162 Pages • 26,587 Words • PDF • 762.6 KB
Uploaded at 2021-09-24 15:26
This document was submitted by our user and they confirm that they have the consent to share it. Assuming that you are writer or own the copyright of this document, report to us by using this DMCA report button.
Primera edición. Frío invierno en París Dylan Martins. Janis Sandgrouse ©Diciembre, 2020. Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito del autor.
ÍNDICE Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Capítulo 11 Capítulo 12 Capítulo 13 Capítulo 14 Epílogo
Capítulo 1
Una bofetada, solo una, bastó para mirarlo como nunca antes lo había hecho.
Tenía las lágrimas apunto de salir, pero no pensaba darle el gusto de verme llorar, no iba a mostrar mi debilidad ante él.
Negué, fui a la habitación y metí algo de ropa en una maleta deprisa y corriendo, tratando de controlar esas putas lágrimas que me tenían ya los ojos vidriosos.
—Si sales por esa puerta, no te molestes en volver —me dijo al verme con la maleta.
Respiré hondo, cogí el bolso y salí de casa dando un portazo.
Esa había sido la última vez que Raúl me ponía una mano encima.
Cinco años de relación en los que todo había sido perfecto, el hombre más atento y cariñoso del mundo, nunca una voz más alta que otra, hasta que una noche llegó del bufete en el que trabajaba, algo había ido mal ese día y tomó alguna copa de más. Esa fue la primera vez que me dio una bofetada.
No debí justificarlo, sé que no, pero el trabajo últimamente le tenía agobiado y cuando me pidió perdón, llorando por lo que había hecho, lo hice, le perdoné.
No debí hacerlo, pues a esa primera le siguieron muchas más.
Solo mi tía sabía lo que vivía en mi casa, ese miedo a que llegara una noche, en la que hubiera bebido, y la tomara conmigo.
Mis padres fallecieron un año después de empezar a salir con él, cuando yo tenía veinticinco años, me hice cargo de mi hermana que, a sus diecisiete, aún era menor de edad y cuando pudo decidir lo que quería estudiar se fue a París, allí donde mi padre nació y se crió hasta que conoció a mi madre y se vino para España.
Solo las tenía a ellas, mi tía Marie, hermana de mi padre, y mi hermana Bea.
No podía hablar de nadie con esto, no podía denunciar a tan prestigioso abogado criminalista, pues me constaba que había cierta corrupción en su
círculo de amistades. Para mi desgracia, era su palabra contra la mía, así que no me quedaba otra que vivir en el más absoluto silencio.
Mi tía era mi confidente mientras mi hermana, pensaba que vivía una auténtica historia de amor de esas de cuento de hadas. Sí, puede que eso fuera al principio, pero ahora no.
Paré un taxi y fui a casa de mi tía, necesitaba de su amor en ese momento, y es que, para mi suerte, esa mañana me habían dado una noticia que llevaba esperando años.
Estaba embarazada.
—¡Mi niña! —Mi tía sonrió al verme, hasta que se fijó en mi mejilla. ¡Yo lo mato! Se acabó, hija, ¡se acabó!
—Sí, tía, me he ido de casa —y rompí a llorar.
Como siempre, ella me acunó durante un buen rato en el sofá de su salón.
Bastante había aguantado yo durante ese último año, escondiendo los moratones y disimulando delante del resto del mundo.
—Te quedas aquí, ¿verdad? —preguntó mi tía dejando una taza de tila en la mesa.
—Había pensado irme a París, al apartamento que tienes allí.
—Perfecto, me parece una magnífica idea. Voy a por las llaves y te vas ya mismito.
—Espera, tía —dije cogiéndole la mano—. Siéntate que tengo que contarte algo.
—No me asustes, mi niña. ¿Qué pasa?
—Estoy embarazada.
La cara de mi tía fue de la sorpresa a la tristeza y por último la alegría en cuestión de segundos. Me abrazó de nuevo y me aseguró que todo iba a salir bien, que no nos iba a pasar nada.
Fue por las llaves de su apartamento y buscamos el primer vuelo que saliera a París ese mismo día.
Y ahí estaba en ese momento, sentada en el avión disfrutando de un zumo y escuchando una canción de Andy y Lucas que me venía que ni pintada, “Y
en su ventana”.
Las lágrimas se deslizaban solas por mis mejillas, llevaba ya unos cuantos pañuelos gastados, y los que me quedaban.
Había salido de la que era mi casa con cuatro cosas para poner tierra de por medio con el que era el hombre del que me había enamorado. Bueno, no, ese hombre desapareció hacía un año.
En cuanto supe que tenía vuelo y la hora a la que llegaría al apartamento de mi tía, le mandé un mensaje a mi hermana.
Le extrañó que fuera a verla, pero le dije que le contaba todo en cuanto nos viéramos.
No sabía nada, nunca quise que mi tía se lo dijera, pero sin duda había llegado la hora de ponerla al tanto de todo.
Cuando llegué a París respiré hondo, en ese momento de primeros de diciembre empezaba mi nueva vida. Solo esperaba que la tranquilidad que sentía en ese instante durara mucho tiempo.
Al menos había algo bueno en mi relación con Raúl, y es que él no era hombre de casarse así que decidimos que solo viviríamos juntos.
Cogí un taxi y fui al apartamento donde iba a vivir, y allí estaba mi hermana pequeña.
Sonreí al verla por la ventana y en cuanto bajé, vino corriendo a abrazarme.
—¡Ay, madre mía! Pero, ¡cuánto me alegro de verte, hermana! —gritó dándome tal apretón, que temí que se me rompiera una costilla.
—Y yo, preciosa mía, y yo.
Cogí la maleta y Bea me miró con una ceja arqueada, me encogí de hombros y subimos al apartamento.
Estaba situado en una de las mejores calles de la ciudad, con unas vistas inmejorables a los Campos Elíseos. Siempre me había gustado ese apartamento y cuando era más joven venía siempre que podía.
—Bueno, y dime, ¿cuánto vas a quedarte? Porque me encantaría comer contigo algún día y esas cosas. Tener charlas de hermana, ya sabes. ¡Que te echo de menos una jartá jolín! —dijo una vez entramos al apartamento.
Estaba tal y como recordaba. El amplio salón con los visillos blancos en esos ventanales que iban del techo al suelo, los sofás blancos en contraste
con los muebles negros y los suelos de madera.
Paredes grises decoradas con cuadros de los mejores rincones de la ciudad. La cocina era americana, de modo que estaba unida al salón.
Un cuarto de baño y un único dormitorio.
El apartamento era de mi difunto tío, un francés amigo de mi padre que, como él, dejó todo por amor y se fue a España siguiendo a Marie, que se trasladó junto con su hermano.
Mi tía y mi madre apenas si se llevaban dos años de diferencia, y siempre fueron las mejores amigas, confidentes de todo cuanto les ocurría.
Y ahora ella era la mía también.
—No tengo nada que ofrecerte —dije lo que era más que obvio cuando nos sentamos en el sofá.
—Tranquila, otro día me invitas a café y pasteles. Bueno, pero dime, ¿cuánto te quedas aquí?
—Bea, tengo que contarte algo que llevo ocultando un año.
Mi hermana me miró seria y cuando llegué al momento crítico de la conversación, se llevó las manos a la boca tapando el grito que había dejado salir.
—No puede ser, ¿Raúl, en serio?
—Sí, me ha estado maltratando un año y… ya no he aguantado más, Bea, no he aguantado —contesté llorando y ella me abrazó.
La sentí llorar conmigo, me consolaba, pero lloraba con la cabeza recostada en mi hombro. Era la pequeña, siempre la había protegido de todo y ahora me tenía que apoyar en ella para pasar este mal trago.
—Un año, Carmen —me dijo secándose las lágrimas—. Has estado un año aguantando carros y carretas y sin decirme nada.
—No quería preocuparte, cariño —me justifiqué—, quería que te centraras en tus estudios, solo eso.
—Bueno, pero ya estás aquí, lejos de… Es que no me lo creo, si era un amor de hombre.
—Lo sé, pero he decidido decir basta porque ahora no temía solo por mí, sino por el bebé —confieso, llevándome una mano al vientre.
—¿Estás embarazada? —pregunta y yo solo asiento, sin mirarla— ¡Ay, que voy a ser tía! Vamos a consentir a ese pequeñín las dos, ya verás. Tú ya no te vuelves para España, que lo sepas.
—Bea, allí tenemos la casa de los papás.
—Da igual, la vendemos, pero no quiero que te vayas, tengo que ver crecer a mi sobri.
—Ya lo vamos viendo, ¿vale?
—Vale, pero verás como al final te quedas aquí. Bueno, me voy que solo quería darte la bienvenida. Tengo que hacer unos recados.
Me despido de mi hermana y coloco mis cosas en el dormitorio antes de bajar a hacer algo de compra, que no me voy a alimentar del aire, y menos ahora que voy a tener que comer por dos.
Me miro en el espejo, colocándome de perfil e imaginando cómo me vería con barriguita.
Esa era mi ilusión, ser madre algún día, pero desde que Raúl dio ese cambio había procurado no quedarme, pero aquella noche…
Había estado esperándolo para cenar, era su cumpleaños y ni siquiera sé por qué me molesté en preparar algo especial.
¿La cena? Acabó en la basura, porque cuando vi que a las once de la noche ya no iba a aparecer por casa, la acabé tirando.
Me acosté y no sé decir el tiempo que llevaba realmente dormida cuando le oí llegar. Bueno, más bien escuché el golpe que se dio con no sé qué de la casa. Me levanté y lo encontré apoyado en la pared, borracho como era ya casi algo habitual en él.
Evitaré recordar esos momentos escabrosos en los que me llamó de todo, menos guapa, me abofeteó y… La noche ya sabéis cómo acabó, con sorpresa dos meses después.
Bajé al supermercado que quedaba más cerca, hice algo de compra y volví a casa.
Llamé a mi tía, le dije que había llegado bien, que me había confesado con Bea y que, aparte de querer sacarle los ojos a mi novio, se había alegrado porque iba a ser tía.
Me pidió que la llamara a menudo para contarle cómo me iba y me dijo que no me preocupara porque no iba a decirle nunca a Raúl dónde estaba.
Me preparé una sopa, apenas tenía hambre, pero algo debía llevar al cuerpo para mi pequeñín.
Acabé la cena y me fui a la cama temprano, había sido un día… raro, más de lo normal puesto que una no deja de buenas a primeras su ciudad natal para surcar los cielos e instalarse en otro país.
Aquí, y ahora, comenzaba mi aventura a la francesa…
Capítulo 2
Me desperté y miré la hora en el móvil, eran las nueve de la mañana, buenísima hora, había dormido genial y no me había desvelado ni una sola vez.
Fui directa a la cocina a prepararme un cacao para tomarlo disfrutando de las vistas que tenía desde esos grandes ventanales. Me encantaba ese ambiente parisino que se respiraba desde ahí, me hacía saborear la libertad, me hacía ver ahora todo diferente, aunque reconozco que imaginaba una terrible situación: la de que apareciera por la puerta una vez que se hubiera enterado.
Pero bueno, esperaba que no, quería comenzar mi nueva vida y que a él le hubiese quedado claro que lo nuestro se había acabado, nunca más, hacia atrás, ni para coger impulso.
El cacao me sabía genial, pero echaba de menos el café, pero desde que me enteré que estaba embarazada había tenido que dejarlo.
Estuve un buen rato desayunando, relajada, no quería sentir el estrés en mi cuerpo, quería disfrutar de cada momento, simplemente sentir el placer de desayunar sin inquietudes. No es que de la noche a la mañana ya fuera todo de color de rosa, pero había muchos fantasmas que ahí no los tenía.
Tras el desayuno me fui a pasear, quería coger aire, caminar sin rumbo y disfrutar de la ciudad, luego volvería a comer al apartamento, pero pensaba pasar la mañana fuera.
El frío era impresionante, abroché bien mi chaquetón y me puse los guantes, comencé a caminar con una sonrisa en los labios mirando cada edificio y escaparate por el que pasaba. Todo me llamaba la atención y es que ese día tenía una sensación que hacía mucho no sentía, así que tenía ganas de dejarme llevar por ello y comenzar a ver la vida de otro color.
Entré en una tienda de chocolates, ese escaparate me había llamado tanto la atención, que decidí comprar algunas cosas para la casa, para esos momentos de tristeza, ya que suelen decir que con algo dulce se quitan.
Hice un surtido en aquella bolsa de papel, además, estaban todos los bombones tan bien expuestos y lo preparaban tan cuqui, que daban ganas de llevárselos todos.
Salí feliz con mi primera adquisición de caprichos.
Tomé la esquina cuando de repente, me encontré gente corriendo con chalecos amarillos y recordé esas manifestaciones no pacificas que se estaban dando de vez en cuando en París, me puse a temblar cuando fui a dar marcha atrás y vi lo mismo, la policía dando palos, la gente quemando de todo, destrozando cosas y comencé a tener un ataque de ansiedad.
Corrí todo lo que pude levantando las manos para llegar de nuevo hasta mi edificio, iba temblando, cruzándome a policías enfurecidos por la batalla campal que estaban haciendo. Cuando casi estoy a punto de doblar la esquina de mi edificio, me encuentro a una niña pequeña de no más de siete años, llorando con las manos en la cara y mirando a la pared aterrada.
—Preciosa, ¿estás sola? —Le puse la mano en la espalda.
—Me he perdido —decía temblando y sin quitarse las manos de la cara.
Afortunadamente para mí, y para ella, el ser hija de padre francés era bueno para esta situación dado que era el segundo idioma que dominaba como si hubiera nacido aquí.
—No te puedes quedar aquí, ven, nos pondremos a salvo y luego localizaremos a tu familia —la giré, la cogí en brazos y se abrazó a mi cuello apoyando la cabeza en mi hombro, llorando.
La policía al verme con la niña en brazos corriendo comenzó a hacerme un espacio en la acera señalándome por donde podíamos salir de ahí, al menos nos estaban ayudando.
Corrí hasta la puerta de casa temblando, abrí y subimos al apartamento, ella me dio la mano hasta arriba en cuanto entramos al portal, se aferraba a mí como un clavo ardiendo.
—Vamos a tranquilizarnos, estamos fuera de peligro, ahora tenemos que conseguir dar con tu familia, te voy a ayudar, no tengas miedo, ¿vale?
—Sí —decía derramando esas lágrimas que me partían el alma.
—Me llamo Carmen, ¿y tú?
—Mariela.
—Muy bien. ¿Y tú mamá, como se llama?
—No tengo mamá, tengo papá.
—Bien Mariela, ¿y se llama?
—Adrien.
—Eso es perfecto —no lo era, pero tenía que animarla y, poco a poco, sacarle la información.
—¿Cuántos años tienes?
—Seis.
—Toda una mujercita. ¿Quieres un bombón? —Saqué el paquete que estaba en mi bolso.
—Vale —los miraba con esas lagrimitas que me partían el corazón.
—¿Y tú sabes el apellido de tu padre?
—Es el Doctor Surch —soltó con esa voz tímida, pero ya tenía otro dato, era doctor y tenía su nombre y apellido.
—Vale, déjame buscarlo aquí, ve probando los bombones que quieras, tienes permiso para comértelos todos —le hice un gesto que le hizo gracia y me mostró una preciosa sonrisa.
Me puse a buscarlo en Google y di con una clínica que tenía su nombre, apareció un doctor de unos cuarenta años, más o menos y se lo enseñé a la niña.
—Es mi papá —dijo emocionada y volvió a llorar.
—No llores que ya lo tengo localizado, aquí está también y tiene Facebook e Instagram.
Llamé a la clínica, pero nadie me lo cogía, normal era sábado por la mañana y solo trabajaban de lunes a viernes.
Fui a su Facebook personal y no quería enrollarme por si no leía los mensajes con los nervios, estaba claro que estaría buscando a su hija.
Me dedique a ponerle muchas veces en sus dos redes en el privado que tenía a su hija, solo eso, tengo a tu hija, tengo a tu hija, eso sería la única manera de captar la atención de ese hombre.
No tenía la opción de que los que no eran sus contactos llamarlo, así que no lo pude acribillar en llamadas por Facebook, pero los mensajes eran de diez en diez con esa frase hasta que…
Me pidió solicitud de amistad, lo acepté y entonces me llamó corriendo.
—Hola, no soy ninguna delincuente, ni la tengo secuestrada, solo la puse a salvo —dije antes que me dijera alguna barbaridad.
—Lo sé, gracias a Dios, ¿Dónde estáis? —preguntó de lo más preocupado.
—¿Sabes dónde está el restaurante Le Grill?
—Claro, en la calle de atrás donde perdí a mi hija.
—Pues yo estoy en el bloque que está en medio del restaurante y la panadería, en el cuarto piso.
—Vale, voy a ver cómo consigo llegar allí, ahora mismo estoy dos calles más atrás.
—No te pongas en riesgo, la niña está aquí en buenas manos, no está bien que lo diga, pero quiero que usted llegue bien.
—Gracias, no tendré vida para pagártelo, intentaré llegar lo antes posible, pero si tardo confío en ti. Sé que es una locura, pero tienes lo más valioso de mi vida en tus manos —lo noté con la voz entrecortada.
—Tranquilo, te paso a tu hija un segundo, la encontré muy nerviosa pero ya está más tranquila, le relajará mucho más escuchar tu voz.
—Sí, por favor.
A Mariela se le dibujó una sonrisa al escuchar a su padre, casi una carcajada, casi me pongo a llorar ya que soy muy sensible.
Colgó mirándome, sonriendo y diciendo que su papi iba a venir.
—Claro que va a venir, cielo, no lo dudes.
—Es muy bueno conmigo.
—No te mereces menos —sonreí haciéndole una caricia en la mejilla.
Le quité el abrigo, ya que con la calefacción hacia calor y la senté en el sofá con los bombones y unos dibujitos en la tele, ella comenzaba a relajarse que era lo que quería.
Le ofrecí un zumo y se puso a tomarlo, yo me hice un cacao, no tenía bastante con los dos que me había tomados dos horas antes de salir, pero es que necesitaba un poco de dulce.
Me asomé a la ventana y daba miedo, no sabía cómo lo iba a hacer ese hombre, pero desde luego lo iba a tener difícil para llegar a nosotras ya que la cosa se estaba complicando cada vez más.
La pequeña me preguntaba desde el sofá si veía a su padre, yo le decía que no, pero que seguramente estaría llegando, ella sí que no quería que mirara por la ventana, de todas formas, aparte de estar en el sofá, por altura no llegaba a ver nada.
Adrien, su padre, me puso un mensaje diciendo que estaba ya cerca, pero tuvo que resguardarse en otro sitio, de nuevo la violencia estaba concentrada cerca de donde estaba y tuvo que hacer un parón, así que le dije que no se preocupara y que lo hiciera sobre seguro.
Yo solo pensaba que había sido muy afortunada de encontrar a la niña yo y no cualquier descerebrado, así que por esa parte sentía una paz increíble.
Me puse a cocinar un puchero, había comprado todo lo necesario el día anterior, lo iba a hacer al estilo andaluz, como en mi tierra, así que me puse a ello mientras la pequeña estaba de lo más concentrada viendo los dibujitos.
El padre me envió un mensaje diciendo que venía de camino, que un grupo de policía lo estaban escoltando, ya que él les le había contado lo sucedido. Me pidió que estuviese pendiente para abrir el portal en unos minutos.
Capítulo 3
—¡Papá! —gritó la pequeña al ver a su padre en la puerta y se lanzó a sus brazos. Este la cogió y la abrazó sin dejar de besarla.
Se me erizó la piel, casi me echo a llorar con ese abrazo que con tantas ganas se habían dado.
—Gracias —dijo con los ojos vidriosos mirándome mientras la sujetaba.
—Pasa, por favor —me aparté y bajó a la niña, se presentó dándome la mano y con la otra llevándosela al corazón en señal de agradecimiento.
—No sé cómo agradecerte lo que has hecho por mi hija. No puedes imaginar el dolor y la desesperación que sentí cuando no la vi. Fue todo muy rápido y de estar agarrada a mi pantalón, ya no estaba, aquello era como una guerra, te juro que no he sentido más miedo en mi vida, por mi hija claro.
—Imagino la desesperación que has debido sentir, pero ahora hay que esperar a que todo esto pase. No os dejaré iros como está ahora mismo la calle y que a esta preciosidad le ocurra algo —le hice un guiño a Mariela.
—Y, ¿nos vas a dar de comer eso que huele tan bien? —preguntó la pequeña y el padre frunció la cara apretando los dientes.
—Claro, además vais a comer un puchero no solo de España, de Andalucía, casi nada.
—No queremos ser una molestia…
—No lo sois y, además, no es momento de preferencias, es momento de esperar a que todo ese caos pase.
—Te lo compensaré, de verdad que sí.
Aquel hombre aparte de guapísimo tenía algo especial en su mirada, una nobleza de esas que se transmiten sin duda alguna, aunque no lo conocía, me hacía sentir eso.
Saqué una lata de refresco para cada uno y le ofrecí una, pues alcohol por mi estado no tenía, pero vamos eso no se le dije, simplemente que no bebía alcohol, él me dijo que ocasionalmente se tomaba alguna copa de vino.
Se le veía súper educado, atento, correcto y a la niña se dirigía con una clase de amor que se podía respirar esa conexión que había entre ellos tan fuerte.
Era un reputado pediatra, no es que él me lo dijera, pero sí que lo vi en la búsqueda y los comentarios que dejaban en las redes y como estaba valorada su clínica.
Preparé la mesa y saqué todo lo del puchero en una bandeja que puse en medio y sus caras lo decían todo, vamos que les gustaba lo que veían. Luego puse un plato de caldo con arroz para cada uno y comenzamos a comer.
—Papá, podemos invitar a Carmen a comer las canastitas de hojaldre con queso y jamón que tú haces.
—Claro, cariño.
—¿Vas a venir? —me preguntó la pequeña con esa vocecilla que era para comérsela.
—Si me invitas, no podría decir que no —puse cara de emocionada y le saqué una sonrisa a ella y al padre.
—Tengo un dormitorio de princesas, en color rosa, y un armario con algunos vestidos de ellas.
—Madre mía, tienes una suerte impresionante, no me perdería ver eso por nada del mundo.
—Y está obsesionada con Bella —volteó el padre los ojos, causándonos a la pequeña y a mí una carcajada.
—Yo estoy obsesionada con el Bestia —solté con doble sentido, ellos no lo iban a entender, pero se rieron por la parte de lo referente al personaje de Disney.
La verdad es que fue una comida muy divertida, no los conocía de nada, pero era como si los hiciera de toda la vida.
Recogimos la mesa y nos tomamos un té, la pequeña se tiró en el sofá a ver dibujitos y se quedó dormida, le eché una manta por encima y ahí estaba tan plácidamente.
Me contó que su mujer murió cuatro meses después del nacimiento de Mariela, fue todo rápido, una leucemia se la llevó de forma fulminante en menos de un mes.
Adrien lo pasó muy mal, en sus ojos se podía ver el dolor que había soportado con ese golpe que le tenía preparada la vida, sacó fuerzas por su hija, se tuvo que armar de valor y sacar a su pequeña adelante.
Me había dejado mal cuerpo conocer esa historia ya que yo iba a ser madre y si me muriera sería lo más doloroso que me pasara en la vida, no ver a mi hijo crecer.
Se notaba que Adrien la quiso con todas sus fuerzas, solo hablar de ella y el tono se le volvía dulce, melancólico, desprendía mucho amor y desde entonces no había estado con ninguna mujer.
Nos pasamos la tarde charlando, sabíamos que aquello que estaba pasando en las calles no pararía hasta más tarde, así que nos pusimos a preparar la cena cuando la pequeña se levantó y se puso a tomar un batido de fresa.
Dejamos unas croquetas de pollo hechas y una empanada de atún, tomate y huevo duro. Me encantaba hacerla, compraba la masa y rellenarla era rápido, el resultado era delicioso.
La cena fue de risa, la niña quería que fuera pronto a su casa, me hablaba de ello con una emoción que nos hacía sacar una sonrisa y es que era un regalito de la vida, puro amor, como su padre.
La pequeña se puso a hablarme de su compañera y amiga de colegio Céline, decía que era su preferida y que las dos siempre jugaban en el recreo juntas, además, se invitaban a sus cumpleaños. Por lo visto desde dos años atrás ya compartían juntas el preescolar, así que se había formado una piña muy fuerte entre ellas.
Mariela era muy buena y educada para la edad que tenía, saltaba a la vista, no era para nada una niña de esas impertinentes que no se callan o que andan interrumpiendo en todo momento, sabía cuándo tenía que hablar y cómo hacerlo, me sorprendía mucho, además todo lo decía desprendiendo un amor increíble. Me alucinaba la educación que le había dado el padre, había conseguido hacer de esa pequeñaja una niña con un respeto digno de admirar.
Después de cenar ya se fue disolviendo aquella guerra campal que había durado todo el día, el problema era no el simple hecho de manifestarse, es que se unían de otros lugares personas buscando conflicto y creando vandalismo, así que la situación se desbordaba y aquello no era una lucha por conseguir que el gobierno los escuchara, al final la información era los destrozos e incidentes marcados por unas protestas de lo más violentas que hacían que toda una población se viera encerrada en casa con miedo a salir.
Intercambiamos teléfonos, nos teníamos en las redes y prometimos vernos en unos días. La pequeña me dio un precioso abrazo que me dejó con la baba caída un buen rato y su padre me dio un beso en la mejilla que creo que el rubor debió llegar a unos cuantos kilómetros.
Me senté un rato en el sofá, el día había sido largo, pero muy bonito, había conectado con dos personas maravillosas que consiguieron que pasara un día de lo más ocupado y poco pensativo, eso me había sentado muy bien.
Acaricié mi barriga, aún no se me notaba el embarazo, pero ahí estaba mi garbancito, creciendo ante un futuro incierto y en el que lo iba a proteger dejándome la vida en ello, pero el secreto de la paternidad quería guardarlo por un tiempo, por supuesto que llegado el momento le contaría a mi hijo o hija la verdad de quién era su padre, aunque por ahora lo que no iba a permitir es que él se enterara, no quería poner en riesgo nada y es que, aunque por un lado pensaba que no sería capaz de hacernos daño, por otro, creía que sería capaz de cualquier cosa por arrebatármelo y destrozarme.
Me puse a mirar los perfiles de Adrien, era guapísimo, tenía cuarenta y un años, sus fotos en sus redes estaban muy cuidadas, era un tipo al que se veía que lo trataban con mucho respeto y es que se lo merecía, el tacto que tenía para todo era increíble, a la hora de hablar, de actuar, me había dado cuenta esa tarde en un montón de cosas.
Pediatra, buen padre y yo no me atreví a contarle que estaba embarazada, no sé por qué no lo hice, pero no fui capaz de ello, una absurda tontería, pero bueno.
Me metí en la cama dándole vueltas a la cabeza, todo lo que me había pasado, lo que estaba viviendo a nivel personal con el embarazo, lo que tuve que dejar atrás por no poner en peligro a esa personita que comenzaba a formarse en mi interior y es que no fue fácil enterarme de esa noticia
siendo una mujer maltratada, pero estaba orgullosa de haber tenido el valor de coger la puerta e irme. Reconozco que me dio mucho miedo hacerlo porque pensé que me lo impediría a base de golpes, pero no, di un buen portazo y no fue detrás de mí, cosa que fue lo mejor que me pudo haber pasado.
Estos meses los quería vivir disfrutando de mi estado, tranquila y sin estrés. Gracias a lo que mis padres nos habían dejado, podíamos permitirnos vivir desahogadas una buena temporada, tanto mi hermana como yo, además teníamos la casa de España, que en cualquier momento se podría vender y nos sacaría más castañas del fuego.
Mi pensamiento se estaba volviendo en aprovechar esos meses y dedicarme a hacer cosas por Internet, siempre me gustó la cocina y había pensado en abrir un canal sobre ello, no es que me fuera a dar un sueldo, pero bueno, iba a estar entretenida haciendo algo que me gustaba, además yo tenía mucho gusto para preparar un perfil bonito y darle un toque personal, al menos eso siempre me dijeron los que realmente me conocían.
Esa noche estaba inquieta, realmente era una sensación extraña y es que Adrien me había causado una impresión tan buena e impactante, que me hacía pensar cosas que no quería ni debía, todo era muy reciente y, además, entre nosotros había una buena diferencia de edad, a lo que añadimos mi estado. No había nada que pudieran hacer los astros ahora mismo por alinearse y conspirar para que algo pasara entre nosotros, pero lo pensaba. ¿Cómo podía ser con alguien que había conocido hacía escasas horas? Y si encima añadimos mi historia reciente a la que acaba de poner fin, nada, no
podría salir nada, solo eran pensamientos de un momento tan frágil como el que estaba viviendo.
Capítulo 4
Me levanté temprano a pesar de ser domingo, pero quería comprar los croissants que vendían en la panadería de abajo, que recién hechos estaban de vicio.
Además, esperaba a mi hermana que vendría a pasar el día conmigo, y sabía que llegaría para desayunar.
Y no me equivoqué ni un poco, porque acababa de preparar chocolate caliente cuando llamó al telefonillo.
Dejé la puerta del apartamento abierta y en cuanto entró se hizo notar.
—¡Buenos días, mamiii!
—Buenos días, loca —sonreí y me dejé abrazar.
Cómo había echado de menos a mi hermana pequeña durante ese año, tantas veces quise contarle lo que ocurría en mi casa y ninguna me atreví.
—Qué bien huele.
—Los bollitos de la panadería de abajo, recién hechos los compré y he preparado chocolate.
—Pues a desayunar que para luego es tarde —dijo cogiendo las tazas y yendo al sofá.
Y sí, ahí mismo desayunamos, sentadas en el sofá mientras me contaba lo bien que le iba en las clases y lo magníficos que eran sus compañeros de piso.
—¿Cómo te sientes? —preguntó mientras recogíamos lo del desayuno— Me refiero al embarazo.
—Bastante bien, la verdad.
—¿No tienes náuseas? He leído que suelen ser frecuentes, sobre todo, recién levantada.
—Pues yo no tengo, al menos por el momento.
—Eso es bueno, porque creo que os ponéis malísimas. Algo parecido a la niña del exorcista, pero sin que os de vueltas la cabeza, claro.
Empecé a reír a carcajadas y ella me siguió, lo que no se le ocurriera a mi hermana…
Decidimos salir a comprar lo necesario para preparar la comida, iba a hacer una paella de esas que preparaba nuestra madre y que, modestia aparte, a mí me quedaba riquísima.
Mientras estábamos cada una ocupada con lo que tenía que hacer, pusimos música de fondo, una de las listas de reproducción que mi hermana tenía en el móvil con canciones de lo más variadas.
En ese momento empezó a sonar “Hung up” de Madonna, y me vi a la tierna edad de quince años haciendo todos esos movimientos que la diva hacía en su videoclip.
Bea empezó a mover las caderas, pero cuando la vi levantar una pierna en plan bailarina y después todos esos giros y demás meneítos, me animé a bailar con ella.
Que no, que ya tenía treinta años y esa agilidad de aquel entonces no sabía dónde se me habría quedado, pero me defendía muy, pero que muy bien.
Eso sí, ella se movía que parecía de goma, la puñetera.
—Estoy muerta —dijo resoplando, dejándose caer en el sofá, después de la sesión de baile.
—No me extraña, lo que no sé es cómo no te has desmontado, chiquilla.
—Bueno, que voy al gimnasio dos veces en semana desde que estoy aquí y me va muy bien.
—Ya te veo. Anda, vamos a acabar de preparar la paella que al final veo que tenemos que pedir pizza.
Volvimos a la cocina para acabar de prepara todo y cuando teníamos la comida en el fuego, nos sentamos a charlar.
—Si te digo lo que me pasó ayer, no te lo crees —empecé a decir.
—¿Recién llegada a París y ya con una aventura que contar? Saca unas patatitas anda, y un refresco, que eso tiene miga, seguro.
Reí y fui a por lo que había pedido, cuando regresé la vi dar unas palmaditas en el sofá para que me sentara a su lado.
—Venga, cuenta —me pidió cogiendo el vaso que le di.
—Salí a pasear, compré unos bombones y cuando volvía me encontré con unos altercados, así que corrí para llegar aquí cuanto antes y encontré una niña pequeña sola, llorando.
—¡Qué dices! Y, ¿qué hiciste?
—La traje aquí, la pobre se había perdido y no pensaba dejarla sola. Me dijo el nombre de su padre, lo localicé por Facebook y vino a recogerla.
—¿Es guapo? —preguntó la muy loca, poniendo morritos.
—Pues…
¿Guapo, preguntaba? La verdad es que sí, me lo parecía, no estaba mal, la verdad.
—Pues, ¿qué? Sí o no. Habla, mujer, que parece que te ha dado algo.
—Mira —cogí el móvil y le enseñé las fotos que había visto suyas cuando estuve buscándolo el día anterior.
—¡Hostia! Menudo bombón, maja.
—Es muy simpático, se llama Adrien y es médico.
—¡Anda! Mira ya tienes quien te haga las revisiones para ver cómo va mi sobri.
—No le he dicho que estoy embarazada.
—¿Y eso por qué? Carmen, que es un bebé no una aceituna que te has tragado. Hija, que eso va a ir creciendo no lo vas a soltar por…
—Ya, ya, pero a ver, que le conocí ayer, ¿eh?
—¿Y? Mujer, tendrás que decirle que vienes con sorpresa, como los huevos Kinder.
—Bea, que solo recogí a su hija y la puse a salvo. Vino a casa y se quedaron a comer porque la cosa en la calle estaba bastante mal, se fueron cuando se calmó todo. Me dijo que me invitaría a comer un día de estos, para agradecerme lo de la niña y tal, así que ya está. No tengo por qué contarle mi vida.
—¿Él te contó algo de la suya? Porque, a ver… ¿Está casado, tiene novia, amiguita…?
—Es viudo, Bea.
—¡Oh!
Mi hermana se quedó a cuadros cuando le conté lo que me había contado Adrien de cómo perdió a su esposa. Desde luego que había sido un palo muy gordo para él, con una niña tan pequeña, pero supo sacarla adelante.
—Es un padre increíble, tendrías que haberlo visto con su niña. Se le veía en los ojos lo mucho que la quiere —dije dejando el móvil de nuevo en la mesa.
—Tiene cara de buena persona, pero… lo mismo pensaba de Raúl, y mira dónde estás.
—Raúl cambió, Bea, ya te lo he dicho —incliné la mirada y no pude evitar que se me saltaran las lágrimas.
Recordaba al hombre que había sido cuando nos conocimos, lo atento que estaba siempre, el modo en que se preocupaba y cómo cambió de la noche a la mañana.
—Le sigues queriendo, ¿verdad?
—No lo sé, Bea, han sido seis años de mi vida a su lado.
—Cinco buenos y uno malo, ya lo sé, pero por mucho que esos cinco fueran maravillosos, el último año te las hizo pasar putas, y perdona que sea tan mal hablada ahora mismo, pero es que…
—Lo sé.
La abracé y ella llevó una mano a mi vientre, esa era su manera de decir que iba a cuidar de su sobrino como yo siempre había cuidado de ella.
Tenía razón, el último año Raúl me las había hecho pasar putas no, lo siguiente, y eso que me había callado muchos de los peores momentos que había vivido.
Debí salir antes de aquella casa, pero cuando me pedía perdón llorando como un niño pequeño y me aseguraba que no iba a volver a ocurrir… le creía porque lo quería, pero ahora tenía un motivo por el que dejarlo definitivamente.
No me unía nada a él, no estábamos casados y la casa era suya, ni siquiera eso compartíamos, una hipoteca como cualquier otra pareja, por eso me fui, porque me importaba mi vida y, sobre todo, la de mi hijo.
Jamás permitiría que me volviera a poner una mano encima y que a mi hijo le pasara algo. Aún seguía sin comprender cómo mi pequeñín seguía ahí, conmigo, pues en el tiempo que llevaba embarazada y no lo había sabido, sufrí las consecuencias de uno de sus malos días en el trabajo.
—Vamos a comer, que esa paellita ya huele que alimenta —dijo dando una palmada.
Y eso hicimos, saborear aquella comida que tantas veces habíamos querido que pudiera llevarse a cabo y por distancia era imposible.
Salvo en las fiestas navideñas, que solía venir a España y se quedaba en la casa que habíamos heredado de nuestros padres.
Este año era yo quien venía a pasarlas con ella, y la veía más feliz que nunca, sobre todo, porque iba a ser la tía que consentiría a mi pequeñín.
—¿Has sabido algo de él en estos días? —preguntó mientras recogíamos.
—Nada, ni una llamada, ni un mensaje. Vamos, que cuando me dijo que si salía de casa no volviera, me dejó claro que no iba a buscarme.
—¿Y si lo hace? —Miré a mi hermana y vi el miedo reflejado en su cara.
—Tranquila, no sabe dónde estoy. La única que está al tanto es la tía Marie, y ella no va a decirle nada.
—Si pudiera, le dejaba sin esas pelotillas de pin pon que tiene.
—Si la tía pudiera, lo haría antes que tú.
Nos reímos y decidimos ver una película mientras tomábamos un chocolate caliente.
Pasamos toda la tarde en el sofá, tapadas con la manta y viendo comedias románticas como habíamos hecho cientos de veces, antes de que se mudara aquí.
Recibió un mensaje y la vi sonreír, me recordó a mí cuando leía los que me mandaba Raúl al principio de nuestra relación.
—¿El novio? —pregunté dándole un leve codazo en el brazo.
—Algo así —contestó sacándome la lengua.
—¡Oye! No me dejes con la intriga. Venga, va, cuenta que soy toda oídos.
—Es uno de mis compañeros de piso, me gusta y… creo que yo a él también, pero no quiero meter la pata, voy con pies de plomo, hija, que si no le gusto y me cargo la amistad que tenemos…
—Ya, te entiendo. ¿Cómo se llama?
—Nathan, tiene un año más que yo.
Me enseñó la foto de perfil que tenía en su estado de WhatsApp y la verdad es que sí, era bastante mono, tenía esa cara de niño bueno, pero se le veía maduro.
—Bueno, tú despacio y si te atreves a mover ficha y te dice que no, no pasa nada, que tu hermana está aquí. ¿De acuerdo?
—Vale, pero no sé si llegaré a decirle alguna vez lo que siento.
—Quién sabe, igual te lo dice él. Bueno, ¿pizza para cenar?
—Pizza para cenar.
Pedimos las pizzas y cenamos viendo otra peli, hasta que mi hermana se marchó porque se le hacía tarde.
Recogí todo, me puse el pijama calentito y me metí en la cama.
Echaba tanto de menos esos días con mi hermana en casa, que ahora iba a disfrutarlos mucho más.
La pregunta de Bea me rondaba en la cabeza. ¿Y si Raúl se presentaba aquí? Me aterraba la sola idea de volver a verle, que intentara hacerme algo, sobre todo, porque pudiera pasarle algo a bebé.
No quería ni imaginarme que le pudiera perder, era mi hijo y le quería, le quise en cuanto el médico me dijo que estaba ahí.
—No te hará daño, te lo prometo, cariño —le aseguré colocando ambas manos sobre mi vientre.
Me recosté mirando hacia la ventana, cerré los ojos y me fui al mundo de los sueños.
Capítulo 5
Lunes y empezaba la primera semana de mi nueva vida.
¡Cómo me apetecía un café! Si es que ese era el que me ponía las pilas desde bien temprano, pero ahora tenía que cuidarme, solo faltaría que por llenarme de cafeína estos meses, mi garbancito naciera ya trepando como los monos.
Un cacao caliente, una tostada con mantequilla y mermelada y a desayunar con las vistas más bonitas de todo París.
Bueno, vale, unas de las más bonitas, que los afortunados que tienen la Torre Eiffel delante, son unos auténticos privilegiados.
Me llegó una notificación de mensaje y al ver el nombre de Adrien, me quedé sorprendida, la verdad.
Adrien: Buenos días, Carmen. ¿Qué tal tu primer domingo en la ciudad? Espero que haya sido tranquilo. Que tengas un bonito lunes.
Sonreí y le contesté que sí, que había sido un día tranquilo, le deseé lo mismo y dejé el teléfono de nuevo en la mesa.
Me había levantado decidida, iba a hacer ese canal de cocina que tanto me apetecía tener.
Cogí el portátil, busqué bien las imágenes que poner como fondo en mis redes, me preparé un té y empecé a pensar nombres.
Fui anotando palabras sueltas, esas que me gustaban, algunos nombres de postres y…
Nada, que no me terminaba de convencer ninguno.
Miré a mi alrededor, algo habría que me dijera “esto te representa”, y sí, claro que lo había.
La cocina, ese espacio donde me pasaría horas entre ingredientes y amasados.
“Ma petite cuisine”, estaba oficialmente en marcha en apenas un par de horas.
Le mandé un mensaje a mi hermana con el enlace a mis tres canales principales, Instagram, YouTube y Tik Tok.
En cuanto lo vio me mandó un emoji de esos con los ojos con forma de corazón y el otro con forma de estrella. Estaba más loca mi hermanita…
Afortunadamente tenía algunas fotos de platos que había preparado en las anteriores semanas, así que las subí a Instagram y escribí la receta.
Hice unos vídeos cortos, pero bien vistosos para YouTube y Tik Tok y a la hora de la comida ya tenía mi primer material, ahora tocaba esperar que fueran llegando los seguidores.
Preparé la comida y aproveché para ir haciendo fotos y vídeos cortos del proceso para después subirlos al canal, me había propuesto subir al menos un plato salado y uno dulce al día, así que empezaba con la comida de ese día.
Una pechuga de pollo gratinada rellena de jamón y queso. Algo rápido y fácil de hacer.
Y como tardé poco en tenerla en el horno, pues fui preparando la masa para hacer unas ricas galletas caseras con pepitas de chocolate.
Mientras las galletas, que había hecho con forma de flor, se horneaban, me comí esa pechuga que me supo a gloria.
Con un té como acompañante, me senté de nuevo con el portátil y subí esas dos nuevas recetas.
Sorprendida me quedé cuando vi que tenía ya mis primeros veinticinco seguidores. Una de ellas era mi hermana, nunca me faltaría su apoyo, eso lo tenía claro.
Subí todos los montajes de ambos platos y llamé a mi tía, tenía que darle la buena noticia.
—Hola, mi niña. ¿Cómo estás? —preguntó nada más descolgar y noté una sonrisa en su voz.
—Bien, tía. ¿Y tú?
—Bien, muy bien cariño. ¿Y mi nieto?
—De maravilla está el garbancito, ahí calentito.
—Ya saldrá, y con las noches sin dormir que vas a pasar, querrás que vuelva a estar ahí dentro.
Reí ante su comentario y ella hizo lo mismo. Sabía que lo decía en broma, pues por muchas noches que me pasara sin dormir, sabía que mi pequeñín siempre sería lo mejor de mi vida.
Ella no había tenido hijos, por más que lo intentaron, ni mi tío, ni ella podían, así que se plantearon la adopción, dar todo ese amor a un niño que no tenía la suerte de disfrutar de unos padres que le quisieran.
Pero no fue posible dado que mi tío tuvo un accidente de coche mientras regresaba de un viaje por trabajo y falleció. Mi pobre tía quedó sumida en una depresión que durante años la tuvo sin ganas de nada, pero mi hermana y yo, nos convertimos un día en sus principales motivos para seguir adelante. Y todo gracias a mi madre que, junto con mi padre, planearon una tarde dejarnos a las dos en su casa y que tuviera la obligación de atendernos.
¿El motivo? Pues una mentirijilla piadosa de que mi padre se había caído por la escalera y se rompió la pierna.
—Tía, me he decidido al fin. Desde hoy tengo mi canal de cocina —le informé de lo más feliz.
—¡Que alegría, hija! Pásame luego el enlace que me hago seguidora tuya. Y mis amigas igual, ya verás que contentas todas de ver al fin tus recetas.
Seguimos charlando un rato y me dijo que no me preocupara por nada, que no había tenido noticias de Raúl y que, si las tenía, se iba a hacer la sueca, aunque fuera francesa.
Estaba a punto de salir de casa para comprar lo necesario para un plato que cocinaría al día siguiente, cuando me llegó un mensaje. De nuevo, Adrien sacándome una sonrisa.
Adrien: Buenas tardes, ¿qué tal fue tu mañana? La mía en el trabajo un poquito larga, apenas he tenido pacientes y estuve organizando papeleo. ¿Sabes que odio el papeleo? No, claro, cómo lo ibas a saber.
Carmen: Buena tardes, Adrien. Yo he pasado la mañana cocinando, me gusta y me relaja estar ocupada en ese rincón de la casa. ¿Cómo está Mariela?
Como tardaba en contestar, me abrigué bien, cogí el bolso y salí de casa para ir al supermercado.
No hice más que poner un pie en la calle, cuando recibí la notificación. Lo miré y era un mensaje de audio. ¿Me mandaba un audio? Increíble.
Adrien: ¡Hola, Carmen! Papá dice que has preguntado por mí, y quería decirte yo misma que estoy muy bien. ¿Sabes? Hoy Céline y yo hemos sido las más rápidas en acabar un dibujo sobre la Navidad, ahora te manda papá una foto, ¿vale? Bueno, voy a merendar que me ha preparado un chocolate caliente con tortitas. ¡Adiós!
No pude evitar reír al escucharla. Esa niña era un amor. Le mandé un audio diciéndole que estaba deseando ver su dibujo y que me había dado envidia con su merienda.
La foto no tardó en llegar con un mensaje de Adrien.
Adrien: Según mi hija, esos tres somos nosotros junto a un perrito (que nosotros no tenemos y sé que tú tampoco), paseando por un parque nevado lleno de árboles con decoración navideña.
Y sí, efectivamente los árboles con bolas, luces y guirnaldas típicas de Navidad era lo que nos rodeaba a los cuatro.
Adrien: Confesión de mi hija, es el perro que quiere esta Navidad.
Y acababa el mensaje con un emoji de esos que es un hombre tapándose la cara desesperado.
Tuve que reír porque imaginarme a ese médico tan tranquilo y correcto en ese gesto, era algo de lo más chocante, pero de lo más divertido.
Carmen: Pues creo que alguien tendrá que encargar un perrito a Papá Noel este año.
Adrien: Llevo tres años encargándolo y nunca llega.
Volví a reír y al llegar al supermercado me despedí de él, y de la niña, por supuesto, me mandó otro audio gritando “¡Un beso, Carmen!”.
Cogí lo que necesitaba y volví a casa, que en la calle hacía un frío que se congelaban hasta los helados, y eso que los de hielo ya lo venían así de serie.
Me senté en el sofá con una taza de chocolate caliente y volví a mirar mi canal, me había quedado de lo más cuqui visualmente, con esos tonos pastel y demás cositas que había usado.
Ya llevaba setenta y cinco seguidores, y estaba que no me lo creía. Vamos, que sabía yo que entre mi tía y mi hermana no conocían a tanta gente así que… Tenía seguidores de verdad.
Cotilleé un poquito en el Facebook y me reí con algunas de las cosas que colgaban por allí, sobre todo, mi hermana que no dejaba de subir fotos
poniendo caras raras. En una de ellas estaba con uno de los libros de clase y por el comentario tenía examen pronto.
Le mandé un mensaje para invitarla a comer conmigo al día siguiente, me preguntó qué había y en cuanto lo supo, no dudó en aceptar.
Sí, iba a prepararle su plato favorito, unos canelones de atún, pero con ese toque de nuez moscada que mi madre siempre le daba a la bechamel y que le quedaba riquísima.
Me preparé un sándwich vegetal para cenar y puse una peli para ver mientras.
En cuanto acabó, me metí en la cama a descansar, que con esto del embarazo náuseas no tenía, pero lo que era cansancio y sueño… un poquito sí, la verdad.
Después de una mañana de martes revisando el canal y preparando la receta de canelones y un pudin casero, puse la mesa poco antes de que mi hermana llamara al telefonillo.
Dejé la puerta abierta y mientras esperaba que subiera saqué la comida del horno, pues la había dejado calentándose.
—¿Cómo está mi hermana favorita hoy? —preguntó nada más entrar.
—Soy la única que tienes.
—Pues por eso eres mi favorita. Si tuviéramos un hermano mayor, él sería nuestro favorito.
—A ver, que tú tenías que haber sido un niño, recuerda que mamá te estuvo llamando François los nueve meses.
—No me lo recuerdes, que no me llamo Francisca porque la tía Marie dijo que ni se le ocurriera ponerme ese nombre.
Reímos y, ahora sí, nos dimos uno de esos abrazos que a las dos nos sabía a gloria bendita.
—Cómo me alegro de tenerte cerquita y poder verte más a menudo, Carmencita de mi alma.
—Yo también, Bea, de verdad que sí. La falta que me hiciste este año…
—Bueno, bueno, ya pasó. Ahora estás aquí y es lo que cuenta. Venga, vamos a comer esos canelones que me están llamando. ¿O es que no los oyes? —preguntó, llevándose un dedo al lóbulo de la oreja.
Nos sentamos y serví la comida mientras me explicaba que le había venido bien salir un poquito y despejarse, que estaba a tope con los últimos exámenes del semestre y que el jueves ya se volvía a encerrar a estudiar, que el lunes por la mañana tenía uno importante y quería aprobar.
Al final se quedó conmigo a merendar, un chocolate caliente con el pudin que había preparado por la mañana. Mientras nos lo tomábamos, fui subiendo las dos recetas al canal y vi que ya tenía ciento veinte seguidores.
Poquito a poco iba subiendo el número, al final me iba a hacer toda una influencer culinaria con mi pequeña cocina. Cuando se marchó quedó en venir a cenar conmigo la noche siguiente, quería pizza, pero de la casera, así que ya tenía una nueva receta para mi canal.
Estaba haciéndome una sopa para la cena cuando me llegó un mensaje.
Adrien: Buenas noches, Carmen. ¿Cómo te ha ido el día?
Sonreí al verlo, y es que ese hombre estaba siendo de lo más atento conmigo. Esa mañana, igual que la anterior, me dio los buenos días y ahora…
Ahora yo estaba contestando esa simple pregunta sin dejar de sonreír.
Carmen: Buenas noches, Adrien. Pues muy bien, tuve visita de mi hermana hasta poco después de la merienda.
Adrien: Eso está bien, que no pases mucho tiempo sola. Puede ser aburrido, te lo dice un experto en la materia.
Carmen: ¿Tú te aburres con una niña pequeña? Por cierto, ¿cómo está mi rescatada?
Acompañé la pregunta con el emoji que guiña el ojo y saca lengua, y él reaccionó riéndose.
Adrien: Ya está en la cama, pero no deja de pedirme que, si hablo contigo, te mande un beso y abrazo enoooorme (sí, por favor, lee todas esas oes que es así como lo dice ella).
Volví a reír e, instintivamente, me llevé la mano a la aún inexistente barriga donde crecía mi garbancito.
Carmen: Por favor, mañana cuando se levante, le dices que los he recibido y le das otro de cada a ella.
Adrien: ¿El abrazo también así de enoooorme?
Carmen: Hombre, por supuesto, eso no se pregunta, señor Surch.
Adrien: Bueno, si ahora ya soy señor… mal lo llevo.
Reí, le di las buenas noches y me senté a ver un poco de televisión mientras me tomaba la sopa.
Poco me duró, y en cuanto recogí todo, me fui a la cama.
Capítulo 6
El olor a alcohol me despertó, hacía tiempo que no me pasaba, pero de nuevo estaba ahí.
No sabía qué hora era, ni el tiempo que llevaba dormida.
Noté el peso de su cuerpo sobre el mío y esos besos que antes me gustaban, ahora en cambio, ni siquiera los soportaba.
—Para, Raúl. Estoy cansada.
—Necesito a mi mujer —dijo atropelladamente por el alcohol.
—Estás borracho, acuéstate y duerme.
—¿Vas a rechazarme? —Me miró furioso.
—Estás…
—Hay otro, es eso, ¿verdad?
—No, Raúl, no hay nadie. Venga, acuéstate.
—Eres una maldita mentirosa. Claro que hay otro, siempre hay otro cuando una mujer rechaza en la cama a su marido, pero eres mía y de nadie más.
—Raúl…
No pude decir nada más, me dio una bofetada y los siguientes golpes fueron aún peor.
Acabé cayéndome de la cama mientras intentaba evitar que siguiera usándome como si fuera un saco de boxeo, y me hice daño en la muñeca al apoyarme en el suelo.
Pero Raúl no me ayudó a levantarme, si lo hubiera hecho, sin duda me habría sorprendido.
Me incorporé en la cama, con la respiración agitada y con la certeza de que no había sido más que una pesadilla, pero se veía tan real, era como si Raúl hubiese estado en ese momento en la habitación conmigo.
Encendí la luz de la mesita de noche y comprobé que estaba sola. Cogí el móvil y al ver que eran casi las siete de la mañana, y que no volvería a dormirme, decidí levantarme.
Una ducha caliente que me calmara, un buen vaso de cacao y empecé a preparar unas magdalenas para que mi hermana se llevara y pudiera comer en sus días de encierro estudiando.
A las once de la maña de ese miércoles que empezó mucho antes de lo normal, y con un mal sueño, tenía magdalenas horneadas como para poner un puesto en algún mercado navideño.
Recibí un mensaje de Adrien y de nuevo sentí que se me dibujaba la sonrisa en los labios.
¿Cómo era posible que empezara a sentir… algo cada vez que veía su nombre en la pantalla del móvil?
Adrien: Buenos días, ¿te apetece un café?
A esa pregunta le acompañaba una foto de una taza humeante, y juro que hasta pude olerlo. Sonreí, porque me habría encantado tomarme una taza ahora mismo, pero no podía.
Carmen: Venga, yo pongo las magdalenas.
Sí, mandé una foto de todas las que tenía sobre la encimera.
Adrien: Tienen buena pinta, lástima que el café no sea… demasiado bueno. ¿Para quién son todas esas magdalenas? Mira que te pueden sentar mal si te das un atracón de dulce.
Carme: Unas para mí, y otras para mi hermana. Está de exámenes, al menos sé que llevándose esto se alimenta. Ahora le prepararé también algo saludable, no se preocupe, doctor.
Adrien: Eso está mejor, no queremos que le dé una subida de azúcar a tu hermana. ¿Cómo estás?
Cada vez que me hablaba, cuando se interesaba por mí o por mi hermana, me levantaba el ánimo. En este último año la única persona que me preguntaba cómo estaba era mi tía Marie.
Cogí una magdalena y fui a sentarme al sofá mientras charlaba con Adrien. Ese hombre me hacía sentir cómoda, pero seguía sin contarle lo de mi embarazo, menuda tonta estaba hecha.
Bea tenía razón, no era una aceituna que podría ocultar mucho tiempo.
Carmen: Ahora voy a subir la receta y las fotos a mi canal de cocina.
Dije, y caí en la cuenta de que aún no le había contado nada de dicho canal. Él se interesó por ello, le conté todo y me pidió el enlace para poder seguirme. Me dijo que le gustaba cocinar y así podría ver mis platos y llevar alguno a la práctica.
Nos despedimos como siempre, con un “hablamos, chao” y volví a la cocina para recoger un poco y preparar algunos tuppers de comida para mi hermana.
Aproveché ese rato cocinando y comí de lo que había preparado. Estaba subiendo las recetas de todas esas elaboraciones de por la mañana cuando me llamó mi tía.
—Hola, mi niña. ¿Todo bien?
—Sí, tía, genial. Y “Ma petite cuisine”, ya cuenta con doscientos seguidores.
—Eso está muy bien. Cariño. Esta mañana ha estado aquí Raúl…
Noté un escalofrío recorrerme el cuerpo. ¿Sería posible que mi sueño fuera premonitorio de que algo iba a pasar?
—Y, ¿qué quería?
—Saber si estabas aquí, porque al parecer fue a buscarte a la casa de tus padres y al no encontrarte…
—Dio por hecho que estaba contigo —acabé por ella— ¿Qué le has dicho?
—Nada, mi niña, solo que te marchaste al norte un tiempo, pero que no sabía dónde.
—Gracias, tía. No quiero que sepa dónde estoy.
—No te preocupes, que yo no le voy a decir nada. Le he visto muy desmejorado, y estaba nervioso.
—Sería que anoche volvió a beber.
—¿Mi nieto cómo se está portando? —preguntó cambiando de tema.
—Muy bien, no tengo ni una sola náusea.
—Ah, pues eres de las afortunadas.
Seguí charlando con ella un poquito y se despidió diciéndome que volvería a llamarme para ver cómo estaba, le pedí que me mantuviera informada si Raúl volvía a ir a verla, pero no le conté lo de mi sueño, no quería preocuparla.
Me puse con la masa de la pizza, la preparé y fui haciendo fotos y vídeos del proceso y justo cuando acabó de hacerse llegó Bea.
—Pero, ¡qué bien huele esa pizza! Dime que es mi favorita, porfis porfis porfis —dijo juntando las manos, a modo de súplica.
—Sí, ¿cómo no iba a hacer tu favorita?
—¡Ay, que te como, hermanita!
—Qué pelota eres —resoplé y ella empezó a reír.
—Venga, que pongo la mesa. ¿Qué peli quieres ver?
—No sé, elige, te dejo porque estos días vas a estar inmersa en tus estudios.
—¡Oh, por favor, gracias! —Me dio un abrazo y la vi arrodillarse frente a mi barriga— Pequeñín, la suerte que vas a tener con la madre que te ha tocado. ¿Sabes que va a ser la mejor madre del mundo mundial? Bueno, la segunda, que la primera era la nuestra. Te hablaremos de la abuela, y del abuelo también. Les habría hecho ilusión conocerte —dijo mirándome con una sonrisa.
—Lo sé, por eso si es un niño se va a llamar François.
—Mira que si te pasa como a mamá y acaba siendo una Carmencita…
—Pues le pondremos Carmencita.
—Sea lo que sea, voy a querer a mi sobri más que a nada.
Se me saltaron las lágrimas y mi hermana me dio otro abrazo mientras me frotaba la espalda.
Había hecho bien en poner distancia con Raúl y venir aquí, donde mi hermana estaría cuando la necesitara.
—Te he preparado comida para que te lleves y tengas estos días, así solo tienes que calentarla. ¡Ah! Y magdalenas, muchas magdalenas.
—¿Te he dicho ya que eres mi hermana favorita?
—La única hermana que tienes.
Cenamos viendo una película y cuando acabamos le conté lo de mi sueño y la llamada de la tía Marie.
Se quedó a cuadros cuando supo que Raúl, había ido a buscarme.
—Es que no lo entiendo, de verdad. Si fue él mismo quien te dijo que si te ibas no volvieras. ¿Ahora qué quiere? ¿No ha tenido bastante con joderte la vida el último año? Espero que no se le ocurra venir aquí nunca porque…
—Bea, tranquila, porque tú no harás nada si viene. Él, no va a encontrarme aquí, la tía no le ha dicho, ni le dirá, dónde estoy.
—Eso espero. Bueno, me voy a marchar, ya que mañana empieza mi encarcelamiento.
—¡Qué exagerada, de verdad!
Le di los tuppers con comida y metimos todas las magdalenas en bolsas, me dio un abrazo y se marchó.
Me fui a la cama pronto, entre la pesadilla, el madrugón y el día en la cocina, estaba agotada.
Adrien: Buenos días, Carmen. He estado mirando tu canal de cocina y he visto algunos platos que me han llamado la atención.
Así me desperté ese jueves, con un mensaje de buenos días de un hombre que hacía que mi estómago pareciera un campo lleno de mariposas.
Sí, me declaraba culpable porque me estaban empezando a pasar cosas con esos mensajes.
Que solo eran eso, mensajes, pero cuando recibía uno suyo es que me alegraba el resto del día.
Carmen: Buenos días, me alegro que te interesen. Si haces alguno, ya sabes, compartes la foto.
Adrien: Eso está hecho. ¿Cómo se presenta hoy el día para usted, señorita?
Carmen: Pues por el momento me voy a hacer algunas compras, después a cocinar.
Me encantaban esas charlas con él, aunque fueran breves.
Adrien: ¡Hola, Carmen! Buenos días, me voy ahora al cole. ¿Sabes que ayer me dieron un premio? Es que nos hicieron preguntas de matemáticas y acerté cuatro de cinco, así que me dieron un cuento como regalo. Bueno, me voy a tomar la leche que papá me lleva al cole. ¡Ten un buen día, adiós!
Solté una carcajada cuando acabé de escuchar el audio de Mariela, me encantaba el desparpajo que tenía esa chiquilla, alegraba a cualquiera con su vocecita y esa risa.
Adrien: Mi hija se adueña de mi teléfono cuando quiere, esto no puede ser… ¿Me pedirá su propio móvil cuando tenga diez años?
Carmen: Pues… puede ser, hoy en día los niños son muy precoces.
Adrien: Que no crezca muy rápido, que antes de que me dé cuenta, me está haciendo abuelo.
Tuve que reír cuando vi que me mandaba un gif desmayándose. Desde luego ese hombre era todo un caballero, pero tenía ese puntillo gracioso que lo hacía encantador.
Nos despedimos y me preparé para salir a la compra. Me puse unos vaqueros negros, una camiseta interior con mi camisa de cuadros encima, esa de franela bien calentita, y el abrigo gris. Además, me puse hasta un gorro que encontré en la habitación de la última vez que vine, hacía años, por supuesto.
Bajé al supermercado, hice la compra y volví para colocarla toda. Me apetecía algo dulce, así que salí de nuevo y fui a la cafetería de la esquina donde sabía que hacían unos bollos riquísimos.
Estaban haciendo una nueva hornada, así que me pedí un chocolate caliente y me senté en una de las mesas de la terraza a tomarlo mientras veía a la gente ir de un lado a otro.
Sin duda ese iba a ser un frío invierno en París para mí que estaba acostumbrada al clima de mi tierra, ese sol que aun en esta época fresquita del año hacía su trabajo y nos alegraba los días, pero me venía bien ese distanciamiento de todo lo que me rodeaba, y más aún de Raúl.
Me terminé el chocolate, cogí mis bollos y subí a casa para preparar una rica lubina al horno, me apetecía comer pescado.
Subí la receta y ya tenía casi trescientos seguidores. Que sí, eran poquitos, pero a ver que yo no era una de las hermanas Kardashian, así que me sentía feliz de la vida.
Le mandé un mensaje a mi hermana, sabía que estaba ya inmersa en sus estudios, pero quería animarla y que supiera que ahí estaba yo. Le mandé un gif de una animadora con pompones incluidos y reaccionó muerta de risa.
Bea: Muchas gracias, hermana favorita. Te quiero. Por cierto, la carne estaba… ¡riquísima!
Envié unos cuantos emojis con besos y dejé el móvil sobre la mesa. Puse una película, me recosté en el sofá tapándome con la manta y…
Me quedé dormida, pero totalmente. Vamos, que me desperté justo para tomarme un vaso de leche con galletas, más tarde cenar e irme en la cama.
No es que hiciera gran cosa cada día, pero el embarazado desde luego me estaba pasando factura en ese sentido.
Cogí el móvil y vi que tenía un mensaje de Adrien dándome las buenas noches. Ni siquiera lo había escuchado, así de profundamente me había dormido en el sofá.
Ya era tarde para contestarle, seguramente estaría dormido igual que Mariela, bueno, ya hablaría con él en otro momento.
Con el pijama puesto y metida en la cama, pensé en lo que había cambiado mi vida en apenas unos días.
Me gustaba vivir aquí, me gustaba mucho. Quizás acabara quedándome en este lado del mundo durante una larga temporada.
Capítulo 7
Era viernes y yo, bueno yo me había levantado con un cosquilleo impresionante en la barriga, tenía un mensaje de Adrien en el móvil, me daba los buenos días y me preguntaba si quería ir a comer con ellos, por supuesto acepté y quedó en que pasaría a recogerme cuando saliera de trabajar y recogiera a la pequeña del colegio, le dije que me parecía perfecto.
Me había invitado a comer con ellos, me sentí como una niña pequeña el Día de Reyes, estaba de lo más nerviosa, hasta me puse a pensar qué ponerme ese frío día de diciembre.
Limpié la casa, me duché y a la hora prevista ya estaba lista cuando sonó un mensaje de él, diciendo que fuera bajando.
Llevaba unos leggins vaqueros y debajo unos leotardos, además me puse unas botas marrones hasta debajo de la rodilla muy monas que me compré el año pasado, como de montar a caballo, un jersey de pico de color rosa y debajo una camiseta de cuello vuelto en blanco, mi abrigo en color crudo y lista para pasar un buen rato con ellos.
Apareció en cuanto salí por la puerta del edificio, en un coche precioso de corte elegante de la marca Mercedes, debía ser nuevo, ya que lucía impecable.
Me subí enseguida, pues ahí no podía estar parado, me dio un beso en la mejilla con esa sonrisa preciosa que tenía y miré hacia atrás donde estaba la pequeña riendo y diciendo hola, preciosa con su uniforme escolar y emocionada de verme, ya me dijo el padre que cuando se enteró que venían a por mí, se puso hasta a aplaudir.
Llegamos a un aparcamiento, salimos del coche y fuimos paseando hasta un restaurante precioso en el barrio de Montmartre, estaba el lugar de lo más animado y a pesar del frío las terrazas de los bares estaban a rebosar, era viernes y comenzaba la vida de fin de semana en la ciudad.
Nos pasaron al interior a una mesa que había reservado él, la pequeña me miraba con esa sonrisilla que me hacía emocionarme y es que se había ganado mi corazón de una manera increíble.
—Carmen, mañana me voy a casa de mis abuelitos a estar con ellos hasta el domingo.
—¿Sí? Pues imagino que allí te lo pasarás en grande por la felicidad con la que lo has dicho.
—Sí, son los papás de mi papá —lo miró sonriendo y el padre arqueó la ceja sonriendo, me encantaba esa complicidad tan grande que tenían.
—Me va a dejar solito —Adrien hizo un carraspeo que hizo reír a la pequeña.
—Puedes hacer compañía a Carmen, que también está solita — ahí sí que me la comía, me reí negando.
—También es verdad, no había caído, es una idea inteligente —respondió Adrien, y a mí me entró un pellizco en el estómago impresionante.
—Claro, papi, y coméis de mayores.
—Es verdad —le dijo emocionado— ¿Cómo lo ves? —preguntó mirándome y causándome un rubor impresionante.
—Yo tengo todo el tiempo del mundo —sonreí.
—Pues listo, os vais a vivir juntos dos días —dijo la pequeña, causándonos una carcajada.
La inocencia de los niños era lo mejor, esa parte en la que soltaban todo sin medir nada, como dando por supuesto que lo normal es que dos desconocidos podían pasar dos días juntos así, sin más. Que de ser por mí lo pasaba con ese hombre ¡Vamos si lo pasaba!, aunque por supuesto eso era una chiquillada que se iba a obviar. Lo que sí me daba la sensación es que seguramente me decía de comer o tomar un café. Ojalá, me sentía muy a gusto a su lado, esa era la realidad.
Adrien propuso unos platos para compartir que me parecieron una buenísima idea. Allí servían unas degustaciones, que era mirar las mesas y se me hacía la boca agua.
Y acertó de pleno, estaba todo delicioso y la pequeña tenía un estómago de lo más agradecido, no le hacía ascos a nada, es más, gemía con cada trozo que se metía en la boca y a mí me producía sonrisa.
En la sobremesa nos tomamos un café, yo me lo pedí descafeinado por mi estado, ese que nadie sabía.
—Carmen, esto es para ti de parte de papá y mía por salvarme la vida — dijo cuando el padre le puso un regalo en las manos.
—¡Ay no!, pero si yo no hice nada que no debiera hacer cualquier persona que te viera así, cariño —casi me echo a llorar y es que ese día estaba más sensible de lo normal.
—Pero me has salvado la vida, si me coge un hombre malo lo habría pasado mal —me señalaba el regalo para que lo abriera.
—Gracias a los dos, pero no era necesario, con esta comida ya me he sentido la mujer más afortunada de la tierra.
—Sí era necesario —decía Mariela, riendo y mirando al padre.
Destapé aquel papel y abrí la cajita tan bonita que contenía una preciosa cadena y colgante en oro blanco, era un corazón con dos manos abrazándose en relieve, una preciosidad.
—Esos son los abrazos que mi papi y yo, te damos por lo buena que fuiste con nosotros.
—No vale —comenzaron a caerme las lágrimas a borbotones.
—Claro que vale —dijo Adrien, cogiendo mi mano por encima de la mesa y acariciándola mientras sonreía mirándome con ese brillo.
—Gracias, no tengo palabras…
—¿Te lo vas a poner? —preguntó la pequeña con esa sonrisilla.
—Ahora mismo —vi que Adrien se levantaba y me la pidió.
Me la colocó y yo sentí que aquel hombre era como un ángel, me transmitía tanto cariño y amor, que no podía creer que existieran hoy en día hombres así.
Tras la comida fuimos a pasear un rato, la pequeña se puso en medio y nos agarró de la mano, era una monería llena de amor, es que me encantaba esa niña, me llenaba el alma en estos momentos.
Fuimos a merendar y luego a cenar, nos pasamos toda la tarde en la calle y luego me llevaron a mi casa. Adrien me dijo que por la mañana me escribiría y la pequeña me abrazó muy feliz diciendo que me vería en unos días.
Esa noche me dormí pensando en Adrien, sí, cada vez lo hacía más, me estaba llenando de unos sentimientos que no sabía cómo describir, pero era algo nuevo para mí después del último año que había pasado.
Me acaricié la barriguita y pensé que ya era hora de ir a visitar a un ginecólogo, así que esa semana miraría a qué clínica ir para hacerme una revisión.
Por la mañana desperté con un mensaje de Adrien, que puso mi mundo patas arribas.
Adrien: Buenos días, había pensado en si te apetecería pasar el fin de semana en casa, ver películas, cocinar… No sé si es un atrevimiento por mi parte, pero he pensado que quizás así estaríamos acompañados el fin de semana…
Madre mía, ¿en qué contexto interpretaba eso? Estaba embarazada, no se lo había contado, es más, no le había contado nada de mi vida con mi ex, pero tampoco podía interpretarlo como algo más allá de una amistad.
Claro que me apetecía pasar ese sábado y domingo con él, pero me sentía sucia, él había sido sincero conmigo y yo no, no estaba jugando limpio y no se merecía quizás pensar en mí como alguien que no era.
Carmen: Me encantaría Adrien, pero hay cosas de mí que no sabes y me siento mal…
Puse al final el emoji de un muñeco llorando y no tardó en escribirme.
Adrien: No entiendo, es normal que no sepa muchas cosas de tu vida, no creo que debas sentirte mal por eso, quizás en algún momento te apetezca contármelas y, créeme que no soy nadie para juzgar. Lo que conozco de ti es que eres una persona con un corazón enorme y muy especial para nosotros desde ese fatídico día. ¿Te recojo en una hora?
Me eché a llorar, no podía hacer otra cosa más que llorar, mi vida era un caos hasta que decidí salir de allí, pero traía conmigo una parte de aquello y eso, aunque me hacía feliz que mi garbancito estuviera ahí creciendo, me daba mucho miedo.
Carmen: Vale, gracias.
Me duché, preparé una bolsa de hombro con ropa y una hora después, ya estaba abajo montándome en su coche.
Me dio un beso en la mejilla con una preciosa sonrisa, ya había dejado a la pequeña en casa de los abuelos, pues se había levantado bien temprano con los nervios de poder irse con ellos.
Nos fuimos hacia su casa, al llegar me quedé sorprendida, aquello era precioso, estaba a las afueras, pero era como un chalet en una urbanización de mucho prestigio, eso saltaba a la vista.
Tenía un jardín pequeño, pero muy bonito, la casa era de dos plantas, abajo cocina, baño, salón y una habitación enorme de juegos para Mariela. Arriba, cuatro dormitorios todos con sus baños. Aquello era impresionante.
Llevaban dos años viviendo allí, era nueva la urbanización, una pasada, la verdad es que se notaba que vivía muy desahogado.
Preparó unas tazas de té y fuimos al salón donde estaba la chimenea encendida, daba una calidez a la casa impresionante. Yo estaba esa mañana realmente nerviosa y él me lo notó, pues en varias ocasiones frotó mi espalda mientras me enseñaba la casa.
Con el té en la mano y mirando a la chimenea me preguntó algo que me hizo romper.
—¿Hay algo en lo que te pueda ayudar? —preguntó con una mirada de lo más sincera.
—Gracias, no, la verdad es que no, soy yo la única que me puedo ayudar — comenzaron a caerme las lágrimas y es que yo quería contarle mi verdad, no era justo que aquello se fuera forjando en una amistad, en la que había una realidad detrás que él desconocía.
Vino de su sofá al mío, me quitó el té de las manos y me las cogió.
—No te quiero ver llorar, me duele, te he cogido mucho cariño, no te voy a obligar a contarme algo que no desees, no soy nadie, pero sí te puedo decir que puedes confiar en mí. Desde que murió mi mujer no he estado con ninguna otra, ni siquiera he ido a comer con ninguna y menos traerla a mi casa. Para mí y mi hija, tú eres ya como de la familia y no quiero que lo estés pasando mal por algo en lo que quizás yo pueda aportar para ayudarte —me secaba las lágrimas con sus dedos mientras con la otra acariciaba mi mano.
—Vine huyendo de una relación en la que el último año se le fue de las manos y…
—¿Te maltrató? —preguntó apretando mi mano y con gesto de impotencia.
—Sí, se le fue la mano un poco.
—No es poco el que te levante una mano, eso jamás Carmen, hiciste bien en irte de allí. No me lo puedo creer —acarició mi barbilla— ¿Él sabe que estás en París?
—No, pero imagino que lo podrá llegar a pensar en algún momento, solo espero que no venga y si viene pues se tendrá que ir por donde vino y si tengo que denunciarlo lo haré. Aquí lo tengo más fácil, allí me temo que lo tienen muy protegido por su profesión y el circulo en el que se mueve — le conté todo, un poco por encima.
—Siento impotencia, de verdad, pero créeme que, si te pone una mano más encima o viene, se las va a ver conmigo, no voy a permitir que nadie te haga daño.
—No acaba ahí el problema —las lágrimas me salían más fuerte aún.
—Cuéntame, estoy aquí a tu lado, créeme que para mí eres una persona muy importante desde que apareciste en mi vida.
—Raúl no lo sabe y espero que jamás se entere, eso es lo que me hizo coger fuerzas para dejarlo todo atrás. Estoy embarazada…
—¿¿¿Estás embarazada???
—Sí —lloraba sin poder evitarlo.
¿Su respuesta a eso? Me abrazó con todas sus fuerzas y besó mi cabeza.
—No te preocupes por nada, no estás sola, tienes a tu hermana y ahora nos tienes a nosotros, pero quiero que me pongas al día de todo. ¿Te vio un ginecólogo?
—Iba a buscar uno esta semana, estoy de muy poco, bueno, el médico me dijo que, de dos meses, pero no me he hecho aún ninguna revisión y como no tengo síntomas…
—No vas a buscar nada, en mi clínica hay dos grandes especialistas en ginecología y quiero que te vean esta semana —no me soltaba, me tenía una mano por la cintura y la otra agarrando la mía.
—Siento no habértelo contado antes, pero pensé que no nos volveríamos a ver, ya sabes...
—No tienes que disculparte, no tenías que hacerlo, pero me alegro de que ahora te hayas sincerado y me lo hayas contado, ese bebé que está creciendo dentro de ti es lo importante ahora y entre todos te vamos a cuidar.
—Gracias — lo abracé y nos fundimos en un precioso abrazo que me llenó de vida, me había quitado un gran peso de encima el haberme sincerado con él, y como era de esperar, su reacción había sido de lo más bonita.
—¿Y dices que no tienes síntomas?
—Ninguno, eso me da un poco de miedo.
—Para nada, no todo el mundo los tiene, hay personas que por su genética lo llevan mucho mejor, hay mujeres incluso que ni se enteran hasta que no tienen una barriga bastante grande. Estoy en shock, me duele tanto que hayas tenido que pasar por unos maltratos.
—Bueno, ya pasó, no te preocupes.
—Me preocuparé todos los días, no estás sola y te juro que no voy a permitir que nadie más te ponga una mano encima —me acariciaba la mejilla y me transmitía que sus palabras iban totalmente en serio.
—Gracias, no sé qué decir…
—No tienes que decir nada, quiero que estés tranquila y ahora es época de que los demás te mimemos, pero no podemos perder el tiempo, hay que ver que todo esté correcto —cogió su móvil de la mesa.
Me quedé sorprendida cuando lo escuché hablar con un amigo, luego me di cuenta que era un compañero de trabajo de la clínica y le contaba que tenía que verme, porque había pasado una situación delicada, le dijo que era una amiga de España y quería que me viera. Colgó diciéndole que en una hora estaríamos allí.
—Podríamos haber esperado al lunes.
—No, Carmen, no, vamos ahora. Quiero asegurarme de que todo está bien y qué te dé las recomendaciones oportunas.
—Gracias, Adrien, gracias —murmuré con tristeza.
—Gracias a ti, tú cuidaste de mi tesoro y yo cuidaré del tuyo —me dio un beso en la mejilla, nos tomamos el té y nos fuimos en su coche hacia la clínica.
Llegamos y allí ya estaba en la puerta entrando su compañero, nos presentó, era muy amable y simpático.
La clínica era una pasada, era preciosa y todo muy acogedor.
Pasamos a la zona de ginecología y me hizo cambiar, ponerme una bata en un baño y salí lista para subirme en aquel sillón, Adrien se puso a un lado para que yo no me sintiera violenta con la situación, pero pegado a mí.
Me hizo una eco vaginal y otra por fuera, me derrumbé a llorar cuando comencé a escuchar el corazón de mi garbancito, aquello había sido demasiado para mí, mi todo, algo que tendría que cuidar con todas mis fuerzas.
Nos dijo que estaba de ocho semanas, que todo se veía perfecto, con normalidad, pero que en un mes quería volver a hacerme otra ecografía.
Me dio algunas recomendaciones y me pidió que pasara el lunes por la mañana para que me hicieran una toma de sangre, ya que quería ver cómo estaban mis niveles en general, Adrien dijo que ahí estaría yo para hacérmelas.
Salí de allí con el corazón a mil, más relajada y agradeciendo a Stuart, el ginecólogo, que ese sábado hubiera ido expresamente para verme.
Capítulo 8
Antes de regresar a su casa fuimos a comer a un restaurante frente a la Torre Eiffel, Adrien quería que conociera ese lugar que era uno de sus favoritos.
Yo estaba alucinando por el trato que me estaba dando tan cariñoso y con tanta empatía, era algo que no me esperaba para nada, por un lado, sí esperaba su compresión, pero no esas atenciones y de la manera en que me había arropado.
La pequeña le hizo una videollamada mientras comíamos, se puso muy contenta al vernos juntos y estuvimos un poco charlando con ella, la verdad es que el cariño que yo le tenía ya a esa mocosa era impresionante, y es que se lo había ganado a pulso con ese amor que desprendía por todo su ser.
Adrien me decía en todo momento que todo iba a estar bien, me acariciaba la mano y la mejilla constantemente, me trataba con un cariño que no dejaba de emocionarme, me sacaba los colores en todo momento y es que no tenía nada que ver con Raúl. Ahora me daba cuenta de cómo un hombre con buen corazón podía llegar a tratar a una mujer.
De allí nos fuimos para su casa donde nos pusimos cómodos y nos sentamos en el sofá a merendar unos pasteles que había comprado.
Me acariciaba la mano, estaba de lo más atento y cariñoso conmigo, me sentía flotando en una nube y es que, aunque todo había sido muy precipitado, ese hombre me hacía sentir mucho, demasiado.
Ese día fue increíble, nos regalamos mil abrazos e incluso dormimos abrazados en el sofá, me cuidaba como jamás lo había hecho nadie antes conmigo, eso sí, no hubo ningún beso en los labios, ninguno, pero reconozco que a mí me hubiese encantado.
Por la mañana cuando nos despertamos me cobijó en su pecho y besó mi cabeza.
—No te muevas de aquí que voy a preparar el desayuno.
—No estoy convaleciente —reí.
—Lo sé, pero toca que te mimen y no me lo puedes negar, es más, no lo voy a permitir —carraspeó con esa sonrisa que desprendida un amor de esos que pocas personas saben aguardar.
Se levantó tras darme un fuerte beso en la frente y fue a preparar el desayuno.
Me quedé mirando a la chimenea, por unos momentos pasó toda mi vida por delante, los recuerdos de mis padres que ahora debían de estar felices sabiendo que había alguien que me estaba cuidando de verdad.
Estaba claro que no me quería hacer ilusiones y, mucho menos, pensar que aquello iba a ir a más de una amistad, al menos no quería pensarlo, pues me gustaba mucho y me encontraba tan a gusto a su lado que crearme falsas expectativas para que al final la cosa no saliera bien, me harían entrar en un estado de tristeza.
Volvió con el desayuno y sonreí al ver que en medio de la bandeja había medio folio con un texto escrito de su puño y letra.
«Para la mamá más bonita del mundo»
—Me vas a hacer llorar —reí emocionada.
—No, no, pero si lloras que sea de felicidad —se sentó a mi lado y me besó la mejilla— ¿Sabes? —dijo poniendo un Cola Cao delante de mí— Estas Navidades quiero que seas parte de nosotros y, por supuesto, tu hermana también.
—Gracias, Adrien, no sé cómo podré agradecerte tanto.
—El viernes le dan las vacaciones a la pequeña y yo me las cojo también hasta después de Reyes, me gustaría que vivieras unos días especiales junto a nosotros, como ya te digo, tu hermana también sería muy bien recibida.
—No tengo palabras, de verdad.
—No las tengas, con que estés con nosotros, es un regalo de la vida.
—Mi regalo sois vosotros —otra vez las lágrimas cayéndome.
Me las secó y ya me cambió el tema, desayunamos entre risas y un montón de anécdotas que me contaba sobre la pequeña y es que ese hombre había conseguido criar una niña feliz con unas cosas que eran de lo más entrañables.
Tras eso fuimos a comer a casa de sus padres, vivían en Du Marais, una avenida preciosa. Yo iba de lo más avergonzada, pero él no aceptó un no.
La pequeña al verme se tiró a mis brazos a abrazarme y lo más impresionante es que sus padres, Peter y Margot, me recibieron como si me conocieran de toda la vida, con todo su cariño y como si fuera una más de la familia. Sabían lo que había pasado y lo que hice con la pequeña ese día de los disturbios, así que estaban de lo más agradecidos.
Pasamos con ellos toda la tarde, la mamá me contaba sobre su nieta mil cosas y me enseñaba fotos, era de lo más entrañable, el matrimonio estaba jubilado y habían sido también pediatras, de ahí que su hijo se interesara por esa carrera que terminó haciendo y de la que ahora era un prestigioso medico como lo fueron en su día sus padres.
Por la tarde nos despedimos y me hicieron prometerles que iría a cenar en Nochebuena, para eso faltaban aún dos semanas, pero querían que tanto mi hermana como yo, fuéramos. Se lo agradecí de corazón.
Nos fuimos los tres a mi casa, Adrien quería que cogiera más ropa y me quedara con ellos para ir el día siguiente a la revisión, no aceptó un no por respuesta, así que hicimos eso.
Subí sola con la niña al apartamento para que el padre no buscara dónde aparcar, no iba a tardar mucho, así que cogí lo necesario y bajamos.
Compramos pizzas para llevar a la casa y cenamos viendo una película infantil, la pequeña ya se estaba quedando dormida mientras cenaba y es que fue ducharla antes de eso y ya comenzar a caer en picado.
La llevó a su habitación cuando ya estaba en el sueño profundo y nosotros nos quedamos un rato en el salón charlando frente a la chimenea, cuando me acarició la barbilla y sí, se fue acercando y nos besamos, en ese
momento toqué el cielo con las dos manos y es que no me esperaba para nada ese beso que había acabado de formarse entre nosotros.
—Sé que esto es una locura, pero lo que he sentido por ti desde que te conocí es algo tan bonito, que no quiero dejar de vivirlo —dijo causando un cosquilleo en mi interior y otra vez comencé a llorar.
—Lo es, pero debo reconocer que también estás despertando en mí cosas que jamás había sentido y me da miedo, mucho miedo, pero te prometo que es el beso más bonito que he sentido en mi vida —murmuré entre lágrimas.
Me las secó con la yema de sus dedos y me volvió a besar con ese amor que solo un hombre sabría besar a una mujer.
Me cogió de la mano y me llevó a su cama, sí, a ese lugar tan suyo, tan privado en el que me ahuecó entre sus brazos sin dejar de besarme y en el que dormimos con un sentimiento muy bonito que había surgido entre nosotros y es que eso era la felicidad, sentir el amor sin miedo a nada, llegando de forma inesperada a nuestras vidas y convirtiendo todo en algo que envolvía de forma especial el alma.
Capítulo 9
A la mañana siguiente dejamos a la peque en el cole y nos fuimos a la clínica, me hicieron las pruebas y él estuvo en todo momento conmigo, mientras sus compañeros iban supliendo su consulta.
De ahí nos fuimos a desayunar, lo que menos me podía esperar fueron las palabras que me dijo mientras disfrutaba de ese chocolate y de la felicidad de saber que todo estaba bien.
—Sé que lo que te voy a decir es una locura y que cualquiera que me escuchara diría que estoy loco, pero también sé que si no lo hiciera no estaría siguiendo lo que mi corazón dicta.
—Me estás asustando —sonreí apretando los dientes.
—Es para hacerlo… —bromeó sonriendo de la forma más entrañable que solo una persona como él, podía hacer.
—Eso, tú tranquilizándome —murmuré bromeando y sacándole una suave carcajada.
—Verás, bueno me has quitado todo el romanticismo que estaba sacando — se echó a reír causándome otra carcajada a mí—, menos mal que es por reírnos es lo bonito de todo.
—Venga suéltalo, sin anestesia —reí.
—¿Qué sientes por mí?
—No lo sé, no le puedo poner nombre, pero es lo más bonito que jamás he sentido por nadie.
—¿De verdad me dices eso?
—Te lo prometo —me ruboricé, pero estaba hablando con el corazón— ¿Y tú sabes lo que sientes por mí? —pregunté, pues necesitaba saber su respuesta.
—Claro que lo sé y, ¿sabes por qué?
—Dime —mi tono era tembloroso.
—Porque me has devuelto la felicidad que un día sentí con mi mujer, porque me has hecho recordar de lo que es capaz de hacerte sentir una persona, porque solo amé a una mujer pues nadie me hizo sentir lo que ella, pero ahora llegaste tú y entendí que podía volver a amar como lo hice una vez y que fue con toda mi alma —yo ya estaba llorando y él secándome las lágrimas y sujetando mis mejillas entre sus manos. Me dio un precioso beso.
—Me da miedo sentir tanta felicidad.
—Pues coge mi mano y agárrate ella, yo espantaré todos tus miedos y estaré a tu lado para que, entre los dos, cuidemos de lo que nos rodea, a mi hija y al tuyo, ese que quiero ver crecer a nuestro lado.
—¿Qué me estás pidiendo? —pregunté causándole una risita y negando.
—Qué hagamos una locura…
—¿Otra más? Yo llevo un año de locuras —reí.
—No, una preciosa locura. Hagamos algo de verdad.
—Anda que no estás dando vueltas, no sé si me vas a pedir compromiso, boda o que nos tiremos en paracaídas, pero algo gordo debe ser —nos echamos a reír.
—Verás, quiero que terminemos de desayunar, recojas las cosas del apartamento y te vengas a vivir con nosotros. Que me dejes cuidaros — acarició mi barriga y yo ya estaba más que llorando, las personas de las mesas de alrededor debían de estar flipando al ver mi cara.
—Me da miedo hacerlo, te soy sincera, me da miedo a que un día aparezca Raúl y…
—Que venga, aquí lo estoy esperando, así que dime otro motivo por el que no te vendrías, pero ese no, ese no me vale.
—No tengo más motivos.
—Pues no hay nada más que hablar —levantó la mano para que viniera el camarero y le pagó, salimos de allí de la mano como él quería y directos a recoger todo de mi casa. Yo estaba en una nube, aquello parecía un sueño.
Fuimos al apartamento y recogimos todo, no dejaba de besarme y hubo un momento en que él se sentó en el borde de la cama, me puso de pie entre sus piernas y besó mi barriga.
—No sé si seré el mejor padre del mundo contigo, pero de que lo intentaré y que estoy deseando conocerte, no tengas dudas —dijo dirigiéndose a mi
garbancito y yo cerré los ojos mientras las lágrimas comenzaban a brotarme.
Me hizo sentar en su regazo y me rodeó con sus brazos.
—No me creo que esto me esté pasando, no me lo creo.
—Carmen, te mereces lo mejor, no sé si yo lo seré, pero siento que soy capaz de protegerte y cuidarte toda mi vida, no quiero que lo dudes, ni tú ni ese bebé que sacaremos hacia delante para que sea muy feliz.
—No quiero que seamos una carga para ti, eso me da miedo.
—¿Para ti lo es Mariela?
—¡No! La quiero muchísimo, le cogí mucho cariño, ella es especial para mí.
—Pues no pienses que sois una carga, todo lo contrario, queremos que seáis nuestra familia.
Me besó y yo venga a llorar, sí es que tenía un corazón muy sensible y me daba miedo molestar o ser un problema, pero no, parecía que existían los príncipes azules y uno había acabado de llegar a mi vida.
Bajamos todo al coche y nos fuimos por la niña que, al verme, se puso a saltar emocionada y se tiró en mis brazos.
Cuando el padre en el coche le dijo que me iba a vivir con ellos, se puso a llorar y reír nerviosa preguntando si era verdad, estaba de lo más feliz, me emocioné de verla así.
Mientras preparaba la comida y nosotras le ayudábamos, le contó a su hija algo que no me esperaba y que no era otra cosa que…
—¿Te gustaría tener un hermanito o hermanita? —preguntó y me hizo un guiño, yo me quedé a cuadros, vamos sin rodeos.
—¡Sí! ¿Vais a llamar a la cigüeña?
—Verás hija, es que Carmen se equivocó de número, llamó a la cigüeña y le dijeron que ya venían de camino, que en unos meses llegarían. No le dio tiempo a decir que se había equivocado que ya le pusieron una moñita al bebé y viene en los próximos pedidos.
—Entonces le tiene que crecer la barriga y, además, no lo podemos descambiar, somos solo tres y hay que ser mínimo cuatro —reía emocionada y yo estaba muerta de risa, pero era de felicidad—. Si va a ser la mamá de mi hermanito, entonces tiene que ser también mi mamá.
—Eso ya es cosa de ella —le contestó riendo su padre.
—Si tú quieres que yo sea tu mamá, seré tu mamá, pero no podemos olvidarnos de tu otra mamá que te quiere y te cuida desde el cielo.
—Vale, mamá —soltó por primera vez aquella palabra y yo, bueno me agaché emocionada para abrazarla y decirle cuanto la quería.
Miré a Adrien que estaba emocionado y a punto de lagrimear, no era para menos y es que estábamos teniendo un día de lo más intenso, por no decir un diciembre de lo más sorprendente.
Esa tarde ayudé a la pequeña con los deberes y me encargué de ducharla, estaba muy nerviosa con este nuevo cambio en su vida, pero feliz, sobre todo, feliz.
Tal como cenó se quedó dormida en el sofá y su padre la llevó en brazos hacia la cama.
Nosotros nos fuimos a la habitación y nos metimos en la cama, me acurrucó en él y luego se puso de lado como yo y comenzó a besarme. Por primera vez tocó mis nalgas y las apretó, yo me sonrojé como una niña de quince años a la que por primera vez le tocan o como decíamos en aquella época, “nos metían mano”.
Sonreíamos mientras no besábamos y esta vez fue diferente, se atrevió a abrazarme metiendo sus manos dentro de mi camiseta y luego me la sacó con mucho cuidado.
Se sentó pegado al cabecero y me extendió las manos para que me sentara sobre él, lo hice, riendo, ruborizada y sabiendo que nos tocaba dar un paso más adelante.
Me senté y volvió a besarme, luego me miró y comenzó a quitar mi sujetador, la piel se me puso de gallina cuando se deshizo de él.
Los besó con mucho tacto y me movió un poco sobre su miembro, el roce me puso de lo más caliente, solté un poco el aire mientras él me agarraba, me puso sobre la cama boca arriba, se colocó entre mis piernas y me sacó el pantalón y las bragas.
Lo miré apretando los labios y sonrió acercándose a besarme.
—Si vestida eres preciosa, desnuda eres una obra de arte —dijo riendo, mordisqueando mi labio.
—Me muero de la vergüenza…
—Lo sé, pero eso me encanta de ti, ver esa timidez que yo consigo sacar — echaba mi pelo hacia atrás de la oreja.
Se quitó la camiseta y volvió a besarme, bajando lentamente hacia abajo, se paró en mi vientre y lo besó con mucho cariño, eso me hizo emocionar, es que todo lo que hacía lo conseguía.
Siguió hacia abajo y se puso a besar mi entrepierna, luego fue acercándose a mi parte sensible, esa que comenzó a besar y lamer mientras yo me agarraba a las sábanas y echaba mi cabeza hacia atrás.
Noté sus dedos penetrarme con cuidado y solté el aire, me estaba poniendo de lo más excitada y luego con su otra mano abrió bien mis labios para mordisquearme y lamerme.
Su lengua hacia círculos mientras sus dedos me penetraban, cada vez me costaba más trabajo respirar, estaba llegando al máximo punto del placer hasta que contuve un grito y, entre dientes, solté todo al llegar al orgasmo.
Se quitó el pantalón y abrió mis piernas mientras me miraba sonriente, era tan guapo y sexy, que me ponía de nuevo como una moto.
Me penetró con cuidado, creo que iba con miedo a lastimarme por mi estado, pero es que él era así, tenía mucho tacto con todo y sabía que en este sentido no iba a ser menos.
Tenía un cuerpo fibroso, definido, era impresionante, me agarré a sus brazos y disfruté de ese emocionante momento de miradas y de sentir la culminación de eso que tanto habíamos deseado y es que los dos lo deseábamos, eso se notaba.
Lo hicimos hablando con la mirada, lo hicimos con todos esos deseos que nos teníamos, lo hicimos sabiendo que ahí comenzaba el primero de tantos momentos que nos quedaba por vivir, porque aquello era el comienzo de lo que esperábamos que fueran muchos instantes así.
Tras hacerlo e ir a asearnos, nos acostamos solo con la ropa interior, abrazados, entre besos, miradas cómplices y con la felicidad de saber que esto era el principio de algo muy bonito que había comenzado entre nosotros.
El resto de los siguientes días aquello fue a más, nos habíamos soltado en el tema sexual y no teníamos freno, era como una tensión que vivía en nosotros.
Me dediqué esos días a preparar la comida, mi canal de cocina, él llevaba y traía a la niña porque le cogía de camino y ella estaba de lo más feliz conmigo en la casa. No había una vez que se le olvidara llamarme mamá, es más, me lo decía mil veces.
Los padres de él se alegraron de nuestra decisión y Adrien, los puso al tanto de todo, de lo del embarazo y demás, iban a guardar el secreto y nos trasmitieron que ese bebé sería tan querido como lo fue Mariela cuando iba a venir al mundo. No podía haber tenido más suerte con aquella familia que hasta a mi hermana la acogieron como a una más.
Aprovechamos esos días para hacer compras, y adornar la casa con todo tipo de objetos navideños, puesto que tanto el padre como la hija tenían vacaciones por Navidad.
Estuvimos preparando todo para la cena de Nochebuena que haríamos en casa de sus padres y la de Navidad en la nuestra, así que iban a ser unos días especiales y novedosos para mí, era como sentir que la familia crecía y que todo comenzaba a cobrar de nuevo sentido. Era un momento tan bonito, que yo me sentía de lo más feliz de poderlo estar viviendo de aquella manera después de todo lo feo vivido junto a Raúl.
La felicidad existía y eso lo estaba descubriendo…
Capítulo 10
—Mamá, buenos días, mañana es Navidad y hoy toca cenar en casa de los abuelos —dijo metiéndose en mi cama y abrazándose a mí.
—Buenos días, amor mío, ¿y papá?
—No sé, no está en la casa —en ese momento se le escuchó entrar y fuimos abajo.
—Buenos días, princesas, os traje churros y chocolate.
—¡Bien! —gritó la pequeña corriendo hacia él.
Se vino hacia mí con ella en brazos y me dio un beso en los labios, la pequeña me dio otro, me tenía que reír con mi niña, esa que me alegraba cada día.
—Mañana viene Santa Claus, a ver si fui buena y me trae lo que pedí.
—Bueno, yo tengo claro que te debería dejar hasta de más, no he visto niña que se porte mejor que tú en el mundo.
—Yo pienso lo mismo —dijo el padre—, pero el dictamen final lo tiene que dar él, así que, veremos qué pasa.
—Es verdad, veremos papi. ¡Qué nervios! —nos echamos a reír.
—Vamos, después de traer las mejores notas habidas y por haber, después de que tu comportamiento es ejemplar y después de que eres lo más simpático del mundo, si no te lo trae Santa Claus, voy yo y te compro la juguetería entera.
—Gracias mamá —decía mientras mojaba un churro en chocolate.
—¿A qué hora viene tu hermana?
—Pues no sé, pero me dijo que después de comer, aunque conociéndola, un poco más tarde. Ya le dije que como mucho a las seis, saldríamos para la casa de tus padres.
—Perfecto. Si quiere la recogemos nosotros.
—Bueno, luego se lo digo.
—Claro, mi vida.
—Yo quiero cuando desayune ducharme y ponerme el vestido de princesa para la cena con los abuelos.
—Claro, pero mejor después de comer así no lo manchas, cariño.
—Vale, mamá.
Encima es que era una niña conformista, solo le tenías que decir las cosas una vez y ella las acataba sin dudarlo.
Los churros me sentaron fatal, tras el desayuno me notaba el aceite para arriba y para abajo, salí corriendo hacia el baño y me puse de rodillas en el váter agarrándome con las dos manos.
—Tranquila, cariño —decía Adrien, agarrándome el pelo.
—Me muero…
—No te mueres —rio—, intenta echarlo, pero no te esfuerces.
—Me cuesta mucho vomitar.
—Ya lo veo, cariño, fue mala idea lo de los churros.
—No —vomité de repente.
—Muy bien —me echaba agua por la frente y por la nuca.
—Ya se me está pasando.
—Tranquila, es normal, demasiado bien llevas todo.
—No quería que me vieras así.
—Te veré peor el día del parto —reía.
—¡Ah no, tú te quedas fuera! A mí no me ves eso todo feo abriéndose y tú mirando.
—Bueno, me tienen que matar para que no entre —reía—, además darás a luz en uno de los hospitales concertados de mi clínica, vamos que no se atreverían a echarme.
—Pues me voy a parir a la China —respondí antes de vomitar de nuevo.
Escuché que se reía mientras acariciaba mi espalda, miré a la pequeña que estaba con una cara de preocupación impresionante.
—Ten cuidado mami a ver si echas al bebé por la boca.
—No, hija —nos echamos Adrien y yo a reír y vi que su cara se relajó.
—Mi hermanito está bien, ¿verdad?
—Claro cariño, no te preocupes, solo fue un poco de estómago removido, pero nada más, el bebé está agarradito más hacia abajo y no se entera de nada.
—Ahora te tiras en el sofá y papá y yo te cuidamos.
—Te como esa cara, preciosa mía, pero tranquila, ya estoy bien —me levanté con la ayuda de él y me lavé la cara, al mirarme al espejo me vi pálida y blanca.
Fui a la cocina con Adrien, que se puso a recoger el desayuno y me hizo un zumo de naranja, era lo que el cuerpo me pedía en esos momentos, así que
me lo tomé y fui poniéndome mejor.
Adrien estuvo pendiente a mí en todo momento, me miraba las pupilas y hasta me tomó la tensión, de algo servía tener un médico en casa, aparte de un señor con el corazón más grande del mundo.
Mi hermana apareció justo antes de la comida, me hizo hasta gracia verla por primera vez en su vida siendo tan puntual, así que comió con nosotros y se pasó la tarde jugando con la niña y ayudándola a vestirse de princesa para ir a la cena con los abuelos.
Y es que la niña quería eso, un vestido a lo cenicienta, así que le dimos el capricho y se lo compramos para ese día por sus excelentes notas.
Mi hermana y Adrien se llevaban genial, es más, le daba muy buenos consejos y parecía un padre para ella, hasta me lo dijo ella en muchas ocasiones, si conmigo tenía diferencia de edad, con mi hermana se la doblaba.
Nos fuimos los cuatro a casa de mis suegros, nos recibieron con panderetas y gorros, eran unos amores de personas con un amor y una felicidad dignas de admirar.
No faltó detalle en la mesa, no escatimaron en comprar y cocinar de todo, la verdad es que su hijo tenía unos buenos maestros en sus padres y era normal
que hubiera salido de esa manera.
A mi hermana la tenían como una nieta, le hablaban hasta a regañinas para que estudiara, me hacían mucha gracia ese rol que habían cogido con nosotros.
Fue una noche preciosa en la que estuvimos hasta la una de la mañana charlando, riendo y pasando unos momentos maravillosos, al final nos despedimos hasta el día siguiente que ellos vendrían a comer a la casa de su hijo.
Mi hermana se vino a dormir con nosotros, por supuesto, porque al día siguiente comería en casa, así que esa noche se quedó en la habitación de la pequeña y nosotros aprovechamos sin hacer ruido para poner todos los regalos alrededor de la chimenea, había para todos, para mi hermana, para sus padres y los que pusimos nosotros sorpresa para los unos y los otros.
Quedó todo precioso, los dos nos mirábamos viendo que habíamos puesto más paquetes de los que conocíamos, pero claro, ahí estaban los regalos del uno hacia el otro.
Por la mañana pudimos escuchar los gritos de la pequeña y de mi hermana por los regalos que habían descubierto, pero claro, estaban cerrados, nos reímos y levantamos.
Adrien dijo que primero los cafés y Cola Cao, así que los preparamos y nos fuimos hacia la chimenea para que la pequeña fuera la primera en descubrirlos y vaya si flipaba, todo lo que había pedido y más. Tanto su padre como yo, nos habíamos desvivido porque no le faltara detalle.
La pequeña estaba de lo más emocionada, hasta se le saltó alguna lagrimilla destapando aquellos regalos.
Luego le dimos los regalos a mi hermana, yo no había escatimado como siempre y Adrien, menos aún. Se emocionó mucho al ver su perfume favorito, un reloj de su marca favorita que sabía que le iba a encantar, algo de ropa y un chaquetón que fue para ella la joya de la corona. Lo deseaba desde hacía tiempo, pero valía tan caro, que decía que no se lo gastaba, era de una marca de polares.
Ella nos dio los regalos a Adrien, a mí y a la niña, tampoco escatimó en gastos. A la pequeña le puso de Disney, un maletín de maquillaje y otro de joyas para que se cambiara, además de un monopatín que la hizo saltar de alegría.
A mí me regalo una pashmina preciosa y una pulsera de la marca “Pandora”, con todos los abalorios de bebé que me hicieron emocionar mucho y a Adrien, le regaló un perfume y una pluma de una marca muy reconocida, él se puso muy contento y le dio un precioso abrazo.
Adrien le dio primero los regalos a mi hermana que alucinó en colores. Una tarjeta regalo de la tienda de moda que más le gustaba que era una marca surfera, además de unos pendientes de oro de bolita que había perdido en esos días y a ella le encantaba, pues se lo compró, ni yo lo sabía.
Luego él me dio solo un regalo.
—Solo es uno, pero espero que sea el que más ilusión te haga en esta vida.
Dijo eso y al abrirlo me eché a llorar, además de la tarjeta que decía:
«Cásate conmigo, por favor»
Por favor y sin favor, comencé a llorar al ver esa sortija de oro blanco y diamantes con la que me estaba pidiendo matrimonio. No solo lloré yo, hasta mi hermana y la pequeña que me decía que le dijera que sí, estaba de lo más nerviosa.
—Claro que sí y mil veces sí —dije abrazándolo y nos dimos un beso mientras mi hermana gritaba “que vivan los novios” y la pequeña aplaudía emocionada y es que fue un momento único.
Luego llegaron sus padres con regalos para los cuatro, a mi hermana le regalaron de todo, como a mí, como uno más, no dejaban de demostrarnos que para ellos ya éramos su familia.
Mi hermana y yo les dimos sus regalos, lo compramos conjuntamente, un reloj para él y otro para ella, pero unos señores relojes que nos costaron un riñón, pero que se merecían evidentemente y nosotras no quisimos escatimar.
A mi hermana y a mí nos regalaron un anillo de oro con una piedra Amatista que era una preciosidad, además de una pulsera labrada también de oro que eran una media caña como le decíamos en España, nos emocionamos un montón.
Pasamos todo el día juntos, comimos, merendamos y luego se fueron y se llevaron a mi hermana para dejarla en el apartamento. Habían sido dos días especiales, en familia, esa que perdimos tanto mi hermana como yo, y que desde entonces nada era lo mismo. El año anterior, mi tía nos dio todo el arropo y ahora esta, nuestra nueva familia.
Esa noche lo hicimos Adrien y yo con más fogosidad, iba perdiendo ese miedo a hacer daño al bebé y eso que era el médico, pero había algo en el que le daba temor a estrujarlo o no sé qué, y eso me hacía mucha gracia.
Capítulo 11
Los días esos fueron corriendo sin tregua y esa mañana ya era la última del año, los papás de Adrien estaban en Bruselas, en casa de unos familiares donde solían pasar siempre los finales de años.
Mi hermana se había ido unos días a España a pasarlo con mi tía, yo aún no quería aparecer por allí, así que decidimos quedarnos en París.
Esa mañana estaba la pequeña revolucionada, decía que esa noche íbamos a hacer una fiesta de pijamas mientras cenábamos, así que salimos y pasamos por delante de una tienda de una marca muy conocida donde tenían un escaparate con pijamas de lo más bonitos, así que entramos y cogimos tres iguales que los había para hombre, mujer y niños.
La parte de arriba era como una sudadera polar en color rojo y en el centro una estrella en dorada como de purpurina y la de abajo era en blanca, hasta nos compramos las zapatillas a juego, la pequeña salió de lo más feliz con ello.
De allí nos fuimos a comprar marisco a un lugar que lo tenían frescos y de una calidad impresionante, Adrien había comprado mucho allí, así que fuimos directos y cogimos una gran variedad de cosas.
Luego pasamos por una tienda de delicatessen donde había encargado que le rellenaran un pavo, fuimos a recogerlo para que cuando llegáramos a casa meterlo en el horno.
Por último, a una pastelería donde compramos bombones, chocolatinas y demás, todo lo que se nos antojó a mí y a la pequeña, que a golosas no nos ganaba nadie y ese día era especial.
Cuando llegamos a la casa comimos y luego nos pusimos a preparar todo lo de la noche, por la tarde nos fuimos duchando y colocando los pijamas nuevos, pues la pequeña nos traía de cabeza con ello.
—Mamá, Santa Claus se olvidó del bebé.
—No cariño, aún es pronto —reí—, el año que viene seguro que le traen algo, no te preocupes.
—Pero yo quería que tuviera un regalo.
—Aún queda Reyes que en España se usa mucho y aquí por tradición de mamá lo haremos, así que seguro que ellos sí que se acordaran del bebé —
dijo Adrien, haciéndole un guiño.
—Ah claro, entonces por eso no le trajeron, seguro que los Reyes se lo traen —dijo feliz apoyándose en la mesa que había delante del sofá.
Me la comía, la verdad es que no me podía sentir más feliz, tenía un bebé que venía en camino y una preciosa niña que era el regalo más grande que me había dado la vida y es que ella entró en mi corazón pisando fuerte y llenándolo de algo especial, que me hacía amarla como si la hubiera llevado en mis mismísimas entrañas.
Preparamos la mesa, pusimos velas por el salón además de las luces del árbol y la chimenea, pusimos el ambiente precioso.
La mesa estaba que parecía que iban a comer diez, no faltaba detalle, vamos que íbamos a estar comiendo sobras durante varios días. Adrien descorchó una botella de vino para él, no solía beber, pero en esas ocasiones le gustaba, a mí el vino me encantaba, pero no podía en estos momentos.
Mariela fue cenar y quedarse dormida en el sofá, me hizo mucha gracia porque decía que se acostaría la última, pero ya sabíamos que no.
Adrien se tomó una copa y a las doce nos dimos millones de besos, además comimos las tradicionales uvas, fue un momento divertidísimo, estaba que se salía del pellejo, esa copa le estaba sentando genial, nada que ver a como
actuaba Raúl, pero bueno, es que él bebía para emborracharse y Adrien lo hacía para acompañar el momento, a modo de celebración. Eran dos hombres diferentes, no tenían nada que ver el uno con el otro.
Nos quedamos en el sofá hasta las tantas frente a la chimenea, no dejaba de acariciar y besar mi barriga, le hablaba cada día al bebé y es que lo sentía suyo, lo esperaba con todo el amor e ilusión del mundo y es que más suerte no podía haber tenido yo y mi hijo en esta vida que toparnos con ese hombre que nos acompañaría en este proceso tan delicado y especial.
Me llevó a la cama en brazos, me reí amenazándolo que como me cayera se enteraba, pero nada, su fuerza era tremenda.
Me tiró en la cama y comenzó a despojarme de mi ropa, como siempre, con esa ternura y fogosidad que cada vez soltaba más, me encantaba como me lo hacía, con esa pasión desenfrenada y ese brillo en sus ojos que transmitía el gran deseo que sentía hacia mí. Aquel hombre era un regalo del cielo.
A la mañana siguiente nos levantamos corriendo pues escuchamos a la niña llorar y eso era muy raro. Adrien corrió como si no hubiera un mañana y cuando llegué la tenía en brazos, se había caído de la cama soñando y se había hecho un chinchón en la frente, me dio mucha pena verla llorar con ese miedo y dolor.
Bajamos y le puso un poco de hielo, luego una crema y se fue tranquilizando, me daba lástima verla con ese chichón y esa cara de haberlo
pasado mal.
Desayuné con ella sobre mis rodillas, estábamos en el sofá, y, poco a poco, se fue viniendo arriba y le dejó de doler, pero la cara de tristeza del padre me hacía sentir una cosilla en el estómago y es que por muy pediatra que seas, cuando le toca a lo tuyo duele muchísimo y más Adrien, que hasta sus casos los vivía con tristeza cuando me contaba que estaba desesperado por sacar adelante algún problema de los menores que iban a que él los atendiese.
Ese día estuvimos tranquilitos, comiendo ese primer día del año y jugando con la niña a juegos de mesas, hasta aprovechamos para ver alguna que otra película de Disney que tanto le gustaba.
Los siguientes días volaron y llegó el de Reyes que lo celebramos a lo español, le pusimos unas muñecas y dos vestidos más de princesa y por supuesto no faltaron chupetes, biberones y unos muñecos de tela para el bebé y que la hermana se pusiera feliz.
Y tanto que se puso, se lo llevó todo en una cajita a su habitación diciendo que ella lo iba a guardar mientras comprábamos la habitación, me la comía, estaba loca con el bebé.
Los días comenzaron a correr, la vuelta al cole, la rutina del trabajo de Adrien y yo me volqué en mi canal de cocina, pues cada vez tenía más seguidores y era para mí una gran vía de escape.
Capítulo 12
Era el día de San Valentín, me tenía Adrien de los nervios, un secretismo brutal, encima era jueves y se había pillado ese día y el viernes, no decía ni “mu”, pero sabía que sus padres recogerían a la niña este día del cole y se encargarían de ella hasta el domingo.
Me hizo preparar una maleta para tres días, la metimos en el coche, nos fuimos a su clínica donde me tenía que hacer la ecografía, y de ahí imaginaba que iríamos a algún sitio pues habíamos preparado las cosas.
—Una niña —esas fueron las palabras que dijo el ginecólogo tal como puso el ecógrafo sobre mi vientre.
Se me saltaron las lágrimas, al igual que a Adrien. Su compañero nos dijo que todo estaba normal y que tenía muy claro que se trataba de una niña.
Salí de allí sin podérmelo creer, estaba emocionada, una hermanita para Mariela, me encantaba. Miré la ecografía un buen rato mientras Adrien conducía.
Paró delante de una prestigiosa tienda de muebles y lo miré alucinando, sí quería comprar ya el cuarto de la niña, decía que en cuanto supiera el sexo lo hacía.
Fue un amor a primera vista cuando vimos uno en color chocolate y rosa pastel, tenía que ser ese, además también cogimos la cuna para nuestra habitación.
Lo dejó todo comprado para que nos lo llevaran a casa en unos días y nos fuimos. Paramos a comer algo rápido y luego proseguimos el camino hacia no sabía dónde, estaba de lo más enigmático.
Íbamos hacia el interior, de eso me daba cuenta, pero dos horas después estábamos en unos preciosos campos a los que accedimos por una carretera donde el paisaje era alucinante y llegamos hasta una cabaña impresionante y a un valle con las mejores vistas del mundo.
—¿Vamos a pasar el fin de semana aquí? —pregunté con la boca abierta.
—Claro —sonrió sacando las cosas del maletero.
—Y, ¿por qué no hemos traído a Mariela?
—Es un fin de semana de adultos, también necesitamos un respiro y ella está feliz con los abuelos.
—Tienes razón, pero…
—Pero nada —rio besando mi mejilla y pasando adentro.
Cuando entré no me lo podía creer, todo lleno de globos en el techo con forma de corazón, una tarta de chocolate sobre la mesa con un “Te quiero”, bombones y carteles con corazones y nuestras iniciales.
Me eché a llorar, aquello era lo más bonito que me habían hecho en la vida. Abrió una botellita de champán y a mí me sirvió un zumo, brindamos y nos dimos un precioso beso de esos que te hacen tocar el cielo.
La chimenea estaba encendida y la cocina equipada con comida y caprichos para esos días, la había alquilado y añadido la compra que quería colocada. Me quedé alucinada, jamás había visto nada igual, pero era fantástico.
Nos cambiamos y pusimos los pijamas, íbamos a quedarnos ahí, así que, qué mejor manera que estar cómodos.
Cogí una de las fresas con chocolate que había sobre un plato, que tenían una pinta brutal, la mordisqueé gimiendo y provocando una risa en Adrien, en ese momento tenía ganas de devorar todo el chocolate que vi en esa
cabaña y es que parecía que me había dado un antojo de esos, donde no podía parar de comer todo lo que iba viendo.
—¿Me vas a querer gordita? —dije relamiéndome los dedos.
—Claro, por supuesto —se acercó y me besó en la mejilla.
—Me voy a comer todo lo que he visto, ¡qué rico! —volví a gemir.
—¿Todo, todo? —preguntó bromista.
—¡Todo! Así que ya sabes, extiende bastante chocolate y verás —me encogí de hombros mientras cogía otro bombón.
—Te va a dar tal dolor de barriga, que te vas a enterar.
—Para eso tengo a mi médico particular —le saqué la lengua.
—También tienes razón, pero prefiero que no pases un mal rato.
—¿Yo? Soy toda dura, tengo aguante —le hice una burla y él, no dejaba de reír.
Pasamos una preciosa tarde. La noche era allí de lo más mágica, estuvimos con una manta un rato afuera, en la escalera de la cabaña mirando a las estrellas, allí en la ciudad era casi imposible por la luz que había, pero en este sitio era una maravilla mirar esos mantos de estrellas.
Esa noche lo estuvimos haciendo frente a la chimenea, además era un sofá gigante, de esos que se abría y nos quedamos ahí durmiendo, se estaba de lujo.
A la mañana siguiente me trajo el desayuno a la mesa que estaba junto a nosotros, en medio un regalo, lo miré sin entender nada y se hizo el tonto, como si no supiese nada, lo que provocó que comenzase a reír a carcajadas.
Lo abrí y había una preciosa cajita que contenía dentro una cadena de chupete de plata con la chapa grabada en tono rosa y una bebé sobre una nube. Me emocioné un montón y le di un abrazo.
Me encantaban esos pequeños detalles que le hacían grande y es que siempre tenía algo para sorprenderme o para hacerme sentir que estaba pendiente de todo, que no dejaba de pensar en eso que estaba creciendo en mí y es que él lo estaba viviendo con una ilusión enorme.
Echaba de menos a mi princesa, esa era la verdad y sabía que su padre también pues siempre la teníamos en la boca, pero bueno, ese fin de semana era romántico, una vez al año no hacía daño, pero estaba claro que, para mí,
Mariela siempre iría por delante en todo y es que la amaba con todo mi corazón.
El fin de semana fue precioso, lleno de momentos que me iban a quedar en el recuerdo, mucho sexo, de eso nos pusimos morados, pero también de muchas confidencias en las que nos transmitíamos todo aquello que sentíamos.
El domingo regresamos bien temprano, queríamos recoger a la pequeña y pasar el día con ella jugando en la casa, la habíamos echado demasiado de menos y su padre jamás se había separado de ella hasta ahora.
La pequeña se puso loca de contenta al vernos y se tiró a nuestros brazos, yo me la comí a besos.
Los padres nos convencieron para comer allí y, ¿cómo les íbamos a decir que no? Así que nos quedamos con ellos y tras comer nos fuimos hacia la casa.
Me pasé toda la tarde bajo la manta con Mariola viendo pelis de Disney, últimamente me estaban gustando más de la cuenta, era una faceta que nunca me había interesado, pero al final hasta me metía en el papel y todo, y lo vivía como una niña pequeña.
La vida me estaba sonriendo y no podía sentirme más afortunada, estaba cerca de mi hermana, con un hombre que había cambiado mi vida, una niña que se había convertido en lo más grande que podía tener junto a su padre y la niña que venía en camino.
Mis suegros eran también unos ángeles caído del cielo, no había día que su madre no me pusiera un mensaje preguntándome cómo estaba, si necesitaba algo o diciéndome que me había hecho esas croquetas de bechamel que tanto me gustaban.
Mi barriguita ya tenía forma, no es que tuviera un barrigón, pero sí que ya era grandecita y sobre todo hacia fuera.
Jamás imagine que cuando me vine a París sería para quedarme para siempre y es que así lo sentía en estos momentos, mi vida estaba aquí con ese hombre que conocí por casualidad y que se había convertido en uno de los tesoros más grandes de mi vida.
Capítulo 13
Habían pasado unos meses y podía decir, con absoluta seguridad, que estaban siendo los mejores y más bonitos de mi vida.
Adrien era todo cuanto necesitaba para sonreír día a día, y Mariela me llenaba de ese amor que solo una personita tan pequeña e inocente sabe regalarte.
Ya estaba de siete meses, mi garbancito fue creciendo fuerte y sana, sí, sana, porque esperábamos una niña. Lo digo bien, esperábamos, puesto que mi pequeña era tan mía como de Adrien.
Y qué decir de Mariela, se moría de ganas de conocer a su hermanita. Decía que iba a cuidarla tanto como yo cuidé de ella en su día.
—Buenos días, ¿cómo están mis chicas? —preguntó Adrien, entrando en la cocina y abrazándome desde atrás.
Con la barrigota que tenía era complicado, pero él que era más alto que yo y, por ende, tenía los brazos más largos, pues me abarcaba sin problema.
—Muy bien, con hambre.
—Como siempre, entonces —me contestó sonriendo tras darme un beso en la mejilla.
—¡Oye! Que no tengo la culpa de que esta niña tenga buen apetito. Habrá salido al padre, que se pasa el día comiendo.
—Sí, pero a ti, que me gustas mucho —susurró dejándome un mordisco en el lóbulo de la oreja.
—Papi, ¿cuándo nos vamos?
—En cuanto acabemos de desayunar, cariño.
Íbamos a salir a dar un paseo, pues el tiempo acompañaba e invitaba a hacerlo, y después iríamos a casa de los padres de Adrien a comer. Mariela se acabó su tazón de leche con galletas y fue a vestirse, la dejaba desayunar en pijama cuando teníamos que salir porque así evitábamos que se manchara la ropa y hubiera que cambiarla, aunque era una niña muy responsable.
En cuanto acabamos de recoger y estábamos listos, salimos de casa y vi a la última persona que habría pensado ver después de tanto tiempo.
Raúl estaba apoyado en un coche, con los tobillos cruzados y las manos en los bolsillos del pantalón.
Mi tía me había dicho en este tiempo que había vuelto a preguntar por mí, pero nunca le dijo nada, ni cómo ni dónde estaba.
A mí, en cambio, sí me contaba que le veía muy desmejorado, y ahora podía comprobarlo por mí misma.
Hacía semanas que mi tía no sabía nada de él, suponíamos que se había dado por vencido y que desistió de su empeño en encontrarme. Vamos, que, si después de tanto tiempo yo no había hecho ni el más mínimo intento por regresar a su casa, podía darse por enterado de que no iba a volver nunca.
Lo más seguro era que hubiera seguido a mi hermana hasta aquí, no había otra explicación.
En cuanto escuchó hablar a la niña, Raúl me miró y yo solo pude empezar a temblar.
—¿Qué haces aquí? —pregunté como pude y procurando que mi voz no sonara temblorosa.
Y fue en ese instante cuando se dio cuenta de lo que antes no había visto, mi barriga.
No me contestó, se quedó parado por un momento hasta que volvió a mirarme y había tal odio en sus ojos, que temía que pudiera hacernos daño.
—No te acerques a mi familia —escuché que le decía Adrien—. Ni a mi mujer, ni a mi hija, ni al bebé que estamos esperando, o juro que te mato.
—Adrien… —susurré.
—¿Tu mujer? No me hagas reír. Es mi mujer, imbécil —contestó Raúl.
—¿Papi? ¿Qué pasa? —preguntó Mariela, y yo la puse detrás de mí, mientras Adrien se colocaba delante de ambas.
—Vete, no me hagas repetirlo —dijo Adrien.
—Sabía que había otro, por eso me rechazabas una y otra vez. No eres más que una zorra. Todos estos meses buscándote y, ¿tú? Aquí, follándote a este.
—Te he pedido por las buenas que te vayas —insistió Adrien.
—¿Vas a echarme? —preguntó Raúl extendiendo los brazos— Hazlo, o pégame, soy abogado, acabaré contigo y recuperaré a mi mujer.
—¿Mami? Tengo miedo.
—¡Vaya! Así que además de quedarte preñada de él, cargas con su hija. Qué buena persona eres, Carmen.
—¡Se acabó! —gritó Adrien y lo vi acercarse a Raúl.
Le dio un empujón, trastabilló, pero no llegó a caer al suelo.
Por el contrario, le miró con odio hasta que vi una sonrisa en sus labios y se abalanzó sobre Adrien para golpearle. Le dio un puñetazo en el pómulo izquierdo y parte del labio, vi que le salía sangre y me llevé las manos a la boca, gritando.
—¡Mami! —Mariela empezó a llorar, me arrodillé junto a ella y la abracé para que no viera a su padre pegándose con el hombre que había destrozado un año de mi vida.
—¡Parad, por favor! —grité, pero seguían a golpes, Raúl tirado en el suelo y Adrien encima — ¡Adrien, para, por favor!
No me escuchaba, seguía gritándole a Raúl, que se defendía y le dio un buen puñetazo en el costado haciendo que cayera a un lado, de modo que las tornas se cambiaron.
Ahora Raúl usaba a Adrien como saco de boxeo, la niña seguía llorando y yo no podía hacer nada.
Un nuevo golpe y Raúl quedó en el suelo, Adrien sobre él golpeando con todas sus fuerzas y yo desesperada.
—¡Adrien, para, lo vas a matar!
—No merece menos esta mierda.
—Adrien, por favor. Las niñas…
Afortunadamente vi aparecer a la policía, cogí a la niña en brazos y como pude corrí hasta la entrada para pedirles ayuda. Adrien se quedó sujetando a Raúl por el cuello, reteniéndolo hasta que la policía entró corriendo y consiguió separarlos.
—¿Qué ha pasado aquí, Adrien? —preguntó uno de ellos, quien por lo visto, le conocía.
—Este hombre me ha agredido, agentes —dijo Raúl.
—No le he preguntado a usted —le interrumpió, y miró de nuevo a Adrien —. Doctor Surch, ¿qué ha ocurrido?
—Es el ex de mi mujer, la maltrataba cuando vivían juntos. La ha insultado, incluso ha amenazado con volver a pegarle, ha intentado acercarse y hacerle daño, está embarazada, ya lo sabes, y no iba a permitir que le hiciera nada, ni a ella, ni a nuestras hijas.
—¡Eso es mentira! Solo vine a recuperarla, ¡es mi mujer! Vivimos en España y no sé qué mierda hace aquí.
—Por favor, cálmese, señor —le pidió el agente que le tenía retenido.
—¿Cómo mierda voy a calmarme? Esa maldita puta salió de casa hace meses, solo he venido a llevármela de vuelta, si no quiere por las buenas tendrá que ser por las malas, pero se viene conmigo o…
—Señor, acaba de insultar y amenazar a la mujer de este hombre delante de dos agentes de policía. Usted se viene con nosotros —el amigo de Adrien,
lo cogió para meterlo en el coche patrulla mientras él gritaba, insultaba y soltaba cuanto se le pasaba por la cabeza.
Mariola seguía llorando en mis brazos, yo rompí a llorar mientras la abrazaba y Adrien nos rodeó a las dos con sus brazos.
—Ya está, preciosas, ya está. Se marcha. Carmen, no volverá a molestarte en la vida. Aquí podemos hacer que pague.
—Doctor Surch —Adrien se giró cuando su amigo lo llamó—. Será mejor que vaya a que le vean en la clínica, y después pase por comisaría con el parte de lesiones, tienen que poner la denuncia.
Adrien tan solo asintió, en cuanto vimos salir el coche de policía de allí subimos al nuestro y fuimos a la clínica, tal como había dicho el policía.
Lo que empezó siendo uno de esos maravillosos días junto a mi familia, se había visto manchado por ese desgraciado incidente, pero no iba a dejar que eso arruinara el resto del día, así que me puse una de esas sonrisas en la cara que tanto le gustaban a Adrien y procuré olvidar el mal trago que había pasado.
Los siguientes días a ese, ni siquiera quise saber nada de lo que le pasara a Raúl, me centré en la habitación de mi niña.
La decoré en tonos rosas, blancos y morados, con un montón de cositas de princesas, y es que Mariela para eso fue muy tajante.
—Mami, mi hermanita tiene que tener un armario con vestidos de princesa como yo.
Pues sí, claro que lo tenía, muchos mini vestidos de princesas en talla de bebé que ella estaba deseando que pudiéramos ponerle a su hermanita.
Yo me las imaginaba a las dos vestidas iguales y me salía la sonrisa sola. Adoraba a Mariela.
Yo estaba de lo más ilusionada con la llegada de mi hija, igual que Adrien, que estaba deseando que naciera para poder darle su apellido, decía que desde el momento en que supo que estaba embarazada, mi hija era una Surch más.
Pero Mariela… ella se levantaba cada día preguntando si ya nacía su hermanita, quería verle la cara, saber si se parecería a su padre o a mí.
En esos momentos me sentía mal porque ella pensaba que su hermanita era hija de Adrien, y sí, lo era, pero no realmente, por lo que no podría tener ningún parecido con él.
Eso me mortificaba, pero a él no le importaba, decía que se pareciese a quien se pareciese, era su hija y nadie cambiaría eso. La quería tanto como a Mariela y a mí.
La madre de Adrien había venido a ayudarme con los últimos detalles de la habitación y trajo algo que me emocionó mucho. Un par de pendientes de oro iguales que los que llevaba Mariela.
Quería que ese fuera el primer regalo que le hacían sus abuelos. Sí, era tan nieta suya como de mi tía Marie.
Mi tía llegaría en unos días a París, iba a quedarse en su apartamento hasta que naciera la niña, ya que quería ayudarme en todo lo que pudiera. Dijo que, ya que se quedaba para el nacimiento, aprovecharía y se quedaría también unos meses más. Según ella, cuanta más ayuda tuviéramos en esos primeros meses de vida de la niña, mejor.
Había estado dando vueltas al nombre para la niña y no terminaba de decidirme, aunque había uno que, como solía decirse, tenía todas las papeletas de ser el elegido.
—Mami, mira lo que ha traído papá para mi hermanita —me giré al escuchar a Mariela y la vi con un precioso oso de peluche blanco con un lazo de raso morado al cuello.
—¿Y esto? —pregunté cuando Adrien entró en la habitación de nuestra hija.
—Para que tenga un regalo de su padre, que no le compré nada aún.
—Pero si has comprado todos los muebles. Incluso te encargaste de que pintaran y le decoraran las paredes con estrellas, hadas y el castillo —dije señalando cada cosa que habían pintado.
—Eso forma parte de la casa, así que no cuenta como regalo.
—Desde luego, eres terco como una mula, que se dice en mi pueblo — protesté.
—Si te has puesto así por el peluche, cuando veas lo otro…
—¿Qué otro? —pregunté, arqueando la ceja.
Adrien sonrió como un niño travieso, sacó una cajita del bolsillo de su pantalón y me la entregó.
Cuando la abrí me quedé mirándole y negué al tiempo que sonreía.
—Es como la mía, mami —me dijo Mariela, enseñándome la muñeca derecha en la que llevaba la pulsera.
—Es preciosa, pero no podremos ponérsela todavía, va a ser muy pequeñita.
—Esa pulsera es del tamaño justo para ella y, según vaya creciendo nuestra hija, la pulsera también lo hará. El joyero es amigo mío desde hace años y se encargará de hacer una cada año, como hace con la de Mariela. Será un recuerdo que siempre tendrán hasta que dejen de crecer y se queden con la definitiva.
Aquello me llegó al alma, no podía creer que ese hombre hubiera pensado en ese detalle.
Bueno, lo que seguía sin poder creerme es que siempre pensara en mi hija dándole el mismo trato que a la suya propia.
—Esto es mucho más de lo que alguna vez me imaginé, Adrien —dije, llorando, abrazada a él.
—Te dije hace tiempo que iba a cuidaros, y es lo que voy a hacer el resto de mi vida.
Me dio un beso en la mejilla y noté los bracitos de Mariela alrededor de mi cintura.
Desde luego, el cambio que había dado mi vida no lo hubiera imaginado ni en un millón de años.
Capítulo 14
Me desperté esa mañana con un poco de molestia, me sentía rara pero aún no me tocaba salir de cuentas, quedaba al menos una semana, así que procuré no preocuparme demasiado.
Me puse un vestido fresquito, pues ya era verano y entre la temperatura y el embarazo, estaba todo el día asfixiada de calor. ¡Parecía que estuviera en la sauna!
—Buenos días —dije entrando en la cocina donde mis dos amores estaban preparando el desayuno.
—Buenos días, mamá. Te estamos haciendo tortitas.
—¡Qué ricas! Con fresa y nata, ya lo sabes.
—Sí, mamá.
Mi niña vino a mí, me agaché un poco y me dio un beso de esos que llegan al alma.
Al incorporarme noté como un pinchacillo, pero nada serio.
Me senté y en cuanto Adrien me puso el plato con las tortitas y el té, empezamos a desayunar juntos.
Mariela estaba encantada porque mi tía Marie, iba a venir a recogerla para llevarla a pasar el día juntas. Dese luego que esa princesita que teníamos en casa, hacía las delicias no solo de su abuela paterna, sino de mi tía. La consentía como si de una nieta se tratase.
Mientras recogíamos volví a notar un pinchazo, pero era tan leve que seguía sin darle importancia.
Hasta que de pronto…
—¡Mamá! ¿Te has hecho pis? —preguntó Mariela, al ver el charco que tenía a mis pies.
Miré hacia abajo, después a Adrien que volvía a la cocina en ese momento, y le vi pálido.
—¿Ya? Pero… si aún es pronto —dijo acercándose a mí.
—Y qué hago, ¿le digo a la niña que se espere unos días más? Si ha decidido salir ya de ahí será porque quiere, que yo no la he obligado — protesté.
—Tranquila, no te enfades conmigo, mi amor. Voy a por la bolsa y nos vamos al hospital.
La bolsa, menos mal que la habíamos dejado lista unos días antes para estar preparados. Bueno, realmente lo hicimos porque le dio por decir a nuestra hija que, si no llegábamos a tiempo, su hermanita acabaría naciendo en el coche, así que estuvimos haciendo pruebas cronometradas para ver el tiempo que tardábamos en salir de casa.
—¿Va a nacer mi hermanita? —me preguntó con la preocupación en la cara, porque en ese momento me estaba dando una contracción y sentía que me partía entera.
Esto debía ser lo que sintió la vampira de Crepúsculo cuando su niña quiso llegar al mundo. ¡Qué dolor!
—Sí, cariño —contesté casi en un susurro, y entonces grité doblándome por el dolor.
—¡Papá! ¡Que mamá se muere! —gritó ella llorando— Mami, no te mueras. Mi hermanita no se puede quedar sin ti.
Mi princesa tenía unos lagrimones cayendo por las mejillas que me partió el alma verla así.
Adrien apareció corriendo con la bolsa colgada al hombro, se acercó a mí y me ayudó a enderezarme.
—Esto duele un huevo —me quejé apretando los dientes.
—Tranquila, que en cuanto lleguemos te ponen la epidural. Venga, vámonos. Mariela, hija, llama a la abuela Marie y también a la abuela Margot —le pidió Adrien.
—Sí, papá —contestó ella llorando y cogiendo el móvil que él le entregaba.
Menos mal que estaba preparada desde bien pequeña para llamar a quien fuera en caso de emergencia.
Adrien me llevó hasta el coche, me ayudó a sentarme y cuando Mariela estuvo en su silla, se puso al volante y fue hasta el hospital, al que llegamos en tiempo récord, de verdad que sí.
Claro que no fuimos los únicos porque cuando entramos por la puerta ahí que vi a mi tía, mi hermana y mis suegros.
—¡Hija! —gritó Margot— ¿Cómo te sientes, cariño?
—Como si me estuvieran arrancando las entrañas, suegra —confesé.
Volví a sentir una nueva contracción y apreté la mano de Adrien, como si se me fuera la vida en ello, de verdad que sí.
—Carmen, vamos para dentro —me dijo una de las enfermeras y Adrien nos acompañó.
—Tú quédate aquí —le dije.
—No creerás que me voy a perder el nacimiento de mi hija, tira para dentro —ordenó señalando hacia el pasillo con la cabeza.
—Mami… —Mariela se acercó llorando y me abrazó— No dejes sola a mi hermanita, por favor. Ni a mí tampoco, que te quiero mucho.
Me sentaron en una silla de ruedas para llevarme a la sala y antes de irme abracé a mi princesita y le besé la cabeza.
—No os voy a dejar solas, cariño, de verdad que no. ¿Recuerdas el nombre que me dijiste que te gustaba? —pregunté, aguantando el dolor de una nueva contracción como podía.
—Sí —contestó secándose las lágrimas.
—Pues así va a llamarse —le confesé y ella sonrió y asintió volviendo a llorar de nuevo.
—Te quiero mucho, mamá.
—Y yo a ti, mi vida. Pórtate bien con los abuelos y la tía, ¿vale?
—Sí.
Me llevaron a la sala donde me ayudaron a quitarme el vestido y el resto de ropa, me pusieron una de esas batas que te dejan literalmente con el culo al aire y un gorro que parecía que me iba a meter en la ducha.
—¡Por el amor de Dios! ¡¡Que me pongan ya la epidural!! —grité cuando me vino otra fuerte contracción.
Una de las enfermeras se asomó ahí abajo y en ese momento me pregunté, ¿lo tenía bien depilado? Porque menuda vergüenza tener ahí toda la
selvita…
Mierda de nervios, si yo tenía aquello como una Nancy desde hacía años.
—Me temo que no hay tiempo para epidural, esta niña viene con prisa. Estás muy dilatada.
—¡¡¿¿Cómo??!! ¡No, no, no! Adrien, que me pongan la epidural, o te juro que no me vuelves a meter esa cosa en tu vida.
—Cariño, no soy obstetra, soy pediatra, así que si ella dice que…
—¡¡QUE ME PONGAN LA PUTA EPIDURAL A LA DE YA!!
Me acababa de poseer un discípulo de Satanás, lo sabía, porque me notaba los ojos a punto de salirse de las cuencas y me dolía la mandíbula de apretar. Vamos, que en cualquier momento iba a empezar a soltar espumarajos por la boca.
—Mi vida, tranquila, ¿de acuerdo? —me pidió Adrien, cogiéndome la mano.
Y justo en ese momento me vino otra contracción, apreté su mano con fuerza y grité por el dolor mirándole a la cara mientras él, aguantaba lo más
grande, porque tenía que estar dejándole la mano bonita.
—Respira, preciosa, que tú puedes.
—No quiero más hijos, con las dos niñas me vale, de verdad que sí —le dije llorando.
—Lo que tú quieras mi amor, pero me habría encantado que hiciéramos uno juntos, que nuestras hijas son aporte de cada uno por separado.
Vi tristeza en su rostro, pero es que en ese momento no podía pensar en volver a pasar por esto, ya que dolía como si me partieran todos los huesos.
—Pues la gente suele repetir, si hay quien tiene más de tres —dijo una de las enfermeras.
—¡Por Dios, sacadla ya que me muero! —pedí.
El médico entró, me miró y con una sonrisa de lo más desesperante se puso manos a la obra.
—¡Al fin! —grité dejándome caer recostada sobre la camilla.
—Carmen, cuando yo te diga, debes empujar con todas tus fuerzas, ¿de acuerdo? —me dijo el médico.
—Sí.
—Muy bien —mire a Adrien que me sonreía, me besó la frente y me pidió que respirara hondo—. Ahora Carmen, empuja.
Y así estuve no sé cuánto tiempo, empujando y notando como si me estuvieran arrancando cada parte de mi interior, poco a poco.
Hasta que, tras un último esfuerzo, sudando y apretando la mano de Adrien con todas mis fuerzas, mi pequeña nació y la escuché llorar.
En ese momento aquel me pareció el sonido más bonito del mundo.
—Aquí tenemos a la nueva señorita Surch —dijo el médico entregándome a la niña—. Tiene buenos pulmones, amigo —miro a Adrien y le dio una palmada en el hombro—. Felicidades, papás.
Cuando le vi la carita a mi niña, se me pasó todo ese dolor y empecé a llorar de felicidad.
Sonreí, miré a Adrien y dije las palabras que mejor me sonaron en ese momento.
—Es igualita que mi hermana.
—Entonces va a ser fuerte, además de preciosa. Tendré que ahuyentar a más de un chico cuando sea mayor.
—Alize —dije y él abrió los ojos y la boca sorprendido.
—¿Cómo sabías…?
—Me lo dijo Mariela.
—¿Te he dicho que te quiero? —preguntó acariciándome la mejilla, antes de darme un beso en los labios.
Alize, ese era el nombre de su primera mujer, la madre de Mariela. Él nunca me lo había dicho pero la niña sí, me dijo que le gustaba ese nombre y le prometí que lo tendría en cuenta a la hora de escoger el de su hermanita.
Y sí, me pareció el nombre perfecto para mi hija puesto que llevaría el mismo que una gran mujer a la que, por desgracia no conocí, pero que sin ella saberlo me había dado el regalo más bonito de mi vida.
A mi marido y mi hija mayor.
Estaba ya en la habitación, tenía a mi niña en brazos y cuando se abrió la puerta entró Adrien con toda nuestra familia.
—¿Cómo estás, hermanita?
—Muy bien, Bea. ¿Sabes a quién se parece tu sobrina?
—Dime que es a ti, por favor —arqueó una ceja y yo negué sonriendo.
—Es igualita que tú de recién nacida.
—¿Qué dices?
Ella y mi tía se acercaron y ambas lo confirmaron, mi hija era el vivo retrato de mi hermana. Salvo porque parecía que los ojos no los iba a tener azules sino marrones.
—Ven cariño —le dije a Mariela y Adrien la sentó en la cama conmigo—. Alize quiere conocerte.
—Hola, Alize. Soy tu hermana mayor, Mariela.
Ella sonrió, le cogió la manita a su hermana y vi cómo le apretaba con esos pequeños deditos.
—Le gustas, y creo que te ha reconocido la voz de todas las veces que le hablabas a la barriga —dije abrazándola también a ella y dándole un beso en la frente.
—Gracias, mamá —me dijo.
—¿Por qué, cariño?
—Por no dejarnos solitas a las dos.
Escuché un sollozo y vi a mi suegra llorando mientras su marido la abrazaba, mi tía se secaba las lágrimas y mi hermana…
—Sobrina, esta hermana mía es muy dura. ¡Anda qué no te quedan años para aguantarla! —dijo sentándose al otro lado de mi cama y haciéndonos reír a todos.
En ese instante tenía todo cuanto podía desear, una familia que me quería. Un hombre que me había devuelto la ilusión y la sonrisa, y dos hijas por quienes daría mi vida.
Epílogo
Dieciocho años después…
Parecía que apenas hubieran pasado los años, y ya estábamos celebrando nuestro decimoséptimo aniversario de bodas.
Esperamos a que Alize tuviera un año para casarnos y así pudimos prepararlo todo bien.
Íbamos a ser poquitos, la familia y algún compañero de trabajo de Adrien con quien más trato tenía, así que esperamos al verano siguiente para el nacimiento de nuestra hija para convertirnos en el matrimonio oficial que ya nos considerábamos.
Aquel día fue no solo bonito y emotivo, sino que además hubo algún que otro incidente que… Mariela tiene una cicatriz en la ceja desde entonces.
Pobre mi niña, iba corriendo y al pisarse el vestido acabó golpeándose con una de las columnas. Entre el chichón de la frente y la pequeña brechita en la ceja, estuvo unos cuántos días de lo más dolorida.
Ese día conocí oficialmente a Nathan, el novio de mi hermana, quien se convirtió en un miembro más de la familia hasta el punto de que, tres años después de casarnos Adrien y yo, él se lo propuso a Bea y aceptó.
Su boda fue mucho más rápida que la mía, en apenas un par de meses tenían todo organizado y se instalaron en el apartamento que compraron a medias. Toda la familia ayudamos a esa compra como regalo de bodas.
Mi tía Marie dejó España, vendió su casa y se trasladó a su apartamento de aquí en París, decía que allí ya no le quedaba nadie puesto que su razón de vivir estaba en este lugar, así que volvió a sus orígenes.
—Mamá, ha llamado la tía Bea, que va a retrasarse un poco —me dijo François, mi hijo.
Claro, no lo he mencionado, por favor, disculpadme. François y Peter, mis hijos pequeños. Bueno, realmente no tan pequeños, que a sus dieciséis años son más altos que yo y que sus hermanas, que van camino de alcanzar la estatura de su padre
El día que nació Alize, recuerdo perfectamente que le dije a su padre, mi amado esposo, que no quería más hijos, más que nada porque aquel dolor por el que creí morir y encontrarme con San Pedro en las puertas del cielo me echaba mucho para atrás, pero en la noche de bodas… no queráis saber.
El caso es que fue esa, y no otra, la noche en que fueron concebidos esos dos angelitos que llegaron a este mundo entre dolores, gritos, apretones de mano a su padre, que no sé cómo no le dejé sin dedos, y… ¡Sin epidural!
Yo es que debía de ser la única mujer que dilataba tanto y mis hijos venían al mundo como si nada, bueno, como si nada tampoco porque esos dolores que yo sufrí… para mí se quedaron.
Así que ya teníamos dos preciosas hijas y dos maravillosos hijos con los que, sí o sí, yo cerraba las piernas para siempre. Vamos, que ahí podía entrar lo que mi marido tenía entre las suyas, pero salir ni una sola cabecita más, ¡vaya que no!
Aunque en el fondo reconozco que los adoro, que cada dolor de parto fue relegado al baúl de los recuerdos en cuanto vi las caritas de mis retoños.
Por cierto, igualitos que su padre, que además ya tenían a varias niñas de su clase soñando despiertas y loquitas por sus huesos.
A ver, que me habían salido muy guapos, ¡qué narices! Si es que el molde que tuvieron… valía un Potosí.
Y vale, que yo a mis cuarenta y ocho sigo estando muy aparente, y no digamos mi marido, que nadie diría que va a cumplir sesenta en un par de años.
Madurito sexy lo llaman las amigas de mis hijas.
Mis hijas, mis dos princesas que me han dado los mejores días de mi vida en estos años, junto a sus hermanos, por supuesto, que, aunque de pequeños fueran como diablillos, habían llenado la casa de risas y alegrías.
Mariela se decantó por la medicina, como su padre y sus abuelos, así que teníamos a una gran pediatra con nosotros. Apenas si estaba empezando, pero le encantaban los niños, le venía de familia, claro estaba.
¿Quién me iba a decir que esa niña de seis años a la que encontré perdida, estaría ahora, a sus veinticinco, prometida con su novio del instituto? De locos, ¿verdad? Pues así era.
Alize se había decantado por la educación, quería ser profesora en una escuela infantil, sin duda alguna a mis dos hijas les encantaban los niños.
Los gemelos tenían muy claro que querían ser policías, así que no había quien les quitara la idea de la cabeza.
—Hola, mi amor —Adrien me abrazó desde atrás, como siempre cuando llegaba a casa.
—Hola.
—¿Ya está la cena?
—Ajá. Los chicos han puesto la mesa, Mariela está duchándose y Alize terminando de preparar su maleta para el viaje.
—Sus primeras vacaciones fuera de casa —Adrien cerró los ojos y respiró hondo.
—Sí, pero ya sabes que va con todos sus amigos, incluso el hijo de tu amigo el policía va con ellos.
—Ese chico quiere enamorar a mi pequeña, y no sé si estoy preparado para eso todavía.
—Mi amor —sonreí y le cogí las mejillas entre mis manos—. Creo que la niña ya está saliendo con él, pero no se atreve a decírnoslo.
—¿Cuándo se hicieron tan mayores mis princesas? Una prometida, y la otra con noviete. Carmen, me estoy haciendo muy viejo.
Rompí a reír y acabé de preparar la cena.
Adrien fue a darse una ducha y cambiarse de ropa mientras los chicos me ayudaban a servir la cena.
Cenando estábamos cuando, en las noticias internacionales, hablaron de Raúl.
Sí, mi ex, el padre… No, no era su padre.
Seguía siendo abogado en España, uno de los mejores de eso nadie tenía duda, pero hablaban de que a sus cincuenta y cuatro años había sido asesinado, al parecer por un ajuste de cuentas.
—No me lo puedo creer… —murmuré dejando el tenedor en el plato.
—Tranquila —me pidió Adrien, cogiéndome la mano.
—¿Qué pasa, mamá? ¿Le conoces? —preguntó Alize y en ese momento miré a mi marido.
Siempre dijimos que, llegado el momento, le diríamos la verdad a nuestros hijos, sobre todo, a las niñas, lo hablé con mi hermana y mi tía también, incluso con mis suegros, y estaban de acuerdo en que podíamos contarle todo, estábamos decididos a hacerlo en cuanto acabaran los estudios, pero ahora…
—Era un conocido mío de España, me ha sorprendido, solo eso, cariño — sonreí para tranquilizarla y ella me devolvió la sonrisa.
—Pues algo ha tenido que hacer para que le hagan eso, ¿era abogado cuando te relacionabas con él? —me preguntó Mariela.
—Sí, siempre lo fue.
—En menudo lío debía estar metido para que quisieran asesinarlo —dijo Peter.
—Hijo, tal vez algún familiar de alguien a quien encarceló lo haya hecho — contesté.
Pero, si era sincera en ese momento, lo más probable es que hubiera sido por algún problema por culpa del juego, la bebida u otro tipo de sustancias.
Aunque realmente no quería pensar en ello. Si había dejado de estar entre nosotros era porque realmente le había llegado la hora de reunirse con su creador.
Vamos, que tanta paz llevase como descanso dejaba, que solían decir.
Adrien me miraba, buscando el contacto con mis ojos constantemente. Sonreí, asentí, y así le hice saber que estaba bien.
Terminamos de cenar, recogimos todo y después de ver una película, nos acostamos.
—Esto lo cambia todo, cariño —me dijo Adrien, abrazándome una vez en la cama.
—Lo sé, no le voy a contar nada a Alize ni a Mariela.
—Eso imaginaba. El secreto de familia sigue siendo eso, un secreto que nos llevaremos a la tumba.
—Sí, Alize es tu hija, y nadie dirá jamás lo contrario.
—¿Recuerdas cuando hablamos de los niños adoptados? —me preguntó él y sonreí.
Por supuesto que lo recordaba. Aquel día, hace dos años, mi pequeña Alize no me pudo hacer sentir más orgullosa en ese momento en el que habló, además de que me dejó con las lágrimas a punto de salir.
—Pues, a mí me dicen que soy adoptada, y no me importa. No querría conocer a nadie. Para mí, mis padres son los que me han visto crecer. No miraría jamás hacia atrás. Ni tampoco querría otros padres que no fuerais vosotros, que me disteis amor, cariño, risas y los recuerdos más bonitos de mi vida.
Yo era su madre, la había llevado nueve meses en mi vientre, notándola moverse, viendo crecer la barriga, poco a poco, pero junto a mí había estado Adrien. Y desde el momento en que ambos escuchamos juntos el latido de su corazón, quedamos unidos los tres para siempre.
—El día que Mariela se perdió, no sé si fue el destino o la casualidad quien hizo que fueras tú quien la encontrara, pero agradezco que te trajera a nuestras vidas. Sois mi mundo, Carmen, nuestros cuatro hijos y tú, sois mi mundo.
—Y vosotros el mío, Adrien.
—Y pensar que todo esto empezó un frío invierno en París…
Adrien me dio un beso en la frente, me abrazó un poco más fuerte y yo cerré los ojos dejando que ese calor que tantas noches me había acompañado volviera a hacerlo.
Tenía razón, todo empezó un invierno, y desde el día que me pidió que me fuera a vivir con él y su hija, aceptando a mi bebé como suyo, deseé que hubiera muchos más fríos inviernos en París, la ciudad del amor donde volví a sonreír y ser feliz.