Casta 21- Casta_de_Felinos_13_-_Coraz_n_de_Le_n_d

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LORA LEIGH Lion's Heat Serie Castas 21 (Felinos)

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LORA LEIGH Lion's Heat Serie Castas 21 (Felinos)

LORA LEIGH Lion's Heat Serie Castas 21 - Felinos Lion's Heat (2010)

ARGUMENTO: El impulso de apareamiento no se puede ignorar... El chico malo Jonas Wyat sabe que es el destino que Rachel se convierta en su compañera. Él puede sentirlo. También puede sentir su renuencia. Pero ella tiene muy poco poder sobre el calor de apareamiento de las razas. Es el destino de Jonas el reclamarla. Y nada le impedirá recorrer el camino estipulado.

SOBRE LA AUTORA: Lora Leigh vive en Kentucky ideando constantemente personajes para sus historias. Tan pronto como le viene a la cabeza alguna idea trata de plasmarla en el ordenador para que no se le olvide, lo que la lleva a librar una dura batalla diaria con su disco duro. Su vida familiar y su faceta como escritora tratan de coexistir, si no en armonía, sí con una relativa paz. Rodeada de unas cuantas mascotas, amigos, un hijo adolescente que hace que su ingenio se mantenga bien entrenado, un marido comprensivo y los ánimos de sus fans que la recuerdan cada día porqué se decidió a escribir, hacen de Lora una mujer feliz. Según Romantic Times: "Lora Leigh es, sencillamente, la mejor escritora de romance erótico de nuestro tiempo. Nadie es comparable a ella"

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CRÉDITOS ÍNDICE:

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Prólogo

Ivette

Ana María

Capítulo 01

Ana María & Katherine

Sonyam

Capítulo 02

Misha

Sonyam

Capítulo 03

Luciana

Sonyam

Capítulo 04

Sonyam

Masoliz

Capítulo 05

Karin

Sonyam

Capítulo 06

Esperanza

María

Capítulo 07

Victoria P. Belmar

Ana María

Capítulo 08

Katherine

Sonyam

Capítulo 09

PepiTa

Tamara & Masoliz

Capítulo 10

Valen

Sonyam

Capítulo 11

Esperanza

Tamara

Capítulo 12

Marilo

Masoliz

Capítulo 13

Masoliz

Ana María

Capítulo 14

Sonyam

Tamara

Capítulo 15

Esperanza

Sonyam

Capítulo 16

Katherine

Sonyam

Capítulo 17

Valen

Sonyam

Capítulo 18

Marilo

Masoliz

Capítulo 19

Karin

Tamara

Capítulo 20

Esperanza

Masoliz

Capítulo 21

Esperanza

Masoliz

Capítulo 22

Misha

Sonyam

Capítulo 23

Esperanza

Sonyam

Epílogo

Marilo

Sonyam

Corrección General:

Masoliz & Ana María

Coordinación:

Ana María

Edición:

Mara Adilén

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PRÓLOGO Jonas Wyatt, Director de la oficina de Asuntos de Castas, y una casta de león poseedor de secretos que podrían acabar con él, clavó los ojos en la puerta a través de la cual estaba, seguro, su máxima debilidad y dio un paso hacia ella. Al instante siguiente, se volvió hacia la esposa del líder de la Casta Felina, la Prima, Merinus Lyons. Ella tendría que haber aparentado su verdadera edad, Jonas pensó críticamente mientras centraba su atención en su rostro sin arrugas, su clara mirada marrón oscuro y la curva de sus labios juveniles. No había una sola hebra de color gris en la larga extensión de su cabello castaño oscuro, nada que indicara que estaba cercana a los cuarenta, con dos niños y una vida que habría mantenido a cualquier otra mujer bajo terapia. Jonas sabía a ciencia cierta que físicamente no había envejecido ni un día, desde el momento que ella se había casado con el Orgulloso líder de Casta Felina, Callan Lyons, doce años antes. Tantos años habían transcurrido, y para su cuerpo el tiempo no había pasado. No había envejecido físicamente, pero Jonas podía dar testimonio de que definitivamente Merinus había crecido en fortaleza. Tal vez no en sabiduría, como demostraba esta última hazaña suya con respecto a la situación de Jonas, pero no cabía duda de que ella había desarrollado una columna vertebral de acero. Sólo el acero la podría mantener sentada frente a él, con esa pequeña sonrisa victoriosa tirando de sus labios mientras arqueaba desafiantemente una oscura ceja marrón hacia él. Si no estuviese ya casada con el Orgulloso líder, definitivamente habría sido una mujer en la que Jonas se habría interesado. Al menos, antes de ese día. —Ella está embarazada. Las palabras se deslizaron de los labios de Jonas con una fría declaración de desaprobación. No por su embarazo en sí, si no porque Merinus estaba considerando contratarla para trabajar con él en su actual condición. Ella quería introducir a una mujer en ese estado de vulnerabilidad en su vida, en la vida de cualquier casta, y esperaba que sobreviviera indemne. —¿En serio?—Las cejas de Merinus se arquearon con un burlón fingido shock. —¿Por qué será Jonas, que no me percaté de eso? Dime cómo pude haber sido tan negligente como para no haberlo notado. Éste permaneció impasible, aunque había observado al marido de Merinus, Callan, hacer justamente eso cada vez que ella tenía ese tono, advirtiéndole que pisara cuidadosamente. Jonas sabia lo sutilmente peligrosa que esta mujer podía ser como adversario. Podría hacer su vida extremadamente difícil si quisiese; ella era su superior, al menos en la jerarquía de las Castas. Lo cual, la mayor parte del tiempo, era lo que realmente importaba. A través de los años a Jonas le gustó decirse que el poder de ella no llegaba hasta aquí, a la Agencia. Establecida en D.C., la Agencia de Asuntos de Casta era su bebé, su campo de juego, su pasatiempo y su amante. Él creyó erróneamente que Merinus nunca se atrevería a ser tan curiosa, a meter su naricita en el día a día de la maquinaria política de ejecución de la Ley que Jonas había construido en los últimos diez años.

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Había estado tan, pero tan equivocado… Y ese conocimiento tuvo el poder de pinchar su ya de por sí irritable temperamento. Inclinándose hacia delante, Jonas colocó sus brazos en su escritorio y con fría determinación volvió la mirada hacia Merinus. No la dejaría ver la más mínima debilidad que pudiera tener. —Ella no servirá, Merinus, —le informó—la tendría histérica en una hora. No quiero tratar con otra niñita excesivamente emocional, especialmente una que esta tan cercana a dar a luz. ¿Y qué pasará una vez que tenga al niño? Ésta no es una maldita guardería infantil, ni es un trabajo de nueve a cinco. Tuvo que forzar las palabras para que salieran de sus labios. Tuvo que obligar a su lengua a empujarlas fuera de su boca aun cuando sintió que las diminutas glándulas laterales ardían por el inminente desastre. No, “desastre” no lo calificaba bien, era calor de acoplamiento. Una catástrofe en ciernes donde toda su vida estaba involucrada. Él ya podía sentir la rabia que se estaba gestando en su interior, el conocimiento de que otro hombre había creado vida dentro de ella. Que había pertenecido a otro. Que quizá, aún ahora, otro hombre compartiría su cama. Todo lo que mantenía esa rabia bajo control era el hecho que no podía percibir el olor de otro hombre en su delicado cuerpo. No había signos recientes de relaciones sexuales, ningún indicio de posesión masculina echando a perder su dulce y delicado aroma de mujer. ¿Lo habría soportado si lo hubiera habido? —Ella puede lidiar contigo —Merinus se puso de pie mientras le devolvió la mirada con aire regio a pesar de los pantalones vaqueros desgastados y la camisa playera que le daban la apariencia de niña adolescente abandonada. —Es más, estoy bastante segura de que puede hacerlo sin sufrir un ataque de histeria. Jonas juró que podía sentir sus manos a punto de sacudir a su Prima. Cierta sensación de pánico comenzó a invadirlo, oprimiéndole la garganta y amenazando con robarle la capacidad para hablar. Nunca había tenido miedo en su vida. Demonios, no tenía idea de lo que era el verdadero temor hasta que Merinus le dio la espalda y comenzó a caminar hacia la puerta. —¿Por qué? —La pregunta era un sutil y fiero gruñido, que hizo detenerse a Merinus a la ofensiva antes de volverse lentamente a mirarlo. Jonas apretó sus dientes antes de que una asqueada mueca de disgusto deformase su cara y se obligó a darle la espalda. Ella merecía el mismo respeto que le daría al Orgulloso líder, y ese gruñido había sido lo más alejado de ese respeto que debía mostrarle. —¿Por qué? —El tono de Merinus fue letal ahora. —Porque, Jonas, estoy harta de ver que perfectas y responsables secretarias se convierten en casos de psiquiátrico por tu completo desprecio por la urbanidad. Conozco a Rachel. Sé de sus habilidades así como también de su temperamento —la sonrisa triunfante de Merinus ahora le retorció las tripas con terror. —Y sé que Rachel puede manejarte. Si ella pudo manejar a mi hermano Kane a la tierna edad de dieciséis e incluso llevar sus finanzas así como su horario en completo orden, entonces no tengo ninguna duda de que pueda aguantar tu diabólica y manipuladora personalidad, y tal vez hasta logre darle una dosis de respetabilidad a la Agencia antes de que destruyas el último vestigio de civilización que pudiera poseer. Se acercó a la puerta antes de volverse hacia él con una mirada burlona y de realización.

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—Considera esto como un favor. Y recuerda, Rachel es una de mis más queridas y mejores amigas en el mundo. Lastímala, Wyatt, y no habrá diferencia en que me lo hagas a mí. Con esa firme advertencia, ella abrió la puerta y salió de la habitación. El panel se cerró detrás de ella con un suave clic, dejando a Jonas congelado en el frío silencio de su oficina mientras el murmullo de voces podía oírse en la otra habitación. Ella acababa de asegurarse de que él no pudiese despedir a Rachel. Merinus no pudo haber forzado mas su mano a aceptar lo que ella quería con esa última declaración, que si simplemente se la hubiera amputado totalmente. Le había dejado claro que él estaba ineludiblemente comprometido con su nueva secretaria. Jonas se sentó de nuevo lentamente. Colocó las manos en su escritorio y suspiró profunda y duramente. Era una casta. Hombres adultos temblaban de miedo ante él. Maldición, los de su propia especie temblaba de miedo ante él. Se había asegurado de eso fuese así. Había trabajado para inculcar ese miedo, esa cautela que hacía posible controlar a la gente y no permitir ningún posible rechazo ante cualquier demanda que él hiciera. Sin embargo, parecía que no había causado impacto en Merinus el conocer cuan peligroso él podría resultar. Eso, o a ella realmente le importaba un comino. Se preguntó si sería muy tarde para rectificar ese pequeño detalle. Se produjo un leve golpe en la puerta y un aroma suave y sutil atravesó sus sentidos y lo mantuvo rígido mientras ésta se abría. —Señor Wyatt, si desea dedicar un momento para comentar su itinerario conmigo, entonces podría comenzar a trabajar. Ella estaba allí de pie, con el leve montículo de su estómago más pequeño de lo que él había pensado para la etapa de embarazo en la que estaba. Con cinco meses, ese pequeño montículo debería haber sido mayor. Su largo cabello pelirrojo estaba recogido en un moño en la nuca; delicadas gafas estaban posadas en su nariz. Profundos y penetrantes ojos verdes le devolvieron la mirada con fría intensidad. Los pantalones negros a medida que llevaba estaban combinados con una blusa blanca, que flotaba sobre el de su estómago hacia sus caderas. Los zapatos planos, conservadores y negros cubrían sus diminutos pies. Ella era un hada, pensó. Una criatura caprichosa que ningún hombre se atrevía a tocar por miedo de invocar la ira de alguna fuerza oscura desconocida a cargo de su protección. Merinus Lyons era esa fuerza oscura, el ogro malvado de su vida, en lo que a él concernía. —¿Señor Wyatt? —Su tono era aun cortes. —Su itinerario, señor. Su itinerario. Por supuesto que ella querría solo eso. ¿De qué otro modo podría destruir eficazmente su mundo en estos momentos si ni siquiera conocía que le ocurría a Jonas justo ahora? —No se preocupe por el itinerario, —él gruñó, sin molestarse en refrenar el profundo retumbar de su garganta. —Me haré cargo de eso yo mismo. Solo... — agitó su mano hacia la oficina exterior —haga las presentaciones o algo. Una oscura ceja, se alzó lentamente. Entonces ella hizo la cosa más asombrosa. Cerró la puerta suavemente y sosteniendo todo el tiempo su mirada se situó frente al escritorio de Jonas. Él la observó como si fuera una cobra predispuesta a atacar. Maldición, ella era más peligrosa que una cobra.

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—Señor Wyatt, yo no soy ningún glorificado empleado al que usted necesite auspiciar — ella dijo. Dulcemente. Tan malditamente dulce que su voz chorreó miel mientras esos salvajes ojos verdes brillaron intensamente con desafío. —Me dará su itinerario, y lo hará a tiempo para familiarizarme con él, así como para hacer los ajustes necesarios. Todas las citas ahora se realizarán a través de mí, así como todos los viajes de negocios y reuniones. Según tengo entendido, la última reunión financiera en el Santuario fue una farsa. El Orgulloso líder Lyons y su Prima me han ordenado asegurarme de que la próxima en verdad contenga algunos números viables que al menos se acerquen a la cantidad usada por las cuentas de la Agencia. Podemos hacer esto de forma fácil —su sonrisa fue amable, benigna —o podemos hacerlo difícil. —La sonrisa se convirtió en hielo. Jonas se puso lentamente de pie, sus manos permanecieron plantadas en el escritorio. Se aseguró de alzarse sobre ella mientras la fulminaba con la mirada. —Buena suerte intentándolo —dijo él de forma concisa, ella le había atado la lengua y el cerebro en tantos malditos nudos que apenas podía pensar, y mucho menos hablar.

Mientras Rachel seguía parada allí, cerró el PC portátil que usaba, lo metió en una funda protectora junto con una pequeña memoria externa que contenía los archivos que necesitaba. Rachel observó silenciosamente mientras él cerró de golpe la funda protectora, la tomó por el asa y salió de la oficina. Ella sintió que debía tomar una profunda y muy necesaria bocanada de aire mientras la tensión que llenaba la habitación se alejaba lentamente. Pero con su partida hubo una especie de extraño vacio también. Como si la vida hubiera sido succionada de la oficina. Ahora no era más que una concha. Sus labios se torcieron ante ese pensamiento, se estremeció y regresó a su oficina. Merinus le había dado un nuevo aliciente a su vida con este trabajo - si podía aguantar hasta el final. Puso su mano sobre su estómago. Tenía que aguantar hasta el final, no tenía opción. Jonas podía ser el hombre más espeluznante que alguna vez había conocido, probablemente el más peligroso. Con esos volátiles ojos y ese cuerpo tan duro, todo él exudando sexualidad y un atractivo letal, con mucho era el hombre más fascinante que ella alguna vez había conocido. El corto pelo negro tenía el largo justo para cubrir su cuero cabelludo, dándole a los planos duros y esculpidos de su cara una apariencia salvaje, diabólica. Y esos ojos. Brillantes. Del color del mercurio. Ojos que penetraban el alma de una persona. Ojos que ardían. Ojos que casi la habían hipnotizado. Si ella no era muy, muy cuidadosa Jonas Wyatt terminaría poseyendo su alma, así como parecía que poseía la de todos los demás. Y eso es algo que no permitiría. Tenía la sensación de que Jonas había sido demasiado consentido por otros. Lo que significaba que ella iba a tener que romper definitivamente con ese hábito. Caminando a grandes pasos hacia el escritorio, se sentó y llamó a Merinus. —Él ha salido de la Agencia —reportó. Casi pudo sentir la sonrisa que curvó los labios de Merinus.

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—Está bien. Sé hacia dónde se dirige. Empaca una bolsa y trae tu PC portátil. Es hora de mostrarle a Jonas el poder del gabinete de las Castas. Y no puedo pensar en un mejor momento que ahora. Rachel se preguntó si Jonas alguna vez volvería la mirada atrás y se daría cuenta de que Merinus estaba tratando de salvarlo, en lugar de fastidiarlo. Según la Prima de las Castas Felinas, Jonas Wyatt estaba en un camino de autodestrucción en lo que a la Agencia concernía. —¿Piensas que discutir esto con él servirá de algo, Merinus? —Rachel preguntó en tono cauteloso ahora. Jonas no tenía la apariencia de ser un hombre que permitiese que le fastidiasen demasiado. —Callan y Dash han hablado con él hasta que sus caras se volvieron azules. —Merinus suspiró. —Discutió con ellos cada vez, ese instintivo y personal código de honor que tiene dicta todo lo que hace y si no deja de levantar sospechas en lo que a la Agencia se refiere, será destituido por votación. Eso es algo que no quiero que ocurra. No, Rachel, nosotras somos las únicas que podemos ayudar a Jonas ahora. —¿Somos? —Rachel más bien dudó de eso. —En realidad; tú —Merinus corrigió. —Sólo trátalo como trataste a Kane. Confía en mí, él no sabrá cómo combatir contra ti. Jonas siempre ha sido el que ha perfeccionado la técnica de la demolición en el trato con los demás. Que yo sepa, nadie ha usado las mismas tácticas con él que las que él usa en otros. Veamos qué ocurre cuándo suceda. —¿Acaso va por ahí mordiendo el culo a la gente? —Rachel preguntó, con la visión de esos letales colmillos brillando delante de sus ojos. Ante la pregunta, Merinus rio de forma suave, y con suspicaz recelo. —Bien…, Rachel, ¿realmente piensas que él te mordería? —Sólo si me acerco lo suficiente —ella murmuró. —Entonces no te acerques demasiado —Merinus le aconsejó con un leve toque de diversión. —Ten mucho cuidado Rachel, no te aproximes mucho a él.

TRES MESES MÁS TARDE… —¿Te pedí que acordaras una reunión con el Senador Racert? Jonas Wyatt salió de su oficina, fríamente indignado para enfrentar la gélida compostura de la cara de porcelana de su secretaria y los fríos ojos verde océano. Hubo un rápido instante de tiempo en el que todo su sistema se congeló, su control se hizo pedazos y el animal que acechaba a flor de piel se liberó. Un solo momento descompasado cuando cada célula en su cuerpo clamó por reclamar a su compañera. Con la misma rapidez refrenó al animal, bruscamente al borde del precipicio de su control y combatió el hambre desgarrándose a través de su sistema. Como siempre, casi había perdido la batalla frente a la perfecta compostura de maniquí de Rachel. Había tenido más de una fantasía con respecto a romper esa rigidez latente en ella. Desafortunadamente, cada vez que pensaba en ceder a esas fantasías se daba de bruces contra la apariencia de madura maternidad que transmitía igualmente. Ella estaba TRADUCIDO por GRUPO MR

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embarazada, pero eso no le impidió desearla, necesitarla. No le impidió hacer todo lo que pudo para que su vida fuese más fácil, al igual que su trabajo, mostrándole al hombre que él llevaba dentro —al menos tanto como fuera posible. Era amable con Rachel mientras que era rudo con los demás. Hizo un lugar para ella en su vida mientras mantuvo a raya a los demás. Y aun así, ella parecía tan fría, sin emociones, como el día en que comenzó a trabajar con él. —En realidad, fue el Senador Racert quien pidió la reunión—Rachel contestó con frio desdén. —Tú la has pospuesto por más de seis semanas, y él controla las finanzas gubernamentales de la Agencia así como también tiene un peso significativo en el Comité de Créditos de las Castas. —Me importa poco su poder gubernamental. —Él se apoyó contra el marco de la puerta mientras cruzaba los brazos sobre su pecho y trató de fulminarla con la mirada. Era condenadamente duro tener que mirar y hablar de forma fulminante a su compañera, especialmente cuando el bebé que tan protectoramente llevaba en su vientre estaba escuchando y reaccionando a cada palabra que él decía. Jonas podía sentirlo. La nena que ella cargaba, hacía una pausa cada vez que oía su voz, tal como lo hacía cuando escuchaba la voz de su madre. Con nadie más. A ella le importaba un comino si alguien más hablaba. Demonios, no debería maldecir más. Y realmente sería duro para él no hacerlo de nuevo, no sabía si lo conseguiría. Pero se aseguraría así de que la nena permaneciera calmada. Si la niña estaba tranquila, entonces eso significaba que la madre también lo estaría. Mantenerla estable durante su embarazo para asegurar la buena salud de la niña y, por consiguiente, la felicidad de la madre, era todo lo que le importaba. —La voz del senador Racert es importante para la totalidad de la comunidad de las castas. Rachel se levantó de su silla, todavía graciosa y exquisitamente bella mientras se movía a través de la habitación hacia el archivo. Él la siguió. No podía evitarlo. El condenado archivo era más alto que ella. Llegó antes, sacó el cajón superior, a continuación tomó el archivo de sus manos y lo insertó en el lugar correspondiente. Fue más que consciente de la estrecha mirada de sospecha que ella le disparó mientras él empujaba la gaveta para cerrarla y después la seguía a su escritorio. —Cancela la cita con Racert —exigió mientras ella volvía a tomar asiento. Rachel levantó su mirada y lo contempló con suspicaces ojos. —Deja de gravitar sobre mí. —El hielo goteaba de su voz, como si su presencia no la afectara. Pudo haberlo creído si la niña, un barómetro perfecto para averiguar los sentimientos de la madre, no hubiera escogido ese momento para dejar escapar un quejido silencioso de desasosiego. Su madre estaba claramente molesta, un poco inestable sentimentalmente, tal vez incluso algo temerosa. Porque cualquiera que fuera la emoción que su madre sentía, era la misma que la niña estaría sintiendo. Jonas dio marcha atrás con tres pasos deliberados, esperando tensamente que la niña recobrara la calma que él quería que la madre sintiera. Ocurrió lentamente. Un paso a la vez. Rachel volvió a teclear en el PC ese itinerario imposible en el que estaba trabajando. —Racert nos traiciona —él finalmente le dijo, cuidadoso para mantener su voz calmada. —Él va tras información.

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—La cuál le das raras veces y con modales perfectos —se burló ella. Jonas gruñó ante el comentario. Le diría a ella cualquier cosa que quisiera saber; sólo tenía que preguntar. Racert, sin embargo, era otra cosa. —Cancela la reunión —le ordenó otra vez. —No —hubo una clara negativa testaruda en su voz. Sus labios se volvieron una línea. —Estupendo, no estaré en la oficina cuando ésta se produzca—caminó airado hacia la puerta. —Adelante—oyó la indiferencia en la voz de Rachel. —Manejaré por mi cuenta la reunión. Creo que implica el último presupuesto proyectado, el cual aún no has entregado. Estoy segura que puedo manejarlo. Jonas se aseguró a sí mismo de que no estaba palideciendo ante el pensamiento que le acechó de la “Señorita-Financiera-Culo-Prieto” creando ese presupuesto. Un gruñido se le escapó antes de que pudiera detenerlo. Las cejas de Rachel arqueadas con desdén colmaron su expresión. Pero por parte de la niña, él sintió algo diferente, algo por lo que estaba seguro que al menos debía protestar. Diversión. El bebé se divertía, lo cual significaba que su madre estaba más que divertida. —¿Te ríes de mí? —Él caminó de regreso a su escritorio, plantó sus manos en la madera oscura y se inclinó hacia adelante. Lo suficientemente cerca que pudo oler su aroma único. Tan cerca que el hambre le estaba haciendo estragos a través de las entrañas, tan afilada como una daga. —Se precavida, pequeña —él le advirtió suavemente, sosteniéndole la mirada, observando el salvaje verde volverse más oscuro, más salvaje. —O puede que llegue mucho más lejos de lo que tan siquiera imagines, y mucho menos puedas controlar. La diversión se alejó y algo más oscuro tomó su lugar. Jonas retrocedió. Se forzó a sí mismo a retroceder ante la repentina e imprudente anticipación que manaba de la mujer, a pesar de las características tan serenas, la voluntad de hierro y la obstinada determinación que Rachel transmitía. Lentamente, él se enderezó, dio vuelta y se forzó a volver a su oficina. Era deseo, presente en su dulce perfume, en la tensión que se estrechaba entre ellos cada vez que se acercaba a ella. Era hambre. El olor de eso era como una suave lluvia de verano. Era fresco, teñido con el perfume de la tierra misma, y una dulce humedad que él supo podría volverse infernalmente adictiva. La mujer tenía todo lo que pudo haber deseado en una compañera. Ella era el sueño que nunca se había permitido desear. Porque era el máximo peligro que podía traer a su vida, y al futuro de las Castas. Ésta era una tentación ante la cual sabía que nunca debería debilitarse. Era una promesa que él se había hecho a sí mismo. Era un voto. Y esta pequeña mujer trituraba su determinación con una mirada, una palabra, un aliento. Su compañera nunca sabría lo que era el calor de acoplamiento.

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CAPÍTULO 01 CUATRO MESES DESPUÉS… Por primera vez en su vida, Rachel Broen estaba aterrorizada. Esto no era miedo. Era destruir su alma, entumecer la mente y gritar silenciosamente debido al terror que sentía. No podía gritar en voz alta, eso podría atraer la atención sobre ella. Atención que sus lágrimas y sus irregulares sollozos no atrajeron mientras se deslizaba fuera de su modesto y pequeño Civic en el desierto parking de la Oficina de Asuntos de las Castas. El guardia del turno de noche había autorizado su pase de entrada sin prestarle mucha atención. Él conocía su coche y la había visto lo suficiente como para saber quién era. No era inusual que se marchase tarde, o llegara temprano si así se lo ordenaba hacer el autocrático director de la Oficina, Jonas Wyatt. El guardia había aceptado fácilmente su apresurada excusa de que había olvidado actualizar sus notas y las citas de mañana, y que tenía que ser hecho esta noche. Él no había notado la blusa desgarrada, la chaqueta que llevaba puesta lo cubría. No había visto el cardenal que podía sentir extendiéndose en el lado derecho de su rostro, o el estado de hinchazón de su ojo en esa misma parte de su cara. Había sido golpeada minuciosa y hábilmente. Al salir del coche sintió la áspera mordedura del asfalto en sus pies descalzos mientras se tropezaba hasta conseguir llegar a la puerta. Necesitó dos intentos para que su pase de tarjeta electrónica activara las puertas y liberase las cerraduras bloqueadas. Un suave sollozo salió de su pecho cuando estuvo a punto de caer al atravesar la puerta, y corrió por las escaleras que llevaban hacia el tercer piso y las oficinas privadas del director, Jonas Wyatt. Jonas. Era un bastardo manipulador y calculador. Ese era su peor defecto. Jugaba a demasiados juegos. Empujaba a la gente equivocada y tenía la errónea creencia de que ellos podrían venir después por él. Ella tropezó, su rodilla chocó contra un peldaño y su piel se rasgó mientras un irregular grito de rabia y dolor escapaba de sus labios. Estaba pagando por todo eso. ¡Oh, Dios! Estaba pagando por ello. Por su terquedad, su determinación… No. No era ella quien estaba pagando por todo eso. Los moratones, la agonía que desgarraba su pierna, el rabioso dolor en el costado por el puñetazo que había recibido anteriormente, los cardenales en su cara… no eran nada. Rachel podría sufrir ese dolor miles de veces de nuevo. Podría sufrir el fuego del infierno si con ello su hija estuviese a salvo. Jonas. Él estaba aquí. Un grito estrangulado salió de sus labios mientras luchaba para poder respirar, para subir el segundo tramo de escaleras. Solo un poco más. ¡Querido Dios, casi estaba allí! Jonas estaba ahí. Sabía que lo estaría. Él le había advertido esta tarde que mañana no viniese a trabajar. Sabía que sus enemigos estaban siguiéndole la pista. Él lo sabía, el hijo de puta lo sabía, tal como se lo había advertido a ella meses atrás cuando lo descubrieron, aunque no supiesen qué era lo que iba a pasar por aquel entonces. TRADUCIDO por GRUPO MR

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Ella nunca hubiese creído que vendrían a por su hija. —¡Jonas! —intentó gritar su nombre mientras utilizaba torpemente la llave electrónica de la puerta de las oficinas principales. Deslizó la llave una y otra vez y aún así no funcionó. —Jonas, por favor… —gritó de nuevo, aterrada de que la ignorase, sabiendo que tenía que oírla. Él era una Casta. La cerradura fue abierta, la pesada puerta de acero se abrió de repente, y estuvo cerca de arrojarla al suelo cuando la puerta de la oficina de Jonas fue abierta de un tirón desde el otro lado. Él estaba allí, y no estaba solo. Apenas vio a los demás. Miró solo su rostro, odiándolo y aún así adorándolo. Sus ojos sobresalían en su bronceado rostro, remolinos de plateado mercurio mientras saltaba hacia ella, apenas cogiéndola antes de caer al suelo. —¡Tú, bastardo! —Le abofeteó en su sobresaltado rostro a la vez que los sollozos rompían a través de ella, las lágrimas hacían que su visión se nublara mientras el terror la estrangulaba, casi congelando el aire de su cuerpo. —¡Te lo advertí! ¡Te advertí que ellos no podrían atacarte a ti! —¡Rachel! —pronunció con un horrible e iracundo gruñido, un apagado rugido salió de sus labios cuando él agarró sus brazos, sus dedos apretados alrededor de su carne cuando la dio una firme sacudida. —¡Ellos tienen a Amber! La fuerza abandonó sus piernas, su cuerpo. Desplomándose contra su pecho, Rachel arañó sus brazos, desesperada por encontrar la fuerza que ella sabía que él poseía, luchando por encontrar esperanza en un mundo que de repente había explotado alrededor de ella. —Quieren esos archivos… ¡La van a matar! —su grito fue salvaje, aterrado, ella sabía que él nunca cedería a esa súplica. Rachel sabía que él no podría salvar a su bebé. —Por favor, Jonas. Dame esos archivos. Salva a mi bebé. ¡Oh Dios, salva a mi bebé!

Jonas pensó que la vida abandonaba su cuerpo. Por primera vez en su vida, Jonas Wyatt sintió puro y absoluto terror atravesando su cuerpo. Su impasible y genuina secretaria, la compañera que se negaba a reclamar, lo miraba fijamente con los ojos verde oscuro empapados de lagrimas y su pálido rostro tan horriblemente mallugado. El olor de su terror y sus heridas eran una ofensa a sus sentidos, el conocimiento de que la niña que había reclamado como suya tantos meses atrás estaba en la línea de fuego, tenía al animal dentro de él gritando de rabia. —Chimera. —Su cabeza se sacudió con fuerza hacia un lado mientras la Jaguar femenina dio un paso desde su posición en la oficina detrás de él, pasando a través de los tres hombres que rápidamente estaban sacando armas desde una bóveda una vez oculta y atándoselas al cuerpo —Sujétala.

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Guió a Rachel hacia la ejecutora, viendo en la otra mujer y en su transparente mirada depredadora la necesidad de pelear en lugar de mantenerse aparte. —¡No! ¡Jonas, no! —Rachel se agarró a él, rompiéndole el corazón, mientras la agonizante furia en su voz se grababa en lo profundo de su mente. Un grito de ira rasgó a través de su cabeza, solamente años de paciencia, de fuerza, años de condicionamiento detuvieron la respuesta instintiva mientras su compañera luchaba por ser fuerte, luchaba para mantener su cordura en el rostro ante el peligro al que su hija enfrentaba ahora. —Rachel, escúchame. —Sacudiéndola una vez más, delicadamente, mirando fijamente dentro de su hermosa mirada verde oscuro, a sus ojos de terciopelo. —Recuperaré a Amber. Te lo juro. Esos ojos se llenaron de pánico. Él no había creído que su rostro pudiera estar más blanco, pero lo estaba. El olor de su terror le desgarró como una mellada cuchilla cuando sus sollozos rasgaron su alma. —Van a matarla —ella trató de gritar, pero la ronca desesperación en su voz salió como una derrotada suplica. —No tengo tiempo. —Se sacudió en el agarre que él tenía sobre ella. —Dame los archivos. Por favor. Oh Dios, por favor Jonas. —Jonas, nos tenemos que mover. —Dane Vanderale, el hijo y heredero de Leo, la más fuerte Casta de León jamás creada, se movió hacia su lado. —Tenemos una localización. La limusina de Brandenmore esta estacionada en su casa. Tengo una unidad destinada ahí ahora. —Retrocede. —Jonas se dio la vuelta, gruñendo al hombre cuya genética lo ataba a él como hermano, mientras el otro hombre hacía planes, no para salvar a Amber, sino para hacerse cargo del enemigo. —Llama a tu equipo. Demasiados podría seguir peligroso. —Se volvió hacia la persona en quien él sabía que podría confiar. —Rule, acerca la Blazer. —El SUV especialmente modificado podría albergar al equipo, así como también las armas. —Lawe, Mordecai, proseguir, solo reconocimiento. Los hombres se movieron mientras Dane maldecía detrás de ellos. Jonas sujetó a Rachel mientras ella suplicaba. Su rechazo al equipo de rescate fue demostrado en una encolerizada letanía de desesperación cuando ella le suplicó que solamente le entregara los archivos. —Chimera, los archivos están en mi escritorio. Él había estado esperando a los hombres de Brandenmore. Los archivos estaban allí, la información que el bastardo quería contenía evidentes falsedades ya que ellos habían previsto la trampa contra él. Una trampa en la que Brandenmore pensaba que podría usar a una niña para escapar. —Rachel, suficiente. —Sus sollozos lo estaban destrozando mientras ella trataba de apartarse para obtener los archivos y escapar con ellos, aunque ella sabía que él nunca lo permitiría. —No, Jonas. —Sus lágrimas bañando su rostro mallugado, destruyéndole al escuchar su voz gentil, tan frecuentemente fresca y teñida de diversión y que ahora estaba llena de rabia. —Tú no vas a jugar a ningún juego con la vida de mi hija.

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Tantos meses que había trabajado para él, con él, y todavía no había visto más allá que lo que los otros llamaban “sus juegos”. Liberando uno de sus brazos, Jonas dejó que sus dedos siguieran las huellas de su mejilla tan mallugada. Su garganta estaba cerrada con la agonía de esta mujer, a quien él había ido lentamente permitiendo entrar en el interior de su corazón, y que todavía veía sólo su superficie exterior. —Dame los archivos, —ella suplicó, aunque él podía ver la furia en sus ojos, el conocimiento que él nunca podría hacer eso. —Jonas, los archivos. —Chimera se detuvo a su lado mientras Dane, Rule y Mordecai se movían hacia la puerta, completamente preparados, las armas cuidadosamente guardadas debajo de sus chaquetas y en las bolsas de lona que llevaban. —Vamos. —Él tomó la decisión rápidamente, su dura mirada vinculada con la de Chimera en un orden silenciosa que él sabía que la otra mujer podría entender. Ella tenía la responsabilidad de proteger la vida de Rachel una vez que ellos llegaran a la pequeña casa donde la bebé estaba siendo retenida. Jonas se adentraría en esa casa con Dane y los otros para rescatar a la bebé, para asegurarse de que aquellos que la amenazaban nunca amenazaran a otro ser viviente. —¿Jonas? —Rachel tropezó otra vez, solo para encontrarse levantada entre sus brazos, su ancho y musculoso pecho debajo de ella, su dura y salvajemente tallada expresión más animal que hombre en ese momento. Había una furia arremolinándose en las vivas profundidades de esos ojos de mercurio. Como una bestia separada del hombre, bramó dentro de él. —Los archivos no van a salvar a la niña. —Su voz era dura, un áspero gruñido. —Tú lo sabes tan bien como yo, Rachel. La matarán, y a ti también. No lo voy a permitir.

Ella lo sabía. En su corazón de madre, lo había visto en los ojos de Phillip Brandenmore cada vez que él la golpeaba brutalmente, su mirada reflejaba placer, anticipación. —Él no sabía que tú estabas esperando un ataque por parte suya. —Ella se forzó para que las palabras salieran de sus labios. —No se lo dije, Jonas. Pero Rachel lo había sabido. Jonas tampoco se lo había dicho, pero ella había llegado a conocer al hombre con el cual había trabajado durante meses. Había aprendido a anticiparse no solamente a sus necesidades, sino también a sus acciones, y por consiguiente a prepararse. —Sé que no se lo dijiste, Rachel. —Se movieron a lo largo del vestíbulo hacia una puerta lateral, inaccesible excepto para el más alto nivel de seguridad. —Necesitamos saber en lo que nos estamos metiendo. —La normalmente burlona y divertida voz de Dane Vanderale, era ahora de acero duro, helado como la muerte. Rachel casi podía creer que él era una Casta también, cuando aquellos escalofriantes ojos esmeraldas se estrecharon sobre ella. —¿Qué sucedió? La pesadilla de la noche se concentró en su voz cuando ella le contó.

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Había ido a casa. Su niñera no estaba ahí. Amber había estado llorando. Solamente tenía tres meses de edad. Amber tenía hambre, estaba mojada y asustada. Rachel había escuchado los gritos de la bebé en el momento en que pisó el pequeño porche trasero. No lo había pensado; había reaccionado. Se había apresurado para llegar a su bebé, y se había encontrado con los despiadados ojos del hombre que había estado esperándola. —¿Está la bebé ilesa? —Jonas la preguntó cuando terminó de relatar esa noche de horror, mientras se dirigían velozmente hacia el ascensor que los conduciría a un garaje subterráneo que ella ni siquiera sabía que existía. —Lo estaba cuando me fui. —Su voz tembló. Jonas nunca había dicho el nombre de Amber. Siempre era “la niña,” ó “la bebé.” —Tendrá hambre, —ella susurró, clavando la mirada en él. —Y frío. Le quitaron sus mantas. Y sé que no la habían cambiado el pañal. Rachel se estaba muriendo por dentro. Amber era una bebé tan buena… Nunca lloraba al menos que tuviera frio o estuviera hambrienta. Le encantaba mirar el mundo; amaba observar a su madre. Las pocas veces que Rachel había desafiado las órdenes de Jonas y llevado a Amber a la oficina, la bebé siempre había parecido hipnotizada por la voz de él. Le escuchaba. Le miraba. Y ahora estaba sola, sin calor o confort. —No puedo soportarlo, Jonas. —Su estomago se acalambró con dolor, por ambas cosas, por el golpe que había recibido antes, así como también por el conocimiento que su hija estaba hambrienta y fría. Confusa. Asustada. —Por favor, Jonas, no dejes que la lastimen. —Nadie va a lastimarla. —Él se detuvo frente al SUV y la introdujo en el asiento trasero. Chimera entró por el otro lado mientras Jonas se deslizaba al lado de Rachel, manteniéndola entre ellos mientras Dane agarraba el volante y Lawe sostenía sus armas. —Las armas. —Lawe se giró sacando una bolsa abierta y poniéndola a sus pies mientras empujaba las armas hacia Jonas. Rachel observó, el terror creciendo en ella cuando vio el más que letal laser y la munición explosiva contenida en las armas que Jonas se sujetó con una correa a su cuerpo. Vio un pequeño ejército preparándose para una batalla, y su hija, su bebé de tres meses, tan indefensa, tan pequeñita, iba estar justo en medio de la guerra. —Jonas, por favor. —Ella no podía respirar. Su pecho oprimido con pánico, con una sensación de terror tan abrumadora que amenazaba con cortar el aire de sus pulmones. Volvió la cabeza, esos escalofriantes ojos plateados destellando con vivida cólera cuando la miró fijamente. —Pondré la vida de la niña por encima de la mía propia, —declaró de repente, el gruñido en su voz era ahora una horrible cosa que escuchar. Éste era el animal que ella había oído en tantos cotilleos y chismes: la Casta, a quien tanto temían. Mirando hacia abajo, vio como él rápidamente comprobaba su arma, su declaración de intenciones retumbaba a través de su cabeza. Jonas colocaba a demasiada gente por encima de él, había pensado a menudo. Era un manipulador, era calculador, pero no había nada frio, nada cruel en él… a excepción de su conducta.

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—¿Cuántos hay en la casa? —el tono de Dane Vanderale era más duro, si era posible, más frío. Rachel no había imaginado que nadie pudiera ser tan duro y más frio que Jonas, pero Dane le había vencido en este momento. —Hay cuatro. Phillip Brandenmore está con ellos. El silencio lleno el vehículo por largos momentos. —Lawe está en posición, —Rule señaló en voz baja. —Hay cuatro hombres dentro. Brandenmore tiene a la niña en una cuna al lado de él. —Está preparado para llevarse a la niña con él, —declaró Dane. —Cierra la maldita boca, Dane, —Jonas gruñó, y Rachel supo que Jonas comprendía las implicaciones del informe de Rule. Rachel sintió un estremecimiento por todo el cuerpo. Conocía lo suficiente sobre la historia de las Castas, los laboratorios y los científicos para saber que su bebé podría convertirse en no más que un proyecto de investigación. El dolor atravesó su abdomen ante el pensamiento. Un sollozo apretado se formó en su garganta, casi ahogándola. —Mírame. —El sonido áspero en la voz de Jonas había hecho que levantara su mirada hacia él. —Nadie le hará daño a la niña. ¿Me oyes? —Jonas. —La voz de Dane era de advertencia. —Vamos a concentrarnos en lo que sabemos y podemos hacer. No hagas promesas que no podrás cumplir. Ella escuchó el mensaje subyacente mientras Jonas sostuvo su mirada, sus ojos eran temibles con ese color tan gélido. —Nadie va a lastimar a esa niña. —La miraba fijamente, su expresión volviéndose salvaje mientras se acercaba, con un único dedo acariciando su magullada cara. —Y ellos van a morir por esto.

Las magulladuras sobre su rostro fueron un insulto para el animal agazapado y gruñendo en su interior. Jonas podía sentir a la bestia, el salvaje descontrol con el cual siempre había peleado, amenazaba con emerger a través de él. Ésta era su compañera. No importaba que él no la hubiera reclamado. No importaba que él no tuviera intenciones de tomarla. Ella lo era, y Dios ayudara a los que se habían atrevido a poner una mano sobre Rachel. Podía oler el olor de su sangre, su dolor. Incluso ahora, su cuerpo estaba estirado herméticamente por la agonía física que recorría a través de su cuerpo. —Llama al Santuario, —ordenó a Chimera. —Que tengan el avión esperando cerca del lugar del secuestro para que después volemos hacia allí. Quiero a Ely y al personal médico preparado y listo para cuando aterricemos. Chimera asintió rápidamente con la cabeza. —Lawe, Dane, dad la orden. —Dane miró a Jonas por el espejo retrovisor. —La vida de la niña es la prioridad, —les ordenó. —Nada más importa. La sorpresa brilló en la mirada de Dane antes de que él se volviera, al igual que Jonas la sintió emanando de Chimera y Lawe. TRADUCIDO por GRUPO MR

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Jonas había estado intentando capturar a Brandenmore y a sus seguidores desde hacía años, antes de que ellos hubieran estado enterados de quien, o que, estaba robando información del Santuario y porqué. Durante el año pasado, nada había importado solo capturar al bastardo, vivo, en el acto de intentar robar la información que él quería. Le necesitan vivo. Necesitaban la posibilidad, la oportunidad, así como también la razón para colocarlo bajo la ley de las Castas durante el interrogatorio. El interrogatorio importaba poco frente a la vida de la niña. Su hija. Dios, como deseaba que la niña fuera suya en vez de de otro. Como deseaba que él hubiera sido el mismo que engendrara a la bebé, poseyendo a Rachel, dándole placer. Si el mundo fuera un lugar diferente, si él fuera un hombre diferente... Si no hubiera más riesgo en tomar lo que era suyo de lo que había, sin tener que mantenerse a distancia. —Estamos llegando—Dane indicó silenciosamente. —Jonas, por favor. —La voz de Rachel era derrotada, sus dedos aferrando su brazo, las uñas clavándose dentro de las mangas negras del uniforme de combate que llevaba puesto. —Por favor, Jonas, no dejes que lastimen a Amber. Por favor. Amber. La bebé. Su alma se desgarraba ante el pensamiento de la niña en peligro. —Quédate en el vehículo, Rachel. —Él le echo un vistazo a Chimera una vez más y recibió un rápido asentimiento de cabeza en respuesta. La vida de Rachel estaba en sus manos. Su única responsabilidad era la protección de su compañera. El SUV se acercaba a su parada, y Jonas dejó al animal que habitaba dentro de él en libertad, cuando normalmente lo mantenía bajo férreo control. El león que bramaba dentro suyo ahora exigía dominación. Su compañera había sido atacada, herida. La niña, que el animal y el hombre habían reclamado tantos meses atrás, estaba en peligro. Ni un solo hombre saldría de aquella casa caminando sin derramar la preciosa sangre de su vida por su participación en los moratones que ahora estropeaban la carne de su compañera. Por su participación en el miedo que, incluso desde la distancia, Jonas podía olfatear extendiéndose por la niña. Entrando en el pequeño patio, utilizó las sombras que llegaban desde las casas que la rodeaban. La manzana donde se asentaba la casa de Rachel era pequeña, tranquila. Familias vivían y trabajaban aquí. Los niños reían, y los padres los seguían con la mirada, cuidándolos. Deslizándose a lo largo de la ventana que daba a la sala de estar, Jonas alcanzó a vislumbrar a Phillip Brandenmore, el dueño de Investigaciones Brandenmore. El hombre que estaba determinado a usar a las Castas para crear una droga que pudiera disminuir el envejecimiento y pudiera ser vendida a millones de consumidores, estaba sentado mirando la televisión de pantalla plana, con un ceño fruncido en su rostro mientras la bebé lloriqueaba a su lado. Amber estaba cansada. El animal olfateó su cansancio. Había llorado hasta que se había agotado. Tenía frio y hambre. Nadie la había alimentado. Nadie la había cambiado. Nadie había puesto una manta sobre su cuerpo frágil para bloquear el frío reinante en la habitación.

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Su madre mantenía la casa cálida. Lo primero que habían hecho estos tipos fue bajar el termostato, quitando el calor. La habían despojado de su confort, de su seguridad. El animal dentro de Jonas notó el miedo de Amber, y se agazapó por la intención del depredador en su interior. —Tienen un Coyote con ellos. —Rule habló a través del enlace de comunicación en la oreja de Jonas. —Está actualmente en la cocina con un tarro de café pegado a su nariz. Estúpido bastardo. Los Coyotes podrían ser vagos. Eran salvajes en la batalla, despiadados en jauría, pero aquellos que se quedaron con el Consejo o fueron trasladados a las zonas menos adecuadas del mundo eran evidentemente perezosos. —Elimínalo primero—ordenó Dane mientras Jonas se movía con cuidado a lo largo de la ventana, comprobando a Brandenmore y la posición de la niña antes de retroceder. —Voy a atravesar la ventana. —Les dijo a los otros. —Brandenmore está solo en la sala. —El coyote está en la cocina, tenemos un centinela en el porche delantero, y tenemos otro en la habitación de arriba, —Rule reportó. —No están esperando problemas. No esperaban que hubiese nadie en la oficina esta noche. Habían pensado que podrían enviar a Rachel de regreso, obligarla a hacer el trabajo sucio, después matarla. Y solo Dios sabía lo que habían planeado para la niña. —Jonas, él va a usar a la bebé. —La voz de Dane era pesarosa, pero realista. —La niña es la prioridad, —Jonas repitió. —No hay forma de llegar a Brandenmore antes de que él dañe a la bebé—Dane indicó. — Piensa en ello, Jonas. Jonas miró por la ventana una vez más. El arma de Brandenmore en su mano estaba a centímetros de la cabeza de Amber, su pequeña y respingona nariz señalada por el laser en su mano. El animal dentro de él estaba gritando. Desde el primer momento que Jonas se había dado cuenta que Rachel era su compañera, había tenido una conexión con la niña. Indefensa, y sin embargo, confiada de su lugar en el mundo de su madre. Ella no había conocido ningún peligro, ningún miedo, hasta ahora. Ahora ella estaba experimentando sensaciones que nunca debería haber conocido. Agotamiento. Hambre. Drogas. Jonas inhaló lentamente. La bebé estaba cansada, pero estaba tranquila porque había sido también drogada. Estaba asustada. Él escucho los leves “maullidos” que soltaba, pequeños chillidos de sonido mientras sus puñitos se apretaban y soltaban. Quería llorar, pero no tenía suficiente fuerza. —Dane, si esta niña sufre daños, vamos a tener un grave problema. —Jonas escuchó el gruñido en su propia voz, sintió como las garras escondidas se separaban de las puntas de sus dedos, desplazándose debajo de las uñas regularmente planas y desgarrándose hacia adelante. Sangrando en las puntas curvadas y afiladas. Sus dedos se flexionaron, sus sentidos se hicieron aún más agudos, anhelantes por el hambre de sangre y venganza. TRADUCIDO por GRUPO MR

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El problema ya había llegado. El león, siempre mantenido tan cuidadosamente atado, se había zafado de sus ataduras y quedado libre. Era un momento de debilidad; una conciencia de peligro que la niña… su niña, enfrentaba. Un gruñido moldeó sus labios, los caninos brillaban en la oscuridad, un gruñido retumbó en su pecho, en lo profundo de su garganta, depredador. —Jefe, estamos en posición. —Rule conocía el sonido. —Tengo al coyote, Lawe tiene al centinela de delante. —Dane enfócate en Brandenmore, —Mordecai, el miembro Coyote del equipo, dio la orden final cuando Jonas, tan hombre como animal en este instante, se puso en acción. El Consejo de Genética que había creado a las Castas tenía un propósito en mente: la última maquina asesina. Las Castas fueron creadas, mejoradas, y entrenadas para cualquier y cada situación que pudiera imaginarse. No habían sido creadas para salvar vidas. No habían sido creadas para cuidar, para aparearse o amar. Pero para lo que no habían sido entrenados los había hecho mejores, más rápidos, más fuertes. Los habían hecho las criaturas más peligrosas sobre la faz de la tierra. El arma definitiva.

El vidrio se rompió, se hizo pedazos. Habían sido unos preciosos minutos de esperanza. La paciente Rachel nunca hubiera creído antes que pudiera correr el riesgo de abrir violentamente la puerta y salir del SUV con intención de salvar a su hija. Se dirigió hacia un lado de la casa, pero no llegó más allá. Duros y restrictivos dedos cogieron su brazo, arrastrándola de espaldas, mientras miraba la oscura figura que gruñendo saltaba hacia la casa atravesando la ventana de la sala de estar. El sonido de cristales rotos y un gruñido de animal fueron los únicos sonidos en la noche. Una sombra avanzó por el porche, y las siluetas se retorcieron y revolvieron contra las cortinas que cubrían la ventana de la cocina. Fue el cristal roto lo que mantuvo su atención, horrorizada. Fragmentos, puntas oscuras con sangre, estaban cortados irregularmente en el marco. No había sonidos, ni siquiera el gimoteo de una niña. —Déjame ir. —Su voz era muy tenue, ronca cuando sintió sus lágrimas cayendo una vez más. —Él me mataría. —El tono de Chimera era arrepentido. —Me arriesgué lo suficiente permitiéndote llegar tan cerca. La cabeza de Rachel se sacudió con fuerza hacia atrás, hacia la otra mujer. —¿Tan cerca? Los escalofriantes ojos verdes echaron una ojeada hacia la casa antes de volverse para posarse sobre Rachel. Los rasgos ensombrecidos de Chimera endurecidos con alguna emoción sin nombre.

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Cuando finalmente las palabras iban a salir de los labios de Chimera, el infierno pareció desatarse. Un rugido, diferente de cualquier cosa que Rachel había escuchado en su vida, rompió el silencio de la noche.

Jonas pasó a través de la ventana. Sintió el cristal clavándose de un lado a otro de sus hombros, sintió la ira del animal que surgió atravesando su cuerpo, y fue a por el enemigo. Brandenmore no había esperado un ataque. En vez de pensar en agarrar a la niña, se puso de pie en su lugar. El arma apuntando, preparada. En ese momento, algo estalló cerca de él, produciendo tal aturdimiento en la cabeza de Jonas que casi ni ve como Brandemore se dirigía hacia la puerta. Un rugido desgarró su garganta. Un sonido que Jonas sabía que nunca había escapado de su cuerpo, nunca… antes de oler el miedo y sufrimiento de la niña. Saltando entre la bebé y la puerta, Jonas enfrentó al otro hombre, su propia arma lista, sostenida firmemente en las garras puntiagudas de los dedos mientras gruñía a Brandenmore. Su rostro se arrugó con crueldad y envejecimiento, Brandenmore sonrió, una fría y fingida mueca que hizo que Jonas desease apretar el gatillo. Brandenmore sostuvo su arma apuntando en la dirección de la bebé. —Tanta información… —Brandenmore agitó su cabeza con un chasquido de su lengua. — Tantos experimentos… Hemos aprendido mucho desde que escapaste, Alfa Uno. Sus ojos se entrecerraron, mirando al otro hombre. —Este bebé, —Brandenmore señaló con la cabeza hacia la demasiado silenciosa bebé. — ella es una prueba, no más de lo que tú fuiste. No más de lo que cualquier otro Casta ha sido. No hace falta un laboratorio para crear un experimento, ¿verdad Alfa Uno? Quería dispararle, pero el ligero movimiento del dedo de Brandenmore sobre ese gatillo y el estallido del laser podría destruir a Amber, a pesar del intento de Jonas de protegerla. —Te mataré —Jonas prometió, mirando fijamente a la fría, despiadada y cruel mirada del otro hombre. Brandenmore sonrió una vez más. —Has estado intentándolo desde hace algún tiempo, Alfa Uno. No has tenido éxito todavía… —echó un vistazo a la cuna, que contenía a la niña —Y no tendrás éxito ahora. Antes de que Jonas pudiera saltar por él, Brandenmore se lanzó de cabeza atravesando la puerta. Un rugido de ira salió de los labios de Jonas. Adrenalina y pura furia animal le hicieron querer arrancar la puerta, pero antes de hacer eso, se detuvo, giró y fue a por la niña. Cogiendo en brazos al diminuto cuerpo que estaba en la cuna, Jonas la acercó cuidadosamente cerca de su pecho. Se lanzó por la ventana unos pocos segundos antes de que el fuego y el calor explotaran detrás de él, lanzándolo a través del aire cuando la noche parecía fundirse con el infierno alrededor de ellos.

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CAPÍTULO 02 SANTUARIO, SEDE DE LAS CASTAS FELINAS. BUFFALO GAP, VIRGINIA. El heli-jet de las Castas aterrizó en el patio de la propiedad principal en medio de gente allí congregada. Los equipos de las Castas -Felina, Lobo y Coyote- rodearon el área escrutando a su alrededor atentamente, con las armas listas, mientras la entrada exterior de los laboratorios se abría de golpe al mismo tiempo que se abrían las puertas del heli-jet. Jonas Wyatt bajó de un salto del heli-jet con sus ropas chamuscadas, la cara oscura, manchada de hollín y sangre mientras sujetaba un pequeño bulto contra su pecho y corría hacia los laboratorios. Detrás de él, las Castas felinas Lawe Justice y Rule Breaker se mantenían cerca de él, cada uno sujetando uno de los frágiles brazos de la secretaria de Jonas, Rachel Broen. Las lágrimas y el hollín corrían por la cara de Rachel. Su cabello rojo oscuro ya no estaba cuidadosamente arreglado. Alrededor de su cara caían largas ondas en cascada hasta la mitad de la espalda mientras la metían dentro del búnker debajo de la casa principal. —¡Quiero que Elizabeth y Ely vengan de inmediato! —gritó Jonas mientras corrían a través de los corredores revestidos de acero y cemento hacia el laboratorio principal. —Están esperando en los laboratorios. —El Orgulloso Líder Callan Lyons corría a su lado mientras el jefe de seguridad Kane Tyler y el comandante Ejecutor del Santuario, Mercury Warrant, cerraban la marcha. —Elizabeth todavía estaba en su puesto cuando llamaste. Ella y Ely lo tienen todo preparado. —Jonas, ¿qué es lo que está pasando? —Rachel podía sentir el temor inundando su cuerpo. El aterrador viaje de DC a Virginia no había durado más de quince minutos en los heli-jets. Habían volado hasta el Santuario a plena potencia con Jonas gritando al piloto que quería más velocidad mientras Amber estaba laxa y silenciosa en sus brazos. Él no la dejó sostener a su hija. Amber no había gemido, no había llorado. —Ésta es la jeringuilla. Estaba junto a ella. —Jonas puso una jeringuilla de pequeña presión que Rachel no había visto en la mano de Callan. —Quiero que Amburg haga un análisis completo de inmediato. Callan le dio la jeringuilla a Mercury, quien giró rápidamente saliendo por otro pasillo y desapareció. Jeffrey Amburg, el azote de la comunidad de las Castas. Había sido conocido como el Carnicero en los laboratorios de las Castas antes de los rescates, doce años atrás. Moviéndose hacia delante, Kane Tyler, con su oscuro pelo de corte militar y su mirada azul hielo congelada con furia, abrió las puertas a la planta principal de los laboratorios donde dos mujeres venían corriendo desde una oficina cercana. —Tenemos todo preparado y listo. —Elizabeth Vanderale, con su oscuro pelo recogido en una estirada cola de caballo, una bata blanca de laboratorio volando detrás de ella, abrió otra puerta, mientras Ely Morrey, la científica principal de las Castas, se trasladaba rápidamente a una incubadora que estaba en medio de la habitación. TRADUCIDO por GRUPO MR

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—Jonas… —Rachel se paró en medio de la habitación, mirando con horror cómo le quitaban rápidamente a Amber la pequeña camiseta y los pañales antes de colocarla dentro de la incubadora. —Necesitamos sangre, saliva y muestras de tejido de inmediato, —Elizabeth ordenaba, al mismo tiempo que ella y Ely comenzaban a moverse rápidamente. —¿Qué está pasando? —Sacudiéndose lejos de los dos Castas que agarraban sus brazos, Rachel se aferró al brazo de Jonas, ira y miedo la recorrieron mientras miraba la furia desnuda que se reflejaba en su mirada. —¡Maldito seas, habla conmigo! ¿Qué le ha hecho ese hijo de puta a mi bebé? El terror estaba desgarrando su mente, cavándose en su alma. Que Dios la ayudara, si algo le sucedía a su hija, ella no podría seguir viviendo. Le había estado pidiendo a Jonas que hablara con ella desde el momento en que él había echado a correr, justo antes de la enorme explosión que había destruido su casa hasta los cimientos por las abrasadoras llamas. —Rachel, dale algo de espacio. —Kane la cogió del brazo intentando apartarla y Jonas se volvió hacia él gruñéndole con furia animal. Rachel casi retrocedió cuando la cabeza de Jonas bajó con los labios tirados hacia atrás enseñando los dientes, mostrando los afilados caninos que había a ambos lados de su boca. Una mano agarró el brazo de Rachel, y ella bajó la mirada a tiempo para ver la curva letal de las garras afiladas que habían salido de la carne bajo las uñas de Jonas. Ella levantó la mirada lentamente. —Jonas, por favor. Cuéntame lo que pasó. Un gruñido surgió de su garganta. —Sra. Broen, mi hijo es primario en este momento. Puede pensar, puede reaccionar, pero la bestia está controlando ahora mismo al hombre. Rachel se dio la vuelta para hacer frente a Leo Vanderale. Era casi una réplica de Callan Lyons, o tal vez fuera más exacto decir que Callan era una réplica del otro hombre. El largo cabello rojizo estaba manchado con negro y rojo. Rasgos fieros enmarcaban los ojos dorados, y el poder parecía exudar de su piel y hacía que el civilizado corte de su traje gris oscuro pareciese una gran hipocresía. Jonas gruñó a Leo, sólo para recibir un destello de caninos cuando el otro hombre se acercó lentamente. Se detuvo y miró a la incubadora por un largo segundo antes de volverse hacia Jonas. — ¿Confiarás en mí para supervisar la seguridad de ella mientras tú supervisas a la niña? La mandíbula de Jonas se apretó. —¡No! —El sonido de su voz era de pura rabia. Leo estrechó los labios. —¿Realmente quieres enfrentarte a mi esta noche, cachorro?—gruñó. —¿O hacer que esta mujer te odie? Jonas gruñó de nuevo cuando finalmente permitió a Rachel apartarse de él. —Sácalos de aquí, Leo —le gritó Elizabeth al tiempo que regresaba a la incubadora con una jeringuilla diseñada para extraer sangre.

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La jeringuilla fue rápida e indolora, pero en ese momento parecía una herramienta de muerte mientras se acercaba bracito de la bebé. —Jonas, por favor. —Sus uñas se clavaron en el brazo de él cuando le agarró. La ira y el miedo se pegaron a ella con un agarre inhumano. —¿Qué le pasa a mi bebé? —Brandenmore, —gruñó hacia ella. —Él le inyectó algo, Rachel. Tenemos que averiguar qué. Las palabras apenas eran humanas. Las implicaciones eran una pesadilla. Ella lo soltó poco a poco. Rachel se llevó las manos al estómago cuando éste se contrajo con un espasmo de horror, amenazando con expulsar todo lo que ella había comido ese día. Su mirada voló hacia el cuerpo inconsciente de su hija estremeciéndose, temblando de miedo, preguntándose cómo podía ser que estuviera de pie. Amber parecía tan pequeña en la incubadora. Había nacido con menos peso del debido, no había sido enfermiza, pero su peso ligero había preocupado a Rachel durante meses. Ahora ella estaba pálida e inmóvil, su mata de rizos color rojo-oro extendido mustio, mientras Rachel soltaba lentamente el brazo de Jonas y se apartaba de él. —Amburg está examinando la jeringuilla, —informó Kane con un dedo apretando el comunicador que llevaba puesto en la oreja. —Espera un informe inicial de resultados dentro de unos treinta minutos. —Cinco minutos o muere. —Jonas se volvió a Kane, su rostro moreno mucho más salvaje de lo normal, sin compasión. Rachel no tenía ninguna duda de que quería decir lo que dijo. Fríamente, Kane repitió la orden a través del comunicador. Evidentemente, Amburg no discutió. —¿Por qué?—Rachel se volvió hacia el único hombre dispuesto a dar respuestas, el hombre que había calificado a Jonas como su hijo. Rachel no sabía que Leo Vanderale era una Casta hasta este momento, hasta que ella había visto los incisivos a los lados de la boca que él normalmente mantenía ocultos. —¿Por qué iba a querer matar a Amber? Leo negó con la cabeza. —Dudo seriamente de que lo que ha hecho se lo haya hecho con la intención de matarla. Cualquier cosa que Brandenmore hace es con la intención de experimentar, nada más. Simplemente no le importa si la niña vive… Jonas gruñó a Leo de nuevo. —¿Por qué? —Rachel gritó, levantando la voz cuando el terror comenzó a abarrotar sus sentidos. —¿Por qué lo haría? —Porque algunas pruebas han demostrado que tanto tú como tu hija, sois compañeras apropiadas para un macho de las Castas. —Fue Callan Lyons el que le respondió, a pesar del rugido de furia que provenía de Jonas. —El mes pasado Brandenmore logró robar determinada información del Santuario, Sra. Broen. Esa información incluía los resultados de varias pruebas hechas en relación al emparejamiento con las Castas. Tus resultados. Rachel negó con la cabeza. El emparejamiento con alguien de las Castas se suponía que era nada más que un rumor, aunque ella se había preguntado por la verdad de eso muy a Miró a Callan. Ni él ni Merinus parecían haber envejecido en los doce años que habían estado juntos. Y Kane. Ella había trabajado una vez para Kane. Estaba a mitad de los cuarenta, pero parecía ser una década más joven.

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Buenos genes; esa era la explicación que ella había oído. A la prensa se le había dado multitud de explicaciones, así como a los científicos que habían preguntado sobre este fenómeno. Sin embargo nadie de las Castas había admitido nunca el calor de apareamiento. —Mis resultados… —susurró mientras trataba de controlar la náusea que brotaba en su interior. —¿Me hicieron las pruebas? —La sangre, la saliva y las muestras vaginales que se te pidieron eran para comprobar tu viabilidad como pareja con cualquier Casta con la que entrases en contacto. —Callan asintió mientras Jonas gruñía silenciosamente antes de darles la espalda. —Diste positivo, lo que nos llevó a sospechar que Amber también sería viable en cuanto se hiciera mayor. Era una precaución que tuvimos que tomar, Rachel. Ella sacudió la cabeza lentamente, negando la verdad. Merinus no le había hablado de ello. Seguro que le hubiera advertido si algo así fuera posible. —Necesito que salgáis todos de aquí, —replicó Elizabeth cuando se vio obligada a rodear a Jonas, mientras intentaba sanar a la niña. Con sus ojos azules centelleando de ira, miró a Jonas. —Tú y la madre podéis quedaros, pero apartaros de una maldita vez de mi camino. El resto, todos fuera. Esto también va por ti, Leo. —Su tono no admitía negativa. Rachel volvió la cabeza, miró a Jonás y de pronto comprendió las consecuencias de esas pruebas. —¿Ellos piensan que estamos emparejados? —le preguntó mientras él se mantenía de espaldas a ella. —Si tienes preguntas, sal con los otros, —le ordenó Elizabeth mientras le ponía los electrodos a Amber. —No puedo salvar a esta criatura si tengo que escucharte reprender a Jonas en este momento. Rachel cerró los labios, pero la mirada que dirigió a su jefe fue una promesa. Le haría las preguntas, y una vez que tuviera las respuestas, entonces decidiría a donde se trasladarían ella y su hija exactamente. No confiaría en otra Casta, no mientras viviera. Había confiado en Jonas, había confiado en Merinus y Kane. Cuando el monitor del corazón empezó a pitar, Rachel escuchó desesperada y esperanzada a la vez el sonido. La presión arterial y los monitores de ritmo cardíaco, así como varias máquinas que nunca había visto antes en cualquier hospital, comenzaron una sinfonía de salvamento mientras rodeaban la incubadora. Elizabeth Vanderale asentía lentamente a lo que veía mientras se ponía un auricular en el oído y comenzaba a hablar en voz baja. —Rachel, estaremos fuera por si necesitas hablar, —le prometió Kane al pasar por delante de ella. —Merinus está regresando de Colorado. Voló inmediatamente cuando Callan la llamó dándole un informe de lo sucedido. Contestaremos todas las preguntas que podamos. El gran laboratorio se vació al tiempo que Rachel cruzaba sus brazos sobre los pechos y luchaba contra las lágrimas mientras miraba a su hija. —Ella es inocente, —susurró. —Deberías haberme advertido que estaría en peligro.

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Nunca perdonaría a Jonas o a Merinus por no advertirla. —No teníamos ninguna razón para creer que estaría en peligro, —la voz de Jonas era todavía una rugido animal. —No teníamos ninguna razón para creer que estaríais en peligro. Los resultados de los test de emparejamiento no era lo que Brandenmore buscaba. Lo que le interesaba era la prueba de los compañeros actuales y ciertos cambios hormonales que se producen con el apareamiento. No tenía ninguna necesidad de ir tras los compañeros potenciales, porque se ha demostrado que esas pruebas no siempre son fiables. Rachel se frotó cuando el frío invadió sus brazos y se centró de nuevo en las máquinas. Elizabeth Vanderale seguía hablando en voz baja. Jonas la miró varias veces, ya que su oído de Casta, más agudo que el de Rachel, podía escuchar la conversación, lo que Rachel no. —Amburg tiene ya los resultados iniciales, —le dijo en voz baja cuando ella iba a preguntarle. —La jeringuilla tenía ciertas hormonas de Casta, pero en su opinión no había nada que pudiera ser perjudicial para ella. —Pero no se mueve —murmuró dolorosamente. Jonas se sacudió bruscamente como si le doliera, antes de pasarse la mano por la parte posterior de la cabeza. Ella le había visto hacer eso a menudo en los últimos meses en los que había trabajado para él. El gesto indicaba normalmente una sensación de frustración. —Él cree que actuó como un sedante, —relató. —Si es así, en pocas horas debería despertar. —Si es así, entonces nos iremos... —Ni lo sueñes. —La mirada que se volvió hacia ella era casi aterradora. O lo habría sido si no se hubiera enfrentado a tal afluencia de miedo en las últimas horas. Su cuerpo parecía ser ahora inmune a su fiereza. —No voy a quedarme aquí. —Ella negó con la cabeza con fuerza. —No te irás hasta que no sepa a ciencia cierta que tú y la niña estáis seguras. —Se acercó a ella, bajando la cabeza hasta que lo único que Rachel podía ver era el turbulento mercurio de sus ojos. —Métetelo en la cabeza, Rachel. Si te tengo que poner bajo vigilancia veinticuatro horas del día lo haré, no irás a ningún lugar, ni harás ningún movimiento, no respirarás sin que yo lo sepa primero. Ella le devolvió la mirada, el shock paralizó su cuerpo durante un momento, justo antes de que pura rabia la invadiera. Antes de poder evitarlo, levantó la mano, y golpeó con su palma abierta contra el duro contorno de la cara de Jonas. Todo en la habitación pareció congelarse. Elizabeth y Ely los miraban a ambos en estado de shock, con sus expresiones cautelosas mientras observaban a Jonas. Él podría haberla esquivado. Era lo suficientemente rápido, lo suficientemente instintivo como para haber evitado el golpe. En su lugar, se quedó quieto para recibirlo. Lo recibió sin que su expresión cambiara, sus ojos bullendo con corrientes de emoción que ella no podía entender.

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—Esto no cambia nada, —gruñó él. —Cuando se trata de ti y de tu hija, mi palabra es ley, cariño. Créeme. No hay un hombre o una mujer en el Santuario que se atreva a desafiarme respecto a esto. —Kane... —No arriesgará su vida por ello. —Su sonrisa era apretada, segura de lo que estaba diciendo. —Merinus no te dejará... —Merinus no se atrevería a interferir, —gruñó. —No dejarán que me retengas aquí. —Ella negó con la cabeza, segura de que nunca la traicionarían tanto. —Dime, Rachel, las pruebas de emparejamiento que se hicieron... ¿quién crees que era el macho? Ella no podía respirar. Podía sentir cómo se extendía el pánico por su pecho al comprender lo que no había querido entender antes. —No importa… —Oh, sí que importa, —la cortó de nuevo. —Sí es importante, Rachel. Los test se efectuaron con mis muestras. No se atreverían a interferir porque saben a qué coño se enfrentarían. Tú eres mi compañera, Rachel. Y te protegeré a ti y a mi hija hasta la última gota de sangre que poseo. Nadie, ninguno de ellos, hará nada para dañaros a ninguna de vosotras otra vez. Si tengo que encerraros en estos laboratorios para asegurarme que no os vais, entonces te juro por todo lo que más quiero que eso es exactamente lo que haré.

Horas más tarde, Jonas observó a Rachel mientras ella se sentaba en la pequeña silla que había junto a la cama del bebé. Ella no había hablado desde que había escuchado la promesa que él le había hecho, desde que le había puesto de manifiesto quién era exactamente su compañero. Se había apartado lentamente de él, sin cambiar la expresión de su cara, sin que el aroma de su furia cediera. Por lo menos no había olido que tuviera miedo de él, pensó burlonamente. Eso era lo último que la bestia rondando en su interior necesitaría sentir. El animal. Se restregó en la parte posterior de su cabeza, donde le habían tatuado su número de laboratorio y la clasificación de nacimiento en su cráneo. No había sido marcado como lo habían sido muchas de las otras Castas. En lugar de eso se lo habían tatuado mientras que la mujer que decía ser su madre había mirado con orgullo. Su madre. ¡Menuda hija de puta! Madame LaRue lo había llevado en su interior, pero no había sido su óvulo o el esperma de unos machos científicos los que lo habían creado, como ella y los informes de laboratorio decían. Según esos informes su ADN había sido mejorado con el del primer Leo, pero eso no era del todo cierto. Del mismo modo que no era cierto que Callan Lyon fuera más hijo de Elizabeth y Leo que él. TRADUCIDO por GRUPO MR

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Dejó que lo creyeran. Callan, Leo, Elizabeth, Dane. Dejó que siguieran viviendo tranquilamente pensando que el odiado jefe de la Oficina de Asuntos de Castas no estaba emparentado por sangre realmente a ninguno de ellos. No es que lo fueran a creer sin pruebas. No llevaba su olor familiar. Su ADN había sido jodidamente modificado demasiadas veces, su aroma era único, con algunos de los marcadores que poseían otras Castas. Sólo había el suficiente tinte de la esencia familiar de Leo que aseguraba que Jonas tenía su ADN, pero nada más. Y él estaba seguro de que Leo no lo quería de otra manera. Y Elizabeth. Miró a su madre. Joder, ella lo miraba la mayor parte del tiempo como si fuera una aberración. Un rompecabezas que no podía resolver, que ni siquiera estaba segura de querer resolver. Así era como la mayoría de las personas, tanto de las Castas como los seres humanos, lo miraban. Salvo Rachel. Las pocas veces que había sido capaz de sacar alguna emoción de ella había estado coloreada con deseo y mezclada con diversión. Ella lo toleraba mejor que la mayoría. Pero claro, ella era su compañera genéticamente. ¿Qué otra cosa podía hacer? No era como si pudiera odiarlo. Desde luego no con verdadera fuerza. Respirando cansado, se paseó por el laboratorio, su mirada yendo de Rachel a la niña. Su hija. Había reclamado a la niña, aunque no tenía ningún derecho a ello. No había ayudado a crear la vida en su interior. A lo largo de los meses, él no había hecho nada salvo intentar vigilarlas, y había fracasado estrepitosamente. La bestia dentro de él reclamó a la madre, y a su vez reclamó a la niña. Joder, Amber era demasiado pequeña. Lo había pensado la primera vez que la había visto en el hospital, justo después de nacer. Había sido tan pequeña, con tan poco peso y, sin embargo jodidamente luchadora. Ella gritaba con rabia cada vez que las enfermeras la habían apartado de su madre, exigiendo con todo lo que tenía dentro de su pequeño cuerpecito que la llevaran de vuelta a la seguridad de los brazos de su madre. Hasta que Jonas llegaba. ¿Cuántas veces había ido a la sala neonatal y había pedido a las enfermeras su silencio acerca de esas visitas, mientras la sostenía? Demasiadas veces para contarlas. A diferencia de los adultos, las emociones de un niño son un libro abierto. Había conectado con la niña mientras que ella aún descansaba a salvo en el vientre de su madre. Tanto la bestia como una parte de él se habían unido con la niña. Ese sentimiento animal latente en él que sólo estaba reservado principalmente para la madre y su cría. Había sabido en el momento en que había visto a Rachel Broen que ella era su compañera. El momento en el que él había notado que ella estaba embarazada había reclamado al bebe también. Una reivindicación solitaria de la que no había tenido ninguna intención de informar de Rachel. Y una reclamación sobre la que él no tenía ninguna intención de hacer nada al respecto. ¿Qué coño se suponía que iba a hacer ahora?

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—La presión arterial y la frecuencia cardiaca son normales. —La mirada de Elizabeth pasaba de un monitor a la incubadora, mientras apoyaba una mano en su cadera. Una arruga marcó su frente cuando se volvió para mirar a Ely, que trabajaba en silencio en las muestras de sangre y saliva que se habían tomado. —Los valores iniciales de sangre son normales, igual que la saliva. No hay anormalidades hormonales hasta ahora. —Ely se volvió hacia Elizabeth, evitando la mirada de Jonas antes de volver su atención a los resultados de las pruebas. —Todo está en el rango de los valores recogidos en el nacimiento. La mandíbula de Jonas se tensó al ver a Rachel enderezarse, alerta, levantándose lentamente de la silla en la que se acababa de sentar. —¿Qué mediciones se hicieron en su nacimiento?—Sus acusadores ojos se volvieron hacia Jonas. —Lo normal, Sra. Broen. —La sonrisa de Elizabeth era reconfortante cuando fue hasta Rachel para tocarle con la mano en el brazo. —Trabajas dentro de la sociedad Casta, lo que te hace parte de nuestro mundo en su conjunto, igual que a tu hija. Se trata simplemente de una medida de precaución, así como una cortesía. Tienes los mejores médicos del mundo supervisando a tu hija. Eso se acercaba tan poco a la verdad que Jonas casi soltó un bufido. Él había ordenado realizar dichas pruebas. Había luchado contra el gabinete gobernante de las Castas para asegurarse de que esta niña tenía el mejor comienzo en la vida, respecto a la salud, como fuera posible. Rachel no estaba tan convencida. Miraba a Ely y a Elizabeth con desconfianza, mientras que todos sus sentidos estaban pendientes de Amber. —Jonas, Callan necesita hablar contigo. —Kane entró al laboratorio, su gélida mirada azul llena de una advertencia, un mensaje silencioso. Jonas se volvió hacia la niña y la madre, con el dilema de quedarse para proteger lo que le pertenecía y aceptar que estaban a salvo mientras él se hacía cargo del asunto que esperaba al otro lado de la puerta. Podía oler de qué se trataba. El Dr. Jeffrey Amburg tenía un olor particular, teñido con sangre y Casta. Cómo coño había conseguido ese hombre impregnarse de olor de Casta sin tener ADN de Casta, eso Jonas todavía no había podido comprenderlo. Se volvió y miró a Ely, esperando hasta que ella devolviese su mirada antes de mirar a Rachel. Estaba dejando a su compañera a cargo de Ely, de nadie más. Los ojos de Ely mostraron brevemente incertidumbre antes de asentir con la cabeza rápidamente, permitiéndole salir raudo de la habitación hacia la pequeña zona de reunión con paredes de vidrio desde la que se veía el laboratorio. Amburg estaba esperando. Estaba quieto y en silencio mientras miraba al laboratorio, con el ceño fruncido y los brazos cruzados sobre el pecho mientras parecía observar a la madre y a la niña. Jonas entró en la habitación, cerró la puerta detrás de él y esperó. —Voy a necesitar sangre fresca, saliva y orina, —dijo Amburg. —Supongo que querrás asegurarte de que la niña se queda aquí en el Santuario por un tiempo, y bajo una estrecha observación. TRADUCIDO por GRUPO MR

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—¿Qué había en la jeringuilla? Jonas juró que mataría a Brandenmore por esa noche. Nunca tendría la oportunidad de hacer daño a otro niño. —No lo sé, Wyatt. —Amburg sacudió la cabeza mientras respiraba con cansancio. —Las pruebas iniciales muestran cualidades sedantes, pero conozco a Brandenmore. Es un puto genio cuando se trata de desarrollar nuevos medicamentos, y en lo que haya estado trabajando relacionado con las Castas, lo ha estado haciendo desde hace ya mucho tiempo. No se puede confiar en él, no se puede confiar en que no era más que un sedante. Eso sería una tontería. —¿En qué está trabajando? —Jonas le había preguntado a Amburg lo mismo desde hacía meses. —No me dijeron en qué estaba trabajando. —Era la misma respuesta que había dado siempre. No importaba cuántas veces había insistido Jonas, ni las amenazas que le había hecho, Amburg siempre daba la misma respuesta. Y Jonas había olido la mentira cada vez. Jonas miró hacia el laboratorio, el doble vidrio le dio la oportunidad de ver a Rachel sin que ella se diera cuenta de su presencia. —Entonces, ¿está a salvo la niña? ¿No hay nada de qué preocuparse? —Jonas preguntó. —Yo no he dicho eso. —Amburg se volvió hacia él, su mirada pesada pero ocultando evidentemente su preocupación. No importaba, porque Jonas podía sentir cada emoción en él. —Entonces, ¿qué es lo que estás diciendo? —Jonas se apoyó contra la puerta, cruzó los brazos sobre el pecho y observó al científico con los ojos entrecerrados. La mirada de Amburg se apartó. —Sólo lo que he dicho. En lo que se refiera a Brandenmore, debes preocuparte y mucho. Por el momento, parece que la criatura está bien. No había nada más que un sedante en la jeringuilla. Pero quiero estar seguro. Y ésa era la verdad. Jonas podía aceptarlo, aunque sabía que todavía había cosas que no le había dicho. Podía esperar. Un poco al menos. —Vuelve al laboratorio, si eso es todo lo que sabes. —Jonas se apartó de la puerta. — Avísame si encuentras algo más. Amburg asintió con la cabeza antes de ir hacia la puerta. —Jeffrey. —Jonas le detuvo cuando llegó el picaporte. —Traicióname, y ya sabes lo que haré. Amburg tragó con fuerza, con la mirada vacilante por el miedo. —Ella no tiene nada que ver con nada de esto, Jonas. Es inocente. —Así eran las Castas antes, —replicó Jonas. —¿Nos ayudó eso? No, no había ayudado. Amburg bajó la cabeza antes de abrir la puerta y salir de la habitación. Él encontraría las respuestas que Jonas necesitaba, asegurándose de que si no lo hacía, su nieta pagaría por ello. Jonas miró hacia el laboratorio una vez más. Amber estaba quieta y silenciosa, con su madre a su lado, yendo y viniendo, insegura. Asustada. TRADUCIDO por GRUPO MR

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El miedo de ella había clavado sus afiladas garras en el alma de él, y le dejó cuestionándose a sí mismo, preguntándose si las decisiones que había tomado en su día eran inamovibles. Le hacía cuestionarse el peligro que había permitido en su vida, y el peligro que él sabía que, ahora y siempre, iba a ser parte de ella. Rachel y Amber se habían convertido en su vida, y ahora se preguntaba cómo coño iba él a protegerlas.

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CAPÍTULO 03 Jonas se forzó a sí mismo a abandonar la pequeña habitación una hora después. Amber estaba despertando mareada y hambrienta. Las pruebas de sangre no mostraban anormalidades ni anomalías. Parecía estar tan saludable como lo había estado antes de su horrible experiencia con Brandenmore. Jonas sabía que no podría saber más antes de que pudiera deslizarse él mismo dentro del cuarto y sostenerla. La habilidad de conectar con ella a través de su madre había desparecido después de su nacimiento. Ahora él encontraba que solo cuando la sostenía sentía cualquier problema que ella podía tener. Moviéndose a través de los corredores forrados de acero del refugió médico subterráneo, Jonas entró en la sala de reuniones donde Kane, Callan, Lawe y Rule le estaban esperando. —Ya estás consiguiendo asustarnos, Jonas —Lawe le hecho una mirada descontenta mientras Callan y Kane se miraron silenciosamente. —Lo juro, está mierda del acoplamiento tiene que ser contagioso. Había un deje de miedo en la voz de Lawe, así como en la expresión de su hermano Rule. No es que Jonas pudiera culpar a ninguno de los dos. El acoplamiento era algo malditamente aterrador cuando un hombre no tenía idea de cómo proceder. Si prestaba atención a la demanda del animal de que él tenía que follarla ahora, que tenía que marcarla inmediatamente, eso no funcionaría. Estaría condenado si quería que su mujer acudiera a él porque las hormonas la obligaran a hacerlo. Quería que ella lo quisiera porque era un hombre dispuesto a amarla, cuidarla, y velar para que su hija estuviera protegida. —¿Qué has descubierto? —Él ignoro el comentario anterior de Lawe y se volvió hacia Callan —Mordecai está persiguiendo a Brandenmore. —Callan se inclinó hacia adelante, poniendo sus brazos en la superficie pulida de la mesa de reuniones. —Tenía un heli-jet esperando a varias manzanas de la casa de la Sra. Broen. Voló de inmediato a Irán. —Tiene un centro de investigación allí. —Jonas asintió con la cabeza. —Ni Estados Unidos ni las Castas tienen un tratado de extradición con ellos—señaló Kane. —Nuestras manos están atadas a menos que Mordecai y sus hombres puedan atraparlo fuera de las instalaciones y hacerlo sin ser vistos. Si alguien podía hacerlo, ese era Mordecai. —Dog fue visto en Irán apenas horas después de que Brandenmore aterrizase, —informó Rule. —Él y su equipo estaban a una milla de las instalaciones de investigación y hay un rumor de que Brandenmore los contactó. Brandenmore había cometido un gran error si había pensado en contratar a los mercenarios de la unidad Coyote comandados por Dog. Dog podría desempeñar el papel de sanguinario mercenario, pero tanto Jonas como Dog sabían bien a que debían su lealtad. —Quiero a Brandenmore, —se giró hacia Callan. —Mediante la Ley de las Castas, Callan. Ya no es un caso público. No es una cuestión para dejársela a la justicia de los no-Castas. Es mío. Y pagaría las consecuencias. TRADUCIDO por GRUPO MR

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—La justicia fue idea tuya, Jonas. —Callan le recordó mientras se sentaba en su silla, su dorada mirada era sombría. —Tenías razón en eso. Las Castas ganarán más poder, más aprobación popular, si Brandenmore es llevado ante la justicia públicamente. —El nunca será procesado, —Jonas negó con la cabeza, eso se había demostrado en el último año. —Una vez pensé que el respaldo político que las Castas habían encontrado nos harían más fuertes. Estuve de acuerdo con eso. Pero todo lo que estamos haciendo es dándoles palmaditas en su puta espalda y besando el culo de hombres como Brandenmore. No estoy dispuesto a ver morir a otra Casta por su mano. —Sabíamos que no sería fácil, Jonas. —Kane Tyler se inclinó hacia delante, con sus gélidos ojos azules mirándole fijamente. —Contamos con respaldo en el Senado, no importa lo que parezca. Tenemos que tener pruebas. No puedes hacer ningún movimiento sin ellas. Y conseguir una simple prueba, cuando Brandenmore tiene Castas espiando dentro del Santuario, no va a resultar nada fácil. Castas espías. Algunas Castas se volvieron en contra de los suyos y de sí mismos, destruyendo la limitada libertad de que disponían en el Santuario, mediante la venta de información a sus anteriores carceleros —Jonas, podríamos tener una ventaja… Usémosla. —Lawe dio un paso adelante, plantó sus manos en la parte superior de la mesa y le devolvió la mirada a Jonas con atención. —¿Y esa ventaja es? —Tenía una sensación muy mala, él sabía exactamente lo qué era. —Rachel y su hija, —declaró Lawe en voz baja. —Brandenmore pretendía llevarse a la bebe con él, eso significa que tenía otros planes para ella. Y Rachel le puede identificar y dar testimonio de sus acciones esta noche. Ella tiene una sólida reputación, al igual que la tenían sus padres antes de morir. Ella es la prueba de que Brandenmore ha intentado robar información sensible de las Castas. Ella es tu as en la manga. Tenía razón, y Jonas sabía exactamente lo que Lawe consideraba un “as en la manga”. —Has aprendido muy bien, Lawe —gruñó. —¿Esperas realmente que use a mi compañera? —Tal y como has utilizado a Lance Jacobs para salvar a tu hermana. Así como has utilizado todas las armas, todos los activos que se puedan encontrar o robar en esta batalla que estamos luchando, —coincidió Lawe. —Pero Rachel tiene algo que no tiene nadie más; te tiene a ti, Jonas. El mejor estratega jamás creado para garantizar su seguridad. Jonas gruñó ante eso. —Los cumplidos sólo me cabrean, Lawe. Ahora sé cómo se sentían mis Ejecutores cada vez que utilizaba el calor de acoplamiento para mis propios fines. No es que antes no hubiese percibido cómo se sentían o que no se hubiese arrepentido de las decisiones que había tenido que tomar, incluso antes haberlas puesto en marcha. Respirando profundamente, pasó su mano por el pelo, siendo bien consciente del tatuaje escondido debajo de su cabello: F2.07. Él fue la única Casta en llevar siempre una calificación F en su designación de laboratorio. La mayoría de las Castas eran A, para la designación de Alpha. La suya fue F, por el hecho mismo de que había sido creado para reproducirse. Para ser el padre de las futuras Castas híbridas. Fue una designación que nunca funcionó para los científicos que lo habían creado. Su esperma nunca había sido viable con las hembras Casta con las que lo habían emparejado. TRADUCIDO por GRUPO MR

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Fue sólo en los últimos años que Ely había logrado entender por qué su designación había sido un fracaso. La compatibilidad para concebir no podía ser con una Casta femenina. La naturaleza había retorcido la genética que los científicos habían creado. Su esperma Casta (la genética programada en él, las Castas que concebiría) necesitaba una hembra humana para resultar viable. Y ahora él tenía a la mujer perfecta para crear al híbrido Casta que los científicos estaban seguros sería la Casta más peligrosa jamás creada. Al volver la vista hacía los otros hombres, exhaló con cansancio, finalmente sentía las profundas contusiones de los huesos que había recibido en la explosión. —Va a ir a por ella, —dijo Jonas, sabiendo que Brandenmore haría todo lo que fuese necesario para asesinar a Rachel. —Los espías que todavía tiene aquí, en el Santuario, serán activados, —acordó Lawe. — No pueden quedar muchos. Veamos y esperemos. Finjamos que no sabemos que todavía tiene esos lazos aquí dentro. Los capturaremos y nos aseguraremos de su cooperación a la hora de presentar pruebas en su contra. Podían hacer eso. Las Castas que eran tan débiles como para estar de acuerdo con Brandenmore se dejaban intimidar fácilmente. Nunca se podría confiar de nuevo en ellos, pero podían ser utilizados para lograr sus fines. —Convoca al Equipo Fantasma. —Se volvió hacia el grupo, mientras le dio la orden a Lawe. —Estarás al mando. Quiero a Rachel y a la niña completamente cubiertas. Ellas serán la principal preocupación del equipo. Sólo importan ellas, Lawe, especialmente si no puedo controlar el calor de apareamiento. Nada más importará. No se había reunido al Equipo Fantasma desde los primeros meses fuera de los laboratorios durante el peor momento de las protestas contra las Castas. Por otra parte, las Castas del Equipo Fantasma eran muy eficaces y letales. Juntos, ellos eran una pesadilla para el enemigo. —La Primera Familia es quien ha de ser protegida con más ahincó, Jonas—Kane le recordó mientras Jonas miraba a Callan. El Orgulloso líder sabía la verdad, y él entendió la orden que había dado el otro hombre. —No, Kane—murmuró Callan. —No en este caso. Si Jonas no controla el calor de apareamiento, y sospecho totalmente que no lo hará, si la Sra. Broen concibe, entonces nada importará más que ese niño. Debido a que ese niño podría destruirlos a todos.

—Rachel, creo que Amburg tenía razón. Tu bebé sólo ha sido sedada. —Elizabeth Vanderale se sentó en un taburete al otro lado de la incubadora mientras Rachel sujetaba a Amber y le daba la fórmula embotellada que le habían proporcionado para ella. La mirada de Amber estaba aún somnolienta, pero no estaba pálida, o sin vida. Se quedó mirando a Rachel con esos brillantes ojos azules mientras agarraba la pequeña botella con sus diminutos deditos y chupaba con avidez.

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—Él se escapó. —Ella se quedó mirando a Amber, de alguna manera su sensible hija nunca estaría a salvo hasta que Phillip Brandenmore estuviera muerto. —Va a ser encontrado, —Elizabeth no se mostró preocupada. —Confía en mí, Jonas no le permitirá permanecer en libertad durante mucho más tiempo. No, pensó. Un volcán hambriento aguardaba a Brandenmore. Ella había visto los informes oscuramente redactados sobre otros enemigos desaparecidos de las Castas, y también estaba al tanto de la planificación de vuelos privados que Jonas había presentado ante el Consejo de las Castas, exactamente tras su desaparición. Los vuelos habían sobrevolado una fosa muy activa de lava pura a una temperatura capaz de fundir rocas, que en el pasado había recibido gratamente sacrificios humanos con voracidad. —Brandenmore cree que Jonas posee información sobre las Castas, acerca de fenómenos de envejecimiento. —Ella volvió a posar su mirada en Elizabeth. —El calor producido por el apareamiento modifica el proceso de envejecimiento, ¿no es cierto? Los labios de Elizabeth se tensaron. —Usted es la madre de Callan Lyons, —afirmó Rachel. Sabía que la otra mujer además era la esposa del hombre al que llamaban el primer Leo. El primer integrante de la Casta de los Leones que se había creado. —Elizabeth no puede responder tus preguntas, Rachel, pero yo sí. —Rachel giró y vio que Jonas entraba en la habitación. Rachel sintió que su corazón daba un salto, como solía hacerlo cada vez que Jonas entraba a una habitación. Era lo único que podía hacer para mantener la compostura, para asegurarse de que su cuerpo reflejara las emociones que deseaba proyectar en lugar de las que sentía. Su ropa era la misma que llevaba cuando había salido a buscar a Amber. Negra. Pantalones deportivos negros, una camiseta de mangas largas rasgada y ensangrentada y borceguíes atados a la altura de la pantorrilla. El cordón de una de las botas estaba deshilachado. Los pantalones estaban rotos a la altura de la rodilla izquierda y dejaban expuesta su piel enrojecida y ensangrentada. —Jonas, ¿aún no te han revisado las heridas? —Elizabeth se acercó hacia la bandeja de instrumentos digitales y esterilizados que se encontraba junto a la incubadora. —Ely me cuidará, Dra. Vanderale, —respondió fríamente —si es que lo necesito. —Y, obviamente, no lo necesitas, —murmuró Elizabeth. —A veces te pareces tanto a Leo. —Y estoy convencido de que Leo está tan harto de oírlo como yo, —respondió en forma burlona. —Como el cachorro que al parecer soy y que apenas reclama, puedo asegurarte algo; esa frase se está quedando obsoleta. En esas palabras, Rachel oyó una ínfima traza de alguna emoción subyacente. ¿Resentimiento? ¿Dolor? No podía imaginar nada que hiriera al recio Jonas. Pero en los últimos meses se había enterado de que Jonas ocultaba muchas cosas al mundo y a quienes lo rodeaban. Elizabeth rió entre dientes. —¿Por qué crees que te llama 'cachorro', jovencito? Porque te pareces tanto a él que no está seguro si debe enorgullecerse o dispararte y aliviar al mundo de su sufrimiento.

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—Creo que el hecho de que hayan utilizado su propio ADN en su contra le causa tanta gracia como a mí. —Jonas se encogió de hombros y se giró hacia Rachel. —Tenemos una cabaña preparada para ti. Seguramente deseas comer y descansar un poco ahora que Elizabeth ha terminado de examinarte. En el momento en que ella aceptó trabajar para Jonas, Merinus le había advertido sobre el increíble sentido del olfato y la intuición de los integrantes de la Casta. Le había advertido a Rachel que Jonas podía percibir la más mínima debilidad para utilizarla como arma, nada más. Que la usaría en su contra, que escarbaría y escarbaría hasta que lograra encontrar una manera de echarla de la oficina. —Primero desearía terminar de alimentar a Amber, —indicó adoptando una pose de calma que no sentía. —Dudo mucho de que Phillip Brandenmore haya sido tan considerado de hacerlo. El bajo sonido retumbante que emanaba de la garganta de él hubiera sido preocupante si Amber no hubiera elegido el mismo momento para lanzar un pequeño quejido de angustia. —Cálmate, Jonas. —Elizabeth atravesó la habitación para acercarse a una de la infinita cantidad de máquinas que cubrían la encimera. —Te advertí que los niños perciben las emociones mucho mejor que los adultos. Alterarás a la niña. Rachel se sorprendió al observar la mueca que endureció el rostro de Jonas, pero en pocos segundos Amber volvió a calmarse y se dispuso a terminar su biberón. Se dio cuenta de que era algo que él hacía frecuentemente: retrocedía, cuando en otra época, Rachel podía asegurar, hubiera insistido para manifestar su dominio en una situación determinada. Rachel apartó el biberón y alzó a la bebé para apoyarla contra su pecho. Mientras le daba pequeñas palmaditas en la espalda, sonrió levemente cuando un fuerte eructo, para nada femenino, emanó de esos labios perfectos cuya forma imitaba el arco de Cupido. —Ya podemos irnos. —Rachel tomó una pequeña manta de la mesa situada junto a la incubadora, envolvió bien a su hija y luego se volvió hacia Jonas. Él estaba observando a Elizabeth con una expresión tensa, casi enfadada. Al observar a la otra mujer, Rachel vio la misma expresión reflejada en el rostro de Elizabeth. Ambos eran tan parecidos que Rachel se asombraba de que no fueran parientes. —Vámonos entonces. —Jonas dio un paso hacia atrás y le cedió el paso antes de alcanzarla y seguirla hasta la puerta. —Jonas. Rachel. Se detuvieron y miraron hacia atrás. —Os necesitaré a ambos para haceros estudios mañana por la mañana, —les informó la mujer. —Venid antes de desayunar. Es importante hacerlo antes de que comáis algo. —¿Hacer qué? —preguntó Rachel. —Estudios de apareamiento, —le informó Jonas con voz fría. —Que nunca se diga que ser la compañera de un integrante de la Casta es fácil. Rachel le devolvió una mirada furiosa. —Que nunca se diga que yo acepté algo de esto. Olvídate de los estudios, Jonas. No he decidido que soy tu compañera. Por lo tanto, no es necesario ningún estudio.

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Luego empujó las puertas del laboratorio y esperó allí, decidida a no demostrar debilidad en su expresión ni en su emoción. Por lo que Jonas podía saber, el corazón de ella no estaba acelerado por la emoción ni sus muslos estaban preparados para apretarse con excitación. Ella era inmune. O por lo menos, esa era la imagen que aparentaba. La verdad era muy diferente. Le observó y la expresión de él pareció transformarse, convertida en una expresión sin emociones, prácticamente sin vida. Sus rasgos bronceados y salvajes se tensaron hasta el punto de que parecían estar tallados en piedra, mientras que sus ojos ardían al igual que el mercurio a alta a temperatura. —Rachel, el simple hecho de que te niegues a aceptarlo no es suficiente, —Elizabeth se atrevió a decir con prudencia mientras se acercaba deslizando sus manos hacia el interior de los amplios bolsillos de la bata del laboratorio y la comprensión suavizaba sus ojos azules oscuros. —El calor de apareamiento no es una elección, querida. —Permítanme disentir. —Rachel cambió a Amber de posición y comenzó a frotar la espalda de la bebé con sus dedos haciendo un movimiento reconfortante, aunque la niña dormía plácidamente. —No soy un animal, Dra. Vanderale. Y Jonas tampoco, a pesar de sus intentos de convencerme de lo contrario durante estos últimos meses. Mis hormonas no me dominan, y las hormonas de la Casta tampoco. Dé por sentado que si decido aceptar cualquier anomalía impuesta por su calor de apareamiento, me someteré a sus estudios. — Luego miró a Jonas. —¿Estás preparado o tendré que buscar un hotel para pasar la noche?

No tenía buena suerte. Jonas entró a la cabaña, se hizo a un lado, y observó a Rachel entrar, mientras reconocía que todas las maledicencias y malos deseos que sus ejecutores habían tenido sobre su elección de apareamiento muy probablemente se hicieran realidad. Lo que había visto en el centro médico había puesto su polla más dura que nunca. Ella había levantado la cabeza con una arrogancia que aún lo asombraba, había bajado la mirada hacia esa pequeña naricita y le había informado a Elizabeth Vanderale que no tenía un compañero porque no lo había aceptado. Si Rachel hubiera sido la compañera de otro integrante de la Casta, habría sido divertido. Lamentablemente, era la suya y aunque él no pretendía llevar a la realidad la promesa de apareamiento, en este segundo no había nada más importante para él que aparearse con ella. Eran los genes de la Casta, se dijo a sí mismo mientras ella se quitaba los zapatos con ayuda de sus dedos, entraba a la sala de estar y miraba a su alrededor. Era el desafío -la certeza de esos ojos de acero de que ella podía negársele- y el hecho de que Rachel intentaba negar lo que él sabía que no podía negarse. El hecho era que ella le pertenecía. Era suya. Y se había atrevido a situarse frente a la única mujer ante la que Jonas nunca mostraría debilidad y declarar que no era su pareja hasta que ella decidiera que era así. Esto era suficiente para hacer a una Casta considerar aliviar el dolor de la hormona de apareamiento torturando su lengua, en un beso que les quemaría directamente hasta la punta de los dedos de los pies.

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—Esta es tu cabaña. —Había un deje de acusación en la declaración que hizo que Jonas se volviera hacia ella. Rachel había tratado de restablecer el orden de su pelo, pero aún así, se cayeron de la horquilla de la parte superior de su cabeza, largos mechones de color rojo en cascada hasta la mitad de la espalda mientras la ira brillaba en los ojos verdes neón. Su cara estaba amoratada; sus medias fueron arrancadas y apenas le cubrían la piel de sus piernas. La falda de color gris oscuro que había llevado el día anterior estaba rasgada a lo largo de la costura, mostrando bastante parte del muslo. La chaqueta a juego estaba manchada de aceite, los puños deshilachados en varios lugares. Su camisa blanca, una vez impoluta estaba gris por el hollín y la suciedad. Y nada en el mundo se había visto jamás tan condenadamente hermoso para él. —Así es. —Se encogió de hombros como si no le importara mientras se quitaba las botas y las ponía al lado de los zapatos negros de tacón bajo de Rachel. Caminando pesadamente a lo largo del suelo de madera dura, Jonas caminó al otro lado del cuarto y abrió la puerta de la habitación que había añadido una vez que él se había dado cuenta de quién era su compañera. Se suponía que debía ser el dormitorio de Amber. La habitación grande y espaciosa estaba conectada a un baño completo, que separaba la habitación principal de la habitación de la niña. Ahora sería la habitación de Rachel, pensó con un suspiro cuando encendió las luces. La cama de matrimonio había sido instalada como él había ordenado nada más llegar al Santuario. Una cama cuna apoyada a lo largo de una pared, con un móvil de leones, tigres y hadas sujetado a la cabecera, con un suave edredón del tamaño de un bebé cubierto de hadas. Esto había sido obra de Cassie Sinclair, pensó con un deje de diversión. La muchacha era una hada ella misma, pensaba a menudo, él dio un paso dentro y permitió a Rachel entrar en la sala. La cama era una creación romántica. El diseño de trineo en el marco de la cama era alto y pesado. Almohadas gruesas se apilaban a lo largo de la cabecera, mientras que una colcha pesada azul y blanca cubría el colchón. Sus labios se arquearon a la vista del pequeño taburete al lado de la cama, el cual hacía más fácil para alguien de baja estatura entrar en la cama. —Seguramente no hay otra cabaña vacía... —Su tono era cansado, resignado. —Lo siento, cariño, esto es todo. —Jonas cruzó los brazos sobre el pecho mientras miraba hacia ella. —Y estarás más segura aquí de lo que lo estarías en otro sitio. Así como la bebé. Ella le dirigió una dura mirada. —¿Segura? Con Brandenmore bajo custodia… —Brandenmore escapó. —Dar esa información no fue fácil para él. —Se las arregló para llegar a un heli-jet que le esperaba a varias manzanas de tu casa. Llegó a Irán hace varias horas. —Irán. —Sus ojos se cerraron por un breve segundo y le dio la espalda. —Uno de los pocos lugares donde las Castas no pueden tocarlo.

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—Por desgracia, sí, —admitió él. —El Consejo de Genética realizó acuerdos con varios países, como Irán, al inicio del rescate de las Castas. Eso, combinado con sus puntos de vista radicales, en lo que a las Castas se refiere, han dejado poco margen de negociación con esos países. Rachel cruzó la habitación hacia la cuna, donde encendió la lámpara de la mesa pequeña, junto a la cama de la niña. Después miró a Jonás. Él apagó la luz del techo más brillante y la observó mientras ella acomodaba a Amber. Al lado de la cuna había una fila de biberones, por debajo del estante que sostenía la luz había montones de pañales para bebés. La plataforma por encima de los pañales tenía toallitas y lociones medicinales para curar la erupción del pañal, así como una pequeña caja de primeros auxilios con toda la parafernalia de bebé. Todo lo que una madre pueda necesitar para cuidar de su hijo. La cómoda en la parte inferior de la cuna tenía ropa: saquitos, pijamas y trajes diminutos, así como calcetines, pequeñas cintas para la cabeza y una variedad de accesorios de bebé. Jonas lo había acordado así cuando ordenó la preparación de la habitación. Una tienda exclusiva de bebés, en Buffalo Gap había abierto sus puertas a las tres de la mañana para garantizar que a la niña se le proporcionara todo lo que iba a necesitar. Moviéndose eficientemente, Rachel desnudó a la niña, la limpió con varias toallitas, cambió el pañal y luego la vistió con un vestidito limpio en cuestión de minutos. Mientras observaba, Jonas sentía el endurecimiento de las glándulas en su lengua, llenándose con la hormona del apareamiento, empezándole a dar quemazón y dolor. La necesidad por emparejarla, por marcarla, con el tiempo le llevaría a la locura, creyó. —El armario tiene ropa para ti. —Movió su cabeza y caminó hasta el gran armario en el lado más apartado de la habitación. —Envié a una de las hembras Coyote que está actualmente asignada al Santuario. Parecen ser más femeninas que la mayoría de nuestras hembras felinas. Me aseguró que tienes todo lo que necesitas. —Dime que no enviaste a Ashley. —Rachel se volvió hacia él con una expresión de horror en su cara. Jonas ocultó su sonrisa. Ashley era el azote de la sociedad Casta. Sociable, tan femenina que le daba a un hombre dolor de muelas, y capaz de matar con una sonrisa. La mujer había hecho amigos de izquierda a derecha, compraba suficiente ropa para llenar una pequeña casa y podía hablar todo el día acerca de zapatos y bolsos. —Fue su hermana, en realidad. —Su hermana menor no era mucho mejor, pero Rachel no era consciente de ello. —¿Dónde está el perfil genético que fue mal con esas mujeres? —Rachel sacudió la cabeza —Rebanarían tu garganta si ocasionases que se rompiesen una uña. Eso no estaba lejos de la realidad —Fueron consentidas. —Jonas se encogió de hombros. —El laboratorio que había creado a estas niñas en Rusia había tratado secretamente de ayudar en sus escapes o rescates. Tenían el control completo de las Castas existentes, sin supervisión, sobre todo porque el Consejo no estaba al tanto de que existían hembras Coyote. Se les permitió desarrollar rasgos que a otras Castas nunca se les dio la oportunidad de encontrar dentro de sí mismas.

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Y todavía estaban en mal estado. Las cinco mujeres Coyote recibieron fondos para sus bonitos vestidos, sus zapatos y bolsos del líder de los Coyotes y su Coya. Ellas eran mimadas y protegidas de manera que otras hembras felinas se burlaban de ellas. Y sin embargo, eran tan duras, como despiadadas en la batalla, pero sonreían más rápido, hacían amigos allí donde iban y hacían simpatizar a la población humana de la causa de las Castas. —Voy a ducharme, y me iré después rápidamente a la cama. —La mirada que Rachel le lanzó era firme. Ya era hora de que se fuera. Jonas casi gruñó en señal de frustración. Paciencia, se advirtió así mismo. Había pasado mucho tiempo asegurándose así mismo que podía controlar el calor del apareamiento ya que no habían compartido la intimidad suficiente para volverlo insoportable. Que podía impedirse a si mismo tomarla, que podía evitar destruirla. Eso no era una opción. Como ya había declarado anteriormente, no era un animal. Bueno, lo era en realidad, pero había un lado de él que era más que el instinto. También era un estratega, y pronto, sería un seductor. Ninguna batalla se ganó con sólo una demostración de fuerza, se dijo a sí mismo cuando dejo su habitación, cerrando la puerta sin hacer ruido detrás de él. Cada batalla ganada fue hecha tanto con la estrategia correcta, como con las armas adecuadas. Sencillamente, tenía que determinar cuándo y por dónde comenzar la primera escaramuza Ajustó las alarmas en la cabaña y se retiró a su dormitorio, se encontró casi sonriendo. Si no era muy cuidadoso, podría realmente llegar a divertirse demasiado al seducir a su pequeña compañera. Tan peligroso como él sabía que sería reclamarla, podría ser incluso más peligroso no reclamarla.

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CAPÍTULO 04 El Equipo Fantasma llegó al Santuario a última hora de la tarde, cuando Rachel y Amber dormían profundamente. Regresando de una misión que no habían acabado en Guatemala, fueron trasladados al complejo bajo la oscuridad de la noche bajo la condición “Alfa”. Completo secreto. Jonas supo el segundo exacto en el que entraron a su departamento, tenía un sexto sentido cuando se trataba del equipo que había creado él mismo y del que estaba al mando desde hacía diez años. Caminando desde su dormitorio, comprobó la puerta de la habitación de Rachel, cerrándola bien para asegurar que ella no saldría de la habitación, y se enfrentó a los seis miembros del equipo parados silenciosamente en la sala de estar. El Equipo Fantasma era el mejor. Eran los más silenciosos, los más eficientes asesinos jamás creados y también eran el secreto mejor guardado de las Castas oculto al exterior, además de la verdad del calor de acoplamiento. Al frente y en el centro estaba el comandante del equipo, el oscuro Casta de jaguar, quien había destacado por matar a la tierna edad de cinco años, rebanando la garganta a un entrenador por desafiarle. Era despiadado, frío. Era duro como un diamante, y a veces, igual de frío. —¿Tu compañera? —El comandante cabeceó hacia la puerta de la habitación asegurada. Jonas asintió con la cabeza. —Brandenmore hizo su movimiento, quería los archivos que él creía que yo tenía. Ha usado al bebé contra ella para intentar forzarla a robarlos para él. Los feroces ojos negros echaron un vistazo a la puerta una vez más antes de que Jag moviera su negra cabeza con resignación. —Deberíamos matarle. —Necesitamos capturarle si es posible —le recordó Jonas. —Pero tengo un gran problema entre manos. Intentó secuestrar a la hija de Rachel. A la niña le inyectaron lo que Amburg cree que era un sedante, pero ahora hay un olor en la niña que no había antes. Todo lo que él está haciendo, ahora le involucra a ella. Quiero una red de seguridad alrededor de Rachel, la bebé y los otros niños híbridos que están en el Santuario. Tengo un mal presentimiento sobre esto. Podía sentir ese extraño giro en sus entrañas, la premonición de que algo estaba formándose, que Brandenmore tenía un plan que ellos todavía no habían descubierto. —Indigestión —Jag bromeó. —Brandenmore inspira eso. Esa era la maldita verdad. A este ritmo, Jonas sería la primera Casta en desarrollar una úlcera. —Entramos a través de la frontera este del complejo, —Lobo, el segundo al mando de Jag, indicó desde las sombras de una esquina de la habitación. —Había un marcador de olor allí, y signos de que alguien había utilizado el barranco para conseguir llegar al Santuario. Lo seguimos hasta que desapareció a lo largo del camino principal. —¿Eres capaz de detectar el marcador del olor? —Jonas mantuvo su voz baja, sus sentidos afinados en la cercana habitación.

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Jag negó con su cabeza. —Había una débil insinuación de olor humano, pero era demasiado antigua para el rastro que encontramos. —Demasiado antigua… o puesta deliberadamente. —El coyote ejecutor, Loki, dio un paso al frente, con sus oscuros ojos grises, las gruesas pestañas oscuras que los rodeaban parecían demasiado suaves, demasiado seductoras, para el mayor asesino de élite que el mundo jamás podría conocer. —¿Qué fue lo que detectaste, Loki? —preguntó Jonas. Loki sacudió su cabeza, las gruesas hebras de su endemoniado pelo negro cayendo ligeramente sobre su frente y a lo largo de sus hombros. —No lo sé, Jonas. Había algo extraño allí sin embargo, como si el olor hubiese sido deliberadamente alterado de alguna forma. Jonas se giró hacia Jag, Lobo y los otros miembros del Equipo Fantasma. —El resto de nosotros no lo detectó, pero la habilidad de Loki para captar olores es mejor que las nuestras. —El otro coyote, Angel, gruñó esa información, lo que no era menos de lo que Jonas había esperado. Mirando a Angel fijamente, se dio cuenta de que el otro hombre estaba observando fijamente la puerta del dormitorio. —¿Hay algún problema, Angel? —Jonas preguntó suavemente, su tono volviéndose peligroso. Angel sacudió su cabeza, su pelo negro grisáceo era más corto que el de Loki, pero igual de sedoso y liso. —No tengo interés en tu mujer, Jonas, —Angel le aseguró. —¿Entonces por qué te interesa tanto esa puerta? —Él probablemente detecta lo mismo que yo siento. —Loki dio un paso al frente. —¿Y qué es? –La cabeza de Jonas giró hacia él. —Tu compañera se está despertando, —gruñó Angel, llamando su atención. —Eso es lo que percibo. Ella saldrá en unos momentos, y estoy seguro que no quieres que nos vea. Nadie había visto jamás al Equipo Fantasma a excepción de Jonas. Jonas dudaba que los seis hombres se hubieran enfrentado nunca a otra casta o humano sin ninguna clase de camuflaje. —Si veis cualquier cosa, si os enteráis de cualquier cosa, entonces hacédmelo saber, — Jonas cabeceó, todavía mirando a Angel fijamente. No había detectado una mentira en esas Castas. Como Jonas, habían sido enseñados a cómo utilizar sus emociones para engañar a otras Castas o animales. Como mentir, como manipular y engañar. Asintieron rápidamente antes de desparecer. Entre un pestañeo y el siguiente, se habían ido. Silenciosamente, mezclándose con las sombras, moviéndose rápidamente, aprovechándose de la debilidad más leve, eso era para lo que habían sido entrenadas, para después escapar en el oscuro anochecer. Moviéndose rápidamente a la puerta de la habitación, Jonas quitó la cerradura electrónica justo cuando el pomo se giraba y Rachel tiraba de la puerta para abrirla. —Buenos días. —Jonas arqueó una ceja ante la mirada que ella le echó. TRADUCIDO por GRUPO MR

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—Amber se despertará pronto. —Había un deje de preocupación en su voz. —Necesito más fórmula nutritiva y pañales antes de que amanezca, Jonas. Elizabeth prometió que estarían aquí antes de que fueran necesarios. —Y lo están. Llegaron hace varias horas. —Cabeceó. —Su alimento está en la encimera; las botellas esterilizadas están a su lado. Se alejó de él, la larga camiseta e incluso los largos pantalones de entrenamiento de hombre que llevaba, se envolvían sobre su pequeña constitución cuando ella caminaba. —Necesito un teléfono, —indicó mientras se movía por la cocina. —Necesito contactar con mi hermana. Jonas hizo una mueca. —Diana está todavía en el extranjero. —Se había encontrado con su hermana una vez. La mujer era una como una casta sin genética. Haría a un hombre pensar en suicidio si permanecía cerca de ella durante un tiempo. —Consígueme un teléfono, Jonas, antes de que ella venga a buscarme —le advirtió cuando se movió a por las botellas antes de comprobar la gran bolsa de pañales que los Vanderales habían entregado. —Un teléfono satélite de seguridad te será entregado hoy. Está arreglado. —No tenía sentido retrasar lo inevitable. —Los muebles del bebé así como los de la oficina los traerán más tarde en este día. Hay una habitación libre a la que se llega a través de esa puerta. — Cabeceó hacia una puerta que a primera vista podía ser la puerta de una despensa. — Manejaremos todos los asuntos desde aquí durante un tiempo. —¿Qué pasa con tu agenda?, —le preguntó. —Tienes varias citas esta semana, así como la fiesta de Hampton a la que tienes previsto asistir. —Eso es por lo que tengo mi propio heli-jet. —Se encogió de hombros. Infiernos, había días en lo que él casi deseaba no ser una casta con corazón de acero. Días en los que deseaba poder clasificar y entender las emociones que estaban aguijoneándole ahora. Emociones que estaban construyéndose en él desde el primer día que su dulce olor había inundado sus sentidos. Rachel le hacía… diferente. No había otra manera de explicarlo. Ella hacía que él quisiera ser diferente aun cuando sabía que era la cosa más peligrosa que él podría hacer. —Entonces, ¿nosotros podemos manejar los asuntos de la oficina desde aquí? —ella preparó una botella rápidamente. Usando el agua purificada que había sido proporcionada y los polvos de la formula, la botella estuvo preparada en unos segundos. Después sacó un pañal de dentro del bolso, un paquete de toallitas húmedas y una diminuta manta. —Tengo preparada una lista, —le dijo cuando echó un vistazo atrás. —Amber va a necesitar por lo menos algunas de sus cosas. Quienquiera que se tomó el trabajo de equipar su aparador lo hizo excepcionalmente bien, pero todavía faltan algunos artículos. —Me ocuparé de ello —Se inclinó contra el poste de la puerta de la cocina. —Todo estará aquí antes del anochecer. Se detuvo brevemente durante el menor segundo cuando el caliente tinte de la ira perfumó el aire. —Bueno… ¿hay algo que no puedas hacer? —Había un deje de sarcasmo en su voz que hacía que el pelo de su nuca se le erizase.

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—Tengo que admitirlo, creo que lo hago todo bastante bien —señaló burlonamente. Los labios de Rachel se apretaron. La mirada que le lanzó era dura, con irritación. —No eres su padre. —Las palabras eran enérgicas y decisivas, cuando ella habló de nuevo. Jonas se tensó. Sabía a lo que ella se refería. Un descuido de su lenguaje, no importaba como fuera de leve, era mortal en su mundo. Y él había tenido un descuido la anterior noche cuando dijo exactamente que lo era. —Ahora no es un buen momento para empujarme, Rachel, —le advirtió cuando se enderezó de la columna, su cuerpo estaba tenso mientras luchaba por la necesidad de ir hacia ella, de marcarla, para forzarla a aceptar el deseo que él había sabido durante meses que rabiaba entre ellos. —“No me empujes”. —Armada con un pañal, toallitas y una botella, le miró como si fueran su armadura de batalla. —Tú nos has empujado a mi hija y a mí dentro de uno de tus pequeños y viciosos juegos… —¿Piensas que metería a la niña en esto? —La incredulidad se precipitó a través de él. Ella le había acusado de eso la noche anterior, pero había pensado que lo había dicho sólo por el estrés del momento. —¿Piensas que soy tan despiadado, Rachel, que usaría a mi compañera y a la niña que he reclamado como mía en esta batalla contra Brandenmore?

—Creo que usarías cualquier arma que puedas aprovechar, —dijo, aunque ella misma sabía que no creía que eso fuera del todo cierto. Había luchado consigo misma durante los meses en que Jonas estuvo preocupado, siempre asegurándose de que ella estuviera segura, que Amber estuviera segura, simplemente porque realmente nadie quería hacerle enojar. Ellos querían matarle, y lo intentaron a menudo, pero nunca intentaron pisotearle. Le conocían bien. Le vio acercarse, de repente estaba más nerviosa y preocupada de lo que había estado nunca. —No me toques, Jonas. —Ella se echó hacia atrás rápidamente, conociendo los pocos rumores, las susurradas advertencias que había oído sobre las Castas cuando tomaban a sus compañeras. Él se detuvo rápidamente. Su frente arrugada, el color plateado de sus ojos parpadeante y enturbiado como si una tormenta estuviese entrando en su cabeza. —¿Piensas que te haría daño? —Su voz profunda retumbaba mientras ella le miraba con nerviosismo. —Pienso que harías cualquier cosa para alcanzar tu propio fin, pero no pienso que me harías daño. —No podía permitir que él pensara de otra forma; su sentido del juego limpio era demasiado profundo. —Eso no significa que quiera probar ese baile hormonal que tú quieres que acepte. —¿Baile hormonal? —Había una nota de sorpresa en su voz aunque su expresión se hizo más inquietante. —Eso se llama calor, cariño, y lo llamamos así por una razón.

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Ella lanzó un pequeño resoplido, propio de una dama con curiosidad, y tan condenadamente caliente que su polla palpitó con un hambre que no había sentido nunca. Jonas podía sentir sus dientes rechinar mientras luchaba para dar marcha atrás, para no tocarla, para no forzarla a admitir que estaba ardiendo por él. Curiosamente, ella no lo estaba. Había deseo, fuerte y caliente deseo. Pero no había calor. No la había tocado. No la había besado o marcado. Estaba a salvo de la tortuosa necesidad que a él estaba repentinamente afectándole. Las glándulas en su lengua se hincharon hasta el punto en que su lengua en si misma era gruesa y pesada. Un ligero sabor a canela y clavos tentando sus pupilas gustativas e instándole a compartirlas con su compañera. Dios, deseaba los labios de ella alrededor de su lengua. Primero su lengua, luego su polla. Sus ojos se estrecharon en las deliciosas curvas de su boca cuando luchó contra el hambre, el absoluto anhelo de llenar su boca con el mismo sabor que llenaba la suya. Su cuerpo con la misma lujuria que estaba desgarrándole a él. —Se le conoce como la pesadilla de una mujer, —le informó Rachel secamente. —No puedo imaginar algo peor que estar ligada a un hombre y que no pueda existir sin él. Su fija mirada se deslizó por ella cuando ella se alejó de él. Merinus la había contado algo sobre el calor de acoplamiento. En ese momento, Jonas sabía que la Prima había roto la estricta ley de la sociedad de Castas. Estaba prohibido a los compañeros revelar el calor de acoplamiento a cualquier no-compañero casta o humano. Era la única protección que tenían. —Tengo todavía que encontrar un compañero que lo considere una pesadilla—dijo bruscamente cuando se forzó a sí mismo a alejarse de ella. —Pero la cuestión es discutible. Si hubiera intentado seguir ese camino y atarte a mí, entonces, confía en lo que te digo cariño —se volvió de nuevo para lanzarle una dura y fría mirada —estarías atada completamente a mí. Jonas no pudo ver su reacción. En ese momento, el sonido de las protestas de Amber, que llevaba esperando demasiado tiempo por su desayuno se hizo eco por toda la casa mientras Jonas se marchaba con paso airado a su habitación y cerraba la puerta suavemente. Se sentía como si fuera a romperse en pedazos. Parte de él estaba destrozándose en el interior mientras que la parte animal de su psique arañaba y rugía en protesta por ser despreciado por su compañera. Márcala, le reclamaba ese animal. Átala. Que Dios le ayudara, esta era la cosa más dura que él había tenido que hacer. Había visto a sus ejecutores bloqueados en el calor del acoplamiento. Había visto como sus capacidades de mantener el control y centrarse en sus misiones asignadas disminuían. Había algo sobre la hormona, el sobrecargado afrodisíaco que se derramaba desde la lengua de las Castas que hacía que ese lazo fuera imposible de negar. Formaba un lazo que le unía a ella, a pesar de su falta de voluntad a ser atada a cambio.

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Pero, ¿no era eso lo que él deseaba?, se recordó a sí mismo. Había negado el calor durante meses. Se había obligado a sí mismo a contenerse, negando la instintiva necesidad que se desataba sobre sus sentidos. Ahora, en cuestión de horas, estaba preparado para tumbarla de espaldas por un simple roce de su suave piel. Estaba jodido. Así de sencillo, y lo sabía. Igual que sabía que no había una maldita cosa que pudiera hacer para detenerlo.

Rachel miró fijamente sus nerviosas manos antes de respirar bruscamente, recogiendo los artículos que necesitaba y regresando de nuevo a la habitación y a Amber, quien protestaba por obtener su botella con su alimento. Comprobó el pañal de Amber, cambiándolo rápidamente y todo el rato recordándose a sí misma, más de una vez, todas las razones por las que ella no iba a permitirse tocar a este hombre. Él era tal fascinación para ella que apenas podía mantener su mente, aun menos sus manos, lejos de él. ¿Y ahora estaba la complicación añadida de que Jonas pensaba que era su compañera? Oh, sabía sobre el acoplamiento. Merinus había sido bastante explícita entrando en detalles… asombrosos detalles, antes de que Rachel hubiera cogido este trabajo. Eso fue justo antes de que Rachel hubiera firmado un acuerdo de confidencialidad que no solo afectaba a su propia vida, sino a cualquier heredero que ella pudiera llegar a tener, y una advertencia muy sutil del profundo dolor que los miembros de su familia podrían sufrir si ella alguna vez divulgaba la información. Pero aunque su amiga no le hubiese dado esa información, Rachel aún habría sospechado la verdad por los rumores que circulaban. Calor de acoplamiento. Forzados deseos. Virus sexual de Castas. Los periódicos sensacionalistas estaban llenos de nombres para ello. La descripción de Merinus fue más amable. Selección natural, lo había llamado. Dios había elegido a los perfectos compañeros para crear a sus niños, Él había permitido que el Consejo creara a las Castas para que eso sucediese. Merinus no era nada sino una gran creyente de un poder superior. Entonces, ¿dónde dejaba esto a Rachel? Cuando colocó a Amber sobre su hombro, abrazando a la niña cerca de ella y frotando su espalda con dulzura, Rachel comenzó a pasear por el piso. Jonas la fascinaba demasiado. Ese era el problema. Eso no tenía nada que ver con las hormonas, feromonas, o cualquier cosa química o biológica. Era simplemente una atracción que había aprendido a aceptar. Ahora era una complicación con la que iba a tener que tratar. Después de hacer eructar a Amber y tenderla para una siesta, Rachel se entretuvo bastante tiempo en alisar con sus dedos los mechones rojo-dorados de su niña, y una vez más sorprenderse de cómo semejante perfecta creación hubiera salido de su cuerpo. No era frecuente que ella se permitiera convertirse en una sentimental o se arrepintiese de algo en su vida. Intentaba vivir de una manera que la asegurara tener tan pocos

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arrepentimientos como fuera posible. Pero al mirar hacia abajo a Amber, se preguntó si no se había equivocado al informar al padre de Amber de su nacimiento. Devon no había sido perfecto, pero ella había sentido que él merecía saber sobre su niña, sin saber si él estaría interesado o no. Ahora, sin embargo, había algo por lo que ella podía llegar a lamentarse. Devon estaba tan firmemente contra las Castas que era difícil decir lo que haría una vez que se enterara donde localizar a Rachel y a Amber. Y encontrarla no sería difícil. La explosión de su casa había salido en todas las noticias, así como los informes de cómo Rachel y su hija habían sido trasladadas al Santuario. No sería algo que él hiciera por amor a su hija, sino más bien por puro despecho. Desafortunadamente, esa era la personalidad de Devon. Exhalando con fatiga, se inclinó hacia delante, besó la mejilla de su hija, después se giró hacia el comunicador que le avisaría si despertaba cerca de la cuna antes de salir del dormitorio y aventurarse a la terraza delantera de la cabaña. La gran estructura de un solo piso se asentaba en la colina con vistas a la casa principal de la finca. La mansión de tres pisos había sido el hogar de uno de los laboratorios que el Consejo de Genética había creado. Bajo el histórico hogar, una estructura de cemento y acero había sido construida. Los laboratorios, las celdas de confinamiento y los barracones de los soldados habían sido completamente ocultados de los ciudadanos de la cercana Buffalo Gap. La montaña había proporcionado un lugar de entrenamiento perfecto, mientras que la zona había sido una ubicación estratégica para que las Castas entraran y salieran de sus misiones asignadas. Caminando hacia la verja que rodeaba la terraza, se cruzó de brazos y luchó para contener el frío que bajaba sobre su espina dorsal. —¿Ha vuelto a dormirse? —Jonas salió cuando Rachel se giró hacia él con sorpresa. —Pensé que te habías ido. —Durante un estricto segundo, su corazón se aceleró, la dificultad para respirar inundó su pecho y sus muslos trataron de apretarse en respuesta a su presencia. Él era, sencillamente, la perfección masculina. Ferozmente labrada, excepcionalmente construida. Y esos ojos. Mirar fijamente sus ojos era como mirar fijamente un torrente de hambre. Había visto esa hambre la primera vez que se encontraron, y nunca había disminuido. —Todavía no. —Metió sus manos en sus pantalones, se movió más cerca y se inclinó sobre una de las enormes columnas que sostenían el porche. —Estaba con el teléfono satélite organizando el embalaje y el traspaso de la oficina aquí. Todo debe llegar en unas horas. —Estoy segura que así será, si eso fue lo que ordenaste. —Pocas personas, aun menos Castas, desafiaban a Jonas. Su fija mirada parpadeó ante la ironía de su tono. —Ely llamó mientras estabas fuera. Está esperando por si, por favor, pudieras unirte con ella y ver a la Dr. Vanderale, en el laboratorio para las prueba en la mañana. Rachel inclinó su cabeza mientras su fija mirada volvía a él. —Si no tengo ningún síntoma de calor de acoplamiento, Jonas, ¿por qué debería hacerlo? Mi tiempo es algo valioso, estoy

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segura de que lo sabes. Hay demasiado que poner al día en la oficina. Ahora que dijiste que estás transfiriendo la oficina aquí, sólo habrá trabajo adicional. Dudo que tenga tiempo para mimar a Ely o a la Dr. Vanderale en este asunto. Pero si cambio de opinión, prometo que serás el primero en saberlo. Su pequeño discurso burlón produjo más reacción de la que ella había previsto. Durante meses, había estado lanzando las pequeñas réplicas con una voz particularmente fría, y durante meses, Jonas había pretendido ignorarlas. Ahora no iba a ignorarlas. Antes de que Rachel pudiera moverse para eludirle, sus manos agarraron sus brazos, dándole la vuelta para enfrentarla a su cabeza inclinada, llevando sus labios mucho más cerca de los suyos. Demasiada tentación, demasiado cerca. Eso es lo que era. —¿Crees que esto no es más que un juego? —La áspera frustración en su tono de voz raspó sus sentidos y mandó calor fluyendo alrededor de su cuerpo. Dar marcha atrás habría sido la medida más inteligente, Rachel pensó lejanamente, pero como su hermana había afirmado siempre, dar marcha atrás no formaba parte de su ADN. —Si pensara que es un juego, entonces habría traído mi tarjeta de puntuación, —replicó, su barbilla elevándose, casi nariz con nariz. —Ahora déjeme ir, Sr. Wyatt. No le di permiso para tocarme, ni le di permiso para gruñirme. Su fija mirada se estrechó, la plata líquida hirviendo mientras que una sutil máscara de lujuria masculina descendía sobre su expresión. Esa mirada hizo algo en ella. Fue la causa de que su estómago saltara y su matriz se apretara. Esta vez, sus muslos realmente se apretaron mientras contenía una respuesta que parecía más instintiva que hormonal o forzada. —Me lo estás dando ahora, —la aseguró, las ventanas de su nariz ardiendo cuando él inhalaba su aroma. Rachel sintió llamaradas de calor en su cara, tanto de excitación como de vergüenza. —¿Cómo te atreves…? —Me atrevo porque he pasado demasiado tiempo viéndote dar vueltas alrededor de mi oficina como una reina de hielo a la que ningún hombre se atrevía a tocar, incluso después de que tuvieras a Amber. Me atrevo porque sé por el infierno que estás haciéndome pasar y estás ahí parada llena de indignación y haciéndolo de todas forma. Y él tenía razón. Ese maldito sentimiento de juego limpio que ella sentía caer en picado, hacía la situación todavía más incomoda de lo que debía haber sido. —¿Por qué no debería estar indignada? —Estrechó su mirada en él, su mandíbula apretada con cólera. —Te he visto joder a cualquiera que se cruzase en tu camino por todo Washington, como si fuera tu propia íntima pequeña zona de juegos. ¿Qué diablos te hace pensar que deseo hacer algo con un hombre que ha tenido tantas mujeres a su alrededor? Esto no era exactamente la verdad, pero qué demonios. Ella estaba poniéndose furiosa ahora. Las reglas no se aplicaban de la misma forma cuando estaba furiosa. —Oh…, me deseas. —Una tensa sonrisa curvó sus labios. —Puedes negarlo hasta que el infierno se congele, cariño, pero ambos sabemos que no anhelas más que mis manos sobre ti.

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Oh…, ella odiaba esa arrogante confianza que parecía exudar de sus propios poros. Luchar por contener el deseo que había escapado de su control no era fácil, pero ella lo consiguió. Tan rápidamente como la sangre retumbó a través de sus venas y se abalanzó hacia el brote sensible de su clítoris, calmándolo, facilitando el regreso a su ritmo normal. Había tenido que aprender cómo controlarse a sí misma y sus respuestas algunos años antes. Su hermana y ella habían aprendido el peligro de dar siempre rienda a sus deseos en vez de mantenerlos ocultos. Se apartó lentamente. —Buen truco. —La cabeza de él bajó más abajo, sus labios tan cerca de los suyos propios que ella se contuvo rápidamente, aterrorizada de permitir que los suyos rozaran los de él. Merinus la había advertido sobre la potencia del beso de las Castas y la hormona que se llenaba de pequeñas glándulas debajo de la lengua de las Castas. —¿Qué truco? —No se atrevió a lamerse los labios, todavía no, ni siquiera para aliviar su nerviosa sequedad. —Calmar tu deseo, las necesidades que te desgarran. —Antes de que ella pudiera evadirse su cabeza bajo, su mejilla rozando contra la suya, mucho más cerca de sus labios. — Dime, Rachel, ¿piensas de verdad que podrás negarme si comparto mi beso contigo? ¿Si te permito probar el hambre que está rasgando mis entrañas en pedazos? Lujuria. Eso no era más que lujuria, y Rachel se había jurado a sí misma que nunca sería el objeto de lujuria de un hombre nuevamente. Ella quería amor, no sólo deseo, o calor de acoplamiento, o hambre forzada. Cualquiera que fuera la descripción, no lo quería sin su corazón. No quería estar limitada a un hombre del que sabía que no sentía más que una abrumadora responsabilidad de mantenerla viva. —¿Tienes idea de cuánto te deseo? —Curiosamente tierna, su voz parecía envolverse alrededor de sus sentidos, acariciándolos con sensualidad más que con lujuria. —Déjame ir, Jonas—suplicó. Si sentía el calor de él rodeándola más tiempo, podía no ser capaz de contener la necesidad de experimentar el sabor de ese beso con que él la amenazaba. —Déjame ir, ahora. La soltó lentamente, un dedo cada vez, la resistencia llenaba cada movimiento antes de regresar. —¿Piensas que huir de esto va a ayudar? —gruñó, su siniestra voz, cargada de hambre. —Levemente, —le aseguró mientras se alejaba de él. —Confía en mí, Jonas, esto ayudará levemente. Por lo menos, sería lo mejor. En lo que a Rachel afectaba, era la última defensa que tenia contra su deseo por él. Calor de acoplamiento… ¡una mierda! Como si el amor pudiera ser forzado con alguna clase de beso hormonal. Eso era deseo. La clase que su hermana la había advertido años antes que nunca querría conocer, y nunca querría lamentar. Era el tipo de deseo que terminaba rompiendo el corazón de una mujer y marcando su alma. Rachel no tenía ningún deseo de hacer que su mundo fuera destruido por un hombre, como Diana había visto su mundo destruido una vez. TRADUCIDO por GRUPO MR

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—Rachel. —El sonido de la voz de Merinus la hizo girarse y enfrentarse a la mujer que había sido su amiga más querida durante la mayor parte de su vida, a pesar de la distancia de sus edades. Merinus Tyler Lyons todavía aparentaba no más de veinticuatro años. Su piel todavía no tenía manchas, ni arrugas, sus marrones ojos brillantes estaban llenos de juventud. Había algo eternamente diferente en Merinus, sin embargo, un aura que no había tenido antes, una confianza y una sensación de poder que Rachel había notado el pasado año cuando Merinus la había llamado para tomar el trabajo con Jonas. Merinus la había salvado la vida. Rachel estaba en un país extranjero, sola, recién embarazada, y luchando por sobrevivir después de que Devon la hubiera abandonado en Suiza. Había tenido que luchar para sobrevivir esas pocas semanas sola en Suiza antes de perder su apartamento, su trabajo y su pasaporte. Intentó convencer al embajador de allí que la proporcionara un viaje de vuelta a Estados Unidos. Estaba segura de que habría podido finalmente convencerle para hacerlo si sólo hubiera pasado una noche en su cama, como él había exigido, pero Rachel no tenía ninguna intención de hacerlo. Había intentado llamar a Kane, él había estado indisponible. Había perdido contacto con Merinus y su hermano años antes, pero había sido incapaz de contactar con su hermana y no tenía ni idea de a quién más dirigirse. Unas horas después del mensaje que había dejado en el teléfono de Kane, un heli-jet de las Castas había aterrizado en el consulado y tres Castas ejecutoras habían sido enviadas para escoltarla de regreso a América. Eso era la amistad, pensó mientras Merinus avanzaba por la terraza, su expresión vacilante, levemente culpable. —¿Cómo lo supiste?, —preguntó Rachel, segura de que Merinus tenía que haber sabido que ella sería la compañera de Jonas. Merinus tragó firmemente. —¿Recuerdas las muestras de sangre y saliva que te fueron extraídas antes de que se te permitiera aterrizar en el Santuario en el vuelo de regreso de Suiza? Rachel levantó una ceja. —¿Los que certificaban que yo no era portadora de gripe o alguna infección que pudiera afectar a tus preciosas Castas? Los labios de Merinus temblaron por el tono acido de Rachel. —Sí, esas. —Asintió con su cabeza mientras se acercaba antes de tomar asiento en la silla acolchada colocada al lado de la casa. —Realmente, eso es para lo que queríamos tu sangre. Ese es el procedimiento estándar para realizar el test de apareamiento con cualquier casta con la que pudieras entrar en contacto. Jonas estaba aquí en el Santuario cuando llamaste, así que el test se realizó con su sangre también. —Frotó su nariz, pensativamente. —Realmente pensé que quizá Diana era un mejor partido para Jonas que tú. Me sorprendiste. A Merinus le hacía gracia. ¿Por qué no era una sorpresa para ella?

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—Diana le castraría, —la informó a su amiga mientras se inclinaba sobre la barandilla y miraba a la Prima de las especies de la Casta Felina. —Tendría que haberlo hecho. —Merinus asintió con una sonrisa antes de continuar. —¿Y tú, Rachel? ¿Lo matarás o lo amarás? —¿Importa? —preguntó, sabiendo que Jonas no era una persona muy bien vista entre las Castas y los humanos. Asombrosamente, Merinus asintió. —Importa mucho. Puedes ser su salvación o su destrucción. Jonas es una de los Castas más inteligentes, y definitivamente, uno de los más peligrosos. Su misma naturaleza es su peor enemigo. —¿Y piensas que puedo salvarle?, —preguntó incrédulamente. —Merinus, ¿cuándo has perdido la cabeza? Una triste sonrisa curvó los labios de la otra mujer. —Digamos que me lo ha advertido alguien que se preocupa mucho por él. Si Jonas no aprende a calmar su temperamento, entonces se autodestruirá y lo perderemos para siempre. Gane o pierda, se quede o se vaya, la única cosa que va a calmarle es su compañera. Etiqueta, mi amiga, que tienes tú—Merinus terminó con infantil réplica. —Mi deuda contigo ya se solucionó, —Rachel discutió. —¿Recuerdas? ¿Cuándo me hice cargo del temperamento de tu hermano y el desorden que él llamaba oficina? Merinus mordió su labio para ocultar una sonrisa, pero Rachel pilló la alegría en su mirada cuando respondió. —¡Oh, sí! Mi culpa. —Vuestra culpa, de hecho. —Cruzó sus brazos sobre su pecho y volvió a mirarla enfurecidamente. —Jonas es un dolor en el culo. —Estoy segura que lo puede ser. —Merinus asintió sin intención de ocultar su diversión ahora. —Me vuelve loca, Merinus. —Va a volverte más loca —su amiga le prometió. —Me niego a aceptar ese jodido acoplamiento. Merinus suspiró entonces. —No importa si lo aceptas. Estás aquí; es todo lo que él necesita. Como dije, ganar o perder, aceptar o rechazar, no importa. Que Jonas esté contigo como su compañera es lo que él necesita. —Suenas como si hubieras estado mirando en la bola de cristal o algo así. —Rachel resopló. —Quizá lo haya hecho, —Merinus respondió sobriamente ahora. —Pero realmente, ¿quién las necesita? Le has visto. Has trabajado con él. Le conocía antes de que pusiera sus ojos en ti, antes de que él sintiera que podrías pertenecerle. —Se inclinó hacia delante atentamente. —Nunca ha conocido el amor. Nunca conoció una caricia que no implicara alguna clase de pago, o una palabra amable que él no sospechara que no llegaba con segundas Y te conozco, Rachel. Te he visto. Puede que no le ames, pero cuidas de él. —Deseo su cuerpo, —se quejó Rachel. —Realmente él está destrozándose a sí mismo. Pero eso no significa que yo quiera arriesgar mi cordura por ello. —Te preocupas por él. —Merinus movió su cabeza con movimientos de negación. —No me mientas. Ambas sabemos que lo haces.

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—Él no es completamente odioso. —Se encogió de hombros. —Es tolerable. No le odio. —¿Estás enamorada de él? —Las sospechas de pronto empañaron los ojos de la otra mujer. —En realidad, no. —Los ojos de Rachel se ensancharon. —Todavía no he perdido la razón, sabes. —Dale tiempo. —Merinus movió su mano descuidadamente como si perder su razón fuera una conclusión inevitable. —No has vivido con Jonas todavía. —¿Y tú lo has hecho? —Rachel puso en duda la confianza en su tono. —Ni por una apuesta viviría con Jonas. —Merinus rió. —Ni por todo el oro del mundo. Por una vez, amiga mía, no envidio tu aventura. Justo lo que necesitaba, una aventura que ni siquiera Merinus no estaba dispuesta a luchar por ella. —Me la debes —prometió Rachel. —Y como siempre, la pagaré. —Había despreocupación dichosa en su voz. Rachel tuvo una mala sensación, una muy mala sensación, las cosas iban a ponerse muy, muy complicadas. Y desafortunadamente, ella todavía no había visto nunca que sus malas sensaciones no hubiesen acertado. Tenía la sensación de que podía haber sido más prudente, debería haber permanecido en Suiza.

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CAPÍTULO 05 La oficina estaba instalada en el otro lado de la cabaña, un ala desocupada que Rachel había sabido que se había añadido sólo el año pasado en el caso que Jonas se viera obligado a atender sus negocios desde su cabaña en el Santuario, en lugar de las oficinas de la Agencia en Washington DC. El ala de tres habitaciones contaba con una gran oficina exterior para Rachel, una más grande en el interior para Jonas y una guardería completa adjunta para Amber, con una niñera de las Castas para supervisarla mientras Rachel estaba trabajando. ¿Qué más podría pedir una asistente personal? A las afueras del ala había una gran área de aparcamiento, un patio protegido con un conjunto de juegos para niños pequeños, en el que Amber podría jugar por un buen rato, si acaso, y un guardia de las Castas. Todos los beneficios de la oficina del D.C. con seguridad adicional. Ya no había ninguna posibilidad de encontrarse con Brandenmore al anochecer. No, a todo lo que tenía que enfrentarse ahora era a Jonas. Tras una semana de tratar con Jonas en su estado de ánimo de apareamiento, Rachel estaba empezando a desear sólo hacer frente a Brandenmore. Dudaba que éste fuera tan completamente arrogante como Jonas en un mal día. ―Rachel, si programas otra cita con Racert en DC, vamos a tener que hablar seriamente ―Jonas salió primero de la oficina esa mañana y la miró con una promesa de represalia brillando en sus ojos. Rachel levantó la frente, una vez que la inicial sensación, que la dejaba debilitada sensualmente, jadeante, y que siempre la asaltaba cuando él caminaba por la habitación, había pasado. ―Racert es importante para los fondos que el senador Tyler está tratando de obtener con la aprobación del Senado, Jonas, ya lo sabes, ―le recordó ella, mientras mantenía su atención en el archivo que estaba añadiendo a la información. ―Estaré más que feliz de cancelar las reuniones que solicite una vez que logres esos fondos. ―Vas a comenzar a cancelarlas ahora, ―la informó. ―Tengo un asistente de dirección, ¿sabes? Endílgale a él a ese cabrón. Rachel se volvió y miró a Jonas con una expresión de burlona desaprobación. ―Tenemos que hablar de tu idea de un asistente de dirección. Brim Stone no es precisamente la opción más diplomática que pudiste haber hecho. Creo que su actitud puede ser incluso peor que la tuya. Ayer gruñó al ayudante de un congresista y provocó que el hombre se… humedeciera los pantalones. Nadie acusaba a las Castas de no utilizar la intimidación para salirse con la suya. ―Endílgale la maldita reunión a él ―ordenó Jonas. ―No. ―Rachel se volvió hacia el archivo a pesar del salto repentino de su corazón mientras decía la negativa. Nunca, jamás, sería fácil desafiar a Jonas Wyatt. ―Sé de un volcán hambriento de un sacrificio ―murmuró a sus espaldas. ―Serías la candidata perfecta. TRADUCIDO por GRUPO MR

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―Los volcanes hambrientos sólo aceptan doncellas vírgenes ―le dijo ella con aspereza. ―Eso me deja fuera de esa opción. Casi sonrió ante el gruñido de contrariedad que sonó detrás de ella. ―Muy bien. Haz la maleta. Vendrás conmigo. Rachel se congeló. Lentamente, ella se volvió hacia él una vez más, sus dedos permanecieron estáticos en las teclas del teclado electrónico. ―¿Perdón? Jonas se acercó, su esbelto, poderoso juego de músculos capturando su mirada incluso mientras luchaba por evitarlo. Diablos, luchar contra ello se estaba volviendo más difícil cada día. ―Dije “haz las maletas”. Vendrás conmigo. Para la reunión, así como para la loca fiesta de la embajada que programaste para mí. ¿Temerosa de tenerme en casa, compañera? Ella tragó con fuerza. En realidad, lo estaba. Ella le quería fuera de la cabaña, al menos por una sola noche, el tiempo suficiente para reconstruir las defensas contra él, las cuales podía sentir que se debilitaban, a pesar de su arrogancia. ―No puedo dejar a Amber... Él resopló ante eso. ―Merinus se va a llevar a Amber esta noche, de todos modos. ¿Pensaste que Callan no me lo informaría? ¿Qué pensaste que ibas a hacer, Rachel? ¿Deshacerte de mí para que pudieras librarte del deseo que te acosa? De hecho, ése había sido su plan. Sus labios se apretaron con rebeldía. ―No tengo idea de qué estás hablando. ―¿Crees que no sabemos nada sobre esos juguetes tan íntimos que recogiste cuando fuiste de compras con Merinus la semana pasada? Por el amor de Dios. Los guardias de las Castas pegados a tu trasero no despegaron sus ojos de ti, Rachel, sin importar que pensases que te habías escaqueado de su vigilancia. La mortificación incendió su cara. Había estado totalmente segura, hace unos días, de que había conseguido colar sus compras a los guardias que la habían seguido a ella y a Merinus mientras compraban. Después de todo, ni siquiera había elegido ella misma los artículos. Había convencido al vendedor que se encargara de todo y luego lo deslizara en su bolso. ―Déjame adivinar… ―su voz se convirtió en un canto suave, ronco, sexy mientras él aplastaba sus manos en la parte superior del escritorio y se inclinaba hacia delante. ―¿Mientras el gato está ausente, el ratón piensa que va a jugar? ―Ésa era la idea general ―rechinó. ―Así que desaparece para que pueda jugar tranquila. No tenía la menor duda en su mente que esos ultra-sensibles oídos suyos captarían el sonido de un vibrador.

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―Olvídalo, ―se enderezó con un chasquido, sus ojos plateados como llamas oscuras rugiendo en su rostro, mientras bajaba la mirada hacia ella. ―Ahora haz la maleta. Vienes conmigo. ―No lo haré. ―Rachel se puso de pie, la furia agitándose dentro de ella ante la total arrogancia de la orden. ―No estoy obligada ya sea a ir a la reunión o a esa maldita fiesta que se celebra para el embajador de Suiza. Es un imbécil. ―Sin embargo, ¿pensaste que a mí no me importaría asistir?, ―preguntó con un sarcasmo cuidadosamente contenido. ―Qué amable de tu parte, Rachel. Haz la maleta antes de que la haga yo por ti. ¿No había dicho Merinus algo sobre los machos de las Castas, que disfrutan de malcriar y ceder ante sus compañeras? ―Vamos, Jonas, ―intentó otra táctica. Una sonrisa dulce. Ella agitó sus pestañas. ―Realmente no me necesitas allí, ¿verdad? Ya sabes que odio esas fiestas. Antes siempre me permitías escaparme de ellas. Asombroso. Ella observó su expresión, y por un brevísimo segundo, pensó que realmente iba a salirse con la suya. ―Sabes, ―su voz decayó, volviéndose más dura―, estoy seguro de que esa dulce y pequeña actuación funcionaría si estuvieras realmente compartiendo mi cama. Pero ya que no es así… ―brillaron esos incisivos malvados a los lados de su boca, ―haz esa maldita jodida maleta. Rachel dio un respingo. Ella no le había oído maldecir en todo el tiempo que había trabajado para él. Sus ojos se agrandaron cuando él se dio la vuelta sobre sus talones y salió de la oficina, el portazo fue con la suficiente fuerza para que su mirada saltara a la habitación donde dormía Amber, esperando oír sus llantos malhumorados. Ella seguía dormida. Respirando con dificultad, Rachel se volvió hacia la puerta que él acababa de sacudir hasta casi sacarla de sus goznes. Ahora… ¿eso fue un berrinche felino? ¿O qué? ¿Se atrevería a no hacer la maleta para acompañarle? Hizo una mueca. Diablos, tenía el presentimiento que si no lo hacía, él sólo cumpliría su amenaza y lo haría por ella. Entonces probablemente la colocaría a la fuerza sobre su hombro y la arrastraría al heli-jet como un maldito trofeo de guerra o algo así. Eso era lo único que no necesitaba: a Jonas de mal humor. Parecía que iba a pasar un buen tiempo antes que se le permitiera jugar con sus nuevos juguetes, después de todo.

Jonas acechaba desde la cabaña, su control estaba disparado, y admitía totalmente que si se hubiera quedado en esa oficina un segundo más, entonces la hubiera sacado bruscamente de su silla y besado esos bonitos labios como el hambriento león en el que se estaba convirtiendo. TRADUCIDO por GRUPO MR

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Las glándulas debajo de su lengua estaban inflamadas a toda su capacidad. Palpitaban como un hijo de puta y el sabor de la canela y clavos aromáticos le llenaba la boca como un dulce totalmente prohibido. Dulce Señor, ten piedad, ella le estaba volviendo loco. Saltando al Raider se quedó estacionado en la calzada, hizo una señal a los dos miembros ocultos de la Equipo Fantasma que había apostado fuera, encendió el vehículo y salió de la zona de aparcamiento sin problemas. Ya era hora que tuviera una conversación con Merinus. La intrusión que ella había hecho en su vida se estaba convirtiendo en un peligro. Él estaba en el filo de la navaja y eso estaba comenzando a afectar a su trabajo. Incluso Brim Stone, el Casta coyote que él había elegido para cubrirlo en D.C., se estaba frustrando con la falta de tacto de Jonas, la cual era peor de la normal. Según Brim, era como un león con una pata dolorida, y si alguien no sacaba la astilla, entonces lo iba a hacer él mismo, con un cuchillo. Jonas lo había desafiado. Nunca era algo inteligente desafiar a un Coyote. Dios sabía que la mayoría de ellos no tenían la facultad de dar la espalda a un desafío. Eran unos jodidos locos con algo así. Al estacionar la Raider en la entrada circular delante de la mansión, Jonas saltó del vehículo y subió rápidamente a grandes zancadas los escalones de mármol hasta las puertas dobles. Un guardia de la Casta le abrió la puerta. Jonas esperaba enfrentarse cara a cara con parte de la familia del Orgulloso Líder, pero en cambio, se detuvo al ver a Cassandra Sinclair, sentada en la parte inferior de la escalera, mirándole. El azul inquietante de sus ojos podía ser desconcertante para las Castas, así como para los humanos. Su rostro inocente era sombrío, los rizos de su pelo, largos y pesados, fluyendo a su alrededor como una capa espesa, de color negro. Vestida con pantalones vaqueros, un suéter ligero y zapatillas de deporte, todavía no había manera de catalogar a esta particular Casta de otro modo que como lo que era. Una niña-mujer muy sobrenatural. ―¿Cómo está tu compañera? ―Cassie apoyó sus brazos sobre sus rodillas antes de poner la mejilla sobre ellos y mirarle con curiosidad. Esta era la misma joven que el año anterior había estado frente al tribunal de las Castas y argumentado, con bastante éxito, que la compañera del líder Coyote tenía el derecho de rechazar a su compañero. Que, efectivamente, podía vivir sin él, siempre y cuando se sometiera a una estrecha vigilancia de protección. Que la Ley de Castas no tenía derecho a interferir en el libre albedrío y el derecho de la mujer a elegir, y que el líder Coyote, Del Rey Delgado, se había apareado, injustamente y con engaños, con la mujer, en contra de su voluntad. Todo eso podría ser verdad, había argumentado Jonas. Pero también el líder Coyote tenía derechos. Era él quien tendría que saber cuando su compañera sufría. Era el hombre quien tendría que soportar la carga, así como la culpa en caso de que algo le sucediera a ella, una vez que abandonara su cuidado.

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El tribunal de Castas no había hecho caso de sus argumentos. Por supuesto que no. En cambio, ellos se apropiaron rápido y de inmediato del argumento muy bien presentado por esta muchacha. A los diecinueve años, la mayoría de las Castas eran consideradas tan plenamente desarrolladas que la mayoría de ellas habían estado asesinando desde hacía al menos más de cuatro años. A los niños de las Castas se les enviaba a su primera matanza entre los diez y quince años. Cassie, con apenas diecinueve años, aún no había dañado ni mucho menos matado a nadie. Y con su mezcla de ADN de Coyote y Lobo, posiblemente podría ser más peligrosa que cualquiera de ellos. Porque Cassie a veces veía fantasmas, y porque muy a menudo, sabía cosas que nunca debería saber. ―Estás preocupado, ―dijo ella, mientras le miraba muy de cerca con aquellos extraños ojos azules. ―¿Qué pasa, Jonas? Desafortunadamente para él, Cassie era una de las pocas personas que le gustaba. Prácticamente se había criado en el Santuario. Su padrastro, un Casta de Lobo había llegado hasta los Felinos en busca de ayuda mientras trataba de salvar la vida de ella y la de su madre. Debido a esa llamada inicial en busca de ayuda, Cassie era ahora una parte de ellos. ―Rara vez me preocupo, Cassie, ―la aseguró con una leve sonrisa mientras tomaba asiento junto a ella en la escalera. ―Digamos que éste no ha sido una de mis mejores días. ―¿Porque tu compañera todavía te rechaza? ―el humor travieso brilló en su mirada mientras arqueaba sus labios en una sonrisa encantadora. ―Porque mi compañera es una mujer obstinada ―argumentó. Cassie se recostó para apoyarse en el escalón detrás de ella. ―Tal vez no es obstinación sino miedo ―dijo ella entonces. ―Pienso que serías un hombre muy difícil de tratar en un apareamiento. ―Ah, Cass, pensé que me amabas ―se rió entre dientes. Ella no le devolvió la sonrisa. En cambio, se giró y miró pensativa a la puerta durante un buen rato antes de volver a mirarle. ―¿Alguna vez odias tu vida, Jonas?, ―preguntó. ―No. ―sacudió la cabeza con decisión. ―No odio mi vida en absoluto, Cassie. Aunque a veces tengo que admitir que odio a aquéllos que intentan destruir la vida a la que yo y a aquéllos como nosotros, tienen derecho a vivir. Ella asintió lentamente de nuevo. ―Es por eso que luchas tanto por nosotros. Es por eso que algunos de nosotros te queremos tanto que haríamos cualquier cosa para verte feliz y ver que no te arrepientes de las elecciones que haces en tu vida. Jonas frunció el ceño. ―Está bien, chica, estabas esperando aquí por una razón. ¿Cuál era? Ella se mordisqueó el labio por un momento mientras consideraba sus siguientes palabras.

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―No le gusto a muchas Castas. ¿Sabías eso, Jonas? Extendió la mano y revolvió un poco la parte superior de su cabello. ―A mi me gustas, pequeña. El gesto no provocó la sonrisa habitual de Cassie. ―Yo les asusto, ―dijo suavemente. ―No soy una de ellos, aunque lo soy. Sé cosas que no debería. Y les asusta lo que podría significar para sus vidas. ¿Te asusta lo que podría significar para tu vida, Jonas? Inclinó la cabeza y la miró con un sentido de comprensión. Cassie quería sentirse aceptada y, a veces, eso era lo último que sentía. ―No me asustas en lo más mínimo, Cass. Aunque a veces, tengo miedo por ti. Ella asintió. A veces, Cassie parecía ser un imán para los problemas, incluso más de lo que normalmente sería. ―¿Confías en mí, Jonas? Y ahí estaba el quid de la cuestión. ―Confío en ti, Cass, ―suspiró. Lo hacía, aunque no siempre seguía los consejos que ella le daba. ―Entonces no reprendas a Merinus por lo que fue mi culpa, ―le advirtió suavemente―. Le dije que una amiga llamaría a Kane, y que esa amiga estaría en una situación desesperada además de ser de gran importancia para todos nosotros. ―Basta, Cass, ―puso un dedo suavemente contra sus labios, sorprendido de que no existiera incomodidad ante ese toque ligero. Los compañeros normalmente encontraban enteramente desagradable tocar a alguien del sexo opuesto, de cualquier manera, durante las primeras etapas del calor del apareamiento. ―Sé a dónde va esto. No importa por qué Rachel vino a mí, o quien haya tomado parte en esto. Reprenderé a Merinus o ella creerá que puede acostumbrarse a meter su nariz en mis asuntos. Es así de simple. Cassie negó con la cabeza. ―Nunca nada es tan simple, ―ella suspiró. ―Reprenderla no le hará ningún mal, pero como dijiste, durante un tiempo lo pensará dos veces antes de actuar. Cassie se puso lentamente de pie. ―Y realmente, Jonas, no le quieres hacer eso. Ella no dijo nada más. Se volvió y subió corriendo las escaleras, dejándole observando su espalda. Él sacudió la cabeza con resignación. Al diablo con él, si no podía desahogar parte de la frustración que lo estaba comiendo vivo, si no pudiera poner a prueba su ingenio contra la determinación de Merinus, que iba en rápido desarrollo. Cassie se detuvo en la parte superior de la escalera, se volvió y frunció el ceño con curiosidad. ―¿Jonas? ―¿Sí, mocosa? ―él se puso de pie y la miró con una mueca paciente. ―¿Por qué le dijiste a Rachel que ella pensaba que mientras el gato estaba ausente el ratón podría jugar?

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Él no respondió. Reprimiendo su maldición, se volvió sobre sus talones, abrió la puerta y subió a la Raider. Al diablo con ella. Él no lo permitiría. No tenía ningún alivio. No había modo de sosegar la lujuria que desgarraba sus entrañas y no había forma de aliviar el hambre que carcomía su alma. Al diablo con él, si lo permitía.

“Lo hice… Lo hice…” Rachel seguía tarareando ese pequeño canto en su cabeza mientras estaba sentada, horas después, al otro lado de Jonas en el heli-jet, el potente motor llevándolos rápidamente a su destino. Todo lo que Jonas tuvo que hacer fue salir de la cabaña, algo que él no había hecho en una semana. Por lo menos, no mientras ella había estado despierta. Pero horas antes, él había salido enfadado, entrado al Raider y se había marchado. Rachel se había precipitado a la habitación, cerrado la puerta y sacado el juguete, liberado de su vestido, para obtener uno de los orgasmos más intensos de su vida. Maldita sea, eso no debería haber sido posible utilizando la fantasía a secas. Ella echó un vistazo a Jonas, a hurtadillas, a través de la cubierta de sus pestañas, y quiso dejar salir una risita. Todavía estaba furioso. A ella ni le importaba que él supiera lo que había hecho. El hecho era que lo había logrado, y se sentía muy bien. Como una mujer nueva. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que había encontrado alivio? ¿Nueve días? Sí, ella recordaba la última vez: la mañana antes que Brandenmore decidiera invadir su vida, antes de ir al trabajo. Le había parecido que Jonas había estado en la oficina en todo momento. Frunciendo el ceño. Gruñendo. Incluso había insistido en sentarse junto a ella en su escritorio mientras ella revisaba las cifras para el nuevo sistema satélite que Industrias Vanderale estaba donando a las Castas. Esa noche, había estado dando vueltas, y ardido por él. A la mañana siguiente, ella tenía la certeza de que no había ido a trabajar en el mismo estado. Las Castas podían oler la excitación. ―Puedo oler el aroma de tu orgasmo en ti, y me ofende, ―gruñó de pronto. Oh-oh… ―¿En serio? ―le devolvió la sonrisa. ―¿El olor es ofensivo? Ella lo dudaba bastante. ―No juegues, Rachel, ―la advirtió con voz tensa. ―Podría acarrear consecuencias. Se sentía intimidada, pero demostrarlo sería algo realmente equivocado. En cambio, se inclinó hacia delante contra el cinturón de seguridad que la sujetaba en su asiento y le devolvió la mirada desafiante.

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―Sólo porque eres mi jefe no te convierte en mi carcelero, ―le informó―. Hasta ahora me he ocupado de ciertas cosas todas por mí misma, durante mucho tiempo. No tengo problema en continuar haciéndolo. ―Entonces voy a asumir que Devon Marshal te proporcionó poco placer la noche que Amber fue concebida, ―afirmó, su tono plano y al grano. Rachel se sentó. ―Devon no tiene nada que ver con esta conversación. Por favor deja de ser cruel, Jonas. No te vuelvas tú mismo. No se volvería él, pero era muy bueno haciendo justamente eso ante otra gente. Le lanzó una mirada de ojos entrecerrados mientras sus labios se apretaban en señal de desaprobación. ―Ser cruel definitivamente me convierte en mí, ―aseguró él. ―¿No lo has oído? Me gusta ser cruel. No había la más mínima nota de resentimiento en su tono. No podía culparlo. Lo llamaban regularmente el Coco de las Castas por la televisión nacional. ―Me gustas más cuando eres cortés, ―señaló ella con calma mientras obligaba a su cuerpo a relajarse. ―Estoy seguro que sí, ―gruñó él. ―Entonces es mucho más fácil salirte con la tuya y hacer lo que sabes que no deberías, ¿no? Ella se encogió de hombros. ―Es más fácil pedir perdón que pedir permiso, ―le recordó. ―¿No es ése uno de tus refranes preferidos? Ella sabía que lo era. Lo había dicho con frecuencia, cada vez que rompía su propio reglamento. ―En este caso, no pedir permiso podría ser peligroso. Estoy a un segundo de ese beso que has estado evitando como una peste toda la semana, Rachel. No quieres presionar esto. Ella abrió mucho los ojos con un temor fingido. ―Lo siento tanto, Jonas. Prometo no volver a hacerlo, ―agitó sus pestañas para el efecto. Ella estaba cayendo en un estado de ánimo que estaba segura la metería en problemas. Nunca dejaba de enloquecer a Diana cuando Rachel se proponía irritarla. Por supuesto, si su hermana encontrara ese sentido de la diversión que solía tener, entonces Rachel no tendría que irritarla con tanta frecuencia. ―También puedo oler una mentira, ¿recuerdas?, ―era tan evidente el control de sí mismo, que por un segundo Rachel se preguntó qué pasaría si él perdiera toda esa frialdad, esa motivación calculada que era la columna vertebral de su ser. Este estado de ánimo era todo culpa suya, decidió. Si él la hubiera dejado sola, si no se las hubiera ingeniado para arrastrarla a ella y a Amber a uno de esos juegos complicados que siempre estaba jugando, entonces él no habría tenido que preocuparse por esa racha díscola que ella luchaba por mantener sin acabar trastornada.

Jonas la miró, los ojos entornados, sus sentidos bien afinados mientras liberaba la parte primordial de su genética y le permitía una parcial libertad. TRADUCIDO por GRUPO MR

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Su oído, agudo de todos modos, se volvió más agudo. Su sentido del olfato se hizo más profundo, los matices más fáciles de detectar. Los poros de su piel parecieron abrirse mientras las garras debajo de las uñas humanas amenazaban flexionarse sin restricción. Ella era buena. Rachel tenía un control sobre sus respuestas que normalmente sólo las Castas poseían. Era capaz de convencer a su cuerpo de seguir las órdenes de su mente, pero sólo hasta cierto punto. La excitación con la que estaba luchando estaba a punto de deslizarse libre, y él podía sentir el fogoso sabor picante-dulce de ella contra su lengua mientras inhalaba su esencia. Ella lo escondía bien, tenía que reconocerle eso. No había signos externos de excitación. Sus pezones no estaban duros, no estaba ruborizada, su respiración no era dificultosa en lo más mínimo. La excitación estaba blindada, repelida, pero definitivamente estaba allí y en espera de liberarse. Mientras él mantenía sus sentidos centrados en ella, ella sacó la agenda electrónica que utilizaba de su maletín de cuero y la abrió con un suave movimiento de sus delgados dedos. La pantalla se iluminó mientras sacaba el lápiz electrónico de su funda y comenzaba a trabajar en lo que fuera que había traído con ella. ―El senador Racert te ha enviado varios correos electrónicos, ―murmuró ella cuando le miró, sus ojos verdes apenas ocultando el brillo travieso que podía sentir presionando a su control. Ella se moría por probar sus límites, podía sentirlo. Jonas no tenía ni idea de lo juguetona que podía llegar ser. ―Racert siempre está enviando correos electrónicos, ―se encogió de hombros. ―Es uno de sus fallos. Un pequeño y rápido ceño frunció su frente. ―¿Sabías que la reunión de esta tarde va a implicar a varios senadores que no forman parte del Comité de Asignaciones de Castas? ―Eso es normal, ―Jonas se encogió de hombros ante la pregunta. ―A Racert le gusta demostrarnos lo humildes que somos las Castas, y hacer su intento de convencernos de entregar porciones de los fondos de las Castas a sus pequeños proyectos con fines electorales. Lo enfermaba. Racert era uno de los peores. Estaba convencido que la inteligencia de las Castas estaba muy por debajo de la de los seres humanos, por lo que obtener los fondos asignados a las Castas sería simple. Diez años, y todavía el hombre estaba seguro de que podría convencer a parte de la comisión de Castas de que recibían fondos que no se merecían. El dinero se utilizaba para salvaguardar el Santuario y la base de las Castas de Lobo, Haven. Los fondos se utilizaban para defender y proteger a las comunidades que estaban construyendo para garantizar la seguridad de su propia especie. La mayor parte de los países del mundo depositaban dinero en esos fondos. Se retiraban cantidades predeterminadas y se depositaban sobre una base anual en un fondo multinacional en Suiza, al que las Castas tenían acceso. Sin embargo, existían límites para el dinero. Uno era la Comisión de Asignaciones, que se había creado para supervisar las grandes cantidades que se depositaban. La comisión se

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había creado como una medida de protección para garantizar que las futuras Castas nunca utilizaran esos fondos para construir armas contra los países que les daban ese dinero. ―La reunión de hoy, la de los senadores y tú… ¿es para tratar de convencerte de usar los fondos para algo distinto a los proyectos designados para las Castas, entonces? ―Por supuesto, ―sus cejas se alzaron ante su sorpresa. ―Seguramente no imaginabas que no hemos tenido que luchar para mantener ese dinero, Rachel. Conoces a tu gobierno mejor que eso. ―Cierto, ―ella inclinó su cabeza en reconocimiento, antes de volver su atención a la agenda electrónica. ―¿Qué juguete usaste? ―Jonas se permitió deslizar la pregunta libremente, su curiosidad sacando lo mejor de él. Ella se congeló. La sintió forzar sus emociones, así como su respuesta hacia él, hacia lo más profundo en su interior, que yacía protegido, separado de su psique. No tenía intenciones de ceder a él más de lo que tuviera que hacerlo. ―¿Perdón? ―levantó la mirada hacia él. ―¿Qué juguete usaste para lograr el orgasmo? ―Su cuerpo estaba tenso, su control era inestable. Ahora Jonas podía sentir la necesidad de tocarla desgarrándolo a través de su sistema. Evidentemente, ella sintió el peligro inherente a contestarle. Vio cómo su lengua pasaba sobre sus labios con nerviosismo. Ella inhaló despacio y profundo, ¿luchando contra la necesidad de burlarse de él, tal vez? Deseaba que se burlara de él. Por un momento, hubiera dado lo que fuera porque ella presionara el frágil hilo de control que contenía a la bestia decidida a marcarla. ―Jonas, esta no es una conversación que me gustaría tener. Él vio cómo su rostro se sonrojaba en un delicado tono rosa. Sus ojos verdes brillaban con deseo no disimulado, y lenta, tentadoramente, sus sentidos se llenaron con el aroma dulce, picante de la necesidad femenina. Estaba perdiendo el control, sobre su cuerpo al menos. Podía sentir la sensual debilidad, sentirla corriendo a través de él, mientras se impulsaba a través del cuerpo femenino. Tuvo que apretar los dientes, obligarse a retraer las garras decididas a emerger y reprimir un gruñido hambriento que temía que pudiera aterrorizarlos a los dos. ―Pero es una conversación que yo quiero tener, ―le aseguró. ―Quiero saber en qué pensabas, Rachel. ¿Quién estaba en tu imaginación cuando te corriste? ¿Quién estaba follándote cuando tu cuerpo se arqueaba y te ahogabas de placer? Un escalofrío la recorrió. Cualquier otro hombre no lo habría percibido. La mayoría de las Castas no lo habría percibido. Pero Jonas lo sentía. Él juraba que podía sentir las vibraciones mientras la sensación atravesaba su cuerpo. Su polla estaba tan malditamente dura que estaba en peligro de reventar. Sus pelotas se estrecharon en la base, la sangre pulsaba y vibraba a través del pesado eje. En toda su vida nunca había deseado, nunca había sufrido por algo como le ocurría con esta mujer, su compañera. Su mujer.

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La naturaleza la había creado sólo para él. Dios lo había privilegiado, y el mantenerse alejado de ella era lo más difícil que había hecho en toda su vida. ―Por favor, no, ―la súplica en su voz era espesa por su propia batalla por rechazarlo. ―”Por favor, no” ―murmuró él. ―Una pequeña y delicada súplica por algo que ambos deseamos tan desesperadamente. Dime, Rachel, ¿cuánto tiempo más piensas que podemos seguir negándolo? Él no iba a hacerlo más. El sabor de la hormona llenaba sus sentidos, clavaba sus garras afiladas sobre su control haciéndolo trizas aún más. ―Tanto como tengamos que hacerlo, ―aspiró duro y profundo. ―Yo no necesito un compañero, Jonas. No necesito un hombre, y punto. Quiero recuperar mi vida, y estoy segura de que tú también. Ceder a esto sólo va a complicar nuestras vidas. ―¿Crees que puedes alejarte, entonces? ―los instintos animales que eran una parte de él rugían en rechazo. Nunca, jamás, le permitiría alejarse de él. ―Sé que puedo, ―en sus ojos vio su confianza en esa declaración. ―No tengo otra opción, Jonas. Tampoco tú. Cuando esto termine, Amber y yo nos iremos. Así que te sugeriría que busques una nueva asistente mientras puedas. Él la enfrentó. Incluso antes de que se diera cuenta, se inclinó hacia delante, con las palmas de las manos a los lados de su asiento, con la nariz casi tocando la suya, sus ojos clavados en los suyos. ―Nunca, ―el estruendo que arrancó de su garganta se parecía muy poco a la voz de un hombre. ―Nunca te dejaré ir. ―Y yo no voy a permitir que me encierres. Dime, ¿realmente quieres una compañera que no quiere nada más que escapar? ―Si ésa es la única manera en que puedo tenerte, entonces así se hará y quedaré satisfecho ―le prometió con un gruñido. ―Piensa en ello, Rachel. Créelo. Sigue presionando esto, sigue presionándome, y te demostraré lo fácil que será encerrarte. Antes de que él perdiera todo rastro del hombre que era, Jonas se echó hacia atrás a su propio asiento y combatió la necesidad. Dios, él luchó. Quería sentirla contra él. Se estaba muriendo por su contacto. Cualquier cosa para aliviar la tensión de su carne, la tortura por sentir la calidez de su toque en su piel en vez de sólo buscarlo por ayuda. Había vivido un infierno. Había sido creado para matar y para procrear. Ahora, la naturaleza estaba empujando, exigiendo, superando su control y creando un camino que no había querido tomar. Los planes que había hecho en los últimos años ahora los dejaba de lado en favor de una vida que él mismo se había prometido que no intentaría vivir. El destino había intervenido, y Jonas ahora sólo podía rezar para que ella tuviera una idea del infierno que estaba provocando. Porque maldita sea si él lo sabía.

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CAPÍTULO 06 Su hermana, Diana, le dijo una vez que no había nada peor que un hombre obstinado. Rachel no supo entonces de qué estaba hablando hasta ese momento en el que vio la pura y clara determinación en la mirada de Jonas. Verlo no sería tan terrorífico si su cuerpo no hubiera, instantáneamente, actuado en consecuencia siendo casi imposible de controlar. Y él lo sabía. Lo había sentido. Él olió el rápido flujo que goteaba de su vagina y posó la mirada en sus pechos para ver los endurecidos picos de sus pezones presionando contra el delgado material de su blusa blanca. Una ardiente excitación, descontrolada y rápida subía a través de ella, casi fragmentando su propia determinación de negar la primitiva respuesta que no podía controlar. Afortunadamente, Jonas parecía cauteloso sobre el terreno que de repente estaban pisando. Él se apartó un poco y permaneció en silencio dándole a ella la oportunidad de mantener tanto su cuerpo como su imaginación, bajo control. Sólo la parte de la imaginación, ya era difícil; todo lo que ella pensó durante esos preciosos segundos, todo lo que había visto, lo que Jonas le había provocado, su expresión salvaje, oscura, como si tomara posesión de ella. Por un instante, su coño palpitó con necesidad por sentirlo empujando dentro de ella, por sentirlo entrar con su polla dentro de los sensibles y ajustados músculos entre sus muslos. Ella sentía su cuerpo hambriento de deseo por su toque en lugares en los que no había sentido nunca algo parecido. Entre sus piernas y en sus duros pezones en los cuales quería sentir su caliente boca chupándola. Entre los muslos, la hinchada yema de su clítoris le producía un intenso dolor en el centro de su cuerpo. Los pedazos de esta hambrienta necesidad, la hubieran asaltado si no estuviera acostumbrada durante años a mantenerla bajo control. Ahora, sentada demasiado cerca de él durante el almuerzo, Rachel se encontró a sí misma luchando por mantener sus ojos abiertos. Cuando Jonas estaba alrededor, su atención siempre se había visto afectada, pero ahora sería un error estar tan desconcentrada. Un error monumental. —Jonas, tienes que admitirlo. Las castas tienen tiene una cuenta que podría liquidar la deuda nacional. —Racert seguía argumentado a favor de su idea desde el inicio de la reunión hacía cerca de dos horas, mientras Jonas estaba repantigado en su silla mirándolo con un aparentemente perezoso interés. —Puedes comprar a la opinión pública, ya lo sabes. ¡Maldición, los políticos lo hacemos cada día! —Su carcajada quiso expresar alegría, su sonrisa era aparentemente sincera. —Incluso haciendo varias sustanciosas donaciones, las castas no echarían de menos el dinero. ¡Infiernos! No creo que necesitéis todo ese dinero en este momento. El gobierno de Estados Unidos os está llenando los bolsillos malditamente bien por los servicios prestados por vuestros Ejecutores en operaciones militares. Rachel miró como Jonas se golpeaba la sien con un dedo, como si considerara la idea, cuando ella sabía que la explosión estaba por llegar.

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Usando el lápiz de su agenda electrónica, ella guardó el informe fiscal que tenía a mano, dejó la pantalla sobre la mesa y se inclinó hacia delante. —Senador Racert, creo que el almuerzo ha terminado—. Ella sonrió educadamente a los cuatro hombres que acompañaban al senador antes de dirigir una penetrante mirada a éste. —Hemos estado aquí durante casi dos horas y, estoy segura que saben, la recepción en honor de nuestro estimado embajador en Suiza empieza en menos de tres horas. Debemos prepararnos. Una arruga se marcó en la frente de Racert. —Mi querida señorita Broen, no puedo creer que esté usted hablando en nombre de su jefe aquí presente. —dijo asintiendo en dirección a Jonas. —¿Por qué no se porta como una buena chica y deja de interferir en lo que no conoce? Rachel miró de reojo a Jonas y sintió la pequeña vibración de un gruñido surgiendo de su pecho. —Tengo pleno conocimiento del Fondo de Seguridad de las Castas, así como de que usted está empeñado en convencer a la Oficina de Asuntos de Castas que apruebe unos presupuestos que usted mismo quiere utilizar para sus propósitos. —Ella sonrió suavemente. —Y, por si ha olvidado qué cargo ostento, soy la asistente personal del director de los Asuntos de Castas. Entiendo todo lo que hay que saber sobre el Fondo de Seguridad, así como soy consciente de que usted sabe que estamos bordeando lo ilícito si pensamos tan siquiera en considerar esas maniobras que propone. —Hay muchas formas de ver las cosas. —Los rechonchos labios de Racert temblaron con ira apenas contenida. —Solo existe una en lo que concierne al Fondo de Seguridad, Senador Racert—le aseguró ella. Racert se volvió hacia Jonas. —Ella es una pequeña respondona, Wyatt. Deberías reemplazarla. Antes de que Rachel pudiera responder, Jonas se puso suavemente en pie. —Déjalo estar—le advirtió ella en voz baja. —¡Y una mierda! —Apareció su ligero acento francés en su voz cuando el volvió su mirada helada a Racert. —Un informe de esta reunión será enviado al Comité de Asignaciones de las Castas —informó al senador tan pronto como Rachel se incorporó. —Y le aconsejo que si necesita discutir asuntos de las Castas, contacte con cualquiera menos conmigo. Racert se puso en pie también, miró con un cortante resplandor a Rachel para después volver a Jonas. —Vamos Wyatt. No puede decir que no hay trato. —Sus ojos se entrecerraron en advertencia. —Yo estoy en ese comité. Yo apruebo esos fondos…. —¡Usted no aprueba una mierda! —Jonas dijo con frialdad insultante. —No finja que lo hace. Y la próxima vez que se dirija a mi asistente con esa maliciosa falta de respeto, le arrancaré la garganta. No había duda, creyó cada palabra. El mercurio congelado que salió de sus ojos mandó un rayo helado por encima de Rachel así como de los Senadores que, ya en pie, se enfrentaban a un animal a punto de perder su civilizada fachada.

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—Rachel, nos vamos. —Sus dedos se curvaron en su brazo y rápidamente ella cogió su agenda y su maletín. Un segundo después, la precedía a través del restaurante. Ni siquiera se paró a pagar la cuenta, no queriendo ceder ni ese gesto de cortesía. No cuando él había herido a Rachel. Racert no solo le pedía a Jonas robar a su propia gente, sino hacerlo en secreto y selectivamente. —Eso podría no haber sido prudente—dijo ella cuando la escoltó hacia la limusina que esperaba en la entrada. Deslizándose en el interior del vehículo, miró a Jonas tomar asiento, la puerta se cerró tras él tan pronto como el conductor, un Ejecutor Coyote, puso en marcha el auto. Lentamente, el cristal que separaba los asientos traseros subió, dejándolos en una tranquila e íntima atmósfera. —Él te insultó—gruñó Jonas. —En tu cara. —No es el primero. —dijo ella poniendo sus ojos en blanco ante su ira. —Consigo insultos siempre que evito que alguien que se sienta superior a mí, y a mí no me importa. Supéralo. El siguiente rugido que retumbó en su garganta la hizo mirarlo con cautela. Ella deslizó su mirada por él, por sus brazos, por sus manos. Suspirando despacio, ella miró como él curvaba suavemente sus dedos en los puños para esconder las primitivas garras que habían emergido de lo que parecían unas pequeñas cicatrices en la punta de sus dedos. —No lo dejaré pasar—dijo él con voz áspera, la plata helada de sus ojos congeló el hirviente mercurio. —Tendría que haber arrancado la lengua a ese bastardo. Rachel arqueó las cejas. —¿Por qué? ¿Sólo porque es un gilipollas? Por el amor de Dios, Jonas, ¿desde cuándo has decidido ser mi protector? —Desde el día que entraste en mi oficina y me di cuenta de que eras mi compañera —le contestó él. Por un momento, el normalmente suave y tranquilo Jonas, se convirtió en el animal que ella siempre sospechó que habitaba bajo su cuidada apariencia exterior. Sus ojos furiosos, su cuerpo estaba tenso con necesidad de acción, su expresión fluctuando entre la sensualidad y la furia. —Yo no soy tu compañera… Lo tenía encima. Así de rápido. Rachel se encontró a sí misma deslizándose en el asiento, el gran cuerpo de Jonas presionándola. Fue consciente de su polla, pesada y caliente, a través del material de sus pantalones cuando las masculinas caderas presionaron las suyas. —Jonas. —Su jadeo fue mitad protesta, mitad placer repentino. ¿Cómo demonios se suponía que podía controlarse cuando él hacía esto? ¿Cuándo la dominación que él desplegaba era su fantasía favorita? —Nunca me lo niegues otra vez. —Su mano se apoderó de sus muñecas asegurándolas por encima de la cabeza de Rachel mientras permanecía debajo de él. La posición subió sus senos, volviéndolos llenos, más atractivos. Sus pezones presionaban la blusa donde su chaqueta se había abierto, así como el suave encaje de su sujetador mostraba claramente la pálida piel. TRADUCIDO por GRUPO MR

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—¡Dios!, quiero sentir tu pezón en mi boca. —Las palabras mandaron una punzante sensación a su matriz. —Si te tocara con mi boca, con mi lengua, todo lo que no quieres que pase, estaría desgarrándote por dentro. Sabes eso ¿no es así, Rachel? Lo sabía, y aún así, el dolor repentino era más de lo que podía soportar. —Tócame—gruñó él. —Sólo una vez. —Él llevó las manos de Rachel hasta su pecho. — Juro por Dios que voy a controlarme… Sólo una vez.

Jonas descubrió que podía suplicar. Había pasado gran parte de su vida en los jodidos laboratorios y nunca suplicó, pero ahora se pondría de rodillas por un solo toque de las delicadas manos que presionaban su camisa. —Es peligroso—exhaló ella. —No tocarme lo es más—gruñó él. —¡Hazlo, maldita sea! ¡Me estás matando! La necesidad lo desgarraba. Despacio, mirando hacia él, sus ojos se encontraron y deslizó los dedos por los botones de su camisa y lentamente los desabrochó. Eso lo sorprendió. Él podía sentir la necesidad en ella, podía olerla, ella no trataba de esconderla. En realidad, no había esperado que lo tocara, pero no había duda de que ella iba a hacer exactamente eso. La única cuestión era, ¿podría él sobrevivir? Cuando Rachel separó los bordes de su camisa con movimientos deliberadamente lentos, Jonas tuvo que luchar por respirar en el momento en que la yema de sus dedos palpó su pecho desnudo. Los finos cabellos que cubrían su cuerpo se levantaban hacia sus dedos con un afligido gemido que salía de todo su cuerpo. Solo las yemas de sus dedos eran como llamas mientras acariciaban los flexibles músculos, frotando, acariciando, raspando con sus pequeñas uñas. Jonas sintió sus garras clavarse en el cuero del asiento por encima de los hombros de Rachel. Nunca había perdido el control de esa manera. Solo en los momentos de rabia se habían dejado ver desde la flexible membrana que las cubría. Pero nunca había experimentado un placer semejante, o necesidad tampoco. Estaba quemándole por dentro, robándole el control, estaba tan hambriento por su beso que tenía que apretar los dientes para no suplicar también por él. —Tu piel es dura—suspiró ella cuando sus dedos frotaron contra sus pectorales. —La tuya es como seda. —Aunque él nunca la había tocado, sabía cómo se sentiría a través del toque de sus manos. —Jonas, esto es demasiado peligroso—su voz era ronca, llena de excitación. Desplazando sus caderas, él se movió hasta separarle las piernas, su falda subió permitiéndole encajarse entre sus muslos. Solo las ropas que vestían le separaban de la dulce y húmeda carne de su coño. —Shh—la calmó él. —No hay peligro aquí, nena. Tócame. Solo durante un momento.

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Sus dedos se curvaron en su pecho, dos pequeñas uñas arañaron el plano y redondo disco de su pezón. Ella jadeó y la dureza de su polla cubierta contra su clítoris, fue casi su ruina. —¿Puedo saborearte? —La pregunta trajo placer puro explotando en su mente. —Sólo una vez. Ella quería. Él podía olerlo en ella, un deseo del que él había prometido no tomar ventaja. —Pruébame—suspiró él. Infierno, él no tenía idea de si podría o no dañarla. Había constancia de que incluso los delgados cabellos en el cuerpo de una casta contenían diminutas cantidades de la hormona del emparejamiento, aunque era raro, muy raro. Su cabeza se alzó hacia él mientras él se inclinaba hacia ella, esperando sentir el toque de sus labios en su pecho. Sin embargo, su cabeza subió un poco más, y él pudo sentir la punta de su lengua en su cuello, seguido del raspado de sus dientes. Maldición. Jonas iba a derretirse. El fuego corría por su cuerpo, rasgando sus pelotas y fundiendo su cerebro. El impulso y el instinto era cuanto le quedaba. Podía dar gracias a Dios porque sus instintos animales tuvieran el suficiente honor para no forzar el calor del apareamiento en ella. —Canela—susurró ella. —sabes a canela y clavo, Jonas —¡Dios, no! —se apartó de ella. Tembloroso se forzó a sí mismo a sentarse en su propio asiento, su cabeza cayó cuando pasó sus manos por el pelo y luchó por recuperar el control. Sólo un poco, el suficiente para no tomar lo que él deseaba tan, pero tan desesperadamente. —¿Qué?¿ Las Castas tienen prohibido saber a canela y clavo? —había un poco de divertida frustración en su voz. Jonas inspiró ásperamente. —Es la hormona. Sabe a canela y a clavo. —Merinus dijo que sabía a tormenta y a lluvia. —La confusión se adivinaba en su voz cuando se sentó. —Merinus tiene una boca demasiado grande—murmuró él sintiendo como sus garras se retraían lentamente y volvía el control por minutos. —Es diferente algunas veces. Depende de la casta. —Entonces, ¿Callan es tormentoso y tú eres caliente? —Se estaba divirtiendo, definitivamente. Maldita fuera, estaba cachondeándose de ello mientras él se sentía como si fuera a explotar. —Algo así. —Alzando la cabeza, él miró sus divertidos ojos verdes. —Sólo piensa en la exclusiva que yo podría vender a los periódicos con esto. —Subió y bajó sus cejas alegremente. —“El director de la Oficina de Asuntos de Castas, tiene sabor a canela y clavo y el líder Felino sabe a agua y a sulfuro. ¿Cuántas sorpresas pueden aún darnos las Razas?” —No tienes ni idea—gruñó él. —Dime Jonas, ¿crees que si alguna vez tú y yo estamos cerca de tener sexo aparecerá esa “cosa de la lengüeta” o tú podrías convencerla de que se esconda una o dos veces hasta que yo decida que quiero experimentarla? TRADUCIDO por GRUPO MR

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Alguien debía decirle a Merinus seriamente que los secretos de las Razas eran justamente eso, secretos. —No creo que eso funcione así—gimió él entre divertido y frustrado. Maldición, ¿dónde se había ido su princesa de hielo? El diablillo travieso que le devolvía la mirada ahora lo iba a volver loco. —Ah, de acuerdo. Mmm… demasiado malo. Esta “cosa de la lengüeta” suena demasiado intimidante para mí. —Alisándose su falda, se humedeció los labios y su expresión cambió como si hubiera encontrado un sabor placentero. Maldición, si él tenía alguna vez la oportunidad de saborearla, iba a hacer algo más que paladearlo. Su lengua se enterraría tan profundamente en su coño que ella no podría distinguir dónde terminaba y dónde empezaba él. Y con respecto a la “cosa de la lengüeta” como ella lo llamaba, tenía que admitir que lo estaba deseando. Los suspiros de placer que él había oído, sonaban como un sexual paraíso. Un placer que llegaba hasta cada célula del cuerpo y dejaban a una Casta agitada y pidiendo más. Después de otro duro suspiro, él estrechó sus ojos y miró cómo Rachel lamía sus labios otra vez. Sus pezones se endurecieron y la dulce esencia de su coño inundó el aire atormentándolo como sólo la oscura y rica esencia de su excitación podía hacer con sus famélicos sentidos. Ella era su buffet y él estaba hambriento. Sacando la agenda electrónica de su funda, Rachel frunció el ceño mientras usaba el lápiz para abrir algún archivo. Su frente se arrugó cuando empezó a leer. —No puedo ir a la fiesta esta noche—murmuró ella como si no le importara en absoluto. —Tenemos información desde China con respecto a varias compañías allí que Brandenmore e Ingalls han contactado. Ellos sospechan que han enviado información genética a esas compañías. Quiero tirar del hilo. —Olvídalo. Pon a Brim sobre la pista; sus contactos allí son más amplios y tiene tiempo para hacerlo. Tú no. Él casi pudo sentir su frustración. Conocía exactamente por qué estaba evitando desesperadamente ir a la fiesta. Ella había llevado uno de sus juguetes con ella y pretendía usarlo. Eso no iba a pasar. Jonas le sonrió, una de esas lentas y fáciles sonrisas que él sabía cómo la afectaban. La reacción vino inmediatamente. La sospecha oscureció sus ojos verdes que se estrecharon y sus labios temblaron con irritación. Jonas se inclinó un poco más, suavemente. —¿De verdad piensas que te voy a dar la oportunidad de encontrar alivio sin mi? Puedes considerarme tu sombra personal. Rachel separó sus labios y sus blancos dientes resplandecieron en una encantadora pequeña sonrisa. —Eso no es justo, Jonas. Tú puedes encontrar alivio en cualquier momento—dijo ella poniendo pucheros.

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—¿Puedo? —Él se echó hacia atrás, preguntándose por qué Merinus no le había hablado de esta especial característica del calor del emparejamiento. —Un macho emparejado no encuentra alivio masturbándose, cariño, sólo hace peor la necesidad. Ella le miró parpadeando. —Estás mintiendo. —Llama a Merinus y pregúntale sobre esto. —Resopló él. —Ella no puede mantener cerrada su boca para nada. Rachel cruzó sus piernas, sintiendo como su mirada se paseaba por sus esbeltos muslos delineados bajo la corta falda. —Merinus no dice mucho. Ella no me contestó a preguntas específicas. Ella estaba mintiendo. Jonas sacudió lentamente la cabeza. —No trates de mentirme sobre ninguna otra cosa—le avisó. —A pesar de lo dulces que huelen tus mentiras, siguen siendo mentiras. Y esa pequeña sonrisa se asomó otra vez. Era traviesa y cálida y amenazaba con ahogarlo en su propia jodida necesidad. Maldición, la necesitaba. —Hemos llegado. —La voz del conductor llegó por el intercomunicador entre las dos secciones del vehículo. —Aparca en la entrada principal. —Ordenó Jonas presionando un botón para activar el altavoz a su lado. —Mordecai y Rule deben estar esperándonos. —Los veo en la entrada—dijo él. La limusina se paró en frente a la casa de ladrillos de dos pisos. El edificio había sido donado a las Razas por una excéntrica pareja que había perdido a su hijo asesinado por los soldados del Consejo durante el rescate de las Razas. —Supongo que habrás reservado habitación para mí en un hotel—preguntó ella dulcemente, aunque el frío en su tono se hacía evidente. —Supones mal—aseguró él mientras Mordecai abría la puerta y esperaba al lado. — Vamos Rachel. Tenemos poco tiempo antes de la fiesta. Tus cosas están en la habitación de invitados esperándote. —Así como el peluquero de la Primera Dama—informó Mordecai mirando hacia dentro. —Me llamó para confirmar su llegada. —Esto no me gusta. —Murmuró Rachel lanzando a Jonas una mirada altamente sospechosa. —Aquí no hay peligro con todos los malditos ejecutores asignados en este lugar —le dijo Jonas a Rachel mientras esperaba a que saliera del vehículo. —Este sitio es como Fort Knox cuando me alojo aquí. Esto no era exactamente verdad, pero sonaba bien, pensó Jonas mientras tiraba de su mano y la arrastraba por las escaleras de piedra hasta la enorme puerta doble que Lawe protegía celosamente. —De cualquier forma, no estoy tranquila—le dijo cuando entraban en la casa. —De cualquier forma, no pensé que lo estuvieras. —Dijo él riéndose entre dientes mientras posaba su mano en la curva de su espalda guiándola hacia la enorme escalera de

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caracol. —Ven, cariño. Te enseñaré tu habitación, después veremos cómo llegamos a esa fiesta aburrida a la que pensaste que debía asistir. —El anfitrión es Drey Hampton, un amigo personal de Horace Engalls y uno de los contactos de las Castas más secretos —le recordó ella. —Esta era la única forma de que él pudiera conseguir información para nosotros, así podemos esperar que él averigüe algo concerniente a los planes de Brandenmore mientras está sin vigilancia en libertad bajo fianza. —Refréscame la memoria, —dijo Jonas arrastrando las palabras burlonamente. —¿No le advertimos al juez que iba a huir? —Del mismo modo en que advertimos que el juez iba a dejarle en libertad bajo fianza a pesar de los argumentos presentados por el fiscal—le recordó Rachel. —A pesar de que el argumento fue muy sólido, ¿cierto? —gruñó Jonas cuando abrió la puerta de su habitación. El fiscal se había echado atrás, más o menos, y había permitido que los abogados de Brandenmore ganaran la audiencia. Era nauseabundo pensar cuántas veces Brandenmore había comprado favores fácilmente desde su arresto. El juez estaba listo para sentenciar antes que Jonas le enviara el documento pidiendo la extradición y el arresto basado en las amenazas de Brandenmore a Rachel y Amber. —Ya te advertí que debías ser más diligente cuando comprobaras los antecedentes — apuntó Rachel mientras entraba en el dormitorio. Ella había discutido con Jonas sobre esto. Jonas creía que el fiscal debía haber peleado más duro en honor a las promesas dadas a las Castas, ya que varios de ellos habían realizado fuertes donaciones durante su campaña política. Ellos habían aprendido la lección. —De verdad, Jonas, necesito comprobar la información que me está llegando. —Suspiró ella mientras giraba para mirarle, su nerviosismo ganando fuerza mientras se acercaban a la cama. —Olvídalo. Contactaré con Brim en unos minutos y lo pondré a trabajar. Tenemos una fiesta a la que asistir, y afortunadamente Drey se las ha arreglado para conseguirnos información. Ahora vístete. Te veré antes de salir hacia la fiesta. Rachel se mordió el labio mientras él salía de la habitación y reprimió la necesidad de patearlo. Ella no quería ir a la maldita fiesta. No sólo porque estuviera llena de espías, asesinos y los alborotadores que normalmente asistían a ese tipo de recepciones, sino también porque el verdadero embajador que había intentado forzarla a prostituirse para volver a casa asistiría también. Si esta no era una receta para el desastre, entonces no sabía qué era. Y por si esos inconvenientes no fueran bastante, estaba el hecho de que ella era capaz de divertirse con Jonas ahora. ¿Quizás Merinus debería haberle advertido que con una sola vez que sintiese el tacto de su piel, eso haría de su vida un infierno? ¿O tal vez Kane? No era esto lo que le provocaba problemas ahora mismo, aunque podría volver loco a cualquiera. Era simplemente que tenía una boca demasiado suelta. Podía estar tranquila y no demostrar emociones, o divertida y alegre. No tenía término medio.

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Y parecía que no le quedaba más remedio que ir a esa fiesta. Ella haría, definitivamente, pagar a Jonas por esto. Por lo menos, complacía a su parte femenina cuando tenía que asistir a estos eventos. Merinus se aseguraba siempre que la Oficina invirtiera en algunos vestidos preciosos. El que le esperaba a ella, era un vestido de noche de seda color zafiro con una preciosa superposición de encaje plateado. La falda tenía una abertura hasta la rodilla permitiendo al encaje derramarse hasta los pies enfundados en altos tacones color zafiro. El corpiño estaba hecho con estrechas tiras que envolvían sus pechos como las manos de un amante. Era el más exquisito vestido que Merinus le había conseguido. Con el vestido, estaban las medias plateadas con costura azul que bordeaban el muslo con delicado encaje. Nunca se había puesto un vestido tan lujosamente femenino en su vida. Por sí mismo, era suficiente para hacerle tener ganas de ir a la fiesta. Levantando la mano para mordisquearse la uña del pulgar, se preguntaba como haría para navegar en las engañosas aguas que el Embajador David Slussburg estaba agitando. El hombre era un problema, y por encima de todo, odiaba a las Castas. Los odiaba hasta el punto de comentar varias veces que el mundo sería mejor con todas las Castas muertas. Era un tipo de hombre que no tendría cuidado en ser sarcástico y burlón en presencia de Jonas, y Rachel tenía el presentimiento de que Jonas sería menos que caritativo una vez que Slussburg empezara. Ella sólo esperaba tener el suficiente tacto para mantener a Jonas bien lejos de él.

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CAPÍTULO 07 Jonas sintió el nerviosismo de Rachel al detenerse en la cima de la escalera, mirando hacia abajo, donde él esperaba. Girando, tuvo que controlar por la fuerza el rugido animal que se elevaba por su garganta y la necesidad de sus garras amenazando con deslizarse por la punta de sus dedos. ¿Había visto alguna vez algo o alguien tan malditamente hermoso? Jonas estaba seguro de que no, al igual que estaba malditamente seguro que no iba lograr pasar la noche sin tomarla. Maldición, no iba a lograr dejar la casa antes de tocarla. Podría tocarla con una seguridad razonable, se dijo a sí mismo, pero sonaba poco convincente incluso para él. No había manera certera de asegurar que la hormona de apareamiento no afectase incluso el más fino de los cabellos que cubren su cuerpo. Estaba ciertamente afectando su lengua. Las glándulas estaban tan hinchadas que resultaba doloroso, el sabor de canela y clavo llenaba sus sentidos y le recordaba cuán fácil sería infundir en ella la misma excitación que lo recorría a él. No es que ella no estuviese excitada. Lo estaba. Solo que no locamente excitada. No estaba en calor de apareamiento y allí es donde él la quería. Ahora. Antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo, sus pies estaban sobre el escalón, sus intenciones claras en su mente. Besarla, saborearla, llenarla con la hormona que lo recorría, demandando sexo, roce, pasión. Posesión. —Merinus se superó a sí misma. —Tocó la falda de su vestido, conscientemente, mientras lo miraba. —El vestido es exquisito. Merinus no había hecho los arreglos para el vestido, él lo había hecho. Jonas mantuvo esa información para sí mismo por el momento, y observó, esperó, mientras ella bajaba por la escalera curva. El vestido contenía y abrazaba la parte superior de su cuerpo como un amante posesivo. La falda ondeaba entre sus piernas, el encaje se derramaba por el costado, el brillo de los hilos azules destellaba a través del material. Se preguntó si las medias lucirían tan hermosas en ella como lo hacían en el maniquí que el diseñador de moda tenía en su tienda. —¿Estamos listos para irnos?—preguntó ella mientras ataba la capa de seda forrada de piel que iba con el vestido. —No todavía. —Si no la tocaba se iba a morir. Iba a hacer algo que sabía no querría enfrentar cuando la fría luz de la mañana se revelara. Pero, ¿tenía la fuerza para retirarse con solo un toque? —Ven conmigo. —No la tocó, todavía. Girándose sobre sus talones, se dirigió a lo largo del corto vestíbulo hacia el recibidor. Espero hasta que ella entró, luego cerró las puertas y aseguró la cerradura. —¿Jonas? —La preocupación en su tono lo golpeó mientras se giraba hacia ella. Antes de poder detenerse, y Dios sabía que deseaba poder detenerse, se apoderó de sus hombros, la giró hasta que sólo veía su espalda y la presiono contra la puerta. TRADUCIDO por GRUPO MR

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Su suave lamento se perdió en cuando sus labios se separaron y sus dientes se apoderaron del lado de su cuello en una sensual advertencia. El animal sabía que ocurriría con el hombre. Sabía que estaba peleando una batalla que iba a perder, y no podía detenerse. —¡Jonas! —Aturdimiento y excitación alimentaron el necesitado y contenido sonido de su voz. Agarrando sus caderas, Jonas la afirmo mientras sus rodillas se inclinaban hacia abajo, sus caderas presionaban su trasero mientras un estridente gruñido rasgaba su garganta. Cuando ella no peleó, cuando pudo oler el suave sabor de los jugos femeninos deslizándose del calor lujurioso de su coño, sus dientes la liberaron. Sus dedos se flexionaron en sus caderas mientras frotaba su polla contra la hendidura de su trasero, giró sus caderas e imaginó el puro éxtasis de hundirse en ella. —¿Por qué haces esto?—ella susurró. —Eres mi pareja. —Su voz no sonaba como propia. Era áspera, dura y más primaria. — ¿Sabes cuán difícil es no tomarte? Presionando sus labios contra la vulnerable curva de su cuello, Jonas inhaló su olor, lo saboreo en su lengua y juró que no iría más lejos. —Quiero saborearte—gimió. —Solo un beso, pero sé lo que ese beso haría. Nos destruiría a los dos. Los dedos de ella estaban flexionados contra la puerta, sus uñas arañando la madera mientras las manos de él se deslizaban hacia abajo, apartando la tela de su vestido y comenzando a subirla. Su control estaba astillándose a pasos forzados. Lo podía sentir. Cada pizca de fuerza que poseía estaba centrada en unirla a él. Manteniéndola en su lugar mientras la tocaba. Su polla estaba palpitando mientras hacía rodas sus caderas sobre los firmes músculos de su trasero. Se imaginó levantando más su vestido, rasgando sus bragas, apartando los suaves globos y mirando mientras presionaba su polla dentro de las cálidas profundidades de su coño desde atrás. Ella estaría apretada. Sus dedos tocaron la suave piel de su muslo, el material de su falda y la media de encaje ondeando sobre su muslo mientras acariciaba la seda hasta que se abrió camino hasta llegar a la delicada piel de su muslo. —Jonas, si no te detienes ahora, no te... —Su suave protesta terminó con un jadeo mientras las almohadillas de sus dedos hurgaban sobre la seda que cubría el húmedo calor de su coño. —Me detendré. —Pero no estaba tan seguro. Jonas podía sentir el hambre elevándose ahora, la hormona derramándose desde las glándulas bajo su lengua y calentando sus sentidos con la necesidad de compartirla con ella. —Esta noche, debo entrar en otra de esas fiestas, y veré a otros hombres observándote, oleré su lujuria y su apetito por ti, sabiendo que aún no eres mi pareja. —No soy tu pareja, punto. —Discutió ella sin aliento. Sus labios se apartaron en un furioso gruñido. TRADUCIDO por GRUPO MR

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Ella lo estaba negando de nuevo. Sus dedos se deslizaron bajo el elástico de sus bragas y antes de que ella pudiese protestar, dos de sus dedos se deslizaron sobre los resbalosos jugos calientes escondidos en los suaves pliegues de la piel allí. Estaba húmeda. Caliente. Ella era su pareja, lo quisiera admitir o no. Su pareja. Dios lo ayude, pero no sabía si podría dejarla ir.

Placer. Nunca había conocido tanto placer en los brazos de un hombre en toda su vida. Rachel peleó para no arquearse contra el tacto de los dedos de Jonas entre sus muslos, las callosas almohadillas frotando, acariciando. —Oh, Dios. —Las palabras se deslizaron de sus labios mientras el calor arremolinaba su cuerpo, aterrándose a sus sentidos. —Jonas, debemos detenernos. Él debía detenerse. Ella no podría alejarse de él, incluso si él lo permitía. Todo lo que podía hacer era mantenerse ahí, sus uñas rasgando la madera de la puerta mientras sus piernas se separaban más debido a su tacto. —Quiero estar dentro de ti. —Su voz era tan profunda, tan ruda ahora. —Eres tan dulce, Rachel, tan cálida. El solo pensar en cuan apretada y resbaladiza te sentirías alrededor de mi polla me quita el aliento. Escucharlo le quitaba el aliento a ella. La cabeza de Rachel cayó hacia atrás, contra su hombro, mientras la sensual debilidad la asaltaba. La peligrosa y abrumadora sensación de vulnerabilidad la hizo sentir femenina, más sexy de lo que nunca se había sentido en toda su vida. Jonas hacía eso en ella. Estuviese tocándola o no, tenía la habilidad de hacerla sentir demasiado suave, demasiado mujer. —Ahí, mi Rachel—canturreó, un tosco, rasposo sonido que le dio escalofríos de excitación mientras sus dedos trazaban círculos en su clítoris. —Solo apóyate en mí, cariño. Me ocuparé de todo. “Todo” era deslizar sus dedos más adentro, presionando dos dedos juntos, y con terminante fuerza embistiendo en los estrechos y ajustado confines de su vagina. —¡Oh Dios, Jonas! —Las palabras salieron de su boca. —Es demasiado bueno, demasiado… bueno. Estaba tan cerca. Podía sentir su orgasmo rasgando en su interior, golpeando su clítoris. Llamas rozaban su piel, centrándose entre sus muslos y causando que su abdomen se apretara con violento placer. —Piensa cuan mejor puede ser. —Sus dedos de doblaron lo suficiente para acariciar, para sacudir el previamente escondido nervio y blando tejido. —Piensa, Rachel. Podría estar follándote, llenándote con cada pulgada de mi dura polla, en vez de con mis dedos. Debía sentirse insultada. Nunca le habría permitido al padre de Amber, Devon, hablarle tan explícitamente. Nunca lo había disfrutado… hasta que escucho a Jonas hacerlo. Luchando para respirar, giró su cabeza, sus labios recorriendo la dura línea de su mandíbula mientras él continuaba embistiéndola lenta y suavemente con sus dedos. Ellos la acariciaban con conocimiento, masajeando, facilitando el camino a través de los apretados TRADUCIDO por GRUPO MR

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músculos de su coño, mientras su otro brazo la rodeaba bajo sus pechos para mantenerla de pie. Sus labios se separaron, presionándose contra su mandíbula, su lengua acariciando su sudada y húmeda piel, saboreando un indicio de canela y clavo. Su mano se afirmo de su muñeca, las yemas de sus dedos acariciaron su piel al ritmo de las embestidas de sus dedos en su coño. —Me haces arrepentirme—él gimió mientras bajaba su cabeza, permitiendo a sus labios acercarse a la comisura de los de él. —No te arrepientas, Jonas. —Su voz estaba quebrada, sin aliento a causa del placer. —No tienes nada de lo que arrepentirte. Él era un hombre. Un hombre que había roto las reglas, uno que ha hecho cosas que quizás no eran legales. Pero había hecho lo que él creía necesario para salvarse al igual que a su especie. Era un hombre, cuyo tacto era puro placer, puro calor. Un hombre que la sostenía con fuerza y aún así gentileza en ese momento de sobrecogedor y animalístico placer. Y así todo, estaba en control. Lo podía sentir luchando por controlarse. Sentir la lucha de él, la intención. Su cuerpo se tensó, contrayéndose mientras el placer la embargaba. Sus dedos la embistieron más profundo, firmes, follándola con creciente velocidad hasta que ella empezó a jadear por aire, por piedad. Sus uñas se encajaron en su brazo, sus labios se abrieron contra su mejilla mientras un gemido salía de ella. El éxtasis explotó en ella. La sangre bombeó, hirvió, eructó. La sensación causo estragos, flameando a través de sus terminaciones nerviosas, recorriendo su piel, golpeando su clítoris y a la vez en las profundidades de su coño, lanzándola a un cataclismo de asombroso placer que le quitó por completo el aliento. Cálidos dedos recorrieron su espina hacia arriba y abajo. Sus músculos temblaron mientras la sensación la recorría y su cuerpo entero se convirtió en una masa de completo éxtasis. —Eres mía, Rachel. —El gruñido en su oído fue fuerte, una vibración primaria de sonido, que no se parecía a la voz de Jonas. —Recuerda que incluso cuando los ojos de los demás hombres llameen con lujuria, cuando la esencia de su apetito sea como una enfermedad que llene la maldita habitación. Maldita sea, recuerda que eres mía. Ella negó con su cabeza desesperadamente y podría jurar que le oyó decir con extrema suavidad. —Te pertenezco.

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CAPÍTULO 08 La fiesta para el embajador de Suiza era todo lo que Jonas había pensado que sería: un completo y total jodido aburrimiento y llena con la lujuriosa esencia de hombres. No había un segundo para escapar de la abrumadora hambre de los hombres cada vez que sus ojos se centraban en Rachel. Ella era como una bocanada de aire fresco en el cuarto, un oasis de color y desenvoltura dulce al que ellos no podían resistirse. Un buffet de placer sensual, el cual estaban ávidos de comer. En otras palabras, una típica fiesta de D.C. Llena de bebida alcohólica, comida con alto contenido calórico –no era un bistec para poder mirarlo u olerlo—y bastante falsa jovialidad para hacer a un santo maldecir. Era tanta la atención que daban a su compañera los otros hombres que le hacía estar al borde de un ataque de violencia en cualquier momento. El salón de baile de Drey Hampton estaba al máximo de su capacidad. Las puertas dobles francesas del lado del jardín estaban abiertas; la banda en el patio era tranquila y discreta, pero eso no habría importado. El nivel del ruido adentro del salón de baile podría haber ahogado la música de todos modos. Y ahí estaba el embajador de Suiza, David Slussburg, una fina pieza a la que despreciaba. Qué demonios había poseído alguna vez al presidente, quien parecía ser una persona muy astuta, para asignar a este hombre como embajador de cualquier país, Jonas no podía entenderlo. Él era un pozo negro de codicia, engaño y lujuria. Ojos pequeños y brillantes, con una expresión demacrada llena de interés calculado. —Así que dime, Wyatt ¿ha logrado Racert convencerlo de la importancia de unirse a alguno de sus proyectos benéficos para vuestras mascotas?—Slussburg hizo una pequeña, falsa risa cuando él hizo la pregunta. —Es el momento adecuado para que aceptes su propuesta. —En realidad, él no lo ha hecho, Slussburg, —Jonas respondió suavemente, observando cómo los ojos del embajador se entrecerraron ante el insulto obvio de utilizar solamente su apellido. —Racert y yo tenemos una opinión diferente sobre lo que constituye una buena causa. Él sintió a Rachel moverse nerviosamente a su lado. Observando con impaciencia, estuvo a punto de contener la respiración al verla una vez más. Ese maldito vestido tentaba a un hombre de una manera que debía ser ilegal. La caída del encaje daba una pequeña pista de las medias de tiro con zafiros, mientras que el corpiño ocupaba y apretaba lo que tenían que ser pechos perfectos. Él pensó que podía haber vislumbrado incluso los endurecidos capullos de sus pezones debajo del corpiño después de haber bailado antes. Sabía que sus pezones habían estado endurecidos en su sala antes de esa misma tarde. Sus pezones habían estado duros y su coño apretado y caliente mientras había sujetado sus dedos como una boca pequeña y hambrienta. —Ese no es un movimiento sabio, Wyatt. —Slussburg bajó la voz cuando se acercó, la esencia de avaricia, lujuria y odio que brotaba cuando el interrumpió los pensamientos

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placenteros que Jonas había estado construyendo en su mente. —El Senador Racert podría ser un enemigo equivocado que tener. Jonas sonrió, con cuidado, para garantizar que resplandecieran los incisivos a un lado de su boca. Por alguna razón, la vista de esos fuertes y primitivos dientes tenían la capacidad de invadir a la mayoría de hombres de una fuerte dosis de miedo. —La sabiduría no parece ser mi fuerte entonces, ¿verdad?—Jonas mantuvo su sonrisa tensa y dura. Slussburg no pretendía dejarse superar por las palabras de Jonas. Volvió la mirada hacia Rachel, la esencia llena de lujuria que emanaba de él aumentaba cuando su mirada barrió sobre ella. —Parece que no lo es —él murmuro. —He escuchado que nuestra querida Sra. Broen está aprendiendo eso. Existe el rumor de que la explosión de gas en su casa fue un ataque en contra de usted. Ahora no solo está poniendo en peligro su propia vida, también la de sus empleados. —Jonas, veo al senador Tyler. —El tono de Rachel era firme a su lado cuando él y Slussburg ciñeron miradas. —Él necesita hablar contigo esta noche. Tyler era el intermediario de las Castas, junto con Drey Hampton, el billonario que utilizaba sus medios para ayudar a las Castas jugando un doble juego con el Consejo de Genética debido a la relación pasada de su familia con éstos últimos. —Ah, Rachel, siempre la pequeña alma de la diplomacia —dijo Slussburg con desprecio en su rostro, causando que la bestia de Jonas despertara con un interés depredador. —Como siempre, embajador. —Rachel asintió con la cabeza regiamente antes de girar y mirar a Jonas. —¿Estás listo? —Como tú ordenes, querida—. Él saludó con la cabeza, aunque no quería nada más que rasgar la garganta del embajador. Moviéndose a través de la multitud, Jonas podía notar el alivio de Rachel derramarse en olas. No la gustaba estar cerca del embajador, y Jonas tenía la sensación de que sospechaba porque. —¿Qué es lo que te hizo?—Se inclinó cerca y le susurró las palabras a su oído. —¿Quien?—la tensión en su cuerpo le aseguró que ella sabía exactamente de quien estaba hablando. —Puedo volver allí, sacarlo afuera y cortar su jodido cuello directamente—murmuró en su oído. —O simplemente puedes decirme lo que quiero saber. Y él no tenía ningún problema en absoluto en hacer exactamente eso. O por lo menos dejar a ambos creer que él podría hacerlo. Era bastante bueno en eso. —Es un cabrón—dijo tranquilamente. —Tuvimos un… altercado en Suiza. Era demasiado discreta, pensó Jonas. —¿Te tocó? —Su mano se apretó en la parte baja de su espalda. Si el bastardo se había atrevido a tocarla, entonces estaba muerto. Así de sencillo. —Él no me tocó. —Y no estaba mintiendo, pero había algo más en la historia y lo sabía. Desafortunadamente, no iba a obtener las respuestas que necesitaba en ese momento, y también lo sabía. TRADUCIDO por GRUPO MR

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—Discutiremos esto más tarde —la advirtió. Y ella tendría que decirle la verdad. De una manera u otra. —No hay nada que discutir, Sr. Wyatt. —Formal y apropiada, su fría vocecita incito su ira, así como su lujuria. —Eso lo veremos. —Su mano se oprimió en su cadera mientras se acercaban al senador Samuel Tyler, tío de Merinus Lyon y un senador que había iniciado una lucha por las Castas desde el día en que se entero de su existencia. De pie con él estaba Drey Hampton, la actual cabeza de la familia Hampton y del imperio de negocios que se extendía a través de tres naciones. Alto, rubio, con penetrantes ojos azul oscuro, facciones cínicas y siniestras. Seth Lawrence y su apareada esposa Casta, Dawn, eran parte del grupo. Dawn había recorrido un largo camino desde el auténtico terror hasta llegar a la posición en que se encontraba actualmente. Jonas la había conocido como una asustada Casta de puma de once años. La mayor parte de ese cambio podría atribuirse a Seth y su paciencia y su infinito amor por la mujer que había pasado diez años negando el vínculo entre ellos. Dawn era la única Casta conocida del grupo además de Jonas. Allí estaba el hijo de un industrial de África, Dane Vanderale y su asistente, Rye DeSalvo. Los Vanderales fácilmente rivalizaban y superaban con creces a los Hamptons en riqueza, así como en poder de empresas multinacionales. Entre los opositores de las Castas que formaban parte del grupo estaban el Senador Racert, el General James Wayne y el hombre conocido como el principal contendiente en la próxima carrera presidencial, el Senador Aaron Bressfield. Los miembros de las más altas clases y políticamente poderosos de la sociedad estaban presentes, lo cual era apropiado para cualquier fiesta de lanzamiento de Drey Hampton. Este pequeño grupo representaba a ambos, el más poderoso apoyo a favor y en contra de la libertad de las Castas que se enfrentaba en ese momento. —Sra. Broen, encantado de verla—Drey saludo a Rachel tan encantadoramente que instantáneamente puso los pelos de punta de Jonas. Maldición, si él no la tomaba pronto, entonces iba a empezar a rebanar y cortar en dados a los posibles pretendientes como los pequeños bastardos miserables que eran. Drey incluido. —Buenas Noches, Sr. Hampton. —Fría y a pesar de todo encantadora. Rachel no mostró interés personal en Drey. No había ninguna sensación de atractivo sexual, ni sentido de engaño o de intención. Bien, él podría permitir al bastardo vivir un tiempo más. Un hilo de diversión persistió en sus sentimientos. Extraño, nunca antes había sido celoso por ninguna mujer. Nunca antes había pensado en matar simplemente porque ella podría haber tenido el más mínimo interés en otro hombre. Demonios, él nunca había maldecido tampoco de la forma anterior. —¿Le gustaría bailar, Sra. Broen?—La invitación de Drey causó que Jonas volviera la cabeza bruscamente, separando sus labios en un gruñido. —No, gracias, Sr. Hampton—ella declinó elegantemente la invitación cuando sintió los dedos de Jonas contra su brazo. —Parece que mi carnet de baile está lleno esta noche. Posesión. Intención. Estaban ahí ahora, directamente en él.

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Jonas apretó sus dientes involuntariamente en contra del incremento de la necesidad de controlar sus pelotas y su polla se sacudió a través de los pantalones. Las glándulas debajo de su lengua comenzaron a palpitar. La emoción avivaba la poderosa hormona cuando se vertió en su boca y entró en su sistema como un maremoto. —Les agradecería que me disculpen un momento. —Ella cabeceó a los otros hombres. — Necesito ir al aseo. —Creo que te acompañaré —Dawn decidió después de la rápida, ordenante mirada que Jonas la lanzó. Ella podría ser la esposa apareada de uno de los más poderosos hombres de Estados Unidos, pero también era todavía una ejecutora, y bajo su jurisdicción si Jonas estaba en la zona en ese momento. Jonas ignoro el ceño rápido que su esposo lanzó hacia él. Si en el peor de los casos Seth decidiera iniciar una confrontación, Jonas estaba confiado en que podría hacerse cargo de él. La mirada que le lanzó al otro hombre estaba llena de confianza también. Por un brevísimo instante, Jonas se preguntó si realmente empezaba a perder el control que una vez tuvo sobre sí mismo. Anteriormente, el podría haber participado ejerciendo una manipulación, un juego de palabras, cualquier forma posible para mostrarles aquí a todos esos bastardos que les rodeaban que no eran mejor que él, como ellos creían. En lugar de eso, su mente estaba ocupada en una cosa, pero debía hacerse cargo de otra: la información que Drey Hampton podría tener, y el difícil trabajo de recuperar a Phillip Brandenmore de Irán. —Caballeros, si me disculpan a mí y al Sr. Wyatt, creo que tenemos algunos negocios que discutir con Seth —anunció el Senador Tyler cuando las mujeres se alejaron. Volviéndose a Jonas, el le dio una mirada explicita. —Seth tiene una interesante proposición, Jonas. Creo que deberías oírla. En otras palabras, el Senador Tyler tenía información que necesitaba dar a conocer. Si Drey había evitado sus habituales rutas de información para tales acontecimientos, entonces había un problema. Jonas saludó cordialmente con la cabeza a Drey antes de girar y dirigirse hacia el extremo opuesto del salón de baile, y al corto y estrecho tramo de escaleras que conducía a lo que se suponía que era una sala de reuniones segura. Jonas dudaba que cualquier lugar fuera seguro aquí. Drey podría tratar como el infierno de mantener sus secretos, pero eso no significaba que en realidad pudiese lograrlo.

Rachel se introdujo en el baño de mujeres con Dawn detrás siguiéndola de cerca. Entrando al tocador diseñado para que varias mujeres lo utilizaran al mismo tiempo, algo que raramente había visto en una residencia privada, no se sorprendió de encontrar a Dawn tan cerca de sus talones. —Jonas es en parte un esclavo controlador, ¿no es cierto? —Dawn declaró cuando se movió hasta los anchos y altos espejos y abrió su bolso para arreglarse su maquillaje.

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La tensión frecuentemente no solía ir bien con el maquillaje. Un fino brillo de sudor apareció en la frente y sien de Rachel, haciendo imprescindible su arreglo. —Él definitivamente puede estar un poco tenso —Dawn murmuró cuando ella se apoyo contra la pared y encontró la mirada de Rachel en el espejo. —Pero generalmente sabe lo que está haciendo. ¿Cómo mandar a Dawn para ‘proteger’ a Rachel en el baño de mujeres? Había estado en más de una ocasión en las fiestas de Drey Hampton, y todavía no se había topado con un humano rabioso o una Casta en el baño de mujeres. Terminando con su maquillaje, Rachel se lavó las manos, se las secó, aplicó una capa fresca de loción y después se giró hacia la Casta femenina. —Él me está poniendo de los nervios —ella murmuró. —Quiere tener una conversación conmigo más tarde. —Y conocía sobre qué trataría; sobre el embajador. Aunque no sabía si sobre algo más… —Sí, estoy al tanto de eso. —Dawn lanzó una pequeña, divertida risa cuando sus ojos cafés se iluminaron con su sonrisa y señaló con el dedo índice su oído. Volviendo al espejo, la otra mujer alisó varios mechones marrones dorados, que la llegaban hasta los hombros y que se habían soltado libremente de su pasador decorado con diamantes antes de volverse a Rachel. —¿Lista? —Tan lista como nunca lo estaré. —Rachel murmuro. Dawn Lawrence le regaló una pequeña y aparentemente compresiva sonrisa antes de moverse hacia delante y abrir la puerta. Dos mujeres estaban esperando en el vestíbulo, una joven morena, la esposa de un congresista, la otra una señora de mediana edad con cara demacrada, viuda de un antiguo gobernador. Las mujeres echaron un vistazo a Dawn, sabían quién era ella, y en lugar de conceder un saludo de cortesía o incluso un saludo amable, levantaron sus narices y se alejaron de ella. No importaban quienes eran, o lo que eran, estaban concediendo a las Castas la misma falta de respeto que a otros cuyos familiares o amigos habían invertido fondos en el Consejo de Genética. Algunos habían conocido lo que el consejo era, otros no. Y sin embargo, sus asociaciones y familiares mantenían el mismo odio y falta de respeto por la vida que aquellos que estaban implicados habían mostrado. Dawn actuó como si ella no hubiera presenciado esa exhibición, sino que caminó majestuosamente hacia el salón de baile. Habían pasado muchas cosas, Rachel lo sabía. Las Castas eran o bien amadas u odiadas; había muy poco entre esas dos opciones. Pero aquí, en medio del brillo, la intriga política, las luchas internas y acuerdos hechos y deshechos, ella podría haber pensado en las actitudes que al menos podrían realizarse con una cara amable. Como si hubiera sentido los pensamientos de Rachel, Dawn empezó hablar cuando entraron en el salón de baile. —Esas dos han trabajado diligentemente para intentar asegurar que las Castas regresen a los laboratorios. Algunas personas parecen tener mucho cariño por los animales que han sido liberados, ¿no te parece?—El punto de cinismo en su voz estaba en desacuerdo con la felicidad que Rachel vislumbraba en sus ojos cada vez que ella estaba con su esposo.

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—Los seres humanos temen el cambio, o cualquier cosa diferente a ellos —Rachel dijo mientras avanzaban a lo largo de un camino que Dawn parecía tomar por instinto. Los invitados con los que se cruzaban sonreían y muchos intentaban entablar una conversación con las dos mujeres, a los que Dawn efectivamente respondía. Había además una tensión colmando su cuerpo cuando ella empezó a moverse a través de la multitud con una firmeza añadida a su paso. Incluso vestida con un vestido de fiesta y tacones, Dawn parecía exudar órdenes cuando de repente su cabeza se levantó, sus fosas nasales abiertas. Rachel estaba sorprendida de sí misma por notar de repente los signos del agudo instinto dentro de la otra mujer. Algo había pasado, algo que ahora había hecho a Dawn moverse a través de la multitud como un cuchillo caliente atravesando la mantequilla. No parecía que los otros invitados fueran conscientes de ello. Lo que vieron fue a la mujer, sensual y todavía depredadora, atrayéndolos incluso cuando algún instinto de supervivencia humano les advertía alejarse. El camino de Dawn abría entre la gente estaba claramente conduciendo a las dos mujeres directamente a las dobles puertas que conducían al gran vestíbulo de mármol y desde ahí, a la puerta de entrada a la casa. —Jonas está esperándonos. —Dawn se giró hacia ella brevemente antes de continuar hasta la salida. —Él, Seth y los Ejecutores que estaban apostados fuera están en el vestíbulo. —Sra. Broen, ¿se marcha tan pronto?—Rachel podría haber ignorado la suavidad del embajador Slussburg, burlándose así de su vocecita, si él no hubiera agarrado su brazo repentinamente y tirado de ella para detenerla. Rápidamente, Dawn se giró. Su expresión se mantuvo en calma y serena, pero el marrón oscuro de su mirada parecía parpadear con llamas cuando sus dedos sujetaron el brazo del embajador Slussburg. —Embajador Slussburg, —declaró, con voz cordial, incluso cuando su voz retumbaba con peligro. —Le sugiero que la suelte. Su mano se levantaba lentamente, sus dedos desenroscándose de su brazo cuando Rachel sintió los pelos la parte de atrás de su cuerpo levantándose con una primitiva precaución. Infiernos, ella no era una Casta e incluso podía sentir la violencia que repentinamente se arremolinó en el aire. Su cabeza giró, y ahí estaba él. Los ojos de plata casi de neón, las pupilas negras casi borradas por los remolinos de mercurio cuando caminó acechante hacia ellos. —Vamos. —Dawn agarró su muñeca y la alejó rápidamente del embajador. Cuando estuvieron lo suficientemente lejos para no ser oídas, Dawn murmuró, —Contrólalo, Rachel, no importa lo que cueste. Él perdió la lógica. Es el animal que ves, y solamente tú puedes controlarlo ahora. No tenemos tiempo para esto. Confía en mí. El corazón de Rachel latía con fuerza sin control. Había visto la ira en la mirada del embajador Slussburg, había sentido la pura y violenta furia que brotaba de él cuando la detuvo. Su brazo podía tener cardenales después de su agarre. Pero no había sido aterrador. Ella no había tenido miedo del embajador, pero el hombre que estaba caminando hacia ella ahora, cuya mirada reflejaba muerte y furia pura, la aterrorizaba.

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En un segundo pensamiento, Rachel se dio cuenta que ninguno de los invitados alrededor de ellos se había dado cuenta que el hombre que se acercaba a ellos a través de la abarrotada multitud era un animal preparándose para matar. Que la palabra equivocada, la mirada equivocada, el toque equivocado podría desencadenar al muy temido asesino que todos temían en la oscuridad de la noche. —¡No! —Ella se puso delante de él, sin miedo por ella misma, aterrorizada por el embajador y cualquiera que pudiera tratar de salvarlo o interponerse en el camino de Jonas. Él se detuvo, entonces intento pasar alrededor de ella. Ella no podía llegar hasta él por un beso, incluso con tacones altos solo le llegaba hasta sus hombros. Hizo la siguiente mejor cosa. Agarró su muñeca cuando él trató de pasarla, la levantó y hundió los dientes en su carne con un duro y rápido mordisco. Eso lo detuvo. Girándose, bajó la mirada hacia ella, las pupilas volvían a su forma natural poco a poco, por su mirada Rachel podía intuir que la cordura regresaba a su mente. Le tomó preciados momentos. Las marcas de sus dientes estaban en su dura muñeca; el sabor de él persistió en su lengua cuando luchó por contenerle, para sujetar al animal dentro de él con una correa. —Discutiremos esto —Había más que un gruñido en su voz ahora, había puro intención. Pero la cordura estaba ahí de nuevo. Sujetando su brazo, se alejó del embajador y la dirigió rápidamente a las amplias puertas del frente que daban a la entrada circular. Había seis Ejecutores situados en posición, portaban armas mientras él la llevaba a toda prisa fuera de la casa y la metía en la limusina que los esperaba. Algo había pasado, no había dudas sobre eso. Había una sensación de inminente peligro rodeando a las Castas, sus duras miradas y feroces expresiones reflejando, intensificando la sensación de conciencia. Dawn les seguía con Seth a su lado, hasta que las puertas se cerraron detrás de ellos y los vehículos se alejaron velozmente de la mansión de los Hampton. Las curvadas carreteras de la montaña eran el lugar equivocado para los constantes cambios que la limusina hacía en su posición con las otras dos que habían arrancado detrás de ellos. Los seis ejecutores así como también los dos conductores de los otros dos vehículos estaban manejando como kamikazes rumbo a su destino. —¿Qué es lo que está pasando?—Rachel podía sentir su garganta apretándose con miedo. —¿Esta Amber bien?— —Amber está bien. Actualmente está en un cuarto de seguridad del Santuario reservado para los niños y protegido por los ejecutores asignados para dar sus vidas si fuese necesario. Las parejas apareadas están con ellos también cuidándolos así como también Leo y su sequito de asesinos. Si esas precauciones habían sido tomadas, cualquier cosa que hubiera sucedido era algo con la posibilidad de poner en peligro a las parejas apareadas así como también al gabinete. Ella miró con los ojos muy abierto como Dawn y Seth trabajaban en una delgada laptop personal, y Dawn hablaba con urgencia con tono bajo, desde un teléfono satélite.

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—El Santuario fue atacado hace una hora —Jonas declaró. —El hijo de Callan y Merinus, David, estuvo cerca de ser secuestrado durante un ejercicio de pre-entrenamiento con Tanner Reynolds; mi hermana, Harmony; y su esposo, Lance Jacobs. Lance fue herido, lo que agravó una herida en el pecho que recibió hace casi un año. —La batalla en Nuevo México. —Rachel asintió con la cabeza, luchando por mantener la calma. —Le dispararon en el pecho. Jonas asintió bruscamente con la cabeza. —Tuvo un golpe grave en la misma zona esta noche. Tenemos un equipo rastreando a los atacantes en este momento. Me uniré a ellos tan pronto lleguemos. Rachel apretó sus puños sobre su regazo cuando volvió la mirada hacia él. Primero, tenía que enfrentar el peligro de la vida de su hija, y ahora el peligro de la de Jonas. A través de los meses que ella había trabajado con él, Jonas mantuvo las áreas más peligrosas de su vida escondidas para ella. Ahora no las estaba escondiendo, y eso la hizo comprender que tan frecuentemente su vida, y la vida de las Castas en general, estaban en peligro. —¿Esta David bien? —preguntó ella, sabiendo lo que podía hacer Merinus si cualquier cosa le hubiese pasado a su hijo. —Físicamente, está bien, —Jonas declaró. —Sin embargo éste es el segundo ataque que ha tenido que soportar contra él en estos dos años. En cada ocasión, un amigo ha sido dañado tratando de salvarlo. Está inconsolable. Y Jonas estaba igualmente casi inconsolable, también. Rachel miró fijamente el color vivo de sus ojos y vio una sutil y agonizante llama. Jonas cuidaba de su hermana y su esposo, aunque sabía que frecuentemente intentaba aparentar lo contrario. Merinus le había advertido que Jonas era frio y duro, y si él no se ablandaba, si él no cedía en los constantes juegos que jugaba con sus ejecutores, entonces alguien acabaría por matarlo. Eso o el gabinete de Castas podría hacer algo por ellos mismos para ponerle un alto a su comportamiento. Pero Rachel nunca había visto frio o duro a Jonas. Nunca había visto a un manipulador. Él era calculador, sin dudarlo; él tuvo que ser así para sobrevivir. Tuvo que serlo para mantener a la gente que amaba a salvo y con relativa libertad en sus vidas. Era un amante, un líder. Era un hombre que uso el entrenamiento que recibió—para matar, destruir, sabotear—para construir y alojar esperanza en su lugar. El único inconveniente era que él tenía una forma de hacer esa magia con sus habilidades demasiado…única, tanto que hacía que todos le temiesen cuando tenía en mente realizar algunos de sus llamados “juegos” —Jackal ha aterrizado el helicóptero a una milla de nuestra ubicación, —Dawn declaró, su voz era calmada, aunque sus oscuros ojos marrones estaban encolerizados con ira. — Tenemos dos camionetas llenas de asaltantes armados dirigiéndose hacia nosotros. Preparados para ejecutar. Jonas gruñó.

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CAPÍTULO 09 Las tres limusinas entraron al claro, deslizándose hasta parar dentro de la vista del heli-jet. Desde el asiento trasero, Rachel tragó fuerte al ver los hombres armados que permanecían de pie fuera de las furgonetas que estaban aparcadas en un ángulo diagonal al helicóptero súper rápido asignado al Santuario. Vestidos con vaqueros, camisetas y máscaras oscuras, sujetaban sus armas de una manera relajada y sin amenaza, pero existía una tensión que aseguraba a Rachel que la parte de sin amenaza podía cambiar en un instante. Había también una familiaridad en ellos. Rachel se inclinó hacia delante, mirando fijamente por la ventana, su mirada fija se estrechaba mientras luchaba por determinar con precisión exactamente lo qué reconocía de los hombres. —Jonas, un mensaje acaba de llegar a través del canal satélite. —Lawe se giró desde el asiento del conductor y miró fijamente a Jonas hacia atrás. —Se están negando a identificarse pero están diciendo que el camino está libre. Están aquí por seguridad y tenemos que darnos prisa porque los verdaderos chicos malos están solamente a unas millas con lanzacohetes. Los Ejecutores de las otras dos limusinas estaban saliendo de los vehículos, rodeando en el que se encontraban, mientras los dos Ejecutores del heli-jet se reunían con ellos. —Tenemos un mensaje para Rachel para que se apresure y se vaya. La mirada fija de Jonas se desvió hacia ella cuando un grito entrecortado salió de sus labios. —Es Diana —susurró, abriendo sus ojos ampliamente mientras miraba fijamente hacia atrás a Jonas. —Dejó ese código para mí cuando se fue, justo después de que Amber hubiera nacido. Es seguro, Jonas. Y ese código quiere decir que es imperativo que nos vayamos ahora. —No podemos estar seguros. —Jonas estaba revisando el rifle que había sacado de un panel de debajo del asiento, cuando Seth y Dawn hicieron lo mismo. —Yo lo estoy. —Rachel abrió la puerta bruscamente, pero se cayó, los tacones que llevaba la hacían más difícil moverse. —¡Rachel!— A pesar de sus reflejos, Jonas se las arregló solamente para agarrar la falda de su vestido. —¡Déjame ir, Jonas! —Ni lo sueñes—. El estaba fuera de la limusina, sujetando su arma totalmente preparado para el combate, cuando una figura sola se acercó al grupo. Una mano enguantada alzó y retiró la máscara que la figura llevaba, para revelar las características delicadas pero glaciales de la cara de su amada hermana. Una cara que tenía miedo diariamente de no volver a ver nunca más. La vida de un mercenario de sexo femenino no era fácil exactamente, o al menos, con ningún tipo de seguridad. —Wyatt, saca a mi hermana de aquí cagando leches o la llevaré yo misma. —Diana gritó en un tono furioso. Lo haría. Diana siempre había sido básicamente una protectora de gente que no podía protegerse a ellos mismos, y había decidido pronto en la vida que su hermana menor tenía que ser protegida.

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—¡Joder!— Jonas se volvió hacia Seth y Dawn. —Vamos. Muévanse. Agarró el brazo de Rachel mientras miraba fijamente a Diana. —Ven con nosotros, Diana —suplicó en un tono desesperado mientras Jonas la empujaba hacia el heli-jet. Su hermana permaneció quieta, su mirada fija estrechándose con las luces brillantes lanzadas por las limusinas y el heli-jet. No se movió, ni tampoco los seis hombres que estaban detrás de ella, con sus armas preparadas. —¡Vehículos en movimiento!—Jackal gritó mientras abría la puerta. —Los sensores indican capacidad armamentística, Jonas. ¡Volemos! Jonas la colocó en el asiento del heli-jet mientras los otros entraron corriendo detrás de ella, impidiéndola gritar a su hermana otra vez. Su corazón estaba palpitante, agobiándola con el miedo mientras luchaba contra Jonas. —¡Diana!—Gritó el nombre de su hermana cuando la vislumbró corriendo, no por una furgoneta en la que escapar, si no por alcanzar una posición defendible para hacer fuego sobre los atacantes que llegaban. —¡Tráela! —Se volvió hacia Jonas, con los ojos enloquecidos, aterrorizada. Su hermana estaba allí debido a ella, para protegerla. Si algo le pasara, Rachel no sabría si podría soportarlo. —Hazla venir con nosotros. —Pedirá mi cabeza —Jonas la habló furiosamente, y aunque sabía que era cierto, Rachel luchó contra la necesidad de pedirle a él que lo hiciera. —Si quisiera estar aquí con nosotros, lo estaría, Rachel. —Volviéndose hacia Jackal, dio la orden de volar. No había visto a su hermana desde el parto de Amber. Instantes después, Diana había desaparecido otra vez. Lo que hacía y por qué lo hacía, Rachel no lo sabía. Todo lo que sabía era que siempre que ella estaba en problemas, independientemente del problema, Diana estaba ahí. Había habido solamente un momento en sus vidas cuando no había estado presente: los meses que Rachel había estado perdida en Suiza, luchando para tratar de volver a casa, sin tener pasaporte ni dinero. Diana había estado ausente, y Rachel había estado sola. El heli-jet despegó con sus reactores poderosos poniéndose en funcionamiento y sujetando a Rachel de regreso en su asiento cuando el aparato voló en dirección hacia el Santuario. —El grupo de Diana se está moviendo con tiempo de sobra —Jackal gritó. —¡Diablos, Jonas, tienes que reclutarla! —Nos mataría a todos nosotros, —farfulló Jonas mientras el heli-jet surcaba el cielo. — Contacta con el Santuario; estamos volando hacia allí. Quiero al Equipo Alpha Uno listo para moverse. —Equipo Alpha Uno reunido y preparado— Jackal devolvió la llamada. —Tenemos fuego eventual sobre la finca de la casa. El Equipo Vanderale Dos se ha dirigido a las montañas. Tenemos dos presos, seis enemigos abatidos, dos Castas abatidas y casi tres docenas de heridos. Rachel envolvió sus brazos alrededor de su estómago mientras la información era transmitida. Demasiados heridos o muertos. En los años desde la revelación de la existencia de las Castas, no habían tenido un verdadero momento de paz o verdadera seguridad.

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Aspirando bruscamente, colocó su mano sobre el muslo firme de Jonas tentativamente. La tensión mantenía su cuerpo fuerte, invadiendo cada célula mientras observaba la pequeña pantalla de comunicación y el dispositivo de información que un Ejecutor le había pasado. Ingresando la clave segura, Rachel vio como la pantalla negra parpadeaba,, mostrando luego la imagen de la casta conocida como el Leo. Los ojos dorados se encendieron con cólera mientras la miraba fijamente. Los dos hombres tenían algunas características asombrosamente similares. Se rumoreaba también que era el padre de Jonas. No lo dudaba. Ambos hombres eran arrogantes y calculadores, lo suficiente para estar emparentados. —Estatus —Jonas dijo bruscamente. —Todo seguro—Leo dijo gruñendo, fuerte, con los afilados incisivos apareciendo como un rayo a ambos lados de su boca. —Todavía tenemos algunos bastardos que eliminar. El grupo principal se escapó, aunque partieron con las manos vacías. —¿Cómo está Lance?— Rachel podía escuchar la preocupación, tanto como la promesa de castigo, en su voz. Leo miró hacia un lado por un momento, con su mandíbula apretada, antes de volverse. —Elizabeth y Ely lo cuidan. Están seguras de que va a reponerse, pero está inconsciente ahora. —¿Harmony?— La voz de Jonas se espesó con preocupación. Los labios de Leo se tensaron de cólera mientras sus ojos ardieron. —Ha ido tras ellos, Jonas. No pude pararla. Rachel observó la cara de Jonas y vio, solo por un segundo, puro y desnudo temor y dolor. —La traeré a casa—dijo con una fuerza escalofriante. —Mi hora prevista de llegada es a las cinco. —Tráela a casa —Leo afirmó. —Pero si la hubieses dejado endiabladamente tranquila, no estaríamos preocupados por ella ahora ¿Lo entiendes? —No, la estaríamos llorando. Jonas no dio la oportunidad de responder al otro hombre. El dispositivo de comunicación volteó su aguja antes de que su mano la agarrara con la fuerza suficiente para que las venas sobresalieran en sus manos. —Harmony está bien. —Rachel quería consolarlo, quería aliviar la preocupación, aunque sabía que eso no era completamente posible. Su cabeza se sacudió hacia ella. —Harmony bañará esa montaña en sangre si no la freno. — Jonas bufó —Necesitamos al menos a uno de aquellos bastardos vivos. Los despellejará a todos ellos. Ella hace que tu hermana parezca el hada de los dientes. Rachel frunció el ceño. —Mi hermana no es tan mala. Jonas simplemente resopló otra vez.

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—Si Harmony es tan peligrosa, entonces estará bien—lo tranquilizó otra vez, mirando la tensión de su mandíbula mientras luchaba para frenar aquellas emociones que estaban rompiéndole. —Casi la perdí una vez. —Se volvió hacia ella, encontrando su mirada, bloqueándola, mientras ella leía la preocupación en sus ojos. —Vivía de manera peligrosa casi rozando el suicidio, y a pesar de que la familia de Leo la cuidó, no podrían haberla detenido. —¿Pero tú lo hiciste?— No había sabido esto. Merinus la había contado muy poco sobre la hermana de Jonas. Su sonrisa estaba apretada pero victoriosa. —Cuando conocí a su pareja, había una serenidad sobre él, una vena de pura paz que parecía rodearlo. El segundo en que miré dentro de sus ojos sentí la salvación de mi hermana en él, y di a Dios por ello. Cuando su prima se unió a uno de mis Ejecutores, pude usar las muestras de sangre y de saliva que requerimos a todo aquel que trabajaba con las Castas. Se ajustaban a lo que había adquirido de Harmony de los laboratorios en los que fuimos criados. Le di paz, y esta es la segunda vez que alguien ha intentado robársela. Lo que significaba que alguien iba a pagar por ello. —¿Brandenmore?— Preguntó ella. —¿Piensas que está detrás de esto? —Sé que lo está. —Jonas gruñó cuando su mano se elevó para masajear la de ella que estaba apoyada sobre su muslo. El movimiento fue casi inconsciente, como si lo estuviera haciendo por instinto en vez de intencionadamente. —Hay algo que él está buscando… algo que tiene que ver con el fenómeno del apareamiento. —¿La información que trata sobre la interrupción del envejecimiento en las parejas acopladas, quizá?— Ella sabía qué era. Tenía conocimiento sobre ello, incluso una vez había pensado en ello, en por qué Merinus y Kane no habían envejecido con el paso de los años cuando el resto de su familia sí. —A veces eres endiabladamente lista. —Suspiró, pero había una insinuación de aprobación en su tono, tanto como en su mirada fija. “A veces tus pensamientos son demasiado accesibles”, Rachel podía haber replicado. Como ahora, cuándo la estaba acariciando la mano, en la situación en que se encontraban, entre el peligro y el conflicto de su vida. Estaba dedicando su tiempo a explicarle todo, encontrando una razón y una oportunidad para ser amable con ella. No se estaba escondiendo de Rachel. No la estaba manipulando. Y conocía a Jonas lo suficientemente bien para saber cuándo estaba haciendo eso exactamente. —¡Santuario a la vista!—Jackal gritó. —Prepárense para desembarcar, Director. Tenemos fuego vivo todavía activo. Agáchese y corra. El Heli-jet aterrizó, desconectando sus motores, vibrando a través de la cabina mientras aterrizaba tan cerca de la casa cuartel como era posible. La puerta se abrió. Rachel se encontró a si misma sujeta fuertemente al lado de Jonas, sus pies no tocaron el suelo mientras él salía rápidamente del heli-jet, y corría velozmente hacia las puertas dobles abiertas que conducían hacia la larga red de túneles y habitaciones del laboratorio subterráneo debajo de la casa cuartel.

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Sintiendo el fuego alrededor de ellos desde la ladera, Jonas estaba gritando órdenes mientras Seth y Dawn se colocaban detrás de ellos, totalmente rodeados por una formación de castas. —¡Estamos dentro! ¡Estamos dentro!—gritó Jonas cuando acero y cemento los rodearon. Jonas todavía sujetaba a Rachel fuerte contra él, corriendo por un pasillo y subiendo unos pocos escalones, antes de precipitarse por un laberinto de túneles, hasta que llegaron a la puerta que estaba buscando. La puerta se abrió y apareció Merinus. —¡Aquí! — Ella tenía una mirada atemorizada, su cara estaba surcada de lágrimas. — Callan, Kane y Leo salieron hace unos minutos buscando a Harmony. Llegó un informe de que estaba rodeada y los tíos de Lance eran incapaces al alcanzarla. Elizabeth y Ely están con Lance pero no ha despertado aún y las comunicaciones no pueden contactar con ninguno de ellos. Rachel estaba de pie, pero sentía el brazo de Jonas todavía alrededor de ella, su tibieza la hacía sentir protegida mientras Sherra, la hermana de manada de Callan y la mujer que se había casado con Kane Tyler y la responsable de la seguridad informática, le entregó a Amber en sus brazos. Su bebé. Rachel enterró su cara contra el cuello de su niña pequeña y las lágrimas llenaban sus ojos, mientras su miedo empezaba a disminuir ligeramente. —Rachel. Tengo que irme. Jonas la estaban soltando. Su tibieza estaba disminuyendo. —No. Todavía no. Se giró, acercándose a Amber. —Espera. Jonas... —Sabía que no escucharía. Sabía que no podía escuchar. Mirando fijamente a sus ojos, vio las lealtades rotas. Su necesidad de quedarse con su pareja, su necesidad de salvar a su gente. Tragando fuerte, forzó una sonrisa a su cara. —Tienes que irte. —Tengo que irme. Levantó su mano, tocando con las puntas de sus dedos sus labios. — Pero volveré a tu lado. El miedo era una desesperada y angustiosa entidad que crecía dentro de ella. No quería perderlo. Había peleado con él durante meses, sufriendo por él durante todo el mismo tiempo. No podía perderlo hasta que supiera hacia dónde se dirigía esta relación. —Date prisa en volver—susurró a través de labios entumecidos mientras luchaba por reprimir un pretexto para no dejarle ir en absoluto. —Me daré prisa—prometió. Inclinó su cabeza, posando como una pluma sus labios sobre su mejilla, y luego, se marchó.

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Minutos más tarde, Jonas salió de la propiedad, vestido con la oscura ropa de combate en vez del esmoquin con el que había llegado. Rodeado por el Equipo Alpha Uno, que incluían a Lawe, Rule y Mordecai, corrió hacia el esperado incursor. No había ningún informe sobre Harmony, Leo, Callan, Kane o el equipo enviado para cubrirlos. Podían estar deliberadamente ignorando las llamadas, o, en el peor de los casos, capturados o asesinados. Rogó, por el bien del mundo, que lo último fuera solamente un miedo personal. Había tantas Castas unidas bajo su protección y liderazgo ahora, que el enemigo necesitarían muchos más recursos que los que tenía América para forzarlos a volver a los laboratorios, o matarlos. Los disparos habían parado en la cima de la montaña, las Castas que Leo había enviado a ese lugar casi inexplorado habían conseguido definitivamente eliminar al último de los francotiradores que hacían fuego sobre la mansión. No era por los hombres de las montañas por los que estaba preocupado. Era por su hermana. Harmony. Su pareja casi había dado su vida por ella una vez; ahora, casi lo había hecho de nuevo, el muy hijo de puta. Jonas definitivamente iba a tener que tener una larga charla con él sobre la manera correcta de cuidarse. Eso, o asignarle un maldito guardaespaldas para mantener su culo fuera de problemas. Su hermana Harmony, conocida una vez como la Casta asesina Muerte, no necesitaba más penas en su vida. Necesitaba tiempo para reírse, amar, cicatrizarse del horror para el que había sido entrenada. Un horror en el que Jonas había colaborado sin querer. Y merecía una oportunidad de criar a su hijo pequeño y observarlo reír, vivir, amar y crecer. Debía tener la posibilidad de criar más niños, asegurarse una vida para ella misma que no incluyera sangre. Muerte había sido forzada a desvanecerse, y Harmony Lancaster había encontrado un lugar en la vida, y en el amor, en los brazos de su pareja. Jonas tenía intención de mantenerlo de esta manera. —¡En marcha!— Gritó a Lawe mientras saltaban dentro del Incursor. Inmediatamente el vehículo se puso en marcha y salió por las amplias puertas del barracón, que oscilaron abiertas momentáneamente ante su inminente partida. El Incursor estaba aproximándose a las puertas cuando otro vehículo llegó de repente. Los neumáticos chirriaron mientras los frenos fueron pisados, el vehículo se estremeció con la parada mientras Lawe maldecía y retorcía la rueda para evitar impactar con el otro Incursor. Harmony. Saltando del vehículo al mismo tiempo que abría la puerta de éste, Jonas caminó hacia ella, solo para hacer un alto en el camino cuando ella, Dave Vanderale, Rye DeSalvo y una de las Castas Africanas de Leo, Burke, salieron del suyo para encontrarlo. Harmony extendió la mano hacia dentro del Incursor y un segundo después, tiró bruscamente al suelo a un macho humano herido. La rodilla del hombre estaba hecha añicos. Parecía como si hubiera recibido un balazo del rifle antiguo de francotirador de Harmony que todavía tenía el hábito de llevar. El mismo rifle que colgaba de su espalda ahora.

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Tenía sangre cuajada en su cuello de una herida de cuchillo poco profunda, y si Jonas no estaba equivocado, una parte de pelo había sido arrancada de su cabeza. Esa parte sangrienta estaba colgada del cinturón que Harmony llevaba. —Disparó a Lance. —Harmony lo miró fijamente con ojos verdes violentos, y brillantes. — Promulga la Ley de Castas contra mí hasta que el infierno se hiele, bastardo —le dijo a Jonas —. Eso no impedirá que cualquiera que toque lo que es el mío sufra. —Pateó al hombre herido mientras le lanzaba una mordaz mirada. —Luego morirán. Jonas se detuvo frente a ella. El dolor que causaba estragos en sus ojos y torcía su expresión era una de las cosas más duras a las que nunca antes se había enfrentado. Jonas también sentía el miedo de ella de que su propio hermano pudiera encontrar una manera de hacer cumplir su amenaza de hacerla cargar con la Ley de Castas por las muertes que, él estaba seguro, ella había dejado en la montaña. —¿Hay alguien más vivo?— Le preguntó a ella. Sabía por los informes que habían llegado que un equipo de cuatro hombres había intentado capturar a David Lyons. Harmony hizo una mueca de desprecio, con sus ojos verdes encendidos con fuego. —Se encontraron con la Muerte. Aproximándose, mantuvo la mirada fija de su hermana, sintiendo que esa parte hecha añicos de su corazón que la había dejado hacía tanto tiempo, dolía con un dolor apasionado. Tan delicada. Ella siempre había sido demasiado diminuta, demasiado fácilmente quebradiza. —Nunca promulgaría la Ley de Castas sobre ti— dijo suavemente. —No importan tus acciones, yo te protegeré, Harmony, como siempre he tratado de hacer. La sorpresa emitió destellos entre el pesar descarnado de sus ojos. —Mentiroso. —La mirada desapareció un segundo después, y no podía culparla por su desconfianza. Jonas agitó su cabeza despacio. —Muerte se fue, hermanita. Harmony Lancaster es una compañera que se merece la sangre que derrama. —Extendió la mano, ignorando su estremecimiento y frotando una hebra larga de pelo castaño rojizo oscuro entre las puntas de sus dedos. —No lo habría hecho entonces, cuando te llamaban Muerte, ahora, no veré sufrir a la hermana a quien he siempre querido. Juro eso, Harmony, sobre las vidas que lucho por salvar todos los días. Te lo juro. Lo sintió entonces. Ese pesar dentro de ella convirtiéndose en un animal, luchando, dando zarpazos por liberarse. Su cara se arrugó y las lágrimas llenaron sus ojos. —Lo dispararon —susurró, hablando de su pareja. —Otra vez, Jonas. Lo dispararon otra vez, y podría perderlo... La tenía en sus brazos. A pesar del vago malestar, la sujetó contra su pecho e hizo lo que nunca había hecho antes. Se inclinó y la besó suavemente sobre la corona de su cabeza antes de colocar su mejilla contra él, mientras sollozaba en sus brazos.

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Quizás algo también se había derretido dentro de él. Nunca antes había sabido que palabras debía decir, o cómo revelar las emociones que había guardado siempre a escondidas dentro de su alma. Hasta Rachel. Había ocurrido gradualmente, admitió. Despacio. Pero había soltado algo dentro de él que no había sabido que había estado cerrado con llave. Mirando sobre la cabeza de Harmony a los hombres que la habían seguido antes de que él la hubiera encontrado otra vez, finalmente se dio cuenta por qué había peleado tan duro Dane Vanderale para mantenerla segura todos estos años. El hijo de puta la amaba. Estaba ahí en sus ojos, en la cólera enroscada e intensa de su expresión. Estaba enamorado de una mujer que nunca consideraría su tacto, su amor o sus necesidades. Y la había querido lo suficiente para dejarla marchar. Para permitir que ella tomara su pareja, para permitir que tuviera su felicidad. Y haciendo esto, la había perdido para siempre. Pero le había dado un regalo a Jonas que nunca podría ser devuelto: su hermana. Jonas tenía a su hermana de vuelta. —Va a estar bien, hermanita —prometió suavemente mientras acariciaba con sus manos su espalda y rezaba por encontrar la manera de calmarla. —Ely lo habría dicho si no fuera a recuperarse. Harmony sacudió su cabeza. —Leo nunca te habría permitido dejar la propiedad si Elizabeth pensara que se moriría — señaló y ella hizo una pausa. Cuando se echó para atrás, le miró fijamente. Y rompió su corazón de nuevo con esos ojos empapados por las lágrimas, tan vivos y llenos del dolor. —Te escondes—susurró con voz entrecortada. —Como solía hacer yo, ¿no, Jonas? Te escondes de todo, y así nunca serás lastimado. Él sacudió su cabeza. —No más escondites nunca más, Harmony. —Tal vez sólo necesitaba que lo viese, que lo probase por sí mismo. La tocó la mejilla con suavidad. Ella sorbió de la misma manera que una niña pequeña que no supiera qué hacer con sus lágrimas. —Ve con tu compañero —la exhortó mientras la giraba hacia la casa. —Tengo que recoger a mi Orgulloso Líder y a su terco y molesto padre antes de regresar yo también. —Su molesto y terco padre está empleando todo su tiempo limpiando la montaña de los cadáveres que Muerte dejó. —Dane pateó al ser humano encogido a sus pies, su expresión endurecida, llenándose con la cólera que llegaba del dolor de Harmony tanto como con el conocimiento de que ella podría haber muerto cuando fue a buscar a los hombres que habían atacado la propiedad. —¿Qué hacemos con este molesto pequeño trozo de mierda? — Se agachó y sonrío ante la fría expectación cuando el otro hombre luchaba para escabullirse mientras gritaba por piedad. No había piedad. Ni en los ojos de Dane, ni en el corazón de Jonas. —Llévalo a nuestras celdas preventivas. —Jonas miró a Burke. —Este hombre no debe ser contabilizado. Dejemos a su jefe pensar que se escapó.

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Burke asintió con la cabeza, agarró un trozo de pelo rubio manchado de sangre y lo arrastró mientras éste gritaba, de regreso al Incursor. —Lawe, Rule, vayan con él. —Hizo señas a los dos Ejecutores antes de regresar a Dane. — Tú vienes conmigo. Jonas saltó dentro del Incursor, esperando hasta que Dane y Rye se sentaron en los asientos traseros, para dirigirse hacia la casa. Harmony iba corriendo hacia la entrada mientras Jonas frenaba, con sus largas y esbeltas piernas comiéndose la distancia mientras avanzaba para reunirse con su pareja. Tras aparcar el vehículo, suspiró cansadamente antes de saltar fuera y tomar el camino hacia la oficina privada de Callan. Dane. Su hermano. Diablos, a veces era demasiado condenadamente fácil admitir que el rubio alto que caminaba detrás de él era, efectivamente, su pariente. Eran demasiado parecidos, y sin embargo, muy diferentes. Dane era de una Casta híbrida, nacido de forma natural, criado y querido, cuidado y protegido. Había crecido hasta la madurez sabiendo su lugar en la vida, y conociendo a los padres que lo quisieron y cuidaron. Había habido peligro en su vida, pero no había habido crueldad por parte de aquellos asignados a su cuidado. Incluso ahora, sus padres adoraban el suelo que pisaba. —Necesito una actualización del estado de Callan y Leo— dijo a los otros dos hombres cuando las puertas se cerraron detrás de ellos y la seguridad estaba asegurada en la habitación. La sociedad de Castas sufriría en caso de perder a las tres Castas; Callan, Leo y Jonas, que trabajaban tan incansablemente para reforzar la presencia de las Castas en la sociedad, y Jonas lo sabía. Si Leo y Callan fueran atrapados por sorpresa, y asesinados, la sociedad de Castas nunca podría recuperarse. —Te dije, hermano, que están limpiando el desorden de Muerte. La sonrisa de Dane estaba tirante y dura. —Ya sabes lo sangrientas que pueden ponerse las cosas cuando empiezan a jugar con su cuchillo. Sí, él sabía muy bien qué sangrienta podía ponerse. Muerte prefería el desorden. Era su tarjeta de presentación. Ella nunca era fácil cuando mataba y la importaba un bledo lo que otros pensaran o cómo lo vieran. —¿De qué se enteró ella? —Harmony no era una mujer estúpida; sabía cómo de importante era la información. —Brandenmore los contrató para raptar a David —Dane reveló. —Tienen más espías aquí, Jonas. Sabían sobre la hora en que se realizan los entrenamientos de David y que él estaría con Tanner, Harmony y Lance, así como también sabían exactamente cómo acceder dentro del complejo. Brandenmore ordenó coger al chico vivo. Sin excepciones. —¿Por qué?—Jonas chasqueó los dedos. Eso era anormal. No necesitaban un rehén vivo para las pruebas que Jonas sospechaban que necesitaban. —El tipo al que interrogamos se volvió ambiguo al responder a esa pregunta. —Dane elevó sus hombros anchos mientras un gesto fruncido se marcaba sobre su frente. —Parece que Brandenmore cree que el chico se ha apareado y que la respuesta para el problema que

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está buscando en los decrecimientos del envejecimiento puede ser encontrada en él. ¿A qué diablos está intentado llegar con eso? Jonas agitó su cabeza. La confusión del Dane provenía del hecho de que, definitivamente, no había ninguna discrepancia de hormonas de apareamiento en los niños nacidos de las Castas. —No evaluamos a los niños, Dane. Tú sabes eso. —No, no puedes evaluar a niños. Las Castas Híbridas no llegan a la pubertad hasta que están cerca de los dieciocho, y la mayoría no se vuelven sexualmente activas hasta que están en la veintena — Dane gruño, su acento sudafricano se marcaba más con la cólera. —Esos jodidos bastardos se han vuelto locos. —Eso, o… ¿crees que sepan sobre tu naturaleza híbrida?— Jonas planteó la pregunta. Dane resopló. —Para nada. Brandenmore odia a Leo, en el caso de que lo supiera, el mundo lo sabría. Confía en mí. —Quizás hayan atrapado a otro híbrido —Jonas pensaban en voz alta. —Cualquiera que sea la respuesta, tenemos un problema más serio. —Su espía —Dane señaló. —Sé a ciencia cierta cómo de privado es el programa de el entrenamiento de David. Aquel que lo conozca, se encuentra cerca. David Lyons tenía casi trece años, y a pesar de las afirmaciones de Elizabeth Vanderale de que los machos de Castas llegaban a la pubertad tarde, parecía estar golpeándolo excepcionalmente duro a esa edad. Su humor, tanto como su naturaleza de animal, se estaba volviendo imposible de esconder. Las maniobras de entrenamiento fueron diseñadas para ayudar a hacer más fácil el conocimiento que empezaba a crecer dentro de él, tanto como para enseñarle defensa propia. —O es adivino —Jonas ironizó. —Quiero interrogar a los prisioneros yo mismo. Veamos lo que puedo conseguir sacarles. —La casta Pesadilla —La sonrisa de Dane era fría mientras se refería al apodo que la prensa había dado a Jonas. —Si lo que he visto fuera es una indicación de tu comportamiento actual, tu reputación va a verse afectada. Primero Ely te llama jodido mariquita mascota de una niña; ahora estás acariciando a tu hermana. Las Castas y los seres humanos podrían empezar a creer que igual no eres un robot después de todo. —Jódete, Dane— gruño y se fue hacia la puerta. —Y trae de vuelta a tu padre y a tu hermano a la central. Estaré maldito si tengo que tratar con sus muertes. El papeleo solamente me volvería jodidamente loco. Jonas tomo el camino desde la oficina directamente a las habitaciones seguras debajo de la casa. Necesitaba a su pareja. No podía poseerla, pero su tacto, su tibieza, el sonido apacible de su voz era otra hambre que ansiaba también. Nunca había considerado eso con el calor de una compañera. Ninguno de los otros Ejecutores de Castas unidos lo habían mencionado en sus informes: que la necesidad de sólo estar en presencia de sus compañeros era tan abrumadora que era imposible mantenerse apartado. Atravesando las redes de seguridad, Jonas hizo una pausa fuera de la habitación blindada y esperó hasta que Merinus abrió la puerta.

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El olor de Rachel le llegó inmediatamente. Su cabeza se volvió desde donde ella había estado observando a su hija dormir en sus brazos, luego se puso de pie rápidamente y se dirigió hacia él. Todavía llevaba el traje de noche, menos los zapatos. Su pelo se había deshecho de su recogido sobre la cabeza, y pesadas hebras caían sobre sus hombros. Su cara estaba pálida, las lágrimas teñían su rostro y la bebé estaba acurrucada apaciblemente en sus brazos. A Jonas nunca le había parecido más hermosa, o más sexy. —Callan, Leo y Kane están limpiando el desastre— dijo a Merinus y Sherra mientras avanzaba para encontrarse con Rachel en medio de la habitación. —Estarán pronto de regreso. Él sintió su alivio, sintió el amor que parecía llenar la habitación. Los niños estaban todos aquí, al mismo tiempo que los Ejecutores especialmente entrenados de Leo, y las Castas entrenadas en el cuidado y la protección de los niños por si tuvieran que escaparse con ellos. Los niños estaban calmados. A los once años, el hijo de Kane y Sherra parecía mucho más maduro cuando vigilaba a los recién nacidos de Leo y Elizabeth, mientras Dawn hablaba con dos de los guardianes de Castas. Los gemelos de diez meses de Tanner y Scheme estaban jugando tranquilamente sobre un felpudo del piso especialmente diseñado para soportar una variedad de actividades para entretenerlos. El recién nacido de Merinus estaba acostado durmiendo tranquilamente en una de las cunas puestas en la habitación. Solamente David, el hijo de trece años de Callan y Merinus, parecía menos que tranquilo, ¿quién podía criticar al muchacho? Jonas se habrían acercado a él, y tenía toda la intención de hacerlo, hasta que Merinus se movió hasta situarse muy cerca de él, bloqueando la vista de David. —David pidió ser dejado a solas hasta que pudiera hablar con Callan. —Sus ojos marrones oscuros estaban llenos de dolor. —No sé qué hacer, Jonas. Esta no era la Prima; ésta era la madre. Estaba indecisa, luchando para entender el sentido del peligro que este mundo les suministraba y para averiguar qué era lo mejor para proteger a sus hijos. —Entonces sugeriría que respetásemos sus deseos—Jonas manifestó tranquilamente mientras echaba un vistazo al guardián de Castas que se encontraba más cerca de David y le hacía una inclinación de cabeza silenciosa hacia el niño. El Casta estaría disponible si sintiera que David se estaba volviendo excesivamente angustiado. —Necesita hablar acerca de lo que está pensando y sintiendo —susurró Merinus mientras cruzaba sus brazos sobre sus pechos tratando de calmarse. —David no reacciona demasiado bien cuando medita mucho sobre los problemas que nos rodean. —A veces un hombre tiene que cavilar— Jonas le respondió, sabiendo que el niño bien podía oír por casualidad su conversación. —Está forzado a crecer, Merinus, y tan triste como es, no es algo que podamos interrumpir. David es equilibrado, y sabe que su padre está deseoso de escuchar los problemas que quiera exponerle. Da a Callan una oportunidad de ayudar a su hijo de la manera correcta.

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El mensaje era también para David. Él debía discutir esos temas con Callan, o Jonas se aseguraría de que el chico los discutiera con su padre. Y David raramente deseaba forzar discusiones con Jonas. —Rachel y yo volveremos a la cabaña ahora—le dijo a la Prima – Si me necesitas, solo tienes que llamar al teléfono por satélite. —¿La cabaña es segura?— Merinus preguntó con aire de preocupación cuando echó un vistazo a la durmiente Amber. —Quedaros aquí, Jonas. Una de las suites del nivel inferior puede ser rápidamente preparada. Las suites del nivel inferior estaban debajo de la casa, parte del diseño de los laboratorios y ocupadas por parejas en el calor del apareamiento que eran forzadas a alojarse en la casa central por motivos de seguridad. Jonas sacudió su cabeza. —Tengo la seguridad suficiente, y parece que el peligro ha pasado por esta noche. Además, sé que Rachel estará más cómoda pasando algún tiempo a solas con su hija. Rachel permanecía silenciosa, y agradecida. Jonas no tenían ningún deseo de quedarse allí, donde podría y sería molestado a cada oportunidad. El animal dentro de él ya estaba caminando impaciente, al menos, para estar solo con su familia. Su familia. Cuando dejaron la casa, Jonas estaba asombrado ante ese pensamiento. Había sido creado para procrear niños, y había sido considerado un error por los científicos. Jonas supo qué no acertaron: no fue un error, sólo que aún no había encontrado a su compañera. Ahora que lo había hecho, tenía miedo de los resultados. Nada importaba más que proteger a su compañera y a la hija a quien había reclamado como suya. El problema de todo esto eso era que cualquier niño que engendrara, estaría incluso en un peligro más grande que cualquier otro hijo de Casta. Sería el niño que verdaderamente tendería un puente sobre Castas y hombres. Crearía un ser al que ambas razas, humana y Casta, temerían.

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CAPÍTULO 10 Un fuego ardía brillantemente en la chimenea cuando Jonas acompañado por Rachel entró en la cabaña. Mordecai estaba en cuclillas contemplando las llamas. El Coyote de cuatro patas que viajaba siempre a su lado yacía delante de él, sus ojos negros mirando como Jonas y Rachel entraban en la habitación. Amber dormía tranquilamente después de tomar la fórmula alimenticia que Rachel le había dado antes de salir de la hacienda, y aún así, la mascota de Mordecai, un coyote llamado "Cote" llegó hasta a sus pies, entornó los ojos mirando a la niña y ladeó la cabeza como si estuviera tratando de averiguar exactamente lo que era. —El perímetro de la cabaña es seguro. —Mordecai se puso de pie mientras se limpiaba las manos en la parte delantera de sus vaqueros, su mirada azul grisácea se fijó en Jonas antes de que él encogiera sus anchos hombros. Había un deje de incomodidad cuando tenía alrededor a Rachel, algo que Jonas aún no había descubierto. —Ponte en contacto conmigo de inmediato por cualquier cosa que percibas —Jonas le ordenó. —Voy a trabajar esta noche. Rachel y yo tenemos que volar de vuelta al D.C. mañana por la tarde para una reunión con el Comité de Asignaciones de la Cámara sobre el uso de satélites. Quiero el heli-jet y al Equipo Alfa Uno proporcionando seguridad para el viaje y la reunión, así como para el regreso. Mordecai hizo un fuerte gesto cuando Rachel se acercó a él para dirigirse a la habitación de Amber. Cuando la puerta se cerró tras Rachel, Mordecai se volvió hacia él. —¿Qué?, —Jonas preguntó cuando Mordecai le miró en silencio. —Merinus se vio obligada a salir de la habitación segura justo después de su compañero la abandonara. Ella estuvo en el vestíbulo un buen rato. Mientras estaba allí, David se puso muy agitado. Estaba paseando por la habitación, y aunque él estaba luchando por contenerse, podía oír los pequeños gruñidos que retumbaban en su pecho. Él tiene todos los síntomas de la fiebre salvaje adolescente, Jonas. Jonas apretó la mandíbula. —Voy a hablar con Callan y Ely a ver lo que piensan. Mordecai asintió con la cabeza. —Es un buen chico. No me gustaría presenciar una paulatina pérdida de cordura en él debido a la fiebre salvaje. Cuando Mordecai salió de la cabaña, Jonas suspiró fuerte y silenciosamente. La fiebre salvaje había obligado a los científicos a matar Castas demasiado jóvenes cuando aún estaban en los laboratorios. Jonas había esperado que las Castas híbridas fueran inmunes a ella. Entrando a la cocina, rápidamente sacó una comida preparada de la nevera y la metió en el horno. Odiaba el maldito microondas. Ajustó la temperatura del horno, se trasladó a la cafetera y accionó el interruptor para iniciar el proceso de preparación de café, a continuación, preparó dos tazas, boles y cucharas. El Chili era una de las pocas cosas que sabía preparar bien. Eso y el café.

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Giró cuando la puerta del dormitorio sonó al abrirse, vio como Rachel volvía a entrar en la habitación. Se había quitado el exquisito vestido y lo había reemplazado con pantalones de descanso de suave cachemir y un top. Sus pies estaban cubiertos con calcetines blancos prístinos, su larga cabellera roja había sido cepillada hasta que cayó por la espalda como una suave y satinada cinta. Viéndola así, con más comodidad y el rostro sin maquillaje, su comportamiento era más suave que cuando estaba en la oficina, todo eso la otorgaba una aún más delicada y menuda apariencia. Apenas le llegaba al pecho, no medía más de un metro sesenta y cinco centímetros. Estaba descalza, y sólo alcanzaba a sus hombros. Ella era tan condenadamente pequeña que tenía miedo casi hasta de tocarla. El miedo era algo que no estaba acostumbrado a sentir, en ningún aspecto. Tenía la seguridad de ello, un fallo en lo que se refería a eso podía ser mortal y él lo sabía. Cuando se encontró a Rachel sin embargo, la total confianza que antes pensaba que había poseído era algo de lo que, finalmente comprendió, siempre había carecido. —¿Está Amber durmiendo cómodamente? —preguntó mientras se dirigía a la cocina. —Como un bebé. —Sus labios se curvaron hacia arriba en una sonrisa de diversión. —Esa niña podría dormir con una bomba explotando a su lado. Siempre y cuando su pañal esté seco y su estomago lleno. Era una niña inusualmente tranquila y curiosa, tuvo que admitir Jonas. Incluso para su corta edad, Amber era feliz observándolo todo y a todos cuando estaba despierta. —En unos minutos, voy a tener algo listo para que comamos —prometió mientras servía el café. –Debes de tener hambre. —Estoy muerta de hambre. —Ella se apoyó contra el mostrador, mirándole, su era mirada tranquila, intensa. Jonas casi podía oír los problemas gestándose en su mente. La mujer tenía más preguntas que granos de arroz había en China.

Rachel vio cómo Jonas se movía por la cocina, todavía vestido con el uniforme de misión, con un arma atada a uno de sus muslos y un cuchillo al otro. Era el chico malo que se rumoreaba que era, no había duda. Pero había una parte más suave de Jonas que pocas personas veían y que se esmeraba en ocultar. Una parte que ella la había visto a menudo, aun cuando ella sabía que él preferiría que nadie conociera esa parte de él. Rachel fijó la vista en su café, y minutos más tarde miró como él preparaba de su comida antes de que acabase y la colocase sobre la mesa. Nunca nadie había preparado una comida para ella, que pudiese ahora mismo recordar, sólo ella o su hermana. Incluso Devon, cuando habían vivido juntos, nunca se había molestado en darle ni siquiera un vaso de agua. Pero aquí estaba Jonas, el fuerte y duro Director de la Agencia de Castas, que a pesar de estar bajo una oleada de adrenalina que ella intuía que aún estaría presente tras la batalla, la

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estaba preparando café, chili y una ensalada. Había también galletas, frutas y pan. Todo ello dispuesto sobre la mesa para tentar su apetito. —Voy a engordar a este ritmo. —Se movió para sentarse en la silla que él sacó para ella, y sintió un respingo de sorpresa cuando él la ayudó a acomodarse. —Tu metabolismo está muy bien adaptado y eres muy activa físicamente así que no engordarás de un momento a otro, por lo pronto. —Él tomó su silla y comenzó a escarbar en su comida. Las Castas consumían grandes cantidades de comida para alimentar sus magníficos y poderosos cuerpos. Habían hecho un programa especial para la televisión sobre los hábitos alimenticios de las Castas. La había sorprendido que a los productores se les ocurriera semejante idea. La comida prosiguió en silencio. Cuando terminó, Jonas recogió los platos, los metió en el lavavajillas, lo encendió, y después caminó hacia la puerta. —Necesito una ducha y tengo unos papeles para revisar antes de la reunión de mañana. Te veré en la mañana. Se fue y la dejó sentada en la cocina, sola. Rachel se quedó mirando la puerta con incredulidad. Acababa de salir, cruzar la sala y entrar en su dormitorio, como si ella no fuera más que una invitada. Parpadeó mientras luchaba para entender esta nueva actitud. Había esperado defenderse de él esta noche, no preguntarse porque demonios al menos no la había dado la oportunidad de hacerlo. El saber que no la hubiera importado la posibilidad de hacerlo, le había puesto en los labios una sonrisa caprichosa. La excitación que se había estrellado contra su cuerpo en el segundo que le había visto con ese uniforme de combate no había disminuido. Cuando él había entrado a la habitación de seguridad esa tarde, con su alto y musculoso cuerpo perfilado en la ropa de protección que llevaba, ella casi había perdido su aliento. El oscuro material sólo acentuaba la altura y la anchura de su cuerpo, así como el mercurio vivo de sus ojos. Parecía más guerrero de lo que ella alguna vez lo había visto antes. La vestimenta normal de Jonas era de trajes de seda y ropa conservadora. Nunca le había visto vestido de modo extravagante, como algunas Castas que eran propensas a ello. Nada de cuero muy ajustado o botas de combate. Él aparentaba ser en cada pulgada de su cuerpo un político conservador… si uno se atrevía a pasar por alto el peligroso aura que lo rodeaba. O el cuerpo perfecto. O el sex-appeal puro. Ella respiró, deseando tener un mejor control sobre su atracción por él. Durante más de siete meses había luchado contra el deseo acalorado que sentía cada vez que le veía. Contra más conocía de él, mayor tenía que ser su lucha para controlar su atracción. Y por lo que había visto esta noche, él la había hecho ver aún más al hombre que en realidad era. Los monitores en el cuarto de seguridad mantenían vigilada cada área fuera de la Mansión. Ella lo había visto cuando él había encontrado a su hermana Harmony en los terrenos del Santuario, tras los combates.

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La ternura que había mostrado hacia ella, la agonía que reflejaba su rostro mientras ella había llorado en sus brazos había roto el corazón de Rachel. Había facetas de Jonas que tomarían una eternidad entender. Y había otras, como el amor por su hermana, que estaban claras para ella ahora mismo. Muchos le veían como un manipulador, calculador: Un hombre que merecía respeto sólo debido al puro poder que exhalaba por sus poros. Pero Jonas era mucho más que eso. Había manipulado para asegurar la seguridad de las Castas. Había calculado para asegurar la felicidad de las personas cercanas a él. Había hecho lo que tuvo que hacer para proporcionar una medida de seguridad al Santuario así como a Haven, y mostrar a las Castas como una sociedad cohesiva que se proyecta como una fuerza invencible. Esta era la única manera de sobrevivir, ella lo sabía. Las Castas afrontaban un futuro incierto en muchos aspectos. Las leyes podrían ser cambiadas por un capricho, y lo que era de ellos ahora se les podría quitar mañana. Ya había ocurrido en el pasado a otras razas. Rachel no tenía ninguna duda que las Castas también se enfrentaban a esa amenaza. Poniéndose de pie, comenzó a pasear por la sala de estar, y después se fue a su habitación. Estaba contemplando una larga noche. El sueño nunca había parecido tan lejano, ni tampoco alguna vez había parecido tan no deseado.

El resto de la semana pareció avanzar tanto como lo había hecho esa noche. El día estaba lleno de reuniones, proyectos y terminando de completar el traslado de la oficina principal al Santuario. Parecía haber muy poco tiempo para realmente hablar con Jonas, o para averiguar qué demonios iban a hacer después de la mudanza. No era como si ellos pudieran volver a la misma rutina que habían tenido antes. Sin embargo Jonas parecía decidido a hacer justamente eso. Él estaba más distante de lo que alguna vez había estado, y el tiempo que compartían juntos se convirtió en poco y muy espaciado. Encontró que estar viviendo en la cabaña con Jonas, tenía sus beneficios. Él había comenzado a deslizarse a su habitación y a tomar a Amber para alimentarla durante la noche. Ni una sola vez durante la semana la habían despertado los gemidos inquietos de su hija por una comida o un pañal seco. Una vez, ella se había despertado para verlo inclinado sobre la cuna, devolviendo a su hija a su cama, su expresión capturada por la luz de la lámpara al lado de la pequeña cama. Esa había sido la cara de un padre, llena de ternura. El rostro de un hombre que había reclamado a un niño –ya sea por la sangre o por amor- y ahora estaba cumpliendo con las responsabilidades de aquel trabajo. Durante un largo rato había estado contemplando a Amber, vestido con nada más que un par de pantalones de algodón suave, el pecho desnudo y sus pies descalzos. Rachel había sentido tal oleada de emoción, tal pura excitación, que durante un momento contuvo su aliento. Él se dio la vuelta entonces, como si hubiese sido atraído por el poder de lo que ella había sentido, su mirada fija en la de ella. TRADUCIDO por GRUPO MR

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Ni una palabra se había dicho. Él dio media vuelta y salió de la habitación sin hacer ruido por lo que se preguntó si había estado alguna vez allí. Nunca le había pillado de nuevo, aunque ella sabía que él alimentaba a Amber todas las noches. Los biberones eran lavados y esterilizados siempre, y dejados en el mostrador esperando a la mañana siguiente, y los pañales estaban en la basura todas las mañanas. Esta era una rutina que había comenzado a desarrollarse, y era algo que aumentaba sus nervios cuando sintió crecer el hambre y la excitación comenzaba a formarse dentro de ella. Nadie podría afirmar que esto era el calor de acoplamiento, ella pensó cuando le vio llevar la madera a la cabaña para formar un fuego esa noche. No es que lo necesitara de esa forma sólo por el calor. Había aprendido viviendo en el Santuario de las Castas, que a pesar de toda su tecnología, habían preferido comodidades clásicas. Una casa cómoda, un fuego, un filete con patatas fritas, una cerveza fría. Muchos incluso aún llevaba el obsoleto chaleco antibalas y armas cargadas de balas de décadas anteriores y no las armas de potencia láser que son más eficaces cuando se establecen para aturdir o herir, en lugar de matar. No significaba que sus enemigos no usaran esas mismas armas. Las balas todavía eran preferidas por muchos de sus atacantes, simplemente porque hacían más daño al cuerpo con la misma eficacia que las nuevas armas que se estaban introduciendo. La sociedad en general apoyaba todo tipo de armas más humanas que provocarían menor derramamiento de sangre, que era más o menos lo que la publicidad de esas armas proclamaba. Al menos, los que se preocupaban por el daño causado por ellas o por otros que se encontraban más indefensos. —Rachel, antes de salir de la oficina ponte en contacto con el senador Tyler y pregúntale si se cambiará la reunión prevista para mañana en Washington D.C. a aquí. El Servicio Meteorológico anuncia una fuerte nevada mañana y yo preferiría no estar obligado a permanecer en tierra por una ventisca. Jonas se movió de su oficina a la suya, con el ceño fruncido en su frente indicando su irritación cuando él la afrontó. A Jonas no le preocupaba la nieve a no ser que ésta terminara por retrasar algo que él quería o tenía que hacer. —¿Algo más? —Ella lo anotó en la agenda electrónica que usaba. Le oyó murmurar algo así como “Tú sabrás que más necesito”. Pero cuando lo miró, él simplemente la estaba fulminando con la mirada con la misma expresión que había tenido hacía unos momentos. —¿Has dicho algo más? —le preguntó confundida. —Dije que podrías trabajar desnuda, pero dudo que aceptes eso. —El fulgor se hizo más intenso. Rachel apenas contuvo los espasmos de sus labios. —Podría hacerlo, pero… ¿no piensas que Lawe y Rule estarían un poco incómodos cuándo comiences a gruñirles cuando se pasen por aquí? Su expresión era calmada, sin duda en estado de shock. Esta no era la primera vez que él había murmurado algo; esta era simplemente la primera vez que ella se le había enfrentado por ello.

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Cuando Rachel le miró, la excitación, el hambre pura que él siempre parecía mantener oculta, se encendieron en su mirada justo un segundo antes de que él lograra ocultarlas otra vez. Lo que vio la dejó sin aliento. La necesidad que se reflejó por un segundo sobre su cara, no se parecía a nada que ella alguna vez hubiese visto o conocido en su vida. Lo consumía todo, era aplastante, abrumadora. A diferencia de Jonas, ella no tenía el dominio de sí misma para ocultar sus propias respuestas tan rápidamente, y ella lo sabía. El calor subió por su cuerpo, corrió a través de su torrente sanguíneo, y en menos de un segundo tuvo su clítoris palpitando y su vagina húmeda y apretada por la necesidad. Observó como él inhalaba, despacio, atraído por el aroma de su excitación, y pensó en lo injusto que era que él tuviese esa capacidad. —Estás entrando en un territorio muy peligroso —le advirtió al cruzar sus brazos sobre el pecho, la camisa de seda blanca que llevaba se extendía sobre sus anchos hombros. —Si no tienes ningún deseo de ser mi compañera, entonces tal vez deberías pensarlo más detenidamente antes de burlarte de mí, Rachel. Tal vez debería. —No he rechazado ser tu compañera. Simplemente declaré que no soy tu compañera, — le señaló ella. —Sólo porque alguna hormona en tu sistema quiera que me convierta en tu esclava sexual no quiere decir que sería algo más que eso. Quizás ella se equivocaba. Ella había pasado bastante tiempo observando a Callan y Merinus y hablando con la amiga con la que siempre se había mantenido en contacto. Lo que ella había oído no le había parecido tan malo, simplemente inoportuno. Ella simplemente no podía permitirse perder el tiempo siendo incomodada de semejante forma. —Sigue empujándome —la advirtió dando un paso más cerca a su escritorio. —Puede ser que no te gusten los resultados. No era arrogancia, ella comprendió. Simplemente definía lo que sería un hecho. Sacudiendo la cabeza, le miró con lo que esperaba fuera un indiferente interés. En realidad se quemaba viva por él. —Ahora que me estabas empezando a gustar… —le dijo —¿Qué pasó con el hombre que me preparó la cena, que alimenta a mi hija de noche para que así yo pueda dormir? —Puedo ser ese hombre también —replicó él. —Estoy despierto cada noche, tentado por el olor de tu excitación. Las paredes pueden ser gruesas, cariño, pero no son más gruesas y espesas que el olor de tu dulce coño, el cual me mantiene despierto y dolorido. Ella se sonrojó, y realmente odiaba cuando le sucedía. Maldita sea, ella tenía el pelo rojo, debería ser ilegal ruborizarse siendo pelirroja. Bueno, también debería tener muy mal carácter y estar preparada para afrontar esto, y en realidad ella era bastante tranquila. La mayor parte del tiempo, al menos. —Ya no puedo más con tu actitud, Jonas. —Se puso de pie, con la cabeza bien alta, y lamentó que ella no representara una imagen más imponente. Él la miró con esa pequeña chispa de diversión en su mirada.

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La diversión desapareció de sus ojos tan rápido como llego. Cuando él la miró, la caliente suavidad en su mirada estaba ausente. A Rachel no le gustó esa falta de calor en sus ojos. —Y yo no puedo más con tu terquedad —la informó. —Y la he tolerado de maneras infinitas, he de decir. —¿Mi terquedad? —Ella apoyó las manos en sus caderas y le devolvió la mirada con el ceño fruncido. —¿Acaso soy obstinada? ¡Soy la persona menos terca que conozco! Sus cejas negras se arquearon cuando se apoyó en el marco de la puerta. —¿Menos terca? —Sus labios se arquearon. —Vamos a ver… ¿cuál era tu apodo en la escuela secundaria? Sé que lo he visto en la verificación de antecedentes que se hicieron sobre ti... Sus ojos se abrieron. —No te atrevas, Jonas Wyatt. —Rachel no había escuchado ese sobrenombre desde que se había graduado. —Podría ser sobornado para olvidarlo por un minuto. —Casi sonrió. Esa contracción pequeña en la esquina de su boca era completamente encantadora. —¿Sólo por un minuto? —Ella entrecerró los ojos y le devolvió una mirada de advertencia. Él le tomaba el pelo. Merinus le había contado que Jonas nunca bromeaba, que nunca le tomaba el pelo a nadie. A lo mejor era que nadie le había prestado atención alguna vez a la manera única en que lo hacía. O tal vez era, que los mantuvo demasiado enojados para que le prestaran atención. —¿Y cuál sería el precio del olvido? —Sólo podía empujarle en estos momentos, no podía evitarlo. El cambio que se apoderó de él era casi aterrador. Para una mujer que nunca había conocido a un hombre como Jonas, el podría ser inquietante. Su expresión oscura; la sensual… sexual conciencia llenaba cada pulgada de su rostro, el brillo en sus plateados ojos parecía iluminarse ardiendo con hambre. —Jonas. —Como si esa mirada fuera lo suficiente como para debilitarla, a su vez sus piernas se volvieron de gelatina, Rachel se apoyó en el borde del escritorio y se agarró para sostenerse. La conciencia predadora transformó su cara cuando el hambre sensual ardió en sus ojos. Enderezándose, él se apartó de la puerta. —¡Lárgate de aquí! —La repentina orden que salió de sus labios con voz áspera la sobresaltó. —Corre, Rachel. ¡Aléjate de mí! Ella negó con la cabeza. ¿Cómo se suponía que tenía que correr? Apenas podía respirar. La expresión de su rostro era devoradora, llena de necesidad por ella. ¿Alguna vez la había necesitado alguien? ¿Alguna vez alguien se había sentido dolorido por estar con ella? En toda su vida nunca había tenido a nadie de verdad, aparte de su hermana, y Diana tenía sus propias batallas. El peligro era el amante de Diana, su familia, su amigo. Amber era responsabilidad de Rachel. Devon había sido una nota al pie de su vida y de la de Amber, nada más. Sin embargo, Jonas sufría por ella. Ella podía verlo, podía sentirlo. —Jonas... —Se humedeció los labios secos de repente cuando él se acercó. TRADUCIDO por GRUPO MR

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—¿Sabes lo que soy? —gruñó, su tono de voz tan áspero, tan primitivo, que sintió un estremecimiento correr por su espina dorsal. —La bestia que hay en mi te atrae, ¿verdad, Rachel? —¿Por qué quieres ahora que me aleje de ti? ¿Qué pasa con toda esa mierda de “soy una Casta… soy tu compañero” que siempre estás escupiendo? —Se sentía mareada, sensible. Su carne se arrastraba por la necesidad de su toque. Ella no podía culparlo del calor de acoplamiento. Ely le había asegurado que esto tomaba más que los pocos y breves toques que ellos habían compartido para causar la necesidad que rabiaba dentro de ella. —Fui creado para ser un reproductor. —Se movió hacia ella, sus manos que se posaban alrededor de sus brazos mientras ella le devolvía la mirada, apenas entendiendo lo que él le decía, su mirada fija sobre sus labios. Los labios que ella tenía que probar, un beso que anhelaba en la oscuridad de la noche y sin embargo aún seguía negándose. —¿Me estas escuchando, Rachel? —Sus labios se retiraron de sus dientes en un gruñido, revelando los fuertes, más sexys que el infierno incisivos a los lados de su boca. —Un reproductor. —Ella tuvo que luchar para respirar. —Te oí. —Fui creado para reproducir al asesino perfecto. Ella lamió sus labios otra vez, preguntándose como sabrían los de él. —Sí, supongo que ellos necesitaban tener una excusa para crear a alguien así tan malditamente arrogante y seguro de sí mismo. —Esto no tenía mucho sentido de todos modos, y ella tenía que decir algo, de otra manera él podría creer que ella se había quedado sin palabras como Rachel sabía que había sucedido. Un gruñido retumbó en su pecho y vibró en su coño. Oh Señor, ¿qué le estaba pasando? ¿Debería ser esta excitación tan fuerte, tan caliente? Ella se sintió sonrojada, recalentada, hipersensible. —Si no te vas malditamente lejos de mí, voy a besarte. —Él negó con la cabeza sólo un poco. —Escúchame, Rachel. No sientes el calor que yo siento. No sabes lo que esto hace. Confía en mí. —Alzando una mano, tocó su barbilla y levantó su cara hasta que ella miró fijamente a sus ojos. —Escúcheme, cariño: lo lamentarás. Rachel sacudió su cabeza. ¿Cómo podría ella lamentarlo? —Sólo un beso —ella susurró. Sus ojos se cerraron brevemente. —Un solo beso... —Cuando los volvió a abrir el iris de sus ojos se había aclarado aún más, el remolino de colores, ardiendo. —Te deseo —susurró ella. —Tú sabes que lo hago. Seguro que hay alguna manera... —No tengo ningún control, Rachel —gruñó él. —¿El rey de control? —Ella negó con la cabeza desconcertada. —¿Qué es, Jonas? ¿Todo o nada? ¿No puedes dejarme al menos tener una idea de que es en lo que me estoy metiendo sin forzarme a aceptar todo hasta el final? Ella observó su cara. Su mandíbula apretada cuando la rabia pareció parpadear en su mirada fija.

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Lentamente, muy lentamente, su cabeza bajó, sosteniendo su mirada mientras observaba una batalla que ella no podía entender parpadeando en sus ojos. —Yo nunca te forzaría —susurró él. Sus labios tocaron los suyos. Lentamente. Rachel se sintió temblar cuando ella trató de separar sus labios. Trató de tomar más de él, sólo hacerlo sostenerla más cerca. Tenía los labios cerrados, calientes, enviando sensaciones ardientes que corrían a través de su sistema nervioso cuando el deseo comenzó a rabiar por ella. Sus manos frotaron ligeramente de arriba abajo de sus brazos, barrieron sus hombros antes de que sus manos agarraran sus caderas y la tiraran más cerca. Sus labios se separaron en un suspiro. Jonas alzó su cabeza, moviendo los labios a su cuello, sus dientes rastrillando la carne sensible allí. La sensación de su polla endurecida y apretada con fuerza contra ella así como la posición en la que se encontraba, forzaba a sus piernas a separarse. Sus pantalones de vestir no eran ninguna protección contra la longitud endurecida de su erección debajo de sus propias ropas. Su polla estaba caliente, dura. Tan gruesa y pesada contra el montículo hinchado de su sexo hirviente. Rachel no podía dejar de tratar de dirigirse a sí misma más cerca de él, para moler su clítoris contra su pesado eje caliente cuando la necesidad de liberación de repente la sobrecogía. La palma grande de Jonas ahueco la parte posterior de su cabeza cuando esta cayó hacia atrás. Sus labios acariciaron a lo largo de su cuello; sus dientes rastrillaron, pellizcaron. El toque de sus perversos, afilados incisivos, enviaba un placer ardiente que rasgaba a través de ella antes de que esto golpeara su matriz, apretándola con éxtasis. —Jonas... —La debilidad la atacó, aún la adrenalina corría por ella. Necesitaba más. Suspiraba por más. Tan rápido como él la había atrapado entre sus brazos, la dejó libre. Tropezando contra el escritorio, ella le devolvió la mirada en shock mientras gruñía. —¿Qué...? —Tengo trabajo que hacer. —Él se dio la vuelta, entró a su oficina y cerró de golpe la puerta. Un segundo más tarde, la cerradura pulsó, informándola con más que palabras que él no quería tener nada más que ver con ella. —Jonas. —Susurró su nombre, levantando su mano hacía su cuello y la sensación picante que ella todavía podría sentir. Sintió humedad, se retiró y miró fijamente sus dedos con los ojos muy abiertos. Sangre. —Estás jugando un juego muy peligroso, niña. Rachel se volvió rápidamente sin perder el equilibrio, sorprendida cuando ella le devolvió la mirada a la Dra. Ely Morrey. Vestida con un jersey grueso, pantalones vaqueros y botas, no se parecía al genio de la genética Casta que Rachel sabía que era.

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—¿Cómo...?—Ella parpadeó, tragó con fuerza. —No te he oído entrar. Evidentemente, Jonas no la había escuchado tampoco. —Ven conmigo. —Ella indicó de un tirón con su cabeza más allá de la puerta antes de salir al frío y duro aire de la montaña. Rachel la siguió, no muy segura de por qué. Cerrando la puerta detrás de ella, Ely fulminó con la mirada a Rachel, sus ojos marrones enfurecidos. —He oído más de lo que probablemente debería haber escuchado —expresó Ely de manera precisa, en un tono helado que Rachel nunca la había oído usar antes. La ira brilló en sus ojos castaños, una ira que Rachel no entendía. —Le pediste a ese hombre algo imposible. Rachel sacudió la cabeza. —¿Qué quieres decir con lo de imposible? —Pedirle que te toque, que te bese, sin compartir la hormona de apareamiento, sin hacerte suya, es como pedir que el sol no salga por la mañana o no se ponga por la tarde. Le estás pidiendo que se destruya a sí mismo. Rachel sacudió la cabeza. —Dijiste que la hormona tenía que ser compartida para producir estas reacciones. Eso estaba bien... —Para ti —espetó Ely. —Caminas alrededor de él todos los días, duermes en su cabaña, compartes su día y no sufres. Porque él respeta tu deseo de esperar. Porque él no te forzará a esto, no importa el dolor que él siente. Le haces esto, y sin embargo no te preocupas por el efecto sobre él. La cara de Ely enrojeció con su cólera. —Ely, no hemos compartido la hormona de apareamiento. —El pánico empezaba a instaurarse, una sensación de miedo que luchaba por manifestarse dentro de su mente. Su corazón. —Tú no la has compartido con él —gruñó Ely tras ella. —Tú no has probado lo que lo vuelve loco con la necesidad y el dolor porque él no puede tener lo que la naturaleza le exige que tome, no importa la forma como debe ser tomado. Tú no sufres en la noche, tan excitada que sientes que tu carne es arrancada de tus huesos. Tú no respiras y hueles nada más que el olor de hambre y la necesidad que se aferra a la persona que él desea, pero tú aún le rechazas. Tú, Sra. Broen, no has sido torturada con una agonía que, incluso no se podría comparar con la sufrida en los laboratorios, porque no hay ningún alivio, no hay ninguna liberación. —Él tiene una mano —replicó ella, furiosa. —No me digas que no puede encontrar alivio. ¿Qué estoy pidiendo? ¿Una oportunidad para el amor en lugar de estar atada a él sin el beneficio de una elección? —¿Una mano? —el tono de Ely fue recortado, helado por la repugnancia. —En esto, querida, él no tiene "una mano ", como tú dices tan elocuentemente. Ninguna masturbación le ayudará, ya que sólo hará mayor la agonía. Cada vez que te toca, que respira el aroma de tu deseo, toca tu carne. Cada vez, el hambre por ti será mil veces peor que morir de hambre. Es como tener una pierna arrancada de tu cuerpo. Lo que tú acabas de hacer con él es más cruel que lo que los científicos del Consejo podrían haberle hecho. —Lo único que quería era un beso —susurró, horrorizada por lo que Ely le estaba contando. —Yo nunca le haría daño deliberadamente. TRADUCIDO por GRUPO MR

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Ely miró hacia atrás, negándose a ablandarse. —Vosotras dos sois para él algo más grande que incluso lo que tu hija es para ti. Si no sabes ahora si le amas o si podrías llegar a amarlo, entonces, el mejor regalo que podrías darle es marcharte, completamente. Eso, o dejar de ser como una niña y aceptar el regalo que él te ofrece —La censura brillaba en sus ojos. —Si eres lo bastante mujer. Lo que en este momento, dudo mucho que seas.

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CAPÍTULO 11 Rachel no podía imaginar el dolor que Ely le había descrito. No podía imaginar a nadie soportando semejante dolor, ni siquiera a Jonas. El hombre que todos pensaban que tenía una roca de hielo dentro. Después de que ella volvió a su despacho, Jonas salió de su oficina observándola, su expresión perfectamente en calma y compuesta. —Te pido disculpas por morderte tan fuerte —declaró con un tono no demasiado contrito. —Fue un accidente, Rachel. Un accidente que no se repetirá. Ella le miró ahora, intentando ver el tormento del calor que Ely le había contado bajo la expresión calmada de Jonas. Debería preguntarle por ello, pensó. Debería tomarse su tiempo, sin importar el peligro ni los negocios ni la rutina de la pasada semana, para aprender sobre lo que ella estaba rechazando. —¿Me amas, Jonas?—La pregunta se deslizó de su boca, casi espontáneamente. Ella siempre había soñado con el amor, no con el calor del emparejamiento. Compromiso, lealtad, confianza. Su expresión se endureció, volviéndose más pétrea que antes. —Te amo. —Fue como si las palabras fueran arrancadas del centro mismo de su ser. —Obviamente, te cuesta admitirlo —dijo ella apenada. —¿Por qué? Sus labios temblaron, los músculos de su mandíbula se apretaron con furia. —Mereces la verdad, tanto si puedo decírtela como si no—declaró él. —¿Por qué? —Él era un enigma unas veces, y otras, ella sentía como si lo conociera desde siempre. —Eres mi compañera —gruñó él. —Lo mismo que si fueras mi esposa, mi otra mitad. No quiero mentirte, Rachel. Tú eres todo lo que pensaba que no iba a tener en mi vida. No me miento a mí mismo y no te mentiré a ti. Nada podría ser tan simple. Tan fácil. Sacudiendo la cabeza, Rachel se incorporó, desesperada ahora por correr lejos de él, por pensar sin él observándola con esa mirada helada. —La vida era sencilla para ti ¿no es así Rachel? —preguntó él mientras ella caminaba hacia la puerta. —Tenías a tus padres, a tú hermana, una pequeña casa en el campo, un perro llamada Ruffy, un gato llamado Kitty. Ella se detuvo, cerró los ojos y luchó por no recordar esos días. No quería recordar lo que había sido ya que todo se había convertido en una cosa muy distinta. —Entonces, te lo quitaron todo. —¿A dónde quieres llegar? —Preguntó ella angustiada. —Has corrido desde entonces —afirmó él. —Tú y tu hermana, ambas habéis escapado de lo que perdisteis. Un accidente sin sentido, la falta de previsión de tus padres para manteneros seguras y la pérdida de todo lo que conocías. Incluso el perro y el gato habían sido arrancados de sus brazos. TRADUCIDO por GRUPO MR

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—No tenía por qué escapar, ni correr —dijo ella sintiendo el dolor del pasado profundamente dentro de ella. —Pero lo hiciste. —Él se detuvo a su lado, bloqueando la puerta subiendo su mano que encontró un mechón de rizado cabello, frotándolo sensualmente entre sus dedos. —Te aseguraste de que nada más te fuera arrebatado, hasta que tuviste a Amber y ahora, te aferras a ella con todas tus fuerzas ¿no es así, pequeña?—Su voz era baja, suave. —Ella es mi hija. —Ella es tu vida. Rachel le miró. No estaba muy segura de a dónde él quería llegar. —Ella es mi vida, —ella confirmó. —Vives por ella. Podrías morir por ella. Lo haría, sin duda. —¿A dónde quieres llegar con esto, Jonas? —Estoy estableciendo una comparación, amor —afirmó él amablemente. —Imagina el amor que tú sientes por tu hija y luego multiplícalo por mil. Imagina cómo te sentiste la primera vez que tu mirada se posó en ella y supiste que Dios te había dado el más perfecto regalo para completar tu vida y multiplícalo de nuevo. Eso es lo que eres para mí. Eso es lo que sentí desde el primer momento que te vi. A diferencia de los humanos, las Castas viven por los pequeños regalos que el destino quiera darnos. Los buscamos. Los apreciamos. En el momento en que te vi por primera vez, el animal dentro de mí rugió con triunfo, el hombre que se fundía en los ojos de la mujer que le devolvía la mirada. Esto es amor, Rachel. La aceptación, el conocimiento de lo que yo más temía, lo que más dolía, estaba delante de mí, alcanzándome, confirmando que podría destruir todo lo que soy. Ella sacudió su cabeza desesperadamente. —El amor no aparece así. Toma su tiempo. Se construye. Él asintió lentamente. —Puede pasar así, puede construirse despacio como una lluvia suave o puede ser explosivo como un tsunami. Tú eres mi tsunami, amor. Rachel no podía aceptar esto. Mirándole, ella vio que él se daba cuenta de que no aceptaba su razonamiento. —Racert dejó un mensaje mientras estaba en mi despacho. —Dijo él cambiando de tema. —Está decidido a promover una revisión de la decisión del Comité. Cree que los fondos destinados inicialmente al Santuario y a Haven están por encima de lo que merecemos. Está haciendo lo posible para reducirlos. —Detente. —Ella levantó su mano. —No puedes interrumpirte de esta manera. —Por supuesto que puedo, —él se encogió de hombros mientras se alejaba de ella, soltando el rizo que había acariciado —ya que tú sigues rechazando ser mi compañera. Mi control no es inagotable, tengo mis límites y me estoy acercando demasiado a ellos. Necesito que me des la información que tenemos de Racert para ver si encontramos su punto débil. Ella inhaló suavemente. —Jonas.

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—Hazlo. —Su voz era como un látigo de hielo ahora. —Las preguntas, después, cuando pueda manejar lo que me provocas. Se volvió y salió del despacho. La forma en que su cuerpo se movió, no era simplemente andar. La genética del León estaba muy cerca de la superficie ahora, era mucho más que una parte de él. Lo había visto antes, ya lo había notado en Callan, en Sherra y también en Tanner y Taber. La familia de Merinus, la familia gobernante. Los animales que tenían dentro, salían con frecuencia a la superficie en presencia de sus compañeros, cuando estaban obligados a controlar más que una simple excitación. Volviendo atrás, se acercó al ordenador que empezaba a recopilar la información que tenía sobre el senador. Desafortunadamente, por lo que sabía, no había mucho que pudieran utilizar contra él. Racert se había mantenido limpio. No había fabricado las drogas; él llevaba a cabo sus sucios tratos bajo tapaderas de acciones legítimas. No había manera de probar nada ilegal. Estaba casado y no tenía amantes. Una hija viuda y una nieta que estaba en el Instituto. Terminó el archivo y lo envió al ordenador de Jonas, después dejó su despacho para ver a Amber. La niña aún dormía. Con tres meses que tenía, se reía a menudo a carcajadas e inspeccionaba atentamente todo a su alrededor, hasta caer agotada. Ella era el más preciado tesoro en la vida de Rachel. Ella no podía imaginar que Jonas pudiera mirarla y sentir más amor que el que ella sintió la primera vez que vio a su bebé. Levantándola de la cuna, Rachel la acurrucó contra su corazón, extendiendo la mano para apartar los finos mechones de pelo rojo dorado de su frente. El suave vestido azul y los pequeños calcetines que llevaba se los había comprado Jonas. Ropa, zapatitos, todo lo que Amber tenía, se lo había comprado Jonas. Todo lo que Rachel necesitaba, Jonas se lo había dado. Él le daba todo sin pedir nada a cambio, ni una sola cosa. ¿Alguien, a parte de su hermana, había hecho algo así? —Has nacido para ser madre. Jonas estaba tras ella de nuevo. Lo había sentido antes de que hablara, y eso la asombraba. —No te entiendo, Jonas. —Susurró ella. —¿Qué intentas hacer conmigo? —Completarte. Protegerte. —Su voz era profunda, como si saliera desde su corazón. Rachel beso dulcemente la frente de Amber, sonrió cuando el bebé frunció su boquita al besarla de nuevo, después la tendió entre las suavísimas sábanas que cubrían la cuna. Volviéndose hacia Jonas, pasó a su lado mientras volvía a la oficina y lo sentía siguiéndola. —Tengo que volver a D.C. esta noche —dijo él cuando llegó a su despacho. —¿Escapando? —Ella se paró al lado de la silla y le miró. —¿No me acusabas a mí de eso, Jonas? —Mi escapada es la única cosa que te salvará, —le informó él con voz helada. —No lo dudes nunca, Rachel. Si me quedara esta noche, no tendría suficiente control para no tomarte. Ahora, voy a prepararme… TRADUCIDO por GRUPO MR

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—No. —La adrenalina corría a través de ella como si se estuviera enfrentando con la pérdida otra vez. Jonas volvería, sabía que lo haría, pero algo dentro de ella no podía manejar verlo irse. Alzando la mano, ella agarró su brazo y lo apretó fuerte. —No me dejas escapar, no me dejas esconderme. ¿Por qué deberías hacerlo tú? —Por esto —Su dedo tocó la marca que había dejado en ella, el pequeño arañazo que sus incisivos había dejado en su cuello. —Te hice sangrar, y por un segundo, amor, estuve cerca de lamer tu herida. ¿Sabes qué habría pasado si lo hubiera hecho? Ella sacudió su cabeza luchando por controlar el dolor que torcía su expresión. —La hormona del acoplamiento podría haber infectado la herida. Durante horas, viajaría por tu sistema y poco tiempo después estarías rogándome que te follara. Pidiéndolo a gritos. Eso es lo que pasará si me quedo. Rachel saltó lejos de él. Pasándose los dedos por el pelo trató de encontrarle sentido a sus emociones, su necesidad, su confusión. ¿Qué le estaba haciendo? Ella se recordó, hace algunos años, viendo su cara en una entrevista. Ella había mirado sus ojos con ese remolino de color y sintió apretarse su corazón. Años más tarde, nada había cambiado. Cada vez que ella tenía un vislumbre de él en las noticias, se había quedado mirándolo absorta. Conocerle en persona le había provocado una fuerte reacción. No era simple atracción, no era sólo interés o incluso obsesión. Desde esa primera vez, cara a cara, Jonas había despertado emociones dentro de ella que no podía enfrentar. —Rachel. —Su voz raspó sus sentidos cuando se movió tras ella. Sus manos agarraron sus caderas, tirando de ella hasta que reposó su mentón en su coronilla. —No duermo porque no hago otra cosa que sentir hambre de ti, —susurró él. —Huelo tu esencia, intensa por la excitación, y me quema por dentro. Te veo y no quiero nada más que probarte, cada pulgada de ti. Soy un hombre fuerte, nena, pero no tanto. Sus manos acariciaron sus costados, subiendo hasta sostener sus pechos. Ella inspiró bruscamente y se arqueó hacia sus manos. —Me siento en este despacho, luchando por recuperar el control, y tu esencia me atrae de nuevo. ¿Sabes que puedo oler la esencia de ese húmedo y caliente coño desde la otra jodida habitación? Y todo en lo que puedo pensar es en abrir tus piernas y darme un festín. —Sus dedos encontraron sus pezones, los acariciaron y los apresaron, luego los hicieron rodar firmemente. Su cabeza cayó contra su pecho y su espalda se arqueó con placer. —No puedo apartar mis manos de ti. ¿Quería ella que las apartara? No, no lo quería. La respiración de Rachel se volvió áspera cuando la sensación llegó a sus terminaciones nerviosas. Él movía sus manos, sus dedos desabrochaban los botones que mantenían su blusa cerrada.

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—¿Sabes ya lo que nos hace el calor? —gruñó él. Ella negó con la cabeza. Merinus le había escondido un montón de información. —El placer no es algo que puedas imaginar —susurró él en su oído mientras separaba su blusa, sus dedos encontraron el cierre delantero de su sujetador. Este placer era algo que ella nunca habría imaginado. Rachel bajó su cabeza para mirar sus grandes manos cubriendo sus senos, acariciándolos, mientras sus dedos acariciaban sus pezones. Mordiendo su labio, trataba de contener los gemidos que escapaban de su boca, pero falló. Era increíble. Como si no hubiera sentido placer en su vida. —Y todo empieza con un beso —susurró él. —También si te lamiera. Si probaría el dulce calor de tu coño y metería mi lengua dentro de los apretados y pequeños músculos que tienes allí, te volverías loca de placer, Rachel. Suplicarías, pero no haría falta. Te lo daría. Toda la noche, todo el día. Una y otra vez mientras nuestros cuerpos pidan más. Sus manos se deslizaron hacia abajo desde sus pechos. Él abrió el botón de sus pantalones y deslizó la cremallera para empujar su mano dentro de las sedosas bragas. —¿Es esto el calor del acoplamiento? —jadeó ella. Ella podía sentir sus jugos derramarse por sus dedos que recorrían los pliegues hinchados de su sexo. La sensación era exquisita, caliente, tan llena del anhelo que ella quería suplicar por la posesión. —No todavía. —Suspiró él. Ella podía sentir su pecho luchando por respirar contra su espalda. Ambos luchaban por aire. —No para ti. Pero esto lo estaba matando a él. Ella lo sentía. La tensión en su cuerpo, el primitivo jadeo en su voz. Este no era el frío, lógico y controlado Jonas que ella conocía. La respiración de Jonas era pesada en su oreja, un gemido arrancó de su pecho cuando sus dedos encontraron el botón hinchado de su clítoris. Un gemido que se mezcló con el de Rachel. —Entonces algo va mal—. Rachel movió su mano hasta los muslos, presionando contra él cuando la necesidad de un contacto firme surgió a través de su cuerpo. —Jonas, esto me está matando. Entonces ¿qué le estaba haciendo a él? Ely le aseguró que esto era mil veces peor para él. Él gruñó tras ella. Una reminiscencia del animal con el que compartía genes. —Dime… —Ella tuvo que tragar con fuerza para continuar cuando sus dedos se deslizaron a través del exuberante calor de los pliegues de su sexo. —Dime, Jonas ¿qué sientes tú? —Cielo e infierno —gimió él. —Quiero ponerme de rodillas y suplicar, Rachel. Te suplicaría saborearte sólo por una vez si no supiera que te esconderías cuando te dieras cuenta de que estás atada a mí para siempre. Y por lo que sabemos, el acoplamiento es por un largo, largo tiempo. Leo tenía más de cien años. Rachel separó los labios y cerró los ojos tratando de obligarse a separarse de él. Sus dedos se movieron otra vez, se curvaron, dos dedos presionando juntos, y en un latido los introdujo en las profundidades apretadas de su vagina. TRADUCIDO por GRUPO MR

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Rachel se puso de puntillas. El placer era tan extremo, tan intenso que un grito escapó de sus labios. Él no paró. Sus dedos se movían rápidos, duros, introduciéndose en ella, follándola con fluidos y seguros golpes y llevándola al borde del orgasmo. Rachel sujetó y apretó su mano con los muslos, su cuerpo entero temblando cuando el éxtasis corrió a través de ella una y otra vez. No quería parar. Quería sentir esto para siempre. Quería guardar las sensaciones dentro de ella para nunca dejarlas ir. —Amo sentir que te corres sobre mí. —Su voz era apenas reconocible ahora. —La forma en que tu coño sujeta mis dedos, chupándolos. Me muero por sentirlo alrededor de mi polla, chupándome, llevándome a mi propio clímax. Aún tenía sus dedos enterrados en ella, mirándola mientras el placer se arremolinaba lentamente, tan lentamente y aún así demasiado rápido, empezaba a construirse dentro de ella. —Tengo que alejarme de ti. —Él besó su hombro suavemente. —Si no me voy, Rachel, un día mi control explotará. El animal sólo quiere saber que le perteneces y no aceptará menos. No soy sólo un hombre, cariño. Soy una Casta. Animal y hombre, y el animal está lejos de tener la paciencia que el hombre desea que tenga. El se iba a romper tras ella, su cuerpo estaba tan tenso. —Te hace daño —susurró ella. —Ely dice que te duele. —Ely es una bocazas. —Él sacó sus dedos de ella, soltándola despacio. Un segundo después, Rachel abrió los ojos hacia él y vio su mirada mientras saboreaba los dedos brillantes por sus jugos. Sus plateados ojos se quedaron casi incoloros. Su cara se contrajo hasta que pareció que sus mandíbulas romperían su carne, sus labios apretados, sus párpados entrecerrados. El animal estaba ahí, cerca de la piel, luchando por ser libre cuando él probó la liberación que había derramado su cuerpo. —Si necesitas algo, díselo a Harmony. —Se apartó de ella como si tuviera que forzarse a hacerlo. Luego se fue. No solo se limitó a irse del despacho, él dejó la cabaña. La puerta golpeó tras él, algo que sólo había pasado nunca desde que lo conocía. Jonas nunca hacía ruido, hasta ahora. Y él casi había sacado la puerta del sitio. A trompicones, llegó hasta el baño y se lavó y arregló su ropa. Después, miró a la mujer que le devolvía la mirada desde el espejo. ¿Quién era ella? Retiró sus húmedos cabellos de su cara y miró a la extraña en la que se había convertido. La extraña que estaba preguntándose de pronto qué demonios había permitido que pasara aquí. Ella sacudió su cabeza. Jonas no estaría mucho tiempo fuera, ella lo sabía. Dudaba incluso que se fuera a D.C. a pesar de que lo pretendiera. Era demasiado protector. Él la había reclamado, incluso sin haberse acoplado aún. Ella era su compañera, aunque de hecho, aún no la poseía. No podría irse sin ella, y él no tenía intención de ponerla en riesgo, sacándola a ella y Amber del Santuario hasta que pudiera capturar a Brandenmore.

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Volviendo al escritorio, se sentó frente al ordenador. Necesitaba información sobre Racert. Algo que le obligara a parar sus intentos de destruir a las Castas. Abrió su correo y localizó una dirección. Escribió un mensaje que sabía que podría dar resultado. “Racert es un traidor”. Diana sabría a lo que se refería, y ella sabría qué hacer. Si había información, entonces Diana podía encontrarla. Si existiera un arma que pudieran usar contra el senador, su hermana se aseguraría de que Rachel la tuviera. Rachel nunca le había pedido ayuda a Diana. La única vez que lo había intentado, su hermana estaba desaparecida. Ella le había asegurado entonces que todo lo que tenía que hacer era preguntarla. Rachel nunca lo habría pedido para ella misma. Pero sí por esto, por Jonas, por Merinus, por las Castas que la protegían de cualquiera que fuera el plan de Brandemore para ella y su hija.

Jonas se dirigió a la casa principal y fue directamente a los laboratorios, a la consulta de Ely. Cuando entró, ella levantó la vista da de las muestras que estaba estudiando, su mirada era clara cuando lo vio entrar. —¡Maldita sea, ella está matándote! —Se apartó del bio-scope, un scanner biológico computarizado que usaba para detectar anomalías en las muestras de fluidos de las Castas, y cruzó sus brazos en su pecho mientras lo miraba. —La tocaste otra vez, ¿verdad? —Dame un respiro, Ely —gruñó él antes de mirar alrededor. —¿Dónde mierda está Jackal? Él había asignado a Jackal la tarea de proteger a Ely meses atrás. El otro hombre sólo podía dejarla sola en circunstancias extremas. —El hombre debe dormir alguna vez, Jonas. —Ella puso sus ojos en blanco por la pregunta. —Ha dejado a otra persona al cargo fuera. —Ella agitó su mano hacia la puerta. — No los quiero aquí dentro. Ella había estado en peligro. La protección que él había puesto a su disposición no había sido suficiente; sus asistentes estuvieron a punto de matarla, envenenando lentamente su cuerpo y su mente con la intención de traicionar a las Castas. Casi la habían destruido. Él se sentó cautelosamente en el taburete que ella le acercó. Se sentía como si hubiera luchado en la guerra. Infierno, él había estado en la guerra y no había estado tan malditamente herido. Su polla dolía peor que cualquier bala que le hubiera atravesado; su carne estaba tan sensible que incluso en aire le causaba dolor. Esta mierda del acoplamiento le iba a matar. Él extendió el brazo en dirección a Ely. Ella movió la cabeza. —Más pruebas no te ayudarán, Jonas. Veremos en ellas la misma cosa. La hormona se está haciendo más fuerte. No hay nada que yo pueda hacer para detenerla. —Algo raro me pasa, Ely. —Dijo él sacudiendo su cabeza. —No duermo desde hace días y no se trata sólo de excitación. No puedo mantener mis garras escondidas. —Él la observó

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mirando las mortíferas garras que se retrajeron bajo sus uñas. —Mis incisivos duelen y la lengüeta trata de emerger sin sexo. Esto me está matando. Tomando el extractor de presión, un instrumento alargado para sacar sangre, lo apretó contra su vena. El músculo estaba tan tenso que el vial no se llenaba. —Tendré que usar la aguja —afirmó ella con expresión preocupada. —Nunca he tenido que usarla antes con una Casta, Jonas. Fue hasta el armario para coger una aguja estéril y un vial para muestras y volvió a él. Minutos después tenía dos viales llenos y tomó un algodón. Jonas abrió su boca, gimiendo porque las glándulas se hinchaban bajo su lengua cuando Ely presionó el algodón encima de ellas produciéndole un dolor caliente cuando la hormona fue liberada. —Kane no tiene estos síntomas, pero él no es una Casta —afirmó ella cuando empezó a tomar notas en su pantalla electrónica. —Tu constitución genética y biológica son tan diferentes del resto que no sé cómo ayudarte. Él agonizaba. Estaba tan cerca de perder el control del animal que tenía presionando su mente que apenas podía funcionar. —Tengo que alejarme —gruñó él —o acabaré forzándola. Ely se volvió hacia él, la simpatía y la compasión se reflejaban en su mirada ahora. —Necesito muestras de ella —le dijo. —La única oportunidad que tengo de ayudarte podré encontrarla en ella. —No. —Él había rechazado esta idea desde que la trajo al Santuario. —No quiero que tenga que pasar por esto. No quiero que vea esta parte del acoplamiento, Ely. Los chequeos constantes, la incomodidad. ¡Maldita sea!, ella ya es suficientemente cautelosa sin esto. El se llevó la mano a la nuca y luchó por contener la lujuria furiosa que le atravesaba. Era peor que la fiebre salvaje y él lo sabía, ya que ya la había pasado. —Ella te está destruyendo. —Había un deje de ira en Ely ahora. Jonas sacudió la cabeza, manteniendo su postura. —¿Necesitas muestras de semen? Ella exhaló con aspereza. —¿Puedes dármelas? No había podido ayer. No era capaz de correrse cuando se masturbaba. No funcionaba, y lo había intentado durante días. —¿Hay alguna otra forma de conseguirlas?—Mierda, usaría la aguja si tuviera que hacerlo, cualquier cosa que ayudara a Ely a encontrar la manera de sacarle de esta agonía que le atravesaba en olas de fuego. —No hay otra manera, Jonas. —Negó ella. —Necesito las muestras. La sangre y la saliva no bastan. Él hizo una mueca, sintiendo endurecerse su expresión cuando trataba de pensar en una solución. —¿Y qué hay de Amburg?, —preguntó él. —¿No tiene ninguna idea?

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—Amburg siempre tiene ideas —suspiró ella. —Desafortunadamente, no tienen nada que ver con algo que pudiera ayudarnos ahora. Jeffrey Amburg era extraño como el infierno, pero si decía que no había solución a este problema, entonces no la había. Era un genio de la genética, un tercera generación de científicos del Consejo, y una vez fue considerado el azote de los laboratorios. Vivía para sus investigaciones y para su nieta. Nada más le importaba. Cuando Jonas le había presentado sus opciones que eran servir y vivir para las Castas o morir, Jeffrey incluso había sonreído. Seguir la evolución de las Castas, incluso aunque sólo pudiera compartirlo con Ely y Elizabeth, era más valioso que el oro para el hombre. Incluso más valioso que la vida de su nieta, a veces. —Parece que estoy atado a esto, entonces —gruñó él mientras señalaba con la cabeza hacia la puerta. —Si averiguas algo, házmelo saber. —Jonas. —Ella le detuvo cuando agarró el pomo de la puerta. —¿Si, Ely? —Él estaba seguro de que no quería oír lo que ella le iba a decir. A veces era un poco demasiado sincera. —Bésala. Jonas apretó los dientes por la contundente urgencia de hacer justamente eso. Él había tenido la oportunidad en sus manos. La única cosa que la había salvado, de hecho, fue que la había abrazado por la espalda. Y aún así, había estado a punto de besarla. Cuando había inclinado la cabeza, cuando le vio probando la dulzura de su coño, estuvo a punto de besarla y liberar la hormona en un beso que sabía que los habría quemado en vida. —Hazme saber lo que encuentras cuando termines las pruebas. —Él abrió la puerta. —Estás dejándola destruirte —declaró ella, su voz baja y apenada. —Si lo hace, Jonas, nos destruirá a todos. Jonas negó. —Nadie es indispensable, Ely, y eso me incluye a mí. Me he asegurado de ello. —Eso es lo que tú crees —dijo ella con voz temblorosa. —Pero lo eres, Jonas. Lo que tú haces, no puede hacerlo nadie más. Casi se le escapa una carcajada ante semejante afirmación. —Ely, cada Casta viva puede ser calculadora y manipuladora hasta congelar el infierno. Brim, Del Rey, Callan, Wolfe, cualquiera de ellos pueden hacer mi trabajo y no tendrían ningún problema. Lo que pasa es que soy el único que no te deja que te compadezcas de ti misma como hacen otros. Él se burlaba de ella. Rechazó dejarla hundirse en la desesperación mientras estaba bajo la influencia de las drogas que erosionaban su mente. Ely era una cosita frágil, a pesar de su apariencia fuerte. Había visto demasiadas cosas en los laboratorios siendo demasiado joven, había sido obligada a dañar a muchas Castas estando allí. Tenía pesadillas que se habían duplicado cuando casi la habían obligado a hacerlo otra vez. —No, tú no me has dejado sentir compasión de mi misma —confirmó ella casi en silencio. —¿Pero debería hacerme a un lado y ver como permites que esa mujer te destruya? ¿Harías tú lo mismo, me pregunto, en mi lugar?

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Él frunció los labios y la miró por un momento antes de decir —Yo lo estoy permitiendo, pequeña gata. ¿Piensas que no he averiguado quién es tu pareja y que tú lo sabes también? Ella puso sus ojos en blanco, apartó de él su mirada castaña cuando el miedo cruzó su cara. —Haz algo sobre eso, pronto. —Le advirtió él. —¿Cómo haces tú? —Replicó ella, su voz llena de ira. —Creo que yo estaría en un lugar diferente si fuera tú —replicó él cuando salía de la consulta. —Es un caso muy diferente al mío. Bésalo. No creo que él se niegue. Cerrando la puerta detrás de él, caminó hasta el hall, detrás de las escaleras que llevaban al segundo piso de la casa. Trataba de obligarse a abandonar el Santuario. Marcharse era lo mejor que podía hacer por Rachel. Si no se alejaba de ella, no podría dejar la elección en sus manos. —Jonas. —Mordecai le alcanzó en el hall cuando alcanzó el nivel principal, su expresión era dura. Varios Ejecutores le seguían. —¿Qué pasa ahora? —gruñó él, sintiendo el problema que, seguro, estaba por venir. —Tienes un problema. No “nosotros” como si fuera un problema de las Castas; era “él”… la mierda estaba a punto de caer en el ventilador, y salpicaría por todos lados. —¿Y el problemas es…? —Él apoyó sus manos en las caderas y miró a los Ejecutores frunciendo el ceño. —Devon Marshall —soltó Mordecai. —Él reclama la paternidad del bebé de Rachel. Está en la puerta con su abogado y un funcionario del condado. Ellos tienen documentos firmados por un juez pidiendo que Amber sea entregada a los Servicios Sociales hasta que se resuelva la custodia. Los documentos afirman que la salud de Amber está en peligro debido a la falta de cuidados. —Mordecai tiró el archivo a las manos de Jonas. —No sé tú, pero yo digo que disparemos a los bastardos, enterramos los cuerpos y digamos que nunca estuvieron aquí. Porque, créeme, tú no quieres entregarle este bebé. Jonas gruñó. Era consciente de que los Ejecutores se estaban alejando, incluso Mordecai, mirándose uno a otro como si estuviera en peligro su seguridad. Él volvió a gruñir. Sabía que debía tener una pinta aterradora; podía oler el nerviosismo de los tres Ejecutores, que le miraban con distintas expresiones de preocupación. —Bien. Entonces, Mordecai, quizá puedas avisar a Callan, Kane, al Leo por supuesto y al resto de los líderes de que vamos a tener un entierro. Te veré fuera cuando hayas terminado. Con esto, salió por la puerta principal, muy consciente de los gruñidos que vibraban en su garganta y la rabia que le desgarraba el cuerpo. Devon Marshall era hombre muerto.

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CAPÍTULO 12 Jonas había reclamado al bebé de Rachel incluso antes de su primer aliento. Protegida en el vientre materno, los sentidos de Jonas muy parecidos a los de un animal, abarcaban tanto a la niña y como a su madre, el animal dentro de él las había reclamado como suyas. El hombre que reclamaba ahora la paternidad había abandonado a Rachel en Suiza, robándole su pasaporte y dejándola sin dinero, cuando sus padres le habían recortado sus fondos al darse cuenta de que ella no iba a abortar a la niña y al no aceptar a ese bebe, dejándola completamente sin recursos. Durante todo el embarazo y el nacimiento de Amber, Devon Marshal había estado ausente de su vida. Jonas creía que sabía exactamente porque el otro hombre estaba junto a las puertas del Santuario con un equipo de abogados, los Servicios de Protección de la Infancia y el sheriff de Buffalo Gap. Los padres de Devon, Greg y Marsha Marshal, se oponían a la Ley de Las Castas y criticaban la aceptación mundial de las Castas. Habían invertido inmensas cantidades de dinero en equipos legales para que combatieran contra la libertad de las Castas, e incluso ahora usaban su enorme influencia para detener el crecimiento de la sociedad de las Castas. Habían venido a buscar a esa niña, no porque fuera parte del legado Marshal. Los noticiarios que informaban sobre la explosión en casa de Rachel informaban que ella y su hija residían en El Santuario con el director de Asuntos de Castas. Había especulaciones sobre su relación, así como una historia que afirmaba que Rachel y su hija vivían en su apartamento. Mientras conducía el Raider hacia el control de seguridad, se detuvo al ver una figura femenina detenida en medio de la carretera delante de él. Con los ojos entrecerrados, observó a Cassie Sinclair, vistiendo su mejor y más conservador conjunto de abogado, una ceñida falda por debajo de la rodilla, una blusa blanca y una chaqueta negra. Su largo cabello recogido en una pulcra y baja coleta y llevando su abultado maletín. El sabía que estaría allí. Con Cassie, siempre podía contar con que estaría donde la necesitara. La puerta del Raider se abrió y ella subió. —Tienen muchos documentos firmados por el juez—informó sacando una carpeta de su maletín. —Lo que el juez no sabe es que nosotros tenemos los documentos que firmó Devon Marshal, cuando Rachel empezó a trabajar para ti, donde concedió todos los derechos sobre la niña a Rachel. Yo estaba allí, si lo recuerdas —Sonrió con anticipación. —Me encargaré de que él también lo recuerde. Jonas puso el Raider en marcha y cuando el vehículo de delante se movió se puso en camino. —¿Vamos a tener muchos problemas?—preguntó. Cassie se encogió de hombros.

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—Legalmente no la pueden sacar del Santuario, te puedo asegurar que tengo todas las bases cubiertas, por triplicado. Tengo los documentos que firmaste aceptando a Amber Broen como miembro del Santuario, con todos los derechos que ello conlleva. —Sacó los documentos que había firmando tras el nacimiento de Amber. —También tenemos los documentos firmados por el gabinete de gobierno de las Castas, aceptándola como parte de la comunidad de las Castas, y Jess Warden está preparada para volar desde D. C., si es necesario. Infiernos, Jonas deseo que no necesitaran a la jefe del Consejo Legal de las Castas. Jess todavía estaba muy cabreada con la desaparición de Amburg tras su captura. Pensaba que él estaba en manos de Jonas, y rechazaba creer lo contrario. —¿Qué está ocurriendo aquí, Cassie?—le preguntó. Cassie era diferente; era la única explicación que Jonas podía ofrecer. Algunas personas juraban que podía hablar con fantasmas; ella, cuando era pequeña, decía que tenía un hada que la protegía del peligro. Era considerada una síquica por algunos, mientras que otros simplemente la consideraban un monstruo. —¿Qué es lo que siempre ocurre?—replicó ausentemente, mientras se ponía sus gafas y ordenaba los documentos que llevaba. —Tengo el informe sobre lo que Devon hizo desde que abandonó a Rachel, con fotos e informes detallados sobre muchas de sus asociaciones con traficantes de drogas. También tengo informes de sus contactos con conocidos terroristas enemigos de las Castas. Tengo lo suficiente para mantenerlo lejos de Amber. Vamos a ver qué es lo próximo con lo que salen. Jonas se detuvo junto al puesto de seguridad, salió del Raider, dio la vuelta y ayudo salir a Cassie, Otro vehículo rodó detrás de ellos. Jonas quiso maldecir. Se quedó quieto, mirando como Rachel salía del Raider, sus ojos verdes se redujeron a rendijas mirando a Devon Marshal quien permanecía de pie ante las puertas. —Espera, Cassie. —Se dirigió a Rachel rápidamente, la cogió por el brazo y la empujo detrás del Raider. —No se va a llevar a mi bebé —replicó con furia, mirando a Jonas como una leona enfurecida mientras Lawe salía del asiento del conductor y se dirigía hacia ellos. —No, no se la llevará. Tomé las medidas necesarias cuando Amber nació. Mantente tranquila, Rachel. Permite a Cassie manejar el tema, y yo te lo explicaré todo cuando hayamos acabado. —¿Qué quieres decir con que “tomaste las medidas necesarias”?—A pesar de su tono bajo, Jonas se estremeció por el trasfondo de violencia de su voz. Era una maldita buena cosa que lo que había hecho le beneficiaría a ella, de lo contrario, se estaría preguntando ahora mismo si debería temerla. —Rachel, cálmate inmediatamente. —La orden fue dada en un tono bajo, pero con la resonancia del poder del animal de su interior. —Tienes que mantenerte tranquila, dar todo tu apoyo a Cassie y luego hablaremos del tema. Parpadeó, pero solo un momento antes de entrecerrar sus ojos nuevamente. —Si intentas entregarle a mi hija… TRADUCIDO por GRUPO MR

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—Moriría antes que permitirle que se llevara a la niña. —Le gruñó, furioso porque ella pudiera considerarlo capaz de algo así. —Si quieres que esto se solucione sin más problemas, sin que los Servicios de Protección de la Infancia mantengan el Santuario rodeado por la policía estatal, haz lo que te digo. Presta ayuda en lugar de dejarte dominar por el pánico. Rachel estaba en estado de shock cuando la cogió del brazo y la condujo de vuelta a donde Cassie estaba junto al Raider, observando con calma como también los reporteros empezaban a llegar a las puertas. —¿Preparada? —Preguntó amablemente cuando se encontró con la mirada de Rachel, los luminosos ojos azules parecían más profundos y oscuros que antes. Rachel asintió bruscamente. —Tan preparada como puedo estar sin preparación. Cassie le sonrió. —Te lo explicaré todo una vez hayamos finalizado con el papeleo. Me reuniré mañana contigo cuando nos sea posible. Pero no te preocupes, Jonas lo tiene todo controlado.

¿Jonas lo tiene todo controlado? Rachel rezó a Dios para que Cassie supiera de lo que estaba hablando. La familia de Devon tenía poder e influencias. Ella había rezado para que no vinieran tras Amber, había hecho todo lo posible para que la olvidaran. Y ahora ahí estaban. Devon se paró frente a la puerta, resplandeciente, con un rostro demasiado perfecto, oscuro y bronceado. Su espeso cabello rubio enmarcaba las esculpidas facciones de su cara, mientras sus ojos azules se entrecerraban con hostilidad. Él la había robado y la había abandono en un país extranjero… ¿y la miraba ahora con rencor? Había algo extraño en esa imagen. Más periodistas se acercaron cuando entró en la caseta de los guardias con Cassie y Jonas. El pequeño edificio contaba con una gran mesa para las reuniones preliminares, una nevera, microondas, un armero y una selección de aparatos electrónicos, protegidos por acero pesado, cemento y cristal anti-impacto. —Crank. —Jonas saludó con la cabeza al guardia de turno, un Coyote poco sociable con un despeinado pelo negro y ojos grises. —Director. —Estridente y áspera, su voz parecía arrancada de la garganta —¿Puedo disparar contra esos bastardos? —Señaló con la cabeza hacia los periodistas congregados fuera. —Todavía no, Crank —contestó Jonas arrastrando las palabras. —Pero si puedes acompañar al señor Marshal y sus abogados, posiblemente podamos acabar con todo esto pronto. —Propongo que los soltemos en el bosque para que los cachorros los cazen —gruño Crank. —Bastardos inútiles… —Crank, por favor —le espetó Cassie con el ceño fruncido con desaprobación. —Ya sé que te encanta aterrorizar a las masas, pero hoy intentemos dar una buena impresión.

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El Coyote suspiro, pero relajó su expresión y se dirigió hacia la puerta, saliendo a reunirse con Devon, el magistrado de distrito de Buffalo Gap y tres abogados, todos vestidos con sus mejores y más intimidatorios trajes. Rachel estaba de pie junto a Jonas, teniendo el consuelo de la fuerza y la completa seguridad que le proyectaba —Director Wyatt. —El abogado principal saludo a Jonas con una inclinación de cabeza, Rachel hubiera jurado que vislumbró un brillo de respeto en la mirada del abogado antes de dirigir a ella una inclinación de cabeza. —Sr. Edgewood —Jonas estrechó la mano del abogado antes de girarse hacia Rachel. —Le presento a la Srta. Broen, y acompañándonos como representante legal, la Srta. Cassandra Sinclair. Los tres abogados miraron a Cassie. Sólo Edgewood era consciente de la perspicaz joven a la que se enfrentaba, los otros dos, a juzgar por su gesto condescendiente, no tenían la menor idea. Cassie era considerada como una de las máximas autoridades sobre la Ley de las Castas, y en la actualidad cursaba su último año en la facultad de leyes. A los diecinueve años, se había destacado mucho más allá de lo que incluso las Castas había anticipado —Mis colegas, Ryan Former y Daniel Frost. Y permítanme presentar a la Sra. Blanchard de los Servicios de Protección de la Infancia. La agente de los Servicios de Protección de la Infancia asintió con una sonrisa desvaída, sus ojos marrones miraban con preocupación alrededor consciente de la tensión dentro de la habitación. —Srta. Broen, es un placer. —John Edgewood mantuvo sus modales fríos y respetuosos al estrechar su mano. —Sr. Edgewood —contestó intentado mantener un tono frió de voz y que no le temblara por el miedo. —Caballeros —Jonas asintió cuando los otros dieron un paso atrás, rehusando estrechar la mano de Jonas y la de Rachel. —Les presento a mi cliente, Devon Richard Marshall. —El abogado se dirigió a su cliente cuando este dio un paso atrás, y cruzando los brazos sobre el pecho fulminó con la mirada a Jonas, y luego a Rachel. Los ojos de Jonas se estrecharon antes de dirigirse al abogado principal. —Debo recordar que éste área está monitorizada con video y audio continuamente. — Jonas miró las ocho cámaras que cubrían el interior de la caseta. Fuera había más. —Lo recuerdo Director Wyatt —asintió el abogado. —Olvidé mencionároslo —dijo dirigiéndose a los otros abogados. —Caballeros, todas las áreas de reunión del Santuario son grabadas continuamente, tanto para su protección como para la protección de la sociedad de las Castas. Los dos abogados, que habían desairado deliberadamente a Jonas, eran conscientes de que sus reacciones grabadas podrían ser usadas en su contra. Ambos lucían expresiones de disgusto y preocupación.

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—¿Quieren sentarse, caballeros, Sra. Blanchard? —dijo Jonas señalando con su mano hacia la mesa en la cual Cassie estaba amontonando lo expedientes de su maletín. —¿Rachel? —la mano de Jonas se apoyó en su espalda. —Nos podemos sentar. Las rodillas le temblaban cuando se sentó. Tenía miedo del resultado de la reunión, pero en ningún momento temió que Jonas permitiera que le quitaran a su hija. Rachel apretó las manos en su regazo, mientras Edgewood y Cassie hablaron un momento en voz baja antes que Cassie tomara asiento murmurando su asentimiento. —Director Wyatt, —el abogado asintió una vez más a Jonas antes de dirigirse a ella —Srta. Broen, Srta. Sinclair. Tal y como informamos al agente de la entrada, tenemos unos documentos firmados por el juez Joseph Markham. En ellos se les ordena entregar a la menor Amber Diana Broen inmediatamente a los Servicios de Protección de la Infancia hasta que se decida la custodia así como que se resuelva la denuncia contra la Srta. Broen por negligencia y por poner en peligro a la niña. El abogado le tendió los documentos a Cassie antes de tender una copia a Rachel y a Jonas. Rachel no podía soportar leerlos. En su lugar miró a Devon. —¿En qué motivos basan la denuncia?—Preguntó Cassie fríamente. —No ha habido negligencia o peligro para la niña. Como usted sabe, de acuerdo con la ley de las Castas, ningún niño puede ser apartado del Santuario o del refugio sin pruebas irrefutables de todos los cargos. Edgewood miró con simpatía a Rachel antes de mirar a Cassie. —Lo siento, Srta. Sinclair, esa ley se aplica únicamente a los niños de la Casta. Lentamente la sonrisa de Devon comenzaba a mostrar triunfo. La superioridad y la arrogancia que mostraba ahora no la había visto nunca en Suiza. ¿O es que no había querido verlas? Dios, ¿cómo se había vuelto tan loca como para acostarse con ese hombre, o tan sólo creer que lo amaba? Pero aún así no podía lamentarlo. Sin Devon no hubiera tenido a Amber, y su hija era lo más digno de todo el infierno que él le había hecho vivir. —Lo siento, Sr. Edgewood, pero eso no es totalmente cierto. —Cassie aseguró con voz suave, fría. Edgewood frunció el ceño. —He comprobado la ley para estar totalmente seguro, Srta. Sinclair. Cassie rebuscó entre los documentos y sacando un expediente se lo tendió al abogado. —Como puede ver, en la ley de las Castas hay muchas áreas que tienen estipulaciones que deben interpretarse según la situación. —Le ofreció copias de la ley en particular. Edgewood lo leyó, frunció el ceño y se lo devolvió a Cassie. —Esto no es del todo legal —afirmó. —No estamos tratando de un área accesible a la ley… —Si hubiera hecho lo que se estipula en los estatutos que se aplican la sociedad de las Castas, debería haber leído la cláusula sobre estipulaciones y anotaciones adjuntas. Muchas de nuestras leyes tienen estipulaciones, Sr. Edgewood. En nuestro país, aquellos que fueron elegidos para proteger y preservar la vida humana, estuvieron envueltos en nuestra creación, TRADUCIDO por GRUPO MR

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nuestro encarcelamiento y las tortuosas muertes de nuestros niños antes de que pudieran escapar. A causa de ello, muchas de las cuestiones sobre el bienestar o separación de nuestros niños del Santuario deben ser reconocidas y aceptadas antes de proponer cualquier acción. Este problema no ha sido notificado a La Oficina de Asuntos de Castas, así como tampoco ninguna acusación de negligencia o peligro. Aparte de eso, el Sr. Marshal renunció a todos sus derechos sobre la hija de la Srta. Broen el día de su nacimiento —le lanzo una luminosa sonrisa a éste. —Me recuerda usted ¿verdad, Sr. Marshal? La furia apareció amenazadora en sus ojos azules. —¿Qué es lo que está diciendo, Devon? —Le preguntó Edgewood. —Lo que estoy diciendo —Cassie extendió otro documento. —Firmado, notariado y archivado en la Oficina de Asuntos de Castas. El Sr. Marshal cedió todos sus derechos paternales, en presencia de su representante legal, un tal Sr. Claude Desmond, de Nevada. La mirada de Edgewood era afilada como el hielo cuando miró a Devon. —Eso no es legal —declaró Devon. —No entendía plenamente lo que ella intentaba hacer con Amber. De todas formas, el Servicio de Protección de la Infancia está aquí para llevarse a la niña hasta que todos los cargos hayan sido resueltos. —Me temo que eso no es así, Sr. Marshal —dijo dulcemente Cassie. —Los Servicios de Protección de la Infancia no tienen jurisdicción aquí. —Amber no es una jodida mocosa de Casta —gruñó Devon con tono desagradable, expresando su disgusto. —Esa puta ley no se aplica a ella. —“Una jodida mocosa de Casta”. Interesante elección de palabras. —Declaró Cassie sucintamente. —Como si nuestros niños no tuvieran ningún valor. ¿Es así como los ve usted? —Cállate, Devon —lo avisó Edgewood. —No me digas que me calle —estalló Devon. —Y sí, infiernos, así es como los veo. Amber es una Marshal. Ella es humana, no un maldito animal o un cachorro de estas mascotas. Jonas se tensó. Rachel podía sentir la peligrosa tensión que lentamente proyectaba su cuerpo —Haga algo con su cliente, John, —ordenó al abogado —antes de que sea yo quien lo haga. Ya fuera por los incisivos en la boca de Jonas o por su furiosa mirada asesina, Devon cedió con un mohín infantil y miró a Rachel de nuevo. —Esto lo cambia todo, Sr. Edgewood. —El alcalde levantó la cabeza de los documentos antes de mirar a la agente de los Servicios de Protección al Menor. —¿Sra. Blanchard? ¿Ve usted algo que yo no vea? —Estoy de acuerdo con su valoración —declaró la amable y madura representante de los servicios a la infancia cerrando su expediente. —No nos podemos llevar a la niña del Santuario. —El Santuario no tiene derechos sobre los niños que no son de las Castas —dijo Frost defendiendo su posición. —Lea su expediente, Daniel —aconsejó Edgewood. —El mismo Sr. Wyatt firmó los documentos necesarios para incorporar a la hija de la Srta. Broen al Santuario, lo cual está escrito en la Ley de Castas y firmado por nuestro presidente y por el Congreso. Ella no

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necesita ser Casta; su madre simplemente ha sido considerada una compañera de Casta, y con su presencia aquí, asumo que ella está de acuerdo. —Edgewood le devolvió la mirada. La tensión de Jonas aumentó varios grados. —Estoy de acuerdo. —No había forma de que no lo estuviera. No podía perder a su hija, y ella sabía muy bien que estaba luchando en una batalla perdida en lo que se refería a Jonas. —¡Puta! —le espetó Devon con un siseo largo y perverso. La mano de Rachel apretó el muslo de Jonas cuando lo sintió moverse. El insulto estaba pensado para provocar a Jonas, para que Devon o uno de sus abogados pudieran usar su reacción contra las Castas y Rachel en la batalla por la custodia de Amber. Él no se movió. Se mantuvo inmóvil, silencioso, con toda su atención centrada en Devon y Rachel sintió la promesa de la retribución que surgía de él. Daniel, Ryan, por favor acompañen a Devon a la limusina —Espetó Edgewood cuando Cassie se levantó clavando su imperiosa y helada mirada en el otro hombre. —Sr. Edgewood antes de que presente cualquier moción ante cualquier tribunal, o intentar llevarse a uno de nuestros niños del Santuario, es posible que debiera realizar una investigación completa sobre la Ley de Castas y todas los medidas necesarias para los expedientes a presentar, —le informó. —Las leyes de emparejamiento son complicadas, exigentes y, créame, creadas para ser inquebrantables durante los próximos dos siglos. Piense en ello antes de intentar colocar a la hija de la Srta. Boern con cualquier otra persona que no sea su madre. Edgewood hizo una mueca antes de reunir los archivos y documentos que Cassie le había entregado y guardarlos en su maleta. —Pido disculpas por mi cliente, Director Wyatt—Edgewood declaró cerrando su maleta y preparándose para irse. —No es necesario que se disculpe, John —dijo Jonas arrastrando las palabras y levantándose. —No es usted quien debe hacerlo. Rachel se estremeció al oír la intención en la voz de Jonas, y Edgewood no era ningún tonto. Su penetrante mirada se posó en Jonas antes de asentir lentamente y se volvió hacia Cassie murmurando. —Estaremos en contacto. La habitación se despejó, y segundos después descendieron lentamente las oscuras persianas. —Esto no se ha acabado —les informó Cassie. —Un pequeño aviso para vosotros dos, Marshal puede pedir una prueba de emparejamiento, la cual, desafortunadamente, no podéis proporcionar hasta que os acopléis. —¿Cuánto tiempo tenemos, Cassie? —Preguntó Jonas con voz tensa. Cassie hizo una pausa, y sonrió amablemente a Rachel. —Bastante tiempo, Jonas. No creo que necesitemos preocuparnos. —Levantando levemente las cejas. —Al menos, todavía no. Rachel se frotó las manos, todavía se sentía fría y temerosa. —¿Cuándo hiciste todo esto?—Susurró, volviéndose hacia Jonas. —¿Todo el papeleo aceptando a Amber en la Sociedad de Castas, declarándome tu compañera? TRADUCIDO por GRUPO MR

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Se reflejaba una dureza en su cara que casi era aterradora. —Te declaré mi compañera antes del nacimiento de Amber. Cuando nació, rellene los documentos necesarios para aceptarla como mi hija. —¿La adoptaste? —Preguntó incrédula. Él se encogió de hombros antes de frotarse la nuca. —No la he adoptado, la he aceptado. Hay una diferencia. Una Casta no necesita adoptar a un niño. Una vez que él o ella es aceptado como responsabilidad suya, entonces se convierte en su hijo, tanto si vive en el Santuario, en Heaven, o no. Es simplemente una parte de la Ley de Castas para asegurar que una compañera no pueda ser gobernada por las leyes de la sociedad nunca más así como un Casta puede serlo. Nos auto-gobernamos completamente, a no ser por una declarada agresión al país, a sus leyes o a sus autoridades competentes. Rachel sabía que la Ley de Castas era deliberadamente complicada, y a menos que tuviera una visión en totalidad de ella se podían omitir algunas aclaraciones. La burocracia para hacerlo era larga y costosa. Se había hecho de tal manera para recordar a la nación y al mundo el infierno que los Castas habían tenido que soportar. Durante doscientos años, se les había otorgado unos derechos y una capacidad de maniobra inconcebible en cualquier otro momento o para cualquier otra raza. —Deberías haberme preguntado. —Pasándose los dedos por su cabello, Rachel luchaba para mantener sus emociones y temores a raya. Emparejarse era totalmente diferente de la decisión de acostarse con un hombre o aceptar un matrimonio. —¿Por qué? —Señaló a Cassie y a Crack desde el refugio que cerrasen las persianas automáticas. —¿Qué hubiéramos adelantado con ello? —Yo debería haberlo sabido. —Podrías haber protestado y postergado todo el papeleo para proteger a Amber, —la informó impasible. —Mi principal objetivo era protegeros a ti y a tu hija, Rachel. —¡Dios mío, actúas como si ella te perteneciera! —Saltó ella, desconfiando de sus motivos. —Tú me perteneces, así que Amber es mi responsabilidad. —Declaró Jonas. —Sé que tú eres mi compañera. Aceptándote a ti, acepté a tu hija como mía propia. —Eso no tiene sentido. —No existía ningún hombre capaz de aceptar a un niño como suyo sin conocer a la madre o amarla. No lo entendía.

Jonas podía sentir la confusión que se arremolinaba dentro de ella, parte enfado, parte temor. —Es parte de la genética de Casta. —Suspiro, deseando poder hacerle entender, deseando que pudiera aceptarlo tan fácilmente como lo hizo Elizabeth Sinclair.

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Pero en aquel caso, Dash, su compañero, había venido a causa de su correspondencia. No era la misma situación. Se había creado un lazo antes del nacimiento, porque su madre era su compañera. La genética animal era una mierda. Vio como respiraba bruscamente, pasando los dedos de nuevo por su pelo y mirándolo como si no estuviera segura de quien era él. —Los leones macho matan a los cachorros cuando reclaman la manada de otro macho — murmuró Rachel con exasperación. —Los machos humanos quieren a los hijos de las mujeres que aman —completó por ella. —No somos animales, Rachel. Somos hombres con unas pequeñas adicciones genéticas. Nada más y nada menos. —Lo que no era una mentira, pero tampoco toda la verdad. —Devon no va a abandonar tan fácilmente. —Se separó de él y miró fijamente las oscurecidas ventanas. Jonas podía ver su lucha intentado que en lo que se había convertido su vida tuviera sentido. —Devon no tiene elección. —Era así de simple. —Ni todo el dinero del mundo, ni todos los abogados que él pueda comprar pueden cambiar la Ley de Castas, Rachel. Nos aseguramos de eso. Una sonrisa burlona asomó a sus labios. —Estas actuando como si los Marshal fueran a jugar limpio después de todo. —¿Y tú crees que las Castas lo haremos? —Se rió entre dientes, aunque el sonido estaba teñido con una advertencia de peligro. —Vamos, alejémonos de este infierno y de esos malditos periodistas. La tocó otra vez. Su mano presionando la parte baja de su espalda, dirigiéndola hacia la puerta, donde los Ejecutores los esperaban para escoltarlos lejos de la entrada y de los reporteros que igualmente podían dispararles tanto una bala como un flash.

El regreso al apartamento fue rápido, silencioso. Rachel mantuvo los brazos cruzados en su pecho mientras luchaba para mantener las preguntas que arrasaban su mente así como el control que sus emociones habían quebrado. Se estaba enamorando, no podía evitarlo. Jonas le había probado de muchas formas diferentes su completa dedicación. Su hambre de ella. Su necesidad. Su determinación de protegerla. Él no lo había llamado amor. Para él, ella era su compañera, pura y simplemente. Un regalo que Dios le había hecho, que nunca pertenecería a otro hombre. Pero él no lo había llamado amor. No lo reconocía como amor. Entrando en la casa, fue a la habitación de Amber, e informó a la joven hembra Casta que cuidaba a la niña que podía irse, entonces levanto en brazos a su hija de la cuna. —Cassie está al teléfono satélite. Necesita hablar contigo. —Jonas de pie en la puerta, con su mirada oscura. —¿Quieres que coja a Amber mientras hablas con ella? Silenciosamente, le entregó a Amber, mirando como él la acurrucaba en su pecho, mirándola cuidadosamente. TRADUCIDO por GRUPO MR

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Esa mirada. Era completamente arrogante, pero había una vulnerabilidad en ella que la hacía sentir emociones que ella no quería admitir. —¿Cassie?—Llevándose el teléfono al oído. —Ve a la otra habitación, Rachel. Necesitamos hablar. —El tono de Cassie no admitía réplica. Para ser una adolescente, sonaba asombrosamente madura. —Y no te molestes en inventar excusas para Jonas; ambas sabemos que oirá todas y cada una de las palabras que digamos. Puso los ojos en blanco cuando miró a Jonas, notando lo bien que él pretendía que no había oído nada de lo que Cassie había dicho. Las Castas eran un grano en el culo. Sacudiendo la cabeza, salió de la habitación y a través del salón fue a la cocina. —Bien. —Cassie dijo cuando llego a la habitación alejada. —Así que ¿cómo te sientes? ¿Que cómo se sentía? —Cassie, ¿estás tomando drogas? —preguntó cuidadosamente. La joven se rió ligeramente. —No tomo ninguna droga, Rachel. Simplemente quiero asegurarme que la aceptación de Amber por la Sociedad de Castas no tiene agujeros. Nada que Marshal pueda utilizar para romper esa cláusula. —Lo que ellos no adquieren legalmente, lo consiguen ilegalmente. —Suspiró Rachel. — Amber nunca estará segura. —Ningún adulto o niño dentro de Santuario está totalmente a salvo, Rachel, —dijo Cassie suavemente. —Ninguna compañera de Casta o amigo está a salvo. Sólo es una parte de nuestro mundo. Una parte de su mundo. Y no importaba si eran niños o adultos, amigos o compañeros. Cualquiera con alguna relación con las Castas estarían bajo el fuego en un momento u otro. Ella lo había sabido, se dijo a sí misma. Estaba avisada desde el principio, pero hasta ahora, la realidad no la había golpeado. Ella y Amber nunca estarían realmente a salvo; estaban viviendo un tiempo prestado. Antes o después, ella sería un objetivo a causa de su trabajo, su amistad con Merinus y Kane, o simplemente porque creía firmemente en la libertad de las Castas. —Estoy bien, Cassie —dijo finalmente a la joven. —Sólo necesito pensar. —Probablemente pensar es justo lo que menos necesitas, Rachel —dijo Cassie con amabilidad. —Puede ser ha haya llegado el momento de sólo sentir. Buenas noches, Rachel. La línea se desconecto, dejando a Rachel mirando la cocina con una vaga sensación de inminente anticipación. Nerviosa. Desconectado el teléfono, volvió a la habitación, sólo para asombrase de nuevo con el hombre, la Casta, que la había reclamado. Estaba cambiando los pañales de Amber como si lo hubiera hecho muchas veces con anterioridad. Y lo había hecho realmente, mientras Rachel dormía.

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—A Cassie le gusta meter la nariz tanto en cosas que no son de su incumbencia como en las que lo son. —Jonas abrochó la ropa interior de Amber antes de ponerle su ropa por los pies. El bebé pateaba, gorgoteaba, agitando sus puños mientras miraba a Jonas con asombro infantil. —Se preocupa, supongo —susurró Rachel. Jonas asintió, levantó a Amber de la cama, manteniéndola cerca de su pecho, alcanzando el biberón que obviamente había preparado con antelación. —Toma un baño, Rachel. —La miró con sus ojos color plata en calma en lugar de la rabia habitual. —Relájate un rato. La próxima aventura llegará demasiado pronto. “La próxima aventura”. Ella casi sonrió, era lo que solía decir su hermana. Y sólo era la verdad. Esperaba que la próxima aventura no fuera una prueba tan dura para sus nervios.

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CAPÍTULO 13 El baño la alivió, pero Rachel no se sentía lo suficientemente adormecida ni cansada, tal como debería estar. Tapándose con el camisón largo y cálido que le habían traído junto con una bata a juego, tomó una profunda respiración antes de salir del baño. Encontró la cuna de Amber vacía cuando volvió a entrar en la habitación. Tocó el edredón ultra suave y sintió como su corazón se apretaba en algo parecido al pánico. Jonas la estaba calando muy hondo. La estaba atando a él de numerosas formas y ella no estaba segura de querer estar atada a él. Amor. Había pensado que amaba a Devon. Aquellos meses en Suiza habían sido increíbles a pesar de que el trabajo por el que había ido allí no había funcionado. Había pensado que era el destino cuando conoció a Devon. Él había sido brillante, divertido. Ni siquiera había sabido quién era su familia durante meses. No hasta que su padre había llegado, hosco, lleno de desaprobación, y le había informado que ella no era lo suficientemente buena para casarse y unirse al elitista clan de los Marshal. Su confusión había sido casi cómica. Devon la había mirado directamente a los ojos con rechazo entonces, y él decidió agarrarse fuerte las pelotas, como él decía siempre, y abandonar a la estúpida perra de la que ya estaba cansado. Le había lanzado un pequeño fajo de dinero al suelo, ordenándola que se hiciera un aborto y se fuera. Antes de eso, Devon había jurado que la amaba. Que tenía contactos y que él haría que consiguiese el trabajo por el cual ella había ido a Suiza. Rachel soltó un bufido recordando aquella noche en la que él había desaparecido. No sólo con el fajo de dinero que él mismo le había dado sino también con el dinero de Rachel, su pasaporte y sus tarjetas de crédito. La había abandonado. El alquiler y los muebles habían sido embargados. No tenía comida. Le había dejado una carta, breve y concisa. Él se pondría en contacto con ella cuando el médico al que había llamado le informara de que el aborto se había realizado. Entonces podría volver a casa, entonces le devolvería el pasaporte. La embajada se había negado a ayudarla después de despedirla. Por supuesto, el padre de Devon se había asegurado de eso. Ella no había podido conseguir ningún trabajo. Cada vez que tenía uno asegurado, algo pasaba y era despedida en cuestión de horas. Rachel había llamado a Kane desesperada cuando no había podido contactar con Diana. Y ahora aquí estaba. Tal vez Devon había sido el destino, después de todo, pensó. Ese camino le había llevado a Merinus, y luego a Jonas. O tal vez tenía simplemente un carácter soñador como Diana siempre la había acusado de tener.

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De cualquier forma, allí estaba ella, y estaba aprendiendo que el amor no era tan ordenado, dulce y fácil, como había pensado alguna vez que debería ser. Venía con complicaciones, y venía con un maldito montón de preguntas. Se volvió y se acercó a la puerta, y por segunda vez, se detuvo. Frente a la chimenea, sobre la alfombra grande y suave, Jonas estaba con Amber. Se había cambiado de ropa. Vestido con pantalones flojos, los pies descalzos y su pecho desnudo, yacía junto al bebé mientras el fuego parpadeaba frente a ellos. Amber estaba mirando las llamas con una mirada maravillosa que sólo un niño podía mostrar. Sus pestañas estaban bajas, el sueño ribeteaba su expresión mientras Jonas suavemente tarareaba una canción de cuna. El ritmo del sonido oscuro la calmaba también a ella, pero no hacía nada para provocarle somnolencia. Rachel sintió como su cuerpo entero se llenaba de excitación en su lugar. La sensación era más profunda, más fuerte, de lo que había sido nunca, alimentada por las emociones que arrancaron a través de ella, que la dejaron con la necesidad de sentir sus brazos alrededor de ella, o un rayo de calor y diversión en su mirada. ¿Era el calor de apareamiento, o simplemente una amplificación de la respuesta emocional y física de la persona a la que estaba destinada a amar de todos modos? La sociedad había creado un mundo donde el compromiso de una relación, del matrimonio, no significaba lo mismo que una vez significó. Los matrimonios se rompían por dinero, por familias, por argumentos mezquinos y puestos de trabajo que dejaban a las personas cansadas y buscando paz. Una paz que en ocasiones no encontraban cuando pasaban a través de las puertas y encontraban los gritos de sus hijos, los quehaceres sin fin y las llamadas de familiares exigentes. ¿Qué ocurría si la naturaleza hubiera decidido que no ignorara las relaciones y el compromiso con otra persona? Lo que sentía no era una seducción forzada o hambre. Esto era natural. ¿Qué sentiría una vez que tomará el beso que ella sabía que estaba esperando? Ese beso que le ataba a un hombre durante más de una vida normal y corriente. La haría sentir cosas que todavía no entendía, pero sabía también que no quería perder a Jonas. ¡Y su hermana, Diana, decía que carecía de sentido de la aventura! Estaba a punto de comenzar una aventura que ni siquiera su hermana podría prever. —Ella está casi dormida —. El suave tatareo paró para ser sustituido por el sonido rico y oscuro de su voz. —Le gusta mirar las llamas. Rachel lo miraba con su hija y eso hacía que palpitase a cien por hora su corazón. El hombre que yacía en el suelo con Amber no era nada similar al ogro que todos creían que era, al Director de Asuntos de Casta que aparecía frente a otros como una dura Casta a la que todos temían. Este hombre estaba destinado a ser un padre. Él estaba destinado a apreciar y amar a todos los que estaban bajo su protección. —Es la luz parpadeante lo que le encanta, —le dijo Rachel mientras observaba las pestañas de su hija cada vez más cerradas.

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Sus dedos acariciaron suavemente el brazo del bebé, los dedos de la niña en comparación eran diminutos. Amber se veía tan pequeña a su lado que Rachel se preguntó si él no tendría miedo de tocarla. A veces, la propia Rachel estaba aterrorizada de poder hacerle algún tipo de daño, sin darse cuenta. —Se parece a ti —dijo Jonas, su voz todavía suave. —Una belleza viviente. El aliento de Rachel fue suspendido cuando él levantó su mirada de la niña a ella. Por una vez, el mercurio líquido de sus ojos no estaba en su apogeo. Ellos estaban tranquilos, brillando en su rostro moreno, con poder y promesa. Ella no podía hablar. Las palabras las sentía atrapadas en su garganta. Él la miró como si en verdad la adorara, como si ella fuera perfecta, hermosa, como si desease a una mujer que realmente valía la pena. Nadie jamás la había mirado de esa forma antes. Ningún hombre le había dado alguna vez la sensación de que ella era el centro de su hambre, y sólo ella lo podía aliviar. Jonas se puso de rodillas a continuación, cogió a la bebé y atravesando la sala de estar, la llevó a la cuna que él debía haber colocado allí mientras ella se duchaba. Rachel cerró la puerta del dormitorio y entró en la sala de estar. Él puso a la bebé más cerca de ellos para que pudieran oírla desde su habitación, separada por la chimenea. Estaban en un ambiente privado, aunque todavía accesibles por si Amber los necesitaba. —Pensé que querrías saber si se agitaba por la noche. —Puso a Amber en la cuna para que ella pudiera seguir viendo las llamas, antes de colocar una manta ligera decorada con un pequeño oso rosa alrededor de su cuerpecito. —No entiendo muchas cosas acerca de esto —susurró mientras se detuvo delante de la chimenea y vio que él volvía con ella. —Y tengo miedo de ello. —¿Miedo de qué? —él se movió hacia ella, sus piernas devoraban la distancia a pesar de que se movía lentamente —¿Qué es lo que te asusta, cariño? ¿Más placer del que puedas imaginar? ¿Un hombre que moriría por ti? No era al amor o la devoción a los que ella tenía miedo, pensó. —Del calor del acoplamiento —ella tragó con fuerza, —no me gusta no tener el control, Jonas. No sé cómo vivir así, sin estar segura de lo que ocurrirá mañana, o de no poder controlar cual sería mi propio destino. —¿Sabías lo que te traería el mañana cuando estabas con Marshal? Y cariño… odio tener que decirte esto, pero tú tienes todo el control —le dijo en voz baja, moviendo sus manos sobre sus hombros, los dedos acariciando la carne por encima del escote del vestido suelto. —Lo que tú quieras, yo estoy aquí para ofrecértelo, Rachel —le prometió. —Todo lo que te mantenga a salvo, feliz y en mis brazos, estoy aquí para dártelo. Dime lo que quieres. Su cabeza bajó, pero no besó sus labios. No compartir la hormona de apareamiento que Ely le había dicho hacía de cada respiración una tortura, el hambre era tan intensa. En su lugar, sus labios tocaron la piel justo debajo de la oreja, donde las sensaciones se magnifican, donde el calor se propagaba a lo largo de sus terminaciones nerviosas como la pólvora. Rachel sintió que se le cerraban las pestañas sintiendo una debilidad sensual y una sobrecarga emocional asaltando todo su cuerpo. Lo que él le hacía apenas podía entenderlo.

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Él podría romperle el corazón, podría hacer que quisiera matarlo, pero a pesar de todo, no quería dejar pasar esta oportunidad. —¿Qué estás haciendo?—Respirar era cada vez más difícil a cada segundo mientras sentía la excitación atravesarla, marcándola con la necesidad de su contacto. Sus labios eran de terciopelo cálido, su lengua, con su ligero toque, una sensación que la había excitado cerrando los ojos y debilitando sus rodillas, y el hambre cada vez más urgente de sentirlo a todo él, casi abrumándola. —Jonas—Ella susurró su nombre, la necesidad creciendo dentro de ella ahora, atravesando su cuerpo y eliminando cualquier duda que ella pudiera haber tenido sobre dar este paso. Alzando sus manos, presionó sus dedos sobre su duro y cálido abdomen, sintiendo la presión que él sentía en su estómago, apretado por el hambre y el deseo. Le encantaba la facilidad con la que él respondía a su toque. No había juegos en ello. Le daba tanto placer como él le había dado a ella en anteriores ocasiones. —Ven a la cama conmigo, Rachel —le susurró al oído-. —Te prometo que no haré nada para que esta noche se desate el calor de apareamiento. Tienes todo el tiempo que necesites para acostumbrarte a la idea de ello. Para decidir si la pérdida de control merece la pena. Ella levantó la cabeza, devolviéndole la mirada, admirando la increíble dulzura en su voz. —Te duele—susurró ella. —Igual que podría doler a cualquier otro hombre que no te tuviera. —Él le tomó la mejilla, su pulgar acariciando sus labios. —Eres una adicción para mí, mi amor. Pero no es como si me fuera a morir por ello, aún. Parecía divertido, paciente. No parecía un hombre en plena agonía. —Ely piensa... —Ely es a veces un poco sobre protectora cuando se trata de los compañeros de las castas, y es demasiado entrometida sobre la biología de éstos fenómenos —afirmó mientras su mano acariciaba su brazo con los dedos hasta encontrar la mano de ella y guiarla hacia su dormitorio. —No te preocupes por lo que dice Ely, Rachel. Preocuparte por lo que tú necesitas. Él la estaba mintiendo. Pudo ver la mentira en los ojos, en la fina película de sudor que brillaba a lo largo de su frente. Le dolía y el conocimiento de cómo se contenía, para darle el tiempo que necesitaba, le hacía preguntarse si esperar era lo que realmente quería hacer. Jonas necesitaba besarla. Las glándulas de debajo de su lengua, como Merinus le había explicado, podrían llegar a ser terriblemente sensibles a menos que la hormona fuera compartida. Él la estaba protegiendo. Le permitió llevarla a la habitación mientras mariposas revoloteaban en su estómago y sus pulmones se apretaban con los nervios. Había fantaseado durante tanto tiempo… Muchas noches se había imaginado lo que sería si alguna vez él la tocaba. Y su contacto hasta el momento había sido más de lo que había imaginado.

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A medida que la atrajo hacia el dormitorio, Rachel lo miró, viendo en sus ojos el increíble control que ejercía sobre sí mismo ahora. Sus ojos parecían líquidos de mercurio que rabiaban de hambre, de necesidad. Su expresión era tensa, salvajemente seca. Y sexy. Los poderosos rasgos de su rostro, la fuerza de su cuerpo… era tan condenadamente sexy que apenas podía soportar mirarlo sin tener la necesidad de que él la tocara. Así como tenía la necesidad de tocarlo ella misma. Abarcando sus hombros desnudos, Rachel dejó pasar la punta de sus dedos a través de sus poderosos músculos, sintiendo la tensión en ellos, así como el control firmemente atado. —Eres un mentiroso —susurró. —Merinus me ha contado todo sobre el calor de apareamiento, Jonas. Y lo que ella no me dijo, lo he adivinado yo misma, o Ely tuvo la amabilidad de escupirme la información sobre ello. —Merinus tiene una boca muy grande. —Hizo una mueca mientras ella arañaba con sus uñas su carne. —Merinus me cuenta la verdad—dijo ella mientras el bajaba la mirada con sus extrañamente coloreados ojos. —No, Merinus miente—. Señaló cuando sus uñas arañaban, mirando por encima de los botones apretados y duro que eran los pezones masculinos. Se preguntó cuánto tiempo podría jugar con él ¿Hasta dónde podría empujarlo? ¿Podría romper realmente su control? Nunca había oído hablar de alguien, hombre o mujer, que hubiera echado por tierra su control, y tampoco creía que fuese muy recomendable intentarlo, pero... —Creo que te gusta mentir. —Rachel se inclinó hacia adelante, sus labios tocaron su pecho, su lengua lamió uno de los tensos y duros pezones masculinos, probándolo, y queriendo más. Su mano se sacudió, la enredó en su pelo y la mantuvo así durante unos tensos momentos antes de que notara que la liberaba. —Yo no miento —exhaló apretando su mandíbula, mientras ella le miraba fijamente antes de raspar su pezón con los dientes. —Basta. —Un gemido salió de sus labios mientras sus dedos tiraron hacia atrás de su pelo una vez más. —No me tientes, Rachel. Si crees que temes el calor de apareamiento ahora, entonces seguramente conocerás el verdadero temor de ello si sigues empujándome de esta manera. —¿Cómo te tiento?—su aliento ronco mientras lo besaba en el centro de su pecho. —¿Te gusta acaso esto? —Mordió la carne y tiró de ella, sintió su estómago temblar contra el suyo en forma de un calor que inundó su coño. La necesidad de su toque se precipitó a través de ella como una tormenta de fuego, lo que debilitó sus rodillas y palpitó a través de su vientre, contuvo la respiración ante esa sensación. Esa breve indicación de su placer fue suficiente para romper su control. Ella lo sintió tentarse, vio como su mirada hambrienta se calentaba, y se convertía en hierro fundido.

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Un gemido retumbó en su pecho mientras echaba la cabeza de ella hacia atrás, bajando la suya mientras se preparaba para besarla. Un beso que nunca llegó. En cambio, los labios presionaron su mandíbula, un gemido apagado desgarro sus labios mientras empujaba su bata de sus hombros con la mano libre antes de aflojar los dedos del cabello, y con esa mano, tiró de los costados de su ligera bata por encima de sus hombros. Era tan sensual, tan erótico, que Rachel no pudo contener el gemido que salió de su garganta. El dormitorio se iba calentando con su necesidad. Rachel podía sentirlo en el aire, entre ellos, mientras luchaba por mantener a sus destrozados sentidos controlados. —La necesidad de tocarte me vuelve loco—gruñó cuando la bata y el camisón cayeron como charcos a sus pies. Estaba desnuda ahora. De pie delante de él, mostraba su cuerpo desnudo para que lo viera, lo acariciara, lo poseyera. —Dios, mírate —Su mirada se deslizó a sus senos, los pezones apretados y duros, tan sensibles que el aire que se arremolinaba alrededor de ellos le provocaron un golpe de placer. Rachel cerró los ojos, perdida en ese placer, mientras sus manos se ahuecaban en sus pechos, acariciándolos. Podía sentir la imperiosa necesidad creciendo entre ellos, con una sensación de hambre primario que se desataba entre ellos en este instante. Rachel sintió los temblores de la necesidad correr por su espalda, su coño temblaba de anticipación, avivando la llama que la atravesaba y se preguntó si habría alguna forma de extinguir ese fuego. ¿Podría alguna vez saciarse de su tacto, o el hambre sólo seguiría creciendo? Mientras se apoderaba de sus pezones entre el pulgar y el índice, Rachel se prometió que esta noche no sería sólo para ella. Jonas, dejaría a un lado sus propias necesidades, sus hambres propias, por su pareja. Ella se había dado cuenta de eso, y no quería que hiciese ese sacrificio. Por ella. ¿Acaso era eso justo? Mucha gente tomaba de él, incluso cuando él los manipula, ellos tomaban sin dar nada a cambio. Se enfureció con él por los juegos que había llevado a cabo, por los resultados que había logrado, y todo lo que dio de sí mismo en el transcurso de esos juegos, para conseguir lo que tanto necesitaban las Castas. En cambio, nadie había ofrecido a Jonas algo de ellos mismos o de sus vidas. No por Jonas. Y una vez más, él estaba dispuesto a dar parte de sí mismo y no pedir nada a cambio. ¿Era eso lo que quería? Tenía la cabeza echada hacia atrás mientras sus labios se movían por su cuello, era como terciopelo puro, acariciando placenteramente a través de cada terminación nerviosa y, sin embargo, no era suficiente. Eran sólo sus labios. No le acariciaba con su lengua, no la besaba con sus labios. Y ella quería eso, desesperadamente. A Rachel le aterrorizaba el calor de apareamiento, sin embargo, le aterrorizaba aún más no conocerlo nunca, con Jonas, solo con Jonas.

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No podía evitar sentir miedo. Su vida estaba fuera de control en muchas áreas, y sin embargo en otras, parecía estar exactamente donde debía estar. Ella estaba donde debería estar. Aquí, en los brazos de Jonas. Y Rachel sabía que le faltaba algo; su beso. El tacto de sus labios sobre los suyos, su lengua acariciando la suya. Sus labios estaban en sus pechos, acariciando su carne, frotándose contra su pezón. Ella se arqueó más cerca, tratando de empujar el pezón entre los labios. Ella quería que él la lamiese y succionase, estaba dolorida por sentirlo de esa forma. —Jonas —Ella susurró su nombre, sabiendo que él estaba muy cerca de perder su afamado control. ¿Debería romperlo? ¿Podría romperlo? Rachel se quedó mirando a la oscura cabeza, aturdida, casi a punto de pedir más. —¿Crees que esto es suficiente para alguno de los dos? —susurró mientras él levantaba su cabeza. —No, nunca será suficiente—. Sus labios se restregaron contra su pezón de nuevo. Dios, era increíble, sólo que no era suficiente. Su mano se aplastó contra el estómago de ella, los dedos bajaron lentamente hacia abajo, presionando en los rizos entre sus muslos mientras Rachel sintió cómo se derramaban los jugos de su coño. Estaba empezando a perder el rumbo de su pensamiento, con la determinación de hacerle perder el control. Probablemente porque sus dedos estaban trabajando alrededor de su clítoris, acariciándolo, era una locura. —Quiero más. —Sus manos se movieron desde su pecho hasta el abdomen, tirando de la banda de los pantalones de chándal que él llevaba puestos. Lo quería completamente desnudo. Quería sentir cada centímetro de su cuerpo contra el suyo. Ella quería sentir su polla, dura y gruesa, presionando contra ella, dentro de ella, en su mojado coño. Pero primero… ¡Oh, Dios!, primero quería sentirlo con sus manos, con sus labios. ¿Podría hacerlo? Ella nunca lo había hecho antes porque había le daba demasiada vergüenza. Porque nunca había tenido ningún deseo de hacérselo a ningún hombre. Ahora sí quería hacerlo con Jonas. Quería hacerle sentir tan bien como él la hacía sentir a ella. Quería oír su gruñido, su orgasmo. Pretendía averiguar lo que necesitaría hacer para oírlo ronronear. La banda elástica se deslizó por sus muslos, sobre la carne dura de su polla mientras Jonas tiraba, gemía, y la apretaba contra él. Sus manos se cerraron sobre sus caderas, su cabeza estaba echada hacia atrás mientras la acercaba aún más hacia él, su polla presionaba tiesa y dura contra el montículo de su coño cuando oyó un duro estruendo en su pecho una vez más. Rachel sintió cómo sus pies dejaban de tocar el suelo y un segundo más tarde, él la tumbó de espaldas sobre la cama, poniéndose sobre ella, sus labios retrocedieron con una mueca de necesidad. Los incisivos se mostraban fuertes y afilados a los lados de su boca. TRADUCIDO por GRUPO MR

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Ella sintió que presionaba su rodilla entre las suyas, poniéndose entre los muslos, moviéndose entre sus piernas. —Esto no es justo —sentía debilidad, temblores, sus manos se presionaron contra su pecho mientras se cernía sobre ella. Quería darle placer a él, necesitaba dárselo. —¿Qué no es justo? No haré nada que implique calor de acoplamiento. Lo prometo, haré lo que sea necesario para que solo sea proporcionarte placer sin entrar en el calor. —Déjame probarte primero. —Le empujó por los hombros. Sus ojos se estrecharon. —No hagas esto, Rachel. —¿Hacer qué? —Ella se movió contra él, acariciando su pierna con la suya, sintiendo el casi invisible vello, pelos muy finos que le cubrían todo el cuerpo. El calor les erizaba la piel, y allí donde se tocaban sentía cada vez más caliente su carne. —Déjame controlar esto, Rachel —exhaló resoplando—. Te lo prometo, haré que sea fantástico para ti. —Tal vez será fantástico si yo también te toco a ti —sugirió ella con tono ronco, sorprendiéndola, con un sentido de la diversión construyéndose en su interior.

Jonas sentía sus ganas de diversión. Era como si se hubieran retado mutuamente. A pesar del autocontrol que tenía, esta mujer sólo quería exprimirle. —No tengo ninguna duda de que lo sería —Una pequeña sonrisa curvó sus labios, una de las raras, una sonrisa verdadera. —Pero vamos a ver primero cómo se siente. Él la lamió. Rachel se congeló mientras su lengua la acariciaba, ligera como el aire, por encima del hombro, extendiéndose sobre ella la misma sensación de calor, como plumas sobre sus piernas cuando lamió de nuevo. Su lengua la raspó, sólo un poco. Sólo lo suficiente para tener un sentimiento oscuro y una respuesta tremendamente primitiva. Lo suficiente como para enviar una emoción prohibida corriendo a través de su mente. Él era bueno manteniendo la ventaja: el ataque de su lengua, la torsión de su cuerpo, la forma en que la atrajo contra él, con la mano curvada sobre su culo para poder mantener un agarre firme sobre sus caderas contra las suyas propias. Sus dientes mordisquearon el lóbulo de la oreja. Ligeramente. Muy ligeramente. Sus manos la acariciaban, la yema del dedo rozaban contra su pezón mientras ella sentía el más ligero pellizco. Una raspadura, con la uña contra la aureola, envió un rayo de caliente placer a través de su pezón hasta su clítoris. Se retorció debajo de él. Ella quería mucho más. El calor se estaba construyendo entre los muslos, sacudiéndose a través de su cuerpo. La sensación de su polla presionando contra su ardiente coño, contra su clítoris, estaba volviéndola loca.

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Sus caderas empujaron, impulsándose, deslizándose de lado a lado, acariciando el eje duro, con excitación a través de la humedad pesada y resbaladiza. Los pliegues de su coño, hinchado y sensible, abriéndose por debajo de la presión. Su clítoris estaba en agonía, buscando un orgasmo mientras se arqueaba debajo de él. Tenía que verlo, mirarlo. Abriendo sus ojos, miró por encima de ella. El sudor perlaba su frente, sus hombros. Resbalaba por su duro pecho lenta y fácilmente, rodando con sensualidad relajada mientras Rachel entreabrió sus labios, levantó la cabeza y con la lengua atrapó una pequeña gota de humedad. Sabía a canela y clavo. Una tormenta rica y oscura. La medianoche y la locura. Su gusto provocó sus sentidos cuando ella lo sintió moverse. Sus muslos se separaron más, con incertidumbre, mientras él se colocaba un condón en su dura polla. Había algo malo en esa acción. Sabía que debía protestar contra ello, pero antes de que pudiera formar las palabras, antes de que pudiera recordar qué era lo que estaba mal, estaba empujando dentro de ella. Ardiente e intenso placer/dolor la invadió. El estiramiento de los sensibles y delicados músculos internos por el empuje de su verga le produjo un indescriptible alivio. Era delicioso. Era como explotar viva dentro de una tormenta de fuego de la que no podía escapar o controlar. Por primera vez, él no estaba detrás de ella mientras le daba placer. Sino que la estaba mirando directamente, sus ojos de color plata oscura, convirtiéndose en una tormenta de mercurio, una lucha ardiente que hacía juego con el incendio forestal que surgía a través de sus sentidos ahora. Poco a poco estaba agonizando por cada pulgada que introducía en su coño, cada vez más duro, hasta llegar a aplastar sus caderas, empujando más fuerte y profundo dentro de ella. Rachel tenía que mirar. Observar todo lo que hacía. Mirando entre sus muslos, ella pudo ver la erección cubierta látex reluciente de humedad que estaba abriéndose paso entre sus muslos. Era ancha, oscura, separando los pliegues de su coño y desapareciendo dentro de ella. La estaba follando. Ella echó su cabeza hacia atrás mientras Jonas empujaba aún más adentro, un duro y exigente empuje seguido por un gemido de placer mientras ella se arqueaba debajo de él y la longitud de su verga desaparecía totalmente en su interior. El calor, el éxtasis, la sensación de abandono, la libertad total… todo ello la consumía. Se sentía como si estuviera volando, como si estuvieran internados en un vuelo de éxtasis total, corriendo hacia la luz. Luz y color que estallaron detrás de sus ojos cerrados cuando Jonas empezó a moverse. Él la folló como si cada golpe fuera saboreado, recordado para siempre, grabado en sus mentes. Sus caderas la empujaban, la aplastaban, moviéndose de un lado a otro, haciendo que su erección la estirara más y más, revelando terminaciones nerviosas ocultas y zonas erógenas desconocidas para ella hasta este momento, mientras luchaba por alcanzar el orgasmo más grande de su vida.

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Ella no podía respirar. Le faltaba el aire, estaba segura de que iba a desmayarse. El placer era tan intenso, el hambre tan profunda y fuerte dentro de ella, no tenía suficiente. Nunca tendría suficiente. Siempre necesitaría más. No era de extrañar que sus amantes fueran tan difíciles de despachar en el pasado, pensó confusamente. Ésta era la razón. Porque él follaba como un sueño, como una fantasía oscura venía a la vida para poseer su alma con nada más que esto. Esta posesión. Levantando las piernas, las envolvió alrededor de su cintura y luchó por aferrarse a él cuando el placer comenzó a girar fuera de control. Perdió todo rastro de control. Encima de ella, las embestidas de Jonas eran cada vez más duras, más rápidas. Podía oír los gruñidos que retumbaban en su pecho, animal, salvaje, cuando su polla se sumergía dentro de ella, follándola con un ritmo frenético. Sensaciones corrieron a través de su sistema, vertiéndose por de su torrente sanguíneo. La corriente de aire contra su carne era exquisita, la sensación de su cuerpo empujando dentro de ella era el éxtasis. Rachel levantó sus caderas, con la cabeza arqueada hacia atrás sobre las mantas. El grito que se derramó de sus labios fue apagado por la palma de la dura y callosa mano con a que él de repente tapaba sus labios. Rachel explotó. Su orgasmo atravesó su mente y su cuerpo, llegando a su alma cuando lo sintió su ardiente coño. Se estaba muriendo en sus brazos. Ella perdió a su aliento, su voluntad, el corazón de quién y lo que era, cuando el éxtasis la atravesó, explotando una y otra vez, palpitando en ráfagas de fuego por todo su cuerpo. Por encima de ella, Jonas empujó en una última vez, duro, profundo, permaneciendo quieto mientras sentía palpitar su erección y libraba movimientos tan feroces que una parte de ella se preguntó si él sentía placer o dolor con su propia liberación. Esa parte fue alejada, tapada por la luz y el color, por las sensaciones que nunca parecían dispuestas a parar, que vibraban dentro de ella una y otra vez. No podía dejar de correrse. Cada vez que se movía, cada vez que su polla palpitaba, otra explosión estallaba, otro pulso de placer la traspasaba. Hasta que finalmente, salió de ella dejándola libre, todavía duro y con la respiración cortada se desplomó a su lado y tiró de ella suavemente hacia sus brazos. Con dulzura, con la mayor suavidad posible, su mano acarició su espalda, aliviándola hasta que su respiración se volvió más lenta a medida de la normalidad regresaba a sus miembros. Ella ya no se sentía demasiado débil para moverse, demasiado débil para respirar. Colocó su mano sobre su pecho, y sintió como los feroces latidos de su corazón golpeaban duramente hasta que paulatinamente se ralentizaron asegurándole que ambos sobrevivirían a la experiencia. Durante un largo rato, Rachel temió que no fuese a suceder. —Duerme conmigo—murmuró con voz soñolienta les movía contra las almohadas y tiró de la sábana hasta colocarla sobre sus cuerpo. —Aquí, Rachel. Déjame sentirme contra mí durante la noche.

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Ella no tenía ningún problema con eso. Se colocó contra su pecho, exhaló con cansancio y se deslizó hacia un profundo sueño. Cuando estuvo seguro de que ella dormía, Jonas se deslizó lentamente fuera de la cama, colocó la manta alrededor de su cuerpo, luego se quitó el condón roto de su pene antes de ponerlo en una bolsa de plástico esterilizada del cajón de su cama y tirándolo. Era una maldita buena idea que Ely hubiese pensado que debería tenerlos, sólo en caso de que algo inusual sucediera. Algo había sucedido, al igual que otra cosa no había sucedido… él no se había corrido. Estaba tan duro como el hierro forjado. Su lengua ardía por el sabor de la hormona en su boca, sus propiedades, obviamente, intensificándose a medida que desafiaba a la demanda que él sentía de compartir su gusto con su compañera. Estaba perdiendo el control. Nunca la había mordido. Hubiera tomado menos que el más leve mordisco a su piel para dar a la hormona la oportunidad para marcarla, para arrojarla de lleno en el calor de apareamiento. Y la naturaleza estaba determinada a hacerlo, en algún momento, al menos. La lujuria lo volvía loco, extendiéndose ahora por su sangre, arañando como garras afiladas sus terminaciones nerviosas. Quererla resultaba ser un auténtico infierno. Estaba destruyendo su mente, porque no la podía marcar. Todavía no. La contención era su única opción. Era la única manera de asegurarse que ella se enamorara de él. No podría soportar sentirse como si estuviera forzándola hacia sus brazos y hacia su cama. Desplazándose a través de la sala de estar, sacó el teléfono satélite del cargador de la cocina y se trasladó al otro extremo de la habitación. —Jonas, ¿qué ocurre? —Ely estaba en la línea al instante. —La lengüeta rompió el condón —Era inaudito que una casta acoplada usará condones. Del mismo modo que era inaudito que la lengüeta se extendiera sin haberse producido un acoplamiento mutuo previamente. Tampoco es que lo hubiesen intentado todavía… —Necesito el condón —dijo Ely bruscamente. —La lengüeta tiene propiedades hormonales instantáneas. Si tenemos mucha suerte, el condón podría tener aún muestras de ambos que podría analizar. —En todo caso de ella. —Él hizo una mueca. —Yo no me corrí, pero así todo la lengüeta salió. —¿Qué demonios pasa contigo? —Ely soltó. —Márcala ya. —Todavía no, Ely —sacudió la cabeza mientras se frotaba la parte posterior de su cuello. —Quiero su amor. Rachel no confía en lo que siente por mí, necesito que se dé cuenta de que ella me ama antes de que esté ligada a mí por el resto de nuestra larga vida en común. Demonios, ¿quién sabía cuánto tiempo realmente una casta acoplada podría vivir? —Además —suspiró, —todavía tengo que contarle toda la verdad. No voy a marcarla hasta que la sepa. El silencio llenó la línea. Sabía que Ely no estaba de acuerdo con él. La verdad, según ella, sólo se demostraría cuando sucediera, hasta entonces no era más que una suposición.

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Había sido creado para engendrar a una criatura como ninguna de las que los científicos habían creado. Un animal de verdad en el cuerpo de un hombre. ¿Cómo iba a atar a su compañera sin previo aviso de lo que ella estaría dando a luz cuando llegara ese día? —Necesito el condón —repitió. —Y te necesito aquí lo antes posible. Deja a tus ejecutores al cuidado de Rachel. Te estaré esperando en los laboratorios. La línea se desconectó. Devolviendo el teléfono a su sitio, Jonas lo miraba fijamente con un sentimiento de diversión invadiéndole. Maldita sea, Ely estaba más mandona de lo que lo había sido nunca. Eso no era buena cosa. Pero ella tenía razón. Necesitaba hacer las pruebas ahora. Pronto, no habría ninguna posibilidad para realizar los exámenes médicos, ya que habría pasado demasiado tiempo y los resultados podrían ser volubles. El animal dentro de él estaba en su apogeo, fuera de control, el impulso de apareamiento estaba arraigado en su mente. Y él sabía que una vez que hubiese marcado a Rachel, una vez que se hubiese completado el ciclo de apareamiento, se convertiría en el hijo de puta más posesivo conocido. Jonas tenía miedo de que ella terminara odiándole.

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CAPÍTULO 14 Jonas entró a zancadas en la oficina la mañana siguiente, consciente de la tensa expresión de su cara y la tensión que llenaba todo su apretado cuerpo. Era difícil perderse el peaje que el calor de acoplamiento estaba tomando de él. Y si él se lo había perdido, entonces Ely estaba rápida en señalarlo cada mañana. Horas en los laboratorios con Ely no habían producido ninguna respuesta, sólo más preguntas. Preguntas como ¿qué demonios estaba haciendo la hormona de apareamiento en su semen? El semen con la hormona de apareamiento provenía solamente de la lengüeta, eyaculando después de la primera y principal liberación, y mezclada con el semen de la Casta y el esperma humano. El semen del apareamiento parecía reforzar el esperma humano así como colocar un importante ADN de Casta y una hormona que facilitaba el calor de apareamiento durante un corto periodo de tiempo. La hormona de apareamiento que Jonas había eyaculado había liberado los mismos componentes biológicos como cualquier otro de los compañeros de Castas, pero había liberado unas pocas adicciones también. Las adicciones que estaban todavía haciendo a Ely fruncir el ceño cuando él la había dejado una hora antes. Regresando a la cabaña, encontró a Rachel en la oficina, Amber estaba en su cuna en la misma habitación junto a ella y todo se dirigía con la misma eficacia que se ejecutaba en D.C. Lo único que no funcionaba correctamente era Jonas. —Lawe, Rule, conmigo —dijo bruscamente a los dos ejecutores que esperaban en la oficina de Rachel mientras avanzaba con paso firme a través de ella. Lawe y Rule le siguieron a su oficina, cerrando la puerta detrás de ellos, después se detuvieron y le miraron silenciosamente. Él podía sentir sus habilidades intentando descifrar lo que le sucedía, se tensó, preparándose para lo que ellos detectaran. Jonas era un hombre viviendo un tiempo prestado, porque el animal dentro de él estaba creciendo y haciéndose más fuerte a cada minuto del día. —Quiero un completo perfil de investigación sobre Devon Marshal —ordenó. —Ir más allá de lo que fuimos la anterior vez. Quiero saber quien respiró el aire que el hijo de puta ha inhalado antes de que él lo hiciera. Quiero conocer cada curva de cada pelo de su cabeza, y por supuesto, quien demonios está suministrando sus drogas. Y quiero saber porqué olí el aroma de Brandenmore en él cuando llegó ayer por la tarde. Le había llevado a Jonas un rato detectarlo. Sus sentidos estaban tan dañados con Rachel que ahora mismo él era peligroso. —Crank dijo que el bastardo apestaba —gruñó Lawe. —Sí, de Brandenmore, —estuvo de acuerdo Jonas. —Mi conjetura es que el hijo de puta creyó que no lo detectaríamos. Apuesto que intentó de todo para dispersar el olor, pero estaba allí. Si se ha atrevido a acercarse tanto es sólo porque ellos estaban seguros de sacar a Amber del Santuario. Quiero saber porque él la quiere, y qué hará después si consigue tenerla, y quiero saberlo ya.

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La rabia estaba comiéndole por dentro por el pensamiento de lo que Brandenmore, un genio en productos farmacéuticos, podía haber planeado para una niña tan pequeña. Especialmente una niña que él sabía que Jonas nunca dejaría que la secuestraran. —Jess Warden está intentando contactarte también. —Rule le informó suavemente. —Los abogados de Horace Engalls han presentado una protesta contra el Santuario por los ejecutores que colocamos vigilándole para evitar que también saliera del país. Han exigido que dejemos de vigilarle y también han solicitado una audiencia inmediata con el gabinete gobernante para que escuchen sus argumentos. Lo que significaba, según los estatutos de la Ley de las Castas, que Engalls estaba bastante jodido. Primero tendría que ir al pre-gabinete, seis Castas y tres humanos quienes decidirían si el gabinete gobernante necesitaba escuchar los argumentos. Entonces, y sólo entonces, podría ir al gabinete gobernante, del que Jonas era miembro. Una vez que la solicitud fuese rechazada y vetada, solo entonces podría ir a la corte, donde por lo menos cinco o más Castas tendrían que sentarse en el jurado. Y todo eso le llevaría a Engalls al menos un año. —Eso no pasará —Jonas gruñó. —Haced que parezca que los ejecutores retroceden. Veamos lo que ha planeado. Si intenta coger un avión, entonces que quien lo vigile suba al avión con él. Quiero saber lo que está haciendo, donde va, incluso si se lava las manos cada vez cada vez que va al servicio de caballeros. Y quiero saberlo cuanto antes. Engalls trataría de escapar después. Hasta el momento, Brandenmore estaba teniendo una increíble suerte con su pequeña escapada al Oriente Medio. El país que lo había acogido también estaba proporcionando abogados y recursos financieros destinados a comprar la parte de Brandenmore de su actual aprieto. —Dog también ha estado tratando de contactar contigo. —Lawe dijo en voz baja. — Parece que Brandenmore tiene un agradable pequeño laboratorio donde se está alojando. No ha salido del palacio real aún, que ellos hayan podido ver, así no ha habido ninguna oportunidad de apresarle, y Dog no ha encontrado una forma de deslizarse dentro de la suite de Brandenmore todavía. Los labios de Jonas estaban tensos. —Decid a Dog que tiene cuarenta y ocho horas para capturar a Brandenmore, meterle en un avión y traerle a mi presencia. Tengo la sensación de que no tendremos mucho más tiempo. Conectando su correo, comenzó a ojearlo rápidamente, sus ojos escanearon cada tema, cabeceando mientras sus labios se hacían aún más finos. Las Castas eran amadas u odiadas según qué historia publicaran los periodicuchos de chismes y a quien defenderían y con quien se cebarían en cada momento. Actualmente, algunos de los medios de comunicación más prestigiosos y con más seguidores del mundo inducían a pensar a la población que era guay tener una Casta por amigo. Tanner Reynolds se había convertido en la gran estrella de las Castas con grandes masas de groupies persiguiéndole, a pesar de ser de dominio público que estaba felizmente casado con su esposa, Scheme. Había otras Castas que estaban siendo entrenadas en el arte de la confianza, la amistad, y en poseer una personalidad entrañable, para proyectar ante la

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sociedad y que las Castas fuesen aceptadas por mayor número de gente paulatinamente, era Tanner quien guiaba a esas Castas para conseguir los mejores resultados. Los grupos que se oponían a las Castas estaban buscando una guerra, sin embargo, creyendo que no había más que un millar o más de Castas a tener en cuenta, a las que ellos tendrían que hacer frente. No sabían cuan equivocados estaban. Jonas a veces se preguntaba por el pánico que muchos gobiernos sentirían si se enteraran del número verdadero de Castas que existían actualmente. —Dog lo intentará, pero no apostaría mucho por que pueda conseguirlo—Lawe señaló mientras se movía más cerca del escritorio de Jonas. —Aunque sí que apostaría que Engalls intentará huir en las próximas cuarenta y ocho horas. La queja y la presentación al pregabinete es sólo un intento de desviar tu atención y obligarte a viajar a D.C. para manejar esos asuntos por ti mismo. Pensarán que dejarás a Amber y Rachel aquí, en el Santuario, donde un espía podría llegar hasta ellas; o que viajarán a Washington D.C. contigo, donde podrían incluso ser más accesibles a un intento de secuestro bien planificado. Los compañeros raramente viajaban solos. Si Jonas iba a D.C., Rachel y posiblemente Amber, le acompañarían. Y no había forma de que eso ocurriera sin una unidad completa de ejecutores cubriéndoles. Para ello, Jonas tendría que retirar la unidad que seguía cada movimiento de Engalls, o hacer que algún equipo abandonase una misión, o poner a funcionar una de las unidades que mantenía en las sombras, revelando que todavía había más Castas que habían permanecido ocultas hasta ahora. Una sola Casta aquí o allá no dañaba a la sociedad de Castas por sí sola. Pero si las unidades que Jonas mantenía escondidas empezaban a aparecer, iban a estar en un problema. —Mantén al Equipo Alfa Uno en alerta, —ordenó a Lave. —Informa a los componentes de la misión que están bajo mi mando directamente. Lawe asintió con la cabeza rápidamente. Como miembro del Equipo Alfa Uno, sabía exactamente cuántas veces eran necesarios y a cuantas misiones podían ser enviados en cualquier semana dada. —Rule, quiero que hables con Sherra. Que traiga a las dos unidades femeninas que tenemos aquí, en el Santuario. La gente no está acostumbrada a vernos utilizar unidades femeninas exclusivamente. Veamos como de bonitas e indefensas podemos hacer que ellas aparezcan ante la opinión pública. Preferiría que no se vieran como una amenaza a no ser que no tengamos otra opción. Esa “otra opción” era sólo una situación de vida o muerte. —Y asigna más equipos a los que ya patrullan la montaña. —Jonas frunció el ceño ante el mapa del Santuario que sacó. —Hasta ahora, cada vez que hemos tenido un intento de secuestro en el Santuario han utilizado el barranco de allí, donde Mordecai encontró evidencias de un observador, o los barrancos más altos un poco más allá. —Jonas señaló las áreas débiles. —Los sensores ocultos están en su lugar ahora, pero quiero varios equipos patrullando cada una de esas áreas de aquí en adelante. Si Kane tiene cualquier problema con esa orden, entonces por favor le dices que se ponga en contacto conmigo.

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Kane Tyler estaba al frente de la seguridad del Santuario, y era malditamente bueno haciendo su trabajo. Pero Jonas podía sentir que iba a haber problemas, y no tenía ni idea de en qué dirección vendrían. Y tampoco lo sabía Cassie. —Callan y Leo han pedido que vayas a la casa principal, junto con tu compañera y la niña, esta noche para cenar. —Lawe parecía vacilante al transmitir esa información. —Creo que puede haber sido idea de Leo. El primer León. Su padre. Jonás frotó la parte trasera de su cuello. Ellos no habrían planeado esa cena sólo por el placer de tenerlo como comensal. —Averigua a qué hora —gruñó, sintiendo la tensión subiendo por su cuerpo ahora. Lawe asintió. —Por cierto, felicidades. Jonas miró por encima de su computadora y frunció el ceño. —¿Por qué? Ambos, Rule y Lawe, le miraron como si estuviera loco. —Estás apareado. Felicidades. Olfateamos la prueba de ello en el mismo instante en que Rachel abrió la puerta. Es particularmente fuerte… —Lawe se cayó cuando Jonas le miró con sorpresa. —No ha habido apareamiento —le dijo al otro hombre. No había habido. Si hubiera sucedido, Jonas no estaría en el infierno físico en el que ahora estaba. Lawe se rascó un lado de su mejilla. —Bien… no hay un olor a loca lujuria dentro de ella, lo admito. —Aclaró su garganta nerviosamente. —Pero el olor del acoplamiento está allí. No ha desaparecido. A menos que seas el compañero. Su propio olor era tan familiar para él que no había detectado el olor de acoplamiento en Rachel. El olor existía para otros hombres, pero no para su propio compañero. Ely tenía razón; necesitaba llevar a Rachel a los laboratorios para las pruebas tan pronto como fuera posible. Si finalmente se apareasen, el examen sería doloroso, intensamente doloroso. Sin embargo según sus ejecutores, el acoplamiento ya había sido completado. Lo que sabía que no era posible. —¿Alguien más ha estado aquí? —preguntó a los dos hombres, preguntándose cuantos otros podían ser conscientes de ese olor. Lawe sacudió su cabeza. —Solo nosotros. Estábamos aquí cuando ella abrió las puertas de la oficina, esperándote. Jonas se levantó de su asiento, sus dientes apretados. Tenía que llevar a Rachel a los laboratorios para los test, no había otra solución. Pero al hacerlo, estaba abriéndose a sí mismo a una vulnerabilidad, que no estaba preparado para que alguien más conociera, especialmente los Vanderales. Si Rachel en verdad mostraba el olor de su acoplamiento con él, esa particular hormona exhibiría variaciones que podrían revelar el ADN usado en la creación de Jonas. El ADN de Elizabeth Vanderale. También demostraría que su creación era muy diferente de lo que sus

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archivos indicaban. No había sido creado para ser simplemente el orgulloso Líder, el comandante de las Castas. Había sido creado para engendrar al animal que, Castas y los humanos por igual, temían que finalmente pudiese ser creado. No podía ignorar el hecho de que otros conocían esa información. Como muchos de los científicos que habían estado en los laboratorios y escapado de la justicia de las Castas. Había una escasa posibilidad de que por lo menos Brandenmore sospechara que él era la Casta que los científicos todavía buscaban. El designado como Alfa Uno. Era uno de los pocos Castas masculinos al que concedieron una única designación durante la creación. No fue creado para ser la Casta perfecta, sino para engendrar al asesino genéticamente inmejorable. Era una puta mierda de herencia, pensó salvajemente. —Que Dog se ponga en marcha, y supervisa el Equipo Alfa Uno —ordenó a Lawe. — Contactaré con Callan para ver a qué hora tenemos que ir a la cena. Asigna una Casta para vigilar a Marshal mientras está aquí. Que lo haga una Casta femenina. Alguien de apariencia nada amenazante. —Ashley —Rule murmuró. —Al menos su aspecto no es para nada amenazante. Si. Era una asesina con tacones. Y también una de las Castas Coyote más escrupulosa de su vida privada, no había fotos de ella en los periódicos y aún menos información sobre ella publicada en ningún sitio. —Que esconda sus armas —ordenó a Lawe. —Dile que aparente ser una buena y hermosa perrita en busca de diversión. Eso debería atraer a Devon Marshal como a una mosca la mierda. Pero que sea cauta y que Emma, su hermana, trabaje con ella en esa misión. Como equipo, Ashley y Emma eran una pesadilla sobre tacones. —Iba a sugerirte que formasen equipo las dos —Lawe asintió. —Te diré lo que Dog puede hacer con Brandenmore tan pronto como contactemos con él, y te hare saber cuándo Ashley y Emma estén preparadas. Jonas asintió rápidamente, esperó, y exhaló una dura respiración cuando la puerta se cerró tras los dos hombres. —¡Joder!—Hizo un movimiento brusco desde su silla, su mano sujetaba la parte de atrás de su cuello mientras paseaba por la habitación. Esta era lo último que necesitaba. Un acoplamiento que no era un acoplamiento. Hormonas desconocidas en su esperma. Y una gran montaña de quejas que se estaban acumulando en su contra, y contra la Oficina y el Santuario, de rebote. Para completar la suma de todos esos particularmente irritantes problemas, se añadía la casi ciega lujuria que estaba volviéndole loco y desgarrando su control. Los pasados meses habían sido un infierno, y ahora se multiplicaba diariamente hasta el punto de que casi no había reconocido el olor de Brandenmore en el cuerpo de Marshal la pasada noche. ¿Cómo demonios había podido Phillip Brandenmore lograr salir del Oriente Próximo sin que el equipo de Dog se hubiera enterado? Voló fuera del país y regresó después… estaba seguro que nadie podría escapar de esa forma sin que ellos se hubiesen enterado. Especialmente considerando que era Dog quien había estado vigilándole.

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Pero teniendo en cuenta que la creación de las Castas también se veía como algo inaudito hace años, había pocas cosas que actualmente Jonas considerase “imposibles”. Esperaba conseguir que Rachel se hiciera esos test antes de sucediese el verdadero acoplamiento entre ellos, ya que después esas pruebas podrían casi entrar dentro de la categoría de “imposibles”. Si ella estaba mostrarlo el olor del acoplamiento sin acoplamiento, Ely debía descubrir la razón de eso. Y debía hacerlo ahora, antes de que más sorpresas apareciesen en esa relación.

Rachel acabó los registros de los informes que Jonas estaba obligado a presentar a la Oficina del Comité de Supervisión de Asuntos de Castas, un grupo formado por varios senadores, Castas y embajadores extranjeros. El comité de supervisión estaba encargado de echar un ojo al funcionamiento de la Oficina, las acciones de Jonas como director y las misiones oficiales en que participaban las Castas en Estados Unidos y otros países aliados. Cada día, un registro del informe era archivado para el día siguiente y enviado a la secretaria del comité de supervisión. Al final de cada mes, Jonas se reunía con ellos para cualquier pregunta que quisiesen hacer. No había mucha veracidad en la información sobre los hechos en sí mismos que aparecía reflejada en los informes que tenían que enviar al comité de supervisión. Pero cuando Rachel los leía, siempre la divertía la inventiva que Jonas exhibía dando un giro de 180º a la mayoría de sus calculados planes haciéndolos parecer perfectamente aceptables y lógicos. El hombre tenía que tener el ADN de un irlandés, debía estar muy instruido en besar más de una Piedra Blarney. Su cabeza se giró cuando la puerta de su oficina se abrió. La familiar falta de aliento cuando simplemente olía su aroma masculino la invadió. El recuerdo de la noche pasada en sus brazos, su cuerpo retorciéndose con placer, atrapando sus sentidos, azotando a través de su carne con la fantasmal sensación de sus dedos tocándola como entonces… Todo eso la hacía poner una pequeña pícara sonrisa en sus labios. —Tus registros de informes son cada vez mejores —le dijo y envió el archivo a su libreta electrónica para su firma. —Callan siempre se divierte mucho leyéndolos—. Se encogió de hombros mientras se dirigía al escritorio, sus ojos estaban entrecerrados mientras la miraba fijamente. Las ventanas de su nariz aleteaban como si buscara algún olor que no lograba encontrar. Rachel inclinó su cabeza mientras le miraba con curiosidad. —¿Algo está mal? —Muchas cosas, —le dijo. —¿Te encuentras bien? El apretó sus manos hasta convertirlas en puños, y su mirada se oscureció en esa plata líquida que invadía sus ojos. —Me siento bien. ¿Y tú? —He estado mejor. —Esa emoción no definida en sus ojos que siempre mostraba, la atraía ahora enormemente.

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Arrugó la frente. Él estaba inusualmente tenso, y para Jonas, eso decía algo. “Tensión” podría ser su segundo nombre. El hombre estaba siempre tan tenso como la cuerda de un arco. Para que estuviera más tenso de lo normal tenía que haber algo que le preocupara. —¿Hay algo que pueda hacer para ayudarte? —Estaba dispuesta a intentar muchas cosas. El pensamiento de estar de rodillas frente a él con sus labios acariciando la extensa longitud de su polla, hacia su boca agua. —Realmente, lo hay. —Como si hubiera tomado alguna firme decisión interna, sus hombros se enderezaron y su mirada se estrechó cuando la miró fijamente. —He preparado una cita para ti con Ely esta tarde. Necesitamos empezar con el examen y los test que necesitarías hacer, como prevención una vez que se produzca el completo apareamiento. Rachel le devolvió la mirada silenciosamente. Había decidido, una vez, que no sería su compañera. Que no lo sería a menos que ella decidiera serlo. ¿Había tomado ella ya esa decisión? Si, lo había hecho. Había una parte de ella que sabía que le pertenecía, estaba deseándolo. Esa parte de ella sabía igualmente que el calor de acoplamiento había comenzado, era sólo una cuestión de tiempo. —¿Tan pronto? —preguntó suavemente, no quería rechazarlo rotundamente. —Pienso que después del acoplamiento… —Tenemos que empezar a hacerlo ahora, Rachel. —Su tono era más duro de lo que había sido en los pasados días. Estaba tan acostumbrada a que utilizase el más suave y más dulce tono de voz últimamente, que el tono normal era como una húmeda gota de agua fría sobre su carne. Ella asintió sin embargo. —¿Ely hará el examen? Le gustaba la Dra. Vanderal pero la otra mujer tenía el poder de intimidarla. A Rachel no le gustaba reconocer que ella tenía ese poder delante de nadie. —Solo Ely. —El asintió como si entendiera su vacilación. —Muy bien. —Respiró duramente, preparándose mentalmente a sí misma para los próximos test. Él asintió bruscamente. —También hemos sido invitados a cenar esta noche con el Leo, su familia y Callan y la suya. Estoy seguro que disfrutarás algún tiempo con Merinus. Su voz era extrañamente fría, aun cuando ella había accedido a lo que él la había pedido, lo que indicaba que había algo más en juego. Había aprendido muchas de las maneras de Jonas, y una de ellas era que cuanto más esperaba una complicación o un problema a partir de una de sus peticiones, su tono era más helado que nunca. Rachel asintió de nuevo. —Voy a hablar con Erin para asegurarme que pueda cuidar a Amber esta noche. —La joven Casta Lince le había tomado a Amber un sorprendente cariño.

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—Erin y Amber irán con nosotros, la socialización comienza desde la cuna, Rachel. Sería bueno comprobar cómo se comporta con otros, como interactúa con los demás mientras estemos allí. Sus cejas se arquearon. El ceño de Jonas se volvió más profundo. —Ella es mi bebé, Jonas, —le recordó. —Aprecio lo que has hecho para protegerla… —Ella es nuestro bebé. —Se inclinó hacia delante, plantó sus manos en su escritorio con una brusquedad que la hizo mirarlo con recelo. —Nunca dudes que no reclame esa niña como mía propia. La criaremos juntos, la protegeremos juntos. Si tienes otras ideas entonces quizá has tenido razón en negar el apareamiento. Se incorporó más rápido de lo que se había inclinado hacia delante, sus hombros rectos, su expresión hostil cuando pareció fulminarla con la mirada. —No imaginé que pudieras demandar esos derechos. —Rachel estuvo fuera de su silla inmediatamente. —No los demando. Los tengo. —Gruñó, inclinándose de nuevo hasta que casi estuvo nariz con nariz con ella. —Criar a un hijo es una asociación, compañera. No supongas lo contrario. —Me estás cabreando. –Sus manos fueron a sus caderas. —Pedir algo es mucho más agradable que exigir. ¿Qué diablos te pasa? ¿Desde cuándo has decidido que puedes decidir arbitrariamente que tienes algún derecho sobre mí o sobre Amber? —Cuando supe que eras mi compañera, —gruñó a su vez. —¿Y por qué has decido volverte de repente tan condenadamente difícil? Sé algunas cosas sobre los niños. Cassie no ha salido tan mal, y todos en el Santuario participamos en su crianza. —Cassie tiene una excelente madre, —señaló, haciendo un gran esfuerzo para calmarse, sus ojos estaban entrecerrados. —Y probablemente su padre no hablara a su madre como si ella no supiera nada sobre criar a un hijo. Jonas estaba luchando por controlarse; Rachel podía sentirlo. Le miró y su corazón acelerado, una sensación de inminente fatalidad creció dentro de ella cuando sus ojos destellaban desde la plata al mercurio y al revés. Estaba casi rebasando los límites que no deseaba tentar, no ahora al menos, todavía no. Quizás, nunca. —Amber también tiene una excelente madre—gruñó, obviamente empujando las últimas palabras entre sus apretados dientes. —Nunca he dado a entender lo contrario, Rachel. Has convertido una simple discusión en un conflicto que no debería existir. —O quizá lo hagas tú. —Estaban todavía nariz con nariz, los ojos estrechados, la tensión asfixiante. —Ahora que estamos de acuerdo en que Erin y Amber nos acompañarían, puedes ocuparte de empezar a preparar la conferencia telefónica que tienes con el Senador Tyler en exactamente una hora. Después de eso, tienes una reunión con el pre-gabinete sobre el último intento de varios grupos por intentar obtener un permiso de caza en la frontera norte del Santuario. No tienes tiempo para estar aquí rugiendo y gruñéndome. La mostró sus incisivos. Ella cruzó los brazos sobre sus pechos y le devolvió la mirada con férrea determinación.

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—El calor de acoplamiento está llegando, compañera. —El tono de su voz era bajo, áspero, acariciando a lo largo de sus sentidos como terciopelo oscuro. —Vamos a ver hasta donde toda esa ira te llevará cuando llegue ese momento. Girándose sobre sus talones, salió ofendido de la oficina de Rachel hasta la suya propia, y cerró la puerta silenciosamente detrás de él. Muy silenciosamente. Rachel se estremeció, después dejó escapar un suspiro silencioso. Tenía una actitud que no había visto antes en él. Si ella no estaba equivocada, Jonas había estado a segundos, a pulgadas, a un último hilo de quebradizo control de besarla. Por un salvaje y excitante momento, ella había estado cerca de besarle en su lugar. Y la habría encantado. Sonriendo, Rachel volvió a sentarse y regresó al ordenador y a su propio trabajo. No mucha gente podía decir que se había enfrentado al hombre del saco de las Castas en una pelea a gritos y había salido ilesa. Rachel apostaba que era la única que podía reivindicar ese particular talento. Y estaba deseando el próximo round. Se detuvo ante la idea. Demonios, sabía que estaba enamorada de él ahora, porque la única persona a la que ella se atrevía a gritar era a su hermana. Ella y Diana habían discutido nariz con nariz muchas veces en los últimos años, y Diana no siempre se volvía hacia atrás, pero siempre había terminado riéndose de una manera particular de la “manipulación” de Rachel, como lo llamaba ella. Miró de nuevo a la puerta. Debería acecharle justo allí y besarle ella misma. No tenía ni idea porque él se contenía ahora. No sabía que le pasaba por la cabeza para que no la hubiese reclamado aún. Pero si que sabía que él la deseaba. Sabía que iba a ocurrir. Sin embargo, él estaba combatiéndolo con cada respiración que tomaba.

Se estaba ahogando. Jonas se sentó en su escritorio, miró enfurecido a la pared, y sintió la sofocante tirantez en su garganta, en su pecho. El sabor a canela y clavo le estrangulaban; la necesidad de ella estaba robándole su respiración y su control. Separó sus labios para respirar bruscamente y un gruñido rasgó desde sus labios a pesar de sus intentos de frenarlo. Sus manos estaban extendidas sobre su escritorio, sacando las garras, arañando la madera. Las glándulas bajo su lengua estaban tan hinchadas, tan sensibles que estaba agonizando. Sentía como si su lengua estuviera siendo arrancada. Levantó el enlace de comunicación personal de un cajón, lo sujetó en su cabeza y presionó la línea directa de seguridad de la oficina de Ely. —Jonas —contestó ella inmediatamente.

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—Rachel estará esta tarde para el examen y los test, —la informó. —Consigue todo lo que tengas que tener mientras puedas. El silencio llenó el enlace durante largos segundos. —Estaré esperándola, —indicó. —Amburg estará aquí más tarde. Ha pedido que se apruebe la extracción de más sangre de la bebé. Ha encontrado una leve anomalía en el último test que realizó y quiere investigar a fondo. —Lo discutiré con Rachel. —Si la traes esta tarde, entonces quienquiera que esté cuidando de Amber puede supervisar a mi asistente en la extracción de la sangre, —Ely sugirió. —No hay necesidad de que dejes que diga que no, Jonas. Jonas sacudió su cabeza. —Has aprendido demasiado bien. —Suspiró. —Ella es mi compañera, Ely, no un ejecutor rebelde. No haré nada a sus espaldas. Había habido un tiempo en el que Ely no hubiera sugerido semejante cosa; por el contrario, habría protestado ante el hecho de que Jonas hiciera tal sugerencia. —Quizá no aprendí lo bastante rápido de ti, —Ely murmuró. —Sea lo que sea, os estaré esperando esta tarde. Déjame saber para entonces como he de proceder. La línea se desconectó, dejando a Jonas mirando fijamente pensativo dentro de la oscura habitación mientras reflexionaba sobre los juegos, las maquinaciones y sus últimas tentativas de cálculo para garantizar que sus ejecutores encontraran a sus parejas, se acoplaran y vivieran, si no felices para siempre, al menos con una medida de seguridad en sus vidas. No se arrepentía jamás de haberlo hecho, pero maldita sea si no estaba pagando por ello ahora.

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CAPÍTULO 15 Los test no fueron tan duros, no eran, definitivamente, el infierno que Merinus le había advertido que serían tras el acoplamiento. Rachel consintió también que extrajeran una muestra de sangre de Amber, preocupada por el hecho de que Jeffrey Amburg hubiera encontrado alguna anomalía en las pruebas anteriores. Las Castas tenían más anomalías en su vida que semillas un jardinero. Cuando terminaron las pruebas, Rachel vistió a la dormida Amber y se la entregó a la Casta de lince asignada como niñera. Después los problemas reales de la tarde volvieron. Y volvieron con el Leo. Entrando en la amplia sala familiar de la casa principal, Rachel siguió la sutil dirección que la mano de Jonas imprimía en la parte baja de su espalda, llevándola a un sofá al lado de la gran chimenea situado frente a otro a juego, compartido por Leo y su esposa Elizabeth. Sentados en dos grades sillones cerca de Leo y Elizabeth, estaban Dane y su guardaespaldas Ryan —o Rye, como le llamaban—DeSalvo, con Callan y Merinus frente a la chimenea y Kane Tyler y su compañera, Sherra, en otro sofá al lado de ellos. La cena estuvo animada con discusiones sobre las últimas protestas contra las Castas, el aumento del número de manifestantes a la puerta del Santuario y el incierto futuro en lo que se refería a la paz para las Castas. Los temas normales. —El Congo tiene un montón de lugares ocultos, Callan. —Dijo Leo sentándose en el borde de su silla, su brazo estirado abarcando la espalda de su mujer, sus dorados ojos feroces cuando se miró en los idénticos ojos de su hijo. —Mi recinto allí es completamente seguro y no es tan malditamente fácil acceder a él. Las parejas viven allí en relativa paz. Las tribus vecinas nos son leales. Es un buen sitio para criar y entrenar a nuestros hijos para el futuro. —Virginia también es un buen lugar para criar a nuestros hijos. —Replicó Callan. —Mi nieto ha estado dos veces a punto de ser secuestrado, —replicó Leo. —Cada vez, David ha tenido que enfrentar la muerte o las heridas de un amigo confiado para protegerle. Eso está empezando a afectar al muchacho. El ligero reproche no pasó desapercibido para Callan o Merinus. —David tiene que aprender a aceptar los peligros en su vida. —No había ni una nota de arrepentimiento en el tono de Callan. —Esto no es una utopía para nosotros, Leo, ya lo sabes. Él está en peligro, no importa dónde estemos, igual que los gemelos lo están. —Ellos estarían menos amenazados allí. —Eso es discutible, —intervino Kane, su tono seco pero conciliador. —Hemos empezado a desarrollarnos aquí, Leo. No estamos dispuestos a cambiar, y este argumento ya cansa. Leo no prestó demasiada atención a Kane, su mirada permanecía clavada en Callan, su expresión exigía una respuesta. —Kane tiene razón, —asintió Callan. —Nuestro futuro está aquí. —Tu gente muere diariamente, —sostuvo Leo. —Tres Castas fueron convertidos en pulpa sangrienta la pasada semana en California. Pretendes estar a salvo aquí, pero no lo estás.

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—Prefiero no enterrar la cabeza en la arena pretendiendo que esconderme es lo mismo que ser libre. —Tomó la palabra Jonas. —Nosotros les damos la opción a las Castas de unirse a ti en África o permanecer aquí. Ellos eligen donde quieren vivir. —Ellos siguen a Callan, —le replicó Leo. —Ellos irán dónde él diga, todos sabemos eso. —Leo, déjalo estar. —Elizabeth posó su delicada mano en su rodilla mientras le miraba con expresión de desaprobación. —Cada visita es lo mismo y estoy cansada de esto. Nos escondemos porque no tenemos elección y construimos una sociedad que es feliz con eso, y una vida segura. Callan simplemente escoge el camino que habrías escogido tú si te hubieran dado la opción. Él gruñó con la declaración antes de posar su mirada en Rachel. Ella miró el movimiento de las aletas de su nariz a la vez que estrechaba los ojos. Él lo había hecho más veces durante la velada, también los otros, pero de una manera más sutil. —Señorita Broen, ¿qué opina de la seguridad de su hija? Si ella fuera un bebé Casta, ¿preferiría vivir aquí, o en un sitio dónde se le permitiera integrarse en la sociedad y vivir sin la amenaza del secuestro y la tortura? ¿Qué escogería ella? —Estoy de acuerdo con Callan, —afirmó ella tristemente. —Es mejor que los niños conozcan el precio de la libertad por la que se lucha, en vez de esconderse y mentir. La batalla no se librará entre las sombras. Creo demás que ésta no es una decisión que una Casta deba tomar por las demás. —Pero, está de acuerdo que esta vida, —agitó la mano para incluir la habitación como si allí estuviera al completo la sociedad de las Castas, —está más lejos de ser más segura para nuestros niños que la que yo propongo. —No estoy de acuerdo en absoluto —dijo Rachel frunciendo el ceño. —Simplemente creo que eso es una opción individual que cada una de las Castas deben tomar. Él la miró como si quisiera aplastarla bajo el tacón de sus caras botas. No había duda, eso era lo que él quería hacer exactamente. —Ya he tenido suficiente de esta conversación. —Jonas se incorporó, la tensión que ardía dentro de él durante el día, relucía a su alrededor ahora. —¿Estás lista? Lo preguntó de manera educada, pero Rachel miró su cara. Estar lista no era una opción; irse era una necesidad para Jonas. —No escuchas ninguna opinión porque ya tienes la tuya ¿no es así Jonas? —Leo se incorporó también, observaba alternativamente a Jonas y Rachel, poniéndola nerviosa con el interrogatorio de su mirada. —Leo, no estoy de humor esta noche ni para tus preguntas, ni para tu opinión que, según tú, es la mejor y la única manera de proceder. En mi opinión, estábamos mejor cuando tu mujer ayudaba a Ely furtivamente de vez en cuando que teniendo que aguantar tu arrogancia infectando el Santuario de forma regular. La declaración fue calmada, incluso educada. La tensión que llenaba la sala sin embargo, era cualquier cosa menos eso. —Leo, siéntate. —Ordenó Elizabeth suavemente. —No es el momento. Leo fulminó con la mirada a su mujer.

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—El cachorro ignora cada sugerencia que le he hecho durante meses, apartándolas de su camino, ignorándonos y evitándonos, pretendiendo no ser el responsable del futuro de las Castas en absoluto. —Si yo pretendiera no serlo, entonces no debería estar arriesgando mi trasero para mantener a esta Sociedad fuera de tu camino y de tu radar cuando lo único que quieren es formar su vida aquí. —Replicó Jonas con tono helado. —No los puedes obligar a agacharse y esconderse un una jungla mientras tu juegas a ser el benefactor inocente que pretende envejecer como una persona normal. —Se burló Jonas mirando las pequeñas líneas de expresión alrededor de los ojos de Leo y sus artificiales canas. —No eres humano, Leo, y aunque lo desees, no sucederá. Los ojos del Leo se estrecharon cuando Elizabeth miró a Jonas con shock y sorpresa. —Jonas, es suficiente. —Callan sintió finalmente que era el momento de intervenir, demasiado tarde según consideró Rachel. —Por mí, estupendo. —Jonas se encogió de hombros posando su mano en la espalda de Rachel y dirigiéndose fuera del grupo. —Puedo encontrar mejores formas de perder el tiempo que discutir con un hombre cuya superioridad excede su lógica. Leo gruñó. Un bajo gruñido de mando que exigía respeto inmediato. —Yo puedo hacer eso también, Leo. Mis gruñidos son, incluso mejores—rió Jonas burlonamente entre dientes. —¡Leo, no! —El grito de Elizabeth fue la única advertencia que tuvieron. Un segundo después Rachel se encontró apartada de Jonas cuando él salió volando por la habitación, aterrizando en su espalda con un golpe seco, mientras Leo avanzaba lentamente. Jonas se incorporó despacio. —Callan, por favor, disculpa las maneras de tu padre, —pidió él sarcásticamente cuando Callan y Elizabeth se pusieron instintivamente entre él y Leo. —Estoy seguro que olvidó incluirlas en el equipaje en su precipitada salida de África. —Una salida precipitada para evitar que siguieras jodiéndolo todo como haces normalmente, —Leo gruñó ante la mueca de Callan. —Como lo estás jodiendo ahora, pequeño cachorro manipulador... —¿Cachorro? —Se burló Jonas. —¿Un desperdicio de ADN que tendría que haber sido ahogado al nacer? —Él estaba, obviamente, repitiendo las palabras de alguien. Rachel rezó para que esas palabras no fueran de Leo. —He estado allí, Leo, muerto y despojado. Todos se helaron. Elizabeth miró alrededor despacio, mirando a Jonas en shock mientras los labios de Rachel se abrían horrorizados. Seguramente, una cosa así no había pasado. —¿Sorprendido? —La voz de Jonas cayó, haciéndose tan peligrosamente suave que Rachel se estremeció. —No lo estés. El científico sabía qué ADN tenía yo. Un pequeño golpe de reanimación en el corazón y allí estaba yo de nuevo. —Su sonrisa era puro hielo. —Y morí otra vez, y otra, y otra, para probar que era el cachorro de Leo. —Su mirada se deslizó por Elizabeth y luego volvió a sacudir a Leo. —¡Jódete viejo! No te he necesitado desde el día que fui creado y estoy seguro como el infierno que no te necesito ahora.

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Jonas cruzó la habitación acechando, hasta que se detuvo frente a Rachel, extendió su mano y tiró de ella. Ella le permitió apretarla a su lado mientras salían de la habitación. —¡No quise decir esas palabras! —El Leo afirmó con dureza cuando pasaron por su lado, con su mirada dorada bloqueada en Jonas. —Las dije en un momento de ira, Jonas. Los dos sabemos por qué. Estoy dispuesto a admitirlo, tú no. Jonas se detuvo un segundo antes de continuar. Empujó la puerta doble, sus zancadas fluidas, emparejadas con las de Rachel, pero lo suficientemente rápidas para sacarlos de la casa y penetrar en la fría noche. —¡Jonas!, —la voz de Leo lo paró otra vez cuando alcanzaron el Raider aparcado en la entrada. Rachel giró con Jonas, mirando al orgulloso, feroz y obstinado miembro de las Castas que les observaba a su vez. —Te di una oportunidad, —gritó Leo con gesto de arrepentimiento en su cara. —Haz algo o lo haré yo. Jonas fue consciente de la confusión en el rostro de Rachel cuando miraba al hombre cuyo ADN compartía. No se atrevía a llamarle padre. Solo Dios sabía que ellos no podían estar juntos en la misma habitación más que unos pocos minutos sin herirse. —Golpéame otra vez, Leo, y te devolveré el golpe, —replicó él en respuesta a la acusación de la otra Casta. —Soy un cachorro que debería haber sido ahogado al nacer, pero tú confórmate con el hecho de que, en lo que a mí respecta, nunca he sido tu cachorro. Se giró, abrió la puerta del Raider y ayudó a Rachel a sentarse cuando Erin, cargando a Amber, pasó cerca de Leo. Abriendo la puerta trasera, esperó, cogió al bebé y lo colocó en la sillita para niños mientras Erin volvía a la casa principal. Fue hacia la puerta del conductor, no ayudaría, pero aún así volvió a mirar al hombre que seguía en la entrada. Elizabeth y los otros se le habían unido, todos lo miraban con sorprendida curiosidad. —Se acabó el show, Primero —le gritó a Callan. —Mi excusas a tu esposa así como a tu familia. —Tú formas parte de esta familia también, Jonas —respondió Callan recordándole que compartían la misma sangre. No, no era sangre; sólo los unía el ADN. Jonas negó con la cabeza antes de meterse en el coche y ponerse en marcha. El paseo hasta las cabañas fue rápido. La oscuridad los rodeó cuando alcanzaron la línea de árboles y Jonas condujo el Raider hasta llegar a la cabaña más lejana. —¿De qué hablaba Leo? —Preguntó finalmente Rachel mientras él aparcaba el Raider en el pequeño garaje anexo y paraba el motor. Él permaneció bajo la débil luz del interior del vehículo, deseando que solo por esta vez, pudiera olvidarse del pasado —Tenemos mucho de qué hablar, —dijo él tranquilamente. —Hay cosas que debes saber. Cosas que él había jurado no decirle nunca a nadie. La verdad podía salir a la luz, pero él había prometido que no sería por su parte. Él no tenía ganas de verse derrotado en los ojos de su compañera ni en los de ningún otro. TRADUCIDO por GRUPO MR

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—¿Y crees que es algo que podría cambiar lo que hay entre nosotros? —preguntó ella. Una triste carcajada escapó de sus labios. —He vivido una vida inventada desde que llegaste aquí. Quizá de alguna manera, lo he hecho desde que me permití ocupar el cargo de director de la Oficina. Pero el pasado siempre vuelve, Rachel. Él se volvió hacia ella cuando sintió su mano acariciando su mandíbula, obligándolo a mirarla. Rachel estaba demasiado cerca para su auto control. Sus labios estaban demasiado cerca. Sus profundos ojos verdes se clavaban en los suyos. Por un momento, sólo por un momento, se permitió hundirse en su interior para sentir la paz, la alegría que sólo encontraba con ella. —¿Y tú crees que eso cambia el hombre que eres ahora? —Su pregunta le trajo de nuevo a la realidad. —Nada puede cambiar lo que soy. —La arrogancia de su tono le disgustó incluso a él. Rachel sólo sonrió. —Yo no estoy de acuerdo. Antes de que se diera cuenta de lo que estaba haciendo, antes de que él pudiera oponerse, sus labios tocaron los suyos, su lengua entró en su boca buscando el rico sabor de la hormona. Y ella liberó al animal rabioso dentro de él.

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CAPÍTULO 16 Lógica. Razón. Se quedaron en la cuneta en el momento en que su lengua tocó la de él. Tan dulce y fresca, tentadora, acariciando contra la torturada carne de la suya propia. Jonas perdió el poco control que había mantenido. Él sintió que al final el hilo se había roto cuando el hombre fue empujado a un lado y el animal que él había jurado nunca llegaría a ser, asumió el control. No había más que la conciencia distante del bebe durmiendo pacíficamente en el otro lado de la habitación, tras haberla dejado cómodamente ahí. Solo tenía conciencia suficiente para una sola cosa, de forma que cuando su mano sujetó con fuerza la parte trasera de su cabeza para sostenerla en el beso, envolvió el otro brazo alrededor de sus caderas y la levantó, él sabía que tenía que llevarla al dormitorio inmediatamente. El viaje hacia allí fue interminable, tortuoso. Era un infierno tratar de moverse rápidamente hacia la habitación, sus sentidos, todo su ser se centraba únicamente en la oleada de adrenalina que desgarraba a través de su cuerpo. Él era conocido como un amante depredador aunque elegante. Un hombre que sabía todos los movimientos correctos que debía hacer. Una Casta con la paciencia y la experiencia suficiente para mantener a una mujer salvaje por el placer que le daba durante horas. Ese era el hombre. Pero el hombre no era quien estaba controlando la situación ahora. El amante depredador y elegante del pasado era ahora primitivo. Posesivo. Estaba muriéndose de hambre por el apareamiento, obsesionado con el sabor del beso de esta mujer, la caricia de sus manos sobre su cuerpo. Él era ahora el animal en que incluso él mismo temía convertirse. Las puertas de cristal de ambos lados de la chimenea habían sido aseguradas desde el dormitorio previamente, el fuego ardía cálido y luminoso, reflejando parpadeantes llamas rojo-doradas sobre su rostro, a lo largo de su cuerpo. La habitación estaba silenciosa, fresca, pero nada podía atravesar la neblina de ardiente calor bramando a través de su cuerpo. Un calor del que sabía que se arrepentiría, al menos por la mañana. Un placer que empequeñecía cualquier cosa que hubiera pasado antes. Jonas sabía que no había nada en su vida que pudiera incluso compararse al completo, sensual éxtasis, que encontraba en el contacto de Rachel. Tocándola. Acariciándola. Bombeando su lengua en su boca y sintiendo su succión ligera, tentativamente. Mañana, ella lo lamentaría. Le reclamaría, lo sabía. Pero ahora, su lengua estaba metiéndose en la boca de su pareja, follándola con salvaje, primitiva hambre. La hormona derramándose ahora libremente desde las glándulas debajo de su lengua, como si la calidez de su boca, el contacto de su dulce lengua y las palpitantes succiones cuando ella trató de atraparla, habrían sido todo lo que necesitaba para terminar con la agonía que había sufrido por meses. No había placer tan maravilloso a medida que la arrastraba hacia él, sintiendo la suavidad, las pequeñas lamidas indecisas y succiones contra la carne agonizante de su lengua. Como si cada pequeña caricia afectara más esas glándulas inflamadas. Tocaron su alma, calentándola.

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Forjaron un fuego dentro de él donde una vez no había habido nada más que un vacío frío, un hueco, un cascarón angustiado al que ni siquiera podía llamar hombre. Cuanto más le daba ella, más quería él. Sus manos acariciaron la parte baja de su espalda, sobre sus caderas y hacia arriba otra vez. Cuando acarició el suave material de su blusa con sus palmas, él sintió las garras remetidas debajo de las yemas de los dedos lentamente extenderse hacia fuera, alcanzando el fresco placer de su carne. Lamiendo su lengua, sosteniéndola cerca, Jonas sintió salir sus garras cuando repentinamente cortaron en pedazos su suave blusa blanca. Él quería disculparse. Oh Dios, él quería ir más despacio. Quería mostrarle que podía ser un hombre, que podía tocarla, amarla, como había anhelado hacerlo. Pero había esperado mucho tiempo. La hormona de apareamiento había tomado demasiado de su control intentando moderar su naturaleza salvaje. No quería olfatear su miedo. No quería rasgarla por la excitación de la hormona que podría encenderse dentro de ella. Pero Jonas no podía esperar. Incluso los pocos minutos que hacían falta para que la hormona reaccionara en el sistema femenino era mucho tiempo para el animal. Él la necesitaba ahora. Había estado hambriento por mucho tiempo. Sacó los jirones de su blusa de su cuerpo, lanzándolos al piso. La suave falda la siguió. La sensación de esa tela era exquisita contra sus palmas. El terciopelo negro acarició su carne cuando sus garras lo rasgaron atravesándolo, extrayendo un jadeo de ella cuando ella se echó hacia atrás, luchando por liberarse de su beso. —Rachel. —Su voz estaba rota, ahora más animal que hombre, un potente, primitivo sonido, que le tenía luchando para mantener el control de si mismo que necesitaba para no dañarla. Como si la parte animal de su genética fuera una bestia dividida dentro de él, su mente enfrentada con su pensamiento, esto incluso en medio de este singular impulso de total sensación… a pesar de todo eso, él nunca podría dañarla. —Déjame respirar. —Ella estaba jadeando por aire, sus manos sujetando las muñecas de él mientras sus dedos luchaban para no agarrar con fuerza las caderas femeninas. Él podía sentir la suavidad de su carne, sabía cómo de frágil sería ante las puntas afiladas de sus garras. Jonas acarició suavemente con el dorso de sus dedos su espalda de arriba hacia abajo. Necesitaba tocarla, necesitaba experimentar la calidez y suavidad de su carne sin atemorizarla. La dio un momento para permitirla coger aire. Al instante siguiente, sus labios se movieron a lo largo de su mandíbula, sus incisivos rasparon su carne y allí donde producía un rasguño, su lengua después lo lamía. Cada lametazo, cada roce, estaba lleno de la potente hormona que se derramaba desde sus glándulas. Él podía sentir el comienzo de su calor. Sintió ya las llamas incendiando su cuerpo mientras empezaban lenta y seductoramente a arder más y más.

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El olor de ella, el arrebato dulce de femenina lujuria y necesidad, rasgó a través de sus sentidos, desgarrándolos. Estaba perdiendo toda comprensión del espacio y el tiempo. No importaba nada más que su tacto, el de esta mujer, sólo el de ella. Sus labios cubrieron los de Rachel nuevamente, su lengua invadió el interior de su boca una vez más mientras él se rasgaba su propia ropa, desesperado por sentir su piel contra la suya. Jonas quería sus pechos desnudos contra su pecho, sus caderas sedosas y dulces deslizándose contra las suyas, sus muslos separándose, abriéndose para él. Follando con su lengua sus labios, gruñó otra vez cuando ella trató de apártalo. Agarrando el cabello de la parte posterior de su cabeza, Jonas la sujetó inmovilizándola. Un minuto más. Solamente otro segundo para gozar del dulce, fresco alivio mientras el ardor y dolor de las glándulas debajo de su lengua empezaban a disminuir ligeramente. Pero junto a ese alivio vino una más fuerte y más abrumadora urgencia. La urgencia por finalmente, poseerla completamente. Marcarla. Asegurar a todos que ella era su pareja, que ningún otro pudiera tener la oportunidad de tomar lo que le pertenecía a él. Echándose hacia atrás para detener el beso, la miró fijamente, sabiendo que debería forzarse a sí mismo a mostrar alguna moderación sobre el animal que sólo anhelaba tomarla de una vez, en lugar de saborear el dulce y suave sabor de ella. La parte posterior de sus dedos acarició su espalda, subiendo por su espina hasta llegar al medio de sus hombros. No dejaba de mirarla, viendo el calor que abrasaba sus ojos, permitió que el borde de su garra acariciara suavemente sobre la curva de su seno, preguntándose si ella podría saber, si podría sentir el peligro inherente en el contacto. Esas garras podrían desgarrarla, cortarla en tiras, él juró que no haría nada más que brindarle placer con ellas. Sería muy cuidadoso. De lo que estaba malditamente seguro era del placer que su contacto le proporcionaba a él. El cuerpo entero de Jonas estaba incendiado con un ardiente placer cuando la atrajo con más fuerza contra él, en esta posición, la tersa y sedosa piel de su abdomen acunaba la dura longitud de su polla. Caliente, suave y tersa piel. Quería gemir, pero gruñó al besarla en cambio. Con sus garras raspaba suavemente los llenos pechos de Rachel mientras sentía el deseo de ella aumentar y su cuerpo debilitarse por la necesidad de más debajo de él. Retrocediendo, Jonas sintió su propia respiración cortada cuando bajó la mirada a los maduros montículos y a los duros y tiesos pezones color cereza que los coronaban. Dios, él no podía resistirse. Movido por la necesidad y el hambre dentro de él, Jonas dirigió su mano hasta el endurecido pezón, y lo rozó con la parte posterior de su garra, para no dañarla. Al acariciarlo, se alimentó la necesidad que rasgaba a través de sus pelotas mientras lentamente empezó a darse cuenta que a pesar del hombre, el animal abrumándolo no tenía otro pensamiento que no fuera proteger a la pareja que él había esperado durante tanto tiempo. Mirando fijamente la pálida elevación de sus senos, sus dedos los acariciaron, sombreados por la luz de fuego, la imagen era una fantasía. No podría ser real. Nada en su vida había sido nunca tan hermoso. Incluso la libertad no había sido imprescindible en su vida como lo era esta mujer.

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—Jonas. —Levantó su mirada, un borde de alarma sombreando sus oscurecidos ojos verdes cuando ella bajó la mirada hacia la garra que continuamente acariciaba contra la sensible y vulnerable carne. La ligera curva en el extremo de su garra se movía con cuidado por su pezón mientras ella temblaba ante él. Jonas podía sentir su calor rozando contra la punta de su dedo, la sedosa sensación era aun más suave que cualquier cosa que él hubiera conocido en su vida. Levantado sus ojos, él miró fijamente sus vulnerables ojos verdes, y supo que daría su vida si pudiese asegurar nada más que el placer de ella. Rachel valía más que su vida, que su libertad. Y lo más sorprendente era que ahora, para él, ella valía más que las vidas de aquellos por los cuales había peleado durante toda su vida. Ella era su mundo. —No voy a lastimarte —quería acallar el agonizante sonido de hambre de su voz, pero encontró imposible hacerlo. Ella sacudió su cabeza cuando un lento temblor repentinamente corrió a través de su cuerpo y el olor de su excitación aumentó atravesando sus sentidos como un reguero de pólvora. Ella le quería. El sedoso calor de sus jugos estaba derramándose entre sus muslos, preparándola para él. Él sintió sus fosas nasales hincharse. Su cuerpo endureciéndose aún más. Su polla sacudiéndose con fuerza, palpitando, y hambrienta por más que solamente su esencia. Dulce señor, él estaba hambriento por su sabor. Él quería, y no se atrevía a acostarla sobre la cama. No se atrevió a tentarse a sí mismo por el momento, no tan pronto. Jonas tuvo que cerrar los ojos cuando bajo su cabeza una vez más, sus labios acariciaron su cuello, moviéndose hacia la rellena y madura fruta de su pezón. Lo atrajo. Lo sedujo. Él lo acarició con su lengua y tuvo que luchar para contenerse porque sabía tan dulce, tan perfecta como parecía. Enroscando su lengua sobre el pezón, hombre y bestia estaban fusionados, combinados, y como único propósito, estaban esforzándose para darle placer a la única compañera que conocería.

Rachel se estremeció entre los brazos de Jonas, la sensación de su lengua, suficientemente áspera para raspar, para calentar aún más la sensibilidad tirante de su pezón, fue suficiente para que su cabeza le diera vueltas. Sus manos apretadas sobre los hombros de él mientras su cabeza caía hacia atrás, sus rodillas debilitándose. No iba a ser capaz de permanecer de pie por mucho más tiempo. Ella no podía soportar un placer como este. Ella no tenía fuerzas…. Sus rodillas se debilitaron aún más, haciéndola tropezar justo cuando sus dientes rasparon contra su pezón y provocándole un aullido de increíble placer arrancado de sus labios. —Jonas. —Un estrangulado grito salió desgarrado de sus labios cuando se sintió caer, sus piernas se negaban a sostener su peso.

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—Te tengo, nena. —Así era. Desplazándose, moviendo, sus labios todavía en sus senos, su lengua acariciando un pezón y luego el otro mientras ella se sintió caer. Él se movió, flexionándose, arrodillándose. Rachel sintió la fresca madera de la mesa de noche debajo de la seda de sus bragas y la carne desnuda de sus muslos. La pequeña lámpara cayó al piso. Un potente y derrotado gruñido llenó las sombras iluminadas de fuego de la habitación cuando sus muslos fueron empujados a separarse. Un pie que ella rápidamente colocó sobre el borde de la cama, el otro sobre el cojín de la silla a lado de la mesa. Estaba extendida, abierta; estaba dispuesta para el hambre que parpadeaba en su escalofriante, y encendida mirada. Necesidad, furioso deseo, emociones que ella tenía miedo de definir, y un placer que él no hizo nada para ocultar luchando con algo parecido al temor en su mirada. Rachel bajó la mirada hacia él, temblando como una hoja. La luz del fuego parpadeaba sobre él, dibujando sus rasgos bronceados en oro y sombra. Sus ojos plateados resplandecieron en la oscuridad cuando sus manos se levantaron hacia sus muslos, sus garras rasgándolos, delicadamente, tan delicadamente. Un rápido relámpago de sensaciones corriendo a toda velocidad desde la vulnerable zona directamente a su coño y atravesándola de golpe como un sensual soplo. Sus músculos apretados, desesperados por ser llenados. Su clítoris palpitaba, dolorido por su contacto. —Oh Dios. —Una violenta sensación la desgarró a través de su vagina, quemándola con un increíble éxtasis que hizo que ella se encontrara sin aliento, llegando, anhelando. Los fragmentos de placer eran tan intensos, tan increíbles, ella luchó por cerrar sus muslos, para aferrarse bien a ello para siempre. Ella consiguió un gruñido a cambio, un destello de fuertes dientes blancos mientras él empujaba más sus muslos para separarlos. Antes de que ella pudiera protestar, esas garras agarraron la banda de sus bragas y el sonido de ropa desgarrándose resonó alrededor de ella. —Oh, Dios mío, Jonas. —Su cabeza cayó hacia atrás contra la pared al sentir su aliento contra los pliegues calientes, un susurro, una brisa de sensual, y erótica hambre, un segundo antes de que su lengua volara a través de su vagina. Con una cariñosa, jugosa caricia de hambre, hurgando a través de la abertura rellena de sus jugos. Fricción. Solamente el más pequeña y áspero mordisco estaba cerca de enviarla al borde antes de que la cabeza de él se levantara nuevamente. —Sabes dulce, tan dulce y suave. —Su voz raspaba más sobre sus sensaciones. Bajando su cabeza, Rachel sintió que sus labios la dedicaban un beso íntimo. Él chupó su clítoris pasando solamente sus labios, dándole un golpecito con su lengua antes de liberarlo. Suaves, absorbentes besos se movieron más abajo. Su lengua emergió para tentar y provocar, probar con cada pequeña arremetida dentro de los pliegues de su carne saturada. —No puedo soportarlo, —ella jadeó. No podía. Esos eróticos besos la estaban volviendo loca, desesperada por sentir su polla adentrándose dentro de ella. Deslizando sus manos hacia arriba de sus muslos, él delicadamente separó los pliegues con la punta de sus dedos de su garra. Tan delicadamente. Los pinchazos de las agudas

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puntas eran otro placer, una rebanada de sensación exquisita cuando él la abrió más, y lamió. Él la lamió como una golosina, saboreando cada sabor que encontraba en ella y lanzando sus sentidos al caos. Él gruñó, el sonido vibrando en la entrada de su vagina mientras ella luchaba para memorizar cada toque. Lamiendo, acariciando, su lengua trabajó atravesando los rizos que envolvían los pliegues con una hambrienta demanda. Se sumergió en la entrada, empujó y sacudió a lo largo de las paredes sensibles. La condujo dentro de un remolino de placer ardiente tan intenso que temió ahogarse en él. Volviendo al distendido y sensible capullo de su clítoris, su lengua se enroscó alrededor del capullo, tirando de él entre sus labios y besándolo con lentitud, con devastadores movimientos de sus labios mientras su lengua la lamía y acariciaba. Ella no podía creer el completo abandono en su expresión, su placer, cuando la comió con un hambre decadente. Sus garras acariciaron sus muslos, dando un elemento oculto de peligro, un recordatorio de la criatura que era, hombre y animal, y completamente dedicado a su placer. Un placer tan destructivo para su corazón, sus emociones, que ella se encontró así misma entregándose a él con todo su interior. Temía no poder sobrevivir. La necesidad era tan violenta, un hambre cada vez más profunda que pasaba por encima de todo pensamiento, todo instinto que no fuera el de que él la poseyera. Bajando la mirada entre sus muslos, ella vio cuando su lengua se hinchaba y se deslizaba a través de la brillante carne. Sondeando, chasqueando alrededor de su clítoris, un grito desgarrado salió de su garganta ante la sensación. El placer recorriéndola, recorriendo su columna, atravesando las terminaciones nerviosas, avanzando a través de su torrente sanguíneo hasta que todas las células de su cuerpo se sintieron excitadas con eso. Era demasiado, ella se arqueó, luchando para estar más cerca, sus manos aferrando sus rodillas cuando él empujo sus piernas para separarlas más y empezó a devorarla con una intensidad que dejó entrever su propia desesperación. Ella no había pensado que podría mejorar. Y así fue. Su lengua empujó dentro de ella, de repente follando su vagina con una demanda que la mantenía equilibrada sobre el borde del éxtasis. Cada caricia era al rojo vivo; cada embestida raspaba, hormigueando, enviando un sonrojo de agonizante placer desgarrador atravesándola cuando incrementaba como nunca el fuego que ardía cada vez mayor por la completa posesión. Ella lo necesitaba todo. Necesitaba todo de él. —Jonas, por favor, —gimió mientras sentía sus garras acariciando sus muslos una vez más. El sudor brillaba sobre su frente, sus hombros; un gruñido sordo vibró contra su carne. Él acarició su clítoris con su boca de nuevo y empezó a succionarlo. Ojos plateados llenados con ferviente hambre levantándola y lanzándola por encima del borde. Estaba al borde de la completa liberación. Una tormenta de fuego barriendo a través de ella, lanzándola a través de un caleidoscopio de colores que la hizo gritar su nombre con el poco aliento que la quedaba.

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Ella estaba temblando, estremeciéndose, dolorosamente, entregándose a él. Observó cuando él se levantó, sus manos agarrando sus hombros para levantarla con él. Ella quería más. Él había tenido su sabor, devorándola hasta que destrozó su mente. Era su turno. La pesada, gruesa longitud de su polla estaba delante de ella, la sonrojada cresta oscura y amplia, marcada con la luz del fuego, tentando sus labios. Al acercarse, ella dejó que su lengua barriera sobre la cabeza cuando él la tiró a sus pies. Él parecía congelado. Como si el toque más ligero lo tuviera suspendido, bloqueándolo en su lugar. Él sabía salvaje, como las propias montañas. Fresco, vigorizante. La humedad de excitación explotó contra su lengua, y con ese sabor de las montañas que fue un indicio de canela y clavos que llenaron el sabor de su beso. Era un elixir embriagador. Alimentó la necesidad que ya ardía dentro de ella, como gasolina para flamear, explotó a través de sus sentidos enviando ardientes látigos de exquisito placer rasgándola. No era una cosa delicada. La necesidad que surgió dentro de ella no era dócil o tranquila, era tan salvaje como el hambre que bramaba en sus ojos, en su expresión. Tan salvaje como el animal cuya genética él compartía. Un gemido de placer salió de su garganta cuando sus labios se separaron y ella se metió la gruesa cabeza dentro de su boca. ¿Qué la había desatado? La cabeza de Jonas cayó hacia atrás mientras sus manos volaron hacia la cabeza de ella, sus dedos agarrándola, manteniéndola quieta, todo dentro de él luchaba por liberarse del perverso agarre de sus labios. Maldita sea. Él todavía la estaba sujetando para evitar que se moviera sobre su pene, pero ella le seguía destruyendo. Ella estaba succionando la cabeza engullida con ambiciosas succiones de su boca, lamiendo la cresta de su polla como si él fuera su dulce preferido. No se pudo resistir, empujó sus caderas, moviéndose. Vio cómo la enrojecida, y amplia cresta se deslizaba entre sus labios, luego empujando en el interior una vez más. Una vez más. Lo hizo de nuevo, y otra vez. Fue un placer tan intenso, tan violento, que él juró que sintió como le temblaban las rodillas durante un momento antes de apretarlas. Todo su cuerpo estaba tenso, tirante, con la velocidad del rayo, con la sensación erótica de los dedos. Él estaba follando su boca con movimientos lentos y fáciles. Su polla dura y mojada, la lengua vacilante lo volvió loco de necesidad, de hambre. Ah, Dios mío, no podía soportarlo. Él luchó. Él no podía sobrellevarlo. No podía arriesgarse a resultados desconocidos. Sus manos se entrelazaron sobre la cabeza una vez más, parando el rápido movimiento de su boca. No es que eso la detuviera. Una vez más se la chupaba, golpeaba con su lengua, corrientes de calor, el placer pulsante arrasando en sus pelotas cuando se obligó a retirarse, se obligó a negar éxtasis de sus labios.

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Gruñó, luchó para frenar el hambre que corría a través de él y perdió. —Necesitaba decirte... —Él la volvió, presionando las manos de ella en la mesa de madera, la instó a inclinarse. Al igual que este. El salvaje dentro de él no la tendría de ninguna otra manera. Sólo así, por detrás de ella, podía agarrarla como lo necesitaba, podía cerrar sus dientes en el hombro y la hormona de la lengua derramarse a su sistema con los máximos resultados. Agarrando el eje de su pene, lo presionó contra ella, gimiendo al sentir los jugos lubricantes de ella sobre la corona, lubricándola a fin de permitir una penetración más fácil. La pequeña entrada de la vagina se separó, succionando la cabeza mientras él la empujaba más, empujando, instándolo a su interior. Rachel arqueó su espalda mientras el perfume de su placer envolvía su alrededor. Tuvo que luchar para mantener a un rugido cuando ella gritó cuando él apretó la cabeza de su polla con más fuerza contra el húmedo y caliente portal de su dulce coño. Inclinándose, el empujó dentro, sintiendo el fuerte agarre de sus músculos cuando comenzaron a formar parte de él, su pene al descubierto cuando comenzó a forjar su camino en el calor excitante de su coño. —Lo siento, Rachel. —Sintió el goteo del sudor por la cara, vio cómo le miraba el hombro un segundo antes de que sus labios se movieran a la curva vulnerable de su cuello. Él iba a morder. Podía sentirlo. Animal, exigiendo la estridente demanda del animal que le era imposible de ignorar. Ahí mismo. Cerca de la importante vena que significaba la vida o la muerte. Ella estaba temblando. La sintió estremecerse incluso al sentir el apretado y húmedo calor de su cuerpo sujetándole. Él estaba perdiendo todas las restricciones. Estaba perdiendo su control, tomando conciencia de lo poco que tenía. No había más que la mujer, nada más que el placer. Nada más que el agarre apretado envolviendo su polla cuando un gruñido arrancó de sus labios y se impulsó enérgicamente dentro de ella. Rachel volvió a arquear la espalda. Placer-dolor la atravesaron cuando ella sintió un impulso repentino, feroz al marcarle su tierno tejido que la llenaba de un calor exquisito, un calor cegador. No podía aguantar. Sus uñas se clavaron en el borde de la mesa cuando ella empezó a moverse, empujando las caderas hacia atrás, apretando sus músculos en él cuando empezó a moverse detrás de ella. Sus caderas empujadas, las rodillas dobladas. Ella sintió sus garras en sus caderas, provocándole calor, un placer-dolor que añadía con profundidad, a las sensaciones dentro de su cuerpo mientras él la follaba duro, profundo. De espaldas a él, no tenía más remedio que concentrarse en el placer. No había distracciones. No podía ver sus ojos, no podía ver su expresión, y le provocaba placer lloriqueando a través de su sistema.

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Estaba volando a través de éxtasis. Ella fue arrojada de la realidad pasada hacia un mundo donde ya nada más importaba en este momento que este hombre. Este placer. Se fortaleció en su interior, endureciéndose, tensando y quemando. Una convulsión la estremeció, corriendo hasta su columna vertebral. Agonía que se apoderó de su clítoris cuando sintió que el mundo empezaba a desenredarse a su alrededor. La explosión que dio lugar la había dejado jadeando su nombre. Nada había sido como esto. Nada la había estremecido con tanto calor, acariciado con tanto placer, o explotado con resultados tan demoledores. Jonas lo sintió. El agarre, el apretón como puño apretado que sólo ceñía más, más caliente. La oleada de calor líquido, los estremecimientos que recorrían su cuerpo. La palpitación, el agarre con que ella succionaba su polla era demasiado. Placer imposible. La sensación de una tormenta de fuego rompió su columna vertebral, bajo por su abdomen y le explotó en la pelotas. Antes de que pudiera detener el impulso, los dientes se cerraron mientras estaba alojado en esa zona dulce y suave de su hombro. Las puntas afiladas atravesando la carne, el sabor de hierro afilado de su sangre explotando contra él, lamiéndola rápidamente con su lengua. Cuando su liberación arrancó a través de él, la lengüeta surgida de debajo de la cabeza de su polla, se extendió, encerrada dentro de su coño ordeñándolo, y comenzó a calentar su cuerpo entero como una poderosa descarga, que estalló durante minutos en su interior. Su cuerpo era una masa de placer extático. Potente, brutal, primitivo en su intensidad, creándose y quemándose en su interior hasta que su cabeza se quitó del cuello de ella y un rugido ahogado salió de su boca. Su compañero. Suya. Su regalo. Su vida. Él la había traicionado en el momento en que había permitido que le besara. En este segundo, ahora, derramando su semen dentro de ella, tuvo la horrible conciencia de que sin Rachel, sin tocarla, su alegría, su calor, su vida no tenía ningún significado. Con ese pensamiento llegó la comprensión, el conocimiento, que cuando llegará la mañana, él podría perder su calor, así como su risa. ¿Qué mujer desearía estar acoplada a un monstruo?

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CAPÍTULO 17 Rachel despertó en los brazos de Jonas, con la cabeza recostada en su pecho mientras sus dedos acariciaban su espalda. Dedos de los que carecían los humanos, ya que eran unas fuertes garras lo que había mostrado la noche anterior. Ella había visto las extensiones peligrosamente puntiagudas antes, pero nunca había tenido la osadía de explorar realmente aquellos dedos largos y amplios para averiguar si trabajarían como lo harían los de un gato. Tuvo que admitir, sin embargo, que la sensación de ellos acariciando por sus muslos había enviado flechas de excitación sensual directamente al centro de su sexo. Su mirada cayó a la amplia mano fuerte y que yacía sobre su vientre desnudo. Se inclinó, levantando su dedo índice, acariciándola por un segundo, maravillada por la fuerza de la misma. ¿Se atrevería, ella se preguntaba? Si… pero no se atrevió a mirarle mientras lo hacía. Se mordió el labio, y presionó firmemente justo debajo de la amplia uña bien cuidada y vio que la garra letal surgía fuerte. Su mano entera se flexionó entonces, y poco a poco, de cada dedo salieron las garras letalmente afiladas en punta que había sentido acariciar sus muslos la noche anterior. Sus labios se arquearon. Sólo Jonas tendría sus garras cuidadas y afiladas en peligrosas puntas. Al pensar en cómo las Castas siempre intentaban aparecer en público de forma civilizada, sonrió al darse cuenta que Jonas tenía una actuación digna del Oscar en esos casos. Él se quedó en silencio cuando Rachel pasó el dedo sobre la punta afilada, sus ojos de plata la observaban con una tranquila intensidad, ella levantó la mirada hacia él. Lamentó no poder descifrar las emociones que enturbiaban sus ojos. Lamentó no poder entender por qué la visión de ellos mordía en su corazón con la tristeza del dolor. —¿Pueden todas las Castas hacer esto? —ella preguntó, tiró de la punta de una uña con el dedo. Su cabeza se estremeció. —Sólo una casta primitiva. —¿Una casta primitiva? No he oído esa designación antes. —Ella creía que había oído hablar de todas ellas. El color de sus ojos parpadeó durante unos instantes. —Es una sub-designación que ha sido mantenida muy en secreto. Muchas Castas ni siquiera saben que existimos. Somos realmente los monstruos de la especie. Los primitivos son creados para ser menos misericordiosos y compasivos. Los animales a partir de los cuales fuimos creados están más cerca de nosotros que de las demás castas, y el instinto humano por la crueldad y la egolatría fue inculcado para ser superior en nuestra genética humana. —El soldado perfecto —murmuró ella, recordando las notas de prensa que habían acompañado a los rescates de las Castas. —No, las Castas son los soldados perfectos, —corrigió él. —Los primitivos o primarios son los asesinos perfectos. Fuimos creados para trabajar mejor solos, para no ser capaces de ser un amante o un amigo, y para matar a toda aquella persona que se le ordene, cuando sea necesario. Fuimos creados para no tener corazón, ni piedad…Y hemos sido creados para procrear híbridos que serían animales que caminan sobre dos piernas.

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Algo más brilló en su mirada a continuación: ¿aprehensión, quizás? ¿Esperaba que ella sintiera miedo en este momento? En lo que a Rachel se refería, era un poco tarde para eso. Ella estaba en su cama, ya era realmente su compañera. El miedo a estas alturas habría sido dramático. Y Rachel verdaderamente aborrecía el drama. —¿Qué sucedió con la parte de la reproducción? —Su corazón se rompía solo por el conocimiento de que fueron creados para que nunca amaran, nunca rieran. ¿Qué peso sería saber que habían sido creados para destruir, matar, y que el mundo sabía exactamente para qué habían sido creados? Por eso muchos los odiaban y temían por su propia existencia. Todos ellos no tenían idea de lo mucho que las Castas también lamentaban su herencia asesina. Una corta y amarga risa escapó de sus labios. —Nunca pudieron conseguir que esta parte funcionara demasiado bien. En su mayor parte, los científicos no eran conscientes de la necesidad de apareamiento. Pero se sentaron las bases para las criaturas que más adelante quisieron reproducir, sin embargo. Las criaturas no los niños. Rachel tuvo que contener las lágrimas por las palabras que él utilizó. Jonas no era muy compasivo. Prefería la realidad y la honestidad sobre todas las cosas. Le había oído decir una o dos veces que la compasión era una emoción vacía para aquellos que no tenían ganas de hacer el esfuerzo de luchar efectivamente contra una injusticia. —No importa si es humano o animal—, ella dijo en voz baja devolviéndole la mirada. — No creo que nadie nazca o sea creado para matar. Es enseñado para ello. Tú puedes utilizar toda la genética que quieras, pero todo se reduce a lo que tú le enseñas a tus hijos. Del mismo modo que se reduce a lo que el niño quiere una vez que se le ha enseñado todo lo que tú sabes. El conocimiento del bien y del mal es inherente, Jonas. Las Castas lo han demostrado. Ella entonces vio la indecisión en su mirada, o tal vez incredulidad. Estando en sus brazos, su cuerpo caliente, duro, tenso contra el suyo, ella finalmente abordó el tema que la había molestado la noche anterior. Jonas y Leo tenían una relación tan opuesta como fuego y hielo, pero anoche, ambos habían estado más al borde de lo normal. —¿Cuál es el problema con Leo?—Él te ha estado provocando cada vez que os habéis encontrado durante todo el tiempo que he trabajado para ti, pero fue peor anoche. —Lleva provocándome mucho más tiempo del que tú has estado conmigo—, gruñó. —¿Por qué? —¿Quién sabe por qué el Leo hace lo que hace, o lo que él espera conseguir de ello? — Había verdadera confusión en su expresión. —Él sigue empujando por algo que no tiene ningún deseo de explicar, y me niego a pedir esa explicación. Soy para él simplemente un mequetrefe que estoy seguro que desearía que no hubiera sido creado.

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Su tono era normal, de aceptación, pero Rachel vio la insinuación de traición en sus ojos. La actitud de Leo le atormentaba, y ¿quién podría culparle? El único sueño que las Castas tenían era tener su familia. Leo era su padre, pero actuaba como si estuviera avergonzado, o se lamentara de la existencia de Jonas. Sin embargo sus ojos contaban otra historia, pensó Rachel. Al igual que Jonas, los ojos de Leo se enturbiaban con las emociones. —Eres demasiado terco —afirmó. —Y él es un bastardo manipulador, —gruñó. —¿De tal palo, tal astilla, quizá? —le preguntó con una sonrisa mientras se estiraba perezosamente, sintiendo la ternura que asaltó su cuerpo, la prueba de que había sido bien amada la noche anterior. —Mi genética es muy diferente de la suya—, replicó él. —Él proporcionó una base para la creación de las siguientes Castas, por decirlo así. Después, los científicos agregaron lo que pensaban que debían incluir para crear al animal feroz que querían. Leo no es primitivo, pero debe haber sido creado como uno. Ella casi se rió. Lamentablemente, tuvo la sensación de que la risa no encajaría muy bien en este momento. —Odio tener que decirte esto, Jonas, pero tú no estás tan lejos de tu padre en lo que a genética se refiere—, ella le informó. —Vosotros dos os parecéis más que él y Callan. Tú incluso tienes varios rasgos físicos de tu madre, como la forma de tus ojos. Su expresión se ensombreció. —Elizabeth no es mi madre. Mi madre fue la científica LaRue, quien dirigió los laboratorios franceses donde fui creado. Yo no comparto genética con Elizabeth Vanderale. Estaba acostado con ella. Rachel se sentó, se volvió y bajó su mirada hacia él. No cabía duda del hecho que Elizabeth Vanderale era su madre. Muchas de las acciones de Jonas eran espejo de ella, como su costumbre de frotar su cuello cuando estaba agitado, o la forma en que entornaba los ojos. Ella había visto a la mujer mostrar esos gestos muchas veces en los últimos meses. Las mentiras y el engaño eran cosas que Rachel se negaba rotundamente a tolerar. No había forma en el infierno de que ella diera un paso atrás y permitiera a Jonas ejercitar sus rasgos menos deseables en su contra como hacía a menudo en los círculos políticos en los cuales él se movía. —Mira, yo no sé qué piensas sobre cómo va a ser este acoplamiento, Jonas Wyatt, pero no incluirá que me mientas. Y no creas que no he aprendido ya exactamente cómo saber cuando estás mintiendo. Déjame adivinar: Se supone que Elizabeth Vanderale no es tu madre, así que simplemente ¿nunca la has informado que lo es? Él apretó la mandíbula. Cualquiera que fuera la emoción que estaba tratando de esconder de ella, cualquiera que fuese el conocimiento que quería mantener oculto, era obviamente algo que él había luchado para guardarse a sí mismo. —¿Cómo sabes que estoy mintiendo?—Miró hacia ella con un encanto casi inocente. Era tan obviamente fingido que ella estuvo a punto de reír. Rachel puso los ojos en blanco. —Por alguna razón mi intuición femenina entró en acción. Cuando mientes, simplemente noto que es una mentira lo que sale de tus labios. Si había una persona que pudiera comprenderlo, sabía que sería Jonas. TRADUCIDO por GRUPO MR

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Él suspiró mientras miraba hacia el techo, como si ese conocimiento lo irritara. —Justo lo que necesito, una compañera que sabe escuchar a sus instintos. Rachel lanzó una risa ligera antes de levantarse de la cama, mientras se cubría con la sábana envolviéndola alrededor de ella. —El sol está saliendo. Comenzará a hacer frío pronto, —le dijo mientras miraba a la ventana, por donde el alba estaba rompiendo en el horizonte. —Y Amber se levantará en cualquier momento. ¿Estarías pendiente de ella mientras me baño?

Jonas observó cómo se movía desde el dormitorio al cuarto de baño, un ceño fruncía su frente cuando finalmente entendió que era lo que le preocupaba a su subconsciente. Rachel llevaba su aroma. Podía detectar la fusión de la hormona en su sistema a partir de la mordedura que le había dado la noche anterior. Podía discernir una atracción natural y sutil en ella. Pero ella no se quemaba por el sexo como otros compañeros lo hacían. No le estaba suplicando por más, y habían pasado seis horas como mínimo desde que él la había tomado. Ella se quemaba por dentro. Su lujuria estaba despertando. Podía oler el hambre que se cocía a fuego lento en el interior de su dulce de coño. Pero Rachel lo mantenía bajo control, mientras que él ardía totalmente fuera de control. Tumbado allí, él trató de sentir en ella las llamas agonizantes de excitación que sabía que afectaban a los compañeros durante los meses de apareamiento, al menos hasta que ocurría la concepción. O como mucho, hasta que Ely era capaz de encontrar la dosis hormonal necesaria para ayudar a las hembras a aliviar los síntomas. De todas formas, no desaparecía completamente el malestar con los suplementos hormonales, pensó mientras se levantaba de la cama y se vestía con rapidez. Su polla estaba dura esta mañana como lo había estado la noche anterior. La necesidad de tomarla, de derramarse dentro de ella, todavía estaba allí. Pero ya no era una agonía. Ya no era tan dolorosa ni sentía como si estuviera perdiendo la razón. Al frotar la parte inferior de la lengua contra sus dientes, sintió la pequeña hinchazón en las glándulas. La hormona estaba allí, lista para ser lanzada en su sistema, una vez más. Las glándulas no se inflamaron, y ya no sentía las llamas quemándolo como si estuviera febril. Pasando a la sala de estar, cogió el biberón, luego se trasladó a la cuna de Amber para cambiarle el pañal y prepararla para su desayuno. Una pequeña sonrisa tiró de sus labios mientras se reunía con su mirada verde y una amplia sonrisa le partió los labios. —Hola, pequeña—susurró mientras se acercaba más y comenzaba el proceso de cambiarle los pañales. —Esperando por mí, ¿verdad? Se había convertido en su costumbre levantarse antes que Rachel. Él utilizaba a menudo los momentos libres para jugar con el bebé, en los que nadie le podía ver y así podía desarrollar el vínculo que sabía iba a permanecer con ellos durante toda la vida.

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Ella gorjeó hacia él, y al instante derritió su corazón a pesar de que trató de endurecerlo contra ella. Esta pequeña niña, tan vulnerable, tenía la habilidad de hacerle preguntarse cómo vería ella sus acciones cuando se hiciera mayor. Su madre sabía lo que hacía, tal vez más incluso de lo que él pensaba que conocía, pensó. Rachel era definitivamente más fuerte de lo que había imaginado. Había esperado que ella se hubiera sorprendido, horrorizada, al saber del niño que podría concebir. En cambio, ella con calma discrepó con sus conocimientos de lo que su futuro podría tener, y calmó sus temores también. ¿Podría ser tan simple?, se preguntó. ¿Que un niño suyo pudiera ser más que un asesino? ¿Qué existía la posibilidad de que pudiera enseñarlo a valorar la vida como Jonas intentaba? Colocando la ropa de Amber, tuvo que sonreír abiertamente otra vez cuando su pequeño pie dio patadas contra su mano, agitando sus bracitos con emoción. Sabía que era hora de cogerla, abrazarla contra él, y ella estaba exigiendo que se apresurase. —Patearás culos—le dijo cuando él la levantó unos momentos después de su cuna y le dio el biberón. —Puedo verlo ahora. Con una tía como Diana, con todo ese pelo rojo como tu madre, y conmigo como padre, no tendrás otra opción. Tendría que enseñarle a protegerse. El mundo de las Castas no era para nada seguro. El peligro era la norma, y todos sus hijos tendrían que estar preparados para ello, incluso los que no habían nacido con el ADN de la Casta. Sentado en una silla cercana, apoyó a la niña contra su pecho y colocó el biberón con comodidad en los preparados labios mientras la miraba. Ella se parecía a su madre. No había nada de su padre en ella. Ni en su belleza, ni en su olor. Comprobó su olor, y encontró que la genética de Rachel había dominado los genes del Marshal. Luego frunció el ceño y analizó el aire de nuevo. Había algo nuevo allí, algo que no había detectado antes. Pero era todavía tan ligero que no podía determinar con exactitud su fuente. Por supuesto, el olor de un bebé cambiaba en el transcurso de la madurez, él lo sabía. Su olor como un niño era muy diferente de su olor como un adulto, a pesar de poseer ese olor infantil como un sutil trasfondo. Pero aún así, el de Amber no debería cambiar tan pronto. Quedaban varios meses más antes de que el cambio se iniciara, y un poco más antes de que debieran poder ser detectados. Cuando terminó su biberón, sus ojos se cerraron, y el sueño se iba apoderando de ella otra vez cuando Jonas la meció suavemente. En unos momentos, Amber se retorcía y daba pequeños gruñidos y… ¡maldita sea!, él no tuvo otra opción que sonreír de nuevo. Aliviando su restricción, él permitió que el satisfecho ronroneo de una Casta apareada retumbara en su pecho. Había estado ronroneando desde la noche que había traído a Rachel a su casa. Otra anomalía, pensó. La mayoría de Las Castas no ronroneaban hasta después que la lengüeta había surgido durante la relación sexual plena. De todas formas, Jonas, había sido muy cuidadoso de no permitir que Rachel lo escuchara. Quería que ella se sintiera cómoda con el apareamiento antes de que él le permitiera ver exactamente cuanta parte de animal él tenía.

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Con Amber, había relajado su guardia sin embargo, aquella primera noche cuando Rachel dormía, exhausta, Amber había estado inquieta por su madre. Él había permitido escapar el ronroneo, simplemente porque no tenía idea de cómo tararear como había oído hacer a Rachel cuando intentaba calmar a su hija. Amber fue inmediatamente cautivada por ese ronroneo, hasta tal punto que ahora se negaba a dormir para Jonas a no ser que él utilizará el sonido único cuando la mecía. Su manita estaba envuelta alrededor de su dedo meñique, lentamente quedándose dormida en los brazos de Jonas, mientras éste ronroneaba. Cuando él ya no pudo sentir el estado de vigilia en la niña, la colocó de espaldas en su cuna, antes de recoger el enlace de comunicación que mantenía cerca. —Comando, necesito una línea de seguridad en el laboratorio de nivel dos, —ordenó al centro de mando de seguridad. —Quiero que el canal bloqueado y cifrado. —Sí, señor Wyatt, —el ejecutor que se encargaba de controlar ese campo contestó. Una serie de pitidos y sonidos cortos y metálicos constantes indicó que la línea era segura, y segundos después del primer timbre resonó a través de la línea. —He estado tratando de localizarte, —Amburg contestó rápidamente, su tono distraído. —Deberías responder a tu teléfono satélite o al enlace de comunicación más a menudo, ¿sabes? —¿En serio? —Jonas fingió desinterés. —¿Qué necesitas? —Os necesito a ti y tu compañera juntos de vuelta en los laboratorios tan pronto como sea posible. Me gustaría obtener muestras de los dos mientras están en la presencia del otro y contrastarlas con las muestras anteriores, —informó a Jonas. —Ely examinó vuestras pruebas la pasada noche y observó varias anomalías sorprendentes. Tengo que estudiar estas anomalías y quería ver cómo el estímulo añadido afectaría las pruebas. —Aha—Jonas murmuró mientras sentía su lado más calculador alcanzar la languidez saciada que había sentido momentos antes. —¿Tiene algo que ver con esto el cambio en el olor de Amber también? El silencio llenó la línea por un buen rato. Jonas sintió una tensión que no había estado allí antes y sabía que la cara del buen doctor se estaría arrugando en un ceño pensativo. Lo cual no auguraba nada bueno para las respuestas que Jonas necesitaba. —Trae a la niña también. —Había una nota de preocupación en la voz del científico. —No sé lo que significa el cambio en su aroma particular, pero si ha cambiado, Ely, Elizabeth y yo necesitamos averiguar la razón. Las cejas de Jonas se arquearon. ¿Cuándo Amburg, Ely y Elizabeth Vanderale habían empezado a trabajar tan bien juntos que Amburg se sentía lo suficientemente cómodo llamando por su nombre a Elizabeth, en vez de Dra. Vanderale? —Entonces nos veremos pronto en los laboratorios, —Jonas le informó antes de bajar la voz. —Ten cuidado, Amburg. Si averiguo que interfieres con las pruebas, te prometo que te arrepentirás. —Pareces olvidarte, Wyatt, que soy un científico, —señaló Amburg, en tono regio ahora. —Puedo tenerte aversión hasta que el infierno se congele, pero la genética y la evolución de

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las Castas ha sido mi vida. Interferir con estas pruebas nunca ha cruzado por mi mente, simplemente porque interferiría con los resultados. ¿Puedes decir tú lo mismo? Los labios de Jonas se arquearon. Por supuesto que no podía. Él interfería con ciertas pruebas suyas cada vez que se llevaban a cabo. Cualquier prueba que sirviera para arrojar luz a quién era su madre natural, él la jodió completamente, sin embargo, del por qué esto le molestaba ahora, no estaba completamente seguro. ¿Sería por que Leo, Dane y Callan se horrorizarían al enterarse de que el coco de las Castas era su hermano e hijo carnal en vez de un golpe de mala suerte de la genética, como a Leo le gustaba llamarlo? Demonios, él no lo reveló por el simple hecho de que no quería ver el llanto de Elizabeth Vanderale, pensando que era su hijo. Hijo de puta, él la vio llorar por Callan cuando fue herido el año anterior, esa experiencia casi la mata. Había sollozado en los brazos de Leo, su voz rota, la agonía saliendo a raudales de su cuerpo, porque como ella decía, no había tenido tiempo suficiente para amar a su hijo, ya que habían sido forzados a separarse durante la mayor parte de su vida. Que ella merecía más tiempo para pasar a su lado, que él se merecía vivir. ¿Qué haría si ella se enteraba de que sus óvulos, congelados por el Consejo en el momento que había formado parte de él, y el semen de Leo, lo habían creado? Fue sólo después de su creación que su genética había sido manipulada. Manipulada de tantas formas distintas que el olor paternal había sido borrado. Sólo la base de la esencia de Leo se había mantenido. —He terminado. —Rachel salió de la habitación, su largo cabello húmedo se extendía sobre sus hombros, sus ojos verdes un poco más oscuros, su excitación ligeramente más caliente. Y sin embargo, él no podía oler ninguna angustia. Jonas quiso pedirle que volvieran a la habitación primero. Quería aliviar el dolor que apretaba sus pelotas, pero ella olía tan fresca y suave y parecía tan ansiosa de ver a su hija… Atravesó rápidamente la sala, le sonrió al angelito, luego la levantó con suavidad y abrazó mientras comenzaba a tararear. Jonas frotó la parte posterior de su cuello, sentía un dolor que lo irritaba. La tensión aumentaba en él, lo cual le produjo un terrible dolor de cabeza. Tal y como le había sucedido alguna vez en los laboratorios, cuando el dolor había sido insoportable. —Me voy a la ducha, —la dijo, defendiéndose contra la lujuria. Esperaría por ella todo lo que pudiera. —Tenemos que volver a los laboratorios tan pronto como nos sea posible. Antes de desayunar, nos iremos en cuanto estemos listo. Ella se volvió hacia él frunciendo el ceño. —Estuvimos allí anoche, Jonas. ¿Por qué tenemos que volver? —Nuestro calor de apareamiento es bastante diferente del de los otros, así que Ely necesita más muestras ahora que hemos completado el apareamiento, —la informó. Miró hacia Amber, preguntándose cuanto contarle a Rachel, por temor a perturbarla. Demonios, lo que había pasado era suficiente, el no quiso verla preocuparse más. —Y me gustaría que Amber fuera chequeada una vez más también. Ella calló. Podía oler el borde de miedo ahora. —¿Por qué, Jonas? Y no te molestes en mentirme. TRADUCIDO por GRUPO MR

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Él hizo una mueca. Sí, era sólo su suerte que tuviera una compañera con un sentido excesivamente desarrollado de la intuición femenina. Suspirando, explicó el olor, y la línea de tiempo para los cambios en los niños. Ella hizo pocas preguntas, sólo lo miraba, los ojos verdes grandes en su rostro repentinamente pálido cuando abrazó tensa a su hija. —No es nada peligroso, —aseguró él. —Si lo fuera, Rachel, yo lo sabría. —Rezó porque fuera así. Como casta primaria, su sentido del olfato era fenomenal en comparación con otras castas. Sin embargo, eso no lo hacía infalible y él lo sabía. Rachel se lamió los labios nerviosamente. —¿Y van a ser capaces de averiguar qué está causando el cambio? —le preguntó. —Esa es la idea. —Él asintió con la cabeza. —Si no hay nada más, se puede descartar cualquier problema. —Si estuviese enferma, tu lo sabrías, ¿no es así, Jonas?—ella preguntó de repente con temor. —Si ella estuviera realmente enferma. Él se movió a su lado entonces. No podía soportar ver el miedo en sus ojos. Alcanzándola, le tocó la mejilla con los dedos antes de bajar la cabeza para besarla suavemente. —Lo sabría, —prometió, moviendo los labios contra los suyos. —Cualquier enfermedad humana o de una casta, tanto Ely como yo la podemos detectar, cariño, te lo prometo. Y no huelo ningún malestar, ninguna enfermedad, simplemente un cambio que quiero verificar. No había nada más que pudiera decirla, pero por primera vez en su vida quería ser capaz de tener las respuestas para aliviar el temor que sentía a través de ella. En su lugar, se volvió y se dirigió a la ducha. No había nada que pudiera hacer, pero podía llevarla a los que podían encontrar las respuestas. Y rezó para que tuviera razón.

Rachel le observó cuando salió de la habitación, meciendo lentamente a Amber y tratando aún con el pánico que la amenazaba. Era una cobarde, pensó, al igual que Diana siempre la había acusado de ser. No era una adicta a la adrenalina, ni era para nada inquieta. Rachel era la tranquila, Diana era la temeraria. Pero la idea de que algo pudiera estar mal con Amber, que Phillip Brandenmore hubiese hecho daño a su hija, era suficiente para que su estómago se agitara con miedo y rabia. Depositando un beso en la frente de Amber, Rachel la puso de nuevo en su cuna antes de atizar el fuego en la chimenea y bajó la mirada, consolándose en el calor del fuego. Ella vivía para el día en que Jonas lograra atrapar a aquel bastardo en Oriente Medio y ponerlo bajo la custodia de las Castas. Ella quería estar allí. Quería asegurarse de que sentía el mismo miedo, la misma falta de seguridad y el terror que su hija había sentido. Quería su sangre, extraída lentamente. Quería oírlo gritar de dolor, verlo rogar, de la misma forma en que ella había rogado, mientras que Amber lloraba y lloraba por ella.

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Todavía podía oír los gritos de Amber cuando la bebé escuchó la voz de su madre, sabiendo que su mamá estaba cerca, sin embargo, un desconocido la sostenía sin ternura, sin cuidado alguno. Rachel todavía podía recordar la forma en que la sostuvo. Su mano estaba en la parte posterior de su cuello apretada contra su pecho. Él había lastimado a su bebé. Él las había aterrorizado a las dos, y Rachel lo quería muerto. Pero tenía el mal presentimiento de que una vez que de verdad tuviera la oportunidad de hacerlo, no podría apretar el gatillo para quitarle la vida. Su intuición femenina la hacía sentirse mal ahora. Había sido después de que Jonas hubiera mencionado el cambio en el olor de Amber. Como si la sola idea de una enfermedad desconocida hubiese provocado un conocimiento dentro de ella que no podía descifrar completamente. Volviendo a la cuna, rápidamente desvistió a su bebé, girándola, comprobando si tenía algunos signos externos de alguna enfermedad. Ella sabía que Brandenmore había inyectado a Amber con algo. Elizabeth Vanderale y Amburg Jeffrey habían determinado que sólo había sido un sedante. Eso tenía sentido. Amber había estado chillando, el sonido de ella rastrillando en todos sus nervios a causa del temor en la voz de su hija. Esto habría irritado a Brandenmore. Él habría querido tenerla calmada. ¿Por qué no la había matado? Rachel presionó su mano contra su estómago sólo de pensarlo. Brandenmore no se preocupaba por un niño pequeño, y tenía intención de matar a Rachel cuando ella regresase con los documentos de todos modos. Si no tenía planes para Amber, ¿por qué dejarla viva? Y si tenía planes para ella, entonces sería algún asunto que una madre ni siquiera podría imaginar que otros hagan con su hija, a menos que fuese en pesadillas. Brandenmore era un científico. Él habría podido crear algo escondido dentro del sedante. Algo que hubiera empezado a trabajar mucho después de las pruebas iniciales que se le realizaron. Así era como él trabajaba, según el expediente que había leído sobre él. Era sutil, vicioso. Completa y totalmente engañoso. Ella estaba temblando. Casi podía sentir el mundo derrumbándose a su alrededor mientras contemplaba a su hija todavía dormida. ¿Podría sobrevivir si algo le sucedía a su bebé? No podría. Amber la había hecho madurar. Su hija le había dado una razón para vivir que no había existido antes de su nacimiento. Mordiendo su labio, luchó para detener el miedo, las lágrimas. Jonas podía olerlo. Él podría estar en la ducha, pero ¿quién iba a decir que su sentido del olfato no era lo suficientemente fuerte como para sentir el pánico que amenazaba con desgarrarla? Amber había conocido el miedo demasiado pronto. Había conocido el dolor antes de tiempo. Seguro que no podía ser buen augurio para los valores que quería enseñar a su hija: la aceptación, la compasión, una pequeña medida de confianza en que el mundo podría ser bueno, al menos algunas veces. Tal vez el mundo estaba tratando de mostrar lo contrario a Rachel. —Va a estar bien, Rachel. La voz suave de Jonas la hizo girarse a su alrededor para encontrarse con la tela de la camisa oscura que se extendía sobre su pecho. Alzó la cabeza y le miró a los ojos mientras la TRADUCIDO por GRUPO MR

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limpiaba una lágrima de su mejilla, una lágrima que ella ni siquiera había sido consciente de que había derramado. —¿Cómo puedes estar seguro? —ella susurró mientras sus brazos la envolvían. —¿Cómo puedo protegerla a partir de ahora, Jonas, cuando se bien que ya le han hecho daño, aun siendo tan pequeña? Sus dedos se apretaron en el tejido de su camisa, mientras luchaba para controlar los latidos de su corazón, los estremecimientos que comenzaban a sacudir su cuerpo. Éste era su bebé. Su hija. Tan inocente, tan dependiente de su madre para que ella no fuera dañada. Ella ya le había fallado. —Porque yo voy a asegurarlo. —Su tono era tan seguro, tan confiado. —Tenemos las mejores mentes trabajando en la investigación de las Castas. Los científicos más excepcionalmente inteligentes, Rachel, que descubrirán lo que, en todo caso, Brandenmore ha hecho. Y si no lo hacen —él la agarró por los brazos, sosteniendo su espalda mientras miraba hacia ella, la arrogancia y pura determinación en su expresión iluminando los ojos de un plata neón —si no, voy a traer aquí a Brandenmore, y confía en mí, una vez que lo tenga aquí en mi territorio, él hablará. Creyó completamente lo que dijo. Ella nunca había visto a Jonas romper una promesa. Aún cuando Rachel había estado segura de que no había manera de que pudiera hacer algo que había prometido que el Gabinete de las Castas haría, él conseguía realizarlo. Manipulaba, conspiraba, amenazaba, no era muy bueno en halagar, pero sabía aterrorizar a una persona. Y siempre, siempre había hecho lo que le dijo que haría. —Ella es sólo un bebé, —susurró, tratando de explicar su temor. —Shhh—. Él puso su dedo sobre sus labios. —Ella es nuestra hija. Puede no compartir mi sangre, Rachel, pero ha capturado mi corazón, como tú has capturado mi alma. Que no te quepa duda, no importa el costo, voy a proteger a nuestra niña. No la hija de ella. No la hija de él. La hija de ellos. Por primera vez en la vida de Rachel, de pie en sus brazos, sintió que el temor a la soledad que por largo tiempo había enterrado, lentamente se disolvía en la distancia. Nunca sería fácil vivir con Jonas. Nunca sería tranquilo. Pero mientras estuviera allí, con los brazos alrededor de ella, calentándola, protegiéndola, ella sabía que siempre estaría exactamente donde quería estar. Y era algo que nada, ni nadie podría robarle nunca.

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CAPÍTULO 18 El primer Leo estaba esperándolos en el laboratorio, junto con Elizabeth Vanderale, el hijo de ambos, Dane, la Dra. Ely Morrey y el Dr. Jeffrey Amburg. Rachel nunca había prestado demasiada atención a los laboratorios en sus visitas previas, su atención siempre estaba concentrada en Jonas de manera que no había tenido tiempo de considerar las muchas facetas del peligro al que se enfrentaban. Aquella primera noche, el infrecuente mal sueño de Amber había acaparado su atención exclusivamente. La segunda vez que había estado allí, la incomodidad que había sentido durante el examen que Ely le había realizado y el volátil estado de ánimo de Jonas, nada habitual en él, la habían distraído. Ahora ella se agarraba a Amber mientras Jonas, Leo y Dane parecían enfrentarse entre sí. Observó que el laboratorio había sido pintado en verdes apagados, bronces y cascadas de rojos, en lugar del blanco puro que lucía antes de que los Castas tomaran el control. Las sábanas de la camilla eran de colores brillantes, con autenticas almohadas en un extremo. Había sillas de aspecto cómodo, cortinas que caían del techo al suelo en el rincón donde se veía un sillón de lectura, y pesadas pantallas de brillantes colores que ocultaban el equipo necesario para asistir a los científicos. —Ustedes dos podrían dejar de ponerme de los nervios. —suspiró finalmente Dane mientras miraba a Leo y a Jonas, el ceño fruncido en pesados pliegues haciendo que sus cejas blancas bajaran hacia unos brillantes ojos verde esmeralda. El Leo frunció los labios con irritación —Leo, no tengo tiempo para esto, —añadía Elizabeth reforzando la enojada declaración de su hijo. —Estas aquí para ayudar, no para agitar a todos más de lo que ya están. Leo gruñó, su dorada mirada se deslizo hacia la niña que Rachel llevaba en brazos. Su expresión se relajó y sus labios parecían querer formar una sonrisa. —Es una niña adorable, —se acercó a Rachel mirando a Jonas, Rachel se estaba poniendo enferma de los nervios. —Cálmese, Sra. Broen. —el Leo sonrió. La caprichosa singularidad de sus labios, dio validez a la promesa de que nada malo iba a ocurrir hecha por Jonas. —¿Puedo coger en brazos a su precioso ángel? Rachel se lamió los labios antes de entregar a Amber al alto y tosco patriarca. Amber gimió durante algunos segundos después de que se la entregara, sus ojos fijos en el hombre desconocido, mientras el Leo hizo un sonido bajo, apenas un ronroneo cuando la tomó en brazos. El mismo sonido que emitía Jonas por la noche, mientras ella fingía dormir, cuando él acostaba a Amber en su cuna tras darle el biberón y cambiarla. —El ronroneo es distintivo, —dijo el Leo, mirándola. —Un Casta emparejado tiene muchos y diferentes sonidos que no tenía antes del emparejamiento. El ronroneo que tienen para sus compañeras. El que tienen para sus hijos. —Deslizó sus dedos por la mejilla de Amber y mirando a Jonas. —Creo que ella es una adición perfecta al Santuario. Jonas se encogió de hombros cruzando los brazos sobre su pecho y mientras esperaba.

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—Tengo cerca de ciento treinta años, Sra. Broen. —Su sonrisa fue rápida, divertida, cuando él la miró. —¿Puede creerlo? —Pienso que su arrogancia difícilmente podría estar limitada sólo por un simple siglo. — bromeó, intentando no poner los ojos en blanco. El Leo se rió entre dientes, obviamente sin ofenderse. —Eso viene dado por ser el líder de una manada de cabezas duras, brutos mordedores y menos agradables Castas en la salvaje África. —Le aseguró. —O evolucionas mejor que ellos, o sufres. —También se aprende el fino arte de la fanfarronería. —bufó Elizabeth, pero lo hizo con una mirada de puro amor a su compañero. —Vamos a ello Leo. Estoy segura que a Rachel le gustaría poder salir de aquí hoy sabiendo algo de lo que pasa. —El Leo tiene una manía endemoniada de perder el tiempo, —le informó Dane. —Cuida tu lengua, Dane. —Jonas frunció el ceño, juntando las cejas en una oscura amenaza. Dane levantó las cejas con sorpresa, sin embargo luciendo comprensión en los verdes ojos. —Por supuesto, hermano. Perdóname. Un Casta disculpándose, que interesante. Pero el pequeño intercambio la ayudo a relajar un poco los nervios. —Ven aquí, pequeña, —canturreó Leo, aumentando el suave ronroneo que surgía de su pecho mientras se dirigía hacia la mecedora junto a la camilla. —Deja que el Leo sienta tu aroma. Aunque mis propios ángeles van a protestar un poco cuando Papá llegue con el aroma de otro bebé. Son un poco posesivas, ya te imaginas. Continuó hablándola mientras la mecía, bajando la cabeza, ensanchando las fosas nasales, aspirando su aroma. Rachel se frotaba los brazos cuando sintió a Jonas moviéndose detrás de ella. Le puso las manos sobre los hombros, sintió su fuerza y calor detrás de ella, dándole valor. El Leo frunció el ceño y luego lo despejó. Sonrió un poco, arrancando una carcajada a Amber y volvió a fruncir el ceño mientras el Dr. Amburg observaba la escena con curiosidad. Elizabeth se puso tras su compañero poniendo las manos sobre sus hombros y miraba como Amber cogía los largos mechones de pelo que caían sobre los hombros del Leo. Grueso, una rica mezcla de negro, rojizos y dorados. —El aroma de su madre es fuerte, —murmuro el Leo a Elizabeth. —Ya veo—concordó Elizabeth en voz baja. —Se parece mucho a su madre. Será una réplica suya cuando crezca. —Llegará el día que los desconocidos crean que vosotras sois hermanas antes que madre e hija. —Riéndose entre dientes Leo miró a Rachel. Rachel no podía hablar. Ella sabía que lo que estaba pasando. El Leo estaba utilizando todos sus sentidos para captar el aroma de cualquier cosa que estuviese cambiando a su hija. —Dane, ¿puedes venir aquí? —el Leo se levantó de la silla cuando Dane llegó junto a él. —Tómala un momento.

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Dane aceptó el ligero peso y Rachel sintió como el nudo de pánico se formaba de nuevo en el estomago. Dane habló dulcemente y suavemente al bebé. Obviamente tenía experiencia con niños. En pocos minutos, tenía a Amber arrullando, los ojos brillantes, sus labios distendidos en una amplia sonrisa. Su hija, a pesar de su corta edad, estaba feliz de la atención que le prestaban los hombres. —No puedo soportar esto, - musito Rachel cuando sintió la cabeza de Jonas junto a la suya. —Tranquila, mi amor, —susurró él, besando su oreja como si no hubiera otras cinco personas mirándolos, sus expresiones mostraron una momentánea sorpresa para después retornar su atención a Amber. —Hay leves cambios físicos, —comentó Elizabeth, mirando a Rachel., le preguntó — ¿puedo quitarle la ropa? Rachel asintió con una sacudida. El examen aumentó sus nervios. Si no hubiera sido por la presencia de Jonas, Rachel no sabía si hubiera sobrevivido a la terrible experiencia. Parecía que pasó una eternidad hasta que tumbaron a Amber en la camilla cubriéndola con una suave manta de tonos rojizos. Ely y Amburg se acercaron, mientras Elizabeth cogía varios tubos para muestras de sangre, tomando algunos frotis de la boca de Amber y luego, sorprendentemente, debajo sus brazos, detrás de las rodillas y en la nuca. —El sudor se concentra bajo los brazos, detrás de las rodillas y alrededor del cuello de un bebé, —le explico Elizabeth, mientras guardaba las muestras en contenedores estériles. — Podemos usar su pañal para tomar muestras de orina. Es de la mayor importancia en estos momentos. Necesitamos la mayor cantidad de muestras posibles para saber si hay cambios en ella. —Definitivamente no hay ninguna enfermedad o dolencia. —decía el Leo mientras miraba a Rachel. —Estoy de acuerdo con Jonas en que su aroma ha cambiado. Yo estaba aquí la noche que la trajiste y comprobé su aroma. Es diferente, y no es un cambio natural. Dane permaneció en silencio mientras los demás lo observaban. —Dane, —Leo frunció el entrecejo. –Tú eres mejor que yo con los bebes. ¿Qué sientes? Dane sacudió la cabeza —Lo que tú has notado, Padre. Estoy muy interesado en ver los resultados de las muestras que están tomando los médicos. —El aroma de Jonas es muy fuerte, —Ely los miró, acariciando la cabeza de Amber mientras esta intentaba cogerle los dedos. —¿La tomas muy a menudo? —preguntó a Jonas. —A menudo. —Tras de sí, pudo sentir el ligero asentimiento de Jonas. —¿Pueden los cambios ser marcadores de algún tipo? - Elizabeth se giró hacia su esposo e hijo. —De algún tipo. —Asintió Dane con expresión demasiado fría, demasiado contenido para el hombre que Rachel siempre veía.

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—¿Estáis preparados vosotros dos?—Elizabeth se volvió hacia ellos con una reconfortante sonrisa en su rostro. —Los resultados tardarán un poco en llegar, y necesitamos muestras vuestras también. Rachel se dirigió hacia la camilla donde Amber se reía con Dane otra vez. —Físicamente está bien, Sra. Broen, —le aseguró. —Se lo prometo, si sigue con esta salud le provocará algunas canas a pesar que usted sólo tenga un par de años más en el momento en el que ella alcance la madurez. Tenía que creer en sus garantías, no tenía otra opción. Había llegado a conocer a Leo y Dane durante los meses que había trabajado para la Oficina. Había pasado un tiempo en el Santuario y los había tratado a menudo. Eran tan brutalmente honestos como podía serlo Jonas. Eran malditamente manipuladores, parecía que este era un rasgo tanto familiar como de Casta. Pero no le mentirían con respecto a esto. Además, su estomago, finalmente, se había tranquilizado, dándole la seguridad que no tenía que buscar ninguna mentira allí. —Elizabeth, por favor, toma bastantes muestras a la Sra. Broen y a Jonas para permitirnos realizar todas las pruebas que discutimos ayer, —pidió Amburg. —¿Qué pruebas?- Rachel rápidamente se volvió hacia él. Amburg sonrió fríamente. No era un hombre cálido. —Simplemente un grupo de pruebas médicas, Sra. Broen. Al contrario de los Castas, no tengo el sentido del olfato y me gustaría tener mis propias conclusiones antes de empezar a buscar otras respuestas. Estaba mintiendo. Rachel miró a Jonas para ver como este entrecerraba los ojos mirando fijamente al médico. Jonas sabía que estaba mintiendo. Se volvió hacia ella y en su mirada no había preocupación o intranquilidad. Los médicos siempre eran evasivos, se dijo, pero ella no podía convencerse de que todo iba bien. Sabía que tenía que ir bien. Cualquier otra cosa era inaceptable. Les realizaron las pruebas a ella y a Jonas rápidamente y sin problemas. A las pocas horas estaban de regreso en el apartamento. Tratando de alejar el malestar que aún sentía en la piel a consecuencia del tacto de Ely y Elizabeth cuando la examinaron. Amber estaba acostada en su cuna, descansando cómodamente en la habitación junto a la oficina de Rachel. Su niñera, Erin, sentada en una silla junto a la cuna leyendo un libro del montón que había llevado a la habitación. Los Castas eran grandes lectores. Incluso Jonas tenía cientos de libros amontonados en los estantes de todo el apartamento. El Santuario alardeaba de tener una muy abastecida biblioteca, aparte de la extensa colección en Buffalo Gap. En la tranquilidad de su oficina, Rachel intentó ignorar el calor doloroso que continuamente sentía en el centro de su sexo. Se estaba excitando tanto que llegaba a ser doloroso. Y la parte más extraña era la necesidad de saborear los besos de Jonas. Se le llenaba la boca de agua solo de pensarlo. Se debatía entre cruzar la habitación y preocuparse por Amber, e ir a la oficina de Jonas, separarlo del ordenador y obligarlo a follarla.

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Cerró los ojos al pararse junto a su escritorio. Quería montarlo. Quería subirse a horcajadas encima de su duro y musculoso cuerpo y trabajar su dura polla dentro de ella. No. Primero quería montar sus labios, su boca. Tragó con fuerza. Primero un beso. En primer lugar quería un beso. La lengua de Jonas hundiéndose en su boca, entregándole el sabor que ella necesitaba tan desesperadamente. Luego quería el resto de él. Todo. Amber parecía estar bien. Sólo era su aroma, y Jonas, Leo y Dane estaban de acuerdo en que el cambio era tan ligero que podría deberse a los cambios de su cuerpo al crecer. Podría ser un efecto del aroma de Jonas, el hecho de que el ahora fuera el compañero de su madre. Había una amplia variedad de razones. No tenía porque preocuparse justo ahora. Y aunque no podía sacarlo totalmente de su mente, su cuerpo le estaba forzando a centrarse en Jonas. Su cuerpo reclamaba a su compañero ya. Demandaba su beso, su tacto. Su posesión. El calor del apareamiento había tardado en arrancar. Se había sentido acosada por todas partes. Temor y preocupación por su hija, emociones por Jonas que no estaba segura de cómo manejar, y enfrentarse a un futuro en el que no había una paz y una seguridad reales. Al menos no en las próximas décadas. Estaba tratando de decidir si el hecho que ella estuviera allí en esas futuras décadas estaba bien o mal. Según había podido entender, el retraso del envejecimiento era de un año por década. En cien años sólo habría envejecido diez. A causa del calor del emparejamiento. A causa de la necesidad amplificada de su cuerpo, como garras clavándose en su vientre y llenando su clítoris, su coño, con un hambre furiosa que no podía negar. Que la impulsaba a alimentar esa hambre. Deslizó la mano por su estomago, sintiendo su flexible vientre, apretándolo. No era únicamente la necesidad de sexo. Era la necesidad de una intimidad completa. La necesidad era abrumadora, salvaje. Tan primitiva como las garras que se habían retraído de la punta de los dedos. —Rachel. Abrió los ojos para verlo de pie en el umbral de su oficina. La respiración de Rachel aumentaba. No podía esconder su deseo por él. Su sexo inundado por sus jugos, el recuerdo del placer que él le podía proporcionar corriendo por todo su sistema. No se sentía ella misma. Sentía los impulsos, que siempre había mantenido cuidadosamente restringidos, tratando de liberarse. Rachel siempre había sido feliz siendo la pacificadora, sentándose y manteniéndose segura mientras se preocupaba innecesariamente por su salvaje hermana. Cuando había sentido la necesidad de aventuras, siempre, las había reprimido rápidamente. Diana era suficientemente salvaje por las dos, era suficientemente inteligente, suficientemente segura para sobrevivir a esas aventuras. Mirando como Jonas se movía lentamente cruzando la habitación recordó nuevamente el animal que era. Tan poderoso. En ocasiones parecía invencible.

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Sus ojos entrecerrados, turbulento mercurio líquido en la oscuridad de los rasgos de su rostro. La mirada hambrienta y llena de emociones. Emociones que ella aún no había aprendido a descifrar, pero sentía que cada vez estaba más cerca de las respuestas. —Únicamente tenías que venir a mí, —gruñó cuando llegó hasta ella, cogiéndole la mano y llevándola a la entrada de la casa principal. Deteniéndose, se giró. —Erin, Rachel y yo no estaremos disponibles durante un rato, —gritó hacia la niñera. —Bien, Sr. Wyatt, —Gritó Erin, nada en su voz indicaba que supiera lo que pasaba, pero Rachel estaba segura de que no era así. Cuando él se volvió fue para llevarla desde el ala de oficinas a la residencia a través de la cocina y el salón hacia el dormitorio. Ella lo siguió. Lo seguía con el corazón latiendo con un primario y desesperado ritmo. El hambre, contra la que siempre había luchado, creciendo en su cuerpo y su mente. No podía sacarse esa necesidad de su mente. Necesitaba a Jonas salvajemente. Necesitaba declarar que era suya. Con la puerta del dormitorio cerrada, se volvió hacia ella, las fosas nasales dilatadas al mirar hacia ella con algo parecido a la sorpresa. Tenía la intención de sorprenderlo mucho más. Subiendo las manos, la apoyó en su pecho, separando los labios y dejando salir su respiración en un fuerte aliento. —Te ves tan civilizado cuando llevas seda, - murmuró. Presionando con las manos por debajo de la chaqueta carbón, se la quito suavemente, con las pestañas bajas, oyendo el suave susurro de la tela deslizándose de sus hombros. —¿Civilizado? —Continuaba mirándola, sus fosas nasales se dilataban captando el aroma de ella. —Creo que nunca he podido relacionar esa palabra conmigo, Rachel. Ella se humedeció los labios, deslizando las manos por su pecho hasta coger los bordes de la camisa masculina. —No he dicho que seas civilizado, —exhaló, con voz ronca, hambrienta, con una necesidad que no quería contener por más tiempo. —Y en un segundo, tampoco te verás civilizado. Sonrió. Desnudo. Lo quería desnudo, lo quería duro y caliente, y tan salvaje como estaba ella.

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CAPÍTULO 19 Esta era la mujer que Jonas siempre había percibido en el interior de Rachel. La compañera que sacudiría su mundo, que uniría su corazón y su alma y lo dejaba dispuesto a rendirse a sus pies. Una vez había pensado que su compañera tendría que ser una ejecutora. Y si era humana, tal vez una mujer como la abogada Jess Warden, o una luchadora como la hermana kamikaze de Rachel. Nunca hubiera imaginado que su compañera vendría en un pequeño, muy tranquilo y fríamente eficiente paquetito. Una mujer que podía manejarlo de formas que él nunca había sido capaz de controlar con nadie. Sintió que sus dedos apretaban los bordes de su camisa, la miró a los ojos mientras arrancaba los botones de sus amarras y casi gruñó ante la furiosa excitación reflejada en los oscuros iris verdes. Ella era la dama perfecta cuando y donde quiera que tuviera que serlo. Pero ahora, ella era una mujer preparada para tomar a su compañero. Sus manos se alzaron sólo para ser empujadas a un lado. ―No me toques ―ordenó ella, mientras empujaba los bordes destrozados de la camisa de sus brazos ―. Déjame desnudarte. Maldición. No sabía si él podría hacer eso. No sabía si él podría soportar con calma, sin hacer nada y simplemente ver su mundo remodelado por las manos de esta mujer. Diablos, no, él quería participar. Pero le daría lo que pudiera. Se quedó quieto, apretando los puños mientras sus manos le recorrían el pecho desnudo, sus manos acariciaban los pezones planos, mientras esa seductora sonrisa de sirena curvaba sus labios. Un segundo después, sus uñas descendían raspando su abdomen, enviando aguijonazos de un increíble calor que tensaban sus pelotas y vibraban a través de su verga. ―Es un juego peligroso el que estás jugando ―jadeó bruscamente ―. Puede que no seas capaz de manejar lo que estás desatando, compañera. Ella lo miró por debajo de sus pestañas, mientras sus dedos soltaban su cinturón. ―Quítate los zapatos ―el tono de mando lo hizo entornar los ojos, el animal rugiendo dentro de él, exigiéndole que forzara su sumisión. No tenía intenciones de provocar su rendición. Su rendición no era lo que quería. Esta era la mujer que él quería. Él se sacó los costosos zapatos mientras la miraba, sentía sus dedos aflojando la hebilla de sus pantalones. ―Quiero tomarte ―ella se inclinó hacia adelante, su lengua lamiendo su pecho y causando que apretara los dientes ante la furiosa excitación. Entonces sintió el filo de sus dientes al lado de un pezón, hundiéndose en su cuerpo en un íntimo y punzante mordisco.

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Su cuerpo se sacudió bruscamente, el placer alborotándose a través de sus terminales nerviosas ante la sensación de sus dientes mordiéndolo, su lengua saboreándolo. Sus manos se acercaron para tocarla, para agarrar sus hombros, para arrojarla a la cama. ―¡No! ―sus manos atraparon sus muñecas. Era tan delicada. No había fuerza en su agarre, pero, en cambio, su claro propósito lo detuvo. Mirándola, tenía que obligarse a no tomarla, a no dominar la creciente sexualidad dentro de ella. ―Este es mi tiempo ―le dijo, su frente alzándose desafiante mientras él la observaba ―. ¿De verdad quieres frustrarlo? ¡Diablos no! Él bajó los brazos, viendo cómo sus pequeñas manos volvían a la hebilla de su pantalón y lentamente la soltaba. Su polla no podía volverse más dura, más gruesa. Sin embargo, juraba que cuando ella comenzó a bajar sus pantalones por encima de su cadera hizo precisamente eso. No llevaba ropa interior. Las Castas se crearon y criaron durante años sin ropa, y adaptarse a ellas no fue fácil. La ropa interior era algo de lo que preferían prescindir. Ahora, él casi deseaba haberlas usado. Su polla saltó libre, dolorosamente dura, gruesa, la cresta ancha, pesada, enrojecida y húmeda. Los pantalones de seda cayeron por sus muslos, por sus piernas, para unirse a sus pies mientras él se obligaba a permanecer quieto en su lugar. Rachel retrocedió entonces. ―He tenido la fantasía más increíble desde la primera vez que puse los ojos en ti ―susurró ella en una voz tan sensual que agitó sus sentidos como sexo puro. ―¿Y cuál sería esa fantasía?―su voz era tan áspera, tan oscura, casi una mueca de dolor. Entonces fue todo lo que pudo hacer para no agrandar sus ojos mientras sus dedos iban a los botones de su blusa. Uno por uno, lenta y fácilmente, esos botones se abrieron. Ella sacó los bordes desde la falda que traía puesta. Una falda de seda. A Jonas le gustaba la seda. Terminaba justo sobre sus rodillas, apenas cubriendo sus muslos increíbles. Él adoraba los muslos de su compañera. Se libró de la blusa con un pequeño encogimiento y tirón de sus hombros, quedando tirada en el suelo, dejándola vestida con un diminuto sostén, que apenas cubría los montículos llenos, deliciosos de sus pechos. Los pezones duros, tensos, se asomaban contra el fino encaje que los cubría, tentando sus labios, las glándulas que de inmediato se inflamaron bajo su lengua y los apetitos rugiendo a través de él. El animal gruñó, replegando sus labios, las garras pinchando las puntas de sus dedos, aunque no se retraían.

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Las manos de ella se movieron entonces, muy lentamente, a la cremallera lateral de la falda. La fricción al abrirla provocó un sonido que llenó la habitación. Un segundo después dejó caer la falda sobre sus muslos, se deslizó al suelo y le quitó el aliento. Las inocentes y blancas bragas escotadas hacían juego con el sostén. Las medias de seda terminaban en esos muslos hermosos y bien redondeados. Unas bonitas medias color crema, que casi hacían juego con las bragas y el sostén. Pero sus pequeños y delicados pies tenían puestos unos lujuriosos tacones negros. Su mano acarició su vientre liso. Tenía sólo unas pocas marcas de su embarazo, pequeñas, casi imposibles de notar. Eran esas marcas las que quería besar, acariciar con la lengua. ―No me dijiste cuál era tu fantasía ―se aclaró la garganta. Jonas se mantenía quieto, preguntándose con qué saldría ahora su pequeña y deliciosa compañera. Ella se acercó un poco más, casi tocando su pecho con sus senos, mientras sus manos acariciaban sus muslos, esas uñas diabólicas arañando su carne una vez más antes de raspar a lo largo del interior de sus muslos y enviar llamas que abrazaron sus pelotas. Sentía ahora su verga torturada, tan dura, tan desesperada por la liberación que tuvo que apretar los dientes ante la agonía. ―Estabas en la televisión ―murmuró ella ―. Tan apuesto, tan civilizado ―una única uña raspó sus apretadas pelotas, provocando que se quedara sin aliento frente al extremo placer ―. Cuando el reportero se dirigió a ti, tu lengua casi lamió tus labios con nerviosismo. Se asomó sólo un poco y te juro que casi tuve mi primer orgasmo. Sus uñas rasparon el eje de su verga. Él iba a morir de placer antes de que alguna vez tuviera la oportunidad de correrse. ―Era una adolescente ―su respiración chocaba contra su pecho ―. Y yo quise hacer algo que había oído decir entre risas a mis amigas. Quise sentarme en tu cara. Jonas hizo una mueca, un gruñido arrancó de su pecho espontáneamente. Extendió una mano, listo para levantarla y darle exactamente lo que había fantaseado. Antes de que pudiera agarrar sus brazos, ella se inclinó, pasó la lengua por encima de su polla, congelándolo abruptamente, entonces llevó la roja y tensa corona hacia las calientes profundidades de su boca. Lamió y chupó. Su lengua se arremolinó y probó y tensó todo su cuerpo con el placer más increíble que jamás hubiera conocido. Cuando él estuvo seguro de que no se podía contener, cuando sintió la liberación acumulándose en sus bolas, apretando todo su cuerpo, su boca desapareció. Ella se enderezó. Sus ojos eran de un color verde musgo, oscuros, vivos. El hambre se arremolinaba en ellos, sonrojaba sus facciones y le daba un olor más dulce y picante. La humedad exuberante de los jugos derramándose entre sus muslos lo ponía celoso de los encajes que cubrían los delicados pliegues. Antes de que pudiera exigirle que él se detuviera o evadir su movimiento, Jonas la tenía de espaldas sobre la cama. Su lengua se hundió en su boca mientras sentía sus uñas clavándose en sus hombros. Empujó un muslo entre los suyos, presionando duro y fuerte contra el montículo mojado de su coño mientras él bombeaba su lengua en su boca,

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sintiéndola, tratando de atraparla, succionando su hormona de apareamiento mientras sus labios se movían sobre los suyos. Ella era suya. Él le permitiría reclamar su parte, tener su fantasía. Pero primero, estimularía la parte salvaje dentro de ella, la haría arder y la haría tomar lo que deseara. Rachel pasó las uñas por la espalda de Jonas, un fogonazo de calor y electricidad pasó por ella, alcanzando sus zona erógenas, ardiendo en su sangre mientras luchaba por aferrarse a su beso y al sabor increíble que ella anhelaba con desesperación. Él era una adicción, pero había sido una adicción mucho antes de que él hubiera instigado el calor del apareamiento entre ellos. Había sido una adicción antes siquiera de conocerlo en persona. El sabor de la canela y de clavos llenaba sus sentidos. Un fiero placer estremecía todo su cuerpo, pero no podía sacar esa imagen de su mente. No podía sacar esa necesidad de su mente. Mientras los fuegos en su interior ardían, se precipitaban a través de ella, se levantó y sepultando lo último de timidez que aún pudiera albergar, luchó entre sus brazos. Empujando sus hombros, montando el duro muslo masculino que empujaba entre los suyos más suaves, ella luchó por zafarse de su agarre hasta que él rodó de espaldas. Ella se movía, mientras él la levantaba. Su pierna se balanceó sobre su cabeza, clavando las rodillas en el colchón mientras la desesperación y el hambre la abrumaban. Cuando ella quedó sobre él, él la estaba esperando. Unas manos duras agarraron sus caderas, atrayéndola hacia sí, su lengua deslizándose a través de esos jugos espesos que allí se acumulaban, volviéndola loca de placer. Arrojando la cabeza hacia atrás, un bajo gemido brotó de sus labios, mientras la lengua de él se enroscaba alrededor de su clítoris. Ella estaba ardiendo. Se estaba sumergiendo de cabeza en el éxtasis y el viaje era a la vez emocionante y aterrador. Sus propias manos se alzaron hasta sus pechos, su cabeza inclinándose, bajando la mirada hacia él, mientras esas manos masculinas se curvaban alrededor de sus muslos y sus escalofriantes ojos plateados le devolvían la mirada. Sus dedos frotaron sus pezones mientras ella sentía que su lengua golpeteaba su clítoris, frotándolo. La textura áspera hizo que le subiera la sangre a la cabeza, el aturdimiento casi sobrepasándola mientras pellizcaba sus pezones, incrementando la sensación. Él la estaba mirando. Un gemido bajo y profundo resonó en la habitación mientras tiraba del pequeño capullo hacia su boca y lo chupaba, su lengua recorriéndolo en tanto ella empezaba a girar sus caderas contra él. ―Es tan bueno ―gimió ella, mientras se arrancaba el broche del sostén entre sus pechos para soltarlo ―. Oh, Jonas, es tan bueno. Tu lengua es como fuego. Ese instrumento de llameante placer azotaba su clítoris ahora, acariciando alrededor de él, sobre él, mientras lo chupaba. La hormona en su lengua, tenía que ser esa esencia volcánica, que parecía hundirse en el pequeño nudo de carne, apretándolo aún más, arrojándola más cerca del éxtasis mientras ella comenzaba a cabalgar sobre su cara. Sus caderas rotaban, giraban, sus muslos llenos de la necesidad que la desgarraba por entero.

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Un beso duro vibró a lo largo de la carne ultrasensible cuando él la soltó, sólo para lamer, acariciar, para moverse con cuidado más abajo. Rachel estaba casi gritando de necesidad ahora, con las manos llenas de sus pechos, sus dedos frotando, acariciando, pellizcando sus pezones mientras ella luchaba por el orgasmo. Un segundo después, su lengua se introdujo en su coño. Su espalda se arqueó, sus músculos apretaron el intruso, lo succionaron, contrayéndose alrededor de él cuando comenzó a exigir la liberación. Ella la quería ahora. Quería sentir ese viaje salvaje de completo delirio que la lanzaba al éxtasis. Su lengua la jodía con golpes hambrientos, presionando dentro de su coño para lamer, saborear, para llenarla de tal necesidad desesperada que apenas podía respirar. Se moría por más. Los insoportables fragmentos de anhelo recorrieron su clítoris, su coño, tensando su vientre mientras él la lamía con una intimidad y abandono que ella nunca había conocido ni mucho menos imaginado. ―No. No te detengas ―ella casi gritó cuando su lengua se deslizó apartándose de ella. Sus caderas rotaron, presionando hacia abajo, entonces se quedó quieta ante el completo placer. Sus manos cayeron de sus pechos hasta la cabecera de la cama. Apretó sus dedos. Sus labios cubrieron su clítoris nuevamente, sólo que esta vez, el placer casi era una agonía. Lo succionó, empezó a lamer, a acariciar, a hacer ese roce con su lengua mientras ella sentía que todo su cuerpo explotaba. Ella gritó su nombre. Su cuerpo se tensó bruscamente, sus muslos comenzaron a estremecerse, temblores recorrieron su cuerpo y la marea caliente de su liberación salió precipitadamente de su coño. Y no era suficiente. Ella apenas tenía tiempo de respirar una vez que los primeros y duros estremecimientos la recorrieron. Necesitaba más. Ella lo quería dentro de ella, llenándola. Con torpeza, tan ansiosa de saciar el hambre que sólo creció desde la liberación, Rachel cayó de lado, subiendo y pasando una pierna sobre su cadera. Lo quería dentro de ella ahora. Ella quería la dura, ardiente longitud de su polla clavándose en sus músculos tensos, que se contraían de deseo por su posesión. No se había vuelto a subir sobre él cuando llenó sus manos con sus pechos y levantó la cabeza. Su boca chupó un erecto y torturado pezón, calmando sus movimientos. Ella lo tomaría en un minuto, se dijo, mientras sus manos se apoyaron en sus hombros para sostener su peso. Sólo un momento. Pero antes esto. Era tan bueno. Su lengua arremetió ahora contra un pezón, raspándolo con sus dientes, enviando esos restos de brutal éxtasis al centro de su vientre antes de irse rápidamente hasta su coño. Ella lo necesitaba. Su cabeza se sacudía. Ella lo deseaba ahora, pero no quería que esto se detuviera. Quería que él chupara sus pezones. Quería su boca caliente sobre ella y su verga aún más caliente en su interior. Jonas luchaba para reprimir sus instintos animales antes de tomar el control. Luchaba para conservar sus partes humanas, para retener sólo lo suficiente de sus sentidos, para que esto fuera tan bueno para ella que lo hiciera una y otra vez.

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Y maldita sea, si casi no tenía éxito. Había logrado conservar ese último hilo de cordura. Entonces ella se movió, sus caderas se deslizaron más abajo mientras él chupaba su pezón, amando su sabor. Su coño, tan resbaladizo y húmedo, estaba en parte sobre la tensa, inflamada cabeza de su polla, y él se perdió. Diablos, perdido nada, era un loco, un puro jodido animal con tantas ganas de empujar en su interior que sus caderas inmediatamente empujándolo hacia arriba, llevándolo varios centímetros dentro de ella sin ningún cuidado o restricción. Y a ella le encantó. Sintió su coño apretarse alrededor de él, oyó su mudo gemido de gozo y sintió sus uñas clavándose en sus hombros mientras ella se aferraba a él. Sus caderas se movían, se agitaban. Su compañera no era una amante fácil cuando el estado salvaje se apoderaba de ella. Estaba exigiendo todo lo que tenía que dar, trabajando ella misma sobre el duro eje, su coño ordeñándolo, acariciando con dedos candentes de éxtasis total por, sobre y abajo de su polla hasta que golpeó sus bolas con una sensación destructiva. Él la agarró por las caderas apretadas, tratando de detenerla. No quería hacerle daño. No quería tomarla como el animal que sabía que habían creado. Pero ella no se detenía. Cuanto más luchaba para contenerla, su coño se hacía más apretado, chupando su polla colocándola más caliente. Luchaba por deslizarse contra él, para montarlo ella misma mientras él luchaba con todas sus fuerzas para controlar las embestidas desesperadas de sus caderas. Quería joderla duro y profundo. Quería llevar su verga dentro de ella y escucharla rogar por más, gritando por ello. ―¡Fóllame! ―ella se sacudió en sus brazos mientras hacía precisamente eso ―. Maldito seas, Jonas, déjame ir —trató de dar una palmada a sus manos para que la soltara. ―Rachel. Nena. Todavía no ―dijo con los dientes apretados ―Todavía no. Él estaba luchando por respirar, el placer era tan intenso. Podía sentir la lengüeta tratando de salir, la liberación acumulándose en sus bolas. Entonces ella bajó su cabeza, y lo mordió. Maldición, sus dientes se hundieron en su hombro mientras un salvaje, completamente desamparado grito de necesidad salió de sus labios y le robó la determinación de tomarla con calma. Sus manos dejaron sus caderas. Sus palmas golpearon la cama, sus dedos apretujaron las mantas y las mordió, mientras sus garras surgían, y al final la dejaba salirse con la suya. Le dejó robar su corazón, su alma, su propio ser mientras él echaba la cabeza hacia atrás y rugía de placer. Rachas de emociones intensas, volátiles sacudían su columna vertebral y sus músculos. El placer era una esfera candente rodeando su cuerpo, y Rachel era su centro. Rachel nunca había conocido nada como los duros temblores de éxtasis estremecedores, que la desgarraban por entero. La sensación de la verga de Jonas moviéndose dentro de ella, empujando profundo y duro, frotando los tejidos sensibles y las delicadas terminaciones nerviosas, era como un vórtice de fuego rodeando su cuerpo. Ella se estaba quemando viva. La transpiración se acumulaba a lo largo de su cuerpo, aceitándola, creando otra sensación que añadir a las demás. Levantó los labios del hombro de Jonas, bajó la mirada hacia él, viendo el sudor corriendo por el costado de su cara, sus

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ojos plateados brillantes, devolviéndole la mirada, su cuello tensándose mientras la jodía con total abandono. Ella lo tenía. Aquí mismo, ahora mismo. Este era el hombre y el animal, ambos concentrados completamente en ella y el placer estrellándose a través de ellos. Su espalda se arqueó cuando una tormenta de pura sensación, particularmente intensa, latió con fuerza en su coño, golpeó en su clítoris, una y otra vez. No podía escapar de ella, no quería hacerlo. Su cabeza cayó hacia atrás sobre sus hombros mientras se levantaba y bajaba, emparejándose con el duro, tempestuoso ritmo del cuerpo de Jonas bajo ella. Podía sentir la tormenta formándose en su interior. Como intoxicantes espirales de puro fuego, comenzaron a acariciar el interior de su cuerpo, envolviéndolo, girando en círculos alrededor de ella en bandas de erótica agonía cada vez más apretadas, mientras ella comenzaba a gritar el nombre de Jonas. Ella tenía que correrse. Iba a morir si no lo hacía. Y si lo hacía, ¿podría sobrevivir? Sus músculos empezaron a contraerse, su vientre a convulsionarse, su coño comenzó a sufrir espasmos y a tensarse, apretando y acariciando su verga dura como el acero mientras él la clavaba en su interior. Más duro, más rápido. Estaba creándose. Estaba apretándose. Estaba ardiendo... Trató de gritar. ¿Estaba gritando? Ella lo sintió explotar con una fuerza que la inclinó hacia atrás, lo único que la mantenía pegada a la tierra era Jonas con sus manos que la elevaban, la acunaban, la sujetaban a él mientras la tormenta explotaba dentro de ella. Convulsiones temblorosas, estremecedoras de sensaciones al rojo vivo recorrieron hasta su columna vertebral. Desgarrando sus terminaciones nerviosas. Quería gemir su nombre, pero estaba sin aliento. Ella quería gritar pidiendo misericordia, pero no podía ni siquiera susurrar las palabras. Sus uñas se clavaron en sus brazos cuando de repente la tiró hacia adelante, su cabeza cayendo sobre su hombro mientras sus dientes mordieron su hombro, bloqueándolo, sosteniéndola aún en tanto que el placer- dolor evocaba otro, el eclipse de sensación volcánica más fuerte que había tenido. Entonces ella lo sintió. Su liberación fue al rojo vivo, brotando en su interior al sentir un repentino engrosamiento, una hinchazón, la aparición de la lengüeta del tamaño de la punta de un pulgar, que se extendía desde debajo de la cabeza de su polla y se trababa en un punto tan delicado, tan angustiosamente sensible, que comenzó a quemarlo con un placer abrasador. Rachel se volvió loca. No es que le faltara mucho en ese punto, pero esta sensación, la candente vibración, el roce, la pequeña y firme pulsación contra ese centro de terminaciones nerviosas desgarró su cordura. Ella estaba volando. Con esos brazos envolviéndola, apretándola, rodeándola, su lengua lamiendo la herida en su hombro, esa lengüeta golpeando ligeramente un manojo de puros nervios primitivos, y Rachel sintiéndose como si estuviera volando, totalmente libre. Sin límites, directamente hacia el calor abrasador del sol. Se sentía como si fuera a fusionarse con él. Se derretía en los poros de su cuerpo, se encerraba dentro de él, y sabía que nunca podría ser la misma de nuevo.

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Jonas tenía que luchar para recuperar el aliento. No tenía idea que el placer podría poner a su mundo fuera de control, que la liberación pudiera hacer más que simplemente unirlo a esta mujer. Por primera vez en su vida, sentía una libertad tan completa, tan vasta, que él sabía que su vida había cambiado para siempre. Había luchado por no darle todo de sí mismo, y en ese momento, se dio cuenta que nunca había tenido una oportunidad contra ella. Ella se echó a llorar en su hombro, el placer era tan intenso. Ella estaba susurrando su nombre, rogando, los estremecimientos todavía corriendo por su espina dorsal mientras él los sentía clavarse como garras afiladas en sus bolas. Parecía que nunca terminaba. Parecía como si hubiera disparado directamente al alma de la mujer que lo sostenía con un agarre feroz, negándose a soltarlo. Y él no quería que lo soltara. Quería que ella lo tuviera en su interior para siempre. Y ella lo haría. Este placer se calmaría, sus cuerpos se separarían, pero él sabía, sin sombra de duda, que nunca estaría libre de ella o del efecto de esta noche. Envolviendo sus brazos alrededor de ella, enterró su rostro en su cabello y luchó sólo para respirar, mientras sentía que las sensaciones se calmaban dulcemente. La racionalidad regresaba mientras la lengüeta se retiraba lentamente. Su polla se suavizó, pero sólo marginalmente. Se mantenía en su interior, la anchura del espesor todavía la distendía. Aún podía sentir los pequeños y delicados temblores que atacaban los tejidos vulnerables cada pocos segundos. Ella estaba disfrutando de este descenso final, sin prisas, y él no iba a molestarla, porque maldita sea si a él no le encantaba también. Era como estar encerrado en un pozo de paz. En toda su vida Jonas nunca había conocido la verdadera paz. No fue sino hasta este momento, hasta que el placer había sido una agonía, obligándolo a derramar su alma en la mujer que la había exigido. ―Te amo ―las palabras salieron espontáneamente de sus labios, susurrándoselas al oído ―. En toda mi vida, Rachel, realmente nunca había amado hasta que llegaste tú. Se había sacrificado. Había sido responsable. Él había guiado, había manipulado y había sido manejado. Pero nunca había amado a un solo ser, no de verdad, no como debería. Él amaba a su hermana, pero no lo suficiente como para abrirse, para darle la seguridad que necesitaba, y sólo ahora se daba cuenta de eso. No le extrañaba que Harmony se hubiera negado a permitirle estar cerca de su sobrino en los meses transcurridos desde que había nacido. No le extrañaba que otros lo miraran con temor y aversión. Ellos lo intuían. Lo habían sabido. Jonas había sido el supremo maestro de la manipulación, y había manipulado abiertamente la vida de aquellos a los que más había necesitado. Su hermana. Sus hermanos. Su padre. Su madre. TRADUCIDO por GRUPO MR

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Los que se quedaron junto a él a pesar de sus defectos. Los que lo miraban con tanto anhelo y desconfianza. Incluso Rachel. Hasta este momento, se dio cuenta que una parte de sí mismo aún había estado manipulando, buscando el ángulo que usar, una manera de controlar. Él nunca controlaría a esta mujer. ―Te amo tanto. Sé que moriría sin ti. Oyó las palabras, tan suaves, tan cansadas, susurradas contra su pecho mientras su compañera se desplomaba contra él. Todavía enterrado dentro de ella, su dulce peso un calor que nunca quería perder, sus palabras se hundieron en su alma para dejarlo un cautivo dispuesto para la eternidad. La emoción casi lo abrumó. Estrujó su corazón, apretó su pecho. Rodó a través de él como una ola de calor, más brillante, más caliente, que la lujuria que la había alimentado momentos antes. No. No era lujuria. Era pura hambre. Una necesidad al rojo vivo de compartir, de entregarse a una persona, la única mujer que se le había entregado para salvarlo. Había estado en vías de una autodestrucción personal, de un completo aislamiento de quienes lo rodeaban. Rachel y su hija lo habían traído de vuelta. Y Rachel había unido su alma a la suya con cadenas forjadas con una fuerza inquebrantable. Liberándose con cuidado de su cuerpo, casi hizo una mueca cuando su coño estrecho trató de apretar la carne todavía henchida que lo llenaba. El roce de la carne sedosa era un placer que se resistía a perder. Pero su compañera estaba agotada. Yacía donde él la dejó, con los ojos cerrados, el tirante de su sostén colgando de un hombro. Debía de haber roto sus bragas de nuevo y no se había dado cuenta, porque sólo un trozo de ellas estaba sobre sus muslos. Sus medias estaban arruinadas. Había perdido un zapato. Jonas sonrió. Era un gato montés que se había convertido en un gatito agotado. Con cuidado, se levantó de la cama antes de ir a grandes zancadas hacia el baño y tomar un paño húmedo y una toalla seca. Volviendo a la cama, la desnudó con cuidado, tirando los últimos restos de ropa al suelo antes de limpiarla con una ternura de la que no había sabido que era capaz. Siempre había sido cuidadoso con Rachel, pero ahora, él la acariciaba, la tocaba, limpiaba el sudor y los excesos sensuales de su cuerpo antes de regresar al cuarto de baño y limpiarse él mismo. Cuando se desplomó en la cama junto a ella y la atrajo contra su pecho, no podía detener el ronroneo. Había conseguido mantenerlo a raya hasta ahora. Retumbaba contra su pecho debajo de la mejilla de ella, la pura satisfacción que surgía dentro de él clamando a pesar de sus intentos por frenarla. Un pequeño murmullo de satisfacción salió de sus labios mientras la sentía colocar un suave beso en su carne. Un segundo después, su pequeña y salvaje compañera se deslizó con toda tranquilidad hacia el sueño.

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Encima de su pecho fluía su rojo pelo enmarañado, mientras allí él enterraba sus dedos. Sus suaves extremidades entrelazadas con las suyas, aferrándolo a ella incluso cuando la rodeó con sus brazos y la abrazó con mucha fuerza. Y por primera vez en toda su vida, Jonas verdadera y profundamente se durmió. Por primera vez, estaba lleno de satisfacción, el calor rompió el hielo de su alma, y Jonas se convirtió en más que una Casta. Él era un compañero.

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CAPÍTULO 20 El amanecer asomaba ya en el horizonte, Jonas se encontraba ante los grandes ventanales del salón que daban a la casa principal. Era su ritual de las mañanas. Amber estaba alimentada, cambiada y envuelta en una suave mantita mirando hacia el Santuario con Jonas. Él ronroneó, con un sonido que disfrutaba. Era un sonido de confort y seguridad, mientras que el ronroneo que vibraba en su pecho por la madre del bebé era más fuerte, teñido de pasión y condimentado con excitación. Aquí, en este momento con Amber, no sentía el calor del acoplamiento. Era la única paz que encontraba desde que había completado el acoplamiento con Rachel. Como si pensar en el bebé desencadenara algo en su interior que aliviaba el calor y lo inundaba en su lugar de sentimientos de ternura y protección. Su vida había cambiado con la llegada de Rachel y su bebé. Su existencia entera había cambiado, desequilibrado y vuelto a enderezar de un modo que él nunca hubiese esperado. Pequeños rayos de sol acariciaban ya el tercer piso, brillando a través de las ventanas y caminando sobre el tejado. Apenas podía distinguir las diferencias entre el su propio tejado y los cuatro castas posicionados allí. Tendría que hablar con Callan y Kane sobre los guardas. Tenían que ser completamente invisibles, incluso para los ojos de una casta. Quizá era el momento de hablar de la formación de un nuevo equipo con Jag, el comandante del Equipo Fantasma. El Santuario podría contar con varios equipos con los talentos que Jag y sus castas poseían. Jonas sabía que estaban allí, los cuatro hombres fueron replegándose entre la casa principal y la cabaña de Jonas. O quizá, simplemente, era la hora de empezar a usar sus propias habilidades, aquellas para las que fue entrenado, en lugar de jugar con las que él había tomado de los otros como afición. La Oficina no era su pasión, era su juego. Se divertía manipulando a los políticos, y a los peces gordos, los agentes financieros e influyentes a los que podría convencer para contribuir sustanciosamente con la comunidad de las Castas. Este era el motivo por el cual había tomado dicha posición. Lo había conseguido fácilmente. No había representado ningún problema y la diversión había ido rápidamente disminuyendo. Se había dado cuenta en los últimos meses, que su posición como director de la Oficina se convertía en algo en lo que realmente creía, y esto le atemorizaba. Había muy pocas cosas en las que Jonas creía. Ahora, mirando la comunidad que las Castas que se había creado, que él había ayudado a crear, ya no sentía ese dolor hueco que había sentido siempre antes. Durante años, se había preguntado, qué era lo que realmente había estado buscando; las Castas o la simple venganza por su creación y la crueldad que sufrieron. Mirando hacia el bebé que dormía sobre su pecho, supo exactamente por lo que había estado luchando: este pequeño pedacito de humanidad y su muy delicada madre. La Castas eran libres, ese hecho no podía discutirse, y ellos no permitirían que se les encerrara de

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nuevo. Sus compañeros y sus hijos todavía estaban en peligro. Eran una especie amenazada, pero tenían intención de sobrevivir. Estrechando su mirada en el paisaje que se iba iluminando lentamente, Jonas respiró pesadamente cuando se dio cuenta que el tiempo se iba agotando de muchas maneras. Con el acoplamiento venía la comprensión. Una comprensión que no podría ignorar por mucho más. Mientras él permanecía allí, el Jeep de Erin se movía lentamente por el camino hasta que paró en la pequeña zona de aparcamiento que Jonas le había asignado. La niñera saltó del Jeep, su mano cubrió instintivamente la culata de su pistola láser y sus ojos se estrecharon cuando miró alrededor con sospecha. Ella lo hacía cada mañana. Incluso cuando no olía ni veía al Equipo Fantasma, sabía que estaban allí. Esto no significaba un descuido en las habilidades de seguridad de Jag. Más que eso era una indicación de la fuerte percepción de la chica. Ella era una casta que se mantenía en alerta. Aún era muy joven, tenía mucho que aprender. Hasta entonces, era perfecta para proteger al bebé que Jonas había reclamado como propio. Amber necesitaba una escolta diligente e instintiva, siendo su hija, estaba en un peligro casi mayor que el que corría Cassandra Sinclair. Manteniéndose alerta y segura de que alguien acechaba fuera, Erin se dirigió con cautela hacia la puerta, abriéndola y pasando al interior. Jonas se dio la vuelta y esperó. Cuando ella entró, lo hizo tan silenciosamente que le sorprendió, y con una rápida eficiencia y determinación en sus ojos, rápidamente reconoció a Jonas en la ventana. El arma que había desenfundado, volvió pronto a su lugar, con su cuerpo erguido mientras se dirigía a la puerta, cerrándola y echando el cerrojo con el mismo silencio. —Las ventanas son seguras, —le garantizó él cuando ella empezó a chequear las entradas de la casa. Ella ignoró su consejo, y fue de habitación en habitación, incluso a la suya, donde Rachel dormía. Los cerrojos estaban cerrados, la casa estaba segura, cuando ella volvió al salón dónde Jonas dejaba a la dormida Amber en su cuna. —¿Qué has sentido? —le preguntó, sabiendo exactamente lo que acechaba en la oscuridad. —Lo mismo que noto cada mañana, —le respondió ella fríamente mientras permanecía en una esquina del salón con su mirada interrogante. —Alguien vigila, acecha en la oscuridad. —¿Has notado el olor? Ella negó con la cabeza. —¿Algún rastro? Nuevamente, ella negó con la cabeza. —Entonces no sentiste nada, —la acusó. Sus labios se arquearon. —Ellos están allí. ¿Son tuyos?

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Ella no asumía que lo fueran, lo estaba preguntando. —Tu intuición puede indicártelo o engañarte, —le dijo. —Encuentra todo lo que percibas. Ella negó con la cabeza. —Percibir lo que hay a mi alrededor es mi responsabilidad, Director. Proteger a Amber es mi trabajo. ¿O, tal vez, has cambiado de idea? Jonas hizo una pausa, como si estuviera considerando su pregunta. —Pondré más guardias fuera. Como tú dices, tu trabajo es proteger al bebé. Nos acompañarás al laboratorio más tarde para hacer más pruebas. Los doctores tienen que ver a Amber también. Deja todo preparado para irnos. —Doy por hecho que no se burlará otra vez de mi bolsa de viaje. Jonas casi sonrió. Era propenso a meterse con el contenido de la bolsa que ella llevaba cuando empezó a trabajar. Ella era previsora. Había puesto en la bolsa una muda, armas, así como pañales, leche en polvo, biberones, un kit pediátrico de primeros auxilios y ropa de abrigo para el bebé. Todo lo que necesitaría en caso de una emergencia. Era muy similar a la bolsa que él siempre tenía preparada. —Cuando Rachel se despierte, nos iremos. –Afirmó él secamente mientras se dirigía al dormitorio. —Informa a Lawe y a Rule que iremos a la casa principal. Se fue a despertar a su compañera. Dormía pacíficamente, sin preocupaciones. Dormía como una mujer enamorada debería dormir, segura de que su amante cuidaría de ella. Rezaba para que él pudiera garantizar su seguridad durante el resto de su vida, como Leo había logrado garantizar la seguridad de su compañera. Cuando Jonas cerró la puerta de la habitación, se detuvo y cerró los ojos. Como Leo había protegido a su compañera, su familia. Él los había escondido en las profundidades del Congo, usando unas viejas ruinas antiguas como base, así como hogar. Había rescatado a sus “hijos”, aquellas castas que habían sido creadas a partir de su ADN y el de su compañera. Si había otras castas con ellos, las rescataba también. Pero Leo pocas veces se había desviado de su camino para rescatar a aquellos castas que no habían sido creados con su ADN y el de su compañera. Sus puños se apretaron al pensarlo. Harmony había sufrido durante años porque Leo no quiso saber nada de los Laboratorios franceses. Su hermana había sido torturada, castigada, golpeada y obligada a matar porque Jonas no había encontrado la forma de protegerla, cuando ella debería haber sido rescatada. Harmony no era hija de Leo y Elizabeth. Era la verdadera hija de LaRue, no Jonas, quien había sido cargado por el doctor que lo había reclamado como descendiente de LaRue. Pero la verdad era, que él era un híbrido creado del esperma y el óvulo de la pareja acoplada. Y esta era la razón por la que Jonas le odiaba. Era la razón por la que atacaba verbalmente a Leo cada vez que podía. Era el motivo por el que ignoraba a la madre que lo miraba con sospecha y curiosidad en sus ojos. Elizabeth presentía que él era su hijo, por más que Jonas se negara fríamente a ceder. Tal vez, sin embargo, Leo no había sido tan malo como Jonas había creído, porque cuando abrió los ojos y miró a su compañera, Jonas se preguntó si él no habría hecho lo mismo.

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La Comunidad de las Razas no había sido creada hace cien años. No había países dispuestos a pagar penitencia por la creación y tortura de las Castas. Sólo había un hombre y una mujer luchando por sobrevivir. Habría hecho lo mismo. Habría escondido a su compañera y habría rescatado a las Castas que estuviera seguro que serían leales a él, como también a las creadas a partir de sí mismo y de su compañera. _¿Jonas? Él miró a través de la habitación a Rachel, quien le miraba a su vez soñolienta. Una vez más, la esencia del acoplamiento estaba presente, inconfundible, pero el calor se había enfriado, y eso no tenía una razón biológica, hormonal o cualquier otra que pudieran encontrar. Esta particular anomalía, así como la desconocida hormona que se encontraba en Jonas, estaba volviendo locos a los científicos que estaban investigando. —Buenos días, nena. —Él atravesó la habitación, inclinándose sobre ella la beso lenta y suavemente. Las glándulas bajo su lengua no se hincharon. Era un beso natural, lleno de otro tipo de calor, con un fondo emocional que a la vez lo humillaba y lo fortalecía. —Buenos días. —La sonrisa de Rachel iluminó su corazón. Curvó sus labios, sus ojos verdes le miraron con deseo y sus mejillas se ruborizaron cuando la sábana resbaló por las tiernas curvas de sus pechos. Él había marcado su hombro, pero también había dejado su marca en la curva de su pecho. Acercándose, él tocó la pequeña marca del mordisco, a la vez orgulloso y preocupado por la herida que le había hecho. Rachel miró hacia abajo y sus labios se agitaron con diversión. —¿Recuerdas lo que pasó cuando hiciste eso? Su cuerpo enteró se tensó. Ella había oprimido su polla hasta que él explotó dentro de ella pensando que iba a morir. —Sin embargo, debería ser más cuidadoso. —Suspiró Jonas. —Sí, más cuidadoso de hacerlo de nuevo la próxima vez. —Ella se levantó de la cama, lanzándole una sonrisa por encima del hombro mientras caminaba desnuda hacia la ducha. —¿Has desayunado ya? Él le devolvió la mirada. —Estas pruebas deben hacerse en ayunas, —dijo él. — Desayunaremos con Callan y Merinus. Ella se paró en la puerta del baño y frunció el ceño. —Estoy harta de pruebas. No era la única. —Con suerte, se acabarán pronto. —Si no lo hacían, él no podría soportarlo tampoco. —No, terminarán esta mañana, —le dijo ella mientras entraba en el baño. —Porque yo he acabado.

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La puerta se cerró detrás de ella y Jonas no podía dejar de sonreír. Debía decir que disfrutaba del hecho de que su compañera no se mostrara ni un poco intimidada por él o por su reputación. Ella era su amante, su compañera. Era su otra mitad y no tenía ningún problema en reclamar su lugar. Rachel aguantó otro examen, mientras más muestras fueron tomadas. De sangre, saliva y fluido vaginal. Scanners, rayos x de última generación, muestras de piel, uñas y cabello. Era como si los científicos supieran que ella no les iba a permitir tomar ni una muestra más. —¿Seguro que no te sientes incómoda?—Le preguntó Ely Morrey, por décima vez o más. Rachel le dirigió una mirada de frustración. —Me siento muy incómoda, —replicó amablemente. —Estoy aquí sentada llevando una bata de papel enseñándoos el culo a los tres, —ella miró a Ely, Elizabeth y Jeffrey Amburg que miraban su informe, —y además utilizáis vuestra jerga científica sin sentido, y francamente, me pone de los nervios. Los labios de Elizabeth se crisparon. —Tus muestras contienen un montón de anomalías. —Ely se cruzó de brazos y le frunció el ceño a Rachel. —Las de Jonas también. Esto está muy por encima de lo que consideramos normal. —¿Por qué?, —Esa parte la desconcertó ligeramente. —Porque esto a lo mejor…, —empezó Ely. —Dile la verdad, Ely. —Elizabeth se acercó a Ely, con tono firme. —Esta no es información para que cualquier la deba saber —Los labios de Ely se fruncieron en señal de desaprobación. Rachel arqueó sus cejas mirando a Elizabeth. —El calor del acoplamiento es muy doloroso para las hembras, —empezó Elizabeth. —Conozco esa parte —la interrumpió ella. —dolorosa. Afrodisíaco en la lengua, esperma que calma el calor y un beso que lo hace peor. La marca es para siempre y una vez que se comienza a consumar, el calor comienza a disminuir. Pero sigues estando emparejado lo que hace que no puedas permitir el toque de otros y la mayoría de las mujeres no pueden dejar la cama. —Ella puso los ojos en blanco. —Suena como el paraíso para nuestros hombres. —Todos menos para Jonas, -gruñó Ely. Rachel la miró con curiosidad. La otra mujer estaba furiosa y no trataba de ocultarlo. —Jonas y tú, producís una hormona que si consiguiéramos averiguar cómo funciona, podría ayudar a aliviar el calor de nuestras mujeres. —Le dijo Elizabeth. —Incluso yo, una vez cada tres meses, experimento esa irracional y tortuosa necesidad cuando mi cuerpo me obliga a concebir. —¿Incluso cuando estás embarazada?, —preguntó Raquel. Elizabeth hizo una pausa. —Las hormonas son diferentes entonces. —¿Diste el pecho?, Yo lo hice los primeros meses y tuve que tener cuidado con mi dieta. ¿Puede eso afectar al calor del acoplamiento?

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Elizabeth negó. —Pensé durante años que tenía que haber una correlación. Había sólo escasas veces en que mi deseo por mi compañero era normal, Rachel. Pero no encontré nada raro entonces. Rachel se encogió de hombros. —No soy un científico, Dra. Vanderale, ni pretendo comprender con lo que estamos tratando aquí. Pero le diré, que no voy a tratar con ello más. Ustedes tienen suficiente de mí. —¡Eres una egoísta!, —la acusación de Ely la sorprendió, y obviamente a Elizabeth también. —Jonas merece algo mejor que una compañera que rechaza hacer los sacrificios a los que él mismo se somete por su vida y la de su gente. —Exactamente, —dijo Rachel con frialdad. —Él se ha sacrificado toda su vida y la mayoría de ustedes no le han mostrado la más mínima comprensión ni consideración. ¿Cuándo fue la última vez que a Jonas se le llamó para no sacrificar al alguien? ¿Para no encontrar una manera de manipular o hacer milagros? ¿Cuándo fue la última vez que se le permitió ser simplemente un hombre? —Él no es un hombre, él es una casta, —respondió Ely. —Y tú estás enamorada de él. —El conocimiento era más intuición que evidencia. —Pero tú, no eres su compañera. Elizabeth respiró hondo. —Jonas es sólo un amigo, —argumento Ely con frialdad. Rachel se levantó de la camilla, recogió sus ropas del mostrador cercano y fue hacia el baño. —Y yo he terminado con esta discusión. Me niego a discutir contigo, Ely. —Se volvió hacia la doctora, mostrando la ira y la confusión en sus ojos. —Jonas tiene muy buena opinión de usted, pero le sugiero que no intente tratar de convencerlo que no soy su pareja. Su relación puede verse dañada de maneras con las que no le gustaría enfrentarse si lo hace. Entrando en el pequeño baño, Rachel se vistió y luchó por conseguir un pretexto para sus propias emociones. Ely no era una amenaza para su relación con Jonas, trató de convencerse a sí misma. Ellos eran compañeros, para toda la vida. No había modo de romper esto y Jonas la amaba. Se lo había dicho, ella era su vida. Regresando al laboratorio, se enfrentó a la única persona que la estaba esperando, Elizabeth Vanderale trabajaba con una de las complicadas máquinas que se alineaban en el mostrador. —Ely ve a Jonas como un caballero blanco, —dijo Elizabeth girándose, y apoyándose en el mostrador para mirar a Rachel. —Se muestra protectora con él, Rachel. Y, tal vez, está confundida sobre sus propios sentimientos. —Es mío. —Ella no estaba dispuesta a dejarlo ir. Elizabeth asintió con la cabeza —Yo no podría haber pedido una compañera mejor para él. Tú lo completas, Rachel. Eso es lo importante. Había algo triste, un deje de arrepentimiento en la otra mujer. —¿Por qué es tan importante para usted? No tengo constancia que a Leo le importe. Lo mejor que sabe hacer es provocar a Jonas en cada oportunidad que tiene.

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Elizabeth miró a lo lejos y suspiró bruscamente. Cuando su mirada volvió a Rachel, estaba llena de dolor y nostalgia. —Jonas conoce la respuesta a eso, Rachel —Afirmó ella. —Y sólo él puede arreglar el comportamiento de Leo en lo que a él concierne. Yo he hecho todo lo que he podido. —Porque el muchacho es condenada y malditamente terco y obstinado. Rachel se dio la vuelta. Leo estaba en la puerta principal, con una mirada feroz en su cara cuando miró a través de la habitación a su pareja. —Él está tratando de echarnos de aquí y mandarnos a África de nuevo, —espetó. —Nunca pierde la oportunidad de recordarme que no me quiere aquí. Otra vez, un rápido gesto de dolor azotó la expresión de Elizabeth. —Ninguno de ustedes tiene idea de cómo tratar a Jonas. —Rachel sacudió la cabeza ante ellos. —¿Y tú crees que puedes? —la voz de Leo retumbó con irritación. —Nadie puede manejar a ese cachorro. —Exactamente, usted no puede. Intente ser honesto con él, y pare de llamarle bastardo y cachorro. ¿Cómo puede insultar un padre a su propio hijo? No me sorprende que él busque cada oportunidad que encuentra para recordarle que su hogar está en África y no aquí. Rachel podía sentir la furia construyéndose dentro de ella. Durante demasiados meses, se había visto obligada a ver las confrontaciones entre Jonas y Leo, y durante ese tiempo ella se daba cuenta del frío e indiferente Leo que Jonas veía. Pero cuando Jonas le daba la espalda, la mirada de Leo se oscurecía con arrepentimiento, ira y tristeza. Él mantenía una fachada fría y desapasionada delante de Jonas, solo para convertirse en un arrepentido padre después. Leo la fulminó con la mirada. —Crees que Santuario podría sobrevivir sin la ayuda de Vanderale Industries, ¿no es así, jovencita? ¿Realmente Jonas pensaba que no podían? Sus cejas se arquearon. —No tengo ninguna duda, Leo. Podría no ser fácil, pero podrían sobrevivir. Pueden prosperar con o sin su ayuda. —¿Gracias a Jonas? –preguntó Leo. Sus ojos se estrecharon cuando se dio cuenta que Elizabeth deslizaba su mano en el brazo de su compañero advirtiéndole. —Yo nunca he dicho eso, Leo. —Tú eres su pareja. Como todas sus mujeres, piensas que el hombre no tiene defectos. Ella se volvió hacia Elizabeth. —Su compañero está fuera de control, Dra. Vanderale. Cuando se comporte como el hombre razonable que yo sé que puede ser, por favor péguele una nota en el pecho, de otra manera el resto de nosotros nunca lo sabríamos. —Ella le lanzó a Leo una sonrisa forzada. —Perdóneme, pero estoy segura de que mi hija necesita su biberón pronto. —Deberías darle el pecho, —gruñó Leo cuando ella se dio la vuelta. —Esa leche blandengue que le das no es suficientemente nutritiva. Rachel apretó los dientes y siguió hacia la puerta. Su temperamento no estaba en su mejor momento. Lo que fuera que le pasaba, se daba cuenta que no era por el calor, sin TRADUCIDO por GRUPO MR

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embargo, parecía como si dentro de ella se estuvieran disparando reacciones que no esperaba. Ya se las había visto una vez con ellas años atrás, cuando era muy joven. —Esa no es forma de alimentar a un bebé que debe convertirse en una compañera adecuada para una casta. Rachel se dio la vuelta. Elizabeth fulminando con la mirada a su compañero mientras Leo cruzaba los brazos y miraba a Rachel con esa fría intensidad. —Realmente espero que ella no sea la clase de compañera adecuada en la que usted está pensando. —Ella avanzó un paso, su temperamento se imponía. —Porque su opinión no me merece ni un poco de confianza, Sr. Vanderale. Y viniendo de usted, cualquier opinión, respecto a la crianza de un hijo que usted pueda tener, es completamente hipócrita. Sus cejas subieron de manera exagerada. —Yo nunca he sido hipócrita. —Usted es, definitivamente, un mal padre, —replicó ella furiosa. —Lo siento Leo, pero si no fuera por su mujer, sus hijos me darían pena. El fuego se deslizó en su mirada. —No hay nada más importante para mí que mis hijos. —Nada excepto su discreción, su orgullo y sus propias ideas sobre hacer lo correcto, — afirmó ella sarcásticamente. —Pobre Dane, no me sorprende que él sea tan manipulador. Tuvo que permanecer bajo su radar para mantener su amor. Probablemente tenía pesadillas en las que perdía su favor y sufría su desinterés como le pasa a Jonas. —¿Tienes alguna idea de con quién estás hablando? —gruñó, bajando la cabeza, sus labios tirando hacia atrás en lo que ella estaba segura estaba destinado a ser un gruñido intimidante. —Con un gilipollas, para empezar, —le informó ella. —¿Sigo? —He destruido a personas menos importantes de lo que tú pretendes ser, —le advirtió, su expresión cambió, volviéndose calculadora, como la de Jonas cuando jugaba a cualquiera de sus interminables juegos. Ella ya había adivinado que esto era un juego, así como también, el motivo para jugarlo. Ella sacudió su cabeza y sonrió con burla. —No me asustas Leo. No haces más que divertirme. Eso lo sorprendió. Rachel miró sus ojos llenos de sorpresa, sus labios delgados cuando estuvo a punto de suspirar por la frustración. —¿Haces esto a menudo, Leo?, —dijo ella con cortesía. —¿Agobiar a las compañeras de tus hijos para ver cómo responden? ¿Para comprobar si son unas buenas compañeras para un Vanderale? —Ella se burló. —Solo puedo sentir lástima por sus hijos, por su mujer también. Y debo decir, que ella tiene unos hijos fantásticos, a pesar del bastardo que los engendró. Ella giró sobre sus talones irguiendo la espalda y se dirigió a la puerta. —Yo amo a todos mis hijos, Srta. Broen. —La voz de Leo la detuvo en la puerta. —Y tú eres más que una compañera digna para mi hijo. —Y usted, sigue siendo un pésimo jodido padre. —Ella alcanzó la puerta, la abrió y salió de la consulta. Su cuerpo entero temblaba con ira. Bastardo manipulador. Jonas no se destacaba por su honestidad, lo admitía, pero estaba lejos de ser como su padre. Él manipulaba por el bien de sus Ejecutores, manipulaba y TRADUCIDO por GRUPO MR

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calculaba por el bien de la comunidad entera. Nunca, ni una sola vez, había visto ni un atisbo de crueldad en él. Las castas se habían hecho a sí mismas a partir de sus principios. Leo seguía siendo el animal que los científicos crearon. Jonas era la casta que aportaba el aire de misterio y romanticismo en esta nueva clase de humanos. Leo seguía viviendo en un mundo en el que esconderse era la única opción para sobrevivir. Jonas había creado un mundo en el que las futuras Razas tendrían la oportunidad de caminar en paz por las calles, jugar a las cartas con los vecinos y criar a sus hijos como otros lo hacían. Un mundo del que Rachel quería formar parte.

Ely observaba en silencio, desde las sombras de su oficina con la puerta abierta, como Leo y Elizabeth se gritaban uno a otro como combatientes intercambiando golpes. Había sospechado desde hacía semanas, que había un borde de conflicto entre ellos, pero no estaba realmente segura hasta ahora. Mirando a la compañera de Leo mientras él gritaba a Rachel Broen, Ely había visto la explosión inminente que no podría aplacar. Podría ser divertido si Ely no hubiera perdido su capacidad de divertirse meses atrás. Ahora ella era simplemente clínica, casi fría, mientras escuchaba intentaba ignorar el sufrimiento y la dolorosa tristeza que Elizabeth Vanderale estaba sintiendo. La voz de Elizabeth era fuerte, clara. Sin asomo de indirectas o lágrimas, nada más que la ira la ensombrecía. —¿Cuándo pararás? –le gritaba ella, con sus pequeños puños cerrados en los costados con furia. —¿Qué demonios está mal contigo, Leo? Nunca te he visto actuar de esta forma desde que soy tu compañera. Eres como un león con dolor de muelas, y, por una vez, me estoy hartando. —No eres la única, —gritó Leo en respuesta —El cabrón nos ignora como si no llevara nuestra sangre. Nos trata como meros invitados del Santuario. —¿Y qué esperabas? —La emoción se apreciaba ahora en la voz de Elizabeth. —¿Por cuánto tiempo, Leo? ¿Por cuánto tiempo ignoraste los rumores de que no era hijo de LaRue? ¿Cuánto tiempo aplazaste el rescate de castas de ese laboratorio? —Porque sabía que los estaba protegiendo, —contraatacó Leo enfurecido. —Lo sabes Elizabeth, lo discutimos. Otros no tenían la suerte de tener un Orgulloso Líder como Jonas. Otros sufrieron más. —¡Él es nuestro hijo! —Gritó Elizabeth, llena de dolor. —No me sorprende que no quiera admitirlo. No solo permitiste que sufriera en ese laboratorio, sino que desde el momento en que te encontraste cara a cara con él no has hecho otra cosa que insultarle. Elizabeth le dio la espalda y Ely vio como se limpiaba las lágrimas de su cara. —No puedo soportarlo más. Es mi hijo. Si me hubiera dado cuenta del juego que estabas jugando con él, lo habría parado cuando comenzó.

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—Somos castas, no jodidos mariquitas, —gritó Leo. —Él es un hombre, Elizabeth, no un niño. Nuestro mundo es diferente de los demás, y tú sabes eso. La fortaleza es lo que importa. —Ese es tu mundo. —Elizabeth se quitó la bata del laboratorio y la tiró en la camilla. —Yo soy humana, y nuestro hijo es en parte humano. No puedes tratarlos como animales. —Ellos son animales. —La frustración llenaba la voz de Leo. —Todos nosotros. ¿Cuántas décadas más te llevará darte cuenta? Ella se giró hacia él, la esencia de sus lágrimas era fuerte. —¿Cuánto tiempo te llevará a ti darte cuenta de que no lo eres? Eso no es más que una excusa que todos usáis por vuestra propia estupidez y vuestra falta de habilidad para lidiar con las emociones. Tú quieres la libertad. La paz. Pero estaré condenada si algún macho de las castas que conozco no estuviera dispuesto a ser lo suficientemente humano para dar lo que ellos piden de los otros humanos. Tú no eres mejor que ellos, eres simplemente diferente. No le dio a su compañero la oportunidad de responder, en lugar de eso, salió del laboratorio, golpeando la puerta detrás de ella. Ely se deslizó con cuidado desde la puerta y usando la puerta trasera salió de la oficina. Esto era algo que no podía guardarse para sí misma. Una división en las filas era algo demasiado importante para no informar sobre ello.

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CAPÍTULO 21 —Alguien tiene una boca enorme. ¿Debería adivinar quién es? —Rachel supo en el momento que entró en la oficina de Callan Lyon para reunirse con Jonas que la Dra. Morrey le había contado exactamente lo que había pasado en el laboratorio. Debería haber llegado primero, pensó, pero se había encontrado con Merinus cuando llegó a la planta principal. Merinus había cogido a Amber, la había arrullado provocando las carcajadas del bebé con sus muecas. Ellas habían estado hablando hasta que Rachel tomó de nuevo a Amber para dirigirse a la oficina. Pasando dentro, ella vio la cara de Jonas, y al lado Ely Morrey con aspecto frío y compuesto. Ely estaba medio enamorada de Jonas. Lo consideraba su héroe desde que Jonas la cuidó durante los traumáticos meses anteriores. Rachel lo comprendía, no estaba celosa, pero estaba empezando a pensar que podría convertirse en un problema. Dirigiéndose a la pequeña cuna en la esquina de la habitación, que normalmente usaba la pequeña hija de Callan, Rachel acostó a Amber, tapándola suavemente y acariciando su cabecita antes de enderezarse y girándose hacia Ely. —Te sugiero, Ely, que encuentres tu propio compañero al que aferrarte y dejar libre al mío mientras tanto —-declaró. —Entiendo que es tu amigo, pero estás empezando a sobrepasar los límites de esa amistad. El disgusto la llenaba mientras miraba la furia desnuda en los ojos plateados de Jonas. —Tú nunca le dirías toda la verdad. —Ely se encogió de hombros mientras se dirigía a la puerta con las manos en los bolsillos de su bata blanca. —Él merece saber lo que pasó cuando te fuiste. —Muy buena excusa. —Rachel suspiró sin dejar de mirar a Jonas. —Y, no sé cómo decirlo, pero, esto no es asunto de vuestra incumbencia —¿Quieres decir entonces que los insultos dirigidos a mi compañera no son mi asunto? — Jonas gruñó y se inclinó en el escritorio de Callan cruzando sus brazos sobre el pecho con un aire de arrogante seguridad y furia. —Ella tiene todo el derecho de informarme. —Ella no es tu informadora, es una chivata. —Dios, había veces que parecía que estaba tratando con niños. La puerta se cerró cuando Ely se fue, dejándolos a solas enfrentándose uno a otro en el despacho. —Chivarse es de niños, —contradijo Jonas. —Su informe fue lógico, conciso y exacto. Sin adornos. —No he dicho que ella estuviera mintiendo. —Él te insultó. —dijo Jonas levantándose del escritorio. —No una vez, sino varias. —Y yo lo insulté a él, no una, sino varias veces, —le aseguró ella. —Se ha acabado. Jonas volvió a mirarla, luchando con el sentimiento de asombro que sintió cuando Ely le había descrito el altercado, no entre Leo y Elizabeth, sino entre Leo y Rachel.

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Esta era su compañera, y posiblemente la única persona que conocía que se había enfrentado a Leo, nariz con nariz, y le había gritado a la cara su arrogancia y sus manipulaciones. El era imposible. Al hombre le gustaba jugar. Y ciertamente intentaba parar los pies a Jonas. Él lo había sabido desde el día que había entrado en el hospital donde Callan estuvo a punto de morir hace un año. Allí había muchos de ellos. Castas que no tuvieron la oportunidad que otros tuvieron porque no eran hijos de Leo y Elizabeth. Elizabeth no se merecía la indiferencia de Jonas, y esta era la conclusión a la que Jonas había llegado contemplando el amanecer esa mañana. Pero Leo, bien, Leo merecía lo peor, simplemente por intentar usar a Rachel y a Amber en su batalla contra él. —Tú te defiendes muy bien. —Jonas se giró y caminó hacia el otro lado del escritorio de Callan. Desde allí, se quedó mirando al monitor del ordenador que seguía mostrando el desierto laboratorio. —Y por más que aprecie el informe de Ely, yo ya había visto al final la discusión de todas formas. Él giró el monitor para enseñárselo. —Sólo quiero que sepas, que cuando mate al bastardo, no será por algo que Ely me contó. Será por lo que he visto con mis propios ojos. Cuando él lo había visto, se había llenado de orgullo. Su compañera, tan orgullosa, su temperamento reflejándose en sus ojos verdes, su cara ruborizada cuando se enfrentaba a uno de los más fuertes machos de las Castas. Y a pesar de lo que había visto después de que ella dejara el laboratorio, en ambos, su padre y también su madre, lo que no había esperado, el hecho de que ambos lo habían manipulado de alguna manera, no le sentó bien. Por el hecho mismo de su silencio, su madre había estado jugando el mismo juego que Leo. Pararle los pies a Jonas. Jonas no era un perro, y no aceptaba las órdenes demasiado bien. Rachel levantó la mirada del monitor y permaneció mirándole, su mirada temblaba con tristeza ahora. —Él te quiere, Jonas, —murmuró ella. —Y ella también. Sus labios se arquearon. —No es amor, Rachel, porque no tienen ni idea del hombre que soy, ni respetan al hombre que ven. Ellos se arrepienten. Sienten dolor por lo que podría haber sido y no es. Están heridos por lo que nunca podrá ser, pero ese no es el tipo de amor que yo siento por Amber, o incluso el que siento por Dane. El arrepentimiento puede doler más profundamente que la decepción, cariño. ¿Qué podía decir ella a eso? No podría defender a los Vanderales, porque a sus ojos, estaban equivocados. Pero una parte de ella sabía que Elizabeth amaba a su hijo, sin importar que hubiera nacido de su vientre o fuera creado en un laboratorio. Dejaron el despacho y recogieron a Erin y Amber antes de dirigirse a la cabaña. Amber estaba profundamente dormida y Rachel la acostó suavemente en su cuna. Jonas le dio a Erin sus órdenes para el siguiente día antes de enviar a la Casta femenina a las barracas.

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Besando a Amber suavemente en la frente, Rachel la tapó y muy despacio dejó la habitación. Cerrando la puerta del dormitorio, se detuvo un momento y miró a Jonas observando el fuego. Como si hubiera respuestas en las llamas, pensó. Él fruncía el ceño hacia el fuego con una concentración que dejaba vislumbrar el dilema que le inquietaba. —El amor de una madre es absorbente y completo, —afirmó ella despacio cuando él inclinó la cabeza. —El amor de un padre está a menudo disimulado con aparente decepción o exigentes expectativas. No es arrepentimiento, decepción o cualquier cosa que tú quieras ver. Es amor paternal, y un padre que incluso ahora, a pesar de la fachada de humanidad, sigue sin saber manejar las emociones que le llenan. Sus labios se arquearon. —Dios hizo a la mujer para ayudar a encontrar excusas para el hombre. —Él la hizo para amar al hombre, —rebatió ella. —Sí, probablemente porque él sabía que nadie más lo haría, —resopló él. Ella no iba a discutir eso. Rachel sacudió la cabeza con una leve sonrisa, mirándolo moverse lentamente hacia ella ahora. Tenía en mente un nuevo propósito, un hambre que tenía poco que ver con la lujuria y mucho con la pura y confusa emoción. Como Leo, Jonas no estaba muy seguro de las emociones que sentía o qué debía hacer con ellas. Estos hombres, Castas, amaban a sus mujeres e hijos con una dedicación extrema a veces, pero cuando se trataba de amar a alguien más se volvían masas contradictorias de completa negación. Deteniéndose frente a ella, sus manos subieron para rodear su cara mientras la sujetaba para un largo, lento beso. Su lengua tocó la suya, chupándola, emparejándola. La hormona no llenaba sus glándulas, no añadía sabor al beso, pero aún así, Jonas sintió su hambre completa por ella hasta las plantas de sus pies. Era su mujer. Ella era su vida. Infierno, el se preguntaba si había tenido una vida antes de ella. Antes de ver la inocencia en sus ojos, antes de conocer la ternura y el coraje que llenaban su alma. Cuando sintió sus dedos en el cuello, abrazándolo, agarrando los mechones de cabello de su nuca, Jonas supo que no había tenido ni un solo momento de paz hasta Rachel. Tenía el poder de doblegarle, de apaciguar su ira, pero también tenía el poder de suavizarlo. Sus rodillas casi temblaban pensando en el placer que estaba por venir, cuando la alzó apretándola contra él para regresar a la chimenea. Las llamas ardientes devoraban los gruesos troncos con los que Jonas había encendido el fuego. La pesada y suave alfombra extendida sobre el suelo de madera, los esperaba. Él había soñado con tomarla frente al fuego. Sueños en los que la observaba transformarse, de la fría y correcta mujer a la caliente y hambrienta compañera con la que había fantaseado durante tanto tiempo.

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Ella era la perfecta compañera para él. Fuerte, dónde a menudo él era débil, aceptando las emociones, cuando él tenía problemas para comprenderlas. Ella le mantenía caliente y mantenía estable su corazón. Sin embargo él estaba ardiendo ahora. Cuando la beso, empezó a prender el peculiar calor del acoplamiento dentro de él, Jonas sintió su polla palpitar con una urgente demanda. Siempre estaba duro para ella, siempre hambriento por ella. Podía jurar que no había habido ni un solo día desde que ella se incorporara a su oficina que no estuviera duro por ella. Deslizando las manos por su espalda, Jonas agarró las caderas de su compañera apretándola contra él, levantándola, buscando el refugio para la brutal dureza de su polla. —Estoy loco por follarte, —gruñó él. —No hay un momento en el día en el que no quiera estar dentro de ti. Sus dedos estrujaron la corta falda que llevaba puesta. Siempre vestía de forma tan conservadora, tan malditamente abotonada y decente. La negra falda por encima de la rodilla, era a la vez conservadora y provocativa. Subió la falda hasta sus caderas, como si lo hubiera provocado a hacerlo. La chaqueta de punto blanca con mangas negras que llevaba sobre la camisa de seda, cayó al suelo. Era todo lo que podía hacer para no arrancar la blusa de su cuerpo. Los suaves montes de sus pechos eran una tentación; fruncidos pezones de cereza los coronaban provocándole un hambre que era a la vez placer y dolor. —Déjate los zapatos puestos, —le ordenó con voz áspera mientras ella se ponía frente a él. —¿Llevas medias otra vez? Una sonrisa de sirena curvó sus labios de miel. —¿Podría llevar otra cosa para ti, Jonas? Algo se apretó en sus entrañas, una emoción, un imperativo sentimiento de estar haciendo lo correcto. —¿Así que, las llevas puestas para mí? –—Dejando la camisa colgando de los hombros, con sus pechos escapando de las copas de su sujetador de encaje, Jonas empezó a quitarse su propia ropa. —Las llevo para ti, —afirmó ella mientras le ayudaba a desabrocharse la camisa. —Nunca llevé medias hasta que empecé a trabajar para ti. No mentía. Podía oler la verdad de su afirmación. —Y esto. —Sus dedos acariciaron el suave encaje de su sujetador. —Para ti, —suspiró ella, su respiración cada vez más pesada, profunda, mientras desabrochaba el último botón de su camisa. Jonas retiró la camisa de sus hombros mientras los dedos de Rachel encontraban el cierre de sus pantalones. Podía ver el hambre de la pasión dentro de ella, oler su excitación profundamente, más claramente con cada segundo que pasaba. Cuando sus pantalones se abrieron, se quitó los zapatos. Sus dedos aún acariciaban los pechos de Rachel por encima del sujetador, moviéndolos por el botón erguido de su pezón. Él podía sentir la excitación de Rachel, el flujo de la sangre golpeando su cuerpo y reflejándose en su polla. Ella estaba en la cima del hambre y la necesidad.

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Los pantalones se deslizaron por sus piernas, liberando la torturada longitud de su polla mientras su cabeza bajó a sus pechos, donde su sensitiva lengua probó el duro pezón. Ella se tensó en sus brazos y subió las manos hasta sus hombros con sus dedos agarrándole fuertemente cuando sintió los dientes de Jonas raspar el sensitivo pezón. —Quiero follarte justo así, —gimió él cuando la necesidad encontró sus pelotas al probar el sabor dulce y cremoso de ella a través del sujetador. —¿Vestida?—Sus uñas se clavaban en los hombros de Jonas mientras su voz se volvía cada vez más ronca, un pequeño gemido vibrando en ella. —Vestida a medias. —Las manos de Jonas empujaron bajo la falda, agarrando sus bragas para rasgar el frágil encaje en sus caderas. —Tendrás que comprarme bragas. —Ella respiró ásperamente, mientras la esencia de sus jugos derramándose de su coño, flotaban con un aroma jugoso y excitante. Demonios, ella le hacía sentirse hambriento. Él cayó de rodillas y sus manos sostuvieron las caderas femeninas, las hinchadas glándulas bajo la lengua estaban llenas con la hormona. Agarrando su cadera, él la tocó con los dedos de la otra mano. Separó los tupidos rizos que cubrían sus pliegues sólo un poquito para ver el pequeño botón de su clítoris, reluciendo entre la carne rosada. Su esencia era adictiva. Arrodillado ante ella, vio temblar sus muslos suavemente redondeados, vio sus jugos reunirse a lo largo de los pequeños rizos que escondían la entrada de su vagina. Ya llegaría allí, de momento, quería probar su tierno clítoris. Inclinándose más, él deslizó la punta de su lengua y pudo sentir las manos de Rachel en su cabeza y sus uñas clavándose en su cuero cabelludo. Mirando hacia arriba, él vio un ruborizado y sensual tono en su cara, la excitación ardía en sus ojos. Él lamió alrededor del clítoris otra vez, sintiendo el placer a través del cuerpo de Rachel, oliendo la dulce crema y sintió un ronroneo retumbando en su pecho. Joder, él no podía parar el sonido. Era tan bueno, sentir su placer era demasiado bueno. Él no podía pararlo. Un gemido llegó a sus oídos y sus muslos se abrieron más. Ronroneó libremente, dejándolo vibrar a través de su lengua hasta el clítoris. —Jonas. —Ella jadeó su nombre mientras sus dedos seguían clavándose en su cráneo. —Shhh, cosa bonita, —murmuró él contra su clítoris mientras presionaba un firme y sensual beso en el pequeño botón. —Jonas, —ella suspiró su nombre de nuevo, su tono lleno de un sensual deseo. —Es tan bueno. Sus piernas se separaron aún más, con sus muslos abiertos, los dedos de Jonas recorrían la hendidura, separándola, acariciando su escondida carne mientras su lengua seguía lamiendo y golpeando su perlado botón. Se hinchaba con cada caricia, palpitando en demanda cuando sus dedos encontraron la apretada y cerrada apertura de su coño.

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Ella era apretada y sedosa. Un gemido retumbó en su pecho cuando el calor de sus tiernos músculos rodeó sus dedos mientras presionaban dentro. Conocía el agarre de esta dulce carne en su polla. Era como un puño apretado, ondulante y flexible. Cada pequeño espasmo de tan tierna carne enviaba calor hasta sus pelotas. Cada pequeño empuje de sus dedos entre los músculos apretados, enviaba una ola de pura ansia a sus sentidos. Tenía su sabor en los labios, su clítoris contra su lengua, el increíble calor de su coño agarrando sus dedos. Joder, era bueno. Tan malditamente bueno. Él chupó con fuerza el botón, deslizando su lengua por encima mientras dejaba a sus dedos follarla con fuerza. Cuanto más le daba, más húmeda se ponía, más fuerte agarraba su cabello, su coño se ponía más caliente y la dulce crema bañaba sus dedos tentando a su lengua. Dejando el pequeño botón que estaba chupando, Jonas se movió más abajo, lamiendo, probando los suaves pliegues mientras su lengua iba buscando la cerrada entrada de su coño. Era como enterrar su lengua en un vivo y sensual paraíso. Enterrándose más, Jonas gimió ante el increíble placer que su dulce y especiado sabor, le proporcionaba. Podría estar haciéndolo para siempre. Podía llenar sus sentidos con ella y aún no tener bastante. Era adictiva. Era lujuria y dulzura y tan malditamente caliente que se iba a correr antes de meter su polla dentro de ella. Su polla estaba dura y gruesa. Latiendo con viciosa hambre, el ansia por tomarla era casi dolorosa ahora. —Tan bueno, —gimió ella encima de él, sus piernas temblando ahora cuando la sensual debilidad la recorrió. —Es tan bueno Jonas. Oh Dios. Amo tu lengua. Él empujó su lengua más duro dentro de ella, sintió la hormona salir de las glándulas y la esencia de su excitación se volvió más profunda y más fuerte. Sus uñas se clavaban en su cráneo ahora, los temblores la recorrían. Estaba cerca, tan cerca. Podía sentir su orgasmo fortalecerse, olerlo mientras empezaba a atravesar el cuerpo de Rachel. Ella estaba inmersa en el placer, en su toque. Sus caderas se ondulaban, presionando su coño más cerca. Estaba ebrio de ella y estaba muriendo por más. Quería más y más de ella. Jonas la atrapó cuando sus piernas se doblaron y Rachel se caía al suelo. No podía sostenerse por más tiempo. Sentía como si los altos tacones se hubieran convertido en caucho fundido, haciéndola perder el equilibrio y lanzándola a los brazos de Jonas. Él la atrapó y la bajó al suelo. Sus labios besaron su estómago, lamiéndolo, golpeando, su áspera lengua enviando increíbles sensaciones a su piel desnuda. Lamía, acariciaba. La punta de su lengua raspaba, sus labios besaban mientras se alzaba sobre ella y empujaba entre sus muslos.

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No tenía vello corporal, sólo unos escasos y sedosos pelos, casi como plumas, que eran prácticamente invisibles. Empujó contra la cara interna de sus muslos y sus caderas los apartaron, enviando rápidas sensaciones cosquilleantes de placer a través de ella. Sus caderas se arquearon. Rachel sintió un calor más fuerte que el del fuego ardiendo a su lado cuando sus dedos apartaron las copas de su sujetador bajo los pechos, dejándolos libres para empezar a devorarlos. Los muslos de Jonas estaban entre los suyos. La dura longitud de su polla presionando su sexo, frotándose contra su hinchado clítoris y cerca de mandarla al orgasmo. Sus manos acariciaron los hombros de Jonas. Sentir su carne, más dura, más fuerte que la suya, le transmitía una sensación que la obligó a gemir de puro gusto. Sentir su lengua acariciar sus pezones era el éxtasis. Pequeños golpes de sensación, diminutos, pequeños y sorprendentes golpes de placer que corrían desde sus pezones a su clítoris, a su coño. No podía creerlo, cada vez que estaban juntos, era mejor, más sensaciones increíbles alcanzaba. —Dulce Rachel. —Su cabeza se levantó de sus pechos, sus ojos plateados ardiendo con hambre. —Podría vivir sólo de tu toque y tu sabor. Sus caderas se sacudieron, sus dedos se flexionaron contra sus hombros y su cabeza cayó en la suave alfombra. Cuando ella se arqueó contra sus caderas, lo sintió quitándole despacio la falda y dejándola a un lado mientras volvía hacia ella. Sintió un calor asombroso, ardiente calor que abrasaba la tierna carne de su coño cuando su polla empezó a empujar contra él, el pesado eje frotando su clítoris. La agrandada cabeza era una marca caliente contra la parte baja de su vientre y sus labios la quemaban en un beso que sabía a canela y a clavo. Era increíble. Sus labios se curvaban contra los suyos, su lengua enredada con la suya. Sus manos deslizándose bajo su cuerpo para alzar sus caderas y tirar de sus muslos contra él. Rachel se congeló. Sus ojos se abrieron y ella le miró mientras él se colocaba encima de ella. La dura cresta separó los pliegues condensados de rocío, después presionó contra la cerrada entrada de su sexo. —Me estoy quemando viva, —jadeó ella cuando sintió la ajustada entrada estirada por la lenta y fuerte invasión de su polla. —Arderé contigo, —gruñó él. —Estallaremos en llamas juntos. Mirándolo mientras la tomaba con lentos y controlados golpes, Rachel fue atrapada otra vez por el salvaje contorno de su cara, el brillo de sus ojos plateados, la gota de sudor que descendía por un lado de su rostro. La vibración de un ronroneo era un ritmo constante acariciando sus sentidos, asombrándola y arrojándola a la más completa excitación. Subiendo sus piernas, las enlazó alrededor de sus caderas, apretando y luchando por tener más de él, todo de él. Sentir su polla estirándola, acariciándola con cortas, fuertes y profundas penetraciones, fue casi más de lo que podía soportar.

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Estaba flotando en sus brazos. Mirando a sus ojos, sentía las llamas envolviéndola, llenándola, a través de ella. Estaba perdida en una maravillosa tierra de placer que no quería perder. —Esto—Tragó con fuerza, haciendo una mueca. —Es el mayor placer que he experimentado jamás. Sus piernas se tensaron alrededor de sus caderas cuando el empujaba más profundamente, más duramente dentro de ella. Placer y dolor brotaron dentro de ella mientras la follaba más profundamente, su polla empujando, estirando lo más hondo de su coño y ella se encontraba cada vez más cerca, luchando por fundirse bajo su carne. Con un fuerte golpe final, se enterró en ella hasta la empuñadura, separándola, quemándola, llenándola de maneras que nadie más podría. Acero pesado y caliente separaba los tiernos tejidos, revelando terminaciones nerviosas desnudas que llamearon en respuesta con el golpe de su polla. El placer la rodeaba cuando el calor la llenó. La increíble mezcla de emocional y físico placer tejidos juntos, mandando a sus sentidos a un mundo maravilloso de absoluta dicha. Sus dedos apretaron sus hombros y bajaron por sus brazos acariciándolos. Su espalda era una mancha bajo sus manos ya que la transpiración cubría su piel desnuda. Sus rodillas se doblaron, sus manos la apretaron más cerca, levantando sus caderas mientras él se arrodillaba, mirándola, su expresión salvaje, teñida de lujuria y, sorprendentemente, amor. El amor llenaba cada caricia dentro de su cuerpo. Llenaba su mirada, su expresión. El terror de las Castas era el amante que ella siempre había soñado que podía ser. Salvaje. Gruñó. Ronroneó. Sus manos se apretaron en sus caderas mientras la follaba profundo y duramente, enterrándose en ella con un desesperado placer que mecía el alma de Rachel y la llenaba de una salvaje ferocidad. Sus uñas se clavaron en sus brazos, sus caderas se retorcían bajo las de Jonas, apretándose contra él, tomándole lo más profundo posible. Sus piernas cayeron hacia atrás desde las caderas, clavándolas en la alfombra para levantarse alto y así tomar más de él. Cada golpe se clavó en la sensitiva carne. La estiraba y la acariciaba llenándola con un poder y una dicha que no podía controlar. Ella no lo quería controlar. Podía oír sus gruñidos, sus ronroneos. Podía sentir su propio cuerpo apretando, los espasmos en su coño. Ella se convulsionó, el éxtasis explotó a través de ella. Ella se apretó en él, con él. Sintió el éxtasis correr a través de su cuerpo precipitándose a través de él mientras emitía un sordo gemido. Su polla golpeaba dentro de ella, enterrada profundamente. Sentir su liberación derramándose en ella, la llevó a otro orgasmo, más intenso que el último. Cuando la lengüeta emergió, anclándose en el área más sensible de su coño y golpeó con un sutil, destructivo placer, Rachel juró que había perdido su alma por él. Ella abrió los ojos, casi sin ver. Su mirada atada a la plata viva de la de Jonas. Lo sintió, ella juraba que lo hizo, a su espíritu, ella lo sintió mirando tan dentro de ella de la misma manera que estaba anclado dentro de su cuerpo.

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Él era una parte de ella. Su otra mitad. —Te amo. —Las palabras que estaban bloqueadas en su alma, salieron de ella, desde su corazón. —Oh Dios, Jonas. Te amo. Ella le amaba Jonas cayó sobre ella, rodeándola con sus brazos, su polla aún enterrada profundamente dentro de Rachel, palpitante, llenándola con su semen como si derramara cada parte de él en su compañera. Infiernos, él ya se lo había dado, sólo estaba renovándolo. Había temido que el acoplamiento lo debilitara. En vez de eso, lo fortalecía, lo suavizaba, lo hacía ver las cosas más claras, y ahora estaba más determinado que nunca a conseguir la paz para las Castas, porque nada importaba más que la seguridad de su compañera y su bebé. Nada importaba más que eso. Sostenerla Amarla. Ser amado. Jonas Wyatt, el terror de las Castas, era amado.

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CAPÍTULO 22 A la mañana siguiente Jonas y Rachel entraron en la habitación del ordenador principal y control de seguridad de la casa principal. Situada en el extremo del ala, con acceso directo a los laboratorios de al lado, la habitación estaba equipada con monitores, servidores y terminales externos que albergaban y almacenaban los entresijos de las operaciones de seguridad del Santuario para la casa. Todo internet, teléfono y comunicaciones inalámbricas pasaban por el centro de comunicaciones antes de ser enviados al búnker de comunicaciones fuera de la casa. Al entrar en la pequeña antesala que contenía tres equipos de control, Jonas pasó junto a la leona que trabajaba en ellos, consciente de que Rachel le seguía de cerca, a la sala de tecnología donde los técnicos estaban descansando o echándose una siesta, y luego a través de otra puerta hasta llegar al corazón de la habitación. Aquí unos servidores mantenían los diferentes enlaces al búnker de comunicaciones, dirigían Internet y las radios inalámbricas, monitorizaban teléfonos satelitales y las comunicaciones por satélite dentro de la casa y llevaban un sistema de seguridad con copia de seguridad que mandaba sus datos al búnker de comunicaciones, las comunidades Lobo y Coyote de New Haven, así como el sistema de seguridad Vanderale en África, en caso de emergencia. Era un sistema de copia de seguridad de emergencia autónomo, así como un sistema de notificación de última respuesta. La casa principal se vigilaba de forma independiente desde el bunker, pero todos los sistemas de la casa estaban monitorizados por la red más avanzada creada en el bunker. Sin embargo, esta habitación era indispensable. Jonas fue hasta la parte posterior de la sala donde el cerebro de la operación trabajaba con el ceño fruncido en su delicado rostro, su cabello blanco—rubio despeinado en la parte superior de la cabeza, los largos mechones caían desordenadamente alrededor de su rostro y los hombros. Vestida con pantalones militares negros y un top sin mangas, la mujer maldecía como un camionero en voz baja y miraba el monitor. —¿Qué tenemos, Sherra? Jonas se situó detrás de ella para mirar por encima de su hombro, y se fijó en los resultados mientras seleccionaba las anomalías del escáner que la mujer había descrito en su informe una hora antes. —Tenemos un virus, —murmuró mientras sus dedos volaban sobre el teclado con furia. — Se activó tal vez hace una semana, por lo que he podido averiguar. Es uno silencioso; ninguno de los escáneres lo notó. Si yo no hubiera empezado a hacer un escáner profundo con el diagnóstico completo y el sistema de enrutamiento para ahorrar tiempo, nunca lo hubiera encontrado. Hizo una pausa y se echó hacia atrás antes de pasar la pantalla actual al monitor a su lado. En cuestión de segundos, los cinco monitores en torno al principal mostraron cinco niveles diferentes de diagnóstico, así como los seis principales resultados.

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—Aquí y aquí. —Ella tocó la pantalla principal y la de la derecha por encima de ella. —Las anomalías comenzaron aquí. Una vez que el diagnóstico notó la primera anomalía, se comenzó a tratar de ocultar. —Señaló varios resultados de diagnóstico. —En la actualidad, está completamente desaparecido. —Señalando a las pantallas de izquierda y derecha de la pantalla principal, introdujo un comando para mostrar las lecturas actuales. —Como polvo en el viento, mi amigo. Se ha ido. Ella se volvió y le devolvió la mirada con la furia salvaje que reflejaba en sus ojos azul profundo. —Tenemos un virus, y es jodidamente inteligente. Jonas entornó los ojos mirando las pantallas antes de mirar a Rachel. —¿Tenemos algún tipo de informe o algo así? La Oficina hacía un seguimiento de todos los nuevos virus, de los rumores de nano virus y virus de nivel profundo. Rachel estaba mirando fijamente la pantalla, sus ojos verdes entrecerrados, su expresión pensativa, antes de activar el teclado electrónico que llevaba. —No hay informes sobre él, pero eso no quiere decir nada. En su mayor parte, sólo obtenemos información sobre lo que ha sido descubierto o rumores sobre cosas en las que se está trabajando. No ha habido nada como esto en el informe que hemos recibido sobre intención de ataques contra nuestro servidor o nuestra red de comunicaciones. —Ella frunció el ceño ante los resultados de la búsqueda que había realizado en el bloc. —Todo lo que tenemos son informes infundados sobre uno que se autodestruye cuando es encontrado y elimina la posibilidad de identificación. Aunque estos tienen que ser subidos manualmente. —Miró de nuevo a Jonas, la preocupación oscureciendo su mirada mientras ella le daba la información. —El que puso el virus en nuestro sistema tuvo que haberlo hecho desde esta habitación— Sherra tamborileó con sus bien cuidadas uñas en la mesa antes de iniciar otra búsqueda. —No es como si no hubiéramos tenido espías, —Rachel le recordó. —El asistente médico al que atrapamos hace varios meses tenía acceso a la sala durante las timbas de póquer que se jugaban aquí, así como la noche en que asesinó a los técnicos que estaban trabajando. Habría podido iniciarse en cualquier momento. Nosotros. Ella usó un pronombre con el que se había colocado como una parte indeleble de la comunidad más que como una extraña. Era la primera vez que lo había hecho, y el oírlo envió una oleada de satisfacción a través de Jonas. —A pesar de todo no asumamos que se ha autodestruido, —continuó Rachel volviéndose hacia la pantalla y devolviéndoles la mirada pensativa. —Necesitamos a alguien con experiencia en tecnología subversiva para saber más. —Todas las Castas tienen experiencia en tecnología subversiva. —Sherra soltó un bufido. —Es parte de nuestro entrenamiento. Lo aprendemos cuando somos adolescentes. Rachel estaba sacudiendo la cabeza mientras hablaba y escribía en el bloc que utilizaba. En cuestión de segundos una lista de información comenzó a desplazarse por la pantalla. —Tenéis cuatro Castas, todos profesionales en tecnología subversiva, nanotecnología y vigilancia de las comunicaciones. Estos son los Castas que necesitáis. Jonas levantó las cejas. Joder, ¿de dónde coño había sacado esa información?

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—¿Desde cuándo? —preguntó Sherra con sorpresa. Miró a Jonas como preguntándose por qué él no había conocido esa información. O, mejor dicho, ¿por qué el orgulloso Prime no había sido informado de ello? —La información se oculta entre algunos de los archivos más encriptados del Consejo, — Rachel le informó. —La encriptación no es algo fácil. Una gran cantidad de información es malinterpretada o totalmente ignorada, ya que los códigos son muy difíciles. —¿Y cómo te enteraste tú de esto?—Sherra se volvió en su silla y miró a Rachel con recelo. Jonas se molestó por el tono de Sherra, hasta que vio que Rachel sonreía lentamente. — Me gustan los puzzles. Cojo los archivos cifrados, los distintos códigos, y cuando Jonas está lejos, juego un poco. —Miró a Jonás. —A veces, está ausente con frecuencia. No estaría lejos de ella por más tiempo. —¿Y quiénes son los Castas que dominan la tecnología? —Sherra dudaba, todavía no satisfecha completamente con la explicación. —Tienes un tigre de Casta Bengala de origen asiático, Lee, es el único nombre que figuran en esta lista. —Frunció el ceño, su tono cada vez más tranquilo, más reflexivo, cuando comenzó a analizar el archivo. —Hay una Casta Lobo de ascendencia escocesa, sin nombre en la lista, sólo su número de expediente. —Inclinó la pantalla para obtener más información. —No está registrado ante la Oficina. —Pero ella sabía quién era; Jonas podía ver su expresión, el patrón cambiante de la sospecha que juntó toda la información sobre el Casta. —Sospecho que es Styx. —Una sonrisa de diversión cruzó su cara. —Estamos en problemas si lo es. Era él. —También tenemos dos Castas, sólo números de laboratorio, de los que aún no he sido capaz de rastrear cualquier información o descodificar qué información está en los archivos que encontré. Tengo que trabajar en eso. Ella levantó la cabeza. —No tenemos ubicación conocida o información sobre Lee. Styx es accesible. —Styx es una amenaza. —Sherra giró los ojos antes de volver al equipo. —Probablemente va a tener una de esas rabietas con su temperamento y destruir todo el equipo que tenemos. Jonas casi sonrió ante la idea. —Voy a descargar los ficheros desde los que saqué estos, —le dijo Rachel. —A ver si podemos encontrar a alguien rápidamente. Sin duda, no podemos dejar que el sistema siga trabajando mucho más si tenemos la sospecha de que hay un virus. —Conseguí seguir sus parámetros utilizando el registro del equipo—, le dijo Sherra. —No es fácil. Incluso los registros son insignificantes. —Ella negó con la cabeza. —No sé con qué estamos tratando pero es jodidamente inteligente. —Aísla los registros y trabaja a través de ellos en un sistema independiente, sin conexión —sugirió Rachel. —Así los crean. Sherra se volvió hacia ella de nuevo. —¿Cómo coño sabes todo esto? Has trabajado con Jonas menos de un año y ya sabes más que yo.

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—No me lo creo. —La sonrisa de Raquel fue conciliadora. —Pero soy buena en trivialidades, así que soy capaz de retener grandes cantidades de información desfragmentada. Es un talento—. Esbozó una encantadora sonrisa a Sherra. —Un talento, ¿eh? —Sherra miró a Jonás. —Suena más como una misma moneda con una cara diferente. Tú y Jonas sois mejores compañeros de lo que pensaba. —Yo siempre supe que seríamos buenos compañeros. —Rachel le miró rápidamente y casi le dejó sonriendo. Como si ella hubiera manipulado todo el emparejamiento. —A cada uno lo suyo, supongo. —Sherra rió entre dientes antes de volver a Jonas. — Antes de irte, Callan necesita verte en Sit Com One. —El lugar dónde se encontraba el cuarto de comunicaciones en la casa principal. Una habitación completamente asegurada fuera de cualquier interferencia electrónica o vía satélite. Jonas asintió con la cabeza. —¿Podrías ponerte en contacto con sus Ejecutores que estén de guardia y hacerles saber que voy para allá? —Cuando Sit Com One estaba en uso, el guardaespaldas asistente—personal de Callan estaba siempre cerca. —Contactado. —Sherra presionó una tecla, y luego le sonrió. —Además, sólo para que lo sepas, Lance Jacobs está de servicio y vigilando. Él, Harmony y su hijo están planeando irse a casa esta semana. Jonas asintió con la cabeza. Mantenía sus emociones bajo control en lo que se refería a su hermana y sobrino. Harmony le había pedido que se alejara del niño, y era una petición que le rasgaba por dentro. Se mantuvo alejado aunque siguió cuidando del niño. Joseph Leopold Jacobs. Le llamaban Joey. Acababa de cumplir doce meses de edad. Tenía el pelo rojizo con toques de negro y los ojos azules de su padre. Era un niño feliz y Harmony era una madre amorosa. Ella adoraba a su marido e hijo. —¿Lista? —Se volvió hacia Rachel, mientras ella anotaba algo en su pad. —Lista. —Le lanzó una sonrisa ausente, pero su mirada, todo su porte le aseguraron que ella estaba muy consciente de él. Podía sentir su conciencia, la sensibilidad de su cuerpo, la excitación que bullía a fuego lento bajo la superficie, lista para saltar fuera de control. El aroma dulce y suave de su cuerpo, la respiración relajada, incluso su actitud pensativa mientras iban a hablar con Callan, le atraía de ella. Fueron desde la sala de comunicación personal por el otro lado de la casa a la recién erigida Sit Com One. La habitación estaba en el ala familiar del orgulloso Líder, que consistía en seis familias, aunque era raro que estuvieran todos allí. Normalmente sólo estaba el Orgulloso Líder, Callan Lyons, y la segunda al mando de la seguridad, Sherra Tyler. El Ejecutor personal de Callan, Fallon, una Casta León entrenado en seguridad avanzada y protección, abrió la puerta de la habitación silenciosamente. Callan, Kane Tyler, quien era el jefe de la seguridad y el compañero de Sherra; el jefe de ejecución del Santuario, Taber Williams, y el jefe de Relaciones Públicas del Santuario, Tanner Reynolds, estaban sentados a la mesa de negociaciones mientras él y Rachel entraban. Rachel se apartó de Jonas, deslizándose perfectamente en su papel de asistente.

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—Buenas tardes, señores. —Rachel pasó por delante de Jonas, le sirvió café y su agua y las colocó delante de su silla. Jonas casi sonrió. Ella era la compañera perfecta para él, capaz de mezclarse en su vida de negocios, así como en el papel de su compañera. Ella lo complementaba a cada paso, y había logrado en los últimos meses aliviar muchos de los orgullos heridos que él había logrado pisotear, incluso siendo un completo idiota, a lo largo de los años. —Tenemos los archivos. —Callan utilizó el pad para enviar el archivo a Rachel, así como a Jonas. Ella le entregó a Jonas el suyo y se pasó la información al de ella. —El Comité de Apropiaciones de las Castas del Senado ha convocado una reunión extraordinaria para examinar los fondos que ya habían sido aprobados y que se acordaron para los gastos del próximo año. La información que tenemos es que han recibido información de que la Oficina, así como el Santuario, han roto el acuerdo que firmamos en lo que respecta a la realización de cualquier acto militar o personal de guerra o de agresión a alguno de los gobiernos que suministran los fondos. Jonas estudiaba la información que tenía ante él antes de responder a Callan. —No ha habido actos de agresión o de un diseño militar contra ningún gobierno. Su informe es falso, Callan. Como de costumbre. La Oficina no mordía la mano que la alimentaba. Por lo menos no directamente, y desde luego no sin que hubiera alguien o algo más al que culpar. —El senador Tyler es parte de dicha comisión, como ya sabéis, —dijo Callan. —Envió una actualización de la información que tenía; ha solicitado tu presencia inmediata ante la comisión, de lo contrario los fondos se van a congelar de manera indefinida hasta que nos encarguemos de esto. —No necesitamos su jodido dinero de mierda—gruñó Tanner, sus ojos verdes de Bengala ardiendo con ira. —Esta gente debe a las Castas ese dinero, —señaló Rachel con tono firme. —Lo que hay que hacer es hacer un movimiento para dejar ese dinero fuera de las manos del comité de apropiaciones y dejar directamente bajo el control de las Castas una cierta cantidad por trimestre. —Están demasiado asustados de que vayamos a volvernos contra ellos, —gruñó Callan mientras se recostaba en su asiento y se frotaba la mandíbula con los dedos. —Piensan que mantener congelado ese dinero hará que no invadamos sus respectivos estados. —Como si nosotros quisiéramos ocuparnos de su basura y de la nuestra, —resopló Tanner ante la idea. —Joder, sólo con ocuparnos del Santuario es suficiente dolor de cabeza, ¿no? Eso era verdad. —Rachel. —Jonas se volvió hacia ella. —Un helicóptero está siendo preparado y he ordenado que Lawe siga extrayendo archivos de misiones, —señaló antes de volverse hacia él con preocupación en su rostro. — ¿Voy?

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Él asintió con la cabeza bruscamente antes de volverse hacia Callan. —Necesito que Erin se prepare para llevar a Amber al Santuario y que se quede allí mientras estemos fuera. Cassie está actualmente en la residencia, ¿correcto? Callan se enderezó, entrecerrando los ojos. —Cassie arruinará a esa niña. Tendré alojamiento preparado para Amber y para su niñera. Puede estar las veinticuatro horas de servicio. Voy a asignar a alguien para ayudarla, pero Cassie echa a perder a bebés más que sus madres. Realmente no queréis que se haga cargo de Amber. —Falso. —Jonas no quería que nadie salvo Cassie estuviera cerca de Amber. —Asigna a Cassie como refuerzo. Aceptaré a Erin como la cuidadora principal. Jonas se puso de pie, sabiendo que le harían caso. —Jonas, Amber es mi hija, —dijo Rachel en voz baja mientras se movía delante de él. — ¿No deberías al menos consultarme?— Su voz estaba llena de irónica diversión, aunque se notaba un dejo de ira. —¿Lo habrías hecho de forma diferente? —Él inclinó la cabeza, preguntándose si realmente había una alternativa mejor. —No se trata de hacerlo, —le contestó mientras recogía sus cuadernos de notas. —Lo que te pido es, —se volvió hacia él, —que consultes conmigo la próxima vez. Me despediré de mi hija antes de irnos. Ella salió de la oficina con los hombros rectos, con la cabeza bien alta. —Considera eso como una advertencia, colega. —Callan se rió detrás de él mientras él y los otros se levantaban. —Sólo en aras de la convivencia, nunca, nunca tomes decisiones de carácter familiar sin consultárselo a tu compañera. En caso contrario, los resultados podrían ser fatales. Obviamente podrían serlo. Saliendo de la habitación Jonas pensó que el mundo quizás era hoy un poco más brillante. Él había visto cómo Callan y los otros eran suavemente castigados por sus compañeras en más de una ocasión, y siempre sintió una extraña clase de envidia. Ellos tenían compañeras que amorosamente les guiaban en eso de ser una familia, cómo ser más que una Casta dentro de una unidad de Castas. Cómo ser más que los soldados o los asesinos. Con los años había visto los resultados de esa influencia. Los hombres que antes no habían conocido otra cosa que la muerte reían, jugaban con sus hijos; ponían caras graciosas para los bebés y se movían en un mundo que era más que sangre, muerte y castigo. Jonas había anhelado ese mundo. Había deseado ser parte de algo más que sangre y muerte, el pasado que lo atormentaba. Ahora ya lo tenía. Y tenía la intención de mantenerlo. —El senador Tyler ha conseguido retrasar la reunión con el comité de apropiaciones para que nos dé tiempo a llegar y recoger nuestra información, —Rachel le informó mientras entraban en la parte posterior del helicóptero. —No tiene los detalles de sus supuestas pruebas, pero uno de los otros miembros que mantiene su simpatía por el secreto las Castas le aconsejó que nos advirtiera de que disponen de pruebas circunstanciales en la actualidad, y que el senador Racert está trabajando para aprovecharse de ello. —Buena suerte, —gruñó Jonas mientras le ayudaba a ponerse el cinturón, antes de abrocharse su propio arnés de seguridad preparándose para el despegue. —¿Tiene Tyler alguna idea de qué información deberíamos llevar? TRADUCIDO por GRUPO MR

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Ella tenía el ceño fruncido mientras revisaba los informes que estaba recibiendo. —En la actualidad, su contacto está casi seguro de que se están concentrando en todas las misiones llevadas a cabo con los EE.UU. y las fuerzas armadas de Israel hasta el año pasado y las de este año, —respondió ella rápidamente mientras tecleaba en el teclado holográfico del portátil. —Tenemos un total de una docena de misiones realizadas con el Mossad, Jonas, pero nada que pueda considerarse como una oportunidad de realizar una maniobra militar o acto de agresión contra los EE.UU. o cualquiera de las otras naciones que han contribuido a la financiación de las Castas. —Empieza a buscar probabilidades—, le dijo mientras sacaba su propio E-pad de su maletín. —Quiero saber qué misiones podrían parecer algo así. No limitemos los parámetros a las misiones de Israel; ramifica a todos los países que forman parte del acuerdo financiero de las Castas. Ella asentía con la cabeza mientras él hablaba, trabajando para obtener la información en el pad mientras el helicóptero volaba a DC. —Vamos a tener que parar en la Oficina, —le dijo ella. —Lawe debe ya tener los archivos para cuando lleguemos. Podemos dirigirnos al Departamento de Justicia, donde los senadores se están reuniendo. Jonas le dio una leve inclinación de cabeza mientras continuaba extrayendo información en su propio pad. Tenía que haber una razón para la investigación repentina en sus fondos. Sin duda, los motivos para hacerlo habían sido falsos por completo, pero incluso los senadores involucrados con el comité de apropiaciones sabían que las Castas no dependían de los fondos asignados por el acuerdo económico. —Aterrizamos en diez minutos, Director Wyatt, —les informó Jackal mientras Jonás comenzaba a revisar las misiones. —Vamos a eliminar cualquier posibilidad de sorpresa aquí. —¿Tienes alguna idea de la cantidad de misiones que ha habido en los últimos dieciocho meses? —Ella le devolvió la mirada vacilante, como si pensara que se había vuelto loco. —Exactamente trescientas cincuenta y cuatro misiones; diecisiete abortos en fase de planificación y veintiséis abortos en ruta. Ahí no están incluidas las cuatrocientos cincuenta y siete negativas que dimos en la misma cantidad de tiempo. ¿Te doy el número de misiones privadas subvencionadas que hemos realizado en ese tiempo? —la preguntó. —Ciento treinta y seis misiones privadas subvencionadas, de las cuales setenta y dos fueron rechazos, cincuenta y tres abortos en fase de planificación y trece abortos en ruta. ¿Los catalogados en secuestros y en seguridad privada?—Ella lo miró con una sonrisa. Joder si era buena. Fue una de las cosas que le habían llamado la atención cuando comenzó a trabajar para él. Sabía cómo hacer un seguimiento de la información, así como los diversos detalles del trabajo que él hacía. Esta capacidad, aunque a veces molesta en el sentido de que limitaba ciertas actividades, había hecho muchas partes de su trabajo mucho más fáciles. Negando con la cabeza, arqueó los labios sonriendo, pero ni de coña iba a mostrárselo. Quizás no acababa sólo con una sonrisa. Quizás acababa con una sonrisa de estúpido en la cara. Y Jackal estaba demasiado atento a los jueguecitos que había entre ellos dos. Sin duda, había habido apuestas sobre el tiempo de determinadas fases de su relación. Las apuestas más comunes eran sobre el tiempo que necesitaría un compañero de Casta para hacerlos

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sonreír. Eso, y quién le vería primero sonreír. Jackal, posiblemente, había apostado por esa sonrisa. —Lawe nos espera en tu oficina, —le comunicó Rachel mientras miraba su E—pad. —Ya tiene los archivos listos en el lector que usamos para las comisiones, cargados y descifrados. ¿Tiene que tener preparado algo más? Jonas negó con la cabeza. —Dile que se encuentre con nosotros en el garaje. Iremos en la limusina al Departamento de Justicia. ¿Cuánto tiempo tenemos? —Una hora antes de la audiencia. Todavía había tiempo. Asintiendo, cerró el E-pad, lo metió en el maletín de Rachel, y luego miró el horizonte plagado de nubes del DC. El tiempo se estaba preparando para una tormenta de nieve. Confiaba llegar a casa esta tarde antes de que empezara. Había planeado beber champán delante de la chimenea, la claraboya abierta sobre la chimenea y la tormenta soplando a su alrededor mientras le hacía el amor a su compañera. No quería cancelar ese plan. —Francotiradores informan de todo despejado, —comunicó Jackal desde la cabina. — Todas las áreas aseguradas para el aterrizaje. —Aterriza—, ordenó Jonás, su mirada moviéndose por el área evaluando las posibles amenazas. El helicóptero aterrizó en la pista. Jonas desató rápidamente las correas de Rachel antes de soltar las suyas. Jackal abrió la puerta y Jonas saltó, volviéndose luego para tomar por la cintura a su compañera y ponerla suavemente en el suelo de la azotea, protegiéndola todo el tiempo con su cuerpo. —Quédate aquí, —le ordenó mientras volvía hacia Jackal. —Debemos estar listos para volar antes del anochecer. Quiero volver antes de que nieve. Sin duda iba a nevar. Jonas podía sentir la amenaza del tiempo en el aire, casi podía degustar los cristales de hielo en la lengua. Tenía una imperiosa necesidad de dar la vuelta y volar de regreso al Santuario. —Aquí estaré—le aseguró Jackal al entregarle a Jonas el pesado maletín que Rachel había traído consigo. Volviéndose hacia la entrada del edificio, Jonas se aseguró de que los Ejecutores estaban en sus puestos antes de dirigirse hacia ellos. Se movían rápidamente hacia la compañera mientras Jonas les indicaba que estaba listo para abandonar la seguridad del escudo que ofrecía el helicóptero. Rodeados por los tres Ejecutores, se abrieron paso rápidamente a través de la azotea hasta el ascensor. —El ejecutor Justice está esperando en el garaje, —le informó a Jonas la Casta que estaba a su lado. —Pidió que se le informara de que la limusina está esperando fuera del ascensor y lista para arrancar. Jonas asintió mientras ponía la mano en la espalda de Raquel y le entregaba el maletín, preparándose para escoltarla rápidamente a la limusina.

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Las puertas se abrieron en la planta sótano. Un Ejecutor salió, abrió la puerta de atrás y Jonas ayudó a Rachel a entrar en la limusina antes de entrar él mismo. La puerta se cerró detrás de ellos, los seguros se activaron con un chasquido. A Jonas le puso alerta el sonido, su mano fue rápidamente a la manija de la puerta para intentar abrirla de un tirón. Con su fuerza y la furia golpeando a través de él, no habría sido muy difícil hacer saltar el mecanismo en la puerta. —¿Quieres que mate a tu compañera?—La voz a través del sistema de intercomunicación le era conocida y sonaba llena de divertida satisfacción. —Alerta a las Castas de ahí fuera de que hay un problema, y te prometo que la mataré. Jonas miró a Rachel. Ella estaba callada, y le devolvía la mirada con sus grandes ojos sorprendidos mientras su mano se deslizaba lentamente dentro del compartimiento abierto del maletín. Ella estaba sentada de espaldas a la zona del conductor, con el maletín en su regazo, y él supo lo que estaba haciendo. Estaba presionando la tecla de borrar de las E-pads para borrar toda la información que contenían. A medida que su mano se deslizaba fuera del maletín, el cristal que separaba el asiento del conductor del de los pasajeros se deslizó, revelando al guardaespaldas de Phillip Brandenmore, Josef Svenson. Con cara de comadreja y cabello oscuro, Svenson les miró con los ojos pequeños y brillantes, una sonrisa curvaba sus delgados labios. —Sra. Broen, por favor siéntese al lado del señor Wyatt, si no le importa. Rachel deslizó silenciosamente el maletín hasta el suelo de la limusina y se sentó al lado de Jonas, enfrentándose al guardaespaldas en silencio. —Dígame. —Él alzó una letal negra pistola de láser a la cabeza de Raquel. —¿Dónde está la mocosa? Pensé que mamá nunca salía de casa sin ella.

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CAPÍTULO 23 La rabia era un tizón ardiente tronando por las venas de Jonas, rasgando su cerebro, mientras el arma apuntaba a Rachel. Brandenmore. ¿Cómo había conseguido el bastardo burlar su seguridad? ¿Qué demonios le había sucedido a Lawe? Jonas conocía a sus Ejecutores; ellos nunca habrían permitido que algo así pasara. De hecho, si los guardaespaldas de Brandenmore estaban en la limusina, posiblemente Lawe estuviera muerto. A su lado, Rachel se sentaba en silencio, pero podía oler su miedo devorando su control y enfureciendo a la bestia dentro de él anulando cualquier pensamiento lógico. Podía oler la sangre latiendo en el cuerpo de Svenson, casi la podía saborear, y su necesidad de hacerlo era cada vez más fuerte. —¿Cómo lo has conseguido, Svenson? —Preguntó con voz profunda y áspera el animal que rechazaba ocultar. Svenson sonrió de nuevo. Sus labios curvados de una manera lenta y fría. —No te diré que fue fácil, sin embargo, dice mucho de los tranquilizantes ¿no te parece? Jonas escondió su propia satisfacción ahora. Los Ejecutores Casta habían sido antes inyectados con tranquilizantes. Ely y la Casta Lobo científica, habían encontrado esta solución años atrás cuando el Consejo pensaba que podían capturar a sus mejores soldados sedándolos para llevarlos otra vez a sus filas. —Sí, podemos decir mucho a favor de los tranquilizantes. —Jonas cruzó sus brazos sobre el pecho luchando por contener los rugidos que pugnaban por salir. La droga dejaría de hacer efecto en unos minutos. Alguien debía haber herido a Lawe incapacitándolo de alguna manera que evitó que la Casta devolviera el golpe. —Entonces, ¿dónde está la mocosa de la perra? —Preguntó Svenson otra vez. —En el Santuario, —respondió Jonas sintiendo a Rachel temblar a su lado. —Se está formando una tormenta. Decidimos dejarla allí, ya que el viaje iba a ser corto. Svenson frunció el ceño y sus labios se apretaron con ira. —Al Sr. Brandemore no le gustará, —le advirtió a Jonas. —Y complacer al Sr. Brandenmore, está en lo alto de la lista de las cosas que tengo que hacer, —se burló Jonas. Los bastardos, todos ellos, iban a morir. Todo el que hubiera participado en este pequeño secuestro, pagaría de la manera más dolorosa. Entonces, Svenson miró a Rachel. Jonas podía sentir los leves temblores de su cuerpo y olía la ira y el miedo quemando dentro de ella. Ella recordaba la noche en la que Brandenmore había conseguido poner sus manos en Amber. Este recuerdo estaba grabado en su alma. —Deberías haber traído a la niña, —gruñó Svenson lamentándose. —Su disgusto puede no preocuparte ahora, Jonas, pero lo lamentarás al final. Muy dolorosamente. No está demasiado contento desde que conseguiste rescatar a la pequeña zorra la última vez.

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Los puños de Rachel se apretaron en su regazo. Era pura furia, ardiente aroma de rabia maternal cuando el guardaespaldas insultó a su bebé. No había mucho que Jonas pudiera hacer mientras la pistola láser del otro hombre apuntara a Rachel. No tenía balas. Una asesina explosión del arma podría atravesar su cuerpo, quemando, abrasando y creando tal daño que sería imposible sobrevivir. —¿Por qué quiere al bebé? —Jonas mantuvo su tono helado, sólo un poco curioso. Había opiniones preconcebidas de que los machos y las hembras Castas, o sus parejas, no aceptaban a los hijos de relaciones previas. Los científicos del Consejo, citaban el hecho de que los leones podían matar a los cachorros jóvenes, ya que ellos rechazaban criar a la cría de otro macho. Los científicos afirmaban que los machos Casta no eran diferentes. Ellos seguían olvidando que las Castas, sin importar la especie, eran humanos. —Él tiene planes para ella. —Svenson se encogió de hombros, su mirada deslizándose por Rachel de una forma que hizo que Jonas acallara un rugido de posesión. —Planes que no incluyen a ninguno de vosotros. Jonas podía sentir a Rachel luchando por contener la rabia que la consumía. Que su hija estuviera a salvo, era, para ella, la máxima prioridad. Podría morir por Amber si fuera necesario. Justo como Jonas podría morir por cualquiera de las dos. Sólo esperaba que no fuera necesario llegar tan lejos. —Bueno, sin conocer los planes que tiene para ella, entonces no puedo hacer mucho ¿no es así? —Jonas se reclinó en su asiento, extendiendo su brazo detrás de Rachel y atrayéndola más cerca. —¿Tengo tiempo para una siesta? Él no era precisamente conocido por cuidar del bienestar de otros. ¿Podría engañar a Brandenmore para que creyera que su acoplamiento era sólo biológico? ¿Que la posesión de Rachel le excitaría la lógica animal tanto como debilitaría su rabia? —Él no puede tener a Amber. —El terror corría a través de ella. —Me prometiste que tú no dejarías que nadie le hiciera daño, Jonas. La satisfacción le atravesó. Él nunca había prometido esa clase de cosas, al menos no con esas palabras. Él había reclamado al bebé, y Rachel sabía exactamente lo que significaba. —Ella no conoce a las Castas muy bien, ¿no es así, Wyatt? —Svenson se rió entre dientes. —Tú venderías a tu madre para obtener beneficios. —Sólo en ese caso, pero no tengo ni idea de quién fue el proveedor de tan particular rasgo de mi carácter, no puedo ayudarte mucho con eso, ahora, ¿no crees? —Sin mamá, sin papá. —Svenson se rió. —Vosotros los bastardos, sois más afortunados de lo que creéis. Ahora quietecitos y en silencio. Llegaremos pronto a nuestro destino y podéis discutir todo esto con el Sr. Brandenmore. El cristal de separación subió, dejándolos solos mientras el vehículo atravesaba velozmente la ciudad. Rachel no habló. Ella sabía que la parte trasera de la limusina tenía intercomunicadores que, definitivamente, Svenson había manipulado, así como una cámara que podía activar si quisiera. La limusina salió de la ciudad y se dirigió a las montañas, pero no mucho más lejos cuando giraron hacia una pequeña carretera secundaria para dejarla poco después de un kilómetro

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entrando en un camino de grava. Finalmente, se detuvieron frente a lo que parecía una cabaña. No era exactamente tan grandiosa y lujosa como las que solían gustarle a Brandenmore, pensó Jonas observando el exterior de la cabaña a través de la ventanilla. El bosque de pinos era frondoso, lo que podía ser una ventaja para él y Rachel. Él miró hacia abajo, a los negros y pulcros pantalones de Rachel, un jersey gris oscuro de cachemira y un abrigo de cuero largo. Calzaba tacones bajos, que aunque eran perfectos para trabajar, no lo serían tanto si tenían que correr. Pero él podía compensar eso cargándola a la espalda. —Aquí estamos, chicos y chicas, —anunció Svenson con entusiasmo cuando la separación se deslizó de nuevo hacia abajo. Él frunció el ceño, tomando nota obviamente del hecho de que Jonas no estuviera abrazando a la llorosa Rachel. —¿Estáis seguros de ser pareja? Para mí, que actuáis como extraños. Jonas le miró fríamente, en silencio. Svenson gruñó antes de que él y el conductor saltaran del vehículo para abrir la puerta trasera. —Ahora, se educado y no intentes ninguna mierda del tipo “Casta—aprieta—tuercas” ¿de acuerdo? —Le advirtió mientras les conducía a la cabaña con una mano y con la otra les apuntaba con su pistola. ¿Educado? Jonas nunca era educado. Rachel reprimió un fuerte estremecimiento de miedo cuando Jonas puso su mano en la parte baja de su espalda y la escoltó a la cabaña. Su palma era cálida, pesada mientras atravesaban el porche de piedra donde la puerta principal se abrió lentamente. Ella tenía pánico, pensó Rachel. No tenía malos presentimientos como los que tuvo la noche en la que regresaba a casa y Brandenmore había estado allí. Entrando en la cabaña, Rachel no sentía otra cosa que no fuera ira, y un primordial miedo por Jonas. Él moriría antes de permitir que algo le pasara a Amber. Sabía que él estaba intentando ofrecer un aspecto despreocupado y que de ninguna forma permitiría que su bebé fuera dañado. Su bebé, de los dos. Cuando el calor de la chimenea le golpeó el rostro, Rachel se dio cuenta de que Amber siempre había sido la hija de los dos. Después, ella se vio cara a cara otra vez con el hombre que había engendrado a Amber. Devon estaba sentado con Phillip Brandenmore en la abierta zona de descanso en la cabaña. Relajado en el sillón de piel reclinable, obviamente más que un poco ebrio, Devon parecía eufórico, triunfante, mientras Jonas y ella eran escoltados dentro de la sala. Por otra parte, Phillip Brandenmore, parecía simplemente satisfecho. Por alguna razón, parecía pensar que había ganado, y su expresión era algo así como si creyera que iba a ser benévolo en su victoria. —Toma asiento, Jonas. —Brandenmore señaló el sofá de piel al lado del sillón de Devon y paralelo al suyo propio. Sentado en la esquina, el otro hombre extendió su mano a lo largo del brazo del sillón antes de levantar su bebida que reposaba en la rodilla. Bebió el dorado licor lentamente

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mientras miraba a Jonas con la misma cautela que tendría un hombre cuando un animal salvaje se cruza en su camino. —Director Wyatt. —Brandenmore extendió su mano hacia el sofá. —Gracias por reunirse con nosotros. ¿Le apetece tomar algo? Rachel estaba casi divertida ante el tono cordial de Brandenmore. —No, gracias. —Preciso, desprovisto de acento, el tono de Jonas era como el hielo. — ¿Podemos ir al grano? Brandenmore suspiró pesadamente. —Me ha obligado a adaptar un poco mi agenda, debo decirle. Pretendía esperar unas semanas para permitir a mi espía dentro de Santuario conseguir la información que necesitaba. Rachel ocultó su sorpresa. Ella conocía los incansables intentos de otros espías sólo para salir con las manos vacías. —¿Está hablando de los errores que han programado en mis ordenadores? —Las palabras de Jonas la sorprendieron todavía más. Ella no había podido repararlos todavía. Ella sabía que el virus no tenía sentido. Sherra era muy cuidadosa con los ordenadores, así como las leonas que operaban con ellos y el resto de su personal de seguridad, especialmente después de descubrir que la información había sido robada por medio de un nuevo programa que ocultaba secretos en e-mails inofensivos. —Sí. —Brandenmore sonrió cuando Devon le lanzó una irritada mirada. —Los errores. Eran más que ingeniosos, debo decir. Estuve durante días sacando provecho de la información que conseguían, cuando usted tan obviamente los encontró. —Fueron programados para borrar sus huellas y autodestruirse. —Jonas también había descubierto esto. —Estás en deuda conmigo, Phillip, —soltó Devon con obstinación. —Ese programa fue muy caro. —Estoy en deuda con tu padre, —Brandenmore replicó con irritación. Había tensión entre los dos hombre, una rabia por entero incomprensible, pensó Rachel. De todas formas, ella no podía entender que hacían los dos juntos en primer lugar. —¿Dónde está mi hija? —Devon se giró y capturó la mirada de Rachel. Sus cejas bajaron siniestramente. —Te dije que abortaras al pequeño bastardo, pero tenías que hacer de mi vida un infierno, ¿no es así? —Yo decidí hacer de ello mi meta, —respondió ella regodeándose cuando el odio la atravesó. —Me divierte saber que tú estás aquí para hacer de mi vida un infierno. —Puta sabelotodo. —Sus labios se torcieron en una mueca. Jonas gruñó. El sonido era bajo, vibrando con poder y peligro. Suficiente para estremecer a Devon. —El chico nunca aprendió modales. Aunque su padre lo intentó a menudo, su madre deshizo lo bueno que su padre le inculcó. —Brandenmore lanzó a Devon otra disgustada mirada mientras terminaba la explicación. —Quiero a mi hija. —Devon ignoró la mirada del viejo pidiendo silencio. —Amber es mi hija, —le informó Rachel con calma, a pesar de que quería levantarse y clavarle las uñas en los ojos o arrancarle la lengua. TRADUCIDO por GRUPO MR

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—¡Basta de gilipolleces! Vayamos al punto, —estalló Jonas, sus manos sujetaban sin apretar los brazos de Rachel, cuando confirmó que ella sabía lo que él buscaba obtener: que ella no era más que una mujer con la que él estaba liado en un acoplamiento biológico. Rachel esperaba que ellos no prestaran atención a las pequeñas, imperceptibles caricias de los dedos de Jonas en sus muñecas, o a la manera de mantenerla cerca de su propio cuerpo; de otra forma, los descubrirían. No es que Rachel pudiera ocultar el hecho de que se estaba apoyando en su fuerza. Cuanto más tiempo pasaban allí sentados, más se profundizaba la sensación de terror en su interior. —El punto es que yo quiero a la niña. —Brandenmore dejó su vaso en la mesa frente a él antes de inclinarse para mirarlos con fría y asesina mirada. —A los leones no les divierte tener las crías de otros machos alrededor, —continuó él. —Le haré un favor y de paso solucionaré un pequeño problema que tengo. —¡No! —Rachel no pudo detener la instintiva negación. Su cuerpo se tensó hasta el punto de que apenas sentía la advertencia en la sujeción de los dedos de Jonas. —¿Y qué problema tiene usted, Brandenmore, que un niño puede solucionarlo por usted? —Preguntó Jonas, su tono tan helado que Rachel estuvo a punto de estremecerse y casi creer que estaba, en realidad, considerando la proposición. —Su madre es la compañera de una Casta. —Asintió él en dirección a Rachel. —Si mis pruebas preliminares son correctas, esto podía hacer compatible a su hija con la fisiología de las Castas también. Me gustaría hacer algunos simples, casi indoloros test a lo largo de sus primeros años de edad adulta. Ella estaría cuidada. —Él se inclinó, su expresión sincera. — Ella tendrá una buena vida y prestará un valioso servicio a la vez. —¿Y este servicio sería? Ella conocía a Jonas. Conocía sus estados de ánimo, sus expresiones, la progresión del hielo en su voz, y ella sabía como si lo estuviera sintiendo que, en ese momento, el animal dentro de él estaba cerca de salir libre. —El fenómeno del acoplamiento y sus efectos en el envejecimiento. —La excitación coloreó su voz, estrechando sus ojos y dejando un brillo de fanatismo en su expresión. — Ninguna Casta ni sus compañeros envejecen. Sabemos esto, pero queremos saber por qué. Podríamos duplicarlo, crear un serum. Todo lo que necesito es un viable, saludable niño cuya biología sea compatible. —¿Y cómo sabe que esta niña es la que necesita? —Preguntó Jonas. —Tomé muestras de sangre y orina mientras estuvo conmigo, —se regodeó él. —La tuve cuatro horas, suficiente para reunir todo lo que necesitaba para las pruebas. La hija de Devon y Rachel es compatible. Los padres de Devon han avanzado millones de dólares para el proyecto, y mis amigos de Oriente Medio me han donado el laboratorio perfecto. —Necesitaría una Casta para probarla con ella. ¿Cómo va a conseguir eso? —Jonas tenía muchas preguntas. Rachel estaba tratando de luchar contra su horror, sus lágrimas mientras miraba la rebelde expresión de Devon. Él y sus padres habían vendido a su hija a un monstruo. ¿Para qué? ¿Por un serum anti-envejecimiento que podía o no funcionar?

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Ella no podía ocultar que estaba agitándose de dentro a fuera ahora, ni podía ocultar tampoco la completa furia en la que se estaba sumergiendo. —Eso es fácil de conseguir. —Brandenmore se encogió de hombros. —Tenemos muchas muestras de sangre, orina y semen que hemos guardado, yo mismo y el Consejo, por supuesto. Hacer las pruebas no será difícil. —Sólo podrá emparejarse con una Casta específica, —apuntó Jonas. —Su compañero. ¿Tenía Amber un compañero? ¿Cómo podría ser posible? Era sólo un bebé. —Las pruebas de acoplamiento no se pueden hacer hasta la edad adulta, Brandenmore, —continuó Jonas. —Ya hemos probado eso. —Un test de acoplamiento, no. —Asintió él. —Pero sí un test de compatibilidad como el que he creado. Estaba dándose tanta importancia ahora, tan triunfante mientas miraba a Jonas, tan seguro de que estaría de acuerdo en entregarle a Amber. —Jonas, haz que termine con esto, —murmuró ella, desesperada ahora por borrar el horror de lo que Brandenmore estaba sugiriendo. Brandenmore la lanzó una mirada piadosa mientras Devon la miraba con disgusto. —¡Cierra la jodida boca, Rachel!, —estalló Devon. —Ella es mi hija también. Tú puedes tener más crías con tu amante. Déjame tener a Amber. —¿Para que puedas matarla? —ella gritó, mirándole, sorprendiéndose de no haber visto al demonio que lo infectaba mientras vivían juntos. —Nadie va a matarla. Sería inútil muerta. —Devon rió de forma ridícula. —Cálmate. Tú siempre dramatizas las cosas hasta el absurdo. —Suficiente. —La voz de Jonas era baja, un vibrante sonido de poder que inmediatamente silenció a Devon. —El te matará por insultar a su compañera, muchacho. —Se rió Brandenmore. —Puede que no la ame, puede que sea un grillete en su tobillo, pero este animal dentro de él la protegerá hasta el último aliento. —Él miró a Jonas. —La niña es otra cosa ¿no es así Sr. Wyatt? —Entonces, usted sugiere que yo le entregue a Amber, ¿a cambio de qué exactamente?, —preguntó Jonas. Brandenmore se inclinó otra vez, con esa fanática luz brillando en sus ojos. —Bueno, en primer lugar, a cambio de sus vidas. —Él sonrió. —Segundo, pienso que podría compartir mis descubrimientos con sus científicos. Sé que ese calor de acoplamiento causa bastante incomodidad, y por último el acuerdo con los asistentes médicos con los que me sorprendió ayudando no hace mucho tiempo. Esta es una situación ventajosa para usted, Jonas. ¿Una situación ventajosa? ¿Quién perdía? Definitivamente ella perdería, su hija, el más precioso tesoro en su vida. Amber podría perder su vida, si no en las primeras semanas de eso que llamaban investigación, lo haría después en los años siguientes. Rachel miraba a Brandenmore, después a Devon —Es tu hija, —murmuró ella, preguntándose cómo podría ella contestar las preguntas que Amber le haría sobre su padre ahora. —¿Cómo puedes hacerle esto, Devon? TRADUCIDO por GRUPO MR

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Él terminó su bebida rápidamente antes de burlarse de ella. —Te dije que abortaras, Rachel. Tú no lo hiciste. Phillip puede, al final, usarla eficientemente. Rachel se estremeció, Jonas gruñó, bajo y peligroso. Phillip Brandenmore lo miró con sorpresa cuando reconoció el inherente peligro del sonido. —Sr. Wyatt, —dijo Brandenmore cautelosamente, —usted quiere considerarlo. Los dos sabemos que la niña no representa nada para usted, pero su compañera sí. Llamará al Santuario y tendrá a la niña volando hacia un lugar dónde me la entregará. Cuando la tenga, serán liberados. Rachel oyó el bajo zumbido de las armas láser tras ella. Ella sacudió su cabeza. Las lágrimas rodaban por sus mejillas, temblando de dentro a fuera, hasta el momento. —No, —suspiró ella. —No le permitiré… —Pero no es su elección, —Brandenmore le informó. —Es la de su compañero. Y dígame, Srta. Broen, ¿qué piensa que va a hacer el animal dentro de él? Él quiere eliminar a esta niña porque no es suya. No lleva su sangre, o sus especies. Sin embargo, ella es un obstáculo para su orgullo, una amenaza para su liderazgo y el futuro liderazgo de sus hijos legítimos. —No estamos en la Edad Media, —exclamó ella. —Cierra la jodida boca, estúpida puta. —El vaso de Devon voló a través de la sala y se estrelló en la pared mientras todos le miraban. —Le darás a tu cría o la veré muerta. Haz tu elección. —No, tú no lo harás, —gruñó Jonas, la pesada y peligrosa vibración en su voz llenó el silencio con una ola de rabiosa intención. —Por supuesto que no lo hará. —Brandenmore estaba definitivamente harto de las corrientes asesinas que llenaban la sala ahora. —Jonas, Amber no será dañada. Se lo juro. Usted no perderá con esto y su compañera no puede odiarle. La única manera de salvarla es separar a la niña de ella. Así de simple. Jonas respiró despacio, sutilmente, cuidando de asegurarse de que ninguno estaba notando los olores que le llegaban. Había Castas fuera, más de una. Cuatro de ellos eran el Equipo Fantasma. Pudo ver el brillo de los ojos verdes de Jag unos minutos antes, en la ventana detrás de la cabeza de Devon. Había más. Lawe estaba allí, Rule, Mercury y, extrañamente, Jonas podía oler a Leo y a Dane Bandearle. No es que Dane tuviera mucho de su propio olor, eso siempre le había disgustado. Pero allí lo notaba, apenas un familiar olor con el que Jonas nunca podría equivocarse. Él esperó, conteniendo al animal que arañaba dentro con brutal fuerza por ser libre. Mantuvo su control, escondiendo la rabia, hasta que los otros tomaran posiciones. El olor de las mentiras de Brandenmore se mezclaba con el de las Castas. Él era un monstruo. Jonas no tenía ni idea de lo que había planeado para Amber, pero no era como le había contado. Amber sólo conocería el dolor. Si los informes eran correctos, apoyados por los rumores de algunos experimentos que el hombre había hecho a lo largo de los años, ella sería afortunada si vivía unas semanas.

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—Incluso apaciguaré a su compañera lo mejor que pueda. —Brandenmore estaba sonriendo, sus ojos maliciosos encubiertos por la sinceridad. El hombre sería un buen actor. Se llevaría un Oscar. —Le enviaré fotos, manteniéndola informada de sus progresos. Tal vez incluso, la telefonearía. —Él sonrió con benevolencia hacia Rachel. Ella desprendía horror. Las lágrimas rodaban por sus pálidas mejillas, la rabia la consumía. Estaba controlada. Ella, como Jonas, controlaba la necesidad de matar. Sus manos apretaron sus muñecas y los dedos de Jonas seguían un patrón de advertencia a través de su piel hasta que la sintió tensarse, sintió el momento en que ella se dio cuenta de que el camino de sus dedos formaba con cuidado un corto mensaje: “prepárate”. Ella ya estaba preparada. Él lo sintió. La forma en la que se contenía, el repentino olor de la rabia solidificándose en ella cuando se tensó preparándose para moverse. Él miró a la ventana, siguiendo la dirección de una mano oscura. Cinco dedos. Cuatro. Tres. Dos….UNO. —¡Abajo! —Él tiró de Rachel hasta el suelo cuando estallaba la ventana tras la cabeza de Svenson y el fuego del láser empezaba a llenar la habitación. Se tomó solo un momento para mirar la sangre brotando del pecho y la cabeza del hombre joven y comprobar que sus ojos se quedaban sin vida. Olió el aroma de la muerte impregnando la sala. Arrastrando a Rachel bajo la relativa seguridad de una mesita para el café, fue a por Brandenmore. Svenson estaba sobre el suelo, la sangre teñía su cabello mientras Devon Marshall reposaba boca abajo con los hombros cubiertos de sangre. Brandenmore reptaba con una rapidez que Jonas no habría esperado en un hombre de su edad. Corriendo hacia el hombre, Jonas lo atrapó por el hombro, sus garras se clavaron en una carne más flexible de lo que esperaba, a través de un músculo más poderoso de lo que debería ser. Pero él era solo humano, y no podía competir con la carga genética de Jonas. Obligándolo a incorporarse, Jonas lo empujó contra la pared con suficiente fuerza como para aturdirle, agarrándolo por el pelo, puso al anciano frente a él. El equipo Alfa Uno y el equipo Fantasma, habían eliminado el peligro para Rachel en segundos. Sin piedad, rápido y eficiente. El frío aire de la noche se arremolinó en la habitación, el olor de sangre y muerte se mezclaba con la de la madera quemada y el olor del terror y el dolor cuando obligó al anciano a enfrentar el trabajo nocturno. —Se acabó, —gritó Jonas, obligando a Brandenmore a observar los resultados del repentino ataque de las Castas. Sus guardaespaldas estaban muertos. La sangre brotaba de sus cuerpos y se deslizaba en el suelo, sus ojos vacíos mirando a la nada. —No se acabó. Jonas sacudió su cabeza hacia un lado, para ver a Devon sosteniendo a Rachel por el pelo con fuerza, apuntando hacia su vulnerable cabeza con una pistola láser. El joven parecía aturdido, furioso. El olor de su sangre era fuerte, así como también el de su furia y su miedo.

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Jonas se congeló. Las Castas se levantaban despacio del suelo, mirando la escena con aparente desinterés, pero él podía oler la súbita intención, podía sentir cómo estaban barajando las posibilidades y considerando opciones. Rachel era la compañera del director. Sin ella, Jonas no sabía si podría seguir. Sus hombres no lo sabían tampoco. Si ella moría, sentiría la rabia más poderosa que fuera capaz de sentir, para siempre. Hasta que él se matara o alguien lo hiciera. Le haría un favor. —Quiero a la pequeña bastarda. —Devon la empujaba hacia la puerta, sus ojos brillantes con odio mientras miraba a Jonas. —Entrégamela. La pequeña zorra no es más que una vergüenza. Nunca heredará la fortuna de los Marshall, porque no es una Marshall. Y nadie consideraba a Amber una Marshal. Había pocas opciones. —La madre debe vivir. —La voz de Brandenmore era suave, tan suave. —Ella criará un legado para la ciencia. Su hija. Las manos de Jonas se apretaron en el pelo del anciano. —Esa pistola no está cargada. —Casi demasiado bajo, incluso para sus oídos, Brandenmore murmuró las palabras. —Yo nunca le daría una pistola cargada. Devon apretaba el cañón en la cabeza de Rachel. La pequeña luz en el lateral del arma estaba roja. No estaba cargada. ¿O era un truco? —Si ella muere, te mataré. Muy, muy despacio, —le advirtió al anciano. Un anciano en un cuerpo mucho más joven. —Déjenme salir, —Devon ordenó mientras arrastraba a Rachel a la puerta. —Joder, la mataré. Jonas giró su cabeza y miró a la Casta que esperaba entre las sombras fuera de la cabaña. El equipo Fantasma había permanecido escondido mientras el equipo Alfa Uno había irrumpido en la sala. Jag tenía a tiro la cabeza del bastardo por detrás. Debía hacerlo. Podría ser complicado. Rachel nunca les perdonaría la complicación. El silencio llenaba la noche cuando un hueco “pop” vibró en la sala y un chorro de sangre y cerebro explotaban en un lado de la cabeza de Devon Marshal. Rachel cayó cuando él cayó. Estaba atrapada en su mano, intentando desprender los dedos de su cabello mientras le daba patadas y le gritaba. Las lágrimas corrían por su cara y la rabia rasgaba su voz. —¡Tú, bastardo!, —ella gritaba, intentando liberar su pelo cuando Jonas la atrapó. Su pie pateó de nuevo aterrizando en el estómago del hombre muerto. —Jodido monstruo. Hijo de puta. Es un bebé. Es un bebé. Jonas la apretó contra su pecho, su mano cubrió su cabeza, sus ojos ardían cuando miró a Brandenmore, ahora sujetado por Lawe, con las manos inmovilizadas. Jonas le miró y dejó que una lenta, helada sonrisa, curvara sus labios. Brandenmore era ahora suyo. Sorprendente, cómo las cosas llegaban poco a poco. Las mejores mentes del Consejo, eran ahora posesiones de Jonas. Primero Amburg, ahora Brandenmore.

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—Llévalo al laboratorio, —ordenó a la Casta. —Necesitará unas pruebas. Los ojos de Brandenmore se abrieron con horror. —Le ayudé. Pero yo le ayudé, —protestó él conmocionado. —Usted se ayudó a sí mismo. —juró Jonas. —Desde este momento, está desaparecido, Brandenmore. Otro daño colateral en la silenciosa pequeña guerra que usted y sus amigos han empezado. Y ahora, usted es mío, —le prometió él con un mortífero rugido. —Jódase. Es mi hija. Adoptada por amor, no por deber. Reclamada como hija, no como cría. Y pagará incluso por el daño que pensaba hacerle a cada pelo de su cabeza. El quería rajar al hijo de puta. La última cosa que él quería hacer era usarlo para el bien de la comunidad de las Castas, pero no tenía elección. Solo Brandenmore podría explicar cualquier cambio que sucediera con Amber. Asintió hacia Lawe que arrastraba al hombre fuera mientras él giraba lentamente hacia la sala con los brazos todavía sosteniendo muy cerca a su compañera que sollozaba contra su pecho. Lágrimas de rabia y de alivio, ya no más de horror, ira y dolor. —Limpiadlo, —ordenó él, mientras Leo y Dane entraban desde otra habitación arrastrando a un guardaespaldas apenas con vida. Entonces, Jonas sintió sus ojos abrirse con sorpresa y total disgusto. Hijo de puta, no podría evitarlo por más tiempo. Leo era alto y estaba orgulloso y regocijado. Sus dorados ojos brillaban con excitación sosteniendo el arma láser con una mano y arrastrando a uno de los mejores guardaespaldas de Brandenmore con la otra. —Madre sabrá que estuviste aquí, —le advirtió Dane divertido. —Pateará tu culo y me pondrá mala cara durante meses. —Te equivocas, ella pateará tu culo y me pondrá a mí mala cara, —replicó Leo. —Yo voy a patearos el culo a los dos. —Estalló Jonas, refiriéndose a los dos. En los últimos meses eran como sanguijuelas, pero él ya no era capaz de revolver otra vez la misma mierda por mucho que se esforzara. Entonces ellos se volvieron hacia Jonas respondiendo a la vez: —Ha sido por tu culpa, —lo dijeron al unísono, asintiendo con la cabeza. Tenía un mal presentimiento, sabía exactamente lo que ellos estaban tratando. —Excelente. —Leo sonrió y palmeó la espalda de Dane. —Es bueno tener otro hijo al que echar la mierda encima. El resto de vosotros os estáis volviendo muy susceptibles. Él arrastró al guardia por la sala, palmeó el hombro de Jonas y se perdió en la noche mientras Jonas le miraba conmocionado. De repente, el frío y duro Leo se había ido, y lo que Jonas olía desde el otro hombre no podía ser cierto. ¿Aceptación? ¿Por qué? ¿Por qué ahora, y por qué demonios había esperado tanto? Se giró hacia Dane, pensando que no debía esperar respuestas al respecto. Dane suspiró profundamente. —Tu compañera, —asintió él hacia Rachel, —evidentemente ella le mordió el culo y le ofreció otra oportunidad de vivir. ¿Que había sido del “jodidos apareados que disfrutan así”?

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Como si esto fuera una explicación. Al menos, a este respecto, tenía un poco de sentido. Rachel era capaz de hacer sentir de menos de dos pulgadas a un hombre o a una Casta, cuando se lo merecían. Jonas exhaló un duro suspiro. —Cuídate, —dijo al final mientras Rachel sollozaba sus últimas lágrimas de rabia agotada. —significa cuídate, Dane. Solo una Casta criada en los laboratorios es capaz de comprender el poder de un mordisco en el culo. Rachel podría hacerlo a menudo. Ella podría amarlo a menudo. Ella lo pondría furioso a menudo. Ella levantó su cabeza, aún tenía los ojos mojados y los labios temblorosos. —Te amo, —murmuró ella. —Muchísimo. Jonas bajó la cabeza y, a pesar de la sangre y la muerte, la tocó tan ligero como una pluma y murmuró, —Yo vivo por ti. Dane los miró sólo por un segundo antes de continuar. Una mueca torcía sus rasgos y sentía una especie de dolor en el pecho. Se preguntaba si alguna vez el experimentaría el poder de ese mordisco en el culo.

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EPÍLOGO Estaba nevando. Horas después de su regreso al Santuario, Jonas contemplaba el paisaje cubierto de nieve a través de las ventanas enrejadas del centro de interrogatorios, encima de una de las entradas a los laboratorios subterráneos. Había casi ocho centímetros de nieve en el suelo, y la predicción hablaba de hasta sesenta centímetros. Grandes, húmedos, copos de nieve que se apilaban en el suelo, los árboles y los techos de las cabañas, habían convertido El Santuario en un paraíso cubierto de nieve. ¿Cómo es que nunca antes había notado la belleza, la prístina inocencia de una nevada? Nunca se había parado a observar la maravilla, la promesa, casi de cuento de hadas, que la naturaleza regalaba en cada nevada, como nunca se había fijado, realmente, en la belleza de la risa de un niño, la sonrisa de una compañera, o la palabra " familia”. Nunca se había percatado realmente por lo que estaba luchando hasta que se había enfrentado a la pérdida, aquella primera noche que Brandenmore había atacado a Rachel. —No me quieres aquí, Wyatt. —La voz de Brandenmore era ronca, ahogada por el terror cuando habló desde el otro lado de la habitación. Elizabeth Vanderale, Ely y Amburg, todos enmascarados, escondiendo sus identidades, habían extraído los viales de sangre necesarios. Habían tomado muestras del interior de la boca, así como de otras partes de su cuerpo. Habían extraído muestras de orina y le habían sometido a una batería de pruebas mientras él gritaba y luchaba. El Leo y Dane se mantenían en un rincón oscuro, con mascaras negras cubriendo sus rasgos mientras los científicos completaban su trabajo. El aire estaba cargado con la rabia de las Castas y el miedo humano. Cuando los científicos abandonaron la habitación, Jonas se dio la vuelta y asintió a Jag, quien también estaba enmascarado. Jag conectó electrodos a Brandenmore en la cabeza, alrededor de su corazón y en las venas que latían en sus sienes. Los impulsos eléctricos que emitían se aprovecharían al máximo. —Por favor, Jonas, —gritó. —Esto está mal. Me has arrestado. Quiero ver a mi abogado. —Aquí no hay ningún abogado, —le rebatió Jonas, la voz controlada, fría. —Esto es el Santuario, Brandenmore. Aquí, mi palabra es ley. Aquí yo decido si vives o si mueres. —No puedes, —el viejo lloraba desesperadamente. —No está bien. Tú me odias. Ella es tu compañera, tu hija. No puedes tomar esta decisión. —Has sido juzgado y encontrado culpable de crímenes contra las Castas, tan atroces, tan carentes de compasión, Phillip Brandenmore, que únicamente pueden ser expiados mediante la muerte. Esta es la sentencia, por la Ley de Castas has sido sentenciado a muerte. —No. —Brandenmore jadeaba, los ojos se le salían de las orbitas cuando comprendió que no encontraría compasión, ninguna salida, ninguna vía de escape al dolor que vendría a continuación.

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—Sí. —Jonas cruzó los brazos sobre el pecho y miró al Casta que estaba detrás de Brandenmore. —¿Tus últimas palabras? —levantó la mano preparado para dar la orden de electrocutar al bastardo. —Si me matas, nunca sabrás lo que le hice a tu hija. Afortunadamente Brandenmore no era una Casta, si lo hubiera sido habría captado la sensación de puro triunfo que emanaban las Castas que había en la habitación. —No hay nada mal en mi hija, —le aseguró Jonas. —Ha sido examinada completamente. El juego ha acabado. Es hora de morir. —Reacción retardada, —la voz de Brandenmore sonaba ronca, desesperada. —Yo sé lo que hago. Sabía que la someterías a todas las pruebas del mundo. Lo escondí. La única manera de que la salves es que yo te lo diga. Si vivo. —Estas mintiendo… —Puedes oler la mentira. —Las lágrimas se derramaban desde los ojos de Brandenmore. —Sabes que no estoy mintiendo, Jonas. Lo sabes. Y te prometo que sin mí, ella morirá. Me he asegurado. Me aseguré de tener un as contra ti. No mentía. —¿Qué me garantiza que me lo dirás? —Se burló Jonas. —Estás jugando tal y como siempre lo has hecho. —Estaré aquí. Mantenme aquí. Sólo déjame vivir. —lloró. —¿Dejarte vivir lo suficiente para ver si rejuveneces? ¿Vivir lo suficiente para ver si tu suero funciona? —Su cuerpo era más joven de lo que solía ser, y Jonas veía menos arrugas en su rostro que antes. —Todo, —juró Brandenmore. —Te lo diré todo. —Sí, lo harás, —canturreó Jonas. —O sufrirás. Más de lo que has sufrido esta noche. Mucho más de lo que cualquier Casta ha sufrido en tus manos, Brandenmore. Te lo prometo. Cooperarás totalmente, o sufrirás de tal forma que el infierno sería un descanso para lo que te espera. Asintiendo hacia Lawe y Rule, Jonas se volvió y salió de la habitación seguido de Leo y Dane. Atravesó el corto pasillo hasta el cuarto de observación donde Callan y los otros miembros de la Orgullosa familia, junto con Ely y Elizabeth, esperaban. Rachel estaba en el apartamento con Amber, el único lugar en el mundo donde Jonas deseaba estar. —Hijo de puta, —Insultó Callan cuando la puerta se cerró tras él. —¿Qué le hizo a la bebé? Jonas se masajeó la nuca, el dolor se intensificaba mientras luchaba con sus propios deseos. Quería ir hasta Brandenmore y arrancarle el corazón del pecho. —Ely, ponle el suero de la verdad en el que has estado trabajando. —Le ordenó Jonas. El suero había sido diseñado para funcionar en humanos y Castas por igual. Llevaba semanas, incluso meses, para integrarse plenamente en el sistema y empezar a funcionar. Funcionaría y la verdad surgiría de los labios de Brandenmore tanto si lo quería como si no. —Necesito perfeccionarlo, —declaró Elizabeth. —Si, como sospechamos, ha encontrado un suero anti-envejecimiento, entonces eso podría modificar cómo funciona el suero con su biología en concreto. TRADUCIDO por GRUPO MR

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—Parece que nos vamos a quedar un poco más. —Leo asintió brevemente, con su dorada mirada posada en Jonas, con un mensaje del que Jonas no estaba seguro. —Empiezo a temer que nunca volvamos a África, —declaró Dane. —Menos mal que por lo menos me gusta América. Jonas volvió a masajearse la nuca. Necesitaba estar con su compañera y con la hija de ambos. —Comenzaré con los interrogatorios cuando el suero empiece a tener efecto, —les dijo Jonas, esa era su máxima preocupación ahora. —Me voy a casa. A casa. El tenía un hogar. No era simplemente un apartamento o una casa. Era un lugar cálido, próspero. Un lugar donde encontrar paz. —Un momento por favor, Jonas. —Leo se paró frente a él, señalando la puerta con la cabeza. —En privado. —Leo, no quiero discutir, —contestó Jonas con cansancio. —Dejémoslo para luego. —Hagámoslo ahora. —La puerta se abrió mientras Leo le lanzaba una dura mirada y salió de sala de interrogatorios. La habitación siguiente era una sala de archivos. Con estanterías de acero alineadas, era fría y silenciosa, con luces parpadeantes, Jonas entró y se enfrento al primero de su especie, el primero que había sobrevivido a los cinco años. Él había abierto el camino para el resto de ellos. Sus genes habían proporcionado la base para cada Casta vivo. Él era el “Adán” de los Castas, Elizabeth era su “Eva”. —¿Qué quieres Leo? —Cruzando los brazos sobre el pecho, Jonas miró a la otra Casta con curiosidad. El pecho de Leo se hinchó con una profunda respiración, su mirada cargada de… ¿pesar? ¿Otra cosa? —Pasaron años antes que supiera de los laboratorios franceses, —finalmente comenzó. —No quiero saber nada de eso. —Jonas se dio la vuelta para marcharse. El duro, furioso rugido tras él hizo que se detuviera, el animal dentro de él parpadeó con recelo cuando Jonas hizo una mueca y se volvió lentamente. La genética de los animales fue también jodidamente inculcada. Leo no era su Orgulloso Líder, pero bien podría haberlo sido. Fue el primero, fue el más fuerte. Era su padre. —Me escucharás quieras o no, —le informó Leo. —Cuando supe de ti, tú ya eras adulto. Tus genes proclamaban que tú eras el niño de la científica Madame LaRue y su consorte, con algunos de mis genes mezclados. Yo tenía problemas más graves. Mi hijo estaba en peligro, mi compañera estaba enferma, y el Consejo tenía cazadores en el Congo cazándonos. Yo estaba concentrado en rescatar a las Castas mas allá de lo que yo podía hacerlo. —A menos que un niño creado a partir de ti y Elizabeth fuese encontrado, —Jonas dijo con aparente desinterés, en tono frío. —Entonces cambiaste tus metas, ¿no es así, Leo? Leo levantó la cabeza. —Así fue. Aquellos Castas eran los más peligrosos, además de ser mis niños. Dios mío, ellos eran nuestros hijos, —expiró ruidosamente. —Cuando supe la verdad sobre tus genes, era demasiado tarde. Los rescates habían empezado. Ya eras libre y Harmony estaba segura.

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Cuando recibimos tu mensaje de que Harmony estaba en peligro, envié a Dane inmediatamente. Demasiado tarde, pero llegamos hasta ella. Jonas inclinó la cabeza. —¿Recibiste el mensaje? —No tenía conocimiento de ello. Leo le sonrió duramente. —Incluso Dane ignoraba que yo tenía el mensaje que lograste enviar hasta África. Lo arreglé todo para que él fuera a por ella, para que pudiera traérmela. No era hija mía, pero era una Casta, demasiado joven para todo a lo que tuvo que enfrentarse y esperaba que ella fuera la compañera de Dane. Cuando Jonas envió el mensaje, tanto tiempo atrás, lo tuvo que enviar encriptado, un archivo cifrado sobre Harmony para que únicamente Leo pudiese leerlo. Había sido una prueba, así como un intento para salvar a su hermana. —Nunca le dijiste que estabas intentando sacarla de allí ¿no es así, Jonas?—le preguntó Leo. —Jamás se lo dije. —Se encogió de hombros. —Tampoco importó. Consiguió escaparse y sobrevivió. —Podría haber muerto de no ser por Dane y Rye, —Leo miró a Jonas intentado distanciarse del pasado y los arrepentimientos que radicaban en él. Jonas asintió. —Él la salvó. Yo se lo agradecí. —Y encontraste un compañero para ella, y la separaste de él, —dijo Leo. —En varias ocasiones Dane ha estado cerca de volver por ella y secuestrarla. Jonas sacudió la cabeza. —Ella no se hubiera quedado. —No. —Leo asintió, —y ahora, tengo que encontrar la manera para recobrar al hijo que creí perdido durante los años que permanecí escondido sin revelarme ante él. Nunca aceptará la prueba que yo le observaba con orgullo. Tampoco aceptará la explicación de que en ocasiones soy demasiado arrogante para mi propio bien y que mis hijos vienen a mí por sus propios motivos, honestos, aunque tercos y manipuladores. —Nunca he negado eso, —Jonas le devolvió la mirada. —Bien, ¿estás buscando el perdón? De acuerdo, te perdono. Leo lo miro profundamente. —¿Perdón? No, Jonas, estoy buscando a mi hijo. Las emociones llegan fácilmente con mi compañera y los hijos que tenemos. Pero encuentro que son más duras con los hijos mayores, aquellos que no han sido influenciados por mí y no entienden mi forma de ser. He encontrado al hijo que más se parece a mí, mucho más que aquellos que mi compañera ha dado a luz. Uno tan parecido a mí, que incluso en el mejor de los momentos, temo que me desafíe. —Nunca, —respondió Jonas con tanta facilidad que pudo ver la sorpresa de Leo. —No tengo ningún deseo de desafiarte, Leo. Ni a ti, ni a Callan ni siquiera a Dane, mientras no amenacéis lo que es mío. En caso contrario no te desafiaré. Te mataré. TRADUCIDO por GRUPO MR

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—Podrías reclamar fácilmente el Santuario o mi propia base, —Leo le observó con recelo. —Eres lo suficientemente fuerte para ello, lo suficientemente manipulador. —No hay ningún reto en ello. —Jonas enfrentó a su padre sabiendo que era la verdad. Sabiendo que ser el Orgulloso líder de la manada era un trabajo más fácil que controlar la Oficina, a los humanos que formaban parte de ella, así como las Castas que servían como Ejecutores. —Estás de broma, —gruñó Leo. —No hay reto mayor que asumir el liderazgo de cientos de Castas. —Cada uno debe vivir su vida, Leo, —dijo Jonas sacudiendo la cabeza. —¿Y Elizabeth? Es tu madre. Llora por ti. —Leo sacudió la cabeza. —¿Lo sabe? —Los ojos de Jonas se abrieron por la sorpresa. —Es tu madre. —Leo le observó con curiosidad. —Siempre te ha reclamado. Incluso cuando yo no creía que fueras hijo nuestro, Elizabeth lo sabía. Ella lo sabía y lloraba por ti, incluso abandonó mi cama durante meses cuando se probó que eras nuestro. Todavía no me ha perdonado, Jonas, es más, sospecho que tú nunca me perdonarás. Infiernos, no tenía tiempo para esto. Señaló la puerta abierta, ignorado el gruñido furioso de Leo y caminó hacia la sala de observación. Empujó la puerta, con Leo tras sus talones, se enfrentó a Elizabeth mientras ella se volvía hacia lo que decía Ely. La sujetó por los hombros, mientras le besaba gentilmente la mejilla. —Tengo que ir a casa ahora, Madre. Por favor, quítame a Padre de encima durante un día o algo así, si no te importa. Tengo algunos asuntos de familia que resolver ahora. Ignorando su sorpresa, se volvió e ignorando a Leo, volvió a la entrada y salió fuera del pequeño edificio que servía como centro de detención del Santuario. Llamar “Padre” a Leo no le había sido fácil, pero él era una Castra, creada, no nacida, entrenada más que mejorada. Él no era Jonas. Era posible que tras esa noche, jamás volviera a llamar “Padre” a Leo, pero no volvería a renegar de él nunca más. Mordecai estaba esperando con el Raider y el regreso a casa fue rápido. Jonas necesitaba a su compañera y a su hija. Necesitaba explicar a su compañera la batalla a la que se iban a enfrentar, así como a la que se iba a enfrentar su hija. Y necesitaba abrazarla. Ella estaba esperándole cuando cruzó la puerta. La nieve se arremolinó dentro antes de que cerrara la puerta, echó la llave, después se acercó a ella. —¿Dónde está Amber?—sus dedos fueron hacia el cinturón de su bata. —Dormida. —Su respiración se volvió pesada inmediatamente, su voz velada y baja cuando él deslizó la tela por sus hombros. —Te necesito, —moviendo los labios sobre los de ella. —Te amo. —Te amo. —Sus labios se abrieron para él, su lengua se deslizó entre ellos, las glándulas doloridas, necesitando el toque de su lengua. Ella estaba allí para él. Las hormonas se derramaron dentro de ella tomando el mando, mientras la levantaba en sus brazos y la llevaba al dormitorio.

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Despojarse de la ropa que los separaba llevó poco tiempo. Su vestido se rasgó cuando él intentó abrir los pequeños botones de su cintura bruscamente. Lo deslizó hasta sus pies, mientras trabajaba en los pantalones y se quitaba los zapatos con la punta de los pies. Arrojando los pantalones y la camisa, la tiró sobre la cama, sus labios inclinados sobre los de ella, empujando la lengua dentro de su boca, retirándola, llenando de nuevo mientras se movía entre sus muslos, desesperado por tenerla. Con el toque de ella, su sabor, llenándole sus sentidos, el dolor de la nuca comenzó a ceder, y la pesadez que llenaba su alma empezaba a despejarse. Cuando ella le cogió la polla y la presionó contra el suave calor de su coño, se sintió renovado. Cuando empezó a moverse dentro de ella, sintió que el hambre de una vida atormentada se borraba. Ella era su vida, su corazón, su alma. Levantando la cabeza la miró fijamente a los ojos mientras la penetraba. Centímetro a centímetro, introduciendo lentamente su erección dentro del apretado canal de su sexo sintió que ella llenaba su alma. Nunca el placer había sido tan grande. Nunca había tenido nada en su vida que le proporcionara tanta paz, hasta la llegada de esta mujer, hasta que miró los ojos de ella y sintió que esa mujer había sido creada para él. —Mi corazón, —gruñó mientras se introducía hasta el fondo, sintiendo los cálidos músculos vibrando alrededor de su polla mientras sentía los brazos de ella alrededor de sus hombros, y su gemido de placer lo rodeaba. Ella estaba ardiendo en sus brazos, y no importaba nada excepto arder con ella. Sujetando su cadera con una mano, empezó a moverse en su interior. Profundo y duro, la folló con desesperación, con hambre ciega, con la necesidad de mantenerse dentro de ella para siempre, volar con ella, para sentir su orgasmo entre sus brazos. Cuando llegó la explosión, fue mejor que si volase. Estaba flotando, rodeado por un mar de sensaciones donde nada importaba. Encerrado dentro de ella, el pene pulsando, caliente, alcanzando su mayor placer al verla estremecerse, viendo su mirada desenfocada y oyendo gritar su nombre con tal satisfacción que vibraba a través de su alma. Estaba en casa. Donde estaba su corazón.

Más tarde, mientras Rachel dormía, Jonas se puso unos pantalones de deporte y entró silenciosamente en la habitación de su hija. Esperaba que estuviera durmiendo. Era un bebé, si estaba hambrienta entonces normalmente quería a su madre y gritaba su deseo alto. No estaba dormida. Estaba mirando el móvil colgado sobre su cuna, su mirada fija en las pequeñas hadas, que Cassie le había regalado, que se movían con la suave brisa creada por el sistema de ventilación. Los ojos verdes oscuros como los de su madre, mientras que la forma de su rostro se parecía más a su tía. La curva de su nariz era pura Rachel.

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Alcanzándola, la levantó y la abrazó contra su pecho antes de ir al salón y pararse delante de la ventana. Volviendo al bebé, le permitió que viera la nieve que se había amontonado fuera de la ventana. —Te protegeré, —le prometió mientras la abrazaba fuertemente en sus brazos. —Hasta mi último aliento, os protegeré a tu madre y a ti, Amber. Entonces la sintió. Su madre. Rachel llegó desde el dormitorio y se unió a ellos, mirando cómo caía la nieve, perezosos copos amontonándose en el suelo. —Brandenmore le hizo algo ¿verdad? —preguntó suavemente mientras él la rodeaba con el brazo acercándola. —Descubriré lo que hizo, —juró mientras observaba el reflejo de ella en el cristal, viendo el temor que apareció en sus ojos. —Estará bien, —declaró. —Cassie está segura de ello. —Levantando la cara para mirarlo. —¿Se ha equivocado alguna vez? Jonas sacudió la cabeza. —Nunca se equivoca. —Pero en ocasiones no acertaba plenamente. Sólo había una cosa segura: El futuro, y la felicidad de su niña, estaba en manos de uno de sus peores enemigos. Y maldito fuera Jonas si eso le sentaba bien. —¿Jonas? —Rachel se dio la vuelta en su abrazo y le miró, mientras su mano sujetaba el pequeño brazo de su hija. —Ocurra lo que ocurra, estamos juntos y te amo. Para siempre. De repente el mundo era más brillante. —Eres mi tesoro, —le toco los labios dulcemente, —para siempre, Rachel. Cogiéndola de la mano, dejó a Amber en su cuna y llevó a su compañera de vuelta a la cama. Nadie oyó el pequeño sonido en la habitación tras la puerta cerrada: un suave, dulce y felino ronroneo.

FIN

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Casta 21- Casta_de_Felinos_13_-_Coraz_n_de_Le_n_d

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