada tonto mientras dormimos, ¿verdad? — Preguntó Sid—. ¿Escapando en la tormenta como un ladrón y dejándonos atrás? —Sabes a dónde voy. —Ella sacudió la cabeza—. Solo me seguirían. —Maldita sea, lo haríamos, —Sidonio frunció el ceño. —Así que duerme un poco, Sid. El grupo todavía estaba un poco atontado por el Desmayo, y en última instancia, no hizo falta ser muy convincente para que se recostaran junto a las llamas. Ashlinn se acurrucó con su espalda contra Mia, Jonnen estaba acurrucado cerca. Sid permaneció despierto durante una hora o más, fingiendo dormir pero observándola a través de sus pestañas. Mia simplemente miraba el fuego. La madera que habían traído antes de la lluvia se había secado casi por completo, y el fuego ardía con fuerza, produciendo un calor que apenas podía sentir. Tric patrullaba los niveles superiores, mirándola de vez en cuando con esos ojos sin fondo.

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Mia miró las llamas en su lugar. Alimentando el fuego en su propio pecho. Sintiéndolo como un ser vivo. Estaba preocupada por sus amigos. Agradecida de que hubieran elegido quedarse con ella a pesar de todo. Estaba cansada, dolorida y asustada. Pero sobre todo, estaba harta de esta mierda. De Scaeva y la Iglesia. De que otros salieran heridos por su culpa. De ser siempre superados en número, de equivocarse constantemente. Se dirigía hacia el fuego, lo sabía. Justo hacia una guarida de lobos. Pero la verdad es que le dio la bienvenida a ese pensamiento. Porque junto con la furia, ella también podía sentir la oscuridad creciendo dentro de ella. Recordó la ira juntándose negra y profunda debajo de la piel de Tumba de Dioses, la ira de un dios caído, una ira con la que siempre había cargado, toda su maldita vida. Anais. La figura de sus sueños, forjada en llamas oscuras, coronada con un círculo plateado en su frente. Asesinado por su padre. Su madre encarcelada en el Abismo por la eternidad. El padre de Mia también había intentado asesinarla. Encerró a su madre en la Piedra Filosofal para languidecer y morir. No pudo evitar ver las semejanzas entre ella y la Luna caída. Cosida en el tapiz a su alrededor. Desplegándose como el destino. Pero la diferencia era que Mia no había muerto cuando su padre intentó matarla. No había caído a la tierra ni se había destrozado en mil pedazos. No se había roto. No se había desmoronado. En cambio, se había convertido en algo más duro. No hierro ni vidrio. Acero. —¿Todo lo que eres? ¿Todo en lo que te has convertido? Te di. Mía es la semilla que te plantó. Mías son las manos que te forjaron. Mía es la sangre que fluye, fría como el hielo y negra como la brea, en esas venas tuyas. Podía ver la verdad al respecto. Pero eso no significaba que no fuera una verdad que lamentaría. Y Mia también podía ver la verdad en las palabras de Sid. Recibió una paliza para saber cuánto le dolía y cuánto no quería volver a sentirse así.

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Nunca quiero sentirme así de nuevo. Y entonces miró a las llamas, los ojos encendidos con su oración. Su voto Padre Cuando caiga el último sol Cuando la luz del día muera Tú también lo harás.

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CAPÍTULO 21 AMAI —¿Qué es ese olor? —Preguntó Jonnen, arrugando su carita. Arriba en la cabecera de la línea, Sidonio presionó un dedo contra su nariz y sopló un chorro de mocos por cada fosa nasal. —Aguas residuales. —Y pescado, —asintió Cantahojas. —MADERA, —dijo Tric—. ALQUITRÁN. CUERO Y ESPECIAS. SUDOR Y MIERDA Y SANGRE. —Tienes un buen olfato, —sonrió Sidonio. Ashlinn se encontró con la mirada del muerto, sin decir nada. —Estamos aquí. —Carnicero se estiró en su silla y bostezó—. Es Amai. Puedes olerlo a millas de distancia. Hay una razón por la que llaman a esta ciudad el Trasero de Liis. Habían cabalgado durante casi dos semanas, todo el maldito camino miserables y empapados. La Dama de las Tormentas había calmado su temperamento después de un giro más o menos, suavizó su aulladora tempestad hasta volverla una llovizna deprimente e implacable que empapó a todos hasta la piel. Era como si la diosa estuviera ahorrando sus fuerzas, enroscada y lista como una serpiente esperando por el momento en que Mia volvera al océano. Pero al menos el viaje se hizo más fácil. No tuvieron más problemas durante el camino: los ciudadanos con los que se toparon se apartaban del camino del centurión Sidonio y su pequeño grupo, y los pocos soldados que encontraron simplemente dieron saludos aburridos y siguieron su camino. Cada noche se acostaban en cualquier refugio que pudieran encontrar, o se acurrucaban juntos a sotavento del carro. Tric hacía su ronda de guardia y Carnicero enseñaba a Jonnen sus pases con la espada (El chico estaba en muy buena forma, y aprendía espantosamente rápido) y Mia se paseaba de un lado a otro dentro de su cabeza. Pensando en Bryn y Despiertaolas, en Mercurio y Adonai y

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Marielle, en esa perra de Drusilla y ese bastardo de Scaeva y todo lo que se habían llevado. Pronto, se prometió a sí misma. Pronto. Pero primero, había un océano entre ellos para conquistar. —¿Dijiste que creciste en Amai? —Mia le preguntó a Carnicero, moviendo su culo adormecido en el asiento del conductor. Jonnen sostenía las riendas y observaba el camino con atención. —Sí, —asintió el hombre—. Zarpé cuando tenía catorce años. —¿Zarpaste? —Preguntó Cantahojas—. Pensé que odiabas los barcos. —Los odio. Pero si creces en un lugar como este, no tienes muchas opciones. Joder trabajar en algún pub o puesto de mercado. Justo en el hoyo del oído. Ashlinn frunció el ceño—. ¿Eras pescador o...? —¿Pescador? —Se burló Carnicero—. Debería taparte las malditas orejas, chica. ¿Podría un pescador matar a Caelinus el Longshanks en combate individual frente a veinte mil personas? ¿O destripar a Marcinio del Werewood como un pez? —Sí, —dijo Sid—. Un pescador probablemente podría destripar a un hombre como un pez, Carnicero. —Yo era un pirata, malditos imbéciles, —gritó el Liisiano. —Pero... —Mia frunció el ceño—. Estabas mareado, Carnicero. Vomitaste todo el camino desde FuerteBlanco hasta Galante. —Bueno, yo era un pirata de mierda, ¿no? —Gritó el hombre—. ¿Cómo crees que terminé siendo un maldito esclavo? —Oh... —Mia asintió—. Eso... tiene mucho sentido, en realidad. —El punto es que crecí aquí, —Carnicero frunció el ceño—. Conozco esta ciudad como a las mujeres. Ash levantó la mano —No, —siseó Mia. 287

—Correcto, —dijo Sid—. Entonces, ¿qué podemos esperar del Trasero de Liis? Y deberían pensar en un mejor nombre para este lugar, por cierto. —Se trata del pozo de los asesinos, violadores y ladrones más peligroso que hayas encontrado jamás, —dijo Carnicero—. Si no eres salado, será mejor que cuides tus malditos pasos. La vida es más barata que un dulce chico de cobre aquí. —¿Salado? —Preguntó Ash. —Sí, de la tripulación, —Carnicero asintió—. Como en un barco. Si eres parte de una tripulación, eres salado. Si no, eres escoria de las tierras secas. Miren, Los piratas siguen un código. Las Seis Leyes de la Sal. La primera es la Fraternidad. A ver... —La cara apagada del hombre se arrugó al pensar mientras intentaba recordar—. “Escúpelo, maldícelo, mátalo, pero si sabe a sal, tu hermano será”. En otras palabras, puede que odies las tripas de otro pirata, pero en el puerto, ambos se paran cabeza y hombros por encima de la plebe de agua dulce. —¿Y si es una mujer? —Preguntó Canta. Carnicero parpadeó—. ¿Eh? —Si el pirata es una mujer. ¿Cómo puede una mujer ser tu hermano? —No lo sé, —gruñó Carnicero—. No escribí esas malditas cosas. —¿Cómo pueden saber quién es salado y quién no? —Preguntó Sidonio. —Algunos se tatúan, —Carnicero se encogió de hombros—. O con cicatrices. Otros llevarán una ficha de su barco mientras están en el puerto. Los peores son conocidos por su reputación. —Muy bien, —asintió Mia— ¿Cuáles son las otras reglas? Carnicero se rascó su pequeña cresta negra de pelo—. Bueno, hay una llamada Dominion. Es básicamente, que lo que dice un capitán en la cubierta de su propio barco es la palabra de Dios. Y otra llamada Allegiance, que trata sobre la cadena de mando. La tripulación sigue al primer compañero, el compañero sigue al capitán, el capitán sigue al rey. — El Liisiano hizo un puchero pensativo—. Siempre olvido el nombre de la cuarta. Algo como herencia o herejía... —Todavía no puedo creer que los piratas tengan reyes —murmuró Sid. 288

—Créelo, —Carnicero asintió—. Y reza a Aquel que Todo lo Ve y sus Cuatro malditas Hijas para que nunca conozcas a ese bastardo. Dicen que nació de un chacal. Bebe la sangre de sus enemigos de una copa tallada en el cráneo de su padre. —¿Murió su padre teniendo sexo con el chacal o después? —Preguntó Mia. —Debe haber sido una gran diversión... —Ashlinn sonrió. —Búrlate ahora, Cuervo, —dijo el Liisian—. Pero el Carnicero de Amai no le teme a ningún hombre nacido de mujer. Y Einar Valdyr me da ganas de ensuciar mis malditos pantalones. —¿Desde cuándo comenzaste a referirte a ti mismo en tercera persona? —Preguntó ella—. ¿O usando pantalones, en este caso? —Oh, vete a la mierda. (19) —Einar Valdyr hundió a El Intrépido, —dijo Jonnen suavemente—. Y a la Verdad de Dios tres meses después de eso. A El Fuego de la Hija los siguientes veranos profundos. —Mia miró a su hermano, con una ceja levantada. —Estudié enemigos infames de la República de Itreya el año pasado, —explicó—. Mi memoria es… …afilada como espadas, —terminó Mia, sonriendo—. Sí, lo sé. Cantahojas suspiró—. Bueno, si Madre Trelene lo desea, Corleone nos estará esperando en el puerto. Simplemente mantendremos la cabeza baja, encontramos este pub suyo y reflexionamos sobre nuestro próximo movimiento. —Con una barriga llena de vino, —dijo Sidonio—. Junto a una rugiente chimenea. —Voy a beber por eso, —asintió Ashlinn. —Sí, —dijo Carnicero—. Ni la Madre de la Noche ni todos sus malditos muertos pudieron detenerme. Mia miró al silencioso chico Dweymeri, que caminaba junto a la carretera.

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Tric ni siquiera se inmutó. El olor era impresionante. Mia no podía describirlo como un hedor como tal, aunque un hedor ciertamente estaba envuelto en el aroma por algun lado. El puerto de la ciudad de Amai estaba empotrado a orillas del Mar de los Pesares como costras en los nudillos de un luchador. El olor a pescado muerto, mataderos y mierda de caballo flotaba en el aire sobre el lugar, colmado de notas del océano más allá. Pero debajo del hedor había otros aromas. El perfume de mil especias: limonero, incienso y loto negro. (20) El aroma tostado y cálido de las frescas y suculentas tartas. Carnes chisporroteantes, dulces que se fríen en aceite de oliva, el sabor de frutas frescas y bayas maduras. Porque pueden haber estado tripulados por corsarios asesinos, pero cada barco en el puerto de Amai había llegado con algo para vender. Y más allá de un refugio para bastardos, brutos y bandidos, Mia se dio cuenta de que la ciudad era otra cosa más. Un mercado. Se habían quitado la librea de soldados. Carnicero informó que entrar a la ciudad vistiendo los colores de la República de Itreya solo serviría para buscar problemas. Además, el traje de armadura de hueso de Sidonio valía una fortuna y seguramente atraería atenciones en una ciudad de ladrones. Mantuvieron su cota de malla y sus espadas y escondieron el resto en la carreta, aunque Mia todavía llevaba su espada larga de hueso de tumba envainada en su cintura. La ciudad estaba amurallada, pero las puertas anchas y cubiertas de hierro estaban abiertas y sin tripulación; parecía que el rey Valdyr podía encontrar pocas cosas para dar por quién iba y venía. Al dirigirse a la ciudad propiamente dicha, Mia fue golpeada por la multitud. Gente de todos los colores, formas y tamaños: Dweymeris altos y morenos; Itreyanos pálidos y de cabello oscuro; Vaanianos de cabello rubio y ojos azules; y en todas partes, en todas partes, liisianos de piel verde oliva con sus rizos oscuros y voces musicales.

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—Este es el país de nuestra madre, —le dijo a Jonnen—. No hablas liisiano, ¿verdad? —No, —respondió el niño, mirando a su alrededor el oleaje y el enamoramiento—. Escúchalo, —sonrió, respirando profundamente—. Es como la poesía—. Entonces la miró con los ojos oscuros nublados. —Enséñame una palabra, entonces. Mia se encontró con su mirada—. De'lai. —De'lai, —repitió. —Eso es todo, —asintió Mia—. Muy bien. —¿Qué significa? —Hermana, —sonrió. El niño volvió la vista hacia las calles atestadas de gente y guardó sus pensamientos para sí mientras el carro seguía rodando. Tric salió al frente, la multitud instintivamente se separó ante él mientras los abría un camino a lo largo de la vía empapada de lluvia. Mia miró a su alrededor, vigilante y nerviosa. Ella comenzó a notar patrones entre la multitud, obvio entre los colores y los hilos una vez que lo buscabas. Hombres con pañuelos blancos bordados con las cabezas de la muerte alrededor de sus brazos. Otro grupo con sirenas entintadas en sus gargantas, otro más con cicatrices triangulares grabadas en sus mejillas. Como la heráldica o el sello de una familia. Los hombres se transportaban como lo harían los camaradas, todos armados, todos mirando hacia el lado equivocado de peligroso. —Salados, —murmuró ella. —Sí, —Carnicero asintió a su lado—. Gobernantes del gallinero. Los de piel de lobo son los chicos de Valdyr. La Guardia del Lobo tiene hombres por toda la ciudad. Mia notó el grupo del que hablaba Carnicero: un cuarteto de hombres altos y de aspecto hosco, cada uno con un lobo desollado sobre sus hombros. Pero a pesar de que los corsarios de las turbas se movían con arrogancia, había muy pocos problemas resaltantes para una ciudad tan supuestamente plagada de bastardos. Algunas peleas a puñetazos. Un poco 291

de vómito y sangre en los adoquines. Mia comenzó a preguntarse si Carnicero habría exagerado el caso: le caía bien el feo hombretón, pero él no era un hombre que dejaría que la verdad se interpusiera en una buena historia. Además de tener que asustar a un montón de pilluelos mugrientos que merodeaban alrededor de la carreta (Ash mostró un cuchillo y prometió castrar al primero para que se acercara demasiado) y un sujeto que salía volando por una ventana del segundo piso al pasar, casi había se había decepcionado por falta de drama. Mia y su grupo pronto se encontraron mirando la brillante joya que era el puerto de Amai. Aunque la Dama de las Tormentas había cubierto el cielo con su velo, todavía era una vista impresionante. Naves de toda forma y tipo: carabelas de aparejos cuadrados y carracas de tres mástiles, poderosas galeras con cientos de remos en sus costados y balingers mortales que corrían bajo el poder del remo y el viento. Figuras talladas a semejanza de dragones o leones o doncellas con colas de pez, velas cosidas con huesos cruzados o cráneos sonrientes o sogas de ahorcado. Los ojos de Mia se fijaron en el barco más grande en el muelle, uno de los más grandes que había visto, la verdad sea dicha. Era un enorme buque de guerra, de al menos ciento cincuenta pies de largo, con cuatro mástiles altísimos que llegaban a los cielos. Estaba pintada del color de la oscuridad verdadera, de proa a popa, su nombre grabado en su proa en escritura blanca adornada. La Banshee Negra —¿Qué son esos? —Preguntó Cantahojas. La mujer señalaba dos altas torres de piedra que se alzaban sobre la costa. Cada una tenía setenta pies de alto, de piedra caliza pálida, cubierta de vastas marañas de maleza. —Esas son las Torres de Espinas, —murmuró Ashlinn—. Están esparcidas por todo Liis. Es donde los Reyes Magos solían romper a sus esclavos. Torturaban ahí a sus prisioneros. Carnicero levantó una ceja. —¿Cómo sabes eso? —Mi padre fue enviado para una ofrenda en Elai. —La voz de Ash era baja, sus ojos se entrecerraron mientras miraba las agujas—. Hizo el 292

asesinato pero quedó atrapado al salir. Los sacerdotes leprosos lo torturaron en torres como esas durante tres semanas. Le arrancaron un ojo. Le cortaron sus testículos. Carnicero y Sidonio se movieron incómodos en sus sillas de montar. Mia extendió la mano y tomó la mano de Ashlinn, vio la mirada embrujada en los ojos de su chica. —¿Murió allí? —Preguntó Cantahojas suavemente. Ash sacudió la cabeza—. El escapó. Su cuerpo, de todos modos. Pero parte de él permaneció allí el resto de su vida. Es lo que lo alejó de la Iglesia Roja. —Lo siento, —dijo Canta—. Debe haber sido difícil ver eso. —... No fue fácil. Mia apretó la mano de Ash, entrelazó sus dedos. Al mirar a Tric, vio al chico que las miraba, su rostro como piedra. Torvar Järnheim había criado a su hijo e hija como armas para ser utilizadas contra el Ministerio. La traición de Ashlinn y su hermano casi había puesto de rodillas a la Iglesia Roja. Y le había costado la vida a Tric. Torvar ya estaba muerto, asesinado a manos de los asesinos de la Iglesia. Mia pudo ver un leve dolor en los ojos de Ashlinn mientras miraba esas torres, ese oscuro reflejo del lugar donde su padre se había perdido. Un silencio incómodo se instaló en la escena. Pero Carnicero pronto lo espantó, sentado más alto en su silla de montar y entrecerrando los ojos hacia los muelles de abajo. —No puedo ver a la Doncella Sangrienta, —murmuró. —Yo tampoco, —dijo Sidonio. Mia sintió una emoción de miedo desconocida en su vientre y luego la aplastó con un apretón de dientes e intentó no pensar en el agujero en forma de gato en su pecho. Sabía que Cloud ya debería haber llegado aquí; si hubieran tenido tiempo de viajar desde Galante, seguramente habría tenido tiempo de navegar aquí. Pero al mirar entre los barcos en la litera, vio que la belleza de velas rojas de Corleone no estaba a la vista.

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—Podrían estar anclados más lejos en la bahía, —ofreció—. Esas literas se veían muy llenas. —Sí, —dijo Cantahojas—. Sigamos con el plan. ¿Dónde se suponía que Cloud nos encontraría? —Simplemente dijo que nos vería en el pub, —dijo Mia. Sid echó un vistazo a los muelles de abajo—. No pretendo ser difícil, pero ¿el bastardo elegante especificó cuál pub? Porque puedo mirar al menos unos veinte. Carnicero sonrió y sacudió la cabeza. —Síganme, caballeros. Mia volvió a mirar a Tric, pero el chico estaba mirando los mares bañados por la tormenta. Entonces, dándole un último apretón a la mano de Ash, se encontró con una pequeña pero agradecida sonrisa y se volvió hacia el puerto. Carnicero abrió el camino hacia los muelles abarrotados, afortunadamente el hedor de los peces viejos y las nuevas aguas residuales disminuyeron cuando los vientos nocturnos comenzaron a soplar en la bahía. Caminaron por un sinuoso camino de entintados, casas de placer y pozos para beber. Santuarios a Lady Trelene y Nalipse, diezmados con vasos de sangre y partes de animales y monedas viejas y oxidadas. Mendigos ciegos, borrachos y callejeros. Y finalmente, llegaron a un establecimiento grande y algo acomodado al borde del agua. El letrero que colgaba sobre la puerta simplemente decía EL PUB. (21) —Me gusta—, declaró Mia. Después de una pequeña propina de Sid, un mozo de cuadra se hizo cargo de los caballos. Los siete compañeros cansados del camino se quitaron sombreros imaginarios ante los porteros y se adentraron en la sala común de una bulliciosa taberna. El bar era ancho y abierto, repleto de miles de botellas y resonando con miles de cuentos. Las paredes estaban escritas con los trazos de mil manos, escritas con tinta, carbón y plomo; declaraciones y tonterías y poemas y todo entre: Mi amor me fui, mi corazón me fui, con mi promesa de regresar. Pilinius tiene la verga como un percebe. ¿Cuál de ustedes bastardos tomó mi cerveza? 294

si SI El tigre esta afuera —Encuentren una mesa—, dijo Carnicero. —La primera ronda va por mí cuenta. —Muy generoso de tu parte, Carnicero, —sonrió Mia. —Sí, sí, —asintió el Liisiano—. Escucha, ¿me prestas algunas monedas? Estoy bien con eso. Mia suspiró y entregó algunos mendigos de su escondite. Tric se abrió paso entre la multitud siguiendo al grupo, y al igual que la gente en las calles de afuera, los comunes llenos de gente se separaron ante él. Encontraron un camarote del lado del muelle, todavía salpicado de tazas vacías y pequeños charcos que olían sospechosamente a orina, pero estaban tan cansados y fríos que no les importó mucho. Estaban cerca del fuego y de la lluvia, y después de dos semanas en la silla de montar, eso era un gran milagro. Se acurrucaron en el camarote y Jonnen se colocó entre ellos. Tric tomó un taburete del bar lleno de gente y se sentó en el otro extremo de la mesa redonda para poder vigilar mejor la sala. El pub era una maraña de conversaciones amistosas y debates acalorados, de borrachos rechazados y avances aceptados, de cuentos y verdades mortales. Un trío de juglares estaban sentados en un rincón cerca del fuego, con una lira y un tambor y cantando la melodía más obscena que Mia había escuchado jamás. (22) Carnicero pronto regresó con una bandeja cargada de pintas de cerveza, golpeando una la mesa frente a cada uno de ellos, incluido Jonnen. —¿Por qué deberíamos beber? —Preguntó Cantahojas. —¿Por la Dama de las Tormentas? —Ofreció Sidonio—. Quizás ella se relaje un poco. —Carnicero levantó su bebida—. Un hombre puede despedirse de su esposa. El vino puede besar el vidrio esmerilado. La rosa puede besar a la mariposa, pero ustedes, mis amigos, pueden besar mi trasero. —¿Qué tal por los amigos ausentes? —Dijo Mia, levantando su jarra. 295

—Sí, —asintió Ashlinn—. Por los amigos ausentes. —VIVIR EN LOS CORAZONES QUE DEJAMOS DETRÁS ES NO MORIR NUNCA, —dijo Tric suavemente. Mia se encontró con los ojos del chico y murmuró un acuerdo. Ash asintió de mala gana. El grupo levantó sus tazas y tomó una copa, todos excepto Jonnen (quien miró la bebida con la sospecha apropiada) y Tric (que no miró su bebida en absoluto). —Entonces, ¿dónde diablos está Corleone? —Preguntó Sid, secándose los labios. —¿Tengo la cara roja? —Preguntó Carnicero. —No particularmente, —respondió Sid. —Bueno, supongo que no está en mi trasero, entonces. —No nos aventuremos demasiado en el reino de lo que te ha pasado por el culo, Carnicero, —dijo Mia. —Hablando de eso, tu madre dice hola, —sonrió el hombre. —¡Oye! —advirtió Mia, con una ceja levantada—. Deja a mi madre fuera de esto. —Eso es justo lo que dijo tu padre, —se rió el Liisiano. Mia no pudo evitar reírse, levantando los nudillos en la cara del hombre. Él apartó su mano, levantó su taza otra vez. —Salud, hermosa perra. Mia le dio un beso al hombre y tomó otro trago—. Todos ustedes tienen bocas sucias, —murmuró Jonnen. El grupo bebió en silencio, contento de escuchar el bullicio del pub y la canción de los juglares en la esquina. Cuando llegaron al séptimo verso (23) sus vasos estaban vacíos. Ashlinn miró alrededor de la mesa sin decir nada, con una ceja levantada en cuestión. Y sin disidencia, se puso en marcha en busca de otra ronda. —La primera vez que me emborraché, —aventuró Sidonio—. me puse tan ebrio que vomité encima. —Yo me caí al océano y casi me ahogo, —dijo Cantahojas. 296

—Yo me casé—, dijo Carnicero. —Tú ganas, —asintió Mia, encendiendo un cigarillo. Jonnen apartó su cerveza con ambas manos. —Buen muchacho, —Mia sonrió, besando la parte superior de la cabeza de su hermano. —Necesito un baño, —dijo Cantahojas—. Y una cama. —Sí, deberíamos conseguir alojamiento aquí, —dijo Sid—. Con algo de suerte, Corleone se ha retrasado una o dos vueltas. —¿Y sin nada suerte?— Preguntó Carnicero. Sid no tenía respuesta para eso, ni tampoco Mia. Sopló su cigarillo, sintió el beso de clavo en la lengua, preguntándose qué harían si Corleone no llegaba. Tenían monedas, pero no lo suficiente como para reservar pasajes para siete. Todavía no tenían respuesta al problema de las Damas de Tormentas y Océanos. Y mirando alrededor de las entrañas de El Pub, Mia no podía ver a mucha gente en la que confiaría como confiaba en el capitán de la Doncella Sangrienta. Ahora que estaba acomodada, podía sentir de lo que hablaba Carnicero, vislumbrarlo en una sonrisa plateada o en el filo de un cuchillo o en las contusiones en las comisuras de la boca de una joven criada. Una corriente subterránea de violencia. Había una racha de crueldad en los huesos de esta ciudad. Tric se puso de pie lentamente, bajando la capucha, escondiendo sus manos negras en sus mangas. —IRÉ HASTA LOS MUELLES, HABLARÉ CON EL CAPITÁN DE PUERTO, —dijo—. TAL VEZ HAYA ALGUNA NOTICIA DE LA DONCELLA Y SU RETRASO. —¿No quieres descansar? —Preguntó Mia—. ¿Calentarse junto al fuego un rato? —SOLO UNA COSA EN ESTE MUNDO PUEDE CALENTARME, MIA, —respondió—. Y NO ES UNA CHIMENEA EN UNA HABITACIÓN COMUN EN UN MUELLE. VOLVERÉ. Ella lo vio irse, sintió a los Halcones alrededor de ella intercambiando miradas. Recordando la sensación de los latidos de su corazón bajo su 297

palma. Cantahojas se fue en busca del posadero para organizar el alojamiento, Carnicero y Sid miraron sus vasos vacíos. Mia fumó en silencio, observando la habitación a su alrededor. Parecía una mezcla de ciudadanos comunes y salados, los piratas en sus colores se mezclaban con la tripulación de otros barcos, jugando y divirtiéndose, uniéndose ocasionalmente con los versos más obscenos de “El Cuerno del Cazador”. Parecía haber una fiesta de nacimiento u otra Celebración en el entrepiso. Mia escuchó romper la vajilla y aullidos de risa y... —¡Quítame tus jodidas manos! La voz de Ashlinn. —Vigila a Jonnen, —le dijo a Sid, levantándose de su silla. —¿Qué… —Vigílalo. Mia se acercó a la multitud, empujando a través del gentío hasta que se encontró en un semicírculo que se había formado alrededor de la barra. Ashlinn estaba en medio, con una bandeja derramada y jarras vacías y charcos de cerveza a sus pies. Tres hombres jóvenes estaban parados frente a ella, todos sonrientes burlones y dientes amarillentos. Llevaban abrigos y gorros de cuero y largos con sogas atadas con nudos alrededor del cuello. Todos eran salados, por cierto. Ash tenía los puños apretados, la furia garabateada en su rostro mientras se dirigía al más alto del grupo: un tipo que apenas había salido de su adolescencia con el pelo rojo lacio y un monóculo apoyado en su ojo en un intento de parecer señorial. —Pones tu mano sobre mí otra vez, hijo de puta, —escupió—. Y aprenderás a tirar con un tocón. El muchacho se echó a reír—. Eso no es muy amable, Muñequita. Solo estamos jugando. — Ve a jugar contigo mismo, imbécil. Mia salió al círculo de espectadores divertidos y tomó la mano de Ash. Llamar la atención no le interesaba a nadie aquí. —Vamos.

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—¿Y quién es esta? ¿No te había visto antes? —Monóculo volvió su mirada hacia los círculos gemelos marcados en la mejilla de Mia—. ¿Cómo te llamas, esclava? —Ash, vámonos, —dijo Mia, llevándola lejos. Los otros dos matones se movieron para cortar su escape. La multitud se acercó un poco más, obviamente disfrutando del espectáculo. Mia sintió una lenta chispa de ira en su pecho, ahogando su miedo. Intentando enrollarlo antes de que estalle en llamas. Sin Don Majo en su sombra, tenía la opción de ser cautelosa aquí. Para evitar que su miedo tenga poder. Ella sabía que comenzar un alboroto no terminaría bien. Mantén la calma. —Te pregunté tu nombre, chica, —dijo Monóculo. —No buscamos ninguna pelea con usted, Mi Don, —dijo Mia, volviéndose para mirarlo. —Bueno, la has encontrado igual. —El muchacho se le acercó, ceñudo. —La tripulación del Ahorcado no es del tipo que soporta el insulto de las tartas de agua dulce, ¿eh, muchachos? Los dos de atrás se cruzaron de brazos y murmuraron acuerdo. Controla. Tu. Temperamento. —A menos que... se te ocurra una manera de hacer las paces. Una sonrisa curvó la esquina de la boca de Monóculo. Controla. Tu… Y lentamente, bajó su mano hasta el pecho de Mia. ... Muy bien, a la mierda, entonces. Su rodilla chocó con su ingle de la misma manera que los cometas que caen besan la tierra. Una bandada de gaviotas estalló desde una torre de la catedral cercana y se elevó hacia el cielo, chillando, y cada hombre dentro de un radio de cuatro cuadras se movió en su asiento. Mia agarró al muchacho por el lazo y golpeó su rostro contra el borde de la barra. Hubo un crujido repugnante y húmedo, un grito horrorizado por parte de los 299

espectadores, y el muchacho se derrumbó, con los labios aplastados, los restos astillados de cuatro dientes todavía incrustados en la madera. Uno de los matones alcanzó a Mia, pero Ashlinn le dio un puñetazo en la garganta, enviándolo hacia atrás, con los ojos muy abiertos y náuseas. Ella cayó sobre él, agarró una de las jarras caídas y comenzó a golpearlo en su cara. El segundo buscó el arma más cercana que tenía a mano: una botella de vino, que golpeó en el borde de la barra para crear lo que se conoce coloquialmente como un “bufón Liisiano”. (24) Pero cuando él se acercó, Mia curvó sus dedos, y su sombra se clavó en las suelas de sus botas. El muchacho tropezó, cayendo hacia adelante, y Mia ayudó a su descenso agarrándolo por ambas orejas y bajando la cara hacia su rodilla. Otro crujido espantoso sonó cuando la nariz del chico apareció en su mejilla como una mordedura de sangre. Mia le puso una bota en las costillas por si acaso, recompensada con una hermosa grieta fresca. Ash terminó su trabajo de jarra. Se giró para mirar a Mia, con el pecho agitado y una sonrisa salvaje en su rostro. Mia se lamió el labio, probó la sangre y apartó los ojos de la chica hacia la multitud que los rodeaba. Ella señaló sus senos con manos ensangrentadas. —No se tocan sin pedir permiso antes. Una de las criadas de la cocina estalló en aplausos. La gente de la multitud se miraba, encogiéndose de hombros. La banda retomó su melodía y todos volvieron a sus bebidas. Mia agarró la mano de Ash y la levantó del corsario caído. Ash se apretó, aún sin aliento, mirando desde los ojos de Mia hasta sus labios. —Me gustaría pedir permiso de contacto, por favor. Mia golpeó el culo de Ash y sonrió, y Cantahojas se abrió paso entre la turba. Sidonio y Carnicero pronto las encontraron, sosteniendo las manos de Jonnen. Permanecieron juntos en la sala común llena de gente, hablando en voz baja. —Creo que hemos atraído suficiente atención por una noche, —gruñó Sid.

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—¿Deberíamos ir a otro lado? —Preguntó Ash—. ¿Evitar atenciones indebidas? —Sí, —dijo Carnicero—. No jodes con los salados en esta ciudad. Deberíamos dirigirnos a otra posada, lejos de esta, ya que es posible que tengamos que quedarnos un poco más en Amai. —Se suponía que Corleone nos encontraría aquí, —señaló Sid. —Podemos dejarle un mensaje a Tric con el portero, —dijo Mia—. No es que duerma de todos modos. Puede esperar aquí y ver cuándo llega Cloud. —Si es que llega, —gruñó Carnicero. Mia miró a la multitud a su alrededor y captó algunas miradas de reojo. La adrenalina corría por sus venas después de la pelea, su corazón latía rápido. La ausencia de Don Majo la dejó vacía, y Eclipse todavía estaba montando a Jonnen, por lo que se quedó con su miedo. Miedo a las represalias. Temor por lo que podría pasar si Corleone los dejara colgados. Temor por Mercurio, por Ash, su hermano, ella misma. Miró las manchas de sangre en sus manos. Se dio cuenta de que estaba temblando. —Salgamos de aquí—, dijo.

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CAPÍTULO 22 VÍBORAS Adonai tenía hambre. Solo habían pasado dos horas desde la última vez que se alimentó. Un profundo sorbo entre los muslos manchados de sangre de una joven Mano sin nombre (pero nunca tenían nombre, ¿verdad?), Escuchando el latido del corazón de la muchacha al ritmo de sus bocados, veloz como alas de un pájaro contra su jaula. Su pulso latía rojo sobre su lengua, lub dub lub dub, tan dulce y cálido que podría haberse tragado a la chica entera. Pero bebió demasiado. Se había sentido enfermo después, vomitando carmesí sobre sus palmas blancas como el hueso, de rodillas y temblando. La perfección de su tortura nunca dejó de ser divertida e indignante en igual medida, la amargura de su maldición hacía que todo fuera más cruel por el hecho de que lo había elegido él mismo. Sabía el diezmo que tomaría su poder antes de reclamarlo. Sabía el precio a pagar por desenterrar magyas enterradas durante mucho tiempo en la calamidad del Antiguo Ashkah. Para tener poder sobre la sangre, debes ser esclavo de la sangre. Así como Marielle era esclava de su carne. La sangre era el único sustento del orador, pero también era un emético. Beber demasiado significaba sufrir una enfermedad horrible. Beber muy poco era padecer de un hambre terrible. Una constante y perfecta tortura sanguínea. ¿Cuánto pagar por el poder? —¿Alguna palabra? —Preguntó Solís. Las habitaciones del Venerable Padre estaban ubicadas en lo alto de la montaña, sobre una espiral retorcida de escaleras apretadas. Desde que Drusilla le había dado ese rol, Solís había hecho muy poco para redecorar. Una escultura de cristal arkímico en el techo, pieles blancas en el suelo, pintura blanca en las paredes. Un escritorio ornamentado repleto de papeles y tomos, estanterías desbordadas se alineaban en la cámara de izquierda a derecha.

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Detrás del escritorio, la pared estaba tallada con cientos de huecos. Dentro de ellos, Drusilla había guardado recuerdos de sus giros como asesina: joyas, armas y baratijas tomadas de sus víctimas. Todavía se veía un destello de plata allí: cientos de frascos de sangre, sellados con cera oscura. Pero el único trofeo que Solís ocultó de su pasado fue un par de esposas oxidadas y manchadas de sangre, colgadas en la pared sobre su cabeza. —¿A cuántos hombres mataste, último? —Preguntó Adonai, con una pequeña sonrisa en sus labios. —¿Qué? —Preguntó Solís. Adonai miró al Venerable Padre. Corpulento. Mandíbula pesada. Manos pesadas. Marielle había reparado sus quemaduras, pero no podía hacer crecer de nuevo su cabello: sus cejas rubias como cenizas eran meras sombras, su barba puntiaguda reducida a pelusa desordenada. Su túnica oscura se tensaba sobre los músculos de sus brazos, enrollada alrededor de sus codos para mostrar las cicatrices grabadas en su antebrazo. Treinta y seis muertes forjadas en nombre de la Madre, cada una escrita en la suave canción de su piel. Pero… —En el Descenso. —Adonai asintió a las esposas oxidadas—. Batallando y abriéndote camino a través de la Piedra Filosofal, con la libertad como tu objetivo. ¿A cuántos mataste? —Adonai inclinó la cabeza —. Y escatimamos a nuestro nuevo Imperator por eso, ¿verdad? Fue por el capricho de Julio Scaeva lo de vaciar la Piedra con las manos de sus propios ocupantes, ¿no? —¿Tenemos palabras de Galante? —Solis preguntó, ignorando la pregunta. —Ninguna todavía, —mintió Adonai, la misma pequeña sonrisa en sus labios. —¿Ninguna?— Preguntó Mataarañas. Adonai se apartó de las esposas en la pared, mirando a los otros miembros del Ministerio. Estaban sentados en un semicírculo alrededor del escritorio de El Último, un trío de asesinos con una cuenta entre ellos que haría sonreír a la Noche. 303

Por supuesto, si ellos hubiesen tenido algún interés en la Madre de la Noche. Mataarañas la primera. Piel de nogal, salobres retorcidos en elegantes rizos sobre su cabeza. Estaba vestida con su tradicional verde esmeralda, y como siempre, oro en su garganta. El ciudadano promedio de Itreya nunca tocaría una moneda de oro en sus vidas, y sin embargo, Mataarañas goteaba oro siempre. Las cadenas en su garganta podrían haber pagado una propiedad en la parte superior de Valentia. Los anillos en sus dedos podrían haber liberado a la mitad de los esclavos en Vigilatormenta. Llevaba bien la cara de la triste Shahiid de las Verdades, pero era la que peor escondía su amor por las monedas en todo el Ministerio. Era un pájaro glorioso, decorando el nido de su propia carne. La vanidad la envolvía en superficies de piel oscura. Ratonero a continuación. Ratonero con su cabello oscuro y despeinado y la cara de su joven y los ojos del viejo. Ratonero, con sus propiedades dispersas por toda la República, cada una con un retrato de sí mismo en tamaño real en el vestíbulo y un camerino lleno de ropa interior femenina, en lo profundo de un bosque. Adonai sabía de al menos siete de las esposas de Ratonero, aunque estaba seguro de que había más. Solo la Madre sabía cuántos hijos había engendrado. Para Ratonero, la inmortalidad se lograba mejor a través de la progenie. Y la progenie, por supuesto, requería moneda. Y luego, la bella Aalea. Vestida de rojo sangre, labios rojo sangre, piel pálida como la nieve. Ella era la más cercana a ser devota de todas ellas. Solo había sido la Shahiid de las Máscaras un puñado de años, desde la muerte de Shahiid Thelonius; (25) no había tenido tiempo suficiente para que la moneda la corrompiera por completo. Pero Adonai pudo ver que comenzaba a hacerlo. Sus vestidos hechos por las mejores costureras de la República. Las casas de placer que había comprado en Tumba de Dioses y Galante, el gran palacio que mantenía en FuerteBlanco y las juergas que lanzaba allí, jóvenes esclavos duros como piedras y cuencos llenos de tinta y acres de piel. Poder. Corrupción 304

Porque no pagaron nada por eso, ya ves. Sin diezmo. Sin sufrimiento. No se les recordaba, con un dolor constante en sus barrigas o lo horrible de su propio reflejo, el precio que pagaron por el poder que ejercían. Y así lo manejaban sin pensar. Descuidadamente. Creyendo que habían servido bien a la Madre, y ahora podían sentarse y cosechar las fortunas ganadas por una vida de servidumbre. Abarrotados de dinero de sangre. Serenidad en el asesinato. Todos ellos, indignos. —¿Orador? —Preguntó Aalea, una ceja perfectamente esculpida levantada. —¿Hmm? —Preguntó Adonai. —¿No has escuchado nada de la capilla de Galante? —Los ojos oscuros manchados de kohl brillaron en la tenue luz—. La obispa Diezmanos salió hace cinco giros, ¿verdad? —Sí. —Adonai paseó por las estanterías de Solís, arrastrando los dedos a través de los lomos de los libros. Pensó que era revelador que El Último todavía los mantuviese aquí; quería dar la apariencia de ser aprendido, a pesar de que sus ojos ciegos no podían leer una palabra—. Pero no he sabido ni sentido nada de Diezmanos desde que se fue del Puerto de las Iglesias. Eso era un hecho, al menos. Aalea podía oler mentiras con una habilidad envidiable. Pero Adonai podía bailar alrededor de la verdad toda la noche y no acercarse a tocarla. —Es extraño, —murmuró Ratonero—. Diezmanos no le gusta perder el tiempo. —Ni a los que cabalgaban con ella, —reflexionó Mataarañas. —Todos son Hojas filosas. —Ojalá pudiéramos haber enviado más hojas. —Solís acarició lo poco de su barba que la bomba de lápida de Ashlinn Järnheim le había dejado. — Pero tenemos muy pocas de las que prescindir. —Ojalá hubieses podido simplemente terminar con nuestro pequeño Cuervo en Tumba de Dioses, Venerado Padre, —dijo Ratonero—. Y nos

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ahorraríamos este problema. Adonai sonrió cuando los ojos ciegos de Solís brillaron—. ¿Qué dijiste? Ratonero se examinó las uñas—. Solo que para ser el líder de una bandada de asesinos, parece que tienes algunos problemas para matar gente. —Cuidado, pequeño Ratón, —advirtió Solís—. Cuida que esa lengua tuya no se salga de tu boca. Te dije que la chica tenía ayuda. —Sí, algún renacido que regresó del Hogar, ¿eh? —Ratonero tamborileó con los dedos por la empuñadura de su hoja de acero negro. (26) —Confieso que si me enfrentara a nuestro buen cronista en las calles de Tumba de Dioses, podría cagarme calzones también. —Ya te lo dije, —gruñó Solís, levantándose de su silla—. El salvador de Corvere no era pariente de Aelio. El cronista ni siquiera puede salir de la biblioteca. Esta cosa caminaba por donde quería, cortó en pedazos a un escuadrón de soldados Itreyanos. Y una palabra más de disidencia tuya, que llevas puesto corsé, y te mostraré la dificultad que tengo para matar personas. —Ya maduren, los dos, —suspiró Mataarañas. —Oh, sí, consejos de su maestra favorita, —gruñó Solís. ¿No fuiste tú quien nombró a Corvere en la parte superior de tu sala, Mataarañas? Ella era tu alumna estrella, ¿no? La traición de esa pequeña ramera nos ha costado más que cualquier otra en la historia de la Iglesia, y fuiste tú quien hizo posible que ella se convirtiera en una Espada. —Y veré que la traición sea cobrada, —dijo la mujer suavemente—. Lo he prometido ante la Madre Noche, y lo prometo ante ti ahora. Me vengaré de Mia Corvere. Lo último que tocarán sus labios en esta vida será mi veneno. No lo dudes, Solís. —Te referirás a mí como el Venerado Padre, Shahiid, —gruñó Solís. Adonai observó cómo se desarrollaba todo este drama con la misma pequeña sonrisa en sus labios. Tan tedioso Tan mundano Tal era la forma de las cosas, supuso. Las víboras siempre se atacan cuando no tienen ratas para comer.

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—¿De qué te habló Mercurio? —Preguntó Drusilla. El orador mantuvo su rostro optimista, miró a la Señora de las Hojas a través de las pestañas blanqueadas. La mujer estaba parada al frente de la habitación, examinando los cientos de ampollas de plata en los nichos. Cada uno se llenó con una medida de la sangre de Adonai, entregada a los obispos y Manos y Espadas con el fin de enviar misivas a la Montaña. Incluso de pie a veinte pies de distancia, el orador podía sentir cada gota adentro. —Mercurio, —dijo Drusilla de nuevo—. Bajó a tus habitaciones hace una semana. Habló extensamente contigo y con tu hermana, o eso me informaron. —Escape de la montaña, el buen Mercurio busca, —se encogió de hombros Adonai—. Y yo soy uno de esos escapes. Sus palabras también tenían, algunas alternativas, a mis... apetitos. Adonai observó a Drusilla, con los ojos rosados brillantes. Él también sabía a dónde sus monedas iban a parar. Donde gastaba la lenta fortuna que estaba acumulando desde que Lord Casio pereció, dejando a la Iglesia completamente bajo su mando. Cuánto tuvo que perder. Y por qué estaba tan desesperada por aferrarse a lo que había construido. —Deberíamos matar a Mercurio y acabar, Drusilla, —murmuró Solís. —Capturas más peces con gusanos vivos que muertos, —respondió la Señora de las Hojas—. Si nuestro pequeño Cuervo se enterara de su asesinato, tal vez nunca la volveríamos a ver. —¿Y cómo se enteraría ella lo que sucede dentro de estas paredes? — preguntó Mataarañas. Drusilla sacudió la cabeza. —No lo sé. Pero ella parece tener un don para eso. El Imperator fue claro: Mercurio no debía ser tocado hasta que se devuelva al heredero de Scaeva. —¿Quizás aun mantiene la ilusión de que su hija se unirá a él? —Dijo Ratonero. —Ella no es tonta, —dijo Aalea con un delicado encogimiento de hombros. —Hay mucho que ganar al unirse a Scaeva ahora. Mia aún puede

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aceptar su oferta. —¿Y esperas que lo haga, supongo? —Solis gruñó—. ¿Para que salve su vida? Siempre has tenido una debilidad por esa chica. Y su viejo maestro. —Tengo muchos puntos débiles, Venerado Padre, —respondió Aalea con frialdad—. Y usted puede preguntar sobre precisamente ninguno de ellos. En cualquier caso, no se puede confiar en Mercurio. —Mataarañas interrumpió a la pareja, con los ojos en Drusilla—. Al menos deberíamos encerrarlo en su habitación. —No, —dijo Drusilla—. Quiero darle al viejo bastardo suficiente cuerda para ahorcarse. —Con todo el debido respeto, Señora, —dijo Ratonero—. Pero Mercurio es uno de los hombres más peligrosos en esta montaña. ¿Está segura de que sus sentimientos personales por e... —Estás pisando hielo extremadamente delgado, Shahiid. —La Señora de las Hojas frunció el ceño—. Yo elegiría mis siguientes palabras con sumo cuidado, si fuera tú. —¿Si no hay nada más? —Adonai suspiró. —¿Te estamos aburriendo, Orador? —Espetó Drusilla. —Perdóname, Señora. —El orador se inclinó—. Pero tengo hambre. Drusilla dirigió una última mirada envenenada a Ratonero, luego giró por completo su atención a Adonai. —Entiendo. Y no trataría de alejarte de tu comida. Pero antes de que te vayas, hay un último tema para discutir. —Reza entonces, Señora, hablemos de ello rápidamente. —Dado que Mia Corvere acabó tan bien con el último, Imperator Scaeva necesita otro doppelgänger. Informe a su hermana que necesitaremos sus servicios. Adonai sintió un destello de emoción en sus venas. —¿Viniendo aquí, estará Scaeva?

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—A menos que la situación haya cambiado, —dijo la Señora de las Hojas—. Fui informada de que Marielle no podría crear simulacros sin el Imperator presente. El orador de sangre se encogió de hombros perezosamente—. Es como con cualquier artesano. Estando el modelo presente en la sala, el artista puede pintar un retrato más preciso. Sea el trabajo de mi amada hermana para engañar al Senado, o la novia de Scaeva, entonces sí. —Adonai sonrió —. Sería prudente que el Imperator se pusiera a su disposición. —Muy bien, —respondió Drusilla—. Te informaré cuando llegue el momento—. —Como desee, —dijo Adonai, sofocando un bostezo. El orador se volvió y salió de las habitaciones del Venerable Padre con un lento movimiento de seda roja, tomándose su largo y dulce tiempo. Sus pies descalzos no hacían ruido en las escaleras mientras descendía a la oscuridad, sus pálidos labios se torcieron en una pequeña sonrisa. Podía sentir los ojos de Drusilla sobre él cuando se fue. —Amado hermano, hermano mío. Adonai encontró a Marielle en su sala de los rostros, leyendo bajo la luz arkemica. Estaba enterrada en un tomo del Athenaeum, rastreando su progreso a través de las páginas con dedos retorcidos y filtrantes, con cuidado de no tocarla. Pero ella levantó la vista cuando su hermano entró en su habitación, con una bata de seda separada de su pecho pálido y liso. Sus ojos rojos brillaron de alegría al verlo, pero mantuvo su sonrisa pequeña y apretada no sea que la piel de sus labios se volviera a partir. Le había tomado semanas sanar la última vez. —Amada hermana, —respondió—. Hermana mía. Adonai tiró suavemente de su capucha hacia atrás, presionó sus labios en la parte superior de su cabeza, con mechones de grasa rubia extendiéndose sobre su cuero cabelludo. Ella se apartó de él, avergonzada. —No me mires, hermano. Adonai puso su mano sobre su mejilla agrietada e hinchada, y giró a Marielle para mirarla. Una pesadilla de piel gastada y llagas abiertas. 309

Sangrado y filtración y pudriéndose hasta el núcleo. Se había puesto una capa gruesa de perfume, pero no era suficiente como para ocultar la oscura dulzura de la descomposición, la ruina de los imperios en su carne. Él besó sus ojos. Él besó sus mejillas. Él besó sus labios. —Eres hermosa, —susurró. Presionó la palma de su mano contra la mano de su hermano que todavía ahuecaba su rostro. Sonriendo suavemente. Y luego se volvió, con las manos detrás de la espalda, mirando las caras en las paredes. Ojos vacíos y bocas abiertas, cerámica, vidrio, cerámica y papel maché. Máscaras de la muerte y máscaras de carnaval y máscaras antiguas de hueso y cuero. Una galería de rostros, hermosos y horribles y todo lo demás. —¿Qué noticias hay? —Marielle murmuró. —Diezmanos y sus Espadas fueron asesinados. Nuestra pequeña Tenebro ilesa. —Adonai se encogió de hombros—. En gran medida, al menos. Y nuestro Imperator llegará pronto de Tumba de Dioses, para que puedas esculpir a otro tonto a su semejanza. —Cobarde, —suspiró Marielle. —Sí—, asintió Adonai. —¿Esa puta de Naev está lista? Adonai levantó la ceja—. Está lista. Pero no tengas celos, hermana mía. Ella no se convertirá en ti. Naev no es más que una herramienta. —Una herramienta que usaste bien y, a menudo, amado hermano, en las noches pasadas—. —Ella me complació. —Adonai suspiró—. Y luego, me aburrió. —Naev todavía te ama. —Entonces ella es tan tonta como el resto de ellos. Marielle sonrió sombríamente, babeando en sus labios. —¿Crees que Drusilla sospecha de nosotros? Adonai se encogió de hombros. —Pronto, no importará. El tablero será colocado, las piezas se moverán. Los tomos en la custodia de Aelio

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señalarán el camino. Y cuando todo esté hecho, tendremos cielos negros y luna arriba, tal como lo prometió el cronista. Adonai pasó la punta de los dedos sobre la lámpara en el escritorio de Marielle: una mujer ágil con cabeza de león, sostenía un globo en sus palmas. De origen Ashkahi. De milenios de edad. —Piénsalo, Amada hermana, —respiró—. Nuestros magos no saben más que una pálida astilla de lo que realmente sabían ¿Qué lecciones podrían ser nuestras cuando vuelva a brillar en el cielo? ¿Qué torturas pueden aliviarse, qué secretos se desvelarán cuando dejemos atrás las costas iluminadas por el sol y volvemos a mantener el equilibrio? Adonai sonrió, las yemas de sus dedos se deslizaron por la cara de la estatua. —No hay oscuridad sin luz, —dijo Marielle. —El día sigue a la noche. Adonai asintió. —Entre blanco y negro... —Hay gris, —ambos terminaron. —Cuando la Madre Oscura regrese a su lugar en el cielo—, dijo Adonai, —¿Me pregunto qué hará con la podredumbre en esta, su casa? ¿Y todos los que se han beneficiado de ella sin fe? —Lo sabremos pronto, hermano. Marielle entrelazó sus dedos con los de Adonai, su sonrisa a punto de separarse. Él besó sus nudillos, su muñeca. Sonriendo oscuro a cambio. —Pronto. Aelio nunca había encontrado los bordes de la biblioteca. Había mirado una vez. Saliendo a la penumbra entre los estantes, el bosque de madera oscura y pulida, las hojas susurrantes de vitela y pergamino, papel, cuero y piel. Encontró libros tallados en piel aún sangrante, libros escritos en idiomas que nunca se inventaron, libros que lo miraban mientras él los miraba. Deambulando por los pasillos para dar vueltas sin parar, solo con un ratón de biblioteca ocasional como compañía, arrastrando un mechón de humo azucarado detrás de él.

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Pero nunca encontró el borde. Y después de siete giros buscando, finalmente se dio cuenta de que las cosas en esta biblioteca no se encontraban a menos que quisieran ser halladas. Entonces dejó de mirar por completo. Giró su carretilla vacía hasta el entrepiso, se detuvo frente a su oficina para encender otro cigarro. Vio más libros amontonados debajo de la ranura de DEVOLUCIONES, que nuevos acólitos que entrenaban en la Montaña deslizaron de nuevo para su custodia durante la noche. Aelio expulsó el humo, agachándose con su crujiente espalda y dedos manchados y calavéricos, recogió los libros y los colocó con reverencia en su carrito. —El trabajo de un bibliotecario nunca termina, —murmuró. Buscó en su chaleco sus anteojos, revisó los bolsillos de sus pantalones, luego la camisa, finalmente se dio cuenta de que estaban sobre su cabeza. Con una sonrisa irónica, entró en su oficina y se metió profundamente en su cigarillo. —“¿Una chica que era al asesinato lo que los maestros a la música?” Drusilla levantó la vista del libro que estaba leyendo, los bordes rojos como la sangre en las páginas, un cuervo negro grabado en la portada. Una sonrisa sin alegría torció sus labios. —Diosa Negra, realmente piensa mucho en su propia prosa, ¿no? —Todos son críticos. —Aelio apoyó el cigarillo en sus labios y se encogió de hombros ante el libro—. Pero sí, algunas de las metáforas son quizás demasiado. —Gracias a la Diosa, no habla de la forma en que escribe. Si así sonara pretencioso cuando abre la boca, lo habría asesinado hace años. El cronista miró a la Señora de las Hojas de arriba abajo. —¿A qué debo esta visita, joven Silla? No te he visto aquí en una era. —¿Realmente creías que no sabría qué estaban haciendo aquí? — Preguntó ella, cerrando la portada del libro—. ¿Me creíste ciega o es que simplemente rezaste para que no me diera cuenta?

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—No estaba seguro de que pudieras ver todo el camino desde tu alta silla. —¿ Hace cuánto que lo sabes? —Preguntó Drusilla. El cronista sacudió la cabeza—. No estoy seguro de lo que quieres decir, muchacha. Drusilla sacó un estilete largo y malvado de la manga de su túnica. —¿Para qué es eso? —Preguntó Aelio—. ¿El cabello en el pecho se vuelve rebelde de nuevo? Drusilla estrelló el cuchillo de punta a punta en una pila de historias aleatorias y novelas en el escritorio de Aelio. La hoja atravesó la cubierta de cuero del tomo sobre la pila y se adentró en las páginas más allá. El cronista hizo una mueca y vio que el libro herido no era otro que Postrado de Rodillas, uno de sus favoritos en particular. (27) En algún lugar en la oscuridad de la biblioteca, un ratón de biblioteca rugió. —No volvería a hacer eso si fuera tú, señorita, —dijo Aelio. —Creo que he aclarado mi punto, —respondió Drusilla, retirando la hoja. El cronista bajó la mirada a su mano. Tenía un agujero en la palma de la mano, exactamente del mismo tamaño y forma que la herida que acababa de infligir en el libro. Aelio miró a la Señora de las Hojas a través del nuevo agujero en su mano mientras apoyaba la punta de la cuchilla en otra cubierta. —Supongo que sí, —respondió el viejo fantasma. —¿Hace cuánto que lo sabes? —Drusilla tamborileó con los dedos sobre el cuervo que adornaba la tapa de la crónica. Aelio pudo ver que ella también había estado hojeando el segundo volumen—. Sobre la chica. ¿Hace cuánto? El cronista se encogió de hombros. —Desde un poco antes de que ella llegara aquí. —¿Y no pensaste en decírmelo?

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—Entonces, ¿de pronto te interesa mi consejo, verdad? —Se burló Aelio—. No has pisado este lugar en una puta década. —Soy la Dama de las Espadas, la Iglesia Roja es... —No te atrevas a darme una charla sobre qué es y qué no es este lugar, —escupió Aelio—. Lo sé mejor que cualquiera de ustedes. —No estoy disminuyendo tu contribución, Cronista, pero los tiempos han... —¿Contribución? —Graznó Aelio. —¡Empecé este maldito lugar! —¡Pero los tiempos han cambiado! —Drusilla terminó, poniéndose de pie—. Puede que hayas tallado esta iglesia de la nada, sí. Pero eso fue siglos atrás, Aelio. Hace milenios. El mundo que conociste es polvo, y por todo tu servicio a las Fauces, ella consideró conveniente arrastrarte de regreso de tu lugar en el Hogar siglos después de que estuvieras muerto, ¿y para qué? ¿Para hacerte su general? ¿Su inmortal Señor de las Hojas para llevar a su rebaño a nuevas y mayores alturas? ¡No! —Drusilla hizo a un lado la pila de libros sobre su escritorio y los lanzó al suelo. —Ella te hizo su maldito bibliotecario. En la oscuridad, un ratón de biblioteca rugió de nuevo. Más cerca esta vez. Aelio dio una larga y profunda aspirada a su cigarillo, con brasas en los ojos y los dedos manchados de tinta. —No jodas con los bibliotecarios, jovencita. Conocemos el poder de las palabras. —Ahórratelo —dijo Drusilla—. ¿Dónde está el tercero? —¿el Tercero de qué? —¡El tercer volumen! —Dijo Drusilla, golpeando con la palma de la mano las dos primeras crónicas a tiempo con sus palabras—. ¡Nacimiento! ¡Vida! ¿Dónde está la muerte? —Esperándote justo afuera en esos estantes, si sigues pateando estos libros. —¿Dónde? —Drusilla gruñó.

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El cronista echó la cabeza hacia atrás y aspiró el gris en el aire. —No sé. Nunca lo busqué. Las cosas no se encuentran en este lugar a menos que se suponga que deban encontrarse. —Eso, buen Cronista, es el último de una serie de suposiciones tontas. Drusilla agarró las dos Crónicas de Nuncanoche y pasó junto a él, sus ojos azules destellaban de rabia e impaciencia. Captó el aroma de las rosas en su largo cabello gris y, debajo, el tenue aroma del té y la muerte. Caminando hacia las poderosas puertas del Athenaeum, Drusilla las abrió de par en par, fulminando con la mirada a la legión de Manos que esperaban en la oscuridad más allá. Docenas de ellos. Quizás cien. Vestidos de negro y con la boca cerrada, esperando órdenes como corderos obedientes. Nunca fue así como debía ser. Se suponía que era una casa de lobos, no de ovejas. —Buscarán en cada centímetro de esta biblioteca, —les dijo—. Cada estante, cada rincón. No hagan daño a los libros, y los gusanos no les harán daño. Pero encontrarán lo que busco. —Levantó las dos primeras crónicas en sus manos y las mostró ante los sirvientes—. El tercero en esta crónica. Mercurio de Liis es el autor. Que la Madre llegue tarde cuando te encuentre. Y cuando lo haga, que te salude con un beso. Las manos se inclinaron y, sin decir una palabra, salieron a las estanterías. Drusilla se volvió hacia Aelio, con los dos volúmenes en la mano. — No te importa si me prestas esto, ¿verdad, buen Cronista? El viejo fantasma miró hacia las Manos entre el bosque de madera oscura, las hojas susurrantes de vitela y pergamino, papel, cuero y piel. Apagó el cigarillo en la pared y suspiró. —Solo déjame buscarte un comprobante de devolución.

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CAPÍTULO 23 GUERRA Mia soñó. Un cielo tan gris como el momento en que te das cuenta de que ya no estás enamorado. Agua como un espejo debajo de ella, horizonte a horizonte bajo un cielo para siempre. Su aliento era frío como la luz de las estrellas, el pecho subía y bajaba como su madre y su padre por los cielos. Sería de noche pronto. Es hora de que ella ascienda a su trono y vea cómo la noche extiende sus vestidos por los cielos. Estaría llena esta noche. Y hermosa. Reflejando la luz de su padre, llevando el día a la oscuridad, comiendo su miedo y sonriendo mientras caminaban la noche, sin miedo. Todo en equilibrio. —No enfrentaré ningún rival, —dijo una voz. Ella abrió los no-ojos. Julio Scaeva estaba parado sobre ella, con un cuchillo en la mano. —Perdóname, chica. Y el cuchillo bajó. Mia abrió los ojos. Las cortinas estaban cerradas, pero podía escuchar fuertes olas en una orilla pedregosa, el viento entre las rocas, gaviotas llorosas llorando bajo la lluvia. El sueño era un nuevo eco en su cabeza, el mismo que había tenido todas las noches desde Tumba de Dioses. Su pulso se aceleraba, su corazón latía con fuerza. Se sorprendió de que el golpe contra sus costillas no hubiera despertado a su hermano. Se giró hacia el chico en la cama a su lado, con los ojos cerrados, su expresión serena. Ella apartó un rizo suelto de su frente y se preguntó qué soñaría.

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Envidiándole que aparentemente había escapado de estas extrañas visiones que plagaban su propio sueño. Si todo lo que Tric decía era cierto, también había una parte de Anais dentro de Jonnen. Y aun así dormía como un bebé. Ella se preguntaba por qué. Casi podía escuchar la respuesta de Tric. PORQUE ERES LA ELEGIDA DE LA MADRE. Se sentó en la cama, apartándose el pelo de la cara y respirando hondo. La posada en la que habían reservado alojamiento se llamaba Blue Maria's y, a decir verdad, era un poco más agradable que el Pub. Ash había reservado la habitación más grande que tenían, y los siete habían subido las escaleras penosamente, manteniéndose juntos por seguridad. Sid y Carnicero estaban en las tablas del suelo, envueltos en montones de mantas. Ash estaba acurrucada contra la espalda de Mia en la cama. Un fuego ardía en un pequeño hogar, trayendo una confortable calidez de whisky a la habitación. Pinturas del océano en las paredes, barcos en ásperos marcos de madera. Cantahojas estaba sentada en una mecedora, con la espada en el regazo y los ojos oscuros en la puerta del dormitorio. Miró a Mia, su voz era un suave murmullo. —Tenías malos sueños. —Sueños reales, —murmuró Mia. —Ah. Son lo peor. Mia se frotó la cara y miró a la mujer Dweymeri a los ojos. —¿Con qué sueñas, Canta? La mujer respiró hondo y suspiró. —Hombres a los que he matado, principalmente. Amigos que he perdido. La sensación de arena arenosa bajo mis pies. Ya sabes cómo era. Tú viviste esa vida. Se queda contigo, incluso cuando duermes. Miró a Mia y sonrió como si compartiera un secreto—. Pero a veces, si me esfuerzo lo suficiente, puedo cambiarlo. —¿Cambiarlo?—, Preguntó Mia. —¿A qué?

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—En lugar de las arenas de la arena, pienso en las arenas de la playa de Farrow. Me imagino caminando sobre costas blancas y brillantes y el beso de las olas alrededor de mis tobillos. El olor del océano y los antojos que se cocinan en un fuego abierto y la sensación de la luz del sol en mi piel. Cantahojas sonrió—. Deberías probarlo. La próxima vez que duermas. Toma el sueño y haz lo que quieras. Te pertenece, después de todo. Mia miró a su alrededor y suspiró—. ¿Quieres que vigile por un tiempo? Canta sacudió la cabeza—. Sid me acaba de despertar. Deberías dormir. Mia se liberó cuidadosamente de su hermano y Ash, se calzó las botas de piel de lobo. Se puso de pie y se estiró, se colgó el cinturón de la espada sobre el hombro, luego caminó suavemente hacia la puerta. El fuego se extendió hacia ella cuando pasó, las manos de fuego arañando y agarrando sus talones. Ella lo escupió. —Voy a fumar, —susurró—. Si necesitas algo, solo grita. La mujer Dweymeri asintió, se reclinó en su silla, con las manos descansando sobre la espada. Mia salió por la puerta, callada como un gato, sus pisadas apenas un susurro en las tablas desnudas del piso. Bajó al final del pasillo, atravesó una puerta que crujía y salió a un balcón con vistas a los muelles. El viento era muy frío, la lluvia aún escupía y le tomó tres intentos encender su cigarro. Ella respiraba un penacho de olor a clavo de olor gris, con los ojos entrecerrados contra el humo. Mirando las aguas oscuras como el acero que golpeaban los muelles, los barcos atracados, sus ojos mirando a través de las torres de espinas y sus giros de maleza hacia El Pub acurrucados en el paseo marítimo. Pensamientos dirigidos al pálido chico sentado junto al hogar, paciente como la muerte. —LA ÚNICA ARMA EN ESTA GUERRA ES LA FE. Mia negó con la cabeza. Todavía no estaba segura de qué creer, o dónde encontraría alguna fe en medio de todo esto. Recordó las palabras de Tric en esa torre en ruinas: su confesión de que había renunciado a su lugar en el Hogar para poder regresar por ella. El pensamiento la asustó, la entristeció y, sí, de alguna manera, la excitó. Había un encanto en ser tan

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completamente deseada. Pensar que ella tenía tanto poder sobre un chico que desafiaría a la muerte misma a estar a su lado. Ella recordaba la sensación de él dentro de ella. La presión de sus manos contra ella. Preguntándose cómo sería ahora tocarlo. Bésalo. Follarlo. Lamiéndose los labios, probó el azúcar del papel de cigarillo, el humo le hizo hormiguear la lengua. Ella apretó sus muslos, deslizó una mano por la parte delantera de sus pantalones, saboreando el dolor. Mirando el camino por delante de ella y preguntándose exactamente dónde terminaba. Donde a ella le gustaría terminar. Piel como el mármol y ojos como la oscuridad verdadera y dedos inteligentes vagando todo el camino... —Muy bien, suficiente, —gruñó ella. Ella sacó el último aliento de su humo y lo aplastó debajo del talón. Se quitó el cabello arrastrado por el viento de la cara, volvió a entrar y cerró la puerta contra el viento amargo y arañante. Preguntándose si debería bajar las escaleras para ver cómo... Una forma oscura la golpeó cuando se volvió, una mano en el cuello y otra agarrando su muñeca. Jadeó, aplastada contra la pared, su mano libre buscando su espada mientras sentía un cuerpo duro apretado contra ella, cálidos labios contra su mejilla, su garganta. Un destello de cabello rubio. Un toque de perfume de lavanda. —¿Ash? —Siseó ella—. Por el abismo y la sangre, podría haber... Ash la silenció con un beso, los labios apretados contra los de ella, las manos deslizándose debajo de su camisa y trazando delicadas líneas de delicioso fuego a lo largo de sus caderas, en la parte baja de su espalda. El corazón de Mia latía con fuerza por el miedo cuando las manos de Ash se deslizaron por sus pantalones y le apretaron el culo. Mia arrastró su boca, Ash se mordió el labio inferior cuando se separaron. —¿Qué demonios estás haciendo? —Susurró Mia. —Esperando a que te escapes para fumar, —Ash sonrió, alisando un mechón de cabello de Mia de su cara—. Sabía que te volverías loca por salir. Sin embargo, me quedé dormida. Casi me das el resbalón, perra.

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—Si quisieras un beso en el pasillo, podrías haber preguntado. —No preguntar. —Ash sacudió la cabeza—. Tomar. Besó a Mia otra vez, con la boca abierta, profunda como las sombras. Mia suspiró al sentir la mano de Ash deslizándose sobre su vientre, deslizándose por la parte delantera de sus pantalones donde la mano de Mia había estado un momento antes. Un suave gemido se deslizó de sus labios cuando Ashlinn la besó en el cuello, mordisqueando, acariciando, haciéndola temblar y hundirse contra la pared. Sus piernas se separaron ligeramente, su corazón se aceleró, y no por su miedo. Los labios de Ash rozaron su oreja—. Nos conseguí una segunda habitación. —... ¿Qué? —Cuando reservé la primera. Sólo para nosotras. Por la noche. Mia se rió suavemente. —Perra perversa. —He estado sufriendo por ti desde que le arrancaste los dientes a ese bastardo, Mia Corvere, —susurró Ashlinn—. Se me sube la sangre de verte ganar. Mia gimió cuando los dedos de Ash se movieron entre sus piernas—. Qué pasa… —Tu hermano está con Canta y los demás, —murmuró Ash, sus labios rozando su garganta—. Tan seguro como puede estar.Eso nos da una o dos horas libres. La Diosa sabe cuándo volveremos a tener tiempo. Ash buscó debajo de la camisa de Mia con su mano libre, dibujando delicadamente círculos alrededor de sus senos, apretando espirales alrededor de sus pezones endurecidos. Su aliento era ardiente, urgente en el cuello de Mia, sus dedos trabajaban con una magia cegadora entre sus piernas. —Te deseo, —susurró Ash. —Oh, Diosa... —Te deseo.

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Mia deslizó sus dedos en el cabello de Ash, la arrastró hacia un beso sin aliento y dolorido. Sus mejillas enrojeciieron, mientras la presionaba contra la pared, apretando a Ash contra ella, respirando con dificultad en la temblorosa oscuridad, cada pensamiento, cada enemigo, cada miedo desapareciendo de su mente, mientras suspiraba alrededor de sus lenguas. —Yo también te quiero… Follaron como la guerra. Guerra, sangre y fuego. Casi no lograron entrar a la habitación, Ash buscó a tientas la llave cuando Mia presionó la longitud de su cuerpo contra ella desde atrás, besando la parte posterior de su cuello, las uñas clavándose en su piel. Golpearon la puerta detrás de ellas y Mia golpeó a Ash contra la puerta, su risa se convirtió en un gemido sin aliento cuando Mia se abalanzó sobre su garganta. Mia presionó sus labios contra la piel ardiente, sintió el pulso de Ashlinn martilleando bajo sus dientes y lengua. Las manos de Ash se deslizaron por su camisa y le recorrieron la espalda, haciéndole cosquillas y provocándola. Pero Mia agarró sus muñecas, las presionó firmemente contra el marco, apretándolas contra ella mientras besaba y mordía su cuello. Con el pecho agitado, los labios torcidos en una sonrisa perversa, Ash la apartó. Mia tropezó hacia atrás y Ash chocó con ella, empujándola hacia la cama. Se derrumbaron sobre el colchón enredadas, el aliento de Ash se aceleró mientras rasgaba los lazos de los pantalones de Mia, con los ojos vidriosos de lujuria. Mia arrastró la camisa de Ash y la atrajo hacia sí, besó sus senos, lamió, chupó y suspiró su adoración. Pero Ash la empujó hacia la cama, presionó las manos de Mia contra su pecho para detenerlas, finalmente soltó sus pantalones y los arrastró hasta sus rodillas. Mia la empujó y se pusieron a luchar, riendo, maldiciendo y mordiendo, sonrojadas y jadeando, con los músculos tensos, ninguna dispuesta a ceder. Boca a boca, lenguas bailando una contra la otra mientras se quitaban la ropa en una batalla tortuosa y enloquecedora, pieza por pieza, el sudor subiendo sobre su piel, cada bota o botón una pequeña victoria sin aliento. Los besos de Ash estaban hambrientos, enojados, sus cuerpos presionados juntos mientras rodaban al otro lado de la cama, finalmente, 321

maravillosamente desnuda. Mia abrió las piernas y gimió, arqueando la espalda cuando los dedos de Ash se deslizaron hacia abajo y comenzaron a rasguear, hipnóticos, melódicos, tocando una sinfonía cegadora en sus labios hinchados. La propia mano de Mia fue a buscar, a través de la hinchazón de los senos de Ash, bajando por su barriga apretada, a través de la suave suavidad y el calor resbaladizo. —Oh, Diosa, —suspiró Mia. —Sí, —jadeo Ash—. Oh, joder sí. Ella gimió cuando los dedos de Mia se deslizaron dentro de ella, rizándose y persuadiendo, Oh, Diosa, estaba tan cálida, encendiendo un fuego que la hizo temblar. Ashlinn echó su cabeza hacia atrás y gimió, sus manos coincidieron con el ritmo extático de Mia mientras se balanceaba y giraba las caderas a tiempo. Mia presionó su boca contra el cuello de Ash, los dedos entrelazados en largos mechones dorados, los dientes mordisqueando su piel, apretando contra su mano. Cada chica avivaba las llamas crecientes dentro de la otra, cada caricia, cada toque tembloroso, más caliente, más alto, más, más, hasta que finalmente, fóllame, fóllame, fóllame, se prendieron en fuego. Ash gritó, con el pelo cubriendo su cara, amortiguando los gritos sin palabras de Mia mientras la apretaba contra sus senos. La luz negra estalló detrás de los ojos de Mia, más brillante que la veroluz, su cabeza echada hacia atrás cuando la inmolación la tomó, la sacudió, dejándola temblando y sin aliento. Los dedos de Mia se retiraron, trazando líneas de fuego a través del campo de batalla de la piel de Ashlinn. Se los deslizó entre los labios, saboreando el sabor de su amante, borracha. Ash encontró la boca de Mia con la suya otra vez, gimiendo mientras se saboreaba entre ellos, la pareja se hundió en un beso interminable y profundo. Ash envolvió largas piernas alrededor de la cintura de Mia, apretando con fuerza, con las yemas de los dedos dibujando espirales arkímicas sobre sus caderas, a lo largo de su espalda, hasta la nuca, con escalofríos que le recorrían toda la espalda hasta enrollarse zumbando entre sus muslos empapados. Mia quería poseer a esta chica. Poseerla y ser poseída, cada parte de ella, cada secreto azucarado desesperado, cada curva suave y arco sombrío. Más. 322

Ella quería mucho más. —Bésame—, susurró Mia, acariciando la mejilla de Ashlinn. —Te estoy besando—, suspiró Ashlinn. —No, —suspiró Mia, retrocediendo, mirando profundamente a los ojos de su amante—. Bésame El aliento de Ashlinn se aceleró, la idea la hizo temblar. Mia podía ver la necesidad en ella, la lujuria aturdida, desesperada y dolorosa en sus ojos, coincidiendo con los de Mia. Besó a Mia otra vez, con la lengua lanzándose a su boca, los labios curvados en una oscura sonrisa. —Házmelo, —ella respiró. Mia sonrió, presionando a Ashlinn nuevamente sobre las sábanas, levantando sus manos sobre su cabeza. Suspiró cuando Mia esparció un centenar de besos persistentes en sus labios, cuello, senos, su mano libre una vez más deslizándose entre las piernas de Ashlinn, rodando de un lado a otro sobre sus labios empapados. Mia se puso de rodillas y se dio la vuelta, a horcajadas sobre la cara de Ashlinn. Y lentamente, muy lentamente —Oh, Diosa, sí, —susurró Ash. ella se dejó caer sobre la boca de Ashlinn que la esperaba. —Oh, joder, —ella gimió, temblando al sentir la lengua de Ashlinn trazando círculos ardientes, una y otra vez y finalmente adentro, con las manos arañando su trasero. Las caderas de Mia se movieron por su propia cuenta, los dedos vagaron por su propia piel, se tocaron y se burlaron, se arrancaron los pezones doloridos y sus muslos temblaron. Sus pestañas revolotearon contra sus mejillas, su cabeza retrocedió cuando los labios, la lengua y los dedos de Ashlinn hicieron zumbar su cuerpo, explorando su lugar más suave, esa llama oscura y maravillosa que se construía dentro de ella nuevamente. Mia abrió los ojos, miró a su amante debajo de ella, deseando no solo ser saboreada sino también saborear. Ash gimió cuando Mia bajó la cabeza entre las piernas abiertas, se abrazó a sus muslos y hundió la lengua en las profundidades. El néctar más dulce en su lengua, sus bocas se movían a 323

tiempo ahora, cada gemido enviaba vibraciones por todo el cuerpo de Mia y la hacía gemir a su vez. Sus luchas cesaron. Su batalla fue ganada. Eran una canción, entonces, ambas. Un dueto perfecto, viejo como eones, profundo como la oscuridad entre las estrellas. No haciendo la guerra, sino haciendo el amor, dulce, profundo y perfecto, manos, labios y cuerpos, suspiros, gemidos y escalofríos, piel con piel. Prolongando la tortura melosa y feliz, todo lo que pudieron, goteando de sudor, sin aliento, jadeando y ardiendo al rojo vivo, cada una en sintonía. Nunca queriendo que termine. Nunca o siempre Y finalmente, después de una era maravillosa, perdida completamente en el tiempo, cuando lo dejaron ir y finalmente llegaron, cada chica susurró el nombre de la otra.

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CAPÍTULO 24 MAJESTAD Ella todavía estaba desnuda cuando patearon la puerta. Mia se despertó con el sonido de fuertes pisadas, los vellos se le erizaron en su espalda. Apenas estaba alcanzando sus pantalones cuando la bota astilló el marco, la puerta se rompió hacia adentro sobre sus bisagras. Se levantó y rodó por el suelo en un abrir y cerrar de ojos, sacando su espada de hueso de su vaina. Ash sacó su espada de debajo de la almohada, se paró en la cama, con la piel pecosa desnuda, el arma desenvainada. Cuatro hombres se alzaban en el umbral, cada uno con una piel de lobo negro sobre sus hombros. La Guardia del Lobo El que estaba delante era un vaaniano casi tan alto como Tric. Apuesto como una cama con dosel llena de dulces de primera categoría, cabello rubio grueso y barba dividida en siete trenzas. Una larga cicatriz que le cortaba la frente y la mejilla no era suficiente para arruinar la imagen. —¿Éstas? —Preguntó. Mia miró hacia el pasillo, con el corazón encogido mientras veía una cara familiar enmarcada por el pelo rojo y lacio, con un monóculo todavía apoyado en su ojo ennegrecido. —Ef Ella, —dijo el muchacho con los labios rotos—. Efa forra facó mif mafditof ' dientef! Mia escuchó a Cantahojas gritar desde el pasillo, Sidonio maldiciendo. Jonnen... Ella dio un paso adelante, desnuda como en el momento en que nació, lista para hacer que estos bastardos lamentaran haber nacido alguna vez. Los hombres se desplegaron en la sala, cada uno con las manos en las empuñaduras de sus espadas. El hecho de que ni siquiera hubieran sacado sus aceros todavía le decía que eran increíblemente estúpidos o extremadamente seguros.

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El líder miró a Mia, con los ojos verdes brillando. —Su majestad, Einar Valdyr, Lobo Negro de Vaan, Azote de los Cuatro Mares, ordena tu presencia ante el Trono de los Sinvergüenzas, chica. Si tienes dioses, es mejor que comiences a rezar. Su mirada parpadeó hacia Ashlinn, de pie con la espada en la cama—. Y si tienes ropa, será mejor que te la pongas. —¡Libérame, bandolero! —Mia oyó llorar a Jonnen—. ¡Mi padre te hará desollar y alimentar a los perros! —¿Canta? —Llamó Mia, con el corazón en la garganta. —¿Sí? —Escuchó a la mujer gritar. —¿Están todos bien? ¿Jonnen está...? —Lo tienen sujeto, —dijo la mujer—. Pero él está bien. —¡No estoy bien! —Gritó el niño— Déjame, cretino, soy hijo de un… —¡Quieres que destripemos a estos bastardos, da la orden Cuervo! — Gritó Carnicero. —Yo no daría esa orden, —aconsejó el hombre con cicatrices—, si fuera tú. Esa espada se sienta bien en tu mano, pero no tienes a dónde correr. Y si el Rey Einar recibe la noticia de que intentaste huir, todo será peor para ti. —Él sacudió la cabeza—. La cagaste mal, chica. La mente de Mia estaba acelerada, y se estaba maldiciendo a sí misma como una tonta. Podía matar a estos hombres, tenía pocas dudas, pero por lo que sabía, Jonnen podría estar a punto de ser acuchillado. Si lo lastimaban antes de que ella lo alcanzara, ella nunca se lo perdonaría. Estaba desnuda, sus amigos eran superados, no tenía idea de dónde estaba Tric o de la disposición del terreno. Paciencia, se dijo a sí misma. Miró a este tipo vaaniano, sopesándolo en su mente. Autoridad Natural. Confianza moderada. Inteligencia. Sus hombres estaban ocupados mirando con detalle, pero no había apartado la vista de sus ojos una vez desde que ella había desenvainado su espada. —¿Cual es su nombre señor?

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—Ulfr Sigursson, Guardia del Lobo y primer compañero de la Banshee Negra. —¿Su rey generalmente envía a su primer compañero para reunir a los alborotadores? —Cuando está aburrido, —respondió Sigursson—. Y tengo malas noticias para ti, muchacha. Ha estado muy aburrido últimamente. Mia miró a Ashlinn, todavía de pie en la cama. Este es el peligro, se dio cuenta. Al tener gente que le importaba. Familia que amaba. Ella bajó la guardia a su alrededor. La hicieron vulnerable. Sus enemigos podrían usarlos contra ella. Mercurio. Ashlinn. Jonnen. Sid y los Halcones. Si estuviera sola como al principio, ella solo sería un parpadeo en las sombras, y ya habría desaparecido. Si estuviera sola, podría destripar a estos cuatro como corderos de primavera y seguir su camino. Si ella estuviera sola... Pero entonces ella estaría sola. Miró a Ashlinn a los ojos. ¿Y cuál sería el punto de todo entonces? Mia curvó su mano en una garra, encontrando la mirada de Sigursson. Las sombras alrededor de la habitación comenzaron a moverse, extendiéndose hacia el hombre, apuntando como cuchillos. Su cabello sopló sobre sus hombros en una brisa fría iluminada por las estrellas que la tocó solo a ella. Para su crédito, el bandolero se mantuvo firme, pero finalmente desenvainó su espada. —¿Quién diablos eres tú? —Preguntó con los ojos entrecerrados. —Vamos a ir con usted, Ulfr Sigursson, —dijo Mia—. Pero si tú o tus hombres me tocan a mí o a mis amigos de una manera indecorosa, te mataré a ti y a todos los que has amado. ¿Me entiendes? Sigursson sonrió, finalmente mirándola de arriba abajo—. Mis hombres siguen mi ejemplo. Y te falta el aparejo adecuado para izar mi vela, pequeña.

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El hombre se agachó y arrojó sus pantalones a la cabeza de Mia. —Ponte tu jodida ropa. Un fuerte de piedra los esperaba en el extremo sur de los muelles. Se levantaba directamente en el agua, su pared era como un acantilado. Era de piedra caliza, redondo como un tambor poderoso, una corteza de hierba y mejillones rodeaban su línea de flotación. Cannon señaló desde sus almenas, a través del agua. Desde su torre más alta, ondeaba una bandera verde, adornada con plata y puesta con el sello de un lobo negro con garras ensangrentadas. Alrededor de su pared colgaban cien horcas, llenas de hombres y mujeres. Algunos muertos, algunos todavía con vida, la mayoría en en algún punto intermedio. —Joder, —Carnicero murmuraba—. Joder... Sigursson caminó delante, La Guardia del Lobo marchaba a su alrededor. Mia y sus camaradas habían sido desarmados, salvo la pequeña daga de perforación escondida en el talón de la bota izquierda de Mia. Sigursson llevaba su espada te hueso de tumba como un juguete nuevo. Sid se había ganado un ojo morado y un labio partido cuando La Guardia del Lobo entró en su habitación, y su barbilla estaba cubierta de sangre. Ash caminó cerca de Mia, y Mia llevó a Jonnen en sus brazos. Incluso con Eclipse en su sombra, podía sentir al niño temblar. Ella lo apretó con fuerza, besó su mejilla. —Todo estará bien, hermano. —Quiero irme a casa, —dijo, al borde de las lágrimas. —Yo también. —Nunca deberías haberme traído a un lugar como este. Mia observó las amplias puertas de la torre con tachuelas de hierro que se abrían ante ellos. —No me siento la hermana mayor más grande del mundo en este momento, segura y verdadera. —Ella ya estaba buscando rutas de escape. Sombras por las que pudiese entrar, momentos en los que pudiese deslizarse sobre sus hombros y desaparecer. Ella podría manejar Jonnen. Tal vez

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incluso Ashlinn si lo intentaba lo suficiente. Pero Cantahojas, Carnicero y Sid... El miedo se enroscó en su vientre. Miedo como el hielo y gusanos rastreros. Temor por los que le importaban. Quería que Eclipse regresara para ayudarla a manejarlo, pero eso dejaría a Jonnen desnudo y La Diosa sabía cómo se comportaría entonces. Y sin Don Majo —Oh, por el Abismo y la sangre, cómo lo extrañaba ahora—, se vio obligada a lidiar con eso ella misma. Empujar a través del frío y el miedo, del recuerdo de Bryn y Despiertaolas yaciendo muertos en la piedra fría y pensar, pensar, pensar cómo diablos iban a salir de esto... Oyó gritos y abucheos resonando mientras caminaban por un largo pasillo bordeado de linternas arquímicas, a través de las vísceras del fuerte. Más guardianes flanquearon un amplio conjunto de puertas dobles más adelante. Los hombres asintieron a Sigursson y miraron a Mia y a sus compañeros con expresiones aburridas. Las puertas eran de roble, talladas con sombríos relieves de dracos y ganchudos calamares y lloronas sirenas y otros horrores de las profundidades. El viento nocturno aullaba a través del vientre del fuerte como un lobo solitario, y el frío estremeció la piel de Mia. —¿Dónde demonios está Tric? —Susurró Ashlinn. —No tengo idea, —murmuró Mia. —No muy lejos, espero. Las puertas se abrieron de par en par. La sala tenía casi doscientos pies de diámetro, circular, construida de manera similar a un anfiteatro. Tres anillos concéntricos de madera se alzaban alrededor de los bordes, similares a los niveles de una arena. Los anillos estaban llenos de hombres del mar y marineros, una mezcla de gorros y tricornios de cuero, abrigos y rizadas corbatas y pieles, caras cicatrizadas y dientes plateados. Pipas humeantes, espadas relucientes y sonrisas salvajes. Piratas, todos. En el centro de la habitación había una gran poza de mareas, tallada directamente en el piso de piedra caliza y abierta al océano debajo. Las aguas eran azules, ligeramente nubladas, onduladas con una leve picadura. Suspendida sobre la poza había una malla de cables de acero tensos, cada

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uno separado a dos pies de distancia, formando una cuadrícula a seis pies sobre la superficie del agua. La multitud vitoreaba y aullaba a su alrededor. Y equilibrado encima, dos hombres estaban en duelo. Un delgado Dweymeri y un amplio Liisian, ambos desnudos hasta la cintura. Lucharon con espadas de madera, lo que Mia encontró un poco extraño. Las armas estaban bordeadas con fragmentos de obsidiana, para que pudieran cortar lo suficientemente bien: cada hombre estaba sangrando por una herida o dos, su clarete goteaba en el agua debajo. Pero sin un golpe directo a una arteria, las armas no serían suficientes para matar. —¿Qué es esto?— Siseó Sidonio. —Reyerta, —explicó Carnicero—. La Quinta Ley de la Sal. Juicio por combate. —Joder la sal y su ley, —susurró Ashlinn—. ¿Quién diablos es ese? Mia siguió la línea de los ojos de Ash. En el nivel más alto de los círculos, separada de los demás, Mia vio una poderosa silla. Su parte posterior era la rueda de un barco con doce radios anchos, pero el buque del que provenía debía haber sido tripulado por gigantes. El resto del asiento estaba hecho de coral blanqueado y huesos humanos, tallados y retorcidos en los gustos de los horrores de las profundidades. Estaba colgado con cien baratijas, adornos y curiosidades, algunos los reconoció Mia por los salados que había visto vagando por las calles de Amai. Una soga atada a un lazo. Un guante de cuero rojo. Un trapo blanco cosido con la cabeza de una muerte. Tributos, se dio cuenta. Un hombre estaba sentado en el trono, con una pierna apoyada perezosamente en la espalda de un niño esclavo, que estaba doblado sobre sus manos y rodillas delante de él. Un escalofrío recorrió la columna de Mia mientras lo miraba, un temblor involuntario que no pudo reprimir. Sus ojos estaban bordeados de kohl, el verde más penetrante que jamás había visto, como esmeraldas destrozadas y afiladas en cuchillos. Su piel estaba bronceada por años a la luz del sol, el cabello rubio afeitado y recortado en largas trenzas por la parte superior de su cuero cabelludo. Su barba también estaba trenzada, su mandíbula fuerte, su cara manchada y mellada con una

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docena de cicatrices. Su constitución la de un herrero, vestido con pantalones de cuero, botas largas. Su pecho musculoso estaba desnudo, y sobre sus hombros colgaba un abrigo hecho de rostros humanos curados, cosido por completo. El abrigo era tan largo que caía al suelo a sus pies. —Ese es Einar Valdyr, —susurró Carnicero, claramente aterrorizado. —En su trono de sinvergüenza, —murmuró Mia. La Guardia del Lobo los arrastró a un lado. Mia se encontró con los ojos de Ash, vio que estaba tensa y lista. Cuando los hombres se enfrentaron a los cables, Mia volvió a escanear la habitación, buscando las salidas, las sombras. Había al menos doscientos corsarios aquí, unos treinta mas de La Guardia del lobo, el mismo Valdyr. Pelear no era una opción. Y cuando las puertas se cerraron de golpe detrás de ellos, escapar parecía un sueño lejano. La multitud rugió y Mia volvió la vista hacia el duelo: el Dweymeri tenía sangre nuevamente, una herida fresca a lo largo del hombro del Liisiano, goteando en las aguas debajo de ellos. Los cables zumbaron como cuerdas de lira mientras los hombres bailaban y se lanzaban, los Dweymeri saltaban por los cables para evitar la espada de su enemigo, y el golpe del Liisiano se ensanchaba. El hombre más pequeño perdió el equilibrio y comenzó a tambalearse. El Dweymeri dio un rápido golpe en la rodilla del Liisiano, casi cayendo. El liisiano gritó, su pie falló, y cuando la multitud se levantó y rugió, el hombre se deslizó a través de los cables y cayó a la poza de mareas abajo con un chapoteo. El marinero Dweymeri bramó triunfante. El hombre liisiano en el agua emergió aterrado, nadando hacia el borde. Mia vio a Valdyr moverse por primera vez, levantándose de su trono y caminando hacia el borde del balcón para poder ver mejor. Y debajo del agua, el vientre de Mia se revolvió al ver el movimiento de una larga y oscura sombra. El liisiano había llegado al borde de la piscina, pero el agua estaba baja, las paredes demasiado altas para que él alcanzara el borde. Se lanzó hacia arriba, y Mia vislumbró su rostro, pálido y aterrorizado. Sus dedos rasparon la piedra cuando la multitud pisoteó sus pies. Y mientras Mia observaba, un largo tentáculo, enganchado, negro y brillante, se levantó del

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agua, se envolvió alrededor de la garganta del hombre y lo arrastró hacia abajo. Madre Negra, es un leviatán. (28) Sonidos vibrantes. Gritos confusos. El agua se puso roja mientras la multitud aullaba. Arriba en el balcón, Valdyr aplaudió, echó la cabeza hacia atrás y se rió. Las caras de su abrigo le recordaron a Mia esas caras debajo de Tumba de Dioses, gritando todo el tiempo. Ella vio que sus ojos estaban encendidos, que sus dientes habían sido afilados como agujas. Sí, de acuerdo. Podría creer que un chacal dio a luz a este bastardo. —¡Las Hijas han hablado! —Rugió. La tranquilidad cayó sobre la habitación como un martillo, y cada hombre y mujer en ella se quedó completamente quieto. Valdyr estaba de pie con los brazos abiertos, su voz profunda y resonante. —Mi Señora Indomable, ¿estás satisfecho? Una mujer de unos treinta años dio un paso adelante en el segundo nivel. Tenía el pelo rubio recogido en una trenza, sin kohl alrededor de los ojos, sin pintura en los labios. —Indomable está satisfecha, mi rey, —se inclinó, sonriendo. —Mi Señor Rojo Libertad, ¿estás satisfecho? —Preguntó Valdyr. Un Itreyano barbudo con una cicatriz viciosa y un abrigo rojo con botones de latón inclinados, con la cara tan amarga como si hubiera comido un plato de mierda de perro. —Rojo Libertad está satisfecho, —dijo—. Mi rey. —Bueno, eso es un maldito alivio, —dijo Valdyr, volviendo a su trono. El hombre apoyó nuevamente sus botas sobre el esclavo, se echó hacia atrás y se acarició la barba trenzada—. Ahora, ¿quién más trae disputa? ¿O puedo volver a mi vino? —¡Majestad! —Un Liisiano de dientes enredados con cabello rojo y un gato con mirada venenosa enroscado alrededor de su hombro dio un paso adelante con una reverencia. Tenía una soga atada alrededor del cuello

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como una corbata, al igual que los muchachos que Mia y Ash habían azotado allí. —Mi Señor ahorcado, —respondió Valdyr sin mirarlo—. Habla. —El asunto que mencioné antes, Majestad, —dijo el hombre, mirando a Mia con una expresión que solo podía considerar como “codiciosa”. —Su Guardia ha regresado. —Sí, sí, ¿qué novedades, Sigursson? —Preguntó Valdyr. —Seis en mano, Capitán, —Habló el hombre junto a Mia—. Los atrapé en casa de María. —¿Y el séptimo? Como si fuera una señal, las puertas se abrieron de golpe, y media docena de La Guardia del Lobo maltratados y ensangrentados entraron arrastrando los pies por el pasillo, arrastrando a una figura que luchaba. El corazón de Mia se aceleró y dio medio paso adelante, pero Ashlinn colocó una mano sobre su brazo para detenerla. —Tric... Estaba envuelto en cadenas, retorciéndose como una serpiente. Le quitaron la túnica negra y hecha jirones, lo dejaron solo con sus pantalones de cuero debajo, los eslabones de hierro oxidado cortando profundamente en su piel. El La Guardia del Lobo lo tiró al suelo y él gruñó, sus rastas salinas se retorcieron sobre la piedra. Un leve rubor de ira besó sus mejillas, una salpicadura de sangre manchada en su piel. —El bastardo mató a Pando, Trim y Maxinius—, declaró uno de los guardianes, con la nariz destrozada—. Rompió las piernas de Donateo como si fuesen jodidas astillas. Apuñalé al hijo de puta tres veces en el pecho y no se cayó. Apenas sangra. —Tric, quédate quieto, —llamó Mia. —MIA… Uno de los guardias dio un paso adelante y le dio una patada en la cabeza. —¡Cállate, cabrón impío!

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Valdyr miró al chicño Dweymeri que luchaba, con los ojos verdes como cuchillos entrecerrados. —Capitán? —Sigursson sostuvo en alto la espada de Mia—. ¿Puedo acercarme? Valdyr gruñó asentimiento, pateó una escalera de cuerda sobre el borde de su balcón. Fue entonces cuando Mia se dio cuenta de que la posición del hombre era inatacable por cualquiera en la habitación. Los únicos caminos a su percha eran una puerta cerrada detrás del Trono del sinvergüenza o la escalera que acababa de lanzar a su primer compañero. Echó un vistazo por el pasillo y vio al menos cincuenta hombres que parecían capaces de cortar la garganta de sus hijos por un mendigo. Podía sentir esa corriente subterránea de violencia nuevamente. Mirando a los ojos de la gente alrededor de la habitación mientras miraban a su rey. Ningún hombre o mujer en esta sala ama a Einar Valdyr, salvo quizás su tripulación. El rey de los piratas sostiene su trono a través del miedo... Sigursson subió la escalera, habló en voz baja en el oído de su rey y le entregó la espada de Mia. Los ojos de Valdyr se encontraron finalmente con los de ella, y Mia tuvo que obligarse a sostener su mirada. Incluso cerca de cien pies de distancia, podía sentir el poder irradiando de él. Una intensidad salvaje y sedienta de sangre que convertía en meros niños a los hombres que lo rodeaban. Había un atractivo en él, eso era innegable. Pero era un encanto destinado a dejar hematomas en la piel y sangre en las sábanas. Valdyr la miró durante un momento largo y silencioso, con los labios curvados en una sonrisa hambrienta. —¿Qué dices, mi señor ahorcado? —Finalmente llamó—. ¿Qué diezmo pides? —Esta perra de agua dulce rompió los dientes de mi hijo, —dijo el hombre de dientes enredados señalando con la cabeza a la boca destrozada de Monóculo. —Ella es suya por derecho. La rubia también. —Hizo un gesto a Jonnen. —Y tomaré al niño por medio del insulto. —¿Lo harás ahora, Draker? —Valdyr sonrió, sus dientes puntiagudos brillando. 334

—... Si su Majestad lo dispone, por supuesto, —dijo el capitán, bajando los ojos. Valdyr volvió los ojos hacia Monóculo, con la lengua presionada contra un incisivo afilado—. ¿De verdad dejaste que este desliz te saltara encima, muchacho? Me avergonzaría, si fueras mi responsabilidad. Monóculo bajó la mirada y le ardieron las mejillas cuando una risita recorrió el pasillo. Valdyr levantó la espada sepulcral de Mia. Pasó sus ojos verdes como cuchillos arriba y abajo de la hoja, luego arriba y abajo del cuerpo de Mia. Su sonrisa curvó su vientre. —Eclipse, —susurró—. Mantente Listo. —… SIEMPRE… Mia miró a Canta, Sid y Carnicero, susurrando suavemente—. Nos dirigimos a la poza de mareas, luego al océano. Esa cosa en el agua es mejor que las cosas aquí afuera. Sidonio asintió. —Sí. —Joder...—, murmuró Carnicero. El rey Valdyr miró a Monóculo y se burló de las navajas. —No sabrías qué hacer con todo eso si te lo diera, hombrecito. —Miró a Mia nuevamente—. Tomaré a la de pelo negro. Puedes mantener a la rubia Draker. Pero yo pondría un bozal en su boca y planchas en sus muñecas antes de dejar que tu cachorro se acercara a ella. También puedes quedarte con el chico, si te agrada. —Hizo un gesto a Tric, que seguía tendido en el suelo de piedra—. Toma esa de abajo para que Aleo la vea. Envía al Dweymeri y al Liisiano a Las Torres de Espinas. —Una ola perezosa en la piscina de mareas. —Dale el alto a Dona, ella no ha tenido Itreyano en semanas. El corazón de Mia se aceleró. Las sombras se ondularon a su alrededor. —Agárrate a mí, —le susurró al oído de Jonnen—. Ciega a cualquiera que se acerque. —Yo... lo intentaré... Mia apretó la mano de Ash. —Quédate cerca de mí, amor.

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Mia no tenía idea de qué hacer con Tric. No tennía idea de qué hacer con el leviatán que los esperaba en ese pozo. No tennía idea de si incluso llegarían al agua, o dónde irían si llegaban al océano. Ninguna arma salvo la daga de dos pulgadas en el tacón de su bota y las sombras, retorciéndose y ondulando a su alrededor. Sintió a un Guardia del Lobo agarrar su hombro. Su mano se curvó en un puño. —¡Esperen! ¡Esperen! —Llegó un grito—. ¿Qué refriega es esta? La manada de bandidos cerca de la puerta se separó, y Mia sintió un vertiginoso alivio. El recién llegado mostró una sonrisa de cuatro bastardos y se dejó caer en una reverencia que habría avergonzado al cortesano más pulido de cualquier Francisco, hasta el XV. —Majestad, —dijo. Cloud Corleone le lanzó a Mia un guiño de lado y susurró. —Lamento llegar tan tarde.

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CAPÍTULO 25 HERENCIA —Bueno, bueno, mi Señor Doncella Sangrienta. El Rey de los Sinvergüenzas sonrió a Corleone de la misma manera que un Draco sonríe a las crías de foca. —Saludos, viejo amigo. El tono de la voz de Valdyr no dejó ninguna ilusión en la mente de Mia en cuanto a si él y Cloud eran en realidad viejos amigos: ya no podía imaginar que Valdyr tuviera amigos, viejos o no, no más de lo que podía imaginarse a un kraken de arena con un cachorro mascota. Pero su alivio al ver a Corleone entrar al pasillo todavía no había desaparecido. El capitán vestía su uniforme habitual: pantalones de cuero negro peligrosamente ajustados y una camisa de terciopelo negro que se abría demasiado, la pluma en su tricornio apoyada en un ángulo alegre. A su lado, BigJon vestía cueros oscuros y una camisa azul brillante de seda liisiana, su pipa de hueso de draco apoyada en sus labios. —Mi rey, —dijo el capitán, quitándose el sombrero e inclinándose de nuevo—. El corazón canta verte verte tan bien. ¿Has perdido peso, acaso? —¿Qué carajo quieres, Corleone? —Escupió Sigursson. —Una palabra y algo más, antes de que dejes caer a uno de mi tripulación en el agua. —¿Tripulación? —Sigursson levantó una ceja—. ¿Qué estás balbuceando? —Todos estos perros son salados, —dijo el capitán, señalando a Mia y sus compañeros cautivos—. Tripulamos a la Doncella antes de que saliéramos de Tumba de Dioses después de los juegos. Y aquí estás, tratándolos como trucha de agua dulce. —¿Saaaaaladoss? —Valdyr alzó la voz como si la estuviera saboreando, inclinándose sobre la barandilla con sus dientes cincelados en una sonrisa—. ¿Es eso cierto?

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—La pura verdad, majestad. Que Aquel que Todo lo Ve pudra a mi hijo si miento. —Una historia para confundir y sorprender. —El rey sonrió más, la lengua presionada contra un canino malvadamente afilado—. ¿Desde que la Doncella acaba de llegar al puerto a esta hora, y estos siete llegaron a Amai a la vuelta? —Los envié por tierra desde Galante, —dijo Corleone—. Tenía negocios en el interior. —Mierda de mierda, —escupió Draker, arrastrando su delgado cabello rojo de su frente. Corleone inclinó la cabeza—. Quieres decirme que sabes quienes son mis tripulantes a bordo de mi nave mejor que yo, ahorcado? ¿Cuándo fue la última vez que pisaste mis cubiertas? —Cuando estaba arando a tu madre, —gruñó el capitán. —Oh, sí, ella envía sus saludos, por cierto, —respondió Corleone sin perder el ritmo—. Ella me dijo que te dijera que espera que ya no estés avergonzado. Le sucede incluso al mejor de los hombres, al parecer. Las carcajadas y las risas resonaron por la habitación cuando el capitán de la Doncella volvió las atenciones a su rey. —Majestad, estos siete son mi tripulación. Salados, todos. Además, no hay lugar para ellos de rodillas o en los corrales o en la piscina. —¿Siete? —Valdyr arqueó una ceja cicatrizada—. ¿Incluso el niño, ahora? —El chico de los camarotes. —Corleone ofreció su sonrisa de cuatro bastardos, dulce como la miel y suave como la seda—. Mi último cayó por la borda en el Mar del Silencio. —Trágico. —BigJon ciertamente lo pensó así. Hace un poco de sodomía recientemente. El primer compañero de la Doncella se quitó la pipa de los labios, a punto de protestar. —Yo hice…

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—Así que uno de los miembros de tu tripulación todavía le arrancó los dientes a mi hijo. —El capitán del Ahorcado escupió en la cubierta—. Se debe el diezmo por eso. Corleone miró al monóculo, se estremeció al ver su hocico destrozado y luego se inclinó para mirarlo más de cerca. Se volvió y levantó un dedo hacia Valdyr. —¿Me da un momento, gran Rey, para hablar con mi gente? No he tenido una palabra cruzada desde Galante. Estoy navegando un poco detrás de la marea. Valdyr se recostó en su trono, levantando la espada de Mia y sonriendo como el gato que consiguió la crema, robó la vaca y se acostó dos veces con la lechera. —Claro que si. Corleone se volvió hacia Mia y sus camaradas, la sonrisa fácil en su rostro desmintió la urgencia mortal de su tono—. Bien. Estoy peligrosamente cerca de ser horriblemente asesinado aquí, así que si ustedes bastardos quisieran ponerme al día con lo que han estado haciendo desde que llegaron, eso sería apreciado. —¿Asesinado? —Cantahojas frunció el ceño al Rey sinvergüenza—. No has hecho nada más que sonreír desde que entraste. —Cuanto más te sonríe Valdyr, más cerca estás de la muerte, —dijo Cloud—. Está a dos palabras de cortarme la garganta y follar en la herida. —Eso es asqueroso, —siseó Ashlinn. —Sí, el último hombre que lo soportó probablemente también lo pensó. —Tric, ¿estás bien? —Preguntó Mia. El chico seguía tendido en el suelo encadenado, pero levantó la vista y asintió. —SÍ, ESTOY BIEN, MIA. —Miren, no quiero parecer descortés, pero que lo jodan, —dijo Corleone. —Y a menos que quieras estar tan muerto como él, debes

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decirme qué hiciste en nombre de Aa. —El idiota con el monóculo puso sus manos sobre mis tetas, —dijo Mia rotundamente. —Asi que le rompí la cara Y a dos de sus amigos. Ash ayudó. — Fue emocionante, —Ashlinn asintió. Mia golpeó el brazo de la chica para calmarla. —¿Solicitaste que dichas manos fueran puestas en tus... —Los ojos de Corleone se desviaron hacia abajo— ... pertrechos en algún momento? Mia levantó una ceja y lo miró. Severa. —Correcto, —asintió Corleone—. Tenía que preguntar. El capitán se volvió hacia la asamblea, con los brazos abiertos. —Mis salados me dicen que el tratamiento poco amable de Draker Junior aquí fue una respuesta garantizada a los avances indecorosos y no deseados. —Corleone se encogió de hombros—. Me parece una simple pelea de marinero. Ciertamente, nada debe preocupar a su Maje... —¡Maffifa meffirofa!— Monóculo arrastraba los labios rotos. Corleone lo miró de reojo—. ¿Perdón? —¡Dijo que es una maldita mentirosa!— Escupió Draker. —Escuché la historia de mis tres hombres, dijeron que esta resbalosa mentirosa les pedía un rollo y luego se enfurecieron cuando las rechazaron. —¿Y tú te crees eso? —Mia parpadeó—. ¿Eres un mentiroso o un tonto, señor? —Cuida tu boca, puta. —¿Me llamaste puta? —Mia asintió lentamente—. Entonces es tonto. —Hubo muchos testigos —dijo Ashlinn—. Si nosotras… —¡Suficiente! El bramido atravesó el aire, agudo y brillante. Todos los ojos se volvieron hacia el balcón.

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Valdyr estaba sentado derecho en el Trono de los sinvergüenzas, con la espada larga de Mia colocada en primer lugar en las tablas del suelo, una mano cicatrizada y callosa descansando sobre el pomo. —Draker, —dijo—. Si tienes alguna queja, llama a la Reyerta. Si no, cierra la boca antes de convertirte en mi mujer y quemar tu barco en el mar. El capitán del ahorcado dio un paso involuntario hacia atrás, pero luego miró a Mia. —Sí, —gruñó el hombre—. El Ahorcado exige Reyerta. Mia le susurró de lado a Carnicero—. ¿Eso es lo de la prueba por combate? —Sí. Corleone levantó una mano—. Ahora, ju… —Acepto, —gritó Mia. Un coro de vítores y gritos rodeó los entrepisos, los capitanes y sus tripulaciones golpearon las jarras y pisotearon los pies y expresaron su satisfacción general ante la posibilidad de más derramamiento de sangre. —Mierda, —suspiró Corleone—. Mierrrrrddddaaa. —¿Qué? —Siseó Mia—. Ya pateé los dientes del pequeño bastardo de su cabeza. ¿Crees que no puedo saltar algunos de esos cables y tirarle el culo a la bebida? —No lucharás contra Draker Junior, —explicó Corleone—. Fue el ahorcado quien emitió el desafío. El barco. Eso significa que su capitán puede elegir su mejor sal para enamorarte. No estará dispuesto a enviar a su hijo y heredero para luchar contra ti, o podría reclamar la parte de Draker Junior de la nave a través de Herencia. —¡Herencia! —Gritó Carnicero, bajando la voz de inmediato—. ¡Eso era! ¡Esa es la ley que no podía recordar! Sabía que era una palabra con H. —¿Qué carajo azul llameante es Herencia? —Susurró Mia. —La Cuarta Ley de la Sal —dijo Cloud—. Gobierna la propiedad de los bienes adquiridos en la búsqueda de asuntos... criminales. —¿Eh? 341

—Botín, muchacha, —dijo BigJon—. Se trata de botín y derecho de conquista. Ya sea en los Cuatro Mares, o en tierra seca, cuando reclamas la vida de un hombre, reclamas todo lo que él era. Matas a un hombre, su bolso es tuyo. Matas a un capitán, su barco es tuyo. Así que matas a Draker Junior, cualquier cosa que su padre le haya legado iría a ti. —Déjame entender esto, —dijo Sid—. ¿Ustedes han codificado una ley que en realidad los alienta a asesinar a sus camaradas y tomar su mierda? —Bueno, ¿cómo lo ejecutarías entonces? —Exigió BigJon, mirando a Sid de arriba abajo—. ¿Un hombre se ve superado y cualquier chucho con dientes de gallina puede venir a agarrar lo que quiere? ¿O el estado lo toma, tal vez? Para mí, eso suena una receta para el caos. —Sí, —Corleone asintió—. De esta manera, todo se mantiene por la borda. Te sigo diciendo que solo porque somos piratas no significa que somos bandidos sin ley. —Y sigo diciéndote, —dijo Sid, aturdido— ¡eso es exactamente lo que significa! —Reclama la vida de un hombre, y reclamas todo lo que era, — murmuró Mia. —Sí, —dijo Corleone—. Entonces el tipo que enviarán para pelear contigo no será poseedor de mucho. Y cualquier cosa que posea, probablemente legará a su capitán o compañeros antes de la batalla. Mia miró al otro lado de la habitación y vio la montaña de un hombre que llevaba una soga de ahorcado que, de hecho, garabateaba apresuradamente una nota en un trozo de pergamino. Le entregó la nota a su capitán, quien la metió dentro de su abrigo. Luego el hombre bajó las escaleras hasta el piso común. Era Dweymeri, tan grande como un pequeño vagón, con las rastas salinas cortadas en una cosecha corta y salvaje sobre su cabeza. Sus bíceps eran más gruesos que los muslos de Mia, su cara marcada con hermosa tinta arkímica y rasgada con terribles cicatrices obtenidas de toda una vida de batalla. Sigursson había bajado del balcón del rey para colocarse delante de Mia. Extendió una pesada hoja de madera bordeada con fragmentos de 342

obsidiana. —Madre Trelene cuida de ti, chica. Lady Tsana guía tu mano. — Muy bien, entonces, —murmuró ella. Mia le entregó a Jonnen a Ashlinn y besó a su chica ferozmente en los labios. —No te mueras por mí, —advirtió Ash. —Suena un plan sensato. —¿Realmente tienes un plan? Mia se mordió el labio y frunció el ceño—. Estoy trabajando en ello. Las chicas se besaron de nuevo, hasta que Corleone finalmente se aclaró la garganta. —¿Hay algo que le gustaría legar a... Mia se giró para mirar al capitán a los ojos y su voz falló. —Correcto, —asintió—. Tenía que preguntar. Mia besó a Jonnen en la frente—. Voy a necesitar Eclipse. Solo por un rato, ¿está bien? El niño asintió lentamente, miró al oponente de Mia. El hombre estaba girando su espada por el aire como si fuera una extensión de su propio cuerpo, el aire quedaba sangrando detrás de él. Sus músculos captaban la tenue luz del sol, brillando como acero pulido. —Recuerda lo que dice papá, —dijo el niño. —Sí—, Mia asintió—. Recuerdo. —Buena suerte, De'lai, —dijo en voz baja. Era la primera vez que la llamaba a su hermana. La primera vez que había reconocido que eran familia. E incluso allí, con la muerte mirando por encima del hombro y respirando fría en el cuello, Mia sonrió. Parpadeando el ardor de sus ojos y sintiendo su amor por el pequeño bastardo hinchándose con el nudo en su garganta. Ella lo abrazó, besó sus mejillas, su corazón se derritió cuando sus brazos se deslizaron alrededor de su cuello y él la abrazó. 343

Girándose, respiró hondo y tomó la espada de las manos de Sigursson. —¿Eclipse? —Dijo ella. Los ojos de Sigursson se abrieron un poco más cuando el demonio se deslizó de la sombra de Jonnen. El lobo merodeó una vez por las piernas de Mia, negro como la oscuridad verdadera, luego desapareció en la sombra a los pies de Mia. Suficientemente oscura para tres. —¿Quién diablos eres tú? —Preguntó. Pero Mia estaba cerrando los ojos. Respirando hondo. Sintiendo el miedo derretirse de sus huesos mientras su pasajero lo devoraba por completo. En un abrir y cerrar de ojos, ya no era una chica asustada que bailaba con hojas de afeitar. Ella era una destructora. Forjada de sombras. La sangre de la noche fluía por sus venas, y la astilla de un dios caído ardía en su pecho. Irrompible. —Eclipse, te mueves donde te señale, ¿sí? —... COMO DESEES... Marchó hacia el borde de la piscina cuando Sigursson se volvió hacia la asamblea. Su voz sonó sobre la multitud. ¡La Reyerta ha sido convocada! ¡El Ahorcado la ha desafiado, La Doncella Sangrienta ha respondido! ¡Ls Lucha es hasta que alguno caiga, y que las Hijas tengan piedad de sus almas! Mia miró hacia el agua, hacia la sombra oscura del leviatán, enroscada en las profundidades debajo de la rejilla de alambre. Tenía treinta pies de largo si era una pulgada: un cazador de lo profundo, engordado y siniestro en la sangre de los hombres y mujeres que Valdyr le arrojaba. El oponente de Mia se quitó las botas y la camisa. Su torso ondulado con músculo, cada centímetro cubierto de tatuajes, principalmente de mujeres y de peces, aunque algunos parecían ser una combinación de ambos. Para no quedarse atrás, Mia se quitó la camisa y la arrojó descuidadamente a un lado. Hubo algunos aplausos dispersos cuando la audiencia se dio cuenta de que no llevaba nada debajo. Ojos en mi pecho, bastardos, no en mis manos. 344

Luego se quitó las botas, girando el talón izquierdo mientras lo hacía, palmeando su puñal. Mia saltó sobre los cables, envolviendo sus dedos desnudos alrededor del cable para agarrarlos. El acero zumbaba bajo sus pies, como las cuerdas de algún enorme y terrible instrumento, las primeras notas en una canción de sangre y ruina. El Dweymeri también saltó sobre los cables, el impacto de su aterrizaje corrió a lo largo del acero y sacudió a Mia donde estaba parada. El hombre sonrió, volvió a pisotear el cable para desequilibrar a Mia, luego se levantó sobre un pie, con los brazos abiertos, en una demostración de equilibrio perfecto. Mia se abrió paso a través de los cables con cautela. Mirando hacia el agua azul y fresca a seis pies debajo, vio esa sombra colosal, dando vueltas, impaciente. Los bandidos a su alrededor estaban ladrando y pisando fuerte, y ella estaba pensando en su tiempo en la arena. La sedosa. El arcadragón. El caos del Venatus Magni. La adoración de la turba, cuando sus aplausos cantaron en sus venas al ritmo de su pulso, y el miedo... bueno, el miedo era algo de lo que solo su oponente tenía que preocuparse. Pero esos giros estaban detrás de ella ahora. Ella ya no luchaba por la turba. Ella luchaba por sí misma. Y a los pocos que amaba. —¿Cuál es su nombre, señor? —Ironbender —respondió. Mia extendió su espada de madera y la arrojó al agua debajo de ellos. —Discúlpame por un momento, Ironbender. Levantó su puñal, brillando entre sus nudillos. —¿Eclipse? Ella señaló el balcón de arriba. Y el lobo que era sombra surgió y desapareció, y Mia Pisó fuera del cable y hasta el lobosombra 345

ahora uniéndose en la oscuridad a los pies de Valdyr, saltando y a horcajadas sobre el regazo del hombre grande y hundiendo su daga en su garganta. El rey de los sinvergüenzas jadeó, con los ojos verdes abiertos como una cuchillada. Pero cuando levantó la mano para defenderse, la daga ya le había golpeado el cuello tres veces más. chunk chunk chunk, Esclusas de sangre que salían de la espada de Mia y se agitaban en el aire cuando la multitud parpadeó confundida por su desaparición y luego se dio cuenta de dónde estaba, sentada a horcajadas sobre su soberano, con el puño envuelto en sus trenzas y cortando su garganta destrozada. chunk chunk chunk, gritos de terror e indignación mientras trabajaba, con la cara torcida, los dientes al descubierto, rojo en los labios, en la garganta, en los senos, caliente y espeso mientras él hacía gárgaras, escupía y se agitaba, arañando su cuello, los músculos tensos y los dedos tensos, pero el sangre, oh, la sangre chunk chunk chunk, La sangre huía de él en chorros e inundaciones, bajando por su pecho desnudo y sobre el trono debajo de ellos mientras él se levantaba, luchando hasta el final, y sin embargo ella se aferró, con las piernas envueltas alrededor de él como una amante mientras él se sacudía, mientras ella apuñalaba y apuñalaba y apuñalaba hasta que él dejó de pelear, hasta que dejó de golpear, patear y respirar, su exhalación final un susurro

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burbujeante, su toque final una caricia cuando su mano se apartó y sus ojos giraron hacia atrás y aún así, ella todavía no se detenía. chunk chunk chunk, Se pasó el antebrazo por los ojos, húmedo de sudor y sangre, con la boca en una línea delgada mientras pasaba de apuñalar a serrar, la mano temblaba por el esfuerzo, separando músculos y cartílagos y huesos mientras Sigursson rugía, trepando por la cuerda la escalera en ayuda de su capitán, su señor, su rey, pero cuando llegó al balcón, Mia ya había terminado, con los tendones tensos en el cuello mientras ella se recostaba hacia atrás, golpeando con humedad, crujiendo y sacando su sangriento premio de los hombros.. La cabeza de Einar Valdyr cayó por las tablas del suelo, a través de la baranda del balcón, y hacia el piso de abajo, rociando una mancha de sangre. Rebotó una vez antes de rodar hacia el estanque de mareas y desaparecer en un remolino rojo. Mia agarró el cadáver sin cabeza de Valdyr por el cuello de su macabro abrigo, lo sacó del Trono del sinvergüenza y lo envió a la cubierta con una rápida patada en el culo. El esclavo de Valdyr estaba de rodillas, completamente horrorizado, resbalando en el espeso charco de sangre mientras se alejaba a través del desastre. Los espectadores en los niveles inferiores estaban a partes iguales horrorizados y asombrados, mirando con la boca abierta a Mia cuando Mia se volvió y se dejó caer en el trono, semidesnuda y cubierta de sangre, el pelo largo y oscuro empapado en sangre apenas protegiendo su modestia. Apoyó los pies descalzos sobre el cadáver sin cabeza y retorcido de Valdyr. Rebuscó en el bolsillo trasero de sus pantalones, haciendo una mueca, y finalmente sacó su delgada y maltrecha caja de cigarros. Eclipse se unió a sus pies, con los colmillos negros al descubierto, los pelos alzados. De pie en el borde del balcón, Sigursson la miró con absoluta incredulidad. —¿Pero quien Mierda eres tú? 347

Mia se recostó en el trono y se llevó un cigarillo a los labios. —Bueno—, dijo, secándose la sangre en la cara. —Si entiendo esto de la herencia correctamente... ¿Creo que puedes llamarme Su Majestad?

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CAPÍTULO 26 PROMESAS Mia se había puesto el abrigo de Valdyr, pero se negó a lavarle la sangre. Se sentó en una silla alta en un extremo de una mesa larga, con sangre roja en la piel de porcelana. A su derecha se sentaron Cloud Corleone y BigJon, como si cada uno hubiera envejecido veinte años en los últimos diez minutos. Tric se cernía a su lado derecho, con el torso desnudo, ceñudo. Sin su túnica, Mia vio nuevas grietas en su cuerpo: heridas punzantes en su vientre, a través de los músculos en sus brazos, tres en la carne alrededor de su corazón. Ahora podía ver claramente el rubor de la vida en su piel, la sangre brillando en las nuevas heridas, estaba segura de eso. Pero sus brazos aún estaban salpicados hasta los codos con un negro tan oscuro como la noche, con los ojos brillantes como esa piscina de sangre de dios debajo de Tumba de Dioses. Sid, Cantahojas y Carnicero se pararon alrededor de la silla de Mia, y Ash se sentó a su izquierda con Jonnen en su regazo. Cuando la vio por primera vez después de matar a Valdyr, su hermano pequeño simplemente la miró y sonrió. —Bien jugado, de'lai. En el otro extremo de la mesa estaba sentado Ulfr Sigursson, Ahora además de guapo un poco más pálido. Otros miembros de la Guardia del Lobo se reunieron a su alrededor, vestidos de negro y tensos como cuerdas de arco, mirando entre conmocionados y asesinos. Mia podía escuchar el caos en la cámara de afuera. Capitanes aullando a cada uno otro al otro lado del Salón de los sinvergüenzas, peleas y débiles maldiciones y cristales rotos. Los ojos de Mia estaban fijos en los de Sigursson, su mirada fría y constante. La sangre se coagulaba en su piel, en su cabello y pestañas y debajo de sus uñas. Todas sus lecciones de Shahiid Aalea resonaban en su cabeza. Sabía que los siguientes sesenta segundos definirían por completo su relación con este hombre. Que, en el fondo, este era un juego de parpadeo. La primera persona en hablar mostraría su debilidad. Su miedo. 349

Y viendo las ruedas girando detrás de los ojos de este hombre, exmano derecha del rey que acababa de asesinar, y ahora aparentemente su primer compañero, estaba condenada si parpadeaba primero. Reclama la vida de un hombre, reclamas todo lo que era. Su barco. Su tripulación. Su trono Se imaginó que ser el primer compañero del Rey de los sinvergüenzas habría sido un trabajo con ciertos beneficios: que Sigursson había ejercido un poder que cualquier otro corsario en esta ciudad habría envidiado. Y siendo parte de la tripulación de Valdyr, el resto de la Guardia del Lobo habría estado en la cima de la pila en el montón de estiércol que era Amai. Mirando a través de la mesa a todos ellos, Mia sabía que cada uno de estos bandidos estaba haciendo los cálculos en sus cabezas. Me aceptan por ahora y mantienen su lugar en la cima de la montaña. Me rechazan y dejan que uno de los capitanes de afuera intente alcanzar el trono. O uno de ellos me mata. Eclipse merodeaba en un lento círculo alrededor de la Guardia del Lobo, negro como las pieles sobre sus hombros. La habitación estaba iluminada por linternas arquímicas en las paredes, y Mia dejó que las sombras se curvaran y se retorcieran. Extendiéndose a través de la mesa hacia los hombres de Valdyr, su propia sombra en la pared se extendía hacia Sigursson con manos translúcidas. Intenta matarme, al menos. El caos estaba brotando afuera en el pasillo. Los gritos cada vez más fuertes, los disturbios aumentando. Cada minuto que pasaba aquí era otro minuto en que esas llamas podían enraizarse y propagarse. Cada minuto que pasaba aquí era otro minuto más, el guardián se arriesgaba a perder todo lo que tenían. El aire en la habitación era pesado como el hierro, el olor a sangre espesaba el aire, más espeso de todo alrededor de Mia. Quien simplemente se sentó. Y lo miró fijamente. Y esperó Uno de los bandidos finalmente gruñó—, No podemos simplemente... —Cierra la boca antes de que me la folle, —espetó Sigursson.

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Mia miró al hombre, permitiendo que una pequeña sonrisa curvara sus labios. Sigursson apoyó los codos sobre la mesa y suspiró. —¿Quieres que te devuelva la camisa? Parpadeo. —No, —dijo Mia, subiendo el cuello del abrigo de Valdyr—. Esto es lo suficientemente cálido. —Tus acciones nos pusieron a todos en aguas profundas, chica. —Mi nombre es Mia Corvere, —dijo, sin parpadear—. Espada de la Iglesia Roja. Campeona del Venatus Magni. Elegida de la Madre Oscura y Reina de los Sinvergüenzas. Nunca me llames chica otra vez. Sigursson se reclinó en su silla y las pieles crujieron. Miró a La Guardia del Lobo a su alrededor y se pasó la mano por la barbilla. —¿Alguna vez has tripulado a bordo de un barco? —¿Alguna vez atacaste a otro barco bajo una bandera de piratería? —Hundí un barco de guerra Luminatii llamado Leal hace unas semanas. Pero técnicamente, nos atacaron primero, así que no estoy seguro de que eso califique. Sigursson miró a Corleone, quien asintió con la cabeza. —¿Sabes cómo atar un enganche de clavo o una bolina? —Preguntó el hombre—. ¿Conoces un alcance amplio desde el alcance de una viga o una tubería principal desde un palo de mesana? ¿Puedes usar un sextante o recortar una vela mayor o leer las cartas de un capitán? —No, —admitió Mia. —No eres una gilipollas marinera, ¿verdad? —No. —La sangre seca en sus labios se quebró mientras sonreía—. Pero yo soy una reina. —Por ahora. Tric se inclinó hacia adelante, extendió sus manos negras sobre la mesa y frunció el ceño. Las sombras parpadearon y se estiraron, y un gruñido 351

largo y bajo salió del suelo. —… CUIDADO CON TUS AMENAZAS, GUARDIA DEL LOBO. JUEGAS CON VERDADEROS LOBOS AHORA... Mia se reclinó en su silla, pasando los dedos sobre su clavícula desnuda, por el esternón cubierto de sangre—. Te haré una propuesta, Ulfr Sigursson. —Lo espero con la respiración contenida, —respondió. —Necesito cruzar el Mar de los Pesares. Y se acerca una tormenta. Sigursson sacudió la cabeza. —Esto no es más que una tormenta, explotará en… —Se acerca una tormenta, —insistió Mia—. Entonces necesito el barco más grande. El barco más fuerte. El barco más probable para verme atravesar una tempestad, uno que se estrellará contra mi cabeza en el momento en que ponga un pie cerca de ese maldito océano. Y la Banshee Negra se ajusta a esa descripción, ¿no es así? Sigursson asintió lentamente. —Ella es la nave más poderosa de todas en los Cuatro Mares. La Banshee Negra no fue construida, fue escupida por la profana hendidura de la Madre Oscura misma. (29) —Ella será mi regalo para ti, —dijo Mia. Los ojos de Sigursson se entrecerraron. —Me llevas a través del Mar de los Pesares, y la Banshee Negra es tuya. El Trono de los Sinvergüenzas es tuyo. —Las yemas de los dedos de Mia rozaron su cuello—. Incluso te arrojaré este precioso abrigo de cuero, si quieres. O puedes intentar matarme, Ulfr Sigursson, y puedo mostrarte lo que realmente significa ser escupido del vientre de Niah. El hombre miró al chico muerto a su lado. Eclipse, ahora rondando detrás de él. La sombra de Mia se extendió hacia él, su cabello ondeaba suavemente detrás de él, su mano extendida hacia él, dándole a su mejilla una caricia que lo hizo temblar. Él tragó saliva—. ¿Estás maldita?

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—Soy una hija de la oscuridad entre las estrellas, —respondió ella—. Soy el pensamiento que despierta a los bastardos de este mundo sudando en la noche. Soy la venganza de cada hija huérfana, cada madre asesinada, cada hijo bastardo. —Mia se inclinó hacia delante y miró al hombre a los ojos—. Yo soy la guerra que no puedes ganar. Mia empujó su asiento hacia atrás, se levantó lentamente y, contenta de encontrarse con él en la encrucijada, rodeó la mesa. Dejó que su espada de hueso se arrastrara por el suelo, la punta marcando un profundo riachuelo en las tablas del suelo. Su enorme capa de rostros se arrastraba detrás de ella como el tren de una novia impía. Deteniéndose a mitad de camino de la mesa, Mia extendió una mano manchada de sangre. —Me regalas las costas de Ashkahi, y yo te regalo un trono, —dijo—. O puedes desafiarme y aprender exactamente qué es lo que hace que el resto de ellos tenga tanto miedo. Ulfr Sigursson miró una vez más a sus hombres. Los ojos de Mia nunca vacilaron. Y finalmente, lentamente, el gran Vaaniano se puso de pie, las pieles crujieron, las botas pisotearon mientras caminaba alrededor de la mesa y se detenía ante ella. Eclipse rondaba alrededor de sus piernas, gruñendo suavemente. La luz parpadeó y el viento susurró y las sombras se rieron. Mia solo la miró. Soy la guerra que no puedes ganar. Ulfr Sigursson se hundió en una rodilla. Presionó sus nudillos sangrientos contra sus labios. —Majestad, —dijo. —No te voy a dejar, —dijo Ashlinn. —Sí, —respondió Mia—. Lo harás. El viento soplaba del Mar de los Pesares, frío como el miedo en el vientre de Ashlinn Järnheim. A su alrededor, la tripulación de la Doncella Sangrienta estaba cargando su equipo, marchando por la pasarela a su barco de espera. Los Halcones se reunieron en la base de la rampa, todos excepto Carnicero y Jonnen, que habían aprovechado un minuto libre para practicar 353

con un par de espadas de madera que el hombre había tallado con sus propias manos. Eclipse rebotaba de un lado a otro entre ellos, gruñendo aliento al niño. Pero Ashlinn solo tenía ojos para su chica. —Mia—, frunció el ceño. —No hay forma. —Ashlinn, no tiene sentido que todos vengan conmigo, —respondió Mia—. Las diosas todavía quieren mi sangre. Podemos dirigirnos a Última Esperanza por separado, encontrarnos con Naev allí y salir juntos al Monte Apacible. Si tomas a la Doncella ahora, será fácil navegar hasta Ashkah. Trelene y Nalipse no están interesados en ninguno de ustedes, me quieren a mí. —Ella miró a Corleone—. ¿No es cierto, Cloud? —No tuvimos ningún problema en el camino hacia aquí, —asintió el sinvergüenza. —Azul arriba y abajo. —Mi agradecimiento por finalmente llegar aquí, por cierto, —dijo Mia — ¿Estabas vendiendo un poco de sal de arkemistas del vientre de la Doncella, o simplemente estabas mirando? —Ninguna de las dos. —Bueno, ¿qué te tomó tanto tiempo? El hombre se rascó la parte posterior de la cabeza, un poco tímido—. Una pequeña cuestión de... —Vaginas, —ofreció BigJon—. Varias, de hecho. —Bien por ti, —sonrió Mia—. ¿Battista? ¿Bertrando? Corleone solo sonrió, pero Ashlinn sintió que la ira se hinchaba en su pecho. —Mia, deja de molestar, —dijo, tirando del brazo de su chica—. Hablo en serio. —Yo también, —respondió Mia—. Las damas quieren matarme. Ellos ahorrarán su fuerza para La Banshee. Así que ahora llevarás a la Doncella, esperaremos seis giros y te seguiremos. Para cuando lleguemos, tomarás estos hermosos senos en las costas de Última Esperanza. —Si llegas.

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—Tengo una mejor oportunidad con Sigursson y su equipo. La Banshee es casi el doble de grande de la Doncella. Ella está hecha para lo peor que el mar tiene para dar. Pero no puedo llevar a Jonnen conmigo a la tempestad, y necesito que alguien lo cuide mientras no esté allí. ¿Quién va a hacer eso? ¿Carnicero? Madre lo ama, pero él no es el mejor modelo a seguir. Ashlinn miró al antiguo gladiatii, que había detenido su combate con Jonnen pasarse la mano por los pantalones, reajusta el aparejo y eructa más fuerte que el trueno. —Bien, levanta la guardia, niño... Ash sacudió la cabeza, intentando que Mia tuviera sentido—. ¿Y qué, planeas cruzar el Mar de los Pesares en un barco lleno de asesinos desalmados? Viste qué clase de hombre era Valdyr. La Diosa sabe qué tipo de bastardos tomaste como tu tripulación. —Creo que tengo una idea, —suspiró Mia. —No puedes rescatar a Mercurio si estos pinchazos te cortan la garganta y te dan de comer a los dracos. No te dejaré sola con gente como ellos. —No estaré sola. Tric viene conmigo. El no duerme. El no come. No puede ahogarse. ¿Quién mejor para proteger mi espalda en el mar en una tormenta? Si las palabras de Mia estaban destinadas a ser reconfortantes, no tenían el efecto deseado. Los ojos de Ashlinn encontraron al chico muerto, que siempre se cernía justo al alcance del oído. Se había encontrado una camisa para reemplazar las túnicas que le habían arrancado, pantalones de cuero y botas pesadas. Se puso de pie como una estatua, con hojas de hueso de tumba cruzadas en la parte baja de su espalda, escaneando constantemente las multitudes a su alrededor. Hermoso como el asesino perfecto. Pero cuando Ash miró en su dirección, esos ojos oscuros como la tinta se dirigieron directamente hacia ella. Sin fondo. Ilegibles. —Mia... —Ashlinn suplicó—. No confío en Tric. —Pero confío en ti, Ash, —dijo Mia—. Jonnen es la única familia que me queda que importa. Y te pido que lo cuides. ¿Eso no te dice algo? 355

Ashlinn se encontró con los ojos de Mia, las lágrimas comenzaron a brotar en los suyos. Ella podía sentir que sus paredes se derrumbaban, el hierro y el fuego que ella mostraba al mundo derritiéndose ante la idea de tener que dejar atrás a la chica que amaba. El pensamiento era una piedra en su vientre. Un cuchillo en su pecho. Echó sus brazos alrededor de Mia, enterrando su rostro en su cabello. Besó sus labios, su mejilla, su nariz, descansando sus frentes juntas mientras susurraba. —Prométeme que me verás allí. Prométeme que volverás a mí. —Las promesas son para los poetas. —Lo digo en serio. No te estoy perdiendo. —Sabes lo que dicen, —sonrió Mia—. Es mejor haber amado y perdido... —Quien dijo que nunca amó a alguien como yo te amo a ti. Mia la miró a los ojos, entonces. Diosa, ella era tan hermosa. De pie allí en los vientos amargos de la despedida y suspiros tan suaves que a Ash le doliera el corazón. —He estado pensando, —dijo Mia. —La casa de TresLagos de la que hablaste. Flores en el alféizar de la ventana y un fuego en el hogar. Ash sollozo—. Y una gran cama de plumas. —He estado pensando, y... Mia volvió la vista hacia el mar gris plomo. —… Quizás. Ash apretó su mano, las mariposas se alzaron en su vientre, una pequeña y frágil sonrisa curvó sus labios. Era más de lo que alguna vez se había permitido esperar. La idea de todo lo que podrían llegar a ser, el sueño de todo lo que podrían tener... —¿Quizás? Mia la miró y asintió con la cabeza, con un largo mechón de cuervo negro arrojado sobre su mejilla, sus ojos tan oscuros y profundos como el Abismo. —Cuídalo por mí. 356

Ash tragó saliva con dificultad y se limpió las lágrimas. Ella me necesita fuerte ahora. —Lo haré. Lo prometo. Respirando hondo y fortaleciéndose, Ash siguió a los demás hasta la pasarela gimiendo, la Doncella se balanceó suavemente en su litera. Uno por uno, se dirigieron hacia la barandilla para mirar a Mia y Tric. Ash y Jonnen esperaron hasta el final, la mano del niño se unió a la de ella. Se detuvo para mirar a su hermana mayor, con los labios apretados y los ojos nublados. —Recuerda tus modales, —le dijo—. No seas un mocoso. —Recuerda lo que dijo el padre, —respondió—. No te maten. Mia sonrió—. Buen consejo, hermanito. Ashlinn vio como el chico se mordió el labio por un momento. Mirando a sus pies. Y finalmente, abrió los brazos y le regaló a Mia un rápido abrazo, con la cara presionada sobre sus cueros. El corazón de Ashlinn se derritió al verlo abriéndose, al ver el abismo entre la pareja cerrándose lentamente. Por un momento estuvo tentada de levantarlo, aplastarlos a todos en un abrazo, como esa noche que habían pasado durmiendo juntos en la tormenta. La idea de lo que podrían ser cuando todo esto volviera a aparecer en su mente volvió a aparecer. Todos ellos juntos. Una verdadera familia Pero terminó casi tan pronto como comenzó. Y antes de que Mia realmente tuviera la oportunidad de abrazar a Jonnen, el chico se estaba separando, arrastrando a Ashlinn con él. Un último beso rápido pasó entre las chicas, desesperado y agridulce, Ash chupando la hinchada boca del labio inferior de Mia cuando se separaron. Y luego Jonnen la estaba arrastrando por la pasarela, nada más que decir. Ash se reunió con los demás en la barandilla, Mia le lanzó otro beso, mirando a sus camaradas en despedida. —Cuídalos por mí, Sid, —llamó Mia. El gran Itreyano asintió, golpeó con el puño sobre su corazón. —Nunca temas. 357

—Y nunca olvides. Salieron al azul pálido, las velas crujieron por encima, con las blasfemias de BigJon como una vieja canción familiar. Ashlinn se quedó en la barandilla, el viento le quitó las lágrimas y observó cómo su chica en el paseo marítimo se hacía cada vez más pequeña. Mia levantó la mano y Ashlinn la saludó a cambio. Jonnen también levantó la mano. Ella se agachó y lo levantó para que él pudiera ver mejor, abrazándolo. —Sin miedo, pequeño, —dijo—. Todo va a estar bien. El niño suspiró y lentamente sacudió la cabeza. —No, no lo estará. —Por el abismo y la sangre, están entusiasmados, ¿no? Mercurio estaba de pie en el entrepiso con vista al gran Athenaeum, con el humo del cigarro en la lengua. La mano no respondió. Parecía tener veintiún años, tal vez veintidós, de una cosecha unos años antes de la época de Mia, en cualquier caso. Estaba vestida como estaban todos: túnicas negras, de pies a cabeza, todos silenciosos como tumbas. Después del descubrimiento de Drusilla y el posterior examen de las dos primeras Crónicas de la noche, la Señora de las Hojas había ordenado a las Manos que seguían a Mercurio que abandonaran toda sutileza. Ahora tenía tres constantemente detrás de él: esta joven muchacha, que nunca estaba a más de unos pocos metros de distancia, una mujer itreyana de unos treinta años y un muchacho Dweymeri, alto y silencioso, que generalmente mantenía la mayor distancia. Ellos nunca hablaban. Nunca respondían cuando él hacía preguntas. Simplemente lo seguían, como sombras sin voz, sin alma. No había escuchado ni pío de Adonai o Marielle desde que Drusilla encontró las crónicas: los hermanos obviamente habían decidido que la discreción era la mejor parte del valor con la Señora de las Hojas en pie de guerra. Él y Aelio estaban una vez más solos. Lo que básicamente significa que Mia también lo estaba... —¿Cuánto tiempo llevan en eso ahora? —Preguntó Mercurio. 358

Aelio gritó desde su oficina: —Casi tres semanas. —¿Cuántos muertos? —Sólo los dos, —respondió el cronista, vagando por el entrepiso, con los pulgares enganchados en los bolsillos de su chaleco—. No estoy seguro de lo que pasó allí, para ser honesto. Los pobres bastardos simplemente desaparecieron. Asumo que por un ratón de biblioteca, aunque tendrían que haber sido muy tontos para dañar las páginas mientras deambulaban por ahí. Mercurio empujó la mano a su lado con un codo huesudo—. Apuesto a que estás contento de que Drusilla te tenga persiguiéndome en lugar de joderte allí oculto en la oscuridad, ¿no? La Mano no respondió. Mercurio suspiró humo, vio a Aelio tomar otro cigarrillo detrás de su oreja con los dedos manchados de tinta y encenderlo con una caja de pedernal bruñida. Los ojos reumáticos del cronista estaban fijos en el bosque de estantes y tomos. Los pequeños pinchazos de arkemico resplandor que se movían en la penumbra. Las siluetas de las manos que los sostenían en alto. Su búsqueda era metódica, marcando cada pasillo examinado con un trozo de tiza roja, expandiéndose en una franja cada vez más amplia. Pero en lugar de estar dispuestos en una cuadrícula ordenada, los estantes de la biblioteca muerta eran un laberinto retorcido, más complejo y sin sentido que el laberinto de jardín más diabólico. Donde una vez que habían estado apretados, las más de cien manos que Drusilla había encargado de encontrar la tercera crónica ahora estaban dispersos: pequeñas luces centelleando en una interminable y silenciosa penumbra. Solo la Madre sabía cuánto terreno habían cubierto en las últimas tres semanas, pero la tiza roja ciertamente escaseaba en estos giros. —Maldita sea por un trabajo, —gruñó Mercurio. —Pérdida de tiempo, —suspiró Aelio—. No se encuentra nada en este lugar que no quiera ser encontrado. ¿Y por qué querría la Madre...? La voz del cronista se apagó, un pequeño ceño se formó entre sus cejas blancas como la nieve y estudiosamente despeinadas. Mercurio siguió su 359

línea de los ojos hasta la biblioteca, vio un punto de luz arkémica rebotando salvajemente, como si la persona que lo llevaba estuviera corriendo. —¿Qué piensas de eso? —Se preguntó. Efectivamente, en unos minutos, apareció una Mano, con la capucha echada hacia atrás de la cabeza, las mejillas sonrojadas por su carrera, sin aliento. Dio la vuelta a los estantes y corrió por la rampa hacia el entrepiso a toda velocidad. Mercurio vio que llevaba un libro en la mano. Encuadernado en cuero negro. Páginas bordeadas de negro, salpicadas de blanco, como estrellas en un cielo oscuro. —Por el abismo y la sangre, —respiró Aelio—. ¿No crees que eso es...? La Mano atravesó las puertas del Athenaeum sin detenerse, pero Mercurio vislumbró lo suficiente como para ver una forma en relieve en la cubierta de cuero negro. Un gato. Intercambió miradas con Aelio, ojos azul hielo fijos en los de color gris lechoso. La tercera crónica. —Mierda. El anciano se volvió hacia la mano que estaba a su lado y golpeó la punta de su bastón en el piso—. Vamos, ¿de acuerdo? La Mano no respondió. Mercurio salió de la biblioteca. Aelio lo observó irse, revoloteando en el umbral que nunca podría cruzar. Los pasos del viejo eran rápidos, el pulso latía con fuerza en sus venas. La mano lo siguió corriendo por la escalera de caracol, con sus propias manos detrás, una, dos, tres, Mercurio se apresuró a la oscuridad del canto. El coro fantasmal sonaba un poco más suave, aunque tal vez esa era la sangre que ahora latía en sus oídos, su corazón luchando contra sus costillas. Pronto se quedó sin aliento, maldiciendo los innumerables cigarros que había fumado en su vida y preguntándose si no podría haber encontrado una forma menos debilitante de burlarse de la sociedad, la propiedad y la mortalidad en general. 360

Aún así, él siguió, con las rodillas crujiendo, su dolor en el brazo izquierdo (más a menudo, últimamente), el sudor subiendo sobre su piel manchada. Perdió de vista a la Mano corriendo en poco tiempo, pero sabía exactamente hacia dónde se dirigiría el muchacho. La luz de las vidrieras se derramaba por las escaleras, su respiración era áspera cuando entró en el Salón de los elogios, tocándose la frente, luego los ojos y luego los labios mientras pasaba junto a la estatua de la Madre. Espero que sepas a qué estás jugando... Su joven mano femenina finalmente se compadeció cuando la lucha de Mercurio empeoró, sus rodillas lloraban por piedad, y sus pulmones estallaban en una llama negra y moldeada dentro de su pecho marchito. Ella deslizó un brazo alrededor de su cintura, lo sostuvo un poco mientras él trepaba, más y más alto, con la boca seca, respiración ardiente, corazón en llamas. Nunca subió tantos escalones cuando era más joven, estaba seguro de eso. El aire nunca fue tan denso. Pero finalmente estuvo de pie, doblado y jadeante, frente a las cámaras del Venerable Padre. —Joder, tengo que dejar de fumar, —dijo con voz áspera. Entró sin llamar, encontró a Solís sentado en su escritorio, la Mano sin aliento que había hecho el descubrimiento parado frente a él. Mataarañas estaba parado al lado del Venerable Padre, vestido todo de verde esmeralda y oro brillante. El triste Shahiid de las Verdades se inclinó sobre el tomo abierto y leyó en voz alta. —'Luchó por mantenerse unida, cada vez más arrastrada por el aguacero, diluido cerca de la inutilidad. Pero antes de que perdiera por completo la cohesión, desangrándose en el charco de las hermosos restos de Chss, la sangre logró formarse en formas simples. Cuatro letras que formaron una sola palabra. Un nombre.' Mataarañas se enderezó, apuñaló la página con un dedo manchado de veneno. —'NAEV'. Solis volvió sus ojos ciegos a la Mano delante de él. —Haz que Adonai envíe un mensaje a la Señora de las Hojas de inmediato. 361

La Mano se inclinó. —¿Qué mensaje, reverenciado padre? La sonrisa de Solís brilló en sus ojos blancos como la leche. —La tenemos. El té estaba un poco caliente. Drusilla se sentó en una mecedora en un verde jardín ondulado, respirando su perfume. Las campanas solares estaban en flor, la lavanda y el candelabro también llevaban sus vestidos. La luz de dos soles era brillante en las paredes del palazzo, le daba cálidez en sus huesos, desterrando el frío persistente del Monte Apacible. Podía escuchar al pequeño Cipriano y a Magnus tocando cerca, su risa como música más dulce para sus oídos. Pero su té estaba un poco caliente. Chasqueó los dedos y una esclava liisiana alta con una prístina toga blanca dio un paso adelante y vertió un poco de leche de cabra en su taza. La anciana tomó un sorbo, mucho mejor, y despidió a la chica de vuelta a las sombras con una mirada sin palabras. Se recostó en la silla, cerró los ojos azul pálido y exhaló un suspiro suave y satisfecho. Ella escuchó un grito. Un grito angustiado lo sigue. —Cipriano, sé amable con tu hermano, —llamó—. O nada de golosinas después de la cena. —... Sí, abuela, —fue la respuesta castigada. —¿Madre? Drusilla abrió los ojos y vio a Julia parada delante de ella, envuelta en seda roja. Un joyero Dweymeri estaba de pie detrás de su hija, llevando una tabla de terciopelo salpicada de artículos caros. Julia sostuvo una cadena adornada que goteaba rubíes hasta su garganta, luego la cambió por un círculo de oro más austero, tachonado con una sola piedra más grande. —¿Primero? —Preguntó Julia— ¿O segundo? —¿La ocasión? —La Bola del Imperator, por supuesto, —respondió Julia. —Querida, la Veroscuridad no durará semanas...

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—Una no puede estar demasiado preparada, —respondió su hija, su tono remilgado—. Si Valerius busca su asiento en el sector Liisiano, debemos tratar de impresionar. —No creo que las ambiciones senatoriales de tu esposo se vean frustradas por tu elección de joyas, querida. El Imperator me dice que el asiento está asegurado. Julia suspiró y examinó cada collar a su vez—. Quizás solo adquiera los dos. ¿Has oído noticias de tu hermano? ¿Viene a cenar? —Sí, él estará aquí. Traerá a esa espantosa mujer Cicerii. —Los labios de Julia se cerraron con disgusto—. Me temo que pronto anunciará su compromiso. —Bien, —asintió Drusilla—. Debería estar pensando en su futuro a su edad. La familia es lo más importante del mundo, querida. Si tu padre y yo te enseñamos una cosa, es eso. Julia miró a los jardines palaciegos a su alrededor. Suspiró suave. —Lo extraño. —También lo extraño. Pero la vida es para vivir, mi amor. Julia sonrió, se inclinó y besó la frente de Drusilla, luego regresó al palazzo. Las catedrales de Tumba de Dioses comenzaron a sonar en cinco campanillas, sus dulces tonos resonaban en el barrio de los tuétanos. La anciana levantó la vista hacia la tercera costilla que se elevaba sobre su cabeza, preguntándose si debería comprarle a su hijo un departamento allí como regalo de bodas, justo cuando el rasco plateado alrededor de su cuello comenzó a temblar. Puso su mano sobre ella, esperando estar equivocada, rezando por solo unas pocas horas más de paz... pero no, allí estaba otra vez, temblando bajo su palma. La anciana suspiró, dejó su taza y su plato a un lado. Levantando la ampolla de su cuello, rompió el sello de cera negra, inclinó el contenido sobre la pequeña mesa al lado de su mecedora. La sangre brotó, espesa y roja sobre la teca pulida. Y por sí solas, comenzaron a formarse figuras. Letras. 363

Drusilla reconstruyó las letras en palabras. Luego las palabras en una misiva. Su viejo y gastado pulso corría un poco más rápido. Cipriano corrió hacia ella, sin aliento, sus ojos iluminados con su sonrisa. —Ven a jugar con nosotros, abuela. —Otro giro, mi paloma, —suspiró. La Señora de las Hojas se levantó lentamente, se inclinó para besar su frente. —La abuela tiene trabajo que hacer.

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CAPÍTULO 27 ALIMENTO Resultó que ser la reina de los piratas no era el trabajo que Mia imaginaba. Tal vez había leído demasiados cuentos cuando era chica en su pequeña habitación sobre los Curios de Mercurio, pero en los treinta o cuarenta segundos que Mia había considerado el papel antes de apuñalar a Einar Valdyr, se había imaginado ser una la reina pirata podría implicar un poco de... bueno, piratería. El crujido de las olas y las mujerzuelas más pechugonas y el vaivén de los candelabros con un cuchillo entre los dientes. Pero en el segundo giro de su reinado, la Reina Mia Corvere había llegado a una conclusión decepcionante. —Estoy jodidamente aburrida—, suspiró. —Te lo advertí—, dijo Ulfr Sigursson. —Valdyr estaba medio loco con eso. —Valdyr llevaba un abrigo hecho de rostros humanos, Ulfr, —dijo Mia, poniendo sus botas sobre su escritorio—. No creo que medio loco lo cubra. —Hablando de eso, —dijo su primer compañero, mirándola de arriba abajo—, ¿quieres que te encuentre algo que luzca mejor? Mia miró su reflejo en la ventana. Se había lavado la sangre de Valdyr de su piel y cabello, pero todavía llevaba el abrigo del antiguo monarca, que colgaba de su esbelto cuerpo como una mortaja. Cueros negros abrazaban sus piernas y caderas, botas de piel de lobo en sus pies, su espada larga de hueso de tumba al alcance de la mano. Se había bañado y peinado su largo cabello negro, recortando su flequillo en una línea afilada como cuchillas de afeitar. Los círculos gemelos de su marca de esclavos en su mejilla derecha y la feroz cicatriz que se enroscaba sobre su izquierda le prestaban a sus rasgos pálidos una oscura crueldad. Su mirada era negra como el carbón, dura como el hierro. Ella no parecía una reina que muchos adorarían. Pero si parecía una reina que muchos temerían. —No, estoy bien con esto, —le dijo a Ulfr—. Pone nervioso a la gente. 365

—¿Quieres una camiseta, al menos? —Preguntó el hombre—. Cuando te mueves, tiendes a mostrar tus... —No, —dijo Mia, encendiendo un cigarillo—. Mis tetas también ponen nerviosas a las personas. —Como te plazca—. Su primer compañero olisqueó. —Confieso que nunca he visto mucho atractivo en ellos. Estaban sentados en el nivel superior de una torre alta de piedra caliza dentro del Salón de los sinvergüenzas. Las salidas de luz daban al Mar de los Pesares, y una amplia chimenea manchada de carbón estaba provista de troncos de roble cerezo, ardía alegremente y llenaba la habitación con un calor perfumado. Los pisos estaban cubiertos de pieles de lobo, las paredes con mapas de los mares circundantes, el largo escritorio de roble con documentos, pergaminos y misivas. Como iba a abdicar de su papel en un puñado de giros, Mia no se había molestado en familiarizarse con nada de eso, pero por lo que parecía, ser el Rey de los sinvergüenzas había implicado más papeleo del que esperaba. Miró a su primer compañero con sus pieles negras y piel de lobo. Su expresión era entre cautelosa y arrogante. —¿Y cómo están mis leales súbditos? —Preguntó Mia, respirando gris. —Bueno, Obelisco y la Chica Canela están fermentando una rebelión contra ti, —suspiró Ulfr—. Aunque Marcella y Quintus se odian como veneno, no puedo imaginar que la coalición dure mucho. Goliat, Imperio y Sepulturero hablaron contra ti en el Salón de los Sinvergüenzas al principio del giro, pero son pequeños peces. Las tripulaciones más grandes están esperando a ver qué haces a continuación. Valdyr les dio un susto de miedo. Así que ser la perra que le arrancó la cabeza te da una cierta... seriedad. —¿Y la Guardia del Lobo? —Preguntó Mia, arrastrando su humo—. ¿Cómo está mi tripulación? —Siguen mi ejemplo por ahora. Y te sigo. Aunque estoy seguro de que lo sabes tan bien como yo. Sigursson se acarició la barba rubia y trenzada. —¿O pensaste que no me daría cuenta? Mia levantó una ceja. —¿notar que?

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—Mi sombra, Majestad —dijo el hombre, mirando sus botas—. Parece un poco más negra últimamente. Había escuchado todo tipo de mitos sobre Tenebros en mis viajes. Me alegra ver que no todos resultaron ser una mierda de caballo. Mia se reclinó en su silla y sonrió. —Es inteligente, Eclipse. —... SÍ... —fue la respuesta de la sombra del hombre— … ME GUSTA ESO DE ÉL… —A mí también. —Miró al guapo Vaaniano—. Me gustas, Ulfr. —Ojalá pudiera decir lo mismo, Majestad, —dijo con un ceño fruncido. —Bueno, solo necesitas tolerarme un par de giros más, y luego puedes deshacerte de mí de una vez por todas. —Mia sonrió más, respiró humo en el aire entre ellos—. Pero si consideras deshacerte de mí antes de eso, puedo pensar en algunos otros mitos sobre Tenebros que puedo confirmarte. A modo de demostración, ella Pisó hacia la ventana y vio las olas alcanzar la orilla, chocando contra las rocas mientras las gaviotas daban vueltas en el cielo gris pálido. Llevándose el cigarillo a los labios, respiró hondo, tomó el control de las sombras alrededor de la habitación, haciéndolas retorcerse y extenderse hacia ella, gentiles como viejos amantes. —Puedes irte, —le dijo a su primer compañero, sin mirarlo. —Le haré saber a Eclipse si te necesito. Informe a los capitanes de Obelisco y la Chica Canela que planeas asesinarme en el mar si crees que eso los tranquilizará. Si no es así, puedo diseñar otra forma de silenciar sus lenguas. Sin embargo, es bastante más permanente.

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Sigursson se volvió para mirarla, con los ojos verdes brillantes. —Sí, sí, su Majestad. —Azul arriba y abajo, Ulfr. El bandolero hizo una pequeña reverencia y salió de la habitación. Eclipse siguió sin un sonido. Mia permaneció junto a la ventana, con la frente presionada contra el cristal y mirando al mar. Pensando en los labios de Ashlinn. Los ojos de Jonnen. El ceño de Mercurio. Sintiendo el agujero en forma de gato como una herida sangrante en su pecho. ¿Me pregunto dónde estará? ¿Si él está bien? ... Diosa, lo extraño. —Tengo frío, —suspiró. —PODRÍAS SIEMPRE PONERTE UNA CAMISA, —dijo Tric. Se volvió para sonreír al pálido chico Dweymeri que estaba parado junto al fuego. —Arruinaría mi estética de Zorra Asesina. —Ella hizo una mueca y se acurrucó debajo del abrigo—. Pero sí, tal vez. Este cuero viejo es como papel de lija en mis donas. Una sonrisa torció los labios del chico, y miró a la puerta por la que Sigursson había salido. —¿CONFÍAS EN EL? —No tanto como para cargar con él. Pero Eclipse lo vigila. Y él parece estar manteniendo a raya a La Guardia del Lobo. Solo necesita mantener las cosas tranquilas por un puñado de giros, y luego obtiene un barco y un trono gratis. Creo que podemos contar con su codicia para ayudarnos. Y si no es eso, con su miedo. —ERES UN POCO ATERRORIZANTE A VECES, HIJA PÁLIDA, —dijo Tric, compartiendo su viejo chiste—. Y OTRAS VECES, SÓLO ERESTERRORÍFICA. La pequeña sonrisa cayó de su rostro. —LO SIENTO, —dijo—. SÉ QUE NO TE GUSTA CUANDO TE LLAMO ASÍ. 368

Se apartó de la ventana para mirarlo. Recostándose sobre el alféizar, las manos cruzadas detrás de su espalda. —Me gusta, —admitió suavemente—. Por eso duele. Se quedó allí en silencio. Solo observándola. Esa nueva belleza oscura, bordeada por el cálido resplandor del fuego. Todavía estaba pálido, su piel suave y dura, pero con la oscuridad verdadera a solo unas semanas de distancia, ya no parecía una estatua tallada en alabastro. Ella creyó ver un pulso en su cuello ahora, debajo de la curva de su mandíbula, las fuertes líneas de su garganta, un asomo del músculo a través del cuello abierto de su camisa... Mia miró hacia otro lado. Se chupó el labio—. He estado pensando. —OH QUERIDA. Ella sonrió con él, arrastró un mechón de pelo detrás de su oreja—. Cuando lleguemos a la montaña, recuperar Mercurio es obviamente nuestra primera prioridad. Pero las Hojas que nos golpearon en la torre no son los últimos asesinos que la Iglesia Roja tiene para enviar. Seguirán viniendo, hasta que le cortemos la cabeza a la serpiente. Tric se apartó del fuego para mirarla—. DRUSILLA. —Sí, —Mia asintió—. Y el Ministerio también. —GOLPEA AL PASTOR Y LAS OVEJAS DISPERSARÁN. —No, —dijo ella—. Golpea al pastor y las ovejas te seguirán. Los ojos de Tric se entrecerraron—. ¿QUÉ SIGNIFICA? —Significa que he estado pensando en eso desde que me puse este horrible abrigo sobre mis hombros. La gente sigue a los líderes que están resueltos a mandar. Se remonta a algo que dijo mi padre. “Para reclamar el verdadero poder, todo lo que necesitas es la voluntad de hacer lo que otros no harán”. —Mia aspiró profundamente su cigarro, respiró gris en el aire como una llama—. Así que no solo voy a matar a la Señora de las Hojas. Me convertiré en la Dama de las Espadas. —TIENES UN DESTINO MAYOR QUE ESO, MIA.

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—Es lo que sigues diciendo. Pero difícilmente lo cumpliré si un gilipollas me corta la garganta mientras duermo. Si mato a Drusilla y al Ministerio, no hay ninguna Hoja viva que me desafíe por el papel. Y la Iglesia no me perseguirá si dicto a quién cazan. Es como dijo Ashlinn. 'Nada está reservado para aquellos que no luchan por ello'. Así que voy a pelear. —ASHLINN. El nombre era como un cuchillo cortando el aire. Se podía ver vibrar los tablones del piso entre ellos. —Vas a tener que acostumbrarte a que ella esté cerca, Tric. —NO PUEDO AYUDAR, PERO NOTÉ QUE LA ENVIASTE LEJOS. Y YO TODAVÍA ESTOY AQUÍ. —No leas más de lo que está justificado. Ella y yo estamos juntas ahora. Extendió los brazos hacia la habitación sobre ellos. PERO NO LO ESTAS AHORA, ¿NO ES ASÍ? —Sabes a lo que me refiero. —NO, —dijo—.NO LO SE. NUNCA ME CONTESTASTE CUANDO TE PREGUNTÉ SI LA AMABAS. —Porque no es asunto tuyo. Entonces vio un destello de ira, ardiente y terrible en sus ojos sin fondo. Los músculos de su mandíbula se tensaron, esas manos negras que alguna vez habían vagado por su cuerpo se apretaron en puños. Podía sentir la horrible velocidad y fuerza que la Madre le había regalado, grabada en cada línea dura y bella curva de su cuerpo. Pero lentamente, mientras la miraba, la ira se derritió, la tensión en su cuerpo se desvaneció. Tragó saliva y se volvió hacia el fuego. Con las dos manos sobre el manto, los las rastas salinas cubrían su rostro mientras él bajaba la cabeza y miraba las llamas. —… ¿CÓMO PUEDES DECIR ESO? Ella lo observó mirando el fuego, escuchando el crepitar del bosque, el mar cantando afuera, el latido de su propio corazón, doloroso y dolorido contra sus costillas. 370

—¿ALGUNA VEZ PIENSAS EN NOSOTROS, MIA? —Preguntó. —Por supuesto que sí. —ME REFIERO A NOSOTROS. A AQUELLAS VECES... NOSOTROS JUNTOS. La tensión crujió entre ellos, curvando el borde de sus labios. Podía sentir la tensión en la punta de sus dedos. Pulsando debajo de su piel. El deseo. De ella hacia él. De el hacia ella. Nada ni nadie en medio. —Sí, —admitió, su pulso corriendo más rápido. —¿ALGUNA VEZ TE HAS PREGUNTADO QUÉ PUDO HABER SIDO? —¿No fuiste tú quien me dijo que debería dejar morir el pasado? —¿NO ERES LA QUE DIJO A VECES QUE NO? —Sí, —estuvo de acuerdo—. Sí, a veces tienes que matarlo. —COMO ELLA ME MATÓ. Mia respiró hondo. Se levantó del alféizar y caminó lentamente sobre las pieles de lobo esparcidas por el suelo. Ella se unió a él cerca del hogar, con las manos entrelazadas detrás de la espalda, observando las llamas con ojos cautelosos mientras se estiraban hacia ella como garras. —ELLA ME MATÓ, MIA, —dijo Tric—. ELLA ME QUITÓ TODO LO QUE ERA. —Lo sé. Y lo siento. —¿CÓMO PUEDES ESTAR CON ELLA DESPUÉS DE ESO? Mia miró a las llamas. Sus pelos de punta estaban subiendo, su temperamento ardía: no le gustaba que le preguntaran sobre con quién se acostaba o por qué. Esas fueron sus elecciones. Más que cualquier otra que hubiera hecho, le pertenecían. Pero Tric también había compartido una vez su cama, fue el primero en hacerlo que realmente había significado algo, la verdad sea dicha. Y dadas las circunstancias, ella podía ver cómo pedir una explicación no era la solicitud más escandalosa que él podría hacer. Al menos había esperado hasta que estuvieran solos.

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—Ash me recuerda a mí, —declaró Mia—. Cuando ella quiere algo, lo toma. Ella no responde a nadie. Ella es feroz y no tiene miedo y es jodidamente hermosa. Y en un mundo como este, eso es demasiado raro. — Mia se pasó una mano por el pelo y suspiró—. Me doy cuenta del egoísmo en juego en eso. Queriendo acostarme conmigo misma. Pero también es más que eso. Ash me hace frente. Ella me empuja Ella toma el mundo por el cuello y lo aprieta. Pero cuando estamos solas, ella también me recuerda todo lo bueno. Es gentil, dulce y todo lo que yo no soy. Mia se llevó el cigarillo a los labios y suspiró. —Cuando nos encontramos... por primera vez, quiero decir... Ash y yo corríamos sobre hojas de afeitar. Cualquier giro podría haber sido el último. Y pensé en mi vida y en dónde se dirigía y entendí que nunca había tenido algo que decir al respecto. Y quería algo que pudiera ser solo mío. Mi elección. —Mia se encogió de hombros. —Así que la elegí. —PERO NO TE ARREPIENTES? ¿NI SIQUIERA AHORA? —No. —Mia negó con la cabeza—. Creo que necesito a alguien como ella. Estar con ella... me muestra que hay más en todo esto que solo sangre. Porque quiero que lo haya. Pero a veces es muy difícil recordar eso. —Mia respiró hondo y se deleitó con el cálido fuego en su pecho. —Es como si hubiera dos mitades de mí, ¿sabes? Dos piezas del todo. Una parte es solo... oscuridad. Rabia. Ella odia el mundo y todo lo que hay en él. Todo lo que quiere es derribarlo y reír mientras arde. Y luego estoy el yo que pienso que en realidad podría haber algo por lo que vale la pena esta lucha. Y tal vez algo para vivir después. Mia miró hacia las llamas, el fuego por delante y por detrás. —Dos mitades en guerra dentro de mí. Y la que ganará es la que yo alimente. Mia miró el fuego mucho tiempo. Ver las lenguas de fuego consumir todo lo que estaba delante de ellas, humo y cenizas remanentes. Preguntándome si eso era ella. Si eso fuera todo lo que quedaría cuando todo terminara. Miró hacia Tric y lo encontró mirándola. —¿Por qué me miras así? —Exigió—. Di algo. 372

—¿QUÉ DEBO DECIR? ¿QUE ENTIENDO? ¿QUE CEDO? El niño sacudió la cabeza, mirándola profundamente a los ojos. —¿DICEN QUE NADA ESTÁ RESERVADO PARA AQUELLOS QUE NO LUCHAN POR ELLO? PUSE MIS MANOS EN LA OSCURIDAD ENTRE LAS ESTRELLAS POR TI, MIA. LE DI LA ESPALDA A LA LUZ Y LA CALIDEZ Y SEGUÍ MI CAMINO A TRAVÉS DEL ABISMO HACIA TI. NO HICE ESO SÓLO PARA PASAR A UN LADO GRACIOSAMENTE Y VER A LA CHICA QUE ME MATÓ, RECLAMAR A LA CHICA QUE AMO. —Bueno, no tienes muchas opciones, ¿verdad? —¿NO? Se volvió hacia ella y ella pudo sentir la necesidad en él. Tallada en la línea de sus labios. Ardiendo en su mirada. Despacio como las eras, prolongado como los años, levantó la mano hacia su cara. Mia se tensó pero no se encogió, su mandíbula se tensó cuando su pulgar se deslizó por la cicatriz en su mejilla. El calor del hogar lo había tocado, enriqueciendo un nuevo rubor de vida en su piel, y su caricia era cálida como la luz del fuego. Sintió mariposas revoloteando en su vientre, sus labios entreabiertos, su respiración volviéndose un poco más rápida. —No... —advirtió. —¿POR QUÉ NO? —Susurró. —Por que yo digo. —¿Y AÚN NO TE ALEJAS? —Nunca retrocedas, Tric. —DIME QUE NO ME AMASTE, MIA. Su mano se deslizó por su mejilla, más cerca de sus labios, y aunque sabía que debía detenerlo, cada centímetro de piel que tocaba parecía estar en llamas. —DIME QUE AÚN NO ME AMAS. Él se acercó y le acercó la otra mano a la cara. Tan cerca de él, podía sentir el fuego dentro de él, esa oscura llama ardiendo en su corazón. Pero 373

por extraño que pareciera, por equivocado que fuera, se sintió atraída por eso. Como un imán Como si ella estuviera cayendo en eso. El poder de la diosa, la Madre Oscura que había dado a luz a la astilla del dios dentro de ella, ancho como los cielos y profundo como los océanos y negro, negro como el corazón ahora tronando dentro de su pecho. Había pensado que sus ojos eran solo una oscuridad vacía, pero tan cerca, tan peligrosamente, maravillosamente cerca, podía ver que estaban llenos de pequeñas chispas de luz, como estrellas esparcidas por las cortinas de la noche. Hermoso. —NEGÉ LA MUERTE POR TI, —respiró, inclinándose aún más cerca—. Y MORIRÍA POR TI DE NUEVO. MATARÍA POR TI. ARRANCARÍA LAS ESTRELLAS DE LOS CIELOS PARA HACERTE UNA CORONA. TÚ ERES MI CORAZÓN. MI REINA. HARÍA CUALQUIER COSA Y TODO LO QUE ME PIDAS, MIA. Él agarró el cuello de su abrigo y comenzó a empujarlo, centímetro a centímetro, hacia atrás de sus hombros desnudos. —PÍDAME QUE DETENGA, —dijo. No debería, Diosa, no podía dejar que esto sucediera. Los pensamientos de Ashlinn ardían en el fondo de su mente, pero en su pecho, entre sus muslos, ahora ardía un fuego más oscuro. Ella no sabía si era el parentesco de la noche en ellos, la belleza sobrenatural que ahora poseía, el simple dolor por el amante que había pensado que se había ido para siempre, ahora parada justo frente a ella como tallado por las manos de la misma Noche. Pero al mirarlo a los ojos, hasta la suave curva de sus labios abiertos, se dio cuenta de que lo quería. Oh, La Diosa la ayude, pero lo deseaba... El abrigo se resbaló al suelo. —PÍDEME QUE ME DETENGA. Pero ella no lo hizo. Ella no respiró una palabra. Y luego la estaba besando, envolviéndola en su abrazo y aplastándola contra él, y fue todo lo que Mia pudo hacer para recordar respirar. Ella encontró que sus manos se movían por su cuenta, corriendo sobre la suave dureza de sus brazos, sobre sus hombros mientras él la levantaba del suelo. Ella envolvió sus piernas 374

alrededor de su cintura, apretando por los tobillos en la parte baja de su espalda, su beso se hizo lo suficientemente profundo como para ahogarse. Un escalofrío le recorrió la espalda cuando sintió su lengua rozar la de ella, el calor del fuego y la llama oscura dentro de él le puso la piel de gallina en todo su cuerpo. Sus labios eran tan suaves como siempre, su cuerpo tan cálido. Su boca sabía a humo, su aroma, el perfume de las ardientes hojas de otoño. Ella suspiró cuando sus labios se separaron de los de ella, dejando un ardiente rastro de besos en su mejilla, bajando por su garganta. No puedo hacer esto... Sus labios vagaron más abajo, a través de su clavícula, como fuego y hielo a la vez. Su piel se encendió, esa llama oscura en su pecho y entre sus piernas se hizo cada vez más caliente cuando su boca llegó a sus senos, mientras tomaba un pezón duro como una piedra, jugueteando con su lengua. Mia suspiró mientras su cabeza se movía hacia atrás, entrelazando sus dedos en las suaves sombras de su cabello y arrastrándolo, instándolo a seguir mientras sentía la suave presión de sus dientes, sí, sí, la cabeza le daba vueltas, su pecho se agitaba, el vientre lleno de mariposas al vuelo. —Oh, Diosa... No puedo dejar que esto suceda... Él se dejó caer sobre las pieles, arrastrándola sin esfuerzo. Sus piernas todavía estaban envueltas alrededor de él, la luz del fuego crepitaba más brillante a su lado. Se encontró encima de él, semidesnuda, con la lengua en la boca y las manos en la cintura. Diosa, ella quería chuparlo. A la mierda con él. Sintiendo su pulso debajo de sus manos, apretando la dureza imposible que sentía en su entrepierna, las yemas de sus dedos trazando los surcos y valles musculares en su pecho, bajando por su estómago. Ella gimió al igual que él, moviendo las caderas, dolorida por la sensación de él contra ella y casi nada entre ellos. Lujuria dentro de ella. Deseo de la oscuridad dentro de él. Una verdadera hambre oscura, nacida en el negro sin luz, tan vasta y vacía que se preguntó si él realmente podría llenarla. Pero Diosa... Oh, dulce y misericordiosa Diosa, ella quería que él lo intentara.

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Se estaba perdiendo en eso. La sensación de él, el sabor, las formas familiares, talladas de nuevo por la Madre de la Noche. Caer en la necesidad de él, dolorida por el toque de él, queriendo olvidar y recordar y por un pequeño momento, simplemente disfrutar de perderse dentro de él, con él dentro de ella. Perdida. —Es mejor haber amado y perdido... —Quien dijo eso nunca amó a alguien como yo te amo a ti. Ella escuchó las palabras en su cabeza. Recordaba la mirada en los ojos de la chica. Su chica. Dos mitades en guerra dentro de mí. Sus manos sobre su cuerpo, sus labios sobre su piel. Y la que ganará será la que yo alimente. —No, —susurró. Él se sentó, con las yemas de los dedos recorriendo su espalda, la boca recorriendo sus senos, sus manos negras como la tinta, sostenían sus caderas y la ayudaban a balancearse... —Tric, detente, —susurró—. Tenemos que parar. Él la miró a los ojos, brillando con lujuria. Apartándose de él sentía que las ganas la partirían en dos. La necesidad era tan real, era un dolor físico. Ardiendo como fuego en sus venas. El cuarto se estaba calentando, y aún más caliente. —MIA… Sin previo aviso, Mia vio un destello de luz abrasadora en el hogar junto a ellos. Sintió un calor vicioso y abrasador. Ella jadeó cuando una lengua de fuego salió de la chimenea, arremetió contra sus pieles sobre las que descansaban. Ella se alejó con una maldición negra, el fuego echó raíces en el pelaje y se extendió en un parpadeo.

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El fuego estaba hambriento, furioso, ardía con una intensidad más feroz de lo que tenía derecho. Atravesando la piel de lobo, hacia Mia. Tric se puso de pie y giró las pieles, sofocando el fuego, pisoteándolo como serpientes. Mia corrió hacia su escritorio con un grito, agarró una jarra de agua. Tric pisoteó y pateó, finalmente arrancó el pelaje de vuelta al hogar, donde se enroscó y se ennegreció. Con otra maldición, Mia lanzó el agua a través de las ardientes tablas del piso. Y aunque hirvió, escupió y luchó, lo último del fuego se ahogó bajo la inundación. El humo negro y el silencio repentino llenaron la habitación. El corazón de Mia latía con fuerza en su pecho mientras revisaba su piel y cabello desnudos en busca de quemaduras. El miedo se apresura a reemplazar la lujuria que había quemado tan brillantemente con solo unos segundos antes... —¿ESTÁS BIEN? —Preguntó Tric, con los ojos llenos de preocupación. —Estoy bien, —dijo ella, retrocediendo—. Solo algo chamuscada. —MIA, YO... De repente sintió frío. Consciente de que estaba medio desnuda. Una claridad, fresca y cristalina, rompiendo la avalancha de deseo. Agachándose, agarró su abrigo caído y se lo echó a los hombros. Lo apretó con fuerza contra el frío. Su pulso era un trueno. Le temblaban las piernas. —Creo que es mejor que te vayas, —dijo. —MIA, DIME QUE NO ME AMAS, —dijo, caminando hacia ella. —Tric, no... —DIME QUE NO ME QUIERES. —¡No puedo! —Gruñó ella, retrocediendo un poco más. —¡Porque si lo hago! Pero hay unos pocos momentos correctos en eso, seguidos de toda una vida de errores. —Mia sacudió la cabeza, asombrada al sentir las lágrimas ardiendo en sus ojos—. Lo siento. Lamento que las cosas salieran como lo hicieron. Lo siento, no todos conseguimos lo que queremos. Porque si quiero, Tric, que La Diosa me ayude, si quiero. Pero la verdad es que, por mucho que quiera tenerte ahora, quiero conservarla más.

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Dio otro paso hacia ella, y ella, se alejó otro paso. Él se acercó a ella y ella lo miró a los ojos y vio su agonía allí. Vio lo injusto y jodidamente cruel que era todo este cuento. Ella quería gritarlo. Maldecir a los dioses. Maldecir a la vida y al destino que la habían llevado a este momento, esta horrible elección. Porque no importa lo que hubiese hecho o cómo hubiese elegido, alguien a quien amaba saldría lastimado. Soy un maldito veneno, ¿lo ves? Soy cancer... Siempre alguien sale lastimado. —Lo siento, —dijo de nuevo—. Pero no podemos hacer esto. No puedo hacer esto. Ella significa demasiado para mí. —... LA AMAS ENTONCES, —susurró. —Eso creo… Mia lo miró a los ojos, las lágrimas brotaban de las suyas. —Creo que si. Su mano cayó a su costado. Su mirada al suelo. Sus hombros cayeron y sus piernas temblaron y ella casi podía ver el corazón en su pecho rompiéndose. Hendido en dos. Y su maldita mano sobre la hoja. Cerró los ojos con fuerza, apretó la mandíbula y sacudió la cabeza. Pero una sola lágrima traidora, negra como la noche, aún brotaba de sus pestañas. Deslizándose por su mejilla, se deslizó a lo largo de la línea de su hoyuelo hasta su barbilla. Mia también se encontró llorando, dando un paso adelante con un suave murmullo de lástima. Queriendo mejorarlo, quitarle el dolor, arreglarlo de alguna manera. —No llores —dijo ella, con las yemas de los dedos rozando su mejilla —. Por favor, no llores. Él se apartó de su toque como si lo quemara. Se volvió y se alejó sin decir una palabra. Sin gritos ni pisotear, sin cerrar la puerta detrás de él. De alguna manera hubiera sido mejor que él estuviera furioso con ella. Pero en cambio, se fue con calma, silencioso como la oscuridad. La pregunta de dónde se encontraban ahora y qué podría interponerse entre ellos, sin contestar. 378

Mia estaba segura de que podía escuchar las llamas en el hogar riéndose de ella. Bajó la mirada hacia los dedos que habían limpiado su lágrima. Negro como sus ojos. Como la noche Como el corazón en su maldito pecho. Se desplomó ante el odioso fuego. Ver las lenguas de fuego consumir todo lo que estaba delante de ellos, humo y cenizas el resto. Preguntándome si eso era ella. Si eso fuera todo, quedaría cuando estuviera hecho.

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CAPÍTULO 28 ODIO —No sé qué abismos te preocupa. Ulfr Sigursson bajó su catalejo y se inclinó sobre la barandilla, mirando hacia las aguas de abajo. El viento que soplaba a sus espaldas era fuerte, los mares con crestas blancas, los empujaban hacia adelante. La Banshee Negra atravesó las aguas como una flecha del arco de un maestro, recto y suave hacia un hermoso horizonte. —Esperemos que no te enteres, —respondió Mia. Eran dos giros en el Mar de los Pesares, y las Damas de las Tormentas y los Océanos no habían levantado la cabeza desde que partieron de Amai. La Banshee Negra había salido al azul con un nivel apropiado de algarabía: muchos de los “súbditos” de Mia se habían reunido para despedirla en su viaje inaugural, y la mayoría de los residentes de la ciudad habían llegado a echar un vistazo a la chica que había matado a Einar Valdyr y reclamado su trono. Ya se había arraigado todo tipo de colorido rumor en los seis giros en los que se había encerrado en el Salón de los Sinvergüenzas, y merodeando por la taberna de Amai por la noche, Eclipse había escuchado una docena de historias diferentes sobre cómo Mia había matado al rey pirata. Habían usado magos oscuros, dijeron. Ella lo desafió a un combate individual y le arrancó el corazón de las costillas con las manos desnudas. Le arrancó la garganta con los dientes durante una gran fiesta y le comió el hígado crudo. (30) En la versión favorita del cuento de Mia, ella había seducido a Valdyr y le había cortado la virilidad, que ahora aparentemente llevaba alrededor del cuello para tener buena suerte. Sin embargo, Mia había evitado toda la algarabía, deslizándose a bordo de la Banshee debajo de su capa de sombras. Mirando a los capitanes y la tripulación de las otras naves que habían ido a despedirse, contó al menos veinte que alegremente habrían cortado las gargantas de sus abuelas para robarles el saco. Parecía una opción mucho más sensata simplemente aparecer en la cubierta al susurro temeroso de la multitud, El tricornio se 380

inclinó sobre sus ojos, de pie en la proa y con aspecto sombrío mientras se embarcaban en el mar. La nuncanoche estaba cayendo en su segundo giro de navegación, los dos soles restantes se deslizaron más hacia su verdadero reposo oscuro. Saan estaba cerca de completar su descenso por completo, su resplandor rojo incendiaba el horizonte. Saii aún ardía sobre ellos: una luz escarlata y azul colisionaba en los cielos, quemándose hasta convertirse en violeta pálido, impresionante y hermoso. Mia podía sentir la verdadera oscuridad arañando más cerca. Una luz negra ardía en su pecho y en el chico parado a su lado. Tric mantuvo su vigilia, siempre al alcance de la mano. Hizo guardia afuera de la puerta de su cabina mientras ella dormía. Cuidando su espalda en los momentos en que se daba la vuelta. Incluso después de su pelea, nunca estuvo a más de una palabra de distancia. Pero la verdad era que no habían habían compartido mas que unas pocas palabras preciosas desde que casi... … casi. Mia no sabía cómo arreglarlo. No sabía qué decir para corregirlo. En sus momentos más oscuros, la enfurecía hasta el extremo el no saber como podía arreglarlo. Tenía que lidiar con sus propios problemas, que de por si ya eran lo suficientemente grandes como para tocar el puto cielo. Pero en sus respiraciones más suaves, podía sentir el dolor en él, ardiendo como esa llama oscura dentro, y no podía evitar sentirlo también. Ella sabía lo injusto que era todo esto. Cuán profundamente era lo que sentía por ella. Lo que ella no sabía era lo que él haría, ahora sabía que ella nunca sería suya. El amor a menudo se transforma en odio cuando se riega con desprecio. ¿Realmente puedo seguir confiando en él? ¿Puedo confiar en que esté cerca de Ashlinn? —No hay señales de nubes de tormenta, —informó Sigursson, una vez más escaneando el horizonte—. Navegaremos sin problemas desde aquí a Ashkah, apostaría mi barco en eso.

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—Todavía no es tu nave, Ulfr, —dijo Mia—. Y te aseguro que está en conflicto. Asegúrate de que Iacopo y Reddog tengan los ojos bien abiertos cuando estén arriba. Dile a Justus que mantenga apagados esos fuegos de la galera. Solo comidas frías hasta que lleguemos a la orilla. Las Señoras vienen por nosotros, no se equivoquen. Y están trayendo el Abismo con ellas. El vaaniano miró a su capitán de arriba abajo, con el ceño fruncido sobre su atractiva frente—. Si pudiera preguntar, mi reina, ¿qué hiciste exactamente para molestarlos tanto? —ESO NO TE CONCIERNE, —gruñó Tric—. TU DEBER ES HACERNOS LLEGAR A ULTIMA ESPERANZA. —No me digas mis deberes, muchacho, —dijo Sigursson. —NO ME LLAMES MUCHACHO, MORTAL, —respondió Tric. Sigursson miró a Tric a los ojos. Su boca se apretó. Sus hombros cuadrados. El Vaaniano fue el primer compañero de una de las bandas más crueles en navegar los Cuatro Mares: una manada de asesinos y bestias que esparcen el terror donde quiera que van. Ahora que los conocía un poco mejor, Mia podía percibir la clase de bastardos despiadados que era la tripulación de la nave de Valdyr. El más amable entre ellos probablemente había violado su camino a través de los Cuatro Mares. Los peores de ellos probablemente torturaron y mataron a niños por deporte. Pero aunque la Banshee y su tripulación parecían haber nacido del Abismo, Tric había estado allí. El chico Dweymeri era más alto que el vaaniano, pálido y duro, con una mano siempre en la empuñadura de su espada de hueso. Ojos que reflejaban la noche que había visto de primera mano. Mientras se cuadraban, Tric no parpadeó. No se inmutó. Si Sigursson había esperado intimidarlo, terminó muy decepcionado. Dirigiéndose a Mia, el Vaaniano finalmente se inclinó. —Mi reina. Y girando sobre sus talones, comenzó a trabajar. Mia observó al hombre retirarse con los ojos entrecerrados. Lo había estado vigilando de cerca en los últimos dos giros, y sabía que Sigursson no

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le tenía cariño. Sabía la navaja en la que bailaba mientras lo mantenía a sus pies. Y aún así, no pudo evitar admirarlo. Podrían ser bastardos y brutos, pero la tripulación de la Banshee conocía su nave y, lo que es más importante, sabían que Mia pronto estaría fuera de ella. Le tenían miedo, sí, mantenía a Eclipse a la vista junto a Tric para fomentar ese miedo. Pero en realidad les gustaba Sigursson. Era intenso. Inteligente. No era un fanfarrón o un bufón. Un hombre menor podría haberse perdido en un orgullo tonto cuando su capitán fue asesinado. Pero Ulfr sabía que había poco que ganar al oponerse a Mia, y mucho que perder. Y entonces se había tragado ese orgullo, esperando su momento y soñando con el trono que lo esperaba cuando todo esto estuviera hecho. —Será un buen rey cuando regrese a Amai, —reflexionó Mia. —SI REGRESA A AMAI, —respondió Tric. Mia se volvió hacia el chico, con un escalofrío suave en el vientre. —Sabes lo que viene, ¿no? Tric asintió, sus ojos en el horizonte ardiente. —LO SE, ESTOS VIENTOS AGRADABLES SON SÓLO PARA ADENTRARNOS MÁS AL OCÉANO. MÁS LEJOS DE LA SEGURIDAD DE LA TIERRA. LAS SEÑORAS ESTÁN REUNIENDO FUERZAS. PUEDO SENTIRLO. Mia sintió que su sombra temblaba, la forma de un lobo se extendía oscura sobre las maderas delante de ella. —… LO SIENTO, TAMBIÉN, MIA. VIENEN POR NOSOTROS... Mia miró hacia el borde del mundo, el viento le soplaba el pelo por los ojos. —¿AÚN NO LO CREES?—, Preguntó Tric. —¿LO QUÉ ERES? ¿EN LO QUE DEBES TRANSFORMARTE? Mia se lamió los labios. Sal probada. La verdad era que ella también podía sentirlo. Tan cierto como la oscuridad que sentía dentro de ella, hinchándose mientras los soles se hundían cada vez más. Claro que podía ver el nuevo sonrojo en la piel de Tric, sentir la nueva fuerza dentro de sí misma. En su momento, esa historia que le habían contado debajo de Tumba de Dioses parecía una locura. 383

Fantasía. Hablaba de dioses sacrificados y almas fracturadas. Pero la maldad que podía sentir en el cielo sobre ella, en las aguas debajo, el recuerdo de esas llamas que se extendían a través de las pieles hacia ella, los sueños que plagaban sus noches... todo lo hacía cada vez más difícil de negar. Había algo grandioso en el trabajo aquí. Ahora ella lo sabía. Algo más grande que cualquiera de ellos. Fuego, Tormenta, Mar. Luz y Oscuridad. Todo ello. Mia podía sentirlo, como un peso creciendo sobre su espalda. Como una sombra que se levanta para encontrarse con ella. —LA ÚNICA ARMA EN ESTA GUERRA ES LA FE. Había dejado de lado su fe años atrás. Dejó de rezarle a Aa en el giro que se dio cuenta de que toda la devoción en el mundo no traería de vuelta a su familia. Incluso al servicio de la Madre Oscura, incluso en el vientre del Monte Apacible, ella realmente no había creía para nada en las divinidades, no en las divinidades que podrían ser importantes ahora, al menos. Quienes sabían quién era ella, quienes creían que era importante, quienes eran más que palabras vacías y nombres huecos. ¿Y ahora? ¿Lunas y coronas y madres y padres y todo eso? ¿Realmente creo en ello? Mia sacudió la cabeza, alejando los pensamientos de dioses y diosas. Cualquier cosa que Tric y Eclipse pudieran sentir, cualquier conciencia que pudiera estar brotando en su propio pecho, la verdad era que tenía más preocupaciones terrenales por ahora. Mercurio la necesitaba. Estaba en peligro por su culpa. Había sido padre cuando el mundo se la llevó. Cuando había rezado para que Aa la ayudara, había sido Mercurio quien la había salvado. Pero más que la deuda que tenía con el, el simple hecho era que amaba al viejo bastardo gruñón. Extrañaba el olor de sus cigarros. Su humor negro y su boca sucia. Esos ojos azul pálido que parecían nacidos para fruncir el ceño, viendo a través de su mierda y dentro de su corazón. Scaeva había afirmado haberla hecho todo lo que era. Pero en verdad, si Mia le debía algo a cualquiera por la persona en la que se había 384

convertido, las cosas sobre ella que realmente le gustaban, era a Mercurio. Y entonces ella miró el océano entre ellos. Los cientos de kilómetros de azul arriba y abajo, que pronto se volverían negros de furia. En este punto, no importaba en lo que ella creyera. Dioses y diosas. Padres e hijas. ¿Qué importa, esta charla de divinidades y destinos? ¿Qué podría ser o en qué podría convertirse? Todo lo que importaba era lo que ella haría. Lo que ella siempre había hecho. Luchar. Con todo lo que tenía. Y así se inclinó sobre la barandilla. Escupió en el mar. —Vengan por mí, entonces, perras. La tormenta los recibió cuatro giros después. Mia había estado en su cabina cuando escuchó por primera vez los gritos del nido del cuervo, durmiendo profundamente e intentando convertir sus sueños como Cantahojas había dicho. Tenía los mismos dos todas las noches: Aa y Niah con los rostros de sus padres, rodeadas de sus Cuatro Hijas, discutiendo entre ellas bajo ese cielo interminable. Esa escena se desvanecería, y se despertaría para encontrar a Scaeva de pie sobre ella, cuchillo en mano. —Perdóname, chica. Y entonces ella realmente se despertaría. Sudando y sin aliento. Pero esta noche, antes de que ella sintiera el cuchillo descender, una llamada cortó sus sueños, arrastrándola hacia arriba y hacia la terca oscuridad de su cabina. Se había quitado el sueño de los ojos y frunció el ceño, pensando que tal vez lo había imaginado. Hasta que volvió a escuchar la llamada, el sonido de las campanas, una alarma sonando en la cubierta de la Banshee. Había encontrado a Tric vigilando afuera de su cabina como siempre. Juntos, se dirigieron hacia arriba y encontraron a Sigursson en la popa. Nubes negras se habían reunido en las orillas del océano y cabalgaban hacia ellos como caballos espumosos, arrastrando una cortina a través de los cielos iluminados por el sol. Sigursson tenía su catalejo levantado, los labios separados mientras observaba la oscuridad acercarse, más rápido de 385

lo que cualquier tormenta tenía derecho. Cuando se volvió hacia Mia, ella pensó que podía ver un atisbo de preocupación en el penetrante verde de sus ojos. —¿Se acerca una tormenta? —Preguntó ella. —Sí, —asintió. —¿Mala? Volvió a mirar el horizonte negro. Hasta el cielo arriba. —... Sí. Su primer compañero había marchado por la cubierta, ladrando órdenes con voz de hierro. Mia había visto a su tripulación ponerse en movimiento, moviéndose como mekkenismo, solo una o dos miradas malévolas se dirigieron hacia ella. El viento estaba en sus caras ahora, empujándolos lejos de Ashkah, la Banshee avanzaba de un lado a otro a través del vendaval y arrastrándose hacia su destino. Podía escuchar maldiciones y canciones, el oleaje y el estrépito de los mares que se levantaban contra su casco, el viento aullaba mientras el cielo se volvía cada vez más oscuro. Los relámpagos lamieron el horizonte distante, cegadoras tijeras de prístino blanco contra el velo de un negro cada vez más profundo, las aguas debajo de ellos se profundizaron lentamente de azul a gris plomizo a medida que los colmillos blancos roían el casco de la Banshee. Y con un trueno, lo suficientemente fuerte como para sacudir los huesos de Mia, comenzó a llover. Hacía mucho frío. Gotas afiladas como dagas en su piel. Se puso el abrigo de Valdyr más fuerte sobre los hombros, la camisa debajo empapándose. El viento abofeteó a su tricornio y le echó el pelo por la cara. Sus ojos oscuros estaban fijos en el horizonte oriental, deseando que su barco siguiera adelante. Eclipse estaba en su sombra, comiendo su creciente miedo ante el poder que se acumulaba sobre ellos. Un grito irregular surgió del nido de cuervo arriba. —¡Por el abismo y la sangre, miren eso!

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Mia miró hacia el mirador: vio que señalaba el agua debajo de ellos. Al principio, no vio nada más que el crujiente oleaje, las fauces del océano. Pero entonces, debajo de ese gris acerado, los vio. Oscuridad. Largo y serpentino. Cortando rápidamente justo debajo de la línea de flotación, pululando por el vientre de la Banshee. Ojos negros y dientes de afeitar y piel del color de los huesos viejos. —DRACOS BLANCOS, —dijo Tric. —Madre negra, —susurró Mia. Docenas de ellos. Quizás cientos. Los más grandes tenían treinta, quizás cuarenta pies de largo. Cada uno una máquina de músculos y tendones con un bocado de espadas. Ninguno era lo suficientemente grande como para lastimar a la Banshee, por supuesto, pero Mia sabía que los dracos blancos eran cazadores rebeldes que nunca se movían en manadas. Y la vista de docenas de bastardos compleamente rodeados de agua fue suficiente para enviar una ligera vibración a todos los hombres de la cubierta. Mia podía sentirlo, tan seguro como podía sentir la lluvia cayendo ahora sobre su piel o el viento en su cabello mojado. Una astilla de miedo, perforando los corazones de sus marineros. Si la velocidad de la tormenta no era suficiente, esta era una señal segura de que nada sobre este viaje era lo que parecía. Que todos ahora eran parte de algo decididamente... antinatural. Mia se asomó al oleaje. Al otro lado del agua a las nubes de tormenta corriendo hacia ellos de cabeza. A cada enemigo al que se había enfrentado en este camino, contra cada enemigo, se había enfrentado con una espada en la mano o una ampolla de veneno en la palma. Ella había matado a hombres. Mujeres. Senadores y cardenales y gladiatii y Hojas. Gente tan diferente como la veroscuridad era de la veroluz. Pero cada uno de ellos, todos ellos, tenían un rasgo en común. Eran mortales. Carne, sangre y hueso. ¿Cómo se supone que pelearé en nombre de la Diosa? —DEBO IR—, dijo Tric. —¿Ir? —Mia sintió una punzada de miedo en el pecho, a pesar de Eclipse—. ¿Dónde? 387

El chico la miró de soslayo. Incluso con el dolor entre ellos, la sangre y los años, podía ver una diversión irónica brillando en esos ojos de medianoche. —HACIA ADELANTE. —Hizo un gesto hacia la proa—. PARA ORAR—. —Oh, —sonrió—. Sí. Entiendo. ¿Eso ayudará? —LOS DWEYMERI TENEMOS UN DECIR. ORAR A LA DIOSA, PERO LUCHA POR LA ORILLA. — Lo que significa que no podemos confiar en ella en absoluto. —SIGNIFICA QUE TODAVÍA ESTAMOS MUY LEJOS DE LA VEROSCURIDAD, Y EL PODER DE LA MADRE AQUÍ ES LEVE. PERO SON SUS HIJAS. —Tric se encogió de hombros cuando un trueno rompió los cielos—. ORAR NO PUEDE HACER DAÑO. —Está bien, —asintió ella—. Solo ten cuidado de no caer de lado, ¿Bien? Él sonrió, dulce y triste. —NO TE DEJARÉ, —dijo—. NO IMPORTA QUÉ PASE. NUNCA OLVIDES QUE TE AMO, MIA. Y SI LA DIOSA LO PERMITE, TE AMARÉ PARA SIEMPRE. Se dio la vuelta y bajó penosamente las escaleras, con la camisa pegada a la piel y las líneas musculares grabadas en terciopelo negro y cuero. A Mia le dolía el pecho cuando lo vio descender por la proa y plantarse como un árbol antiguo, con las manos negras levantadas hacia el cielo y la cabeza echada hacia atrás. Los truenos rodaron y los relámpagos destellaron, la lluvia caía en chorros helados, como flechas de hielo disparadas al corazón negro de la Banshee. Sus velas estaban estiradas y tensas, su casco gimiendo, sus mortajas y líneas zumbando en la creciente tormenta. Las olas se estaban formando eran muy grandes, no las aterradoras torres de agua que Mia había visto a bordo de la Doncella, pero sabía que estaban en camino. No había señales de tierra en el horizonte oriental. Todavía estaban alejados de Ashkah. Giros de una guerra que no sabía cómo pelear. Una guerra en la que no podía empuñar una espada.

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Indefensa. Inútil. Uno de los guardianes miró a Mia e hizo la señal de protección contra el mal. —Tal vez no debería haberlos llamado perras, Eclipse, —susurró. —... NO TEMAS...—, fue la respuesta de su sombra. —… ESTOY CONTIGO… Mia se quitó el pelo empapado de la cara y sacudió la cabeza. — desearía… —... YO SÉ... —suspiró el lobosombra—... AUNQUE SUENE RARO, LO EXTRAÑO DEMASIADO... ¿Crees que está bien? ¿Dónde está él? El demonio volvió sus ojos hacia el horizonte. —... CREO QUE AHORA DEBERÍAS PREOCUPARTE MÁS POR NOSOTROS, MIA... Mia miró a la reunión negra de arriba. Escuchando su barco crujir, gemir y suspirar. La canción de las líneas y las velas y los hombres de arriba y abajo, una pequeña astilla a la deriva en un mar hambriento, rodeada de colmillos de agua y huesos. Pasó las manos por la barandilla negra y susurró al barco que la rodeaba. —Agárrate fuerte, chica. Relámpagos, partiendo los cielos en dos. Lluvia como lanzas lanzadas desde el corazón del cielo. Truenos sacudiendo su columna vertebral, como los pasos de gigantes hambrientos. Absoluto y jodido caos.

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Estuvieron un giro completo en la tormenta, y la furia no se parecía a nada que Mia hubiera visto nunca. Si antes le había impresionado la tempestad que había golpeado a la Doncella Sangrienta en el mar de espadas, el puro poder en exhibición ahora la dejaba casi ciega y tonta. Las nubes colgaban tan negras y pesadas que sintió que podía alcanzarlas y tocarlas. Los truenos eran tan fuertes que causaban una sensación física en su piel. Las olas eran como acantilados, altísimos y brillantes rostros de agua, llenos de rastrillos blancos. Más alto que los árboles, cayendo en valles tan profundos y oscuros que casi podrían confundirse con el Abismo mismo. Cada impulso hacia arriba era similar a escalar una montaña, cada caída era un momento de ingravidez horrible, seguido de una carrera apresurada hacia un impacto capaz de romper huesos en la fosa de abajo. Ya habían perdido a cuatro marineros en la tormenta: arrancados de los mástiles por el viento y arrastrados por las olas hacia las profundidades. Sus gritos eran solo susurros en el aullido de la tempestad, y las bocas que esperaban por ellos en el agua los silenciaron rápidamente. El negro se agitaba sobre ellos, las garras desiguales de un rayo rasgando el cielo. Y no parecía haber un final a la vista. Mia se había retirado a su cabina; había permanecido arriba todo el tiempo que pudo, pero sin habilidad para navegar y nada en que contribuir, parecía estar solo estorbando arriba. Tric parecía inamovible en la proa, pero las olas que golpeaban la cubierta de la Banshee seguramente harían que Mia perdiera el control si la atrapaban. Y entonces se encontró sentada en su hamaca, balanceándose y enrollada, escuchando gemir y crujir las maderas sobre ella y preguntándose cuánto más podría aguantar su barco. Las sombras a su alrededor se movían como seres vivos. Eclipse merodeaba por las paredes, una forma oscura cortada contra el resplandor de las linternas arkímicas. Mia no se atrevió a fumar, no quiso arriesgarse ni siquiera una chispa, con las Señoras de las Tormentas y los Océanos tan furiosas, quien sabía lo que haría la Dama de Fuego si tuviera la oportunidad. Entonces, en cambio, se centró en la penumbra a su alrededor. La oscuridad encima y dentro de ella.

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Todavía podía sentir el calor de los dos soles, el poder maldito de Aa golpeando débilmente sobre su piel. Pero aquí debajo de las gruesas nubes negras de tormenta enviadas por su hija, estaba casi tan oscuro como la noche. La luz de Aquel que Todo lo Ve se apagó. Su malicia se desvaneció. Estaba oculta casi por completo de su vista. Y Mia podía sentir el poder hinchándose dentro de ella por eso. No tan temible como el poder que había ejercido durante la veroscuridad cuando rompió los escombros de la Piedra Filosofal, no. Pero no obstante, era poder. Y así, ella decidió probarlo. Para ver cuán lejos llegó realmente ahora estaba escondida de los ojos de Aa, y usa la única arma que realmente podía decir que era la suya en esta guerra. Su espada de hueso de tumba colgaba en su vaina de un gancho en la pared. El negro ondulado. Con un gesto, hizo que las sombras la llevaran a través del camarote hasta su mano que esperaba. Ella entrecerró los ojos en concentración, y gentil como una amante, los zarcillos de la oscuridad viviente se apoderaron de su hamaca y la mantuvieron quieta, a pesar del alboroto que la rodeaba. Ella agarró su propia sombra, la extendió por el suelo y Pisó al otro lado del camarote en eso, entonces en Eclipse y de vuelta a su hamaca, todo en el espacio de unos pocos latidos. Parpadeando por la habitación como una aparición en una vieja historia junto al fuego. Su respiración se aceleró, el asombro brotó en su pecho y una oscura alegría curvó sus labios. Eran regalos que había usado antes: pasar de una sombra a otra, o usar el negro como una extensión de sus propias manos. Pero nunca había sido tan fácil como ahora, la fuerza en las sombras nunca fue tan potente. Y, sin embargo, se estaba volviendo evidente para ella verlo. En sus intentos de matarla, al ocultar la luz de su padre, las Damas de Tormentas y Océanos también estaban haciendo de Mia... Más fuerte.

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Aun así, Mia dudaba de que su nuevo poder le diera mucho consuelo a su nave o tripulación, ni demostrara mucho valor contra la tempestad que los azotaba. La Banshee se estrelló contra otra depresión, sus maderas temblaban de agonía. Un rayo parpadeó a través de los ojos de buey, un nuevo destello en cada puñado de latidos del corazón, trayendo una vibrante luz solar al camarote de Mia. Otro trueno sacudió nuevamente la cuna del cielo, más fuerte de lo que había escuchado, y no pudo evitar estremecerse. Se preguntó si su barco aguantaría, si su tripulación podría soportarlo, cuánto más tardarían hasta que estuvieran... Campanas Gritos. Levantó la vista hacia las cubiertas superiores, preguntándose qué estaba pasando. Un impacto atronador aterrizó en el babor de la Banshee, como un golpe de martillo de las manos del propio Aa. La nave giró de lado, y Mia habría sido arrojada a través de la habitación, a excepción de las sombras que la acunaban en sus brazos. La oscuridad la mantuvo estable mientras el casco gruñía, mientras los gritos se elevaban, mientras el barco se inclinaba con fuerza y Mia finalmente se dio cuenta... Algo nos golpeó. —Eclipse, conmigo. —... SIEMPRE... Con una mirada, le ordenó a las sombras que abrieran la puerta de la cabina y Mia Pisó por el corredor y subió la escalera del alcázar mientras la Banshee se inclinaba de lado otra vez. Oyó más gritos por el trueno, el estallido de la madera astillada, las maldiciones de Aa y sus cuatro hijas. Miró a través del aguacero cegador, la penumbra espesa, vio formas vagas moviéndose en la cubierta de abajo. La Banshee se balanceó de lado otra vez, una ola masiva se estrelló sobre su

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arco y amenazó con empujarlos hacia abajo mientras un aluvión de rayos rasgaba las nubes e iluminaba la escena ante los ojos maravillados de Mia. —Madre Negra... —ella respiró. Tentáculos. Tan largos como un vagón de tren. Negro arriba y blanco fantasmal abajo, todos ventosas y cicatrices y ganchos dentados. Seis de ellos se levantaban a ambos lados de la cubierta y envolvían a la Banshee en su horrible abrazo. Mia observó cómo una extremidad masiva despejaba una botavara en el palo delantero con un solo golpe, media docena de marineros gritaron a la cubierta y de allí cayeron a las aguas de abajo. —¡Leviatán! —Llegó el rugido. Miró hacia la popa y vio a Sigursson al volante, gritando a su tripulación. —¡Suéltalo, nos arrastrará hacia abajo! —Bramó. Algunos de los salados más valientes desenvainaron sus espadas y comenzaron a atacar a la bestia, desesperados y aterrorizados. Los hombres eran simples mosquitos contra la piel de la criatura. Pero con Eclipse cabalgando sobre su sombra, Mia no tuvo pausa para el miedo, Pisó a través de la cubierta en un instante y bajó su espada larga en un arco de dos manos. El tentáculo que golpeó era tan ancho como un barril, duro como el cuero salado. Pero su espada de hueso de tumba la atravesó como si fuera mantequilla, cortándolo en dos. Roció sangre negra, espesa y salada, y Mia sintió un escalofrío que recorrió la longitud de la Banshee. Los otros tentáculos se volvieron locos, estrellándose, agitándose, apretando, astillando la barandilla y rompiendo el antepecho desde la base con un ruido ensordecedor. Los marineros aullaron mientras caían, hacia las aguas agitadas y a las bocas de los dracos blancos que los esperaban. Las líneas se rompieron y los obenques se derrumbaron, una maraña de velas y mástiles se estrellaron en la cubierta, La Banshee se

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puso difícil de balear mientras los gritos de su tripulación se elevaban por encima de la tormenta. Una ola masiva se estrelló en su flanco cuando Mia pisó de nuevo hasta la cubierta de proa, donde Tric estaba cortando con sus propias cuchillas de hueso de tumba, las extremidades del leviatán retorciéndose sobre él. La fuerza en él era asombrosa, el poder de la Diosa oscura en él realmente se desencadenó por primera vez, y Mia quedó sin aliento al verlo, empapado en sangre negra y la lluvia que caía, sus músculos eran grabados en piedra pálida. Giró en el acto, rociando agua, con sus rastas salinas fluían detrás de él mientras bajaba sus espadas una y otra vez, cortando otro tentáculo y lanzándolo hacia el costado con una patada salvaje. Toneladas de agua de mar atravesaron las cubiertas, y solo el agarre de las sombras de Mia evitó que la arrastraran por el costado con tres más de su tripulación, pero Tric parecía inamovible como una montaña. Ella partió otro tentáculo en dos cuando se levantó para agarrarla, la lluvia y la sangre la empaparon en la piel mientras presionaba su espalda contra la de él. —¡Realmente no debería haberlas llamado perras! —Rugió ella. —¡TALVEZ NO! —¡La Banshee no podrá soportar mucho más de esto! ¡a pesar de tus oraciones! — ¡PELEA POR LA ORILLA, MIA! —¡Ayúdame, entonces! —¡SIEMPRE! Lado a lado. Espalda con espalda. Ambosa lucharon juntos, como en los giros más jóvenes cuando entrenaban en el Salón de las Canciones. Ahora eran mayores, más duros, más tristes, años y millas y los muros de la vida y la muerte entre ellos. Pero aún así, giraron y se balancearon como compañeros en un vals negro y sangriento, y Mia se acordó de la primera vez que bailaron juntos, hace años en Tumba de Dioses. Se dejó llevar y 394

acunada en sus brazos, giró, se sumergió y se balanceó mientras la música crecía y el mundo más allá se convertía en nada. Sus cuchillas se movieron como una sola mientras luchaban por cruzar la cubierta, cortando y cortando y girando entre la lluvia. Las aguas se derrumbaron sobre ellos y ella se apoyó contra él, el barco se crujió más fuerte y él se presionó contra ella. Un péndulo en perfecto equilibrio, balanceándose hacia adelante y hacia atrás en un arco brillante y afilado. Un tentáculo cayó desde arriba, pero Eclipse se unió a seis metros a través del barco y, agarrando la mano de Tric, Mia Pisó Y lo llevó A él tambien hacia el lobosombra cuando veinte toneladas de ganchos musculares y óseos se estrellaron contra la cubierta donde habían estado un momento antes. Los ojos de Tric estaban iluminados por el frenesí de todo, y él se puso a su espalda en el caos, salvaje, fuerte e invencible, incluso a manos de la muerte misma. El trueno era un tambor retumbante, y la tormenta sobre ellos una canción interminable. Sangre y lluvia caían sobre sus mejillas cuando miró por encima del hombro y sonrió solo para ella. Y una parte de Mia podría haber vivido en ese momento para siempre. Sigursson había bajado de la popa, cortando con su espada, rodeado por un cuadro de guardia del lobo. La espada de Mia era rápida como el rayo, las espadas de Tric como cuchillas en un matadero, cortando una franja sobre la cubierta y dejándola empapada de sangre negra, que rápidamente era arrastrada por la lluvia y las olas. La luz blanca y los truenos, el rugido de las aguas y la furia de la tempestad, el poder de dos diosas presionándolos y aún así, aún así, no era suficiente. Y cuando la espada de Mia partió un sexto tentáculo en dos, mientras la sangre caía más fuerte que la lluvia, el leviatán se estremeció y se sacudió, y finalmente liberó los tortuosos flancos de la Banshee. Otra ola golpeó su estribor, casi arrojándolos fuera. Pero los timoneles doblaron la espalda, tensaron los músculos, la columna vertebral de la Banshee se torció casi hasta romperse, pero la nave logró sostenerse,

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enderezándose lentamente. Los océanos todavía se agitaban, la tempestad aún rodaba, los cielos seguían negros como la noche. Mia y Tric se pararon consecutivamente, con las cuchillas goteando de negro en la cubierta principal. Sigursson estaba reunido con media docena de sales, sus pieles de lobo negro empapadas, mirando a su capitán y reina. —¡Esta no es una tormenta mortal! —Gritó uno. —¡Te lo dije, está jodidamente maldita! —Gritó otro. —¡Nos ha traído la furia de las Hijas! Mia sabía que los marineros eran un grupo supersticioso. Sabía que ahora estaba en peligro, por dentro y por fuera. Después de cuatro giros de castigo, de dracos blancos y leviatanes y olas altas como montañas, los nervios de su tripulación habían desaparecido. Pero sabía que Einar Valdyr era un capitán y un rey que gobernaba a través del miedo, y Mia Corvere había aprendido el color del miedo cuando tenía solo diez años. —¡Pensé que se suponía que ustedes serían la tripulación más dura en los Cuatro Mares! —ella escupió—. ¡Y aquí están, gimiendo como bebés de teta! —¡Ella será la muerte de nosotros, Sigursson! —Gritó una salada alta. —Ponla a un lado, —gritó—. ¡Las diosas nos dejarán ir! Tric se cuadró, sus espadas brillaron cuando el relámpago brilló y la Banshee se sacudió. Mia miró a su primer compañero a los ojos, vio la malicia y el motín hirviendo allí. —¡Toma tus joyas, Ulfr! —Mia miró significativamente su gran abrigo de caras—. ¡Ellas podrán ser Diosas, pero Maw sabe, que tienes mucho más que temerme a mí! La oscuridad ardía a su alrededor, la sombra de cada hombre arañaba y giraba a lo largo de la cubierta. Un lobo que no era un lobo se levantó detrás de Sigursson, con los pelos de punta, los dientes negros al descubierto en un gruñido. El chico sin corazón junto a ella apretó más sus espadas ensangrentadas. La oscuridad sobre Mia hirvió. Los relámpagos partieron los cielos, atraparon el rocío y la lluvia y parecieron poner el aire sobre su resplandor.

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—¡Vuelvan a sus postes, bastardos sin agallas! —Exigió ella, levantando su espada—. ¡O les daré de comer a esos malditos dragones yo mismo! La tormenta pareció detenerse por un momento. El trueno contuvo el aliento. Mia miró a Sigursson a los ojos y vio que tenía miedo. De ella De ellos. De todo eso. La única pregunta era, ¿a quién temía más? Y entonces, algo los golpeó. Algo colosal. Algo imposible. Levantándose debajo de ellos, silencioso y vasto. Mia sintió un impacto atronador. Escuchó el rugido de la tempestad y la división de las maderas, los gritos de la tripulación cuando fueron enviados a volar. La Banshee fue sacada del agua, y Mia solo mantuvo sus pies debido a las sombras que la sostenían en su lugar. Masivos tentáculos negros se levantaron del agua, se estrellaron sobre ellos en un apretón mortal y aplastante. Otro leviatán. Este es tan grande que casi acabó con sus esperanzas. Brazos incrustados de percebes, de muchos años. Pálidos Ganchos dentados más grandes que Mia. Un monstruo de los cuentos más grandes, despertado por la Dama de los Océanos. Presionada por su odio y elevándose de las profundidades con una sola intención: arrastrar con él a Mia de vuelta al negro sin luz. Las extremidades de la bestia se estrellaron en la cubierta, rompiendo los brazos del palo mayor como ramitas. Las velas se trituraron como si fueran pergaminos húmedos, la madera se partió como si fuera delgada como una oblea. Banshee gimió, estirado hasta romperse. Mia se giró hacia la bestia, sus sombras ardiendo. Tric se volvió también, ojos negros brillantes, lluvia cayendo sobre ellos como cuchillos. Ulfr Sigursson se arrastró desde la cubierta, goteando agua de mar. —¡Guardia del Lobo! —Bramó. El primer compañero de Mia levantó su espada cuando un rayo rompió las nubes. —¡Maten a esta puta perra!

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CAPÍTULO 29 DE PIE Bueno, un punto para la monarquía... Mia no esperaba que durara, la verdad es que. Una tiranía siempre fallará cuando los hombres no tengan nada más que perder que sus vidas. Pero esperaba que se hubieran acercado un poco más a la tierra antes de que finalmente se rompieran. Cuando la antigua tripulación de Mia cargó tras ella y los tentáculos del leviatán se enfurecieron frente a ella, agarró la mano de Tric y Pisó arriba hacia la cubierta de popa, aterrizando en cuclillas junto a los timoneles de aspecto asombrado. Sigursson giró sobre sus talones, la vió a través del aguacero y rugió el ataque. La tripulación de la Banshee parecía haber abandonado todo pensamiento sobre el leviatán, con la intención de matar a su reina en un intento de apaciguar a las Damas. Cargaron por las escaleras gemelas, babor y estribor, sus cuchillas brillaban en los rayos. Mientras tanto, la bestia había enrollado cuatro tentáculos masivos alrededor de la Banshee, apretando como una prensa colosal. Las tablas a lo largo de los baluartes del barco se agrietaron y se doblaron bajo la terrible presión. La cubierta rodó como si la tierra estuviera temblando, los hombres cayeron de nuevo por las escaleras o sobre la borda. Otro Guardia del Lobo amotinado saltó sobre sus camaradas caídos, desesperados por poner una espada a Mia y las Damas en paz. Tric se paró sobre la escalera del puerto, bajando una de sus espadas de hueso de tumba en un arco que separó el cráneo de un hombre en dos, la cuchilla se hundió en la caja torácica del hombre. Mia se paró sobre la otra escalera, hundiendo su espada en el pecho de un marinero y pateándolo hacia atrás, enviando a los hombres detrás de él. La cubierta se sacudió nuevamente, una ola masiva rompió sobre su arco. La Banshee crujió peligrosamente, sus mástiles rotos arrastrándose pesadamente en el agua, aumentando el peso del leviatán debajo, todo listo para arrastrarlos hacia abajo. Mientras despachaba a otro amotinado con un ataque salvaje, la 399

mente de Mia estaba acelerada, con el corazón latiendo con fuerza en su pecho. Luchando contra su tripulación, no estaba luchando contra la bestia, y el barco estaba siendo destrozado a su alrededor. El agua estaba llena de drakes. Las olas como torres. Si Banshee murió, también lo hicieron todos. Enemigos mas allá. Alrededor. Abajo. La historia de mi vida... —... ¡MIA, CUIDADO...! Sigursson estaba subiendo las escaleras con la espada desenvainada y los dientes al descubierto. Mia captó su empuje en su espada larga, la desvió. Con un gesto, envolvió a su primer compañero en su propia sombra, cintas de oscuridad se apoderaron de sus brazos, piernas, garganta, sujetaron al vaaniano inmovilizado y sacudiéndose en el aire. —¡Te advertí lo que sucedería si me desafiases, Ulfr! — Gritó. Sigursson solo podía hacer gárgaras, las venas se hinchaban en su cuello mientras las sombras lo exprimían. Mia levantó la mano y lo levantó más lejos de la cubierta, con los dedos cerrados. Un trueno sacudió los cielos, presionando su piel. —¡Ahora puedes servirás para que el resto de ellos tenga mucho miedo! Mia abrió su mano y Ulfr cayó destrozado, pedazos de él arrojados en todas direcciones, la sangre cayendo como lluvia. La Banshee volvió a temblar en las garras del leviatán, el crujido de las maderas astilladas fuerte como la tormenta cuando la nave se partió a la mitad. Tric se tambaleó a través de la cubierta hacia Mia, empapada en agua de mar y sangre. Mia lo atrapó en sus brazos, sus sombras manteniéndolos firmes mientras la popa salía del agua. —... ¡MIA, NO PODEMOS QUEDARNOS AQUÍ...!— Rugió Eclipse. —¡ESTOY ABIERTO A SUGERENCIAS! —Bramó el niño. Mia pudo ver que la Banshee estaba condenada, hundiéndose a su alrededor, las olas corriendo sobre sus costados, los mástiles y la columna vertebral rota. De una forma u otra, iban a hundirse en el océano. E incluso si los mares no se abalanzaban sobre ellos como martillos y se llenaban de 400

monstruos de las profundidades, todavía era una distancia imposible para nadar... —LA ÚNICA ARMA EN ESTA GUERRA ES LA FE. Un relámpago brilló, esa misma luz estroboscópica rápida volviendo la penumbra más brillante que la luz del sol. Las sombras estaban grabadas a su alrededor en un negro perfecto con cada golpe, retorciéndose a los pies de Mia, tallada profunda y oscura en los grandes valles entre las olas, millas y millas de ellas entre ella y la tierra. Pero podía sentir la oscuridad sobre ella. La oscuridad dentro de ella. Pensando en una línea de ese Antiguo poema Ashkahi No hay sombra sin luz... y finalmente gritando a Tric, —¡Agárrate a mí! El chico obedeció, envolviendo su brazo alrededor de su cintura. La Banshee se estremeció debajo de ellos, el océano se apresuró a encontrarse con ellos mientras el leviatán arrastraba el barco y su tripulación asesina hasta su destino. —Eclipse, te mueves donde te señalo, ¿bien? —... COMO TE PLAZCA... —¡Vamos! Mia señaló el mar gris hierro. El oleaje crujiente, las olas colosales llenas de dientes. El demonio desapareció a su lado y, agarrada a Tric, Mia Pisó a través del agua entre las sombras entre dos olas altísimas. Sintió un momento de ingravidez, la sensación de caer, el niño Dweymeri en sus brazos y nada más que la muerte debajo de los dos. Pero antes de que pudieran sumergirse en las profundidades, ella estaba creyendo. Caminó de nuevo

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a través del hueco por los espacios bañados de tormenta y sobre Eclipse una con la oscuridad, arriba y alrededor y dentro y de ahí, en un parpadeo de la ola al lobo, entonces del lobo a la ola y de nuevo saltando a través del gris hierro como una piedra Pisando el negro y bailando a la sombra de las diosas

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alrededor de ella gritaban furiosas el dios dentro de ella riendo negro el poder de la oscuridad todo a su alcance y como las millas se desvanecían a la nada mientras las diosas rugían su furia y por último después de una era después de un eon Pisó con

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paso inseguro ella alcanzó a ver las pálidas costas adelante Mia se encontró riendo, también, el fragmento ardía negro dentro de ella Y las arenas de Ashkahi estaban frente a ella y una pequeña parte dentro de ella un lugar que apenas podía ver a menos que se esforzara realmente finalmente verdaderamente comenzó

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a creer. Cayeron en la arena empapada. Aguas poco profundas que se alzaban hasta sus muslos. Una astilla roja de la playa de Ashkahi azotada por la tormenta se extendía ante ella. Las fachadas familiares y moldeadas de Última Esperanza frente a ella. Nubes negras dispuestas sobre ella. Ruidosas olas se alzaban detrás de ella. La lluvia estaba sobre su piel y su cabello estaba en sus ojos y el frío en sus huesos. Tric estaba sobre sus manos y rodillas en el oleaje cortante, había sorpresa y asombro en su mirada mientras la miraba. Un relámpago brilló, rasgando los cielos con furia. Las olas chocaron y rodaron. Las Damas de Tormentas y Océanos, las gemelas terribles, se acercaban a ella con todo su odio. Mia se puso de pie, con Eclipse a su lado, las sombras balanceándose como serpientes. Se quitó el tricornio empapado, se quitó el pelo de la cara y se echó a reír. Sus ojos se encendieron. Su corazón se calentó por la llama oscura, ardiendo en su pecho. Le habían lanzado todo lo que tenían. Le habían dado todo su odio. Gastaron toda su furia. Mia levantó los nudillos hacia el cielo. —Sigo de pie, perras.

Fin del Libro 3

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LIBRO 4

- LAS CENIZAS DE LOS IMPERIOS

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CAPÍTULO 30 POSIBLE —Oh, joder no. Cuando Mia abrió la puerta de la Nueva Taberna Imperial en la ciudad de Última Esperanza, no esperaba brazos abiertos o un desfile triunfal. Pero cuando Daniio el Gordo, dueño y propietario, levantó la vista de su nueva y brillante encimera y vio la Espada desaliñada y empapada por el mar, y a su compañero sin corazón parados en la puerta de su casa, el puro horror en sus ojos dejó realmente impresionada a Mia. —Oh, joder, no, —repitió el tabernero. La inquietud de Daniio el Gordo ante el regreso de Mia era comprensible: la última vez que estuvo en su pub, había envenenado a un cuadro de Luminatii en su sala común y había quemado el Viejo Imperial. A modo de compensación, la Iglesia Roja había patrocinado una reconstrucción, y el Nuevo Imperial era un sitio bastante más acomodado que su predecesor. No era exactamente una villa de la médula, pero al menos no había manchas de sangre en los pisos o ratas que jugaban alegremente en las vigas. Aún así, parecía que Mia no estaba entre la lista de personas favoritas de Daniio. —Nonono, —suplicó el regordete tabernero, levantando las manos en señal de rendición. —Misericordioso Aa, no puedes entrar aquí, me acaban de pintar las paredes. —Prometo comportarme —dijo Mia, pasando el umbral. —¡Mia! Escuchó pasos corriendo, olió perfume de jazmín, y luego Ashlinn la estaba alcanzando en un abrazo sin aliento. Los labios de Ash encontraron los de ella y Mia le devolvió el beso, olvidándose por un momento y simplemente disfrutando de la simple sensación de su chica en sus brazos

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nuevamente. Estaba empapada hasta la piel, helada, exhausta deseando dormir. Pero solo por un instante, nada de eso importó. Sidonio cruzó la habitación y se unió al abrazo, Cantahojas fue rápido en seguirlo. Mirando alrededor de la sala común del pub, Mia vio que estaba lleno de salados de la Doncella Sangrienta, que hablaban suavemente y bebían mucho. Cloud Corleone se sentó en una camarote con BigJon, Carnicero y Jonnen, el trío aparentemente le estaba enseñando a su hermano a jugar al Matarreyes. (31) Pero los cuatro levantaron la vista cuando Mia y Tric entraron, con asombro grabado en la cara de Corleone. —Fóllame muy suavemente, —respiró. —¿Entonces te follan muy fuerte? —Preguntó Mia. Cloud inclinó su tricornio y sonrió. —Es bueno verte, mi reina. Mia hizo una lenta reverencia que una dona de la médula envidiaría, luego miró a Jonnen y le guiñó un ojo. Su hermano se bajó de su silla y, manteniendo su actitud tan señorial como pudo, cruzó la sala común y envolvió sus pequeños brazos alrededor de su cintura en un fuerte abrazo. Estaba empapada hasta la piel pero no podía preocuparse, levantándolo y apretándolo fuerte y plantando un beso en su mejilla. El niño protestó, haciendo una mueca cuando sus labios tocaron su piel. —Estas fria. —Eso me dijeron, —respondió ella. —Suéltame, moza, —exigió. Mia lo besó de nuevo, sonriendo mientras él se retorcía en su abrazo. Finalmente, ella lo colocó en el piso de la taberna y lo envió a su camino con un suave golpe en la espalda. Los Halcones miraron a Mia con una especie de asombro. Sidonio se volvió hacia Tric y le estrechó la mano negra como la tinta. —Temíamos que no lo lograran, —dijo el Itreyano—. Esa tormenta fue monstruosa. —Sí, —dijo Cantahojas, asintiendo de mala gana—. Bien hecho, muchacho.

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—EL TRABAJO NO FUE MÍO, —respondió Tric—. AMBOS ESTARÍAMOS EN EL FONDO DEL OCÉANO SI NO FUERA POR MIA. —¿Dónde está la Banshee Negra? —Preguntó Carnicero. Mia se encogió de hombros. —En el fondo del océano. Tric miró a Mia aún lleno de asombro. —REALMENTE ES LA ELEGIDA DE LA DIOSA. —Siempre me pareció ver más en ella de lo que está a simple vista, — dijo una voz familiar. Mia se volvió y vio a una mujer delgada con la cara velada en seda negra. Rizos de color rubio fresa. Ojos oscuros y fruncidos. Silencioso como susurros y de pie justo detrás de ella. —¡Naev! Mia tomó a la mujer en sus brazos, besó sus mejillas, una tras otra. Naev le devolvió el abrazo con cariño, con una sonrisa brillando en sus ojos. —Amiga Mia—, dijo la Mano. —Es bueno volver a verte. El Orador Adonai dio noticias de tu venida. El viejo Mercurio envía su amor. —¿Has hablado con él? —Mia susurró, su corazón se hinchó de alegría. Naev lanzó una mirada aguda a la sala común del Imperial y asintió hacia una mesa en un rincón alejado. Pasando junto a los grupos de la tripulación de Corleone, el grupo se escondió en la parte trasera del pub, apretados en una cabina alrededor de Naev. Daniio se arrastró con una ronda de cervezas baratas, su mirada nerviosa aún clavada en Mia. La chica le lanzó un beso. Una vez que el tabernero se retiró, Naev habló con voz baja, con los ojos en la puerta. —Adonai envió un mensaje a Naev a través de la sangre, —dijo la mujer, tocando la ampolla plateada alrededor de su cuello—. El orador y la tejedora se han alineado con Mercurio contra el Ministerio. El cronista Aelio también está con ellos. —Naev miró a Mia—. Entre ellos, han reflexionado sobre la forma en que podrías entrar en la montaña y atacar. 409

—Pero tenemos que movernos ahora, Mia, —dijo Ashlinn. —Sí, —asintió Naev—. Las cosas se mueven rápidamente. El tiempo es sh... —Espera, espera, —dijo Mia, sacudiendo la cabeza—. Acabo de abrirme camino a través de seiscientas millas de tormenta y océano. Me estás diciendo que el orador y el tejedor se han unido al cronista en una conspiración para ayudarme a derribar todo el Ministerio de la Iglesia Roja. ¿Puedo al menos fumar un maldito cigarro y familiarizarme con esto primero? —Scaeva se dirige a el Monte Apacible, —susurró Ash. El vientre de Mia se emocionó, su mandíbula se apretó. —¿Qué? —Ashlinn dice la verdad, —asintió Naev—. El Imperator necesita que Marielle le haga otro duplicado para estar en su lugar durante sus apariciones públicas. Y debe estar presente para que la tejedora elabore una imagen convincente. Estará en la montaña en cuestión de giros. —Todas las víboras en un nido, —dijo Ashlinn, apretando su mano—. Esta es nuestra oportunidad, Mia. Mata a Scaeva. Fin del ministerio. Rescata a Mercurio y termina con todo. La piel de Mia se erizó, una oleada de adrenalina desterró el agotamiento, el escalofrío. Scaeva seguramente no viajaría a la montaña sin supervisión. E incluso con las númerosas muertes en sus filas, la Iglesia Roja seguía siendo el culto de los asesinos más mortales de la República. Pero el vientre del Monte Apacible habitaba en la noche perpetua, nunca la había tocado la luz del sol. La oscuridada sería tan fuerte dentro de los pasillos de la Madre Negra como lo había sido en esa tormenta. Probablemente más. Y con todos sus enemigos en el mismo lugar al mismo tiempo, solo unas pocas vueltas a través de los Susurriales Ashkahi... Miró a Naev, su voz tan aguda como el hueso de tumba en su cintura —. Dime todo lo que sabes. Los susurros eran más fuertes de lo que Mia recordaba. Estuvieron tres giros caminando, el calor se extendía por las tierras baldías de Ashkahi en olas brillantes. La Dama de las Tormentas había abandonado los cielos por ahora, la oscura capa de nubes se despegaba 410

hacia atrás para revelar un fulgor morado y sombrío en lo alto. Saan estaba medio oculto por el horizonte, y Saai caía más lejos hacia su descanso. Pero aquí en el desierto, la temperatura todavía era sofocante. Mia y sus compañeros entraron en un vagón de la Iglesia Roja. No se podía confiar en que las Manos que generalmente acompañaban a Naev en sus carreras de suministros se unieran a su conspiración, por lo que Naev las había dejado con una dosis de Desmayo en sus comidas antes de que Mia llegara a Ashkah. Ahora estaban descansando en una habitación alquilada en el Nuevo Imperial, atados de manos y pies y vendados. Mia le había dicho a Cloud Corleone que no estaba obligado a esperar su regreso. Con la Banshee Negra en el fondo del Mar de los Pesares y su bien conocida amistad con Mia, el pirata había decidido que navegaría de regreso a Tumba de Dioses y permanecería bajo perfil hasta que se estableciera la guerra de sucesión por el Trono de los Sinvergüenzas. Mientras se preparaban para salir a los Susurriales, el capitán se inclinó, le mostró a Mia su sonrisa de cuatro bastardos y se quitó el tricornio. —Si yo fuera del tipo que ora, diría una oración para ti, —había dicho Corleone. —Pero no estoy seguro de que la aceptarías de todos modos. Así que en su lugar te regalo esto. El sinvergüenza tomó suavemente la mano de Mia, besó sus nudillos magullados y maltratados. —Que la fortuna te acompañe, mi reina. —Ya no tienes que llamarme tu reina, Capitán, —había dicho Mia. —Lo sé—, respondió Cloud. —Es exactamente por eso qué lo hago. BigJon le había hecho una reverencia a Mia y su sonrisa plateada—. Esa oferta de matrimonio sigue en pie, Reina Mia. Prefiero ser un rey y decirle a este bastardo qué hacer para variar. Cloud movió los nudillos de su primer compañero, luego asintió con la cabeza a Mia. —Azul arriba y abajo. —Gracias, mi amigo, —Mia había sonreído. ¿Benito? ¿Belarrio? 411

Cloud solo sonrió. —Mi lealtad solo se extiende hasta ahora, Majestad. El sinvergüenza se inclinó nuevamente y se volvió hacia el mar. Mia se preguntó si alguna vez volverían a encontrarse. Partieron poco después, ocho camellos conducían un tren de cuatro vagones hacia los desechos de Ashkahi. Sin necesidad de dormir, Tric se sentó al frente en la silla del conductor: solo tenían unos pocos giros para llegar a la Montaña antes de que Scaeva se fuera, y la presencia sobrenatural del chico sirvió para conducir a sus animales con un poco más de fuerza. Odiando a los camellos casi tanto como odiaba a los caballos, Mia les había dado nombres a todas las bestias en su cabeza: feo, estúpido, maloliente, bizco, tarado, presumido, dientón y, para el oloroso y más feo del lote, Julio. Cantahojas viajaba en el vagón delantero con Naev, ojos atentos en el horizonte. Carnicero se acercó a Jonnen cuando pudo, el hombre todavía entrenaba al niño con sus espadas de madera cada vez que se detenían para comer. Pero, por ahora, viajaba con Sidonio en la parte trasera, los dos se turnaban para golpear un gran artilugio de hierro para mantener a los krakens de arena alejados. Mia, Ashlinn y Jonnen viajaban en el vagón del medio, la cubierta de lona los protegía de lo peor de los soles. Ash se sentó junto a Mia, la mano entre las suyas. Jonnen se sentó enfrente, ojos oscuros en los de su hermana. Eclipse había regresado a la sombra del muchacho, y Mia pudo ver que estaba un poco más tranquilo. Pero a pesar de su tierna edad, Jonnen no era tonto: había escuchado suficiente de su charla como para darse cuenta de que su padre los esperaba en el Monte Apacible. Y sabía que las intenciones de Mia hacia el Imperator eran menos que gentiles. El chico había mantenido su propio consejo durante los primeros giros. Practicando sus espadas de entrenamiento con Carnicero y sentado en silencio con Eclipse. Pero Mia pudo verlo construyéndose dentro de él, como aguas de inundación contra una presa en ruinas, hasta que en el tercer giro después de la cena, finalmente habló. —Vas a matarlo.

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Mia miró a los ojos de su hermano. Ashlinn estaba dormitando, cabeza en el regazo de Mia. Mia había estado tejiendo suavemente las trenzas de guerra de la chica, largos y dorados mechones entrelazados entre sus dedos. —Voy a intentarlo, —respondió Mia. —¿Por qué? —Preguntó Jonnen. —Porque se lo merece. —Porque lastima a la gente. —Sí. —Mia, —dijo el niño suavemente—. Tú también lastimas a la gente. Miró esos grandes ojos oscuros, buscando el corazón más allá. No fue una acusación. Ni una reprimenda. Sin importar lo que ella fuera, el chico no la juzgó por eso. Su hermano era pragmático, y a Mia le gustaba eso de él. Y aunque él había estado acercándose lentamente a ella durante las últimas semanas en el camino, ella se preguntó qué podrían haber sido realmente si el mundo no los hubiera destrozado antes de que pudieran convertirse en algo en absoluto. —Lo sé, —dijo finalmente—. Yo lastimo a la gente todo el tiempo. Y ese es el acertijo, hermanito. ¿Cómo matas a un monstruo sin convertirte en uno tú mismo? —No sé, —respondió. Mia negó con la cabeza, mirando los desechos a su alrededor. —No puedes, —suspiró—. No soy un héroe en un libro de cuentos. No soy alguien a quien deberías aspirar a ser. Soy una zorra despiadada, Jonnen. Soy una perra egoísta. Si me lastimaste, te lastimaré de vuelta. Si heriste a los que amo, te mataré en su lugar. Así soy yo. Julio Scaeva mató a nuestra madre. El hombre al que llamé padre. Y no me importa lo que hicieron para merecerlo. No me importa que no fueran perfectos. Ni siquiera me importa que probablemente fueran tan malos como él. Debido a la verdad, tal vez soy peor que todos ellos. Así que a la mierda lo correcto. Y a la mierda la redención. Porque Julio Scaeva todavía merece morir. —Entonces tú también, —respondió.

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—¿Estás pensando en intentarlo, hermanito? Jonnen simplemente la miró. El lento movimiento del vagón meciéndolos de un lado a otro, el sonido metálico de la canción de hierro rompiendo el alambique. —Yo… Jonnen frunció el ceño. Sus labios se apretaron. Podía ver la inteligencia en él, tan feroz como la suya. Pero al final, él todavía era un niño. Perdido y robado de todo lo que conocía. Y ella pudo ver que estaba teniendo problemas para encontrar las palabras. —Desearía haberte conocido mejor, —dijo finalmente. —Yo también. —Mia extendió la mano y tomó su manita entre las suyas—. Y sé que soy una hermana mayor de mierda, Jonnen. Sé que soy horrible en todo esto. Pero eres mi familia. Lo más importante en mi mundo. Y espero que una vez que encuentres en ti mismo amarme la mitad de lo que yo te amo a ti. Porque lo hago. —Pero aún así vas a matarlo, —dijo Jonnen. —Sí, —respondió ella—. Lo haré. —Por favor, no lo hagas. —Debo hacerlo. —Él es mi padre, Mia. —El mío también. —Pero lo amo. Mia se encontró con los ojos de su hermano. Al ver los años perdidos entre ellos, el amor que sentía por el hombre que lo había alejado de ella. La injusticia, pudriéndose en el medio de eso. Y lentamente, ella sacudió la cabeza. —Oh, Jonnen, —suspiró—. Esa es solo una razón más por la que merece morir. Continuaron, a través de los Susurriales en el pequeño silencio que la canción de hierro de Sid les ahorró. Y aunque los ojos del niño nadaban con preguntas, no le dio voz a ninguna después de eso. 414

Aunque siempre había un riesgo de que ataquen los krakens de arena, la Iglesia Roja había estado recibiendo suministros desde Última Esperanza durante años, y Naev los guiaba a lo largo de senderos de piedra sumergida, colinas rotas y finalmente a las montañas en el extremo norte de los desechos. Mia pudo ver una aguja de piedra negra que se alzaba ante ellos, solo una de las docenas en el rango. Era lisa. Modesta. Cubierta de nieve pálida y reluciente. Pero el corazón de Mia latió más rápido al verla. El corazón del Ministerio, el templo de la Madre, la cuna del poder de la Iglesia Roja en la República. El Monte Apacible. Mia sabía que una antigua magya llamada Discordia había sido colocada en el monte hace años, un truco para confundir a los visitantes no deseados. Pero Naev sabía las palabras que mantendrían a raya a la magya. Lenta y seguramente, su caravana se abrió paso a través de barrancos retorcidos y estribaciones rotas, más cerca del imponente pico de granito. Los Susurriales habían quedado atrás hace tiempo; Sid y Carnicero habían cesado su canción de hierro, arrastrándose en el vagón central para consultar con Mia y Ash sobre el próximo asalto. Tric le había dejado las riendas a Naev, y él y Cantahojas se unieron al grupo, reuniéndose en un pequeño círculo alrededor de un gran barril de roble. —Correcto, —dijo Mia—. Una vez que entramos, permanecemos callados mientras podamos. Si se activa la alarma, tendremos cada Hoja y Mano en el lugar sobre nosotros como moscas en la mierda. Pero si lo hacemos bien, estos bastardos ni siquiera sabrán que estamos allí hasta el medio tiempo. Tomó un trozo de carbón y comenzó a dibujar un mapa complejo en el piso del carro. —Tric, Ashlinn y Naev conocen su camino alrededor de la Montaña, por lo que el resto de ustedes seguirá su ejemplo. El interior de este lugar es como un maldito laberinto, así que cuiden sus pasos. Es fácil dar una mala vuelta en la oscuridad. Tric, tú, Sid y Cantahojas se dirigen a las cámaras del orador. Protejan a Adonai y corten el charco de sangre. A Scaeva no se le puede permitir escapar de la montaña. Ash, tú y Naev se dirigen al Athenaeum y aseguren a Mercurio. Si no pueden encontrarlo allí, 415

probablemente estará en su habitación. Cuídalo con tu vida y llévalo con el orador. Carnicero, tú y Eclipse se quedan en los establos y protegen a Jonnen. Si todo va bien, te buscaré cuando termine. Si todo se va a la mierda, volverás a Última Esperanza lo más pronto que puedas, sal por mar. Un hombre más estúpido podría haberse quejado de haber sido dejado para cuidar a los niños, pero Carnicero obviamente era consciente de la importancia de su tarea de proteger a su hermano, y de lo profundamente que Mia confiaba en él al darle esa tarea. —Sí, Cuervo. —Golpeó su puño sobre su pecho—. Lo protegeré con mi vida—. —¿Y tú?—, Preguntó Sidonio, claramente preocupado. —Voy tras el Ministerio, —dijo Mia. —¿Sola? —Preguntó Ashlinn. Mia asintió con la cabeza—. La mejor manera de hacerlo. Será temprano en la mañana cuando lleguemos. Drusilla probablemente estará con Scaeva y Marielle, así que las vigilaré hasta que estemos listos. Pero en lo que respecta a Solís y al Ministerio, puedo quitarle la cabeza a la serpiente antes de que sepa que estoy allí. —... SOLIS CASI TE MATA LA ÚLTIMA VEZ QUE LUCHASTE, MIA... —Eclipse murmuró. —Sí, —Mia asintió, sonriéndole a Naev—. Pero no hay mucho que suceda en la Montaña que el Cronista Aelio no conozca. Y me ha dado un regalo incluso para la balanza. Miró alrededor del grupo, se encontró con cada mirada a su vez. —¿Alguna pregunta? Aunque estaba segura de que todos estaban llenos de dudas, los compañeros de Mia guardaron silencio. Ella asintió con la cabeza a cada uno, muy consciente de lo mucho que arriesgaban por ella, lo profundamente agradecida que estaba con todos ellos. Ella apretó la mano de Sidonio, le dio un fuerte abrazo a Cantahojas y besó la mejilla de Carnicero. Cada uno se puso el atuendo robado de una Mano mientras el tren se acercaba a la Montaña, agachándose en sus carros con cuchillas 416

debajo de sus túnicas. El tren se acercó a un acantilado en blanco en el flanco del Monte Apacible, y Naev se levantó en el vagón delantero, con los brazos abiertos. Hablaba palabras antiguas, zumbando con poder. Mia escuchó el sonido de la piedra, crujidos y retumbos. Sintió el sabor grasiento de la magya arkímica en el aire. Cantahojas murmuró por lo bajo, Jonnen jadeó maravillado cuando un gran tramo de piedra se abrió. Una leve ráfaga de viento besó la cara de Mia, una lluvia de polvo fino y piedras cayeron desde arriba mientras el flanco de la Montaña se abría de par en par. Los esperaba la vista familiar de los establos de la Iglesia Roja: un amplio rectángulo forrado de paja, colocado por todos lados con corrales para caballos elegantes y camellos escupidores, carros y herramientas de herrador y fardos de comida y grandes pilas de cajas de suministros. La canción de un coro fantasmal flotaba en el aire como humo cuando feo, estúpido, maloliente, bizco, tarado, presumido, dientón y Julio empujaron el carro hacia adentro. Las manos con túnicas negras salieron para guiar a las bestias más adentro. La iluminación que se derramaba a través de la puerta abierta era la única luz solar que veía el vientre de la Montaña. Mia sintió que su sombra avanzaba hacia la oscuridad más allá. Ella apretó la mano de Jonnen, vio que el niño sentía la misma emoción en la oscuridad que ella. Sidonio estaba tenso como el acero en la carreta que tenía delante. Cantahojas todavía como piedra. Mia podía escuchar el aliento acelerado de Ashlinn a su lado. Y finalmente, cuando un grupo de Manos salió de la penumbra para ayudar a descargar las mercancías del carro, Mia y sus camaradas se pusieron en movimiento salvaje. El crujiente anillo de cuchillas. El destello de la luz arkímica sobre el acero pulido. Mia escuchó varios estallidos suaves cuando globos de Vydriaro volaron de la punta de los dedos de Naev, atrapando un nudo de manos en una nube de Desmayo y enviándolos a todos al piso, sin sentido. Los Halcones se movieron rápidamente, atacando con los pomos o las partes planas de sus espadas. Manos y personal del establo cayeron desmadejados, sangrando. Mia Pisó 417

del vientre del carro a las escaleras de arriba, cortando la huida de una Mano y atrapándolo en su propia sombra antes de noquearlo. Breves luchas. Un toque de rojo brillante. En unos instantes, los establos estaban bajo su control. Todo estaba listo. Cada uno de ellos conocía su tarea. Ojos duros. Cuchillas afiladas. Mia asintió a cada uno a su vez. Besó a Ashlinn rápidamente en los labios. —Ten cuidado, amor, —susurró. —Tú también, —respondió Ash. Sintió una oscura mirada en su espalda. Se volvió y se encontró con la mirada de Tric. —LA MADRE VA CONTIGO, MIA, —dijo. —Y contigo, —respondió ella. Miró a los ojos brillantes de su hermano. Vio el dolor y la incertidumbre en él. —Le daré saludos a nuestro padre, —dijo. Y con eso, Mia se fue. Mataarañas entró en su salón, envuelta en verde esmeralda. El oro alrededor de su garganta brillaba a la luz de las vidrieras, reflejado en las botellas, ampollas y frascos que cubrían las paredes. Tenía los ojos negros, los labios y los dedos aún más negros, manchados por toda una vida de hacer los venenos que tanto adoraba. No había nadie en todo Itreya que pudiera igualarla en el tema. Había olvidado más sobre el arte de la Verdad de lo que la mayoría sabría.

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La Shahiid se sentó en su escritorio de roble a la cabeza del Salón, con la mano en el mortero moliendo un compuesto de veneno de araña azul y raíz paralizadora en un tazón de piedra. Había estado inventando varios venenos nuevos últimamente, soñando con su venganza contra Mia Corvere. Las palabras de Solís en la última reunión del Ministerio la habían picado más de lo que admitía. Fue ella quien le otorgó a Mia su favor, permitió que la chica se convirtiera en Espada. Mataarañas nunca perdonaría a su antigua alumna por eso. Y aunque no podía decirse que la mujer tuviera el honor de mancillar, sí tenía paciencia. Y sabía que, tarde o temprano, Mia le daría la oportunidad de... La Shahiid parpadeó. Allí, sobre el escritorio, vio una sombra, goteando a través del roble pulido, como la tinta derramada de una botella. Se encharcó bajo una resma de pergamino, se movió como humo negro y se convirtió en letras. Tres palabras que hicieron que el corazón de Mataarañas se acelerara. Detrás de ti. Una espada larga de hueso de tumba salió de la oscuridad a su espalda. La garganta de Mataarañas se abrió de oreja a oreja. Jadeando, brotando sangre de la yugular y la carótida cortadas, la mujer echó hacia atrás la silla y se puso de pie tambaleándose. Girando en el acto, agarrando la horrible herida, vio a una chica donde nadie había estado un momento antes. —M-muh, —ella hizo gárgaras. Mia retrocedió rápidamente cuando Mataarañas sacó una de las cuchillas curvas de su cinturón. El acero estaba descolorido, húmedo por el veneno. Pero la cara del Shahiid ya estaba pálida, sus pasos vacilantes. Ella se recostó contra el escritorio, con los ojos muy abiertos por el miedo. La sangre bombeaba rítmicamente de la garganta desgarrada de Mataarañas, cubría sus manos, su vestido, el oro envuelto alrededor de sus dedos y cuello. Mucho. Demasiado. —Pensé mucho en cómo acabar contigo, Mataarañas, —dijo Mia—. Pensé que podría ser poético terminar cada Shahiid con su propio dominio. Acero para Solis. Veneno para ti. Al final decidí que eres demasiado

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peligrosa para perder el tiempo. Pero quería que supieras que te maté primero porque te respetaba más. Pensé que podrías sacar algo de consuelo de eso, ¿no? Mataarañas cayó sobre la piedra, sus ojos fríos y sin vida. —No, —suspiró Mia—. Pensándolo bien, supongo que no lo harías. Ratonero escuchó una puerta cerrarse en algún lugar de su sala. Levantó la vista de la ttrampa de aguja que estaba cargando, con el ceño fruncido en su hermosa frente. Su taller estaba escondido detrás de una de las muchas puertas en el Salón de los Bolsillos, un lugar tranquilo donde resolvía rompecabezas con cerraduras o jugaba a disfrazarse. Estaba usando ropa interior femenina debajo de su túnica ahora, como ocurria, siempre la había encontrado más cómoda, la verdad sea dicha. Ratonero se levantó de su escritorio, tomó su bastón y salió cojeando a su salón. Las paredes estaban forradas con docenas de otras puertas, que conducían a sus armarios o almacenes, o en ocasiones a ninguna parte. Largas mesas recorrían la longitud de la habitación, llenas de curiosidades y rarezas, candados y ganzúas. La luz azul de los vitrales se acumulaba en el suelo de granito, reflejado en los ojos oscuros de la chica que lo esperaba. —Mia... —dijo, con el vientre frío. —Me ayudaste a alejar a mi familia, Ratonero, —dijo—. Y años después, realmente tenías el estómago para mirarme a los ojos. Para ofrecerme un consejo. Pretender que eras mi amigo. ¿De dónde vienen las piedras así, me pregunto? La mano de Ratonero se dirigió a la hoja de acero negro Ashkahi que siempre llevaba en la cintura. —El Acero Negro puede atravesar el hueso de tumba, te das cuenta. —Es una buena espada, Shahiid, —estuvo de acuerdo la chica—. ¿La ganaste o lo robaste? Como siempre, la sonrisa de Ratonero merodeó en sus labios como si estuviera planeando robarse los cubiertos—. Un poco de ambos. Mia también sonrió. —Mejor no arriesgarse, entonces.

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No estaba seguro de dónde vino la ballesta; en un momento las manos de la chica estaban vacías, al siguiente, ella estaba haciendo un agujero en su pecho. Pero incluso con sus piernas lisiadas, el Ratonero aún podía moverse rápido como un gato, y cuando Mia disparó, soltó su bastón, agarró su espada y la sacó con un giro limpio, esquivando el proyectil hacia su pecho. O al menos, así es como se desarrolló en su cabeza. Pero cuando Ratonero se hizo a un lado, encontró sus botas firmemente pegadas al suelo. Demasiado tarde, levantó la espada para evitar el golpe, pero el proyectil dio en el blanco, atravesó su túnica gris, el corsé debajo y el pecho más allá. Una burbuja de sangre apareció en sus labios mientras miraba estúpidamente las catorce pulgadas de madera y acero ahora alojadas en su pulmón izquierdo. Levantó la vista cuando Mia volvió a cargar, gruñó cuando una segunda flecha golpeó en su pecho, tambaleándose sobre sus pies atrapados y finalmente cayendo hacia atrás sobre la piedra. Lanzó un puñado de cuchillos arrojadizos mientras caía, pero la chica ya no estaba, pisó las sombras y reapareció unos metros a su izquierda. Ella bajó su bota sobre su mano cuando él alcanzó otra espada, nivelando la ballesta recargada en su entrepierna. —Dile adiós a tus piedras, ratoncito. Solís abrió los ojos al sonido del coro. Levantándose de su cama, el Venerable Padre se lavó la cara y parpadeó. Y tal como lo hacía todas las mañanas, tomó una espada de madera y realizó sus ejercicios de práctica. Después de treinta minutos, su cuerpo chorreaba de sudor y respiraba con dificultad. Sonriendo ante la canción de su espada en el aire. Satisfecho, se puso la bata y la vaina. Los ojos claros se abren y no ven nada en absoluto. Y sin embargo, ver todo y más. El Imperator Scaeva y la Señora de las Hojas llegarían en breve, y sabía que lo mejor sería presentarse. Recorriendo largos y oscuros pasillos, hizo un gesto con la cabeza a la Mano que estaba fuera de la puerta de la casa de baños y entró en silencio en la habitación vacía. Se desabrochó el 421

cinturón y respiró hondo como siempre. Extendió sus dedos para acariciar su preciosa vaina. El cuero en relieve con círculos concéntricos, muy parecido a un patrón de ojos. Lentamente, se lo quitó de la cintura, sintiendo que todo el mundo a su alrededor se desvanecía en la oscuridad. Una vez más ciego como había sido desde el giro en que nació. Dobló su bata cuidadosamente y la colocó al borde del amplio baño hundido, enrollando su cinturón y vaina con cuidado en la parte superior. Solo unos pocos en toda la Iglesia conocían su verdadero propósito, la magya que lo atravesaba. La vieja hechicería Ashkahi grabada en el cuero, levantando el velo en un mundo que de otra manera estaría completamente oculto para él. Bajando al baño caliente, Solís cerró los ojos e inclinó la cabeza hacia atrás bajo el agua, permitiéndose flotar durante unos minutos. Sordo, tonto y ciego. Era un hábito, y al Venerado Padre no le gustaban los hábitos: hacían que un hombre fuera más fácil de emboscar. Pero siempre se permitió este pequeño momento de paz y tranquilidad. Esta era la Iglesia Roja, después de todo. El bastión del poder de Niah sobre esta tierra. ¿Quién podría tocarlo aquí? Solís salió a la superficie, parpadeó el agua de los ojos blancos como la leche. Olía a perfume de jabón, arce quemándose bajo en los braseros, aroma a vela. Sus oídos eran más agudos que su pico, pero todo lo que escuchó fueron llamas crepitantes, el coro fantasmal en la oscuridad de la Iglesia. Y aunque sus propios ojos estaban casi ciegos, sintiendo solo la ausencia de luz, no notó nada extraño mientras se sentaba en la bañera, salvo que tal vez la cámara estaba un poco más oscura de lo habitual. Más oscuro... —... BUENAS NOCHES, SHAHIID... Para su crédito, Solís no se inmutó. Ni siquiera se dignó a mirar en la dirección de Lobosombra. Escuchó el rasguño ligero de una bota en la piedra, percibió el leve olor a sudor por encima del olor a arce y... ¿el perfume de Mataarañas? Sabía quién estaba allí, a un lado de la piscina. Mirándolo con sus ojos oscuros y sombreados. 422

—Tú. —Yo, —respondió Mia. Un goteo frío de temor enfrió el vientre de Solís. Su mano se dirigió hacia su túnica en el borde del baño. Pero aunque sus dedos encontraron la tela, se dio cuenta de que su vaina se había... Ido. —Estaba realmente decepcionada cuando me enteré, —dijo Mia, ahora hablando desde más lejos—. Hay algo bastante romántico en la noción del maestro de espadas ciego, ¿no es así? Pero todo eran mentiras, ¿no es cierto, Solís? Toda una mierda. Al igual que el resto de este maldito lugar. El miedo hizo que sus entrañas fuesen frías. Metió la mano en su túnica por la daga que mantenía escondida allí. No estaba realmente sorprendido al notar que también había desaparecido. Solís se levantó del baño en una nube de vapor, agachado desnudo en el borde. Estaba a punto de gritar cuando... —Tu mano está durmiendo, por cierto, —llegó la voz de la chica desde el otro lado de la habitación—. Eso es por si estabas pensando en pedir ayuda. —¿Gritar? —Solis se burló—. Siempre pensaste demasiado de ti misma, chica. —Y tú muy poco, —respondió ella—. ¿Es por eso que me dejas entrenar aquí? ¿Sabiendo que tan mal podría morderte el culo? ¿Realmente pensaste que nunca sabría lo que hicieron? Él inclinó la cabeza para escuchar mejor, esforzándose por el sonido de sus pisadas. Retirándose a lo largo del borde del baño, intentó poner la espalda en la pared. Pero escuchó un suave susurro de tela sobre la madera crujiente en los braseros, se dio cuenta de que ella estaba Detrás de mí. Golpeó, con las manos extendidas, sin encontrar nada más que aire. —Una buena estocada, Venerado Padre, —dijo la chica—. Pero tu puntería. Tsk, tsk, tsk.

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Ella estaba a su derecha, alejándose. Podía sentirla. Años antes de la oscuridad, antes de encontrar su Cinturón de Ojos, los años que había pasado encerrado en la Piedra Filosofal, ahora todo volvía en una inundación. Había asesinado a cien hombres para ganar su libertad de ese pozo, tan ciego como un cachorro recién nacido. No necesitaba ojos para matar entonces. No los necesitaría ahora. Pero ella era buena. Se movía silenciosa como la muerte. —Todo es mentira, —susurró—. Los asesinos. Las ofrendas. Escúchame, madre. Escúchame ahora. Todo eso es una mierda. Este lugar no era una iglesia, Solís. Era un burdel. Nunca fuiste una espada sagrada al servicio de la Madre de la Noche. Eras una puta. Mantenla hablando. —Y esperabas algo más grande, ¿es eso? —Preguntó—. ¿Te tragaste las tonterías que Drusilla y tu Mercurio te dijeron? 'Elegida de la Madre', ¿es eso? Un suave rasguño de su bota. Izquierda…? — Cuando llegaste les dije que deberíamos acabar contigo, —dijo—. Les advertí que llegaría este giro. Cuando supiste la verdad, y te mostraste como la mocosa malcriada y chillona que eres. Siempre te creíste mejor que este lugar. Siempre. —Entonces, ¿por qué no me mataste? —Preguntó ella. Detrás otra vez ahora... —Casio no lo permitió, —respondió Solís—. 'Hermanita', te llamó. Suponiendo algún parentesco en la oscuridad entre ustedes, aunque él no sabía nada de lo que era. 'El Príncipe Negro', se llamó a sí mismo. —El Shahiid se burló—. ¿Príncipe de qué? —¿Por qué me odiaste, Solís? —Preguntó ella—. No fue solo por esa cicatriz que yo te había regalado. Y entonces lo vio. La forma de hacerla tropezar. Para mantenerla quieta el tiempo suficiente para rodear su garganta con los dedos.

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—Nunca te odié, —dijo—. Solo sabía que siempre terminaría así. Sabía que eventualmente descubrirías que fue la Iglesia Roja quien capturó a Darío Corvere y lo entregó a sus asesinos. Sabía que la mierda de Scaeva terminaría en nuestras botas. Él inclinó la cabeza y sonrió. —¿Pero nunca te preguntaste, Mia? —¿Preguntarme que? Moviéndose a la derecha. De ida y vuelta sin patrón. Inteligente. —¿Preguntarte quién fue el que robó el campamento de Darío Corvere? —Preguntó Solís—. ¿Preguntarte quién lo agarró a él y a su amante y los entregó para ejecución? Solís levantó su mano izquierda. Pasando los dedos sobre las cicatrices muescas en su antebrazo. —Treinta y seis marcas, —dijo—. Treinta y seis cuerpos. En verdad, he matado cientos. Pero solo me marqué con esas muertes por las que me pagaron, en sangre y plata. Incluso por aquellos con los que en realidad nunca empuñé la espada. Pasó el dedo sobre una muesca cerca de su muñeca. —Este es el general Cayo Maxinius Antonius. Escuchó un rasguño en la piedra cuando ella dejó de moverse. —Y este es Justicus Darío Corvere. Solis volvió los ojos blancos como la leche hacia su suave jadeo. —Tú… Y luego se lanzó. Mia se movió, alejándose rápidamente como las sombras. Pero no lo suficientemente rápido. Sus dedos se cerraron sobre un mechón de su cabello y la apretó con fuerza, escuchó su grito mientras lo envolvía en su puño y la arrastraba hacia él. Los dedos se cerraron alrededor de su cuello.

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Tenía la cara torcida, la ira hirviendo en el pecho ante la idea de que este jodido resbalón lo había cegado, se burló de él, lo cogió desprevenido. Él cerró un puño en su mandíbula y la hizo tambalearse. Arrastrándola para golpearla nuevamente. Golpeándola como una muñeca de trapo contra la pared, hundiendo los dedos profundamente en la carne de su garganta. Se había vuelto demasiado blando. Demasiado predecible Cuando esta perra esté muerta, él podría... Un golpe en el pecho. Otro y otro. Se sentía como si ella lo estuviera golpeando, y él se burló de la idea. Tenía dos tercios de su tamaño, la mitad de su peso. Como si sus puños pudieran lastimarlo... Pero luego sintió dolor. Cálido y húmedo, derramándose por su vientre. Y el se dio cuenta de que no estaba simplemente golpeándolo. Su cuchillo era demasiado afilado para que él lo sintiera. Ambas manos estaban en su garganta ahora. Los ojos ciegos se abrieron de par en par cuando la agonía comenzó a arrastrarle. Tropezaron y volvieron a caer en el baño. Cuando se estrellaron en el agua, sintió su espada deslizarse en su espalda media docena de veces, ambos se hundieron debajo de la superficie mientras estrangulaba con todas sus fuerzas. Había matado a una docena de hombres de esta manera en su tiempo. Lo suficientemente cerca como para escuchar el ruido de la muerte en sus pulmones, oler el hedor cuando su vejiga se soltaba cuando murieron Pero el dolor... Rodando y hundido bajo el agua. Era difícil mantener su control. El pulso corriendo en sus oídos. Derramando de la docena de heridas en su pecho, su espalda, su costado. Sentía sus brazos como de hierro. Ella me está matando. La idea hizo brillar la ira. Negación y furia. Pateando y apuñalando, agitando y maldiciendo. Salieron a la superficie, una luz brillante en sus ojos ciegos, jadeando. La pareja se estrelló contra el borde del baño hundido, su columna vertebral cruelmente doblada, su rostro retorcido. Ella

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todavía se agitaba hacia él, maldiciendo, escupiendo. Apuñalando sus antebrazos, cortando su mejilla, perdida en su propio frenesí. No podía sentir sus manos. ¿Seguía sosteniéndola? Ya no dolía tanto. Impactos sordos. Pecho. Pecho. Cuello. Pecho. —¡Bastardo! — Gritaba. ¿Es —Tu! así —podrido! cómo —¡Jodido! termina? —Bastardo! Sintió que le fallaban las rodillas. Su agarre se deslizó lejos de su cuello. El agua estaba tibia, pero él estaba tan frío. Le costaba respirar. Le costaba pensar. Deslizándose más profundo, cerró los ojos e inclinó la cabeza hacia atrás debajo de la superficie, permitiéndose flotar por unos minutos. ¿La conocería ahora? ¿Se acercaría a su pecho y besaría su frente con labios negros? ¿Había creído alguna vez? ¿O simplemente lo había disfrutado demasiado? Madre, yo... Solís cerró los ojos al sonido del coro. Y luego se hundió debajo de... —Suficiente, —dijo Scaeva. Drusilla levantó la vista de las páginas, con una ceja arqueada. —¿Lo es? —Preguntó ella. 427

El Imperator de Itreya frunció el ceño ligeramente, sus ojos oscuros en la Dama de las Espadas. La docena de guardias personales que había traído con él estaban dispuestos alrededor de su maestro, mirando el libro en las manos de Drusilla como si fuera una víbora a punto de atacar. El propio Scaeva se hacía un buen trabajo tratando de no parecer impresionado, resplandeciente con su toga púrpura y corona de oro batido. Pero incluso él miraba la crónica de la que ella había estado leyendo en voz alta con asombro sospechoso. Él juntó los dedos a los labios, frunciendo el ceño. —Creo que has aclarado tu punto, buena señora. Las llamas crepitaron en el hogar de la cámara, y Ratonero se movió incómodo en su silla. La cara de Mataarañas se puso pálida, incluso Solís parecía desconcertado ante la predicción de su propio asesinato a manos de Mia. Drusilla se reclinó en su asiento y cerró la tercera Crónica de Nuncanoche con un suave golpe. Las yemas de sus dedos trazaron al gato en relieve en el cuero negro, su voz suave como la seda. —Ella debe ser detenida, Imperator, —dijo la Señora de las Hojas—. Sé que ella es tu hija. Sé que ella tiene a tu hijo. Pero si todo lo que este tomo dice es cierto, una vez dentro de la Montaña, Mia Corvere ejercerá un poder que ninguno de nosotros puede igualar. —Mia no es la única oscura en este cuento, —respondió Scaeva. —Oh, si, lo sé, —respondió Drusilla, dando palmaditas al tomo—. Los resultados de tu enfrentamiento son bastante espectaculares, aunque se sobrescriben un poco. Pero me temo que terminan mal para ti. ¿Quieres que lo lea? Lo tengo marcad… —Gracias, no, —respondió el Imperator, ceñudo. —No entiendo, —dijo Ratonero—. La primera página de la primera crónica decía que ella muere. —Y de hecho lo hace, —dijo Drusilla, tamborileando con los dedos sobre la tapa del tercer tomo—. Después de una vida larga y feliz, en su cama, rodeada de sus seres queridos. —que me conedenen, —gruñó Solís—, antes de permitirle a esa perra un final feliz.

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—Esta crónica es brujería, —dijo Aalea, con los ojos en el libro. —No, —dijo Drusilla, encontrando los ojos de su Ministerio—. Esta crónica es un futuro. Pero es un futuro que podemos cambiar. Ya lo cambiamos, aquí y ahora, hablando como lo hacemos. Estas páginas no están talladas en piedra. Esta tinta se puede lavar. Y tenemos a la joven Mia en desventaja. —O, ¿sí? —Preguntó Ratonero. —Sí, —dijo Drusilla—. Sabemos exactamente cómo piensa ingresar a la montaña. Y cuando. Y por tonta que sea, sabemos que está trayendo al hijo del Imperator con ella. Todos los ojos se volvieron hacia Scaeva. —Deberías regresar a Tumba de Dioses, Imperator, —dijo Drusilla—. Déjanos a tu hija errante. Será más seguro para todos los interesados. —Y esa preocupación es conmovedora, Dona, —respondió Scaeva—. Así que confío en que perdonarás mi honestidad. Pero sus esfuerzos para someter a mi hija hasta ahora han sido menos que impresionantes. Y si ella lleva a mi hijo a su matanza, me quedaré para asegurarme de que Lucio no sufra daños. De cualquier manera. —Puede confiar en nosotros en eso, Imperator. ¿Pero en cuanto a tu hija? La Señora de las Hojas se inclinó hacia adelante en su silla, mirándolo fijamente. —Sé que deseas que la capturen, Julio. Sé que deseabas convertirla en tu arma, para dejar a un lado a las prostitutas de la Iglesia Roja que consumen tu oro. —Scaeva levantó la vista y Drusilla se encontró con su mirada, sonriendo—. Pero seguramente este tomo demuestra que Mia es simplemente demasiado peligrosa para que se le permita vivir. La Iglesia Roja continuará sirviendo a su imperio, como siempre lo ha hecho. Se nos pagará por nuestros servicios, como siempre ha sido. Y Mia Corvere morirá. Scaeva se acarició la barbilla con los ojos fijos en el libro. La Señora de las Hojas podía ver los engranajes girando detrás de su mirada. Los

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planes dentro de los planes, desentrañados y vueltos a armarse. Pero finalmente, como sabía que lo haría, el Imperator asintió. —Mia Corvere morirá. Un suave golpe perturbó el silencio de su dormitorio. El ceño fruncido natural de Mercurio se profundizó, y aspiró su cigarillo, mirando molesto a la puerta ofensiva. Se quitó las gafas con montura de alambre de la nariz y dejó a un lado su libro con una maldición. Le habría molestado que le interrumpieran la lectura en el mejor de los casos, pero solo le faltaban dos capítulos desde el final de “Postrado de Rodillas”. El cronista tenía razón: la política era tonta, pero la obscenidad realmente era de primera categoría, y con solo veintidós páginas restantes, estaba sorprendentemente inmerso en descubrir si la gemela malvada de la Contessa Sofía realmente se iba a casar con el archiduque Giorgio y... Toc Toc. —Joder, ¿qué? —Gruñó el viejo. Oyó que la llave giraba en la cerradura y la puerta se abrió en silencio. Mercurio esperaba ver una de sus malditas Manos asomando la cabeza por el marco. Había estado confinado en su dormitorio desde el descubrimiento de la tercera crónica, y los pobres imbéciles que lo vigilaban ahora estaban aburridos. El muchacho Dweymeri incluso preguntó si Mercurio quería una taza de té a la vuelta. Pero en lugar de un desanimado lacayo de la Iglesia Roja, el viejo se encontró mirando a la Dama de las Espadas. —¿Desde cuándo tocas? —Gruñó. —Desde que me informaron sobre su material de lectura actual, — respondió la anciana—. Prefiero no tropezar con una visita de la Dona Palmer y sus cinco hijas, si no te importa. —Siempre fuiste una mojigata, Silla. —Siempre fuiste un imbécil, Mercurio. El viejo sonrió a pesar de sí mismo—. ¿Por qué estás aquí? Drusilla entró y cerró la puerta detrás de ella. Podía decir por su expresión que a pesar de su salva inicial, ella no había venido a bromear.

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Ella se sentó en su cama y él giró la silla para mirarla, con los codos sobre las rodillas. —¿Qué pasa, 'Silla? —Mia está muerta. El viejo sintió una opresión en el pecho, como bandas de hierro que se contraen. Le dolía el brazo izquierdo y le hormigueaban las puntas de los dedos al sentir que la habitación comenzaba a girar. —¿Qué? —Se las arregló para farfullar. Drusilla lo miró con clara preocupación. —... ¿Estás bien? —¡Por supuesto que no estoy jodidamente bien! —Espetó—. ¿Ella esta muerta? —Madre negra, estaba hablando en sentido figurado. El hecho aún no ha terminado. —Por los malditos dientes de Maw. —Mercurio se masajeó el pecho, haciendo una mueca de dolor. El alivio lo inundó como la lluvia de primavera. —¡Casi me provocaste un infarto! —... ¿Deseas ver al boticario? —¡No, no deseo ver al maldito boticario, perra crujiente! —Espetó—. ¡Quiero saber de qué diablos estás balbuceando! —Scaeva ha dado su aprobación para la ejecución de Mia, —dijo Drusilla—. Sabemos exactamente cuándo y cómo entrará en la montaña. Su destino está sellado, eso es seguro. Sé cuánto te preocupas por ella, y quise que lo supieras de mí primero. —Querías regodearte, es lo que quieres decir, —gruñó Mercurio. —Si crees que me agrada esto… —¿A qué demonios habrías venido aquí? —El viejo parpadeó con fuerza, frotando el dolor en su brazo, su cuerpo ahora estaba sudando frío —. ¡Por supuesto que te agrada lastimar, Silla! ¡Siempre lo ha hecho! ¡Siempre lo hará! —¿Me conoces tan bien?

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—Oh, te conozco, bastante bien, —gruñó Mercurio, haciendo una mueca mientras doblaba los dedos en su mano izquierda—. Mejor que cualquier hombre antes o después. Te vi en tu mejor momento y te vi en tu peor. ¿Por qué demonios crees que terminé con los nuestro? La anciana se burló, sus ojos azules brillaban—. No me importó hace cuarenta años, Mercurio. Me importa aún menos ahora. —Algunos de nosotros nos unimos a este lugar porque creíamos. Y algunos de nosotros porque era todo lo que teníamos. ¿Pero tú? —Mercurio hizo una mueca de nuevo, palpando su hombro—. Te uniste por placer. Te gusta lastimar, Silla. Siempre f-fuiste depiadada... Mercurio parpadeó y se puso de pie. —... d-despiadada... El viejo jadeó, agarrándose el pecho. Se tambaleó hacia atrás contra la pared, su libro cayó al suelo, una jarra de vino se cayó y se hizo añicos en la piedra. Con la cara torcida, jadeó de nuevo, moviendo los labios como si no pudiera hablar. Drusilla se puso de pie con los ojos muy abiertos. —... Mercurio? El viejo cayó de rodillas. Un balbuceo de tonterías salió de sus labios, ambas manos presionaron su corazón y retorcieron la tela de su túnica. La Señora de las Hojas golpeó su puño contra la puerta, gritando. Las manos irrumpieron en la habitación cuando el anciano cayó boca abajo sobre la piedra, con el olor a vino y orina en las fosas nasales. —¡Llévalo al boticario! —Espetó Drusilla. Mercurio sintió un fuerte agarre en su cintura, la Mano Dweymeri lo levantó y lo arrojó sobre un hombro ancho. Él solo gimió en respuesta, los párpados revoloteando. Sintió los rítmicos pasos apresurados, escuchó a Drusilla ladrar órdenes sobre el canto interminable del coro de la Iglesia. Afortunadamente, ya no podía sentir el dolor. Una larga cadena de baba se derramó de sus labios y él gimió más tonterías. Lo transportaban por pasillos oscuros y bajaban escaleras en espiral, mientras la cabeza rebotaba contra la parte trasera de la Mano. Drusilla la seguía, sacudiendo la cabeza.

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—Estúpido viejo tonto. El viejo gimió en respuesta cuando la Señora de las Hojas suspiró. —Esto es lo que gaanas por tener un corazón...

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CAPÍTULO 31 REAL Drusilla dejó Mercurio en el boticario. A pesar de su mejor juicio, la Señora de las Hojas siempre sentía una debilidad por el obispo de Tumba de Dioses. Ella se hubiese quedado más tiempo junto a su cama si hubiera podido. Pero tristemente, ella tenía que controlar una masacre, y las mareas del tiempo no la mantendrían esperando por el sentimentalismo. Drusilla había dejado a su viejo amante durmiendo, gris y demacrado, su delgado pecho subía y bajaba rápidamente como el de un pájaro herido. Había gruñido instrucciones de que se le diera el mejor de los cuidados, agitando una de las sierras para huesos del jefe de boticarios en su cara para imprimirle gravedad a su pedido. Y con un beso frío en la frente húmeda de Mercurio, Drusilla se dispuso a asesinar a la chica que amaba como a una hija. Había reunido a su rebaño a su alrededor, todo de negro. Habían repasado todo por última vez por seguridad. El plan estaba establecido, el camino estaba despejado. Todo lo que necesitaban ahora era que llegaran los invitados, y la roja, roja gala podría comenzar. Los asesinos esperaban ahora en la penumbra, envueltos en el hedor del heno y los camellos. Los establos de la Iglesia Roja yacían debajo de ellos en toda su fétida gloria. Aparte de las puertas exteriores que conducían desde el flanco de la montaña hasta los desechos de Ashkahi, había otras dos salidas de la cámara; puertas dobles, en lo alto de las paredes este y oeste. Estas puertas conducían más adentro de la montaña y daban a dos escaleras gemelas pulidas con pesadas barandas de granito. Enrolladas a lo largo de la pared exterior de la cámara, estas escaleras finalmente se encontraban en un solo descenso amplio, que conducía a los corrales de animales y los cuartos de almacenamiento debajo. Drusilla estaba de pie envuelta en sombras cerca de la puerta superior occidental. Con espadas largas escondidas en sus mangas. Sus ojos azules brillaban en la oscuridad mientras apartaba todo pensamiento de Mercurio de su mente. Scaeva acechaba detrás de ella, sus guardaespaldas estaban dispuestos alrededor de él, con sus hojas desenfundadas y listas. De forma típica, el

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Imperator estaba cerca de la salida, listo para regresar a la seguridad de la montaña si las cosas de alguna manera iban mal, pero lo suficientemente cerca como para ver cómo se desarrollaba la masacre. La serpiente de la sombra de Scaeva estaba enrollada sobre los hombros de su amo, observando con sus no ojos. Drusilla se preguntó distraídamente cuán profundo en sus oscuros dones se encontraba el Imperator. Qué tán peligroso sería realmente en un lugar como la Montaña, donde la luz del sol nunca brillaba. En todos los años que había tenido a sus espías observándolo, Scaeva nunca había hecho una demostración de su poder con la sombra: la dama no tenía idea de cuáles eran sus verdaderas capacidades. Si no fuera por su pasajero, Drusilla difícilmente creería que fuera Tenebro. Esas incógnitas lo hacían peligroso. Casi tan peligroso como se había convertido su hija. La diferencia era, por supuesto, que su hija no le pagaba a Drusilla. La verdad era que a la Señora de las Hojas no le gustaba el Imperator. Ella respetaba su inteligencia. Admiraba su crueldad. Pero el hombre era demasiado ambicioso para su propio bien. Demasiado hambriento de poder. Demasiado aficionado al sonido de su propia voz. Muy, muy vano. Y, por supuesto, Scaeva tenía poder sobre Drusilla, lo que hacía que le gustara aún menos. Dinero. Era asombroso lo insidioso que era su agarre plateado. Cómo el amor de Drusilla por la riqueza había comenzado con su amor por la familia. Quien dijo que el dinero era la raíz de todo mal nunca había visto la dicha en los ojos de sus nietos cuando les compró sus primeros ponis, o escuchado a su hija llorar de alegría cuando Drusilla pagó la suma total de su boda sin pensarlo. Quien dijo que el dinero no podía comprar la felicidad, obviamente, nunca tuvo dinero. Había acumulado una fortuna en los años que había servido en el Ministerio. La mayor parte venía de los cofres de Scaeva. Pero el verdadero mal de la riqueza radica en la verdad de que demasiado nunca era realmente suficiente. No importa la suma que adquiría, parecía que siempre necesitaba

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más. En su mente, Drusilla todavía necesitaba a Scaeva. Cuando el futuro de su familia estuviera asegurado, cuando su riqueza fuera absolutamente inexpugnable, entonces quizás podría volver a evaluar su relación con el joven Imperator. Pero por ahora… —Recuerda, Drusilla, —murmuró Scaeva detrás de ella—. Si tocan un pelo de la cabeza de Lucio, tus nietos pagarán la pérdida del costo. — Sabemos una o dos cosas sobre matar, Julio, — respondió Drusilla, guardando la ira fría de su voz. —Nunca temas. La víbora a los pies de Scaeva siseó casi demasiado suave para escuchar. —... Él no teme nunca... En la escalera del este, Drusilla pudo ver a Ratonero, rodeado por dos docenas de sus manos más hábiles, todas armadas con pesadas ballestas. Los viejos ojos del Shahiid de Bolsillos se estrecharon mientras observaba la entrada exterior debajo, con su mano empuñando su espada de acero negro. Mataarañas estaba en la parte superior de la escalera central, y media docena de Hojas de la iglesia estaban a su lado. La chica Corvere era simplemente demasiado peligrosa como para subestimarla más, y Drusilla había pedido lo mejor, lo más mortal, para su final: Donatella de Liis, Haarold y Brynhildr de la capilla del Salon de la Carroña, incluso Acteon el Negro había sido convocado de Tumba de Dioses. Solís también esperaba entre el grupo, sus espadas gemelas en mano, sus ojos ciegos hacia arriba, la cabeza inclinada. Era una táctica peligrosa, reunir a los mejores asesinos restantes de esta manera. Pero después del fracaso de Diezmanos fuera de Galante, Drusilla no podía correr más riesgos. Mia se estaba entregando directamente a la boca del foso de los lobos, después de todo. No sería bueno tener cachorros esperándola. Solo Aalea parecía tener dudas. Permaneciendo al lado de Drusilla, los ojos oscuros de la mujer estaban muy abiertos, con una daga brillando en su mano. ¿Mercurio está bien? ¿El boticario dijo...?

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—Cíñete, Shahiid, —Drusilla susurró—. No es asunto tuyo. Aalea se encontró con su mirada, sus labios apretados—. Me mostró amabilidad cuando yo no era más que un acólito en Tumba de Dioses, Señora. Si yo... —Silencio, —siseó Solís—. Ya vienen. El vientre de Drusilla se llenó de susurrantes mariposas. Mirando hacia los establos, escuchó el sonido de la piedra. Sintió el sabor grasiento de la magya arkímica en el aire. Oyó a Mataarañas murmurando por lo bajo, los guardias de Scaeva exhalando maravillados mientras la pared exterior se abría. Una leve ráfaga de viento besó la cara de Drusilla, una lluvia de polvo fino y piedras cayeron desde arriba mientras el flanco de la Montaña se separaba lentamente. Alrededor del establo, en las escaleras, docenas y docenas de Hojas y Manos estaban quietos, inmóviles, envueltas en la oscuridad. El coro fantasmal se ahogó momentáneamente cuando las grandes puertas se abrieron de par en par, el mekkenismo retumbó y silbó. El vagón de Corvere estaba parado afuera. Los esperaba la vista familiar de los establos de la Iglesia Roja: un amplio rectángulo forrado de paja, colocado por todos lados con corrales para caballos elegantes y camellos escupidores, carros y herramientas de herrador y fardos de comida y grandes pilas de cajas de suministros. Pero en las escaleras de arriba, agazapadas en las sombras alrededor de la habitación, la muerte flotaba con la respiración contenida. Todo sucedía tal como estaba destinado. Drusilla entrecerró los ojos a través de la brillante luz solar. Los camellos que llevaban los carros de Corvere resoplaron y escupieron, caminando penosamente dentro y arrastrando su carga detrás de ellos. Vio una figura con la túnica de Mano en el asiento del conductor: ese chico Dweymeri medio muerto, de hombros anchos y la cabeza baja. Podía ver más figuras debajo de las cubiertas de lona del tren. Drusilla supo al leer la Crónica de Nuncanoche que Corvere viajaba en el vagón del medio con Järnheim, y el mocoso de Scaeva junto a ellos. Si no fuera por la presencia del niño, esto habría sido un asunto mucho más simple.

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Aún así, este no era exactamente el primer asesinato de Señora de las Hojas... Drusilla miró a Mataarañas con una ceja levantada en cuestión. La Shahiid de Verdades asintió en respuesta, fría y segura. Los camellos que conducían el carro se detuvieron lentamente. Y a una orden susurrada, las Hojas reunidas los soltaron. Globos blancos. Pequeños y esféricos. Docenas, tal vez cientos, como una tormenta de nieve que brilla a la luz del sol cuando fueron arrojados a los establos de abajo. Aparecieron, —¡shoof! shoof! shoof!— en grandes nubes de blanco turbulento. En un instante, una densa niebla de Desmayo había llenado los niveles inferiores, arrastrando a cualquiera que lo respirara a un sueño profundo. Drusilla escuchó gemidos estrangulados desde abajo, los profundos golpes de camellos afectados por el Desmayo golpeando la piedra. El suave susurro de la nube mientras se asentaba, pesado y espeso. Y entonces no escuchó nada en absoluto. Las Cuchillas y los Shahiids reunidos la miraron. La anciana esperó un momento largo y silencioso. Mirando hacia abajo a las emanaciones, no vio ninguna señal de movimiento, ningún indicio de peligro. Y finalmente, la Señora de las Hojas asintió rápidamente. Los mejores asesinos de la Iglesia Roja se pusieron máscaras de cuero, sujetándolas apretadamente detrás de sus cabezas, Mataarañas ayudando con las hebillas. Los artilugios fueron diseñados por la misma Shahiid de las Verdades; Los ojos del usuario estaban cubiertos por cristales y las boquillas de latón filtraban el aire que respiraban. Con sus máscaras en su lugar, las Cuchillas de la Iglesia se hundieron en la niebla venenosa. Acteon el Negro era tan silencioso como el humo. Donatella de Liis era tan afilada como las espadas que llevaba. Solís esperaba en lo alto de la escalera central, con las espadas desenvainadas. Aalea estaba junto a Drusilla, conteniendo el aliento. Se estaba levantando viento del valle, el Desmayo se estaba desviando del flanco de la montaña. A través del velo lentamente adelgazante, Drusilla observó a los asesinos descender con cuidado, bajando las escaleras hacia el piso estable. Se había preguntado si el chico Dweymeri muerto podría haber 438

resultado inmune a los efectos de Desmayo, y Ratonero y su cuadro de Manos habían alzado sus ballestas, con flechas encendidas, listas para descargar en el muchacho sin corazón. Pero a través de la luminosa niebla, la Señora de las Hojas pudo ver que la figura en el asiento del conductor del carro estaba desplomada e inmóvil. —¡Aseguren primero al hijo del Imperator! —Habló Drusilla—. Terminen con el resto. —¡Tráeme a mi hijo! —Exigió Scaeva. Acteon el Negro asintió, señalando a las otras Hojas para que se desplegaran alrededor del vagón central. Solis entrecerró los ojos ciegos, las manos en los niveles superiores se inclinaron sobre sus ballestas cuando Donatella de Liis cortó los lazos que aseguraban el lienzo a la cama del carro. Drusilla contuvo el aliento, observando a la Hoja agarrar la cubierta y, con un fuerte tirón, la soltó. Drusilla parpadeó. Podía ver figuras en las túnicas de Manos dentro del carro. Pero en lugar de estar desplomados en el suelo, todos seguían sentados. Además, y aún más extraño, Drusilla pudo ver un gran barril descansando en el vientre del carro. Era de roble grueso, viejo y pesado y manchado de sal. Las letras en negrita se quemaron en la madera. Haarold arrastró la capucha de una de las figuras sentadas, maldiciendo mientras revelaba las entrañas rellenas de paja. La Señora de las Hojas entrecerró los ojos ante las palabras en el barril de madera. SI LO ENCUENTRA, POR FAVOR REGRESE A CLOUD CORLEONE. SI ES ROBADO, BIEN JUGADO, AMIGO. El vientre de Drusilla cayó en sus botas. ... Sal de Arkemista. —Retroced…

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La explosión atravesó los establos como un huracán de chisporroteante llama azul. El rugido era ensordecedor, derribando a Drusilla y tambaleando a los guardias de Scaeva. La Señora de las Hojas se protegió los ojos del calor y observó cómo la carreta, Acteon, Donatella, las mejores Hojas que quedaban en la Iglesia Roja, eran incineradas. Solís fue arrojado contra la pared, sangrando y chamuscado. Mataarañas cayó de rodillas con una oscura maldición. Cenizas brillantes se elevaron con el humo, bailando en el aire. El estallido resonó alrededor del espacio hueco, dejando a los miembros de la iglesia reunidos aturdidos, cegados, aturdidos. ¡Por los malditos dientes de Maw! Ratonero tosió. Drusilla escuchó el fuerte aliento de Scaeva detrás. Se volvió para mirar al Imperator y vio que tenía los ojos muy abiertos. Su serpientesombra estaba enrollada sobre sus hombros, lamiendo el humo asfixiante con su lengua translúcida. —... Ella está aquí... —dijo. Drusilla volvió a los establos a tiempo para ver el escalofrío del aire, un negro parpadeando sin luz. Una sombra cortada en forma de lobo se unió a la mitad de las escaleras del este, rugiendo como los vientos del Abismo. Mientras Drusilla observaba, atónita, una forma oscura salió del lobosombra, aterrizando en cuclillas en medio de un grupo de manos escalonadas y justo al lado del Shahiid de los Bolsillos. La figura se puso de pie bajo la lluvia de brasas y el humo negro, llevando una hoja larga pálida en un arco silbante. —Mia… La cuchilla de la chica se conectó con el cuello de Ratonero, el hueso de tumba cortó la carne, el tendón y el hueso. La cabeza del Shahiid giró sobre sus hombros, los viejos ojos se abrieron de sorpresa cuando cayó en los establos carbonizados de abajo. Mia atrapó la cuchilla de acero negro Ashkahi de Ratonero mientras caía de sus dedos nerviosos, entregando una bota salvaje al pecho de su cadáver y enviándola sobre las rejas en busca de su sombrero. Y, con una espada en cada mano, entrando y saliendo de las sombras como un horrible y sangriento colibrí, comenzó a cortar a cualquiera que llevara una ballesta en pedazos.

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—Madre Negra... —susurró Drusilla. Aalea maldijo. Un grito vino desde la entrada de la Montaña, y a través del humo, Drusilla vio un puñado de figuras cargar en los establos desde las estribaciones de afuera. Trapos de Sodden estaban atados alrededor de sus bocas y narices para protegerlos de lo que quedaba de Desmayo en el aire, con espadas desnudas en sus manos. Ella los reconoció a todos por la crónica: el Itreyano Sidonio y el Dweymeri Cantahojas. A su lado corrían el chico sin corazón, Tric, y esa perra traidora Ashlinn Järnheim. Ese Carnicero aburrido y la traicionera Naev estaban en la parte trasera, con el hijo de Scaeva entre ellos. Pero en las escaleras del este, Mia estaba abriendo una becha a través de las manos de Drusilla. Despejando a sus camaradas un camino hacia el vientre de la montaña. La chica parecía destellar dentro y fuera, como una aparición en una víspera de verano. Le arrojaron un cuchillo envenenado en el pecho y ella simplemente desapareció, la hoja se hundió en el vientre de otra Mano y lo hizo caer. Mia se adentró en las sombras, reapareció detrás del lanzador de cuchillos y lo cortó. Ella cortó las piernas de otro desde abajo, enviándolo a la piedra en un rocío rojo, desapareció a un lado cuando una Hoja cortó el aire donde estaba parada hacía un segundo y cortó los brazos del espadachín desde los codos. Y todo el tiempo miraba hacia Drusilla. Hacia el Imperator detrás de ella. Su cara estaba salpicada de carmesí. Sus ojos fríos y vacíos. Como si toda esta sangre, toda esta carnicería, toda esta muerte, fueran un simple preludio del asesinato por venir. Mirando a los ojos de Mia, Drusilla sabía muy bien a quién pertenecía ese asesinato. Las escaleras del este ahora estaban vacías de todos menos de cadáveres, y en un paso parpadeante, de repente, la chica estaba parada en los escalones debajo de Drusilla. Sus camaradas subían corriendo las escaleras detrás de ella hacia Solis, todavía aturdido, Sidonio y Cantahojas corriendo a su lado y atravesando la puerta este. Mia apuntó su espada hacia la cara de Scaeva, la sangre goteando de su borde filoso. —¡Padre! —Rugió ella.

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Al mirar por encima del hombro, Drusilla vio que el Imperator palidecía. Sus ojos pasaron de su oscura hija a su único hijo, recortado contra la entrada de la montaña. Mia enterró su espada larga en el vientre de otra Mano y envió a la mujer a caer por la barandilla en una maraña de entrañas. Comenzó a subir las escaleras, moviéndose a un lado y cortando otra Mano con apenas una mirada. Labios apretados. Ojos fijos solo en Scaeva. —¡Corvere! El bramido sonó a través de los establos. Bajando las escaleras detrás de ella, el Venerable Padre se levantó de donde la explosión lo había derribado. Sus ropas de cuero humeaban, los mechones de barba que habían sobrevivido a la bomba de lápida de Järnheim en Tumba de Dioses se habían quemado por completo. Sus ojos ciegos estaban llenos de ira mientras apuntaba sus espadas hacia el chico muerto y a Järnheim para mantenerlos a raya. —Corvere! —Rugió de nuevo—. ¡Enfrentame! La chica ni siquiera se dignó a mirar hacia atrás. Contenta de dejar que sus camaradas derribaran a Solís, siguió subiendo la escalera occidental, con la mirada negra clavada en la de su padre. Sus gladiatii ya estaban dentro de la Montaña, el chico muerto y Järnheim se desplegaron sobre el Venerable Padre, preparándose para cortarlo y subir las escaleras del este después de Sidonio y Cantahojas. Desde allí, podrían derramarse en el corazón laberíntico de la Montaña, llegar a las cámaras del orador por cualquiera de una docena de caminos y cortar su escape en la puerta de Adonai. Las sombras colgaban sobre los hombros de Mia como alas oscuras mientras se acercaba. Su lobosombra acechaba delante de ella, con los colmillos negros al descubierto. Solo Drusilla, Aalea y Mataarañas se interponían entre la chica y su padre ahora. La Shahiid de las Verdades sacó dos cuchillos curvos y envenenados de su cinturón dorado. La Señora de las Hojas buscó las Hojas en sus mangas, los viejos dedos se cerraron sobre las empuñaduras. Pero Aalea habló suavemente, su lengua más afilada que cualquier arma en su arsenal. 442

—Solís mató a Darío, Mia. Los ojos negros de la chica pasaron de su padre al Shahiid de las Máscaras. Sus pasos vacilaron, su mandíbula se tensó. El vientre de Drusilla se emocionó al ver que las palabras de Aalea cortaban en el corazón de Corvere. La chica finalmente miró hacia Solis, superada en número por sus compañeros en la escalera de atrás. —Él fue quien capturó al Coronador y Antonio en su campamento, — susurró Aalea—. Él fue quien los entregó para bailar en la cuerda del ahorcado para la diversión de la turba. Fue Solís, Mia. Los ojos de Mia se entrecerraron. Solis arremetió contra Tric y Ashlinn, manteniendo a la pareja a raya. Scaeva se retiraba lentamente por las escaleras, rodeado de sus hombres. El Imperator estaba casi lo suficientemente cerca para que Corvere lo tocara. Solo unas pocas docenas de hombres se interponían entre ella y su premio. Pero había una razón por la que Aalea había sido nombrada Shahiid de las Máscaras en la Iglesia Roja, y no había sido su habilidad en el tocador. Incluso aquí, con la presa de Corvere a la vista, Aalea sabía las palabras precisas para manipularla, seducirla, hacerla vacilar. Aunque solo sea por un momento. Aunque solo sea por un respiro. —¡Enfréntame, pequeña perra cobarde! —Rugió Solís. —Él mató al hombre que llamaste Padre, Mia, —susurró Aalea. El agarre de la chica se apretó sobre su espada. Su presa estaba a solo un latido de distancia. Pero aun así, Drusilla podía ver ese temperamento infame, la ira que había sostenido a esta chica más allá de todos los límites posibles de resistencia, más allá de todos los que se interponían en su camino. Mirando como esa chispa estallaba en uan voraz llama dentro de su pecho. Con el lobo de Casio montando su sombra, no tenía miedo al fracaso, después de todo. Ella no tenía miedo en absoluto. ¿Qué importaban, unos momentos más? Mia miró a Drusilla, una promesa tácita en sus ojos. Y con un gruñido, se volvió hacia el Padre Venerado que esperaba.

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—Hijo de Puta, —escupió. —Mia, no...— Järnheim levantó su espada en la cara de Solís—. Déjamelo a mí. —DÉJAMELO, —dijo Tric. —No.— Corvere descendió, con los ojos en el Shahiid—. Este bastardo es mío. Drusilla dio un paso atrás. Luego otro. Sabía que Solís podría cortar a la chica. Era un gran maestro, después de todo. La Señora de las Hojas oía sonar las campanas de la Iglesia, una alarma que llamaba a todas sus Manos y acólitos restantes a la batalla. Pero Ratonero ya estaba muerto, junto con los mejores asesinos restantes de la Montaña. Corvere acababa de matar a unas pocas docenas de fieles sin un rasguño. Y la verdad es que, aunque Drusilla era la asesina más consumada en la Iglesia Roja, sus mejores giros como asesina habían pasado. Escuchó pasos en retirada. Al darse la vuelta, vio a la guardia de Scaeva huir a través de la puerta y entrar en la montaña, como era de esperar, el Imperator abandonó a su único hijo tan pronto como su propia piel estuvo en riesgo. Y aquí, donde nunca brillaban los soles, la Señora de las Hojas estaba condenada si la dejaban atrás para enfrentarse a su hija asesina sola. Y así, al igual que Scaeva, Drusilla se volvió y corrió.

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CAPÍTULO 32 ES La ceniza sabía a bendición. Mia estaba parada en las escaleras, escuchando los pasos fugaces de Drusilla, las campanas de la Iglesia haciendo sonar su alarma. Podía oler carne carbonizada, sangre, tripas y mierda, todo un perfume dulce. Sus ojos ardían en el humo ascendente y su piel estaba húmeda y roja y pegajosa y Scaeva ya estaba golpeando los pies en la montaña. Cualquier chica normal podría haber tenido miedo de que él lograra escapar en ese momento. Cualquier chica normal podría haber tenido miedo de que todo por lo que había trabajado pudiera quedar en nada. Pero no esta chica. ¿Cuál es la diferencia entre coraje y estupidez? ¿Quién serías, cómo actuarías, amigo, si realmente no tuvieras miedo? Mia miró a Ashlinn y Tric, ojos oscuros encendidos. —Vayan a ayudar a Sid y Canta, —les ordenó—. Apéguense al plan. Vayan a las cámaras de los oradores y corten su escape. Ash miró a Solís—. Mia, estas… —¡No hay tiempo para discutir, solo vayan! La pareja se miró, opuestos amargos en todos menos en su amor compartido por ella. Mia podía ver el miedo en sus ojos, el miedo que simplemente no podía compartir con Eclipse en su sombra. Pero finalmente obedecieron, Ash subió la escalera con Tric cerca de ella, siguiendo a Sid y Cantahojas hacia las cámaras del orador. Naev estaba extinguiendo los incendios que habían comenzado después de la explosión. Carnicero estaba de guardia con su hermano. Pero Mia solo tenía ojos para el Venerado Padre. Sus espadas pesaban en sus manos, rojas de sangre. Ella dio dos pasos hacia él, con los ojos ciegos fijos en el techo. Estaba carbonizado, su piel rosada por su explosión. Pero sus cuchillas estaban firmes en su agarre. Sus músculos brillaban, sus hombros anchos como puentes, sus bíceps tan

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grandes como su cabeza. Sus labios se curvaron con desdén mientras hablaba. —Entonces tienes el coraje de enfrentarme. Estoy atónito. Mia miró a su hermano y volvió a subir las escaleras. —Podría matarte donde estás parado, Solís, —dijo simplemente—. Podría hacer que las sombras te arranquen miembro a miembro. Podría arreglarlo para que nuestras espadas ni siquiera se tocaran. Mia se acercó y levantó una cuchilla que goteaba. —Pero quiero que se toquen. Porque cuando peleamos por primera vez, solo era una novata. Y cuando nos enfrentamos en Tumba de Dioses, no fue mi mejor momento. ¿Pero ahora? Sin sombras Sin trucos. Espada a espada. Porque ayudaste a asesinar a un hombre que amaba como a un padre. Y te voy a matar por eso, hijo de puta. Lo que sea que el Shahiid estaba a punto de decir se interrumpió cuando Mia se abalanzó. Su espada era pálida como el mercurio, su forma cegadora. El hombre se hizo a un lado y devolvió el golpe, la espada silbó junto a la garganta de Mia. Ella se retorció, el largo cabello negro cayendo detrás de ella, apuñalándole el vientre. Eclipse se arremolinó a su alrededor, entre ellos, gruñendo y gruñendo. Y allí, en los escalones ensangrentados de la Iglesia Roja, pelearon juntos en verdad. La mayoría de las peleas hasta la muerte terminan en unos instantes, caballeros. Es un hecho poco conocido, particularmente entre aquellos de ustedes a quienes les gusta leer sobre duelos de espadas, en lugar de pelear con espadas. Pero, en verdad, solo se necesita un solo error para deletrear tu final cuando alguien te golpea con un pedazo de metal grande y afilado. Mia sabía que Solís nunca la había respetado como acólita, como Espada, como oponente. Con Eclipse a su lado, no tenía miedo. Delgada y musculosa, dura como el acero, Mia Corvere era la campeona que había ganado el Venatus Magni. Pero Solís era más alto que ella. Su alcance era más largo y su experiencia más profunda, y con su Cinturón de Ojos, podía ver sus ataques atravesar esa lluvia de brasas y humo. Cuando Mia todavía era una chica, él había asesinado a cientos con sus propias manos para escapar de la Piedra Filosofal. Había servido durante años como el mejor 446

espadachín de la congregación de la Iglesia Roja. De todas las formas imaginables, él se consideraba mejor a ella. —Desliz sin valor, —gruñó, bloqueando su golpe. Él giró con fuerza, casi quitando la cabeza de Mia de sus hombros. —Patética chica, —escupió, obligándola a alejarse. Mia bailó hacia atrás, casi resbalando en el suelo ensangrentado. Ella apartó su espada y arremetió con la suya. Esquiva. Golpea. Para. Estocada. Su pulso latía rápidamente, el sudor le quemaba los ojos. Las espadas gemelas de Solís cortaban el aire con patrones hipnóticos, silbando a medida que avanzaban. Una embestida perfecta del Shahiid casi le partió la caja torácica en dos. Un segundo golpe casi le quitó la espada larga de la mano. —¡Mia! —Gritó Jonnen desde abajo, dando un paso adelante con miedo. —... CUIDADO, MIA... —Eclipse gruñó a sus pies. Mia se quedó sin aliento cuando los labios de Solís se curvaron en una sonrisa. —Me decepcionas, chica—, dijo. Mientras esquivaba otro de sus golpes, Mia comenzó a darse cuenta de lo fuerte que realmente era su enemigo. Qué poco contaban su ira y su velocidad en una batalla como esta. Los brazos del Shahiid eran tan gruesos como sus muslos. Sus manos como platos de comida. El hombre estaba hecho de músculo, la mitad de su altura, el doble de su peso; un solo golpe de él, un solo error, sería suficiente para acabar con ella. Y entonces ella tuvo que acabar con él primero. Mia hizo a un lado otro golpe de Solís, se levantó de un salto y pateó la barandilla de la escalera. Saltando en el aire, levantó su espada en un arco, poniendo toda su fuerza y furia en ella. Fue un movimiento impresionante. Un movimiento que podría hacer que una audiencia jadee de asombro. Pero también fue un movimiento de novatos. Un movimiento de arena ostentoso y llamativo. Un movimiento que alguien que tiene prisa podría intentar, con la esperanza de terminar un combate contra un oponente superior. Y Solís lo

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sabía. Porque al final, su oponente era solo un desliz sin valor. Una niña patética. Una mujer. Y él era simplemente más fuerte que ella. Afortunadamente, no se podía decir lo mismo de sus espadas. Las espadas de Solís eran de acero liisiano, ya ves. El metal había sido doblado cientos de veces, afilado hasta un borde lo suficientemente afilado como para cortar la luz del sol. Pero la espada de Mia había pertenecido a Darío Corvere, el hombre que Solis ayudó a matar. Su empuñadura había sido diseñada como un cuervo en vuelo, el sello de la familia que Solís había ayudado a destruir. Y estaba hecho de hueso de tumba, gentiles amigos. Más afilado que la obsidiana. Más fuerte que el acero. Y subestimar la espada, y la que la empuñaba, fue un error de Solís. Los labios del Shahiid se curvaron. Levantó una espada para evitar el golpe de Mia, retiró la segunda espada, lista para partirle las tripas. Sus armas se encontraron en un sonido estremecedor. Borde a borde. El afilado hueso de tumba contra el plegado acero liisiano. Y el hueso de tumba ganó. La espada de Mia atravesó la de Solís, las chispas volaron cuando su espada fue cortada en dos. Su golpe llegó a su destino, cortando el hombro del hombre grande, bajando por el pecho, rociando sangre. Solís gritó, su golpe se amplió cuando se tambaleó. — Desliz sin valor, —gruñó Mia. Arrastrando su espada hacia abajo a través de sus costillas, ella la arrancó en una mancha de sangre roja brillante. —Patética niña, —escupió. Girando en el acto y abriendo su barriga. —Chica, —sonrió. El interior de Solís se derramó. Sus ojos ciegos se abren de par en par. —Y aún así, fui yo quien te venció, —dijo Mia. Ella lo pateó en el pecho, lo envió volando hacia atrás, deslizándose a través de su sangre para golpear contra la pared. Sosteniendo sus entrañas rotas, Solís intentó levantarse. Trató de hablar. Intentó respirar. Pero al final, falló en absoluto. Y con un gorgoteo rojo, el Venerable Padre cayó al suelo.

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—¡Joder, sí! —Gritó Carnicero desde abajo, con los brazos en el aire —. CUERVOOOO! Mia se dejó caer en cuclillas sobre la piedra manchada de sangre, con una mano para estabilizarse. Ella tragó saliva, tratando de recuperar el aliento mientras se quitaba el cabello de los ojos. Mirando a los gladiatii, a Naev, ella dirigió una sonrisa irregular. —¿Estás bien? —Preguntó Naev. —Sí, —logró decir Mia—. Pero aún no he terminado. Cuídenlo por mí, ¿eh? Naev miró a Jonnen y asintió—. Con nuestras vidas. —No temas, pequeño cuervo, —dijo Carnicero. —Eclipse, quiero que te quedes aquí también, —jadeó Mia—. Cuida a mi hermano. —... COMO DESEES... —llegó un gruñido bajo debajo de ella. El daimón se separó de su sombra, fusionándose en las escaleras empapadas de sangre ante sus ojos. Mia la miró de arriba a abajo, todavía luchando por respirar. —... ¿No vas a advertirme que te necesitaré cuando lo enfrente? —El lobosombra miró a Mia con sus ojos sin ojos y sus orejas temblando. —... NO ME NECESITARÁS. TIENES EL CORAZÓN DE UN LEÓN... —Recuerdo que me dijiste eso. —Mia logró una sonrisa cansada—. Pero tengo el corazón de un cuervo, Eclipse. Negro y arrugado, ¿recuerdas? El demonio se acercó y presionó su hocico contra las mejillas de Mia. —...ENTENDERÁS LA MENTIRA EN ESO ANTES DEL FIN... El pelaje del lobo de sombra era un susurro contra su piel. Mia casi podía sentirlo, aterciopelado, suave y fresco como la noche. Haciéndola temblar, incluso mientras sonreía. —... VE A ENCONTRAR A TU PADRE, MIA... La chica asintió. Y con un respingo, se puso de pie. —¿Mia? —Dijo su hermano, su voz vacilante. 449

Pero ella ya se había ido. Drusilla corrió. Aalea se apresuró a su lado, sosteniendo a su Señora con un brazo. Mataarañas la siguió más despacio, claramente dividida entre vengarse de Corvere y salvar su propia piel. Pero Drusilla sabía que los compañeros de Corvere se estarían adentrando aún más en la Montaña incluso ahora, esa perra traidora Järnheim los guiaba, y si llegaban a Adonai antes que Drusilla, perdería su única esperanza de escapar. Y así, la Señora de las Hojas se encontró corriendo a través de la sinuosa oscuridad, lo mejor que sus viejas piernas pudieron llevarla. —¿A dónde vamos? —Preguntó Aalea a su lado, sin aliento. —El orador, —respondió la señora. —¿Huimos? —Exigió Mataarañas. —Vivimos, —escupió Drusilla. Drusilla podía oír a los guardias del Imperator delante de ellos, Scaeva entre ellos, moviéndose rápidamente por las sinuosas escaleras. Manos leales se apresuraron a pasar junto a la Señora y las Shahiids, de vuelta hacia los establos, armados con arcos y cuchillas. Le siguieron acólitos frescos, la última cosecha de reclutas de la Montaña y segunda línea de defensa, gritándole a la Señora de las Hojas que corriera, correr. El coro de la Iglesia parecía más fuerte de alguna manera, presionado con una leve urgencia. Drusilla jadeaba, sin estar acostumbrada a correr, con la boca seca como huesos viejos. ¿Cómo se llegó a esto? Había perdido de vista a Scaeva delante de ellos ahora, pero sabía perfectamente que el Imperator también se dirigiría a las habitaciones de Adonai. Buscando escapar a través del único medio que le quedaba ahora, y dejar este matadero detrás de él. Pero nada de esto tiene sentido. Drusilla había leído la Crónica de Nuncanoche de principio a fin. No había dejado nada al azar. Corvere y sus camaradas deberían haber sido sorprendidos por completo; en ningún lugar el tomo mencionaba que la 450

chica llevaba una carga de barril de sal de arkemista en su carro, o sospechaba algún tipo de trampa. Desde que Drusilla había descubierto su parte en la trama, Adonai y Marielle no habían podido advertir a Mia. Mercurio y Aelio no tenían medios para hablar con ella. ¿Cómo, en nombre de la Madre, Corvere sabía que Drusilla había planeado emboscarla? Si la crónica fuera realmente la historia de su vida, si el tercer libro fuera realmente la historia de su muerte... Drusilla podía escuchar el choque de acero en la distancia ahora; los gladiatii de Corvere encerrados en un baile mortal con los defensores de la montaña. Podía escuchar a Järnheim gritar. Sidonio ladrando órdenes. El corazón de la anciana latía contra sus costillas. Su aliento ardía en su pecho. Aalea estaba soportando su peso, el cabello largo y oscuro pegado al sudor de su piel. Mataarañas se quedaba más y más atrás. Drusilla había perdido de vista a los hombres de Scaeva por completo. Le dolían las rodillas. Sus viejos huesos crujían con cada paso. Era demasiado vieja para esto, se dio cuenta. Demasiado cansada. Todos sus años al servicio de la Madre solo la habían llevado hasta aquí. Líder de una Iglesia que se estaba desmoronando a su alrededor. Amante de un ministerio desgarrado. Todo el complot, toda la matanza, todas las monedas. ¿Y aquí era donde terminaba? ¿Cortada por un monstruo de su propia creación? Llegaron al Salón de las Elegías. La estatua de Niah se eleva sobre ellos. Nombres muertos tallados en el suelo debajo de ellos. Tumbas sin marcar por todas partes. El anillo de acero y los gritos de dolor se acercaban cada vez más. Drusilla se dio cuenta de que Mataarañas las había abandonado en algún lugar allá atrás en la oscuridad. Que ella y Aalea estaban ahora solas. Casi. —Pensé que podrías venir por aquí. Drusilla arrastró a Aalea hasta quedar sin aliento. Mercurio se paró frente a ellas con su túnica oscura, impidiendo su salida del pasillo. Sus ojos

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azules estaban suavizados con lástima. En su mano derecha, sostenía la sierra de hueso de un boticario, bañada en sangre. —Siempre fuiste una criatura de hábito, 'Silla. —Tú... —respiró Drusilla. —Yo, —respondió el viejo. —Pero tu corazón... Mercurio sonrió con tristeza, golpeándose el pecho huesudo. —Soy un buen mentiroso. No tan bueno como tú, me temo. Pero entonces, dudo que alguien lo sea. —Tú hiciste esto, —se dio cuenta Drusilla. Pero Mercurio sacudió lentamente la cabeza. —No puedo tomar mucho crédito. Fue todo idea de Aelio, la verdad sea dicha. La tercera crónica fue idea suya. Solo me contó sus intenciones después de haberlas escrito. El corazón de Drusilla se hundió en su pecho marchito. Aelio aspiró largo y profundo en su cigarillo, con brasas en los ojos y los dedos manchados de tinta. —No jodas a los bibliotecarios, jovencita. Conocemos el poder de las palabras. Sus dedos manchados de tinta... —No puedes encontrar nada en este lugar a menos que se suponga que deba se hallado. Oh Diosa... Oh, madre, ¿cómo pudo haber estado tan ciega? Todo sucedió tal como estaba destinado. Como él lo quiso decir. Ese traicionero hijo de puta... —Déjanos pasar, Mercurio, —siseó la Dama de las Espadas. —Sabes que no puedo hacer eso, Silla. 452

Drusilla sacó una de las hojas envenenadas de su manga. —Entonces morirás donde estás parado. El obispo de Tumba de Dioses se mantuvo firme. Miró a Drusilla, con esa sangrienta sierra en la mano, una extraña tristeza en sus ojos mientras miraba por encima de su hombro. —No es de mí de quien debes preocuparte. La Señora de las Hojas apretó los dientes y su corazón latió con fuerza. Pensó en su hija, su hijo, sus nietos. Ojos azules muy abiertos por el miedo. —Por favor, —susurró. Mercurio solo negó con la cabeza. —Lo siento, amor. Detrás de ella, escuchó a Ashlinn Järnheim y ese chico muerto Dweymeri salir al pasillo. Detrás de ellos venía el gladiatii de Corvere: Sidonio con su acero encendido, un Cantahojas sin aliento detrás de él. El cuarteto estaba salpicado de carmesí, las hojas goteando con la sangre de los fieles de la Iglesia. Todo ello, finalmente y completamente deshecho. El viejo levantó la vista hacia la Diosa que estaba sobre ellos y suspiró. —No estoy seguro de lo que ella te hará, 'Silla, —dijo—. No estoy seguro de que le quede mucho más. Pero si yo fuera tú, estaría dejando esa hoja envenenada y preparándome para suplicar piedad a Mia ahora mismo. Drusilla miró a Aalea. A Järnheim y las otras espadas ensangrentadas a su espalda. Al anciano delante de ella y a la Diosa sobre ella y a la Iglesia que se derrumbaba a su alrededor. El coro cantó su himno fantasmal en la oscuridad de los vitrales. La anciana lanzó un suspiro. —Bien jugado, amor, —dijo. Y agachándose lentamente, colocó su espada en el suelo. —No tengas miedo, muchacho. El viejo carnicero te protegerá. Jonnen se sentó en los escalones del establo, con la barbilla en las rodillas y las cenizas en la piel.

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Carnicero se paró sobre él, con los ojos en la puerta oeste. Naev estaba en la escalera este, con la espada en las manos. Los escalones estaban manchados de sangre y esparcidos por los cuerpos. El humo se elevaba de las pacas carbonizadas de alimento, los cadáveres de camellos tostados. Salvo por el coro fantasmal, todo en el establo era humo y silencio. El niño podía escuchar los sonidos de la batalla dentro de la Montaña, pero ahora se estaban desvaneciendo. Los defensores de la Iglesia habían caído en la trampa de Mia y habían sido derrotados por completo. Sabía que en algún lugar arriba, su hermana ahora acechaba la oscuridad como un sabueso. Cortando todo en su camino en busca de su padre. —La batalla se ralentiza, —llamó Naev desde la escalera— La victoria está cerca. —¿La suya o la nuestra? —Preguntó Carnicero. Naev lo consideró por un momento, su cabeza se inclinó. Su sonrisa estaba oculta detrás de su velo, pero el niño aún podía oírla en su voz. —La nuestra, —dijo. Eclipse cabalgaba una vez más a la sombra de Jonnen y, por lo tanto, el niño no podía tener miedo. Pero aún así, le dolía el pecho al pensar en lo que podría estar sucediendo en el vientre de la Montaña. En verdad, a pesar de todas sus habilidades, no creía que Mia lo lograría. Su padre había superado todos los obstáculos. A cada enemigo. Se mantuvo triunfante en un juego donde perder era morir, y todos los que se habían opuesto a él yacían podridos en sus tumbas. A los ojos de Jonnen, Julio Scaeva siempre había parecido inmortal. Había sido un hombre duro, sin duda. Nunca cruel, no. Pero pesado como el hierro. Despiadado como el mar. Lento con los elogios, rápido con la reprimenda, transformando a su hijo en un hombre que podría gobernar un imperio. Porque su padre siempre lo había dejado claro: a pesar de su parentesco, el trono sería algo que Jonnen debía ganar. El chico había estudiado mucho. Buscando siempre impresionarlo. El afecto de su madre siempre fue inquebrantable, pero fue el deseo de los elogios de su padre lo que impulsó a Jonnen hacia adelante. Buscando solo

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enorgullecer al hombre. Al ver en Julio Scaeva, senador del pueblo, cónsul, Imperator, el hombre en el que él quería convertirse. Hasta que conoció a Mia. Una hermana que nunca conoció. Nunca me habían hablado de eso. Al principio, la había considerado una mentirosa. Una serpiente y una ladrona. Pero Julio Scaeva no había criado a un tonto, y todas las ilusiones del mundo no podían ocultar la verdad de lo que su hermana le había dicho. La oscuridad dentro de ellos cantaba el uno al otro. Su vínculo en las sombras era imposible de negar. Eran parientes, sin duda. Y ella, la hija de su padre. En los últimos giros, incluso había comenzado a pensar en sí mismo no como Lucio, sino como Jonnen. Pero extrañaba a su familia. Se sintió perdido y solo. Eclipse lo hizo más fácil, pero no fue fácil. Se sentía muy pequeño en un mundo que de repente se había vuelto muy grande. —¿Cómo se llamaba tu hijo, carnicero? —Se oyó preguntar. El hombre grande lo miró con el ceño fruncido en su rostro maltratado —. ¿Eh? —Le dijiste a Mia que una vez tuviste un hijo, —dijo Jonnen— ¿Cual era su nombre? El ex gladiatii volvió la vista hacia la escalera. Apretando su agarre sobre su espada. La mandíbula se apretó. El niño escuchó un susurro en su sombra. —... JONNEN, PUEDE QUE CARNICERO NO QUIERA HABLAR DE ESAS COSAS... El chico apretó los labios. El liisiano era un matón, un patán mal educado, un cerdo. Pero tenía un corazón dorado y siempre había sido amable. A pesar de todo, Jonnen se dio cuenta de que no le gustaba la idea de herir los sentimientos del hombre. —Lo siento, carnicero, —dijo en voz baja. —Iacomo, —murmuró el hombre—. Se llamaba Iacomo. ¿Por qué lo preguntas? —

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— Tú... —Jonnen se lamió los labios, buscando las palabras. — ¿Alguna vez le mentiste a él? —A veces, —suspiró el hombre. —¿Por qué harías eso? Carnicero pasó la mano sobre su pelo negro. Los sonidos de la batalla en el piso de arriba estaban casi silenciados ahora. Le tomó un tiempo responder. —Ser padre no es algo fácil, —dijo finalmente—. Necesitamos enseñar a nuestros hijos las verdades del mundo para que puedan sobrevivir. Pero algunas verdades te cambian de una manera que no se puede deshacer. Y ningún padre realmente quiere que su hijo cambie. —¿Entonces nos mienten? —A veces. —Carnicero se encogió de hombros—. Creemos que si nos esforzamos lo suficiente, de alguna manera podemos mantenerlos en el camino correcto. Puros y perfectos. Por siempre. —Así que también se mienten a ustedes mismos. El gran Liisiano sonrió y se arrodilló junto al niño. Extendiendo su mano callosa de la espada, revolvió el cabello del niño cariñosamente. —Me recuerdas a mi Iacomo, —sonrió—. Eres una pequeña mierda inteligente. —Si fuera inteligente, no estaría en este enredo. Me siento inútil. Impotente. Naev observó en silencio desde arriba cómo el Liisiano sacaba una daga de su cintura y se la entregaba al niño con la empuñadura primero. Jonnen la tomó, sintió el peso, vio la luz del sol bailar en su borde. Eclipse se unió a su lado, observando con sus ojos que no miraban cómo el chico giraba la hoja de un lado a otro. —¿Te sientes indefenso ahora? —Preguntó Carnicero. —Un poco menos, —respondió Jonnen—. Pero no soy fuerte como tú. —No tengas miedo, muchacho. ¿La sangre que tienes en las venas? Carnicero se echó a reír y sacudió la cabeza. 456

—Eres lo suficientemente fuerte para los dos. Mia revoloteó por los pasillos oscuros, con sombras a su espalda. Había llegado al Salón de las Elegías y encontró a Mercurio de pie en la puerta, con una sangrienta sierra de hueso en su agarre. Drusilla y Aalea estaban a la mano; la Señora de las Hojas de pie con los hombros caídos, los ojos oscuros de la Shahiid de las Máscaras abiertos por el miedo. Canta y Sidonio estaban observando a la pareja, a una palabra de asesinato. Mia se encontró con los ojos de su mentor por un breve momento, lo vio sonreír. Pero no tenía tiempo para hablar. En cambio, ella siguió corriendo. Llegó a las escaleras que conducían a las habitaciones de Adonai y al escape de Scaeva. Tric y Ashlinn ya estaban corriendo hacia abajo, Ash un poco por delante. Pero saltando entre las sombras, Mia se movía aún más rápido. Podía escuchar a los guardias de su padre ahora, con pesadas botas resonando en los escalones de piedra, con pánico en sus voces mientras se alentaban mutuamente. Con un golpe en la parte trasera revestida de cuero de Ash al pasar, Mia pasó por delante de Tric y bajó la sinuosa escalera delante de ellos y más profundo en la oscuridad las sombras a su espalda y en su cabello el negro dándole alas volando más rápido de lo que Los guardias de Scaeva podrían correr alcanzando al más lento de ellos y cortándolo en un instante, el oscuro agarre al que estaba a su lado y lo desgarró. Mirando hacia el futuro, vio

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una toga púrpura entre ellos, su corazón latía más rápido. El resto de los guardias se volvieron, diez restantes, las cuchillas destellando, los ojos brillantes. Ella se interpuso entre ellos, cortándolos, sombra negra y plateada rápida. Pero incluso mientras bailaba, su espada de hueso de tumba escribiendo poemas rojos en el aire, se dio cuenta Ella se dio cuenta… Algo esta mal. Ella no podía sentirlo. La enfermedad familiar. Esa hambre eterna. La presencia de otro Tenebro arrastrándose sobre su piel. Con el corazón encogido, vio que la toga morada que había vislumbrado simplemente había sido colgada de uno de los hombros de su guardia, otro engaño de un maestro, bastante fácil de creer en esta penumbra. Mia se preguntó por un momento si Scaeva podría estar encogido en algún lugar en las sombras. Pero incluso si él estuviera escondido debajo de un manto de oscuridad cercano, ella todavía lo sentiría, segura de poder sentir el miedo arrastrándose lentamente en su vientre. Diosa, él no está AQUÍ. La desesperación brotaba en su pecho, la rabia por haber sido engañada, retirando los labios de sus dientes. Ella gruñó y apuñaló, se balanceó y pisó, cortando a sus hombres en la nada, deslizando los pisos y las paredes. De pie al final, con el pecho agitado, mechones de cabello negro como la tinta pegados a su piel, la espada goteando en su mano. Buscando en la oscuridad con ojos entrecerrados y ardientes. Ella pisó, parpadeando por el pasillo retorcido en el calor palpitante hasta que finalmente llegó a las habitaciones de Adonai. Mientras se lanzaba por la puerta, vio al orador arrodillado a la cabeza de su charco de sangre, gruesas cadenas de hierro negro envueltas alrededor de sus muñecas y tobillos. Runas carmesí brillaban en las paredes, la luz era baja y estaba manchada de sangre. Los ojos de Adonai estaban cerrados y respiraba lentamente, pero cuando ella entró, él levantó la mirada, posando sus iris rosados sobre los de ella. —Hola, pequeña Tenebro. 458

—¿Scaeva? —Jadeó ella. El orador frunció el ceño confundido. Luego, lentamente sacudió la cabeza. Mierda. ¿Podría haberse escondido en la penumbra mientras sus guardias la guiaban en esta feliz persecución? ¿Podría saber algún truco de la oscuridad? ¿Podría haber escapado ya? ¿Podría haber dado la vuelta? Oh Diosa... Mia volvió a mirar por el pasillo por el que había venido. Una certeza aterradora convirtiendo su vientre en hielo. —Jonnen. Jonnen frunció el ceño cuando su estómago se revolvió. Miró por las escaleras. Primero a la puerta occidental, más allá de la forma inminente de Carnicero. Luego, hacia la escalera oriental, donde Naev estaba parado junto a la barandilla, con la espada levantada en manos firmes. El corazón de Jonnen latía más rápido. De repente podía sentirlo, ese hambre extraña y nunca saciada. Esa sensación de una pieza faltante dentro de él. En busca de otro igual. —¿Mia? —Preguntó esperanzado. Naev se volvió al oír su voz, con una ceja levantada—. ¿Ella ha regresado? —Yo no... La mujer se tambaleó de lado en la escalera, gruñendo de sorpresa cuando algo pesado chocó con ella. No había señales de lo que la había golpeado, pero aun así se estrelló contra la barandilla, jadeando, agitando los brazos mientras luchaba por mantener el equilibrio. Algo la golpeó de nuevo, con fuerza en el pecho, golpeándola contra la balaustrada. La mujer gritó, los ojos bien abiertos. —¡Naev! —Gritó Jonnen.

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Fue golpeada por tercera vez, un brutal golpe en la cara. Nariz ensangrentada, Naev se inclinó hacia atrás, los dedos agarrándose a la nada mientras perdía el equilibrio. Y con un gemido, la mujer cayó al vacío. Sus brazos giraron, las túnicas ondeaban sobre ella, el velo se retiró de su cara aterrorizada mientras caía a cuarenta pies en el establo de abajo, golpeando el piso de piedra con un crujido. —Por el abismo y la maldita sangre, —Carnicero respiró. Eclipse gruñó a su lado, con los pelos de punta. —... CARNICERO, CUIDADO...! El gladiatii levantó su espada, retrocediendo en una posición defensiva. —Que esta…. Una hoja brilló, brillante y reluciente a la luz cada vez menor. La garganta de Carnicero se abrió de par en par. El gran hombre se tambaleó, con la mano en el cuello para contener la sangre, entrecerrando los ojos ante la vaga y turbia forma que ahora se encontraba en los escalones frente a él. El gladiatii se lanzó con una maldición burbujeante, su gladius se movió rápidamente. Jonnen escuchó un grito irregular, vio que las sombras temblaban, su padre apareció en las escaleras. Un cincel sangriento estaba tallado en el antebrazo del Imperator, su toga púrpura abandonada, la sangre salpicaba las túnicas blancas debajo. Susurro se enroscó alrededor de su garganta, la serpiente de sombra arremetió contra la cara de Carnicero. El gran hombre atacó por puro instinto, cortando el cuello de la serpiente mientras retrocedía. Pero la criatura era tan insustancial como el humo, el acero no cortaba nada en absoluto. Preciosos segundos y energía desperdiciada en el ataque. Carnicero hizo gárgaras, con la mano, la garganta y el pecho empapados de sangre. Cayó sobre una rodilla, con los dientes rojos al descubierto en un gruñido. Jonnen vio a su padre retirarse unos pasos por las escaleras, con la daga ensangrentada preparada. El estómago del niño se revolvió, sus ojos se llenaron de lágrimas cuando vio al gran gladiatii ponerse de pie nuevamente. —C-corre, muchacho, —exclamó Carnicero. Eclipse se interpuso entre el niño y su padre, gruñendo. 460

—... JONNEN, CORRE... El chico bajó las escaleras arrastrando los pies. Un paso. Entonces dos. Carnicero dio un paso inestable hacia adelante e hizo un torpe giro hacia el Imperator. Pero la sangre huía del cuerpo del hombre grande en las inundaciones ahora, charlando sobre él, toda su fuerza y habilidad para nada. Su padre evitó fácilmente el ataque, retrocediendo nuevamente cuando el Liisian tropezó y cayó. —¡Carnicero! —Gritó Jonnen con lágrimas en los ojos. —Iac-como... —gorjeó el hombre grande—. C-Co... Eclipse miró por encima de su hombro, con los colmillos al descubierto en un gruñido. —… CORRE…! El daimón saltó sobre el cuerpo caído de Carnicero, con la boca abierta. Susurro siseó y golpeó, colmillos negros hundiéndose en el cuello del lobo. Las sombras cayeron en una reyerta que cayó, gruñendo y silbando, rodando por las escaleras. Eclipse gruñó y chasqueó, Susurro escupió y mordió, salpicando negro en las paredes y rociando como sangre. Jonnen dio otro paso atrás, casi resbalando en la sangre de Carnicero. Las lágrimas corrían por sus mejillas. El horror volviendo su interior resbaladizo y frío. —Hijo mío. Los pasajeros continuaron peleando, pero el niño simplemente se congeló. Mirando a su padre en las escaleras sobre él. Salpicado de carmesí. Un laurel dorado sobre su frente. Imperator de toda la República. Alto, orgulloso y fuerte. Alguna vez poseyó la voluntad de hacer lo que otros no harían. Carnicero yacía muerto en la piedra delante de él, Naev salpicada en el piso de abajo, solo dos cuerpos más añadidos a la pila. —Padre… El Imperator de Itreya levantó una mano roja, haciendo señas. —Ven a mí, hijo mío. Jonnen miró sus sombras en la pared. Su padre se estaba acercando a él, ambas manos abiertas y acogedoras. Jonnen vio moverse su propia 461

sombra, extendiéndose hacia su padre y atrapándolo en un abrazo feroz. El niño mismo se quedó quieto. La daga que Carnicero le había regalado se aferró a sus manos. Pero sus ojos volvieron a Eclipse y Susurro, que seguían peleándose en las escaleras. Rocíos de sangre negra, colmillos descubiertos, silbidos y gruñidos. —¡Susurro, para! —Exigió el chico. —... JONNEN, CORRE...! —Eclipse gruñó. Jonnen vio que los ojos de su padre se estrechaban. El miedo se elevaba en el vientre del niño y le corría por las venas. El Imperator levantó su otra mano, apretando los dedos. Las sombras se movieron, agudizándose en puntos, golpeando al lobo y perforando su piel. —¡No! —Gritó el niño. Eclipse aulló de dolor, roció más sangre de las sombras. Scaeva cortó el aire con la mano y envió al daimón a volar contra la pared. Susurro golpeó, dientes raspados hundiéndose nuevamente en la garganta de Eclipse. Espirales negras envueltas alrededor del cuerpo del lobosombra, apretando, aplastando, colmillos hundiéndose una y otra vez. —... ¿Te arrepientes de tu insulto ahora, perrito...? —... J-JONNEN... —... ¿Todavía me tienes miedo...? —¡Padre, haz que se detenga! —Gritó el niño. El niño podía sentir las lágrimas ardiendo en sus ojos. Ver cómo Eclipse se debilitaba en medio de la lucha. Las espirales de Susurro se apretaban cada vez más, los colmillos se hundían cada vez más profundamente. Eclipse gimió de dolor, golpeando, rodando y mordiendo. ¿La sangre que tienes en tus venas? Eres lo suficientemente fuerte para los dos. Jonnen levantó sus manos, sus dedos se curvaron en garras mientras usaba sus dones, agarrando el cuello de la serpiente en un agarre invisible. Golpeó a Susurro contra la pared cuando la serpiente se sacudió y silbó, azotando la cola, la lengua parpadeando.

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—¡Lucio! —Espetó su padre—. ¡Suéltala! El niño se quedó quieto. Congelado. Esa voz que había conocido desde antes de poder hablar. La autoridad que había obedecido desde antes de poder caminar. El padre que admiraba, que buscaba enorgullecer, deseando toda su vida crecer como él. Su hermana lo había acogido. Le mostró su mundo. Eclipse había vivido a su sombra durante meses. Mantuvo su miedo a raya. El daimón lo había amado, tan ferozmente como ella había amado a otro niño, tan perdido y asustado como él. —... CASIO... —gimió ella. Pero este era el hombre que había criado a Jonnen. Quién lo había conocido por años, no meses. El hombre al que temía, amaba y emulaba. El sol brillando en su cielo. —¡Lucio, dije que la liberes! —Llegó el grito. Y así, aunque lo desgarró hasta el corazón, aunque las lágrimas le quemaron las mejillas, Jonnen miró a Eclipse. La sombra que conocía casi tan bien como la suya. El pasajero que había llevado a través de la tormenta y el mar. El lobo que lo amaba. —Yo... —sollozó, mirando el cuchillo en la mano—. Yo no... —¡Lucio Atticus Scaeva, soy tu padre! ¡Obedeceme! Y podrías odiarlo por eso, caballero. Puedes pensar que es un miserable débil y tierno. Pero, en verdad, Jonnen Corvere era solo un niño de nueve años. Y Padre era solo otro nombre para Dios en su mente. —Lo... lo siento, —respiró Jonnen. Y lentamente, muy lentamente, él bajó la mano. Libre una vez más, Susurro golpeó. Eclipse cayó, aullando cuando los colmillos negros se hundieron profundamente en su piel. Una y otra vez. Con lágrimas en los ojos, Jonnen escuchó gritos, más allá del borde de la audición. Esa hambre creciendo dentro de él. Susurro se retorció y suspiró, 463

las espirales de la serpiente se agitaron y apretaron alrededor del cuerpo del lobosombra. Y mientras Jonnen miraba horrorizado, Eclipse comenzó a desvanecerse. Cada vez más débil. Pálido Más claro. —... J-JONNEN... El lobo disminuyó lentamente. —... C-CASIO... Hasta que solo quedó la serpiente. Suficientemente oscuro para dos. —Lucio. Los sollozos burbujearon en la garganta del niño. El horror y la pena en su pecho, amenazando con estrangularlo. Todo su mundo estaba quemado y borroso por sus lágrimas mientras miraba la mano extendida de su padre. Manchada de sangre. Salpicada de negro. —Es hora de irse a casa, hijo. Sus pequeños hombros se hundieron. El peso de todo es demasiado. Jugó a ser hombre, pero en realidad, todavía era solo un niño. Perdido y cansado y, sin el lobo en su sombra, ahora desesperadamente asustado. Susurro se deslizó por el espacio entre ellos, hacia el oscuro charco a sus pies. Comiendo el miedo, tal como había comido el lobo. En silencio, Jonnen dejó caer la daga que Carnicero le había dado. —Imperator. Jonnen miró hacia las escaleras orientales al oír la voz. A través de sus lágrimas, vio a una alta mujer Dweymeri, sin aliento y sudada. Estaba vestida de verde esmeralda, los labios y los ojos pintados de negro. Llevaba oro alrededor de las muñecas y la garganta, pero se estaba quitando los adornos, arrojándolos a los establos de abajo. —Shahiid Mataarañas, —dijo su padre—. Estás viva.

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—Suenas sorprendido, Imperator, —respondió la mujer, quitándose otro brazalete—. Si tienes la intención de abandonar este lugar, deberíamos viajar juntos. —La Iglesia Roja me ha fallado, Mataarañas, —dijo el Imperator—. ¿Por qué en nombre de tu Diosa Negra te traería conmigo? —Pensé que tal vez te traería conmigo, —respondió ella con una sonrisa oscura. —Y no he fallado nada. Juré venganza contra Mia Corvere, y ahora tengo mi venganza. Entonces, si tienes la intención de vernos a salvo en las cámaras del orador, te contaré la historia de cómo he matado a tu hija por ti. Los ojos de su padre se entrecerraron. Su cabeza inclinada. Sopesando todo en su mente. Su rebaño de asesinos estaba casi destruido, la sangrienta venganza de su hija contra la Iglesia Roja estaba casi completa. Y, sin embargo, aunque el Ministerio había fallado, el Imperator de Itreya no era alguien que dejara a un lado un martillo perfectamente bueno simplemente porque había doblado un solo clavo. Un asesino del que podría hacer uso, pero permaneció entre los fieles de Niah. Y así, casi imperceptiblemente, asintió. La mujer Dweymeri descendió, se quitó las últimas joyas y ocupó su lugar al lado de su padre. Las sombras a su alrededor se oscurecieron, la voz de su padre aún más oscura. —Ven aquí, hijo mío. El chico se encontró con la mirada del hombre. Ojos oscuros y profundos como los suyos. El sol brillando en su cielo. El dios en sus ojos. —Sí, padre, —dijo Jonnen. Y lentamente, sin miedo, el niño tomó la mano de su padre. Adonai esperó en silencio. Las cadenas alrededor de su cintura y tobillos le hicieron doloroso arrodillarse, por lo que se sentó a la cabeza del charco de sangre. Esperando 465

que la pequeña Tenebro regresara y lo liberase. El orador podía oler sangre fresca en el aire, sentir que fluía sin control en los niveles superiores: el asalto de la joven Mia obviamente iba bien. Tenía los ojos cerrados y respiraba lentamente, buscando la calma. En los giros desde que Drusilla se enteró de su traición, había encontrado muy poca, la verdad sea dicha. Cuando la Señora de las Hojas envió emisarios a sus aposentos y le informó que la conspiración de Aelio y Mercurio había sido descubierta, se sintió consternado. Pero cuando le dijeron que habían encarcelado a su hermana, que la mantendrían en cautiverio para asegurar su cooperación hasta que Mia Corvere estuviera muerta, Adonai se había consumido por la ira. Los emisarios que Drusilla había enviado se habían ahogado en su piscina. Los dos siguientes, que llevaban una de las orejas cortadas de Marielle en un cojín de terciopelo, habían sido despedazados con lanzas de vito. Fue solo después de un giro de furia impotente que el orador se dio cuenta de que no tenía más remedio que obedecer. Drusilla estaba reteniendo a la única persona en el mundo que realmente amaba. Ella tenía la única arma que realmente podía usar para lastimarlo. Mientras Marielle estuviera bajo su custodia, Adonai estaba esclavizado. Así que les había permitido ponerle los grilletes. Había traído al Imperator a la Montaña como se le había ordenado, y a las Hojas que Drusilla había llamado para matar a Mia Corvere. Jugó al manso, al asustado. Esperando que la Señora de las Hojas pudiera ser lo suficientemente tonta como para entregarse a sus garras para regodearse o aguijonearse. Pero ella nunca lo hizo. Y ahora, Adonai esperaba. Una imagen de perfecta y fingida calma. Un nudo apretado de ira carmesí dentro. Palmas presionadas sobre sus rodillas, piernas cruzadas, solo el líquido rubí en la piscina frente a él para traicionar su agitación. Mia había llegado a su habitación, sin aliento y ensangrentada, solo para descubrir que su padre la había burlado y había vuelto a la montaña. Ella había corrido hacia los pasillos laberínticos en su persecución, sus camaradas pisándole los talones, lamentablemente

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olvidando tomarse el tiempo para liberar a Adonai de sus cadenas antes de partir. Más bien cruel, pensó, pero tarde o temprano, ella debía... —Orador Adonai abrió los ojos. Su vientre era una mezcla de emoción y furia. —Imperator, —siseó. Scaeva salió de las sombras delante de él, con el pecho agitado. Una serpiente hecha de sombras estaba enrollada alrededor de su cuello, su brazo herido atado con una tela ensangrentada. Un niño estaba a su lado, teñido de miedo, presumiblemente el hijo del Imperator. Mataarañas también estaba allí, el oro que generalmente brillaba en su garganta y muñecas notablemente ausentes. Pero Adonai estaba mucho más preocupado por la mujer hundida en los brazos del Shahiid. Hermana amada, hermana mía... Marielle estaba drogada sin sentido, los párpados caídos, las manos atadas. Mataarañas sostenía un pequeño cuchillo dorado contra la garganta de su hermana. Adonai entrecerró los ojos carmesí. La sangre en el estanque cobró vida, largos látigos se desenrollaron de la superficie y se elevaron como serpientes, puntiagudos como lanzas, acercándose a Scaeva y su mocoso y a la Shahiid de las Verdades. Pero Mataarañas apretó su agarre negro sobre Marielle, presionando su daga en el cuello de su hermana. —Creo que no, Orador, —dijo. —Tu hija te está buscando, Julio, —dijo Adonai, mirando a Scaeva—. Ella estuvo aquí hace un momento. Si te tomaras otro momento para recuperar el aliento, estoy seguro de que volverá pronto. ¿A menos que planees pasar el resto del giro jugando a las escondidas con ella en esta oscuridad? —Tránsito, —dijo el Imperator, ignorando su púa—. De vuelta a Tumba de Dioses. Ahora. — La semilla que plantaron, ha llegado a florecer. Regada con tu odio y ahora floreció abundante y roja. —Una pálida sonrisa torció los labios del orador. —Por eso evité tener hijas. 467

—Suficiente, —gruñó Mataarañas—. Envíanos a Tumba de Dioses. Adonai volvió sus ojos a la mujer. —Tonto, debes pensar que soy, Shahiid, para enviar a mi Amada hermana contigo a la Tumba. —Rechazarnos de nuevo y entregaré a Marielle a la suya. —Entonces morirás. —Y tu Amada hermana se unirá a nosotros, Orador. Justo delante de tus ojos. Adonai miró la daga presionada contra el cuello de su hermana, sus labios se curvaron en burla. —¿Crees que tu espada es lo suficientemente afilada como para tomar la sangre de personas como yo, pequeña araña? —Las arañas más pequeñas tienen la picadura más oscura, Adonai, — respondió la Shahiid. Adonai entrecerró los ojos, notando que la daga que pinchaba la piel de su hermana estaba ligeramente descolorida. Una pequeña gota de sangre de Marielle brotó en la punta, rubí brillante. —Ya mi veneno llega al corazón de tu Amada hermana, —dijo Mataarañas—. Y solo yo conozco la cura. Mátanos y la matas a ella también. El Shahiid sonrió, sus labios negros y curvados. Ella lo tenía en jaque mate, y ambos sabían. Atrapada en la montaña, la hija de Scaeva atraparía a la Shahiid de las Verdades y al Imperator eventualmente, sin importar cuántas veces cambiaran de un lado a otro en la oscuridad. Sus dolorosas muertes pronto llegarían. La verdad era que la pareja no tenía nada que perder, y Adonai sabía que Mataarañas era lo suficientemente cruel y vengativa como para matar a Marielle antes de morir ella solo para molestarlo. En verdad, siempre le había gustado eso de ella. Y así, con los ojos aún fijos en los de su hermana, el orador saludó a la piscina, su voz tranquila como agua estancada. —Entren y sean bienvenidos. —... Ten cuidado, Julio...—, siseó la sombra-serpiente.

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La mirada de Scaeva se fijó firmemente en la de Adonai, su voz fría y dura. —Sin trucos, Orador, —advirtió—. O tu hermana muere, lo juro. Te creo, Imperator. De lo contrario, tú y lo que eres ya estarían muertos. — Entra en la piscina, Lucio. El chico miró hacia la sangre, obviamente asustado. Y aun así parecía más temeroso de su padre, agachándose junto a la piscina y deslizándose hacia el rojo. Scaeva lo siguió más despacio, reuniendose junto a su hijo. Mataarañas arrojó su daga envenenada por la puerta, nada que no hubiera conocido el toque de la vida podría viajar a través de sus piscinas, y el daño ya estaba hecho. La Shahiid de las Verdades bajó a la sangre, sosteniendo a una desmayada Marielle en sus brazos. —Si nunca tuve una razón para trabajar por tu ruina antes, la tengo ahora, —dijo Adonai, mirándolos a ambos—. Claro y cierto. —Basta de hablar, cretino, —dijo Scaeva—. Obedece. A Adonai le hubiera encantado mucho ahogarlo entonces. Barrerlo en una marea de rojo ondulante. Pero el hijo de Scaeva estaba allí en el carmesí al lado de su padre, y si Mia podía perdonar a Adonai por negarle su venganza contra Scaeva al matarlo, seguramente no lo perdonaría por ahogar a su hermano en el proceso. La mirada de Adonai se dirigió a su hermana —¿Marielle? —llamó. Su hermana se movió pero no respondió. —Siempre iré tras de ti, —prometió. Mataarañas apretó su agarre, frunciendo el ceño a Adonai. —Mi veneno funciona rápido, Orador, —advirtió. Así que finalmente, con los ojos en blanco, Adonai pronunció las palabras por lo bajo. El calor de la habitación se hizo más profundo, el olor a cobre y hierro se agitó en el aire. Escuchó al niño jadear cuando la sangre comenzó a arremolinarse, chapoteando alrededor del borde de la piscina, 469

cada vez más rápido cuando los susurros del orador se convirtieron en una canción suave y suplicante, sus labios se curvaron en una sonrisa extática, sus dedos hormigueando con magik En el último momento, abrió los ojos carmesí. Miró fijamente a los de Scaeva. —Te veré sufrir por esto, Julio. Y con un sorbo hueco, desaparecieron en la inundación.

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CAPÍTULO 33 FUENTE Mia se sentó en las escaleras ensangrentadas, con la cabeza entre las manos ensangrentadas. Ella casi lo había logrado. Casi había funcionado. Casi. El ministerio estaba muerto o derrotado. Las mejores Hojas restantes de la Iglesia habían sido sacrificadas. El Monte Apacible, el hogar del culto más cruel de asesinos que la República había conocido, ahora estaba en sus manos. Pero se había escapado en el caos. Más resbaladizo que el sombraserpiente que le rodeaba el cuello, el estaba más en casa entre las sombras de lo que ella le había dado crédito. Scaeva se había dado la vuelta, luego se había vuelto a girar nuevamente mientras Mia y los demás se movían en el laberinto de pasillos, túneles y huecos de las escaleras buscándolo. No sólo reclamó su premio, sino que se deslizó en las cámaras del orador con Mataarañas a su lado. Había cortado la garganta de Carnicero. Empujó a Naev hacia su muerte. Diosa, Mia no lo había creído posible, pero de alguna manera él había asesinado a Eclipse; lo sabía, lo había sentido, como una lanza de agonía negra en el pecho mientras tropezaba en la penumbra. Y para agravar el dolor, la herida abierta que había tallado en su corazón aún latiendo, le había robado a su hijo. Se había llevado a Jonnen. —Bastardo. Ella susurró a la oscuridad, las lágrimas rodaban por sus mejillas. —Ese maldito bastardo... —Lo recuperaremos, Mia, —dijo Ashlinn—. Lo prometo. La chica se sentó junto a Mia en las escaleras del establo, con la mano manchada de sangre descansando sobre su muslo. Sidonio se arrodilló junto 471

al cuerpo de Carnicero, cerró los ojos de Liisiano y lo acomodó en una especie de reposo. Cantahojas se paró cerca, rezando suavemente, salpicado con la sangre de los defensores de la Montaña. Tric todavía estaba arriba con Mercurio en el Salón de las Elegías, sus ojos vigilantes sobre Aalea y Drusilla. Jonnen... Mia negó con la cabeza. Sintiendo el miedo hinchándose en su pecho y buscando un pasajero, solo para encontrarse vacía. Don Majo desterrado. Eclipse destruido. Su poder sin ellos no disminuía, pero por primera vez desde que tenía diez años, se enfrentaba a una soledad sin fin a la vista. Y a pesar de la chica a su lado, los aliados a su alrededor que habían luchado, sangrado y muerto por ella, ese pensamiento la aterrorizó más que cualquier cosa que pudiera recordar. Y así, como siempre, buscó a su amigo más viejo y querido. La rabia. Miró a Carnicero, muerto en las escaleras, y sintió que la chispa comenzaba a arder. Miró a Naev, tendida en el suelo ensangrentado, y sintió que se encendía. Pensó en Eclipse, ahora solo un recuerdo, y sintió que estallaba en llamas. Inmolando su miedo y arrastrándola sobre alas de humo y brasas, ardiendo en sus pulmones mientras apretaba los dientes y se ponía de pie. Su mente pasando de su padre a otra persona. Esa que la había lastimado casi tanto como él. Esa que no había escapado. —Drusilla, —escupió. —Diosa, ayúdame, —respiró Drusilla. El Salón de las Elegías estaba silencioso como tumbas. Los nombres de los muertos tallados en el suelo debajo de ella. Las tumbas de los fieles caídos en las paredes a su alrededor. Un chico Dweymeri medio muerto estaba a su lado, con dos Espadas en sus manos. Drusilla parpadeó cuando la oscuridad se agitó frente a ella, cuando Aalea se agachó y apretó los dedos. El vientre de la dama se hundió cuando vio una forma oscura salir de la sombra de la estatua de la Madre. Niah se alzaba sobre ellos, tallada en

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granito negro pulido. Grilletes colgando de su vestido. La espada en una mano. Escalas en el otro. ¿Cómo me va a pesar? Se preguntó Drusilla. ¿Qué tan mal será encontradá mi falta? —Mia, —susurró Aalea. —Buenas noches, Mi Donas—, respondió Corvere. Su espada larga estaba cubierta de sangre, ojos color ámbar en la empuñadura tan rojos como la sangre que pintaba su piel. El cabello oscuro enmarcaba su mirada despiadada. Drusilla recordó la primera vez que había visto a la chica, aquí en este mismo salón. Joven y pálida y verde como la hierba. Sus manos temblorosas y su pequeña bolsa de dientes. —Di tu nombre. —Mia Corvere. —¿Juras servir a la Madre de la Noche? ¿Aprenderás la muerte en todos sus colores y la llevarás en su nombre a aquellos que la merecen y a aquellos que no? ¿Te convertirás en Acólita de Niah y en su instrumento terrenal de la oscuridad que mora entre las estrellas? —Lo haré. Este era el pasillo donde había sido ungida. La estatua contra la que había sido encadenada y azotada por su desobediencia. El piso donde había encontrado la verdad de la conspiración de la Iglesia tallada. El corazón de todo. La anciana suspiró suavemente. Diosa, si hubiésemos sabido en qué se iba a convertir... —Es bueno verte de nuevo, pequeño Cuervo, —dijo Mercurio. —Y a ti, Shahiid, —respondió la chica, sus ojos nunca dejaron a la Dama de las Hojas —¿Dónde está Scaeva? —Preguntó el viejo. Los ojos de Mia se estrecharon con furia—. No aquí. Así que el Imperator había huido.

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Corvere había fallado. Aalea dio un paso lento hacia adelante, con las manos en alto, toda melosa y con una hermosa sonrisa roja como la sangre. —Mia, mi amor, deberíamos... La oscuridad arremetió, apuntando como una lanza, afilada como una espada. Cortó a través de la garganta de Aalea, cortando cuidadosamente de oreja a oreja. Los ojos oscuros de la mujer se agrandaron, los labios rojo sangre se abrieron mientras tosía, con la mano en el cuello. Se tambaleó hacia adelante, el rojo rubí se derramó sobre la piel blanca como la leche. Mirando a la estatua de la Madre arriba, pronunció una oración final, las lágrimas brotaban de sus pestañas. Y luego la Shahiid de las Máscaras cayó sobre la piedra ensangrentada, su lengua plateada se silenció para siempre. Drusilla se encontró con la mirada de Mia, vio lo que la esperaba allí. Ella metió la mano en su bata, adrenalina y miedo hormigueando en la punta de sus dedos mientras agarraba la cuchilla que mantenía entre sus senos, el lugar donde el chico Dweymeri había sido demasiado educado para hurgar cuando la registraba por armas. El chico gritó ahora cuando el acero brilló, cuando Drusilla arrojó la daga envenenada, silbando directamente a la garganta de la chica. Corvere levantó la mano con los dedos extendidos. La oscuridad que la rodeaba se desplegó como un capullo en flor, zarcillos de sombras vivas que sujetaron la espada en el aire. La chica bajó la barbilla, una pequeña y feroz sonrisa en sus labios ensangrentados. Con un movimiento de su mano, la oscuridad llevó el cuchillo de vuelta a través de la habitación, dejándolo descansar a los pies de Drusilla. —Demasiado para la Señora de las Hojas, —dijo. —Mia... —comenzó Drusilla, apretando la garganta. —Faltan nombres, —dijo la chica. La anciana parpadeó confundida. —… ¿Qué? Mia hizo un gesto hacia el piso de granito a su alrededor. Una espiral, brillando ahora con la sangre de Aalea, saliendo de la estatua de Niah. Cientos de nombres. Miles. Reyes, senadores, legados, señores. Sacerdotes y azucareras, mendigos y bastardos. Los nombres de todas las vidas 474

tomadas al servicio de la Madre Negra. Cada muerte que la Iglesia Roja había hecho. —Faltan algunos, —repitió Mia. Drusilla sintió un apretón en sus brazos. Fuerte como el hierro. Frío como el hielo. Mirando hacia abajo, vio que las sombras la habían atrapado, cintas negras rodeando sus muñecas, cortando la sangre. La anciana chilló mientras la arrastraban al suelo, la fuerza sobrenatural la golpeó contra la base de la estatua de la Diosa. Su cráneo estaba sonando. Su nariz ensangrentada. Vagamente sintió que las sombras levantaban sus brazos, ataban sus muñecas con las esposas que colgaban de las túnicas de la Diosa. —¡Suéltame! —Pidió Drusilla, luchando—. ¡Déjame ir! La respuesta de Mia fue fría como los vientos de invierno. —Tengo una historia que escuchar, Drusilla, —dijo—. Y no tengo paciencia para tallar esos nombres faltantes en este piso. Pero debería tallar algo para recordarlos, al menos. Drusilla sintió la túnica arrancada de sus hombros. La presión de la piedra fría de la estatua contra su piel desnuda. El terror atravesó su corazón. Miró por encima del hombro y vio lástima en la mirada de Mercurio. La mirada oscura del chico muerto. El cuchillo envenenado que ella había arrojado, se levantó del suelo bajo las frías cintas negras. —No... —la anciana jadeó, tirando de sus ataduras— ¡No! tengo una familia, tengo un... —Esto es por Bryn y Despiertaolas, —dijo Mia. Drusilla gritó cuando sintió que el cuchillo le cortaba la espalda. Diecisiete letras, excavadas con acero envenenado, profundamente en su carne. La sangre se derramaba por su piel, caliente y espesa. Agonía chamuscada entre sus omóplatos. —¡Mercurio! —Gritó ella—. ¡Ayuadame! —Esto es por Naev, Carnicero y Eclipse. Drusilla volvió a llorar, larga y estridente, con la garganta quebrándose mientras se sacudía contra la piedra. Podía sentir la toxina en su espada en el trabajo, abriéndose camino hacia su corazón marchito. Pero encima de 475

eso, todavía podía sentir el dolor candente del cuchillo tallando los nombres de los muertos en su espalda. —Esto es por Alinne y Darío Corvere. Humedad tibia. Agonía arrasada. Profunda como los años. Pero ahora estaba retrocediendo rápidamente. Un golpe sordo, disminuyendo la velocidad junto con su pulso. La Señora de las Hojas se hundió en sus grilletes, sus piernas demasiado débiles para sostenerla por más tiempo. El veneno la arrastraba hacia la bendita negrura. Ella trató de pensar en su hija entonces. En su hijo. Intentó recordar el sonido de la risa de sus nietos mientras jugaban a la luz del sol. Con los ojos en blanco en la cabeza mientras el sueño hacía señas con los brazos abiertos. —Quédate conmigo, Drusilla, —llegó una voz—. Dejé lo peor para el final. Una lanza de dolor ardiente, justo en la base de su columna vertebral. Arrastrándola atrás hacia la odiosa luz por un último detestable momento. Mia estaba parada junto a ella ahora. Un escalofrío negro se derramó desde la oscuridad a su alrededor. Una caricia final adornando su mejilla. —Esto es por mí, —susurró Mia—. El yo que nunca fui. El yo que vivía en paz y se casaba con alguien hermoso y tal vez tenía una hija en sus brazos. El yo que nunca conoció el sabor de la sangre o el olor a veneno o el beso de acero. El yo que mataste, Drusilla. Tan seguro como mataste al resto de ellos. La Señora de las Hojas sintió una punzada de dolor en el corazón podrido. Un susurro, suave y negro como la noche. —Recuérdala, —susurró la chica. Y entonces, no sintió nada en absoluto. El coro había dejado de cantar. Mia no lo había notado al principio. No estaba exactamente segura de cuándo había cesado la canción. Pero al caminar por el vientre de la montaña, con su propio vientre en sus botas, notó cuán mortalmente silenciosas se habían vuelto las cosas. Los acólitos y las manos que se habían rendido a ella habían sido sellados dentro de sus habitaciones, o encerrados en el boticario (Mercurio solo había matado a dos de los 476

boticarios durante su artimaña, aún quedaban suficientes para atender las heridas de los demás). Pero sin voces ni pisadas o el ajetreo y el bullicio tradicional en los pasillos, la montaña estaba en silencio como la muerte. El Athenaeum estaba aún más tranquilo. Las grandes puertas dobles se abrieron con la suave presión de los dedos ensangrentados de Mia. La oscuridad que esperaba más allá, perfumada con pergamino, tinta, cuero y polvo, parecía más acogedora que cualquier otra que hubiera sentido. Ella entró en la biblioteca de los muertos, sus compañeros iban tras ella, la espada larga de hueso de tumba de su padre y la espada de acero negro de Ratonero estaban envainadas en su cintura. Y allí, apoyado en la barandilla del entrepiso al lado de su fiel carro de RETORNOS, se encontraba el cronista de su historia. —Aelio, —dijo Mia. —Ah, —sonrió el viejo espectro—. Una chica con una historia que contar. Iba vestido como siempre: pantalones entallados y un chaleco desaliñado. Sus gafas increíblemente gruesas estaban equilibradas en su nariz aguileña, dos mechones de cabello blanco sobresalían de su cuero cabelludo calvo. Su espalda estaba doblada como la hoja de una hoz, con un cigarillo encendido colgando de su boca. Parecía tener unos mil años. Cosa que podría no estar tan lejos de la verdad. Su sonrisa fue acogedora. Engreída, incluso. Y mientras Sidonio y Cantahojas miraban con asombro el Athenaeum de la Madre Negra, mientras Tric y Ash y Mercurio miraban con ojos curiosos, Aelio levantó la mano detrás de su oreja, sacó su siempre presente cigarrillo de repuesto, lo encendió por su cuenta y se lo ofreció a Mia La chica tomó el cigarro, se lo colocó en los labios y lo arrastró profundamente. —Tienes algunas malditas explicaciones que dar, —dijo, exhalando humo. —¿Cómo están Adonai y Marielle? —Preguntó.

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—Adonai está vivo, —respondió Mercurio—. Scaeva llevó a Marielle a Tumba de Dioses—. Aelio asintió, soplando un gran aro de humo en el aire. Mia sopló uno más pequeño, lo envió navegando a través del aro del cronista. Encontrando sus ojos azul pálido con los oscuros de ella. —Estoy esperando, —dijo. —En pocas palabras, sabía que cargarías aquí a medias, —respondió Aelio—. Pensando que eras lo suficientemente buena como para destripar al Monte Apacible entero tu sola. Di lo que quieras sobre no tener miedo, pero solo hay una fina línea entre valentía e idiotez. Y esos pasajeros tuyos tienden a llevarte más cerca de esto último que de lo primero. —Antes, tal vez, —murmuró Mia—. Ya no más. —Sí. —El cronista exhalo una onda de humo—. Lamento tu pérdida. La voz de Mia era dura como el hierro. La sangre y las lágrimas ya se habían secado en sus mejillas. —¿Qué estabas diciendo? El cronista se encogió de hombros—. Dada la forma en que ibas a explotar aquí, necesitábamos una manera de igualar la balanza. Poner a Drusilla a la defensiva, y suficientes hojas en el tajo para que pudieras destripar lo que quedaba de la Iglesia de un solo golpe. Pensé que eventualmente, la vieja perra vendría a hurgar en la biblioteca. Encontrar las dos primeras partes de la crónica. Especialmente con Mercurio pasando todo su tiempo libre aquí abajo. Aelio dio unas palmaditas en el carrito DEVOLUCIONES, con los tres libros encima. Uno tenía páginas ribeteadas en rojo sangre, un cuervo grabado en la portada. El segundo estaba bordeado de azul, grabado con un lobo. El último, recortado en negro y blanco salpicado, con un gato adornando el frente. Entonces pensó en el Don Majo. El corazón le dolía en el pecho. Deseando tener alguna forma de traerlo de vuelta, deseando poder deshacer lo que había...

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—Así que dejé que Drusilla encontrara los libros, —dijo Aelio—. Las dos primeras partes narran la historia de tu vida. Y en las semanas en que la Señora de las Hojas hizo que sus lacayos rastrearan en la oscuridad aquí abajo pora la tercera parte... bueno, la escribí. El cronista aspiró profundamente su cigarillo y exhaló una columna de humo. —Tuve que inventar algunas cosas, por supuesto. Pero entre otras cosas, describí tu “plan” para ingresar al Monte Apacible. Después de que los lacayos de Drusilla lo “encontraran”, todo lo que tenía que hacer era que Adonai le advirtiera a través de Naev de la forma en que realmente debía acercarse a la Iglesia y dejarse llevar por la fiesta de bienvenida de Drusilla. —Entrecerró los ojos mientras daba otra calada al cigarrillo—. Buen golpe lo de la sal de arkemista, por cierto. No hubiera pensado en eso. —¿Y eso es todo? —Preguntó Mia. —¿Es todo? —Se burló Aelio—. Jovencita, ese plan fue tan astuto que podrías haberlo pintado de naranja y soltarlo en un gallinero sangriento. —Mis amigos están muertos, —dijo—. Mi hermano fue robado por mi padre bastardo. —Y tú, querida, eres la Dama de las Espadas. ¿Quién va a refutar tu reclamo ahora? ¿Con el Ministerio y sus hojas más afiladas muertas a tu mano? La Iglesia Roja está destrozada. Tu némesis huyó de regreso a Tumba de Dioses, lamiendo sus heridas y sacando la mierda de sus pantalones. Lo que significa que eres libre de perseguir el destino que has estado evitando como la peste desde que te puse en este camino hace tres putos años. Mia miró a Tric. Esos ojos negros, ardiendo con un millón de pequeñas estrellas. —El diario de Cleo, —murmuró. —Chica inteligente, —asintió el cronista. —Lo sabías, —dijo, entrecerrando los ojos mientras expulsaba el humo —. El asesinato de la Luna a manos del sol. Los fragmentos del alma de Anais. La sangre negra debajo de Tumba de Dioses. Tenebros. Todo ello.

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Elio se encogió de hombros. —Sí. —¿Por qué diablos no me lo dijiste? —Preguntó ella. —¿Qué dije cuando viniste a husmear aquí el año pasado? Mia suspiró, recordando la última vez que los dos habían hablado, aquí en esta misma biblioteca. 'Se aprenden algunas respuestas. Pero los importantes se ganan'. —Tenía que estar seguro de ti, —dijo Aelio—. Tenía que saber de qué estabas hecha. Casio no lo tenía. El otro Tenebro con que me encontré a lo largo de los años nunca se acercó. Pero tenemos que hacerlo bien esta vez, Mia. Porque antes ya se había intentado unir los fragmentos de Anais, y fue tan desastroso que este mundo estuvo casi consignado a una eternidad de luz solar. —Cleo, —dijo Mia—. Sí. Cleo. Mia miró a Ashlinn. El miedo que sentía en su pecho se reflejaba en los ojos de su chica. Ash podía sentirlo, tan seguro como Mia podía; los engranajes del mekkenismo de un plan de incontables años, tal vez siglos en desarrollo, girando a su alrededor. Por un momento, ella quiso correr. Tomar la mano de Ash y darle la espalda a toda esta sangre y oscuridad. Esconderse lo más profundo que pudiesen y buscar cualquier felicidad que encontrasen. —¿Quién era ella? —Se oyó preguntar. —¿Cleo? —Aelio se encogió de hombros—. Solo una chica. Como cualquier otra en la recién descubierta ciudad de Tumba de Dioses. Salvo por la astilla del alma de Anais que encontró su camino en su corazón. Casada demasiado joven con un hombre brutal, lo mató al año en que comenzó a sangrar. La cosa era que su marido también tenía un fragmento de Anais dentro de él. Los Tenebros eran más numerosos en esos giros, ya ves, las piezas de Anais todavía estaban dispersas por toda la República. Aelio sopló otro anillo de humo e hizo una pausa antes de volver a hablar—. Una vez que Cleo mató a su pareja, Niah sacó toda la fuerza que pudo por sí misma y llegó a Cleo en un sueño. Le dijo a la chica que era su 'Elegida'. Que ella restablecería el equilibrio entre la noche y el día. Como era en el principio, como debía ser. Y entonces Cleo se dispuso a encontrar 480

más Tenebros. Matandolos. Consumiendo su esencia y reclamando sus daimóns y creciendo cada vez más en sus poderes. Y en su locura. —¿Estaba loca? —Ella ciertamente enloqueció al final, —suspiró Aelio—. Dejando a un lado el complejo mesiánico que le habían inculcado por un minuto. La simple verdad es que no puedes vivir una vida que ponga fin a la vida de los demás y esperar escapar de ella sin cambios. Cuando alimentas a las Fauces con un alma... —También le das de comer un pedazo de ti mismo. —Y pronto, no queda nada, —murmuró Ashlinn, mirando a Tric. El cronista asintió, exhalando gris con aroma a fresa. —Cleo vagó por la Ciudad de los Puentes y los Huesos, luego por la República en general. Atraída por otros Tenebros y consumiendo a cualquiera que encontrara. Instada por Niah, acumulando un fragmento cada vez mayor del alma de Anais dentro de ella. El problema era que había algo más creciendo en ella también. —El bebé que mencionó en su diario, —dijo Mia. —Sí, —dijo Aelio—. Y embarazada, empapada en asesinatos, finalmente viajó hacia el este a través de los desechos de Ashkahi. Buscando la Corona de la Luna, donde el fragmento más brillante y potente del alma de Anais la esperaba. Ella dio a luz, justo allí en la Corona. Sola, salvo por sus pasajeros, trajo a un niño pateando y gritando al mundo. Agachada sobre roca desnuda y ensangrentada. Cortó su cordón con sus propios dientes. Tal voluntad. ¡Qué coraje! Aelio sacudió la cabeza y suspiró. —Pero cuando supo la verdad, su coraje y voluntad le fallaron. El Athenaeum estaba mortalmente quieto. Mia juró que podía escuchar los latidos de su propio corazón. —No entiendo, —dijo. —La Madre Oscura quería que Cleo ayudara a resucitar a su hijo muerto, —dijo Aelio—. Pero allí, en la Corona de la Luna, sosteniendo a su propio hijo recién nacido contra su pecho, Cleo entendió la verdad de lo que 481

significaría resucitar a Anais de la muerte. Ella entendió que el cuerpo que albergaba el alma de la Luna debía perecer en su renacimiento. Que quien le diera vida a Anais debía renunciar a la suya para lograrlo. —Para que la Luna viva... —Cleo tenía que morir. Pero ahora tenía un hijo, ¿ves? El niño que había traído al mundo con sus propias manos. Y ella no era más que una joven. Con toda su vida por delante. Se sentía como una tonta, no como un mesías. Se sintió traicionada en lugar de elegida. Y entonces ella se negó. Maldito el nombre de Niah. Allí, en la Corona, ella eligió quedarse. Y allí permanece ella quieta. Retorcida por la locura. Sostenida por los fragmentos de Anais, que ella había reunido para sí misma y negándose a dejar que otro los reclamara. —Trelene, ten piedad, —susurró Cantahojas. —Maldito bastardo, —escupió Ash. Mia se volvió hacia su chica y la vio mirando a Tric. —Lo sabías, ¿no? —Dijo Ash, fulminando con la mirada al chico—. Sabías esta mierda. A dónde la llevaría. ¡Cuánto le costaría! —NO SABÍA EL CUENTO COMPLETO, —dijo Tric—. NO LO SABÍA —¡Una mierda! —Escupió Ash—. Lo has sabido todo este jodido tiempo. —Ash, para, —dijo Mia. —No, no voy a parar!— Ash gritó, incrédula. ¡No puedes darle vida a la Luna sin renunciar a la tuya, Mia! ¿Eso es lo que este viejo imbécil ha planeado durante los últimos tres años? —Miró a Aelio y luego empujó a Tric en su pecho—. Y esta rata bastarda te ha estado empujando directamente hacia tu propia tumba. —NO ME TOQUES DE NUEVO, ASHLINN, —dijo Tric—. TE LO ADVIERTO. —¿Me lo adviertes? —Se burló Ash—. Recordemos lo que pasó la última vez que...

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—¡Muy bien, paren! —Espetó Mia—. ¡Los dos, ya es suficiente! El silencio resonó por la biblioteca. En algún lugar en la oscuridad, un ratón de biblioteca rugió. Mia miró a Aelio de arriba abajo, los engranajes giraban en su cabeza, una y otra vez. Un espectro, atrapado para siempre en este Athenaeum. El cronista de la Madre Oscura, un alma sin hogar, retenido por la eternidad en la Iglesia de la Dama del Bendito Asesinato. Ayudando a Mia en su camino. Un diario maltratado aquí. Un consejo allí. —No cuentan historias sobre discípulos de la Iglesia Roja, Cronista, —había dicho Mia—. No hay canciones cantadas para nosotros. No hay baladas ni poemas. La gente vive y muere en las sombras, aquí. —Bueno, tal vez aquí no es donde se supone que debes estar. —Eres él, ¿no? Mia se asomó a esos ojos azul pálido, dándose cuenta lentamente. —Eres el bebé que trajo al mundo, —dijo—. Eres el hijo de Cleo. El cronista sonrió—. No eres solo una cara bonita y una actitud de mierda, ¿verdad? Ella miró a su alrededor, desconcertada. —Entonces, ¿qué coño estás haciendo aquí? —Padres e hijas. Madres e hijos. —El cronista se encogió de hombros —. Estás más familiarizada con las complejidades de la familia que la mayoría. Mi madre me crió, allí en la corona. Las sombras eran mis únicos compañeros. Podría haber vivido toda mi vida allí, sin conocer otra alma. Pero a medida que crecía, Niah comenzó a hablarme. —Sucedió en la Veroscuridad principalmente. Ella comenzó a enviarme sueños. Susurros mientras dormía. Ella me habló de la traición de su esposo. El asesinato de su hijo. Y a lo largo de los años, ella me convenció de que todos tenemos un propósito en esta vida, y que el de mi madre era devolver el equilibrio a los cielos. La Luna estaba dentro de mi madre cuando me dio a luz, y eso me convirtió en el nieto de la noche, al menos en mis ojos. Así que intenté convencer a mi madre del egoísmo en lo que había hecho. Que Aa se había equivocado cuando castigó a su novia, mató a su hijo. Que los cielos merecían algún tipo de armonía, y Niah, 483

algún tipo de justicia. Pero los años de soledad solo habían agravado el delirio de mi madre. No había razones válidas para ella. —Y así, después de años... me fui. Buscando otra forma, la Noche podría recuperar su lugar legítimo en el cielo. La adoración a la Madre Negra había sido prohibida en los años posteriores a su destierro. Pero pensé que si podía revivir la fe en Niah, el poder que ella obtendría de nuestra devoción podría ser suficiente para romper los lazos de su prisión sola. Y muy lentamente, minuciosamente, fundé una iglesia en su nombre. —Fuiste la primera Espada, —se dio cuenta Mia. Elio se encogió de hombros—. Comenzó con algo muy pequeño. Pero realmente creíamos en aquel entonces. No hubo asesinatos, ni ofrendas, nada de eso. Operamos desde una pequeña capilla en la costa norte de Ashkah. Las leyendas de la noche y la Luna grabadas en las paredes. —El templo al que nos envió el Duomo, —respiró Ash—. El lugar donde encontré el mapa—. —Sí, —dijo Aelio—. Nuestro primer altar, tallado en piedra con nuestras propias manos. —Piedra roja, —dijo Ash. —Iglesia Roja—, murmuró Mia. —Todo iba bien, —dijo Aelio—. La fe se estaba construyendo. La gente todavía quería creer en la Madre de la Noche, a pesar de las mentiras que la iglesia de Aa había comenzado a contar sobre ella. Después de quizás una década de devoción, cuando cayó la verososcuridad y la Madre estaba más cerca de la tierra, ella era lo suficientemente fuerte como para llevarnos a esta Montaña. Un lugar donde las paredes entre la noche y el día eran más delgadas. Y aquí, realmente comenzamos a florecer. Pero hay un dicho sobre todas las cosas buenas... Aelio aspiró profundamente su cigarillo y expulsó humo. —Hubo aquellos entre el rebaño que teían una visión distinta a la mía, ya ves. Quienes no adoraban a Niah en su apariencia de Madre de la Noche, sino como Nuestra Señora del Bendito Asesinato. Vieron una nueva forma

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de dirigir la Iglesia. Una forma que podría convertir nuestra devoción en muchas monedas y nuestra piedad en un medio para el poder terrenal. Elio se encogió de hombros. —Y me asesinaron. Mia parpadeó. —¿Fuiste asesinado por tus propios seguidores? —Sí. —El viejo asintió con la cabeza, torciendo la cara—. Bastardos. —Diosa... —respiró Mia. —Todo se fue a la mierda después de eso. La Iglesia que había comenzado se convirtió en un culto de asesinos. Se hizo infame y poderosa, pero la incipiente fuerza de Niah se desvaneció cuando la podredumbre se instaló. Aa se hizo más fuerte cuando su fe se extendió a raíz de los ejércitos conquistadores del Gran Unificador. Las divinidades son así, ya ves, en realidad solo tienen el poder que les otorgamos. La Madre Negra había gastado gran parte de su fuerza haciendo este lugar, y le quedaba muy poca. Y a medida que la Iglesia se volvía más sobre el asesinato y las ganancias, menos sobre la verdadera devoción, se debilitaba cada vez más. —Para cuando reunió la fuerza suficiente para traerme de vuelta a esta... vida, siglos habían pasado. La Iglesia se había convertido en algo completamente diferente. Pero todavía había una astilla en las sombras. Un pequeño fragmento de verdadera creencia que podría usar para jugar un juego de décadas. Hacer algunos movimientos con algunos peones en cada verososcuridad, solo una vez cada tres años. Buscando otro elegido. Buscando al que podría triunfar donde Cleo falló. Hasta que finalmente... finalmente... El cronista se encontró con los ojos de Mia. —Aqui esta ella. —No soy la salvadora de nadie, —dijo—. No soy una heroína. —Oh, mierda, —escupió Aelio—. Sabes exactamente lo que eres. Mira las cosas que has hecho. Las cosas que haces Has estado dando forma al mundo con cada respiración durante los últimos tres años, y no me digas que no sentiste que fue por algo más que venganza. —Aelio señaló las dos primeras Crónicas de Nuncanoche en su pequeño carrito—. Los he leído. 485

De principio a fin. Más veces de las que puedo contar. Eres más que una simple asesina. Si le abres los brazos, eres la chica que puede enderezar el puto cielo. Aelio sacudió la cabeza, fulminando con la mirada. —Pero no podemos darnos el lujo de joder esto de nuevo. Queda muy poco de Anais, y cada parte de él perdido nos lleva un paso más cerca de la ruina. La pieza en mí cuando esos bastardos me asesinaron. La pieza en Casio cuando murió en Última Esperanza. Quizás debería haberte ayudado más. Quizás debería habértelo dicho antes. Pero necesitaba saber que tenías la voluntad de ver esto, Mia. Hasta el final. El cronista miró profundamente a los ojos de Mia. —El verdadero final. —Scaeva todavía tiene a mi hermano, —dijo. —Sí, —dijo Aelio—. Y para cuando llegues a Tumba de Dioses, probablemente tendrá un ejército esperándote. Pero si reclamas el poder que te espera en la Corona, una vez que caiga la oscuridad verdadera, podrás recuperar a tu hermano en un latido negro. —Y luego me muero. El cronista inclinó la cabeza y se encogió de hombros. —Todos mueren alguna vez. Muy pocos de nosotros morimos por algo. Tu eres su Elegida, Mia. Esto es lo correcto. Esto es el destino. —¡Esto es una mierda! —Escupió Ashlinn, mirando al cronista. El viejo espectro expulsó el humo. —No tienes idea de lo que estás hablando, chica. —No me llames chica, viejo chirriante, —gruñó Ash—. ¿Qué tan fácil es para ti hablar de lo que es correcto cuando no tienes que sacrificar algo para hacerlo? Aelio frunció el ceño—. ¿No tienes que sacrificarte...? El cronista se enderezó en toda su estatura, la furia ardiendo en los ojos azul pálido. —Ciento veintisiete años, —dijo—. Eso es lo que sacrifiqué. Más de un siglo, pasé pudriéndome en este puto Athenaeum, atado a estas páginas. 486

No vivo. No muerto. Solo existiendo y rezando para que aparezca el indicado. —Se quitó el cigarillo de los labios y lo sostuvo entre ellos—. ¿Sabes cuántas veces pensé en tirar uno de estos en las pilas? ¿Dejar que este lugar se queme y yo junto con él? Quiero dormir, chica. Quiero que esto termine. Pero no, me senté aquí esperando en la oscuridad porque creía. Entiendo que estás enojada con la vida todo lo que quieras. Que intentas proteger tu amor tan fuerte como puedas. Pero no te atrevas a hablarme sobre el maldito sacrificio. Jamas. Mia miró los rostros de sus camaradas. Mercurio parecía afectado, Cantahojas y Sidonio estaban asombrados y asustados. Tric era tan ilegible como la piedra, como los rostros de la piscina bajo el corazón de Tumba de Dioses. Ashlinn estaba simplemente furiosa, ardiendo, mirando a Mia y sacudiendo lentamente la cabeza. —Tengo que pensar, —susurró Mia—. Tengo que pensar en esto… —Los soles están cayendo para descansar, —dijo Aelio, volviendo los ojos a los de ella—. Se acerca Veroscuridad. Niah solo puede dar vida a Anais mientras los ojos de Aa están cerrados, y si perdemos nuestra oportunidad ahora, quién sabe cómo será el imperio en otros dos años y medio. El cronista aplastó la parte de abajo de su cigarillo y asintió. —Así que no pienses demasiado, ¿eh?

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CAPÍTULO 34 LAZOS Cantahojas estaba sentada en el Altar del Cielo, una noche interminable girando sobre su cabeza. La plataforma fue tallada profundamente en el flanco del Monte Apacible, abierta al cielo, razón por la que recibió su nombre. Sobresalía del lado de la montaña, una caída aterradora esperando justo más allá de sus barandas de madera de hierro. Los Susurriales estaban debajo, pero arriba, donde el cielo debería haber ardido con la obstinada luz de los soles que fallaban, Cantahojas solo podía ver la oscuridad. Lleno de un millón de pequeñas estrellas. Los bancos y las mesas a su alrededor, una vez poblados de asesinos y sirvientes de la Madre Negra, estaban vacíos. El Monte Apacible hacía honor a su nombre: el coro que había escuchado cuando asaltaron por primera vez la fortaleza de los asesinos seguía en silencio. Sidonio se sentó frente a ella, examinando el primer volumen de las llamadas Crónicas de Nuncanoche. Lo había tomado prestado de Cantahojas una vez que ella había terminado, pasando páginas y arrancando bocados de un pollo asado que había robado de las despensas de la Iglesia Roja. Cantahojas solo había leído el primero, y ahora estaba a la mitad de la segunda crónica. Pero se había detenido antes de llegar al capítulo veinticuatro. Su batalla con la sedosa. —Por el abismo y la sangre, —murmuró Sidonio, pasando la página con dedos grasientos. —¿Qué parte estás haciendo? —Preguntó Cantahojas. —Ashlinn acaba de apuñalar a Tric. —Ah. —Ella asintió—. Pequeña perra despiadada.

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—Sí, —dijo Sid, volteando el libro y mirando la portada—. Sabes, en realidad no es una mala lectura. Quiero decir, si no te importan las notas al pie y un montón de maldiciones. —Eh. —Cantahojas resopló con desdén y le arrojó un largo rizo salino del hombro—. Se nota que fue escrito por un hombre. —... ¿Cómo es eso? Cantahojas levantó una ceja y miró al gran Itreyano. —¿No pensaste que las escenas de sexo lo delataron? —Realmente pensé que parte de la obscenidad era bastante buena —Oh, vamos, —se burló Cantahojas— ¿'Dolor en los pezones'? ¿'Brote hinchado'? Sidonio parpadeó. —¿Qué tiene de malo el 'brote hinchado'? —No tengo una jodida flor entre mis piernas, Sid. —Bueno, ¿cómo lo llamarías, entonces? Cantahojas se encogió de hombros. ¿El hombrecito en el bote? —¿Por qué demonios nombrarías a una parte de la ropa interior de una mujer como el 'hombrecito'? —¿Algo sobre las apelaciones visuales? —Ella se encogió de hombros otra vez—. Remar es difícil. Es agradable imaginar a un hombre realmente trabajando entre las sábanas para variar. Sid sonrió y sacudió la cabeza—. Eres una puta perra, Canta. Cantahojas se echó a reír—. ¿Acabas de darte cuenta? El gran Itreyano se rió y le llenó la copa de vino. Levantó la suya. —¿Por qué estamos bebiendo? —Preguntó la mujer Dweymeri. —Por carnicero, —declaró Sid—. Un bastardo mal educado, mal hablado, feo, al que estaba orgulloso de llamar hermano. Vivió y murió de pie en un mundo que trató de obligarlo a arrodillarse. Que encuentre a su familia esperándolo junto al Hogar. —Sí, —canta asintió—. Y que seamos lentos para encontrarnos con él. —Me beberé por eso, —dijo Sid, bebiendo su vino. 489

Cantahojas se tomó el suyo también, haciendo una mueca cuando volvió a colocar la taza sobre la mesa. Su brazo de la espada le dolía horriblemente. La cicatriz en su antebrazo era cruel, los tatuajes que adornaban su cuerpo estaban retorcidos y fruncidos sobre la herida. Sidonio fingió no darse cuenta, pero eso solo la molestó más. —Supongo que debería darte gracias, —finalmente gruñó. —¿Para qué? —Murmuró Sid, fingiendo estar leyendo. —Luchando para salir de los establos antes, —dijo Canta—. En el segundo tramo de escaleras cuando ese gran bastardo vino a mí con sus puñales. Me hubiera atrapado si no fuera por ti. —Basura, —dijo Sid—. Te habrías movido. Solo estaba siendo cuidadoso. — Solo estabas salvando mi vida es lo que estabas haciendo. Sid se encogió de hombros, quedando mudo. Canta suspiró y volvió a hacer una mueca mientras estiraba el brazo de su espada. —Nunca se ha curado del todo bien. Desde que esa sedosa me abrió en FuerteBlanco, no tengo la fuerza que una vez tuve. Ni la velocidad. —Ella sacudió la cabeza, balanceando las rastas salinas—. El sufí me llamó Cantahojas cuando mi madre me presentó en Farrow. Solo unos pocos años de edad, y sabían que sería una guerrera. ¿Pero qué canción puede cantar mi espada ahora? Sidonio la despidió con el ceño fruncido—. No temas, todo saldrá bien. —Sabes que no, Sid, —espetó ella—. Sabes que uno es tan bueno como debe ser. Soy una espadachina que no puede balancear una espada. Una carga es lo que soy. Sidonio inclinó la cabeza y la miró con sus brillantes ojos azules. —La mejor guerrera que conozco, es lo que eres. Me has salvado la vida muchas veces. Sigues siendo mi hermana en las arenas, y fuera de ellas, y cuando sigamos a Mia hasta la Corona, no hay otra en esta República que preferiría verla de vuelta a mi lado. —... Crees que ella irá, entonces. 490

—Sé que lo hará. —Sidonio miró hacia la oscuridad sobre sus cabezas —. Y ella también lo sabe. Ella está destinada a algo más que venganza. Siempre lo ha estado. —Parece asustada. —Sí. —Sid suspiró y sacudió la cabeza—. Pero no por mucho. —No puedo ir contigo. Soy tan útil como las bolas de un sacerdote con este brazo, Sid. — Entonces pelea con tu otro brazo, —dijo Sidonio, mirándola a los ojos—. Pelear no se trata solo de acero. Se trata del corazón. Ingenio Tripas. Te mantienes por encima de cualquier persona que conozca en los tres aspectos. Y odio romper tus ilusiones sobre el clero de Itreya, pero fui Luminatii durante seis años, Canta. Los sacerdotes aprovechan mucho más sus bolas de lo que piensas. Canta sonrió y sacudió la cabeza. —Eres un buen hombre, Sidonio. El gran Itreyano se echó a reír—. ¿Acabas de darte cuenta? Cantahojas miró al hombre de arriba abajo. Con cicatrices de batalla y duras como el hierro. Bonitos ojos azules y un encanto juvenil que todas las cicatrices del mundo no podían ocultar. —Sí, —dijo en voz baja—. Creo que lo hice. Cantahojas volvió a llenar sus vinos, con los labios fruncidos en sus pensamientos. —Si Mia sigue el consejo de ese loco bibliotecario y busca a esta maldita Corona de la Luna, sabes que probablemente muramos, ¿no? —Sí, probablemente. —Sidonio se encogió de hombros, levantó su taza. —¿Pero qué puedes hacer? Canta bebió su vino de un solo trago. —Bueno, ya que parece que pronto estaremos muertos... ¿te apetece una lección de remo? —... ¿Lección de remo? Cantahojas levantó una ceja y miró sugestivamente debajo de su cintura. Y recogiendo la copa de vino y la jarra, arrojó sus rastas salinas 491

hacia atrás y se levantó. —¿Vienes? —Preguntó ella. Sidonio parecía haberse dado cuenta por fin. El gran Itreyano dejó su libro a un lado, echó la silla hacia atrás y le regaló una sonrisa malvada. —Las damas primero, —dijo. —Hmm. Ya veremos eso, Ballesta Sid. — Insisto, Mi Dona. E insistió en hacerlo. Mia no estaba pensando. Esperó en sus viejas habitaciones, acomodada en una pila de almohadas y pieles suaves. La suave luz de una lámpara arkímica iluminaba la habitación. El silencio dejado por la ausencia del coro parecía una eternidad. Un fino dedo gris de humo salió del cigarillo en la punta de sus dedos. Era el quinto en una hora, los restos de sus antiguas víctimas amontonadas en un cenicero al lado de su cama. Se colocó el cigarro en los labios, aspirando profundamente, tratando de no pensar en el Athenaeum. La Corona de la Luna. Aelio. Scaeva. Naev. Carnicero. Eclipse. El pobre pequeño Jonnen. No. No, ella no estaba pensando en eso. Estaba acostada en la cama, fumando y esperando a su chica. Mirando la puerta a través de largas pestañas negras. Pero el reloj de arena a su lado había agotado lentamente la hora, y Ashlinn aún no había regresado de la casa de baños. Mia comenzaba a preguntarse si quizás Ash tenía la intención de dormir en sus antiguas habitaciones en el ala de los acólitos. Ella no quería pasar la noche sola. Y entonces la manija de la puerta giró, y su chica entró, y Mia sintió que todo el peso sobre sus hombros se desvanecía, como por arte de magya. El cabello de Ash todavía estaba húmedo por el baño, el rubio oscuro caía sobre sus hombros. Llevaba un trozo de seda negra y un ceño fruncido, solo mirando a Mia cuando entró y cerró la puerta. Sus ojos estaban

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nublados, un tono azul turbulento y perturbado. Pero el corazón de Mia todavía latía un poco más rápido al verla. Observando la luz arkímica jugando en su piel, sombras afiladas y suaves curvas y piernas que llegaban hasta los cielos. —Hola, hermosa, —dijo ella. Mia arrojó a un lado las pieles sin ceremonia. Estaba casi completamente desnuda debajo. Largos y oscuros mechones sobre sus hombros, rodando en ríos negros sobre la piel pálida. El humo del cigarro salió de sus labios. Una cinta hecha de sombras estaba envuelta alrededor de su cintura, un bonito lazo dispuesto para dejar un poco a la imaginación. —¿Te gusta? —Mia sonrió, pasando las yemas de sus dedos sobre el terciopelo negro—. Es lo que llevan todos los mejores donas este año. Ashlinn la miró de arriba abajo. —Parece frío, —dijo. Mia se pasó las manos por los senos, el estómago, cada vez más bajo para presionar entre los muslos. Con la espalda ligeramente arqueada, respiraba un poco más pesada. —No, hace calor, Ash, —murmuró—. Es tan cálido. Mia no quería pensar. Ella quería sentir. Ella quería follar. Solo la promesa de eso le aceleró el pulso. La idea de tirar a Ashlinn sobre las pieles, tomar y ser tomada por giro, de simplemente apagar las ruedas que giraban dentro de su cabeza y silenciar las preguntas y solo... Pero Ashlinn se quedó donde estaba. Flotando junto a la puerta. —Ven aquí, amada, —susurró Mia, abriendo los brazos. —No, —respondió Ash. —Por favor, —suspiró Mia—. Te deseo. Ashlinn solo sacudió la cabeza—. No me deseas. —¿Cómo puedes… —Solo quieres evitar una conversación, Mia.

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Mia miró a su chica a los ojos. Una pequeña chispa de mal genio floreció en su pecho. —¿Y sobre qué deberíamos conversar, Ashlinn? —Oh, no sé, ¿el precio de las vírgenes en Vaan? —Ash sacudió su mano, incrédula—. ¿De qué mierda crees que deberíamos hablar? Me quedé de pie y escuché a ese viejo pinchazo crujiente durante una hora, y a pesar de todas sus bravuconadas y tonterías, ¡su mejor escenario parece ser uno en el que terminas muerta! ¡Aelio quiere que te mates! —Aelio quiere restablecer el equilibrio entre la noche y el día. —¡Porque no fue lo suficientemente bueno como para hacerlo él mismo! —Desde que llegué aquí—, dijo Mia. —Cada paso que he dado. Todo lo que he hecho me señala hacia la Corona de la Luna. —Eso es una mierda y lo sabes. Mia se frotó la ceja dolorida y suspiró. —No sé nada. —No iré contigo si eso es lo que estás pensando, —declaró Ashlinn—. No te daré el mapa, ni te ayudaré a matarte. No puedo. —... Te he visto lo suficientemente desnuda como para tener el mapa memorizado por ahora, Ash. —Las Hijas te maldigan, Mia Corvere, —siseó Ashlinn. Mia suspiró y agarró nuevamente su cigarillo, arrastrando las mantas sobre su piel desnuda—. Sabes, no recuerdo que alguna vez hayan dado clases aquí, pero tienes una habilidad maravillosa para matar el estado de ánimo. —¡Hablo en serio, Mia! —¿Crees que yo no? —Gritó, su temperamento se desató—. ¿Crees que no sé lo que está pasando? ¿Lo que está en juego? ¡He estado sentada aquí durante la última hora tratando de no pensar en el hecho de que no puedo conjurar una sola razón para hacer esto realmente! —¡Entonces no lo hagas! —Gritó Ash—. A la mierda con Aelio. ¡A la mierda la Luna, a la mierda la diosa, ¡Todos a la mierda! ¡Nunca pedimos 494

nada de esto! La Iglesia Roja está destripada, las Espadas de Scaeva se han ido, ¡él huyó de aquí como un perro azotado! Ash irrumpió por la habitación y se sentó en la cama. Agarró la mano de Mia y la miró fijamente a los ojos—. Somos dos de las mejores asesinas que quedan en la República. ¡Digo que nos dirijamos a Tumba de Dioses, le cortamos la garganta a ese bastardo, recuperamos a tu hermano y terminamos! ¿A quién le importa una mierda Anais o el balance o algo de eso? —Hay un pedazo de él dentro de mí, Ash. —Mia dejó escapar un suspiro largo y pesado—. De Anais. Puedo sentirlo En mi corazón. —¿Y qué hay de mí? —Ashlinn puso una mano sobre el pecho de Mia —. ¿No estoy yo allí también? —Por supuesto que sí, —susurró Mia, agarrando sus dedos y apretando. —Te amo, Mia. —Yo también te amo. —No, no lo haces. —Ash negó con la cabeza—. Si lo hicieras, no tendrías tanta prisa por decir adiós. Mia sintió lágrimas en sus ojos. Un océano de lágrimas esperando dentro de ella. —No quiero decir adiós. Ash acarició la marca de esclavos en la mejilla de Mia. La cicatriz en su otra mejilla. —Entonces quédate. Quédate conmigo. — Yo... yo quiero... Ashlinn se lanzó hacia adelante, sus labios se encontraron en un beso desesperado. Mia cerró los ojos, saboreando las lágrimas, deslizando sus brazos alrededor de la cintura de Ashlinn y acercándola. Se besaron como nunca antes, y se abrazaron como si estuvieran ahogándose, dos personas a la deriva en un mundo de fuego y soles y noche y tormentas. Todas las divinidades en contra de ellas, tratando de separarlas.

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Su beso terminó lento, Ashlinn todavía sostenía a Mia cuando sus labios se separaron, como si temiera dejarla ir. Enterró su cara en el cabello de Mia, apretando fuertemente, su voz un murmullo. —Quédate conmigo. Mia cerró los ojos y suspiró. Aferrándose a la querida vida. —No sé qué hacer, —dijo—. No sé cómo hacer esto bien. Sus labios se encontraron de nuevo, esta vez más suaves. En un largo beso, más dulce y lleno de necesidad dolorosa y dichosa. Las yemas de los dedos de Ash acariciaron sus mejillas y se deslizaron por su cabello, y Mia suspiró al sentir la lengua de su chica rozar la suya. Su beso se profundizó cuando las manos de Ashlinn comenzaron a vagar. Bajando por la garganta hasta la clavícula. Rozando sus senos y finalmente a llegó a la cinta alrededor de la cintura de Mia. —Quiero estar contigo para siempre, —susurró Mia. —¿Solo para siempre? —Ash murmuró, descendiendo. Mia sacudió la cabeza y cerró los ojos. —Por los siglos de los siglos. Ella soñó. Era la chica otra vez, bajo un cielo tan gris como el momento entre despertarse y dormir. De pie sobre el agua tan quieta, era como piedra pulida, como vidrio, como hielo bajo sus pies descalzos. Extendiéndose hasta donde podía ver. Su madre caminaba a su lado, sosteniendo su mano y una balanza inclinada. Llevaba guantes de seda negra, largos y brillantes con un brillo secreto, hasta los codos. Su vestido era negro como el pecado, como la noche como la muerte, ensartado con mil millones de pequeños puntos de luz. Brillaban desde adentro, hacia afuera a través de la mortaja de su vestido, como pinchazos en una cortina contra el sol. Ella era hermosa. Terrible. Sus ojos eran tan negros como su vestido, más profundos que los océanos. Su piel era pálida y brillante como las estrellas. Como siempre, tenía la cara de Alinne Corvere. Pero Mia sabía, en ese sueño, sabiendo de alguna manera, que esta no era su verdadera cara. 496

Y como siempre, a través del gris infinito, su padre y sus hermanas los esperaban. Estaba vestido todo de blanco, tan brillante y afilado que lastimó los ojos de Mia al mirarlo. Pero Mia lo veía igual. Él le devolvió la mirada cuando ella y su madre se acercaron, tres ojos fijos en ella, rojo, amarillo y az… —No, —dijo Mia. —No, suficiente de esto. Oyó la voz de Cantahojas dentro de su cabeza. —Deberías probarlo. La próxima vez que duermas. Dale la forma y hazlo como quieras. Es tu sueño, después de todo. Y entonces ella se detuvo. Empujó las imágenes de su padre en su manto de blanco reluciente. Estaba dentro del Monte Apacible, después de todo, el lugar donde el velo entre el mundo real y el Abismo era más delgado. Si deseaba hablar, aprender, saber, esta sería su mejor oportunidad. Y así, la chica apretó sus pequeñas manos en puños. Retorciendo el sueño y haciéndolo suyo. La escena parecía resistirse, la piedra / vidrio / hielo debajo de sus pies se ondulaba como un estanque de molinos. Pero este era su lugar. Su mente. Nunca había dado una pulgada en el mundo real, no en toda su vida. ¿Por qué sería diferente aquí? La imagen de su padre y sus hermanas tembló, luego desapareció por completo. La chica se quedó sola en el vasto vacío con la Madre de la Noche, aquí en la frontera entre el Abismo y el mundo despierto. La Diosa miró a su hija, el negro de sus ojos llenos de un millón de pequeñas estrellas. Y la chica ya no era una chica. Ella era la campeona del Venatus Magni. La reina de los sinvergüenzas. La Señora de las Hojas. La guerra que no puedes ganar. —Está bien, —dijo Mia—. Necesitamos tener una conversación seria. Niah parpadeó. Tan largo como una edad de hielo. —Habla, chica, —dijo finalmente.

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—Escucha, aprecio lo difícil que ha sido para ti manejarlo, —dijo Mia —. Aprecio que quieras salir de tu prisión y que tu hijo vuelva a tu lado. Pero tienes que apreciar que realmente no tengo ganas de morir por eso. La madre inclinó la cabeza, su voz teñida de tristeza. —Tu miedo. La chica negó con la cabeza—. Peor. Mi amor. —¿Negarías lo que eres? —No, —respondió ella—. Esto es lo que soy. No soy una heroína Soy una perra vengativa y egoísta. Y nunca he pretendido lo contrario. Si querías una salvadora, tal vez deberías haber elegido a una chica que cree que vale la pena salvar este mundo. La Madre Oscura se inclinó más cerca, mirándola a los ojos. —Hablemos, entonces, de venganza, pequeña, —dijo, levantando las escamas torcidas entre ellas—. Por celos, por miedo, mi esposo mató a mi hijo mientras dormía. Siempre le obedecí. Solo una vez lo desafié, y solo entonces, por amor a él. Y por ese pecado, me arrojó al Abismo. Mató a la magik en la tierra. Asesinó a la luz en la noche. —Mi padre intentó asesinarme una docena de veces, —la chica se encogió de hombros—. Tal vez tu chico debería haber salido de la cama antes. La Madre parpadeó con sus infinitos ojos negros. Una furia imposible hervía dentro de ellos. Por un momento, la imagen de Alinne Corvere tembló y tembló, como si no pudiera mantener su forma, y por un segundo, Mia vio lo que había más allá. La monstruosidad que había visto en los libros cuando era chica: el horror que el Ministerio de Aa predicaba desde sus púlpitos. Ni la Madre de la noche, ni siquiera Nuestra Señora del Bendito Asesinato. El vacío sin sonido entre las estrellas. El negro sin fin al final de la vida. Las fauces. Tenía tentáculos, ojos, garras y bocas abiertas y babeantes. Ancho como el infinito. Negro como la eternidad. Pero los temblores se calmaron y la oscuridad disminuyó, y la chica volvió a mirar a la cara a su madre. 498

Delgados labios negros. Duros ojos negros. La cara de Alinne Corvere: la mujer que la había regañado cuando era chica, la envió a la cama sin cenar, le dijo que nunca se encogiera, que nunca temiera, que nunca olvidara. —¿Dejarás el mundo en manos del tirano? —Preguntó la Diosa. —No, —respondió la chica—. Voy a matar a un tirano. Y no puedo hacer eso si estoy muerta. La madre frunció el ceño—. No hablo de tu pequeño Imperator. Hablo de la Siempre… —Sé de quién estás hablando. —La chica puso sus manos en sus caderas—. Mira, lo siento. Sé lo horrible que fue lo que Aa te hizo a ti y a tu hijo. ¿Pero no puede tu jodida pequeña familia resolver su propia mierda? Ya tengo suficiente para manejar por mi misma. La forma de la Madre cambió de nuevo, las estrellas en su vestido parpadearon agitadas. —Esto es más importante que tus pequeñas preocupaciones mortales, chica. —Es una pena, entonces, que necesites a estos pequeños mortales para arreglarlo por ti, madre. —Soy una diosa. Antes de la luz, antes de la vida, había oscuridad. Soy el principio y el fin. Soy la primera divinidad. No se me negará. —No quiero faltarle el respeto. Pero no te tengo miedo. Te tomó años y todo el poder que tenías para poner un puto libro en mis manos y comenzar a tocar mis sueños. No puedes amenazarme. Tienes que convencerme. —Este es tu dest… —Ahórrame eso, —dijo la chica, levantando la mano—. No soy una esclava de tu destino. Yo hago mi propio camino. Cometo mis propios errores. Y tal vez este sea uno de ellos. Pero será jodidamente mío. Porque es mi elección. Mi vida. Mi destino. La tristeza y la ira llenaron la voz de su madre. —Eres tan egoísta como Cleo, entonces.

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La chica dio un paso adelante, miró profundamente esos ojos ardientes. —Pensé que estaría sola toda mi vida. Pensé que nunca encontraría un pedazo de felicidad. Bueno, he encontrado uno ahora y quiero conservarlo. Si eso es egoísta, entonces seré egoísta. Porque al menos estaré enamorada. Y jódete por tratar de quitarme eso. La forma de Niah volvió a ondularse, el horror de lo que era parpadeaba debajo de su superficie. El negro de su vestido crecía tan profundo que Mia estaba asustada de que simplemente se cayera y se ahogara. —¿Te atreves a hablarme así? La chica apretó los dientes y se mantuvo firme. —Esa es la diferencia entre yo y la mayoría. Mia se miró los pies. Allí, en el espejo debajo de ella, vio a un niño cortado de la oscuridad. Su piel era negra como la oscuridad verdadera. Lenguas de llamas oscuras ondulaban a lo largo de su cuerpo, la parte superior de su corona, como si fuera una vela encendida. Las alas oscuras se extendieron a su espalda, y en su frente, estaba escrito un solo círculo perfecto. Pálido como la luz de la Luna. Mia volvió a mirar a los ojos de la Diosa. —Lo siento por él, de verdad. Y sé lo que es tener un padre al que odiar. Pero puedo recuperar a mi hermano sin tu ayuda. No te necesito. Entonces necesitas darme una razón para hacer esto. No algunas tonterías sobre el destino o la justicia. Una razón. De lo contrario, puedes resolver tu propio puto matrimonio. La chica giró sobre sus talones. —¿Mientras tanto? Voy a volver a la cama. La noche se quedó quieta como una piedra, mirando a su espalda cuando Mia comenzó a caminar hacia la mañana. Las estrellas en el vestido de la Diosa parpadearon con fuego frío. Su voz era tan profunda y oscura como el vacío. 500

—Se me ocurren algunas razones, chica.

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CAPÍTULO 35 CENIZAS Ash aún podía saborearla. Sal y miel. Hierro y sangre. Con los párpados pesados, se pasó la punta de la lengua por los labios. Saboreándolo. Respirándolo. Suspirándolo. Mirando hacia la oscura extensión de la nada más allá de la barandilla del Altar del Cielo y agradeciendo a cualquier dios o diosa o giro del destino que había traído a esa chica a su vida. Mia. Ella la había dejado durmiendo. Desnuda sobre las pieles. El pelo desparramado sobre su cabeza como un nimbo de fuego negro. Besándola, suave como plumas, Ash se había levantado de la cama y se cubrió con una túnica de seda negra. Cerrando la alcoba detrás de ella, se apartó el largo cabello rubio de la cara y caminó descalza por el pasillo en busca de una bebida. Le dolía la lengua. Tenía la garganta seca. Satisfacer a la campeona del Venatus Magni, la Reina de los Sinvergüenzas y la Señora de las Hojas, era un trabajo sediento. La Iglesia estaba mortalmente silenciosa. El coro fantasmal todavía estaba completamente ausente, y los acólitos y las Manos capturados estaban bajo llave y bajo la atenta mirada de Mercurio. Realmente, sólo unos pocos habían sobrevivido al ataque, y todos habían jurado ante Mia como la líder de la Iglesia. Pero la nueva Señora de las Hojas había insistido en que fueran encerrados de todos modos, al menos por ahora. No podrían ser demasiado cuidadosos. No podría tratar esto como algo más que una victoria menor. Scaeva había escapado de la montaña, Mataarañas junto con él. Jonnen estaba de vuelta en las garras de su padre. La cuestión de la Luna seguía sin resolverse. Esta historia estaba lejos de terminar. Entonces Ash se paró ahora en el Altar del Cielo, mirando por encima de la barandilla hacia el siempre negro más allá. Tomando un momento para respirar. Aelio había dicho que este era un lugar donde las paredes entre el

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mundo y el Abismo eran más delgadas. Que la noche perpetua que ahora giraba sobre su cabeza no era realmente la noche en absoluto. Los bancos y las sillas detrás de ella estaban vacíos. El aire a su alrededor, silencioso y quieto. Tenía una taza de arcilla, una botella de vino dorado fino sacado de la despensa de la cocina: Albari, resultó ser la etiqueta favorita de Mia. Saboreando y llorando el sabor de su chica, disminuyendo su lengua. Mirando a ese Abismo y preguntándose si le devolvía la mirada. Reflexionando sobre cómo sería la noche si la Luna volviera al cielo. Parte de ella todavía temía que Mia pudiera cambiar de opinión. Todavía temerosa de que el cronista la convenciera de la locura de su plan. Pero el resto de Ashlinn Järnheim, la parte de ella que conocía a Mia, confiaba en Mia, adoraba a Mia, lo sabía mejor. La noche sea condenada. Los soles sean condenados. Maldita sea la Luna. Mia Corvere quería vivir. Conmigo. Ash sintió la sonrisa curvar sus labios, hormigueando hasta los dedos de los pies. Pensando en la casa que su padre construyó en TresLagos. Flores en el alféizar de la ventana y un fuego en el hogar. Y una gran cama de plumas. Ashlinn nunca pensó que tendría algo como ahora. Nunca lo soñó. Había nacido hija de un asesino, al igual que su hermano, Osrik, y Torvar Järnheim había criado a su hijo e hija a su imagen. Su infancia fue el robo y la delincuencia y la promesa de una vida de muerte al servicio de Nuestra Señora del Bendito Asesinato. El remordimiento era para los débiles. El arrepentimiento era por cobardes. Recordó el giro que su padre había regresado de su cautiverio en Liis. La ofrenda que puso fin a su mandato como asesino. Las mutilaciones que había sufrido en las Torres de Espinas de Elai lo habían dejado marcado para siempre. Por siempre amargado. Porque a pesar de que Marielle había reparado las heridas que Torvar había sufrido durante su tortura, la tejedora no pudo reemplazar las piezas de él que habían sido cortadas por completo. Su ojo. Su virilidad. Su fe 503

El padre de Ashlinn había perdido más que sus testículos y su creencia en esa oferta. Nunca sonreía como solía hacerlo cuando regresaba. Nunca besó a su madre como solía hacerlo, nunca abrazó a sus hijos como lo había hecho antes, nunca durmió sin despertarse, gritando de sus pesadillas. Algo dentro de Torvar Järnheim se había roto en Liis y nunca había sanado adecuadamente. Y la Iglesia Roja, con todo su poder y toda su piedad, no pudo devolvérselo. Ashlinn los había odiado por eso. Entonces Torvar había vuelto a sus hijos contra la Iglesia, y sus hijos se habían zambullido. El hombre los diseñó para que fueran armas contra el templo que le había dejado en ruinas. Para derribar la casa de la Diosa que le falló. También lo habían planeado bien. Ella y Oz se habían acercado mucho. Mintieron y robaron, asesinaron a Llamarriadas, Carlota, Tric, todo para tener a Lord Casio y al Ministerio en sus garras. Y aunque su fracaso había terminado en la muerte de su hermano a manos de Adonai, en los últimos giros, Ashlinn había visto que todo por lo que había trabajado finalmente se cumpliera. El Ministerio se hizo añicos, y la Iglesia Roja junto con ellos. Torvar Järnheim habría estado orgulloso de su hija. Y si ella tenía algunos asuntos pendientes con Adonai, bueno, eso podría dejarse para otro giro. Porque la verdad es que, por mucho que lo amara, su hermano mayor había sido una especie de imbécil. Y entonces Ashlinn se paró allí en el Altar del Cielo. Mirando hacia el negro más allá de la montaña. La noche que no fue una noche en absoluto. La montaña silenciosa como tumbas a su alrededor, el Ministerio durmiendo en sus tumbas sin marcar. Se quitó la corbata de su cabello, ríos de rubio se derramaron sobre su hombro mientras lo soltaba, deleitándose con la sensación de libertad. Vertiendo otra copa de vino dorado, Ash lo levantó a la oscuridad. —Salud, papá, viejo bastardo miserable. Y saludos, Oz, mocoso pequeño hijo de puta. Bebió profundamente y arrojó su taza vacía al balcón. —Los conseguí para ti. 504

—HOLA, ASHLINN. Su corazón se detuvo en su pecho. Mariposas heladas atravesaron su vientre. Ash mantuvo su rostro como piedra cuando se apartó de la barandilla para encontrarlo detrás de ella. Alto y fuerte. Hermoso como una estatua, forjado por las manos de la Madre Oscura. Su sirviente. Su guia. El rubor de algo cercano a la vida latía ahora bajo su piel, pero sus ojos todavía eran charcos de oscuridad verdadera, atravesados por pinchazos de luz de estrellas. Sus rastas salinas se movían como si soplara una brisa. Sus manos eran negras como la muerte. El chico la miró. El silencio entre ellos profundo como siglos. Ash se dio cuenta de que este era el último lugar donde lo había visto con vida. Este aterrizaje, este mismo lugar, era el lugar donde lo había matado. —Como dije antes, es una gran nariz la que tienes ahí, Tricky. Y no puedo dejar que husmees por la entrada esta nuncanoche. —¿Qué haces…? Uj. —Hola, Tricky, —dijo Ash. —¿PROBLEMAS PARA DORMIR? Ella se encogió de hombros. —A veces. —¿CONCIENCIA CULPABLE? Ash sacudió la cabeza, calculando cuántos pasos tomaría para llegar a las escaleras. Su mano iba deslizándose alrededor de la botella de whisky. —Nuestra Mia tiene su apetito. —NUESTRA MIA. —Bueno, —sonrió torcida—. Mi Mia. El niño suspiró y sacudió la cabeza. —TE HACES MÁS PEQUEÑA, ASHLINN. FROTAR MI NARIZ EN ELLA.

INTENTANDO

—No tengo que tratar de frotar nada, Tricky, —respondió Ash—. Sé que puedes olerla en mí. Humo y sudor y esos lugares dulces y secretos. Sé

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que recuerdas cómo fue estar allí. Y sé lo mucho que quieres volver. Esa nariz tuya siempre fue más problemática que valiosa. Tric miró por encima de la barandilla. El lugar donde ella empujó su cadáver después de que lo apuñaló hasta su final. Ash podía sentir la fuerza que irradiaba de él, aquí en esta casa de los muertos, tan cerca de la oscuridad verdadera y del Abismo del que se había arrastrado. Ella lo había visto pelear durante el ataque a la Montaña, el poder oscuro dentro de él completamente y totalmente desatado. Moviéndose más rápido de lo que podía esperar. Más fuerte de lo que podía soñar ser. Cortando a los que se atrevieron a enfrentarlo como una guadaña al trigo, como si fuera una extensión de la propia Dama del Bendito Asesinato. Ella sintió frío. Sintió lo que el frío en el aire le estaba haciendo a su cuerpo, consciente ahora de lo delgada que era la bata de seda que llevaba. Ella cruzó un brazo sobre sus senos, su otra mano se apretó alrededor del cuello de la botella. —JUEGAS UN JUEGO PELIGROSO, ASHLINN, —dijo Tric. —Son el único tipo que vale la pena jugar, Tricky. Pero no me vas a matar. Él le sonrió entonces, pero ni una pizca de esa sonrisa llegó a sus ojos. —¿Y POR QUÉ ES ESO? Ashlinn lo miró con ojos azules brillantes. —¿Porque en el fondo? ¿Debajo del asesinato y la mierda? Tienes un buen corazón. Oh, intentas esconderlo. Pero sobre todo haces lo correcto. —Ella sonrió de nuevo, inclinando la cabeza. —Y asesinar a una chica que no usa nada más que su ropa interior no es tu estilo. —EL MUCHACHO DEL QUE HABLAS ESTÁ MUERTO, ASHLINN. Los ojos de Tric se entrecerraron, muy ligeramente. —LO MATASTE. —¿Qué hac..? Uj.

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Ashlinn parpadeó ante la daga en la mano de Tric. La hoja reluciente de plata. Ella sintió el golpe en el pecho. Retrocediendo un paso y gruñendo. La botella de whisky se volcó y se hizo añicos en el suelo. Su mano izquierda cayó sobre su hombro, manteniéndola firme. Su mano derecha sostenía el cuchillo, presionando con fuerza la carne sobre su corazón. Solo fue un golpe con la Empuñadura. Lo suficiente como para dejar un moretón. Nada más. Lo suficiente como para mostrarle que podría haberla matado si hubiera querido. Sus manos eran cálidas y de noche negras sobre su piel, su agarre tan pesado como una conciencia culpable. Sus ojos estaban llenos de ira, lágrimas oscuras brotaban de sus pestañas mientras sus labios se curvaban y su voz goteaba furia. —QUIERO MATARTE, —dijo—. LA DIOSA ME AYUDE, QUIERO HACERLO. QUIERO CORTAR TU MALDITO CORAZÓN EN DOS Y ENVIARTE A LA OSCURIDAD COMO TU LO HICISTE. ERAMOS AMIGOS, TÚ Y YO. CONFIÉ EN TI. Y ME ELIMINASTE, SIN UNA PIZCA DE REMORDIMIENTO O UNA SOLA MALDITA LÁGRIMA. El pulso de Ash era un trueno en sus venas. Boca como cenizas. —PERO NUNCA HARÍA NADA PARA HERIR A MIA. PORQUE LA AMO, ASHLINN. Tric parpadeó y dos lágrimas negras se derramaron por sus pálidas mejillas. —Y ELLA TE AMA. Soltó su agarre. Se alejó. Girando hacia la barandilla, se apoyó sobre ella con los codos, con las manos negras entrelazadas delante de él. Sus rastas salinas cayeron sobre su rostro mientras miraba hacia la oscuridad. Hermoso y roto Por ella. Ash se quedó helada, con las manos en el pecho. Mirándolo, pudo sentirlo brotar dentro de ella. Más allá de los muros que construyó para el mundo, las almenas detrás de las que ella lo escondió. Lo que había intentado matar, pisotear con los talones hasta que no fuese nada, la vida

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que había intentado vivir, todas las lecciones de su padre sonaban huecas en su cabeza. El remordimiento era para los débiles. El arrepentimiento era para los cobardes. Pero eran mentiras, y ella lo sabía. En verdad, ella siempre lo había sabido. Ella sabía lo que le había quitado a este chico. Ella sabía por qué. Extinguiendo todo lo que era y podría haber sido. Ella sabía lo difícil que debía ser para él, regresar a un mundo tan cambiado. Ver a la chica que amaba en los brazos de la chica que lo asesinó. Y aunque tenía todas las razones bajo el cielo para odiarlos, arremeter contra su ira y romper todo a su alrededor, se mantuvo fiel. Leal a su amor. Leal hasta el final. Ese era el tipo de chico que era. Ese era el tipo de chico que ella había matado. —... Lo siento, —susurró. Tric bajó la cabeza. Cerró los ojos. Lágrimas calientes se derramaron por las mejillas de Ashlinn, su labio inferior temblando. El calor de su angustia era como una inundación en su pecho, derramándose sobre sus labios en un sollozo amargo. Su cuerpo estaba agitado cuando las lágrimas la llevaron. Se deslizó sobre sus rodillas entre los vidrios rotos, el charco dorado, los brazos envueltos alrededor de sí misma, las paredes derrumbándose. —T-Tric... l-lo siento. La Iglesia estaba en silencio excepto por sus sollozos. —Desearía poder deshacerlo, —dijo Ash, con la cara torcida—. Desearía que hubiera habido otra forma. Éramos asesinos, Tric. Asesino uno, a-asesinos todos. Hice lo que tenía que hacer. Lo hice por mi familia. Pero desearía... que no hubieses sido tú. Cualquiera menos tú. Y sé que es solo una maldita palabra. Sé lo poco que sig-significa, ahora. Pero… lo siento. Ella sacudió la cabeza y cerró los ojos.

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—Diosa, lo siento mucho. Se abrazó con fuerza, tratando de contener el dolor dentro. Las cosas que había hecho, la persona que era... era difícil creer que alguien pudiera amarla en ese momento. Que podría haber algún punto para esto en absoluto. La euforia de su victoria, tan clara hace un momento, ahora era cenizas amargas en su lengua. Porque cuando alimentas a otro con las Fauces, también alimentas una parte de ti mismo. Y pronto, no queda nada. Débil, oyó susurrar a su padre. Cobarde. Ella sabía que las palabras no eran ciertas. Ella conocía la forma de la mentira. Pero allí de rodillas, se sentía tan real, tan fuerte, que la cortó de todos modos. Sangrarla sobre la piedra debajo. Con qué facilidad un padre puede hacer exitosos a sus hijos, gentiles amigos. Y con qué facilidad pueden arruinarlos. Ash escuchó el ruido de una bota en los vidrios rotos. Sintió una cálida mano en su hombro. Ella abrió los ojos y lo encontró sobre una rodilla delante de ella. Su rostro pálido y hermoso enmarcado por mechones tan negros como el cielo de arriba. Sus ojos eran tan profundos como la noche misma, salpicados de pequeños puntos brillantes. Ella sintió un extraño consuelo en eso, que incluso en toda esa oscuridad y todo ese frío, una luz pálida aún ardía. —ERES UNA JODIDA PERRA, —dijo Tric. Ashlinn parpadeó. —... Y tú eres un jodido sirviente, —se aventuró. Él se rió entonces. Corto y afilado, su hoyuelo arrugaba su mejilla. Ash encontró que su boca se torcía en una pequeña sonrisa, mezclada con amargo dolor, el sabor de sus lágrimas aún en sus labios. Entonces ella también se echó a reír, y la calidez que le trajo al pecho contribuyó de alguna manera a desterrar el frío que los rodeaba. Limpiándose las lágrimas de los ojos y dejando que el dolor se derritiera. Se miraron el uno al otro, de rodillas, a un pie y a mil millas de distancia. Los dos asesinos. Ambas víctimas. Ambos amantes y amados. Quizás no tan distintos después de todo. 509

—La amo, lo sabes—, murmuró Ash. —LO SÉ—, susurró. —No hay nada que no haría para hacerla feliz. —NI YO. —… Lo sé. Ashlinn deslizó sus brazos sobre los hombros de Tric, abrazándolo suavemente. Al principio se tensó, duro como la piedra. Resistiendo con la poca ira que le quedaba. Pero finalmente, muy lentamente, cerró los ojos y ella sintió que su cabeza se hundía suavemente sobre su hombro, sus brazos rodeaban su cintura. Se sintió cálido bajo su toque, no la estatua insensible que apareció, ni dentro ni fuera. Se arrodillaron en el suelo, abrazados, con pedazos rotos a su alrededor y el Abismo abierto sobre ellos. Se quedaron allí por una edad. Todo sobre ellos, silencio. Ashlinn besó la mejilla de Tric, liviana como plumas, gentil en su piel. Y luego se apartó para mirar al niño a los ojos. Podía saborear sus lágrimas en sus labios. Lágrimas negras y el vino dorado y su chica y su pasado y las amargas cenizas entre ellos. —Yo… Cenizas amargas En su lengua Ella hizo una mueca. —Yo… —... ¿ASHLINN? Ella tosió. Una mano a su boca. Un picor seco en la garganta. El sabor del humo en su boca. Ella frunció el ceño y se tocó el cuello. Sintió un dolor en el vientre. Y luego volvió a toser. Sintiendo una humedad pegajosa en la mano. Mirando hacia su palma y viéndola, roja y brillante en su piel. —Oh, Diosa... Y Ashlinn ya no podía saborear a Mia en sus labios. Todo lo que podía saborear era la sangre. —¿ASHLINN? Tric atrapó a la chica en sus brazos mientras ella se marchitaba, tosiendo otro bocado de rojo. Sus ojos estaban muy abiertos, una mano 510

negra sobre su rostro, sacudiéndola. —¡ASHLINN! Miró la botella rota. El vino dorado salpicó el suelo. Inclinándose e inhalando, la certeza temerosa se arraigaba en sus entrañas. Por tonto que fuera, se lo había perdido. Demasiado concentrado en su dolor y su ira como para tomarse un momento para respirarlo. Porque ahora podía olerlo, seguro como podía oler su sangre en sus manos, en sus labios, la muerte que había tragado, bocado por bocado. Siempresombra Insípido. Incoloro. Casi inodoro. Y una de las toxinas más mortales en el arsenal de un asesino. Tric sabía que incluso ahora el veneno se abriría paso hacia el corazón y los pulmones de Ashlinn. Solo queddaban momentos. Si no lo detenia... Diosa... Tomó a la chica en sus brazos. Huyendo del Altar del Cielo, acunando su cabeza mientras él corría, veloz como la luz de las estrellas, fuerte como la noche, las botas golpeando las escaleras retorcidas. Sabía a dónde tenía que ir. Corriendo a través de las oscuras vidrieras, solo pudo apretar los dientes y rezar para que no fuera demasiado tarde. Ashlinn tosió otro bocado de sangre, su rostro retorcido de dolor. —T-Tric... Llegó al rellano, corriendo por el pasillo hacia el Salón de las Verdades. Vio al viejo Mercurio sentado en una mecedora, protegiendo a las manos y acólitos capturados en sus habitaciones, un humo cayendo perezosamente por el rabillo de su boca. El obispo vio a Tric cargando hacia él con la muchacha ensangrentada en sus brazos, con el cigarillo cayendo de sus labios. —Por el abismo y la sangre, —respiró. —¡TRAE A MIA! —Gritó Tric. —Que pa… —¡ TRAE A MIA!

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Cogiendo su bastón, Mercurio echó a correr, haciendo una mueca de dolor. Ashlinn gimió, labios y barbilla manchados de carmesí, tosiendo de nuevo y sosteniendo su estómago. Tric corrió a lo largo de otro corredor, bajando otra escalera en espiral, sosteniendo a Ashlinn apretada contra su pecho, liviana como plumas. Finalmente llegando a un conjunto alto de puertas dobles, las pateó salvajemente, irrumpiendo en el Salón de las Verdades. La guarida de Mataarañas. Las ventanas manchadas filtraron una tenue luz esmeralda en la habitación, la cristalería teñida con todo tipo de verde, del lima al jade oscuro. Un gran banco de madera de hierro dominaba el espacio, forrado con tubos y pipetas, embudos y tubos. Los estantes en las paredes estaban llenos de miles de frascos diferentes, miles de ingredientes dentro. Tric recordó sus lecciones aquí. El veneno enseñado bajo la atenta mirada del Shahiid. Él no era tan hábil en esto como lo era Mia, esa chica nació para envenenar como un pez para el agua. Pero Tric sabía lo básico. La siempresombra era cruel, pero en última instancia una simple toxina. Sus propiedades podían ser neutralizadas por al menos una docena de reactivos: cardo mariano, alcaloa, alga blanca, crema de rosas, pan de hoja, semillas de amapola trituradas, piedra brillante mezclada con amoníaco o una solución de carbón y espino negro. Cualquiera de ellos lo haría. Ash tosió más sangre, gimiendo de agonía. —RESISTE, ASHLINN, ¿ME ESCUCHAS? Rompió los utensilios de vidrio a un lado con un movimiento de su mano y la tendió suavemente sobre el gran banco de madera de hierro. Ash agarró su mano negra con la roja, apretando con fuerza, gimiendo a través de los labios ensangrentados. —Tr... Tric... —ESTOY PREPARANDO EL ANTÍDOTO, ESPERA.— —C-cardo ma-marian…. —¡LO SÉ, LO SÉ! 512

Se volvió hacia los vastos estantes, las hileras sobre hileras de ingredientes: ampollas, frascos y vasos cubiertos con cera verde. Estaban ordenados alfabéticamente, mantenidos en perfecto orden por la triste Shahiid de las Verdades. Corrió hacia la sección C, tomó el cardo mariano con las manos negras. Pero la jarra estaba vacía. —MIERDA... —Tric-c... —¡RESISTE, ASH! El miedo caía dentro de él como una gran cascada negra, su pulso tronaba en sus venas. Corrió a la sección A, buscando el alcalino. Encontró tres viales de vidrio, todos cuidadosamente etiquetados, todos vacíos. Maldiciendo, Tric se volvió al lado de los tubos llenos de amoníaco. Pero esos… ... esos también estaban vacíos. Con el corazón oscuro hundiéndose en su pecho, el niño corrió de estante en estante, tratando de ignorar los gritos de Ashlinn. Endrino. Brightstone Carbón. Amapola Todos ellos, vasos de precipitados, tubos, ollas y urnas, todos vacíos. Estaba arrojando el frasco de crema de rosas impecablemente seco al suelo, el vidrio se rompía cuando las puertas se abrieron de golpe. Mia estaba parada en el umbral con un mechón negro, los ojos brillantes y amplios, el cabello despeinado por el sueño. Ash estaba hecho un ovillo con sangre en los labios. —M... Mia-a... —¿Ashlinn? —¡ESTÁ ENVENENADA! —¿Con qué?— Exigió ella, mirando a Tric. —SIEMPRESOMBRA! ¡QUIZÁS MEDIO DRACMA! —Bueno, ¡consigue el jodido cardo mariano! —Gritó ella, corriendo hacia los estantes y empujándolo a un lado. —¡ESTÁ VACÍO, MIA! —¡Amapola, entonces! O… 513

—¡VACÍO! ¡TODOS ESTÁN VACÍOS! —¡Eso es imposible! —Escupió Mia, buscando en los estantes, se metió hasta los codos en cristalería—. Mataarañas mantenía este lugar en perfecto orden, no hay posibilidad de que ella solo... —O, DIOSA, MIA... Tric sostenía el frasco de alga blanca. El último ingrediente que podría salvar la vida de Ashlinn. A diferencia de todos los demás, este frasco tenía algo dentro. Una forma oscura, gorda y peluda, mirándolo con ojos negros y vacíos. Una despedida vengativa y regocijante de la Shahiid de las Verdades. Una araña. —Oh, no... —Mia respiró. Mataarañas había envenenado el vino dorado Albari en la despensa antes de huir. La Diosa sabía qué más. Un último bocado, una última telaraña, esperando atrapar a un Cuervo con su bebida favorita. El veneno funcionó lo suficientemente lento como para que corrieran a su salón, solo para sufrir una última tortura al descubrir que la Shahiid había quitado todos los antídotos. Esa perra malvada. —M-Mia... —¿Ashlinn? Mia corrió al lado de la chica, la levantó y acunó su cabeza en sus brazos. Ash agarró la mano de Mia, manchada de sangre, con lágrimas en los ojos. —Me duele. —Oh, no, no... Tric retrocedió contra la pared, mirando con horror. Podía ver la angustia en el rostro de Mia mientras buscaba en los estantes a su alrededor. Ojos grandes y llenos de lágrimas, un largo mechón de cabello negro atrapado en la esquina de sus labios temblorosos. El podria ver las ruedas trabajando en su cabeza, la veía reflexionando sobre todo el veneno que

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había dominado. Había demostrado ser la mejor alumna de Mataarañas antes de su traición. Una de las mejores envenenadoras que la Iglesia había producido. Seguramente había algo que podía hacer... —No puedo... —jadeó, con el pecho agitado mientras miraba a los ojos de Ash. Ella sollozó, buscando una vez más alrededor de la habitación cualquier tipo de esperanza. —No hay nada. Ash hizo una mueca de dolor, incluso mientras sonreía. Dientes manchados de rojo. —Esa p-perra m-me atrapó. —No, —dijo Mia—. No, no lo hagas. Ash hizo una mueca y puso una mano ensangrentada en la mejilla de Mia. —Yo... habría matado el cielo por ti... —¡No, no te atrevas a decir tus jodidas despedidas! Ash cerró los ojos y gimió, acurrucándose más fuerte. Mia la apretó contra su pecho como si se estuviera ahogando y solo Ash pudiera salvarla, las lágrimas manchaban el kohl sobre sus ojos y le corrían por las mejillas. Su rostro estaba retorcido en agonía, horrorizado, apretando a su chica y negándose a dejarla ir. —No, —dijo Mia, con la voz quebrada— No, no, ¡NO! La última se levantó como un lamento agonizante. Las sombras comenzaron a retorcerse, Tric observando mientras la oscuridad en la habitación se profundizaba, los frascos en los estantes comenzaron a temblar. Mercurio finalmente llegó al Salón de las Verdades, jadeando y con la cara roja, Sidonio y Cantahojas detrás. Miraron con horror mientras Mia sostenía a Ashlinn y gritaba, gritaba, como si todo su mundo se estuviera acabando. —Mercurio, ¡ayúdame! El viejo miró por la habitación. Vi los viales vacíos. El tarro de la araña.

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—Madre Negra, —susurró. —¡Alguien ayúdeme! El pecho de Mia estaba agitado, la pena sacudía su cuerpo. Abrazó a Ash con más fuerza, con la cara torcida por la rabia impotente, los dientes al descubierto, los dedos curvados en garras. Pero a pesar de todo su poder, todos sus dones, este era un enemigo que no podía superar. Se aferró a Ashlinn por su querida vida, con la cabeza de la chica metida debajo de su barbilla, meciéndose de un lado a otro. —Para siempre, ¿recuerdas? —Suplicó ella—. ¡Para siempre! —Lo... lo siento. —No, no te vayas, —rogó Mia—. ¡Por favor, por favor, no puedo hacer esto sin ti! —Bésame, —logró decir Ash. Un sollozo. —No. Un suspiro. —Por favor. La cara de Mia se arrugó, sus hombros se sacudieron y temblaron, un vacío lamento se derramó sobre sus dientes apretados. Ashlinn presionó una mano temblorosa una vez más contra la mejilla de Mia, manchándola de rojo. —Por favor. ¿Y qué podría hacer Mia al final? ¿Dejarla ir sin decir adiós? Y así, con los ojos cerrados, los labios separados, agonía y pena y una noche interminable arriba, Mia Corvere besó a su amor. Sangre en sus bocas. Lágrimas en sus ojos. Una promesa rota. Una última caricia. Las sombras rodaron, la oscuridad hirvió, cada jarra, urna y ampolla en los estantes se hizo añicos cuando sus labios se encontraron por última vez. Un latido de por vida. Una eternidad vacía.

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Juntos una vez. Y ahora solo. ¿Solo para siempre? Por los siglos de los siglos.

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CAPÍTULO 36 BAUTISMO Jonnen aún podía saborear la sangre. Había pasado un giro completo desde que habían salido de la piscina en la capilla de la Iglesia Roja debajo de la necrópolis de Tumba de Dioses, goteando de color escarlata. Cincuenta de los Luminatii que los esperaban le habían dado a él, a su padre, a la mujer llamada Mataarañas, y a la sorcerii llamada Marielle una escolta apresurada por las bulliciosas calles. La otra media centuria se había quedado atrás para garantizar que ninguno de los camaradas de Mia los persiguiera. Jonnen se había preguntado si habría sido algo bueno o malo. Pero ninguno de ellos vino tras él en absoluto. Una vez de vuelta en sus apartamentos en la primera costilla, Mataarañas se había llevado a la sorcerii, solo Aa sabía dónde. Su padre se había ido a bañar. Jonnen había estado rodeado de esclavos, bien limpio, recortado y vestido con una toga blanca con dobladillo morado. Y finalmente, con más instinto de lo que pensaba que su innoble retirada de la Montaña había justificado, su padre se lo había llevado a su madre. O al menos, la mujer que se hacía llamar su madre. Liviana Scaeva lloró al verlo, abrazándolo tan ferozmente que el niño pensó que sus costillas podrían haberse roto. Ella alabó a Aquel que Todo lo Ve, bendijo el nombre de su padre y lo arrastró cerca con una mano mientras la otra todavía agarraba a su hijo. —Oh, Lucio, —había sollozado—. Mi querido Lucio. Y aunque no había hablado, el niño todavía escuchaba las palabras sonando en su cabeza. Me llamo Jonnen Habían cenado juntos una especie de cena surrealista. Solo los tres, como si no pudiera recordar que lo hicieron toda la vida. La mesa estaba cargada con la mejor comida que el chico había probado en meses. No

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guisos descuidados o gachas frías o carne seca. Nada de comer en alguna cabaña miserable o en una ruina solitaria. Sin cuentos obscenos ni humo de cigarro. En cambio, tenían deliciosos bocadillos y chisporroteantes asados cocinados a la perfección y dulces melosos que se derretían en su boca. Platos de porcelana impecables, y cubiertos de plata, y vasos de cristal Dweymeri. Su madre incluso le dejó tomar un poco de vino. Y todo lo que Jonnen pudo saborear fue la sangre. Pobre carnicero. Pobre Eclipse. Ya echaba de menos al gran Liisiano y su grosera conversación y sus espadas de madera. Extrañaba la compañía de la lobosombra, sus juegos de búsqueda, la valentía que sentía cuando ella cabalgaba a su sombra. Pero había hecho su elección. Lealtad a su padre. Fidelidad a Itreya. Lealtad a la dinastía y al trono al que él ascendería una vez. Había hecho su elección. Y ahora debe vivir con eso. Su madre lo había metido en la cama. Lo había abrazado durante cinco minutos completos, como si temiera volver a dejarlo ir. Había pasado la noche sin dormir, en sus sábanas impecables, mirando al techo y reflexionando sobre lo que había hecho. Y al siguiente giro, su padre había enviado a buscarlo. Jonnen fue escoltado a través de sus apartamentos con un grupo de una docena de Luminatii. Fuertemente armados. Completamente blindados. Vigilantes como halcones de sangre y observando cada sombra. La nueva tensión en el aire lo asustó, la verdad es que se había acostumbrado tanto a que Eclipse se comiera su miedo que había olvidado cómo manejarlo. Mientras esperaba en el pasillo fuera del estudio de su padre, descubrió que le temblaban las manos y las piernas. Honestamente pensó que podría llorar. —Toma cinco centurias de tus mejores legionarios, —Jonnen escuchó la orden de su padre—. El charco de sangre debe ser expoliado con aceite y prendido fuego. Colocar sal de Arkemista en cada pilar y puerta y

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encenderla tan pronto como sus hombres salgan. No quiero ningún hueso o piedra de la capilla de la Iglesia Roja que quede intacta. —Se hará tu voluntad, Imperator, —respondió un hombre. Jonnen escuchó fuertes pasos, y un trío de centuriones de Luminatii salió del estudio de su padre, iban resplandecientes con sus armaduras de hueso de tumba y sus capas de color rojo sangre. Se inclinaron ante él al pasar, y se apresuraron ante la orden de su Imperator. A pesar del fracaso en la montaña, parecía que la maquinaria de toda la República todavía estaba completamente doblada a la voluntad de su padre. Muy pronto, Jonnen volvió a escuchar la voz de su padre. —Entra, hijo mío. Jonnen miró a los Luminatii a su alrededor, pero ninguno de los hombres movió un músculo. Estaba claro que la audiencia del niño con su padre debía ser privada. Y así, con las piernas inestables, Jonnen entró. Su padre estaba sentado en el diván junto a su juego de ajedrez. Estaba vestido con una larga toga púrpura, recién afeitado y bañado, su aspecto, como siempre, impecable. Pero había sombras débiles debajo de sus ojos, como si tal vez también hubiera dormido mal. Su mirada estaba fija en la única pieza sobre el tablero: un solo peón negro. A su lado había un estilete hecho a mano de hueso de la tumba. Jonnen vio un cuervo en la empuñadura con ojos rojos y ámbar. Parecía un hermano pequeño de la espada larga que Mia llevaba. —Padre, —dijo el niño. —Hijo, —respondió su padre, saludando al diván de enfrente. El niño caminó penosamente por el piso del estudio, con el mapa de toda la región de Itreya a sus pies. Itreya y Liis, Vaan y Ashkah, todos ellos ahora bajo el control de su padre. Ya no era una república. Era un reino en todo menos en el nombre. Jonnen se sentó ante su gobernante. —¿Dónde está Mataarañas? —Preguntó, mirando a su alrededor—. ¿Y la sorcerii?

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Su padre rechazó la pregunta, como si estuviera sacudiendo un insecto. —Tuve un sueño la noche anterior, —dijo. El chico parpadeó. No es exactamente lo que esperaba. —... ¿Con qué soñaste, padre? —Con mi madre, —respondió su padre. —Oh, —dijo el niño, sin saber qué más responder. —Estaba vestida de negro, —continuó su padre, sin dejar de mirar la pieza de ajedrez—. Como ella nunca se vistió en la vida. Guantes largos, hasta los codos. Y ella me habló, Lucio. Su voz era débil. Como si hablara desde muy lejos. —¿Qué dijo ella? —Ella dijo que debería hablar contigo. —¿Sobre qué? —Respondió Jonnen. —Mia Corvere. Ah Esto lo esperaba. —Te refieres a mi hermana, —se escuchó decir a sí mismo. Su padre finalmente levantó la vista y Jonnen escuchó un leve silbido cuando Susurro se desplegó desde la sombra del Imperator. La serpiente miró a Jonnen con sus no-ojos, lamiendo el aire con su no-lengua. Parecía más sólida de lo que había sido antes: un negro más profundo, ahora lo suficientemente oscuro para dos. Jonnen todavía podía oír a Eclipse quejándose mientras… —Entonces te lo dijo, —dijo su padre. —Sí, —respondió Jonnen, con la garganta apretada y seca. Su padre se inclinó hacia delante, su mirada ardiendo—. ¿Qué, exactamente, te dijo ella? El chico tragó saliva. Se encontró con los ojos de su padre, pero miró hacia otro lado con la misma rapidez—. Mia dijo que era tu hija.

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Engendrada en Alinne Corvere. Un largo silencio descendió sobre el estudio. Las palmas de Jonnen estaban húmedas de sudor. —¿Y qué más? —Finalmente dijo su padre. —Ella dijo… La voz del chico vaciló. Sacudió la cabeza. —Susurro —dijo su padre. —... No tengas miedo, pequeño... La serpiente-sombra serpenteó hacia adelante, fundiéndose en la sombra de Jonnen. El niño suspiró cuando el demonio se tragó su miedo, bebiendo bocado tras bocado. Dejándolo audaz. Frío como el acero. El niño volvió a encontrar la mirada de su padre, frío, oscuro y duro. Pero esta vez, no miró hacia otro lado. —Ella dijo que también me engendró la Dona Corvere, —dijo Jonnen, con voz firme—. Ella me dijo que mi madre no es mi madre. Su padre se recostó en el diván, mirando a Jonnen con ojos negros y brillantes. —¿Es verdad? —Preguntó el niño. —Es cierto, —respondió su padre. Jonnen sintió que se le revolvía el estómago. Le dolía el pecho. Lo había sabido. En el fondo, sabía que Mia no le habría dicho una mentira como esa. Pero confirmarlo... Los ojos de Jonnen ardieron con lágrimas. Los parpadeó hacia atrás, miserable y avergonzado. —Ella es mi hermana. —Te lo habría dicho, —dijo su padre—. Cuando fueras mayor. No tenía ganas de engañarte, hijo mío. Pero algunas verdades se deben ganar a tiempo. Y algunas verdades son simplemente cuestiones de perspectiva. Aunque no te haya dado a luz, Liviana te ama como a un hijo. No lo dudes ni un momento, Lucio.

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—Ese no es el nombre que me dio mi madre. La voz de su padre se convirtió en hierro—. Es el nombre que te di. El niño inclinó la cabeza. Y lentamente, asintió. —Si padre. El Imperator de todo Itreya recogió el peón negro del tablero de ajedrez, aunque en verdad, los ojos de Jonnen se detuvieron en el estilete. Su padre retorció la pieza en sus dedos, de un lado a otro, dejando que la luz del sol desvaneciéndose brillara sobre el ébano pulido. Labios fruncidos. Silencio persistente. —¿Qué más te dijo? —Finalmente preguntó—. ¿Tu querida hermana? —Muchas cosas, —murmuró el niño. —¿Ella habló de lo que planeaba hacer si su asalto a La montaña era exitosa? Jonnen se encogió de hombros. —Realmente no. Pero puedo adivinar. —Adivina, entonces. —Ella intentará matarte de nuevo. ¿Y eso es todo lo que busca? ¿Mi muerte? —A ella realmente no le gustas, padre. Su padre sonrió y sacudió la cabeza. ¿Y qué hay de sus compañeros? ¿La chica vaaniana? ¿Los esclavos de la arena? ¿El muerto, regresado de la tumba? ¿Qué sabes de ellos? ¿Que quieren ellos? ¿Por qué la siguen? Jonnen se encogió de hombros. —Ashlinn parece amarla. Creo que ella sigue su corazón. —¿Y los gladiatii? —Mia los rescató de la esclavitud. La siguen por amor y lealtad. — ¿Y qué hay del chico muerto? ¿El Dweymeri? Jonnen murmuró por lo bajo. —No puedo oírte, hijo mío, —dijo su padre, con ira callada en su tono.

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—Dije que no la sigue, —respondió Jonnen—. Más bien él trata de guiarla. —¿A dónde? El niño miró la pieza de ajedrez en la mano de su padre. Se sentía así, ahora. Una pequeña pieza en un tablero que era demasiado grande. Su tiempo con Mia ya parecía un sueño. Lo que sentía por ella era un lío enredado dentro de su cabeza: admiración, desprecio, afecto, horror. Quizás incluso amor. Ella era audaz y valiente y el dos veces mayor que él, y él sabía que ella era importante. Que ella tenía un papel que desempeñar. Pero la conocía desde hacía ocho semanas. Había conocido a su padre nueve años. Y algunas lealtades simplemente no mueren en silencio, sin importar lo que digan los libros de cuentos. —La Corona de la Luna, —Jonnen se escuchó susurrar. Su padre parpadeó. Su mirada sorprendida, negra como el carbón. El niño lo saboreó un momento, no era frecuente que encontrara a su padre sorprendido. —Mi madre me dijo ese nombre, —dijo el Imperator—. En mi sueño. Y mi viejo amigo el cardenal Duomo buscó un mapa de ese mismo lugar el año pasado. Él creía que tenía la llave de una magik que destruiría la Iglesia Roja por completo. Y a pesar de los esfuerzos de mi hija, Ashlinn Järnheim lo robó. — Lo hizo. Su padre se inclinó sobre los codos y miró a Jonnen a los ojos. —¿Quién o qué es la Luna, hijo mío? —... No puedo decírtelo, padre. Su padre recogió la daga de hueso de tumba del tablero de ajedrez. Mirando a Jonnen mientras la giraba entre sus dedos. No dijo una palabra. Pero Jonnen podía sentir su ceño fruncido, como el calor de la Veroluz golpeando su piel. Con un silbido malévolo, Susurro se liberó de la sombra del niño, y sin que el pasajero lo consumiera, su miedo regresó. Inundando de frío su vientre y haciendo temblar sus manitas. El miedo a la decepción. A la ira. Al dolor. El temor que solo un niño que haya mirado a los ojos de

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su padre y haya visto lo que podría llegar a ser una noche pueda saber realmente. —No puedo decírtelo. Pero… Jonnen se lamió los labios secos. Buscando su voz. —Puedo mostrarte en su lugar. —... Extraordinario... —Es en eso, —suspiró el Imperator. Se detuvieron muy por debajo de la Ciudad de Puentes y Huesos, frente a una piscina negra y reluciente. El aire era aceitoso y espeso, empapado con el hedor a sangre y hierro. Jonnen había explicado algo de lo que podrían ver a continuación, y simplemente no sería bueno para los soldados de los fieles saber que su Imperator era un oscuro; por ello sus guardias Luminatii se habían quedado en la entrada de las catacumbas. Jonnen, su padre y Susurro habían entrado, bajando escaleras de piedra fría y oscura y se habían adentrado en la oscuridad de la ciudad. La luz de una sola antorcha arkímica en alto en la mano del niño, era todo lo que tenían para ver. Viajaron a través de los túneles retorcidos de la necrópolis, luego al laberinto cambiante de caras y manos más allá. Jonnen los sacó de la memoria, infaliblemente, durante lo que parecieron horas en la penumbra solitaria. Hasta que finalmente, salieron a una cámara vasta y circular. El niño estaba ahora al lado de su padre, mirando sus sombras estirarse ante ellos. Susurro salió de la sombra de su amo, hipnotizado, tal como lo habían estado Don Majo y Eclipse. A su alrededor, los hermosos rostros grabados en las paredes y el piso se movían, tal como lo habían hecho la última vez que Jonnen se paró aquí. El suelo se movió y rodó bajo sus sandalias cuando las manos de piedra se estiraron hacia ellos, labios de piedra susurrando súplicas silenciosas. Jonnen entendió a quién pertenecían estas caras ahora. Su madre. Su verdadera madre. El aire estaba encendido con eso. Hambre. Ira. Odio. Los rostros angustiados se inclinaban hacia abajo en esa profunda depresión, a la vez 525

familiar y completamente extraña, apenas visible en el pálido resplandor de la antorcha. La costa estaba llena de manos y bocas abiertas. Y agrupados allí, reluciente, oscuro y aterciopelado, yacía el charco de sangre negra. Sangre de Dios —Yo creo que… Su padre dio un paso vacilante hacia adelante. Estiró la mano y Jonnen juró que vio la superficie de la piscina agitarse en respuesta. —Creo que vi este lugar. En mi sueño. —... Aquí cayó... —susurró la serpiente. —Aquí cayó, —respondió el niño. —¿Y hay más de esto? —El Imperator miró la piscina, finalmente volteándose para mirar a su hijo—. ¿Esperando por ella en la Corona de la Luna? —No sé, —admitió el niño, su voz pequeña y asustada. —Pero Tric dijo que Mia debía viajar allí para unir las piezas del alma de Anais. —¿Por qué viajar hasta las ruinas del Antiguo Ashkah? —Preguntó su padre—. ¿Por qué no reclamar el poder que reside justo aquí debajo de Tumba de Dioses? —Los restos de este grupo no le servirán de nada, padre, —dijo Jonnen —. Tric advirtió a Mia sobre ellos. Son lo que queda de la ira de la Luna. La parte de él que solo quiere destruir. Han vivido aquí abajo en la oscuridad durante demasiado tiempo. Mia no se atrevió a tocarlos. Tú tampoco deberías. Los ojos de su padre brillaron en la oscuridad. Fijo en esa malevolencia líquida. Sus manos se apretaron en puños. Frustración. Agitación. Cálculo. —El mapa del Duomo. —El Imperator volvió su penetrante mirada negra hacia su hijo—. El que robó Järnheim. ¿Lo viste? Jonnen tragó saliva. Amaba a su padre, realmente lo amaba. Lo admiraba Lo emulaba Lo envidiaba Pero más, y por sobre todo, le temía. —Yo... lo vi, —susurró el niño. —Susurro, —dijo su padre. 526

La serpiente-sombra permaneció en silencio, balanceándose ante la piscina. —¡Susurro! —Espetó el Imperator. La serpiente lentamente giró la cabeza, siseando suavemente. —... ¿Sí, Julio...? —Desde que abatiste al pasajero de mi hija, pareces hecho de... cosas más oscuras. —Los ojos negros miraron a la serpiente—. ¿Te sientes cambiado? —... Soy más fuerte desde que consumí al lobo, sí. Lo siento… —¿Entonces la historia es verdad? Al destruir otro de estos... fragmentos... —... Reclamamos ese fragmento para nosotros... El Imperator miró a su hijo—. ¿Y mi hija ha matado a otros Tenebro? El niño asintió—. Al menos uno. —Entonces ella es al menos dos veces más fuerte que yo. Jonnen volvió a asentir y observó a su padre a la luz de su antorcha solitaria. Podía ver la mente del Imperator trabajando: la astucia y la inteligencia que habían visto a Julio Scaeva destrozar a todos los que se le oponían. Para construir su trono sobre una colina de los huesos de sus enemigos. Y siempre siendo un alumno apto, el chico también encontró su mente trabajando. Como Jonnen lo veía, Su padre tenía dos problemas con su hija descarriada. Primero, que Mia podría reclamar cualquier poder que le esperara en la Corona de la Luna. Y segundo, que incluso si no lo reclamaba, con dos fragmentos de Anais dentro de ella, aún era más poderosa que su padre. Si ella volviera a Tumba de Dioses en la veroscuridad, como seguramente lo haría, él no podría enfrentarse a ella, de ninguna manera. El Imperator miraba hacia el negro como la tinta, su rostro grabado como una piedra pálida en la luz arkímica. Jonnen no recordaba haber visto a su padre con la expresión que tenía ahora. Parecía casi... asustado.

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—Ella me mostró esto por una razón, —murmuró—. Esta es la respuesta. No es un simple trono o título. Ninguna obra del hombre, destinada al polvo y la historia. Esto no tiene edad. Es eterno. El Imperator de todo Itreya asintió lentamente—. Este es el poder de un dios. —... Tuyo para que lo tomes, Julio... —Es peligroso, padre, —advirtió Jonnen. —¿Y qué te he dicho, hijo mío? —Preguntó el Imperator—. ¿Sobre reclamar el verdadero poder? ¿Un hombre necesita senadores? ¿O soldados? ¿O sirvientes de lo sagrado? —No, —Jonnen susurró. —Entonces, ¿qué necesita un hombre? —Poder, —se oyó decir a sí mismo—. La voluntad de hacer lo que otros no se atreven. Julio Scaeva, el Imperator de la República de Itreya, se paró en esa orilla gritona y contempló la piscina de ébano. Rostros de piedra articulaban sus súplicas silenciosas. Las manos de piedra acariciaron su piel. La sangre divina se agitó con anticipación. —Y yo tengo esa voluntad, —declaró. Y sin decir una palabra más, entró en el negro. —... Julio...! —¡Padre! —Gritó Jonnen, dando un paso adelante. No quedaba rastro del Imperator, salvo una leve ondulación a través del reluciente negro. La piscina brillaba y se movía, una extraña no-luz iluminaba su superficie. El niño sintió que su corazón latía con fuerza en su pecho, dando un paso más cerca. Las caras de piedra aún estaban congeladas. Aa mismo parecía contener el aliento. —¿Padre? —Llamó Jonnen. Un lamento más allá del borde de la audición. Un zumbido en la oscuridad detrás de sus ojos. Jonnen parpadeó con fuerza, se balanceó sobre sus pies, agarrándose las sienes mientras un dolor negro atravesaba su 528

cráneo. Las caras de piedra abrieron sus bocas, los gritos aumentaron de volumen hasta que las paredes parecieron temblar. Susurro se acurrucó sobre sí mismo, silbando en agonía. Jonnen hizo lo mismo, cayendo de rodillas y cortándolas sangrando sobre las caras debajo de él. Las reverberaciones parecían sacudir la habitación, la ciudad, la tierra misma, aunque toda la cámara estaba congelada. Jonnen se encontró gritando, sintiendo un tirón como una gravedad oscura. Miró a la sangre de los dioses y vio que temblaba, círculos perfectos y concéntricos que se ondulaban desde el lugar donde había caído su padre. El vientre del niño se revolvió, su corazón se aceleró al darse cuenta de que el líquido estaba retrocediendo, como una marea menguante, volviendo a caer en... ¿En qué? No pudo moverse. No pude respirar. Hace tiempo que se había quedado sin aliento para gritar, pero aun así lo intentó, con los ojos bien abiertos, observando cómo la sangre se hundía cada vez más. Podía ver una figura ahora, agachado en el centro de la cuenca. Un hombre, cubierto de reluciente negro. La sangre continuó hundiéndose, dejando la piedra impecable detrás de ella, cada gota y salpicadura atraída por los poros del hombre. Su forma cambió, las formas de pesadilla se torcieron brevemente y desaparecieron con la misma rapidez. Y cuando los gritos alcanzaron un crescendo, la forma se asentó en algo que Jonnen reconoció. —… ¿Padre? Se arrodilló en el fondo del estanque. La cabeza inclinada. Una rodilla en la piedra impecable. El silencio cayó en la cámara como una mortaja. —... ¿Julio...? El padre de Jonnen abrió los ojos, y el niño vio que eran completamente negros. A pesar de la luz de las antorchas, las sombras a su alrededor estaban siendo atraídas hacia él. Jonnen vio su propia sombra, extendiéndose hacia la de su padre con los dedos extendidos. El anhelo, la enfermedad y el hambre dentro de él era casi un dolor físico. Pero lentamente, muy lentamente, disminuyó. Desvaneciéndose, como la luz del sol durante la veroscuridad. Jonnen pudo ver a su padre temblar 529

por el esfuerzo. Sus músculos tensos. Las venas de su cuello se estiraron hasta casi romperse. Pero gradualmente, el negro en la superficie de sus ojos retrocedió, retirándose a sus iris y revelando lo blanco debajo. —La voluntad, —suspiró, su voz teñida de una oscura reverberación. El Imperator levantó las manos. Las sombras a su alrededor cobraron vida, serpenteando y retorciéndose, agitándose y estirándose, el negro era una cosa viva y respirante. —La voluntad de hacer lo que otros no harán. —... ¿Julio...?—, Preguntó Susurro. —… Estás bien…? El Imperator cerró los puños. Las sombras detuvieron su movimiento, cayendo aún como niños regañados. El Imperator bajó la barbilla y sonrió. —Soy… perfecto. El aire zumbaba. Las sombras se ondulaban. Susurro se retiró del borde de la piscina, algo de instinto condujo a la serpiente a enrollarse dentro de la sombra de Jonnen. Pero en lugar de que el pasajero disminuyera su miedo, el niño sintió que su propio terror se duplicaba. El temor de la serpiente sangrando en el suyo. Su padre salió de la cuenca ahora vacía. Jonnen miró hacia abajo y vio que la sombra de su padre era completamente negra. No es lo suficientemente oscuro para tres o cuatro o incluso docenas. Era una oscuridad tan insondable que la luz parecía simplemente morir en su interior. El niño podía escuchar un leve silbido, como una sartén en una estufa caliente. Estrechando los ojos, el Imperator buscó dentro de su túnica, sacando una trinidad de Aa colgando de una cadena dorada alrededor de su cuello. La luz del símbolo sagrado brilló en los ojos del niño, repugnante, cegador. Jonnen jadeó, retrocediendo con una mano levantada para borrar el horrible resplandor. Con el estómago revuelto, vio que la piel de su padre siseaba y escupía donde tocaba la trinidad, como carne de res en una sartén, humo saliendo de la carne ardiente del Imperator. Con la mandíbula apretada, Julio Scaeva dirigió su voluntad a los soles dorados en su mano.

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Apretando, con las venas tensas en el antebrazo, cerró lentamente los dedos. La trinidad se arrugó como una lata en una prensa, aplastada en una maraña sin forma en su puño. Con los labios curvados con desdén, arrojó el metal en ruinas a un lado, hacia las sombras de la caverna. Sus ojos mirban la piel quemada de su palma. —Volveremos a las costillas, —dijo—. Y me dibujarás el mapa de Duomo. —Sí, padre, —susurró el niño. Su padre lo miró entonces. A pesar de que el pasajero lo montaba, Jonnen sintió que una astilla de miedo atravesaba su corazón. La oscuridad que los rodeaba se agitó y su propia sombra tembló, como si tuviera tanto miedo como él. Y mirando a los ojos de su padre, Jonnen vio que estaban llenos de hambre. —Es bueno que tengas una memoria tan afilada como espadas, hijo mío.

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CAPÍTULO 37 LEJOS Un corazón roto y sangrante. Cuatro figuras bajo la mirada de la Madre. Siete letras talladas en piedra negra. Ashlinn. Mia estaba en el Salón de las Elegías, mirando las letras que había grabado en la tumba. El cuerpo de Ashlinn yacía dentro, envuelto en un hermoso vestido blanco tomado del armario de Aalea. Todo había estado en silencio mientras Mia depositaba a su amada en la piedra, besaba sus labios, fríos como el corazón en su pecho. Mirando fijamente ese hermoso rostro paralizado para siempre, esos ojos cerrados para siempre, ese aliento robado para siempre. Intentando convencerse a sí misma, no sintió nada. Había cerrado la puerta de la tumba. Sentía que golpeaba todos los futuros que se había permitido desear. Todos los finales felices que se había permitido soñar. Descansando su frente contra la roca inflexible y exhalando la última esperanza dentro de ella. Nada quedaba ahora. Nada en absoluto. Se volvió hacia Mercurio, y la pena en sus ojos casi la rompió. Ella volteó rápidamente la mirada, a Sid y Canta, de pie lo suficientemente cerca como para tocarlos. Dolor en sus miradas, dolor al ver su dolor, ningún consuelo en absoluto. Y finalmente, miró a Tric, deteniéndose mientras la estatua de la Madre sobre ellos, con la balanza y la espada en su mano. —Vivir en los corazones que dejamos atrás es nunca morir, —le había dicho. Pero en la agonía del fin, ¿vale la pena perder? Mia bajó la cabeza. Cara en sus manos. Preguntándose qué venía después.

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Y luego, vino la agonía. Fuego negro ardiendo en sus ojos inyectados en sangre. Piojos negros arrastrándose debajo de su piel manchada de lágrimas. Jadeó y se agarró el pecho, cayendo de rodillas, las sombras alrededor de ella rodando, arañando, mordiendo. Las paredes temblaron. La tierra debajo de ella se desmoronaba y la arrastraba a la oscuridad. El sabor de la podredumbre en su lengua. Un peso aplastante en su pecho. La sensación de ahogarse en un líquido negro como la oscuridad verdadera, el hedor de la sangre y el hierro. Por un momento pareció que todo el mundo estaba gritando tan fuerte que sus tímpanos podrían estallar. Y luego reconoció la voz. —¡Mia! Llama oscura en su corazón. Alas oscuras a la espalda. Cielos oscuros sobre su c… —¡MIA! —Gritó Mercurio. Ella abrió los ojos. Jadeando y empapada en sudor. Su viejo mentor estaba agachado a su lado, abrazándola, manteniéndola quieta. La sala que los rodeaba estaba en caos, las puertas de las tumbas se abrieron con las manos ensombrecidas, las velas de las ofrendas apagadas, la gran cadena de hierro en la balanza de la Diosa rota en dos. Sus camaradas tenían los ojos muy abiertos, pálidos, mirándola con miedo. —Oh, madre, —susurró Mia. —Está bien, pequeño Cuervo, —dijo Mercurio—. Está bien. —No, —ella respiró—. No, no está… Mia trató de recuperar el aliento, aún con el corazón luchando. —¿MIA? —Tric dio un paso adelante—. ¿QUÉ ES ESTO? Mia se arrodilló sobre la piedra esculpida, con el pecho agitado y el cabello pegado al sudor fresco de su piel. Apretó los nudillos contra las sienes, con el cráneo cerca de dividirse en dos, y un dolor negro detrás de las costillas. Su corazón aún latía con fuerza, su vientre aún lleno de frío temor, las sombras a su alrededor todavía temblaban de miedo.

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—Mia, ¿qué pasa? —Preguntó Canta. —Lo ha hecho, —susurró ella. —¿Hecho qué? —Exigió Mercurio— ¿De qué estás hablando? Mia solo pudo sacudir la cabeza. —El jodido tonto lo ha hecho... Se encontraron de nuevo en el Athenaeum, reuniéndose en la oscuridad hambrienta. Aelio fumaba como una chimenea y miraba a Mia atentamente. Sidonio y Cantahojas, tenían los ojos llenos de preocupación, vestidos con sus pieles gastadas. Adonai con su túnica de terciopelo rojo y Mercurio con su atuendo oscuro de obispo, mirándola con ojos azul pálido. Tric todo en negro, su piel ahora besada con un leve calor que no hacía nada para calentarla en absoluto. Y en el centro de todos ellos estaba Mia. Pantalones de cuero negro y botas de piel de lobo. Una camisa de seda blanca y un corsé de cuero. Una espada larga de hueso de tumba colgaba de su espalda, otra de acero negro Ashkahi colgando de su cintura. Un cigarillo ardiendo en sus labios para sofocar el olor de su chica en su piel, una botella de vino en su vientre para adormecer el dolor y los fragmentos de un dios asesinado durante mucho tiempo en su pecho. Habían escuchado mientras ella hablaba de los temblores oscuros que la habían atravesado, el control de la agonía en su corazón y el sabor de la sangre negra en su boca. Y luego ella les dijo lo que significaba. —¿Cómo puedes estar segura? —Preguntó Adonai. —Puedo sentirlo, —respondió Mia, su voz fría y muerta—. Claro que puedo sentir el suelo bajo mis pies. Scaeva ha consumido la sangre del dios acumulada bajo Tumba de Dioses. Unió los fragmentos de Anais que descansaban debajo de la ciudad dentro de sí mismo. —ENTONCES ESTÁ CONDENADO, —dijo Tric—. LOS FRAGMENTOS DEBAJO DE LA CIUDAD DE LOS PUENTES Y LOS HUESOS FUERON UNA FUENTE DE PODER, ASI ES. PERO ESTAN CORRUPTOS. COMPLETAMENTE PODRIDOS. 534

—Entonces deja que el bastardo se pudra, —gruñó Sidonio. Mia miraba a Tric con ojos negros y vacíos, arrastrando su humo. —Me dijiste que la piscina debajo de Tumba de Dioses estaba hecha de los pedazos de la Luna que solo deseaban destrucción. Toda su rabia, todo su odio, se fue a supurar en la oscuridad. ¿Qué crees que pasará ahora que el hombre más poderoso de todo Itreya los tiene dentro de sí mismo? —SE IRÁ HACIENDO MALO LENTAMENTE, —respondió Tric—. Y LUEGO, EN LUGAR DE RENOVAR EL MUNDO, BUSCARÁ DESHACERLO. SU REINADO SERÁ UNO DE CAOS. ODIO Y MUERTE. Mia se pasó la mano por el pelo. Humo de cigarro y el zumbido rojo del vino llenando el enorme hueco dentro de su pecho. —Él tiene a mi hermano, —dijo—. Tengo que encontrar a Cleo. Mercurio frunció el ceño—. Scaeva no tiene a dónde correr y nadie detrás de quien esconderse ahora. Tenemos un sorcerii. Un par de gladiatii. Dos de los asesinos más astutos de la República y un muchacho que parece casi imposible de matar. Podríamos dirigirnos a Tumba de Dioses y destriparlo donde vive. Sidonio asintió a Mia—. Parece un plan mejor que tu suicidio para mí... Cantahojas asintió con la cabeza—. Estoy de acuerdo. Mia miró alrededor de la asamblea, sacudiendo lentamente la cabeza. —Scaeva está más allá de cualquiera de ustedes ahora, —murmuró—. No pueden ayudarme en esto. —No lo sabes, pequeño Cuervo, —dijo Mercurio—. Ni siquiera lo hemos intentado. En respuesta, Mia simplemente extendió su mano, con la palma hacia arriba. El negro a su alrededor tembló, la oscuridad se agitó. La chica bajó la barbilla, cerró los ojos inyectados en sangre y su cabello se movió como si hubiera una leve brisa. Lentamente curvó sus dedos en una garra.

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Sidonio maldijo. Mercurio contuvo el aliento mientras Adonai murmuraba palabras de poder. Todos en la sala se encontraron envueltos en zarcillos de sombras, enrollados en sus cinturas y piernas. Mia torció los dedos como una marioneta, y cada uno de sus camaradas maldijo o jadeó de asombro cuando fueron levantados suavemente en el aire. —La veroscuridad en que tenía catorce años, —dijo Mia—, reduje la piedra filosofal a ruinas. Salté a través de Tumba de Dioses en un abrir y cerrar de ojos, corté cohortes de Luminatii en pedazos con hojas de oscuridad viva, rasgué la estatua de Aa fuera de la Basílica Grande. Tenía un solo fragmento de Anais dentro de mí. La Diosa sabe cuántos había en ese grupo de sangre de dioses. Y se acerca la veroscuridad. La oscuridad suspiró y Mia volvió a abrir la mano. Suaves como plumas que caen, sus camaradas fueron llevados al suelo con seguridad. Sus ojos estaban en su mentor. —Tiene a Jonnen, Mercurio. —Todavía podemos recuperarlo, todavía podemos… —Scaeva es más fuerte que yo ahora. Que todos nosotros En la veroscuridad, él será aún más fuerte. Mia negó con la cabeza, dio un largo y amargo arrastre a su humo—. Tengo que igualar la balanza. Y solo hay un lugar donde existe ese tipo de poder. Un silencio frío se instaló en la habitación, hasta que Sidonio se aclaró la garganta. —Cuervo... —Ofreció las Crónicas de Nuncanoche—. ¿Has leído esto? Mia miró los libros con desdén—. Sólo un imbécil lee su propia biografía, Sid. Especialmente si tiene notas al pie de página. —La primera página... —murmuró Sid—. Cuenta cómo termina tu historia. Mia arrastró su humo y exhaló gris. —Está bien, dilo, —finalmente suspiró. —Se reduce la República a cenizas, —dijo Sid.

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—Dejas Tumba de Dioses en el fondo del mar —Canta asintió. —Siento un 'pero' esperando en las alas, —dijo Mia. —Te mueres, —dijo Mercurio. Mia miró a su mentor. El hombre que la había criado. Quién le había dado un hogar, amor y risas cuando le habían quitado todo lo demás. Al notar las lágrimas brillando en sus ojos cuando la voz de su padre hizo eco en su cabeza. —Si comienzas por este camino, hija mía... —Te mueres, Mia, —repitió Mercurio. Ella permaneció en silencio por una era. Mirando los libros debajo de ellos, fila tras fila negra. Todas esas vidas. Todas esas historias Cuentos de valentía y amor, del bien triunfando sobre el mal, de la alegría y la felicidad después de todo. Pero la vida real no era así, ¿verdad? Pensando en ojos de azul quemado por el sol y labios que nunca volvería a probar y… —¿Lo atrapo, al menos? —Preguntó en voz baja—. ¿A Scaeva? Mercurio miró los libros en las manos de Sid. Sacudiendo su cabeza. —No dice. —Bien. Parece que tenemos algo de suspenso después de todo, ¿eh? Su viejo mentor entrecerró los ojos—. Estamos ansiosos por un final ahora, ¿verdad? Perdiste a tu chica y tu esperanza además, ¿es eso? Has luchado toda tu vida, Mia Corvere. La Diosa sabe que has visto momentos tan sombríos antes. Y Caminaste a través de ellos. Dándolo todo, sin ceder. Este no tiene por qué ser el final. Mia exhaló un penacho gris y se encogió de hombros. —Incluso la luz del día muere. Sus camaradas se miraron el uno al otro. El miedo brillaba en sus ojos. Había un silencio entre ellos tan oscuro como la nuncanoche sobre sus cabezas, mientras la sombra ahora se asentaba sobre el corazón de Mia. La chica miró a Aelio con ojos negros como el pedernal.

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Después de todo, parece que te saliste con la tuya, Cronista. Supongo que es una despedida. Suspiró y asintió lentamente. —Supongo que lo es. —Cheerio, viejo bastardo marchito. Gracias por todos los cigarrillos. —Los labios de Mia se torcieron en una sonrisa vacía—. Sin embargo, Jódete por todo el cáliz envenenado del destino. —Buena suerte, muchacha—, dijo el cronista con tristeza. —Por más que termine, al menos tú tuviste una historia que contar. Mia aplastó su cigarro debajo de los talones. Mirando a su antiguo mentor a los ojos. El hombre que la había acogido. La había amado como a una hija. Quién había sido más padre para ella que cualquiera de ellos. —No hagas esto, Mia, —rogó—. Por favor. —No puedo dejar a Jonnen con él, Mercurio. ¿Qué me haría eso? ¿De qué se han tratado los últimos ocho años, si no de la familia? —Pero el mapa se ha ido, —dijo—. Ni siquiera sabes el camino. Entonces cerró los ojos. Pensando en los labios en forma de arco y largos mechones de rubio dorado. Suaves curvas y sombras afiladas y piel pecosa en sábanas arrugadas y empapadas de sudor. Tan claro en su mente que casi podía alcanzarla y tocarla. Un espectáculo que nunca olvidaría, mientras viviera. —Recuerdo el camino, —susurró. —Al menos no voy a caballo, —suspiró Mia. Puso sus suministros en la espalda del camello, con los hombros doloridos por la tensión. Mia sabía que caminar por las aguas profundas iba a ser más peligroso que meter la cara en el nido de un avispa sangrienta, por lo que salir en carreta era una opción mucho más sensata. (32) Pero la verdad era que no había suficientes bestias que hubieran sobrevivido a la explosión de sal de arkemista para transportar nada. La metralla en llamas había atravesado los establos durante la explosión, la mayoría de las monturas habían sido mutiladas o asesinadas. De todas las bestias en los corrales de la Iglesia Roja, solo una de ellas había escapado milagrosamente casi ilesa. 538

La bestia en cuestión gruñó una queja, mirando a Mia con ojos marrones. —Cállate, Julio, —gruñó ella. Sidonio y Cantahojas se pararon en el hueco de la escalera, mirándola cargar su equipo. —¿Qué tan largo es el viaje? —Preguntó Sid. Mia se enderezó, arrastrando su cabello detrás de su oreja. —Al menos dos semanas a través de los profundos Susurriales según mis cálculos. —La veroscuridad caerá pronto, —dijo Sid, encontrando su mirada. —De Última Esperanza a Tumba de Dioses son al menos ocho semanas por mar, —dijo Cantahojas—. Y las Damas de Tormentas y Océanos todavía te querían muerta, la última vez que lo comprobamos. Suponiendo que no todos morimos horriblemente por ahí, ¿cómo planeas llevarnos de vuelta a la Tumba a tiempo para tratar con Scaeva? —¿Quiénes somos nosotros? —Preguntó Mia. Cantahojas frunció el ceño mientras ella ataba sus cerraduras—. ¿Quienes crees? —No vienes conmigo, Canta. Ni tú, Sid. —El culo de cerdo, —dijo Sidonio—. Estamos contigo hasta el final. —Todos nosotros, —llegó una voz. Allí, en las escaleras, estaban los dos últimos miembros principales de la Iglesia Roja. Adonai estaba vestido con pantalones de cuero fauno y una túnica delgada de seda blanca. También llevaba un sombrero de ala ancha, gafas de azurita y guantes blancos, obviamente para ahorrarle a su piel el toque de la luz del sol. A su lado estaba Mercurio, que había abandonado la túnica de su obispo en favor de una túnica y calzones más utilitarios. Su bastón golpeó con fuerza la piedra mientras la pareja bajaba al suelo estable. —¿A dónde crees que vas? —Preguntó Mia. —Contigo, pequeño Tenebro, —respondió el orador. Mia parpadeó. —No, tú no irás. 539

—Toda evidencia apunta a lo contrario, —dijo su antiguo mentor, cargando su mochila. —Mercurio, —dijo Mia, colocando una mano sobre su brazo—. No puedes venir en una caminata de semanas en un infierno mágicamente contaminado. Tienes ochenta años. —Tengo jodidos sesenta y dos, —gruñó el viejo. Mia simplemente lo miró. Mercurio puso las manos en las caderas con indignación—. Escucha, pequeño Cuervo, yo aun estaba rajando gargantas cuando eras de la altura de la rodilla de un perro… —Ese es mi punto, —dijo Mia. La chica miró entre Sid y Canta, Mercurio y Adonai, sacudiendo la cabeza. —Aprecio el sentimiento, de verdad. Pero incluso si quisiera que se arriesgaran, no hay suficientes camellos para llevarnos a todos. ¿Van a caminar hacia la corona? —Si es necesario, —gruñó el viejo. Mia miró entre el obispo y el orador—. Ustedes dos son todo lo que queda de la jerarquía de la Iglesia. Si realmente logro esto, si el equilibrio se restablece realmente entre Luz y Noche, necesitamos personas a cargo que realmente sepan lo que se supone que representa la Iglesia Roja. Mia levantó una ceja ante el bastón de Mercurio—. Y sin ofender, pero ha pasado un tiempo desde que cualquiera de ustedes tuvo que pelear en primera línea... Adonai comenzó a protestar—. Necesitarás de todos... —¿Soy la Dama de las Espadas, o no? —... Tú lo eres, —respondió el orador. —Entonces te quedarás aquí, —dijo, mirando a Mercurio—. Si no regreso... Si fallo, ustedes son los únicos que pueden rescatar a Jonnen y a Marielle.

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—¿Pero cómo llegaremos a Tumba de Dioses a tiempo? —Preguntó Canta. —Sí, —preguntó Mercurio. Scaeva ha destruido la capilla local. Y el charco de sangre junto con él. Estamos aislados de la Tumba. Mia miró a Adonai—. La Señora de las Hojas nunca me pareció el tipo de mujer que no se dejaría una puerta trasera. El orador asintió lentamente—. Hay otra piscina allí. En el palacio de Drusilla. Mia miró a sus amigos, finalmente posó sus ojos en Sidonio. — Necesito que hagas esto por mí. Si no regreso... Sidonio respiró hondo, con los ojos brillantes. —Por favor, Sid. Promételo. El gran hombre suspiró. Pero finalmente, como sabía que lo haría, él asintió. Porque si Mia podría haber tenido un hermano mayor, lo habría elegido. —Sí, cuervo. Lo juro, —dijo. El pecho de Mia estaba vacío. Su cuerpo entero entumecido. Pero de alguna manera, ella logró conjurar una sonrisa agradecida. Apretando la mano de Canta. Besando la mejilla de Sid. —No te dejaré que enfrentes esto solo, —dijo Mercurio. —No estoy sola, —dijo Mia, volviéndose para mirar a su antiguo mentor—. Nunca he estado sola. Has estado conmigo desde que esa mocosa sucia y malcriada irrumpió en tu tienda y te exigió que compraras su broche. Me salvaste el culo ese giro. Y de alguna manera, lo has estado protegiendo desde entonces. Mercurio frunció el ceño, sus ojos azul hielo se llenaron de lágrimas. —Nunca tomé una esposa, —dijo el viejo—. Nunca tuve una familia. No parecía justo en mi línea de trabajo. Pero... si alguna vez tuviera una hija... —Tuviste una hija, —dijo Mia. La chica abrazó al anciano y apretó con fuerza lo más que pudo. 541

—Y ella te ama, —susurró. Mercurio cerró los ojos, las lágrimas caían por sus mejillas. Él besó la parte superior de su cabeza, sacudiendo la suya. —Yo también te amo, pequeño Cuervo. —Lamento que deba terminar de esta manera, —murmuró. —Todavía no es el último capítulo. —Aún no. Mia se echó hacia atrás, dejando su chaleco un poco húmedo. Se pasó la manga por la nariz y se metió el pelo empapado en lágrimas detrás de las orejas. —Si… Ella apretó los labios, respiró hondo. —Si no regreso... ¿me recuerdas, eh? No solo las partes buenas. Las partes feas y las partes egoístas y las partes reales. Recuérdalo todo. Recuérdame. Mercurio asintió con la cabeza. Tragado con fuerza—. Lo haré. Mia miró por última vez el vientre de la montaña. Todavía no había ningún susurro del coro fantasmal en el aire; Todo era silencio. Pero eso parecía de alguna manera apropiado. Cerró los ojos un momento, dejando que la tranquilidad la cubriera, sobrenatural y beatífica. Lo sintió hormiguear a lo largo de su piel como música, bajando por su columna vertebral, la canción de la oscuridad entre las estrellas. Coronándose los hombros con las alas más negras. Deseándole buena fortuna. Dándole un beso de adiós. Le dolía el corazón porque otra sombra no había estado allí para hacer eso. Todas las cosas que podrían haber sido... Mia respiró hondo. Sintiendo un agujero en forma de gato en su pecho, y todo el miedo, la tristeza y la angustia que se habían filtrado para llenarlo. Pero ella lo empujó hacia atrás. Lo reprimió. Pensando en su hermano, su padre, su madre. Las palabras que le habían enseñado cuando era una chica de diez años. Las palabras que la habían formado, la gobernaban, la arruinaron.

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Las palabras que la habían hecho todo lo que era. Nunca retrocedas. Nunca temas. Nunca olvides. Besó la mejilla de Mercurio, se despidió de Sid y Canta, luego agarró las riendas de su camello y lo llevó a la luz del sol. Darlo todo, no ceder. —Adiós, caballeros. Tric la estaba esperando afuera de la montaña. El susurro del viento jugaba en sus largas rastas salinas, moviéndolas sobre sus anchos hombros. Su mirada estaba fija en el horizonte oriental. Sus cuchillas de hueso de tumba estaban cruzadas en su espalda, cuero negro abrazando su cuerpo. Como siempre, parecía una obra maestra, inexplicablemente colocada en un afloramiento rocoso en un tramo en ninguna parte de los desechos de Ashkahi. Hasta que se movió, es decir, levantando una mano negra como la tinta y metiendo un grueso bucle detrás de la oreja que cayó sobre su cara. Sus ojos eran negros sin fondo, atravesados por pequeños pinchazos de luz. Estrechado contra la luz moribunda. Saan se había hundido tan bajo que estaba casi oculto bajo el horizonte. Saai merodeaba sin embargo, en los cielos, el Conocedor torciendo el cielo en una violeta horrible y solitaria. Pero la Veroscuridad estaba cerca ahora. Tric estaba casi tan cerca como siempre de lo que había estado. Mientras caminaba a su lado, Mia podía sentir la oscuridad acumulada en sus huesos. —NO ES JUSTO, —suspiró—. NADA DE ESTO LO ES. —Lo sé. —TE AMO, MIA. Ella suspiró. —Lo sé. Se giró para mirarla. Alto, hermoso y tallado en pena. —¿PUEDO DARTE UN BESO DE ADIÓS?

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Mia parpadeó. Las palabras como un cuchillo en su pecho—. ¿No... no vienes conmigo? Tric sacudió la cabeza—. NO ME LLEVARÍAS DE NINGÚN MODO, INCLUSO SI TE LO OFRECIERA. EN TU CORAZÓN, SABES QUE LO QUE TE ESPERA A TRAVÉS DEL DESIERTO ES SOLO PARA TI. POR MUCHO QUE DESEE, NO PUEDO AYUDARTE A ENFRENTAR LO QUE VENDRÁ. PERO SÉ QUE AL FINAL, SERÁS LA QUE QUEDE EN PIE. —Esa crónica parecía bastante clara de que termino horizontal, Tric. No vertical. Tric solo se encogió de hombros—. NADA EN ESTA VIDA ES CERTERO. ESPECIALMENTE DONDE Y CUANDO TERMINA. NI LOS LIBROS, NI EL CRONISTA, INCLUSO NI LA DIOSA MISMA PUEDEN VER TODOS LOS EXTREMOS. ESTE NO TIENE QUE SER EL TUYO. —Continúa sin ella, ¿es eso lo que quieres decir? —SÉ CUÁNTO LA AMABAS, MIA. LO SIENTO. Ella lo miró entonces. Este hermoso niño que se había arrastrado a través de los muros del Abismo por ella. El chico que la amaba tanto, había desafiado a la muerte para volver a su lado. La mayoría habría odiado a la chica que lo había matado, que les había robado lo que era de ellos. La mayoría habría celebrado, no llorado su muerte. Lo habría visto como una oportunidad de regresar a los afectos de Mia. Plantar rosas rojas sobre la tumba de su amante. Pero no este chico. —Lo sé, —dijo Mia, dolorida. —TE REPETIRÉ LO QUE TE DIJE EN AMAI. ERES MI CORAZÓN, MIA. TÚ ERES MI REINA. HARÍA CUALQUIER COSA QUE ME PIDIERAS, HASTA LO QUE NO ME PIDAS. NO ME IMPORTA SI ME HIERE. SOLO ME IMPORTA SI TE HIERE. Y TE AMARÉ POR SIEMPRE. —Yo también te amo, —susurró.

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—PERO NO DE LA FORMA QUE LA AMASTE. —Tric… —TODO ESTÁ BIEN. —Él extendió la mano y le tocó la cara, gentil como las primeras nieves—. NO ES LO SUFICIENTEMENTE CERCA. PERO TODAVÍA ME MANTENDRÁ CALIENTE. —Desearía...— Mia sacudió la cabeza, presionando su mano contra su mejilla. Preguntándose cuántas veces más su corazón podría astillarse dentro de su pecho—. Desearía que hubiera dos de mí. —¿LAS HAY, RECUERDAS? —El niño sonrió, sombrío y hermoso —. DOS MITADES, BATALLANDO DENTRO DE TI. Y LA QUE GANARÁ... —... Es la que yo alimente. —NO TE DES PENA TU MISMA, MIA. NO PIERDAS LA ESPERANZA. TU ERES MÁS QUE CUALQUIER COSA, MÁS QUE EL VALOR, LA ASTUCIA, LA IRA, ERES LA CHICA QUE CREYÓ. ASÍ QUE DÉJAME DARTE UN BESO DE DESPEDIDA. LUEGO CAMINA. Y NUNCA MIRES HACIA ATRÁS. Mia respiró hondo y lo miró a los ojos. —Entonces besame. Él tomó su mano entre las suyas. Sus ojos eran piscinas insondables, profundas como siempre. Pasó el pulgar por su piel, con costras y cicatrices, haciéndola temblar. Y con los ojos fijos en los de ella, levantó sus nudillos hacia sus labios. Y los besó. Suavemente como las nubes. —ADIOS, MIA CORVERE, —dijo, soltando su mano. —... ¿Eso es todo? —Preguntó ella. —Eso es todo, —asintió. El viento susurraba entre ellos, solitario y anhelante. —A la mierda con eso—, ella respiró. Mia agarró su camisa con los puños. Y poniéndose de puntillas, lo arrastró y besó sus labios perfectos. Él la atrapó en sus brazos, su cuerpo surgió contra ella, la boca abierta a la de ella. La apretó tanto que pensó que 545

podría romperse. Un beso vertiginoso. Un beso sin fin. Un beso lleno de tristeza y arrepentimiento por todas las cosas que pudieron haber sido, un beso de amor y anhelo por todas las cosas que habían tenido, un beso de alegría por todo lo que eran, justo en ese momento. Atados para siempre en sangre y tinta, una parte de la historia del otro en una historia tan antigua como el tiempo mismo. Ella no quería que terminara. Ella no quería que fuera real. Ella no quería nada de esto. Pero Mia Corvere sabía, mejor que nadie, que a veces simplemente no conseguimos lo que queremos. Y entonces, ella se apartó. Descansando su frente contra la suya un momento más. Mejillas húmedas de lágrimas. Ahuecando su rostro y arrastrando una cerradura rebelde lejos de esos ojos sin fondo y mirando profundamente en la oscuridad entre sus estrellas mientras susurraba. —Adiós, Don Tric. —ADIOS, HIJA PÁLIDA. —Recuerdame. —SIEMPRE. Se subió a la espalda de su bestia, con los ojos fijos en el horizonte oriental. Limpiándose las lágrimas de los ojos, siguió cabalgando. Y ella no miró hacia atrás.

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CAPÍTULO 38 IMPULSO

Los susurros se hicieron cada vez más fuertes. Tenía siete vueltas en los desechos de Ashkahi, un rastro de polvo largo y solitario que se extendía hacia el oeste a su paso. Las arenas eran de color rojo óxido o sangre vieja y seca. Los cielos eran un melancólico índigo. A Saan le faltaban ya unas pocas horas para desaparecer debajo del borde del mundo; solo una astilla iluminando el horizonte con un escarlata asesino. Saai se escabulliría después de su gemelo hinchado pronto, pero por ahora, el sol más pequeño se aferró obstinadamente a la extensión de arriba, y el último ojo de Aquel que Todo lo Ve aún estaba abierto. Sin embargo, muy pronto, Aa debía renunciar a su control sobre el cielo. Entonces caería la noche. Y él también lo hará. Los ojos de Mia estaban clavados en el suelo, entrecerrados por los fuertes vientos. Sus lágrimas ya se habían secado en sus mejillas. La tierra ante ella estaba reseca, un millón de grietas extendiéndose en la tierra muerta como telarañas negras. Ahora estaba tan hundida en los desechos que estaba fuera del alcance de la mayoría de los mapas de la República de Itreya. Al este, al otro lado del desierto, había una media Luna de granito oscuro conocida como las Montañas Bordenegro. El rango se extendía hacia el sur en picos irregulares y agujas, puños de piedra que golpeaban y rasgaban el cielo. Según el mapa en la piel de Ash, un paso estrecho se abría paso a través de Bordenegro, abriéndose más allá de las ruinas del Imperio Ashkahi. Y allí yacía la Corona de la Luna. No tenía idea de lo que la esperaba en ese lugar. Una mujer más poderosa que ella, eso era seguro. Una mujer que había vivido sin nada más que sombras como compañía desde antes del surgimiento de la República.

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Una mujer atrapada por la locura, que odiaba la Noche y guardaba celosamente lo que podía sacar al hermano de Mia de su difícil situación y, al mismo tiempo, finalmente acabar con las retorcidas ambiciones de su padre. Su venganza. El miedo de Mia hizo que la ausencia de Don Majo fuera aún más aguda. Extrañaba a Eclipse como si una parte de ella hubiera sido cortada y quemada dejando un muñón. Pensando en la forma en que debe haber terminado el Lobosombra, cayendo en defensa de su hermano y agregando la destrucción del daimón, la muerte de Carnicero, el asesinato de Ashlinn a la lista cada vez mayor de razones por las que Julio Scaeva merecía morir. Y Oh, por la puta madre negra, él moriría. Pero primero… Cleo Julio escupió, gruñó y se quejó, pero Mia se sentía demasiado vacía para prestar atención al agarre del camello. Mientras bebía de un matraz de agua tibia, sintió que Saan se hundía cada vez más en el horizonte a su espalda, la luz sobre ella se desvanecía lentamente. Ella vigilaba atentamente las arenas que se avecinaban: los monstruos que acechaban debajo de la tierra siempre estaban en su mente. Sabía por sus experiencias pasadas que las bestias de los Susurriales se sentían inexplicablemente atraídas por sus sombras. Enfurecidas por eso. Si se topaba con un kraken de arena o un Arcadragón, su historia podría terminar antes de llegar a la Corona. Mia se preguntó por qué, por qué los depredadores de los Susurriales estaban tan enfurecidos por su poder. Los grandes maestros decían que las monstruosidades de los desechos profundos nacieron de los contaminantes mágycos que quedaron de la destrucción del Imperio. Pero si el Imperio Ashkahi cayó cuando la Luna fue derribada por su padre, ¿quizás Anais, los fragmentos dentro de ella, los horrores en sí mismos, estaban todos conectados de alguna manera? Aún así, podría ser peor. Además de las monstruosidades del páramo hacia el que viajaba, también podría tener que preocuparse por… 548

Julio volvió a gritar, resoplando y escupiendo. Mia maldijo por lo bajo, el ruido finalmente rompió el entumecimiento de su corazón. —Cállate, horroroso puto. El camello volvió a mugir, haciendo rodar lo que parecía ser un galón lleno de saliva en su garganta. Pisoteó, mugió, sacudió la cabeza. Mia suspiró y volvió la vista hacia la dirección en la que el camello hacía gárgaras. Y allí, a lo lejos, vio una nube que se elevaba desde el sur. Manchando en el horizonte en rojo oscuro. —¿Tormenta, tal vez? —Murmuró ella—. Las Damas todavía están enojadas conmigo. Un chorro de saliva blanca salió de los labios de Julio, y Mia asintió lentamente. Dudaba que la Dama de las Tormentas tuviera prisa por volver a oscurecer el cielo. —Sí, tienes razón. Esto es otra cosa. Metiendo la mano en sus alforjas, sacó un largo catalejo, recortado en latón. Sosteniéndola en su ojo, miró hacia el polvo creciente. Por un momento, tuvo problemas para concentrarse entre la ondulante cortina de rojo. Pero finalmente, la luz del ocaso centelleando en las puntas de sus lanzas, brillando en sus yelmos emplumados... —Fóllame muy suavemente, —ella respiró—. Entonces fóllame muy fuerte. Legionarios Itreyanos. Marchando hacia el norte en formación, sus capas ondeando en los susurros. Fila tras fila. Ella vio por sus estándares que eran la Decimoséptima Legión del sur de Ashkah. Las diez cohortes, por el aspecto. Cinco mil hombres. Y aunque podría ser que su comandante simplemente había enviado a sus compañeros al norte a un tramo estéril de páramo de pesadilla para un agradable paseo por la tarde, Mia sabía en su corazón que marchaban hacia ella. Hacia la corona. Pero cómo en nombre de la Madre Negra... —Ponte algo de ropa, —siseó Mia—. Jonnen va a dormir aquí con nosotras. 549

—¿En serio? —Ash frunció el ceño, mirando a su alrededor—. Mierda, está bien, dame un respiro. Mia arrastró a su hermano a la cabina cuando Ashlinn salió de la hamaca y se alejó de la puerta. El niño estaba de pie con las manos cruzadas delante de él, lanzando de vez en cuando miradas curiosas y furtivas a la tinta arkímica en la espalda de Ashlinn... —Jonnen, —ella respiró. Mia no tenía idea de cómo Scaeva había enviado un mensaje a la Legión Ashkahi sobre a dónde se dirigía. Pero se había llevado la sangre de los dioses. El poder de una divinidad caída cantaba en sus venas. ¿Quién sabe qué regalos tenía a su disposición ahora? Y al final, supuso que realmente no importaba cómo. Obviamente lo había hecho, y ella obviamente tenía cinco mil pollas totalmente armadas y listas para follarla con no demasiada dulzura. La pregunta era, ¿qué iba a hacer ella al respecto? Miró a las Montañas de Bordenegro al lejano oeste, le lanzó a Julio una mirada de disculpa y sacó su fusta. —Espero que no me hagas usar esto, —dijo. —¡Más rápido, mierda fea, más rápido! Julio estaba cubierto de espuma, Mia se inclinó sobre sus riendas y cabalgó con fuerza, los cascos de la bestia golpearon y golpearon la tierra reseca. La Señora de las Hojas, campeona del Venatus Magni, y la Reina de los Sinvergüenzas había esperado poder sacarle una ventaja lo suficientemente buena al decimoséptimo como para que la búsqueda resultara infructuosa, pero ella no había contado con su cohorte de caballería. Ahora podía ver a un grupo de jinetes si entrecerraba los ojos: veinte hombres en caballos veloces, que cabalgaban desde el sur. Es posible que no sepan que el camello frente a ellos llevaba a la chica que buscaban, pero ciertamente iban a verlo. Tratar de escarbar que tan rápido Julio podría galopar probablemente no era la mejor manera de saciar su curiosidad, pero Mia esperaba que pudiera simplemente escapar de ellos. El problema era, por supuesto, que los caballos corren más rápido que los camellos. 550

—Nunca pensé que diría esto, —jadeó Mia—, pero extraño a Cabronazo. Lamentablemente, el semental de pura sangre que había robado de los establos en Última Esperanza hace dos años no estaba por ninguna parte, y Mia estaba atrapada montando a su bestia. Los escurridizos se abalanzaron sobre ella desde la bruma de calor del sur, y el polvo se levantó detrás de ellos. Había sido lo suficientemente pensativa como para empacar una ballesta del arsenal de la montaña, cargar una flecha y tirar de la cuerda. Cuando los soldados galoparon más cerca, el líder soltó una nota larga y temblorosa de un cuerno adornado con plata. Mia vio que los hombres vestían una ligera armadura de cuero, espadas cortas en la cintura y arcos cortos en las manos libres. Su librea y las delgadas crestas de crin en sus yelmos estaban teñidas de una hoja de color verde oscuro, el estándar del decimoséptimo adornado con capas teñidas en el mismo tono. (33) —¡Alto! —Rugió el líder—. ¡Alto en nombre del Imperator! —Al abismo tu Imperator, —gruñó Mia. Mia levantó su ballesta y disparó. El capitán cayó con una flecha en el pecho, cayendo de su silla con un gruñido de dolor. Los otros soldados gritaron alarmados, dividiéndose como una bandada de golondrinas, dispersándose en todas las direcciones. Ocho giraron detrás de Mia, otros ocho impulsaron sus monturas por delante. Y entonces, como un milagro silencioso a sus espaldas Mia sintió que el sol rojo finalmente se deslizaba por debajo del borde del mundo. El cielo se volvió más oscuro: índigo melancólico, desvaneciéndose a violeta huraño. Solo quedaba un ojo de Aa en el cielo. Solo una parte del odio de Aquel que Todo lo Ve manteniendo sus dones bajo control. Aún no había llegado del todo la Nuncanoche, no. No se había desatado tanto. Pero sí lo suficiente. Mirando hacia atrás sobre su hombro, Mia vio a un legionario que levantaba su arco corto, apuntando hacia su corazón. Se preguntó por un 551

momento qué pasaría si dejaba que la flecha golpeara en el blanco. Si realmente pudiera perforar lo que ya se había roto. Imaginando bonitos los ojos azules y una sonrisa que la hizo querer llorar. Y entonces ella Pisó desde la espalda de Julio al caballo del arquero, agarrando su brazo del arco y girándolo hacia otro jinete. El hombre maldijo sorprendido, su flecha voló, golpeando a su hermano legionario en el cuello y enviándolo a volar fuera de su montura. El arquero gritó alarmado, soltó su arco e intentó sacar su espada corta. Sus compañeros rugieron de advertencia y volvieron sus aarcos hacia Mia. Y la chica Pisó al siguiente caballo en la fila mientras los soldados soltaban sus flechas, perforando a su compañero una docena de veces. Se aferró a su pecho perforado, un grito confuso burbujeó en su garganta mientras caía al polvo. Sentada frente a un nuevo jinete, con la luz del sol detrás de él, Mia sacó la hoja larga de su espalda y la empujó a través de su pecho, el hueso de tumba dividió su cota de malla como si fuera un pergamino seco. Una lluvia de flechas voló hacia ella en respuesta, pero ella ya se había ido, pisando hacia la sombra de otro jinete, cortando mientras se acercaba. Un disparo perdido mató a uno de los caballos, el pobre desgraciado chasqueó las piernas y mató a su jinete cuando se estrelló contra las arenas. Los legionarios gritaron de rabia y alarma, sin saber cómo vencer a este enemigo impío. —¡Magya! —Gritó uno. —¡Sorcerii! —Bramó otro. —Tenebro! —El grito—. ¡Tenebro!

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Mia continuó su sangriento trabajo, avanzó hacia tres jinetes más y los cortó por debajo con su espada. Fue un trabajo húmedo y brutal. Lo suficientemente cerca como para ver el miedo en sus ojos. Para escuchar el burbujeo en sus pulmones o la respiración entrecortada cuando ella los exterminaba. Un viejo estribillo. Tanto rojo en sus manos ya. Demasiado para lavar. Ella quiso rezar mientras mataba. La bendición a Niah sonaba sin querer en su mente. Escúchame, madre. Escúchame ahora. Esta carne es tu fiesta. Esta sangre es tu vino. Pero al final, ella no dijo nada en absoluto. Manos carmesí y ojos vacíos. Los jinetes se dispersaron y gritaron alarmados, sus caballos relinchando aterrorizados. Cuando terminó, quedaban ocho donde habían comenzado veinte. Y Mia bajó de su caballo empapado en sangre y volvió a Julio, con la cara salpicada de rojo. Limpiando su espada y volviéndola a meter en su vaina, observó cómo los soldados retrocedían consternados, más de la mitad de ellos heridos o asesinados. Mia agarró sus riendas e instó a su camello a que se esforzara más. Mirando sus manos, pegajosas y húmedas. Diosa, el poder... Mia miró hacia el cielo índigo, los finos manojos de nubes. El calor estaba disminuyendo ahora que Saan había caído, el sudor enfriándose en su piel. El tercer ojo de Aquel que Todo lo Ve aún estaba abierto, el último sol restante en los cielos se cernía a su espalda. Pero tan seguro como el mundo giraba, Saai pronto se hundiría en su descanso. ¿Y qué seré entonces? El sonido de cuernos distantes y el trueno de los cascos que se acercaban la sacaron de sus preguntas. Limpiándose las manos ensangrentadas en los flancos de Julio, Mia miró hacia el sur. Vio que los escoltas habían huido de regreso a su legión, con las colas entre las piernas. Pero ahora, a través de la capa de rojo que se desvanecía, Mia podía ver una

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nube de polvo más grande que se acercaba. Con los dedos todavía pegajosos, sacó el catalejo de sus bolsos y lo miró. —Mierda, —ella respiró. Parecía que el comandante de la Decimoséptima no se había tomado bien la forma en que había tratado a sus escoltas. Galopando desde el sur, Mia pudo ver toda la cohorte de caballería de la legión que ahora cargaba contra ella: jinetes pesados, vestidos con gruesas armaduras de hierro y cuero, relucientes yelmos con altas plumas de crin de caballo. Cada soldado estaba armado con una lanza, un escudo, una ballesta y una espada corta. Sus monturas estaban revestidas de bardos de cuero hervido, levantando una pared de polvo a su paso. Quinientos de ellos. Mia miró a las Montañas de Bordenegro, todavía a al menos a tres giros de distancia. Se volvió hacia la hirviente nube de polvo que se acercaba hacia ella, que se levantaba tras dos mil cascos. La carga se acercaba con cada respiración. Fue atrapada a la intemperie. Desierto vacío delante y detrás. Si ella robara uno de los caballos del explorador muerto, estaría dejando todos sus suministros en la espalda de Julio. Si intentaba superarlos en su camello, simplemente la cortarían como guadañas al trigo. Julio bramó, sus mejillas temblaban. —Bueno, mierda, —murmuró Mia.

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CAPÍTULO 39 INSONDABLE Ningún lugar a donde correr. Ningún lugar donde esconderse. La caballería del decimoséptimo se estaba acercando a Mia, sacudiendo el suelo mientras llegaban. Las crestas de crin en sus cascos y sus largas capas eran del color de las hojas del bosque. Sus monturas eran negras y rojo óxido, protegidas por gruesas gavillas de cuero hervido. El destello del último sol en sus lanzas era como relámpagos. El sonido de sus cascos era un trueno. —Tal vez la Dama de las Tormentas aún no ha terminado conmigo, — murmuró Mia. Saai arrojó una larga luz desde el oeste. La sombra de su camello era una mancha fangosa que se extendía por la tierra agrietada y las dunas ondulantes. Pero la de Mia tenía un tono negro más profundo, más nítido en los bordes, lo suficientemente oscuro para dos. Y se estaba moviendo. Hubiera sido más sencillo ocultarse bajo su manto de sombras, desaparecer por completo. Pero si Jonnen le había dado a Scaeva detalles sobre el mapa y la Corona, el Decimoséptimo sabría a dónde se dirigía de todos modos. Los soldados de a pie no se moverían tan rápido, pero ella tenía que acabar con la caballería, de una forma u otra. Y entonces Mia puso su sombra en movimiento, enviándola a través de las arenas gastadas en una miríada de formas, extendiéndose hacia ese odioso sol. Llamando a la oscuridad, justo como ella había hecho el giro que conoció a Naev, el giro del que huía por su vida de... Adelante. Mia miró a lo lejos, vio un rastro de tierra agitándose acercándose a ella desde el oeste, como si algo colosal nadara bajo la tierra. Miró hacia el norte y vio otros dos canales convergiendo sobre ella. —Muy bien, bastardos, —murmuró—. Vamos a darles un beso. Mia tiró de las riendas y giró a Julio hacia la carga de caballería que se aproximaba. Todavía torciendo las sombras a su alrededor, miró a los 555

jinetes que se acercaban. Cabalgaban en formación, con los escudos levantados, las lanzas apuntando hacia arriba en una maraña resplandeciente. Su línea era de cien caballos de ancho, cinco de profundidad, los estandartes verde hoja de la Decimoséptima Legión fluyendo en los vientos susurrantes detrás de ellos. Mia se inclinó sobre las riendas e instó a Julio a correr más rápido. Más adelante, alguien de la caballería tocó una larga nota en una bocina. Todos los hombres en la primera y segunda fila bajaron sus lanzas. Sonó otra explosión, y Mia vio que la tercera y cuarta hileras encordaban sus arcos, listos para soltar una descarga de doscientas flechas sobre su cabeza. Miró detrás de ella, las sombras se retorcían y enrollaban, siguiendo las líneas de la hirviente tierra que convergían hacia su posición. El más cercano estaba ahora a solo treinta o cuarenta pies detrás de ella, escondido bajo la tormenta de polvo que Julio estaba pateando. Acercándose rápido. Al sonido de otro cuerno, los arqueros lanzaron un vuelo de flechas negras en el aire. Julio se quejó cuando Mia lo agarró con fuerza por la oreja, alejándolo de la lluvia de flechas entrante. Y con una oración a la Madre en sus labios, Mia extendió la mano hacia sus sombras y las envolvió alrededor de ella y la bestia que montaba. El mundo se convirtió en una neblina, no el negro que había estado debajo de su capa cuando brillaron dos soles, pero no obstante, una mancha borrosa. Julio tropezó cuando se quedó medio ciego, Mia se aferró a su querida vida con sus dedos, muslos y dientes. Pero para su crédito eterno, tan maloliente y feo como era, la bestia no cayó. Superado por el pánico, Julio en cambio rompió hacia el este cuando las flechas comenzaron a golpear. Mia escuchó el golpeteo de cientos de disparos en las arenas en las que había cabalgado un momento antes. Flechas perforando la tierra y lo que nadaba debajo de ella. Oyó a la caballería volver a tocar sus cuernos. El trueno de sus cascos disminuyó a medida que aflojaban el ritmo, consternados por su desaparición. Y luego...

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—Mierda es... —¡Kraaaaaken! Mia se quitó la capa de sombras, las uñas clavándose en el pelaje de Julio mientras ella miraba hacia atrás por encima del hombro. Levantándose de las arenas agitadas, vio media docena de enormes tentáculos. Los apéndices eran oscuros, correosos, forrados con ganchos irregulares de hueso horrible. Atraídos por su sombra, atravesado doce o más veces por las flechas de la caballería, el furioso kraken de arena se arrastró fuera de la tierra rota hacia los hombres que lo habían herido. La monstruosidad envolvió un tentáculo enganchado alrededor del caballo y el jinete más cercanos, empujándolos hacia sushorrible boca llena de picos. Sus caballos fueron arrojados a un aterrador pánico. El comandante de caballería rugió a sus hombres las órdenes de atacar. Pero cuando otro soldado gritó de miedo y señaló los dos nuevos túneles de tierra hirviendo que caían sobre la cohorte, se desató un caos total. Otro kraken salió de las arenas empapadas de sangre, más grande que el primero. Atraído por la sangre y los gritos, partió a media docena de jinetes por la mitad con un movimiento de sus brazos. Llovió una lluvia de flechas, un monstruoso aullido de dolor sacudió el suelo bajo los cascos de Julio. El polvo se levantó en una nube hirviendo, arenas rojas y sangre rociando en todas las direcciones. Mia vio centellear el acero, siluetas bailando en la bruma, escuchó el estallido de cuernos cuando un tercer kraken se alzó de la tierra ensangrentada y rugió de hambre y rabia. Algunos jinetes rompieron filas, otros atacaron, aún más agitados por el caos y la confusión. Tentáculos, espadas y lanzas cortaron el aire, hombres y monstruos aullaron y aullaron, el hedor de sangre y hierro colgando en la nube de polvo. Mia se apartó de la matanza que había desatado, endureciendo su corazón. Más adelante, a través del polvo arrastrado por el viento y la brillante bruma de calor, apenas podía distinguir las sombras de las montañas de Bordenegro. La Corona de la Luna la esperaba más allá. Clavando los talones en los costados de Julio, Mia siguió adelante.

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Cinco vueltas después, Mia estaba de espaldas a un sol cayendo, mordiéndose las uñas. Frente a ella, las espuelas de piedra roja se alzaban en las estribaciones de las colinas y, desde allí, en picos premonitorios. Detrás de ella, Julio estaba de pie en una nube de polvo, sus papadas blancas con saliva. —Creo que esto es todo, —murmuró Mia. El camello mugió y dejó caer unas pocas libras de mierda en la tierra. —Mira, no es que ese mapa fue dibujado por un cartógrafo maestro, — gruñó Mia—. Fue copiado de la pared de un templo milenario, luego fue copiado nuevamente en una lúgubre sala de callejones en alguna ciudad de la costa norte de Ashkah. Puede que no haya sido cien por ciento exacto. El camello volvió a quejarse, lleno de desdén. —Cállate, Julio. Este era el quinto paso a través del rango que había intentado en tantas horas, y las esperanzas de Mia se estaban desvaneciendo. Cada incursión previa en las montañas finalmente había terminado en callejones sin salida, o desfiladeros demasiado estrechos para pasar. Jodida con todos estos intentos desperdiciados, había quemado su iniciativa en la Decimoséptima Legión por completo. Mirando hacia el sur, vio que los soldados estaban ahora a unas pocas horas de marcha. —Estos bastardos no se rinden fácilmente, —murmuró. Supuso que había matado a unos cientos de sus hombres de caballería. Incluso si no estuvieran bajo las órdenes de su Imperator, todavía la perseguirían y matarían por principio general. Pero mirando a la horda de legionarios que se aproximaba, Mia pudo ver que su comandante no solo estaba enviando su caballería pesada caballo esta vez. Él estaba enviando a todos. Mia cruzó el suelo roto, agarró el aparejo de su camello y se arrastró hasta su joroba. La bestia bramó una queja, pisoteó sus cascos e intentó tirar a la chica de su espalda. —Oh, maldición, cállate ya, Julio, —suspiró Mia. 558

Golpeó los flancos de la bestia con su fusta y la bestia rompió a trotar, llevándola a un cañón entre dos acantilados irregulares. Mia se preguntó si podría tender una emboscada en el paso para los soldados que la seguían, pero pronto abandonó la idea: la brecha entre los picos era lo suficientemente amplia como para enviar a toda una legión al frente. Aun así, mientras cabalgaba, un cuervo solitario cantó sobre ella, y se encontró frunciendo el ceño ante las paredes del cañón que los rodeaba. Estos no eran como los acantilados alrededor del Monte Apacible. Las rocas no estaban desgastadas ni alisadas por el tiempo. Las montañas cerca de la Iglesia se sentían viejas, envueltas en el polvo de las eras, llenas de historia. Estas montañas se sentían... nuevas. La tierra se inclinaba hacia abajo, como si se dirigiera a una depresión. Y cabalgando, Mia no pudo evitar la sensación de presentimiento que se arrastraba por su piel. Los susurros se estaban haciendo más fuertes. A veces, ella juraba que podía distinguir palabras entre el balbuceo sin forma. Voces que le recordaban a su madre. A su padre. A Ashlinn Mia sacudió la cabeza para aclararla, sintiéndose mareada y perdida. Parecía como si ella estuviera cabalgando a través de una niebla, aunque en realidad, la luz del sol seguía brillando en su espalda. Tomó un trago de agua de su alforja, se limpió el sudor de la frente. Algo se siente mal aquí. Magya, tal vez. Los restos de Ashkahi quebrantados, destrozados y perdidos en la caída del Imperio. Incluso después de siglos, tantos años bajo los soles ardientes, parecía que la mancha persistía, como la sangre que se filtra en la tierra rota. Pero seguro y cierto, por fin podía sentirlo en sus huesos ahora. Una certeza en su pecho. Este es el camino correcto. Siguió cabalgando, el viento revoloteaba y arañaba las piedras. Las manos y los pies de Mia estaban hormigueando, una sensación vaga y borrosa en su cráneo. Una picazón de sudor, goteando por su columna vertebral. Se concentró en el terreno roto que tenía delante, imaginando que 559

podía volver a escuchar la voz de su madre. Podía sentir la fría presión de los labios de Tric sobre los de ella mientras le daba el beso de despedida. El toque de las yemas de los dedos de Ashlinn entre sus piernas, el aliento de la chica en sus pulmones. Insegura de lo que era real, de lo que era la memoria. Y siempre, siempre, los susurros en el viento. Lo suficientemente cerca como para hacerla sentir un suave aliento rozando el lóbulo de su oreja, le ponía la piel de gallina. Oyó crujidos bajo las patas de Julio. Mirando hacia la tierra debajo de ellos y viendo que estaba llena de huesos viejos. Humanos, de animal, crujiendo y astillando mientras su camello los pisoteaba. Ella frunció el ceño, parpadeando cuando una calavera sin mandíbula se volvió hacia ella, mirándola con ojos vacíos mientras susurraba. —Si comienzas por este camino, hija mía, vas a morir. Mirando el camino por delante, Mia se dio cuenta de que finalmente se estaba estrechando. Acantilados de piedra roja irregular se alzaban a ambos lados de ella. Mirando hacia el cielo, sintió una sensación de vértigo y se dio cuenta de que no tenía idea de cuánto tiempo había pasado desde que entró en la fisura. Le temblaban las manos. Su lengua reseca. Su pellejo de agua estaba casi vacío, aunque no recordaba haber bebido tanto. Vas a morir. Delante de ella, a ambos lados del pasillo, se alzaban dos estatuas. Cada uno estaba tallada en piedra arenisca, de forma humanoide, los detalles estaban desgastados por los años. El de la izquierda estaba partido por la cintura, sus ruinas habían caído sobre sus tobillos. El de la derecha era mayormente entero: una figura humana con el más vago indicio de extraños escritos en la base, un largo tocado, la cabeza de un gato. Le recordó a Mia la linterna en el escritorio de Marielle. Miró la espada de acero negro de Ratonero en su cintura: figuras humanas con cabezas felinas, masculinas y femeninas, desnudas y entrelazadas. —Ashkahi, —murmuró ella. Perdido en el tiempo. Perdido en la memoria. Quedaban muy pocos de ellos. Algunas baratijas, pedazos de conocimiento. Y, sin embargo, alguna 560

vez se trató de un pueblo, una civilización, un imperio. Destruido por completo en una calamidad nacida de los celos y la rabia. Ella apartó la vista de las estatuas que se encontraban al otro lado del camino. Más allá de los monumentos rotos, el camino se estrechaba, cerrándose a un delgado desfiladero. Una grieta en lo profundo de la tierra, que se dividía en un tenedor más adentro, la piedra se eleva a ambos lados. Por el mapa en la piel de Ash, Mia sabía que más allá de la división en el camino se extendía un laberinto de túneles y fisuras, que se extendía por las tierras baldías como telarañas. Y más allá de eso... Más allá de eso... Se... Podía escuchar a su madre cantando. Ashlinn suspirando su nombre. Oler el humo del cigarillo de Mercurio en el aire. Ver los ojos de su padre cuando le pidió que se uniera a él. El terror subía por su pecho como una marea negra, como una inundación, amenazando con ahogarla por completo. Nunca retrocedas. Nunca temas. Le dolían las piernas y le dolían los pies: ¿cuánto tiempo llevaba caminando? ¿Giros? ¿Semanas? No recordaba haber comido, pero su barriga estaba llena. No recordaba haber abandonado a Julio, pero la bestia no se veía por ningún lado. Estaba oscureciendo, se dio cuenta, como si los soles finalmente se hubieran hundido para descansar más allá del mundo. Por un momento la asaltó el pánico, pensando que había estado aquí tanto tiempo que la Veroscuridad había caído. Pero no, mirando hacia el cielo sobre su cabeza, Mia aún podía ver una delgada franja de luz de sol índigo fangosa, podía sentir el calor del último ojo de Aa en el cielo. La Oscuridad aún tenía que reclamar el dominio del cielo. —Todo esto está mal —respiró ella. Ella estaba cerca. Ella no debería estar aquí. 561

Debería devolverse mientras todavía pudiera. Caminando por un laberinto de piedra roja y sombras cada vez más profundas. Podía escuchar gritos débiles detrás de ella, trompetas sonando, preguntándose qué había sido de los soldados que la persiguieron a este lugar abandonado. Preguntándose por qué alguna vez vinieron aquí. Por qué ella lo hizo. Mirando hacia abajo, Mia vio que su sombra se movía como si fuera una llama negra, lamiendo y agitándose sobre los huesos dispersos. Como manos gentiles, tirando de su ropa, acariciando su piel. Miró hacia sus pies y vio el cielo sobre ella. Miró hacia el cielo y no vio nada en absoluto. Sintió a Ashlinn desnuda en sus brazos, los labios de la chica en su cuello. Sintiendo que su amante temblaba mientras trazaba las líneas de su tatuaje con la punta de los dedos. El camino por este lugar. Grabado en negro. La roca a su alrededor se retorcía, las sombras se agitaban, la luz jugaba trucos en los rincones y las grietas. Parecía como si estuviera rodeada de rostros llorones, empuñando garras. La oscuridad se profundizó, insondable y perfecta. Mia cerró los ojos con fuerza, se dio cuenta de que ya no podía sentir nada, ni el suelo bajo sus pies ni el pulso en sus venas o el viento en su cabello. La luz del último sol parecía tenue como una vela distante, aunque el cielo a sus pies aún brillaba. —No eres mi hija. —Solo eres su sombra. —Lo último que serás en este mundo, chica, es la heroína de alguien. —Una chica con una historia que contar. —Todo lo que escucho, Coronadora, son mentiras de la boca de una asesina. —Quiero que te vayas, ¿me oyes? —Hubiera matado el cielo por ti... Las sombras se extendieron hacia ella, estirándose hacia la nada en que se había convertido. Bajó la mirada hacia su propia sombra y vio que era negra, como alquitrán, como pegamento, que corría entre sus dedos como cera derretida. Podía oler un tenue humo y motas de polvo, el perfume de las tumbas vacías. Algo crujiendo bajo sus pies, seco y quebradizo como ramitas. Agudo como los gritos en su mente. 562

—Oh, Diosa, —respiró Mia. Una desolación tan perfecta que no podía imaginar nada antes ni después ni nunca más. Sin luz. Sin sonido. Sin calor Sin esperanza. Las lágrimas brotaban de sus ojos. —Oh, Diosa... puedo sentirla. Ella lo hizo a un lado. El miedo. La pena. La pérdida y el dolor. Tan cerca ahora, que podía saborearlo. Podía Alcanzarlo con manos temblorosas y tocarlo. Sacarlo de su jaula de costillas rotas y hacerlo suyo. Su derecho de nacimiento. Su legado Su sangre y su venganza. Su promesa a la única persona que le quedaba. Su hermano. —Yo... no puedo nadar muy bien. —Yo puedo. —Ella le apretó la mano otra vez—. Y no dejaré que te ahogues. Los acantilados que la rodeaban ahora estaban fragmentados, plagados de sombras y atravesados por grietas oscuras. En la tierra rota debajo de ella, en los muros derruidos a su alrededor, vio las más débiles marcas de civilización: el vago patrón de ladrillos aquí, un fragmento de estatua rota alla. El suelo en el que había puesto sus botas inclinadas siempre hacia abajo, y en él, vio la leve impresión de losas, como si alguna vez hubiera sido un camino, aplastado con una furia indescriptible en la tierra destrozada. Ella estaba cerca ahora. Ese mismo tirón que había sentido en presencia de Furiano, de Casio, de su padre, ahora amplificado una docena, cien, mil veces. Una gravedad negra. Una resaca sin fondo, ondulando bajo la delgada capa de realidad sobre ella. El velo entre este mundo y otro se sentía delgado y estirado. Algo más grandioso y más terrible esperaba al otro lado. Algo cercano a... Casa. Cuando escuchó por primera vez hablar de la Corona de la Luna, Mia había imaginado algo impresionante. Algo palaciego. Una fortaleza de oro, tal vez, brillando en la cima de una montaña imposible. Una aguja de plata,

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rematada con una corona de luz de estrellas. En cambio, esto era una desolación. Una disolución. Ahora sabía que estaba entrando en un enorme cráter, forjado por un impacto que había arrasado la tierra de todo menos de recuerdos rotos. Del imperio que una vez floreció en este lugar, casi no había rastro. Sus leyendas, su saber, sus magos, sus canciones y su gente, todo se deshizo en un instante. Un cataclismo que rompió la tierra misma, dejándola para siempre rota. Mia siguió la pendiente hacia adentro. Hacia abajo. El viento se enroscaba en su cabello. Susurros resonando en sus oídos. Vértigo hinchando su cráneo. Definitivamente podía escuchar la voz de una mujer ahora, discernible en el balbuceo embrujado y sin forma. Y a través de los surcos y los desfiladeros destrozados, con el polvo en su piel y el acero en sus ojos, finalmente entró en el corazón del cráter Ashkahi y vio que estaba ante ella en toda su gloria rota. La Corona de la Luna. Casi sonrió al verlo. La respuesta final al enigma de su vida. La última revelación en una historia escrita en tinta y sangre a la luz del atardecer y el amanecer. Y al final, después de todo el asesinato y todos los kilómetros, fue tan simple. Podía ver la ciudad de Tumba de Dioses en su mente, como desde arriba; la Espada y el Escudo de Armas, Las Partes Bajas, las altísimas Costillas osificadas. Islas destrozadas, atravesadas por trazas de canales, buscando a todo el mundo como un gigante tendido sobre su espalda. Falta una pieza. Y aquí estaba. No es una fortaleza de oro o una aguja de plata. —Por supuesto—, susurró Mia. Un cráneo. Un cráneo colosal e imposible.

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LIBRO 5 - ELLA USÓ LA NOCHE

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CAPÍTULO 40 DESTINO —La Corona de la Luna, —respiró Mia. Tenía cientos de pies de alto, millas de ancho, enterrado en los templos en tierra astillada. Su rostro estaba volcado hacia el cielo, un círculo grabado en su vasta y estéril frente. Era hueso de tumba, por supuesto, al igual que las Costillas, el resto de los cimientos de Tumba de Dioses, la espada en la espalda de Mia. Los últimos restos del cuerpo de Anais, arrojados desde los cielos por un padre vengativo que debería haberlo amado como su único hijo. Su cuerpo había golpeado la tierra con tanta fuerza que la península de Itreya fue sepultada bajo el mar, y allí, sobre las ruinas, Aa había ordenado a sus fieles que construyeran su nuevo templo. Pero aquí, en el corazón de la civilización Ashkahi, la cabeza cortada de Anais había golpeado el suelo con una fuerza impensable, poniendo fin al imperio que lo adoraba como un dios. Parecía una cosa solitaria. Una cosa trágica. Infanticidio, grabado en hueso antiguo. Mia trepó por las laderas rotas, las rocas destruidas. Un solo cuervo rodeaba arriba, sin llamar a nadie en absoluto. El polvo se enroscó y bailó sobre sus pies. La sombra de Mia apuntaba directamente hacia el cráneo, como lo hace la aguja de brújula hacia el norte. El miedo le roía el estómago. Presionando sobre su pecho. Podía sentir que la empujaban, la estiraban, un hambre como nunca antes había conocido. Era como si toda su vida hubiera estado inacabada y nunca se hubiera dado cuenta hasta este momento. Todos los fragmentos de su breve existencia parecían insignificantes; Jonnen, Tric, Mercurio, Scaeva, incluso Ashlinn, solo eran fantasmas en algún lugar de la oscuridad. Porque a través de todos los años y toda la sangre, por fin, por fin, ella estaba en casa. No. Mia apretó los dientes y apretó los puños. Este no es mi hogar.

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Ella estaba aquí por una razón. No para dormir, sino para despertar. No para ser reclamada, sino para reclamar. El poder de un dios caído. El legado de una línea rota. El poder de la luz en la noche. Para arrancarlo, latiendo y sangrando, de un pecho destrozado y recuperar a su hermano del bastardo que lo había reclamado. Luchar y morir por lo único que le daba sentido a su vida. Lo único que le quedaba. Cuando todo es sangre, la sangre es todo. Mia subió por la boca abierta, a través de dientes tan grandes como las catedrales. Las sombras a su alrededor se retorcían y se enroscaban, una oscuridad descendente, profunda como un sueño. Ella se abrió paso a través de una grieta en el paladar cavernoso del cráneo, subiendo por caminos de hueso de tumba sin brillo, deslizándose finalmente en un vasto y solitario salón dentro de la corona hueca del cráneo. La cavidad era redonda como un anfiteatro, ancha como una docena de arenas. Estaba casi completamente vacío, delgadas lanzas de luz perforaban los cientos de grietas en el hueso de arriba, la última luz del sol se estaba volviendo negra como una bruma opaca. Los susurros eran tan fuertes que Mia podía sentirlos en su piel, escuchar las palabras más allá, aquí en su origen; una historia de amor y pérdida, de traición y carnicería, de un cielo desgarrado y toda la tierra al lado, unas lágrimas de la madre y una sangre del hijo y unas manos temblorosas y carmesí de un padre. Mia se arrastró hacia adelante, evitando los pequeños parches de luz solar que se derramaban por las grietas, escondida en la oscuridad que alguna vez había llamado amiga. Miró esa galería negra y vacía, no vio nada. Y, sin embargo, sabía con terrible certeza que no estaba sola. Se asomó a los rincones y surcos, buscando alguna señal de vida, alguna fuente para el terrible temor y el hambre que perforaban su corazón. Y finalmente, mirando hacia un estante de hueso de tumba astillada detrás de ella, Mia la vio parada sola. Una belleza. Un horror. Una mujer. Al fin. Cleo

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Ella era alta. Sauce esbelto. Y joven, oh Diosa... muy joven. Mia no tenía idea de lo que había esperado: una vieja bruja, una cáscara eterna, pero Cleo apenas parecía mayor que ella, a decir verdad. Su cabello era grueso, negro, brillante como una mancha de aceite, pasando por sus tobillos y arrastrándose por el suelo detrás de ella. Llevaba un vestido negro sin espalda, gasa delgada y sin adornos, hecha completamente de sombras. El negro abrazaba su cuerpo, extendiéndose desde la barbilla hasta los pies descalzos. Sus brazos estaban desnudos como su espalda, su piel del tipo pálido que no había visto los soles en... ... bueno, siglos, suponía Mia. Ella era hermosa. Sus labios y párpados negros como la tinta. Totalmente inmóvil, salvo por los dobladillos de su vestido, que se curvaba y se balanceaba como si estuviera vivo. Y su sombra, Diosa, era tan oscura que a Mia le dolían los ojos al mirarla. Lagrimeaba como si hubiera mirado los soles demasiado tiempo. La sombra se agrupaba a los pies de la mujer, sangrando a través del hueso como líquido. Goteaba sobre la repisa, se detenía y desaparecía por completo antes de aterrizar. Lenta como siglos, Cleo levantó las manos y hundió las yemas de los dedos en la piel. Mia vio que tenía los antebrazos rasguñados y con costras, y que ahora tenía las uñas puestas en otra hilera de ronchas. Los ojos verdes de la mujer se volvieron hacia la cúpula del techo, enorme y agrietada, con la cabeza inclinada como si estuviera escuchando, salvo que no había nada que escuchar excepto el silencio y el suspiro de los vientos sin fin. Cleo extendió la mano, con los dedos extendidos, y Mia sintió que algo se movía en su pecho. Ese tirón de nuevo. Como la gravedad a la tierra. Como polvo a la llama desnuda. Su piel se erizó con piel de gallina, y los rincones y huecos sombreados alrededor de la habitación se agitaron y temblaron, como si ellos también sintieran la llamada de la mujer. Mia captó el movimiento por el rabillo del ojo, vio una pequeña forma negra brotar de la oscuridad y volar hacia el flanco. Era un pasajero, se dio cuenta, un daimón, con la forma de un pequeño gorrión. Se posó en las puntas de los dedos de Cleo y la mujer se echó a reír de alegría, girando su mano de un lado a otro como para admirar la oscura belleza del daimón.

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El gorrión cantó una melodía como Mia nunca había escuchado. Las notas eran claras como campanas de cristal, resonando a lo largo de su columna vertebral. Era lo contrario de la música. Una canción que resonaba en los vastos recovecos del cráneo de ese dios muerto. Y, aún sonriendo, Cleo se metió el gorrión en la boca. Mia sintió gritos en la parte posterior de su cráneo. Esa hambre que se hinchaba dentro de ella, oscura y aterradora y llenaba el espacio por completo. Cleo echó la cabeza hacia atrás, masticando mientras las sombras alrededor de la habitación temblaban, su miedo se filtraba a través de los fragmentos en el pecho de Mia y se desangraba, fría y aceitosa, en su vientre. Así es como se ha mantenido durante todos estos siglos, se dio cuenta Mia. Reuniendo los pedazos de Anais para ella y... ... y comiéndolos. Cleo bajó la barbilla. Mechones negros como el aceite cayeron sobre su cara. Tragando saliva, miró hacia el rincón donde se escondía Mia. Y la mujer sonrió cuando una voz, fría y clara como un cielo verdaderamente oscuro, sonó en la cabeza de Mia. Puedes salir ahora, querida, cariño, oscura. Mia sintió que el miedo se extendía: una marea helada, que goteaba por las puntas de sus dedos y bajaba hasta sus piernas, haciéndolas temblar. Pero ella se armó de valor, hizo su corazón de hierro. Puso las manos sobre las empuñaduras de la espada larga de hueso de tumba en la espalda, el acero negro de Ratonero en la cintura. Y respirando hondo, bajó al piso debajo con Cleo. La mujer miró a Mia, su cabello ondeando con los dobladillos de su vestido. Ella sonrió, una pequeña gota de algo negro y pegajoso se derramó por su barbilla. —Mi nombre es Mia, —dijo la chica—. Mia Corvere. Cleo inclinó la cabeza. Lo sabemos. 569

La mujer extendió los brazos y las sombras en la habitación cobraron vida. Estallando por las grietas y fisuras, derramándose desde la oscuridad sin fondo a los pies de la mujer. Decenas, docenas, cientos de formas, cada una hecha de vida, respirando oscuridad. Serpientes, lobos, ratas, zorros, murciélagos y búhos: una legión de daimóns que atravesaban el aire o se escabullían por los huesos o se lanzaban de sombra en sombra. Un pájaro de las sombras se deslizó entre los pies de Mia, un halcón hecho de ondulante negro se posó en la repisa sobre su cabeza, un ratón se sentó directamente frente a ella y parpadeó con sus ojos. Los susurros aumentaron, una cacofonía dentro de su mente, hablando con una voz terrible. Has llegado muy lejos. Sufriste mucho. Pero no necesitas sufrir más. Mia entrecerró los ojos, mirando a la belleza, el horror, la mujer. —¿Cómo sabes lo que tengo y no tengo que sufrir? Sabemos todo sobre ti. Cleo sonrió. Extendió su mano. Y desde la oscuridad a su alrededor, una forma se formó en su palma hacia arriba. Era una forma que Mia conocía casi tan bien como la suya. Una figura que la encontró en el giro que su mundo le fue arrebatado, que caminó a su lado a través de todas las millas y todo el asesinato y todos los momentos hasta... Hasta el momento en que lo envié lejos. —Don Majo, —ella respiró, con lágrimas en los ojos. —... hola, Mia... —… ¿Qué estás haciendo aquí? —... me dijiste que buscara a alguien más para montar... El no-gato entrecerró sus no-ojos, la cola azotando con ira. —… Así que lo hice… Caminando a lo largo del brazo pálido de Cleo, Don Majo se empujó hacia los mechones oscuros del cabello de la mujer, cubriéndole la garganta y los hombros, tal como había hecho con Mia innumerables veces antes.

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Cleo se estremeció y pasó la mano sobre el pelaje del gato de sombras, y él arqueó la espalda e intentó ronronear. Unos celos negros se agitaron en el pecho de Mia cuando la voz de Cleo sonó dentro de su cabeza. Sabemos por qué estás aquí. Pequeño peón Cosa rota —No sabes nada de mí, —dijo Mia. Oh, pero nosotros sí. Vemos los moretones de las yemas de los dedos sobre tu garganta, incluso ahora. “Los muchos eran uno”, ¿sí? “Nunca retrocedas, nunca temas”, ¿sí? Cuán mal usada estas, querida, cariño, oscura, por las que llamaste Madre. Mia miró al no-gato, con el corazón en la garganta. —¿Le dijiste? —... Sabía que eventualmente llegarías aquí... La cola de Don Majo se enroscó alrededor del cuello de Cleo, sin mirar a la cúpula de arriba. —... mejor estar preparado para su llegada... Cleo miró a Mia con ojos tan profundos como siglos. Sabíamos que vendrías. Te escuchamos llamando en el desierto. Los desperdicios que respondieron tu llamada. —Krakens —Mia asintió—. Arcadragones. ¿Cómo pueden oírnos llamar? Son todo lo que queda de la ciudad que una vez estuvo aquí. Gusanos e insectos, retorcidos por la magya que sangraba de este cadáver que fue imperio. —¿Y por qué odian cuando usamos la oscuridad? Se acuerdan en sus almas. Lo saben en su sangre. Su caída fue su ruina. Y somos todo lo que queda de él. —Anais, —susurró Mia. 571

Los ojos de Cleo se entrecerraron ante la mención del nombre de la Luna. Vienes a reclamar lo que es nuestro. —A menos que quieras dármelo. Cleo suspiró y sacudió la cabeza. Pequeña. Insignificante. Servil y aduladora a un poder demasiado débil para salvarse. Haciéndonos morir para que su hijo pueda vivir. Condenándonos a la tumba para que ella consiga un indulto. Pidiendo todo y sin dar nada y nunca cuestionando el derecho. La oscuridad sobre ellos tembló cuando la mujer levantó las manos, con las palmas hacia arriba. Diosa se nombra a sí misma. Y esclavos nos nombra. Pensando en nosotros pequeños jugadores en un escenario construido de grandeza débil y hueca. Cleo miró a Mia, sus labios negros se curvaron con desdén. Ella no ofrece nada, excepto lo que se llevará. Y aún así, te arrodillas ante ella. —No me arrodillo ante nadie, —escupió Mia. La risa de Cleo resonó en las paredes de hueso de tumba, rodando entre la reunión de daimóns como ondas a través del agua negra. —Lo digo en serio, —dijo Mia—. No me importan los dioses ni las diosas. No me importa ganar una guerra o restaurar el equilibrio entre Luz y Noche o Niah o Aa o cualquiera de ellos. Yo nunca lo haré. Estoy aquí por mi hermano. Cleo se lamió los labios, con las yemas de los dedos clavándose en su piel. Los susurros sobre ella parecieron silenciarse, la oscuridad se hundió más profundamente mientras arrastraba las uñas rotas por sus brazos nuevamente. Se estremeció ante el dolor, los ojos muy abiertos y brillantes. Tuvimos familia una vez. Un nino. Una belleza. Todo lo que teníamos, se lo dimos. Y nos dejó, cariño, querida, oscura. Nos dejó solos. No

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busques lo que vales a los ojos de los demás. Porque lo que se da puede ser quitado. ¿Y qué quedará entonces? —No estoy aquí para responder a tus acertijos, —gruñó Mia—. No estoy aquí para el significado de la vida. Estoy aquí por el poder de rescatar lo único que queda que me importa. No te lo daremos. Mia dio un paso más cerca—. Entonces lo tomaré. —... mia, no puedes ganar así... —Cállate, Don Majo. —... mira a tu alrededor... —insistió el gato de las sombras—. … Mira dónde estás, a qué te enfrentas. Detente y piensa por un momento, por una vez en tu vida... —Jódete, —siseó, sacando su espada. Cleo levantó los brazos y las sombras estallaron. Cintas de oscuridad viviente se desplegaron como alas de sus hombros desnudos. Ella se elevó en el aire, su largo cabello negro azotando y enroscándose, su legión de daimóns pululando, revoloteando, balanceándose a su alrededor. Mia metió la mano en su cinturón y arrojó un puñado de vydriaro rojo directamente a la cara de Cleo. El cuerpo de Cleo brilló, el cristal explotó, las flores de fuego ardieron brevemente en la penumbra. Pero la mujer ya se había ido, pisando en un murciélago-sombra y flotando en la penumbra sobre Mia con una sonrisa oscura. El largo cabello negro de Cleo se transformó en espadas de sombra, fluyendo como líquido, afiladas como el acero, fluyendo hacia Mia como lanzas, y Mia Pisó a un lado, metió la mano en su cinturón y arrojó un puñado de vydriaro blanco esta vez. Los globos explotaron en una nube tóxica, pero nuevamente, Cleo había simplemente desaparecido, saliendo de la forma fugaz de un halcón-sombra, de vuelta al aire sobre la cabeza de Mia. La chica subió, muy, muy arriba, directamente al techo sombreado de esta extraña catedral. Levantando el desmoronado techo de la fosa sepulcral y volviendo a descender del cielo, con la hoja en alto en ambas manos. Cleo 573

parpadeó de nuevo, evitando el golpe de Mia, atrapándola en zarcillos de negro líquido. Mia cortó en la oscuridad Pisó lejos como un colibrí, arrojando más Vydriaro rojo. Cleo simplemente desapareció, apareciendo en la forma de Don Majo, todavía esperando de nuevo en el rellano. Y así bailaron, las dos. Humo negro, resonar oscuro, explosiones vacías Mia estaba silenciosa como la muerte, su rostro era una máscara sombría, su espada brillaba. Parpadeando por la habitación como un espectro. Ambas podían pisar donde quisieran, tantas sombras, tan oscuras y profundas. Pero Cleo era simplemente más. El aire estaba lleno de sus daimóns, una multitud en la que podía desaparecer a voluntad. Sus hojas de sombra parecían estar en todas partes a la vez, con el cabello cayendo en longitudes imposibles, Mia apenas podía mantenerse por delante de su borde. Los susurros eran ensordecedores dentro de su cabeza, el ruido sordo de su pulso ahogado debajo. Tenía los dientes desnudos, los ojos entrecerrados y la cara húmeda de sudor. Y todo el tiempo, nacido en el aire con alas negras, Cleo simplemente sonrió. Ella esta jugando conmigo... Media docena de hojas de sombra cortaron el lugar donde Mia había estado un segundo antes. Dio un paso adelante, su hoja larga se clavó en la garganta de Cleo, solo para ver a la mujer alejarse de nuevo. Y de nuevo. Y de nuevo. Era como perseguir fantasmas de luz. Como matar al humo. La mujer se movía demasiado rápido, más en casa con las sombras de lo que Mia podía soñar. Todo su entrenamiento, toda su voluntad, toda su rabia desesperada era menos que inútil frente a un poder tan imposible. Dio un paso hacia el estante al lado de Don Majo, tropezando mientras aterrizaba, su hoja se sentía tan pesada como el plomo en sus manos temblorosas. Cleo se volvió hacia ella, el largo cabello negro azotando sobre ella. Pero ella no presionó su ataque, simplemente flotando en el aire. Mia estaba empapada de sudor, el humo ardía en sus pulmones. ¿Suficiente? preguntó Cleo dentro de su mente. Don Majo apareció en el hombro de la mujer, sin mirar a Mia. 574

—... mira a tu alrededor, mia... —suplicó—, ... no puedes vencerla así... —... RÍNDETE... —llegó el susurro de los demonios a su alrededor. —… Abandona… —... MIRA ALREDEDOR...! —El gato de la sombra exigió. Cleo flotó a través del espacio entre ellos, irradiando una majestad oscura e insondable. Se posó sobre el hueso ante Mia, sonriendo con labios negros. No puedes vencerme, corazón negro. Ni siquiera puedes tocarme. Mia manoseó sus ojos ardientes, buscando las palabras. Alguna súplica u oración, algo que ella pudiera decir. Ella se sintió como una niña torpe ante la fuerza de siglos incalculables. Era un insecto en presencia de un casi dios. El poder de una divinidad caída bullía debajo de la piel de esta mujer. Un legado forjado de innumerables asesinatos, las piezas de un alma destrozada arrancadas de pechos rotos y ensamblados, pieza por pieza sangrienta, dentro de la propia Cleo. La primera elegida de Niah. ¿Qué era Mia a su lado? No eres nada, le dijo la mujer. —Soy Mia Corvere, —siseó—. Campeona del Venatus Magni. Reina de los Sinvergüenzas y Dama de las espadas. No eres nadie —Soy una hija de la oscuridad entre las estrellas. Soy el pensamiento que despierta a los bastardos de este mundo sudando en la noche. Yo soy la guerra que tú... No, cariño, querida, oscura. Cleo sonrió, con una mano delgada extendida como para dar un regalo. Tienes miedo. A Mia le tomó un momento sentir el peso. Para reconocer su forma. Don Majo había caminado a su sombra desde que tenía diez años,

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rompiendo sus temores en pedazos. Con Eclipse y él dentro de ella, ella había sido indomable. El miedo había sido un recuerdo borroso, un sabor olvidado, algo que solo le sucedía a los demás. Pero después de todos esos años, a instancias sonrientes de Cleo, finalmente, realmente la había encontrado. Levantándose sobre una marea helada en su vientre y apretando las piernas. Nunca sabes lo que puede romperte hasta que te desmoronas. Nunca extrañas tu sombra hasta que te pierdes en la oscuridad. La espada de Mia cayó de dedos sin nervios. Ella tropezó de rodillas. Había estado sola antes, pero nunca así. Sus breves momentos sin sus daimóns siempre habían sido atenuados al saber que regresarían. Pero ahora no había nada que se interpusiera entre Mia y un enemigo al que nunca había enfrentado realmente. Un enemigo que nunca había conquistado realmente. Su lengua era ceniza y su cuerpo era plomo, con los ojos muy abiertos buscando en la penumbra mientras su respiración crujía entre dientes. ¿Por qué había venido ella aquí? ¿Que estaba haciendo ella? ¿Quién era ella para escribirse en una profecía, para tomar su lugar en un escenario poblado de Imperatores y dioses? Una chica débil, frágil y endeble, que solo se había arrastrado hasta allí con la ayuda de las cosas que cabalgaban en su sombra. Y ahora, ahora sin ellos... No eres nada, Cleo sonrió. No eres nadie Tenía diez años de nuevo. De pie bajo la lluvia en las paredes del foro. Viendo su mundo derrumbarse ante una multitud aullando. Su madre estaba parada detrás de ella, con un brazo sobre su pecho y el otro en su cuello. Mia podía sentirla, casi verla, piel pálida y largo cabello negro y delgados brazos blancos sobre los hombros de su hija. Garras cavando en los pulmones de Mia. Los labios rozaron las orejas de Mia mientras se acercaba lo suficiente como para oler el aliento de charnel y la piel oxidada. Mia cerró los ojos, sacudió la cabeza, tratando de no escuchar mientras silbaba en su mente. 576

Deberías haber corrido cuando tuviste la oportunidad, pequeña. —No, —siseó ella. Pide mi perdón. —Jódete. Suplica mi misericordia. —Jode. Te. Era un peso, presionando sobre sus hombros. Era un martillo que la destrozaba como el cristal. Sintió que se hundía en su propio oleaje, piezas flotando en la oscuridad. Su amor se perdió. Su esperanza se había ido. Su canción fue cantada. Nada de nada quedó. Buscaba algo a lo que aferrarse, algo para salvarla, algo para mantenerla caliente en un mundo tan repentinamente negro y frío. Alcanzó su venganza y la encontró inútil. Alcanzó su ira y la encontró vacía. Alcanzó su amor y solo encontró lágrimas. Se revolvió en la ceniza amarga en la que su corazón había florecido, arena negra debajo de las uñas, un pinchazo negro en los ojos. Buscando una razón. Buscando cualquier cosa. Eclipse se burló. —... TIENES EL CORAZÓN DE UN LEÓN... —Un cuervo, tal vez. —Ella movió los dedos hacia el lobo—. Negro y arrugado. —… SABRÁS LA MENTIRA DE ESO ANTES DEL FINAL DE ESTO, MIA. LO PROMETO… Y allí, de rodillas, en la noche más oscura de su alma acercándose a su alrededor, Mia finalmente lo vio. Una pequeña chispa que parpadeaba en el negro. Ella la agarró como si se estaba congelando, como si se estuviera ahogando. Una forma extraña, completamente desconocida; no la venganza que la había impulsado o la rabia que la había sostenido o incluso el amor que la había hecho retroceder. Era una cosa simple, casi imposible de entender. Una cosa pequeña, casi imposible de ver. Verdad. —Nunca retrocedas, —le había dicho su madre. 577

—Nunca temas. Pero allí, sola en la oscuridad de Cleo, Mia finalmente se dio cuenta de la imposibilidad de esas palabras. Enfrentando a su miedo por primera vez desde que podía recordar, Mia finalmente lo vio por lo que era. El miedo era un veneno. El miedo era una prisión. El miedo era la dama de honor del arrepentimiento, la carnicería de la ambición, la desolación para siempre entre adelante y atrás. El miedo no podía. El miedo no lo haría. Pero el miedo nunca fue una elección. Nunca temer era nunca tener esperanza. Nunca ames. Nunca vivas. Nunca temer a la oscuridad era nunca sonreír mientras el amanecer besaba tu rostro. Nunca temer a la soledad era nunca conocer la alegría de una belleza en tus brazos. Parte de tener es el miedo a perder. Parte de la creación es el miedo a que se rompa. Parte del comienzo es el miedo a tu final. El miedo nunca es una elección. Nunca una elección. Pero dejar que te gobierne lo es. Y entonces ella respiró hondo. Arrastró su aroma en sus pulmones. Se sintió con ganas de volar aparte, acurrucarse y morir, acostarse y ensuciar este cementerio con sus huesos. Sintiendo que se derramaba sobre ella, permitiéndole empaparla, dejándola limpia y sabiendo que todo estaría bien. Porque estar vivo siempre fue de alguna manera tener miedo. Y ella miró a los ojos de Cleo. La presión de la oscuridad sobre sus labios, la presión de sus uñas contra las palmas ensangrentadas. Las sombras rabiaban y ardían, los demonios aullaban y rugían, la oscuridad temblaba y bostezaba a su alrededor. Cleo levantó la mano, garras negras de oscuridad viviente en la punta de sus dedos. Gimiendo en sus oídos. Un

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hambre lo suficientemente profunda como para ahogarse. Balanceándose al borde del Abismo. —... ¡MIRA A TU ALREDEDOR...! —Gritó Don Majo de nuevo. Los ojos de Mia parpadearon, hasta la pálida luz que brillaba a través de la cúpula agrietada encima de ella. El último sol, esperando más allá. Y por fin, ella lo escuchó. Ella entendió lo que le estaba diciendo. Los dedos se cerraron sobre la hoja de acero negro de Ratonero en su cintura, su filo lo suficientemente afilado como para cortar el hueso de tumba. Y brillando como sangre y diamantes, afilados como cristales rotos, arrojó la hoja hacia arriba, hacia el techo sobre sus cabezas. La cuchilla golpeó las grietas, atravesó el hueso antiguo. Una luz azul pálida se filtraba por el agujero, el último suspiro de un sol cayendo, todavía sorprendentemente brillante en la oscuridad. Una lanza de brillantez, resplandeciendo desde el cielo moribundo, golpeando a Cleo donde estaba ella. La mujer se tambaleó en el resplandor repentino, las sombras se doblaron, una mano levantada contra la luz. Los dedos de Mia encontraron la empuñadura de la espada de su padre. El cuervo en la empuñadura observando con ojos ambarinos. Y apretando los dientes, con los ojos brillantes, se puso en pie. Trayendo la espada con ella, silbando como llegó. Sintió que atravesaba el pecho, la carne, los huesos y el corazón de Cleo. La mujer jadeó y todo el mundo se detuvo. Agarró la hoja enterrada en su pecho, con las palmas cortadas hasta el hueso en el borde. Mirando a los ojos de su enemigo, verde esmeralda en negro medianoche. —El miedo nunca fue mi destino, —siseó Mia. Y con un último aliento ennegrecido, Cleo cayó. Mia sintió un golpe aplastante en la columna. Su carne arrastrándose. Su pulso martillando dentro de sus venas. Su carne se sentía en llamas, agonía, éxtasis, todo y nada en medio mientras se balanceaba sobre sus pies. Mil gritos, mil susurros, el negro envolviéndola, cientos de daimóns pululando, asaltando, hirviendo sobre ella. Su cabello azotaba sobre ella como si soplara un viento desde abajo, su cabeza hacia atrás, sus brazos extendidos, sus ojos negros cerrados. Las sombras se extendían por el suelo 579

delante de ella, a través del aire a su alrededor, enloquecidas madejas de negro líquido. El hambre dentro de ella se ahogó. El vacío se tragó. Despertando y cortando. Bendición y bautismo y comunión. Todas las piezas de sí misma, perdidas y ausentes, encontradas al fin. Todas las preguntas respondidas. Cada rompecabezas resuelto. Todo el mundo sobre ella desmoronándose, temblando, estremeciéndose, como si este fuera el final de todo. El principio. Con la cara vuelta hacia el cielo, lo volvió a ver, tal como lo había hecho en la Arena de Tumba de Dioses, en el momento en que Furiano cayó bajo su espada. Un campo de negro cegador, ancho como siempre. Un campo infinito de negrura insondable lleno de diminutas estrellas, como los vestidos de su Madre Negra. Y allí, encima de ella, Mia vio un orbe de luz pálida ardiendo. No rojo ni azul ni dorado, sino un blanco pálido y fantasmal. Ella lo sabía por lo que era ahora. Sabía su enigma, sabía su propósito, sabía que ardía dentro de ella tan seguro como sabía su nombre. Como el círculo en sus sueños, inscrito en la frente del niño en su reflejo. El chico a su lado. El chico dentro de ella. Anais —Los muchos eran uno, —susurró. Los muchos fragmentos de su alma. —Y lo serán de nuevo. Unidos en mí. —Uno debajo de los tres. Una Luna debajo de tres soles. —Para criar a los cuatro. Por las Cuatro Hijas. —Libera al primero.

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Niah, la primera divinidad. —Ciega el segundo y el tercero. Extinga el segundo y tercer soles. ¿Y qué quedaría entonces? Un sol Una Luna Una noche. Equilibrio. Como era, y debería, y será. Ella cayó de rodillas. Jadeando. Sollozando. La totalidad era casi demasiado para soportar. El poder ardiendo en su pecho era casi abrumador. Las sombras se mantenían quietas, cientos de ojos que ahora la miraban desde la penumbra. Las otras piezas de su alma, durante mucho tiempo mantenidas encadenadas aquí en la oscuridad para saciar el hambre más oscura de un tirano. Un falso mesías. Un Elegido caído. ¿Qué sería ella ahora? Mia levantó la cabeza, rasgos enmarcados por ríos de negro. Las sombras contuvieron el aliento. —Los muchos eran uno, —susurró—. Y lo serán de nuevo. Manos ensangrentadas extendidas. Haciéndoles señas. El negro sobre ella tembló. Miedo ondulando entre los valientes. Y fuera de la temblorosa oscuridad hambrienta pisó una silueta. Una forma que Mia conocía casi tan bien como la suya. Una figura que la encontró en el giro en que su mundo le fue arrebatado, que caminó a su lado a través de todas las millas y todo el asesinato y todos los momentos hasta... Hasta el momento en que lo envié lejos. —... ciertamente te tomaste tu tiempo para llegar aquí...—, dijo Don Majo.

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Ella sonrió, las lágrimas resbalando por las mejillas marcadas y con cicatrices. —Perdóname, —susurró. El no-gato inclinó la cabeza. —… Te lo dije antes, mia. Soy parte de ti. Y tú eres todo de mí... Ella pasó los dedos por su pelaje. Tan real ahora como el hueso debajo de sus pies. La parte de ella en él, la parte de él en ella, las partes de ellos juntos, muchos y uno. —... no hay nada que perdonar... Y él regresó a casa. De vuelta a la sombra que él había caminado desde el momento en que la encontró cuando era chica, pequeña, asustada y sola. Los otros lo siguieron. Daimóns de todas las formas: murciélagos y gatos, ratones y lobos, serpientes, halcones y búhos. Cientos de piezas de un todo destrozado, cientos de sombras fusionándose con la suya. Una oscuridad tan profunda como la que nadie había conocido ahora se acumulaba a sus pies, un fuego tan brillante como cualquiera que había sentido arder dentro de su pecho. Y solo por un momento, solo por un respiro, una forma oscura y parpadeante estaba parada detrás de ella. Una llama negra fluyendo sobre su piel, alas negras en su espalda. Un círculo blanco estaba marcado en su frente, sus ojos ardían desde adentro con un brillo pálido y fantasmal. Luz de la Luna. A lo lejos, podía escuchar pasos débiles. El pulso de corazones temerosos en los pechos agitados. El anillo de acero y las oraciones al Aquel que Todo lo Ve. Hombres, se dio cuenta. Los soldados del decimoséptimo que la habían perseguido hasta el laberinto. Cinco mil de ellos. Pero el poder de un dios ahora fluía por sus venas. Una fuerza oscura e insondable que ningún hijo de mujer nacida podría esperar igualar. Incluso sin la legión de pasajeros ahora en su sombra, no temía a ningún hombre mortal. Ella trataría con ellos, con todos y cada uno, como las polillas a la llama negra. Entonces Tumba de Dioses. 582

Y entonces… Sus voces resonaron a través de ese cráneo roto, esa corona hueca. Muchos y uno. —Padre. Las sombras colocaron su espada ensangrentada en su mano. —Vamos por ti.

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CAPÍTULO 41 CUALQUIER COSA Aelio estaba de pie en un bosque de madera oscura y pulida en el Athenaeum, escuchando el crujir de las hojas de vitela y pergamino, papel, cuero y piel. Todo sobre él, libros. Libros escritos en papel hecho de árboles que nunca crecieron. Libros escritos a la altura de imperios que nunca existieron. Libros que hablaban de personas que nunca vivieron. Libros imposibles y libros impensables y libros incognoscibles. Libros tan viejos como él, vinculados a este lugar como él. Una peculiaridad inconcebible creada de la magya de la Madre Negra, en verdad, con un propósito solitario. Y ahora, cuando Aelio escuchó que el coro comenzaba de nuevo en la oscuridad a su alrededor, y sintió el suspiro de alivio de Niah como una sensación casi física, supo que lo había hecho. Mia había vencido. Su madre estaba muerta. Su trabajo estaba terminado. El viejo aspiró profundamente su cigarillo, saboreando el sabor de su lengua. Mirando alrededor del bosque de madera oscura y hojas de papel susurrante. Todas esas palabras imposibles, impensables, incognoscibles. Tratados de apóstatas exiliados. Autobiografías de déspotas asesinados. Opus escritos por maestros que nunca fueron aprendices. Palabras que solo él conocería. Palabras a las que estaba obligado, en cuerpo y alma. Respiró gris en la oscuridad. Y arrojó su cigarro encendido a las pilas. Tomó un momento, un respiro, una voluta de humo saliendo de las páginas humeantes. Pero pronto, el papel quedó atrapado como yesca, quebradizo con el tiempo, seco como el polvo. Las llamas se extendieron rápidamente, primero a lo largo de un estante, y luego al siguiente,

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crujiendo y hambriento. Dedos anaranjados, temblorosos y desgarrados, saltando de tapa a tapa y de pasillo a pasillo. La Dama de la Llama siempre odió su Madre de la Noche. Aelio se sentó en medio de él, observando cómo la conflagración se elevaba más y más. Escuchando a los ratones de biblioteca rugir en la penumbra brillante. Humo negro flotando en la oscuridad susurrante. Cansado más allá de dormir, pero solo queriendo eso. A pesar de su dominio sobre la muerte, ni siquiera la Madre tenía el poder de dar vida a los muertos dos veces. Ella no tenía más remedio que concederle su deseo ahora. Dulce, largo y oscuro. Finalmente. Dormir. Respiró el humo. Saboreando el sabor. Sintiendo las piezas de él, las páginas que lo ataron a esta tierra, quemándose en la nada. Sonriendo ante la idea de que, al final, no habían sido espadas, venenos o arkimia lo que había derribado a los asesinos que se asentaron en este lugar después de que lo derribaran. Habían sido palabras. Solo palabras simples. —Un lugar viejo y divertido, este, —suspiró. Las llamas se elevaron más. La oscuridad ardía brillante. Y finalmente, finalmente, el viejo durmió. Tric todavía podía oler el perfume de Ashlinn. Se paró en el Altar del Cielo, y fue todo lo que pudo recordar. No la sangre que había tosido sobre la piedra, no el vino dorado envenenado derramado a sus pies. Mirando hacia el Abismo más allá de la barandilla, todo lo que podía oler era el aroma que ella había usado. Lavanda.

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Estaba contento de eso. Recordándola de esa manera. Flores en su mente, no espinas. Perdonarla había sido como deshacerse de una herida infectada. Dejando ir su odio, el peso de sus hombros, dándole alas suficientes para llorarla. Su carga estaba casi levantada ahora. Los grilletes en sus muñecas casi se habían roto. Solo quedaba una cadena. Y entonces pensó en todo lo que él y Mia podrían haber tenido. Lo que casi eran. Saboreando el sabor en su lengua por última vez antes de dejarlo a un lado. Tirando ese último grillete, el grillete de lo que podría haber sido, y aceptando lo que era. Nunca lo suficientemente cerca. Pero tal vez lo suficiente como para mantenerlo caliente. El último beso de Mia se demoró en sus labios. Su promesa final permaneció en el aire. TÚ ERES MI CORAZÓN. TÚ ERES MI REINA. HARÍA CUALQUIER COSA QUE ME PIDIERAS. El niño miró las manchas negras en sus manos. —Y TODO LO QUE NO ME PIDAS, —suspiró. Miró de nuevo al Abismo más allá del altar. Y subió a la barandilla. Y él saltó.

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CAPÍTULO 42 CARNAVAL Las palabras simplemente no pueden hacer justicia al esplendor de una puesta de sol Itreyana. El tenue color rojo sangre del resplandor caído de Saan, es como un sonrojo en la mejilla de una cortesana. El azul pálido de Saai, luce como el ojo de un bebé recién nacido, durmiéndose. Un magnífico retrato de acuarela, que brilla en la cara del océano y llega hasta los aguilones del cielo. Manchas oscuras se filtran por los bordes del lienzo. La luz tardaría tres giros más en morir por completo. En ese tiempo toda la República se lava en el hedor de la sangre mientras los ministros de Aa sacrifican animales por cientos, miles, suplicando a Aquel que Todo lo Ve que regrese lo más rápido posible. Largas sombras van cayendo por las calles de Tumba de Dioses como obenques funerarios. A medida que la noche se va acercando al límite, la ciudadanía se va enfrentando a una especie de histeria. Comprando a los fabricantes de máscaras, sus bonitos dominós y temibles volto y sonrientes punchinello. Recogiendo sus mejores abrigos y vestidos de los sastres y las costureras. Agitando las manos todo el tiempo. Los más piadosos huyendo a las catedrales en masa para rezar toda la noche. El resto va buscando consuelo en compañía de amigos o en los brazos de extraños o en el fondo de botellas. Una serie interminable de veladas y fiestas de salón salpicando el calendario en los giros previos, a medida que la luz perece lentamente, mientras los ciudadanos pelean o se adulan o se alejan de sus miedos. Entonces cae la veroscuridad. Y comienza el Carnaval. Mercurio contempló la noche sobre su cabeza. Negra como el manto sobre sus delgados hombros. La góndola se balanceó y rodó por el canal bajo las cuidadosas manos de Sidonio. Cantahojas se sentó en primer plano, mirando con ojos oscuros mientras se deslizaban debajo de una multitud de juerguistas en el Puente de los Votos. Adonai se sentó junto al viejo, con la mirada roja brillando a la luz de las estrellas. Al igual que Mercurio, la

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mirada del orador de sangre se volvió hacia el cielo, sus dedos largos e inteligentes entrelazados en su regazo. Habían esperado todo lo que pudieron a que Mia regresara, pero después de que Saai comenzó su descenso final, el obispo de Tumba de Dioses decidió que no podían esperar más. Sidonio le había prometido a Mia que rescataría a su hermano si ella no volvía, y el gladiatii tomó muy en serio sus votos. Adonai no había hablado de nada excepto el regreso de su amada Marielle desde que Mataarañas y Scaeva huyeron con la tejedora en sus garras. Tric simplemente había desaparecido una noche, y Mercurio no tenía idea de dónde había ido el chico. Ellos eran pocos. ¿Pero quién sabía lo que estaba sucediendo en la Tumba desde que el Imperator se llevó la sangre de los dioses? ¿Quién sabía qué quedaría después de que cayera la Veroscuridad? Y así, cuando los soles cayeron, se reunieron en las cámaras del orador y se deslizaron bajo la marea alta. El palacio de Drusilla había sido abandonado: Mercurio suponía que su familia y los sirvientes habían huido en algún momento acordado cuando la Señora de las Hojas no pudo regresar de la Montaña. Sin embargo, habían encontrado muchas armas en los escondites de la Señora de las Hojas: espadas cortas y dagas y espadas largas de acero liisiano, finas y afiladas. Hurgando entre las pertenencias de su familia, robaron ropa que le quedaba lo suficientemente bien, capas negras para cubrir las piezas que no. Con el sabor de la sangre de cerdo en la lengua, Mercurio había salido a la calle, había señalado a un corredor y había enviado un mensaje codificado a uno de sus viejos contactos en Pequeña Liis. En el transcurso de las siguientes ocho horas, se había corrido la voz de ida y vuelta a través de la Ciudad de los Puentes y los Huesos, la red de información del viejo vibraba con susurros como una polvorienta telaraña. Y finalmente satisfecho, el obispo había llevado a su banda al muelle privado detrás de la finca de Drusilla y había robado la más selecta de sus cinco góndolas. Otra ronda de fuegos artificiales estalló en los cielos de arriba: el ruido y la luz tenían la intención de asustar a la Madre de la Noche de nuevo bajo el horizonte. En las calles más allá de las redes de canales, Mercurio escuchó a los ciudadanos gritar y aplaudir en agradecimiento. La finca de Drusilla estaba en el corazón del distrito de los tuétanos, y solo tenían un corto camino para viajar a las costillas. Pero los canales estaban llenos de 588

barcos de todas las formas y tamaños, y las calles estaban aún más concurridas. Cada taberna y pub rebosaban de alegría, el aire resonaba con música y risas, gritos borrachos y juramentos sangrientos. Los ciudadanos que los pasaron sobre el agua les deseaban una pronta veroscuridad y un alegre Carnaval. Con el rostro oculto detrás de un punchinello robado, el obispo de Tumba de Dioses asintió y le dio un saludo a cambio, su viejo corazón latía en su pecho todo el tiempo. ¿Qué había sido de Mia? ¿Qué posibilidades tenían sin ella? Y si había tenido éxito en la Corona de la Luna, ¿en qué se habría convertido? —Será mejor que estés seguro, Mercurio, —murmuró Adonai. —Estoy seguro, —respondió el viejo. —Si me conduces en una feliz persecución y mi hermana... —Fui obispo de esta ciudad durante casi un año, —susurró—. Y negocié información para la Iglesia durante quince años antes de salir de mi tienda. Mis ojos están en todas partes. Scaeva no ha movido a Marielle de la primera costilla desde que la trajo allí. Está encarcelada en algún lugar de su propiedad. —¿Jonnen, también? —Preguntó Sidonio. —Joder, sí, —dijo Mercurio—. El niño está con su padre. —Lo que significa que tenemos que matar a su padre para recuperarlo, —murmuró Cantahojas. —Estás bromeando, ¿verdad? —Murmuró el viejo—. No tendríamos ninguna posibilidad de lograr un milagro como ese, incluso sin esa sangre de dios dentro de él. Pero Scaeva lanza una gran gala tradicional en cada veroscuridad en su palazzo. Lo mejor de la sociedad de Tumba de Dioses estará allí. Senadores, pretores, generales, lo mejor del tuétano. Si tenemos cuidado, podemos abrirnos camino a través de ese ruido y aglomeración. Jonnen es un niño de nueve años. Lo llevarán a dormir en algún momento. Esperamos en la oscuridad y lo sacamos de su cuna.

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—Marielle no ocupa el segundo lugar después del cachorro de Scaeva, —dijo Adonai. —Nos movemos despacio hasta que tengamos al niño, —dijo Mercurio —. Entonces tú y yo nos movemos rápido para llegar hasta Marielle mientras Sid y Cantahojas llevan a Jonnen a un lugar seguro. —No estoy aquí para el hermano de tu pequeño Cuervo, Mercurio, — espetó Adonai—. Mia ha caído en la corona, por lo que sabemos. Busco a mi Amada hermana, a nadie más. —No nos iremos sin la tejedora, —dijo Mercurio—. Tienes mi palabra. Pero hay un capitán en esta compañía, Adonai. Y estoy dando las órdenes a bordo de este barco. —Barco, —murmuró Cantahojas desde la proa de la góndola. Mercurio suspiró, cansado en sus huesos—. Todos son críticos. Atracaron en un muelle ocupado cerca del foro. Las costillas se alzaban hacia el sur, las grandes extensiones de hueso de tumba se elevaban en la noche. En sus entrañas huecas, la médula de la ciudad hacía sus hogares, sus departamentos tallados en el hueso mismo. El estado fue conferido por la proximidad a la primera costilla, donde el Senado y el cónsul tradicionalmente vivieron durante sus períodos de poder. Pero la red de rumores de Mercurio le había informado que en las últimas dos semanas, Scaeva había ordenado la desocupación de los apartamentos superiores y el Senado se mudó a sus palacios en el barrio de la médula; parecía que el Imperator de Itreya no tendría nadie sobre él en su nuevo orden mundial. El viejo también había escuchado rumores más inquietantes. Susurros de una sombra arrastrándose sobre la metrópoli, incluso antes de que la veroscuridad cayera. Se hablaba de disidentes capturados en la noche, hombres y mujeres simplemente desapareciendo, para que nunca más se sepa de ellos. Se hablaba de la disolución del Senado, de puños de hierro con guantes de terciopelo. Mercurio sabía que habría sido lo suficientemente malo si se hubiera entregado el poder absoluto a un hombre común. Pero para dárselo a un hombre como Julio Scaeva, un hombre sumido en el asesinato y la brutalidad y ahora hinchado con el poder y la malevolencia de un dios caído...

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Mirando la ciudad a su alrededor, el viejo obispo sacudió la cabeza. ¿Qué coño esperaban? El cuarteto se abrió paso a través de calles llenas de gente, sobre el Puente de las Leyes y el Puente de los Anfitriones, debajo de un arco triunfal y en un patio vasto y lleno de gente. Al sur se encontraba la Basílica Grande, la catedral más grande de la ciudad. Estaba forjada de vidrieras y mármol pulido, arcos y agujas iluminadas por mil globos arkímicos, tratando en vano de desterrar la noche de arriba. Detrás de la basílica se alzaba uno de los diez Caminantes de Guerra de Tumba de Dioses. El gigante mekkenismo se parecía a un soldado itreyano hecho de hierro, de pie en vigilia silenciosa sobre la baja ciudad. Pero no tenía combustible ni tripulación: los antiguos guardianes solo podían ser operados en tiempos de crisis absoluta. En el corazón del patio, rodeado de fieles, había una estatua del todopoderoso Aa. Aquel que Todo lo Ve se alzaba a cincuenta pies de altura, su espada desnuda se extendía hacia el horizonte, tres globos ardiendo en una palma hacia arriba. Mia había hecho pedazos ese edificio durante la masacre de la veroscuridad, pero Scaeva había ordenado que la reconstrucción se costeara de sus propias arcas. Mientras Mercurio conducía a su banda por las calles, el viejo obispo observó a los innumerables legionarios, los Luminatii con armadura de placas de hueso de tumba y capas de color carmesí. Los adoquines estaban llenos de juerguistas con sus hermosas máscaras, brillantes y estridentes, y Oh, tan ruidosos. Pero había una extraña sensación en el aire. Toda la ciudad parecía al límite. Mercurio podría haber jurado que incluso las sombras parecían un poco más oscuras de lo habitual. La vieja Espada y sus compañeros se movieron rápidos y silenciosos, Mercurio fundiéndose a través de la multitud tan rápido que Sidonio y Cantahojas luchaban por mantenerse a su nivel. Por primera vez en mucho tiempo, y a pesar de su creciente inquietud, el viejo se sintió realmente vivo. Sus rodillas apenas le dolían, sus brazos se sentían fuertes, su agarre firme. Se acordó de giros pasados, cuando era un hombre más joven. Una cuchilla en su cintura. Una garganta para cortar o una fina muchacha para encantar. Todo el mundo es solo suyo para ser tomado. No sabía 591

exactamente qué traería la noche, o cómo terminaría esta historia. Pero le había hecho una promesa a Mia y, por la Madre Negra, tenía la intención de cumplirla. Le debía eso. Podía ver la columna vertebral alzándose ante ellos ahora, la casa del Senado, la gran biblioteca, el Collegium de Hierro, los salones del poder de Itreya tallados en su interior. A su alrededor, en lo alto del verdadero cielo oscuro, se levantaban dieciséis grandes torres osificadas; las Costillas de Tumba de Dioses. A su izquierda se levantaba la primera de ellas. La mayor de ellas. Edificios más pequeños estaban agrupados alrededor de sus pies, hermosos jardines rodeados por todos lados por una ingeniosa valla de hierro forjado y piedra caliza. Mercurio pudo ver que las amplias puertas delanteras se abrían de par en par, pero docenas y docenas de Luminatii las protegían con hojas de acero encendido. El anciano se detuvo en un puesto de algodón de azúcar en una esquina concurrida y le pidió a la joven que trabajaba por cuatro porciones de fresa. La chica sonrió detrás de su máscara de dominó y se puso a trabajar, haciendo girar el dulce esponjoso en largos palos de sauce. Mercurio esperó en silencio, mirando a la primera costilla en el camino. Finos carruajes que transportaban a los nacidos de médula de la ciudad se alineaban afuera de las puertas, derramando deslumbrantes Donas y guapos Dones desde adentro y, después de una breve revisión de papeles, logramos entrar hacia los hermosos jardines. —No favorezco nuestras posibilidades de entrar aquí, buen obispo, — murmuró Adonai. —Sí, —dijo Sidonio, tirando de su ropa normal—. No vestidos así. —Te ves muy bien para mí, —La sonrisa de Canta estaba oculta detrás de su volto, pero brillaba en sus ojos—. Te dejaría pasar por las puertas si me lo pidieras amablemente. Sid se rió entre dientes. —Bueno, yo podría… —¿Será que ustedes dos terminan de coquetear?— Gruñó Mercurio, entregando el algodón de azúcar. Adonai observó el penacho de dulce rosado con profundo y permanente desdén—. Ningún sustento puede extraer un orador de un 592

alimento como este, Obispo. —Sí, tampoco soy fanático de la fresa, —dijo Sid. —Por los dientes de Maw, solo síguanme, —siseó el viejo. Con los dulces en la mano, el cuarteto se abrió paso por una amplia calle lateral a través de la multitud abarrotada. La alta valla de hierro forjado de la primera costilla se levantaba a su derecha, la tercera costilla se extendía a su izquierda. La calle lateral estaba bien iluminada y llena de gente: los juerguistas iban y venían a sus galas, los sirvientes y los mensajeros corrían de aquí para allá, y entre todo, las patrullas de los legionarios y Luminatii siempre estuvieron presentes. No había posibilidad de deslizarse por la valla sin ser detectado. Canta levantó su volto, masticando pensativamente su algodón de azúcar. —Muy bien, ¿y ahora qué? Una fuerte explosión sonó detrás de ellos, un grito agudo llegó un segundo después. —Ahora eso, —respondió Mercurio. ¡Más gritos siguieron al primero, acompañados por una serie de poppoppops! La multitud alrededor de Mercurio y sus acompañantes se volvieron hacia el ruido para ver cuál era el alboroto. Una alta columna de humo negro se elevaba hacia el cielo veroscuro, acompañada de más gritos. Los curiosos y los valientes se apresuraron a echar un vistazo, una patrulla de legionarios pasó corriendo, gritando a la gente que abriera paso. Muy pronto, una pandilla de entrometidos y transeuntes y se estaba reuniendo en la calle detrás de ellos. La calle lateral a ellos estaba casi vacía. —Edad antes que belleza, —dijo el viejo. Lanzando su hilo de azúcar sobre su hombro, Mercurio extendió la mano hacia la cerca de hierro forjado. Tensando con su propio peso, sus piernas patearon el aire, trató de arrastrarse hacia arriba. Pero a pesar de lo ágil que era, parecía que sesenta y dos años en el juego eran un poco largos para una serie de acrobacias improvisadas. Con la cara roja y maldiciendo, 593

enganchó un brazo alrededor de la cerca, miró por encima del hombro la cara atónita de Sidonio. —No te quedes ahí parado como un toro, dame una puta mano. El gladiatii volvió en sí, ofreció manos ahuecadas. Al pisar las palmas del hombre grande, Mercurio se arrojó sobre la cerca, cayendo en un grueso grupo de arbustos bien cuidados con otra maldición. Cantahojas lo siguió rápidamente, derramando sus rastas salinas. Adonai vino detrás, Sidonio golpeando la tierra junto a él al final. —¿Qué demonios fue eso? —Preguntó Cantahojas, mirando hacia la calle—. Una Pequeña bomba de lápida y algo de vydriaro negro, — respondió Mercurio—. Las encontré en uno de los escondites de Drusilla. Las dejé caer en el carrito de algodón de azúcar mientras la muchacha estaba haciendo nuestras delicias. —¿Volaste a esa pobre chica? —Preguntó Sid, horrorizado. —Por supuesto que no, idiota, —gruñó Mercurio—. Son principalmente humo y ruido. Pero lo suficiente para una distracción. Ahora, si ya terminaste de ser una jodida nena, tenemos un rescate audaz por realizar. El viejo se enderezó (con la ayuda de Cantahojas) y se dezlizó por los jardines, su bastón se hundió en la hierba. Los arbustos eran espesos y exuberantes, los árboles frutales se balanceaban en la brisa de la veroscuridad. El viejo sabía que debía haber costado una fortuna mantener terrenos como este, pero toda la vegetación resultó estar bien cubierta cuando el cuarteto se dirigió hacia la entrada de servicio. Deteniendo a sus compañeros con la mano levantada, Mercurio miró a los cuatro centinelas Luminatii de guardia afuera. Los hombres que vigilaban la puerta estaban vestidos con las capas rojas y la armadura de hueso de tumba de su orden, los soles triples de la Trinidad en relieve sobre sus petos. Llevaban el tipo de expresiones tristes que uno esperaría usar después de recibir el servicio de guardia durante la resaca más turbulenta en el calendario de la República. —Está bien, —dijo Sidonio—. Hay unos cuarenta pies de campo abierto entre nosotros y ellos. Necesitamos hacer esa distancia y terminarlos 594

antes de que nos vean. Ustedes dos quédense aquí, Canta y yo... El gladiatii parpadeó cuando Adonai sacó un cuchillo largo de su cinturón. —¿Para qué es eso? El orador ignoró a Sid y se hizo un profundo surco en la muñeca. La herida sangraba, una larga mancha se acumulaba a lo largo de la piel de Adonai. Su ceño pálido se arrugó en concentración, y murmuró un puñado de palabras arcanas, imposibles. La sangre tomó la forma de una larga cuerda de color escarlata, puntiagudo como una lanza, afilada como una cuchilla. Adonai extendió su mano, enviando la esclusa de sangre hacia los Luminatii. Serpentina, brillante, se curvó en el aire, cortando las gargantas de los cuatro guardias en rápida sucesión. Los hombres jadearon y hicieron gárgaras, se arrodillaron y agarraron sus tráqueas cortadas. El orador de sangre movió sus manos en el aire como un director de orquesta ante su orquesta, y su espada de sangre se balanceó en el aire, deslizándose nuevamente dentro de la herida en su muñeca. —... O podríamos hacer eso, —dijo Sidonio. Cantahojas hizo la señal de protección contra el mal. Adonai sonrió con labios sin sangre. Mercurio esnifó y escupió—. Bien, vamos, ¿de acuerdo? El cuarteto atravesó el espacio abierto y entró en la entrada de los sirvientes. El gladiatii escondió los cuerpos en un almacén cercano, mientras que con un gesto de su mano y más palabras de poder susurradas , Adonai barrió la sangre derramada en un largo látigo rojo, que rápidamente tragó con una leve mueca. —Tan rápido se enfría—, dijo con tristeza. —Mi corazón sangra jodidamente, —murmuró Mercurio. El orador lo miró de reojo. —Era broma.

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Entrando al almacén y cerrando la puerta detrás de ellos, los compañeros quitaron las armaduras de los soldados muertos y se las pusieron rápidamente. La piedra de tumba era lo suficientemente ligera, pero un poco incómoda sobre los hombros doloridos de Mercurio. Los cascos estaban colocados protectores de mejillas y altas plumas rojas y hacían un trabajo decente al ocultar la cara del usuario. Pero aún así… —Ustedes tres no son los legionarios más convincentes, —dijo Sid. Al mirar a Cantahojas tratando de colocar el casco sobre sus rastas salinas, y el delgado cuerpo de Adonai con una armadura demasiado grande para él y sus viejos brazos marchitos y su bastón, Mercurio se vio obligado a aceptar. —Miren, esta es la gala más grandiosa del calendario de Itreya — respondió el obispo—. La crema de la sociedad Tumba de Dioses se está reuniendo en ese Salón, y cada sirviente y esclavo en este edificio tiene la mente puesta en no perder su trabajo o sus cabezas. Caminen alto, con los ojos al frente, Sidonio, estarás a mi lado. Si cualquiera nos detiene, tú hablarás. —¿Qué sucederá cuando encuentren a esos guardias desaparecidos? — Preguntó Canta. —Me imagino que se activará una alarma y todo el Abismo se desatará, —dijo Mercurio, poniéndose el casco—. Así que será mejor que nos movamos. Después de un rápido vistazo al pasillo y una pausa para que una nerviosa sirvienta pasara corriendo, los cuatro salieron del almacén y salieron al pasillo más allá. Con las botas tamborileando, las capas rojas ondeando sobre ellos, marcharon como si todo estuviera en orden, e hicieron una interpretación aceptable. La suposición de Mercurio era correcta; con los invitados llegando en masa y la gala ahora en pleno apogeo, los sirvientes, esclavos y señores y dones menores frente a los que pasaban parecían demasiado ocupados para mirarlos. Una larga procesión de esclavos salía de las numerosas cocinas y despensas, con garrafas de los mejores vinos y bandejas ingeniosamente repletas de aperitivos exóticos. Era lo suficientemente simple como para que el cuarteto se deslizara a

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través del caos rebosante hacia una tranquila escalera, y desde allí, a los apartamentos de arriba. Pero aún así… Esto es muy facil. Otro cuadro de Luminatii esperaba en el rellano de arriba, su centurión frunciendo el ceño a Mercurio mientras conducía a su pequeño grupo por las escaleras. La pregunta del hombre fue silenciada por un movimiento de la mano de Adonai y una espada de sangre que le atravesó la garganta y lo envió a él y a sus compañeros al suelo de mármol. El orador de sangre bebió unos bocados rápidos del cuello del centurión caído antes de que Sid y Canta arrastraran los cuerpos a una antesala, y el cuarteto pronto marchaba por los niveles del apartamento. Fueron más allá de un gran estudio con un gran mapa de la República en el suelo. Pasaron lo que podría haber sido una sala de consejo, llena de cuadros y estantes llenos de pergaminos. Una elaborada sala de baños adornada en oro y poblada de hermosas estatuas. El viejo obispo no podía librarse de la inquietud de sus hombros, la sensación de que algo simplemente no estaba... —¿Dónde está la habitación de Jonnen? —Preguntó Sidonio. —¿Cómo diablos debería saberlo? —Murmuró Mercurio. —¿Porque fuiste obispo de esta ciudad durante casi un año? — Cantahojas susurró incrédulo—. ¿Y usted negoció información para la Iglesia durante quince años antes y sus ojos están jodiendo por todas partes? —Bueno, no en todas partes, obviamente, —dijo Mercurio. —Por el abismo y la sangre, —siseó Sid—. Entonces, ¿tropezamos hasta que lo encontramos? Un hombre calvo con librea de sirviente caro y los círculos triples de un esclavo educado marcado en su mejilla regordeta salió de un baño, retorciéndose las manos. Al ver a los cuatro Luminatii desajustados ante él, el tipo se detuvo, algo confundido. Mercurio se encogió de hombros. —¿Podemos preguntarle? En un parpadeo silencioso, Sidonio había golpeado al criado contra la pared, con la palma de la mano sobre la boca y el cuchillo en la ingle.

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—Haz un chillido, te cortaré tus jodidas joyas, rechoncho, — gruñó el gladiatii Cantahojas suspiró, pellizcándose el puente de su nariz—. Es un eunuco, Sid. —Oh... —Sidonio miró hacia abajo, luego levantó el cuchillo hacia la garganta del hombre calvo. —Disculpas. —Nw wpwujzz mwssussuwuh, —respondió el eunuco. Sidonio levantó la palma de su mano—. ¿Qué dijiste? —No hay necesidad de disculparse, —susurró el hombre. —Supongo que quieres que tu interior se quede dentro de ti, — preguntó Sid. —Oh, seguramente, —asintió el eunuco. —Entonces puedes decirnos dónde duerme el joven dueño de la casa. Una explicación detallada, un fuerte golpe en la cabeza y un eunuco dormido metido en un baño más tarde, y los camaradas estaban subiendo las escaleras. Mercurio podía escuchar una multitud de voces desde el salón de baile de abajo ahora, las hermosas notas de una orquesta de cuerda. Otra patrulla de Luminatii fue tratada rápidamente por los hechiceros de sangre de Adonai, y finalmente, de manera demasiado milagrosa, el obispo de Tumba de Dioses se encontró fuera de las habitaciones de Jonnen con la alarma aún no levantada. Un rápido vistazo al interior mostró una gran cama vacía con sábanas blancas y nítidas, tapices ricos en las paredes, soldados de juguete, largas sombras proyectadas por un solo globo arkímico. Mercurio entró sigilosamente, los otros lo siguieron, Adonai cerró la puerta con un suave clic. El miedo se sentó en el hombro del anciano, el hielo revoloteando en la boca de su vientre. Demasiado fácil... —Correcto, es después de diez campanas—, dijo. —El niño será acostado pronto. Nos escondemos aquí, arrebatamos al pequeño bastardo cuando golpea las sábanas, y luego nos vamos a la mierda, ¿sí?

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—Primero buscamos a Marielle, —dijo el orador, desabrochando sus grebas de hueso de tumba. —Ese eunuco dijo que está en las celdas del sótano. —Sidonio observó a Adonai quitarse el peto—. Es posible que necesites una armadura en un lugar tan estrecho. —El amor sea mi armadura. —Adonai arrojó el cabello blanco de los ojos rojos como la sangre, arrojó sus brazales en la cama. —La devoción mi espada. —... Conmovedor...—, llegó un susurro. Mercurio deseó poder al menos haberse sentido sorprendido. Pero cuando se volvió y vio la forma oscura del daimón de Scaeva deslizándose entre las largas sombras, todo lo que sintió fue una sensación de inevitabilidad. La serpiente lamió el aire con su lengua translúcida, mirando a Adonai y silbando suavemente. —... Muy conmovedor, Orador. Tu hermana cantó casi igual cuando le pusimos las planchas calientes... Adonai dio un paso adelante con la daga levantada—. Si le has hecho daño... —... Puede estar seguro de que la tenemos, Adonai. Amenazaste a mi maestro, después de todo... —No fue una amenaza, daimón, sino un voto, —respondió el orador. Golpeando su espada sobre su otra muñeca, Adonai dejó que dos largas gotas de carmesí se derramaran—. Y en asuntos de sangre, Ustedes pueden contar con el voto de un orador. El corazón de Mercurio se hundió cuando escuchó que las botas resonaban en el pasillo afuera. Miró por encima del hombro y vio al menos dos docenas de Luminatii reuniéndose justo afuera de la habitación. Trajes ornamentados de armadura de hueso de tumba. Ardientes Espadas de acero que hacían bailar las sombras. Las capa escarlata ribeteada en púrpura. La guardia de élite de Scaeva. Sidonio sacó su espada con una maldición, Cantahojas a su lado, cada uno apoyando la espalda contra el otro. Pero Mercurio solo los miró y 599

sacudió la cabeza. —Este no es momento para heroísmos, niños. El obispo de Tumba de Dioses volvió los ojos reuminosos hacia la serpiente-sombra. —¿Cuánto tiempo has sabido que íbamos a venir? —... Desde que pisaron la primera de las sombras de Tumba de Dioses, viejo... Mercurio suspiró, metió la mano en su capa y sacó un cigarillo de su caja de madera. Con un golpe en su caja de pedernal, encendió el humo y aspiró gris en el aire. —¿Y ahora qué?— —... Mi maestro, Julio Scaeva, Senador del Pueblo e Imperator de la República de Itreya, solicita el placer de su compañía en su gran gala esta víspera. Sin embargo, debo insistir en que cumplan con el código de vestimenta... —¿Código de vestimenta?—, Gruñó Sidonio. Media docena de la élite entró en la habitación, con los ojos fijos en Adonai, con el acero encendido en las manos. Uno extendió un conjunto de gruesas esposas mientras Susurro siseaba. —... El hierro está de moda esta temporada...

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CAPÍTULO 43 CARMESÍ Mercurio podía oler el miedo tan pronto como entró en la habitación. En la superficie, era la imagen de un esplendor opulento. La médula de la sociedad de Tumba de Dioses, quizás mil dones y donas, llenando el gran salón hasta el borde. Un caleidoscopio de color y sonido, de seda brillante y joyas brillantes. El salón de baile en sí era grave y dorado, rodeado de estatuas de Aa y sus Cuatro Hijas. Pilares esculpidos se alzaban hasta el techo como los troncos de los olmos antiguos, enormes arañas de cristal cantando Dweymeri brillaban como estrellas en los aguilones de arriba. La pista de baile era un mosaico giratorio mekkenismo de los tres soles, con incrustaciones de oro. Las largas mesas estaban preparadas con exquisiteces de todos los rincones de la República: carnes chisporroteantes asadas sobre brasas, los dulces más dulces en platos de plata. Una orquesta de veinte piezas tocó en un entrepiso arriba, las hermosas notas de una sonata flotando sobre la multitud como humo. Los invitados estaban todos vestidos en sus galas, como pájaros cantores en una jaula de joyas. Ocultaban sus rostros detrás de una multitud de asombrosas máscaras: dominós de porcelana más fina, voltos de vidrio negro, máscaras hechas de plumaje de pavo real y coral tallado, de cristal brillante y sedas sueltas, sonriendo, frunciendo el ceño, riendo. Los sirvientes marcados como esclavos llevaban yelmos de gladiatii y armaduras decoradas con filigrana de oro; tal vez algunos se inclinaban ante la milagrosa supervivencia de Scaeva en el Venatus Magni. Llevaban bandejas plateadas con vasos de cristal Dweymeri, rebosantes de las mejores cosechas, los vinos de oro más preciosos. Dulces confitados y frutas con especias. Cigarillos y agujas cargados de tinta. Pero Mercurio aún podía oler el miedo. Las puertas estaban selladas y bloqueadas detrás de ellos, y los cerrojos se deslizaban en su lugar. Los legionarios de élite avanzaron, conduciendo a sus prisioneros, Mercurio, Sidonio, Cantahojas, Adonai al último con paso majestuoso, con las manos esposadas a la espalda. Los invitados se

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separaron ante ellos, algunos observando con ojos curiosos. Pero la mayoría aún miraba al otro extremo de la habitación, al estrado donde las sillas de los cónsules habían estado una vez. En el fondo, la República de Itreya se había fundado en un solo principio simple: toda la tenencia del poder era compartida y toda la tenencia en el poder era breve. Un senador podría sentarse como cónsul solo una vez, e incluso entonces, ese senador compartía su papel con otro. Se suponía que los cónsules debían ser elegidos durante la veroscuridad, durante el mismo Carnaval que los rodeaba. ¿Pero en cambio? Desde la rebelión del Coronador, Julio Scaeva había estado torciendo esa verdad fundamental, revisando la constitución de la República como si fuera fruta podrida. Rechazando en voz alta y pública las responsabilidades cada vez mayores que él había orquestado para sí mismo, aceptándolas solo de mala gana por la “seguridad de nuestra gloriosa República”. Antes del levantamiento que acabó con su monarquía, los reyes de Itreya habían usado una corona de hueso de tumba en sus cejas. Después de la insurrección que los terminó, esa corona se mantuvo en la Cámara del Senado, todavía manchada con la sangre del último rey que la usó. El zócalo sobre el que descansaba estaba grabado con las palabras Nonquis Itarem. “Nunca más.” Julio Scaeva había tenido siempre cuidado de evitar la percepción de que se estaba convirtiendo en el tipo de rey del que los Itreyanos se habían librado hacía mucho tiempo. Siempre el líder circunspecto, el testaferro vacilante , aconsejando contra sus aumentos en el poder incluso mientras buscaba más. Pero ahora, acercándose al podio donde el hombre los esperaba, Mercurio vio que el Imperator estaba instalado en lo que solo podía llamarse... Un trono De diseño austero; nada demasiado llamativo o extravagante. Pero no obstante, era un trono. De oro y terciopelo, con los motivos de Aa, sus Cuatro Hijas, los tres círculos de la Trinidad. Mercurio no pudo evitar notar

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que la segunda silla del cónsul estaba puesta a un lado, ocupada por el pequeño Jonnen, el niño observaba a Mercurio con sus ojos oscuros. Scaeva estaba usando la silla del primer cónsul como reposapiés. Liviana Scaeva estaba de pie junto a su esposo, vestida con un hermoso vestido con corsé, la seda púrpura de la nobleza itreiana. Su máscara estaba diseñada a semejanza de Tsana, Diosa de la Llama, Con un abanico de brillantes plumas de pájaro de fuego alrededor de sus ojos. Pero ninguna máscara podía cubrir el miedo en sus ojos mientras miraba a su esposo. Había una gran mancha de sangre ante el trono. Había manchas por el suelo de mosaico giratorio, a medio camino de la pared. Mercurio no tenía idea de quién las había hecho; no había cuerpos a la vista. Pero la multitud de sirvientes que flotaban por la habitación obviamente había recibido instrucciones de dejar la mancha donde estaba, reluciente y húmeda sobre las baldosas. Julio Scaeva observó a Mercurio acercarse, con un pie apoyado en el asiento del viejo cónsul. El Imperator de Itreya estaba vestido de blanco impecable, bordeado de púrpura. La daga de hueso de tumba de Mia colgaba de su cintura. Mercurio reconoció al cuervo en la empuñadura al instante. La máscara de Scaeva era una representación del Dios de la Luz, Aa. Tres caras, tres formas: el Vidente, el Conocedor, el Observador. Echando un vistazo a las sombras en la habitación, las sombras a través de las cuales Scaeva ahora aparentemente lo veía todo, Mercurio solo imaginó que entendía el chiste. Aquel que Todo lo Ve. El viejo podía sentir el poder vibrando bajo la piel de Scaeva. Algo parecido a lo que había sentido dentro de Mia cuando la encontró después de la masacre de la veroscuridad, sangrando, llorando y sola. Pero había un error en el resplandor que se derramaba del trono del Imperator. Algo nocivo que impregnaba la sala, que se arrastraba sobre las pieles de los invitados, hacía que cada nota temblorosa tocada por la orquesta fuera solo una fracción fuera de tono. Quizás entonces, muy tarde para hacer algo al respecto, la médula de Tumba de Dioses había vislumbrado al monstruo que habían ayudado a

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crear. Jonnen se sentó a la mano derecha de su padre. El niño observó a Mercurio acercarse, con la cara oculta detrás de una máscara formada como la Trinidad de soles. Estaba vestido todo de blanco como su padre, el miedo nadaba en sus ojos oscuros. Mercurio notó a Mataarañas acechando en las sombras al fondo del pasillo, cerca de una de las salidas. La Shahiid of las Verdades estaba vestida de un brillante verde esmeralda, su garganta y muñecas estaban rodeadas de oro, sus labios tan negros como las yemas de sus dedos. Sus ojos siguieron a Mercurio cuando lo llevaron al pasillo, pero ocasionalmente se dirigieron hacia Scaeva. Y en esos ojos, el obispo de Tumba de Dioses podía verlo, seguro como lo veía en cada rostro de esta habitación. Todos están aterrorizados de él. La música parecía calmarse mientras su pequeña banda marchaba ante el trono del Imperator. La hermosa máscara de Scaeva no cubrió sus labios, y los saludó con una cálida y hermosa sonrisa. —Ah, —dijo—. ¿Hay algún placer mejor que tener invitados inesperados? Sidonio respiró hondo y se preparó para responder con un poco de inteligencia, pero una mirada de Cantahojas fue suficiente para explicar la naturaleza retórica de la pregunta. El gladiatii sabiamente mantuvo la boca cerrada, sus músculos tensos como el hierro. —Mercurio de Liis, —dijo Scaeva, con los ojos oscuros girando hacia él. —Tu reputación te precede, me temo. —Es bueno verte de nuevo, Julio, —Mercurio asintió. —Mis disculpas, —dijo el Imperator, sacudiendo la cabeza—. Pero nunca nos hemos conocido. —No, pero te he visto. Te vi Es lo que hago. —El viejo resopló, mirando al Imperator de arriba a abajo. La piel de Scaeva estaba cubierta con un brillo de sudor. Se aferró a los reposabrazos del trono con tal fuerza que se blanquearon sus nudillos. Sus músculos temblaban—. Tienes un aspecto de mierda.

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—Mmm, —Scaeva sonrió—. Ahora veo dónde nuestra Mia aprendió su deslumbrante ingenio. —Oh, no, eso es todo de ella, me temo. Mercurio asintió ante la mancha de sangre derramada en el suelo. —¿ Un accidente al afeitarse? —Un desacuerdo con tres de nuestros estimados senadores principales, —respondió el Imperator—. En materia de constitución y la legalidad de mi reclamo como Imperator. —Dicen que el único buen abogado es uno muerto. El Imperator sonrió más ampliamente—. Estos son bastante buenos. El obispo inclinó la cabeza y miró a Scaeva con fuerza. Resumiéndolo en un abrir y cerrar de ojos como siempre le había enseñado a Mia. El hombre estaba sufriendo, eso era obvio. Sus músculos rígidos, su piel brillante. Parecía que Tric había dicho la verdad: tomar la sangre de dios había empujado a Scaeva muy cerca de algún borde oculto. Su tapiz se deshizo casi ante los ojos de Mercurio. El viejo se preguntó cuántos hilos podría soltar antes de terminar como otra mancha en el suelo. —¿Tienes problemas para retenerlo? —Preguntó. —¿Qué quieres decir? —Respondió Scaeva. —Hay que pagar un diezmo por el poder, —dijo Mercurio—. A veces se mide en conciencia o en moneda. A veces pagamos con pedazos de nuestras propias almas. Pero sin importar lo que debamos, esto es cierto: tarde o temprano, la deuda siempre vence. —Piensas muchísimo en tu propia prosa, ¿no? —¿Sabes lo que tienes dentro de ti? —Mercurio sacudió la cabeza con los labios curvados—. ¿En qué te has convertido? Las sombras en la habitación parecían oscurecerse ante eso, temblaron como el agua con una piedra caída dentro. Un murmullo se agitó entre los invitados, y por primera vez Mercurio notó que el insondable negro se agolpaba en los pies de Scaeva. Un escalofrío se extendió por la gala, toda la vida y el aliento absorbidos del salón de baile. La orquesta se calló, las

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notas murieron como si alguien las hubiera ahogado lentamente. El miedo sobre los hombros del anciano parecía muy pesado, tratando de obligarlo a arodillarse. Scaeva parpadeó y Mercurio vio que sus ojos se habían convertido en un negro completo y sin fondo, de borde a borde. Las venas de la garganta del Imperator se tensaron cuando cerró los ojos y apretó la mandíbula. Jonnen miró hacia su padre, le temblaba el labio inferior. Liviana Scaeva puso una mano sobre el hombro de su esposo, con miedo y preocupación en su mirada. Pero finalmente, el Imperator bajó la cabeza, respiró hondo y convocó a una reserva de voluntad oculta. Y cuando volvió a abrir los ojos, eran normales, oscuros como los de su hija, sí, pero una vez más con el borde blanco. —Sé muy bien lo que soy, —dijo, volviendo la vista hacia el entrepiso de arriba—. Y yo dije ¡sigan tocando! Los músicos retomaron la melodía y las notas tensas sonaron en el frío. —Suficiente de esto, —gruñó Adonai, dando un paso adelante—. ¿Dónde está mi Marielle? Scaeva se volvió hacia el orador y tragó saliva. Su postura se enderezó, su dolor pareció aliviar un poco. Esa hermosa sonrisa curvó sus labios una vez más. —Tu hermana es una invitada de honor de la República de Itreya. —Ahora me la traerás a mí, —Adonai frunció el ceño. Scaeva le sonrió a Adonai con leve diversión. —Entras a mi casa. Asesinas a mis hombres. Intentas robar a mi hijo y asesinarme entre mis invitados. ¿Y entonces tienes la temeridad de rogar mi favor? —No ruego nada, —escupió Adonai. Scaeva sacudió la cabeza con tristeza y miró a su élite. —Tu posición parece inadecuada para hacer demandas, orador. Adonai entrecerró los ojos carmesí, aparentemente indefenso en sus restricciones y rodeado como estaba por los matones de Scaeva. Pero a sus espaldas, Mercurio vio que el orador había vuelto a abrir los cortes en sus muñecas al trabajar su carne contra sus esposas. Su sangre ahora fluía libre 606

de las heridas, cintas delgadas que trabajaban en los pernos que mantenían sus ataduras cerradas, las cerraduras que los mantenían apretados. —Te advierto, Julio...—, dijo. —Me advertiste una vez antes, si recuerdo bien. —No habrá tercera vez. Con un pequeño clic, las esposas de las muñecas de Adonai se soltaron. Con una fluida y poética gracia, el orador extendió los brazos, la sangre fluía de sus heridas autoinfligidas, zumbando por lo bajo. De sus muñecas se derramaban largos látigos de sangre, brillantes y afilados. Cortaron media docena de gargantas Luminatii en media docena de segundos, los hombres se sujetaban sus cuellos rotos mientras chorros carmesí brotaban en el aire. La multitud gritó, retrocediendo, presionando contra las puertas selladas. Incluso Sidonio y Canta retrocedieron unos pasos, con los ojos muy abiertos de horror. Adonai agitó sus manos sobre sí mismo, cantando una canción de magya antigua en voz baja. La sangre de los legionarios asesinados se elevó del suelo, se retorció y se arqueó en el aire en una tormenta carmesí a la orden del orador. Adonai miró a Scaeva, bajando la barbilla. —Me traerás a mi Marielle, —escupió—. Ahora. La sonrisa en el rostro de Scaeva nunca titubeó. Miró a otro de su guardia de élite, asintiendo levemente. Una pequeña campana sonó en algún lugar distante, y pronto, una nueva cohorte de Luminatii entró en el salón de baile, una figura caída entre ellos. La mandíbula de Mercurio se tensó ante la vista, el aliento de Adonai resbalando sobre sus labios en un siseo de odio perfecto. La habían vestido con un hermoso vestido de fiesta, sin tirantes, sin espalda: la altura de la moda atrevida. Pero lo que podría haber sido deslumbrante siendo usado por una hermosa joven dona, parecía solo trágico sobre el cuerpo de la tejedora. Su piel arrugada y sangrante, generalmente oculta debajo de su túnica, ahora estaba expuesta. Llagas abiertas y pus, grietas que atravesaban su carne como fisuras en la tierra reseca. Su cabello lacio estaba envuelto alrededor de su rostro, demasiado 607

delgado para cubrirlo. La herida donde Drusilla le había cortado la oreja se había abierto nuevamente, y su rostro mostraba signos de una paliza: ojos negros, labios partidos e hinchados. Sus manos estaban encerradas en hierro, y solo estaba medio consciente, gimiendo cuando los Luminatii la arrojaron al suelo ensangrentado ante el trono. El corazón de Mercurio se hinchó de lástima. Los ojos de Adonai ardieron de rabia. —Amada hermana, —respiró. Marielle susurró a través de los labios sangrantes. —H-Hermano mío. El orador volvió los ojos ardientes a Scaeva. —Vil cobarde, —escupió—. Bastardo hijo de puta. La sonrisa del Imperator se desvaneció lentamente mientras la multitud retrocedía más. —Todavía estás furioso, Adonai, —dijo Scaeva—. Esto fue un recordatorio bien merecido para tu hermana de su lugar en mi orden. Tú y Marielle me sirvieron bien durante muchos años, y no soy un hombre que desperdicie dones como el tuyo. Hay un lugar para ti a mi lado. Así que dobla tu rodilla. Jura tu lealtad. Ruega mi perdón. Las sombras a los pies de Scaeva se ondularon. —Y lo concederé. Los ojos de Adonai brillaron, la tormenta de sangre alrededor de él giraba, hirviendo. —¿Hablas de dones? —Escupió— ¿Como si los encontrara en una bonita caja de El Gran Tributo? —Adonai sacudió la cabeza, el cabello largo y pálido se soltó de sus lazos y cubrió los ojos carmesí—. Yo he pagado por mi poder, bastardo. Con sangre y agonía. Pero tú eres ladrón de un poder no ganado. Él entrecerró los ojos, señalando a Scaeva. Usurpador, te llamo. Miserable y villano. Ya veo cómo tu robo toma el diezmo sobre ti. Pero no tengo la paciencia ni el deseo de esperar el descenso de la mano fría del destino. Te prometí sufrimiento, Julio.

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Adonai levantó sus manos blancas como el hueso, con los dedos extendidos. —Ahora te lo regalo. La tormenta de sangre explotó, un centenar de cuchillas de color carmesí brillante salieron de las manos de Adonai. Un aullido de terror resonó entre los invitados reunidos, la multitud volvió a retroceder y las puertas gruñeron. Los guardias restantes fueron cortados como hierba de primavera, cayendo al suelo de baldosas en chorros de rojo. Liviana Scaeva gritó y agarró a su hijo, cayendo a un lado cuando las espadas de Adonai se apresuraron hacia el pecho del Imperator. Y en un parpadeo, Scaeva desapareció. El trono fue perforado, desgarrado, cortado en pedazos. Adonai entrelazó sus manos como un conductor sombrío, la sangre de los Luminatii recién asesinados se alzó del suelo, la tormenta de carmesí se espesó sobre él. Sidonio y Cantahojas retrocedieron, Mercurio entre ellos. Sus manos todavía estaban atadas en hierro, pero Mercurio tenía algunas ganzúas escondidas en el tacón de su bota, así que se arrodilló para liberarlas. El orador de sangre se encontraba en el centro de la pista de baile, protectoramente sobre su hermana herida. Levantó la mano y se quitó la túnica, dejando al descubierto su pecho liso y musculoso, su largo cabello ondeando a su alrededor y sus brazos bien abiertos. La sangre de dos docenas de hombres asesinados se movió a su alrededor como si estuviera atrapado en una tempestad, girando, azotando, hirviendo. Un viento rojo rugió en el vasto salón. —¡Enfréntame, usurpador! —Rugió. Las sombras en la habitación cobraron vida, formando largas lanzas puntiagudas. Azotando hacia el pecho de Adonai y la espalda de Marielle. Con un movimiento de su mano, el orador envió su sangre hacia arriba como una ola en un mar azotado por la tormenta. El muro de sangre se estrelló contra las sombras afiladas, frustrando el empuje, carmesí superando al negro. —¡Cobarde! —Rugió Adonai—. ¡Enfrentame!

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De nuevo, las sombras golpearon al orador, nuevamente la ola de sangre detuvo el golpe. Los ojos de Adonai estaban encendidos mientras giraba en círculo, con los brazos abiertos, su bello rostro estaba retorcido de rabia. Mercurio sintió que sus esposas se soltaban, se frotó las muñecas y se puso a trabajar en los grilletes de Canta con sus ganzúas. Al mirar por el pasillo, vio a los invitados nacidos de la médula, todos esos senadores, pretores y generales de alto rango que ahora golpeaban las puertas selladas en un frenesí. No podía ver a Mataarañas en ninguna parte: la Shahiid de las Verdades aparentemente ya había logrado escapar. Pero Adonai parecía no estar de humor para correr. —¿Dónde estás, Julio? —Rugió—. ¡Estas probando lo bastardo que eres! —Se volvió en otro círculo, con los brazos abiertos—. ¡Escóndete, entonces, en tus sombras! ¿Golpeaste a mi familia? ¡Los tuyos, entonces, me pagarán tu diezmo! Adonai volvió sus ojos ensangrentados a Liviana Scaeva, encogida con su hijo al lado del trono destrozado. Jonnen se paró frente a su madre, con los puños apretados. —Adonai, —advirtió Mercurio—. ¡No lo hagas! —¡No! —Gritó Sidonio. El orador extendió los brazos hacia la mujer y el niño. Cintas de sangre se deslizaron por el aire hacia ambos. Sid corría hacia adelante y le gritaba a Adonai que se detuviera. Pero Mercurio sabía que llegaría demasiado tarde. Demasiado tarde… Con un rugido susurrado, una forma se materializó entre el niño y la sangre entrante: un hombre con una túnica blanca, adornada de púrpura. Julio Scaeva levantó las manos, gritó cuando la sangre lo golpeó, estalló a través de él. Se tambaleó, jadeando, con los ojos muy abiertos. Agarrando su pecho, el hombre se volvió lento, con una mano extendida hacia su niño. —¿Padre? —Jonnen respiró. —M-mi hijo... Y con un suspiro burbujeante, el Imperator de Itreya cayó al suelo.

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El silencio reinó; el pánico de los invitados se detuvo, la tormenta de sangre alrededor del orador describió arcos vagos y amplios en el aire. Sin arriesgarse, Adonai curvó sus dedos nuevamente, lanzas de sangre perforando el cuerpo de Scaeva docenas de veces. El sonido plano de carne quebrada sonó en el pasillo. La hermosa cara del orador se volvió horrible por la furia en sus ojos. Chunk. Chunk. Chunk. Curvando sus dedos en puños, la sangre sobre Adonai finalmente se calmó. Scaeva se desplomó en el suelo, sin vida, salpicaduras cubrían la pista de baile en una reluciente mancha. El corazón de Mercurio era un trueno en su pecho mientras susurraba. —Por el abismo y la sangre, él lo hizo. Jonnen dio un paso hacia el cadáver del Imperator, con lágrimas en los ojos muy abiertos. —… ¿Padre? Adonai escupió en el suelo. Ojos en el cuerpo de Scaeva. —Mi poder es merecido. El orador se arrodilló junto a su hermana, rodillas en la sangre, envolviéndola en sus brazos. Marielle deslizó sus manos esposadas sobre sus hombros desnudos, lo agarró con fuerza, los ojos cerrados conteniendo sus lágrimas. —Temí lo peor, —susurró. —Siempre vendré por ti, —murmuró—. Siempre. Adonai se apartó de su abrazo, pasó los dedos cónicos sobre sus ojos magullados y sus labios partidos. Marielle se dio la vuelta y se llevó las manos encadenadas al pecho como para cubrir la piel gastada y las llagas. Pero Adonai ahuecó sus mejillas con manos ensangrentadas y la giró para mirarlo.

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—¿Cuántas veces debo decirte, Amada hermana, hermana mía?, — Susurró. Adonai besó sus ojos. Él besó sus mejillas. Él besó sus labios. —Eres hermosa. La sombra atravesó su pecho. Negra, reluciente y filosa como cristales rotos. Adonai jadeó, sus ojos rojos muy abiertos. Marielle gritó, la sangre de su hermano salpicando su rostro. Otra brizna de sombras atravesó el pecho del orador, otra, otra, la tejedora gimió nuevamente cuando el cuerpo de su hermano fue arrancado de sus brazos, en el aire. El hermoso rostro de Adonai estaba retorcido, la sangre se derramaba sobre sus labios mientras se aferraba a las sombras que perforaban su carne. Sus ojos estaban puestos en Marielle, que se había acercado a él. Mercurio miró el cuerpo de Scaeva, mirando con horror cómo el Imperator colocaba una palma en el suelo ensangrentado, se enderezó. La oscuridad líquida se filtraba de los agujeros en su carne, mientras se ponía en pie, sus sombras se retorcían. Susurro se deslizó desde la oscuridad a los pies de su amo, enrollado alrededor de su hombro. Scaeva miró al orador con los ojos negros como los cielos de arriba. —Tengo la sangre de un dios dentro de mí, Adonai. —El Imperator sacudió la cabeza—. ¿Cómo puedes pensar en hacerme daño con la sangre de los hombres? Scaeva cerró el puño. Y Adonai se hizo pedazos. El grito de ira y horror de Marielle resonó en las paredes de mármol y Cristal cantado Dweymeri. Otra ola de pánico golpeó a la multitud y volvieron a empujarse, hasta que finalmente rompieron las puertas del salón de baile y salieron al palazzo más allá. Mercurio podía escuchar sus gritos, su pánico, el trueno de sus pasos en retirada, mirando con incredulidad los restos de Adonai. Sidonio estaba menos asombrado. El gran gladiati se había movido sobre el suelo ensangrentado a espaldas de Scaeva, agarrando una espada de acero caída. Cantahojas ya había tomado a Jonnen en sus brazos,

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arrastrando a una estupefacta Liviana Scaeva a sus pies. Mercurio les hizo señas, con la esperanza de regresar a la oscuridad y huir por sus vidas. Excepto que la oscuridad podía ver todo lo que hacía ahora. Las sombras arremetieron, arrebatando a Jonnen de los brazos de Canta y estrellándola contra la pared del fondo. Sidonio rugió y levantó su acero solar, la espada estalló en llamas. Una hoja de sombra le atravesó el vientre y el gladiatii jadeó, tambaleándose. Otra hoja negra brilló, enviando al gran Itreyano patinando por el suelo ensangrentado y chocando contra uno de los pilares altos y estriados. —¡Sidonio! —Gritó Jonnen. El Imperator de Itreya se tambaleó sobre sus pies, agarrándose la cabeza, arrastrando sus manos por su cabello hacia atrás. Gritó una vez, con la boca abierta, la lengua negra y brillante. La habitación temblaba, como en un terremoto. Su sombra se hinchó sobre sus pies, estalló como una burbuja, derramándose por el suelo en cien riachuelos sin forma. Scaeva rasgó su túnica, rugiendo de nuevo cuando el vómito negro brotó de su boca. —¡Julio! —Liviana gimió de horror al ver a su marido—. ¡Julio! Las sombras alrededor de la habitación chocaron y se sacudieron, derramándose sobre los azulejos a los pies de Scaeva en una inundación sin fondo. Se había levantado un viento de la nada, aullando por el pasillo con la furia de la tempestad. Liviana se tambaleó hacia su esposo, con los ojos entrecerrados en el vendaval y la mano extendida. —¡Julio! —Gritó ella—. Te lo ruego, ¡para esto! Scaeva volvió a gritar, agarrándose las sienes. Las sombras azotaron con furia ciega, cavando grandes agujeros en las paredes, rasgando el techo. Mercurio se agachó cuando el entrepiso se estremeció y colapsó, toda la estructura tembló. Un enorme candelabro se liberó, se estrelló contra el suelo y aplastó a la esposa del Imperator antes de romperse en un millón de fragmentos brillantes. —¡Madre! —Gritó Jonnen.

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Scaeva se agarró las sienes de nuevo, rugiendo tan fuerte que su voz se quebró. —¡PADRE! Los ojos de Scaeva estaban completamente negros. Quitándose la máscara de tres soles, la arrojó al suelo con un gruñido de odio. Lágrimas negras corrían por sus mejillas, levantó el pie y la aplastó bajo el talón. Riendo. Ciñéndose con los brazos y gimiendo. Y mirando a esos ojos negros sin fondo, Mercurio pudo ver la furia de ese dios caído que se desataba dentro de él ahora. Toda la rabia, todo el dolor, todo el odio perfecto de un hijo traicionado, deseando solo destruir el templo del padre que lo traicionó. Scaeva extendió los brazos cuando la habitación volvió a temblar. Alas de oscuridad líquida brotaron de sus hombros, elevándolo en el aire. Marielle se alejó de su furia oscura, refugiándose contra el pilar donde Sidonio yacía agarrándose el vientre destrozado. Vientos negros rugían en el pasillo, casi obligando a Mercurio a caer al suelo. Las brasas en uno de los fuegos se habían derramado, incendiando los manteles. Tambaleándose por las manchas de sangre, con el corazón retumbando en el pecho, el anciano agarró la túnica de Cantahojas y arrastró su cuerpo inconsciente para refugiarse cerca de la tejedora. El anciano trabajaba en las esposas de Marielle con manos temblorosas, los cerrojos hicieron clic mientras sus planchas se soltaron. El olor a humo se elevó al viento impuro a medida que las llamas se extendieron. Mercurio hizo un gesto hacia Jonnen, ahora presionado contra la pared cerca del trono destrozado de Scaeva. —¡Tenemos que tomar al chico y salir de aquí! —Bramó. Su pilar fue destrozado, el hueso de tumba se astilló como madera vieja y podrida. Mercurio gritó, sus compañeros se dispersaron y cayeron por el suelo empapado de sangre. El obispo sintió cintas de color negro que le agarraban la garganta y le rodeaban la cintura, fuertes como el hierro, frías como las tumbas. Fue arrastrado por el aire, jadeando, agitándose, aferrándose a las bandas de oscuridad que le apretaban la garganta.

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Se encontró flotando ante lo que había sido Julio Scaeva. Mejillas pálidas manchadas de lágrimas negras. Labios manchados con la sangre más oscura. —Pero... —gorjeó. Mirando la muerte a la cara. La muerte le devolvió la sonrisa. —Pero... ¿qu-quién escribe el... tercer libro? Las cuchillas negras se alzaron, perversamente afiladas, brillantes y oscuras. Listo para partir su pecho y corazón en dos. Pero con un suspiro sibilante, lo que había sido Scaeva de repente volvió sus ojos negros al techo. Dedos pálidos enroscados en puños. Los vientos se calmaron por un momento, una pequeña respiración fracturada dentro del caos que se rompía. Y en ese silencio, el ser divino murmuró. —Ella viene.

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CAPÍTULO 44 HIJA Ella llevaba puesta la noche. Su vestido era negro como la seda. Las joyas en su garganta, estrellas oscuras. Largas faldas ondulaban de su cintura, fluían hasta sus pies descalzos, un corsé de medianoche ceñido sobre la piel pálida de fantasma. Polvo blanco en sus mejillas. Pintura negra en sus labios. Legiones en sus ojos. Se posó en la pedregosa orilla de Las Partes Bajas, una ciudad de huesos que se extendía ante ella. Una espada de lo mismo en sus manos. Las alas de terciopelo negro en su espalda eran enormes como cielos abiertos, las puntas rozaban los muelles, los adoquines, los edificios a su lado mientras se alejaba de la línea de flotación. Las sombras de la ciudad suspiraron ante su llegada, le acariciaron la cara con manos amorosas y le dieron la bienvenida a su hogar. Los juerguistas. Los vendedores ambulantes. Los mendigos, los sacerdotes y las prostitutas. Todos la sintieron antes de verla. Su música se calló, su risa se detuvo. Un escalofrío rozó sus cuellos. Una quietud más profunda que la muerte. Trayendo un susurro a los piadosos y a los pecadores por igual. Una advertencia. Una palabra. Corre. El miedo se extendió desde sus pies como una marea negra. Los soles nunca habían parecido tan lejanos, la noche de arriba nunca había sido tan oscura, y ellos lo sintieron, esos mortales... lo sentían en el pecho y en los huesos. Ella era el juez. La ruina La venganza de cada hija huérfana, cada madre asesinada, cada hijo bastardo. Su padre esperándola, adelante y arriba.

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Muchos esperando convertirse en uno. Y así corrieron. Los adoquines se vaciaban ante ella. Las ratas inundaban las alcantarillas, huyendo como si fuera una llama oscura. La gente se dispersaba huyendo por sus vidas, no solo de regreso a la comodidad del hogar y el hogar, sino también a la línea de flotación, a través del acueducto, como las alimañas a su alrededor. Pánico, puro y negro, ondulando ante ella. La ciudad sobre su temblor, esta tumba de una divinidad caída demasiado profanada por la huella de los pies mortales. La tumba de un dios caído, que ahora se convertirá en la tumba de un imperio. Ella acechó las calles vacías, las vías desiertas, hacia el foro. Deteniéndose al lado de un carro volcado, abrió una mano pálida. Las sombras levantaron una máscara caída, hojeada en oro, colocándola sobre sus ojos. Tenía forma de media Luna. Como una Luna aún no llena. La oscuridad estaba viva sobre ella. Dentro de ella. Pálida y hermosa, siguió caminando. Llevaba puesta la noche, caballeros. Y toda la noche vino con ella.

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CAPÍTULO 45 AMANTE Mataarañas cerró los ojos. La brisa de la veroscuridad era fresca en su piel. El cielo de arriba estaba tan vacío como el lugar donde había estado su corazón. La ciudad estaba en un caos, cada vez más profundo. En algún lugar detrás de ella, los tontos nacidos de la médula que se habían reunido para la gala de Scaeva finalmente estaban saliendo de la primera costilla en una multitud llorosa. Todo el archipiélago temblaba como si estuviera en medio de un terremoto, grandes fracturas dividiendo los adoquines o rompiendo las fachadas de los edificios a su alrededor. Nubes negras se habían reunido arriba, sofocando la luz de las estrellas y llenando el aire con truenos. En algún lugar del distrito de almacenes, los terremotos habían provocado un incendio, y el humo negro se elevaba en la oscuridad. Una ola de ratas fluía desde Las Partes Bajas, cayendo y chillando cuando llegaron. Mataarañas podía escuchar una multitud creciente de ciudadanos aterrorizados que seguían las colas de los roedores. Tumba de Dioses se estaba desmoronando a su alrededor. La Shahiid de las Verdades había sabido que lanzar su suerte con Scaeva era una apuesta, pero sinceramente, no era una apuesta en la que invertiría mucho. Antes de ser una acólita de la Madre Oscura o miembro del Ministerio de la Iglesia Roja, Mataarañas había sido una sobreviviente. Se había abierto camino en un mundo que parecía haber acabado con ella, y no solo había sobrevivido, sino que había prosperado. Una mujer no duraba mucho en un mundo como el de ella apostándolo todo en un solo tiro de dados. No importa cuán segura sea la apuesta. La Shahiid respiró hondo, se calmó y volvió a abrir los ojos. Ella estaba muy al norte del foro, el caos se elevaba hacia el sur y se desangraba hacia ella. Pero se había adelantado por el momento, atravesando los

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pequeños puentes y los canales susurrantes, abriéndose paso entre las almas puras y los fatalmente curiosos que se dirigían hacia el clamor. Ella podía entender eso; el impulso de acercarse al acantilado para mirar por encima del borde. La necesidad de saltar algunos capítulos y conocer el final de la historia. Pero la propia Mataarañas no deseaba saber cómo terminaba la historia del primer Imperator de Itreya. Solo quería salir viva para leer sobre eso después. Los hombres de Scaeva habían destruido la capilla de la Iglesia Roja en la necrópolis, pero Mataarañas conocía al menos un alijo de monedas y armas que había dejado intactas. Además, la Iglesia tenía media docena de botes amarrados en los muelles de El Brazo de la Espada, y al menos dos eran lo suficientemente pequeños para poder manejarlos ella sola. Puede que se haya convertido en uno de los asesinos más mortales que la Iglesia haya producido, pero Mataarañas nació hija de las Islas Dweymeri. Su padre había sido carpintero, su hermano mayor a su lado. Conocía los océanos casi tan bien como conocía los venenos. Las vías se estaban abarrotando ahora, el pánico detrás de ella creciendo mientras Tumba de Dioses se sacudía una y otra vez, como un diorama en las garras de un niño odioso. La gente salía de sus casas y tabernas, hacia las plazas, personas desconcertadas, borrachas, asustadas. Los gritos y el humo se elevaban desde el sur, el miedo se extendía por las calles como una sombra a través de una botella de vino dorado Albari. La Shahiid se mantuvo en las calles secundarias, cruzando el Puente de los Hilos y maldiciendo suavemente los largos y elaborados dobladillos de su vestido. Sacó una de sus hojas envenenadas de su cintura, con la empuñadura cubierta de oro, cortando cuidadosamente una larga hendidura en su vestido para poder correr mejor. Y luego, corrió. La ciudad volvió a temblar. Las alimañas corrían por sus pies. Mataarañas podía ver las puertas de la necrópolis delante, cercas de hierro forjado recortadas contra el cielo de tormenta. Ahora estaba a solo unas pocas cuadras de la línea de flotación, y de allí, a la fuga. Acelerando el paso, se secó el sudor de los ojos, un largo rizo se desprendió de las ingeniosas bobinas sobre su cabeza. El relámpago del cielo hacía centellear

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el oro en su garganta y sus muñecas y brillaba en sus labios negros cuando entró en la casa de los muertos de Tumba de Dioses. Caminando por el cementerio, se detuvo para recuperar el aliento junto al escondite; estaba oculto en la tumba de un senador muerto hace mucho tiempo. Echó un ojo oscuro sobre la inscripción mientras esperaba a que el temblor desapareciera. El nombre se había desgastado con el tiempo, las características del busto de mármol se suavizaron por los años. —Comida para gusanos, todos nosotros, —murmuró. Los labios negros se curvaron en una sonrisa mientras miraba la noche de arriba. —Pero no esta noche, madre. Un escalofrío la atravesó, oscuro y hueco. Se le puso la piel de gallina. Un relámpago brilló en lo alto, grabando las sombras de la necrópolis en negro. Una silueta se alzó ante la Shahiid de las Verdades, encapuchada y envuelta, espadas de lo que solo podía ser hueso de tumba en sus manos. —Por los dientes de Maw, —susurró. No era humano. Eso estaba claro. Oh, tenía la forma de un humano debajo de esa capa. Pero aunque la noche no era tan fría, el aliento de la figura colgaba en nubes blancas ante sus labios, el cuerpo de Mataarañas temblaba por el frío. —Saludos, Shahiid. —Por el abismo y la sangre—, suspiró Mataarañas. La cosa se quitó la capucha. Piel pálida. Uñas negras como la tinta. Largas trenzas retorciéndose como seres vivos. Ojos oscuros y sin fondo, alabastro forjado de nuevo por la mano de la Madre. Pero incluso en la oscuridad verdadera, toda la ciudad a su alrededor cayendo en el caos, Mataarañas habría reconocido su rostro en cualquier lugar. La luz de mil estrellas brilló en la mirada de la chica. Vacía como el Abismo que había cruzado para regresar aquí. —... Ashlinn?

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—Él no podía estar aquí él mismo, —dijo, con lágrimas negras brillando en sus ojos—. Ni siquiera la Madre tiene el poder de regalar vida a los muertos dos veces. Tan solo pudo mostrarme el camino de regreso. Estaba dispuesto a dar eso por ella. Ese era el tipo de chico que era. Pero Tric me dijo que te saludara, Mataarañas. Las espadas de hueso de tumba se alzaron en sus manos. —Y me pidió que te diera esto. La brisa en la veroscuridad era fresca en su piel. El cielo de arriba estaba tan vacío como el lugar donde había estado su corazón. Y Mataarañas cerró los ojos.

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CAPÍTULO 46 PADRE Las sombras soltaron su garganta y Mercurio cayó de rodillas. El viento era un canto fúnebre, aullando y arañando su piel. El fuego se extendía desde los carbones derramados sobre los muebles caídos, y sintió el humo en la lengua. Lo que había sido Julio Scaeva bajó la mirada desde el techo hasta la entrada del gran salón cuando todas las puertas estallaron hacia adentro con el sonido de un trueno. Las sombras en la habitación se deformaron y se estiraron, toda la costilla temblaba. La oscuridad parecía profundizarse, la luz de los pocos globos arkímicos que funcionaban se sofocó. Mercurio sintió un peso sobre sus hombros, presionando sobre su pecho, conteniendo el aliento. Un escalofrío descendió sobre la habitación, el olor a clavo y hojas caídas, el aire vibraba con una canción de tempestad. Levantó la cabeza, sus viejos ojos se volvieron hacia la puerta. Y allí estaba ella. En toda su gloria. —Mia, —susurró. Diosa, ella era hermosa. El peso de los años, la sangre y el sacrificio se extendían sobre sus hombros como alas oscuras. Las cicatrices de sus pruebas grabadas en su piel y en los huecos de su pecho, reflejadas en sus ojos. Pero nada, nadie, ni los corazones rotos ni los sueños destrozados o la simple tragedia de estar viva y respirar habían sido suficientes para detenerla. Más grande que la vida, ella era. Una chica con una historia que contar. Estaba vestida completamente de negro: un corsé y largas faldas que fluían como un río a sus pies. Una espada larga de hueso de tumba esperaba en sus manos. Una máscara dorada cubría su rostro, pintura negra en sus labios, separándose ahora mientras hablaba con una voz que sacudió al mundo. —Padre, —dijo. —¿Sí? —Respondió Mercurio. 622

Ella lo miró entonces. Todos los años entre ellos se convirtieron en nada en absoluto. Él estaba de vuelta en su pequeña tienda, antes de que todo comenzara. Solo ellos dos, solos juntos. Tenía once años, sentada a sus pies mientras él le mostraba cómo susurrar palabras dulces a un candado. Tenía trece años, sus ojos negros como el pedernal brillaban mientras exigía saber por qué los niños no sangraban. Tenía quince años, tomó prestados sus cigarrillos y le contó una broma obscena, algo flaco y desgarbado con un flequillo torcido, que aún no había crecido en su propia piel. Y en ese momento de que Mia era parte de él, cuánto significaba, cuán profundamente lo había cambiado, por siempre y para siempre. Esta chica se había atrevido donde otros habían fallado, nunca había visto el mundo como otros lo hacían. Tampoco él, en realidad. Diosa, cómo la amaba... Ella le sonrió. Solo por un instante. Ojos negros que brillaban con lágrimas que nunca permitiría caer en un lugar como este. Y entonces lo sorprendió lo mucho que ella lo amaba. —No me refería a ti, —susurró con tristeza. Y ella volvió sus ojos oscuros y sombreados al hombre detrás de él. —Me refería a ti, —respiró ella. Julio Scaeva miró a Mia con una mirada tan negra como la sangre dentro de él. Se cernía a unos seis metros del suelo, con alas oscuras y translúcidas ondeando en el aire a su alrededor, y un líquido negro goteando de la punta de sus dedos. Era fácil ver la cosa dentro de él, el ser divino aullando y estrellándose contra la jaula de su carne. Pero el Imperator de todo Itreya parecía haber vuelto en sí para este último baile; una pequeña parte de lo que era lo había arrastrado de regreso a una superficie delgada y agrietada. Al menos lo suficiente como para mostrar sus dientes en una horrible parodia de una sonrisa. —Es bueno verte de nuevo, hija, —dijo. —¡Mia!

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Mercurio y Mia miraron hacia las ruinas del trono de Scaeva, donde el joven Jonnen todavía estaba agachado entre los restos. Tenía los ojos muy abiertos por el miedo y una manita extendida hacia su hermana. Pero las sombras se alzaron del suelo como dientes rasgados, impidiendo el paso entre la chica y su hermano. —Déjalo ir, padre, —dijo Mia—. Este momento es tuyo y mío. —Él es mi hijo. —La cara de Scaeva estaba retorcida, y negros los dientes—. Mi legado. —¡Es un niño de nueve años! ¡Déjalo ir, maldito sádico! —Tu madre me llamó así una vez. —Scaeva sonrió levemente, frunció el ceño al techo como si se perdiera en la memoria—. Creo que lo tomé como un cumplido. Mia negó con la cabeza, mirando a su alrededor los restos de la habitación. El trono destrozado. Las llamas extendidas. Las manchas de sangre de valientes senadores y soldados leales y amados hermanos manchados en el suelo. Los restos de la propia esposa de Scaeva aplastados bajo un cristal reluciente. Todo lo que había forjado, todo por lo que había mentido, robado y matado, y todo había llegado a esto. Sangre negra hirviendo en su vientre. Derramándose de sus ojos y burbujeando en sus labios. Miró al hombre con una especie de lástima horrible. —Pensaste que estabas construyendo. Y todo este tiempo, solo estabas cavando. —Ella sacudió la cabeza—. Ahora mira lo que has hecho de ti mismo. Todo por miedo a mí. —¿Lo que hice de mí mismo? Scaeva se echó a reír, con hilos de baba negra entre los dientes. Él abrió su mano. Y allí, en su palma, había un peón, tallado en ébano pulido. Salpicado de alquitrán negro y rojo sangre. La mano del Imperator temblaba, las venas se estiraban como cadenas oxidadas debajo de su piel. El negro comenzó a derramarse de su boca nuevamente mientras hablaba, demasiado del dios roto dentro de él ahora para contenerlo todo. —Te advertí sobre unirte a un juego que no puedes esperar ganar. ¿Ves esto, hija? Esto es lo que has hecho de los dos. Meras piezas en un juego de dioses. 624

—Anímate entonces, bastardo. Porque el juego termina esta noche. La serpiente-sombra enrollada alrededor del cuello de Scaeva mostró sus colmillos. —... ¿Todavía no ves lo que tu preciosa Diosa te ha hecho...? Mia ni siquiera se encontró con la mirada de la serpiente. —Susurro, si me dices una palabra más, —lo advirtió suavemente—, te prometo que te irá muy mal. La serpiente entrecerró sus no-ojos, silbando suavemente. —... No te temo, pequeña. Nunca deberías haber venido aquí. Menos sola…— Mia la miró entonces. Ojos que brillan como chorro pulido. —Oh, pero susurro, —suspiró—. No estoy sola. Mia extendió los brazos y la oscuridad estalló. Muchos, una horda, una legión de daimonios, estallando de la sombra a sus pies descalzos, desde el negro de su vestido. Pasaron junto a ella con alas negras y se lanzaron hacia adelante con patas negras. Docenas, cientos, una multitud turbulenta y furiosa. Llevaban las formas de las cosas nocturnas: murciélagos, gatos, lobos, búhos, ratones y cuervos, todas las formas de todos los seres oscuros que el mundo había conocido. Ahogando los vientos con sus gruñidos, rugidos y gritos. Rechinaron los dientes y rizaron las garras y se estrellaron contra Scaeva como una inundación, cayendo sobre la serpiente sobre su garganta y arrancando a Susurro de los hombros de su amo. El sombra-serpiente siseó con furia, cayó entre las innumerables otras formas, mordiendo, escupiendo y agitando. Era más oscuro que el resto de ellos, lo suficientemente oscuro para dos, el sabor de un no-lobo asesinado todavía fresco en su no-lengua. Pero muchos lo desgarraron, implacable, el hambre ardía en su interior, trozos de él salpicando negro en el suelo mientras gritaba a su amo. —... Julio, ¡ayúdame...! —¡Suéltalo! —Rugió el Imperator.

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La mano de Scaeva cortó el aire, la oscuridad se volvió aguda como cuchillos. Pero aunque los apuñaló, los desangró, los esparció por el pasillo como el humo ascendente, los daimóns de Mia eran simplemente demasiados. Rondando y desgarrando a Susurro mientras sus gritos se volvían lastimeros, su forma se adelgazó, luego tembló y comenzó a desaparecer. Todos ellos haciendo un festín con él hasta que ni siquiera quedó una sombra. Todos excepto uno. Él se sentó en el hombro de Mia, era la forma de un gato. Plano como papel y semitranslúcido, negro como la muerte, su cola se enroscó alrededor de su garganta. Sus no-ojos estaban fijos en la serpiente de Scaeva mientras perecía, como saboreando sus gritos. —... eso... —susurró el Don Majo— ...es por eclipse... —Como te atreves... —llegó el gruñido tembloroso. Scaeva se volvió hacia su hija, con los dedos curvados en garras, la furia negra burbujeaba sobre sus labios mientras rugía con todo su aliento. —¿CÓMO TE ATREVES? Los labios de Mia se curvaron en una sonrisa helada. —¿Cómo se siente perder algo que amas, bastardo? Levantando una mano pálida, Mia señaló la daga de hueso de tumba que llevaba en la cintura. La daga que le regaló años antes el gato de sombras que ahora montaba en su hombro. La daga que le había salvado la vida. La daga que había enterrado en el corazón de un doppelgänger, con lo que se había atrevido a soñar que todo esto podría terminar de otra manera. Sus ojos eran de color ámbar rojo, centelleando en la penumbra. Su empuñadura se asemejaba a la de un cuervo con las alas extendidas; el sello de la familia que este hombre había destruido por completo. —Eso me pertenece, —dijo. —Nada te pertenece, —escupió Scaeva, con lágrimas negras sangrando de sus ojos—. ¿Aún no lo entiendes? Todo lo que tienes, todo lo que eres, me lo debes a mí. —No te debo nada, padre. 626

Mia levantó su espada larga entre ellos. —Nada excepto esto. La sombra de Scaeva hirvió. Sus ojos negros estaban fijos en su hija. Una baba negra rodaba en su barbilla. La oscuridad se profundizó entre ellos hasta que no quedó nada más. Echó un vistazo al lugar donde Susurro había perecido, sus labios se despegaron de sus dientes cuando la ira pura y perfecta dentro de él se derramó hacia arriba y hacia afuera, finalmente y para siempre. —Ven a dármelo, entonces, —susurró. Mia desapareció sin hacer ruido, y un segundo más tarde reapareció en el aire y descendió con su espada en alto. Las sombras se deformaron, acurrucándose en manos como garras, cortando el aire. Pero en lugar de desaparecer, apartándose, Scaeva la alcanzó con un rugido y la agarró por el cuello. Y con una fuerza titánica, hizo un giro con su impulso y la tiró al suelo. Sonó un trueno, el mármol y el hueso de tumba se partieron cuando ella golpeó el suelo. Mercurio se apartó de los fragmentos que cortaban el aire, el rugido sonó dentro de su cráneo. En un instante, una forma negra surgió de las ruinas, un fénix oscuro se elevó, golpeando a Scaeva en el pecho y lo enviándolo hacia los aguilones. Con el golpe el techo se hizo añicos como hielo, grandes fragmentos de hueso de tumba cayeron sobre ellos cuando se estrellaron contra la tierra. La hoja larga de Mia se deslizó por el suelo, descansando entre los escombros. Mercurio podía ver que el cuerpo de Mia estaba envuelto en sombras ahora. Unos zarcillos negros como la tinta brotaban de sus hombros como alas, cintas de una oscuridad afilada surgían de la punta de sus dedos. El viejo obispo apenas podía reconocer a la hija que amaba, ya que el poder dentro de ella finalmente se desató por completo. Su cabello estaba más largo, fluyendo alrededor de ella como serpientes. Su piel parecía arder en llamas. Vio un círculo pálido ardiendo en su frente como si estuviera inscrito en su piel. Parecía más sombra que carne, creciendo en tamaño, llenando el pasillo. Scaeva también se hizo más grande, ambos chocaron con otro trueno y un destello de luz de Luna. Dos fragmentos reflejados de un dios asesinado, las dos mitades dentro de él en guerra ahora consigo 627

mismos y arrasando todo en ruinas. El aire era una tormenta de daimóns, un coro de gritos negros, todo el Abismo se desató. La ciudad que los rodeaba se estremeció, los truenos cayeron en el cielo, el viento parecía un huracán. Mercurio se había alejado de la pelea, de vuelta al borde de la habitación. Encontró a Sidonio agarrándose el vientre destrozado entre los restos, empapado en sangre. El gladiatii sostenía sus intestinos con una mano, tratando de arrastrar a una Cantahojas inconsciente a algún tipo de seguridad. Mercurio vio a Marielle agachada en las sombras cercanas, presionada por el viento aullante, con el pelo lacio pegado a su piel torturada. Parecía que todo el mundo estaba a punto de terminar. Junto con todas sus historias. Y allí, en medio del caos, el ruido, la furia, una delgada silueta negra apareció en el piso junto a él, su cola se movía de lado a lado. —... debes alejarlos de aquí, mercurio... —¡No la voy a dejar! —… Siempre estarás con ella. y ella contigo. pero es hora de dejarla ir, viejo... —¡No! ¡Ella no termina así, no la dejaré! —... prometiste recordarla. No solo las partes buenas. Las partes feas y las partes egoístas y las partes reales también. Toda ella, Mercurio. ¿Quién más puede hacer eso, si no tú...? El anciano miró al no-gato mientras la tormenta negra los azotaba. El amor que ambos le tenían era tan real y filoso como vidrios rotos, cortándolo hasta los huesos. Pero él sabía que la sombra decía verdad. —… Recuérdala… Desde que comenzó, sabía cómo terminaría esta historia. Todos lo hicimos, ¿no? —¡Marielle! —Bramó, volviéndose hacia la tejedora. La mujer parecía casi comatosa, perdida en su dolor, por el caos a su alrededor. Apoyada contra la pared y mirando aquella batalla de titanes y esperando la muerte.

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—Marielle! —Mercurio rugió de nuevo. Ella parpadeó ojos rojos como la sangre. Miré al viejo obispo. —¿Puedes caminar? —Gritó. La tejedora se estremeció cuando Mia y Scaeva chocaron con la pared del fondo, abriendo una fisura poderosa a través del hueso de tumba. Los restos del techo se estremecieron, más grietas se extendieron a través de los pilares de soporte mientras la legión de Mia gritaba y aullaba a su alrededor. La isla se sacudía con tanta violencia que Mercurio cayó de rodillas. Sidonio cubrió el cuerpo de Cantahojas con el suyo, mientras pronunciaba oraciones en sus labios ensangrentados. —¿Puedes caminar? —Gritó el viejo otra vez. —Sí. —Marielle parpadeó la sombra de su hermano de sus ojos. — Puedo caminar. —¡Ayuda a Sidonio! ¡Tenemos que movernos! La tejedora apretó los dientes y se arrastró por el suelo. Al llegar a los gladiatiis heridos, extendió una mano retorcida, susurrando bajo los vientos rugientes. Sidonio jadeó, apretando su tripa destrozada. Pero ante sus ojos maravillados, sus entrañas se arrastraron de nuevo dentro de él, su herida se cerró como si nunca hubiese existido. —Por el abismo y la sangre... —respiró. —¡La tejedora conoce su trabajo! —Gritó Mercurio—. ¡Ahora levanta ya tu culo y vámonos! Sidonio se puso de pie, tambaleándose cuando los titanes de la sombra se estrellaron contra otra pared. Los ojos de Mercurio se estrecharon ante la vista, como si la oscuridad que arrojaran fuera de alguna manera demasiado brillante para mirar. Mia y Scaeva estaban casi completamente irreconocibles ahora, altísimas figuras negras con alas translúcidas y cuerpos ondeantes como llamas de sombras, chocando entre sí como maremotos en medio de una tormenta de pasajeros aullando. Solo el cabello largo y retorcido de Mia y ese círculo grabado en su frente servía para distinguir a la pareja. —Misericordioso Aa, —respiró Sid—. Mírala... 629

—¿A dónde iremos? —Exigió Marielle—. Sin Adonai… —¡Tenemos que salir de estas malditas islas! —Gritó Mercurio. —“Dejó una república en cenizas detrás de ella”, ¿recuerdas? ¡Una ciudad de puentes y huesos colocados en el fondo del mar por su mano! ¡Todos sabemos lo que va a pasar aquí! —¿Y Jonnen? —Gritó Sid. Mercurio miró al niño, agachado y aterrorizado cerca de los restos del trono de Scaeva. Estaba sellado detrás de barras de sombra sólida, los ojos muy abiertos, las mejillas húmedas de lágrimas mientras veía a su padre y su hermana chocar. —... el niño debe quedarse... Mercurio miró al Don Majo, sentado tranquilamente en el suelo roto y lamiendo una pata negra como la tinta. —... él también tiene una historia que contar... Los avatares chocaron contra otro pilar, arrancándolo desde la raíz. Las paredes de la costilla se separaron nuevamente, arrojándolos a todos de rodillas. Mercurio se sacudió, con el aliento entrecortado. Tenía polvo de hueso de tumba en su lengua, su sombra se retorcía debajo de él. Don Majo apareció frente a él, con los ojos desorbitados. —... ¡ve...!—, Gritó. —... ¡dirígete a las Las Partes Bajas ahora...! Sidonio agarró a Mercurio por el cuello y lo puso de pie. —¡Vamos! Ayudando a Marielle a levantarse, el gran Itreyano colocó a Cantahojas sobre sus hombros y empujó a la tejedora a través de una nueva abertura en la pared. La ciudad más allá estaba en llamas. La tormenta aulló. La tierra estaba temblando. Los océanos se hincharon. Las cuatro hijas, habían surgido. Mercurio volvió a mirar hacia la habitación y observó cómo se estrellaban y quemaban las piezas de la Luna. Buscando lo que quedaba de la chica que había amado. Y sabiendo lo que tenía que hacer. Sid rugió sobre la tempestad—, ¡Mercurio, vamos! El viejo presionó sus dedos contra sus labios y se los tendió. —Te recordaré, —susurró.

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Se giró y corrió.

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CAPÍTULO 47 TODO Una llama oscura ardía dentro del pecho de Jonnen mientras los veía chocar uno contra el otro, destrozando el mundo a su alrededor. Cada uno de ellos parte de un dios desatado, la Luna se manifestó bajo el cielo de su Madre. Eran gigantes ahora, la oscuridad sobre ellos crecía y brillaba. Sus alas rozaron los bordes del pasillo roto, las llamas oscuras que ardían en sus coronas eran lo suficientemente altas como para quemar el techo. Pero si entrecerraba los ojos lo suficiente, a través de la tormenta de negro, los cuerpos forjados para ellos de sombra viviente, el niño creía que aún podía ver un leve rastro de las personas que alguna vez habían sido. Su padre. Su mundo. El hombre que había soñado ser. El dios que había adorado, ahora disfrazado de una verdadera divinidad, corrompido y podrido. La rabia, el odio y el tormento, que solo buscaban devolver el mismo mal que habían recibido. El niño podía entenderlo. Porque al mirar desde el cuerpo roto de su madre hasta la cosa en la que se había convertido su padre, sabía lo que era odiar al que te había hecho. Pero su hermana. Su de'lai. Una chica que nunca había conocido hasta hace unos meses, y que de alguna manera siempre había conocido. Valiente como él nunca lo había sido. Oscura, manchada de sangre y llena de cicatrices hasta los huesos. Tenía todas las razones del mundo para no ser más que ira, odio y miseria. Pero él sabía que, por mucho que intentara ocultarlo, no había dejado que la vida la enfriara. Ella amaba con un corazón tan feroz como los leones. Dio de una manera que la dejó sangrando, pero nunca estuvo rota. Porque a pesar de todo lo que había perdido, todo lo que había sacrificado, todo el dolor acumulado en sus hombros, habría regresado de todos modos. Ella había vuelto por mí. Podía sentirlo, ardiendo en esa tormenta de rabia y sombras. El amor que sentía por él. Demasiado brillante para sofocarse, incluso bajo el poder de un dios.

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Pero un fragmento de ese poder también ardía dentro de él. Podía sentirlo llegar a las otras piezas de sí mismo, incluso ahora, anhelando ser recuperado. Un hambre lo llenó, lo quemó, sin fondo y voraz. Quería unirse a ellos, se dio cuenta. Al estar reunidos en esa totalidad, muchos hicieron uno, ascendiendo a su legítimo trono en el cielo. Rasgó las sombras que lo rodeaban, trató de doblarlas a su voluntad. Su padre y su hermana se rasgaban el uno al otro, sacudiendo la primera costilla sobre ellos, toda la oscuridad aullando. Los daimóns de Mia atravesaron el aire como un huracán y se estrellaron contra la piel de su padre. Sus garras cortaron grandes agujeros a través de él, negro rociando las paredes. Pero cuanto más duró la batalla, cuanto más se separaban, más se daba cuenta Jonnen de que eran iguales. Cada uno un opuesto oscuro del otro. Era como ver a alguien pelear contra su propio reflejo; Cada pulgada reclamada también se perdía, cada daño infligido era otro ganado. Eran tan parecidos en muchos aspectos, los dos. Oh, Diosa, las cosas que podrían haber hecho si la hubiera amado como un padre a una hija. Pero había demasiado entre ellos ahora; demasiada sangre, demasiado odio, demasiada oscuridad. Y así, cada uno se enfureció contra el otro, rasgando, maldiciendo y sin ganar nada. A su alrededor, la oscuridad susurró una oración, una súplica, sonando en la oscuridad dentro de su corazón. Los muchos eran uno. LOS MUCHOS FUERON UNO. Pero Tumba de Dioses estaba siendo despedazada. Los terremotos eran casi constantes ahora, manteniendo a Jonnen de rodillas. Los relámpagos dividieron los cielos arriba, las olas chocaron contra las costas irregulares, el resplandor rojo de un infierno ardía en las calles más allá. Las Cuatro Hijas se habían despertado con la furia de su hermano, golpeando su tumba con la esperanza de mantenerlo atrapado. Jonnen estaba aterrorizado de una manera que nunca había conocido, todo su cuerpo temblaba, tirando de los barrotes a su alrededor y buscaba en su interior algún fragmento del acero que veía en ella. Girando su voluntad hacia las sombras y tratando de hacerlas suyas, los ojos se estrecharon en concentración.

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—Inclínate, maldición, —susurró. Y allí, en la oscuridad, captó un destello de oro en medio de la tristeza aplastante. Mirando hacia las puertas dobles rotas, el corazón de Jonnen se detuvo en el pecho cuando vio una figura pálida en el umbral, vestida con una bata blanca, manchada de tierra y sangre. Sus manos agarraban dos espadas de hueso de tumba, sus dedos manchados de negro. Sus ojos también eran negros, su rostro hermoso y pálido, largas trenzas rubias moviéndose sobre sus hombros como si tuvieran mente propia. —Ashlinn? —Susurró. Sus ojos oscuros se volvieron hacia los titanes sombríos, arremolinándose y chocando a través del pasillo destrozado. Agarró con fuerza las empuñaduras de sus espadas. pero esa tormenta de daimóns voló sobre ella, a su lado, a través de ella, susurrando con un centenar de novoces. —... el niño... —... EL NIÑO... —... EL NIÑO... Entonces se volvió hacia él. Ojos más oscuros que el lugar del que ella se había arrastrado, los labios separados mientras susurraba su nombre. —Jonnen. Un horrible golpe de su hermana condujo a su padre al suelo, hacia el retorcido mekkenismo y las bodegas más allá. Se avalanzó hacia arriba como una lanza negra, con las alas revoloteando detrás, y ambos se abrieron paso a través de los niveles rotos de arriba con un choque ensordecedor. El hueso de la tumba se rompió, el vidrio chirrió, las maderas se astillaron, el ruido era tan fuerte que Jonnen se vio obligado a cubrirse los oídos cuando la mitad superior de la primera costilla comenzó a desprenderse de la base. La poderosa torre aguantó un momento más, la inercia libró una dura batalla con la gravedad y finalmente perdió. Miles de toneladas de hueso de tumba se volcaron y cayeron, chocando contra la tercera costilla y liberándola con un boooom impío. —Jonnen!

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El niño parpadeó en el polvo cegador, abriendo los ojos y mirando hacia la oscuridad, atravesó la luz de un millón de estrellas. Las manos de Ashlinn estaban presionadas contra las barras, intentando en vano doblarlas. —¡Retrocede! Ashlinn levantó sus espadas de hueso de tumba, cortando a la oscuridad que lo encerraba. Jonnen se preguntó que tan inútil sería. Pero sus ojos se abrieron cuando las espadas se hundieron profundamente, dividiendo las sombras en pedazos. Ashlinn volvió a golpear, balanceándose como si estuviera cortando madera, y la mayor parte de la oscuridad se cortó. Y Jonnen vio la verdad de todo entonces. Cómo todo encajaba. Los huesos. La sangre. La ciudad que lo rodeaba y los titanes sobre él y el fragmento dentro de él, todo estaba conectado. Todo era uno. Entonces abrió las manos a la oscuridad. Se entrelazó con el negro que lo rodeaba, dentro de él, un solo fragmento de un todo mayor. Sus dedos se curvaron cuando las tocó, frías y resbaladizas bajo su agarre. Y apretó los dientes, con la cara torcida, desgarró las barras, las sombras se rompieron a su alrededor. Ashlinn lo atrapó en sus brazos y lo acercó sobre su cadera con una mano y la otra todavía en una espada ensangrentada. Levantaron la vista hacia la veroscuridad a través de las costillas rotas mientras dos formas negras surcaban el cielo, chocando contra los adoquines y dividiendo la isla hasta sus cimientos. Ashlinn se tambaleó, incluso la fuerza de la tumba apenas era suficiente para mantenerla erguida. Los temblores los sacudieron, la Ciudad de los Puentes y los Huesos sacudiéndose en su agonía. Jonnen vio agua corriendo a través de la pared agrietada ahora, cubriendo la calle afuera, su olor pesado en el aire. —El océano, —susurró. —Nunca temas, —respondió la chica, besando su frente—. No dejaré que te ahogues. Había escuchado esas palabras antes. A bordo de La Doncella Sangrienta, mientras la tempestad rugía y los relámpagos brillaban y las Damas de las Tormentas y los Océanos intentaban arrastrarlos hasta su 635

destino. Recordaba a Mia sentada frente a él, con las piernas cruzadas y completamente empapada. La había odiado en aquel entonces. Con todo lo que tenía para dar. Y aún así ella le apretó la mano y le cantó en la oscuridad y prometió no dejarlo hundirse. Ashlinn se abría camino a través de la pared rota ahora, estaba hundida hasta los tobillos en los mares en ascenso, acunándolo con un brazo. Más allá, la ciudad ardía, se astillaba, se desmoronaba. Las calles estaban casi desiertas mientras salían tambaleándose hacia la calle. Al sur, hacia la Basílica Grande, Jonnen escuchó gritos de oscuridad, la furia de los dioses en la guerra. Al norte yacían los escombros del foro, y más allá, los puertos de los Brazos de la Espada y el Escudo. Barcos Escapar. Ashlinn miró a los ojos del niño. Una pregunta nadando en medio de ese negro estrellado. Las divinidades solo sabían por lo que ella había pasado para regresar aquí. La fuerza que había empleado para arrastrarse de vuelta del Abismo. La había escuchado jurarle a Tric que mataría al cielo para estar al lado de Mia al final. Pero al encontrarse con la mirada de Ashlinn, supo que ella entendía cuánto significaba para la persona que ambos amaban. Sabía que, si él lo pedía, ella le daría la espalda y lo llevaría a un lugar seguro primero. Pero el niño apretó los labios. Mirando más allá del miedo, el caos, el hambre, el dolor, tomar lo que más importaba y aferrarse con fuerza. Miró a Ashlinn a los ojos y sacudió la cabeza. —Cuando todo es sangre, la sangre lo es todo. —¡Tú, jodido folla-hurones, álzalas antes de que te arroje! Cloud Corleone extendió la mano sobre la barandilla, arrastrando a otra chica empapada a un lugar seguro. La muchacha temblaba, aterrorizada, empapada. A su lado, su tripulación estaba arrastrando sus cuerdas y arrastrando a más gente desde los océanos. No siendo de mucha ayuda en cuestiones físicas, BigJon estaba en el alcázar, gritando obscenidades a sus salados con la esperanza de motivarlos aún más.

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Como si presenciar el final de toda la jodida República no fuera suficiente. Cloud tomó a la chica en sus brazos y se la entregó a Andretti detrás de él. Arrastrando su manga por sus mejillas manchadas de hollín y presionando su catalejo contra su ojo, el capitán se tomó un momento para mirar hacia atrás en la Ciudad de Puentes y Huesos. El humo salía de los almacenes, las llamas se extendían por los silos cargados en Las Partes Bajas, las cenizas caían como la lluvia. El incendio había comenzado en el sur de Tumba, y la mayoría de la gente había huido hacia el norte a través del acueducto o hacia los puertos en los Brazos. Pero no faltaron personas que se dirigieron a las aguas más cercanas que pudieron encontrar. El océano azotado por la tormenta a su alrededor estaba lleno de botes de remos, góndolas, botes salvavidas, barriles de vino y tablas de madera cargadas de hombres, mujeres y niños llorando, todo tipo de embarcaciones capaces de flotar y algunas que no. Itreyanos, Liisianos, Vaanianos, por el abismo y la sangre, una innumerable horda de perros, ratas, incluso caballos. Nombra el credo o la raza y allí estaban, remando lejos de la ciudad moribunda, aferrándose a los flancos de la Doncella o agarrando las cuerdas que su tripulación arrojaba o simplemente nadando lo más rápido que podían para salvar sus vidas. El océano estaba iluminado en rojo por la furiosa luz del fuego. Los vientos alrededor de ellos cortaban hasta los huesos. —¡No podemos llevar a muchos más, Capitán! —Gritó BigJon por encima del trueno, estabilizándose contra la borda—. ¡Ya casi estamos sobrecargados! —¡Continúen llevándolos a bordo hasta que estemos sobrecargados! — Gritó Corleone. Cloud ya había ordenado vaciar sus bodegas para dejar espacio para más desventurados pasajeros, él sabía exactamente cuántos podía llevar su doncella antes de que se tambaleara. Pero antes de confundirlo con un sinvergüenza adorable en lugar de un bastardo mercenario, debes saber que estaba tan ansioso como su primer compañero por despedirse de la metrópoli moribunda. Pero Ay… —¡No puedo verlos en ningún lado! —Gritó BigJon.

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—¡No debo recordarte que esta maldita cosa funciona! —Corleone agitó su catalejo—. ¡Pero el gato de sombras dijo que vendrían, y no nos iremos hasta que estén a bordo! —¡No sabía que habíamos comenzado a recibir órdenes de los daimóns, Capitán! —Tampoco sabía que habías cambiado tus bolas por una vagina, ¡pero aquí estamos! —¡Sabes, nunca he entendido eso!—, Llamó BigJon. —Quiero decir, las mujeres exprimen a los bebés de esas cosas, ¿por qué se las considera…? —¡Ahí están! —Gritó Kael desde el nido del cuervo. Cloud volvió sus ojos al agua, entrecerrando los ojos entre el humo y las cenizas, haciendo una mueca cuando los truenos volvieron a estallar. Vio una góndola cortando las ondulantes aguas, figuras familiares desaliñadas en su interior. Sidonio estaba en la proa, con los brazos brillantes a la luz del fuego mientras remaba con una tabla rota. Cloud pudo ver a una vieja deforme envuelta en una capa oscura, sentada junto a un anciano que solo podía ser el mentor de Mia, Mercurio. Cantahojas se sentaba a popa, luciendo un poco peor pero aún remando con fuerza. El cuarteto había recogido a una docena de pasajeros en su fuga, hombres y mujeres colgados a los lados, niños abarrotados en el vientre de la góndola. —¡Lanza una línea! —Bramó Cloud. Sus salados se esforzaron por obedecer, arrojando una soga por la borda hacia los mares revoloteantes. Sidonio la agarró y la arrastró hacia adentro. El gran gladiatii ayudó a los niños a subir primero, llegando incluso a arrojar algunos de los más pequeños a los brazos que esperaban de su tripulación como si fueran juguetes. La mujer deforme siguió con una mano amiga de Cantahojas, aferrándose la capucha al cuello y la cabeza baja. Canta lo siguió y luego vino Sidonio, que se agachó y rugió a Mercurio para subir. El viejo miró hacia la ciudad de Puentes y Huesos, con el rostro pálido y tenso. La capital de la República de Itreya se estaba desmoronando, las aguas hambrientas se precipitaban y las islas más pequeñas ya comenzaban 638

a hundirse bajo las olas. Tenía lágrimas en los ojos, brillando con el resplandor de las llamas ante ellos y la iluminación que se arqueaba arriba. —¡Mercurio, vamos! —Bramó Sidonio. El viejo sacudió la cabeza. Pero finalmente agarró la cuerda, el gran Itreyano lo arrastró a bordo. —¡Muy bien, zarpamos, ustedes manchas de semen de dos mendigos! —Gritó BigJon—. ¡Toliver, levanta tu piel inútil antes de que te la quite! Andretti, mueve tu trasero antes de que lo patee y te arroje por un costado. ¡Vamos, jodidos viejos, Vamos! Mientras su tripulación se apresuraba a obedecer, Corleone ayudó a Mercurio a estabilizarse. Limpiándose el sudor y el hollín de la cara, el corsario miró a los ojos del anciano. —¿Dónde está Mia? —Preguntó. El viejo volvió a mirar hacia la ciudad condenada y dejó caer las lágrimas. —Se fue, —susurró. Un eón iluminado por la Luna ardía dentro de ella. La vida que era suya antes de esta. Mia lo recordaba todo. Lo que era navegar a través del terciopelo negro sobre este plano mortal. Sentarse a horcajadas sobre un trono de plata, trayendo Magya al mundo y luz a la oscuridad. Ser un niño Ser un dios Ser adorado y temido, estar vivo, estar muerto, estar en algún lugar y para siempre en el medio. Para amar y vivir. Para odiar y morir. La furia hirvió en sus venas y crujió en los ojos de su padre cuando se estrellaron contra la tierra, dividiendo las losas en escombros. Su impacto destrozó mil ventanas a través del foro, haciendo explotar puertas desde sus bisagras y haciendo sonar campanas en sus torres tambaleantes. La ciudad que había sido su cuerpo gimió, sangró, ardió y se ahogó, y se desgarraron mutuamente en su ira, sin prestar atención a todo. Mia podía sentirlo: todos

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los años, kilómetros, sangre y maldad entre ellos. No había un agujero en la creación lo suficientemente profundo como para enterrarlo todo. Así que ella lo enterraría en su lugar. Padre. Pero Scaeva era igual a ella. Igual de fuerte. Igual de rápido. Igual de inteligente. Él la golpeó contra la Casa del Senado, los escalones pavimentados con los cráneos de los legionarios de Darío Corvere. El golpe Derribó el cuerpo de un poderoso caminante de guerra, el gigante de metal se estrelló contra el Collegium de Hierro y lo rompió como el cristal. Pilares de mármol cayendo, piedra desgarrada en pedazos, relámpagos arqueándose en los cielos. Sus formas, negras y vastas ahora, el dios dentro de ellos se desató, ahogándose dentro de su propia tumba. Se estrellaron uno contra el otro como olas en una costa rota. Desgarrándose unos a otros y la ciudad a su alrededor en astillas. Ella le arrancó la cara. Él le arrancó los ojos. Él la arrojó al cielo. Ella lo estrelló contra la tierra. Los edificios se derrumbaron y las catedrales cayeron y las Costillas se vinieron abajo, los océanos se levantaron y los fuegos ardieron, y sobre ellos, muy por encima de ellos, su Madre se mordió el labio esperando que todo lo que había hecho no fuera en vano. Padre e hija. Creador y destructor. Dos mitades en guerra, afuera y adentro. Oscuro y claro. Silencio y canción. Tierra y cielo. Dormir y despertar. Serenidad y rabia. Agua y sangre Mia no tenía idea de qué mitad ganaría. —Deberías haberte unido a mi cuando pregunté, —siseó él. —Deberías haberme matado cuando tuviste la oportunidad—, escupió ella en respuesta. Se estrellaron contra la imponente estatua de Aa, tres globos arkímicos aún ardiendo en la mano extendida del Aquel que Todo lo Ve, su poderosa espada levantada hacia el horizonte. Scaeva miró a la metrópoli destrozada a su alrededor, sonriendo de negro. —¿Es esto lo que querías, hija? —Todo esto, —siseó—. Y solo una cosa más, padre.

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Sus manos se cerraron alrededor de su garganta, hundiéndose en la piel negra. —Muere por mí. Una legión de demonios rasgó y arañó el aire a su alrededor, vientos oscuros aullando con la furia de un huracán. Él la apartó de un golpe, un golpe como un trueno, la sangre caía como la lluvia. —No puedes matarme—, dijo su padre. Sus labios se torcieron en una sonrisa goteante. —Tú eres yo. Esas palabras la tranquilizaron. La golpearon. La sacudieron hasta el fondo. ¿Porque no era eso verdad? ¿No era esa la mitad que había alimentado? ¿La mitad que debía ganar al final? ¿Qué era Mia Corvere, sino asesinato y rabia? ¿Qué la había alejado de la oscuridad de su pasado? ¿Qué la sostuvo cuando todo lo demás falló? Tantos muertos ya enterrados en sus tumbas por su mano. Soldados, senadores y esclavos. ¿Podía recordar sus caras? Nunca había sabido sus nombres. ¿Y cuánto sueño había perdido por eso, de verdad? ¿Cuántas mujeres había convertido en viudas? ¿Cuántos niños huérfanos? ¿Se había detenido a pensar, por un momento, quiénes serían? ¿Habían sido personas para ella? ¿Con esperanzas, vidas y sueños? ¿O simplemente habían sido obstáculos en el camino de sus ambiciones? ¿Una molestia por eliminar, tal como Julio Scaeva eliminó a Darío y Alinne Corvere? Porque al final, si fuera honesta consigo misma, en las largas y tranquilas horas de la noche sin sus pasajeros, sola con su corazón, el mayor temor de Mia Corvere no habría sido nunca haber matado a su padre. Se habría convertido en él. Pero, ¿cuántas Mias había ayudado a crear? ¿Después de todo, de toda la sangre y la muerte? ¿Cómo puedo odiarlo? ¿Cuando me parezco tanto a él? Y luego los vio.

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Dos pequeñas figuras doradas en la oscuridad. Dos verdades ardientes, que brillan en la noche. Parecían tan pequeños en medio de todo ese sonido y furia. Jonnen agarró la daga de hueso de Mia en sus manos. Ashlinn sostuvo al niño en sus brazos, sus dedos salpicados de negro por su regreso a través de las paredes del Abismo. Juntos, luchaban a través de la tempestad furiosa, paso a paso a través de la tormenta. No alejándose, sino hacia ella. Alrededor de la base de la estatua de Aa, a través de la piedra rota, acercándose cada vez más a la espalda de su padre. Su hermano y su chica. Su sangre y su amada. La diferencia entre él y yo. Mia fijó ojos negros en su padre. La estatua de Aquel que Todo lo Ve detrás de él, la espada pálida brillando en su mano. La oscuridad a su alrededor tembló. Alas negras desplegadas en su espalda. Recordó lo que era navegar a través de la oscuridad sobre este mundo. Los fragmentos ardientes se hincharon dentro de ella, ansiando regresar. Podía ver a sus amores, incluso ahora, abriéndose paso a través de la tormenta. El rubio dorado de Ashlinn, azotando al viento, los ojos de Jonnen se estrecharon contra la tempestad. La noche ardía sobre ella, le dolía el corazón por todo lo que dejaría. Pero esto era bueno, se dio cuenta. Esto estaba bien. Una república en cenizas detrás de ella. Una ciudad de puentes y huesos colocados en el fondo del mar por su mano. Ese era un final mejor que la mayoría. Ella extendió los brazos como para abrazarlo. Se preparó para su golpe. —Buenas noches, padre, —dijo. Y acunado en los brazos de Ashlinn, Jonnen golpeó. Un pinchazo de verdad. Una aguja en el talón de un titán. Pero más allá de cualquier otra cosa que pudiera haber sido, la espada era un hueso de tumba. Hecha a mano a partir de un cuerpo que había caído en picado a la tierra hace un

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milenio, todavía imbuido con un pequeño fragmento del poder del dios al que pertenecía. Y al final, ¿quién puede cortarte más profundo que tú mismo? La espada se hundió en las sombras. La sangre negra fluyó. Scaeva gritó. Con los brazos abiertos, Mia chocó con él. Conduciéndolo de vuelta a la hoja extendida del Aquel que Todo lo Ve. La espada de la estatua atravesó su pecho, estalló en su espalda, reluciente de blanco cuando un rayo lamió los cielos. Un temblor golpeó la isla, la tierra se partió debajo de ellos. Los vientos negros rugieron y los truenos se estrellaron y ella levantó las manos y agarró su rostro, obligándolo a retroceder más en la hoja cuando sus pulgares encontraron sus ojos. Siguió empujando, su cuerpo lanzó un chorro negro y los lamentos agonizantes burbujearon en el aullido de la noche. Los fragmentos ardiendo al rojo vivo dentro de ella, todo el mundo colapsando a su alrededor, una voz ensordecedora gritando dentro de ella. Los muchos fueron uno. LOS MUCHOS FUERON UNO. Mia sintió que el suelo se desmoronaba bajo sus pies. El cálido infinito esperando más allá. Nacimiento y muerte. Día y noche. Mientras ella lo aplastaba con sus manos, lo envolvió en sus brazos y le dio un beso de despedida.Una ola creciente, más profunda que los océanos, que el negro entre los soles, que la oscuridad al final de la luz. Todas las piezas dentro de ella ardieron en llamas, mil millones de pequeños puntos de luz, una totalidad destrozada que ahora comenzaba de nuevo. Eran todo. No fueron nada. Finalizando. Comenzando.

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Un universo alrededor de ellos, cálido y rojo y de apenas una palma de ancho. Una presión oscura a su alrededor, obligándolos a salir, invitándolos a entrar. La gravedad que los arrastró lejos de la ingravidez, hacia abajo, hacia una tierra que finalmente tuvo que reclamarnos a todos. La fuente abandonada, el calor amniótico dejado atrás. Aire frío sobre la piel ensangrentada, ruidos demasiado agudos y reales, nuevos ojos cerrados con fuerza contra el brillo horrible, la violencia de su transición. Un corte, despojándolos de su núcleo, separándolos de todo lo que habían conocido y dejándolos solos, encendidos, vivos. Un aullido saliendo de sus gargantas vírgenes. ¿Y entonces? Y entonces, el refugio de brzos fuertes. El cojín de un seno cálido. La alegría perfecta de un beso en su frente febril y la promesa de que todo estaría bien al final. —¿Madre?—, Preguntaron. —Te amo, hijo mío. Los muchos eran uno. Ardor en los ojos del sol. Restaurando lo que se había deshecho. Los muchos eran uno. LOS MUCHOS SON UNO.

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CAPÍTULO 48 DIEZMO El cielo estaba tan gris como el momento en que te das cuenta de que nunca podrás volver a casa. Anais caminaba sobre el agua tan quieta como la piedra pulida, como vidrio, como hielo bajo sus pies descalzos y ardientes. Se extendía tan lejos como podía ver, impecable e interminable. Su madre caminaba a su izquierda. Hermosa y terrible Pero aunque ella lo había intentado, él no le permitiría tomar su mano. Estaba enojado con ella, ya ves. Por su intromisión y sus maquinaciones. Aunque su visita a los sueños del pequeño Imperator había resultado ser un estímulo para pinchar la piel de la Elegida, para que abrazara el destino que era suyo, era muy consciente de lo mal que podía haber salido todo. Y del tributo que se había pagado por su renacimiento. En cambio, su madre llevaba la balanza, y guantes negros hasta los codos, goteando sobre la eternidad a sus pies, como la sangre de una muñeca abierta. El vestido de Niah también era negro, ensartado con mil millones de pequeños puntos de luz. Sus ojos eran tan oscuros como lo había sido su prisión, y su sonrisa era venganza, de mil años de ancho. Al otro lado del gris infinito, él los esperaba. Padre. Estaba vestido todo de blanco. Alto como las montañas. Pero Aa no ardía tanto como Anais recordaba. Sus tres ojos, rojo, amarillo y azul, estaban todos cerrados ahora. Su resplandor estaba atenuado. La oscuridad a su alrededor creció y su madre se cernía detrás de ella, negra como los cielos de la veroscuridad que brillaba bajo los aguilones del cielo. Las hermanas de la Luna estaban paradas sobre su padre. Tsana se encendió en llamas y Trelene se envolvió en olas y Nalipse vistiendo solo el viento, Keph durmiendo en el suelo, vestida de hojas de otoño. Lo vieron

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acercarse con malicia descubierta, pero pudo ver que le temían. Podía ver por qué. Su dominio era el cielo, después de todo. Más alto que todos ellos. Quizás por eso lo habían odiado. —Marido, —dijo Niah. —Esposa, —respondió Aa. —Hermanas, —asintió Anais. —Hermano, —se inclinaron, cada uno a su vez. Permanecieron en silencio tanto tiempo como años. Un milenio de sufrimiento, rabia y pena entre ellos. Y finalmente, la Luna se volvió hacia los Soles. Aunque sus tres ojos estaban cerrados, Anais sabía que Aa lo veía. Aquel que Todo lo Ve lo veía todo, después de todo. —Padre, —dijo. La respuesta llegó entonces, como un cuchillo al amanecer. —No eres hijo mío. Le dolía escucharlo decirlo. Incluso después de todos estos siglos. Era completamente incorrecto; ser detestado por quien debería haberlo amado más. El silencio se volvió ensordecedor y la mente de Luna se llenó con mil “Si tan solo” y “por qué no pudiste”. Eran inútiles y él lo sabía. Pero incluso los dioses sangran. Anais miró hacia abajo y se vio reflejado en la piedra / vidrio / hielo a sus pies. Su forma tembló y se movió como una llama sin luz. Lenguas de fuego oscuro ondeaban sobre sus hombros, la parte superior de su corona, como si fuera una vela encendida. En su frente, se trazó un círculo. Y como un espejo, ese círculo captó la luz de la túnica de su padre y la reflejó, el resplandor era pálido y brillante. Dudó entonces, incluso entonces, preguntándose todo lo que podría haber sido. Pero de pie a su espalda, vio una figura recortada de la oscuridad. Una mujer. La piel pálida y el pelo largo y oscuro cubrían sus hombros y sus ojos negros y ardientes. Feroz y valiente, rápida e inteligente. La reconoció entonces. Lo que ella había sacrificado. Lo que ella había perdido. Sabía 646

que, a diferencia de sus propias hermanas, ella había amado a su hermano con todo lo que tenía para dar. Y lo mas importante, él sabía su nombre. Mia. Ella puso sus manos sobre sus hombros y se inclinó más cerca. Su madre frunció el ceño cuando la chica habló, sus labios rozaron suavemente su oreja. Su toque era hielo en su piel, y su voz, fuego en su corazón. —Nunca retrocedas, —susurró. Y la Luna levantó la vista entonces. A los Soles que deberían haberlo amado. Sus dedos se cerraron en puños mientras hablaba. —Me diste la vida, pero eso no te da poder. Y aunque me dejaste destrozado, eso no me quebró. Las piezas de mí que dejaste atrás son afiladas como espadas. Afiladas como la verdad. Así que escúchalo y entérate ahora. —Me golpeaste cuando era solo un niño. Me mataste cuando estaba durmiendo. Pero ya no soy un niño, padre. —Y estoy despierto. Estaba vestido todo de blanco, pero no tan brillante como para que la Luna no pudiera verlo. Era alto como montañas, pero no tan alto como para que la Luna no pudiera alcanzarlo. Y Anais extendió sus manos hacia su padre, tomando su rostro. Los soles trataron de alejarse. Pero ahora estaba veroscuro, y con la Noche con él, la Luna era más fuerte. Sus hermanas contuvieron la respiración cuando él se inclinó cerca. Besó la frente de su padre, justo por encima del primero de sus ojos. Y con los pulgares, sacó el segundo y el tercer ojo. Los soles gritaron. Sus hermanas gimieron. Su madre sonrió. Sintió que esos orbes de rojo y azul cedían bajo la presión, sintió el arco duro y cálido de las cuencas debajo. Qué fácil hubiera sido empujar más lejos entonces. Para sentir la astilla del hueso, para alcanzar y arrancar el último, sumerjir el mundo de abajo en un frío y negro sin fin.

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Pero de nuevo, sintió las manos de la chica sobre sus hombros. Deslizándose sobre él en un frío abrazo. Su mejilla estaba presionada contra la parte posterior de su cuello, y toda la rabia, todo el odio, toda la amarga pena y arrepentimiento, los inútiles “si tan solo” y “por qué no pudiste” se derritieron ante el sonido de una sola palabra. —Suficiente, —dijo Mia. Se giró y encontró su mirada, negra como cielos oscuros. Ella besó sus labios, apoyando su frente contra la de él mientras las lágrimas se derramaban de sus ojos. —Está terminado, —suspiró. Y ella se fue. Su padre estaba de rodillas, sangrando por los lugares donde deberían haber estado sus ojos. Sus hermanas se arrodillaron ante él, con la cabeza baja. Su madre extendió sus vestidos por los cielos, los lazos de su prisión se rompieron para siempre. Y Anais ascendió a su trono. Un sol Una noche. Una Luna Equilibrio. —Todo es como debería ser, —declaró la Noche—. La balanza por fin exstá en equilibrio. El príncipe del amanecer y el anochecer miró hacia el infinito sobre ellos. Sacudió la cabeza. —Queda un tributo, —dijo. Y extendió sus manos negras y ardientes hacia un pedazo de eternidad.

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CAPÍTULO 49 SILENCIO Mercurio estaba parado en la oscuridad del Athenaeum, el aroma de las cenizas impregnaba el aire. Los estantes permanecían intactos, pero todos los libros se habían ido. Memorias de tiranos asesinados. Teoremas de herejes crucificados. Obras maestras de genios que terminaron antes de su tiempo. El incendio del cronista los había reclamado a todos, tal como habían reclamado al hijo de Cleo. Los estantes ante el viejo estaban vacíos ahora, la biblioteca de la Madre Oscura destripada. No quedaba una sola página. —Marielle te está buscando arriba, —dijo el niño. El Señor de las Hojas acarició su túnica, buscando sus cigarros. Finalmente encontró uno detrás de su oreja, golpeó su caja de pedernal y aspiró gris en el negro canto. —Déjala buscar, —respondió. Jonnen miró por encima de la barandilla, con los ojos en la penumbra. El coro fantasmal cantaba en el oscuro vitral que los rodeaba, y Mercurio se preguntó qué veía exactamente el niño. Las sombras que rodeaban a Jonnen se ondularon y suspiraron, agrupándose sobre sus pies y susurrando con voces que el anciano no podía oír del todo. —¿Tienes alguna noticia de Ashlinn? —Finalmente preguntó el chico. —No desde que los sacamos del océano esa noche, —respondió Mercurio—. Por alguna razón, creo que ya no tendremos noticias de ella. —Nos llegó un mensaje en Última Esperanza, —dijo Jonnen—. De Bonifazio. —¿Quién? —Mercurio parpadeó. —Cloud, —respondió el niño—. Corleone.

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—Ah, —asintió—. ¿Y qué tiene que decir el Rey de los sinvergüenzas y Los pantalones de cuero apretado? —Quería saber si deseábamos un pasaje seguro a FuerteBlanco. —... ¿Para qué? —Sidonio. Cantahojas. El viejo parpadeó. —La boda, —suspiró Jonnen. —Oh, —Mercurio frunció el ceño—. A la mierda eso. Enviaré algo elegante. Estoy demasiado ocupado para recorrer los Cuatro Mares devastados por la guerra solo para molestarme. —Y demasiado viejo. —Cuidado con tus jodidos modales. El niño miró hacia la oscuridad con ojos que desmentían su juventud —. Puede que no necesitemos los mares pronto. —¿Viene una Lección, pequeño orador? El chico lo miró. Una pequeña sonrisa en sus labios. —Marielle dice que no se debe jugar con ella, pero... El niño se agachó y sacó el estilete de hueso de tumba que tenía en el cinturón. El cuervo en la empuñadura parecía mirar a Mercurio con sus ojos color ámbar cuando el niño levantó la espada y le pinchó la punta del dedo. La sangre brotó de la herida, una pequeña gota de escarlata contra la pálida piel del niño. Jonnen frunció el ceño, susurrando por lo bajo. Mientras Mercurio observaba, la sangre se levantó de la punta del dedo del niño, en el aire. Se asemejó a un cuervo pequeño, batiendo pequeñas alas mientras realizaba un lento circuito de la cabeza del anciano. —Impresionante, —dijo Mercurio. —La Magya murió cuando Anais lo hizo, —dijo el niño—. Luego renació con él. Jonnen se encogió de hombros. —Y parte de él está vivo en mí. 650

Si entrecerraba los ojos, Mercurio creía que podía ver un resplandor de luz de Luna en la piel del niño. Un poder que vibraba justo debajo de su superficie. Había sido bastante extraño criar a una chica con el fragmento de un dios muerto dentro de ella. No tenía idea de cómo manejaría a alguien con el fragmento de un dios vivo dentro de él. Pero, en verdad, fuese o no el último tenebro, le gustaba Jonnen. Podía ver el Corvere en él. Verla a ella en él. Y las Hijas sabían que no había nadie más en quien confiar para criar a un semidiós que siempre lo contradijera... —Aquí estás, —llegó una voz detrás de ellos. Jonnen hizo una mueca, y la gota de sangre cayó, salpicando el suelo. Mercurio se volvió hacia las puertas del Athenaeum y vio a una hermosa mujer vestida de negro. Su cabello era rubio como el hueso, moviéndose en espesas ondas sobre sus hombros. Su piel era pálida albina, perfecta como las estatuas que habían estado en el foro de Tumba de Dioses. Iris rosados y labios rojo sangre. Tenía sentido que usara sus magya sobre sí misma tan pronto como se diera cuenta de cuánto había crecido después del renacimiento de la Luna. Pero aún así… —La tejedora conoce su trabajo, —suspiró. —Lástima, entonces, —respondió Marielle con un hermoso ceño fruncido—, que el Señor de las Hojas no lo haga. El rey de Vaan espera respuesta a su misiva. Las cuatro facciones en guerra en las ruinas de Itreya buscan nuestra intervención. He oído susurrar que un nuevo Rey Magus ha surgido en Liis. Todas las tierras son un caos. Ahora sólo doce horas separan al amanecer y al anochecer, la Luna asciende a su nuevo trono todas las noches, la Madre fue liberada de su prisión. Y ni siquiera hemos decidido qué forma tomará su nueva Iglesia. Mercurio se pasó la mano por el pelo. Aspirando profundamente a su cigarillo, suspiró un penacho gris—. Soy demasiado viejo para esta mierda... —Estoy de acuerdo, —dijo Jonnen. —Bueno, la broma se vuelve en tu contra, pequeño bastardo. —El Señor de las Cuchillas agitó su humo y se frotó el brazo dolorido—. Las 651

probabilidades de que muera pronto son buenas. —Creo que estarás aquí por un tiempo, —respondió el chico, mirándolo con ojos más profundos de lo que sus nueve años deberían haber permitido—. Tienes mucho trabajo por hacer. Mercurio miró hacia la oscuridad de arriba. A la biblioteca a su alrededor. —Crees que ella... Jonnen se encogió de hombros—. La madre guarda solo lo que necesita. El señor de las cuchillas miró a la tejedora y suspiró—. Hablaremos sobre eso después de la cena. Tienes mi palabra. Marielle frunció los labios y se inclinó. —Como te plazca. Ella se fue con un suave silbido de túnicas negras como la noche. Mercurio se volvió hacia el eco oscuro y el cigarillo colgando de sus labios. Escuchando al coro y aspirando el gris y saboreando el dolor en su corazón. Finalmente notando que el chico todavía lo miraba por el rabillo del ojo. Jonnen hizo un gesto hacia los estantes vacíos—. ¿Con qué los llenaremos? —¿No tienes lecciones a las que asistir? —Preguntó el anciano. —¿No tienes un bastón que encontrar? —Lo digo en serio, pequeño bastardo. Vete a la mierda. —¿Qué has estado haciendo, pasando todo tu tiempo aquí solo? Mercurio miró hacia los estantes vacíos y aspiró su cigarrillo. —Cumplir una promesa, —dijo finalmente. El niño asintió, con los ojos bajos. Raspando los dedos de los pies, se dirigió hacia las poderosas puertas dobles que conducían a la Montaña propiamente dicha. —Yo también la extraño, —dijo. —Fuera, —gruñó Mercurio. 652

Jonnen se desvaneció en las sombras sobre pies silenciosos. Mercurio se dirigió a la antigua oficina del Cronista y entró seguido de una delgada estela de humo. Se sentó en el imponente escritorio de roble y se frotó los ojos reumáticos. Y dando un último jalón, aplastó su cigarrillo y sacó un paquete de pergamino blanco de un grueso maletín de cuero. El más alto estaba marcado por su letra gruesa y fluida. NUNCA NOCHE LIBRO 1 DE LA CRONICA DE LA NOCHE por Mercurio de Liis El viejo hojeó las páginas hasta que encontró el lugar. Suspiró, y salió humo gris de sus labios hacia la oscuridad de arriba. —Lo recuerdo, —dijo. Y comenzó a escribir.

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CAPÍTULO 50 PLATA Una casa estaba a la orilla de TresLagos. Estaba sola bajo un cielo interminable, el valle a su alrededor estaba envuelto en perfecto silencio. La casa estaba hecha de buen roble, con aguilones altos y amplias terrazas y ventanas altas con vistas al lago en su parte posterior. Una chica miraba el atardecer sentada en la costa. Era extraño ahora, con solo un sol en el cielo. Más extraño aún era seguir su movimiento a través del cielo en un puñado de horas, viéndolo caer con sus ojos negros y desnudos. Aa y Niah compartían el dominio del cielo una vez más. La oscuridad y la luz cambiaron para siempre. El alba era la entrada al despertar, y el anochecer la puerta para dormir. Todo el mundo que la rodeaba trataba de aceptar el equilibrio. Preguntándose qué hacer con el orbe pálido que crecía y menguaba en el nuevo cielo nocturno. Pero Ashlinn sabía que pronto lo recordarían. Estaba saliendo, ahora el sol había caído. Anais subía a su oscuro trono, las estrellas brillaban como diamantes y acero a su alrededor. Era hermoso, tenía que admitirlo. Proyectando una luz brillante sobre el lago, convirtiéndolo todo en plata. Pero a Ashlinn le pareció triste de alguna manera, verlo arder allí solo. Estaba solo, igual que ella. Ella no sabía cómo morir. Ni siquiera sabía si ella podría hacerlo. Ella había seguido las instrucciones de Tric, pisando el camino que él ya había desgarrado con sus propias manos, su beso de despedida aún ardía en su frente. Tenía las puntas de los dedos ennegrecidas para siempre por haber hecho su camino por la fuerza, su piel había palidecido para siempre por ese camino sin luz, su aliento había sido robado por la infinita oscuridad. No se arrepentía: había prometido matar al cielo para ser la que estuviera junto a Mia al final. Y mirando a la Luna arriba, la noche que giraba rápidamente, supuso de alguna manera extraña, que lo había hecho. Pero Ashlinn nunca

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se había detenido a preguntarse qué sería de ella cuando terminara. O como ella podría aguantar para siempre sin ella. —Mia. El nombre era una oración en sus labios. Un beso a la piel de alabastro. Una pregunta sin respuesta. ¿Qué había sido de ella? ¿Dónde estaba ella ahora? ¿Acurrucada junto al Hogar con aquellos que ella apreciaba mientras Ashlinn se quedaba aquí, eterna, inmortal, sin amor? ¿Vagando con l0s dioses en alguna costa empírea? ¿O simplemente había sido aniquilada, consumida con todos esos otros fragmentos para que la Noche recuperara su corona y la Luna reclamara su trono? Una inmortalidad sola no parecía un tributo justo para pagar por eso. Y, sin embargo, volvería a pagarlo todo. Porque parecía que si lo intentaba lo suficiente, Ash aún podía saborearla. Sal y miel. Hierro y sangre. Pasando la punta de su lengua por sus labios. Respirando y suspirando. Mirando hacia la suave extensión de plata bajo la mirada sin parpadear de la Luna y agradeciendo a cualquier dios o diosa o giro del destino que había traído a esa chica a su vida. Si solo brevemente. Mia. Y luego, a través de la plata, vio una figura. Caminando sobre el agua tan quieto era como piedra pulida, como vidrio, como hielo bajo sus pies descalzos. Estaba pálida y hermosa, envuelta en un vestido hecho de sombras. Sus cicatrices se curaron, su marca desapareció, las marcas de sus pruebas desaparecieron como humo. El largo cabello negro le caía sobre los hombros desnudos, con los ojos hundidos como el agujero que había llenado dentro del pecho de Ashlinn. —¿Mia?—, Preguntó, sin atreverse a esperar. Los ojos de Ash estaban muy abiertos mientras daba un paso vacilante hacia el agua. Las ondas brillaron a través de la plata, y Ash temió que Mia pudiera disiparse como una ilusión, un sueño febril, un espejismo desesperado nacido de una esperanza imposible. Pero su chica siguió caminando, a través del cristal, lo suficientemente cerca como para ver el

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negro de sus ojos, la curva de sus labios. Y luego Mia estaba en sus brazos, su carne tan pálida y real como la de Ashlinn. Sus huesos colisionando, sus cuerpos entrelazados. Había pensado que los ojos de Mia eran solo oscuridad vacía, pero tan cerca, tan peligrosamente, maravillosamente cerca, podía ver que estaban llenos de pequeñas chispas de luz, como estrellas esparcidas por las cortinas de la noche. Al igual que los de ella. Hermosa. Se besaron. Fue tan dulce como los cigarros de clavo. Tan profundo como la medianoche. Un beso que hablaba de sangre derramada y batallas ganadas, de Lunas renacidas y soles cegados, de la oscuridad adentro y la luz afuera y las sombras del pasado quemándose en el resplandor del nuevo amanecer. Se besaron como si fuera la primera vez, como se suponía que debía ser, como si nada, ni dioses, ni diosas, ni llamas, tormentas u océanos se interpusieran entre ellas otra vez. Sus labios se separaron, sus cejas se presionaron, sus narices se rozaron, cosquillas. Mirando a los ojos inmortales del otro y entendiendo el significado de Siempre. —¿Cómo? —Susurró Ashlinn. La sombra de Mia se agitó, y una forma se derritió en la orilla oscura a su lado. Mirando el orbe de plata sobre sus cabezas con sus no-ojos. Llevaba la forma de un gato, aunque, sinceramente, no se parecía en nada a un gato. —... quedaba un tributo...—, susurró. —... ahora pagado... Ashlinn sollozó. Mia sonrió. Se besaron de nuevo, con lágrimas negras en los labios. —Te amo, Mia. —Yo también te amo. Todo era silencio sobre ellas, perfecto, completo y profundo. Y se sentaron una al lado de la otra en la suave curva de la costa y vieron a Anais elevarse más alto en el cielo. Brazo en brazo, piel con piel, alabastro y ónix

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y oro. Dos chicas debajo de una Luna, un sol, una noche, un corazón. Y todo en equilibrio. —... hermoso... —suspiró el no-gato. El había tantas flores de malvarosa y de campana solar que todo el valle olía a su perfume. El lago estaba tan quieto que era como un espejo al cielo. —Voy a estar contigo para siempre, —susurró Mia. —¿Solo para siempre? —Murmuró Ashlinn. Mia sonrió a la luz plateada. —Por los siglos de los siglos.

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DICTA ULTIMA El juego está hecho. La guerra está ganada. Y finalmente, queridos amigos, su canción fue cantada. Supongo que puedes decir que la conoces ahora, al menos tan bien como yo. Las partes feas y las partes egoístas y todo lo demás. Una chica que algunos llamaban hija pálida. O la Coronadora. Una reina de sinvergüenzas. Una Dama de Espadas. De todos, yo prefiero llamarla pequeño cuervo. Una chica que nunca se arrodilló, que nunca se rompió, que nunca, nunca permitió que el miedo fuera su destino. Una chica que amaba tanto como tú. Mira ahora las ruinas a su paso. Mientras la luz pálida brilla en las aguas que se bebieron una ciudad de puentes y huesos, y las cenizas de una República bailan en la oscuridad sobre tu cabeza. Mira el cielo roto en silencio, prueba el hierro en tu lengua y escucha mientras los vientos solitarios susurran su nombre como si también la conocieran. Les di todo lo que prometí, gentiles amigos. Se los di en espadas. Y si su muerte no se desarrolló de la manera que temías, espero que no me llames mentiroso por eso. Ella murió, tal como dije que lo haría. Pero incluso la Luna amaba demasiado a nuestra chica como para dejarla muerta por mucho tiempo. La tinta se está secando en la página. La historia está terminando ante tus ojos. Y si sientes algo de pena por nuestra última despedida, sepa que su narrador también la siente. Las historias que leemos no nos hacen más, sino las historias que compartimos. Y en esto, en ella, creo que hemos compartido más que la mayoría. Los echaré de menos cuando se hayan ido. Pero vivir en los corazones de aquellos que dejamos atrás es nunca morir. Y quemar los recuerdos de nuestros amigos es nunca decir adiós. Así que déjame decir esto en su lugar.

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Buenas noches, gentiles amigos. Buenas noches. Nunca retrocedas. Nunca temas. Y nunca, nunca lo olvides.

FIN

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AGRADECIMIENTOS Gracias tan profundas como la Oscuridad a lo siguiente: Amanda, Pete, Jennifer, Paul, Joseph, Héctor, Young, Steven, Justin, Rafal, Cheryl, Martin, Bethany y todos en St. Martin's Press; Natasha, Jack, Katie, Emma, Jaime, Dom y todos en Harper Voyager UK; Rochelle, Alice, Sarah, Andrea y todos en Harper Australia; Mia, Matt, LT, Josh, Tracey, Samantha, Stefanie, Steven, Steve, Jason, Kerby, Megasaurus, Virginia, Vilma, Marc, Molly, Tovo, Orrsome, Tsana, Lewis, Shaheen, Soraya, Amie, Jessie, Cat, todas mis damas en Bitch Posse, Ursula, Andrea, Tori, Caz, Piéra, Nan Fe, Lesya, Iryna, Mona, Niru, TJ, Morgana, Cira, Holly, Rin, Zach, Daphne, Marie, Nael, Marc, Tina , Maxim, Zara, Ben, Clare, Jim, Weez, Sam, Eli, Rafe, AmberLouise, Caro, Melanie, Barbara, Judith, Rose, Tracy, Aline, Louise, Adele, Jordi, Kylie, Joe, Julio, Antony, Antonio , Emily, Robin, Drew, William, China, David, Aaron, Terry (RIP), Douglas (RIP), George, Margaret, Tracy, Ian, Steve, Gary, Mark, Tim, Matt, George, Ludovico, Ronnie, Chris , Antony, Briton, Philip, Randy, Oli, Maynard, Pete (RIP), Marco, Tom (RIP), Trent, Winston, Tony, Kath, Kylie, Nicole, Kurt, Jack, Max, Poppy, y cada lector, blogger , vlogger, bookstagrammer y bookpimp que ayudaron a correr la voz sobre esta serie. Estos libros son lo que son gracias a ustedes. Los amo, Stabbykids. Este libro fue escrito paa todo el mundo, desde Nueva York a Zurich, LA a Sydney Pero al menos la mitad fue escrita en la ciudad de Venecia. Paseando por esas calles azotadas por el viento y caminando junto a esos canales de invierno, descubrí la historia en la que se convertiría Darkdawn. Tendré una deuda con la gente y la ciudad de Venecia para siempre, pero hay que mencionar especialmente a Ola, la increíble gente de Sullaluna por su hospitalidad diaria, el maravilloso signore del caffè en Caffè del Doge y el personal de Torrefazione Cannaregio y L 'Angolo della Pizza por ayudarme a no morirme de hambre. Por último, tengo que agradecerles, mis increíbles lectores. Esta serie, más que ninuna otra en la que he trabajado, ha resonado en la gente de una manera con la que todavía me estoy familiarizando. Es humillante y asombroso, y estaré eternamente agradecido por la forma en que abrazaron 661

a mi pequeña perra asesina. Gracias por sus cartas. Gracias por su arte. Gracias por sus tatuajes y sus historias y su pasión. Gracias por dejar que Mia entre en su cabeza y en su corazón. Espero que, de alguna manera, ella ayude. El sueño que vivo es gracias a ti. La vida que tengo es gracias a ti. Nunca lo olvidaré. JK

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TAMBIÉN POR JAY KRISTOFF NuncaNoche Tumba de Dioses Aurora Rising (con Amie Kaufman) Lifel1k3 Dev1at3 Illuminae (con Amie Kaufman) Gemina (con Amie Kaufman) Obsidio (con Amie Kaufman) Stormdancer Kinslayer Endsinger The Last Stormdancer

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SOBRE EL AUTOR

JAY KRISTOFF es el escritor de New York Times más vendido internacionalmente, autor de “The Lotus War”, “The Illuminae Files”, la serie “Aurora Rising” y “The Nevernight Chronicle”. Ha ganado seis Premios Aurealis y un ABIA, está nominado para el Premio Locus y los Premios David Gemmell Morningstar y Legend, ha sido nombrado varias veces en las listas de Kirkus y Amazon Best Teen Books, y sus libros han sido publicados en más de treinta y cinco países, la mayoría de los cuales nunca ha visitado. Él está tan sorprendido de todo esto como tú. Tiene seis pies y siete pulgadas y tiene aproximadamente 12,015 días de vida. Vive en Melbourne con su agente secreto, la esposa asesina de kung-fu y el Jack Russell más perezoso del mundo. No cree en los finales felices. Gracias por comprar esto St. Martin's Press ebook. Para recibir ofertas especiales, contenido adicional, e información sobre nuevos lanzamientos y otras excelentes lecturas, suscríbase a nuestros boletines.

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CONTENIDO Título Aviso Dedicatoria Mapas Dramatis Personae Epigraph Capítulo 1. Hermano Capítulo 2. Cementerio Capítulo 3. Ascuas Capítulo 4. Regalo Capítulo 5. Epifanías Capítulo 6. Imperator Capítulo 7. Ser Capítulo 8. Sinvergüenza Capítulo 9. Sueño Libro 2: Luz moribunda Capítulo 10. Infidelidad Capítulo 11. Incendiario Capítulo 12. Veritas Capítulo 13. Conspiración Capítulo 14. Reuniones Capítulo 15. Finesse Capítulo 16. Tempestad Capítulo 17. Partidas Capítulo 18. Cuentos Capítulo 19. Tranquilo 665

Libro 3: Una casa de lobos Capítulo 20. Romper Capítulo 21. Amai Capítulo 22. Víboras Capítulo 23. Guerra Capítulo 24. Majestad Capítulo 25. Herencia Capítulo 26. Promesas Capítulo 27. Alimento Capítulo 28. Odio Capítulo 29. De pie Libro 4: Las cenizas de los imperios Capítulo 30. Posible Capítulo 31. Real Capítulo 32. Es Capítulo 33. Fuente Capítulo 34. Lazos Capítulo 35. Cenizas Capítulo 36. Bautismo Capítulo 37. Lejos Capítulo 38. Impulso Capítulo 39. Insondable Libro 5: Ella llevaba la noche Capítulo 40. Destino Capítulo 41. Cualquier cosa Capítulo 42. Carnaval Capítulo 43. Carmesí 666

Capítulo 44. Hija Capítulo 45. Amante Capítulo 46. Padre Capítulo 47. Todo Capítulo 48. Diezmo Capítulo 49. Silencio Capítulo 50. Plata Dicta Ultima Agradecimientos También por Jay Kristoff Sobre el autor Copyright

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1) Hormonas adolescentes, caballeros. Todo algo, ¿eh? 2) De las tres razas de dracos que se encuentran en las aguas de Itreya (Blancos, Sabre y de Tormenta), el Draco de Tormenta es, con mucho, el más estúpido. Las bestias comen prácticamente cualquier cosa que quepa dentro de sus bocas, incluidos los cazadores de tormenta y sus crías. Una lista completa de rarezas encontradas en vientres de draco de tormenta se mantiene en los archivos de zoología del Collegium de Hierro e incluye, sin ningún orden en particular: un traje completo de armadura de placas un diván de cuero una sierra para madera de seis pies de largo una familia entera de puercoespines enfurecidos)

(presumiblemente

Este hábito de comer cualquier cosa vagamente interesante les ha valido el apodo de “cloacas del mar” entre los pescadores de Itreya, ya que al atrapar uno y abrirlo, es probable que encuentres todo tipo de rarezas... Bueno, sí. Ya te haces una idea. 3) Cuatro pies, tres pulgadas. 4) Como recordarán, caballeros, incluso los bastardos asesinos de la Iglesia Roja operan bajo un código, conocido como la Promesa Roja. Sus cinco principios son así: Inevitabilidad: ninguna ofrenda emprendida en la historia de la Iglesia nunca ha quedado sin cumplir. Santidad: un empleador actual de la Iglesia no puede ser elegido como blanco de la Iglesia. Secreto: la Iglesia no discute la identidad de sus empleadores. Fidelidad: una Hoja solo servirá a un empleador a la vez.

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Jerarquía: todas las ofrendas deben ser aprobadas por el Señor/La Señora de las Hojas o venerados Padre/madre. Cabe señalar que, desde su inicio, la Promesa Roja nunca ha sido rota por una Espada de la Iglesia. Los cultistas de Nuestra Señora del Bendito Asesinato lo consideran un asunto muy serio, y harán todo lo posible para que siga siendo inviolable. Una famosa historia de dedicación habla de una espada conocida solo como Forde, empleada para asesinar a Agvald III, rey de Vaan. Agvald era mucho más que excesivo que dirigir su reino, y después de una larga sesión de pasar el sombrero, sus nobles lograron juntar la moneda necesaria para que lo hicieran profesionalmente. Y así, en la noche del trigésimo nacimiento del rey, Forde Se infiltró en las habitaciones del rey y esperó allí en la oscuridad por su presa. Agvald había decidido celebrar su trigésimo año con estilo. Después de una sesión prolongada de beber con su corte, el rey se retiró a su habitación con seis concubinas y un cochinillo entero. Durante el desenfreno que siguió, Agvald intentó comer un costillar de costillas mientras tres de sus favoritos lo atendían simultáneamente. Lamentablemente, la hazaña requería más coordinación de lo previsto, y a diferencia de sus concubinas, el buen rey inhaló cuando debería haber tragado. Agvald cayó al suelo, agarrándose la garganta y volviéndose lentamente azul. Pero mientras las concubinas reales observaban con asombro, Forde apareció desde las sombras y procedió a golpear la espalda del rey hasta que la costilla ofensiva fue expulsada por la alcoba. Forde le ofreció al agradecido rey una taza de agua y le calmó los nervios. Y una vez que el soberano se calmó adecuadamente, la Espada procedió a apuñalar a Agvald seis veces en el corazón y le cortó la garganta de oreja a oreja. —¿Por qué? —Gritó una de las horrorizadas concubinas—. ¿Por qué salvar su vida solo para matarlo? —La Espada miró la costilla del cerdo y se encogió de hombros. —La promesa era mía.

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5) Recordarán que los sirvientes de Nuestra Señora del Bendito Asesinato se dividen en dos categorías principales: Espadas, que sirven como sus asesinos en la República, y Manos, que hacen casi todo lo demás. Aunque muchos se unen a la orden de la Madre Oscura con aspiraciones de cometer asesinatos sangrientos en su nombre, muy pocos tienen la combinación única de habilidad, insensibilidad y locura necesarias para convertirse en asesinos profesionales. La mayoría de las personas que se unen a la Iglesia en realidad terminan ayudando en logística y administración, lo cual no es muy romántico, y apenas es el material de grandes epopeyas de fantasía. Pero la esperanza de vida promedio de una Espada es de alrededor de veinticinco años, donde la mayoría de las Manos viven hasta mucho más allá de la jubilación. ¿Prefieres tener libros escritos sobre ti o vivir lo suficiente como para leer libros sobre otros, caballeros? Raramente hacemos ambas cosas. 6) En el folklore de Itreya, los muertos una vez fueron enviados bajo la custodia de Niah y retenidos para siempre en su amoroso abrazo. Pero después de la caída de la gracia de la Madre, se consideró que la hija de Niah, Keph, se ocuparía de los justos muertos. Tsana, Diosa del Fuego, creó un poderoso hogar en el dominio de Keph para mantener calientes a los muertos. Y allí habitan en luz y felicidad, hasta el fin del mundo. Las almas malvadas, sin embargo, se dice que el fuego les niega un lugar. Conocidos como los sin hogar, son figuras comunes en el folklore de Itreya, acusados de casi todo lo que sale mal en la vida ordinaria. ¿Ovejas desaparecen? Debe haber sido el sin hogar. ¿No puedes encontrar tus llaves? Sangriento sin hogar. ¿Se comió el último pastel de azúcar? ¡No fui yo, amor, fue sin hogar! Por qué la gente insiste en culpar a lo sobrenatural en lugar de reconocer su propia mierda es uno de los grandes misterios de la vida. Aún así, son buenas historias de fantasmas.

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7) Hueso de tumba es un material curioso, que se encuentra en un solo lugar en toda la República: las costillas y la columna vertebral en el corazón de Tumba de Dioses. Es liviano como la madera, pero más duro que el acero, y los secretos de trabajarlo se perdieron, o al menos están fuertemente protegidos por el Collegium del Hierro. Incluso si un ladrón emprendedor tuviera las herramientas para cortar un trozo, desfigurar cualquier parte de las costillas o la columna vertebral es un crimen castigable con crucifixión. Las armas y armaduras de lápida son muy apreciadas como resultado. Pero la posesión de cualquier artículo hecho de la maravillosa sustancia es un signo de prestigio y riqueza, y la nobleza itreiana era un acaparador infame de esas cosas. Antes de la rebelión que mató a su esposo, la reina Isabel, esposa de Francisco XV, era una ardiente coleccionista de curiosidades de Hueso de tumba, se decía que estaba acumulando las chucherías con la esperanza de abrir un museo para “las personas pequeñas”, como ella se expresaba con tanto cariño de los ciudadanos de Tumba de Dioses. Su colección de baratijas de Hueso de tumba incluía abrecartas, calzados, anillos de dentición, una multitud de cepillos para el cabello, peines y alfileres, un juego de cena de setenta y cuatro piezas y una docena de “ayudas matrimoniales” encargadas por al menos siete reinas diferentes de Itreya. Y quién dijo que el dinero no puede comprar la felicidad. 8) No había ilustraciónes. Todos los planes para una segunda edición ilustrada de “La Guía Definitiva” fueron descartados después de que la esposa de Fiorlini se fugara con las ganancias de la primera edición, junto con su ama de casa liisiana, Lorenzo, y su perro, Teacakes. 9) El título de Capitán del puerto de Tumba de Dioses es uno de los más poderosos de toda la ciudad. Muchos años atrás, el papel fue designado por la administración de la ciudad, pero los beneficios generados por el control de lo que entra y sale de la Tumba por mar no escaparon a la

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atención de los braavi locales: los ladrones, extorsionistas y matones que constituyen el crimen organizado de Tumba de Dioses. El asesinato abundaba y los capitanes de puerto caían más rápido que los pantalones de un novio en la víspera de su boda. Fue Julio Scaeva quien sugirió que se permitiera a las pandillas designar a los capitanes, un golpe de ingenio político que le ganó el favor de los comerciantes de la ciudad (que solo querían que sus sangrientos envíos llegaran a tiempo), de los braavi (que estaban bastante cansados de tener que enfrentar a un nuevo capitán de puerto cada pocas semanas), y de la administración (que, en ese momento, tenía problemas para encontrar a alguien lo suficientemente estúpido como para aceptar el trabajo). Después de una discusión entre las pandillas, se nombró al nuevo capitán de puerto, los asesinatos se detuvieron y todos se dedicaron de nuevo al negocio de hacer grandes cantidades de dinero, incluido Julio Scaeva, quien, en un nuevo golpe de ingenio, decidió que la oficina del capitán de puerto debería pagar el diez por ciento de todos los beneficios a la silla del cónsul. Tienes que admirar los testículos del bastardo, ¿no crees? 10) La Hermandad de la Llama es una rama del ministerio de Aa, que venera a Tsana, la Dama de la Llama. Una orden compuesta enteramente por mujeres, quienes hacen votos de castidad, humildad, pobreza y sobriedad, y generalmente pasan sus vidas en una casta contemplación dentro de templos amurallados. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que, además de ser protectora de las mujeres, Lady Tsana también es mecenas de los guerreros, y que junto con artes como la iluminación, la herbolaria y la partería, las hermanas de la hermandad son educadas en las artes del arco, escudo y espada. No es solo por razones de castidad que la hermandad no debe ser follada, caballeros. 11) Dos mendigos de cobre en un burdel promedio del muelle, con una cerveza si el publicano se siente generoso.

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Cuidado personal, caballeros. Cuidado personal. 12) Chartum liberii es el foco de la existencia de cualquier esclavo en la República de Itreya. También conocidas como “hojas rojas” por el pergamino escarlata en el que están escritas, significan que el portador, a fuerza de autocompra, por un maestro misericordioso o por un edicto gubernamental, se ganó su libertad. Casi imposible de forjar gracias a los procesos arkímicos del Collegium de Hierro, las hojas rojas son un producto increíblemente valioso. Ha surgido un floreciente mercado negro en torno a su adquisición y reventa, y los proveedores inteligentes de hojas rojas pueden llegar a ser muy ricos rápidamente. Los proveedores menos inteligentes pueden esperar ser vendidos como esclavos de por vida, junto con sus familiares, amigos, colegas, mascotas y personas que les deben dinero. Después de todo, toda la República funciona con el aceite de la esclavitud. Si tratan de joder al sistema, caballeros, prepárense para que el sistema se los devuelva. 13) Cargó con Cinco a la vez. Seis si cuentas al que montó su espalda. 14) Construido por el rey Francisco III para entretener a sus muchas amantes (y esconder sus delicadezas de su novia, Annalise), los laberintos de FuerteBlanco son uno de los tesoros de la ciudad. Los laberintos se extienden por kilómetros retorcidos, y en los años transcurridos desde la caída de la monarquía, se han convertido en un lugar común para que los amantes se encuentren y se peguen como puertas de mierda al viento. Un infame ministro de la iglesia de Aa, Marco Suitonius, intentó una incursión en el Senado en una plataforma de “reforma moral”. Quejándose en voz alta de que “uno apenas podía tirar una piedra en los laberintos sin matar a un fornicador”, prometió poner fin a los amores que se llevan a cabo tan enérgicamente allí. Lamentablemente, su campaña para un “retorno a los valores familiares” se detuvo cuando fue descubierto molestando a un chico dulce en los laberintos que propuso limpiar, y desde

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este momento, siguen siendo un santuario donde se encuentra cada ciudadano de la República libre de follar sus pequeños cerebros con el compañero de su elección. Ah, el romance. 15) La sal de Arkemistas es una variante solidificada del combustible que alimenta muchos de los maravillosos dispositivos en la República, como andadores de guerra y los grandes mekkenismos debajo de las arenas de la República, así como artículos mundanos como cajas de pedernal y linternas arkemicas. El combustible se reduce a un estado sólido por procesos peligrosos, y la sal misma es altamente volátil; su producción está prohibida fuera del Collegium de Hierro. Sin embargo, su rendimiento por libra es cinco veces mayor que el combustible líquido, lo que significa que los contrabandistas tienen la opción de obtener cinco veces la ganancia si están dispuestos a arriesgarse a transportar una bomba en sus barrigas. Un famoso incidente se refiere a un barco llamado Iron Codger, que había sido cargado con cuarenta toneladas de sal de arkemistas en el puerto de Lanza de Alba. La noche anterior a la partida del barco, un marinero borracho que necesitaba desesperadamente una dosis de tabaco decidió desafiar la estricta política de su capitán de “no fumar”, agachándose en la bodega para un rápido “rillo”. La explosión resultante se escuchó en Vigilatormenta. Incluso hoy en la taberna junto al mar, se pueden escuchar las palabras “encender el Codger” para referirse a un error particularmente maravilloso. 16) Esto siempre me pareció peculiar acerca de esa frase, la verdad sea dicha. Si bien los accesorios de un burro podrían tener un alcance particularmente impresionante para un hombrecillo promedio, según los anales en el departamento de zoología del Collegium de Hierro, las proporciones de un burro simplemente palidecen en comparación con algunos de los otros habitantes del reino animal de Itreya.

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El rastrillo blanco, por ejemplo, el depredador oceánico más grande de Itreya, tiene una longitud corporal promedio de veinticinco pies, y sus arpones de amor pueden medir casi tres pies de largo, una proporción de 10: 1. Los toros negros Liisianos miden cerca de siete pies de alto, con un jefe de personal que puede medir más de tres pies y medio, una proporción de cerca de 2: 1. (Dato interesante: cuando matan a sus terneros machos innecesarios, los granjeros liisianos a menudo guardan los penes, los secan y los dan de comer a sus perros, una golosina conocida como “palo macho”). La imagen del calamar flayer, un horror ganchudo que deambula por el Mar de las Estrellas, puede hacerse aún más horrible al saber que su hacedor de bebés es tan larga como todo su cuerpo (y sí, ganchudo, para calzar). Pero el claro ganador en esta lucha de las edades, el soberano de las espadas, el capan de phalli capanni, por así decirlo, no es otro que el humilde percebe, cuyo almirante submarino puede extenderse hasta cincuenta veces la longitud de su cuerpo. Para poner las cosas en proporción, eso sería el equivalente de un hombre de seis pies con un falo de trescientos pies. Gracias a sus dioses, damas y caballeros. Gracias a sus malditos dioses.

17) De hecho, no lo es. Como la mayoría de las ocupaciones en la República, la piratería es un asunto altamente regulado. La marina de Itreya es parte de una impresionante máquina militar, amigos y podría aplastar a cualquier corsario con facilidad. Pero los Cuatro Mares son lugares muy grandes, y estar en todos esos lugares a la vez es algo complicado. La verdad es, caballeros, no importa lo que tengan, siempre hay algún bastardo que está buscando pellizcarlo. Y esto es especialmente cierto en el caso de los individuos con una inclinación por beber grog, usar parches en los ojos y terminar cada oración con la palabra “amigo”. Desde la Batalla de Seawall, la idea de trabajar juntos se ha asentado cómodamente con la población de filibusteros de Itreya, pero rápidamente

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se dieron cuenta de que el gobierno por anarquía entre un grupo de gilipollas ladrones simplemente no iba a funcionar. Ofrece a todos una plataforma, y todos pensarán que tienen derecho a expresar su opinión, y sí, mientras que todos técnicamente tienen derecho a una opinión, todos técnicamente también tienen derecho a cagarla una vez al día, pero eso no significa que quiera escuchar sobre eso La monarquía, por extraño que parezca, fue descubierta como la solución. Y no la monarquía al estilo de “pompa y esplendor”, más bien monarquía al estilo de “Yo soy el rey y estos tipos están de acuerdo, así que harás lo que yo diga o tú y todos los que amabas serán cortados en pedazos y alimentarán a los dracos”. Pero con una autoridad centralizada llegó un acuerdo ordenado con la armada de Itreya. La armada aceptó que un cierto número de barcos serían saqueados cada año, siempre y cuando los piratas acordaran que, en caso de que se superara esta cuota, vigilarían la suya y ahorrar a la armada de la molestia de cazar a los delincuentes por los Cuatro Mares. Para mi esa es una solución sensata, amigo.

18) El Acero del Sol es el arma tradicional de la Legión Luminatii, emitida para cualquier persona con rango de Segunda Lanza o superior. Los secretos de su producción están bien guardados, y los herreros de Luminatii deben servir fielmente a la legión durante veinte años antes de que se les enseñe el arte. En teoría, solo los más devotos de la legión de Aa pueden encender el acero, pero, sinceramente, no todos los miembros de los Luminatii son unos tontos malhumorados molesta-dioses. ¿Están Considerando unirse a la legión, caballeros? Pueden obtener diversión sin fin con una espada que estalla en llamas cuando se lo ordenas. Simplemente no dejen que sus oficiales superiores los atrapen usándola para secar su ropa o encender el cigarillo de una dona, y todo irá bien.

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19) Bromas aparte, Einar “el curtidor” Valdyr, Lobo negro de Vaan, Azote de los cuatro mares, es el 107º rey en sentarse sobre el Trono de los sinvergüenzas, y sin duda, uno de los bastardos más brutales de la historia de la República de Itreya. Su primer asesinato, el de su hermano mayor, Hakon, fue cometido con una sartén a la tierna edad de doce años, aunque debe tenerse en cuenta que mutiló horriblemente a su hermano menor, Jari, a los diez años arrojándolo a una jauría de perros... Según los informes, también decapitó a su padre el mismo giro en que cortó la lengua de su madre, aunque el único hombre que pidió confirmación del rumor, fue su antiguo primer compañero, Oluf Dahlman, quien fue mantenido con vida durante tres meses de tortura casi constante (Valdyr lo arrastraría a las fiestas y lo golpearía con cadenas para la “diversión” de sus invitados), y desde entonces nadie se ha atrevido a preguntar sobre eso. Valdyr fue vendido como esclavo a los dieciséis años y luchó invicto durante dos años en los circuitos de gladiadores alrededor de Vaan por los Lobos de Tácito, donde se ganó por primera vez el nombre de “Lobo Negro”. Valdyr estaba de camino a competir en el Venatus Magni como esclavo del hijo de Tácito, Augusto, cuando su nave fue atacada por un corsario liisiano llamado Giancarli. Valdyr mató a diecisiete de los hombres de Giancarli durante el ataque, impresionando tanto al pirata que le ofreció al esclavo un lugar en su tripulación. Valdyr estuvo de acuerdo, cortando la garganta de su antiguo amo y supuestamente follando la herida mientras Augustus se ahogaba en su propia sangre. Lo has leído bien. En doce meses, Valdyr había asesinado a Giancarli y se había apoderado de la nave del hombre. Ganó su mala fama temprano, al hundir tres trirremes de la armada Itreyana, y fomentó la reputación de ser un combatiente sediento de sangre que favorecía las acciones de abordaje por sobre el uso de cañones. Fue alrededor de esta época cuando comenzó a desollar los rostros de los capitanes que mataba, cosiéndolos en un abrigo de cuero que, según los informes, es tan largo que necesita que los cargadores de cola lo sigan a donde quiera que vaya. Este hábito le valió a Valdyr su segundo apodo, “el Curtidor”. 677

A los cinco años de emprender la piratería, y a la avanzada edad de veintitrés años, Valdyr asesinó al rey número 106º en sentarse en el Trono de los sinvergüenzas, Saltspitter del clan Seaspear, y reclamó el título para sí mismo. Ha gobernado a los piratas de Itreya indiscutiblemente durante los últimos cinco años. La mera visión de su barco de ébano, La Banshee Negra, es suficiente para hacer que el comerciante promedio cague sus intestinos, y las estimaciones recientes ponen su número de muertos personales en algún lugar cerca de 423 hombres, mujeres y niños. Mis disculpas, caballeros, sé que generalmente trato de inyectar algo de humor en estas notas al pie. Pero créeme cuando digo que este bastardo no es cosa de risa alguna vez.

20) Sí, sé que solo son tres. Usa tu imaginación, genio.

21) Una de las tabernas más exitosas de Liis y, de hecho, de toda la República de Itreya. El dueño original del Pub, “Red” Giovanni, era un corsario que gastó sensiblemente sus ganancias ilícitas en el establecimiento de la casa de bebidas (en lugar de desperdiciarla en la casa de bebidas de otra persona) cuando Amai todavía era dos embarcaderos podridos y un establo. También se le atribuye en los anales del Collegium de Hierro como un genio detrás de la mejor campaña de marketing de todos los tiempos. Giovanni se topó con la idea de que no necesitabas bailarinas o buena cerveza o una buena decoración para vencer a la competencia; simplemente necesitabas un nombre que ni siquiera el borracho más enojado, con las piernas arqueadas y con la mandíbula floja no pudiera olvidar. En caso de duda, hazlo simple, estúpido.

22) Un clásico de cervecería conocido como “El cuerno del cazador”, en el que un cazador furtivo llamado Ernio aprendió varias lecciones de varias señoritas sobre el valor de poseer un enorme...

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Oh, no importa.

23) En el que Ernio aprendió que tocar la bocina es casi por completo... Oh, no importa.

24) ¡Garantizado para hacerles sonreír de oreja a oreja, caballeros!

25) Asfixia autoerótica, en caso de que te lo estés preguntando.

26) Acero Negro, también conocido como ironfoe, era un metal maravilloso creado por los sorcerii Ashkahi antes de la caída de su imperio. Se decía que el metal estaba forjado a partir de fragmentos de las propias estrellas, que a veces se podían ver cayendo desde los cielos nocturnos sobre el imperio. Los astutos sorcerii cazaron estos fragmentos de estrellas y forjaron los metales que contenían en armas sin igual. El acero negro nunca se volvía opaco ni se oxidaba y podría afilarse hasta un borde imposible. Incluso un fragmento del material valía una verdadera fortuna: libra por libra era mucho más valioso incluso que el hueso de tumba. Nadie sabe con certeza cómo Ratonero consiguió una espada hecha completamente de esa cosa, pero si yo fuera del tipo apostador, apostaría a que no podría producir una factura de venta.

27) El volumen final de la serie de Seis Rosas extraordinariamente popular y fabulosamente licenciosa, que narra la vida, los tiempos y las travesuras de dormitorio de seis cortesanas en la corte de Francisco X. La serie fue biográfica y nombró a muchos miembros de alto rango de corte junto con el propio rey. 679

El contenido era tan explosivamente emocionante (se decía que el cardenal Ludovico Albretti había sufrido insuficiencia cardíaca al leer la escena climática del burdel en el volumen tres), la publicación del quinto volumen causó un gran disturbio en las calles de Tumba de Dioses. La serie fue declarada ilegal por el ministerio de Aa y, bajo la presión de su reina, Ilse, el rey acordó prohibirla, aunque debe tenerse en cuenta que Francisco X era en realidad un fanático y solo prohibió los libros bajo coacción matrimonial. La autora, Laelia Arrius, fue encarcelada de por vida en la Piedra Filosofal y, lamentablemente, nunca completó la serie, de ahí la presencia del volumen final en la biblioteca de los muertos. Yo solo los he apenas ojeado. La política es bastante tonta. Sin embargo, la obscenidad es de primera categoría.

28) El leviatán es un temible depredador de los océanos de Itreya y enemigo natural del draco. Posee tentáculos enganchados, un pico afilado y cuatro ojos grandes con forma de platillo. Estas bestias se pueden encontrar en aguas profundas o poco profundas y se las caza por su tinta, que es tanto un pigmento indeleble como un potente alucinógeno. Los Dweymeri usan la tinta en sus tatuajes faciales y los ritos de la edad adulta, mientras que el resto de la población de Itreya la usa para ponerse completamente tonta. La tinta se puede utilizar como intoxicante de tres maneras: bebida, inhalada o inyectada. Sus diversos efectos se resumen en este pequeño poema encantador, que a menudo cantan niños alrededor de Tumba de Dioses durante sus juegos de saltar la cuerda o cosas similares. Tragar por tragar, Fumando por lo alto, Aguja por el hombre amargado, Que realmente preferiría morir. Pequeños bastardos morbosos, ¿sí? +

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29) La naturaleza impía de los... accesorios femeninos... de Niah es un tema de debate entre los teólogos. Sin embargo, entre la mayoría de la gente normal, la maldad de las partes femeninas inmortales de Niah es indiscutible, y los ministros de la iglesia de Aa lo toleran, y de hecho, insisten en maldecirlas.

30) Nunca hagan esto. No importa cuán impresionante pueda sonar para sus futuros colegas. La carne cruda no solo es más difícil de digerir y menos rica en nutrientes, sino que también está llena de malos humores. Al deleitarse con la carne de sus enemigos, caballeros, siempre tómese el tiempo para cocinarla primero.

31) Quizás el juego de beber más antiguo en la historia de la República de Itreya, Matareyes fue originalmente conocido como “Mendigo”. Las reglas del juego son simples: se coloca un vaso en el centro de la mesa y cada jugador se turna para intentar rebotar un mendigo de cobre en él. Si tiene éxito, el jugador puede nominar a otro jugador para tomar una copa. El jugador nominado tiene una oportunidad de “venganza”, al intentar rebotar la moneda con su mano en el cristal. Si el rebote de venganza es exitoso, el jugador nominador original debe beber dos veces. Sin embargo, el jugador original también tiene la oportunidad de vengarse, y si tiene éxito, la cuenta de bebidas se duplica nuevamente. Como puedes imaginar, entre los jugadores ambidiestros, estos combates de venganza pueden dar como resultado un recuento de bebidas que aumenta rápidamente. La pelea de venganza oficial más larga se registró entre Don Cisco Antolini y el recién coronado Francisco XI en una gran gala celebrando la coronación del rey. El mendigo fue rebotado exitosamente entre los hombres veintisiete veces, y el rey finalmente perdió el vigésimo octavo rebote.

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Los matemáticos entre ustedes se darán cuenta de que esto significaba que el nuevo rey ahora estaba obligado a beber 67.108.864 tragos de vino dorado. Francisco XI no fue el rey más brillante que se sentó en el trono de Itreya, pero era un hombre de palabra. Para no ver su honor manchado delante de toda su corte, y en contra del consejo de su reina, el monarca recién coronado decidió hacer un intento. Llegó a su bebida número cincuenta y siete antes de colapsar, y a pesar de los mejores esfuerzos de sus boticarios, murió en el giro siguiente. El reinado de Francisco XI es el más corto en la historia de la monarquía de Itreya, pero notablemente, la mayoría de la ciudadanía encontró la historia de su fin bastante conmovedora, y el juego de Mendigo pasó a llamarse Kingslayer en su honor. Cuando se les da la opción de ser gobernados por un idiota honesto o un mentiroso competente, la mayoría de la gente prefiere al idiota.

32) Oh, joder. Ha pasado un tiempo, me preguntaba dónde se fueron todas las notas al pie. ¿Tal vez el autor se avergonzó de que todos en su propio libro se molestaran y decidiera abstenerse por el resto de la novela? Bueno, jódanse, caballeros. La avispa sangrienta es un insecto volador del desierto de Ashkahi, anillado en rojo y negro y mide lo que mide un pulgar. Aunque no se puede comparar con los verdaderos horrores de los Susurriales como los arcadragones o los kraken de arena, de igual modo son particularmente desagradables. Sus picaduras son increíblemente dolorosas y, extrañamente, el veneno de una hembra embarazada también está imbuido de propiedades psicoactivas. Las criaturas picadas por la futura madre se volverán frenéticas por el dolor, se autodestruirán o atacarán a quienes las rodean en un intento de poner fin a su agonía inducida por las toxinas. Los animales de la manada serán abandonados o, con mayor frecuencia, asesinados por sus compañeros, e incluso se sabe que las víctimas humanas se superan para poner fin a su propio sufrimiento.

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La hembra de la avispa sangrienta luego va a trabajar, poniendo sus huevos dentro de la carroña recién muerta. Colocará más de cien crías, que nacerán en un estallido de sangre rancia y carne podrida alrededor de nueve giros después. De ahí su nombre poco imaginativo. Por lo tanto, allí. Otra nota al pie. Y hay mucho más de donde vino esa, bastardos desagradecidos. Si eres un experto en literatura, tal vez puedas escribir tu propio libro, ¿no?

33) Hay un total de veintiocho legiones Itreyaanas bajo el Imperator Julio Scaeva, y aparte de la sangrienta Decimotercera —la famosa legión esclava de Itreya— los soldados del Decimoséptimo son probablemente los más infames. Dirigidos por Cayo “Decimo” Viridio (él mismo fue un alumno de la Sangrienta Decimotercera), la Decimoséptima es la legión que opera más lejos de la civilización y, por lo tanto, de la jurisdicción de Tumba de Dioses, se espera que mantenga la paz en una tierra en gran parte indomable que pertenece a la República principalmente solo de nombre. En un lugar tan vasto, la legión mantiene el orden principalmente por su reputación más que por su presencia física. Y no es una reputación de besar bebés y ayudar a las mujeres mayores a cruzar la calle con sus cestas de mercado. Por ejemplo, después de un aumento de los impuestos en la ciudad de Nuuvash, la población civil se rebeló y destruyó su pequeña guarnición de tropas Itreyanas. Bien educada en el arte de la guerra de asedio, la Decimoséptima retomó rápidamente la ciudad. Pero Nuuvash era un importante centro comercial, e, incapaz de poner a toda la población a la espada, Viridio introdujo el castigo del “enrojecimiento”. Toda la población civil, hombres, mujeres y niños, se dividieron en grupos de cien y se les obligó a sacar piedras en una lotería. Quienes sacaron una piedra roja, una décima parte de los participantes, fueron apartados. El 90 por ciento restante se vio obligado a apedrear a la décima perdedora, o ser ejecutados por ellos mismos.

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Se desconoce la cifra final de muertos, pero de algo podemos estar seguros: hasta la caída de la República, la gente de Nuuvash nunca más se rebeló contra Itreya.

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Esta es una obra de ficción. Todos los personajes, organizaciones y eventos retratados en esta novela son productos de la imaginación del autor o se usan de manera ficticia. Publicado por primera vez en los Estados Unidos por St. Martin's Press, una impresión de St. Martin's Publishing Group DARKDAWN. Copyright © 2019 por Neverafter PTY LTD. Todos los derechos reservados. Para obtener información, diríjase a St. Martin's Publishing Group, 120 Broadway, Nueva York, NY 10271. Mapas por Virginia Allyn www.stmartins.com Los datos de catalogación en publicación de la Biblioteca del Congreso están disponibles a pedido. ISBN 978-1-250-07304-4 (tapa dura) ISBN 978-1-4668-8505-9 (libro electrónico) eISBN 9781466885059 Nuestros libros electrónicos se pueden comprar a granel para uso promocional, educativo o comercial. Comuníquese con el Departamento de Ventas Corporativas y Premium de Macmillan al 1800-221-7945, extensión 5442, o por correo electrónico a [email protected]. Primera edición: septiembre de 2019

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3. Darkdawn - Jay Kristoff

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