Alessandra Torre - Love in Lingerie

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Créditos Moderadora: Mona Traductoras 3

Gigi Maria_clio88 Kath Cjuli2516zc Mimi

Correctoras Desiree Kath Pochita CamilaPosada Maria_clio88 Nanis

Revisión final: Nanis Diseño: Cecilia

Índice

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Sinopsis Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Capítulo 11 Capítulo 12

Capítulo 13 Capítulo 14 Capítulo 15 Capítulo 16 Capítulo 17 Capítulo 18 Capítulo 19 Capítulo 20 Capítulo 21 Capítulo 22 Epílogo Biografía del autor

Sinopsis La contraté para arreglar mi empresa, para traer a Lencería Marks de vuelta a la vida. No esperaba que se convirtiera en mi amiga. No esperaba enamorarme de ella. La primera regla del negocio es nunca tocar a tus empleadas. Creo que hay otra regla para no enamorarse de tu mejor amiga, una regla en contra de imaginar las curvas de su cuerpo, o la forma en que su respiración cambiaría si yo bajara sus bragas y desabrochara mi pantalón. Ahora, no puedo esperar más. Estoy tirando las reglas. A la mierda la compañía. A la mierda nuestra amistad. A la mierda mis miedos.

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1 Ella Algunos hombres apestan a problemas. Trey Marks es uno de esos hombres. Sus dedos no han parado de moverse desde que me senté. Ahora están girando sobre el dial de su reloj, una pieza cara que sale del borde de su traje a la medida. Puedo oír el clic del dial cuando lo desliza suavemente hacia adelante, solo un grado a la vez, a intervalos lo suficientemente distanciados para volverme loca. ¿Siquiera me está escuchando? Apenas me estoy escuchando a mí misma, mis oídos se levantaron y sintonizaron al siguiente clic del reloj. Clic.

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—Si nos fijamos en la última página, puede ver algunas de mis ideas para su línea Isabella... —Clic—. Tengo contactos que podrían reducir sus costos, especialmente en el... —Clic—. Estoy buscando una posición que me permita tener una mayor capacidad de tomar decisiones y... —Clic. Aprieto mis manos alrededor de la carpeta de cuero, luchando contra el impulso de acercarme y arrebatarle el reloj de las manos. Él termina con la distracción, la mano ofensiva se mueve para frotarse sus labios. Miro hacia otro lado. No sólo apesta a problemas. El maldito hombre está sumergido en la tentación, el centro de todo irradia de esos ojos. Entré en esta oficina, y esos ojos me desnudaron. Me senté frente a él y prácticamente se frotó las manos con júbilo. —Se ve aprensiva, señorita Martin. —Su mano cae de su boca y me obligo a mirarlo a los ojos. —Lo siento. Nervios por la entrevista. —Sonrío y él me estudia. —¿Es eso? —No me cree. Un punto para Marks, aunque no estoy totalmente sorprendida por su capacidad de leer a las mujeres. Su negocio es la seducción, el diseño de prendas de lencería que atraigan a las mujeres a comprar, y a los hombres a quitárselas. Según los rumores en la industria, nunca ha estado casado, tiene sexo como un animal, y una boca como mi masajeador de ducha. No importa. Él necesita un director creativo, y yo necesito un nuevo trabajo. Se dice que Marks Lingerie está en problemas, y no necesito un grado en psicología para leer el estrés que enmarca su arrogante mirada. Líneas profundas en su frente, su mandíbula ligeramente apretada, ese maldito movimientos de sus dedos

hacia su reloj. Reconozco las señales. El estrés, en este momento, es mi vida. Podría ser peor. Podría tener un hijo enfermo, o un marido abusivo, algo más válido que el simple hecho de que odio mi trabajo. Lo odio de una manera que me duele el pecho cuando salgo del ascensor cada mañana. Paso mi almuerzo en mi auto, las ventanas tintadas arriba, el motor apagado, escondiéndome de la perra de mi directora creativa, Claudia VanGaur. Ha estado amenazando con retirarse durante la última década. Durante ese tiempo, he sido lo suficientemente estúpida como para creerle. Ahora, soy estúpida por quedarme, estúpida por seguir esperando que entregue las riendas. Estará en Lavern & Lilly hasta su muerte, y torturará a cada empleado hasta su último aliento moribundo. Necesito un cambio; necesito el ascenso que he merecido durante una década. Voy a trabajar en cualquier lugar de moda femenina, pero la ropa interior es mi pasión, y esta es la primera oportunidad como director creativo que ha aparecido en el último año. No sólo lo quiero; lo necesito. —Cuénteme sobre el hombre.

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—¿Disculpe? —Observo cuando sus ojos caen a mis manos, al diamante, y de repente entiendo—. Oh. Craig. Él es... —Mi mente está en blanco. Es muy agradable. Es un químico. Nunca me miró de la forma en que tú lo estás haciendo en este momento—. Hemos estado comprometidos cuatro meses —termino. Es una respuesta segura, una que no menciona el diploma de MIT1 de Craig, o su crianza de clase alta. Por mucho que la industria chismee sobre las habilidades en la cama de Trey Mark, se lamentan aún más de su crianza. Criado en South Central. Hijo de una stripper, a la que asesinaron en los noventa en una redada antidroga. Desertor de la universidad. El rumor es que sedujo a alguna anciana millonaria, esperó que muriera, y luego usó la herencia mal recibida para comenzar Marks. —¿Ha fijado una fecha? Con una sola pregunta, lo expone todo. —No. Aún no. —¿Por qué no? Puedo sentir un ceño fruncido formándose, el movimiento de mis cejas tensándose, y me obligo a sonreír, dejando salir una suave exhalación mientras hablo. —Solo no lo hemos hecho. Los dos estamos muy ocupados ahora mismo. —Trago, y espero haber ocultado la verdad. Porque estoy asustada.

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MIT: Massachusetts Institute of Technology.

Porque estoy cansada. Porque ahora mismo, si estoy tan fácilmente afectada por ti, entonces probablemente no debería casarme, para empezar. Su boca se abre, sus labios ensanchándose, sus dientes perfectos a la vista. Es el comienzo de una sonrisa, y puedo verlo luchar por contenerla, su lengua jugando con la esquina de su boca antes de cerrar los labios. Sus ojos vuelven a caer sobre mi anillo antes de subir de nuevo a mi rostro, sus facciones más serenas, un tinte de diversión todavía en esos ojos oscuros. Quiero preguntarle qué es tan gracioso. En cambio, entrelazo mis dedos y me concentro en encontrar una imperfección en su rostro. Fallo. —Estoy preguntando por su prometido por razones puramente inocentes. Kate, no soy la persona más fácil con la que trabajar. —Se inclina hacia adelante, con los antebrazos apoyados sobre el escritorio, y pasa los dedos de una mano sobre los nudillos de la otra—. Soy temperamental, terrible con las instrucciones, y puedo ser un verdadero idiota. —Un indicio de una sonrisa aparece, luego se pone serio—. Pero, a pesar de lo que podría haber oído sobre mí, hay ciertas líneas que no cruzo, y acostarme con mis empleadas es una de ellas.

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—¿Literal o figuradamente? —No sé de dónde vienen las palabras, pero son bien recibidas, su sonrisa se abre de par en par, una risa ahogada. —Ambas. —Se pone en pie y extiende una mano—. Gracias por venir, señorita Martin. Alguien se pondrá en contacto para más información. Mi estómago se retuerce. Tal vez es mi portafolio. Tal vez lucía demasiado ansiosa. Tal vez, es el anillo en mi dedo. Me obligo a sonreír y deslizo mi palma en la suya, el apretón de manos apenas lo suficientemente fuerte para traerme a la realidad. —Ciertamente. Fue un placer conocerlo. —La mentira sale suavemente de mis labios, pero nuestro apretón de manos dura un segundo demasiado largo. No sé cómo regresaré a Lavern & Lilly, o cómo haré para aguantar más años bajo las ordenes de Claudia, pero sé una cosa: Trey Marks puede decir durante todo el día que no se acuesta con sus empleadas, pero te apuesto su reloj que me habría extendido de par en par sobre su escritorio si yo se lo hubiera pedido. Empujo la puerta exterior y entro al calor de Los Ángeles, inhalando el ligero aroma a madreselva. En cuatro horas, cenaré con Craig, una comida en la que diseccionará cada momento de mi entrevista y logrará acumular más estrés en mi búsqueda de empleo. Dejo los comentarios inapropiados de Trey Marks en el estacionamiento, y subo a mi auto, mi mente ya catalogando los detalles que compartiré con Craig.

Me toma veinte minutos de conducción con las ventanas bajas, la música sonando a todo volumen, mi volante vibrando bajo mis palmas, para olvidar la atracción de su sonrisa. Bebé Jesús en el pesebre. El hombre debería ser ilegal.

Él

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Mi escritorio fue un regalo de mi padre, un hombre que siempre gastó más de lo que ganaba, mi infancia una mezcla de juguetes brillantes y avisos de desalojo. Me dio este escritorio un mes antes de morir, la pieza sacada de una subasta en un Rancho en Santa Fe, un mueble centenario tallado a mano, los bordes llenos de escenas de batalla en miniatura, la parte superior cubierta de cuero. Guardé la tarjeta que dejó en la superficie, una sola tarjeta, su garabato apenas legible a través de su superficie revestida. Siempre lucha, decía. Un sentimiento interesante para un hombre que condujo su Porsche nuevo hasta un acantilado en Malibú. Los oficiales que respondieron culparon a la niebla y la espesa lluvia. Yo culpé a los acreedores agresivos, la muerte de mamá, y al frasco que le gustaba guardar en su bolsillo delantero. Deslice la carpeta de currículos ante mí, el simple acto de abrir la carpeta es de por sí agotador. La creación de personal será mi muerte. Tan importante para una empresa, por lo que es agotador cuando se hace en un día. Pero esta posición, de todas ellas, es la más importante. No puedo dejarle elegir mi director creativo a una agencia o a recursos humanos. Este empleado trabajará mano a mano conmigo. Esta elección podría salvar a Marks Lingerie o llevarnos a la muerte. Reviso los currículos y me detengo en el de Kate Martin, dejando escapar un suspiro mientras examino la página. Bachillerato en Parsons. UCLA para su maestría. Sólo un trabajo en la sección de experiencia laboral, sus últimos once años en Lavern & Lilly. Hago una mueca. Lavern & Lilly es de moda femenina conservadora, su competidor más cercano White House Black Market. ¿Ella sabrá algo sobre seducción? ¿Sobre sex appeal? Su atuendo conservador no había ayudado exactamente a su causa. Acomodándome en mi silla, cierro los ojos y la imagino. Aquellos labios rosa pálido, un leve tinte de brillo, presionados constantemente. Había estado nerviosa, sus dedos pasando por la parte superior de su currículo, sus manos abrochando y desabrochando el portafolio, su mirada en todas partes excepto en mi rostro. No soy un extraño a mujeres nerviosas; he pasado toda una vida usando mi aspecto a mi favor, mi sonrisa y palabras llenando cualquier vacío que mi atractivo no pudiera

llenar. Si hubiera querido, podría haber tenido a Kate Martin. Si quisiera, aún podría. A la mierda el anillo y el prometido. Ninguna mujer que quiera casarse espera para fijar una fecha. “¿Literal o figuradamente?" Algo había brillado en sus ojos cuando había hecho la pregunta. El borde de su boca se había levantado, un hoyuelo apenas apareciendo. En esas tres palabras, había mostrado lo que se ocultaba bajo esa rígida postura y mirada nerviosa. En esas tres palabras, ella había mostrado agallas. Saco su currículum y cierro la carpeta, apartando los pensamientos inapropiados que me han plagado desde nuestra reunión. Mi empresa está en problemas. Estoy endeudado de tal forma que me hace sudar; nuestros activos disminuyendo, las ventas cayendo, la moral en lo más bajo. No importa si Kate Martin está follable, dispuesta o comprometida. No necesito otra amiga para follar. Lo que necesito, más importante aún, lo que mi empresa necesita, es un salvador. ¿Podría ser ella?

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2 Ella —¿Conseguiste el trabajo? ¡Oh, cariño, eso es estupendo! —La voz de mi madre sale desde mi teléfono, y puedo imaginar sus piernas moviéndose, una pierna cubierta con lycra color rosa delante de la otra, su mano libre balanceándose, mientras se mueve por la calle—. ¡Estoy tan orgullosa de ti! ¿Te gusta tu nuevo jefe? —No estoy segura todavía. —Abro la nevera y miro el contenido.

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—Estoy segura que lo harás, simplemente puedo sentirlo. —Inhala—. Además, mañana es luna nueva, eso te ayudará. —Se escucha el sonido de un claxon, y el sonido apagado de su maldición. La pongo en altavoz y dejo el teléfono en el mesón. Cuando vuelve, su voz es brillante y alegre—. ¡Así que! Supongo que le diste a L&L tu aviso de dos semanas. —Lo intenté. Ellos tuvieron a los de seguridad escoltándome afuera. —¿Qué? —Casi puedo oír el chirrido de sus zapatos de tenis contra el pavimento. —Es normal, mamá. No me quieren estropeando nada al salir. —Bueno, eso es ridículo. Lo siento mucho, Kate. —Resopla en el teléfono. Encuentro una caja de pimentones verdes rellenos en el congelador y los saco. —De todos modos, puedes contarle a Jess esta noche. No es un secreto. —¿Estás segura que no puedes venir? Tengo mucha comida. ¡Y puedes traer a Craig! Será divertido. —Su voz se hace aguda, como si protestara por sus palabras, y evito sonreír. Hay muchas definiciones de diversión, pero Craig y yo, alrededor de mi hermana y sus cinco hijos, nunca es divertido, al menos no para él. Es entretenido para Jess y para mí, especialmente si mamá ha sacado el vino, pero es terriblemente doloroso para él. Y esta noche, tanto como me gustaría verlos a todos, necesito un poco de espacio, una noche tranquila para celebrar mi tiempo en Lavern & Lilly, y mi nuevo comienzo en Marks Lingerie. —En otra ocasión. Dales a todos un abrazo por mí.

Promete hacerlo, y enciendo el horno mientras cuelga. Llamo a Craig, le dejo un mensaje de voz con las buenas noticias, y luego salgo al garaje, abriendo el maletero del auto y sacando la primera caja de cartón, llevándola al apartamento antes de volver por la segunda, y luego la tercera. Once años en L&L y todo cabe en tres cajas. Abro la primera y saco el contenido. Con la segunda caja, tomo el vino y pongo los pimentones en el horno. Antes de abrir la tercera caja, llena de nostalgia, ceno. Encuentro una foto enmarcada justo antes de mi graduación en Parsons, con mis viejas mejores amigas. Nosotras cuatro, todas con las tarjetas de crédito al límite y grandes sueños, Martinis decorados con azúcar en un club oscuro en algún lugar de Manhattan. No he visto la foto en años, y no he hablado con ellas en casi ese tiempo. Meredith está en Seattle ahora, Jen en Miami, y Julie y yo nos peleamos hace cuatro años y no hemos hablado desde entonces. Limpio el polvo del marco y lo regreso a la caja, no interesada en verla todos los días y en sentir la punzada de arrepentimiento. Quizá debería llamar a Julie. Tomo un largo trago de vino y descarto la idea. A decir verdad, en realidad no la he echado de menos.

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Examino detenidamente un montón de tarjetas de visita, arrojando algunas a la basura de la cocina. Tal vez Craig y yo podamos encontrar nuevos amigos. Él tiene un grupo al que quiere unirse, Mensa, y trajo a casa la semana pasada los test de membresía, su solicitud ya completada, trascrita en el formulario con ordenada precisión. Aparentemente hay eventos semanales, fiestas en las que se prueba la inteligencia y son arreglados cuidadosamente para sociabilizar. Todavía no he tomado mi prueba de membresía. Es un examen de IQ, que ignora habilidades de moda o conocimiento en reality shows. Craig me ha presionado para que lo tome, enviándome recordatorios por correo electrónico, pruebas de repuesto en cada ocasión. Casi la tomé ayer, pero estoy indecisa en hacer o no trampa. Mi conciencia dice que no. Mi sentido común dice que es una estúpida prueba de Mensa y la moral no está realmente en juego, pero está el respeto por mi prometido. En el perfil de eHarmony del hombre, él tenía "inteligencia" como su cualidad más importante, por encima de higiene y personalidad. Antes de nuestra primera cita, había pedido mis resultados del GMAT2. Puedo haber subido mis porcentajes un poco por mi orgullo competitivo. Mi teléfono vibra, y mi espalda se pone rígida por costumbre, mi mente preparándose para la voz de Claudia, antes de recordar mi renuncia. Tomo un largo sorbo de merlot y me obligo a relajarme antes de tomar mi celular. Es un mensaje de Craig. 2

GMAT: Graduate Management Admissions Test, prueba de admission de egresados.

Acabo de recibir tu mensaje de voz. ¡Felicitaciones! ¿Quieres que vayamos a celebrar? Considero la oferta, mis ojos moviéndose sobre las cajas de cartón, el vómito de mi pasado en los mesones de la cocina. Por supuesto. Ven alrededor de las diez. Podemos celebrar desnudos. Envío el mensaje y sonrío, imaginando el rostro de Craig cuando lo lea, sus cejas levantadas, el ensanchamiento de sus ojos. Lo atrapará con la guardia baja, nuestros textos nunca son picantes, todos apropiados, si alguien toma cualquiera de nuestros teléfonos. Pero esta noche, me siento osada. Tal vez sea el quitarme las esposas de Claudia VanGaur. Quizás son los tres vasos de vino que he tomado. O tal vez sea la sensación fantasmal de los ojos de Trey Marks, la forma en que, completamente vestida ante él, me había sentido desnuda.

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Las rodillas de Craig chocan contra el interior de mis muslos. Sus manos al lado de mis hombros. Él inclina su cabeza y levanta mi barbilla. Nos besamos, nuestros dientes chocando, y él ralentiza sus empujes para hacer un mejor trabajo. —Te amo —susurra. —También te amo. —Levanto y envuelvo mis piernas alrededor de su cintura, mis manos hundiéndose en la carne de sus nalgas, y cuando lo empujo duro contra mí, él responde. Hay un momento de respiraciones pesadas y pequeños gruñidos, y cierro los ojos, disfrutando del movimiento, la flexión de su miembro dentro de mí, el sonido de nuestros cuerpos juntos. Puedo sentir cuando está cerca, la aceleración de sus golpes, el endurecimiento de sus músculos, y gime, empujando más profundo, su cuerpo se endurece mientras da un empuje final. Cierro los ojos, y el rostro de Trey Marks aparece por un momento en la oscuridad.

En L&L, todos los empleados de Los Ángeles trabajaban en un gran loft, nuestros escritorios dispuestos en grupos para fomentar el trabajo en equipo y la interacción. La única cosa que fomentó fue la paranoia, la

sensación que estábamos siendo vigilados constantemente, sin conversaciones privadas, las horas pico una competencia de gritos de todo el mundo tratando de ser escuchado. Algunas noches estaba ronca por la constante necesidad de levantar la voz sólo para tener una conversación sencilla. En Marks Lingerie, me dan una oficina privada, una con paredes de cristal y una vista del paisaje de la ciudad. Corro mis dedos sobre mi placa de identificación, el título de director creativo envía un pequeño hilo de placer a través de mí. —¿Tiene todo lo que necesita? —Me vuelvo para ver a Trey, su mano agarrando el borde del marco de la puerta. La corbata que lleva está cuidadosamente anudada, sin su chaqueta, con su cabello corto al estilo desordenado de playboys en todas partes. Su piel bronceada contrasta con la camisa azul abotonada, sus ojos resaltando ante el color. —Estoy bien. —Sonrío, quitándome el bolso de mi hombro y poniéndolo en el escritorio—. Gran vista. —Necesitamos que te quedes. —Sonríe, y veo estrés detrás de las palabras.

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—Sí, señor. —Asiente. Puedo soportar la presión. Comparado con L&L, esto es Disneylandia. En lugar de ocho secciones de ropa, tenemos una. En lugar de informarle a Claudia, lo tengo a él. Lencería que puedo manejar. Visiones que puedo crear. Un equipo que puedo inspirar. Un jefe, que puedo complacer. Le sonrío y puedo ver la preocupación en sus ojos.

Es increíble lo productiva que soy cuando Claudia no está en la ecuación. En un día típico en L&L, pasaba cinco o seis horas con ella. En mi primer día en Marks, hubo un tramo de tres horas donde cerré la puerta de mi oficina y nadie me molestó. ¡Silencio total! ¡Por tres horas! Pude revisar cuatro años de catálogos y líneas de productos antes del almuerzo. Desempaqué mi termo y comí en mi escritorio, metiéndome en los archivos de los diseñadores, una tarea que consumió el resto del día. Salí a las seis y estuve dormida a las nueve. En mi segundo día, llevé a cabo una encuesta de empleados, así como también entrevisté a todo el personal de diseño, uno por uno, un proceso que me tomó casi siete horas. El consenso general, aunque no utilizaron estos términos exactos: Trey es asombroso y este trabajo funciona de

maravilla. Tal vez sea la última década que he pasado en el infierno de cárdigan, pero mi labio se curvó un poco ante la idea de una compañía ahogándose, y sus empleados disfrutando del paseo. Ya es tiempo de mover este barco. Trey pasa, su chaqueta puesta, las llaves en la mano, y ya odio esta pared de vidrio que separa mi oficina del vestíbulo. Cada vista de su traje me recuerda a un mostrador de la tienda de donuts, un millón de calorías, alineadas para tentarte. Un millón de errores, todos iluminados y a un toque de distancia. Justo antes de entrar a su oficina, él gira su cabeza, nuestros ojos se encuentran, y es como morder un pastelito relleno de chocolate oscuro. Ese único contacto visual, es adictivo, la promesa de más, con el conocimiento que debes dejarlo y marcharte. Nunca he sido buena con los dulces. Si doy una probadita, un mordisco, comeré una caja entera. Voy a arruinar mi estómago y destruir mi dieta, tirar semanas de arduo trabajo. Dejaré todo por un largo momento de golosa satisfacción. Miro hacia otro lado, y es un esfuerzo tortuoso.

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Es su cuarto pase esta mañana, su oficina a dos puertas de la mía. Esto no va a funcionar. No con un hombre como él, demasiado alto como para no verlo, esa chaqueta de traje estirada suavemente sobre hombros musculosos, sus pantalones de vestir deslizándose elegantemente sobre lo que parece ser un trasero perfecto. Dios, escúchame. ¿Su trasero? Nunca he notado el trasero de un hombre antes. Me levanto de mi escritorio antes de perder completamente el sentido. Tengo cuatro meses antes de presentarle mi visión para el próximo año. Cuatro meses para separar cada línea de moda que hace Marks Lingerie y modificarlo por mi cuenta. ¿El primer paso hacia ese objetivo? Elimina las distracciones. Me levanto y camino hasta la esquina de la oficina, luego regreso y examino mi escritorio.

Él Ella ha transformado su puesto de trabajo. No es lo primero que noto cuando paso. Lo primero es su culo. Está de pie al lado del escritorio, el teléfono en su oreja, y se inclina hacia adelante, sus dedos moviéndose en el mousepad3, la posición favorece su cuerpo perfectamente. Me detengo,

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Mousepad: almohadilla para el mouse.

en mi camino a la recepción, un calendario de envíos en la mano, y no puedo dejar de mirar. Piernas largas que se extienden desde tacones modestos. Una falda que comienza en la rodilla y se moldea a ella firmemente. Sus pies están ligeramente extendidos, y si voy detrás de ella ahora mismo, no tendría que cambiar nada en su posición. Mis manos agarrando sus caderas. Esa falda desabrochada y cubriendo sus tobillos. Las bragas hacia un lado, pene alineado, su rostro mirando hacia atrás, sus ojos en los míos. Me obligo a dar un paso adelante, a poner un zapato delante del otro, la página arrugándose en mi agarre.

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—Explícame qué diablos has hecho. —Trato de controlar mi voz, trato de contener la ira que me está atravesando. La presión está jodiendo con mi cabeza, está deshilachando mi psique. Hace tres años, nunca habría perdido la calma por esto. Hace tres años, habría despedido cortésmente a la mujer y luego salido de la oficina, el día es todavía lo suficientemente brillante como para irme de viaje a Malibú. Hace tres años, no tenía al IRS4 y a todos los bancos de la ciudad sobre mi culo. Ella levanta la vista de su computadora y asiente hacia su puerta, sin una onza de preocupación en ese bonito rostro. —Por favor, cierre la puerta. Mis manos se aprietan en el espaldar de la silla de cuero, una de las dos que están ubicadas frente a su escritorio. Me estiro y extiendo una mano, las oficinas pequeñas haciendo fácil el agarrar la puerta y cerrarla. Clic. Los sonidos de la oficina desaparecen. Me vuelvo para mirarla, y ella se echa hacia atrás, con los brazos cruzados sobre su pecho. —Necesito más aclaración. He hecho muchas cosas. —Puedo ver eso. —Si ella fuera un hombre, la tendría por su garganta, empujada contra la pared, tan cerca que nuestros cuerpos se tocarían. Quizás es mejor que no lo sea. Probablemente perdería el foco. Rueda sus ojos como si no tuviera su trabajo en mis manos. Como si fuera la dueña de esta compañía, y la estoy molestando con mis preguntas. —No tengo tiempo para jugar, Trey. ¿Qué hice para molestarlo? IRS: Internal Revenue Service, Departamento de Tesorería de los Estados Unidos de América. 4

Debería despedirla. Ahora mismo. Despedirla y pasar el resto del día recuperando mi empresa de nuevo. Mis manos encuentran el respaldo de la silla de nuevo, y envuelvo las palmas alrededor de él, apretando fuerte. —Has despedido a siete personas. —Siete. Un tercio del equipo de diseño. —La descripción del cargo indica que puedo ajustar el personal. —Eso no es un ajuste, eso es una locura. —Quité quinientos mil dólares del presupuesto. Y hablé con el equipo de diseño sobre eso. —¿Qué equipo? —Pienso en las siete personas en su lista de despedidos. Siete vidas que acaba de arruinar. ¿Encontrarían nuevos puestos de trabajo? ¿Estarían ellos...? —Todos ellos. —¿Veintidós empleados? —Improbable. —Diez minutos por reunión, no toma tanto tiempo. Llegué temprano ayer y terminé con eso. Además, usé los resultados de la encuesta.

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Oh sí. La encuesta. Eso ciertamente había puesto al departamento en un estado de pánico. —No fue una encuesta, fue una cacería de brujas. —La encuesta contenía sólo tres preguntas. Había sido enviada por su equipo a las dos de la madrugada, y un cronómetro había corrido en la parte superior de la ventana, dando a los participantes sólo treinta segundos para completar la encuesta. La primera pregunta había planteado, en una escala del uno a diez, cuán sobre cargado de trabajo se sentían. En la segunda, cuáles tres empleos eran prescindibles en la empresa. La tercera, tres personas que fueran prescindibles. —Cacería de brujas o no, los resultados fueron bastante claros. — Desliza un papel hacia adelante, uno cubierto en gráficos de barras y estadísticas. —Has despedido a Ginger. Ella es prácticamente nuestra mascota. — Ginger, la mujer de setenta años que preparaba café cada mañana y conseguía el almuerzo de todos. Su título oficial era algo sobre control de calidad. —Sé realista. —Se levanta, su mirada de acero nada como la entrevistada educada que se había estremecido ante mí—. No puedes tener mascotas y gente trabajando aquí sólo porque son muy queridos. No puedes tener un cien por ciento de tus empleados poniendo a uno y dos sobre su nivel de estrés. —Apunta un dedo hacia la página—. Estás manejando un negocio, uno que, si no arreglamos, vas a terminar despidiendo a cada uno de ellos. Necesito que confíes en mí, y en un año,

estaremos dando puestos de trabajo a una docena de personas nuevas. En un año seremos rentables. En un año, si quieres a Ginger de vuelta, puedes tenerla. Nunca he querido besar a una mujer tanto en mi vida. Enterrar mis manos en su cabello y dominar esa boca. Mis manos se contraen en el respaldo de cuero de la silla. Me detengo de seguir adelante y empujarla sobre ese escritorio de cristal. No me gustan las mujeres fuertes. No me gusta que me griten. No me gusta estar equivocado. Ella tiene los datos. Ha hecho la tarea. Lo sé, lo he sabido, que tenemos un poco de exceso de personal. He sabido por seis meses que debo despedir a una o dos personas. Siete personas es una ridiculez. Pero medio millón de dólares es muy necesario. —No te contraté para dirigir mi negocio. Te contraté por tu visión y aportación creativa. Te contraté para crear productos que vendan. Tienes que consultarme en estas decisiones, incluso si involucra a tu equipo. — Ella no entiende que esta es mi familia, salarios que he pagado por nueve años, vidas que dependen de mí.

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—Estaba escribiendo un memorándum cuando entraste. Lo tendrás dentro de una hora. Explicará todo el razonamiento detrás de las decisiones. —La próxima vez, envíame el documento antes de despedir a alguien. Inclina la cabeza, como si estuviera considerando la orden. Miro sus dientes superiores morder suavemente su labio inferior, y todo en lo que puedo pensar es mi pene deslizándose en esa boca. —Necesito capacidad de tomar decisiones. Está en mi descripción del carg... —Descripción del cargo —la interrumpo—. Lo sé. —Está obsesionada con eso. Puedo ver, extendidos en la parte superior de cristal de su escritorio, una docena de ellos, cubriendo los diferentes roles de la compañía. Probablemente es la única que los ha leído alguna vez, ni hablar de tomarlo como evangelio. Necesito revisar la suya. Tengo el presentimiento que esto estará acechando esta relación. Aparto los dedos de la silla, y puedo ver las hendiduras que he dejado, las mordeduras en el cuero, que ya empieza a desvanecerse. Doy un paso atrás y noto sus tacones, alineados cuidadosamente encima del buffet, sus pies descalzos contra el suelo de madera, la punta de cada dedo del pie pintado de un rosa claro. Tiene tobillos diminutos, y tengo una visión breve de mi mano envuelta alrededor de uno, sus pies contra mis hombros, mi palma corriendo por la longitud de sus piernas. Ella levanta las cejas e intento encontrar una corriente coherente de pensamiento.

—Estaré esperando ese memo. —Me detengo, una mano en el picaporte de la puerta, y siento que estoy huyendo. Necesito decir algo más, algo que me coloque de nuevo en el asiento del conductor y reafirme mi autoridad. Hay un largo latido donde sus ojos quedan fijos en los míos, un desafío destellando, nublando la excitación. Mi pene está confundido, y también mi cabeza. Abro la puerta y escapo al vestíbulo, a mi dominio. Si esta mujer fuera lencería, sería de cuero negro, con clavos a lo largo de las costuras y suficiente de un ambiente dominatriz para hacer detener a un hombre. Si esta mujer fuera lencería, se la quitaría y luego le mostraría apropiadamente quién está a cargo.

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3 Ella Dos meses más tarde —No entiendo cómo no lo conseguiste. Dejo salir una respiración controlada, colocándome el cinturón de seguridad sobre mi pecho y abrochándolo. —Lo siento. Simplemente no pude resolverlo.

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Maldito Mensa y sus “¡rompecabezas encantadoramente divertidos!”, rompecabezas que he fallado. Tuvimos cuatro retos en la fiesta de hoy, y fallé tres. Craig estaba, aún está, consternado por mis resultados. El evento de la semana que viene es “¡un desafío divertido en equipo!”, lo que estoy asumiendo que significará que los puntajes de Craig y míos van a ser combinados. Eso posiblemente parece ser la verdadera raíz de su pánico. Le echo un vistazo, observándolo mientras gira los limpiaparabrisas y revisa los tres espejos antes poner la reversa. Su rostro es azul pálido por el letrero del restaurante, el neón fluorescente resalta su cabello grueso oscuro perfectamente peinado, a pesar del estrés de la noche. Considero decirle la verdad, y con la misma rapidez la descarto. La verdad es, que hice trampa en la prueba de admisión de Mensa. Encontré una hoja de respuestas en línea y escribí las suficientes respuestas correctas para entrar, sin crear alguna sospecha sobre una puntuación perfecta. Conseguí mi tarjeta laminada, deslicé mi mano en la de Craig y entré en ese maldito evento. No pensé que sería tan difícil. No me di cuenta que todo el mundo iría tan malditamente en serio acerca de la cosa. Cada desafío había sido programado, las respuestas correctas escritas en un pizarrón grande en orden de tiempo. En el aire, el espíritu competitivo casi crepitaba con intensidad. Al final de la noche, Craig había terminado en segundo lugar. Los perdedores habían estado en su propio tablero, un tablero que yo dominaba de manera deprimente y consistente. El único nombre más bajo que el mío había sido Chad, un tipo delgado con jeans ajustados y un piercing en la lengua. Chad había sido traído por sus padres, y era un estudiante de segundo año de secundaria, un hecho que Craig había señalado tres veces. —Tal vez tengas ansiedad de desempeño. —Craig hace rodar las sílabas de cada palabra en su lengua como si probara sus sabores—. Los

atletas sufren de eso todo el tiempo. Tal vez causó que tu cerebro se bloqueara. —Tal vez. —Me agacho hacia mi bolso, y saco un paquete de chicle—. ¿Quieres un chicle? —Apuesto que hay ejercicios que podemos hacer en línea. Podríamos hacerlos con cronometro, para tratar de recrear el ambiente. O tal vez comida, ya sabes, el triptófano alivia la ansiedad. —¿Triptófano? —Saco un bastón de Big Red y se lo tiendo, su cabeza sacudiéndose ligeramente, sus manos apretadas en las posiciones de diez y dos—. ¿Como el pavo? —Es un precursor de un neurotransmisor llamado serotonina, que ayuda a sentirse tranquilo. —Sé lo que es la serotonina —digo rotundamente, sin embargo, honestamente, no lo sé. Quiero decir, sé qué es. Aunque pensé que tenía algo que ver con el sol y la piel. O tal vez eso es melatonina. O la melanina. Algo como eso.

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—No es sólo en el pavo —continúa, la camioneta deteniéndose completamente en una señal de alto. No hay autos a la vista, ni un solo movimiento más que una hoja cayendo, sin embargo, mira a la izquierda, luego a la derecha, y comprueba el retrovisor—. También está en el pollo y las bananas. Queso, avena, mantequilla de maní... —Sigue enumerando alimentos y descanso mi cabeza en el reposacabezas, silenciándolo. Está loco si piensa que voy a preparar comida para la próxima reunión. Ni siquiera estoy segura que vaya a ir a la próxima reunión. Ni siquiera estoy en casa de éste, y ya lo estoy temiendo. —Tengo que despertar temprano mañana —interrumpo su lista continua de alimentos de triptófano, una lista que se está haciendo ridículamente larga, y no sé qué es más alarmante: cuántos alimentos contienen triptófano, o de cuántos alimentos Craig es consciente. Hay momentos en que es conveniente salir con un hombre brillante. Hay otras, momento presente incluido, cuando es realmente muy irritante. Sería una cosa si él fuera discretamente inteligente, el tipo de genio tranquilo y sin pretensiones que guarda para sí todo su conocimiento mundano. Pero Craig es más del tipo " que todo el mundo sepa cuánto sé". No se callará. Y esta noche, no puedo aguantar más. —Oh. Entonces… no voy a entrar. —Estaciona la camioneta y enciende las luces intermitentes, un hábito que solía encontrar entrañable, pero esta noche es absolutamente enloquecedor en exceso. Las posibilidades que alguien doble a toda velocidad y golpee su vehículo en el momento que me esté acompañando a la puerta… son mínimos, en el

mejor de los casos. Espera un latido antes de abrir la puerta, su cabeza inclinada hacia mí, esperando la confirmación a su sugerencia. —Eso probablemente sería lo mejor. —Regreso el paquete de goma de nuevo a mi bolso, esperando a que camine alrededor de la parte delantera del auto, su paso iluminado por las luces intermitentes anaranjadas. Abre mi puerta y salgo. —Mañana, podemos hacer una lluvia de ideas sobre la próxima semana —dice, ayudándome a ir por el camino oscuro hacia el edificio. —Claro. —De acuerdo, voy a hacer una lluvia. Pasaré cada segundo del tiempo libre de mañana inventando una excusa para mi ausencia. ¿Tal vez una reunión de última hora? ¿O un resfrío altamente contagioso? Nos detenemos frente a la puerta. —Buenas noches, Kate. —Su beso es suave, una suave presión que habla de perdón. Te perdono por tu terrible rendimiento esta noche. Te perdono por tu ansiedad de desempeño y por avergonzarme. La semana que viene, lo haremos mejor. Lo sé. Escucho las palabras con tanta claridad como si las estuviera diciendo.

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—Buenas noches. No es su culpa que hiciera trampa. Desbloqueo la puerta y me pregunto cuánto de mi irritación se debe a mí misma, y la situación imposible en la que me he metido. Una vez dentro, reconsidero invitarlo a pasar. ¿Será capaz de superar mi desempeño? ¿Seremos capaces de discutir cualquier otra cosa que no sea esa maldita pizarra y su posición de segundo lugar en ella? Me muevo por el pasillo hacia mi apartamento, dirigiéndome a la ducha tan pronto como entro.

Él Mi vida sexual me ha puesto ocasionalmente en situaciones incómodas. Eso es lo que sucede cuando tus manías están fuera de la caja. Te pone en lugares únicos, con personas únicas. Esta es la primera vez que me pone delante de una pistola. El arreglo había sido sencillo, lo que normalmente funciona mejor en estas situaciones. Dejar una llave en la recepción. Ir a la habitación. A las 10 p.m. entrar a la ducha, tomando mi tiempo. Cuando termine, y salga a la habitación del hotel, ella estará esperando en la cama. Qué empiece la diversión.

Ella está esperando, sí señor. Apoyo mis manos en mis caderas desnudas y miro más allá de la 9mm, y hacia la mujer que la sostiene. No se parece en nada a las fotos del perfil, su cabello oscuro en lugar de claro, sus pechos grandes en vez de pequeños, sus ojos calculadores en lugar de dulces. Sonríe, y un diente de plata resplandece en su sonrisa. Espero que no esté planeando violarme. Tengo una amplia gama de mujeres que encuentro atractivas, pero loca de mierda no está en ese menú. Un hombre viene detrás de ella y pasa frente a mí, y entra al baño. Escucho el roce de ropa, y entonces sale, sacudiendo las llaves de mi auto. —Ganamos a lo grande con este —dice él—, Tesla.

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Es un idiota si piensa que robar mi auto es un movimiento inteligente. La cosa está equipada con suficiente software de rastreo y cámaras para encontrar el cuerpo de Jimmy Hoffa. Abro mi boca para hacerles saber, luego la cierro. Deja que los atrapen. Tendrán que parar y cargar la maldita cosa pronto, la batería ya está baja. Tiene mi billetera y mi reloj en la mano, y me estremezco ante la visión del Glashutte original en sus manos. El reloj era de mi padre, la inscripción grabada en mí, su ronco tono tan claro como el día en mi mente cada vez que lo leo. Tú eres el capitán de tu alma. La pérdida de eso dolerá más que el auto. —Buen reloj. —Me sonríe y tiene suerte que valore mi vida. Quita el arma de esta ecuación, y lo tendría en el suelo, mi puño en esa sonrisa, luego mis codos. Piensa que soy un imbécil rico que creció por encima de la ley. No conoce los barrios por los que vagaba cuando era solo un niño, el tipo de calles en las que luchabas por respeto y robabas todo lo demás. Tal vez me he suavizado. Debería haber dejado el reloj en casa. Podría haberme metido una veintena en el bolsillo y haber dejado las llaves en el auto, bloqueándolo con mi teléfono en lugar del llavero remoto. En cambio, confié en la dirección, el logo del Ritz Carlton y un perfil en línea limpio y brillante. Ahora soy literalmente dejado con mi pene fuera, viendo al hombre meter mi ropa en una bolsa de lona, mi chaqueta de mil dólares arrojada con poca consideración, de último. Miro mi teléfono desaparecer en el bolsillo de sus jeans. —¿Te importaría dejar mi ropa? —Le sonrío a la mujer—. Sería genial para salir de aquí. La sonrisa, que no me ha fallado todavía, me gana una mirada hacia abajo, su mirada flotando sobre mi pene. —Adelante, guapo. No hay nada de qué avergonzarse allí. —Mastica su chicle y sonríe—. Ahora, vamos a poner tu culo sexy en ese balcón. Estoy medio aliviado, medio preocupado, por las instrucciones. Tal vez no me vaya a matar. Tal vez me encerrará afuera, trece pisos arriba. Si

es así, ¿cuánto tardará alguien en verme? ¿Cuánto tiempo antes que rastreen mi habitación y me dejen salir? Miro hacia la puerta del balcón. —Por lo menos, dame una bata. Considera la idea, luego asiente, grita una orden al hombre, quien se burla de mi petición mientras lleva una chaqueta gruesa con la que podría escalar el Everest. Miro que arranca una bata blanca y esponjosa de un colgador y pasa a mi lado, esquivándome, la puerta del balcón abierta, la bata arrojada afuera. Sesenta segundos después, estoy del otro lado, las uñas de color naranja brillante de la mujer me saludan mientras cierra la cortina y la puerta. Me pongo la bata y me pregunto cómo diablos llegué aquí.

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—Señor Marks, no puede tirar los muebles de los balcones. —El gerente nocturno del hotel me dice con desprecio con un ceño esnobista que no he visto en una década, no desde que me moví sólidamente en clase alta. —Lo entiendo. Estaba tratando de hacerle señales a la gente en la terraza. —En la locura de esta situación, creo estar en problemas, el hombre mirándome fijamente como si estuviera a punto de ser puesto en un tipo de lista negra del Ritz Carlton. —Tendrá que pagar por los daños. Ha destruido la tumbona. Y la mesa de al lado. —Empuja un papel hacia delante, uno en el que ha escrito cuidadosamente los dos artículos, como si pudiera discutir ese punto en algún momento futuro. Debajo de los dos, ha añadido "Bata: $40", subrayando las palabras. —Está bien. Voy a pagar por ello. —Me froto los ojos y me pregunto en qué punto todos perdieron sus malditas mentes. La policía había sido la primera en aparecer, llamado por este idiota, que todavía parecía convencido que yo estaba borracho y tirando muebles de mi balcón sólo por el alegre placer de hacerlo. Me tomó quince minutos explicar la situación y llevarlos en la búsqueda del Tesla, que podría estar a medio camino de la frontera a estas alturas. Entonces, tuve que prácticamente rogarle al hotel usar su teléfono, hacer llamadas a mis tarjetas de crédito y banco. Para el momento en que colgué con American Express, este buitre estaba esperando, para abalanzarse sobre mí con la ferocidad de un oficial de libertad condicional. —No somos un hotel de fiesta, señor Marks. Agradeceríamos si usted llevara a cabo este tipo de… eventos en otro establecimiento. —Eventos. No

estoy seguro si se está refiriendo a mi vida sexual o al robo. Ignoro la declaración y me pongo de pie, frotando mis dedos por las líneas de mi frente. —Me gustaría hacer una llamada final, si no le importa. Luego me iré y estaré fuera de su vista. El hombre frunce sus labios. —Existe el asunto del pago de estos artículos. Me temo que no podrá irse hasta que solucione eso. Mi paciencia se agota. —Dije que voy a pagarlos. Sólo cárguelos a mi cuenta. —Me inclino hacia delante, poniendo una mano en el teléfono y llevándolo hacia mí. Necesito llamar a alguien para que me recoja, pero todos mis números están en mi teléfono. Abro la libreta telefónica en la sección residencial, pensando en mis amigos, mi mente en blanco sin recordar sus apellidos. —Su tarjeta ha sido rechazada, señor. —Me detengo en algún lugar en la D, y vuelvo mi cabeza hacia él.

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—¿Qué? Es una American Express. Intente de nuevo… —Oh. En mi prisa por detener a la perra de un frenesí de compras patrocinado por Trey Marks, había reportado todas mis tarjetas robadas. El representante de American Express había numerado las transacciones pendientes, y le había autorizado que mantuviera la de la habitación de hotel. Su autorización inicial probablemente no había sido suficiente para cubrir los malditos muebles, esta nueva autorización fue rechazada. Mierda. —Lo siento. Acabo de cancelar todas mis tarjetas. —Me paso una mano por el cabello y trato de pensar. No me gusta la expresión del rostro de este idiota en este momento, esa mezcla de lástima y desprecio, sus pensamientos tan claros como el olor a mierda que he pisado. No puedes permitirte el lujo de estar aquí. No perteneces aquí. Palabras de las que he huido desde hace una década, contra las que he luchado, que he dejado atrás con el jodido Tesla y el penthouse, mi empresa que apenas puedo mantener a flote. Bajo la mirada a la guía telefónica y lucho contra el impulso de darle un golpe al rostro altanero del hombre—. Voy a llamar a alguien para que me recoja. Pagarán por los artículos. Giro la página, mis opciones reduciéndose. Si esta noche fuera lencería, sería de un conjunto satinado de estampado de leopardo. Vulgar y destinado a hacer el ridículo.

4 Ella Es la primera visita de mi auto en un Ritz Carlton, y estaciono con cuidado, preocupada que pudiera chocar un Rolls Royce o una planta costosísima, el espacio desierto me da un poco de paz. Me detengo ante el valet, que mira mi Kia de forma cautelosa como alguien que pudiera esquivar a un vagabundo. Hay un golpe en la ventana del pasajero y me asombro, mirando a Trey. Bajo la ventana, viendo su mano entrar y tomar el portafolio de cuero del asiento del pasajero. —¿Es esto? Asiento. —Sí.

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No explica por qué necesita los cheques de la empresa a la una de la mañana, o por qué lleva una bata de baño. —Volveré enseguida. —Se marcha con el portafolio, y noto sus pies descalzos. En los últimos dos meses, he visto varios lados de Trey Marks. Esto es, de lejos, el más extraño.

Diez minutos y cinco dólares al valet más tarde, me alejo del hotel, la carpeta de cheques en el regazo de Trey, la parte superior de un musculoso muslo visible bajo el borde de su bata. —¿A dónde vamos? —Las calles están vacías, las farolas de ámbar iluminan las medias lunas en el asfalto, el resplandor brillante de construcción de carreteras por delante. —Buena pregunta. —Levanta una mano y se frota la nuca, un olor a jabón llenando el aire. Nunca he estado tan cerca de él, su codo chocando contra mí, su rodilla cerca de la palanca de cambios, mis movimientos cuidadosos para no tocarlo. Se mueve en el asiento y su bata se abre más. Obtengo un vistazo de más muslo y regreso mi mirada de nuevo a la carretera. No creo que esté usando ropa interior. Las preguntas surgen.

Gira la cabeza y siento sus ojos en mí. —¿Tu prometido vive contigo? —No. —Pienso de nuevo en nuestra desastrosa reunión de Mensa, el adiós forzado. Qué bueno que Craig no se quedó a pasar la noche. Podría explicar un montón de cosas, pero una llamada a la una de la mañana sería difícil—. ¿Por qué? —No tengo mis llaves. Tal vez podamos encontrar un hotel, uno que acepte cheques. —Se calla y trato de juntar las piezas de lo que está diciendo. —¿Necesitas un lugar para quedarte? ¿Esta noche? —Lo miro—. ¿Es a donde intentas llegar? —No quiero imponértelo. Sonrío a pesar de mí. —Me despertaste en medio de la noche y me arrastraste al centro. Dejarte dormir en mi sofá es secundario. Sí, eres bienvenido a quedarte en mi apartamento. Suponiendo, por supuesto, que te comportes. Deja caer su cabeza contra el reposacabezas, una risita baja saliendo.

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—Confía en mí, Kate. No tienes nada de qué preocuparte. —Gracias. —La palabra sale agria y ofendida, como si quisiera ser perseguida, y lucho por recuperarme. —No quise decir eso. —Mira hacia abajo a su regazo y ajusta la toalla blanca—. Sólo ha sido una de esas noches que te hace querer maldecir el sexo para siempre. —Tengo que admitir que has despertado mi curiosidad. —Me subo en la rampa—. ¿Problemas de novia? —Algo así. —Él se acerca y ajusta el ventilador del auto de su lado—. ¿Puedes aumentar la calefacción? Me estoy congelando. Lo miro y giro el dial, aumentando el flujo de aire caliente. —¿Dónde está tu ropa? —Buena pregunta. —Se inclina hacia delante, aferrándose al ventilador—. En mi auto, junto con mi teléfono, reloj y cartera. Y las llaves de mi apartamento. —Frunce el ceño—. ¿Me puedes prestar tu teléfono? —Está en mi bolso. Abajo por tus pies. —Le doy la clave para desbloquearlo y lo miro mientras abre internet, hace una búsqueda rápida y luego hace una llamada. Bajo en mi salida y escucho mientras él habla a alguien en su edificio, instruyéndoles que desactiven su llave remota. Termina la llamada y devuelve el teléfono a mi bolso.

—Gracias. No te habría molestado, pero eres la única persona que conozco que todavía está en la guía telefónica. Sonrió, la precaución en la que Craig había insistido, y que siempre había considerado una molestia. —No hay problema. —Tan irritado como había estado inicialmente con su llamada a mitad de la noche, esto se estaba convirtiendo en una de mis noches más emocionantes en años—. Entonces... ¿tu auto está en el Ritz? Se frota la nuca. —De acuerdo con la policía, en algún lugar de San Diego. Lo están rastreando. —Me mira—. Me han robado. —¿Contigo en bata de baño? Se ríe, y es una bonita. Profunda y fuerte, del tipo que quieres que vibre contra tu piel. —En realidad, estaba desnudo. La bata fue un poco de amabilidad por parte de ellos.

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Por parte de ellos. Un dúo de ladrones. ¿O trío? Trato de averiguar cómo Trey Marks fue robado mientras estaba desnudo en el Ritz Carlton, y quedo completamente en blanco. Es como esos malditos rompecabezas Mensa. Tengo todas las piezas; simplemente no encajan. —Necesito más información —le digo por último, admitiendo la derrota mientras detengo el auto en una luz roja. —Estaba encontrándome con alguien por sexo. Dejé una llave en la recepción. Ellos entraron cuando yo estaba en la ducha y me robaron. — Quitándole importancia a la explicación, como si fuera una respuesta común, y una que tiene perfecto sentido. Estaba encontrándome con alguien por sexo. Dejé una llave en la recepción. Me tomo unos segundos por cualquier posibilidad que venga a mi mente. —¿Cómo una prostituta? ¿Estabas encontrándote con una prostituta? —Siento una explosión de emoción, el término para esto estallando en mi mente. Lo limpiaron. Era un cliente y lo dejaron limpio. Mentalmente choco las cinco por mi pensamiento súper genial y a la moda. Se mueve, el asiento de vinilo chirriando en respuesta. —Por supuesto. Si es así como quieres pensar en ello. —Esa es una respuesta de mierda. O era una prostituta o no. —No era una prostituta. —Se gira un poco en su asiento para enfrentarme. Resisto con éxito el impulso de comprobar que su nueva

posición afecta mi posibilidad de ver su pene un poco. No lleva ropa interior. Casi dijo eso. Lo que significa que sólo hay un poco de toalla entre nosotros. Si me acerco y aparto la tela, él estará justo ahí, completamente expuesto. Me concentro en mantener el auto con mucha precisión separado del centro del carril. No era una prostituta. Otra pieza enloquecedoramente extraña del rompecabezas. Se aclara la garganta. —¿Parezco como que tendría que pagar por sexo? —No. —Podría haber gritado por los altavoces de un estadio y no habría sido más enfática. Las mujeres probablemente le pagaban por sexo, por la oportunidad de probar esa boca y cuerpo. Me enderezo un poco en mi asiento. Tal vez esa es la respuesta—. ¿Eres un prostituto? —Dios, eres terrible en este juego. —Mira por la ventana, observando los edificios que pasan—. No soy un prostituto, Kate. —Suena decepcionado—. No quiero hablar sobre eso. La cagué y me quemé.

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—No puedo creer que el hotel no te diera nada de ropa. —Tampoco puedo creer que no empacara ropa. Supongo que lo que sea que había planeado con esta visitante-no-prostituta, no había sido pasar la noche. Supongo que simplemente fue con su condón y su pene, nada más era necesario. —La tienda de regalos estaba cerrada. Y los empleados no estaban dispuestos a darme las suyas. Salgo de la calle y entro al garaje de mi apartamento, dirigiéndome a mi lugar asignado. Muevo la palanca para estacionar, mi mano rozando su rodilla, y se aleja del contacto. Apago el motor, y se quita su cinturón de seguridad, el sonido extrañamente alto.

Mi sofá es en forma de U, uno que no se despliega, y doblo una sábana debajo de los cojines, moviéndome con rápida precisión mientras Trey pasea por la sala de estar, recogiendo y moviendo cualquier cosa que encuentre interesante. Craig fue todo lo contrario la primera vez que vino a mi casa. Se había quedado junto a la puerta principal, con los ojos clavados en mí, necesitando autorización verbal antes de sentirse lo suficientemente cómodo como para entrar completamente. Segundo, no tocó mis cosas. Todavía pregunta antes de recoger un cuadro, o abrir una gaveta. Me gusta eso, incluso ahora, después de dos años de relación, él tiene respeto por mi espacio, por mis cosas. Cuando nos mudemos juntos,

no invadirá, sino que se acomodará cuidadosamente, confirmando y debatiendo diplomáticamente asuntos de la casa, como ropa sucia o tiempo personal. Oigo a Trey abrir la puerta del armario de mi dormitorio y me detengo, en medio de ahuecar, una almohada. —¿Qué estás haciendo? —grito, bajando la almohada y moviéndome a la habitación. —Busco ropa. ¿Dónde guarda tu novio sus cosas? Se agacha, apartando el fondo de un viejo vestido de baile, y luego se pone de pie, girando hacia mí, como si no estuviera siendo la persona más maleducada del mundo. —¿Huh? —Huh, ¿qué? —Cruzo mis brazos delante de mi pecho.

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—¿Dónde guarda su ropa tu prometido? —Levanta una ceja y maldita sea, es hermoso. Su bata está abierta en el pecho, mostrando los músculos que abrazan ambos lados de su cuello. Su pecho está desnudo y bronceado, los músculos fuertes y bien desarrollados. Él traga, y yo levanto mis ojos de nuevo a su rostro. —No guarda la ropa aquí. Él empaca un bolso cuando viene. —De repente pienso en algo. Chasqueo los dedos con emoción y corro hacia mis llaves—. Ya vuelvo. Voy a sacar algo del maletero. Estoy en la puerta principal cuando su mano rodea mi antebrazo. —Espera. —Me detengo, mi mano en la puerta, y miro su rostro—. Déjame ir. Es demasiado tarde para que vayas sola. Bufo. —Recién salí ahí sola cuando fui a recogerte. No estabas muy preocupado por mí entonces. —Una necesidad egoísta. Y no me di cuenta de la escena. Es demasiado oscuro para un garaje. Demasiados lugares en los que alguien podría ocultarse y esperar por ti. Sólo dime qué buscar. Me rindo, entregándole las llaves de mi auto. —En el maletero, en el lado izquierdo, hay dos grandes bolsas ziplock. Toma la que está etiquetada como "Craig". Asiente. —Vuelvo enseguida. Cuando regresa, me entrega la bolsa, nuestros dedos rozándose. Me aparto, abro la bolsa por encima del mostrador de la cocina y saco la ropa, un conjunto de emergencia que Craig había insistido, cuando empezamos

a salir, que lleváramos en nuestros autos. Como le gusta decir, nunca duele tener un conjunto de ropa de repuesto. Es la misma razón por la que nuestros baúles tienen agua embotellada y barras de granola, botiquín de primeros auxilios y pistolas de bengala. Una vez que nos casemos y nos mudemos a una casa, tendremos un generador y un refugio contra tormentas, planes de evacuación de incendios y suficientes alimentos enlatados para atravesar un mes de hambruna. Sostengo la ropa. —Aquí. No puedo prometer que te queden. Trey toma la ropa, nuevos jeans Wrangler, bóxers ajustados y una camiseta. —¿Te molesta si tomo una ducha rápida? —Para nada. —Señalo al baño—. Hay toallas debajo del lavamanos. Siéntete libre de usar el champú y el jabón que hay ahí dentro. Él se va. La puerta del baño se cierra y trato de no pensar en su bata cayendo, y Trey Marks de pie, completamente desnudo en el sitio.

31 He trabajado para Trey por dos meses. Lo suficiente como para que me sienta cómoda alrededor de él, el tiempo suficiente para que ya no me estremezca cuando se acerca a mí. Cuando nos topamos, cuando se inclina sobre mi escritorio y examina los documentos, ya no contengo mi respiración, ni inhalo ilícitamente su colonia. Me trata con una especie de respeto cauteloso, y he aumentado mi seguridad lo suficientemente como para dejar volar mis opiniones, a veces sin un filtro apropiado o un nivel de respeto. No es que no lo respete, es sólo que a veces olvido mi lugar, demasiado empoderada por mi posición. En Lavern & Lilly, tomé decisiones, y luego esperé por ser amonestada o rechazada. En Marks Lingerie, él sólo observa, sus ojos siguiendo cada movimiento, mi libertad inquietante en su totalidad. Me prometió control sobre el equipo de diseño, y ha cumplido con esa promesa. No ha impedido que su temperamento se encienda, ni que estallen discusiones entre nosotros. En los últimos dos meses, ha habido un montón de ambos. Estaba encontrándome con alguien por sexo. Hay un chirrido de la presión de agua, y la ducha se cierra. Limpio la mesa de café y muevo el control remoto cerca de su almohada. Lo considero, luego lo muevo de nuevo a la mesa de café, alineándolo con la edición de este mes de la revista Vogue. Debería estar cansada. La última vez que estuve despierta hasta tan tarde fue antes de la Semana de la Moda, y me quedé dormida a medio boceto. Tampoco fue una caída agraciada. Mi rostro estampado contra el escritorio, mi mano

atrapada entre mi cuerpo y el escritorio, mi dedo anular doblado de mala manera. Ni siquiera me desperté por el dolor. Desperté una hora más tarde, la impresión de una grapadora contra mi mejilla, y cuando vi el ángulo de mi dedo, me desmayé tras la repentina brutalidad de eso. Esa reacción exagerada me valió un ojo negro, y le causó al pobre Craig cien miradas. La puerta del baño se abre y me doy vuelta. —Oh, Dios mío. —Levanto una mano a mi boca para ocultar mi sonrisa—. Te ves... —Sexy —termina por mí, luego niega, como si pudiera decir que adivinó mal—. ¿Irresistible? ¿Duro? —Se acerca—. Espera, ya lo sé. Increíblemente… —Ridículo —lo interrumpo—. Y... grande. —Craig se habría consternado por esa palabra de kínder, pero encaja. Parece un gigante que intenta usar la ropa de un mortal, los bóxers bien ceñidos a su piel, la camiseta extendida sobre su pecho y terminando a medio camino de sus abdominales. Trago. Sus ojos brillan.

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—Pues, gracias. —Se encoge de hombros—. Me han dicho eso, en varias ocasiones. —No eso... —Me sonrojo—. Sabes lo que quise decir. —Pero es grande. La ropa interior que se ajusta a Craig con tanta facilidad, está apretada alrededor de sus muslos, la pretina lo suficientemente baja en sus caderas para mostrarme esos cortes angulados perfectos. Y la protuberancia apunta a… le doy la espalda y levanto algunas almohadas del sofá, moviéndolas a una cesta al lado de mi silla. —Hablando de tamaño, ¿qué tan grande es tu prometido? —Oigo un pop de tela y miro hacia atrás para verlo quitarse la camiseta, su rostro cubierto por la tela blanca. Me encanta Craig, lo sé. Han pasado dos años. Somos consistentemente compatibles. Llevo el anillo de su abuela y me llevo bien con sus padres. Pronto nos casaremos y tendré a sus bebés, y viviremos el resto de nuestras vidas de manera ordenada, organizada y bien preparada. Por otro lado, no me puedo controlar de robar un momento, un literal segundo, y disfrutar de la belleza de mi jefe. Es criminal que Dios coloque su rostro junto con esas marcas de abdominales, una línea estupenda de músculos marcados que sobresalen y se deslizan bajo su piel bronceada. Me imagino cómo se sentiría pasar mi mano por ellos, tal vez incluso más abajo. ¿Se acercaría más si deslizo mi palma dentro de esos bóxers? ¿Cerraría sus ojos si envuelvo mi mano alrededor de su pene?

La camiseta se eleva más y giro la cabeza hacia la cesta, mi aliento siseando a través de mis dientes mientras lucho por no mirarlo. —¿Y? —Se acerca, y en mi visión periférica, puedo verlo hacer una bola con la camisa. —¿Qué? —Me enderezo y aparto el cabello de mi rostro. Estoy bien. Él se va a la cama. Nada va a suceder. —Tu prometido. ¿Clark? ¿Qué tan grande es? —Su nombre es Craig. —Paso a su lado y compruebo el termostato, poniéndolo un poco más frío—. Es promedio. —¿Promedio? Craig se sentiría ofendido por el término. Entonces otra vez, estoy un poco ofendida de su reacción a mi rendimiento en Mensa. —Usa una talla m. —Levanta la vista de su revisión a la etiqueta, dijo la palabra con repulsión. —¿Y? —Ningún hombre adulto usa talla m. —Hace la declaración como si fuera un hecho.

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—Algunos lo hacen. —Enciendo un aromatizador y me muevo a la cocina, abriendo el grifo y lavándome las manos—. ¿Quieres algo de beber? —Estoy bien. Puedes irte a la cama. Estaré bien. —Se detiene en mi refrigerador y toma el borde de una foto, sostenida en su lugar por un imán de margarita—. ¿Esta eres tú? Le quito de un tirón la foto de su mano antes que le dé una buena mirada. Es una de mi papá y yo, mi primer año en Parsons, antes que se enfermara. —Ve a la cama. —Señalo al sofá perfectamente hecho, a dos metros de distancia—. Ahora. Él sonríe, y me chasquea la lengua. CHASQUEA la lengua. No sé si enfurecerme o recostarme en el mostrador, rogando que esa lengua pase por cada centímetro de mi piel. —La sumisión no es realmente lo mío, Kate. —Las palabras salen, y no tengo duda que este hombre dejó la sumisión atrás, en el preescolar. Él probablemente ordena al sol que se levante, que cambien los semáforos y si ordenara a todas las mujeres de Estados Unidos que compraran su lencería, ahora estaría en el centro del negocio. Él… Me detengo, una idea surgiendo. Trey Marks, una imagen en blanco y negro, con su traje, una sonrisa diabólica en pleno efecto, sentado en un sillón de cuero, un whisky en la mano. Trey Marks, un video de alto contraste, arremangándose las mangas de su camisa lentamente, la corbata floja alrededor de su cuello, sus ojos taladrando a la cámara.

Dejo caer la servilleta sobre el mostrador y paso junto a él, a mi escritorio. Saco un pedazo de papel de la impresora y me siento. Deja caer tu pantalón Date la vuelta. Déjame verte. *Viste tu cuerpo con la más fina lencería de la Tierra. *Tu cuerpo es arte. Vístete de esa manera. Déjalo brillar. resplandecer. —¿Qué estás haciendo? —Su mano descansa sobre el escritorio, y se inclina hacia delante, mirando la página. Miro su mano, la flexión de sus músculos diminutos, las líneas fuertes y hermosas de sus dedos. El dedo anular desnudo, el extraño aspecto de su muñeca sin su reloj. Miro de nuevo la hoja, la idea sigue ganando impulso en mi mente. —No lo sé todavía. Creo que tengo una idea para una nueva estrategia publicitaria. —No tenemos dinero para anuncios. —Se aparta de la mesa, las palabras cortantes, y puedo sentir la decepción irradiando de él.

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Me giro en mi silla y lo veo alejarse. No es tan difícil, no cuando él está en sólo ropa interior, su trasero expuesto a la perfección, las líneas de su espalda esbeltas y firmes. Necesita ponerse más ropa. Si lo de Craig no le queda bien, puede volver a ponerse la bata de baño. O meterse bajo las sábanas. Me es imposible llegar a una estrategia ganadora mientras se pasea prácticamente desnudo. —Encontraremos el dinero. No se da la vuelta. —Has visto los balances. Apenas estamos cumpliendo la nómina. —Un préstamo. Miro como sus manos se hacen puños, luego se relaja. —Estoy tan endeudado como puedo. —Entonces esperaremos hasta tener un trimestre rentable. Vamos a ser rentables. —Creo en las palabras, y si él no puede oírlo en mi voz, es un idiota—. No te preocupes —agrego. El pobre hombre. Hablando de un día difícil. Pienso en Craig, que está definitivamente en cama ahora mismo, su máquina de sonidos encendida, el sonido de olas rompiendo flotando por su habitación a veintiún grados centígrados. —Sé que la publicidad no es mi especialidad, pero puedo diseñar una línea alrededor de este concepto. Si…

—Podemos discutirlo el lunes. —Hay un tono que he oído antes, el tema está cerrado y, por un momento, no veo su cuerpo desnudo ni su ropa interior ceñida. Por un momento, sólo veo derrota.

Amenazo a Trey con echarlo, y finalmente se pone la bata, rechazando la idea de acostarse en la cama improvisada. —No voy a dejar que me arropes —se queja—. Soy un hombre adulto. —Se sienta en el otro extremo del sofá, estirando sus piernas, sus pies descalzos contra la alfombra. —No voy a arroparte —discuto—. Sólo estoy tratando que te sientas cómodo. —No voy a estar cómodo acostado, cubierto en mantas, mientras que tú acomodas tu ropa. Se siente incómodo.

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Me detengo, a medio doblar. Tal vez ahora no es el momento de doblar mis toallas. Tal vez ahora es el momento de disculparme y dejar que el hombre duerma. Está en lo correcto. Esto debería ser incómodo, sólo que no se siente así para mí. Se siente, por primera vez desde que lo conocí, natural y relajante. —No me siento incómoda —digo, completando las tres toallas y apilándolas en la cesta—. ¿Nadie te ha cuidado nunca? Sólo piensa en mí como... —DETENTE. —Levanta una mano—. Estás a punto de arruinar todas mis futuras fantasías sobre ti. —Ja. —Pongo los ojos en blanco—. Pocas probabilidades de eso. — Frunzo el ceño—. Además, no se supone que tengas fantasías sobre mí, o cualquier otra persona en Marks. En caso de que olvidaras el memo, el director general es un verdadero idiota sobre la fraternización. —Sonrío al pensar en su último correo electrónico a toda la compañía, uno que abarcó tres páginas, todo dedicado a asegurar que nuestras manos se mantengan en nosotros mismos, y nuestras mentes estén despejadas. Lo que había sido gracioso, en cierto modo, ya que la compañía es todo sobre sexo y seducción. —Estás confundiendo las reglas. Se me permite tener fantasías; no actuar al respecto. —Cruza sus brazos sobre su pecho y descansa su cabeza contra el respaldo del sofá, sus ojos se cierran, como si no hubiera acabado de tirar una bomba de proporciones absurdas.

Ese es el problema con los hombres hermosos. No conocen su impacto; No se dan cuenta de cómo un pensamiento casualmente dicho puede ser devorado, obsesionado, cambiar vidas. Tiene suerte que haya conocido a hombres como él antes, he sido amiga de ellos, entiendo la manera descuidada en que manejan sus miradas, sus comentarios coquetos que no significan nada. Está al borde de dormirse, y había menos acciones en esa afirmación que la energía en su cuerpo. —¿Eres feliz, Kate? —la pregunta es murmurada, sus ojos todavía cerrados. Considero mi respuesta, haciendo una silenciosa auto-evaluación de los factores clave (amor, salud, calidad de vida todo aceptable). Aceptable. ¿La aceptabilidad es igual a la felicidad? Creo que sí. Creo que, para una mujer a sus treinta y tantos años, la felicidad es más bien la falta de negativos. Y ahora mismo, mi lista de negativos es bastante corta. —Lo soy. ¿Tú? No dice nada. Pasa un minuto entero, luego su mano cae sin fuerza desde el brazo del sofá, y los músculos de su rostro quedan relajados.

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Termino de doblar la ropa en silencio, mi mente sigue atascada en su pregunta. ¿Soy feliz?

Él El tacto en mi hombro es suave, y luego cada vez más incesante, una presión que está volviéndose más molesto. Se detiene, entonces alguien levanta mis tobillos y los empuja un poco. Abro los ojos y veo a Kate Martin intentando quitar una mesita debajo de mis pies. —¿Qué estás haciendo? —digo, y ella salta ligeramente, la habitación oscura, la mayoría de ella en las sombras. —Tienes que acostarte —susurra. Giro la cabeza y observo la cama que hizo, la esquina de una manta a un lado, lista para mí. Me muevo lentamente, mis pies llenos de plomo, mi cuello dolorido, y ruedo sobre mi espalda, las almohadas increíblemente suaves. Se mueve sobre mí, su cabello suave contra mi pecho, un ligero aroma a perfume cosquilleando los bordes de mis sentidos. Coloca una manta sobre mí y abro la boca para darle las gracias, pero no puedo soltar las palabras antes que todo se desvanezca.

Si este momento fuera lencería, sería nuestra Bata Shameless 5, suave y cálida al tacto, el tipo de cosa que te colocas y nunca te sacas.

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Shameless: descarada.

5 Ella —Por supuesto que eres feliz. —Mamá abre los pistachos con la manera experimentada de un comedor competitivo, sus manos vuelan del cuenco, a su boca y a la basura, todo en una perfecta armonía. Alrededor de su cuello, su masajeador de cuello vibra—. ¿Por qué no serías feliz? —No eres feliz —interfiere Jess, sentándose en la silla al lado de mamá, los hombros temblándole mientras la silla de masaje tortura su pobre espalda hasta la muerte—. Nadie que hace esa pregunta es feliz. —Jess, ¿eres feliz? —Mamá se detiene, una cáscara de pistache delante de sus labios y mira a su hija más joven.

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—Meh. —Jess machaca un botón en el control remoto y sus pies se levantan lentamente, la cabeza echada hacia atrás—. Aunque esto. Esto puede hacerme feliz. Kate, gástate todo ese dinero que estás ganando y consígueme esto para Navidad. —No te va a conseguir una silla de masaje para Navidad —protesta mamá, metiendo los dedos en el bolso y sacando un nuevo manojo de pistaches—. Va a ahorrar su dinero para la boda. —En realidad, no voy a conseguirte esa silla porque cuesta seis mil dólares —comento, inclinándome hacia delante y mirando el aparato negro que en estos momentos me está rodeando los pies—. ¿Esta cosa dolía cuando la usaron? Creo que está roto. Me está aplastando los dedos de los pies. —Eso es normal —contesta mamá, con aire de una compradora de Brookstone experimentada—. Creo que activa tus vasos sanguíneos o algo por el estilo. —¿Disculpen? —Todas nos giramos hacia el hombre, un empleado de la tienda que sostiene un portapapeles en la mano—. No puede comer aquí. —Claro que puedo. —Mamá, de forma desafiante, mete dos pistaches en sus labios de color rojo coral—. John me aseguró que podía. Él suspira. —Nadie llamado John trabaja aquí.

Jess se encuentra con mi mirada y me miro lo pies para esconder mi sonrisa. Pobre tipo. —¡No dije John! —exclama con indignación—. Dije Jim. ¿O era Jeff? —Sacude una mano con desdén y se le escapa un pistache, volando hacia una exhibición de drones—. Algo así. Un tipo alto. —Resopla—. Con lentes. —Aquí no se puede comer —repite—. Tendré que pedirle que se marche. —Me quedan trece minutos —interrumpe Jess, sosteniendo un control remoto casi tan grande como mi cabeza—. No podemos ma… ma… march… aaarnos toda… da… da… víaaaa. —Las últimas palabras de su frase le salieron reverberando, le temblaba la barbilla mientras la silla comienza con una especie de movimiento de kárate cortante que masajea con cariño.

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—¡Jacob aseguró que podía comer aquí! —insiste mamá y bajo la mano y apago el masajeador de pies. A mi lado, una niña pequeña se detiene, con el dedo metido en la fosa nasal derecha mientras mira a mi madre. Muévete, señorita. Aquí no hay nada que ver. Mi súplica mental tiene un pequeño efecto. Ella se desploma en el suelo y me encuentro con la mirada de Jess. Vámonos vocalizo. —¿Esto te hace feliz? —Mamá se levanta y la cuerda tira de su masajeador de cuello, la suave vibración desaparece—. ¿Quitar la comida de la boca de pequeñas mujeres mayores? —El hombre estira la mano para sujetar su brazo y ella lo aparta de golpe, su taza llena de cáscaras de pistache vuela por los aires, una precipitación de medias lunas blancas cayendo en cascada. Atrapo la mirada de la niña pequeña y me sonríe, mostrando que le faltan algunos dientes.

—Como sea, durante un mes, no se me permite la entrada en Brookstone. —Estiro la mano y enciendo los asientos climatizados, rozando con mi codo el de Trey. Craig, si le hubiera contado esta historia, lo que no hice, habría estado horrorizado. Trey simplemente sonríe. —¿Cualquier Brookstone? ¿O solo el de Fashion Square? Me detengo. —No estoy segura. Tal vez solo ese.

—Así que no eres completamente una chica mala. Solo en Westfield. —Bueno… sí. —Sonrío—. Pero de nuevo, fue todo culpa de mi madre. Yo era completamente inocente. —Preferiría imaginarte como una rebelde. —Él estira la mano y enciende el navegador, el auto nos informa de que se acerca un giro a seis kilómetros y medio—. Recuérdame de nuevo por qué no volamos a San Francisco. —Tiempo de calidad juntos —respondo, estirándome hacia delante y sacando la botella de agua del bolso—. Formación de equipo. La oportunidad de ver mis excelentes habilidades de navegación. —Dinero —dice él con voz cansina. —¿Estamos ahorrando dinero? —Lo miro de soslayo, luego me encojo de hombros—. Oh, bueno. Eso también.

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Me quito los tacones y me acomodo en el asiento, metiendo un pie bajo mi trasero. Tomo el teléfono móvil y miro a través de mis mensajes. De acuerdo con el Tesla recuperado de Trey; en buenas condiciones excepto un espejo retrovisor, tenemos seis horas de viaje, lo que incluye una parada para cargar la batería. Mañana por la mañana, tengo entrevistas con dos diseñadores diferentes y luego, haremos el viaje de vuelta. Compruebo los mensajes de Craig, pero no hay ninguno. Este viaje me está haciendo perder nuestra segunda reunión con Mensa. Él parece tan aliviado como yo con el calendario, uno que orquesté cuidadosamente. En nuestro aniversario número veinte, nos reiremos de ello. Pero ahora, la zorra que es Mensa parece como un ancla atada a nuestra relación, hundiendo el punto de vista de Craig sobre mí y bajando mi nivel de tolerancia con ello. Miro a Trey, que está relajado contra el asiento, con la mirada en la carretera y repaso la lista de preguntas que había anotado para discutir durante este viaje. Había sido idea de Jess, estando convencida que, dándole seis horas a solas conmigo, podíamos convertirnos mejores amigos y cimentar mi seguridad profesional para siempre. Ella no entiende la moda, la bestia inconstante que es. No entiende que mi seguridad profesional gira sobre mi desempeño, mi habilidad para revitalizar la marca Marks Lingerie. Puedo vincularme con Trey Marks hasta que tenga el rostro azul y no cambiará el hecho de que esta compañía se está muriendo. Me humedezco los labios. —¿Cómo entraste en lencería? Es una historia que debería saberse, ser esparcida sobre cada artículo, la página de Wikipedia y la biografía de la compañía. Pero no he encontrado nada en Internet, ningún rastro de migajas que explique cómo este hombre terminó con la sexta compañía más grande de lencería en el

mundo. ¿Eran ciertos los rumores? ¿Había seducido a una mujer mayor por su riqueza? —Es una larga historia. —Me mira—. Y bastante aburrida. Como si algo sobre él pudiese serlo. Dejo el teléfono. —Me gustan las historias aburridas. Si es realmente buena, tal vez puedas calmarme para dormir y no tener que lidiar con mi cháchara innecesaria durante las próximas seis horas. Me dirige una sonrisa breve, más amable que auténtica. —Tal vez en otro momento. Resoplo en protesta. —No puedo crear una visión apropiada si no conozco los huesos de la compañía. —No ha parecido molestarte hasta ahora. —Se remueve en su asiento—. Además, no está en mi descripción de trabajo. —Ja. Divertido. —Bajo la mano y hurgo en mi bolso—. ¿Permites a la gente comer en tu auto?

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—Por supuesto. —Mira hacia mí, observando mientras saco una bolsa de M&M, arrancando la parte superior y ofreciéndole—. No, gracias. —Si no vas a contármelo, simplemente voy a inventar algo escandaloso y ponerlo en la página web. Puf. —Me encojo de hombros—. Hecho. —Estoy aterrorizado —comenta de forma seca. —Como deberías. Espera hasta que todo el mundo averigüe que eras un artista callejero sin techo, tocando el ukelele frente a una fábrica de ropa interior. Una noche irrumpiste dentro, buscando comida y te construiste una hamaca con tirantes y una bolsa para el ukelele de encaje. Un día, una mujer acaudalada vio tu bolsa para el ukelele y… —Por favor, detente. —Sonríe, y es una sonrisa de verdad, sin tirón sexual o matices engreídos—. Estás ofendiendo a todos los artistas callejeros. —Eso no es ofensivo —comento con indignación—. ¡Es el comienzo de un magnate que toca el ukelele! ¡Mira en lo que te convertiste! —Lo señalo y su sonrisa se amplía. —Por favor, deja de decir “ukelele”. —Dejaré de decir “ukelele”, si me cuentas la verdadera historia. Pone los ojos en blanco.

—Está bien. —Pone amabas manos sobre el volante—. Comencé en Bloomingdale’s, en su programa especial. —¿Cómo entraste en eso? —lo interrumpo, a pesar de mi mejor intento de escuchar. South Central Y Bloomingdale’s… habla sobre dos mundos completamente diferentes. Sonríe. —Cuando tenía trece años, me atraparon robando en Bloomingdale’s. El jefe en prevención de pérdidas quería saber para qué quería un chico de trece años una blusa de mujer. —¿Una novia? —supongo. Frunce el ceño. —No. Mi madre. Tenía una entrevista para un trabajo de verdad como asistente en una inmobiliaria, ninguna de sus prendas era adecuada. —Se queda en silencio y yo lo recuerdo. La madre desnudista. —Eso es dulce. Se ríe entre dientes.

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—No es tan dulce. También había robado otros artículos. Cosas para mí, un tanga para la chica con la que estaba saliendo. De todos modos, el tipo me ofreció trabajar en el almacén a cambio de las cosas. Accedí y nos hicimos cercanos. —Me mira—. Con el tiempo, el tipo fue ascendido, a un nivel suficientemente alto que, cuando la universidad no funcionó para mí, tuvo la oportunidad de ofrecerme un trabajo. Me quedo callada, intentando componer la imagen de un joven Trey Marks, uno que sonaba como un matón callejero… con el empresario que se sienta a mi lado. Se remueve en su caro asiento, un poco de su colonia extendiéndose y burlándose de mis sentidos. —¿Conoces a Vicka Neece? Vicka Neece… el nombre me es familiar, pero me lleva un momento acordarme. —Claro. La directora creativa de Victoria’s Secret. —Tal vez el rumor estaba equivocado. Me inclino hacia delante. —Solíamos trabajar juntos en Bloomingdale’s. Hubo una pequeña conexión. Una conexión. No tengo que mirar a Vicka Neece para imaginar cómo se debe ver. Victoria’s Secret no contrata mujeres feas. Ella y Trey probablemente se miraban el uno al otro y tenían un orgasmo. Lucho para sacar un cacahuete M&M con un poco más de agresividad de la necesaria.

—¿Y? —comento alegremente, y no suena del todo falso. —Y entonces mi padre murió —responde de forma inexpresiva y, de repente, me arrepiento de mi burla. —Lo siento —susurro. —Él no tenía mucho a su nombre, pero se había hecho una póliza de cinco millones de dólares tres meses antes de su muerte. Un montón de italianos vinieron detrás de mí por parte de eso. Vicka Neece estaba interesada en el resto. Me aconsejó que abriese una marca de lencería. — Se encoge de hombros—. No fue difícil convencerme. Tenía veintiséis años. Era estúpido. Su padre. Algo en mi pecho, un nudo que odia la idea de Trey y una mujer mayor, se aclara. —¿Cómo fuiste estúpido? Lo convertiste en algo de verdad. Quiero decir, ahora mismo estamos luchando, pero…

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—No me arrepiento de abrir la compañía. Me arrepiento de perder a Vicka. Teníamos éxito cuando ella estuvo ahí, cuando ella tenía el control. Y fuimos sobre su visión los primeros años después de que se marchase. Pero luego, todo comenzó a desmoronarse. —Me mira—. No tengo que decirte que eres la sexta directora creativa que hemos tenido en cinco años. No, no tenía que contarme eso. Tenía todos sus archivos en el cajón de mi oficina. Había examinado todo su trabajo, todas sus visiones. Vicka Neece no había tenido un archivo en esa pila. Sea cual fuese su historia con Trey, había sido borrada antes de que yo llegase ahí. —¿Alguna vez intentaste traerla de vuelta? —Es casi una pregunta estúpida, su trabajo en VS la pone en el rango superior de toda jerarquía de moda. Si en algún momento consigo ese trabajo, estaría allí hasta que muriese o fuese obligada a dejarlo. —No. —Se frota el cuello—. Habíamos abierto la compañía como amigos. Al cabo de unos meses, comenzamos a follar. Las palabras son tan rudas que me estremezco. —¿Solo follar? —No lo sé. Se puso de tal manera que no podía distinguir la compañía de ella, ni nuestra relación del sexo. Yo me puse celoso, ella se puso celosa. Comenzamos a follar menos y a discutir más. Y entonces, se fue. Recogió su oficina en medio de la noche y se mudó de nuevo a Nueva York. —¿Aún hablas con ella?

—La moda es un mundo pequeño. Nos vemos de vez en cuando, pero no nos decimos mucho. Estoy enojado con ella por marcharse, ni siquiera admite que trabajó aquí. Auch. Tomo otro M&M, esta vez más suave como compensación. —Para ser sinceros… —Me mira—. Me alegro de que estés comprometida. Lo hace todo más fácil. Muerdo la golosina recubierta de chocolate y me cruje la mandíbula como respuesta. Mi mente intenta procesar ese comentario, pero se queda en blanco.

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6 Él He subestimado bastante a esta mujer. Bajo la mirada al dibujo actual, un corsé oscuro con detalles de cuero y encaje. Paso la página y veo el mismo corte exacto, el mismo estilo, pero en un rosa pálido y blanco, con delicados lazos en lugar de cuero, y pequeños diamantes en lugar de piedras de plata. Es una colección atrevida y bonita, dos líneas separadas que batallaran entre sí en los estantes de las tiendas, la colección atrevida un poco dominante en colores y adornos, los bonitos diseños casi virginales. No es un concepto nuevo, pero lo brillante de este está en los diseños. —¿Nuestro equipo diseñó esto?

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—Sí. —Se estira hacia adelante, y aparto su mano. —Sólo déjame mirar un momento. —Es demasiado importante para un proyecto. Paso a través de la pila de diseños y trato de contarlos. En cuatro meses, ella ha orquestados cuarenta, ¿tal vez cincuenta, diseños?— . ¿Cuántos de estos han sido de verdad producidos y hechos? —Catorce. Un número más creíble, pero, aun así. Pienso en costos de producción y niveles de inventario. Si se vende, si se vende bien… un nuevo conjunto de problemas. Flujo de efectivo. Niveles de producción. Siento un nudo de ansiedad agarrar mi pecho. —Es bueno. —Suena irritada, y alzo la mirada para ver sus brazos cruzados con fuerza sobre su pecho—. Sé que es un estilo diferente que el de tus últimos años, pero… —Estoy de acuerdo. Me encanta. —Bajo la página y me echo hacia atrás en mi silla—. Siéntate, por favor. Estás estresándome. Por primera vez en meses, no responde. Obedece. Algo en la sumisión me remueve, mi mente pierde el enfoque por un breve momento. Cierro los ojos y regreso al problema entre manos. —Es una gran inversión. Ahora mismo… es un giro arriesgado. —Será incluso más difícil el próximo trimestre —dice en voz baja—. Debemos arreglar las cosas ahora. Inmediatamente.

Tiene razón, y lo sé. Mi miedo es que su arreglo, estas piezas… si invierto en ellas, si tomo el riesgo, sea el último de Mark’s Lingerie. Después de esto, no hay más favores por los cuales rogar ni bolsillos que picar. —Déjame mostrarle al equipo de ventas. —La miro a los ojos—. Si les gusta, entonces lo hacemos. —¿Hacer qué? ¿Las catorce piezas? —Se para y da un paso al frente. —Lo que quieras, siempre y cuando puedas respaldar el producto con márgenes de costo y entrega. —Estiro la mano y toco la suya, evitando que se lleve las presentaciones. Ella me mira, y elijo mis próximas palabras con cuidado—. Estoy apostando todo en esto. En ti. Necesito que entiendas lo importante que es que esto tenga éxito. Asiente, y en sus ojos veo la confianza que una vez tuve. La temeraria creencia que, sin importar qué, tendría éxito. ¿Cuándo perdí esa chispa? ¿Cuándo me convencí de que fallaría? Se gira para irse, y sin ella, el cuarto se siente muerto.

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Ella Correas de cuero negras cortadas sobre la lycra. Un collar con un anillo frontal, una correa negra. Un alambre escondido que hace que la modelo de tallas parezca con un busto magníficamente grande. En cualquier otra cosa, debería verse vulgar. Pero con las líneas correctas, los cortes, y el soporte, son sofisticadamente hermosos. Seis meses en este trabajo, y lucho contra la urgencia de saltar como una colegiala. —Es incómodo. —La modelo desinfla mi emoción con dos simples palabras. —¿Qué tan incómodo? —Bajo la mirada a Vern, la diseñadora técnica, quien mira a la modelo. —Mucho. —Inclina su cabeza, luego la gira—. Lo peor es la cosa del collar. Pica. —¿En los bordes o la parte de atrás? —Vern se levanta y se mueve tras ella. —Los bordes. —¿Qué más es incómodo? —Bajo la mirada al horario de prueba, maldiciendo para mí misma. Estamos retrasados en la agenda, no sólo

hoy, sino este mes. Me lancé con veintidós piezas, y estoy pateándome en el culo por eso. Algo que pareció posible hace dos meses se volvió difícil hace un mes, y ahora parece jodidamente imposible. Miro de nuevo a la modelo y lucho contra la urgencia de gritarle que se apure. Tal vez es por esto que Claudia era tan perra. Sólo llevo seis meses en este rol, y ya puedo sentir la lucha de las cualidades humanas. —Se siente como si cortara mi caja torácica. Hasta el hueso. —Bien. Muévete alrededor y dime cuando el dolor incremente o disminuya. —¿Dolor? —interrumpo a Vern—. ¿O incomodidad? La modelo se tensa, sus labios se abren, sus ojos se ensanchan y gruño sin mirar sobre mi hombro. —No se supone que estés aquí. Detrás de mí, se ríe. —No pensaste que te dejaría tener toda la diversión, ¿verdad? Me giro, y, desde mi lugar en el taburete, estamos cara a cara.

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—Las pruebas no son divertidas. Nadie cree que las pruebas son divertidas. —Me gustan las pruebas —dice la modelo, y de repente no parece para nada incomoda. Los ojos de Trey no van a ella; están sobre mí. Pensé que él era hermoso desde mi lugar en el suelo. A este nivel elevado, se ve incluso más devastador. Me bajo del taburete antes de perder toda la inteligencia. —¿Qué piensas? —Señalo a la mujer. —Es precioso. —Camina alrededor de ella lentamente. —Claro. Se ve genial, pero está diciendo que es incómodo. —Puedo manejarlo. No es tan malo —dice. Vern murmura algo en voz baja, y Trey se ríe en respuesta. —Ajá. —Sacudo mi cabeza hacia ellos—. Deja esta tontería. —Empujo el hombro de Trey, luego apunto a la puerta—. Y tú, ve a calcular con tus números a alguna parte. Tengo una docena de estos que probar. —Paso la página—. ¿Vern, tienes esto? Voy a pasar al modelo de Cecile. —Me iré en un minuto. Déjame tomarte prestada un segundo. Alzo la mirada de la página. —¿Ahora? —Sacudo la cabeza—. No. Voy a dejar a estas personas aquí hasta la medianoche a este ritmo. Lo que sea que sea, dispárame y muéstrame en la mañana. —No puedo lidiar con más problemas, o

decisiones, o su necesidad por una opinión de las páginas internas del catálogo de primavera. —Voy a llevarme a Kate —dice—. Todo el mundo tómese cinco minutos. —Nadie se toma cinco —grito—. Todos sigan trabajando. —Jala mi brazo y con éxito logra arrastrarme hacia la puerta. Medio lucho hasta que estamos en el pasillo, la puerta cerrada—. ¿Qué? —imploro—. En serio tengo mucho que hacer. —Acabo de colgar una llamada de París. —¿Y? —Agarro su brazo. —Doblaron su última orden. Aman tus diseños. Grito, arrojando mis brazos alrededor de su cuello, mi carpeta golpeándolo en un costado de su cara. Me disculpo mientras lo agarro con fuerza, saltando. Cuando lo libero, frota el costado de su cara con una mueca. —Lo siento. —Suspiro—. ¡Sólo estoy muy feliz! —¿Podemos entregar?

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—Sí —digo rápidamente—. Eso creo. —Asiento, mis dedos tamborileando con emoción sobre la carpeta—. Si dejas de interrumpir las pruebas y dejando el cerebro de las modelos como papilla. Se ríe y da un paso atrás. —Te dejaré hacer lo tuyo. Tengo más pendientes por hacer. Sonrío y sostengo su mirada. Es su victoria en ventas, y la mía en diseño. Y en este momento, este pequeño momento de alegría antes de que el pánico regrese, es lo mejor de mi carrera hasta ahora. —Doblaron su última orden. Aman tus diseños. Marks Lingerie está de regreso.

The Honor Bar en Beverly Hills. Robamos dos espacios en el rincón, mi bolso cuelga en el respaldo de la silla, su chaqueta ha sido quitada, y la cena ordenada. Ignoro mi dieta y pido una hamburguesa con queso. Él pide lo mismo, luego pide dos Coronas. Hago una cara.

—No puedo beber esta noche. —Tiro de mi pinza, soltando mi cabello. Mi cráneo arde, y paso mis dedos por mis raíces, masajeando la piel. —¿Por qué no? Terminamos por el día. Haré que lleven tu auto a casa. —Sonríe, y empuja la vela sobre el mantel a un lado—. Creo que necesitas una noche para relajarte. —Estoy relajada. —Me inclino contra la pared y cierro los ojos. —Estás exhausta. Hay una diferencia. Estoy exhausta. Mitad de mi se muere por mi cama, mi tranquilo apartamento, mi habilidad para dormir hasta tarde mañana. La otra mitad de mí quiere celebrar. Fue esa mitad de mí la que aceptó esta invitación a cenar. —¿Por qué no llamas a Craig? Mira si puede venir. El mesero regresa, con las cervezas en mano, y lo veo dejar las botellas. —No puede —respondo—. Tiene una reunión de la Asociación de Química esta noche. Es una cosa mensual. —Sonrío—. Algo emocionante. —Eso parece. —Levanta su cerveza—. Salud.

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Levanto mi botella. —Sólo un trago —dijo—. No puedo estar fuera hasta tarde. —Claro. —Se encoge de hombros—. Eres la jefa. Sonrío ante esa broma, y tomo un sorbo.

Me inclino hacia adelante. —Entonces entro a la habitación y ambos están ahí de pie, desnudos. —Me río, un hipo sale forzado—. Pensé que eran gays. Y comencé a disculparme, ya sabes, por interrumpirlos… —¿Empezaste a disculparte con tu novio? —Trey se inclina hacia adelante, con una mirada confundida en su cara. —Sí. —Hago una mueca—. Fue por esa época en que había todas estas cosas políticas sobre aceptar la homosexualidad, y en lo único en que podía pensar era que quería que él supiera que estaba bien… ya sabes, que fuera gay. —No entiendo a dónde va esta historia. Bajo mi voz y me inclino.

—No eran gay. Estaban… —Miro a la mesa a nuestro lado para asegurarme de que no están escuchando—. Estaban esperándome. —No responde y suspiro, obligada a explicarlo del todo—. Querían tener sexo conmigo. ¡Juntos! —Tomo un sorbo de la cerveza—. Se llama un trío. La esquina de su boca se levanta en una risita. —Oh sí. Estoy familiarizado con el término. Claro que lo está. Probablemente ha hecho uno. O dos. O cinco. Ignoro su sonrisa y sigo con mi historia. —Como sea… ese fue mi primer novio. Un terrible candidato para perder mi virginidad. —Espera. —Alza la mano—. Acabas de saltarte toda la parte buena. —Se echa hacia atrás en su silla y levanta su cerveza—. ¿Lo disfrutaste? —¿Disfrutar qué? —Miro mi cerveza ahora vacía, y trato de calcular cuantas he bebido. ¿Tres? ¿Cuatro? El mesero se acerca y deja dos más. —El trío. —¡Ugh! —Hago una cara—. ¿En serio? ¿Creíste que lo hice?

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Estudia mi cara con cuidado, luego se encoge de hombros, sus amplios hombros levantando la limpia camisa blanca. —Supongo que no. —Suena casi decepcionado. —¿Por qué lo haría? —Presiono, y ahora me estoy irritando—. ¿Sabes lo ofensivo que es eso? ¿Dos chicos tomándose turnos conmigo? ¿Usándome? Ni siquiera conocía al otro tipo. —Tranquila, Kate. —Hace a un lado su cerveza vieja y toma la nueva—. Sólo preguntaba la historia. —La historia es que me fui. Y no sé qué hicieron entre ellos. —Puse una cara, luego me di cuenta de que mi voz se había puesto ruidosa por mi indignación—. Lamento gritar —susurro con fuerza. —Está bien —susurra en respuesta. Tomo una cuchara y apuñalo el brownie, un postre de hace una hora, uno que ha sido apuñalado a muerte ocasionalmente por bocados. Sí está bien. Está más que bien. Es normal. La mayoría de las personas piensan que los tríos son asquerosos. Craig definitivamente pensaría que los tríos son asquerosos. Nunca le he contado esa historia por miedo a que me juzgaría por la mera proximidad al acto. —Entonces… —dice Trey—. No te gustan los tríos. ¿Algo más que debería saber sobre ti? Alzo la mirada y encuentro la suya, y con solo un destello de esa sonrisa, volvemos a la normalidad.

Las luces de Torrance son un borrón, el taxi rueda a lo largo de la calle, y veo a dos vagabundos discutir por un breve momento antes de pasar. —Es la próxima a la derecha —digo. Trey revisa su teléfono. —Dios, no puedo creer que es casi medianoche. —¿Normalmente estás en la cama a esta hora? —bromeo. —Normalmente es la cama de alguien más a esta hora. —Me sonríe, de forma juguetona y gruño en respuesta. —No tenías que traerme a casa. Soy una chica grande. Podría haber conseguido mi propio transporte.

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—Me habría preocupado. De esta forma puedo verte entrar por la puerta bien y ganarme puntos de caballerosidad en el proceso. —Mira por la ventana—. Sin ofender, Kate, pero debes salir de este vecindario. Bajo la mano y agarro mi bolso, el auto lentamente desacelerando ante mi edificio. —Este vecindario está bien. Pero si quieres darme un aumento… — Me encojo de hombros—. No pelearé contigo. —Quédate aquí. Te abriré la puerta. —Sale, y espero, mirando mientras se acerca a mi puerta y la abre con una gran floritura—. Milady. Me río, saliendo del taxi y parándome sobre la maltrecha acera. Ante mí, mi edificio se cierne, y tengo un momento de apreciación borracha por mi apartamento del primer piso. Él le dice al taxista que espere y me acompaña a la puerta, deteniéndose ante esa, su expresión se pone seria. —El lunes, hablemos sobre el aumento. —Vaya. De verdad estás ebrio. —Saco mis llaves y jugueteo con estas. —No, es en serio. —Me mira a los ojos—. Te daré lo que quieras. Él habla sobre incremento en el salario, pero salió de la forma incorrecta, con su voz muy ronca, su cuerpo muy cerca. Doy un paso atrás, pero nuestras miradas se mantienen, y casi cambio de dirección, me inclino, me retiro. Él se aclara la garganta, y el momento se rompe. Bajo la mirada, y me las arreglo para meter la llave en la cerradura de la puerta principal del edificio.

—Gracias por traerme hasta la puerta. —Las palabras chillan al salir—. Estaré bien desde aquí. Da un paso atrás, y la oscuridad de la acera oscurece su cara. —Buenas noches, Kate. —Se detiene, sus manos se deslizan en sus bolsillos. Detrás de él, el tubo de escape del taxi suelta humo en el aire de la noche—. Te veo mañana. Me despido con un pequeño gesto de la mano y escapo dentro, con el corazón acelerado, las manos temblando mientras corro el pestillo. “Te daré lo que quieras”. En ese momento, no era un aumento lo que quería.

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7 Ella —Estás empacándolo mal. —Craig está de pie a mi lado, con las manos en las caderas, y la cabeza sacudiéndose. —Está bien. —Cierro la tapa de la maleta y me inclino sobre esta, luchando con el cierre. —Kate, basta. —Aparta mi mano—. Necesitamos sacar todo y empacar de nuevo. No necesitas tanta ropa.

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—Lo qué no necesito es que me digas cómo empacar. Ve a la sala de estar —digo cortante—. Déjame cerrar esto. —Empujo su hombro y lo miro retroceder, con una mirada de dolor en sus ojos. Es cruel no dejarlo empacar, no dejarlo usar su tabla para doblar camisas para asegurarse que todos los bordes estén perfectos y del mismo tamaño. Pero dejarlo empacar significaría que vería la lencería de encaje rojo que había metido, un nuevo ítem de Marks que ni siquiera había salido a las tiendas todavía. Me gustaría mantenerlo como sorpresa, algo para sacar la noche del sábado, en celebración de mi cumpleaños. Cierro la maleta, el cierre tenso, pero aguantando, y lo arrastro a la sala de estar, haciendo un movimiento de ¡ta-da! Que es completamente ignorado por Craig, quien mira cada una de las ruedas de mi maleta, examinándolas y luego engrasándolas con una pequeña botella que mete de nuevo dentro de una bolsa Ziploc después de que termina. —¿Listo? —digo secamente, mirando mi reloj. No importa si no lo está. Tenemos unas buenas cinco horas hasta el vuelo. No habría razón en la tierra para no dejar la casa ahora, excepto que a Craig no le gusta dejar nada al azar. Pensé que exageró cuando fuimos a San Diego para una noche. Resulta que los viajes internacionales lo ponen a un nuevo nivel de nervios. Miro a Craig y me pregunto si estoy cometiendo un error al traerlo. Esto es un evento de trabajo después de todo, un viaje para comprar el inventario que hace falta de una vieja fábrica de ropa interior. Nuestro viaje de cuatro días, si el inventario es de calidad, podría salvarnos un par de cientos de dólares. En mi mención inicial del viaje a Craig, podría haberlo dejado en eso. En cambio, animada por el vino y un bono de doscientos dólares en un boleto, lo había invitado a venir.

—Estoy listo. —Prueba nuestras ruedas, haciendo rodar la maleta en un rápido círculo—. Tengo nuestro itinerario y los documentos de viaje en el auto. Vamos. Sonrío y paso mi brazo por el suyo. —Estoy emocionada. Me regresa la sonrisa, inclinándose y dándome un rápido beso en los labios. —También yo, dulzura. —¡Bon voyage! —grito, subiendo mis brazos en el aire. —Allons-y —corrige—. Bon Voyage es para desearle a alguien buen viaje. —Claro. Como sea. —Agarro la maleta y voy hacia la puerta.

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Hong Kong es como todo lo que había esperado y como nada de lo que podría haber imaginado. Me paro en medio de una calle llena y levanto mis brazos, girando en la multitud, las luces de neón en todas partes, el aire lleno de olores raros y sonidos, el repicar de idiomas como una cómoda manta de anonimato. Veo los ojos de Trey y lo saludo, la esquina de su boca se levanta en respuesta, sus ojos caen al efectivo en su mano, su discusión con el vendedor callejero sigue, una negociación de ida y vuelta sobre alquiler de motos, una conversación por la que Craig está teniendo un ataque de pánico, sus repetidos intentos de llamar la atención son ignorados. —Relajaaaate —le digo. Él no confía en Trey; ese es el problema. No ha aprendido la tranquilidad con la que Trey maneja las cosas. Han pasado nueve meses, y apenas y estoy aprendiendo ahora a saltar cuando muestra sus cartas. Porque así es como es. No te pide que te arriesgues, a menos que tome el viaje a tu lado. Si yo fallo, él falla. Y si un vendedor ambulante en la ciudad más grande del mundo molesta a Craig, está molestando a Trey Marks también. Y ese escenario es tan improbable como, bueno… un pequeño copo de humedad golpea mi mejilla y alzo la mirada encantada, un caleidoscopio de ventisca blanca cae. Avanzo, moviendo mis manos en grandes círculos para llamar su atención—. ¡Chicos! ¡Está NEVANDO!

Trey se levanta y Craig y yo miramos mientras levanta su copa hacia ambos. —Un brindis —anuncia, esa sonrisa suya tirando de la comisura de su boca.

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Bajo la mirada a mi propia copa de vino, sorprendida de encontrarla medio vacía. No me la había servido hace… qué, ¿cinco minutos? ¿O diez? Lo había estado cuando le había contado a Craig esa historia… la de Marie de contabilidad, y su disfraz de Halloween. Me río, y levanto mi copa. Deberíamos beber. Deberíamos viajar más. Con mi último aumento, y Craig… bueno, Craig nunca gasta nada de dinero así que debe de tener montañas de este… no hay razón por la que no deberíamos divertirnos más. Como esto. Al otro lado del mundo, en un lugar donde los idiomas extranjeros rebotan en exóticas paredes, y estamos comiendo gusanos de seda fritos por el amor de Dios. ¿Por qué, en tres años juntos, estamos apenas haciendo esto ahora? Trey se aclara su garganta, y me mira de una forma un poco seria. —Kate, de verdad creo que estás ebria. Me río de nuevo, un acto completamente raro, y me detengo, analizando mi consumo de alcohol y mi estado de humor actual. Estoy borracha. Me siento casi orgullosa por el hecho, y eso por sí mismo es incluso un mayor testimonio al hecho de que debo estar ebria. Yo, Kate Martin, la eterna chica buena y meticulosa que soy, estoy oficialmente borracha. En Hong Kong. Con dos de los mejores chicos… —Está a punto de llorar —dice Craig, mirando a Trey con preocupación. Resoplo. No puedo evitarlo. Son tan diferentes. Craig es tan bueno conmigo. Y se esfuerza tanto por ser un buen compañero; va a ser un padre increíble, y es una persona tan buena por dentro. Y entonces tienes a Trey, quien es, como, este perfecto unicornio sexy… no es que tenga un cuerno saliéndole de la cabeza ni nada de eso; simplemente es tan… cierro mis ojos e intento encontrar la palabra correcta, esa que encierre lo especial y único que es. Como puede hacerme el día sólo sonriendo. Como ahora, ahora mismo, está mirándome, de la forma más amable y dulce, como si… —NO LLORES —dice Craig, con fuerza, su rostro cerca al mío, mi nariz capta un vaho de la tarta de atún que se comió como aperitivo.

—ESTÁ BIEN —digo en respuesta, igual de fuerte y exagerado que él, como si estar ebrio lo volviera sordo de alguna forma—. NO LLORARÉ. Mis ojos se encuentran con los de Trey, y él guiña un ojo.

2 a.m. Mi embriaguez aumenta, luego cae, mi alegría decae a algo más, algo oscuro y contemplativo, donde todos mis pensamientos burbujean a la superficie y demandan ser examinados. Craig y yo entramos al elevador, y observo los números de los pisos aumentar. Creo que hay algo fundamentalmente malo con mi relación.

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En tres años de salir, no hemos peleado ni una sola vez. En tres años, hemos encajado juntos fácilmente, yo pasando por alto cualquier imperfección, y escondiendo cualquier cualidad que pensara que no aprobaría. Lo amo, pero nunca he sentido pasión por él; nunca he estado obsesionada por él. ¿No debería una mujer, en algún punto, obsesionarse por el hombre con quien pasará el resto de su vida? Una vez, cuando estaba mirando un correo en el teléfono de Craig, tuve la momentánea idea de revisar sus mensajes de texto, ver con quién se estaba comunicando, y lo que estaba siendo dicho. No lo hice, la idea absurda de que Craig me estuviera engañando, o coqueteando con alguien más. Una mesera una vez coqueteó con él, y se alteró tanto por eso que hizo que la pobre mesera se sentara y lo escuchara explicarle la historia de nuestra relación. Dejamos de ir a ese restaurante, sólo para evitar interacciones incomodas con ella. Nuestro cuarto de hotel está oscuro, no hay luces encendidas, las cortinas están corridas. Abro el cajón superior de la cómoda, haciendo a un lado mi suéter y considerando la lencería escondida debajo. Reemplacé el suéter y me senté en la cama, escuchando a Craig cepillarse los dientes, luego pasar la seda dental. Cuando entra al cuarto y baja el cierre de su pantalón, lo veo quitárselo, colgarlo pulcramente en el gancho, su cuerpo lentamente desenvuelto mientras se quita su camisa y sigue el mismo proceso. Su cuerpo es el espécimen perfecto para un consultorio; bien ejercitado, sin grasa, pero sólo los músculos moderados, nada lo suficientemente grande para estresar el corazón. Viene a mí desnudo, suavemente poniéndome de pie mientras nos besamos, su lengua con sabor a yerbabuena, su piel fría bajo mis dedos. Baja el cierre de mi vestido y lo ayudo. Se pone de rodillas y me recuesto sobre la cama, con una pierna sobre su hombro, su boca es suave contra mí y entierro mis dedos en su cabello mientras me corro.

Creo que es el cuando se mueve a emocionalmente. No sobre la cama, con el

licor que me entumeció. No hay razón para que, la cama y se empuja dentro de mí, no reaccione hay razón, para que cuando terminemos y ruedo vestido puesto, el cabello recogido, me sienta sola.

Pero así es. Coloco mi mano sobre las sábanas grises, el diamante brilla hacia mí, y siento la profunda certeza de que estoy cometiendo un error. A las 4 a.m., despierto a Craig y le digo todo.

Él 57

Termino la llamada y hago señas al mesero, esperando que reemplace mi bebida. Miro la tercera silla, y lamento, por enésima vez, permitirle traer a su prometido. Inicialmente, pensé que era buena idea. Pensé que verla feliz, ver su futuro; podría hacer las cosa entre ella y yo más claras, un poco menos tentadoras. Ese plan explotó tan pronto como llegaron. Este chico no era correcto para ella. Demonios, es completamente malo para ella. Pero no puedo decirle eso. Si lo hago, lo rechazara, y luego habría animosidad, y tan cercanos como nos hemos vuelto en los últimos nueve meses, no estoy seguro de que podamos enterrar esa conversación y seguir. Paso un dedo sobre mi tenedor más pequeño, empujando la plata, irritado por el hecho de que está aquí, arruinando todo. Hoy, deberíamos estar celebrando, la compra de la mercancía fue completada, un montón de dinero fue ahorrado, todo continuaba avanzando hacia el éxito. En cambio, estaba mirándolo al otro lado de la mesa, y haciendo un paralelo de todas las formas en que es malo para ella contra todas sus fortalezas. Desafortunadamente, sí tiene unas fortalezas. Es atractivo, de la forma en que los hombres de los catálogos de Brooks Brothers lo son. Perfecto cabello, dientes derechos, una apariencia de chico bueno. Es exitoso, asumiendo que ella es feliz con la clase media. Es listo, hasta ser molesto, algo que ha mencionado. También es ignorante al hecho de que quiero follar a su futura esposa. Parece no preocuparse por nuestras largas horas, o la familiaridad casual, o los momentos en que nuestros ojos se encontraron al otro lado de la mesa, la comunicación sin palabras en los pequeños movimientos de sonrisas o miradas.

No debería estar tan tranquilo, o ser tan amigable. Debería estar cuestionándose nuestra amistad, y sutilmente marcando su dominación. Debería haber una distancia saludable entre ambos, una masculina puesta en guardia, unas mangas enrolladas en la pelea por esta mujer. Mi mujer. Así es como todo esto debería ser. Ese es el juego que sé cómo luchar. No puedo pelear con un amable y bien comportado monigote. Me haría parecer un imbécil. Eso la alejaría. Alcanzo mi copa y mentalmente me corrijo. No importa cómo reaccione él, o el juego debería desarrollarse. No puedo pelear con él porque no debería tenerla. Es el mantra que sigo olvidando, el plan que sigue descarriándose. La puerta del restaurante se abre, y sé que es ella por la sonrisa en la cara del maître.

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—¿Dónde está Craig? —Saco su silla, mirando hacia el frente del restaurante. Es terrible, pero parte de mí espera que esté enfermo, alguna especie de bicho estomacal que lo mantendrá en su cuarto y fuera de nuestro camino por los próximos días. —Algo surgió, anoche tarde. Va de camino al aeropuerto ahora. Debe ir a casa. —Toma la servilleta y la abre en su regazo, con sus ojos en el movimiento. Algo está mal, su voz está forzadamente tranquila. Me siento y aliso mi propia servilleta, manteniendo mi mirada en ella. —¿Debes ir con él? Puedo encargarme del resto de las reuniones sin ti. —No. —El movimiento de su cabeza es rápido y corto, casi un estremecimiento—. Está bien. Lo veré cuando vuelva. —Me sonríe, y algo definitivamente está mal, las líneas de su cara tiran de los lados incorrectos, sus ojos están evitándome, su revisión del menú es extrañamente enfocada. Lucho una batalla entre la agresiva protección y darle su espacio, mi lengua está preparada, insegura de cómo actuar. Atrapo sus ojos y hay un destello de cruda vulnerabilidad, una súplica silenciosa de que lo deje pasar. Estiro la mano, pasándole la canasta de pan, y veo el anillo que todavía está en su dedo. —Entonces, no está Craig.

—No. —¿Y nuestra reunión con el representante de la fábrica es a las diez? —Sí. —Espero que uses grandes palabras en nuestra reunión. Eres la única oportunidad que tenemos de sonar inteligentes. La esquina de su boca se levanta, y se siente como una victoria monumental. —Bien. —Y ahora me has puesto trabajo extra. Sus cejas se levantan, y un indicio de vida entra en sus ojos. —¿De qué forma? Dejo salir un pesado suspiro. —Ahora tengo entretenerte por los próximos dos días. Hacer de anfitrión, hacer que te emborraches con sake de Hong Kong, y darte unas vacaciones que nunca olvidarás. Pone sus ojos en blanco y toma el menú.

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—Cállate. Ambos sabemos que pediremos servicio a la habitación esta noche, y que estarás acostándote con alguna zorra china. —Voy a cancelar la zorra china —digo con tono herido—. Digo, iba a acostarme con ella, pero tú y tu inconveniente soledad acaban de costarle el mejor orgasmo de su vida. —Oh Dios mío. —Levanta el menú más alto para ocultar su sonrisa—. Por favor basta. Su pie golpea mi pierna, y bajo la mirada al menú, deseando que ese anillo no estuviera en su dedo y que este restaurante estuviera vacío.

Ella —¡No voy a beber eso! —le digo a Trey, esperando que pueda leer labios porque el ruido en el club es ensordecedor. Me sonríe y jalo su pantalón de vestir, estrellando una mano en la parte de arriba de su zapato para llamar su atención. De pie en la cima de la barra, grita algo y la multitud estalla en vítores, un cantico empieza el cual no puedo entender. Alzo mis manos con duda y él apunta a la chica a mi lado, gritándole algo. La chica, un

bombón con coletas, ojos de gato y botas de combate, se inclina y presiona su boca en un cubo de hielo, sus ojos se mueven a Trey. Él inclina una botella y el licor rojo fluye como un sumidero, a través del hielo en su boca. Parece poco higiénico y extremadamente sexual, dos direcciones con las que no planeo tropezarme esta noche. Cierra sus ojos y traga, levantando su boca del hielo y limpiándose los labios con el dorso de la mano. Hace un gesto para que avance. —¡No! —Muevo mis manos hacia Trey, sacudiendo mi cabeza enfáticamente, pero la multitud canta con más fuerza, lo puños golpean sobre la barra, los cuerpos empiezan a saltar animados. Él hace una mueca, como si fuera inocente en todo esto, luego alza un dedo. —Un trago —grita—. ¡Solo uno!

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No puedo. Si hago esto, si le obedezco, será un infierno. Será como darle las llaves de mi reino al diablo. Sabrá que, si me muestra esa sonrisa, y me guiña un ojo, cederé, me comportaré, haré lo que sea que quiera que haga. Y quiero decir lo que sea. Sus ojos atrapan los míos y se agacha, suavemente dejando el licor y bajándose de la barra, aterrizando a mi lado, con su mano ahuecando la parte de atrás de mi cintura y acercándome a él. Baja su boca a mi oído. —Sólo uno, Kate. Por mí. Tal vez es su proximidad, o la forma en que su voz se suaviza en las últimas dos palabras. Tal vez es el hecho de que debo apartarme de él y tomar ese trago o inclinar mi cabeza y besarlo. Cualquiera que sea la razón. Me alejo y voy por el hielo. Me digo que el hielo es estéril, y que no importa que esté poniendo mi boca en el mismo lugar donde estuvo la de un extraño. Me digo eso porque no le dije a Trey que rompí con Craig. Eso hace que esta noche esté bien, quita cualquier capa romántica, y beber con mi jefe es tan inapropiado como puede ser. Cierro los ojos y espero el alcohol, y me digo que no importa si me veo sexy, o si Trey está orgulloso de mí, o impresionado, cualquier otra cosa. El licor golpea mi lengua y es frío como el hielo. Lo trago y me paro, un poco se chorrea por un lado de mi boca. Cuando voy a limpiarlo, la mano de Trey está ahí, sus dedos suaves contra mi barbilla, y nuestros ojos se encuentran mientras limpia el licor y luego sube su mano, suavemente succionando el pulgar en su boca. Santo Dios. Este hombre será mi muerte.

Mi vuelo a Hong Kong había sido soportable, Craig y yo tuvimos suertes de ser sentados al lado de uno de esos escuálidos adolescentes que usan auriculares y no acaparan el reposabrazos. Pero de regreso, Trey me pasa a primera clase, una transición costosa que al principio rechacé. El masaje de cuello a mitad del vuelo, la televisión privada, y el sushi ablandan mi resistencia. La cama completa, la cortina de privacidad, la siesta de siete horas me tiene renegando de la clase turista para siempre. —¿Todo está bien con Craig? Considero la pregunta sin mirarlo. —Está bien. Fue una emergencia de trabajo. Creo que ya la manejó. —Sería más fácil decirle la verdad; debería decirle la verdad. Trey no es sólo mi jefe; nos hemos vuelto amigos. Sería raro no decirle.

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Pero decirle que rompí mi compromiso llevaría a preguntas, unas que ni siquiera había resuelto del todo en mi cabeza. Tal vez, de regreso en los Estados Unidos, cambiaré de opinión. Tal vez, después de catalogar todos los factores para tomar la decisión, me daré cuenta que no debería haber tomado una decisión tan radical mientras estaba bebiendo. Tal vez llamaría a Craig y le diría que cometí un error. O no lo haría. No siento nada de remordimiento por mi decisión. Si algo, me siento mejor; el nudo de ansiedad por nuestro futuro no está, mis posibilidades son más amplias. Anoche, tuve la mejor noche de mi vida. En algún punto, habíamos bailado, en un oscuro club a un lado de la calle, uno donde travestis nos recibieron en la puerta y la música disco resonaba por las bocinas. Nunca he bailado. No en la universidad, y menos durante el post grado. Los eventos formales a los que Craig y yo algunas veces íbamos tuvieron un par de canciones lentas con las que nos balanceamos, de la forma más digna posible. Pero nada de eso anoche. Eso habían sido manos al aire, trasero meneándose, giros. Nos habíamos metido en la multitud, en un lugar de fuertes movimientos y atestado, sus brazos se habían envuelto protectoramente a mi alrededor, mi cuerpo ocasionalmente rozaba el suyo al ritmo de la música tecno. Cuando subimos al bar de arriba, tomamos Tequila y encontramos una máquina de discos. Puse una canción country, me las arreglé para mezclarla con una jiga irlandesa, y Trey se ríó y me dijo que era una bailarina terrible. Él también, comiendo tapas, en otro bar, me apartó el cabello de la cara y me dijo que era brillante. No recuerdo mi

respuesta. No recuerdo mucho del resto de la noche, excepto que me quedé dormida en un taxi, y que él terminó llevándome a mi cuarto. —¿Está mal que esté feliz de que se haya ido antes? —Inclina su cabeza contra el cabecero y se gira a sonreírme—. Digo, estoy seguro de que arruinó tu cumpleaños, pero… —No es malo. —Le mostré una media sonrisa—. Creo que fue una buena experiencia para formar lazos como compañeros de trabajo. — Alcanzo mi vaso, determinada a regresarnos a una relación apropiada—. Por Marks Lingerie. Su lengua recorre el interior de su labio inferior y él, casi a regañadientes, levanta su propia copa. —Por Marks. Y por formar lazos con compañeros de trabajo. Inclino mi vaso y aparto la mirada.

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8 Ella —Simplemente no entiendo por qué no has hablado con Trey. —Jess empuja el carrito de la compra y se detiene junto a un estante de bolsos, tomando un bolso de mano de imitación de Betsey Johnson—. Ha pasado un mes desde que tú y Craig rompieron. ¿De qué hablan todo el tiempo? —Negocios. —Giro un estante de lentes de sol y tomo unos de arriba—. Y otras cosas. No sé. Él no saca el tema de Craig. —Ustedes son extraños. —Sostiene el bolso—. ¿Crees que esto vale cuarenta dólares? —No. —Me pongo los lentes, mirándome en el espejo—. No somos extraños.

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—Son totalmente extraños. Incluso mamá piensa que son extraños, eso es casi el beso de la muerte. —¿En qué sentido somos extraños? —Los lentes no se ven mal en mí. Inclino la cabeza, considerándolos. —Es el modo en que se miran el uno al otro. Como si estuviesen teniendo conversaciones subliminales. Es maleducado, ¿sabes? Cuando está otra gente. Me siento ignorada comiendo con los dos. Además, está todo eso de la atracción. Me quito los lentes de sol y compruebo la etiqueta del precio, suspirando y dejándolas de nuevo en el estante. —Muchos amigos están atraídos los unos por los otros. —Mmmm… no. —Lanza el bolso en el montón y empuja el carrito—. En realidad no lo están. Nunca funciona. —Te gustaba Gabe Jordan. —Eso fue en noveno grado, Kate. —Mira el reloj—. Mierda. Ya son las dos. Tenemos que darnos prisa. Observo mientras gira por el pasillo de artículos para el hogar, sus pasos se incrementan en velocidad mientras pasa junto a los artículos de cocina, deteniéndose en una exposición de marcos de fotografía. Tal vez Trey y yo somos extraños. Ciertamente, a veces, me siento indefensa, como si nos estuviésemos acercando de puntillas a la línea de lo inapropiado. Es

la razón por la que no le he hablado de Craig. Siento como si mi relación falsa con él es una capa de protección, algo a lo que señalar y decir ¿Ves? Solo somos amigos. Debemos serlos, ya que estoy felizmente prometida. —¿No te ha preguntado por el anillo? —pregunta Jess, dejando cuidadosamente un marco de fotografía en el carrito. —Le dije que necesitaba ajustar el tamaño. —Una excusa terrible, pero una que él no había cuestionado. —Aún no puedo creer lo suave que fue tu ruptura. —Se detiene—. En realidad, da lo mismo. Sí puedo. Si alguna vez me divorcio de Adam, voy a hacer que Craig maneje todo.

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Tiene razón. Mi ruptura con Craig no podría haber sido más pacífica. No había protestado o gritado. No había habido lágrimas o debate. Había escuchado mi titubeante intento de discutir mis sentimientos, luego se acercó al armario y empacó su maleta. Antes de salir de la habitación de hotel, habíamos discutido nuestra relación hacia el futuro (una relación cordial) y si él debería contribuir a la factura del hotel (no). No tengo ninguna duda de que en su perfectamente organizada oficina de casa hubo un archivo “En caso de que rompamos” completo con una lista de cosas por hacer. Para el momento en que llegué a los Estados Unidos, tenía una caja en la encimera de mi cocina con todas mis cosas de su casa, junto con una lista impresa de cosas que me estaba pidiendo. Tenía una tarjeta de visita sujeta en el inicio de la lista, junto con papeles firmados del banco en el que quitaba su nombre de todas nuestras cuentas conjuntas. Le había devuelto sus cosas a la semana siguiente y no había sabido de él desde entonces. Me apoyo contra la pared. —Estoy preocupada de que decírselo a Trey cambie nuestra relación. Me mira. —Eso puede no ser algo malo. Él es ridículamente sexy… necesitas un nuevo hombre… —Se encoge de hombros como si todos los problemas estuviesen resueltos. —No es así de simple. Tal vez si fuéramos solo amigos… —Me froto los ojos—. Pero la compañía nos necesita a ambos. Y él lo sabe. No creo que nunca vaya a hacer nada conmigo, por miedo a estropearlo. —Está bien… —dice alargando las palabras, asintiendo a otro transeúnte y moviéndose por el pasillo—. No estás teniendo ningún sentido. ¿Quieres tener una cita con el tipo o no? ¿Quiero salir con Trey? Ni siquiera merece la pena considerarlo. No puedo salir con Trey. —No. —Logro decir.

—¿No? —Alza las cejas en la forma conocedora que solo una hermana puede. —No —repito y esta vez la palabra corta está llena de determinación. Simplemente se ríe como respuesta.

Él La morena es una versión más joven de Kate, sus pechos mostrándose por encima del sujetador balconet6. Miro mientras se apoya distraídamente contra las almohadas, con una rodilla hacia arriba, una cadera girada. Un hombre con traje camina hacia delante, deteniéndose frente a ella. —¿Qué piensas? —pregunta Kate suavemente. Un foco destella y hay un chasquido del disparador.

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—Es una apuesta. —Me encojo de hombros—. Pero me gustan las apuestas. —De tal padre, tal hijo. —¿Crees que será demasiado arriesgado para las tiendas? —El hombre se arrodilla frente a la modelo, la mano sobre su muslo. —No estoy seguro. Pero a los de marketing les gusta la idea de sexualizar la sesión. Piensan que pueden lograr que las fotografías se hagan virales. —Saco el teléfono y actualizo mi correo electrónico. —¿Esperando todavía el pedido de Neiman Marcus? —Sí. —Ya estamos completamente financiados esta temporada. De todos modos, su pedido nacional puede darnos una base firme para lanzar una publicidad apropiada. Miro el teléfono y me lo meto en el bolsillo. —A propósito… —Se balancea en los tacones, algo en su postura me hace detenerme—. Craig y yo hemos roto. Es tan inesperado que doy un paso atrás, el corazón latiéndome con confusión, provocado por el entusiasmo y el terror. Trago saliva. —¿De verdad? —Sí. Simplemente pensé que deberías saberlo. —Baja la mirada al sujetapapeles, haciendo una marca en la página—. No es que cambie nada. Solo…

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Balconet: Es un estilo de sujetador que tiene el corte de la copa bajo.

—¿Por qué rompiste? —Ella tuvo que dejarlo. No hay forma de que él, ni ningún hombre, la dejara marchar. —No lo sé. —Alza los hombros—. Solo sentí que podía estar cometiendo un error. Y nuestra relación se sentía… —Se detiene y siento que toda mi alma espera por el final de esa frase—… como una relación de negocios —concluye finalmente. Entiendo lo que está diciendo, la forma estéril en la que habían interactuado, el planteamiento formal y ejecución de cada tarea de Craig, pero, aun así. La elección de palabras me apuñala. Me fuerzo a acercarme a Kate, para volver a nuestras posiciones de antes, con la mirada en los modelos, el hombre ahora inclinado sobre la mujer, sujetándole las muñecas al colchón. Kate se coloca el cabello detrás de la oreja y atrapo un leve olor de su perfume. Pasa una mano por el horario de la sesión de fotos y miro el delicado deslizamiento de sus dedos sobre la página. Está soltera. Mi Kate está soltera. Sin anillo en su dedo, sin llamadas a su teléfono, nada que me detenga de pasar el brazo por su cintura y acercarla a mí. Me giro y me alejo, llamando a uno de los asistentes del fotógrafo y hago que le lleve en medio de la iluminación.

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Trabajar con ella durante diez meses, ya ha sido un esfuerzo en mi fuerza de voluntad. Ahora, con Craig fuera de la ecuación, ¿seré capaz de controlarme? Vuelvo a mirarla, pasando la mirada por su cuerpo, disfrutando de sus curvas femeninas, su aire casual, la confianza con la que llama al fotógrafo. En el bolsillo, me vibra el teléfono, saco el aparato, mi corazón latiendo con rapidez ante el aviso de llegada de correo electrónico. Neiman. El tiempo es sospechoso y levanto la mirada al techo, preguntándome si el gran hombre ahí arriba está intentando mandarme un mensaje. Abro el correo y paso rápidamente a través de la orden, una sonrisa tirando de mi boca mientras veo los números de compra. Camino hacia ella y la rodeo con los brazos, mi pecho contra su espalda, mi barbilla en su hombro y el teléfono sostenido frente a ella. —Mira —susurro y lucho contra la urgencia de acercarla más a mí, presionar las caderas hacia delante, contra su cuerpo, para sentir la curva de su trasero contra mí—. Mira lo que hiciste. Se gira, rodeándome apretadamente.

el

cuello

con

los

brazos,

abrazándome

—Lo que hicimos —comenta y cuando se aleja está sonriente. Tiene razón. Lo hicimos. Y maldita sea, no puedo destrozarlo todo ahora.

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9 Ella Cuatro meses después Las Vegas. Gané tres mil dólares en una maquina tragamonedas y estoy estirada en mi cama, revolviéndome en mi nueva riqueza, cuando Trey entra. Arquea una ceja en mi dirección y estira su muñeca. —Necesito ayuda. Estos gemelos son una perra. Ruedo y me siento derecha en el borde de la cama. Cuando da un paso al frente, entre mis piernas, lo miro.

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—Esto podría ponerse interesante —murmura, con un brillo malvado en sus ojos. Sus zapatos se plantan en el lugar, su pantalón roza el interior de mis rodillas. No lo hará. El hombre es un completo coqueto. Coquetea como un adolescente, luego se aleja y me deja jadeando. “Hay ciertas líneas que no cruzo, y follar con mis empleados es una de esas”. Su línea en mi entrevista se repite en mi cabeza. Después de nuestro viaje por carretera a San Francisco, investigué sobre Vicka Neece. Como había esperado, es hermosa, y muy diferente de mí. Rubia en lugar de morena. Más alta que yo, y delgada en lugar de curvilínea. Tiene ese ceño sofisticado que nunca he dominado. Y puede ver por qué un hombre la elegiría. Y puedo ver, en los restos de Marks Lingerie, lo que las relaciones en la oficina pueden provocar. No había pensado mucho en eso mientras estaba con Craig, pero en los últimos cinco meses como mujer soltera, la postura de Trey con la fraternización me ha atormentado. Y ahora mismo, su cinturón está al nivel de mis ojos, la hebilla rogando por ser liberado, el cierre por ser bajado, y todos los misterios de Trey Marks revelados. Mi mano se cierne sobre el cinturón. Sería tan fácil. Suspiro mientras lo paso por alto, yendo su manga esperando, mis manos rápidas y eficientes mientras quito el gemelo. Alzo la mirada hacia él y saco mi lengua. —¿Por qué es eso? —extiende la otra mano, con una sonrisa jugueteando en sus labios.

—Tu. Tú y tú ridículo atractivo. —La verdad sale de mis labios antes de que pueda contenerla. Me muerdo el labio inferior y bajo la mirada al gemelo, luchando más para sacar este por el agujero. —Oh bien. Estaba preocupado de estar perdiendo mi toque. —Gira sus manos, ofreciéndomelas y jalo, poniéndome de pie. —Nop. No hay de qué preocuparse. —Miro su traje—. ¿Entonces esto es como una cena? —¿Estás esperando el buffet? ¿La lotería y sudaderas? —No me tientes —gruño, pasando a su lado para el baño—. He usado tacones por, como, catorce horas ahora.

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—No tienes que venir. —Se para en la entrada y me mira. Agarro un trapo y froto mi cara con este, quitando el maquillaje. Miro el espejo, a mi cara, ligeramente rosa por el agua tibia, y frunzo el ceño. Tal vez no debería estar sorprendida de que Trey no intente acostarse conmigo. No cuando me ve de esta forma, en un harapiento pantalón de yoga y una camiseta que tomé prestada de su maleta sin decirle. Esto es lo que consigue por tener camisetas que se sienten como gamuza y por reservar cuartos contiguos. Puede que le esté trayendo éxito a su compañía, pero no estoy por encima de robarle descaradamente de su maleta—. Conozco a Mira y su esposo —continua—. ¿Por qué no te tomas la noche libre? Pide servicio a la habitación y una película. Cierro el agua y lo miro desde el espejo. —Su esposo posee treinta y siete tiendas por departamento en California. No me importa si conoces a Mira. Su primera orden, si podemos conseguirla, será gigante. No te ofendas, pero no dejaré que lo arruines. —¿Cómo puedo no ofenderme con eso? —Estalla en una carcajada, y me sigue a mi maleta para tomar mi plancha. —Es la verdad. —Conecto la plancha—. Y no coquetees con ella. —Oh… la Kate celosa. Sabía que estabas por ahí en alguna parte. —No estoy celosa, soy sensata. No sabes cómo eres, lo que le haces a las mujeres. Le dices algo casual a ella, y su esposo te va a enterrar en el próximo… —Kate. —… y no le importará si… —KATE. —Da un paso al frente, empujándome contra el mostrador del baño, la línea de su cuerpo dura, y encajando a la perfección con mis curvas, una de sus piernas avanza, entre las mías, una tensa línea de musculo contra el aire que no ha conseguido nada de atención desde Craig

en Hong Kong—. Estará bien. He conocido a su esposo antes. Todo… estará… bien. Deja caer sus ojos a los míos y baja a mis labios. Sus manos están descansando a cada lado de mí, planas sobre el mostrador, enjaulándome, y me estremezco cuando mueve sus pulgares, el raspar de estos lentamente acaricia los lados de mis caderas. Puedo sentir el delicado cambio en el aire mientras exhala, sus ojos trazan la línea de mis labios, y los mojo preparándome. Debería hacerme a un lado, hacer un chiste, mencionar la hora. En cambio, cierro mis ojos, levanto mi barbilla, y espero por su beso. Escucho su gruñido en el momento antes que se aparta del mostrador, su cuerpo dejando el mío, mi piel de repente fría sin el calor de su toque. Abro mis ojos y está ahí, contra la pared del baño, su mano pasando sobre su boca, luego yendo a su cabello. Pasa a través de la puerta, y entonces se escucha el golpe de la puerta que conecta, y estoy sola. Me apoyo contra el mostrador y dejo salir una maldición.

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Él Mis zapatos resuenan contra la baldosa del hotel, un sonido dominante que me asienta, otra pieza de la apariencia externa del control. Necesito la ilusión, mientras por dentro, me derrumbo en pedazos. Mi compañía la necesita. La necesito. Y, desafortunadamente, también mi polla. Y justamente así, es como se destruyen las cosas. Camino hacia el maître, y espero que no venga a la cena.

Ella Con el cabello recogido, uso mi mejor traje, un sexy vestido YSL que Trey me compró en Nueva York. Había gruñido cuando salí del vestidor con este puesto. Un gruñido muy similar, de hecho, al que había salido de él en el baño.

Tal vez le gusta torturarse a sí mismo. O tal vez solo puede satisfacerse solo, y las mujeres solo son peones en su ridículo juego de la excitación. Cualquiera que sea la razón, esta cena es muy importante para dejar que nuestra inapropiada tensión sexual se meta en medio. Paso el puesto del anfitrión, mis tacones se deslizan con cuidado sobre el duro piso de madera, y me muevo entre las mesas, buscándolo. En la parte de atrás, en una elegante mesa para cuatro con vistas a la Strip, sus ojos encuentran los míos. Se levanta de su asiento, y me acerco a él.

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Mira y Edward son de San Diego. Es una abrazadora, y me preparo cuando envuelve sus brazos alrededor de mis hombros, su altura coloca su cara incómodamente cerca a mis pechos. Tiene un vestido rojo de corte bajo, uno que muestra unas curvas impresionantes y piel oliva. No es tradicionalmente bella, pero tiene la clase de cara que se transforma cuando sonríe, su energía es contagiosa. Su esposo es más del tipo fuerte y silencioso, un hombre educado quien se para junto a Trey y extiende una mano educadamente en mi dirección. Es nuestro objetivo; sus tiendas por departamento el hogar perfecto para nuestra lencería. Estamos en la ciudad para una exposición, y Edward, aparentemente, ama cualquier excusa para apostar. —Trey estaba contándonos todo sobre ti. —Mira se inclina, metiendo un rizo oscuro detrás de su oreja y bajando la voz como si esto fuera una especie de secreto—. Dice que solías trabajar en Lavern & Lilly. —Así es. —Hago una mueca—. No era ni de cerca tan divertido como trabajar para Marks. Me lanza una sonrisa comprensiva. —Oh, eso lo creo. Trabajé con Trey antes. Sé lo bien que mantiene a sus trabajadores entretenidos. —Roba un camarón del plato de aperitivos y se gira a Trey—. ¿No es eso correcto, Trey? Trey intenta mirarla con severidad, una mirada que pierde su impacto por la curva de su boca. —No es así, Mira. Escalofríos llenan mi brazo, y estudio su cara, la forma en que ella le sonríe antes de hundir el camarón en la salsa. Bajo la mesa, siento la mano de Trey acomodarse en mi muslo, sus dedos apretando brevemente en una advertencia que es innecesaria.

—Lo siento. —Sonrío educadamente—. No sabía que trabajaron juntos. —Fue en Bloomingdale’s7. —Trey levanta su vaso, los cubos de hielo moviéndose en el líquido ámbar—. Mira trabajaba en el departamento de contabilidad. —Seduje al pobre chico —interrumpe pomposamente, sosteniendo su copa de vino hacia su esposo, quien levanta la botella. Miro el vino tinto servirse, y me pregunto exactamente con cuántas empleadas de Bloomingdale’s se acostó—. Y, honestamente, no tuvo oportunidad. —No era exactamente un chico, Mira. —Trey se reclina, con su brazo detrás de mi asiento, las puntas de sus dedos rozando mi espalda—. Tenía veinticuatro, igual que tú. —Era mucho más sabia que mi edad. —Se gira a su esposo, quien parece completamente despreocupado sobre su historia—. ¿Verdad, bebé? —Todavía lo es. —Él se inclina hacia adelante, dejando la botella de vino—. Es por eso que te llevas tan bien conmigo. Soy inmaduro y tú eres muy madura.

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Ella frunce el ceño, Trey se ríe, y siento una combinación de celos y confusión. Levanto mi bebida y lanzo otra mirada hacia Mira, esta es más fija. He visto un montón de las citas de Trey, la mayoría son de piernas largas que no se preocupan a sí mismas con rupturas, cabello débil, y kilos extras. Pero Mira… es una mujer de verdad, una cuya nariz es muy grande para su cara, sus rasgos son bonitos, pero no arrebatadores, la forma de su cuerpo uno que podría comprar fácilmente en Lane Bryant tan fácil como en Sacks. Ella me mira y sonríe, y su fácil confianza es abrumadora. Trago un sorbo de mi mojito y busco algo que decir. —Edward, ¿también conociste a Mira en Bloomingdale’s? —Así es. —Tiene líneas de una sonrisa en sus ojos, su cabeza es una gruesa pila de cabello gris plateado. Está por sus cincuenta, con la misma clase de constitución de Craig. Probablemente era un nadador, o ciclista—. Era mi gerente contable. —¿Cuánto tiempo estuviste en Bloomingdale’s? —preguntó a Mira. —Dios, dos años. Los dos años más largos de mi vida. Pero oye… — abraza el brazo de Edward—, valió la pena por este paquete de sexualidad. —Mira a Trey—. Demonios, construir relaciones fue el único beneficio de ese lugar, ¿verdad? Él se mueve en su asiento y noto su tensión, el rígido movimiento de su dedo en su cuchara, la forma en que se aclara la garganta. Bloomindale’s: es una cadena de tiendas por departamentos de lujo en los Estados Unidos operada por Macy's, Inc. 7

—¿Han ido a Aspen este año? Se inclina hacia adelante, y se lanza a una larga y un poco graciosa historias sobre su viaje de esquí. Corto mi filete y miro a Trey, preguntándome por su tensión, el abrupto cambio de conversación. Él me mira y lo veo a los ojos, con una pregunta en la mirada. ¿Qué está pasando? Aparta la mirada. Tal vez es solo el comentario de Mira, la delgada y velada referencia a Vicka y su relación. Pero parece algo más. Él no me había querido en absoluto en esta cena. Veo a Mira y me pregunto si hay algo más que me estoy perdiendo. Mira me sonríe, y me doy cuenta de que la mesa está en silencio, todo el mundo me mira de esa forma expectante que sigue una pregunta. Trago un trozo del filete. —Lo siento, ¿cuál era la pregunta? —Edward se va esta noche, vuelve a casa por una reunión. ¿Estaba preguntando si podías mostrarme tus nuevas colecciones en la mañana? —Claro. —Sonrió, ignorando la dura presión del tobillo de Trey contra el mío—. Me encantaría. Tal vez podríamos ir a almorzar a Lago y verlo allí.

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—Podría ir con ustedes. —Trey se inclina, y coloco el tacón de mi stiletto cerca de su zapato, su pie rápidamente se aparta. —No es necesario. —Lo miro—. Puedes ir a hacer las cosas de hombres. Máquinas tragamonedas y lo demás. Déjanos tener un rato de chicas. Mira se ríe contra su copa de vino y Trey me sonríe ligeramente, con un notable tic en su mejilla. Tomo un gran sorbo del merlot y me pregunto de nuevo, de qué diablos está tan preocupado.

10 Él Las manos de Mira agarran los hombros de Kate y besa su mejilla, sonriendo cálidamente y prometiendo verla mañana al mediodía. No hay manera en el infierno de que el almuerzo esté sucediendo, pero voy a tomar eso con Mira esta noche, una vez que la lleve lejos de Kate. He envejecido cinco años durante esa cena, mi corazón en mi garganta cada vez que Mira tan solo abrió su boca. Había olvidado cuánto, sin una polla en su boca, habla. Arreglaré ese problema esta noche. Me alcanza, y acepto su abrazo, no reaccionando cuando susurra su número de habitación en mi oído. Me aparto de ella y extiendo una mano a Edward, su sonrisa cordial.

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—Ten un vuelo seguro —digo. —Desde luego. Espero verte de nuevo pronto. —Suelta mi mano, y nos separamos. Me vuelvo hacia Kate y tomo su mano, nuestro adiós involucrando otra ronda de saludos antes de que vayamos a través del restaurante y al casino—. ¿Quieres jugar algunas tragamonedas? —Miro las mesas de blackjack, donde Mira y Edward se dirigen. —Claro —responde alegremente—. Mientras tú estés pagando. —Por supuesto. —Coloco mi mano en la parte baja de su espalda, forzándome a no acariciar la piel allí, mis pasos enérgicos hasta llegar a la sección privada de las tragamonedas de alto límite. Hago una pausa, metiendo la mano en mi billetera, y soy detenido por la mirada severa de Kate, su alegre sonrisa ida. Huelo una emboscada antes de que incluso abra su boca. —Tú, idiota con una polla. —Ella cruza sus brazos sobre su pecho y se inclina contra la máquina tragamonedas más cercana. Miro de nuevo a mi billetera, sacando unos cuantos cientos y comprándome un segundo para pensar. Cierro mi billetera y la meto en mi bolsillo. —¿Qué? Te dije que la conocía. —¿La conocías? Sí, eso es un poco de un eufemismo. ¿Cogiste a todos en Bloomingdale’s?

Eso le gana una sonrisa, mis ojos tomando un viaje codicioso por su cuerpo, persistiendo en la forma en que su vestido se adhiere. —He logrado una cierta moderación a veces. —No lo hagas —advierte, y Dios, me encanta cuando se pone nerviosa. Me vuelvo hacia la máquina tragamonedas más cercana, alimentando un billete en la máquina en un intento de evitar tocarla. —Fue hace mucho tiempo. Está casada ahora. ¿Qué diferencia hace? —Su matrimonio no le impidió que te follara con los ojos a través de la mesa. La miro, a continuación, presiono el botón y veo los carretes girar. —Fácil, Kate. Tus celos se están demostrando. Ella gruñe. —No estoy celosa, soy inteligente. Nuestro cliente es su marido. ¿Eres demasiado estúpido para darte cuenta de que no va a abastecer nada de alguien a quien su esposa se siente atraída?

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—Creo que estás equivocada. —Me acerco y agarro su mano, tirando de ella hacia la máquina, su linda lucha de una manera que me pone duro como una roca—. Deja de luchar contra mí. No te estoy jodiendo contra los carretes. Solo quiero que presiones el botón. Dame un poco de dama de la suerte. —Deslizo mi mano encima de la suya y suavemente empujo, la máquina cobrando vida. Ella detiene su lucha, observando el rollo de luces, y se desploma ligeramente cuando se presentan no coincidentes. Ella se va a alejar, y me acerco, atrapándola, mi pecho contra su espalda, su culo contra mí de una manera que enciende mis sentidos en llamas—. Un poco más —hablo contra su nuca, su cabello me cosquillea mi nariz, mi boca lo suficientemente cerca para que, si quisiera, pudiera volverla loca con solo el cepillo de mis labios contra esa piel. Mi mano todavía sobre la suya, le doy un poco de presión, usando la excusa para empujar contra su cuerpo, mi polla presionando a lo largo de la curva perfecta de su culo, ella inhala, uno que voy a reproducir cientos de veces—. Mira —ordeno. —Estás demasiado cerca de mí —dice, y su voz es ronca, toda jodida mujer en cada sílaba de las palabras. —¿Quieres que retroceda? —presiono el botón debajo de su mano, mis caderas empujando de nuevo, y ella retrocede contra mí. Dios, ella sería tan fácil de complacer. En cinco minutos, podría hacerla mía. En diez minutos, me llamaría su dios. En veinte, podría proponerme y me rogaría por toda una vida más—. Dime, Kate. Dime y te daré todo el espacio que quieras. —Su mano se mueve debajo de la mía, empujando lentamente el botón, su culo arqueándose contra mí, y cierro mis ojos con reverencia,

enviando un agradecimiento al Dios que creó esta mujer perfecta. Ella se pone rígida, y abro los ojos, casi cayendo hacia delante mientras gira hacia mí, toda la sexualidad desaparecida de sus ojos, y me estremezco cuando chilla, sus brazos vuelan al aire. —¡GANAMOS! —grita, y si eso es todo lo que se necesita para sacar a una mujer debajo de mi toque, tengo que subir mi jodido juego. Doy un paso atrás echándole un vistazo a la máquina tragamonedas, que muestra un trío de cofres de tesoros. —Genial —murmuro, observándola girar hacia la máquina, con la barbilla inclinada hacia atrás, levantando el dedo mientras encuentra el premio. —¡Mil créditos! —chilla de nuevo, su voz en un tono de esos enfrentamientos de gatos frecuentes—. ¿Cuánto es un crédito? Veinticinco—Trey, ¡¡¡ganamos veinticinco mil dólares!!! —Yupiii —digo con sequedad, y daría todo eso para que su trasero estuviera de vuelta a donde pertenece, al ras de mi polla. Fulmino con la mirada a la máquina, que parpadea y vibra con irritante alegría.

76 Habitación 1472. Me paro en las puertas dobles y contemplo mis opciones. Mira no es el tipo de sexo dominante en una venta, ella tendrá a Edward para lo que queramos, a pesar de las actividades de mi polla, o la falta de ella. Ciertamente puedo rechazar su oferta, pero eso sería un poco ridículo, dado las escasas veces en que nuestros caminos se cruzan. No he estado con ella en dos años, nuestra última vez en San Diego, tres horas en todas las posiciones conocidas por el hombre. Ella es mi solución fácil, la clase no complicada que nunca saca una pistola y roba mi coche. Miro a su puerta y considero, una última vez, regresar a mi habitación, una sesión de masturbación y noche en vela, toda una pared delgada aparte de Kate. Gimo y me estiro hacia delante, golpeando rápidamente la puerta, antes de que pueda cambiar de opinión. Una liberación será buena para mí. Alejará mi mente de ella. Se descargará mi sistema y me recordará todas las razones por las que Kate y yo no podremos-tampoco-resultar. La puerta se abre y Edward se queda allí, con la chaqueta y la corbata sueltas, las mangas de la camisa enrolladas, los pies descalzos sobre la alfombra de felpa. —Trey. —Retrocede—. Entra, Mira nos espera.

Dos horas más tarde, cierro la puerta de la suite y camino por el pasillo, mi chaqueta sobre mi brazo, mi camisa arrugada de sus uñas, un botón casi cayendo. Examino el hilo suelto y sonrío, sacudiendo la cabeza al pensar en ella. Dios, me olvidé de la demonio que es, cómo puede saltar sobre tu cuerpo y montarte como un maldito toro. Paro en el ascensor y presiono el botón de mi piso, cogiendo mi reflejo en las puertas metálicas. Luzco como un desastre. Me acerco a él, inclinando mi cabeza hacia un lado para examinar el chupetón que corre a lo largo de mi clavícula. Levanto mi cuello y frunzo el ceño, la marca no está totalmente oculta.

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Maldita mujer. Tendré que abotonarme y llevar corbata mañana. Estoy sonriendo mientras camino en mi piso, mi mente en un lugar mejor de lo que había estado dos horas antes. Ese es el valor de Mira y Edward, incluso más que los orgasmos. Ellos son un recordatorio de que no hay nada malo en mí, que todos somos adultos consientes que disfrutan del placer, en cualquier forma que trae más de él. Si a Mira le gusta conseguir dos, cuatro o diez pollas a la vez, eso es asunto suyo y de nadie más. Si me gusta que un marido me vea follar a su esposa, o me gusta competir por los orgasmos, ¿por qué la sociedad debería juzgarme por ello? Lo entiendo, sin embargo. Entiendo el estigma, el retroceso de la mente cuando se enfrenta con la idea. Demonios, la primera vez que Mira me montó, si no hubiera estado caliente como el infierno, y dos veces tan borracho, probablemente habría corrido hacia otro lado. Pero solo había vuelto por más, pensando en follarla delante de una audiencia, frente a otro hombre, que la quería tanto o más, que yo. La competitividad de la misma es un afrodisíaco, tan intenso que el sexo normal puede palidecer en comparación. El sexo normal ha, desde hace tiempo, palidecido en comparación. Me detengo enfrente de mi habitación, y cavo en mi bolsillo por la tarjeta llave, deslizándola a través de la cerradura y abriendo la puerta, buscando el interruptor de la luz y deteniéndome. En mi cama, enroscada en una bola, su cabello oscuro extendido sobre mi almohada, está Kate. Un mando a distancia cuelga lánguidamente de su mano, su rostro iluminado por la pantalla, un espectáculo en blanco y negro pasando. Cierro silenciosamente la puerta y paso al baño, cepillándome los dientes y cambiando de ropa. Considero la ducha y decido esperar, necesitando que Kate regrese a su cuarto antes de que mi polla vuelva a la vida. Me pongo el pantalón de entrenamiento y busco mi camiseta, frustrado mientras busco en la maleta. Me estoy volviendo al armario

cuando veo mi camisa en ella, la tela azul brillante fuerte contra las sábanas blancas. Sonrío a pesar de mí mismo, caminando y tomando cuidadosamente el control remoto antes de apagar la televisión, la habitación oscureciendo. Retiro las sábanas y deslizo mis manos debajo de ella, recogiéndola en mis brazos, su cuerpo cayendo lánguidamente contra mi pecho desnudo. Robo un momento y me inclino, inhalando su olor, una de jabón y flores frescas, una combinación que he conseguido de husmear, pero nunca completamente he probado. Paso lentamente por la puerta abierta, hacia su cuarto débilmente iluminado, y me dirijo hacia su cama, las sábanas ya retiradas y esperando por ella. Me detengo, mirando hacia abajo en la cama, todavía no listo para dejarla ir, todavía no listo para separarme. Tal vez debería haberla dejado en mi cama. Tal vez debería haberme postrado a su lado y acurrucado contra su cuerpo. Podría estar allí, mi cuerpo presionado contra el suyo, justo ahora. Podría pasar toda la noche con mi boca contra su hombro, y sus piernas contra las mías. Casi retrocedo, pero no lo hago. No se siente bien, haciendo eso esta noche, no cuando he pasado horas con Mira y la he dejado aquí sola.

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Siento su agitación y miro hacia abajo, mirando sus ojos abrirse, el movimiento lento de ellos mientras buscan en la oscuridad y encuentran mi cara. Sonríe, y mis brazos se aprietan a su alrededor. —Soy pesada —susurra. —Nah. —¿Cuánto tiempo llevas parado aquí, mirándome? No puedo detener la sonrisa que se extiende sobre mi cara. —Es espeluznante, ¿verdad? —Totalmente espeluznante. —Se mueve, acurrucándose contra mí, su mano cerrándose contra mi pecho. Sus ojos caen a la piel desnuda, luego se mueven de nuevo a mi cara—. Estás desnudo. —Dice la palabra con un orgullo maligno, como si fuera un niño pequeño que acaba de atrapar a un adulto portándose mal y no puede esperar a contarle a alguien. Sacudo la cabeza. —Siento decepcionarte, pero estoy usando pantalón. Simplemente no pude encontrar mi camiseta. —Estrecho mis ojos en ella, y luego intencionadamente dejó caer la mirada hacia abajo a la camiseta. Sus ojos vagan por mis hombros, y sonríe. —Me disculparía, pero estoy disfrutando de las repercusiones de mi crimen. —Me da palmaditas en el pecho—. ¿Cuánto tiempo planeas retenerme? Miro hacia la cama.

—No mucho más. —Me inclino y la extiendo sobre la cama, sonriendo mientras se mete en mi cuello, su inhalación profunda no muy diferente a la mía. La coloco suavemente en el colchón y me enderezo, mis brazos deslizándose a través de los suyos, cuando su agarre se aprieta sobre mi antebrazo, sus ojos pasando de somnolientos a agudos. —¿Trey? —Mi estómago se aprieta de la manera acusatoria que dice mi nombre—. ¿Por qué hueles al perfume de Mira? Me encuentro con sus ojos, y en esa conexión, ella lo sabe. No lo sabe todo, pero sabe que la follé, y eso es suficiente.

Kate se empuja fuera de mis brazos, deslizándose a través de la cama, al otro lado. —Kate —ruego. Esto es malo. Esto es jodidamente malo, empeorado porque no puedo explicárselo.

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—Cállate —espeta, sus manos tirando de la sábana, cubriéndose como si estuviera desnuda—. Yo… —Mira hacia otro lado—. Literalmente no tengo nada que decirte. —No significó nada. —Presiono los dedos de mi mano en mi frente, frotando los puntos de tensión allí. ¿Por qué no tomé una puta ducha? Pero la respuesta a eso es fácil: Kate Martin estaba en mi cama. —¡Eso lo hace aún peor! —Sus ojos se ensanchan, y en ellos, la veo herida—. ¿Y si Edward lo descubre? Edward se agacha, agarrando su barbilla y levantándola, sus ojos se encuentran con los suyos, la roca de su cuerpo no detiene su contacto visual. —Dime —ordena—. ¿Te gusta cómo te folla? —Sí, señor. —Jadea, y él sonríe, bajando la cremallera de su pantalón. —Edward no va a descubrirlo. —Edward sabe, quiero gritar. Deja de preocuparte por el trabajo, o nuestro precioso pedido. Todo está bien. Tengo un breve momento de locura, uno donde quiero contarle todo, tratar de explicarlo todo. Pero no lo hago, no puedo. Este no es mi secreto para contar. Hay otras vidas involucradas, otras reputaciones en juego. ¿A Mira le importaría? Probablemente no. Pero ese no es mi llamado a hacer. E incluso si lo fuera, ¿podría decírselo a Kate? ¿Podría decirle realmente que Edward y yo nos turnamos con Mira? ¿Qué le retuvo el cabello y le dijo que mamara mi verga?

No puedo. No hay manera. Las lágrimas salen de las esquinas de sus ojos y siento un pedazo de mí romperse. —Maldita sea, Kate —digo suavemente—. Solo olvídalo. Por favor. Rueda sobre la cama, de espaldas a mí. —Vete, Trey. Solo déjame dormir. Dejarla es lo último que quiero hacer. Necesitamos discutir esto, hablar de esto, regresar a nosotros. Pero es difícil hablar de ello cuando no puedo explicar mis acciones, mis motivaciones. No tengo nada que decir, ni defensa que dar. Retrocedo un paso, luego otro. Espero un largo momento en la puerta, considerando lo que esto hará a nuestra relación, lo que esto significará. No se da la vuelta, y cierro la puerta contigua, el acto se siente casi ceremonial en su división de nosotros. Tal vez esto es todo, la muerte de nuestras posibilidades. Tal vez necesito este recordatorio de las diferencias entre ella y yo, de todas las maneras en que —incluso sin la compañía que nos divide— nunca funcionaríamos. Tal vez debería usar esta excusa, esta oportunidad, para alejar mentalmente.

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Ella nunca aceptará lo que pasó entre Mira, Edward y yo. Trago esa realidad y me dirijo a la ducha, ansioso por lavarme todo. Si esta noche fuera lencería, sería caro, el tipo que parece que vale la pena el precio, pero no lo es, el tipo que deja tu billetera vacía y tu mente jodida.

Ella Es oficial. El pene del hombre solo sabe cometer errores estúpidos. Primero esa loca ladrona, y ahora esta, una mujer casada. Apuesto a que Edward ni siquiera estaba fuera del hotel antes de que Trey llamara a su puerta. ¿Siquiera había pensado en mí? Se podría pensar que, si el hombre iba a destruir todo, al menos podría haber mirado hacia mí, al menos me hubiera considerado antes de arriesgar la ira de nuestro cliente, durmiendo con su esposa. Descanso en la habitación oscura, agarrando una almohada contra mi pecho, y escuchando el chasquido del aire acondicionado mientras se enciende. Mi corazón galopa contra mi pecho, mis brazos se aprietan alrededor de la almohada, y quiero gritar, pero en su lugar, solo gruño. Me digo que no son celos, pero lo son. Son celos, y lamento, y meses de frustración sexual. ¿Por qué ella? ¿Por qué no una prostituta de Las

Vegas, o una turista sexy? ¿Por qué arriesgar esta cuenta, una que necesitamos, todo para follar a una exnovia? Si él es tan arrogante acerca del riesgo para la compañía, entonces ¿por qué no salir conmigo? Ruedo sobre mi espalda y fuerza mis brazos a relajarse, a desplomarse de nuevo en el colchón. Mi mente se relaja ligeramente. Tal vez sea porque, a pesar de todo su coqueteo, y nuestra química latente, yo no soy su tipo. Tal vez toda mi tensión sexual es unilateral, y él actúa en un mundo puramente platónico donde coquetea por pura diversión, y es ajeno a las fantasías delirantes de mi hambriento deseo sexual. Considero llamar a su puerta y solo preguntárselo, de plano, que se explique, pero abandono el pensamiento. Mis nervios están demasiado deshilachados para tener esa conversación cara a cara, en un ambiente donde todas mis reacciones y emociones serán vistas. No hay manera de jugar a la fresca chica distante en ese escenario. Me doy la vuelta, tomo mi teléfono y redacto un mensaje. ¿Te sientes atraído hacia mí?

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Se supone que las mujeres no deben hacer preguntas como esas. Debemos ser perseguidas; siempre debemos conocer nuestro poder. Pero yo no lo hago. Y necesito saber. Él es mi mejor amigo, y no deberíamos tener que andar de puntillas sobre nuestros sentimientos. Deberíamos ser capaces de tener una discusión racional y abierta sobre esta cosa ridículamente enorme que ha estado dominando mis procesos de pensamiento de repuesto por los últimos... infierno... incluso antes de que Craig y yo termináramos. Mi teléfono emite un pitido y lo recojo de la colcha. Tan devastadoramente. Miro fijamente a la respuesta, mi corazón tirado entre la euforia y el miedo, una avalancha de nuevas preguntas surgiendo. Las recorro y espero a que me haga la misma pregunta, pero el teléfono permanece oscuro. ¿Debería decirle que siento lo mismo? No. No puedo. Ruedo en mi espalda y escribo vacilante la siguiente pregunta, leyendo varias veces antes de presionar enviar. Entonces, ¿por qué no estamos juntos? Coloco el teléfono en mi pecho y miro el techo. Parte de mí se arrepiente de haber dicho esto. ¿Y si quiere empezar una relación? ¿Incluso quiero eso? Lo conozco desde hace catorce meses, y no ha tenido una novia estable durante todo ese tiempo. ¿Sería buen material de novio? ¿Puede ser fiel? ¿Es romántico? Demasiadas preguntas sin respuestas. Recojo mi teléfono y compruebo que mi mensaje fue entregado. No debe tomar tanto tiempo para responder, para proporcionar una respuesta simple a una pregunta tan importante. Cierro los ojos e intento relajarme,

concentrándome en mis pies y moviendo lentamente mi cuerpo, relajando un grupo de músculos a la vez, con los brazos sueltos y elásticos para el momento en que mi teléfono finalmente suena. Lentamente ruedo a mi lado y levanto mi teléfono, leyendo su respuesta. Demasiado en riesgo. La brevedad de ello me irrita, como si no tuviera la energía para entrar en mayor detalle. Pero en esas tres palabras, entiendo su postura. Es la misma lógica que me he dicho cientos de veces. Fue por este camino con Vicka, y su compañía se había hundido como resultado. Salir con Trey podría arruinar el progreso de Mark´s Lingerie, por no mencionar nuestra amistad. De alguna manera nuestro vínculo parece imperturbable. De otra manera, parecemos tan frágiles como el vidrio. Nadie más puede hacerme daño así. La opinión de nadie más es tan importante. Nadie más puede romper mi corazón tan fácilmente como él podría remendarlo.

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Si él piensa que hay demasiado en riesgo, entonces bien. Puedo cruzar a Trey Marks de mi lista de prospectos y volver a sumergirme en el mundo de las citas. Puedo encontrar a alguien más, alguien mejor para mí, alguien sin consecuencias. Puedo encontrar una relación que, si termina, no destruirá cualquier otra parte de nuestras vidas. No necesito a Trey en mi cama, como mi novio. Puedo ser feliz teniéndolo en cualquier otro lugar. No sé si es una mentira o no, y en este momento, no me importa. Envuelvo mi mano alrededor de mi teléfono, lo deslizo bajo la almohada, y cierro mis ojos.

Me despierto con una nota de Mira, una que deslizó bajo mi puerta, su escritura grande y florida. En ella, cancela nuestro almuerzo, lleno de disculpas y promesas de encontrarme en un futuro viaje. La nota esta adjunta a una orden de compra, una que Trey debe haber preparado, la unidad cuenta lo suficiente como para hacer nuestro trimestre, si no nuestro año. Ruedo los ojos y lo tiro a la cama. Hay un golpe en la puerta contigua y la abro, dándole a Trey una sonrisa apretada y volviendo a mi maleta, la cremallera difícil. Él empuja hacia abajo la tapa y yo la cierro. —Gracias. —Claro. —Él está en caquis y un polo, el algodón azul brillante resaltando su bronceado. Este es el Trey de club de campo, el look formal

que solía excitarme, el exterior pulcro y tan fácilmente retorcido con solo una mirada ardiente. Solía ponerme ardiente. Hoy soy una mujer nueva, una perfectamente contenta en mis papeles de mejor amiga y director creativa, una que no se pregunta cómo se ve desnudo, o de lo que esa deliciosa boca es capaz de hacer. Camina hacia la cama, estirando una mano y recogiendo los objetos de Mira. —¿Qué es esto? —Voltea por encima de la página, con la cabeza cayendo mientras lee—. Creí que me estaba enviando esto. —¿Viste almuerzo.

la

nota?

—digo

alegremente—.

Ella

canceló

nuestro

—Sí. Yo se lo dije. —Él me mira—. Pensé que no querrías comer con ella después de... —Hace una mueca—. Ya sabes. —Oh sí. —Sonrío de nuevo, y sus ojos se estrechan—. Lo sé. —Doy un paso adelante y arranco las páginas de vuelta—. Hubiera estado bien almorzando con ella. No te necesito corriendo y reordenando mi horario.

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—Lo siento. —Él no suena que lo sienta. Suena inquieto, lo que me hace ridículamente feliz. Puedo hacer esto. Puedo ser la chica genial, la amiga que no le importa que su amigo, su jefe, esté devastadoramente atraído por ella. Puedo rodar mis ojos a sus payasadas putas y salir y casarme con otro príncipe encantador. Podemos construir esta compañía, ser amigos, y puedo tener sexo ardiente y bebés que no tienen nada que ver con Trey Marks. Puedo tenerlo todo. Puedo. Lo haré. Me mira y lo miro, y si me besa ahora mismo, me desmoronaría bajo su toque. Él sostiene la mirada, y yo miro hacia otro lado, asustada de lo que mis ojos puedan mostrar.

11 Ella Cuatro meses después, encuentro a mi príncipe en una cafetería del centro de la ciudad. O, mejor dicho, él me encuentra. —¿Kate? —Miro hacia arriba y trago el sorbo de café, mis ojos lanzándose por encima de todos los detalles. Cabello castaño suave, sin producto. Pálidos ojos verdes, del tipo que sonríen. Lleva gafas, e inconscientemente toco las mías, contenta de haberme saltado los de contacto hoy.

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Sus características son como se anuncian, un perfil clásico resaltado por dientes rectos, perfectos y una nariz adorablemente torcida. Un suéter azul, la tela ceñida alrededor de una estructura varonil, su altura lo suficientemente alta como para que pueda usar tacones y seguir siendo más pequeña. Me levanto y extiendo una mano. —Hola. Debes ser Stephen. —Nos estrechamos la mano, y es un buen apretón de manos, firme pero no de negocios, sus manos suaves y cálidas, todo sobre él tranquilizadoramente conservador—. Por favor siéntate. Saca el asiento opuesto y se instala en él, y hay un momento de silencio incómodo, uno en el que bebo mi café y él endereza sus gafas, y no puedo, por mi vida, pensar en una sola cosa para decir. Nuestros ojos se encuentran, él sonríe, y yo me río a pesar de mí misma. —Esta es mi quinta cita a ciegas —admite—. Pensarías que ya habría aprendido algo aparte de mi nombre para ahora. —Mi octavo. —Sonrío—. Parece que te bañaste recientemente, así que no tienes que decir nada. Ya estás por delante del resto. —Es una mentira, y él lo sabe, pero se inclina hacia adelante y la conversación empieza a fluir.

—¿Así que trabajas en el comercio minorista? —Mete las manos en sus bolsillos mientras caminamos, con la cabeza baja, el oído inclinado hacia mí. —Algo así. Trabajo para una empresa de prendas interiores. Suministramos a las tiendas minoristas y algunas cadenas de alta gama. —Prendas interiores. ¿Cómo ropa interior, medias? Asiento, tirando de mi cabello en una coleta baja. —Sí. Menos medias y más de los artículos delicados. Sujetadores, bragas, ligueros, babydolls. Las cosas más sexys. Nuestras líneas son bastante provocativas. Trey habría hecho un comentario astuto, habría hecho un cumplido, pero Stephen solo asiente, su rostro una máscara de concentración. —¿Y qué haces por la compañía? —Modelo. La broma cae plana, y él solo asiente, como si lo dijera en serio, como si hubiera alguna posibilidad de que mi cuerpo estuviera en una portada.

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—Estoy bromeando —me apresuro—. Soy la directora creativa; soy responsable de la visión general y la ejecución de la misma. —Siento la explosión de orgullo que viene cada vez que digo mi título. —Eso está bien. —Tomamos el camino hacia el parque, un dosel de árboles proporcionando un descanso del sol. Su brazo rozo el mío, un recordatorio de dónde estoy y con quién estoy. No Trey, que está acostumbrado a mis largos períodos de silencio, pero este hombre, probablemente piensa que soy rara. Estoy tratando de pensar en algo que decir cuando habla—. ¿Cuánto tiempo has estado allí? Me relajo un poco. —Un año y medio. —¿Lo disfrutas? —Lo hago —digo honestamente—. Trey es muy bueno para trabajar. Nos llevamos muy bien. —Eso es bueno. Le pregunto qué hace, y aprendo que es un cirujano oral. Un dentista de lujo, como él dice. Viaja dos días a la semana, tiene un perro rescatado y una madre en Chula Vista. Nos encanta el sushi y odiamos Star Wars. Ambos somos entusiastas de Words With Friends y, a menos que mal interprete la mirada en sus ojos, queremos vernos de nuevo. Terminamos nuestra caminata en el estacionamiento. Delante de nosotros, mi brillante convertible Mercedes rojo se sitúa, un regalo de Trey

cuando alcanzamos el objetivo de ventas del año pasado. Él busca en su bolsillo y un nuevo Volvo SUV emite un pitido. —Ese es mío. Se vuelve hacia mí y sonríe. Es una bonita sonrisa, una cálida y amable. Da un paso adelante y mi corazón se acelera. Un beso. Mi primer beso desde Craig. ¿Recuerdo cómo hacerlo correctamente? Extiende una mano. —Gracias por encontrarte conmigo. Y por no ser una asesina serial. Me río y tomo su mano. —Concuerdo. En realidad, estaba planeando ser una asesina serial, pero decidí no hacerlo. Mi día está un poco lleno. Reuniones. —Sonrío y creo que él puede decir que estoy bromeando. Retrocede y dice adiós con la mano. —Te llamare. Si eso está bien. —Lo está. —Le devuelvo el adiós, y espero a que se gire, para alejarme antes de buscar en mis bolsillos por mis llaves.

86 —¿Le dijiste que eras una asesina serial? —El viento agita los papeles en la mano de Trey, y miro hacia ellos con preocupación. —¿Podemos entrar? —pregunto—. Vas a perder algo. Él empuja la puerta abierta con su pie, sosteniéndola en su lugar mientras me deja pasar. —¿Eso es lo que usaste? —No, fui a casa y me cambié —digo con brusquedad—. Sí, esto es lo que me puse. Es bonito. —El traje en cuestión, un sastre de Jones New York, uno que había emparejado con un top con escote en forma de corazón. No era el traje más casual de primera cita, pero me había reunido con Stephen en medio de un día laborable. Un mini vestido no había parecido apropiado. —Sí —está de acuerdo, cerrando la puerta, el viento calmándose, el sonido de deportes procedentes de otra habitación—. Es bonito. Vamos a la cocina. Me quito la chaqueta de mi traje y la cuelgo por encima de la barandilla de su escalera, apartando el cabello de mi cuello y siguiéndolo

hasta la cocina, donde se sienta sobre un taburete y da la vuelta a la primera página del contrato. —No quieres vestirte bien cuando vas a una cita, Kate. —Lo siento —respondo con brusquedad—. No todos podemos trabajar desde casa durante los playoffs. —Abro su refrigerador, agachándome hasta el cajón inferior, donde guarda mi Coca Cola de dieta. Agarro una y cierro el cajón con mi pie, cerrando la puerta con el codo antes de girar hacia él. Sus ojos subiendo rápidamente a mi rostro. —¿Me trajiste una? —¿Una Coca de dieta? —Levanto las cejas. Él no bebe de dieta. Más que eso, se burla de cualquier hombre que lo hace. —Hay unas regulares en el mismo cajón. Debajo de las tuyas. Abro la puerta y me doblo de nuevo, buscando a través de la fría pila de botellas, frustrada cuando no puedo... Miro sobre mi hombro y veo a Trey acomodado en el taburete, un pie en el taburete contiguo, sus ojos fijos en mi culo. Me enderezo y sus ojos saltan a los míos. —¿Qué? —pregunta.

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—No tienes ninguna regular allí. —Quizá estén en el otro cajón, a la izquierda. Pero arquea tu espalda esta vez. Y gime un poco. Tiro mi lata de Coca Cola de dieta en su cabeza, y él la toma, con una sola mano, una sonrisa maliciosa iluminando su rostro. —¿Qué? ¡Tengo sed! —Estoy segura de que lo tienes —refunfuño, pateando la puerta para cerrarla y apoyándome contra el mostrador—. Debería demandar tu culo por acoso sexual. —Lleva ese traje en la corte y nadie te creerá. —No es tan malo. —Lo fulmino con la mirada y le robo mi soda de vuelta, golpeando la tapa antes de abrirla. —¿Qué hay debajo? Lo ignoro y empujo el contrato hacia adelante. —Firma esto para que pueda dejarte en paz. —Bien. Ven aquí y explícame. —Él baja su pie del otro taburete y lo saca, su mano rebuscando en el cajón superior de la isla por una pluma. Trey Marks tiene varios lados, pero su modo de negocio es el más atractivo. Es la seriedad que toma su rostro, el tono sombrío, esa lisa lengua que entrega palabras como deshuesar, mirilla y tanga sin vacilar.

Me he aprovechado de ello, abasteciendo nuestras reuniones de compradoras femeninas, sus reacciones similares a las mías, toda la habitación una gran explosión de estrógeno cuando mete sus manos en los bolsillos y se pasea. Ahora, me muevo a su lado de la isla y me poso en el taburete, inclinándose hacia adelante y tirando de la portada de nuevo en su lugar. Apenas he comenzado mi explicación cuando siento la punta de su pluma tirando del borde de mi falda. Me detengo, mis ojos cayendo a mis muslos, la falda avanzando más alto, más allá de mis rodillas, ahora mis muslos. Mis medias terminan, mi piel pálida contra el borde del encaje negro, y mi aliento se atrapa cuando la punta del metal se cruza sobre mi piel. —Fácil... —dice lentamente—. Solo estoy revisando… —Desliza la pluma a lo largo de la parte superior de mi media, hasta que alcanza el clip de liga—. ¿Qué son éstos, los Mirabellas? —Sí. —Me estiro para tirar de la falda de nuevo en su lugar y él golpea lejos mis manos. —Pon tus manos sobre el mostrador, Kate. Esto no va a ningún lugar.

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¿Esto no va a ningún lugar? Esto ya ha ido a algún lugar que no debería. —No te estoy tocando, Kate. Cálmate. —Suena tan suave, como si estuviera examinando muestras de envasado o copias de marketing. Solté un suspiro frustrado. —¿Qué estás haciendo? —No hacemos esto. Esto no es un juguetón coqueteo, no cuando estoy mojada por el solo toque de su pluma. —Pon tus manos sobre el mostrador. Planas. Palmas abajo. Confía en mí. En dieciocho meses me ha ordenado hacer muchas cosas. Casi siempre obedezco. No siempre porque quiero, sino porque me gusta. Cuando usa esa voz, hace algo dentro de mí. Algo que se sintió —cuando estaba comprometida con Craig— perverso. Pon tus manos sobre el mostrador. Planas. Palmas abajo. Miro hacia abajo a su pluma, la punta metálica de ella junto al encaje de mi media. Él arrastra la punta ligeramente contra mi piel y cierro los ojos. Cuidadosamente pongo mis manos en la superficie fría de su mostrador, mis dedos extendiéndose sobre el mármol, líneas de plata y azul a través de la gigantesca extensión de blanco. Confía en mí. De alguna manera, confío en él con mi vida. De otras maneras, estas maneras, yo no pondría nada por delante de él. ¿Bajará su boca a la mía? Tal vez. ¿Deslizará sus manos por mi suéter y pasará sus dedos sobre mis pechos? Eso espero.

—Sabes que hemos tenido algunas quejas de que el elástico se estira sobre éstas. —Él desliza la pluma debajo de la parte superior de la media, sus ojos en el movimiento, y miro mientras inclina su cabeza, mirando el estiramiento de nylon—. ¿Has experimentado eso? —No. —Voy a deslizar mi mano debajo de aquí. —¿Por qué? —Quiero hacerlo. —Sus ojos se encuentran con los míos, su mano no vacila mientras coloca la pluma sobre el mostrador, y estira su mano hacia adelante. Puedo oír el rodar de la pluma mientras se mueve hacia el borde, pero no puedo apartar la vista, no puedo respirar, mientras él sostiene mis ojos con los suyos—. ¿Te parece bien, Kate? Su mano se cierra en mi muslo, un apretón caliente de propiedad, y cierro mis ojos. —¿Te parece bien, Kate? No puedo contestarle. Si hablo, rogaré. Si digo algo en absoluto, sabrá lo mucho que lo quiero.

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Desliza su mano por el interior de mi pierna, su palma a lo largo del encaje, su pulgar sobre mi piel desnuda, jugando con él mientras se mueve. —Abre tus piernas, Kate. Descrúzalos. —Trey. —Es la mejor defensa que puedo manejar. Pienso en Mira, en oler su perfume, y extiendo la mano para agarrar su muñeca, para apartarla —Solo tu mano derecha en el mostrador. —Se aparta de su taburete, viniendo más cerca, y puedo oler su colonia, sentir el roce de su camisa contra mi manga. Quito una mano del mostrador, mi cuerpo gira hacia él, y mis rodillas rozan contra el muslo de sus jeans—. Es una investigación de mercado, Kate. Solo estoy examinando el producto. Ahora, abre tus piernas antes de que yo mismo las separe. Los abro. Dejé que mis pies cuelguen del taburete y abro mis rodillas, un talón cayendo al suelo, el sonido ruidoso, mis hombros saltan en respuesta. Levanto mis ojos hacia él, y él asiente lentamente, sosteniéndome con su mirada. No sonríe, no parpadea, y me sorprendería si incluso respirara. Por un momento, solo somos los dos. Entonces deja caer su cabeza, y miro que su segunda mano se une, ambas remontando sobre el lugar donde mis ligueros se sujetan a mis medias. Corre sus dedos hacia arriba, mi camisa detiene su mano, el tejido restringido por mi trasero en el taburete. Suavemente chasquea su lengua contra sus dientes.

—Levántate. —No me estoy levantando. —Kate. —Deja de decir mi nombre. No me estoy levantando. —Si me levanto, entonces mis bragas van a terminar por caerse, y esto va a ir a un lugar muy malo, un lugar que he estado deseando durante más de un año, pero eso no importa ahora mismo, nada de eso importa ahora, porque este no es solo Trey, éste es el dueño de Marks Lingerie, y si él… él desliza sus manos debajo de mi falda, y yo jadeo cuando sus dedos alcanzan el borde inferior de mi ropa interior. Mi otro talón golpea el suelo. Inclina la cabeza, sus dedos acariciando la seda, luego la parte superior de mis muslos, luego el borde detallado entre ellos. —¿Son de la colección de otoño? —Invierno —susurro la palabra fuera de mí—. Por favor, para. — Estoy tan mojada. Ni siquiera ha hecho nada, ni siquiera me ha besado, y estoy tan necesitada, tan desesperada.

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—¿Quieres que pare? —Sus dedos detienen su juego por encima de mis muslos, y desliza una mano lenta y segura entre mis piernas, su toque suave y provocador, mis piernas se abren más a pesar de mí misma, mis caderas empujando hacia arriba, mendigando por él Pasa sus dedos por mi clítoris y gimo. Desliza sus dedos más abajo, entre mis piernas, presionando en el área húmeda, y cuando dice mi nombre, es un juramento a través de sus labios. —Para —suplico. —No sé si puedo.

Él Lo digo en serio cuando lo digo. No sé si puedo parar. No cuando se sienta en el borde del taburete, su falda hacia arriba, rodillas extendidas, sus piernas flojas y abiertas. Estoy de pie frente a ella, con una mano apretando y acariciando su muslo. Mi otra mano está jodiendo seriamente con mi mente. Juega con su coño, su dulce coño, un pedazo fino de mi lencería la única cosa entre mi piel y la suya. Estoy aterrorizado de mover esas bragas a un lado; estoy aterrorizado, si toco su calor desnudo, si siento la piel lisa o el vello sedoso, perderé todo control. Si empujo un dedo, o dos, dentro de ella... maldita sea.

¿Cómo voy a parar de tirar de mi cinturón, mi cremallera? ¿Cómo voy a dejar de liberar mi verga y empujarla dentro de ella? Estoy a pocos segundos de ser capaz de tenerla, de agarrar su culo y tirar de ella sobre mí, de empujar profundamente dentro y totalmente poseer a esta mujer increíble. Podría empuñar su cabello y besar su boca. Podría saborearla, tenerla, complacerla. Podría extenderla abierta en mi mostrador y burlarme de cada parte de ella con mi lengua, mis dedos, mi polla. Podría decirle cómo me siento y suplicar por su corazón. Podría entrar en ella, y tenerla por el resto de mi puta vida. Podría asustarla y perderla para siempre. Para, ella había dicho. Saco mi mano y me enderezo, poniendo un metro, luego dos, entre nosotros. Tengo que parar. Tengo que hacerlo. Contra la cremallera de mis jeans, mi polla me odia aún más. Me aparto de ella y respiro, estudiando mis facciones, deseando que la cruda necesidad deje mis ojos. ¿Lo había visto? ¿Cuánto la quiero? Por supuesto que sí. ¿Tocarla? ¿Qué mierda estaba yo pensando?

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Había sido la noticia de su cita que había roto mi restricción, la forma en que había entrado saltando, llena de historias y sonrisas, como si este tipo fuera una posibilidad, como si pudiera, de alguna manera, hacerla feliz. Había visto esperanza en sus ojos, y un interruptor de pánico en mi corazón se había disparado. Para, ella había dicho. Me vuelvo hacia ella e intento el tono juguetón que me ha sacado de un centenar de situaciones. —Y dices que no sigo instrucciones. Afronta la isla, los contratos extendidos ante ella, y sé lo que voy a ver cuándo paso a su lado, control. A mi hermosa chica le encanta, el ocultamiento de la emoción, tantas interacciones un juego donde sus palabras no coinciden con sus rasgos, y sus significados nunca son fácilmente descifrados. —¿Por qué te importaba lo que llevaba debajo de mi traje? —Su cabeza no se vuelve hacia mí, permanece inclinada hacia abajo, sobre el contrato, sus dedos ocupados, tirando y reafirmando las pegatinas de FIRME AQUI que no son necesarias. —Quería saber si por lo menos le estabas dando al chico algún tipo de esfuerzo. Eso hace que su cabeza se gire, y ella me mira como si yo fuera un loco. —Era nuestra primera cita. Una cita de café. No iba a ver nada debajo de mi traje.

—¿Porque... le dijiste que eras un asesina serial? —Finjo confusión, frunciendo mi ceño y ganando una sonrisa de ella. —Porque era una PRIMERA CITA —entona—. Ni siquiera nos besamos. —Golpea la parte superior de una página—. Ven, firma. —¿No te besó? —Esto es alarmante, y me siento, tirando de la primera página hacia mí y garabateando mi firma en el fondo. —No. Qué tipo de sorpresa para mí. —Inclina su cabeza, viéndome firmar la segunda página, una lenta sonrisa extendiéndose sobre sus labios—. Fue algo agradable, en realidad. Fue tan caballero al respecto. Esto no lo necesito. Su tontería, sus ojos ilusionados, su jodido "caballero". ¿Cuál era el punto de tener a IT8 hackeando su perfil de eHarmony9 si terminó por hacerla coincidir con hombres comparables? Se suponía que debían hacer que su perfil fuera tal desastre que solo estaba emparejada con perdedores. —¿Qué hace? ¿Este caballero tuyo? —Es un dentista —arroja, empujando otra página en mi dirección—. O un cirujano de dientes. Como quiera que se llame.

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—¿Un cirujano oral? —pregunto, apretando mi mano en mi pluma. —¡Sí! —Chasquea—. Eso es. Gracias. —Al parecer, el efecto que mis manos habían tenido sobre ella ha desaparecido. Ahora parece centrada cien por ciento en este contrato estúpido y esta cita tonta suya. —¿Te gusto él? —Hago la pregunta lo más casualmente posible, mi pluma invadiendo el papel suave, mi garabato más áspero que de costumbre. —Creo que sí. Es mucho mejor que los otros chicos. Y estoy muy cansada de buscar. —Eso suena como la receta para el éxito. Un tipo que es mejor que un montón de idiotas, y una mujer cansada de buscar. —Empujo la última página hacia ella y me levanto—. ¿El amor no tiene alguna parte de esa ecuación? —Fue nuestra primera cita, Trey —dice—. Dale unas cuantas citas más. La siguiente pregunta que no debería hacer; no es asunto mío, no es apropiado entre compañeros de trabajo, ni siquiera entre amigos. Me acerco a la nevera, luchando contra ella. Sin embargo, justo antes de encontrar y abrir una cerveza, viene. TIC: Tecnologías De La Información Y La Comunicación. eHarmony: Es un sitio de citas en línea diseñado específicamente para hacer coincidir hombres solteros y mujeres entre sí para relaciones a largo plazo. 8 9

—¿Cuándo planeas follarlo? Ella está de pie, recogiendo los papeles, un clip en la mano, cuando la pregunta golpea. No me mira. —Eso no es asunto tuyo. —Simplemente no quiero que te precipites hacia ello. Solo han pasado... ¿qué? Nueve meses desde que tú y Craig... —Cállate. —Se vuelve hacia mí, sus manos se acercan al mostrador y se levanta sobre el mármol como si tuviera quince años—. Si quisiera que lo hicieras, me follarías ahora mismo. —Levanta su falda, trabajando sobre sus muslos, y separa sus rodillas lo suficientemente amplio para que pueda ver el rosa pálido de sus bragas, un par de correas de la liga. Hace un año, discutimos sobre el nombre de su color. Hace un año, había contemplado un conjunto de la muestra y los había imaginado en ella—. Así que no me sermonees de mi virtud o si estoy lista. Creo que simplemente no quieres que folle a alguien más. Trato de mantener mis ojos en su rostro, pero es difícil cuando sus piernas están abiertas, sus palabras desafiándome, y estoy casi al alcance de ella.

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—No me tientes, Kate. —¿Tengo razón, Trey? —Arrastra mi nombre a lo largo de su lengua y nunca ha sonado tan sexy en su vida. —Tú eres mi mejor amiga. Estoy tratando de cuidar de ti. —Así que no quieres follarme. —Levanta su barbilla, tirando intencionadamente su blusa, y sus rodillas comienzan a cerrarse. —Para. —Avanzo, mis manos descansando sobre sus rodillas y empujándolas abiertas, su cuerpo abriéndose como una flor para mí, esa jodida seda rosada que me destella entre sus muslos. Extraigo mi mirada de ella y de nuevo a su cara—. Si quieres que te folle, Kate, solo di la palabra. No te confundas nunca sobre si quiero eso. No hay nada en la Tierra que quiera tanto como tú. Me encantaría saber si la química que tenemos... si pudiera ser como lo imagino. Una de sus manos se mueve, un alcance tentativo que recorre mi clavícula derecha antes de asentarse en mi pecho. —¿Y si no lo es? —Sus ojos se lanzan hacia mí, y el hecho de que haya inseguridad en ellos rompe mi corazón. —Dios, espero que no lo sea. Espero que sea terrible. Eso haría nuestras vidas mucho más fáciles. —Sonrío, y sus ojos cálidos, y mierda santa, esto puede suceder realmente. Humedezco mis labios y digo la única cosa que puede destruirlo todo.

—Pero me refería al mensaje que te envié, en Las Vegas. Es demasiado arriesgado. —Deslizo mis manos de sus rodillas, mis dedos memorizando el contorno de sus piernas, la sensación sedosa de las medias. Doy un paso atrás y meto las manos en mis bolsillos antes de cometer otro error con ellos—. Hay demasiado… —En juego —termina, sus rodillas juntándose, y se empuja fuera del mostrador y abajo al piso, agarrando el borde por apoyo—. Sí, eso suena familiar. —Se agacha y se pone un tacón, y luego el otro—. ¿Cuándo te vas a Nueva York? —Mañana por la noche. movimiento—. ¿Quieres venir?

—Dudo,

repensando

mi

siguiente

Sacude su cabeza, buscando su bolso. Esto debe ser eso, el final de su visita. Solía gustarme el consuelo, el momento en que yo entraba en mi casa y no oía NADA. Ahora, solo se siente solo. Se detiene a mi lado, en su camino de la puerta. —¿Estamos bien?

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—Siempre. —Me inclino hacia ella y ella roza sus labios contra mi mejilla—. Conduce con cuidado. —Lo haré. —Aprieta mi brazo y luego, con sus tacones repiqueteando fuera de la cocina, se va. “¿Estamos bien?”. Si mi respuesta hubiera sido lencería, habría sido un bustier. Engañoso como el infierno.

12 Ella Abro la ducha y desabrocho el cinturón del liguero, rodando la cara media por mis piernas y saliendo de mis bragas húmedas, dejando la pila de lencería en el piso de mi cuarto de baño, el resto de mi desnudamiento hecho con menos ceremonia. Considero el traje, luego lanzo tanto la chaqueta como la falda en dirección a mi cama. Él tiene razón, es feo. Y nunca volveré a usar esa falda otra vez sin pensar en su pluma empujando hacia arriba la tela, sus manos tan cerca detrás de ella. Desnuda, abro la puerta y entro en la ducha, cerrando mis ojos cuando el agua caliente golpea mi piel.

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No sé qué hacer con él. Casi le había rogado. Casi había dicho que no me importaban los compromisos y riesgos y que me llevara a su dormitorio justo allí. Pon tus manos sobre el mostrador. Planas. Palmas abajo. Dios, los lugares que mi mente había corrido. Podía sentir el calor de él cuando se había movido detrás de mí, el rozar de él contra mí. Si se hubiera arrodillado, hubiera levantado mi falda y expuesto mi culo, corrido sus dedos por el corte brasileño de mi ropa interior, si hubiera arrastrado mis bragas a un lado... deslizo mi mano hacia abajo, a mi clítoris hinchado y rozo suavemente mis dedos sobre él. ¿Se había dado cuenta de lo húmeda que estaba? ¿Qué tanto lo quería? Incluso ahora, palpito al pensar en ello, la ronquera en su voz, la forma dominante que su mano se había cerrado alrededor de mi muslo. “Voy a deslizar mi mano debajo de aquí”. Froto un círculo lento alrededor de mi clítoris y alcanzo el accesorio de la ducha de mano. Muevo el control y el agua fluctúa de la cabeza, un pequeño gemido cae de mis labios mientras lo presiono entre mis piernas, el agua caliente rasgueando mi clítoris, mis piernas se aprietan en respuesta. Apoyo una mano contra la pared de mosaico, mis ojos cerrándose al recordar la mirada en sus ojos cuando sus manos se deslizaron bajo mi falda, cuando sus dedos habían explorado los bordes de mis bragas, cuando su mano me había ahuecado, sus suaves dedos empujando la tela húmeda dentro de mí. Todo lo que había tenido que hacer era mover la pieza de tela a un lado. Un pequeño movimiento. Una curva de sus dedos, y me habría agarrado de sus

hombros y sollozado su nombre, le habría prometido algo y rogado por todo. Reemplaza esos dedos con su polla, y le habría vendido mi alma. “Abre tus piernas, Kate. Descrúzalas”. Lo necesito de una manera poco natural. Lo necesito para apartar mis muslos y poner su boca sobre mí. Lo necesito para que chupe mi clítoris y se burle de mí con sus dedos; lo necesito para que me recoja contra su pecho y empuje su verga dentro de mí. Quiero mirar hacia abajo y ver su polla desnuda, verla contra mi piel, el empuje de ella, el apretado apriete de sus abdominales, sus manos en mis caderas, la quemadura en sus ojos cuando se entierra completamente. Solo el pensamiento de eso hace temblar mis piernas, mis caderas empujan, y me muelo contra el cabezal de la ducha como un perro en celo. Me muerdo el labio. A veces, con solo una cierta mirada, puedo sentir su excitación. Esa mirada siempre me hace pensar en su polla, engrosándose dentro de su pantalón, cada vez más dura, la cresta dura de él empujando contra la tela. Inclino mis caderas hacia adelante, dando un suspiro de placer cuando mis piernas casi se doblan, mi orgasmo cerca. Me lo imagino levantándose de su escritorio, esa mirada profundizándose, su mano tirando de su cremallera, sacando su polla.

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“Abre tus piernas antes de que yo las separe”. Él me había dicho eso. Mi Trey. Había dado esa orden, y yo había extendido mis piernas para él. ¿Había visto mis bragas? ¿Había visto la forma en que se pegaban a mí, la forma en que yo había temblado? Me lo imagino avanzando, con su cabeza inclinada, los ojos buscando, sus dedos tirando de mis bragas a un lado, y todo de mí, hinchado, rosa y húmedo. Él miraba hacia arriba y esa mirada, esa mirada en sus ojos, me vengo de la idea, el orgasmo violento, mis dedos resbalando contra el azulejo, mi cuerpo tensándose, doblándose, y es largo y duro cuando florece, una ola de placer que me estremece, mis gritos ahogados por el agua, mi placer extendido por el rocío. Cuando finalmente me hundo contra la pared, estoy entumecida, mis emociones gastadas, mi cuerpo flojo, mi cabeza una niebla de felicidad orgásmica. Son solo fantasías. Fantasías que no tendrán vida. Fantasías que solo pertenecen a momentos privados entre yo y mis dedos, mis juguetes, mi cabezal. Eventualmente, tendré a alguien nuevo, alguien que robará mi corazón y conquistará mi mente y borrará todos estos ridículos pensamientos. Extiendo la mano y cierro la ducha de mano, cierro mis ojos y pisoteo bajo el rocío caliente de arriba.

Un mes más tarde, la mujer se sienta silenciosamente ante mí, con sus talones cruzados en los tobillos, las manos en su regazo. Es unos años más joven que yo, y puedo verlo en su inocencia, sus ojos nerviosos, el golpecito de sus oscuras uñas contra sus jeans negros, la inquietud con su smartwatch10. Miro hacia su currículo, uno bastante impresionante, y que se alinea bien con el trabajo de diseñador gráfico. Le pregunto acerca de su empleo actual, y ella comienza a hablar, deteniéndose cuando hay un golpe suave en la puerta de mi oficina. —Buenos días. —La voz de Trey llena mi oficina y lo miro bruscamente. —Buenos días —digo suavemente, en un intento de disimular mi irritación—. Terminaré en unos minutos. Entra, y yo ahogo un gemido. —Sra. Cone, este es Trey Marks, nuestro dueño. Trey, esta es Chelsea Cone. —Nos hemos conocido antes. —Él extiende una mano y ella se pone de pie, sus mejillas brillando rosa brillante. Miro con interés—. Es bueno verte de nuevo. Gracias por venir.

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—Es un placer. —Ella se mantiene de pie y miro a Trey. —Ya casi he terminado aquí, Trey. —Por supuesto. —Me sonríe, y hay algo allí, un mensaje de algún tipo, pero lo pierdo—. ¿Podrías verme cuando termines? Hay un problema con la orden de Brasil, solo necesito que lo mires. La “orden de Brasil” es nuestro código. Algo está mal, y paso por los eventos de la mañana, los asuntos pendientes, todas las cosas que podrían haber salido mal. Asiento. —Estaré allí en breve. Cuando se va, el color en sus mejillas se desvanece a la normalidad, su regreso a su asiento casi más un colapso, y la miro cuidadosamente. —¿Está todo bien? —Sí. Lo siento. Solo me siento mareada. Cierro la carpeta que sostiene su currículo. Es la candidata más fuerte hasta ahora, y elijo mis palabras cuidadosamente, mi mente distraída por Trey y su orden de Brasil. —Gracias por venir. Tomaremos una decisión sobre esta posición para el final de la semana. Smartwatch: Es un reloj de pulsera dotado con funcionalidades que van más allá de las de uno convencional. 10

Se levanta y la acompaño a la recepción, y luego me dirijo al despacho de Trey. —¿Qué pasa? —Abro la puerta, pensando en nuestro envío de fábrica, la patente pendiente de nuestros nuevos cierres de gancho, la demanda civil contra nuestro fabricante de seda. —No la contrates. —Se sienta en su silla de oficina de cuero, con un codo en el brazo, su mano jugando con el rastrojo en su mandíbula. Es tan inesperado que me toma un momento para ponerme al día. —¿Quien? ¿Chelsea? —Sí. —¿Por qué? Su mano cae de su boca y agarra su escritorio, tirando de su silla hacia adelante. —Tengo una historia con ella.

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Entre Vicka y Mira, he visto a las mujeres con las que Trey tiene historias. Son mujeres fuertes y confiadas, nada como la dulce y dócil Chelsea. —¿Qué clase de historia? —pregunto con cuidado—. ¿Saliste? —No. Solo una cosa de una sola vez. —Él asiente hacia una de sus sillas—. Siéntate. Me estás asustando, cerniéndote sobre mí así. —¿Has tenido una sola noche con ella? —Me río con incertidumbre—. ¿De verdad? ¿Estás seguro? —No fue exactamente una sola noche, y sí, estoy bastante seguro de a quién he follado, Kate. —El énfasis que da a la palabra envía un hormigueo oscuro por mi espina dorsal. —Así que... ¿no quieres que la contrate? —Tengo muchas preguntas, todas inapropiadas para este momento. —Creo que he hecho clara mi opinión sobre la fraternización entre oficinas. Me encuentro con sus ojos, y algo más grueso que la tensión pasa entre nosotros. Sí, su posición al respecto es clara. Clara como el cristal. Asiento despacio. —Bien. Encontraré a alguien más. —Gracias, Kate. Solo la forma en que dice mi nombre duele.

Ella El restaurante es uno de esos sitios que toma de la granja a la mesa un poco demasiado en serio, el camarero se lanza en un largo monólogo tan pronto como nos sentamos. Nos entrega a cada uno mini-platos con algo que el chef diseñó para "despertar nuestros paladares", algo que deberíamos considerar como un "viaje delicioso para la lengua". Miro automáticamente a Trey, lista para su sucio tomar de la frase, pero no me está mirando. La sonrisa socarrona está ahí, pero está dirigida a su cita — Chelsea— que se sonroja, su mano nerviosamente jugando con el final de su trenza. Me muevo a Stephen, que dubitativamente levanta la galleta y la sumerge en la pegajosa salsa de color caramelo. Miro hacia abajo a mi propia muestra, y el nudo en mi estómago se forma completamente.

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El vino es entregado, junto con un segundo monólogo sobre las opciones de aperitivo, un Trey ignora completamente, su boca en la oreja de la rubia, su brazo enganchado en su silla, la punta de esos dedos jugando con su hombro desnudo. Cuando finalmente levanta la vista, el discurso ha terminado, y el vino se vierte. Alcanzo mi copa y Trey se para, calmando mi acción. —Un brindis —dice, levantando su copa—. Han pasado tres meses para ustedes dos, ¿verdad? —Él mira de Stephen a mí y me sonríe cálidamente. —Eso es correcto. —Stephen extiende su copa y medio se levanta en su asiento. —Por tres meses, y muchos más. —Trey levanta su copa y brindamos, mis ojos se encuentran con los suyos mientras nuestras copas se tocan. Estrecho mis ojos ligeramente, pero él solo sonríe—. Felicidades, Kate. —Son tres meses —digo tan dulcemente como puedo manejar—. No exactamente digno de un brindis. —Todos volvemos a nuestros asientos y miro a Chelsea ahuecar ambos lados de su copa de vino como si fuera una cálida taza de café. No necesito preguntar cuánto tiempo han estado saliendo. Puedo decirte eso con claridad psicótica. Dos meses y medio. Dos semanas después de que Stephen y yo no hicimos oficiales, ella apareció en la oficina, una Kate Spade colgada sobre su hombro, pantalón de yoga y una camiseta sin mangas que exponía su estómago. Me saludó con un alegre hola y saltó en la oficina de Trey, su puerta rápidamente cerrada, persianas bajadas. Al parecer, Trey no había querido contratarla, pero había querido reavivar su pasado.

Había mirado un informe de inventario y tratado de pensar en otra cosa que no fuera lo que estaba sucediendo allí. Habían sido los veintidós minutos más largos de mi vida. ¿Y esa tarde, después de haber tomado un almuerzo de noventa minutos con ella, cuando le había preguntado sobre eso? Él solo se encogió de hombros. Ella es divertida, él había dicho. Cuando le pregunté si le gustaba, había levantado una ceja y me había preguntado si todavía estábamos en la escuela secundaria. Desde entonces, he guardado mis preguntas de Chelsea para mí. Es extraño, verlo en este papel, ver la ternura atravesar todas las capas de playboy. Cómo barre un rizo suelto de su cabello y lo mete en su trenza. Cómo baja su cabeza para escuchar sus palabras, y la mira cuando ella camina a través de la habitación. He tenido toda su atención durante tanto tiempo, que verlo dirigido a otra mujer es desconcertante. Me siento perdida cuando lo miro y no tengo su mirada, cuando le digo algo y se necesita un momento para captar su atención.

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Llego debajo de la mesa y deslizo mi mano en Stephen, necesitando sentir algo, una conexión, llena de un súbito anhelo de ser sostenida, acurrucada contra el pecho de un hombre, la sensación de brazos alrededor de mí. Los brazos de Stephen, me recuerdo, alzando mis ojos de la mano de Trey, del lento deslizamiento de su dedo índice alrededor del borde de su plato de pan. Muevo mi mirada hasta el pecho de Trey, su chaqueta abierta, su oscura camisa de cuello V ajustada a su cuerpo, ligero rastrojo a través de su cuello y mandíbula. Sus labios se contraen y tiro mi mirada a sus ojos. Me estudian, y hay un momento en el que no puedo tragar, donde un poco de pan se sienta en mi lengua. Lentamente palmea su copa, y solo puedo mirar mientras la levanta a su boca. El simple acto de beber una copa no debería ser seductor, no debería hacer a una mujer apretar sus muslos o tragar en necesidad. De repente estoy sedienta, y caliente, y miro hacia otro lado, buscando mi agua helada, sonriendo cuando Stephen mira hacia mí. Chelsea me pregunta algo sobre mi vestido, y yo respondo, obligándome a encontrar sus ojos, a responder en la misma forma, a tener una estúpida conversación sobre un episodio de The View, uno que no he visto, pero que parece desesperada para hablar. —Vamos a Exuma a final de mes —corta Trey suavemente—. Ustedes dos deberían unirse a nosotros. —Tienen cerdos salvajes allí —dice emocionada—. Puedes nadar con ellos. —¿Cerdos? —pregunto dudosa—. ¿Es eso higiénico? —Están muy limpios —me informa ella, inclinándose hacia delante, su voz cayendo, como si esto fuera un secreto de algún tipo—. Tienen una cuenta de Instagram; puedo enviarles el enlace. —No le digo que no estoy

en Instagram, o que tengo poco interés en nadar con un animal que estoy a minutos de comer. Simplemente asiento, busco al camarero, y lamento haber aceptado esta cena para empezar. —¿Qué piensas, Kate? —Trey se reclina en su silla, y su pie golpea el mío—. ¿Exuma? ¿Tú y Steve? —¿Al final del mes? —Miro hacia el techo—. Creo que... —Miro a Stephen para el rescate—. ¿No es eso cuando vamos con tus padres? Él pierde mi señal, pero se ilumina al pensar en mí y sus padres, una presentación que ha estado presionando durante semanas. Cuando asiente, frunzo el ceño hacia Trey, pintando mis rasgos con tanto arrepentimiento como pueda. —Quizá la próxima vez —digo, y él sostiene mi mirada por un momento antes de que se vuelva hacia Stephen. —Steve, Kate dice que eres un cirujano oral.

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—Es Stephen —interrumpo, irritada cuando Stephen despide el apodo, sus hombros encorvándose hacia adelante mientras se lanza en su perorata sobre el mantenimiento de los dientes y procedimientos de endodoncia. Miro a Chelsea, que está estudiando su menú. Miro su mano dejar un borde del menú mientras alcanza debajo de la mesa, mis ojos reduciéndose a cero en un movimiento que tiene a Trey pausando a mitad de la oración. Ella mira hacia arriba, me agarra observando, y se sonroja ligeramente, su mano regresando al menú, el papel de lino volteado mientras mira los vinos. Tal vez eso es lo que es. Tal vez detrás de su rubor y palabras suaves, ella es una súper freak. Algo tuvo que hacerlo saltar en el carro de las citas después de tantos años de ser soltero. Miro mi propio menú e intento sacar el pensamiento de lo que su mano encontró, como él se siente a través de su pantalón, y si se había endurecido bajo su toque. Me ruborizo y miro la lista de entradas. Sí. Definitivamente no vamos a Exuma. Un fin de semana completo con ellos sería un auténtico infierno. —Así que, tengo que decirte, Steve. —Trey deja su copa y siento el peligro antes de que incluso reabra su boca—. Siempre me he preguntado si Kate es tan culo duro en las relaciones como en la oficina. —Oh, por favor. —Ruedo mis ojos—. Ignóralo, Stephen. —No, de verdad. —Trey se inclina hacia adelante, sus manos unidas, sus antebrazos descansando sobre el mantel de lino—. ¿Es una alfa? —En realidad soy muy sumisa —miento, sin ninguna razón, excepto que la Pequeña Señorita Chelsea parece estar positivamente capturada por el diseño.

—Oh por favor —se burla Trey—. No podrías ser sumisa si tu vida dependiera de ello. “Pon tus manos sobre el mostrador. Planas. Palmas abajo”. Lo miro y me pregunto si se ha olvidado de ese momento. —Creo que estás equivocado. —No es una mala cosa —desafía—. A muchos hombres les gusta un poco de lucha en su mujer. —Él mira a Stephen—. Así que, resuélvelo para nosotros. En una relación, ¿es dominante o sumisa? Está preguntando a un hombre que apenas me conoce, y él lo sabe. Esta no es una pregunta, esto es un examen sorpresa, uno para averiguar cuán involucrado es mi relación en realidad, cuánto de mi corazón este hombre realmente ha probado. Arranco un pedazo de pan con mis dientes y me pregunto cómo puedo de forma convincentemente fingir enfermedad. Quizás podríamos saltar el plato principal y escapar después de los aperitivos.

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—Ella no es tan simple —dice Stephen, con su mano en mi espalda, sus dedos fríos en la piel desnuda—. Justo cuando creo que es la mujer más independiente en California, me sorprenderá. —Se inclina y presiona un suave beso en mi hombro—. Como lo hiciste la semana pasada. —Giro rápidamente mis ojos hacia él, una pregunta en ellos. ¿La semana pasada? Se inclina, bajando su voz—. En el ascensor —me recuerda. Oh. Yo no llamaría exactamente eso un momento sumiso; fue más bien uno débil. El ascensor de su edificio se había estremecido, las luces parpadeaban, y casi me arrastré a sus brazos, aterrorizada por estar allí, en la oscuridad, un ataque claustrofóbico armado y listo. No había sido necesario. Las luces se habían quedado, y el ascensor había reanudado su ascenso, evitando la crisis. Me encojo de hombros, listo para terminar con la conversación. —Tienes razón. Soy una paradoja de contradicciones. —Le saco la lengua a Stephen, y él me da esa sonrisa, la que se reserva para momentos cuando está enamorado de mí, y no me sorprendo cuando se inclina hacia delante, presionando un beso en mis labios Cuando me alejo, el camarero está finalmente aquí, y le sonrío aliviada.

Él La cena es de dos horas de absoluta agonía, y no sé si originalmente fue la idea de Kate o la mía, pero nunca debe volver a suceder. Cada vez

que la toca, mi piel se eriza. El imbécil la besa, y yo salgo de mi silla. Y nunca seré capaz de pisar un ascensor otra vez sin correr por todos los escenarios posibles que podrían haber ocurrido entre ellos. La pregunta había sido una prueba, y había fracasado. Sumisa y dominante no son palabras que se aplican a Kate. Ella es ambas, constantemente, y al mismo tiempo. Ella me desafía mientras suplica dominación. Ella argumenta por lo que quiere que le digan. Necesita una mano firme que le dé todo lo que quiera. Ella me necesita, y a nadie más. Chelsea dice algo y giro mi cabeza, asintiendo, deseando que ella vaya al dormitorio y duerma. Esta noche fue tan cruel para ella como para mí. Cada toque era un espectáculo, cada susurro un juego de poder, toda la comida una batalla entre Kate y yo. Chelsea tira de mi mano y me levanto, siguiéndola a la habitación. —Espera aquí. —Me empuja hacia abajo en la silla, en el dormitorio de la chimenea, y me hundo en el terciopelo, frotando mis manos sobre mi cara. —No esta noche, Chels…

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—Cállate. —Desaparece en el cuarto de baño y yo me desplomo en la silla, cerrando mis ojos y apoyando mi cabeza en el respaldo de la silla, escuchando el sonido del agua corriendo y los cajones abriéndose. Cuando vuelve a aparecer, abro un ojo, su silueta perfilada por la luz del baño—. Cierra tus ojos —susurra. No lo hago, mi cabeza girando a un lado mientras la miro, tratando de entender lo que es diferente. Es su cabello, es oscuro y más corto, rozando la parte superior de sus hombros. —¿Qué estás haciendo? —Shhh... —dice, sentándose a horcajadas sobre mí—. No hagas preguntas. Se inclina hacia adelante, y es entonces cuando huelo el perfume, el olor que Kate usa. Me pongo rígido, y ella levanta mis manos, colocándolas en sus caderas. —Desnúdame. —Chelsea... —No pienses en ello. Finge que soy ella. Lo necesitas. —Arrastra sus dedos por mi cabello, y en la oscuridad del dormitorio, con el cabello oscuro, su olor... casi puedo creerlo. Casi puedo creer que esta es Kate, y puedo tenerla. En este momento, puedo desabotonar su blusa y enterrar mi cara en sus pechos. Puedo empujarla al piso y tener su boca alrededor de mi polla. Puedo llevarla a mi cama, y envolver sus piernas alrededor de mi cintura y decirle todo lo que siempre pienso y nunca digo. Amo a

Chelsea por esto, y también la odio por verlo, por lo transparente que debo ser. Dejo caer mi cabeza hacia adelante, apoyándola sobre su pecho, mis brazos rodeando su cintura. La abrazo y me siento romper, siento exactamente lo frágil que es cada pedazo de mi mundo. —No puedo —digo, las palabras bruscas—. Lo siento. Se inclina hacia atrás y levanta mi barbilla. Me alegro que esté oscuro, me alegro de no poder ver su rostro. —No lo sientas. Fue una idea estúpida. Un poco espeluznante de mi parte, también. Me río, y dejo caer mi frente en la curva de su cuello. —No fue una idea terrible. Estoy duro como una roca ahora mismo. —Sí, puedo sentir eso. —Se mece contra mí—. ¿Hay alguna posibilidad de que me aproveche de eso?

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—No esta noche. —Me acerco y suavemente tiro de su cabello, la peluca saliendo, su cabello rubio derramándose—. Estoy en un mal estado de ánimo. Solo voy a dar un paso en la ducha, si no te importa. Entonces puedo cuidarte. —Estoy bien. —Salta de mi regazo, saltando a sus pies—. De todos modos, estoy a diez minutos de un coma de vino. —Vaga hacia la luz y hace una pausa, girando en la puerta—. Pero estás creando algo para este fin de semana, ¿verdad? ¿Alguien para mí con quien jugar? —Sí. —Miro mientras arquea su espalda, deslizando el vestido sobre sus hombros y dejándolo caer al suelo, la mujer no puede resistirse a hacer un espectáculo. Este fin de semana sería su mejor oportunidad, yo y otros dos hombres follándola de nueve maneras hasta el domingo. Espero el familiar tirón de excitación, el subidón que precede a un encuentro, pero no hay nada, mi bajón todavía en pleno efecto, mi mente incapaz de sacar la imagen de Stephen inclinado, su rostro radiante frente a Kate como si ella es suya. No puedo seguir con esto. Algo tiene que dar, algo tiene que romper. De lo contrario, me volveré loco. Pensaría en una analogía de lencería, pero mi cabeza duele demasiado.

13 Ella —¿Qué piensas? —Trey gira las llaves en su mano y mira el candelabro, pasa la mirada sobre las vigas expuestas de la sala de estar antes de volver a mí. Marks Lingerie acaba de finalizar un año récord en ventas y Trey parece intentar gastar todo el beneficio. Ayer me entregó un cheque de bonificación con suficientes ceros para que mamá se desmaye. Hoy estamos en busca de casa. No para mí, sino para él. —Me gusta. —Me dejo caer sobre el sofá de cuero, el gran cojín es lo suficientemente grande que puedo hacer una especie de mini ángel en la nieve—. ¿El sofá viene incluido?

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—El mobiliario es negociable —comenta la agente inmobiliaria, sus tacones sonando rápidamente sobre los suelos de madera, guiando a Trey en dirección a la cocina. Ruedo hacia la izquierda, saliendo del sofá y levantándome. —Es un poco grande —señalo—. ¿Cinco habitaciones? ¿Vas a empezar un orfanato? —He soltado algunas preguntas sobre Chelsea, unas que él

ha esquivado con habilidad profesional. Una casa parece un paso significativo para asentarse. Ya han estado saliendo durante seis meses. Tal vez se están poniendo serios, hablando de bebés; esta casa es el primer paso hacia su propio programa de televisión de octillizos. En el interior, la familiar quemazón de la envidia estalla. —¿Por qué esa expresión? —Trey se detiene frente a mí—. ¿Qué no te

gusta? Alejo el ceño fruncido de mi rostro e intento salir al paso con algo, cualquier cosa, que no me guste. —Los techos son realmente altos —logro decir.

Mira hacia arriba. —Sí, lo son. Excelente punto. ¿Qué sería lo ideal? ¿Dos metros y medio? —Se gira hacia la agente—. ¿Puede poner eso en mi lista de

requisitos? —Cállate —protesto, y la agente mira de él hacia mí, confusa—. Está bien. —Me giro, mirando la vista a través de las enormes ventanas—. Es

perfecta para ti.

—Está llena de habitaciones de invitados —señala—. Podría tener una

compañera de piso. —Ja. —Sonrío—. No creo que a Chelsea le gustaría eso. —O a Stephen —indica y me alejo, la conversación se está moviendo a la dirección que normalmente evitamos—. Además… —Se gira hacia mí—.

Parece como si tuvieses problemas siguiendo las reglas de la casa. —¿Reglas de la casa? —Me río—. Déjame adivinar. —Abre la puerta

corredera de cristal y paso frente a él hacia el patio trasero. Antes nosotros una gran piscina brilla oscuramente, resaltando perfectamente por la brillante hierba verde—. Algo sobre estar desnudo. Frunce el ceño como respuesta, probando positivamente mi habilidad de adivinar. —Y… —reflexiono—. La obligación de preparar la comida. —No es mi culpa que me guste tu comida —justifica, ofreciéndome una mano, ayudándome a bajar las escaleras hacia el área de la piscina.

Nos detenemos frente a la piscina. —¿Quieres probarla? —Le sonrío y la esquina de su boca se eleva.

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—Las señoritas primero. —Hace señas.

Anticipo su movimiento y me giro a la izquierda un momento antes de que estire el brazo para empujarme. Quitándome las sandalias, evito otro golpe de su mano, corriendo alrededor del borde de la piscina y saltando extrañamente sobre una tumbona. Él se detiene, su pecho apenas moviéndose y me mira, sus ojos brillan con travesura. —Ni te atrevas —advierto. —¿Qué? —Se encoge de hombros—. Hace calor fuera. Y me estoy muriendo por saber cómo nada mi directora creativa.

Me mofo. —Campeona de estilo libre en 2001. —Oh, apuesto a que machacabas a esos escuálidos del instituto — comenta alargando las palabras y me río, alejándome tranquilamente de la piscina. —Ummm… —La agente inmobiliaria se detiene en la puerta trasera, dirigiendo su preocupada mirada hacia nosotros—. No creo que esté permitido nadar. —Kate. —Él alza la barbilla hacia mí—. Gáname al nadar la distancia

de esta piscina y compraré la casa. Me río.

—No me importa si la compras. —Soy perfectamente feliz con su

condominio actual, y al gimnasio al que me permite acceso. Además, no hay forma de que me vaya a desnudar hasta quedarme en ropa interior y mojarme, incluso si estoy vistiendo nuestra colección deportiva Crepe, el acompañamiento perfecto para cualquier actividad, una mujer debería sentirse inclinada a gastar trescientos dólares en un conjunto deportivo de bragas y sujetador. —Umm… —Mira hacia la casa—. Realmente estás dificultando mucho

mi intento de desnudarte, Kate. Salgo del área de la piscina hacia la hierba antes de cometer un error del que me arrepentiré. El quitándose la ropa, yo deshaciéndome de la mía… puede llamarlo una carrera, pero ambos sabemos lo que sería, una excusa para ver más el uno del otro. Inclina la cabeza hacia mí y yo sacudo ligeramente la mía. Se ríe entre dientes y no puedo evitar reírme. Me giro hacia la casa y la admiro. El pálido estuco, el tejado de teja naranja, la enredadera subiendo, por un lado. Es hermosa, vale la pena cada digito de su precio. Mi favorita de las que hemos visto hoy.

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Él viene a mi lado y me rodea los hombros con un brazo, acercándome a su lado. —Me gusta. —Mira hacia la casa. —A mí también. ¿Puedes pagarla?

Se encoge de hombros. —Sigue dándome diseños y te compraré una igual en cinco años. —Ja. —Apoyo la cabeza en su hombro—. ¿Y dejar mi apartamento?

Nunca. Miro hacia la habitación principal y me lo imagino en la ventana, recién duchado, una toalla alrededor de la cintura. Pienso en esa cocina gigante, en esa alta chimenea, las vistas. No quiero una igual, quiero esta. Quiero nadar desnuda en esta piscina, tumbarme frente a la chimenea y hacer el amor en esa cocina. El viento sopla, poniéndome el cabello frente al rostro y siento, en el fuerte roce de la brisa, mis sueños romperse.

Él

No entiendo a mi polla. Cuando era joven, quería cosas más sucias. Algo más salvaje que vainilla, algo que llevase a orgías y tríos, una audiencia a menudo presente mientras follaba. Ahora, a la edad madura de treinta y ocho, solo puedo pensar en una mujer. Y ella no está follando con hombres desnudos. Suspiro, abriendo la puerta corredera de cristal y saliendo al balcón hacia las Colina de Hollywood, apoyo las manos en la barandilla y bajo la mirada a la entrada circular, una llena de autos caros, un aparcacoches trajeado saliendo de un Lambo y manteniendo la puerta abierta a una pareja, una que vi antes. Detrás de mí, escucho el chillido del orgasmo de Chelsea, el sexto o séptimo de la tarde. Es un sonido que debería endurecerme la polla, uno que, al menos, debería hacerme mirar hacia la escena. Pero no me importa. O tal vez me importa y ese es el problema. Salir con Chelsea ha sido mi primera experiencia con este mundo desde la perspectiva de una pareja y no como hombre soltero. Estando soltero la situación era simple. Llegaba, satisfacía, me corría, me marchaba. Estando emocionalmente involucrado con la mujer en el trío, o cuarteto, era un escenario completamente diferente. Como resultado, no me gusta compartir.

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Hay algo sobre otro hombre poniendo las manos sobre mi novia que me sienta mal. Chelsea afirmó que eso me convertía en un hipócrita, viendo la forma en que nos conocimos, yo follando con ella mientras su novio de entonces miraba. No creo que me haga un hipócrita. Creo que cosas diferentes excitan a gente diferente y, ¿ahora mismo? La monogamia parece jodidamente sexy. No quiero lidiar con conversaciones de chat en internet, y extraños y encuentros ilícitos en habitaciones de hotel. Quiero memorizar el cuerpo de una mujer y cada sonido y punto de placer que tiene. Quiero complacerla en cada habitación de mi nueva casa y en cada continente. Quiero casarme. Y en todas esas visiones, Chelsea no está presente. En todos esos pensamientos solo está Kate. Kate, que aún está con ese dentista. Kate, que consigue flores todas las semanas, enviadas a la maldita oficina. Kate, que se marchó una semana a Cabo y volvió morena y brillante, su cabello todavía rizado por la sal del mar. Había sido la semana más larga de mi vida, imaginando qué estaban haciendo. Chelsea había estado necesitando una distracción esa semana. Demonios, su presencia era lo único que me mantenía de parecer un idiota enfermo de amor. Y ella lo sabe, su despreocupada actitud sobre Kate me molesta a veces. ¿Qué mujer acepta que su novio esté enamorado de otra persona? Puede que sea algo de su generación, una actitud juvenil que acepta todas las circunstancias. O tal vez disfruta de las cenas caras y mi polla. Me giro, apoyando la espalda en la barandilla del balcón y la observo a través de las cortinas abiertas. A cuatro patas, mira sobre su hombro y se ríe de algo que dice el hombre detrás de ella. Estirando la

mano, mira la polla frente a ella, sujetándola de forma codiciosa con la mano. Hace diez años, tal vez me habría enamorado de ella. Ahora, solo quiero salir. Tiro de mi manga y miro el reloj. Le daré otra media hora de diversión. Luego, termino la situación, vamos a irnos.

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14 Ella —Demasiado para París en primavera. —Lanzo un trozo de pan en la neblina y veo a una paloma saltar sobre él. —Es un mal día. —Trey bebe su café y señala al fondo de la calle—.

Mira, la Torre Eiffel. Eso es todo lo que necesitas ver. Ahora puedes ir a casa feliz. —Mojada y feliz —mascullo, acercando mi silla a la mesa, el endeble paraguas está haciendo poco para protegernos de la lluvia. Se ríe y sacudo la mano en el aire para detenerlo—. Shh, escuché cómo sonó. Simplemente llévame a algún lugar caliente y estaré menos gruñona. —Está bien. —Se levanta, buscando en su bolsillo y sacando algunos

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euros. Tomando algunos billetes, los deja debajo de la taza de café y extiende la mano—. Pero vamos a tener que hacer una carrera para ello. — Deslizo mi mano en la suya y me guía entre las calles abarrotadas. Con la otra mano tiro de la capucha de mi chaqueta, el chaparrón mojándome el pantalón, mis zapatillas se ensucian con el agua para el momento que él encuentra un hueco vacío para guarecernos. —Oh Dios mío. —Me quito la capucha de la cabeza y me seco bajo las pestañas inferiores con los dedos—. Echo de menos California.

Se pasa una mano por el cabello y el agua salpica por todos lados. —No lo olvides, eras tú la que quería abrir una tienda en Francia. —Fue una idea terrible —decido—. Deberías despedirme por ello. — Miro la calle—. Quiero decir, mira a esas mujeres. No van a comprar bragas de doscientos dólares. —Tal vez tengas razón. —Se reclina contra el muro y señala un hombre que sostiene un paraguas, ayudando a una morena a cruzar la calle—. Pero él sí. Y lo mismo harán las mujeres una vez que se coloque la valla publicitaria. —Se gira hacia mí—. O eso fue lo que me vendiste.

La valla publicitaria está en este momento en un lateral de un edificio, uno que mostrará una imagen ridículamente sexy de Trey, en uno de sus excitantes trajes, con nuestro sujetador LeCort colgando de la punta de un dedo. Es parte de la campaña que se me ocurrió repentinamente la noche del atraco de Trey. Esta valla publicitaria era una de ocho anuncios, todos

protagonizados por Trey, la dominación brotando de las imágenes. Yo había estado en lo cierto. Él ordenaba a las mujeres comprar nuestra lencería y ellas respondieron con números asombrosos. Nuestros grupos de enfoque se habían obsesionado con eso y las ventas en las ciudades de Estados Unidos se dispararon donde habíamos puesto el anuncio. La valla publicitaria será lo primero de una completa campaña publicitaria en Francia. —No importa si lo compran. —Salto en el sitio, mirándome los zapatos, un poco de agua chorreando de ellos cuando aterrizo—. En

realidad, todo esto era una excusa para un viaje gratis a París. Y ahora que estoy aquí es espeluznantemente frío y gris, me gustaría cancelarlo todo. Simplemente olvidémonos de la gran apertura y volemos a casa. Incluso dejaré que me toquetees en pleno vuelo. Hace una mueca, metiendo las manos en los bolsillos. —No hay trato. Te toquetearé de todos modos. En cuanto comiences a

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babearme en el hombro, mis manos comenzarán a trabajar. Pero si puedes ponerte un sujetador con apertura frontal me harías la vida mucho más fácil. Es un asco abrirlo por atrás, especialmente cuando la gente está mirando. Sonrío a pesar del tiempo y las horas de trabajo frente a nosotros. Él lo ve y se acerca, su hombro tocando el mío mientras imita mi postura, ambos mirando hacia la calle. Incluso a través de la lluvia y la niebla, tiene cierta belleza etérea. Una belleza que nunca pensé que experimentaría y aquí estoy, en la ciudad más romántica de la tierra, con él. Lo hojeo y él baja la mirada hacia mí, una sonrisa extendiéndose en su rostro. —Sabes que lo hemos logrado, Kate. Rescatar Larks Lingerie de las cenizas.

Asiento y, por una vez, no tengo palabras. Mañana abriremos las puertas de una tienda francesa, una hermana de la tienda de Los Angeles que abrimos hace seis meses. Este año, conseguiremos dos millones en beneficios. El año que viene, deberíamos triplicar eso, lanzar una línea para hombres y abrir cinco tiendas más. Es increíble lo que hemos hecho, todo en dos años y medio. Tan jodida como se pone nuestra atracción ocasionalmente, al menos tenemos esto. Nunca he estado orgullosa de nada en mi vida. Asiento de nuevo y me rodea con un brazo, apoyando la barbilla sobre mi cabeza. —Gracias, Kate.

Sonrío. —De nada.

—¡Me encanta París! —chillo las palabras en la noche, el viento llevándoselas por la calle, unos cuantos turistas aplaudiendo como respuesta. Un brazo me rodea la cintura y me río tontamente mientras Trey me aparta del balcón, con manos firmes mientras me gira y luego señala el sofá de la habitación. —Siéntate, mi bella borracha. —Síseñor —me burlo, me dejó caer en el terciopelo rojo, algo del

champán saliéndose de mi copa de flauta. Tomo un pequeño sorbo, observando mientras echa otro tronco en la chimenea, brillantes brasas naranjas girando en el aire, algunas flotando por la habitación. Cierro los ojos y estiro mis pies descalzos hacia el fuego. —¿Suficientemente caliente? —pregunta y el sofá a mi lado se hunde

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por su peso. Giro la cabeza a un lado, sonriendo ante su mirada, el nudo de su corbata deshecho, sin la chaqueta del traje, los botones superiores de su camisa desabrochados. Despeinado. Mi despeinado y sexy hombre. —Estoy perfecta. —Inclino mi copa de champán hacia él—. Termina esto, por favor.

Me la quita y se termina un champán valorado en cien dólares de un trago. —¿Es extraño que no trajese a Stephen conmigo?

Baja la mirada hacia la copa de champán vacía, luego la deja en la mesa de al lado, acomodándose en el sofá hasta que su posición imita a la mía. —No. Era un viaje de trabajo. —¿Es raro que no quisiese traerlo?

Gira la cabeza, su oreja contra el cojín del sofá. —Un poco. —¿Pensaste en traer a Chelsea? —Han sido ocho meses y aún lucho por decir su nombre. —No habría tenido mucho sentido hacerlo. Rompimos la semana

pasada. —¿Qué? —Me recoloco, girándome ligeramente para mirarlo mejor—. ¿Por qué? —¿Rompieron? Mi yo borracho no puede soportar las noticias,

no sabe cómo reaccionar, si celebrarlo o llorar. He pasado meses

intentando ajustarme a la inminente posibilidad de su relación a largo plazo, meses intentando verlo como un amigo y nunca como nada más. —¿Quieres la historia larga o corta? —Ambas. —Ella no eras tú.

Cuatro simples palabras, me golpean como un mazo. Lo miro a los ojos y me pregunto cuánto de la emoción manando de mí es por el champán, por París y cuánto es por él. Tengo novio. Necesito recordar eso. Stephen es un hombre bueno y estable. Simplemente no puedo, en este instante, recordar qué lo hace mejor que Trey. Trago saliva. — ¿Esa es la respuesta larga? —La corta. —Suspira—. La larga tendrá que esperar para otra noche. —Estoy con Stephen. —No te conté eso para cambiar nada, Kate. —Estira el brazo y me coloca el cabello detrás de la oreja—. Simplemente estaba respondiendo a

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tu pregunta. Quería intentar tener citas, pensé que Chelsea sería una buena opción. —Se encoge de hombros—. No lo era. Es tan simple como eso. ¿Una buena opción? Es una pregunta que no quiero hacer, una puerta que no puedo abrir, no cuando estoy con Stephen. Es tan simple como eso. Pero nada es nunca tan simple, no cuando no implica a ambos.

Él Se queda dormida en el sofá, sus pies descalzos estirados sobre la alfombra, su vestido de abalorios arrugado y retorcido. La llevo hasta la cama y se despierta lo suficiente para desvestirse, con la mano cuidadosa mientras la ayudo a bajar la cremallera, apartando la mirada mientras se quita el vestido largo, las miradas más leves revelando sus elecciones para esta noche; nuestro sujetador estante Haviar y a juego bragas de encaje, ambos de color lavanda pálido. Aparto el edredón y ella se mete. —Buenas noches, Kate. —La cubro con el edredón y le doy un suave beso en la frente. Moviéndome hacia la segunda habitación, me detengo en la puerta, volviendo a mirarla, su cabello oscuro esparcido por la almohada, un brazo sobre el edredón.

A veces, la amo tanto que duele.

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15 Ella —Por favor, concéntrate. —Me río, reclinándome en la silla y frotándome los ojos—. Vamos a estar aquí toda la noche si sigues distrayéndote. —Simplemente pruébate el blanco. —Saca un traje de baño de la caja y lo sostiene con una mano, la otra sujetando la cerveza, llevándose la botella a los labios mientras me sonríe—. Luego podemos volver a tus gráficos comparativos.

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La caja frente a él es un pedido de Frederik’s of Hollywood y contenía toda su línea de verano. Hemos ridiculizado sus productos mientras terminábamos todo un plato de tacos y… miro todas las botellas vacías esparcidas por la mesa de conferencias… dos paquetes de seis de cerveza mexicana. Sacude la ligera tela blanca hacia mí y se la quito, sosteniendo el ridículo conjunto por los tirantes. El primer fallo es el color, la clase de blanco barato que se ensuciará al segundo lavado. El segundo fallo, y el más triste de los dos, el estilo. Un escote pomposo, uno que hace juego con la pequeña falda que rodea las caderas del bañador. Giro el traje de baño y estoy consternada al ver una especie de cola, la falda continúa de un modo que el diseñador ha imaginado probablemente como “seductor”. Es un desastre. Se lo lanzo al rostro y él aparta la cabeza inclinándose, el traje de baño cae en su cerveza y cuelga allí durante un momento. Él se ríe y lo aparta. —Vamos, Kate. Hemos estado trabajando muy duro. Necesito algún alivio cómico.

Resoplo y me reclino en el asiento, poniendo mis pies descalzos en la silla vacía más cercana. —No. —Póntelo y te permitiré tener todo el control del catálogo de

noviembre. Ese pedazo de negociación hace que levante la cabeza. —¿En serio?

—Lo juro por Dios. —Deja la cerveza y se echa hacia delante, estirando el brazo y deslizando la prenda de ropa hacia mí—. Vamos.

Muéstrale a un hombre borracho cómo se ve la competición. Me levanto. —No me pongas a prueba. Lo haré.

Alza las cejas como desafío y es todo lo que necesito, tomando el traje de baño de la mesa y camino hacia el baño. —El catálogo de noviembre. ¿Control absoluto? —Tienes que venderlo —grita—. ¡Hazme querer comprar esa cosa!

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No me molesto en mirarme en el espejo. Puedo sentir la tirantez del material en mis caderas. Mis pechos están sujetos firmemente por el rígido alambre y el escote es uno que mi profesora de la escuela dominical habría aprobado. Me aseguro de que la cola no está metida en algún lado en el que no debería, luego salgo hasta el pasillo y me encamino hacia la sala de conferencias. Trey tiene los zapatos de vestir apoyados sobre la mesa y se gira cuando me acerco, la silla gira bajo su peso, alza las cejas mientras deja la cerveza. —¿Y bien?

Pongo las manos sobre mis caderas. —¿Qué piensas? ¿Súper sexy?

Se levanta. —Súper sexy. —Asiente hacia la ventana—. Ve a comprobarte.

De noche, con el cielo afuera oscuro, puedo verme fácilmente, la forma en que la tela se hincha alrededor de mis curvas de la forma menos atractiva posible, como si un diseñador hubiese presentado el único objetivo de hacer que una mujer se viese horrible. —Oh, Dios. —Me llevo una mano a la boca y me río, la combinación de la cerveza y el agotamiento haciendo hilarante la imagen.

Observo en el reflejo que él se está acercando, deteniéndose detrás de mí, pasando un dedo por mi brazo, bajando la cabeza y examinando el hombro del traje de baño. —¿Esto es poliéster? —Es una mezcla, creo. La etiqueta está ahí, en la espalda. —Estiro el

brazo por ella y aparta mi mano de un golpe, hundiendo los dedos con

seguridad bajo el borde, echando la cabeza hacia atrás mientras lee la etiqueta. —Tienes razón. Veinte por ciento licra. Veinte por ciento algodón. Aunque apostaría… —Me gira hacia él y baja la mirada al traje de baño, frunciendo el ceño, ensimismado. Cuando levanta la mirada hacia mí, hay un brillo en sus ojos—. ¿Confías en mí? —Difícilmente. —Resoplo una risa—. Pero sí. Adelante.

Salto cuando pone las manos en mis caderas, inclinando el cuerpo hacia delante, su mirada en la mía y es casi como si fuese a besarme. Voy a dar un paso atrás y aprieta los dedos. —Tranquila, Kate —susurra—. Cierra los ojos. Esto es puramente por la investigación, lo juro.

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No debería cerrar los ojos, pero lo hago. Es una de esas respuestas sin sentido a un hombre en el que confiaría con mi vida. Tomo una respiración cuando siento calor contra mi pezón izquierdo, abro los ojos y bajo la mirada para ver su boca en la parte exterior del traje de baño, sus labios contra la tela barata, con los ojos cerrados. Chupa la tela y entrecierro los ojos por el puro placer de ello. ¿Acaso algún hombre ha besado esa parte de mí de ese modo? Su agarre en mi cintura se aprieta y suspiro cuando aparta la boca de mí. —¿Qué estás…? —La pregunta desaparece cuando baja la boca al otro

lado y soy incapaz de apartar la mirada mientras hace círculos con la lengua alrededor de la punta del pezón, endurecido contra la fina tela. Cubre toda la zona con la boca y casi gimo con la sensación. No podemos hacer esto. La boca de Trey sobre mí, los pinchazos de sus dedos en mis caderas, mi mente volviéndose loca, la atracción entre la lujuria y las posibilidades; se aleja de mí y lucho para abrir los ojos. —Mira tú reflejo. —Hay un tono áspero en su voz que no es familiar, y

miro su rostro, insegura de si lo he escuchado antes. El calor en sus ojos… eso lo reconozco, una mirada que siempre finjo ignorar, la conexión entre nosotros de la que siempre huyo con un comentario frívolo, una llamada de teléfono o poniendo los ojos en blanco. Ahora, no huyo. Me quedo, el corazón latiéndome salvajemente en el pecho, mis pezones suplicando más atención y me encuentro con su mirada—. Kate, mira. —Mueve las manos a mis hombros y me gira hacia la ventana, su pecho contra mi espalda, nuestras miradas se encuentran en el reflejo en el cristal. Cuando aparta la mirada, yo hago lo mismo, se me sonrojan las mejillas cuando veo la marca oscura de mis pezones, claros como el día a través de la tela. —Si estuviese en una fiesta —susurra—, y salieses de la piscina vistiendo esto… —Desliza las manos por mis brazos—. Arruinarías a

cualquier hombre allí de por vida. —Tira de la parte trasera de la falda y la sacudida de la tela tira por mis partes más sensibles—. Incluso con una cola. —Trey. —No puedo pensar en una distracción, no puedo pensar en un

modo de detener esto. Levanta la mirada, mirando los míos en el reflejo. —¿Está marcada la entrepierna? Tengo curiosidad por ello… —Está marcada —interrumpo, con las mejillas acaloradas, la idea de

él continuando con su prueba entre mis piernas… casi me tiemblan las rodillas ante la idea—. Debería cambiarme. —Quiero sujetar el cuello de su traje, solo para mantenerme derecha. Quiero frotar las puntas de mis pechos contra su traje, solo para sentir la fricción. Necesitaba la fricción. Casi me inclino hacia él, estirando la mano, deteniéndome solo a tiempo. Empujo suavemente su traje y me fuerzo a dar un paso atrás. Sus ojos están ardiendo. Puedo sentir el calor de su mirada, devora mi resolución y esto es lo más cerca que hemos estado nunca de rompernos. —Vuelvo ahora —susurro.

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Me rodea la cintura con las manos, aferrándome a él. —No te detengas por ese chico bonito, Kate. Él no… —No. —Levanto la mirada a la suya y prácticamente le suplico con la mirada—. Estás borracho.

No dice nada, sus ojos sobre mí, tan firme como el día que me mostró la tumba de su padre, tan fuerte como cuando me dio el control de su compañía. Entre nuestras miradas peleamos y perdemos cincuenta guerras. Luego entrecierra esos ojos oscuros y cuidadosamente me suelta la muñeca. —Tienes razón. Estoy borracho. —Se aleja de mí, deambulando hasta

la mesa y tomando las llaves de la mesa de madera pulida—. Te veo mañana, Kate —grita, una pronunciación exagerada en sus palabras—. Estoy fuera por la noche.

Él No bajo todo el camino en el elevador. Me detengo en la sexta planta, moviéndome silenciosamente a través de los oscuros cubículos hasta mi oficina, dirijo rápidamente la mano las cortinas, luego a la cerradura de la

puerta, golpeando la puerta con la espalda, mis manos soltando la correa, bajando la cremallera y mi ropa interior. Sus manos apoyadas contra la ventana, la mejilla contra el frío cristal. Me arrodillo detrás de ella, mis rodillas trajeadas contra el suelo de madera… No.

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Me saco la polla, amplio mi postura, apretando los muslos, rodeando la polla con mi mano y lentamente acariciando toda su longitud. Ya estaba medio duro y se terminó de endurecer aún más bajo mi toque, un suave gemido se me escapa de los labios mientras me imagino tomándola contra esa ventana y cargándola, tirando las botellas de cerveza y la lencería y tumbándola sobre la mesa. ¿Pelearía? ¿Protestaría? No. No en cuanto volviese a bajar la boca sobre el traje de baño blanco, mi boca probándola a través de la tela, levantándole las piernas y poniéndolas sobre mis hombros, sus muslos contra mis orejas, su olor y su sabor tan cerca, justo ahí. Desquitándome con el traje de baño, la pondría tan húmeda que lo vería todo, casi desnuda sobre esa mesa, la visión de ella, con la espalda arqueada contra la dura superficie, sus manos alcanzándome… acelero mi mano, apretando la base de mi polla mientras acaricio la erección, mi respiración acelerándose, y voy a correrme como un maldito adolescente por ella. No sería capaz de detenerme, la llevaría al borde de la mesa y apartaría el traje de baño húmedo a un lado, exponiendo su hermosa visión. Sería la primera mujer que tomaría sin condón y ese empujón inicial, el grueso deslizamiento de mi polla dentro de ella, su nombre saliendo de mis labios… Me tiemblan los hombros contra la puerta y me corro, jadeando su nombre en la oficina vacía. Si mi necesidad fuese lencería, sería rojo sangre, con líneas que gritan por atención.

16 Él Cuando el timbre de la puerta suena, resuena a través de la casa, rebotando en los pisos de madera y vidrio, los tonos capturan mi atención en el momento antes de llegar al mando a distancia. Me quedo de pie, pasando una mano por mi cabello, rascando una picazón en la parte posterior de mi cabeza. Tiro de la parte inferior de mi camiseta, saliendo de la sala de prensa y corriendo por la escalera delantera de la casa, la figura en mi porche delantero manipulado por el cristal rociado. Engancho mi pantalón de entrenamiento y abro la puerta, parpadeando a través de la luz de la mañana. Me toma un momento reconocer al hombre en mi porche.

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—¿Stephen? —Preocupación brota a través de mí, mis pensamientos se disparan a mi última llamada con Kate, unas pocas horas antes. Había estado en su camino a la tienda; habíamos hablado sobre el aumento de los costos de envío y si ella necesitaba un maldito periquito. Debería haberle dicho que tuviera cuidado, que dejara el teléfono, que mirara su entorno y volviera a casa. Yo… —Todo está bien —me tranquiliza, leyendo la alarma en mi cara—. Sólo vine a hablar contigo. Tan rápidamente como el pánico surgió, la cautela lo reemplaza. Puedo contar las conversaciones que he tenido con este hombre, por un lado, todos ellos en presencia de Kate. No hay ninguna buena razón para que él esté en mi casa, un domingo por la mañana, sin ella. Me inclino contra el marco de la puerta y cruzo mis brazos, midiéndolo, mis instintos protectores en alerta total. Él es de mi talla, pero menos apto, su cuerpo menos musculoso, el tipo que se ve bien en un esmoquin, pero macilento en un traje de baño. En una pelea, lo demolería, no que fuera a ir por un mano a mano conmigo. Es demasiado agradable para eso, demasiado respetuoso, demasiado amistoso. Adoptaría gatitos, pero carece del filo para llevar a una mujer a su lado, y luego follarla en el maletero de su coche. Mis ojos se mueven más allá de él y hacia mi nueva camioneta, su puerta trasera hacia abajo, el vehículo bloqueando mi garaje, y la elegante colección de testosterona dentro. La tendría contra su puerta, o sentada en esa puerta posterior, con sus ropas rasgadas en remaches y bisagras, el

frío metal contra su piel, sus manos temblando contra su superficie, sus uñas arañando su cera. —No era mi intención molestarte. —Entrelaza su mano, una palma sobre la otra, y da una sonrisa nerviosa—. Lo siento por no llamar primero. Yo... —extiende sus manos—, me estoy quedando sin tiempo. Quedándose sin tiempo. Pienso en el cuarto año de Marks Lingerie, el préstamo de dos millones de dólares que obtuve con un trío de italianos que habían hecho muy claros mis términos de reembolso. Había sudado a través de cada minuto de ese año, a través de cada cheque que había escrito, hasta que la deuda principal y los intereses habían sido pagados en su totalidad. Tal vez de eso se trata. Mis ojos se mueven hacia su mirada nerviosa, y la posibilidad de su insolvencia me anima. —¿Qué necesitas? —pregunto. Mira más allá de mi hombro, insinuando su deseo de ser invitado. No me muevo, levanto mis cejas y espero su respuesta. —Bueno. —Sus malditas manos se extienden de nuevo, y él las mira como si tuvieran algo, tal vez las palabras que necesita. Me mira de nuevo—. Sé que Kate y tú son cercanos. Mejores amigos.

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Mejores amigos. Es un título que debería reservarse para los adolescentes, no dos personas que apenas pueden mantener sus manos fuera de sí. Mi labio se encrespa, pero no digo nada. ¿Se trata todavía de un préstamo? Mi cuerpo se tensa ante la idea de que Kate de alguna manera puede estar involucrada, que podría estar en algún peligro como resultado de su incapacidad para manejar el dinero. —Llega al punto. —Aprieto las palabras, apenas capaz de detenerme de estirarme hacia adelante y tirar el maldito mensaje de su garganta. —Oh. —Se calma, y luego mira hacia arriba—. Ah... Yo. —Hace una pausa, luego comienza de nuevo—. Mañana por la noche, estoy planeando proponerme. Hay una fiesta en la oficina que estoy organizando, lo voy a hacer después. Como su padre ya no vive, pensé en pedir tu bendición. Quiero decir, sé que es un poco anticuado, pero tú eres como un hermano para ella. Como un hermano para ella La rabia se extiende, tomando mis pensamientos y vomitándolos, mis palabras cortas y mortales, las puntas de verdad que apuñalan a través del espacio. —No soy como un hermano para ella. Un hermano no pensaría en doblarla sobre mi escritorio cada vez que entra en mi oficina. Un hermano no vería las curvas de su culo cada vez que se aleja.

La sonrisa cae de su cara. Qué idiota. ¿No conoce su impacto? ¿El peso de su sonrisa, su risa, su desafío? ¿No entiende que es imposible conocerla y no amarla? Sus manos, esas palmas carnosas, se aprietan en puños, y pido a Dios que esté a punto de golpearme. —¿Qué diablos acabas de decir? —El hombre avanza, y yo me empujo de la puerta, llegando a mi altura completa y encontrando su intensa mirada. —Me escuchaste. Ahora lárgate de mi propiedad antes de que te avergüence. Ella estará enojada. Diablos, estará furiosa. Pero que me condenen si alguien piensa que soy como un hermano para ella. Un hermano. Mis músculos se aprietan, y salgo de la entrada y hacia Stephen, subiendo mis mangas, disfrutando de la ráfaga de sangre en mis venas. Una pelea, eso es lo que necesitamos, la capacidad de llevar esto de vuelta a los días de las cavernas y terminarlo. Aprieto mis puños, y él retrocede, levantando sus manos, sus pulidos zapatos de vestir bajando un paso, luego un segundo. Se vuelve hacia su Audi, sus ojos cautelosamente quedándose en mí.

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—Me casaré con ella —me promete, y los faros de su coche destellan cuando abre las puertas. —No te casarás con ella —discrepo, y me detengo, observándolo casi correr alrededor del capó del coche—. Ni siquiera te comprometerás con ella. Las palabras salen con confianza, pero no son mías para dar. Lo veo arrancar en picada de mi unidad circular, bajando su ventana, un cobarde dedo medio se alzó en mi dirección, y el pánico se apodera de mí.

Todo el domingo, espero por su llamada, por su coche chirriando por mi camino de entrada, por su grito resonando en mi casa. Para el domingo por la noche, estoy convencido de que no se lo ha dicho. Para el lunes por la tarde, estoy casi a gusto, mi mente a mitad de camino a través de un desmadre de un plan de marketing cuando la puerta de mi oficina se abre de golpe, la manija perforando un agujero en el yeso, las obras de arte repiqueteando contra la pared. —¿Qué coño está mal contigo? —Nunca la había visto tan enojada, su cuerpo literalmente temblando ante mí. Dejé la carpeta y encontré sus ojos.

—Buenas tardes, Kate. Solo estaba revisando... —Deja de jugar y contéstame. —Nada está mal conmigo. —Hablo en el tono que pondría a una sumisa de rodillas. Ni siquiera se inmutó. —¿Le dijiste a Stephen que querías follarme? —Realmente quiero follarte. Creo que todos hemos sido claros en eso desde hace bastante tiempo. Hunde sus dedos en su frente, apretando sus ojos cerrados. —Sé que no eres tan estúpido, Trey. Sé que entiendes la simple sociedad de mierda y cuánto lo que acabas de hacer jode severamente mi relación. —No tenías una relación —interrumpo—. Tenías un tipo que quería una maldita esposa trofeo. Vino a mi casa y trató de decirme cómo es nuestra relación. Me dijo que soy como un hermano para ti. —Me levanto, y si este escritorio no estuviera entre nosotros, la presionaría tan estrechamente contra mí que sentiría mi necesidad—. ¿Piensas en mí como un hermano, Kate?

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Ella aprieta sus puños y mira hacia otro lado, como si hubiera una puta respuesta en mi planta en maceta. —Me gusta trabajar para ti. No estoy preparada para dejar Marks, pero no puedo... —Quité a un idiota de una ecuación —digo con dientes apretados—. Deja de pensar en eso y enfócate en mi maldita pregunta. ¿Piensas en mí como un hermano? —A la mierda el escritorio. Camino alrededor de él y la hago girar para que me haga frente, fijando su espalda contra el roble, con mis pies a cada lado de ella, mis muslos abrazando la rígida línea de sus piernas. Tan cerca, puedo sentirla temblar. Levanto su barbilla y disfruto la pelea en sus ojos. —No querría matar a mi hermano —susurra. —Tampoco querrías follarlo. —Las palabras se deslizan tranquilamente, y sus ojos se ensanchan, tan sólo un poco, en su recepción. Dios, estoy enamorado de esta mujer. La fuerza de ello tira de mi fundamento. Mi mano se suaviza en su barbilla y se desliza por la parte delantera de su suéter, llegando a descansar en sus caderas, mis dedos mordiendo en la tela mientras la tiro contra mí—. Dime que quieres follarme, Kate. Sacude su cabeza minuciosamente. —No lo hago.

Me inclino hacia adelante, mis labios rozan suavemente sobre su oreja y abajo el hueco de su cuello, mi control vacilante y le robo un beso, sólo unos cuantos, a lo largo del camino. Siento su cambio de respuesta, el trabajo de sus muslos uno contra el otro, la forma en que se arquea contra mí, lo dice tan fuerte como un grito. Dios, las cosas que podría darle. Las maneras en que podría complacerla. Recorro de nuevo su cuello y me detengo en su oído. —Dime, Kate. Dame esta maldita cosa para que pueda ir a casa, envolver mi mano alrededor de mi polla, e imaginar cada sucia cosa que quiero hacerte. ¿Quieres follarme? Ella pone una mano en mi pecho, y me detengo, el mordisco de mi agarre aflojándose, el aliento en mi garganta estancándose. Levanto mi boca de su oído y miro esos ojos. —No tenías que decirle nada —susurra—. Yo habría dicho que no. No era tu pelea. No soy tuya para pelear. Debería hacerme feliz, pero se siente como una ruptura. Retrocede, y una parte de mí muere.

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—El deseo de follarte nunca ha sido el problema. No sé cómo puede mirarme a los ojos tan tranquilamente mientras lo dice. No sé cómo, cuando se da la vuelta y se va, no tropieza. La veo partir, y nunca me he sentido tan vulnerable, tan perdido. Si nuestra relación fuera lencería, serían esposas forradas de piel, cerradas a tu alrededor, la llave perdida, imposible escapar.

Ella Cuando terminé con Craig, fue limpio y ordenado. Con Stephen, nuestra separación fue áspera, el resultado de una pelea, una donde él me había llamado nombres y me acusó de infidelidad, con su cara roja, saliva volando. Había empezado explicando, tratando de explicar la naturaleza de mi amistad con Trey, cómo él no quiso decir lo que había dicho, cómo incluso si había habido momentos de atracción nunca había ido a ninguna parte. Todas esas palabras se habían detenido frente a una histeria total, el hombre amable y conservador con el que había salido durante un año había desaparecido, este nuevo Stephen arrancaba un candelabro de bronce de la pared y rompía una silla estilo reina Ana a través de las puertas francesas. Había cerrado mi boca y huido a través de la puerta principal, todas mis excusas y explicaciones carecían de valor en presencia

de eso. Entré en mi coche e ignoré sus llamadas, sus mensajes de voz llenos de veneno y odio, una combinación que sólo cimentó mi decisión. Al diablo mi atracción por Trey. Al diablo las cosas inapropiadas que dijo. Esa noche, envié a Stephen un breve mensaje rompiendo con él por una razón: estaba loco. Tal vez su exhibición de rabia era por amor, una pasión imprudente que había escondido durante los últimos doce meses. Pero es inaceptable para él comportarse de esa manera, manejar cualquier cosa de esa manera, y mucho menos unas cuantas palabras descuidadas que Trey había lanzado hacia él. Trey es mi nuevo problema. Cuando había salido de la casa de Stephen y fui directamente a la oficina, estaba medio furiosa con Trey por haber causado todo, medio emocional de la pelea con Stephen. Confrontar a Trey no había ayudado, sus declaraciones confiadas tomándome fuera de guardia, mi sistema demasiado crudo para manejar la mirada oscura en sus ojos, el suave toque de sus labios contra mi garganta, el roce de sus dedos y suplica de su voz. “Dime que quieres follarme, Kate”. Cierro mis ojos y me pregunto cómo lo volveré a enfrentar.

125 —Sabes que no pueden volver a ser amigos ahora. —Jess saca un pedazo de comida para bebés y lo sostiene a Skylar, quien aprieta su boca cerrada y mira hacia otro lado. Espolvoreo purpurina sobre una línea de pegamento y no digo nada. “Querer follarte nunca ha sido el problema”. ¿De verdad dije eso? ¿Le dije a Trey que quería follarlo? Me duele pensar solo en las repercusiones. Giro la página de cartón en su lado y saco el exceso de brillo, Jenna chilla de placer en el resultado brillante. —Está en Nueva York —digo—. Así que al menos no tengo que verlo esta semana. —Pero has hablado con él. —Sí. —Por supuesto que hemos hablado. Es costumbre llamarlo en mi camino en la mañana. Quince decisiones al día van más suaves cuando se discute con él. No hay “funcionamiento de Marks Lingerie” sin nosotros dos, mano a mano, empujándolo hacia adelante—. Pero por teléfono... no sé. Es diferente. Es más fácil.

—¿Porque no pueden arrancarse mutuamente la ropa? —Se levanta y se va a la nevera. Miro el rostro de Jenna, que me parpadea de la manera inocente de un niño. —Hablemos de esto más tarde. Jess resopla. —Jenna, sube a jugar. —La silla de Jenna chirria contra la baldosa y se va, sus brillantes botas vaqueras azules haciendo un ruido sordo a través de la cocina y subiendo las escaleras con el atronador sonido de un hombre adulto. Veo a Jess acomodarse en su silla, acercando la silla alta. —Vuelve de Nueva York el martes por la tarde —digo—. Quiere que vaya a cenar, para ponerse al día con todo lo que ha perdido. Jess se vuelve, con los ojos muy abiertos. —Dime que finalmente lo harás. ¡Eso es todo! ¡Este es el momento! — Se limpia las manos y busca el teléfono de la casa—. Voy a llamar a mamá.

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—Detente. —Agarro el auricular inalámbrico de la mesa, metiéndolo entre mis piernas—. No voy a tener sexo con él. Estaré en territorio de la etapa nueve el martes. —Ugh. —Se rinde en su alcance del teléfono y se vuelve a Skylar—. Oye, quizás es algo bueno. —Es una cosa genial. —Es la única razón por la que acepté ir. Nada como una gigante toalla higiénica para garantizar mi virtud—. Pero no importa. Él no hará un movimiento. —No quiero que las palabras salgan tristes, pero lo hacen. Cada parte de mí, de mi libido a mi voz, está confundida. ¿Debo estar feliz? ¿Enojada? ¿Preocupada? Recojo un lápiz de color y dibujo una cara en la página. Nariz flaca. Ojos de dibujos animados. Largas pestañas. Recojo un lápiz rojo y planeo sobre el espacio en blanco donde debe ir una boca. Finalmente, dibujo una línea plana, esbozando labios alrededor de ella que se presionan juntos en un... Retiro el lápiz y examino el bosquejo. Una expresión estreñida. Suspiro, y trato de corregir los labios en una sonrisa, el resultado final bufonesco. —¿Qué te hace pensar que no hará un movimiento? —Ha tenido tiempo de pensarlo. Creo que la conversación de Stephen fue una reacción instintiva para él, algo que no esperaba e instintivamente respondió. Y luego Stephen me dijo, y vine a él, y de alguna manera creció enormemente desde allí. —Añado un cuello y una mandíbula, luego tomo un nuevo lápiz y le agrego un grueso cabello negro—. Cuando regrese a la ciudad, volverá a la normalidad. Bajo control —digo sin rodeos. —¿Que es... una buena cosa? confundida por lo que quieres.

—pregunta Jess—. Estoy tan

—Sí. —Miro fijamente la obra de arte críticamente—. Yo también.

Su vuelo nocturno del martes se retrasa, descartando nuestros planes para la cena. Miércoles, sufro a través de dos reuniones por la mañana, y finalmente me uno con él en la sala de conferencias. —Sabes, te hice un favor. —Trey da un toque a la modelo en el codo— . Da la vuelta por favor. —¿Me hiciste un favor? —Alzo la vista de la tela de seda en mis manos, observando mientras dibuja una cuidadosa línea a través de la espalda de la modelo, esbozando las líneas de un bustier que él quiere que diseñemos. Es Miércoles Idealista, una tradición mensual en el segundo miércoles de cada mes. Traemos una docena de modelos y todos los diseñadores, dando rienda suelta a todos con marcadores lavables y un par de cien muestras de material—. ¿Con que?

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—Stephen. Si no fuera por mí, estarías probando el pastel de bodas ahora mismo y recogerías su tintorería. —No lo haría. —Paso a su lado y observo la modelo—. Eso es demasiado bajo. No se quedará. —Pero parece sexy. —No va a ser funcional. —Tricia, —pronuncia lentamente—. ¿Podrías por favor poner a Kate en línea? Está arruinando toda mi diversión. Tricia, la modelo en la que estaba trabajando, suelta una risita. Yo la fulmino con la mirada. —No lo hagas. Lo animarás. —Le arrojo la bata—. Ponte eso para mí. —Dios, eres mandona. —Él mira hacia arriba a la rubia pechugona ante él—. No es de extrañar que todos me pidan. —Nadie pide a nadie —me quejo, haciendo una mueca mientras dibuja un entrecruzamiento de correas en el que ninguna mujer será capaz de entrar sin ayuda. Tricia me chasquea su lengua y trato de reenfocarme, agarrando un puñado de alfileres y moviéndome hacia ella. —Se iba a casar con un aburrido idiota —susurra, y sonrío a pesar de mí misma, agradecida de que volvamos a la normalidad, tan normal como los dos podemos estar.

—No iba a casarme con el tipo —grito fuertemente, tirando de la seda apretada sobre sus hombros y examinando la posición de la misma—. Ahora, por favor cállate y enfócate en tu trabajo. —Termine. —Su voz está en mi oído, tan cerca que me estremezco, los alfileres casi pinchando a Tricia, que me mira con preocupación. Se endereza con una sonrisa traviesa, y lanzo uno de los alfileres en su dirección general—. Ahora deja de perder tiempo e inventa algo increíble. Voy a recoger el almuerzo para todos. Trato de fulminarlo con la mirada, pero no puedo.

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17 Ella Me relajo en una de sus sillas, mi pierna colgando del brazo, una manta envuelta alrededor de mis hombros, y chupo un poco de salsa de soja de un dedo. En la mesa de café que tenemos ante nosotros, un mar de envases de espuma de poliestireno se sitúa, rollos de sushi medios comidos y montones de wasabi salpicando los lienzos blancos. —Ordenaste demasiado —decido. —La noche no ha terminado todavía. —Roba un trozo de salmón y se pone de pie, caminando hacia la ventana y mirando hacia fuera—. ¿Quieres ir a sentarte afuera?

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—No. —Estiro mi estómago, agotada al solo pensar en moverme—. Entretenme desde aquí. —Hmmm... —Se aleja de la ventana y levanta una ceja malvada—. Eso suena divertido. —No —gruño—. No lo hace. Entretenme verbalmente. —Tu tienda francesa es un éxito. Deberíamos abrir una segunda ubicación. —Ninguna conversación de trabajo. —Me siento un poco, la inspiración golpeando en medio de la digestión de sushi—. Intercambiemos secretos. Dime una de las tuyas, y te diré una de las mías. —¿Quieres que te diga un secreto? —Se encoge de hombros—. Eso es bastante abierto. —No —decido—. No quiero saber de algún estúpido arresto que tuviste en la universidad. Tienes que responder a una pregunta. — Estrecho mis ojos hacia él—. Sinceramente. —Oh, por favor. —Se recuesta, cruzando los brazos sobre su pecho—. No estoy haciendo eso. Preguntarás sobre Mira. —Prometo que no preguntaré sobre Mira. —Cruzo mis dedos sobre mi pecho, y él rueda sus ojos. —Ni siquiera tienes algo que valga la pena compartir. ¿Cuál es tu mayor pecado, pedir prestado un pedazo de chicle sin preguntar? Le hago una mueca.

—Crees que lo sabes todo, pero no lo sabes. Tengo todo tipo de oscuros secretos. —Muevo las manos en un barrido gigante, abarcando todos mis muchos secretos jugosos. —Nombra uno. —¿Si lo hago, responderás a mi pregunta? —Mientras no sea una pregunta sobre Mira. O sobre nosotros. Vuelvo mi cabeza y me encuentro con su mirada. O sobre nosotros. Podríamos resumir toda nuestra relación en esas tres palabras. Atracción. Evitación. Hay un “nosotros”. Mi corazón se acelera, esa carrera familiar en la que considero lo que típicamente intento ignorar. —No será una pregunta sobre Mira —dijo lentamente—. O sobre nosotros. —Me encojo de hombros, como si no tuviera ni idea de lo que voy a preguntar, como si la pregunta no estuviera sentada, caliente y lista, en mi lengua—. Encontraré algo más que preguntar. —Y tu secreto tiene que ser digno. —Se inclina hacia delante—. Algo escandaloso. Frunzo el ceño.

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—No voy a entrar uno de mis secretos en algún tipo de Olimpiadas. Escogeré un buen secreto. Tendrás que confiar en mí. —¿Uno de tus secretos? —Se ríe entre dientes—. Kate. Por favor. Lo fulmino con la mirada, comprando un momento mientras mi mente intenta frenéticamente encontrar algo escandaloso en mi historia. No me acuerdo de nada. Mi mejor secreto es que quiero que mi jefe me desnude y me golpee el próximo martes. Y ciertamente no puedo compartir ese secreto. Pienso en mis días de universidad y trabajo hacia adelante, buscando algo... mi mente se pone a cero en el tiempo que le di a Víctor Parken una mamada en el sótano de su casa de la fraternidad. Busco desesperadamente algo, cualquier otra cosa. —¿Qué es? —Trey levanta una ceja—. ¿Piensas en algo? —En realidad no. —Tiro de mi labio—. Es personal. —Pero mira lo que voy a preguntarle. Eso es personal. Esta, esta era sólo una noche estúpida con demasiada Miller Lite y no bastante sentido común. —¿Una cinta sexual secreta? —supone—. ¿Te desnudaste en la universidad para ganar dinero extra? ¿O tal vez un bebé secreto en algún lugar? Un… —PARA —interrumpo—. Estás arruinando mi entrega. —Lo siento. —Levanta sus manos en rendición—. Confiesa.

—Cuando yo era estudiante de segundo año en la universidad — comienzo—. Hubo una fiesta en una casa de fraternidad. —Se endereza un poco y tengo toda su atención—. Estaba bebiendo, y allí estaba este chico con el que estaba como saliendo. —Sus ojos cambian, cada vez más cautelosos, y veo su mandíbula apretarse, casi imperceptiblemente. Hablo rápidamente, antes de que piense lo incorrecto—. La fiesta se estaba volviendo loca, así que Víctor y yo nos movimos hacia abajo, al sótano. — Recojo el borde de mi manga—. Empezamos a besarnos, y... me bajé en él. —Puedo sentir el rubor, caliente en mis mejillas, y de mala gana, miro a Trey. —¿Y...? —casi exige. —¿Y qué? —¿Qué pasó? —¿Después? —Me encojo de hombros—. No sé. Supongo que solo volvimos arriba. Hay un cambio lento en su rostro, un restablecimiento de rasgos, su apuesto perfil regresando, y frota sus dedos a lo largo de su frente.

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—¿Ese es tu secreto? ¿Le has dado una mamada a un chico? —En una casa de fraternidad. Y durante una fiesta —explico—. Cualquiera podría haber bajado las escaleras e interrumpido, podría haberme visto. —Me ruborizo, avergonzada por la idea. Yo, mi falda montada alrededor de mis muslos, agachada y baja en ese suelo pegajoso, una mano sosteniendo su pierna peluda para mantener el equilibrio. Dios, y si alguien hubiera entrado y me hubiera visto, mis labios envueltos alrededor de su… me reprimo solo de pensarlo. —Pero nadie realmente entró. —Sus labios revoloteaban en el fantasma de una sonrisa. —Oh Dios mío. Fuimos prácticamente exhibicionistas. Si no puedes ver lo estúpido que era hacer eso, entonces eres... —¿Normal? ¿Razonable? —Un idiota —termino—. Eres un idiota. —Eso no es un secreto. —¿Estás bromeando? —Golpeo mi mano sobre la almohada del sofá— . Ese fue un gran secreto. —Es realmente triste si ese es tu mejor secreto. En serio. Dime que tienes una orgía que escondes detrás de ese rubor. —Ew. —Me estremezco—. No. —Levanto mi barbilla y lo miro fijamente—. Y no lo menosprecies. El hecho de que no sea una digna-putade-Trey-Marks, no significa que no fue un gran problema para mí.

—Oh, eres digna-de-Trey-Marks. —Sonríe abiertamente, y estamos de vuelta a ese lugar, el lugar donde coquetea, y me desvío, y más tarde esa noche paso veinte minutos con mi vibrador. —Pero no una puta. Inclina su cabeza como si considerara la posibilidad. —En mi mente, eres una loca promiscua una vez fuera de esa ropa. —Estás intentando distraerme de mi pregunta. —Oh sí. La temida pregunta. ¿Tengo que decir la verdad? Le doy una mirada, y él se ríe entre dientes. —Bien. Sigue adelante con esta misteriosa pregunta. —¿Quién era esa chica que te asaltó? ¿Por qué te estaba encontrando allí?

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Él hace una mueca, y puedo decir que había olvidado esa noche, olvidado mis preguntas tentativas que había evadido. En aquel entonces, no me había sentido lo suficientemente cómoda para presionar por la verdad, y nunca la había planteado de nuevo. Pero ahora, tiene que decirme. —Eso no es lo que quieres preguntar, Kate. Pregúntame algo más. —No —insisto—. Esto es lo que quiero. Te dije mi secreto embarazoso. Dime esto. —No puedo creer que lo recuerdes. —Mi jefe entró en mi coche con una bata —digo secamente—. Tu polla estaba prácticamente colgando fuera de ella. En cualquier otro momento, se reiría. Ahora, él sólo corre sus palmas sobre su cara. —Vamos. Espero, y él me mira, su rostro tan lleno de abatimiento que casi dejo todo. Casi le doy un pase libre. Pero no lo hago. Sostengo sus ojos y espero que empiece.

—La mujer en la habitación del hotel... —Hace una pausa—. Ella no estaba sola. Un hombre estaba con ella. Tenía previsto reunirme con los dos. —Él me mira—. Por sexo.

Intento contener mis rasgos, para contener los pensamientos que vienen. —¿Ambos? —Sí. Yo no iba a joderlo; no se trataba de eso. Los dos íbamos a complacerla. —¿Al mismo tiempo? Él levanta un hombro. —Posiblemente. Dependiendo de cómo iba. A veces sólo les gusta ver. A veces solo les gusta ver. ¿Alguna vez olvidaré cómo suena eso, la manera fácil que rueda de su lengua? De repente me siento sucia, mi deseo de salir de esta conversación tan fuerte como lo había sido para empezar. Esto no es lo que quería oír. Esto no es lo que quería imaginar, no de él. He sabido que Trey Marks tiene una vida sexual activa. He oído rumores, visto a Mira y Chelsea, ciertamente nunca esperé el celibato. Pero tampoco esperaba esto. A veces solo les gusta ver. Mis manos se sienten pegajosas, y pellizco la parte inferior de mi muñeca en un intento de eludir una repentina oleada de mareo.

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—¿Kate? —Me mira, y yo miro lejos, tratando de ocultar mi disgusto. Me paso los dedos por el cabello, todo de repente caliente. Jura y se empuja de la pared, acercándose a mi silla—. Háblame. —Sólo un segundo. —Trato de toser, de aclararme la garganta y hablar, pero algo como un sollozo sale. Presiono mis dedos hasta el borde de mis ojos, tratando de detener el débil escape de lágrimas. Recupero un poco de control y me enderezo, inhalando una respiración profunda—. Lo siento. —Exhalo y siento una apariencia de control—. Estoy solo emocional hoy. No sé por qué reaccioné así. Pero lo hago. Esto es importante. Tal vez esta es la verdadera razón por la que Trey nunca ha pasado del flirteo casual conmigo. Porque le gusta eso, lo que nunca haré. A veces solo les gusta ver. Me encuentro con sus ojos, y las emociones en ellos son una combinación que nunca he visto de él. Vergüenza. Tristeza. Miedo. Estira una mano hacia mí y me estremezco. Se detiene y se para, metiendo las manos en sus bolsillos y volviéndose hacia la ventana. —Así que por eso no la conocías. O a ellos —corrijo—. ¿Fueron sólo algunas personas al azar... como Craigslist? —Esto está empeorando a cada minuto. No se vuelve para mirarme. —Cristo, Kate. No estoy reuniendo a gente de Craigslist. Soy parte de un club, uno que te empareja con gente con ideas afines y parejas. Hay un sitio web donde se enumeran los perfiles. Estaba de mal humor ese día y

salí de los rieles, arriesgando un nuevo perfil. Fue un error, uno que me quemó. —Puedo ver la tensión en sus hombros, la rigidez de su postura. Un club. Probablemente uno caro, como si una cuota de membresía y sitio web de lujo lo hacen menos sórdido. A veces solo les gusta ver. Debería irme. Alejarme de esta conversación, tallar a Trey Marks de mi corazón para siempre, y seguir adelante. No importa que me haya pasado casi tres años suspirando por él. No importa que cuando respira, puedo sentirlo en mi corazón. Debería haberme dicho esto. Debería haberme dicho esto hace años, antes de que me enamorara de él, antes de inyectar su alma en mis venas y volverme adicta. ¿Puedo incluso trabajar para él después de esto? ¿Puedo estar a su lado sin enamorarme más? Antes, siempre pensé que habría un momento —una vez que la compañía esté pateando el culo, una vez que esté listo para alejarse de la gestión y retirarse— cuando seriamos capaces de salir, cuando podríamos intentar una relación. Pero ahora, con mi estúpida pregunta, con su estúpida confesión, todo muere. No puedo salir con un hombre que, ni siquiera entiendo lo que hace. Me froto la sien. —Dime exactamente qué pasa.

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—Kate. —Sólo una sola sílaba, pero puedo oír mucho en ella. Se aleja de la ventana y apoya su espalda contra el cristal, con su rostro colgando, como si fuera un niño castigado. —Dime, Trey. —Espero—. Necesito saber. —Tengo que saber lo malo que es. No me mentirá. No lo endulzara. —Disfruto complacer a las mujeres. —Sus ojos se levantan y se encuentran con los míos—. Así que eso es lo que hago. Con mis manos y mi boca, y mi polla. A veces el tipo se une, a veces no. —Se une. Defínelo. —Mi boca es algodonosa. Trago. No ayuda. —A veces doble penetración. A veces ella lo chupa mientras la follo. O nos toma a los dos al mismo tiempo. —Pero no eres gay. —No. —Él sostiene mis ojos—. Definitivamente no soy gay. Poca diferencia que hace ahora mismo. Quiero cerrar los ojos, apartar la mirada, tirarme el cabello y gritarle. No lo hago. Espero, y es casi doloroso hacerlo. —La mujer siempre es el foco. Ese es el grado de mi interacción con los hombres. —Oh, ¿eso es todo? —Me río, un duro truco de un sonido, uno que nunca he oído de mí antes, uno que al instante odio. Sus ojos se endurecen, pero no dice nada. En ese silencio, casi escucho nuestro futuro crepitar y arder.

Él La he perdido. Puedo verlo en sus ojos, en el temblor de su voz, en las preguntas que hace. Tal vez debería haber mentido. Tal vez debería haber silenciado la verdad. Tal vez entonces, ella no me miraría como si yo fuera un monstruo, como si no tuviéramos años entre nosotros, como si no me amara en absoluto. No puedo sorprenderme, no después de esa conversación hace tanto tiempo, a lo largo de cervezas y hamburguesas, la mirada disgustada en su rostro cuando me contó del trío que su novio había tratado de tener. —Sólo porque no lo entiendas —digo—, no me juzgues por ello. Todos nos excitamos de diferentes maneras. Esto es algo que he hecho, algo que me gustó.

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Mira hacia abajo, como si estuviera buscando una respuesta. Cuando finalmente levanta su cabeza, parpadea rápidamente, con su rostro enrojecido. Esta estúpida cosa mía la está llevando a las lágrimas. —Deberías habérmelo dicho —dice firmemente—. Esto cambia todo entre nosotros. Las palabras son un martillo al centro de mi pecho. En ellos, hay todo lo que nunca hemos dicho en voz alta, nunca puesto en cualquier lugar cerca de palabras. ¿Hay un “nosotros”? Nosotros es más de lo que esperaba. Entre el riesgo para la compañía, y mi pasado sexual, he pasado años evitando cualquier pensamiento de nosotros. Siempre comprendí que en algún momento llegaríamos a esto. Ella mirándome con gruesa desconfianza. Encogiéndose cuando extiendo la mano para tocarla. Nosotros. En cierto modo, la palabra es casi liberadora. La grieta de la pared protectora. Nuestras reglas idas, el campo de batalla abierto de par en par. —¿Nosotros? —Inclino mi cabeza hacia ella—. ¿Qué nosotros? —Doy un paso adelante, ignorando su comienzo, la forma en que se desprende de mí—. No hay nosotros. —Sabes lo que quiero decir —susurra—. Nuestra amistad. —No, no creo que eso es lo que quisiste decir. —Miro su boca, la manera nerviosa que lame sus labios, sus ojos saltando de mi boca a mis ojos. Lo ha hecho cien veces antes, la tensión por mi beso, el beso que nunca he dado, pero esta vez todo está mal. No es sin aliento ni

esperanzado. Es en pánico y frustrado. Es... me enderezo, retrocediendo, lejos de ella. Es lleno de asco. Increíble lo rápido que un mundo puede cambiar. Cómo toda mi persona, nuestra amistad, puede reducirse a nada, con una sola confesión. Me he preocupado durante años que me juzgue por esto. Y ahora que está sucediendo, estoy tan decepcionado de ella como estoy enojado conmigo mismo. ¿Es esto de lo que me enamoré? ¿Una mujer que me echara a un lado tan fácilmente? ¿Es ella tan sentenciosa, tan mente cerrada? Ni siquiera está haciendo las preguntas correctas. Ni siquiera me da, nos da, una oportunidad. Me doy la vuelta, mis palabras apretadas y controladas cuando las permito salir. —Te amo, Kate. Estoy enamorado de ti. Siento que no te guste esto. O que no lo entiendas. Pero no cambia quién soy. Sus palabras me detienen, sus bordes tan afilados como vidrios rotos.

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—No hagas eso. No uses esas palabras ahora mismo, mientras te alejas, jodido cobarde. Me vuelvo y la miro. Mi hermosa mujer, la mujer más inteligente que he conocido, la única persona en la Tierra con la capacidad de hacerme daño así. —Tienes razón, debería haberte dicho hace mucho tiempo. Pero eso no habría cambiado esto. Traga, sus ojos húmedos, y no dice nada. Y esta vez, cuando me vuelvo y me alejo, ella no dice nada para detenerme. Entro en mi habitación y cierro la puerta con una mano temblorosa. Cuando se va, cerrando de golpe la puerta principal detrás de ella, casi puedo sentir la vibración en mi alma.

18 Ella Hemos peleado antes. Hemos gritado, hemos jurado, hemos dicho cosas que no queríamos. Pero nunca ha sido así. Nunca ha sido tan serio, tan silencioso. Cuando me mira, todo lo que veo es tristeza y decepción en sus ojos. Cuando lo miro, todo lo que puedo oír son sus palabras. A veces sólo les gusta mirar. No cambia quién soy. Pasa y espero a que vuelva la cabeza, que mire en mi oficina, pero no lo hace.

137 —Harrods hizo un nuevo pedido. —Lo vi en tu correo de esta mañana. Parece bueno. —Trey, es mejor que bueno. Es dos veces lo que vendieron el mes pasado. —Puedo hacer la cuenta. Soy feliz por ello. ¿Quieres una jodida estrella de oro? —No seas un imbécil sobre esto. Sólo pensé que valía la pena mencionarlo. —¿Hay algo más que tengamos que discutir? Sí. Esto. Nosotros. Por qué de repente somos extraños. Trago. —No. Eso es todo. Se levanta, dejando su silla, y pasa por la puerta de la sala de conferencias. No entiendo por qué está enojado conmigo. Soy la que se supone que está enojada, soy la que ha sido engañada por casi tres años. Soy la que se enamoró de un hombre inalcanzable. Es mi corazón el que está roto.

Parte de mí cree eso. Parte de mí siente que estoy siendo una perra en este momento.

Yo: Lo siento. Lamento juzgarte. Trey: No voy a aceptar tu disculpa vía mensaje. Eso está por debajo de nosotros. Yo: Pues no voy a aceptar tu falta de disculpa en absoluto. Trey: Eso ni siquiera tiene sentido. Yo: Sabes lo que quiero decir. Trey: Ven. Ven. Han pasado ocho días desde que salí de su casa. Miro el teléfono por un largo momento, luego me levanto y tomo mi bolso.

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Quince minutos más tarde, cuando abre su puerta principal, me arrojo a sus brazos. Su pecho está tenso, su cuerpo rígido, y lo envuelvo con mis brazos, metiendo mi rostro en su pecho, obligando a su postura a suavizarse, a sus brazos a moverse. Cuando lo hacen, cuando pone una mano gentilmente sobre mi cabello, la otra en mi espalda, casi lloro de alivio. Exhala, su aliento cálido contra mi cuello, y me aprieta con fuerza. —Lo siento —susurro. —Yo también. —Me atrae dentro y cierra la puerta.

Apenas hace bastante frío fuera, pero, aun así, hace un fuego y hago chocolate caliente. Terminamos y nos sentamos en el sofá, nuestros hombros tocándose mientras observamos el fuego. Trey mira su taza de café. —¿Sin malvaviscos? —Estabas fuera. —Apoyo mi cabeza en su hombro—. No quiero volver a pelear así jamás.

—Trato. —Extiende su taza y choco la mía contra ella. Hay un momento de silencio, su cuerpo removiéndose en el sofá, antes de que hable—: Háblame. —¿Qué quieres? ¿Otra disculpa? —Asumo que tienes preguntas. —Alguna. —Alguna es un pequeño eufemismo. Tengo montones, una lista que crece cuanto más lo pienso, cuanto más intento emparejar al hombre que conozco con el fetichista que no. —Entonces pregunta. —Deja su taza en la mesa auxiliar y baja la mano, poniendo mis piernas sobre su regazo, sus dedos trabajando en los cordones de mis botas. Hay una tensión poco natural en su cuerpo, y tan nerviosa como estoy por discutir esto, parece estar peor. —No tenemos que hablar de ello. Sé que es personal. —Flexiono mis dedos de los pies cuando quita la primera bota, su pecho roza mi pie con calcetín cuando se inclina y la deja en el suelo. Se endereza de nuevo y se mueve a la siguiente bota.

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—Quiero que te sientas cómoda con ello. Quiero que estemos menos… —Hace una mueca—. Menos incómodos sobre esto. —De acuerdo. —Miro mientras libera mi segundo pie—. Cuéntame sobre tu primera vez. Es decir… ¿siempre te gustó ese tipo de cosa? —Mi primera vez fue cuando tenía veintiséis años. Algunos del trabajo salimos a tomar copas. Bebimos demasiado y mi compañera nos ofreció a algunos ir a su casa. —Me echa un vistazo—. Fue Mira. Y yo. —Hace una pausa—. Y este chico de la oficina de Nueva York. —¿Mira? —Me siento más recta y un poco de mi chocolate caliente casi se derrama por el borde. Se ríe. —Sí. Mira. Prácticamente nos desnudó y nos llevó a su dormitorio. Y cuando lo vi allí, cuando lo vi tocarla… —Hace una pausa, me mira—. Hubo este momento de posesividad. Como si estuviera tocando algo mío. Fue como si de repente me encontrara en la escuela de nuevo, con mis hormonas rabiando y mi necesidad… como una voraz necesidad de competir, de ganar. —Pasa una mano lentamente por mis vaqueros, hacia mi rodilla, y entonces hacia debajo de nuevo—. El tipo no lo entendió. No lo comprendió. Pero Mira lo hizo. Recuerdo que me sonrió como si la follara. Mientras él se sentaba allí con su polla en su mano. Y, al final, ella me dijo que íbamos a tener mucha diversión. Una pieza del rompecabezas encaja. —Espera. Esa noche, en Las Vegas…

—Los conocí a ella y Edward —confirma. —Entonces, ¿Edward lo sabía? ¿Ella no le estaba engañando? Asiente e intento imaginar al decoroso Edward en un trío con Mira y Trey. Niego. —Estás lleno de mierda. Sus manos se detienen encima de mis calcetines de lana. —¿Disculpa? —No hay manera de que Edward hiciera algo así. Sus ojos se oscurecen. —Porque es asqueroso. Sí. Asqueroso es una buena palabra. Pero probablemente no es el mejor momento para decir eso. —No es asqueroso —evado—. Es sólo… pervertido. Y Edward no era así. —No lo era. Era refinado y educado y, ciertamente, no habría tenido a Trey follando a su esposa, mucho menos unirse. —Te aseguro que Edward es muy así.

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—¿Pero no se pone celoso? —Es realista. No puede follar a Mira y hacerle sexo oral al mismo tiempo. No puede crear la energía de dos personas, la atención de dos personas a la vez. Con ambos, ella tiene cuatro manos, dos bocas, dos pollas. —Desliza sus manos bajo mis calcetines y los quita—. No soy un jugador emocional en sus vidas. Entro, nos divertimos y me voy. No es desagradable. Doy placer a una mujer, libero un poco de tensión sexual y luego vuelvo a mi vida. Pone presión a lo largo de mis plantas y casi cierro los ojos por la sensación. —No entiendo. —Suspira y lo miro—. Lo digo en serio. ¿Haces esto por la ráfaga de testosterona o por sexo sin ataduras? Porque sabes que puedes contratar a una mujer para eso, ¿cierto? —Pagar a una mujer por tener sexo conmigo no me excita de ninguna manera. Y no sé exactamente por qué lo hice. Todo lo que sé es que la idea de ello, el preámbulo, lo desconocido de una nueva mujer, lo prohibido… todo me excitaba. Lo secundario de esto es que me encanta complacer a las mujeres. Y este estilo de vida me permitía hacerlo sin requerir que tuviera una relación propia. Habla en pasado y me doy cuenta de eso, aun así, continúo: —Excepto por Chelsea. —Dios, todavía me disgusta esa mujer. Incluso ahora, apenas puedo decir su nombre sin gruñir.

—Ahh… Chelsea. —Frunce el ceño—. Chelsea fue una especie de experimento. —¿En monogamia? —Me alegra tanto saber que falló en eso. —En realidad, lo contrario. —No me mira, enfocándose en mis pies, el gentil trabajo de los músculos. Dios, si el negocio de lencería se va a la mierda, podría ganar un millón con sólo sus manos—. Conocí por primera vez a Chelsea en un trío. No la vi de nuevo hasta su entrevista. Las cosas no parecían haber funcionado con su último novio. Pensé que intentaría el estilo de vida desde el otro extremo. Como un anfitrión, en lugar de un invitado. —¿Y? Pone una manta sobre mis pies y mete la tela debajo de ellos. —No me gustó. —Me mira—. Y me hizo darme cuenta de lo que sentiría si fuera alguien de quien realmente me preocupara. No habla sobre mí. Sé que no habla sobre mí, pero, aun así, en algún lugar dentro, una cálida y pequeña llama brilla.

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—¿Lo que significa? —digo, en la manera más casual en la que una mujer puede hacer una pregunta. Envuelve sus manos alrededor de mis pies y los lleva cerca de su pecho, casi de la manera en que acunarías a un pequeño bebé. —Significa que, si alguna vez salimos, no querré hacer nada como eso contigo. Todo se detiene. El crujido del fuego, el apretón de sus manos, el movimiento de la respiración en mis pulmones. —¿Nunca? —cuestiono. —Nunca —confirma. —¿Pero no lo extrañarás? —No puedo mirarte entrar en una habitación sin ponerme duro. No necesitaría nada más. —Frota su rostro con una mano—. Honestamente, si tuviera una estimulación adicional, probablemente sería una vergonzosamente breve experiencia. —Ese es un problema común, sabes. Que los hombres tienen conmigo. —Levanto mi taza para cubrir mi sonrisa—. Sucede todo el tiempo. Frunce el ceño. —Baja esa taza. —¿Qué?

—Bájala. Cuidadosamente la dejo en la mesa auxiliar. —¿Qué pasa…? —Mi pregunta es interrumpida cuando me pone sobre su regazo, sus manos firmes sobre mis caderas, sus ojos feroces con posesión. —Lamento no contarte la verdad. Sobre Mira. Sobre Chelsea. Sobre mi vida sexual. No te dije la verdad porque me preocupaba perder cualquier oportunidad de que alguna vez estuviéramos juntos. Y si pudiera volver a esa primera noche, con Mira, lo haría. Volvería atrás y nunca daría un paso en ese camino. Pero necesito saber si todavía hay una oportunidad para nosotros. Si, sabiendo lo que sabes ahora, y maldito sea cualquier riesgo para la compañía, si alguna vez saldrás conmigo. Salir. Suena tan trivial comparado con todo lo que hemos pasado. ¿Saldría con él? Dios, he estado enamorada de él durante años. He… —Jesucristo, Kate. Me estás matando.

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Miro a su rostro, mis ojos moviéndose por el borde de su mandíbula, la tensión en sus labios mientras traga, las líneas de preocupación que marcan su frente y se reúnen en las esquinas de sus ojos. Nuestras miradas se encuentran y todo lo que sé está allí. —Quiero más que eso —susurro. Iba a continuar, pero pierdo las palabras cuando se inclina hacia delante y captura mi boca con la suya.

Él Cuando un beso se espera durante mil días, estalla como un ciclón… un lento despliegue de labios, de lenguas, manos desgarrando, ropas volando, calientes remolinos de respiración reunidas con un choque de frenético deseo. Siempre había imaginado que me tomaría mi tiempo, que cuidadosamente la saborearía, mi lengua probando, un suave momento del que disfrutaría cada segundo. Pero en este beso, tomamos cien segundos en cada diez. Gimo contra su boca y la bajo sobre mi regazo. Su rodilla se mueve, nuestras manos luchan por reconectar, entonces está a horcajadas sobre mí y sus caderas se frotan contra mí, y me aparto de su boca sólo el tiempo suficiente para jurar su nombre. Tanto he temido como anticipado este momento por mucho tiempo. Me he preguntado si tendríamos química o si nuestra tensión sería todo un mito, la promesa de un inalcanzable calor a causa de su imposibilidad.

No era un mito. Nunca he experimentado tal química, cada probada de su lengua, cada movimiento de su cuerpo, el tirón de su mano en mi cabello… cada uno aviva la llama, mi polla empujando dolorosamente contra mi cremallera, mi piel ardiendo por tener más de ella, en todas partes contra mí. Deslizo mis manos por la parte trasera de su pantalón y agarro su culo, rodando con ella, hasta que cae hacia atrás en el sofá de piel, su cabello suelto y salvaje, sus ojos ardiendo de una manera que nunca he visto. Me detengo. —¿Qué? ¿Qué pasa? —pregunta, su pecho estremeciéndose, sus mejillas sonrojadas. —No te muevas —susurro. —No te estás corriendo, ¿no? —Sus ojos se amplían y, Dios, jodidamente amo a esta mujer.

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—No. —Sonrío—. Definitivamente no me estoy corriendo. Sólo… — Sólo quiero saborear este momento. Sólo quiero recordar, para siempre, cómo se ve ahora mismo, la manera en que me alcanza, en que jadea por mí. Quiero recordar la hinchazón de sus labios por mi beso, su corazón está latiendo con fuerza, el brillo de su piel. Trago—. Sólo quiero decirte que te amo. Desliza su mano bajo la cintura de mis vaqueros y agarra el cinturón, atrayéndome hacia ella. —También te amo —susurra, su boca levantándose a la mía—. Pero, en este momento, realmente necesito que te desnudes. No puedo discutir con eso. Robo otro beso mientras tira de mi camisa, nuestras bocas separándose mientras quita la Henley de algodón por mi cabeza. Me levanto y desabrocho mi cinturón, asintiendo hacia sus vaqueros. —Quítate esos. Debería llevarla a mi dormitorio, pero está demasiado lejos, y este momento se siente como un espejismo, uno que podría disolverse en cualquier momento, su cabeza en juego, sus dudas surgiendo, mi pasado demasiado para que su mente lo venza. Desabotono mis vaqueros y los empujo al suelo, arrodillándome mientras me muevo al borde del sofá, mis manos tirando de la cintura de sus vaqueros, ayudando a bajarlos por sus piernas, su espalda acomodándose en el cojín del sofá mientras me observa a través de ojos pesados. No sé qué hay bajo su camisa, pero al ver la cara tanga que es descubierta, el familiar estilo, saber que mi nombre está contra su piel… le hace algo a mi corazón. No sólo al mío, al nuestro, nuestro trabajo de amor, nuestras noches tardías, nuestras discusiones, nuestra pasión. Separo sus rodillas y me coloco entre sus piernas, mis manos suben por

sus muslos, hacia el triángulo negro de encaje. Paso una mano reverente sobre el delicado material, trazando sus detalles y entonces abajo, entre sus hermosas piernas. Bajo mi boca hacia el encaje y sigo el camino de mis dedos, plantando suaves besos de sus caderas a su montículo, y respiro en su esencia, mi lengua moviéndose sobre las líneas de la tanga, burlándome de ella a través de la tela, un pequeño gemido de placer sale de ella cuando golpeo sus más sensibles lugares. Se curva debajo de mí y la sostengo en el lugar, manteniéndola contra mi boca, mientras aparto la tanga y la revelo por completo. He practicado sexo oral a incontables mujeres. Nunca he saboreado a una mujer que no disfrutara, y nunca he conocido un coño que no me pusiera duro. Pero Kate… no tengo palabras para los sentimientos que tengo cuando está abierta ante mí, sus muslos retorciéndose nerviosamente, la delgada línea de vello húmeda y apelmazada con sus jugos, todo de ella expuesto. Me tomo un momento, mi dedo frotándola suavemente, y alzo la mirada, observando su boca abierta mientras gentilmente ruedo la yema de mi pulgar sobre su clítoris, su cuerpo curvándose por más, su pelvis inclinándose, como una oferta a los dioses. Me doblo y me doy un festín.

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La luz del fuego lo hace brillar, un dios con fuertes hombros y brazos musculosos que me sujetan mientras su hermoso perfil se inclina sobre mí, adorando mi coño con su lengua, su mandíbula flexionándose, el suave movimiento de su lengua saboreándome de maneras que destruyen mis pensamientos, mi resolución, mi cordura. Dios, todas las cosas que he visionado, todos los talentos que he imaginado —cada vez que su lengua asomaba por su boca, cada vez que atrapaba un vistazo de ello—, todas mis fantasías se han quedado cortas con esto, la vista de él, la sensación de él. Empuja su lengua dentro de mí y todo pensamiento se detiene, sus dedos sumergiéndose en mis nalgas, su boca tan agresiva como su toque. No necesito preguntar cómo sé, o si lo está disfrutando. Cierro los ojos, libero cualquier inhibición, y dejo que su lengua destruya mis sentidos. Cuando me corro, es el tipo de orgasmo que cambia vidas. El tipo en el que mis uñas arañan su cuero cabelludo, mis pies se flexionan en el aire y mi grito es tan alto que es silencioso. Lucho por punto de apoyo, por realidad, y en la centésima vez que grito su nombre, le digo que lo amo. Me deja en el suelo, mis miembros flojos y libres, y miro mientras se quita su ropa interior, su polla liberándose. Buen Dios. Y pensé que era sexy antes.

Extiendo la mano por él y me levanta y posiciona con cuidado sobre el suelo. —¿Estás cómoda? —pregunta, y asiento, su alfombra es el imposiblemente tipo de suavidad en la que quieres meterte, una en la que he pasado noches antes, pero siempre en pijama y nunca así… nunca con la luz del fuego aleteando en su torso mientras se pone sobre mí, su boca cayendo sobre la mía, y nos besamos, esta vez es diferente de la primera, esta vez es gentil y dulce, con él sabiendo ligeramente a chocolate, cada encuentro de nuestras lenguas provocando mi excitación, subiendo por

mis miembros, y me apoyo sobre mis codos y alcanzo su cuello, la droga de mi orgasmo desapareciendo, mi cuerpo necesitando otro chute. Nuestro ritmo aumenta, capas de control se pierden mientras tiro de su cabeza, nuestro beso profundizándose, sus caderas bajando. Envuelvo mis piernas a su alrededor y un gemido retumba contra mi boca, su desnuda polla dura contra mi estómago, y cuando la arrastra sobre mis bragas mojadas, mi sensible clítoris, jadeo contra su beso. Aparta sus manos y se sienta sobre sus talones. En un rápido movimiento, toma mis piernas y las pone de un tirón contra sus muslos, sus manos extendiéndose hacia delante y agarrando el cuello abierto de mi camisa de franela, los botones explotando y los hilos desgarrándose. Un gruñido sale de su garganta cuando ve el sujetador balconet a juego, el de la última temporada, sus ojos repasan mi pecho. Desliza sus manos por mi estómago y sobre la hinchazón de las copas transparentes, todo encaje y sin aros, sus manos apretando, sus dedos tirando de la parte superior.

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—Joder, eres hermosa —exhala, y es un momento de clama, un momento donde su mirada me recorre, de las rodillas al rostro, y nuestros ojos se encuentran y nunca me he sentido tan segura, tan amada, tan hermosa. Traga saliva y hay una traba en sus palabras cuando habla—: Siempre he llevado condón. Cada vez. Siempre. —Sus ojos caen y tenso mis piernas ante la vulnerabilidad que cruza su rostro—. Pero contigo, no puedo… quiero decir, puedo, si eso te hiciera… —Confío en ti. —Mis ojos caen a su polla y no puedo creer lo que en realidad veo, el más privado pedazo de él, la belleza en su grueso eje, sus líneas y cortes, la sacudida mientras lo miro. Humedezco mis labios—. Por favor. Te necesito. Sisea cuando suelta el aliento y baja la mano, moviendo a un lado mis bragas, mi cuerpo levantándose ligeramente del suelo, y nunca he estado tan ansiosa antes, nunca he estado tan necesitada por algo en mi vida. Levanto mi cuerpo para encontrar el suyo y cuando envuelve la base de su polla con su mano, sus ojos van a encontrarse con los míos, una silenciosa pregunta procedente de esas oscuras profundidades. —No puedo creer que esté a punto de hacer esto. —Su voz es ronca y traga—. No tienes ni idea de cuánto he pensado sobre esto. —La mano en mis bragas se mueve y mi respiración se atora cuando algo, su pulgar, empuja dentro. Jura y, de repente, hay una rotura en su control, sus caderas embistiendo hacia delante, su mano moviéndose a un lado, y me levanto de la alfombra ante la sensación de él empujando, desnudo y grueso, dentro de mí. Dios, la resbaladiza y dura sensación de él. La manera en que cae sobre mí, sus manos sosteniéndolo, su respiración entrecortada, sus

caderas golpeando. Se mueve lentamente, la primera embestida es difícil, la segunda más fácil, la tercera tranquila y húmeda, un suave siseo escapa de su boca. Puedo sentir su contención, la cuidadosa manera en la que se desliza sobre mí, cada estocada llena y profunda, entonces lenta cuando sale. Cada movimiento me da todo de él, cada retirada tiene a mi cuerpo ansiando. Araño su espalda y le ruego por más y, cuando mira mi rostro, casi me corro en pedazos.

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Es él. Es Trey. Es su hermoso rostro, ese tenso ceño cuando está concentrado sobre algo, el familiar ardor en sus ojos cuando está excitado, la mirada de la que siempre me he alejado, que siempre he evitado. Ahora, es más que una quemadura; es fuego, sus ojos devorándome, algo tan ferozmente vulnerable en ellos, una mirada que reconozco por lo que siento… la aterradora compresión de que todo lo que alguna vez he querido está ocurriendo ahora mismo. Trey, mi Trey, su boca bajando a la mía. Sus labios suavemente abriéndose, su lengua contra la mía, mi nombre un reverente susurro de sus labios. Su voz es espesa cuando me dice cuán increíblemente fantástica me siento, cuando me dice que ha deseado esto durante mucho tiempo. De repente, hace una pausa, solo su punta dentro de mí, y mis piernas se agitan y curvo mis caderas hacia arriba por más, pero se mantiene quieto, y hay un destello de su juguetona sonrisa antes de que se haya ido, y es todo negocios, sentándose sobre sus talones, su mano envuelta alrededor de su base mientras se retira y, gentil y lentamente, lo arrastra sobre mí, mi clítoris casi extasiándose por la resbaladiza sensación de su cabeza. —Dime que me amas —ordena. —Te amo. —No hay duda en mis palabras, sólo la traba en el aliento justo después, en el momento que deja su polla y tira de mis bragas, sus fuertes manos desgarrando el fino encaje, el sonido de desgarre tan crudo y descontrolado, una ráfaga de sucio placer recorriéndome cuando deja la arruinada tela sobre mi estómago. Sus manos se mueven en la cara interna de mis muslos, sosteniéndolos abiertos, sosteniéndome abierta, y usa sólo sus caderas para guiar el movimiento de su tenso eje, su polla embistiendo de atrás adelante a lo largo de mi abertura estirada, su agarre manteniéndome en el lugar, y tiemblo ante la ardiente y dura sensación de él, resbaladizo con mis jugos, rodando con perfecta presión a lo largo de mi clítoris. —Dime que soy el único hombre para ti. —Levanta su cabeza y encuentra mis ojos. —Lo eres. —Es verdad. Lo ha sido desde el día que entré en su edificio, desde que tuve que cambiar de escritorio sólo para concentrarme en mi trabajo. Desde que rompí con Craig en Hong Kong, desde que mi corazón latió en mi pecho cuando Stephen me dijo que Trey quería

follarme. Ha sido el único hombre para mí desde el momento en que pronunció mi nombre. —¿Sabes…? —Sus manos aprietan mis muslos y me apoyo sobre mis codos, necesitando estar más cerca de él, necesitando ver su dura longitud contra mi piel, la manera en que se empuja a lo largo de mi hendidura, mis labios estirándose un poco alrededor de él. Parece tan imposiblemente grande, tan masculino, tan grueso y viril, sus fuertes manos se clavan en la suave piel de la cara interna de mis muslos, las duras crestas de su estómago cuando esos musculosos muslos se flexionan—. ¿Sabes cuán jodidamente loco me volvió verte salir con otros hombres? Alzo la mirada ante el gruñido en su voz, un escalofrío de placer ilícito se dispara a través de mí ante la posesión en sus ojos. —¿Lo hizo? —Oh, lo sé. Sé cómo se sintió cuando sus labios habían bajado al hombro desnudo de Chelsea. Sé que, cuando había montado a horcajadas a Stephen más tarde esa noche, todo lo que podía pensar era en la boca de Trey contra su oreja, su mano bajo la mesa, nuestros ojos encontrándose por un momento al otro lado del mantel de lino y los menús.

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—Solía hacer llamadas falsas de teléfono para que pudiera dejar la habitación y estar solo, lejos de ti. —Acelera sus caderas, una maldición saliendo de su sucia boca mientras echa un vistazo entre nuestros cuerpos por un momento, entonces me mira de nuevo—. Iba a un cubículo del baño y me masturbaba, imaginando que me seguías allí y te arrodillabas. —Empuja mi pecho y muevo mis codos, yaciendo de espaldas sobre la alfombra, mis piernas cayendo cuando se mueve hacia arriba sobre mi cuerpo, su dura polla balanceándose sobre mi sujetador, acariciando contra mi garganta, y entonces se inclina sobre mí, su polla en mi boca, y la abro, mi lengua contra su punta. La alcanzo y agarra mi mano con una de las suyas y la pone sobre mi cabeza—. Desabrocha tu sujetador y entonces dame tu otra mano —ordena, sus ojos en los míos. Hago lo que dice y una áspera exhalación escapa de él cuando desabrocho el cierre frontal de mi sujetador, mis dedos tomándose el momento extra para apartar el encaje de mis pechos, exponiéndome a él. —Mierda —exhala, sus ojos devorando la expuesta piel—. Dios, Kate. —Su voz se rompe y paso mi mirada por el balanceo de su polla para ver los músculos en su garganta flexionarse—. Eres tan jodidamente hermosa. Ni siquiera… Dios, he pensado en esto tanto, y estaba equivocado. Sobre cuán perfecta eres. —Sus ojos se cierran y deja escapar una larga exhalación, un estremecimiento que ondea por todo su cuerpo. Cuando los abre, su control está de vuelta y asiente hacia mi mano libre—. Dame tu mano. Aquí arriba, con la otra.

Muevo mi mano hacia arriba, la suya envolviéndose alrededor de mis muñecas y sujetándolas a la alfombra, un cambio de posición que arquea mi espalda del suelo. Sus ojos se disparan una vez a mis pechos, luego se arrodilla sobre mí, su otra mano plana sobre la alfombra, manteniendo la presión en mis muñecas, y miro mientras su cabeza se mueve ante mí. —Quédate quieta y abre esa boca, Kate. Lo hago y se mueve, mis ojos cerrándose cuando se alinea, entonces la punta está entre mis labios, suavemente empujando, mi lengua saliendo a encontrarse con él, la gentil presión de sus caderas empujando más profundo en mi boca. Se mueve lentamente, un gentil movimiento dentro y fuera, su grosor no permitiendo demasiada profundidad, mis esfuerzos de tomarlo sacando suaves palabras de aliento de su voz. Sus movimientos se hacen un poco más rudos y hay una traba en su voz cuando habla de nuevo.

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—Solía empuñar mi polla y pensar en ti de rodillas, tu novio atrás en la mesa, tú disculpándote conmigo con esta perfecta boca. Pensé en castigarte con mi boca, hacerte tener arcadas sobre mi polla, empujando más profundo y llegando a tu garganta. Quería enviarte de vuelta hacia él con mi sabor en tu lengua, con tu coño húmedo. Imaginaba cosas tan jodidamente sucias, las muchas maneras en las que te castigaría. Me condujiste a la locura, Kate. Retira sus caderas, saliendo de mi boca, y jadeo por aire, mis muslos retorciéndose juntos, la necesidad entre ellos demasiado grande. Mi orgasmo por su boca parece que fue hace horas y necesito algo, cualquier cosa, para frotarme, para penetrar. —Por favor —ruego—. Fóllame. Se ríe y se aparta de la alfombra, liberando mis manos y sentándose sobre mí, mi saliva goteando de él, y sus ojos arden con excitación mientras se toma un momento para arrastrar su cabeza sobre mis labios. —Vas a ser mi muerte. Levanto mi torso y mis pechos se rozan contra su culo, sus rodillas aún a cada lado de mis hombros. —Fóllame —exijo. Su sonrisa se hace más amplia. —¿Estás segura de querer eso? ¿Qué te folle bien y verdaderamente? Reconozco un desafío de Trey Marks cuando oigo uno. En tres años, ha habido muchos. Me he aproximado a la mayoría con cautela. Este, lo agarro de las jodidas bolas. O más bien, del eje. Envuelvo mi mano a su alrededor y lo aprieto, y la sorpresa de todo esto sigue ahí. Estoy tocando la polla de Trey.

Da una breve embestida contra mi palma, luego se pone de pie, extendiendo una mano y ayudándome a levantarme. —Ponte de rodillas en el sofá, las manos sobre el respaldo. —Las palabras son duras y firmes, del tipo que no permiten discusión, y me muevo, mi piel ardiente del fuego, el cuero frío cuando cede a la presión de mis rodillas, mis manos agarrando el cojín del respaldo. Oigo el deslizamiento y choque de metal y me vuelvo para ver a Trey, con el culo desnudo delante de la ventana, levantando y bloqueándolas en el lugar, una fría brisa de inmediato entra en la habitación y lucha con la calidez del fuego—. No allí —espeta, señalando hacia el final del sofá, el más cercano al fuego—. Aquí. Me muevo más cerca y cuando me arrodillo de nuevo y me inclino hacia delante, lo miro sobre mi hombro. Es una oscura silueta ante el fuego, un contorno de ruda sexualidad, de fuertes brazos y caderas, de duro culo y abdominales. Se acaricia y se adelanta, y hay un momento de reverencia cuando sus manos se cierran sobre mis nalgas. —¿Te estás aferrando al sofá? —pregunta.

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—Sí. —Dios, quiero esto. Quiero que sea crudo y áspero. Empuja dentro de mí y es una invasión. No hay lentas y controladas estocadas, no hay gentiles movimientos para permitir que mi cuerpo se adapte. Esto es directamente follar, y es exactamente como siempre había imaginado que Trey lo haría… salvaje y furioso, sus uñas clavándose en mi piel, el golpe de su gruesa polla dentro y fuera, su gruñido, el choque de nuestros muslos, el momento cuando alcanza hacia delante, sus manos quitando el sujetador que todavía cuelga de mis hombros. —Mantén tus manos en el sofá —dice con los dientes apretados y agarra uno de mis hombros, usándolo como palanca, como si yo fuera un caballo salvaje que está domando. Toma sólo segundos para que me corra, para que los últimos veinte minutos de burla estallen en una abrumadora rotura de los sentidos. Araño el cuero, grito su nombre y cuando todo mi cuerpo se tensa, es una desbordante caída de éxtasis que no se detiene, los sonidos animales saliendo de él, las continuas embestidas de su cuerpo, el tirón del encaje, el asalto de su polla y bolas contra y dentro de mí… Grito una y otra vez, y si esto es un orgasmo Trey Marks, estoy arruinada de por vida. No puedo, no lo haré, encontrar alguna vez esto de nuevo. No puedo, no lo haré, experimentar alguna vez esto de nuevo. No hay manera de que un cuerpo pueda sentirse tan bien, pueda derrumbarse tan completamente y sobrevivir. Planeo, en algún hermoso lugar que no termina, donde él y yo estamos completamente conectados, cada línea de nuestros cuerpos intacta. Cuando vuelvo a la vida, es con un estremecimiento, mis brazos cayendo del sofá, mi cuerpo lanzándose hacia delante y cuando mi mejilla

golpea el sofá, abro mis ojos. El fuego brilla, su sombra borrosa, mis ojos llorando. El aire frío contra mi piel, aun así, estoy caliente por todas partes, su cuerpo, embistiendo, el golpe de nosotros juntos como un canto en la habitación. Está diciendo algo, algo sobre mí, algo sobre amor y follar y cómo me siento.

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Desliza sus manos por mis brazos, juntando mis muñecas en mi espalda baja, y entonces están amarradas bajo su agarre, una apretada sujeción mientras continúa, mientras embiste y tira, y no creo que alguna vez haya estado tan húmeda, tan caliente, tan inconsciente de todo excepto del momento donde conectamos, la gruesa sensación de él dentro de mí, lleno y luego vacío, perfección y entonces necesidad. Me mueve hacia el lado, donde mi cabeza tiene más espacio contra el asiento del sofá, y siento todo moverse mientras sube sobre el cuerpo, mi culo levantado en el aire, mis manos aún sujetas detrás de mi espalda. Empuja de nuevo dentro de mí y la sensación es diferente, el ángulo nuevo, el placer una retorcida mezcla de algo más, y cualquier pensamiento coherente se ha ido cuando se inclina hacia delante, con una mano jugando con mis pezones. Estas embestidas son más lentas, más profundas, más intensas. Aprieta mis pechos y le digo que es un dios. Tira de ellos gentilmente, frota con sus dedos sus curvas y me dice lo mucho que me ama. Entonces, su mano libera mis muñecas y el ritmo se eleva. En algún punto, estoy contra la última ventana, la enorme hoja de cristal que no se abre, mis pechos desnudos contra la fría superficie, mi mejilla presionada a ella, su mano enredada en mi cabello, sosteniéndome en el lugar. La otra está en mi cadera, y se mueve fluidamente y perfectamente, no del todo en el interior, sólo unos pocos niveles de placer que me conducen a otro orgasmo, uno en el que mis piernas colapsan y me lleva al suelo, tumbándome de espaldas. —Voy a correrme —dice con un jadeo, casi con disculpa, como si su actuación fuera débil, y esta fuera su tercera embestida y simplemente no pudiera controlarse—. ¿Dónde lo quieres? —Dentro de mí. —Joder, me alegra que hayas dicho eso. —Su ritmo se incrementa y cuando se corre, dice mi nombre de una manera que es casi un ruego, su respiración entrecortada, sus ojos sobre mí. Cuando da un último empujón estremecedor, envuelvo mis brazos a su alrededor y susurro todo lo que nunca he dicho. Cuánto lo amo. Lo mucho que lo necesito. Cuánto, en mitad del día, en mitad de la noche, durante toda nuestra amistad, lo he deseado. Cae sobre la alfombra y me pone encima de él. —Dime que te quedarás conmigo. Dime que esto es para siempre.

—Lo es. —Levanto mi cabeza de su pecho y miro a sus ojos. En el interior, una parte de mí se preocupa. En el interior, una parte está aterrorizada. Pero cuando miro a sus ojos, cuando veo al hombre que conozco, todo se aleja. Hay pocas cosas que sepa en la vida. Pero ahora que miro a sus ojos, sé cuándo está comprometido con algo, cuándo está haciendo una promesa por la que luchará con cada pedazo de su alma para mantener. Tiene esa mirada cuando se trata de su compañía, la que está arriesgando por nosotros. Y esta mirada es incluso más fuerte. Esta mirada es una llena de amor. Traga, su mandíbula apretándose, su garganta moviéndose, y sus ojos cambian, sólo un poco, antes de que hable. —Cásate conmigo —dice, y para un hombre tan fuerte, hay mucha vulnerabilidad en esas palabras.

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20 Él No sé de dónde salen las palabas. Caen de mi boca y cuelgan entre nosotros, y maldición si no quiero recuperarlas nunca.

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El matrimonio es algo en lo que dejé de pensar hace mucho tiempo, alrededor de la primera vez que tuve a un marido pidiéndome que follara a su mujer. La monogamia simplemente no parecía ser un concepto tan sagrado, la idea de libertad era más seductora. Pero entonces la conocí… me enamoré de ella. Hace una hora, me asustaba sacar el tema de salir, me asustaba el riesgo que estaba tomando para mi compañía y nuestra amistad. Eso fue hace solo una hora. Y ahora, ¿una proposición? Es demasiado rápido, ridículamente rápido. Voy a asustarla, voy a arruinar todo. Que me ame no es lo mismo que un compromiso que nos atará… —Trey. —Me toca el rostro, sus dedos suaves, y se ha terminado. No respondes a una proposición de matrimonio con un nombre. Cierro los ojos y puedo sentir la desesperanza cuando golpea, el bajón que viene después de drogarte. Sus labios rozan los míos, sus uñas suaves contra mis mejillas, el cosquilleo de su cabello cuando cae contra mi oreja. —Ignora eso —murmuro—. Fue estúpido. —Necesito reponerme. Tengo que abrir los ojos y hacer un comentario sucio y darle esa sonrisa… la que me saca de problemas y cubre los errores. Necesito hacer todo eso, pero no puedo esbozar una sonrisa, no puedo volver a la vida después de ahogarme. —No digas eso. —Lo fue. —Quiero casarme contigo. Me arriesgo y la miro, el brillo del fuego toca sus rasgos, y hay un pero viniendo, puedo sentirlo en la punta de su lengua. —Pero —dice, y luego baja la mirada, pasando los dedos sobre mi labio inferior. Abro mi boca y gentilmente muerdo su pulgar. Vuelve a dirigir su mirada a la mía—. Pero estoy preocupada sobre la cosa de la orgía. Es tan inesperado, que no puedo evitar sonreír. Frunce el ceño en respuesta y sé de repente que estaremos bien, que somos Kate y Trey, e

incluso si no nos casamos, no hay nada que pueda interponerse entre nosotros. —No es divertido —se queja, empujando mi pecho. —¿La cosa de la orgía? —repito, e intento contener mi sonrisa, tomarme en serio lo que sea que sale de su deliciosa boca. —Sí, Trey. La cosa de la orgía. —Resopla, sentándose derecha. No puedo detener la risa ante su expresión petulante. —No hago orgías, Kate. —Rápidamente cambio las palabras—. No he hecho orgías. Solo era el tercero para parejas. Eso es todo. así?

—Bien, lo siento. La cosa del trío. —Pone los ojos en blanco—. ¿Mejor

—Sí. —Deslizo las manos por sus muslos desnudos y me gusta esta posición, tenerla a horcajadas sobre mí, su coño desnudo sobre mi estómago, húmedo con mi corrida, su cabello cayendo sobre sus pechos, su rostro sonrojado por el sexo y su actual indignación sobre mi molesto pasado—. ¿Qué te preocupa sobre eso?

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—Solo me preocupa que quieras que lo haga. Y no es que sea una puritana ni nada… Levanto las caderas lo suficiente para que rebote y deja de hablar, desequilibrada, su mano extendiéndose para estabilizarse mientras vuelve a estar sobre mi estómago, mi mano aprovechándose del momento para deslizarse debajo de ella. Le meto dos dedos, curvándolos arriba y hacia mí, y su objeción muere cuando se derrite hacia delante. —Trey —protesta, y es un débil murmullo de mi nombre, mis dedos gentilmente rozando su punto G, y está tan cálida, tan apretada, tan húmeda en el interior. Me pregunto cuánto de esto es mi corrida y cuánto la suya, y que, si presiono justo allí… maldice y clava sus dedos en mi pecho—. Jesús, Trey. No pares. —Mírame, Kate. Mi confianza se eleva cuando intenta llevar sus ojos a los míos. Están pesados, sus ojos medio cerrados y vidriosos; y gracias a Dios que ahora soy el único descubriendo esto… cuán receptiva es al toque de mi dedo. Si lo hubiera sabido antes, habría resuelto cada discusión de negocios de esta manera. Habría insistido en que solo llevara faldas al trabajo. Habría instalado una pared de espejos en mi oficina y la habría tenido frente a ellos, mirando su rostro mientras la masturbaba con los dedos, viendo exactamente cuán jodidamente sexy se ve así. Rozo su clítoris con el pulgar y uso mis dedos en cortas embestidas, asegurándome de rozar sobre ese punto, su boca abriéndose, cortos jadeos escapando, sus caderas empezando a moverse sobre mí.

—Nunca voy a querer compartirte con nadie —le prometo, con mis ojos en su rostro, una sacudida de placer recorriéndome cuando cierra los ojos con fuerza, un bajo gemido escapando de ella. Ralentizo mis movimientos—. Dime que lo entiendes. —No pares —ruega, arañándome el pecho con la mano—. Lo entiendo. —Nunca querré a otra mujer. Jamás. —Reanudo la manipulación de mis dedos y se tensa, sus paredes flexionándose alrededor de mis dedos, su punto G hinchándose—. No hay otra mujer que pueda compararse contigo jamás. —Se tensa, su cabeza cayendo hacia atrás, su cuello expuesto y requiere de todo mi control mantenerme en el lugar, seguir la cadencia de mis dedos. Uso mi otra mano y paso la palma sobre sus pechos desnudos, prometiendo pasar todo el día de mañana enfocado en ellos, dedicar mi adoración a su perfecta carne. Sus pezones se endurecen bajo mis caricias y me muerdo los labios, el deseo de chuparlos en mi boca es casi imposible de resistir.

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No sé cómo convencerla, cómo decirle que lo que acabamos de compartir fue cien veces mejor que cualquier experiencia sexual que haya tenido jamás. No sé cómo explicarle que el simple sonido de su voz despierta mi polla más de lo que un centenar de tríos jamás pudo. No sé cómo decirle que la idea de compartirla retuerce mi estómago en la manera más dolorosa. —¿Lo entiendes? —Detengo su orgasmo a tiempo antes de que llegue, mis dedos languideciendo, mi voz lo bastante fuerte para causar que abra los ojos, y afirma sus caderas encima de mi mano, intentando descaradamente mantener mi ritmo. —Sí —dice en un jadeo—. Lo entiendo. —Dime que te casarás conmigo —ordeno—. Sin peros. Aprieta los labios y el atisbo de un hoyuelo aparece en su mejilla. —¿Estás intentando negociar el matrimonio sobre un orgasmo? Empujo ambos dedos en su interior, curvándolos y veo su concentración desviándose. —Sí, Kate. Eso es exactamente lo que estoy haciendo. Jadea y sus caderas se levantan cuando aumento la velocidad y la profundidad de mis movimientos, follándola con los dedos hacia el orgasmo que quiere, su boca extendiéndose en una sonrisa mientras me sujeta la otra mano, poniéndola sobre su pecho, sus dedos apretando el mío en un agarre, su carne hinchándose a través de nuestros dedos.

—Sí —susurra, sus ojos encontrándose con los míos y saco los dedos de ella, mi mano húmeda goteando en su cadera y empujándola hacia abajo, mi polla dura y esperando, el momento cuando la bajo sobre ella… Es el momento más hermoso de mi vida. Sus ojos se cierran y exhala mi nombre, su cuerpo estremeciéndose alrededor del mío. La atraigo contra mi pecho, sosteniéndola en el lugar mientras mis caderas embisten hacia arriba… breves y rápidas estocadas que golpean mi pelvis contra su clítoris y entierran mi polla en su calor, sus paredes internas apretándose, luego flexionándose, y cuando se corre, puedo sentirlo arrasando todo su cuerpo, su grito de mi nombre es más animal que humano. Grita la palabra sí, primero rápido y chillón, luego más bajo y duradero; mis movimientos sin desacelerarse, sin calmarse, mi control deshaciéndose mientras me da todo lo que quiero. Cuando me corro, parece como si durase un minuto, y si alguna vez ella dejó de correrse, no pude decirlo. Doy una última embestida profunda y luego la sostengo contra mí, mi polla retorciéndose mientras las réplicas me recorren con un temblor.

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Cierro los ojos y no puedo detener la boba sonrisa que se extiende en mi rostro. No sé si se refería a que aceptaba la proposición, pero nunca he sido más feliz en mi vida. En este momento, todo es perfecto.

Ella Creo que está muerto. Se estira, con su duro culo desnudo, los ojos cerrados, una débil sonrisa en su hermoso rostro. Su polla yace sobre su estómago, y si chuparla lo va a devolver a la vida, seré la primera voluntaria. Sonrío ante la idea y me aparto de él, levantándome y dirigiéndome hacia las ventanas, mis miembros flojos y perezosos, mis rodillas casi cediendo cuando subo la mano y sujeto la parte de arriba de la ventana. —Haré eso —murmura, su cabeza moviéndose, un ojo abriéndose para mirarme. Me inclino y cierro la primera, la esquina de su boca se alza—. No importa —comenta—. Tú lo haces mucho mejor. Especialmente desnuda. —Cállate. —Cierro las otras dos y regreso junto a él, pasando sobre su pecho y deteniéndome, extendiendo la mano—. Vamos. Tenemos que ducharnos.

—Eres malvada —gime, sus ojos entre mis piernas—. Pensé que te veías bien en mi lencería, pero mierda. —Arrastra la última palabra, sus ojos descarados en su escrutinio—. Preferiría que trabajaras desnuda. —Eso no funcionará. —Muevo la mano con impaciencia frente a él—. Mi prometido es un bastardo celoso. No le gusta cuando otros hombres me miran. Es como si le hubiera dado un regalo. Eleva su mirada hacia mi rostro y sus labios se curvan en una nueva sonrisa, una tímida. —Creo que a él le gusta cuando te miran. Lo que no le gusta es cuando te tocan. —Finalmente toma mi mano, moviendo las piernas y alzo la barbilla para mirar su rostro cuando se pone de pie. —¿Es así? —cuestiono. —No culparía a ningún hombre por mirarte jamás, Kate —murmura— . Eres la mujer más hermosa que cualquiera de nosotros ha visto alguna vez. —Estás tan lleno de mierda. —Sonrío.

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Sus manos suben y sostiene mi rostro, sus ojos se vuelven más intensos mientras mira los míos. —Dime más sobre tu prometido. —Hmm. —Reflexiono—. Es muy inteligente. Casi molestamente. Y lo sabe, lo que lo hace incluso peor. Y es arrogante. Pero en esa confiada y sexy manera que hace que quieras arrancarle la ropa tan pronto como lo conoces. Pero también es increíblemente dulce. —Presiona sus labios contra los míos, solo un gentil tirón de amor, y entonces una liberación, sus cejas alzándose por más—. Y generoso —añado, ganándome un segundo beso—. Y… —Frunzo el ceño, como si estuviera pensando duro otro cumplido. Y amable. Y divertido, y cariñoso, y vulnerable, e ingenioso, y embriagador, y toda palabra positiva que Webster alguna vez creó. —¿Adictivo? —suministra. Curvo los labios. —Un poco —expreso—. No estoy segura aún. Es un compromiso bastante reciente. —¿Crees que funcionará? —Sus manos se tensan y me atrae más cerca. Lo miro a los ojos. —Sí. Quiero que lo haga.

—Lo hará. —Baja su boca y este beso es más una promesa, el tipo que aleja toda duda y me dice una y mil veces, con cada roce de sus labios, que quiere decirlo. Que funcionaremos, que todo esto durará. Aparta su boca de la mía. —Te amo. —También te amo.

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Aparto la manta y me meto bajo las sábanas, el acto casi reverente en su ejecución. Nunca he estado en su cama con él, nunca piel desnuda contra piel desnuda, contra su cuerpo. Él había insistido en mi pijama… un camisón transparente de la última temporada, y envuelve una mano a mi alrededor, acercándome por la cama tamaño king hacia él, mi culo ceñido a la curva de su cuerpo, su mano cerrada posesivamente sobre uno de mis pechos. Me relajo contra la almohada, mis ojos absorbiendo todos los detalles ante mí. Las cortinas cerradas, sus bordes rodeados en la suave luz de la luna. El brillo de la luz del cuarto de baño dando una sutil definición al arte, a las paredes azules oscuras, la lámpara de elefante en la mesita de noche. Su respiración es cálida contra mi cuello y me aprieta gentilmente, solo una prueba, como para ver si sigo aquí. Curvo mi mano sobre la suya y bajo la boca a sus dedos, presionando un beso contra ellos. Por la mañana, quizá todo esto haya desaparecido. En la mañana, podríamos lamentarlo todo. Permanezco despierta tanto tiempo como puedo, disfruto tanto como puedo, la sensación de él, los sonidos que hace al dormir. En la silenciosa habitación, susurro mi amor por él.

21 Él —Se siente extraño —confieso, deslizando una caja de cereales hacia ella—. Ser capaz de hacer cosas en las que he pensado durante tanto tiempo. —Lo sé. —Sonríe, abriendo la parte de arriba de la caja de cereales—. Me siento igual. Como si estuviera engañando o algo.

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—¿Debería haber hecho esto antes? —pregunto, apoyando los antebrazos sobre la encimera y mirándola, la caída de su cabello oscuro cuando baja la mirada, observando los glaseados Cheerios caer en el bol—. ¿Hacer un movimiento sobre ti? —Dios, los años desperdiciados. Todos los viajes que hemos hecho, las noches tardías que hemos trabajado, los momentos en los que me encerraba en mi oficina y me masturbaba, pensando en sus labios alrededor de mi polla, su cuerpo en mis manos. —No lo sé —responde, considerando la idea—. No estoy segura de que hubiéramos funcionado si hubiésemos intentando salir antes. —Destapa la leche y la levanta, vertiendo en el cuenco—. Como… ¿después de que rompiera con Craig? —Sus ojos se encuentran con los míos mientras vuelve a bajar la jarra—. Siento que nuestra relación era muy débil entonces. Quiero decir, comparado con cómo somos ahora. Había atracción… pero no sé si hubiera durado. Frunzo el ceño ante la idea de que nunca lo hiciéramos, incluso si es un escenario ficticio. —Además, no habías salido con Chelsea —señala—. Probablemente habrías intentando meterme en algún tipo de pervertido grupo de nueve. Rodeo la isla, odiando incluso la idea misma. —Te lo dije, no tienes que preocuparte por eso. —Lo sé, pero solo señalo que Chelsea ayudó con eso. Igual que Stephen me ayudó a ver una versión de una relación y Craig me ayudó a ver otra diferente. —Levanta una cucharada de cereal y la lleva a su boca, sus labios separándose para el utensilio de plata, mi polla endureciéndose ante el diminuto atisbo que recibo de su lengua. Quiero saltar sobre la encimera ahora mismo. Deslizar su taburete hasta que esté ante mí, mis piernas colgando ante ella, su mano clavada

en mis muslos, sus pies desnudos contra los peldaños del taburete. Mastica, su mandíbula moviéndose, y pienso en cuán duro había intentado tomar todo de mí, sus ojos moviéndose a los míos, esa mandíbula estirándose, el toque de su lengua contra mi eje, el… —Trey. —Sus labios se separan alrededor de la palabra y estoy fuera de mi taburete y atrayéndola contra mí, la cuchara haciendo ruido contra el suelo de baldosas, sus brazos envolviéndose alrededor de mi cuello, sabe a azúcar y leche, su boca tan codiciosa como la mía, su cuerpo ligero cuando la levanto sobre la encimera. La realidad es mejor que mi fantasía, sus bragas fácilmente quitadas, sus rodillas separándose, alejo mi boca de su beso y me muevo abajo, hacia la única cosa mejor.

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22 Ella Cinco meses después… Cierro los ojos y me froto la frente, echando un vistazo al reloj, los minutos pasando interminablemente lentos. Sobre el altavoz del teléfono, el traductor habla despacio, llenando el espacio en el tiempo antes de que nuestro distribuidor francés se lance en otro discurso. —Adrien —interrumpo—. Enfoquémonos en la raíz del problema por un momento. ¿Cuándo necesitas el catálogo? Dame un período de tiempo realista.

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Espero a que el traductor hable, el francés rápidamente volando entre los dos, y echo un vistazo de nuevo a mi reloj. Fuera de la ventana, las luces de la ciudad de mueven, los autos conducen, las luces de las oficinas se apagan, un avión centellea desde su lugar en el cielo. Solía disfrutar de las noches hasta tarde en la oficina. Me encantaba el silencio, las horas productivas sin interrupción, ocuparme finalmente de mi bandeja de entrada, el sueño atendido mediante una siestecita de quince minutos en el sofá. Ahora, miro el sofá, una elegante y moderna pieza que ha recibido más que su justa cuota de uso últimamente, todo de la variedad pornográfica. Mi teléfono vibra y miro el texto de Trey. El jet está listo. Tómate tu tiempo. Tengo una llamada con Frank en diez minutos. No respondo, moviendo el teléfono a un lado y levantando mi calendario, mirando a los horarios de diseño y nuestros conceptos en progreso. Toma otros cuarenta minutos llegar a una fecha que complace a Adrien, y otros diez minutos detener sus intentos de renegociar nuestro precio. Para el momento en que cuelgo, me duele la cabeza. Me muevo al correo electrónico, mandando actualizaciones a las partes involucradas, y miro el calendario una última vez, mentalmente moviéndome por todas las piezas, asegurándome de que todo está en el lugar antes de apartarme del escritorio. Tomo el teléfono y respondo a Trey camino abajo en el ascensor. De camino. Francia está feliz. Camino por el vestíbulo, sonriendo al guardia de seguridad, que abre la puerta principal y me escolta a mi auto.

—Tenga un viaje seguro, señorita Martin —se despide. —Gracias, John. —Abro la puerta y entro en mi auto, dándole un pequeño saludo antes de cerrarla. He dejado este edificio tantas veces, oído esa frase de despedida tan a menudo, que podría recitarla en mi sueño. ¿Tartamudearía cuando regresara? ¿Sonaría extraño la primera vez, la primera pronunciación de mi nuevo nombre? Envuelvo mis dedos alrededor del volante y los diamantes destellan hacia mí. Piso el embrague y pongo el auto en reversa, el gruñido del motor dándome mi primera dosis de alivio. Todo está atendido. Todo está en el lugar. Retrocedo cuidadosamente, entonces avanzo hacia la puerta delantera, mis nervios aflojándose para el momento en que estoy en la carretera, de camino al aeropuerto. Llamo a Jess y mi madre, una breve conferencia llena de risitas burlonas y la amenaza de una visita sorpresa. Las amenazo con daño corporal, luego prometo verlas tan pronto como regresemos.

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Tres semanas libres. Tahití, en una de esas cabañas tiki dispuesta en las brillantes aguas azules del pacífico sur. Tres semanas en las que me convertiré en su esposa y tomaremos bebidas frías, bailaremos en la arena, nos bañaremos en esa hermosa agua e iniciaremos el hacer un bebé. ¿Sobrevivirá la compañía? Hace dos años, la respuesta habría sido un rotundo no. Hace un año, me habría preocupado todo el tiempo. Ahora, siento confianza en nuestro equipo, en nuestros nuevos directores, en los sistemas y las relaciones que hemos pasado años construyendo. Cuando salgo del auto en el aeropuerto, dejo mi maletín y ordenador portátil en el maletero, tomando solo mi billetera y pasaporte, mi paso es ligero mientras me muevo por el aeropuerto privado, las escaleras del jet están bajadas, llamándome. Hay movimiento dentro y entonces ahí está él, arriba de las escaleras, sonriéndome, y todo en mi pecho se hincha. Nunca he creído en cuentos de hadas, pero este hombre… es mi príncipe, mi futuro, mi todo.

Él Tomamos el jet hasta San Francisco, entonces subimos a un enorme Airbus, y todas las comodidades del vuelo no compensan el hecho de que tengo que comportarme durante diecinueve horas, una hazaña imposible cuando estoy junto a ella. Me está ayudando con la causa, especialmente ahora, su boca abierta de la manera menos atractiva, una delgada línea de baba escapando del lado izquierdo de su boca. Sonrío y, cuidadosamente,

alcanzo a su alrededor, presionando los botones de su asiento hasta que está completamente reclinado, su boca cerrándose, su cabeza rodando a un lado. Hago mi mejor esfuerzo para cubrirla con una manta, entonces reclino mi propio asiento, moviéndome sobre mi lado derecho hasta que estoy enfrentándola. Incluso ahora, me aterroriza. Aunque sé que acepta mi pasado, acepta mi amor y lo regresa todo. ¿Alguna vez creeré que esto es real? ¿Alguna vez estaré seguro de que no voy a perderla? ¿O solo empeorará? ¿Es así como funciona el amor? ¿Es más doloroso cuanto más duro caigas? ¿Te preocupas más con cada bendición adicional? Puedo luchar por nuestro amor, puedo trabajar en ser el mejor marido, el mejor amigo, el mejor padre que pueda… Puedo controlar esos aspectos de nuestro matrimonio. Pero habrá mil más que no pueda. No puedo obligarla a amarme tan fuertemente en diez años como hace ahora. No puedo controlar si su corazón se aburre y encuentra a alguien más. No puedo controlar a los conductores borrachos o los extraños accidentes, o prevenir que tenga alguna enfermedad. No puedo garantizar que este momento —su rostro contra la almohada, su mano floja contra su regazo—, no sea el último que tendremos.

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Sé que es macabro, entiendo que no es racional. Aun así, ese es el miedo que domina mis pensamientos. Extiendo la mano y envuelvo la suya, sus dedos apretándose un momento. Sus ojos se abren y hay un momento aturdido de despertar, luego sonríe. Sonríe y, maldición… mi corazón casi se rompe por el golpe. Si hay una manera de amar a una mujer más, debe matar a un hombre. Susurra que me ama y cuando devuelvo las palabras, se sienten tan inadecuadas. Si nuestro amor fuera lencería, sería un corsé, uno atado tan apretadamente que te quitaría la respiración. Si nuestro amor fuera lencería, estaría dibujado en su piel con tinta, un tatuaje diseñado para ceder y crecer con ella. Si nuestro amor fuera lencería, sería un encaje transparente que compartiría todo mientras que aún se burlaría como el infierno de ambas partes. Si nuestro amor fuera lencería, sería cuero, finos tirantes de ribetes que podrían resistir un centenar de años de guerra y paz, peleas y hacer el amor. Cedería y daría de sí, sin embargo, nunca se desgarraría o rompería. Estaría construido para durar, para llevarlo para siempre. Si nuestro amor fuera lencería, nunca se quitaría.

Epílogo Cinco años después Cuando entra en la oficina, no puedo dejar de mirar. No importa que esté metido hasta el codo en negocios, o en mitad de una reunión. Hoy, cuando la puerta se abre y ella está allí, me detengo a mitad de frase. —Disculpen —digo a la habitación. Encuentro sus ojos y sonrío, arrodillándome sobre la alfombra y pronunciando su nombre.

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Kate libera su mano y Olivia se tambalea hacia delante, sus pasos aún un poco inseguros, su regordeta mano extendida mientras se mueve hacia mí. Tiene la sonrisa de su madre, la confianza de su madre, y suelta una risita en el momento antes de llegar a mis brazos, su emocionado grito amortiguado contra mi pecho cuando la levanto. Encuentro los ojos de Kate y sonríe, su otra mano llena, la mano del recién nacido empuñando el frente de su camisa. Me muevo hacia ambos y la beso primero, permaneciendo en su boca antes de volverme hacia bebé Trey. Gentilmente beso la cima de su suave cabeza mientras Kate se disculpa con la habitación. Los ignoro, mirando a los ojos de Olivia, sonriendo cuando sus manos encuentran mis mejillas y gentilmente las palmea. Cuando Kate se mueve hacia la puerta, bajo a Olivia al suelo, aceptando el choque de cinco que entusiastamente ofrece. —Estaremos en tu oficina —susurra Kate y abre la puerta, sosteniéndola con su culo mientras espera a que Olivia pase. Me hace un gesto con la mano y Olivia lo imita, volviéndose y contoneando sus dedos hacia mí, un movimiento que nos hace reír a Kate y a mí. Nuestros ojos se encuentran y mi corazón se retuerce. En mi cartera, tengo una lista de las cosas que una vez amé más de ella. Una lista de las maneras en que me deslumbró. La lista es vieja… una que escribí en la parte trasera de una servilleta hace seis o siete años. La escribí antes de que estuviéramos juntos, antes de Stephen, cuando estaba luchando con mis sentimientos y si tendría o no una oportunidad con ella. Encontré la lista cuando estaba buscando una vieja tarjeta de negocios y había sentido una oleada de nostalgia, mirando atrás a las cosas que una vez había amado más de ella. A la lista le falta todo con lo que la llenaría ahora. La manera en que se acurruca en mi cuerpo durante la noche. La mirada de orgullo en sus ojos cuando nuestros hijos hacen algo asombroso. El tipo de madre que es, la manera ferozmente protectora con la que ama a

nuestra familia, y la dirige en una manera que pone a Marks Lingerie en vergüenza. La valiente manera en que ama sin dudar. Pasé el primer año de nuestra relación asustado, mientras ella se sumergía profundo y nunca miró atrás. Su habilidad para cambiar de madre a ejecutiva constantemente. La manera en que la maternidad ha suavizado el estrés, pero fortalecido cada otra marca de su maquillaje. Sonríe, y no puedo apartar la mirada.

Fin. 165

Alessandra Torre Soy una autora independiente y publicada tradicionalmente. Cuando escribo romance erótico contemporáneo y suspenso erótico, lo hago bajo el nombre de Alessandra Torre (para romance erótico) y A.R. Torre (para suspenso erótico).

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Alessandra Torre - Love in Lingerie

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