Connerton (2008). Siete tipos de olvido

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CONNERTON, PAUL 2008. “Seven Types of Forgetting”. Memory Studies 1: 59-71 Resumen no literal para el seminario “Las trayectorias de la memoria. Debates y perspectivas, el espacio social hegemónico y la memoria situada”. Ana Ramos, Mariela Rodríguez. 2008. Realizado por Celina María San Martín (adscripta).

Siete tipos de olvidos En general gran parte del debate acerca de la memoria está atravesado por el punto de vista comúnmente sostenido, pero no universal, de que recordar y conmemorar es una virtud y que olvidar es necesariamente un defecto. En el presente artículo se cuestionará tal punto de vista. En primer lugar, se propone distinguir al menos, siete formas distintas de olvidar, entre los hechos que comúnmente agrupamos bajo el concepto de “olvido”. Tipos Agentes 1. Borramiento Represivo. Estados, gobiernos y partidos. 2. Olvido Prescriptivo. 3. Olvidos constitutivos de una nueva Son más variados. Individuos, parejas, identidad. familias, redes de parentesco. 4. Amnesia Estructural. 5. Olvidos como anulaciones. Individuos, grupos de diversos tamaños (familias). O sociedades o culturas, entendidas como conjuntos totales. 6. Olvidos como algo obsoleto y Miembros de un sistema de producción planeado. económica. 7. Olvido como un silencio humillante. La mayoría de las veces, pero no necesariamente, la sociedad civil. Tipos de olvidos 1-

Borramiento represivo.

Durante los regímenes totalitarios de Roma, a la muerte de un gobernador o después de una revolución, el conjunto de gobernantes y personas poderosas era declarado públicamente “enemigo del estado”, y eran destruidas las imágenes y estatuas que hicieran referencia a éstos. Durante la Revolución Francesa, se precipitó una eliminación de los remanentes del “Anciene Regime” y se impulsó la eliminación de los títulos de nobleza, y la forma política de los nombres: “Monsieur”, “Madam” y “Madmoiselle”. Lo que se quiere lograr a través de este “borramiento represivo” es la negación del hecho de una ruptura histórica. Un tercer ejemplo puede ser la negación por parte de los ingleses de la conquista llevada a cabo por William (normando) del trono inglés. La consecuencia de la negación de este acontecimiento, tiene como consecuencia que los ingleses se hayan pensado a sí mismos como colonizadores y no como colonizados. Sin embargo este tipo no siempre se manifiesta de una forma violenta.

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Supongamos la galería de arte del Gran Salón del Museo Metropolitano de Nueva York. El visitante que se detiene en la intersección de las hachas del museo. Hacia la izquierda se encuentra la colección de los Griegos y de los Romanos, hacia la derecha la colección Egipcia; hacia adelante, en lo alto de la escalera, la colección de pinturas Europeas del Alto Renacimiento. Un recorrido iconográfico acabado que instituye la importancia primordial de la tradición occidental y el mandato implícito de recordarla. La colección de Oriente, en cambio, así como la medieval, están invisibilizadas desde el Gran Salón (incluidas pero a la vez suprimidas). Otro ejemplo conocido es la “Museofobia” manifestada por los Futuristas en Italia. A través de la cual proponían la destrucción de museos, como instituciones encargadas de la transmisión del conocimiento y los valores tradicionales. Este grupo de artistas detectó a principios del siglo XX, la contradicción de la burguesía, que aceptaba el consumo de la tecnología y el cambio hacia la modernidad, pero por otro lado lo negaba, seleccionando sobre qué debía aplicarse la innovación tecnológica y sobre qué no, imponiendo qué debía ser olvidado (renovado) y qué no debía ser olvidado (no cambiado). La contradicción consistía en que, por un lado, alentaron la transformación del mundo de la vida cotidiana, pero por el otro, se negaron a comprometerse enteramente con la destrucción de las culturas pre-industriales que tal cosa conllevaba. Debido a esta conducta contradictoria de la burguesía, los Futuristsas vieron una bifurcación entre la vida diaria y la cultura. El sentido que le dieron a esta bifurcación fue la museofobia. A la estatización del pasado, que encontró su núcleo fundacional en el museo, opusieron la estatización de la vida diaria —autos, aeroplanos, teléfonos, trenes, armas de destrucción masiva (Grasskamp, 1981). 2-

Olvido prescriptivo.

Este tipo de olvido cuestiona un poco la idea de que olvidar supone un defecto o una pérdida. Los griegos sabían que recordar mal el pasado podría ser peligroso, en la medida, en que podría llevar a cadenas de venganzas infinitas. Para evitar que la memoria amenazara la cohesión y la paz social, los Antiguos Griegos vieron que todos tenían interés en no recordar, tanto aquellos amenazados directamente por motivos de revancha, como aquellos que querían vivir una vida pacífica compartida, en la polis. Este pensamiento fue expresado en el año 403 A.C. Los gobernadores atenienses recientemente derrotados ingresaron triunfantes en la ciudad de Atenas y proclamaron una reconciliación general a través de un decreto en el que proclamaban explícitamente que quedaba prohibido recordar los crímenes y fechorías perpetradas durante el reciente conflicto civil. Aún más relevante es que los atenienses construyeron en la Acropolis (su templo más importante) un altar dedicado a Lethe (el olvido). Tras erradicar el conflicto se pensaba que se engendraría la vida en la polis. Otro ejemplo se encuentra en el Tratado de Westfalia, que finaliza con la Guerra de los Treinta Años en 1648. Aquí aparecía el mandato de que ambos bandos debían perdonar y olvidar para siempre el daño perpetrado entre uno y otros. Cuando Luis XVIII retornó a ocupar el trono francés en 1814, declaró en su estatuto constitucional que debían ser olvidadas todas las opiniones expresadas antes de la

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restauración y que esta regla del olvido era impuesta sobre la corte y los ciudadanos de toda Francia. Algunas veces, en el punto de la transición entre el conflicto y la resolución del mismo, puede que no haya un requerimiento explícito de olvidar, sino uno implícito. Por ejemplo, en las sociedades donde la democracia es recuperada luego de un pasado reciente no democrático, se deben establecer instituciones y tomar decisiones que promuevan tanto el olvido como el recuerdo. Consideremos el caso de la caída del nazismo. La Alemania occidental después de este hecho no podía volver al autogobierno y a la administración civil, si el juicio a los nazis continuaba indefinidamente. Por lo cual, la identificación y el castigo a los nazis activos fue un tema para olvidar a comienzos de los ’50, del mismo modo que el número de convictos fue mantenido en un mínimo en Austria y en Francia. Lo que urgía después de 1945 era restaurar un nivel mínimo de cohesión en la sociedad civil y reestablecer la legitimidad del estado en sociedades donde la autoridad, y las bases de la conducta civil, habían sido obliteradas por gobiernos totalitarios; el deseo abrumador era olvidar el pasado reciente (Judt, 1992). Olvidar no significa siempre una pérdida o un defecto. Esta convicción se funda en nuestros antecedentes europeos y estadounidenses, aún cuando no puedan sostenerse más allá de este contexto. Pero, ¿podría el no olvidar ser un beneficio, tal como sugiere el caso del olvido prescriptivo? Es decir, ¿podría el no olvidar ser tan beneficioso como, o tal vez más, que una pérdida? Esta pregunta parece aplicarse al tercer tipo de olvido.

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Olvido constitutivo en la formación de una nueva identidad.

El énfasis de este tipo de olvido está puesto en la idea de que deshacerse de las memorias que no son aprovechables para un propósito practicable en la definición de su identidad actual constituye un beneficio para determinado conjunto de sujetos. Olvidar se vuelve así parte de un proceso en el que se construyen nuevas memorias compartidas porque un nuevo conjunto de memorias son acompañadas frecuentemente por un conjunto de silencios tácitamente compartidos. Muchos de estos pequeños actos de silencio habilitados en el tiempo, no son azarosos sino que responden a un patrón. Connerton ofrece algunos ejemplos (olvidar los detalles de una ex relación de pareja que podría afectar la relación presente; olvidar los detalles de las experiencias vividas en un el marco de una afiliación política o religiosa que ha sido reemplazada por nuevas afiliaciones). En estos casos, no olvidar podría provocar demasiadas disonancias cognitivas: es mejor enviar algunas cosas al mundo de las sombras. De este modo, las piezas de conocimiento que no han pasado cobran un significado negativo que no permite que otras imágenes de identidad vengan al centro de la escena (al foro). Éstas son como piezas de un antiguo rompecabezas que de ser retenido impediría que el nuevo rompecabezas encajara correctamente. Aquello a lo que se le permite que sea olvidado deja un espacio vivo para los proyectos presentes. [En síntesis, durante el proceso en que una nueva identidad común de va constituyendo la conformación de un conjunto de olvidos acompaña la conformación de un nuevo conjunto de memorias compartidas y aprovechables para esa nueva identidad].

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Las investigaciones etnográficas realizadas en las sociedades cognaticias del sudeste asiático (Borneo, Bali, Filipinas, Java Rural) remarcan la ausencia de conocimientos sobre los ancestros. El conocimiento sobre el parentesco se extiende hacia los grados de hermandad (siblingship), más que hacia los de los predecesores. Es como si fuera de tipo más bien horizontal que vertical. No se trata tanto de una conservación/ retención de la relacionalidad (relatedness) como de una creación de relacionalidad entre aquellos que no estaban previamente relacionados. Lo que determina, en parte, este tipo de relación de parentesco y la forma de recordar y de olvidar, que les concierne, es el alto grado de movilidad poblacional entre las islas del área. No resulta necesariamente vital recordar los parientes anteriores, dejados atrás, cuya identidad es ahora irrelevante en el proceso de instalación en la nueva isla. En cambio lo que sí se vuelve crucial es la creación de parentesco a través de la formación de nuevos lazos. Los nuevos llegados a las islas son transformados en parientes mediante la hospitalidad, el matrimonio y la procreación de niños. Olvidar es aquí parte de un proceso activo de creación de una nueva identidad compartida en un nuevo escenario. En el mismo sentido, ninguna narrativa de la modernidad como proyecto histórico puede permitirse el lujo de ignorar su subtexto del olvido (Koselleck, 1985). Dicha narrativa interrelaciona dos componentes: uno económico y otro psicológico. En primer lugar, se encuentra la transformación objetiva del tejido social desencadenada por el advenimiento del marcado mundial capitalista que desgarra las limitaciones ancestrales y feudales en una escala global. En segundo lugar, la transformación subjetiva de las posibilidades/ oportunidades de la vida individual; la emancipación de los individuos, cada vez más liberados respecto a los estatus sociales fijos y a los roles jerárquicos. Estos son dos procesos gigantes de descarte. En la medida en que se adoptan estos dos procesos interrelacionados, ciertas cosas deben ser olvidadas porque deben ser descartadas/ desechadas. Estos olvidos de largo plazo (long-term forgetting) como procesos de descarte/desecho cultural en pos de la conformación de una nueva identidad es señalada por dos tipos de evidencia semántica: por la emergencia de un nuevo tipo de vocabulario y por la desaparición de un vocabulario ahora obsoleto (en desuso, inútil). Los cambios semánticos parecen estar guiados por lo que es pensado como deseable, y lo que es pensado como prescindible (innecesario). 4-

Amnesia estructural

Un cuarto tipo de olvido, la amnesia estructural, fue identificada por John Barnes (1947) en su estudio acerca de las genealogías. La amnesia estructural, para este autor, refiere a que una persona tiende a recordar sólo aquellas relaciones (links) de su árbol genealógico que le resultan socialmente relevantes. Por ejemplo, en las genealogías de la nobleza británica, así como en la de los nuer y los tallensi, las líneas de ascendencia masculina (patrilinealidad) son más recordables que las de ascendencia femenina; los nombres de los ancestros que no dan nombre a unidades dentro de la estructura de linaje tienden a ser olvidados. Entre los lamba sucede lo contrario; la descendencia matrilineal es más importante y, de acuerdo con esto, la líneas de ascendencia matrilineal pueden ser rastreadas entre tres y cinco generaciones, en tanto que las líneas de ascendencia masculina

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sólo pueden serlo por una o dos generaciones. Este mismo principio general de la amnesia estructural se ejemplifica en la historia de la cocina, en el sentido de que el número de recetas que pueden conservarse de forma escrita es ilimitado, mientras que el número de recetas conservado en la memoria oral es limitado. Por lo cual la estandarización y transmisión de la cocina moderna depende de la producción de libros de cocina. La atracción de la cocina regional, por otro lado, está ligada a lo que la abuela hacía, y los métodos de la cocina rural/ folklórica (country) son adquiridos por observación más que por medio de la lectura. En estas circunstancias, las recetas son sistemáticamente olvidadas. Este tipo de olvido, se produce entonces por un déficit (falta) de información. 5-

Olvido como anulación.

Se originan por una abundancia de información. Nietzsche hizo famosa la expresión “nausea cultural” en Los usos y abusos de la historia, cuando polemizó contra la escritura de la historia, más particularmente contra el tipo de escritura que el llamó historia anticuaria erudita/ erudición histórica anticuaria (antiquarian historical scholarship), bajo el peso de cuyo recuerdo, la habilidad elemental para vivir y actuar, tal como él lo vio, era golpeada y marchitada. En el exceso de esta conciencia histórica no vio más que “el espectáculo repugnante de una lujuria ciega por recolectar, una cosecha interminable de todo lo que alguna vez fue, así, el hombre se encierra a sí mismo en un hedor de decadencia” (Nietzche, 1957). Rabelais, mucho antes, había sentido la necesidad de una purga del conocimiento. En “Gargantúa y Pantagruel”, nos relata que la mente de Gargantúa se encuentra obstruida por la estupidez (foolishness) escolástica; su maestro Ponócrates le provee de una solución para liberarlo: le ofrece una nueva droga del olvido, una medicación de efecto rápido que produce el deseo de estornudar, lo cual resulta, en una inmediata liberación de todo el conocimiento inútil y olvida las tonterías/ estupideces escolásticas que han estado obstruyendo sus facultades mentales (Rabelais, 1951). Un exceso de este tipo es vivido por individuos excepcionales que pertenecen a un sustrato cultural aprendido; pero olvidar como anulación resulta un fenómeno cualitativamente diferente cuando sus efectos recaen sobre una cultura entera, permeando su maquinaria gubernamental y estructura de sentimiento. Este desarrollo ha ocurrido en dos fases. En la primera fue la gran archivística (archivalización) que fue un ingrediente fundamental en la formación del estado moderno. Nosotros asumimos rutinariamente que ningún poder estatal puede existir sin su maquinaria administrativa de documentos, archivos y memorandums; la España de los Habsburgo fue una pionera espectacular del estado moderno en este sentido. La abrumadora masa de documentación generada por la administración española en los siglos XVI y XVII, instalada en el archivo central del estado en Simancas (Archivo General de la Corona de Castilla, en Valladolid), fue la primera y posiblemente la más voluminosa de los depósitos de Europa (Haring, 1963). Más tarde, la administración central del Imperio Británico fue construida en relación a las instituciones de producción de conocimiento tales como el Museo Británico, la Inspección Geográfica Real, la Inspección India, la Sociedad Real y la Sociedad Asiática Real, cuyas instituciones

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agrupadas formaron lo que fue pensado como un archivo imperial, una fantasía de conocimiento coleccionado al servicio del estado y del imperio (Richards, 1993). La idea de un archivo imperial presagiaba un posterior desarrollo histórico, la diseminación increíblemente veloz a través del globo de una nueva tecnología informativa en las dos décadas que se extienden desde mediados de los ‘70 hasta mediados de los ‘90. Sólo como aclaración, un gran segmento de la población mundial —las ciudades interiores estadounidenses, las afueras (banlieues) francesas, las aldeas (shanty town) africanas, las zonas rurales marginales de la India— continúan aisladas de este tipo de innovaciones. Pero los grupos y territorios dominantes a lo largo del globo han llegado a vincularse hacia el fin del milenio por un nuevo sistema tecnológico que comenzó a formarse sólo en los ‘70. Consideradas simultáneamente, la gran archivística/ archivalización y la nueva información tecnológica, una centralizada, la otra difusa, han dado lugar a una sobreabundancia de información cultural tal que el concepto de desecho/descarte puede llegar a ocupar un rol central en el siglo XXI, así como el concepto de producción lo hizo en el siglo XIX. Decir que algo ha sido almacenado —en un archivo, en una computadora— equivale a decir que, aunque esa información es en principio siempre recuperable, podemos permitirnos/ correr el riesgo de olvidarla. Y este olvido se vuelve por demás necesario cuando el peso impuesto sobre la memoria, que para Rabelais era una herencia del escolasticismo y para Nietzche una herencia del historicismo, se vuelve un problema para la sociedad en general. Vivimos ahora en una sociedad que tiene acceso a demasiada información y en el futuro inmediato el problema puede incluso volverse peor. La habilidad/ destreza genuina de conducir la propia vida llegará a residir cada vez menos en saber cómo recolectar información y cada vez más en saber cómo desecharla. En esta situación, el escritor suizo Hugo Loetscher (1984) ha sugerido su propia variante caprichosa del estornudo de Gargantúa: una “extinción festiva” enorme y mundial, que iba a ser practicada el 31 de diciembre de 1999, en la cual el comando del olvido “delete” [borrar, en las computadoras] extinguiría todos los datos guardados electrónicamente en un gran “acto de liberación”. Esta necesidad de desechar se siente con mayor agudeza, por supuesto, en las ciencias naturales. Ya en 1963 se calculaba que el 75% de las citas en el área de la física eran tomadas de escritos que tenían menos de 10 años. Cada científico necesita aprender como olvidar de esta forma para que su actividad de investigación no resulte inútil desde el principio debido a la sobre información crónica. Incluso, el concepto kuhniano del paradigma científico es una idea acerca del olvido. Kuhn entiende el desarrollo de la ciencia como un desarrollo en el que cada cambio en la evolución científica descarga memoria científica, donde cada colapso de paradigma es siempre un acto de olvido de gran importancia para la economía del esfuerzo científico. El paradigma que ha sido superado es el que puede ser olvidado. Aunque las disciplinas históricas no están sujetas a un proceso tan drástico de obsolescencia deconstructiva, éstas también han sido marcadas por un cambio de paradigma y su correspondiente olvido cultural. Cincuenta años atrás, los historiadores hubieran intentado frecuentemente que las narrativas de gran escala mapearan el curso del cambio histórico a través de largo períodos, y la historia fue tomada para dar sentido/ significar la

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política, la constitución, la diplomacia y la guerra. Hoy en día, el florecimiento de la micro historia implica el estudio intensivo de pequeñas comunidades y eventos singulares —como las del libro Montaillou, de Emmanuel Le Roy Ladourie— y los historiadores se detienen sobre cada aspecto de la experiencia humana, desde la infancia hasta la ancianidad, desde las maneras de vestirse hasta las maneras de comer, desde el perfume hasta la risa, desde el shopping hasta el alambre de púas. Las viejas narrativas y las antiguas historias nucleares lentamente fueron borradas. Debe haber un número de razones para esto, pero una de ellas al menos es el deseo de sortear/esquivar los problemas de sobrecarga que fluyen tras el mero exceso de información. 6-

Olvido como obsolescencia planeada

Otro tipo de olvido emerge como una obsolescencia planeada construida dentro del sistema capitalista de consumo. Dada la extensión de la vida útil de los bienes materiales, los capitalistas han cambiado su atención desde la producción de bienes hacia la producción de servicios. La mayoría de los bienes, no son por accidente conocidos como bienes durables — cuchillos y tenedores, automóviles y lavarropas— tienen un tiempo de vida substancial. Los servicios —como ir a un concierto de rock o a ver una película— tienen un tiempo de vida más corto y rápido. Con este cambio en la provisión de servicios, la vida útil del capital se ha visto acelerada. La evolución de un producto desde su primer diseño y desarrollo hacia su final obsolescencia/inutilidad —lapso de tiempo que en marketing es llamado “ciclo de vida del producto”— se vuelve más corto. Los tiempos de planeamiento a largo plazo de vuelven menos importantes, la facilidad para explotar modas del mercado más cruciales. El control del tiempo está más centrado en el deseo del consumidor que en la disciplina del trabajo. Bajo el control del tiempo del trabajo industrial, se necesitaba que la gente aspirara a la condición de máquinas bien aceitadas. Ahora se necesita que aspiren a la condición de niños omnívoros. El consumo de objetos obedece a presiones de la velocidad creciente (aceleración de la velocidad). Se ha dicho que el pasado es un país extraño/ extranjero pero ahora el presente lo está siendo también. Alexander Kluge ha hablado acerca del ataque del presente sobre el resto del tiempo, cuanto más prevalece el presente del capitalismo consumidor sobre el pasado y el futuro, menor estabilidad o identidad provee a los sujetos contemporáneos —ésta es una de las razones, por supuesto, que explica por qué se habla incesantemente sobre la identidad. La distinción en una cultura de consumo masivo es demostrada a través de la adquisición de un producto que ha entrado en el mercado, antes que otros lo adquieran; pequeñas diferencias de tiempo en el acto del consumo exhiben distinciones sociales, así como se demuestran mínimos matices de destreza física en el deporte. En la medida en que los individuos se auto-designan como miembros de un grupo, lo que cuenta es la diferencia del grupo como un todo en relación a lo que era un año o un mes antes. Los niños no necesitan ya trabajar como manos auxiliares en la fábrica; ahora el trabajo infantil consiste en producir consumo musical mientras la industria de la música produce la demanda para este consumo. Esto es, como si fuera, una nueva forma de música mientras nosotros trabajamos. De esta forma, el chico adquiere un entrenamiento en el significado de lo

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obsoleto: una fascinación con lo nuevo que, como Andreas Huyssen (1995: 26) ha bien denominado, incluye el reconocimiento de su propia obsolescencia en el mismo momento en que aparece. En la medida en que el continuo crecimiento acelerado de la innovación para el propósito del consumo produce grandes cantidades que dentro de poco serán productos obsoletos, se sigue necesariamente que deberán generar aún más actos de descarte. Vital para esta producción de obsolescencia, el olvido es un ingrediente esencial en la operación del mercado. 7-

Olvido como silencio humillado

Hay un séptimo tipo de olvido que, aunque pueda jugar un papel importante como elemento de la política de convivencia, no es ésta una de sus principales características definitorias. Este tipo de olvido no es exclusivamente, y puede en gran parte no serlo para nada, un problema de actividad manifiesta por parte de los aparatos del estado. Se manifiesta como un patrón extendido de comportamiento en la sociedad civil, y es encubierto, desmarcado y desconocido. Su característica más sobresaliente es un silencio humillado. Quizás sea paradójico hablar de semejante condición como evidencia para una forma de olvido, porque las ocasiones de humillación son difíciles de olvidar; es más fácil olvidar el dolor físico que el dolor de la humillación. Aún así, pocas cosas son más elocuentes que un silencio masivo. Y en el silencio secreto (collusive) manifestado por un tipo particular de vergüenza colectiva se detecta tanto un deseo de olvidar como, algunas veces, el efecto real/ concreto de olvidar. Consideremos, por un instante, la destrucción de las ciudades alemanas por el bombardeo en la Segunda Guerra Mundial. Éstos dejaron unas 130 ciudades y pueblos en ruinas; alrededor de 600.000 civiles asesinados; 3.5 millones de hogares destruidos; y 7.5 millones de personas sin hogar (homeless) al finalizar la guerra. Los miembros de las fuerzas ocupantes reportaron haber visto millones de homeless y gente totalmente aletargada preguntando en medio de las ruinas. De los años de la guerra han sobrevivido pocas versiones en las que los ciudadanos alemanes escribieron sobre su desconcertado asombro al ver por primera vez a sus ciudades saqueadas por la guerra. Incluso a través de los 50 años y más que siguieron a la guerra, los horrores del bombardeo aéreo, y sus extendidas repercusiones no han atraído la atención pública, ni en las investigaciones históricas ni en los relatos literarios. Los historiadores alemanes no han producido un estudio exploratorio del tema y, menos aún, uno exhaustivo. A excepción de Nossack, y de algunos pasajes sobre el bombardeo aéreo en los escritos de Heinrich Böll, ningún escritor alemán estaba preparado para, ni era capaz de escribir, acerca del progreso y las repercusiones de la inmensa campaña de destrucción. Una colosal experiencia colectiva fue seguida por medio siglo de silencio. ¿Cómo se explica esto? Sebald (2003) cuenta una historia que golpea fuertemente alguna de las emociones involucradas. Un profesor alemán le dijo en los años ‘90 que, como muchacho, en los años inmediatos de posguerra veía frecuentemente fotografías de cadáveres yaciendo en la calles después de la tormenta de fuego de Hamburgo, publicados clandestinamente por una liberaría de segunda mano, y que él los observaba examinándolos, subrepticiamente, de una forma usualmente reservada a la pornografía. Nos encontramos

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aquí con el silencio de la humillación y la vergüenza. La conspicua (evidente) penuria de la observación y el comentario sobre el sujeto del bombardeo y la cantidad de efectos de largo alcance, en otras palabras, la tácita imposición de un tabú. Al confrontarse con un tabú, la gente puede silenciarse frente al pánico o al terror o porque no pueden encontrar palabras apropiadas. No podemos, por supuesto, inferir el hecho de olvidar del hecho del silencio. Algunos actos de silencio pueden ser un intento de enterrar cosas más allá de la expresión y el alcance de la memoria; sin embargo tales silencios, mientras son un tipo de represión, pueden al mismo tiempo ser una forma de supervivencia, y el deseo de olvidar puede ser un ingrediente esencial en este proceso. Podría ser incluso que este deseo de olvidar fue más efectivo en el trabajo, en la determinación y en el ritmo frenético con el que la reconstrucción de las ciudades alemanas se llevó a cabo después de 1945. Las ruinas que los alemanes vieron a su alrededor no eran simplemente una devastación de su hábitat, un montaña de ruinas materiales, en otro nivel ellos era signos siempre presentes de toda la destrucción que la guerra había dejado atrás en la conciencia de los alemanes. Deberíamos quizás observar la reconstrucción de sus ciudades como algo por encima y más allá del logro de un milagro económico. Significa el encubrimiento literal, el borrón/ la desaparición física, de todos estos signos visibles de destrucción emocional. En este sentido, los alemanes después de 1945 pueden ser considerados como gente comprometida no sólo en reemplazar el tejido/ la estructura (fabric) material destruida por una nueva, sino comprometidos en el proceso completo de encubrimiento de su más reciente pasado, los signos de sus heridas; su milagro económico, en otras palabras, fue una forma de olvidar, un borrón/ borramiento de las trazas/huellas dolorosas de la memoria. El ruido y los martillazos de la construcción acompañados por un silencio humillante. Pero si algo en particular en este contexto histórico demuestra el poder del olvido como humillación vergonzosa es la post-historia del famoso y anónimo diario de guerra, A woman in Berlin. Un diario que cubre el periodo desde el 20 de abril al 22 de junio de 1945, escrito en un sótano de Berlín mientras la autora buscaba refugio frente a los bombardeos aéreos, la artillería de fuego, los saqueadores y las finales violaciones. El libro incluye el bombardeo, las peleas callejeras, el suicidio de Hitler el 30 de abril, la renuncia de los últimos puñados de la resistencia el 2 de mayo y la ocupación de la ciudad por los conquistadores rusos. Fue publicado en traducción al inglés en 1954, y traducido al noruego, italiano, danés, japonés, español, francés y finlandés; pero tuvieron que pasar 5 años antes de que el original en alemán encontrara una editorial, y sólo la obtuvo en Suiza. Los lectores alemanes reaccionaron ante el libro sin prestarle atención/ con negligencia, silencio y hostilidad, porque rompió el tabú de la amnesia de posguerra. Se suponía que las mujeres alemanas no hablaban de las violaciones, tampoco de la colaboración sexual con el fin de sobrevivir durante el periodo de posguerra, como si esto deshonrara a los hombres alemanes que, de algún modo, las habían defendido. Solo a fines de los años ‘80 una generación de mujeres jóvenes alemanas alentó a sus madres y abuelas a hablar sobre sus experiencias de la guerra, y sólo media centuria después de que ésta fuera escrita el trabajo se convirtió en un fenómeno internacional.

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O consideremos la Primera Guerra Mundial (Great War) y la memoria moderna. La colosal pérdida de vidas humanas dio lugar a una orgía de monumentalización; monumentos para conmemorar a los caídos invadieron Europa. Pero ¿eran estos sitios de memoria, los lugares donde el luto/ duelo estaba tomando lugar, como el título del libro de Jay Winter (1995) insinúa? La Organización Internacional del Trabajo estimaba hacia 1923 que cerca de 10 millones de soldados del ejército alemán, austrohúngaro, francés e inglés caminaron por las calles de sus países. Estos eran 10 millones de hombres mutilados: parcial o totalmente ciegos, con desfiguraciones faciales severas, sin una mano, o un brazo, o una pierna, vagando por las calles como fantasmas. De ellos nadie se ocupó. Las heridas de la guerra no fueron recompensadas monetariamente por sus dolores, millones de hogares raramente recibieron la asistencia material que necesitaban por parte de las políticas de los estados en cuyo nombre habían luchado. Los muertos por la guerra eran anualmente recordados en los sitos de los monumentos conmemorativos y, desde 1939, en un ritual de guardar dos minutos de silencio, la gente se paraba dondequiera que estuviese en la calle, y reflexionaba acerca de la pérdida. Al fin y al cabo 10 millones de sobrevivientes mutilados paralizados en las calles de Europa. Eran hombres desmembrados —no rememorados (not remembered)—; muchos con problemas de depresión crónica, que frecuentemente sucumbieron ante el alcoholismo, mendigando en las calles para tener que comer, y un número considerable de ellos han acabado sus días suicidándose. Toda clase de provisiones institucionales fueron acomodadas para mantener a estos soldados mutilados fuera de la vista pública. Cada año, los muertos de guerra era recordados ceremonialmente y las palabras “para que no olvidemos” (lest we forget) eran entonadas ritualmente; palabras que, pronunciadas en un clima de solemnidad eclesiástica, se referían a aquellos que ya estaban, sin temor a equivocarse, muertos. Las palabras no se referían a los sobrevivientes. Verlos era desagradable, incluso vergonzoso. Ellos eran como fantasmas inquietando la conciencia de Europa. Los vivos no querían recordarlos; sino que querían olvidarlos. Los diferentes tipos de olvido que hemos revisado tienen diferentes agentes así como diferentes funciones y valores. Los agentes de los tipos 1 y 2 (borrón represivo y olvido prescriptivo) son estados, gobiernos o partidos gobernantes y, en caso del museo de arte, los curadores de la galería son portadores de la cultura occidental o de una inflexión nacional o regional de ésta. Los agentes del tipo 3 y 4 (formación de una nueva identidad y amnesia estructural) son más variados; pueden ser individuos, parejas, familias o grupos de parentesco. Los agentes del tipo 5 (anulación, como una reacción de superabundancia de información) son tanto individuos como grupos de diversos tamaños (por ejemplo, familias y grandes corporaciones) y sociedades y culturas como un todo. Los agentes del tipo 6 (obsolescencia planeada) son los miembros de un sistema completo de producción económica. El agente del tipo 7 (silencio humillante) no es necesariamente, aunque sí lo es la mayoría de la veces, la sociedad civil. Esta taxonomía no intenta ser exhaustiva y es propuesta como una invitación a pensar otros tipos; y si el autor se detuvo momentáneamente en siete tipos, es según argumenta, en parte por la magia adjudicada al número.
Connerton (2008). Siete tipos de olvido

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