9. Once in a Lifetime

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Índice Sinopsis

Capítulo 17

Capítulo 1

Capítulo 18

Capítulo 2

Capítulo 19

Capítulo 3

Capítulo 20

Capítulo 4

Capítulo 21

Capítulo 5

Capítulo 22

Capítulo 6

Capítulo 23

Capítulo 7

Capítulo 24

Capítulo 8

Capítulo 25

Capítulo 9

Capítulo 26

Capítulo 10

Capítulo 27

Capítulo 11

Capítulo 28

Capítulo 12

Capítulo 29

Capítulo 13

Próximo libro

Capítulo 14

Sobre la autora

Capítulo 15

Créditos

Capítulo 16

Sinopsis A veces lo equivocado es Tan Correcto…

D

espués de una pérdida desgarradora, Ben McDaniel intentó escapar de su pesar trabajando en lugares peligrosos y devastados por la guerra como África y Oriente Medio. Ahora está de vuelta en su ciudad natal y cara a cara con Aubrey Wellington, la mujer ridículamente ardiente que implica problemas con P mayúscula. La familia y los amigos insisten en que ella no es la indicada para aliviar su dolor, pero Aubrey despierta un deseo intenso que le da a Ben esperanza para el futuro. Decidida a corregir los errores de su pasado, Aubrey está trabajando duro para enmendarlos. Pero por lejos, el desafío más difícil para su plan es el sexy y melancólico Ben; aunque él no tiene ni idea de lo que ella ha hecho…

¿Podrá esta pareja improbable desafiar a las probabilidades y ganarle a la pequeña ciudad de Lucky Harbor?

Lucky Harbor #9

Capítulo 1

H

abía una verdad universal en Lucky Harbor, Washington; podías esconder una olla de oro a plena luz del día y nadie la robaría, pero no podías ocultar un secreto.

Había habido muchos secretos en la colorida vida de Aubrey Wellington, y casi todos se habían descubierto y discutido alegremente hasta la saciedad. Y sin embargo, allí estaba ella, aún en esa pequeña ciudad de la costa oeste del Pacífico en la que se había criado. No sabía muy bien lo que eso decía de ella, aparte de que era muy terca. En cualquier caso, estaba bastante acostumbrada a los días malos para el momento en que caminó hacia el único bar y parrilla de Lucky Harbor, pero hoy había sido el pastel. Ted Marshall, ex empleado de la ciudad, ex jefe, y también, lo suficientemente embarazoso, su ex amante, estaba autoeditando su propia biografía. Y ya que él le había dado tan cuidadosamente una anticipada copia para la lectura, sabía que planeaba informar al mundo entero que, entre otras cosas, era una devoradora de hombres, perversa y hambrienta de dinero. Le concedería la parte de hambrienta de dinero. Estaba invirtiendo gran parte de sus ahorros en la librería de su tía, Book & Bean, un intento sentimental de recuperar el único recuerdo feliz que tenía de su infancia. El esfuerzo la estaba dejando demasiado cerca de la quiebra para su comodidad. Incluso le concedería la parte de perversa; al menos en ciertos días del mes. ¿Pero devoradora de hombres? Solo porque no creía en el felices-parasiempre, o siquiera en un felices-por-ahora, no significaba que fuera una devoradora de hombres. Simplemente no veía la necesidad de invitar a un hombre a su vida cuando él no se quedaría. Porque nunca se quedaban. Se encogió de hombros ante la vocecita que decía Eso es culpa tuya y entró en el Love Shack. Entrar al bar y parrilla era como retroceder cien años a un viejo salón de vaqueros. Las paredes eran de un profundo y pecaminoso rojo burdel y bordeadas de viejas herramientas de minería. El techo estaba cubierto con vigas visibles, y linternas colgaban sobre las mesas de madera virgen, ahora llenas de gente que cenaba tardíamente. El aire zumbaba con charlas ocupadas, carcajadas y música a todo volumen de la máquina de discos contra la pared del fondo. Aubrey se dirigió directamente a la barra. —Algo que haga que mi mal día desaparezca —le dijo al cantinero.

Ford Walker sonrió y alcanzó un vaso. Había estado cinco años por delante de Aubrey en la escuela, y era uno de los lindos. Se había ido y alcanzado la fama y fortuna corriendo carreras de veleros en todo el mundo y, sin embargo, había elegido regresar a Lucky Harbor para establecerse. Ella decidió tomar eso en serio. Él le deslizó un vodka de arándano. —Satisfacción garantizada —prometió. Aubrey envolvió sus dedos alrededor del vaso, pero antes de que pudiera llevarlo a sus labios, alguien le dio un codazo en el hombro. Ted, el ex todo. —Disculpa —comenzó antes del golpe de reconocimiento y la mirada de “Oh, mierda” apareció en sus ojos. Él inmediatamente comenzó a alejarse, pero ella lo agarró del brazo. —Espera —dijo ella—. Necesito hablar contigo. ¿Recibiste mis mensajes? —Sí —dijo—. Los veinticinco. —Ted había nacido con un encanto innato que usualmente hacía un buen trabajo ocultando a la serpiente que yacía debajo de este. Incluso ahora, mantuvo su rostro concentrado en una expresión de fácil diversión, exudando carisma como una estrella de cine. Con una sonrisa irónica para cualquiera que lo observara, se inclinó cerca—. No sabía que había tantas palabras diferentes para imbécil. —Y aún no lo sabrías si me hubieras devuelto el llamado siquiera una vez —dijo a través de sus dientes—. ¿Por qué estás haciendo esto? ¿Por qué dijiste esas cosas sobre mí en tu libro? ¡Y en el capítulo uno! —Ella había dejado de leer después de eso y tal vez había tirado el libro, con gran satisfacción, en un contenedor. Ted se encogió de hombros y se echó hacia atrás. —Necesito el dinero. —¿Se supone que debo creer que alguien va a comprar tu libro? —Oye, si los únicos compradores son residentes de Lucky Harbor, todavía gano cinco grandes, nena. —¿Me estás jodiendo? —Ni siquiera un poco —dijo—. ¿Cuál es el problema, de todos modos? Todo el mundo escribe un libro hoy en día. Y, además, no es como si te conocieran por ser un ángel. Aubrey sabía exactamente quién era. Incluso sabía por qué. No lo necesitaba a él para que le dijera una maldita cosa sobre ella.

—El problema es que tú eres el que perjudica a las personas —dijo ella. Era un gran esfuerzo mantener su voz baja. No era tan buena en encanto y carisma como él—. Me engañaste dos veces, junto con solo todas las demás mujeres de la ciudad, ¡incluida la esposa del alcalde! Además de eso, la dejaste robar cincuenta mil de los fondos de la ciudad y, sin embargo, de alguna manera, yo soy la mala. —Oye —dijo—. Eras la secretaria del empleado de la ciudad. Si alguien debería haber sabido lo que había pasado con ese dinero, eras tú, nena. ¿Cómo había alguna vez trabajado para este tipo? ¿Cómo se había acostado con él alguna vez? Su amiga, Ali, le había dicho que todas las mujeres tenían al menos una muesca en su poste de la cama de la que secretamente se arrepentían. Pero no había secreto para el arrepentimiento de Aubrey. Ella agarró su vaso tan apretado que se sorprendió de que no se rompiera. —Dijiste cosas sobre mí que no tenían nada que ver con el dinero. Él sonrió. —Así que el libro necesitaba un poco de… emoción. Temblando de furia, se puso de pie. —¿Sabes lo que eres? —¿Un tipo grandioso? Su brazo pasó por alto su cerebro y remató su pésimo muy mal día lanzando su vodka de arándano en su rostro presumido. Pero a pesar de que era por lo menos veinticinco tipos de imbécil, también era rápido como un látigo. Él se agachó, y su bebida golpeó al hombre al otro lado suyo. Al enderezarse, Ted se rio de alegría cuando Aubrey vio al hombre que había inadvertidamente empapado. Dejó de respirar. Oh Dios. ¿Realmente había creído que su día no podía ser peor? ¿Por qué tentaría al destino incluso creyendo eso? Porque por supuesto las cosas habían empeorado. Siempre lo hacían. Ben McDaniel se levantó lentamente de su taburete, goteando vodka desde de su cabello, pestañas, nariz… era un metro ochenta o más de músculos duros y fuerza bruta en un cuerpo que no tenía una sola pizca extra de grasa. Durante los últimos cinco años, había estado dentro y fuera de una variedad de países del Tercer Mundo, diseñando y construyendo sistemas de agua con el Cuerpo de Ingenieros del Ejército. Su última aventura había sido para el Departamento de Defensa en Irak, lo que Aubrey solo sabía porque la página de Facebook de Lucky Harbor era tan buena como el evangelio.

Ted ya estaba en la puerta como un ladrón en la noche, la comadreja. Pero no Ben. Se limpió la cara con el brazo, engañosamente frío y relajado. En verdad, era tan rudo como ellos venían. Aubrey debería saberlo; lo había visto en acción. Pero logró encontrar su mirada. Fresca, casual, nivelada. Uno tenía que estar con Ben: el hombre podía detectar la debilidad a un kilómetro y medio de distancia. —Lo siento —dijo ella. —¿Lo haces? Sintió que se ruborizaba. Siempre parecía ver a través de ella. Y estaba bastante segura de que nunca le había importado. Tenía buenas razones para eso, se recordó. Solo que él no sabía ni la mitad de eso. —Sí, lo siento —dijo. Su corazón latía tan fuerte que estaba sorprendida de que podía escucharse a sí misma hablar—. ¿Estás bien? Se pasó los dedos por un desordenado y sexi cabello castaño con destellos rubios. Sus ojos eran del mismo color; suave chocolate de leche veteado con caramelo dorado. Era difícil hacer que una mirada tan cálidamente coloreada pareciera dura, pero Ben lo lograba sin esfuerzo en absoluto. —Necesitas trabajar en tu puntería —dijo. —Sin duda. —Le ofreció una sonrisa tensa. Era todo lo que podía hacer; no había respirado desde que lo había golpeado con la bebida—. Una vez más, yo… lo siento. —Y con pequeños puntos de ansiedad bailando en su visión, retrocedió, dirigiéndose directamente hacia la puerta. Afuera, la noche estaba benditamente fría, zarcillos del aire helado rozando sus ardientes mejillas. Lucky Harbor era básicamente un pequeño tazón asentado en la rocosa costa del estado de Washington, amurallada por majestuosos picos y frondosos bosques. Todo en una sombra de tinta ahora. Aubrey se quedó quieta un momento, con la mano sobre su corazón tronando. Todavía estaba amenazando con salir de su caja torácica mientras trabajaba en aspirar aire tan helado que le quemó los pulmones. Detrás suyo, la puerta se abrió de nuevo. Temerosa de que pudiera ser Ben, y ni casi lista para otro cara a cara, salió estacionamiento. En sus botas de tacón alto de siete centímetros, no era exactamente sigilosa, con el audible clic-clic-clic de sus tacones, pero era rápida. En dos minutos, había rodeado la cuadra y finalmente ralentizó un poco, esforzándose por escuchar cualquier sonido que no fuera de la noche. Como pasos.

Maldición. La estaba siguiendo. Aceleró su ritmo otra vez hasta que pasó una iglesia. El edificio, como casi todos los edificios en Lucky Harbor, era un Victoriano restaurado de finales del siglo XIX. Era de un rosa pálido con ribetes azul y blanco y estaba iluminado desde el interior. La puerta del frente estaba abierta y fue una invitación, al menos en comparación con el resto de la noche a su alrededor. Aubrey no era una feligresa. Su padre cirujano no había creído en ninguna otra cosa de lo que podría ser encontrado en un libro de ciencia. Datos fríos y duros. Como resultado, las iglesias siempre tenían una especie de mórbida fascinación para ella, una a la que nunca se había rendido. Pero con Ben posiblemente todavía en su cola, se apresuró a caminar y entró. Tratando de recuperar el aliento, se dio la vuelta para ver si la habían seguido. —Buenas noches —dijo un hombre detrás suyo. Ella saltó y miró a su alrededor. Él estaba en sus treinta, altura y estructura promedio, usaba jeans, un suéter trenzado y una sonrisa tan acogedora como el edificio en sí mismo. Pero Aubrey no confiaba mucho en lo acogedor. —¿Puedo ayudarte? —preguntó. —No, gracias. —Incapaz de resistirse, una vez más miró hacia afuera. Ninguna señal de Ben. Eso era solo un ligero alivio. Se sentía como la mosca que había perdido el rastro de la araña. —¿Estás segura de que estás bien? —preguntó el hombre—. Pareces… preocupada. Ella resistió el impulso de suspirar. Estaba segura de que él era muy amable, pero, ¿qué era eso con la especie masculina? ¿Por qué era tan difícil creer que no necesitaba la ayuda de un hombre? ¿O un hombre, punto? —Por favor, no te tomes esto personal, pero he renunciado a los hombres. Para siempre. Si estaba abrumado por su brusquedad, no se mostró. En cambio, sus ojos se arrugaron en buen humor mientras deslizaba sus manos en sus bolsillos y se mecía sobre sus talones. —Soy el pastor aquí. Pastor Mike —dijo—. Un hombre felizmente casado —agregó con una sonrisa fácil. Si eso no concluía su tarde, al darse cuenta de que había sido grosera con un hombre de Dios por tener la audacia de ser amable con ella.

—Lo siento. —No se le escapó notar que esta era la segunda vez en esta noche que había dicho esas dos palabras tan extrañas—. Mi vida está en el inodoro hoy… bueno, todos los días esta semana hasta ahora, en verdad. Sus ojos eran cálidos y simpáticos. Al contrario, no pudo dejar de notar, de la forma en que los de Ben habían sido. —Todos tenemos parches ásperos —dijo—. ¿Hay algo que pueda hacer? Sacudió su cabeza. —No. Es todo mío. Solo necesito dejar de cometer los mismos errores una y otra vez. —Echó otro vistazo a la noche. La costa parecía despejada—. Está bien, salgo. Me voy a casa a tomar el trago que desperdicié antes en el bar. —¿Cómo te llamas? —preguntó el Pastor Mike. Ella consideró mentir, pero no quería tentar más al destino; ni a Dios, o a quien sea que estaba a cargo de tales cosas. —Aubrey. —No tienes que estar sola, Aubrey —dijo muy amablemente, logrando sonar gentil y responsable al mismo tiempo—. Estás en un buen lugar aquí. No tuvo oportunidad de responder antes de que él la empujara suavemente hacia una sala de reunión donde unas diez personas estaban sentadas en círculo. Una mujer estaba de pie, retorciendo sus manos. —Mi nombre es Kathy —dijo al grupo—, y ha pasado una hora desde la última vez que anhelé una bebida. Todo el grupo dijo al unísono: —Hola, Kathy. Una reunión de AA, se dio cuenta Aubrey, tragándose lo que habría sido una media risa histérica cuando el Pastor Mike hizo un gesto hacia unas pocas sillas vacías. Se sentó a su lado y le entregó un folleto. Un vistazo le dijo que era una lista de los doce pasos para la recuperación. Paso uno: Admitimos que estábamos impotentes ante el alcohol; que nuestras vidas se habían vuelto inmanejables. Oh, chico. Aubrey probablemente podía subirse a bordo con la parte de la vida inmanejable, pero en realidad, ¿qué estaba haciendo aquí? ¿Qué podía decirles a estas personas si le pidieran que hablara? ¿Hola, mi nombre es Aubrey y soy una perra? Kathy comenzó a hablar sobre el paso ocho, sobre cómo estaba haciendo una lista de las personas a las que le había hecho mal y que estaba haciendo las

paces. Después de que terminó y se sentó, un hombre se puso de pie. Ryan, les dijo. Ryan habló de algo llamado su valiente inventario moral y cómo él, también, estaba trabajando en el paso ocho, enmendando con la gente que había perjudicado. Aubrey se mordió el labio. Nunca había hecho un valiente inventario moral, pero sonaba desalentador. Tampoco tenía una lista de las personas a las que había perjudicado, pero si lo hiciera, sería larga. Horrorosamente larga. Ryan continuó hablando con seriedad desgarradora, y de alguna manera, a pesar de sí misma, no pudo evitar empaparse de todo, insoportablemente movida por su valentía. Él había regresado de un período militar en el extranjero enojado y retirado y había alejado a su familia. Había perdido su trabajo, su hogar, todo, hasta que se encontró a sí mismo en la calle, pidiendo dinero a extraños para comprar alcohol. Habló de lo mucho que lamentaba haber lastimado a las personas en su vida y de cómo no había podido obtener el perdón de ellos. Al menos no todavía, pero aún estaba intentándolo. Aubrey se encontró escuchando verdaderamente y maravillándose de su coraje. Ni siquiera se dio cuenta de que estaba tan paralizada hasta que Mike gentilmente le dio una palmadita en la mano. —¿Lo ves? —preguntó en voz baja—. Nunca es demasiado tarde. Aubrey lo miró fijamente, preguntándose si eso realmente podría ser cierto. —No lo sabes con certeza. —Lo sé —dijo esto con tal convicción que ella no tenía más remedio que creer. Pensó en eso cuando terminó la reunión y caminó a casa a su desván arriba de Book & Bean. Su tía Gwen había dirigido la librería hasta su muerte el año pasado, y su tío, el dueño del edificio, no había sido capaz de alquilar el lugar a cualquier otra persona. Él estaba saliendo con alguien nuevo en estos días, pero la librería todavía le era muy sentimental. Entonces, el mes pasado, Aubrey dejó su trabajo en el ayuntamiento después de lo que referenció como el incidente de Ted. Inquieta, necesitando más de su vida, pero sin estar segura de qué, había firmado un contrato de arrendamiento, tanto como un homenaje a su tía Gwen, la librería había sido un refugio para Aubrey cuando una adolescente con problemas, y porque estaba decidida a traer a la librería de regreso a su antigua gloria. Book & Bean había estado abierta extraoficialmente durante una semana hasta ahora, así podría comenzar a traer algunos ingresos que se necesitan

desesperadamente, y en un mes, después de algunas renovaciones, tenía planes de celebrar con una gran fiesta de inauguración. Estaba trabajando en eso. Y tal vez debería estar trabajando en otras cosas también, como su karma. Eso pesaba ahora en su mente después de la reunión de AA. Escuchar los problemas de las personas y cómo estaban tratando de cambiar las cosas por sí mismos había sido extremadamente íntimo y extremadamente incómodo; y sin embargo de alguna manera inspirador al mismo tiempo. No era alcohólica, pero tenía que admitir que toda la cosa del paso ocho realmente la había intrigado. ¿Podía ser tan fácil como eso, como hacer una lista? ¿Revisarla dos veces? ¿Tratar de descubrir si podía pasar de traviesa y avanzar a agradable? Evitando la entrada principal de la librería, caminó hacia la parte trasera del edificio y entró sin encender ninguna luz. En el interior, se dirigió hacia arriba por las estrechas escaleras hasta el desván. Miau. Encendió una luz y vio a Gus, un viejo gato gris con sobrepeso que se creía que era el rey de la montaña. Lo había heredado con la tienda. No sabía nada sobre gatos, y a cambio, él actuaba como si no supiera nada sobre los humanos, por lo que estaban a mano. —Oye —dijo—. ¿Cómo estuvo tu noche? Gus se giró y le dio la espalda. —Ya sabes —dijo—, entiendo que algunos gatos realmente saludan a su gente cuando regresan a casa. Habían tenido esta charla antes, y como siempre, no provocaba ninguna respuesta de Gus. —Un perro me saludaría —dijo—. Tal vez debería tener un perro. Ante esta amenaza, Gus bostezó. Aubrey dejó caer su bolso, colgó su abrigo y tomó su primera verdadera respiración en las pasadas pocas horas. El lugar era pequeño pero acogedor, y era todo suyo desde que lo llenó con un surtido de muebles vintage; léase venta de garaje y de segunda mano. Su pieza favorita era la diana que había conseguido por un dólar. Era un gran calmante del estrés, especialmente cuando se imaginaba la cara de Ted como el ojo de buey. La mesa de su cocina estaba cubierta con los dibujos que había hecho; sus ideas para cambiar el diseño de la tienda de abajo.

Ahora que las otras dos tiendas en este edificio tenían negocios florecientes, una floristería y una panadería, tenía muchas esperanzas de que su librería también lo hiciera bien. Una pipa de sueño. Estaba trabajando contra todo pronóstico, lo sabía. Después de todo, esta era la Era de Kindle, Nook, y Kobo. La mayoría de la gente pensaba que estaba loca por enfrentarse al mundo digital. Pero Aubrey había hecho un hábito de su vida el enfrentarse al mundo, por qué detenerse ahora, ¿verdad? Además, todavía había un lugar para libros impresos; lo creía con todo su corazón. Y era una declaración de hecho que las ventas en las librerías independientes aumentaron un ocho por ciento este año. Ella iba a tomar en serio eso. Sacó el folleto de su bolsillo y pensó en su karma, lo que sin duda podría necesitar un poco de impulso. Agarrando el pequeño bloc de notas que usaba para hacer listas, comenzó una nueva lista; de personas que había perjudicado. Miau, dijo Gus, golpeando su brazo. Estirándose, acarició su suave pelaje, lo cual él toleró a pesar de que ambos sabían que solo quería cenar. Le sirvió una pequeña taza de comida balanceada baja en calorías a la que el veterinario había insistido en que cambiara. Gus se la quedo mirando fijamente. —Le prometí a la doctora —dijo ella. Resoplando un suspiro, Gus se lanzó hacia la cama. Aubrey volvió a su lista. Le tomó un tiempo, y cuando terminó, ojeó la longitud de esta. Seguramente habría sido mucho más fácil simplemente mantenerse erguida y enfrentar a Ben esta noche en lugar de toparse con el Pastor Mike. Pero a pesar de que Aubrey tenía muchos defectos, ser perezosa no era uno de ellos. Iba a hacer esto, hacer las paces, pasara lo que pasara. Y había una buena posibilidad de que pasara de todo antes de que esto terminara. Se quitó las botas y se echó hacia atrás, mirando la lista. Específicamente a un ítem en particular. Ben. Y él no estaba en esta porque ella le había arrojado su bebida en la cara.

Capítulo 2

E

ra temprano cuando Ben salió de la panadería deliciosamente cálida de Lucky Harbor hacia la mañana helada. Su aliento se cristalizó frente a su cara mientras daba un mordisco de su fresca garra de oso.

Tan cerca del cielo como iba a estar. Miró hacia atrás dentro de la gran ventana para agitar su mano en agradecimiento, pero la chef de pastelería, Leah, actualmente tenía sus brazos y labios enredados en su prometido, quien resultaba ser el primo de Ben, Jack. Jack parecía estar bastante ocupado, con la lengua en la garganta de Leah. Dando la espalda a la ventana, Ben observó la mañana mientras comía su garra de oso. Zarcillos de niebla se deslizaban fuera del agua, persistiendo como largos y plateados dedos. Después de unos minutos, la puerta de la panadería se abrió detrás suyo, y entonces Jack estaba de pie a su lado. Estaba usando el uniforme del trabajo, lo que significaba que cada mujer conduciendo por la calle disminuía la velocidad para verlo con su equipo de bombero. —¿Por qué estás vestido? —preguntó Ben. —Porque cuando estoy desnudo, en realidad causo disturbios —dijo Jack, poniéndose sus gafas de sol. —Sabes lo que quiero decir. —No hace mucho tiempo, Jack había pasado de combatir el fuego para ser el jefe de bomberos, y ya no estar equipado para responder llamadas. Jack se encogió de hombros. —Estoy trabajando un turno hoy por Ian, que está enfermo de gripe — sacó su propia elección de desayuno de una bolsa de panadería. Ben echó un vistazo al croissant de queso y sacudió su cabeza. —Desayuno de marica. No perturbado por esto, Jack se lo metió en la boca. —Todavía estás gruñón porque una bella dama te arrojó la bebida en la cara anoche. Ben no reaccionó a esto, porque Jack lo observaba con atención, y Jack, a diferencia de cualquier otra persona, podía leer a Ben como un libro. Pero sí, Aubrey lo había clavado; y no en el buen sentido.

No que él quisiera que la rubia increíblemente sexy lo clavara. Bueno, está bien, tal vez ocasionalmente hacía eso solo en algunas de sus fantasías nocturnas, pero eso era todo. Fantasía. Porque la realidad era que él y Aubrey no se mezclarían bien. A él le gustaba lo tranquilo, sereno, calmo. Aubrey no sabía el significado de ninguna de esas cosas. —Fue un accidente —dijo finalmente. —Oh, lo sé —dijo Jack—. Solo estoy comprobando si lo sabes, también. Ben miró su reloj. —Luke llega tarde. Los tres habían sido unidos desde los doce años, cuando la madre de Ben, incapaz de cuidar de él por más tiempo, lo había dejado en la puerta de su hermana; la madre de Jack, Dee Harper. Luke había vivido al lado. Los tres chicos habían pasado su adolescencia aterrorizando al vecindario y dándole a la tía Dee un montón de canas. —Luke no llega tarde —dijo Jack—. Está aquí. En la florería tratando de follar a Ali. Supongo que eso es lo que haces cuando estás comprometido. Ben no dijo nada a esto, y Jack dejó escapar un suspiro. —Lo siento. Ben negó con la cabeza. —Ha pasado mucho tiempo. —Sí —dijo Jack—. Pero algunas cosas nunca dejan de doler. Tal vez no. Pero en realidad hacía una eternidad que Ben se había comprometido y luego se había casado. Él y Hannah había tenido un sólido matrimonio. Hasta que ella murió hacía cinco años. Ben fue tras su segunda garra de oso mientras Jack miraba su teléfono vibrando. —Mierda. Tengo que irme. Dile a Luke que es un imbécil. —Lo haré. —Cuando estuvo solo de nuevo, Ben tragó su desayuno con leche chocolatada fría. Bebes demasiada cafeína, le había dicho Leah, toda mandona y dulce al mismo tiempo, dándole leche en lugar de una taza de café. Planeaba detenerse en la tienda de conveniencia por ese café, y ella nunca lo sabría. Era temprano, todavía no eran ni las siete, pero a Ben le gustaba madrugar. Menos gente. El aire sereno. O tal vez solo era Lucky Harbor. De cualquier manera, encontró que estaba casi satisfecho; el café probablemente inclinaría la balanza hasta satisfecho. La sensación se sentía… extraña, como si

estuviera usando un abrigo mal ajustado, entonces, así como hacía con todas las emociones incómodas, la empujó a un lado. Unos cuantos copos de nieve flotaban perezosamente de las nubes bajas y densas. A una cuadra más, el océano Pacífico excavaba en el puerto, que estaba rodeado por escarpados acantilados de tres pisos de altura repletos de bosques vírgenes que eran las Montañas Olímpicas. A su alrededor, las calles bordeadas de robles estaban atadas con luces blancas, brillando intensamente a través de la oscuridad de la mañana. Pacífico. Silencioso. Hace un mes, había estado en Medio Oriente, enterrado profundamente en un proyecto para reconstruir un sistema de agua para una tierra devastada por la guerra. Antes de eso, había estado en Haití. Y antes de eso, África. Y antes de eso… ¿Indonesia? Demonios, podría haber sido otro planeta por lo que recordaba. Todo estaba rodando junto. Fue a lugares después que el desastre impactó, ya sea provocado por el hombre o naturales, y vio a las personas en sus peores momentos. A veces cambiaba vidas, a veces las mejoraba, pero en algún momento de los últimos cinco años se había vuelto insensible. Tanto es así que cuando había ido a visitar un nuevo sitio de trabajo en el lugar equivocado, solo para tener el lugar correcto hecho pedazos por un terrorista suicida justo antes de que llegara allí, finalmente se había dado cuenta de algo. No siempre tenía que ser el tipo en la línea del frente. Podía diseñar y planear sistemas de agua para países devastados desde cualquier lugar. Demonios, podría convertirse en un consultor en su lugar. Cinco años de vadear hasta las rodillas en la mierda, tanto figurativa como literalmente, era suficiente para cualquiera. No quería estar en el infierno correcto la próxima vez. Así que había venido a casa, sin la menor idea de lo que iba a ocurrir a continuación. Terminando su segunda garra de oso, Ben se lamió el azúcar del pulgar. Girando para dirigirse hacia su camioneta, se detuvo en seco al darse cuenta de que alguien estaba mirándolo. Aubrey. Cuando la vio, ella dijo: —Eres tú. —Y dejó caer las cosas en sus manos. Su tono de voz había sugerido que acababa de pisar mierda de perro con sus elegantes botas de tacón alto. Eso no sorprendió a Ben. Ella había estado dos años detrás de él en la escuela. En esos años, él habría estado en la cancha de básquetbol, buscando problemas con Jack, o pasando tiempo con Hannah.

Aubrey había sido la Chica Caliente. No sabía por qué, pero siempre había habido una desconfianza instintiva entre ellos, como si ambos reconocieran que eran almas gemelas; almas perturbadas. Recordaba que cuando ella había entrado en la secundaria había tenido más de unos pocos encuentros con las chicas malas. Entonces se volvió una chica mala. Agachándose, él se estiró para ayudarla con las cosas que había dejado caer. —Lo tengo —espetó ella, agachándose junto a él, apartando sus manos— . Estoy bien. Ella ciertamente se veía bien. Su largo cabello rubio estaba suelto y brillante, retenido de su rostro por una gorra de punto azul pálido. Una bufanda a juego estaba envuelta alrededor de su cuello y metida en un abrigo de lana blanco que la cubría desde la barbilla hasta unos centímetros por encima de sus rodillas. Botas de cuero se juntaban con esas rodillas, dejando algo de piel desnuda por debajo del dobladillo de su abrigo. Se veía sofisticada y muy caliente. Ciertamente perfectamente arreglada. De hecho, siempre estaba perfectamente arreglada a propósito. Le hacía querer molestarla. Un pensamiento loco. Aún más loco, olía tan bien que solo quería olfatearla durante unos cinco días. Además, quería saber qué llevaba puesto debajo de ese abrigo. —¿De dónde saliste? —preguntó, ya que ningún auto se había detenido. —El edificio. Había tres vidrieras en el edificio, uno de los más antiguos de la ciudad; la floristería, la panadería, y la librería. Ella no había salido de la florería o de la panadería, sabía eso. Echó un vistazo a la librería. —No está abierta todavía. Las ventanas ya no estaban tapiadas, se dio cuenta, y a través de los paneles de vidrio, podía ver que la antigua librería era ahora una nueva librería, tan brillante, limpia y bonita como la mujer ante él. Ella tomó un bolígrafo y un lápiz labial, y él agarró un anotador caído. —Eso es mío —dijo ella. —No iba a tomarlo, Aubrey —dijo, y luego, sin tener idea de lo que vino sobre él, tal vez sus ojos destellantes, sostuvo el anotador fuera de su alcance mientras lo miraba. Era pequeño y, como la propia Aubrey, limpio y ordenado. Solo un bloc regular de papel, encuadernado en espiral, abierto a una página en la que ella había escrito. —Dámelo, Ben.

El anotador no era nada especial, pero era evidente que su agarre sobre este la estaba incomodando. Si hubiera sido cualquier otra mujer en el planeta, lo habría entregado enseguida. Pero no lo hizo. Ella estrechó sus agudos ojos color avellana hacia él mientras agitaba sus impacientes dedos. —Es solo mi lista de la compra. Lista de la compra su culo. Era una lista de nombres, y había un Ben en ella. —¿Este soy yo? —Vaya —dijo ella—. ¿Demasiado egocéntrico? —Dice Ben. —No, no lo hace. —Intentó agarrarlo de nuevo, pero si había una cosa que vivir en países del Tercer Mundo hacía por ti era darte instintos rápidos. —Mira aquí —dijo, señalando el ítem número cuatro—. Ben. —Es Ben y Jerry. Helados —le informó—. Taquigrafía. Dame la maldita libreta. Hmm. Él podría haber estado dispuesto a creer en ella, excepto que estaba ese ligero pánico en su mirada, el que no había podido ocultar lo suficientemente rápido. Enderezándose, hojeó los nombres y se dio cuenta de que reconocía algunos. —Cathy Wheaton —dijo, frunciendo el ceño—. ¿Por qué recuerdo ese nombre? —No lo haces. —Enderezándose también, Aubrey trató de arrastrarse por su cuerpo para alcanzar el bloc. Ben no estaba muy avergonzado de admitir que le gustaba eso. Mucho. Su chaqueta estaba abierta. Frustrada, apuñó una mano en el material de su camisa, justo sobre su corazón. —Maldita sea, Ben… —Espera… lo recuerdo —dijo, haciendo una mueca de dolor, ya que ahora tenía unos cuantos vellos del pecho en un fuerte agarre—. Cathy… estaba en el grado entre nosotros, ¿verdad? ¿Un poco flaca? De acuerdo, muy flaca. Buena chica. Manteniendo su agarre, Aubrey se quedó inmóvil como una piedra, y Ben la observó cuidadosamente. Sí, tenía razón sobre Cathy, y volvió a la lista. —Señora Cappernackle. —La miró de nuevo—. ¿La bibliotecaria?

Con su mano libre, Aubrey sacó su teléfono del bolsillo y miró puntualmente al mismo tiempo. Ignoró esto, porque una vez que su curiosidad se había despertado, era como un perro con un hueso, y su curiosidad estaba definitivamente alerta. —Sue Henderson —hizo una pausa, pensando. Recordando—. ¿No era tu vecina cuando estabas creciendo? ¿Esa perra fiscal de distrito que te arrestó cuando pusiste colorante de alimentos en su piscina y se volvió es verde? Los ojos de Aubrey eran fascinantes. Fuego avellana. —Dame. Mi. Lista. Oh, demonios, no, esto solo se estaba poniendo mejor… —¡Ouch! Ella había retorcido el agarre que tenía sobre su camisa, arrancando los pocos vellos que había apuñado. También consiguió un mejor agarre del anotador por lo que ahora estaban en un tira y afloja de este. —Podrías simplemente decirme de qué se trata —dijo. —No es de tu incumbencia —dijo ella, luchando contra él—. De eso se trata. —Pero es asunto mío cuando llevas una lista con mi nombre. —¿Sabes qué? Googlea el nombre Ben y verás cuántos hay. ¡Ahora suelta! —exigió, justo cuando se abría la puerta de la floristería y un oficial uniformado salía. Luke, con su impecable sincronización, como siempre. Mirando la pelea ante él, levantó una ceja. —¿Qué pasa, muchachos? —Oficial —dijo Aubrey, con una voz fría y ojos aún más fríos, mientras quitaba el anotador de los dedos de Ben. Lo metió en su bolso, cerró el cierre, y jaló de este sobre su hombro—. Este hombre… —se interrumpió para apuntar un dedo en dirección a Ben, como si hubiera alguna pregunta sobre a qué hombre se refería—, me está molestando. —El querido alborotador de Lucky Harbor, Ben McDaniel, ¿te está molestando? —Luke sonrió—. Podría arrestarlo por ti. —¿Podría tal vez solo dispararle? —preguntó esperanzada. La sonrisa de Luke se amplió mientras le daba a Ben una mirada especulativa.

—Claro, pero habría un montón de papeleo, y odio el papeleo. ¿Qué tal si simplemente lo golpeo un poco? Aubrey lucía como si esa idea funcionara para ella. Ben le dirigió una larga mirada de acero, y ella puso los ojos en blanco. —Oh, no importa. —Aun abrazando su bolso, se volvió, abrió la librería, y desapareció dentro, cerrando la puerta de un portazo detrás suyo. —Pensé que la tienda estaba cerrada —dijo distraídamente el pecho donde faltaban esos pocos vellos.

Ben,

frotándose

—Lo estaba —dijo Luke—. El señor Lyons es su tío, ella le alquiló el lugar y reabrió la tienda. Ha ido con una abertura parcial por ahora porque necesita los ingresos de la tienda, pero quiere tener una gran apertura cuando las renovaciones están terminadas. —¿Cómo sabes tanto? —preguntó Ben. —Porque lo sé todo. Y porque el señor Lyons llamó. Necesita un carpintero, entonces le di tu número. —¿El mío? —preguntó Ben. Luke se encogió de hombros. —Todos en la ciudad saben que eres bueno con un martillo. —Sí. —Sonó el teléfono de Ben, y miró el número local desconocido. Luke también miró. —Ese es él —dijo—. El señor Lyons. Ben resistió el impulso de hacer lo habitual y golpear la tecla IGNORAR. —McDaniel —respondió. —No digas que no todavía —dijo de inmediato el Sr. Lyons—. Necesito un carpintero. Ben le echó una mirada a Luke. —Eso he oído. No soy carpintero. Soy ingeniero. —Sabes muy bien que antes de que te volvieses oscuro, misterioso y melancólico eras muy hábil con un conjunto de herramientas —dijo el Sr. Lyons. Luke, que podía oír la voz resonante del señor Lyons, sonrió como el gato Cheshire, y asintió, señalando a Ben. Ben lo despachó con un gesto. Una mujer mayor que conducía por la calle bajó su ventanilla y se quejó hacia él. La saludó en disculpa, pero ella solo agitó su dedo huesudo hacia él.

—¿Por qué no contrata a Jax? —Le preguntó a Lyon—. Es el mejor carpintero del pueblo. —Tiene una fila de clientes desde Lucky Harbor hasta Seattle, y no quiero esperar. Mi sobrina Aubrey necesita ayuda para renovar la librería, y necesita a alguien bueno. Ese eres tú. Ahora sé muy bien que ella no puede costearte, así que estoy pagando, en memoria a mi dulce Gwen. Bueno, mierda. —Oh, y no le des la factura a Aubrey —dijo Lyons—. No quiero que se preocupe acerca de eso. Está pasando por algunas cosas, y quiero hacer esto por ella. Por mis dos chicas.

Ah, demonios, pensó Ben, sintiendo que se ablandaba. Él era tan tonto. —Debería pedirme un presupuesto —dijo. —Confío en ti. Jesús. —No debería —dijo Ben con firmeza—. Usted… —Solo comienza el maldito trabajo, McDaniel. Estanterías. Pintura. Colgar cosas. Mover unas cuantas paredes, lo que sea que ella quiera. Dijo algo sobre el lugar siendo demasiado cerrado y oscuro, así que resuélvelo. Voy a hacer un crucero de un mes con mi nueva chica, Elsie, y necesito saber antes de irme. ¿Estás dentro o no? Ben quería decir que no. Diablos, no. ¿Estar encerrado en esa librería con la hermosa y perra Aubrey por días y días? La realidad de eso no se le escapó. Si hacía esto, seguramente uno de ellos mataría al otro antes de que se terminara el trabajo. —¿Ben? —Sí —dijo, de cara a lo inevitable—. Lo haré. Si sobrevivía era otra cosa completamente diferente.

Capítulo 3

D

os días después, Audrey abrió su librería brillante y temprano, para gran molestia de Gus. A él le gustaba dormir dentro. Ignorando la mirada sucia del gato curtido, se tomó un momento para simplemente mira alrededor. A pesar de sus esfuerzos, la tienda todavía era demasiado cerrada y llena de cosas. Quería darle amplitud moviendo las estanterías contra las paredes y agregando una estación de café y té. Definitivamente un cibercafé y una cómoda zona de asientos para una variedad de clubes de lectura y sociales que alojaría aquí. Quería que fuera más espacioso. Soleado. Brillante. Y Dios, por favor, exitoso… Media hora después, dio la bienvenida a sus primeros clientes del día; una furgoneta de adultos mayores. Había convencido al centro de personas de la tercera edad para que los trajera hasta aquí dos mañanas a la semana para su club del lectura. —Oye, chicuela —dijo el señor Elroy, apoyándose pesadamente en su bastón. Estaba décadas más allá de la crisis de la mediana edad, pero aun así lograba ser todo un lotario en el centro de ancianos—. ¿Qué pasillo tiene las cosas sexuales? Se refería a los manuales de cómo-hacerlo. Anticipándolo, había escondido todos y cada uno de los libros sobre sexo en el estante inferior del pasillo de autoayuda. Nadie iba nunca a ese pasillo. —Lo siento —dijo—. No tengo ninguno. —¿En serio? ¿Nunca nadie te ha dicho que el sexo vende? El señor Wykowski había venido detrás del señor Elroy. —¿Necesitas un manual? —le preguntó al señor Elroy—. Todo lo que necesito es una pequeña pastilla azul. Y así pasó la mañana. Cuando los adultos mayores se habían ido, apareció un autobús lleno de niños, ya que Aubrey también había hecho un trato con la primaria. Los niños lograron encontrar los manuales de sexo. Por suerte, Aubrey fue rápida en tomar y confiscar el material de lectura explícito antes de que un libro fuera abierto. Para el momento en que se fueron, estaba agotada. La semana

pasada, había aprendido varios hechos vitales. Uno: Las personas mayores y los niños eran muy parecidos. Y dos: no estaba haciendo suficiente dinero para esto. Para la hora del almuerzo, volvía a soñar despierta sobre la parte de “bean” de Book & Bean. Ahora mismo estaba usando una esquina trasera, que era realmente un armario de almacenamiento, para hacer té y café. Quería quitar la puerta y la pared y reemplazarlas por un mostrador curvo, hasta la cintura, que crearía un nicho de café y lectura. Comió un sándwich mientras buscaba en internet taburetes de bar asequibles para el lugar. Pero por ahora, casi todo lo que quería estaba fuera de su presupuesto. Sabía que podía pedirle ayuda a su padre, pero tendría que atragantarse con su propio orgullo para llamarlo, y no era buena en eso. Así que, en lugar de eso, había ido a la ferretería local y compró un libro sobre renovación. Lo había leído de principio a fin y pensó que podía lograr algunas de las cosas fáciles por su cuenta. Planeaba arrancar el armario ella misma, y había traído la palanca del maletero de su auto para hacer precisamente eso. Claramente, sería mucho más fácil absorberlo y llamar a su papá, pero rara vez tomaba el camino fácil. Sus padres se habían divorciado cuando tenía diez años y su hermana, Carla, ocho. Su padre, William, cirujano ortopédico jubilado, ahora era consultor, pero aun así tenía dificultad para hablar con simples mortales. No su mamá. Tammy era una ex reina de la belleza trabajando como manicurista en el salón de belleza local, y le encantaba hablar. En el divorcio, ella había conseguido a Aubrey, y William se había llevado a la niña prodigio, Carla. Un acuerdo de custodia poco ortodoxo, pero le permitió a la pareja divorciada mantenerse alejada uno de otro y evitar argumentos. También había alejado a Aubrey de su padre, quien recientemente volvió a casarse y tenía dos nuevas hijas ahora. Además, Carla había seguido sus pasos y estaba en su primer año de residencia en el hospital, dirigiéndose hacia la misma brillante trayectoria profesional que su padre. Y luego estaba Aubrey. Vivir con Tammy había significado que la presión por una universidad de la Ivy League y una carrera médica estaban fuera de la mesa, pero había habido otras presiones. Tammy había sido la máxima reina de la belleza y se había convertido en una madre reina de la belleza, anotando a Aubrey en cada concurso de belleza y concurso de talentos que pudiera permitirse. Había habido muchos, al menos hasta que Aubrey había envejecido lo suficiente como para poner sus pies en el suelo y negarse a ponerse una tiara más. Había tenido trece años cuando eso sucedió. Fue entonces cuando comenzó la presión para ser modelo, pero después de unas pocas audiciones desastrosas, incluso Tammy se había visto obligada a admitir la derrota. No que hubiera renunciado a presionar a Aubrey sobre la importancia de la belleza, el color correcto del lápiz labial, y la postura. Aubrey

había tomado cada clase de baile conocida por el hombre y también fue a la escuela de elegancia. Sí, realmente había una escuela para eso. Su madre había tenido que trabajar en dos empleos para pagar todo, pero estaba feliz de hacerlo. O al menos, eso había clamado todas las noches cuando regresaba a casa, se quitaba los zapatos y colgaba exhausta del sofá.

Cariño, ¿podrías hacerle a mamá un gin tonic? Aubrey había odiado esas clases. Odiado. Pero su madre había renunciado a tanto por ella, que ella lo había hecho. Había aprendido tempranamente cómo arreglarse, caminar con un libro grueso encima de su cabeza, incluso si prefería leerlo, y lucir lista para la cámara en quince minutos. Y a pesar de sí misma, incluso había logrado obtener una licenciatura en estudios liberales de una institución en línea. Tenía los préstamos de la matrícula para probarlo. La última vez que había hablado con su papá, la había interrogado como si fuera una niña de tres años de edad. —¿Una librería, Aubrey? ¿Hoy en día? ¿Por qué no encuentras un mejor uso de tu dinero, por ejemplo, triturándolo? Pero le encantaban los libros. Tal vez no era exactamente la típica devora libros, pero podía citar poemas de Robert Louis Stevenson, y amaba los de misterio. Siempre había sido una gran lectora, de cuando era niña y había venido aquí después de la escuela. Su tía le servía té y galletas y dejaba que Aubrey se acurrucara en un rincón y fuera libre de preguntarse por qué no era lo suficientemente buena como para ser querida por su propio padre, libre de la presión de su madre para verse perfecta y ser algo que no era. Libre de tratar de encajar en la escuela y fracasar. En ese entonces, se había amontonado aquí en este cálido lugar e inhalaba libros para escapar. Había comenzado con los clásicos, pero rápidamente había encontrado los de suspenso y terror, los que todavía le encantaban. Pero en ese entonces, estar aquí, quedarse en paz y tranquilidad… había sido su idea del cielo. Y tal vez, solo un poco, reabrió la tienda con la esperanza de encontrar el mismo lugar seguro para acurrucarse y lamer sus heridas. No exactamente la razón más inteligente para abrir una librería. Sabía mejor que nadie que los recuerdos y el sentimiento no formaban parte de un plan de negocios, y ese negocio ciertamente no debería ser dirigido desde el corazón. Pero Aubrey rara vez, si hubo alguna vez, había operado desde su corazón, y no la había llevado a ningún lado. Tiempo de intentar algo nuevo. La librería era la cosa nueva número uno. Su lista era la número dos.

La puerta de la tienda se abrió, y Aubrey sonrió a la mujer que entró. —¿Puedo ayudarte? —Estoy buscando algo de ficción. Ficción histórica. En una corta semana, Aubrey había aprendido que la “ficción histórica” no solía significar los clásicos. En su lugar, casi siempre significaba la sección de romance. Señaló el camino y, unos pocos minutos más tarde, vendió una copia de la trilogía de

Cincuenta Sombras. Durante un descanso en la tardecita en el negocio, Aubrey fue a trabajar en demoler el armario de pared. A mitad de camino, sonó la campana de la puerta. Naturalmente. Se quitó el polvo, se movió a la vista justo cuando otra mujer entró. —Estoy buscando algo para llevarme en las vacaciones la próxima semana —le dijo a Aubrey. —¿Qué te gusta leer? —Oh —dijo—, un poco de todo… Aubrey sabía que esto también significaba la sección de romance, así que señaló el camino de nuevo. La mujer se acercó y susurró: —¿Tienes ese libro Cincuenta Sombras? Y tal vez… ¿cubiertas de libros? Aubrey había vuelto a intentar demoler la pared trasera cuando la campana sonó de nuevo. Una mujer entró con sus tres niños pequeños y uno de esos perros pequeños que parecían una rata ahogada en su bandolera. La cosa estaba ladrando como si su vida estuviera en peligro mortal. Desde su posición en un rincón debajo de las escaleras, Gus, tres veces más grande que el perro, gruñó bajo en su garganta. El perro se calló de inmediato. Probablemente aterrorizado de que el gato fuese a sentarse sobre él. Aubrey le dio a Gus una mirada de advertencia. Habían tenido esta charla. No habría arañazos a los clientes, incluso los de cuatro patas. Gus se alejó con sus piernas rígidas, su cola agitándose en el aire. Aubrey extendió su mano y acarició la cabeza del perrito, y él se empujó más cerca para obtener más. Durante casi toda su vida, había querido un perro, preferiblemente un cachorro de una raza grande. Había suplicado y suplicado su caso, pero su padre, antes del divorcio, siempre había sido firme.

Los cachorros hacen ruido. Los cachorros hacen lío. Nada de cachorros, siempre lo había dicho. Siempre. Por un tiempo, Aubrey había creído que podría conseguir que cambiara de opinión. Incluso había rescatado a un perro una vez y lo había traído a casa, convencida de que su padre no podría rechazar a un extraviado. El cachorro se había ido al día siguiente. —Los dueños vinieron y lo consiguieron —había dicho su padre—. Está viviendo en una granja en el país. Después que su madre se hubiera divorciado de su padre, Aubrey había ido a trabajar en ella. Tammy amaba a los perros y estaba a bordo. Pero habían vivido en un edificio hostil para mascotas, y eso nunca había cambiado. Aubrey nunca había obtenido su cachorro. Y ahora tenía un gato gordo y viejo llamado Gus. Su clienta, que lucía hostigada y agotada, envió a los niños a la sección para chicos y sonrió débilmente hacia Aubrey. —¿Qué me recomendarías para leer? —¿Qué te gusta? —Cualquier cosa. Aubrey asintió. Había descubierto que esto rara vez era realmente cierto: de hecho, generalmente significaba que la persona no era un lector en absoluto. —¿Cuál es el último libro que leíste y disfrutaste? —preguntó, buscando una pista por si se equivocaba. —Uh… no lo recuerdo. No, no se equivocaba. Aubrey la dirigió al último de Nicholas Sparks. Después de la venta, regresó a la demolición. El otro día, había puesto un cubo de libros justo afuera de la tienda. Eran usados en buen estado, libros de cocina, enciclopedias y no ficción miscelánea. Los libros de cocina habían desaparecido casi de inmediato. Los otros libros todavía estaban allí, y a pesar del hecho de que tenía un letrero de GRATIS, todos los días al menos una persona asomaba la cabeza en la puerta y gritaba: —¿Son realmente gratis? Hoy fue un joven de veintitantos con gorra de esquí, chaqueta de botones, pantalones cortos de patinador amarillo brillante, y gafas de sol redondas de

color púrpura, a lo John Lennon. Mikey había estado un par de años detrás de Aubrey en la escuela, y por el aspecto de las cosas, todavía era un completo tonto. —Amigo —dijo—. ¿Estos libros son realmente gratis? —Sí —le dijo ella. Levantó una ceja, y examinó la tienda. —Entonces… ¿todo es gratis? —No. —Ok. Gracias, amigo. Al final del día, Aubrey hizo un recuento de las ventas, consiguió almacenar y ordenar los recién llegados del día, y cerró. Al ver las luces encendidas en la floristería, pasó dos locales y llamó a la puerta trasera. Ali abrió, usando una camiseta, jeans, un delantal y muchos pétalos de flores. Sonrió y tiró de Aubrey dentro. —Llegas justo a tiempo. Leah trajo sus sobras, y estoy a punto de comerlas todas sola. Leah operaba la panadería entre la librería de Aubrey y la floristería de Ali. Ella estaba sentada en el mostrador cerca del espacio de trabajo de Ali, lamiéndose el chocolate de los dedos. —Mejor apúrate —dijo—. Ali no estaba bromeando. Hay dos tipos de personas aquí, las rápidas y las hambrientas. Sin necesitar que se lo dijeran dos veces, Aubrey se dirigió hacia la caja de la panadería y se sirvió un mini croissant de chocolate. Nadie los hacía como Leah. —Oh, Dios mío —dijo en un gemido después de su primer bocado—. Tan bueno. He estado rompiendo esa pared trasera y me muero de hambre. —Te odio —dijo Leah. Aubrey se quedó inmóvil y, por un hábito de vida de esconder sus sentimientos, educó sus rasgos en una expresión fresca que sabía que a menudo se confundía con malicia. —¿Qué? —¿Acabas de trabajar durante horas sin mancharte con suciedad? Aubrey se miró. —Bueno… —Y tu cabello está perfecto —interrumpió Ali, observando el aspecto de Aubrey—. Odio eso de ti.

Leah asintió. Ambas tenían negocios que funcionaban con los números en negro, novios ardientes que las amaban locamente, y sus vidas encaminadas. Y estaban celosas. De ella. Era justo el mejor cumplido que podían hacerle, y volvió a respirar. Debería haber sabido que no estaban siendo malas, ninguna de las dos tenía ni medio hueso de maldad en su cuerpo. —Un hábito de toda la vida —dijo—. Estar perfecta. Leah rio y ofreció otra golosina de la caja de la panadería. —Al menos podrías ponerte fornida. O un poco sucia, solo de vez en cuando. —Normalmente no me ensucio. Ali sacudió su cabeza. —De vuelta a odiarte, Wellington. Aubrey sonrió ahora y alcanzó el último mini croissant al mismo tiempo que Ali. —Lucharé por completo contigo por este —dijo ella. Ali sonrió. —Podría patearte tu trasero flaco, pero como el croissant solo irá directamente a mis caderas, es todo tuyo. Aubrey le dio un mordisco al croissant, se lamió los dedos y luego sacó su portátil de su bolso. —Finalmente conseguí internet y estoy tratando de decidir cómo nombrar mi Wi-Fi. Estoy desgarrada entre Camioneta Seguridad FBI y El tipo en tu árbol. ¿Alguna opinión? Leah resopló leche con chocolate por la nariz. —¿Qué hay de Paga por tu propia señal de Wi-Fi, Tacaño? —preguntó Ali. Se rieron por unos minutos, limpiaron sus migajas de croissant, y luego Leah dejó caer la bomba. —Escuché sobre Ben —dijo ella. Aubrey casi deja caer su computadora portátil. —Um… ¿qué? —Su corazón estaba tronando, pero estaba diciéndose a sí misma que no podían saber. Nadie lo sabía. Ni siquiera el mismo Ben. Leah estaba mirándola extrañamente.

—Todo el asunto de lanzar tu bebida en su cara en el Love Shack la otra noche —dijo. Oh, eso. Aubrey se relajó. —Fue un accidente. Estaba apuntando a Ted. —Ella miró de reojo a Ali porque una de las cosas más insulsas y tontas que Ted había hecho era dormir con Ali y Aubrey mientras dejaba que cada una pensara que estaba soltero. Y no habían sido las únicas mujeres a las que les había hecho eso, tampoco. Aubrey se había recuperado rápidamente porque… bueno, sabía que los hombres eran idiotas. Ali había sido lanzada a un bucle emocional y, recordando claramente eso, sonrió sombríamente. —Espero que hayas pedido un segundo trago y corregido tu error. Aubrey negó con la cabeza. —Me… confundí. —¿Tú? —preguntó Ali—. Enojada, sí. ¿Pero confundida? Eso no es como tú. Sí, Aubrey era muy buena en la fachada de chica dura. Pero una vez más, había tenido una vida de práctica. —Es difícil mantener la compostura cuando arrojas una bebida en la cara del tipo equivocado. —Y no cualquier tipo equivocado —dijo Leah con una sonrisa—. Ben McDaniel. El hijo favorito de Lucky Harbor. ¿Cómo lo tomó? Aubrey sacudió su cabeza ante el recuerdo. —Ni siquiera se inmutó. —Él no lo haría —dijo Leah—. Es bastante rudo. No siempre había sido así. En la escuela, había sido el primero en meterse en problemas, pero había estado buscado diversión, no tan problemático. Incluso a través de la universidad. Después de eso, había sido ingeniero para la ciudad y había llevado una vida agradable y normal. Luego su esposa murió y él se había ido como un murciélago del infierno, viviendo una vida de adrenalina y peligro como si la culpa del sobreviviente hubiera impulsado cada uno de sus movimientos. —Fue su trabajo —dijo Leah—. Vio e hizo cosas que lo cambiaron. Ali estaba observando a Aubrey con cuidado. —Tal vez deberías tratar de compensarlo.

Aubrey podía ver cierta luz, una luz de emparejamiento, en sus ojos, así que se dirigió hacia la puerta. —¿A dónde vas? —preguntó Leah. —Cosas para hacer. —O eres una gallina —gritó Ali con una carcajada. O eso… Pero la verdad era que Aubrey no era una gallina. Era realista. Nada pasaría, o podría pasar, alguna vez entre ella y Ben. No importa cuánto pueda desear secretamente lo contrario. Dos minutos después, estaba en su auto. Era hora de enfrentar los nombres en su lista. Primero de todo estaba su hermana, Carla. No eran cercanas. Crecer en dos hogares separados había hecho eso. Vivir con padres que no se hablaban había hecho eso. Que a Carla le dijeran que había conseguido toda la inteligencia había hecho eso. Pero hace ocho años, Carla había necesitado un favor. Se había encontrado con la necesidad de estar en su trabajo al mismo tiempo que necesitaba firmar algunos documentos para aceptar una muy importante pasantía, así que le había pedido a su hermana parecida que fuera a firmar por ella. Aubrey había estado trabajando su trasero a tiempo completo y tratando de mantener el horario escolar a tiempo completo también. Aubrey, ocupada, agotada, hambrienta y, ciertamente, perra, había aceptado el favor, incluso aunque sabía que sería un verdadero problema llegar allí a tiempo. Ella había salido un poco más tarde de lo que debería haber salido, quedó atrapada en el tráfico, llegó tarde y perdió la pasantía de Carla. Carla se había visto obligada a pedirle a su padre que interviniera, y aún no había perdonado a Aubrey. Suspirando ante el recuerdo, Aubrey estacionó en el hospital donde Carla trabajaba y preguntó por su hermana en la recepción. Aubrey se mantuvo fresca en sus tacones durante veinticinco minutos, aunque cuando Carla finalmente apareció en el área de la recepción en bata y un abrigo de médico con un estetoscopio alrededor de su cuello, parecía realmente agotada y sorprendida. —Hola —dijo—. ¿Qué pasa? ¿Mamá? —Todo está bien —dijo Aubrey—. Solo quería hablar contigo. Carla asintió, pero le dio a su reloj una mirada rápida, no tan discreta. —¿Acerca de? Aubrey inspiró profundamente y luego lo dejó ir.

—¿Recuerdas la vez que me pediste un favor y lo arruiné? La mirada de Carla se movía por la habitación, observando a las personas que esperaban ser llamadas por varios departamentos del hospital. —Ujum. —Bueno, quiero disculparme —dijo Aubrey—, y encontrar una manera de compensarte. Carla volvió a mirar su reloj. —Espera, ¿por qué era esto otra vez? —Por la única vez que la cagué —dijo Aubrey un poco apretada. La mirada de Carla se posó en Aubrey entonces, ahora un poco divertida. Sacó una barra de proteína de su bolsillo y le ofreció la mitad a Aubrey, pero como parecía de cartón, Aubrey sacudió su cabeza. —Fue cuando se suponía que tenía que firmar esos documentos para tu pasantía —dijo—. Y llegué tarde. Carla masticó su barra de cartón. —Oh, es cierto. Probablemente estabas ocupada con mamá, peinándose y haciéndose las uñas. Esa fue tu vida, ¿verdad? Vestirte y ser la reina de la belleza, mientras que yo tenía que ir a la escuela más difícil y estudiar todo el tiempo. Aubrey había estado operando bajo el supuesto de que ella era la hermana celosa. Y estaba muy celosa y siempre lo había estado, porque Carla lo había tenido todo: cerebro, el gran y lujoso título de médico, sin mencionar el orgullo y la adoración de su padre. Pero al alimentar a su monstruo verde a lo largo de los años, de alguna manera se le había escapado a su atención que Carla podría haber estado celosa también. No sabía qué hacer con eso. —Perdí la pasantía —dijo Carla—. Y tuve que esperar un año entero para tener otra oportunidad. Papá estaba en una posición atada. Él había establecido la entrevista en primer lugar. Dijo… —se interrumpió, claramente moderándose a sí misma. —¿Qué? —preguntó Aubrey—. ¿Él dijo qué? —Que había actuado como tú. Aubrey absorbió el golpe inesperado y asintió. —Bueno, entonces, imagino que estuvo bastante complacido de saber que fui yo quien la cagó y no tú.

La sonrisa de Carla era frágil, y Aubrey se preguntó si ella también sonreía así. —Nunca se lo dije —dijo Carla—. ¿Cómo podría? Había continuado y hablado sobre cómo estabas cambiando, cómo estabas madurando. Cómo yo podría contar contigo. Aubrey se estremeció. —Lo siento —dijo en voz baja—. Me gustaría compensarte. Carla se echó a reír. —¿Cómo? ¿Cómo podrías hacer eso? —No lo sé —dijo Aubrey—. Todavía nos vemos como gemelas. Tal vez tengas otro conflicto de interés, y yo podría… —¿Qué? ¿Operar por mí? ¿Conocer a un paciente y discutir el tratamiento? Aubrey se encontró con los ojos de su hermana. Eran de color avellana, como los suyos, magnificados ligeramente por las gafas que Carla había usado desde la escuela primaria. Solo añadían a la imagen de inteligente. No iba a conseguir perdón; podía ver eso ahora. Y probablemente no se lo merecía de todos modos. —No —dijo en voz baja—. No puedo hacer ninguna de esas cosas. Ambas sabemos eso. Y ahí estaba el problema. La gran falla en su gran plan; y siempre había una falla. No sabía cómo hacer las cosas bien. Y, de todos modos, ¿quién la perdonaría? Ciertamente no merecía perdón. Aferrándose a la desesperación que este pensamiento trajo, se dio la vuelta para irse. Carla no la detuvo. Estaba oscuro cuando regresó a Book & Bean, y se detuvo en seco justo fuera de la puerta. Había cerrado cuando se fue y apagado las luces. Pero la puerta estaba abierta ahora, y las luces estaban encendidas. Se quedó quieta, luego sacó su teléfono y marcó 911. No presionó la tecla, pero mantuvo su pulgar sobre LLAMAR. Dando un paso dentro, hizo una pausa. —¿Hola? —Hola. La voz baja y ligeramente áspera no era lo que hacía latir su corazón. Ese honor era para el hecho de que había un hombre en una escalera en la parte trasera de su tienda. Ben.

Estaba en jeans, llevando un cinturón de herramientas colgando bajo en sus caderas, su camiseta se pegaba a él. Parecía un poco irritado, un poco sudoroso, y solo mirándolo, Aubrey se puso muy acalorada e incomodada en lugares que no tenían por qué estar acalorados e incómodos por este hombre en absoluto. —¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó. —Trabajo aquí. —¿De qué estás hablando? Sal. —Lo siento, Rayo de Sol. —Ni siquiera la estaba mirando, pero estaba usando una especie de herramienta tipo garra larga para tirar hacia abajo una placa del techo sobre la pared en la que ella había estado trabajando. Y su herramienta funcionaba de mejor manera que la suya. Sus movimientos eran ágiles y sorprendentemente elegantes para un tipo de su tamaño. No que fuera abultado de cualquier manera. No: ese cuerpo alto y construido era todo músculo delgado y resistente, y gritaba poder. Y con cada sutil movimiento, su cuerpo dejaba en claro que sabía exactamente qué hacer con todo ese poder. —El dueño de este edificio me contrató —dijo—. Dijo que estabas haciendo un desastre de cosas porque tu orgullo era más grande que tu billetera. Esto la tomó por sorpresa, tanto el insulto como la información. —Mi tío es el dueño de este edificio —dijo ella. Él sonrió débilmente. —Sí. Feliz cumpleaños. —No es mi cumpleaños. —Entonces, feliz día de tienes-un-gran-tío. Sacó su teléfono y marcó el número de su tío. —Se fue a un crucero de un mes con Elsie —dijo Ben. Maldición. Eso era verdad. Recientemente había comenzado a salir de nuevo y estaba viendo a la abuela de Leah, Elsie. Aubrey arrojó su teléfono y bolso a un lado y se puso manos en las caderas, emitiendo la vibra de intimidación que funcionaba con casi todos. Excepto, aparentemente, Ben, quien ni siquiera le prestó atención. En cambio, se agachó con esa herramienta de garra en su mano. —Sostén esto un minuto —dijo. ¿Estaba bromeando? —No recibo órdenes tuyas.

—Imagino que no, ya que no sabes el significado de recibir órdenes. Ella abrió su boca, pero antes de que pudiera hablar, él le dio una ligera sacudida a la herramienta en su dirección. El movimiento estaba lleno de tanta autoridad y demanda innata que caminó hacia él para tomar la cosa antes de que se diera cuenta de que sus pies se estaban moviendo. Era pesada, y la dejó caer a su lado mientras él se levantaba con nada más que sus bíceps y desaparecía. Ella miró fijo hacia el espacio arriba. —Oye. Él no respondió, y ella se preocupó. —¿Ben? Hubo una ligera lluvia de escombros, y luego estaba de regreso, bajándose del agujero como un Vengador, con los músculos del hombro, brazo y espalda abultados y definidos mientras caía con agilidad a sus pies. Ella dejó escapar un suspiro. Él se limpió las manos y se volvió, entonces casi tropezó con Gus. Miau. —Cuidado —dijo Aubrey—. No le gusta… Ben se agachó y acarició al gato. Gus se dejó caer sobre su espalda con un gruñido, exponiendo su vientre para una caricia. —… ser tocado mucho —finalizó Aubrey, y luego puso los ojos en blanco mientras Gus absorbía el afecto de Ben, incluso enviándole a Aubrey una mirada de “está celosa” desde ojos de hendidura. Su gato era un hombre. Cuando Ben se levantó de nuevo, miró a Aubrey por primera vez. El más breve de los ceños fruncidos brilló en su rostro. Todavía sucio, todavía un poco húmedo, y todavía como total sexo en un palo, tomó un paso hacia ella Pensando que quería la herramienta, se la tendió. Pero no la agarró. En cambio, entró en su espacio personal y la apretujó tanto física como mentalmente. —¿Qué pasa? —preguntó.

Capítulo 4

S

i Ben sabía algo sobre Aubrey Wellington, era que era una clienta fría, dura, y ruda.

Una vez la había visto mirar a un grupo completo de chicas malas en la escuela sin miedo, al menos a la vista. Ella no retrocedía mucho. Pero retrocedió de él y se giró para que no pudiera verle la cara. Ella definitivamente no estaba en su juego en este momento. De hecho, si no se equivocaba, había estado… ¿llorando? Incapaz de imaginar lo que podría haberla sacudido tanto, mucho menos llevarla a las lágrimas, se acercó para quitarle la herramienta, tirándola a un lado cuando la giró para enfrentarlos. —Has estado llorando. —Ella miró hacia otro lado. Él puso un dedo debajo de su barbilla y llevó su rostro hacia el suyo—. Has estado llorando —dijo de nuevo. Ella soltó un suspiro y le dio una palmada en la mano. —Eres un hombre. Se supone que no lo notas —dijo. Dio otro paso hacia ella, y no tenía idea de por qué. Tal vez porque esos usualmente afilados ojos color avellana eran suaves ahora. Suaves y tal vez incluso calientes. Estaba vulnerable, y estaba provocando un instinto loco en él por tratar de calmarla o consolarla. Y luego estaba el hecho de que él claramente la había afectado. Cuando se había acercado, su respiración se había enganchado de modo audible. ¿Conciencia? ¿Frustración? ¿Irritación? Una combinación de todo ello, sin duda, pero se encargaría de su habitual indiferencia. —Habla conmigo, Aubrey. Ella soltó un sonido que podría haber sido una risa o un sollozo, y sus ojos se pusieron sospechosamente brillantes. —Solo tengo algo en mi ojo, eso es todo. Había pasado su formación adolescente bajo la autoridad de su tía Dee, quien había llorado por todo. No le gustaban las lágrimas de una mujer, pero no lo asustaban. Esperó su salida con una mirada aguda.

Ella respiró hondo y le puso las manos en el pecho. El toque le dio una sacudida de pura electricidad que lo aturdió. No tenía idea de dónde venía esta tensión sexual, pero le gustaba. No tuvo la oportunidad de averiguarlo antes de que ella le diera un pequeño empujón que en realidad fue más como un empujón. Él no se movió, y esta vez no hubo ningún error en el sonido que ella hizo. Puro temperamento. —Me estás respirando encima —espetó, y caminó más allá de él, golpeándolo en el hombro con la fuerza suficiente para hacerle sonreír. Sea cual sea su problema, ya no sentía ganas de llorar, lo cual le funcionaba. —No puedo costearte —dijo ella. —Tu tío está pagando. Lo que sea que necesites. Eso hizo que su paso vacilara por un breve segundo, pero se contuvo. Luciendo tocada, dijo: —Voy a reintegrarle el dinero. —No es mi asunto. Ella se dirigió a la mesa de trabajo improvisada que él había instalado. Dos caballetes con un pedazo de madera contrachapada a través de ellos. Había desenrollado el conjunto de planos que había elaborado basándose en lo que el señor Lyons le había dicho que tenía que hacerse. Era un trabajo bastante grande, en realidad, uno que lo haría alejar su mente de su propia vida por un tiempo. Justo lo que necesitaba. Aubrey se quedó mirando los planos durante un largo momento. —Esto está mal —dijo, señalando la estantería—. Quiero estantes abiertos, de un metro veinte centímetros como máximo, en filas anchas. Y esto. —Ella arrastró sus dedos a través de la media pared que su tío había sugerido romper para abrir la habitación—. Lo quiero abierto. Y aquí… —Golpeó un largo dedo en el área de la pequeña cocina en la parte trasera, que ella había empezado a demoler e hizo un desastre—. Quiero la media pared aquí. —Estantes de media pared limitan severamente el espacio para tu producto —dijo—. Y sin un muro allí… —Le dio un golpecito a su dedo con el suyo, llevándolo al lugar que estaba indicando—. Tu tienda será ruidosa. ¿Y por qué quieres que el área de servicio esté expuesta a tus clientes? —No que sea de tu incumbencia —dijo—, pero esto va a ser más que una librería. Va a ser un lugar de reunión, donde el solitario puede venir y hacer amigos, donde los clubes de libros y los clubes de tejido pueden usar el espacio para sus reuniones, donde bebidas y pastelería puede ser servida fácilmente en cómodos sillones y sofás mientras mis clientes leen.

—¿Cómo pretendes ganar dinero si les permites leer aquí en lugar de comprar? Ella le lanzó una sonrisa sombría que era pura determinación y agallas. —No me digas que no voy a hacer que funcione —dijo—. Porque lo haré. Miró su rostro por un largo momento, luego asintió. —No apostaría contra ti. Ella se quedó quieta, y fue entonces cuando se dio cuenta de lo cerca que estaban uno frente al otro. Tan cerca que podía ver que sus ojos no eran solo una mezcla de marrón y verde; el oro se arremolinaba en sus profundidades también. Si había estado usando cualquier labial, hacía mucho tiempo que lo masticó, dejando su boca carnosa desnuda; y atormentadora. Ella también estaba mirando su boca fijamente, con una expresión que no revelaba nada, pero él habría jurado que había visto el más breve destello de anhelo. —Aubrey. Parpadeó, como si saliera de algún tipo de sueño, y se aclaró la garganta mientras daba golpecitos en los planos nuevamente. —Tendrás que rehacer estos. Sorprendido de lo mucho que de repente quería saborearla, se lo quitó. —¿Cualquier otra cosa que debería saber? —Sí. —Se cruzó de brazos—. Necesito el trabajo terminado para ayer, pero no quiero que el trabajo sea demasiado intrusivo en el negocio. Y también, probablemente sea mejor si nuestros caminos se alejan uno del otro tanto como sea posible. —¿Estás tratando de hacerme enojar, así mantendré mi distancia? — preguntó. —¿Funcionaría? Seguro que debería. Mantener su distancia de Aubrey Wellington era de suma importancia. ¿No es así? De repente, no podía recordar por qué era eso exactamente. Una figura alta apareció en la puerta abierta. Jack. Golpeó dos veces el marco de la puerta y luego apoyó un ancho hombro. —¿Listo? —preguntó a Ben con toda su perfecta sincronización.

Los dos se reunirían con Luke para cenar. Ben se sacudió lo que sea que estaba pasando entre él y Aubrey, aunque hacerlo requirió un esfuerzo sorprendente. —Listo —dijo, y sin otra palabra agarró la sudadera que había dejado envuelta en la parte posterior de un sofá. —Oye —llamó Aubrey—. Nunca me respondiste. —Porque no respondo ante ti, solecito. —Pero sí, sabía que estaría trabajando temprano y tarde para evitar la mayor interacción posible con ella. Jack observó a Ben cerrar la puerta principal de la librería y luego verificar que estuviera bloqueada. —Huh… —dijo. —Huh, ¿qué? —Nada —dijo Jack. —Es algo. —Bueno. ¿Has vuelto hace un mes y ya estás aburrido? Ben se encogió de hombros. —Porque si lo estás —dijo Jack—, necesito ayuda. —¿Con qué? —Como jefe de bomberos, heredé todos esos proyectos favoritos para el ayuntamiento y similares. Y en todas las reuniones mensuales, todos siempre dicen que ayudarán, pero luego no responden a mis llamadas. —¿Qué necesitas? —Todo. Está el centro para mayores… —Paso —dijo Ben rápidamente—. Esas ancianas son infieles depravadas sexualmente. —¿Le tienes miedo a Lucille? Lucille tenía millones de años y había rumores de que había sido la primera persona en habitar Lucky Harbor, en la época de los dinosaurios. Ella todavía estaba en la ciudad, dirigiendo una galería de arte y la fábrica de chismes con igual fervor. —Demonios, sí, le tengo miedo —dijo Ben. —Yo también —admitió Jack—. Está bien, no el centro de ancianos. ¿Qué tal un proyecto en el centro de recreación? Se llama Rincón de Arte —sonrió—.

Debería estar justo en tu callejón. Supervisar manualidades después de la escuela dos veces por semana. —¿Manualidades? —preguntó Ben con incredulidad—. ¿Te parezco un artesano? Jack sonrió. —Eres un constructor de corazón, hombre. Descúbrelo. Los niños realmente necesitan a alguien, y tienes mucho conocimiento que impartir. —Ujum. —Y la directora de la escuela es una morena realmente caliente y soltera. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que has tenido a una mujer caliente mirándote? Alrededor de tres minutos… —Tal vez —dijo Ben sin comprometerse. La parte comercial estaba llena de tiendas, incluida la tienda de comestibles, la oficina de correos, y la gasolinera. Unos parches de nieve y más de unos parches de hielo se demoraban aquí y allí desde la última tormenta. Con la oscuridad había llegado un aire helado que hizo que Ben empujara las manos en sus bolsillos. La temperatura tendía a bajar en el momento en que el sol lo hacía. Cuando Jack habló a continuación, su voz carecía de su buen humor habitual. —Entonces. ¿Aubrey Wellington? ¿De verdad? ¿Estás seguro de eso? —¿Qué pasa con ella? —Sabes qué pasa. Es problemas con P mayúscula. Sí, Jack tenía razón. Ben ya lo sabía. —Dime que entiendes eso —dijo Jack. —Lo entiendo. Hubo un minuto completo de silencio entre ellos mientras continuaban caminando hacia el Love Shack. Pero luego Jack, que nunca había sido realmente bueno dejando nada en silencio, dijo: —Había algo en el aire entre ustedes. —¿Animosidad? —preguntó Ben. Jack se rio. —No exactamente. —Entonces, ¿qué?

Jack se encogió de hombros, pero Ben sabía que este no era necesariamente un encogimiento de hombros que-sé-yo. Porque Jack sabía. Ben también lo sabía. Pero se mordió la lengua. Era natural que lo hiciera, y, además, como bonificación adicional, eso enloquecía a Jack. Jack no podía manejar los silencios más de lo que podía manejar dejar las cosas en paz. Y efectivamente, después de otro minuto, Jack comenzó a silbar. Él no podía silbar, y estaba completamente sordo, lo que significaba que escucharlo silbar era mucho mejor que escucharlo cantar. Pero, aun así, Ben no estaba de humor para ninguna de las dos cosas. Especialmente desde que Jack solo silbaba cuando estaba siendo odioso. Era su propia marca especial de tortura. —Escúpelo —dijo Ben. Jack negó con la cabeza. —Nada que decir. Ben lo miró, pero Jack se quedó en silencio. Era la primera vez. —Solo estoy trabajando en la librería —dijo Ben finalmente. Jack se sopló las manos y se las metió en los bolsillos delanteros mientras seguían caminando. —Sabes muy bien que su tío me contrató —dijo Ben. Jack asintió y cuadró sus hombros contra el viento de la noche. —Y ni siquiera vamos a estar en la tienda al mismo tiempo —dijo Ben. Jack resopló. —Maldita sea. —Impresionado de que sus propias técnicas se hubieran usado contra él, y que funcionaron, Ben se derrumbó como una maleta barata— . Está bien, así que había una extraña vibra entre nosotros. Pero no es nada. —Era mucho más que nada —dijo Jack—. Ustedes prácticamente derritieron el lugar —hizo una pausa—. ¿Tengo que darte la charla de los pájaros y las abejas? Ante eso, Ben tuvo que reír. —Cállate. Perdí mi cereza dos años antes que tú. —Sí, bueno, eras un verdadero gigoló en aquel entonces. Esto era cierto. Ben había descubierto a las mujeres tempranamente. Y luego en la secundaria, se había enredado con la guapa, inteligente y divertida Hannah, y había caído duro. Él la había arrastrado hacia el lado oscuro, y a ella le había encantado. Justo hasta que ella lo había dejado justo antes de la universidad.

Dos años después, se habían encontrado en una fiesta. Ella había crecido mucho, y él también. Se habían vuelto a juntar, y él le había puesto un anillo en el dedo para no volver a perderla. Entonces la había perdido de todas formas cuando un conductor ebrio había cruzado la línea central y había golpeado su auto de frente. No había vuelto a sus malos modos. En su lugar, había renunciado a su trabajo de ingeniería en una oficina y salió de la red con el Cuerpo de Ejército y luego el DOD. Como si leyera su mente, la sonrisa de Jack se desvaneció. —Ha pasado un tiempo para ti. Con una mujer. Sí, había pasado un tiempo. Pero no tanto como Jack pensaba. —He estado con mujeres desde Hannah. Si esto era una noticia para Jack, no lo demostró. —Solo ligues. —Sí —dijo Ben—. Entonces, ¿qué? —Entonces, lo que vi allí en la librería no parecía que fuera un ligue rápido. —Estás equivocado —dijo Ben. Jack se quedó callado un momento. —Nadie te culparía si fueras por ello de nuevo. Por el amor. Nadie. Es solo que… ¿Aubrey Wellington? La duda en su voz hizo enojar a Ben. Lo cual era brutal. Nadie conocía a Ben mejor que Jack, nadie vivo, de todos modos. Sabía por lo que había pasado Ben después de la muerte de Hannah. Sabía que Ben la había amado. El verdadero tipo de amor. El tipo Una-vezen-la-vida, para siempre. Para un tipo que había sido abandonado por sus propios padres y dejado en la casa de su tía Dee a los doce años, no le debería haber sido posible sentirlo en absoluto. Pero su tía Dee lo había criado implacablemente. Y el padre de Jack, antes de su prematura y heroica muerte combatiendo un incendio, había sido un verdadero padre para Ben. Jack había sido un hermano. Entre los tres, le habían enseñado a Ben sobre el amor. Y lo había tenido con Hannah; un amor sólido, profundo y cómodo. Pero ya hacía mucho que se había ido, y aunque lo echaba de menos, no quería volver a arriesgarse. Jack lo estaba mirando, esperando una respuesta o reacción, y Ben negó con la cabeza.

—Estás leyendo demasiado en las cosas —dijo—. Solo estoy trabajando en su librería. —¿Eso es todo? —Eso es todo. —Y lo decía en serio en un cien por ciento. Está bien, tal vez en un noventa por ciento…

Capítulo 5

U

nos días más tarde, Ben se levantó temprano y salió a correr. Fue recibido a mitad de camino, el muelle, por Sam Brody. Sam era un viejo compañero de secundaria. Los dos habían aterrizado aquí en Lucky Harbor bajo circunstancias de mierda; Ben porque su madre lo había abandonado y Sam porque lo habían enviado a otro hogar de crianza. Y a pesar de que Ben tenía a Jack, Dee y un montón de personas que se preocupaban, ninguno alguna vez había entendido bien de dónde venía él. Sam lo había entendido. Sam había venido de lo peor. Se saludaron con un asentimiento y se pusieron en marcha, un ritmo duro y rápido que se adaptaba a ambos. No hablaron. Casi nunca decían una palabra mientras corrían. Ben no era un gran hablador de todos modos, aunque al lado de Sam se parecía a Chatty Cathy1. Aun así, el silencio siempre fue cómodo, como un zapato viejo. Cinco kilómetros más tarde en las afueras del condado, finalmente disminuyeron su ritmo a su enfriamiento habitual y regresaron. —¿Cómo te está yendo con el último barco? —preguntó Ben. Sam construía barcos a mano, y su trabajo manual era increíble. —Va yendo —dijo Sam simplemente—. ¿Cómo te va en la librería? —Solo haciendo estantes. Sam resopló, el sonido logró transmitir un sarcástico “Sí, claro” y “Buena suerte con Aubrey, amigo” todo en uno. En el muelle, se separaron con un puñetazo, cada uno para continuar con su propio día. Después de una ducha, Ben salió. Él y Jack compartían un dúplex en el centro. Jack estaba afuera en el frente paseando a su gran danés blanco y negro de sesenta y ocho kilos, Kevin. A Kevin no le gustaba ejercer mucha energía, por lo que nunca caminaban lejos. Y, sobre todo, su paseo favorito era hacia su tazón de comida y de regreso. Pero a veces por las mañanas, a Kevin le gustaba revisar las cosas afuera; como cuáles perros habían orinado cerca de su territorio. Kevin

Chatty Cathy: muñeca "parlante" de cuerda de tracción creada originalmente por Ruth y Elliot Handler y fabricada por la compañía de juguetes Mattel de 1959 a 1965.

hizo su trabajo, y luego él y Jack se dirigieron a la estación de bomberos para trabajar. Ben condujo hasta la casa de su tía Dee. Ella estaba trabajando duro en recuperarse del cáncer de pecho. Y aunque este le había pateado el trasero, ahora ella estaba pateando el trasero del cáncer. Pero a veces estaba demasiado cansada para cuidar de sí misma, y en esos días, Ben y Jack tomaban turnos para hacerlo por ella. Era lo justo, ya que ella se había ocupado de ellos por la mayor parte de sus vidas. Como lo había estado haciendo varias veces a la semana, Ben entró en su casa y se dirigió directamente a la cocina, donde tomaría una buena comida rica en proteínas. Pero en la puerta de la cocina, se detuvo en seco de la sorpresa. El oficial de bomberos retirado Ronald McVane estaba volteando salchichas en la cocina donde Ben había creado algunos de sus mejores trabajos. Dee se sentaba a la mesa, sorbiendo serenamente el té. Cuando el padre de Jack murió, una pequeña parte de Dee había muerto con él. Está bien, una gran parte. En los años desde entonces, ella había luchado contra la depresión y la ansiedad. Ni una sola vez en todo ese tiempo había salido con alguien. Pero estaba saliendo ahora. Estaba saliendo con Ronald y lo había estado durante el último mes, muy informalmente. Lo que Ben no había notado era que la parte informal del programa había cambiado, porque Ronald estaba descalzo y su camisa estaba desabotonada. Y, lo más revelador de todo, Dee todavía estaba en su albornoz, con su cabello más que un poco salvaje. No despeinado de dormir. Despeinado por el sexo. Trató de no estremecerse ante la idea de la única figura materna que había conocido teniendo sexo. Dee, leyendo su mente, sonrió dulcemente. —Cariño, te dejé un mensaje de texto de que estaba bien esta mañana. Ronald la miró, con una sonrisa privada rondando en su boca. Dee le devolvió la sonrisa. Y Ben vomitó un poco en su boca. —Sí, bueno, no definiste bien. —No estoy segura de sí te hubiera gustado mi definición —dijo Dee, todavía muy dulce.

Ah, Cristo, pensó Ben, y se frotó los ojos con una mano. Apiadándose de él, Dee se echó a reír, se levantó y le dio un beso en la mejilla. —¿Qué tal un poco de desayuno? Diablos, no. —Está bien, gracias. —Hizo un gesto vago hacia la puerta—. Tengo una cosa… —Escuché que estás ayudando a Aubrey Wellington a reparar su librería —dijo Dee. Ben se detuvo. —¿Cómo diablos has oído eso ya? Dee sonrió. —¿En serio tienes que preguntar? Es Lucky Harbor, después de todo. Y todos aquí te aman mucho. Todos están tan contentos de tenerte de vuelta. Eres un tema común en la página de Facebook de Lucky Harbor. Pero sobre Aubrey… —Son solo algunas estanterías y cosas de renovación —dijo rápidamente, sin querer escuchar de cualquier otra persona que era mala—. Eso es todo. —Hmm —dijo ella, sin comentar sobre eso directamente—. Solo iba a decir que, si necesitas cualquier herramienta, sabes que todavía tengo todas las de Jack padre en el garaje. —Di el resto —dijo. —¿Qué? —La parte que te mueres por decir. Que es una mala idea para mí. —Bueno, por supuesto que lo es. —Se encontró con la mirada de Ben—. Pero ya sabes eso. Dejó escapar un suspiro. —Sí. —No es exactamente tu tipo. —Nadie ha sido de mi tipo. —Tiene reputación. —Tal vez ha cambiado. Ladeó la cabeza. —Bueno, ahora eres un niño grande. Tendrás que decidir eso por ti mismo.

—Pero a ti no te gusta. —No. —Ahuecó su rostro—. Cariño, nadie va a ser lo suficientemente bueno para ti. No para mis ojos. Lo sabes. —Se enganchó con un fuerte y rápido abrazo, luego lo dejó ir. Ben se fue allí como si su culo estuviera en llamas. Confiaba en Dee con su vida, pero no era asunto de ella a quien veía. O no veía… De vuelta en la carretera, encontró su zona. Le gustaba el plan de Aubrey para la librería, pero no podía apagar su cerebro ingeniero. Podía pensar en varias maneras de mejorar su visión. No que ella le agradeciera por eso. No, tendría que manejar la situación, hacerle creer que todo fue idea suya. Estaba planeando eso, trabajándolo como lo haría con cualquier rompecabezas, cuando dos figuras salieron disparadas en la calle justo enfrente de él. —Jesús. Pisó los frenos, y afortunadamente su camioneta se detuvo al instante. No podía decir lo mismo de su corazón. O su café, que salió volando, derramándose por todas partes. En medio de la calle, las dos niñas se habían quedado quietas como estatuas. Dos niñas pequeñas. Puso su camioneta en punto muerto y corrió hacia ellas, agachándose hasta su nivel. —¿Están bien? —Sí —dijo una mientras que la otra solo lo miraba, ojos tan grandes como platos. Claramente eran gemelas, tal vez de cinco años, una vestida de rosa y la otra una mezcla de colores que no coincidían. Compartían el mismo pelo loco y salvaje del color de un centavo de cobre, que volaba alrededor de sus caras delgadas y angulosas. Afilados ojos azules. Flacas como palillos de dientes. —¿Qué están haciendo en la calle? —preguntó Ben, estirando su cuello, tratando de averiguar a quién pertenecían, pero la zona estaba tranquila. Este era un barrio de bajos ingresos. Los jardines estaban descuidados, las casas eran pequeñas y muy juntas. No había nadie a la vista. La clase trabajadora ya se había ido a trabajar. —Se supone que debemos permanecer en la acera —dijo la de rosa—. Pero hay muchas grietas. Lo sentimos, señor.

Cuando él solo la miró sin comprender, tratando de entender a qué diablos se refería con grietas, ella señaló a su hermana. —Kendra les tiene miedo. Las grietas. —Se inclinó un poco, como si estuviera saliendo con un secreto de estado—. Piensa que los troll viven en las grietas, y si pisa una, ellos la atraparán. Kendra se metió el pulgar en la boca y asintió. Ben dejó escapar un suspiro y se estremeció al pensar qué les habría pasado si no las hubiera visto a tiempo. —¿Cómo te llamas? —le preguntó a la de rosa. Abrió su boca, pero Kendra se puso el suéter de la gemela y le dio una sacudida de cabeza rápida. Rosa rodó sus labios hacia adentro y miró sus zapatos, que estaban desatados. —Se supone que no debemos decirles nuestros nombres a extraños —dijo en voz baja. Ben se inclinó para atar su zapato por ella antes de darse cuenta de que la razón por la que estaba desatado era porque la cuerda se había roto en un lado. —Esa es una muy excelente regla —dijo, enderezándose, las acompañó hacia el costado de la carretera—. ¿Qué casa es la de ustedes? Las llevaré a su casa. —No vamos a casa. Vamos a la escuela —dijo. —¿Solas? —Odiaba esa idea. Eran tan jóvenes, tan vulnerables. —Se supone que Billy nos acompaña, pero nunca lo hace —dijo Rosa—. A veces Joey o Nina se quedan con nosotras, pero hoy se adelantaron realmente muy rápido porque los niños malos estaban tirando piedras. Kendra no pudo mantener el ritmo, así que me quedé con ella. Ben estiró su cuello y miró a su alrededor, listo para retumbar con cualquiera que sea el mocoso imbécil que estaba tirando piedras a estas dos niñas. No podía creer que estuvieran solas. La escuela primaria estaba al menos a otro kilómetro y medio de distancia. Dejando escapar un suspiro, se frotó una mano sobre su mandíbula. —Quiero hablar con tu mamá. —No tenemos una —dijo Rosa. Bueno, si alguien entendía esa breve oración, era el mismo Ben. —¿Quién está a cargo de ustedes?

Rosa se mordió el labio inferior. Ben se agachó otra vez, volviéndose tan pequeño como pudo. Nada fácil con un marco de seis pies con dos. —Háblame, Rosa. Ella sonrió ante el apodo, luego echó un vistazo hacia una casa a unos cien metros de distancia, la casa de la esquina. —Vamos —dijo, y se dirigió hacia allí. —Pero señor, llegaremos tarde. —Ben —dijo—. Llámame Ben. —De acuerdo. Pero señor, a Suzie no le gusta que lleguemos tarde, porque la escuela la llama y ella se mete en problemas.

Mierda, entonces Suzie bien podrías haberlas llevado, pensó Ben tristemente. Caminó por el estrecho camino y golpeó sus nudillos en la puerta principal. Respondió una mujer de cincuenta años, luciendo acosada. —¿Sí? —preguntó, y luego frunció el ceño hacia las dos niñas—. Oh, Señor. ¿Qué hicieron ustedes dos ahora? —No hicieron nada —dijo Ben—. Aunque casi las atropello cuando estaban en la calle. —¡En la calle! —jadeó y las miró—. ¿Qué en el mundo? ¡Tú lo sabes mejor, ambas! ¡Y ahora van a llegar tarde a la escuela! —Son demasiado jóvenes para caminar solas a la escuela —dijo Ben. Suzie le envió una mirada de mantente-en-tu-propio-asunto. —No estaban solas. Hay cinco de ellos, y los demás son todos mayores. —Alguien les estaba lanzando piedras —le dijo Ben—-. Los otros corrieron por delante. La mujer dejó escapar un profundo suspiro. —Tienen que aprender a pelear sus propias batallas. —Son demasiado jóvenes para pelear cualquier batalla —dijo Ben, empezando a enojarse mucho. —Te conozco —dijo—. Estás saliendo con esa perra de Aubrey Wellington, no que alguien pueda descubrir por qué. Y fuiste a la escuela con mi hijo Dennis. Tomaste su puesto de armador en el equipo de baloncesto. Sé que todos piensan que eres todo eso, pero no lo eres.

Su hijo Dennis había sido un imbécil de primera clase, y había apestado en el baloncesto, para empezar. Ben no. —Las niñas —dijo con fuerza—. ¿Puedes llevarlas a la escuela o no? —Si estás tan preocupado por ellas, hazlo tú mismo. —No tengo… La puerta se cerró de golpe. —… asientos de niños para el auto. —Bueno, infiernos. Ben miró a las dos pequeñas. Ellas le devolvieron la mirada, sus ojos llenos de preocupación. —Está bien —dijo, tomando una decisión rápida—. Vamos. —Contra su mejor juicio, las colocó cuidadosamente en el asiento trasero de su camioneta, asegurando los cinturones de seguridad ajustados a sus delgadas contexturas y rogando a Dios que no fuera arrestado tratando de hacer lo correcto. —Vaya —dijo Rosa, mirando a su alrededor—. ¡Esta es la camioneta más genial de todas! Su camioneta era una Ford de doce años de antigüedad y, por supuesto, se había ocupado de que Jack la cuidara con mucho cariño cuando él se había ido, pero no era genial ni por asomo. Era funcional, justo como le gustaba. En el asiento trasero, Rosa sostenía la mano de su hermana y pateaba sus pies, como si su energía no pudiera ser contenida. —Señor, ¿estás casado? —Es Ben —le recordó. Salió cautelosamente a la calle, sin querer arruinar su preciosa carga—. Y no, no estoy casado. —¿Por qué no? Ya que responder “Bueno, estaba casado, pero ella murió” no era exactamente apropiado, ignoró la pregunta. Nada difícil, ya que Rosa tenía mil preguntas más. —¿Derramaste tu café? —preguntó ella. —Sí. —¿Todas estas herramientas son tuyas? —Sí. —Afortunadamente, un kilómetro y medio era bastante rápido, y en un par de minutos, estaba llegando al carril de bajada en frente de la escuela primaria. Empezó a salir de la camioneta, pero Rosa se había soltado a sí misma junto con su hermana y salieron antes de que él pudiera.

—¡Gracias, señor! —gritó ella hacia atrás—. ¡Espero que consigas otra taza de café! Ben asintió y saludó, encontrando los grandes ojos de Kendra mientras le daba una última mirada. Ella todavía no había dicho una palabra. Tan pronto como las dos pequeñas pelirrojas desaparecieron dentro de la escuela, Ben sacó su teléfono y llamó a Luke para darle el informe confidencial. —¿Qué pasa con ese hogar de acogida? —Es mejor que la mayoría. —Fue la sorprendente respuesta de Luke. Ben luchó con eso por un momento, sabiendo que, si no hubiera sido por la tía Dee, él habría terminado en una situación como las dos niñas. O peor. Había mucha gente que nunca llegaba a tener una tía Dee. Como Sam… —Dime que estás bromeando —dijo finalmente. —No tienes idea. Ben suspiró. —Escucha —dijo Luke—. Los niños están a salvo; tienen un techo sobre sus cabezas y tres plazas. Y lo que no fue dicho… era más de lo que obtuvieron muchos niños. —Mierda —dijo Ben, y colgó. Se dirigió al túnel de lavado y se ocupó de la situación del café derramado. Estaba a medio camino a través de una tortilla de tres huevos y queso y una pila no tan pequeña de panqueques en el Eat Me cuando Luke se deslizó en su cabina. —Acabo de escuchar que estamos buscando un ingeniero para trabajar en los nuevos sistemas de agua para el condado —dijo Luke. Ben lo miró y luego siguió comiendo. —¿Interesado? —Ese era mi antiguo trabajo, antes de irme —dijo Ben. —Duh. Necesitan una revisión y quieren que vuelvas a dirigir el equipo. ¿Estás interesado o no? Ben se encogió de hombros. —Déjame decirlo de otra manera —dijo Luke casualmente—. Estás interesado.

Ben alzó las cejas. —¿En serio? —Sí, maldita sea. —¿Porque me mantendría aquí en Lucky Harbor? —Tu tía y Jack te extrañaron. Y Kevin. Kevin también te extrañó. —Kevin no me conocía. Jack lo acaba de conseguir el año pasado. —Lo que sea, hombre. Ben sonrió. —Me extrañaste. Admítelo. —Cállate. —Luke agarró el plato de panqueques de Ben y lo acercó a él. Dobló la cantidad de jarabe en el plato y excavó—. Deberías saber que ya he entregado tu currículum. —¿Lo hiciste? —Sí. Lo robé de tu laptop. Esperan que pases esta semana. —Gracias, mamá. —Sabelotodo.

Era temprano al día siguiente cuando Ben apuntó su camioneta en dirección a la librería. A mitad de camino, se detuvo en una intersección y vio a una mujer en la acera frente a un complejo de casas adosadas. Estaba mirando hacia una unidad inferior, luciendo inestable y ansiosa. Normalmente, esto no necesariamente habría captado su interés, pero la rubia preocupada y bien vestida no era cualquier mujer. Era Aubrey. Ella sacudió su cabeza, murmuró algo para sí misma, y luego comenzó a alejarse. Dobló la esquina.

No había autos detrás, así que Ben se quedó allí un momento, un poco tirado por haberla visto tan fuera de su eje no solo una vez, sino dos veces ahora. Y entonces, de repente, regresó, volviendo sobre sus pasos de modo que una vez más se paró en la acera mirando fijo hacia la casa de la ciudad. —¿Qué demonios? —murmuró él, y estacionó.

Aubrey estaba de pie frente a un pequeño y estrecha casa adosada, tomando notas mentales. El lugar estaba claramente bien cuidado, amorosamente, con flores bordeando los alféizares de las ventanas y persianas recién pintadas. No estás aquí para notar el cuidado del edificio. Respirando hondo, miró la lista en su mano, luego de vuelta hacia la casa adosada. Pero, aun así, vaciló. Ayer habría dicho que tenía coraje en creces, pero la verdad era que su encuentro con la primera persona en su lista no había ido tan bien, y todavía estaba escociendo. ¿Qué pasaba si esto no iba mejor? Solo hazlo, se dijo. Como la publicidad de Nike. Inspiró profundamente y comenzó a avanzar… —¿Qué estás haciendo? insoportablemente familiar.

—preguntó

una

voz

masculina

Casi saltó fuera de su piel. En cambio, se obligó a girar con calma. Ben estaba en su camioneta, con la ventanilla abajo, en marcha junto al bordillo, con lentes oscuros ocultando sus ojos de ella, luciendo sin esfuerzo grande y rudo. La manera en la que ella deseaba sentirse.

Capítulo 6

A

ntes de que Aubrey pudiera formular una respuesta, Ben apagó el motor y se bajó de la camioneta.

Maldición. Maldiciéndose a sí misma por haber sido acorralada, entrecerró los ojos hacia él. —¿Qué estás haciendo aquí? —Me pregunto lo mismo de ti —dijo con calma. Echó un vistazo al edificio. —Pareces un poco obsesionada con el número cuarenta y tres. ¿Quién vive allí? —No es asunto tuyo. Como si tuviera todo el tiempo del mundo, Ben sacó su teléfono pausadamente y pulsó la pantalla por un momento. —Huh —dijo, sonando fascinado. Luego levantó su cabeza—. Sabía que este lugar era familiar. La señora Cappernackle vive aquí. La bibliotecaria de la escuela. Como si no lo supiera. —¿Cómo hiciste eso? —Tengo formas —dijo misteriosamente—. ¿Tú y ella no tuvieron un incidente? ¿Qué fue? —hizo una pausa, pensando, luego asintió—. Ahora recuerdo. Robaste algunos libros de la biblioteca, y te arrestó por eso. No. No, no, no, eso no fue lo que sucedió. Bueno, no exactamente, de todos modos. —Ya para —dijo—. Vete. Ve a poner en un sistema de agua en Nigeria o algo así. En realidad, sonrió. —Ya está hecho. Presumido. —¿Por qué estás en la casa de alguien en tu lista? Ella se quedó inmóvil. Mierda. Tenía la memoria de un elefante. Y él era implacable. Y tan curioso como cualquiera de las ancianas de la ciudad.

—Una vez más —logró decir entre dientes—, no es asunto tuyo. —¿Planeas eliminar a la gente en esa lista o qué? Se giró para mirarlo fijamente. Se quitó las gafas de sol, y ahí fue cuando vio la luz de diversión en sus ojos. Estaba bromeando. Algo así. Porque la sonrisa no era del todo real. Él no la entendía. Estaba confundido por ella.

Bueno, únete a mi club, pensó. —Porque si lo estás —dijo, acercándose, bajando su voz al susurro de un conspirador que no debería ser tan sexi, pero lo era totalmente—, entonces deberías estar explorando el lugar por la noche, no a plena luz del día. Y deberías estar en un auto con gafas de visión nocturna y búsqueda de calor. —Tengo miedo de preguntar cómo sabes todo esto —dijo. —Te lo diría, pero… —¿Tendrías que matarme? Su sonrisa se volvió un poco más real, pero sus ojos seguían siendo muy afilados. —¿Qué está pasando, Aubrey? Ella sacudió su cabeza. Lo que estaba sucediendo era que había perdido la razón si pensaba que realmente podría lograr esto. Hace un millón de años, o eso parecía ahora, la señora Cappernackle, la bibliotecaria de la secundaria, la mujer que vivía en esta adosada, había contado chismes sobre Aubrey. Su afirmación era que Aubrey había tenido sexo en la sección de referencia de la biblioteca con el hijo del director. Y aunque Aubrey ciertamente había sido culpable de estar en el lugar equivocado con el chico equivocado antes, no había sido ella esa vez, y tampoco con el chico en cuestión. Pero a pesar de su inocencia, se había metido en un gran problema, y porque la Señora Cappernackle afirmó falsamente que había robado libros mientras estaba en ello, fue suspendida. Así que, cuando unas pocas semanas después, Aubrey se dio cuenta de que en realidad había olvidado devolver un libro de la biblioteca que legítimamente había tomado prestado hizo una cosa realmente estúpida y juvenil. Afirmó que lo había devuelto, pero que la Señora Cappernackle solo había dicho que no lo había hecho porque la bibliotecaria estaba en su contra. Aubrey incluso logró producir lágrimas reales y debió haber sido lo suficientemente convincente, porque se salió con la suya, y la Señora Cappernackle había sido notificada por el superintendente.

La Señora Cappernackle se había retirado ese mismo año, y Aubrey siempre se había sentido culpable, como si hubiera tenido algo que ver con eso. Ahora, más de una década después, Aubrey tenía el libro que había robado en su bolso. No era el original, por supuesto, sino una nueva copia de su tienda. Quería entregarlo como una ofrenda de paz. O tal había sido su plan, pero ahora parecía estúpido. —Te estoy pidiendo amablemente —le dijo a Ben—, que te vayas. Esto era difícil para ella, muy difícil, y parte de eso debe haber sido transmitido, porque él la estudió con esos ojos evaluadores durante un largo momento, luego asintió y regresó hacia su camioneta. Y luego se fue. No tenía la suficiente esperanza de pensar que en realidad desaparecería completamente de su vida, pero que se hubiese ido por el momento era lo suficientemente bueno. Respirando hondo, marchó hacia la casa adosada y se obligó a llamar. Un momento después, la Señora Cappernackle abrió la puerta. Era alta, delgada, y usaba el bastón que una vez había usado para imponer su reinado de terror en la biblioteca. Si tenías ese bastón apuntando a tu nariz, sabías que estabas en graves problemas. Aubrey había estado en el extremo equivocado con frecuencia, lo suficiente como para recordar vívidamente el escalofriante temor que podría evocar. La Señora Cappernackle había envejecido en la última década, y había sido vieja para empezar. Pero le echó un vistazo a Aubrey, y su expresión se frunció como si acabara de chupar una bola agria. —Bueno, mira lo que arrastró el gato. —No tienes un gato, Martha —dijo la voz de otra mujer, y luego asomó la cabeza alrededor de la Señora Cappernackle. Era Lucille. También era una anciana, y aunque Aubrey nunca había tenido personalmente ningún encontronazo con Lucille, la habilidad para los chismes de la mujer era legendaria. Así como su corazón suave y alma amable. Aubrey estaba boqueando hacia ambas. —Hola —dijo. Puedes hacerlo—. Señora Cappernackle, esperaba tener un momento de su tiempo. —No tengo tiempo para ti —dijo la Señora Cappernackle—. Y mantente alejada de Ben McDaniel. No lo mereces. —Y entonces cerró la puerta de golpe en la nariz de Aubrey.

Aubrey miró hacia la puerta cerrada y sintió que su fuerza interior se tambaleaba un poco. Dos por dos… se volvió para alejarse, pero la puerta se abrió de nuevo. Era Lucille. Mirando por encima de su hombro, como si comprobara por una cola, salió de puntillas y agarró la mano de Aubrey. —Cariño, no te lo tomes como algo personal. —Es difícil tomarlo de otra manera —dijo Aubrey. Lucille se detuvo como si quisiera decir algo, pero cambió de opinión. —No es un buen día —dijo con cuidado—. ¿Me harías un favor y lo intentarías de nuevo, muy pronto? —Claro —dijo Aubrey suavemente, con una sonrisa cuando Lucille le dio una palmadita en el brazo. —Eres una buena chica —dijo, y luego desapareció antes de que Aubrey pudiera decirle que no era una buena chica en absoluto. Ni siquiera cerca.

Tres días después, luego de unas diez horas muy largas en la librería, Aubrey cerró la tienda y fue arrastrada a un evento de cata de vinos y spa en el B&B local con Ali y Leah. Mientras tenía un tratamiento de manos con parafina gratis por parte de la dueña del spa y esposa del alguacil (la muy encantadora y muy embarazada Chloe Thompson) Aubrey esquivó las preguntas de sus amigas sobre Ben. Hizo esto porque, en primer lugar, no quería hablar sobre sus sentimientos por Ben y, dos, ni siquiera sabía cuáles eran sus sentimientos. Mentirosa, mentirosa. En el camino a casa, se detuvo y recogió algunas muestras de color de la ferretería para la pintura que posiblemente no podría haber costeado si no fuera por su increíblemente generoso tío. Había hablado con él ayer a través de Skype desde su crucero y se le hizo un bulto en su garganta solo de pensarlo. Él sabía que su esposa había amado la librería, y él amaba a Aubrey lo suficiente como para darle una oportunidad en eso.

Significaba el mundo para ella, pero no iba a gastar más de lo que era absoluta y estrictamente necesario. Y devolvería cada centavo. En el momento en que se estacionó junto a la camioneta de Ben en la librería, casi se acobardó y se retiró a su apartamento por la noche. Pero no era una gallina, se dijo a sí misma, y se obligó a entrar por la puerta principal. —¿Cuánto te debo? —escuchó a Ben preguntar. Se movió lo suficiente para verlo. Él estaba de espaldas a ella. Sostenía una bolsa de algo que olía delicioso en una mano y estaba metiendo la otra en su bolsillo. Otro tipo estaba frente a él en un casco de bicicleta, un uniforme militar, y una camiseta negra que decía EAT ME DELIVERY. Aubrey lo reconoció como el hombre que había estado en AA la otra noche. Ryan. Ryan sacudió su cabeza con vehemencia hacia Ben. —Nada, hombre. No le debes nada al restaurante. Va por cuenta. —hizo una pausa y su voz se llenó de emoción—. Es bueno verte en casa. A salvo. Todos están muy felices de tenerte de vuelta. —Luego se acercó a Ben y lo envolvió en uno de esos abrazos masculinos con palmadas en la espalda, sosteniendo a Ben por un largo rato, como si fuera increíblemente preciado para él. Ben dejó escapar un suspiro y le devolvió el abrazo, y Aubrey sintió otro nudo en su garganta, este del tamaño de una pelota de fútbol reglamentaria. Incómoda con la emoción, dejó que sus tacones hicieran clic en el suelo, y ambos hombres se giraron para mirarla. Ben se encontró con su mirada, sin revelar nada. Ryan la miró también, y quedó claro por la forma en que dio un lento y sorprendido parpadeo que la recordaba de la reunión de AA. Ella se preparó para las preguntas, pero él no dijo ni una palabra. Simplemente se volvió hacia Ben y le dio una palmada en el hombro una vez más, asintió hacia Aubrey, y luego se fue. —¿Conoces a Ryan? —preguntó Ben en el silencio. —No. —¿Seguro? Parecía que podían conocerse. —No —dijo Aubrey de nuevo, y se inclinó para acariciar a Gus, quien se había acercado para envolverse alrededor de sus tobillos.

Miau, dijo un poco enérgica y acusadoramente. Se había retrasado con su cena.

Aubrey lo alimentó y miró a Ben. Estaba de vuelta con su cinturón de herramientas, que estaba hecho de cuero arrugado, muy masculino, como cuando él se movía. Además, forzaba sus jeans un poco bajos en sus caderas. No podía dejar de mirar, porque había algo en la forma en que llevaba su ropa que sugería que se vería aún mejor sin esta. Y entonces se dio cuenta… tenía pelo de gato por todos sus jeans. Eso no debería hacerla derretir, ¿cierto? Tragando saliva, se obligó a darse la vuelta. Pero sus ojos tenían mente propia y necesitaban un vistazo más, y se giró hacia atrás. Y chocó directamente con él. Pecho con pecho. Muslo con muslo. Y todo entre medio. Se había movido en silencio, alcanzándola. —¿Hablaste con la Señora Cappernackle? —preguntó—. ¿Te disculpaste por lo que sea que hiciste? Ella se quedó inmóvil, luego se obligó a relajarse. —Crees que sabes algo —dijo—. Pero no lo haces. Se giró para irse, pero él envolvió su mano alrededor de su muñeca y tiró de ella hacia atrás. —No quiero hablar de eso —dijo. Una vez más él estaba cerca. Demasiado cerca. Tan jodidamente cerca—. En absoluto —agregó, escuchando con cierta alarma que su voz se había suavizado. Todo se había ablandado, solo por su proximidad—. Nunca —susurró, y encontró su mirada clavada en su boca. Tenía una boca realmente grandiosa. —Yo tampoco quiero hablar —dijo esa boca muy seriamente. Y luego bajó su cabeza. Compartieron una respiración por un momento, solo el tiempo suficiente para que ella supiera lo que iba a pasar y sintiera la anticipación invadiéndola. Luego la besó, profunda, lenta y absolutamente fascinante. Sus manos estaban firmes sobre su espalda. Necesitando un ancla, extendió sus manos y agarró su camisa, inclinándose en él. Era cálido y sólido, muy sólido, emitiendo el tipo de fuerza que ella misma tenía en baja hoy. Inclinándose más, sintió que su cuerpo respondía. Alguien gimió. Ella lo hice, se dio cuenta, abrumada por la sensación de ser deseada, incluso solo físicamente. Absorbió el delicioso sabor de él, la

sensación de él, el sonido de su muy masculino gemido cuando su lengua acarició la suya. Las cosas se pusieron un poco confusas entonces. Muy confusas. Sintió sus manos moverse sobre ella, derritiéndole los huesos. Ella también lo tocó. Sus manos vagaron por todo su cuerpo; y buen Señor, qué cuerpo. No tenía idea de cuánto tiempo se besaron, y besaron, pero no pensó en detenerse hasta se quedó sin aire. Respirando con dificultad, abrió lentamente los ojos y miró directamente a los suyos. Se habían calentado. Oscurecidos. Y algo más. No se veía tan relajado ahora. De hecho, estaba luciendo lo opuesto a relajado. Parecía… salvaje. Y ella era su presa. Eso la hizo temblar de excitación, lo que era una locura, pero no podía apartar la vista. Todavía estaba sosteniéndola. De hecho, la estaba abrazando. Y tener sus manos sobre ella estaba haciendo un número en su ritmo cardiaco. —Tengo muestras de pintura —dijo estúpidamente. —Muestras de pintura —repitió. —Sí. —¿Estabas pensando en muestras de pintura justo ahora? No. Estaba pensando en la tentación de su cuerpo duro y en cómo podría sentirse encima de ella, abrazándola mientras hacía todo tipo de cosas deliciosas con toda esa… dureza. No que él necesitara saber eso. —Sí —mintió—. Estaba pensando en muestras de pintura. Sus labios se deslizaron a lo largo de su mandíbula hasta su oreja. —Podría hacer que te olvides de ello. Ninguna duda. —No lo creo —dijo, teniendo que trabar sus rodillas, con sus huesos derretidos y todo. Sus palmas estaban húmedas. Otros lugares en su cuerpo también estaban húmedos. Maldito sea. Al darse cuenta de que todavía estaba apuñando su camisa, aflojó sus manos, acariciando con sus dedos las arrugas que había dejado. Él dio un paso atrás y dejó escapar una pequeña sonrisa. —Sé mejor que competir con muestras de pintura. —Dejó caer el cinturón de herramientas y se dirigió hacia la puerta.

Ella lo miró fijamente. —¿A dónde vas? —A tomar aire. —Pero… hay trabajo que hacer. —Sí. Tú y tus muestras de pintura deberían conseguirlo. Y luego se fue. Miau. Gus todavía tenía hambre. Hambriento, si su vehemencia decía algo. Aubrey también estaba hambrienta. Solo que no de comida.

Capítulo 7

B

en estaba a mitad de cuadra sin ningún destino en mente cuando su teléfono vibró.

—No lo olvides —dijo Jack cuando Ben respondió—. El Rincón de Arte comienza mañana. Necesitas estar en el centro de recreación entre la escuela primaria y la escuela secundaria a las tres y quince. Mierda. Se había olvidado por completo. Su cerebro estaba actualmente sobrecargado. Sobrecarga de beso. Y sí, había pasado un tiempo desde que había besado a una mujer, pero estaba bastante seguro de que un beso nunca había empañado su cabeza de la forma en que lo había hecho el beso de Aubrey. Era su boca, decidió. Era una boca jodidamente grandiosa. —¿Y si he cambiado de opinión? —preguntó Ben. —La cambiaré de nuevo por ti —dijo Jack. Ben se echó a reír, porque esto era solo una tontería por parte de su primo. Probablemente. Ya sea así, no estaba tan preocupado, ya que podía pelear sucio como una serpiente cuando tenía que hacerlo. Pero… le había enseñado a Jack todo lo que sabía. —¿Qué demonios se supone que debo hacer con un montón de niños en algún estúpido Rincón de Arte? —preguntó. —Tienes una camioneta llena de herramientas; lo resolverás —dijo Jack, y luego colgó. Genial. No estaba tan ocupado que lo habían reducido a jugar artes y manualidades con adolescentes. Se fue a su casa y apenas durmió; cuando no estaba fantaseando con la boca de Aubrey. Se levantó temprano y corrió unos kilómetros con Sam. —¿Te parezco aburrido? —le preguntó a Sam. Los labios de Sam se contrajeron. —Si estás preguntando, estás aburrido.

Sí. Mierda. Después de llegar a casa y ducharse, solicitó formalmente el trabajo para el condado, solo para quitarse a Luke de encima. Esa tarde, se detuvo en el centro de recreación justo cuando el autobús escolar estaba bajando una carga de niños. Estos no eran chicos de secundaria; eran mucho más jóvenes. Niños de primaria. Algunos parecía que podrían estar en el jardín de infantes. Entonces vio a Rosa y a Kendra, y tuvo un mal presentimiento. Sacó su celular y llamó a Jack. Él no atendió. Imbécil, pensó. Seguramente los niños mayores ya estaban aquí, y era con quien estaría trabajando. Nadie, especialmente Jack, pensaría en ponerlo a cargo de niñitos. Caminó hasta la parte trasera de su camioneta. Había cargado una caja llena de herramientas, imaginando que las usarían. Rosa chilló al verlo y corrió cerca, arrastrando a Kendra detrás suyo. —¡Señor! ¡Hola! ¿Qué haces aquí? —Enseñando Rincón de Arte. Ella volvió a chillar, confirmando todas sus sospechas antes de soltar un: —¡Yay! ¡Ahí es donde nosotras nos dirigimos también! Entraron en el aula asignada al Rincón de Arte, colgando de él como si fueran las dueñas del lugar porque conocían al maestro. Ben apoyó su caja de sierras, martillos, cinceles y herramientas de soldadura, y una de las maestras de la escuela primaria, aparentemente algunos de ellos se ofrecían voluntariamente aquí después de la escuela, le dio una mirada horrorizada. —¿Qué es eso? —preguntó ella. —Cosas para el Rincón de Arte —hizo una pausa—. Para chicos de secundaria, ¿verdad? Las chicas saltaban arriba y abajo a su lado, aplaudiendo con alegría incontenible y emoción. La maestra negó con la cabeza. —No. Esto es el Rincón de Arte para edades de cinco a siete años. Jack, bastardo… La maestra dejó escapar un suspiro, sacó un juego de llaves y se dirigió a un armario. Abrió un gabinete y le hizo un gesto. —¿Qué es eso? —preguntó Ben. —Materiales de repuesto.

Se quedó mirando los estantes llenos de cosas como cubos de pegamento brillante y palitos de paletas. —¿Qué hago con todo esto? —No me importa, siempre y cuando los mantengas ocupados durante una hora y media. Y luego se fue. Una vez Ben había estado en un área remota de Somalia con otros dos ingenieros cuando habían sido rodeados por un grupo de rebeldes hambrientos. Habían maniatado a Ben y a sus dos compañeros de trabajo, robaron todo lo que tenían, los golpearon por completo y se fueron para dejarlos morir. Eso había sido menos doloroso que esto; estar con un grupo de veinte niños mirándolo fijamente con emoción y esperanza de que estuviera a punto de hacer algo genial. Porque no tenía nada. Para evadir, volteó el cubo de palitos de paleta, los extendió alrededor. Hizo lo mismo con el pegamento. Rosa tiró del dobladillo de su camiseta. —Entonces, ¿qué estamos haciendo, señor? Algo realmente estupendo, ¿verdad? —Verdad. —Movió las cosas dentro del armario de suministros, buscando algo, cualquier cosa, que lo ayudara. —¿Lo vamos a hacer hoy? —preguntó. Se volvió hacia ella, pero parecía estar completamente despreocupada por la larga mirada que le dio, la que habría tenido a un hombre adulto acurrucado en sus botas. Ella solo encontró su mirada directamente y sonrió. El año pasado, en Tailandia, había tenido un grupo de adolescentes locales asignados para ayudarlo en un proyecto. Habían sido estudiantes rápidos, muy inteligentes y, lo mejor de todo, ingeniosos. Durante su tiempo libre, le habían enseñado a Ben cómo tejer. Cestas, sombreros, incluso zapatos. Ingeniero hasta la médula, Ben había llevado sus técnicas de tejido un paso más allá. Les había enseñado cómo extraer la madera de las pilas y las pilas de escombros que yacen en todas partes. Lo que había funcionado a su favor era la humedad, lo que hizo que las sobras mojadas que encontraron fueran delgadas, maleables y fáciles de trabajar. Habían sido capaces de tejer eficazmente sin herramientas en absoluto. Usando las habilidades de construcción aprendidas de Ben, habían hecho un montón de cestas estéticamente agradables. Lo que había empezado como un proyecto divertido para curar el aburrimiento y estimular a los adolescentes se había convertido en una forma viable para que realmente se ganaran la vida cambiando las canastas por las cosas que necesitaban para sobrevivir. Ben se había ido allí sabiendo que realmente había dado algo a cambio.

Aquí no tenía tales ilusiones. Estos niños no iban a recordarlo ni a él ni a estos estúpidos palos. Pero todavía tenía una hora y veintiocho minutos en el reloj, así que tenía que hacer alguna cosa. —Está bien, vamos a hacer un marco para una imagen. —¿Qué pondremos en el marco? —preguntó Rosa, con su linda carita levantada hacia él. Buena pregunta. No les importaba imprimir una foto. Estos niños tenían celulares, iPads y todo tipo de mierda en la que podrían sacar una foto con el toque de un pulgar. —Me refiero a un collage —dijo—. Vamos a hacer un collage. —¿Qué es eso? —Alguien quiso saber. —Cosas que recolectas. —¿Qué vamos a recolectar? —preguntó otro niño. Él sonrió cuando se le ocurrió la idea. Cinco minutos después, tenía a todos los niños en el estacionamiento del centro de recreación, buscando “tesoros” de su camioneta. Kendra estaba acunando unas cuantas monedas de veinticinco centavos y Oreos. Otra chica había reclamado todos los envoltorios de dulces de chocolate que había tirado en la parte trasera. Uno de los otros niños había encontrado un gorra de béisbol y un par de chancletas; Ben no tenía idea a quién pertenecían. Otro niño fue a través de la guantera, haciendo que Ben se alegrara mucho de no tener más condones ahí. Pero sus registros de mantenimiento ahora eran oficialmente el proyecto de arte de alguien. Varios de los chicos habían recogido el resto de su cambio y estaban haciendo un remate de él. Uno de ellos levantó un billete de diez dólares con un grito. Ben se estremeció por la pérdida. —Oye, esta es una bonita servilleta —dijo Rosa sobre la servilleta, vaya sorpresa, color rosa que había encontrado. Tenía siete dígitos en ella. Hace unas semanas, una camarera había garabateado su número y la metió en el bolsillo de Ben, y él lo había olvidado—. Uh… —dijo, pero Rosa la estaba acunando como si fuera oro, así que lo dejó ir. Alguien más había encontrado varias tazas de café y una multa de estacionamiento. Ben hizo una mueca de nuevo. Se había olvidado de esa multa… Una hora y veintiséis minutos después, habían terminado. Cada niño tenía un marco hecho por fuera de palitos de paleta, y dentro de cada uno había un conjunto de cosas que recogieron de su camioneta ahora limpia.

Ganar-ganar, pensó.

Cuando fue relevado por la Maestra Señorita Tensa, regresó a su felizmente camioneta vacía. Se deslizó detrás del volante y comenzó a girar la llave cuando vio a dos pequeñas y familiares pelirrojas caminando por la calle. Solas. Mierda. —No lo hagas —se dijo a sí mismo. Pero volvió a poner a apagar la camioneta, se guardó las llaves en el bolsillo, y salió—. Oye. Rosa, sosteniendo la mano de su hermana, se giró. Cuando lo vio, bramó. —¡Señor Profesor! —Están caminando a casa —dijo él. —Bueno, sí. Pero en la siguiente cuadra corremos, porque ahí es donde Kelly y el perro malo viven. Suspiró con gravedad. —Entren. Ella sonrió. Kendra sonrió. Y lo siguiente que Ben supo, las había colocado a ambas en su camioneta, apretadas por los cinturones de seguridad, piernas balanceándose, sonrisas en sus caras. Se detuvo en su hogar de acogida y se quedó un minuto inactivo. —¿Cuánto tiempo han vivido aquí? Ambas se encogieron de hombros. —Un tiempo —declaró Rosa—. Desde todas las cosas malas. Tenía miedo de preguntar, pero resultó que no tuvo que hacerlo. Rosa no tenía filtro. —Nuestra abuela murió —dijo—. Y nuestro papá está para lo grande, por lo que no podía llevarnos a vivir con él. Ben se giró para mirarla. —¿Lo grande? Ella se encogió de hombros otra vez. —No estoy segura de lo que eso significa, pero está muy ocupado haciéndolo porque no ha venido a vernos.

Ben estaba bastante seguro de que sabía exactamente lo que significaba. El tipo estaba en prisión por asesinato. No que Ben se lo explicaría a una niña de cinco años. Salió de la camioneta, las desabrochó, y esperó hasta que ambas estuvieron dentro de su casa. Mientras todavía estaba sentado allí, Jack lo llamó. —Eres un imbécil —dijo Ben en lugar de un saludo. —¿Los hiciste limpiar tu camioneta? —preguntó Jack con incredulidad—. ¿En serio? —Entonces, estoy despedido, ¿verdad? —preguntó Ben esperanzado. Jack se rio. —Vas a tener que hacerlo mucho peor que eso. Y ni siquiera pienses en ello. Te necesito ahí. Los niños te amaron. Pero Jesús, descubre un oficio que no involucre la limpieza de tu camioneta. Ben le colgó y puso la camioneta en marcha. En la siguiente calle vio a un adolescente encorvado contra una cerca, un enorme perro con una correa en su mano. Se detuvo y bajó su ventanilla. —¿Kelly? El muchacho se burló. —¿Qué es para ti? Ben sonrió ante el tamaño de las bolas del pequeño idiota. Luego salió de su camioneta. Kelly tragó saliva, pero se quedó en su lugar, enderezándose, tratando de agregar algo de altura. La altura no iba a ayudarlo. Solo cerebro podía salvarlo, y Ben tenía sus dudas sobre incluso eso. —Necesitamos hablar. Kelly tragó de nuevo. —¿Sobre? —Tu perro —dijo Ben—. Dejas que aterrorice a más niños pequeños, especialmente a las pelirrojas, y te presentaré a mi perro. Y mi perro se come a la raza de tu perro para el almuerzo. Kelly perdió un montón de su beligerancia, pero trató de mantener su valentía. —¿Quién eres tú, la policía canina?

—Peor —dijo Ben—. No soy policía en absoluto. —Miró al adolescente con la misma mirada que no había intimidado mucho a Rosa. Funcionó en Kelly. El muchacho asintió como un muñeco que balancea la cabeza. Ben regresó a su camioneta y llamó a Luke. —¿Qué pasa con los padres de las niñas? —¿Qué niñas? —Las dos hermanas del hogar de acogida. Kendra y… —Mierda. Todavía no sabía el verdadero nombre de Rosa—. La que viste de rosa todo el tiempo. Luke rio suavemente. —¿La que viste de rosa? —Sí —dijo Ben con impaciencia—. De la cabeza a los pies. No te la puedes perder. ¿Cuál es su historia? —No lo sé —dijo Luke. —Pero podrías averiguarlo. —Bueno, sí. —Llámame cuando lo hagas. Luke hizo una pausa. —Recuerdas que no te gustan los niños, ¿verdad? —Todo es culpa de Jack. —Por supuesto —dijo Luke sin perder el ritmo—. Siempre es culpa de Jack. Ben colgó y luego, necesitado de fortaleza, condujo hasta el restaurante. Ni siquiera había salido de la camioneta cuando vio el destello de una rubia esbelta parada frente al salón de belleza. Aubrey. Mientras observaba, ella metió esa maldita libreta en su bolso, se dio vuelta y se alejó. Pasos rápidos y seguros. Determinada. Caminaba de la misma manera en que lo había besado. Una mujer en una misión. No podía imaginar lo que estaba haciendo, pero apostaría su último dólar que involucraba a su lista. La cual tenía su nombre escrito. Aubrey se detuvo en seco, se dijo algo a sí misma y regresó al salón. Caminó dentro, la espalda erguida.

Fascinado, sabiendo que había visto este juego antes, Ben esperó. Mientras lo hacía, Luke llamó de regreso. —Los legajos de las niñas están sellados, así que fui a la fuente —dijo. —¿Servicios infantiles? —preguntó Ben. —Lucille. Ben se tuvo que reír. Si algo había sucedido en Lucky Harbor que Lucille no supiera, no valía la pena saberlo. —¿Y? —Ella conocía a su abuela. La mamá de las niñas se ha ido. Su abuela murió, también, en un accidente de auto. Las chicas tenían cuatro años en ese momento y estaban en el auto. Solo lesiones menores. El padre es mecánico en Seattle. —¿Qué? —preguntó Ben—. ¿No está en la cárcel? —No según Lucille. Ben absorbió la inesperada sorpresa; y la ira. También sorprendido. Aunque estaba enojado. Estaba furioso. Las niñas habían perdido a su madre y a su abuela, y el imbécil del padre estaba, ¿trabajando a menos de dos horas mientras les hacía creer que estaba en prisión? Aubrey salió del salón de belleza. —Tengo que irme —dijo, y colgó. Él estudió a Aubrey. No se veía devastada esta vez. Lucía… bueno, no estaba seguro. La miró por encima de nuevo y luego se dio cuenta de lo que era. Ella estaba aliviada. Había una ligereza en su andar, y maldita sea si no estaba casi sonriendo mientras se metía en su auto, sin siquiera mirar hacia él, y se marchaba. Tuvo que esforzarse mucho para no seguirla.

Capítulo 8

C

uando la alarma se disparó varios días después, Aubrey tuvo problemas para levantarse de la cama, y golpeó la tecla DORMITAR en su despertador unas cuatro veces. Finalmente, Gus se sentó sobre su pecho y se negó a ceder hasta que prometió alimentarlo de inmediato. Había ido a casa de su madre la noche anterior y se había quedado hasta tarde. Habían cenado, y luego Aubrey había ayudado a pintar el baño de Tammy con un amarillo sol para “animar”, como lo había llamado su madre. Aubrey pensaba que estaba bien, pero si hubiera sido su baño, necesitaría gafas de sol para tomar una ducha cada mañana. Había planeado rogar tempranamente, pero luego Carla no había aparecido, lo que había entristecido a su mamá. Carla era invitada todas las semanas y rara vez, si es que alguna vez aparecía, pero eso todavía llegaba a Tammy. Así que había sido pasada la medianoche cuando Aubrey llegó a casa, y se sorprendió al descubrir que, en su ausencia, el hada de la renovación había terminado la demolición del área del armario. Ben había regresado y trabajado, y de pie allí sola en su tienda oscura, en el medio de la noche, ella había sonreído. Tan agradecida. Y confundida. ¿Cómo era que a ella solo le agradaba Ben cuando él no estaba aquí, o cuando él tenía su lengua en su boca? Ahora, a la luz del día, parada en el mismo lugar, miró a su alrededor otra vez. Ya habían sido hechos muchos cambios. Quedaba poco de la tienda de la tía Gwen; excepto el corazón. El corazón estaba aquí arraigado. Miau. Y Gus el gato. Su teléfono zumbó, y lo sacó de su bolso. Era Leah. —¿Por qué empiezas tu día sin pasar por acá? Leah y Ali tenían un ritual matutino que involucraba a Leah alimentando a Ali con el desayuno y Ali colocando un ramo fresco en la panadería de Leah. —No sabía que formaba parte de la ecuación —dijo Aubrey.

—Bueno, lo eres. Así que trae tu culo flaco aquí. Acabo de crear un nuevo lote de danesas de frambuesa, y Ali se las va a comer a todas si no te apuras. —No tengo nada que darte a cambio. Miau, dijo Gus. —Bueno, excepto al gato —dijo Aubrey—. Y no creo que puedas tener un gato en una panadería. —Me llevaría a esa dulzura gorda en un minuto si pudiera —dijo Leah. Aubrey miró a los molestos ojos verdes de Gus y sintió que su corazón se apretaba. No, ni siquiera ella podría renunciar al viejo gruñón. —Y, de todos modos —dijo Leah—, no se trata de lo que puedas darnos a cambio, aunque sí tienes libros ahora. Puedo descargar directamente desde tu sitio web a mi e-reader, ¿verdad? —Correcto —dijo Aubrey. —Bueno, entonces, eso te hace mi nueva droga. Date prisa. —Y luego colgó. Una de las cosas de las que Aubrey más orgullosa estaba era de su sitio web, donde la gente podía descargar libros para leer en cualquier dispositivo digital. Podrían hacerlo desde dentro de su tienda o desde la comodidad de sus propios hogares. Salió por su puerta trasera, por el callejón de cuatro metros, y a la puerta trasera de la panadería de Leah. Dentro de la cocina, Ali estaba apoyada contra la estación de trabajo, un danés en cada puño. —¿Ves? —dijo Leah—. Oh, y ten cuidado cuando agarres uno de la caja. A veces ella muerde, y no sé si recibió sus vacunas. —Recibí todas mis vacunas —dijo Ali—. Y, de todos modos, solo muerdo a Luke. Aubrey agarró cuidadosamente un danés, vigilando a Ali en caso de que Leah no estuviera bromeando. Dio un gran bocado y luego notó que tanto Ali como Leah la estaban mirando. —Ahora —le dijo Ali a Leah—. Pregúntale ahora. Mientras está cargada de azúcar. Es difícil esquivar a la gente cuando estás en un nivel alto de azúcar. Leah asintió y se volvió hacia Aubrey. —Así que… has estado ocupada. —Muy —dijo Aubrey con cautela. —Ocupada besando a Ben.

Y así, Aubrey se atragantó con el danés. Leah se apartó del mostrador, fue a la nevera y le sirvió a Aubrey un vaso alto de leche. Ella bebió la leche. Ya no estaba atragantada. Sobre todo, estaba perdiendo tiempo. —Se fue por la tubería equivocada —dijo. Ali y Leah la observaban, esperando, suspiró y dejó el resto de su danés. —Entonces esto no era realmente acerca de incluirme como parte de su ritual matutino. Ustedes querían escuchar el chisme. —En realidad —dijo Ali—, esperábamos ambas cosas. Leah empujó los daneses hacia Aubrey. —¿Siempre vas a estar tan a la defensiva? —Tal vez —dijo Aubrey, y luego se derrumbó—. Está bien, probablemente. —Escucha —dijo Leah—. Eres una amiga. Creo que vas a ser una muy buena amiga. Pero… —Pero Ben es familia —finalizó Aubrey—. Te estás casando con su primo. Lo entiendo. Estás preocupada por él. —Siempre —dijo Leah—. Aunque él es un niño grande, y va a hacer lo que quiera hacer. Se había dado cuenta de eso. —En realidad, para ser totalmente honestas, estamos un poco más preocupadas por ti —dijo Ali. Esto la sorprendió. —¿Por qué? —Ben no es exactamente una apuesta a largo plazo en este momento — dijo Ali. —¿Y creen que yo lo soy? —Por supuesto —dijo Ali—. Tuviste una mala racha y un trato injusto del imbécil de Teddy. Ambas lo tuvimos. Leah asintió, y Aubrey se dio cuenta de que lo que habían dicho era verdad: estaban preocupadas; por ella. Conmovida, dejó a un lado su vaso.

—Realmente fue solo un beso. —Incluso decirlo hizo que se estremeciera un poco por dentro. En primer lugar, no había sido solo un beso. Había sido el beso de todos los besos. Y segundo, no debería haber permitido que eso sucediera. No importaba lo que le hubiera dicho a Ben, él estaba en su lista. Esto significaba que tenía que tratar de hacer las paces con él, no besarlo. Porque cuando descubriera por qué estaba en su lista, no iba a querer besarla. Iba a querer no volver a verla nunca más… —Vi el beso —dijo Ali—. Sucedió que justo estaba afuera, en la acera delantera, hablando con Olivia, quien dirige esa encantadora tienda de ropa vintage por la calle. Y, por cierto, eso no fue “solo un beso” —dijo—. Eso fue un… beso vaya. Fui a casa y salté sobre los huesos de Luke. Aubrey tuvo que reírse. Ali tenía razón: había sido un beso increíble. Pero también había sido una casualidad. —No volverá a ocurrir —insistió, y enfrentó sus dudas y la suya propia—. No puede ocurrir. Unos minutos más tarde, Aubrey estaba de vuelta en el Book & Bean. Abrió la puerta, encendió todas las luces, y volteó su cartel a ABIERTO. Gus, dormido en su cama debajo de las escaleras, abrió un ojo y le maulló. La criatura nocturna estaba molesta por la luz del día. Aubrey fue a pararse en lo que pronto sería su pequeño nicho de servicio. Ben había limpiado después de la demolición, pero ella lo repasó, barriendo y limpiando el polvo para mantener la tienda impecable. Cuando terminó, se quedó mirando el lugar donde Ben la había apretado contra su cálido cuerpo largo, delgado y musculoso. Solo de pensarlo, sus labios hormiguearon ante el recuerdo de su beso. Y si estaba siendo honesta, otras partes hormiguearon, también. A la luz del día, no podía imaginar en qué demonios habría estado pensando para deslizar sus manos por su pecho hasta su cabello sedoso y tirar de su cabeza hacia abajo hacia la suya por más. De acuerdo, entonces no había estado pensando… Había sido un error, aunque uno delicioso, y ella necesitaba seguir adelante. Era buena en eso; seguir adelante. Y lo había probado con el primer éxito en su lista. Sonriendo solo de pensar al respecto, sacó el cuaderno de su bolso y agarró un bolígrafo. Y luego, con una sonrisa que no podía contener, aunque lo hubiera intentado, muy cuidadosamente, muy conscientemente, tachó el número tres. Melissa. De vuelta en la secundaria, las dos habían sido rivales que se habían vuelto una sobre la otra.

Melissa había sido bonita, divertida e increíblemente carismática, y cada vez que se ponía en mente un chico, lo había conseguido. Incluso cuando Aubrey lo había deseado. Aubrey había tenido el enamoramiento más grande sobre un chico en particular. Ben, por supuesto. No importaba que tuviera una novia de secundaria de larga data; todavía lo había anhelado y ardido por él. Secretamente, por supuesto. Odiaba recordar esos días, cuando había sido una humilde estudiante de primer año, captando mucha atención no deseada por parte de los chicos mayores debido a su apariencia. Esto, a su vez, la había convertido en un objetivo para las chicas populares, por supuesto. Siendo Hannah una de ellas. Una vez, Aubrey había estado en el estacionamiento de la escuela, rodeada por un par de chicos agresivos y odiosos. Ben los había ahuyentado, y Hannah había estado con él. —Ella pide por esa atención, Ben —había dicho Hannah cuando una agradecida Aubrey había comenzado a alejarse. La humillación de eso había ardido profundamente, pero fue ahuyentada por la defensa de Ben sobre ella. —Ninguna chica pide por eso, Hannah —había dicho él. Aubrey nunca lo había olvidado. Había sido el comienzo de su terriblemente doloroso enamoramiento, ese momento de bondad, y había odiado profundamente que él hubiera estado con Hannah. En cualquier caso, Melissa había sentido el enamoramiento de Aubrey y le encantaba atormentarla por eso. Una noche de verano Melissa tuvo una hoguera en la playa oculta, más allá del muelle, un lugar al que solo los adolescentes y las personas sin hogar se molestaban en ir de excursión. Melissa había llevado un poco de alcohol que había robado de sus padres y le había dado a Hannah hasta que se quedó dormida junto al fuego. Melissa entonces se había sentado junto a Ben y sacó todos los trucos del propio arsenal de Aubrey. El encogimiento accidental de tengo-tanto-frío. El encogimiento accidental de asustada-de-laoscuridad. El encogimiento accidental de vaya-eres-realmente-fuerte. Para el momento en que Melissa se había trasladado al encogimiento accidental de ¡hayun-bicho-enorme!, Ben estaba de mal humor por rechazar a Melissa, y Aubrey estaba de mal humor sabiendo que no iba a conseguir una oportunidad propia con Ben. Así que ella lo había hecho mejor que Melissa. Había desafiado a todos a ir a escalar rocas en los acantilados y saltar al agua; un truco estúpido y peligroso. Ella había estado a la par con Melissa hasta la cima. Habían estado a la par en el salto al agua, también. Aubrey había aterrizado a salvo.

Melissa no. Una ola la había golpeado contra una roca y se había roto el brazo. La habían dejado en el hospital y la habían abandonado, no queriendo meterse en problemas por la hoguera ilegal, el alcohol, o saltar del acantilado. Melissa había sido tratada y luego citada por intoxicación pública y peligro imprudente. Aubrey había salido impune. Lo habría descripto como un truco juvenil tonto, pero Melissa había estado en camino para jugar softbol en una universidad menor. Pero como su brazo requirió dos cirugías, había sido descartada del equipo. Ella nunca había ido a la universidad. El camino de Aubrey se había cruzado con el de Melissa varias veces aquí y allá. Después de todo, Tammy trabajaba en el mismo salón. Pero Aubrey y Melissa nunca habían hablado de esa noche, la que cambió la vida de Melissa para siempre. Pero esta mañana, Aubrey había pasado por el salón con suerte encontrando a Melissa trabajando temprano en el stock, y mencionó el pasado por primera vez en todos estos años. Melissa le había dicho a Aubrey que no mucho después de haberse roto el brazo, sus padres le habían puesto un corte por sus maneras fiesteras. Eso había sido una llamada de atención. Ella se había reagrupado, fue a la escuela de belleza, y ahora tenía su propia peluquería. Juraba que en realidad estaba agradecida por el camino en el que había terminado. Y feliz. Feliz… Aubrey sacudió su cabeza, maravillada. Pero Melissa había sido sincera. Había abrazado a Aubrey y le dijo que fuera por un corte en algún momento así hablarían de los viejos tiempos. —Vaya, sabe sonreír. Aubrey sofocó su sobresaltado chillido. Ben estaba de pie en la puerta, apoyando en la jamba de la puerta con un ancho hombro, los brazos cruzados sobre su pecho. Una pose casual. Pero no había nada casual en la mirada evaluadora que le estaba dando. —Sonrío mucho —dijo, irritada consigo misma. Solo la vista de él solía recordarle sus errores. Ahora la vista de él le recordaba que la había besado. Y besaba asombrosamente… Ese conocimiento era condenadamente distractor. Necesitaba encontrar una manera de deshacerse de eso, pero no podía. Pensaba en ello en cada momento de vigilia. Y también durante sus momentos de sueño, los pocos que habían sido.

Miau. Gus se había levantado para Ben. Nunca se levantaba para Aubrey, pero allí estaba, en sus cuatro patas, frotándose contra Ben como si fuera una droga. Estaba empezando a ver cómo era posible que Ben hubiera conseguido pelos de gato en sus pantalones. Ben se agachó y le dio al gato un frotamiento corporal que tuvo a Gus rodando en éxtasis sobre el suelo, el ruido bajo y fuerte de su ronroneo que rara vez se oía llenaba la habitación. Ella puso los ojos en blanco y luego se dio cuenta de que Ben la estaba mirando, realmente la estaba mirando, y se puso en guardia. —¿Vamos a hablar de eso? —preguntó finalmente, enderezándose. —No. —Demonios, no. Él casi sonrió, como si esa hubiera sido la respuesta que esperaba, y sin embargo había un destello de otra cosa también. Lo desechó, porque no podía haber manera de que él quisiera hablar de eso, tampoco. Otro hombre apareció detrás de Ben en la puerta. —Toc, toc —dijo, golpeando sus nudillos en la jamba de la puerta—. ¿Interrumpo? —Pastor Mike. —Aubrey inmediatamente miró a su alrededor con aire de culpabilidad, como si hubiera sido atrapada haciendo algo malo. Se detuvo y añadió una palmada mental en su cabeza. Buen Señor, mujer, agárrate—. No, no estás interrumpiendo nada. ¿Cómo puedo ayudarte? ¿Necesitas un libro? —No, no necesito un libro —dijo—. Pero gracias. Aubrey no sabía qué hacer con esto. La gente venía aquí por libros. O, en el caso de Ben, para volverla loca. —Solo quería ver cómo te encontrabas —dijo el pastor Mike, con una sonrisa casual. Fácil. —Estoy… —Ella no se atrevió a mirar a Ben—. Bien. Gracias. —No tenía idea de por qué realmente estaba aquí. ¿Había reglas de AA que no conocía? No se había anotado para nada. Había sido cuidadosa de no hacer ningún compromiso esa noche. No había querido que nadie se metiera en sus asuntos. Y especialmente no quería que Ben se metiera en sus asuntos. Mike miró a Ben y le tendió una mano.

—Es bueno verte a salvo en casa. Hubo un montón de velas encendidas para ti. Tu tía Dee encendió una cada semana. Ben estrechó la mano de Mike. —A ella le gusta cubrir todas sus apuestas. El pastor sonrió. —Funcionó. Escuché que te estabas quedando por aquí esta vez. ¿Ayudando a nuestra niña a salir? La boca de Ben se curvó ante el “nuestra niña”. —Sí. ¿Así que tú y Aubrey son cercanos? —le preguntó al Pastor Mike. Aubrey intervino antes de que el Pastor Mike pudiera revelar su secreto, a propósito, o de otra manera. —Sí, somos cercanos —dijo ella, moviéndose hacia Ben—. Somos… amigos. —Trató de empujarlo fuera de la puerta; para nada, por supuesto. El gran peso no podía ser movido. —¿Qué estás haciendo? —preguntó, resistiéndose sin esfuerzo a sus esfuerzos. —Tienes. Que. Irte. —¿Yo? —¡Sí! —Ella le mostró a Mike una sonrisa de somos-toda-una-familia-aquí por encima de su hombro—. Él justo estaba diciendo que tenía que irse —le dijo al pastor—. Es un gran pecador, ya sabes. Tal vez deberías ir con él. Evitar que siga pecando hoy. El Pastor Mike se rio. Por qué se estaba riendo, Aubrey no tenía idea, porque esto no era gracioso. —No tengo que irme —dijo Ben—. Tengo todo el día. Genial. Tenía todo el día. —No realmente. Eres un tipo ocupado, así que… —Soy todo tuyo —dijo con facilidad. Oh, por el amor de Dios. —Aubrey —dijo Mike con suavidad. —Solo un minuto, Pastor. —Renunció a intentar empujar a Ben por la puerta y se puso las manos en las caderas, soplando un mechón de pelo fuera de su cara. Le dio una mirada sucia antes de volverse hacia Mike.

—Está bien —dijo él en voz baja—. No puedo quedarme. Realmente solo quería ver cómo estabas, o si necesitabas algo. Oh. Bueno, eso fue un poco dulce, podía admitirlo. —No. Estoy bien, gracias. Mike lucía como si sabía que no debía creer eso, pero no discutió con ella. Simplemente asintió. —Sabes dónde encontrarme si necesitas algo. Y con eso, él se marchó. —Entonces —dijo Ben en el silencio—. Tú y el Pastor Mike. Ustedes son… amigos. —Sí. —¿De…? —preguntó. Le dio una mirada. —Tal vez voy a la iglesia todos los domingos. Él lanzó una sonrisa que detenía el corazón, y ella suspiró. —Sí, eso fue probablemente forzarlo, creer que soy lo suficientemente buena para ir a la iglesia. Su sonrisa se desvaneció cuando su mirada tocó sus rasgos. —Las buenas maneras están sobrevaloradas —dijo—. Pero lo estás haciendo bien, diría yo. La combinación de eso y la forma en que la estaba mirando hizo que su corazón se apretara incómodamente, así que dio unos pasos hacia atrás. —¿Qué estás haciendo aquí? —Trabajo aquí —le recordó. Ella suspiró. —Y gracias por eso, por cierto. Es realmente sorprendente lo mucho que has hecho anoche. Se ve bien. Él asintió en aceptación. —Ahora es mi turno para preguntar —dijo, y se apartó de la pared, cerrando la distancia entre ellos. —Uh… está bien. Pero tal vez deberíamos establecer límites… —Ningún límite. Aquí está mi pregunta. ¿Cuándo me vas a decir qué te pasa?

Oh, chico. —Esa es una pregunta bastante amplia. —Tienes razón —dijo—. Déjame reducirla para ti. Comienza con la lista, y por qué estás yendo por la ciudad hablando con la gente. ¿Te convertiste en testigo de Jehová o algo así? Eso sacó una risa de ella. —Creo que son dos preguntas. Sus ojos se calentaron un poco. —¿Y? —Y… no. No soy un testigo de Jehová.

Capítulo 9

B

en se echó a reír, y cuando lo hizo, Aubrey dio otro paso atrás; hacia la pared. Ella le frunció el ceño como si fuera su culpa, lo que le hizo querer reír nuevamente. En cambio, la estudió, un poco sorprendido al darse cuenta de que estaba realmente nerviosa por él. Esto era fascinante. Sabía que no era frecuente que ella permitiera que sus sentimientos se mostraran. Infiernos, habría dicho que no era frecuente que realmente sintiera algo. Era una galleta dura y llana. Siempre lo había sido, durante toda la escuela, incluso cuando se enfrentaba a las chicas malas o a los tipos estúpidos que pensaban que se echaría atrás solo por su aspecto. Se había vuelto aún más dura. Inescrutable. Pero luego la había besado. La había tenido en sus brazos, y sabía muy bien que ella había estado sintiendo en abundancia. También lo había hecho él. Pero hoy era más que lujuria. La estaba poniendo nerviosa, y decidió que eso le gustaba, también, mucho más de lo que debería. Sobre todo, porque ella le hacía sentir un infierno de muchas cosas, incluso, de todas las ridículas posibilidades, celoso de un pastor felizmente casado. Tenía que preguntarse cuál era la conexión entre Mike y Aubrey. ¿La lista? ¿Y por qué le importaba tanto? La respuesta a eso era inquietante, por decir lo menos. Se estaba metiendo bajo su piel; en grande. No debería haberla besado. Llevaba un bonito vestido, una sedosa cosa envolvente color verde bosque que abrazaba sus curvas y realzaba sus ojos. Y Cristo, cómo era que estaba notando tal mierda, no tenía idea. Ella era un trabajo para él en este momento, nada más, nada menos. Lo que no explicaba por qué no podía apartar los ojos de sus piernas de un kilómetro de largo cuando se giró para poner un poco de distancia entre ellos. Caminó hacia el espacio abierto entre la última fila de estanterías y el armario que había quitado, luego se agachó y comenzó a establecer un manojo de cuadrados. Un diseño, se dio cuenta mientras ella los arreglaba. Estaba trabajando en un diseño ahora que tenía la financiación que tan desesperadamente necesitaba.

Miró a su alrededor y se dio cuenta de algo más. Después de que había hecho un poco de desorden la noche anterior, ella había barrido. Desempolvado. Y se deshizo de la última mierda que yacía de la antigua librería. Había estado trabajando duro. Realmente duro, se dio cuenta, mirándola más de cerca, viendo los signos de agotamiento bajo sus ojos y en la estrechez de su boca. Agotamiento y preocupación. —Has estado ocupada —dijo. —¿Por qué suenas sorprendido? Es mi tienda. No sabía por qué estaba sorprendido, exactamente. —Supongo que no te veo como el tipo de comerciante local amistoso — dijo. —¿Debería preguntar cómo me ves? Sabía que no debía tocar eso. Ante su silencio, hizo un bajo sonido de molestia. —No me conoces, Ben —dijo, haciéndolo sentir como un imbécil mientras regresaba a sus cuadraditos, tocando algunas cosas con la punta de su pie, emitiendo una vibra de Estoy-muy-ocupada. Pero la conocía. O estaba empezando a hacerlo. Sabía lo mucho que esta tienda parecía significar para ella. Sabía que lo que sea que fuera esa lista, también significaba mucho. Y sabía que besaba y sabía cómo el cielo en la tierra. No que quisiera escuchar ninguna de esas cosas de él. —¿Estás segura de que quieres las cosas tan abiertas? —preguntó, y ella saltó, claramente sorprendida al darse cuenta de que él estaba justo detrás suyo ahora, mirando por encima del hombro hacia el arreglo. —Quiero fomentar la socialización —dijo con rigidez—. Quiero que la gente tenga un lugar a donde ir. —No lo miró—. Quiero que la gente se sienta cómoda pasando el rato aquí así no se sentirán solos. Esto hizo que su corazón se apretara, porque pensaba que tal vez ella era la que se sentía sola. —¿Por qué crees que la gente se siente tan sola? —preguntó finalmente, con sincera curiosidad. —Todo el mundo se siente solo en algún momento. —Miró atrás hacia él—. Lo sabes.

Porque había perdido a Hannah. Sosteniendo su mirada, asintió lentamente. —Y piensas que una librería puede hacer que la gente se sienta… ¿no sola? —Creo que tener un lugar a donde ir puede ayudar. —No sentirse solo no se trata de un lugar físico —dijo. —Bueno, lo sé. —Rompiendo el contacto visual, una vez más volvió a su diseño—. Pero es un comienzo. La observó jugar con el arreglo de cuadrados por un momento más. —¿Por qué un sendero así de ancho entre las zonas de descanso? — preguntó—. Podrías tener más mercadería aquí dentro si lo cierras, aunque sea un poco. —Sé lo que estoy haciendo. —¿Sí? ¿Quieres compartir? —Voy a ser anfitriona de la noche de bingo. Y el club de tejido. Y del intercambio de galletas y libros. Y, espero, un montón de otras cosas. Mucho de eso incluye a las personas mayores, y ellos necesitan espacio extra para maniobrar con bastones y sillas de ruedas y cosas. El otro día, el señor Elroy tiró toda una exhibición de libros con su bastón y luego culpó al señor Wykowski. Casi llegaron a los golpes, como un par de jóvenes de veinte años, pero Lucille intervino, diciéndoles que no conseguirían ninguna galleta si no lo terminaban. Ben sonrió. —¿Recuerdas la vez que bailaste en el centro para personas mayores y les diste a tres personas mayores un paro cardíaco? —Cerca de un paro cardíaco —respondió, corrigiéndolo—. Y fue un concurso de belleza. No estaba bailando. Estaba girando el bastón para la competencia de talentos. Luchó contra una sonrisa y perdió. —Lo que digas, solecito. —Entró en su espacio entonces, aún más divertido cuando se quedó quieta, como Bambi en los faros, sin saber si moverse, o mantenerse firme. Se mantuvo firme. Él empujó los cuadrados un poco. —¿Qué tal esto? Obtienes un muro extra, del cual haríamos una media pared, como querías. Eso divide el espacio para que puedas tener dos grupos al mismo tiempo y, aun así, te da una sensación abierta. Además, si haces de la pared una estantería, adquieres un espacio adicional de almacenamiento o

exhibición de productos. —Se quedó mirando fijo los cuadrados durante un largo momento, sin decir nada—. O no —dijo encogiéndose de hombros—. Tu lugar. —No, es… bueno. Eres bueno. —Algunas veces. Su mirada se desvió hacia él, y por un momento, el hambre y el anhelo eran pesados en el aire entre ellos. Entonces puso los ojos en blanco. —Y también muy modesto. Él sonrió, luego retiró el borde de la alfombra, revelando lo que había descubierto anoche; pisos de madera dura debajo. —Oh, Dios mío —dijo, y se arrodilló, inclinándose para ver más de cerca la madera—. ¡Anotación! Miró la forma en que su vestido se ajustaba a su perfecto trasero y dijo: —Definitivamente. —Arrancó su mirada fuera de ella—. Levantaré la alfombra para ti esta noche si quieres. —Me gustaría. —Se levantó, se sacudió las manos y sacó una pila de muestras de pintura—. Estaba pensando en este para las paredes, y este como un color de acento. Él extendió las muestras y empujó dos colores por encima de sus opciones. Ella los miró fijamente. —¿Más claros? —Sí. Hará que tu espacio parezca más grande. —También más cálido —señaló. —Querías comodidad —le recordó—. Tu palabra, no la mía. Se quedó mirando sus colores por un largo momento. —¿Me vas a ayudar a pintar? —Puedo hacerlo yo mismo —dijo, pensando que un poco de espacio entre ellos podría estar justificado. —Quiero estar involucrada. Perfecto. —Pintar es sucio —dijo. —Soy buena pintando.

Él la miró por un largo momento, luego se encogió de hombros. Si estaba dispuesta a quemarse, ¿por qué infiernos no lo estaba él? —Además —dijo ella—. No tiendo a ensuciarme. Él sonrió, una de verdad. —¿Dónde está la diversión en eso? —preguntó, y fue recompensado por su sonrojo.

La noche siguiente, Ben entró en la librería después del cierre. No necesariamente se había propuesto evitar a Aubrey. De acuerdo, se había propuesto totalmente evitarla. Como resultado, había logrado pasar varias horas hoy sin pensar en ella en absoluto. Lo que fue completamente negado por el hecho de que había estado protagonizando sus sueños… Ayer, había levantado las alfombras en la librería. Había barrido después, pero la madera dura todavía necesitaba un poco de cariño. Pero mientras miraba el lugar ahora, se dio cuenta de que Aubrey había limpiado los pisos, levantando años de suciedad y desgaste. No sabía qué había esperado de ella, o por qué había asumido que haría que él hiciera todo el trabajo sucio como fuera posible, pero estaba trabajando duro, y encontraba eso… atractivo. Muy salvajemente. —Mi tía amaba este lugar —dijo detrás de él. Estaba en ropa deportiva, ojos soñolientos, como si tal vez la había despertado—. Venía aquí después de la escuela y ella tenía un refrigerio esperando —dijo—. Siempre estaba tan ocupada, porque hacía todo el trabajo por sí misma, pero hacía tiempo para mí. No importa cómo era su día. Me ponía en esa silla grande y suave… —Señaló hacia una enorme silla mullida en la esquina—. Y luego me traía un montón de libros para leer, y por un rato yo escapaba. —¿Escapabas de qué? —preguntó. Se encogió de hombros como si estuviera avergonzada y luego miró hacia la tienda. —Quiero traer esa magia para los demás.

No tenía idea de por qué se le apretaban las entrañas, o por qué en ese momento quería darle lo que sea que necesitara. —Podemos hacer eso —dijo. Se volvió hacia él. —¿Nosotros? —Tu tío me contrató —le recordó—. No dejo un trabajo solo porque el cliente me vuelve loco. Le dio una pequeña sonrisa. —Pero, ¿por qué es este tu trabajo en primer lugar? ¿Por qué siquiera estas de vuelta en Lucky Harbor? Buena pregunta. Pregunta cargada. Aquí se sentía como… en casa. Aquí era donde se sentía más como sí mismo, pero se encogió de hombros. —Tal vez lo extrañaba —dijo, probando las aguas al decirlo en voz alta. —¿Sentimental, Ben? ¿Tú? —No me conoces —dijo, repitiendo las palabras que ella le había dicho— . O a quién soy. No sonrió, pero sí asintió en reconocimiento. —¿Se está volviendo más fácil? —preguntó, tranquilamente—. ¿Estar aquí sin ella? Él hizo una pausa. Nunca nadie le preguntó eso. Donde había estado, la mayoría de la gente no tenía idea de que había perdido a su esposa. Solo la gente aquí en Lucky Harbor lo sabía. Y la gente aquí tendía a caminar de puntillas alrededor del tema, sin querer molestar al afligido viudo. Pero cinco años era mucho tiempo, y había aprendido que por mucho que amaras a alguien, no podías mantener su memoria viva en tu cabeza durante cinco años. Por mucho que amaras a alguien, su risa, su sonrisa, su voz… todo se desvanecía un poco con el tiempo. —No estoy en el borde de un acantilado, si eso es lo que estás preguntando —dijo finalmente. —¿Qué estás? Se encogió de hombros. —Cansado, en su mayoría. —Teniendo en cuenta dónde has estado y lo que has hecho, solo puedo imaginarlo —dijo en voz baja.

Incómodo con esta conversación muy real, se dio la vuelta y caminó a lo largo de la habitación, sacando su cinta métrica. —Compré la madera para las estanterías. Conseguiré más para la media pared si quieres seguir con esa idea. —Sí, quiero —dijo ella—. Fregué los pisos y, como me gustan las vetas, no voy a hacerles nada más. Eres bueno para cambiar de tema, ¿lo sabías? Lo sabía. Quería hablar de los últimos cinco años, lo que la volvía interesada en él como él estaba sobre ella. Levantó un hombro y gesticuló a su alrededor. —Una librería es mi lugar favorito. No debería sorprenderte que yo leyera; mucho. Mucha investigación. Tu último proyecto salvó la vida de miles, proporcionando no solo agua para los agricultores y sus cultivos sino también dándoles una manera de seguir proporcionando esas cosas por su cuenta para las generaciones venideras. Sus cejas se alzaron, tanto sorprendido como incómodo con el escrutinio cercano. —¿En serio estás dándome un cumplido? —Tal vez. Solo un poco. —¿Por qué? —¿Por qué? ¿Qué quieres decir con “por qué”? Se movió hacia ella, notando con cierta diversión que contuvo la respiración, pero se mantuvo firme en el lugar. Ellos chocaron. Frente a frente. Pareció dejar de respirar y levantó la cabeza, mirando hacia su boca. —Sabes por qué —susurró—. Porque estamos… atraídos el uno al otro. —Es una forma de decirlo. —Lentamente levantó una mano, observando cómo sus pupilas se dilataban mientras se estiraba hacia ella… Y luego, más allá hacia el mostrador, donde él abrió la libreta. Ella parpadeó, girándose para ver qué buscaba, y pasó de suave y soñadora a enojada en un abrir y cerrar de ojos. —Oye… —Tienes a alguien tachado —dijo, burlándose de ella—. ¿Debería llamar a la policía? Entrecerró sus ojos.

—Ja, ja. —Agarró su cuaderno—. Tal vez puedas ser un divertido carpintero y en realidad hacer algún trabajo. Necesito esos estantes, como para ayer. —¿Qué más necesitas? Ya estaba yendo hacia la puerta, pero se detuvo para girarse y mirarlo. —¿Perdón? —Hace un minuto, parecía que necesitabas un hombre. —No necesito a nadie —dijo—. Pero si lo hiciera, sería alguien… dulce — dijo enfáticamente—. Dulce y… beta. —Beta —repitió él. —Correcto —dijo—. Estoy más allá de los hombres alfa. Y tú, Ben McDaniel, eres tan alfa como pueden ser. Bueno, ella lo tenía allí.

Capítulo 10

D

os días después, Aubrey se detuvo en la casa de su madre y se miró en el espejo retrovisor. Pálida. Seria. Estresada.

Se puso un poco de brillo labial y luego sonrió; una gran sonrisa falsa que no llegó a sus ojos. Uno podía fingir cualquier cosa, lo sabía, incluso la felicidad. Era una profesional en eso. Pero para ella era importante que su madre realmente creyera que era feliz. Tammy había pasado por mucho en la vida, demasiado. Así que, manteniendo la sonrisa en su lugar, Aubrey se dirigió hacia el apartamento de su madre. La noche estaba fría, pero hermosa. Despejada y aguda, sin una nube en el cielo. Las estrellas iluminaron su camino. Ni siquiera tuvo que llamar. Con el extraño radar de madre, Tammy sintió que su hija regresaba a casa y abrió la puerta principal. —¡Mi bebé! —chilló con una sonrisa de oreja a oreja, tirando de Aubrey para un fuerte abrazo—. ¡Pasa! Tengo pollo frito, y ahora que estás aquí, también prepararé macarrones con queso, como te gustan, con las migas de pan crujiente y el queso extra encima. Comida confortable. Érase una vez, Aubrey había vivido para tales comidas. Hasta el día en que se había metido de cabeza en la pubertad y no podía entrar en sus jeans. Después de eso, había muerto de hambre en secreto, fingiendo comer la comida de su madre, pero realmente alimentando directamente al compactador de basura. Tammy había expresado a menudo su placer sobre su “buen metabolismo” heredado de su sangre, pero la verdad era que Aubrey tenía el metabolismo de su padre. Tenía que controlar cada caloría y hacer ejercicio en el gimnasio por cada indulgencia que tomara. —No tengo hambre, mamá. —¡Tonterías! Tienes que comer. Espero que Carla venga esta noche. —Mamá —dijo Aubrey lentamente, sin querer decepcionada, como siempre lo estaba—. Carla no vendrá.

que

estuviera

—Sí, lo hago. —Carla entró detrás de Aubrey, todavía con el uniforme—. Pero solo tengo media hora antes de tener que volver.

—¡Por supuesto! —dijo Tammy, sonriéndoles a sus dos niñas—. Tu trabajo es muy importante; sé eso. ¡Entren! Aubrey entró en la sala de estar. Había un montón de muebles para el pequeño espacio, pero a Tammy no le gustaba tirar nada. Y sobre cada mesa final y mesa de café había… cosas. Platos de dulces, marcos, chucherías. Estaba agrupado y amontonado, pero, para Aubrey, eso también era su hogar. Carla nunca había pasado mucho tiempo allí. Miró a su alrededor ahora, y aunque no dijo nada, Aubrey sabía que estaba pensando que el lugar era el sueño de un acaparador. Y Aubrey podía admitir que eran prácticamente un reality show a punto de ocurrir. Carla se acomodó en la esquina de un sofá. Aubrey tomó la otra esquina más alejada. —Entonces… —Ella buscó un tema seguro—. ¿Cómo estás? —Agotada —dijo su hermana, inclinándose hacia atrás, cerrando los ojos—. Dos turnos seguidos, y soy un zombi. No he tenido tiempo de ir a comprar comida, buscar mi correo, ni regar mis pobres plantas, mucho menos cepillar mi cabello. Mis vecinos probablemente piensen que estoy muerta. Tammy chistó. —Cariño, al menos tienes que cepillarte el cabello. ¿Qué pensará la gente? Carla soltó una carcajada. —Pensarán que no estoy muerta después de todo, pero que necesito un peluquero. —Podría hacer esas cosas por ti —le dijo Aubrey. —¿Qué? —preguntó Carla—. ¿Cepillar mi pelo? ¿O decirles a mis vecinos que no estoy muerta? —Conseguirte algunos comestibles. Buscar tu correo. —Aubrey se encogió de hombros—. Regar tus pobres plantas. —¿Por qué? —Porque soy tu hermana. Carla abrió sus ojos y la miró. —¿Es por lo de la semana pasada? —No —dijo Aubrey. Pero lo era. Un poco. Ella tenía algo que ofrecer, maldita sea.

—Es muy dulce de tu parte querer ayudar, Aubrey —dijo Tammy—. Míranos, llevándonos como una verdadera familia. —Somos una verdadera familia, mamá —dijo Aubrey. Miró a Carla. Dile, dijo con sus ojos. Dile que somos una maldita familia. Carla se encontró con su mirada, hizo una pausa, posiblemente puso los ojos en blanco brevemente, y luego asintió hacia su madre. —Somos una familia, mamá. Simplemente no siempre somos tan buenas en eso. —¡Oye, somos mejores que algunos! —Tammy se llevó la mano al pecho y se le llenaron los ojos de lágrimas—. Nadie se mueva, ¿me oyen? Necesito una foto de esto. —Ella revolvió a través de la mierda en la mesa de café y sacó su teléfono—. Acérquense una a la otra. Aubrey y Carla compartieron una mueca incómoda y luego se acercaron. —Sí, así. ¡Perfecto! Ahora abrazo. —Hizo un gesto con una mano, la otra sosteniendo el teléfono—. ¡Oh, y sonrían! Dios. Esto no es un funeral. Aubrey y Carla se abrazaron, sostuvieron la postura incómoda y sonrieron. Y… sonrieron. —Mamá —dijo Carla, un poco tensa—. Toma la foto ya. —¡Lo estoy intentando! —dijo Tammy, buscando a tientas en su teléfono. —¡Mierda! Nunca puedo encontrar la maldita cámara en esta cosa. La sonrisa de Aubrey se sentía más que un poco frágil. —Está en inicio, mamá. La aplicación superior izquierda. Dice CÁMARA. —Oh. —Tammy se rio—. Sí. Lo tengo. Cuando Tammy finalmente tomó la foto y bajó el teléfono, Aubrey y Carla se separaron de inmediato. Comieron en la pequeña mesa de la cocina, prácticamente codo a codo. —Al igual que en los viejos tiempos —dijo Tammy—. ¿Recuerdas cuando venías de visita, Carla? Nos sentábamos aquí de esta manera y hablábamos de la escuela. ¡Oye, podríamos hablar de trabajo! —Vivo para mi trabajo —dijo Carla—. No quiero hablar de ello. ¿Qué hay del de ustedes? Aubrey vio que Tammy felizmente le contaba a Carla todo sobre el salón y sus clientas. Ella recordaba a cada una, y cada cosa que le decían. Era parte de lo que la hacía tan popular.

—¿Y tú? —le preguntó Carla a Aubrey—. ¿Cómo van las cosas en tu trabajo? —Sabes que ella está dirigiendo su propio negocio ahora —dijo Tammy, con la voz llena de orgullo—. Se hizo cargo de la librería de la tía Gwen. —¿Dejaste de trabajar para el ayuntamiento? —preguntó Carla, sorprendida. —Cariño —dijo Tammy en una risa—. ¿Nunca lees Facebook? Su novio la abandonó y la despidieron. —Bueno, no exactamente —dijo Aubrey a una Carla boquiabierta—. Lo dejé y luego renuncié. —Una diferencia importante, al menos para ella. Hubo un silencio incómodo mientras todas procesaban esto. —Una librería —dijo finalmente Carla—. Pensé que todos estaban dejando el negocio en estos días. —Esta es diferente —dijo Aubrey—. También estoy vendiendo libros digitales y abriendo el lugar a todo tipo de clubes, como de tejido y clubes de té… —se interrumpió porque Carla no parecía impresionada. —¿Cómo vas a vender libros? —preguntó. —Porque va a ser un lugar donde la gente quiera ir y pasar el rato. Y comprar su material de lectura —dijo Aubrey, tratando de sonar más positiva que optimista. —¿Tú y tus compañeros residentes de cirugía no tienen un montón que leer y estudiar? Podría darles un lugar para encontrarse y reunirse, y darles un descuento en sus materiales. —Un descuento —dijo Tammy. Ella amaba una buena ganga—. Bueno, ¿no es eso agradable? Unos minutos más tarde, el celular de Carla zumbó. Ella leyó un texto y se puso de pie. —Lo siento, tengo que volver. —Miró a Aubrey—. Le haré saber a la gente sobre tu tienda y el descuento. Nos reunimos los domingos por la noche y los miércoles por la mañana al amanecer. —Mi tienda está cerrada en esos horarios, por lo que tendrían la tienda exclusivamente. Carla vaciló. —Nos reunimos en la cafetería ahora, y no es lo ideal. Su té apesta. —Mi té nunca apesta, y traeré golosinas para ustedes de la panadería de al lado —dijo Aubrey.

Carla asintió, luego se fue unos minutos después. —Eso fue muy dulce de tu parte, cuidar de tu hermana así —dijo Tammy— . Tienes un corazón tan grande, cariño. Aubrey la miró como si dijera Sí, claro. —No, es cierto —insistió Tammy—. Carla puede haber conseguido el cerebro, pero tienes todo el corazón. Aubrey se echó a reír. De acuerdo, había escuchado eso antes, pero no tenía sentido estar insultada. No cuando su madre lo decía como el más alto de los cumplidos. Su mirada se enganchó en un montón de facturas en el desorden sobre la mesa. —¿Cómo estás, mamá? ¿De verdad? —Estoy genial, cariño. Aubrey tocó la pila de facturas. Tammy se encogió de hombros. —Oh, esas —dijo—. No te preocupes por eso. Serán pagadas a tiempo. —Me quedan unos pocos ahorros —dijo Aubrey. Énfasis en pocos—. Permíteme… —No, no. Lo tengo, aunque has probado mi punto sobre el corazón. — Tammy acarició el cabello de Aubrey—. Todavía estás usando esas cosas que te di del salón, ¿verdad? Es un hacedor de milagros, ¿no? —Sí. Mamá… —Pero no llevas lápiz labial. —Estoy usando brillo. Y estaba trabajando.

—Siempre deberías tener lápiz labial debajo —dijo Tammy—. Especialmente cuando estás trabajando. Te da color y dinamismo. —Carla no estaba usando nada —dijo Aubrey—. Y no la molestaste. —Sí, bueno, le tengo un poco de miedo a Carla, para ser honesta. Aubrey se echó a reír. —¿Me estás diciendo que no te asusta? —preguntó Tammy, sonriendo. —Me asusta muchísimo —admitió Aubrey, y ambas se echaron a reír. Y luego su madre volvió a su tema favorito—. Realmente no hay ninguna razón para relajarte en cómo te ves, sabes. Incluso si estás trabajando mucho. Cuántas veces te lo he dicho: si te ves genial, entonces la vida es buena. Aubrey reprimió su suspiro.

—Me veo bien. Tammy lució apenada ante eso. —Sabes lo que siento por esa palabra.

Bien estaba reservado para los días de cabello terrible. —No estoy trabajando de modelo, mamá. —Bueno, deberías estarlo —dijo Tammy—. Harías una fortuna. Dios mío, estabas en una buena racha con los concursos de belleza. Podrías haber ido hasta el final, cariño. Podrías haberte convertido en modelo. —Me encanta lo que estoy haciendo ahora estremeciéndose por el recuerdo de sus días como modelo.

—dijo

Aubrey,

—Eso es maravilloso —le dijo Tammy—. Solo digo. Eres tan bonita, bebé. ¡Y tú figura! Podrías haber hecho catálogos. Podrías haber sido uno de esos ángeles para Victoria’s Secret. Aubrey se echó a reír. —¡Lo digo en serio! Lo triste era que Tammy lo decía en serio. Y ella no podía tener ni idea, pero Aubrey le había dado una oportunidad al modelaje. Hubo algunos trabajos de modelaje de bajo nivel, lo que llevó a algunos trabajos de modelaje de más bajo nivel, lo que llevó a algunas cosas en las que Aubrey intentaba no pensar, aunque había logrado pagar la mayor parte de su matrícula universitaria de esa manera. —El modelaje no es para mí —dijo con firmeza. Tammy suspiró. —Si tú lo dices. —Así es. —Solo quiero que te cuiden —dijo Tammy. —Estoy perfectamente cuidada, mamá. Por mí misma. Tammy sonrió. —Oh, lo sé. Eres tan fuerte, Aubrey. Tan independiente. Sé que has tenido que serlo. A veces me preocupa que hayamos hecho algo incorrecto, tu papá y yo, dividiéndolas como lo hicimos con los muebles y el dinero. —Hiciste lo que tenías que hacer —dijo Aubrey. —Para mí —estuvo de acuerdo Tammy—. Las quería mucho a las dos, pero tu padre y yo… estábamos en camino de matarnos el uno al otro. Solo supuse

que lo mejor era dividir todo, incluidas ustedes. Y cuando funcionó tan bien, tu hermana con tu papá y tú conmigo, ahora es fácil no cambiar tan a menudo. —O en absoluto —dijo Aubrey suavemente. Tammy suspiró. —O en absoluto. —Papá no era mucho de seguir las reglas. —Tu papá no es el único culpable —dijo Tammy en voz baja—. Sé que te dolió que no tuviera mucho tiempo para ti, pero estaba tan ocupado trabajando en el hospital, y su trabajo era tan importante. Tu hermana se adapta mucho mejor a esa vida. Siempre quise conseguirme a otro hombre para que tuvieras una figura paterna, pero eso realmente nunca funcionó. —Mamá, está bien. Todo es agua debajo del puente. —Bueno, ahora, eso es lo que siempre he pensado —dijo Tammy—. Eras tan popular en la escuela. Más como notoria… —Tuviste novios. Y citas en la universidad. Siempre parecías tener una cita. Aubrey amaba a su madre, verdaderamente lo hacía, pero había ido a la universidad en Seattle mientras trabajaba en varios puestos administrativos. No muy lejos en el esquema de las cosas, pero dado que Tammy rara vez, si acaso, dejaba Lucky Harbor, Aubrey bien podría haber estado en la luna. Con toda honestidad, Tammy no tenía idea de cómo había sido la vida universitaria de Aubrey. —Y luego obtuviste ese trabajo elegante en el ayuntamiento. Estaba segura de que encontrarías un hombre elegante para ir con eso y finalmente me darías nietos. —Mamá… —No, cariño, déjame terminar. En cada trabajo que has tenido, sobresaliste. Todo lo que siempre has querido, lo obtuviste por ti misma. Eres tan capaz. Tan fuerte. Pero estás actuando como… ¿cómo dicen? Una isla. De vez en cuando, una sorprendentemente profunda y sabia semilla de sabiduría salía de la boca de su madre. —No hay nada de malo en confiar en mí misma —dijo en respuesta. No podía ser decepcionada por alguien más de esa manera—. Estoy realmente bien, mamá. Lo prometo. —Bueno, tengo ojos en la cabeza, ¿no es así? Puedo ver que estás bien. Pero está bien dejar entrar a alguien a veces, ya sabes. Ser independiente, fuerte y tener que hacer todo por ti misma es una cosa. Pero no deberías tener que estar

sola, siempre. Puedes dejar entrar a la gente, bajar la guardia. Tener más amigos. Estar menos estresada… Aubrey sonrió. —No estoy estresada. Me encanta la tienda. Y tampoco estoy sola. Te tengo. —Oh, cariño. —Los ojos de Tammy se pusieron brillantes, inclinó la cabeza hacia atrás y parpadeó rápidamente mientras agitaba una mano cerca de su cara—. No te atrevas a hacerme llorar, hoy no llevo máscara de pestañas impermeable. Aubrey dejó la casa de su madre sintiéndose como una salchicha rellena; recuerdo de un tiempo hace años cuando se sentía así cada noche. Tomó el camino largo de regreso a la tienda, a través de los acantilados, que en realidad no estaba en su camino a casa en absoluto. Estaba al menos a dieciséis kilómetros de su camino. Las casas aquí arriba eran caras. Lujosas. Maravillosas. Su padre vivía al final de un callejón sin salida en una enorme y extensa casa de dos pisos que había construido para especular hace unos años, diseñada para su segunda esposa. Aubrey no bajó hasta el final de la calle; no quería ceder a sí misma. Sintiéndose como una ridícula acosadora, miró la casa iluminada y sintió que su pulso latía. En el gran porche delantero, con todas las bonitas luces colgantes, había una enorme casa de muñecas. Una casa de muñecas grande, perfecta, hermosa, elegante, claramente exageradamente cara. Y fue olvidada en el porche, luciendo un poco mojada por los elementos y la tierra. Su corazón se apretó. No la suya, se dijo. Nada como la suya. La suya era mucho más pequeña, hecha de plástico y cartón barato. Pero le había encantado. La había amado tanto. De alguna manera, se había perdido en la confusión del divorcio y la mudanza subsiguiente, y había llorado su pérdida más que la pérdida de la unión de su familia. ¿Qué tan tonto era eso? Pero al ver esta casa de muñecas perfecta, descuidada, sin amor, lo recuperó todo. Así es como se había sentido después del divorcio, también. Descuidada. No amada. De repente, hubo actividad en el patio, que estaba iluminado por las luces de la casa y del porche, y se quedó inmóvil como una piedra, como s i eso la hiciera invisible. Pero los tres ocupantes en la hierba congelada no se volvieron hacia ella ni le prestaron la más mínima atención.

Eran su padre y las dos medias hermanas de Aubrey, Brittney y Katrina, de cuatro y seis años. Estaban usando vestidos a juego y abrigos de lana. Su papá llevaba un traje y un abrigo, se veía limpio y despreocupado como siempre, y todos estaban persiguiendo a un pequeño cachorro. Aubrey sintió un puñetazo en el estómago. Realmente se dobló del dolor, sus manos en el volante, su boca abierta boqueando como si fuera un pez enganchado. Una casa de muñecas y un cachorro. Tenían su casa de muñecas y su cachorro. Está bien, está bien, no suyos. Pero sentía como si una parte de ella acabara de ser robada. Se escucharon risas de parte de sus medias hermanas, luego un sonido que no reconoció al principio. La risa de su padre.

Cuando Aubrey llegó a su casa, sentía la necesidad de ponerse la sudadera más fea, quitarse todo el maquillaje y llenar una copa gigante con vino. Que sea vodka. Entró por la tienda e inhaló el aroma de la madera recién cortada. Entonces escuchó la voz recortada de Ben. —A la mierda con eso —dijo él—. ¿El tipo está trabajando a menos de dos horas? ¿En un trabajo decente? ¿Y, sin embargo, no está proveyendo para sus hijas, mucho menos visitándolas? Se están pudriendo en ese hogar de acogida, Luke. Aubrey avanzó un paso más y encontró a Ben en la ventana más alejada, mirando hacia afuera. Sostenía el teléfono en su oreja con una mano mientras que la otra se metía en su cabello, sosteniéndolo fuera de su frente. Sus pies estaban plantados de par en par, en una postura agresiva que se marcaba para tipos duros enojados. —No, no voy a retroceder en esto —dijo, y luego se detuvo, claramente escuchando. Lo que sea que escuchó lo hizo relajarse y dejó escapar un suspiro. —Dime eso a la cara y veremos lo bonito que tu novia crees que aún eres después de eso —gruñó, aunque ahora sonaba mucho menos enojado—. Por lo

menos contacta al imbécil —dijo—. Esas chicas se lo merecen; sí, sí, las miro y me veo. Jesús. Ninguno de los dos necesita un psicólogo para saber eso. Pero tienen cinco años, Luke. Yo tenía doce años, y ya sabía cómo era. Estas chicas, son… mierda. No tienen ni idea. Lo necesitan. Dile eso al imbécil. Lo necesitan. —Colgó y metió el teléfono en su bolsillo. Y no se movió. Solo miró hacia la noche… Aubrey no sabía qué hacer, un sentimiento inusual para ella. Estaba entrometiéndose en un momento privado, y sin embargo este era su lugar. Dejó caer su bolso para advertirle de su presencia, y cuando él todavía no se movió, ni un centímetro de músculo tenso, se dio cuenta de que sabía que ella estaba allí todo el tiempo. —Si estás buscando un argumento —vino su voz sin cuerpo en la luz tenue—, olvídalo. No estoy de humor. Pero era una mentira. Estaba absolutamente de humor para una pelea, y eso le sentaba muy bien. Porque ella también estaba de humor.

Capítulo 11 —¿

C

uál es el problema? —le preguntó Aubrey a Ben. —Dije que no estaba de humor para ti, Aubrey. Dada la conversación que acababa de escuchar, decidió darle un descanso en la actitud seria.

—Puedo ver eso. Tal vez deberías dar por finalizada la noche. En ese momento, se volvió hacia ella, su mirada se estrechó mientras miraba su cara. —¿Qué paso? Desafortunadamente, todavía estaba avergonzada de llorar, así que no se atrevió a ir allí. —Solo vete a casa, Ben. Y para asegurarse que él, o ella, no hicieran nada estúpido, se fue primero. Caminó hacia el pequeño pasillo trasero, que se abría a un espacio de oficina aún más pequeño y a un conjunto muy estrecho de escaleras que conducían a su desván. Subió las escaleras a paso rápido, cerró la puerta y se quedó en medio de la habitación. La única luz provenía de la luz de la luna que se inclinaba a través de los listones de las persianas. No necesitaba encender el interruptor de la luz para ver los treinta y siete metros cuadrados, que consistían en un sillón de dos plazas, una mesa cuadrada y dos sillas, una cocinita y su única indulgencia… una cama suave y lujosa apilada con más suaves y más elegante almohadas. Resistió, apenas, el impulso de lanzarse boca abajo y asumir su posición de pensamiento favorita.

Miau. Oh, Dios. Un propósito. Sin siquiera quitarse el abrigo, se acercó a Gus, que estaba sentado junto a su tazón vacío, mirándola acusadoramente. Le sirvió una cucharada y lo acarició mientras comía. —Escapaste antes de decidirte por los colores. Con un jadeo, se giró. Ben estaba parado justo allí. Por supuesto que lo estaba. Llevaba unos jeans desteñidos y sueltos, y una camiseta ajustadas sobre

su pecho y brazos. Parecía un poco polvoriento, un poco sudoroso, y sus ojos brillaban con el mismo temperamento que ella sentía recorriéndola. —Necesitas una maldita campana alrededor de tu cuello —dijo. Él no sonrió. Simplemente extendió dos muestras de color. —Elige uno. —Había más de dos opciones. —Solo hay dos opciones buenas. Ella había elegido cinco colores decentes, pero decidió no presionarlo. —¿Sobre qué era tu llamada telefónica? —¿Qué llamada? —La que te hizo enojar cuando entré. Le dirigió una mirada evaluadora. —¿Por qué parece que has estado llorando? —¿Sobre qué era tu llamada telefónica? —Tú primero —dijo. Ella se cruzó de brazos. Le dio una sonrisa sombría. —Sí, eso es lo que pensé. Ella suspiró. —No me gusta hablar de eso. Sacudió la cabeza. —Escucha, tal vez no sé lo que está pasando. Tal vez solo puedo adivinar que tiene algo que ver con tu lista. ¿Pero has considerado que podría estar preocupado por ti? —¿Preocupado? ¿Por qué? —Tal vez estás involucrada en algo malo o peligroso. Lo miró por un momento. Sus ojos eran solemnes, su boca sombría. Estaba serio. Muy serio. Estaba preocupado por ella. Eso nunca había pasado por su mente. —Cené con mi madre —dijo. ¿Ves? Podía compartir. No siempre era una isla—. Comí suficiente comida confortable para tres personas durante una semana. Luego, por cualquier mierda, y como no me sentía lo suficientemente

mal conmigo misma, conduje hasta la casa de mi padre y lo encontré jugando en el patio, en un traje, nada menos, con su nueva familia y un cachorro. —Cerró sus ojos y admitió la parte más dolorosa—. Y las chicas tenían una casa de muñecas en el porche. —Una casa de muñecas. —Sí, como… no lo sé. —Hizo un gesto con una mano a la altura de la cintura—. Así de grande. Tuve una cuando era pequeña, pero cuando mis padres se divorciaron, de alguna manera se quedó con las cosas de mi hermana. Cuando le pedí a mi papá que me la devolviera, dijo que era de Carla. —Se rio un poco para sí misma—. Es tonto lo mucho que amé y extrañé esa cosa. —¿Por qué no le pediste a tu hermana que te la devolviera? —¿Porque qué pasaría si ella la amaba tanto como yo? —Aubrey negó con la cabeza—. Mi madre se sintió muy mal, pero no podía permitirse el lujo de comprarme una. —Odiaba ese recuerdo y deseaba nunca haber dicho nada—. Es una tontería, dejar que eso me afecte. No era la mía. Era nueva, completamente nueva, toda de madera bonita y elegante. Y sin usar… Sacudiéndose, dijo: —Tu turno. Él solo la miró por un largo rato. —No dijiste por qué has estado llorando. —¿En serio importa? —Creerías que no —dijo en voz baja, acercándose. Él acarició un mechón de cabello de su sien, metiéndolo detrás de su oreja—. Y no estoy tan emocionado de decírtelo, pero lo hace. Importa. Cerró sus ojos. No para saborear su toque. Porque no era su toque al que estaba reaccionando, se aseguró. El toque de cualquiera la hubiera alcanzado esta noche. De acuerdo, eso era una gran mentira. —Cuando estaba creciendo —dijo en voz baja, con los ojos todavía cerrados—, no había juegos en el patio con mi padre, y ciertamente nunca lo habría hecho con su traje. Él podría haberse ensuciado. Y un cachorro… bueno, era más probable que tomara una nave espacial a la luna que me permitieran tener una mascota. —Ah —dijo en voz baja—. Cuestiones de papá. Sus ojos se abrieron, pero no había ninguna burla en su rostro. En cambio, dejó escapar un largo y lento suspiro.

—Casi atropello a dos niñas que salieron corriendo en la calle frente a mi camioneta la semana pasada —dijo. —Oh, Dios mío. —Sí. Gemelas de cinco años. Estaban caminando a la escuela. —¿Solas? —preguntó ella. —Bueno, no después de que las encontré. Sintió que su corazón se derretía ante este gran tipo duro que enfrentaba una emoción tan dulce como la protección de dos niñas pequeñas que ni siquiera conocía. —Son niñas de un hogar de acogida —dijo—. Y su madre adoptiva es supuestamente una de las mejores, pero… —Se pasó la mano por el pelo y negó con la cabeza—. Las volví a ver más tarde cuando trabajé en el Rincón de Arte… —Espera —dijo, deteniéndolo—. ¿Estás trabajando en el Rincón de Arte? Frunció el ceño. —Sí. ¿Y qué? Sonrió. —Estás trabajando en el Rincón de Arte —dijo de nuevo, y se echó a reír— . Me gustaría ver eso. El Señor Alto, Oscuro y Gruñón trabajando con niños pequeños. —Ahora, ves, ¿cómo es que todos, menos yo, sabían que eran niños pequeños? Jack me engañó sobre eso —admitió. Se rio de nuevo. —No es divertido. —Que seas engañado en algo es muy divertido. —¿Crees que soy impenetrable? —Creo que eres una fortaleza. Él dejó escapar un suspiro, pero no lo negó. —Rosa me dijo que su madre está muerta y que su padre está en la cárcel por algo grande. Estaba empezando a ver por qué le había llegado esto. —¿Asesinato? —preguntó ella. —Eso es lo que asumí. Hice que Luke las investigué. —¿Y?

—Y la mamá está muerta, pero su papá está trabajando en un taller mecánico en Seattle. Lo miró boquiabierta. —Qué hijo de puta. —Mi pensamiento exacto. Parecía extremadamente enojado de nuevo. Inusual para él, pero ahora lo entendía y lo sentía por las niñas y por él. —No tuve la mejor infancia —dijo ella en voz baja—. Pero sé que podría haber sido mucho peor. —Se encontró con su mirada, sabiendo que su infancia había sido peor, tal vez tan mala como la de las niñas. Después de todo, se rumoreaba que su padre también estaba en la cárcel, y su madre lo había dejado un día en casa de su primo Jack y nunca había regresado por él. Ni siquiera podía imaginar las formas en que eso lo perseguía—. Sé que lo tuviste difícil —dijo en voz baja. Él se encontró con su mirada y luego entró en su espacio un poco más, por lo que estaban compartiendo aire. —Ya no tengo ganas de hablar. Su voz y su proximidad le hicieron temblar todo el cuerpo. —Por supuesto. ¿Qué tiene ganas de hacer? —preguntó. Él solo la miró, con los ojos ardiendo. —No —dijo, levantando una mano, sin estar segura de sí lo estaba alejando o simplemente tratando de mantenerse a raya—. Quise decir lo que dije antes. Él atrapó su mano en la suya. —¿Cuándo dijiste que no necesitabas un hombre, pero si lo hicieras, no sería yo? —preguntó—. ¿Cuándo dijiste que lo querías dulce? ¿Y… beta? —Esto último fue dicho con más que una insinuación de burla. —Correcto —dijo, de pie junto a sus palabras, por muy estúpidas que sonaran ahora—. Beta. Ahora estaban cara a cara, y sus cuerpos se rozaron. El suyo era duro como clavos. Duro. Cálido. Fuerte.

Masculino. Olía a madera recién cortada y al jabón que había usado. Como hombre sobrecalentado.

Y todo dentro de ella se apretó en una necesidad desesperada, solo de ser… tomada. Soltarse. Olvidar, solo por una hora… —Será mejor que lo digas otra vez —dijo en voz muy baja. —¿Qué? —Que no me deseas. —Sacudió su cabeza lentamente—. Porque me estás mirando como si fuera la cena y no hubieras comido en todo el día. Ella dejó escapar un suspiro tembloroso, y sus pechos le rozaron el pecho. Sus ojos se oscurecieron, pero no se movió. —Aubrey. Dilo. —Dije que no necesito a un hombre —dijo en voz baja—. Necesitar y desear son dos cosas diferentes. No necesito a un hombre. —Dejó escapar un suspiro—. Pero deseo uno. Te deseo. Maldita sea. —Estaba tan nerviosa que ya estaba temblando, muriendo por su primer toque. Para el sabor de él. Por el olvido que sabía que él traería. Pero, aun así, él no se movió. Levantó su barbilla, mirándolo directamente a los ojos. —No te hagas el difícil para conseguirlo, Ben. No te queda. Su mandíbula se apretó, y no pudo evitar sentirse un poco maliciosamente complacida de frustrarlo tanto como ella estaba. —Acabo de decir que te deseo —murmuró—. Entonces, ¿cuál es el problema? —El problema es… —Sus ojos se posaron en su abrigo, el que la cubría desde el cuello hasta el muslo. —¿Sí?

—Mierda. —Se pasó los dedos por el pelo nuevamente, los músculos de sus brazos tensos mientras se paraba frente a ella, la imagen de calor y temperamento, con testosterona y feromonas saliendo de él, y su estómago se contrajo. Él iba a negarse. Rechazarla. Ella comenzó a darse la vuelta, pero él golpeó ambas palmas en la pared a cada lado de su cabeza, encerrándola. —No te necesito —dijo sucintamente. —Ya establecido —logró decir, su cuerpo ya zumbaba, anhelaba, dolía por él. Su cuerpo era un idiota.

Todavía sosteniéndola enjaulada contra la pared, su mirada se posó en su boca. —Esto no cambia nada —dijo—. Hacemos esto, lo superamos.

—Superado. Asintió, mirándole la boca. La suya una mueca muy ligera. —Me deseas —dijo él. —A pesar de ti mismo —dijo ella, muy molesta—. Sí. La miró fijamente por lo que pareció una eternidad. —Deshazte del abrigo.

Capítulo 12

L

os huesos de Aubrey se licuaron. —¿Qué?

—Me escuchaste —dijo Ben, con una voz tan baja y áspera como para ser un gruñido.

No tenía idea de lo que decía de ella que reaccionara a esto con un estremecimiento que estaba un mero milímetro por debajo del orgasmo. Sin apartar los ojos de Ben, levantó su mano y lentamente comenzó a desabotonarse el abrigo. Había muchos botones. Cada uno que abría hizo que sus ojos se oscurecieran aún más. Después del último, dejó caer el abrigo. Antes de que cayera al suelo, Ben deslizó una mano sobre su nuca y la atrajo, su boca cerrándose sobre la suya. Suave, luego segura y exigente, y el hambre la consumió, ardiente y aterrador. Como si él sintiera lo mismo, dejó escapar una risa triste y susurró contra su boca: —Maldita sea, me vuelves loco. Había una nota de frustración aturdida en su tono, y Aubrey conocía absolutamente la sensación. Él no estaba en su futuro y, sin embargo, sabía mejor que sus fantasías más salvajes. Y que Dios la ayudara, pero quería más. Inclinándose de nuevo, su boca se cernió cerca de la de ella mientras su mirada recorría su cuerpo, enviando chispas a lo largo de cada terminación nerviosa. —En esas botas de fóllame, eres tan alta como yo —dijo. —¿Eso es un problema? —preguntó ella. —Diablos, no. Me gusta. Estamos completamente alineados. — Probándolo, la empujó contra él, con una mano deslizándose para hundirse en su cabello, la otra en su espalda baja, acercándola aún más. Dejó escapar un gemido bajo ante el contacto, y sus labios se curvaron en una sonrisa pecaminosa. Su boca debería ser ilegal en los cincuenta estados, pero apostaba a que él podría hacer cosas con eso. Cosas que ella quería.

Mucho. Mordió su labio inferior, y ella los separó para él, pero luego se saltó su boca, rozando su mandíbula. Escuchó un gemido necesitado. De ella, por

supuesto. Sus ojos se cerraron mientras él besaba un camino caliente hacia su oreja y pasaba la punta de su nariz por su lóbulo. —¿Estás segura de que esto es lo que quieres? —preguntó. ¿Estaba bromeando? Lo estaba agarrando, con las manos puestas en su camiseta, frotándose contra él como un gato en celo. —Aubrey. No sabía por qué, pero el sonido de su nombre en sus labios le hizo algo. Algo pecaminosamente malvado, pero más, también. Respiró hondo, envolvió sus brazos alrededor de su cuello y se fundió en los planos de su cuerpo duro. —Sí. Esto es lo que quiero. —No soy dulce —le recordó a ella. —O beta —dijo ella—. Pero no estoy buscando a ese tipo de hombre en este momento. —¿Qué estás buscando? —A ti. Esto. Él recorrió su columna vertebral con la punta de sus dedos, dejando un rastro de fuego que ella sintió hasta los dedos de los pies. Manteniendo prisionera su mirada, rozó sus labios sobre los suyos, sus manos deslizándose con un propósito desde su espalda hacia el sur, hasta que tomó una nalga con cada mano, meciéndola en una erección más que impresionante. Hubo una descarga de electricidad cuando él se deslizó más hacia el sur, debajo del dobladillo de su vestido. Ella se arqueó hacia atrás mientras sus inteligentes dedos trazaban el borde de su tanga, bromeando, acariciando hacia arriba y luego hacia abajo, entonces más allá, entre sus piernas. Menos ropa. Necesitaba menos ropa entre ellos y más contacto frontal completo. Como si leyera su mente, él dio un rápido tirón y su tanga se soltó y se deslizó al suelo. Sus ojos estaban negros de deseo. —¿Tienes un condón? —preguntó. —En el baño. La levantó para que pudiera envolver sus piernas alrededor de él y la llevó allí. La puso sobre la mesada y encendió la luz. —Cajón inferior —logró decir.

Él encontró la caja, sin comentar sobre el hecho de que no había sido abierta. A cambio, ella no comentó sobre el hecho de que él obviamente no tenía un condón consigo. Ella extendió su mano para apagar la luz, pero él puso su mano sobre la suya. —Encendida —dijo. Contrariamente a lo que cualquiera podría pensar, no había hecho esto en mucho tiempo. Supuso que era como volver a montar en bicicleta, pero en caso de que no fuera así, quería espacio para el error. —Ben… —Encendida —dijo con firmeza, y antes de que pudiera decir una palabra más, se quitó la camiseta y se encontró suspirando de placer al verlo, todos planos delgados y duros delineados con músculos nacidos de años de arduo trabajo físico. Al verla observarlo, se quitó las botas de trabajo y terminó de desnudarse con movimientos fáciles y económicos. Él estaba duro. En todos lados. De acuerdo, bueno, si esta era su vista, él tenía razón; la luz podía permanecer encendida. —¿Estamos bien? —preguntó, claramente divertido por el hecho de que simplemente la había atrapado babeando sobre él. Sí, ella estaba bien. Muy bien… —No sabía que iba a estar tan atraída por ti desnudo —admitió. —Mentirosa. Sí, tenía razón. Era una gran mentirosa de lujo. Sabía que estaba atraída hacia Ben desde mucho tiempo. Posiblemente desde siempre. —Ahora tú —dijo, alcanzando la cremallera en su vestido. Ella lo contuvo. —Tal vez deberíamos mudarnos a mi habitación. —La que tendría una luz

más indulgente que estos ásperos fluorescentes… En respuesta, su boca cayó sobre la suya. Ella la abrió por completo, no que le diera la oportunidad de hacer algo menos. Todavía besándola, se movió para pararse entre sus piernas, abriéndolas más, y luego aún más. Se perdió en la forma en que devoró su boca, de modo que cuando su vestido cayó a su cintura, jadeó con sorpresa. Abrió los ojos y miró a los suyos.

—Desearía que pudieras verte a ti misma como te veo —dijo con voz ronca. Su corazón se apretó porque captó algo en su mirada que no encontraba a menudo cuando la gente la miraba. Deseo crudo. Esto funcionaba para ella, pero también había algo más, posiblemente afecto; no que quisiera reconocerlo. Aun así, estaba allí, tan evidente como la aceleración de su pulso. Luego se inclinó y rozó sus labios sobre los suyos mientras sus manos acariciaban su carne caliente. Su plan había sido infiltrarse en sus defensas, desnudarlo y, según esperaba, obtener un orgasmo mientras estaba en eso.

Sigue el plan, Aubrey. Pero… pero, ¿y si esta era su primera vez desde Hannah? Abrió la boca para preguntar, pero la besó hasta que perdió el hilo de pensamiento. La besó como si supiera exactamente lo que estaba haciendo. Si acababa de volver a subirse a la bicicleta, no estaba teniendo problemas. —¿Ben? Arrastró esa boca caliente y talentosa por su garganta, a lo largo de su clavícula, hasta un pecho. Ella dejó de respirar. Pero cuando succionó su pezón con la boca al mismo tiempo que deslizaba una mano entre sus muslos, ella gritó, arqueándose hacia atrás, dándole acceso completo sin siquiera darse cuenta de lo que estaba haciendo. Olvidó por completo lo que había querido preguntarle. Se burló de ella hasta que cada pensamiento abandonó su cerebro, entonces se dejó caer sobre sus rodillas y pasó sus manos por el interior de sus piernas. Sosteniéndola en el lugar justo donde la quería, se inclinó y continuó la tortura con sus labios, su lengua, sus dientes, gimiendo de aprobación cuando jadeó su nombre y deslizó los dedos en su cabello. Sus ojos se esforzaron por permanecer abiertos porque había algo en verlo excitarse complaciéndola. Pero sus ojos se cerraron en pura y lujuriosa felicidad. —Observa —dijo, y ella lo intentó, pero él hizo algo diabólico en conjunto con su lengua y dedos que la tenía retorciéndose sin pensamiento. La estaba desarmando lamida a lamida, y ya temblaba, en el borde, los dedos de sus pies curvados. Sabía que podía darse a sí misma un orgasmo algo satisfactorio en unos diez minutos. Un hombre, cuando elegía uno, usualmente podía hacerlo en aproximadamente el doble de eso. Pero Ben la tuvo estremeciéndose en menos de cinco minutos. Todavía estaba perdida en medio de la agonía pensando que nunca había tenido una experiencia tan erótica en su vida cuando él la penetró con un solo golpe y le recordó que había más.

Mucho más… Abrió sus ojos y lo encontró mirándola, inquebrantable e intensamente. Deslizó sus manos por su pecho y alrededor de su cuello, acercándolo más mientras se movían juntos. Increíblemente, comenzó a apretarse alrededor de él de nuevo, aunque trató de contenerse. No estaba segura de por qué, pero antes de que pudiera pensar en eso, él le acarició la carne hinchada y mojada y ella estuvo muy, muy ida. Su grito de placer pareció empujarlo por el borde. Apuñando una mano en su pelo, la otra en su culo, y manteniéndola en su lugar, Ben hundió la cara en el hueco de su cuello y acabó con ella. No se movió por un largo momento, no podía. Ben tampoco lo hizo, y se preguntó si estaba tan aturdido como ella por el poder sexual que tenían uno sobre el otro. Cuando finalmente se movió para levantarse, él apretó su agarre sobre ella. Con el rostro aún presionado contra su garganta, sintió que él solo la inhalaba. Después de unos minutos, le dio un lento y perezoso golpecito de nariz, luego la besó con sorprendente ternura antes de levantar su cabeza. Ella hizo un balance. Su vestido estaba agrupado alrededor de su cintura, su única prenda de vestir. Bueno, excepto por su calzado. —Todavía estoy usando mis botas —dijo estúpidamente. Él sonrió. —El recuerdo de cómo te ves, justo así, va a alimentar mis sueños por mucho tiempo. Le dio un pequeño empujón. Tomando la indirecta, desenredó sus cuerpos con cuidado, pero ella no pudo controlar el pequeño jadeo necesitado que se le escapó ante la pérdida. Él se quedó quieto por un momento, pero lo empujó otra vez. Sus bragas desgarradas eran inútiles, pero se las arregló para retorcer su vestido en su lugar. Ben no había hecho ningún movimiento para vestirse. Inconscientemente desechó el condón y luego le ofreció una mano para ayudarla a saltar de la mesada. La vida era simple para los chicos, al parecer. Ninguna emoción complicada en la que pensar. Podían caminar desnudos sin preocuparse por cómo se veían.

Por supuesto, pensó, Ben no tenía que preocuparse. Se veía… comestible. El bastardo. Se inclinó por su ropa y se la entregó. Tomándose su dulce momento, se puso sus pantalones y se enderezó, y ella hizo todo lo posible por no mirarlo. Pero falló. No podía evitarlo; era tan

jodidamente… caliente. Dejó que sus ojos se empaparan de él, desde su pecho aún desnudo hasta el hecho de que, a pesar de que tenía los pantalones puestos, estaban desabotonados y a baja altura, y todavía estaba semiduro. Parecía… peligroso, decidió. Y preparado para otra ronda. Su cuerpo estaba en el juego. Él le lanzó una sonrisa. Sabía lo que estaba pensando. Se volvió de espaldas mientras él terminaba de vestirse, lo que lo hizo reír suavemente y tirar de ella para enfrentarlo de nuevo. —¿Bien? —preguntó. Se tragó su risa medio histérica. —Bueno, veamos. Acabo de tener sexo salvaje con un hombre con el que no puedo llevarme bien ni para salvar mi vida, en el baño que hay encima de mi tienda, nada menos, la cual, a propósito, ni siquiera creo que esté cerrada. — Levantó sus manos—. ¿Por qué no estaría bien? Él la estudió un momento. —Diría que nos llevamos bien durante la última hora. Sintió que el rubor subía por su rostro. —Sabes a lo que me refiero. —Sí, supongo que sí. ¿Necesitamos hablar de ello? —Diablos, no. Parecía aliviado. —Dijimos que esto no iba a cambiar nada —dijo—. Ambos obtuvimos lo que queríamos. —Sí —dijo ella. Pero, ¿y si de repente no podía recordar lo que quería? Y de repente, él no se veía tan aliviado. Estaba luciendo… cauteloso. —¿Cambiaste de opinión, Aubrey? —No. —No que lo admitiría de todos modos, ni siquiera bajo amenaza de muerte y desmembramiento. —Bien —dijo con acero tranquilo—. Porque no quiero una relación comprometida. —¿Jamás? Dudó. —No en cualquier momento pronto, de todos modos.

Absorbió la inesperada sorpresa de decepción y, esperaba, mantenerla alejada de su cara. —Entonces estamos bien. Hizo una pausa de nuevo, como si buscara honestidad en esa declaración. —Cerré la tienda antes de venir aquí —dijo—. La floristería y la panadería están cerradas hace rato. —Sonrió, su voz sonora y burlona cuando agregó—: Así que no te preocupes. Nadie podría haberte oído. Oh, demonios, no, no acababa de decir eso. Abrió la boca para decirle que ambos habían sido ruidosos, pero volvió a cerrarla. Porque tenía razón. Ella había sido la ruidosa. Maldita sea. En serio debería tener orgasmos con otras personas más a menudo. Se trasladó desde el baño a la puerta de su desván y no tan sutilmente la abrió para que se fuera. Ben parecía divertido, pero no dijo una palabra mientras cruzaba la habitación. Cuando se acercó a ella, le agarró la mandíbula y le dio un infierno de beso. Si no hubiera estado temblando por lo que acababan de hacer, lo habría alejado. Pero tal como estaba, tuvo que luchar contra sus extremidades, que querían aferrarse a él como papel envolvente. Levantando la cabeza, le lanzó una última mirada de malvada promesa, y luego se fue. Sola, cerró y trabó la puerta con llave, luego se recostó contra esta. ¿Qué

había hecho? En realidad, solo había un hombre en la ciudad que tenía el poder de lastimarla. Y acababa de tener sexo con él.

Capítulo 13

B

en soñó con Aubrey retorciéndose en éxtasis en sus brazos. El mejor sueño de todos. Consiguió levantarse de la cama tarde, pero valió la pena, pensó, corriendo por la carretera mientras se dirigía por el puerto. El aire helado del océano, tan frío que parecía que el infierno se hubiera congelado, le quitaba el aliento de los pulmones, pero la incomodidad no era nada en comparación con lo que había sentido en algunos de los lugares donde había estado. Sam lo estaba esperando en el muelle, corriendo en su lugar, su aliento resoplando en pequeñas nubes blancas. —Pensé que tal vez no ibas a venir —dijo, y miró a Ben con cuidado—. ¿Noche difícil? Sí, no exactamente. —Estoy bien —dijo Ben. Y lo estaba. Posiblemente un poco demasiado bien. Sam lo dejó pasar, y corrieron duro, como de costumbre. Ninguna palabra necesaria. Una hora más tarde, Ben estaba en la librería cuando Aubrey irrumpió con los ojos destellando, las botas haciendo clic mientras se movía por el suelo, la ira desbordando de ella. Llevaba otro vestido de negocios, este hecho de un material suave, parecido a un suéter, que la cubría desde la barbilla hasta la rodilla, pero que abrazaba agradablemente las curvas que ahora conocía íntimamente. Estaba bastante seguro de que debería haber estado sobre ella lo suficiente como para no endurecerse al verla. —¿Qué pasa? —preguntó. Como si no supiera… —Mi auto no arranca —dijo animadamente, furiosa y hermosa—. Algo le sucedió de la noche a la mañana. Sí. Él le había sucedido. La noche anterior había tirado del cable de la bobina después de un trago con Luke. El alambre de la bobina todavía estaba en su bolsillo, de hecho. Aubrey caminó a través de la tienda, directamente hacia la taza de café para llevar todavía humeante de Ben, que Leah le había servido. Ella bebió de esta como si fuera su línea de vida.

Todo sin hacer contacto visual con él. —Negro. Amargo —suspiró—. No sé qué voy a hacer. No puedo pagar un mecánico. No iba a necesitar uno. —Siempre es algo —dijo, sonando cansada. Frustrada. Al final de su cuerda. Todavía sin mirarlo directamente. Otro hombre podría haberse sentido muy culpable, pero Ben se dijo que no era otro hombre. Quería saber qué estaba haciendo ella, qué estaba mal, y lo había dicho en serio cuando dijo que quería saber si estaba bien. Y sí, después de anoche, estaba más curioso que nunca. No había mejor manera de descifrarla que llevándola. —¿A dónde necesitas ir? —preguntó. Miró su teléfono, hojeando las pantallas con una velocidad vertiginosa. Él puso una mano sobre ella. —No puede estar lejos —dijo—. Tienes que abrir la tienda en una hora y media, ¿verdad? Ella finalmente lo miró y luego se sonrojó. Suponía que era ese “sexo salvaje”, como ella lo había llamado. El mejor sexo salvaje en el baño que había tenido. —¿Necesitas que te lleve? —preguntó. —No —dijo rápidamente. Muy rápidamente. —Mírate, mintiendo tan temprano en la mañana. Dejó escapar un suspiro. —Está bien, así que tengo algunos… recados que hacer. —Te llevaré. Bebió un poco más de su café y se limitó a mirarlo. —¿Por qué harías eso? —preguntó finalmente. Porque era un imbécil. —Es lo que hay que hacer por los vecinos —dijo él. —No somos vecinos. —Está bien, es lo que hay que hacer por alguien que gritó tu nombre cuando se vino.

Ella escupió. —Así que no grité tu nombre. —El espejo prácticamente se hizo añicos —dijo. —No lo puedo creer; es muy grosero de tu parte decirlo. —Me encantó —dijo simplemente, y observó cómo una buena parte de su actitud defensiva se esfumaba—. Vamos —dijo—. Salgamos a la carretera. Yo también tengo un recado. El óxido entró en tus estantes. Ah, y necesito comprar más condones.

—No necesitas más condones. ¿Recuerdas? Decidimos que éramos una cosa de una sola vez… —Entonces pareció finalmente captar su rumbo y se dio cuenta, tardíamente, de que solo estaba tirando de su cadena—. Cállate —dijo. Le dirigió una mirada lenta, larga y caliente, y lo último de su temperamento pareció desvanecerse. Ella se retorció un poco, y con ese pequeño y revelador movimiento, hizo su día; aunque él no podría haber dicho por qué ni para salvar su vida. —¿Qué vas a hacer mientras… estoy haciendo mis cosas? —preguntó con suspicacia. —Tengo mis propias cosas que hacer en la camioneta mientras espero. —Ah, ¿sí? —preguntó—. ¿Como qué? Sacó su teléfono. —Como patearle el trasero a Jack en un juego que estamos jugando. —¿Call of Duty, o algo igualmente alfa y macho? —Algo así —dijo. Terminó su café y le entregó la taza vacía. —Bien —dijo—. Vámonos. Primero tengo que ir a la tienda de comestibles. Dos minutos más tarde, estaban en la carretera, acurrucados hacia los respiraderos del calentador en su camioneta. —Necesitas un auto más nuevo —dijo, entrecerrando los ojos a través de la niebla del parabrisas. —¡Shh! —Él acarició amorosamente el tablero de la camioneta—. No la escuches, bebé. Eres perfecta tal como estás. Aubrey puso los ojos en blanco. —Un poco apegados, ¿verdad? —Mucho —dijo—. Esta era la camioneta de mi tío Jack, ya sabes.

Ella lo miró. —No, no lo sabía. —Lo ayudé a reconstruirla. —Murió luchando contra un incendio, ¿no? —preguntó. —Sí. —Ben y Jack junior tenían catorce años en ese momento. Los había devastado a ambos: Jack, quien había perdido a su padre, y Ben, quien había perdido a la única figura paterna que había conocido. Su tía Dee le había dado la camioneta a Ben, aunque oficialmente había tenido que esperar varios años para tener la edad suficiente para conducirla. Sin embargo, extraoficialmente, él y Jack la habían usado para hacer más que unos pocos viajes ilegales e ilícitos a altas horas de la noche. La camioneta lo había visto a través de unos tiempos bastante malos. Nunca se desharía de ella. —Esa debió haber sido una terrible pérdida para ti —dijo Aubrey en voz baja. No había sido su primera pérdida, e incluso a los catorce años, sabía que la mierda sucedía. Pero sí, había apestado duro. —Tuve a Dee —dijo—. Ella me mantuvo en el camino recto y estrecho. — Incluso cuando él solo aumentaba su dolor, nunca se había rendido con él. —La he conocido —dijo Aubrey—. Es una mujer maravillosa. Fuerte, también. Ben sonrió. —Tenía que serlo para controlarnos a Jack y a mí. —Apuesto que sí —dijo Aubrey con una suave risa—. Solo puedo imaginar los santos terrores que ustedes deben haber sido. ¿Estás en contacto con tus padres? —No. —Y lo que no se dijo era que su padre se negaba a las visitas y ni siquiera sabía dónde estaba su madre. Aubrey se volvió y miró por la ventanilla del lado del pasajero. —Fui criada principalmente por mi madre —dijo en voz baja—. Tenía veintiún años cuando me tuvo. Mi padre era unos años mayor, pero todavía no estaba listo para una familia; aunque se llevó a mi hermana en el divorcio. Ben la miró, pero ella todavía no lo estaba mirando. —¿Las dividieron como dos muebles? —preguntó. —Sí —dijo a la ligera, pero la tensión en sus hombros la delató.

—Y no lo ves mucho, ¿verdad? —preguntó. —No. —Se encogió de hombros—. Está bastante ocupado —dijo ella—. Tiene dos nuevas hijas ahora. —Y un cachorro —hizo una pausa—. Y una casa de muñecas. Ella volvió su cabeza y se encontró con su mirada, pareciendo sorprendida de que él recordara. ¿La gente no la escuchaba? ¿No se preocupa por ella? Odiaba la idea de que probablemente era mucho más seguro que ella rara vez se abriera y dejara que alguien la escuchara. —Los padres realmente pueden apestar —dijo. Ella ahogó una breve risa. —Sí. El alambre de la bobina en su bolsillo delantero estaba empezando a pesarle ahora, en grande, pero se detuvo en la tienda de comestibles. —Ya vuelvo —dijo ella. Tan buena como su palabra, cinco minutos después regresó con una misteriosa bolsa marrón, y luego lo dirigió a un complejo de casas adosadas. —Ya vuelvo —dijo de nuevo. Cuando reapareció unos minutos más tarde, una vez más deslizó su teléfono lejos y la miró. —¿Qué? —preguntó—. ¿Tengo algo en mis dientes? —No puedo decirlo a menos que sonrías. Le dirigió una sonrisa muy falsa, y él hizo un gran espectáculo de mirar sus dientes. —Perfectos —dijo, y le dirigió una sonrisa real—. ¿Vas a tachar un nombre de tu lista? Lo estudió un momento. —Aún no. Miró hacia la casa de ciudad de donde acababa de venir. —¿Quién vive allí? —Carla. Mi hermana. —¿Le traes comestibles a tu hermana? Aubrey se encogió de hombros, un poco avergonzada, pensó.

—Es residente en el hospital y trabaja horarios locos —dijo—. Está agotada y no tiene tiempo para hacer cosas como conseguir comida. —Eso es… dulce de tu parte. Lo miró. —Tú y yo sabemos que no soy dulce. Era cierto que nunca había pensado en ella como particularmente dulce, pero estaba empezando a cambiar de opinión. —Tus botas están mojadas. —Regué sus plantas. Sí, definitivamente estaba cambiando de opinión sobre ella. —¿A dónde ahora? —preguntó. Ella vaciló. —Podemos sentarnos aquí si lo prefieres. Se apartó de él, mirando hacia la mañana gris para que no pudiera ver su rostro. No tenía que hacerlo; podía sentir el ojo rodar. —El muelle —dijo finalmente—. Y esta vez, sin preguntas.

Los nervios de Aubrey estaban altos y volviéndose más altos. No esperó a que Ben apagara el motor en la siguiente parada. En el momento en que se detuvo en el estacionamiento del muelle, salió de la camioneta, luego se detuvo, mirando hacia atrás. —Estás esperando aquí, ¿verdad? —Correcto. No confiaba en él.

—¿Lo prometes? —¿Qué estás tan preocupada que vaya a ver? —preguntó con esa voz perezosa y calmada que hizo que quisiera arrastrarse sobre su regazo y convencerlo para que la llevara al mismo lugar al que la había llevado la noche anterior en su baño. Pero eso no iba a suceder. Eso había sido una cosa de una sola vez. La mejor cosa de una sola vez… Sacudiéndose eso, lo miró. No se le había escapado el notar que él no lo había prometido. Tenía gafas oscuras y espejadas, por lo que no podía ver sus ojos. Su cabello estaba peinado con los dedos en el mejor de los casos, y tenía aserrín en sus jeans de trabajar en su librería. —Lo digo en serio, Ben —dijo—. Este es mi asunto. —Como sea que digas, solecito. —Sacó su teléfono, presumiblemente accediendo a cualquier juego de dispárales y mátalos que estaba jugando con Jack. Era lo más cercano a una promesa que iba a conseguir, y lo sabía. Dejó escapar un suspiro y luego vio su pantalla. Ningún juego de dispárales y mátalos en absoluto.

—¿Words with Friends? —preguntó—. ¿Ese es el juego asesino que juegas? —Puede ser asesino —dijo a la ligera, su virilidad aparentemente no amenazada en lo más mínimo—. Oye, ¿sabes una palabra de siete letras que tiene la letra X en ella? Tengo una oportunidad de palabra triple aquí. —Extinto —dijo—, que es lo que te va a pasar si me sigues. —Cerró la puerta de la camioneta ante esa ridícula amenaza y se marchó. La rueda de la fortuna estaba encendida pero no giraba. Hacía mucho frío afuera, pero ignoró el viento mientras pasaba por el restaurante y luego por la galería. Entre la feria y la rueda de la fortuna se encontraban dos quioscos. Uno vendía helados, el otro vendía artículos de fabricación local. Ambos estaban cerrados ahora. La heladería en realidad estaba tapiada. Los dos hermanos que dirigían el lugar no trabajaban durante los meses de invierno. Uno de ellos, Lance, sufría de fibrosis quística, por lo que generalmente, siempre que la salud de Lance lo permitiera, se iban a algún lugar del sur por un clima más cálido. El otro kiosco no estaba cerrado por la temporada. De hecho, la mujer que lo dirigía estaba allí en ese momento, preparándose para comenzar el día. Estaba ocupada hojeando una pila de recibos y sin prestar atención al muelle que la rodeaba hasta que Aubrey se detuvo justo delante suyo.

Su nombre era Cathy, y vendía hermosas bufandas hechas a mano, sombreros, y cosas que ella y otras mujeres locales creaban. Levantando la mirada con una sonrisa amistosa, Cathy dijo: —Todavía está cerrado, pero si ves algo que te guste, probablemente me convencería de un acuerdo rápido. Aubrey extendió la mano y pasó los dedos por una bufanda tejida del color de un rico rubí. Suave como el cielo. —Es bonita. Todas son hermosas —dijo ella. —Esa te quedaría bien, con ese abrigo y tu cabello dorado. Aubrey la sacó del estante y la puso alrededor de su cuello. Espió en uno de los espejos que colgaban del lateral del quiosco. —Bonito —dijo Cathy. Aubrey miró su reflejo y se encontró con los ojos de Cathy en el espejo detrás de ella. —No me recuerdas. —Oh, te recuerdo —dijo Cathy—. Estábamos en educación física juntas. Y en la clase de cocina. Aubrey dejó escapar un suspiro. —Vine aquí a verte. —¿Por qué? —Porque nunca he podido olvidar cómo te molesté por ser tan flaca — dijo Aubrey en voz baja—. Fue grosero, y estuvo muy mal. —Eso la había perseguido todos estos años. —Bueno, era flaca —dijo Cathy, y ajustó el cabello de Aubrey para que cayera mejor sobre la bufanda en la espalda—. Y siempre he pensado que lo hiciste porque estabas celosa. —Definitivamente celosa —dijo Aubrey—. Tenía que escapar de mi comida chatarra todas las mañanas y todavía tenía curvas. Estaba insoportablemente celosa de cómo te veías, pero no es una excusa. Cathy una vez más se encontró con su mirada en el espejo. —Era anoréxica. ¿Sabías eso? —No. —Dios. Aubrey cerró los ojos—. Lo siento mucho, Cathy. —Era anoréxica —dijo Cathy de nuevo—. Y nadie se dio cuenta de que estaba muriendo de hambre. Excepto tú.

Aubrey abrió los ojos y una vez más se encontró con los de Cathy. —Me hiciste comer una de las hamburguesas con queso que hicimos para la clase de cocina, ¿te acuerdas? —preguntó Cathy—. Era nuestro término medio, y nos obligaban a comer lo que cocinábamos. Intenté tirar la mía, pero me descubriste y luego tuve que comer la hamburguesa delante de toda la clase. Aubrey se estremeció ante el recuerdo. —Sí, lo recuerdo. Yo… —No, escúchame. —La voz de Cathy se sacudió un poco ahora—. No había comido en una semana, Aubrey. Esa hamburguesa fue lo mejor que he probado en mi vida. Me ayudó a empezar a comer de nuevo. Aubrey dejó escapar un suspiro. —Me alegro. Me alegro tanto. Pero no debería haberte hecho nada de eso. No es que esté tratando de excusarme, pero estaba tratando de perder peso. Necesitaba encajar en un estúpido vestido para un concurso de belleza próximo, y no podía. También me estaba muriendo de hambre, tan hambrienta y enojada todo el tiempo, pero no era anoréxica. Solo era una perra. Cathy sonrió. —Sí. Lo eras eso. —Ella inclinó la cabeza y estudió el reflejo de Aubrey—. Iba a cobrarte de más por esta bufanda, sabes. Porque también soy una perra. — Sonrió—. ¿Pero sabes? No salimos tan mal después de todo.

Ben estaba apoyado en su camioneta, tomando un sorbo del café que había comprado en el restaurante con una mano y golpeando el culo de Jack en Words with Friends con la otra mano cuando Aubrey salió del muelle y se dirigió hacia él. Solo habían pasado unos quince minutos, pero parecía que había perdido un poco del peso sobre sus hombros. Él no dijo una palabra mientras le abría la puerta.

—Bonita bufanda —dijo, y observó su mano volar hacia el material ahora envuelto alrededor de su cuello. Pero no dijo nada. —¿Cómo te fue? —preguntó. Más silencio. —¿Tienes algún chicle? —preguntó. —Sí. —Ella abrió su bolso, y él se estiró y agarró suavemente su cuaderno.

—Oye —dijo ella. Lo abrió. —¿Ya estamos tachando a alguien? Se lo arrebató y lo abrazó. Estirándose más allá de ella hacia la guantera, sacó un bolígrafo y se lo entregó. Ella lo miró por un momento y luego agarró la pluma. Abrió su libreta y tachó con mucho cuidado el número cuatro. Cathy. Él le sonrió. —¿A dónde ahora? Ella alcanzó su café, pero él llegó primero, levantándolo fuera de su alcance. —Podrías hacerlo conmigo a continuación. Ya que estoy sentado aquí. —¿Podría hacértelo? ¿Crees que te lo voy a hacer aquí mismo en tu camioneta? Tuvo que trabajar duro para no reírse. —Me refiero a la lista. Estoy en tu lista. —Oh. —Estrechó su mirada hacia él, sus mejillas enrojecidas—. Te lo dije, no eres el Ben en mi lista. —Pruébalo —dijo.

—¿Qué? —Si no soy el Ben en tu lista, ¿quién es? Ella solo lo miró por un largo momento. —¿Tienes una pala? —preguntó finalmente.

—Atrás. ¿Por qué? —¿Puedes volver a la tienda? —Por supuesto. En el viaje allí, puedes decirme cuál es tu definición de “házmelo”. Se sonrojó un poco más y lo ignoró. En la tienda, ella se fue por menos de cinco minutos, y luego volvió a subir a la camioneta sin aliento. —Dirígete a la Ruta 10 —dijo. —Deberías sentirte libre de mostrarme tu lado mandón en la cama en cualquier momento. Le lanzó una mirada malhumorada cuando salió del estacionamiento y se dirigió hacia la Ruta 10. La carretera giró tierra adentro, no hacia las montañas, sino hacia el este, hacia el extremo más alejado del condado. Las casas aquí eran pocas y distantes entre sí. Había algunos ranchos, pero en su mayoría estos lugares estaban más que viejos y deteriorados. —Gira a la derecha —dijo Aubrey, mirando su aplicación de mapas. Ben siguió sus instrucciones por un camino de tierra, y luego por un camino sucio. La casa rodante allí era de doble ancho. Sentado en el porche había un anciano en una mecedora. Ben detuvo la camioneta. —Es ese el… ¿señor Wilford?

—Ben Wilford —dijo Aubrey con aire de suficiencia. —¿El viejo maestro malvado de ciencias? —Está retirado ahora, pero sí. Y malvado es una subestimación —murmuró en voz baja.

—¿Este es el Ben en tu lista? —preguntó con incredulidad. —Sí, Señor Egomaníaco, este es el Ben en mi lista. Quédate aquí —dijo, y comenzó a deslizarse fuera de la camioneta. Él le agarró el brazo. Ante el toque, se quedó quieta como si estuviera presionada por una corriente eléctrica. Lo sabía exactamente, porque también lo sentía. Y le decía algo, algo para lo que no había estado preparado. No habían terminado el uno con el otro. Ni por asomo. Esta no era una buena noticia. Tampoco lo era el hecho de que estaba jugando con ella. La había engañado para que necesitara que la llevara y lo justificaba porque quería saber en qué andaba.

Pero la broma era para él, porque se dio cuenta de la verdad; solo quería estar con ella. Eso tampoco era una buena noticia. —¿Qué? —preguntó ella. Más que un poco descontento con su epifanía, negó con la cabeza. —Nada. —Y luego la soltó, gesticulando para que ella lo hiciera. Lo que sea que eso fuera. Salió de la camioneta y se dirigió a la parte de atrás para sacar su pala. Luego, cargando la pala, caminó hacia la casa rodante con su elegante vestido y abrigo, como si perteneciera allí. El señor Wilford se puso de pie, con los ojos entrecerrados y casi escondidos detrás de sus cejas espesas y blancas. Ben bajó la ventanilla, pero todavía no podía captar ninguna palabra. Sin embargo, no tuvo ningún problema en captar la mala actitud del señor Wilford. Ben se preparó para salir de la camioneta, pero el anciano se levantó, fue cojeando hasta la puerta de su casa y desapareció adentro, pero no antes de golpear la puerta, prácticamente sobre la nariz de Aubrey. Maldita sea, eso enfureció a Ben. Pero Aubrey simplemente cuadró sus hombros y desapareció en la parte trasera del remolque. Ben esperó un minuto y luego la siguió. No podía evitarlo si quería asegurarse de que estaba bien. Y de que el señor Wilford no le disparaba por invadir su propiedad. Se arriesgaba a que Aubrey lo golpeara en la cabeza con la pala por no quedarse en la camioneta, pero lidiaría con eso cuando se acercara. En realidad, no estaba muy preocupado, pero había descubierto algo sobre su extraña relación con Aubrey. Prefería besarla a discutir con ella. No que estuviera exactamente cómodo con eso…

Capítulo 14

V

einticinco minutos después, Aubrey volvió a meterse en la camioneta de Ben. El suelo se había congelado y fue casi imposible separarlo, lo que la obligó a trabajar duro. Como resultado, estaba caliente y sudorosa, pero se sentía bien con el progreso de la mañana. Muy bien. Bajando el parasol de la camioneta, estudió su reflejo en el pequeño espejo que había allí. Nada mal. Se limpió el rímel ligeramente manchado. Luego sacó su libreta y, con una gran ceremonia para el hombre sentado a su lado, tachó a BEN. —Allí —le dijo a Ben—. Todo arreglado. —Ujum —dijo. —Sí. Ben está fuera de mi lista. —No era el Ben correcto, por supuesto. El Ben correcto estaba sentado a su lado, pero él no necesitaba saber eso. Tampoco necesitaba saber cuánto la estaba matando, cómo dormía cada vez menos por la noche, preocupada por eso exactamente. Él estando en su lista. Sin mencionar su reacción cuando se enterase. No se atrevía a decírselo, todavía no. Se alejaría, e incluso sabiendo que eso era lo que merecía, no estaba lista para eso. —Bueno, si estás corrigiendo tus errores —dijo, claramente pescando, pero acercándose muy incómodamente a la verdad que ella contuvo la respiración—, entonces no te olvides de Kristan. ¿Recuerdas lo mala que fuiste con ella en la secundaria cuando tomó tu lugar en la obra escolar? Kristan no estaba en la lista de Aubrey. Ni lo estaría. —Me hizo tropezar en el ensayo, y me torcí el tobillo por lo que no pude bailar el protagónico. Si estuviera haciendo una lista de errores para corregir, lo cual no estoy haciendo —se calló cuando él resopló, y le dirigió una mirada fulminante—. Entonces yo debería estar en su lista. —Limpió su frente sudorosa y se recostó, sus brazos aun temblando por el esfuerzo. Arrancó la camioneta y los llevó de vuelta a la carretera. —¿Quieres hablar de eso? —preguntó casualmente. No. No quería hablar de la noche anterior y del mejor sexo que había tenido nunca. Tenía miedo de rogar por más.

—¿Hablar de…? La miró. —Estabas ahí afuera buscando algo, o intentando hacerlo, de todos modos, ya que el suelo estaba bastante congelado. Maldita sea, había echado un vistazo. —Un huerto de calabaza —admitió. Se echó hacia atrás y suspiró—. Y si me estabas espiando, lo menos que podrías haber hecho era venir a ayudar. Le dio una sonrisa lenta y perezosa que le hizo cosas a sus partes de chica. Todas y cada una. Y gracias a él, había más de esas partes de las que recordaba. —Parecías estar haciéndolo bien —dijo. Tratando de ignorar su molesta reacción hacia él, la que no podía evitar, suspiró. —Caramba, gracias. —Entonces, ¿por qué estabas cavándole al Señor Imbécil un huerto de calabaza en temporada baja? Ella lo miró. —¿Es temporada baja? Sonrió. —Un poco, solecito. Maldita sea. Ni siquiera había pensado en eso, y no había mirado el paquete de semillas cuando lo había comprado antes en la tienda de comestibles. —¿Qué tal si respondo una pregunta, y luego tú respondes una pregunta? —sugirió ella. —Bien —dijo—. Tú primero. ¿Qué demonios fue eso allí? Ella se puso sus gafas de sol. —El señor Wilford me reprobó en ciencias de octavo grado porque no le agradaba. —A él no le agradaba nadie. —Pero soy la única a la que reprobó. Dijo que estaba haciendo trampa cuando, de hecho, no lo hice —hizo una pausa—. Está bien, así que estaba haciendo trampa, pero solo para ayudar a Lance. —¿El chico con fibrosis quística? ¿El que maneja la heladería del muelle en el verano?

—Sí. Había estado pasando por un momento difícil y se había perdido una semana de clases. No pudo ponerse al día, así que le estaba dando las respuestas de la prueba. El señor Wilford me atrapó. —Nunca olvidaría cómo se había parado sobre ella, esas cejas tupidas, que eran negras entonces, agrupadas. Y cómo había dicho con tanta dureza: Eres una chica egoísta, Aubrey Wellington. A

nadie le gusta una chica egoísta. Había escuchado A nadie le gusta, y había reaccionado con un mal comportamiento predecible. —Lance intentó decirle la verdad al señor Wilford —dijo—, pero él no quiso escuchar. Pensaba que yo era una mala semilla, y su mente estaba decidida. Así que me reprobó. Luego había sido descalificada de dos concursos de belleza por los que su madre ya había pagado y comprado vestidos, y había sido un gran drama en la casa. —Intenté hablar con él sobre eso después de la escuela —dijo—. Lo encontré en el jardín de la escuela, trabajando en su huerto de calabazas con el club de jardinería. —Dejó escapar un suspiro y se echó a reír—. Todavía puedo verlo parado allí entre sus preciados alumnos y sus calabazas igualmente preciadas, apuntando un dedo sucio y huesudo en mi dirección. Él dijo… — Adoptó un barítono bajo—: Tú, Aubrey Wellington, nunca llegarás a nada. —Pensaba que todos éramos malvados —dijo Ben en voz baja—. Pero no debería haberte dicho eso a ti. —En realidad, en retrospectiva, probablemente lo merecía —dijo—. Era una mierda total. Pero había algo en su tono que me atrapó. Y luego simplemente se alejó, como si no mereciera su tiempo. —Hablaba como Darth Vader —dijo Ben—, y caminaba como si tuviera un palo en el culo. Ella rio. —Sí —dijo finalmente—. Pero en ese momento no pensé en eso. Estaba avergonzada y humillada —hizo una pausa y luego admitió el resto—: Le di una patada a una de sus calabazas y la solté del tallo. No supe hasta el día siguiente que había sido una de sus galardonadas calabazas, la que había planeado llevar al concurso anual de calabazas, que tenía un premio de mil dólares. —Ouch —dijo Ben. Aubrey suspiró. —Lloró. El señor Wilford lloró. —Todavía estaba mirando por la ventanilla lateral, así que se sorprendió cuando sintió sus cálidos dedos sobre los suyos. —Solo eras una niña, Aubrey.

—Sí, pero no realmente. Y le costó al club de la escuela de jardinería en grande. Siempre me he sentido tan mal por eso. —Así que le cavaste un nuevo huerto de calabazas —dijo Ben—. ¿Cuál es tu plan, cultivarle otra calabaza galardonada? Se mordió el labio inferior, y él se echó a reír. —Lo es —dijo, y se rio de nuevo. —Detente. —Es lindo —dijo. —¿Lindo? —Casi se atragantó con la palabra. Nunca nadie la había llamado linda, nunca. Su teléfono sonó y lo sacó, frunciendo el ceño ante el número desconocido—. ¿Hola? —Aubrey Wellington —dijo la voz de Darth Vader—. ¿Qué hiciste en mi patio trasero? —¿Señor Wilford? —preguntó, mirando a Ben en shock. —Bueno, ¿cuántos patios de otras personas diezmaste hoy? —preguntó irritado—. ¿Qué demonios hiciste? —Yo… le cavé un huerto de calabazas —dijo—. Planté semillas de calabaza. Ben sonrió. —¿Tú qué? —preguntó el señor Wilford. —Arruiné su preciada calabaza hace tantos años, ¿recuerda? ¿Y cómo consiguió mi número? —Por supuesto que recuerdo lo que hiciste. Me costó mil dólares y arruinó la mejor calabaza que he cultivado. Y esto es Lucky Harbor. Fue fácil obtener tu número; llamé a Lucille. —Voy a cultivarle calabazas nuevas —dijo. —¿Fuera de temporada? Ella suspiró. —Está bien, así que no planifiqué esa parte tan bien. Pero tal vez una de ellas será una calabaza premiada —dijo—. Es mi forma de disculparme. —Mucho bien que me hará ahora —dijo—. Soy demasiado viejo para estar preocupado por el riego. Bueno, mierda. Tampoco había pensado en eso. —Lo haré —dijo.

Ben se echó a reír y luego se ahogó cuando ella lo miró. —¿Vendrás a regar las calabazas? —preguntó el señor Wilford con incredulidad—. ¿Tú, la Señorita Pantalones Lujosos? —Sí —dijo entre dientes—. Lo haré. —A las calabazas les gusta que las rieguen regularmente —advirtió. —Bien. Um, cuán a menudo es regular… —Pero había colgado. Deslizó su teléfono lejos. Ben seguía sonriendo. —Ni una palabra —dijo, buscando en Google “huertos de calabaza”—. A menos que sepas con qué frecuencia regar las calabazas.

Esa noche, Aubrey cerró la librería después de un día laboral decente y sonrió mientras cruzaba los pisos de madera dura veteados. Habían sido un hallazgo sorprendente debajo de la alfombra. La madera era bonita y clara, y parecía abrir la tienda. Feliz, se dirigió a su desván. Allí, sacó su cuaderno y miró los ítems tachados, incluyendo a BEN. Había improvisado allí, y pensaba que tal vez lo había logrado. Pero ahora, sin los ojos curiosos de Ben mirándola, añadió un ítem más al final de su lista. EL DURO.

Capítulo 15

A

la mañana siguiente, Ben fue a trabajar en la encimera del área de servicio del Book & Bean. Aubrey estaba a dos semanas de su fiesta de inauguración.

Aunque estaba cerca, las renovaciones se harían a tiempo. Ben pensó en el alambre de la bobina en su bolsillo. Esperaba tener al menos un día más conduciendo a Aubrey, aunque estaba bastante seguro de que sabía exactamente lo que estaba haciendo hasta ahora. Y no era un problema. De hecho, era lo opuesto a problemas. Estaba trabajando en corregir sus errores, y estaba tirando de una parte de él que no quería ser tirada. No había planeado sentir nada por ella y ahora estaba tratando de resignarse al hecho de que tenían algo más que una química extremadamente explosiva. Se había dicho que podían superar eso pasando un tiempo de calidad desnudos juntos, pero ya lo habían intentado, y se había vuelto contraproducente porque no había superado exactamente nada. De hecho, ahora todo lo que quería era más. Mucho más. Eran las siete de la mañana antes de que escuchara señales de vida desde arriba, y treinta minutos más antes de que el delatador clic, clic, clic de sus botas lo alertara de que estaba bajando. Y, como el perro de Pavlov, comenzó a endurecerse. Era ridículo. —¿Ben? Y así, el sonido de su voz ronca terminó el trabajo. Se preguntaba qué diría ella a una segunda ronda de sexo salvaje, aquí y ahora. Si simplemente le quitaba su ropa y la sentaba en la pila de madera que aún tenía que medir y cortar, entonces podría ponerse entre sus piernas. Deslizaría sus manos debajo de su culo sexi, por supuesto, para evitar astillas. O podrían usar su sofá. Mejor aún, podría inclinarla sobre la pila de cajas de material nuevo que había entrado, empujar su vestido y tomarla por detrás. Sí. Ese era el boleto. Dobló la esquina y él desabrochó el cinturón de herramientas, dejándolo caer al suelo. Iban a hacer esto, y sería bueno…

—Tengo compañía —dijo Aubrey. Se dirigió a la puerta principal de la tienda y la abrió. Y luego una, dos, tres… ocho mujeres entraron detrás de ella, una de las cuales era su propia tía Dee. Las criadas del infierno de Lucky Harbor. Dee sonrió y lo saludó con la mano, dándole un dulce beso en la mejilla cuando pasó a su lado. —¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó. Graznó. —Aubrey ha invitado a mi club de lectura a reunirse en su tienda —dijo Dee. Ella le frunció el ceño—. ¿Estás enfermo, cariño? —No. —El club de lectura de Dee era un evento semanal; “club” siendo una palabra floja para un grupo de mujeres que se reunían, bebían demasiado vino, se reían tan fuerte que podían romper ventanas y hablaban de todo menos de libros. El “club” había sido expulsado del restaurante, el bar y parrilla, y del centro para personas mayores. Habían estado hablando de tener que disolverse. Miró a Aubrey. —Quería que tuvieran un lugar donde ir —dijo. —Vas a necesitar un permiso de “locura” —dijo. Dee le golpeó la cabeza. —Estamos intentando algo nuevo —dijo—. Reuniones más temprano. Ya sabes, antes de que la gente se ponga… festiva. Ben le envió a Aubrey una mirada de buena suerte que ella ignoró. En cambio, guio a sus invitadas a través de la librería y las sentó en las sillas y en el sofá para los que él había hecho planes rastreros. —Entonces —dijo ella, mirando a la líder de la tercera edad; Lucille, por supuesto—. ¿Qué piensas? —Es perfecto —dijo Lucille—. Nos sentimos muy honradas de que nos recibas, cariño. Ben sacudió la cabeza, se limpió y salió por la puerta trasera. Luego se quedó mirando el auto de Aubrey en el estacionamiento. El que no tenía su cable de bobina. Luchó con su conciencia y perdió. Soltando un suspiro, abrió el capó y comenzó a ponerla de nuevo. —¿Qué estás haciendo?

Casi saltó de su piel, luego le dio a Luke una larga mirada a través del compartimiento del motor. Luke sonrió. —Te asusté. ¿Estás cometiendo un delito menor por alguna razón en particular? —No estoy cometiendo nada. ¿Y por qué estás aquí? —Recibí una llamada de que un personaje de aspecto sospechoso estaba descansando por aquí y arruinando autos que pertenecen a rubias bonitas. —Mentira. —Está bien, no recibí una llamada —dijo Luke—. Pasé por la tienda de Ali para decir hola. No, él había pasado por la tienda para echar un polvo. Porque Luke tenía una inconfundible mirada de acabo-de-conseguir-un-polvo en él. Ben suspiró. Le gustaría tener esa mirada… —Entonces, ¿quieres decirme en qué andas? —preguntó Luke. —Diablos, no. Luke sonrió. —Está bien. Ya lo he resuelto. —No, no lo hiciste. —Claro que lo hice. Besaste a Aubrey la semana pasada, y ahora estás haciendo algo estúpido para arruinarlo todo. Ben entrecerró su mirada. —Déjame adivinar cómo sabes sobre el beso. ¿Facebook? —Ali. —Luke se encogió de hombros—. Fuiste lo suficientemente estúpido para hacerlo contra la pared y visible a través de la ventana. Error de novato — dijo, y chasqueó. —¿No tienes ningún lugar donde estar? —preguntó Ben. —No. Entonces. Tú y Aubrey, ¿eh? ¿Ustedes dos van a…? Bueno, al menos no sabía mucho. Ben no respondió. En su lugar, se aseguró de que el cable de la bobina volviera a estar en su lugar y cerró el capó. Luego se dirigió hacia su camioneta. —Oye —dijo Luke—. Estoy esperando detalles. —Pregúntale a tu prometida.

Ben hizo una carrera matutina con Sam, quien, a diferencia de algunos de sus curiosos amigos, no lo presionó para obtener detalles sobre la situación de Aubrey. Después de su carrera, Ben se dirigió a Seattle. Encontró el taller mecánico de Bob, estacionó y caminó hasta la primera puerta abierta. Un hombre del tamaño de un apoyador salió de debajo de una camioneta levantada, vestido con un mono y sin camisa. No necesitaba una; tenía mangas tatuadas en los brazos y en el pecho. El parche en su mono decía GRAN ED. —¿Puedo ayudarte? —preguntó el gigante. —Estoy buscando a Dan Ingalls —dijo Ben. Gran Ed le dio una sacudida a su barbilla hacia el siguiente auto. El tipo que trabajaba en este estaba construido igual que Ed, el apoyador, aunque llevaba una camisa. También tenía tatuajes, incluida una lágrima debajo de su ojo. El parche en su mono decía GRAN BOB. Ben estaba sintiendo un patrón aquí. —¿Cómo estás? —le preguntó a Gran Bob. Gran Bob no sonrió, solo lo miró mientras lentamente chasqueaba sus nudillos. Un verdadero grupo amistoso. Estupendo. —Busco a Dan Ingalls —dijo Ben de nuevo. Gran Bob hizo lo mismo que Gran Ed había hecho, hacia la parte trasera de la tienda esta vez. Ben se dirigió allí, muy consciente de que ahora tenía a los dos tipos a sus espaldas y lo más probable es que hubiera otro enfrente de él en algún lugar. Encontró una camioneta, con el capó levantado, y de hecho había un tipo parado en un taburete, con la cabeza enterrada en el compartimiento del motor, toqueteando algo.

—¿Dan Ingalls? —preguntó Ben. Dan no detuvo lo que estaba haciendo ni siquiera levantó la mirada. —¿Quién quiere saber? —Un amigo de tus hijas. Dan se quedó inmóvil, sin siquiera sacar la cabeza del compartimiento. —¿Qué? No lo repitió. Aun manteniendo la pista de los grandotes, Bob y Ed, a sus espaldas, Ben mantuvo la voz baja. No estaba demasiado preocupado; había estado en lugares peores, mucho peores, pero no había razón para ser estúpido. Dan se enderezó. Era fácilmente un tercio del tamaño de sus dos compañeros de trabajo. Sin músculos. Ningún tatuaje. Lo que sí tenía era loco y salvaje cabello, del color exacto de un centavo de cobre, volando alrededor de su rostro delgado y anguloso y filosos ojos azules. Era flaco como un palillo y lo suficientemente bajo para apenas encontrarse con el hombro de Ben. —¿Quién eres? —preguntó. —Ben McDaniel. Vivo en Lucky Harbor, donde tus niñas viven en un hogar de acogida. Un hogar de acogida de mierda —agregó Ben con dureza—. Y quería ver por qué no están contigo. Dan se veía un poco sacudido. —No tengo hijas. Ben arqueó una ceja. Dan bajó de la escalera y enganchó su barbilla para indicar que Ben debería seguirlo fuera del garaje. Pasaron por delante del enorme Gran Ed, y luego del igualmente enorme Gran Bob, ambos observaban a Ben con expresiones de piedra. Ben los ignoró por completo. —Lo siento —dijo Dan cuando estaban afuera—. Ellos son… protectores conmigo. —¿Por qué? ¿Estás en algún tipo de problema? Dan miró hacia otro lado por un momento, luego se ganó un poco del respeto de Ben cuando se encontró con la mirada fija de él. —Estaba. —¿Y tus hijas?

Dan negó con la cabeza. —Te lo dije, no tengo. —Curioso, ya que tienes dos mini-tú en Lucky Harbor que son tu vívida imagen. Dan dio un fuerte suspiro y se alejó, avanzando unos tres metros antes de volver a pasearse. —Renuncié a mis derechos para que pudieran ser adoptadas. —Entonces, ¿por qué están en un hogar de acogida? —Porque su madre murió —dijo Dan. —¿Y no sentiste la necesidad de tomarlas? —No podía. —¿Por qué? —No soy material de padre. —Debería haberlo pensado antes de tenerlas —dijo Ben. De nuevo Dan se paseó. —¿Qué quieres decir con que el hogar de acogida es una mierda? — preguntó finalmente. —¿No sabes lo que significa “mierda”? Dan se hundió en un matero de concreto que no tenía nada más que suciedad y colillas de cigarrillos. Se pasó los dedos por el pelo y estudió sus rodillas. —No quería esta vida para ellas. —Bueno, ¿qué diablos pensaste que pasaría cuando su madre muriera y no intervinieras? —Yo… no lo sé. Yo… estuve en la cárcel por un tiempo. —Sí, tus hijas me lo dijeron. Parecía enfermo. —¿Lo saben? —No estoy seguro de lo que saben, pero dijeron que estás listo para, y cito, “lo grande”. —Jesús —Dan se frotó la boca con una mano temblorosa—. Tienen cinco años.

—Están creciendo rápido. —Jesús —dijo Dan de nuevo. —¿Qué hiciste para caer preso? —Estar en el lugar equivocado en el momento equivocado —dijo Dan. Ben le echó una mirada de vamos. Dejó escapar un largo suspiro. —Me atraparon por robo a mano armada y homicidio involuntario. —Cristo. —Ben negó con la cabeza—. Olvídalo entonces. Tengo al tipo equivocado para esas chicas. —Se volvió para irse. —Espera. Ben se dio la vuelta. —¿Qué? —¿Cómo están? —¿Qué te importa? Dan hizo una mueca, pero mantuvo contacto visual. —Escucha, no tienes por qué creerme, pero todo el arresto… fue un error, ¿de acuerdo? Pero costara lo que costara, cumplí el tiempo. Pagué el precio. Estoy fuera. Haciéndome una vida. —Sin ellas —dijo Ben con dureza. —Pensé que estaban a salvo. Felices. ¿Por qué arruinaría eso? —Porque necesitan a su papá. —No estoy equipado para manejar niños —dijo Dan—. No sabría qué hacer con ellas. —¿Qué sobre preocuparse por su bienestar? Tienes un trabajo. Eres mecánico, así que supongo que tienes auto. Podrías obtener una visita. Demonios, deberías tener la custodia. —Tengo derechos de visita. Pero no soy bueno con los niños. —Eres su padre —dijo Ben de nuevo, con voz dura—. Eso significa que no importa que seas un marica, asúmelo. —Oye —dijo una voz baja y enojada—. No le hables así. Ben se volvió hacia Gran Bob y recibió un puñetazo en el ojo. Fue el único puñetazo que Bob aterrizó.

Cinco minutos después, tanto Bob como Ed estaban en el suelo, Bob sujetándose las costillas y Ed sujetándose la mandíbula. Ben se sacudió las manos. Ed le había dado un buen golpe al riñón, pero Ben estaba bien. Aun así, probablemente debería volver a un gimnasio. Respirando un poco duro, se volvió hacia Dan. Dan, con los ojos muy abiertos, levantó las manos. —Oye, te lo advertí. Te dije que me protegían. —Sí. —Ben tocó su ya doloroso ojo—. Gracias. —Eres bastante patea traseros —dijo Dan, impresionado—. ¿Estuviste en la cárcel, también? —No. Estuve en el infierno. Ve a ver a tus hijas.

Capítulo 16

A

ubrey se despertó con un Gus gruñón mirándola. Se levantó, alimentó al exigente gato y luego se fue a trabajar. Desempacó y acomodó en los estantes su nuevo stock. Hizo el pedido para la semana siguiente y pasó una hora en espera con su compañía telefónica para quejarse de tener internet solo en la mitad occidental de la tienda. Después de eso, una clienta entró y pasó media hora caminando por los pasillos, levantando ocasionalmente un libro y mirando a Aubrey. —¿De qué trata? Aubrey había dejado de sorprenderse por el hecho de que la gente realmente asumiera que había leído todos los libros de la tienda. También había aprendido que las personas que buscaban de la forma en que esta mujer lo hacía casi siempre se iban sin comprar realmente un libro, por lo que había comenzado a divertirse haciendo planos en el lugar. Todavía en espera con la compañía telefónica, cubrió el auricular y dijo: —Se trata de un extraterrestre que viene al Salvaje Oeste. La mujer asintió y devolvió el libro. Un pasillo más tarde, recogió otro. Aubrey buscó en la base de datos de su cerebro. Después de media hora, estaba empezando a quedarse sin material. —Se trata de un chico que se vuelve un poco loco después de un matrimonio fallido y termina en un concurso de baile con otra mujer. La mujer también devolvió ese libro, y Aubrey se dijo a sí misma que realmente necesitaba encontrar un nuevo pasatiempo. Pero, finalmente la mujer llegó al frente. —¿Tienes algo así como Cincuenta Sombras? —preguntó. —Ahora, eso lo tengo —dijo Aubrey, y la llevó a la sección de romance. Después que la mujer se fue, sin comprar nada, Aubrey comenzó a hacer lo que había puesto a un lado todo el día ayer: buscar un mecánico. Su selección era limitada, ya que solo había unos pocos en Lucky Harbor, y lo más probable es que no pudiera pagar ninguno de ellos. En ese momento, fue a su nuevo rincón de café, que ya había abastecido. Había un pequeño frasco allí para Lucille, a quien le gustaba el brandy en su té. Aubrey prefería un poco de té en su brandy, pero ahora no tocó ninguno de ellos. No, fue directamente a la caja de galletas de azúcar que había guardado para un día de mucho estrés.

Desayuno de campeones. —Hola. Al sonido de la voz de Ben detrás de ella saltó. —¿Dónde aprendiste a caminar tan silenciosamente? —Trabajo. Pensó en lo que eso podría significar, dado que él había estado trabajando en lugares mucho más peligrosos de los que podría contemplar. Estiró su cuello para mirarlo y se quedó sin aliento. —¿Qué te ha pasado? —Nada.

—¿Nada te dejó un ojo morado? Se encogió de hombros. Fue al congelador debajo del mostrador y sacó una pequeña bolsa de guisantes congelados. Él miró la bolsa. —¿Por qué tienes guisantes congelados en una librería? —Son para los calambres. —Colocó la bolsa sobre su ojo, sonriendo cuando él contuvo el aliento por el frío—. Bebé —dijo ella. Su mirada podría haber tenido a otro hombre humedeciendo sus pantalones y a cualquier mujer en el planeta lamiéndose los labios, pero ella se dijo a sí misma que no se había movido. Pero no lo hizo. —¿Qué pasó? —Nada —repitió—. ¿Qué estás haciendo? —No respondo preguntas a personas que responden una pregunta con otra pregunta. Sonrió. —¿Qué tal si cada uno responde una pregunta? Abrió la boca, pero le puso un dedo en los labios. —Con un giro —dijo. Su estómago se agitó. —¿Cuál es el giro?

—Si no respondes, consigues un desafío. Su cerebro se salió de los rieles al pensar en lo que podría incluir un desafío. Pero la curiosidad ganó sobre la autoconservación. —Trato. Cuéntame qué te ha pasado. —Fui a hablar con el padre de Rosa y Kendra. —Entonces… ¿te golpeó? —Nah. Él es solo un tipo pequeño. —Entonces, ¿quién te golpeó? —Dan y yo estábamos teniendo una pequeña charla privada y sus dos amigos apoyadores decidieron que no les caía bien. —¿Así que ellos te golpearon? Se encogió de hombros. —Uno de ellos recibió un golpe antes. —Oh, Dios mío, eres el peor narrador de historias —declaró, levantando las manos y haciéndole sonreír—. ¿Antes de qué? —exigió. La miró, todavía claramente divertido. —Antes de que decidieran que habían terminado de meterse conmigo — dijo finalmente. —¿Sí? —dijo, entrecerrando los ojos—. ¿Y qué les hizo decidir eso? —Solo siguió mirándola—. ¿Los derribaste a ambos? —preguntó horrorizada. —Tu turno de hablar —dijo enigmáticamente. —Oh, no —dijo—. Tuve que sacarte esa historia. Me debes un desafío por defecto. —Claro —asintió con demasiada facilidad con esa voz baja y ronca que hizo que sus pezones se endurecieran—. Cualquier cosa. Casi se traga su lengua. —No puedes prometerme “cualquier cosa” —dijo molesta al darse cuenta de que sonaba sin aliento. No parecía preocupado. —¿Por qué? ¿Vas a aprovecharte de mí? Todo su cuerpo se tensó al pensar en todo lo que podía hacer para aprovecharse de él y el placer que ambos podían obtener de eso. Consideró su expresión y rio suavemente.

—Sostén ese pensamiento. Ahora responde mi pregunta o enfrenta un desafío. —Estoy contratando a un mecánico. —Pensé que no podías permitirte uno. —No puedo —dijo, tratando de no notar que su cabello todavía estaba mojado por una ducha reciente, y que olía muy bien. Muy bien, como a jabón, desodorante y Ben. Quería presionar su cara contra su garganta. Especialmente desde que claramente se había saltado el afeitado esa mañana, y quizás también el día anterior, y tenía la cantidad exacta de rastrojo en su rostro para hacerlo lucir tan caliente como el infierno. Él se acercó más, dándole una mejor vista de la forma en que sus anchos hombros estiraban el material de su camiseta y cómo sus largas piernas estaban envueltas en un jean desgastado a una suavidad de mantequilla por innumerables lavados, ahuecando con amor ciertas partes… Cerró la computadora que todavía tenía abierta sobre el mostrador. —Oye —dijo ella. —El heno es para los caballos. —La atrajo hacia sí, haciendo que su aliento se atascara en su garganta mientras su mirada se dirigía a su boca. La boca con la que había estado soñando. Maldito sea. Luego se dio cuenta de que esa boca se estaba moviendo, y las palabras se hundieron.

—Saboteé tu auto —dijo. Ella parpadeó. —¿Qué? —Sí. Quité tu cable de la bobina. Sin embargo, está de vuelta ahora. Tu auto está bien, Aubrey. Cuando esto se registró, pasó del buen tipo de calor al muy mal tipo de calor en un abrir y cerrar de ojos. Ni siquiera podía hablar. Todo lo que hacía era chisporrotear. Hace un minuto, había querido acercarse a él desesperadamente. Todavía quería eso. Pero más quería abofetearlo. Se decidió por darle un buen empujón. No se movió. —Quería ver lo que estabas haciendo —dijo—. Quería asegurarme que estabas bien.

—¡No era asunto tuyo! Se encogió de hombros, y eso la enojó aún más. —¿Por qué? —logró decir—. ¿Por qué cualquier cosa que haga siquiera te importa? Se pasó una mano por su mandíbula. El sonido de la palma de su mano sobre el crecimiento de barba de varios días hizo que le temblara el vientre.

Mantente compuesta. —¿Por qué, Ben? Sacudió su cabeza. —No es lo suficientemente bueno —dijo ella—. Dime por qué lo que hago te importa. —No debería —dijo, mirándola fijamente a los ojos. Solo lo miró fijamente. —Eres increíble, ¿sabes? Eres un imbécil insensible de primera clase, y… Se inclinó. —¿Y qué? —preguntó, su voz peligrosamente baja. —Y… —Asqueada por su ridícula e invariable reacción hacia él, le puso las manos en el pecho para darle otro empujón, pero de alguna manera sus cables se cruzaron y ella apretó su camiseta en sus puños. —Desafíame —dijo en voz baja. —¿Desafiarte a qué? —Desafíame, Aubrey. Oh, cuánto odiaba lo bien que la conocía. —Te desafío a que me beses —susurró, y luego, para asegurarse de que lo hiciera, puso su boca en la suya primero. La jaló con fuerza, para que cayera sobre él. Era una locura, pero deslizó sus manos por su pecho y las colocó en su cabello para abrazarlo. Él tenía una mano por debajo de su suéter, sobre la piel desnuda, sus dedos extendidos como si quisiera tocarla lo más posible. Su otra mano se deslizó hacia abajo, ahuecando su trasero, lo que lo hizo gemir. —Me vuelves loco —dijo contra su boca—. Sabes tan bien. Siempre sabes tan jodidamente bien. Podría haber dicho lo mismo, pero luego su lengua acarició la suya, y ambos gimieron. Entonces él estaba arrastrando besos calientes con la boca

abierta a lo largo de su mandíbula hasta su oreja, la cual mordió, y sus rodillas se derritieron. —Maldita sea —suspiró ella. Lo sintió sonreír contra su piel antes de besar el lugar justo debajo de su lóbulo. Se estremeció y supo que estaba perdida. Incluso escuchaba un zumbido en su cabeza… El teléfono de la tienda. Debió haberse perdido cuatro timbres, porque hizo clic en la máquina contestadora, y ellos escucharon su propia voz diciendo: —Book & Bean. Deja un mensaje y te responderé lo antes posible. Y luego vino la voz del señor Wilford. —Escucha, señorita. Cavaste este huerto de calabazas; tienes que traer tu delgado trasero y regarlo. Soy demasiado viejo para esto. ¿Me escuchas? —¿Por qué todo el mundo llama a mi culo flaco? —preguntó Aubrey a la habitación. —Es un buen culo —dijo Ben, con las manos en este. Apretó—. Realmente bueno. Alguien llamó a la puerta y ella se liberó. —Oh Dios mío. Tengo trabajo. —Lo pinchó con un dedo—. ¡Deja de distraerme con tu boca! —Podría distraerte con otra parte del cuerpo en su lugar. Di la palabra. —Oh, no, no lo haces. Ya has terminado de distraerme. No me acuesto con tipos que sabotean mi auto. ¿Y por qué lo hiciste? Al segundo golpe, más persistente, él hizo un gesto hacia la puerta. —Estás ignorando a un cliente que paga. —No hemos terminado con esto —le advirtió. —Sin duda.

Capítulo 17

L

as mañanas eran más fáciles en estos días, gracias a la nueva rutina de ir a la panadería antes de abrir la librería.

Aubrey estaba sentada en la mesada de atrás de Leah, inhalando donas glaseadas del día anterior. Acababa de decirles cómo Ben había tirado su cable de la bobina y se había callado, esperando un nivel adecuado de indignación de sus amigas. En cambio, Leah se rio. Se rio tan fuerte que se deslizó por el armario y terminó sentada en el suelo. Ali también se rio, aunque logró mantenerse erguida. —Tan lindo —dijo ella. —¿Lindo? —repitió Aubrey, indignada de nuevo—. ¿Cómo en el mundo eso es lindo? —Le gustas —dijo Ali simplemente, y se metió otra dona en su boca. —¿Qué es esto, la secundaria? —murmuró Aubrey, alcanzando también otra dona—. Y no le gusto. Y no me gusta. Simplemente lo hizo para poder averiguar qué estaba haciendo. Leah asintió. —Sin duda. Pero apuesto toda esta caja de donas a que también lo hizo porque tiene una veta protectora de un kilómetro y medio de largo con respecto a las personas que le importan. —Sonrió cuando Aubrey no tuvo una réplica lista—. Y, en cualquier caso, puedes decirle lo que estás haciendo, ya sabes. O a nosotras. Aubrey dejó escapar un suspiro. —No le he dicho a nadie. —Mayor razón para decirnos —dijo Leah—. Esto… —Con una dona de nuez en la mano, gesticuló hacia la cocina a su alrededor—. Es el cono del silencio. Nada de lo que digas aquí puede repetirse fuera de esta sala sin el permiso de tellee. —¿Tellee? —dijo Aubrey. —Tú —dijo Leah. Aubrey miró a Ali. Ali asintió y levantó dos dedos, como si estuviera haciendo un juramento.

—¿Eras una chica exploradora? —preguntó Aubrey. —No —dijo Ali—. Pero totalmente podría haberlo sido. Puedo hacer todo tipo de nudos en cuerdas. Y me veo bastante bien en caqui. Leah asintió. —Eso es cierto. Aubrey suspiró. —Bien, de acuerdo. Es mi karma. Es… inestable en el mejor de los casos. Necesitaba arreglar algunas cosas de mi pasado, así que hice una lista. —¿Una lista? —preguntó Ali. —De la gente a la que le hice daño. —Bueno, diablos, Aubrey —dijo Leah—. Todos podríamos hacer una lista. —¿De verdad? —preguntó Aubrey—. ¿Alguna de ustedes durmió con su profesor casado en la universidad? Porque él es el número siete. —Está bien, eso es bastante malo —dijo Ali después de un momento de silencio—. Pero he cometido algunos errores bastante espectaculares, por lo que no hay ningún juicio aquí. ¿Te gustaría mi opinión? —¿Puedo detenerte? —preguntó Aubrey secamente. Ali rio. —Probablemente no. Te dije que te vi a ti y a Ben a través de la ventana de tu tienda, ¿verdad? Por un momento, el corazón de Aubrey se detuvo, hasta que se dio cuenta de que Ali se estaba refiriendo al beso, no al… hecho. —Lo que vi fue realmente caliente —dijo Ali—. Tan caliente que casi empaña el vidrio. Pero era algo más que lujuria. Acunaba tu cabeza, Aubrey. —Aw —dijo Leah en un suspiro de ensueño—. ¿Lo hizo? ¿De verdad? Dios, amo a ese hombre. Aubrey sacudió su cabeza para aclararla, pero no, todavía estaba confundida. —¿Qué importa si acunó mi cabeza? —Significa que no fue solo un beso —dijo Ali—. Fue más. Y nosotras… — Hizo un gesto entre ella y Leah—. Habiendo encontrado recientemente los amores de nuestras vidas, podemos distinguir la diferencia entre sexo y amor. Leah asintió en acuerdo. —Cuando lo hagas con Ben —continuó Ali—, no será solo sexo. Será amor.

Aubrey inhaló mal y tomó un montón de azúcar en polvo por el tubo equivocado. Leah saltó para agarrar un vaso de agua. Ali ayudó a golpear la espalda de Aubrey. Cuando pudo respirar sin resuello, sus dos amigas la miraban con seriedad. —Así que ya te acostaste con él —adivinó Leah. Aubrey se tomó un momento con eso, porque, en verdad, no había implicado realmente dormir. —¿Estaba bien para ustedes cuando solo lo estaba besando? —No. —Leah cubrió su mano con la suya—. No, no es así. Creo que serás fantástica para él. —No estamos juntos —dijo Aubrey—. No así. Fue una cosa de una sola vez. Ali se rio. —Sí, de acuerdo. —No, en serio. —Los vi —dijo Ali—. Vi la química. ¿Recuerdas cuando el ayuntamiento se incendió y todo el pueblo estaba cubierto de humo? —Sí. —Bueno, vi más humo generado entre ustedes dos que lo que vi en ese incendio. Ante eso, Aubrey puso los ojos en blanco. —Lo digo en serio —dijo Ali—. Te guste o no, tú y Ben tienen algo. Para que conste, si eso era cierto, no le gustaba. Ni un poco. —Lo que significa que realmente deberías decirle sobre la lista —dijo Leah. Nadie era más consciente de eso que Aubrey. Esa maldita lista comenzaba a comérsela viva. —La ha visto. Lo ha adivinado. —Dejó escapar un suspiro—. Pero no sabe que está en ella. No le voy a decir esa parte. —Podrías decirnos a nosotras en cambio —dijo Ali, pescando. Aubrey negó con la cabeza, y Ali suspiró. —Todavía creo que deberías decirle —dijo Leah. —No —dijo con firmeza.

—Eso podría volver para morderte el culo —dijo Leah. Sin duda. —El rencor que se ganó de mí con todo ese truco del alambre de la bobina está estipulado para los últimos años —dijo Aubrey—. Así que no habrá más… humo. Y hemos terminado de hablar de esto. Como buenas amigas, dejaron la conversación y comieron algunas donas más. —Estas son increíbles —dijo Ali. Hoy olía a rosas, lo que tenía sentido, ya que parecía que había rodado sobre ellas. Se aferraban a su ropa, al igual que el olor de los pétalos. Aubrey estuvo de acuerdo con la evaluación de su amiga sobre las donas, pero su boca estaba demasiado llena para hablar. Leah estaba sacando pasteles de su horno. —Estas deberían salir como panqueques… La puerta del frente se abrió y sonó el timbre, indicando a un cliente. —Maldita sea —dijo Leah, y miró a Ali y a Aubrey—. Aubrey. Atiéndelo. —¿Qué? ¿Por qué yo? —Porque te ves más presentable. Solo dile a quien sea que saldré enseguida. O mejor aún, sírvelos. Ali sonrió. —Es por eso que me visto con flores. Aubrey suspiró y se bajó de un salto de la mesada, dirigiéndose hacia el frente. Se detuvo en seco al ver a Ben. Todavía estaba enojada con él, realmente enojada, pero parte de esa ira se desvaneció sin su permiso al verlo allí de pie con una niña pequeña aferrada a cada una de sus manos. Las chicas eran pequeñas, un poco escuálidas, y una de ellas estaba vestida de rosa de la cabeza a los pies. El cabello de la otra se estaba saliendo de sus coletas, y su vestido estaba manchado y sucio. Además, tenía los inicios de un ojo morado. A juego con el de Ben. Sus cejas se alzaron al ver a Aubrey. —¿Tomaste un segundo trabajo? —Sí —dijo ella—. Se llama comer donas. —Sonrió hacia las chicas, su corazón se derritió un poco. Estaban un poco desaliñadas, pero jodidamente preciosas—. Hola —les dijo—. ¿Qué quieren?

—No tenemos dinero —dijo la de rosa, con los ojos fijos en la vitrina. —Yo invito —dijo Ben—. Lo que quieran. —Vaya —dijo Rosa con reverencia, la nariz presionada contra el cristal—. ¿Lo que queramos? ¿De verdad? ¿Qué hay de esos bonitos cupcakes rojos? Oh, espera, no… mira esas galletas; ¡Son blancas y negras con pequeños puntos rosados! ¡Oh, oh! ¡Esas cositas rosas con chocolate! Mira todo el rosa… Ben levantó un dedo y ella dejó de hablar. —Lo que quieran —repitió. —¿Algo de eso? —preguntó con asombro. —Todo de eso, si eso es lo que quieren. La niña dijo “vaya” otra vez y examinó cuidadosamente las vitrinas. —Tenemos que estar seguras de conseguir algo que no se derrame en los asientos del auto que conseguiste para nosotras. —Son prestados —dijo Ben—. Y se pueden lavar. Aubrey estaba de pie detrás del mostrador, aparentemente esperando que la niña tomara una decisión, pero realmente observaba a Ben con las chicas. Llevaba unos jeans oscuros, una camisa abotonada sin abrochar y botas de trabajo. Su cabello estaba un poco revuelto, ya sea por sus dedos o por el viento, y parecía una estrella de rock. Una muy sexi. Estaba relajado, con las manos en los bolsillos, la cabeza inclinada hacia abajo, escuchando cortésmente la cháchara de las niñas. O la niña. Singular. Porque solo una de ellas hablaba, la de rosa. Señaló la sección de galletas. —¿Podemos por favor cada una de nosotras tener una de esas enormes galletas de chispas de chocolate? —le preguntó a Aubrey. —Por supuesto. —Aubrey le entregó una a cada gemela. La de rosa sonrió y dijo: —Gracias. —Su gemela no sonrió; solo se limitó a mirar a Aubrey, con ojos grandes, rojos y relucientes, el moretón sobresaliendo sobre su piel pálida. —Ella también dice gracias —dijo la de rosa y abrazó a su gemela. Su gemela asintió y solemnemente le dio un mordisco a su galleta. Aubrey hizo un gesto hacia el ojo de la niña, preguntándose qué le habría pasado. —Parece doloroso. Ella asintió de nuevo.

—Alguien la atrapó con un codo en el patio de recreo —dijo su gemela— . Fue malo. El corazón de Aubrey se apretó. —Espera aquí. —Corrió por la cocina de la panadería, pasó junto a sus dos amigas sobresaltadas, salió por la puerta trasera, entró en su librería y fue al congelador, donde agarró su segunda bolsa de guisantes. Cuando regresó a la panadería y se la dio a la niña para su ojo, Ben sonrió. —Gracias —dijo—. Has que Leah agregue las galletas a mi cuenta. —Dejó caer un billete de cinco en el frasco de propinas. Volvió a las chicas hacia la puerta, y luego se fueron. Aubrey todavía estaba allí de pie, mirando la puerta cerrada, cuando Ali y Leah la flanquearon. —¿No es adorable? —preguntó Ali. Ben era un montón de cosas, pero Aubrey estaba bastante segura de que adorable no era una de ellas.

Capítulo 18

F

altando una semana y media para su fiesta de inauguración, Aubrey estaba en el pasillo de comida chatarra de la tienda de comestibles, tratando de decidir entre unas papas rancheras y papas fritas con sal y vinagre. Era una decisión importante, y la tomaba muy en serio. Cualquiera que sea el sabor que eligiese sería su compañía durante la sesión de televisión de esta noche. Fue de un lado a otro por un tiempo ridículamente largo antes de decidir que al carajo y tirar ambas bolsas en su carro. Fue entonces cuando vio los papas sabor a barbacoa también. Maldita sea. Se suponía que no podía elegir entre todos ellas, ¿verdad? Estaba buscando una tercera bolsa cuando escuchó su nombre. Girándose, se encontró cara a cara con el Pastor Mike, sonriendo con su sonrisa fácil. Rápidamente se apartó de las papas fritas sabor barbacoa y deseó brevemente tener frutas y verduras en su carrito. Lo que era tonto. El Pastor Mike era un hombre, no Dios. No le importaba la cantidad de bolsas de papas fritas que consumía. Y probablemente a Dios tampoco le importaba. Aun así, se movió para pararse frente al carro para que no pudiera ver bien su contenido, que hasta ahora consistía en Advil y papas fritas. —¿Cómo estás? —preguntó el Pastor Mike. —Genial. —Quería esa tercera bolsa de papas fritas. El Pastor Mike sonrió. —¿Es por eso que estás cargando papas fritas? ¿Porque estás genial? Suspiró y miró su carrito. —Viste eso, ¿verdad? Sonrió. —Me encantan esas papas de sal y vinagre. —Sí, a mí también. —Entonces —dijo con esa voz tranquila—. ¿Cómo estás realmente? —Bueno, como puedes ver claramente, acabo de cargar unas diez mil calorías de papas fritas en mi carrito, así que… Se encogió de hombros.

—Esperaba que vinieras a otra reunión. —Oh, no creo… —Hay una esta noche. —Destelló una sonrisa encantadora—. Mejor para ti que la terapia con papas fritas. —¿Hay algo mejor que la terapia con papas fritas? —No —admitió—. Pero esto estaría muy cerca. Nos encantaría verte allí. Es a las ocho y media. Bueno, diablos. —Tal vez —hizo una pausa—. Y gracias. Has sido muy amable y servicial también. Inclinó la cabeza, con ojos curiosos. —No he hecho nada. Pensó en la lista y en cómo estaba trabajando en ella. Y cómo, a pesar de tener una tasa de éxito del cincuenta por ciento en este momento, se sentía realmente bien enfrentar esos fantasmas. —Hiciste mucho —dijo ella—. Me motivaste. Sonrió. —Bueno, entonces, me alegro. Tienes mi número si necesitas que te lleven. De lo contrario espero verte esta noche. Asintió y luego pasó por la caja. Y si, agregó una barra de chocolate del muy malvado estante justo antes de la caja registradora, nadie más que ella tenía que saberlo. Tenía que hacer una parada más antes de ir a casa, y de repente necesitaba la barra de chocolate para enfrentarlo. La valentía del chocolate, decidió. Se lo comió y luego se dirigió al Love Shack. Sabía que alguien de su lista iba allí todas las noches a tomar una copa antes de irse a casa. Sue Henderson. Cuando Aubrey tenía dieciocho años, Sue había sido asistente del fiscal. Ella había ascendido en las filas en los años posteriores. Ahora era jueza, lo que la hacía aún más intimidante. Estaba en la barra acunando un vino blanco cuando Aubrey se acercó. La única reacción que dio Sue fue un simple estrechamiento de su mirada crítica sobre el borde de su copa. —Bueno, eso responde a la pregunta de si me recuerdas —dijo Aubrey, e hizo un gesto al camarero. Ella iba a necesitar una bebida para esto.

—Se rumorea que estás abriéndote camino en la ciudad y disculpándote —dijo Sue. Aubrey la miró fijamente, aturdida. —Bueno, eso fue rápido. Sue se encogió de hombros. —Es Lucky Harbor. Cierto. Aubrey aceptó su vino del camarero. Era Jax sirviendo esta noche. Copropietario del bar con Ford. Jax era guapo y encantador; y lo suficientemente agudo como para echar un vistazo a Aubrey y a Sue sentadas juntas y llevarles una segunda copa. —La casa invita —dijo, lanzándole a Aubrey un rápido guiño antes de irse. Sue terminó su primer vino y alcanzó su segundo. —Así que. —Así que —dijo Aubrey. Su corazón comenzó a latir con fuerza. Esta era siempre la peor parte, empezar. Pero entonces Sue comenzó: —Pusiste colorante verde en mi piscina el día en que fui anfitriona de un enorme e importante almuerzo en el ayuntamiento —dijo—. El almuerzo que esperaba me haría pasar de asistente del fiscal a fiscal del distrito. Gasté una fortuna decorando mi jardín ese día, trayendo hermosas mesas y flores. El catering se había instalado alrededor de mi piscina, que, gracias a ti, parecía un tanque de inodoro. Un inodoro realmente repugnante. —Sí —dijo Aubrey, asintiendo—. Lo hice. —No llegué a ser fiscal del distrito ese año. Aubrey también sabía eso. Sue había sido la vecina de su padre. Todavía eran vecinos, en realidad. Y en las pocas ocasiones en que Aubrey había sido invitada de visita, Aubrey se había cruzado con Sue, ya que ella y su padre habían sido amigos. Sue no había aprobado los concursos de belleza y la educación general de Aubrey. Le gustaba decir cosas como: “La apariencia se desvanecerá, Aubrey, y te encontrarás desvaneciéndose junto con ella” y “Supongo que tu hermana realmente obtuvo todo el cerebro”. A Aubrey no le había importado realmente escuchar la cosa del desvanecimiento; había sabido eso. Pero le había importado que la compararan con su hermana y la encontraran deficiente. O tal vez simplemente estaba cansada de todo para entonces. En cualquier caso, le había hecho mal a Sue. —No debería haber puesto el colorante verde en tu piscina —dijo.

—Y en mi estanque —añadió Sue. —Y en tu estanque —dijo Aubrey en acuerdo. Sue la miró fijamente. —¿Eso es todo? ¿Esa es mi gran disculpa? —Eventualmente obtuviste el ascenso —señaló Aubrey—. Y eres jueza ahora. Una buena. Sue parecía un poco apaciguada.

—Soy una buena jueza. Pero manchaste el acabado de la piscina; ¿lo sabías? Tuvimos que vaciarla y rehacerlo. Y el estanque… mataste a mi pez. —Lo sé —dijo Aubrey—. Fue algo malo de hacer —hizo una pausa—. Trabajas con adolescentes con problemas. —Sí —dijo Sue, luciendo sospechosa—. ¿No estás un poco mayor para ser un adolescente con problemas? Aubrey ignoró el golpe. —Has financiado un programa especial para ellos en el centro para adolescentes. Traes mujeres de carrera una vez a la semana para reunirse con las chicas y hablar con ellas sobre sus opciones. Médicas, abogadas, cocineras… —Lo hago. —Pensé que tal vez podría ofrecerme voluntaria para hacer eso —dijo Aubrey casualmente, a pesar de que se sentía algo menos casual. Se sentía… nerviosa. Enferma con eso, en realidad. Pero era algo que quería hacer para ayudar a los demás, especialmente a aquellos que estaban tan a la deriva emocional como ella. —Quieres hablar con chicas adolescentes con problemas —dijo Sue dubitativamente. —Bueno, ¿quién mejor que una adolescente que una vez tuvo problemas? —preguntó Aubrey en voz baja. Sue la miró por un largo momento. —La gente que tengo trabajando con esos adolescentes ya no tiene problemas. —Ya no soy problemática —dijo Aubrey. —Hace solo unos meses, te acostaste con tu jefe y perdiste tu trabajo por eso. ¿Cuándo dejaría eso de seguirla?

—No —dijo—. Me acosté con mi cita, que resultó estar follando con la mitad de la ciudad. Renuncié a mi trabajo porque también resultó ser un idiota. Sue solo la miró. —Está bien, entonces también era mi jefe —admitió—. Pero… —Aubrey comenzó a decir que no era lo que Sue pensaba, pero la verdad era que… había sido exactamente como Sue pensaba. Se encontró con la mirada de la jueza—. ¿Sabes qué? No importa. Fue una idea ridícula.

Ben había estado comiendo nachos y bebiendo una cerveza con Jack y Luke cuando Aubrey había entrado en el Love Shack. Ella había ido directamente hacia la barra sin verlo, su mirada fija en alguien que ya estaba allí. En su mesa, Jack les contaba la historia de tener que rescatar a uno de los criminales más tontos del mundo el día antes. Un tipo se había subido a un árbol fuera de la tienda para llegar a la ventana del segundo piso, donde estaba la oficina. Presumiblemente, la idea era irrumpir desde arriba, pero se quedó atascado en la ventana, mitad dentro mitad fuera, colgando a siete metros sobre el suelo, gritando por ayuda. Ben rio de esto junto con Luke, pero su mirada seguía siendo atraída hacia la barra. Y a Aubrey, mientras se sentaba tomando un vino, conversando con la jueza Sue Henderson. Las dos mujeres se veían increíblemente frescas y tranquilas, pero Ben conocía a Aubrey; conocía los signos que revelaban a la verdadera Aubrey debajo de la superficie. Su sonrisa no estaba llegando a sus ojos. Sus piernas estaban cruzadas, su cuerpo inmóvil, excepto por el ligero movimiento de sus dedos que empujaban su copa hacia adelante y hacia atrás. Parecía estar respirando cada dos o tres minutos. Supuso que era así como había sobrevivido a sus momentos difíciles; entrando en modo de hibernación. Pero también la había visto muy viva y respirando, como si acabara de correr una maratón, y él prefería esa apariencia a esta quebradiza.

Parecía estar cerca de un punto de ruptura. ¿Cómo era que nadie más que él veía eso? Entonces la jueza había dicho algo, y aunque Aubrey no se movía, podía decir lo que fuera que dijo, la púa había golpeado profundamente. Aubrey asintió, se tomó su vino de un trago, y se levantó. Ella dijo algo. Sue no respondió, y Aubrey se marchó. Directo hacia la puerta. Ben se puso de pie y tiró unos billetes sobre la mesa. —Me tengo que ir. Luke, mirada también en la puerta, solo asintió pensativamente. Jack, que nunca había sido particularmente considerado, dijo: —¿Tiene algo que ver con la hermosa rubia de piernas largas que acaba de salir? —No —dijo Ben. —Mentira. —Déjalo ir —le dijo Ben. —¿Lo dejaste ir cuando estaba haciendo el ridículo por Leah? —preguntó Jack, recostándose perezosamente en su silla. —Diablos, sí —dijo Ben—. Lo dejé ir completamente. Y nadie está haciendo el ridículo aquí esta noche, especialmente yo. —En primer lugar —dijo Jack, levantando un dedo—. Llevaste a Leah a mi puerta borracha como una mofeta y luego la dejaste conmigo. ¿Cómo fue eso posiblemente “dejarlo ir”? —Está bien, sabes la verdad, la cual es que Leah se entregó ella misma esa noche —le recordó Ben. Con la ayuda de Aubrey, de hecho—. Simplemente la ayudé a encontrarte y luego me aseguré de que ninguno de ustedes, idiotas borrachos, se ahogara. —Y segundo —continuó Jack, como si Ben no hubiera hablado—, estás a punto de hacer el ridículo. Puedo decir estas cosas. —Miró a Luke para confirmarlo. Luke levantó las manos. —No me mires. No puedo decir nada. —Lo dice el tipo que se encontró envuelto alrededor del dedo meñique de Ali antes de que pudiera parpadear —dijo Jack con disgusto—. No le hagas caso —le dijo a Ben.

—No voy a hacer el ridículo —dijo Ben irritado. Jack solo sonrió. Luke brindó con él con su cerveza. Ben maldijo, los dejó a los dos y salió a la noche. Era una suave en cuanto a las noches de invierno. Un poco fría, pero seca para variar. Había esperado que el auto de Aubrey se hubiera ido hace mucho tiempo, pero todavía estaba en el estacionamiento. Vacío. Caminó por el estacionamiento hacia la calle y miró a ambos lados. Ninguna alta, esbelta y enigmática rubia en ninguna dirección. Caminó hacia la iglesia, a una cuadra de distancia, pero esta noche el edificio estaba oscuro. Ben se quedó allí, el aire frío y salado soplaba sobre él, y de repente supo dónde estaría ella. Cruzó la calle y golpeó el muelle. Muy abajo, las olas se estrellaban contra los pilones y las rocas. Todo estaba cerrado, pero las cadenas de luces blancas tenían toda la longitud del muelle brillando en la noche oscura. Se quedó quieto para escuchar y oyó el suave clic, clic, clic de tacones. Te tengo, pensó, y siguió. No la alcanzó hasta el final del muelle. Se había hundido en un banco y levantado sus piernas, tenía sus brazos envueltos alrededor de sus rodillas. De espaldas a él, estaba contemplando la noche oscura. Cuando se sentó a su lado, ella saltó un poco y luego lo miró fijo. —Juro que te voy a comprar una campana para el cuello. Él no sonrió. No podía, porque su rostro estaba mojado y su máscara de pestañas estaba ligeramente manchada debajo de sus ojos. La vista hizo que su corazón se detuviera. —Estas llorando. —No, no lo estoy. —Aubrey… —Maldita sea, te dije que a veces se mete algo en mis ojos. —Se limpió furiosamente su cara. Suspirando, se deslizó un poco más cerca y puso un brazo alrededor suyo. Se resistió, pero él simplemente se mantuvo firme, y de repente ella se hundió en su contra. —En serio me enfureces —murmuró, y girándose hacia él, hundió la cara en su pecho.

Envolvió ambos brazos alrededor de ella y presionó su cabeza contra la suya. —Lo sé. Ella apuñó las manos en su suéter y lo agarró con fuerza. —Todavía eres insensible y un imbécil de primera clase —dijo con tristeza, recordándole las cosas que le había dicho cuando le dijo lo del cable de la bobina. —También lo sé —dijo. Se estremeció y profundizó su agarre sobre él. Algo profundo en su pecho se apretó. Nunca era fácil ver llorar a una mujer, pero cuando una mujer realmente fuerte como Aubrey se soltaba, era aún más difícil. Le acarició el pelo con una mano. —¿Qué pasa, Aubrey? Se rio sin alegría contra él. —¿Quieres decir que no lo sabes ya? Tú sabes todo. No dijo nada a esto, solo la sostuvo mientras ella lloraba por unos minutos. Luego sorbió, y si no se equivocaba, se limpió la nariz con su hombro. —Necesito caminar —dijo, y se levantó. Fue con ella. Podría haber vuelto con Luke y Jack. Podría haberse ido a casa. No tenía razón para quedarse con Aubrey. Ninguna razón, excepto que quería hacerlo. Salieron del muelle y ella siguió andando. Pasando más allá del Eat Me, el Love Shack, la oficina de correos, la floristería, la panadería, su propia librería. Caminaron a lo largo de la franja comercial y terminaron en el centro de recreación. —Has estado trabajando aquí —dijo Aubrey—. Con los niños. Él asintió. —Escuché que has vuelto el Rincón de Arte en un gran éxito —dijo—. Leah dijo que cada vez aparecen más niños. No estaba cómodo aceptando el crédito. —He ido dos veces. Y todo es por lo que Jack está haciendo. Su expresión decía que no fue engañada. —Lo estás disfrutando. Qué demonios.

—Sí —dijo—. Lo estoy disfrutando. —Todavía estaba sorprendido por eso. Pero cuando había ido por segunda vez hace unos días, el director descubrió que él estaba certificado como paramédico y le pidió que fuera miembro del personal. Le habían dado una llave del edificio y una gran bienvenida en lugar de un estipendio. Lo que estaba bien. Su antiguo trabajo, el que ahora iba a ser su nuevo trabajo, le proporcionaría un salario sorprendentemente decente. —Y recuperaste tu antiguo trabajo —dijo Aubrey, como si estuviera leyendo su mente—. Comienzas pronto. Se rio en voz baja ante el poder del molino de chismes de Lucky Harbor. —¿Leah? —preguntó—. ¿O Ali? Ella también rio, un poco culpable, pensó.

—Facebook —admitió. Se detuvo por un largo rato, estudiando el centro de recreación en silencio—. Si Hannah aún estuviera viva, probablemente ya tendrían un montón de niños disfrutando de este lugar. Hace unos años, solo el pensamiento le habría dado a Ben una punzada de dolor. Pero quien haya dicho que el tiempo cura las heridas, en realidad tenía razón. Sus heridas estaban sanando. Sus miradas se encontraron. —La mayoría de la gente va de puntillas en torno al tema de mi esposa muerta. —No ando muy bien de puntillas. No, no lo hacía. Estaba mal de su parte siquiera comparar a las dos mujeres. Estaba mal comparar a alguien con Hannah. Sobre todo, porque, con su muerte, su imagen había cambiado en su mente, y sus imperfecciones se habían desvanecido. Sabía que era simplemente una técnica de afrontamiento, y que probablemente no era para nada saludable. Pero Hannah siempre había sido su calma, su ojo en la tormenta, su refugio. Ella tenía una energía tan tranquila y calmante, y le sentaba muy bien a su alma aventurera. No había mentido cuando le dijo que había estado con mujeres desde Hannah, pero ninguna llamó su atención. No se había sentido tentado a buscar otra relación. Ni una vez en cinco años. Así que el hecho de que Aubrey lo tentara repentina e irracionalmente, no tenía ningún sentido para él, ni una sola pista. Aubrey era… no tranquila. No calmante. Ella era salvaje e impredecible. El opuesto virtual de Hannah. Aubrey lo estaba observando ahora, con esos ojos color avellana que parecían ver mucho más de lo que él quería que alguien viera.

—Muéstrame lo que has hecho con los niños aquí —dijo. Hizo una mueca. —No es tan impresionante. —Muéstrame. Sacó un juego de llaves de su bolsillo y abrió la puerta para ella. El lugar estaba vacío, cerrado por la noche. Dejando las luces apagadas, tomó su mano y la condujo por el pasillo oscuro hacia la sala que había estado usando. La luz de la luna se inclinaba en el aula a través de la pared de ventanas, iluminando una serie de atrapasueños colgando. Le habían enseñado cómo hacerlos unos niños en una reserva de nativos americanos en Montana cuando había estado allí varios años después de una inundación devastadora. —Bonito —susurró ella, de pie allí en la habitación oscura. La tristeza parecía desprenderse de ella en oleadas. Tristeza y… soledad. Dios, lo estaba matando. —Aubrey. —Devuelves —susurró ella—. Estuviste fuera durante cinco años, y aun así llegaste a casa a un lugar que te quiere y encontraste una forma de devolverle a tu ciudad. —Estás tratando de devolver —dijo. No respondió a esto, ni confirmó ni negó. O incluso se movió. Así que él se movió en su lugar, más cerca de ella, colocando una mano sobre su espalda, haciéndole saber que estaba allí. —Dime lo que pasó esta noche. —No es importante —dijo, y se movió para alejarse, pero él la atrapó. —Lo es para mí —dijo—. Háblame. —A veces —murmuró en voz baja en la noche, su cabeza apartada de él, descansando en su hombro—. Me siento como una persona realmente mala. Le acarició la espalda con una mano, físicamente dolido por ella. Le gustaría decirle que realmente era una gran persona, pero no le creería. Lo único que podía hacer para sacarla de este estado de ánimo era hacer algo en lo que fuera realmente bueno; lo cual era molestarla. —No eres tan mala —dijo. Se quedó quieta, y luego resopló. —Y quizás no eres un idiota de primera clase. —Oh, todavía soy un idiota de primera clase.

Ella levantó la cabeza. —No —susurró.

—Sí. Aquí está el porqué. —Y la besó.

Capítulo 19

A

ubrey nunca estaba preparada para lo que el beso de Ben le hacía. Era como si pasara el noventa y nueve por ciento de su tiempo caminando en un mundo en blanco y negro, y luego, cuando él la besaba, los colores se mezclaban en su visión como un cuadro.

No que necesitara a un hombre para ver o sentir. No, tenía la capacidad de hacer esas cosas por su cuenta, pero era como si estar con Ben le recordara eso. —Me encanta besarte —suspiró él, abrazándola contra su cuerpo cálido y duro. Y al infierno si eso no le derretía los huesos. —No necesitas trabajar para encantarme —dijo un poco sin aliento. —¿No? —Su boca se dirigió a su oído, dándole un delicioso escalofrío cuando lamió la piel sensible justo detrás de su lóbulo—. ¿Ya estás encantada, entonces? —Casi todo lo que haces me encanta —admitió, la piel de gallina estallando por todo su cuerpo, gracias a su boca investigadora—. Y ambos sabemos que soy una apuesta segura aquí esta noche. No tienes que trabajar tan duro. Se encontró con su mirada, la suya llena de diversión. —¿Eres una apuesta segura? Bueno, maldita sea, mujer, podrías habérmelo dicho. Se echó a reír, y algo acerca de la forma en que la alegría la recorrió, empujando atrás toda la tristeza, la hizo lanzarse hacia él. Literalmente. Simplemente… lo asaltó. Afortunadamente, tenía reflejos rápidos y la atrapó, aunque prácticamente cayeron al suelo, besándose y toqueteándose. Entrelazando sus brazos alrededor de su cuello, presionó sus senos contra su amplio pecho mientras la besaba larga y profundamente, con un salvaje y rápido abandono. Ella le devolvió el favor, ambos jadeando en la tranquila y oscura noche mientras rodaban, luchando por la cima. Ella ganó y lo montó a horcajadas. —Esto no cambia nada —jadeó ella. —De acuerdo —dijo tan rápido que giró su cabeza. Al parecer, una pequeña parte de ella había esperado que protestara y posiblemente incluso dijera que estaba reconsiderando su postura de no compromiso. De la forma en que estaba empezando a repensar la de ella…

—Tenemos que darnos prisa —dijo ella, recordando al Pastor Mike y la reunión de AA de esta noche. Ben la hizo rodar debajo de él. —No me gusta apurarme. No jodas. Ya sabía que le gustaba tomarse su dulce tiempo. Le gustaba detenerse y besar cada centímetro de su piel, saboreándola. Lamiéndola. Besándola… solo el recuerdo la calentó. No tenía idea de qué era lo que hacía que encendiera su interruptor, pero aparentemente lo hacía sin intentarlo. Cerró los ojos, pero quería ver su expresión, quería dejar que su mirada le dijera todas las cosas que su boca nunca hacía, así que los abrió de nuevo. Sí, ella también accionaba su interruptor. Un alivio. —Tengo una cita —dijo—. Tenemos que darnos prisa. —¿Una cita? Maldito Pastor Mike y su encantadora sonrisa. Miró su reloj. Ocho en punto. —Tengo media hora —dijo—. Así que nada de tontos y femeninos juegos previos. Solo acción rápida, dura. —Vio su diversión otra vez—. Lo digo en serio, Ben. —De acuerdo —dijo—. Pospondremos los tontos y… ¿femeninos? — preguntó, buscando una aclaración. —Sí —dijo con impaciencia—. Femeninos. —Nada de tontos y femeninos juegos previos, entonces —dijo—. Solo acción rápida, dura. Lo tengo. —Ahora estaba sonriendo, pero cuando su mirada se posó en su rostro, se puso serio. Intenso. Y ella se calentó, como la lava fundida. —Ahora, ¿verdad? —preguntó sin aliento contra su boca. —Diablos, sí, ahora. —Se levantó de ella, levantándola con él. Estirándose, puso la cerradura de la puerta del aula. El cerrojo deslizándose en su lugar fue el único sonido en la habitación además de sus respiraciones aceleradas. Sosteniendo su mirada, Ben luego deslizó su mano alrededor de su nuca y en su cabello, entrelazando sus dedos y acercándola a él. Con los ojos puestos en los de ella, la empujó contra la fila de armarios a la altura de la cintura que se alineaba en una pared. Ben la presionó contra la pared y bajó su boca a la de ella, casi, pero no del todo. O esperaba que se liberara, o estaba construyendo la anticipación.

Como no tenía intención de apartarlo, y la anticipación ya había crecido a un grado casi doloroso, se envolvió alrededor de él. Su suave y conocedora risa hizo eco en su boca cuando la besó, y eso la hizo morderle el labio inferior. Riendo de nuevo, él tomó el control fácilmente, manteniéndola inmóvil así podía devolverle el mordisco. Las cosas se pusieron un poco salvajes entonces. Se arqueó hacia él, tratando de hacer que actuara mientras pasaba sus manos sobre ella, moldeando y ahuecándola. Combinándolos, el beso siguió y siguió hasta que ella estaba gimiendo, meciéndose impotente, haciéndolo maldecir y perder algo de su estricto control. Agarrando el dobladillo de su vestido en sus grandes palmas, lo sacó por sobre su cabeza y lo arrojó a un lado. Su sostén fue el siguiente, y luego sus bragas, dejándola solo con sus botas. Ella fue a quitarlas, pero la detuvo. —Déjalas —dijo con una voz áspera que le dio una prisa. Retrocediendo, consideró la vista de ella inclinada contra la pared, desnuda, excepto por las botas, y dejó escapar un largo suspiro—. Eres tan hermosa, Aubrey. —Detén eso. Dije nada de juegos previos. —¿Las palabras son juegos previos? —Cuando eres el que está diciendo las palabras, lo son —dijo. Él arqueó una ceja—. Oh, por favor —dijo—. Como si no supieras que tu voz es un afrodisíaco por sí misma. Dime que tienes un condón. Metió la mano en su bolsillo y sacó uno. Su camisa ya estaba desabotonada, ella lo hizo. Olía a la madera con la que había estado trabajando en su tienda. Sus ojos estaban oscuros y calientes; su cabello estaba desordenado de sus dedos. Un mechón caía sobre su frente. Solo mirarlo era un juego previo. Maldición. Le desabrochó el pantalón y tiró de él, besándolo lento y profundo. —Recuerda —murmuró contra su boca—. No te apegues a mí. Él sonrió y mordió su labio inferior de nuevo. —¿Qué tal si simplemente me hundo en ti? Su cuerpo entero tembló. —Eso es todo lo que estoy pidiendo. Duro, Ben. Duro y rápido. Él rio, pero se convirtió en un gruñido áspero cuando ella rodó el condón a lo largo de su longitud. Entonces él luchó contra el control girándola, doblándola sobre los gabinetes, y sumergiéndose en ella en una perfecta

embestida deliciosamente dura. Incapaz de contenerse, ella gritó, y él se quedó quieto. —No te atrevas a parar —jadeó, ya a mitad de camino. Solo necesitaba unos cuantos embistes más—. Por favor, Ben. Hazlo. Házmelo. Dejó escapar otra risa grave, murmurando algo que sonó como “me matas” antes de darle lo que había pedido, tomándola con una urgencia que sabía que no era el modus operandi del Señor Rápido-no-es-mi-estilo. Pero Ben no era nada si no adaptable, por no hablar de acomodarse. Ella había dicho duro, y él se lo dio. Con una mano en su cabello, tiró su cabeza hacia atrás para besarla, su mano agarrando su cadera para sostenerla justo donde la deseaba. Se fundió en él cuando se movió dentro de él frotándose en su contra, haciéndolo gemir y reír al mismo tiempo. —Me matas —murmuró de nuevo. Podía sentir la fuerza brutal y moderada en cada uno de sus movimientos, y en respuesta, su cuerpo temblaba. Tan jodidamente cerca… —Ben… —Lo sé —dijo, rozando su oreja con su boca, susurrando cosas; cosas maravillosamente perversas y traviesas que la empujaron hasta el borde. Y luego las palabras que la arrojaron justo sobre ese borde—. Vente, Aubrey. Quiero que te vengas. —Y luego deslizó una mano entre sus piernas para llevarla allí. Ella no estaba del todo de regreso en la tierra cuando él gruñó—: Eres tan caliente cuando te dejas ir —y, sorprendentemente, acabó de nuevo. Gimiendo, dejó caer su cabeza en su hombro, hundiendo sus dientes en ella mientras se tensaba y la seguía.

Aubrey nunca llegó a la reunión de AA. Ben la siguió a su casa y luego pasó largas horas de la noche mostrándole lo importante que podía ser el juego previo, con detalles lentos y tortuosos. Y luego se lo mostró de nuevo.

Y otra vez. La llevó a lugares donde nunca había estado, justo allí en su desván. A ella le gustaba pensar que también había hecho lo mismo por él, recordando cómo había cedido a su deseo de besar cada centímetro de su duro cuerpo. A mitad de camino por su torso, él hundió sus dedos en su cabello y susurró con voz ronca: —Por favor, dime que ordené el final feliz. Definitivamente había obtenido su final feliz… Se despertó sobresaltada a las seis y media de la mañana siguiente. No fue porque Ben se estaba yendo; lo había hecho hace una hora para ir a correr. Su teléfono la había despertado. Estaba zumbando en su mesita de noche. Era un texto de un número que no reconoció. Decía:

Tu padre me dio tu número. Pensé en lo que dijiste y decidí que tú y los adolescentes se merecen el uno al otro, pero necesitas llegar a ellos, porque, confía en mí, te aplastaran. Comenzaras en el Rincón de Lectura con los terrores más jóvenes que tenemos. Estate en el centro de recreación el miércoles a las 3:00. —Jueza Henderson. Aubrey se recostó en su cama y sonrió. Estaba tan saciada y floja que no estaba segura de poder salir de la cama. Pero lo intentó a la antigua y se acercó cojeando a su cuaderno. Allí, cuidadosamente tachó el número seis con una sonrisa satisfecha en su rostro. Excepto que la sonrisa también podría atribuirse a cierto sexi Ben McDaniel…

A las siete, Ben había corrido con Sam, se había duchado y estaba de pie junto al auto de Aubrey, con un café en cada mano. Ella salió tambaleándose por la puerta a las siete y cinco, y aunque parecía agotada, tenía una sonrisa en su rostro cuando se detuvo sobresaltada por verlo.

No intentó atraerla a la conversación, solo le entregó el café. Ella dio un sorbo. Él esperó. Sorbió un poco más. Aproximadamente a los sesenta segundos, comenzó a mostrar algunos signos de vida. —Gracias —dijo finalmente. —De nada. También de nada por la sonrisa. Ella se atragantó con su café. —Para tu información, la sonrisa se debe a que la Jueza Sue Henderson casi ha aceptado dejarme trabajar con las adolescentes con problemas en el centro para adolescentes —le dijo. —¿Y esto te hizo sonreír? —Se estremeció—. Eso suena aterrador. Se encogió de hombros y luego se ablandó. —Y está bien, tal vez parte de la sonrisa se deba a ti. Sintió su propia sonrisa arrugar lentamente su rostro. —Ah, ¿sí? —Sí. —Ella lo golpeó con la cadera—. Como ya sabes jodidamente bien. Y mientras estamos en este tema, ¿por qué estás aquí? —Pensé que podrías querer un conductor de nuevo hoy. —Mi auto está funcionando bien ahora —dijo, luego le dirigió una mirada cautelosa—. ¿Verdad? —Sí. Pero ya que el rompecabezas está listo y sé lo que estás haciendo… No mordió el anzuelo respondiendo, ni ofreció voluntariamente ninguna información nueva, por lo que él continuó: —Bien podrías dejarme llevarte. —Solo crees saber lo que estoy haciendo —le recordó ella. Se encogió de hombros. —Tal vez. Pero tengo un tanque de gasolina lleno y tú no. E incluso si no lo admites, te gusta mi compañía. —Tal vez solo me gusta tu cuerpo. —Eso también funciona —dijo con facilidad. —¿Cómo sabes que mi tanque está vacío?

—Llámalo un presentimiento —dijo. Dejando escapar un suspiro, se dirigió hacia su camioneta. Él le abrió la puerta y la dejó entrar, luego dio la vuelta y se deslizó detrás del volante. —Sé lo que saco de esto —dijo—. Pero, ¿qué sacas tú de esto? —¿Tu alegre y dulce disposición? Ella se echó a reír, lo que hizo su mañana. —Tal vez también me gusta tu compañía —dijo. Ella lo miró como si buscara sarcasmo. La dejó mirar, porque por una vez no se sentía sarcástico. Sacó su lista. —Tengo que ir a la guardería. Se dirigió en esa dirección, ninguno de los dos habló, aunque el silencio era fácil. Cinco minutos después había entrado en el estacionamiento de la guardería. Aubrey no se movió para salir de la camioneta. —Algo que no tiene nada que ver con mi lista; estaba enamorada de ti en la secundaria. Sorprendido, se giró en su asiento y la miró. Ella lo miró de regreso. Puede que haya sido lo más real que le había dicho, justo después de lo que le había susurrado tan dulcemente al oído la noche anterior: Por favor, Ben, no te

detengas, te sientes tan bien… —Lo sé. Lo miró fijamente por un segundo, y luego, luciendo mortificada, tanteó por la manija de la puerta. Pulsó el botón de BLOQUEO AUTOMÁTICO. —Maldición. Déjame ir. Él había hecho mucho de eso en su vida; dejarlo ir. No tenía ganas de hacerlo esta vez. Aubrey luchó contra la puerta, pero había sido rápido con la cerradura. Cuando descubrió cómo abrir la puerta, él simplemente presionó BLOQUEO AUTOMÁTICO otra vez. Siempre había sido muy rápido. Emitía esa vibra relajada, pero podía moverse como un rayo. Su mano se deslizó por su brazo hasta su cuello. —No —susurró ella. No quería que fuera amable. No podía manejarlo bien.

Pero por supuesto no escuchó. En cambio, giró su rostro hacia él, su expresión marcada por la confusión. Estúpida raza masculina. Nunca entendían. —Estoy avergonzada —explicó. Esto pareció confundirlo aún más. —¿Por qué? —preguntó—. Eras jodidamente caliente en la secundaria. Es solo que estabas unos años atrás y yo estaba con Hannah. Cerró sus ojos por un momento. —¿La forma en que me miraste anoche? En ese entonces, habría hecho cualquier cosa para que me miraras así. —No se puede cambiar nada de ese momento —dijo con una dolorosa gentileza que hizo que quisiera correr por todas partes—. Pero estamos aquí ahora. —Estamos aquí ahora. —Lo miró fijamente, porque de repente ella estaba confundida—. ¿Qué significa eso? —Estamos… —se calló. Esperó, pero no dijo más. Sabía que debía permanecer callada y obligarlo a llenar el silencio, pero el suspenso la estaba matando. —¿Estamos qué? ¿Juntos? —preguntó, con el corazón latiendo, latiendo, latiendo. Se frotó la mandíbula, y el sonido de su rastrojo sonó fuerte en el interior de la camioneta. Y sexi. Pero el movimiento fue revelador, una rara muestra de incertidumbre de un hombre que siempre sabía cuál sería su próximo movimiento. —¿Estamos qué? —preguntó de nuevo, necesitando saber con una desesperación impactante. —Estamos… —dejó escapar un suspiro—. Diablos si lo sé. Lo suficientemente justo, supuso. —¿Esperas aquí? —preguntó, deteniéndose mientras él abría el botón de desbloqueo antes de deslizarse fuera de la camioneta. Sacudió al sexi señor McDaniel de sus pensamientos, como si fuera tan fácil, y entró en la guardería, donde preguntó por Dusty Barren. —Ya no trabaja aquí —le dijo el chico del mostrador de recepción.

—De acuerdo —dijo Aubrey—. ¿Sabes dónde podría encontrarlo? —Lo siento. —El empleado cambió su peso de un pie a otro, luciendo repentinamente incómodo—. Murió el año pasado.

Ben estaba a medio camino de vencer el culo de Jack en Words with Friends cuando Aubrey regresó a la camioneta, luciendo solemne. —Tengo que ir al cementerio —dijo. Esto lo sorprendió. Sabía que esto tenía algo que ver con alguien en su lista. A veces estaba feliz cuando terminaba con uno, a veces lloraba, lo que lo mataba. Trató de recordar quién más estaba en la lista de los breves destellos que había conseguido, y quién podría haber muerto. No tenía ni idea. Así que la llevó al cementerio. Una vez allí, ella volvió a salir de la camioneta. Ben la vio desaparecer sobre la colina a la derecha. Cuando se fue, él también salió de la camioneta y se dirigió a la colina a la izquierda. Caminó aproximadamente cuatrocientos metros un antes de llegar a la lápida correcta. HANNAH WALSH MCDANIEL. Se agachó y sacudió un poco de tierra de la piedra. —Hola, nena —dijo—. Ha pasado un tiempo. Soltó un suspiro y esperó la habitual punzada de dolor. Pero fue solo un malestar. Peor aún, tenía que esforzarse para ver su rostro en su mente. Su voz se había desvanecido hace mucho tiempo. —Lo siento —dijo, y pasó sus dedos sobre su lápida nuevamente. Escuchó el crujido del suelo helado detrás suyo y supo que era Aubrey. Ella se quedó atrás a unos respetuosos metros, en silencio, lo cual era diferente a ella.

Tranquilo había sido el estilo de Hannah, pero no era el de Aubrey. Aubrey era volátil. Apasionada. Hannah nunca había luchado. Jamás. Y Aubrey luchaba por todo. —Tuviste un buen matrimonio —dijo Aubrey. No lo había formulado como una pregunta, pero sabía que estaba preguntando. Y la verdad era que siempre había creído que había tenido un gran matrimonio. Había sido sereno, tranquilo. Le había gustado eso. Pero ahora… ahora no estaba seguro de si la calma y la tranquilidad le gustaban. Como ese era un camino que no quería seguir; preguntándose si él y Hannah serían felices hoy con el hombre en el que se había convertido, se encogió de hombros ante los sentimientos incómodos que trajo la pregunta y estiró el cuello para mirar a Aubrey. —Éramos jóvenes —dijo simplemente. Mirándolo, ella asintió. —La vida apesta. —A veces —estuvo de acuerdo, y se levantó. Buscó en su rostro, y vio que ella había hecho las paces con todo lo que se había propuesto hacer aquí, por lo que se alegró. Le ofreció una mano. Volvieron a la camioneta en silencio.

Capítulo 20

V

arios días después, Aubrey estaba sentada en su escritorio, mirando su cuaderno abierto. El número siete en su lista pesaba en su mente. Ella había trabajado en la guardería durante dos semanas en su último año de secundaria. El propietario nunca la había dejado acercarse a las plantas; había dicho que sabía después de una mirada a alguien si él o ella tenía un pulgar negro, lo que Aubrey tenía, así que, en cambio, había sido gruñona, haciendo lo que fuera requerido: barrer, contestar teléfonos, hacer recados. Una de las otras manos contratadas había sido un adolescente con necesidades especiales de su misma edad. Dusty Burrows había sido tan grande como un caballo, por lo que tenía sentido que lo hubieran contratado para levantar cargas pesadas: bolsas de cemento, estiércol, árboles, lo que fuera necesario. Se había enamorado de Aubrey, lo cual había demostrado al dejar flores en su auto y ayudarla en sus tareas, todo con una dulce sonrisa en su rostro silencioso. Nunca le había hablado, ni una sola vez. Rara vez hablaba con alguien, solo cuando tenía que hacerlo. Entonces, un día dejó de sonreírle, dejó de ayudarla, dejó de dejarle flores. Dejó de ser su amigo por completo, y ella no sabía por qué. Un año más tarde, había estado limpiando su auto cuando encontró una tarjeta de cumpleaños, perdida y olvidada entre los asientos. Había sido de Dusty, confesando su amor. Había estado avergonzada, tanto por él como por ella misma, había tirado la tarjeta y no había tratado con ello. En retrospectiva, siempre supo que él probablemente pensaba que lo había ignorado o, peor aún, se reía de él. Se odiaba por eso. Sonó el timbre de la puerta principal de la librería y Aubrey preparó una sonrisa. Para su sorpresa, era Carla. Su hermana usaba su habitual uniforme azul pálido, pero se veía mucho menos cansada que hace una semana. —Hola —dijo Aubrey. Carla se apoyó en el mostrador de recepción, su expresión era imposible de leer.

Ya convertida en médico, pensó Aubrey con ironía. Carla no se agitó, ni se protegió. Fue directo al punto.

—¿Recuerdas esa vez que te metiste en problemas en la biblioteca? — preguntó—. ¿Por tener relaciones sexuales en la sección de referencia con Anthony, el hijo del director? —Lo recuerdo —dijo Aubrey con cuidado—. Aunque me sorprende que tú lo hagas. Carla cerró los ojos, inspiró profundamente, y luego se encontró con la mirada de Aubrey de nuevo. —Lo recuerdo, porque fui yo. Aubrey parpadeó. —¿Qué dices? —Fui yo. Yo tuve relaciones sexuales con Anthony en la sección de referencia de la biblioteca de la secundaria. Aubrey la miró fijamente. —Una vez más. La sonrisa de Carla era tensa. —Sí —dijo—. Y se pone peor. Sabía que te culparon. Que fuiste suspendida. Sabía que te metiste en un gran problema, que papá saltó sobre mamá por cómo te había criado y, a cambio, tú también lo hiciste sobre papá por ser malo con mamá. Eso rompió la muy tenue paz entre los cuatro. Pero lo único que sentí en ese momento fue este enorme y abrumador alivio de que no fue a mí a quien suspendieron. Aubrey estaba tan sorprendida por la confesión que casi no podía hablar.

—¿Por qué? Carla parecía dolida y avergonzada, ambas expresiones nuevas para ella. —Estaba enamorada de él. Pensaba que lo amaba. —No: quiero decir, ¿por qué dejaste que todos pensaran que fui yo? —Sí. Bueno, eso es mucho más complicado. —Carla hizo una pausa—. No estoy orgullosa de eso —dijo en voz baja—. Pero lo mejor que tengo es que realmente quería ser valiente, fuerte e independiente… como tú. —Como yo —repitió Aubrey. —Sí. Quería que no me importara lo que la gente pensara de mí —dijo Carla—. Quería ser… —Sonrió con tristeza—. Bueno, como tú, Aubrey. Pero no lo era. No era nada parecida a ti. Solo podía desear que lo fuera. Aubrey la miró fijamente.

—¿En serio? —Lo juro —dijo Carla, y se mordió el labio inferior—. Lo siento. Lo siento mucho. Fui grosera cuando trataste de disculparte conmigo, y eso fue la culpa. Te perdono por esa cosa de la estúpida pasantía; por supuesto que estás perdonada. Aubrey sintió un peso levantarse. —Ah, ¿sí? —Sí. Y gracias por traerme comida y cuidar mis plantas. Fuiste una y otra vez, y estoy muy agradecida contigo. —Respiró hondo—. Y ahora… bueno, como que espero que me perdones. Por no ser consciente de mi error y dejarte aceptar la caída. —Es historia antigua —dijo Aubrey con sinceridad—. Y, de todos modos, hice muchas cosas en esa biblioteca que no debería haber hecho. El karma estaba obligado a venir y morderme el culo en algún momento. —¿No estás enojada? —preguntó Carla suavemente. —Créeme. En el gran esquema de mi vida, ese incidente no fue nada. —Pero estuviste castigada durante tres meses —le recordó Carla—. Y papá… bueno, nunca te dejará olvidarlo. Sin embargo, lo aceptaste; aceptaste todo lo que él te repartía, siempre. Aubrey se encogió de hombros. —Tuve a mamá. Carla vaciló, y luego asintió. —Entonces, ¿estamos bien? —Estamos bien —prometió Aubrey. Y luego las dos compartieron lo que podría haber sido su primera sonrisa genuina.

La noche siguiente, justo después de que la librería cerrara por el día, Ben fue a trabajar en el retoque de pintura.

Había pasado las últimas noches pintando paredes, y el lugar se veía completamente nuevo. Aubrey bajó las escaleras desde su desván. Estaba en su abrigo y botas, su bolso sobre el brazo, y él casi abrió la boca para preguntarle si consideraría modelar solo esas botas otra vez. Claramente los vapores de la pintura se habían ido a su cabeza. —¿Sales? —preguntó. Ella vaciló brevemente. —Sí. Consideró lo cuidadosamente arreglada que estaba, y su estómago se contrajo. —¿En una cita? —No que importara, se dijo. Esperaba que saliera en una cita, porque entonces probaría que no eran nada el uno para el otro. Lo cual es lo que él quería. Totalmente. Completamente. Sí; eso es lo que quería, de acuerdo. Estar libre… así que no tenía sentido que contuviera la respiración por su respuesta. —No es una cita —dijo ella. No quería pensar en el alivio que lo golpeó como un camión Mack. Se movió hacia la puerta y luego vaciló, con la mano en la manija y dándole la espalda. —¿Supongo que no has saboteado mi auto otra vez? —No —dijo—. Si no arranca, es porque es una mierda. —Dejó el pincel y tomó una decisión ejecutiva—. ¿Qué tal un viaje, solecito? Ella miró hacia atrás, y él estaba bastante seguro de que no se daba cuenta de que lucía esperanzada. —¿Tienes más patadas en el culo que darle a Jack en tu teléfono? — preguntó. —Siempre —dijo—. Dame un minuto para lavarme. —Está bien —dijo ella, en movimiento de nuevo—. Tengo esto. Él la alcanzó. Ella había sido buena con el maquillaje, pero podía ver las débiles manchas de agotamiento debajo de sus ojos. No había estado

durmiendo. Estaba preocupada por algo, probablemente lo que fuera a hacer esta noche. —Un minuto —dijo de nuevo, y, para asegurarse de que no se fuera sin él, la arrastró consigo para lavarse. El baño era pequeño, pero la empujó y luego la apretó contra el lavabo mientras se limpiaba. —Podía haber esperado allí —dijo, sonando un poco sin aliento. Él buscó una toalla a su alrededor, y ella inhaló y luego se lamió los labios. Ben puso una mano a cada lado de sus caderas y la encerró entre su cuerpo y la mesada. —¿Qué pasa con el acto de He-Man? —susurró, con la mirada fija en su boca. Sonrió. —Crees que estoy actuando como… ¿He-Man? —Sí. Lo que no sé es por qué. ¿Intentas impresionarme, Ben? —Ya estás impresionada. Ella dejó escapar una risa baja, casi renuente. —¿Eso crees? —Ujum. —Se inclinó para que compartieran su siguiente respiración. Sus ojos se cerraron y sus labios se separaron, esperando un beso. Pero no la besó. Sus ojos se abrieron, y él rio suavemente. —Eres un tonto —dijo sin calor—. Y pensar que casi admitía que iba a sabotear mi propio auto para que tuvieras que llevarme. —Cuando él se echó a reír, le dio un empujón para poder rodearlo y salir del baño. La siguió, sonriendo, disfrutando del hecho de que la había sacado de su estado de ánimo melancólico. Había empezado a llover cuando salieron corriendo hacia su camioneta, y él agarró su mano para sostenerla. —¿A dónde? —preguntó cuando estaban dentro, sacudiéndose la lluvia. —Kingsbury. Kingsbury era una ciudad a unos treinta y dos kilómetros al noreste de Lucky Harbor. Ella le dio una dirección en un vecindario de lujo, donde las casas eran grandes y más grandes y los jardines estaban cuidados por manos contratadas.

—¿Alguien de tu lista? —preguntó. —Ahí. Estaciona allí —dijo en lugar de responder, gesticulando hacia un lugar al otro lado de la calle y a la mitad de la cuadra de la dirección que le había dado. Estaba anocheciendo. En Lucky Harbor, el atardecer duraba unos dos minutos, y en esos dos minutos entre la luz y la oscuridad, todo se volvía azul pálido. Cuando era un niño, siempre había pensado que era un momento mágico, cuando cualquier cosa podía pasar. Como adulto, sabía que no había magia. Aubrey estaba estudiando la casa atentamente, sin revelar mucho. Pero sabía que ella también sabía la verdad; que no pasaba nada a menos que tú lo

hicieras. De hecho, ella estaba trabajando en eso, trabajando duro, y eso lo conmovía. Mucho más de lo que debería. Mientras la oscuridad se asentaba alrededor de ellos, un auto se detuvo en el camino de entrada de la casa. Un hombre salió de detrás del volante y se acercó al lado del pasajero. Abrió la puerta y ayudó a una mujer mientras salía del auto. Por un momento, el rostro del hombre y el rostro de la mujer se destacaron con las luces del porche. A su lado, Aubrey jadeó. —¿Qué? —preguntó. Ella se llevó una mano a la boca y negó con la cabeza. —Es algo —insistió. La pareja se zambulló a través de la lluvia, riendo. —¿Quiénes son? —preguntó Ben. —El profesor Stephen Bennett —dijo Aubrey, su voz suave, casi tan lejana como parecía ella de él en este momento—. Era mi profesor de inglés. Ben tuvo un mal presentimiento en sus entrañas. —¿Y viniste aquí a qué; agradecerle por enseñarte los clásicos? La pareja había llegado al porche cubierto, donde el profesor Bennett acercó a la mujer y la besó con un calor considerable. —Es hora de irse —dijo Aubrey con fuerza. Ben la miró. No estaba mirando a la pareja, sino más bien a la noche oscura, con una expresión pensativa. —¿Estás bien? —preguntó. —Quiero ir a casa.

Ben arrancó la camioneta y volvió a la autopista, pero salió antes de Lucky Harbor, tomando un camino sinuoso. Cuando el camino terminó, condujo un poco más lejos en un camino de tierra hasta que llegó a un pequeño claro. Apagando el motor, salió y dio la vuelta para buscar a Aubrey. La noche era oscura. Había dejado de llover ahora, pero el suelo estaba suave y húmedo y olía a tierra. Los árboles todavía estaban cargados y pesados con agua, y cada vez que el viento se levantaba, caía más agua de ellos. —¿Estás lo suficientemente abrigada? —preguntó. —Sí. ¿Por qué? —¿Lista para caminar? —¿Aquí? ¿En la oscuridad? —Miró a su alrededor—. ¿Dónde estamos? —Verás. Lo miró fijo por un largo momento y luego puso su mano en la suya. La condujo a lo que parecía una roca de treinta pies, luego sacó las llaves de su bolsillo y encendió una pequeña linterna que había unido a ellas. —Vigila tus pasos —le dijo, pero rápidamente se dio cuenta de que eso era imposible en sus botas de tacón alto—. No importa. —Tomando su brazo, la levantó y se giró para llevarla a cuestas. —Ben —jadeó, lanzando sus brazos alrededor de su cuello para no caerse—. Bájame. Ignorando eso, tomó la empinada colina frente a ellos. Su respiración se enganchó. —¡Estoy usando falda! —dijo ella, sonando en pánico. —Lo sé —dijo. Sus dedos estaban envueltos íntimamente alrededor de sus muslos, que a su vez estaban envueltos alrededor de su cintura. Mmm. Dejó que sus manos se deslizaran hacia el norte hasta que ella chilló. Se rio, pero dejó de mover las manos. —No es divertido —dijo ella—. Estoy mostrando mis regalos al mundo aquí. —Está oscuro, y aquí no hay nadie más que nosotros. Pero si quieres que te mantenga cubierta… —Una vez más, sus manos se movieron, deslizándose hacia arriba hasta que apretó su dulce culo. Lo único entre sus palmas y su piel eran sus bragas, que, Dios los bendiga, se sentían delgadas y escasas. Su tipo muy favorito. —¡Ben! —Se retorció, casi trepando sobre su cabeza—. ¡Lo digo en serio!

—Yo también. ¿Son de encaje? —¡Detente! —Se retorció un poco más, todavía tratando de salir de su alcance, lo que solo lo hizo volver a reír. Pero dejó de tener una sensación. Sobre todo, porque estaba bajando la pendiente ahora, y concentrarse era una buena idea. Los ruidos preocupados todavía sonaban en su oído de la ansiosa Aubrey, quien lo estaba agarrando por su vida. —Oh, Dios mío —susurró ella, dejando caer su cabeza sobre su hombro— . Oh, Dios mío. —No te preocupes —dijo—. Casi nunca caigo aquí. Por supuesto que no lo he hecho mientras llevo una erección antes… Le mordió la oreja, y él gimió. —Me gusta eso —dijo—. Mucho. —Dejó escapar un suspiro—. Y eso… —Oh, por el amor de Dios. Te gusta todo. —Cierto. Unos minutos más tarde, soltó sus piernas, dejándola deslizarse lentamente por su espalda. Ella rápidamente se enderezó la falda. —Eres imposible —dijo. —Así me han dicho. —Tomando su mano, tiró de ella y les mostró la vista frente a ellos. Se encontraban en la parte superior de los acantilados, en el extremo este del puerto. Desde aquí tenían una perfecta vista de postal de la pequeña ciudad costera del estado de Washington, cómodamente anidada en la ensenada rocosa. La resistencia principal, una mezcla peculiar y ecléctica de lo antiguo y lo nuevo, estaba iluminada. Mirarla desde aquí nunca dejaba de ser un consuelo para él. No importaba lo lejos que hubiera viajado, este era su hogar. Podía ver el muelle, también iluminado, que sobresalía en el agua, alineado de más tiendas y cafés al aire libre. Y la vuelta al mundo. Había amado esa maldita cosa de niño. Él y Aubrey se sentaron juntos. Mirando su vista panorámica del Océano Pacífico, arremolinándose y golpeando la costa rocosa trescientos pies más abajo, Aubrey negó con la cabeza. —Es tan hermoso. Nunca he estado aquí.

—¿Nunca? —Encontraba esto difícil de creer—. Me estás diciendo a través de todos tus años de adolescencia aquí en Lucky Harbor, ¿ningún chico te trajo aquí para besuquearse? Ella sonrió. —No era tan fácil como parecía. —Descubría mucho eso con las chicas en ese entonces —dijo en un suspiro de decepción que la hizo reír. Amaba el sonido de su risa. Sus ojos se iluminaban y su rostro se suavizaba. No que ella no fuera siempre hermosa, porque lo era. Pero cuando sonreía así, se relajaba y… lo dejaba entrar. Sabía que ella no era buena en eso. Entendía que era uno de los pocos elegidos. Tenía que admitir que le gustaba eso y se encontró deseando incluso más. —¿Cómo has encontrado este lugar? —preguntó. —Luke lo encontró hace años, por necesidad. —¿Necesidad? Sonrió. —Nunca fuiste un adolescente. —Esa es una afirmación precisa. Él rio. —En general, la raza tiende a necesitar mucho tiempo sin supervisión, lejos de cualquier tipo de autoridad. Hace que sea más fácil meterse en todo tipo de problemas, lo que es increíblemente atractivo para la raza en general. Sonrió. —¿Qué hacían ustedes? —Probablemente es mejor preguntar qué no hicimos. Por un lado, robábamos el alijo de la hermana de Luke. O bebida alcohólica del padre de Jack. No éramos selectivos. Lo que sea que nuestros dedos kleptos pudiesen conseguir. Luego le diríamos a Dee que Jack y yo íbamos a pasar la noche en casa de Luke, y Luke le diría a su abuela que iba a ir a casa de Jack. —Ah —dijo ella—. El interruptor y el cebo. —Sí. —Y luego harían… —Arqueó una ceja.

—Caminar hasta aquí. Hacer una fogata, también ilegal, y luego emborracharnos o acampar bajo las estrellas. Éramos unos idiotas completos. — Pero esos momentos, solo los tres contra el mundo, estaban vívidos en la mente de Ben. Eran algunos de sus mejores recuerdos. —¿Alguna vez los atraparon? —preguntó. —Muerde tu lengua —sonrió—. No, nunca fuimos atrapados. Sacudió su cabeza, sonriendo un poco, también, disfrutando de la historia. —Es difícil imaginar al Detective Luke Hanover y al Jefe de bomberos Jack Harper como delincuentes juveniles —dijo. —¿Pero no es difícil imaginarme como uno? —preguntó con suavidad. Ahora rio abiertamente. —Benjamin McDaniel, naciste delincuente. Eso era lo suficientemente cierto, y sonrió al verla relajarse un poco, disfrutando a costa de él. —Algunas cosas están en la sangre, supongo —dijo. Su sonrisa se desvaneció lentamente. —No quise decir… —Lo sé. —No podía evitar los genes de los que había venido, lo entendía. Y la mayoría de las veces nunca pensaba en eso, en sus verdaderos padres. Honestamente había estado bromeando. Pero Aubrey lo sorprendió muchísimo cuando le puso las manos en la mandíbula y lo miró a los ojos con fiereza—. No somos nuestros padres —dijo—. Somos hechos por nosotros mismos. Él dejó caer su frente sobre la suya. —¿Es por eso que te estás matando con esa lista? Cerró los ojos y rio suavemente. —Cuéntame sobre el profesor —dijo. Suspirando, se apartó de él y miró hacia el agua. —Lo conocí cuando estaba en la universidad en Seattle. Allí enseñaba inglés, mi materia favorita. Habiendo odiado el inglés, Ben hizo una mueca y ella se echó a reír. —Él trajo todo a la vida —dijo ella—. Y me deslumbré. Él me deslumbró. Ben tenía la sensación de que sabía a dónde iba esto y que no le iba a gustar.

—Dime.

—Me acosté con él —admitió Aubrey en voz alta por primera vez, contenta por la oscuridad—. Era contra las reglas, por supuesto, no que me importara. Todo lo que me importaba era cómo este hombre inteligente, divertido y asombroso me encontraba atractiva. —Luce como veinte años mayor que tú —dijo Ben. Su voz fue baja y no tan tranquila como de costumbre. Estaba enojado con el profesor en su nombre. Pero lo que había sucedido había sido cien por ciento hecho por Aubrey y todo su culpa. —Cuarenta no se veían tan mal —dijo—. No en el Profesor Bennett. — Levantó sus rodillas y envolvió sus brazos alrededor de ellas, de repente un poco helada—. Me dio la atención que había estado buscando, y por un trimestre completo y glorioso, fue realmente genial. Ben se acercó y frotó su mano arriba y abajo por su brazo, como si tratara de calentarla y calmarla. —¿Qué pasó? Esta era la parte difícil. —Un día escuché a un par de otros profesores hablar sobre él, cómo le gustaba elegir a una guapa rubia cada semestre para que fuera su mascota, a pesar del hecho de que era un hombre casado. Dijeron que algún día alguien lo entregaría y que perdería su trabajo. —Hizo una pausa, recordando la agonía y la humillación—. Así que eso es lo que pasó. La universidad recibió un aviso de que él había estado cogiendo con una bonita rubia, y lo despidieron, un año antes de que obtuviera el cargo. —El cargo no significa una mierda cuando rompes las reglas y jodes con una menor de edad —dijo Ben con dureza. —No era menor de edad. Tenía veinte años.

—Y él tenía cuarenta años —dijo—. Tenías veinte años y este tipo tenía cuarenta, ¿y crees que esto es tu culpa? Demonios, no, Aubrey, no funciona así. Jesús. Eras solo una niña. Se aprovechó de ti. —Te estás perdiendo el punto —dijo ella—. Llamé para dar el aviso. La giró para enfrentarlo y se agachó un poco para mirarla a los ojos. —Eras una niña —repitió. —Hice que lo despidieran, Ben. —Bien. Lo miró fijamente. Estaba sentado allí, vibrando tensión y cabreado por ella. Y luego la golpeó, por qué se sentía tan… conmovida. Nadie había estado enojado por ella antes. —No era una niña. Era un adulto —dijo—. Y además de eso, sabía las consecuencias de dormir con un profesor. —¿Sabías que estaba casado? —No —admitió ella—. No hasta que escuché a esos otros profesores hablar de él. Reaccioné con mal genio y herí sentimientos. No debería haber hecho esa llamada. —¿Entonces fuiste a su casa esta noche para disculparte? —preguntó con incredulidad. —Sí, en realidad —dijo, y luego vaciló—. Hasta que lo vi con su esposa. — Negó con la cabeza—. Todavía está casado. O tal vez ella es una nueva esposa. No importa; ella llevaba un gran anillo de diamantes. No voy a meterme en su vida por segunda vez solo para aplacar mi conciencia culpable. —¿Qué tal si me meto con su vida reorganizando su rostro? —murmuró Ben. Ella se echó a reír, pero la expresión de Ben estaba tallada en granito, y su sonrisa se desvaneció. —No hablas en serio. Él solo la miró, los ojos planos, la boca plana. Hablaba mortalmente en serio. —No —dijo ella, sacudiendo su cabeza—. No. Quiero que olvides todo lo que te he dicho esta noche. Testosterona se derramaba de él en oleadas, miró hacia otro lado, hacia el agua, sin comprometerse. La propia reina de la falta de compromiso, Aubrey tomó su rostro y lo jaló de regreso.

—Lo digo en serio —dijo—. Sácalo de tu cabeza. —¿Cómo crees que debería hacer eso, Aubrey; sacarlo de mi mente? Oh, escúchalo, todo alfa y furioso con eso. El hombre que se había asegurado de que supiera que no quería una relación comprometida con ella. Estaba empezando a sospechar que él estaba lleno de mierda sobre eso, pero ¿quién era ella para decirle eso? Mucha gente no había querido estar con ella, incluido su propio padre. Pero había mucho espacio entre nada y una relación comprometida. —Deberíamos llenar tu mente con algo más —sugirió, haciendo que su voz fuera suave y sensual. Su mirada de inmediato se volvió más pesada, y su voz bajó también, a ese acento sexy que la hacía derretirse. —¿Como qué? Su mirada se posó en su boca. —Bueno, para ser honesta, me vienen algunas cosas a la mente. —Dime —dijo con voz ronca. —Hmm… soy más de mostrar. Tal vez deberíamos volver a mi casa. —O… —Se quitó la chaqueta y la extendió detrás de ella sobre la roca. —¿Aquí? —susurró. —Sí. —Acostándola sobre su espalda, se inclinó sobre ella, meciendo su pelvis contra la suya, dejándola sentir lo duro que estaba—. Aquí. Ya sin aliento, su cuerpo la traicionó temblando de anticipación. —Alguien podría llegar. —Esa serías tú —dijo, y se agachó para besarla.

Capítulo 21

E

n el siguiente Rincón de Arte, Ben trabajó para mantener su paciencia, pero estaba perdiendo la batalla rápidamente.

En quince minutos, ya tenía que resistir la tentación de golpearse la cabeza contra la pared. Había cometido el error espectacularmente estúpido de preguntarles a los niños la semana pasada qué querían hacer, y habían votado a favor de una pajarera, de todas las cosas. Hizo trampa comprando los materiales él mismo antes de tiempo y recortó todo el contrachapado, haciendo efectivamente “kits para pajareras”. Lo único que tenían que hacer los niños era juntar las piezas como un rompecabezas, luego pegarlas y pintarlas. —Ahí mismo —le dijo a Rosa, señalando un punto en su madera—. Pega ahí mismo. —¿Por qué? —preguntó ella. Hoy tenía veinticinco niños, y cada uno de ellos le había hecho al menos un millón de preguntas. Un billón. Seguramente todos tenían dolor de garganta por hablar tanto. —Para mantener el techo sobre la pajarera —dijo por quinta vez. —Oh, sí —dijo ella. Había perdido sus dos dientes frontales superiores la semana pasada, y le gustaba presionar su lengua en la vacante. Le sonrió, con una sonrisa desdentada, y maldita sea si no sentía su corazón apretarse. Encontrándose totalmente indefenso ante su dulzura, le revolvió el pelo. Su sonrisa se ensanchó. —Usted es muy bueno con estas cosas, señor Maestro. No importa cuántas veces le recordaba que se llamaba Ben, ella todavía decía “señor”, y ahora había empezado a llamarlo señor Maestro, haciéndolo sentir como de mil años. —Realmente bueno —agregó Rosa, claramente impresionada. Ladeó la cabeza y lo miró con esos ojos azules que rompían el corazón—. ¿Todos los papás son buenos en estas cosas? —quiso saber. Otro duro apretón a su corazón. No estaba seguro de si la sobreviviría. —No lo sé. —Y esa era la pura verdad. Realmente no sabía sobre los papás.

Rosa asintió, aceptando esto con una sabiduría que aún no debería haber tenido. —Me pregunto si nuestro padre lo es —dijo en voz baja. —Lo es. —Podía decir eso con absoluta certeza, feliz de poder darle al menos algo para seguir. Y luego, tratando de evitar otro aluvión de preguntas, cambió su atención a su gemela—. ¿Cómo te está yendo, Kendra? Ella se encogió de hombros, pero su proyecto era perfecto. —Oye, buen trabajo. —Se agachó hasta el nivel de su ojo, y ella sonrió con la viva imagen de la sonrisa de Rosa, sin la falta de los dientes delanteros, por supuesto. Sin embargo, a diferencia de su hermana, no decía ni una palabra, lo cual hacía que su corazón se revolviera en su pecho y expusiera su ternura. Le revolvió el pelo, como lo había hecho con Rosa—. Tal vez deberías venir a mi trabajo y ser mi asistente —dijo. Ella asintió con vehemencia. —El problema es que —dijo, sin poder creer que iba a decir esto—, mi asistente tendría que hablar. Rosa se inclinó y le susurró algo al oído de su gemela. Kendra escuchó con avidez, luego volvió la cabeza y dijo algo al oído de Rosa. Rosa asintió y miró a Ben. —Ella dice que quiere ser tu asistente, pero yo tendría que ir para poder decirte lo que sea que ella tenga que decir. Sabiendo que había sido burlado, Ben echó atrás la cabeza y se echó a reír. Luego se encontró con la mirada de Kendra. —Chica inteligente. Kendra le dio un pulgar hacia arriba. Esa noche, después de dejarlas en su hogar de acogida, recibiendo un tercer apretón en su corazón mientras desaparecían dentro de la casa, se dirigió directamente a Seattle. Al Taller de Autopartes de Bob. Caminó justo delante del ceño fruncido Bob y Ed. Si querían otra pelea, estaba perfectamente dispuesto a darles una, pero ninguno de los dos lo detuvo. Encontró a Dan sobre su espalda debajo de un Jeep y pateó el carrito para llamar su atención. Dan se estiró y miró a Ben. —¿Qué quieres?

—Que seas un padre para tus hijas, para empezar. La boca de Dan se tensó. —¿Vamos a hacer esto de nuevo? —Eres un jodido idiota —dijo Ben—. Lo sabes, ¿no? Tienes estas dos niñas perfectas, y ni siquiera las ves. Explícame eso a mí. —Ya lo hice. —Hazlo otra vez. Dan arrojó la llave en su mano contra la pared con una violencia impactante. Ben no se movió ni una pulgada, solo arqueó una ceja. —Mierda —dijo Dan en voz baja. Se puso de pie y, aunque apenas alcanzaba los hombros de Ben, se acercó a él—. Vengo de la mierda. —¿Y? —Estuve en la cárcel. —Sí, lo busqué —dijo Ben—. Me dijiste que era un cargo falso, pero tuve que comprobarlo por mí mismo. La policía estaba sintiendo la presión del fiscal del distrito para hacer un arresto, y tú tenías un legajo infernal que coincidía, por lo que los cargos se quedaron. Pero el rumor es que realmente no lo hiciste. Dan miró hacia otro lado. —Los rumores no significan ni mierda en un tribunal de justicia. —Tienes una casa. —Es pequeña y necesita trabajo —dijo Dan. —Está en un buen distrito escolar —dijo Ben, y ante la sorpresa de Dan, asintió—. Sí, lo he comprobado, también. Tienes un trabajo decente. —Trabajo para ex convictos. —Quienes cumplieron su tiempo y cambiaron las cosas. —Ben se encogió de hombros ante la mirada de Dan—. Soy bueno en la investigación. Estos tipos son hombres de familia, con niños. Están manejando este negocio limpio y en números positivos, y se preocupan por ti. —Hizo una pausa y luego dejó caer el as en el agujero—. Y luego está tu hermana. Los ojos de Dan se endurecieron. —Déjala fuera de esto. A Ben le gustó la reacción protectora, pero no iba a dejar nada afuera.

—Compartes tu casa con tu hermana de veinticinco años, que acaba de graduarse de la universidad; gracias a ti, por cierto —agregó Ben—. Está trabajando como maestra de segundo grado. Tienes un sistema de soporte incorporado. Dan parecía desconcertado. —¿Por qué te importa una mierda sobre mí? —Oh, no me importa una mierda de ti —dijo Ben—. Me importan como la mierda tus hijas; dos niñas dulces y adorables de cinco años que merecen mucho más que estar abandonadas en un hogar de acogida. Dan lo miró fijamente. —Ni siquiera sé por dónde empezar, hombre. Deben odiarme. —Comienza por ejercer tus derechos de visita. Consigue conocerlos. Lo verás. Ninguna de las dos tiene la capacidad de odiar. Diez minutos más tarde, Ben regresaba a Lucky Harbor. Agotado, caminó por su lugar con la intención de irse directamente a la cama, pero Jack estaba en su sofá, con los pies en la mesa de café junto a una bolsa vacía de papas fritas (de Ben) y dos botellas de cerveza vacías, también de Ben. La cabeza de Jack estaba hacia atrás, con la boca abierta. Estaba profundamente dormido. Junto a él, igualmente tendido, igualmente muerto para el mundo, estaba un ruidoso Kevin. Nada roncaba más fuerte que un gran danés. Excepto tal vez Jack. Ben le dio un golpe a la pierna de su primo. En realidad, fue más una patada. Jack se sentó derecho, instantáneamente alerta. —¿Qu… me perdí la alarma? —Estás fuera de servicio. Y ya no combates incendios, ¿recuerdas? —Oh, sí. —Jack se frotó las manos sobre la cara—. ¿Qué hora es? —No lo sé. ¿Por qué estás aquí? ¿Dónde está Leah? —Leah está en la noche del club de lectura. En la librería de tu novia, de hecho. —Aubrey no es mi novia. ¿Te comiste todas mis papas fritas y bebiste mi cerveza? —Sí. Habías ido a la tienda de comestibles y yo no. Tenía perfecto sentido. Ben ciertamente le había hecho lo mismo a Jack suficientes veces. Vivir uno al lado del otro lo hacía especialmente fácil.

—Vi la casa de muñecas en el garaje —dijo Jack. Bueno, diablos. —¿Y? —Y no has construido nada así desde Hannah. —No leas nada en eso —dijo Ben. Seguro como el infierno que él no quería hacerlo. Tampoco quería pensar en cómo había acechado los acantilados hasta que había encontrado la única casa con una casa de muñecas en el porche. O cómo había ido a la ferretería y gastado una pequeña fortuna comprando los materiales para la casa de muñecas de reemplazo que estaba haciéndole a Aubrey. O por qué lo estaba haciendo en primer lugar. Se dejó caer entre Jack y Kevin. Kevin inmediatamente se arrastró al regazo de Ben para un abrazo. Obligado, Ben envolvió sus brazos alrededor del enorme perro, dándole un masaje en todo el cuerpo que hizo que Kevin gimiera de éxtasis. Luego eructó en la cara de Ben. —Tu perro huele a mis papas fritas —dijo Ben. —Puede que haya comido algunas. Ben se echó hacia atrás y cerró los ojos. —¿No vas a hablar sobre lo que estás construyendo en el garaje? — preguntó Jack. —No. —Está bien, entonces yo hablaré. Al principio, no aprobaba a Aubrey para ti. Ante esto, Ben entreabrió los ojos y miró a Jack. —¿No aprobabas? ¿Qué demonios somos, vírgenes del siglo XVIII? —No la aprobaba —dijo Jack de nuevo—, porque pensaba que no era tu tipo. Eres tranquilo. Introspectivo. No te gusta destellar. Tuviste mucha mierda en tu vida y saliste a la cima. Eres una de las personas más fuertes que conozco y cada vez que necesito algo, estás a mis espaldas, sin hacer preguntas. —¿Ah, sí? Tal vez podrías aprender algo de la cosa sin-hacer-preguntas. —No seas imbécil —dijo Jack - —Hannah fue un gran partido porque ella era como tú, mucho. Siempre pensé que, cuando llegara el día en que entraras en otra relación, necesitarías la misma fuerza tranquila que ella poseía, igual que la tuya. Pero estaba equivocado. Aubrey es una fuerza. Ella no es tranquila. No es fácil. Pero a su manera, ella es realmente buena para ti. Te saca de tu caparazón. Te desafía. Te mantiene alerta.

—Gracias, Dr. Phil. Para nada insultado, Jack sonrió. Ben no lo hizo. —No me estoy involucrando con Aubrey. Ahora Jack se rio. —Cállate. No lo estoy. —Bueno. Pero estás involucrado. Todo el mundo lo sabe menos tú. ¿Has visto Facebook últimamente? El hijo favorito de Lucky Harbor, tú, tiene una encuesta sobre si debería o no establecerse con Aubrey. Las probabilidades no están a su favor en este momento. —Jesús. —A Ben no le hizo gracia esto. Nada de ello—. La gente necesita ocuparse de sus propios asuntos. Aubrey podría hacerlo mucho mejor que yo. Y tenemos relaciones sexuales —dijo sin rodeos—. Eso no es lo mismo que estar involucrado. No todos tienen el futuro en sus mentes, como tú y Luke de repente lo tienen. —Me gusta ella —dijo Jack, ya no divertido, tampoco—- Mucho. Pero no estoy diciendo que te cases con ella. Solo estoy diciendo que te relajes un poco y disfrutes estar de vuelta aquí en Lucky Harbor. Disfruta tener una mujer que te mira como lo hace ella. Y tú también la miras, ya sabes. Te he visto con esos ojos soñadores. —¿Sí? —preguntó Ben—. Bueno, dispárame la próxima vez. Jack ignoró esto. —Creo que es justo decir que te conozco como nadie más lo hace. Esta cosa con Aubrey es diferente, y tú lo sabes. Ben pensó en cómo ella había estado tratando de hacer una diferencia, dándole a los adultos mayores un lugar dónde ir, dándole a cualquiera que lo necesitara un lugar a donde ir. Demonios, incluso estaba emocionada por trabajar con adolescentes con problemas. Pensó en cómo se sentía ella en sus brazos, cómo lo hacía sentir en los suyos; como si fuera el mejor hombre que conocía y el único que quería. Ella lo movía a cada paso, sin siquiera intentarlo. Y sabía que Jack tenía razón. Esta cosa, esto… lo que sea que estuvieran haciendo, era diferente. Y lo diferente era aterrador. Y no estaba listo para enamorarse. Había estado allí, había hecho eso, y eso lo había aplastado. —Se lo he dicho a ella, y ahora te lo diré a ti —dijo—. No estoy buscando una relación comprometida. No lo tengo en mí en este momento.

—Lo que digas, hombre —Jack se levantó y chasqueó sus dedos para Kevin. Kevin apretó los ojos con fuerza y fingió estar dormido. Ben encontró una risa después de todo. —Déjalo. —Él comió chile esta noche en la estación de bomberos. —Llévalo —dijo Ben. Kevin suspiró y saltó fuera del regazo de Ben, tirándose un pedo mientras lo hacía. —Gracias —dijo Ben, agitando el aire frente a su cara mientras se levantaba también. —Sí, debería haberte advertido —dijo Jack—. Tiene un tiempo serio pasando el tiempo con ellos. —Jack le dirigió a Ben una mirada que decía que no estaban cerrando el archivo sobre este tema. Ben abrió la puerta. —Estoy bien, ya sabes. Estoy bien solo. Jack se encontró con su mirada. —Sí. Pero has estado solo por mucho tiempo. Tal vez sea hora de probar algo nuevo.

Capítulo 22

U

na vez más, Aubrey se despertó con un mensaje de texto que hacía vibrar su teléfono sobre su mesita de noche. Pero este era de Ben y decía:

En la tienda. Qué extraño, pensó. Nunca antes había sentido la necesidad de anunciarle su presencia. De hecho, parecía que le gustaba sorprenderla. Una mirada a su reloj le dijo que tenía media hora para levantarse e ir a regar el huerto de calabazas del señor Wilford, que aún no estaba creciendo, maldita sea, y volver para abrir a tiempo. Pero el texto la estaba volviendo curiosa. Se levantó de la cama y bajó de puntillas por las escaleras para ver qué podía estar haciendo que le había sido necesario advertirle. Estaba sentado en la mesada frente a la estación de café y té, bebiendo de una taza para llevar de la panadería de Leah. Podía decir por su ropa (pantalones y una camisa abotonada rematada por una chaqueta) que se iba a su trabajo. Su verdadero trabajo. Lo había visto con jeans y un cinturón de herramientas cubierto de aserrín, y le gustaba mucho ese aspecto. También lo había visto en nada. Ese recuerdo en particular le dio un destello de calor, porque Ben en nada era lo más caliente que había visto nunca. Ese era definitivamente su look favorito, pero viéndolo así, todo vestido, sus anchos hombros estirando su camisa de vestir hasta el límite, el botón de arriba desabrochado, su corbata aún suelta, como si no estuviera del todo listo para instalarse a trabajar por el día, hacía algo serio en su interior. Contrólate. Se acercó de puntillas, deseando atraparlo desprevenido, como él siempre la atrapaba. A dos pies de él, ella estaba sonriendo ampliamente, como una idiota, con las manos extendidas para asustarlo, cuando de repente se retorció y la miró fijamente. —Maldita sea— dijo ella. —El escalón superior cruje. —Debería contratar a alguien para arreglar eso —dijo secamente. Él no respondió. Estaba ocupado viendo la muy pequeña camiseta sin mangas y el pequeño pantalón corto con los que había dormido. Por el calor en su mirada, podía decir que le gustaba la vista. Pero cuando él la alcanzó, ella dio un paso atrás, fuera de su alcance.

—Ven acá. Sacudiendo su cabeza, se cubrió la boca con las manos. —Aliento de la mañana. —No me importa. Él no era asustado por mucho, lo sabía. Bueno, excepto por una relación comprometida, y ante ese pensamiento, su estado de ánimo se fue un poco más al sur. —Me voy a bañar —dijo, y cuando sus ojos se oscurecieron con interés, negó con la cabeza—. Sola. Tomó otro sorbo de su bebida humeante. —Soy realmente bueno en la ducha. Sus pezones se alegraron y se cruzó de brazos, haciéndolo reír suavemente. —Ve a vestirte —dijo—. He comenzado un nuevo club de lectura. —¿Qué? —Fue entonces cuando se dio cuenta de que podía oír voces. Pequeñas voces. Y luego otra, no una pequeña voz, sino un barítono bajo, y ella miró a Ben con horror. Se enderezó, dejó su bebida, y se quitó la chaqueta, la cual envolvió a su alrededor. Era cálida, olía a él, y caía sobre sus muslos. Poniendo un dedo en sus labios, agarró su mano, llevándola hacia la media pared. Luego, sosteniéndola frente a él, presionó sus hombros hasta que ella se agachó. Se agachó detrás suyo, acunando su cuerpo dentro del de él, acariciándole la espalda mientras hacía todo lo posible por no notar que él olía tan bien que quería inhalarlo. Y/o lamerlo como si fuera una paleta. Presionando su mandíbula contra la de ella, hizo un gesto con su barbilla para mirar hacia adelante. Sentadas en uno de sus sofás estaban Rosa y Kendra. Sus piernas eran lo suficientemente cortas como para sobresalir, y cada una sostenía una pila de libros en sus regazos. Entre ellas había un hombre que se les parecía tanto que podría haber sido su hermano mayor. Estaba leyendo en voz alta uno de los libros para niños favoritos de Aubrey, y las chicas estaban fascinadas, mirándolo fijamente a la cara, colgando de cada palabra. —Ese es su padre —susurró Ben contra su oído—. Dan Ingalls. Él tiene derecho de visita.

Dobló su cuello y miró a Ben. Una vez más, él tenía un rastrojo de varios días en su mandíbula, y quería que lo frotara sobre su cuerpo. —¿Desde cuándo? —susurró ella, apenas manteniéndose en el tema. —Desde siempre, al parecer. Simplemente no lo ejercitó. Hasta ahora. Había algo en su voz. Alivio, pensó, y alcanzó su mano. —Hiciste esto —dijo ella—. Tú los juntaste. Sacudió su cabeza. —Es solo una visita. No sé si él realmente está metido en esto. —Miró a las niñas pequeñas colgando sobre cada palabra mientras su padre leía el libro. Su corazón apretó por lo importante que era esto para él. Las chicas se habían insinuado seriamente en su corazón. Estaba involucrado, ya sea que quisiera admitirlo o no. Y tan equivocado como lo era pensarlo, le dio esperanza. Porque tal vez él también podría involucrarse en otra cosa. Alguien más. Alguien como ella…

Dos días después, Aubrey cerró la tienda, revisó sus recibos, y se dio cuenta de algo sorprendente. —Rompí el nivel hoy —dijo en voz alta con sorpresa. Ben, quien se presentó después del trabajo, se puso jeans y estaba ocupado en los estantes de atrás, asomó la cabeza por la esquina. Estaba cubierto de una capa de aserrín. —¿Qué? —Rompí el nivel —se maravilló. Le lanzó una sonrisa. —Felicidades. —Extendió una mano—. Vamos. Te compraré una bebida. Fueron al Love Shack.

Aubrey estaba a mitad de una cerveza alta y fría cuando el Pastor Mike entró por la puerta principal y se dirigió hacia una mesa. Se detuvo en seco al ver a Aubrey en la barra, entonces cambió de dirección y se dirigió directamente hacia ella. Mierda. Empujó su cerveza para que estuviera frente a Ben y levantó las manos como lo haría un jugador de baloncesto cuando solo cometía una falta, pero estaba tratando de fingir que no lo había hecho. —Aubrey —dijo el Pastor Mike, calmado y callado como siempre, pero la consternación y la preocupación estaban presentes en sus ojos mientras observaba las dos cervezas frente a Ben. Miró a Ben, asintió, y luego su atención volvió a ella—. ¿Como estas? —Estoy bien. En serio —agregó. Él asintió. —Y sabes que puedes llamarme. —Sí —dijo enfáticamente—. Sé que puedo llamarte. —En cualquier momento. —En cualquier momento —repitió, agregando lo que esperaba fuera un asentimiento confiado—. Gracias. Cuando se alejó, dejó escapar un suspiro, dándose cuenta tardíamente de que Ben la estaba mirando. —¿Qué? —preguntó ella. —¿Algo que quieras decirme? —¿Tal como…? —Bueno, o estás teniendo una aventura con el Pastor Mike o él cree que eres una alcohólica. Aubrey hizo una mueca. No estaba segura de con qué excusa ir. —Tal vez encontré a Dios. Ben se limitó a mirarla. Ella atormentó su cerebro, pero realmente no había una buena opción. —Está bien, no sabía cómo decírtelo, pero el Pastor Mike y yo estamos locamente enamorados. Ben sacudió su cabeza. —Nunca juegues al póquer. Maldición.

—Está bien, entonces él cree que soy una alcohólica. —Bueno, supongo que eso es mejor que tu durmiendo con él —dijo Ben. Interesante que eso le molestara. —¿Por qué creería que eres una alcohólica? —preguntó. —Es… complicado. Una risa salió de él. —Eso no me sorprende. —Oh, como si tú fueras un pedazo de pastel —dijo ella, y se cruzó de brazos, insultada—. ¿Sabes qué? No quiero hablar de ello. —¿Alguna vez quieres? Puso los ojos en blanco. —No eres exactamente el mismísimo Señor Hablador, sabes. Siempre estás metiendo la nariz en mi asunto acerca de la lista y todo eso, pero tú estás guardando muchos secretos. Se tomó su bebida de un sorbo y la dejó. Luego se levantó y le tendió la mano. —Ven. Ella lo miró, de repente desconfiada. —¿A dónde? —¿Te acobardas? —preguntó en voz baja. ¿Cómo era que conocía todos sus botones? —Por supuesto que no. —Entonces… —Él agitó sus dedos. Los miró fijo y luego, con un suspiro, dejó que la levantara. La llevó a su casa. El lado de Jack del dúplex estaba oscuro. También el de Ben, hasta que abrió la puerta principal, se estiró dentro y encendió una luz. —¿Qué estamos haciendo aquí? —preguntó, vacilando sobre el primer escalón. Nada bueno iba a salir de entrar. Está bien, tacha eso. Todo lo bueno saldría de ello, pero… —Quiero mostrarte algo. —Oh, muchacho, conozco este juego —dijo con una ligereza que no sentía.

Sonrió. —Algo más. —¿Qué? La miró por un largo momento. —Está bien, pero después de que te muestre, no quiero que te pongas rara y trates de encerrarte en ti misma. —Yo no hago eso. Le dio una larga mirada. —Bien —dijo, espeleología—. Hago eso por completo. Es lo mío. —No lo hagas conmigo —dijo muy en serio, muy solemnemente. Lo miró a los ojos, mariposas saltando dentro suyo ahora. —Muy bien. —Promételo. —¿En serio? —Suspiró cuando él no se movió—. De acuerdo, prometo no dejarte fuera. Dios mío, no sabía que tenías sentimientos tan tiernos. Él se echó a reír a carcajadas, y luego la llevó por la sala hacia la cocina. Allí, abrió una puerta que conducía a su garaje. Le dirigió una mirada que hizo que una extraña sensación comenzara a atravesarla. Nervios. Luego encendió la luz, y ella se quedó sin aliento ante la hermosa casa de muñecas de madera hecha a mano.

Capítulo 23

C

on el corazón palpitando, Aubrey caminó hacia la casa de muñecas y pasó los dedos sobre la madera meticulosamente trabajada a mano. Era hermosa. No estaba segura de cuánto tiempo estuvo allí antes de sentir la mano de Ben correr por su espalda. —No tengo pañuelos —dijo—, pero puedes usar mi camisa si quieres. Soltó una carcajada para ocultar su sollozo. —¿Por qué? ¿Por qué hiciste esto? Su mano todavía estaba sobre ella. La estaba acariciando como si solo le gustara sentirla debajo de su mano, pero no se le escapó el aviso de que no había respondido. Con un suspiro inestable, volvió a tocar la casa de muñecas. Era una victoriana de tres pisos, como la suya cuando era niña. Sin embargo, a diferencia de aquélla, esta casa de muñecas estaba hecha de madera, no plástico ni cartón, y era de calidad reliquia. Si hubiera sido una niña, habría pasado horas haciendo que sus muñecas subieran y bajaran por la escalera caracol, miraran por las numerosas ventanas y abrieran la puerta principal. —Gracias —susurró ella. Ali y Leah tenían razón. Su instinto estaba en lo cierto. Necesitaba decirle por qué estaba en la lista. Pero no estaba lista para perderlo. Una vocecita en lo profundo de ella advirtió que cuanto más esperara, peores serían las consecuencias, pero le dijo a esa voz que se callara. Se arqueó un poco para que la mano de Ben se apretara más contra su espalda. —Ben… La acarició de nuevo, lentamente esta vez, más intencionalmente. Esperó a que él hablara, pero no lo hizo. Su silencio estaba cargado ahora, cargado de hambre y deseo. Su corazón dio un vuelco en un latido rápido y pesado, y todo dentro suyo se apretó con necesidad. Por él. —Ben. Su mano se movió sobre ella otra vez, acariciando su cabello, luego barriéndolo suavemente hacia un lado. Sintió su boca contra la nuca y estaba trabajando para inspirar desesperadamente cuando la giró para enfrentarlo. Tomando su mandíbula, la besó, robando el aire que había logrado arrastrar.

Su boca era firme, al igual que el resto de su cuerpo duro y cálido, y tan masculina que se fundió en él. Para cuando finalmente levantó la cabeza y se encontró con su mirada, ella se había envuelto alrededor de él como un pretzel. —Tu elección —dijo. No había elección. Lo necesitaba más de lo que necesitaba aire. Y necesitaba el aire bastante mal. Había muchas razones por las que aún debería elegir la opción encerrarse en sí misma, pero sabía que no iba a hacerlo. Quería que él pusiera sus manos y su boca sobre ella. Quería que él hiciera su magia, y él era mágico. Era un amante magistral, intuitivo y sorprendentemente sensible. Quería que hiciera todas las cosas que le prometían sus ojos, y quería eso ahora. —Mi elección eres tú —dijo ella. Apenas había pronunciado las palabras antes de que su boca volviera a la suya. La besó con fuerza y luego se echó hacia atrás para mirarla por un momento antes de besarla otra vez. Y luego otra vez. Y luego la levantó para que sus piernas se envolvieran alrededor de él. La llevó desde el garaje a su habitación, la dejó caer junto a su cama, deslizándola lentamente a lo largo de su cuerpo. Luego la desvistió con lento cuidado, gimiendo mientras la desnudaba a su satisfacción. Bajando la cabeza, extendió las manos sobre su espalda desnuda, acercándola. Abriendo su boca primero sobre un pecho, luego sobre el otro, se burló de ella con su lengua, chupando y mordisqueando. Gimió, un sonido bajo y desesperadamente hambriento, mientras deslizaba sus dedos en su cabello, sosteniendo su cabeza hacia ella. No podía evitarlo. Ella estaba tratando de escalar su cuerpo como si fuera un árbol cuando él dio un paso atrás y se quitó la ropa con unos pocos movimientos suaves y económicos. Solo lo miró fijamente. Su cuerpo era increíble, y pensaba que nunca se cansaría de mirarlo. Todavía no había dicho una palabra. Podría haber pensado que no se había movido del todo, excepto que él estaba luciendo una erección impresionante que le hacía agua la boca. Todavía lo miraba con asombro, pensando entra en mí ahora, cuando él le dio un empujoncito y ella cayó de espaldas sobre la cama. La siguió, y ella gimió de nuevo cuando la besó, largo y profundo. Y luego besó cada centímetro suyo, lento y concienzudamente, hasta que acabó. Explosionó, en realidad.

Se puso un condón y la penetró, y acabó de nuevo. Instantáneamente. Gritó sorprendida y conmocionada a medida que seguía y seguía, interminables estremecimientos y ondas de placer. Era vagamente consciente de los sonidos que estaba haciendo y podría haberse horrorizado, pero se dio cuenta de que no era la única. Cuando sus sentidos regresaron, Ben todavía estaba sobre ella, los músculos temblando, respirando tan duramente como ella. Después de un momento, se levantó de la cama y entró en el baño. Se dijo a sí misma que debía levantarse y vestirse, luego largarse. Tenía que hacerlo antes de que su corazón se involucrara más de lo que ya estaba. Temblando como una hoja, se tomó un largo momento para sentarse, y para entonces Ben había regresado. Estaba de pie junto a la cama, con voz baja, ojos oscuros y directos. —Quédate —dijo. Y luego se deslizó a su lado, tirando de las mantas por encima de ellos, arrastrándola contra él. Oh, Dios. Dios, se sentía tan bien. Pero esto no era real. Ella necesitaba recordárselo a ambos y establecer algunos límites. Por el bien de él. —Ben… —Duerme —dijo, con voz ronca. —Pero… Apretó su agarre. Su mejilla estaba sobre su pecho, su muslo entre los suyos. Ella estaba inhalando su aroma con cada respiración y no podía recordar sentirse tan contenta en su vida. No cerró los ojos, no quería perderse ni un segundo de esto, porque no duraría. No podía. Incapaz de resistirse, dejó que su mano se deslizara sobre su pecho. Era un hermoso pecho, ancho, esculpido y salpicado de pelo claro de pectoral a pectoral. Era cálido y duro, y él tarareaba su placer ante su toque. —¿Está bien? —preguntó en voz baja en la oscuridad, apretando su agarre. Asintió contra él. Estaba más que bien lo que era aterrador. Durmieron un poco, y ella se despertó a la luz gris del alba, violentamente excitada. Ben estaba entre sus piernas, trabajando su magia con su lengua. Acabó antes de tener todas sus facultades funcionando, y luego él se levantó sobre ella y la besó, despacio y sin prisas. Su unión fue mucho más tranquila esta vez, pero no menos caliente. Tal vez fue porque conocían el cuerpo del otro ahora, o tal vez solo era un puro magnetismo animal, pero cuando finalmente se deslizó en ella y comenzó una serie de empujes, se volvió loca. Y cuando alcanzó su clímax, casi también se salió de su piel.

Después, la sostuvo por un largo tiempo, y Aubrey se deleitó con eso, temerosa de lo que podría pasar cuando llegara la plena luz del día. —Shh —murmuró, sonando soñoliento. —No dije nada. —Estás pensando tan duro que me estás cansando. —Le pasó una gran mano por la espalda para ahuecar su culo posesivamente, abrazándola—. Duerme. Ella no lo hizo. No podía. Él hizo un ruido como el de un león retumbante y la hizo rodar debajo suyo, sujetándola al colchón. —¿Qué estás haciendo? —preguntó ella, ya sin aliento. —Te estoy agotando para que puedas dormir. —Le besó la boca, la barbilla, la garganta, el hombro. Un pezón. Y mientras se dirigía hacia el sur, ella jadeó y se arqueó, deslizando los dedos en su cabello. —Oh, Dios mío. —No —dijo—. Solo Ben. Empezó a reír, pero luego él se puso creativo con su lengua, y ella gritó. Cumplió su promesa. Mucho tiempo después, ambos se dejaron caer en el colchón, respirando con dificultad, saciados y completamente agotados. Cuando Aubrey se despertó de nuevo, el sol brillaba. Se deslizó fuera de los brazos de Ben y lo miró fijamente, todavía dormido en la cama. Parecía relajado y joven. Su mandíbula era áspera con rastrojos, su cabello salvaje de sus dedos. Y si no se equivocaba, tenía una marca de mordida en su hombro. Ella lo había marcado. Suficientemente justo, pensó, ya que él la había marcado indeleblemente. En el interior… Había hecho lo impensable y comenzó la resbaladiza caída de la lujuria al amor. O tal vez se había enamorado de él hace mucho tiempo… De cualquier manera, gran error. Comenzó a recoger su ropa, pero aún temblaba, pequeñas réplicas del buen sexo. Se detuvo por un momento para recobrarse, y luego sintió dos manos cálidas que se posaron en sus brazos y la empujaron contra un pecho aún más cálido. Y entonces una boca le rozó el hombro. —¿Pastor Mike? —murmuró ella.

Una risa suave resopló contra su piel, y luego él la mordió. Ella también se echó a reír, pero su sonrisa desapareció y, incapaz de mantenerlo dentro por más tiempo, se volvió para mirarlo. —Ben, ¿qué estamos haciendo? —¿A punto de tener un poco de sexo matutino? —Se acercó, pero ella dio un paso atrás, sus rodillas temblando tanto que se hundió en una silla. —Pero es solo sexo —dijo ella, encontrándose con su mirada, tratando de estar tan tranquila como siempre lo estaba él—. ¿Verdad? Él sostuvo su mirada, pero dejó caer sus manos de su cuerpo. —Aubrey… —Necesito saber, Ben. Necesito saber porque no puedo estar sola en esto. No puedo. Yo… —Dios, era tan hipócrita. Lo quería, así, justo así. Pero estaba el secreto entre ellos, uno que él ni siquiera conocía. Se cubrió la cara. —Oye —dijo con suavidad, arrodillándose junto a su silla, colocando sus manos en sus piernas—. Pensé que también querías mantenerlo simple. —Lo quiero. —Pero como él había señalado varias veces, nada era simple con ella—. O pensé que lo quería —agregó. Él sostuvo su mirada, pero la suya estaba un poco encapuchada ahora. —Pienso en ti todo el tiempo. Y sé que gran parte de esto es sexo, muchísimo —dijo—. Pero no todo. Su corazón hizo un baile divertido. Por esperanza, o por terror, no estaba segura de cuál. Ambos, decidió. Definitivamente ambos. —Pero —continuó lentamente, aún manteniendo su mirada prisionera, porque era mucho más valiente que ella—, no necesitaba esto. No quería esto en mi vida —dijo. —Lo sé. —Se levantó bruscamente—. He trabajado duro para mantener esto como solo sexo, por ti, Ben, para tu nivel de comodidad, para que no creas que estaba tratando de arrastrarte a una relación comprometida. —Se volvió y lo encontró allí mismo, y ella envolvió sus brazos alrededor de su cuello—. No vas a convertirte en un perro faldero, Ben. Sus brazos se cerraron alrededor de ella con fuerza. —¿No? —No. E incluso a riesgo de romper mi propia cláusula de sin-emociones, me preocupo por ti —admitió—. Más de lo que quería. Mucho más.

La miró fijamente como si acabara de decirle que llevaba una bomba nuclear. —Se supone que es un cumplido —dijo, y retrocedió—. Uno que no esperas que se regrese. Lo sabes, ¿no? —Jodidamente —dijo, y se sobresaltó ante su impactante vehemencia, porque nunca levantaba la voz. De hecho, a menos que él tuviera su lengua en su boca, o alguna otra parte de su cuerpo enredada con las suyas, era difícil decir lo que estaba sintiendo. Pero sentía sus sentimientos ahora, fuertes y claros. Sorpresa. Enfado. Temor. La simpatía la inundó. Él, el tipo que aparentemente no tenía miedo de nada, tenía miedo de sus sentimientos por él. O tal vez tenía miedo de lo que sentía por ella. No que ella lo culpara. Ya le había dado a una mujer todo lo que tenía, y ella se había ido. —Mis sentimientos no están destinados a ser una carga —dijo en voz baja—. Pero no me disculparé por ellos, ni los retiraré. Cerró los ojos. —También me preocupo por ti, Aubrey, pero… —Pero no quieres hacerlo. Lo entiendo. —No debería doler. En absoluto— . No importa —dijo ella—. Cambio de tema. —Sabías mis sentimientos sobre esto —dijo—. Desde el principio. —Sí. Los entiendo fuertes y claros —dijo ella. La estudió por un momento. —Preocuparse por alguien significa que eres abierto —dijo finalmente. —¿Qué estás diciendo, que no eres abierto? —Soy abierto —dijo—. Soy un libro abierto. —Extendió sus manos a los costados—. Lo que ves, es lo que obtienes. De repente, supo a qué se refería, y su corazón volvió a patear. —Y no crees que ese sea el caso conmigo. —Eres vapor y espejo, Aubrey. Su corazón comenzó a latir con fuerza. Él sabía. Tal vez no el qué exactamente, pero sabía algo. —¿Cómo es eso?

—Olvídalo. ¿Olvídalo? ¿Estaba hablando en serio? Ella se había puesto su vestido. Tenía una bota puesta, la otra en la mano. —Dime o te la arrojaré. Sacudió su cabeza, con una pequeña sonrisa jugando en las comisuras de su boca. —Eso —dijo—. Eso mismo. Te vistes como si fueras a tomar un té elegante, pero debajo de la ropa estás lista para pelearte por lo que crees. Quieres que la gente piense que eres fuerte y que no te importa lo que piensen los demás, pero te importa. Te importa. Mucho. —Se encontró con su mirada—. Te importa demasiado. —Bueno, ¡tampoco voy a disculparme por eso! —Entonces, ¿por qué mantienes tu sucio secreto? —¿De qué estás hablando? —Tu lista —dijo, y su estómago se hundió, porque aquí venía. El Día del Juicio Final—. ¿Cuándo me vas a hablar de la lista? —preguntó en voz baja. Lo miró a los ojos y supo que era un gran riesgo, pero tenía que hacerlo o perderlo aquí y ahora. —De acuerdo. —¿De acuerdo? Dejó escapar una larga y temblorosa respiración. —Hace aproximadamente un mes, fui a una reunión semanal de AA por accidente. —¿Cómo terminas en AA por accidente? —Bueno, yo estaba… —Escapando de él, de hecho—. Esa no es la parte importante. Lo importante es que cuando estuve allí, sucedió algo. —El Pastor Mike. Ella asintió. —No. Bueno, sí. El Pastor Mike sucedió. Él creyó… —se interrumpió con una mueca—. Creyó que yo era una alcohólica, así que me llevó a esa reunión. La miró fijamente. —Fuiste a una reunión de AA aunque no eres una alcohólica. —Sí. Lo sé. Pero en la reunión oí algo que me hizo ruido.

—¿Y eso fue? —Hacer las paces con la gente a la que le has hecho daño. La miró fijamente, luego sus ojos se suavizaron. —Todos cometemos errores, Aubrey. Unos más que otros… —Lo sé —dijo ella—. Solo estoy intentando adueñarme de los míos. —Iba a tener que decírselo, y sus rodillas se debilitaron de miedo y ansiedad. Una expresión de preocupación frunció su ceño, pero justo cuando dio un paso hacia ella, se oyó el inconfundible sonido de la apertura de la puerta de Ben. Ben tuvo sus jeans puestos en un guiño. Dejándolos desabrochados, se dirigió a la sala de estar, con los ojos planos y tranquilos, su cuerpo perfectamente relajado y al mismo tiempo preparado para la violencia. —Jesús, Jack —le oyó decir. Para cuando terminó de vestirse y arreglarse el cabello, el olor de algo delicioso venía de la cocina. Siguió el delicioso aroma del tocino y el café y encontró a Jack en las hornallas removiendo algo, con Ben fulminándolo con la mirada. Ignorándolo, Jack le sonrió a Aubrey. —Oye —dijo—. Perdón por la interrupción. Ben aquí no mencionó que estaba teniendo una pijamada. —Ben no lo mencionó —dijo Ben—, porque no es asunto tuyo. —Irascible por las mañanas, ¿no es así? —le dijo Jack a Aubrey, sin parecer tener prisa por ir a ninguna parte. Agarró otro cuenco para que hubiera tres alineados en la mesada, y luego comenzó a llenarlos—. Acabo de terminar el turno y le he traído una gran olla de desayuno al Señor Solecito aquí. Hay suficiente para todos, así que toma asiento. —Oh —dijo ella—. No, gracias. Tengo que… —Siéntate. —Resistirse es inútil —dijo Ben secamente—. Solo te desgastará. —Es cierto —dijo Jack. Ben estiró su pie y le dio un codazo a una silla hacia ella. Escogió una silla diferente. Una que estaba más alejada de él. Arqueó una ceja mientras también se sentaba.

Kevin, el gran danés, saltó inmediatamente a su regazo. Ben se echó a reír y envolvió sus brazos alrededor del perro. Kevin se acurrucó como si pesara diez libras, no 150, y le envió a Aubrey una mirada desde la seguridad de los brazos de Ben; Mi hombre, no el tuyo. Jack se dejó caer en la silla que Ben había sacado para Aubrey. —Aw, gracias, hombre. —Lanzó un beso en dirección a Ben. A cambio, Ben levantó su dedo medio en dirección a Jack. Jack sonrió. —Solo estás de mal humor porque crees que voy a hacerle a Aubrey algunas preguntas incómodas. —No vas a hacer ni una sola pregunta —dijo Ben. —En serio —dijo Jack—. Para un tipo que acaba de conseguir algo, ¿cómo puedes todavía estar molesto? Aubrey se atragantó con su bocado de desayuno. Ben le lanzó a Jack una mirada fulminante y se inclinó sobre él para darle una palmada en la espalda a Aubrey. —Solo somos amigos —le dijo Aubrey a Jack, palmeando fuera la mano de Ben—. Y a veces ni siquiera somos eso. Jack sonrió. —Dime. —No —le dijo Ben a ella—. Cualquier cosa que digas es solo combustible para él. Él es Lucille en entrenamiento. —Lo siento —dijo Jack, luciendo cualquier cosa menos—. Solo me emocioné de que Ben tuviera un amigo que no fuéramos Luke y yo. Está creciendo tan rápido. Ben le dirigió una mirada que habría hecho que Aubrey orinara en sus pantalones si hubiera sido un hombre. Se levantó y llevó su tazón al fregadero. No podía comer. No podía hacer esto. Tenían mucho más de qué hablar, ella y Ben, pero no estaba ansiosa por hacer eso, porque entonces todo habría terminado. Ella nunca podría estar lista para eso. Tampoco es que Ben estuviera mostrando signos de estar listo para una relación. El escenario más probable era que nunca iba a estar listo. Oh, sí, sabía que él la quería en su cama. Pero eso nunca iba a ser suficiente para ella. Lo sabía ahora. Dolía, muy adentro, y no sabía qué hacer. Se había prometido a sí misma que le diría la

verdad, casi lo había hecho hace unos momentos, pero ahora tenía que pensar. Volviéndose, miró a Jack. —Gracias por el desayuno. Tengo que irme. Jack le sonrió. —En cualquier momento. No miró a Ben. Estaba a mitad de camino a través de la sala antes de darse cuenta de que la seguía, pero aun así siguió caminando. Cuando alcanzó la puerta principal, una mano más grande llegó primero, manteniéndola cerrada. Se quedó mirando el antebrazo alineado con el tendón y la fuerza y dejó escapar un suspiro. —Tengo que ir a la tienda, Ben. —Te estás yendo enojada. —No. —Ahora te estás yendo enojada y mintiendo. Dejó caer su cabeza hacia la puerta. —Ben… Puso sus manos sobre ella y la giró para enfrentarlo. —Allí —dijo—. Ahora puedes tratar de mentirme directamente a la cara. —Tengo que irme —dijo de nuevo—. Por favor, Ben. —Mierda —dijo, mirándola—. Nunca digas “por favor”, a menos que estemos teniendo sexo. Detrás de ellos, Jack resopló. Cuando tanto Ben como Aubrey lo miraron, él levantó las manos en señal de rendición. —Me voy. —Yo también —dijo Aubrey, y se volvió hacia la puerta. —No hemos terminado con esto —dijo Ben. Miró hacia atrás y lo encontró allí parado en nada más que en esos jeans bajos, con las manos sobre su cabeza y apoyándose en la jamba de la puerta, observándola con la expresión que nunca dejaba de hacer que su cuerpo zumbara. Y solo podía esperar que él tuviera razón, que no hubieran terminado con esto.

Capítulo 24

A

ubrey condujo más allá de su librería y se dirigió directamente a la iglesia. Era temprano, pero las puertas delanteras estaban abiertas. Tal vez una iglesia siempre estaba abierta; no tenía idea. Sin duda, la gente aquí era mucho más confiada que ella. En cualquier caso, entró y agradeció encontrar al Pastor Mike en su oficina, leyendo. Levantó la vista con sorpresa. —Aubrey. He estado pensando en ti desde que te perdiste la reunión. Porque ella había estado en la cama con Ben. Y en la ducha. Y contra la pared… —Lo siento —dijo ella, esperando no haberse sonrojado—. Surgió algo. Pero tengo… —miró su reloj—, diecisiete minutos, y tengo un problema que es mucho más grande que diecisiete minutos, pero pensé en todos los que conozco, y probablemente eres el único que podría ayudarme. No lo sé. —Dejó escapar un suspiro. Estaba divagando—. ¿Puedo entrar? —Ya lo hiciste —dijo con una sonrisa. Se levantó y señaló una silla—. Dime el problema. —En realidad es más una pregunta. Sobre hacer las paces. —Vaciló, porque ahora que estaba aquí, estaba nerviosa. Muy nerviosa. ¿Y si ya lo había jodido tan mal? ¿Qué pasaría si no hubiera enmiendas que pudieran arreglar esta última cosa en su lista, la cosa más importante en su lista? EL DURO —Dieciséis minutos —le recordó Mike suavemente. —Correcto. —Respiró hondo—. Está bien, así que digamos que tienes un secreto, algo por lo que quieres disculparte, pero al salir con ello, podrías lastimar a la persona con quien quieres hacer las paces. —Se detuvo—. ¿Sabes qué? No importa; no tengo sentido. —Sí, lo tienes —dijo el pastor Mike—. Es algo difícil de decir. Has hecho mal a alguien. Quieres disculparte, pero al sacarlo a la luz pública, podrías herir a la misma persona con la que querías disculparte. ¿Entendí bien? —Sí. —Se dejó caer atrás en su silla—. Eres muy bueno en esto.

—No digas eso todavía. —Se inclinó y se encontró con su mirada—. Aubrey, a veces tienes que ir con tu corazón. El alma misma de tu corazón, donde está toda la bondad. —Lo haces sonar fácil. Sacudió su cabeza. —No lo es. Esa parte de tu corazón usualmente está protegida por el orgullo y la terquedad. Aubrey dejó escapar un sonido mitad risa, mitad gemido, y se cubrió la cara. —A veces —dijo en voz baja—, tienes que hacer lo difícil, no lo fácil. — Dejó caer sus manos—. Pero de cualquier manera se siente como lo difícil; por un lado, decirle y, por otro lado, mantener el conocimiento para mí. —De acuerdo, entonces, ¿qué es lo correcto? Aubrey respiró hondo y se echó hacia atrás. La verdad era que, había sabido en lo más profundo de sus entrañas durante mucho tiempo que no contarle a Ben lo que había hecho hace tantos años no era lo correcto. Lo que significaba que realmente tenía que decírselo. Tenía que hacerle daño. Y luego, una vez que se sincerara con él, cuando se liberara de la carga de la verdad, lo perdería. Ya no le sonreiría. Él no haría su día solo por estar en su día. Él no estaría en su día en absoluto. Para hacer lo correcto, tenía que destruir lo mejor que le había pasado. —A veces —dijo con tristeza—, me gustaría que hubiera un botón de BORRAR en la vida. El pastor Mike sonrió con simpatía. —¿Quieres decirme lo que hiciste? —preguntó. No. No quería jamás contarle a nadie lo que había hecho. Cómo había separado a Ben y a Hannah todos esos años atrás, por una razón estúpida y egoísta que ya no importaba más. Gracias a Dios, se las arreglaron para volver a estar juntos dos años después; que habían pasado algunos años antes de que Hannah muriera. Pero Aubrey sabía que a Ben no le importaría. Todo lo que importaría es que ella había jodido las cosas para él. Y no había nada que pudiera hacer o decir para compensarlo.

Nada. Aubrey volvió a la librería. Mientras caminaba, abriendo el lugar para el día, se detuvo repentinamente al ver la casa de muñecas instalada en la sección de niños. Débil, se sentó frente a ella. Ben, por supuesto. Él había hecho esto, por ella. Pasó unos largos momentos mirándola y luego tuvo que volver a aplicarse su máscara antes de recibir a cualquier cliente.

Esa noche, Ben escuchó un sonido persistente de bocina frente a su dúplex. Cuando abrió la puerta para investigar, encontró la furgoneta local del centro de personas mayores en el frente. La puerta se abrió, y un grupo de mujeres de cabello azul se asomaron y lo saludaron con la mano. La conductora era su tía Dee, aunque su pelo no era azul sino un rubio platino sedoso y brillante. Hace mucho que dejó de estar sorprendido por sus coloridas pelucas. Estaba feliz de que ella hubiera pasado lo peor de la quimioterapia y claramente ya no estaba deprimida. —Entra —dijo Dee, haciéndole señas—. Esta noche es el Festival de Invierno, ¿recuerdas? Recordaba, pero sacudió su cabeza negativamente. Lucky Harbor se deleitaba con sus tradiciones, y el Festival de Invierno era una de ellas. Implicaba mucha cerveza, vino y baile en el muelle, hecho posible gracias a los calentadores portátiles que mantenían a todos calientes; como si las festividades y el alcohol no lo hicieran por sí solos. Pero Ben no sentía la necesidad de ir. Luke y Jack trabajaban en el evento, por lo que pensaba quedarse en casa con Kevin y una película. —Ah, vamos —lo convenció Dee—. Necesitamos un conductor designado. —¿Dónde está tu novio? —preguntó—. ¿Por qué no puede ser el conductor designado? En ese momento, varias cabezas masculinas aparecieron, una de ellas era Ronald, el novio de Dee. Otra era Edward, el abuelo de Luke.

Mierda. Todos estaban mirando a Ben con esperanza. Él no quería hacer esto. No estaba de humor para festivales. Había trabajado duro esta semana, y estaba físicamente agotado. Mentalmente, también. Y Aubrey lo estaba evitando. Y tal vez también la había estado evitando, después de que ella revelara sus sentimientos. Él también tenía sentimientos, y no solo no estaba listo para ellos, sino que no los quería. Gran bien que le estaba haciendo… Cediendo, los llevó al festival. —Oye —dijo, sosteniendo las cerraduras de las puertas antes de que alguien pudiera escapar—. Esta fiesta ha terminado en dos horas, ¿me escuchan? Deben regresar a la camioneta en dos horas, o están caminando a casa. Esto fue recibido por un coro de gemidos y gruñidos. Dee soltó su cinturón de seguridad y abrazó a Ben por detrás. —Eso sería a las diez, cariño. No somos calabazas, ya sabes. —¿No necesitan llegar a casa para tomar su Metamucil? —preguntó desesperadamente, mientras Dee seguía abrazándolo. No había un abrazo apresurado de parte de Dee. Lo había aprendido hace años, cuando fue arrojado por primera vez en la puerta de su casa. Ella lo había abrazado para saludarlo, lo había abrazado para despedirlo, lo había abrazado cada vez que lo había cruzado por el pasillo y él se había retorcido con cada uno de ellos. Sabía que ella lo amaba. Así como sabía que a veces ella lo abrazaba solo para torturarlo y divertirse. Eso es lo que hacía la familia, joder el uno con el otro. Y dulce como era, ella podía dar lo mejor que tenía. —Medianoche —dijo ahora, con su voz suave pero acerada—. ¿Está bien, bebé? Te lo deberemos. Como no podía imaginar necesitar un favor de parte de los ancianos de Lucky Harbor, simplemente se desenredó y abrió las puertas. —Medianoche —estuvo de acuerdo a regañadientes—. Estén aquí. Lo digo en serio. Mientras Lucille pasaba, le dio una palmadita en el hombro. —Vi a tu chica ayer en el centro de recreación. Fue voluntaria para el Rincón de Lectura. —¿Rincón de Lectura? —Por supuesto. El Rincón de Arte es martes y viernes; el Rincón de lectura es el miércoles. Los voluntarios vienen y les leen a los niños. Ella fue buena también; hizo todas las voces correctas. Los niños se la comieron.

Ben miró a los ojos de Lucille y vio algo astuto. —¿Qué estás haciendo? —preguntó con cautela. —¿Quién, yo? —preguntó inocentemente. Cuando la camioneta estuvo vacía, Ben miró hacia el muelle, que estaba iluminado como el cuatro de julio. Sí, la gente de Lucky Harbor se tomaba muy en serio su Festival de Invierno. La última vez que estuvo aquí para el festival, había estado acompañado de Hannah, y al pensarlo se preparó para la habitual punzada de agonía en su corazón. Pero no hubo ningún dolor agudo, solo un dulce dolor y el recuerdo de Hannah arrastrándolo a la pista de baile, lo que lo hizo sonreír. Pero todavía no quería ir. Así que puso la camioneta en marcha y pisó el acelerador. Realmente solo había un lugar donde quería estar esta noche, y solo una persona con la que quería estar.

Sola, Aubrey se sentó en su cama con una gran camiseta que le había robado a Ben. Todos los demás artículos de ropa que poseía estaban en la tintorería o en la cesta del lavado, esperando un viaje a la lavandería. Su fiesta de inauguración era solo dentro de unos días, y estaba trabajando en los planes. El calendario de la tienda se había llenado muy bien, con algo sucediendo casi todos los días de la semana, que realmente tenía una oportunidad de hacer que esto funcionara. Lástima que no tuviera la oportunidad de hacer que su vida privada funcionara tan bien. Se había prometido a sí misma que la próxima vez que viera a Ben le diría la verdad. Que él estaba en su lista. Estaba bastante segura de cómo irían las cosas desde allí. Al sur. Rápidamente. Inquieta, se levantó y comenzó un juego de dardos. Si conseguía dar en el blanco, se dijo a sí misma, se lo contaría a Ben ahora. Se metería en su auto, manejaría directamente a su casa y simplemente lo escupiría. Lo que efectivamente arruinaría lo mejor que le había pasado…

Ella consiguió dar en el blanco en el segundo intento. Maldición. —Dos de tres —dijo en voz alta, y recogió los dardos. Se sobresaltó cuando un único golpe sonó en su puerta. Conocía ese golpe, e incluso si no lo hiciera, la forma en que sus pezones se endurecieron le decía exactamente quién estaba al otro lado de la puerta. No volvió a llamar. Esto se debía a que, como ella había aprendido, él tenía la paciencia de un santo. No que hubiera algo remotamente santo en él. Aun así, miró a través de la mirilla. A pesar de que no había hecho ningún ruido, Ben la miró directamente, con el ceño fruncido. Si abres la puerta, tienes que decírselo. Al otro lado de la puerta, Ben levantó la bolsa que sostenía. Era del Love Shack. Su cabeza dijo, ¡Peligro, Will Robinson, peligro! Pero su estómago gruñó, y aparentemente su estómago era el jefe. Ella abrió la puerta. —Ben. Yo… Se empujó dentro como si fuera el dueño del lugar. —¿Por qué no estás en el Festival de Invierno? —Estoy… ocupada. Miró los dardos en su mano. —Sí, puedo ver eso. —Las comisuras de su boca se torcieron, pero sus ojos permanecieron serios—. ¿Estás lista para un juego? —¿Conmigo? —Tres dardos —dijo—. Los puntos más altos combinados gana. —¿Qué obtiene el ganador? —preguntó. Su mirada la devoró. —El ganador elige. Su corazón dio un salto traicionero. Su elección sería nunca tener que decirle lo que había hecho, pero sabía que esa ya no era una opción en absoluto. —¿Eres bueno? —preguntó ella. Se encogió de hombros y se puso cómodo, dejando la bolsa que había traído y girando hacia el tablero de dardos. —Las damas primero —dijo.

—Robé tu camiseta —dijo ella estúpidamente. —Puedo ver eso. —La miró de pies a cabeza y regresó, persistiendo, haciéndola muy consciente de lo delgada y transparente que era la camiseta, un hecho que claramente estaba disfrutando—. Se ve mejor en ti que nunca en mí —dijo en voz baja y sexy—. Juega, Aubrey. Ella tiró sus dardos. Dos golpearon en los veinte, el último golpeó el blanco. Tratando de contener su sonrisa satisfecha, se volvió hacia él. —Sesenta y cinco puntos. —Eres buena. —Deslizó su mano alrededor su nuca, y la jaló para darle un rápido y fuerte beso—. Pero yo soy mejor —dijo con voz sedosa contra sus labios. Cada zona erógena en su cuerpo se puso de pie y bailó. —¿Por qué no pones tu dinero donde está tu boca? —No me tientes. —La besó de nuevo, luego mordió su labio inferior. Luego sacó los dardos del tablero, se paró en la línea y disparó. Por un momento, sus ojos estaban en él, en las líneas largas, delgadas y duras de su cuerpo, y no vio su primer lanzamiento. Pero su segundo lanzamiento llamó su atención. Triple veinte, igual que su primero. Oh-oh. Volviendo su cabeza, la miró y luego lanzó el tercer dardo. Otro triple veinte. Él no había ido por el blanco. Había ido por los puntos máximos en el tablero. Ciento ochenta, para ser exactos. —Hmm —dijo ella—. Eres mejor que bueno. —Sí. —Le dio otro beso, este un poco más largo, un poco más profundo y mucho más caliente. Se fundió completamente en él cuando se retiró y le dio un golpe ligero en el culo. —¿Hambrienta? —preguntó. Sin esperar respuesta, tomó la bolsa de comida y se sentó en su cama. Sacó un burrito y desenvolvió el papel de aluminio, haciendo que el vapor subiera. Lo llevó en dirección a ella. Su estómago volvió a gruñir. Sonrió y palmeó la cama. —¿Qué hay de tu premio? —preguntó ella. —Más tarde.

Se cruzó de brazos. —Ahora. Quiero saber qué ángulo tortuoso estás trabajando. —Tortuoso —repitió—. Guau. Estoy herido. —¿Va a ser sexual? —preguntó, incapaz de mantener el tono esperanzado fuera de su voz—. Porque debería haberlo especificado; si es algo sexual, no puede ser de mi lista tabú. Él rio. —Solecito, borramos tu lista de tabúes la otra noche. Oh, sí. Maldita sea. —Ven a comer. Se sentó a su lado, cuidadosamente metiendo la camiseta a su alrededor por modestia, lo que lo volvió a hacer reír. —Estás risueño esta noche —dijo. Se encogió de hombros. —Me gusta estar contigo. Su pecho se apretó. Ella quería esto, oh, Dios, cuánto quería esto. Y ahora iba a tener que arruinarlo. Lo arruinaste hace mucho tiempo… —Estuviste en el Rincón de Lectura —dijo, a la mitad de su burrito—. Lucille me lo dijo. —Sí —dijo—. Tus chicas estaban allí. Son tan inteligentes, Ben. —Lo sé. Dan está trabajando en la custodia. Se quedó sin aliento. —¿En serio? Qué maravilloso para todos ellos. —Hizo una pausa—. Tú hiciste eso. Los juntaste. Les diste a esas niñas una verdadera familia. Se encogió de hombros. —Es increíble —le dijo—. Eres increíble. —No. Simplemente no podía soportar que no tuvieran a nadie. Tenía a mi tía Dee. —Él le pasó el pulgar por el dorso de los nudillos—. Sin ella y Jack… — Negó con la cabeza—. Habría caído en las grietas. Probablemente ni siquiera estaría aquí. Su corazón se apretó. —Las salvaste de caer en las grietas. Les diste tanto, Ben.

Se ocupó a sí mismo limpiando la basura y volviéndola a meter en la bolsa en la que había venido la comida. Luego la hizo una bola, apuntó a la basura a veinte pies a través de la habitación, y disparó. La bolsa se zambulló en la lata. Y aun así se quedó callado. —¿Te incomodé? —preguntó ella. —No. Me gusta la forma en que te preocupas por las cosas —dijo—. No te quedas callada al respecto, y aunque eres reservada, no eres tímida. Cuando tienes tu corazón y tu alma en algo, estás en eso. Su respiración se atascó. ¿Alguna vez alguien la había atrapado como él? No. Y fue entonces cuando lo supo. La verdad era que, lo había sabido por un maldito tiempo. Ella tenía su corazón y su alma en algo, muy bien; él. Cerró los ojos y se dio un sermón. No te acuestes con él. No te atrevas. No hasta que le digas… Él dio vuelta su mano y enredó sus dedos con los de ella. —Me gusta la forma en que te preocupas —dijo de nuevo—. Me gusta la forma en que te preocupas por mí. —¿Es por eso que estás aquí? —preguntó, con el corazón palpitando—. ¿Y no en el Festival de Invierno? —Soy el conductor de las personas mayores, pero no estaba de humor para una multitud. Tengo que volver a buscarlos más tarde —dijo, y se levantó— . Voy a tomar mi premio ahora. Oh, Dios. —Deberíamos jugar otro juego —dijo rápidamente, y se levantó de un salto, dirigiéndose hacia el tablero—. Lo haremos el mejor dos de tres… Fuertes brazos la envolvieron por detrás, y él se volvió, encerrándola efectivamente entre la pared dura y su cuerpo aún más duro. —¿Estás faltando a tu palabra? —preguntó, la boca contra su oreja. —No, pero… —Contuvo la respiración mientras sus manos vagaban sobre ella, moldeando la camiseta a sus curvas—. Estaba pensando que podría ser más justo si… La giró para enfrentarlo y luego la apoyó en la mesada de la cocina, levantándola a esta.

Su culo desnudo tocó la superficie fría, y ella gritó. —Te reclamo —dijo, y sus labios descendieron sobre los suyos. Envolvió sus brazos alrededor de su cuello y trazó su lengua sobre su labio inferior, sabiendo que lo volvía loco. Fijándola con su gran cuerpo, la dejó sentir lo que ella le hacía. —Tengo una pregunta —dijo—. Una seria. Su corazón se deslizó hasta detenerse. Oh, Dios. —De acuerdo —susurró tentativamente. —¿Qué llevas debajo de mi camiseta? Lo miró fijamente. —No mucho —confesó. Esto lo hizo maldecir ásperamente, con reverencia. Rio de nuevo y luego se dio cuenta de que cada vez que estaba con él, reía o sonreía. O tenía un orgasmo. Había pasado mucho tiempo desde que había tenido a alguien como él en su vida. Tal vez desde… nunca. Pero incluso cuando la suave calidez se apoderó de ella, también lo hizo el miedo. Porque todo esto era una ilusión; él no era realmente suyo. Y ante ese pensamiento, su sonrisa se desvaneció. La suya también lo hizo. —¿Debería continuar, Aubrey? —¿Quieres decir… irte? ¿Ahora? —Si tú quieres. —No. —Sabía que debería sentirse avergonzada por la rapidez con la que respondió, pero solo sintió pánico al pensar en él yéndose—. No te vayas. Ahí. Lo había dicho. Lo puso allí y no podía, no debería, retirarlo. Mañana sería una historia diferente, y ella se enfrentaría a eso entonces, pero por ahora, en este mismo instante, sabía lo que necesitaba. A él. Dentro suyo. Ben la atrapó cerca y lentamente bajó su cabeza a la suya, dándole suficiente tiempo para detenerlo.

Una gran posibilidad para eso. Ella no solo no lo detuvo, sino que lo agarró y lo acercó aún más. Estaba sonriendo cuando la besó, sus labios se ajustaron suavemente sobre los suyos. Luego se enderezó, se quitó los zapatos y se arrancó la camiseta por sobre su cabeza. —Es solo para igualar el tanteador —dijo. —¿Así que estás siendo un caballero al desnudarte? —Exactamente. —Te ayudaré —dijo ella, le desabrochó y le abrió la cremallera para poder deslizar su mano dentro de sus jeans. Ben gimió, el sonido hizo eco en el desván, por lo demás silencioso, un sonido muy erótico. —¿Ben? Él ahuecó su cara y profundizó el beso, y cuando ella estuvo completamente perdida, deslizó sus manos debajo del dobladillo de la gran camiseta y ahuecó su desnudo trasero. —Mmm —dijo, bajo y ronco. Tirando de ella más cerca, continuó moviéndose en su contra para que ella apenas pudiera respirar. —¿Aubrey? —¿Sí? —Tienes que estar segura. —Retirándose, la miró profundamente a los ojos, probablemente buscando una señal de que ella a arrepentirse de esto—. Si me quedo esta noche —dijo—, voy a estar en tu cama en unos cinco segundos. Voy a hacerte el amor hasta que ninguno de los dos pueda caminar. Las palabras trajeron una oleada de calor. —¿Se suponía que eso iba a asustarme? —preguntó. La más leve de las sonrisas cruzó su boca cuando le quitó la camiseta, tirándola detrás de él, dejándola desnuda ante su mirada. Miró a su premio con un gemido, y luego miró un poco más. Ella estaba temblando por él. —Ben, quiero… —¿Quieres? ¿O necesitas? ¿Iba a burlarse de ella ahora?

—Necesito, maldita sea. Necesito… —A mí. —Sus dedos rozaron sus muslos internos y luego en el medio, haciéndole olvidar preocuparse por lo que él exactamente decidiría reclamar como su premio, haciéndola olvidar su estúpida lista, haciéndola olvidar casi todo, incluso su nombre—. Dilo, Aubrey. —Estaba en su oído, las palabras calientes a lo largo de su piel. Sus labios rozaron el lóbulo de su oreja, y una oleada de calor se disparó con fuerza y rápido hacia el sur. —Sí —logró decir cuando la llevó a la cama, sujetándola al colchón debajo de su delicioso peso—. A ti. Te necesito. —Solo a ti… —¿Cómo? —preguntó con voz ronca mientras la punta de su lengua jugaba con su pezón antes de succionarlo con fuerza entre su lengua caliente y el techo de su boca. —A-así —dijo ella en un gemido. —¿Besándote? —Cambió a su otro pecho y le dio la misma tortura burlona—. ¿Es eso lo que quieres? Sus dedos inquisitivos se acercaban cada vez más a donde los necesitaba, cerca pero no… bastante… ahí. —¡Y a tus dedos! —jadeó, rindiéndose y arqueando en él. La recompensó con ambos, besándola con fuerza mientras sus dedos recorrían sus muslos, y luego entremedio. El contacto casi la levitaba de la cama, con seguridad lo habría hecho si no hubiera estado anclada por su cuerpo. Aplicando presión exactamente en el lugar correcto, sus labios, Dios, esos labios, también le hacían cosas diabólicas, combinaron las sensaciones de modo que su cabeza giró, y ella gritó. —Cualquier cosa que quieras —murmuró contra un pecho—. ¿Quieres que te toque? ¿Mi boca en ti? ¿Mis manos agarrando tus caderas mientras me hundo dentro y fuera de ti hasta que ambos estemos gritando el nombre del otro? Dejó que sus ojos se cerraran cuando sus labios se separaron en un “Dios, sí…” Él todavía solo estaba jugando con ella, pero ella había terminado de jugar. Apuñando sus manos en su pelo, acercó su boca a la suya. Él le permitió controlar el beso, y otro, y otro. Finalmente, levantó su cabeza, le dirigió una sonrisa perversamente traviesa y se hizo cargo, bajando por su cuerpo, besando cada centímetro que pasaba. No se detuvo hasta que se acomodó entre sus piernas, manteniéndolas abiertas con sus hombros. —Tan hermosa —susurró, mordisqueando primero un muslo interior, luego el otro, y luego… en el medio—. Di las palabras mágicas, Aubrey. Dime lo que quieres ahora.

—Tu boca, necesito tu boca. Él se lo dio, y su respiración se atoró, luego se detuvo por completo. Su sangre parecía fluir por sus venas como fuego líquido. Una ardiente necesidad palpitante la atravesó cuando le dio exactamente lo que quería. Cuando había dejado de temblar, él estaba descansando su cabeza sobre su vientre, observándola recuperarse. —Ahora tú —dijo ella, alcanzándolo—. Quiero sentirte dentro de mí. Por favor, Ben. Dentro de mí ahora. Se levantó. —Envuelve tus piernas a mi alrededor. —Su voz era áspera, sus manos suaves, mientras deslizaba su mano por sus piernas y las dirigía alrededor de sus caderas. Se hundió en ella, duro. Perfecto. Sus gemidos de placer se mezclaron en el aire. Inclinándose sobre ella, se dobló y la besó; ferviente, erótico, áspero y salvaje. Su cuerpo, ya ardiendo por él, estalló de nuevo. Las manos de Ben se deslizaron hasta sus caderas, ahuecaron su culo y, levantándola en su contra, empujó profundamente. Fue suficiente para que ella gritara, arqueándose contra él en un intento de atraerlo aún más profundo. —Sí —gimió, aferrándose a él—. Así. Gruñó bajo en su garganta mientras le daba lo que quería, en sus propios términos. Lento. Útil. Llevándola al punto de no retorno y más allá, a un lugar donde no podría haber dicho lo que quería a continuación si su vida hubiera dependido de ello. No importaba. Ben parecía saber exactamente lo que ella quería. Eso era la cosa con él. Instintivamente sabía cuándo ser agresivo, cuándo ser amable y persuadir, y, lo mejor de todo, sabía cómo sacar de su mente todas las preocupaciones.

Capítulo 25

M

ucho tiempo después, se desplomaron en la cama, jadeando, sudando, respirando como locos. Ben se cubrió los ojos con una mano mientras intentaba recuperar el aliento, porque aunque podía mentir como la seda cuando quería, nunca se mentía a sí mismo. Esto no era solo sexo entre él y Aubrey. Esto era amor. —Necesito hablar contigo —dijo ella. —De acuerdo. Estuvo en silencio tanto tiempo que dejó caer el brazo de sus ojos y giró la cabeza. Ella lo estaba mirando, los ojos brillaban con un brillo sospechoso. —Se trata de mi lista —dijo en voz baja—. Estás en ella. Ben la miró fijamente. —Dijiste que no estaba. —Yo… te engañé. Lo consideró durante un minuto completo, repasando sus recuerdos y quedándose completamente en blanco. —No entiendo. ¿Qué me hiciste alguna vez? Se incorporó y alcanzó su camiseta de nuevo, pasándola sobre su cabeza y bajándola hasta la mitad del muslo. Cubriéndose de él. No le gustaba mucho esto. —Aubrey. —¿No quieres ponerte algo? —preguntó. —Después de que me respondas. Se pasó una mano por los ojos y se dio cuenta de que sus dedos temblaban. —Lo estoy intentando —dijo ella—. He estado intentándolo por un tiempo. —Sacudió su cabeza—. No, eso es mentira. No sabía cómo decírtelo. Me

ha estado matando lentamente, pero yo… —Se interrumpió y dejó escapar un largo suspiro—. Lo arruiné. Él le quitó la mano de la cara. —Solo dilo. —Está bien. —Respiró hondo—. ¿Recuerdas cuando Hannah rompió contigo? —Sí. —Había sido el verano después de que él se graduó de la escuela secundaria, y había sido noche de surf. Solo. Había sido una cosa peligrosa e imprudente, pero había sido estúpido en ese entonces y, a menudo, había realizado tales trucos. Había sido una especie de desafío de testosterona de adolescente, un desafío entre él y la vida, y no había sido demasiado particular sobre quién podría ganar. Cuando regresó a la orilla, Hannah lo estaba esperando en la playa. Ella lo había mirado fijo a los pies y le dijo que estaba rompiendo porque se iban a ir a la universidad en unos meses, y necesitaban extender sus alas. Recordó sentirse ciego. Le había dicho que no necesitaba extender sus jodidas alas, y ella sonrió un poco tristemente y dijo que de todas formas lo estaba liberando. No la había visto en dos años. Finalmente la había encontrado por pura casualidad en las vacaciones de primavera, y habían reconectado. Y aunque ella nunca lo había preguntado y él nunca lo había dicho, había pasado los dos años lejos de ella pasándola muy bien extendiendo sus alas. —¿Qué pasa con eso? —le preguntó a Aubrey ahora. —Le dije que dormías con otras chicas, una de ellas siendo yo. Por eso rompió contigo. Le tomó un momento encontrar las palabras, e incluso entonces solo tenía una. —¿Qué? —Sí. —Asintió, mordiéndose el labio inferior—. Hice que ella… rompiera contigo. Sacudió su cabeza. No tenía sentido. —Estabas dos años por detrás en la escuela. Ni siquiera conocías a Hannah. —Estábamos juntas en la tutoría después de la escuela. Yo estaba ahí para Español Dos. Ella estaba en peligro de fallar para Español Cuatro.

—Estás mintiendo —dijo rotundamente—. Hannah era una estudiante de A. —Sí, siempre lo había sido —estuvo de acuerdo—. Pero Español la aplastaba. Tenía que llevar su calificación F a una C o perdería su próxima beca universitaria. Venía a clases de tutoría todos los días durante una hora. La miró fijamente cuando el primer indicio de duda comenzó a aparecer. Hannah había estado ocupada todos los días después de la escuela, pero ella le había dicho que estaba trabajando en la oficina del optometrista donde trabajaba su madre. Más que eso, el tema de la beca universitaria estaba activando alarmas en su cabeza. Hannah estaba lista para irse a la Universidad de Washington en Seattle, con él. Pero después de que ella lo había dejado, había ido a una universidad comunitaria. Siempre había asumido que había sido así para que no estuvieran en la misma universidad. Pero ¿y si eso no hubiera sido así? ¿Qué pasaría si lo que Aubrey estaba diciendo fuera verdad, que Hannah no había subido su nota lo suficiente y había perdido la beca? —No lo entiendo —dijo—. ¿Por qué le dijiste que dormimos juntos? —Me gustaría contarte todo —dijo—, pero la respuesta corta es que estaba celosa. —Celosa. —Sí. —Juntó sus manos y mantuvo los ojos en ellas—. No estoy orgullosa de eso. Lo siento, Ben. ¿Hablaba en serio? ¿Se suponía que un “lo siento” lo arreglaría todo? Se incorporó de golpe y se puso sus pantalones. —Espera —dijo, saltando, también—. Déjame contarte el resto… —Me importa una mierda el resto. —Metió sus pies en los zapatos y se volvió hacia ella—. Solo dime una cosa… ¿por qué ahora? ¿Por qué me dices esto ahora? —Entonces lo golpeó, y soltó una carcajada—. La maldita lista. Necesitas limpiar tu conciencia. Bueno, felicitaciones, Aubrey, lo hiciste. Trabajo bien hecho. —Levantó su camiseta y, sin ponérsela, se dirigió hacia la puerta. Necesitando saber una cosa más, se volvió golpe—. Espera. ¿Por qué te creyó? Aubrey se quedó parada allí ante él, pálida, con los ojos llenos de arrepentimiento y otras cosas que no quería ver, usando su maldita camiseta, luciendo devastada. —Puedo ser muy convincente —dijo en voz baja. —Sí —estuvo de acuerdo, mirando hacia abajo a su cabeza inclinada—. Puedes serlo. —Se estremeció cuando la púa golpeó, y se dijo a sí mismo que no

le importaba—. Entonces, ¿qué fue esto entre nosotros? ¿Enmienda? ¿Me jodiste para compensarme por mentir sobre joderme? —No. No —dijo ella—. Viste mi lista. JODER A BEN no estaba en eso. —Bueno, BEN estaba en eso. No me digas que también te estás tirando al hombre calabaza. —¿No lo entiendes? —gritó—. ¡No planeaba dormir contigo en absoluto! —Levantó las manos—. Y créeme, esto —hizo un gesto hacia la cama—, no era como planeaba enmendarme. —De acuerdo, entonces por curiosidad mórbida, ¿cómo ibas a hacer eso? ¿Cómo me ibas a devolver los dos años que perdí con mi esposa? —¡No sabía! —dijo—. ¡Todavía no lo sé! De repente agotado, se dirigió hacia la puerta. —Me avisas cuando lo descubras.

Cuando él se fue, las piernas de Aubrey cedieron, y se deslizó por la pared. Abrazando sus rodillas, dejó caer su cabeza contra su pecho y luchó contra las lágrimas. Recordaba aquella noche de antaño como si fuera ayer. Había estado en una fiesta a la que no había pertenecido. Había sido para seniors, por lo que había estado recostada cuando vio a Hannah y a una amiga subirse al auto de Hannah para irse. Hablando y riendo, Hannah había salido a la calle sin mirar y causó un accidente. Con los autos aún humeando, y las bocinas y las alarmas sonando, Aubrey había visto con incredulidad que las dos chicas habían cambiado de lugar, arrastrándose una al lado de la otra en el asiento delantero para que Hannah ya no estuviera detrás del volante. Cuando llegó la policía, la amiga de Hannah, la sobria, había salvado a Hannah de tener un arresto por conducir bajo los efectos del alcohol.

Aubrey no podía creerlo. Como la chica que siempre se había metido en problemas por cada pequeña infracción, y alguna que ni siquiera era suya, se había enfurecido. Al día siguiente en la tutoría, Aubrey le había dicho a Hannah que sabía lo que había hecho. Al principio, Hannah había fingido no saber de qué estaba hablando Aubrey, hasta que Aubrey le dijo que ella misma lo había visto. Hannah había palidecido, pero se recuperó rápidamente, diciéndole a Aubrey que nadie lo creería. Su tutor había interrumpido el acalorado intercambio, gritándoles que se callaran y trabajaran. Hannah le había dicho que Aubrey estaba tratando de hacer trampa. Aubrey había conseguido una detención. —¿Lo ves? —había susurrado Hannah—. Nadie te creerá por encima de mí. La chica que viste como la reina del baile cuando no lo es. La chica que necesita tutoría en todas sus clases. La chica que nadie quiere. Incluso tu propio padre eligió a tu hermana sobre ti. Horrorosamente herida por esto, su secreto y humillante botón, la boca de Aubrey se había desconectado de su cerebro, y había dicho: —Ben no se queja de mí cada vez que nos encontramos en el bosque. — Ni cerca de detenerse, su mayor arrepentimiento, ella había continuado—. Y no soy la única con la que él lo está haciendo, así que, obviamente, no está acostándose contigo. Hannah había salido corriendo, ganándose la detención junto a Aubrey. Pero ella había dejado a Ben. Y luego, finalmente, el destino había intervenido y los había vuelto a juntar, aunque Hannah no debió haberle contado a Ben la historia de Aubrey. Pero ahora él la sabía…

Ben no durmió. Cada vez que cerraba los ojos veía la cara de Aubrey cuando se había ido. El arrepentimiento, el miedo y la desdicha en su expresión

lo perseguían, haciéndolo querer deshacerse de su dolor y enojo, y calmar los de ella. Así que dejó de cerrar los ojos porque necesitaba aferrarse al dolor y al enojo. Lo necesitaba mucho, y en cuanto a la razón por lo cual lo necesitaba, bueno, no quería estudiar eso demasiado de cerca. Cuando amaneció, salió a correr. Venció a Sam en llegar al muelle, pero no por mucho. Cuando Sam lo alcanzó, se detuvo y frunció el ceño. —¿Estás bien? Ben gruñó en respuesta y se fue. Sam lo alcanzó pero no hizo otra pregunta. Ben corrió fuerte y rápido, y Sam siguió el ritmo, nunca disminuyendo la velocidad hasta que Ben lo hizo. Justo antes de que regresaran al muelle, Sam habló. —Sabes dónde encontrarme si necesitas algo. Ben se encontró con la mirada de Sam y no vio más que sinceridad. Asintió. —Gracias, hombre, pero estoy bien. En realidad, estaba lo opuesto a bien, y ambos lo sabían, pero Sam dejó pasar la mentira. Ben se saltó la librería. El trabajo que le quedaba por hacer allí era mínimo. Sabía que necesitaba terminar, pero demonios si podía enfrentarla todavía. Así que se fue al trabajo y puso doce horas seguidas en una fuga de agua subterránea en la presa, la que amenazaba las propiedades por debajo del puerto. Esa noche, se arrastró en la cama, agotado, y procedió a mirar su techo durante horas. A la mañana siguiente oyó un educado golpe en la puerta. Lo ignoró. Ignoró el timbre, también. Pero no podía ignorar a quienquiera que sea que se estuviera metiendo en su casa. Se deslizó fuera de su cama, preparado para enfrentar al intruso con las manos descubiertas y en bóxer, pensando que tal vez una pelea a la antigua aflojaría el nudo de dos días en el centro de su pecho. Estaba listo cuando entró en la sala de estar, pero se detuvo en seco al ver a su tía Dee. Ella estaba en su cocina, descargando una bolsa de comestibles. Tenía una caja de huevos en una mano y un galón de jugo de naranja en la otra cuando levantó la vista y lo vio. —Hola, bebé. Había un ramo de flores en su mesa.

—¿Me trajiste flores? —preguntó enojado. —No. Estaban en tu puerta. Solo las traje dentro. Hay una nota —agregó Dee—. Está sellada, o habría echado un vistazo por completo. Aunque puedo adivinar. Ben también podía, pero no quería ir allí. —¿Vas al centro de ancianos hoy? —le preguntó a Dee. —Sí. Es almuerzo de bingo. —Llévate las flores contigo. Ella le dirigió una mirada evaluadora. —De acuerdo. ¿Quisieras ir a vestirte y comer, o preferirías patearme el trasero por entrometerme? —Todavía estoy tratando de decidir. Ella sonrió. —Adelante. Encuentra algo de ropa. Habré terminado aquí cuando vuelvas. —¿Terminado con qué? —preguntó. —Desayuno, tonto. —Desayuno —repitió, aturdido en la estupidez por el dolor de corazón y la falta de sueño. —Sí —le sonrió—. ¿Recuerdas todas esas mañanas que te levantaste al amanecer para venir a hacerme el desayuno después de mi quimio? Bueno, te estoy devolviendo el favor. No quería desayunar. Quería… a Aubrey. La quería saciada y deshecha en su cama, con una de esas sonrisas en su rostro que era solo para él, como si fuera la mejor cosa que ella había visto nunca. Al pensarlo, la emoción lo inundó. Se dijo a sí mismo que todo era enojo, porque ella lo había arruinado. Ella lo había arruinado todo. Pero la verdad era que sentía más tristeza y pesar que enojo. La sonrisa de Dee se desvaneció, apoyó el jugo de naranja y los huevos, y se acercó a él, envolviendo sus brazos alrededor suyo. —¿Una mañana difícil? —preguntó en voz baja. Se encogió de hombros.

Así como él había hecho por ella todas las mañanas en que estaba enferma, agotada, asustada y dolida, ella no hizo muchas preguntas. Aceptaba que algunos días eran una mierda. —Te ves como el infierno —murmuró ella. Dejó escapar una risa baja. —Gracias. —Fue a su habitación a ponerse un par de jeans y luego regresó a la cocina. —Siéntate. —Dee hizo un gesto hacia una silla con su cuchara de madera—. Vas a comer. —No tengo hambre. —¿Te pregunté si tenías hambre? No, no lo hice. —Una vez más señaló la silla y cuando él no se movió, ella lo empujó. —Matona —dijo sin calor, y dejó que la mujer de cinco pies con dos lo empujara hacia la silla. Ella sonrió y le dio una palmadita en el hombro. —Aprendí del mejor, ya sabes. —No era así de malvado —dijo. —Oh, por favor —dijo en una carcajada y dijo en su barítono bajo mientras imitaba lo que le había dicho cada vez que se resistía a él—. Te sentarás allí, te callarás y comerás, Tía Dee, y si no lo haces, te obligaré a bajarlo por la garganta. —No lo dije así —dijo, pero los sorprendió a ambos riéndose. Ella sonrió. —Oh, eso está mejor. Probablemente quieres saber por qué estoy aquí. —Estás aquí porque eres curiosa. —Sí, bueno, eso es. —Vino con un plato cargado y el jugo. Los puso a ambos delante suyo y lo abrazó. —¿Otra vez? —preguntó él. —Abrázame o seguiré. Debido a que se veía tan preocupada, dejó que su jefa lo rodeara. Le devolvió el abrazo, dejándola aferrarse todo el tiempo que quiso, lo que fue aproximadamente un año. —Me estoy poniendo canoso aquí —dijo finalmente. Se echó hacia atrás y lo golpeó en la cabeza. Entonces ahuecó su rostro y lo miró a los ojos.

—Estoy aquí porque tengo la sensación de madre de que algo está mal. ¿Es difícil estar de vuelta aquí? —preguntó en voz baja—. ¿En Lucky Harbor? ¿Con nosotros? ¿Es eso? ¿Te vas a ir de nuevo? —No. Y no es difícil estar de vuelta. Me gusta estar de vuelta —dijo, ya no sorprendido al descubrir que era absolutamente cierto. Puede que haya empezado a salir el verdadero chico de ciudad, pero también había estado perdido, sin personas a las que les importara. Y luego había aterrizado aquí en Lucky Harbor, donde todos se preocupaban. Le gustaba eso; mucho. El lugar le encajaba; siempre lo hizo—. No me iré —prometió. —¿Es Hannah? —susurró—. ¿Los recuerdos de ella? —No —dijo, y cuando ella solo siguió mirándolo, dijo—: La extraño. Siempre la extrañaré. Pero no es ella. —Entonces es Aubrey —dijo Dee—. Maldita sea. Te dije que esa iba a ser un problema. —No quiero hablar de ello. Dee hizo una pausa, todavía cerniéndose. —¿Puedo solo decir una cosa? —¿Podría un tren de carga detenerte? Sonrió y ahuecó su rostro una vez más. —Fue encantador verte salir otra vez. Espero que lo que haya sucedido entre ustedes dos no cambie eso. Le dirigió una mirada. —Estás pescando. —Sí. —Hizo una pausa, y cuando él no llenó el silencio, ella suspiró de buen humor—. Te amo, cariño. Lo sabes, ¿verdad? —Lo sé. Nunca lo he dudado. Sus ojos parecían un poco húmedos cuando lo miró de nuevo, pero asintió con firmeza. —Lo superarás. Tenía razón en eso; él saldría de esto. No veía mucha opción. La vida era así de graciosa. Cuando el lanzaba una bola curva, a veces lo golpeaba entre los ojos y, a veces, lo golpeaba en el estómago, pero él siempre volvía a batear.

Esa tarde, Ben estaba parado con los ojos nublados frente a la pandilla del Rincón de Arte. Les estaba enseñando a los niños cómo hacer la cometa que había aprendido de algunos niños en Haití, cuando lo que realmente quería hacer era algo mucho más físico. Como surf nocturno. Se sentía más que un poco fuera de control, pero sabía que necesitaba mantenerlo unido, porque todavía tenía que volver al trabajo después de esto. Podría haber jurado que estaba manteniendo el mal humor lejos de los niños, pero como si lo hubiera proyectado allá afuera, se desató una pelea por un rollo de hilo entre Rosa y una niña pequeña y ruda llamada Dani. —Oigan —dijo, caminando e irrumpiendo—. Cálmense. Hay suficiente hilo para dar la vuelta. —Eso no es de lo que se trata —dijo Rosa, todavía mirando a Dani—. Ella está siendo mala. —No lo soy —dijo Dani. —Ambas déjenlo —dijo Ben. Pero las chicas siguieron mirándose fijamente, ninguna de las dos hablando. Jesús, pensó Ben. Las chicas realmente eran extraterrestres. —Cometas —dijo Ben—. Hagan sus cometas. Ninguna retrocedió hasta que Ben le dio un empujoncito a cada una. Tres minutos después, la pelea había vuelto. —Está bien —dijo Ben—. Eso es todo. Tienen dos segundos para decirme lo que está pasando, o hemos terminado aquí. —Miró hacia abajo ante el insistente tirón en el dobladillo de su camisa y encontró a Kendra mirándolo, con los ojos llenos de ansiedad. —No vas a renunciar, ¿verdad? —preguntó en voz baja.

Ah, mierda. La culpa lo invadió, y se agachó para mirar a los ojos a la niña que no había hablado una sola vez en todo este tiempo, hasta ahora. Al parecer, sus problemas de abandono superaron sus ansiedades sociales. —No voy a ninguna parte —prometió Ben—. Todos iremos. —Tomó la mano de Kendra en la suya y se elevó a su altura máxima, mirando a toda la clase—. Consigan sus martillos. Ben le había pedido a Sam consejos sobre qué hacer con los niños. Sam construía barcos a mano y conocía las herramientas. Según su sugerencia, Ben había pedido y comprado treinta y cinco pequeños martillos en la ferretería, junto con delantales de trabajo y algunas otras herramientas para los niños. Imaginaba que saldrían a las vías del ferrocarril que rodeaban el patio y golpearían la mierda fuera de la madera hasta que se liberaran las agresiones. Siempre había funcionado para él. —Viaje de campo —dijo. Llegaron a la mitad del pasillo antes de que la Maestra Srta. Tensa sacara la cabeza de la oficina. —¿A dónde van? —Viaje de campo —gritaron los niños con entusiasmo. La maestra negó con la cabeza. —No tienen permiso. —No saldremos del patio —dijo Ben. Todos los niños suspiraron decepcionados. La maestra no parecía aliviada. —¿Por qué todos llevan martillos? —Manejo de la ira —dijo Ben. La Maestra Señorita Tensa estaba sacudiendo la cabeza antes de que él terminara de hablar. —No. Se preguntó si ella practicaba decir no a todo, o si le salía tan naturalmente como su expresión pellizcada. —Si todos ustedes necesitan un tiempo fuera —dijo—, hay una canasta de pelotas en el patio. Bien. Ben llevó a los niños al patio, marchándolos hacia el extremo más alejado.

—De acuerdo —dijo, alineándolos—. Nueva lección. Control de la ira. —¿Qué es eso? —preguntaron varios niños. —Es cuando expulsas tu energía negativa acumulada a través del esfuerzo físico —dijo. Todos parpadearon en confusión colectiva. —¿Ya saben cómo a veces solo quieres golpear a alguien? —les preguntó. —¿Quieres decir como cuando alguien dice una mentira sobre ti? — preguntó Rosa, mirando a Dani. —¿O cuando te roban el hilo para tu cometa? —preguntó Dani, mirando a Rosa. —Sí —dijo Ben, caminando entre ellas—. Así. Pero no vamos a golpear a nadie. En vez de eso vamos a golpear algo. Algo que no te meterá en problemas. En este caso, la cerca. —Puso una pelota frente a cada niño, separándolos lo suficiente para que nadie pudiera nivelar a nadie más, accidentalmente o de otra manera. Se dirigió a un lugar vacío con su propia pelota—. Vamos —dijo. Todos patearon sus pelotas hacia la cerca, lo que hizo un sonido muy satisfactorio cuando fue golpeada. Las pelotas salieron volando, y los niños corrieron tras ellas. Se alinearon de nuevo. Y otra vez. Diez minutos más tarde, todos y cada uno de ellos jadeaba por el esfuerzo y… sonreía. A excepción de Ben. Condujo a Rosa y a Kendra a casa y finalmente encontró algo que lo hizo sonreír. Dan estaba sentado en los escalones de la casa, esperando a sus hijas.

Capítulo 26

A

ubrey no había tenido muchos días de mierda últimamente, no desde que Ben había entrado en su vida. Pero los últimos días habían sido terribles. Era horroroso, desmoralizador, devastador darse cuenta de lo mal que lo había arruinado. Más temprano, había abierto la librería decidida a mantener la cabeza en alto. Lo hecho, hecho estaba. Había tenido las mejores intenciones cuando le había confesado su falta a Ben, y aunque todavía tenía que hacerlo entender eso de alguna manera, también tenía que continuar. Tenía mucho que esperar, se recordó. Por un lado, su tienda estaba haciéndolo bien. Y, por otra parte, su fiesta de inauguración estaba a solo cuatro días. Lo haría aún mejor después de eso, o eso esperaba. La campana de la puerta sonó y sus primeros clientes del día entraron. Lucille y… oh, mierda… la señora Cappernackle, la bibliotecaria jubilada. La señora Cappernackle le dirigió a Aubrey una mirada indescifrable por su larga nariz. —Lucille me informa que viniste a mi casa hace algún tiempo. —Sí —dijo Aubrey—. Lo hice. —Hizo una pausa—. ¿No se acuerda? —He tenido algunos problemas de salud —dijo, todavía presumida—. Afecta mi memoria a corto plazo. Detrás de ella, Lucille giró su dedo junto a su oreja derecha, haciendo el gesto de “loca”. La señora Cappernackle no captó esto, afortunadamente. —Sin embargo, mi memoria a largo plazo —continuó, con los ojos filosos y en Aubrey—, permanece perfectamente intacta. Estupendo. Sin atreverse a encontrarse con la mirada de Lucille, Aubrey se inclinó hacia el gabinete debajo de la caja registradora y sacó el libro que había estado guardando para devolvérselo a la bibliotecaria jubilada. Los ojos de la señora Cappernackle se estrecharon. —Así que tú lo tenías. Aubrey no se molestó en suspirar cuando se lo entregó. —No es exactamente la misma copia. Le compré uno nuevo.

La señora Cappernackle abrió el libro y miró un cheque atascado en la primera página. —¿Qué es esto? —Las tasas de la biblioteca vencidas —dijo Aubrey, esperando que fuera suficiente. Lucille echó un vistazo por encima del hombro de la señora Cappernackle, miró el cheque y sonrió. —Oh, qué dulce. ¿No es tan dulce, Martha? —le preguntó a la señora Cappernackle. —Hmm —dijo la señora Cappernackle—. Me gusta cuando una persona es responsable de sus errores. —Estrechó su mirada en Aubrey—. Pero todavía quiero que te quedes fuera de mi biblioteca. Detrás de ella, Lucille hizo el gesto de “loca” de nuevo y luego asintió, indicándole a Aubrey que simplemente debería estar de acuerdo. —Hecho —prometió Aubrey. La señora Cappernackle asintió. —Esperaré en el auto, Lucille. Estoy cansada ahora. —Estaré allí enseguida —le aseguró Lucille con una suave palmadita, y cuando la puerta se cerró detrás de la señora Cappernackle, se encontró con la mirada de Aubrey—. Gracias. —Tengo la sensación de que yo debería estar agradeciéndote —dijo Aubrey. —Ni pienses en eso. —Se inclinó, con los ojos inusualmente solemnes—. ¿Cómo lo llevas? —¿Yo? —preguntó Aubrey—. Estoy bien. —No tenía idea de a qué se refería exactamente Lucille, pero era mejor estar “bien” sin importar qué. Además, no había manera de que el mundo pudiera saber sobre ella y Ben todavía, o al menos esperaba que no—. Uh… ¿por qué lo preguntas? Lucille la miró por un largo momento. —No pude evitar notar que no tienes el libro de Ted Marshall aquí en ninguna parte. —No. —Demonios, no. Lucille asintió.

—Sabia elección. Pero no puedes mantenerlo escondido para siempre, cariño. Mucha gente en la ciudad tiene lectores electrónicos ahora, ya sabes. Están descargando su libro a pesar de todo. —Mi propósito no era evitar que las personas lo leyeran —dijo Aubrey—. Simplemente no quería venderlo aquí. Me niego a ayudarlo a ganar un solo centavo. Lucille asintió. —Entiendo eso. Así que espero que entiendas que mi club de lectura lo leyó. —Aubrey se estremeció—. No te lo dijimos ni ordenamos el libro a través de tu tienda, porque no queríamos herir tus sentimientos. Pero al igual que con Fifty Shades, éramos morbosamente curiosas. —Lo entiendo —dijo Aubrey—. No tienes que disculparte. —Bueno, de alguna manera lo hago. —Lucille se encontró con su mirada— . Fue idea mía, ya ves, y me siento muy mal por eso. Porque todos leímos el libro, las veintidós, y ahora estamos hablando de ello. —Hizo una pausa como si esperara una reacción específica de Aubrey. Pero Aubrey no tenía idea de lo que se suponía que fuera esa reacción. —Bueno, eso es bueno, ¿no? —No lo creo, no —dijo Lucille—. Conoces Lucky Harbor. Esas veintidós personas se lo dirán a veintidós personas, y demás. —Se encogió de hombros— . La gente ama un escándalo. Sin embargo, no lo puse en Facebook. Quiero que sepas eso. —Está bien —dijo Aubrey, aún más confundida ahora—. ¿Qué me estoy perdiendo, Lucille? Lucille se detuvo, mirándola fijamente. —Cariño, ¿lo has leído? —Solo el primer capítulo. Lucille consideró eso mientras movía sus dentaduras inferiores alrededor de algo. —Oh, querida. —Estás empezando a asustarme, Lucille. Lucille suspiró. —Él te reveló. —Él… me reveló —repitió Aubrey—. ¿Qué quieres decir? Pensé que todos ya sabían que yo era una perra. Eso no puede ser noticia para nadie.

—No es solo eso. Él publicó una foto tuya, una de las imágenes menos reveladoras en las que posaste, en el gran esquema de las cosas, pero aun así. Es bastante reveladora. —Una foto. De mí —repitió Aubrey, consciente de que empezaba a sonar como un disco roto. —Esa en la que estabas en el… —enganchó los dedos para indicar las comillas—, disfraz de gatita sexy. Oh, Dios. Esas fotos. Se tambaleó hacia una de las grandes y acogedoras sillas y se dejó caer en ella, con la boca abierta y el corazón acelerado. Mierda. Mierda. Creyó que las cosas no podían empeorar, pero esto era peor. Una parte de su pasado que había esperado nunca volver a visitar estaba de vuelta, mordiéndole el culo. Debería haber estado acostumbrada a ello. Después de todo, solo había pasado un mes enfrentando a su pasado en la cara, y había sido lo más difícil que había hecho. Pero había estado arreglando su pasado mientras se concentraba en su futuro, y ese futuro acababa de detenerse. Las fotos a las que se refería Lucille se habían tomado cuando tenía diecinueve años, durante su corta carrera como “modelo”. Había usado el dinero para pagar su matrícula universitaria. Había sido eso o abandonar la universidad, y nunca había sido una desertora. No iba a disculparse por eso. Pero eso no significaba que quisiera que las imágenes de todos esos años atrás aparecieran ahora. O nunca. —Voy a tener que matarlo —murmuró ella. —O —dijo Lucille—, podrías golpearlo donde le duele. —Golpearlo en las bolas podría hacer que me arresten —dijo Aubrey—. Y estoy tratando de limpiar mi karma, no empeorarlo. Lucille sonrió. —Me refiero a su billetera, cariño. Demándalo. No, no podía. Las imágenes estaban en internet si alguien sabía dónde mirar, y como Aubrey no había conservado los derechos de autor, dudaba que tuviera una pierna en la que apoyarse. —Ahora, fíjate —continuó Lucille—, la imagen que usó no es nada de qué avergonzarse. Tienes una figura encantadora, Aubrey. Pero el enlace a las demás… —¿Publicó la dirección del sitio web? —¿Por qué, oh, por qué no había leído todo su libro?

Porque él era limo, por eso. —Lo hizo —dijo Lucille—. Y para ser honesta, algunas de esas fotos… bueno, no son tan… tan de buen gusto como la de su libro. Sí. No recordaba que una sola en el grupo fuera… de buen gusto. Lucille captó la expresión de Aubrey y frunció el ceño con preocupación. —Realmente no lo sabías. Sacudió su cabeza. —No. La mujer mayor suspiró. —Lo siento. Honestamente, esas fotos, no me molesta ninguna. Soy una mujer moderna, ya ves. Pero hay algunas personas en la ciudad que no son tan liberales como yo. Podrían ver esto como… bueno… —Porno —dijo Aubrey rotundamente. —Bueno, solo si no han leído Fifty Shades —dijo Lucille amablemente. Buen Dios. Esto era malo. Muy malo. Mientras estaba sentada allí imaginando la desaparición de su reputación, sonó el timbre de la puerta de la tienda. Levantó la vista a tiempo para ver a su padre entrar a la tienda con un elegante traje, con el auricular Bluetooth en su oreja. Claramente estaba en modo trabajo. Aubrey no podía imaginar lo que lo había traído aquí hasta que su mirada fría se encontró con la de ella. Y entonces lo supo. Las fotos. De la sartén al fuego… —Si me disculpas, Lucille —murmuró. —Ningún problema, querida. —Aubrey —dijo su padre cuando se levantó sobre sus piernas temblorosas y se acercó a él. —Mucho tiempo sin verte —dijo a la ligera—. Te perdiste las últimas cenas familiares. No aceptó la pequeña charla. —Posaste desnuda en internet. Se tomó un momento para intentar respirar profundamente para calmarse. Intentar siendo la palabra clave. —Fue hace mucho tiempo —dijo finalmente.

—¿Entonces estás diciendo que hay un estatuto de limitaciones para las decisiones estúpidas? —preguntó. Ay. —No —dijo con cuidado—. No lo hay. Por supuesto que no. Pero en ese momento… —En el momento en que estabas en la universidad. ¿Qué clase de estudiante universitario serio posa para fotos inmorales…? —Fue un trabajo de modelaje legítimo, papá. —¿Legítimo? Por favor. —La miró fijamente—. Estoy muy decepcionado de ti. —Me pagué el camino a través de la universidad con esas fotos —dijo, vibrando de frustración, angustia y ahora enojo. Y en realidad, el enojo se sentía bien; muy bien—. Estabas un poco ocupado en ese momento con la nueva familia, pero pagué a mi camino, sin pedirte un centavo. Así que lo siento si no resultó de la manera que tú querías, pero ¿sabes qué, papá? Tú tampoco saliste como yo quería. Así que considéranos a mano.

Ben trabajó hasta tarde. No llegó a casa hasta las siete. Luke y Jack le habían enviado mensajes de texto aproximadamente un millón de veces, exigiendo su presencia para la cena. Claramente habían sentido un temblor en la fuerza, y ahora querían volverlo loco. También se había salteado las llamadas, queriendo saber dónde demonios estaba. Ignorando todo, abrió su nevera. Vacía. Maldita sea. Pensando que bien podría enfrentar la música más temprano que tarde, condujo hasta el Love Shack y se dejó caer en una silla en la mesa de Luke y Jack. —¿Llamaron? —preguntó secamente. Luke miró a Jack.

—¿Yo? —le preguntó Jack a Luke—. Pensé que habíamos acordado que tú lo harías. Luke sacudió la cabeza y señaló a Jack. Jack suspiró y sacó su teléfono. —Olvídalo —dijo Ben—. No quiero ver Facebook. Tampoco quiero saber cómo demonios Lucille ya descubrió que Aubrey y yo terminamos. —Uh… —dijo Luke, y miró a Jack. —¿Tú y Aubrey terminaron? —le preguntó Jack a Ben. —¿No estaban llamando por la ruptura? Luke sacudió su cabeza. Jack intentó retirar su teléfono, pero Ben lo agarró, y luego se quedó inmóvil como una piedra. La imagen en la pantalla era de una mujer con un disfraz de gatita muy pequeño, lo cual no era el problema. El problema era que la mujer era más caliente que caliente. Y era Aubrey. Era claramente más joven, tal vez incluso no mayor de edad, posando sobre sus rodillas, con una mano acurrucada como un gato con sus garras hacia afuera, y la otra sosteniendo un látigo. Llevaba orejas de gato y su “cola” estaba curvada alrededor de su cuerpo de un millón de dólares, que estaba encerrado en un ajustado corpiño de cuero, diminutos shorts de cuero y tacones aguja. —Es de un sitio web de disfraces para adultos —dijo Jack—. Un sitio web de disfraces clasificado como X. Como puedo decir, hay un puñado de modelos diferentes, tal vez cinco en total, que modelan cerca de cien trajes diferentes que puedes pedir para entrega a domicilio, sin las chicas, por supuesto. Luke resopló. —¿Muy minucioso? —Me gusta hacer mi investigación, especialmente cuando se trata de mujeres casi desnudas. —Esa es mi mujer —dijo Ben, y tanto Luke como Jack levantaron las cejas. —Creí que rompieron —dijo Luke a la ligera. Ben los ignoró y hojeó el sitio, conteniendo la respiración porque Jack le había mostrado el traje con la clasificación que sugería la guía de los padres del grupo. Encontró a la misma Aubrey más joven como “enfermera cachonda”, una

“criada francesa cachonda”, una “conejita cachonda”, y una “policía cachonda”. Cristo. Cerró la ventana del navegador y le devolvió el teléfono. —¿Cómo diablos encontraste esto? —Lucille vino a mí con eso —dijo Luke—. Aparentemente estaba en el libro de Ted Marshall, el que nadie en la ciudad leyó hasta que los adultos mayores lo consiguieron para su club de lectura. —¿Por qué Lucille fue a ti? Luke sonrió. —Quería que arrestara a Ted por ser un “imbécil sin coraje”. Está preocupada por Aubrey porque ya está circulando. Alguien escribió en Twitter y otra persona publicó algunas de las fotos en Instagram, y ella no quiere que esto afecte la gran inauguración de Aubrey el sábado. Ben se puso de pie. —¿A dónde vas? —preguntó Jack. —A asegurarme que ella está bien. —¿No acabas de decir que terminaron? —preguntó Jack. —También dijo que era su mujer —dijo Luke, estudiando el rostro de Ben—. Y hablando de eso, tal vez deberíamos escuchar esa historia. —Tal vez no deberíamos —dijo Ben, y comenzó a alejarse. —Oye —dijo Jack, logrando bloquear su camino—. ¿Cómo es que cuando estoy jodido, estás en mi cara al respecto, pero cuando estás jodido, puedes estar solo? —No estoy jodido —dijo Ben con firmeza. —Te ves bastante jodido —dijo Jack—. Estoy con Luke. Escuchemos la historia. ¿O debería adivinar? Decidiste que eras muy feliz. —¿Qué se supone que significa eso? —preguntó Ben, su voz muy tranquila. Era la voz que usualmente enviaba a los hombres corriendo. Pero Jack solo lo miró, sin correr a ningún lado. De hecho, fue cara a cara con Ben y lo miró directamente a los ojos. —Significa —dijo Jack—, que desde que perdiste a Hannah, es como si no pensaras que tienes derecho a ser feliz. Está muerta y enterrada, y tú también crees que debes estarlo. De eso se trató el huir por los últimos cinco años. —Se trataba de ayudar a la gente —dijo Ben—. Puede que reconozcas el concepto, ya que lo has estado haciendo todos estos años como bombero.

—Mentira. Fue huir, Ben —puntualizó Jack con un pequeño empujón—. Te di los cinco años, pero es hora de mejorar. Es hora de dejarte tener una vida. — Un empujón más grande ahora—. Está bien hacer eso; no hay nada de lo que sentirse culpable. Ben negó con la cabeza. —Entiendo por qué crees que podría sentirme culpable, y me sentí culpable por un maldito tiempo. Pero he seguido adelante. La mirada de Jack decía que pensaba lo contrario y que Ben era un imbécil. —¿Ustedes dos van a necesitar un árbitro? —preguntó Luke, todavía tendido, todo relajado en su silla—. Porque si tengo que arrestarlos, Dee me matará. A Jack no parecía importarle, y Ben dejó escapar un suspiro. —Esto no tiene nada que ver con mi felicidad —dijo—. Aubrey me mintió. Así que se acabó, fin de la historia. —¿Cuál fue la mentira? —preguntó Jack. —¿Qué tiene eso que ver con algo? —preguntó Ben. —Mucho —dijo Jack—. Si mintió y dijo: “Oh, nene, eso fue muy bueno”, cuando solo fue bueno, esa no es exactamente una mentira de ruptura. —Fue una omisión —especificó Ben. —¿Como la omisión de Olvidé-decirte-que-odio-la-pizza? —preguntó Jack—. ¿O como la omisión del tipo Realmente-soy-un-hombre-en-ropa-dechica? Ben consideró quitar la sonrisa de la cara de Jack con su puño. Pero luego Luke se enojaría y llamaría a Sawyer, el sheriff, para hacer un punto. Además, era probable que incluso Luke recién salido de servicio estuviera armado. —Fue una omisión, ¿de acuerdo? —le dijo a Jack—. Déjalo pasar. —Bueno, lo haría —respondió Jack—. Excepto que soy malo en eso. Luke sacó su teléfono y comenzó a hojear sus contactos. Ben se derrumbó. No porque le temiera a Sawyer, sino porque no tenía tiempo de ser arrestado esta noche. —Aubrey le dijo a Hannah que habíamos dormido juntos —dijo—. Es por eso que Hannah me dejó. Aubrey le mintió y me costó dos años con Hannah. Dos años que Hannah merecía… a Ben le importaba una mierda sobre sí mismo. Pero Hannah. Estaba muerta y se había ido, y no tenía voz. Eso casi lo mataba, también.

Jack, mirando a Ben, dejó caer la nota burlona en su voz. —Bueno, infiernos. —Sí. —Espera —dijo Jack, poniendo su mano en el hombro de Ben cuando se giraba para irse—. Espera. ¿Me estás diciendo que Hannah le creyó? ¿Y que ella nunca te lo mencionó? ¿Jamás? —¿Y? —¿Y? —dijo Jack—. ¿No te preguntas por qué? ¿O echarle la culpa a ella? —Está muerta —dijo Ben rotundamente. —Sí —dijo Jack—. Y eso apesta. Apesta mal. Pero piensa en esto, Ben. Así que Aubrey era una perra en la escuela secundaria. Nosotros éramos imbéciles. Para el caso, Hannah tampoco era un ángel. Lo que sea. Es historia antigua. No dejes que eso sea una excusa para… —Si dices no ser feliz, juro por Dios que… —No ser feliz —dijo Jack, con el desafío en sus ojos. Era una flecha al pecho, porque era la verdad fría y dura. Había hecho exactamente lo que Jack había dicho, y planeaba continuar, muchas gracias. —De acuerdo. —Luke se puso de pie—. Miren, debería golpear sus cabezas duras hasta la próxima semana, pero prefiero ir a casa y estar con Ali. —Dile que está siendo estúpido, Luke —dijo Jack, sin apartar los ojos de Ben—. Tal vez escuche la voz de la razón. —No le voy a decir nada —dijo Luke, y también se encontró con la mirada de Ben—. Porque él ya sabe que está siendo estúpido. Ben sacudió su cabeza y salió del bar, con las preguntas flotando en su cabeza. ¿Por qué lo había hecho Aubrey? ¿Por qué le había mentido a Hannah? E incluso más que eso, ¿por qué le había creído Hannah? ¿Por qué Hannah compraría la historia de que la había engañado tan fácilmente? Porque ella tenía dieciocho años. Era joven y tonta, como él. Por supuesto que lo habría creído. Esto era Lucky Harbor, donde el chisme era el evangelio. Y luego estaba la verdad básica: había disfrutado plena y libremente de la libertad que la separación de dos años le había otorgado. Tendría que vivir con eso. Condujo durante unos buenos treinta minutos antes de terminar estacionándose en el callejón detrás de la librería.

—Estás tan jodido —murmuró para sí mismo, y subió las escaleras hasta la casa de Aubrey. Solo estaba aquí para asegurarse de que ella supiera acerca de las fotos. Puede que no la haya perdonado, pero no quería que estuviera ciega. Eso era todo. Miró hacia la puerta de Aubrey durante un largo momento antes de llamar.

Capítulo 27

A

ubrey le abrió su puerta a Ben y sintió que la conmoción resonaba a través de ella. Quería, desesperadamente, hablar con él, tener la oportunidad de explicárselo. Quedaba mucho por decir, como lo mal que se había sentido todos estos años, y cómo nunca había querido que entablaran una relación sin decirle la verdad, que eso simplemente sucedió… Dios, realmente había sucedido. Se había enamorado de él, mal. Y ella lo había arruinado, igual de mal. Él no había llamado ni estado en la tienda. Pero ahora estaba aquí parado en el umbral de su puerta, vestido con jeans, botas de trabajo desgastadas, un henley gris y una chaqueta abierta, con la capucha levantada contra la lluvia. Dado que solo podía ver una parte de su cara, y que la parte que podía ver era una mandíbula sin afeitar, no debería haberse sentido débil en las rodillas, pero lo hizo. Ella casi se arrojó hacia él con alivio, pero antes de que pudiera moverse, él dijo: —¿Sabes de las fotos? Parpadeó y comenzó a darse cuenta de que esta visita podría no ser lo que ella esperaba. —¿Sabes de ellas? Un músculo palpitó en su mandíbula. —Sí. Oh, Dios. —¿Leíste el libro de Ted? —No. Pero oí hablar de ellas y… —¿Escuchaste sobre ellas, o las viste? —preguntó duramente. —Las vi. Maldición. Respiró temblorosamente y trató de averiguar cuál podía ser el lado positivo, pero en realidad, no había ninguno. —¿Crees que mucha gente en la ciudad lo sabe? —cerró sus ojos—. No importa. Esto es Lucky Harbor, ¿no? Todo el mundo lo sabe para ahora. Ni siquiera puedo imaginar lo que piensan.

—Creen que eres caliente como el infierno, eso es lo que piensan —dijo— . Al menos los machos de sangre roja lo hacen. —Las fotos son viejas —dijo—. De casi una década atrás. Y en algunas de ellas estoy con una máscara. Tal vez la gente no me reconozca… —Sus palabras se desvanecieron ante la mirada en su rostro. —Eres bastante reconocible, solecito. —Era joven —dijo en voz baja—. Y fue un buen trabajo en cuanto a modelar. No tuve que acostarme con el fotógrafo, y gané suficiente dinero para pagar la universidad. —Aubrey —dijo, y dejó escapar un largo suspiro—. No te estoy juzgando. En absoluto. No tienes de qué avergonzarte. Nada —repitió él, con voz de acero, haciendo que sus ojos picaran—. Solo quería asegurarme de que sabías que estaban fuera para que no te sorprendieran. Él estaba aquí porque se preocupaba por ella, y decidió tomar eso como su lado positivo. Dio un paso atrás para dejarlo entrar, pero él también estaba retrocediendo, alejándose de ella. —¿No… no vas a entrar? —preguntó, odiando la vulnerabilidad desnuda en su voz. Él no se quitó la capucha, por lo que realmente no podía ver su expresión, pero esa noche tenía un filo definido; y una sensación de agotamiento que le rompía el corazón. —No —dijo—. No voy a entrar. Absorbió el dolor, solo un dolor más en un montón de heridas. Le dio un breve y apenas perceptible asentimiento y comenzó a irse. —Ben, lo siento mucho. Yo… —Yo también lo siento. Lo miró fijamente, con la garganta ardiendo. —¿Por qué viniste? —susurró. —Te lo dije. Para asegurarme de que lo sabías. —¿Por qué? —presionó. Todavía estuvo en silencio un momento, mirándola fijamente. —Era lo correcto —dijo finalmente. Una flecha a su corazón. Su estómago. Su alma. Porque la implicación era, por supuesto, que ella no sabría lo correcto si le mordía el culo. —¿Necesitas algo? —preguntó él.

Casi se echó a reír, pero habría sido una media histérica. Y en cualquier caso, tenía mucho más orgullo que sentido en este punto, así que levantó la barbilla, lo miró a los ojos y negó con la cabeza. —Estoy bien. —Siempre estaba bien. Hizo una pausa, así que ella añadió una sonrisa para demostrarlo. Demonios si le permitiría verla sudar. Si no la quería, ella no rogaría. Oh, diablos. Quería rogar. Mal. Pero después de una última mirada, se dio la vuelta y se alejó. Y ella lo dejó.

Aubrey había pensado que estaba en el fondo del pozo cuando lo había arruinado con Ben. Se había subestimado a sí misma. El día siguiente fue un día dolorosamente lento en la tienda. Mañana era la fiesta de inauguración, y estaba empezando a pensar que también podría ser su gran cierre. Enfadada, cerró por el día y luego dejó caer su frente contra la puerta. Maldición. —No voy a llorar. —De acuerdo, pero por si acaso, tenemos refuerzos. Aubrey se giró y se enfrentó a Ali y Leah, que habían venido por la parte de atrás. Ali sostenía una botella de whisky y tres grandes vasos rojos de plástico. Leah sostenía una bandeja de golosinas. —Las sobras de la cocción de hoy —dijo—. Y confía en mí cuando digo que no necesitas nada más cuando tienes estas cosas; ni siquiera a un hombre. —Eso es bueno —dijo Aubrey, y se secó las mejillas—. Porque no necesito a un hombre. Ali dejó los vasos y les sirvió una dosis muy liberal de whisky.

—Un brindis —dijo ella, esperando que Aubrey y Leah recogieran sus vasos—. Por nosotros —dijo—. Y por Aubrey. —Brindó por Aubrey—. Porque te ves jodidamente caliente en esas fotos. —Sí —dijo Leah—. Llegará un día en el que anhelarás verte así de nuevo. —Hizo una pausa—. Y para que conste, nunca me he visto de esa manera. Perra. Aubrey sintió que se reía por primera vez en dos días. Todas bebieron, y Ali volvió a llenar sus vasos. Leah pidió una pizza. La devoraron y luego asaltaron las golosinas de Leah para el postre. —Odio a los hombres —dijo Aubrey mucho más tarde, de la nada, y bebieron por eso, también. —No puedo decir exactamente que odio a los hombres —dijo Ali—. Porque duermo con uno de los mejores hombres que hay. Pero reconozco que tienes derecho a odiar a los hombres. —Hipó y luego se detuvo—. Espera. ¿Por qué odias a los hombres otra vez? —Porque Ben rompió con ella —le recordó Leah. Aubrey asintió. La habitación se estaba poniendo un poco tambaleante. Habían tenido tres tragos dobles cada una, y el alcohol había ido directamente a su cabeza con un poder exponencial. —Tuvo una buena razón —dijo ella—. Le hice daño. —Esa es una razón de mierda —dijo Leah—. Lo quiero, realmente lo hago, pero él es una nenita de mierda. Ali resopló escocés por la nariz. —¡Maldición! Aubrey miró a Leah. —¿Eso crees? —Lo sé —dijo Leah, tal vez arrastrando las palabras un poco—. También ha cometido errores, ya sabes. Muchos de ellos. Él debería perdonar el tuyo. —Sí, pero fue un gran error —admitió Aubrey—. Y cuando se trata de eso, lo hice a propósito, así que en realidad, técnicamente, no creo que incluso califique como un error. —Oye, el amor trasciende todo. Fue el turno de Aubrey de inhalar el whisky y soltarlo por la nariz. —Gah —logró decir, su garganta ardiendo. Ali la estaba golpeando en la espalda. Logró recobrar el aliento, pero Ali continuó golpeándola hasta que, con una risa débil, Aubrey levantó las manos.

—Estoy bien. Pero no fue amor. Ali y Leah la miraron, luego se miraron, y luego se echaron a reír. —Está bien —admitió Aubrey—. Así que lo amo. Maldición. Pero él no me ama. —Lo hace —dijo Leah, rellenando su bebida—. Solo necesitas luchar por él. Aubrey la miró fijamente. —¿Qué? —Eres una luchadora, Aubrey. Y no me refiero a esto… —Leah levantó sus propios puños y casi se golpeó a sí misma—. Quiero decir que no eres alguien que se da por vencida. Vas tras lo que quieres. Sí, la cagaste, ¿pero sabes qué? Él también lo hizo. No te dejó hablar sobre eso ni tratar de resolverlo. Solo se encerró a sí mismo. —Por lo tanto, el nombre de nenita de mierda —dijo Ali, e hipó de nuevo. —Sí —dijo Leah—. Porque usó lo que sucedió como una excusa para huir de lo que ustedes dos tenían. Aubrey la miró fijamente. Esto era cierto. Tan cierto… ¿por qué no quería escuchar todo? ¿Por qué no había querido entender? Y lo más importante, ¿por qué había estado tan dispuesto a alejarse de ella? Pensar en la última pregunta hizo que le doliera el estómago, pero más que eso, la puso realmente enojada. —Sí —dijo Leah, viendo la mirada en la cara de Aubrey—. De eso estoy hablando. Espera, tengo una idea. —Oh, muchacho —dijo Ali—. Esas suelen involucrar a la policía. —Cállate —dijo Leah. Sacó su teléfono, marcó un número y lo puso en altavoz. —Oye, nena —dijo Jack, con una sonrisa en su voz mientras llenaba la habitación—. ¿Más sexo telefónico ya? Porque creo que me agotaste en tu último descanso… —No —dijo Leah rápidamente, con la cara roja, mientras levantaba el teléfono cerca de su boca—. Y no estoy sola. Caray, tengo a Ali y a Aubrey aquí. —Hola, señoras —dijo suavemente—. ¿Qué están haciendo todas ustedes? —Bebiendo —dijo Ali alegremente—. Estamos compadeciendo sobre la raza que lleva el pene es demasiado lenta en la aceptación. Por supuesto, la compañía actual y su mejor amigo están exentos. —Por supuesto —dijo Jack—. Y Ben, también, ¿verdad?

Aubrey gruñó, y Jack rio suavemente. —Sí, tienes razón. Nuestro Ben es un poco lento en la aceptación, ¿no es así? —Sí, muy lento —dijo Leah antes de que Aubrey pudiera hablar por sí misma—. Y sobre eso… —¡Espera! —interrumpió Ali—. Quiero escuchar más sobre este sexo telefónico durante las horas de oficina. Estoy en shock. Sorprendida, te lo digo. Leah agitó una mano. —¡Shh! —hacia ella—. Cariño —le dijo a Jack—. Necesitamos un pequeño favor. —Cualquier cosa —dijo. —Necesitamos un paseo. ¿Puedes venir a buscarnos? La puerta trasera se abrió, y él entró, con el teléfono pegado a su oreja. Sonrió mientras caminaba detrás de Leah, hundió sus dedos en su cabello, y se inclinó sobre ella para darle un beso caliente. Ali suspiró ante la vista. —Nunca te llevaremos a Ben ahora —le dijo a Aubrey—. Pueden seguir así para siempre. Nunca se quedan sin aire. Era cierto, al parecer, porque seguían besándose. —¿Ves? —dijo Ali, y luego se abrió camino entre la pareja besándose. Jack levantó la cabeza y sonrió a los ojos aturdidos de Leah. —Tus deseos son ordenes, nena. Leah le sonrió dopada. —Guau. Ali suspiró. —Maldita sea, ahora extraño a Luke. —¿No lo viste en el almuerzo? —le preguntó Aubrey. —Eso fue hace horas. Jack sonrió. —Señoritas, están todas un poco aturdidas. ¿Dónde tienen que ir? —Ben. —Leah señaló a Aubrey—. Ella necesita decirle algo muy importante.

Aubrey asintió con gravedad. —Muy importante. La sonrisa de Jack se ensanchó. —Esto va a ser divertido. Aubrey entendía el sentimiento desde su punto de vista. Después de todo, no hacía tanto tiempo que Ben y Aubrey le habían entregado a Jack una borracha Leah. Que la situación ahora se revirtiera claramente complacía a Jack sin fin. Por supuesto, eso había resultado genial, y esto no tenía una oportunidad en el infierno de terminar en un lugar cercano al excelente. Todavía sonriendo, Jack le ofreció a Aubrey su brazo. Ella lo tomó porque estaba más que un poco fuera de su eje, y no solo por el alcohol. Jack la cargó en su auto, y Ali y Leah se apilaron detrás de ella. —Somos tu coraje —dijo Leah. —Ella no necesita coraje —dijo Ali—. Es patea traseros. Ella está hecha de coraje. Aubrey sintió que su corazón se hinchaba. —No —dijo rápidamente—. No me hagas llorar. Estoy enojada, y necesito estar enojada. —Esto ayudará —dijo Jack, y bajó todas las ventanillas. —¡Oye! —Todas protestaron de inmediato cuando el aire helado las golpeó en la cara. —El aire fresco evitará que las damas tiren las galletas en mi auto —dijo Jack—. Espero —agregó en voz baja. Aubrey no dijo nada, porque su zumbido estaba empezando a desaparecer y se estaba generando una serie de nervios. Leah le apretó la mano. —A la mierda los nervios. Esta situación no es todo culpa tuya. Aubrey asintió. Todo era su culpa, pero iba a ir fingiendo que no era así, porque Leah tenía razón en una cosa. Los nervios no pertenecían aquí. Necesitaba encontrar su locura. Después de todo, honestamente había estado tratando de hacer lo correcto al enfrentar su pasado. Tal vez falló en la entrega, pero su corazón había estado en el lugar correcto. Había necesitado hacer lo correcto, porque la única forma en que podía ser el tipo de persona que quería ser ahora era reconocer a la persona que había sido.

Ben no tenía esa excusa. Él estaba usando su error como una razón para esconderse detrás de sus temores para volver a unirse. —Soy una luchadora —dijo. —Eso es correcto —dijo Ali. —Voy a luchar por él. —Sí, lo harás —dijo Leah, y levantó los puños, una vez más casi se golpea en la cara. —Cuidado, Tigre —dijo Jack en el espejo retrovisor—. ¿Cuánto han bebido? —No lo suficiente —dijo Aubrey mientras estacionaba frente al dúplex. La camioneta de Ben estaba en el camino de entrada, y su corazón se aceleró un poco al verla—. Sin escuchar a escondidas —le dijo a su pandilla, y salió del auto. Allí, en la oscuridad, se detuvo en la acera un momento, reuniendo sus pensamientos dispersos. En su visión periférica, vio a Ali, Leah y Jack entrar de puntillas en la casa de Jack, y suspiró aliviada, agradecida de que no hubiera testigos de esto. Levantando su barbilla, se dirigió a la puerta de Ben y llamó. Ninguna respuesta; nada más que un enorme silencio. Aubrey golpeó de nuevo, esta vez con un puño, imitando el ritmo de su corazón palpitante. Más silencio. Retrocedió, hacia el jardín de césped. Recogiendo una pequeña roca, la apuntó a la ventana de la habitación de arriba de Ben, y luego escuchó el pequeño tintineo que le decía que había golpeado su objetivo. La ventana se abrió y Ben sacó la cabeza. —¿Qué demonios? —Quiero hablar contigo —dijo Aubrey. Consideró esto por un tiempo. —Existe esta nueva cosa llamada teléfono… Buen punto. ¿Por qué no lo había llamado? Sus pensamientos se dispersaron en el viento. Maldita sea ese escocés, frenando su proceso de pensamiento. —Sé que es tarde —dijo, estirando el cuello para tratar de verlo—. Pero deberías saber algo.

—¿Que tienes un buen brazo? Deseó poder ver su expresión. —Quería decir que la única forma en que puedo ser el tipo de persona que quiero ser es reconociendo a la persona que era. —Su tenue equilibrio cedió entonces, y retrocedió unos pasos, casi cayéndose. Las malditas botas. No iban con el escocés. Cuando volvió a mirar hacia la ventana de Ben, él se había ido—. Bien —dijo y se agachó para buscar otra roca. No una grande con la que golpearlo en la cabeza, aunque eso era muy atractivo, sino otra pequeña para su ventana. Quería llamar su atención, no ser arrestada. Entonces, detrás de ella, la puerta de Ben se abrió, y casi se cae sobre su trasero. Llevaba un bóxer negro colgando bajo y nada más que pura perfección masculina. Tenía el pelo revuelto, los ojos pesados, y un rastrojo de las cinco y media. Incapaz de detenerse, dejó que su mirada se dirigiera hacia el sur, sobre las ondulaciones de sus abdominales, la cresta de sus oblicuos, que se dividían en dos por un rastro de cabello oscuro y sedoso que desaparecía bajo esos shorts bajos deliciosamente indecentes. A pesar del aire frío, sintió que empezaba a calentarse de adentro hacia afuera. Tuvo que tragar fuerte para evitar que su corazón salte directamente fuera de su garganta. Cuando finalmente logró mirarlo a la cara de nuevo, él arqueó una ceja oscura. Y así, su genio volvió a entrar. —Tengo más que decirte —dijo. —Has estado bebiendo. Ella lo señaló. —Sí. —Hizo una pausa y trató de reunir más de sus pensamientos caprichosos—. Pero eso no tiene nada que ver con esto. No dijo nada, solo se apoyó contra la puerta. Tenía una cicatriz que nunca había notado antes sobre un pectoral, una realmente genial, y se preguntó de dónde la había sacado, y si le dolería. Y si pudiera besarla… —Aubrey —dijo. Se encontró con su mirada. Cierto. Tenía cosas que decir. —Bueno, primero que nada, no dormí contigo para hacer las paces. Me acosté contigo porque quería hacerlo. —Todavía no dijo nada, y lo señaló de nuevo—. ¿Y sabes qué? Fue tu propia maldita culpa. Fueron esos jeans que usaste, y el cinturón de herramientas. ¡Fue el tamaño de tu martillo! Desde un costado llegaron unos gritos entrecortados de risa sorprendida, y tanto Ben como Aubrey se giraron para mirar.

La ventana frontal de Jack estaba abierta, y tres caras estaban presionadas en la pantalla. Ali, Leah y Jack. Los Tres Chiflados, aunque solo dos de ellos estaban borrachos como mofetas. Aubrey entrecerró los ojos y los espantó, pero nadie se espantó. —¡Dije que nada de escuchar a escondidas! —La ventana de Jack estaba abierta —dijo Leah—. Así que, en realidad, esto no es escuchar a escondidas. Al menos no técnicamente. Porque técnicamente… Jack puso su mano sobre su boca y cerró la ventana, aunque ninguno de ellos se movió. Ben les dirigió una mirada dura y Jack sonrió. Pero bajó la cortina de la ventana, dejándolos solos. Ben se volvió hacia Aubrey. —¿El tamaño de mi martillo? Sí… tampoco podía creer que hubiera dicho eso. Optó por tratar de encontrar el terreno moral y levantó su barbilla. —Te estás perdiendo mi punto. Cruzó los brazos sobre el pecho que ella quería lamer desde el esternón hasta el borde de su bóxer y más allá. Enfoque, se ordenó a sí misma. —No pude impedírmelo —dijo—. De estar contigo. Sabía que era una mala idea. Demonios, sabías que era una mala idea. Y sin embargo lo hicimos. Los dos lo hicimos, Ben. —Él continuó solo mirándola, y esto le recordó que estaba enojada—. Mira —dijo—. Estoy cansada de que no digas nada. Así que deja de estar callado y habla. —Acostumbro estar callado. —Bueno, eso es genial —dijo, levantando las manos—. Porque no soy tan buena estando callada. —No me digas. Se negó a dejar que la sacara de su camino con su enojo, incluso si él tenía una buena razón para ello. —Ben —dijo ella, acercándose—. Lamento mucho haberte lastimado. Y lamento mucho más de lo que puedo decir lo que le dije a Hannah. Yo era una perra horrible en aquel entonces. Pero ya no soy esa persona. No tengo excusa,

excepto que era miserable y Hannah tenía todo lo que yo quería, incluyéndote a ti. Pero eso no es lo que soy ahora. Todavía no dijo nada, pero podía decir que él estaba procesando lo que ella había dicho. Solo debería callarse, pero tenía la oportunidad de hablar con él. No sabía si conseguiría otra, así que necesitaba poner todo sobre la mesa. —Y nunca tuve la intención de ocultarte la verdad —dijo—. Honestamente, no sabía cómo decírtelo, y mucho menos arreglarlo. —No se puede arreglar —dijo. Hubo otro jadeo del dúplex de Jack. Ante esto, Ben maldijo por lo bajo y tiró de Aubrey hacia adentro. Cerró la puerta de golpe y la miró con las manos en las caderas. —¿No se puede arreglar? —repitió ella con voz temblorosa. —Bueno, ¿qué pensaste, Aubrey? Robaste dos años de mi vida con Hannah. ¿Cómo esperabas que reaccionara? Y te acostaste conmigo antes de que me lo dijeras. Y seguiste durmiendo conmigo. —Hizo una pausa, y ella se preguntó si estaba recordando el poco dormir que había estado involucrado. Y lo bueno que había sido entre ellos… —No puedo superar esa parte —dijo en voz baja—. Estaba en tu lista para que pudieras enmendarte, no arruinarlo más. —No estuve contigo por ella —dijo—. O la lista. Esa parte… solo sucedió. Cerró los ojos y se pasó una mano por encima de ellos. No exactamente la reacción que había estado esperando. —Tenemos algo, Ben. Tú lo sabes, y yo lo sé. Aquí, en el presente, tenemos algo. No quiero alejarme de eso, o irme tranquilamente a la noche. Eso no es lo que soy. —No —murmuró, encontrándose con su mirada, insondable—. Tú eres la que espera hasta la medianoche, decide que tiene algo que decir y no puede contenerlo. Estaba bastante segura de que no era exactamente un cumplido, así que lo ignoró. —Estoy en esto, Ben. Tú eres importante para mí. Es por eso que estabas en mi lista. —Tú y esa lista. —Inhaló, largo y lento, luego sacudió su cabeza—. Solo quiero olvidarlo. Superarlo.

Estaba parada allí, luchando sin poder hacer nada para superar su pasado, arreglar su presente y asegurar su futuro de una sola vez. Pero estaba mirando la cara de Ben, y eso le decía la verdad, la terrible verdad. —Estoy dispuesta a luchar por ti, por nosotros —dijo lentamente, asimilando la devastadora realización—. Pero tú no lo estás. —Retrocedió un paso, sintiendo que había sido atropellada por un tren—. No lo estás —se repitió a sí misma en voz baja, tratando de hacer que se hundiera. No quería hundirse— . No estás dispuesto a luchar por nosotros en absoluto —dijo—. Realmente vas a usar esto como una excusa para salirte. —No hay nada de qué salirse —dijo—. No había un nosotros. Frotándose el pecho, lo miró a los ojos, que se habían borrado de emoción, completamente en blanco. Y eso era lo que más dolía, pensó aturdida, conmocionada de que él pudiera hacer esto, simplemente alejarse. No podía luchar contra eso. No sabía cómo. Y aunque lo odiaba, no tenía otra opción. Tenía demasiado orgullo para ser la única en esto, la única que luchaba. —Estaré cerca para terminar el recorte de madera —dijo. No terminó el resto de esa oración, que era claramente “y eso es todo”. No tenía que hacerlo. —Olvídalo —dijo ella. —Fue un regalo —le dijo—. Y termino lo que empiezo. Tuvo que reír. Era mejor que llorar. Y había llorado su última lágrima sobre él, se prometió a sí misma. —¿En serio estamos teniendo una conversación estúpida sobre el recorte después de que me dejaste? —preguntó con incredulidad. —No te dejé —dijo—. Nunca fuimos exclusivos. Y los golpes seguían llegando, incluso si era la verdad absoluta. —Tienes razón —dijo—. Esto nunca fue una relación, lo que los dos teníamos perfectamente claro desde el principio. —Realmente no tenía la intención de involucrarse, pero lo hizo, y el daño ya estaba hecho. Él había sido para ella, el único hombre con el que quería estar. No que alguna vez se hubiera permitido creerlo… Está bien, lo hizo. Se había dejado creer. Su error. Pero había estado allí; sabía que no era la única que había caído, maldita sea. Él también lo había hecho. Lo había mostrado en cada mirada, en cada toque. Cada beso. —Puedes pretender que esto es por el pasado, pero no lo es —dijo—. Creo que también te enamoraste de mí. Y creo que te asustó. Entiendo que has sido herido. Pero así es la vida, Ben. La vida es una gran apuesta, y las probabilidades nunca están a tu favor. Así que, o lo haces de todos modos y tiras los dados o no

juegas. ¿Pero no jugar? —Lo golpeó en el pecho desnudo con el dedo—. Esa es la salida de los cobardes. Y no te había fijado como cobarde. Resuelve tu mierda.

Capítulo 28

B

en todavía estaba parado allí en la puerta fría de su casa en nada más que en bóxer cuando Jack abrió su propia puerta. —Eres un idiota —dijo, y luego corrió por la acera detrás de

Aubrey.

Agarrándola, la redirigió 180 grados y la subió en su auto. Ali y Leah salieron de la casa de Jack, ambas tomándose el tiempo para mirar a Ben también. —Lo que él dijo —le dijo Leah, gesticulando con la cabeza hacia Jack. Y luego se marcharon, dejando a Ben solo para preguntarse cuándo demonios todo el mundo había pasado de querer que se alejara de Aubrey a querer que estuvieran juntos. A la mañana siguiente, Ben se levantó temprano para ir al trabajo. Era un sábado, lo que era perfecto. Podría ponerse al día un poco. Se acercó para recoger a Rosa y a Kendra y las llevó a su práctica de fútbol recreativo. Porque los niños de cinco años no juzgaron. Las cosas eran blanco o negro para ellos. A ellos les importaba una mierda que tal vez él temía ser feliz. Las chicas estaban en su patio jugando con… Dani. Prueba positiva de que la lógica de las mujeres estaba muy lejos de él. En el campo de la escuela, se detuvo y puso la camioneta en punto muerto. Desabrochó a las chicas y sujetó la parte trasera de la chaqueta de Rosa cuando ella salió del vehículo. —Espera un segundo —dijo. Cristo, lo iba a hacer; realmente iba a preguntar—. Pensé que no nos gustaba Dani. Rosa se encogió de hombros. —Ella dijo que lamentaba ser mala. Kendra asintió, sus coletas volando. Solo así, tan fácil. Ben miró sus caras dulces e inocentes y sintió que algo cambiaba dentro suyo. Eran tan jodidamente resistentes. Tan fácil de complacer. Tan completamente llenas de vida. Y tan llenas de perdón.

Deseaba como el infierno poder volver a tener cinco años, cuando un “lo siento” lo solucionaba todo. Pero no podía ahora. Nada podría. Las chicas saltaron de la camioneta, pero no antes de presionar besos descuidados y húmedos en su mandíbula en agradecimiento. Perplejo, Ben se quedó allí sentado por un largo momento, absorbiendo el hecho de que un par de niñas de cinco años de edad lo había educado en la vida y el perdón. Dios, estaba cansado. Tan jodidamente cansado. Pero cada vez que cerraba los ojos, podía ver el dolor en la mirada de Aubrey. Lo perseguía. La había lastimado. Finalmente se había abierto a alguien, a él, y él se lo había echado en la cara. Estaba tratando de corregir sus errores, tratando de ser una persona con la que podría vivir, y él había usado su pasado contra ella. Lo que significaba que no se trataba de Aubrey en absoluto. Se trataba de él y de sus propios temores de dejar entrar a alguien tan lejos como había dejado a Hannah, lo que no había funcionado tan bien para él. Pero lo que le había sucedido a Hannah no había sido culpa suya, y Aubrey tenía razón. La vida era un riesgo. Él podía esconderse de eso o… vivirla. La elección era suya. Resuelve tu mierda. Eso es lo que Aubrey le había dicho, y en ese momento eso lo había molestado porque pensaba que ella había sido la que necesitaba resolver las cosas. Pero él también se había equivocado al respecto.

La noticia de lo que Aubrey le había hecho al querido Ben McDaniel de Lucky Harbor se extendió como un incendio forestal. Eso en la parte superior de las fotos desnuda prácticamente la freía. El tráfico peatonal en la tienda el día de su fiesta de inauguración era prácticamente inexistente, y Aubrey sabía en sus entrañas que estaba sumida.

—Nadie va a venir a la inauguración esta noche —le dijo a Ali y a Leah cuando llegaron para ayudarla a prepararse. —Eso está bien —dijo Leah—. Nos comeremos los cupcakes nosotras mismas. —No es exactamente el punto —murmuró Ali. Leah se fijó en el rostro obviamente devastado de Aubrey. —Correcto —dijo rápidamente—. También compraremos un montón de libros. La campana sobre la puerta sonó, y todas volvieron a renovar sus esperanzas cuando Carla entró. Hoy no llevaba un uniforme médico, sino que usaba un vestido, y al verla, la ansiedad de Aubrey aumentó un poco más. —Guau —susurró Ali—. Tiene un aspecto similar. Aubrey la ignoró. —Hola —le dijo a su hermana. —¿Llego temprano a la fiesta de inauguración? —preguntó Carla, mirando alrededor. Aubrey encontró su voz a través de su sorpresa. —No. Nosotras somos la fiesta. Leah le tendió una bandeja de cupcakes mientras Carla miraba a su alrededor confundida. —Larga historia —dijo Aubrey. —¿Cupcakes? —preguntó Leah. Carla tomó uno y gimió. —Oh, Dios mío. Leah sonrió. —Mejor que un orgasmo, ¿verdad? —No recuerdo cómo se siente un orgasmo —admitió Carla, y todas rieron. Aubrey le sirvió un té caliente. —Gracias por venir y apoyarme. Carla se encontró con su mirada. —Bueno, somos hermanas.

Aubrey sintió que algo de su ansiedad se desvanecía mientras asentía, incapaz de hablar. Pero a pesar de que su ira se había agotado también, todavía estaba plana por una tristeza insoportable. Ella había manejado las cosas mal; todo eso. —La fiesta no fue mi idea más inteligente. ¿Quién abre realmente una librería en estos días? —Negó con la cabeza—. Nadie, eso es quien. —Bueno, esa es una actitud miserable, señorita —dijo Lucille, entrando a la tienda con una pila de papeles—. Estoy sorprendida de ti. Se supone que eres toda una patea traseros; la Mujer Maravilla. ¿Alguna vez viste a La Mujer Maravilla rendirse? —Lucille —dijo Aubrey—. Sabes cuánto amaba la gente a Hannah. Sabes que no puedo competir con eso. No después de lo que hice. —Lo que hiciste —dijo Lucille—, fue humano. Todos nosotros tenemos cosas de las que nos avergonzamos. Cada uno de nosotros. Y si la gente no recuerda eso, bueno, la culpa es de ellos. Carla miró a Aubrey. —¿Qué pasó? —Fue humana —repitió Lucille, y dio unas palmaditas en la mano de Carla—. Y que bueno verte aquí, cariño. Aubrey negó con la cabeza ante la mirada interrogadora de Carla. —Más tarde —dijo ella. O nunca… —¿Qué es todo eso? —le preguntó Ali a Lucille, señalando las cosas que había traído. —Hice volantes para ayudar a traer gente a la fiesta. —Lucille los levantó. Era una caricatura de una mujer maravilla rubia. Su cabello dibujado para parecerse a la melena lisa de Aubrey y estaba retenido por una corona de oro con una estrella en el medio. Ella estaba de pie entre pilas y pilas de libros, con las manos en las caderas, luciendo bastante bien. En el fondo había brownies, una tetera, una computadora portátil y un cinturón de herramientas. —¿Un cinturón de herramientas? —preguntó Aubrey. Lucille sonrió. —Veo a Ben aquí con bastante frecuencia, así que quería asegurarme de que la gente supiera que este es un imán para hombres calientes. Nada dice “chico caliente” como un cinturón de herramientas, ¿sabes? —Sacó tres grapadoras automáticas de su enorme cartera y las entregó—. Está bien, chicas, es hora de ocuparse.

—¿Yo también? —preguntó Carla, sosteniendo una grapadora, mirándola. Aubrey negó con la cabeza. —No, no tienes que… —Hermanas —le dijo a Aubrey. Lucille le entregó a Carla un montón de volantes, y Carla los tomó. Aubrey sonrió más allá del nudo en su garganta. —Gracias. Lucille había agarrado un cupcake en cada mano y se estaba hundiendo en un sofá. —Muévanse, señoras —dijo ella con la boca llena. Lamió el chocolate de sus labios—. Vamos, ahora —agitó un cupcake—. No hay tiempo que perder. Había planeado poner un aviso en Facebook, pero como resultado, no estoy permitida salir desde mi cuenta. —¿Cómo no estás permitida desde tu propia página de Facebook? — preguntó Carla. Lucille se encogió de hombros sin arrepentimiento. —Demasiadas fotos de chicos calientes que no usan suficiente ropa. Pero empecé una cuenta de Instagram, así que todo está bien.

Ben estaba sentado en su escritorio. Como era sábado, los empleados que estaban en el edificio se quedaban callados. Por lo general, su estado favorito. Acostumbro estar callado, le había dicho a Aubrey, y lo decía en serio. Pero hoy lo perseguía. Porque a él también le gustaba Aubrey tal como era: ardiente, apasionada, dura. Le molestaba dejarla creer que no le gustaban esas cosas sobre ella. Había muchas cosas que le molestaban. Era un imbécil de primera clase, como Jack había dejado claro. Jack era un montón de cosas, pero por mucho que Ben odiara admitirlo, una de las cosas que Jack casi siempre tenía era tener razón.

Sí, Aubrey había quitado dos años de tiempo que Ben podría haber tenido con Hannah. Podría. Porque la verdad era que había aprovechado al máximo esos dos años. Había disfrutado muchísimo de sí mismo, y una verdad aún más grande era que no querría recuperar ese tiempo. Había sido demasiado joven para una relación seria con Hannah en aquel entonces, y solo en retrospectiva podía ver eso. Si se hubieran mantenido juntos, él lo habría hecho explotar de todos modos. Todo por su cuenta. Y luego estaba Hannah misma. Ben la había amado, la había amado con todo lo que tenía, y ella lo amaba. Pero nunca habría ido a su casa en medio de la noche y tirado piedras a su ventana para exigir su atención. Nunca le habría gritado o hecho una escena. Y seguro que no habría luchado por él. Ella no había luchado por él, cuando se había llegado a eso. En cambio, ella lo había dejado ir sin tanto como la verdad. O cualquier palabra en absoluto. Ella lo apartado. Como él le había hecho a Aubrey. Bajó la cabeza y la dejó golpear en su escritorio unas cuantas veces. —Cuidado, sacudirás algo suelto. Ben levantó la cabeza y encontró a Lucille allí de pie mirándolo. —¿Qué estás haciendo aquí? Le mostró un folleto para la gran inauguración de Aubrey, y tuvo que sonreír ante la imagen de Aubrey como la Mujer Maravilla. Encajaba. —Me estoy asegurando de que la gente recuerde ir a su fiesta de inauguración —dijo Lucille. Ben asintió. —Eres una buena persona, Lucille. —Lo soy —dijo ella—. Y pensé que tú lo eras. —¿Qué significa eso? —Solo lo miró con sus ojos reumáticos y conocedores—. Vas a tener que darme una pista —dijo. —¿Qué tal un par de pistas? —dijo Lucille—. ¿Como desde cuándo juzgas a alguien por cometer un error? Tú mismo has cometido muchos, Benjamin McDaniel. ¿Recuerdas cuando tú, Jack y Luke irrumpieron en la sala de máquinas de la rueda de la fortuna y la pusieron en funcionamiento en mitad de la noche? ¿O qué tal cuando tu tía tuvo a todo el equipo de búsqueda y rescate buscándote cuando saliste de noche a navegar? Todos creyeron que te habrías ahogado, pero

allí estabas en el puerto, justo en la playa, durmiendo a través de tu propio rescate. Él hizo una mueca. —Era joven y estúpido. —Ella le dio una mirada funesta—. No voy a hablar de Aubrey contigo —dijo rotundamente. —No, claro que no. Estamos discutiendo tu estupidez. Tu terquedad. Tu… —Lo tengo —dijo Ben con fuerza. —¿Sí? Entonces has algo al respecto, chico grande. —Para que conste —dijo—, me estaba preparando para manejar esta situación. —Bueno, ¿podrías acelerar un poco las cosas? —preguntó—. Nuestra niña no tiene todo el maldito día. En este momento, ella está sola en su tienda rodeada de nada más que libros y cupcakes que nadie está comiendo. No le gustaba esa imagen. —¿Nadie fue? —Sus amigas, Ali y Leah, fueron —dijo, con énfasis en amigas, como si él debería avergonzarse de sí mismo por no ser uno de ellos—. También apareció su hermana —agregó Lucille—. Pero nadie más. Lucky Harbor cree que debe estar enojado por ti. Infiernos. Eso no era lo que él quería. —No es asunto de nadie. Lo que pasó es entre ella y yo. Lucille se cruzó de brazos. —¿Te estás refiriendo al pasado, cuando se enojó con Hannah y le dijo una mentira sobre ustedes dos? ¿De verdad me vas a decir que cuando supiste por qué Aubrey lo hizo, eso no significó una diferencia para ti? Ben se quedó en silencio, los pensamientos girando en su cabeza tan rápido que sintió latigazos. Lucille lo estaba mirando fijamente. —Ni siquiera le preguntaste a Aubrey por qué le dijo esa mentira a Hannah, ¿verdad? —Le pregunté —dijo. Pero ella no había contestado. Y él no había presionado. —¡Oh, por el bien de Pedro, José y María! —dijo Lucille, exasperada—. Necesito que me paguen por este trabajo.

—¿Qué trabajo? —Casamentera. Los jóvenes ni siquiera saben cómo comunicarse. Escúchame con mucho cuidado. Aubrey atrapó a Hannah en una mentira, una grande, que causó muchos problemas a otra persona. Eso hizo enojar a Aubrey, porque en ese momento ella no se salía con la suya. Ben negó con la cabeza. —¿Qué mentira podría haber dicho Hannah que hubiera molestado a Aubrey? Ni siquiera eran amigas. Lucille fue clara sobre esto. —¿Recuerdas el accidente de auto en el que estuvo? Ben lo recordaba. Hannah había estado en el asiento del pasajero cuando su mejor amiga tuvo un accidente. Más tarde, esa amiga había sido demandada por alguien en uno de los otros dos autos involucrados. Afortunadamente, Hannah había resultado ilesa, pero estaba devastada por los problemas de su amiga por las consecuencias. —Sí. Recuerdo. La expresión de Lucille se suavizó. —Cariño, esto no es fácil de decir. No me gusta hablar mal de los muertos. Hannah estaba conduciendo esa noche. Las dos chicas se cambiaron de lugar antes de que llegara la policía porque Hannah había estado bebiendo. Ella tenía una beca que perder y un padre del que estaba aterrorizada. Una detención por conducir bajo los efectos del alcohol no podría pasarle. Ben la miró fijamente. —Eso es una locura. Hannah nunca hubiera dejado que alguien más se llevara la culpa. —Pero eso es exactamente lo que hizo —dijo Lucille en voz baja—. Y Aubrey lo vio. —¿Cómo sabes esto? —Porque esa otra persona es mi nieta. —Lucille le dio una palmadita en el brazo—. Ella dijo que Aubrey se enfrentó a Hannah por el accidente, y Hannah lo negó. —Le dio a Ben una larga mirada—. Hannah usó la mala reputación de Aubrey en su contra, para desechar cualquier cosa que Aubrey pudiera decir. Y luego Aubrey dejó escapar su boca con su buen sentido cuando su genio consiguió lo mejor de ella. Ben no sabía qué hacer con nada de esto, y no estaba seguro de que los detalles importaran en este punto. Fue en el pasado, y se quedaría allí. No importaba; nada de eso importaba, lo sabía ahora. Parándose, se dirigió hacia la

puerta, pero luego se detuvo para regresar por los volantes. Lucille se hundió en su espalda. Levantó las manos y, como tenía apenas cinco pies de altura, terminaron sobre su trasero. Él estiró el cuello y la miró. —Lo siento —dijo, pero no quitó las manos. De hecho, si no estaba equivocado, ella le dio un pequeño apretón. —Lucille —dijo siniestramente. —Lo sé. —Ella retiró las manos, algo de mala gana, pensó, y suspiró—. Hace mucho tiempo que no tenía mis manos en bollos así de firmes. Sacudiendo la cabeza, agarró los folletos y salió de su oficina. Se detuvo en cada persona que vio, sacó un volante y exigió la presencia de esa persona en la librería. —Habrá cosas para comer —dijo, y miró a Lucille para su confirmación. Ella asintió. —Golosinas de la panadería. Y también bellezas con bollos de acero. Después de que Ben consiguió que todos dejaran sus escritorios y se dirigieran calle abajo, tomó una foto del folleto con su teléfono y lo adjuntó a un mensaje de texto, que envió a todos los miembros en su lista de contactos que vivían en Lucky Harbor, y a un pocos que estaban lo suficientemente cerca como para meterse en un auto y conducir hasta aquí. Luego llegó a la estación de bomberos, sin sorprenderse al descubrir que Jack ya había enviado a todos a la librería. Entonces Ben también se dirigió hacia allí, deteniéndose en todos los lugares intermedios. Incluso golpeó a Sam, que trabajaba solo en el almacén de su puerto, lijando un precioso barco. —¿Quieres que vaya a una fiesta? —preguntó Sam con incredulidad, enderezándose. Estaba cubierto de aserrín de pies a cabeza. —Sí —dijo Ben. Sam lo miró fijamente, y luego dejó escapar una lenta sonrisa. —Así que los rumores son ciertos. Te has enamorado de la chica de la librería. —Cállate y lleva tu trasero a la fiesta. Cuando Ben entró en el Book & Bean, estaba lleno, la multitud ruidosa y feliz. El mejor sonido de todos era el sonido de la registradora sonando constantemente. Fue detenido por el señor Wilford, quien se sorprendió al informar que en realidad tenía plantas de calabaza creciendo; a fines del invierno.

Dee también estaba allí y le dio un gran abrazo. Casi todos los que conocía estaban allí, excepto la persona que quería ver. Caminó rápidamente a través de la tienda, ignorando completamente a cualquier otra persona que intentara hablar con él. Finalmente encontró a Aubrey detrás de la estación de café y té, atendiendo una fila de clientes. Estaba enrojecida, pareciendo aliviada de estar sirviendo. Llevaba un bonito vestido, tenía el pelo recogido y sonreía. No se había desmoronado. Se había levantado y continuado. Él amaba eso de ella. Él la amaba.

Capítulo 29

A

nte el silencio en la multitud a su alrededor, Aubrey levantó la vista, su sonrisa se deslizó, y todo el aire vació sus pulmones.

—Hola —dijo Ben, con ojos calmos y en los de ella, su voz tranquila—. Estoy buscando una recomendación para un libro. —Una recomendación para un libro —repitió, con el corazón latiendo tan fuerte que no podía oírse a sí misma pensar. Su audiencia absorta no ayudaba mucho—. Quieres una recomendación para un libro. —Sí. Necesito uno sobre humillación masculina. Pensé que tal vez podría haber uno sobre Relaciones para Tontos o algo así. No estaba segura de qué hacer con esto, así que bajó su voz. —Escucha, sobre la otra noche. Quería disculparme… Sacudió la cabeza. —Ya te disculpaste. Varias veces, de hecho. —Pero… —Es suficiente —dijo, y saltó ágilmente sobre el mostrador—. Y ahora es mi turno. —Se acercó y puso sus manos en sus caderas—. Lo siento, Aubrey. — Sus dedos se apretaron sobre ella—. Lamento haber sido tan estúpido que no pude ver más allá de mis propias inseguridades y temores. A su alrededor, su audiencia dio un “Aww” colectivo, pero Aubrey los ignoró, sin apartar la vista de Ben. —Continua —dijo con cautela. —Dijiste que te enamoraste de mí. Ella se sonrojó, pensando en todo lo que le había arrojado esa noche, incluidas las rocas. —Ben… —También dijiste que yo me enamoré de ti. Lo desestimé, pero tenías razón, Aubrey. Me enamoré, fuerte y rápido, y… —con la boca torcida irónicamente—, un poco en contra de mi voluntad. —Intentó liberarse, pero él la apretó—. Me gustó —dijo—. Demasiado, para ser honesto. Así que cuando me contaste sobre tu lista, lo usé para alejarme de ti. Tenías razón en eso, también. Probablemente deberíamos comenzar una nueva lista ahora, de todos tus aciertos.

Pensamientos rodando en su cabeza como plantas rodantes, con el corazón dolorido, ella negó con la cabeza, con miedo a la esperanza. —¿A dónde vas con esto, Ben? —Te quiero —dijo—. Te he querido por cada minuto de todo este invierno. También te necesito. Desde el fondo de mi corazón defectuoso. Su audiencia coreó “Aww” otra vez, pero Ben no les prestó más atención que Aubrey, su mirada aún fija en ella. —Puedo recordar cada una de las sonrisas que me diste —dijo—, cada palabra que me dijiste. Se derritió un poco ante la dulzura de sus palabras, pero negó con la cabeza, incapaz de dejar la duda, el temor de que esto no iba a ir a donde ella esperaba desesperadamente que fuera. Sin inmutarse, sonrió. —También recuerdo cada vez que me pusiste los ojos en blanco. Y cada vez que ibas cara a cara conmigo y me volvías loco. Algunas personas se rieron. Aubrey intentó liberarse de nuevo, pero la sostuvo con una facilidad sorprendente, incluso riendo suavemente, el bastardo. Gesticuló hacia la tienda a su alrededor. —Demonios, Aubrey, arrastré este trabajo al doble del tiempo que debería haber tomado —dijo—, solo para poder seguir viéndote. —Bien, es bueno saberlo —le susurró Lucille a alguien—. Estaba empezando a pensar que el chico no sabía lo que estaba haciendo. Ben le echó una mirada a Lucille antes de volverse hacia Aubrey. —Me encantó verte trabajar. Podrían haber sido los bonitos vestidos los que prometían un lado más suave, un lado que solo yo puedo ver, pero me encantó verte dirigir este mundo; tu mundo. Me encantó verte encontrar tu lugar. Me encantó ver que me aceptabas y me sermoneabas por toda mi mierda. —Pasó un dedo por su sien y metió suavemente un mechón de cabello detrás de su oreja—. Amo tu espíritu, tu pasión. Amo todo de ti. Te amo, Aubrey. La multitud suspiró al unísono, y como si estuvieran viendo un partido de tenis, todas sus cabezas se volvieron hacia Aubrey por su reacción. Ella tenía muchas reacciones, la mayor era el hecho de que su corazón de repente no encajaba dentro de su caja torácica. Pero no estaba cien por ciento lista para creer. —Dijiste que te gustaba el silencio —dijo ella—. No me quedo callada.

—Dije que estaba acostumbrado estar callado. Pero he aprendido algo sobre mí mismo. También me gusta no callar. —Él sonrió—. Mucho. Y así, el pequeño núcleo de esperanza que tan despiadadamente reprimió finalmente encontró espacio para respirar y crecer. —¿Sí? Había una sonrisa en sus ojos ahora. Y alivio. —Sí. Lucille se inclinó sobre el mostrador hacia Ben y simuló susurrar: —No creo que necesites una recomendación para un libro en absoluto. Lo estás haciendo bastante bien. —Gracias —dijo. —Pero los dos años que robé —dijo Aubrey. Le dolía incluso decirlo, pero tenía que sacarlo, todo. No podría haber más secretos—. ¿Qué pasa con ellos? Sacudió la cabeza. —Mencioné que fui un tonto, ¿verdad? Nunca debí haberte culpado por eso… —Pero yo… —Sí, lo hiciste —dijo—. Y luego fui a sacar el máximo provecho de esos dos años. Está hecho y terminado, Aubrey —prometió—. Y de todos modos, espero que si juego mis cartas correctamente, me darás toda una vida. Esto causó un enorme jadeo de la multitud, y Aubrey lo combinó con uno de los suyos. —¿Qué? —susurró, segura de que había oído mal. Se dejó caer sobre una rodilla—. Oh, Dios mío. —Se llevó las manos a la boca y lo miró fijamente. —Eres todo lo que necesito —dijo—. Todo lo que siempre necesitaré. Y te he necesitado, Aubrey, durante mucho tiempo. Cada segundo desde que lanzaste esa bebida en mi cara. Ella ahogó un sonido mitad risa, mitad sollozo. —Nunca dijiste… —Debería haberlo hecho. Otro error —dijo, su expresión seria—. La buena noticia es que aprendo de mis errores, siempre. Cásate conmigo, Aubrey. Cásate conmigo y dame un para siempre. Sintió que sus ojos se agrandaban. Sintió que su corazón latía con fuerza. Desde su visión periférica, se dio cuenta de que toda la multitud se había

adelantado para mirar por encima del mostrador con el fin de echar un vistazo a Ben McDaniel en una rodilla. —¿Me rechazarás delante de al menos cien de nuestros amigos y familiares más cercanos? —preguntó a la ligera. Ella lo miró a los ojos y se dio cuenta de que no estaba tan calmado, fresco y tranquilo como pretendía estar, y se le apretó el corazón. —No —dijo ella. Su expresión se volvió muy seria, y hubo un silencio absoluto en la habitación—- No —repitió, claramente tratando de averiguar a qué exactamente le estaba diciendo ella que no, a la propuesta o a rechazarlo. Dejando escapar una carcajada, Aubrey se arrodilló frente a él, con los ojos ardiendo cuando se encontró con su mirada. —Quiero decir: sí. —Entonces… ¿sí, te casarás conmigo o sí, me rechazarás? —Sí, cariño —dijo Lucille, inclinándose sobre el mostrador—. Hay una diferencia bastante grande allí. —Sí, me casaré contigo. —Apoyándose en él, Aubrey envolvió sus brazos alrededor del cuello de Ben cuando su audiencia estalló en un aplauso. —¡Shh! —espetó Lucille por encima de ellos—. No puedo escuchar; ¡quiero escuchar! —No hay nada más que escuchar —dijo Aubrey, mirando a Ben—. Todo se ha dicho. Los ojos de Ben sonrieron primero, luego la sonrisa se extendió a su boca. Y luego bajó esa boca sonriente y besó la de ella. —Me has dado tanto —dijo ella contra él—. ¿Qué consigues tú? Sus ojos la embebieron, como si tal vez él nunca se cansara de ella. —A ti.

FIN

Próximo libro

Un beso puede durar para siempre… Becca Thorpe ha desarraigado su vida y escapó a la playa. Ahora es su oportunidad de alejarse de la vida en la ciudad, arrojar la precaución a los vientos del océano, y vivir el momento. Especialmente si el momento incluye al surfista deliciosamente sexy que conoce poco después de llegar a Lucky Harbor. Algo en la intensidad oscura de los ojos de Sam y las emociones que siente al tocarla la convence de quedarse un rato. El constructor de barcos y el genio de las inversiones Sam Brody es un hombre hecho por sí mismo que sabe lo peligroso que puede ser mezclar los negocios con el placer. Pero no puede resistirse a ofrecerle un trabajo a Becca solo para escucharla reír y tenerla cerca. Sin embargo, cuando su hermano viene a la ciudad pidiendo ayuda, ¿podrá tentarla a regresar a su glamorosa vida en la ciudad? ¿O Sam y el pequeño Lucky Harbor tendrán la oportunidad de ganarse el corazón de Becca?

Lucky Harbor #10

Sobre la autora

Jill Shalvis es una escritora norteamericana Best Seller del New York Time con más de cincuenta novelas románticas. Adquirió su fama con la serie Lucky Harbor. Shalvis actualmente vive con su marido, David, y sus tres hijos, Kelsey, Megan y Courtney en su casa cerca de Lake Tahoe, California. Publicó su primera novela en 1999. Y también escribe bajo el seudónimo de Jill Sheldon. Puedes encontrar una lista completa de sus libros, así como detalles de su vida siguiendo su sitio web: www.jillshalvis.com

Créditos Moderación LizC

Traducción Pau Belikov

Corrección, recopilación y revisión Dai’ y LizC

Diseño Evani
9. Once in a Lifetime

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