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PREFACIO
Este libro ayudará a los evangélicos a captar la importancia de la doctrina a la vez que nos alienta hacia un muy necesitado consenso evangélico». «Escrito de forma clara, esta es una publicación teológica que es digna de estudio serio de parte de todos». Creo que todavía hay mucha esperanza de que la iglesia logre una comprensión doctrinal más profunda y más pura, y que supere viejas barreras, incluso las que han persistido por siglos. Jesús está obrando en perfeccionar su iglesia «para presentársela a sí mismo como una iglesia radiante, sin mancha ni arruga ni ninguna otra imperfección, sino santa e intachable» (Ef. 5:27), y ha dado dones para equipar a la iglesia, y «de este modo, todos llegaremos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios» (Ef. 4: 13). Aunque la historia pasada de la iglesia puede desalentamos, estos pasajes bíblicos siguen siendo ciertos, y no debemos abandonar la esperanza de un acuerdo mayor. Es más, en este siglo ya hemos visto una comprensión mucho mayor y algún acuerdo doctrinal mayor entre los teólogos del pacto y dispensacionales, y entre carismáticos y no carismáticos; todavía más, pienso que la comprensión de la iglesia respecto a la inerrancia bíblica y los dones del Espíritu también ha aumentado significativamente en las últimas décadas. Los bosquejos presentan la exposición de cada libro según la doctrina y clase de enseñanza del mismo. CONTENIDO
EL ANTIGUO TESTAMENTO I. EL PENTATEUCO--II. LIBROS HISTÓRICOS--III. LIBROS POÉTICOS--IV. PROFETAS MAYORES V. PROFETAS MENORES--EL PERIODO ENTRE LOS TESTAMENTOS LIBROS APÓCRIFOS DEL ANTIGUO TESTAMENTO.
NUEVO TESTAMENTO I. *EVANGELIOS--II. HISTORIA DE LA IGLESIA.--III. *EPÍSTOLAS--CARTAS GENERALES--PROFECÍA LIBROS APÓCRIFOS DEL NUEVO TESTAMENTO: LAS SAGRADAS ESCRITURAS (1) A. Las Sagradas Escrituras constituyen la única regla suficiente, segura e infalible de todo
conocimiento, fe y obediencia salvadoras.: 2 Ti. 3:15-17; Is. 8:20; Lc. 16:29, 31; Ef. 2:20. B. Aunque la luz de la naturaleza y las obras de la creación y de la providencia manifiestan de tal manera la bondad, sabiduría y poder de Dios que dejan a los hombres sin excusa: Ro. 1:19-21, 32; Ro. 2:12a, 14, 15; Sal 19:1-3. C. No obstante, no son suficientes para dar el conocimiento de Dios y de su voluntad que es necesario para la salvación: Sal 19:1-3 con vv. 7-11; Ro. 1:19-21; 2:12a, 14,15 con 1:16,17 y 3:21. D. Por lo tanto, agradó al Señor, en distintas épocas y de diversas maneras, revelarse a sí mismo y declarar su voluntad a su iglesia: He 1:1,2a. E. Y posteriormente, para preservar y propagar mejor la verdad y para un establecimiento y consuelo más seguros de la iglesia contra la corrupción de la carne y la malicia de Satanás y del mundo, le agradó poner por escrito esa revelación en su totalidad, lo cual hace a las Santas Escrituras muy necesarias: . Pr. 22:19-21; Lc. 1:1-4; 2 P. 1:12-15; 3:1; Dt. 17:18ss.; 31:9ss., 19ss.; 1 Co. 15:1; 2 Ts. 2:1, 2,15; 3:17; Ro. 1:8-15; Gá. 4: 20; 6: 11; 1 Ti. 3:14. Ap. 1:9, 19; 2:1, etc.; Ro. 15:4; 2 P. 1:19-21. F. Habiendo cesado ya las maneras anteriores por las cuales Dios revelaba su voluntad a su pueblo: He 1:1,2a; Hch. 1:21, 22; 1 Co. 9:1; 15:7, 8; Ef. 2:20 (2)
Bajo el nombre de Sagradas Escrituras o Palabra de Dios escrita, están incluidos todos los libros del Antiguo y Nuevo Testamento, que son: ANTIGUO TESTAMENTO
Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio, Josué, Jueces, Rut, 1ª Samuel, 2ª Samuel, 1ª Reyes, 2ª Reyes, 1ª Crónicas, 2ª Crónicas, Esdras, Nehemías, Ester, Job, Salmos, Proverbios, Eclesiastés, Cantar de los Cantares, Isaías, Jeremías, Lamentaciones, Ezequiel, Daniel, Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahúm, Habacuc, Sofonías, Hageo, Zacarías, Malaquías
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NUEVO TESTAMENTO
Mateo, Marcos, Lucas, Juan, Hechos, de los Apóstoles Romanos, 1ª Corintios, 2ª Corintios, Gálatas, Efesios, Filipenses, Colosenses, 1ª Tesalonicenses, 2ª Tesalonicenses, 1ª Timoteo, 2ª Timoteo, Tito, Filemón, Hebreos, Santiago, 1ª Pedro, 2ª Pedro, 1ª Juan, 2ª Juan, 3ª Juan, Judas, Apocalipsis. Todos ellos fueron dados por inspiración de Dios para ser la regla de fe y de vida: 2ª Ti. 3: 16 con 1ª Ti. 5:17,18; 2ª P. 3: 16. (3) A. Los libros comúnmente llamados Apócrifos, no siendo de inspiración divina, no forman
parte del canon o regla de la Escritura y, por lo tanto, no tienen autoridad para la iglesia de Dios, ni deben aceptarse ni usarse excepto de la misma manera que otros escritos humanos: Lc. 24:27,44; Ro. 3:2. (4) A. La autoridad de las Sagradas Escrituras, por la que debe ser creída, no depende del
testimonio de ningún hombre o iglesia: Lc. 16:27-31; Gá. 1:8,9; Ef. 2:20. B. Sino enteramente de Dios (quien es la verdad misma), el autor de ella; por lo tanto, debe ser recibida porque es la Palabra de Dios: 2 Ti. 3:15; Ro. 1:2; 3:2; Hch. 2:16; 4:25; Mt. 13:35; Ro. 9:17; Gá. 3:8; Ro. 15:4; 1 Co. 10:11; Mt. 22:32; Lc. 16:17; Mt. 22:41ss; Jun. 10:35; Gá. 3:16; Hch. 1:16; 2:24; 13:34, 35; Jun. 19:34-36; 19:24; Lc. 22:37; Mt. 26:54; Jun. 13:18; 2 Ti. 3:16; 2 P. 1:19-21; Mt. 5:17, 18; 4:1-11. (5) A. El testimonio de la iglesia de Dios puede movernos e inducirnos a tener una alta y
reverente estima por las Sagradas Escrituras: 2 Ti. 3:14, 15. B. Y el carácter celestial del contenido, la eficacia de la doctrina, la majestad del estilo, la armonía de todas las partes, el fin que se propone alcanzar en todo su conjunto (que es el de dar toda la gloria a Dios), la revelación completa que dan del único camino de salvación para el hombre, y muchas otras excelencias incomparables y la totalidad de perfecciones de las mismas, son argumentos por los cuales dan abundante evidencia de ser la Palabra de Dios: .Jer. 23:28, 29; Lc. 16:27-31; Jun. 6:63; 1 P. 1:23-25; He 4:12, 13; Dt. 31:11-13; Jun. 20:31; Gá. 1:8, 9; Mr. 16:15, 16. C. Sin embargo, nuestra plena persuasión y certeza de su verdad infalible y su autoridad divina provienen de la obra interna del Espíritu Santo, quien da testimonio en nuestros corazones por medio de la Palabra y con ella: Mt. 16:17; 1 Co. 2:14ss.; Jun. 3:3; 1 Co. 2:4,5; 1 Ts. 1:5,6; 1 Jun. 2:20,21, con v. 27. (6) A. Todo el consejo de Dios tocante a todas las cosas necesarias para su propia gloria, la
salvación del hombre, la fe y la vida, está expresamente expuesto o necesariamente contenido en las Sagradas Escrituras; a las cuales nada, en ningún momento, ha de añadirse, ni por nueva revelación del Espíritu ni por las tradiciones de los hombres: 2 Ti. 3:15-17; Dt. 4:2; Hch. 20:20, 27; Sal 19:7; 119:6, 9, 104,128. B. Sin embargo, reconocemos que la iluminación interna del Espíritu de Dios es necesaria para un entendimiento salvador de las cosas reveladas en la Palabra: Jun. 6:45; 1 Co. 2:914. C. Y que hay algunas circunstancias tocantes a la adoración de Dios y al gobierno de la Iglesia, comunes a las acciones y sociedades humanas, que han de determinarse conforme a la luz de la naturaleza y de la prudencia cristiana, según las normas generales de la Palabra, que han de guardarse siempre: 1 Co. 14:26,40 (7) A. No todas las cosas contenidas en las Escrituras son igualmente claras en sí mismas. 2 P.
3:16. B. Ni son igualmente claras para todos: 2 Ti. 3:15-17. C. Sin embargo, las cosas que son necesarias saber, creer y guardar para salvación, se proponen y exponen tan claramente en uno u otro lugar de las Escrituras que no sólo los eruditos, sino los que no lo son, pueden adquirir un entendimiento suficiente de tales
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cosas por el uso adecuado de los medios ordinarios. 2 Ti. 3:14-17; Sal 19:7-8; 119:105; 2 P. 1:19; Pr. 6:22,23; Dt. 30:11-14. (8) A. El Antiguo Testamento en hebreo (que era el idioma del pueblo de Dios en la antigüedad)
Ro. 3:2, 3. B. Y el Nuevo Testamento en griego(que en el tiempo en que fue escrito era el idioma más generalmente conocido entre las naciones), siendo inspirados inmediatamente por Dios y mantenidos puros a lo largo de todos los tiempos por su especial cuidado y providencia, son, por lo tanto, auténticos: Mt. 5:18. C. De tal forma que, en toda controversia religiosa, la iglesia debe recurrir a ellos como autoridad determinante: Is. 8:20; Hch. 15:15; 2 Ti. 3:16, 17; Jun. 10:34-36. C. Pero debido a que estos idiomas originales no son conocidos por todo el pueblo de Dios, que tiene derecho a las Escrituras e interés en las mismas, y se le manda leerlas y escudriñarlas: Dt. 17:18-20; Pr. 2:1-5; 8:34; Jun. 5:39, 46. D. En el temor de Dios, han de traducirse a la lengua común de toda nación a la que sean Llevadas: 1 Co. 14:6, 9, 11, 12, 24, 28. E. Para que morando abundantemente la Palabra de Dios en todos, puedan adorarle de manera aceptable y para que, por la paciencia y consolación de las Escrituras, tengan esperanza: Col. 3:16; Ro. 15:4. (9) A. La regla infalible de interpretación de las Escrituras la constituyen las propias Escrituras;
y, por consiguiente, cuando surge una duda respecto al verdadero y pleno sentido de cualquier pasaje bíblico (que no es múltiple, sino único), éste se debe buscar en otros pasajes que se expresen con más claridad: Is. 8:20; Jun. 10:34-36; Hch. 15:15,16. (10) A. El juez supremo, por el que deben decidirse todas las controversias religiosas, y por el
que deben examinarse todos los decretos de concilios, las opiniones de autores antiguos, las doctrinas de hombres y espíritus particulares, y cuya sentencia debemos acatar, no puede ser otro sino las Sagradas Escrituras entregadas por el Espíritu. A dichas Escrituras así entregadas, se reduce nuestra fe en definitiva: Mt. 22:29, 31,32; Ef. 2:20; Hch. 28:2325. NATURALEZA Y CARACTERÍSTICAS DE LA BIBLIA
Todo hermeneuta, antes de iniciar su labor, ha de tener una idea clara de las características del texto que ha de interpretar, pues si bien es cierto que hay unos principios básicos aplicables a la exégesis de toda clase de escritos, no es menos cierto que la naturaleza y contenido de cada uno de éstos impone un tratamiento especial. Al ocuparnos de la interpretación de la Biblia, hemos de preguntarnos: ¿Qué lugar ocupan sus libros en la literatura universal? ¿Son producciones comparables a los libros sagrados de otras religiones? ¿Constituyen simplemente el testimonio de la experiencia religiosa de un pueblo, engalanado por la agudeza de sus legisladores, poetas, moralistas y profetas? ¿O forman, como sostiene la sinagoga judía respecto a Antiguo Testamento y la Iglesia cristiana respecto a la totalidad de la Escritura, un libro diferente y superior a todos los libros, el Libro, cuya autoría, en último término, debe atribuirse a Dios? ¿Puede establecerse una paridad entre Biblia y Palabra de Dios? Obviamente, la respuesta a estas preguntas desempeña un papel decisivo en la interpretación de las Escrituras judeocristianas. Pero ¿cómo obtener una respuesta válida? EL TESTIMONIO DE LA PROPIA ESCRITURA
No puede negarse seriamente que la Biblia, en su conjunto y en gran número de sus textos, presupone su origen divino, la peculiaridad de que, esencialmente, recoge el mensaje de Dios dirigido a los hombres de modos diversos y en diferentes épocas. Como reconoce C. H. Dodd, «la Biblia se diferencia de las demás literaturas religiosas en que se lo juega todo en la pretensión de que Dios se reveló realmente en unos acontecimientos concretos, documentados, públicos. A menos que tomemos esta pretensión en serio, la Biblia apenas si tiene sentido, por grande que sea el estímulo espiritual que nos procuren sus pasajes selectos».
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Lógicamente, no podemos aducir este hecho como demostración de que hay un elemento divino en la Escritura, pero es un dato importante que nadie debe despreciar. El testimonio que una persona da de sí misma no es decisivo. Puede no ser verdadero; pero puede serlo y, de acuerdo con un elemental principio de procedimiento legal, tal testimonio no puede ser desechado a priori. A menos que pueda probarse fehacientemente su falsedad, la información que aporta siempre es de valor irrenunciable. Este principio es de aplicación a la Escritura. G. W. Bromiley lo expresa con gran luminosidad: «Cuando afirmamos la autoridad sin par de la Biblia, ¿es legítimo apelar al propio testimonio de la Biblia en apoyo de tal afirmación? ¿No es esto una forma abusiva de dar por cierto lo que está bajo discusión, hacer de la Biblia misma el árbitro primero y final de su propia causa? ¿No somos culpables de presuponer aquello que somos requeridos a probar? La respuesta a esta pregunta es, por supuesto, que no acudimos a la Biblia en busca de pruebas, sino de información.» Y esta información, examinada sin prejuicios, hace difícil rechazar la plausibilidad de una intervención divina en la formación de la Escritura y relegar sus libros a la categoría de literatura histórico-religiosa de origen meramente humano. Lo que A. B. Davidson escribió acerca del Antiguo Testamento podemos hacerlo extensivo a la totalidad de la Biblia: «No vamos a él con la idea general de que es la palabra de Dios dirigida a nosotros. No vamos a él con esa idea, pero nos alzamos con la idea después de haber tenido contacto con él.» Abundan los textos de la Escritura en los que se atestigua una revelación especial de Dios, quien de muy variadas maneras habla a sus siervos para comunicarles su mensaje. Una de las frases más repetidas en el Antiguo Testamento es: "y dijo Dios», o la equivalente: «Vino palabra de Jehová.» Esta «palabra» de Dios es creadora y normativa desde el principio mismo ge la historia de Israel. (He aquí sólo algunas citas del Pentateuco: Éx. 4: 28; 19: 6, 7; 20:1-17; 24: 3; Nm. 3: 16, 39, 51; 11: 24; 13: 3; Dt. 2: 2, 17; 5: 5-22; 29: 1-30: 20.) Israel adquiere plena conciencia de su entidad histórica bajo la influencia de los grandes actos de Dios y de la interpretación verbal que de esos actos da Dios mismo por medio de Moisés. Negar esta realidad nos obligaría a explicar el fenómeno del origen histórico de Israel sobre la base de leyendas fantásticas, inverosímiles, poco acordes con la objetividad del marco geográfico-histórico y de costumbres que hallamos en los relatos bíblicos y con la seriedad del hagiógrafo. Por otro lado, mal cuadraría una base plagada de falsedades con la estructura políticoreligiosa de un pueblo que, desde el primer momento, es instado a condenar enérgicamente el engaño de todo falso profeta (Dt. 13). Además, la palabra de Dios se entrelaza con la historia del pueblo israelita no sólo en sus inicios, sino a lo largo de los siglos, hasta que Malaquías cierra el registro de la revelación veterotestamentaria. Todos los grandes acontecimientos en los anales de Israel están de algún modo relacionados con mensajes divinos. Dios habla a los jueces, a los reyes, a los profetas. Así, a lo largo de los siglos, se va acumulando un riquísimo caudal de enseñanza, normas, promesas y admoniciones que guían al pueblo escogido hasta los umbrales de la era mesiánica. Esto hace que la historia de Israel sólo tenga sentido a la luz de la relación única entre el pueblo y Jehová sobre la base de la revelación y del pacto que Él mismo ha establecido. Pero no es únicamente la riqueza de contenido del Antiguo Testamento lo que sorprende. Llama la atención su coherencia y armonía. No se nos presenta como una simple acumulación de hechos, ideas y experiencias religiosas, sino como un proceso regido por una finalidad, como un conjunto en el que las partes encajan entre sí y que responde a esa finalidad. La historia de Israel, tal como aparece en la Escritura, es un todo orgánico, no una agrupación de historias. No es fácil explicar esta característica del Antiguo Testamento, y de la Biblia en general, si no admitimos la realidad de la acción de Dios, tanto en la revelación como en la preservación y ordenamiento de ésta en la Escritura.
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Al pasar al Nuevo Testamento, se observa igualmente el lugar preponderante de la palabra de Dios. Los evangelistas, testigos de cuanto Jesús hizo y dijo (l Jn. 1:1-3), ven en Ella culminación de la revelación de Dios. Era la palabra de Dios encarnada, el gran intérprete de Dios (Jn. 1:14, 18). Ponen en sus labios palabras que muestran la autoridad y el origen divino de sus enseñanzas (Mt. 5:21-48; 7:28,29; Jn. 7:16; 13:2,26; 8:28; 12:49; 14:10,24 y pasajes paralelos de Marcos y Lucas). La comunicación divina no se extingue con el ministerio público de Jesús. Se completaría, según palabras de Jesús mismo, con el testimonio y el magisterio de los apóstoles bajo la guía del espíritu Santo (Jn. 14:26; 16:13). Así lo entendieron los propios apóstoles, persuadidos de que sus palabras. ,eran ciertamente «la palabra de Dios» (1 Ts. 2: 13; Véase también Hch. 4: 31; 6: 2, 7; 8:14,25; 11: 1; 12: 24; 17: 13; 18: 11; 19: 10; Col. 1: 25,26; 1 Ts. 4: 15; 2 Ti. 2: 9; Ap. 1:2, 9). La convicción generalizada en profetas y apóstoles campeones de probidad de que eran instrumentos para comunicar el mensaje recibido de DIOS, ¿puede atribuirse a una ilusión SI no a superchería? Si nos libramos de prejuicios filosóficos, ¿no es más honesto dar crédito al testimonio de aquellos hombres? Si Dios existe, ¿no era de esperar su revelación? La Escritura se atribuye la función de ser testimonio y registro de esa revelación. CREDIBILIDAD DE LA REVELACIÓN
Desde un punto de vista lógico, cabía esperar que Dios se comunicara con los hombres de modo tal que éstos pudieran tener un conocimiento adecuado de El, de su naturaleza, de sus propósitos y de sus obras. Tal conocimiento no podía ser alcanzado por la llamada revelación general o natural. Es verdad que «los cielos cuentan la gloria de Dios» (Sal. 19: 1). Las obras de la creación nos hablan de la sabiduría y el poder de Dios. Incluso nos muestran evidencias de su bondad; pero nada nos dicen de su justicia, de su misericordia o de los principios morales que rigen su relación con el universo, en especial con el hombre, hecho a imagen de Dios. Tampoco arroja luz la revelación general sobre el actual estado de la humanidad en su grandeza y en su miseria, sobre el sentido de la vida humana o sobre el significado de la historia. Aunque el pecado no hubiera oscurecido la mente humana -hecho que limita su capacidad de discernimiento e, la luz de la naturaleza habría sido insuficiente para tener un conocimiento adecuado de Dios y de su voluntad. Si creemos en la bondad de Dios, es presumible que Dios no dejara al hombre en la oscuridad de su ignorancia con todos los riesgos que ésta conlleva. Para librarnos de ella, la razón humana es del todo ineficaz. Los más grandes pensadores de todos los tiempos no han hecho otra cosa que construir un laberinto entrecruzado por mil y una contradicciones en las que la mente se pierde víctima de la incertidumbre. Las conclusiones derivadas de reflexiones sobre la naturaleza o sobre la historia son poco fiables; tanto pueden conducirnos a formas más o menos arbitrarias de religiosidad como al agnosticismo o al ateísmo. En lo que se refiere al orden moral, ningún examen empírico del universo o de la propia naturaleza humana puede guiarnos con certeza en lo que concierne a normas éticas. Lo recto y lo justo vendrá determinado por múltiples factores culturales y sociales, pero siempre será algo relativo, coyuntural, variable. Lo que en un lugar y época determinados se consideraba normal, en lugares distintos y en tiempos posteriores ha sido visto como abominación. Los sacrificios humanos, el infanticidio, la esclavitud, la prostitución sagrada, etc. no escandalizaban en la antigüedad. Hoy nos parecen monstruosidades. Pero todavía en nuestros días, cuando la ética, la psicología y la sociología tratan de sugerir normas de comportamiento, las divergencias subsisten. Y a menudo, en muchos aspectos se observa un retroceso a aberraciones análogas a las de .antaño: legalización del aborto, de la eutanasia, de la homosexualidad, etc. Sólo una intervención de Dios mismo puede guiarnos a su conocimiento y al de las grandes verdades que conciernen decisivamente a nuestra existencia. Como afirma Bernard Ramm: «El conocimiento acerca de Dios debe ser un conocimiento que proceda de Dios, y su búsqueda debe dejarse gobernar por la naturaleza de Dios y de su autorrevelación.» Muy
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sugerente es la ilustración que el mismo autor usa a continuación cuando compara la revelación especial a una autobiografía de Dios, la cual, obviamente, ha de ser infinitamente superior a cualquier biografía de Dios que pudiera proponerse. Únicamente Dios podía dar al hombre el conocimiento que éste necesitaba. Pero ¿se lo ha dado? La necesidad de una revelación no es una prueba de que tal revelación haya tenido lugar. ¿Se ha comunicado Dios con los hombres de modo que puedan comprenderle y vivir en comunión con El? El autor de la carta a los Hebreos nos da una respuesta categórica: «Dios ha hablado» (He. 1:1-3). Pero afirmación tan rotunda ¿tiene suficiente base de credibilidad? La respuesta es positiva, aunque no simple. La base de credibilidad no radica tanto en argumentos lógicos como en hechos que se extienden a lo largo de la historia, en una trama compleja de acontecimientos humanos entrelazados con los hilos de la urdimbre divina. Como subraya Geerhardus Vos, «el proceso de la revelación no es sólo concomitante con la historia, sino que se encarna en la historia». Debe tenerse presente, sin embargo, y contrariamente a lo que algunos sostienen, que la revelación no consiste sólo en eventos históricos, actos de Dios. Incluye manifestaciones verbales de Dios que interpretan los actos. Sin esta parte de la revelación, llamada «proposicional», los hechos históricos quedarían sumidos en la ambigüedad. Pongamos como ejemplo el éxodo, acontecimiento cumbre en la historia de Israel. Despojado de la interpretación oral dada por Dios mismo a Moisés (Éx. 3), fácilmente perdería la riqueza de su hondo significado. La historia registra otros casos de movimientos migratorios y episodios de: emancipación colectiva sin ninguna significación especial. La salida de Israel de Egipto pudo haber sido uno más. Pero) a revelación bíblica no Se limita a consignar el hecho escueto; añade lo declarado por Dios respecto a sus propósitos para con aquel pueblo, y las especiales relaciones que a el le unirían con miras a convertIrlo en un testigo del Dios verdadero y de su justicia. Lo mismo podríamos decir del evento supremo de la historia: la muerte de Jesús. Sin una explicación divina, este hecho podría interpretarse de los modos más diversos y con toda seguridad ninguna interpretación expresaría el glorioso significado de lo acaecido en el Gólgota. Sólo la palabra de Dios, a través del Hijo, podía desentrañar el misterio de la cruz: «Esto es mi sangre del nuevo pacto que va a ser derramada por muchos para remisión de pecados » (Mt. 26:28). . Los grandes actos de Dios son interpretados por Dios mismo, no por hombres. Así la interpretación divina completa la revelación a fin de que ésta cumpla su finalidad y libre a los hombres de equívocos, ambigüedades y errores. Como hace notar Oscar Cullmann «la revelación consiste de ambos: del acontecimiento como tal y de su interpretación. Esta inclusión del mensaje salvador de los acontecimientos salvadores es del todo esencial en el Nuevo Testamento»: Podríamos añadir que es esencial en toda la Biblia. La credibilidad de la revelación bíblica es avalada por su unidad esencial en la diversidad de sus formas y en su carácter progresivo. Sus variados elementos teológicos, éticos, rituales o ceremoniales constituyen un todo armónico, con unas constantes que se mantienen tanto en cuanto se refiere a los atributos y las obras de Dios como en lo relativo a la condición moral del hombre, a su relación con Dios, al culto, a la conducta, etc. En el centro está Dios mismo. Paulatinamente, de este centro va emergiendo con claridad creciente la figura del Mesías redentor, en quien culminará todo el proceso de la revelación. En el período anterior a Cristo, la revelación es en gran Parte preparatoria. Es anuncio, promesa. En Cristo, la revelación es el mensaje del cumplimiento, con el que se abren las perspectivas finales de la humanidad. En El se cumplen multitud de predicciones del Antiguo Testamento; se hacen realidad sus símbolos y sus esperanzas. Todas las líneas del Antiguo Testamento convergen en Aquel que es el profeta por excelencia, el máximo sumo sacerdote y el gran rey cuyo imperio perdurará eternamente. Su persona, sus palabras y su obra constituyen el cenit de la revelación. Las teofanías o cualquier otra forma anterior de comunicación divina habían sido, en palabras de René
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Pache, «un relámpago en la noche, en comparación con la encarnación del que es la luz del mundo. Los profetas recogían y transmitían los fragmentos de los misterios que el Señor tuvo a bien comunicarles. Pero el Padre no tiene secretos para con el Hijo. Este es en sí mismo "el misterio de Dios en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento" (Col. 2:2, 3). A todo lo expuesto, podemos añadir la majestuosidad de la revelación bíblica en su conjunto, la profundidad de sus conceptos, la perennidad de sus principios, así como la incomparable influencia que ha ejercido -y sigue ejerciendo- en el mundo. Atribuir estas cualidades al genio religioso de unos hombres, enormemente separados entre sí en el tiempo y diversamente influenciados por el diferente entorno de cada uno de ellos, es apretarse sobre los ojos la venda de los prejuicios en un empeño obstinado de negar toda posibilidad de revelación. REVELACIÓN Y ESCRITURA
Cuanto hemos señalado sobre la revelación tiene su base en el contenido de la Biblia. Sin ésta nada sabríamos de aquélla. Existe, pues, una correlación entre ambas. No es accidental esa correlación, sino que responde a un propósito y a una necesidad. No se produce porque algunos de los hombres a quienes Dios hizo objeto de su revelación se sintieran movidos por sus propias reflexiones a registrar en textos escritos el contenido de lo revelado. Según el testimonio bíblico, es Dios mismo quien, directa o indirectamente, ordena la «inscripturación» (Éx. 17: 14; 24: 4; 34: 27; Dt. 17: 18, 19; 27: 3; Is. 8: 1; Jer. 30: 2; 36: 2-4; Dan. 12: 4; Hab. 2:2; Ap. 1:11, 19). No es preciso un gran esfuerzo mental para comprender que tanto los profetas del Antiguo Testamento como los apóstoles vieron en la escritura el único medio de preservar fielmente la revelación y lo utilizaron. La gran reverencia con que el pueblo judío miró siempre sus Escrituras y la autoridad divina que les atribuían se debían, sin duda, al convencimiento de que eran depósito de la revelación de Jehová. Lo mismo puede decirse en cuanto al significado que para la Iglesia cristiana tenían tanto los libros del Antiguo Testamento como los del Nuevo. Los textos del primero son considerados como santos (Ro. 1: 2) o sagrados (2 Ti. 3: 15); como palabra de Dios (Jn. 10: 35, Ro. 3: 2). A los del Nuevo Testamento, desde el primer momento, se les atribuye un rango tan elevado que los equipara a «las demás Escrituras» (2 P. 3: 16) Lo sabio de preservar la revelación mediante la escritura no admite dudas. Por más que antiguamente, especialmente en Israel la transmisión oral de las tradiciones alcanzara elevadas cuotas de fiabilidad, era inevitable que el contenido de la comunicación original sufriera desfiguraciones en el transcurso del tiempo. La revelación no habría escapado a los efectos de este fenómeno natural. Su deformación habría sido probablemente mas rápida y grave a. causa de las fuertes influías del paganismo que siempre se ejercieron sobre Israel. Solo la escritura podía fijar la revelación de modo permanente. Y así lo entendió también a Iglesia cristiana. Por supuesto, no se pretende que la Escritura haya escogido todo lo que Dios había revelado. Parte de los escrito proféticos no llegaron a ser incorporados al canon veterotestamentario (2ª Cron 9:29). Jesús hizo «otras muchas cosas» que no aparecen en los evangelios (Jn. 21: 25) y los apóstoles escribieron cartas que no aparecen en el Nuevo Testamento (1ª Co 5:9; Col. 4: 6). Pero el material recogido en los libros de la Escritura es suficiente para que se cumpliera el propósito de la revelación. Nada esencial ha sido omitido. El contenido de la Biblia es determinado para la finalidad de la misma: guiar a los hombres al conocimiento de Dios y a la fe. A partir de ese conocimiento y de esa fe, la Escritura capacita al creyente para vivir en conformidad con la voluntad de Dios una comprensión clara del objeto de la Escritura nos l1ibrraarráa de los problemas que a menudo se han planteado alegando, deficiencias de la Biblia desde el punto de Vista científico o histórico. La revelación, y por ende la Escritura, no nos ha sido dada para llegar a aprender lo que podemos llegar a conocer por otros medios, sino con el único propósito de que alcancemos a saber lo que sin ella nos permanecería velado: la verdadera naturaleza de Dios y su obra de
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salvación a favor del hombre. Este hecho adquiere importancia capital cuando hemos de interpretar la Biblia, pues no pocas dificultades se desvanecen cuando se tiene en cuenta lo que es y lo que no es finalidad de la revelación. INSPIRACIÓN DE LA BIBLIA
Es éste uno de los puntos más controvertidos de la teología cristiana. Aun dando por cierto que la revelación dio origen a la Escritura, queda por determinar hasta qué punto y con qué grado de fidedignidad lo escrito expresa lo revelado. ¿Cabe atribuir la acción de escribir los libros de la Biblia una intervención divina, paralela complementaria a la de la revelación, que garantice la fiabilidad de los textos? ¿Puede decirse que la Escritura fue inspirada por Dios de modo tal que nos transmite sin error lo que Dios tuvo a bien comunicarnos? Existe en la teología contemporánea una tendencia a reconocer una revelación sobrenatural sin admitir una sobrenatural inspiración de la Biblia. Se acepta que Dios se manifestó y «habló» desde los días de los profetas hasta Jesucristo, pero no que la Escritura en sí sea revelación. Sólo puede concederse que la Biblia contiene el testimonio humano de la revelación. Lo revelado llevaba el sello de la autoridad de Dios; pero el testimonio escrito de profetas y apóstoles estaba expuesto a todos los defectos propios del lenguaje humano, incluidos la desfiguración y el error. Esta concepción de la Escritura tiene su base en la filosofía existencialista y en la teología dialéctica. Para la neo-ortodoxia, representada principalmente por Karl Barth y Emil Brunner, el texto bíblico no puede ser considerado revelación, por cuanto está expuesto al control del hombre. Equiparado a la revelación sería aprisionar al Espíritu de Dios -usando frase de Brunner- «entre las cubiertas de la palabra escrita». La Biblia es digna del máximo respeto y debe ser objeto de lectura reverente, ya que Dios ha tenido a bien hablarnos a través de ella. La Biblia no es palabra de Dios, pero se convierte en palabra de Dios cuando, mediante su lectura, Dios nos hace oír su voz. Esto sucede independientemente de los errores que, según los teólogos neo-ortodoxos, contiene la Biblia. Otras escuelas teológicas mantienen posturas semejantes. En el fondo, a pesar de sus alegatos en defensa de su distanciamiento del liberalismo racionalista, siguen imbuidos de su espíritu y comparten una actitud crítica respecto a la autoridad de la Escritura. La razón, el rigor científico y el pragmatismo existencial deben imponerse a cualquier dogma relativo a la letra de los textos bíblicos. Liberado el protestantismo del papa de Roma, no debe caer en la sujeción a un «papa de papel». Pero esta postura ni expresa la opinión tradicional de la Iglesia cristiana, continuadora del pensamiento judío, ni hace justicia al propio contenido de la Escritura o a los principios de una sana lógica. Como veremos más adelante, las declaraciones de los profetas, las de Jesús y posteriormente las de sus apóstoles no dejan lugar a dudas en cuanto al concepto que la Escritura les merecía. Sin formular de modo muy elaborado una doctrina de la inspiración, aceptan de modo implícito lo que explícitamente afirmó Pablo: «Toda Escritura es inspirada divinamente» (2 Ti. 3:16). Es la única conclusión plausible, a menos que descartemos por completo el propósito de la revelación. Si Dios tuvo a bien revelarse a lo hombres y si la Escritura era el medio más adecuado para que El contenido de tal revelación se preservara y difundiera, era de esperar que Dios asistiera a los hagiógrafos a fin de que lo que escribían expresara realmente lo que Dios había hecho, dicho o enseñado. ¿De qué utilidad sería un testimonio de la revelación deteriorado por errores, tergiversaciones, exageraciones y desfiguraciones diversas? Aun admitiendo la buena fe de los escritores sagrados, resultaría difícil una transmisión de la revelación sin cae en alguna forma de corrupción, propia de los defectos y limitaciones de todo ser humano. Sólo la acción inspiradora de Dios podía evitar tal corrupción. Como afirma Bernard Ramm, «la inspiración, es, por así decirlo, el antídoto contra la debilidad del hombre y sus intenciones pecaminosas. Es la garantía de que la palabra de la revelación especial continúa con la misma autenticidad»."
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CONCEPTO DE LA INSPIRACIÓN
En opinión de muchos, aun de los más racionalistas, la Biblia constituye una obra magna y a sus autores puede atribuírseles el don de la inspiración, pero sin reconocer en ésta nada de sobrenatural. La inspiración bajo la cual escribieron los autores del Antiguo y del Nuevo Testamento es análoga a la que mueve al poeta, al pintor o al escultor a realizar sus obras maestras. Es la inspiración de los genios. La Biblia, según esta opinión, es la monumental producción del genio religioso de Israel. Pero el concepto cristiano de la inspiración de la Escritura es diferente y superior. Tal concepto podía resultar mucho más claro en los días apostólicos que en nuestro tiempo. El antiguo mundo helénico estaba familiarizado con los oráculos paganos. Éstos eran tenidos por inspirados en el sentido de que procedían de personas sobrenaturalmente poseídas según se creía- por un poder divino, que hablaban bajo el impulso de un aflato misterioso. Lo que de fraudulento o demoníaco pudiera haber en aquellos oráculos no modifica el concepto de inspiración existente en la mente popular cuando Pablo declaró: que «toda Escritura es inspirada divinamente». Sus lectores, tanto judíos como griegos, entenderían perfectamente lo que quería decir: que la Escritura era la obra de hombres especialmente asistidos por el Espíritu de Dios para comunicar el mensaje de Dios. A partir del concepto expuesto, podemos definir la inspiración de la Biblia como la acción sobrenatural de Dios en los hagiógrafos que tuvo por objeto guiarlos en sus pensamientos y en sus escritos de modo tal que éstos expresaran, verazmente y concordes con la revelación, los pensamientos, los actos y la voluntad de Dios. Por esta razón, puede decirse que la Biblia es Palabra de Dios y, por consiguiente, suprema norma de fe y conducta. El texto de 2 Ti. 3:16, al que ya nos hemos referido, es fundamental para comprender el significado de la inspiración. El término griego usado por Pablo, theopneustos, indica literalmente que fueron producidas por el «soplo de Dios». Con ello se da a entender no sólo que los escritores fueron controlados o guiados, sino que, de alguna manera, Dios infundía a sus escritos una cualidad especial, de la que se derivaba la autoridad y la finalidad de la Escritura (e útil para enseñar, para convencer, para corregir», etc.). Que el texto mencionado se traduzca como algunos lo han traducido (e toda Escritura divinamente inspirada es útil) no modifica esencialmente el sentido de lo que Pablo quiso expresar, y esto no era otra cosa que la convicción generalizada entre los judíos de su tiempo de que el Antiguo Testamento, en su totalidad, había sido escrito bajo la acción inspiradora de Dios. De modo gráfico y con gran acierto lo expresa G. W. H. Lampe cuando escribe: «La palabra (theopneustos) indica que Dios, de alguna manera, ha puesto en estos escritos el hálito de su propio Espíritu creativo, al modo como lo hizo cuando sopló aliento de vida en el hombre que había formado del polvo de la tierra (Gn. 2: 2).» No menos significativo es el texto de 2 Pedro 1:20, 21, en el que categóricamente se señala la función profética del Antiguo Testamento en relación de subordinación a la acción del Espíritu Santo. De modo tan correcto como expresivo traduce la Nueva Biblia Inglesa (New English Bible) el versículo 21: «Porque no fue por antojo humano que los hombres de antaño profetizaron; hombres eran, pero, impelidos por el Espíritu Santo, hablaron las palabras de Dios.» «Impelidos» o «movidos» son términos usados para traducir el original [erámenoi, es decir «llevados», como lo es un barco de vela impulsado por el viento. La acción divina sobre los hagiógrafos no debe entenderse en todos los casos como un fenómeno de manifestaciones psíquicas extraordinarias, tales como la visión, el trance, el sueño, audición de voces sobrenaturales, estados de éxtasis en los que el hombre es mentalmente transportado más allá de sí mismo. Podía consistir simplemente en la influencia sobre el pensamiento o en la guía divina que dirigiera la investigación y la reflexión del escritor (Comp. Lc. 1:1-3). Tampoco debe interpretarse la inspiración en sentido mecánica, como si Dios hubiese dictado palabra por palabra cada uno de los libros de la Biblia. En este caso no habría sido necesario que Dios se valiera de hombres especialmente dotados para escribir y, como irónicamente sugería Abraham Kuyper, «cualquier alumno de enseñanza primaria que
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supiera escribir al dictado podría haber escrito la carta a los Romanos tan bien como el apóstol Pablo»." La inspiración no anula ni la personalidad, ni la formación, ni el estilo de los escritos sagrados, sino que usa tales elementos como ropaje del contenido de la revelación. Los hagiógrafos pueden ser considerados como órganos humanos que Dios usa para producir la Escritura. Cada órgano conserva su particular naturaleza, lo que da como resultado una mayor variedad, belleza y eficacia al conjunto escriturístico. Este hecho ha sido ilustrado desde tiempos de los Padres de la Iglesia mediante metáforas de instrumentos musicales que suenan por el soplo del Espíritu Santo. Lo que se ha querido significar es que el origen de la Escritura es a la vez divino y humano. «La Iglesia -escribe Bernard Rammestá obligada a confesar que la grafé es a un tiempo palabra de Dios y palabra de hombre, y debe evitar todo intento de explicar el misterio de esta unión.» Es de suma importancia mantener equilibradamente el doble carácter de la Escritura. La exaltación desmedida de cualquiera de sus aspectos conduce a error. Pretender salvar la plena inspiración de la Biblia y lo que de divino hay en su origen anulando prácticamente su componente humano sería introducir en la bibliología una nueva forma de docetismo. La enseñanza doceta pugnaba por salvaguardar la plena divinidad de Cristo negando lo real de su humanidad. Tan equivocada como esta doctrina es la que sólo ve en la Biblia palabra de Dios y no palabra de hombres. Pero igualmente errónea -y de consecuencias más graves- es la conclusión a que llega la crítica radical de que los textos bíblicos son producción meramente humana a la que no hay por qué atribuir elemento alguno de inspiración sobrenatural. Según algunos teólogos, Dios puede comunicarnos algo de su verdad a través de la Biblia, pero ello no cambia el hecho de que, a causa de sus inexactitudes y falsedades, la Biblia no sea racionalmente fiable. Estos teólogos, como atinadamente observa T. Engelder, «rehúsan creer que Dios ha hecho el milagro de darnos por inspiración una Biblia infalible; pero están prestos a creer que El realiza diariamente el milagro mucho mayor de hacer a los hombres capaces de descubrir la palabra infalible de Dios en la palabra falible de los hombres». En los sectores evangélicos conservadores se tiende al desequilibrio por el lado del énfasis en el elemento divino de la Escritura por lo que debemos ponderar objetivamente la dimensión humana de ésta. De lo contrario resultaría difícil refutar la acusación de «bibliolatría» que se hace contra los que sostienen tal énfasis. Una posición intermedia es la de quienes admiten la existencia de una revelación especial, pero ven en la humanidad de la Escritura una causa de pérdida parcial y alteración de aquélla dado que las características humanas condicionan lo escrito de tal manera .que la es posible discernir en su texto la verdad de Dios. B. Warfield Ilustró y refutó este punto de vista con excepcional lucidez: «Como la luz que pasa a través de los cristales coloreados de una catedral se nos dice, es luz del cielo, pero resulta teñida por la coloración del cristal, así cualquier palabra de Dios que pasa por la mente y el alma de un hombre queda descolorida por la personalidad mediante la cual es dada, yen la medida en que esto sucede deja de ser la pura palabra de Dios. Pero ¿qué si esa personalidad ha Sido formada por Dios mismo con el propósito concreto de impartir a la palabra comunicada a través de ella el colorido que le da? ¿Qué si los colores de los ventanales han sido ideados por el arquitecto con el fin específico de dar a la luz que penetra en la catedral precisamente la tonalidad y la calidad que recibía de ellos? Cuando pensamos en Dios el Señor dando por su Espíritu unas Escrituras autoritativas a su pueblo, hemos de recordar que El es el Dios de la providencia y de la gracia como lo es de la revelación y de la inspiración, y que Él tiene todos los hilos de la preparación tan plenamente bajo su dirección como la operación específica que técnicamente denominamos en el sentido estricto, con el nombre de "inspiración» Frecuentemente se usa la analogía entre Cristo, en su doble naturaleza divina y humana, y la Biblia. En la encarnación de Cristo, la Palabra se hizo carne; en la Biblia, la Palabra se hizo escritura.
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Pero uno de los principales aspectos de la encarnación del Verbo de Dios es precisamente el de la humillación con sus limitaciones. El Hijo realizaría su obra de revelación y redención en un plano de servidumbre. Sin embargo, conviene proceder con cautela establecer el paralelo entre encarnación e «inscripturación », a fin de no racionalizar excesivamente el misterio de la Escritura. Las reservas al respecto de teólogos como B. Warfield, J. Packer y G. C. Berkouwer no Son injustificadas. Reconocida la concurrencia de ambos factores en la Escritura el divino y el humano, hemos de admitir este último en su naturaleza real, no idealizada. Los hagiógrafos no se expresaron en lenguaje divino o angélico, sino en lenguaje de hombres, en el lenguaje propio de cada lugar, época, costumbres y demás circunstancias que sus libros fueron escritos, con todas las limitaciones debilidades inherentes a toda forma de lenguaje: No obstante estas debilidades Y limitaciones no menguan la riqueza de la revelación que la Escritura entraña en la cualidad de su Inspiración divina Que la Escritura llegue a nosotros como sierva no quiere decir que sea una sierva maniatada por la ambigüedad y, la certidumbre. Por el contrario, a pesar de su humana condición no deja de ser el instrumento escogido para hacer llegar a nosotros con toda autoridad la palabra de Dios. La Sierva es humilde, sí; pero cumple cabalmente el servicio que le ha sido asignado por su Señor. La humanidad de la Biblia plantea problemas de interpretación, pero no de credibilidad. A lo largo de sus páginas, se suceden las más duras denuncias contra los falsos: profetas. Toda Invención o toda tergiversación del mensaje divino es condena enérgicamente (Dt. 13: 1-5; 18: 20; Jer. 14: 15; 28: 5-17; Zac. 10. 2,3, 13: 3; Mt. 7: 22, 23; Gá. 1:6-9; 2 P. 2: 1-3; Ap. 22:18, 19). Podernos, pues tener la seguridad de que los escritores sagrados fueron fieles transmisores del mensaje divino. Las dificultades exegéticas con que a menudo tropezamos en los textos bíblicos no afectarán la integridad moral de los escritores ni a la fidedignidad de sus escritos. CRISTO Y LA ESCRITURA
Para el cristiano, la opinión de Cristo sobre cualquier cuestión es, lógicamente, decisiva. Y es evidente que la autoridad de la Escritura, derivada de su inspiración divina, fue reiteradamente reconocida por Jesús. Con respecto al Antiguo Testamento, Jesús pone su sello e aprobación sobre todas sus partes al reconocer su normatividad, con vigencia en su propia Vida y en sus enseñanzas Con el «Escrito está» rechaza las tentaciones del diablo. Con la misma frase u otras análogas, refuta las objeciones de sus adversarios y ratifica los principios éticos que han de regir la Vida rumana. Así mismo hace aflorar el abundante testimonio que de El mismo dan. Los libros del Antiguo Testamento. Tanto un ministerio de predicación como sus obras milagrosas los rechazaba en cumplimiento de lo que estaba escrito. Si en algún momento parece que Jesús no sigue lo preceptuado en el Antiguo Testamento (Comp. Mt. 5: 21: 44), antes ha dejado bien sentado que el propósito de su venida al mundo no es abrogar la ley o los profetas. No ha venido para anular, Sino para cumplir (Mt. 5:1719). Las aparentes modificaciones de las enseñanzas veterotestamentarias eran más bien una elevación de las mismas a un plano superior. Jesús superaba la letra de la ley para penetrar en la interioridad viva de los pensamientos, los sentimientos y las intenciones del hombre. En algún caso (la cuestión del divorcio, por ejemplo), la discrepancia de Jesús con lo prescrito en el Antiguo Testamento no hace sino poner de relieve la firmeza de los fundamentos morales revelados desde el principio, así como las vicisitudes de la revelación en el seno de una sociedad caracterizada por la dureza de corazón. Las normas Mosaicas que regulaban el divorcio (lo mismo podría decirse de las relativas a la esclavitud) no significaban que Dios lo aprobaba. Reflejan simplemente la intervención divina para mitigar en lo posible los males causados por el pecado humano. Pero el advenimiento de Jesús abre plenamente las perspectivas del Reino de Dios; yen este Reino ya no caben concesiones de desorden moral. Sus principios éticos son absolutos. Esto es lo que Jesús quería decir, y de este modo, lejos de vulnerar la autoridad del Antiguo Testamento, la confirmaba a la par que depuraba su interpretación. Esa
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confirmación se apoyaba en el reconocimiento del elemento divino de la Escritura. Si para El «la ley y los profetas» han de permanecer esencialmente inalterables «hasta que pasen el cielo y la tierra» (Mt. 5:18) es porque equipara la Escritura con la Palabra de Dios que «permanece para siempre» (Is. 40:8). Lo incuestionable de esta postura de Jesús es reconocido aun por críticos poco conservadores. Según indicación de Kenneth Kantzer, el profesor H. J. Cadbury, de la universidad de Harvard, declaró en cierta ocasión que estaba mucho más seguro de que Jesús compartía la idea judía de una Biblia infalible que de la creencia de Jesús en su propia mesianidad; Adolf Harnack, el más destacado historiador de la iglesia en tiempos modernos, insiste en que Cristo, con sus apóstoles, con los judíos y con toda la Iglesia primitiva, expresa su completa adhesión a la autoridad infalible de la Biblia; y Bultmann reconoce que Jesús aceptó enteramente el punto de vista de su tiempo respecto a la plena inspiración y autoridad de la Escritura." Más recientemente Peter Stuhlmacher ha escrito: «La enseñanza de la inspiración de la Escritura no es aportada a la Biblia por la Iglesia en tiempos posteriores, sino que se halla en la Biblia misma y en su correspondiente visión». No faltan quienes objetan que Jesús, en sus declaraciones relativas a la Escritura, como en otras cuestiones, se adaptaba a las ideas de su tiempo, aunque éstas no se ajustaran a la realidad ni a lo que Él pensaba íntimamente. Pero esta hipótesis, como asevera Lean Morris, «no puede mantenerse tras un examen seno. No explica por qué Jesús apeló a la Biblia cuando fue personalmente tentado. No explica por qué citó la Escritura cuando moría en la cruz. En aquellos momentos, su empleo de las palabras familiares de la Biblia sólo podía deberse a que significaban mucho para Él, y no para causar una impresión favorable en los creyentes. Se da el caso, además, de que Jesús no se distinguió nunca por adaptarse a creencias con las cuales no establece acuerdo Sus ataques contra los fariseos lo demuestran. Asimismo, Jesús repudiaba las ideas mesiánicas, nacionalistas tan populares en su tiempo. La realidad es que seria difícil hallar un solo caso claro en que Jesús se hubiera acomodado a las Ideas normalmente aceptadas en cualquier esfera». Hemos de añadir que Jesús no sólo corrobora la autoridad del Antiguo Testamento. Implícitamente sitúa en el mismo plano el testimonio apostólico, esencia de los libros del Nuevo Testamento. Era consciente de que su magisterio habría de ser completado por la acción del Espíritu Santo a través de los apóstoles (Jn. 15: 12-15; 14: 25,26). Ellos serían, además de sus testigos, los intérpretes de su palabra. Por eso fueron considerados desde el principio «fundamento» de la Iglesia (Ef. 2:20). Sus palabras, inspiradas por el Espíritu Santo, eran consideradas como palabra de Dios (l CA. 2: 13; 1 Ts. 2: 13). Y si esto podía decirse de sus mensajes orales, no hay motivo por el que no se hubiera de reconocer el mismo hecho en sus escritos. Las razones que existieron para plasmar por escrito la revelación anterior a Cristo subsistían para fijar, también mediante escritura inspirada, el testimonio y las enseñanzas de los apóstoles y sus colaboradores. Solo así la tradición original permanecería libre de corrupción en el correr de los siglos. Es interesante notar que dos de los más grandes apóstoles, con toda naturalidad, colocan escritos del Nuevo Testamento en pie de igualdad con los del Antiguo. Pablo cita como texto d~ la Escritura palabras de Jesús registradas por Lucas (Lc. 10: 7) Junto a un texto de Deuteronomio (1 Ti. 5: 18), mientras que Pedro como vimos- equipara «todas» las epístolas de Pablo con «las demás Escrituras» (2 P. 3: 16). Al comparar el Nuevo Testamento con el Antiguo, se observa cómo ambos se complementan admirablemente en tomo a su centro: Cristo. Y en ambos se percibe a través del lenguaje humano, el hálito del Espíritu de Dios. INFALIBILIDAD E «INERRANCIA»
Ambos conceptos, aplicados a la Escritura, son ampliamente aceptados con las debidas matizaciones. Ambos se desprenden lógicamente de la inspiración de la Escritura. Sin embargo, los términos son teológicos más que bíblicos. Por este motivo, hemos de ser cautos en toda formulación dogmática respecto a estas características de la Biblia.
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La etimología de «infalibilidad» nos ayuda a precisar su significado. Falibilidad se deriva del latín fallere, que quiere decir engañar, inducir a error, o bien ser infiel, no cumplir, traicionar. En este sentido, puede decirse que la Biblia es infalible, que no induce a error y que no traiciona el propósito con el cual Dios la inspiró. Si así no fuese, la Escritura, como instrumento de comunicación de la revelación de Dios, carecería de valor. LA INERRANCIA NEOLOGISMO TEOLÓGICO INDICA LA AUSENCIA DE ERROR EN LOS LIBROS DE LA BIBLIA.
Pero ¿qué amplitud debe darse a estos conceptos? La tendencia más generalizada en credos y declaraciones de fe ha sido la de aceptar la infalibilidad de la Escritura en todo lo concerniente a cuestiones de fe y conducta, mientras que la inerrancia se ha aplicado especialmente a los hechos históricos en su relación con la obra redentora. Más allá de estas posiciones, ha habido quienes han defendido la inerrancia llevándola a extremos innecesarios, afirmando con vehemencia que en la Biblia no existe ninguna clase de error, ni siquiera los derivados de equivocaciones de los copistas, y soslayando cualquier problema que el texto pudiera plantear o sugiriendo soluciones poco convincentes. En sentido opuesto, tampoco han faltado quienes sólo han reconocido fidedignidad a la Escritura en lo tocante a materias doctrinales y éticas, a la par que han negado la inerrancia en lo tocante a relatos históricos. Huelga decir que ambas posturas adolecen de inconvenientes. La primera, de una falta de objetividad; la segunda, de un exceso de subjetividad. Al hablar de infalibilidad e inerrancia, no podemos perder de vista que la finalidad de la Escritura no es proveemos de una enciclopedia a la cual recurrir en busca de información sobre cualquier tema. Ninguno de sus libros fue escrito para ser usado como texto para aprender cosmología, biología, antropología o incluso historia en un sentido científico. Lo que Agustín de Hipona dijo acerca del Espíritu Santo podría aplicarse a la Escritura: no nos ha sido dada para instruimos acerca del sol y de la luna; el Señor quería cristianos, no matemáticos ni científicos. La revelación, y por consiguiente la Escritura, tiene por objeto dar al hombre el conocimiento que necesita de Dios, de sí mismo y de su salvación entendida ésta en sus dimensiones individual y social, temporal y eterna, la gran preocupación del Espíritu Santo valga la expresión al inspirar a los escritores sagrados no era controlar su firma de escribir a fin de no escandalizar a los científicos e historiadores de épocas posteriores, sino guiarlos en su testimonio de los grandes hechos salvíficos y en la fiel expresión de lo que se les había revelado. En cuanto al modo de ~scri.bir, sería absurdo. Pensar que lo hubieran hecho en lenguaje diferente del propio de su tiempo. Como subraya Ramm, «al Juzgar la inerrancia de la Escritura, hemos de hacerlo de acuerdo .con.las costumbres. Reglas y pautas de las épocas en que los vanos libros fueron escritos y no según una noción un tanto abstracta o artificial de la inerrancia». Cuando aplicamos este principio, muchos problemas que pudieran comprometer la inerrancia desaparecen. Se desvanecen, por ejemplo, las supuestas divergencias entre la Biblia, y la Ciencia. El escritor describe los fenómenos del universo según las apariencias sensoriales, sin pretender jamás impartir una enseñanza científica, Y siguiendo -como se hace aún hoy popularmente en los modos de expresión comunes en su tiempo. Decir que el sol «sale» o «se pone» no es darle la razón a Ptolomeo y quitársela a Copérnico Son frases del lenguaje común que los propios científicos usan fuera de su ámbito profesional. Atribuir funciones psicológicas a determinados órganos o partes del cuerpo (riñones, corazón, huesos, entrañas, etc.) es frecuente en el Antiguo Testamento. Desde el punto de Vista científico, esto sería un dislate. Pero los hagiógrafos se limitaban a usar las formas de expresión usuales en sus días para referirse al asiento de las emociones y de la conciencia. Esta peculiaridad del lenguaje fenoménico -popular, no científico- debe ser tenida muy en cuenta por el exegeta. Es un servicio muy pobre el que se presta a la doctrina de la inspiración de la Escritura cuando en algunos textos del Antiguo Testamento, aislados de su
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contexto, se ven sensacionales declaraciones concedentes con descubrimientos o logros posteriores de la Ciencia. Citando una vez más a Ramm, «el intérprete esmerado no tratará de hallar el automóvil en Nahúm 1, el avión en Isaías 60, la teoría atómica en Hebreos 11:3 o la energía atómica en 2 Pedro 3. Todos esos esfuerzos por extraer de la Escritura teorías científicas modernas hacen más daño que bien»." Asimismo conviene tomar en consideración que el concepto antiguo de narración histórica no correspondía al de nuestro tiempo ni implicaba el mismo rigor científico. Ello nos ayuda a entender la presencia en el texto bíblico de algunas posibles «inexactitudes» de poca monta que en modo alguno comprometen la veracidad esencial del relato y menos aún el valor de su enseñanza. No podemos olvidar que los hagiógrafos, cuando escribían historia, no lo hacían como simples cronistas, sino con una finalidad eminentemente didáctica. Sus escritos son, más que un tratado de historia, una teología de la historia. Es de destacar, sin embargo, que la libertad con que los escritores de la Biblia especialmente del Antiguo Testamento trataban los hechos históricos se mantenía dentro de los límites de la veracidad básica, como lo han demostrado repetidamente los descubrimientos arqueológicos. Tampoco los textos que pudiéramos considerar documentales, como las genealogías, revisten la exactitud que cabría esperar de un documento notarial o de una certificación del registro civil en nuestros días. La lista genealógica de Mateo 1 contiene «errores» si como tales interpretamos la omisión de algunos nombres. Pero la estructura de la mencionada genealogía, dividida en tres grupos de catorce generaciones cada uno (Mt. 1: 17), evidencia un propósito que no era precisamente el de reproducir meticulosamente una línea genealógica completa. Un ejemplo más, entre otros que podríamos citar. Marcos empieza su evangelio (Mr. 1:2) con una doble cita. La primera es tomada del libro de Malaquías; la segunda, de Isaías. Pero Marcos atribuye ambas a Isaías. Aquí el «error» parece clarísimo; pero se desvanece si tenemos presente la práctica normal entre los judíos de citar textos de varios profetas bajo el nombre del principal de ellos. Por supuesto, no todos los problemas relativos a la inerrancia de la Escritura son tan fáciles de resolver. Algunos siguen esperando soluciones realmente satisfactorias. Pero las dificultades que subsisten en torno a determinados textos no afectan a la fidedignidad de que se ha hecho acreedora la Escritura en su conjunto. No son suficientes, ni en número ni en naturaleza, para devaluar la veracidad de la Biblia hasta el punto de reducirla a una colección de escritos humanos plagados de errores, mitos, leyendas y contradicciones. LO PERMANENTE Y LO TEMPORAL DE LA ESCRITURA
Una cuestión importante al interpretar la Biblia es la determinación de aquello que tiene un carácter invariable y general y lo que sólo fue transitorio o particular. Atribuir a todos los textos indiscriminadamente una vigencia perenne nos llevaría a grandes errores, a veces graves por sus derivaciones ético-sociales e incluso espirituales. Puede servimos de ilustración lo prescrito en el Antiguo Testamento sobre la esclavitud. En su día, la legislación Mosaica podía considerarse de las más avanzadas, pues no sólo suavizaba aquella lacra social, sino que tendía a eliminarla. Pero pretender una prolongación indefinida de aquella normativa sería una aberración, ya que las disposiciones legales del Pentateuco respondían a la necesidad de una situación en una época concreta de la historia, no a la voluntad de Dios. Modificada aquella situación, podían variarse las leyes y suprimir la esclavitud, de acuerdo con los principios morales de la revelación, los cuales ensalzan la dignidad de todo ser humano como portador de la imagen de Dios. Tristemente, la falta de discernimiento entre lo temporal y lo permanente llevó a algunos cristianos a defender la esclavitud hasta el siglo XIX apoyándose en la Biblia. Algo análogo acontece aún hoy en lo concerniente a la discriminación racial. No faltan quienes opinan que los negros están condenados a un estado de inferioridad y servidumbre perpetuas, basándose en una interpretación tan forzada como inhumana de la maldición recaída sobre Cam, hijo de Noé (Gn. 9:22-25).
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En todo cuanto se refiere a materia legislativa, debe tenerse en cuenta que las normas dadas a Israel en el Pentateuco estaban enmarcadas en un tipo concreto de sociedad civil, condicionada en parte por los usos y costumbres de los pueblos vecinos. Sólo así aquilataremos adecuadamente la elevación moral y los acendrados principios de justicia que informaron las leyes civiles israelitas muy superiores a los códigos de otros pueblos de aquella época relativas a la propiedad, los préstamos, las relaciones sexuales y el matrimonio, el trabajo, la opresión, el hurto, la administración de justicia, la violencia, el infanticidio (asociado a prácticas idolátricas), la esclavitud, la higiene, etc. Pero sería absurdo pensar que todas aquellas leyes han de seguir vigentes hoy en la sociedad de nuestro mundo occidental. John Bright se pregunta: «¿Cómo podríamos obedecerlas? En casos de supuesto adulterio, ¿exigiríamos a una mujer que demostrase su inocencia ingiriendo una pócima malsana, como se preceptúa en Nm. 5: 11-31? ¿Habríamos de establecer ciudades de refugio para que los homicidas involuntarios pudieran hallar asilo en ellas, como se ordena en Nm. 35, Dt. 19:1-13, etc.? Hacer la pregunta ya es contestarla. ¡Evidentemente no! Esas leyes corresponden a una sociedad antigua completamente distinta de la nuestra; aceptarlas y tratar de aplicarlas en nuestra sociedad compleja sería totalmente ridículos” Aun el lector superficial de la Biblia advierte que prácticamente todo el ritual prescrito en el Pentateuco y ratificado en otros libros del Antiguo Testamento había de ser abolido. Sus elementos (tabernáculo, sacerdocio y sacrificios) tenían un carácter simbólico. Prefiguraban la persona y la obra de Cristo. Lógicamente, al llegar la realidad prefigurada por aquellos símbolos, no había razón para su permanencia, como enfáticamente asevera el autor de la carta a los Hebreos (Véase especialmente He. 8:3-7, 13; 10:1-9). Pero los símbolos son testimonio expresivo de las verdades perennes de la santidad de Dios, la pecaminosidad del hombre, la expiación del pecado por el sacrificio para la reconciliación y la comunión con Dios y la rectitud de vida para mantener esa comunión. En el Nuevo Testamento también hallamos textos a los que no puede atribuirse un carácter general. Hagamos uso de un ejemplo. La orden dada por Jesús al joven rico (Mr. 10:17-22), extendida a todos los seguidores de Cristo y literalmente cumplida, acarrearía a la iglesia grandes dificultades y resolvería muy pocos problemas, aunque, por supuesto, la esencia de aquel mandato de Jesús, es decir, la necesidad de renunciar a cuanto pueda impedirnos seguirle, sí tiene un alcance general y permanente. Otro ejemplo nos lo ofrece el decreto apostólico de Hechos 15. En él se impone, junto a la prohibición de la fornicación -de carácter perenne- la abstención de comer sangre o animales no degollados y carne sacrificada a los ídolos, lo que escandalizaba a los judíos. Se comprende que esto se incluyera en unas normas cuyo objeto era salvar a la Iglesia cristiana de la escisión en los días apostólicos. Pero sería caer en un literalismo desmesurado aplicar lo decidido en el concilio de Jerusalén para seguir manteniendo la prohibición de comer sangre cuando el problema que originó tal medida había dejado de existir. Sin embargo, detrás de lo temporal, en el decreto de aquel primer concilio cristiano descubrimos el principio del amor, que implica comprensión, tolerancia, abnegación, y que debe regir la vida de la Iglesia en todos los tiempos. Cómo distinguir lo permanente de lo temporal es cuestión que sólo puede decidirse aplicando las normas hermenéuticas. Pero en líneas generales ya podemos adelantar que ha de considerarse permanente cuanto tiene apoyo en la Biblia por encima de circunstancias cambiantes, y temporal aquello que más que a los principios básicos de la Escritura responde y corresponde a situaciones concretas, particulares y pasajeras, dadas en un lugar y en un tiempo determinados. En e deslinde de estos dos elementos -lo perenne y lo transitorio es, por supuesto, necesario extremar la precaución para no ceder a la influencia del relativismo y al enfoque existencialista con que a menudo se pretende hoy interpretar los textos bíblicos.
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Lo que en la Biblia aparece con toda claridad corno verdad o corno norma perdurable no debe nunca ser anulado, desdibujado o debilitado bajo la presión de prejuicios contemporáneos. Las voces de los tiempos jamás deben desfigurar la Palabra eterna de Dios. LO ESENCIAL Y LO SECUNDARIO
Corno hemos visto, tenernos razones para creer que «toda Escritura es inspirada divinamente» y que, por consiguiente, toda Escritura es «útil». Pero esto no significa que todos sus textos sean igualmente importantes. El pacto de Abraham con Abimelec, por ejemplo, no puede compararse en trascendencia con el pacto de Dios con Abraham. El rescate de Lot no tiene la misma magnitud que la liberación de los israelitas de la esclavitud de Egipto. Las leyes ceremoniales del Pentateuco no alcanzan la altura incomparable del decálogo, como el salmo 150 no puede parangonarse con el 23, el 51 o el 103. No tiene la misma riqueza de significado la lista de los valientes de David que la de los doce apóstoles, ni puede equipararse en significación la muerte de Jacob con la muerte y resurrección de Jesús. Lo que Pablo enseña sobre las ofrendas en sus cartas a los corintios es bello y provechoso, pero no reviste la importancia del monumental capítulo 15 de la primera de esas cartas. Los saludos del capítulo 16 de la epístola a los Romanos llenan una página rebosante de delicadeza cristiana, pero carecen de la riqueza doctrinal y práctica de los capítulos precedentes. La parusía de Cristo, la resurrección, el juicio, los cielos nuevos y la tierra nueva son de más entidad que los detalles escatológicos. Por eso podernos hablar de lo esencial y lo secundario, de lo central y lo periférico en la Escritura. No sólo podemos, sino que debernos tornar en consideración los diferentes grados de importancia de los textos bíblicos, destacando lo esencial corno básico para una visión global adecuada de la Escritura y para su correcta interpretación. A ningún pasaje se le ruede atribuir un significado contrario al contenido fundamenta de la Biblia. Puede haber un margen de libertad lo que no quiere decir arbitrariedad en la interpretación de textos relativos a puntos periféricos de la revelación. Pero el núcleo esencial de la Escritura, por su claridad, por su solidez, por ser el fundamento de nuestra fe, debe ser expuesto y mantenido con el relieve y la integridad que le corresponden. Ese núcleo de la Escritura es el que aparece a lo largo de toda la historia de la salvación. En él hallarnos unas constantes que surgen ya en los primeros capítulos del Génesis y se prolongan hasta el Apocalipsis: la soberanía del Dios .creador en la grandiosidad de sus atributos, el hombre creado a Imagen de Dios, la ruina acarreada al hombre y su entorno a causa de la caída en el pecado, la providencia amorosa de Dios a pesar de la rebeldía humana, la acción reveladora y redentora de Dios que tiene su cima en Jesucristo con quien irrumpe el Reino de Dios en el mundo la expiación del pecado mediante el sacrificio de la cruz, el progreso de la historia hacia la vitoria final de Cri.sto sobre todas las fuerzas demoniacas que dominan a la humanidad, la consumación del Reino y de una nueva creación. Hemos de insistir en que la superior entidad de estos puntos de la revelación no merman el valor que tienen los restantes. Menos podernos pensar que sólo lo esencial es inspirado y que carece de inspiración lo secundario. Esto fácilmente nos conduciría a la tendría del «canon dentro del canon», tan distante del concepto que Cristo y los apóstoles teman de la totalidad de la Escritura. No podernos acercarnos a la Biblia en busca de un núcleo de verdad divina como quien busca grano entre la paja con la idea de que el grano debe ser retenido mientras que la paja puede ser excluida e incluso quemada. Como vimos, la Escritura es un organismo vivo, ninguna parte del cual puede ser mutilada. Y así corno en el cuerpo hay unos órganos más importantes que otros y unas partes más indispensables que otras, pero todos desempeñan una función útil, del mismo modo todas las porciones de la Escritura responden al propósito divino que determinó su inspiración. A través de todas y cada una de ellas llega a nosotros la Palabra de Dios, ante la cual sólo cabe una actitud de reverencia y sumisión. PUNTOS CLAROS Y PUNTOS OSCUROS
Paralelamente a lo dicho sobre lo esencial y lo secundario en la Escritura, podernos referirnos al hecho innegable de que no todas las partes de la Biblia presentan idéntica
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diafanidad. Tanto los eventos más sobresalientes en la historia de la salvación corno las verdades básicas relativas a Dios y a su obra redentora aparecen en la revelación con claridad, aunque no con simplicidad y a pesar de que exijan --corno vimos en el capítulo anterior una exégesis esmerada de los textos. En el estudio de la Escritura llegarnos a ver con transparencia los atributos de Dios que presiden las obras de Dios, así corno los principios morales y religiosos que deben regir la conducta humana. Resulta claro el significado de la muerte de Cristo y la salvación del pecador por la gracia de Dios en virtud de la obra expiatoria consumada en el Calvario y mediante la fe. Claro es asimismo lo que concierne a la naturaleza y misión de la Iglesia, asistida por el Espíritu Santo, o lo relativo a la segunda venida de Cristo en majestad gloriosa. Podríamos citar otros puntos importantes igualmente caracterizados por la perspicuidad con que aparecen ante nosotros. El material bíblico sobre el que descansan es tan abundante e iluminador que, a pesar de las dificultades naturales para comprender algunos de ellos, resultan realmente diáfanos. Cualquier oscuridad procederá no del testimonio de la Escritura, sino de prejuicios filosóficos. PERO NO PUEDE DECIRSE LO MISMO DE TODO EL CONTENIDO DE LA BIBLIA.
El principio de 01. 29:29 (e Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios, mas las reveladas son para nosotros») no zanja de modo simplista todos los problemas epistemológicos. No sitúa automáticamente todas las cuestiones relativas a conocimiento en dos zonas: la secreta, reservada exclusivamente a Dios, y la de la revelación, en la que todo se nos muestra con claridad radiante. En esta segunda zona hay puntos menos iluminados que otros; están envueltos en la penumbra y en ella permanecerán. Mencionamos unos pocos ejemplos en forma de preguntas: ¿Cómo se produjo la caída de Satanás y sus huestes? ¿En qué consistió el «descenso de Cristo a los infiernos»? ¿Existe una distinción esencial entre alma y espíritu? ¿Cómo armonizar las limitaciones de la encarnación de Cristo con la conservación de sus atributos divinos? ¿Es posible ordenar la escatología en sus detalles de modo que podamos llegar a determinar minuciosamente todos los hechos relacionados con la parusía del Señor? Obsérvese que ninguno de los puntos más o menos oscuros de la revelación bíblica es fundamental. Y aunque el estudiante de la Biblia hará bien en esforzarse por tener la mayor luz posible sobre todos los textos difíciles, obrará mejor si a lo largo de su investigación y aun al final de ella mantiene una sana reserva en cuanto a sus conclusiones, una reserva emparejada con el respeto a las opiniones diferentes de otros cristianos igualmente amantes de la Palabra de Dios. Un reconocimiento sincero de la realidad respecto a los problemas planteados en las regiones sombrías de la revelación libraría a la Iglesia cristiana de controversias tan acaloradas como estériles, en las que suele primar el prejuicio teológico por encima de una exégesis objetiva e imparcial. La teología tiene un lugar en la interpretación bíblica, pero como veremos más adelanteun abuso en la sistematización teológica puede bloquear fatalmente el camino hermenéutico. El exegeta no tiene por qué divorciarse del teólogo, pero tampoco debe hacerse su esclavo. Donde halle claridad, dará gracias a Dios por la luz. Pero cuando llegue a lugares oscuros, se guardará de encender su propia linterna a fin de iluminar lo que Dios, en su soberanía sabia, decidió dejar en la nebulosidad. Aun el más erudito en cuestiones bíblicas reconocerá que la Escritura no nos ha sido dada para tratarla como si fuese un gigantesco crucigrama en el que aun los detalles más insignificantes encajarán perfectamente en una solución a la medida de nuestra curiosidad. Es cierto, del todo cierto, que el conjunto de la Escritura muestra en la interrelación de todas sus partes una coherencia, una unidad y una fuerza comunicativa del mensaje de Dios realmente maravillosas. Pero no es menos cierto que respecto a determinadas cuestiones secundarias presenta algunos cabos sin atar. A este hecho no siempre se conforma el teólogo, tan dado a ligarlo todo sólidamente en su afán sistematizador. El intérprete de la Biblia ha de recordar a
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menudo, y con humildad, que sólo «en parte conocemos y en parte profetizamos» (l Co. 13:9). La vastedad del tema de la Escritura nos impide entrar en otras consideraciones acerca del mismo; pero lo expuesto puede ayudarnos a entender la especial naturaleza de la Biblia, requisito preliminar e indispensable para su interpretación. HERMENÉUTICA GENERAL CONSIDERACIONES FUNDAMENTALES
La importancia de la Biblia está fuera de toda discusión. Sus libros no son sólo un tesoro de información sobre el judaísmo y el cristianismo; su contenido constituye la sustancia misma de la fe cristiana y la fuente de conocimiento que ha guiado a la Iglesia en cuanto concierne a su teología, su culto, su testimonio y sus responsabilidades de servicio. La solidez del pensamiento cristiano y la vida misma de la Iglesia dependen del lugar otorgado en ellos a la Biblia y del modo de examinar sus textos. Puede afirmarse que las formulaciones doctrinales, la piedad y la acción del pueblo de Dios cabalgan siempre a caballo de la hermenéutica, y ello hasta el punto de que, como señala Gerhard Ebeling, la historia de la Iglesia es «la historia de la interpretación de la Sagrada Escritura». Este juicio ha sido compartido casi unánimemente tanto por eruditos conservadores como por teólogos de otras tendencias. Aun en la pluralidad del Consejo Mundial de las Iglesias se reconocía uncialmente el encumbrado lugar que la Biblia había de tener en el movimiento ecuménico. Uno de sus portavoces, Edmund Schlink, escribía: «A menos que la norma de la Palabra de Dios la cual ha de permanecer por encima de nuestras búsquedas y de nuestras interrogaciones sea tomada en serio, nuestra búsqueda de la Iglesia en otras confesiones y nuestras preguntas acerca de nosotros mismos acabarán en la disolución de la iglesia y en desobediencia al Señor de la Iglesia.» No menos claras y contundentes son las palabras de William Vissert Hooft: «Nuestros estudios empiezan con la Biblia, es decir, oyendo la Palabra de Dios; nos llevan a la evangelización, es decir, a la proclamación de la Palabra de Dios; van más allá a la acción cristiana, es decir, a la puesta en práctica de la Palabra de Dios.» y a pesar de los problemas suscitados en torno a la cuestión hermenéutica tanto en Montreal (1966) como en Bristol (1967) y Lovaina (1971), no puede decirse que las iglesias miembros del C.M.! No siguen reconociendo al menos teóricamente- la autoridad de la Biblia. Que todas sean o no consecuentes con tal reconocimiento, eso ya es otra cuestión. Pero no es suficiente una aceptación formal de la autoridad de la Escritura si este concepto aparece desvaído o si el contenido bíblico llega a nosotros desfigurado por interpretaciones torcidas. De ahí la importancia de una hermenéutica correcta que nos permita recuperar su mensaje en toda su grandeza y vitalidad primigenias. En palabras de H. J. Kraus, «todas las perspectivas de éxito de la teología y de la Iglesia se hallan en la Biblia, si se consigue que los textos del Antiguo y del Nuevo Testamento vuelvan a hablar en su unidad y fuerza de expresión originales». CONCEPTO DE HERMENÉUTICA
La hermenéutica es la ciencia de la interpretación. El término, etimológicamente, se deriva del verbo griego herméneuo, que significa explicar, traducir, interpretar. Por su raíz (herme), ha sido relacionado con Hermes, el mitológico heraldo de los dioses, a quien se atribuía la invención de los medios más elementales de comunicación, en particular el lenguaje y la escritura. Tanto el concepto griego como el de épocas posteriores se refieren a la determinación del significado de las palabras mediante las cuales se ha expresado un pensamiento. Esto, de por sí, nos muestra la dificultad de la tarea hermenéutica, pues a menudo hay pensamientos que apenas hallan expresión adecuada mediante palabras. Tal es el caso, por ejemplo, en la esfera religiosa. Por otro lado, las complejidades del lenguaje frecuentemente conducen a conclusiones diferentes y aun contrapuestas en lo que respecta al significado de un texto. El camino a recorrer entre el lector y el pensamiento del autor suele ser largo e intrincado. Ello muestra la conveniencia de usar todos los medios a nuestro alcance para llegar a la meta propuesta. La provisión de esos medios es el propósito básico de la hermenéutica.
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Término sinónimo de hermenéutica es «exégesis» (del griego exegeomai explicar, exponer, interpretar). En el mundo grecorromano aplicaba a experiencias religiosas, particularmente a la interpretación de oráculos o sueños. Actualmente se usa para expresarla práctica de la interpretación del texto, mientras que la hermenéutica determina los principios y reglas que deben regar la exégesis. Aplicada al campo de la teología cristiana, la hermenéutica tiene por objeto fijar los principios y normas que han de aplicarse en la interpretación de los libros de la Biblia. En las últimas décadas, la hermenéutica bíblica ha sido objeto de atención renovada y ha adquirido nuevos perfiles bajo la influencia del pensamiento filosófico del siglo XX, así como de las escuelas más modernas de lingüística. En los círculos en que prevalecen los postulados de la llamada «Nueva Hermenéutica», de la que nos ocuparemos oportunamente, el valor de determinadas normas de interpretación es minimizado. El proceso de comprensión de un texto no se agota en la aplicación de unas reglas hermenéuticas. Estas afirman los representantes del nuevo movimiento no pueden por sí solas darnos una idea clara del contenido del texto. La interpretación correcta sólo es posible a partir de la situación del intérprete, el cual accede al texto con sus propias presuposiciones la «inteligencia previa» o pre-comprensión (Vorverstandniss) de Bultmann para iniciar un diálogo en el que el intérprete, desde su particular situación, interroga al texto y éste interroga al intérprete. En este «círculo hermenéutico» intérprete no sólo adquiere una nueva comprensión que modifica y perfecciona sus conceptos mediante la «fusión de horizontes», el suyo y el del texto, sino que se siente personalmente interpelado por el contenido de éste. Así, mientras la hermenéutica tradicional se ocupa tan sólo del texto en sus palabras, en su contexto, su estilo literario y su fondo histórico, en la actualidad le tiende a dar tanta importancia como al texto al intérprete considerado en su contexto personal y en una determinada tradición histórica. Hay, sin duda, valiosos elementos positivos en este nuevo enfoque dado a la hermenéutica; pero, como veremos más adelante, los resultados de su aplicación suelen conducir no a una interpretación del texto, sino a una adaptación del mismo a las concepciones filosóficas del intérprete, a menudo con total independencia del pensamiento. Del escritor sagrado. Las mejores ilustraciones del concepto de hermenéutica, así como de su práctica, las hallamos en la Biblia misma. En los días del Antiguo Testamento, sobresale la labor de Esdras, el fiel sacerdote judío que públicamente leía al pueblo «en el libro de la ley de Dios, aclarando e interpretando el sentido para que comprendieran la lectura» (Neh. 8:8). En el Nuevo Testamento, la práctica exegética aparece no sólo como elemento didáctico, sino como esencia de la proclamación evangélica centrada en Cristo. Es de notar el interés con que una y otra vez los escritores tratan de aclarar los términos o expresiones que pudieran resultar de difícil comprensión para sus lectores. El verbo herméneuo aparece en el texto griego de cada uno de los versículos aclaratorios que se mencionan a continuación: Mt. 1:23 (al nombre de Emmanuel se añade su significado: «Dios con nosotros»), Mr. 5:41 (a la frase aramea Talitha, koumi sigue su traducción: «Muchacha, levántate»), Mr. 15:22 (Gólgota es equivalente a calavera), Jn. 1:38 (rabí significa maestro). Aún podrían añadirse otros ejemplos (Me, 15: 34; Hch. 4: 36; 13: 8). Pero mucho más notable es la labor exegética de Jesús mismo, tanto en lo que concernía a la ley Mosaica a cuya interpretación aporta una dimensión mucho más profunda que la de los rabinos judíos como en torno a) os textos mesiánicos del Antiguo Testamento, que hallaban en El su cabal cumplimiento. Lucas sintetiza admirablemente el magisterio hermenéutico de Jesús cuando refiere el diálogo con los discípulos de Emaús: «Comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les iba interpretando (diérméneuen), y El, a su vez, fue el intérprete del Padre, el que lo explicó iexégésato] (Jn. 1:18). Este último texto es de importancia capital. En el fondo, la hermenéutica bíblica no trata meramente de la interpretación de los textos sagrados. Su finalidad última debe ser guiamos a una comprensión adecuada del Dios que se ha revelado en Cristo, la palabra encamada. Por
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eso su objetivo no puede limitarse a la intelección de unos escritos. La hermenéutica ha de ser el instrumento que allane el camino para el encuentro del hombre con Dios. Los apóstoles y sus colaboradores, siguiendo la línea de su Maestro, realizaron una amplia labor interpretativa del Antiguo Testamento. Aparte de numerosas citas veterotestamentarias, hay porciones fundamentales del Nuevo Testamento que constituyen una interpretación del Antiguo (ejemplo de ellos es la carta a los Hebreos). Pero siempre la interpretación y la exposición se llevan a cabo con una gran preocupación evangelística y pastoral. Su afán primordial no es tanto «hacer exégesis» de la Escritura como llevar al lector a una asimilación personal, práctica, con todas sus implicaciones, de los grandes hechos y verdades de la revelación de Dios culminada en Jesucristo, si bien exégesis y asimilación son inseparables. NECESIDAD DE LA HERMENÉUTICA
En la base de nuestra relación con el mundo y, especialmente, con nuestros semejantes, hay siempre una acción más o menos consciente de interpretación. El uso que hacemos de las palabras para expresar nuestra observación de lo que nos rodea, nuestros sentimientos o nuestras experiencias ya es un modo de interpretar esas realidades. Y la actividad mental por parte de quien nos escucha o lee, encaminada a determinar el significado de lo que decimos, es también un proceso interpretativo. A menudo lo que se expresa mediante el lenguaje es tan simple, frecuente o conocido que la interpretación se lleva a cabo sin dificultad y sin que apenas nos percatemos de la misma. Esto es así especialmente cuando la persona que habla y la que oye viven en situaciones análogas, cuando su mundo cultural, social y lingüístico es el mismo. Una disertación sobre anatomía será bien seguida y comprendida por un médico, y una conferencia sobre cuestiones ontológicas será captada sin dificultad por un filósofo. Pero en la medida en que se agrandan las distancias entre quien habla y quien escucha se hace más patente la necesidad de aclarar conceptos y términos, de explicar, de ilustrar, en una palabra: de interpretar. Pensemos, por ejemplo, en las dificultades de un campesino para entender un discurso sobre el arte barroco, o de un minero que no tenga ni nociones de música para sacar provecho de una explicación relativa a la estructura de una sinfonía. Dificultades semejantes surgen cuando se lee un libro cuyo autor pertenece a un país, a una cultura, a un tipo de sociedad y a un momento histórico lejano, o cuando las formas del lenguaje literario no coinciden con el lenguaje cotidiano. El trabajo hermenéutico es indispensable en el estudio de muchos textos. Los especialistas en literatura antigua han escrito volúmenes que podían llenar una gran biblioteca con glosas, comentarios y notas aclaratorias de las obras legadas al mundo por los clásicos griegos y romanos. También es copiosa la producción exegética relativa a los libros sagrados de los chinos, los egipcios o los persas. Y en todos los casos la labor de los eruditos ha tropezado con grandes dificultades para descifrar, traducir o interpretar los textos que tenían ante sí. Son muchos los obstáculos que se presentan cuando se quiere interpretar atinadamente lo que fue escrito hace miles de años en el seno de un pueblo con ideas, costumbres y lenguas muy diferentes de las nuestras. En algunos aspectos importantes, el mundo y los tiempos antiguos diferían notablemente de nuestro mundo y de nuestro tiempo. Y, como señala Antón Vogtle, «la conclusión salta a la vista. Cuanto más hayamos perdido la comunidad de horizontes, de representación, de lenguaje con ese lejano y complejo mundo, en el que se imbrican y mezclan las concepciones más distintas, tanto mayor se vuelve la tensión hermenéutica entre los dos polos, entre los textos que han de ser interpretados por una parte, y yo mismo, el intérprete que pregunta y entiende por otra parte». En el caso de la Biblia, las dificultades se multiplican a causa de su complejidad. No es la obra de un hombre en un momento histórico determinado, sino un conjunto de libros escritos a lo largo de más de: un milenio. Cuajado de grandes cambios culturales, políticos, sociales y religiosos. SI a esto se añade la diversidad de sus autores, estilos y géneros literarios, se comprenderá lo imperioso de un trabajo esmerado cuando se trata de interpretar las Escrituras hebreo-cristianas.
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A veces la hermenéutica bíblica es mirada con recelo y hasta con menosprecio. Tergiversando el principio de la perspicuidad de la Escritura propugnado por los reformadores del siglo XVI, particularmente por Lutero, se cree que lo esencial de la Biblia es suficientemente claro y no precisa de minuciosos estudios exegéticas. Pero tal creencia es insostenible. Cierto es que algunos pasajes de la Escritura son muy claros. Lo son especialmente aquellos que se refieren al plan de Dios para la salvación del hombre y para su orientación moral. Pero aun en estos casos los textos sólo son comprendidos en la plenitud de su significado cuando se analizan concienzudamente. No hay en toda la Biblia un versículo más fácil de entender que Juan 3:16. Resulta comprensible aun para la mente más simple. Sin embargo, lo incomparable de su riqueza espiritual sólo se aprecia cumplidamente cuando se ahonda en los conceptos bíblicos expresados por los términos «amor», «Hijo unigénito», «creer», «perdición» y «vida eterna». Si aun los textos claros deben ser objeto de cuidadoso análisis exegético, ¿qué diremos de los oscuros, de los que presentan expresiones ambiguas, equívocas o en aparente contradicción con otros pasajes de la Escritura? ¿Qué significado atribuiremos al lenguaje figurado, a los tipos y alegorías, a los salmos imprecatorios, a los enigmas proféticos, a las descripciones apocalípticas? Hay quienes opinan que la dirección del Espíritu Santo es suficiente para una recta interpretación, por lo que no sólo se pone en tela de juicio la utilidad de la hermenéutica, sino que se cuestiona su legitimidad por estimar que constituye un intento de sustituir con la acción del hombre lo que debe ser obra de Dios. Pero esta opinión, pese a su aparente profundidad espiritual, carece igualmente de base sólida. Es verdad que, como enseñó Lutero, posee la Escritura una claridad subjetiva producida por el Espíritu Santo y que, en frases de Karl Barth, «la palabra de la Escritura dada por el Espíritu sólo por la obra del Espíritu de Dios puede ser reconocida como palabra de Dios» y que «no podemos entender la Palabra de Dios. Sino como acto de Dios»," todo lo cual está en consonancia con lo que enseña Pablo en 1ª Co. 2: 6-16 y 2ª Co. 3: 14-18. Pero debemos preguntarnos si el Espíritu Santo actúa normalmente con completa independencia de los procesos orden mano. Del entendimiento humano, en una operación de deus ex machina, casi mágica o si lleva a cabo su acción incorporando a ella las facultades Mentales del hombre. Pablo, que tan profundamente dependía del Espíritu de Dios, no renuncia jamás al uso de su en real capacidad teológica. Por el contrario, esta aparece en su misterio, sobre todo en sus cartas, como uno de los medios más valiosos usados por el Espíritu Santo para realizar su obra iluminadora en la Iglesia. Por otra parte, la historia de la Iglesia: y la especulación: atestiguan que una pretendida dependencia del Espíritu divorciada del estudio serio y diligente en la interpretación de la Escritura es frecuentemente causa de extravagancias religiosas o de herejías. La obra del Espíritu Santo es indispensable para la comprensión de la Palabra de Dios; pero no es, por lo general, una obra que nos ahorre la saludable interpretación de la hermenéutica. ~s guía, no atajo, para llevarnos al conocimiento de la verdad de DIOS. Por tal razón, contar con el Espíritu seriamente no excluye la necesidad del estudio encaminado a desentrañar lo más exhaustiva y fielmente posible el significado de los textos sagrados. Y si alguien insistiera en sus objeciones contra la hermenéutica apoyándose enrasares como los de 1ª Jn. 2: 20, 27 (Vosotros. Tenéis la unción de Santo y conocéis todas las cosas. La unción que recibisteis de él permanece e vosotros y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe») evidenciaría su Ignorancia o olvido de otros pasajes en los que se Pont: de manifiesto esto que la clara comprensión de una enseñanza bíblica no Siempre se obtiene de. Manera directa e inmediata, sino que a menudo hace necesaria la mediación del intérprete. Recordemos el ejemplo ya mencionado de la ley leída al pueblo y explicada por Escrituras, Algunas de las parábolas referidas por Jesús o fueron suficientemente claras para los discípulos y el Señor, mismo tuvo que interpretárselas. El eunuco etíope leía una porción del profeta. Isaías, pero solo comprendió su sentido después de la explicación de Felipe.
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El apóstol Pedro refiriéndose a algunos escritos de Pablo, afirma que son «difíciles de entender» y que los indoctos e inconstantes indoctos tuercen, al igual que las demás Escrituras, para su propia perdición». (2ª P. 3:15, 16). Los diversos ministerios cristianos son dones del Señor a su Iglesia (Ef. 4: 11, 12) para su edificación, y uno de los principales deberes de todo ministro es manejar rectamente (orthotomeo) la palabra de la verdad (2ª Tim. 2:15), así como uno de sus mayores pecados es adulterar (kapéleuó desnaturalizar con fines indignos) esa palabra (2ª Co. 2: 17). De la fiel interpretación de la Escritura, la Iglesia ha derivado sus mayores beneficios. Por el contrario, la exégesis torcida de determinados textos ha dado lugar a los más variados errores, algunos de ellos nefastos. LA INTERPRETACIÓN COMO RIESGO
Evidentemente, lo expuesto sobre la necesidad de la hermenéutica nos sitúa ante un problema. Por un lado, es obvio que no podemos prescindir de ella. Por otro, existen posibilidades de que la interpretación sea incorrecta e incluso dañina, que en lugar de aclarar engendre confusión. La tarea interpretativa se nos presenta como arma de dos filos. La sima existente entre judíos y cristianos fue abierta por el distinto modo de interpretar el Antiguo Testamento. Las diferencias confesionales dentro del propio cristianismo son básicamente diferencias de interpretación. Lo que separa a protestantes de católicos es, en síntesis, una disparidad exegética en torno al texto de Mt. 16: 18 (e Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia; ya ti te daré las llaves del reino de los cielos»). En el seno del protestantismo, las diferentes «denominaciones» elementos históricos aparte apoyan las características que las distinguen en lo que cada una estima ser enseñanza de la Escritura. ¿EXISTE UNA RESPUESTA VÁLIDA A LA CUESTIÓN DEL RIESGO DE LA INTERPRETACIÓN?
La Iglesia Católica ha resuelto tradicionalmente el problema mediante la autoridad de su magisterio, por el cual se decide la interpretación verdadera, infalible, de la Escritura. En los últimos decenios, .especialmente a partir del Concilio Vaticano, esta postura ha Sido matizada. Una mayor libertad para la investigación bíblica permite a los escrituritas católicos salirse de los rígidos moldes dogmáticos de su Iglesia y llegar a interpretaciones idénticas o similares en no pocos puntos a las de exegetas protestantes. PERO OFICIALMENTE LA POSICIÓN DEL CATOLICISMO NO HA VARIADO.
Solo el magisterio en la Iglesia tiene la palabra final en la determinación del significado de cualquier texto bíblico. Contra esta pretensión alzaron ya su voz los reformadores del siglo XVI. En la interpretación de la Escritura, la autoridad final aseverar o es la Iglesia, sino la propia Escritura. Escritura (la Escritura sagrada es intérprete de sí misma). Sedaba así a entender que ningún pasaje bíblico ha de estar sometido a la servidumbre de la tradición o ser interpretado aisladamente de modo que contradiga lo enseñado por el conjunto de la Escritura. Con este principio, fundamental en la hermenéutica bíblica se establecía la base del libre examen, del derecho de todos los files a leer e interpretar la Biblia por sí mismos. Por supuesto, nunca pensaron los reformadores como muchos de sus detractores han Afirmado que el libre examen fuese sinónimo de examen arbitrario que justificara el epigrama satírico evocado por algunos: dagmata quis que; tnvenit et partter dagmata quis que sua. (Este es el libro en que cada uno busca su opinión; y en él cada cual halla también lo que busca.) La libertad se refiere a la ausencia de imposiciones eclesiásticas, no a la facultad absurda de interpretar la Escritura como al lector le plazca o con. El libre examen, cuando se ejerce con seriedad, Implícita un Juicio responsable sujeto a los principios de una hermenéutica sana. Estos principios es el único modo legítimo de determinar el significado de cualquier pasaje de la Biblia. Y cuanto más oscuro o ambiguo sea un texto tanto más deberá extremarse el rigor hermenéutico con que se trate. No hay otro camino.
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INTERPRETACIÓN EN LA COMUNIDAD DE LA FE
La responsabilidad individual de la interpretación de la Escritura no significa regir odio de las conclusiones exegéticas y de las formulaciones doctrinales elaboradas en la Iglesia cristiana en el transcurso del tiempo. Algunas de ellas han sido mantenidas casi unánimemente como expresión de las verdades bíblicas fundamentales y como salvaguardia contra la herejía. Otras han surgido como corrección de errores que se habían introducido en la Iglesia o como resultado de situaciones nuevas que han abierto nuevas perspectivas hermenéuticas. A veces las diversas tradiciones han chocado entre sí; pero aun en estos casos el enfrentamiento ha sido saludable, pues ha motivado una profundización en la Escritura, en cuyos textos se han hallado significados más precisos y más correctos. Conocer que la Biblia ha de estar siempre por encima de toda interpretación humana no nos obliga a despreciar la ayuda que para su comprensión podemos encontrar en los escritos de los padres de la Iglesia, de los reformadores y de los incontables teólogos y expositores que, en contextos históricos diferentes y desde muy variados ángulos, han hecho de la Biblia objeto de estudio serio. El análisis de sus obras, así como de las circunstancias especiales en que las escribieron, tendrá un valor incalculable para contrastar las diversas interpretaciones. Ello nos permitirá ver lo que hemos de retener, lo que debemos desechar y lo que conviene modificar. De hecho, con excepción de los fundadores de sectas, pocos expositores cristianos han intentado ser totalmente originales haciendo caso omiso del acervo exegético formado a lo largo de los siglos. Nos parece objetiva la aseveración de Paul Althaus: «No puede haber ningún contacto tan directo con la Escritura que pueda prescindir y pasar de largo ante esta historia de la apropiación del Evangelio por la Iglesia». Por otro lado, no podemos perder de vista que la Palabra de Dios ha sido dada al pueblo de Dios. A ella debe este pueblo su origen, su supervivencia y su misión. Así fue con Israel. Y así es con la Iglesia. En la comunidad de la fe el pueblo redimido ha escuchado la Palabra, se ha nutrido de ella, se ha dejado guiar, juzgar, corregir, a la par que se ha sentido estimulada. Estas experiencias no pueden ser desestimadas en el momento de interpretar la Escritura. Nunca deberán ser elevadas a un plano superior al que les corresponde, pues toda experiencia, por lo general, va acompañada de defectos o incluso quizá, de error; pero tampoco ha de cerrarse el oído a lo que en diferentes momentos históricos, por medio de la Palabra escrita, el Espíritu ha dicho a las iglesias. Las obras de los autores cristianos, en gran medida, no son otra cosa que la expresión de esas vivencias espirituales de la comunidad creyente. El Consejo Internacional ampliado de la Unión Bíblica, en sus conclusiones sobre «Interpretación de la Biblia hoy», hizo en 1979 la siguiente declaración: «La interpretación responsable de las Escrituras no se da en aislamiento, sino dentro de la comunidad redimida de los que se han sometido a la autoridad de la Palabra de Dios». Es una observación acertada que todo exegeta debiera tomar en consideración. DIMENSIONES DE LA INTERPRETACIÓN BÍBLICA
Como ya hemos hecho notar, no es finalidad única de la hermenéutica bíblica orientarnos para captar el significado original de un texto. Esto puede ser suficiente cuando interpretamos otras producciones literarias. Pero si aceptamos la Biblia como vehículo de verdades trascendentales, la misión del exegeta no se lleva a cabo plenamente en tanto no se llega a la comprensión de esas verdades. Tomemos como ejemplo la narración del éxodo israelita o Un estudio del relato histórico en su contexto geográfico, cultural, de costumbres, etc., puede suministrarnos la información suficiente para obtener un cuadro objetivo y claro de los acontecimientos. Pero detrás de los hechos, y por encima de ellos, hemos de ver de acuerdo con las indicaciones del propio texto bíblico la soberanía de Dios, el valor del pacto con Israel, el desarrollo de la historia de la salvación. Así pasamos de la mera intelección del texto histórico a la comprensión de su significado en profundidad.
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Conviene, no obstante, tener presente que no podemos llegar a la comprensión profunda y al mismo tiempo correctas de un texto sin un análisis cuidadoso que nos permita llegar a descubrir lo que el escritor pensaba y quiso comunicar. Hacer caso omiso de este objetivo primario puede convertir la hermenéutica en mera especulación. Cuando esto sucede, el resultado suele ser una distorsión del texto, pues lo que de él saca el intérprete está muy lejos del pensamiento del escritor o incluso en abierta contradicción con el mismo. En tal caso, la interpretación ha degenerado en adulteración. DICHO ESTO, HEMOS DE SUBRAYAR EL CARÁCTER ESPECIAL DE LA ESCRITURA.
Sus páginas son portadoras de un mensaje dirigido a los hombres con alcance universal. Y el mensaje bíblico no es la exposición de una verdad abstracta, aislada de la situación en que vive el hombre, sino todo lo contrario. Es eminentemente concreto y práctico. Atañe a todo lo humano, tanto en el orden trascendental como en el temporal, en el individual como en el social. Sean los textos históricos, sean los jurídicos o los proféticos, los sapienciales, los poéticos, los didácticos, los hartatorios o los apocalípticos, todos tienen una aplicación al estado o circunstancia específicos de las personas a quienes se destinan. Este hecho tiene sus implicaciones para los lectores de la Biblia de épocas posteriores a aquellas en que sus libros fueron escritos. Lo que en su día fue declarado por profetas o apóstoles con fines prácticos muy serios no puede ser hoy reducido a un simple conglomerado literario que se somete fríamente a análisis en el gabinete de un erudito. La interpretación de la Escritura ha de. Ser mucho más que un mero ejercicio intelectual; debe hacer posible la asimilación de la fuerza vital de su mensaje. Por eso no basta preguntarse: ¿Qué quiso decir el escritor bíblico a los lectores de su día? Es necesaria una segunda pregunta: ¿Que nos dice ese mismo texto a nosotros hoy? ¿Cómo incide en nuestra situación aquí y ahora? Dicho de otro modo, a la interpretación debe seguir la aplicación. De la una a la otra, como sugería Karl Barth, sólo hay un paso. Si nos atenemos al testimonio de la propia Escritura a ello volveremos en el capítulo siguiente-, en ella palpita un espíritu, el Espíritu de Dios que la inspiró, y sólo hay interpretación auténtica como veremos más adelante desde otra perspectiva cuando se establece un nexo de comunión entre el Espíritu de Dios y el espíritu del intérprete y cuando a la palabra de Dios que habla sigue la respuesta de quien la escucha. Esto nos lleva a la contextualización, es decir, a la determinación de relaciones existentes entre el texto de la Escritura y el contexto existencial (Sitz im Leben o situación vital) referido tanto al escritor como al intérprete, cualquiera que sea el lugar, la época y las circunstancias históricas en que éste viva. Es necesaria una comunicación entre el autor bíblico (y su mundo) y el intérprete (y su mundo), la cual se lleva a cabo mediante el «diálogo» ya mencionado al referirnos a la «Nueva Hermenéutica». En este diálogo, el intérprete inicia su tarea con su comprensión previa del texto, la cual es confirmada o modificada por la luz que el texto arroja sobre ella. Este «círculo hermenéutico» es indispensable para la elaboración de una teología seria, con todas sus implicaciones éticas y sociales, y debe observarse con todo el dinamismo que lo distingue. Ello conducirá a descubrir o enfatizar en un momento dado aspectos del mensaje bíblico que antes habían permanecido ocultos u olvidados. A lo expuesto debe añadirse una observación sobre los textos a los que puede atribuirse más de un significado válido. No nos referimos a las innumerables interpretaciones alegóricas que podrían hacerse de muchos pasajes, sino a la pluralidad de sentidos de algunos de ellos. Además del que hubo en la propia mente del autor, existe otro sentido distinto, más hondo, que estaba en la mente de Dios y que, sin contradecir el primero, lo trasciende, como se pone de manifiesto al examinar textos antiguos a la luz posterior de una revelación progresiva. Es lo que se ha denominado del sensus plenior de la Escritura. Por ejemplo, el texto de Isaías 7:14, relativo a Emanuel, se refería evidentemente a un acontecimiento próximo a la
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profecía, pero el alcance pleno de su significado lo vemos en la perspectiva mesiánica que nos ofrece el Nuevo Testamento (Mt. 1:23). Esta característica de algunos pasajes bíblicos puede ser un acicate saludable para profundizar en el análisis hermenéutico de cualquier texto. Pero al mismo tiempo un abuso del sensus plenior engendra errores. Abusivamente lo aplica la teología católico-romana cuando trata de justificar dogmas basados en la tradición con la alegación de que ésta constituye el desarrollo de doctrinas que se hallaban en estado latente en la Escritura. LA EXPRESIÓN «CÍRCULO HERMENÉUTICO» ES USADA A VECES CON UN SENTIDO DIFERENTE.
Se aplica a la relación entre un texto y el contexto amplio del libro en que se encuentra. « El todo y las partes se interrogan, por así decirlo, mutuamente y de este modo crece el conocimiento de ambos.» El mismo error cometen cuantos extraen de textos bíblicos segundos significados que no concuerdan. Con las enseñanzas globales de la Biblia, sino que surgen de corrientes de pensamiento más o menos vigorosas en un momento histórico determinado o de sus propios intereses dogmáticos, En la práctica, muchas veces este segundo significado invalida el primero, el correspondiente a la interpretación histórico-gramatical. Que es, verdadero. Este Es lo que sucede, por ejemplo, con la interpretación bíblica practicada por las sectas. UNA TENDENCIA SEMEJANTE SE OBSERVA EN LA MODERNA HERMENÉUTICA.
Como principio filosófico y hermenéutico, Hans Georg Gadamer expone: «Toda época ha de entender un texto transmitido a su propio modo. El significado real de un texto, cuando éste habla al intérprete, no depende de las contingencias del autor o de aquellos para quienes se escribió originalmente. Un autor no necesita conocer el significado real de lo que ha escrito, por lo que el intérprete puede, y debe: a menudo comprender más que él. Y esta es de fundamental importancia. No solo ocasionalmente, sino Siempre, el significado de un texto va más allá de su autor.» Tan atrevidas afirmaciones están muy lejos de poder ser demostradas y contradicen abiertamente el convencimiento casi unánime de que, en palabras de Gerhard Ebeling, «la exégesis literal histórica es el fundamento de la exposición de la Escritura efectuada por la Iglesia»." Ya parte de ella, cualquier interpretación es una desnaturalización de la hermenéutica. Así, pues, todo avance por la vía hacia el l sensus plenior, todo significado de un texto diferente de. Su sentido original, debe ser controlado y autorizado por la propia Escritura. De otro modo, lo más probable es que se produzca el extravío. LOS REQUISITOS DEL INTÉRPRETE
Los libros de la Biblia tienen mucho en común con otros textos literarios, pero también poseen características propias que los distinguen como especiales. Especial es, sobre, todo. El. Hecho que examinaremos más ampliamente en el capítulo siguiente: de que sus autores aparecen como instrumentos de la revelación de Dios. A través de ellos y de sus escritos, Dios habla a los hombres. Por tal motivo, la interpretación de tales escritos exige de quien la practica unos requisitos peculiares indispensables. Así por un lado, consideraremos los requisitos que podríamos llaman generales, y por otro, los especiales, los propios de un estudio que pone al intérprete a la escucha de DIOS. 1. REQUISITOS GENERALES A) OBJETIVIDAD.
Es obvio que en la labor del exegeta influyen multitud de factores. Consciente o inconscientemente, el intérprete actúa bajo la acción de condicionantes filosóficos, históricos, psicológicos e incluso religiosos, los cuales, inevitablemente, colorean la interpretación. Esto sucede no sólo en la interpretación de un texto, sino también en la de hechos históricos o de formas de pensamiento. Como indica Bemard Ramm, «la disposición subjetiva de un erudito pesa abrumadoramente sobre él en su exégesis. Los comunistas no sienten ninguna simpatía por el existencialismo, pues lo interpretan como el estertor de un capitalismo decadente. La preocupación de Marx por lo económico le hizo refundir la filosofía de Hegel convirtiéndola en una perversión de Hegel.
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Los positivistas lógicos de la vieja escuela mostraban sólo desdén hacia la metafísica, la poesía y la religión. No existe el intelectual completamente libre de prejuicios y liberado de toda disposición emocional o culturalmente arraigada que pueda influir esencialmente en sus interpretaciones»." A partir de Bultmann, la cuestión de una exégesis libre de presuposiciones ha adquirido gran relieve. No sólo se afirma que tal tipo de exégesis es imposible, sino que las presuposiciones mismas son vistas como una necesidad primordial, lo que da lugar a peligrosos equívocos. Ciertamente no se espera que el exegeta acceda al texto en actitud de absoluta neutralidad o despreocupación. Hasta cierto punto, las presuposiciones, la «pre-comprensión» o comprensión previa preconizada por Bultmann, pueden ser convenientes para enjuiciar de modo fructífero determinados fenómenos. La historia, por ejemplo, únicamente puede ser comprendida cuando se presuponen unas perspectivas específicas. Pero es un grave error asegurar que el intérprete moderno sólo puede entender la Biblia sobre la base de sus propias ideas previas. Como lo sería renunciar a un examen crítico de los factores subjetivos que pueden influir en la tarea hermenéutica con efectos distorsionadores sobre el auténtico significado del texto. Cuando las presuposiciones, filosóficas o teológicas, adquieren rango de árbitros, cuando su peso es decisivo, entonces la interpretación objetiva es imposible. El racionalista interpretará todo lo sobrenatural negando la literalidad de la narración y atribución yéndole el carácter de leyenda o de mito. El existencialista prescindirá de la historicidad de determinados relatos y acomodará su interpretación a lo que en el texto busca: una mera aplicación adecuada a su situación personal aquí y ahora. El dogmático católico, protestante u ortodoxo griego- interpretará la Escritura de modo que siempre quede a salvo su sistema doctrinal. Aun los creyentes más deseosos de ser fieles a la Palabra de Dios pueden caer y con harta frecuencia caen en este error, víctimas de las ideas teológicas prevalecientes en su iglesia. Esto sucede sin que el propio intérprete se percate de ello. Apropiándonos una metáfora de R. E. Palmer, estamos inmersos en el medio de la tradición, que es transparente para nosotros, y por lo tanto invisible, como el agua para el pez. El exegeta, sean cuales sean sus puntos de vista iníciales, ha de acercarse con actitud muy abierta al texto, permitiendo que éste los modifique parcial o totalmente, en la medida en que no se ajusten al verdadero contenido de la Escritura examinada. Si cumple honradamente su cometido, lo que haga será exegesis, no es exegesis; es decir, extraerá del texto lo que éste contiene en vez de introducir en él sus propias opiniones. Como bien reconoce el profesor católico Leo Scheffczyk, «toda interpretación es un proceso espiritual de mediación en el que el interprete siempre se vincula al texto y en el fondo se le subordina, desempeñando una función de servicio. La interpretación de un texto es una mayéutica, una obstetricia espiritual en que el intérprete de por sí no ejerce ninguna función creadora, en el sentido de inventar algo nuevo, sino que solamente debe ser eficaz a modo de instrumento para hacer salir a luz lo que ya existe en el texto. De este modo, mirando siempre al fenómeno puro e ideal de la interpretación, el intérprete nunca se erige en señor de su texto, sino que está subordinado al contenido y a las exigencias del mismo. Siguiendo el ejemplo que con frecuencia se aduce a este propósito, el intérprete desempeña el mismo papel que el Juez, que interpreta una materia legal dada y la aplica y, si lo hace con esmero, nunca tendrá la conciencia de que se alza sobre la ley». B) ESPÍRITU CIENTÍFICO.
Se han adoptado a menudo dos modos dispares de acercarse a la Biblia: el que podríamos llamar devocional o pietista y el racionalista. El primero nos lleva al texto en busca de lecciones espirituales que puedan aplicarse directa e inmediatamente y está presidido no
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por el afán de conocer el pensamiento del escritor bíblico, sino por el deseo de derivar aplicaciones edificantes. Es el que distingue a algunos comentarios y a no pocos predicadores. El racionalista, con toda su diversidad de tendencias, analiza la Escritura sometiéndola a la presión de rígidos prejuicios filosóficos. De este modo muchos textos son gravemente tergiversados. Tanto en un caso como en el otro, se da poca importancia al significado original del pasaje que se examina. No se investiga lo que el autor quiso expresar. En ambos falta el rigor científico. El exegeta debe estar mentalizado y capacitado para aplicar a su estudio de la Biblia los mismos criterios que rigen la interpretación de cualquier composición literaria. El hecho de que tanto en la Biblia como en su interpretación haya elementos especiales no exime al intérprete de prestar la debida atención a la crítica textual al análisis lingüístico, a la consideración del fondo histórico y a todo cuanto pueda contribuir a aclarar el significado del texto (arqueología, filosofía, obras literarias más o menos contemporáneas, etc.). Pero no basta la posesión de conocimientos relativos a la labor exegética. El intérprete ha de saber utilizarlos científicamente, poniendo a contribución un recto) la agudeza de discernimiento, independencia intelectual y disciplina mental que le permitan analizar, comparar, sopesar las razones en pro y en contra de un resultado y avanzar cautelosamente hacia una interpretación aceptable. Bernard Lonergan, refiriéndose a la importancia de estas cualidades, llega a la siguiente conclusión: «Cuanto menor sea la experiencia, cuanto menos cultivada la inteligencia, cuanto menos formado el juicio, tanto mayor será la probabilidad de que el intérprete atribuya al autor una opinión que el autor jamás tuvo.» C) HUMILDAD. ESTA CUALIDAD ES INHERENTE AL ESPÍRITU CIENTÍFICO.
Cuanto más se amplía el círculo de lo sabido, mayor aparece el de aquello que aún queda por descubrir. Y aun lo que se da por cierto ha de mantenerse en la mente con reservas, admitiendo la posibilidad de que nuevos descubrimientos o investigaciones más exhaustivas obliguen a rectificaciones. En el campo científico nunca se puede pronunciar la última palabra. Esto es aplicable a la interpretación, por lo que todo exegeta debe renunciar aun a la más leve pretensión de infalibilidad. En la práctica, no es sólo la Iglesia Católica la que propugna la inerrancia de su magisterio. También en las iglesias evangélicas hay quienes se aferran a sus ideas sobre el significado del texto bíblico con tal seguridad que ni por un momento admiten la posibilidad de que otras interpretaciones sean más correctas. A veces ese aferramiento va acompañado de una fuerte dosis de emotividad y no poca intolerancia, características poco recomendables en quien practica la exégesis bíblica. Quien se encastilla en una tradición exegética, sin someter a constante revisión sus interpretaciones, pone al descubierto una gran ignorancia, tanto en lo que concierne a las dimensiones de la Escritura como en lo relativo a las limitaciones del exegeta. La plena comprensión de la totalidad de la Biblia y la seguridad absoluta de lo atinado de nuestras interpretaciones siempre estará más allá de nuestras posibilidades. Por supuesto, la prudencia en las conclusiones no significa que el proceso hermenéutico, al llegar a su fase final, no haya de permitir sentimientos de certidumbre. Después de un estudio serio, imparcial, lo más objetivo posible, la interpretación resultante debe mantenerse con el firme convencimiento de que es correcta, a menos que dificultades insuperadas del texto aconsejen posturas de reserva y provisionalidad. En cualquier caso, ha de evitarse el dogmatismo, admitiendo siempre la posibilidad de que un ulterior estudio con nuevos elementos de investigación imponga la modificación de interpretaciones anteriores. 2. REQUISITOS ESPECIALES
Obviamente, quien sólo vea en la Biblia un conglomerado de relatos históricos, textos legales, normas culticas, preceptos morales, composiciones poéticas y fantasías apocalípticas, es decir, un conjunto de libros comparables a otros semejantes de la literatura universal, pensará que puede proceder a su interpretación sin otros requisitos que los ya apuntados. Pero aun el lector neutral, si es objetivo, admite que en muchos aspectos la Biblia
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es una obra única y que es razonable la duda en cuanto a la suficiencia de requisitos ordinarios para su interpretación. Si nos situamos en el plano al que la propia Escritura nos lleva, es decir, el plano de la fe, encontramos en ella la Palabra de Dios, siempre dinámica, rebosante de actualidad. Por eso sus páginas son mucho más que letra impresa. A través de ellas llega a nosotros la voz de Dios. De ahí que el intérprete de la Biblia necesite unos requisitos adicionales de carácter especial. A) CAPACIDAD ESPIRITUAL.
La mente, los sentimientos y la voluntad de exegeta han de estar abiertos a la acción espiritual de la Escritura. Ha de establecerse una sintonía con el mensaje que la Biblia proclama. En palabras de Gerhard Maier, «la exposición de la Escritura exige del expositor una congenialidad espiritual (Geisterverwandschait} con los textos»." La carencia de sensibilidad religiosa incapacita para captar en profundidad el significado de los pasajes bíblicos. Si alguien objetara que tales afirmaciones otorgan. A la subjetividad del intérprete un lugar contra no a la objetividad científica, que antes hemos propugnado, mostraría un concepto muy pobre de lo que es la verdadera interpretación. Aun tratándose de obras que no sean la Biblia, la falta de compenetración entre autor e intérprete merma la calidad de la obra de éste. ¿Qué valor tendría, por ejemplo, el juicio crítico de quien, carente de la sensibilidad religiosa de Juan Sebastián Bach, opinara sobre sus composiciones? ¿Sería posible una apreciación adecuada de los cuadros de Van Gogh sin establecer un nexo psicológico con su vida interior? En toda labor exegética se debe ahondar en el espíritu que hay detrás del texto. En el caso de la Biblia, se trata de descubrir lo que había en la mente y en el espíritu de sus autores. Esto logrado, se advierte en ellos la presencia del Espíritu de Dios. Tal es la razón por la que el intérprete ha de estar poseído del Espíritu Santo y ser guiado por El. Esta necesidad se acrecienta debido a que la caída en el pecado ha tenido en la mente humana efectos negativos que hacen prácticamente imposible la comprensión de la verdad divina. Como escribiera Pablo, «el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de examinar espiritualmente» (1ª Co. 2: 14). Por eso es necesario haber tenido la experiencia que en el Nuevo Testamento se denomina nacimiento del Espíritu (Jn. 3: 5,6), la cual proporciona unas posibilidades de percepción espiritual antes inexistentes. Sólo el creyente puede ahondar en el verdadero significado de la Escritura porque el mismo Espíritu que la inspiró realiza en él una obra de iluminación que le permite llegar, a través del texto, al pensamiento de Dios. Así lo reconoce Pablo cuando, hablando de las maravillas de la revelación, afirma: «Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu, porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios» (1ª Co. 2: 10). El pensamiento de Pablo sobre este punto fue enfatizado por Calvino y ha sido mantenido como principio básico de la hermenéutica evangélica hasta nuestros días. Tan importante es este requisito que, sin él, como afirma Henry Blocher, toda «pre-comprensión», a causa de los efectos del pecado en la mente, es «pre-incomprensión». La facultad de discernimiento espiritual del creyente ha de ser alimentada por una actitud de reverente dependencia de la dirección divina. Todo trabajo de exégesis debe ir de la mano con la oración. En el campo de la hermenéutica tiene perfecta aplicación el aforismo bene orasse est bene studuisse (orar bien es estudiar bien). El exegeta, más que cualquier simple lector de la Biblia, habría de hacer suya la súplica del salmista: «Señor, abre mis ojos y miraré las maravillas de tu Ley» (Sal. 119:18). Conviene recordar, sin embargo, lo que ya hemos destacado antes, que la acción iluminadora del Espíritu Santo no ahorra al intérprete cristiano el esfuerzo hermenéutico. Tampoco lo preserva de la posibilidad de caer en errores. El don de la infalibilidad no se cuenta entre los dones con que Dios ha querido enriquecer a su pueblo. Así, pues, la realidad del Espíritu Santo debe ser un estímulo no para elaborar sistemas dogmáticos cerrados, sino para ahondar incansablemente en el significado de los textos
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bíblicos, modificando nuestras interpretaciones anteriores siempre que una mejor comprensión nos lleve a ello. B) ACTITUD DE COMPROMISO.
El verdadero intérprete de la Biblia no se limita al estudio frío de sus páginas como si efectuase un trabajo de laboratorio. Por grande que sea su erudición, ésta no es suficiente para hacer revivir el espíritu y el propósito originales de la revelación. Tampoco basta una actitud pietista, pero desencarnada, hacia la Palabra de Dios. Si, como ya hemos hecho notar, la Biblia es el vehículo que Dios usa para llegar al hombre y hablarle, el lector mucho menos el intérprete- no puede desentenderse de lo que Dios le dice. El mensaje bíblico ha de hallar en él una resonancia interior y ha de influir decisivamente en su vida. La comprensión de la Palabra de Dios lleva inevitablemente al compromiso con Dios, a la decisión de aceptar lo que Él ofrece y darle lo que exige, a hacer de su verdad nuestra verdad, de su voluntad nuestra voluntad y de su causa nuestra causa. Así lo entendieron los reformadores del siglo XVI. Para Lutero, la exposición de la carta a los Romanos y de otros libros de la Biblia, no fue un mero trabajo propio de su labor docente. Constituyó una fuerza colosal que, a la par que transformó radicalmente la vida, cambió el curso de la historia de la Iglesia y del mundo. Únicamente una acción comprometida, de identificación práctica con el texto que se interpreta, puede extraer de éste la plenitud de su significado. Lo que algunos pensadores han opinado sobre la investigación histórica tiene aplicación, con mayor razón, a la investigación bíblica. La historia no puede ser estudiada con efectividad de modo absolutamente imparcial. El discutido Paul Tillich tenía razón cuando sostenía que el ideal de limitarse a informar sobre los hechos sin ningún elemento de interpretación subjetiva es un «concepto cuestionable». Si no existe unión entre el historiador y el material que interpreta no puede haber una verdadera comprensión de la historia. La tarea del historiador consiste en «revivir.», lo que, esta muerto. «Sólo el compromiso profundo con la acción histórica puede sentar las bases para la interpretación de la historia. La actividad histórica es la clave para la comprensión de la historia:» De modo análogo, podríamos decir que la «actividad» bíblica es la clave para la comprensión de la Biblia. En la medida en que el estudio de sus textos va acompañado de una acción consecuente en la teología, en el culto y en la conducta incluida su proyección social es factible una interpretación en profundidad que irá enriqueciéndose a medida que se vaya asumiendo su contenido. Algunos teólogos evangélicos de nuestros días son conscientes de esta realidad y han empezado a dar mayor énfasis a las implicaciones prácticas de la hermenéutica. Con un enfoque, «contextual» las realidades espirituales, culturales y socio-políticas de hombres y pueblos son tomadas seriamente en consideración a fin de interpretar la Escritura de modo comprensible y relevante. Pero la realización de este propósito pasa por la «encarnación» del mensaje bíblico, encarnación en la que deben asumirse los problemas, las inquietudes y las necesidades de aquellos a quienes se pretende comunicar la Palabra de Dios. De esto se desprende otro requisito especial del exegeta bíblico. E) ESPÍRITU DE MEDIADOR.
En último término, la misión del intérprete es servir de puente entre el autor del texto y el lector. Entre el pensamiento de ambos media a menudo una gran sima que se debe salvar. Para ello no basta llegar a captar lo que el autor bíblico quiso expresar. La plenitud de significado sólo la descubrimos cuando acercamos el mundo del autor a nuestro mundo y viceversa. A modo de ilustración, podemos pensar en los mensajes proféticos de Amós. Nuestra comprensión de sus denuncias de la injusticia y de la inhumanidad de sus contemporáneos no se agotará si nos limitamos a una mera exposición histórica de su ministerio y al análisis lingüístico de sus discursos.
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En cambio, una toma de conciencia de los problemas sociales del mundo en que nosotros vivimos, dados los paralelos existentes entre la situación del profeta y la nuestra, no sólo hará más relevante el libro de Amós para el hombre de hoy, sino que nos proporcionará una visión más profunda y mucho más viva de lo que el profeta quiso decir. El contexto histórico del intérprete ha sido con frecuencia factor determinante de auténticos descubrimientos en la práctica de la exégesis. Fue la angustia de Lutero, abrumado por la doctrina católica de las obras meritorias y la opresión espiritual de Roma impuesta a la cristiandad, lo que llevó al reformador alemán comprender el alcance grandioso del texto «el Justo por la fe, Vivirá ». Al descubrimiento de la justificación por la fe, según a otros que inducirían a Lutero, a la luz de una Biblia interpretada en un contexto personal nuevo, a una nueva formulación teológica. La sola fides tendría su apoyo en la sola gratia, el solus Christus y la sola Scriptura. Así se recuperaba la esencia del Evangelio para la Iglesia de siglo XVI, después de más de un milenio de desviaciones doctrinales. Fue el anquilosamiento de un protestantismo encorsetado por formulaciones dogmáticas, y empobrecido por la institucionalización y sacramentalización de las iglesias, con sus millones de miembros nominales, lo que facilitó el descubrimiento de la enseñanza bíblica sobre la Iglesia de creyentes. Y es la situación actual del mundo, con sus graves problemas políticos, sociales, éticos, etc. lo que está espoleando a hermeneutas y teólogos para ahondar en la Escritura y discernir lo que DIOS dice a su pueblo acerca de su responsabilidad como sal de la tierra y luz del mundo. Es este contexto histórico del momento presente e que esta .Influyendo y abriendo nuevas perspectivas para la reconsideración de textos bíblicos olvidados o mal interpretados. Hay, en plena evolución hermenéutica, se recobra el concepto bíblico del hombre total. No se piensa sólo en salvar su alma y en su inmortalidad (conceptos heredados de Platón las que de la Escritura). Se piensa también en el cuerpo y en la vida más acá de la muerte. Se recobra, asimismo, la dimensión social de la fe cristiana, el sentido pleno del Reino de Dios, el valor de la creación presente pese al deterioro producido por la falta de cordura y el pecado del hombre. Todo esto no significa que se esté sacando arbitrariamente de la Biblia lo que ésta no contiene lo que sucede es que se están redescubriendo facetas del Evangelio que hablan quedado ocultas por tradiciones culturales y situaciones históricas diversas. Tales redescubrimientos debieran proseguir siempre que fueran; necesarios, siempre que antiguas o nuevas formulaciones teológicas, por incorrectas o incompletas, dejen de comunicar la Palabra de DIOS en respuesta a las preguntas y los clamores del, mundo. , Como sugieren los especialistas de nuestros días, la hermenéutica debe abrir un diálogo entre el pasado del autor bíblico Y, el presente del lector. Y como mediador en el dialogo esta el, interprete, quien ha de recorrer una y otra vez el círculo hermenéutico, acercándose por un lado al texto y por otro a su propio Contexto histórico, interrogando a ambos hasta llegar a discernir el verbo de Dios, significativo para los hombres de cualquier lugar o época. En esta labor es llamado a perseverar el exegeta, abierto constantemente al mensaje, siempre viejo y siempre nuevo, de la Biblia, con el que nunca estaremos suficientemente familiarizados. Sirvan de conclusión a este capítulo de consideraciones preliminares las palabras de Martin Buber: «Ocurre con la Biblia lo mismo que con un hombre a cuya presencia estamos tan acostumbrados que vivimos junto a él como si fuese una figura geométrica, de propiedades y proporciones de fórmula corriente. Semejantes relaciones reducen a la nada la sustancia de la vida y, con mayor razón, la sustancia de este libro, en el cual, durante milenios, cada generación encontró la significación particular que la ilustraba sobre su propia situación y la guiaba en las tareas del momento presente. Una tras otra, las generaciones leyeron en él un nuevo mensaje, desconocido hasta entonces, y que se dirigía a ellas, precisamente a ellas. A la luz de este mensaje, se revelaban los secretos de la Escritura. «En nuestra época, se ha oscurecido esta relación viva con la palabra viva. Todavía creemos que interpretamos sus signos: en realidad, pasamos por su lado. Los hemos recubierto de convenciones literarias, históricas, teológicas. Cierto que nuestros conocimientos filológicos y arqueológicos han progresado mucho en el terreno de la Biblia.
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Nuestra inteligencia teórica de la Escritura tiene, en la actualidad, una precisión metódica sin precedentes; es capaz de abarcar las informaciones con una fuerza sistemática inigualada. Pero la idea directa que nos forjamos de la realidad bíblica, como de una realidad determinante de la vida del hombre, permanece muy retrasada. Hemos perdido el camino de los orígenes y de la eternidad, donde cada cual puede encontrar lo que le está personalmente destinado. Hemos dejado de oír la voz.» Responsabilidad del intérprete es coadyuvar a que la voz sea oída de nuevo. EL ANTIGUO TESTAMENTO I. EL PENTATEUCO EL PENTATEUCO. (heb., torah, ley o enseñanza). Los primeros cinco libros de la Biblia:
Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio. El Pentateuco cubre un período de tiempo que abarca desde la creación hasta el fin de la era Mosaica. Génesis comienza con un relato de la creación, pero pronto centra su interés en la raza humana. A Adán y Eva se les confió la responsabilidad de cuidar del mundo que los rodeaba, pero perdieron ese privilegio por su desobediencia y su pecado. En las generaciones siguientes el mundo se volvió tan malvado que toda la raza humana, excepto Noé y su familia, fue destruida. Cuando la nueva civilización también se degeneró, Dios eligió cumplir sus promesas de redención a través de Abraham. La era patriarcal (Génesis 12—50) narra los acontecimientos de aprox. Cuatro generaciones, es decir, las de Abraham, Isaac, Jacob y José. Luego de los primeros vv. De Éxodo, el resto del Pentateuco se limita, cronológicamente, al período en que transcurrió la vida de Moisés. Por lo tanto, la liberación de Israel de manos de Egipto y su preparación para la entrada en la tierra de Canaán constituyen el tema principal. El núcleo histórico de estos libros sigue este esquema: Éxodo 1—19: De Egipto al monte Sinaí. Éxodo 19—Números 10: Israel acampa en el monte Sinaí (aprox. un año). Números 10—21: El pueblo elegido vaga por el desierto (aprox. 38 años). Números 22—Deuteronomio 34: Israel acampa frente a Canaán (aprox. Un año). La ley Mosaica fue entregada en el monte Sinaí. Como pueblo con el que Dios había hecho un pacto, los israelitas no debían conformarse a las prácticas idolátricas de los egipcios o las costumbres de los cananeos, cuya tierra debían conquistar y poseer. La religión de Israel era una religión revelada. La entrada a Canaán se postergó aprox. 40 años debido a la incredulidad de los israelitas. Para su estudio, el Pentateuco puede bosquejarse de la siguiente forma: I. La era de los comienzos (Génesis 1:1—11:32) A. El relato de la creación (Génesis 1:1—2:25) B. La caída del hombre y sus consecuencias (Génesis 3:1—6:10) C. El diluvio: juicio de Dios sobre el hombre (Génesis 6:11—8:19) D. El nuevo comienzo del hombre (Génesis 8:20—11:32) II. El período patriarcal (Génesis 12:1—50:26) A. Vida de Abraham (Génesis 12:1—25:18) B. Isaac y Jacob (Génesis 25:19—36:43) C. José (Génesis 37:1—50:26) III. Emancipación de Israel (Éxodo 1:1—19:2) A. Israel es liberado de la esclavitud (Éxodo 1:1—13:19) B. De Egipto al monte Sinaí (Éxodo 13:20—19:2) IV. La religión de Israel (Éxodo 19:3— Levítico 27:34) A. El pacto de Dios con Israel (Éxodo 19:3—24:8) B. El lugar de la adoración (Éxodo 24:9—40:38)
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C. Instrucciones para una vida santa (Levítico 1:1—27:34)
1. Las ofrendas (Levítico 1:1—7:38) 2. El sacerdocio (Levítico 8:1—10:20) 3. Leyes de purificación (Levítico 11:1—15:33) 4. Día de la Expiación (Levítico 16:1-34) 5. Prohibición de seguir costumbres paganas (Levítico 17:1—18:30) 6. Leyes de santidad (Levítico 19:1— 22:33) 7. Fiestas y estaciones (Levítico 23:1—25:55) 8. Condiciones para las bendiciones de Dios (Levítico 26:1—27:34) V. Organización de Israel (Números1:1—12:10) A. Censo de Israel (Números11:1—4:49) B. Reglas del campamento (Números15:1—6:21) C. Vida religiosa de Israel (Números16:22—9:14) D. Elementos de guía (Números19:15—10:10) VI. Etapas en la peregrinación por el desierto (Números 10:11—22:1) A. Desde el monte Sinaí hasta Cades (Números110:11—12:16) B. La crisis de Cades (Números113:1—14:45) C. Los años nómades (Números115:1—19:22) D. De Cades a las planicies de Moab (Números120:1—22:1) VII. Instrucciones para entrar a Canaán (Números 22:2—36:13) A. Preservación del pueblo elegido de Dios (Números122:2—25:18) B. Preparación para la conquista (Números126:1—33:49) C. Anticipación de la ocupación (Números133:50—36:13) VIII. Visión retrospectiva y visión futura (Deuteronomio 1:1—34:12) A. La historia y su importancia (Deuteronomio 1:1—4:43) B. La ley y su importancia (Deuteronomio 4:44—28:68) C. Preparativos finales y despedida (Deuteronomio 29:1—34:12) El Bosquejo Muestra La Breve Descripción De Cada Libro Y El Nombre Del Hijo De Dios (Jesús) Recibido En Toda La Biblia. Los primeros cinco libros del AT (Pentateuco) describen el comienzo del mundo y el comienzo de la nación judía. El pueblo judío llama a estos libros la Ley. *Moisés es considerado como su autor. GÉNESIS. *GÉNESIS: Es el libro de comienzos. Los caps. 1—11 abarcan la creación, la *caída del
hombre, el *diluvio y la expansión de las naciones. En el cap. 12, Dios escogió a Abraham para ser el padre de la raza judía. El resto de Génesis es la historia de Abraham y sus descendientes *Isaac, *Jacob y *José (los *patriarcas) y el inicio de los *judíos. Génesis es un nombre tomado del griego; significa “el libro de la generación o los orígenes”; se llama así apropiadamente pues contiene el relato del origen de todas las cosas. No hay otra historia tan antigua. Nada hay dentro del libro más antiguo que existe que lo contradiga; por el contrario, muchas cosas narradas por los escritores paganos más antiguos, o que se pueden descubrir en las costumbres de naciones diferentes, confirman lo relatado en el libro del Génesis. GÉNESIS. Es El primer libro de la Biblia. En la tradición judía el libro recibe su nombre de la primera palabra, bereshith (en el principio). El nombre Génesis, que significa principio, se deriva de la LXX y también se halla en la traducción latina (Liber Génesis). Mucho del libro trata de los orígenes. La tradición atribuye el libro a Moisés. Muchos de los relatos históricos de Génesis predatan a Moisés por grandes extensiones de tiempo. No hay ninguna razón por la cual no podría haber dispuesto estos relatos antiguos en la estructura literaria del libro. Se puede dividir a Génesis aprox. en tres partes: (1) La creación hasta la muerte de Taré, padre de Abraham (1—11),
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(2) una historia de los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob (12—36) y: (3) el relato de José (37—50).
La primera sección comienza con el relato de la creación, registra la caída de la raza humana, el diluvio y la torre de Babel. Los relatos patriarcales registran la primera declaración formal de la promesa a Abraham. La promesa, que más tarde tomó la forma de pacto (Génesis 15:12-21) garantizaba una herencia para el pueblo de Dios en todas las edades. Jacob es el progenitor de las 12 tribus de Israel (Génesis 35:23-26). Jacob y sus hijos llegan a Egipto como resultado de una escasez general. Entonces José se reunió con su familia y la estableció en la tierra de Egipto (Génesis 47:11, 12). Las narraciones acerca de José proveen el trasfondo histórico para el libro de Éxodo, que registra la esclavitud de los israelitas en Egipto y su posterior éxodo de esa tierra. Estas narraciones también señalan el período de esclavitud egipcia mencionado en el pacto abrahámico (Génesis 15:13, 14). LIBRO DE GÉNESIS: Primer libro de la Biblia, llamado por los judíos bereshith (en el principio) palabra hebrea con que se inicia el libro. Se llamó Génesis en la LXX, título adoptado después por la Vulgata y que alude al contenido del libro. El autor del libro quiere demostrar cómo Israel fue elegido entre las naciones del mundo y cómo llegó a ser el pueblo de Dios. Esta elección, sin embargo, no se basó en los méritos de los antepasados de Israel, sino en la gracia inmerecida de Dios. Enfocados desde ese ángulo se relatan la creación del mundo y del hombre, el pacto de Dios con el hombre, la caída en el pecado, la vida de los patriarcas y el pacto de gracia con ellos. ESTRUCTURA DEL LIBRO
El libro se divide en dos partes principales: la historia de la humanidad (caps. 1–11) y la historia de los patriarcas, o sea, el origen del pueblo del pacto (caps. 12–50). Después del relato monumental de la creación, que subraya que Dios es el único Creador, el libro mismo sugiere la siguiente división mediante la palabra toledoth (usada once veces en Génesis y traducida casi siempre por «generaciones» en RV) en el sentido de «historia del desarrollo»: HISTORIA DEL CIELO Y DE LA TIERRA (2.4–4.26) No como segundo informe de la creación, sino como fondo o escenario de la historia de la caída del hombre. Historia de Adán (5.1–6.8) Se avecina el diluvio por causa de la creciente depravación de las personas. Historia de Noé (6.9–29) Se contrasta con la de la humanidad pecadora. Noé se salva de la destrucción general producida por el diluvio. Historia de los hijos de Noé (10.1–11.9) Un informe breve de la dispersión de la humanidad sobre la tierra. Historia de Sem (11.10–26) Continuación de la genealogía del capítulo 5. Historia de Taré (11.27–25.11) Especialmente de su hijo Abraham. El elocuente testimonio del Nuevo Testamento a favor de la historicidad de estos pasajes es abrumador. Historia de Ismael (25.12–18) Explica por qué se excluyó a este de la historia de la salvación. Historia de Isaac y de su hijo Jacob (25.19–35.29) Señala la idea fundamental de la elección divina. Historia de Esaú (36.1–37.1) Su exclusión definitiva de la unión del pacto. Historia de Jacob (37.2–50.26) Principalmente la de su hijo José. AUTOR Y FECHA
El cuadro de la historia de José es totalmente auténtico. Todo el ambiente tiene notable color egipcio: la corte del Faraón, las costumbres descritas, la frivolidad de la mujer de
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Potifar, la interpretación de los sueños, el recibimiento de la familia de Jacob en Egipto y el propio lenguaje. Todo coincide con tanta perfección con las condiciones reinantes en el Egipto antiguo, que se comprende que la tradición judía haya atribuido el libro a Moisés, un perfecto conocedor de su tiempo. Lo mismo se observa en el relato de la época patriarcal, de Abraham y sus descendientes. Los descubrimientos arqueológicos han comprobado la exactitud histórica de toda la descripción. En aquel tiempo había una muy activa relación comercial y cultural entre Palestina y Egipto, como lo demuestran las cartas de TEL EL AMARNA. La historia de Moisés presupone una prehistoria y solo así se comprende que no se haya considerado a Moisés como fundador de la religión de Israel, sino a los patriarcas; solo así se explica que Israel haya aceptado como divino el mensaje que Moisés proclamó. Moisés quizás escribió el libro durante los años de la peregrinación. APORTE A LA TEOLOGÍA
La importancia teológica del Génesis es enorme. En este libro se aclaran cuestiones como el origen del mundo, el pecado original del hombre, la imagen de Dios, la progresiva depravación del género humano y la promesa de la victoria final de la simiente de la mujer. Describe no solamente la necesidad de la salvación de la humanidad, sino también su realización en los comienzos. Funde la historia general de la humanidad con la de los patriarcas: «Benditas en ti todas las familias» (12.3). Pablo más tarde habría de explicar que estas promesas fueron dadas antes que la Ley (Gal 3). La historia de Abraham subraya especialmente la fe en la promesa; la de Jacob y Esaú, la elección divina; la de José, la providencia divina. OTROS PUNTOS IMPORTANTES FUENTES
Si Moisés en efecto escribió el relato de los orígenes del mundo que, como el resto del libro de Génesis, se relaciona estrechamente con los libros siguientes, no se ha podido averiguar con certeza cuál haya sido la fuente de su información. Quizás fuera por revelación directa, o por documentos más antiguos. La tradición oral o escrita, apoyada por la longevidad y buena memoria de los patriarcas, también puede haber influido. Desde luego, es imposible reconstruir tales fuentes, pero valerse de ellas en modo alguno contradice la doctrina de la completa inspiración de las Sagradas Escrituras ni debe confundirse con la «teoría documentaria». Esta teoría sugiere que el PENTATEUCO es una compilación, efectuada progresivamente durante mil años, de cuatro documentos: el yavista, el elohista, el código sacerdotal y el deuteronomista. 1. NARRACIONES PREHISTÓRICAS
Están contenidas en los capítulos 1-11 del Génesis. Su grandiosidad es difícilmente superable, pues de forma monumental, con sencillez, pero al mismo tiempo con majestuosidad, nos presentan los grandes hechos de los orígenes. En ellos, de modo más o menos desarrollado, aparecen todos los elementos básicos de la revelación: la existencia y los atributos de Dios, la creación del hombre, la entrada del pecado en el mundo con sus funestas consecuencias y el principio de la redención humana. En su mensaje se halla la clave para descifrar los grandes enigmas que han preocupado al hombre acerca del universo y de sí mismo. Pero si es cierto que nadie puede negar la grandeza de esta parte introductoria de la Biblia, también es verdad que plantea espinosas dificultades hermenéuticas. Estas se complican tanto más cuanto más se pierde de vista la naturaleza y la finalidad de los textos. Pensar que el propósito del primer capítulo del Génesis es darnos una lección de cosmogonía, de geología o de biología evidenciaría una incomprensión total del carácter de este pasaje y probablemente nos conduciría a conclusiones contrarias a las bien probadas de la ciencia. Es muy antiguo el conflicto entre determinadas interpretaciones del capítulo mencionado y las modernas afirmaciones científicas.
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No hay contradicción real entre el relato bíblico y los hechos en él registrados. La contradicción se produce en el plano interpretativo a causa de errores tanto en el lado de los exegetas como en el de los científicos. Las posiciones de unos y de otros deberían revisarse continuamente, pues ninguna de las dos partes es infalible. Se erró deplorablemente, por ejemplo, cuando, alegando razones bíblicas inexistentes, se obligó a Galileo a retractarse de su teoría heliocéntrica. Pero igualmente se ha incurrido en error cuando se ha desacreditado la Biblia invocando conclusiones científicas que parecían irrefutables, definitivas, pero que posteriormente han sido rectificadas o totalmente abandonadas. Tan improcedente es la hiper-ortodoxia religiosa en la exégesis de la Escritura como el dogmatismo en la elaboración de hipótesis científicas. Cuando se descartan los extremos y se efectúa la exégesis con análogo respeto hacia la Biblia y hacia los descubrimientos científicos, no es imposible hallar caminos válidos de armonización que confirman una verdad fundamental: el Dios que inspiró la Biblia es el mismo que creó el universo con todas las maravillas que la ciencia va descubriendo. Pero es, sobre todo, la comprensión de la naturaleza y finalidad de los textos lo que más nos ayuda a avanzar por el camino de la interpretación sin roces serios con la información aportada por la ciencia. Por eso hemos de subrayar que las narraciones prehistóricas del Génesis no tienen por objeto ilustramos científicamente respecto al origen del universo o al principio y desarrollo inicial de la raza humana desde un punto de vista rigurosamente histórico. Su finalidad es eminentemente teológica. Constituye una refutación magistral de muchos errores en boga antiguamente (politeísmo, astrología, dualismo, formas diversas de culto a la fertilidad, etc.) y establece una sólida conexión entre creación y redención, entre el Dios todopoderoso y el Dios del pacto, entre la historia del mundo y la historia de la salvación. De este modo se da respuesta a los interrogantes más profundos y angustiosos. No se nos facilitan detalles del proceso de la creación, del modo como Dios hizo las cosas, lo cual sólo podría satisfacer nuestra curiosidad intelectual. Lo que los capítulos introductorios del Génesis nos ofrecen es una cosmovisión del tiempo y del espacio adecuada a nuestras inquietudes espirituales. Hay preguntas de trascendencia suprema: ¿Qué o quién hay antes del principio del universo? ¿Quién lo sostiene y rige? ¿Qué o quién soy yo? ¿De dónde vengo y a dónde voy? ¿Qué explicación tiene el misterio del mal? ¿Hacia dónde avanza la humanidad? Para tales preguntas ninguna rama de la ciencia tiene respuesta. Pero la narración bíblica sí la tiene. Y es el mensaje de esa respuesta lo que el intérprete debe descubrir. Lo que acabamos de señalar no significa, sin embargo, que los puntos de contacto entre el texto bíblico y la ciencia sean puntos de fricción. Las diferencias entre un texto moderno de astronomía o de antropología y el relato bíblico de la creación radican en el propósito con que fueron escritos y en su forma. Pueden compararse a la diferencia entre un poema y una escultura referidos a un mismo tema o, como sugiere Derek Kidner, a la distinción entre el retrato de un artista y el diagrama de un anatomista.' Pero las diferencias no son discrepancias. De hecho, como bien observa R. K. Harrison, «hay consonancias sorprendentes con las teorías y los descubrimientos científicos, hecho sumamente asombroso SI se tiene en cuenta que la finalidad de Gn. 1 nunca fue la de construir un documento científico en el sentido occidental hoy aceptado». Hechas estas consideraciones generales sobre los primeros capítulos del Génesis, procederemos a examinar sus partes más importantes. Un análisis minucioso sería de enorme interés, pero los límites de esta obra nos obligan a ceñirnos a los aspectos que mayor utilidad pueden tener para la exégesis. 2. LA CREACIÓN (GN. 1 Y 2)
En el Antiguo Testamento no existe una doctrina de la creación con entidad propia. Casi siempre la acción creadora de Dios aparece relacionada con su obra redentora (Comp. Sal. 74:12-17; 89:10-19; 65:8; Is. 51:9-11; 27:1-13). Este hecho puede observarse en el conjunto de los capítulos iníciales del Génesis. Sin embargo, esta narración destaca la reciedumbre doctrinal del cuadro que sobre la creación nos ofrece.
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Desde el primer momento, con las primeras palabras, aparece claramente el sentido teológico del relato bíblico. «En el principio Dios creó los cielos y la tierra.» El universo no es eterno; tuvo un comienzo. Tampoco surge, como afirmaban algunas cosmogonías, de un conflicto entre dos grandes poderes míticos opuestos entre sí, sino de la voluntad de un Dios único, soberano. Ni es una emanación de la divinidad con la que mantiene una relación de consubstancialidad panteísta, de modo tal que Dios lo sea todo y todo forme parte de Dios. El relato bíblico de la creación afirma con gran rotundidad la trascendencia de Dios, quien es el «completamente Otro», del todo diferente de la creación e infinitamente superior a ella. No aparecen fuerzas o seres inferiores intermedios entre el Creador y el universo. Todo es hecho por la fuerza de la voluntad divina expresada mediante la palabra. «Dijo Dios... », Y lo que dijo se realizó. A la luz del Nuevo Testamento, aprendemos que todo tiene lugar mediante la acción del Verbo (Jn. 1:3; Col. 1:16; He. 1:2). Sin embargo, la acción directa de Dios en la creación no excluye necesariamente el uso por su parte de causas secundarias en el desarrollo de la misma. El texto sugiere que en tres momentos especiales hubo una acción claramente creativa, directa, como resultado de la cual surgió algo completamente nuevo: la creación original de cielos y tierra (v. 1), la de los animales (v. 21) y la del hombre (v. 27). En los tres casos se usa el verbo hebreo bará, que primordialmente significa la operación de un poder infinito por el que surge a la existencia algo maravillosa, antes inexistente. Pero aparte de estos tres casos, se usan otros verbos (hacer, producir), los cuales podrían sugerir la posibilidad de que en el proceso de la creación actuaran fuerzas secundarias y se usaran materiales ya existentes. Es de destacar el lugar que en el relato bíblico ocupan los grandes astros. Estos, en la concepción que del universo tenían muchos pueblos antiguos, poseían rango divino y actuaban fatídicamente como fuerzas determinantes del destino humano. Pero en el Génesis el sol, la luna y las estrellas son despojados de todo signo divino y de sus misterios astrológicos. Como observa von Rad, «la voz "lumbreras" es voluntariamente prosaica y degradante. Cuidadosamente se ha evitado dar los nombres "sol" y "luna" a fin de evitar toda tentación: la palabra semita para decir "sol" era también un nombre divino»,' Los astros son obras de Dios e instrumentos en sus manos para la realización de propósitos determinados: ser simples luminarias, fijar ser aradamente el día y la noche y señalar las estaciones (vv. 1418. De modo análogo, la sexualidad aparece con las características que objetivamente le corresponden. Es medio de comunión a nivel profundo entre un hombre y una mujer y de procreación. Pero la relación sexual carece por completo de las connotaciones religiosas que tenía, por ejemplo, entre los cananeos, quienes la asociaban con el culto tributado a sus divinidades, convencidos de que regulaban la fertilidad en todo el ámbito de la naturaleza. Una comparación del texto del Génesis con las ideas religiosas predominantes en torno a Israel nos muestra claramente la incomparable singularidad del testimonio bíblico, así como su indubitable superioridad. En cuanto a la forma en que la narración es presentada, hemos de tener presente la peculiaridad de los hechos descritos. No hubo testigo humano que los presenciara e ignoramos el modo como Dios pudo revelar lo acontecido. Y si lo importante era no la exposición «científica» de los hechos sino el mensaje que proclamaba la grandeza del Creador, no debe sorprender que los primeros capítulos del Génesis, más que un cuadro narrativo completo, nos ofrezcan unas pinceladas maestras mediante las cuales se destaca lo esencial de la obra creadora de Dios. La descripción del proceso creativo es más bien pictórica. Desde el punto de vista literario, el capítulo 1 del Génesis se asemeja más a un cántico majestuoso que a un relato. Esto no anula la historicidad de su contenido; pero debe prevenirnos contra las posturas hermenéuticas excesivamente literalistas. Los «días» de la creación no necesariamente han de interpretarse como periodos de 24 horas. En opinión de muchos comentaristas conservadores, pudieron ser espacios de tiempo de miles o cientos de miles de años, lo cual estaría en consonancia con los descubrimientos geológicos. Y el orden de lo acaecido en cada uno de los días no ha de ser
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imprescindiblemente cronológico. Algunos autores han hecho notar la correspondencia existente entre el primer día y el cuarto, entre el segundo y el quinto, entre el tercero y el sexto: 1. Luz 4. Astros 2. Mar y atmósfera 5. Animales marinos y aves 3. Tierra fértil 6. Criaturas terrestres Ello puede dar una perspectiva de los hechos diferente de la rigurosamente cronológica. La creación del hombre se narra en dos relatos diferentes (Gn. 1:26-30 y 2:7-25) que se complementan admirablemente. En el primero aparece el ser humano como una parte más, aunque la más grande, entre las restantes de la creación. En el segundo, el hombre se convierte en el centro de la narración. Cuestión especial relativa a la forma del texto bíblico es la suscitada por algunos autores respecto a las coincidencias observables al compararla con narraciones mesopotámicas de la creación, de la caída y del diluvio. Los primeros capítulos del Génesis ¿son una adaptación de tales narraciones, debidamente depuradas de sus elementos paganos y ajustadas a la teología yahvehísta? Algunos de sus elementos ¿no son claramente mitológicos? En respuesta a tales preguntas, podemos decir que más sobresalientes que los puntos de analogía son las diferencias y, como afirma Harrison. «A la luz de este principio se desprende que una comparación no ofrece paralelos reales entre los relatos del Génesis sobre la creación y el Enuma Elish», poema épico mesopotámico de la creación. El propio Harrison hace referencia a G. E. Wright, quien de modo convincente demostró lo inadecuado del mito como forma descriptiva de la verdad bíblica, destacando la diferencia entre el material de la Escritura y las antiguas composiciones politeístas del Oriente Medio." Nada hay en la cosmogonía bíblica que hoy resulte ridículo, como sucede con otras cosmogonías. No hallamos en el Génesis ninguna descripción de la tierra comparable a la de las antiguas tribus indias que representaban nuestro planeta como un gigantesco platel sostenido por tres elefantes, los cuales, a su vez, se apoyaban sobre la concha de una enorme tortuga; ningún relato fantástico como el del clamor de Apsu ante Tiamat porque antes de la creación de los astros no puede descansar de día ni dormir de noche (Enuma Elish); ninguna concepción semejante a la común a las mitologías egipcia, fenicia, india e iraní, según la cual el mundo era resultado de la incubación de un huevo; ninguna afirmación parecida al mito hitita de Ullikummi (el cielo fue desgajado de la tierra por un tajo de una gran cuchilla): nada que pueda sugerir la concepción mítica del origen del mundo como fruto de la unión sexual de los dioses padres: el cielo y la tierra (mitologías egipcia, india y china). En el relato bíblico, todo se mantiene en un plano tan elevado de sobriedad, tan exento de fantasías absurdas, que aun hoy sigue inspirando respeto a sus lectores, cualquiera que sea su posición religiosa o científica. No sería, sin embargo, motivo de asombro que, a pesar de la ausencia del mito en las narraciones bíblicas, aparecieran en sus textos expresiones propias del lenguaje mitológico. No podemos olvidar que determinados conceptos y términos formaban parte del bagaje cultural de los israelitas, y entre ellos haya algunos evidentemente emparentados con la literatura mitológica. A tal efecto, podemos recordar las alusiones a Rahab, monstruo del caos en la mitología babilónica, en textos como Job 9: 13; 26: 12; Sal. 89: 10 e Is. 51:9; o las referencias al Leviatán y al dragón (Job. 3:8; 41:1-14; Sal. 104:26; Is. 27:1; 51:9; Jer. 51:34). Pero independientemente de cualquier posible coinciden, entre la terminología del texto bíblico y algunas de las expresiones comunes a la literatura de otros pueblos, parece obvio que en el texto hay componentes simbólicos a los que no sería prudente acercarse con una actitud extremadamente literalista. Esta observación ha de ser tenida en cuenta cuando se interpretan algunos detalles de Gn. 2 y 3, tales como el polvo o arcilla de la tierra con que Dios hizo al hombre, el soplo divino en la nariz de éste, el huerto del Edén, los árboles de la vida y de la ciencia del bien y del mal o la costilla de Adán de la que fue formada la mujer, si algunos de estos elementos reaparecen .en otros lugares de la Biblia con un significado claramente simbólico (Ec., 3:20; 12:7; Is.
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51:3; 1 Co. 15:47; Ap. 2:7; 22:2, .14), no parece lógico pensar que en los textos del Génesis sólo la interpretación rigurosamente literal es válida. En ellos lo esencial es el contenido rea~ de los hechos narrados. Y ese contenido no se altera SI se admite la Posibilidad de un lenguaje pictórico, no científico, en el que cabe legítimamente el recurso del símbolo. Lo que nunca debe suceder es que las conclusiones hermenéuticas en cuanto a la forma desfiguren o niegan la realidad del contenido. Este podría resumirse en las siguientes proposiciones: 1. Todo cuanto existe tuvo su origen en Dios. El universo no es eterno. Sólo el Creador lo es. . 2. Dios es único y soberano. No hay otros seres o fuerzas divinizadas que puedan rivalizar con El. 3. La creación de la tierra es la preparación de un escenario en el que Dios pondrá al hombre como corona de la creación. 4. El ser humano es resultado de un acto creador especial de Dios. Independientemente del método usado por el, Todopoderoso para tal creación en el aspecto físico, el hombre solo fue hombre cuando recibió el «hálito» de Dios, cuando quedó plasmada .en el la imagen de su Creador, cuando -como alguien ha sugerido dejó de ser «algo» para ser «alguien»: 5. Existe básicamente una plena Identidad física, psíquica y espiritual entre el hombre y la mujer. La monogamia distingue al matrimonio según el plan divino. 6. Propósito inicial de Dios para con el hombre fue que este actuase como virrey suyo en el mundo, administrando sus maravillosos dones con un señorío digno, benéfico, sobre los demás seres y en armonía con el conjunto de la creación. 7. La raza humana constituye un todo orgánico, una unidad por su origen de un tronco común, por la identidad de características físicas y psíquicas y por la relación de solidaridad moral entre todos sus miembros. Este hecho es de capital Importancia para entender tanto los efectos universales de la caída de Adán como los de la obra redentora de Cristo (l Cr. 1:1; Job 15:7; Os. 6:7; Lc. 3: 38; He. 17: 26; Ro. 5: 14; 1 Co. 15: 22-45; 1 Ti. 2:13-14). 3. LA CAÍDA (GN. 3)
En este punto ha de aplicarse de modo concreto cuanto llevamos dicho con carácter general. Por un lado debe tomarse en consideración la forma del lenguaje, en la que no conviene descartar de plano la posibilidad de elementos simbólicos. Por otro lado ha de preservarse la historicidad del relato, salvando las ambigüedades de algunos teólogos que, prescindiendo de ella o negándola abiertamente, han visto en el texto bíblico una mera ilustración de la experiencia humana del pecado. No es, según ellos, el factor histórico lo que cuenta, sino el supratemporal, el existencial, la vivencia de la caída en la experiencia de cada individuo. Este punto de vista, como se desprende de los textos arriba citados en apoyo de la unidad corporativa de la raza humana, no es coherente con una sana teología bíblica. Haciendo nuestra una afirmación de R. K. Harrison, «relegar la caída a la región sombría de una Geschichte (historia) o Urgeschichte (prehistoria) supratemporal es adoptar una posición no realista hacia uno de los rasgos más compulsivos y característicos del horno sapiens y eliminar todo fundamento sustancial para una doctrina del hombre que haga justicia a las narraciones del Antiguo Testamento»." El relato bíblico de la caída, con las características literarias que ya hemos mencionado, se centra en los aspectos básicos de esa funesta calamidad. No pretende contestar la pregunta relativa al origen del mal; y, por supuesto, nada hay en él que sugiera el dualismo, la existencia de dos fuerzas eternas, el bien y el mal, siempre presentes en todo el ámbito del universo. El pecado no es inherente al hombre, salido de las manos de Dios como una obra perfecta. El hombre, originalmente, no lleva dentro de sí el bien y el mal, sino solamente el bien. Pero su capacidad de decisión propia de un ser libre conlleva la posibilidad de caer en el mal. La caída se inicia con la incitación de la «serpiente» y se consuma cuando la mujer secundada después por el hombre cede a la codicia fatal de querer alcanzar rango divino.
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A. EL CREADOR HABÍA COLMADO A LA PRIMERA PAREJA DE DONES INESTIMABLES. EL SER HUMANO ERA LA MÁS PRIVILEGIADA DE LAS CRIATURAS.
Pero tenía sus limitaciones. Le estaba vedado el árbol de la «ciencia del bien y del mal». Von Rad hace notar que, «según el uso del idioma hebreo, el narrador entiende con estas palabras un proceso que no se limita al ámbito meramente intelectual. El verbo yada' (saber) indica a la vez el conocimiento y el dominio de todas las cosas y de sus secretos, pues aquí no debemos entender el bien y el mal en su sentido moral, sino en el significado de "todo"». La posesión de tal conocimiento y dominio era algo privativo de Dios. Y a alcanzarlo fue incitada Eva. La desobediencia de la mujer era una acusación contra la bondad y la veracidad de Dios; constituía un acto de rebeldía contra su autoridad. Las consecuencias no podían ser más patéticas. Con la caída se ponía en funcionamiento todo el mecanismo de la «muerte» del hombre anunciada previamente por Dios (Gn. 2: 17). Automáticamente nace el sentimiento, de culpa, de vergüenza, de temor, y el lógico intento de huir de El (3:7, 8). El camino de acceso a la comunión con el Creador ha quedado bloqueado. Ahora se abre el camino de la frustración, del resentimiento, de las falsas excusas y de las inculpaciones injustas (3: 12, 13). El juicio divino recae con perfecta justicia sobre cada uno de los protagonistas de la caída. La humanidad queda sometida al yugo de la existencia penosa, al final de la cual sobreviene la muerte física (3:14-19). El pecado acababa de irrumpir en el mundo con toda su horrible carga de sufrimiento y tragedia. En su irrupción lo invadiría todo y todo lo marcaría con sus zarpazos. La personalidad del hombre, su relación con Dios, el matrimonio, la convivencia social, la relación con la naturaleza, todo sufriría los efectos del desgarramiento, del conflicto, de la degradación. Pero en medio de este cuadro tenebroso resplandece la primera promesa de Dios al hombre caído, el llamado proto-evangelio (3:15). El conflicto humano con la «serpiente» se resolvería con el triunfo de la «simiente» de la mujer. En el cumplimiento del tiempo, Cristo, nacido de mujer (Gá. 4:4), vendría a deshacer las obras del diablo (l Jn. 3:8) y así poder levantar al hombre caído a las alturas de una nueva humanidad. B. TRANSCURRIRÁN MUCHOS SIGLOS ANTES DE QUE LA PROMESA SE CUMPLA.
En el transcurso de la historia se escribirán páginas muy negras, testimonio de la creciente degeneración de los descendientes de Adán. Pero el propósito de Dios se mantendrá. La promesa no será invalidada. Los rigores de la justicia divina serán atemperados por la misericordia. Fue Dios mismo quien, al final del drama del Edén, «hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles y los vistió» (3:21).13 C. EL HOMBRE TENDRÍA QUE SER EXCLUIDO DEL PARAÍSO.
En su nuevo estado moral y espiritual, la mayor desgracia para la humanidad habría sido tener acceso al «árbol de la vida» y así perpetuar su miserable condición. Era mejor que los querubines y la espada flamígera se lo impidieran (3:22-24). En el fondo, a pesar de la apariencia negativa, era una prueba más del amor de Dios. Inevitablemente la humanidad tendría que gemir con el resto de la creación también afectada por el pecado- bajo la servidumbre de corrupción; pero los gemidos no excluirían de modo absoluto la esperanza. En los planes divinos el último capítulo de la historia humana es la liberación para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios (Ro. 8: 19-25). Cuando esos planes se cumplan, las ruinas causadas por el pecado habrán desaparecido para dar lugar a una nueva creación. Ésta es la perspectiva que empieza a perfilarse en Génesis 3. El exegeta deberá tenerla en cuenta en el momento de proceder a la interpretación de ese capítulo. D. LA MULTIPLICACIÓN DEL PECADO (GN. 4:1-11:9)
La ruptura que la caída había producido en la relación del hombre con Dios pronto tuvo como consecuencia el deterioro de la relación del hombre con su hermano. Se puso de manifiesto que el Pecado nunca se detiene afectando únicamente la dimensión vertical del comportamiento humano. Se extiende también en su dimensión horizontal. El hombre enemistado con Dios está en el camino de la enemistad con los demás hombres. Adán, el rebelde, engendra a Caín, el fratricida. A la soberbia del primer pecado, siguen la desvirtuación del culto, la envidia, el resentimiento, la violencia, el primer asesinato. Apenas
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se ha extinguido el eco de la primera pregunta de Dios, « ¿Dónde estás tú?» (3:9), cuando se oye un segundo interrogante, tanto o más estremecedor: «¿Dónde está tu hermano?» (4:9). Con un estilo llano, sencillo, la narración pone ante nuestros ojos el principio de los grandes males sociales que ha conocido la historia: el egocentrismo, la irresponsabilidad respecto a los demás, el escaso o nulo aprecio de la vida del prójimo. Pero también nos muestra algunos de los sufrimientos impuestos por esos males: el miedo, la soledad, la tortura del sentimiento de culpa (4:12-14). Pese a todo, Dios no abandona completamente a Caín. Pone sobre él una marca protectora (4:15). Este hecho es el principio de una acción divina que tiene por objeto levantar diques providenciales para impedir el desbordamiento de la maldad en el mundo. Tales diques, sin embargo, no impedirían la aparición de nuevas manifestaciones de pecado cada vez más alarmantes. Y Dios tendría que combinar su acción protectora con sus juicios. La siembra de Caín produciría una abundante cosecha en la vida de Lamec (4: 1824). A estas alturas de la narración bíblica, se observa un notable progreso cultural, pero también un incremento de la soberbia y de las actitudes violentas. La cultura nunca ha sido panacea para remediar los males de la sociedad. El hombre ha ido dominando más y más la naturaleza y sus fuerzas, pero no ha podido domeñar sus propias tendencias al mal. Frecuentemente el avance de la cultura ha coincidido con el retroceso moral. Es interesante notar la aparición de Set en el relato bíblico (4:25, 26). Nos es presentado como el principio de una nueva línea, no sólo genealógica, sino espiritual. La estirpe cainita parecía irremisiblemente orientada hacia la impiedad y la injusticia. La de Set sería la de los hombres que «comenzaron a invocar el nombre de Jehová» (4:26), con figuras tan notables como la de Enoc (5:18-24). Esta línea seguiría manteniéndose en el correr de los siglos, no tanto a través de los descendientes naturales como de los sucesores espirituales (Comp. Ro. 4:16; 9:8). En el avance del pecado sobre la tierra, sobresale un hecho narrado de forma críptica (6:1, 2). El texto ha sido interpretado de diferentes modos. Los «hijos de Dios», en opinión de algunos, eran los descendientes de Seto A juicio de otros eran ángeles caídos, posiblemente encarnados. En apoyo de esta segunda interpretación se invoca el uso de la expresión «hijos de Dios» en otros pasajes del Antiguo Testamento para referirse a seres angélicos (Job. 1:6; 2: 1; 38:7; Dan. 3:25); se alude al deseo de los demonios de alojarse en cuerpos humanos (posesión demoníaca) y se cita 2 P. 2:4 y Jud. 6:7. Ninguno de estos pasajes parece concluyente; pero tampoco existe base suficiente para rechazar de plano la interpretación mencionada, la cual, por otro lado, quizá explicaría mejor la naturaleza de los Nefilim o gigantes de 6:4, la aparición de lo que von Rad ha denominado una «superhumanidad» diabólica 14 con todo lo que de sugerente tiene respecto a la humanidad de épocas posteriores. Pese a lo oscuro del texto, una cosa aparece clara: la mistificación de las dos estirpes (hijos de Dios e hijos de los hombres) marca un punto culminante en la multiplicación de la maldad sobre la tierra. Por otro lado, la presencia y la influencia de la línea se tita prácticamente se ha extinguido; quizá como consecuencia de la mistificación. Sólo queda un hombre justo. La reacción dolorida de Dios es inevitable (6:6, 7). Un nuevo juicio divino va a recaer sobre la humanidad. Pero una vez más será un juicio con misericordia. Al final, predominará la promesa, el pacto, la voluntad salvífica de Dios. 4. EL DILUVIO SOBREVIENE CON SUS EFECTOS EXTERMINADORES.
La catástrofe quedaría bien grabada en el recuerdo de los supervivientes. Así parece desprenderse de las tradiciones conservadas con profusión de detalles en pueblos tan diversos como los asirios, caldeos (poema épico de Gilgames), los chinos y los indios precolombinos.
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La historicidad del relato es confirmada en otros pasajes bíblicos (Is. 54: 9; 1 P. 3: 20; 2 P. 2: 5; 3: 3-7). Jesús mismo se refirió a él con la misma objetividad histórica con que aludía a la situación moral del mundo en el tiempo de su segunda venida (Mt. 24:36, 37). En cuanto a la universalidad del diluvio, no parece necesario interpretarla en el sentido de que sus aguas cubrieran toda la superficie sólida del planeta. Bastaba con que alcanzara la parte del mundo habitada por los protagonistas de la historia primitiva registrada en los capítulos anteriores. Concluido el diluvio, se establece un nuevo hito en la historia de la salvación. No sólo se confirma Gn. 3:15, sino que Dios da un paso de acercamiento a la humanidad que tendría carácter definitivo, irrevocable. A pesar de la proclividad humana al mal, ninguna nueva maldición comparable a la del diluvio pesara sobre la tierra a causa del hombre, ninguna destrucción global (8:21). La benéfica providencia divina en el ámbito de la naturaleza no cesará (8:22). La capacidad de supremacía del hombre sobre los demás seres creados se mantendrá (9: 1-3). Tan favorable disposición por parte de Dios se expresa .en forma de pacto solemne, incondicional, en favor de toda la tierra y de cuantos seres la pueblan (9:8-11). El arco-iris sería la señal recordatoria de tal pacto (9:13-17). En este marco, impresiona el relieve que sigue dándose al valor sagrado de la vida humana. Pese al horrible deterioro moral causado por el pecado, el hombre todavía conserva la imagen de Dios (9:5-6). Por ello todo homicidio, además de crimen graves un sacrilegio. Hay en este hecho una verdad de profundo significado que irá patentizándose a medida que progrese la revelación: el hombre, por grave que sea el estado de degeneración a que pueda llegar siempre es un ser salvable. A hacer efectiva su salvación irá encaminada la acción de Dios a lo largo de la historia. Los descendientes de los hijos de Noé se multiplican. Se forman pueblos y naciones que se extienden por las diversas partes del mundo. La mayoría de los nombres consignados en la lista de Gn. 10 (y 11: 10-30), convertidos en utilidades colectivas, han sido identificados mediante fuentes históricas extra-bíblicas, Pero este capítulo no tiene por objeto iniciarnos en el estudio de la etnografía. Como el resto del material narrativo, tiene una finalidad teológica. La historia de la salvación no va a tener ninguna figura notable después de Noé hasta Abraham. El autor del Génesis por ha haber pasado directamente del uno al otro. Pero la vocación de Abraham y la posterior formación de Israel ni le producen en el vacío ni constituyen un fin en SI mismas. Están estrechamente vinculadas a los propósitos que Dios tenía para todos los pueblos. «En ti serán benditas todas las familias de la tierra» (Gn. 12:3) fue dicho a Abraham. Las naciones estaban en el plan redentor de Dios. Era lógico, pues, que su enumeración tuviese un lugar en el texto precedente a Gn. 12. Pero el hecho de que Dios tuviese en mente a todas las naciones no implica que éstas, a medida que iban formándose y creciendo se elevaran a la altura de los designios divinos. La realidad fue todo lo contrario, como se ilustra dramáticamente en el relato de la torre de Babel. Aparece la narración insertada en la lista de descendientes de Sem (10:22 y ss.; 11: 10 y ss.) y es como un botón de muestra de la arrogancia humana, la cual crecía a medida que los pueblos se desarrollaban. Babel es el símbolo por excelencia de la autoafirmación del hombre frente a Dios, y también de su locura espiritual. Los constructores pensaban probablemente en «Bab-ill» (puerta de Dios) pero Dios convirtió su obra en balal (confusión). La diversidad lingüística no tiene aquí su origen (Véase Gn. 10:5). Pero las lenguas confundidas en Babel son resultado de un juicio divino local, la humillación correspondiente a quienes se ensalzaban impíamente. Ala luz de Gn. 11:9, podemos ahondar en el significado de la dispersión de hombres y pueblos. No es sólo el resultado de una expansión natural; es, sobre todo, consecuencia de la imposibilidad de que los hombres sin Dios convivan juntos en relación de fraternal armonía. El pecado, que alejó al hombre de Dios, le aleja también de sus semejantes. Desde la más remota antigüedad, la humanidad ha sido incapaz de librarse del fatídico dilema: o
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separación o confrontación. Un fruto más de la triste cosecha recogida por un mundo en rebeldía contra su Creador. «El pecado entró en el mundo» (Ro. 5: 12) y se extendió devastadoramente sobre todos los pueblos acarreando consigo secuelas de caos y frustración, de injusticia, de sangre y lágrimas, de pavor. La luz de la gracia redentora de Dios, que brilla desde el momento mismo que sigue a la caída, no atenúa -más bien la contrasta la negrura de la pecaminosidad humana. Ese es uno de los puntos capitales del mensaje contenido en la prehistoria bíblica y una de las claves para la interpretación de sus narraciones. 5. NARRACIONES HISTÓRICAS A. PERIODO PATRIARCAL (GN. 12-50)
Tal como hicimos al estudiar el periodo anterior, hemos de subrayar la historicidad del material del Génesis relativo a los patriarcas. El término mismo, el hebreo abot, significa «antecesores», pero no unos antecesores simbólicos, sino seres humanos reales. La opinión de J. Wellhausen de que no es posible obtener conocimiento histórico de los datos bíblicos, ya que éstos son más bien producto de una reflexión teológica efectuada bastantes siglos más tarde, ha sido desvirtuada y casi abandonada como resultado de los descubrimientos arqueológicos llevados a cabo a lo largo del siglo XX. Hay numerosos puntos de contacto y analogía, que no se dieron en épocas anteriores, entre los relatos bíblicos y los textos extra-bíblicos hallados en las excavaciones relativas al estilo de vida en Mesopotamia y Egipto o a prácticas de los amorreos Y de los jurritas, contemporáneos de los patriarcas. Hoy puede asegurarse que el texto del Génesis refleja fielmente la época a que se refiere, es decir, el mundo semítico occidental durante los años 2000-1500 a. de C. Tan abrumador y convincente es el testimonio arqueológico que la mayoría de los comentaristas modernos más acreditados, tales como O. Proksch, H. Junker y R. de Vaux admiten la historicidad sustancial de los acontecimientos narrados en el primer libro de la Biblia. Pero una vez confirmada la historicidad de los relatos patriarcales, lo más importante desde el punto de vista hermenéutico descartar el significado de su contenido. Para ello es necesario partir de hecho de que las narraciones no son biografías redactadas con objeto de satisfacer la curiosidad histórica de los lectores. Su propósito es referir unos hechos reveladores de los grandes propósitos de Dios. Estos propósitos van cumpliéndose en un escenario humano, muy humano, en el que la sabiduría, la justicia, el amor y la soberanía de Dios se entrelazan con la fe y los defectos de los patriarcas. Los capítulos 10 y 11 nos dejan frente a las naciones en su diversidad, en su expansión creciente; y también en su creciente impiedad. ¿Hacia dónde avanzan esas naciones? ¿Cuál es el rumbo de la humanidad? ¿A qué meta conduce el curso de la historia? ¿Se desarrolla ésta bajo el signo del azar? ¿O estará sometida a un hado maléfico inescapable? La respuesta empieza en Gn. 12. El mundo y la historia seguirán bajo el control divino y en ellos se llevará a cabo, de modo gradual y progresivo, la acción salvífica de Dios. La historia se inicia súbitamente en un aparente despego de Dios respecto al conjunto de los pueblos. Todo el interés se centra en una persona y en su descendencia: Abraham, Isaac, Jacob y sus hijos. Pero esta drástica reducción entrañaba un plan vastísimo. A la larga, como ya hemos hecho notar, en Abraham serían benditas «todas las familias de la tierra» (Gn. 12:3). Con Abraham se inicia la formación de un pueblo llamado a ser depositario de la revelación divina con miras a irradiar la luz de la salvación hasta los últimos confines del mundo. A semejanza de lo acaecido en la creación del universo, la creación de este pueblo especial se efectúa por el poder de la palabra de Dios. En el momento oportuno, Dios llama a Abraham.
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En la palabra divina hay una triple promesa: la posesión de una nueva tierra, una descendencia incontable y una relación especial del patriarca y su estirpe con Dios, quien les guardaría y guiaría (Gn. 12:1-3, 7; 15:1-5; 17:1-8). Aquí vemos ya con un relieve considerable dos de los puntos más sobresalientes de la teología del Antiguo Testamento: la elección y la promesa, que llega a tener forma de pacto (17:1-14). En todo ello se destaca la soberana iniciativa de Dios. Y todo se mantendrá por voluntad de Dios. B. ABRAHAM ES SIMPLEMENTE EL RECEPTOR DEL FAVOR DIVINO.
Pero la soberanía de Dios en el plan de la salvación nunca excluye la actitud correspondiente por parte del hombre. Esta actitud es la de la fe. He ahí otro de los elementos más prominentes en el mensaje de los relatos patriarcales. El escogido y llamado ha de responder con una confianza plena que el que llama y con una entrega sin reservas a dejarse guiar por El. Creer significa apoyarse en Dios. Este fue el camino abierto a Abraham. Su vocación no significaba solamente una ruptura con los conceptos y prácticas de la idólatra humanidad posdiluviana. Era asimismo el inicio de un nuevo estilo de vida determinado por la obediencia de la fe. Día a día la existencia dependería de Dios y en Él hallaría su sentido. Sometiéndose a Dios, Abraham salió de Ur para ir a Canaán. La dinámica de la fe siempre ha tenido ese doble aspecto: la «salida de» y la «entrada en» por la doble vía de la confianza y la obediencia. En este plano de la fe el patriarca fue, además de un pionero, un ejemplo que el resto de la Escritura recoge cuidadosamente. La frecuente invocación del Dios de Abraham en el Antiguo Testamento a menudo es una expresión de confianza viva heroica (Comp., por ejemplo, 1 R. 18:36; Neh. 9:7). Y en el Nuevo Testamento Abraham nos es presentado como el «padre de todos los creyentes» (Ro. 4: 11). Característica de la fe es que debe actuar con una visión constantemente renovada de lo sobrenatural, en pugna con la tendencia innata del hombre a pensar, juzgar y decidir de acuerdo con su propia razón y experiencia naturales. A Abraham le ha prometido Dios una descendencia; pero el hijo no nace. La promesa tarda tanto en cumplirse que humanamente parece irrealizable. A Sara se le ocurre el recurso a la práctica legal común en sus días: asegurar la «simiente» de su marido por la vía natural de la cohabitación con Agar, la sierva. Pero éste no era el plan de Dios. El hijo naciera sobrenaturalmente, por la acción de recursos muy superiores a lo humanamente imaginable. El padre de los creyentes había de aprender que en el diccionario divino no existe la palabra «imposible»; ni siquiera el término «difícil» (Gn. 18:14), y que la intervención divina no es aleatoria, como lo era la supuesta acción de los baales, sino siempre fielmente ajustada a lo prometido. Tan importante es que la fe se mantenga en ese plano elevado de lo sobrenatural, en el que todo es posible, que Dios somete a prueba a Abraham una y otra vez para mostrarle reiteradamente lo inagotable de sus posibilidades para cumplir las necesidades y resolver los problemas humanos. Parece que Abraham llegó a comprender la lección. En la hora de la prueba suprema, no vaciló. Pese a lo incomprensible de la orden de Dios, se dispuso a sacrificar a Isaac, el amado hijo de la promesa, convencido de que «Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos» (He. 11: 19). La figura de Abraham tiene su prolongación en Isaac, quien aparece en el relato bíblico, sin demasiadas características propias, como el hijo del primer patriarca y como padre de Jacob. Este, en cambio, adquiere notable relieve desde el momento mismo de su nacimiento. En él reaparece el énfasis de la elección divina, al margen de todo merecimiento natural, y en la promesa, que se mantendrá a pesar de las debilidades humanas. La conducta de Jacob es una maraña de ambiciones, de intrigas, de engaños y perfidias. Si algún personaje bíblico puede ser presentado como prototipo del hombre natural, caído, ése es Jacob. Sin embargo, Dios no rompe con el; no anula la promesa. Sus intervenciones se suceden hasta que el suplantador, tras las experiencias de Betel y Peniel, se convierte en Israel, recipiente ya indiscutible de la bendición (Gn. 32:28-29). A lo largo de toda la narración, se pondrá de manifiesto la maravillosa gracia de Dios hacia el hombre
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pecador y lo invulnerable de su fidelidad en contraposición con la fragilidad humana de sus escogidos. Con José se hará patente otro aspecto importante de la acción de Dios: su providencia. En un contexto circunstancial en el que las notas más destacadas son la envidia, el odio, la ingratitud, la lascivia y la difamación, sobresale la integridad de este hijo de Jacob. Los sueños de José eran revelaciones. Pero la revelación pronto chocó con el curso de los hechos. Una vez más sobrevino la oscuridad de unos acontecimientos inexplicables. Pero en medio de la tenebrosidad que a menudo envuelve la actuación de Dios con los patriarcas, resplandecen la sabiduría y la bondad divinas. Aun los mayores males son «encaminados a bien» (Gn. 50:20). Esta alentadora verdad seguiría evidenciándose en el curso subsiguiente de la historia. EL NOMBRE QUE LE DA A JESÚS: Gen: 3: 15; 49: 10: Simiente De La Mujer UN BOSQUEJO PARA EL ESTUDIO Y LA ENSEÑANZA DE GÉNESIS. PRIMERA PARTE: HISTORIA PRIMITIVA (1.1—11.9) I. La creación 1.1—2.25 A. Creación del mundo 1.1—2.3 B. Creación del ser humano 2.4–25 II. La caída 3.1—5.32 A. Caída humana 3.1–24 B. Luego de la caída: Fronteras familiares conflictivas 4.1—5.32 III. El juicio del diluvio 6.1—9.29 A. Causas del diluvio 6.1–5 B. Juicio del diluvio 6.6–22 C. El diluvio 7.1—8.19 D. Resultados del diluvio 8.20—9.17 E. Luego del diluvio: El pecado de la línea consagrada 9.18–29 IV. El juicio sobre la Torre de Babel 10.1—11.9 A. Líneas familiares tras el diluvio 10.1–32 B. Juicio sobre todas las líneas familiares11.1–9 SEGUNDA PARTE: HISTORIA PATRIARCAL (11.10—50.26) I. La vida de Abraham 11.10—25.18 A. Introducción de Abram 11.10–32 B. El pacto de Dios con Abram 12.1—25.18
1. Iniciación del pacto 12.1–20 2. Separación del pacto 13.1–14.24 3. Ratificación del pacto 15.1—16.16 4. Señal del pacto: circuncisión 17.1–27 5. Se prueba el pacto 18.1—20.18 6. Consumación del pacto 21.1—25.18 II. La vida de Isaac 25.19—26.35 A. La familia de Isaac 25.19–34 B. El fracaso de Isaac 26.1–33 C. El fracaso de Esaú 26.34–35 III. La vida de Jacob 27.1—36.43 A. Jacob obtiene la bendición de Esaú 27.1—28.9 B. La vida de Jacob en Harán 28.10—31.55 C. El retorno de Jacob 32.1—33.20 D. La vida de Jacob en Canaán 34.1—35.29 E. La línea familiar de Esaú 36.1–43 IV. La vida de José 37.1—50.26 A. La corrupción de la familia de José 37.1—38.30
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B. La exaltación de José 39.1—41.57 C. La salvación de la familia de Jacob 42.1—50.26. CONCLUSIÓN.
Observe que, al principio nada deseable había para ver, pues el mundo estaba informe y vacío; era confusión y desolación. En manera similar, la obra de la gracia en el alma es una nueva creación: y en un alma sin gracia, que no ha nacido de nuevo, hay desorden, confusión y toda mala obra: está vacía de todo bien porque está sin Dios; es oscura, es las tinieblas mismas: este es nuestro estado por naturaleza, hasta que la gracia del Todopoderoso efectúa en nosotros un cambio. Las tinieblas hubieran estado siempre sobre el hombre caído si el Hijo de Dios no hubiera venido para darnos entendimiento, 1a Juan v. 20. La luz que Dios quiso, la aprobó. Dios separó la luz de las tinieblas, pues, ¿qué comunión tiene la luz con las tinieblas? En los cielos hay perfecta luz y ningunas tinieblas; en el infierno, la oscuridad es absoluta y no hay un rayo de luz. El día y la noche son del Señor; usemos ambos para su honra: cada día en el trabajo para Él y descansando en Él cada noche. Meditando día y noche en su ley. Las luces del cielo fueron hechas para servirle a Él; lo hacen fielmente y brillan a su tiempo sin faltar. Nosotros estamos como luces en este mundo para servir a Dios; pero, ¿respondemos en manera similar a la finalidad para la que fuimos creados? No: nuestra luz no resplandece ante Dios como sus luces brillan ante nosotros. Hacemos uso de la creación de nuestro Amo, pero nos importa poco la obra de nuestro Amo. La sabiduría y el poder del Creador son admirables tanto en una hormiga como en un elefante. El poder de la providencia de Dios preserva todas las cosas y la feracidad es el efecto de su bendición. El hombre, cuando fue hecho, fue creado para glorificar al Padre, Hijo y Espíritu Santo. En ese gran nombre somos bautizados pues a ese gran nombre debemos nuestro ser. Es el alma del hombre la que lleva especialmente la imagen de Dios. El hombre fue hecho recto, Eclesiastés 6. 29. Su entendimiento veía clara y verdaderamente las cosas divinas; no había yerros ni equivocaciones en su conocimiento; su voluntad consentía de inmediato a la voluntad de Dios en todas las cosas. Sus afectos eran normales y no tenía malos deseos ni pasiones desordenadas. Sus pensamientos eran fácilmente llevados a temas sublimes y quedaban fijos en ellos. Así de santos, así de felices, eran nuestros primeros padres cuando tenían la imagen de Dios en ellos. ¡Pero cuán desfigurada está la imagen de Dios en el hombre! ¡Quiera el Señor renovarla en nuestra alma por su gracia! El hombre fue hecho de polvo menudo, como el que hay en la superficie de la tierra. El alma no fue hecha de la tierra como el cuerpo: lástima entonces que deba apegarse a la tierra y preocuparse por las cosas terrenales. En breve daremos cuenta a Dios por la forma en que hemos empleado estas almas; y si se encuentra que las hemos perdido, aunque fuera para ganar el mundo, ¡estamos perdidos para siempre! Los necios desprecian sus propias almas al preocuparse de sus cuerpos antes que de sus almas. La prohibición de comer el fruto de un árbol en particular era sabiamente adecuada para el estado de nuestros primeros padres. En su estado de inocencia y apartados de los demás, ¿qué ocasión o qué tentación tenían para romper alguno de los diez mandamientos? El desarrollo de los acontecimientos prueba que toda la raza humana estaba comprometida en la prueba y caída de nuestros primeros padres. Argumentar contra estas cosas es luchar contra hechos irrebatibles, y contra la revelación divina; porque el hombre es pecador y muestra por sus primeros actos y por su conducta posterior, que está siempre dispuesto para hacer el mal. Está sometido al desagrado divino, expuesto a los sufrimientos y a la muerte. Las Escrituras siempre hablan del hombre como que tiene un carácter pecador y está en este estado de miseria; y estas cosas valen para los hombres de todas las épocas y de todas las naciones. Dios hizo que un sueño profundo cayera sobre Adán; por cuanto no conoce el pecado, Dios cuida que el hombre no sienta dolor. Dios, como Padre de ella, trajo la mujer al hombre, como su segundo ser y como su ayuda idónea. Esa esposa, hechura de Dios por gracia
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especial, y producto de Dios por providencia especial, probablemente demuestre ser la ayuda idónea para el hombre. Véase qué necesidad hay, tanto de prudencia como de oración, al elegir esta relación que es tan cercana y tan duradera. Había necesidad de hacer bien esto que se hace para toda la vida. Nuestros primeros padres no necesitaban ropa para cubrirse del frío o el calor pues no podían dañarlos: tampoco la necesitaban para ataviarse. Así de desahogada, así de feliz era la vida del hombre en su estado de inocencia. ¡Cuán bueno era Dios para él! ¡Con cuántos favores Él le cargó! ¡Cuán ligeras eran las leyes que le fueron dadas! Sin embargo, el hombre, en medio de toda esta honra, no entendió su propio interés sino que pronto se volvió como las bestias que perecen. Observe los pasos de la transgresión: no son pasos ascendentes sino descendentes hacia el abismo. 1. ELLA VIO. Una gran cantidad de pecado viene por los ojos. No miremos aquello que trae consigo el riesgo de estimular la concupiscencia, Mateo 5. 28. 2. ELLA TOMÓ. Fue su propio acto y obra. Satanás puede tentar pero no puede obligar; puede persuadirnos a que nos arrojemos al precipicio pero no puede arrojarnos, Mateo 4: 6: 3. ELLA COMIÓ. Cuando miró quizás no tuviera la intención de tomarlo; o cuando lo tomó no tuviera la intención de comer; pero acabó en eso. Es sabiduría detener los primeros movimientos del pecado, y abandonarlo antes de verse comprometido con él. 4. TAMBIÉN DIO A SU MARIDO. Quienes han hecho mal, están dispuestos a arrastrar a otros a hacer lo mismo. 5. ELLA COMIÓ. Al no tomar en cuenta el árbol de la vida. Del cual se le permitía comer, y al comer del árbol del conocimiento, que estaba prohibido, Adán claramente muestra su desdén por lo que Dios le ha otorgado, y su deseo por lo que Dios consideró prudente no darle. Antes de pecar ellos acogían con gozo humilde las bondadosas visitas de Dios; ahora Él se convertía en un terror para ellos. No cabe asombrarse de que se convirtieran en terror para sí mismos y se llenaran de confusión. Esto muestra la falsedad del tentador y el fraude de sus tentaciones. Satanás prometió que estarían a salvo. Pero ¡ellos no pueden ni pensar que sea así ¡Adán y Eva eran, ahora, consoladores desdichados el uno para el otro! La aceptación de la ofrenda de Abel por parte de Dios no cambió el derecho de primogenitura haciéndolo suyo; entonces, ¿por qué había de enojarse tanto Caín? Los apasionamientos e inquietudes pecaminosas se desvanecen cuando se busca en forma estricta y justa la causa. Dios se arrepintió de haber hecho al hombre; pero nunca lo encontramos arrepentido de haber redimido al hombre. Dios resuelve destruir al hombre: la palabra original es muy impactante, “raeré de sobre la faz de la tierra a los hombres” como se barre el polvo o la suciedad de un lugar que debe estar limpio y se arroja al montón de basura, el lugar apropiado para ello. Dios habla del hombre como de su propia criatura, cuando resuelve su castigo. Pierden su vida los que no responden al propósito de sus vidas. Dios tomó esta decisión sobre los hombres después que su Espíritu había contendido por mucho tiempo con ellos pero en vano. Nadie es castigado por la justicia de Dios sino aquellos que detestan ser reformados por la gracia de Dios. Dios prometió a Noé que él y su familia serían mantenidos vivos en el arca. Probablemente nosotros y nuestras familias tengamos el beneficio de lo que hacemos por obediencia a Dios. La piedad de los padres da bien a sus hijos en esta vida y los encamina más por la senda a la vida eterna, si ellos mejoran. En la advertencia dada a Noé hay una advertencia aún más solemne dada a nosotros: huir de la ira venidera que raerá el mundo de los incrédulos arrojándolos al abismo de la destrucción. Cristo, el verdadero Noé, que nos consolará personalmente, ya preparó el arca por sus sufrimientos y bondadosamente nos invita a entrar por fe. Mientras dure el día de su paciencia, oigamos y obedezcamos su voz.
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El Dios justo sabe llevar la ruina al mundo de los impíos, 2ª Pedro 3, 5. ¡Qué terrible será el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos! Felices los que son parte de la familia de Cristo y que como tales están a salvo con Él; ellos pueden esperar sin desmayo y regocijarse de que triunfarán cuando el fuego queme la tierra y todo lo que en ella hay. Podemos suponer algunas distinciones favorables en nuestro propio caso o carácter, pero, si descuidamos, rechazamos o abusamos de la salvación de Cristo, pese a las imaginadas ventajas, seremos destruidos en la ruina común de un mundo incrédulo. El arco iris es el reflejo de los rayos del sol que brillan sobre o a través de las gotas de lluvia: toda la gloria de los sellos del pacto derivan de Cristo, el Sol de la justicia. Y Él derramará gloria sobre las lágrimas de sus santos. Un arco habla de terror, pero este no tiene cuerda ni flecha; y un arco solo hará poco daño. Es un arco, pero está dirigido hacia arriba, no hacia la tierra; pues los sellos del pacto tienen la intención de consolar, no de aterrar. Como Dios mira el arco para recordar el pacto, así nosotros debemos tener presente el pacto con fe y gratitud. Sin revelación no pudiera ser conocida esta bondadosa seguridad; y sin fe no sería útil para nosotros; y, así es tocante a los peligros aún mayores a que todos están expuestos, y en cuanto al nuevo pacto con sus bendiciones. Abram y su simiente, el pueblo del pacto de Dios, descendieron de Heber, y por él fueron llamados hebreos. Cuanto mejor es ser como Heber, el padre de una familia de hombres santos y honestos que ser el padre de una familia de cazadores de poder, de riquezas mundanas o de vanidades. La bondad es la verdadera grandeza. La orden que Dios dio a Abram es en gran medida igual que el llamamiento del evangelio, porque los afectos naturales deben ceder el paso a la gracia divina. El pecado y todas sus oportunidades deben abandonarse, en particular, las malas compañías. He aquí muchas promesas grandes y preciosas. Cuando Dios condesciende a rogarnos que nos reconciliemos, bien podemos rogarnos unos a otros. Aunque Dios había prometido a Abram darle esta tierra a su simiente, sin embargo, ofreció una parte igual o mejor a Lot que no tenía un derecho igual; y él, bajo la protección de la promesa de Dios, no actuaría con dureza con su pariente. Noble es estar dispuesto a renunciar en aras de la paz. El pacto era para que se cumpliese en el momento oportuno. La Simiente prometida era Cristo y los cristianos en Él. Todos los que son de la fe son bendecidos en el creyente Abram, siendo partícipes de las mismas bendiciones del pacto. Como prenda de este pacto su nombre es cambiado de Abram, “padre excelso” a Abraham: “padre de una multitud”. Todo lo que disfruta el mundo cristiano, se lo debe a Abraham y su Simiente. La señal exterior es para la iglesia visible; el sello interior del Espíritu es en particular para quienes Dios sabe que son creyentes y solo Él puede conocerlos. La observancia religiosa de esta institución era requerida so pena de un castigo severo. Peligroso es tomar a la ligera las instituciones divinas y vivir descuidándolas. El pacto en cuestión era uno que comprendía grandes bendiciones para el mundo de todas las épocas futuras. Hasta la bendición del mismo Abraham y todas las recompensas conferidas a él, eran por amor a Cristo. Abraham fue justificado, como hemos visto, no por su propia justicia sino por fe en el Mesías prometido. Lot era bueno pero no había nadie más del mismo carácter en la ciudad. Toda la gente de Sodoma era muy mala y vil. Por tanto, se tomó el cuidado de salvar a Lot y su familia. Lot se demoró, actuó frívolamente. Así pues, muchos que están convictos de su estado espiritual y de la necesidad de un cambio, difieren esa obra necesaria. La salvación de los hombres más justos es de la misericordia de Dios, no por sus propios méritos. Somos salvados por gracia. El poder de Dios debe también reconocerse al sacar almas de un estado de pecado. Si Dios no hubiera sido misericordioso con nosotros, nuestra demora hubiera sido nuestra ruina. Lot debe correr por su vida. Él no debe anhelar Sodoma. Se dan órdenes como estas a quienes, por medio de la gracia, son librados de un estado y condición de pecado. No volváis al pecado ni a Satanás. No descanséis en el yo ni en el mundo. Acudid a Cristo y al cielo, pues eso es escapar a la montaña, no debiendo deteneros antes de llegar. En cuanto a esta destrucción, obsérvese que es una revelación de la ira de
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Dios contra el pecado y los pecadores de todas las edades. Aprendamos de aquí lo malo de pecar y su naturaleza dañina; conduce a la ruina. Abraham dispone la leña para la pira fúnebre de su Isaac y, ahora, le da la sorprendente noticia: ¡Isaac, tú eres el cordero que Dios ha provisto! Indudablemente, Abraham le consuela con las mismas esperanzas con que él mismo fue consolado por fe. No obstante es necesario que el sacrificio sea atado. El gran Sacrificio que, en el cumplimiento de los tiempos, iba a ser ofrecido, debía ser atado y así, Isaac. Hecho esto, Abraham toma el cuchillo y extiende su mano para dar el golpe fatal. He aquí un acto de fe y obediencia que merece ser un espectáculo para Dios, los ángeles y los hombres. Dios, por su providencia, a veces nos llama a separarnos de un Isaac y debemos hacerlo con alegre sumisión a su santa voluntad, 1ª Samuel 3: 18. Isaac estaba bien ocupado cuando se encontró con Rebeca. Salió a aprovechar una tarde tranquila en un lugar solitario para meditar y orar, esos ejercicios divinos por los cuales conversamos con Dios y con nuestros propios corazones. Las almas santas aman el retiro; nos hará bien estar a solas con frecuencia si usamos eso en forma correcta; y nunca estamos menos solos que cuando estamos a solas. Observe qué hijo tan afectuoso era Isaac: casi tres años habían pasado desde que murió su madre y, sin embargo, él aún no se había consolado. Vea también qué marido cariñoso fue con su esposa. Los hijos respetuosos prometen ser maridos cariñosos; el que cumple con honor su primera posición en la vida, probablemente haga lo mismo en las siguientes. Jacob tenía promesas de bendiciones para este mundo y para el venidero pero sale para trabajar en forma ardua. Esto lo ayudó a corregirse por el fraude perpetrado a su padre. La bendición le será conferida, pero tendrá agudo dolor por el curso indirecto tomado para obtenerla. Jacob es despedido por su padre con un solemne encargo. Él no debe tomar esposa de las hijas de Canaán: Los que profesan la religión no deben casarse con quienes no se preocupan por la fe. Además, le da una bendición solemne. Isaac lo había bendecido antes sin querer; ahora lo hace deliberadamente. Esta bendición es más completa que la anterior; es una bendición evangélica. Esta promesa apunta tan alto como el cielo, del cual Canaán era un tipo. Esa era la patria mejor que Jacob y los demás patriarcas tenían en vista. La paz con Dios pone un verdadero consuelo en la paz con nuestras amistades. Ellos comieron juntos el pan, y participaron de la fiesta por el sacrificio. En las épocas antiguas, las partes ratificaban el pacto de amistad comiendo y bebiendo juntos. Dios es el juez de las partes litigantes y Él juzgará con justicia: el que hace mal, lo hace por su cuenta y riesgo. Ellos dieron un nuevo nombre al lugar, Majano del testimonio. Después de la airada discusión de las condiciones, se separaron amigos. Dios suele ser mejor para nosotros que nuestros temores y dirige a favor nuestro los espíritus de los hombres, más allá de lo que pudiésemos esperar; porque no es en vano confiar en Él. Al honrar a su padre, José tuvo días largos en la tierra que, por el presente, Dios le había dado. Cuando vio que se acercaba su muerte, consoló a sus hermanos con la seguridad del regreso de ellos a Canaán en el debido momento. Debemos consolarnos unos a otros con las mismas consolaciones con que hemos sido consolados por Dios y animarlos a descansar en las promesas que son nuestro apoyo. Como una confesión de su propia fe y una confirmación de la de ellos, les encarga que dejen sin enterrar sus restos hasta el día glorioso en que ellos se establezcan en la tierra prometida. Así, pues, José por fe en la doctrina de la resurrección y en la promesa de Canaán, dio mandamiento acerca de sus huesos. Esto iba a mantener viva la expectativa de ellos en cuanto a una pronta salida de Egipto y a tener a Canaán presente en forma continua. Además, esto uniría a la posteridad de José con sus hermanos. La muerte, como también la vida de este eminente santo, fue verdaderamente excelente; ambas nos dan una firme exhortación de perseverancia en el servicio de Dios. ¡Cuán dichoso empezar temprano en la carrera celestial, seguir firme y terminar la carrera con gozo! Esto que hizo José, nosotros también podemos hacer. Hasta cuando los dolores de
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la muerte estén sobre nosotros, si hemos confiado en quien confiaron los patriarcas, los profetas y los apóstoles, no temamos decir: “mi carne y mi corazón desfallecen, mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre”. ÉXODO. MOISÉS (heb., moseheh; egipcio, mes, es sacado, engendrado). El héroe nacional que
libertó a los israelitas de la esclavitud egipcia, los estableció como nación independiente y los preparó para entrar en Canaán. Si se basa el éxodo en una fecha temprana, c. de 1440 a. de J.C., entonces Moisés nació en 1520 en la tierra de Egipto de padres israelitas (Éxodo 2:110). Escondido entre los juncos cerca de la orilla del río, la hija de faraón lo descubrió. Le pidió a la madre de Moisés que lo criara hasta que hubiera crecido lo suficiente como para llevárselo a la corte real, donde pasó los primeros 40 años de su vida. Esteban en su discurso ante el Sanedrín (Hechos 7:22) afirma que Moisés no sólo fue instruido en la ciencia y erudición de los egipcios sino que también estaba dotado de una habilidad para la oratoria y una cualidad destacada para el liderato. El primer intento valiente de Moisés de ayudar a su gente fue un fracaso. Mató a un egipcio y huyó a Madián donde pasó un período de 40 años en aislamiento. En la tierra de Madián halló gracia en el hogar de un sacerdote llamado Jetro. Se casó con Séfora, hija de Jetro, y trabajó como pastor de los rebaños de su suegro. Confrontado por una zarza ardiente, recibió una revelación de Dios; éste le dio una comisión para que libertara a su pueblo Israel de la esclavitud egipcia (Éxodo 3). Dos señales milagrosas la vara de Moisés se convirtió en una serpiente y su mano se puso leprosa y luego fue sanada fueron otorgadas como prueba para verificar la autoridad divina (Éxodo 4:1-17). En una serie de diez plagas Moisés y Aarón contrarrestaron los intentos de faraón de mantener a Israel en esclavitud (Éxodo 7—11). En su totalidad, estas plagas fueron dirigidas en contra de los dioses de Egipto, demostrando el poder de Dios tanto a los egipcios como también a los israelitas. En la noche antes de la salida de Israel, la Pascua fue celebrada por primera vez (Éxodo 12). Para cada unidad de familia, que siguió las simples instrucciones de matar un cordero macho o cabrito de un año de vida y de aplicar su sangre sobre los postes de la puerta y el dintel de sus hogares, la ejecución del juicio divino pasaría de largo. La ruta exacta por la cual Moisés llevó a los israelitas, que en ese entonces eran como 600.000 hombres más mujeres y niños, es difícil de determinar. Los israelitas pudieron cruzar el mar Rojo gracias a la intervención de Dios, mientras que las tropas egipcias se ahogaron. En Refidim Dios mandó a Moisés golpear la peña y ésta produjo una abundancia de agua para su pueblo (Éxodo 17:1-7). Enfrentado con un ataque amalequita, Moisés prevaleció en oración intercesora con el apoyo de Aarón y Hur, mientras que Josué encabezó el ejército de Israel en una batalla victoriosa (Éxodo 17:8-16). En sus tareas administrativas Moisés nombró 70 ancianos para que sirviesen bajo él de acuerdo con el consejo de Jetro. En una jornada desde Egipto de menos de tres meses, los israelitas se establecieron en los alrededores del monte Sinaí (Horeb) donde se quedaron por aprox. un año (Éxodo 18—19). Como representante de su pueblo Moisés recibió la ley de Dios. Esta ley constituía el pacto de Dios con su nación recientemente liberada. Por su parte, la congregación ratificó éste pacto (Éxodo 20—24), el cual incluyó los Diez Mandamientos. Para que los israelitas pudieran adorar a su Dios adecuadamente, Moisés recibió instrucciones detalladas para la construcción del tabernáculo, las cuales fueron ejecutadas esmeradamente bajo la supervisión de Moisés. Al mismo tiempo la familia de Aarón, con la ayuda de los levitas, fue designada para el servicio sacerdotal y cuidadosamente equipada para su ministerio (Éxodo 25—40). Moisés también supervisó el censo militar y la organización de los israelitas mientras acamparon en la península de Sinaí. Moisés no sólo tuvo que hacer frente a la murmuración de la multitud sino que también fue criticado gravemente por María y Aarón (Números 11—12). La multitud que se quejó porque ansiaban la carne que habían comido en Egipto comió codornices hasta que se hastió debido a la abundancia que recibieron. Aarón y María fueron humillados cuando María sufrió de una lepra pasajera.
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Mientras estaban en Cades, Moisés envió a 12 representantes para espiar la tierra de Canaán (Números 13—14). El informe de la mayoría, dado por diez espías, influyó a los israelitas a demostrar su falta de fe. Sólo Josué y Caleb recomendaron que conquistaran y ocuparan la tierra que se les había prometido. Cuando Dios propuso destruir a los israelitas rebeldes, Moisés intercedió por su pueblo. No sólo fue el liderato político de Moisés desafiado por Datán y Abiram, sino que Coré y sus seguidores contendieron por el puesto eclesiástico de Aarón y su familia. Durante el transcurso de estas rebeliones perecieron 14.000 personas en juicio divino. Moisés perdió la entrada a la Tierra Prometida cuando golpeó la roca a la que debería haber mandado proveer agua para su pueblo (Números 20). Cuando un castigo en forma de serpientes causó la muerte de muchos israelitas descontentos, Moisés construyó una serpiente de bronce que otorgaba sanidad a todos los que la miraban en obediencia (21:4-9; Juan 3:14-16). Anticipando que Israel ocuparía la tierra de Canaán, Moisés amonestó al pueblo que destruyeran a los habitantes idólatras. Nombró a 12 jefes de tribus para distribuir la tierra entre las tribus y les mandó proveer para los levitas 48 ciudades con áreas de pastura adecuada alrededor, diseminadas por toda Canaán. Seis de estas ciudades levitas fueron designadas ciudades de refugio adonde la gente podía huir para protección en caso de derramamiento accidental de sangre (Números 34; 35). Moisés también proveyó soluciones a problemas de herencia cuando permitió que ciertas mujeres heredaran las posesiones familiares (Números 36). La grandeza del carácter de Moisés se establece claramente en sus discursos de despedida a su amado pueblo. Aunque se le negó participar en la conquista y ocupación de la tierra, deseó lo mejor para los israelitas que estaban entrando a Canaán. Sus consejos a ellos están resumidos en los discursos que aparecen en el libro de Deuteronomio. El repasó la jornada empezando desde el monte Horeb donde Dios había hecho el pacto con Israel. Indicó especialmente los lugares donde los israelitas habían murmurado, recordándoles de su desobediencia. Con ese trasfondo Moisés los amonestó a ser obedientes. Las victorias recientes sobre los amorreos que Dios les había dado, proveyeron una base razonable que les permitía anticipar más triunfos bajo el liderato de Josué al entrar en la tierra de Canaán (Deuteronomio 1:1—4:43). En su segundo discurso (Deuteronomio 4:44—28:68) Moisés enfatizó el hecho de que tanto el amor como la obediencia son fundamentales para tener una relación saludable con Dios. Después repitió los Diez Mandamientos del monte Sinaí. El amor íntegro por Dios en la vida cotidiana representaba la base que mantenía esta relación del pacto de tal manera que podían gozar de las bendiciones de Dios. Por consiguiente cada generación tenía la responsabilidad de enseñar el temor del Señor su Dios a la próxima generación por medio de preceptos y obediencia. Al fin de la carrera de Moisés, Josué, quien ya había sido designado el líder de Israel, fue comisionado como sucesor de Moisés. En un cántico (Deuteronomio 32). Moisés expresó su alabanza a Dios, recordando cómo Dios había rescatado a Israel y cómo la había mantenido a través de la jornada por el desierto. Luego, habiendo pronunciado una bendición para cada tribu, Moisés se fue en rumbo al monte Nebo donde tuvo el privilegio de observar la tierra prometida de lejos antes de morir. *ÉXODO: Relata la historia del pueblo judío desde su estadía en *Egipto hasta el momento cuando recibieron la *ley en el monte Sinaí. Dios escogió a *Moisés para guiar al pueblo y sacarlo de la esclavitud y le dio las leyes que serían el fundamento de la nación. Estas leyes se resumen en los *Diez Mandamientos. El Libro del Éxodo narra la formación de los hijos de Israel en iglesia y nación. Hasta aquí hemos visto la religión verdadera en la vida doméstica; ahora, empezamos a ver sus efectos en los asuntos de reinos y naciones. Éxodo significa “la salida” siendo el hecho principal aquí registrado la salida de Israel de Egipto y de la esclavitud egipcia. Señala claramente el cumplimiento de diversas promesas y profecías hechas a Abraham respecto de su simiente y establece proféticamente la situación de la iglesia en el desierto de este mundo hasta su llegada a la Canaán celestial, el reposo eterno.
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EL LIBRO DE ÉXODO. Segundo libro de la Biblia. El título es un término lat. Derivado de la
palabra gr. éxodos, una salida. El libro se llama Éxodos en la LXX. La tradición asigna la paternidad literaria del libro a Moisés. Cubre la historia de los israelitas desde los acontecimientos que rodearon el éxodo hasta el otorgamiento de la ley en el Sinaí. Éxodo tiene tres secciones: (1) Los israelitas en Egipto (Éxodo 1:1— 12:36), incluyendo los acontecimientos que involucran el crecimiento del pueblo hasta llegar a ser nación, el nacimiento y el llamado de Moisés, el ministerio de Moisés y Aarón ante el faraón y las diez plagas que culminaron en la muerte de los primogénitos. (2) El viaje de Egipto hasta el Sinaí (Éxodo 12:37—19:2), incluyendo la institución de la Pascua y la fiesta de los panes sin levadura, la consagración a Dios de cada varón primogénito y la huida por el mar Rojo. Aunque el pueblo se quejaba frecuentemente de Dios y Moisés, Dios proveyó por él milagrosamente dándole maná, perdices y agua de una roca. (3) Los israelitas en el Sinaí (Éxodo 19:3—40:38), incluyendo el otorgamiento de la ley los Diez Mandamientos (Éxodo 20:2-17), las leyes civiles y sociales (Éxodo 21:1—23:11) y las ceremoniales (Éxodo 23:12—31:18) la construcción del tabernáculo y la formación de las vestimentas sacerdotales. TEMA INTRODUCTORIO: A. DEL ÉXODO A LA ENTRADA EN CANAÁN
La salida de Israel de Egipto y sus experiencias hasta su establecimiento en la tierra prometida constituyen hechos capitales en la historia de la salvación. A ellos se volverán una y otra vez los pensamientos de los israelitas de todos los tiempos posteriores y ellos serán objeto de muy frecuentes referencias por parte de los escritores sagrados. El éxodo y los acontecimientos sucesivos se convierten en núcleo de la confesión de fe de Israel, pues eran exponente elocuentísimo de los actos poderosos de Dios en favor de sus escogidos. La promesa hecha a los patriarcas no podía ser invalidada. Y una vez más, ahora de modo dramático, se patentiza la soberanía de Dios en el cumplimiento de sus designios. Instrumento admirable para la realización de tales designios fue Moisés, cuya persona y obra no pueden pasarse por alto si hemos de llegar a una comprensión adecuada de este periodo de la historia de Israel. Su figura no es idealizada desmesuradamente. Cuanto de él nos dice la Escritura se caracteriza por la sobriedad y el realismo. El hombre aparece con todos los rasgos de su humanidad, con sus virtudes, pero también con sus defectos y debilidades. Su liderazgo entre los israelitas tampoco es presentado con triunfalismo. Más bien sobresalen sus amarguras, sus decepciones, sus fracasos en relación con el pueblo que tantas veces se le opuso impelido por la incredulidad y el materialismo. Nada hay en el relato bíblico que induzca al culto a la personalidad. A pesar de todo ello, Moisés es un hombre excepcional. Favorecido como pocos por las revelaciones que Dios le concedió, sostenido y guiado siempre por El, ocupa un lugar único en la historia bíblica. Mediador entre el Dios del pacto y la comunidad del pacto llegó a ser también el prototipo de los profetas (Dt. 18:18), como Abraham lo había sido de los creyentes. Tal magnitud llegaron a alcanzar su persona y su ministerio que la totalidad del Pentateuco se expresa con su nombre (Le, 16:29; 24:27; Jn. 5:45). No es de extrañar que, juntamente con Elías, apareciera en presencia de Jesús sobre el monte de la transfiguración y que el tema de su conversación fuese el «éxodo del Señor» (Le, 9:28-31). En las narraciones que hallamos en el libro del Éxodo, tres hechos sobresalen con el máximo relieve: la liberación de la esclavitud en Egipto, el pacto Sinaítico y la construcción del tabernáculo. Su importancia nos obliga a algunas observaciones. B. LA REDENCIÓN DE LOS ISRAELITAS.
No sólo desde el punto de vista histórico, sino también por su significación religiosa este acontecimiento revestía una trascendencia singular. La situación de los descendientes de Jacob había llegado a límites insospechados de humillación y sufrimiento. Sobre ellos pesaba
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la amenaza de exterminio total y nada podían hacer para cambiar aquel estado de cosas. Impotentes humanamente, se hallaban por completo a merced de sus opresores. En estas circunstancias de máxima angustia, interviene Dios. «He visto -dice-la aflicción de mi pueblo que está, en Egipto y he oído el clamor que le arrancan sus opresores» (Éx. 3:7). Y, por mediación de Moisés, obliga a Faraón a. dejar libre a Israel para que salga y vaya a la tierra de su destino. La salida no se efectúa fácilmente. La obstinada oposición del Faraón y las pretensiones de Moisés desata las plagas con que Dios le castiga. Mediante ellas, no sólo se domeñaría la voluntad faraónica; significarían también un golpe irónico contra las creencias egipcias. Objetos sagrados como el Nilo, adorado por las gentes de aquella tierra; las ranas, relacionadas con el dios Apis y la diosa Heqt (símbolo de la fertilidad); las reses de ganado (Apis era representado por un buey); el sol (dios Re), aparecen sometidos a la acción judicial del Dios de Israel. De este modo, el pueblo escogido podría ser liberado no sólo de la esclavitud física, sino también de la ignorancia, de la superstición y del temor a las fuerzas naturales, pues, como pudieron comprobar, todo estaba bajo el control de la voluntad de Dios. Esta instrucción era de vital importancia en los inicios de Israel como nación. C. NO MENOS IMPORTANTE HABÍA DE SER LA CELEBRACIÓN DE LA PASCUA.
La inmolación del cordero y el rociamiento de los dinteles de las puertas israelitas con la sangre del animal sería un testimonio que iría rememorándose anualmente a lo largo de los siglos. Sin duda, cada vez que las familias de Israel cumplieran este rito, se haría patente el gran mensaje de la noche inolvidable: «El Dios que juzga y abate a los soberbios es vuestro Redentor.» De la acción liberadora de Dios se derivaba una consecuencia de honda significación. El pueblo redimido se convertía en el pueblo adquirido por Jehová (Éx. 15:16), propiedad particular para la manifestación de su gloria (Comp. Is. 43: 1). Ello, por un lado, aseguraba la protección divina en favor de la nación, como se demostró a lo largo de la historia; ni los ríos anegaron jamás por completo a Israel, ni las llamas lo consumieron (Is. 43:2). Pero, por otro lado, el derecho divino de propiedad sobre el pueblo obligaba a éste al reconocimiento del señorío de Jehová, al ordenamiento dela vida en todos sus aspectos de acuerdo con las leyes dadas por El. Esta doble implicación de la redención es bellamente resumida en Éx. 19:5,6: «Si dais oído a mi voz y guardáis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos y me seréis un reino de sacerdotes y gente santa.» Esto nos lleva al segundo de los hechos culminantes de este periodo. D. EL PACTO SINAÍTICO.
La alianza establecida con los patriarcas seguía vigente para Dios (Éx. 2:24; 6:4). Ahora iba a ser ratificada de modo tal que los israelitas no viesen en ella un simple episodio histórico del pasado, sino una realidad presente que mantuviera viva en ellos la conciencia de que eran pueblo de Jehová (Éx. 6:6-8; Dt. 5:2, 3; Comp. Dt. 29:9-15). Este pacto, establecido en el Sinaí, es inseparable de la ley divina que Israel estaba obligado a guardar; pero no debe deducirse de este hecho que la alianza introducía un régimen legalista en la relación entre Jehová y el pueblo. Nada más lejos de la verdad. A la promulgación de la ley precede la liberación de aquellos a quienes es dada. El pueblo llamado a obedecer es un pueblo redimido. Su sumisión a las ordenanzas divinas no es una obligación onerosa sin contexto existencial; es una consecuencia lógica de su salvación. Israel no había sido librado de la esclavitud de Egipto para caer en la esclavitud de una ley opresora, sino para vivir en el plano de dignidad humana que correspondía a su nueva situación de pueblo libre, altamente favorecido por Dios. Esta situación no estaría determinada por la relación con unas normas, sino por la relación con Jehová. Si ésta era correcta, presidida por la fe y la gratitud, la ley sería cumplida sin esfuerzo, como algo normal y deseable. El pueblo sería santo, porque Dios es santo (Lv. 19:2) y a Dios adoraría gozosamente. En palabras de B. Ramm: «El hombre redimido es llamado a la moralidad; el hombre moral es llamado al culto.»
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Pese al énfasis en la obediencia del pueblo, no descansa sobre ésta la efectividad de la alianza Mosaica. Como en el pacto Abrahámico, y como en todos los pactos concertados por Dios con los hombres, la solidez de la alianza depende de la iniciativa incondicional, soberana, de Dios. De hecho, el pacto mosaico fue concluido por Dios antes de que fueran dados los mandamientos. Es al Israel que ya ha «venido a ser pueblo de Jehová» a quien se dice: «Oirás, pues, la voz de Jehová tu Dios y cumplirás sus mandamientos y sus estatutos que yo te ordeno hoy» (Dt. 27:9-10). El hombre debe obedecer. Si deja de hacerlo, acarreará sobre sí las consecuencias de su rebeldía; experimentará el juicio divino; pero no frustrará el inmutable consejo de Dios ni cegará la fuente de su gracia. Así se ha evidenciado en la historia de Israel. Sin embargo, la misma historia, en consonancia con el conjunto de la Escritura, muestra que la soberanía divina no anula la responsabilidad humana. Ambos polos han de ser tomados en consideración cuando tratamos de interpretar la relación de Dios con su pueblo, es decir, el sentido y las características de los pactos. En este plano, las promesas y las exigencias de Dios son inseparables; la Heilsgeschichte (historia de la salvación) y la Heilsgeset: (ley de la salvación), lejos de ser incompatibles, constituyen dos aspectos de una misma realidad en la que ninguna dicotomía es válida. En cuanto a la ley promulgada en el Sinaí, conviene destacar las peculiaridades del decálogo. Revela el derecho divino sobre todas las esferas del comportamiento humano. No sólo orienta las actividades culticas; también regula las relaciones familiares y las responsabilidades sociales. Y lo hace con majestuosa sobriedad. Nada de pormenores adecuados a las múltiples contingencias jurídicas. En diez frases lapidarias queda dicho todo. Predominan las de forma negativa, porque su finalidad no es tanto dar normas concretas de lo que Israel debe hacer como fijar los límites de su conducta. Los detalles positivos se darían posteriormente pero el decálogo sería el fundamento. Si los israelitas lo cumplían, quedaban asegurados el beneplácito y la bendición de Dios. La totalidad de la ley cubría tres grandes áreas: la moral, la Civil y la ceremonial. En la primera se regulaba la conducta de acuerdo con los principios alterables de la, Justicia, el respeto a la dignidad humana, la equidad, la compasión y la generosidad. Cabe señalar que en este terreno las prescripciones Mosaicas superaban notablemente a las leyes de otros pueblos contemporáneos, lo que se tradujo en una normativa civil también superior. Lógicamente, las leyes civiles tenían que ajustarse a las circunstancias de aquella época y no todas podrían usarse en todo lugar yen todos los tiempos; pero el espíritu que las inspiró, impregnado de los elevados conceptos morales de la revelación, sí tiene carácter perenne. El intérprete hará bien si en su estudio de la legislación contenida en el Pentateuco ahonda hasta descubrir ese espíritu. La ley ceremonial tuvo como objeto regular el culto y mantener vivo en el pueblo el concepto de pureza indispensable para la comunión con Dios. Es verdad que la limpieza se refería a menudo a aspectos físicos y probablemente no pocos israelitas cayeron en el error de prestar atención únicamente a lo externo; pero, sin duda, los dotados de mediana sensibilidad espiritual se percataron de que la pureza ceremonial era inseparable de la moral. E. DE LOS ASPECTOS CULTICOS DE LA LEY NOS OCUPAREMOS EN EL PUNTO SIGUIENTE. EL TABERNÁCULO.
Esta gran tienda, con su diverso contenido, era riquísima en significado. Estaba destinada a comunicar las verdades básicas relativas a la presencia de Jehová en medio del pueblo. Patentizaba el deseo de Dios de habitar entre los hijos de Israel. Sería esencialmente el «tabernáculo de reunión», el lugar de encuentro de Dios con el pueblo, el punto en el que Dios hablaría y donde manifestaría su gloria (Éx. 29:42-46; 33:7-11). La presencia de Jehová garantizaba su bendición. Si Dios estaba con Israel, nada tenía éste que temer; quedaba asegurada su protección, así como el cumplimiento del glorioso propósito con que había sido liberado.
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Pero el mantenimiento de la presencia de un Dios santo en medio de un pueblo pecador planteaba -como ha planteado siempre un problema que se debía resolver. La solución radicaba, aunque de modo simbólico, en las prescripciones culticas, particularmente en la institución del sacerdocio y en el sistema de sacrificios. El israelita había de tener conciencia clara del pecado, el gran obstáculo para la comunión con Dios. Escrupulosamente debía guardarse de no transgredir las normas sagradas para no acarrear sobre sí la cólera divina. Había de entender que el pecado (yerro, transgresión, rebelión) no sólo afectaba a quien lo cometía, sino que comprometía a la comunidad y deshonraba a Jehová. Cuando pecaba, no podía ser ajeno a un sentimiento de culpa y a la necesidad de una reparación. A causa de la indignidad que conlleva el pecado, el pecador -individuo o comunidad- no podía acercarse directamente a Dios. Era necesaria la mediación del sacerdote sobre la base de la expiación mediante el sacrificio. No todos los sacrificios tenían una intencionalidad expiatoria. Algunos eran expresión de gratitud, de renovada entrega a Jehová, de alabanza gozosa, e incluían un banquete festivo. Pero todos guardaban relación entre sí y todos tenían por objeto preservar la comunión con su Dios y así seguir disfrutando los beneficios de su alianza. La importancia que sacerdocio y sacrificios tienen a lo largo de todo e Antiguo Testamento hace aconsejable que el intérprete ahonde en el estudio de los mismos. En ellos encontrará, además de abundante material para elaborar una teología del Antiguo Testamento, numerosas claves para la exégesis de no pocos textos. Y, por supuesto, aun manteniendo la objetividad ante los datos vetero-testamentarios, no podrá perder de vista la culminación de la revelación en Cristo, el cumplimiento en El y en su obra de cuanto en el culto israelita era tipo o símbolo. Por algo Cristo fue el «tabernáculo» por excelencia en el que Dios, de modo incomparable, manifestó la gloria de su presencia (Jn. 1:14). En su conjunto, la ley Mosaica aparece como una gran bendición para Israel. Verdadero don salvífica, constituía la garantía de la elección divina. Su finalidad era altamente benéfica: asegurar el bienestar del pueblo en el sentido más amplio (Dt. 10: 13). Por eso el israelita consciente de este regalo divino no veía en la ley un motivo de frustración o de queja, sino de alegría y alabanza (Sal. 19:8 y ss. y 119). Sabía discernir sus riquezas, así como las razones que exigían su cumplimiento (01. 4:68). Estaba en condiciones de entender que Dios demanda obediencia, pero que también quiere que los hombres comprendan la bondad de sus mandatos. Además sentía el poderoso incentivo de la gratitud (Dt. 6:10-12; 8:11-20). EL SEGUNDO LIBRO DE LA BIBLIA . El título es un término lat. Derivado de la palabra gr. éxodos, una salida. El libro se llama Éxodos en la LXX. La tradición asigna la paternidad literaria del libro a Moisés. Cubre la historia de los israelitas desde los acontecimientos que rodearon el éxodo hasta el otorgamiento de la ley en el Sinaí. Éxodo tiene tres secciones: (1) Los israelitas en Egipto (Éxodo 1:1—12:36), incluyendo los acontecimientos que involucran el crecimiento del pueblo hasta llegar a ser nación, el nacimiento y el llamado de Moisés, el ministerio de Moisés y Aarón ante el faraón y las diez plagas que culminaron en la muerte de los primogénitos. (2) El viaje de Egipto hasta el Sinaí (Éxodo 12:37—19:2), incluyendo la institución de la Pascua y la fiesta de los panes sin levadura, la consagración a Dios de cada varón primogénito y la huida por el mar Rojo. Aunque el pueblo se quejaba frecuentemente de Dios y Moisés, Dios proveyó por él milagrosamente dándole maná, perdices y agua de una roca. (3) Los israelitas en el Sinaí (Éxodo 19:3—40:38), incluyendo el otorgamiento de la ley los Diez Mandamientos (Éxodo 20:2-17), las leyes civiles y sociales (Éxodo 21:1—23:11) y las ceremoniales (Éxodo 23:12— 31:18) la construcción del tabernáculo y la formación de las vestimentas sacerdotales. El Libro del Éxodo narra la formación de los hijos de Israel en iglesia y nación. Hasta aquí hemos visto la religión verdadera en la vida doméstica; ahora, empezamos a ver sus efectos
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en los asuntos de reinos y naciones. Éxodo significa “la salida” siendo el hecho principal aquí registrado la salida de Israel de Egipto y de la esclavitud egipcia. Señala claramente el cumplimiento de diversas promesas y profecías hechas a Abraham respecto de su simiente y establece proféticamente la situación de la iglesia en el desierto de este mundo hasta su llegada a la Canaán celestial, el reposo eterno. ÉXODO, EL Acontecimiento final en una serie de milagros mediante los cuales Dios se rebeló a su pueblo esclavo en Egipto, humilló al faraón que los oprimía, y permitió que los descendientes de Jacob vivieran en libertad una vez más. Los judíos celebran la Pascua para conmemorar aquella gran liberación. EL LIBRO DE ÉXODO, Libro que los judíos llaman we elle shemot (y estos son los nombres) según sus primeras palabras, y que la Septuaginta llama Éxodos (salida), de acuerdo con el tema principal. Relata la historia del pueblo de Israel desde su salida de Egipto, donde habían sido esclavos, hasta la construcción del tabernáculo al principio del segundo año. La palabra inicial «y» (en el original) lo hacer ver como continuación del Génesis. ESTRUCTURA DEL LIBRO
Éxodo se divide simétricamente en dos partes principales: la salida de Egipto (1–19) y la revelación de Dios (20–40). Comienza donde termina Génesis. Empieza hablando de cómo los descendientes de Jacob se habían establecido en Egipto para escapar del hambre y las dificultades en su tierra. Durante muchos años los hebreos prosperaron y se multiplicaron con la bendición del soberano egipcio. Pero entonces, según un versículo que marca la transición (1.8), un faraón que no había sabido de José puso fin a la buena situación de los hebreos. Rebajaron a los hebreos a la condición de esclavos y los pusieron a trabajar en las obras de construcción del faraón (1.8–2.22). El libro se divide en dos partes principales: la salida de Egipto (1–18) y la revelación de Dios en el Sinaí (19–40). La primera parte, pues, relata la opresión bajo el faraón Amenofis II (1.1–2.22). Dios ve el sufrimiento del pueblo y prepara a Moisés para que sea el caudillo libertador (2.23– 4.31). En 6.3 se previene a Moisés de que Israel será testigo de las hazañas de Dios que demostrarán lo que significan las palabras «yo soy Jehová», de una manera y con un alcance como no se les había revelado antes. Cuando en nombre de Dios Moisés le presentó al faraón la petición de que dejara ir al pueblo, el gobernante egipcio se endureció. Se hizo necesaria la intervención divina por medio de las diez plagas. Estas plagas (el primer gran período de milagros bíblicos) obligan al faraón a permitir la salida del pueblo de Israel (7.8–13.16). El relato de la salida, la renovada persecución del faraón, el paso del MAR ROJO y la salvación ocurrida allá, uno de los grandes temas del Antiguo Testamento, se describe no como un fenómeno natural, sino como un acto especial del Señor en favor de su pueblo. El pueblo cruza el mar Rojo y comienza su peregrinación hasta el monte Sinaí (13.17–19.25). En Sinaí se produce la formulación del pacto de Dios con el pueblo (20.1–24.18). Estos pasajes centrales contienen el Decálogo (20.1–17) y el Libro del Pacto (21–23). Este «libro» se atribuye expresamente a Moisés, con lo cual se presupone como ya existente todo lo que está en cierta relación con esta conclusión del pacto, la división de las semanas y la observancia del sábado, la primogenitura, la Fiesta de los Panes Ázimos (sin levadura), etc. En los capítulos restantes encontramos prescripciones respecto al tabernáculo, la institución del sacerdocio, que se confiere a Aarón y su familia (24.18b–31.18) y la renovación del pacto después de la apostasía (32.1–35.3). Termina el libro con las instrucciones precisas para la construcción del tabernáculo (35.4–40.34). AUTOR Y FECHA
Éxodo es uno de los primeros cinco libros del Antiguo Testamento: libros que tradicionalmente se dice que escribió Moisés. Sin embargo, algunos eruditos afirman que Éxodo fue compilado por un escritor o editor desconocido que extrajo los datos de muchos y
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diversos documentos históricos. Hay dos buenas razones por las que Moisés puede aceptarse, sin cuestionar, como el autor divinamente inspirado del libro. En primer lugar, Éxodo mismo nos habla del trabajo de Moisés como escritor. En Éx 34.27, Dios le manda: «Escribe tú estas palabras». Otro pasaje nos dice que «Moisés escribió todas las palabras de Jehová» en obediencia a su mandato (24.4). Así que es razonable suponer que esos pasajes se refieran a los escritos de Moisés que aparecen en el libro de Éxodo. Moisés estaba bien capacitado para escribir, pues lo educaron en la casa del faraón durante los primeros años de su vida. Puesto que Moisés escribió Éxodo, este podría fecharse algún tiempo antes de su muerte, alrededor de 1400 a.C. Israel pasó los cuarenta años anteriores a esta fecha vagando por el desierto debido a su infidelidad. Este podría ser el mejor tiempo para escribir el libro. MARCO HISTÓRICO
Éxodo abarca un período trascendental en los albores de la historia de Israel como nación. La mayoría de los eruditos conservadores sitúan los acontecimientos del Éxodo allá por el año 1445 a.C. Se basan para ello en 1 Reyes 6.1. Según este pasaje, entre el éxodo y el cuarto año (Año. 966 a.C.) del reinado de SALOMÓN mediaron 480 años. Interpretado literalmente, la fecha del éxodo sería ca. 1445. Esto pareciera confirmarse en Jueces 11.26 y Hechos 13.19, 20, y sugiere que a Moisés lo adoptó Hatsepsut, hija de Tutmosis I. Esto implica que, muerta Hatsepsut y siendo perseguidos sus amigos por Tutmosis III, Moisés huyó a Madián. Tutmosis III sería el faraón que persiguió a los israelitas y su hijo Amenhotep II el faraón durante el éxodo. Por otro lado, muchos eruditos creen haber descubierto una razón muy fidedigna para no aceptar el significado literal de la cifra 480 años de 1 Reyes 6.1, y ahora la interpretan como representación de 12 generaciones de 40 años cada una. Favorecen 1290 a. C. como la fecha del éxodo, por las siguientes razones entre otras: 1. La arqueología enseña que la destrucción de Laquis, Bet-el y Hazor ocurrió a mediados del siglo XIII a.C. 2. El cuadro de Edom y Moab, entre el éxodo y la conquista, no parece concordar con lo que la arqueología ha descubierto respecto a la historia anterior a 1300 a.C. 3. La mención de la ciudad de Ramesés en Éxodo 1.11, construida por Ramesés II (1300– 1233). En síntesis, ninguna de las dos fechas carece de fundamento, pero las dos presentan problemas. Sin embargo, mientras no se descubran datos adicionales, parece más razonable interpretar literalmente lo que la Biblia afirma, por más insostenible que les parezca a algunos. La ruta del éxodo de los israelitas, aceptada tradicionalmente, sigue la costa oriental del golfo de Suez hasta entrar al desierto de Sin, y de allí al monte SINAÍ que se identifica con Musa o Serbal en el sur de la península. Hay quienes opinan que los israelitas no habrían llegado hasta el sur de la península por temor a los egipcios que guardaban las minas de Serabit, y se ha sugerido el monte Hellal como el monte de la Ley. No se ha podido identificar con certeza los sitios mencionados en la historia del éxodo, pero la ruta tradicional parece más aceptable a la luz de la historia bíblica. APORTE A LA TEOLOGÍA
El libro de Éxodo ha ejercido una gran influencia en la fe de Israel y en la teología cristiana. El mensaje fundamental bíblico de la salvación surge en muchos sentidos del pacto entre Dios y su pueblo que se describe por primera vez en este libro. Vemos varios principios entrelazados en la narración de Éxodo. Uno de ellos es el endurecimiento de Faraón. Faraón se negó obstinadamente a obedecer la voz de Jehová. Esta maldad, que el Señor no causó, debía servir para demostrar el poder de Dios en Faraón y para glorificar su nombre. El endurecimiento es el último paso que lleva directamente a la condenación. No debemos olvidar que Faraón mismo endureció su corazón (8.15, 32) antes de que el texto afirmara que «Dios endureció a Faraón» (9.12; cf. 4.21; 7.13). Dios quería que Faraón permitiese la salida de Israel. Por eso demostró a través de milagros la realidad de su palabra.
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Envió las plagas para impresionar al rey e inducirlo a que diese el honor a Dios, y cesó estas plagas para conmover el corazón del rey. En todo esto se pone de manifiesto la verdad de que Dios no se complace en la muerte del injusto (Ez 18.32). El Faraón se opuso, resistiendo continuamente la bondad divina y desbaratando a propósito toda influencia bienhechora producida por las plagas. Dios endurece a los que se endurecen. Deja de ocuparse de ellos, con lo cual quedan a merced de Satanás. Varios temas de este libro los vemos claramente desarrollado en la vida y ministerio de Jesucristo. Por ejemplo, Moisés recibió la Ley en el monte Sinaí; Cristo predicó el Sermón del Monte. Moisés levantó una serpiente en el desierto para salvación del pueblo; Cristo fue levantado en una cruz para dar vida eterna a los que confían en Él (Juan 3.14). La PASCUA (Éx. 12), que Dios instituyó al libertar a los hebreos de la esclavitud, pasó a ser fundamental en la fe de Israel. Sirvió también como la base sobre la que Jesús instituyó la Santa Cena como recordatorio a sus seguidores. Si se entiende bien el Éxodo, el mensaje de la Biblia y el significado de la vida de Jesús se percibe con mayor claridad entre los cristianos. En resumen, el propósito del libro no solo es conservar el recuerdo de la partida de los israelitas de Egipto, sino presentar a la consideración humana las aflicciones y triunfos del pueblo de Dios; hacer notar el cuidado providencial que Dios ha tenido y los juicios infligidos sobre los enemigos. Claramente pone de manifiesto el cumplimiento de las divinas promesas y profecías dadas a ABRAHAM afirmándole que su posteridad sería numerosa y que serían afligidos en una tierra extraña, de la cual saldrían en la cuarta generación con grandes riquezas. El Éxodo es un buen símil del principio, progreso y fin de la salvación del creyente y de la historia de la Iglesia de Cristo en el desierto de este mundo hasta su llegada a la Canaán celestial. OTROS PUNTOS IMPORTANTES.
Supuestos «mosaicos» De «pos-mosaicos» se tildan a menudo los pasajes del texto que al parecer se escribieron en tiempos posteriores a Moisés. Como tal se cita la nota (11.3) de que «Moisés era tenido por gran varón en la tierra de Egipto». Esta frase, que se justifica por el contexto, no debe entenderse como jactancia. Que Moisés no escribe el libro para gloriarse, se ve por muchos otros pasajes. Por ejemplo: 4.10–15, 24; 6.12; Deuteronomio 1.37; 3.26. Otro pasaje que, según se afirma, da prueba de su origen pos-mosaico es Éxodo 16.35: «Así comieron los hijos de Israel maná cuarenta años, hasta que llegaron a tierra habitada; maná comieron hasta que llegaron a los límites de la tierra de Canaán». Pero de estas palabras no hay que deducir que las escribió otro autor. Indican, más bien, que el libro tuvo su redacción final poco antes de la muerte de Moisés. Está además 20.24: «En todo lugar donde yo hiciere que esté la memoria de mi nombre, vendré a ti y te bendeciré». Este pasaje se interpreta preferentemente en sentido de que podía haber, de manera simultánea y con aprobación divina, varios lugares de culto, lo que sería una clara contradicción a la exigencia de Deuteronomio 12.14 de que los sacrificios solo se presentaran en el lugar que «escogiera Jehová». Se trataría de una contradicción incomprensible, si realmente en Éxodo 20.24 se permitieran sacrificios en todo lugar, mientras que según Dt. 12.14 solo se debían presentar en el santuario principal, siendo ambos pasajes de un mismo autor. Pero tal dificultad se disuelve si se toma en cuenta el cambio de situación determinado por la inminente entrada a la tierra prometida que se prevé en la legislación del Deuteronomio. En el tiempo de la peregrinación, a que se refiere sobre todo el Libro del Pacto, como también la mayor parte del Levítico, el santuario central cambiaba constantemente de posición. Puede agregarse también la explicación de que Éxodo 20.24 significa «en la región de todo el santuario», con lo que tendríamos aquí una referencia directa al único santuario posterior, el de Jerusalén. Las dificultades con respecto a las diferencias de posición del tabernáculo (según Éx. 33.7, siempre fuera del campamento; según Nm. 2.2ss, siempre en medio del campamento) se resuelven al comprender que el tabernáculo de Éx. 33.7 no es el mismo que el de Nm. 2.2ss,
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sino una tienda provisional que sirvió de tabernáculo hasta que se pudo construir el definitivo, según las prescripciones señaladas en Éxodo 25–27. TEOLOGÍA DEL ÉXODO,
Es el éxodo lo que establece la diferencia cuando se habla de la revelación de Jehová en la historia como Dios de la justicia y como Dios del pobre. En primer lugar, Jehová, Dios del que da testimonio el Antiguo Testamento, hace de la historia el ámbito más propicio para su revelación. Los otros dioses, aunque utilizaron el medio de la historia para revelarse, el medio más querido fue el mito. Este se le consideró como el canal principal para relacionarse e interactuar con sus pueblos. Mientras que los vecinos de Israel rastrearon su origen y razón de ser en el mundo atemporal y etéreo del mito, Israel pudo hablar de su nacimiento en un hecho marcado por la concreticidad de la historia, el éxodo. Para los vecinos de Israel el mito les dictó cómo vivir. En el caso de Israel fue el éxodo lo que le dio significado y propósito a su vida. En segundo lugar, lo que hace al éxodo singular no es solamente su cualidad de hecho histórico, sino lo que pasó concretamente en él. Jehová decidió liberar de la opresión egipcia a un grupo de esclavos en algún momento del siglo XIII a.C., hacerlos su pueblo y llevarlos a la tierra de Canaán para convertirlos allí en una nación. La singularidad de Jehová y de su pueblo parte de ese encuentro engendrador. Israel al nacer lleva la marca de ser pueblo oprimido como motivación para convertirse en nación de Jehová. El Dios de Israel es Jehová porque sacó de la opresión a ese pueblo constituido por esclavos. Es el éxodo como experiencia de justicia lo que establece la distinción radical. La vida de Israel, como objeto y sujeto de acción, está marcada por la justicia. En los otros pueblos la práctica de la injusticia podía privar a las personas de las bendiciones divinas. En Israel, al contrario, la injusticia se convertía en amenaza contra la existencia total del pueblo de Dios. El asunto aquí no es presencia ni ausencia de justicia como demanda divina. Sabemos que en los otros pueblos los dioses la exigieron. La diferencia radica en la intensidad con la que la justicia permea la vida de este pueblo en particular. Israel nace de un acto de justicia y sus principios constitutivos la introducen en la historia como nación estructurada sobre la base de una sociedad igualitaria. La justicia en las otras naciones era un remedio temporal en una sociedad estructurada, desde tiempos primigenios y por destino divino, para tener a los «de arriba» y a los «de abajo», a amos y a esclavos. Lo anterior se conecta directamente con el espíritu del Salmo 82. Allí se hace una afirmación contundente de la diferencia entre Jehová y los otros dioses. A menos que la justicia no empiece en el mundo de los dioses, esta no puede ser una realidad permanente en la esfera de lo humano. Para dislocar las estructuras de injusticia en la sociedad, es necesario, de acuerdo a este salmo, que se sentencien a muerte a los dioses que las apoyan. Dios se levanta en la asamblea divina, en medio de los dioses juzga: «¿Hasta cuándo juzgaréis inicuamente, y haréis acepción de los impíos? Juzgad en favor del débil y del huérfano, al humilde, al indigente haced justicia; al débil y al pobre liberad, ¡de la mano de los impíos arrancadle!» No saben ni comprenden; caminan en tinieblas, todos los cimientos de la tierra vacilan. Yo había dicho: «¡Vosotros, dioses sois, todos vosotros, hijos del Altísimo!» Mas ahora, como el hombre moriréis, como uno solo caeréis, príncipes. ¡Álzate, oh Dios, juzga a la tierra, pues tú eres el señor de las naciones! Este salmo, en el espíritu del éxodo, aclara que para la fe del Antiguo Testamento la justicia, como estilo de vida, no puede estar presente si Jehová está ausente. Y es por ella misma que el éxodo se convierte en la base de la prohibición de tener otros dioses. En realidad, la Biblia no está en contra de la idolatría y la adoración a otros dioses por ser algo que destroza el corazón de un Dios que no quiere rivales; que solo quiere que se le sirva a Él y nada más. No, Jehová no quiere ser un fin en sí mismo. Esta realidad la afirma de manera excelente en un resumen teológico el profeta Oseas: «Yo soy Jehová, tu Dios, desde la tierra de Egipto» (13.4). Jehová es Dios de Israel a partir de un hecho: el éxodo. Es allí donde Jehová e Israel se encuentran. Sin el éxodo ninguno de los dos se pertenecen.
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COMPRENSIÓN TEOLÓGICA
Una comprensión teológica del éxodo ayudará a explicar y corroborar la validez de esta tesis. Los primeros quince capítulos de Éxodo ponen de manifiesto que Jehová vino a liberar a un grupo de esclavos sometidos a dura servidumbre. Esta aseveración se reafirma por la manera en la que el «kerygma del éxodo» se desarrolló y estructuró en las diferentes tradiciones teológico-literarias del Pentateuco (Éx. 3.6–15; 6.2–8; Dt. 6.5–10). Dos ejemplos son suficientes para apoyar lo dicho: 1. Éxodo 3.9–15 parece continuar el diálogo iniciado entre Jehová y Moisés que culmina con la revelación del glorioso nombre Jehová (v. 15). v. 11: Moisés es sujeto: «¿Quién soy yo?» (Mi anoki). v. 12: Jehová es sujeto: «Yo estaré contigo. Yo te he enviado» (ehyeh immak anoki selahtika). v. 14: Jehová es sujeto: «Yo soy el que soy» (ehyeh aser ehyeh). «“Yo soy’ me ha enviado» (ehyeh selahani). v. 15: Jehová es sujeto: «YHVH, el Dios de tus padres». El v. 9, con el que parte la unidad, coloca el contexto, la motivación que arranca la revelación del nombre divino: la opresión del pueblo. Es esta opresión y el deseo divino de liberar al pueblo (v. 10) lo que provoca el éxodo. El significado del nombre de Dios, para la vida del pueblo liberado, queda ligado de una vez por todas a este hecho histórico concreto. Es en relación a esto que se hace elocuente la afirmación profética: «Yo soy Jehová, tu Dios, desde el país de Egipto» (Os 13.4). 2. Éxodo 6.2–8 (P) presenta el «kérygma del éxodo» en una estructura concéntrica. La fórmula «Yo soy Jehová» (ani YHVH), repetida cuatro veces, rodea el centro: la liberación del éxodo definida como «grandes actos de justicia» (Éx 6.6). A) Yo Soy Jehová (V. 2). B) Abraham, Isaac Y Jacob (V. 3). C) [Voy A] Darles La Tierra De Canaán (V. 4). D) Yo Soy Jehová. Yo Los Libertaré (V. 6). E) Os Libraré De Vuestra Esclavitud (V. 6). F) Os Salvaré. Con Grandes Actos De Justicia. E) Yo Os Haré Mi Pueblo, Y Seré Vuestro Dios (V. 7). D) Yo Soy Jehová. Os Libertaré (V. 7). C) Yo Os Introduciré En La Tierra (V. 8). B) Abraham, Isaac Y Jacob (V. 8). A) Yo Soy Jehová. Ambos pasajes, en su unidad de forma y contenido, afirman la relación intrínseca entre proclamación/revelación del nombre de Dios, Jehová, y las acciones divinas de justicia para liberar al pueblo oprimido en Egipto. La afirmación teológica encontrada en el corazón del «kérygma del éxodo», coloca juntos a Jehová, Dios justo y misericordioso, y su pueblo, un grupo de esclavos oprimidos en Egipto. El encuentro de ambos es lo que hace del éxodo un hecho tan singular. A través de su historia, ese pueblo liberado tenía que aprender a mantener unidos a Jehová, su único Dios, y las acciones de justicia, matriz generadora del pueblo, simplemente para poder existir. La negación de cualquiera de los elementos anularía al otro y traería como consecuencia la destrucción del pueblo. En realidad la constante vigencia que el éxodo tiene en la historia de Israel, tal como lo narra el Antiguo Testamento, debe encontrarse sobre todo en la conjugación de Jehová como único Dios de Israel y la presencia de la justicia. Esto se muestra de manera excelente en otro pasaje muy importante, Dt. 32.1–43. Este pasaje coincide con Dt. 10.12–22 al señalar que la incomparabilidad de Jehová se manifiesta en sus acciones de justicia. Coincide también en esta misma línea con Os 13.4; en realidad se podría considerar a Dt. 32 como una afirmación ampliada de la declaración del profeta
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Oseas: «Pero yo soy Jehová, tu Dios, desde el país de Egipto. No conoces otro Dios fuera de mí, ni hay más salvador que yo». Coincide, por supuesto, con Sal 82 e Isaías. En este cántico, como en aquellos otros pasajes, Jehová es incomparable por su justicia demostrada en forma concreta sobre un pueblo concreto, en un momento histórico concreto. La roca de Israel es Jehová, su único punto de referencia para vida y para muerte (Dt. 32.39). Jehová rechaza todo otro dios porque nadie más que Él guió a Israel en su peregrinar fuera de la esclavitud. Y he aquí lo importante en cuanto a lo incomparable de Jehová. Su singularidad es concomitante con su ser como Dios de justicia: Él es la Roca, su obra está completa (perfecta), porque todos sus caminos son justicia. Dios de lealtad y libre de injusticia, justo y recto es Él. (Dt. 32.4) La salvación de Israel se considera aquí, de igual manera que en II Isaías, como un acto de justicia. El contexto histórico no podía permitir definir la salvación de otra manera. A quien Jehová libró, guió por el desierto y entregó la tierra abundante (vv. 10–14) fue a un grupo de esclavos. Un pueblo sin poder ni riqueza como para despertar la autosuficiencia y orgullo o el interés de otros pueblos y dioses. Y es aquí donde se integra el asunto sobre la infidelidad y el abandono a Jehová. Porque Israel no valoró su existencia e importancia, ni los otros dioses lo consideraron como valioso e importante, sino solo a partir de lo que poseyó, producto de la dádiva divina: Comió Jacob hasta saciarse, engordó mi cariño, y tiró coces -estabas gordo y cebado y corpulento- y rechazó a Dios, su creador; [despreció] a su Roca salvadora. Le dieron celos con dioses extraños, lo irritaron con sus abominaciones, ofrecieron víctimas a demonios que no son dios, a dioses desconocidos, nuevos, importados de cerca que no veneraban vuestros padres. (Dt. 32.15–16) Nótese cómo lo poseído y el resultado de ello desplazan a Jehová y dejan el lugar para la autoconfianza y, o la dependencia en otro dios. He allí el problema de la injusticia. Mientras que a Jehová lo mueve la desposesión y la pobreza, a Israel y a los otros dioses los mueve la posesión y la abundancia. Jehová hace objeto de su amor al que no tiene; Israel y los otros dioses, a los que tienen. A la hora del desamparo de Israel (en el cautiverio) los otros dioses lo abandonan: ¿Dónde están sus dioses, roca en que buscaban su refugio, los que comían la grasa de sus sacrificios y bebían el vino de sus libaciones? ¡Levántense y os salven, sean ellos vuestro amparo! (Dt. 32.37–38) Es por el éxodo, y por el lugar de privilegio dado a los indigentes y marginados, que Jehová puede llamarse con pleno derecho el Dios de los pobres. Jehová halla en la situación de pobreza y opresión la razón más poderosa para actuar en la historia. Él y solo Él quiere liberar y hacer su pueblo a quienes dioses y poderosos buscan mantener al margen de la vida, en la periferia de una historia que ofrece beneficios solo a unos cuantos. Lo que hemos visto indica que el éxodo no se detiene en la experiencia del ayer como hecho empírico, con su límite y condicionamiento histórico. Es hecho con superávit de significado y con capacidad generadora de nuevos hechos liberadores. Por ello el Antiguo y el Nuevo Testamentos hablan de nuevos éxodos. Y ese dinamismo inagotable se debe a que Jehová decidió hacer del éxodo la experiencia y concepto más querido desde el cual se definiera su ser Dios al pueblo de su elección. La continuidad, es cierto, se muestra de maneras diferentes: en el culto (Dt. 16.1–5; 26.5– 10), en la rememorización del hecho en la proclamación profética (Os 13.4), en la insistencia de llamar éxodo a nuevos hecho salvíficos experimentados (1 R 12.28) y anunciados para el futuro (Jer 23.7–8). Sin embargo, considero que es en el pacto que el éxodo encuentra su continuidad y permanencia como estilo de vida para el pueblo de Dios. Es allí que halla coherencia y arraigo en la fe bíblica, un hecho que pasó en un momento concreto de la historia humana. Por ello el pacto es, al igual que el éxodo, algo singular como fenómeno en la historia de las religiones. Con él y por él Jehová e Israel, comparados con las otras religiones, son, a semejanza del éxodo, únicos, singulares. Por cierto que un éxodo sin pacto corre el peligro de esfumarse en un esfuerzo que al final se convierte en una nueva opresión. Este es el caso que se narra en 2 R 12.25–33.
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Aquí se narra del éxodo como una experiencia al margen del pacto. Jeroboam I (Año. 922–901 a.C.), un nuevo «Moisés», libera a su pueblo de la opresión «salomónica» (1 R 12.1–24). El hecho se completa con una acción que le dio a esa experiencia liberadora su fundamento teológico. Así, Israel (tribus del norte) no solo fue físicamente liberado, sino también experimentó una liberación religiosa. Jeroboam I estableció un lugar para la adoración y un símbolo de la presencia de Jehová, el becerro de oro. A todo ello el rey añadió la justificación teológica: «“Basta ya de subir a Jerusalén. Este es tu dios, Israel, el que hizo subir de la tierra de Egipto”» (12.28). Los vv. 25–28 no tienen matices negativos, no hay rastros de idolatría en ellos, pero tampoco hay señal de la presencia del pacto. Esto es lo que quizás explique que, años más tarde, Oseas (13.1–3) y el deuteronomista (1 R 12.30–33; et. al.) hayan encontrado a un pueblo que experimentó un éxodo, pero sin el marco protector del pacto. Al final, de acuerdo a la evaluación profética, Jeroboam I en lugar de ser un nuevo Moisés se convirtió en un nuevo Aarón. Ya no fue un líder del éxodo, sino un quebrantador del pacto. Y fue exactamente este ejemplo el que siguió Israel hasta su caída en 722 a.C. La repetición del estribillo «por los pecados que Jeroboam cometió e hizo cometer a Israel y con los que provocó la irritación de Jehová, Dios de Israel» (1 R 15.30; 16.19; et al) en la historia deuteronomística de los reyes, señal a que para el Israel del norte el paradigma de vida (que llevó a muerte) fue el éxodo sin pacto de Jeroboam I y no el éxodo con pacto de Egipto a la tierra buena, pasando por Horeb. EL PACTO: EL ÉXODO AD-PERPETUAM
El propósito del pacto es asegurar la perpetuación del éxodo y con él afianzar la vida bajo la dirección de Jehová, único Dios del éxodo, y plantarla en la justicia. Ya que Israel nace del éxodo y es en el éxodo y a partir de él que Jehová es Dios de Israel (Os 13.4), es lógico concluir que se haría todo intento por mantener esta experiencia como paradigma para el estilo de vida del pueblo. Como tal, el pacto convierte el hecho liberador de Jehová en promesa divina y en compromiso del pueblo. Por el pacto, a los beneficiarios del éxodo ahora se les desafía a convertirse en agentes de justicia y misericordia. Y deberá ser a través de ellos que otros, en circunstancias de esclavitud y pobreza, encuentren la concretización de las promesas divinas de liberación. El pacto, con miras a perpetuar el modelo de vida logrado a través de la experiencia del éxodo, toma muy en serio los dos elementos primordiales para la liberación completa: un solo Dios y la práctica de la justicia. Por ello, en primer lugar, el pacto procura liberar al pueblo de su propensión de seguir a otros dioses y poderes idolátricos. Busca, en segundo lugar, liberar al pueblo de toda tentación de autosuficiencia y caprichos egoístas. Así, el pacto se convierte en un poder subversivo. Su origen y dependencia en el poder de Jehová, Señor berítico, lo convierte en generador de cambios necesarios para destruir toda estructura injusta que intente perpetuar una sociedad desigual, con opresores y oprimidos. Con el establecimiento del pacto se hace efectiva la condena divina contra los otros dioses (Sal 82). Jehová no hace causa común con los otros dioses. Su compromiso será por siempre con hombres, con su pueblo. Y ya que Jehová no pacta con los dioses, este Dios insiste en que su pueblo no tenga nada que ver con aquellos. Con el pacto el compromiso de justicia está en las manos de los hombres. Se le ha arrebatado a los dioses. Con el pacto se ofrece un arma para destruir los modelos de vida «irrompibles» asegurados por los mitos y se les da a los hombres el derecho y el privilegio de crear estructuras que garanticen una vida humana auténtica. El pacto viene a asegurar una vida abundante y plena para todos. Huir de él es caer en los brazos de la muerte. Sin pacto, enseña el libro de Oseas, se acaba el éxodo. Se arrastra al pueblo al cautiverio, regresa a Egipto. EL NOMBRE QUE LE DA A JESÚS: Éx: 12: 3. El Cordero De La Pascua. UN BOSQUEJO PARA EL ESTUDIO Y LA ENSEÑANZA DEL ÉXODO. PRIMERA PARTE: Redención de Egipto (1.1—18.27) I. La necesidad de redención de Egipto 1.1–22 A. La acelerada multiplicación de Israel 1.1–7
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B. La aguda aflicción de Israel 1.8–14
C. La destrucción planificada de Israel 1.15–22 II. La preparación de los líderes de la redención 2.1—4.31 A. Moisés es salvado 2.1–10 B. Moisés vindica un desvarío 2.11–22 C. Israel le pide a Dios 2.23–25 D. Dios llama a Moisés 3.1—4.17 E. Moisés acepta el llamado 4.18–26 F. Israel acepta el llamado de Moisés como liberador 4.27–31 III. Dios redime a Israel de Egipto 5.1—15.21 A. Moisés confronta a faraón mediante la Palabra 5.1—6.9 B. Moisés confronta a faraón mediante milagros 6.10—7.13 C. Moisés confronta a faraón mediante las plagas 7.14—11.10 1. Primera plaga: sangre 7.14–25 2. Segunda plaga: ranas 8.1–15 3. Tercera plaga: piojos 8.16–19 4. Cuarta plaga: moscas 8.20–32 5. Quinta plaga: enfermedades en el ganado 9.1–7 6. Sexta plaga: úlceras 9.8–12 7. Séptima plaga: granizo 9.13–35 8. Octava plaga: langostas 10.1–20 9. Novena plaga: tinieblas 10.21–29 10. Décima plaga: anuncio de muerte 11.1–10 D. En la Pascua Israel es redimido mediante la sangre 12.1—13.16 E. Israel es redimido de Egipto mediante el poder de Dios 13.17—15.21 IV. La preservación de Israel en el desierto 15.22—18.27 A. Preservados de la sed 15.22–27 B. Preservados del hambre 16.1–36 C. Preservados nuevamente de la sed 17.1–7 D. Preservados de la derrota 17.8–16 E. Preservados del caos 18.1–27. SEGUNDA PARTE: Revelación de Dios (19.1—40.38) I. La revelación del Antiguo Pacto 19.1—31.18 A. La preparación del pueblo 19.1–25 B. La revelación del Pacto 20.1–26 1. Los Diez Mandamientos 20.1–17 2. La respuesta de Israel 20.18–21 3. Provisión para acercarse a Dios 20.22–26 C. Los juicios 21.1—23.33 1. Reglamentos sociales 21.1—22.15 2. Reglamentos morales 22.16—23.9 3. Reglamentos religiosos23.10–19 4. Reglamentos para la conquista 23.20–33 D. La renovación formal del Pacto 24.1–11 1. El Pacto se renueva mediante la sangre 24.1–8 2. Se revela el Dios del Pacto 24.9–11 E. El tabernáculo 24.12—27.21 1. En el Monte Sinaí se da la revelación 24.12–18 2. La ofrenda para el tabernáculo 25.1–7 3. La revelación sobre el tabernáculo 25.8—27.21
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F. Los sacerdotes 28.1—29.46
1. La vestimenta de los sacerdotes 28.1–43 2. La consagración de los sacerdotes 29.1–37 3. Las ofrendas continuas de los sacerdotes 29.38–46 G. Institución del Pacto 30.1—31.18 1. Instrucciones para usar el tabernáculo 30.1–38 2. Instrucciones para construir el tabernáculo 31.1–11 3. Señal del Pacto: El sábado 31.12–17 4. Se presentan las dos tablas 31.18 II. La respuesta de Israel al Pacto32.1—40.38 A. Israel viola el Pacto voluntariamente 32.1–6 B. Moisés intercede por la salvación de Israel 32.7–33 C. Moisés convence a Dios para que no abandone a Israel 32.34—33.23 D. Dios renueva el Pacto con Israel 34.1–35 E. Israel obedece el pacto voluntariamente 35.1—40.33 F. Dios llena el tabernáculo con Su gloria 40.34–38. CONCLUSIÓN.
La maldad es siempre cobarde e injusta; hace que el hombre tema donde nada hay que temer y que huya cuando nadie lo persigue. La sabiduría humana a menudo es necia y muy pecaminosa. El pueblo de Dios tenía capataces sobre ellos, no sólo para oprimirlos sino para afligirlos con sus cargas. No sólo los hacían servir para provecho del faraón sino para amargarles las vidas. Los israelitas aumentaron maravillosamente. El cristianismo se difunde más cuando es perseguido: la sangre de los mártires fue la semilla de la iglesia. Quienes aceptan consejo contra el Señor y su Israel sólo imaginan cosas vanas y acarrean mayor afrenta contra sí mismos. Queda claro que los hebreos estaban ahora bajo una bendición poco común. Vemos que los servicios hechos para el Dios de Israel son frecuentemente recompensados con bondad. El faraón dio la orden de ahogar a todos los hijos varones de los hebreos. El enemigo que, por medio del faraón, trataba de destruir a la iglesia en su estado infantil, se ocupa en frustrar el surgimiento de reflexiones serias en el corazón del hombre. Que teman pecar los que escapen, y clamen socorro al Señor directa y fervientemente. Moisés nunca tuvo protección más poderosa a su alrededor; ni aun cuando tenía a todos los israelitas alrededor de su tienda en el desierto, que ahora cuando yace a solas, un indefenso bebé sobre las aguas. No hay agua, no hay egipcio que pueda dañarlo. Dios está más presente a nuestro lado cuando parecemos más abandonados y desamparados. Moisés fue tratado como hijo de la hija de Faraón. Muchos que tienen un nacimiento oscuro y pobre, por actos sorprendentes de la Providencia son puestos a gran altura en el mundo, para que los hombres sepan que Dios reina. Por concesión especial del Cielo, que no sienta jurisprudencia para otros casos, Moisés mató a un egipcio y rescató a un israelita oprimido. Además, trató de poner fin a una disputa entre dos hebreos. El reproche de Moisés aún podría usarse. ¿No podemos aplicarlo a quienes disputan, y con sus ardientes debates, dividen y debilitan la iglesia cristiana? Olvidan que son hermanos. El que hacía lo malo atacó a Moisés. Enojarse por la reprensión es señal de culpa. Los hombres no saben lo que hacen, ni cuán enemigos son de sí mismos, cuando resisten y desprecian la reprensión fiel y al que la hace. Moisés podría haber dicho: “Si este es el espíritu de los hebreos, me iré de regreso a la corte y seré el hijo de la hija del Faraón”. Pero debemos tener cuidado de no ponernos en contra de los caminos de Dios y de su pueblo, por la necedad y los malos modales de algunas personas que profesan la religión. Moisés se vio obligado a huir a la tierra de Madián. Dios ordenó esto con fines sabios y santos.
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Es señal de que el Señor viene a nosotros con liberación cuando se inclina y hace que clamemos a Él. Dios oyó sus gemidos; dejó en claro que había tomado nota de sus gemidos. Él recordó su pacto, del cual nunca se olvida. Esto tuvo en consideración y no algún mérito de ellos. Él miró a los hijos de Israel. Moisés los miró y los compadeció pero, ahora, Dios los miró y los ayudó. Él tuvo respeto hacia ellos. Sus ojos estaban ahora fijos sobre Israel para mostrarse en favor de ellos. Dios siempre es así, una muy pronta ayuda en las tribulaciones. Entonces, animaos vosotros, que conscientes de culpa y servidumbre, estáis esperando en Él para ser liberados. Dios en Cristo Jesús también os mira. Una llamada de amor se une a una promesa del Redentor. Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar, Mateo 11: 28. Ninguna extensión en el tiempo puede separar el alma de los justos de su Hacedor. Diciendo esto, Dios enseñó a Moisés acerca de otro mundo y fortaleció su creencia en un estado futuro. Así lo interpreta nuestro Señor Jesús, el cual, a partir de esto, prueba que los muertos resucitan, Lucas 20: 37. Moisés escondió su rostro, como avergonzado a la vez que asustado de mirar a Dios. Mientras más vemos de Dios y de su gracia y de su amor en el pacto, más causa veremos para adorarle con reverencia y piadoso temor. Dios envió a Aarón al encuentro de Moisés. Mientras mejor veían ellos que Dios era quien los reunía, más agradable era su encuentro. Los ancianos de Israel los encontraron en fe y estuvieron dispuestos a obedecerles. A menudo sucede que se halla menos dificultad que la esperada en las empresas que son conforme a la voluntad de Dios y para su gloria. Sólo levantémonos y esforcémonos en nuestra obra, el Señor estará con nosotros y nos prosperará. Si Israel acogió las noticias de su liberación y adoró al Señor, ¡cómo no debiéramos nosotros acoger la buena nueva de la redención, para abrazarla por fe y adorar al Redentor! La orden de Faraón fue bárbara. Hasta Moisés y Aarón debían cargarse. Los perseguidores se complacen en despreciar a los ministros y ponerles dificultades. Debía hacerse la cantidad habitual de ladrillos sin la provisión acostumbrada de paja para mezclar con el barro. De esta manera los hombres iban a ser cargados con tanto trabajo que, si lo hacían, el esfuerzo los quebrantaría, y si no lo hacían, serían castigados. Véase el poder omnipotente de Dios. Cada criatura es para nosotros lo que Él la hace ser: agua o sangre. Nótese con qué cambios nos podemos encontrar en las cosas de este mundo; lo que siempre es vano, pronto puede convertirse en tribulación. Nótese qué mala obra hace el pecado. Si las cosas que han sido nuestra consolación resultan ser nuestra cruz, es gracias a nosotros mismos. El pecado es lo que convierte nuestras aguas en sangre. La plaga duró siete días; y en todo ese tiempo el orgulloso corazón de Faraón no le dejó desear que Moisés orara para eliminar la plaga. Así los hipócritas de corazón acumulan ira sobre sí. No es de asombrarse que la ira de Dios no se haya apaciguado, sino que su mano aún siga extendida. Dios podría haber infestado Egipto con leones, osos, lobos, o aves rapaces, pero Él eligió estas criaturas despreciables. Cuando le place, Dios puede atacarnos con las partes más pequeñas de su creación. De esta manera humilló a Faraón. No podían comer, beber ni dormir tranquilos; donde estuvieran, eran molestados por las ranas. La maldición de Dios sobre un hombre lo perseguirá donde quiera que vaya, y le pesará en todo lo que haga. Faraón cedió bajo esta plaga. Él promete que dejará ir al pueblo. Quienes desafían a Dios y la oración, temprano o tarde, tendrán que entender que los necesitan. Pero cuando Faraón vio que había alivio, endureció su corazón. Mientras el corazón no sea renovado por la gracia de Dios, no durarán los pensamientos provocados por la aflicción; las convicciones se desgastan y se olvidan las promesas formuladas. Mientras el estado del aire no cambie, lo que se deshiela al sol volverá a congelarse en la sombra. Los egipcios adoraban a su ganado. Lo que nosotros idolatramos Dios considera justo quitárnoslo. Este tirano orgulloso y cruel opresor merecía un trato ejemplar de parte del justo Juez del universo. Nadie que sea castigado conforme a lo que merece, puede quejarse
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con justicia. La dureza del corazón denota un estado mental en el cual no hacen impresión perdurable las amenazas ni las promesas, los juicios ni las misericordias. La conciencia está endurecida y el corazón lleno de orgullo y presunción, de modo que ellos persisten en la incredulidad y la desobediencia. Este estado mental también se llama el corazón de piedra. Muy diferente es el corazón de carne, el corazón contrito y humillado. Los pecadores no tienen que culpar a nadie, sólo a sí mismos, por el orgullo e impiedad que abusa de la generosidad y la paciencia de Dios. Porque sea como fuere que el Señor endurece los corazones de los hombres, siempre es como un castigo de pecados previos. Dios no solamente hizo distinción entre los egipcios y los israelitas sino entre uno y otro egipcio. Si Faraón no se rendía y así impedía el juicio mismo, quienes habían acatado la advertencia, podían buscar refugio. Algunos creyeron, tuvieron temor y albergaron a sus siervos y ganado en sus casas y esa fue una decisión sabia. Hasta entre los siervos de Faraón hubo algunos que temblaron ante la palabra de Dios, ¿y los hijos de Israel no tendrán temor? Pero otros no creyeron y dejaron el ganado en el campo. La incredulidad obstinada es sorda a las mejores advertencias y a los consejos más sabios, lo que deja que la sangre de los que perecen caiga sobre sus cabezas. Cuando Moisés hubo así entregado su mensaje, se fue de la presencia de Faraón con gran enojo por su obstinación, aunque él era el hombre más manso de la tierra. La Escritura ha anunciado la incredulidad de muchos que oyen el evangelio, para que no sea una sorpresa o una piedra de tropiezo para nosotros, Romanos 10: 16. No pensemos nunca lo peor del evangelio de Cristo por la marcada negligencia que los hombres le asignan. Faraón se endureció, a pesar de que se le convenció a que depusiera sus severas y altivas exigencias para que los israelitas obtuvieran la plena libertad. En forma semejante el pueblo de Dios hallará que cada lucha contra su adversario espiritual, hecha en el poder de Jesucristo, cada intento de vencerlo por la sangre del Cordero, y todo deseo de alcanzar creciente semejanza y amor al Cordero, serán recompensados con creciente libertad del enemigo de las almas. La Pascua debería celebrarse cada año, tanto como recordatorio de la preservación de Israel y su liberación de Egipto, y como un notable tipo de Cristo. La seguridad y liberación de los israelitas no fue una recompensa de su justicia propia sino una dádiva misericordiosa. A ellos les recordaba esto y, por medio de esta ordenanza, se les enseñó que todas las bendiciones les llegaron por medio del derramamiento y el rociamiento de sangre. Obsérvese: La primera noche de la Pascua fue una noche del Señor, digna de ser observada; pero la noche última de la Pascua, en que Cristo fue traicionado y en que se puso término a la primera Pascua, con las demás ceremonias judías, fue una noche del Señor, que debe ser celebrada mucho más. En dicha ocasión, fue quebrantado y quitado de nuestro cuello un yugo, más pesado que el de Egipto, y se nos puso por delante una tierra mejor que la de Canaán. Fue una redención digna de celebrarse en el cielo por toda la eternidad. La Pascua del Nuevo Testamento, la cena del Señor, no debe ser descuidada por nadie. Los extranjeros, si eran circuncidados, podían comer la Pascua. He aquí una indicación temprana de favor hacia los gentiles. Esto enseñó a los judíos que lo que les daba derecho a sus privilegios era el ser una nación favorecida por Dios, no su descendencia de Abraham. Cristo, nuestra Pascua, fue sacrificada por nosotros, 1ª Corintios 5: 7. Su sangre es el único rescate por nuestras almas; sin el derramamiento de sangre no hay remisión; sin derramamiento de sangre no se hace remisión. Por fe en Él, ¿hemos refugiado nuestras almas de la merecida venganza, poniéndolas bajo la protección de su sangre expiatoria? ¿Nos mantenemos cerca de Él, descansando constantemente en Él? ¿Profesamos nuestra fe en el Redentor y nuestras obligaciones para con Él, de modo que todos los que pasan por nuestro lado sepan a quien pertenecemos? ¿Estamos preparados para su servicio, dispuestos a andar en sus caminos y a separarnos de sus enemigos? Estas son preguntas de enorme importancia para el alma; que el Señor dirija nuestras conciencias para contestarlas con honestidad.
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Dios habla de muchas maneras a los hijos de los hombres; por la conciencia, por providencias, por su voz, a todas las cuales debemos atender cuidadosamente; pero nunca habló, en momento alguno, como cuando dio los Diez Mandamientos. Dios había dado antes esta ley al hombre; estaba escrita en su corazón, pero el pecado la desfiguró tanto que fue necesario revivir el conocimiento de ella. La ley es espiritual, y toma conocimiento de los pensamientos, deseos y disposiciones secretas del corazón. Su gran exigencia es el amor, sin el cual la obediencia externa es pura hipocresía. Requiere la obediencia perfecta, infalible, constante; ninguna ley del mundo admite la desobediencia. Cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos, Santiago 2: 10. Omitir o variar algo en el corazón o en la conducta, en pensamiento, palabra u obra, es pecado y la paga del pecado es muerte. Esta ley, tan extensa que no podemos medirla, tan espiritual que no podemos evadirla, y tan razonable que no podemos encontrarle defecto, será la regla del futuro juicio de Dios, como es la regla para la conducta presente del hombre. Si somos juzgados por esta regla, encontraremos que nuestra vida se ha pasado en transgresiones. Con esta santa ley y un juicio espantoso que nos espera, ¿quién puede despreciar el evangelio de Cristo? El conocimiento de la ley muestra la necesidad del arrepentimiento. El pecado ha sido destronado y crucificado en el corazón de cada creyente, y se ha escrito en él la ley de Dios, y se ha renovado la imagen de Dios. El Espíritu Santo le capacita para odiar el pecado, huir de él, amar y obedecer esta ley con sinceridad y verdad; tampoco dejará de arrepentirse. La nube cubrió el tabernáculo aun en el día más claro; no era una nube que el sol desvanece. La nube era una señal de la presencia de Dios para ser vista día y noche por todo Israel, para que nunca volvieran a preguntarse, ¿está o no el Señor entre nosotros? Dirigió el campamento de Israel a través del desierto. Mientras la nube estaba sobre el tabernáculo, ellos descansaban; cuando se levantaba, ellos la seguían. La gloria del Señor llenaba el tabernáculo. La shekiná se hacía visible en forma de luz y fuego: Dios es Luz; nuestro Dios es Fuego consumidor. Pero tan deslumbrante era la luz y tan temible el fuego, que Moisés no podía entrar a la tienda de la reunión hasta que disminuía el resplandor. Pero lo que Moisés no pudo hacer, nuestro Señor Jesús lo hizo a quien Dios hizo acercarse; Él nos ha invitado a entrar confiadamente al trono de la gracia. Enseñados por el Espíritu Santo a seguir el ejemplo de Cristo, y a depender de Él, a participar de sus ordenanzas y obedecer sus preceptos, seremos guardados de perder el camino, y seremos guiados en medio de las sendas de juicio, hasta que lleguemos al cielo, la habitación de su santidad. ¡Bendito sea Dios por Jesucristo! LEVÍTICO
*LEVÍTICO: Da instrucción adicional y detallada sobre la adoración en Israel, especialmente el *sacerdocio y los *sacrificios. Dios llamó a su pueblo a ser santo y a vivir para él. Dios ordenó diversas clases de oblaciones y sacrificios para asegurar a su pueblo el perdón de sus ofensas, si los ofrecían con verdadera fe y obediencia. También designó sacerdotes y levitas, sus atuendos, oficios, conducta y porción. Señaló las fiestas que debían observar y en qué épocas. Declaró por medio de los sacrificios y ceremonias que la paga del pecado es muerte y que sin la sangre de Cristo, el inocente Cordero de Dios, no puede haber perdón de pecados. LEVÍTICO (gr., Levitikon, relacionado con los levitas). Es la designación en la Biblia en castellano del tercer libro del Pentateuco, derivada de la traducción del lat. (Liber Leviticus) del título gr. Levitikon. El libro está asociado con Éxodo y Números en continuidad histórica, pero es diferente de ellos porque el elemento histórico está subordinado a las consideraciones legales y ritualistas. Aunque el énfasis en Levítico está puesto más en los sacerdotes que en los levitas, el título no es inapropiado ya que el sacerdocio judío era básicamente levita (Hebreos 7:11). Los primeros siete caps. De Levítico dan procedimientos detallados del holocausto para todo tipo de sacrificios y ofrendas quemadas, la ofrenda vegetal, los sacrificios por el pecado
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y la culpa, y otros sacrificios para remover el pecado y lo profano, según el pacto. La sección litúrgica siguiente (Levítico 8:1—10:20) describe la consagración de Aarón y el sacerdocio, seguida por la designación de los animales limpios e inmundos y ciertas reglas higiénicas (Levítico 11:1—15:33). El rito del día de la Expiación ocurre en el cap. 16, seguido por una sección (Levítico 17:1—20:27) en la cual se tratan los temas de la sangre del sacrificio, leyes éticas y penas para los que las transgredieran. El tema de Levítico 21:1—24:23 es la santidad de los sacerdotes y la consagración de las estaciones, mientras que el cap. siguiente se refiere a la legislación que cubre los años sabáticos y del jubileo. El cap. De conclusión resume las promesas y las amenazas (Levítico 26:1-46), y el apéndice (Levítico 27:1-34) cubre los votos. El ser humano como pecador, la expiación sustitucionaria y la santidad divina son temas prominentes a lo largo de Levítico. EL LIBRO DE LEVÍTICO: Libro del Antiguo Testamento lleno de instrucciones en cuanto a la adoración del pueblo escogido, Israel. Los hebreos lo llaman wa-yiqra («y llamó») por su palabra inicial, o a veces torat-qohanim («ley o manual de los sacerdotes») por su contenido. La Septuaginta le dio el nombre «Levítico» porque el sacerdocio se había reservado para Aarón y sus hijos, descendientes de la tribu de Leví. La Vulgata lo denomina Liber Leviticus, literalmente «libro de los levitas», es decir, del personal que labora en el templo. Lo curioso es que los levitas se mencionan solo incidentalmente en el libro (25.32). ESTRUCTURA DEL LIBRO
Para la mayoría de los estudiantes de la Biblia, Levítico es un libro difícil de leer. Es una página tras otra de instrucciones detalladas en cuanto a rituales extraños que parecían carecer de organización. Pero si se analiza con cuidado, el libro puede dividirse en dos partes importantes. La primera parte, que se extiende desde el capítulo 1 al 17, contiene instrucciones sobre el ritual de los sacrificios, incluso el sacrificio de animales u ofrenda encendida, que son ingredientes clave en la adoración del Antiguo Testamento. La segunda parte enfoca lo referente a la consagración de los sacerdotes, y presenta las leyes para caminar con Dios correcta y santamente. AUTOR Y FECHA
La mayoría de los eruditos bíblicos conservadores reconocen a Moisés como el autor de Levítico. Pero muchos insisten que se trata de una compilación de tradiciones transmitidas oralmente hasta formar lo que tenemos hoy. Esta última teoría pasa por alto las docenas de veces en Levítico en que Dios habló directamente a Moisés y este puso por escrito las instrucciones recibidas para trasmitirlas al pueblo. Además, nada era más importante para Israel en sus primeros años que el desarrollo del sistema de adoración. Por eso, había que establecer las reglas al mismo principio de Israel. Eso es lo que hace pensar que Moisés fue el autor, probablemente cerca del 1400 a.C. Algunos piensan que Levítico alcanzó su forma actual durante los tiempo de ESDRAS, cuando Judá regresó del CAUTIVERIO en Babilonia (siglo V a.C.). MARCO HISTÓRICO
No cabe duda de que el origen de las leyes y las narrativas que presenta Levítico se remonta al tiempo de MOISÉS y de la conquista de CANAÁN. En el Sinaí, Moisés recibió directamente de Dios los Diez Mandamientos y otras partes de la Ley. También construyó y equipó el tabernáculo como lugar en que el pueblo pudiera adorar a Dios (Éx. 40). Después de que el tabernáculo se llenó de la gloria de Dios, Moisés recibió instrucciones para el pueblo en cuanto a la adoración a Dios en aquel santo lugar. Son estas instrucciones las que hallamos en el libro de Levítico. APORTE A LA TEOLOGÍA
Levítico es importante por sus claras enseñanzas en cuanto a tres verdades espirituales fundamentales: EXPIACIÓN, SACRIFICIO y SANTIDAD EXPIACIÓN
El capítulo 16 de Levítico contiene las instrucciones de Dios para la observación del Día de Expiación. En ese día el sumo sacerdote de Israel entraba al Lugar Santísimo y ofrecía un
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sacrificio animal en expiación por sus propios pecados. Después mataba otro animal y rociaba la sangre sobre el altar para expiar el pecado del pueblo. El Nuevo Testamento compararía después estos sacrificios al sacrificio de Cristo al morir en nuestro lugar. Pero a diferencia de los sacerdotes humanos, Cristo no tuvo que ofrecer primero un sacrificio por sus propios pecados y luego por los del pueblo, porque esto lo hizo cuando se presentó a sí mismo como sacrificio (Heb 7.27). SACRIFICIO
Levítico enseñó a Israel a preparar diferentes tipos de sacrificios: ofrenda encendida, ofrendas de grano, ofrendas de paz, ofrendas por el pecado y ofrendas por culpa y transgresión. Eran presentes por medio de los cuales un adorador expresaba su lealtad y devoción a Dios. Pero un sacrificio cruento en el que se presentaba a Dios la sangre de un animal era más que un regalo. Simbolizaba que el adorador ofrecía su vida a Dios, pues los hebreos creían que «la vida de la carne en la sangre está» (Lv. 17.11). Esto también adquiere mayor significado en el Nuevo Testamento cuando se aplica a Cristo. Él dio su vida a nuestro favor cuando derramó su sangre para quitar nuestro pecado. SANTIDAD
El significado esencial de esta palabra en Levítico es que Dios demanda absoluta obediencia de su pueblo. La palabra en esencia quiere decir «separación». El pueblo de Dios tenía que separarse y ser diferente de los pueblos paganos que los rodeaban, y de ahí la razón por la que Dios instruyó a su pueblo que no comiera ciertos alimentos que no consideraba limpios. Solo un pueblo limpio e incontaminado podría Él usar para cumplir su propósito de redención del mundo. Levítico deja también bien claro que la santidad que Dios demandaba incluía la conducta diaria de su pueblo. De estos se esperaba que practicaran la bondad, la honradez y la justicia, y que se mostrara compasión hacia el pobre (Lv. 19.9–18). OTROS PUNTOS IMPORTANTES
La sangre de toros y corderos que tan importante son en Levítico no tiene poder para quitar el pecado. Cada uno de estos rituales son «sombra de los bienes venideros» (Heb 10.1). Señalaban proféticamente el supremo sacrificio de Dios que habría de presentarse a nuestro favor: «Cristo fue ofrecido una sola vez, para llevar los pecados de muchos» (Heb 9.28). EL NOMBRE QUE LE DA A JESÚS: Lev. 7: 8-9: Sumo Sacerdote Ungido. UN BOSQUEJO PARA EL ESTUDIO Y LA ENSEÑANZA DE LEVÍTICO. PRIMERA PARTE: Las leyes sobre cómo acercarse de manera aceptable a Dios: I. Las leyes del sacrificio 1.1—7.38 SACRIFICIO (1.1—17.16) II. Las leyes sobre los sacerdotes 8.1—10.20 III. Las leyes sobre la pureza 11.1—15.33 IV. Las leyes de la expiación nacional 16.1—17.16 SEGUNDA PARTE: Las leyes de un andar aceptable con Dios: SANTIFICACIÓN (18.1—27.34) I. Las leyes de la santificación del pueblo 18.1—20.27 II. Las leyes de la santificación para el sacerdocio 21.1—22.33 III. Las leyes de la santificación en la adoración 23.1—24.23 IV. Las leyes de la santificación en la tierra de Canaán 25.1—26.46 V. Las leyes de la santificación mediante los votos 27.1–34. CONCLUSIÓN.
La ofrenda de sacrificios era una ordenanza para la religión verdadera, desde la caída del hombre hasta la venida de Cristo. Pero parece que no hubo reglamentos muy detallados hasta que los israelitas estuvieron en el desierto. El designio general de estas leyes es claro. Los sacrificios tipificaban a Cristo; además eran sombras del deber, carácter, privilegio y comunión del creyente con Dios. Casi no hay algo que la Escritura diga del Señor Jesús que, además, no tenga referencia a su pueblo.
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Este libro empieza con las leyes de los sacrificios; los más antiguos eran los holocaustos, sobre los cuales Dios da órdenes a Moisés en este pasaje. Se da por sentado que el pueblo estaba dispuesto a traer ofrendas al Señor. La luz misma de la naturaleza dirige al hombre de una u otra manera para honrar a su Hacedor como su Señor. Los sacrificios fueron ordenados inmediatamente después de la caída. Los que no podían ofrendar un vacuno tenían que traer una oveja o una cabra; los que no podían hacer eso eran aceptados por Dios si traían una tórtola o un palomino. Las criaturas escogidas para el sacrificio tenían que ser mansas, delicadas e inofensivas para mostrar la inocencia y mansedumbre que hubo en Cristo, y que debe haber en los cristianos. La ofrenda del pobre es tan tipo de la expiación de Cristo como los sacrificios más caros, y expresaba tan completamente como los otros el arrepentimiento, fe y devoción a Dios. No tenemos excusa si rehusamos el culto a Dios agradable y racional ahora requerido. Pero no podemos ofrecer el sacrificio de un corazón quebrantado, o de alabanza y acción de gracias, así como un israelita no podía ofrendar un vacuno o cabra, si Dios no se daba a sí mismo primero. Mientras más hagamos en el servicio del Señor, más obligados estamos con Él, por su voluntad, la capacitación y la oportunidad. En muchas cosas Dios deja que nosotros fijemos lo que deberá gastarse en su servicio, sea de nuestro tiempo o de nuestra sustancia; sin embargo, cuando la providencia de Dios haya dado mucho a un hombre, no se aceptarán ofrendas magras, pues no son expresiones correctas de una mente bien dispuesta. Consagrémonos a su servicio en cuerpo y alma, sea lo que fuere que nos pida que demos, aventuremos, hagamos o suframos por amor a Él. Las ofrendas vegetales pueden ser tipo de Cristo, que se ofreció a Dios por nosotros, como el Pan de vida para nuestras almas; pero más bien parecen significar nuestra obligación para con Dios por las bendiciones de la providencia, y las buenas obras aceptables para Dios. La oblación era comestible y ese nombre abarcaba, y aún comprende, cualquier clase de provisión; la mayor parte de esta ofrenda era para comerla, y no para quemarla. Estas ofrendas se mencionan después de los holocaustos: estos servicios no pueden ser aceptados sin que haya interés en el sacrificio de Cristo, y dedicación a Dios de todo corazón. La levadura es el emblema del orgullo, la maldad, hipocresía, y la miel del placer sensual. Lo primero se opone directamente a las virtudes de la humildad, el amor y la sinceridad, que Dios aprueba; lo segundo aparta a los hombres de los ejercicios de devoción y de la práctica de las buenas obras. Cristo, en su carácter y sacrificio, estaba totalmente libre de las cosas representadas por la levadura; y su vida de sufrimientos y sus dolores de muerte eran exactamente lo opuesto del placer mundano. Su pueblo ha sido llamado a seguirle, y a ser como Él. Las ofrendas de paz tenían que considerar a Dios como el dador de todas las cosas buenas. Se repartían entre el altar, el sacerdote y el dueño. Se llamaban ofrendas de paz porque en ellas era como si Dios y su pueblo celebraran juntos, en señal de amistad. Las ofrendas de paz se ofrecían a guisa de súplica. Si un hombre andaba en procura de alguna misericordia, agregaba por ello una ofrenda de paz a su oración. Cristo es nuestra Paz, nuestra ofrenda de Paz; pues por su solo intermedio podemos obtener una respuesta de paz a nuestras oraciones. También, la ofrenda de paz era presentada a modo de acción de gracias por alguna misericordia recibida. Debemos ofrecer continuamente a Dios sacrificios de alabanza por Cristo nuestra Paz; entonces, esto agradará más al Señor que un buey o un becerro. Aquí hay una ley que prohibía comer grasa y sangre. En cuanto a la grasa, se refiere a la grasa de las partes internas, el sebo. La sangre fue prohibida por la misma razón: porque era la parte de Dios en todo sacrificio. Dios no permitía que la sangre que hacía expiación fuera usada como cosa corriente, Hebreos 10: 29; ni tampoco permitirá, aunque tengamos el consuelo de la expiación realizada, que reclamemos para nosotros una porción en el honor de hacerla. Esto enseñó a los judíos a respetar la distinción entre las cosas comunes y las sagradas; los mantuvo apartados de los idólatras.
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Les impresionaba más profundamente la creencia en un importante misterio en el derramamiento de la sangre y en la quema del sebo en sus sacrificios solemnes. Cristo, como Príncipe de paz, hizo “la paz mediante la sangre de su cruz”. Por su intermedio el creyente es reconciliado con Dios y, puesto que tiene la paz de Dios en su corazón, está dispuesto a estar en paz con todos los hombres. Que el Señor multiplique gracia, misericordia y paz a todos los que deseen ser portadores del carácter cristiano. Holocaustos, ofrendas vegetales y ofrendas de paz se habían ofrecido desde antes que se diera la ley en el monte Sinaí; en ellas los patriarcas tenían que hacer expiación por el pecado. Pero ahora a los judíos se les indicó un método para hacer expiación por el pecado, más particularmente por el sacrificio, como sombra de las cosas buenas venideras; sin embargo, la sustancia es Cristo, y su sola ofrenda de sí mismo, por la cual quitó de en medio el pecado. Se supone que los pecados por los cuales fueron establecidas las ofrendas por el pecado, eran actos conocidos. Se supone que eran pecados de comisión, cosas que no debieran haberse hecho. Las omisiones son pecados y deben ser juzgados; pero lo que fue omitido una vez, podría hacerse en otra ocasión; pero un pecado cometido era recuerdo del pasado. Se supone que eran pecados cometidos por yerro. La ley empieza con el caso del sacerdote ungido. Es evidente que Dios nunca tuvo un sacerdote infalible en su iglesia terrenal, puesto que hasta el sumo sacerdote podía caer en pecados por yerro. Toda pretensión de actuar sin error son marcas ciertas del Anticristo. El animal tenía que ser llevado fuera del campamento y, ahí, ser incinerado. Esto era una señal del deber del arrepentimiento, que es quitar el pecado como cosa detestable que nuestra alma aborrece. La ofrenda por el pecado se identifica con el pecado. Lo que ellos le hacían en el sacrificio, nosotros debemos hacerle a nuestros pecados: el cuerpo del pecado debe ser destruido, Romanos 6: 6. El apóstol aplica a Cristo el hecho de llevar el sacrificio fuera del campamento, Hebreos 13: 11–13. Poder alegar, cuando estamos cargados por un pecado cometido por yerro, y debido a lo sorpresivo de la tentación, no nos alejará de él, si no tenemos interés en aquel gran juicio en el cual Cristo murió. El pecado de ignorancia cometido por una persona común, necesitaba un sacrificio; los más grandes no están por sobre la justicia divina, ni los más pequeños están por debajo de ella. Ningún ofensor es pasado por alto. Aquí se encuentran ricos y pobres; son igualmente pecadores y son bien recibidos por Cristo. De todas las leyes sobre la ofrenda por el pecado podemos aprender a aborrecer el pecado y a velar para no ser alcanzados; y podemos valorizar debidamente a Cristo, la verdadera y gran ofrenda por el pecado, cuya sangre nos limpia de todo pecado, lo que no era posible para la sangre de becerros y machos cabríos. Cuando nosotros erramos, con la Biblia en la mano, es debido al efecto del orgullo, la indolencia y la negligencia. Necesitamos hacer uso frecuente del auto-examen, apoyado en un estudio serio de las Escrituras, y una oración sincera por la influencia convincente de Dios el Espíritu Santo; esto para que podamos detectar nuestro pecado por yerro, arrepentirnos y recibir el perdón por la sangre de Cristo. La sangre de la ofrenda por el pecado tenía que quitarse de las ropas sobre las cuales casualmente era rociada, lo que indica el cuidado que debemos tener con la sangre de Cristo, no contándola como cosa corriente. Había que romper la vasija en que se hervía la carne de la ofrenda por el pecado, si era de barro; pero si era de bronce había que lavarla muy bien. Esto muestra que la ofrenda no quita completamente la contaminación; pero la sangre de Cristo limpia completamente de todo pecado. Todas estas reglas establecían la naturaleza contaminante del pecado y el traspaso de la culpa del pecador al sacrificio. Mirad y maravillaos del amor de Cristo, en que Él se contentó con ser hecho ofrenda por el pecado a nuestro favor, y de ese modo procurar nuestro perdón de los continuos pecados y fracasos. Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado (esto es, una ofrenda por el pecado), 2ª Corintios 5: 21. De aquí tenemos perdón, y no sólo perdón, sino también poder contra el pecado, Romanos 8: 3.
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El sacrificio de la ofrenda por el pecado y el de la ofrenda por la culpa, era repartido entre el altar y el sacerdote; el que ofrendaba no tenía parte como en las ofrendas de paz. Lo anterior expresaba arrepentimiento y pesar por el pecado; por tanto, era más apropiado ayunar que festejar; las ofrendas de paz denotaban comunión con un Dios reconciliado en Cristo, el gozo y la gratitud del pecador perdonado y los privilegios del creyente verdadero. Cuando finalizó la solemnidad y se dijo la bendición, Dios testificó su aceptación. Ahí vino un fuego del Señor y consumió el sacrificio. Este fuego podía justamente haber sido precipitado sobre el pueblo consumiéndolos por sus pecados pero al consumir el sacrificio significó la aceptación de Dios de ello como expiación por el pecador. También esto fue una figura de las cosas buenas venideras. El Espíritu descendió como fuego sobre los apóstoles. Y el descenso de este fuego santo a nuestras almas, para encender en ellas afectos piadosos y devotos para con Dios, y tal celo santo que quema la carne y sus lujurias, es una prenda segura de la bondadosa aceptación de nuestras personas y desempeños por parte de Dios. Nada va a Dios sino lo que viene de Él. Debemos tener gracia, ese fuego santo, del Dios de la gracia o, de otro modo, no podemos servirle aceptablemente, Hebreos 4: 16; 12: 28. El pueblo fue aceptado por este descubrimiento de la gloria y gracia de Dios. Ellos lo recibieron con el gozo más elevado; triunfantes en la seguridad dada a ellos de que habían tenido cerca a Dios. Y con la menor reverencia; adorando humildemente la majestad de ese Dios que así condescendió a manifestarse a ellos. Miedo pecador de Dios es aquel que nos aleja de Él; el temor de la gracia nos hace inclinarnos ante Él. En Levítico, Muchos de los preceptos que en él hay son morales y siempre obligatorios; otros son ceremoniales y propios de la nación judía; sin embargo, tienen un significado espiritual y así nos enseñan; pues por estas instituciones nos es predicado el evangelio, como también a ellos, Hebreos 4: 2. La doctrina de la reconciliación con Dios por un Mediador no es empañada con el humo del holocausto, sino aclarada por el conocimiento de Cristo y éste crucificado. Estamos bajo las instituciones dulces y fáciles del evangelio, que declara adoradores verdaderos a los que adoran al Padre en espíritu y en verdad, por Cristo solo y en su nombre. De todos modos, no pensemos que como no estamos atados a los ritos y obligaciones ceremoniales, que basta un poco de atención, tiempo y gasto para honrar a Dios. Teniendo directo acceso al Lugar Santísimo por la sangre de Jesús, acerquémonos con corazón sincero y en plena certidumbre de fe, adorando a Dios con el mayor gozo y humilde confianza, diciendo todavía: Bendito sea Dios por Jesucristo. NÚMEROS
*NÚMEROS: Describe el tiempo de Israel en el desierto, desde el monte Sinaí, donde Dios dio la ley, hasta Cades-barnea, donde sólo dos espías querían obedecer a Dios y entrar en la Tierra Prometida. También abarca los cuarenta años de vagar en el desierto como resultado de la desobediencia de Israel. Este libro se llama NÚMEROS debido a los censos del pueblo que contiene. Va desde la entrega de la ley en el Sinaí hasta su llegada a las llanuras del Jordán. Se da cuenta de sus quejas e incredulidad por lo que fueron sentenciados a vagar por el desierto durante casi cuarenta años; también, habla de algunas leyes, ceremoniales y morales. Las pruebas del pueblo tienden marcadamente a distinguir los malos e hipócritas de los siervos fieles y verdaderos de Dios que le sirvieron con corazón puro. LIBRO DE NÚMEROS. El cuarto libro del Pentateuco, llamado por los judíos En el Desierto, por la primera palabra importante del libro. El título heb. Es mucho más significativo que el español, porque el libro recoge el relato de la travesía por el desierto luego de la llegada al Sinaí (Éxodo 19) y registra el viaje en el estilo de los beduinos que Israel realizara en su deambular por 40 años. El título Números nos llega de la traducción gr. Tanto al comienzo (Números 1:2-46) y cerca del final (Números 26:2-51) se da el número de los israelitas: algo más de 600.000 varones de 20 años de edad o más. Este era el número de las fuerzas de combate, mencionadas dos veces porque en dos oportunidades el ejército fue convocado a la batalla:
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primero en el frustrado intento de invadir la tierra desde Cades-barnea, y luego al final de los 40 años en el desierto, a un paso de iniciar la conquista de Canaán. El bloque que llega hasta Números 10:11 de Números proporciona legislación adicional y la organización de la multitud. De Números 10:11 a 12:16 se registra la marcha desde Sinaí hasta Cades-barnea. Luego viene el desastre en Cades, registrado en los caps. 13 y 14. Los tres líderes en esta oportunidad, Josué y Caleb, los espías que creyeron, y Moisés el Intercesor, quedan por siempre recordados como entre los grandes hombres de Dios. Los caps. 15 a 21:11 registran las repetidas infidelidades del pueblo. Al parecer, durante gran parte de los 40 años (Amós 5:25; Josué 5:2), el pueblo se alejó de Dios, y hasta es posible que por momentos haya faltado su unidad nacional. De Números 21:11 en adelante se encuentran los relatos de la conquista del otro lado del Jordán y los preparativos para pasar a ocupar la tierra. Sejón y Og, en el territorio del norte fueron conquistados en ágiles maniobras detalladas de manera más extensa en Deuteronomio. Luego Números describe la muy interesante actividad de Balaam el profeta mercenario, a quien de manera sobrenatural se le impidió maldecir a Israel (caps. 22—24). La sección final incluye la instalación de Josué (cap. 27), el resumen de los viajes (cap. 33) y la provisión de ciudades de refugio (cap. 35). LIBRO DE NÚMEROS. Libro del Antiguo Testamento que los hebreos llaman wa-yedabber (y habló), según la palabra inicial del libro, o ba-midbar (en el desierto), según la quinta palabra. La Septuaginta le puso el título de «Números» (arithmói) debido al doble censo del pueblo de Israel que se describe en los capítulos 1–3 y 26. En realidad el título «En el desierto» habla más del contenido del libro, que describe los hechos y experiencias significativas que vivió el pueblo de Israel en la travesía por el desierto de Sinaí (1.1; 10.12; 22.1; 36.13) hasta llegar a la frontera oriental con la antigua Canaán. ESTRUCTURA DEL LIBRO
Este relato de la segunda etapa del viaje de Egipto a Canaán, desde el Sinaí hasta la tierra de promisión, puede dividirse en tres grandes partes. La primera relata los preparativos para la partida desde el Sinaí (1.1–10.10). Comprende un censo del pueblo, la purificación del campamento, los últimos acontecimientos en el Sinaí y los reglamentos para marchar y acampar, determinados por la nube de la presencia de Dios y los toques de clarín que daban la señal de partida. La segunda parte nos presenta los fallos que impidieron que la generación que salió de Egipto entrara en la tierra prometida (10.11–25.15). En el camino entre Sinaí y Moab ocurrieron cosas trascendentales como el envío de los doce exploradores; la rebelión del pueblo en Cades, castigada con treinta y ocho años de peregrinación; la fabricación de la serpiente de bronce; el envío de Balaam y su vaticinio favorable a Israel, y la idolatría de los israelitas seducidos por los madianitas. En la última parte se relata la preparación de una nueva generación para entrar a la tierra prometida. Se les ofrece prescripciones para la conquista y repartición de Canaán (26–36). Antes de tomar Transjordania se realizó un nuevo censo y Josué quedó nombrado como sucesor de Moisés. Luego se repartió la Transjordania entre las tribus de Rubén, Gad y la media tribu de Manasés y se establecieron los reglamentos que los israelitas debían observar cuando conquistaran y se repartieran la tierra de Canaán, al otro lado del Jordán. AUTOR Y FECHA
Números es uno de los primeros cinco libros del Antiguo Testamento que tradicionalmente se atribuyen a Moisés. Él es el personaje central, y no es extraño que dejara por escrito el relato de esos acontecimientos en los que jugó un papel principal. Un pasaje de Números dice: «Moisés escribió sus salidas conforme a sus jornadas por mandato de Jehová» (33.2). Hay muchas referencias como esta en todo Números, lo que apoya la convicción de que él escribió el libro. Moisés debe haber escrito Números un poco antes de su muerte, cuando los hebreos se preparaban para entrar a Palestina. Si es así, debe haberlo escrito en 1404 a.C.
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MARCO HISTÓRICO
Los hechos que cubre Números abarcan de treinta nueve a cuarenta años de la historia de Israel: de 1445 a.C., cuando levantaron el campamento del monte Sinaí, a 1405 a.C., cuando cruzaron el Jordán para entrar en Canaán. Fueron años de dura preparación y castigo. Números enseña claramente por qué los israelitas no entraron a poseer la tierra al salir del monte Sinaí. Como dudaron de Dios al atemorizarse ante los informes de los espías que inspeccionaron Canaán, Dios determinó: «Todos los que vieron mi gloria y mis señales que he hecho en Egipto y en el desierto, y me han tentado ya diez veces, y no han oído mi voz, no verán la tierra de la cual juré a sus padres; no, ninguno de los que me han irritado la verá» (Nm 14.22–23). APORTE A LA TEOLOGÍA
Números presenta el concepto de la ira correctiva de Dios aplicada a su pueblo desobediente. Con sus rebeliones, los hebreos habían quebrantado el pacto. Ni siquiera Moisés se libró de la ira de Dios cuando fue desobediente. Pero Dios no se dio por vencido con su pueblo. Aunque de momento los castigó, seguía determinado a bendecirlos y a conducirlos a la tierra que les había prometido. Hasta el falso profeta Balaam reconoció esta verdad en cuanto al propósito soberano de Dios (23.19). En Números se destacan la soberanía de Dios, su santidad y su demanda de obediencia, pero también su misericordia y su fidelidad a la alianza. También se ve un significado tipológico en varios sucesos, personas y leyes (1 Co 10.5ss; Heb 3.7ss; 9.13). El Nuevo Testamento se refiere en varias ocasiones a diversos pasajes de Números. Compárense 21.8ss con Jn 3.14ss; 28.9 con Mt 12.5; 16.5 con 2 Ti 2.19; 22.21ss con 2 P 2.15y Ap 2.14. OTROS PUNTOS IMPORTANTES
El término «allende el Jordán» en el texto original (22.1; 32.19; 34.15) puede significar «de esta parte del Jordán» o «al otro lado del Jordán». Si se acepta como correcta solamente la segunda, la descripción de los llanos de Moab en lo que hoy es Transjordania, situados «al otro lado del Jordán», ubicaría al autor de este término en la ribera occidental del río, y este no podría ser Moisés, que nunca estuvo en esa región, sino un personaje diferente y probablemente posterior. Pero de la comparación de Nm. 32.19 con 34.15 resulta que el término en cuestión puede significar también «de esta parte del Jordán», y ciertos detalles demuestran claramente que el autor conocía la situación exacta en cada caso. Números 4.3 y 8.24 establecen de un modo aparentemente contradictorio la edad con que los levitas podían entrar al servicio del tabernáculo: el primer pasaje establece treinta años mientras que el segundo permite servir a la edad de veinticinco años. Según Esd. 3.8 tal condición se redujo después del cautiverio a veinte años. La diferencia, entonces, entre Números 4.3 y 8.24 se debe probablemente al cambio de situación; el primer pasaje ha de referirse al tiempo de la peregrinación en el desierto, y el segundo al tiempo posterior cuando el tabernáculo había sido colocado en un lugar permanente. Moisés mismo pudo haber introducido la modificación. La escasez de agua, repetida varias veces, no debe extrañar en un desierto, como tampoco la respectiva intervención divina que en varias ocasiones puso término a tal situación. Ambos elementos hablan de un solo hecho, y no deben tomarse como variantes. De una manera análoga Jesús repetía a veces un mismo milagro (alimentación milagrosa de los 5.000 y luego de los 4.000). Mateo establece en 16.9, 10 los dos casos semejantes como hechos concretos. EL NOMBRE QUE LE DA A JESÚS: Núm. 21: 8; 24: 17: Estrella De Jacob Y Serpiente De Bronce UN BOSQUEJO PARA EL ESTUDIO Y LA ENSEÑANZA DE NÚMEROS. PRIMERA PARTE: La preparación de la antigua generación para heredar la tierra
prometida (1.1—10.10) I. La organización de Israel 1.1—4.49 A. Organización del pueblo 1.1—2.34 B. Organización de los sacerdotes 3.1—4.49
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II. La santificación de Israel 5.1—10.10 A. Santificación mediante la separación 5.1–31 B. Santificación mediante el voto nazareo 6.1–27 C. Santificación mediante la adoración 7.1—9.14 D. Santificación mediante la dirección divina 9.15—10.10. SEGUNDA PARTE: El fracaso de la antigua generación por no heredar la tierra
prometida (10.11—25.18). I. El fracaso de Israel en camino hacia Cades 10.11—12.16 A. Israel sale del Monte Sinaí 10.11–36 B. Fracaso del pueblo 11.1–9 C. Fracaso de Moisés 11.10–15 D. Dios le provee a Moisés 11.16–30 E. Dios le provee al pueblo 11.31–35 F. Fracaso de María y Aarón 12.1–16 II. El fracaso culminante de Israel en Cades 13.1—14.45 A. Investigación de la tierra prometida 13.1–33 B. Israel se rebela contra Dios 14.1–10 C. Moisés intercede 14.11–19 D. Dios juzga Israel 14.20–38 E. Israel se rebela contra el juicio de Dios 14.39–45 III. El fracaso de Israel en el desierto 15.1—19.22 A. Repaso de las ofrendas15.1–41 B. Rebelión de Coré 16.1–40 C. Rebelión de Israel contra Moisés y Aarón 16.41–50 D. Función del sacerdocio17.1—19.22 IV. El fracaso de Israel en camino a Moab20.1—25.18 A. María muere 20.1 B. Moisés y Aarón fracasan 20.2–13 C. Edom les rehúsa el paso 20.14–21 D. Aarón muere 20.22–29 E. Victoria de Israel sobre los cananeos 21.1–3 F. El fracaso de Israel 21.4–9 G. Viaje a Moab 21.10–20 H. Victoria de Israel sobre Sehón 21.21–32 I. Victoria de Israel sobre Basán 21.33–35 J. Fracaso con los moabitas 22.1—25.18. TERCERA PARTE: La preparación de la nueva generación (26.1—36.13) I. La reorganización de Israel 26.1—27.23. A. El segundo censo 26.1–51 B. Método para dividir la tierra 26.52–56 C. Excepciones en la división de la tierra 26.57—27.11 D. Señalamiento del nuevo líder de Israel27.12–23 II. Los reglamentos de los sacrificios y los votos 28.1—30.16 A. Los reglamentos de los sacrificios 28.1—29.40 B. Los reglamentos de los votos 30.1–16 III. La conquista y la división de Israel 31.1—36.13 A. Victoria sobre Madián 31.1–54 B. División de la tierra al este del Jordán 32.1–42 C. El resumen de los viajes de Israel 33.1–49 D. División de la tierra al oeste del Jordán 33.50—34.29
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E. Ciudades especiales en Canaán 35.1–34 F. Problemas especiales de la herencia en Canaán 36.1–13 CONCLUSIÓN:
Se censó al pueblo para mostrar la fidelidad de Dios al aumentar la descendencia de Jacob, para que ellos fuesen los mejores entrenados para las guerras y la conquista de Canaán, y para organizar a las familias con miras al reparto de la tierra. Se dice que se censaron de cada tribu los que eran capaces de ir a la guerra; tenían guerras por delante aunque ahora no hallaran oposición. Que el creyente sea preparado para resistir a los enemigos de su alma aunque todo parezca estar en paz. Aquí se cuida de distinguir a la tribu de Leví que se había distinguido por sí misma en el asunto del becerro de oro. Los servicios singulares serán recompensados con honores singulares. Fue para honor de los levitas que se les encomendara el cuidado del tabernáculo y sus tesoros en sus campamentos y marchas. Fue para honor de las cosas sagradas que nadie las viera ni las tocara sino los llamados por Dios al servicio. Todos somos ineptos e indignos de tener comunión con Dios, hasta que seamos llamados por Su gracia a la comunión de Su Hijo Jesucristo, nuestro Señor; y de ese modo, siendo la descendencia espiritual de este gran Sumo Sacerdote, seamos hechos sacerdotes para nuestro Dios. Debe tenerse sumo cuidado en evitar el pecado pues evitar el pecado es evitar la ira. Los levitas no fueron contados con los demás israelitas por ser una tribu santa. Los que ministran cosas sagradas no deben enredarse ni ser enredados en los asuntos mundanos. Y que cada creyente procure hacer lo que el Señor ha mandado. Las tribus tenían que acampar alrededor del tabernáculo que debía estar en el medio. Era una señal de la bondadosa presencia de Dios. Pero tenían que armar sus tiendas lejos por reverencia al santuario. Los hijos de Israel se colocaron en sus puestos sin quejarse ni discutir, y como era su seguridad, así era su belleza. Deber e interés nuestro es contentarnos con el lugar que se nos ha asignado y empeñarnos por ocuparlo en forma apropiada sin envidias, quejas ni rezongos; sin ambición ni codicia. Así, pues, la iglesia del evangelio debiera mantener un buen orden y firmeza, conforme al modelo de la Escritura, conociendo y manteniendo cada cual su lugar; y, entonces, todos los que desean bien a la iglesia se regocijarán contemplando su orden, Colosenses 2: 5. El número de los primogénitos, y el de los levitas eran muy aproximados entre sí. Dios conoce todas sus obras de antemano; hay una proporción exacta entre ellos y así se verá cuando se comparen. El pequeño número de primogénitos, superior y por encima del número de levitas, debían ser redimidos y el dinero de la redención había que pagarlo a Aarón. La iglesia se llama congregación de los primogénitos, redimidos, no como ellos, con plata y oro; sino que, estando condenados por la justicia de Dios a causa del pecado, son rescatados con la preciosa sangre del Hijo de Dios. Todos los hombres son del Señor por creación, y todos los cristianos verdaderos son suyos por redención. Cada uno debe conocer su propio puesto y deber; ni puede ningún servicio requerido por tal Amo con justicia ser contado como bajo o duro. Los hombres de edad madura de la tribu de Leví, todos los de treinta a cincuenta años de edad, tenían que ser empleados para el servicio del tabernáculo. El servicio de Dios requiere lo mejor de nuestra fuerza y las primicias de nuestro tiempo, que no puede ser mejor utilizado que en la honra de aquel que es el Primero y el mejor. El servicio de Dios debe hacerse cuando estamos más fuertes y activos. Los que postergan el arrepentimiento hasta una edad avanzada no toman en cuenta esto, y de ese modo dejan la mejor obra para hacerla en el peor momento. Aunque la ignorancia constituye excusa en cierto grado, no justificará a aquellos que podrían haber conocido la voluntad de su Señor, pero no lo hicieron. David oraba que se le limpiara de sus faltas ocultas, los pecados de los que él mismo no tenía conciencia.
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Los pecados cometidos por ignorancia serán perdonados por medio de Cristo el gran Sacrificio que, cuando se ofrendó a sí mismo de una sola vez para siempre en la cruz, pareció explicar parte de la intención de su ofrenda con la oración: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Esto miraba con favor a los gentiles, pues la ley de expiación por los pecados de ignorancia está hecha expresamente para extenderla a quienes eran extranjeros en Israel. Se reconocen como pecadores con soberbia a los que pecan deliberadamente contra la voluntad y la gloria de Dios. Los pecados así cometidos son excesivamente pecaminosos. El que así transgrede el mandamiento este reprende al Señor, y también desprecia la palabra del Señor. Los pecadores soberbios la desprecian pensando que son demasiado grandes, demasiado buenos, y demasiado sabios para ser gobernados por ella. Se narra un caso particular de desafío en el pecado de transgredir el día de reposo. La transgresión fue juntar leña para hacer fuego el día de reposo, en tanto que el pueblo tenía que hornear y cocinar lo que tuviera ocasión el día anterior, Éxodo 16: 23. Esto fue hecho como afrenta tanto a la ley como al Legislador. Dios es celoso del honor de sus días de reposo y no considerará inocente al que los profana, hagan lo que hagan los hombres. Dios concibió este castigo como advertencia para que todos tomen conciencia de guardar el carácter sagrado del día de reposo. Y podemos tener la seguridad de que jamás se dio mandamiento para castigo del pecado, que en el día del juicio, no resulte haber procedido del amor y la justicia perfectos. El derecho de Dios a un día de devoción a Él será disputado y negado sólo por quienes atienten al orgullo y la incredulidad de su corazón en vez de oír la enseñanza del Espíritu de verdad y vida. ¿En qué radica la diferencia entre aquel que fue sorprendido recogiendo leña en el desierto en el día de Dios y el hombre que da la espalda a las bendiciones de las ordenanzas del día de reposo y las promesas de las misericordias del día de reposo, para usar su tiempo, sus intereses y su alma en acumular riquezas; y desperdicia sus horas, sus bienes y su fuerza en el placer pecaminoso? La riqueza puede venir por el esfuerzo impío, pero no vendrá sola; tendrá su espantosa recompensa. Las empresas de los pecadores conducen a la ruina. El orgullo y la ambición ocasionan gran cantidad de maldad tanto en las iglesias como en los Estados. Los rebeldes pelean contra la ordenación del sacerdocio en Aarón y su familia. Tenían poca razón para ufanarse de la pureza del pueblo o del favor de Dios, pues el pueblo había sido contaminado con pecado tan a menudo y tan recientemente, que ahora se hallaban bajo las señales del desagrado de Dios. Acusan injustamente a Moisés y Aarón de arrogarse el honor para sí mismos; pero habían sido llamados por Dios para hacerlo. Véase aquí: 1. De qué espíritu son los que reclaman, de quienes resisten las potestades que Dios ha puesto sobre ellos. 2. Qué trato pueden esperar hasta los hombres mejores y más útiles, aun de parte de aquellos a quienes han servido. Moisés procuró la enseñanza de Dios. El corazón del sabio reflexiona antes de responder y pide el consejo de Dios. Moisés muestra los privilegios que tienen como levitas y los acusa del pecado de menospreciar tales privilegios. Para evitar que envidiemos a los que están por encima de nosotros nos servirá considerar debidamente cuántos son los que están por debajo de nosotros. Los setenta ancianos de Israel asistieron a Moisés. Nuestro deber es hacer lo que podamos para sostener y mantener a la autoridad legal cuando exista oposición a ella. Y los que no perecerán con los pecadores deben salir de en medio de ellos y apartarse. En respuesta a la oración de Moisés fue que Dios impulsó el corazón de la congregación para alejarse por su propia seguridad. La gracia para separarse de los malhechores es una de las cosas que acompañan a la salvación. Dios dejó justamente a los rebeldes entregados a la obstinación y a la dureza de sus propios corazones. Bajo la dirección divina Moisés declara, cuando todo Israel esperaba el acontecer, que si los rebeldes sufrían una muerte común, él aceptaría que le llamaran impostor y lo contaran como tal.
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En cuanto Moisés hubo dicho la palabra, Dios hizo que la tierra se abriera y se los tragara a todos. Los niños perecieron con sus padres; de los cuales no podemos decir cuán malos pudieran haber sido para merecerlo, o, de lo contrario, cuán bueno pudiera ser Dios con ellos. Sin embargo, de esto estamos seguros: que la justicia infinita no les hizo mal. Eso fue completamente milagroso. Dios tiene, cuando le place, castigos extraños para los que hacen iniquidad. Fue muy significativo. Considerando cómo la tierra aún sigue cargada, de igual manera, con el peso de los pecados del hombre, tenemos razón para maravillarnos que no se hunda bajo su carga. La ruina de los demás debiera ser nuestra advertencia. Si por fe pudiéramos oír los alaridos de quienes han caído al abismo insondable, pondríamos más diligencia para escapar por nuestra vida, so pena de caer también en su condenación. La tierra acababa apenas de cerrar la boca cuando volvieron a cometer los mismos pecados y desdeñaron todas las advertencias. Al pueblo del Señor, que encuentran defectos en la justicia divina, se le llama rebelde. La obstinación de Israel, a pesar del terror de la ley de Dios, cuando fue dada en el monte Sinaí, y del terror de sus juicios, demuestra cuán necesaria es la gracia de Dios para cambiar el corazón y la vida de los hombres. El amor hará lo que no puede hacer el temor. Moisés y Aarón intercedieron ante Dios y pidieron misericordia, sabiendo que enorme era la provocación. Aarón fue y quemó incienso, colocándose entre los muertos y los vivos, no para purificar el aire, sino para pacificar al Dios ofendido. Como responsable de la vida de cada israelita, Aarón se apuró todo lo posible. Debemos devolver bien por mal. Obsérvese especialmente que Aarón era tipo de Cristo. Hay una epidemia de pecado en el mundo que sólo la cruz y la intercesión de Jesucristo pueden detener y eliminar. Él entra en el campo de los contaminados y moribundos. Se interpone entre los muertos y los vivos; entre el Juez eterno y las almas condenadas. Hemos de tener redención por su sangre, el perdón de pecados. Admiramos la devoción pronta de Aarón: ¿no bendeciremos y alabaremos la indecible gracia y amor que llenaron el corazón del Salvador cuando se puso en nuestro lugar, y nos compró con su vida? Sin duda que Dios ha encarecido su amor para con nosotros en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros, Romanos 5: 8. Dios consideró necesario repetir ahora la ley de los sacrificios. Esta era una generación nueva de hombres; les preocupaba mantener la paz con Dios cuando estaban en guerra con sus enemigos. El sacrificio diario se llama holocausto continuo; cuando se nos pide que oremos sin cesar, por lo menos cada mañana y cada anochecer debemos ofrendar oraciones y alabanzas solemnes a Dios. Aquí nada se agrega sino que el vino vertido en la ofrenda para la libación sea vino superior, para enseñarnos a servir a Dios con lo mejor que tengamos. Era una figura de la sangre de Cristo, señal dejada a la iglesia como vino; y de la sangre de los mártires que fuera derramada como ofrenda para la libación del sacrificio y servicio de nuestra fe, Fil 2: 17. Cada día de reposo, además de los dos corderos ofrecidos para los holocaustos diarios, había que ofrecer otros. Esto nos enseña a redoblar nuestras devociones en el día de reposo porque así lo requiere el deber del día. El reposo debe observarse para aplicarnos más íntimamente a la obra del día de reposo, la cual debe llenar todo el tiempo del reposo. Las ofrendas de las lunas nuevas demostraban gratitud por la renovación de las bendiciones terrenales: cuando nos regocijamos en los regalos de la providencia, debemos hacer fuente y manantial de nuestro gozo el sacrificio de Cristo, esa gran dádiva de gracia especial. El culto realizado en luna nueva es tipo de las solemnidades de la buena nueva, Isaías 66: 23. Así como la luna toma prestada la luz del sol, y es renovada por su influjo, así la iglesia toma prestada su luz de Jesucristo, el Sol de la justicia, renovando el estado de la iglesia especialmente bajo el evangelio. Estos son los juicios que el Señor mandó en los campos de Moab. La mayoría de ellos dicen la relación con la ocupación de Canaán, donde iban a entrar ahora los israelitas.
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Cualquiera sea la nueva condición que Dios nos ponga en su providencia, tenemos que rogarle que nos enseñe los deberes correspondientes y nos capacite para ello, a fin de que podamos hacer la obra del día en su día, el deber de un lugar en su lugar. Que el pueblo de Dios aprenda cuán bueno y conveniente es unirse solamente a su propio pueblo, como las hijas de Israel. ¿No debiera todo verdadero creyente en Jesús estar muy atento a las relaciones cercanas y tiernas de la vida, para unirse solamente con quienes están unidos al Señor? Todas nuestras intenciones e inclinaciones deben sujetarse a la voluntad de Dios, cuando esta se nos ha dado a conocer, y especialmente cuando se trata de contraer matrimonio. Aunque la palabra de Dios permite el afecto y la preferencia en esta importante relación, no da su aprobación a la pasión necia, ingobernable e idólatra, que no se preocupa por cual sea el fin, sino que, desafiando la autoridad, determina su propia satisfacción. Toda conducta de esta clase es contraria al sentido común, a los intereses de la sociedad, a la felicidad de la relación matrimonial y, lo que es peor aún, contra la religión de Cristo y su salvación que el nos brinda por la obra de la cruz. DEUTERONOMIO.
*DEUTERONOMIO: Presenta una serie de discursos de Moisés a los israelitas en el momento cuando estaban a punto de penetrar en la Tierra Prometida. Moisés le recordó al pueblo las leyes que Dios les había dado, su desobediencia a Dios, y su necesidad de obedecer a Dios en la Tierra Prometida cumpliendo su ley. Este libro repite gran parte de la historia y leyes contenidas en los tres anteriores. Moisés lo dio a Israel poco antes de morir, por transmisión oral para que los conmoviera y por escrito para que permaneciera. Los hombres de la generación a la que se dio originalmente la ley, ya estaban todos muertos y había surgido una nueva generación a la cual plugo a Dios que Moisés se la repitiera ahora, cuando iban a tomar posesión de la tierra de Canaán. El amor maravilloso de Dios por su iglesia queda estipulado en este libro; cómo preservó a su iglesia gracias a su misericordia y haría que todavía su nombre fuese invocado entre ellos. Tales son las líneas generales de este libro, cuyo todo muestra el amor de Moisés por Israel y lo señala como tipo eminente del Señor Jesucristo. Apliquemos a nuestra conciencia sus exhortaciones y persuasiones para estimular nuestra mente a la obediencia agradecida y fiel a los mandamientos de Dios. DEUTERONOMIO (gr., Deuteronomion, segunda ley). A plena vista del Canaán al cual no se le permitiría entrar, Moisés juntó a las huestes de Israel a su alrededor para sus discursos de despedida. Estos, ubicados en el marco histórico de varios breves pasajes narrativos, forman el libro de Deuteronomio. El título español se basa en la traducción equivocada de la LXX de la frase una copia de esta ley (Deuteronomio 17:18). El nombre judío debarim, palabras, viene de la frase inicial: Estas son las palabras que habló Moisés (1:1). El título es apto porque enfoca la atención en una pauta de la singular naturaleza literaria del libro; los tratados impuestos por los antiguos señores imperiales sobre sus vasallos comenzaban con una expresión similar. Deuteronomio es el texto de las palabras de un pacto de soberanía feudal entre el Señor del cielo por la mediación de Moisés y el pueblo servidor Israel más allá del Jordán. Los discursos de Moisés datan del último mes de los 40 años de vagar por el desierto (Deuteronomio 1:3) y se dice que Moisés no sólo los habló sino que los escribió (Deuteronomio 31:9, 24; cf. 31:22). Jesús afirmó la paternidad Mosaica de la ley, es decir, el Pentateuco (Marcos 10:5; 12:26; Juan 5:46, 47; 7:19). Por lo tanto, los estudiosos cristianos ortodoxos se unen a la antigua tradición judía y cristiana para sostener la paternidad Mosaica de Deuteronomio así como de los primero cuatro libros del Pentateuco. La conformidad de la estructura total con el patrón de los tratados de soberanía feudal que datan del segundo milenio a. de J.C. evidencian la unidad, antigüedad y autenticidad de Deuteronomio. El patrón clásico de los pactos consistía de las siguientes secciones: preámbulo, prólogo histórico, estipulaciones, maldiciones y bendiciones, invocación de las deidades de los juramentos, indicaciones para depositar documentos duplicados del tratado en santuarios y la proclamación periódica del tratado al pueblo vasallo. En esencia, éste es el bosquejo de Deuteronomio:
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I. Preámbulo: Mediador del pacto (Deuteronomio 1:1-5). II. Prólogo histórico: Historia del pacto (Deuteronomio 1:6—4:49). III. Estipulaciones: Vida del pacto (5—26). IV. Maldiciones y bendiciones: Ratificación del pacto (27—30). V. Disposiciones para la sucesión: Continuidad del pacto (31—34). En Deuteronomio 1:1-5 se identifica a Moisés como el narrador, el representante del Señor. Deuteronomio 1:6—4:49 es un resumen del trato pasado de Dios en cuanto a los pactos con Israel desde Horeb hasta Moab y sirve para avivar la reverencia y la gratitud como motivos para una consagración renovada. Con el 5:26 se pone en claro que cuando se renovaban los pactos se repetían las obligaciones previas y se las actualizaba. Es así que los caps. 5—11 repasan el Decálogo con su obligación principal de fidelidad a Jehovah, mientras que los caps. 12—26 en gran medida renuevan las estipulaciones del Libro del Pacto (Éxodo 21—33) y demás legislación sinaítica, adaptándose donde hace falta a las nuevas condiciones que le aguardan a Israel en Canaán. En los caps. 27—30 primero se dan indicaciones para que Josué dirija el acto futuro y final de esta renovación del pacto en Canaán (cap. 27). Moisés entonces pronuncia las bendiciones y las maldiciones como motivos para la ratificación inmediata del pacto por Israel, pero también como profecía del futuro de Israel hasta su exilio y restauración finales (caps. 28—30). En los caps. 31—34 se preparara para la continuidad del liderazgo (por medio de Josué) y la lectura periódica del documento del pacto y una canción profética de testimonio del pacto (caps. 31 y 32). El libro termina con las bendiciones finales y la muerte de Moisés (caps. 33 y 34). Deuteronomio es la exposición a gran escala en la Biblia del concepto del pacto y demuestra que, lejos de ser un contrato entre dos partes, el pacto de Dios con su pueblo es una proclamación de su soberanía y un instrumento para atraer a sus elegidos hacia sí en un compromiso de alianza absoluta. Este libro repite gran parte de la historia y leyes contenidas en los tres anteriores. Moisés lo dio a Israel poco antes de morir, por transmisión oral para que los conmoviera y por escrito para que permaneciera. Los hombres de la generación a la que se dio originalmente la ley, ya estaban todos muertos y había surgido una nueva generación a la cual plugo a Dios que Moisés se la repitiera ahora, cuando iban a tomar posesión de la tierra de Canaán. El amor maravilloso de Dios por su iglesia queda estipulado en este libro; cómo preservó a su iglesia gracias a su misericordia y haría que todavía su nombre fuese invocado entre ellos. Tales son las líneas generales de este libro, cuyo todo muestra el amor de Moisés por Israel y lo señala como tipo eminente del Señor Jesucristo. Apliquemos a nuestra conciencia sus exhortaciones y persuasiones para estimular nuestra mente a la obediencia agradecida y fiel a los mandamientos de Dios. EL LIBRO DE DEUTERONOMIO, Libro del Antiguo Testamento que comúnmente se identifica como el discurso de despedida de Moisés antes de morir. El título del libro viene de deuteronomion (que quiere decir «segunda ley» o «repetición de la ley»), palabra griega con la que la Septuaginta tradujo Deuteronomio 17. 8. El texto hebreo no dice «repetición», sino copia, como se traduce en Reina-Valera (revisión de 1960). En hebreo el título se compone de las primeras palabras del libro: Ele Jadvarim («estas son las palabras»). ESTRUCTURA DEL LIBRO
Según el libro mismo, Deuteronomio tuvo su origen en la enseñanza de MOISÉS. Después de una breve presentación de Moisés como el que habla, el libro presenta una serie de cálidos discursos y alocuciones de Moisés ante el pueblo. Con breves interrupciones, estos discursos continúan hasta el capítulo 31. El capítulo 32 registra el Cántico de Moisés y el capítulo 33 es la Bendición de Moisés. El último capítulo habla de la muerte de Moisés y el nombramiento de Josué como nuevo jefe del pueblo. Dios sacó al pueblo de Egipto (les recuerda Moisés en sus discursos) y los condujo por el desierto hasta la frontera misma de la tierra prometida. Los Diez Mandamientos estaban en vigencia, y sus principios debían gobernar la vida del pueblo de Dios. Como pueblo escogido, debían mostrar al mundo una vida santa y actuar siempre con justicia.
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Estarían rodeados de un mundo de idólatras, pero Israel debía adorar solo al único Dios. «Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas» (6. 4–5). Al hablar, Moisés repite muchas de las leyes y regulaciones sobre el día de reposo, las formas de adorar, el cuidado de los pobres, las festividades religiosas, las herencias, la moralidad sexual, el derecho de propiedad, el trato de los esclavos y la administración de justicia. AUTOR Y FECHA
Se hace difícil cree que Moisés haya escrito la narración de su propia muerte (34.1–12). Pero no hay razón para dudar que tanto la estructura como las enseñanzas básicas del libro tuvieran su origen en Moisés. Es más, los eruditos bíblicos conservadores están unidos en la convicción de que Moisés escribió este libro. Pero muchos eruditos liberales teorizan que el libro se debe a la pluma de algún reformador religioso de Judá poco antes o durante el reinado de Josías, entre el 640 y el 609 a.C. (Véase 2 R 22–23) Esta teoría pasa por alto la declaración del libro mismo de que Moisés escribió la mayor parte del mismo, si no todo, y pidió que el pueblo lo leyera con regularidad (31.9–13). Los pronombres personales «yo» y «nosotros» que aparecen en el libro parecen referirse a las experiencias de Moisés y su pueblo. La conclusión lógica es que Moisés escribió los primeros treinta y tres capítulos, y que su sucesor añadió el capítulo 34 como tributo al líder caído. El libro debe haberse escrito allá por el 1400 a.C. CONSERVACIÓN E INFLUENCIA
El pueblo recibió el encargo de escribir las leyes después de la muerte de Moisés (27.1–8). Los ancianos (27.1) y los levitas (27.9, 11, 14) participaban con Moisés en la producción oral del material. Moisés encargó a sus hermanos levitas la fiel conservación del libro (4. 2; 17.18; 31. 9, 24– 26). Hay estudios relativamente recientes que demuestran que Deuteronomio fue cuidadosamente conservado y utilizado, particularmente en las tribus del norte (compárese por ejemplo 33.13–17 con 33. 7), por los profetas (13.1–5); 18.15–22; 34.10) y los levitas (33.8–11; cf. 10.8, 9; 12.12, 18, 19; 14.27; 16.11, 14; 18.1–8, etc.). Deuteronomio se leía cada siete años (31. 10, 11); cf. 15.1–6) en la fiesta de los tabernáculos (16. 13–15) para celebrar la renovación del pacto entre el siervo Israel y su rey Jehová (33.2–5). Puede ser que esta fiesta se celebrara durante muchos años, especialmente en SIQUEM (Jos 24.1, 25s). Después de la caída de Samaria (722 a.C.), los profetas y levitas del norte llevarían el libro a Jerusalén, donde inspiró la reforma en el tiempo de Josías (2 R 22; 23). Durante los muchos años que se conservó y utilizó el libro, se le habrán hecho enmiendas y alguna edición menor. Se le adaptó a las diversas situaciones locales, pero siempre bajo la inspiración del mismo Espíritu que había dirigido a Moisés. Compárese las leyes de Éxodo 21–23 con las de Deuteronomio y cf. Josué 24. 25. APORTE A LA TEOLOGÍA
Como un libro «litúrgico» que promueve la renovación del pacto, Deuteronomio representa un esfuerzo por salvar la brecha entre las generaciones (4.9; 5.2, 3, etc.) Y relaciona la fe Mosaica con la nueva vida en Canaán (4.14; 6.1, etc.). Se dirige al hombre integral, y explica la ley al intelecto (por ejemplo 4. 12, 15, 16), apela al corazón (4.29, 39; 6.4–6, etc.) y estimula la voluntad (30.19, 20). Como libro «ecuménico», Deuteronomio recalca la unidad del pueblo de Dios («todo Israel»; 1.1; 5.1, etc.). Y la centralización del culto que Jehová escogió (12.5, 11, 14, 18, 21, 26, etc.). Como libro «de protesta», Deuteronomio subraya la suprema autoridad de la Palabra de Dios, una revelación clara (30.11–14) y sencilla (29.29) que los padres de familia pueden enseñar a sus niños (6.6–9; 20.25, etc.). Como libro «evangelístico», Deuteronomio insiste en la necesidad de la regeneración (10.16; 30.6) y la conversión individual (4.29; 30. 19, 20). Se instruye al pueblo de Dios para una guerra santa, enérgica y victoriosa (20.1–20). Pero Deuteronomio también recalca la importancia de las leyes justas (4.8) para gobernar a la sociedad (16.18–19.21, etc.).
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Deuteronomio define por primera vez en el Antiguo Testamento la doctrina de la elección de Israel 4.20, 34; 7.6; 8.17s; 9.4; 10.15, etc.), basada en la gracia de Jehová. Como libro «existencialista», Deuteronomio insiste en la importancia del presente y la necesidad de una decisión «hoy» (30.2, 8, 11, 16, etc.). Por primera vez en el Antiguo Testamento, encontramos en Deuteronomio un monoteísmo explícito (4.35, 39; 32, 39, etc.). En esto se basa lo que Jesús llamó «el primer mandamiento» (6.4, 5; cf. Mc 12. 29, 30). Como sabía bien que las provisiones del viejo pacto no bastaban (31.1, 22, 26–29), Moisés habló de un profeta venidero (18.15–19) cuya enseñanza produciría obediencia. En su propia muerte Moisés simbolizó la del nuevo Siervo que sufriría en lugar del pueblo la ira penal de Jehová (1. 37; 3.26; 4. 21; 34.4; cf. Is 53; Gal 3.10–14). DEUTERONOMIO EN EL NUEVO TESTAMENTO
Deuteronomio se cita unas ciento noventa y cinco veces en el Nuevo Testamento. De aquí tomó Cristo toda su defensa contra el tentador y la primera parte de su resumen de la ley y los profetas. Según Pablo, Deuteronomio, bien entendido, implica la justificación por la fe (Ro 10.6–8; cf. Dt. 30.12–14; 1.32). Mas no se trata de una fe meramente intelectual, sino de un entregarse absolutamente a Jehová, de una confianza cabal en Él para toda bendición presente y futura, que redunde en una obediencia completa (cf. 1.32 y 1.26). EL NOMBRE QUE LE DA A JESÚS: Deut: 18: 15; 32: 4: Profeta Como Moisés Y Gran Roca UN BOSQUEJO PARA EL ESTUDIO Y LA ENSEÑANZA DE DEUTERONOMIO. PRIMERA PARTE: El primer discurso de Moisés Lo que Dios ha hecho por Israel (1.1—
4.43) I. Preámbulo del Pacto 1.1–5 II. Repaso histórico de los hechos divinos por Israel 1.6— 4.43 A. Desde el Monte Sinaí hasta Cades Barnea 1.6–18 B. En Cades Barnea 1.19–46 C. Desde Cades Barnea hasta Moab 2.1–23 D. Conquista de Transjordania 2.24—3.20 E. Cambio de liderazgo 3.21–29 F. Resumen del Pacto 4.1–43. SEGUNDA PARTE: El segundo discurso de Moisés Lo que Dios espera de Israel (4.44 —
26.19) I. Introducción a la Ley de Dios 4.44– 49 II. Explicación de las estipulaciones del pacto 5.1—11.32 A. El pacto del Gran Rey 5.1–33 B. El mandamiento a enseñar la Ley 6.1–25 C. El mandamiento de conquistar a Canaán 7.1–26 D. El mandamiento de recordar al Señor 8.1–20 E. Mandamientos sobre la justicia propia 9.1—10.11 F. Mandamientos sobre las bendiciones y las maldiciones 10.12—11.32 III. Explicación de las leyes adicionales 12.1—26.19 A. Explicación de las leyes ceremoniales 12.1—16.17 B. Explicación de las leyes civiles 16.18—20.20 C. Explicación de las leyes sociales 21.1— 26.19 TERCERA PARTE: El tercer discurso de Moisés Lo que Dios hará (27.1 — 34.12) I. La confirmación del pacto 27.1—28.68 II. Establecimiento del pacto 29.1—30.20 III. Cambio del mediador del pacto 31.1— 34.12 A. Moisés encarga a Josué y a Israel 31.1–13 B. Dios encarga a Israel 31.14–21 C. Se deposita el Libro de la Ley 31.22–29
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D. El canto de Moisés 31. 30—32.47 E. La muerte de Moisés 32.48—34.12 1. Se le ordena a Moisés que vaya al Monte Nebo 32.48–52 2. Moisés bendice a las tribus 33.1–29 3. Moisés ve la Tierra Prometida 34.1–4 4. Moisés muere y es lamentado 34.5–8 5. Josué reemplaza a Moisés 34.9 6. Moisés es alabado en Israel 34.10–12 CONCLUSIÓN.
Moisés habló al pueblo de todos los mandamientos que el Señor le había dado. Horeb estaba a solo once días de Cades-barnea. Esto iba a recordarles que su mala conducta les había ocasionado tediosas peregrinaciones; para que pudieran entender más prontamente las ventajas de la obediencia. Ahora debían seguir adelante. Aunque Dios meta a su pueblo en problemas y aflicción, Él sabe cuándo el juicio ha durado lo suficiente. Cuando Dios nos manda seguir adelante en nuestra carrera cristiana, pone delante de nosotros la Canaán celestial para darnos ánimo. Moisés recordó al pueblo la feliz constitución de su gobierno, que podría darles seguridad y tranquilidad a todos, si no fuera por culpa de ellos. Él reconoce el cumplimiento de la promesa de Dios a Abraham y ora por su cumplimiento más pleno. No estamos por presión en el poder y la bondad de Dios, entonces, ¿por qué tendríamos que sentirnos presionados en nuestra fe y esperanza? A los israelitas se les dieron buenas leyes y se nombraron buenos hombres para que se encargaran de ponerlas por obra, lo que demuestra la bondad de Dios con ellos, y el cuidado de Moisés. Moisés recuerda a los israelitas su marcha desde Horeb a Cades-barnea a través de aquel desierto grande y terrible. Les muestra lo cerca que estuvieron de establecerse felizmente en Canaán. Agravará la ruina eterna de los hipócritas el no haber estado lejos del reino de Dios. Como si no fuera suficiente que tuvieran la seguridad de su Dios ante ellos, iban a enviar hombres delante de ellos. Nunca nadie había visto la Tierra Santa, pero debían aceptarla como tierra buena. ¿Había alguna causa para desconfiar de este Dios? En el fondo de todo esto se hallaba un corazón incrédulo. Toda desobediencia a las leyes de Dios, y la desconfianza de su poder y bondad, provienen de la incredulidad a su palabra, así como toda obediencia verdadera proviene de la fe. Es provechoso que dividamos nuestra vida pasada en períodos distintos; dar gracias a Dios por las misericordias que hemos recibido en cada uno de ellos, confesar y buscar el perdón de todos los pecados que podamos recordar; y, de este modo, renovar nuestra aceptación de la salvación de Dios, y nuestra entrega a su servicio. Nuestros planes rara vez tienen un buen propósito; en cambio, el valor para ejercer la fe e ir por la senda del deber, capacita al creyente para seguir plenamente al Señor, para desechar todo lo que se oponga, para triunfar sobre toda oposición, y para asentarse firmemente de las bendiciones prometidas. Sólo se da un breve relato de la larga permanencia de Israel en el desierto. Dios no sólo los castigó por su murmuración e incredulidad; también los preparó para Canaán: Los humilló por pecar, enseñándoles a mortificar sus lujurias, a seguir a Dios y consolarse en Él. Aunque Israel tenga que estar por mucho tiempo a la espera de liberación y prosperidad, ellas al fin llegarán. Antes que Dios llevara a Israel a destruir a sus enemigos en Canaán, les enseñó a perdonar a sus enemigos en Edom. No debían pensar, bajo el pretexto del pacto y conducta de Dios, en apropiarse de todo cuanto pudieran echar mano. El dominio no se funda en la gracia. El Israel de Dios será bien puesto, pero no debe esperar ser puesto solo en medio de la tierra. La religión nunca debe ser un manto para la injusticia. Desdeñad el sentiros obligados con los edomitas, cuando tenéis un Dios todo suficiente del cual dependéis. Usad lo que tengáis, usadlo con alegría. Puesto que habéis tenido la experiencia del cuidado de la providencia divina, nunca uséis métodos retorcidos para vuestro abastecimiento. Todo esto ha de aplicarse por igual a la experiencia del creyente.
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Dios prueba a su pueblo prohibiéndoles entrometerse con los ricos países de Moab y Amón. Les da la tierra de los amorreos como posesión. Si nosotros nos abstenemos de los que Dios prohíbe, no perderemos por obedecer. De Jehová es la tierra y su plenitud; Él la da a quien le place; pero cuando no hay una expresión directa, nadie puede rogar que Él conceda esos bienes. Aunque Dios asegura a los israelitas que la tierra será de ellos, no obstante tienen que contender con el enemigo. Debemos esforzarnos para obtener lo que Dios nos da. ¡Qué mundo nuevo era aquel al que ahora entra Israel! De mayor gozo será el cambio que las almas santas experimentarán cuando pasen del desierto de este mundo a la patria mejor, esto es, la celestial, a la ciudad que tiene fundamentos. Que al reflexionar en los tratos de Dios con Israel, su pueblo, seamos guiados a meditar en los años de nuestra vanidad, a causa de nuestras transgresiones. Pero bienaventurados los que Jesús ha librado de la ira venidera; a quien haya dado el fervor de su Espíritu en su corazón. Su herencia no la pueden afectar las revoluciones de los reinos, ni los cambios de las posesiones terrenales. Moisés dio aliento a Josué que iba a sucederlo. De este modo, el anciano y experto en el servicio de Dios debiera hacer todo lo que puede para fortalecer las manos de los jóvenes y principiantes en la fe. Considérese lo que Dios ha hecho, lo que Dios ha prometido. Si Dios está por nosotros, ¿quién podrá vencernos? Nosotros somos un reproche para nuestro Capitán, si lo seguimos con temblor. Moisés oró que si era la voluntad de Dios, Él iría delante de Israel para atravesar el Jordán y entrar a Canaán. No debemos permitir en nuestro corazón deseos que no podamos por fe ofrendar a Dios en oración. La respuesta de Dios a esta oración fue una mezcla de misericordia y juicio. Dios considera bueno negar muchas cosas que deseamos. Puede aceptar nuestras oraciones, pero no concedernos precisamente aquello por lo cual oramos. Si Dios, en su providencia, no nos da lo que deseamos, pero por su gracia hace que estemos contentos sin eso, el resultado viene a ser lo mismo. Contentaos con tener a Dios como vuestro Padre, y el cielo por porción vuestra, aunque no tengáis todo lo que quisierais en este mundo. Dios prometió a Moisés que vería Canaán desde la cumbre del Pisga. Aunque él no tendría la posesión de ella, tendría una visión panorámica. Hasta los grandes creyentes en el estado presente ven el cielo, pero en lontananza. Dios le proveyó un sucesor. Es consolador para los amigos de la iglesia de Cristo que la obra de Dios tenga la probabilidad de ser continuada por otros, cuando ello descansen silenciosos en el polvo. Y si tenemos las arras y la visión del cielo, que nos basten; sometámonos a la voluntad del Señor y no le hablemos más de asuntos que Él considera bueno no concedernos. El poder y el amor de Dios por Israel son aquí la base y motivo de una cantidad de precauciones y serias advertencias; y aunque se refiere en gran medida al pacto nacional puede, sin embargo, aplicarse a los que viven bajo el evangelio. ¿Para qué se hacen las leyes, sino para ser observadas y obedecidas? Nuestra obediencia como personas no puede merecer la salvación, pero es la única prueba de que somos partícipes del don de Dios, que es la vida eterna por medio de Jesucristo. Considerando cuántas tentaciones nos rodean, y cuántos deseos corruptos tenemos en nuestro pecho, necesitamos cuidar mucho nuestro corazón con toda diligencia. No pueden caminar derecho los que caminan con descuido. Moisés encarga particularmente cuidarse del pecado de la idolatría. Muestra cuán débil será la tentación para los que piensan con rectitud; porque los supuestos dioses, el sol, la luna, y las estrellas, eran sólo bendiciones que el Señor su Dios había impartido a todas las naciones. Absurdo es adorarlos, ¿serviremos a aquello que fue hecho para servirnos? Cuidaos de no olvidar el pacto del Señor vuestro Dios. Debemos cuidarnos, no sea que en cualquier momento olvidemos nuestra religión. El cuidado, la advertencia y la vigilancia son ayudas contra una mala memoria. Moisés recalca la grandeza, la gloria y la bondad de Dios. Si hubiéramos considerado qué Dios es éste con quién tenemos que ver, ciertamente tomaríamos conciencia de nuestro deber para con Él y no nos atreveríamos a pecar contra Él.
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¿Abandonaríamos a un Dios misericordioso que nunca nos abandonará, si le somos fieles? ¿Adónde podemos ir? Que los lazos del amor nos sostengan en nuestro deber y predominen por las misericordias de Dios, para aferrarnos a Él. Moisés recalca la autoridad de Dios sobre ellos, y sus obligaciones para con Él. Al obedecer los mandamientos de Dios, ellos actuarían sabiamente consigo mismos. El temor del Señor, en eso consiste la sabiduría. Los que disfrutan del beneficio de la luz divina y sus leyes, debieran confirmar su integridad para la sabiduría y el honor, para que Dios sea glorificado de ese modo. Quienes invocan a Dios lo hallarán ciertamente cercano, dispuesto a dar una respuesta de paz a cada oración de fe. Todos estos estatutos y juicios de la ley divina son justos y rectos, más elevados que los estatutos y juicios de cualquiera de las naciones. Lo que vieron en el monte Sinaí les dio un anticipo del día del juicio, en que el Señor Jesús se revelará como fuego consumidor. Deben recordar, además, lo que oyeron en el monte Sinaí. Dios se manifiesta en las obras de la creación sin palabras ni lenguaje, pero en sus obras se escucha su voz, Salmo 19: 1, 3; pero a Israel Él se dio a conocer por palabras y lenguaje, condescendiendo a la debilidad de su pueblo. La forma como se constituye esta nación fue completamente diferente del origen de todas las demás naciones. Véanse aquí las razones de la libre gracia; no se nos ama por lo que somos, sino por amor a Cristo. Moisés confirma el seguro beneficio y las ventajas de la obediencia. El argumento lo había comenzado en el versículo 1, con “para que viváis y entréis y poseáis la tierra”, y lo concluye en el versículo 40, “para que te vaya bien a ti y a tus hijos después de ti”. Les recuerda que la prosperidad dependerá de su piedad. Apostatar de Dios indudablemente será la ruina de su nación. Anuncia que se rebelarán contra Dios para ir tras los ídolos. Quienes busquen a Dios con todo su corazón, y ellos solamente, lo hallarán para su consuelo. Las aflicciones nos dirigen y estimulan para buscar a Dios y, por la gracia de Dios que obra con ellas, muchos son devueltos a una actitud correcta. Cuando os sobrevengan estas cosas, volveos al Señor vuestro Dios, porque veis que pasa por apartarse de Él. Poned todos los argumentos juntos y, entonces decid, si la religión no tiene la razón de su lado. Nadie desecha el gobierno de su Dios, sino aquél que primero abandona el entendimiento humano. Moisés exige atención. Cuando oímos la palabra de Dios debemos aprenderla; y lo aprendido tenemos que ponerlo en práctica, porque ese es el propósito de escuchar y aprender; no llenar nuestra cabeza de ideas o nuestra boca de palabras, sino dirigir nuestros afectos y nuestra conducta. Aquí hay algunas diferencias respecto de Éxodo 20, como entre El Padrenuestro de Mateo 6 y el de Lucas 11. Más necesario es unirnos a las cosas, que inalterablemente a las palabras. Aquí no se menciona la razón original para santificar el día de reposo, tomada del descanso de Dios de su obra de creación en el séptimo día. Aunque esto sigue siempre vigente, no es la única razón. Aquí se toma de la liberación de Israel del Egipto porque aquella fue un tipo de la redención obrada por Jesucristo por nosotros, en recuerdo de la cual había que observar el día de reposo cristiano. En la resurrección de Cristo fuimos llevados a la libertad gloriosa de los hijos de Dios con mano fuerte y brazo extendido. ¡Cuán dulce es para un alma que está verdaderamente angustiada bajo el terror de la ley quebrantada, oír el suave lenguaje del evangelio que reaviva al alma! He aquí un breve resumen de la religión que contiene los primeros principios de la fe y la obediencia. Jehová nuestro Dios es el único Dios vivo y verdadero; Él solo es Dios y es solo un Dios. No deseemos tener otro. La mención triple de los nombres divinos y el número plural de la palabra que se traduce Dios, parecen claramente aludir a una trinidad de personas, aun en esta declaración expresa de la unidad de la divinidad. Bienaventurados quienes tienen a este solo Señor como su Dios. Mejor es tener una fuente que mil cisternas; un solo Dios todo suficiente que un millar de amigos insuficientes. Este es el primero y gran mandamiento de la ley de Dios, que le amemos; y que cumplamos cada parte de nuestro deber para con él a partir de un principio de amor: Hijo mío, dame tu
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corazón. Tenemos que amar a Dios con todo nuestro corazón, y con toda nuestra alma y con toda nuestra fuerza. Esto es: 1. CON UN AMOR SINCERO, que no sea de palabra ni de lengua, sino interiormente, en verdad. 2. CON UN AMOR FUERTE. Él que es nuestro Todo debe tener nuestro todo, y nadie sino Él. 3. CON UN AMOR SUPERLATIVO; debemos amar a Dios por sobre toda criatura y no amar sino lo que amamos por Él. 4. CON UN AMOR INTELIGENTE. Amarlo con todo el corazón, y con toda la inteligencia requiere que veamos una buena causa para amarlo. 5. CON UN AMOR ENTERO; Él es UNO, nuestro corazón deben estar unido en este amor. ¡Oh, que este amor de Dios pueda ser derramado en nuestros corazones! He aquí los medios para mantener y guardar la religión en nuestro corazón y en nuestro hogar. 1. MEDITACIÓN. Debemos poner la palabra de Dios en nuestro corazón para que nuestros pensamientos estén diariamente ocupados en ella. 2. LA EDUCACIÓN RELIGIOSA DE LOS NIÑOS. Repetidle con frecuencia estas cosas. Sed cuidadosos y exactos en la enseñanza de vuestros hijos. Enseñad estas verdades a todos los que estén bajo vuestro cuidado en alguna forma. 3. HABLA PIADOSA. Hablad de estas cosas con la debida reverencia y seriedad para beneficio no sólo de vuestros hijos sino de vuestros siervos, amigos y compañeros. Usad toda ocasión para discurrir con quienes os rodean, no asuntos dudosos y discutibles, sino las claras verdades y leyes de Dios, y las cosas que corresponden a nuestra paz. 4. LECTURA FRECUENTE DE LA PALABRA. Dios mandó a su pueblo que escribiera las palabras de la ley en sus paredes, y en rollos de pergamino que debían llevar colgando de sus muñecas. Esto era obligatorio al pie de la letra para los judíos, como es el plan para nosotros, a saber, que por todos los medios debemos familiarizarnos con la palabra de Dios para usarla en todas las ocasiones, para prevenir el pecado y para guiarnos en el deber. Nunca debemos avergonzarnos de nuestra religión ni de reconocernos bajo su control y gobierno. Aquí hay una advertencia: no olvidar a Dios en el día de la prosperidad y la abundancia. Cuando se les facilitaba todo por dádiva, eran dados a sentirse seguros en sí mismos y a olvidar a Dios. Por tanto, cuidaos de no olvidar del Señor cuando estéis sanos y salvos. Cuando el mundo sonríe, somos proclives a cortejarlo y a esperar ser felices en él, y olvidamos a Aquél que es nuestra única porción y reposo. Se necesita mucho cuidado y cautela en un momento así. Entonces, cuidaos: estad alertas habiendo sido advertidos del peligro. No tentarás al Señor tu Dios, desesperando de su poder y bondad, mientras seguimos en la senda de nuestro deber, ni presumiendo de ello cuando salimos de ese camino. Moisés llevó a Israel hasta las fronteras de Canaán y, luego, murió y los dejó. Esto significa que nada perfeccionó la ley, Hebreos 7: 19. Lleva a los hombres a un desierto de convicción de pecado, pero no al Canaán del reposo y paz estable. Esa honra quedó reservada para Josué, nuestro Señor Jesús, del cual Josué era un tipo (y el nombre es el mismo), que hace por nosotros lo que la ley no podía hacer, Romanos 8: 3. Por Él entramos al reposo espiritual de conciencia y al reposo eterno en el cielo. Moisés fue mayor que cualquier otro profeta del Antiguo Testamento. Pero nuestro Señor Jesús fue más allá que él, mucho más allá que los demás profetas que se quedaron atrás respecto de Él. Y vemos aquí un fuerte parecido entre el redentor de los hijos de Israel y el Redentor de la humanidad. Moisés fue enviado por Dios a liberar a los israelitas de una cruel esclavitud; él los sacó y venció a sus enemigos. Él llegó a ser no sólo el libertador de ellos, sino su legislador; no sólo su legislador, sino su juez; y, finalmente, los condujo a la frontera de la tierra prometida. Nuestro bendito Salvador vino a rescatarnos de la esclavitud del diablo y a restaurarnos a la libertad y la felicidad. Él
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vino a confirmar cada precepto moral del primer legislador; y a escribirlos no sobre tablas de piedra, sino sobre tablas de carne del corazón. Él vino para ser nuestro Juez también, por cuanto ha designado un día en que juzgará todos los secretos de los hombres y recompensará o castigará conforme a ello. Esta grandeza de Cristo por sobre Moisés es una razón por la cual los cristianos deben ser obedientes y fieles a la santa religión por la cual profesan ser seguidores de Cristo. ¡Dios nos haga a todos así por Su gracia! II. LIBROS HISTÓRICOS
El grupo siguiente de doce libros cuenta la historia de Israel desde el momento cuando la nación entró en la Tierra Prometida hasta alrededor del año 400 a. de J.C. JOSUÉ. *JOSUÉ: Describe la conquista de la tierra bajo Josué, el sucesor de Moisés. Bajo su
liderazgo, se colonizó la tierra y se la dividió entre las doce *tribus. Esta es la historia de la entrada de Israel al territorio de Canaán, conquistándolo y dividiéndolo, bajo las órdenes de Josué, y la historia de ellos hasta la muerte de éste. El poder y la verdad de Dios son desplegados maravillosamente al cumplir Sus promesas a Israel y ejecutar Su venganza de los cananeos, justamente amenazada. Esto debe enseñarnos a tomar en cuenta las tremendas maldiciones estipuladas en la palabra de Dios contra los pecadores impenitentes y a buscar refugio en Cristo Jesús. EL LIBRO DE JOSUÉ. Este libro describe cómo el sucesor de Moisés conquistó Canaán (Josué 1:1; 24:31). Mientras Josué encabeza la lista de “los libros históricos” en castellano (y en gr.), en el canon heb. De Ley, Profetas y Hagiógrafos, introduce la sección de los Profetas. Estos libros proféticos incluyen los profetas anteriores: Josué, Jueces, Samuel y Reyes. El autor profético de Josué no está nombrado, pero sus declaraciones acerca de la muerte de Josué y sus colegas (Josué 24:29-31), además de sus alusiones de Otoniel, la inmigración de los hijos de Dan (Josué 15:17; 19:47) y el nombre Horma (Josué 12:14; 15:30; 19:19:4), todas indican que vivió después del comienzo del período de los jueces de Israel cerca de 1380 a. de J.C. (Jueces 1:12, 13, 17). Al mismo tiempo, su designación de Jerusalén como jebusea (Josué 15:8, 63; 18:16, 28) y sus referencias antes de ser elegida como lugar para el templo de Dios (Josué 9:27) indican que él escribió antes de la era de David, 1000 (1 Crónicas 11:4-6; 22:1). Además, el hecho de que se refiere a Sidón y no a Tiro como la ciudad principal de Fenicia (Josué 11:8; 13:4-6; 19:28) sugiere una fecha anterior a 1200. En verdad, el autor debe haber sido un testigo durante los acontecimientos que describe (Josué 5:1, 6; 6:25; 15:4; ver 2:3-22; 7:16- 26; 15:9, 49, 54). Entonces alguien compuso el libro de Josué alrededor de 1375 a. de J.C. El libro de Josué se compone de dos partes: conquistas (caps. 1—12) y establecimiento (caps. 13—24). LA CONQUISTA DE CANAÁN.
Tras largos años de peregrinación, Israel se instala en Palestina. Se cumplía la promesa divina (D1. 6:23). Y se ponían de manifiesto unas realidades que el pueblo habría de tener siempre presentes. Entre esas realidades, sobresale la bondad de la tierra preparada por Dios. Era «tierra de arroyos, de aguas, de fuentes y de manantiales, que brotan en vegas y montes; tierra de trigo y cebada, de vides, higueras y granados; tierra de olivos, de aceite y de miel» (D1. 8:7-8), totalmente adecuada para asegurar la prosperidad del pueblo. Sólo el pecado podía convertir la abundancia en miseria. Asimismo se hace ostensible el poder de Jehová. No era la fuerza de Israel la que sumó victorias en la conquista de Canaán, sino la intervención divina (Dt. 6:10-11; 7:22-24; 8:1718; Jos. 23:3, 5; 24:8, 13, 18). Por sí solos, los israelitas no habrían hecho otra cosa que multiplicar desaciertos y fracasos, como se puso de manifiesto en la derrota sufrida en Ai (Jos. 7:3-5) y en la facilidad con que fueron engañados por los gabaonitas (Jos. 9). No había lugar para la jactancia del pueblo (Dt. 9:4-6), sino para la gratitud y la lealtad. Este hecho ilustra una de las constantes en la relación entre Dios y sus redimidos.
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En el texto últimamente citado (Dt. 9:5), hallamos la clave para aclarar una de las cuestione que más han preocupado ha muchos lectores de la Biblia: el exterminio generalmente parcial- de los pueblos que habitaban la tierra ocupada por Israel. A primera vista plantea un serio problema moral. Independientemente del modo violento como la conquista se llevó a cabo, ¿era justo que Dios instalara a su pueblo en Canaán a costa de la destrucción de otros pueblos? La respuesta es que el fin trágico de aquellas gentes fue resultado de un merecido juicio divino. «Por la impiedad de estas naciones Jehová tu Dios las arroja de delante de ti» (Comp. Gn. 15:16). Que Israel actuase como brazo ejecutor de la sentencia divina podía ahondar en su conciencia el sentimiento de santo temor a Dios. Y que la coexistencia con gentes idólatras, moralmente depravadas, podía tener consecuencias funestas para Israel se demostró hasta la saciedad en el curso de los siglos que siguieron a la conquista. Lógicamente, para la mentalidad del siglo XX, iluminada por más que muchos traten de ignorado por los sublimes principios morales del Evangelio, resulta inconcebible una «guerra santa» sancionada por Dios. Pero una vez más hemos de situarnos en el momento histórico de los hechos, en las costumbres de la época y en la circunstancia de que la revelación divina aún no había desplegado los requerimientos éticos que un día serían proclamados por el mensaje de Cristo. Otro factor a considerar es el carácter sagrado de la tierra conquistada. Canaán era la «heredad de Jehová» que Él entregaba a los israelitas para que se la repartiesen y la disfrutasen (Éx. 6:8; 15:17; Dt. 15:4; 32:49; etc.). El verdadero propietario era Dios; los Israelitas tendrían la tierra en usufructo y de acuerdo con una normativa justa .que aseguraba el derecho inalienable de toda familia a seguir disfrutando de la posesión de la heredad que por suerte le hubiese correspondido. La propiedad divina de la tierra Impedía que ésta pudiera venderse a perpetuidad (Lv. 25:23), y cualquier enajenación a causa de circunstancias adversas quedaba anulada el año del Jubileo, cuando todos los desposeídos recobraban la tierra perdida (Lv. 25:28), ley agraria que aun hoy causa admiración. En el pueblo de Dios no debía tener cabida m la especulación ni la opresión del desafortunado. Ese pueblo no había de ser una suma de individuos, sino una comunidad bajo el señorío de Jehová, desarrollada según principios de justicia y solidaridad. Finalmente, la entrada de Israel en Canaán marcaba el inicio del descanso (Jos. 1:13). Las promesas hechas a los padres quedaban plenamente cumplidas (Jos. 23-45). Ahora se abrían ante el pueblo todas las posibilidades de bienestar físico, moral y espiritual que Dios deseaba otorgaría. Pero también se perfilaban. Las calamidades que le sobrevendrán SI se apartaba de la obediencia. Como Dios había cumplido sus promesas, así cumpliría sus amenazas (Jos. 23:11-16). Evidentemente Israel se hallaba al final de su formación como nación y al principio de su plenitud histórica. Los recuerdos del pasado y el avance hacia el futuro aportarían un mismo testimonio: el Dios del pacto, justo y misericordioso, es Señor. Él rige el curso de la historia. JOSUÉ (en hebreo, Jehová salva). Nombre de cuatro hombres en el Antiguo Testamento. 1. Hijo de Nun, ayudante y sucesor de Moisés. Cuando joven (Éx. 33.11), Moisés lo escogió como su ayudante personal y le dio autoridad para escoger a los que le acompañarían en su contienda con AMALEC (Éx. 17). Fue Moisés también el que le llamó Josué, pues antes se llamaba Oseas (Nm. 13.16). Josué representó a su tribu en el grupo que nombraron para reconocer la tierra prometida (Nm. 13.8). Luego, junto con CALEB, animó al pueblo y habló en favor de tomar posesión de la tierra (Nm. 14). Mientras Moisés estaba en la presencia de Dios en el monte Sinaí, Josué permaneció en el tabernáculo; allí seguramente aprendió el secreto de la paciencia de Moisés, paciencia que más tarde debía hacer suya (Éx. 24.13; 33.11; Nm. 11.28). Dios lo seleccionó como sucesor de Moisés y este lo reconoció como tal (Nm. 27.18–23; Dt. 31). Además, Josué fue el encargado de repartir la tierra juntamente con Eleazar (Nm. 34.17).
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Josué tomó la dirección del pueblo de Dios inmediatamente después de la muerte de Moisés. Como preparativo para su labor, envió espías a → JERICÓ, quienes le trajeron informes alentadores para invadir la tierra. El primer paso fue atravesar el Jordán, encabezados por los sacerdotes que llevaban el arca del pacto; cuando estos mojaron las plantas de sus pies en la orilla del Jordán, las aguas se detuvieron. Los sacerdotes permanecieron en medio del cauce seco, y todo el pueblo de Israel cruzó antes que el río reanudara su curso normal (Jos 3). Después de entrar en la tierra de Canaán, Dios ordenó a Josué circuncidar a los hijos de Israel que no se habían circuncidado después de la salida de Egipto (cap. 5). La ciudad de Jericó cayó en manos de Josué y su pueblo (cap. 6). Luego capturaron la ciudad de Hai, donde Josué mostró gran astucia militar, al emboscarse y tomar la ciudad (cap. 8). Después de conquistar toda la tierra prometida, Josué y Eleazar efectuaron la repartición (caps. 13–21). Para culminar su labor, Josué invitó al pueblo a temer y servir a Dios con integridad y verdad. La vida de este gran líder del pueblo de Dios no revela falla alguna en las labores que se le encomendaron. En su juventud aprendió a designar responsabilidades como hombre; como ciudadano, buscó lo mejor para su patria; como militar, fue honorable e imparcial. A lo largo de sus días, Josué mostró obediencia al trabajo que Dios le asignó y lo desempeñó orgullosamente. Las palabras «yo y mi casa serviremos a Jehová» expresan el lema de su vida (Jos 24.15). 2. Josué de Bet-semes. Varón a cuyo campo llegó el carro que traía de vuelta a Israel el arca de Jehová (1 S 6.14–18), procedente de la tierra de los filisteos. 3. Sumo sacerdote, que también se llama Jesúa (Esd 3.2), hijo de Josadac. Con su ayuda se restauraron el altar y el culto (Esd. 3.1–7). La visión del sumo sacerdote se encuentra en Zac. 3, y su simbólica coronación en Zac. 6.9–15. 4. Gobernador de Jerusalén en los días de la reforma de JOSÍAS (2 R 23.8). LIBRO DE JOSUÉ, Libro del Antiguo Testamento que describe vivamente la conquista de la tierra de Canaán por los israelitas, las tácticas usadas y la distribución geográfica de la tierra. Destaca la intervención divina en circunstancias tales como el cruce del río Jordán, la conquista de Jericó y Hai, y la derrota de los amorreos. Narra el período histórico cuando el pueblo de Israel volvió a Jehová, dirigido por Josué, y muestra la fidelidad de Dios en cumplir su promesa a Israel (Gn 15.18; Jos 1.2–6; 21.43–45). ESTRUCTURA DEL LIBRO
Josué tiene una fluidez en su estructura que lo hace fácil de leer. En un breve prólogo, presenta al guerrero Josué como el líder capaz que Dios selecciona para conducir a su pueblo a la tierra prometida. Inmediatamente comienza a narrar las victorias militares de los hebreos al arrojar a los cananeos de la tierra que Dios les dio. Atacaron primero por el centro de Canaán y se apoderaron de la ciudad de Jericó y las regiones adyacentes. Después lanzaron ataques rápidos hacia el sur y hacia el norte. Esta estrategia les permitió consolidar posiciones. Después de debilitar a sus enemigos, realizaron diversos ataques de menor envergadura durante varios años. Tras las crónicas de las campañas militares de Josué, se describe la división del territorio entre las doce tribus de Israel. El libro termina con la muerte de Josué, después de exhortar este al pueblo a renovar el pacto y permanecer fieles a Dios. AUTOR Y FECHA
El libro es tan específico en su narración que si el autor no fue Josué mismo, él contribuyó en gran manera el contenido total. Esto se puede apreciar en lo siguiente: 1. El envío de los espías (cap. 2). 2. El paso del Jordán (cap. 3). 3. Detalles precisos de la circuncisión (cap. 5). 4. La toma de Jericó y Hai (caps. 6–8). 5. La derrota de los amorreos (cap.10).
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Evidentemente el autor debió ser testigo ocular de los acontecimientos del libro. Ciertas secciones del libro se atribuyen directamente a Josué (18.9; 24. 26). De igual manera, hay otras secciones que no pudieron haber sido escritas por él, tales como el relato de su muerte (24.29–31). El libro debe haberse completado poco después de la muerte de Josué (1375). La tradición judía invariablemente le asigno a Josué la paternidad literaria del libro de Josué, si bien en ninguna parte del libro aparece identificado el autor. MARCO HISTÓRICO
El libro de Josué abarca como veinticinco años de uno de los períodos más importantes de la historia de Israel: la conquista y colonización de la tierra que Dios había prometido a Abraham y sus descendientes siglos antes. La conquista debe haberse producido entre 1400 y 1375 a.C. APORTE A LA TEOLOGÍA
Josué contiene elementos de gran importancia para los cristianos. Los principales son la demostración inequívoca de la fidelidad de Dios con su pueblo al darle la tierra prometida, los detalles en cuanto al propósito de Dios con Israel, la obediencia y las bendiciones de Dios para aquellos que le escuchan y obedecen con fidelidad. Pero lo más importante e interesante es ver el propósito de Dios al preparar el camino para la venida de Cristo por medio de Israel. Las varias referencias hechas a Josué en el Nuevo Testamento demuestran su importancia para los creyentes de la iglesia naciente y desde luego para los creyentes de hoy día (Hch 7.45; Heb 4.8; 11.30; Stg 2.25). OTROS PUNTOS IMPORTANTES
A muchas personas les llama mucho la atención que Dios haya ordenado a Josué destruir a los cananeos. Pero esta orden se debió a que Dios quería arrancar de raíz las idolátricas prácticas religiosas paganas, para que no fueran una tentación para los israelitas. Además, el Señor deseaba castigar su pecado e inmoralidad. Dios utilizó a Josué para enviar castigo a aquellas naciones paganas. NOMBRE QUE LE DA A JESÚS: Josué: 5: 14: Príncipe Del Ejercito De Jehová. UN BOSQUEJO PARA EL ESTUDIO Y LA ENSEÑANZA DE JOSUÉ. PRIMERA PARTE: La conquista de Canaán (1.1 — 13.7) I. Israel está preparado para la conquista 1.1—5.15 A. Josué reemplaza a Moisés 1.1–18 B. Josué prepara militarmente a Israel 2.1—5.1 C. Josué prepara espiritualmente a Israel 5.2–12 D. Aparece el comandante del Señor 5.13–15 II. Israel conquista a Canaán 6.1—13.7 A. Conquista del centro de Canaán 6.1—8.35 B. Conquista del sur de Canaán 9.1—10.43 C. Conquista del norte de Canaán 11.1–15 D. Resumen de la conquista de Canaán 11.16— 12.24 E. Partes de Canaán que no fueron conquistadas 13.1– 7 SEGUNDA PARTE: Colonización en Canaán (13.8 — 24.33) I. La colonización al este del Jordán 13.8–33 A. Fronteras geográficas 13.8–13 B. Fronteras de las tribus 13.14–33 II. La colonización al oeste del Jordán 14.1—19.51 A. La primera colonia en Gilgal 14.1— 17.18 B. La colonia en Silo 18.1—19.51 III. El establecimiento de la comunidad religiosa 20.1—21.45 A. Seis ciudades de refugio 20.1–9 B. Selección de las ciudades levíticas 21.1–42 C. Se completa la colonización en Israel 21.43–45 IV. Las condiciones para la continua colonización 22.1— 24.33
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A. El altar del testimonio 22.1–34 B. Las bendiciones de Dios solo llegan mediante la obediencia 23.1—24.28 C. Josué y Eleazar mueren 24.29–33 CONCLUSIÓN.
Josué había atendido a Moisés. Él que era llamado a ser honrado, había sido usado por mucho tiempo para la empresa. Nuestro Señor Jesús asumió la forma de siervo. José estaba entrenado para obedecer órdenes. Los más aptos para gobernar son los que han aprendido a obedecer. El cambio de situación de los hombres útiles debe estimular a los sobrevivientes para ser más diligentes en hacer el bien. Levántense y vayan a cruzar el Jordán. Los bajíos de la zona estaban en ese momento anegados. Josué no tenía puente ni botes pero debía creer que Dios abriría un camino al haber mandado que el pueblo pasara al otro lado. Josué va a hacer que la ley de Dios sea su gobierno. Se le manda meditar en ella día y noche para que pueda comprenderla. Cualesquiera sean los asuntos del mundo que tengamos en mente, no debemos desechar la única cosa necesaria. Todas las órdenes de Josué al pueblo, y sus juicios, deben estar conforme a la ley de Dios. Él mismo debe someterse a los mandamientos; la dignidad o el dominio de ningún hombre lo coloca por encima de la ley de Dios. Él tiene que alentarse a sí mismo con la promesa y la presencia de Dios. Que sentir sus propias enfermedades no lo desanimen a usted; Dios es todo suficiente. Yo te he mandado, llamado y comisionado para hacerlo y ten la seguridad que te sostendré en, y sacaré de, eso. Cuando estamos en la senda del deber, tenemos razón para ser fuertes y muy osados. Nuestro Señor Jesús, como aquí Josué, fue sostenido en sus sufrimientos por considerar la voluntad de Dios y el mandamiento de su Padre. El pueblo de Israel se compromete a obedecer a Josué: Haremos todo lo que nos has mandado, sin murmurar ni disputar, y adondequiera que nos envíes, iremos. Lo mejor que podemos pedir a Dios para nuestros magistrados es que ellos puedan tener la presencia de Dios; eso hará que ellos sean bendiciones para nosotros, de modo que al pedir eso para ellos, tengamos en cuenta nuestro propio interés. Que seamos capacitados para enrolarnos bajo la bandera del Capitán de nuestra salvación, que seamos obedientes a sus mandamientos y que peleemos la buena batalla de la fe, con toda esa confianza y amor en y por Su nombre, contra todo lo que se oponga a Su autoridad; pues quienquiera que rehusé obedecerle, debe ser destruido. La fe en las promesas de Dios no debe terminar nuestra diligencia para usar los medios adecuados sino estimularla. La providencia de Dios dirigió a los espías a la casa de Rahab. Dios sabía donde había alguien que sería leal con ellos aunque no ellos. Rahab parece haber sido una posadera; y si anteriormente había llevado mala vida, lo cual es dudoso, ella había abandonado sus malos caminos. Eso que nos parece más accidental está, a menudo, mandado por la providencia divina para servir grandes finalidades. Fue por fe que Rahab los recibió en paz a ésos, contra los cuales estaban en guerra el rey y la patria de ella. Estamos seguros de que esta fue una buena obra; así es calificada por el apóstol, Santiago 2: 25; y ella lo hizo por fe, fe que la puso por encima del miedo al hombre. Son únicamente creyentes verdaderos aquellos que, en sus corazones, hallan el aventurarse por Dios; ellos toman a Su pueblo por pueblo suyo y corren su suerte con ellos. Los espías fueron dirigidos por la providencia especial de Dios y Rahab los atendió por consideración a Israel y al Dios de Israel, y no por lucro o por ningún propósito malo. Aunque puedan ofrecerse disculpas para la culpa de la falsedad de Rahab, parece mejor admitir nada que tienda a explicar aquellos. Los enfoques de ella tocante a la ley divina deben haber sido muy difusos: una falsedad como esta dicha por quien disfrutan de la luz de la revelación, cualquiera sea el motivo, hubiera merecido dura censura.
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Rahab había oído de los milagros que el Señor obraba por Israel. Ella creía que Sus promesas ciertamente se cumplirían y que Sus amenazas se efectuarían; y que no había forma de huir sino someterse a Él y unirse a Su pueblo. La conducta de Rahab demostró que ella tenía el principio real de la fe divina. Observe las promesas que los espías le hicieron a ella. La bondad de Dios se expresa a menudo por Su bondad y verdad, Salmo 117: 2; en ambos casos debemos ser seguidores de Él. Aquellos que serán conscientes para cumplir las promesas son cautos para formularlas. Los espías estipulan condiciones necesarias. La cuerda escarlata, como la sangre sobre el umbral de la puerta en la pascua, vuelve a recordar la seguridad del pecador bajo la sangre expiatoria de Cristo; y que tenemos que huir allá para refugiarnos de la ira del Dios justo ofendido. La misma cuerda que Rahab usó para la salvación de esos israelitas iba a ser usada para la seguridad de ella. Podemos esperar que aquellos con que sirvamos y honremos a Dios, sea bendecido por Él y hecho útil para nosotros. Los israelitas llegaron al Jordán con fe, habiéndoseles dicho que debían cruzarlo. En el camino del deber prosigamos tan lejos como podamos y dependamos del Señor. Josué los guiaba. Se nota en particular su levantada temprano, lo cual demuestra, como después en otras ocasiones, cuán poco buscaba él su propia comodidad. Aquellos que harán pasar grandes cosas, deben levantarse temprano. No ame el dormir, no sea que se empobrezca. Todos los que están en puestos públicos siempre deben atender al deber de su posición. El pueblo tenía que seguir al arca. Así, pues, nosotros debemos andar en todo conforme a la regla de la Palabra y a la dirección del Espíritu; así será la paz sobre nosotros, como sobre el Israel de Dios; pero debemos seguir a nuestros ministros solamente como ellos sigan a Cristo. Todo el camino de ellos por el desierto fue una senda no hollada pero principalmente éste por el Jordán. Mientras estemos aquí debemos esperar y prepararnos para pasar por caminos que no pasamos antes; pero en la senda del deber podemos proceder con osadía y alegría. Sea que estemos llamados a sufrir pobreza, dolor, trabajos, persecución, reproche o muerte, estamos siguiendo al Autor y Consumador de nuestra fe; ni podemos sentar planta en ningún punto peligroso o difícil en todo nuestro viaje pues la fe verá allí las huellas de los pies del Redentor, que pasó por esa misma senda a la gloria en lo alto, y que nos llama a seguirle, para que donde Él está nosotros también podamos estar. Ellos tenían que santificarse. Si queremos experimentar los efectos del amor y poder de Dios, debemos abandonar al pecado y tener cuidado de no contristar al Espíritu Santo de Dios. El Jordán anegaba todas sus riberas. Esto magnificaba el poder de Dios y Su bondad para con Israel. Aunque aquellos que se oponen a la salvación del pueblo de Dios tengan todas las ventajas, sin embargo, Dios puede vencer y lo hará. Este cruce del Jordán, como entrada a Canaán, después de sus largos vagabundeos agotadores por el desierto, son una sombra del paso del creyente por la muerte camino al cielo, después que haya terminado su deambular por este mundo pecador. Jesús, tipificado por el arca, había ido adelante y cruzó el río cuando más inundaba el territorio que lo rodeaba. Atesoremos las experiencias de Su cuidado fiel y tierno para que podamos asistir a nuestra fe y esperanza en el conflicto final. Es deber de los padres hablar reiteradamente a sus hijos de las palabras y obras de Dios para que se preparen en el camino por el que deben andar. En todas las instrucciones que los padres den a sus hijos, deben enseñarles a temer a Dios. La piedad sincera es la mejor enseñanza. ¿No estamos llamados, al igual que los israelitas, a alabar la bondad de nuestro Dios? ¿No erigiremos un altar a nuestro Dios, que nos ha sacado de entre peligros y problemas en forma tan maravillosa? Porque hasta ahora el Señor nos ha ayudado, tanto como lo hizo con los santos de la antigüedad. ¡Qué enorme estupidez e ingratitud de los hombres que no perciben su mano y no reconocen su bondad en sus frecuentes liberaciones!
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¡Cuán espantoso es el caso de ellos, ver la ira de Dios que viene a ellos sin poder eludirla ni escapar! Tal será la situación horrible de los impíos; las palabras no pueden expresar la angustia de su sentir ni la grandeza de su terror. ¡Oh, que ahora ellos acepten la advertencia y, antes que sea demasiado tarde, huyan a refugiarse y se aferren de la esperanza puesta ante ellos en el evangelio! Dios imprimió este temor en los cananeos y los desesperanzó. Esto dio un breve reposo a los israelitas, y la circuncisión quitó el oprobio de Egipto. Como consecuencia fueron reconocidos como hijos legítimos de Dios que tienen el sello del pacto. Cuando Dios se glorifica al perfeccionar la salvación de su pueblo no sólo silencia a todos los enemigos sino que les quita su oprobio. No leemos de ninguna aparición de la gloria de Dios a Josué hasta ahora. Ahí se le pareció como hombre para que se notara. Este Hombre era el Hijo de Dios, el Verbo eterno. Josué le rindió honores divinos: Él los aceptó, cosa que un ángel creado no hubiera hecho, y Él es llamado Jehová, capítulo 6: 2. Apareció como viajero a Abraham; a Josué, como un guerrero. Cristo será para su gente según lo necesite la fe de ellos. Cristo tenía su espada en la mano, desenvainada, denotando que estaba listo para la defensa y salvación de su pueblo. La espada giraba en todo sentido. Josué sabrá si Él es amigo o enemigo. La causa entre israelitas y cananeos, entre Cristo y Belcebú, no permite que ningún hombre rehusé ponerse a favor de uno u otro bando, como podría hacer en las contiendas del mundo. La pregunta de Josué demuestra un deseo fervoroso de conocer la voluntad de Cristo y una grata disposición y resolución para hacerla. Todos los cristianos verdaderos deben pelear bajo la bandera de Cristo, y vencerán por su presencia y ayuda. Doquiera fuera el arca el pueblo la atendía. Los ministros de Dios, por la trompeta del evangelio eterno, que proclama libertad y victoria, deben exhortar a los seguidores de Cristo en su guerra espiritual. Como debe esperarse las prometidas liberaciones a la manera de Dios, así debe esperársele en su tiempo. Por último, el pueblo debía gritar: lo hicieron y se derrumbaron los muros. Este fue un grito de fe; ellos creían que los muros de Jericó caerían. Fue un grito de oración; clamaron al Cielo por ayuda y llegó el socorro. Jericó iba a ser un sacrificio solemne y espantoso a la justicia de Dios, sobre aquellos que habían colmado la medida de sus pecados. De esa manera Él señala de quien, como criaturas, recibieron la vida y, a quien, como pecadores, habían abandonado. Rahab no pereció con los que no creyeron, Hebreos 11: 31. Toda su familia fue salvada con ella; así, la fe en Cristo trae salvación a la casa, Hechos 16: 31. Ella, y ellos con ella, fueron sacados como tizones de la hoguera. Con Rahab, o con los hombres de Jericó, debe ser nuestra porción, si recibimos o desechamos la señal de salvación: la fe en Cristo, que obra por amor. Recordemos lo que depende de nuestra elección y escojamos en forma adecuada. Dios muestra el peso de una maldición divina; donde esta reposa, no hay forma de escapar de ella porque trae ruina irremediable. Acán tomó algo del botín de Jericó. El amor por el mundo es la raíz de amargura más difícil de arrancar. Hemos de cuidarnos del pecado, no sea que por él muchos sean estorbados y contaminados, Hebreos 12, 15; y cuidado de confraternizar con los pecadores, no sea que participemos de su culpa. Es deber nuestro vigilarnos mutuamente para impedir el pecado, porque los pecados ajenos pueden ser para nuestro mal. La fácil conquista de Jericó suscitó desprecio hacia el enemigo, y una disposición a esperar que el Señor hiciera todo por ellos, sin que ellos usaran los medios correctos. De esta manera los hombres abusan de las doctrinas de la gracia divina y de las promesas de Dios, y las usan como excusa para su pereza y capricho. Hemos de ocuparnos en nuestra salvación, aunque es Dios quien obra en nosotros. Fue una victoria costosa para los cananeos, porque debido a ella Israel despertó, hizo reformas y reconcilió a su Dios, y el pueblo de Canaán se endureció para su propia ruina.
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Dios despierta a Josué para que haga una investigación, y le dice que cuando el anatema sea quitado, todo estará bien. Los tiempos de peligro y tribulación deben ser tiempos de reforma. Debemos examinar nuestro hogar, nuestro corazón, nuestras casas, y hacer una búsqueda diligente para hallar si no hay un anatema, que Dios ve y aborrece; una lujuria secreta, ganancia ilícita, algún secreto indebido con Dios o con otras personas. No podemos prosperar hasta que el anatema sea destruido, y arrancado de nuestro corazón y quitado de nuestras habitaciones y de nuestra familia y eliminado de nuestra vida. Cuando el pecado de los pecadores queda al descubierto, hay que dar a Dios su reconocimiento. Con juicio seguro y sin error, el Dios justo discierne y hará distinción entre el inocente y el culpable; de modo que, aunque los justos sean de la misma tribu, familia y hogar que los malos, nunca serán tratados como el impío. Véase la necedad de quienes se prometen guardar el secreto en el pecar. El Dios justo tiene muchas maneras de sacar a luz las obras ocultas de las tinieblas. También véanse hasta qué punto es nuestro deber buscar la causa de nuestra tribulación, cuando Dios contiende contra nosotros. Debemos orar con el santo Job, Señor, hazme entender por qué contiendes conmigo. El pecado de Acán empezó por el ojo. Vio todas esas cosas hermosas, como Eva vio el fruto prohibido. Véase lo que resulta de tolerar que el corazón ande en la vista de los ojos, y la necesidad que tenemos de hacer pacto con nuestros ojos, que si vagan, ciertamente llorarán por ello. Esto salió del corazón. Los que quieran evitar las acciones pecaminosas, deben mortificar y controlar dentro de sí los deseos pecaminosos, particularmente la codicia de riquezas mundanales. Si Acán hubiera mirado esas cosas con el ojo de la fe, las hubiera visto como anatema y las hubiera desechado con temor; pero al mirarlas con el ojo de los sentidos únicamente, las vio como cosas valiosas y las codició. Cuando hubo cometido el pecado, trató de ocultarlo. Tan pronto como obtuvo su botín, este se convirtió en carga, y no se atrevió a usar su tesoro mal habido. Qué diferentes se ven de lejos los objetos de tentación de cuando ya se han conseguido. Véase aquí lo engañoso del pecado: lo que es agradable al cometerlo, es amargo en su consecuencia. Obsérvese cómo se engañan los que roban a Dios. El pecado es cosa muy trastornadora, no sólo para el pecador mismo sino para todos los que lo rodean. El Dios justo ciertamente recompensará con tribulación a los que trastornan a su pueblo. Acán no pereció solo en su pecado. Pierden a los suyos los que abarcan más de lo que es suyo. Sus hijos e hijas murieron con él. Probablemente le hayan ayudado a esconder las cosas; deben de haber sabido de ellas. ¡Qué fatales consecuencias siguen, aun en este mundo, al pecador mismo y a todo lo que le pertenece! Un pecador destruye mucho de lo bueno. Entonces, ¿qué será con la ira venidera? Huyamos de ella a Cristo Jesús como el Amigo del pecador. Hay circunstancias en la confesión de Acán, que marcan el desarrollo del pecado, desde su entrada al corazón hasta su perpetración, lo cual puede servir como la historia de casi cada ofensa contra la ley de Dios, y el sacrificio de Jesucristo. En cuanto Josué llegó a los montes Ebal y Gerizim, sin tardanza y sin preocuparse por el estado de Israel, que aún no se establecía ni de sus enemigos, confirmó el pacto del Señor con su pueblo, según se había indicado, Deuteronomio 11: y 27. No debemos pensar en diferir el pactar con Dios hasta que estemos establecidos en el mundo; tampoco ningún asunto debe impedir que demos importancia y busquemos la única cosa necesaria. La forma de prosperar es empezar por Dios, Mateo 6: 33. Ellos edificaron un altar y ofrecieron sacrificio a Dios, como señal de su dedicación a Dios, como sacrificio vivo en su honor, en un Mediador y por medio de Él. Por el sacrificio del mismo Cristo por nosotros, tenemos paz con Dios. Gran misericordia para cualquier pueblo es tener la ley de Dios por escrito y es propio que la ley escrita esté en idioma conocido para que pueda ser vista y leída por todos los hombres. Otro pueblo oyó estas noticias y fueron impulsados por ellas a declarar la guerra a Israel, pero los gabaonitas fueron llevados a hacer las paces con ellos. Así, el descubrimiento de la gloria y la gracia de Dios en el evangelio es, para algunos olor de vida para vida; para otros,
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olor de muerte para muerte, 2ª Corintios 2: 16. El mismo sol ablanda la cera y endurece el barro. La falsedad de los gabaonitas no tiene justificación. No debemos hacer mal para que venga el bien. Si ellos hubieran reconocido su país, dejado la idolatría, y se hubieran entregado al Dios de Israel, tenemos razón para pensar que Josué hubiera sido dirigido por el oráculo de Dios para perdonarles la vida. Pero cuando dijeron una vez ‘venimos de tierra muy lejana’ tuvieron que decirlo otra vez, y decir además, lo que era completamente falso, acerca de su pan, sus odres de vino y su ropa: una mentira trae otra, y esa una tercera y así sucesivamente. El camino de ese pecado va especialmente cuesta abajo. Pero la fe y la prudencia de ellos son dignas de elogio. Al someterse a Israel se sometieron al Dios de Israel, lo cual significaba abandonar la idolatría. ¿Cómo podríamos estar mejor que arrojándonos a la misericordia del Dios de toda bondad? La manera de evitar el juicio es enfrentarlo con arrepentimiento. Hagamos como aquellos gabaonitas, busquemos la paz con Dios en los harapos de la humillación, y con santa tristeza, para que nuestro pecado no sea nuestra ruina. Seamos siervos de Jesús, nuestro bendito Josué, y viviremos. Los más humildes y débiles que sólo comienzan a confiar en el Señor tienen tanto derecho a ser protegidos como quienes hace mucho tiempo son sus siervos fieles. Nuestro deber es defender al afligido que, como los gabaonitas, son metidos en problemas por cuenta nuestra, o por la causa del evangelio. Josué no iba a abandonar a sus nuevos vasallos. ¡Cuánto menos nuestro verdadero Josué va a fallarle a los que confían en Él! Podemos ser faltos en nuestra fe, pero a nuestra confianza nunca puede faltarle el éxito. Pero las promesas de Dios no son para aflojar o suprimir nuestras empresas sino para avivarlas y estimularlas. Fijaos en la gran fe de Josué y el poder de Dios que le responde deteniendo milagrosamente el sol, para que el día de la victoria de Israel sea más largo. Josué actuó en esta ocasión por impulso del Espíritu de Dios en su mente. No era necesario que Josué hablara o que el milagro quedara registrado según el vocabulario moderno de la astronomía. Para los israelitas el sol salía por sobre Gabaón, y la luna, por sobre el valle de Ajalón, y el curso de ellos pareció detenerse por todo un día. ¿Hay algo demasiado difícil para el Señor? Esta es la respuesta suficiente a diez mil dificultades, que los contradictores de toda época han esgrimido contra la verdad de Dios revelada en su Palabra escrita. Por esto se proclama a las naciones vecinas: “Mira las obras de Jehová”, y digan, ¿qué nación grande hay que tenga a Dios tan cercano, como Israel? Josué se apresuró a tomar esas ciudades. Nótese qué grande es la cantidad de trabajo que se puede hacer en poco tiempo, si somos diligentes y mejoramos nuestras oportunidades. Aquí Dios demuestra su odio de la idolatría y otras abominaciones de las cuales eran culpables los cananeos y, por la enormidad de la destrucción que cayó sobre ellos nos enseña cuán grande fue la provocación. También aquí se tipifica la destrucción de todos los enemigos del Señor Jesús, los que, habiendo desdeñado las riquezas de su gracia, deben sentir por siempre el peso de su ira. El Señor luchó por Israel. No podrían haber obtenido la victoria si Dios no hubiera dado la batalla. Nosotros vencemos cuando Dios pelea por nosotros; si Él está por nosotros, ¿quién contra nosotros? Las maravillas que Dios obró para los israelitas eran para estimularlos a actuar vigorosamente por sí mismos. De la misma manera, la guerra contra el reino de Satanás que se lleva a cabo en la predicación del evangelio, primero progresó por milagros; pero habiéndose demostrado plenamente que es de Dios, ahora se nos ha dejado a la gracia divina en el uso habitual de la espada del Espíritu. Dios alentó a Josué. Los nuevos peligros y dificultades hacen que sea necesario buscar nuevo apoyo de la Palabra de Dios, la que tenemos cerca de nosotros para usarla en todo momento de necesidad. Dios nos da tribulaciones en proporción a nuestras fuerzas, y nos da fuerzas en proporción a nuestras pruebas.
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La obediencia de Josué al destruir caballos y carruajes, demuestra su abnegación al cumplir el mandamiento de Dios. La posesión de cosas de las cuales el corazón carnal tiende a depender, es dañina para la vida de fe, y el caminar con Dios; en consecuencia, es mejor estar sin ventajas mundanales que tener el alma amenazada por ellas. Josué, por ser persona pública, no tuvo consideración por su propia tribu más que por cualquier otra, sino que gobernaría sin favores ni afectos; por lo cual dejó buen ejemplo para todos los que desempeñan cargos públicos. Josué les dice que lo que les ha tocado en suerte les iba a alcanzar bien para ellos si tan sólo trabajaban y peleaban. Los hombres se excusan con cualquier pretexto para no trabajar, y nada sirve mejor para ese fin que tener parientes ricos y poderosos, capaces de proveer para ellos; y son muy dados a desear una disposición parcial e infiel de lo encargado a quienes ellos creen capaces de darles tal ayuda. Pero realmente es más bondadoso señalar las ventajas alcanzables y animar a los hombres a hacer lo mejor, en vez de fomentar la pereza y la extravagancia otorgando favores. La religión verdadera no tolera estos males. La regla es: el que no trabaja, no coma; y muchos de nuestros ‘no puedo’ son únicamente el lenguaje de la pereza que magnifica toda dificultad y peligro. Este es especialmente el caso de nuestra obra y guerra espirituales. Sin Cristo nada podemos hacer, pero somos dados a quedarnos quietos sin intentar nada. Si somos suyos, Él nos estimulará para nuestras mejores empresas y para clamar a Él por ayuda. Entonces serán ensanchados nuestros territorios, 1ª Crónicas 4: 9, 10, y silenciadas las quejas o, más bien, serán transformadas en alegre acción de gracias. . Josué esperó hasta que todas las tribus quedaran establecidas antes de pedir algo para sí. Se contentó con estar sin establecerse hasta verlos a todos colocados. Aquí hay un ejemplo para todos los que están en cargos públicos: preferir el bien común antes de la ventaja particular. Los que se esfuerzan al máximo para hacer el bien a los demás, procuran herencia en la Canaán de lo alto: pero pronto tendrán para entrar allá, cuando hayan hecho todo el servicio de que sean capaces a sus hermanos. Tampoco nada puede asegurarles más efectiva su derecho a ella, que esforzarse por llevar a los demás a desearla, a buscarla y obtenerla. Nuestro Señor Jesús vino y moró en la tierra, no con pompas sino en pobreza, dando descanso al hombre pero sin tener Él donde reclinar su cabeza; porque Cristo no se agradó a sí mismo. Ni tampoco entraría Él a poseer su herencia, hasta que, por su obediencia hasta la muerte, obtuviera la herencia eterna para todo su pueblo; ni considerará completa su propia gloria, hasta que cada pecador rescatado sea puesto en posesión de su reposo celestial. Cuando los israelitas fueron instalados en su heredad prometida, se les recordó que debían apartar las ciudades de refugio, cuyo uso y significado como tipo ya ha sido explicado en Números 35: Deuteronomio 19: El Israel espiritual de Dios tiene y tendrá en Cristo y en el cielo no sólo alivio para reposar, sino refugio para darles seguridad. Estas ciudades fueron señaladas para ser tipo del alivio que el evangelio da a los pecadores arrepentidos, y su protección de la maldición de la ley y de la ira de Dios, en nuestro Señor Jesús, a quien huyen los creyentes a buscar refugio, Hebreos 6: 18. Dios prometió dar en posesión a la simiente de Abraham la tierra de Canaán y, ahora, la tenían y habitaban en ella. La promesa de la Canaán celestial es tan segura para todo el Israel espiritual de Dios porque es la promesa de Aquel que no puede mentir. Ahí estuvo ante ellos no un hombre. El predominio posterior de los cananeos fue efecto de la negligencia de Israel y castigo por su pecaminosa inclinación a la idolatría y abominaciones de los paganos que albergaron y permitieron en su medio. No faltó nada bueno que el Señor había hablado a la casa de Israel. En su debido momento todas sus promesas serían cumplidas; entonces, su pueblo iba a reconocer que el Señor ha superado sus mayores expectativas y los ha hecho más que vencedores y llevándolos al deseado descanso.
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Josué despide a las tribus con un buen consejo. Quienes tienen el mando lo tienen en vano a menos que guarden el mandamiento, que no será hecho correctamente a menos que se haga con cuidado diligente. En particular, que améis a Jehová vuestro Dios, como el mejor de los seres y el mejor de los amigos; y en tanto ese principio rija el corazón, habrá cuidado y esfuerzo constante para andar en todos sus caminos aun los que son estrechos y cuesta arriba. En todo caso, que guardéis sus mandamientos. En todo tiempo, en toda situación, con corazón decidido a seguir al Señor y a servirle a Él y a su reino entre los hombres, de todo vuestro corazón y toda vuestra alma. Este buen consejo se da a todos; ¡que Dios nos dé gracia para aceptarlo! Aquí está el afán de las tribus del otro lado del Jordán por conservar su participación en la religión de Israel en Canaán. A primera vista parecía que el propósito era establecer un altar en oposición al altar de Silo. Dios es celoso de sus instituciones; también debemos serlo nosotros, y temer todo lo que parezca idolatría o conduzca a ella. La corrupción de la religión se trata mejor al principio. Pero su prudencia al seguir esta celosa resolución no es menos elogiable. Muchas infelices discordias se hubieran evitado o resuelto pronto al indagar la sustancia de la ofensa. El recuerdo de grandes pecados cometidos anteriormente debiera hacernos estar alerta contra el comienzo del pecado; porque el camino del pecado lleva cuesta abajo. Todos tenemos el deber de reprender a nuestro prójimo cuando comete falta para no participar de su pecado, Levítico 19: 17. La oferta hecha de que eran bienvenidos en la tierra donde estaba el tabernáculo de Jehová, donde podían establecerse, estaba en el espíritu de los verdaderos israelitas. Las tribus aceptaron buena parte de la reprensión de sus hermanos. Con solemnidad y mansedumbre pasaron a dar cuanta satisfacción pudieron. La reverencia a Dios se expresa en la forma de su apelación. Su breve confesión de fe iba quitar la sospecha de sus hermanos de que intentaban adorar a otros dioses. Hablemos siempre de Dios con seriedad, y mencionemos su nombre con una pausa solemne. Los que apelan al Cielo con un descuidado “Dios sabe”, toman su nombre en vano: es muy diferente de esto. Expresan gran confianza en su propia rectitud en el asunto de su apelación. “Dios sabe” pues está perfectamente familiarizado con los pensamientos e intenciones del corazón. En todo lo que hagamos en religión es nuestro alto deber ser aprobados por Dios, recordando que Él conoce el corazón. Si Dios conoce nuestra sinceridad, debemos estudiar el modo de darla a conocer a otros por sus frutos, en especial a quienes muestran celo por la gloria de Dios, pero se equivocan con nosotros. Desdeñaron el designio del que se les consideraba sospechosos y explicaron plenamente su verdadera intención al edificar el altar. Los que han hallado el consuelo y el beneficio de las ordenanzas de Dios, sólo pueden desear preservarlas para su simiente y usar todo el cuidado posible para que sus hijos sean considerados como poseedores de una parte. Cristo es el gran Altar que santifica toda dádiva; la mejor evidencia de nuestro interés en Él es la obra de su Espíritu en nuestro corazón. Bueno es que en ambas partes haya disposición a la paz, como hubo celo por Dios; porque, a menudo, las peleas por la religión resultan ser las más arduas y difíciles de pacificar por falta de sabiduría y amor. Cuando espíritus irritables y orgullosos culpan injustamente a sus hermanos, aunque se presente prueba plena de su injusticia, por ningún medio se les convencerá para retractarse. Pero Israel no era tan prejuiciado. Miraron la inocencia de sus hermanos como señal de la presencia de Dios. El celo de nuestros hermanos por el poder de la piedad, la fe y el amor, a pesar del temor de romper la unidad de la iglesia, son cosas por las cuales debiéramos contentarnos con alegría. El altar fue llamado Ed. o Testimonio. Era un testimonio de su cuidado por conservar
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pura e íntegra su religión y daría testimonio contra sus descendientes, si dejaban de seguir al Señor. Será toda una dicha cuando todos los cristianos profesantes aprendan a seguir el ejemplo de Israel, uniendo celo y adhesión firme a la causa de la verdad, con candor, mansedumbre y prontitud para entenderse unos con otros, para explicar y quedar satisfechos con la explicación de nuestros hermanos. ¡Que el Señor aumente el número de quienes se esfuerzan por mantener la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz! ¡Que la gracia y el consuelo creciente estén con todos los que aman a Jesucristo con sinceridad! Si fuéramos fieles al Señor, estaríamos siempre en guardia, porque muchas almas se pierden por negligencia. Amad al Señor vuestro Dios y no os apartéis de Él. ¿Ha sido Dios fiel con vosotros? Entonces, no seáis infieles con Él. Fiel es el que prometió, Hebreos 10: 23. La experiencia de todo cristiano atestigua la misma verdad. Pueden los conflictos haber sido graves y prolongados, las pruebas muchas y grandes; pero, al final, reconocerá que el bien y la misericordia le siguieron todos los días de su vida. Josué manifiesta las consecuencias fatales de echar pie atrás; sabed, pues, con toda certeza que eso será vuestra ruina. El primer paso será la amistad con los idólatras; el siguiente, casarse con ellos; el final será servir a sus dioses. De esa manera el camino del pecado lleva cuesta abajo, y quienes tienen comunión con los pecadores no pueden evitar la comunión con el pecado. Describe la destrucción acerca de la cual les advierte. La bondad de la Canaán celestial y que Dios la haya hecho un regalo libre y seguro, se sumará a la miseria de quienes para siempre quedarán excluidos de ella. Nada les hará sentir más lo absoluto de su miseria que ver cuán felices pudieron ser. Velemos y oremos para no caer en tentación. Confiemos en la fidelidad, amor y poder de Dios; invoquemos sus promesas y seamos fieles a sus mandamientos; entonces seremos felices en la vida, en la muerte y por siempre. Nunca debemos dar por terminada nuestra obra para Dios, hasta que haya terminado nuestra vida. Si alarga nuestros días más allá de lo esperado, como Josué, se debe a que tiene otro servicio para encomendarnos. El que quiere tener el mismo sentir que hubo también en Cristo Jesús, se gloriará en dar el último testimonio de la bondad de su Salvador, y en proclamar a los cuatro vientos, las obligaciones con que lo ha enlazado la inmerecida bondad que Dios le ha mostrado. La asamblea se reunió en solemne actitud religiosa. Josué les habló en nombre de Dios y de parte de Él. Su sermón fue doctrina y aplicación. La parte doctrinaria es la historia de las grandes cosas que Dios había hecho por su pueblo y por sus antepasados. La aplicación de la historia de las misericordias de Dios para con ellos, es una exhortación a temer y servir a Dios como gratitud por su favor, y que pueda continuar. Es esencial que el servicio del pueblo de Dios sea hecho con actitud voluntaria. Porque el amor es el único principio genuino del cual puede provenir todo servicio aceptable a Dios. El Padre tales adoradores busca que le adoren: los que le adoran en espíritu y en verdad. Los designios de la carne son enemistad contra Dios, por tanto, el hombre carnal es incapaz de dar adoración espiritual. De ahí la necesidad de nacer de nuevo. Pero gran cantidad de personas se quedan solo en las formalidades cuando se les imponen tareas. Josué les dio a elegir, pero no como si fuera indiferente que ellos sirvieran o no a Dios. Escogeos a quien sirváis, ahora las cosas están claras ante vosotros. Él resuelve servir a Dios, sea lo que fuere que los demás hagan. Quienes resuelven servir a Dios no deben importarles estar solos de ahí en adelante. Los que van al cielo deben estar dispuestos a nadar contra la corriente. No deben hacer como la mayoría, sino como los mejores. Nadie puede comportarse como debiera en cualquier situación sin considerar profundamente sus deberes religiosos en las relaciones familiares. Los israelitas estuvieron de acuerdo con Josué, influidos por el ejemplo del hombre que había sido una bendición tan grande para ellos; nosotros también serviremos al Señor.
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Fijaos cuánto bien hacen los grandes hombres por su influencia, si son celosos en la religión. Josué los lleva a expresar el pleno propósito del corazón de ser fieles al Señor. Deben despojarse de toda confianza en su propia suficiencia o de lo contrario, sus propósitos serán vanos. Cuando hubieron decidido deliberadamente servir a Dios, Josué los ata con un pacto solemne. Hace un monumento para memoria. De esta manera emotiva Josué se despidió de ellos; si perecen, la sangre de ellos será sobre sus cabezas. Aunque la casa de Dios, la mesa del Señor y hasta los muros y árboles ante los cuales hemos expresado nuestros propósitos solemnes de servirle, dieran testimonio en contra nuestra si lo negáremos, de todos modos podemos confiar en Él, que pondrá temor en nuestro corazón para que no nos apartemos de Él. Sólo Dios puede dar gracia, sin embargo, bendice nuestros esfuerzos por hacer que los hombres se comprometan en su servicio. José murió en Egipto, pero dio órdenes tocantes a sus huesos, para que no descansaran en su tumba hasta que Israel descansara en la tierra prometida. Nótese además la muerte y sepultura de Josué y de Eleazar, el sumo sacerdote. Los hombres más útiles, habiendo servido a su generación conforme a la voluntad de Dios, uno tras otro, caen dormidos y ven corrupción. Pero Jesús, habiendo pasado y terminado su vida en la tierra en forma más efectiva que José y Josué, resucitó de entre los muertos y no vio corrupción. Los redimidos del Señor heredarán el reino que preparó para ellos desde la fundación del mundo. Ellos hablarán admirados de la gracia de Jesús: “Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a Él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén.” JUECES
*JUECES: Abarca el período entre la muerte de Josué y la coronación del rey *Saúl. Durante esta era, Dios levantó líderes conocidos como jueces para liderar a los israelitas contra sus enemigos. Pero después de cada victoria, el pueblo se olvidaba de Dios. El libro de los Jueces es la historia de Israel durante el gobierno de los jueces, que fueron libertadores ocasionales que Dios levantaba para rescatar a Israel de sus opresores, para reformar el estado de la religión y para administrar justicia al pueblo. El estado del pueblo de Dios no parece ser muy próspero en este libro, ni su carácter muy religioso como hubiera sido de esperarse; pero había muchos creyentes entre ellos y el servicio del tabernáculo era atendido. La historia ejemplifica las frecuentes advertencias y predicciones de Moisés, y merece tomarse con profunda atención. Todo el libro está lleno de importantes enseñanzas. En la era de los patriarcas, la vida hebrea estaba organizada alrededor de la familia y el clan. Los jefes de familias (patriarcas) y los ancianos de las tribus eran los jueces (Génesis 38:24). LA MONARQUÍA ISRAELITA
Después de haberse instalado las doce tribus en Palestina, se inicia un periodo de transición, el de los «jueces». Desaparecida la generación de Josué, ocupa la tierra «otra generación que no conocía a Jehová ni la obra que El había hecho por Israel» (Jue. 2:10). Y el pueblo sucumbe a las influencias paganas de su entorno. Baal y Astarot ocupan en el culto el lugar que sólo a Jehová correspondía. Con la idolatría, se introduce en Israel de forma cruda todo tipo de prácticas inmorales. Ello tiene efectos debilitantes y los israelitas han de cosechar humillaciones, derrotas y opresión bajo la supremacía alterna de los diversos pueblos que habían quedado compartiendo el suelo de Canaán. Cuando la situación alcanzaba límites de angustia, Israel clamaba a Dios y Dios levantaba a un hombre (e juez»), carismáticamente dotado, por medio del cual guiaba al pueblo a la liberación. A la experiencia redentora seguía una nueva caída en los mismos pecados anteriores, lo que a su vez acarreaba nuevos sufrimientos, seguidos de arrepentimiento, invocación a Jehová, salvación. El ciclo se repite una y otra vez, sin que se vea el modo de alcanzar una solución definitiva. La situación religiosa, moral y política se hace cada. Vez más oscura. Esta época registra algunos de los episodios más nefandos de la historia bíblica. La autoridad de los jueces es limitada, pasajera, a veces empañada por las pasiones humanas más primarias y, en todo
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caso, insuficiente para acabar con la anarquía que prevalecía en Israel (Jue. 17:6; 18:1; 19:1; 21:25). Después del éxodo de Egipto, Moisés (siguiendo el consejo de Jetro: Éxodo 18:13-26), organizó la nación en grupos de a 1.000, 100, 50 y 10 personas dentro de cada tribu. A cargo de cada unidad un hombre bien capacitado fue asignado como juez, de modo que solamente los casos más importantes serían llevados ante Moisés (Deuteronomio 1:12-18; 21:2). Después de entrar en Canaán, se llevó a cabo un plan de gobierno local muy similar (Deuteronomio 16:18-20; 17:2-13; 19:15-20; Josué 8:33; 23:2; 24:1; 1 Samuel 8:1). Una vez que la monarquía fue establecida, el rey mismo juzgaba los casos importantes (2 Samuel 15:2; 1 Reyes 3:9, 28; 7:7; Proverbios 20:8). David designó a los levitas para puestos judiciales y nombró 6.000 hombres oficiales y jueces (1 Crónicas 23:4; 26:29). Josafat aumentó el sistema judicial de Judá con un tipo de corte suprema en Jerusalén compuesta de levitas, sacerdotes y jefes de casas paternas (2 Crónicas 19:5-8). Con frecuencia los profetas se quejaban amargamente de que la justicia estaba siendo corrompida con soborno y testigos falsos (Isaías 1:23; 5:23; 10:1; Amós 5:12; 6:12; Miqueas 3:11; 7:3). Los reyes solían ser injustos 1 Reyes 22:26; 2 Reyes 21:16; Jeremías 36:26). El caso en el cual Acab tomó posesión de la viña de Nabot (1 Reyes 21:1-13) demuestra hasta dónde llegaría un rey para conseguir lo que quería, contradiciendo escandalosamente la ley y las costumbres, al menos en el reino del norte de Israel. En la época del AT las actividades de los jueces no se limitaban a lo que ahora se considerarían funciones judiciales. La separación de poderes entre las ramas legislativas, ejecutivas y judiciales prevalente hoy en día es una innovación moderna. La palabra juez muchas veces significa rey (Salmo 2:10; 148:11; Isaías 33:22; 40:23; Amós 2:3). En varios idiomas semitas, el término que la Biblia heb. Usa para el juez (shophet) se usa para soberanos de varias clases. Esta expansión de significado atribuida al término juez en ese entonces resulta en el uso más extenso en el libro de los Jueces. Desde la muerte de Josué hasta el reino de Saúl, el primer rey de Israel, los líderes principales del pueblo fueron llamados jueces. Estos hombres y los acontecimientos de sus días están descritos en el libro de los Jueces y en 1 Samuel 1—7. Ellos eran líderes carismáticos, es decir, fueron llamados por un don especial del Espíritu de Dios para salvar a Israel. Eran principalmente libertadores militares, llamados para salvar al pueblo de Israel de la opresión de potencias extranjeras. Este período fue cruel, feroz y sangriento. Las tribus dispersas en la región montañosa de Canaán estaban divididas en muchos clanes con características étnicas y culturales. Ni siquiera el tabernáculo en Silo que debería haber provisto una base de unidad religiosa parece haber llamado tanta atención como los lugares altos locales. Solamente una crisis extraordinaria, como el crimen que produjo la guerra benjamita (Jueces 19:1-30; 20:1), pudo efectuar una acción unida por parte de las tribus. Parece que Judá en el sur era la más aislada de las tribus. El primer juez mencionado en detalle es Ehud hijo de Gera (Jueces 3:12-30). Este benjamita era zurdo, un defecto serio en los tiempos supersticiosos. Pocos o ninguno de los jueces se destacan como personas ideales. Lo que ocasionó el levante de Ehud por Dios fue la opresión de Eglón, rey de Moab, quien junto con los amonitas y amalequitas (todos pastores y nómadas de la transjordania) ocupaban la región de Jericó (La Ciudad de las Palmeras, 3:13). Después de 18 años de opresión, Ehud, cuando presentaba el tributo, encabezó una rebelión al matar a Eglón. Con ayuda de los efrateos, Ehud tomó los vados del Jordán y mató a los moabitas mientras que éstos trataban de huir hacia su patria. El período de paz duró por 80 años. En la segunda narración de liberación detallada (Jueces 4—5), la escena cambia del valle del Jordán bajo al valle de Jezreel y a la región montañosa de Galilea en Palestina del norte. El opresor es Jabín, rey de Canaán, el cual reinaba en Hazor. ¡Sus 900 carros de hierro deben haber infundido terror a las tribus hebreas ya que éstas no contaban con tales máquinas de guerra (1ª Samuel 13:19-22)! La reciente excavación de Hazor por eruditos israelitas resaltó la importancia de esta fortificación cananea, probablemente la ciudad más grande de la antigua Palestina. Los libertadores eran Débora, una profetisa (Jueces 4:4), y Barac hijo de
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Abinoam, un hombre temeroso (Jueces 4:8), el cual condujo el ejército hebreo a pedido de Débora. Evidentemente un estallido de nubes río arriba hizo que el Quisón se desbordara hacia el llano a través del cual corre, así inmovilizando los carros de los cuales dependían los cananeos (Jueces 4:15; 5:20-22). Cuando el ejército de Jabín fue derrotado, su general Sísara huyó pero fue asesinado por la mujer Jael (Jueces 4:17-22). Se cree que el cántico guerrero de alabanza de Débora (cap. 5) es uno de los poemas más antiguos de la Biblia y se observa su vigor primitivo y brusco. El período de descanso después de esta liberación duró 40 años. El tercer gran juez fue Gedeón (Jueces 6—8). Los madianitas opresores, beduinos del desierto de la región de la transjordania, habían cruzado el Jordán y solían invadir repentinamente a Palestina misma. A Gedeón se le recuerda por sus dudas y por sus acciones tomadas de mala gana (Jueces 6:15, 17, 36-40; 7:10), pero una vez que asumió el comando, demostró que era un soldado firme y eficaz (Jueces 6:25-27; 7:15-24) y gobernó por 40 años. Junto con 300 compañeros ahuyentaron a los beduinos hacia el otro lado del Jordán. En seguida Gedeón llamó a los efrateos para que tomaran control de los vados del Jordán y así fue como destruyeron a los madianitas. Abimelec, hijo de Gedeón, gobernó violentamente el área de Siquem (Jueces 9). Murió como vivió: una piedra de molino le quebró el cráneo y finalmente su escudero lo mató. Jefté, un caudillo de transjordania, aparece (Jueces 11—12) como libertador de Galaad y Manasés (al norte de la transjordania) de las manos de los amonitas. A él se le recuerda principalmente por su voto alocado (Jueces 11:30-39). El último de los grandes jueces fue Sansón (Jueces 13—16), con quien cambia la escena a una parte distinta de Palestina, al llano filisteo. Es muy probable que Sansón haya vivido cerca del fin del período de los jueces, mientras ocurría una invasión de la costa de Palestina. Los invasores marítimos del área del mar Egeo habían fracasado al tratar de entrar a Egipto (debido a Ramsés III). Sansón fue dedicado a una vida de obediencia nazarea antes de su nacimiento. Aunque no muy religioso, Sansón fue conocido como hombre de gran fuerza. Su falta de éxito en disciplinar su naturaleza sensual lo hizo susceptible a tres amoríos con mujeres filisteas. Sin ayuda, hizo proezas en territorio filisteo, algunas de las cuales son relatadas (Jueces 14:19; 15:4, 5, 8, 15; 16:3). El relato de haber sido seducido y dominado por Dalila es bien conocido. Al matar más filisteos con su muerte que los que había matado durante su vida (Jueces 16:30), llegó a ser en su fin una figura trágica. Juzgó a Israel por 20 años. A Elí (1 Samuel 1—4) y a Samuel (1 Samuel 2:12) también se les llama jueces. Hicieron algo del trabajo de jueces ya mencionado pero también sirvieron como sacerdotes y profetas respectivamente, preparando para la transición a la monarquía. EL LIBRO DE JUECES. El séptimo libro del AT recibe su nombre por el título de las personas que gobernaron sobre Israel durante el período de Josué a Samuel. Se les llama jueces (shophetim, Jueces 2:16), aunque su función principal era la liberación de los hebreos oprimidos por medios militares. El libro de los Jueces cubre la brecha histórica desde la muerte de Josué hasta la inauguración de la monarquía. A la vez revela la degradación tanto moral como política de un pueblo que descuidó su herencia religiosa y acomodó su fe con el paganismo que lo circundaba. También revela la necesidad que el pueblo tenía de unidad y liderato que un gobierno firme y central dirigido por un rey podría proveer. La estructura del libro consiste de tres partes fácilmente discernibles: (1) Introducción: las condiciones dadas después de la muerte de Josué, Jueces 1:1—2:10; (2) Parte principal: el ciclo de los jueces, Jueces 2:11—16:31; (3) Apéndice: la vida en Israel en la época de los jueces, caps. 17—21. A continuación se mencionan en lista los jueces y la correspondiente región de Israel donde sirvieron (si se conoce): 1. OTONIEL (Jueces 3:7-11). Hijo de Quenaz, hermano de Caleb. En su vejez Caleb, en la época de la división de la tierra, ofreció la mano de su hija para quien tomara la ciudad de Debir.
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Su sobrino Otoniel tomó Debir y de esa forma tuvo a Acsa por mujer (Josué 15:13-19; Jueces 1:11-15). Durante los 15 años posteriores a la muerte de Josué, Israel cayó en la apostasía, y Dios los entregó en manos de Cusán-risataim (Josué 3:8-11), rey de Siria mesopotámica (BJ: rey de Edom). Angustiados, clamaron al Señor, quien levantó a Otoniel, el primero de los siete jueces, para restaurarlos. Otoniel restauró con tanto éxito a Israel que hubo paz durante 40 años. Su hijo se llamó Hatat (1 Crónicas 4:13). 2. EHUD (Jueces 3:12-30): Palestina central y la transjordania. (heb., ’ehudh, unión). Juez de los israelitas, benjamita, hijo de Gera. Un zurdo que mató a Eglón, rey de Moab y organizó a los israelitas en contra de los moabitas. Sometieron a estos enemigos y la tierra tuvo paz por 80 años hasta que Ehud murió (Jueces 3:15-30). 3. SAMGAR (Jueces 3:31): el llano de los filisteos. Hijo de Anat (Jue 3.31; 5.6), tercer juez de Israel, sucesor de Aod y predecesor de Barac y Débora. No se sabe cuánto tiempo juzgó a Israel. Antes de que Samgar entrara en acción, Israel anduvo en gran incertidumbre y aflicción, subyugado por castigo de Dios (Jue 5.6). Samgar fue uno de los valerosos «salvadores» de Israel, y dio muerte a «seiscientos hombres de los filisteos con una aguijada de bueyes» (Jue 3.31). Poco o nada se dice sobre su actuación como juez. 4. DÉBORA Y BARAC (caps. 4—5): Palestina central y la transjordania. Débora Era esposa de Lapidot (Jue 4.4). A su sede en el centro del país llegaban a consultar sobre casos demasiado difíciles para los jueces locales, y disputas entre las tribus. Así Débora fomentó entre las tribus dispersas un sentido de unidad y lealtad a Jehová que les hacía falta para la lucha contra los cananeos. Aunque no era líder militar, Débora organizó el ataque contra SÍSARA, capitán del ejército del opresor cananeo Jabín, valiéndose de BARAC para dirigir las fuerzas israelitas. A instancias de este, Débora los acompañó a la batalla, la cual terminó en victoria para Israel (Jue 4). El cántico de victoria de Débora y Barac (Jue 5), en que se ha conservado el lenguaje del Antiguo Testamento, constituye una de las principales fuentes de información para el estudioso de la poesía hebrea, y de la historia de este período cuando las tribus vivían aisladas en las montañas y apenas comenzaban a disputar a los cananeos el dominio de los valles y los caminos. BARAC. (RELÁMPAGO). Hijo de Abinoham de Cedes de la tribu de Neftalí (Jue 4.6, 12). Dios le ordenó por medio de la profetisa DÉBORA que liberase a Israel del yugo de JABÍN, rey de Canaán. Asegurándose primero la ayuda de Débora, reunió diez mil personas y acampó en el monte TABOR. Quebrantó a SÍSARA y al ejército de este (Jue 4.15). Esta victoria se detalla en el célebre cántico de Débora y Barac (Jue 5.1–31). Barac se cuenta entre las personas de fe (Heb 11.32). 5. GEDEÓN (caps. 6—8): Palestina central y la transjordania. GEDEÓN (heb., Gidh’on, leñador o talador). Hijo de Joás, abiezerita (Jueces 6:11) que vivió en Ofra, no lejos del monte Gerizim. El registro de Gedeón se encuentra en Jueces 6:1—9:6. Un fuego sobrenatural que consumió el sacrificio de Gedeón (6:17-23) testificó del hecho de que el mensajero que llamó a Gedeón a liderar a Israel era de Dios. Gedeón respondió al llamado y, con varios amigos, derribó el altar de Baal y cortó la arboleda sagrada que lo rodeaba. Erigió en su lugar un altar nuevo, llamándolo Jehovahshalom, “El Señor es Paz” (Jueces 6:24). Los seguidores de Baal quisieron matarlo pero su padre intervino. En lugar de la muerte, le dieron un nuevo nombre, Jerobaal, o “contienda Baal contra él” (Jueces 6:28-32). Gedeón entonces hizo un llamado a las tribus vecinas para luchar en contra de los madianitas. Habiendo reunido una hueste formidable, buscó confirmación de su tarea y así realizó la famosa prueba del vellón (Jueces 6:36-40; 7:914). Para evitar la jactancia humana, Dios redujo la fuerza de Gedeón de 32.000 hombres a 300 (Jueces 7:1-8). El ataque nocturno de Gedeón con 3 grupos de 100 cada uno sorprendió a los madianitas dormidos, que se mataron entre ellos en su retirada (Jueces 7:15-22). El territorio fue liberado hasta el Jordán (Jueces 7:22, 23; 8:1- 21). Cuando el pueblo quiso nombrarlo rey, Gedeón se negó. Sirvió 40 años como juez (Jueces 8:28) y tuvo 71 hijos (Jueces 8:30). Uno, Abimelec, por una concubina de Siquem (Jueces 8:31), destruyó a 69 de ellos; Jotán se escapó escondiéndose (Jueces 9:1-6).
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6. ABIMELEC (cap. 9): Palestina central. Muchos consideran a Abimelec un bandido y no un juez. Hijo de Gedeón por una concubina (Jueces 8:31; 9:1-57). Después de que Gedeón muriera y deseando ser rey, mató a 70 hijos de su padre. Sólo Jotam escapó. Abimelec llegó a ser rey de Siquem. Después de tres años, hubo una rebelión en su contra; él atacó y destruyó su propia ciudad de Siquem. Más tarde fue muerto cuando atacaba a Tebes. 7. TOLA (Jueces 10:1, 2): Palestina central. Hijo de Fúa, de la tribu de Isacar, que juzgó a Israel 23 años (Jueces 10:1, 2). 8. JAÍR (Jueces 10:3-5): Transjordania. Uno de los jueces; un galadita que sirvió como tal por un período de 20 años (Jueces 10:3-5). 9. JEFTÉ (Jueces 10:6—12:7): Transjordania. (heb., yiphtah, abierto o abridor). El octavo juez de Israel (Jueces 10:6—12:7; 1 Samuel 12:11; Hebreos 11:32). El hijo de una ramera a quien sus hermanos lo echaron del hogar paternal. Con el tiempo llegó a ser famoso por su valentía y formó una banda con hombres desempleados, así como los hombres de David (1 Samuel 22:2). Era un hombre temeroso de Dios y con un alto sentido de la justicia y de lo sagrado de los votos hechos a Dios. Cuando los hermanos de Jefté lo expulsaron de la casa de su padre, Israel había estado bajo la esclavitud de los amonitas por varios años. Desesperados, los ancianos acudieron a Jefté y le pidieron que fuera el capitán del ejército de Israel. In-vestido con el Espíritu del Señor, Jefté se preparó para la guerra, pero antes de ir a la batalla hizo el siguiente juramento: Cualquiera que salga de las puertas de mi casa a mi encuentro, cuando yo vuelva en paz de los hijos de Amón, será de Jehovah; y lo ofreceré en holocausto (Jueces 11:31). Jefté derrotó a sus enemigos con una gran mortandad, recobró 20 ciudades y después mató a los de la tribu de Efraín que no le habían ayudado en la pelea contra los amonitas. Su hija fue la primera en salir a recibirlo cuando él regresó a casa. Con dolor, él cumplió con ella el voto que había hecho; ella no conoció varón (Jueces 11:39). Entre los eruditos bíblicos hay diferencia de opinión en cuanto a si la muchacha fue realmente sacrificada, o si fue redimida con dinero y puesta perpetuamente al servicio del Señor como una virgen. 10. IBZÁN (Jueces 12:8-10): Palestina sur. El décimo juez de Israel, quien gobernó por siete años. Era nativo de Belén (aunque no es claro si de Judá o de Zabulón). Tenía 30 hijos y 30 hijas (Jueces 12:8-10). 11. ELÓN (Jueces 12:11, 12): Palestina norte. Zabulonita que juzgó a Israel por diez años (Jueces 12:11, 12). 12. Abdón (Jueces 12:13-15): Palestina central. (heb., ’avdón, significado incierto, quizá siervo, servicio, servil). El decimoprimer juez de Israel que juzgó durante ocho años (.2 Del mismo parecer es Donald Guthrie.' y Beaslay Murray se pregunta: «Los capítulos 6-19 ¿han de ser vistos como una narración continua de hechos que conducen a la parusía? ¿O hemos de considerar las tres series de juicios mesiánicos, expuestos bajo el simbolismo de sellos, trompetas y copas de ira, como paralelos?» A renglón seguido expresa su convicción de que sólo la segunda interpretación concuerda con la evidencia: Realmente hay motivos para pensar que los numerosos elementos de la Revelación joanina se combinan de diferentes modos para ofrecernos, como en un caleidoscopio, una visión más completa y enriquecida de los grandes acontecimientos escatológicos. Desde el punto de vista cronológico, más bien parece observarse avances y retrocesos. Pero la reiteración de los grandes episodios en formas diversas entraña una fuerza acumulativa que da al mensaje de conjunto un valor insuperable. «A veces (el autor) se extiende rápidamente al estado eterno para alentar a los redimidos con una visión de la gloria que les espera. Otras veces vuelve al pasado para interpretar el origen de la hostilidad experimentada por la Iglesia en el tiempo presente. No está atado ni por el tiempo ni por el espacio y se mueve con libertad soberana para garantizar la destrucción final de todo mal y la vindicación de los que siguen al Cordero. El Apocalipsis es un gran lienzo en el que el vidente pinta sin restricciones el triunfo último de Dios sobre el mal.' CONEXIONES CONCEPTUALES Y LITERARIAS
Independientemente de cuanto pueda haber de original en la «revelación» de Juan, se observa a simple vista la estrecha relación que, como vimos, tiene con otras partes de la Escritura. El fondo teológico, las perspectivas escatológicas y una gran parte de sus numerosos símbolos atestiguan un claro parentesco espiritual y literario con otros textos. 1. EL APOCALIPSIS Y EL ANTIGUO TESTAMENTO
No puede decirse que el libro contenga muchas referencias explícitas ~ textos del Antiguo Testamento, pero son numerosas las citas indirectas del mismo y el uso de sus elementos simbólicos es frecuentísimo. Es obvio, además, que la mente del autor está impregnada de los escritos proféticos del canon hebreo. No solamente se advierte su familiaridad con los libros de tipo apocalíptico como Daniel, Ezequiel y Zacarías, sino que resulta patente la influencia que en su pensamiento ejercían Isaías, Jeremías y Joel , Juan tiene el convencimiento de que se encuentra en la línea de sucesión de los profetas (Comp. 22:9). Por tal razón, mientras que una sola vez se refiere a su libro como «apocalipsis» (1:1), seis veces lo equipara con la «profecía» (1:3; 19:10; 22:7,10, 18, 19). Este hecho reviste particular importancia desde el punto de vista hermenéutico, pues si el Apocalipsis es aceptado como profecía, ha de interpretarse teniendo presentes las características de la literatura profética del Antiguo Testamento. Especial atención debe darse a la finalidad de los mensajes de los profetas, que, como se recordará, no era tanto vaticinar acontecimientos futuros como proclamar la Palabra de Dios dirigida a unas personas concretas en un lugar y en un tiempo determinados. El meollo de la predicación profética no estaba en el futuro, sino en el presente, con sus inquietudes, sus problemas y sus necesidades. Cualquier interpretación de su mensaje que se desentienda del contexto existencial de los destinatarios originales estará siempre expuesta a la arbitrariedad. Y el principio es válido para la interpretación del Apocalipsis. Por otro lado, teniendo en cuenta la unidad de las diferentes partes de la Escritura, resulta imperativo ahondar en los paralelos que de textos del Apocalipsis puedan hallarse en el Antiguo Testamento. Tales paralelos en muchos casos facilitarán la comprensión del pasaje objeto de estudio. 2. RELACIÓN CON OTROS TEXTOS APOCALÍPTICOS DEL NUEVO TESTAMENTO
El material del Apocalipsis no constituye una novedad entre los escritos novotestamentarios. Tanto en los evangelios como en las epístolas hallamos pasajes con notables puntos de coincidencia, tanto en lo que respecta al contenido como en lo que se refiere a la forma.
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En los evangelios, ocupa lugar prominente el discurso escatológico de Jesús (Mí. 24; Mr. 13 y Lc. 21), con predicciones relativas a la destrucción de Jerusalén y a la parusía. Esta dualidad temática y la ausencia de una clara delimitación de sus partes dificultan la exégesis. A pesar de ello, el discurso constituye un elemento primordial en el estudio de la escatología bíblica. Es, por consiguiente, un punto de referencia indispensable en la interpretación del Apocalipsis. Las alusiones a grandes calamidades (guerras, hambres, epidemias, terremotos Mí. 24:6-8), a la abominación de la desolación descrita en el libro de Daniel (Mí. 24:15), a la «gran tribulación» (v. 21), a los falsos cristos y falsos profetas, hacedores de prodigios (v, 24), a fenómenos cósmicos (v. 29) y al ministerio de los ángeles en relación con la aparición de Cristo (v. 31) tienen un desarrollo amplio en el libro de Juan. En las epístolas son especialmente valiosos los pasajes de 1 Ts. 4: 15-17; 2 Ts. 2: 1-12; 1 Co. 15:20-28; 2 Co. 5: 1-10 y 2 P. 3: 10-13. Como podrá observarse, hay en estos textos una mayor sobriedad en el uso del simbolismo apocalíptico, por lo que su lenguaje es relativamente claro. Ello permite que su descripción de eventos escatológicos de primer orden, como son la segunda venida de Cristo, la resurrección, la aparición del Anticristo, el triunfo definitivo del Reino de Dios y la transformación del actual cosmos en una nueva creación enmarque y oriente la interpretación de las visiones de Juan. 3. LA REVELACIÓN DE JUAN Y LA APOCALÍPTICA JUDÍA
Se ha dado el nombre de apocalíptica a la literatura judía que, con características peculiares, análogas a las del libro canónico de Daniel, proliferó durante tres siglos a partir del 11 a. de C. Su nombre se deriva precisamente de la primera palabra del libro de Juan (apocalypsis), por lo que, como es lógico, no se aplicó originalmente a ninguna de las obras escritas en tiempos anteriores (aunque la palabra aparece como título en los libros 2 y 3 de Baruc, se trata de una edición posterior). Sin embargo, el calificativo «apocalípticos» se ha aplicado de modo general tanto a los escritos de este tipo que siguieron a la obra de Juan como a los que la precedieron. No es fácil definir este género literario; y tampoco lo es determinar los libros que han de incluirse en el mismo. No obstante, los generalmente aceptados como pertenecientes al grupo son: los libros de Enoc, el de los Jubileos, los Oráculos Sibilinos, los Testamentos de los Doce Patriarcas, los Salmos de Salomón, la Asunción de Moisés, la Ascensión de Isaías, 2 Esdras y 2 Baruc, amén de algunos otros de menor importancia. Los orígenes de esta literatura no hay que buscarlos, como algunos pretenden, en influencias iranias o helénicas, sino en la tradición profética. A juicio de H. H. Rowley, «que la apocalíptica es hija de la profecía, aunque diferente de ella, apenas puede ser discutido». Recientemente algunos autores, entre ellos von Rad, han visto en la apocalíptica un desarrollo de la literatura sapiencial, y no han faltado quienes la consideran producto de un sincretismo que aglutinaba ideas religiosas orientales con el pensamiento griego. Pero un estudio que vaya más allá de unas cuantas ideas o de determinadas imágenes y que penetre en el fondo de la apocalíptica pone al descubierto sus raíces, hondamente adheridas al pensamiento profético del Antiguo Testamento con su concepto de la soberanía de Dios como punto central. Es evidente, no obstante, que en la apocalíptica se produce un cambio de perspectiva en lo que concierne a la intervención divina en el curso de la historia, y es precisamente ese cambio lo que configura básicamente el pensamiento de sus autores. Para comprenderlo hemos de situarnos en el momento histórico en que se gestó. La comunidad posexílica se enfrentaba con un gran problema: las promesas de una restauración gloriosa no parecían haber tenido e cumplimiento esperado en el regreso de Babilonia y en el devenir histórico posterior. La realidad era demasiado pobre para pensar que correspondía a los días esplendorosos que los profetas habían anunciado. Y esa realidad se hizo aún más sombría en el periodo intertestamentario, especialmente en tiempos de los seléucidas, cuando a la subyugación a que fue sometido el pueblo judío se sumó la persecución de Antíoco Epífanes con su
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brutalidad sacrílega. La victoria macabea aseguró a los judíos libertad religiosa, pero poca cosa más; distaba mucho de significar el principio del Reino de Dios. Posteriormente, el gobierno de los asmoneos, mundanas marionetas en manos de los romanos, en nada contribuiría a mejorar la situación. ¿Podía decirse que con el retorno de Babilonia se había iniciado la era en que Israel sería nuevamente exaltado a posiciones de prosperidad, poderío y honor? Las circunstancias ¿no eran un mentís rotundo a tal suposición? ¿No hacían pensar más bien en que Dios se había desentendido de la suerte de su pueblo? Los judíos de aquella época se enfrentaban con una teodicea incomprensible. Era por demás difícil interpretar las promesas proféticas siguiendo la línea de una «escatología realizada». La solución al problema la hallan los autores de la apocalíptica intertestamentaria en una nueva concepción del fenómeno histórico. Su presente lo veían a través de un prisma totalmente negativo. «Empezaron con una observación empírica de la ausencia relativa de Dios de la historia desde la caída de Jerusalén. No les parecía que hubiese actuado en favor de su pueblo durante este periodo. Por consiguiente, el punto de vista apocalíptico común era que el exilio no había cesado nunca realmente.» A la inacción de Dios se añadía su silencio. Era creencia común en aquella época que la profecía había cesado poco después del regreso de la cautividad babilónica (l Mac. 4:46; 9:27; 14:41). Pero tenía que haber solución al problema, una explicación de los sufrimientos del pueblo de Jehová y de la demora en el establecimiento del Reino. La solución es ofrecida en el mensaje apocalíptico con su escatología trascendente. La salvación no ha de esperarse en el marco de la evolución histórica. Será el resultado de una intervención directa, trascendente, de Dios. El presente no tiene remedio desde el punto de vista humano. Y carece de valor, pues está próxima la nueva era, la «nueva creación», en la que el triunfo de Dios y de su pueblo se hará patente sobre la totalidad de sus enemigos. De este modo, el pensamiento apocalíptico, a pesar' de los excesos en que incurrieron algunos de sus representantes, re interpretaba el antiguo mensaje profético y reavivaba la fe de los judíos piadosos superando con la intensidad de su componente escatológico todas las decepciones y todos los misterios de la experiencia histórica. Las esperanzas suscitadas por la apocalíptica entre los judíos sufrieron los efectos de nuevos desengaños a raíz de la destrucción de Jerusalén el año 70 d. de C. En los libros escritos durante el periodo que siguió a esa fecha (Ap. de Abraham, 2 Baruc y 4 Esdras), se acentúa el pesimismo en la evaluación de la historia y, consecuentemente, también el dualismo entre la edad presente y la futura, totalmente separadas entre sí. En la Iglesia cristiana, por el contrario, las expectativas hallaron aclaración y nuevo impulso con la escatología del Evangelio. Las perspectivas de la consumación futura del Reino de Dios adquirían tintes de certidumbre porque el tiempo de la salvación ya había empezado en Cristo. Pese a las contingencias históricas ya las limitaciones de la experiencia presente, el Reino de Dios ya es una realidad. Las promesas proféticas han entrado en la primera fase de su cumplimiento. Si no puede hablarse de una «escatología realizada» en su sentido pleno, sí puede hablarse de una «escatología inaugurada». CARACTERÍSTICAS DOCTRINALES DE LA APOCALÍPTICA
Podríamos resumir el fondo distintivo de la teología apocalíptica destacando los siguientes aspectos: A) PESIMISMO RESPECTO AL CURSO DE LA HISTORIA.
Era convicción de los autores apocalípticos que durante la era presente el mundo no es gobernado por Dios, sino que está dejado al control de poderes demoníacos (l Enoc 89:61). Nada cabía esperar de las iniciativas humanas dada la malignidad irremediable del hombre y la sociedad. La salvación sólo podía esperarse de Dios con la llegada de la era futura (4 Esd. 4:26-32; 7:50; 8:1-3). No debe pensarse, sin embargo, que el pesimismo apocalíptico era desesperanza total. Sólo concernía a lo que de sí podía dar el curso de la historia. En cuanto al futuro escatológico se mantenía un claro optimismo. '
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B) DUALISMO TEMPORAL.
Era resultado del pesimismo. Tan intrínsecamente malo era el mundo y tan irreformable que no podía ser visto como una esfera en la que Dios actúa. Dios estaba ausente y seguiría estándolo hasta el día en que advendría el orden nuevo del, Reino de Dios. Hay, pues, según el pensamiento apocalíptico, solo dos edades: la presente, mala, condenada a la catástrofe, y la venidera (2 Esd. 7:50), cuando se realizarán gloriosamente los propósitos de Dios, sin que entre la una y la otra haya la menor relación de continuidad (2 Baruc 31:5). C) CONCEPCIÓN DETERMINISTA DE LA HISTORIA
(2 Es d. 4:36; 6: 1-6; Comp. Dan. 11:36). Esta era dividida en diversos periodos desde la creación, todos ellos predeterminados por Dios y revelados a sus siervos (los autores apocalípticos). En cierto modo, había afinidad con el pensamiento profético, que enfatizaba la unidad de la historia; pero tanto las divisiones que de la misma hacía como sus interpretaciones resultan artificiales. En alguno de los libros se divide la historia en 85 jubileos (Asunción de Moisés); en otros, en 10 «semanas» (Ap. de las Semanas en 1 Enoc), en 7 partes (Testamento de Abraham) o en 12 partes (Ap. de Abraham), etc. Sin embargo, prácticamente todos coinciden en la computación de los tiempos para llegar a la conclusión de que estaban viviendo en los últimos días de esta era, a las puertas mismas de la edad futura. Este concepto determinista de la historia debe ser interpretado a la luz del pesimismo histórico de la apocalíptica. Los periodos de la era presente han de sucederse inexorablemente conforme a lo predeterminado; pero nada tienen que ver con el Reino. A veces Dios mismo es presentado como en espera de que transcurran los tiempos por El decretados en vez de actuar directamente en ayuda de los justos (4 Esd. 4:36, 37). En este punto, evidentemente, se alejaban ostensiblemente de la perspectiva profética, en la que Dios no deja ni por un momento su control y dirección del devenir histórico, que siempre es historia de salvación, pese a la negrura del mal que envuelve la historia humana en general. D) PRIORIDAD DE LA ESCATOLOGÍA.
El mundo venidero constituye el principal tema de la apocalíptica. En él se centran todas las esperanzas. Y es contemplado con dimensiones trascendentales y cósmicas. A veces, no se enfatiza la idea de un reino terrenal, sino la de un reino sobrenatural en un cielo nuevo a una tierra nueva (l Enoc 37-71); en otros textos se hace referencia a un reino espiritual en el cielo (2 Enoc) o a un reinado temporal en la tierra seguido de un estado eterno en los cielos (2 Esd. y 2 Baruc). Sorprendentemente, apenas hay alusiones al menos de cierto relieve al Mesías. En algunos libros no se menciona en absoluto. En los salmos de Salomón es presentado siguiendo la figura del descendiente de David. En uno de los escritos (Testamentos de los Doce Patriarcas) se contempla el advenimiento de dos Mesías, uno con funciones sacerdotales y otro como rey, lo que coincide con las esperanzas de la comunidad qumranita. Quizá las referencias más notables son las que asocian al Mesías con un «Hijo del hombre» (2 Esd.), ser celestial preexistente que se pone al frente de los elegidos llamados a participar del Reino de Dios (l Enoc 37-71). Las creencias relativas a la resurrección y el juicio final no llegaron a alcanzar homogeneidad en el judaísmo precristiano; pero constituyeron elementos que vigorizaron la esperanza apocalíptica. El significado de la vida humana no puede explicarse satisfactoriamente a la luz de la experiencia en el curso de la historia; pero sí ante la perspectiva del destino final de los hombres decididos por el justo veredicto de Dios. E) PASIVIDAD ÉTICA.
La preocupación predominante es confortar a los judíos que sufren, especialmente a los hasidim o piadosos. Lo que estos necesitaban no era corrección, sino aliento. Y el aliento nace de la convicción de que es inminente la llegada del fin. Lo importante era inflamar la esperanza escatológica. El presente, incluidas sus responsabilidades morales, pasaba a un plano tan secundario que apenas merecía que se le dedicase atención.
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Por esta razón, la ausencia de exhortaciones es casi general en la apocalíptica, con excepción del Testamento de los Doce Patriarcas y Enoc, los menos apocalípticos de la colección. CARACTERÍSTICAS LITERARIAS
En cuanto a la forma, el género apocalíptico también se distinguía por unos rasgos comunes: A) SEUDONIMIA.
No ha llegado a explicarse satisfactoriamente las causas por las que los escritores redactaron sus obras en nombre de alguno de los grandes hombres de la historia bíblica del pasado (Adán, Moisés, Enoc, Esdras, etc.). ¿Se trataba de una medida de prudencia en los tiempos de persecución? Este motivo únicamente habría sido válido en determinados momentos históricos, no a lo largo de todo el periodo. ¿Constituía un recurso mediante el cual lo escrito adquiría una autoridad que de otro modo no habría tenido? Si era así, ¿se practicaba un fraude piadoso generalizado? ¿O estaban convencidos los autores de que transmitían revelaciones concedidas por Dios a los prohombres del pasado, que, por razones desconocidas, habían permanecido ocultas o selladas hasta el tiempo del fin (4 Esd. 12:35-38; Comp. Dan. 12:9) y que ahora les eran comunicadas a ellos para que las dieran a conocer al pueblo? D. S. Russell ha sugerido que los escritores «tenían un profundo sentido de identificación con aquellos en cuyo nombre escribían y estaban convencidos de que expresaban lo que el vidente de la antigüedad habría dicho si hubiese vivido en el tiempo de ellos».' Cualquier respuesta a la pregunta relativa a la seudonimia apocalíptica permanece hasta el presente en el terreno de las conjeturas. B) INFORMACIÓN VISIONARIA.
Lo que los escritores describen lo atribuyen a revelaciones que Dios les ha concedido por medio de visiones en momentos de éxtasis o en sueños. Raras veces se refieren a fenómenos de audición. En algunos casos, la visión se produce en forma de traslación que le permite al vidente recorrer el cielo y el infierno. La más de las veces, la visión es interpretada por mediación angélica o por Dios mismo. E) LENGUAJE SIMBÓLICO.
En parte, el lenguaje de la apocalíptica se deriva de los libros proféticos del AT. De ellos toma buen número de metáforas y figuras diversas adaptándolas a su propio estilo. Pero se distingue por la exuberancia de figuras. Sobresalen las de animales, de ángeles y de estrellas para representar a reinos, hombres y ángeles caídos respectivamente. El simbolismo numérico es asimismo abundante. Y no faltan elementos simbólicos realmente grotescos. D) NARRACIÓN PROFÉTICA DE LA HISTORIA.
El autor escribe como si estuviese situado en un momento del pasado remoto, desde el cual anuncia todo lo que va a suceder en el curso de los siglos. Lo que narra «proféticamente» no es otra cosa que los hechos ya acontecidos, y los relatos alcanzan hasta el tiempo del escritor, que es, como señalamos, el tiempo del fin. Curiosa, pero lógicamente, a partir del presente del autor las predicciones sobre el futuro se hacen imprecisas. E) COMPARACIÓN DEL APOCALIPSIS Y LA APOCALÍPTICA JUDÍA
Saltan a la vista los puntos de similitud entre el libro de Juan y los escritos extra-canónicos del mismo género. La visión como instrumento principal de la revelación, la superabundancia de elementos simbólicos, la extensión y el relieve dados al final de esta era, así como los cuadros catastróficos que lo describen, la magnificencia del triunfo final de Dios y la gloria de la edad futura pueden, hasta cierto punto, justificar la inclusión de la Revelación de Juan entre las obras de genero apocalíptico. Sin embargo, los puntos de desemejanza son tantos y tan profundos que hacen del Apocalipsis Juanino una obra singular, única. Contrariamente a lo que sucede en las obras extra-canonícas, el autor da su nombre de modo claro (1:4,9; 22:8). No hay en el libro ni anonimato ni seudonimia. Además, Juan no sólo se identifica abiertamente, sino que hace patente SU función profética en el testimonio que transmite (1:3; 22:7, 10, 18, 19). Su autoridad emana de la objetividad de la revelación que Dios le ha concedido de modo directo.
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Otra diferencia es que, mientras la apocalíptica rezuma pesimismo respecto al presente, Juan enfatiza la presencia del Señor y su acción soberana tanto en lo que consiente a la vida de su Iglesia como en lo relativo .a los eventos de la historia universal. Dios ocupa su trono en el cielo, pero no está ausente de la tierra. Aun reconociendo los males de la edad presente, ve en esta preciosas oportunidades de testimonio, de servicio doloroso, pero marcado con el signo de la victoria. La historia del mundo que precede al fin no es un simple compás de espera, oscuro y SI~ esperanza. En su curso está presente la acción redentora de DIOS. El dualismo de la apocalíptica judía es del todo inexistente en el Apocalipsis del Nuevo Testamento en el cual reaparece el pensamiento de los antiguos profetas clásicos con su interpretación unitaria de la historia, la única acorde con la enseñanza de la Escritura. Tampoco comparte Juan la indiferencia de la apocalíptica respecto a la ética. El relieve dado a los episodios escatológicos del fin no oscurece, como veremos, la responsabilidad moral del pueblo de Dios aquí y ahora. El presente no es algo que hay que (pasar) en espera paciente, pero pasiva, del advenimiento glorioso del Reino. Se debe aprovechar activamente. Todo cuanto. Impida la acción eficaz debe ser eliminado o corregido. Esa es la finalidad de las cartas a las siete iglesias (2-3) y de otros pasajes admonitorios (22:11-14, 18, 19). Otra disparidad se observa en la ausencia de traslaciones del vidente. Juan no es llevado de acá para allá recorriendo los diversos ámbitos del universo. La única posible traslación es la descrita en 4: 1, 2, con una visión del «salón del trono» (4: 1, 2), a partir de la cual se desarrollan las visiones siguientes. En la apocalíptica a menudo la variedad de escenarios va unida a una temática heterogénea, poco coherente, con no pocos pasajes didácticos sobre cuestiones de escasa importancia desde el punto de vista espiritual, como las relativas a matemáticas, meteorología y astronomía (1 Enoc 45-47; 72-82). Juan, en cambio, centra y concentra su escrito en el trono de Dios y en su acción soberana. En tomo a ese punto giran todas las partes del libro en un conjunto que se distingue precisamente por su unidad y su sostenida sublimidad. FONDO HISTÓRICO Y PROPÓSITO
Ningún estudio exegético serio del Apocalipsis es posible sin tornar en consideración las circunstancias en que fue escrito. Estas ofrecían un paralelo con las que habían originado la apocalíptica judía, pues en ambos casos los destinatarios respiraban una atmósfera de persecución. Desde el principio la Iglesia había sufrido la oposición de los judíos; pero no había tenido grandes problemas con las autoridades romanas, como se advierte en e libro de los Hechos. Así, pese a la .animosidad de la diáspora judía, el cristianismo fue extendiéndose por todo el imperio romano. Esta situación duró varias décadas, hasta que un factor político-religioso la modificó gravemente. Ese factor fue el culto al César. La pretensión de honores divinos por parte del emperador, como vimos en el capítulo XXI, no era una novedad cuando Juan escribió su libro. Julio César ya la había tenido y Calígula había pedido que su estatua fuese objeto de veneración universal. Es verdad que algunos emperadores no se tomaron demasiado en serio su «divinidad»; pero tampoco hicieron nada por impedirla, ya que el culto a la persona del imperator reforzaba su influencia política. Con el tiempo, la práctica no sólo se generalizó, sino que fue regulada legalmente. En días de Domiciano, cuando a juicio de la mayoría de especialistas fue escrito el Apocalipsis, se impuso con fuerza, especialmente en las provincias (le Asia Menor. Por obvias razones políticas, este culto no podía ser dejado a la libre devoción de los ciudadanos, como lo eran otras formas culticas en el politeísmo grecorromano. Excluía necesariamente la tolerancia. Era compatible con otras creencias religiosas; pero a su práctica estaban obligados todos los habitantes del imperio; ya é se sometieron éstos mayoritariamente. Acostumbrados a un culto plural, en el que varias divinidades compartían su adoración, no tenían inconveniente en extender su devoción a una más: la del emperador. Lo hicieron con una mezcla de servilismo y gratitud saludando a la figura imperial como «salvador», «soberano» (autokrator) y «señor» (Kyrios, Dominus) de los hombres.
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Seguramente pocos tendrían reparo en aceptar la presunción de. Domiciano al arrogarse el título de Dominus et de.us (señor y dios). Fácil es imaginar el problema que esta situación planteaba a los cristianos quienes únicamente podían reconocer a un solo Dios y Señor. Era un problema de lealtades. Y la fidelidad a Cristo no permitía componendas sincretistas como las que, al parecer, sugerían los nicolaítas mencionados en 2:6, 15. No cabía argüir que el culto al César no obligaba a aceptar un credo diferente del cristiano, por lo que era permisible participar en las ceremonias religiosas oficiales. Esta argucia hacía posible que el cristiano continuase sus actividades comerciales, políticas y sociales en la comunidad civil sin conflictos a causa de su fe; pero en realidad era una defección. Era imposible compaginar lo que de veras significaban Kyrios Iesous (Señor Jesús) y Kyrios Kaisar (Señor César). Inevitablemente había llegado la hora del enfrentamiento entre la Iglesia y el Estado. La tormenta todavía no se había desencadenado con toda su violencia, pero ya se anunciaba de modo que no dejaba lugar a falsas ilusiones. La muerte de Antipas (2:13) y el destierro a Patmos del propio Juan (l: 9) permitían presagiar lo que se avecinaba (2:10). Contemplando una situación tan dramática, resultaría absurdo pensar que el Apocalipsis es un simple tratado de escatología. Es como hicimos notar, una carta, una carta con sello de urgencia. Su propósito era ayudar del modo más efectivo posible a las comunidades cristianas que se hallaban ya abocadas a una persecución cruenta. Por eso, como bien hiciera notar James Moffat, «el Apocalipsis es un llamamiento a las armas, bien que las armas son sólo la paciencia y la lealtad a las convicciones»." Robustecer esa paciencia y esa lealtad es el propósito del Apocalipsis. En la medida de lo necesario, la Iglesia es reprendida y llamada al arrepentimiento. Pero el libro es esencialmente un mensaje alentador. El conjunto de las visiones hace resaltar de modo impresionante la verdad medular: Jesucristo es el verdadero Señor. Lo es no sólo de la Iglesia, sino del universo y de la historia. Su pueblo, mientras esté en el mundo, tendrá aflicción; pero Él ya ha vencido al mundo (Jn. 16:33) y seguirá venciéndolo. Todos los poderes hostiles, humanos y demoníacos, serán finalmente del todo sometidos al Rey de Reyes. El último triunfo corresponde no a Roma, sino al Reino de Dios. No importa que en el conflicto muchos cristianos sufran el martirio. Lo importante es que sean «fieles hasta la muerte»; así serán tenidos por dignos del Reino (Comp. 2 Ts. 1:5) y recibirán «la corona de la vida». (Ap.2:1O). Por supuesto, la profecía de Juan, inseparablemente insertada en el contexto histórico de la Iglesia de su tiempo y destinada a ella, tiene un mensaje para la Iglesia de todos los tiempos hasta que Cristo vuelva. Lo tendrá especialmente en las épocas de persecución y, sobre todo, en la «tribulación final». Siempre, en medio de la oscuridad, resplandecerá la gloria del Señor que viene «pronto» en suprema majestad. ESCUELAS DE INTERPRETACIÓN
Los problemas exegéticos del Apocalipsis exceden ampliamente a los que puede ofrecer cualquier otro libro de la Biblia. A la dificultad propia de un lenguaje saturado de símbolos, se suma la de armonizar el propósito original del libro con su descripción de la parusía de Cristo y los grandes eventos relacionados con ella. El Apocalipsis, a semejanza de la predicación de los profetas del Antiguo Testamento, no es un texto sobre futurología. Es un mensaje dirigido a unos destinatarios inmersos en la tribulación. Por consiguiente, su contenido forzosamente había de estar relacionado con sus circunstancias y su necesidad. Las visiones de las que Juan da testimonio sólo tendrían valor para ellos si se cumplían o empezaban a cumplirse- en sus días, no al cabo de miles de años. Pero transcurrió el tiempo; pasó la hora de la crisis; cesaron las persecuciones; y la historia proseguía su curso sin especiales convulsiones escatológicas.
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Poco o nada se veía que pudiera interpretarse fácilmente como signo de un inminente retorno de Cristo. Si había de mantenerse la veracidad del testimonio de Juan, el problema hermenéutico era evidente. ¿Se habían cumplido ya de algún modo las predicciones de todo aquello que debía suceder «en breve» (l: l)? ¿Estaban en vías de cumplimiento? ¿O habían de tener su realización en el futuro todavía distante? Lo que aparece como predicción ¿no sería simple exposición pictórica de verdades espirituales perennes? Las distintas respuestas a estos interrogantes son exponente de lo espinoso que resulta el camino de la interpretación. Las opiniones de algunas grandes figuras de la Iglesia cristiana nos darán una idea de la enorme diversidad en los modos de explicar el libro. Ya en los primeros siglos descubrimos las más variadas tendencias. Justino, Ireneo e Hipólito fueron milenaristas, es decir, creyeron en un milenio sobre la tierra que ha de preceder a la resurrección, al juicio y a la creación de cielos nuevos y tierra nueva. En la iglesia de Alejandría prevaleció la espiritualización de las visiones, muy acorde con la escuela de interpretación alegórica. Este método tuvo uno de sus principales defensores en Ticonio, quien ignoró totalmente el fondo histórico del primer siglo. Siguiendo la misma línea, Agustín hizo una exégesis mística, que fue normativa a lo largo de diez siglos. Primasio, obispo norteafricano del siglo VI, puso especial empeño en destacar las verdades abstractas y universales representadas en el texto de modo particular. Mención especial, por su influencia posterior, merece Joaquín de Floris en el siglo XII. Contrario a la creencia -nacida de la interpretación alegórica- de que el milenio había empezado con el primer advenimiento de Cristo, Joaquín sostuvo que el milenio correspondía al futuro. Aunque se mantuvo leal a la Iglesia Católica, veía la edad venidera como una manifestación de perfecto monasticismo en que la Iglesia, purificada de su corrupción, sería restaurada a su pureza primigenia. Sus seguidores no titubearon en identificar al papa con la bestia y a la Roma papal con la ramera que cabalga sobre la bestia escarlata. Esta interpretación fue asumida más tarde en días de la Reforma y estuvo en auge entre las iglesias protestantes durante largo tiempo. Iniciador de una nueva línea interpretativa fue Nicolás de Lira, teólogo francés del siglo XIV. Prescindiendo de la teoría del paralelismo de las secciones correspondientes a los sellos, las trompetas y las copas -que había sostenido Victorino a fines del siglo I1I-, estuvo convencido de que cada visión representaba un acontecimiento histórico y que todas estaban ordenadas cronológicamente de modo continuo para describir la historia desde los días apostólicos hasta la consumación. En el siglo XVII, el jesuita español Ribera sugirió que el Apocalipsis sólo anuncia acontecimientos relativos a un futuro próximo y a otro lejano, el que precede inmediatamente al fin, sin que prevea ninguno correspondiente a un periodo intermedio. Aunque con cierta razón Ribera ha sido tildado de futurista, debe también reconocerse que prestó atención a la base histórica del libro. Otro jesuita español de la misma época, Alcázar, es considerado como el primer «preterista». En su interpretación, los capítulos 4-19 describen lo acaecido en días del autor del Apocalipsis y en los siglos que siguieron inmediatamente. Los capítulos 4-11 se refieren al conflicto de la Iglesia con el judaísmo; 12-19, al enfrentamiento con el paganismo, mientras que 20-22 describen el triunfo que empezó con Constantino. El énfasis en el fondo histórico del libro y la necesidad de una interpretación acorde con la que los destinatarios originales habían de darle caracteriza a la mayoría de exegetas de nuestros días. El pequeño esbozo histórico que acabamos de presentar nos permite apreciar que los diferentes modos de entender el libro en tiempos pasados subsisten hoy, de forma más sistematizada en cuatro «escuelas»: ' 1. PRETERISTA
Se denomina también histórico-contemporánea. Su punto de vista es que prácticamente todo el material del Apocalipsis gira exclusivamente en torno a la situación en que se hallaba la Iglesia a fines del primer siglo. Las figuras y los acontecimientos son contemporáneos del
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autor o muy próximos a su tiempo. La fidelidad a su Señor lleva al pueblo cristiano al enfrentamiento con un poder político hostil. La bestia es uno de los emperadores romanos' y el falso profeta, la administración religiosa que ha encumbrado al emperador hasta el punto de atribuirle rango divino. La Iglesia debe sufrir pacientemente. Pero muy pronto se manifestarán los Juicios de Dios contra Roma, juicios que culminarán con la aparición de Cristo y el establecimiento de su Reino. La virtud de esta interpretación es que hace honor al carácter profético del libro. Su mensaje es considerado como una respuesta a las cuestiones que mas preocupaban a las comunidades cristianas a las que iba dirigido. Su punto débil es la afirmación de que las profecías se cumplieron ya totalmente en el pasado. Algunos fijan la consumación de los anuncios apocalípticos en la caída de roma el año 476, Pero es evidente que buena parte de las predicciones no llegaron a realizarse, ni en las postrimerías del imperio romano en ningún otro periodo posterior. Nos parece atinada la observación d: R. H. Mounce: «El mayor problema respecto a la posición preterista es que la victoria decisiva descrita en los últimos capítulos del Apocalipsis nunca ha tenido cumplimiento. Es difícil creer que Juan contemplaba algo que no fuese el completo derrocamiento de Satanás, la final destrucción del mal y el Remo eterno de Dios.»" Por Otro lado, una interpretación rigurosamente preterista, que habría sido de gran valor para los primeros lectores, apenas seria significativa para los de épocas subsiguientes cuando la Iglesia ha vivido en Circunstancias de libertad y paz. 2. HISTORICISTA
Entiende que las visiones narran pictóricamente el curso de la historia de la Iglesia desde los días apostólicos hasta la segunda venida de Cristo. Los diferentes sellos, trompetas y copas prefiguran determinados acontecimientos históricos (la aparición del Islam el auge del papado, la Reforma, la revolución francesa, las guerras mundiales, etc.) y sus figuras más prominentes. Característica de esta escuela es el desacuerdo que se observa entre sus seguidores en el momento de precisar qué realidad histórica corresponde a cada una de las visiones. Según Ladd. El punto más importante en esta interpretación es la identificación de la bestia y del falso profeta es sus aspectos políticos y religiosos." Pero aún aquí no hay unanimidad. Las discrepancias de los expositores -resultado de la subjetividad con que tratan el libro- lo inacabado de la historia y lo insuficiente -por no decir discutible del cumplimiento que se atribuye a las predicciones hacen que los resultados de la interpretación aparezcan como poco fiables o, en el mejor de los casos, como incompletos. Una cosa es ver en ciertos hechos y personajes históricos ilustraciones del cumplimiento y otra es el cumplimiento mismo. Que .algunas figuras de la historia hayan presentado rasgos del Anticristo, por ejemplo, no es suficiente para identificarlas con el «falso profeta», el «inicuo» a quien el Señor destruirá con la manifestación de su parusía (Ap. 13:11-18; 19:11-20; Comp. 2 Ts. 2:8). Una objeción de cierto peso hecha a la escuela historicista es que parece «dudoso que el Espíritu de Dios considerase útil o necesario dar a la Iglesia apostólica una descripción tan minuciosa de eventos que estaban más allá de su propio tiempo y que sólo remotamente incidían en la consumación de los tiempos»." 3. FUTURISTA
También esta escuela presenta disparidad de opiniones. Para muchos, a partir del capítulo 4, todo el contenido del libro se refiere al tiempo del fin, a los episodios históricos que preceden Inmediatamente a la venida de Cristo. Las cartas a las iglesias podrían representar las épocas sucesivas de la historia de la Iglesia cristiana en la tierra, que se cierra con su arrebatamiento y traslación al cielo (simbolizada por la experiencia del vidente en 4: 1). Esta posición es sostenida tenazmente por el sistema dispensacionalista, con un énfasis especial en la diferencia entre el programa que Dios tiene para la Iglesia y el que tiene para Israel. Según el esquema profético de esta escuela, tanto los sellos como las trompetas y las copas describen aspectos de la gran tribulación, de la que la Iglesia no participará, ya que
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habrá sido arrebatada previamente por el Señor. Precisamente los veinticuatro ancianos del capítulo 4 simbolizan a la Iglesia después del arrebatamiento. A lo largo de los capítulos siguientes, siempre que se habla del pueblo de Dios debe entenderse el pueblo de Israel. Es Israel el que pasa por las dramáticas experiencias de la tribulación desencadenada por la bestia, el imperio romano restaurado. A este modo de entender e esquema del Apocalipsis, se opone el reparo de que, con excepción de los tres capítulos iníciales, «priva al libro de toda significación para los primitivos cristianos y, en realidad, para todas las generaciones subsiguientes con excepción de la última. Para .todas las generaciones intermedias es meramente una previsión de lo que sucederá en los últimos días. Hasta que esos días lleguen, significa poco, salvo que Dios tiene un propósito final»." Pero no todos los futuristas sostienen puntos de vista idénticos. Algunos estiman que Ap. 4: 1 no representa otra cosa que un cambio de perspectiva. Lo que va a suceder será visto no desde la tierra, sino desde la altura del trono de Dios en el cielo. Los sellos son indicativos de eventos que tienen lugar a lo largo de toda la historia, al final de los cuales tiene efecto la consumación. Sin embargo, es este periodo final el que constituye el foco central del libro y la mayor parte de su contenido. 4. IDEALISTA
Los intérpretes de este grupo atribuyen al Apocalipsis un carácter intemporal. Las visiones no expresan acontecimientos históricos concretos, sino principios y verdades indicativos del modo de actuar de Dios en el escenario histórico. El libro es, en opinión de T. S. Kepler, «una filosofía de la historia en la que las fuerzas de Cristo están continuamente oponiéndose a las fuerzas demoníacas del mal y conquistándolas». Esta interpretación convierte la obra de Juan en un simple poema teológico, carente de elementos realmente predictivos que hubieran de tener un cumplimiento histórico específico ni en el futuro próximo al autor ni en el más lejano. Sus defensores han creído que sólo de este modo pueden resolverse los problemas exegéticos a que las visiones dan lugar. Pero, en realidad, más que aportar una solución, lo que hacen es soslayar los elementos objetivos de la escatología bíblica, en especial la predicción de determinados hechos, ignorando multitud de pasajes del Antiguo y del Nuevo Testamento con los que el Apocalipsis guarda estrecha relación. Un análisis crítico de cada una de las modalidades de interpretación expuestas pone de manifiesto lo insuficiente de cualquiera de ellas. Pero, por otro lado, ninguna debe ser completamente descartada. Probablemente lo más sabio es aprovechar y combinar adecuadamente sus elementos esenciales. No parece hermenéuticamente sano desentenderse de la perspectiva enfatizada por los preteristas. Podemos no compartir su opinión de que las visiones del Apocalipsis se cumplieron totalmente en el pasado; pero sería arriesgado y poco acorde con la naturaleza de la profecía pensar que, con excepción de los tres primeros capítulos, el libro no contiene ninguna referencia a la situación de la Iglesia en el primer siglo con los serios conflictos en que se veía envuelta. Rechazar, por ejemplo, la posibilidad de que las dos bestias del capítulo 13 tengan algo que ver con el antiguo imperio romano en su doble aspecto político y religioso y con la dura prueba que había de significar para los cristianos la imposición del culto al César podría ser más resultado de un esquema interpretativo preconcebido que de una exégesis imparcial guiada por los principios de la interpretación gramático-histórica. Con los historicistas podemos estar de acuerdo en el fondo si no en la forma y los detallesde su planteamiento. Los principios subyacentes a las visiones, es decir, la filosofía bíblica de la historia con su realce de la acción soberana de Dios a lo largo de los tiempos se hacen patentes en las grandes crisis históricas que ha conocido la humanidad. Ello nos conduce a coincidir también, parcialmente, con los idealistas, aceptando las grandes verdades del Apocalipsis que se han hecho evidentes en el conflicto ininterrumpido de Reino de Cristo con sus adversarios.
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Y, por supuesto, si hemos de ser objetivos en la exégesis del libro, no podemos negar el amplio espacio que los eventos del fin tienen en él. Por lo menos en un punto hemos de concordar con los futuristas: el clímax del Apocalipsis es eminentemente escatológico. Resumiendo, diríamos que la clave para una recta interpretación es el discernimiento de sus dos polos: el histórico y el escatológico. ¿Por qué no creer que muchas de las visiones describían de modo simbólico acontecimientos históricamente próximos al escritor, quizás inminentes, y que al mismo tiempo apuntaban a un cumplimiento más distante en los tiempos inmediatamente anteriores a la parusía? Como vimos al estudiar la interpretación de los textos proféticos del Antiguo Testamento, no son pocas las predicciones que tienen un cumplimiento doble (o múltiple): uno casi inmediato o próximo y otro en un futuro más lejano. Las predicciones relativas a Emanuel, al «día de Jehová» o a la restauración de Israel son ejemplos fehacientes de ello. Volviendo a la Revelación de Juan, hacemos nuestra la conclusión de G: E. Ladd de que «el método correcto de interpretar el Apocalipsis es como una integración de los métodos preterista y futurista. La bestia es tanto Roma como el Anticristo escatológica, y -debemos agregar- cualquier poder demoníaco al que la Iglesia deba hacer frente a lo largo de toda su historia. La gran tribulación es un hecho escatológico, pero incluye toda tribulación que la Iglesia puede experimentar a manos del mundo, sea la Roma del siglo I, sean los poderes del mal posteriores»." Por este camino podemos avanzar hacia posiciones exegéticas sólidas. Sin embargo, siempre deberá mantenerse la humildad que tantas veces a lo largo de esta obra hemos preconizado y evitar el dogmatismo o, en palabras de Michael Wilcock, «el uso exasperante de los adverbios "claramente" y "obviamente" en afirmaciones que para quienes sostienen otros puntos de vista no son ni claras ni obvias en absoluto»." 5. LA CUESTIÓN DEL MILENIO
Éste es probablemente el punto de la escatología bíblica debatido con mayor acaloramiento. El texto básico de la doctrina es Ap. 20:1-6, de donde se ha derivado el uso de la palabra «milenio» (del latín mille mil y annu -año). En el resto del Nuevo Testamento no hay ninguna referencia explícita y clara a un reinado de Cristo en la tierra durante un periodo milenario anterior a la era de la eternidad. Sólo 1 Co. 15:24-28 puede sugerirlo. Los demás pasajes escatológicos, tanto en los evangelios como en las epístolas, arrojan luz sobre otras cuestiones pero no sobre ésta. Para algunos comentaristas la fuente básica de información sobre el milenio se encuentra en los libros proféticos del Antiguo Testamento, en los que reiteradamente se predice un tiempo de paz, prosperidad y justicia con un Israel restaurado bajo el reinado del Mesías. Para otros, la esperanza de un reino preliminar o intermedio tiene su fundamento en ideas de la apocalíptica tardía del judaísmo, bastante difundidas a fines del primer siglo a pesar de la gran diversidad de opiniones en cuanto a la duración de dicho reino. Hasta qué punto los primeros seguidores de Jesús compartían esta esperanza es difícil de precisar, aunque probablemente no eran del todo ajenos a ella (Comp. Hch. 1:6). Tampoco es fácil determinar el pensamiento de Jesús al respecto. En su respuesta a la pregunta concreta sobre la restauración del reino a Israel ni ratificó ni rectificó las opiniones de sus discípulos; simplemente dirigió su atención a otra cuestión más urgente: la venida del Espíritu Santo y la evangelización del mundo. Como tuvimos ocasión de ver, en la enseñanza de Jesús sobre el Remo aparece con toda claridad tanto el aspecto presente del mismo como su manifestación futura. Al referirse a ésta, mencionó sin ambigüedades la parusía, la resurrección, el juicio y el destino eterno de los hombres. Y nada hay ni en las parábolas ni en su discurso escatológico que apunte a un reino milenario. Sin embargo, en opinión de muchos la ausencia de referencias explícitas al milenio en el Nuevo Testamento, aparte del mencionado pasaje de Apocalipsis, no es argumento decisivo para negarlo, sobre todo si se tiene en cuenta que existen textos bíblicos suficientes para apoyar las afirmaciones (independientemente de las interpretaciones) que en Ap. 20: 1-6 se hacen.
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E problema, generalmente, no estriba en aceptar o rechazar la idea de un milenio, sino en el modo de interpretarlo. Es en torno a esta cuestión que la disparidad de opiniones se ha hecho más evidente. Y, como tantas veces ha sucedido, las posiciones a menudo han sido tomadas no por razones puramente exegéticas, sino dogmáticas, eclesiásticas e incluso político-sociales. Se admite que en los primeros siglos del cristianismo predominó la creencia en un reino milenario de Cristo, aunque, como decía Justino Mártir, no ubique et ab omnibus (compartida en todas partes y por todos). Se adhirieron a ella Papías, Ireneo, Tertuliano e Hipólito. Pero los errores de Cerinto y de los montanistas, así como el extremismo entusiasta de algunos fieles, provocaron una reacción de recelo o abiertamente negativa en cuanto al milenarismo. Hipólito refiere el caso de obispos en Siria y en el Ponto que llevaron a sus congregaciones al desierto para esperar la venida del Señor. En el siglo IV, con la nueva situación religiosa creada por Constantino, empezó a creerse que el milenio ya había empezado. Siguiendo la tendencia a alegorizar o espiritualizar las predicciones escatológicas, Agustín afirmó que e milenio había tenido su comienzo con el primer advenimiento de Cristo y que corresponde a la era de la Iglesia cristiana (De Civitate Dei, XX, 6-7). Esta opinión se generalizó durante la Edad Media. No obstante, la esperanza de un milenio literal subsistió entre algunos grupos. En el siglo XVI, los reformadores mantuvieron la posición agustiniana, aunque no se descarta la posibilidad de que ello se debiera en gran parte a una reacción contra los anabaptistas y a las convulsiones sociales producidas por movimientos más o menos «quiliastas« (milenaristas). En siglos posteriores, ha resurgido con fuerza la interpretación literal, hasta el punto de convertirse en punto fundamental de las declaraciones de muchas iglesias y grupos evangélicos. En nuestros días las posiciones se han concretado en tres: la premilenarista, la posmilenarista y la amilenarista. Según la interpretación premilenarista, la segunda venida de Cristo será precedida de las señales mencionadas en los pasajes escatológicos del Nuevo Testamento, incluidas la gran apostasía y la aparición del Anticristo. El Señor, en su advenimiento, establecerá sobre la tierra un reinado de paz (milenio), durante el cual la influencia de Satanás será anulada. Entre los hechos notables de este periodo se destacan la conversión de Israel y la transformación de los elementos hostiles de la naturaleza en factores de prosperidad. Transcurrido el milenio, sobreviene la última gran rebelión, a la que se pone fin con el triunfo definitivo de Dios que inaugura el estado eterno. Una forma muy difundida de premilenarismo es la dispensacionalista, según la cual el reinado milenario concierne exclusivamente al Israel histórico, no a la Iglesia, y ve en él el cumplimiento literal de las promesas hechas en el Antiguo Testamento a los israelitas. El literalismo total, con todas sus dificultades, se mantiene incluso en la interpretación de las profecías de Ezequiel relativas a la reconstrucción del templo y a la reanudación de los sacrificios (Ez. 40-48). El posmilenarismo sostiene que Cristo volverá después del milenio y que éste será el resultado de la acción de la Iglesia en el mundo. Loraine Boettner, uno de sus defensores, lo define como «el punto de vista respecto a las últimas cosas de que el Reino de Dios se extiende ahora por la predicación del Evangelio y la acción del Espíritu Santo en los .corazones de los individuos, que el mundo finalmente ha de ser cristianizado y que el regreso de Cristo ha de acaecer al final de un largo período de justicia y paz comúnmente denominado el milenio. Debe añadirse que según los principios posmilenaristas, la segunda venida de Cristo será seguida inmediatamente de la resurrección general, el juicio general y la introducción del cielo y el infierno en su plenitud»," El amilenarismo niega que haya de establecerse un reinado terrenal de Cristo antes o después de su segunda venida. El periodo de mil años es simbólico y se refiere a la historia de la Iglesia en la era presente, es decir al tiempo comprendido entre la primera venida de Cristo y su advenimiento en Gloria. De ahí que alguno de sus expositores A. Hoekema
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exprese su interpretación como «milenarismo realizado» en vez de usar el termino «amilenarismo». En la exégesis de Ap. 20:2, la atadura de Satanás es identificada con las acciones descritas en Mt. 12:29 y Le. 10:18. Cualquiera de las tres posiciones tiene puntos expuestos a objeciones serias que no siempre son refutadas satisfactoriamente. El esquema escatológico del dispensacionalismo, a Juicio de no pocos exegetas evangélicos, es una sistematización extrema de la profecía en la que la imaginación alcanza conclusiones ~o Siempre en consonancia con el conjunto de la enseñanza bíblica o suficientemente apoyadas en ella (dualidad perenne del pueblo de Dios: Iglesia e Israel, con propósitos y destinos diferentes; arrebatamiento de la Iglesia antes de la tribulación; interpretación de los capítulos 6-21 como referidos exclusivamente a Israel, no a la Iglesia; concepto del Reino como oferta. a los judíos en días de Cristo, oferta que, a causa del rechazamiento por parte del pueblo, se pospone hasta el final de los tiempos; etc.). El posmilenarismo resulta difícil de defender a la luz d: la evolución histórica. Las perspectivas en lo que llevamos de siglo hacen pensar más en lo que ya ha empezado a llamarse «era pos-cristiana» que en una cristianización del mundo. El amilenarismo es impugnado con la alegación de que vulnera el principio de interpretación gramático-histórico al aplicar a la Iglesia numerosos textos que, tomados en su sentido literal, se refieren claramente a Israel. Resulta asimismo difícil para muchos admitir que Satanás ya está sometido a la atadura mencionada en Ap. 20:2 desde el primer advenimiento de Cristo. Más bien parece que, como «príncipe de este mundo», su acción es hoy más intensa y libre que nunca. No son éstas, por supuesto, las únicas objeciones que se hacen a los diferentes sistemas interpretativos, pero dan una idea del peso que en su conjunto pueden tener. Es posible que, en medio de este laberinto, el estudiante se sienta perplejo y casi desesperanzado en cuanto a la posibilidad de llegar a conclusiones concretas exegéticamente válidas. Sin embargo, un análisis comparativo de las diferentes interpretaciones y -lo que es aún más importante un estudio paciente, global, de la Escritura le ayudará a avanzar en la comprensión de la escatología bíblica, al menos de sus puntos fundamentales. Y si llega al convencimiento de que aún le quedan puntos oscuros sobre los cuales no se atreve a emitir una opinión definitiva, estará coincidiendo con el más grande expositor de la fe cristiana en la confesión de que ahora sólo conocemos parcial y borrosamente; todavía está en el futuro el día en que conoceremos tan cabalmente como somos conocidos (l Ca. 13:9-12). EL MENSAJE TEOLÓGICO SUBYACENTE
Cualesquiera que sean las dificultades en la interpretación del Apocalipsis, hay un elemento claro que puede orientar decisivamente la exégesis. Ese elemento es el fondo teológico con su mensaje perenne. Sucintamente entresacamos sus puntos esenciales: 1. LA SOBERANÍA DE DIOS.
A lo largo de todo el libro, Dios es el pantokratór, el Todo poderoso. Este título lo encontramos nueve veces (en el resto de Nuevo Testamento, con excepción de 2 Co. 6:18, no se halla ni una sola vez). En los evangelios, en los Hechos y en las epístolas predomina el uso del nombre de Dios en su sentido más general, y cuando se particulariza alguno de sus aspectos, sobre todo en relación con su pueblo, es generalmente mencionado como Padre. Pero en el Apocalipsis la característica más sobresaliente es la de su dominio supremo sobre todo y sobre todos. Ni reyes, ni emperadores, ni poderes demoníacos o de cualquier otra clase pueden prevalecer contra Él. Pese a todas las potencias hostiles, la historia de la salvación prosigue su curso en avance continuo hacia la consumación triunfal. Cuando se llegue al final, el dragón, la bestia y el faso profeta -y todo cuanto con ellos pudiera ser representado- sucumbirán definitivamente; su derrota está sellada para siempre jamás (20: 10). Desaparecidos todos los obstáculos, Dios morará con los hombres y ellos serán su pueblo (21:3). En el marco de la nueva creación, una nueva sociedad, una humanidad redimida, sirve y adora al «Señor Dios Todopoderoso» (21:22).
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La soberanía de Dios, a la luz del actual estado del mundo, no parece demasiado evidente. Vistas las cosas prima facie, superficialmente, podría pensarse o que Dios de veras está ausente o que es impotente para vencer a Satanás, o simplemente que no existe. Como ha afirmado W. Pannenberg, «sólo la plena manifestación del Reino de Dios en el futuro puede decidir finalmente sobre la realidad de Dios»." Pero la escatología bíblica -y el Apocalipsis en particular- proclama esa manifestación categóricamente, con lo que da coherencia y fuerza a las creencias cristianas. 2. EL CRISTO DIVINO, EJECUTOR DE LA OBRA DE DIOS.
Si Dios es el soberano, Cristo es el agente que lleva a efecto la voluntad de Dios en su triple obra de revelación, redención y juicio. El libro, desde el principio, nos muestra la dignidad incomparable de Jesucristo basada en su persona y en su ministerio. Aunque Jesús es presentado en subordinación a Dios el Padre, se le designa con títulos que denotan divinidad: Alfa y Omega (1: 8; 2:8; 22:13), Hijo de Dios (2:18), Rey de reyes y Señor de señores (19:16). Y se le presenta estrechamente unido a Dios compartiendo el trono celestial y recibiendo «la alabanza, el honor, la gloria y el dominio por los siglos de los siglos» (5:13). A la grandiosidad de la persona de Jesús se une la de su obra. Él es quien lleva a cabo la acción reveladora de Dios; es el «Verbo de Dios» (19: 13). El contenido mismo del Apocalipsis es la «revelación de Jesucristo, que Dios le dio» (1: 1). No es demasiado seria la cuestión de si Jesucristo es .el objeto o el sujeto de esta revelación. Es ambas cosas, la esencia de la revelación y el mediador de la misma. Es, asimismo, el «Cordero» de Dios inmolado para la expiación del pecado y la salvación de sus redimidos (1:5; 5:8-10; 7: 14). Pero el Cordero es también el «León» (5:5). El Siervo sufriente, después de su muerte y resurrección, es el Señor (1: 17, 18), con plena autoridad para tomar el «libro» y abrir todos sus sellos (5:1-7). El que triunfó sobre el pecado y sobre la muerte está al lado de su pueblo en el transcurso de los tiempos para sostenerlo en su testimonio hasta el día de la victoria final. Sobre la base de la cruz se ha levantado el trono. El Cristo redentor desata los sellos de los juicios divinos. El que fue suprema expresión del amor de Dios lo es también de su justicia. La misericordia no es incompatible con la santa «ira» de Dios contra el pecado y con sus intervenciones retributivas contra aquellos que, en alianza con las fuerzas satánicas que actúan en el mundo, se han empeñado en vivir en rebeldía contra Él. Del mismo modo que Jesús fue mediador de la gracia lo es del juicio (Comp. Jn. 5:22). Sin embargo, la nota final no es la de la trompeta que anuncia las postreras calamidades, sino la de aquella que sirve de preludio al himno apoteósico de la consumación: «Los reinos de mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y El reinará por los siglos de los siglos» (11: 15). En la plenitud de ese reinado ya no habrá lugar para el juicio, pues no habrá pecado, sino sólo justicia y paz. Concluida la historia temporal de la salvación, ésta se manifestará gloriosamente en el marco de la eternidad. 3: EL CARÁCTER CRISTOLÓGICO DE LA ESCATOLOGÍA.
Los eventos del fin tienen como centro y sujeto la persona de Cristo. Lo que más sobresale no es el Reino en sí con la plenitud de sus bendiciones, sino la persona del Rey: Es muy atinada la observación de Hanns Lilje: «El vidente no pregunta qué viene, sino que da testimonio de Aquel que viene.» Y si la persona de Cristo es inseparable de su obra, ello significa que los acontecimientos futuros no pueden aislarse del pasado, de los grandes hechos de la encarnación, la muerte y la resurrección de Jesús; m tampoco de la acción de Cristo durante el periodo que media desde su ascensión hasta su segunda venida. «El proceso de la redención y el establecimiento de la soberanía de Dios es un todo indivisible, de modo que la intervención divina desde la encarnación hasta la parusía es presentada como un solo acto.» " Este hecho robustece la esperanza cristiana. La certidumbre del triunfo final tiene su fundamento en la victoria de Jesús sobre el sepulcro el día de Pascua. Además, la relación de unidad entre escatología y cristología a lo largo de todo el proceso histórico constituye una
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clave de gran valor hermenéutico. Cualquier interpretación futurista que rompa esa unidad debe ser examinada con cautela. 4. EL SENTIDO DINÁMICO DE LA HISTORIA.
Desde tiempos remotos el hombre ha sentido preocupación por el futuro de la humanidad; pero sus concepciones de la historia han variado ostensiblemente. Desde el antiguo mazdeísmo persa que contemplaba "el triunfo de la luz sobre las tinieblas en su último conflicto al final de los tiempos, pasando por el fatalismo de los griegos y su visión cíclica del devenir histórico y por la escatología marxista, hasta las previsiones de los pensadores más recientes, .la filosofía de la historia ha oscilado entre el optimismo y el pesimismo, entre la convicción de que el mundo avanza hacia épocas paradisíacas y el temor de que corre hacia una catástrofe irreversible. El Apocalipsis, dando cima a la escatología bíblica, nos ofrece una visión realista. Nos muestra la incapacidad humana para dirigir constructivamente la historia. ~l hombre, en su actitud anti Dios en coalición con poderes malignos, no puede crear una sociedad realmente nueva. Hasta el final, de una forma u otra, prevalecerán la injusticia, la tiranía y la impiedad. La historia, humanamente determinada, si ha de cambiar para bien, tiene que acabar. Son muy ciertas las palabras de Berdiaev: «La historia tiene un sentido positivo sólo en el caso de que tenga un final.» Pero ese final no es la ruma definitiva. Señala el principio de una nueva era. Agotadas en el fracaso todas las tentativas humanas adviene un nuevo orden, trascendente, instaurado por Cristo Fracasada la civitas homini, desciende del cielo la verdadera civitas Dei (21:2). En medio de cambios y convulsiones .aparentemente sin sentido, hacia esa meta avanza la historia bajo el supremo control de Dios. 5. LA RELACIÓN IGLESIA Y SOCIEDAD.
El Apocalipsis completa la enseñanza novotestamentaria sobre esta delicada cuestión. Los apóstoles, recogiendo e interpretando las instrucciones de Jesús, habían recalcado las responsabilidades cívicas del cristiano inherentes a su vocación. Ser luz y sal en el mundo implica presencia de la Iglesia en la sociedad, pero esa presencia sólo es efectiva cuando el creyente anuncia el Evangelio y vive conforme a los principios del Reino que el Evangelio proclama. Entre tales principios está el apoyo a la justicia, así como la no resistencia, la sumisión, la paz y el amor hacia todos (Mt. 5:6,20, 38-48). De ahí las exhortaciones de Pablo y Pedro a respetar la autoridad civil (Ro. 13: 1-6; Ti. 3:1; 1 P. 2:13, 14), aunque se sobreentendía que se trataba de autoridad ejercida con un mínimo de justicia (Ro. 13:3, 4; 1 P. 2:14). Pero ¿qué hacer cuando el poder del Estado se corrompe hasta el extremo de convertirse en instrumento de iniquidad impía? Este era el problema de la Iglesia del Apocalipsis. ¿Debían los cristianos seguir acatando órdenes contrarias a su conciencia? Evidentemente, no. Seguía en vi.gor el principio expresado por Pedro: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch. 5:29), aunque cumplirlo equivaliera a desatar la persecución, el martirio, la muerte. El reverso de Romanos 13 y su contrapeso es Apocalipsis 13. Pero el conflicto entre la Iglesia y el Estado ¿había de llevar a los cristianos al aislamiento total? Es verdad que el Apocalipsis presenta un cuadro de ruptura de relaciones exigida por las circunstancias; pero nada hay en él que justifique la inhibición del cristiano en lo que respecta a sus deberes. Aun bajo la amenaza de la bestia que sube del abismo, los dos «testigos» cumplen su misión en la ciudad (11:3 y ss.). Si aplicamos la misión al testimonio cristiano, deberemos recalcar que éste nunca puede limitarse a la predicación del Evangelio del Reino; incluye una conducta que refleje la realidad del Reino en la Iglesia. La importancia de este punto no se puede soslayar. Si la visión del reino es totalmente futurista, fácilmente el creyente se sentirá impelido a desentenderse de su responsabilidad actual como parte de la sociedad; será indiferente hacia su cultura y poco sensible a sus problemas a nivel humano. Tal actitud se reafirma cuando se enfatiza desmesuradamente el carácter irremediable de la situación en que el mundo se encuentra, lo que engendra un pesimismo poco estimulante, más acorde con la apocalíptica judía que con el Apocalipsis cristiano.
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SI, por e contrario, los acontecimientos del fin son vistos como la consumación del Reino que ya ahora está presente en pugna contra las fuerzas del mal, el discípulo de Cristo hallará en la escatología un acicate tanto para su piedad personal como para la aceptación del reto social. Ante la perspectiva del futuro, no sólo procurará comportarse santa y piadosamente en su relación con Dios (2 P. 3:11) y será anunciador incansable de la buena nueva; simultáneamente sus ojos, su corazón y sus manos estarán abiertas a las necesidades de una humanidad tan angustiada como caída. Sólo así se es auténticamente discípulo del Cristo único. El Señor y Rey que la Iglesia espera es e~ mismo que .un día sintió conmoverse sus entrañas ante las multitudes necesitadas, ante los enfermos ante los leprosos, ante los marginados, ante los endemoniados, y actuó dando pan, sanidad, restauración, liberación. Hasta que El regrese, la Iglesia tiene la responsabilidad de proseguir esa misión. Las mismas bendiciones escatológicas parecen entrañar un desafío a la acción humanitaria del creyente en el seno de la comunidad civil aquí y ahora. Como se sugiere en el Informe sobre Evangelismo y Responsabilidad Social de Grand Rapids si (los redimidos) en el cielo no tendrán hambre m sed (Ap. 7.16), (.no deberíamos alimentar a los hambrientos hoy?» Son dignas de reflexión las palabras que cierran el capítulo 6 del mencionado Informe: «Con gran firmeza rechazamos lo que se ha llamado "parálisis escatológica". Por el contrario, antes de 9u.e el Señor venga, y en preparación para su venida, estamos decididos a actuar. Esto es vivir con sentido de anunciación, experimentar el poder, disfrutar de la comunidad y manifestar la justicia del Reino ahora, antes de que se consume en gloria.» En consonancia con la escatología bíblica, y dando cima a ella, el Apocalipsis contiene el mensaje más idóneo para mantener a la Iglesia «gozosa en la esperanza y sufrida en la tribulación» (Ro. 12:12), pero también para incitarla fuertemente a la acción. LIBRO DE APOCALIPSIS (gr., apokalypsis, de apo, quitar, y de kalypto, cubrir). Algunas veces se le llama la Revelación. Este es el último libro de la Biblia y el único libro del NT que es exclusivamente profético en su carácter. A diferencia de muchos libros apocalípticos que son tanto anónimos o publicados bajo un falso nombre, el Apocalipsis se atribuye a Juan (Apocalipsis 1:9). Existen dos puntos de vista predominantes en relación con la fecha del Apocalipsis. La fecha más temprana en el reino de Nerón es favorecida por algunos por causa de la referencia al templo en Apocalipsis (Apocalipsis 11:1, 2). Un segundo punto de vista, mucho mejor sustentado por los intérpretes primitivos del libro, lo colocan en el reino de Domiciano (81-96 d. de J.C.), casi al final del primer siglo. El lugar donde fue escrito fue la isla de Patmos, donde Juan había sido exiliado por su fe. Patmos era el sitio de una colonia penal, donde los prisioneros políticos eran condenados a trabajos forzados en las minas. Apocalipsis fue dirigido a las siete iglesias de la provincia romana de Asia, que ocupaba la tercera parte occidental de lo que ahora es Turquía. Las ciudades donde se localizaban estas iglesias se encontraban en las principales carreteras en dirección norte sur, de modo que un mensajero portando estas cartas podía movilizarse en un circuito directo de una a otra. El Apocalipsis fue escrito con el propósito de que los males en las iglesias pudiesen ser corregidos por los eventos que estaban a punto de confrontarlos a ellos. Existen cuatro escuelas principales de interpretación. La preterista sostiene que Apocalipsis es sencillamente una fotografía de las condiciones predominantes en el Imperio Romano en la parte final del primer siglo, presentado en forma de visión y profecía para ocultar su significado de los paganos hostiles. El punto de vista histórico sostiene que el libro representa en forma simbólica el curso entero de la historia de la iglesia desde el tiempo de su escritura hasta la consumación final, y que las figuras místicas y acciones descritas en él se pueden identificar con los eventos humanos en la historia. La futurista, sobre la base de la triple división dada en Apocalipsis 1:19, sugiere que la expresión las cosas que has visto se refiere al ambiente inmediato del visionario y la visión de Cristo (Apocalipsis 1:9-19), las que son denota a las iglesias de Asia o a la era eclesiástica que ellas simbolizan (Apocalipsis 2:1—3:22), y las que han de ser después de éstas se
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relacionan con aquellos eventos que acompañarán el regreso de Cristo y el establecimiento de la ciudad de Dios. La escuela idealista o simbólica trata al Apocalipsis como puramente una representación dramática del conflicto entre el bien y el mal. Apocalipsis contiene cuatro grandes visiones, cada una es introducida por la frase en el Espíritu (Apocalipsis 1:10; 4:2; 17:3; 21:10). Cada una de estas visiones ubica al visionario en un lugar diferente, cada una contiene una representación distintiva de Cristo y cada una conduce la acción de modo significativo hacia su meta. La primera visión (Apocalipsis 1:9—3:22) representa a Cristo como el crítico de las iglesias, quien elogia sus virtudes y condena sus vicios a la luz de sus virtudes. La segunda visión (Apocalipsis 4:1—16:21) trata con las series progresivas de los sellos, trompetas y las copas, que marcan el juicio de Dios sobre un mundo dominado por el mal. La tercera visión (Apocalipsis 17:21—21:8) describe el derrocamiento de la sociedad, religión y gobierno malignos en la destrucción de Babilonia y la derrota de la bestia y sus ejércitos por este Cristo victorioso. La última visión (Apocalipsis 21:9—22:5) es el establecimiento de la ciudad de Dios, el destino eterno de su pueblo. BOSQUEJO:
I. Introducción: El regreso de Cristo (Apocalipsis 1:1-8) II. Cristo, el crítico de las iglesias (Apocalipsis 1:9—3:22) III. Cristo, el director del destino (Apocalipsis 4:1—16:21) IV. Cristo, el conquistador del mal (Apocalipsis 17:1—21:8) V. Cristo, el consumador de la esperanza (Apocalipsis 21:9—22:5) VI. Epílogo: Llamamiento e invitación (Apocalipsis 22:6-21) El Libro del Apocalipsis de San Juan consiste de dos partes principales. 1. Relata “las cosas que son”, esto es, el estado entonces presente de la Iglesia, que contiene la epístola de Juan a las siete iglesias, y su relato de la manifestación del Señor Jesús y su orden para que el apóstol escriba lo que vio, capítulo 1, 9–20. También, los sermones o epístolas a las siete iglesias de Asia. Indudablemente se refieren al estado de las respectivas iglesias, como existían entonces, pero contienen excelentes preceptos y exhortaciones, recomendaciones y reprensiones, promesas y amenazas aptas para instruir a la Iglesia cristiana de todos los tiempos. 2. Contiene una profecía de “las cosas que deben suceder pronto”, y describe el estado futuro de la Iglesia, desde la época en que el apóstol contempló las visiones aquí registradas. Está concebida para nuestra mejoría espiritual; para advertir al pecador descuidado, para señalar el camino de salvación al que despertado pregunta, para edificar al creyente débil, consolar al cristiano afligido y tentado, y podemos agregar especialmente, para fortalecer a los mártires de Cristo sometidos a las crueles persecuciones y sufrimientos infligidos por Satanás y sus seguidores. LIBRO DE APOCALIPSIS: Último libro del Nuevo Testamento. Su nombre viene del griego apokalyptein, que significa «quitar el velo». Literalmente puede traducirse «revelación». AUTOR Y FECHA
Después de la muerte y resurrección de Jesús, el evangelio se expandió rápidamente. En todas partes surgían pequeñas comunidades. En poco tiempo la buena nueva de Jesús atravesó las fronteras de Palestina y entró en los límites del Imperio Romano: Asia Menor, Grecia, Italia. Unos treinta años después de la muerte de Jesús, en el mes de julio de 64, el emperador Nerón decretó la primera gran persecución. Después de Nerón hubo un período de tregua para los cristianos. Pero cuando el emperador Domiciano (81–96) llegó al trono, decretó una nueva persecución. Esta vez fue mayor y mejor organizada. Domiciano torturaba a los cristianos para que abandonaran su fe. Y es al final del siglo I, entre los años 95 y 96, en época de persecución, cuando probablemente se escribió Apocalipsis.
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MARCO HISTÓRICO
El autor se identifica como Juan (1.1, 4, 9; 22.8) y se presenta como «siervo de Dios» (1.1), uno de los profetas (22.9) y «hermano» y «copartícipe en la tribulación» de los destinatarios (1.9). Desterrado de sus amadas iglesias en la provincia de ASIA, se halla preso en la isla de PATMOS. Desde la época de Justino Mártir (como por 140 d.C.), este Juan se ha identificado en Occidente como el apóstol y además como autor del cuarto Evangelio y las tres epístolas juaninas. Algunos, sin embargo, como ciertas iglesias orientales, objetan que el estilo de Apocalipsis es notablemente diferente al de otros escritos juaninos; los solecismos en que incurre aquí (por lo visto, intencionales) muestran poco respeto por la gramática. Además, el punto de vista en cuanto a la escatología parece muy distinto (esta es más completa en el Evangelio y las Epístolas, pero futuristas en Apocalipsis). Por tanto, Apocalipsis faltó en el canon de ciertas iglesias entre 250 y 950 d.C. Si bien muchos exégetas modernos le niegan la posibilidad de paternidad apostólica a Apocalipsis, las ideas denuncian un fuerte parentesco con el cuarto Evangelio y las cartas juaninas, de manera que la teoría tradicional puede ser verdadera. Con un fin eminentemente pastoral, Juan traza una teología de la historia y coloca la apremiante necesidad de una iglesia a punto de ser exterminada en dos contextos: 1) la necesidad del mundo; y 2) el propósito redentor de Dios. OTROS PUNTOS IMPORTANTES GÉNERO LITERARIO DEL LIBRO.
El libro pertenece al género literario apocalíptico. A partir del siglo II a.C., hasta el siglo IV d.C., hubo una gran producción literaria en este género en el ambiente judío y luego en el cristiano (APOCALÍPTICA, LITERATURA). EL SIMBOLISMO EN APOCALIPSIS
Una de las mayores dificultades para el lector actual de Apocalipsis es el lenguaje simbólico que utiliza el autor. Juan utiliza un número impresionante de registros simbólicos: las cifras, los colores, las figuras animales, los astros y los elementos cósmicos, así como también símbolos sacados directamente del lenguaje religioso y cultual del Antiguo Testamento. Sin embargo, el mundo simbólico de Apocalipsis no es incomprensible, ya que el mismo Juan se preocupa de revelarnos el significado de muchos de ellos. A. LAS CIFRAS
1. Primero (uno): exclusividad, primacía, excelencia («Yo soy... el primero y el último»: 1.11; 2.8; 22.13). 2. Tres y medio: tiempo limitado, período restringido. Expresión simbólica de algo terreno y humano. Aparece formulado de varias maneras (11.2, 3, 9; 12.6, 14; 13.5). 3. Cuatro: universalidad (conjunto del mundo habitado): cuatro vientos, cuatro ángulos de la tierra (7.1; 20.8). 4. Seis: algo esencialmente imperfecto (666: 13.18). 5. Doce: representatividad de las tribus del pueblo elegido; continuidad entre el nuevo pueblo y el antiguo ( 12.1 ; 21.12 , 14 , 20 , 21 ); doce veces mil ( 7.4–8 ); dos veces doce ( 4.4 , 10 ; 5.8 ; 11.16 ; 19.4 ). 6. Mil: gran número, multitud (5.11; 7.4–8); los mil años (20.27): período extenso, larga duración. El mil combina con el doce y se obtiene el número 12.000, cifra de los elegidos de cada una de las tribus de Israel. Se trata de la plenitud dentro del pueblo de Dios (7.5–8). 7. Ciento cuarenta y cuatro mil: 122 = 144 X 1000 = 144.000. Esta cifra indica una muchedumbre infinita, incalculable. Es la muchedumbre de los elegidos. Por lo tanto, es absurdo tomar este número al pie de la letra para designar el número de los elegidos (7.4; 14.1). B. PARTES DEL CUERPO
1. Ojos: conocimiento (4.6; 5.6) 2. Mano: poder (1.16; 2.1; 5.1; 10.2).
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3. Pies, piernas: estabilidad (1.15; 2.18) 4. Alas: movilidad (4.8; 14.6). 5. Cuernos: fuerza (5.6; 12.3). C. COLORES
1. Blanco: mundo divino, alegría, pureza, victoria, dignidad (1.14; 2.17; 3.4, 5, 18; 6.11; 7.9, 13; 14.14; 19.14). 2. Negro: muerte, hambre, impiedad, desgracia, miseria (6.5, 12). 3. Rojo: guerra, asesinatos, violencia, sangre (6.4; 9.17; 12.3). 4. Amarillo: muerte, descomposición (6.8). 5. Púrpura: desenfreno (17.4; 18.12; 18.16). 6. Escarlata: desenfreno (17.3–4; 18.12, 16). D. IMÁGENES
1. La mujer (12.1–3 ): la comunidad de creyentes, el «verdadero Israel» que abraza a judíos y gentiles; está encinta, se trata del nacimiento del «Nuevo Israel» que se realizará a través de la obra del Mesías. 2. La bestia (17): el poder político del Imperio Romano que, como agente de Satanás, se levanta contra Dios y su Iglesia. Es el anticristo. 3. La prostituta (17.4–5): la pompa y el esplendor de la Roma imperial. 4. El dragón (12.3–4, 7, 9, 13, 16, 17; 13.2, 4; 16.13): imagen de Satanás, típica de Apocalipsis. Al dragón también se le llama diablo. Viene del griego diábolos: el que rechaza el orden de Dios, el que subvierte todos los valores. 5. El falso profeta (13.11–18): el que promueve el culto imperial. Persuade a los hombres a erigir una inmensa imagen del emperador como objeto de adoración (13.14ss). Utiliza básicamente cuatro métodos: a) poderosa retórica de su «voz de dragón» (13.11; b) prodigios que realiza (13.13–15); c) severas sanciones económicas contra los que no reciben la marca de la bestia (13.16–18); d) pena de muerte contra los disidentes que no lo adoran (13.15). INTERPRETACIÓN
Hay varias maneras de interpretar Apocalipsis. Los exégetas preteristas entienden Apocalipsis como una descripción de acontecimientos pasados, del mal inherente al Imperio Romano del siglo I. Los historicistas ven en Apocalipsis un enorme panorama de la historia desde el siglo I hasta la Segunda Venida. Entre ellos mismos, sin embargo, no hay unanimidad respecto a la identificación de los episodios históricos. Los futuristas sostienen que desde el capítulo 4, Apocalipsis describe acontecimientos relacionados con la Segunda Venida, que tiene lugar en 19.11ss. En cambio los idealistas consideran primordial el propósito de inspirar a los cristianos perseguidos a permanecer fieles hasta el fin, y entienden el lenguaje simbólico no cronológicamente, sino como una serie de descripciones imaginativas del triunfo de Dios. Estas cuatro escuelas no se excluyen mutuamente. Es probable que una combinación de todas estas interpretaciones responda a la intención de Juan. NOMBRES COMO PRESENTA A JESÚS: Apc. 1: 8; 5. 5; 5: 7; 6: 17; 19: 16; 22: 16. El Alfa Y La Omega, León De Judá, El Cordero Inmolado E Iracundo, El Rey De Reyes, La Estrella Resplandeciente De La Mañana. UN BOSQUEJO PARA EL ESTUDIO Y LA ENSEÑANZA DE APOCALIPSIS. PRIMERA PARTE: «Las cosas que has visto» (1.1–20) I. Introducción 1.1–8 II. Revelación de Cristo 1.9–20 SEGUNDA PARTE: «Las cosas que son» (2.1 —3.22) I. Mensaje a Éfeso 2.1–7 II. Mensaje a Esmirna 2.8–11 III. Mensaje a Pérgamo 2.12–17 IV. Mensaje a Tiatira 2.18–29 V. Mensaje a Sardis 3.1–6
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VI. Mensaje a Filadelfia 3.7–13 VII. Mensaje a Laodicea 3.14–22 TERCERA PARTE: «Las cosas que han de venir» (4.1 — 22.21) I. Persona del juez 4.1—5.14 A. El trono de Dios 4.1–11 B. El libro sellado 5.1–14 II. Profecías sobre la tribulación 6.1—19.6 A. Siete sellos del juicio 6.1—8.5 B. Siete trompetas del juicio 8.6—11.19 C. Profecías explicativas 12.1—14.20 D. Siete vasos del juicio 15.1—19.6 III. Profecías sobre la Segunda Venida 19.7–21 A. Cena matrimonial del Cordero 19.7–10 B. Segunda Venida de Cristo 19.11–21 IV. Profecías sobre el milenio 20.1–15 A. Satanás es atado por mil años 20.1–3 B. Los santos reinan mil años 20.4–6 C. Satanás es liberado y lleva a la rebelión 20.7–9 D. Satanás es atormentado para siempre 20.10 E. El juicio del gran trono blanco 20.11–15 V. Profecías sobre el estado eterno 21.1—22.5 A. Se crean un nuevo cielo y una nueva tierra 21.1 B. Desciende la Nueva Jerusalén 21.2–8 C. Se describe a la Nueva Jerusalén 21.9—22.5 VI. Conclusión 22.6–21. CONCLUSIÓN
Este libro es la revelación de Jesucristo; toda la Biblia lo es, porque toda revelación viene por medio de Cristo y todo se relaciona con Él. Su tema principal es exponer los propósitos de Dios acerca de los asuntos de la Iglesia y de las naciones según se relacionan con ella, y del fin del mundo. Todo esto ocurrirá con toda seguridad y empezarán a suceder dentro de muy poco tiempo. Aunque Cristo mismo es Dios y tiene luz y vida en sí, sin embargo, como Mediador entre Dios y el hombre, recibe instrucciones del Padre. A Él debemos el conocimiento de lo que tenemos que esperar de Dios y de lo que Él espera de nosotros. El tema de esta revelación eran las cosas que deben suceder pronto. Se pronuncia una bendición para todos los que leen o escuchan las palabras de esta profecía. Buena ocupación tienen los que investigan la Biblia. No basta con leer y oír, pero debemos mantener en nuestra memoria, en nuestra mente, en nuestros afectos y en la práctica, las cosas que están escritas y seremos bendecidos en la obra. Aun los misterios y las dificultades de este libro están unidos con revelaciones de Dios, adecuadas para imprimir en la mente un temor reverente y para purificar el alma del lector, aunque puede que éste no discierna el significado profético. Ninguna parte de la Escritura expone más plenamente el evangelio y advierte mejor contra el mal del pecado. No puede haber verdadera paz donde no hay verdadera gracia; donde va primero la gracia, seguirá la paz. Esta bendición es en el nombre de Dios, de la Santa Trinidad, es un acto de adoración. Primero se nombra al Padre, descrito como el Señor, que es, el que era y ha de venir, eterno, inmutable. El Espíritu Santo es llamado los siete espíritus, el perfecto Espíritu de Dios, en quien hay diversidad de dones y operaciones. El Señor Jesucristo fue desde la eternidad, un Testigo de todos los consejos de Dios. Él es el Primogénito de los muertos, que por su poder resucitará a su pueblo. Él es el Príncipe de los reyes de la tierra; por Él son derogados sus consejos y ante Él son ellos
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responsables de rendir cuentas. El pecado deja una mancha de culpa y contaminación en el alma. Nada puede quitar esta mancha, sino la sangre de Cristo, y Cristo derramó su propia sangre para satisfacer la justicia divina, y comprar el perdón y la pureza para su pueblo. Cristo ha hecho de los creyentes reyes y sacerdotes para Dios y su Padre. Como tales ellos vencen al mundo, mortifican el pecado, gobiernan sus propios espíritus, resisten a Satanás, prevalecen con Dios en oración y juzgarán al mundo. Él los ha hecho sacerdotes, les ha dado acceso a Dios, los ha capacitado para ofrecer sacrificios espirituales aceptables, y por estos favores ellos tienen que darle dominio y gloria para siempre. Él juzgará al mundo. Llama la atención hacia ese gran día en que todos veremos la sabiduría y la felicidad de los amigos de Cristo y la locura y desdicha de sus enemigos. Pensemos frecuentemente en la segunda venida de Cristo. Él vendrá para terror de quienes le hieren y crucifican de nuevo en su apostasía; Él vendrá para asombro de todo el mundo de los impíos. Él es Principio y Fin; todas las cosas son de Él y para Él; Es el Todopoderoso; el mismo Eterno e Inmutable. Si deseamos ser contados con sus santos en la gloria eterna, debemos someternos ahora voluntariamente a Él, recibirle, y honrarle como Salvador, al que creemos vendrá a ser nuestro Juez. ¡Ay, que hubiera muchos que desearan no morir nunca, y que no hubiera un día de juicio! Consuelo del apóstol es que no sufrió como malhechor, sino por el testimonio de Jesús, por dar testimonio de Cristo como el Emanuel, el Salvador; el Espíritu de gloria y de Dios reposó sobre este perseguido apóstol. El día y la hora de esta visión fue el día del Señor, el día de reposo cristiano, el primer día de la semana, observado en memoria de la resurrección de Cristo. Nosotros, que le llamamos “nuestro Señor”, debemos honrarle en su propio día. El nombre muestra cómo debe observarse este día sagrado; el día del Señor debe ser dedicado absolutamente al Señor y ninguna de sus horas debe emplearse en forma sensual, mundana o en diversiones. Él estaba en una actitud seria, celestial, espiritual, bajo la influencia de la gracia del Espíritu de Dios. Los que deseen disfrutar de la comunión con Dios en el día del Señor, deben procurar sacar sus pensamientos y afectos de las cosas terrenales. Si a los creyentes se les impide observar el día santo del Señor con las ordenanzas públicas y la comunión de los santos, por necesidad y no por propia opción, pueden buscar consuelo en la meditación y los deberes secretos de la influencia del Espíritu; oyendo la voz y contemplando la gloria de su amado Salvador, de cuyas palabras de gracia y poder no los puede separar confinamiento alguno ni ninguna circunstancia externa. Se nos da una alarma con el sonido de la trompeta, y luego, el apóstol oyó la voz de Cristo. Las iglesias reciben su luz de Cristo y del evangelio, y la muestran a otros. Ellas son los candeleros de oro; deben ser preciosas y puras; no sólo los ministros, sino los miembros de ellas; así debe brillar su luz delante de los hombres, como para llevar a otros a dar gloria a Dios. El apóstol vio como si el Señor Jesucristo apareciera en medio de los candeleros de oro. Él siempre está con sus iglesias, hasta el fin del mundo, llenándolas con luz, vida, y amor. Estaba vestido con un manto hasta los pies, quizá representando su justicia y su sacerdocio, como Mediador. Esta vestimenta estaba ceñida con un cinto de oro, que puede denotar cuán preciosos son su amor y afecto por su pueblo. Su cabeza y cabellos blancos como lana y nieve pueden representar su majestad, pureza y eternidad. Sus ojos como llamas de fuego pueden representar su conocimiento de los secretos de todos los corazones y de los sucesos más distantes. Sus pies, como de bronce bruñido que arde en un horno, pueden denotar la firmeza de sus designios y la excelencia de sus procedimientos. Su voz, como el sonido de muchas aguas, puede representar el poder de su palabra, para quitar o destruir. Las siete estrellas eran símbolo de los ministros de las siete iglesias a las cuales tenía que escribir el apóstol, y a quienes Cristo sostenía y mandaba. La espada representa su justicia y su palabra, que alcanza hasta dividir alma y espíritu, Hebreos 4: 12. Su rostro era como el sol, cuando brilla clara y fuertemente; su fuerza demasiado brillante y cegadora para que la contemplen los ojos mortales. El apóstol estaba sobrecogido con la grandeza del lustre y la gloria con que apareció Cristo.
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Nosotros bien podemos estar contentos con andar por fe mientras estemos aquí en la tierra. El Señor Jesús dijo palabras de consuelo: No temas. Palabras de instrucción, diciendo quién era el que así aparecía. Su naturaleza divina: el Primero y el Último. Sus sufrimientos anteriores: estuve muerto: el mismo a quien vieron en la cruz sus discípulos. Su resurrección y vid: he vencido a la muerte y soy partícipe de vida eterna. Su oficio y autoridad: el dominio soberano en el mundo invisible y sobre él, como el Juez de todo, de cuya sentencia no hay apelación. Escuchemos la voz de Cristo y recibamos las prendas de su amor, porque ¿qué puede ocultar de aquellos por cuyos pecados murió? Entonces obedezcamos su palabra y entreguémonos totalmente a aquel que dirige rectamente todas las cosas. Estas iglesias estaban en tan diferentes estados de pureza de doctrina y poder de la piedad que las palabras de Cristo para ellas siempre vendrán bien al caso de otras iglesias y creyentes. Cristo conoce y observa el estado de ellas; aunque está en el cielo, de todos modos anda en medio de sus iglesias en la tierra, observando lo que está mal en ellas y qué les falta. La iglesia de Éfeso es elogiada por la diligencia en el deber. Cristo lleva la cuenta de cada hora de trabajo que sus siervos hacen para Él, y su trabajo en el Señor no será en vano. Pero no es suficiente que seamos diligentes; debe haber paciencia para soportar, y debe haber paciencia para esperar. Aunque debemos mostrar toda mansedumbre a todos los hombres, sin embargo, debemos mostrar justo celo contra sus pecados. El pecado de que Cristo acusa a esta iglesia no es que hubiera dejado y abandonado al objeto de amor, sino que ha perdido el grado de fervor que al principio tuvo. Cristo está descontento con su pueblo cuando los ve ponerse remisos y fríos para con Él. Es seguro que esta mención en la Escritura, de los cristianos que abandonan su primer amor, es un reproche para los que hablan de esto con negligencia, y así, tratan de excusar la indiferencia y pereza en ellos mismos y en otros; nuestro Salvador considera pecaminosa esa indiferencia. Deben arrepentirse; deben dolerse y avergonzarse por su pecaminosa declinación y confesarla humildemente ante los ojos de Dios. Deben proponerse recuperar su primer celo, ternura y fervor y deben orar tan fervorosamente, y velar tan diligentemente, como cuando entraron al principio en los caminos de Dios. Si la presencia de la gracia y del Espíritu de Cristo es descuidada, podemos esperar la presencia de su desagrado. Se hace una mención alentadora de lo que era bueno en ellos. La indiferencia hacia la verdad y el error, hacia lo bueno y lo malo, puede llamarse caridad y mansedumbre, pero no es así, y desagrada a Cristo. La vida cristiana es una guerra contra el pecado, contra Satanás, el mundo y la carne. Nunca debemos ceder ante nuestros enemigos espirituales, y entonces, tendremos un glorioso triunfo y recompensa. Todos los que perseveren, recibirán de Cristo, como el Árbol de la vida, la perfección y la confirmación de la santidad y la felicidad, no en el paraíso terrenal, sino en el celestial. Esto es una expresión figurada, tomada del relato del huerto de Edén, que significa los goces puros, satisfactorios y eternos del cielo; y la espera de ellos en este mundo, por fe, en comunión con Cristo y con las consolaciones del Espíritu Santo. Creyentes, tomad de aquí vuestra vida de lucha, y esperad y aguardad una vida tranquila en el más allá; pero no hasta entonces: la palabra de Dios nunca promete que aquí tendremos tranquilidad y libertad completa de los conflictos. Nuestro Señor Jesús es el Primero, porque por Él fueron hechas todas las cosas; Él estaba con Dios antes de todas las cosas, y es Dios mismo. Él es el Último, porque será el Juez de todos. Como Primero y Último, que estuvo muerto y vivió, es el Hermano y Amigo del creyente, debe ser rico en la pobreza más profunda, honorable en medio de la más profunda humillación, y feliz sometida a la más pesada tribulación, como la iglesia de Esmirna. Muchos de los ricos de este mundo, son pobres en cuanto al venidero; y algunos que son pobres por fuera, son ricos por dentro; ricos en fe, en buenas obras, ricos en privilegios, ricos en dones, ricos en esperanza. Donde hay abundancia espiritual, la pobreza externa puede soportarse bien; cuando el pueblo de Dios es empobrecido en cuanto a esta vida, por amor de Cristo y la buena conciencia, Él los compensa en todo con riquezas espirituales.
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Cristo arma contra las tribulaciones inminentes. No temáis nada de estas cosas; no sólo prohibáis el temor servil, sino sometedlo proporcionando al alma fortaleza y valor. Será para probarlos, no para destruirlos. Nótese la certeza de la recompensa: “Te daré”; ellos tendrán la recompensa de la mano misma de Cristo. Además, cuán adecuada es: “la corona de la vida”; la vida gastada a su servicio o entregada a su causa, será recompensada con una vida mucho mejor, la que será eterna. La muerte segunda es indeciblemente peor que la primera, tanto en sus agonías como por ser eterna: indudablemente es espantoso morir y estar muriendo siempre. Si un hombre es librado de la segunda muerte y de la ira venidera, puede soportar con paciencia lo que encuentre en este mundo. La palabra de Dios es una espada, capaz de cortar pecado y pecadores. Gira y corta por todas partes, pero el creyente no tiene que temer esta espada; aunque la confianza no puede recibir respaldo sin una obediencia constante. Como nuestro Señor nota todas las ventajas y oportunidades que tenemos para cumplir nuestro deber en los lugares donde habitamos, así nota nuestras tentaciones y desalientos por las mismas causas. En una situación de prueba, la iglesia de Pérgamo no negó la fe, ni por apostasía franca, ni por ceder a fin de evitar la cruz. Cristo elogia su firmeza, pero reprende sus faltas pecaminosas. Una visión equivocada de la doctrina del evangelio y de la libertad cristiana era la raíz de amargura de la cual surgieron malas costumbres. El arrepentimiento es el deber de las iglesias y cuerpos de hombres, y de las personas particulares: los que pecan juntos, deben arrepentirse juntos. Aquí está la promesa de favor para los que venzan. Las influencias y las consolaciones del Espíritu de Cristo descienden desde el cielo al alma, para apoyarla. Esto está oculto del resto del mundo. El nombre nuevo es el nombre de la adopción: cuando el Espíritu Santo muestra su obra en el alma del creyente, él comprende el nombre nuevo y su verdadera importancia. Aunque el Señor conoce las obras de su pueblo, que son hechas en amor, fe, celo y paciencia, si sus ojos, que son como de fuego llameante, los ve cometiendo o permitiendo lo que es malo, los reprenderá, corregirá o castigará. Aquí hay alabanza del ministerio y del pueblo de Tiatira de parte de Aquel que conocía los principios por los cuales ellos actuaban. Ellos se pusieron más sabios y mejores. Todos los cristianos deben desear fervientemente que sus últimas obras sean las mejores. Pero esta iglesia convivía con unos seductores malvados. Dios es conocido por los juicios que ejecuta; por esto, sobre los seductores, muestra su certero conocimiento de los corazones de los hombres, de sus principios, designios, disposición y temperamento. Se da aliento a los que se mantenían puros e incontaminados. Peligroso es despreciar el misterio de Dios y tan peligroso como recibir los misterios de Satanás. Cuidémonos de las profundidades de Satanás, de las cuales los que menos las conocen son los más dichosos. ¡Qué tierno es Cristo con sus siervos fieles! Él no pone carga sobre sus siervos sino lo que es para su bien. Hay una promesa de amplia recompensa para el creyente perseverante y victorioso; también, conocimiento y sabiduría apropiados para su poder y dominio. Cristo trae consigo al alma el día, la luz de la gracia y la gloria en su presencia y su gozo, su Señor y Salvador. Después de cada victoria sigamos con nuestra ventaja contra el enemigo para que podamos vencer y mantener las obras de Cristo hasta el final. El Señor Jesús es el que tiene al Espíritu Santo con todos sus poderes, gracias y operaciones. La hipocresía y un lamentable deterioro de la religión son los pecados de que acusa a Sardis, Aquel que conocía bien a esa iglesia y todas sus obras. Las cosas externas parecían bien a los hombres, pero ahí había sólo la forma de la piedad, no el poder; un nombre que vive, pero no un principio de vida. Había gran mortandad en sus almas y en sus servicios; cantidades que eran totalmente hipócritas, otros que estaban viviendo en forma desordenada y muerta. Nuestro Señor los llamó a ponerse alertas contra sus enemigos y activos, y fervientes en sus deberes; y a proponerse, dependiendo de la gracia del Espíritu Santo, a revivir y fortalecer la fe y los afectos espirituales de los aún vivos para Dios, aunque en decadencia. Perdemos terreno cada vez que bajamos la guardia.
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Tus obras son huecas y vacías; las oraciones no están llenas de santos deseos, las limosnas no son obras llenas de caridad verdadera, los días de reposo no están llenos de devoción del alma adecuada para Dios. No hay afectos internos adecuados para los actos y expresiones externas; cuando falta el espíritu, la forma no permanece por mucho tiempo. Al procurar un avivamiento en nuestra alma o en las de otros, debemos comparar lo que profesamos con la manera en que vivimos, para ser humillados y vivificados y tomar firmemente lo que queda. Cristo enfatiza con una temible amenaza su consejo, si fuera despreciado. Sin embargo, nuestro amado Señor no deja a estos pecadores sin algo de aliento. Hace una honrosa mención del remanente fiel de Sardis, formula una promesa de gracia para ellos. El que venza será vestido con vestiduras blancas; la pureza de la gracia será recompensada con la pureza perfecta de la gloria. Cristo tiene su libro de la vida, un registro de todos los que heredarán la vida eterna; el libro de memorias de todos los que viven para Dios, y mantienen la vida y el poder de la piedad en los malos tiempos. Cristo sacará este libro de la vida y mostrará los nombres de los fieles, ante Dios, y ante todos los ángeles en el gran día. El mismo Señor Jesús tiene la llave del gobierno y autoridad en la Iglesia y sobre ella. Abre una puerta de oportunidad a sus iglesias; abre una puerta de predicación a sus ministros; abre una puerta de entrada, abre el corazón. Él cierra la puerta del cielo al necio que se duerme en el día de la gracia; y a los hacedores de iniquidad, por vanos y confiados que sean. Elogia a la iglesia de Filadelfia, pero con un suave reproche. Aunque Cristo acepta un poco de fuerza los creyentes, no deben, sin embargo, quedar satisfechos con un poquito, sino esforzarse para crecer en gracia, para ser fuertes en la fe, dando gloria a Dios. Cristo puede descubrir este, su favor, a su pueblo, de modo que sus enemigos se vean forzados a reconocerlo. Por la gracia de Cristo esto ablandará a sus enemigos y les hará desear ser admitidos a la comunión con su pueblo. Cristo promete preservar la gracia en las épocas de mayor prueba, como premio por la fidelidad pasada: al que tiene le será dado. Los que sostienen el evangelio en una época de paz, serán sostenidos por Cristo en la hora de la tentación, y la misma gracia divina que los ha hecho fructificar en tiempos de paz, los hará fieles en los tiempos de persecución. Cristo promete una gloriosa recompensa al creyente victorioso. Él será un pilar monumental del templo de Dios; un monumento a la poderosa gracia gratuita de Dios; un monumento que nunca será borrado ni quitado. Sobre este pilar será escrito el nombre nuevo de Cristo; por esto se manifestará bajo quien dio el creyente la buena batalla, y salió victorioso. Laodicea era la última y la peor de las siete iglesias de Asia. Aquí nuestro Señor Jesús se presenta a sí como “el Amén”: uno constante e inmutable en todos sus propósitos y promesas. Si la religión vale algo, lo vale todo. Cristo espera que los hombres sean fervorosos. ¡Cuántos hay que profesan la doctrina del evangelio y no son fríos ni calientes! Salvo que sean indiferentes en las cosas necesarias, y calientes y fieros en los debates de cosas de menor importancia. Se promete un severo castigo. Ellos darán una falsa impresión del cristianismo como si fuera una religión impía, mientras otros concluirán que no permite una satisfacción real, de lo contrario sus profesantes no pondrían tan poco corazón en ella, o no estarían tan dispuestos a buscar placer o felicidad en el mundo. Una causa de esta indiferencia e incoherencia en la religión es el orgullo y el engaño de sí mismo: “Porque dices”. ¡Qué diferencia hay entre lo que ellos piensan de sí mismos y lo que Cristo piensa de ellos! ¡Cuánto cuidado debemos tener para no engañar a nuestra propia alma! En el infierno hay muchos que pensaron que iban bien adelantados en el camino al cielo. Roguemos a Dios que no seamos entregados a halagarnos y engañarnos. Los profesantes se enorgullecieron a medida que se ponían carnales y formales. El estado de ellos era miserable de por sí. Eran pobres; realmente pobres cuando decían y pensaban que eran ricos. No podían ver su estado, su camino ni su peligro, pero pensaban que los veían. No tenían el manto de la justificación ni de la santificación: estaban desnudos al pecado y a la
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vergüenza; la justicia de ellos no era sino trapo de inmundicias; trapos que no los cubrirían; trapos de inmundicia que los contaminaban. Estaban desnudos, sin casa ni techo, porque estaban sin Dios, el Único en quien puede el alma hallar reposo y seguridad. Cristo aconsejó bien a esta gente pecadora. Dichosos son los que aceptan su consejo, porque todos los que no los aceptan deben perecer en sus pecados. Cristo les deja saber dónde pueden tener verdaderas riquezas y cómo pueden tenerlas. Deben dejar algunas cosas, pero nada de valor; y esto es sólo para dar lugar a recibir riquezas verdaderas. Abandónese el pecado y la confianza en sí mismo, para que pueda ser llenado con su tesoro oculto. Tienen que recibir de Cristo ese ropaje blanco que Él compró y proveyó para ellos: Su propia justicia imputada para justificación, y las vestiduras de la santidad y la santificación. Que ellos se entreguen a su palabra y a su Espíritu, y sus ojos serán abiertos para que vean su camino y su final. Examinémonos por la regla de su palabra y oremos con fervor por la enseñanza de su Espíritu Santo para que quite nuestra soberbia, los prejuicios y las concupiscencias carnales. Los pecadores debieran tomar las reprensiones de la palabra y de la vara de Dios como señales de su amor por sus almas. Cristo quedó afuera; llama por los tratos de su providencia, las advertencias y las enseñanzas de su palabra y la obra de su Espíritu. Cristo, con su palabra y Espíritu, y por gracia, aún sigue viniendo a la puerta del corazón de los pecadores. Los que le abran disfrutarán de su presencia. Si los que encuentre sirven sólo para una pobre fiesta, lo que Él trae la hará rica. Él dará una nueva provisión de gracia y consuelos. En la conclusión se halla la promesa para el creyente vencedor. El mismo Cristo tuvo tentaciones y conflictos; los venció a todos y fue más que vencedor. Los que son como Cristo en sus pruebas, serán hechos como Él en gloria. Todo termina con el pedido de atención general. Estos consejos, aunque aptos para las iglesias a los cuales se dirigieron, son profundamente interesantes para todos los hombres. Después que el Señor Jesús hubo instruido al apóstol para que escribiera “las cosas que son” a las iglesias, hubo otra visión. El apóstol vio un trono puesto en el cielo, un emblema del dominio universal de Jehová. Vio a Uno glorioso en el trono, no descrito por rasgos humanos, como para ser representado por una semejanza o imagen, sino sólo por su fulgor sin igual. Estos parecen símbolos de la excelencia de la naturaleza divina, y de la temible justicia de Dios. El arco iris es un símbolo apropiado del pacto de promesas que Dios ha hecho con Cristo, como Cabeza de la Iglesia, y con todo su pueblo en Él. El color dominante era un verde agradable, mostrando la naturaleza revivida y refrescante del nuevo pacto. Había veinticuatro asientos alrededor del trono donde estaban veinticuatro ancianos, que probablemente, representan a toda la Iglesia de Dios. Que estuvieran sentados significa honra, reposo y satisfacción; que ellos estén sentados alrededor del trono significa la cercanía a Dios, la vista y el deleite que tienen en Él. Los ancianos visten ropajes blancos; la justicia imputada a los santos, y su santidad: tenían en sus cabezas coronas de oro, significando la gloria que tienen con Él. Rayos y voces salían del trono; las temibles declaraciones que hace Dios a su iglesia acerca de su soberana voluntad y placer. Había siete lámparas de fuego ardiendo delante del trono; los dones, las gracias y las operaciones del Espíritu de Dios en las iglesias de Cristo, dispensadas conforme a la voluntad y al placer del que se sienta en el trono. En la Iglesia del evangelio, el lavacro para la purificación es la sangre del Señor Jesucristo, que limpia de todo pecado. En esta deben ser lavados todos para ser admitidos por gracia en la presencia de Dios en la tierra, y ante su gloriosa presencia en el cielo. El apóstol vio a cuatro seres vivientes entre el trono y el círculo de los ancianos, puestos entre Dios y la gente. Estos parecieran significar a los verdaderos ministros del evangelio por su lugar entre Dios y la gente. También esto lo señala la descripción que se da, la cual significa sabiduría, valor, diligencia y discreción, y los afectos por los cuales suben al cielo.
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Todos los creyentes verdaderos atribuyen su redención y conversión, sus privilegios presentes y esperanzas futuras al eterno y supremamente santo Dios. Así suben al cielo los cánticos agradecidos y por siempre armoniosos de los redimidos. En la tierra hagamos como ellos, que nuestras alabanzas sean constantes, ininterrumpidas, unidas, indivisas, agradecidas, no frías ni formales; humildes y no confiadas en sí mismas. El apóstol vio en la mano del que estaba sentado en el trono un rollo de pergaminos, de la forma habitual de aquellos tiempos, y sellado con siete sellos. Representaba los propósitos secretos de Dios que iban a ser revelados. Los designios y los métodos de la providencia divina para la Iglesia y el mundo están establecidos, determinados y quedan por escrito. Los consejos de Dios están por entero ocultos de los ojos y del entendimiento de la criatura. No se quita el sello ni se abren de inmediato las diversas partes del rollo, sino una parte después de la otra, hasta que todo el misterio del consejo y conducta de Dios esté consumado en el mundo. Las criaturas no pueden abrirlo ni leerlo; sólo el Señor puede hacerlo. Los que más ven de Dios desean ver más; y los que han visto su gloria desean conocer su voluntad. Pero hasta los hombres buenos pueden estar demasiado anhelantes y apresurados por escudriñar los misterios de la conducta divina. Tales deseos se convierten en lamento y pesar si no son contestados pronto. Si Juan lloró mucho porque no podía leer el libro de los decretos de Dios, ¡cuánta razón tienen muchos para derramar ríos de lágrimas por su ignorancia del evangelio de Cristo del cual depende la salvación eterna! Nosotros no tenemos que llorar por no poder prever sucesos futuros acerca de nosotros en este mundo; la ansiosa expectativa de las perspectivas futuras o la previsión de calamidades venideras nos haría, por igual, ineptos para nuestros deberes y conflictos presentes o volverían inquietantes nuestros días de prosperidad. Pero podemos desear saber, por las promesas y profecías de la Escritura, cuál será el suceso final para los creyentes y para la Iglesia; que el Hijo encarnado ha prevalecido para que aprendamos todo lo que necesitamos saber. Cristo está como Mediador entre Dios y los ministros y el pueblo. Se le llama León, pero aparece como Cordero inmolado. Aparece con las marcas de sus sufrimientos para mostrar que intercede por nosotros en el cielo en virtud de la satisfacción que hizo. Aparece como Cordero, con siete cuernos y siete ojos: el poder perfecto para ejecutar toda la voluntad de Dios, y la sabiduría perfecta para entenderla y hacerla en la manera más eficaz. El Padre puso el libro de sus eternos consejos en la mano de Cristo y Cristo lo tomó, rápida y alegremente, en su mano: porque se deleita en dar a conocer la voluntad de su Padre; y Él da el Espíritu Santo para revelar la verdad y la voluntad de Dios. Es tema de gozo para todo el mundo ver que Dios trata con los hombres con gracia y misericordia por medio del Redentor. Él gobierna el mundo, no sólo como Creador, sino como nuestro Salvador. Las arpas eran instrumentos de alabanza; los vasos estaban llenos de perfume o incienso, que representan las oraciones de los santos: la alabanza y la oración siempre deben ir juntas. Cristo ha redimido a su pueblo de la esclavitud del pecado, de la culpa y de Satanás. No sólo ha comprado libertad para ellos sino la honra y la más alta preferencia; los ha hecho reyes y sacerdotes; reyes, para que reinen sobre sus propios espíritus y para vencer al mundo y al maligno; y los hace sacerdotes dándoles acceso a Él mismo, y libertad para ofrecer sacrificios espirituales. ¡Qué palabras podrían declarar más plenamente que Cristo es, y debe ser, adorado igualmente con el Padre por todas las criaturas por toda la eternidad! Dichosos los que adorarán y alabarán en el cielo, y que por siempre bendecirán al Cordero que los libró y los apartó para sí por su sangre. ¡Cuán digno eres tú, oh Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, de nuestras alabanzas más excelsas! Todas las criaturas deben proclamar tu grandeza y adorar tu majestad. Cristo, el Cordero, abre el primer sello. Nótese que sale un jinete en un caballo blanco. Al salir este caballo blanco parece que la intención es un tiempo de paz, o el progreso temprano de la religión cristiana; su salida con pureza en el tiempo en que su Fundador celestial
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mandó a sus apóstoles a enseñar a todas las naciones, agregando: ¡He aquí!, Yo estoy siempre con vosotros hasta el fin del mundo. La religión divina sale coronada, teniendo el favor divino sobre ella, armada espiritualmente contra sus enemigos, y destinada a ser victoriosa al final. Al abrir el segundo sello, aparece un caballo bermejo que significa juicios que hacen estragos. La espada de la guerra y la persecución es un juicio temible; quita la paz de la tierra, una de las mayores bendiciones; y los hombres que debieran amarse los unos a los otros, y ayudarse los unos a los otros, se dedican a matarse los unos a los otros. Tales escenas también siguieron a la pura era del cristianismo temprano, cuando, desechando la caridad y el vínculo de la paz, los líderes cristianos se dividieron entre sí, apelaron a la espada y se enredaron en la culpa. Al abrir el tercer sello, apareció un caballo negro: color que denota luto y ayes, tinieblas e ignorancia. El que lo montaba tenían un yugo [balanza en la versión 1960 de la Biblia] en su mano. Se hicieron intentos de poner un yugo de observancias supersticiosas a los discípulos. Al ir fluyendo el torrente del cristianismo y alejándose de su pura fuente, se fue corrompiendo más y más. Durante el avance de este caballo negro, las necesidades de la vida estarían a precios exagerados y las cosas más costosas no debían ser dañadas. Conforme al lenguaje profético, estos artículos significaban el alimento del saber religioso, por el cual se sustentan las almas de los hombres para la vida eterna; tales como los que somos invitados a comprar, Isaías 4: 1. Pero cuando se desparraman sobre el mundo cristiano las nubes negras de la ignorancia y la superstición, denotadas por el caballo negro, el conocimiento y la práctica de la religión verdadera se vuelve escaso. Cuando la gente odia su alimento espiritual, Dios puede privarlos, con justicia, de su pan diario. El hambre de pan es un juicio terrible, pero el hambre de la palabra lo es más. Al abrir el cuarto sello, salió otro caballo, de color amarillo, pálido. El jinete era la muerte, el rey de los terrores. Los asistentes o seguidores de este rey de los terrores, el infierno, el estado de la miseria eterna para todos los que mueren en sus pecados; en las épocas de la destrucción general, son multitudes las que se van a la fosa sin estar preparados. El período del cuarto sello es uno de gran carnicería y devastación, que destruye lo que pueda traer felicidad a la vida, asolando las vidas espirituales de los hombres. Así, pues, el misterio de iniquidad fue completado, y su poder extendidos sobre las vidas y las conciencias de los hombres. No se puede discernir las fechas exactas de estos cuatro sellos, porque los cambios fueron graduales. Dios les dio poder, esto es, los hizo instrumentos de su ira o de juicios: todas las calamidades públicas están bajo su mando; sólo avanzan cuando Dios las manda y no van más allá de lo que Él permite. En la época del trillado, Dios sostuvo a sus testigos fieles para dar testimonio de la verdad de su palabra y adoración, y de la excelencia de sus caminos. El número de estos testigos es, sin embargo, pequeño. Ellos profetizan vestidos de cilicio. Muestra su estado afligido, perseguido, y profunda congoja por las abominaciones contra las cuales protestan. Son sustentados durante su obra grande y difícil hasta que está terminada. Cuando hayan profetizado vestidos de cilicio por la mayor parte de los 1260 días, el anticristo, el gran instrumento del diablo, hará guerra contra ellos, con fuerza y violencia por un tiempo. Los rebeldes decididos en contra de la luz, se regocijan como en un hecho feliz, cuando pueden silenciar, alejar o destruir a los siervos fieles de Cristo, cuya doctrina y conducta los atormenta. No parece que el período haya expirado aún, y los testigos no están, en el presente, expuestos a soportar tales sufrimientos externos tan terribles como en las épocas anteriores, pero tales cosas pueden volver a pasar, y hay abundante causa para profetizar vestidos con cilicio, por cuenta del estado de la religión. El estado deprimido del cristianismo verdadero puede relacionarse sólo con la iglesia occidental. El Espíritu de vida de Dios, vivifica las almas muertas y revivirá los cuerpos muertos de su pueblo, y su interés moribundo en el mundo. El avivamiento de la obra y los testimonios de Dios producirán terror en las almas de sus enemigos.
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Donde hay culpa, hay miedo; y el espíritu perseguidor, aunque cruel, es un espíritu cobarde. No será parte pequeña del castigo de los perseguidores en este mundo, que en el gran día vean honrados y ascendidos a los siervos fieles de Dios. Los testigos del Señor no deben cansarse de sufrir y servir, ni tomar apresuradamente el premio; deben permanecer quietos hasta que su Amo los llame. La consecuencia de que sean así enaltecidos fue un tremendo golpe y convulsión para el imperio anticristiano. Los solos hechos pueden mostrar el significado de esto. Pero cada vez que reviven la obra y los testigos de Dios, la obra del diablo y sus testigos caen ante Él. Parece probable que la matanza de los testigos sea un acontecimiento futuro. El monte Sion es la iglesia del evangelio. Cristo está con su iglesia y en medio de todas sus angustias, por tanto, no es consumida. Su presencia asegura la perseverancia. Su pueblo se presenta honorablemente. Ellos tienen el nombre de Dios escrito en sus frentes; pueden hacer una profesión denodada y abierta de su fe en Dios y Cristo, y esto es acompañado por actos apropiados. En las épocas más tenebrosas hubo personas que se aventuraron y rindieron sus vidas por la adoración y la verdad del evangelio de Cristo. Se mantuvieron limpias de la abominación perversa de los seguidores del anticristo. Sus corazones estuvieron bien con Dios y fueron libremente perdonados en Cristo; Él es glorificado en ellos y ellos en Él. Sea nuestra oración, nuestro esfuerzo, y nuestra ambición ser hallados en esta honorable compañía. Los que son realmente santificados y justificados están aquí representados, porque ningún hipócrita, por verosímil que parezca, puede contarse como sin falta ante Dios. No habiendo producido reforma las advertencias y los juicios, los pecados de las naciones han llenado la medida, y están maduros para los juicios, representados por una cosecha, símbolo que se usa para significar la reunión de los justos, cuando estén maduros para el cielo, por la misericordia de Dios. El tiempo de cosecha es cuando está maduro el trigo; cuando los creyentes están maduros para el cielo, entonces el trigo de la tierra será reunido en el granero de Cristo por una cosecha. Los enemigos de Cristo y de Su Iglesia no son destruidos hasta que por su pecado esté maduro para destrucción, y entonces, Él no los pasará más por alto. El lagar es la ira de Dios, una calamidad terrible, probablemente la espada, que derrama la sangre de los malos. La paciencia de Dios para con los pecadores es el mayor milagro del mundo; pero, aunque duradera, no será eterna; y la maduración del pecado es prueba segura del juicio inminente. En los juicios que Dios ejecuta con el anticristo y sus seguidores, cumple las profecías y las promesas de su palabra. Estos ángeles están preparados para su obra, vestidos con lino puro y blanco, sus pechos ceñidos con cinto de oro, que representan la santidad, la justicia y la excelencia de los tratos con los hombres. Ellos son ministros de la justicia divina y hacen todas las cosas en forma pura y santa. Estaban armados con la ira de Dios contra sus enemigos. Hasta la criatura más vil, cuando está armada con la ira de Dios, será demasiado fuerte para cualquier hombre del mundo. Los ángeles recibieron las copas de uno de los cuatro seres vivientes, uno de los ministros de la iglesia verdadera, como respuesta a las oraciones de los ministros y del pueblo de Dios. El anticristo no podía ser destruido sin un gran golpe para todo el mundo, y hasta el pueblo de Dios estaría angustiado y confundido mientras se hacía la gran obra. Las liberaciones más grandes de la iglesia son producidas por pasos temibles y asombrosos de la providencia; y el estado feliz de la iglesia verdadera no empezará hasta que sean destruidos los enemigos obstinados, y purificados los cristianos tibios o formales. Entonces, todo lo que esté contra las Escrituras será purgado, toda la iglesia será espiritual y todo, siendo llevado a la pureza, la unidad y la espiritualidad, será firmemente establecido. La comunión perfecta y directa con Dios suplirá con demasía el lugar de las instituciones del evangelio. ¿Y qué palabras pueden expresar más plenamente la unión de igualdad del Hijo con el Padre en la Divinidad? ¡Qué mundo lúgubre sería éste si no fuera por la luz del sol! ¿Qué hay en el cielo que supla su lugar?
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La gloria de Dios ilumina la ciudad y el Cordero es su Luz. Dios en Cristo será una Fuente eterna de conocimiento y gozo para los santos del cielo. No hay noche, por tanto, no es necesario cerrar las puertas; todo está en paz y seguro. Todo nos muestra que debemos ser guiados más y más a pensar en el cielo como lleno con la gloria de Dios, e iluminado por la presencia del Señor Jesús. Nada pecador ni inmundo, idólatra o falso y engañoso puede entrar. Todos los habitantes son perfeccionados en santidad. Ahora los santos sienten una triste mezcla de corrupción que les estorba en el servicio de Dios, e interrumpe su comunión con Él; pero al entrar al Lugar Santísimo, son lavados en el lavacro de la sangre de Cristo y son presentados al Padre sin mancha. Nadie que obre abominaciones es admitido en el cielo. Está libre de hipócritas y de mentirosos. Como nada inmundo puede entrar al cielo, estimulémonos con estos vistazos de las cosas celestiales para usar toda diligencia, y la perfecta santidad en el temor de Dios. Todos los arroyos del consuelo terrenal son fangosos, pero estos son claros y refrescantes. Dan vida, y preservan la vida, para los que beben de ellos, y así, fluirán para siempre. Indican las influencias vivificantes y santificadoras del Espíritu Santo, según se dan a los pecadores por medio de Cristo. El Espíritu Santo, procedente del Padre y del Hijo, aplica esta salvación a nuestras almas por su amor y poder que crean de nuevo. Los árboles de vida son alimentados por las aguas puras del río que sale del trono de Dios. La presencia de Dios en el cielo es la salud y la dicha de los santos. Este árbol era un símbolo de Cristo y de todas las bendiciones de su salvación; y las hojas para sanar las naciones significan que su favor y presencia suplen todo el bien a los habitantes de ese mundo bendito. El diablo no tiene poder allí; no puede desviar a los santos de servir a Dios, ni puede perturbarlos en el servicio de Dios. Aquí se habla como de Uno de Dios y del Cordero. El servicio será ahí no sólo libertad, sino honor y dominio. No habrá noche; ni aflicción ni congoja, nada de pausas en el servicio o el placer: nada de diversiones o placeres de invención humana serán deseados allí. ¡Qué diferente todo esto de los puntos de vista puramente humanos y groseros de la dicha celestial, de los que se refieren a los placeres de la mente! El Señor Jesús habló por el ángel, confirmando solemnemente el contenido de este libro, particularmente de esta última visión. Él es el Señor Dios fiel y verdadero. Además, habló por sus mensajeros, los santos ángeles que le comunicaron a los hombres santos de Dios. Estas son cosas que deben finalizar dentro de poco. Cristo vendrá pronto y pondrá todas las cosas fuera de duda. Y habló por la integridad del ángel que había sido el intérprete del apóstol. Él rehusó aceptar la adoración de parte de Juan y lo reprendió por ofrecerla. Esto presenta otro testimonio contra la adoración idólatra de santos y ángeles. Dios llama a cada uno a dar testimonio de las declaraciones aquí hechas. Este libro, así conservado abierto, tendrá efecto en los hombres: el inmundo y el injusto lo será más; pero confirmará, fortalecerá y santificará más a los que son justos para con Dios. Nunca pensemos que una fe muerta o desobediente nos salvará, porque el Primero y el Último ha declarado que son bienaventurados solo los que hacen sus mandamientos. Este es un libro que excluye del cielo a todas las personas malas e injustas, en particular las que aman y hacen mentiras, por tanto, en sí mismo [este libro] no puede ser una mentira. No hay punto ni condición intermedios. Jesús, que es el Espíritu de profecía, ha dado a sus iglesias la luz matutina de la profecía para asegurarles la luz del perfecto día que se aproxima. Todo está confirmado por una invitación general directa a la humanidad a ir y participar libremente de las promesas y de los privilegios del evangelio. El Espíritu, por la palabra sagrada, y por las convicciones e influencias en la conciencia del pecador, dice: Ven a Cristo para salvación; y la novia, o toda la Iglesia, en la tierra y el cielo, dice: Ven y comparte nuestra dicha. Para que ninguno dude, se agrega: El que quiera o esté deseoso, venga y tome del agua de la vida gratuitamente. Que cada uno que oiga o lea estas palabras, desee de inmediato
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aceptar la invitación de gracia. Están condenados todos los que se atrevan a corromper o a cambiar la palabra de Dios sea agregándole o quitándole. Luego de descubrir estas cosas a su pueblo de la tierra, Cristo parece irse de ellos volviendo al cielo, pero les asegura que no pasará mucho tiempo antes que vuelva otra vez. Mientras estamos ocupados en los deberes de nuestros diferentes puestos en la vida, no importa cuales sean las labores que nos prueben, o las dificultades que nos rodeen, o las congojas que nos opriman, escuchemos con placer a nuestro Señor que proclama: He aquí, yo vengo pronto. Yo vengo a terminar la labor y el sufrimiento de mis siervos. Yo vengo, y mi galardón de gracia conmigo, para premiar, con abundancia verdadera, a toda obra de fe y trabajo de amor. Vengo a recibir a mi pueblo fiel y perseverante para mí mismo, para habitar por siempre en aquel mundo bendito. Amén, así sea, ven, Señor Jesús. Una bendición cierra todo. Por la gracia de Cristo debemos ser mantenidos en la expectativa gozosa de su gloria, equipados para ella y preservados para ella; y su manifestación gloriosa será de regocijo para los que participan aquí de su gracia y favor. Que todos digan, Amén. Tengamos sed de las grandes medidas de las influencias de gracia del bendito Jesús para nuestras almas y de su presencia de gracia con nosotros hasta que la gloria haga perfecta su gracia en nosotros. Gloria sea al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo; como era en el principio, es ahora y ha de ser, eternamente en el mundo sin fin. Amén. LIBROS APÓCRIFOS DEL NUEVO TESTAMENTO:
Obras que, aunque pretenden dar información acerca de Cristo y los apóstoles, o incluso estar escritas por estos, se excluyen del CANON del Nuevo Testamento. Se consideran distintas de la literatura patrística (también extra canónica), de la cual algunos escritos gozaron de gran popularidad en ciertas iglesias durante los primeros dos siglos; p. ej., el Pastor de Hermas, la Didajé y Las epístolas de «Bernabé», Clemente de Roma, Ignacio y Policarpo. Más bien, los libros apócrifos nacieron principalmente de la curiosidad y piedad populares, y su orientación teológica delata su procedencia gnóstica (GNOSTICISMO). En su mayoría, se escribieron en griego. Solo de algunos se conserva el texto completo; para otros dependemos de citas en escritos posteriores. EVANGELIOS APÓCRIFOS:
Preocupados por las lagunas en las narraciones canónicas, algunos autores de los siglos II a IV, a veces evidentemente heréticos, las rellenaron con episodios pintorescos. Estos escritos casi nunca merecen el nombre de EVANGELIOS, porque su género literario es muy diferente. El Evangelio de los hebreos procede de Siria, de judeocristianos que conocían nuestro Mateo canónico. Más heterodoxo todavía es el Evangelio de los egipcios, que incluye un diálogo entre Cristo y Salomé sobre el repudio de toda relación sexual. Entre los papiros se han hallado varios fragmentos, como el Evangelio de Tomás (Véase abajo) y el Evangelio desconocido (Papiro Egerton 2), que data del año 100. Se han descubierto documentos que subrayan la pasión (Evangelio de Pedro y el de Nicodemo) y exageran lo milagroso. Otros describen la infancia de Jesús (Protoevangelio de Santiago, Evangelio [árabe] de la infancia del Salvador, etc.) y multiplican puerilmente los prodigios hechos por Jesús. Además, hay evangelios menos importantes que se llaman de los doce apóstoles, de Matías, de Judas, de Bartolomé, etc. En Jenoboskion (Egipto) se descubrió en 1945 una biblioteca de literatura gnóstica (Nag Hammadi) escrita en copto, la cual brindó tres documentos de gran valor: el Evangelio de la verdad, escrito en Roma ca. 140 d.C., que medita enigmáticamente sobre la redención; el Evangelio de Tomás, procedente de Siria, que da 114 dichos de Jesús gnostizados; y el Evangelio de Felipe, en el que se rechaza enfáticamente todo lo sexual. El cotejo de estos libros con los canónicos es un estudio útil que llevará muchos años todavía. HECHOS APÓCRIFOS:
Para satisfacer la curiosidad popular respecto a la suerte de los apóstoles (sus milagros, viajes y martirio) algunos cristianos de siglos posteriores rellenaron las lagunas del libro de Hechos. El resultado incluye ciertos datos de innegable valor, pero los hay también
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netamente fantásticos, de tendencia apologética y herética. Dignos de mención son: Hechos de Pedro, de Pablo, de Andrés, de Juan, de Tomás, etc., Predicación de Pedro y Romance (Pseudo Clementino). EPÍSTOLAS APÓCRIFAS:
Aun durante la vida de Pablo hubo falsificadores de su firma (cf. 2 Ts 3.17), pero en los siglos II y III esta literatura seudoepigráfica llegó a su apogeo, sobre todo en Siria y Egipto. A veces sus autores procuran acreditar aparentes privilegios de determinadas iglesias; otras veces pretenden suplir epístolas apostólicas, ahora perdidas. Títulos de interés son: Correspondencia entre Cristo y Agbar rey de Edesa, Epístola de los apóstoles, Tercera de corintios, Epístola a los laodiceos y Correspondencia entre Pablo y Séneca. APOCALIPSIS APÓCRIFOS:
Todo el aparato apocalíptico (APOCALIPSIS) de visiones, arrebatos y apariciones angélicas está presente en estas obras. En ciertos sectores el Apocalipsis de Pedro gozó de reputación canónica en el siglo II; en menos valor se tuvieron los Apocalipsis de Pablo, de Juan (no canónico), de Tomás y Esteban y de María. El análisis de estos libros es una tarea delicada; el cristiano que busca en ellos datos genuinos de la TRADICIÓN, tropieza con mucho material ficticio y espurio sin valor alguno para la sana doctrina y edificación de la iglesia. CONCLUSIÓN FINAL
La humildad preserva la paz y el orden en todas las iglesias y sociedades cristianas; el orgullo la perturba. Cuando Dios da gracia para ser humilde, también da sabiduría, fe y santidad. Ser humilde es tener necesidad de ser salvo y venir al único que la tiene y someterse a nuestro Dios reconciliado en Jesucristo, trae más consuelo al alma que los deleites de la soberbia y la ambición. Pero es a su debido tiempo; no en el tiempo que tú imaginas, sino en el tiempo que Dios ha establecido sabiamente. Él espera, y ¿no esperarás tú? ¡Cuántas dificultades superará la firme creencia en su sabiduría, poder y bondad! Entonces, humillaos bajo su mano. “Echad toda vuestra ansiedad”, preocupaciones personales, angustias familiares, ansiedad por el presente, cuidados por el futuro, por vosotros mismos, por otros, por la iglesia, echadlo todo sobre Dios. Son cargas onerosas, y suelen ser muy pecaminosas cuando tienen sus raíces en la desconfianza y la incredulidad, cuando torturan y distraen la mente, nos anulan para el servicio e impiden que nos sintamos contentos en el servicio de Dios. El remedio es echar nuestra solicitud sobre Dios, y dejar todo suceso a disposición de su gracia y su sabiduría. La creencia firme en que la voluntad y los consejos divinos son correctos calma el espíritu del hombre. En verdad el piadoso suele olvidar esto, y se angustia sin necesidad. Remítelo todo a la buena disposición de Dios. Las minas de oro de todas las consolaciones y bienes espirituales son suyas y del Espíritu mismo. Entonces, ¿no nos dará lo que es bueno para nosotros, si humildemente esperamos en Él, y echamos sobre su sabiduría y amor la carga de proveernos? Todo el plan de Satanás es devorar y destruir almas. Él siempre está maquinando a quien cazar para llevarlo a la ruina eterna. Nuestro deber claro es ser sobrios; esto es, gobernar al hombre exterior y al interior con las reglas de la temperancia. Velad: sospechar del peligro constante de este enemigo espiritual, evitar con atención y diligencia sus designios. Sed firmes, sólidos, por fe. El hombre no puede luchar en un cenagal, donde no hay un punto firme donde apoyar el pie; sólo la fe suministra un apoyo. Eleva el alma al sólido terreno de avanzada de las promesas, y allí se asegura. La consideración de lo que otros sufren es buena para animarnos a soportar nuestra parte en toda aflicción; en cualquier forma o por cualquier medio que Satanás nos ataque, podemos saber que nuestros hermanos han pasado por lo mismo. Santificamos a Dios ante los demás cuando nuestra conducta les invita y estimula a glorificarle y honrarle. ¿Cuál era la base y la razón de la esperanza de ellos? Seamos capaces de defender nuestra religión con mansedumbre en el temor de Dios. No hay lugar para otros temores donde hay este gran temor: no perturba. La conciencia es buena cuando hace bien
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su oficio. En triste condición está la persona en quien el pecado y el sufrimiento se encuentran; el pecado hace que el sufrimiento sea extremado, desconsolador y destructor. Seguramente es mejor sufrir por hacer el bien que por hacer el mal que nuestra natural impaciencia sugiera en ocasiones. El ejemplo de Cristo es un argumento en pro de la paciencia cuando se sufre. En el caso del sufrimiento de nuestro Señor, Él no conoció pecado, pero sufrió en lugar de los que no conocían justicia. La intención y la finalidad bendita de nuestro Señor fue reconciliarnos a Dios y llevarnos a la gloria eterna. Fue llevado a la muerte en su naturaleza humana, pero fue resucitado por el poder del Espíritu Santo. Si Cristo no pudo ser librado de los sufrimientos, ¿por qué piensan los cristianos que ellos sí debieran? Dios toma nota exacta de los medios y las ventajas que tiene la gente de toda época. En cuanto al mundo antiguo, Cristo envió su Espíritu advirtiendo a Noé. Pero aunque la paciencia de Dios espera por mucho tiempo, cesará al final. Los espíritus de los pecadores desobedientes, tan pronto como están fuera de sus cuerpos, son entregados a la prisión del infierno, donde están ahora los que despreciaron la advertencia de Noé, y desde la cual no hay redención. La salvación de Noé en el arca, flotando sobre el agua, que le llevó sobre el diluvio, logró la salvación de todos los creyentes verdaderos. Esa salvación temporal por el arca fue un tipo de la salvación eterna de los creyentes por el bautismo del Espíritu Santo. Los mejores y más firmes argumentos contra el pecado se toman de los sufrimientos de Cristo. Él murió para destruir el pecado; y aunque se sometió jubilosamente a los peores sufrimientos, nunca dio lugar al menor pecado. Las tentaciones no podrían dominar si no fuera por la propia corrupción del hombre; pero los cristianos verdaderos hacen de la voluntad de Dios, no de sus propios deseos ni lujuria, la regla de su vida y de sus acciones. La conversión verdadera hace un cambio maravilloso en el corazón y en la vida. Altera la mente, el juicio, los afectos y la conducta. Cuando el hombre se convierte verdaderamente, le resulta muy triste pensar cómo pasó el tiempo pasado de su vida. Un pecado trae a otro. Aquí se mencionan seis pecados que dependen unos de otros. Deber del cristiano es no sólo guardarse de la maldad crasa, sino también de las cosas que conducen al pecado o que tienen apariencia de mal. El evangelio había sido predicado a los que desde entonces estaban muertos, que por el juicio carnal y orgulloso de los hombres impíos fueron condenados como malhechores, sufriendo algunos hasta la muerte. Pero siendo vivificados para la vida divina por el Espíritu Santo, vivieron para Dios como sus siervos devotos. Los creyentes no deben temer aunque el mundo se burle de ellos y les haga reproches. Lo que se parta de la sana doctrina de las Escrituras es algo que abre la puerta a la división y a las ofensas. Si se abandona la verdad, no durarán mucho la paz y la unidad. Muchos que llaman Maestro, Señor, a Cristo, distan mucho de servirle, porque sirven sus intereses mundanos, sensuales y carnales. Corrompen la cabeza engañando al corazón; pervierten los juicios porque se enredan en los afectos. Tenemos gran necesidad de cuidar nuestros corazones con toda diligencia. La política corriente de los seductores es imponerse sobre los que están ablandados por sus convicciones. El temperamento dócil es bueno cuando está bien guiado, de lo contrario puede ser llevado a descarriarse. Sed tan sabios como para no ser engañados, pero tan sencillos como para no engañar. La bendición de Dios que espera el apóstol es la victoria sobre Satanás. Esto incluye todos los designios y estratagemas de Satanás contra las almas, para contaminarlas, perturbarlas y destruirlas; todos sus intentos son para obstaculizarnos la paz del cielo aquí, y la posesión del cielo en el más allá. Cuando parezca que Satanás prevalece, y que estamos listos para darlo todo por perdido, entonces intervendrá el Dios de paz por nosotros. Por tanto, resistid con fe y paciencia un poco más. Si la gracia de Cristo está con nosotros, ¿quién puede vencernos? Lo que confirma las almas es la clara predicación de Jesucristo. Nuestra redención y salvación hecha por el Señor Jesucristo, incuestionablemente es el gran misterio de la piedad. Sin embargo, bendito sea Dios, que tanto de este misterio sea claro como para
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llevarnos al cielo, si no rechazamos voluntariamente una salvación tan grande. La vida y la inmortalidad son sacadas a la luz por el evangelio, y el Sol de Justicia se levanta sobre el mundo. Las Escrituras de los profetas, lo que dejaron por escrito, no sólo es claro en sí, sino que por ellas se da a conocer este misterio a todas las naciones. Cristo es salvación para todas las naciones. El evangelio es revelado, no para conversarlo ni para debatirlo, sino para someterse a él. La obediencia de fe es la obediencia dada a la palabra de la fe, y que viene por la gracia de la fe. Toda la gloria que el hombre caído dé a Dios, para ser aceptado por Él, debe ser por medio del Señor Jesús, porque en Él solo pueden ser agradables para Dios nuestras personas y nuestras obras. Debemos mencionar esta justicia, como suya solamente, de Aquel que es el Mediador de todas nuestras oraciones, porque Él es y será, por la eternidad, el Mediador de todas nuestras alabanzas. Recordando que somos llamados a la obediencia de fe, y que todo grado de sabiduría es del único sabio Dios, debemos rendir a Él, por palabra y obra, la gloria por medio de Jesucristo; para que, así esté la gracia de nuestro Señor Jesucristo con nosotros para siempre. El Señor Dios Los Bendiga Y Espero Que Los Sostenga Hasta El Fin Sin Caída Para Estar Con Él En La Eternidad Amén.