El Sabor Del Cielo. Alexis Harrington

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Copyright © Alexis Harrington, 1996

PROLOGO CAPITULO UNO CAPITULO DOS CAPITULO TRES CAPITULO CUATRO CAPITULO CINCO CAPITULO SEIS CAPITULO SIETE CAPITULO OCHO CAPITULO NUEVE CAPITULO DIEZ CAPITULO ONCE CAPITULO DOCE CAPITULO TRECE CAPITULO CATORCE CAPITULO QUINCE CAPITULO DIECISEIS EPILOGO SOBRE LA AUTORA

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iberty Ross Garrison se enderezó de su tarea momentáneamente y se apoyó en el mango de la pala, doblando su espalda. Su falda estaba cubierta de lodo sólido desde la cintura hasta el dobladillo. Haciendo una mueca por el fuego que sentía en sus manos, las levantó para mirar las ampollas que se habían formado en las palmas. No había pensado en ponerse los guantes antes. No era de extrañar. Una brisa helada se acercó y tomó los largos mechones de su pelo, agitándolos al otro lado de su cara. El último sol de marzo había fulminado con sus rayos los parches de nieve que quedaban por el suelo y aún cubrían las colinas circundantes. En ese lugar, ella sabía, descansaban cadáveres de ganado que se habían congelado por sucesivas ventiscas que habían aullado sobre esa tierra continuamente desde noviembre. Era una extraña ahí, pero aún así, por esta época del año, había esperado detectar el olor de la primavera. No estaba allí. Bajó la mirada hacia la zanja abierta en frente de ella. En una esquina, un poco de sábana blanca sobresalía a través de la tierra oscura. Brillaba desde el fondo de la fosa bajo el sol del mediodía. Un sentimiento de histeria trepó por ella, haciendo que su corazón palpitase con fuerza, y sintiendo la amenaza de las lágrimas quemando detrás de sus párpados de nuevo. Pasó una mano temblorosa llena de barro a través de sus ojos. Tenía que mantener la compostura un poco más, lo peor ya había pasado. Sólo tenía que terminar de llenar el agujero. No pienses, se ordenó, sólo cava. Si dejaba que sus pensamientos deambularan demasiado, correría gritando a través de esas tierras de pastoreo invernal. Allí, la muerte y las dificultades acechaban como los buitres dando vueltas al ganado sin vida. Libby hundió la hoja de la pala en la decreciente agua sucia que ella misma había levantado mientras cavaba la tumba de Ben Ross. Era difícil recordar que había sido su marido—nunca se había sentido casada con él. Y no sólo porque hubiese sido su esposa sólo durante cuatro meses antes de que muriese de neumonía. Levantó la pala con esfuerzo. Nunca había sepultado a nadie. En Chicago, había gente cuyo negocio consistía en manejar asuntos tales como funerales y entierros. Pero esto no era la ciudad. Era la frontera. Y desde que llegó a Montana el septiembre pasado, Libby había hecho muchas cosas que nunca pensó que haría. Pese a que intentó dejar la mente en blanco, no podía dejar fuera la realidad de lo que estaba haciendo, y lo que le había llevado a ello. Unos sollozos estremecedores comenzaron su camino hacia su garganta, y ella empujó frenéticamente la tierra sobre el agujero, actuando cada vez más y más rápido. Se iría de ese lugar incivilizado, olvidado de Dios, aunque fuera la última cosa que hiciese. La vida en Chicago había sido un horror. En Montana, una pesadilla.

L

ibby Ross salió y cerró cuidadosamente la puerta detrás de ella, cerciorándose de que estaba correctamente asegurada. Era algo sin sentido, lo sabía, pero lo hizo igualmente. A esa hora temprana, hacía frío en el porche ancho y en tan mal estado. Durante el invierno, ese lado de la casa había permanecido a la sombra durante la mayor parte del día, incluso cuando el sol brillaba. Ese hecho le había servido de mucho durante el mes pasado, sobre todo cuando la tierra estaba todavía congelada— Mientras lo pensaba, su mano se apretó espasmódicamente contra su bolsa, con la que había llegado el pasado septiembre. No había venido con mucho, excepto con esperanza, y de alguna manera se sentía como si se estuviera marchando con todavía menos. Arriba, en el cielo, que parecía no tener fin, las nubes cubrían el sol. Libby se llevaba con ella sólo los objetos personales que había traído el otoño pasado, y con los que había llenado el baúl después de haberlo subido a una carreta desvencijada. También se llevaba la Winchester de Ben, que la hubiese protegido llegado el caso. No tenía mucha habilidad con el arma, pero suponía que si se tenía que enfrentar a la necesidad de usarla, averiguaría cómo lo suficientemente rápido. No había más en la casa que pudiese interesarle o servirle de ayuda. Algunos pedazos rotos de muebles y una mezcolanza de cosas sin valor que habían sido reunidas durante la vida austera de soltería de Ben—era su herencia como viuda. Se subió a la carreta y tomó las cuerdas, mirando al ruano delgado que había tardado más de una hora en enganchar. Tenía un aspecto lamentable, y le preocupaba que tuviese que hacer ese viaje hasta la cuidad de Heavenly. Que el caballo hubiese sobrevivido el invierno era un milagro por el que ella estaba profundamente agradecida, él era su único medio de transporte allí. Pero Libby sabía que hubiese caminado, incluso arrastrado de rodillas si hubiese sido necesario, sólo para escapar de allí, y Montana. No tenía mucho dinero, pero seguro que tenía lo suficiente para comprar un billete para irse a cualquier parte fuera de ese territorio. Ese era su objetivo inmediato. Donde iba, y lo que ella haría cuando llegase eran preocupaciones que podía posponer para más tarde. No era un gran plan, pero era lo mejor que su entumecida mente podía concebir. Su primer destino era Heavenly, la ciudad más cercana, a veinticinco kilómetros al este. La había visto sólo una vez, y fue el otoño pasado cuando se subió a aquella diligencia. Mientras estaba en la calle parpadeando contra el sol, con sus ojos de una chica de ciudad, hacia el ordinario y decepcionante paisaje con un saloon y algunas tiendas que se levantaban de la artemisa. Pero después de meses de no ver otro paisaje más que una vacía pradera cubierta de nieve, en el ojo de su mente, Heavenly, Montana, había alcanzado la altura de su homónimo. Guiando al caballo hacia el camino, no miró hacia la casucha miserable donde había pasado ese invierno agotador e interminable. Pero echó una breve mirada sobre la tumba de Ben. Ayer, después de terminar su entierro, la había marcado con una cruz mal hecha. La hizo con dos cucharas de madera, amarradas en su intersección con una cinta de uno de sus delantales. No era nada lujoso, pero era lo mejor que podía hacer, y todo lo que se merecía por todas las mentiras que le había contado con tal de

traerle hasta allí. A ambos lados de la carretera que conducían fuera de la finca, la pradera estaba llena escasamente con abrigos marrones sarnosos de ganado muerto, revelados por la nieve derretida. Se estremeció ante la sensación térmica. Parecía como si nunca jamás se hubiera sentido lo suficientemente caliente. Inclinó la cabeza por un instante contra el dolor de saber que estaba totalmente sola en el mundo. Luego agitó las riendas sobre el lomo del caballo para acelerar su marcha de ese lugar. ••• Bajo el suave sol, Heavenly, Montana, era un espectáculo decepcionante. Libby miró a su alrededor mientras su caballo cansado tropezaba por la calle, y su noción exagerada de la ciudad se esfumaba a lo lejos como una gota de agua sobre una estufa caliente. Muchos de los edificios eran altos y estrechos, lo cual le resultaba un diseño peculiar de todas las ciudades del oeste que se había encontrado en su camino hasta allí. No tenía sentido para ella—la gente tenía más espacio del que podría utilizar, pero las estructuras eran demasiado exageradas y angostas. Estaban hechas de tablones toscamente aserrados, y parecían descuidadas. Caía la tarde, y sus brazos se sentían tan pesados como el granito. Ya le dolían de cavar la tumba de Ben el día anterior. La conducción del caballo durante veinticinco kilómetros por esos caminos ásperos, casi inexistentes, prácticamente había acabado con ella. No tenía experiencia con las riendas y varias veces los tres de ellos—el caballo, la carreta, y ella—se hubiesen apartado del camino si el caballo no hubiese sido lo suficientemente inteligente como para corregir los errores de Libby. Al menos hoy se había acordado de usar los guantes, lo cual era algo bueno—en el interior de la piel, sus manos aún estaban en carne viva. Aún así, pensó, mirando a su alrededor de nuevo, aquí había vida, y gente. No había hablado con otra persona además de Ben desde el otoño pasado. Y no había sido demasiado hablador, de todos modos. Especialmente hacia el final. Las huellas a lo largo de la calle fangosa marcaban los establecimientos de un barbero, un armero, una tienda de alimentación, una oficina de ensayo, un dentista “sin dolor,” un hotel, y el saloon. Por lo menos la ciudad tenía hotel, aunque el poco dinero que tenía no duraría mucho si tenía que pasar más de una noche allí. Hacia la mitad de la vía los ojos iluminados de Libby miraron hacia la Tienda Frutos Secos Osmer. Recordó al conductor de aquella diligencia diciéndole que Osmer vendía los billetes. Maniobrando torpemente, hizo que la carreta se detuviese mientras se tambaleaba, y suspiró con alivio. Atando las cuerdas alrededor de la palanca de freno, bajó. Cada músculo que poseía estaba rígido. Sólo Dios sabía qué aspecto tendría después de un viaje de un día de duración. No se había asegurado su sombrero muy bien y en algún lugar a lo largo del camino, se había volado, llevándose con él su mejor alfiler. Echó un vistazo a su ropa. Por lo menos los caminos no estaban cubiertos de polvo y aparte de estar arrugada, su falda oscura estaba todavía bastante limpia. Se alisó la parte delantera de su chaqueta y, respirando profundamente para calmarse, partió hacia la tienda de Osmer. Tres vaqueros se encontraban en el carril de enfrente, aparentemente involucrados en una tensa

discusión. A medida que se acercó a ellos, los fragmentos de la conversación fluyeron hacia ella. “—Y yo espero que podamos hacer algo al respecto antes de que el señor Hollins regrese. De no ser así, le dará un tabardillo cuando sepa lo que hemos hecho,” dijo uno de ellos reflejando abatimiento. Apoyó su cuerpo alargado y huesudo contra la barandilla y cruzó los tobillos, haciendo tintinear sus espuelas. “Oh, él hubiese hecho lo mismo si hubiese estado aquí,” dijo el segundo vaquero. Tenía el bigote más denso que Libby había visto en su vida. Levantó la vista del cigarrillo que estaba girando en sus manos, moviendo su sombrero cuando levantó las cejas. “Tal vez algo peor— probablemente habría disparado a esa cabeza hueca.” “Charlie tiene razón. Tyler lo va a entender,” el más joven de los tres ofreció, sonando confiado. “No sé por qué pensáis que es tan temible. No es como si nos fuese a despellejar de nuestras pieles.” El bigotudo lamió la costura del bien cuidado cigarrillo, y retorció sus extremos. “La tuya, no, Insolente. No tienes edad suficiente para irritarle realmente, pero espera algo mejor de nosotros. Si no lo hacemos, nos arriesgaremos a que nos patee el—” “—Oh, ¡buenas tardes, señora!” Al ver a Libby, los dos mayores sacudieron su atención hacia ella y se volvieron de un tono maduro, color carmesí. Se quitaron los sombreros y los sostuvieron contra sus pechos como si estuviesen viendo pasar un cortejo fúnebre. Sus espuelas resonaron y había un revuelo generalizado mientras le abrían paso en la acera. El más joven se quedó boquiabierto mirándole con un respetuoso asombro hasta que el flaco y curtido vaquero alargó su mano y le quitó el sombrero impacientemente. Se lo metió entre sus manos, y le propinó un fuerte codazo entre las costillas. Con esa reprimenda en silencio, cerró la boca y se irguió como los otros dos. Libby asintió en reconocimiento y continuó hacia la puerta de Osmer, incapaz de reprimir una sonrisa. El Oeste era un desierto crudo e incivilizado, pero al menos algunas personas eran educadas. ••• “¿Ha muerto? ¿El viejo Ben Ross?” Nort Osmer miró a Libby desde detrás del mostrador, con la boca abierta. “Sé que ha estado mal durante este último año o así, pero—Bueno, jamás pensé…” El almacén estaba impregnado de los hedores mezclados de carne secada al sol, tabaco, cueros curtidos, café, y un vago olor floral. Una fila de frascos llenos de caramelos de colores reposaba sobre la barra. Los ojos de Libby se posaron sobre los dulces—no había comido desde el mediodía, y su escaso almuerzo había consistido en un pedazo de pan y un trozo de carne seca. Echando, disimuladamente, una mirada furtiva a su alrededor, Libby vio un revoltijo de mercancía en exhibición, algunos artículos todavía envueltos en piel. Todo eso era tan diferente a los grandes almacenes elegantes de Chicago—no es que alguna vez hubiese tenido dinero para entrar en ellos. Pero había mirado por sus ventanas con bastante asiduidad en los últimos años. “¿Conocía a mi marido desde hacía mucho, señor Osmer?” Le preguntó, más por cortesía que por verdadero interés. La palabra marido, atascándose en su garganta. Él parpadeó, obviamente todavía asimilando la noticia de la muerte de Ben. Era un hombre de aspecto

inofensivo, con ojos pequeños, pálido y cabello castaño rojizo. “Sí, señora, desde que era un niño. Ha estado viniendo por aquí desde que mi pa era dueño de este lugar Todos nos quedamos estupefactos cuando supimos que había tomado a una mujer por esposa.” Libby no estaba segura de quienes “todos” eran, pero supuso que se refería la gente del pueblo. Osmer se detuvo, mirándole con curiosidad. “Sin ánimo de ofender, señora—uh, señora Ross, pero un vaquero viejo como Ben, que le gusta seguir sus caminos, no es el tipo de hombre que está dispuesto a casarse. Especialmente con una dama mucho más joven que él.” Su único comentario reforzó las sospechas de Libby. Ben Ross había estado buscando una enfermera, no una mujer. Y ¿cómo iba a responder ante tal observación del tendero? ¿Cómo iba a admitir que había estado tan desesperada por salir de su ciudad natal que había viajado más de dos mil kilómetros para conocer a un hombre que la había engañado? No. Simplemente se limitó a asentir con la cabeza. “Todo sucedió tan de repente,” continuó él, “vino a la ciudad y se casaron en la oficina del sheriff. No llegamos a conocerle antes de que Ben la llevara de vuelta a su lugar. Entonces llegó el invierno, nevándolo todo de azul muerte. ¿El clima también trató mal al lugar de Ben?” Una vez más, un panorama sombrío de muerte, ganado muerto, caballos muertos, tierra muerta—cruzó la cansada mente de Libby, y asintió. “No creo haber visto otro ser vivo aparte de mi caballo hasta que llegué a la ciudad.” Pensó ver una mirada de simpatía cruzar la suave cara del hombre. Nort Osmer se enderezó y le tendió la mano. “Bueno, bienvenida a Heavenly, señora. Estoy muy apenado de que nos hayamos conocido por tan triste noticia, pero espero que se quede.” Libby se sentó emocionada por el sentimiento que percibió en las palabras del hombre y, a pesar de su agotamiento, le estrechó la mano. “En realidad, señor Osmer, estoy aquí para comprar un billete de diligencia. No ha quedado mucho en el lugar de Ben, y yo no puedo vivir ahí.” Él asintió con la cabeza comprensivamente. “Para ser honesto, señora, su marido nunca tuvo mucha suerte que expandir. Supongo que el invierno fue lo que colmó el vaso, por así decirlo.” Su tono enérgico se convirtió en agorero. “Entonces, ¿va a ser un billete a Miles City? La diligencia estará aquí mañana al mediodía. Desde Miles City, podrá coger el tren a donde quiera ir.” “Sí, eso estaría bien.” Simplemente decir esas palabras la hizo sentir mejor. Y de repente se dio cuenta de a dónde se estaba dirigiendo—a casa, de vuelta a Chicago. Ella había dejado en la amargura y el dolor, una impetuosa decisión que le había costado más de lo que había ganado. Es cierto que ya no era bienvenida en la casa Brandauer, pero sin duda sus posibilidades serían mejor allí que en ese desierto. Abrió su bolsa y sacó cinco dólares. Estaba segura de que no sería suficiente para un billete de tren, también, pero por lo menos estaría más cerca de su meta. Con los otros cinco dólares que sostenía, tendría lo suficiente para conseguir una habitación de hotel y comprar un par de comidas. “Por favor, tómelo de aquí.” Nort miró la moneda de oro sobre el mostrador entre ellos como si se tratara de un bonito botón que había ofrecido como pago. Alzó los ojos hacia su cara. “Señora Ross—necesita más de cinco dólares. Un boleto de diligencia hacia Miles City cuesta mucho más que eso.” Libby se quedó atónita. No tenía ni idea de cuánto el viaje hasta allí había costado. Ben le había

enviado billetes de tren y de diligencia, y nunca había viajado a ningún otro lugar en sus veintiséis años, hasta el otoño pasado. “P-pero sólo tengo diez dólares en total.” Pensó por un momento, tratando de encontrar una alternativa. “¿Puedo comprar un billete a otra ciudad?” “No, señora, no puede ir a ningún lugar en diligencia por cinco dólares. O incluso diez.” Libby vio cómo sus problemas se acumulaban rápidamente. ¿Dónde podría ir? No podía conducir de vuelta hasta el lugar de Ben, la noche caería en un par de horas. Estaba hambrienta y cansada y desanimada. Además, si volviese a ese cuchitril—un pequeño escalofrío la recorrió sólo de pensar en ello. No, no, no. No podía volver allí de nuevo, no por ningún motivo. Si lo hacía, acabaría perdiendo la cabeza. Prefería fregar todos los pisos de Heavenly dos veces al día antes de tener que volver a ese lugar. Ella levantó la cabeza. Trabajar. Tenía que encontrar trabajo. Libby tomó la moneda de oro y la puso de nuevo en su bolsa. Dio otro rápido vistazo por la tienda, tratando de decidir cómo abordar el tema. “Usted debe saber mucho sobre Heavenly, señor Osmer. Parece que voy a necesitar, es decir, tal vez pueda encontrar un trabajo aquí en la ciudad.” Hizo un gesto hacia el mostrador de pino, sintiéndose muy incómoda. “¿Podría necesitar ayuda aquí en la tienda? No tengo ninguna experiencia con el mantenimiento de un negocio, pero soy digna de confianza y puedo aprender.” Nort tenía el aspecto de haberse tragado una bola de azúcar del tarro que había al lado de su mano. “Bueno, señora, quiero decir, señora Ross, después del temporal invernal, las cosas están bastante tranquilas. Me gustaría poder ayudar, pero no hago negocio suficiente para pagar a un empleado. Y mi esposa, bueno, ella no—” Balbuceó unas palabras más, hasta que Libby se apiadó de él. “¿Tal vez ha oído hablar de otro trabajo que pudiera hacer?” Preguntó ella, tratando de mantener la esperanza. Era una tarea formidable. Todo en los últimos meses había parecido muy desesperanzador. “Me gustaría poder decir que sí, pero Heavenly es un lugar muy abrupto y el único trabajo en la ciudad para una mujer estaría abajo, en la Osa Mayor.” Libby dejó escapar un tranquilo suspiro. “¿La Osa Mayor es el saloon?” Él la miró arrepentido. “Sí, señora. La señorita Callie está siempre en busca de damas, bueno, algo así —” De repente, su atención fue atrapada por algo más allá del hombro de Libby. Ella se volvió para ver a los tres vaqueros fuera de la ventana. Luego la miró por encima especulativamente, con su mano en la barbilla. “Bueno, ahora que lo menciona, podría saber de algo.” Una sensación nerviosa, incómoda, sacudió a Libby. Para ser una mujer sola en el mundo, y en un lugar extraño, tener algo que hacer sería el mejor de los casos. Pero sin recursos, podía ser presa de un gran número de peligros. Un recuerdo fugaz de una cocina cálida y fragante parpadeó en su mente, luego se fue, como el resplandor de un relámpago. Libby miró hacia la puerta, pensando que tal vez debería marcharse—mientras pudiese. “Por favor, no se moleste, señor Osmer. Siento haber tomado su tiempo.” Osmer se inclinó hacia ella, con las dos manos sobre el mostrador. “Espere un minuto, espere un minuto. ¿Sabe cocinar? Quiero decir, ¿cree que podría cocinar para un grupo de personas?” Ella sonrió. “¿Cocinar? ¡Oh, sí! Tengo mucha experiencia.” Para un pequeño restaurante agradable,

imaginó, o tal vez en el hotel. “Muy bien, entonces. Vamos a hablar con esos hombres.” Él asintió con la cabeza hacia las figuras del otro lado de la ventana. “Pertenecen al equipo de La Estrella Polar, y están buscando sustituto para el cocinero al que hicieron huir la semana pasada.” Salió de detrás del mostrador. “¿El equipo de La Estrella Polar?” Libby preguntó con voz hueca. “¿Se refiere a un rancho?” “Sí, señora. Es una extensión grande cerca del río Musselshell, uno de los pocos por aquí que han sobrevivido al invierno de forma aceptable. Tyler Hollins es el dueño. Estará de vuelta en unos días y si no hay nadie poniendo las mesas, entonces—” Nort levantó las cejas expresivamente. “No estará muy contento.” “Pero, uh—¿Su cocinero huyó?” Libby se encontró siendo conducida hacia la puerta con la mano de Nort Osmer con firmeza debajo de su codo. “Ahora, no se preocupe. Son buenos chicos, la mayoría de las veces, y necesitan a alguien que les preparare comidas decentes. Ningún plato de lujo, eso sí, sólo un montón de ellos. Servir a los vaqueros es un trabajo duro. “ Abrió la puerta de su tienda y salió al camino. Al sonido de la campana encima de la cabeza, los tres hombres se volvieron sombríos. Al ver a Libby, una vez más se quitaron el sombrero, y la miraron con una especie de fascinación perpleja. “Creo que tengo el problema resuelto, muchachos, pero podéis darme las gracias más tarde.” Hizo un gesto a los tres vaqueros y se los presentó. Charlie Ryerson parecía ser de su misma edad, él era el que tenía el bigote. Noah Bradley, un hombre algo mayor, parecía estar hecho de duro cuero curtido y huesos. Rory Egan tenía un rostro joven y serio y una dispersión de suaves pecas. Nort sostuvo una mano hacia Libby. “Esta señorita de aquí es Libby Ross, viuda de Ben. El viejo Ben murió de neumonía.” Hubo un murmullo de sorpresa entre los tres. “¿Ben Ross se ha ido?” Le preguntó Noah a Nort, con una mirada de soslayo hacia Libby. Habló en voz baja, como si estuviera en un museo, y Libby fuese la exposición. “¿Ben se dejó atrapar?” Preguntó Charlie. “¿El viejo Ben?” “Sí, justo antes de que comenzara la nevada. El invierno fue muy duro en su lugar. Ahora la señora Ross necesita un trabajo por un tiempo y ella sabe manejarse alrededor de una estufa. ¿No es así, señora?” Libby sonrió con incertidumbre ante sus rostros curiosos y respetuosos. “Antes de llegar a Montana, cocinaba para una familia en Chicago.” Después de un breve intercambio de miradas entre ellos, la reticencia de los hombres cayó. Al parecer, esa información la elevaba a un nivel profesional. Se acercaron un poco más y empezaron a hablar todos a la vez, haciendo referencias confusas pero vehementes de la cocina pésima, la intoxicación alimentaria, y el destino del cabeza hueca que fue el responsable de enviarles a todos al barracón durante dos días. Charlie hizo una mueca. “Sí, fue un espectáculo lamentable, eso es seguro. La única razón por la que alguien no disparó a esa cabeza llena de aire es porque estábamos demasiado enclenques y débiles como

para salir de nuestras literas. No era mucho consuelo que él enfermara, también.” “¿Lo ve, señora Ross?” Habló Rory. “Realmente necesitamos a alguien que ocupe su lugar. No nos está yendo demasiado bien por nuestra cuenta.” “¿Qué pasa con la señora Hollins? ¿No puede ayudar en la cocina?” Los tres vaqueros murmuraron de nuevo y y Nort tartamudeó antes de decir: “No hay ninguna señora Hollins, señora.” “Bueno, pero—” Libby sabía que no podía ser exigente, pero tampoco estaba segura de que trabajar para un grupo de vaqueros en un rancho aislado fuese la mejor elección que podía hacer. Y odiaba la idea de dejar aquel pequeño atisbo de civilización para volver a la soledad de las praderas. Señor Bradley, ¿está muy lejos su rancho de aquí?” Era difícil de ver, ya que era muy viejo, pero Libby podría jurar que el hombre larguirucho se había ruborizado. “Ah, no me mate, señora, mi pa era el señor Bradley. Puede llamarme Noah. Y La Estrella Polar está a unos ocho o nueve kilómetros de aquí.” Señaló por encima del hombro hacia el noroeste. Ocho o nueve kilómetros no era tan malo como veinticinco. Y el trabajo era un medio necesario para que ella pudiese escapar eventualmente. “Bueno…” Dijo vacilantemente. “El señor Hollins se va a poner histérico si vuelve a casa y ve que no tiene cocinero,” añadió Charlie. Libby apenas podía ver su boca moverse por la exuberante maleza que reposaba sobre su labio superior. “Señora, sentimos poderosísimamente lo de Ben, pero estaríamos muy agradecidos si nos ayudara.” Miró a los tres rostros expectantes, y luego a Nort Osmer. El tendero asintió con la cabeza. “Creo que estaremos haciéndonos un favor mutuo,” reflexionó ella, más para sí misma que para ellos. “Necesitan a alquien que cocine, y yo ciertamente necesito el trabajo. No sé cuánto tiempo estaré—” Pero con esta aceptación implícita, el resto de sus palabras se ahogaron en los gritos salvajes de alegría de sus nuevos compañeros de trabajo. “Vamos, señora, tenemos que volver a La Estrella Polar. Tenemos que alimentar a los hambrientos. ¿Es esa su carreta?” Sin esperar respuesta, Charlie la cogió por el codo con gran entusiasmo, alzando sus pies prácticamente de los tablones de la acera con cada paso. “Rory, adelántate y dile a Joe que tendremos cena esta noche. Noah, ata tu caballo a la parte trasera de la propiedad de la señora Ross, y conduce,” ordenó. Antes de que Libby se diese cuenta, estaba sentada en su asiento de la carreta de nuevo, donde había pasado la parte más difícil del día. Ahora, sin embargo, Noah estaba sentado junto a ella y tomó las riendas de su ruano. Tuvo el tiempo justo para despedirse de Nort Osmer antes de que el vagón se tambalease hacia delante y se alejase de su tienda. Debía de haber perdido la razón, pensó, que penoso era adentrarse otra vez en el desierto con tres hombres a los que acababa de conocer, basándose en la aprobación del tendero de la tienda de frutos secos al que también acababa de conocer. Tyler Hollins—¿cómo sería el dueño del Rancho La Estrella Polar? ¿Y cómo reaccionaría cuando se encontrase a una extraña mujer en su cocina? En un momento, los edificios altos y raros de Heavenly se alejaron detrás de ella. Y una vez más, Libby, con una docena de preguntas en su mente, se encontraba a sí misma en dirección a un destino

desconocido y un futuro que era un completo misterio para ella. Libby se removió en el asiento duro, agarrando el borde mientras la carreta se tambaleaba a lo largo del camino. Charlie Ryerson dirigía el pequeño contingente. Él era la mano superior de La Estrella Polar, y le había informado al respecto con un poco de arrogancia. Noah, sentado junto a Libby, manejaba las riendas expertamente. Arriba las nubes se acercaban, y las ráfagas de frío agitaban las hierbas de búfalo que crecían a ambos lados de la carretera. Esperaba que llegasen a un refugio antes de que empezase a llover. A su juicio, parecía que hacía días desde que había partido para Heavenly en lugar de esa misma mañana. Los meses en los que estuvo cuidando de Ben en el confinamiento de su cabaña habían sido enervantes y desagradables, pero no siempre tan exigentes físicamente como las tareas que había tenido que realizar en los últimos dos días. Apretó su agarre sobre el borde del asiento del vehículo según tropezó contra una roca. “¿Está el rancho mucho más lejos, señor Brad— um, Noah?” “Sólo un kilómetro más para llegar a La Estrella Polar, señora.” Eso era un alivio, pensó Libby. “Hábleme de su rancho,” le dijo al vaquero vestido de cuero. “El señor Osmer me dijo que era un lugar muy grande.” Noah levantó la voz para hacerse oír por encima del tintineo de las bridas y los cascos de los caballos. “Bueno, señora, La Estrella Polar tiene cerca de cinco mil hectáreas, y unas treinta mil cabezas de ganado pastando en los pastizales abiertos. Al menos, hasta este invierno. En los últimos días nos hemos dado cuenta de que hemos perdido más de las tres cuartas partes de la manada.” Cinco mil hectáreas, Libby se maravilló. No sabía mucho acerca de las mediciones de grandes extensiones de tierra por el estilo, pero sabía que tenía que ser mucho. Y todavía tendrían más o menos— ¿unas siete mil cabezas de ganado? Ben Ross había comenzado el invierno con doscientos ganados, y su rancho consistía en trescientas hectáreas. “Debe llevar a varios hombres gobernar un lugar tan grande,” dijo. “Sí, somos casi veinte ayudando ahí fuera.” Libby sintió cómo sus ojos se abrían. Se había imaginado que estaría cocinando para unas ocho o diez personas. Era una perspectiva muy preocupante estar en una pradera vacía con veinte hombres. Todo acerca de ese rancho parecía más grande que la vida. Es decir, la vida en Montana, como la había visto hasta ahora. “Supongo que no está acostumbrada a cocinar para tantas personas,” dijo el cowboy, leyéndole parte de sus pensamientos. Ella negó con la cabeza. “No, la familia para la que trabajé tenía sólo cuatro personas.” “¿Era en una de esas elegantes casas grandes?” Le preguntó Noah. “Vi algunas de ellas cuando trabajé en los mataderos de Chicago por un tiempo.” Oh, sí, sí que lo era, recordó, con paredes de color crema y alfombras profundas. No había visitado las plantas principales con mucha frecuencia. A la señora Brandauer no le gustaba que el personal de la cocina saliese de debajo de las escaleras, y Libby siempre siguió sus órdenes. Hasta que Wesley… “Era una casa muy agradable,” contestó, luchando por mantener la emoción de su voz. Era difícil. Si no

hubiese sido por Wesley Brandauer, no se habría casado con Ben. Y no habría venido a Montana en absoluto. De repente, sintiendo curiosidad por su nuevo patrón, Libby le preguntó: “¿Qué hay del señor Hollins. ¿Es fácil trabajar para él?” Noah miró hacia el horizonte. “Bueno, no le gustan los cambios, eso es seguro. Es por eso por lo que los chicos y yo estábamos tan preocupados ante la marcha de ese cocinero.” Libby se volvió un poco para estudiar el curtido rostro de Noah. Los tres vaqueros habían sido tan persuasivos, que no se le había ocurrido cuestionar su autoridad para contratarle. “¿Cree que le gustará la idea de que vaya a trabajar para él?” Noah no respondió y ella se preguntó si le habría escuchado. El único sonido era el golpe de los cascos de los caballos sobre la tierra reblandecida por la lluvia. Estaba a punto de repetir la pregunta cuando respondió. “Sólo tenemos que esperar, pero no podría decirlo con certeza. El señor Hollins no es fácil de predecir. Le gusta mantener las cosas para sí mismo. El hecho es que nunca he conocido a otra persona que le guste mantener tanto las distancias.” Libby miró hacia el horizonte, también, obligada a conformarse esta vez con la respuesta de Noah y el silencio que le siguió. La desesperación le había echado de Chicago—no había tenido nada que perder entonces, y a pesar de sus grandes esperanzas por un nuevo comienzo, no había ganado nada desde entonces. Sólo una oferta de trabajo que podría cancelarse tan pronto como Tyler Hollins la conociese. Aún así, el señor Hollins no sonaba tan mal. Cuando los vaqueros habían mencionado que su jefe era difícil, se imaginó a un hombre rígido y difícil de complacer. Pero un hombre que sólo quería que le dejaran sólo no parecía un problema en absoluto. De hecho, Libby pensaba que sería una gran ventaja.

J

oe Channing, capataz de La Estrella Polar, estaba de pie en el corral dándole una manzana a su caballo favorito cuando Rory Egan entró al galope en el patio, seguido por Charlie Ryerson. Joe se acercó a la valla que lo separaba del rail y miró a Rory, y luego a Charlie. “Ya era hora de regresar, muchachos. ¿Qué habéis hecho con Noah? ¿Lo habéis perdido en la ciudad?” Rory y Charlie intercambiaron una sonrisa absurda. “No, no se ha perdido,” continuó Charlie, “pero creo que tal vez hemos encontrado la respuesta a nuestras oraciones.” Joe los miró con recelo por un momento, luego se quitó el sombrero y se lo puso de nuevo en la cabeza. “¿Sí? Bueno, si habéis estado rezando para que el almacén de leña vuelva a tener techo, os puedo decir que no ha funcionado todavía.” El techo del almacén se había derrumbado durante una de las ventiscas y Charlie había sido nombrado responsable para repararlo. No se había puesto a la tarea todavía. La sonrisa de Rory se desvaneció un poco y se deslizó de su caballo. Si había estado esperando una reacción más favorable por parte de Joe, no lo estaba consiguiendo. Charlie pasó una pierna por encima de su silla de montar. “Creo que será mejor que le digas lo que hemos hecho,” dijo Rory. El joven se volvió para mirar por encima del hombro. “No creo que haga falta.” En ese momento, Noah entró por la puerta, conduciendo un caballo y una carreta que no pertenecían a La Estrella Polar. En el asiento, montaba con una mujer joven. Joe le miró, luego de vuelta a Charlie, y frunció el ceño. “Charlie, maldita sea—” “Espera, Joe, no te vayas a hacer una idea equivocada,” dijo el vaquero apresuradamente. “Es nuestra nueva cocinera.” “¿Nueva cocinera? ¡Mi tía Amelia! La última vez que hicisteis una broma como ésta, Tyler casi me arranca la cabeza. Esta mujer debe regresar a la Osa Mayor, o a donde quiera que pertenezca, antes de ponerse el sol.” Pero Charlie y Rory no estaban escuchando. Habían corrido al lado de la joven para ayudarle a bajar de la carreta. La mirada de Joe viajó de los vaqueros embrutecidos a la joven. Bueno, en realidad, no parecía una chica de saloon. Su vestido era modesto, y no llevaba maquillaje, al menos, no que se pudiera ver. Su visión fue obstaculizada mientras la mujer desaparecía detrás del círculo de hombres que crecía por momentos. Joe blasfemó y abrió de golpe la puerta del corral con la palma de la mano. A Tyler no le iba a gustar esto. Ni una pizca. Caminó hacia el grupo, alargando sus zancadas con cada irritado paso. Al acercarse, los hombres se abrieron ante él como vilanos en el viento. Charlie levantó la mano para adelantarse y se dirigió a la mujer. “Éste es el señor Channing.” Joe levantó una ceja ante aquel “señor Channing” que había soltado y se volvió para mirar a la mujer. Ella levantó sus grandes ojos grises a él y las palabras airadas que él había planeado decir murieron antes de salir por su boca.

“Señora, Joe Channing es el capataz de este equipo. Joe, está la señora Libby Ross. La conocimos en la ciudad.” La voz de Charlie se redujo a un susurro, como si no quisiera que ella lo oyese. “Es la viuda de Ben Ross. El invierno fue muy duro con ellos—Ben se dejó llevar de neumonía y ella necesita un trabajo.” Joe giró la cabeza para mirarle de nuevo. Esa era una noticia impactante. ¿Esa mujer se había casado con el viejo Ben? De ninguna manera habría sido por su dinero—había estado en las últimas desde hacía años. ¿Amor? Nah. Pero ¿por qué iba una joven a casarse con un hombre que era descuidado y casi tenía la edad suficiente para ser su abuelo? Ella misma no podría tener más de veinticuatro o veinticinco años. Se quedó asombrado ante Charlie antes de recuperar su compostura. “Sabe cómo cocinar, por lo que la trajimos de vuelta con nosotros.” Las últimas palabras de Charlie se perdieron en el bullicio principal de los comentarios de los hombres. Ellos tartamudeaban y arrastraban los pies por delante de ella como colegiales. Joe tenía que admitir que era bueno ver a una mujer en ese lugar de nuevo. Su pelo era del color de la miel de trébol; rojo, amarillo y marrones claros todos mezclados entre sí, y le caía por la espalda en una gruesa trenza. Sus ojos eran de color gris claro y su piel era muy tersa. Pero lo que más le llamaba la atención era su sonrisa débil e inocente. Joe se aclaró la garganta y esta vez todos los ojos se volvieron hacia él. “El día no ha terminado todavía. Vosotros, muchachos, volved a vuestros quehaceres mientras hablo con la señora Ross. Rory, desengancha su caballo y cuidar de él. Parece agotado.” Volviendo sus cabezas hacía atrás y lanzándole unas cuantas miradas desafiantes, los hombres se marcharon. Noah desató su caballo del carro y Rory limpió sus botas contra el suelo mientras conducía al cansado animal. Joe volvió a echar una mirada significativa sobre Noah y Charlie. “Hablaré con vosotros dos más tarde.” La pareja se alejó a regañadientes, tirando de sus caballos con ellos. Charlie se volvió, entonces, añadiendo por encima del hombro: “No te pases con ella, Joe. Sólo es la cocinera, ya te lo he dicho.” Él asintió con impaciencia detrás de ellos, y luego se volvió hacia ella mientras hacía un gesto hacia la casa. “¿Por qué no hablamos en el porche?” “Muy bien, señor Channing,” respondió ella en voz baja. ¿Cómo era posible que esa mujer hubiese terminado en una ciudad que sólo tenía un saloon, como Heavenly, casada con un anciano enfermo? Joe se preguntó de nuevo. Oh, diablos, el Oeste estaba lleno de gente con historias tristes. Sería mucho más fácil decirle a esa mujer que siguiese su propio camino si no acabase de conocer la suya. Y eso sería exactamente lo que haría. Tyler Hollins nunca permitiría que esa mujer interrumpiese la rutina de La Estrella Polar. Libby tenía la sensación de muerte inminente. Tenía la sensación de que por una razón u otra, no la permitirían quedarse ahí. Y aunque ella no tenía deseos de permanecer en Montana por más tiempo de lo que fuese necesario, en ese preciso instante no tenía otro sitio a donde ir. Levantando sus faldas de la tierra mojada, permitió que el alto y delgado capataz la guiase a través del patio abierto hacia el amplio porche.

La casa del rancho, una vivienda grande de dos pisos, tenía un aspecto rústico que hacía juego con su entorno. Había sido construida con troncos, pero eran pequeños y encajaban perfectamente. A lo largo del borde frontal del porche había restos de lo que parecía haber sido una cama de flores, pero Libby estaba demasiado distraída como para pararse en esos pequeños detalles. El jardín era una maraña de maleza y hierba silvestre que parecía estar volviendo a la vida en ese débil clima primaveral. Pero en comparación con la cabaña de Ben, era una gran casa. Sentada en la mecedora del porche, cruzó las manos sobre su regazo y miró a Joe Channing, esperando a que comenzara. Era un hombre alto y huesudo, con un bigote tan grande como el de Charlie. Aunque sospechaba que no tendría más de treinta y dos o treinta y tres años, su pelo oscuro era ligeramente canoso en las sienes, como si esa dura e implacable ciudad y su clima le hubiesen robado su color. Cuando habló, su voz baja y tranquila retumbó en su pecho como un trueno rodando a través de un valle lejano. “Va a tener que perdonar a esos chicos por arrastrarle hasta aquí, señora. No siempre saben usar la cabeza.” Estaba apoyado contra uno de los postes mientras la consideraba. “Siento mucho lo que le ha sucedido a Ben. Sé que estuvo enfermo durante un largo período de tiempo.” Le parecía que todo el mundo sabía sobre el estado de Ben Ross a excepción de ella. Aunque el capataz la estaba estudiando, era al parecer demasiado educado para hacer preguntas, lo cual le parecía bien a Libby. No le apetecía discutir sobre los detalles que llevaron a contraer tal breve matrimonio. “Señor Channing, los muchachos me dijeron que necesitaban un cocinero. ¿Hay algún problema con que yo esté aquí?” Esperaba que él no hubiese oído la desesperación en su voz. Se quitó un guante y masajeó la parte posterior de su cuello. “No es un problema, exactamente. No soy yo quien toma las decisiones de a quién contratar en La Estrella Polar.” Libby se dio cuenta de cómo su mirada se deslizaba fuera de ella después de esa última afirmación. Tal vez si el mismo viese cuáles eran sus habilidades, no sería tan reacio a darle el puesto de trabajo. “Realmente soy muy buena cocinera. Trabajé para una familia en Chicago durante años. Incluso tengo referencias. “Oh, sí, los Brandauers le habían proporcionado unas referencias adecuadas, en un papel adecuado. Fue todo el legado que la dejaron a cambio de doce años de su vida y un pedazo de su corazón. Joe se quitó el sombrero y estrelló una gran mano contra su pelo. “Disculpe que se lo diga, señora, pero tal vez debería regresar a Chicago. Éste es un territorio áspero, especialmente para las mujeres nacidas en la ciudad.” Ella apretó las manos en los pliegues de su falda. “No puedo ir a ninguna parte, señor Channing, no hasta que gane el dinero suficiente para comprar un billete. Es por eso que necesito un trabajo.” “¿No tiene usted parientes que puedan prestárselo?” Libby negó con la cabeza, sintiéndose más claramente incómoda con cada minuto que pasaba. Dejó que su mirada divagase a través del patio hacia el vacío más allá. “No tengo a nadie. Y tengo que trabajar.” Se evaluaron mutuamente. No tenía más opciones, y al parecer, el capataz tampoco. Finalmente, se apartó del poste y se encogió de hombros. “Es bienvenida para quedarse, al menos

hasta que Ty Hollins vuelva. Los chicos probablemente le dijeron que es el dueño de este lugar, y que se dejará caer por aquí en un día o dos. Después de eso, le corresponderá a él decidir.” Miró hacia ella y Libby vio un rastro de tristeza en sus oscuros ojos. “No es nada personal, señora Ross, pero tengo que decirle, sin rodeos, que probablemente no va a estar de acuerdo con esto.” Libby reprimió un suspiro, luego se enderezó y se volvió para mirar la casa detrás de ella. “Si me lo permite, me gustaría preparar la cena para usted y sus hombres como pago por su hospitalidad.” Él la sonrió, su sonrisa un poco más alta a uno de los lados de su cara, y luego le extendió la mano para ayudarle a levantarse. “Eso sería un verdadero placer. Si un equipo no puede alimentar a sus vaqueros, o bien se largan o piensan en disparar al cocinero.” Ella no pudo evitar devolverle la sonrisa. “Entonces parece que mantenerlos felices es lo más inteligente que hacer.” “Vamos, le mostraré la cocina.” La condujo por el largo porche que llevaba hasta la cocina. Libby se dio cuenta de la presencia de un par de cuernos de ganado colgando sobre la puerta. Joe la hizo pasar al interior. “Todo está muy desordenado,” le dijo en tono de disculpa. “Los chicos estaban en lo cierto—el anterior cocinero no era el mejor. Tampoco es que nosotros hayamos colaborado mucho.” La estructura, también hecha de troncos, tintineaba con fuerza contra los elementos. ¿Sería todo en ese desierto tan primitivo? Libby se preguntó. Miró a su alrededor hacia el desorden de platos y sacos abiertos de comida y la harina. El café estaba esparcido por la mesa de trabajo y había una olla al vapor en la estufa. “Rory y Dust tuvieron que hacer nuestro café esta mañana. En realidad no es su culpa que dejaran el lugar así de descuidado. Yo les mandé a otra tarea de inmediato—tenemos había mucha limpieza por hacer en este rancho desde el invierno. Hay caballos por domar, ganado muerto por contar, techos que arreglar. Me imagino que llegaremos a todo ello más adelante.” Libby alzó las cejas, un poco abrumada por el desorden. “Sí, supongo…” “Va a necesitar un lugar para dormir, también. Por lo general, los cocineros se han quedado con los chicos en el barracón. Por supuesto, no podemos pedirle que haga eso. Si viene por aquí.” Ella lo siguió a través de la cocina a una puerta que vio después, que daba lugar al comedor principal de la casa. Mientras caminaban hacia la escalera, ella se sorprendió por lo acogedor que era el lugar, a pesar de su ruda construcción. Los toques eran definitivamente masculinos, con pesados tapizados en cuero, y muebles y cuadros grandes en las paredes con escenas del rancho. En la sala, una enorme chimenea de piedra dominaba una de las paredes y era lo suficientemente grande para cocinar en ella. Pero el lugar parecía, bueno, cómodo, lo cual le sorprendió. Cuando llegaron al segundo piso, se dio cuenta de que en el pasillo había una galería que daba a otra sala. “Esta casa es mucho más grande de lo que parece por fuera,” comentó mientras seguía a Joe Channing. “El pa de Tyler la construyó cuando subieron de Texas después de la guerra. Cortó cada uno de los troncos él mismo.” Se detuvo y abrió la puerta que daba a una gran habitación que tenía una mirada conservadora, como si

hubiera estado preparada, esperando desde hacía años, pero se había quedado sin utilizar. Unas cortinas de encaje colgaban de las ventanas y la cama era grande. Pensó en su habitación del tercer piso, en Chicago. Situada bajo el techo, lo que la hacía ser fría como el hielo en invierno y un horno en verano. Y en comparación con la camilla junto a la estufa que tenía en el lugar de Ben, esto era el paraíso. No fue hasta que el capataz volvió a hablar cuando se dio cuenta de que había estado allí de pie, mirando con los ojos abiertos. ¿Esto estaría bien, señora Ross?” “Oh, sí.” Suspiró. “Está muy bien.” “Entonces le diré a Rory que suba su baúl,” dijo. Ella le dio las gracias y después de un incómodo silencio, él se quitó el sombrero y salió. Cuando la puerta se cerró tras él, oyó sus pasos pisando con firmeza por la galería mientras se alejaba. No podía evitar desear que él fuese el jefe allí y que su futuro inmediato estuviese resuelto. Después de que Rory trajese su baúl un minuto más tarde, se arrodilló frente a él y levantó la tapa. Su garganta se apretó momentáneamente ante el tenue aroma de lavanda que le recordaba a otro tiempo y lugar. Rápidamente sacó un largo delantal blanco y cerró la tapa de nuevo, empujando los recuerdos hacia adentro. Atándose el algodón almidonado en la cintura, respiró hondo y volvió a bajar. La cocina era tan ruda como la casa. Los Brandauers, siempre anhelando ser los primeros con lo mejor, habían comprado una estufa de gas tres años antes, y Libby estaba acostumbrada a la previsibilidad de la cocina de gas. Ahora se enfrentaba a una enorme bestia de hierro negro que tenía un fuego bajo depositado en su vientre. Ella también había tenido una nevera en la cocina de Chicago, pero esa comodidad no se encontraba allí, tampoco. Por supuesto que no, se dijo mientras se asomaba a través de los estantes en busca de las especias. No había vendedor de hielo. Libby encendió el fuego de la estufa, y luego inspeccionó los suministros. Miró en grandes recipientes oscuros de arroz, harina, frijoles, azúcar y otros alimentos básicos. Los ratones habían pasado por la mayoría de ellos, y la harina se había convertido en una masilla de color amarillo. Los productos perecederos—carne, huevos y mantequilla—estaban en mal estado. Si tenían jamón o tocino, no estaban a la vista. Casi todo presentaba una gran capa de grasa y polvo. Libby negó con la cabeza mientras se limpiaba las manos en el delantal. El que se hubiese ocupado de esa cocina antes, desde luego había sido muy perezoso y descuidado. No era de extrañar que todos hubiesen caído enfermos. Se necesitaría una gran cantidad de duros fregados para elevar esa cocina a la altura de sus estándares. ¿Cuánta comida tendría que preparar una persona para alimentar a veinte hombres hambrientos? Se preguntó mientras medía la mejor harina que pudo escarbar. Había preparado cenas en el pasado, pero muchas menos y había tenido ayuda. Lo único que podía desear era hacer su mejor conjetura. Se encogió de hombros y sacó un gran recipiente de esmalte y una sartén de hierro fundido. Con las disposiciones salvables preparó una comida rápida de galletas y una salsa bien picante. No había polvo de hornear, sólo bicarbonato de sosa, y eso significaba que las galletas tendrían un sabor alcalino. Después de localizar los tarros de cerezas en conserva, hizo tres pasteles. Bacon o salchichas habrían ido bien con todo eso, pero no había nada más que pudiera hacer. Si se quedaba, esa cocina tendría que ser abastecida

decentemente. Dos horas más tarde, mientras el anochecer dotaba al valle de un color púrpura, salió al porche con la intención de tocar el triángulo de hierro que llamaba a los hombres a la mesa. Pero cuando levantó la vista, vio a la mayoría de ellos esperando a lo largo de la barandilla del porche. Charlie Ryerson estaba situado en el primer puesto, como le correspondía por ser la mano superior del rancho. El aroma de ron de la bahía derivó hacia ella. Lavados y peinados como si fuesen a ir a la iglesia, los vaqueros miraban con expectación. “Verdaderamente huele bien, señora,” aventuró Charlie detrás de su bigote. Libby no estaba particularmente orgullosa de los resultados, pero levantó la voz un poco para ser escuchada por aquellos en la parte posterior. Era intimidante hacer algo así frente a un grupo de hombres desconocidos. “Me hubies-me hubiese gustado haber hecho algo más abundante, pero no pude encontrar nada de comer en la despensa que no estuviese en mal estado.” Hizo un gesto detrás de ella en la dirección general a la cocina. “Lo mejor que he podido hacer son galletas y salsa, y pastel de cereza de postre.” Cuando ninguno de ellos se movió, Libby sintió que sus manos se helaban. ¿Quizás galletas y salsa no eran aceptables? El señor Osmer le había dicho que no necesitaban platos de lujo. Si no conseguía hacer una buena impresión para esos hombres, sin duda no sería capaz de ganarse a Tyler Hollins. Bueno, pensar en eso no ayudaba demasiado—la cena se enfriaba en las largas mesas del interior, y era todo lo que tenía para ellos esa noche. “Bien, caballeros, la cena está servida.” Era como si se hubiera disparado un arma. Saltó fuera del camino tan pronto como ellos salieron en estampida hacia la puerta. Hubo un montón de empujones para hacerse con los asientos, y los sonidos de las patas de las sillas raspaban el suelo de tablones, y los platos de hojalata chocaban contra los cubiertos. Libby estaba en la puerta, con la boca ligeramente abierta mientras observaba a los hombres caer sobre la comida como refugiados hambrientos. No había ninguna conversación en las mesas, la tarea de la comida tenía prioridad sobre todo lo demás. Pero a medida que pasaba entre ellos, sirviendo café, gestos y sonrisas tímidas eran dirigidos a ella, y cualquier duda que pudiese tener respecto a la comida se evaporó. Tan pronto como cada hombre hubo terminado, se levantó de la mesa. Libby no estaba acostumbrado a eso—de dónde venía, la gente se quedaba después de las comidas, con ganas de más café, más té, más servicio. Por encima de todo, no estaba acostumbrada a palabras de agradecimiento. “Muchas gracias, señora. Ha sido una gran cena.” “Gracias, señora Ross.” “No puedo recordar la última vez que tuve pastel de cerezas.” Cuando Libby se sentó con sus propias galletas y salsa, estaba casi demasiado cansada como para comer. Con el plato frente a ella, se detuvo para masajear la parte posterior de su cuello y frotar sus sienes. Incluso su trenza se sentía pesada descansando sobre su espalda. Juró que ése había sido el día más largo de su vida, y todavía tenía que lavar los platos. La limpieza general de la cocina tendría que

esperar hasta mañana. En ese momento, la puerta se abrió y Joe Channing entró. Él no había sido parte de la carrera original de los comensales, pero había llegado un poco más tarde. “Gracias de nuevo para la cena, señora Ross. Ha hecho un buen trabajo en muy poco tiempo.” Libby nunca pensaba en sí misma como la señora Ross. Ya era bastante difícil para ella recordar presentarse con ese apellido en lugar de Garrison. El único otro nombre que jamás habría imaginado para sí misma era Brandauer. “Puede llamarme Libby, señor Channing.” “Lo haré, señora, eh, señorita Libby, si usted me llama Joe.” Ella le dedicó una sonrisa cansada. “Está bien, Joe.” ••• Más tarde esa noche, Libby estaba tumbada en su cama del piso de arriba. Le dolían todos los huesos, pero aún así, no conseguía dormirse. Hasta el verano pasado, su vida había tenido una monotonía implacable. No había sido feliz, pero al menos, había seguridad en la monotonía, a sabiendas de que hoy sería lo mismo que ayer, y lo mismo que mañana. Entonces la señora Brandauer descubrió el secreto de Wesley y ella. Eso le había llevado a la cabaña de Ben Ross, y los meses terribles que siguieron. Ahora dormía bajo un techo extraño que pertenecía a un hombre al que no conocía, un hombre que podría ponerle en la carretera de nuevo tan pronto como regresase. Tiró de las sábanas de lino más cerca de su barbilla y cerró los ojos, esperando no ver la mortaja de Ben en sus sueños. ••• Era casi medianoche cuando Tyler Hollins empujó las puertas de vaivén del Saloon La Osa Mayor, cansado, dolorido de su silla de montar, y sucio. Algunos clientes nocturnos estaban en el refugio lleno de humo, y un juego de cartas apático estaba en marcha sobre una mesa. Los principales objetivos en su mente eran una cerveza y una cama. Consiguió su cerveza y se sentó en la mesa de la esquina, cruzando el tobillo sobre su rodilla. “Por Dios, Ty, te comería ahora mismo,” gritó Callie Michaels desde el otro lado de la sala. Callie era la dueña del saloon y lo consideraba uno de sus clientes especiales. Se dirigió a él, su pelo de color rojizo brillante como una moneda oscura bajo las lámparas de queroseno, y sus caderas meciéndose dentro de su vestido granate. Desenganchando el tobillo, la sentó en su regazo polvoriento. Ella deslizó un brazo lleno de abalorios alrededor de su cuello y se inclinó hacia su oído para hacerse oír por encima del los ruidos. “¿Qué tal si le decimos al resto de estos vagos buenas noches y subimos arriba para un snack de medianoche?” Él se rió entre dientes. Nadie podía acusarle de ser tímida. “Eres una desvergonzada, Callie, pero eso es parte de tu encanto.” “Yo diría que la mitad de él,” respondió ella, mirándole de nuevo con una mirada cándida de agradecimiento. “Es bueno tenerte de vuelta—las cosas no son lo mismo cuando no estás. ¿Les muestras a

las chicas en Miles City tus encantos?” “No te vas a empezar a poner celosa después de todo este tiempo, ¿verdad?” Preguntó, siguiendo el juego con su mirada. Ella tenía una sonrisa capaz de revolver el interior de algunas personas, y de hecho, una vez lo había perturbado. Parecía como si tuviera un secreto que nadie más sabía. Demonios, tal vez así era. Movió su mano tersa y blanca en un gesto despreocupado. “¿Yo? No, señor. Pero conozco tus hábitos, y me preguntaba si te desprendes de ellos cuando estás lejos de casa.” Él la hizo saltar en su rodilla. “Lo único que hice en Miles City fue estar sentado en una gran cantidad de reuniones con muchos compradores de ganado. Estoy muerto de cansancio y quiero irme a la cama.” Sus ojos color whisky se oscurecieron con la sensualidad prometida y rozó uno de sus pechos contra el hombro de él. “Bueno, entonces, vamos, Ty. Subamos a mi habitación.” En otra noche no se habría negado. Su relación con Callie era sencilla y sin complicaciones, tal y como él quería. Ella satisfacía sus necesidades físicas y parecía contenta con su capacidad de hacer lo mismo por ella, y con los veinte dólares que le daba por ello. Pero ya era tarde y estaba muy cansado por la cantidad de energía que había quemado. De repente, nada era más atractivo que volver a la soledad privada de su rancho. Había estado fuera menos de dos semanas, pero le parecía una eternidad, y algo en su alma fue dejado tras él en su ausencia. Cogió su cerveza y la vació de golpe. “La próxima vez, cariño. Esta noche probablemente me matarías.” Él la palmeó en el trasero para hacerle levantar de su regazo. Haciéndole pucheros, se puso de pie lentamente y dejó que su sensual mirada divagase por su miembro. Deslizando una mano por su cadera, le dio una sonrisa lenta. “Pero, querido, ¿puedes pensar en una mejor manera de irte de esta vida?” Él se echó a reír y sacudió la cabeza. Caminando hacia la puerta, le deseó buenas noches por encima de su hombro. Le faltaban ocho kilómetros para llegar a casa y sólo una media luna iluminaba el camino, pero Tyler y su pinto conocían cada centímetro de esa carretera con surcos. Cuando ascendió por la última colina, detuvo su caballo y miró su casa. Las reuniones en Miles City le hicieron sentir como si los buitres hubiesen picoteado sus huesos. Los compradores estaban dispuestos a aprovechar el desastre invernal que tanto había perjudicado a los ganaderos sobre todos los Grandes Llanos. Al aún no terminado carril de Miles City ya lo estaban llamando el Gran Proyecto Inacabado, y los oportunistas fumadores de puros lo sabían. Todavía había un montón de ganado de Texas que podrían comprar—no lo necesitaban. En un par de ocasiones casi se apartó de aquellos hombres. No había deseado nada más que volver a su caballo y regresar a casa. Pero sabía que no podía, que necesitaba dinero rápido para reconstruir sus rebaños. Así que escondiendo su amargura y templando su orgullo, había accedido a las ofertas triviales. Toda esa tierra que se extendía ante él hacía que todo mereciese la pena. Con sus manos apoyadas en el lomo de su caballo, se inclinó un poco hacia delante en su silla. En

cuanto a lo que su visión podía alcanzar, la hierba congelada reposaba bajo un claro de luna que acentuaba los rastros persistentes de nieve. La casa y sus dependencias estaban en silencio, en el silencio de la medianoche. Esto le pertenecía. Él era su capitán, él era su hijo. Era difícil para él creer ahora que alguna había abandonado aquel lugar. Y que sólo una promesa que le había hecho a su padre en sus últimas horas de vida, le había hecho volver. Pero eso había sido mucho tiempo atrás. Tyler era joven e idealista entonces, sin experiencia que le hiciese valorar lo que ya tenía. Tampoco tenía ni idea del dolor que eso traería implícito. Instó al caballo hacia delante, por la pendiente hacia el último cuarto de kilómetro hasta su hogar. El rancho dormía, pero se encontró con su perro, Sam, quien le dio un ladrido fuerte en señal de bienvenida. Sam movió la cola con tanta alegría que sacudió toda su longitud. Ty se bajó de su caballo y se dio unas palmaditas en la parte delantera de su camisa. El perro estaba encantado de poner sus dos patas delanteras sobre el pecho enorme de su amo. Se rió ante la sonrisa canina que vio, luego echó su cabeza hacia atrás mientras la lengua de su perro lamía su barbilla. “Está bien, Sam, es suficiente. Puedo tener mi propio baño.” Después de desensillar al pinto, darlo de comer, y ponerlo en libertad en la dehesa, Ty fue a la cocina a por una pastilla de jabón y un cubo de agua caliente del depósito de agua al lado de la estufa. De pie en el porche trasero, no podía reprimir su alegría de estar de vuelta en su hogar. El único sonido que se podía percibir era el viento suspirando a través de los kilómetros de ricos pastos que lo rodeaban en esa isla sin mar que tanto amaba. Se quitó la ropa, luego levantó el cubo y vertió un poco de agua sobre su cabeza para quitarse la suciedad del viaje. La brisa que agitaba la hierba se sentía como una ráfaga de invierno sobre la piel húmeda. Temblando, se apresuró con su baño improvisado. No se había dado cuenta de traer una toalla y miró en el interior de la puerta de la cocina en busca de un trapo. Lo que encontró en cambio, fue un delantal blanco en un gancho junto a la estufa y se secó con eso. Un aroma delicado le susurró, dando lugar a un recuerdo fugaz de las sábanas arrastradas por el viento batiéndose en un tendedero. Una cara que no había visto en años pasó por su mente, y luego se desvaneció. Intrigado, decidió que la fragancia debía ser el perfume de Callie impregnado en su camisa. Cogió su ropa de la barandilla del porche y caminó desnudo por la cocina hacia la escalera. No se molestó en coger una vela. Sabía que la luz de luna que entraba por la ventana del vestíbulo sería suficiente para encontrar su cama. Cuando llegó a su habitación y se echó sobre la gran cama con dosel, sólo tuvo tiempo de sacar una esquina de la colcha sobre sí mismo antes de caer rendido. ••• Libby Ross cerró la puerta cuidadosamente y se acercó de puntillas a su cama. Sentada en el borde, puso sus manos en su caliente cara. Siendo una extraña en esa casa, y alertándose con cada sonido, había oído el ladrido de un perro fuera y un ruido en la cocina. Cuando detectó el crujido silencioso en la escalera, con el corazón atrapado en su garganta, se levantó y abrió la puerta un poco para echar un vistazo al pasillo.

No estaba preparada para la visión del largo y musculoso hombre desnudo que pasó por delante de su cuarto y se metió en el suyo al lado del de ella. Un eje oblongo de luz de luna caía sobre su cuerpo delgado, dejando su rostro entre las sombras. Pero ella no tenía ninguna duda sobre la identidad del misterioso cuerpo.

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y se dio la vuelta y se acurrucó en el colchón de plumas, tirando de la manta con él. Con sus ojos todavía cerrados, se vio atrapado en el cómodo vacío entre el sueño y la vigilia, que a veces era más satisfactorio que el mismo sueño. Sabía que estaba de vuelta en su propia cama, y después de diez días de duro viaje y habitaciones alquiladas, era un lujo en el que podría haberse recreado durante horas. Pero la responsabilidad le taladraba su mente, lo que le obligaba a estar plenamente consciente. Confiaba en Joe para mantener el negocio funcionando en su ausencia, pero había mucho que hacer, y sabía que la naturaleza humana hacía que los hombres aflojaran sus responsabilidades si él no estaba cerca. Tenía que ver lo que había sucedido durante su ausencia. Empujando la colcha hacia atrás, se sentó en la fría oscuridad y se rascó la barba de su mandíbula. La sugerencia de una dulce fragancia derivó junto a él de nuevo, tan sutil como un recuerdo. Se desvaneció, por lo que rápidamente se preguntó si lo habría soñado. Sacudiéndose de esa sensación, y buscando a tientas por la habitación grande que permanecía en los últimos minutos de la noche, encontró su ropa. Una cinta de luz luz carmesí entraba como un filo por el horizonte oriental cuando abrió la puerta de la habitación y salió a la galería para bajar a la cocina. Con la intención de reunirse con Joe antes del desayuno, se dirigió por el pasillo hacia las escaleras, sus pensamientos sobre el ganado y el mantenimiento del establo. La ganadería era una vida difícil en el mejor de los casos, pero este año realmente sus muchachos tenían un trabajo extremadamente duro por delante, pensó sombríamente. Después de un verano de sequía y el peor invierno de la historia, la primavera había traído consigo una fuerte lluvia después de otra. Incluso ahora, en algún lugar en el campo abierto, su escaso ganado podría estar a la deriva si su equipo no lo estuviese cuidando como era debido. Los que habían sobrevivido, añadió para sí mismo Al salir, el olor del café preparándose lo tentó, y decidió parar por una taza. Los chicos se quejaban de que no podían distinguir la diferencia entre lo que el cocinero les daba y lo que arrojaba a los cerdos, pero si él conseguía el café antes que nadie, Tyler lo veía como una gracia salvadora. Su mano estaba en el pomo de la puerta de la cocina cuando fue arrancada de su agarre, y una mujer se interpuso en su camino. Libby tuvo una impresión confusa de un hombre alto y delgado con el pelo color castaño justo cuando se estrelló contra ella. Él extendió la mano y la agarró del brazo para evitar que se callera. Ella se sorprendió; él estaba en estado de shock. La miró como si hubiese caído del tejado. Incluso sin el beneficio de la introducción, Libby sabía que era Tyler Hollins. Se quedó mirándole, su cuerpo rígido. Obviamente tomado por sorpresa, aunque trataba de ocultarlo. Tyler rompió el contacto físico con velocidad decisiva. Dando un paso atrás, preguntó: “¿Quién demonios eres y qué haces en mi casa?” Después de la cortesía diligente de Joe Channing y los otros vaqueros, fue sorprendida por su falta de modales y por la frialdad de sus ojos azules. “Yo-yo soy Liberty Ross. El señor Channing me contrató para cocinar. ¿Usted es el señor Hollins?” Era lo único que podía hacer para mirarle a la cara después de verle desnudo, llevando su ropa y botas por el oscuro pasillo la noche anterior. Sintió cómo sus mejillas

se calentaban de nuevo. Él ignoró la pregunta y levantó la mano como si quisiera parar todas las demás que supuso, vendrían a continuación. “Espere un minuto, ¿qué quiere decir que el señor Channing la contrató para cocinar? Ya tenemos un cocinero.” Su indignación era palpable. Libby levantó la mano para apoyarla en la base de su garganta. Con esa mirada inquietante azul fija en ella, empezó a balbucear. “Bu-bueno, lo tenían, pero sus hombres le hicieron marchar.” “¿Por qué diablos?” “Intoxicación alimentaria, dijeron.” Durante un buen rato no dijo nada. Entonces juró, una vez, una sola palabra contundente y declarativa, sin rodeos. Se volvió a medias, mirando a otro lado, con la boca apretada. Libby se estremeció al oír la palabra y la intensidad baja y feroz con la que la dijo. ¿Cómo podía su presencia provocar una respuesta semejante? Nada de la información incompleta que había recibido sobre él la había preparado para esto. “Lo siento. Estoy segura de que es una sorpresa encontrarse a una completa desconocida en—” “No puede quedarse.” Empezó a interponerse por delante de sus palabras, con un tono determinante. “No entiendo cómo Joe pudo pensar que estaría de acuerdo con esto.” “Pero tengo experiencia, y cartas de referencia de una familia de Chicago—” “Usted no tiene experiencia con la ganadería. La Estrella Polar no es lugar para una mujer de todos modos, y si Joe no se lo dijo, ya se lo digo yo.” Libby dio un paso atrás contra la pared para evitar que él mismo la apartase de su camino. Sintió una ira creciente contra la hostilidad del hombre. Se comportaba como si la hubiera pillado tratando de robar sus objetos de plata. Su mirada lo siguió, parándose por un momento en el tramo potente de sus hombros. Mirando sus zancadas furiosas llevarle hasta la puerta principal, pensó en su optimismo del día anterior, cuando había creído que ése podría ser un buen lugar para trabajar. Ella no sabía qué hacer a continuación. Si iba a alimentar al equipo esa mañana, tendría que empezar en ese momento. “No hay nadie para cocinar el desayuno para sus hombres,” gritó tras él. “Usted no quiere verles morir de hambre, ¿verdad?” “Es físicamente imposible para un ser humano sano morir de hambre por saltarse una comida,” gruñó hacia atrás sin volverse. “Recoja todas sus cosas. Haré que alguien la lleve a la ciudad en media hora.” Cuando llegó a la puerta se volvió hacia ella bruscamente. En realidad la vio por primera vez, entonces, y la consideró de la cabeza a los pies en un persistente vistazo. La sensación que siguió a este escrutinio se movió a través de ella como una pequeña vibración. La hizo sentir incómodamente caliente aunque no sabía muy bien porqué. Pero sí sabía que aquel hombre era un desagradable. Con una última mirada, se volvió a girar. Sus pesados pasos lo llevaron a través de la puerta hacia el gris amanecer. Siendo nombrada culpable de un crimen sin nombre, Libby no podía hacer nada para defenderse. Y no tenía motivos sobre los que construir las bases para que el señor Hollins dejara que se quedase. Se

volvió de nuevo a su habitación para recoger sus cosas. Había llegado a Heavenly con la esperanza de un nuevo comienzo; de un hogar y una familia propia; de niños y un buen lugar para criarlos. Un lugar al que pertenecer. Ben Ross le había prometido todo eso y mucho más para convencerle de ir hasta el Lejano Oeste. ¿Y ahora qué? ¿Ahora qué? Se preguntó frenéticamente mientras cogía su cepillo y su peine de la parte superior de la cómoda con sus manos temblorosas. Después de que se gastase el poco dinero que tenía en una habitación de hotel y comida, ¿qué haría? Podría llamar a todas las puertas de Heavenly y pedir trabajo, pero nadie la contrataría— Se imaginó llamando a la puerta de su último recurso, y mientras lo hacía, las lágrimas amenazaron detrás de sus párpados. De pie ante esa puerta, en su mente, leyó las letras doradas: LA OSA MAYOR. No, no lo haría, pensó, con la mano apretada en un puño contra uno de sus senos. No aunque tuviese que dormir en su carreta a un lado de la carretera y robar comida. Nunca nadie la haría sentir barata de nuevo. ••• “¡Joe!” Desde el barracón, Joe Channing oyó el grito y se estremeció. Ante semejante ruido, los ojos de los hombres que lo rodeaban se abrieron como platos. El señor Hollins solía mantener un control de hielo, lo cual ya era suficientemente intimidante. Pero en esos momentos inusuales en los que perdía los estribos, parecía como si las fauces del infierno se hubiesen abierto, dispuestas a tragarse a cualquier persona que tuviese la mala suerte de estar cerca. Por supuesto, él los masticaría un poco primero. Charlie hizo una pausa, una bota sobre la otra en sus manos. Miró a Joe como si pensase que no lo vería nunca más. “Creo que el señor Hollins ha llegado a casa,” dijo. Sonaba como una despedida. Joe asintió con un suspiro. Maldita sea, Ty estaba de vuelta muy pronto y por cómo acababa de sonar, ya habría descubierto a su nuevo cocinero. Había esperado poder prepararle para decírselo, para que Ty pudiese acostumbrarse a la idea de Libby Ross, pero cualquier posibilidad de eso acababa de arder en llamas. Metió los faldones de su camisa dentro de los pantalones y salió a enfrentarse al furioso propietario de La Estrella Polar. Tyler estaba caminando de un lado a otro delante del porche, con las manos metidas en sus bolsillos, los hombros encorvados, y la cabeza baja. El gris amanecer era frío, pero no llevaba abrigo, y su aliento exhalaba nubes vaporosas. Cuando Joe alcanzó a Ty el aire a su alrededor casi crujía con su ira. “Supongo que has conocido a la señorita Libby.” Tyler detuvo su marcha en la última curva y se detuvo frente a su capataz. “Me gustaría saber porqué no puedo irme por unos días sin venir a casa para encontrarme con una extraña en mi propia casa. Una mujer que me dice que es la nueva cocinera que el señor Channing ha contratado. ¿Por qué, Joe?” Joe se mantuvo en calma y bajando su voz ante la pregunta de Ty, explicó entonces cómo Libby había llegado hasta allí. “No me importa cuál sea su situación. No la quiero en casa.”

“Por el amor de Dios, Tyler, ¿qué se supone que debía hacer?” Preguntó Joe. “La noche se acercaba, estaba completamente sola. No podía decirle que se fuera sin más. Es la viuda de Ben Ross y pensé que tú—” Ty le interrumpió. “Maldita sea, Joe, la quiero fuera de mi casa, y en su propio camino.” Joe cambió su peso a la otra cadera. A pesar de que esto es lo que esperaba de Tyler, había esperado más tolerancia. Pero cuando un hombre tiene sus esperanzas mezcladas con sus expectativas, el resultado siempre es decepcionante. Joe echaba de menos al hombre abierto, fácil de tratar, que había sido su amigo. Él se encogió de hombros. “No tiene a donde ir, Ty. No tiene familia, ni trabajo, ni nada. “ “Entonces, dale dinero suficiente para que pueda vivir por un tiempo. No estoy llevando un negocio para atender a mujeres desamparadas.” Echó sus manos hacia adelante para enfatizar la simplicidad de sus deseos. “No la quiero aquí. No me gusta depender de las mujeres. Ya lo sabes.” “¿Quién va a cocinar para nosotros cuando ya no esté?” Tyler lo miró como si le hubiera preguntado en qué día de la semana caía el sábado. “Bueno, contrata a otro cocinero, Joe. Cuento contigo para que te encargues de estas cosas.” La paciencia de Joe se estaba evaporando. “Va a ser casi imposible encontrar a alguien en esta temporada, Ty. Después del invierno pasado, casi todo el mundo se ha mudado del oeste a Oregon, y del sur hacia Nevada y Colorado. Lo hicimos lo mejor que pudimos mientras estuvimos solos, pero estos hombres no saben nada sobre comida excepto cómo comérsela. Y si no podemos darles una comida decente, van a marcharse, también, y lo sabes.” “¿Y se supone que debo llevarle a las carreras por los senderos, también?” Tyler preguntó con exasperación obvia. “¿Quince hombres y una mujer de ciudad en la pradera con miles de animales? La primera vez que vea una serpiente seguramente se esconderá en el vagón y se negará a salir.” Joe hizo un gesto hacia la casa. “Creo que la señorita Libby es mucho más fuerte que todo eso, Ty. De todos modos, cocinó para nosotros la noche anterior e incluso haciéndolo rápido, fue la mejor cena que he tenido en mucho tiempo. Al menos deja que se quede mientras tratamos de encontrar a alguien que haga el trabajo.” Los músculos de la mandíbula de Tyler se tensaron y Joe sabía que estaba luchando con su deseo de librarse de Libby Ross en ese momento, sin importar el motivo. Al final, el sentido práctico ganó. “¡Está bien, maldita sea! Puede quedarse hasta que las carreras por los senderos comiencen en dos o tres semanas, después de eso la quiero fuera de aquí, hayas encontrado otra persona o no.” Ty giró sobre sus talones y regresó a la casa, dejando a Joe con una sensación como si acabara de pasar un día entero siendo golpeado por una salvaje, especialmente obstinada, bestia. Arriba, Libby empujó su baúl hacia la galería y cerró la puerta de la habitación suavemente detrás de ella. Ajustándose la chaqueta, trató de formular un plan mientras revisaba todas sus pertenencias. Pero no se le ocurría nada que valiera. Era una mujer sola en un país vasto y salvaje donde el hombre o la naturaleza podrían dañarle o destruirle, con un golpe rápido, despreocupado. Tyler Hollins podría ser un ogro pero se había sentido aliviada sólo con la esperanza de tener un lugar donde quedarse ahí. Se estaba poniendo los guantes llenos de polvo cuando escuchó su nombre.

“Usted ahí arriba—señora Ross,” gritó con brusquedad. Libby miró por encima de la barandilla y lo vio de pie en la sala de abajo. Él la estaba mirando, su cara todavía, una máscara de frustración. “Los hombres tienen que comer y no tengo más remedio que mantenerle aquí por el momento. Así que haga algo para desayunar.” Se alejó, entonces, sus botas tronando mientras salía por la puerta delantera. ¡Y una mierda! ¡Canalla sinvergüenza! Libby casi se estranguló en su indignación. Levantó sus faldas y rápidamente bajó las escaleras. Sus pies la llevaban a la puerta en su busca, para decirle lo que podía hacer con su grosera demanda, cuando la fría mano de la razón, la detuvo. No tenía otra opción. Tenía menos aún que otra opción. En ese momento de su vida se encontraba sin opciones, dinero ni amigos. Y pese a lo insultante y repulsivo que ese hombre era, tener vivienda y comida era mejor que dormir en su carreta. “El ladrido de Tyler es peor que su mordedura.” Se sobresaltó ante esas palabras y vio a Joe Channing de pie en la puerta. El capataz huesudo entró y se quitó el sombrero, dándole una pequeña sonrisa. Su cortesía era un contraste reconfortante, pero sus ojos revelaban que era un pobre mentiroso. “Creo que me ha mentido, señor Channing. El señor Hollins es mucho menos amable de lo que me había dicho,” replicó ella. Volvió a sonreír, mirándole tímidamente. “Bueno, señora, no todo el tiempo,” objetó con su baja y retumbante voz. “Al menos, no solía ser así.” Libby estaba todavía demasiado ocupada recuperándose de la lengua afilada de Hollins como para preguntarle qué significaba eso. “Tyler dijo que tendría trabajo aquí hasta que nos vayamos a las carreras por los senderos de Miles City. Los muchachos seguro que se alegrarán de ello. Después de eso, tendremos que tantearle. Quiere encontrar a alguien más para hacer las comidas, pero sé que no voy a ser capaz de encontrarlo.” Libby no estaba segura de si eso era bueno o malo. “¿Cree que podría cocinar en una carreta, si tuviera que hacerlo?” “Bueno—yo nunca—” ¿Cocinar en un carro? La miró con una expresión que era casi una sonrisa. “Con ese trabajo ganaría lo mismo que una mano superior hace: alojamiento y comida, y veinticinco dólares al mes. El equipo recibe su salario al final de la temporada.” Ella lo miró boquiabierta. ¡Veinticinco dólares! La señora Brandauer le había pagado su habitación y el transporte, y dos dólares al mes. En Navidad, solía recibir un jabón perfumado, o tal vez un pañuelo de lino. Había esperado que Tyler Hollins fuese distante. Pero no esperaba que fuera tan ofensivo. Pero por esa cantidad de dinero, tendría que encontrar la manera de manejarse alrededor de él. “Nunca he trabajado fuera de la cocina, señor Channing, pero puedo aprender sin duda.” ••• Libby apresuradamente allanó más masa de galletas con un rodillo, manteniendo sus ojos en la salsa a

fuego lento que se había inventado a partir de la última grasa del tocino. Su confrontación con el señor Hollins la había dejado bastante mal parada, pero en ese momento, estaba demasiado ocupada para pararse a pensar en ello. Aunque había estado agotada, la noche pasó a trompicones para ella. El pensamiento de lo que había visto en el pasillo iluminado por la luna se revolvía en su cabeza. Además de eso, la aprehensión que sentía por cómo sería el día siguiente, los alrededores extraños, y sus recuerdos, no la dejaban dormir. Su aprehensión, al parecer, no había sido infundada. No estaba acostumbrada, sin embargo, a levantarse en la oscuridad, mucho antes que el resto de la familia despertara. La diferencia principal en el hogar Brandauer era que la familia no se movía nunca antes de las ocho. En La Estrella Polar todos se levantaban poco después que ella y trabajaban hasta que eran llamados para comer. Teniendo en cuenta el hecho de que doce hombres estaban sentados en la cocina detrás de ella, excepto por el tintineo constante de la plata contra los finos platos de hojalata, el ambiente le resultaba sorprendentemente tranquilo. Si comieron rápidamente la noche anterior, esa mañana, prácticamente inhalaron sus alimentos. El primer turno había desayunado sólo veinte minutos antes y ya estaban camino de la dura cordillera occidental. A pesar de que se mantenía ocupada sacando galletas calientes del horno grande, revolviendo la salsa y sirviendo café, era muy consciente de la ausencia de un hombre. “¿El señor Hollins no desayuna?” Preguntó Libby cuando se detuvo en el lugar de Rory para llenar su taza de café. El muchacho se puso de color rojo brillante, y ella se sintió mal por haberle puesto en una situación embarazosa. Apresurándose para contestar, se tragó un bocado de galleta casi sin masticarlo. Libby juró que podía ver el gran bulto pasar por su garganta. “Oh, sí, señora, señorita Libby,” dijo él, subiendo su rostro para mirarle. “Pero él siempre toma sus comidas en el comedor.” Rory inclinó la cabeza hacia la puerta cerrada que separaba la cocina del resto de la casa. Los ojos de ella siguieron la dirección que le indicó. ¿Significaba eso que se suponía que debía servirle la comida allí? Se lo imaginó sentado en la mesa en el otro lado de esa puerta, esperando con impaciencia a que le trajera un plato. “Oh, cielos,” murmuró, sin entusiasmo. “Será mejor que le lleve algo—” Rory sacudió su cabeza enfáticamente. “No, señora, no será necesario. A Tyler no le gustan los escándalos. Entrará en la casa cuando esté listo.” “Oh, pero ¿estás seguro?” Él ya era infeliz con su presencia. Si no actuaba tal como esperaba o quería, estaba claro que la mandaría a Heavenly en cualquier momento. Miró a su alrededor a los otros hombres sentados cerca, que se habían detenido por un instante ante la mención de Hollins, los tenedores y las mandíbulas pararon. Desde luego, no era miedo lo que vio en sus rostros, sino una especie de cautela respetuosa. “El señor Hollins no suele socializarse mucho, señora Ross,” agregó uno de los hombres. Se dio cuenta de que sólo Joe y Rory se referían a su jefe por su nombre de pila. “Lo vi en el granero, cuidando de una yegua nueva que vino mientras él estaba fuera,” añadió Charlie. “Lo más probable es que todavía ande por ahí. O tal vez en su oficina.” Rebañó la salsa con media

galleta y se la tragó casi tan rápidamente como Rory había hecho. Ella dio un paso atrás con asombro, agarrando la cafetera. No podía ser bueno para la digestión engullir la comida tan rápido. Pero todos ellos lo hacían. Y parecía que no habían hecho más que sentarse cuando Joe Channing estaba en la puerta, apresurándoles a salir de nuevo. “Vamos, muchachos. Hay trabajo que hacer por aquí. Las carreras por el sendero estarán aquí muy pronto,” dijo Joe en voz baja. Se volvió hacia su mano superior. “Charlie, tú y Kansas Bob llevaréis a los hermanos Cooper al norte para terminar de entrenar a nuestro ganado, ¿no es así?” Kansas Bob Wegner era un joven delgado, de rostro sonrosado con el pelo de color trigo y, como la mayoría, Libby supuso que estaría alrededor de los veinte años. Los hermanos Cooper ya habían comido durante el primer turno, y estaban fuera ensillando sus caballos. Charlie se levantó y bebió el resto de su café de un trago, mirando malhumorado. “Me gustaría poder enviar a alguien en mi lugar, esa es la verdad. Te juro que nunca había visto tantas reses muertas en mi vida como lo hice en las redadas del sur.” “En el camino de vuelta, vosotros muchachos, podríais traer los caballos salvajes que soltamos el otoño pasado. Rory, Ya sabes lo que vas a estar haciendo hoy,” continuó el capataz. Con un largo suspiro de sufrimiento, el joven asintió con la cabeza y se puso de pie. “Sí, lo sé. ¿Cuánto tiempo voy a tener que perseguir perros callejeros, Joe? Ese es el trabajo de un novato. Prefiero ir al norte con Charlie y Kansas Bob.” “No, no lo harás, Insolente. Esto no es una canasta social a donde estamos yendo,” Charlie le intentó hacer entrar en razón. “Los cadáveres en descomposición apestan, y en la última redada sólo encontramos seis cabezas de los nuestros. El resto había muerto o pertenecía a los otros equipos. Y no encontraron muchos tampoco. De todas formas, la mayoría de las vacas son tan insignificantes, que no pueden hacer el camino de vuelta. Es algo bueno que nuestro ganado acabase temprano para poder engordar para la redada de Miles City.” Joe se volvió a poner su sombrero y golpeó sus guantes contra sus chaparreras. “Tenemos que parecer los mismos. Con el rebaño reducido a unos pocos miles de cabezas, tenemos la suerte de estar trabajando —algunos de los ranchos se deshicieron de la mayoría de sus trabajadores. Tyler no nos haría eso. Además, espero que estén de vuelta en un par de días.” “Bueno, no pretendo pasar más tiempo en ese prado al norte del que sea necesario.” “Eso está bien, Charlie,” dijo Joe, dándole una sonrisa ladeada. “La leñera todavía necesita un techo.” “Oh, ¿dónde más podrías encontrar una mano superior que fuese carpintero también?” Preguntó Charlie. Joe se echó a reír y le hizo una señal para que saliese. “El resto de vosotros, muchachos, hacia la línea del suroeste.” Las espuelas tintinearon y las patas del banco rasparon ruidosamente sobre el suelo de madera mientras los hombres se apresuraron sobre sus pies, unos cogiendo sus sombreros, otros engullendo el último sorbo del café. Pasaron al lado de Libby, murmurando con timidez más agradecimientos, o tocando las alas de sus sombreros.

La boca de Charlie se movió en lo que ella supuso, era una sonrisa detrás de su bigote. “Tenemos que salir, señora Ross. Estamos perdiendo luz del día. Pero estaremos de vuelta para una de sus cenas tan pronto como podamos, quizás mañana por la noche.” Libby no pudo evitar sonreírle de vuelta. Sin duda estaba muy orgulloso de sí mismo, pero era de naturaleza dulce, muy inofensiva. Los siguió hasta el patio y saludó con la mano, viendo cómo montaban hacia el valle bajo el pesado de color gris, cielo. Los caballos volaban como nubes vaporosas en la niebla, y el sonido de los cascos fue amortiguado por la verde y húmeda tierra. Ella se encontró fascinada por la escena. Eso era muy diferente del ruido del tráfico en las calles de Chicago. Diferente, también, del incesante aullido de un viento ártico silbando alrededor de las esquinas de la fría, áspera, cabaña, interrumpido sólo por una seca, gorjeante tos— Se estremeció ante el recuerdo, luego se volvió y dejó que sus ojos escudriñasen la sucia cocina. Había logrado limpiar un rincón la noche anterior, pero la depuración completa que necesitaba tendría que esperar un poco más. El problema más inmediato era la comida. Charlie había mencionado la cena, pero ni siquiera sabía lo que iba a cocinar para la comida del mediodía. Después de servir un desayuno de más galletas y salsa de carne, necesitaba suministros de inmediato. No había nada que comer. Por mucho que no quisiera, sabía que tendría que hablar con Tyler Hollins al respecto. Se asomó por la puerta de atrás abierta y miró alrededor del patio, en busca de un hombre que le recordase al dueño de La Estrella Polar. Pero sólo vio las nalgas de la docena de caballos retirándose a través del patio. Sus cascos removían el lodo, y todos los jinetes parecían altos desde ese ángulo y distancia. De repente la puerta del comedor se abrió, haciendo saltar a Libby, y Hollins entró. La miró doblemente, como si hubiera olvidado que estaba allí. Entonces asintió con la cabeza. Era de piernas largas y delgadas, y mientras Libby no sabía casi nada acerca de los vaqueros, o de vacas siquiera, era evidente que él había nacido para esa ocupación. Parecía como si se hubiera pasado toda su vida en una silla de montar. Llevaba chaparreras sobre sus pantalones vaqueros y una camisa lisa de color gris cubierta con un chaleco de cuero. Un pañuelo oscuro estaba atado en un nudo flojo en la parte posterior de su cuello; sus largos picos colgando sobre un hombro. Iba vestido más o menos como los hombres que trabajaban para él, con una diferencia fundamental: en la cadera izquierda se encontraba apoyada una funda que enfundaba una pistola de cañón largo. Parecía que tenía el arma hacía atrás—la empuñadura mirando hacia adelante. Y parecía aún más grande que cuando lo había visto antes. En el pequeño mundo de Libby en Chicago, rara vez había visto a nadie llevar un arma de fuego, excepto a un policía o a un soldado. Sus ojos se posaron en él otra vez, el brillo opaco azul del gatillo era vagamente amenazante. Cogiendo un plato limpio, se fue a la cocina. Puso tres galletas calientes en su plato, y sirvió salsa sobre ellas con la cuchara de cocina grande. “Esto probablemente podría salvar a mis hombres de morir de hambre,” dijo, sin levantar la vista para mirarle. Se sirvió café él mismo de la gran tetera de esmalte azul, y tomó un sorbo tentativo. Libby no estaba completamente segura, pero le pareció que sonaba un poco menos antagónico. Tal vez

era una señal prometedora. Entrelazando sus dedos en frente de su delantal, tomó una respiración profunda. “Señor Hollins, no quedan provisiones. Tengo que ir a la ciudad y volver a surtir la despensa, o ni siquiera voy a ser capaz de cocinar el almuerzo para sus hombres.” Miró a su alrededor hacia los estantes vacíos, y luego a ella. Tenía los ojos de color azul ágata, intensos en sus sombras y expresión, y ella no podía dejar de estudiarle. El color de su pelo le recordaba a las castañas brillantes que crecían en los árboles en el patio de los Brandauers. Era largo en la parte superior y levemente ondulado a la altura de las orejas. Supuso que sería de la misma edad que Joe Channing, aunque dos líneas verticales tenues ya estaban grabadas en el espacio entre sus cejas. Probablemente de fruncir el ceño constantemente. Tenía una mandíbula firme y una nariz larga y delgada colocada sobre una boca bien formada. Y, en una tierra donde los enormes bigotes parecían ser un requisito indispensable del atuendo masculino, su labio superior estaba muy notablemente desnudo. Sus rasgos eran fuertes, incluso bellos, reconoció. Pero su cara no era la de un hombre corriente—había una lejanía en sus ojos, una separación tal vez—y nada en él sugería un hombre accesible. Se sentó en el borde de la mesa de trabajo y cruzó los tobillos mientras comía del plato sujetándolo con una mano. “Sí, Joe me dijo que estábamos a pan y agua. Bueno, será mejor que le pregunte qué comprar y cuánto,” dijo, rompiendo un trozo de galletas y haciéndolo estallar en su boca. Al probarlo, alzó una ceja en señal de débil aprobación, entonces le dio un mordisco más grande. Pero por su tono dejó muy claro que no creía que ella tuviese mucha experiencia en esto. El temor a otro de sus arrebatos la hizo ponerse a la defensiva. “No necesito preguntar, señor Hollins. Solía encargar comida de la tienda de alimentación cada día en Chicago. Compraba verduras, pan, leche, y mantequilla a los vendedores ambulantes.” Libby se irguió un poco más, e incluso permitió que la punta de su nariz subiese un poco. Ella podía haber estado plagada de dudas y arrepentimientos desde el día en que llegó a Montana, pero la cocina era una cosa de la que no sentía incertidumbre. “Sé todo lo que hay que saber sobre el almacenamiento y la gestión de una cocina, señor Hollins. Lo hice durante años antes de que yo—” “Todo, ¿eh?” Interrumpió él, apartándose de la mesa. “Los vendedores ambulantes no vienen muy a menudo por aquí, así que tenemos que comprar lo suficiente para durar por mucho tiempo.” “Sí, estoy segura de que eso es cierto—” “Y no sabemos darle mucha utilidad a la pastelería francesa o el vino de borgoña.” “Tal vez no, pero—” “Dígame,” le interrumpió: “¿estaba siempre tan en desacuerdo con las cosas que decía su último jefe?” Eso desconcertó a Libby. No, a ella nunca se le hubiera ocurrido decir mucho de nada a la señora Brandauer más allá de “Sí, señora,” y “No señora.” Pero parecía que habían pasado siglos de eso, y algo acerca de este hombre de pie ante ella le hacía olvidar que trabajaba para él. Su actitud desafió a responder. “Bueno, um… “ Él siguió comiendo, sin apartar sus ojos de ella. “¿Cuánto tabaco piensa conseguir? ¿Y queroseno?” “¿Qué?” Libby parpadeó.

“¿Qué pasa con los frijoles y las frutas secas?” Le dio una mirada de complicidad y puso su plato vacío sobre la mesa. “Vamos, señora Ross,” ordenó. Se dio la vuelta y salió por la puerta del comedor. Ni una sola vez comprobó si ella lo seguía. Libby tenía que moverse con rapidez para alcanzar su ritmo—sus zancadas eran largas, y las espuelas resonaban mientras cruzaba el suelo. Pasaron a través de la sala a una puerta cerrada al final de la casa. Cuando abrió la puerta, vio una habitación que contenía un escritorio con tapa corrediza, una mesa larga, y un montón de gabinetes de vidrio vacíos. El olor de la madera de las paredes de tronco peladas era especialmente fuerte ahí, como si la habitación permaneciese cerrada con frecuencia. Libby dio un paso atrás mientras él abría el escritorio para mostrar casilleros llenos de papeles que parecían no tener ninguna organización. Pero sin duda, encontró una hoja en particular y la puso en sus manos. “Esto, señora Ross, es lo que solemos comprar por aquí cuando vamos a llenar la despensa de provisiones.” Le había entregado un recibo de mercancías secas de Osmer. Los artículos y las cantidades que figuraban allí, escritos con una letra descuidada en tinta marrón, hicieron tambalear a Libby. Sí, había tabaco: trece kilos de chocolate y cuatro de tabaco de liar. Y un montón de otros— equipamientos, fue la palabra más adecuada que vino a su mente: tres revólveres Colt y quince cajas de cartuchos, un rollo de cuerda, veinte cajas de fósforos, cuarenta y cinco kilos de jabón, y diez galones de queroseno. Pero ¿dónde estaba la comida? Se preguntó. Oh, ahí—cuarenta y cinco kilos de azúcar, quince latas de café Arbuckle, doscientos treinta kilos—doscientos treinta kilos— de tocino y carne de cerdo salada, cinco galones de melaza, ciento treinta y cinco kilos de harina, noventa kilos de frijoles, dieciocho kilos de manzanas secas, dos cajas de refrescos, una caja de pimienta y una bolsa de sal. La gente civilizada no comía así. ¿Qué diablos podría hacer con carne de cerdo salada? No se sorprendería si esperaban que mezclase el tabaco con ella e hiciese una especie de guiso espantoso. “Dios mío,” susurró. “¿No es lo mismo que cocinar para una familia en Chicago?” Preguntó él, con los brazos cruzados sobre su ancho pecho. Tenía una expresión petulante que hizo que Libby se sintiese como si midiese sesenta centímetros de alto. “Mi carreta no podrá con todo esto.” Hizo un débil gesto hacia la lista. “No, si se refiere a la ruina temblorosa que vi junto al granero, no lo hará. No sé cómo ha llegado hasta aquí con ese cacharro.” “Entonces, ¿supongo que tiene algo que pueda llevar cuando vaya a Heavenly? Si voy a ir, será mejor que me ponga en marcha. Tal vez usted podría dejarme su caballo para mí—” Él la miró como si hubiera perdido el juicio. “De ninguna manera va a ir sola.” La declaración tajante se quedo colgada entre ambos. “Bueno, sí, lo haré. Es parte de mi trabajo abastecer la cocina. Todo el mundo está ocupado.” Libby jugueteó con su botón del cuello, preguntándose por qué le parecía tan extraño. Él esperaba que todos los hombres cumplieran con su parte, y ella estaba obviamente determinada a cumplir con la suya.

Él arqueó las cejas y miró exasperado de nuevo. “Señora Ross, en primer lugar, el carro en el que estoy pensando necesita un equipo de cuatro caballos para tirar de él. Va a necesitar de alguien que lo conduzca. Y en segundo lugar, incluso si va a Heavenly sólo para comprar horquillas, alguien de La Estrella Polar irá con usted. No voy a permitir que una mujer vaya sola a ninguna parte por aquí, sobre todo una mujer de cuidad de pura raza.” Dijo ese “de ciudad de pura raza” de una manera que sonó como si ella no tuviese el ingenio suficiente para entenderlo. “¿Por qué no? Vine a la cuidad por mi misma desde el lugar de Ben, y eso fue veinticinco kilómetros desde Heavenly. De todos modos, todos los hombres aquí son—” Él cerró la mesa con un ruido sordo. “La suerte la trajo hasta aquí, no la habilidad. Y no era mi responsabilidad por ese entonces. Pero ahora lo es, y lo será siempre y cuando permanezca bajo La Estrella Polar.” ¿Su responsabilidad? Había dejado Chicago, con el corazón roto y caída en la desgracia; había viajado a lo largo de más de dos mil durísimos kilómetros; había sobrevivido al horrible invierno con Ben; lo vio morir en esa pequeña cabaña, y lo sepultó ella misma. Nadie había sido responsable de ella por aquel entonces, ni incluso se habían preocupado por lo que podría sucederle. No iba a dejar que ese hombre la tratase como a un niño indefenso ahora. “Usted no es responsable de mí, señor Hollins. Puedo cuidar de mí misma. Además, no hay nadie—” Él le dirigió una mirada de autoridad absoluta, y sus palabras cayeron a un tono decisivo. “Yo soy responsable de todo y de todos en este lugar, desde el más pequeño becerro hasta usted, Rory y Joe. Y éste es mi trabajo, señora Ross—” Libby hizo una mueca. “¿Y ahora qué le pasa?” Espetó, al ver su expresión. La nota de impaciencia en su voz era intimidante, pero ella lo desafió otra vez. “Señor Hollins, de verdad, me gustaría que todos aquí me llamasen simplemente Libby.” Él la miró fijamente, y luego pasó sus dedos por su pelo castaño. Muy brevemente, su confianza autocrática resbaló y parecía casi tímido. “Bueno, uh—Lib— No, mejor será que dejemos las cosas tal y como están, señora Ross.” Ella sintió que sus orejas y mejillas ardían de vergüenza. Ciertamente, tenía razón, pensó. Mejor que la relación entre ellos siguiese siendo tan formal como fuese posible. Pero no estaba acostumbrada a ello, y oh, cómo deseaba que su nombre volviese a ser Garrison. Algún día lo volvería a ser, se prometió, tan pronto como saliese de Montana. Hizo un gesto hacia el recibo que todavía sostenía en sus manos. “Consiga todo lo que hay en esta lista, y cualquier otra cosa que cree que necesitará. Nort Osmer lo sumará todo a la cuenta de La Estrella Polar. Ahora vaya a pedirle a Joe que alguien enganche los caballos y la lleve a la cuidad.” “Señor Hollins, he estado tratando de decirle que se han ido, todos sus hombres. Los vi cabalgar hace sólo unos minutos. Creo que he oído decir a Joe que iban a algún lugar al que llamó la línea suroeste. Y Charlie se fue a otro lugar con otros tres hombres.” “Maldita sea, es cierto,” se quejó él. “La cordillera del norte.” Dejó escapar un suspiro de

exasperación y miró alrededor de su oficina, como si estuviese tratando de encontrar una manera de salir de esa situación por las paredes de troncos. Finalmente llevó sus ojos hacia ella. “Bueno, tomemos las riendas, señora Ross. Nos vamos a Heavenly.”

T

yler y Libby botaban en el carro sin hablar, siguiendo el camino lleno de baches que conducía a Heavenly. El silencio sólo era roto por el traqueteo del vagón, y el tintineo de los arneses. Las nubes bajas se levantaron un poco según la mañana y los kilómetros iban pasando. Pero el viento, que soplaba desde Canadá, todavía tenía un frío penetrante. Tyler mantuvo un firme control sobre las cuerdas de los cuatro caballos, pero su mente seguía desviándose hacia la mujer sentada a su lado en el estrecho asiento. Era imposible no hacerle caso cuando incesantemente chocaban sus muslos, caderas y rodillas. Estaba acostumbrado a lidiar con los caprichos de la naturaleza, desde la mala intemperie a la imprevisibilidad del ganado y los caballos, y todo lo demás. Pero ¿llegar a casa y encontrarse a una mujer allí? Se sentía como si le hubieran invadido. Peor aún, parecía que estaba obligado a quedarse con ella durante un par de semanas, probablemente hasta que Joe encontrase a alguien más que cocinase para ellos, tanto en el rancho como en las redadas. Pero incluso una semana o dos sería demasiado tiempo. ¿Y ella quería ser llamada por su nombre de pila? Por supuesto que no. Por lo menos, él lo haría. Ese sería su primer paso para establecerse de forma permanente en su cocina, y él no estaba dispuesto a permitirlo. Su vida estaba organizada precisamente como él quería, en privado y con una rutina intacta. Lo último a lo que daría bienvenida sería a alguien que interrumpiese todo eso. O peor aún, lo cambiase. La Estrella Polar no era un lugar para una mujer, de todos modos, se reiteró a sí mismo, encogiéndose más en su abrigo de piel de oveja. ¿Quién podría saberlo mejor que él? Ésta había sido criada en la cuidad, suave y delicadamente, y no estaba acostumbrada a las penurias cotidianas de la vida en la frontera. La miró de reojo de nuevo. Era pequeña y de huesos finos, y permanecía sentada en esa silla como si tuviera un palo de escoba por columna vertebral. Con los pies firmemente plantados en las tablas del suelo, había sujetado su falda gris a rayas por debajo de ella para que no se arrugase. Su cabeza estaba protegida contra el viento cortante por sólo un chal de lana fina, y sus guantes estaban cuidadosamente remendados en varios lugares. Podía ver que tenía frío. El hecho de que hubiese sobrevivido al duro invierno lo sorprendió. Se forzó a mirar de nuevo a la carretera y envolvió las riendas con más seguridad alrededor de sus puños enguantados. Una mujer bonita, sin ataduras, sólo sería una distracción. Y ella era bonita. Ya había notado cómo los hombres actuaban como un grupo de terneros degollados cuando miraba por la ventana de su oficina y la veía decirles adiós con la mano desde el patio. Charlie especialmente parecía estar sufriendo de fiebre amarilla. Maldita sea, el trabajo llegaría a un punto muerto mientras ella estuviese allí. Necesitaba la mente de cada hombre en el negocio en cuestión, no en esa mujer de cabello color miel y grandes ojos grises. A pesar de que La Estrella Polar estaba en mejor forma que la mayoría de los otros ranchos en esa sección, el invierno le había costado muy caro. Dios, la nieve. Recordando la blancura cegadora, apretó la mandíbula. En sus treinta y dos años nunca había visto nada igual en cualquier otro lugar. Había comenzado a caer en Nochebuena y no se detuvo hasta mediados de febrero. Durante esas semanas, la temperatura bajó a menos veinte. En casa, llevaban casi tanta ropa como cuando salían a la calle. Y

mientras que sus hombres estaban justo cruzando el patio, en el barracón, se sentía como si fuera la última persona en la tierra, sólo en el desierto desolado, congelado. Pero el viento había sido su mayor tormento. Había perdido la cuenta de las noches que había permanecido despierto, preocupado por su ganado y escuchando la brisa. Aullaba como un alma en pena por el valle, elevando mantas de nieve que flotaban tan alto como las ventanas del segundo piso. A veces, la voz cambiaba. Parecía lamentarse sobre el hielo endurecido y a través de árboles sin hojas como un grito alto y chirriante. O desaceleraba a un quejido monótono durante horas y horas. Una noche, se sacudió de un sopor inquieto, lleno de pánico y sudando a pesar del frío, cuando escuchó el viento sonar como un bebé llorando. En total, su presencia era suficiente para tener que lidiar con ella—él no necesitaba recuerdos de su pasado. Ahora él se había visto obligado a vender parte de su manada restante para recaudar dinero. Se removió en el asiento del vagón, tratando de aflojar la tensión de sus hombros y apartó los ojos de los cedros y los pinos amarillos que se alineaban en la carretera. El destino parecía continuar su particular guerra contra él—primero el invierno, ahora esta nueva cocinera. Con todos los ranchos que había en ese territorio, ¿qué mala suerte la había dejado caer en su regazo? Pensándolo bien, no quería saberlo. Tyler no quería saber nada de Libby Ross excepto cuándo se iría. ••• La rigidez en la columna vertebral de Libby se alivió un poco cuando vio las formas de los edificios de Heavenly saliendo del brumoso valle por delante. Estaba ansiosa por estar fuera de ese vagón y lejos de Tyler Hollins hasta que tuviesen que regresar al rancho. Estar atrapada con él en ese estrecho asiento en medio de la pradera era, curiosamente, como estar confinada en un armario. Trataba de evitar chocarse con él, pero cada vez que el carro encontraba un hoyo o un surco en la carretera, eran lanzados contra el otro. Él no había pronunciado ni una sola palabra durante todo el trayecto de ocho kilómetros, pero su malestar general era tan duro e incómodo como el camino difícil. Con mucho más experiencia de lo que ella había demostrado de la vez anterior, sacó el equipo de caballos y el carro y aparcó al lado de Frutos Secos Osmer. Por supuesto que manejaba los caballos bien, debía haber trabajado con ellos durante toda su vida. Pero la sorprendió cuando se bajó de un salto, ágil como un gato, y alzó una mano para ayudarle a bajar. Ella había esperado que la dejase encontrar su propia manera de bajar desde esa posición elevada. Al menos tenía buenos modales. Pero ella lo miró a la cara vuelta hacia arriba y vaciló un instante, sorprendida por la intensidad de sus ojos azules. Al no responder, la agarró por la cintura y la levantó hacia abajo sin esfuerzo, dejándole caer sobre sus pies. “Bueno, mira quién está ya de vuelta,” dijo Nort Osmer desde detrás de su mostrador cuando entraron en la tienda. Frente a él, un montón de facturas sobre su mesa parecían como si el hombre estuviese jugando al solitario. “Hola, señora Ross, Tyler.” Libby sonrió al dueño de la tienda. Era bueno ver una cara amiga después del tenso viaje desde La Estrella Polar. “Buenos días, Sr. Osmer.” “Dime, Ty, ¿no ha sido una gran suerte encontrar a esta encantadora señorita que cocine para tus hombres? Ellos obviamente estaban en un aprieto antes de que ella llegara.” Nort se puso el lápiz detrás

de la oreja y amontonó los recibos en una pila desordenada. Lanzándole una mirada irónica a Libby, Tyler echó hacia atrás su sombrero y se quitó los guantes. “Sí, una suerte.” Dentro de los confines de la tienda, Libby pensó que su considerable altura le hacía parecer lo suficientemente alto como para alcanzar y tocar las vigas de sobrecarga. “No, no, no te preocupes por darme las gracias. Estaba feliz de poder ayudar.” Nort se frotó las manos. “Ahora, ¿qué puedo hacer hoy por ustedes?” “Tenemos que reponer suministros, Nort.” Tyler se volvió hacia ella. “Señora Ross, usted tiene la lista.” “Oh—sí.” Libby buscó en el bolsillo de su falda y sacó el trozo de papel que le había dado antes. “Voy a buscar a mi chico para empezar a cargar su carro,” dijo Nort, escaneando la lista. “¿Cómo van las cosas por Miles City?” Tyler negó con la cabeza. “No sé qué va a pasar con la mayoría de los ganaderos por allí después de este invierno.” Los dos hombres cayeron en la discusión sobre los precios del ganado y el destino de los ranchos vecinos mientras que Nort se encargaba del pedido. Libby dejó que sus voces se desvaneciesen en la parte posterior de su mente mientras miraba alrededor de la mercancía. Estaba tan cansada y angustiada el día anterior, que no había prestado realmente mucha atención a la variedad de artículos curiosos que Osmer tenía. En las paredes vio trampas con dientes de aspecto curioso, rollos de alambre, pieles curtidas de animales, y rifles. Dispuestos en una vitrina había dedales de oro y delicados juegos vanidosos. Sin embargo, en la esquina de la tienda, donde la estufa de leña era alimentada con un fuego caliente, se sintió atraída por una colección de guantes cálidos de mujer y envolturas. Un chal en particular le llamó la atención, el que colgaba sobre los hombros del maniquí de modista. Era una manta oscura y hermosa, negra y azul noche, con una franja de color verde pálido, y una franja anudada. Extendió una mano vacilante y frotó la lana gruesa y suave entre sus dedos. Nunca había tenido un chal tan bueno. Mirando hacia abajo, se quitó el suyo propio. Luego, con cuidado, desenrolló la tela escocesa del maniquí, y la pasó por encima de su cabeza, cerrando los extremos alrededor de su cuello. Inmediatamente se sintió más caliente. Era maravilloso. Probárselo había sido un error, supuso, porque no podía permitírselo. Y aun si pudiera, no sería capaz de justificar el gasto. Su precio era de seis dólares. Ahorrar dinero suficiente para un billete de diligencia era más importante que cualquier otra cosa. Pero… Tal vez no estaría de más ver cómo le quedaba antes de devolvérselo a su actual dueño. Estiró el cuello para buscar un espejo cuando vio a Tyler Hollins mirándole. Su expresión era pensativa y preocupada, como si hubiera cogido a un niño en un acto de desobediencia. Bueno, no iba a robar el chal, pensó con irritación. Avergonzada, se quitó la longitud de lana caliente y la colgó en el modelo. Cuando él desvió su mirada azul de ella, murmuró algo para Nort Osmer. Luego sacó los guantes de nuevo y se volvió a poner su sombrero. “Voy a la tienda de alimentación durante unos minutos. Puede quedarse aquí, señora Ross. Estaré de vuelta tan pronto como el carro esté cargado.” “De acuerdo,” dijo ella. Tan pronto como se cerró la puerta, Libby corrió hacia la ventana lateral. Casi esperaba verle subir a la carreta y marcharse, dejándole en Heavenly. Cuando pasó al lado de los

caballos y siguió caminando, exhaló un suspiro. Aunque era flaco y desgarbado, con los hombros anchos parecía aún más grande bajo el abrigo de piel de oveja. Una mujer con una cesta bajo el brazo le dirigió una mirada doble mientras pasaba. Libby no se preguntó porqué—Tyler Hollins era un hombre muy atractivo. Pero parecía injusto que esas buenas miradas se perdieran en un hombre con una personalidad como un dolor de muelas de tres días. “Tyler no es un mal tipo,” dijo Nort, obviamente detectando la tensión entre ella y su jefe. Caminó hasta la esquina cerca de la estufa. “Señor Osmer, no es la primera persona que me dice eso. Pero si el señor Hollins fuese un buen tipo, nadie tendría que estármelo diciendo, ¿no cree?” “Creo que puede parecer así, señora Ross. Pero pensará diferente una vez que llegue a conocer—” En ese momento se abrió la puerta y Libby fue golpeada inmediatamente por el sutil pero muy notable, olor de gardenias. Se dio la vuelta y vio a una mujer de su misma estatura, pero con una presencia y una confianza que Libby misma nunca había tenido. Su vestido de tafetán violeta casi rozaba lo ordinario, pero iba vestida más formal que nadie que Libby hubiese visto desde que salió de Chicago. A pesar de que no estaba lloviendo ni era un día especialmente soleado, llevaba una sombrilla que hacía juego con su vestido. La mujer le hizo a Libby pensar en una flor que florecía sólo en la sombra, que no podía soportar el calor o la luz de un sol pleno. Y tenía algo en su mirada, como si escondiera algo. Una broma, o tal vez un secreto. “Hola, señorita Callie,” dijo el tendero, radiante. “Ha salido hoy temprano.” “Tienes razón en eso, Nort,” dijo la mujer e hizo una mueca de horror leve. “¿No es una maravilla? Puedo decirte que no me gusta nada amanecer con las gallinas. No estoy acostumbrada a comenzar mi día antes de las dos, pero tengo algunas tareas que hacer hoy. ¿Crees que me podrías encontrar tres docenas de esos vasos de cerveza que uso? Cuando los muchachos del Círculo R me visitaron la otra noche se fueron un poco de las manos. Para cuando salieron del saloon, habían roto casi cada vaso limpio en el estante detrás de la barra. Le dieron a mis chicas la noche—se alteraron tanto que tuve que cerrar temprano.” Tiró de uno de sus rizos de color oxidado escondido dentro de su sombrero, claramente molesta por ese giro de los acontecimientos. “El pobre Jinx Malone estaba muy arrepentido cuando pasó por aquí ayer por la mañana, señorita Callie,” Nort se rió entre dientes, y se apoyó en el mostrador. “Bueno, hace dos semanas le dije a esos vaqueros del Círculo R que no iba a aguantar que ninguno de ellos se volviese a propasar en mi lugar.” Ella sonrió alegremente. “Espero que Jinx haya recobrado su memoria después de pasar una noche en la cárcel.” Libby bajó la atención a una ristra de alfileres en el cuello de la mujer y trató de no mirar, pero la curiosidad sacó lo mejor de ella. Callie no pareció darse cuenta de todos modos. Debía ser la persona de la que Libby había escuchado hablar el día anterior, la dueña de La Osa Mayor. Por supuesto, ella había visto concubinas en Chicago un par de veces, pero nunca de cerca como a ésta. Solían quedarse detrás de ventanas con cortinas y cuando salían, viajaban en vagones cerrados. No eran tan descaradas como para caminar por la calle en mitad del día yendo de compras. Nort señaló por encima del hombro en la dirección general de la bodega. “Tengo los vasos en la parte

trasera. Puedo enviar a mi hijo con ellos esta tarde.” Callie le sonrió. “Gracias. Siempre puedo contar contigo. ¿Qué hay del jabón de lujo francés que te pedí hace un par de semanas? ¿Ha llegado ya? Algunos de mis caballeros regulares han estado preguntando por él para el cuarto de baño de arriba.” Libby estaba atónita—esta mujer estaba muy orgullosa de su ocupación. ¿Caballeros regulares? Nort miró el calendario en la pared junto a él, tocando un viernes con su lápiz. “Todavía no, pero estoy esperando un vagón de mercancías que vendrá al final de la semana.” “Esto…Nort, deberías pasarte por La Osa Mayor y probar mi nueva bañera de cobre. Es la única de todo Heavenly, ya sabes.” Callie se inclinó sobre el mostrador de madera basta un poco, haciendo crujir su vestido de tafetán muy ligeramente, y su voz se convirtió en un tono confidencial. “Eres bienvenido en cualquier momento. Cualquiera de mis chicas estarían encantadas de entretenerte cualquier noche.” Libby sintió que sus ojos se ensanchaban, y desde su punto de vista junto a la estufa, Nort Osmer miraba a Callie como si se hubiera tragado una cucharada de pimienta de cayena. Luego volvió los ojos hacia ella, como si acabara de acordarse de que seguía allí en la tienda, y por lo tanto, estaba siendo testigo de la conversación. Aparentemente, dándose cuenta de la dirección de su mirada, Callie se volvió hacia Libby, y luego a Nort. Levantó una ceja con expresión expectante. “No creo que me haya encontrado alguna vez con esta señora, Nort, y yo conozco a todo el mundo en estos lares. ¿Vas a presentarnos?” Recuperando el aliento aunque no su color normal, el tendero tartamudeó. “Uh—señora Libby Ross, ésta es la señorita Michaels Callie. Ella es la señorita—uh—Callie es propietaria de La Osa Mayor.” Libby retrocedió un paso, asintiendo con incertidumbre. “Encantada de conocerte.” No sabía qué más decir. Nunca había sido introducida a la dueña de un burdel antes. El invierno que había pasado en el desierto no le había proporcionado ninguna pista de cómo era el Oeste, salvo para revelar su crudeza. Ahora se preguntaba a qué clase de lugar había llegado, donde una dueña de un burdel solicitado iba de tiendas en plena luz del día, y una mujer respetable era presentada a esta señora como si se tratase de un miembro del comité de la iglesia. Callie la sonrió. “Lo siento, cariño, no te vi parada en la esquina. Debes pensar que no tenemos modales en absoluto por aquí.” Su voz se suavizó mientras se acercaba a Libby, y la miraba de arriba a abajo, aunque no de manera irrespetuosa. “Apuesto a que eres la mujer de la que Ben Ross me habló el pasado otoño. Me dijo que iba a tomar a una agradable mujer por esposa. Me dio mucha pena cuando escuché lo que había pasado.” Libby se vio obligada a bajar su mirada. Todo el mundo en esa ciudad parecía tener muy buena opinión sobre Ben, y probablemente no sería adecuado mostrar que ella no la compartía. “Gracias.” “Ahora que se ha ido, ¿te quedarás en Heavenly?” Sólo durante el tiempo que tuviese que hacerlo, pensó Libby. Quería volver a esa parte del país donde las formas y las vidas de la gente no eran tan diferentes de lo que ella conocía. “Durante un tiempo. Estoy cocinando para el señor Hollins y sus hombres en el Rancho La Estrella Polar.” Callie alzó las cejas con un divertido asombro. “¿Estás trabajando para Tyler Hollins?” Desconcertada por su actitud, Libby asintió. “Sí, así es.”

“Bueno, bueno,” dijo ella en voz baja, casi para sí misma. Contempló a Libby de nuevo por un momento. Luego salió de su anonadamiento y se rió. “Si se pone muy terco, ven a verme a La Osa. Siempre puedo encontrar sitio para una más.” Libby sintió caer su mandíbula ligeramente, y el calor inundó su cara hasta las orejas. “Nort,” dijo Callie, volviendo al negocio, “estaré esperando los vasos para esta tarde. Envía la factura a los chicos del Círculo R.” Con eso, se dio la vuelta y salió de la tienda en un susurro de tafetán violeta y el olor de las gardenias, cerrando la puerta detrás de ella. “Ahora, no tenga en cuenta lo que la señorita Callie ha dicho, señora,” dijo Nort, obviamente consciente de su vergüenza. “Ella es franca, pero no es su intención faltar al respeto. No ve su trabajo muy diferente al de un médico o una pastelera.” O cocinera, al parecer. “Ciertamente es—colorida.” Libby se movió hacia la ventana para verle por última vez y vio a Callie en la acera, hablando con Tyler Hollins. Mientras que el hijo del Nort cargaba el carro, Tyler estaba con un pie apoyado en una de las ruedas. A través de la ventana de cristal ondulado Libby podía ver su expresión claramente—incluso se echaba a reír con algunos de los comentarios que la mujer hacía. Libby no hubiera adivinado que algo podría sacarle una sonrisa. La sonrisa transformó su cara y no sólo ya no le hacía parecer como un dolor de muelas, le hacía parecer más joven, también. Más allá de eso, creyó ver un atisbo de ternura reflejada en su expresión por la mujer con la que estaba hablando. Pero luego miró a Libby, y la sonrisa se desvaneció. Se enderezó y sacó el pie del cubo de la rueda, e incluso su postura parecía rígida e incómoda, como si ella hubiese aprendido algo que él no quería que supiera. Bueno, podría haberlo hecho. Tal vez Tyler Hollins era uno de los “caballeros regulares” de la señorita Callie. ¡Claro! Libby era tan ingenua que no se daba cuenta que algunos hombres, a veces seres respetables de buenas familias, visitaban a palomas sucias como Callie Michaels. Supuso que tal vez incluso Wesley— Pero no se paraban en una acera pública a conversar con estas mujeres. No era asunto suyo, se recordó, tirando de los dobladillos de sus guantes. Cuanto menos supiera sobre Tyler Hollins, mejor. Su trabajo consistía en darle de comer a él y a sus hombres, y nada más. Libby no debía preocuparse de si tenía el poder de transformar su sonrisa en un ceño fruncido. Pero le molestaba, y no sabía porqué. Como si quisiera ver lo que había cambiado el estado de humor de Tyler, Callie miró por encima del hombro a Libby, y le envió otra sonrisa de complicidad. Luego tocó el brazo de Tyler con su sombrilla violeta, la abrió, y se abrió paso por la calle. Tyler sacó su reloj y le hizo un gesto a Libby para que saliera. “Parece que estamos listos para irnos, señor Osmer,” dijo. Nort terminó de hacer el recuento de su factura y de anotar la cantidad en su libro mayor. “Ha sido estupendo verle de nuevo. Si piensa en algo más que pueda hacerle falta, dígaselo a Tyler y él podrá recogerlo cuando regrese a la ciudad el sábado por la noche.” Libby no podía imaginarse diciéndole nada por ese estilo a Tyler. Se ajustó el chal sobre su cabeza. “¿El sábado?”

Nort salió de la barra para abrirle la puerta. “Oh, claro. Ty monta todos los sábados y cena en La Osa Mayor. Lo lleva haciendo desde hace un par de años. Siempre que el tiempo se lo permite, quiero decir.” Eso lo ascendía a la categoría de “regular,” Libby decidió. “Entonces creo que no me preocuparé de guardarle un plato caliente.” Tras decirle adiós a Nort, Libby salió, reacia a tener que cambiar ese refugio cálido y aromático por un asiento frío, duro de vagón al lado de un hombre de las mismas características. Tyler estaba en la parte trasera del vagón cargando unos sacos de pienso. Se veían pesados, pero los subía con poca dificultad. “¿Ha conseguido todo lo que necesita?” El trabajo era laborioso y se había quitado la chaqueta. Libby miró cómo la tela de su camisa se aflojaba y se ceñía a su cuerpo con sus esfuerzos. “Sí, creo que sí.” Él echó un último saco al vagón, luego la miró y frunció el ceño ligeramente, como si su apariencia le desagradase. “¿No le ha dado Nort—oh, maldita sea, espere aquí un minuto,” murmuró, y saltó al suelo. Libby miró sus hombros mientras caminaba de vuelta a la tienda y cerraba la puerta tras él. Detrás de ella, oyó a los caballos moverse inquietos en sus arneses. Si tenía que aguantar su actitud agria por mucho más tiempo, su paciencia, una emoción profundamente enterrada y moderada, podría escapar de ella y le diría a Tyler Hollins exactamente lo que pensaba. Y cuando ese día llegase, supo que más valía que estuviese con todas sus cosas guardadas y lista para marchase. Seguro que él cumpliría con su amenaza de llevarle a Heavenly y dejarle allí. Momentos después, la puerta se abrió de nuevo y Tyler salió con un paquete envuelto en papel bajo el brazo. “Vayámonos, señora Ross. Es un largo viaje de vuelta a La Estrella Polar.” Libby se subió al asiento y metió las faldas en torno a ella. “Sin duda no más largo que esta mañana.” “No podemos conducir los caballos a demasiada velocidad con el carro cargado de esta manera.” “Oh.” Su corazón se hundió ante tal noticia, y se estremeció ante una fría ráfaga que caló sus ropas. El árbol detrás de Osmer sacudió sus ramas desnudas en el viento. Por encima, el cielo se oscureció de nuevo con nubes pesadas. Tyler subió al asiento al lado de ella y se puso el abrigo. Luego metió el paquete de papel marrón entre sus manos. “Póngase eso.” “¿Qué es?” Libby trató de mirarle a la cara, pero él la mantuvo apuntado hacia los caballos por delante, mientras envolvía las riendas alrededor de sus puños. “Tenemos todavía un poco de invierno por el que pasar antes de que la primavera empiece a calentar —Me imaginé que podría darle un buen eso a eso.” Su voz había perdido algo de su tono de mando. Libby tiró del nudo de la cuerda y abrió el envoltorio. En el interior, encontró el chal a cuadros que había admirado. Su boca se abrió y miró hacia el papel entre sus manos, luego a él. “¡No puedo aceptar esto, señor Hollins!” Le dolía decirlo. El chal era hermoso. Era cálido. Pero aceptar tal regalo era inadecuado. El porqué, no lo tenía tan claro. Tyler Hollins era su jefe. Si la señora Brandauer había conocido alguna vez un momento de generosidad poco común en ella y le había hecho un

regalo, ella lo aceptó sin dudarlo. Y el decoro nunca había sido un problema cuando Wesley le dio algunos pequeños recuerdos que aún conservaba en su baúl: un cepillo para el pelo de plata, un par de gemelos de oro, y un abrochador de plata de ley. Volvió su mirada de ojos azules hacia ella. “Sí, aceptará el mantón, señora Ross. No lo olvide, usted es parte de mi trabajo.” “¿Qué?” “Asumo mis responsabilidades muy en serio.” Dicho esto, agitó las riendas en las espaldas de los caballos y el carro echó a andar. Libby miró y apretó los labios en una fina línea, tentada a replicar. No era muy halagador ser vista bajo la misma luz que los terneros y perros y caballos que consideraba parte de su dominio. Miró el paquete en su regazo. Estaba molesta por su actitud, pero no del todo. Libby desplegó la longitud de la tela escocesa y la envolvió alrededor de sus hombros. “Gracias,” dijo con frialdad. ••• Temprano esa tarde, Tyler se sentó en el escritorio de su oficina, haciendo cálculos en una hoja de papel mientras volvía a evaluar las pérdidas del invierno. Hizo una pausa para ajustar la llama de la lámpara en la esquina de la mesa. Hacía calor ahí dentro, pero fuera, las pesadas ráfagas llevaban cortinas de lluvia contra las ventanas. Por lo menos no estaba nevando. De vez en cuando, el viento hacía que el fuego en la chimenea se elevase, pero su perro, Sam, tendido sobre la alfombra, dormía despreocupado. “La vida es bastante buena para ti, ¿no es así, Sam?” Preguntó. Se echó hacia atrás en su silla, girándose un poco de lado mientras consideraba al mestizo negro. El perro movió la cola una vez en reconocimiento, pero no se despertó. “Claro, no es tan difícil dejar que alguien te dé de comer y te permita dormir delante del fuego. No tienes que preocuparte del ganado, o de este maldito sendero que tenemos que hacer.” Sam puso una pata sobre su cabeza. Tyler se volvió a sentar correctamente y miró los números. No estaba arruinado, de ninguna manera. No era pobre. Pero la repoblación de su manada requería de una planificación cuidadosa. Si sólo pudiese traer algunas nuevas cabezas de Texas— En ese momento detectó un aroma, un olor delicioso que no había olido en esa casa desde hacía años. Era el olor del pan horneado. No tartas prefabricadas, no galletas sin levadura. Eso era real, pan de levadura como Dios mandaba. Inhaló de nuevo y cerró los ojos. En su mente, vio a una pequeña, de pelo negro, mujer con la piel como la crema fresca, ocupada en la cocina. Era delgada—flaca, en realidad—y demasiado frágil para soportar la vida en ese lugar. Ciertamente demasiado frágil para la caricia de un hombre. Y aunque ella le sonrió, era una sonrisa triste, y en su rostro vio culpabilidad. En ese momento, Tyler comenzó a sentir una presión familiar en su pecho. La visión se disolvió en una foto no deseada de Libby Ross. Imaginó su cabello color miel y su delantal blanco mientras se asomaba

en el horno para comprobar los panes calientes y dulces. Sus mangas estaban enrolladas casi hasta los codos, dejando al descubierto los brazos pálidos y delgados. Maldita sea, ¿qué le hacía pensar en ella? Se preguntó. Dejó su pluma sobre la mesa y se frotó los ojos. Al menos había dejado de temblar cuando se puso el chal nuevo. Incluso se veía bien con él. Todavía le incomodaba que la cocinera lo hubiese visto con Callie esa mañana, pero juró para sí mismo no poder adivinar porqué. A pesar de que más o menos la mantenía para sí mismo, su relación con Callie Michaels no era ningún secreto. Todo el pueblo lo sabía y no le daba importancia. Él no le daba importancia. Pero hoy cuando miró hacia arriba y vio un par de grandes ojos grises mirándole fijamente desde la ventana de Osmer, se sintió incómodo, como si—bueno, como si estuviese haciendo algo muy malo. Cerró la mesa, incapaz de concentrarse en su tarea por más tiempo. Esperaba que Joe encontrase un cocinero diferente lo más rápido posible. Lo último que necesitaba Tyler por ahí era otra persona que lo hiciese sentir culpable.

E

sa noche, los muchachos de La Estrella Polar disfrutaron de un guiso que nadaba con cubos de patatas blancas, trozos de cebolla y trozos de carne en un rico caldo. Pan caliente y miel y manzanas crujientes rociadas de crema acompañaron al plato principal. Segundos—y en el caso de Rory —terceros platos, fueron consumidos. Aunque todavía estaba tratando de acostumbrarse a cocinar en una estufa de nuevo, incluso Libby pensaba que la comida sencilla le salía bastante bien. El trabajo le resultaba un poco más fácil ahora que tenía todo lo que necesitaba, por lo menos todo lo que estaba a su disposición en la tienda de Osmer. Había tenido que hornear el pan, y conseguir la carne para el guiso había requerido que uno de los carniceros sacrificase a un novillo entero. No era exactamente como ir a la panadería o a la carnicería en Chicago. Pero la admiración de los hombres hacía que el esfuerzo valiese la pena. Y parecían estarse acostumbrando a ella—ya la mayoría de ellos no se ruborizaban como escolares cuando hablaba con ellos. Libby se paseó por las dos largas mesas para rellenar tazas de café vacías. Cuando llegó al lugar de Noah Bradley, él hizo un gesto hacia su plato vacío. “Charlie y Kansas Bob y los hermanos Cooper no saben lo que se han perdido,” dijo, rascando su plato de esmalte azul con la cara de su tenedor. “Casi siento lástima por ellos. Me divertiré mucho cuando se lo cuente.” “Oh, no quiera darles demasiada envidia, señor Bradley—um, Noah. Creo que trabajar con este tiempo es suficiente castigo,” dijo, echando un vistazo a las oscuras ventanas. Era una salvaje noche de marzo, llena de viento y lluvia que azotaba contra las ventanas. De vez en cuando, un tueno lejano rodaba por el valle, haciéndole recordar a Libby la voz de Joe. Las ventanas de la cocina estaban empañadas por encima del calor de la estufa y los sombreros húmedos y los impermeables colgaban en ganchos a lo largo de la pared trasera. Joe se limpió la boca con la servilleta y cuidadosamente alisó su bigote. “No envidio a esos chicos estando ahí fuera en una noche como ésta. Dios sabe que ya he sufrido suficientes días durmiendo bajo la lluvia. Hoy ha sido un día demasiado duro. Durante todo el día, sólo pude pensar en venir aquí para deleitarme con una buena comida caliente y un café negro.” Libby alzó los ojos para mirar a su alrededor hacia las paredes sin terminar, y las mesas y bancos. La iluminación era proporcionada por grandes faroles negros, y los platos eran todos de esmalte. Había un lavabo, pero sin agua corriente a excepción de la bomba. A pesar de que todo eso era una mejora en comparación con el lugar de Ben—casi cualquier cosa lo hubiese sido—en su opinión, sólo era un paso adelante respecto a cocinar en una tienda de campaña. Por lo menos no tenía que pisar sobre la tierra. Obviamente, dándose cuenta de su inspección crítica, Joe se echó a reír. Ella bajó la mirada a toda prisa, pero sus ojos oscuros eran amables detrás de su risa. “Es probable que no parezca gran cosa, comparado a lo que debes estar acostumbrada, señorita Libby. Pero para un grupo de vaqueros desgastados que han estado sentados en sus caballos durante todo el día bajo la lluvia y el barro, volver aquí, donde hace calor y hay luz, y la buena comida está esperando—

bueno, es como entrar en una gran mansión.” Murmullos de acuerdo recorrieron la habitación. Libby apretó el mango de la cafetera y sonrió con timidez. No estaba familiarizada con el tipo de reconocimiento honesto que recibía de esos hombres. Sólo había una persona que no había probado la cena todavía. No había visto a Tyler desde que regresaron de Heavenly. Cuando llegaron del lento viaje, lleno de baches, mandó a un par de hombres a que descargaran el carro, entonces, ensilló su caballo y se marchó con él. Lo había oído entrar por la puerta principal antes, pero los pasos de sus botas le habían llevado a la parte trasera de la casa y allí se había quedado. “¿Alguien más quiere crema de manzana?” Preguntó. “Tengo una bandeja más justo a punto de salir del horno.” “No, creo que debe dejar un poco para Tyler,” dijo Rory, empujándose a sí mismo fuera de la mesa. “Sólo espero que Charlie arreglase los agujeros del techo del barracón la semana pasada. Es difícil dormir con una lata en equilibrio sobre la tripa para atrapar la lluvia.” Los vaqueros comenzaron a salir entonces, viéndoseles bien alimentados y contentos. Finalmente, el último de ellos se puso su sombrero e impermeable, y se lanzó a través de la lluvia hasta el barracón débilmente iluminado por el patio. El viento azotaba la lluvia a través de la puerta y agitaba las faldas de Libby. Después de que se fueron, ella fue a la cocina y puso la olla en el rincón más fresco de la estufa, preguntándose cuánto tiempo debería mantener la comida caliente para Tyler. Bueno, él era un hombre hecho y derecho. Ella había sido contratada solamente para cocinar, no para llevar la cocina de un restaurante. Sacó un plato y se sirvió su propia cena. Libby no estaba del todo acostumbrada a comer sola. Antes, había tenido una familia improvisada en Chicago—Birdie, la criada los Brandauers; Deirdre, su joven ayudante de cocina, y Melvin, el conductor. Todos se sentaban en la mesa de trabajo grande en la cocina por la noche, compartiendo la cena, noticias y chismes, y riendo—pero no demasiado fuerte, para no molestar a los Brandauers. Según untaba la miel en el pan, recordó la primera vez que vio a Eliza Brandauer. Fue la mañana del tercer día que había pasado en la sala de espera de la agencia de empleo doméstico de la señora Banks. El orfanato había enviado a Libby allí, dándole la cuota de un dólar para pagar a la señora Banks, para que le encontrase un trabajo. Ya tenía catorce años, le habían recordado en el orfanato, y ya era hora de que se labrase su propio camino en el mundo. ¿Pensaba a caso que la caridad se haría cargo de ella siempre? Se había sentado en la esquina de una habitación llena de todo tipo de mujeres de diferentes edades. Algunas eran más jóvenes que ella, algunas parecían experimentadas, agotadas o insensibles. Otras parecían tan ignorantes y asustadas como ella. Libby no tenía guantes así que entrelazó sus manos temblorosas y las enterró en los pliegues de su falda fina y oscura. Damas de ropa fina que requerían de sirvientes se paseaban por la sala. Miraban a los solicitantes, y a veces incluso les hacían pararse de pie para poder mirarles de arriba a abajo, también. Libby pensó que era la más humillante, aterradora experiencia de su vida. No sabía si sentirse aliviada o alarmada mientras era inspeccionada una y otra vez. Entonces Eliza Brandauer llegó. Fresca e imperiosa en un traje de costura francesa azul oscuro, y

eligió a Libby para ser su ayudante de cocina, porque, le dijo, parecía moralmente recta. La pureza moral jugaba un importante papel para la señora Brandauer; no sólo en su propia sociedad, sino en el mundo en general. Con el tiempo, el cocinero se jubiló. Libby tomó su lugar, y la señora le dio a Deirdre como ayudante de cocinero. Era inusual para una mujer de diecinueve años ocupar un cargo de responsabilidad como cocinera en una casa rica. Y cuando la señora Brandauer decidió promocionar a Libby, le insistió en que le estaba dando una oportunidad única por la que ella debería estarle eternamente agradecida. A medida que pasaban los años, Birdie, Deirdre, y Melvin se convirtieron en su familia adoptiva. Los había considerado como sus amigos, los más queridos que cualquier otro que jamás hubiese conocido. Sin embargo, al final, todos le dieron la espalda— ••• Libby había casi terminado de lavar los platos, y estaba sumida en sus recuerdos agridulces cuando Tyler Hollins empujó la puerta del comedor. Perdida en sus reflexiones, su entrada fue tan repentina y sorprendente para ella como un disparo. Con la mano en el agua jabonosa, sus dedos se deslizaron convulsivamente contra la hoja de un cuchillo que había sido lavado en la palangana. Jadeando, sacó su mano fuera del agua caliente. No podía ver la herida, pero había tanta sangre que estaba segura de que debía de haberse cortado un dedo. Curiosamente, no sentía dolor, pero riachuelos rojos chorreaban hacia abajo por su mano y antebrazo con una velocidad alarmante. “¡Oh, Dios…!” Exclamó. Tyler dio dos pasos rápidos hacia delante y cogió una toalla blanca limpia de la mesa de trabajo. “A ver, déjeme ver.” Su tono era firme y con autoridad. La agarró por la muñeca y puso la mano chorreando sobre el lavabo mientras abría los dedos para examinarlos. Jabón, agua, y la sangre se agolpaban, ocultando la lesión. Apretó la toalla contra la mano, pero se empapó de sangre en cuestión de segundos. “Estoy segura de que puedo hacerme cargo yo misma,” dijo ella, tratando de soltarse. Su experiencia le decía que incluso hombres de aspecto robusto podían perder toda su valentía a la hora de ver sangre. No quería tener que preocuparse por los dos si él se desmayara. Al menos trató de convencerse a sí misma de que ésa era la razón por la que no quería que estuviese de pie tan cerca de ella, con su fuerte mano cerrada alrededor de su muñeca. “Deje de inquietarse, señora Ross.” Tyler sujetó firmemente el antebrazo de Libby entre su codo y las costillas, haciendo que la sangre que seguía emanando, corriese por su camisa. A través de la tela, sintió el calor de un calentamiento muscular y óseo presionando contra su brazo. Dirigiendo a los dos hacia uno de los faroles, se quejó: “¡Maldita sea, no puedo ver nada!” “Está sangrando mucho,” dijo ella, amablemente. “Debido a que tenía la mano en esa agua caliente y sucia.” Él tiró la toalla a un lado y los llevó de nuevo hacia el lavabo. Trabajó la manija de la bomba, echó agua helada sobre su mano hasta que su piel era blanca y el sangrado comenzó a desacelerar. Se quedó muy cerca de ella, con la cabeza inclinada hacia su lado mientras acunaba su mano en la

suya. Su tacto era cálido y ligero. Y olía muy bien, como a cuero y a aire fresco y heno limpio. No lo había notado antes, pensó, y eso que se había pasado casi todo el día sentada junto a él en el asiento de ese carro. En ese preciso momento le proporcionaba una bienvenida distracción. “Oh, sí… Ahí está, “dijo. Era un corte feroz en el primer pliegue de su dedo meñique y se veía bastante profundo, pero la hemorragia había disminuido a un exudado. La frente de Tyler estaba fruncida en concentración mientras miraba el corte. Pero a pesar de su ansiedad, vio algo más en sus ojos que no podía identificar fácilmente. Ella pensó que parecía como si hubiera recordado algo que no quería recordar. Enjuagó sus manos otra vez, y luego le tomó la otra mano para que presionase su dedo pulgar contra la herida. “Aguántelo ahí, así, y venga a mi oficina.” Libby siguió el anillo de sus espuelas, sin duda, en parte porque había aprendido rápidamente que Tyler Hollins no era el tipo de hombre al que le gustase ser cuestionado. Pero más que cualquier otra razón, le siguió porque parecía saber lo que hacía. Llenó la puerta de la oficina, el marco, cuando pasó a través de él—Libby pensó que su cabeza no tocaba el techo sólo por unos pocos centímetros, y sus hombros casi se rozaban las paredes laterales. Dada su personalidad fría, odiaba tener que admitirlo, incluso para sí misma, pero no había manera de ignorarle como hombre, su aspecto sin duda llamaba la atención, y desmentía esa frialdad. Su cabello castaño rojizo era pesado y grueso, con finas mechas cobrizas a través de él que brillaban a la luz del fuego. Su alto, delgado y musculoso marco proyectaba largas sombras sobre el suelo de madera. “Siéntese aquí,” dijo, señalando una butaca de pino al lado de la chimenea. Todo en él, incluso la forma en que se movía, sugería un hombre que era capaz, invulnerable, siempre en control. Se dirigió a uno de los armarios de vidrio en la esquina y sacó una gasa, tijeras y un frasco oscuro, dejando las puertas entreabiertas. Libby se sentó en el borde de la silla. Desde ese ángulo, no podía dejar de notar la forma en que sus ceñidos pantalones vaqueros abrazaban sus piernas y su delgado trasero. Su dedo comenzó a palpitar. Miró su delantal y se dio cuenta de que ella también estaba manchada de sangre. Entre los dos parecía que habían participado en un combate mortal. Con todos los problemas que le había ocasionado, se sintió obligada a pedir disculpas antes de que él tuviera oportunidad de regañarle. “No suelo ser tan torpe. Si me da la venda, puedo hacerme cargo yo sola. No quiero retrasar más su cena.” Hizo un gesto para aliviar su preocupación y arrastró su silla giratoria junto a ella. “Cenaré en un minuto. Además, sé por experiencia que no es fácil curarse a uno mismo la mano. Muy bien, allá vamos.” Puso su mano con la palma hacia arriba sobre su rodilla y apartó su dedo de la herida. La sangre se acumuló en el corte de nuevo, pero mucho más lentamente. Cortó un trozo de gasa y lo dobló en una almohadilla. Entonces, sosteniéndola bajo su dedo, cogió la botella y vertió un poco de su contenido sobre él. “Esto va a doler un poco.” Libby se quedó sin aliento. Involuntariamente retiró la mano, pero Tyler mantuvo su agarre en la muñeca. “¡Escuece! Quema como el fuego. Y huele que podría levantar la pintura de las paredes,” dijo, con la mandíbula apretada. “¿Qué es eso?”

Un resoplido de risa se le escapó, y sonrió. Libby volvió a ver esa imagen de un hombre más joven que había visto esa mañana cuando estaba hablando con Callie Michaels. La boca se le afinaba en una suave línea. Sus dientes eran muy blancos, y se dio cuenta de que los inferiores parecían demasiados y estaban superpuestos ligeramente. La imperfección lo hacía parecer un poco menos temible. Se acercó más y sopló en su dedo para aliviar la quemadura. “Lo siento. Es un antisep—uh, algo para evitar que la herida siga sangrando.” Midió otro trozo de gasa, y tomando su mano en la suya, comenzó a envolver el corte. Ella miró sus manos mientras trabajaba. Tenía buenas manos, pensó—fuertes, con dedos largos. En el interior, en la parte superior de la palma de su mano, ella había sentido las leves callosidades que seguramente le habrían salido por las riendas de los caballos y cualquier otro tipo de trabajo del que se encargaba en ese rancho. Siguió considerándole. El color de su cabello de hojas de otoño, le fascinaba, y su textura parecía gruesa y suave. ¿Qué se sentiría si lo peinase con los dedos? Se preguntó. Aparentemente, sintiendo su mirada, levantó la vista de la venda, y enlazó sus ojos con los suyos, azules. El fuego reflejaba preocupación en sus profundidades. “¿Qué pasa? ¿Demasiado apretada?” Le preguntó, haciendo un gesto hacia su dedo. Con su rostro inclinado hacia ella de esa manera, Libby tenía problemas para recordar lo que le había preguntado. “N-no, está bien.” ¡Cielos, le había estado mirando fijamente! ¡Y hasta se había preguntado qué sentiría si acariciase su pelo! Después de un momento interminable, Tyler arrastró su atención a la gasa. “¿Le duele mucho?” “No, no, en absoluto,” mintió. Libby tenía la sensación de que ese hombre no toleraría ninguna otra respuesta. “Siempre he pensado que una experta en cocina como usted sabría mejor que agarrar el lado afilado de un cuchillo.” Otra leve sonrisa atravesó su rostro. Podría haber sido una crítica, pero la breve sonrisa suavizó su comentario. Sí, ella sabía hacerlo mejor, pero había estado pensando en otras cosas cuando él irrumpió en la cocina. Sobre el pasado; sobre la conversación de Tyler con Callie Michaels; sobre el chal. Ella agachó la cabeza con tristeza. “Creo que dejé que mi mente divagase demasiado. Tiendo a soñar despierta cuando lavo los platos, pero por lo general no me suele acarrear ningún problema.” “¿En qué estaba pensando?” Él mantuvo su atención en su tarea, pero su voz había adquirido un tono interesado, como si realmente quisiera saberlo. Ella trató de mantener el anhelo que sentía, apartado de sus palabras. “Oh, en Chicago sobre todo.” “Montana es un poco diferente, ¿no es así?” Dijo él. “¡¿Un poco?! Mucho más que un poco—quiero decir—” Libby no quería insultar el territorio de ese hombre, pero en su opinión, su comentario fue un eufemismo. “Um, ¿ha estado en Chicago?” “Sí, pero hace años. Hay grandes corrales allí, ya sabe. Y mataderos.” “Lo sé, pero nunca he tenido ninguna razón para visitarlos.” Tyler la miró de nuevo y la consideró por un momento. “Ben tuvo que hacer que este lugar sonase muy

atractivo para que quisiera dejar su ciudad natal y venir desde tan lejos para casarse.” Libby se tensó ligeramente. “Creo que Ben Ross exageró muchas de las cosas que me dijo.” Él se encogió de hombros. “Bueno, trate de no tener represalias contra él,” dijo, cogiendo las tijeras. “El Oeste está lleno de vaqueros viejos como él, solteros de toda la vida que vinieron desde Texas, en los primeros días después de la guerra. La mayoría de ellos no tienen mucha experiencia cortejando a las mujeres.” “Usted parece estar mucha experiencia en esto,” dijo ella, retorciendo su dedo meñique para indicar su habilidad. Se sentía mejor con él. Su actitud era casi amable. Se volvió para mirar las filas de botellas y tarros en los estantes del gabinete, y aventuró una sonrisa. “¡Qué colección de medicamentos! Apuesto a que el médico de Heavenly tiene competencia.” Tyler la miró bruscamente. Cortó el extremo de la venda en dos tiras y las ató en un nudo, y luego puso la mano en el regazo de ella. “Muchas cosas pueden suceder en un rancho,” dijo, de pronto tenso y se retirándose de nuevo. De pie, se acercó a la gaveta y guardó los suministros. Luego deliberadamente cerró las puertas, dejando claro que el contenido de ese gabinete era sólo de su incumbencia. La cadena de su reloj brillaba débilmente a la luz del fuego, y la mitad de su rostro fue eclipsado por la sombra. “Si un caballo va cojo o uno de los miembros del equipo cae en una valla de alambre de púas—o si el cocinero se corta a sí mismo— tenemos que ser capaces de manejar la situación.” Permaneciendo callada, Libby se preguntó qué demonios había girado el rumbo de la conversación tan rápido, tan completamente. Sentía que había sobrepasado los límites de la propiedad con su jefe, pero no podía imaginar cómo. Sintiéndose incómoda, se levantó de la silla, se alisó el delantal y mantuvo su dedo forrado de blanco con cautela. “Sí, bueno, gracias por su ayuda. Guardé un poco de guiso y manzanas crujientes calientes para usted. Voy a prepararle un plato.” Él negó con la cabeza y extendió su brazo hacia la puerta para indicarle que saliese. “Yo me encargaré de eso. Probablemente debería ir a descansar. Ha sido un día muy largo para usted.” Su expresión no mostraba enfado. De hecho, parecía haberse quedado en blanco. “Y ha de mantener ese vendaje seco.” Libby no estaba acostumbrada a trabajar para alguien tan decidido a hacer las cosas por sí mismo. Pero tenía razón—había sido un día muy largo, y si él quería encargarse de su propia cena, no iba a discutir con él. Podría limpiar el fregadero por la mañana. “Buenas noches, entonces.” “Buenas noches, señora Ross.” Tras despedirse, Libby inclinó la cabeza y se volvió para salir de la habitación. Oyó la puerta de la oficina cerrarse a sus espaldas. Arriba, en su habitación, Libby se quitó la ropa y se puso un camisón de franela. Tal vez algo le había pasado a Tyler que le había endurecido en el hombre que veía la mayor parte del tiempo; el hombre que vivía detrás de un muro de frialdad. En un momento parecía agradable, y al siguiente, estaba tan helado y remoto como las montañas del otro lado del valle. Se podría pensar que realmente ella le disgustaba, pero él le había comprado ese chal hoy. Se encontraba a los pies de su cama, y extendió su mano para suavizar su franja de lana suave. Y no podía haber confundido la preocupación que había visto en su

rostro mientras le vendaba su dedo. Bah, estaría preocupado, muy probablemente, porque eso fuese a dificultar su capacidad para cocinar, pensó ella con amargura. Y de todos modos, estaba demasiado cansada para desentrañar el comportamiento desconcertante de Tyler Hollins. Abrió la puerta un poco para dejar entrar el calor de la sala. El calor generado por la chimenea derivaba directamente hasta allí y en su mente, era una vergüenza desperdiciarlo. Metiéndose entre las frías sábanas, apagó la lámpara junto a la cama, y la habitación se sumió en una profunda oscuridad. Se acurrucó bajo las mantas, temblando y esperando a su calor corporal hiciera de ella un bolsillo caliente. Entonces recordó el chal. Se sentó y tiró de su extremo a los pies de la cama. A medida que se hundió en el colchón de plumas, a pesar de los latidos de su dedo, el sueño comenzó a reclamarle y se dijo que nada de eso importaba. No las noches frías, y no su frío jefe. Este trabajo era sólo un medio para conseguir un fin—escapar de la frontera. ••• Tyler estaba en el borde del porche mirando el cielo nocturno claro. Iluminado de color gris plateado por una media luna, las nubes derivaban hacia el este a través de las estrellas claras. Al menos había dejado de llover. Amaestrar a los caballos, el trabajo que estaría haciendo mañana, era una tarea muy dura en cualquier momento. Hacerlo bajo la lluvia era un infierno. Pero era casi medianoche, y no podía dormir. Se había dirigido anteriormente arriba, pensando en irse a la cama, pero casi de inmediato volvió a bajar. Había llegado apenas a quitarse la ropa cuando se la puso de nuevo y bajó las escaleras en calcetines. En los últimos años, Tyler había establecido cuidadosamente la rutina ordenada de su vida. Por lo general, se levantaba antes de que el equipo lo hiciera, trabajaba duro todo el día, ya fuese en la cocina o en su oficina, hacía sus comidas en el comedor. A veces se sentaba en el salón de la tarde, leyendo revistas de Stockman, o incluso con menos frecuencia, uno de los libros de texto del armario debajo de las escaleras. Luego se iba a la cama y el ciclo comenzaba de nuevo. Las únicas ondas que revoloteaban sobre la superficie uniforme de este programa de su vida, eran sus viajes de los sábados por la noche a Heavenly. Él protegía esta rutina para asegurarse que nada ni nadie traspasara su soledad. Ahora había sido completamente alterada por la joven viuda de cabello color miel que dormía en la habitación contigua a la suya. Arriba, era tan consciente de su presencia como si no existiera una pared entre ellos. Se había repantigado en el sofá de cuero en la sala durante horas, mirando el fuego, sintiéndose como un extraño en su propia casa. Inclinándose, apoyó los antebrazos en la barandilla del porche y suspiró. En la luz de la lámpara de color amarillo brillante a través de la ventana, vio su aliento como una nube de vapor. No era que ella fuese insoportable, o incompetente, o perezosa, reflexionó. Demonios, incluso después de que ella misma se hubiese cortado, estaba dispuesta a volver a la cocina. Y él sabía que había mentido sobre el dolor de la mano. Había visto a hombres hechos y derechos gritar más fuerte por lesiones menos graves. Sentado junto a ella en su oficina, había detectado la fragancia tenue y dulce de las flores y de la vainilla. Era inocentemente femenina, el tipo de olor que Callie, con su perfume brillante, y fuerte, le

había hecho olvidar. La pérdida de ese recuerdo había sido una bendición. Se había obligado a sí mismo a mantener sus ojos en la mano, pero en un par de veces se encontró con su mirada deambulando por sus pechos, suavemente redondeados. Para una mujer pequeña, eran sorprendentemente exuberantes y su cintura era muy pequeña, y el cuello de la sencilla blusa blanca que llevaba, sólo realzaba su figura. Su piel, recordó, era del color de la crema fresca con pétalos de rosa flotando sobre ella. Sospechaba que la vida de Libby no había sido fácil para todo lo que había tenido que trabajar para una familia adinerada en una casa grande. Pensó que eso jamás sería tan difícil para una mujer como la vida en la pradera. Pero tenía una mirada en sus ojos grises que le recordaba a un fuerte dolor de cabeza. Eso le rondaba en su conciencia. No tuvo la intención de ser grosero cuando ella hizo el comentario de competir con el médico de Heavenly. Ella no podía saber lo que él pensaba de los médicos, o la profesión médica en general— Se enderezó lejos de la barandilla y estiró su columna vertebral. La mañana estaba empezando a aparecer—estaría allí en poco más de cuatro horas y no podía pasar el resto de la noche sentado en el sofá del salón. Tenía que dormir un poco. Dándose la vuelta, entró de nuevo en la casa y cogió una vela encendida para ver su camino hasta la escalera. Pero cuando llegó a la segunda planta, se dio cuenta de que la puerta de Libby Ross estaba entreabierta. No lo había notado antes, cuando él había salido apresuradamente de su habitación y había bajado a la sala. Dio un paso vacilante, y luego otro, hasta que estuvo de pie delante de su puerta. El corte en la mano era profundo. Sanar, sanaría, supuso, pero ¿y si le había empezado a sangrar otra vez? Puso sus dedos sobre el borde de la puerta y vaciló. Una cuña larga de la luz de su vela cayó a través de la apertura y en todo el suelo de tablones anchos. Jesús, tenía que estar perdiendo la cabeza— Finalmente, le dio un empujón a la puerta. La vela en la mano vaciló un poco. En la semioscuridad y tan pequeña como era, se la veía como a una niña durmiendo en su cama. Su mano herida estaba boca arriba al lado de la almohada, la venda seguía de color blanco impoluto. Incluso en el sueño se la veía exhausta y vulnerable, pero su largo cabello fluía detrás de ella como una sábana de satén. Extendió su mano y rozó el dorso de sus dedos contra su suavidad. Fue entonces cuando vio que la muñeca de trapo a la que parecía estar abrazada, era en realidad el chal a cuadros que había comprado para ella esa mañana. Por un momento, su propia naturaleza le hizo presagiar que si levantaba las mantas se encontraría un par de alas de ángel plegadas contra su cuerpo. Tyler salió de la habitación más rápidamente y en silencio de lo que se hubiera pensado a sí mismo capaz. Se fue a su habitación y cerró la puerta, con el corazón latiendo fuertemente en su pecho. Hablaría con Joe por la mañana, juró con decisión nerviosa, pasando la mano por su pelo. Si su jefe no podía encontrar un nuevo cocinero para la unidad del sendero, entonces por Dios, Tyler se encargaría de ello por sí mismo cuando fuese a Heavenly por la noche. Incluso si eso significaba que tendría que ofrecerle el trabajo a todo hombre de pie en el bar que se encontrase en el saloon de Callie, lo haría. Tenía que echar a Libby Ross fuera de su casa…Y de su vida.

••• A finales de la tarde del día siguiente, Libby sacó su silla para sentarse en un cuadrado de pálida luz del sol que caía sobra la mesa de trabajo en la cocina. Una brisa suave entraba por puerta abierta y agitaba su falda alrededor de sus tobillos. Después de oscuros días grises de lluvia, el tiempo había mejorado y esa tarde había sido suficientemente leve como para hacerle abrir la puerta para ventilar la cocina. Cogiendo un rodillo, comenzó a desplegar la masa de los pasteles de manzana que estaba haciendo. Su dedo estaba todavía tierno, haciéndole trabajar más lento y que algunas tareas fuesen francamente imposibles de realizar. Manipular la masa de la tarta era una tarea muy incómoda con su venda, y mantener la gasa seca era más que una molestia. Pero ella tenía que proceder tal y como le habían enseñado. Casi esperaba que Tyler Hollins se dejara caer por allí en cualquier momento para inspeccionar su mano. Había visto a su jefe varias veces ese día, pero sobre todo desde la distancia. Se había pasado el día en el corral a través del patio, ayudando a domar a los broncos, tal como Joe había anunciado tras el desayuno. Al parecer, había limpiado todo el lío que se montó en la cocina la noche anterior, porque esa mañana Libby se había encontrado el fregadero vacío y todos los platos guardados. De vez en cuando, miraba por la ventana y veía a Tyler sentado en la barra superior, mirando a los vaqueros a las espaldas de una sucesión de caballos salvajes que parecían empeñados en tirarles al suelo, y matarles. Pero cuando Tyler saltó al recinto fangoso, Libby dejó a un lado el rodillo, atraída hacia el patio por el poder absoluto de su demostración. Nadie se dio cuenta de su presencia en el corral—todos los ojos estaban vueltos hacia él según se acercaba lentamente hacia un potro de aspecto nervioso. Libby pensó que el gran caballo era del mismo color que el cabello de Tyler. “Esta yegua se ha enfadado, señor Hollins,” dijo Noah desde su lugar en el carril. “Es mejor que le vende los ojos o intentará arrancarle un trozo de piel.” “Ella no va a morderme—¿no es así, cariño?” murmuró mientras se acercaba al caballo. La yegua se encabritó y le dio una mirada torva que no apoyó esa confianza. “Whoa, a ver, cariño,” dijo Tyler, y saltó hacia atrás un paso. “Ella es muy inteligente, se puede ver en sus ojos. Va a convertirse en un caballo infernal.” Noah movió la cabeza dubitativamente. “Puede ser, pero todavía no. Todavía ni siquiera le gusta la silla. Debería darle un día más o menos para acostumbrarse a ella antes de montarla.” Tyler no contestó. En lugar de eso, extendió su mano y agarró las riendas y el lado de la brida. Tirando de su cabeza hacia la suya, la habló en voz baja y tranquila. Libby miró desde más cerca de la valla, pero no podía oír lo que estaba diciendo. Sus palabras, obviamente, que hablaban con compasión y ternura, estaban destinadas sólo al animal. La máscara de su afilada expresión se desvaneció, revelando su hermosura debajo, y por un instante Libby se encontró envidiando a ese caballo. Sólo vagamente consciente de ello, puso un pie en la parte inferior de la barandilla y se impulsó con el fin de subirse y que su cabeza sobresaliese por encima de la barra superior. Con el labio inferior sujeto

entre sus dientes, esperó a ver qué iba a suceder a continuación. Rory escaló la valla y se sentó junto a ella, con sus brazos y piernas desgarbados. “Hola, señorita Libby.” Libby se protegió los ojos contra el sol de la tarde. “Hola, Rory. ¿Va el señor Hollins realmente a montar ese caballo? Ella no parece muy decidida a dejarle que lo haga. Más bien, parece que está deseando pisotearle.” Libby conocía esa sensación muy bien. “¿Tyler?” Su joven rostro tenía una expresión de asombro, como si hubiera sugerido que el sol podría salir por el oeste. “Nunca he visto a Tyler caerse de un caballo. Se pega como una lapa. De todas formas, siempre nos pide que no hagamos nada que él mismo no haría.” Se imaginó que Rory tenía razón. Tyler era un hombre duro, intensamente autosuficiente, obviamente sin sentimiento ni ningún otro tipo de emoción, salvo tal vez la ira. Al menos en su trato con la gente, ése era el caso. Excepto cuando había curado su mano. Después de su conversación con la yegua, Tyler, manteniendo su control sobre el freno y las riendas, se ajustó el sombrero en su cabeza de forma más segura. Luego puso el pie en el estribo y se izó a la espalda del caballo. De inmediato Libby hizo a sus sentimientos ser conscientes de esa circunstancia. Aunque los hombres vitoreaban y gritaban, al parecer, la enfadada, torca bestia que resoplaba, no tenía otro deseo que el de sacudir a su piloto infractor y pisarle hasta la muerte. Galopando y trotando por todo el corral, se acercó tan cerca de la valla donde se encontraba Libby que pensó que Tyler iba a colisionar contra las barandillas. “Tyler, ¡Cuidado!” Gritó ella. Al oírle, levantó la cabeza y sus ojos conectaron con la de ella, azules y penetrantes. Su concentración se rompió, y en el segundo siguiente, cuando el caballo galopó de nuevo, él fue arrojado de la silla y cayó tocando el barro con el hombro. Libby escuchó el grito que salió de sus pulmones. “¡Oh, Dios mío!” Libby se aferró a la barandilla y se quedó boquiabierta de horror, su mano apretada contra su boca. Había caído tan bruscamente que tenía que haberse roto algo. ¿Se podía mover? ¿Estaría gravemente herido? La yegua se alejó de la valla trotando, con aspecto indignado. El corazón de Libby comenzó a latir de nuevo cuando Tyler se puso de pie. Rory y un par de hombres saltaron a ayudarle, pero él los apartó. La mitad izquierda de su camisa y pantalones estaban cubiertos de barro. Cuando se volvió hacia ella, la culpa floreció en el pecho de Libby. Ella corrió hacia él. Él se acercó a ella a través de la ciénaga, sus pasos un poco tiesos pero deliberados. Su camisa había perdido dos botones, y el lado que estaba limpio—el que no estaba pegado contra su piel—dejaba un poco de su pecho al descubierto. “¿Se encuentra bien, señor Hollins?” Preguntó, irritada por el sonido débil, asustado de su propia voz. No tenía miedo de él, aunque ahora se daba cuenta que no debería haberle distraído gritando de esa manera. No debería importarle si se rompía el cuello a lo tonto tratando de montar un caballo que obviamente no tenía ninguna intención de ser montado. Se quitó el sombrero y se examinó brevemente la húmeda tierra de Montana que cubría la mitad de su

borde. Luego alzó la vista hacia ella. “Señora Ross, ¿no debería estar en la cocina preparando la cena?” Él no gritó. De hecho, habló con un tono tranquilo y coloquial que sólo la alcanzó a ella. Ni siquiera sonaba enfadado. Pero ella sabía mejor. Su molestia estaba reflejada en sus ojos. “Bueno, sí, yo—” “Los hombres querrán cenar pronto.” Ante su rechazo, Libby juntó sus labios en una línea apretada. Inclinó la cabeza y se volvió hacia la casa. Cuando miró hacia atrás, vio que él la miraba, como la yegua lo había mirado anteriormente. Obviamente ella se había preocupado por su seguridad a cambio de nada. Tal vez la yegua había hecho lo correcto, después de todo. Una vez más, ella envidiaba a ese caballo. ••• Una hora más tarde, Libby terminó de prensar los bordes de los pasteles, y luego se sentó a pelar patatas para la cena. Mirando el vendaje en su mano otra vez, sus pensamientos volvieron a Tyler. Él era tan diferente a Wesley—Señor, no podía creer que incluso había considerado a los dos hombres en el mismo pensamiento. Wesley, aunque tendrían casi la misma edad, parecía mucho más joven que Tyler. Comparándoles, habría tenido una vida mucho más fácil, supuso, que la que tuvo Tyler. Los planos de su cara eran más redondeados y su color más gentil. Y nunca jamás lo escuchó usar el vocabulario soez que Tyler usaba todos los días. Los otros juraban, también, pero no si pensaban que ella podría oírlos. A Tyler no le importaba que lo escuchasen. Sin embargo, si alguna vez dependiese de nuevo de un hombre—una perspectiva que encontraba poco probable—se inclinaría más a confiar en Tyler Hollins que en Wesley Brandauer. Las palabras serias, melosas de Wesley, había descubierto, no eran más que mentiras—hirientes y oscuras mentiras. Su confesión de amor, su promesa de permanecer junto a ella, todo eso se había evaporado tan rápido como la niebla en la mañana a lo largo de un arroyo de verano. Y con ello se había ido mucha de la esperanza que había llevado en su corazón desde su niñez huérfana. Libby suspiró. Se había esforzado por sacar a Wesley de sus pensamientos—aun cuando había sido enterrada por la nieve en la cabaña de Ben, y pensar en Wes era preferible que la realidad, o que su situación. Lo había desterrado de su corazón, pero no siempre había conseguido echarlo de su memoria. Y ahora, humillación y Wes estarían siempre relacionados— Justo en ese momento, se dio cuenta de una vibración en el suelo debajo de ella. Levantó la cabeza para escuchar, pero no había ningún sonido, la verdad. No al principio. Empezó sutilmente, luego aumentó a un estruendo que hizo que el cristal de las ventanas vibrase. Flotando por encima de ese sonido se escuchaba una especie de gritos que se hacían más fuertes y luego más débiles, luego más fuertes otra vez, como si el viento lo llevara de aquí para allá. ¿Qué ha sido eso? Se preguntó con inquietud. Parecía un terremoto. La conmoción la atrajo hacia la ventana para investigar. Vio a Tyler Hollins salir hasta el porche, como si estuviese apartándose del camino de un tren en movimiento. Cambió el peso de una cadera y

cruzó los brazos sobre su pecho. Mirando hacia el camino, sonrió. Su perro, Sam, iba y venía, ladrando como un loco. Descansando los dedos sobre el alféizar de la ventana, Libby se inclinó hacia delante para mirar en la misma dirección. Fue entonces cuando vio a dos jinetes a los que reconoció como Charlie Ryerson y Joe Channing galopando delante de la casa hacia el corral. Ambos aullaban desde la parte superior de sus pulmones. El sombrero de Charlie rebotaba en la parte posterior de sus hombros, asegurado sólo por sus cuerdas, y Joe hizo un gesto con el rollo de cuerda junto a él. Detrás de ellos había una veintena de caballos de diferentes colores y marcas. Una cantidad inmensa de colas largas volando pasaron más allá del porche en esbeltas patas equinas. El trueno creado por los cascos de los caballos casi ahogaba las voces de los hombres que los seguían, con mucho algarabío, también. La fuerza y la belleza salvaje del espectáculo hicieron que la piel de Libby se erizase a lo largo de todo su cuero cabelludo, y respiró profundamente. Nunca había visto nada igual. Los hombres llevaron a los caballos hasta el corral, donde Noah y otro hombre esperaban para cerrar las puertas. Los animales se arremolinaban inquietos dentro, resoplando y relinchando, con las cabezas levantadas hacia lo alto sobre cuellos largos y gráciles. Joe trotó hacia Tyler, como el barro apelmazándose en su propio caballo. Libby vio su amplia sonrisa debajo de su bigote, y el estruendo de su voz le llegó a través de la puerta abierta. “Estaba en mi camino de regreso de Heavenly cuando me uní a estos chicos. No podía dejar que ellos tuviesen toda la diversión.” Tyler miró a su capataz y protegió sus ojos contra el sol de la tarde. “Supongo que no han encontrado ningún caballo de nuestra marca en la cordillera del norte.” Joe pasó una pierna por encima de su silla. “Ninguno que estuviese vivo, Tyler. Pero más cerca, en territorio de La Estrella Polar, se encontraron con algunos chicos que pertenecían al One Pine, y les contaron la misma historia. Es así en todas partes.” “One Pine—Dios, Joe. Realmente no creerán que tenemos parte de su ganado, ¿verdad?” El asombro coloreó la voz de Tyler. Joe se encogió de hombros. “Bueno, Lat Egan está desesperado, Ty. Envió a sus hombres en una salvaje persecución para que buscasen su marca a lo largo de más de la mitad del territorio, pensando que al menos, algunas cabezas deberían estar aún vivas. Está pagando a su equipo todavía, pero Kansas Bob dijo que están listos para abandonarlo todo. El hombre ha perdido casi todo, y peor aún, sus muchachos piensan que ha perdido la razón completamente.” Con la espalda girada hacia ella, Libby no podía ver la cara de Tyler, pero lo oyó suspirar, y lo vio encogerse de hombros, como si un escalofrío lo hubiese recorrido por dentro. “Jesús, ¿es que nunca iba a dejar de mirar hacia atrás?” “Es poco probable, Ty. Ya han pasado más de cinco años,” dijo Joe. Justo en ese momento Rory llegó corriendo. “¡Joe! ¿Tú y Charlie habéis traído todos estos caballos?” “Por supuesto que sí, Rory. Charlie y Kansas Bob y el resto se sentían bastante deprimidos por el ganado muerto hasta que vieron estos caballos. Los encontré a un par de kilómetros de Heavenly, y los trajimos hasta aquí.” Sonrió de nuevo. “Uno se siente de maravilla volviendo a correr salvajemente con

animales sanos por la hierba.” “Oh, maldita sea, Joe,” dijo Rory. “¡Ojalá hubiese ido con Charlie y Kansas Bob!” Su joven rostro tenía una expresión de impaciencia y decepción, y arañó las tablas del porche con su bota. “Todo lo que he estado haciendo es tirar de vaquillas reacias para que saliesen del barro. ¿Vais a dejarme ir al sendero de esta vez, o voy a tener que quedarme en casa de nuevo?” “Tienes que hablar con el jefe acerca de eso, Rory,” dijo Joe, señalando con el extremo de su rienda a Tyler. “Él es el que tiene la última palabra por aquí. Ya lo sabes.” Rory miró a Tyler expectante. Tyler le dio al niño un golpe en el brazo con su puño enguantado. “¿Así que quieres ir a Miles City con nosotros, ¿eh? ¿Comer polvo, empaparte bajo la lluvia y estar despierto con la manada toda la noche?” Rory asintió con tanto vigor, que Libby, mirando a través del cristal, pensó que iba a terminar con un dolor de cabeza. “Oh, sí señor, ¡Quiero!” Tyler apoyó la barbilla en la mano y parecía estar dándole una seria consideración al asunto. “Vas a tener que montar en la diligencia con los Coopers, ya sabes, en la parte trasera de ochocientos o novecientos ganados. Charlie y Kansas Bob conducirán, y Joe y yo iremos por delante de ellos.” Los ojos de Rory brillaban con asombro, como si le estuviesen ofreciendo una gran gira por toda Europa. “Sí,” susurró. Tyler se echó a reír y luego pasó un brazo alrededor de la parte posterior del cuello del chico. Su afecto genuino por Rory era obvio para Libby, tan real, pensó, como si fuera su propio hijo. Así que se preocupaba por alguien. Lo vio en sus ojos cuando se volvió y lo oyó en su voz. Y por un momento sintió una punzada de envidia por el sentimiento de pertenencia que toda esta gente tenía, hacia la tierra, y hacia los demás. “De acuerdo, puedes venir con nosotros,” dijo. “Pero supongo que para cuando volvamos, te estarás preguntando porqué tenías tanta ilusión en ir.” Rory dejó escapar un grito similar al ruido que Joe y Charlie habían hecho mientras cabalgaban. Su rostro se transformó en una gran sonrisa. “¡Espera a que se lo diga a Charlie!” Exclamó. “¿Decirme qué, Insolente?” El vaquero en cuestión se acercó al grupo, tan cansado y cubierto de barro, como Libby no había visto nunca a nadie. Su única mano estaba escondida en el interior de su impermeable, recordándole a Libby a una imagen que una vez había visto de Napoleón. “¡Tyler dice que puedo ir a Miles City con la manada!” A pesar de que estaba tratando de recuperar una indiferencia negligente, Libby casi podía sentir su emoción a través del cristal de la ventana. Charlie se rió. “Bueno, creo que todo hombre tiene derecho a vivirlo antes de querer encontrar un trabajo corriente.” “¿Qué te pasa, Charlie?” Interrumpió Tyler, haciéndole un gesto hacia su mano escondida. “¿Te duele el estómago o algo así?” “No, señor, nada que una taza de café caliente no pueda curar,” dijo Charlie, y miró hacia sus botas como si estuviese avergonzado. “Ve a por ese café y luego lleva a Rory al corral para que elija unos cuantos caballos para el viaje.”

Tyler le dio a Rory otra sonrisa. “Ve a echar un vistazo, Insolente,” dijo Charlie. “Te veré allí en un minuto.” Rory, perdiendo su indiferencia definitivamente, gritó otra vez y saltó del porche. Despegó en dirección al corral. Libby se apartó de la ventana y vio como Charlie se daba la vuelta y aparecía en la puerta de la cocina, donde vaciló por un instante. Se quitó el sombrero, pero su otra mano estaba todavía dentro de su impermeable. “Buenas tardes, señorita Libby, señora.” “Hola, Charlie,” contestó ella, y se dirigió al estante de los platos para coger una taza azul de esmalte. “Parece que te vendrá bien un poco de café caliente.” Tomó sólo un paso hacia adelante, como si fuera un torpe extraño en su propia casa. Olía como a caballo, lluvia, y trabajo duro. “Bueno, sí, señora.” “Tenías razón—llegasteis justo a tiempo para la cena,” dijo ella, tratando de entablar conversación. ¿Por qué estaba Charlie Ryerson que, hasta ahora, le había mostrado su confianza y valentía encantadora, actuando como un escolar de doce años? Sonrió tímidamente. “Los chicos y yo no podíamos esperar a volver a La Estrella Polar y tomar algo de comida decente. De hecho, mientras estábamos en la cordillera norte, vi algo que pensé que—bueno, eran bonitas y—aquí tienes.” Abrió su impermeable y sacó un pequeño ramo de flores silvestres de color púrpura pálido. Estaban aplastadas y un poco marchitas del viaje, pero en ese lugar y momento en el tiempo, Libby pensó que eran las flores más hermosas que jamás había visto. Él hizo un vano intento de enderezar algunos de los tallos rotos, luego se rindió y le extendió el ramo. “Oh, Charlie,” dijo ella, y le sonrió a su cara escarlata. “No pensé que las flores estarían saliendo todavía. Muchas gracias.” De inmediato comenzó a retroceder. “Bueno, señora yo, en realidad, queríamos que supiera que estamos—um, muy contentos de que estés aquí. Puede ser un poco difícil para una mujer vivir aquí a veces—” Retrocedió hasta el marco de la puerta, y su cara se puso más roja aún. Luego se puso su sombrero y corrió a través de la puerta. Le observó trotar a través del patio hasta el corral, luego se volvió a poner el recipiente de las patatas en el escurridor. El gesto de Charlie había llegado al corazón de Libby, y mientras que bombeaba agua en un jarrón para su ramo, no pudo evitar sonreír. Si sólo su jefe fuese tan amable. Vio su dedo blanco vendado, y recordó el cálido toque de Tyler la noche anterior. Bueno, en realidad, podía ser amable cuando quería. Pero era tan tormentoso e impredecible como el invierno en Great Lakes. Libby puso las flores en la mesa de trabajo, donde podía mirarlas de vez en cuando, y volvió a su tarea con las patatas. En el exterior, oyó la discusión entre Tyler y Joe. En el porche, Tyler miraba hacia su capataz. “¿Cómo fue todo en Heavenly?” “Es como te dije antes, Ty. No queda nadie por allí que sea bueno para este trabajo.” Asintió con la

cabeza hacia la cocina. Frustración, y alguna otra emoción que Tyler no quería analizar, se apoderaron de él. “Maldita sea, Joe, no puede ser tan difícil encontrar un cocinero para un grupo de vaqueros. ¿Cómo lo hemos hecho antes?” Joe se inclinó desde su silla de montar y se dirigió directamente a él. “Antes, los equipos no estaban renunciando a su trabajo y largándose. Te lo digo, Ty, el Gran Proyecto Inacabado acabó con un montón de ranchos. Cuando no hay un lugar para trabajar, no hay trabajo.” Se sentó de nuevo. “No hace falta que te lo diga. Ya lo sabes.” Frustrado, Tyler hundió sus manos en sus bolsillos traseros. Sí, lo sabía, pero la respuesta de Joe no le satisfacía. Joe no se había sentado junto a Libby Ross la noche anterior, vendando su mano e inhalando esa fragancia dulce, tratando de ignorar la curva de sus senos bajo su blusa. Joe no había sido el que se había asomado a la habitación de la mujer mientras ella dormía, ni había visto su cabello extendido sobre la almohada, o no había tenido esa noción tan tonta acerca de los ángeles. Joe no se había caído de su caballo—algo que nunca le había sucedido a Tyler—delante de su maldito equipo, sólo porque la mujer lo había distraído. Dio una patada a uno de los postes del porche, y luego tomó una decisión. “Está bien, Joe. Me ocuparé de ello cuando vaya a la ciudad esta noche.” Giró sobre sus talones y se alejó. Detrás de él, oyó a Joe llamándole. “Tyler, piensa en lo que estás haciendo,” advirtió. “Ya tenemos cocinero, y uno muy bueno con el que los hombres están felices. Estamos comiendo como reyes, porque ella está aquí, y me dijo que estaría dispuesta a ir a Miles City con nosotros. No vayas a estropear las cosas o a cambiarlas sin una buena razón.” Tyler se detuvo en seco y se volvió. “Habré perdido la cabeza completamente antes de llevar a una mujer a la unidad del sendero. Y tengo la mejor razón del mundo, Joe. Al igual que le acabas de decir a Rory, yo soy el jefe.” En la cocina, Libby Ross terminó de pelar la última patata, y se limpió las manos en el delantal. Extendió una de ellas y acarició uno de los pétalos del ramo que Charlie le había traído mientras consideraba qué iba a hacer a continuación. Después de que pusiese las patatas en la estufa, probablemente tendría suficiente tiempo para hacer el equipaje mientras que hirviesen. Suspirando, se apartó de la mesa, y llevó las patatas hasta la olla, luego se volvió para subir a su habitación.

“T y, cariño, estoy a punto de rendirme,” dijo Callie juguetonamente. Una única vela ardía sobre la mesita de noche dándole un brillo artificial pero bonito. “Si alguna vez vas por ahí diciendo que no he podido complacer a mi caballero regular favorito, estaría fuera del negocio seguro.” Ella volteó una esquina de la sábana de lino sobre las caderas desnudas de él y tomó un envoltorio para ella tan minúsculo y transparente que parecía casi inútil. Tyler sintió un rubor que se arrastró hasta su cuello. En toda su vida, esto jamás le había ocurrido a él. “No te preocupes, Callie. No voy a ir por ahí contando esto,” murmuró. Ella le dio una sonrisa secreta y sin hacer nada más, empezó a juguetear con un rizo cobrizo que descansaba sobre su clavícula. “Lo sé. No eres el tipo de hombre que habla sobre las imperfecciones de una dama. Ya que siempre me has hecho pensar sobre ti como un semental insaciable, ésta no debe ser mi noche.” Tyler consideró a la mujer maquillada, desnuda de rodillas a su lado en el colchón, y no pudo evitar devolverle la sonrisa. Ella sabía exactamente qué decir para calmar un ego masculino, incluso cuando sonaba practicado y algo exagerado. Sospechaba que ninguno de los clientes de Callie nunca se sentiría incómodo en su “boudoir,” como a ella le gustaba llamarlo. Era una curiosidad de lujo en esa dura ciudad de la frontera. Envuelta en terciopelo azul y con encajes de color crema, era la habitación más elegante de todo Heavenly y kilómetros a la redonda. Nada acerca de la rudeza del saloon de la planta baja insinuaba la suntuosidad en ese extremo de la segunda planta, y no muchos hombres eran invitados a visitarla. Y, a menos que se desatase una pelea en La Osa Mayor, el único sonido que fluía arriba era el del piano. Para una mujer que se ganaba la vida con su cuerpo—y Tyler sabía que tenía que ser difícil— parecía muy bien cuidada, si un hombre no la analizaba muy estrictamente. “No tiene nada que ver contigo,” dijo, poniendo un brazo bajo su cabeza. “He tenido muchas cosas en mi mente últimamente.” Esa era la verdad. Entre tratando de evaluar los daños del invierno y hacer frente a la cuestión de Lib—la cocinera, sólo conciliar el sueño se había convertido en todo un reto. La mujer había invadido sus pensamientos continuamente desde que puso sus ojos en ella, y cada minuto que había pasado con ella después de eso sólo había empeorado las cosas. Veía la suave curva de su mejilla, su pequeña cintura—Por qué demonios estaba pensando en ella ahí en la cama de una señora, le desconcertaba. No había nada en Callie que pudiese confundirse con un ángel. ¡Ángeles! se burló de sí mismo. ¿Qué sería lo próximo? ¿Duendes y polvos mágicos? “¿No es eso por lo que vienes a verme todos los sábados por la noche?” Le preguntó Callie, inclinándose para ronronear en su oído y darle una visión más cercana de sus protuberantes desnudos pechos. “¿Para que pueda hacerte olvidar todos tus problemas, y descargar tu…mente?” “Eso es exactamente por lo que estoy aquí, Callie,” respondió él, con la esperanza de recuperar su dignidad en esa situación. “¿Y te vas de nuevo en unos días?” Levantó la mano y tiró de ella hacia él para que se apoyara contra su cuerpo. “Sí, estaré fuera durante

dos o tres semanas en la unidad del sendero. Pero todavía tenemos esta noche.” “Hmm, entonces será mejor que disfrute de esto mientras pueda,” dijo, y movió sus caderas contra él. Él pasó su brazo por encima de ella mientras ella deslizaba la mano bajo las sábanas y le atendía con suprema habilidad profesional. Su fuerte perfume de gardenia se extendía sobre ellos como una manta. Era casi sofocante en comparación con el olor ingrávido aireado, de flores y vainilla… En el interior de sus párpados cerrados derivaba una imagen confusa de una mujer de largo cabello color miel y grandes ojos grises. Ella mordió el lóbulo de su oreja, justo suficientemente bruscamente para hacerle volver la cabeza y trató de cubrir sus labios con los suyos. Callie inmediatamente se apartó y se sentó, agarrando su inútil envoltura transparente alrededor de sí misma en una rara muestra de modestia. “Ahora, Ty, ya sabes la regla. Voy a darte placer como quieras, a excepción de besándote. No permito besos. ¿Se te ha olvidado?” Él la miró y suspiró. “No, no se me ha olvidado.” Él la consideró en silencio por un instante más. Por último, extendió el brazo. “Simplemente túmbate y duerme aquí conmigo, entonces.” Sus cejas se levantaron delicadamente cuidadas. “¿Eso es todo lo que quieres? ¿Qué hay de —” “Eso es todo lo que quiero, Callie.” Pensó que ella parecía casi decepcionada. Entonces sonrió con esa sonrisa gatuna, apagó la luz e hizo lo que él pidió. Se acurrucó contra él, apoyando la cabeza en su hombro. Tyler se quedó mirando hacia el techo durante mucho tiempo después de que el piano del piso de abajo se quedase en silencio. ••• A la mañana siguiente, Tyler sacó su caballo del establo y se dirigió de nuevo a La Estrella Polar, cansado y frustrado en más de un sentido. Tratando de encontrar un nuevo cocinero, había hablado con cada hombre sobrio que había visto en Heavenly que podía arrastrar un pie delante del otro. No había nadie interesado. Cualquiera de ellos ya estaba trabajando para uno de las manadas supervivientes, se dirigía en otro lugar, o no sabía absolutamente nada sobre cocina. Tan desesperado como Tyler estaba por reemplazar a Libby Ross, él sabía que no podía llevar alguien a casa que fuese tan malo o peor que su cocinero anterior. Sus hombres no lo tolerarían, y él tampoco es que estuviese personalmente interesado en comer mal. A medida que se deslizaba por la hierba y la sabia, Tyler luchaba con su problema. ¿Qué iba a hacer ahora? El ganado tenía que estar en Miles City en cuatro semanas. Ese era el trato que había hecho con los compradores. Pero no podía llevar a una mujer a la unidad del sendero. Las mujeres no se hacían con las dificultades del camino. Eran delicadas y se herían fácilmente. Se lo había tenido que pensar dos veces antes incluso de aceptar que Rory fuese. Y él era un niño fuerte de quince años, acostumbrado a trabajar largas horas, y en todo tipo de clima. No podía permitir que Libby Ross fuese con ellos. ¿O sí? Tyler ponderó sus alternativas, y todas siguieron llegando en torno a la misma verdad. No tenía otra alternativa, no había opciones. Para cumplir con el programa que él había aceptado, y para alimentar a los hombres de la unidad, tendría que llevarla

con él. Joe le había dicho que estaba dispuesta a ir… Dio la vuelta a su caballo y salpicó a través de un profundo charco de barro para atajar a través del campo detrás de la casa del rancho. Desde su visión desde el fondo del valle, vio un rastro de humo que salía de la chimenea de la cocina. La figura de Libby Ross se levantó en su mente una vez más, desde su pequeña, de aspecto frágil, forma y pechos suavemente curvados, hasta aquellos grandes ojos grises, donde una tristeza sin nombre se escondía— Maldita sea, y subía a los confines del infierno, ¿no es así? pensó para sí mismo con más de un poco de ironía. Parecía como si pensar en Libby Ross ya no fuese una opción, tampoco. ••• “Entonces, ¿estás listo para tu primera unidad por el sendero, Insolente?” Charlie metió su cuchara dentro de la taza de azúcar frente a él mientras Libby volvía a llenar su taza de café. “¿Estar allí fuera, llevando carros y viejos animales y seguir así durante noches sin dormir?” “Sí, lo estoy,” dijo Rory, sonriendo. “No puedo esperar.” El equipo estaba reunido en la cena del domingo. Libby estaba acostumbrada a cocinar cenas en toda regla los domingos, y hoy se había decidido por carne asada. Y puesto que ella esperaba que ésa fuese una de las últimas comidas que serviría en el rancho, quería hacer algo especial. Varias veces durante la noche se había sorprendido a sí misma intentando escuchar el regreso de Tyler Hollins. ¿Sería que “cenar” en la ciudad también significaría pasar la noche allí? Desde luego, no le importaba cómo pasaba el tiempo, había pensado remilgadamente, ni con quién. Pero después de haber escuchado la conversación entre Tyler y Joe, no había sido capaz de dormir mucho. Seguramente si la iba a echar, le pagaría por el tiempo que había trabajado para ellos. Y esa pequeña cantidad, junto con sus propios dólares, podría ser suficiente para comprar ese billete de diligencia. Finalmente, la curiosidad pudo con ella y se puso de puntillas en el pasillo para ver si la puerta de Tyler estaba cerrada. Pero cuando miró, vio que estaba abierta, y la pálida luz de luna que entraba por la sala reflejaba una cama vacía. Charlie negó con la cabeza y se echó a reír mientras echaba tres cucharadas de azúcar en su café. “Tienes demasiada prisa por ahogarte o ser atrapado por un rayo,” bromeó. “O tal vez lo que deseas es ir a Miles City y ver qué cuidad más grande se esconde allí, Insolente.” Libby tuvo que contener su propia risa porque sospechaba que Charlie no pretendió ser gracioso con su último comentario. Había visto Miles City el otoño pasado cuando llegó a Montana. La pequeña diferencia entre ella y Heavenly era que tenía algunos bloques más de edificios altos y raros, una lavandería china de verdad, un fotógrafo, y una panadería. Pero para los hombres jóvenes que pasaban sus días en las praderas y en el gran silencio abierto del país, Miles City podría parecer un lugar interesante. “Rory, ¿por qué te llaman Insolente, de todos modos?” Preguntó ella, mientras dejaba un pastel de especias en cada una de las dos mesas. “Hasta ahora, no te he escuchado ser insolente con nadie.” “Bueno, en realidad no tienen nada que ver con eso, señorita Libby,” contestó Rory cautelosamente. Su expresión le hizo pensar a Libby que involuntariamente había dado con un tema delicado.

Una risa en voz baja recorrió a todos los hombres. Joe, que estaba sentado en el lugar más cercano a la pared, se volvió de lado en el banco y se echó hacia atrás. Poniendo un codo sobre la mesa, se atusó el bigote con el dedo. Una sonrisa maliciosa hizo brillar sus ojos oscuros. “Charlie, tal vez deberías decirle a la señorita Libby cómo Rory consiguió ese apodo. Tú eres quien se lo dio.” Charlie agachó la cabeza, pero Libby podía ver que se sonrojaba con la misma energía como lo había hecho cuando le dio aquellas flores silvestres. “Ah, no seas así, Joe. No es una historia adecuada para una dama.” “No puede ser tan malo,” dijo Libby, despertando su curiosidad. “Adelante, Charlie,” instó Kansas Bob, con una sonrisa. “No creo que la señorita Libby se ofenda. Por supuesto, no pensará mucho de ti después de oírlo.” Con el ceño fruncido, Charlie se volvió a Noah que estaba sentado a la mesa detrás de él. “Tú estabas allí también, Noah. ¿Por qué no se lo dices?” “No, señor, yo no,” dijo el vaquero resistiéndose, negando con la cabeza y hundiendo su cuchillo en la tarta. “Sólo puedo decir que me alegro de que el señor Hollins nunca se enterara.” Libby se echó a reír también. “Vamos, ¿Cómo obtuvo Rory su apodo? Que alguien me diga, ¿por favor?” “Lo haré yo,” dijo una voz por detrás de ella, y Libby vio a Charlie hacer un gesto de dolor antes de volver su atención al plato. Todo el murmullo en la sala cesó y los hombres volvieron a estar de repente interesados en sus comidas. Joe sonrió, y su risa retumbó desde lo más profundo de su pecho. “Parece que estamos en un buen lío, vaquero,” le dijo a Charlie. Libby se volvió para encontrar a Tyler Hollins de pie en la puerta abierta. Cuando entró, la atmósfera de la cocina cambió. Para Libby, el cambio provino de algo más que su manera autocrática. Trajo consigo una carga física, y el olor de los caballos, cuero y heno que, por razones que no podía definir, parecía diferente en él que en cualquiera de los otros hombres presentes. Llevaba una escopeta, o tal vez era un rifle, que apoyó contra la pared del fondo. Libby no estaba del todo familiarizada con las armas de fuego—no podía decir qué era exactamente. “Un día, un par de veranos atrás, Charlie, Noah, y Rory fueron a Heavenly.” Se quitó el sombrero y los guantes, luego cogió una taza limpia de la mesa y fue a la cocina para llenarla. “Se suponía que iban a recoger el correo y un poco de cuerda en la tienda de Nort y volver aquí. Pero a Charlie le encantan las mujeres. Y él y Noah sintieron cómo se les despertaba el anhelo de ir a visitar a las niñas que trabajaban en el saloon de Callie.” Libby apartó su mirada, recordando la imagen de la mujer vestida de tafetán violeta y el perfume de gardenia. Tyler vertió un chorrito de crema en su taza, y luego continuó. “Por supuesto, se dieron cuenta que no podían llevar a Rory allí. Así que le hicieron jurar que guardaría el secreto, lo dejaron en el bar y pagaron a Eli, la camarera, el dinero suficiente como para que le diese a Rory tanta zarzaparrilla como pudiese beber. Y fue bastante. Desde entonces, Rory ha sido Insolente. Al menos, para Charlie.” Tomó un

sorbo de café y lanzó una primera mirada a Rory, que escaneaba las otras caras alrededor de la mesa como un conejo acorralado, y luego a Charlie, que parecía como si desease estar muerto o en cualquier otro lugar. “En ese momento, me dijeron que el caballo de Noah le había tirado un zapato, y que por eso volvieron tan tarde. Supongo que vosotros, muchachos, no pensabais que sabía nada de esto.” Su voz sonaba ronca, pero a pesar del ceño fruncido, en su voz, Libby creyó escuchar un atisbo de diversión renuente en sus ojos. Una vez más le llamaba la atención el hecho de que realmente parecía preocuparse genuinamente por Rory. “¡Yo no se lo dije!” Murmuró Rory frenéticamente a Charlie. “¡No fui yo!” “No, no,” interrumpió Tyler y se apoyó en el borde de la mesa de trabajo. “Eli fue quien me lo dijo. Dijo que era la mayor cantidad de zarzaparrilla que jamás había vendido en una sola tarde.” Libby entonces se sintió culpable. Deseó no haberles presionado para saber qué se escondía tras ese secreto. Su divulgación sólo había hecho que todo el mundo se sintiese incómodo, incluso ella. Tyler se volvió hacia ella y se encontró siendo objeto de estudio por esos ojos azules de nuevo. “Señora Ross, me gustaría hablar un momento con usted, si no le importa.” Las entrañas de Libby se retorcieron al oír esa voz familiar, comandante en jefe. Bueno, este era el final, estaba segura. Iba a decirle que había encontrado a alguien para ocupar su lugar. Al menos ella quedaría por encima de él esta vez. Ya había hecho su equipaje y estaba lista para marchar. Como si sintieran el desastre que se aproximaba, todos en la sala de pronto descubrieron que tenían algo que atender. En ese preciso instante, el sonido de los bancos raspando los tablones fue seguido por el sonar las espuelas y un revoltijo de comentarios. “El carril superior en el corral necesita hasta un arreglo—” “Creo que el alazán se está poniendo malo—” “Quiero echar otro vistazo al techo de la leñera—” Restos de comida y pedazos de pastel de especias con sólo un bocado o dos, fueron abandonados en las mesas mientras los hombres se apresuraban a salir por la puerta en el sol de la tarde. Charlie se volvió y echó una mirada de disculpa a Libby, entonces corrió afuera. Justo antes de que Joe se fuese, le dio una mirada escrutadora a Tyler que Libby se dio cuenta, él no correspondió. Joe se puso su sombrero y sacudió la cabeza con evidente irritación, cerrando la puerta detrás de él. Libby se volvió hacia Tyler, y arqueó una ceja. “Sí que sabe cómo despejar una habitación.” Haciendo caso omiso de su comentario, se dirigió a la pared de atrás y cogió la escopeta que había dejado allí antes. Él miró su dedo vendado. “¿Cómo está su mano?” Preguntó. “Un poco mejor.” Ella respiró hondo y se armó de valor para las malas noticias, y luego miró el arma de nuevo. “Si consigue a alguien para que baje mi baúl, estaré lista para marcharme en diez minutos. No tiene que pegarme un tiro,” bromeó ella con sequedad, cubriendo su temor con un barniz de ingenio. Se volvió y la miró fijamente. “¿Marcharse?” “Bueno, sí. ¿No es eso lo que quiere decirme, señor Hollins? ¿Que ha encontrado un cocinero en Heavenly que ocupe mi lugar?” Ella echó un vistazo a su alrededor, como si un conductor pudiese estar de pie allí. “¿Y que debo juntar todas mis pertenencias porque uno de los hombres está esperando para

llevarme a la ciudad?” “No, yo no iba a decir eso.” Libby vio apretar su agarre en el cañón de la escopeta. “A decir verdad, quería decirle que saldremos para Miles City en tres días. Si hay algo que usted necesita conseguir antes de eso, será mejor que lo haga cuanto antes. Haré que un par de mis hombres saquen el vagón del granero y echen a los ratones fuera de él.” Ella sabía que su asombro debía estar reflejado en su cara. Después de lo que había dicho ayer, después de la forma en que la había tratado desde el día que se conocieron— Algo vital se agitaba en su alma, algo que había dormido en ella durante su niñez solitaria en el orfanato, y todos los años de intimidación gentil y desafiante por parte de Eliza Brandauer. Era el deseo de algo que nunca pensaba que tendría para sí misma—consideración. Ese deseo se acababa de despertar ahora y le hizo hablar. “¡Miles City! Creo que juró ayer, y amargamente, también, que no me iba a llevar a Miles City. Y dijo también algo sobre el infierno—” Por segunda vez en dos días, Tyler, que no se había sonrojado en unos quince años, sintió que su cara comenzaba a arder. Maldita sea, esa mujer lo tenía bien atado. Él la miró, pequeña, de espalda recta y digna, de pie delante de él. Su suave cabello estaba atado con un lazo negro y colgaba en una larga caída casi hasta su cintura. “Se suponía que no debía escuchar eso,” murmuró, rompiendo el contacto de sus ojos. “Habría sido difícil no hacerlo ya que la puerta estaba abierta,” dijo ella, cruzando sus brazos sobre el pecho. “Y usted y Joe no se molestaron en bajar sus voces. Así que supongo que no ha podido encontrar a nadie más para hacer este trabajo, y yo soy su última y única elección.” Tyler esquivó esa declaración de hecho. “Nos vamos a Miles City, señora Ross. Todo el mundo en La Estrella Polar tiene un deber. Necesitamos a alguien que cocine para nosotros, y eso es lo que usted hace por este equipo. No es un trabajo fácil, lo admito, y las horas son largas. Pero la paga es decente.” Con gran esfuerzo, Tyler logró evitar inquietarse. Libby Ross le miró directamente a los ojos, con una mirada que podría haber congelado el Río Musselshell. “Lo siento, señor Hollins, no voy a ir con usted.” “¿Qué?” Estaba desconcertado por completo. Ella se irguió tan alta que cuando la parte superior de su cabeza pasó por encima del hombro de él, Tyler sintió como si fuese a mirarle hacia abajo en cualquier momento. “No tengo intención de seguirle hasta la mitad de la nada, con un montón de ganado y caballos y vaqueros, sólo para que usted cambie de opinión acerca de mí otra vez. Y tal vez me deje en el pueblo más cercano al que lleguemos si usted encuentra alguien que me reemplace. Prefiero irme ahora y correr ese riesgo en Heavenly. Voy a encontrar un puesto de trabajo de alguna manera para que pueda volver a Chicago.” Él farfulló sin decir una palabra antes de encontrar su voz. “Lo que está diciendo es algo horrible. Le dije que sería responsable de usted mientras trabajase para mí.” Su nariz hizo una muesca. “Y usted puede decidir poner fin a eso cuando le dé la gana. ¿No es así?”

Ella paró como si esperara una respuesta. Él le devolvió la mirada. No podía creer este giro de los acontecimientos. Se había resistido a la idea de tener a esa mujer de distracción en su casa, con sus ojos grises y tristes y su aroma de vainilla… Y ahora, cuando por fin había la había aceptado a regañadientes, cuando realmente necesitaba su ayuda, ¡Ella se negaba! “Bueno, maldita sea, esto nos pone en un aprieto. Si es por el de dinero—” Ella sacudió la cabeza y sonrió. En ese instante, era inquietante lo mucho que esa sonrisa le recordó a la de Callie—como si ella supiera algo que él no sabía. “No es por dinero, señor Hollins. Es una cuestión de respeto. Y he tenido muy poco del suyo desde que llegué aquí. Es más amable con su perro.” Ahora, Tyler arrastró sus pies un poco y miró por la ventana. ¿Cómo diablos se suponía que iba a defenderse contra eso? Tal vez no siempre había tenido tanto tacto como debería. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había tenido que lidiar con alguna mujer además de Callie, y ella no tenía ninguna expectativa particular de él. Además, estaba a salvo. Libby Ross, por su parte, siempre le hacía pensar que la verdad absoluta estaba al acecho en el fondo de su mente, una dura lección que había aprendido hacía mucho tiempo—las sensibilidades tiernas suelen ser heridas y los corazones blandos suelen ser rotos. Sabía que había hecho algunos sacrificios en los últimos años por dejar atrás esas emociones. A veces las sentía tan vivamente que optaba por dejarlas en la periferia, para así mantenerse alejado de los demás. Tyler no era consciente de que, excepto por los saludos generales de los hombres, había silenciado todas las conversaciones cuando entró en la cocina. Sólo el aroma había sido suficiente para empujarle hasta allí. El murmullo de la conversación que había oído, y la risa femenina, sólo tiró de él más fuerte. Se había parado por un minuto, observando desde las sombras en el porche como Libby se paseaba alrededor de las mesas. Era claro y un poco molesto para él, que sin mucho alboroto o molesta, ella encajaba fácilmente en la vida cotidiana de La Estrella Polar. Sin mucho alboroto o molestia para nadie más que él, pensó. Ahora se fijó en esos ojos grandes grises plantados en él, mitad expectantes, mitad cautelosos. Si la cortesía la convenciese de ir con ellos… Le tendió una mano en un gesto abierto. “Todos estaríamos muy agradecidos si viniese con nosotros a la unidad del sendero, señora Ross. Los hombres trabajarán muy duro y sé que apreciarán tenerla allí para que cocine para ellos.” De pronto Libby se encontró en una posición de negociación. Y ella era quien sostenía las cartas. La fría, impasible máscara de Tyler se había caído de nuevo, y más por instinto que por cualquier conocimiento verdadero que ella pudiese tener sobre el funcionamiento de la mente de un hombre o su corazón, se dio cuenta de su posición aventajada. “Señor Hollins, iré a este viaje bajo dos condiciones.” “¿Condiciones?” Levantó una ceja y esperó a que continuara, pero el arma de cañón largo en sus manos la hizo detenerse por un instante. “No pertenezco a Montana. Cuando llegamos a Miles City, quiero cobrar mi sueldo para que pueda montar en el tren y regresar a Illinois. Usted debe ser capaz de encontrar a alguien más para que ocupe mi lugar allí.”

El sol de la tarde se había reducido lo suficiente bajo en el cielo para que brillase a través de la ventana. Hacía un halo sobre el cabello castaño de Tyler y cortaba un camino brillante en su rostro enjuto. Era gracioso, ella no se había dado cuenta antes de que sus pestañas eran casi rubias en las raíces, ni siquiera cuando se había sentado a su lado para vendarle el dedo. “Está bien, señora Ross, estoy de acuerdo. ¿Cuál es la otra condición?” Ella respiró profundamente, sintiendo como si estuviera a punto de pedirle un favor muy personal. Era difícil que las palabras se elevasen por encima de su susurro. “Me gustaría que me llamase Libby. No señora Ross.” Él bajó sus ojos y miró al suelo, y ella pensó que lo oyó suspirar. Miró entonces, se encontró con su mirada fija. La mantuvo por un momento antes de responder. “Está bien, Libby, supongo entonces que será mejor que me llames Tyler.” ••• “Esta vez, espera a que me ponga detrás de ti antes de disparar,” ordenó Tyler. Él trotó desde detrás de la valla donde había establecido una línea de latas y botellas vacías. La cadena de su reloj y la hebilla de su cinturón brillaban en el sol de primavera. Libby estaba en el patio lateral, con la escopeta en sus manos inexpertas. Por el rabillo del ojo podía ver a algunos de los hombres descansando en la puerta del establo, observando el procedimiento con gran interés. Una vez que ella y Tyler llegaron a un acuerdo acerca de la unidad sendero, él le había hecho ir hasta allí para aprender a disparar. Parecía como si hubiese estado con eso durante horas. En primer lugar le había enseñado a cargar ese temible arma, y le había hecho repetirlo varias veces, una sin mirar. Luego habían pasado a prácticas de tiro. Pero pese a todos sus intentos e instrucciones de él, Libby no había mejorado ni un ápice. Había perdido cada uno de sus objetivos previstos, y había volado parte de la barandilla superior. A decir verdad, tenía miedo de las armas y no le gustaba la idea de manejar una. “Realmente no creo que vaya a mejorar tratando de dis—” Tyler metió la mano en su bolsillo delantero y sacó un par de balas. “Si vas a venir con nosotros, tienes que aprender a disparar. Afuera, en la cordillera, nunca se sabe cuándo va a ser necesario saber cómo.” “Maravilloso,” murmuró ella en voz baja, y volvió a cargar la escopeta. No se arrepentía de su decisión de hacer ese viaje a Miles City. Tal vez no sería la manera más fácil de llegar hasta allí, pero funcionaría. Aunque no se había dado cuenta de lo que supondría. “Ahora apunta hacia una de esas cosas,” dijo Tyler, señalando hacia las botellas y latas. Ella apuntó. “¿A cuál estás mirando?” Preguntó. Él no la estaba tocando, pero ella podía sentirle detrás de ella, y sus palabras fueron dichas al oído. “A esa lata de café Arbuckle al final.” Ella la señaló con la punta de la escopeta. “Está bien, adelante.” Apretó el gatillo, la bala salió hacia adelante, y esta vez, golpeó el árbol al final de la valla. Un par de

cuervos, alarmados por su falta de puntería, graznaron irritados y se refugiaron en el techo de la leñera. Detrás de ella, Tyler suspiró. “Oh, cielos,” dijo ella, mirando la herida latente en el tronco del árbol. Miró una vez más a los hombres que la miraban desde el granero, que estaban empezando a hacer algunos comentarios bien intencionados pero ruidosos. Se sentía tan torpe e incompetente. Siguiendo el camino de su mirada, Tyler miró al grupo hasta que empezó a romperse. Luego, con una nota de impaciencia evidente, dijo, “No es tan difícil.” Con una velocidad alarmante y destreza, se puso delante de ella, sacó el revólver de la funda en su cadera, e hizo añicos dos de las botellas en la barra superior. Las explosiones rápidas resonaron en el edificio anexo con un ruido agudo que hizo que Libby se estremeciese. “Yo-yo en realidad, debería ir preparando la cena,” dijo. Ella se apartó de él y dejó caer el arma pesada al suelo. Él la examinó, y respiró hondo, como si estuviera contando hasta diez. Entonces, su expresión se suavizó. “Está bien. Te queda una última bala. Sólo tienes que darle a la maldita lata de café, y lo daremos por acabado.” Libby apuntó a la lata con la escopeta. “Está demasiado baja,” criticó él. “Vas a darle a la valla de nuevo.” Esta vez sintió la leve presión de su pecho contra su espalda y la rodeó para poner su mano debajo de la de ella donde sujetaba la larga empuñadura. En el instante en que sus manos se tocaron, Libby sintió cómo su corazón le daba un vuelco. Podía sentir el calor de su cuerpo a través de su camisa y su pañuelo. El olor cálido de lo natural, cuero y heno y algunos otros olores, nuevos pero familiares, derivaron hacia ella, haciendo que fuese casi imposible para ella concentrarse en la lata. La presión detrás de ella aumentó, y se encontró obligada a inclinarse un poco hacia atrás para mantener el equilibrio. Al menos eso se dijo a sí misma, era la razón por la que lo hizo. Él apoyó su mano en la parte baja de la espalda de ella, y el tono de su voz cambió sutilmente. “Um, inténtalo ahora.” “Pero probablemente voy a fallar otra vez,” dijo. Tyler tenía la garganta seca de repente, y ella se sintió menos segura que nunca de su puntería. “No, no lo harás.” Su boca estaba justo al lado de su oreja, y sus palabras susurrantes dieron lugar a una débil intimidad. Él apretó su mano sobre la de ella, apuntando a su objetivo constante. “No voy a dejar que falles. No tengas miedo, Libby. Adelante—ahora aprieta el gatillo.” Ella apretó la palanca de metal debajo de su dedo, y la lata de café salió volando de la barandilla. “¡Lo logré!” Se volvió un poco en su medio abrazo y le sonrió por encima del hombro, encantada con su pequeño éxito. Él se rió entre dientes. En esa corta distancia, podía ver los mechones rojizos de su barba, y cuando dejó que su mirada derivase a la altura de sus ojos, se detuvo. Había confianza y control intenso reflejados en sus profundidades azules, pero también vio un atisbo de posesividad salvaje, poderosa y elemental. De repente, estaba tan asustada como lo había estado en cualquier otro momento desde que llegó a Montana. Pero ése era un temor que no tenía nada que ver con el peligro de morir congelado, o enterrar a un muerto, o el manejo de un arma de fuego. Esto implicaba directamente a su corazón—

Desde la dirección general de la granja llegaron aplausos y silbidos. “¡Buen tiro, señorita Libby!” Tyler soltó la mano de Libby y saltó hacia atrás. “Será mejor que vuelvas a la cocina.” Él volvió de nuevo a hablar del negocio, formal y remoto, y la calidez amistosa salió de su voz. “Me imagino que todo el mundo tendrá hambre muy pronto. Seguiremos —seguirás practicando mañana.” Tomó la escopeta de ella, luego giró sobre sus talones y se dirigió hacia el establo. Ella lo miró irse, siguiendo con sus ojos el amplio alcance de sus hombros y la forma en que su pelo rozaba la parte posterior de su cuello. Se dio cuenta entonces, del perfume que había olido en él antes. Era el olor de las gardenias. ••• Tyler entró en el granero, con la esperanza de encontrar un propósito para todo lo que acababa de pasar. En realidad, estaba intentando escapar de su oscuro interior. Escapar de un par de ojos grises y la fragancia de su cabello color miel. Todavía podía verla en su mente, una imagen incongruente, pero común, de una mujer en el Oeste—los lazos de su delantal ondeando al viento como las colas de una cometa mientras ella apuntaba con su gran escopeta de calibre doce. Con el pelo recogido así, podía ver su suave nuca, y el lugar tierno, suave, detrás de su oreja… Tyler sacudió la cabeza con impaciencia. Desde su punto de vista, la lección de tiro había ido bastante bien, siempre y cuando Libby fallaba sus los objetivos. Había sido capaz de mantener su papel de tutor objetivo, de dar instrucciones e intentar mejorar su técnica. Su error había sido escuchar el desaliento y la preocupación que se deslizó en la voz de ella. Ese sonido rozó su corazón, y él sabía que Libby no aprendería si no tenía la certeza de que lo lograría. Por eso se puso de pie detrás de ella para guiarla. Pero el segundo en que apoyó su pecho contra el hombro de ella, su cuerpo respondió bruscamente a su calidad suavidad. La difícil situación que había experimentado la noche anterior con Callie estaba inmediatamente e incuestionablemente olvidada. Su excitación le había hecho preguntarse cómo sería plantar un beso detrás de la oreja de Libby, y abrazarla durante la noche. Y cuando se dio cuenta de que su imaginación se estaba apoderando de él, ¿rompió su contacto, como un hombre prudente hubiese hecho? Oh, no. En cambio, como un idiota, había acunado su mano en la suya, con el pretexto de ayudarle a alcanzar el objetivo. Tyler se dejó caer en un fardo de heno con un trapo, una baqueta, y un tubo de grasa de su pistola Winchester. Cuando asumió que ella ocasionaría problemas en La Estrella Polar, éste no era el tipo de problema que había anticipado. “Así que has decidido dejarla venir con nosotros.” Tyler levantó la vista de su tarea de limpiar la escopeta, y vio la silueta de Joe en la puerta del granero. Tyler se encogió de hombros, un poco incómodo. “Sí, bueno… “ “Creo que el infierno va a tener que esperar un poco más por ti, entonces.” Volvió su atención al calibre doce. Jesús, ¿es que todo el mundo le iba a recordar esa frase que había

dicho? El capataz terminó de entrar. “No es buena tirando, sin embargo, ¿no es así?” Se sentó abajo en el fardo de heno junto a Tyler y cruzó el tobillo sobre su rodilla. Apoyándose en la pared detrás de él, tanteó el bolsillo de su camisa para buscar el material necesario y comenzó a liarse un cigarrillo. “Ya mejorará.” Tyler cogió el trapo. “Supongo que no tiene por qué ser otra Annie Oakley,” permitió Joe. “Al menos por fin pudo darle al objetivo. Por supuesto, tuvo un poco de…ayuda.” Cerró la bolsa de tabaco, tirando del cordón con los dientes. Tyler podía oír la risa en la voz de Joe. No quería hablar de Libby Ross, pero conocía a Joe. Si Tyler se negaba a hablar de la mujer ahora, o tan siquiera trataba de desviar el tema, tendría que soportar una broma que nunca terminaría. Para un hombre que había pasado la mayor parte de su vida en las llanuras abiertas estudiando a los caballos, el ganado, y el clima, Joe podía clavar los pensamientos de un hombre muy a menudo con una habilidad sorprendente. Había tenido ese don desde que Tyler lo conoció, cuando no eran más que dos niños, no mucho más mayores que Rory. Tal vez por eso Tyler dejaba que se saliese con la suya. “Sí, supongo que podría mejorar su puntería si trabajas con ella todos los días.” Joe encendió una cerilla con la suela de su bota, y el rincón oscuro donde estaban sentados brilló levemente con su llama. “No tengo porqué trabajar yo con en ella,” dijo Tyler. Apuntó los cañones largos hacia la luz de la llama y se asomó por ellos. “Rory puede enseñarle. Es tan bueno con las armas de fuego como cualquiera otra persona en este lugar.” Dios, no quería entrar en una acogedora situación con ella cada maldito día. Joe exhaló una nube de humo. “No. No, Rory. Lo necesito en el rancho. De hecho, no puedo pensar en nadie de quien pueda prescindir en estos momentos.” Tyler miró y levantó una ceja escéptica. “¿Nadie? ¿Qué pasa con Darby, o uno de los hermanos Cooper?” “Nope. Parece que vas a tener que ser tú, Ty. “ Sospechando que había sido manipulado, Tyler frunció el ceño, pero se mantuvo en silencio. “No creo que ella permanezca con nosotros por mucho tiempo cuando regresemos, de todos modos,” continuó Joe con un ruido sordo que pasaba por una risa. Se quitó el sombrero y se encorvó hacia abajo en la bala de heno para ponerse más cómodo. “Eso es a menos a que Charlie le pida que se case con él, y ella acepte. Y no me sorprendería que se lo propusiera.” Tyler frunció el ceño y empujó la varilla por el cañón de la escopeta. “¿Qué tiene Charlie que ver con esto? Pensaba que estaba acostumbrado a tener mujeres detrás de él.” Joe sacudió la cabeza como si estuvieran hablando de un hombre con una enfermedad terminal. “El peor caso de disparo de Cupido que he visto jamás. He visto a un par de chicos mirándola con ojos de ternero degollado. Pero Charlie ha sido el mayor afectado. Es realmente dulce con la viuda del viejo Ben. Dice que es una maldita vergüenza y una desgracia que una mujer tan joven se haya quedado sola en el mundo sin nadie que cuide de ella.” Tyler había escuchado ya a algunos de los hombres hablar de Charlie y de su entusiasmo por la

cocinera. Resentimiento se apoderó de él, aunque no podía decir porqué, exactamente. Un vaquero con un flechazo no era nada inusual, especialmente ahí, donde las mujeres eran prácticamente inexistentes. Con una mujer tan cerca como la cocina, sabía que algo así iba a suceder. “¿Ah, sí? Bueno, será mejor que no la moleste. Charlie podrá ser nuestra mano superior, pero ha puesto a prueba mi paciencia más de una vez en los últimos años.” Joe estudió la rueda de la espuela que colgaba cerca de su rodilla, y la hizo girar. “No sé, Ty. Una mujer podría casarse con alguien mucho peor que Charlie, y él suena como si se sintiese listo para sentar cabeza. No tiene mucho, pero es fiel, y sería bueno para una mujer.” Lanzó una mirada de reojo a Tyler. Tyler se levantó y apoyó la escopeta en su hombro, su paciencia en lo que concernía a este tema estaba llegando a su fin. “Bueno, será mejor que le digas que se busque a otra mujer en otro lugar. Libby Ross dejará la unidad cuando lleguemos a Miles City. Ella quiere regresar a Chicago, y yo le voy a dar dinero para que pueda hacerlo.” Mientras se alejaba, oyó murmurar a Joe, “Charlie no es el único que va a lamentarse de eso.”

B

ajo un cielo gris pizarra, Libby se apoderó de las riendas de su equipo de mulas, y se acurrucó más profundamente en el abrigo de montar de niño que Tyler había comprado para ella. En realidad, ella insistió en que sólo le adelantase el coste de la chaqueta y de un par de guantes nuevos. Tenía toda la intención de sacarlo de su salario una vez llegaran a Miles City. En el otro extremo de las riendas, sus cuatro mulas se movían adentrándose en el frío amanecer. Detrás de ella se acumulaban casi un millar de cabezas de ganado—tal como Noah le había dicho. Podía oírlos chillar, y el chasquido de sus cuernos, chocando, sonaba como unas castañuelas arrítmicas. Por encima de esto se elevaba el sonido de los vaqueros gritando a la manada y gritándose entre sí, y el relincho nervioso de los caballos en el carro a su izquierda. El día anterior por la tarde, Joe había cambiado la tarea de Rory de montar a los caballos por la de manejarlos. A pesar de que la posición del vaquero no era una promoción, Rory estaba genuinamente orgulloso de que le hubiesen otorgado la función de jefe del camino. Joe le dijo que como capataz, Rory también sería responsable de la excavación de los pozos de fuego, recoger leña, y enganchar el equipo de mulas de la señorita Libby, así que por lo menos, ella tendría algo de ayuda. Tyler había viajado varias veces, al parecer para comprobar detalles de última hora. Todos los hombres eran maravillosos jinetes, pero a él se le veía especialmente bien a caballo, y ella respiró hondo al verle. Delgado de caderas y ancho de hombros, era alto y se movía con una gracia natural. La baja altura de la niebla se mezclaba con la escena a su alrededor, por lo que era difícil distinguir unos vaqueros de otros. Pero ella podía diferenciar a Tyler del resto del grupo sin ninguna dificultad en absoluto. Dejó su mirada vagar sobre él de nuevo, deteniéndose en todos los detalles de su rostro y su silueta, sus fuertes manos enfundadas en sus guantes, su perfil varonil y su sonrisa fácil y atractiva. Y él sonreía mucho esa mañana, como si las buenas perspectivas depositadas en el sendero estuviesen de acuerdo con él. Por centésima vez, como poco, se preguntó si habría tomado la decisión correcta al aceptar emprender ese viaje. Era un medio para alcanzar su objetivo, pero que el temor que había sentido durante su primera clase de tiro había sido superior a ella. En los últimos tres días, su aprendizaje sobre la supervivencia en la frontera se había intensificado y Libby caía en la cama por las noches demasiado cansada para soñar. Joe le había dado una exhaustiva lección sobre la conducción del vagón y la realización de una fogata. Tyler le había hecho una lista con las provisiones que debía chequear doblemente y aquellas que podía desechar. Y ella había soportado varias horas de práctica de tiro con Tyler justo a su lado, emitiendo instrucciones. No había ganado ni un ápice de confianza en ser capaz de disparar la escopeta, y mucho menos darle al objetivo, en caso de emergencia. Pero por lo menos, él la había tratado con más cortesía y respeto. Después de esa primera lección, Tyler había mantenido una distancia prudente entre ellos la mayor parte del tiempo, pero en una o dos ocasiones había puesto su mano en el codo o el hombro de ella. Libby perdía el control cada vez que él la tocaba, aunque era extraño para ella porque esas eran las únicas veces que lograba dar al blanco. Y aunque sabía que no debía hacerlo, ansiaba la comodidad de

su suave toque, y anhelaba que se repitiese de nuevo. Entonces ella recordaba el olor revelador de gardenias en su ropa aquella tarde que consiguió dar a su objetivo por primera vez, y el miedo se apoderaba de ella otra vez, más fuerte que nunca. Tyler Hollins era su empleador. ¿Se había olvidado del peligro que conllevaba dejarse sentir atraída por el dueño de la casa? Además de eso, él tenía algún tipo de compromiso carnal con la exitosa madam de Heavenly. No, pensó Libby, sentándose mejor en el asiento del carro. Esto era lo mejor. Cuanto más pronto se marchase de Montana, más pronto comenzaría una nueva vida. Su viaje desaventurado, en solitario, hasta allí para casarse con Ben había sido un falso comienzo. No se había alejado de sus problemas, simplemente los habría traído con ella a un lugar nuevo. Sin embargo, la misma esperanza y determinación con la que había llegado hasta allí, la llevaría de vuelta. Ahora su baúl estaba lleno y escondido debajo de su asiento. Dentro de un mes, estaría en Chicago, donde pertenecía. Libby miró hacia la casa del rancho, esperando en el brumoso valle verde a que llegase el día en que estos hombres regresasen a la misma. El bajo ángulo del sol del amanecer le daba a la construcción de troncos una apariencia hogareña de la que ella no se había dado cuenta hasta ese preciso momento. No sentía ningún pesar en particular por no volver a ese sitio después del sendero. A pesar de su belleza natural, Montana nunca podría haber sido su hogar. Estaba casi segura de ello. “Muy bien, señorita Libby,” dijo Joe mientras cabalgaba al trote. “Dale una bofetada a esas mulas y vayamos allá.” Él tomó una posición de liderazgo junto a Tyler a la cabeza de la procesión, se puso de pie sobre los estribos y silbó a los hombres detrás de él. Saludando con el sombrero por encima de su cabeza, levantó su profunda voz. “Cuando lleguemos a Miles City, la primera ronda de cervezas corre de mi cuenta.” Libby le dio una última larga y final mirada a la casa del rancho. Luego dio una palmada en el lomo de las mulas con las riendas y el carro rodó hacia delante, adentrándose en el amanecer. ••• “¿Has conseguido algo de agua caliente?” Libby reconoció la voz, pero no se molestó en mirar hacia arriba. La niebla había desaparecido y el sol brillaba en el cielo de primavera, pero la pequeña hoguera que Rory había preparado para ella, se estaba sofocando. Se acercó al chisporroteante, humeante fuego, sintiéndose ya atormentada y agotada, y era sólo mediodía. Con un poco de esfuerzo consiguió levantar un horno holandés. Puso el agua y los frijoles en el estante suspendido sobre el fuego. Los granos probablemente no estarían listos hasta el día siguiente por la mañana. Se dio cuenta de que sería capaz de cocinar sólo durante el corto tiempo que pararan para el almuerzo. Entonces tendría que sacar la tetera de hierro, y ponerla sobre el fuego para cocinar a fuego lento de nuevo en su próxima parada. Si ella había pensado que La Estrella Polar era primitiva, cocinar en la parte trasera de una camioneta era el colmo. “¿Agua caliente para qué?” Murmuró. “¿Tarde de té y bollos?” No quería ser brusca, pero Tyler sonaba demasiado vivaracho para satisfacerla. ¿Y por qué no habría

de hacerlo? ¿Qué había hecho además de montar delante de ella para explorar ese lugar de paso y galopar junto a las vacas mugiendo mientras agitaba un rollo de cuerda para instarles a continuar a lo largo? Ella, por otro lado, había luchado con esas mulas reacias. Con un sentido de dirección aparentemente perverso, los animales habían hecho pasar el carro por cada bache discordante y agujero en la pradera. En el interior, todo lo que podía hacer ruido, sonaba—los utensilios de cocina de hierro fundido, los platos y tazas de estaño, la pala, la escopeta, sus dientes. Y sólo habían avanzado nueve kilómetros. Se dio cuenta de que este trabajo sería mucho más difícil de lo que había previsto. Pero no iba a permitir que Tyler se diese cuenta de ello. Ya pensaba que era una débil e indefensa chica del este. Y ahora quería agua caliente. “No es para té, Libby. Quiero afeitarme.” Levantó sus ojos entonces, y lo vio de pie, sosteniendo la navaja de afeitar, una taza y un espejo de aumento. Una toalla colgaba sobre uno de sus hombros. “Oh,” fue la única respuesta que pudo dar. Se había desabrochado el cuello de su camisa a rayas azules, separado los picos de la misma y se había arremangado las mangas. El sol caía sobre su rostro enjuto y la sombra de su barba de un día brillaba con unas rubias, rojizas y marrón oscuras, mechas. Libby dejó que sus ojos siguiesen la línea de su garganta hasta su pecho descubierto. Algo acerca de la visualización de su piel y sus músculos entre los bordes de su camisa abierta, era más íntimo que la desnudez total. Su mirada cayó más allá de la cintura de sus chaparreras de piel hasta que el brillo de la hebilla de plata de su cinturón le hizo darse cuenta de lo que estaba mirando. Libby sintió cómo sus mejillas se calentaban y apartó la mirada, no sin antes ver la expresión en el rostro de él. Era la misma que había visto el día en que disparó contra la lata de café—controlado, poderoso, territorial. “N-no hay agua caliente. Voy a poner un poco en el calor.” Se dio la vuelta para conseguir el hervidor de la carreta, pero se detuvo cuando la mano de él se cerró alrededor de su brazo. “No, está bien, utilizaré el agua del barril. Sólo pensé en preguntar. Um, ¿tienes un cuenco?” “Bueno, sí…” Un cuenco, Libby repitió sin darse cuenta de lo que le había pedido, un cuenco. ¿Dónde habría dejado el—De repente, no podía pensar en otra cosa más que en la forma en que su mano se sentía en su brazo. Ella le miró a los ojos, un acto que casi completó su desconcierto. Él soltó su antebrazo y levantó las cejas. “¿Tal vez haya uno debajo de esa caja?” Dio un paso atrás, sintiéndose tonta y con la lengua trabada. “Sí, por supuesto, sí.” Ella hurgó en el compartimiento debajo de la cama del carro y sacó un cuenco de esmalte blanco. Ofreciéndoselo, él le dio las gracias, y caminó hacia el otro lado de la carreta para llenarlo en el barril de agua. Ahora que Libby era tan agudamente consciente de él, sus espuelas le hacían saber sobre cada paso que daba, recordándole a un gato con un collar de cascabel. Libby soltó un suspiro profundo, tranquilo, y se inclinó sobre los granos para seguir removiéndolos. Se apartó un largo mechón de pelo hacia atrás por encima de su hombro. ¿Por qué demonios habría de tener ese efecto en ella? Se preguntó con impaciencia. ¿Sería el hecho de que fuese atractivo? Eso no era razón suficiente, de hecho, podría ser la peor razón. Wesley era guapo. A decir verdad, no tanto. Tyler era robusto, sus facciones eran duras. Pero la verdadera importancia de un hombre residía en sus obras,

no en su físico. Libby se enderezó y miró las botas al otro lado de la caja de vagón. Tal vez ahí era donde estaba la mayor diferencia. Wesley Brandauer nunca había tenido ningún sentido de responsabilidad en absoluto. Tyler parecía transportar el mundo sobre sus hombros. ••• Tyler giró el grifo del barril, y se llamó a sí mismo idiota. Nunca usaba nada más que agua fría para afeitarse, incluso en casa. Sólo había usando esa excusa para hablar con Libby, para ver cómo estaba, para verla… Puso el espejo en la tapa del cilindro y se apartó el pelo de la frente. Mientras se enjabonaba la cara, continuó regañando a su reflejo, silenciosamente. Había planeado mantenerse alejado de ella durante el viaje, ¿no era así? Levantó la navaja y comenzó su carrera descendente justo por debajo de su patilla izquierda. Claro, las circunstancias habían obligado a traerla, pero Joe, Noah, Charlie—todos ellos estaban pendientes de ella, discutió consigo mismo. Tal vez, pero al fin y al cabo, ella estaba a cargo de él, no era más que una novata indefensa. Bueno, no tan indefensa, estaba empezando a darse cuenta. Para alguien que nunca había puesto un pie en el país—y Rory le había dicho que así era—se estaba manejando sorprendentemente bien sin ayuda de nadie. Sólo el hecho de haber hecho todo ese camino hasta allí desde Chicago, y durante el invierno, decía mucho de ella. Sería una buena esposa para un hombre. Luego estaba la manera en que se le iluminaba la cara cada vez que los hombres alababan su cocina. Era como si nadie le hubiese mostrado su respeto o aprecio anteriormente. Y eso le daba ganas de protegerla. No le suponía mucho esfuerzo imaginarla a salvo en sus brazos, en su gran dosel de vuelta en La Estrella Polar, sus curvas suaves, iluminadas por un halo de luz de luna, mientras ella le concedía el placer de sus lentos y húmedos besos y el consuelo de su cuerpo… Tyler se dio cuenta de que había dejado de afeitarse. Impaciente, raspó el resto de su barba, y las prisas hicieron que se cortara en la barbilla. “Maldita sea,” murmuró, y presionó el filo de la toalla contra el corte. Esa mujer agitaba unas emociones en él que había metido en un ataúd de caoba hacía mucho tiempo, y había enterrado en los acantilados verdes por encima de la casa del rancho. Y su plan era mantener las cosas de esa manera. No iba a colarse por Libby como un vaquero adolescente que no haya visto a una mujer en cuatro o cinco meses. No es que eso pudiese ocurrir, de todos modos, se tranquilizó. Tenía su arreglo con Callie, y le convenía perfectamente. Dio un último vistazo a su reflejo, luego miró hacia la tan femenina forma de Libby mientras ella cruzaba el campamento con una cafetera. Por lo menos, le había convenido hasta ahora. ••• Tan pronto como Libby había alimentado al equipo y había lavado los platos, volvió de nuevo a su asiento en el carro, conduciendo las mulas hacia el campamento nocturno. La manada se había quedado

atrás y no la alcanzarían hasta más avanzada la tarde. Eso le daría tiempo suficiente para hacer galletas de masa fermentada para la cena de esa noche y el almuerzo del día siguiente. Todos los hombres, incluyendo Joe y Tyler, estaban de vuelta con la manada. Después de que Tyler seleccionase ese lugar, sólo Rory se había acercado a ella para poner el ganado en el corral de cuerda y levantar el fuego para ella. Cabalgó arrastrando una rama seca que había enlazado como combustible. Libby se alegró por la ayuda de Rory. No importaba lo determinada que estuviese en probar su habilidad y evitar que Tyler se disgustase—no podía fingir que no estaba cansada. Su falda estaba húmeda hasta las rodillas de arrastrarla a través de la hierba mojada. No estaba acostumbrada a cargar agua para lavar los platos o cocinar alimentos en desplazamientos progresivos. En el momento en que finalmente llegaran a Miles City, esperaba tener suficiente energía para subirse a la plataforma del ferrocarril. Ahora estaba de pie en la mesa de trabajo plegable en la parte trasera de la carreta. Tenía que admitir que se trataba de un arreglo bastante inteligente. Tyler le había dicho que el barón Charles Goodnight inventó el vagón veinte años antes, y que su mejor característica era esa caja llena de compartimentos, en sí misma. Su puerta abatible cumplía con una doble función como un espacio de trabajo. Roció la superficie con harina y comenzó el despliegue de la masa. El sonido de la pala de Rory cavando en la tierra le produjo un escalofrío, le recordaba el día en que ella había cavado la tumba de Ben. Levantó la vista de la masa y observó al joven por un momento. Se veía fuerte y saludable. Trabajar en La Estrella Polar era obviamente bueno para él, pero parecía demasiado joven para estar lejos de su hogar y su familia. “Rory, ¿has estado en La Estrella Polar durante mucho tiempo?” Untó su cortador de galletas en la harina. El chico se enderezó y arrastró su brazo por su sudorosa frente. “‘Alrededor de unos cinco años, creo,” dijo. “¡Cinco años! Dios mío, eras muy joven cuando llegaste al rancho.” Se encogió de hombros y hundió la hoja de la pala en la tierra de nuevo. “Joe tenía quince años cuando se fue a trabajar para el pa de Tyler. Kansas Bob llegó a La Estrella Polar cuando tenía catorce años.” “¡Pero tú tenías diez años! ¿Huiste de casa? ¿Perdiste a tu familia?” “No, mi viejo sabe dónde estoy.” No era deseo ni arrepentimiento lo que escuchó en su respuesta, sino más bien una amargura cansada que momentáneamente envejeció el timbre de su joven voz. “De todos modos, Tyler dice que no hay tal cosa como un vaquero viejo. Él dice que éste es un trabajo para un hombre joven.” Libby sonrió. Podía entender eso—la ganadería era un trabajo duro. “¿No hay vaqueros viejos? ¿Qué pasa con ellos?” “Nadie lo sabe a ciencia cierta, señorita Libby.” La miró por debajo del ala de su sombrero y le dio una gran sonrisa. “A veces se convierten en viejos e irritables cocineros.” Ella se rió y puso las galletas sobre la bandeja del horno holandés. “Tal vez porque tienen jefes malhumorados.”

••• En el momento en que el equipo llegó al campamento nocturno, el sol estaba bajo en el cielo, y la cafetera estaba en el fuego. Dadas sus duras condiciones de trabajo, Libby creyó que había preparado una comida bastante razonable. Los hombres comieron en dos turnos, y entre servir grandes porciones de frijoles, carne de cerdo y galletas, Libby esperaba ver llegar a Tyler. Pero no lo hizo. Ella lo había visto en la cordillera occidental, más allá del perímetro del campamento, montando en contra de la puesta de sol de color amarillo anaranjado como un centinela. ¿Qué era lo que movía a Tyler Hollins? Se preguntó mientras golpeaba una cucharada de frijoles contra un plato. ¿Qué sustituto para la amistad había encontrado que le hacía ser un hombre tan remoto y solitario? Ella seguía viendo al jinete de pelo castaño—podía imaginar su pelo sin dificultad, aunque estuviese oculto por su sombrero—cuando Charlie Ryerson se acercó a ella para pedirle su cena. Se había quedado atrás, esperando a que el resto de los hombres estuviesen ocupados con sus propias comidas para conseguir su plato. Echó un vistazo al grupo reunido en torno a la fogata, obviamente esperando un momento de privacidad. “Buenas noches, señorita Libby. ¿Qué tal te ha ido hoy?” Sonó como una conversación amable pero hablaba con gravedad, como si las palabras escondiesen un significado mayor. Libby apretó el chal escocés alrededor de su cuello contra el frescor del atardecer. “Ha sido un poco más difícil de lo que pensé,” admitió ella, sacando un plato y una taza de café. El dolor comenzaba a asentarse en sus brazos y hombros de su dura lucha diaria con las riendas. “Siempre había pensado que “terco como una mula” era sólo un decir. Pero realmente son tercas.” Charlie se echó a reír, y su gran bigote se extendió a lo ancho de su cara. “Sí, señora, pueden ser muy tercas. Supongo que por eso los jinetes aprenden a maldecir tan bien.” Libby se rió también. La expresión de él se puso seria entonces. “Pero conducir una carreta tirada no es un trabajo para una dama. No es justo que tengas que estar aquí fuera, en una unidad por el sendero con nosotros. Su-supongo que no tengo derecho a decir eso, pero deberías estar viviendo en una casita pequeña y agradable con algunos enanos a los que cuidar y un hombre que regrese a ti y a su casa por la noche.” Libby sintió una punzada en el corazón. Eso era lo que ella había creído esperar de Montana cuando Ben la había enviado hasta allí. Ella frenó un suspiro y sonrió a la cara sincera de Charlie. “Las cosas no siempre salen como esperamos, supongo. Pero yo sólo conduciré este carro hasta que lleguemos a Miles City. Entonces cogeré el tren para Chicago.” “Lo sé, Joe me dijo.” Él miró a su alrededor otra vez, luego se inclinó hacia delante, de repente serio. “Señorita Libby—” Él tragó. “Señorita Libby…Y-yo tengo un poco de dinero ahorrado. No es mucho, pero nos daría un comienzo. Es decir, si tú—” Dejó la frase sin terminar y se volvió de un intenso color rojo. Libby miró boquiabierta. “¿Un comienzo?” Charlie exhaló una respiración profunda y continuó hablando con rapidez. “Le tengo echado el ojo a

una parcela de tierra en Mosby. Está en un lugar pequeño y verdaderamente bonito, con un arroyo y un montón de pinos. Sería un buen lugar para que el ganado y los niños creciesen, ya sabes—hacer una vida.” Él cambió su peso de pierna y se miró las botas, luego a ella de nuevo. “He tenido algunas experiencias salvajes en mi pasado…Uh, supongo que probablemente lo habrás deducido por ti sola. Y sé que éste no es el cortejo que te mereces, pero nuestro tiempo es breve. Quiero darte un par de días para que pienses en, bueno—la posibilidad de convertirte en mi esposa.” Extendió su mano como para tocarle el brazo, pero la dejó caer. En cambio, se quitó el sombrero y sacó una rosa de color rosado. La dejó suavemente sobre la mesa de trabajo. “Señorita Libby, señora, me sentiría muy honrado si al menos lo pensaras seriamente.” “Pero nosotros no nos conocemos—Montana no es—yo—” “No digas nada, ahora.” Le habló en el mismo tono suave que le había oído usar con sus caballos asustadizos. “Sólo tienes que pensarlo.” Se dio la vuelta y se alejó con su plato y su taza antes de que ella pudiera encontrar su voz para decir algo. Con la mano en su garganta, Libby estaba en la creciente oscuridad mirando hacia su espalda según se retiraba, y luego a la flor en frente de ella. ¿Acababa Charlie Ryerson de pedirle que se casara con él? Había sonado así, pero no se lo podía creer. Después del día en que le trajo esas flores silvestres, aquella tarde en la cocina, sospechaba que podría estar enamorado de ella. Pero no tenía ni idea que fuese tan grave. Cogió la flor por su esbelto tallo y la acercó a su nariz, luego flexionó sus doloridos hombros. Tal vez no le debería resultar tan extraño. Después de todo, ella estaba en Montana porque había respondido a un anuncio en el periódico de alguien que buscaba una esposa. Quizás aquí una propuesta, viniendo de un hombre que había conocido apenas hacía un mes antes, y que apenas conocía, no era inusual en absoluto. La diferencia era que el ser una novia pedida por correspondencia—haberse casado con un completo desconocido, tan pronto como apareció en escena—había sido principalmente un acuerdo de negocios. Respecto a la honesta oferta de Charlie, ella sentía algo mucho más sustancial. Sin embargo, sólo le resultaba un poco más atractiva. “¿Cómo fue tu primer día?” Saliendo de sus pensamientos, Libby se volvió y vio a Tyler caminando hacia ella. Una sacudida eléctrica la atravesó, y para su consternación, se dio cuenta de que el factor sorpresa tenía muy poco que ver con su reacción. La estatura de él le hacía dar grandes zancadas y los ojos de ella se sintieron atraídos por las chaparreras que cubrían sus vaqueros. Las mangas de su camisa estaban enrolladas hasta los codos, y sus guantes estaban esposados a sus muñecas. La linterna que colgaba del lado del vagón recogía unos destellos azules verdosos en sus ojos, y él llevaba ese ceño débil, preocupado, que ella se había acostumbrado a ver en La Estrella Polar. Olía a caballo y al aire de la noche que estaba por venir, y traía consigo la misma intensidad física, palpable, que ella sentía siempre en su presencia. “¡Muy bien! Ah, bien. No tuve ningún problema,” mintió, y soltó la flor. “Nunca he hecho esto antes, pero he trabajado siempre. Estoy acostumbrada a ello. Donde yo crecí, si no trabajábamos, no

comíamos.” Cogiendo un plato de estaño, puso dos cucharadas grandes de frijoles en él, pero cuando ella extendió su brazo para ofrecerle una galleta, se detuvo en seco con una mueca de dolor. Los músculos de sus brazos y hombros se pusieron rígidos como el cuero abandonado bajo la lluvia. Tyler la miró y levantó una ceja a sabiendas. Se quitó los guantes y se los metió en la cintura de sus chaparreras, a continuación, cogió él mismo la galleta. Sabía que ella estaba mintiendo acerca de la forma en que se sentía. Podía ver la fatiga en su rostro, y sus movimientos costosos y trabajosos no pasaron desapercibidos para él. Ni para la propuesta de Charlie. Dios, Joe tenía razón—Charlie se lo había dicho en serio. Tyler no había querido escuchar a escondidas. Pero había llegado a la parte delantera de la carreta justo a tiempo de oír las últimas palabras de la franca petición del vaquero por la mano de Libby. Y él se escondió allí, como un ladrón, esperando la respuesta de ella, y preguntándose por qué se le había formado un nudo en el estómago. “¿Dónde te criaste que tuviste que trabajar tan duramente?” Tyler tomó bocado de la tierna galleta. La brisa de la tarde le hizo percibir el aroma ligero de Libby a flores y vainilla. Un olor que ahora a veces le hacía pensar en el calor y el hogar. No importaba la inmediatez con la que él rechazaba ese pensamiento con impaciencia, tan pronto como lo lograba, la idea se volvía a reproducir en su mente. Finos mechones de su cabello soplaron por delante de sus ojos y ella los echó hacia atrás, y luego se dio la vuelta, tratando de encontrar un tenedor. Tardó en responder, y luego sus palabras fueron apenas audibles. “Casa Cuna Erie.” Un orfanato. Tyler apretó la mandíbula. No, no, maldita sea, no. No preguntaría nada más. Su respuesta había creado en él más preguntas de las que quería respuestas. Ella estaría en camino de regreso a Chicago en apenas unos días. Entonces La Estrella Polar volvería a la normalidad, él podría retomar sus noches de sábado en la Osa Mayor, y los pensamientos de todo el mundo—incluyendo los suyos propios —les harían volver a la rutina del trabajo y la responsabilidad. Libby se tensó, deseando haber mantenido la boca cerrada sobre el orfanato. Hablar de ello le traía recuerdos dolorosos. De una madre joven, moribunda que, ahora se daba cuenta, había sido poco más que una niña cuando había dejado a la pequeña Libertad de cuatro años. Y a todos los años de dolor que la soledad que dejó tras su muerte, había traído. Tyler le dirigió una larga mirada, buscando algo en sus ojos, y ella se preparó para la inevitable pregunta que seguramente deambulaba por su mente. En cambio, tomó el plato de su mano extendida y se giró para irse. Pero entonces se detuvo y cogió la flor en la mesa de trabajo. “No sabía que estas flores florecían tan temprano en esta época del año.” Su voz tenía un tono pensativo, como si su mente estuviese en otro sitio, en otro momento en el tiempo. “¿Sabes qué tipo de flor es?” Preguntó ella, agradecida por el cambio de tema. Él la miró y una sonrisa tiró de las comisuras de su boca. “Si. Crecen a lo largo de la parte trasera del porche de la casa del rancho.” Depositó la flor en la mano de ella. Su tacto era cálido, vital. “Es una pradera salvaje rosa.”

Libby lo observó mientras Tyler volcó un barril, lejos del resto de los hombres, para sentarse y comer su cena. Al verlo así, con el último sol del día, rayando su pelo castaño y sus mechas de color cobre, no deseaba nada más que ir y sentarse junto a él. Pero eso sería ridículo, fuera de lugar. Tan pronto como ella comió su propia cena y lavó los platos, en el agotamiento, Libby luchó para subir a la carreta. Pero en las últimas horas, los músculos de sus hombros habían sufrido calambres sin cesar, y tirar de ella hacia la cama del carro resultaba inútil. Puso un pie sobre el cubo de la rueda y alcanzó un lado de la carreta, pero el otro parecía inalcanzable. Después de varios intentos fallidos, frustrada y cansada, se paró justo enfrente de la rueda delantera y miró hacia el asiento que parecía tan alto como una montaña. Cautelosamente, intentó mover sus hombros de nuevo. “¿Tienes algún problema?” Le preguntó Tyler. Llevaba una taza vacía en su mano, al parecer se dirigía a la cafetera. La luz de una linterna acentuaba la estructura fina de los huesos de su bello rostro y las sombras en el pecho donde el cuello de su camisa permanecía abierto. “¿Algún problema? No, no. Sólo iba a dar el día por terminado” ¿Por qué le entraba esa extraña e inquieta sensación por dentro cada vez que se le acercaba? “¿Necesitabas algo?” Él la examinó durante unos segundos. “No, pero creo que tú, sí.” Dejó su taza de café, y con una agilidad sin esfuerzo que ella admiraba, saltó dentro del vagón. “Muy bien, pon el pie sobre el cubo de la rueda.” Con esperanza dudosa, Libby se agarró a un lado de la carreta y dio un paso hacia arriba. Justo cuando ella sintió que su fuerza empezaba a desvanecerse, Tyler se acercó y la agarró por la cintura. La levantó hasta el asiento como si no pesara más que un niño. Echó hacia atrás su sombrero. “Estás tan rígida como una cuerda de cuero crudo, ¿no es verdad?” Dijo. Era difícil de negar. “Un poco, tal vez,” admitió ella, flexionando sus hombros de nuevo. Él señaló por encima de su hombro. “Tengo algo para eso. Enseguida vuelvo.” Con la misma agilidad, saltó y desapareció al doblar la esquina del vagón. No podía imaginar qué podría arreglar las palpitaciones de sus temblorosos músculos, pero estaba dispuesta a concederle el beneficio de la duda. Pese a lo cansada que estaba, sabía que tendría problemas para dormir con ese malestar, y tenía que descansar un poco. Ahí fuera sus días comenzarían incluso antes que en el rancho. Tyler volvió a emerger de la oscuridad llevando una botella entre sus manos. Se la entregó a ella y volvió a impulsarse hacia arriba y se sentó a su lado. “De acuerdo, vayamos dentro,” dijo, señalando el interior del vagón. Libby miró la etiqueta del frasco. “¿Linimento para caballo, Cuatro? ¿Me estás dando linimento de caballo?” “Claro, ¿por qué no? El dolor es el dolor. Caray, yo sabía de un veterano que se lo usaba para estirar su whisky.” “¿Quieres decir que se lo bebía?” Una risa se escapó de él. “Sí, pero no lo recomiendo. Es sobre todo para uso externo, y de todos modos, lo he rebajado un poco.”

Miró la etiqueta de nuevo. “Pero ¿no tienes nada que pueda ser usado por humanos?” “No importa si se trata de un caballo o un humano. Además, no te lo vas a poner tú misma. Yo lo haré.” Ella lo miró boquiabierta. O le había entendido mal, o había perdido la cabeza. Ella no iba a permitir ese tipo de acceso íntimo. “¡Por supuesto que no! Puedo manejarme muy bien sola, gracias.” “El linimento sólo funciona si es frotado sobre la zona afectada. Tú no puedes alcanzar tus propios hombros.” “Puedo llegar a ellos suficientemente bien,” reiteró, con el rostro tan caliente—y probablemente tan rojo—que estaba agradecida de que la linterna estuviese detrás de ella. Trató de escabullirse de él en el asiento, pero no había otro lugar a donde ir. Tyler frunció el ceño. “Si no me dejas hacer algo al respecto ahora, por la mañana no serás capaz de moverte en absoluto.” “Simplemente no creo que esto sea correcto—” “Estás tratando de discutir conmigo de nuevo, Libby,” dijo en voz más alta. Ella guardó un indignado silencio, agarrando la botella entre sus apretadas manos. Él continuó en voz más baja. “Cuando surgen problemas, mi trabajo consiste bien en asegurarme de que se solucionan, o solucionarlos yo mismo. Eso es lo que estoy haciendo.” Él la miró fijamente. “Es todo lo que estoy haciendo. Ahora, por favor—entra en el vagón y siéntate. A menos que no te preocupe tener algo de intimidad.” Ella lo miró a la cara y juntó sus labios en una línea apretada. Podía negarse, pero Tyler Hollins era un hombre que no aceptaba que le llevasen la contraria. Y peor aún, ella sabía que tenía razón. No tendría mucha suerte tratando de alcanzar la parte posterior de sus hombros. Maldita sea, pensó, tomando prestada una de sus frases, él siempre tenía la razón. Furiosa tanto con él como con su arrogancia, salió de su asiento. Él agachó la cabeza y la siguió, llevando la linterna con él. Bajó la intensidad de la luz tiró su sombrero sobre un saco de harina. Mirando a su alrededor, Tyler encontró dos cajas fuertes y puso una en frente de la otra, y luego tomó el linimento de ella. “Está bien, siéntate aquí, y”—hizo un gesto con su mano—”ya sabes— descubre tus hombros.” El pasó una mano por su pelo. Por un momento, no parecía tan autocrático y seguro de sí mismo. Ella sintió que sus ojos se abrían como platos, y se dio la vuelta para mirar hacia la parte trasera de la carreta. Con manos temblorosas, se desabrochó la blusa hasta la cintura y desató las cintas de su camisola. Luego las cogió de nuevo, agarrándolas por los bordes, y tiró de su cabello hacia el frente para apartarlo del camino. “Vamos, Libby. Siéntate.” Dándole la espalda, extendió una mano hacia atrás tratando de encontrar la caja, con su cara ardiendo de vergüenza. Se agachó para sentarse, maldiciendo al destino por dejarla impedida en primer lugar. Le hacía sentir muy vulnerable tenerlo detrás de ella, y no poder ver lo que estaba haciendo. Tyler tragó con fuerza ante el panorama que se le presentó delante de él. A la luz de la linterna, el pelo de Libby brillaba según reposaba en su hombro derecho. Su nuca expuesta, y los cuatro centímetros de su

espalda revelados debajo de ella, se veían pálidos y de apariencia suave. Se veía hermosa, como la modelo de un artista posando para un cuadro. Podía ver el borde de atrás de su camisola y le impresionó cómo eso le excitó. La desnudez absoluta de Callie no podía encender esa clase de fuego en él. Se sentó justo detrás de ella, tan cerca que sus rodillas enmarcaron las caderas de ella. El cálido aroma de su cabello y la piel le llegó, y él sintió una repentina e intensa urgencia de envolver un brazo alrededor de su cintura y enterrar su boca en el cuello de ella. Podía imaginarla descansando contra la longitud de su torso, con su trasero entre sus piernas, acurrucado contra su entrepierna. Dios, tal vez esto no era tan buena idea después de todo. Pero él había insistido tanto, de hecho, prácticamente la había obligado, y ahora tenía que llevarlo a cabo. Él descorchó la botella de linimento, y la puso en el suelo. Luego empujó las mangas de la camisola un poco más abajo en sus brazos. En el instante en que sus dedos tocaron su suave y desnuda piel, ella se quedó sin aliento y saltó, él también lo hizo. “Está bien, Libby, sólo estoy apartando las mangas del camino.” “Lo siento,” dijo ella. Ella era tan voluble como una yegua salvaje, y si hubiera sido capaz de ver las imágenes en la mente de él, suponía que tendría una buena razón para serlo. Él sondeó suavemente a lo largo de los músculos que se extendían desde el cuello hasta sus omóplatos. Ella se estremeció, pero no dijo nada. “Bastante tiernos, ¿eh?” “Sí,” admitió Libby. “No esperaba estar tan dolorida.” “Está bien, nos encargaremos de ello.” Él vertió un poco en su mano, se frotó las manos y comenzó a masajear sus músculos. Podía sentirla tratando de alejarse de él. “Respira profundamente y trata de relajarte,” murmuró. “Esta cosa no huele demasiado bien, pero funciona.” Libby exhaló un largo suspiro, y dejó caer su cabeza hacia adelante. Tyler tenía razón—el linimento tenía un olor muy fuerte y penetrante, que ayudó a eliminar parte de la tensión que sentía por estar parcialmente desnuda delante de él. Pero también generaba calor bajo su toque hábil y amable que era infinitamente tranquilizador. Él agarró sus caderas entre sus rodillas, anclándola en un punto fijo, y frotó sus hombros y brazos con movimientos profundos. A medida que los espasmos en los músculos comenzaron a disminuir, apretó un poco más fuerte con los pulgares, amasado y aflojando la tensión, trayendo de vuelta el flujo sanguíneo. Máxima relajación se propagó a través de sus miembros y Libby se dio cuenta vagamente de que estaba reclinándose hacia atrás, en posición vertical, y que él la estaba sujetando con sus rodillas y sus manos. Un sopor agradable se apoderó de ella, desplazando a su nerviosismo. “¿Haces esto para tus caballos, también?” Preguntó adormilada. Sus párpados cada vez pesaban más. “Claro, a veces.” “Caballos suertudos,” dijo ella, casi hipnotizada. Él se rió en voz baja. “¿Te gusta?” “Hmm.” Ella estaba contenta de admitir que él había estado en lo cierto. Sus ministraciones eran mucho más eficaces que cualquier maniobra torpe que ella podría haber logrado por sí misma. Tyler siguió los movimientos lentos y firmes durante varios minutos. Cuando finalmente se detuvo, ella

sintió una oleada de decepción codiciosa. Ser tocada era una experiencia fuera de lo común para Libby, que se dio cuenta, le gustaba bastante. Casi se había olvidado de que había tenido miedo de tener sus manos sobre ella, miedo de las sensaciones que eso podría despertar en ella. Ahora se sentía tan floja como una muñeca de trapo. “Eso bastará,” dijo Tyler cerca de su oído. Lo dijo en voz baja, sintiendo su sangre latiendo a través de él, calentando su ingle y su corazón. Con la sensación de su piel cálida y suave bajo sus manos, era muy fácil para él imaginar cómo el resto de ella se sentiría. Y si no lo detenía ahora, su imaginación demandaría satisfacción. Tomó todo el autocontrol que pudo para evitar girarla hacia él y apartar su mano de donde tenía los extremos de la camisola fuertemente sujetos. Quería presionar besos en ese lugar tierno detrás de su oreja, para luego tomar sus labios de coral blando con los suyos, sentir el peso de su pecho en su mano— Intrigado por el sonido tenso de su voz, Libby se volvió un poco en la caja para mirarlo. Sus ojos eran de un azul humo, como si un fuego ardiese detrás de ellos, y él buscó su cara con una intensidad que ella nunca había visto antes, pero que reconoció fácilmente. Su aroma a limpio venció el olor áspero del linimento. Estaba sentado tan cerca…Mientras ella observaba, fascinada, cómo él había dejado que su mirada tocase la sombra de su escote y sus pechos, y luego viajase hasta su garganta. Cuando levantó los ojos para considerar su boca, la punta de su lengua salió para humedecer sus labios. Se inclinó un poco más y le tomó la barbilla con su mano para sostenerla como lo había hecho con la yegua en el corral. Podía sentir su aliento en la mejilla y las pestañas, íntimo, cálido. Sus labios rozaron la comisura de su boca, como si se estuviesen preparando para la toma completa de la misma— De pronto, desde las afueras de la pared de la fina lona, Libby oyó las espuelas que resonaban y la voz de Rory. “No lo he visto. Tal vez esté fuera montando por su cuenta—lo hace a veces.” Tyler soltó la mandíbula de Libby y se echó hacia atrás, como un hombre que despierta de un sonambulismo, sólo para encontrarse a sí mismo haciendo algo improbable. Cogió la botella de Cuatro-H y metió el corcho por el cuello. “Esto bastará,” repitió, sintiéndose malditamente torpe y excitado al mismo tiempo. Sabía que ella iba a ver la evidencia de su excitación tan pronto como él se pusiera de pie, pero no había otra forma de salir del vagón. Su única opción consistía en moverse rápidamente. Cogió el sombrero, murmuró: “Buenas noches, Libby,” y saltó del vehículo. Libby lo oyó correr hacia la clara noche, luego rebuscó en el baúl tratando de encontrar su camisón. Tyler había estado a punto de besarla, pensó. Y ella había estado a punto de dejarle. ¿Es que no había aprendido nada? El asunto del masaje de sus hombros la había distraído por completo. Se había sentido tan bien que casi se había olvidado de todo—tiempo, lugar y con quién estaba. Eso no volvería a suceder, se juró. No podía volver a suceder. Ella sólo tenía que llegar a Miles City, entonces cogería un tren y se alejaría de allí. Lejos de Montana, y de Hollins Tyler.

Pero cuando ella apagó la linterna y corrió hacia el montón acogedor de edredones que hacía de cama, la vista del cielo nocturno la hizo detenerse. Incluso Libby tenía que admitir que había una belleza salvaje en esa tierra que no había visto hasta que llegó a La Estrella Polar. A través de la puerta en arco de la tela del carro, vio unas estrellas tan brillantes que estaba segura de que su luz sería suficiente para ver. Ahí fuera, el tiempo y los horarios adquirían significados completamente distintos. La salida y la puesta del sol eran los cronómetros. De hecho, ella no había visto a nadie mirar un reloj en todo el día. Salvo a Tyler Hollins, por supuesto. Libby se dio la vuelta en la cama y tiró de las mantas hasta su barbilla. Los ruidos que provenían del ganado flotaban a su lado en la brisa de la noche, interrumpidos de vez en cuando por el aullido de un coyote. Esa noche, Chicago parecía tan remoto como la sobrecarga de estrellas encima de ella. Y tal vez un poco menos claro en su memoria.

E

l siguiente par de días transcurrieron como una borrosidad de hornos holandeses, fogatas, acarreos de agua y lavados de platos. El sueño de Libby se entrelazaba con los olores del ganado y el humo de la madera, y el sonido de las voces lejanas que cantaban a la manada. No podía decir que nadie le había mentido. Tanto Joe como Tyler le habían dicho que el trabajo sería duro, y tenían razón. Se levantaba a las cuatro todas las mañanas, y se lavaba con agua fría. La precaria privacidad que le proporcionaba el vagón le hacía pensar en el orfanato. Pero la peor parte era tener que bañarse dentro de un cubo. El agua de Montana era excesivamente espesa, y no importaba lo que ella usase, incluso su preciada pastilla de jabón francés de vainilla molida, Libby tenía problemas para conseguir espuma. Los platos, las medias y la ropa interior, ella misma—eran lavados en agua que todo jabón volvía de un color blanco lechoso. Pensó de nuevo en el comentario de Callie sobre su bañera de cobre con un sentimiento parecido al de los celos. Después de su baño, se apresuraba a vestirse en la fría oscuridad y luego bajaba del carro para encender el fuego y cocinar el desayuno. Curiosamente, parecía que no importaba a qué hora saliese de su dormitorio, siempre encontraba a Tyler despierto, bebiendo el café que él mismo se había servido de la cafetera que se quedaba en el fuego toda la noche. Él era el último en acostarse y el primero en levantarse. Dios, ¿es que el hombre nunca descansaba? Se preguntó. Tuvo que admitir, sin embargo, que era muy reconfortante verlo allí. Después del desayuno, con la manada siguiendo detrás de ella, Libby detendría el vagón en la siguiente parada que Tyler seleccionase. Cuando el fuego se alzaba, él se acercaba montando a caballo, pedía un cuenco—que ahora ella siempre tenía lleno de agua templada—y se lavaba y afeitaba. Era el cuarto día de un mediodía silencioso de primavera, Libby estaba en la mesa de trabajo, desplegando una corteza de pastel cuando lo oyó llamarla. “¿Libby?” Pronunció su nombre en voz tan baja, que sonó como si estuviera diciéndolo para sí mismo, experimentando la sensación de pronunciarlo. Ella se asomó por la esquina del vagón y lo vio de pie junto a la carreta. Se había quitado la camisa y la había dejado bajo un arbusto. Libby no podía dejar de admirar el plano largo y grácil de su espalda desnuda mientras miraba su perfil, el camino se curvaba ligeramente a la altura de sus hombros y la cintura, luego desaparecía a la altura de sus vaqueros ceñidos. Estaba inmóvil, como si estuviera esculpido en piedra. El único movimiento que detectaba era su cabello castaño agitado por el viento. Jabón de afeitar cubría la mitad inferior de su rostro, un sutil contraste para su propio color de piel, que se había vuelto repentinamente pálido. Su navaja colgaba de su mano en un costado, su brillante hoja reluciente bajo el sol del mediodía. Él no la estaba mirando. En cambio, su mirada estaba fija en algún objeto no muy lejos de sus pies. “Libby, ¿dónde está Rory?” Su tono era el mismo, tranquilo y firme, casi inaudible. Pero algo en él la asustó. “Está fuera, ha ido a buscar leña.” “Coge la escopeta, entonces.”

“¿Es-escopeta?” Seguía sin mirarla. “Coge la maldita escopeta y ponte detrás de mí por el lado izquierdo. Se lo más silenciosa y rápida que puedas.” Aterrorizada, Libby agarró el arma de la carreta. A pesar de todas las prácticas de tiro que había tenido que soportar, el suave y fresco metal era extraño para sus manos. Siguiendo sus instrucciones concisas, se movió tan rápida y silenciosamente como pudo, aproximándose a él por la izquierda. “Detente ahí. Estás lo suficientemente cerca.” Se detuvo a unos tres metros, fuera a su lado. Su corazón había empezado a latir en su pecho con golpes rápidos y pesados. “¿Qué—” “Calla,” ordenó, susurrando. “No hables.” Ella sólo lo escuchó una vez, un extraño zumbido. Pero entonces vio el objeto que había ocasionado un intenso escrutinio por parte de Tyler, a no más de un metro de distancia de su bota. Una serpiente de gran tamaño, enrollada entre unas rocas calentadas por el sol al lado de la rueda del carro, a punto de atacar. El final de su cola se asomaba ligeramente por encima de su longitud sinuosa, haciendo sonar el cascabel de su advertencia. Libby tragó un grito jadeante que se deslizó por su garganta. El objetivo la aterrorizaba, y sabía que era una tiradora terrible. Esto no era como disparar a las latas y las botellas antiguas de whisky en la parte posterior cerca del rancho. Cuando ella había fallado esos blancos, todo lo que había conseguido fue herir el orgullo y la paciencia de Tyler. En esta desesperada situación, ella estaba segura de que atravesaría el pie de Tyler con su tiro—simplemente no había suficiente espacio entre él y el reptil. Su corazón bombeaba más fuerte y sus manos se volvieron húmedas donde sujetaba la culata y el cañón. Oh, Dios, ¿por qué no es posible que alguien más competente haya estado aquí para ayudar? “Pero—” “Estás lo suficientemente cerca como para no fallar. Maldita sea, no pienses, ¡Sólo dispara!” El siseo creció más fuerte y amenazador y Libby supo instintivamente que la enorme criatura había emitido su advertencia final. Un segundo más tarde, atacaría, hundiendo sus colmillos profundamente en la pierna de Tyler. Con esa imagen en su mente, su miedo desapareció y una especie de reflejo enojado y protector se apoderó de ella. Levantó la escopeta, apuntó lo mejor que pudo, y apretó el gatillo. La explosión de fuego inició la acción de nuevo en su hombro, y dio lugar a una nube de humo azul sulfuroso que momentáneamente nubló su vista. El silencio que siguió fue tan completo, que ni siquiera la hierba crujía con el viento. Libby miró frenéticamente hacia atrás y hacia adelante entre Tyler y donde había visto a la serpiente de cascabel por última vez. No sabía si la había dado, o a Tyler, o éste habría sido mordido por el animal. Todo sucedió en un abrir y cerrar de ojos, pero se sentía como si el tiempo y los acontecimientos se estuviesen moviendo tan lentamente como en un sueño. Todos los detalles de lo que la rodeaba se acentuaron—la lona grisácea del vagón, el brillo de la navaja de Tyler a través del humo, el pañuelo sobresaliendo de su bolsillo trasero. “¡Tyler!” Gritó. “¿Estás bien?”

Él se volvió hacia ella, las mechas de su pelo relucientes bajo el sol. “Sí,” suspiró. El alivio hizo que sus brazos y piernas se sienten como el plomo. Sostenía la escopeta en un fuerte agarre, como si su vida dependiese de ello. Incluso podía detectar el olor metálico del largo cañón. Él se acercó y le tocó el brazo. Sus ojos eran sorprendentemente azules en contraste con su palidez. Sudor corría por sus sienes y se mezclaba con el jabón restante de su cara. “Muy buen tiro, Libby.” Él agitó una mano temblorosa en dirección a la serpiente decapitada. Libby miró y tragó saliva. Comenzó a reaccionar entonces, sintiendo escalofríos que se precipitaban sobre su cuerpo en oleadas, lo que hizo que su piel se erizara. Por ningún motivo que se le ocurriese, las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos. Tyler la miró a la cara. Se limpió el jabón de la mandíbula con la toalla. Le quitó el arma de las manos, y lo apoyó en la rueda del carro. Luego puso un brazo alrededor de sus hombros. “N-no sabía si p-podría hacerlo—” Ella se volvió y pasó una mano por sus ojos. Su voz temblaba, sus miembros temblaban y no podía hacer nada para que no fuese tan evidente. Él estaría pensando que ella era la mujer débil e inepta que siempre pensó que era. Pero era infinitamente reconfortante—e inquietante al mismo tiempo—estar dentro de ese medio abrazo. “Siempre había fa-fallado antes—” “Shhh…Está todo bien, Libby.” El timbre de su voz había cambiado, y él le habló justo al lado de la oreja. “Shhh.” Era el mismo tono tranquilizador que había usado cuando le vendó la mano aquella noche en su despacho. Luego se acercó más y puso sus dos brazos alrededor de ella. Libby se derritió contra él. Ella había tenido tan poco consuelo en su vida. Creciendo con docenas de otros niños en el orfanato, había sido alimentada, vestida y provista de una educación básica. Pero los abrazos habían sido escasos y muy poco frecuentes. Cuando él presionó la mejilla de ella contra su hombro caliente, desnudo, ella juró sentir sus labios rozando su sien. “P-pero yo podría haberte disparado en su lugar.” Separándose de ella levemente, levantó su barbilla para hacer que le mirarse y la sonrió con una sincera admiración. “Sí, pero estaba dispuesto a correr ese riesgo. Además, hubiese apostado a que le darías a la serpiente. ¿Y ves? Lo hiciste. Le arrancaste la cabeza.” Ella vislumbró a la criatura de nuevo. “Sí, supongo que lo hice.” Él la pasó a uno de sus brazos, manteniéndola cerca de sus costillas, y acarició su hombro. “Claro que lo hiciste. ¿Sabes? Te has ganado el cascabel de la serpiente, si lo quieres.” Ella sacudió la cabeza con vehemencia. “Dios, no.” Él sonrió de nuevo, era tan agradable como una de las sonrisas que les daba a Rory y a Callie. “Si estuviéramos de vuelta en Texas, tendríamos guiso de serpiente de cena.” “¡Guiso de serpiente!” Ella hizo una mueca. “N-no si yo tuviese que prepararlo. Yo-yo no tendría esa cosa en mi cocina.” “Noah Bradley se sentirá muy decepcionado al oír eso. Al igual que un par de los otros hombres del sur de Texas.” Levantando la navaja cerrada, la miró como tiritaba en su agarre, y una sonrisa irónica se le escapó. “Tal vez esperaré hasta la noche para afeitarme. En este momento, probablemente fallaré y me

cortaré la garganta.” Tyler se consideraba afortunado. Había tenido sustos con serpientes de cascabel antes, pero siempre había llevado encima su revólver, o tenía un arma cerca. Se sentía increíblemente estúpido ahora por haberse quitado el cinturón de su pistola al igual que la camisa. ¿Dónde demonios había dejado la cabeza? Si Libby no hubiese estado allí— “Sabes, probablemente me has salivado la vida.” Admitió un poco a regañadientes. Ser defendido por una pequeña mujer de ciudad como ella—maldita sea, Joe se lo estaría recordando de por vida. “Yo sólo disparé a la serpiente de vez de a ti,” le recordó ella con una risita. “Podría haber sido mucho peor.” El color estaba volviendo a su rostro. Por un momento, Tyler se había preocupado de que fuese a desmayarse. Pero probablemente esa no sería Libby. Estaba empezando a creer que Joe estaba en lo cierto sobre ella—tal vez era más fuerte de lo que parecía. “Bueno, me has salvado de que me atacase, de todos modos. Y de que me cortase afeitándome.” Él dibujó la marca de una X en el aire con su navaja de afeitar, y luego la guardó en su cinturón. Volviendo su mirada hacia ella, su sonrisa se desvaneció. Buscó en su rostro. Era pequeño, terso y se veía hermoso bajo el suave sol de abril. Sus ojos estaban enmarcados por largas pestañas que eran mucho más oscuras que su cabello color miel. Como un acto reflejo, apretó su brazo alrededor de ella y poco a poco llevó sus dedos hasta su mejilla. Sus pechos, pegados a su lado, se sentían suaves y llenos. Dejó que sus ojos cayesen sobre su húmeda boca, que también se veía suave y llena, y trató de recordar la última vez que había besado a una mujer. Le parecía una tontería pensar en eso, teniendo en cuenta el hecho de que solía dormir con una mujer que le daba un alegre, desinhibido, acceso a su cuerpo. Pero Callie no le dejaba ni a ningún otro hombre, que la besase. Por razones que sólo ella sabía, pensaba que era un intercambio demasiado íntimo, se tratara o no, de uno de sus “caballeros regulares.” Tyler nunca lo había entendido. Para él, era sólo un acto físico. Pero ahora, sujetando a Libby entre su brazo y costado, pensaba que tal vez sí lo entendía. Cubrir su boca con la de ella, en este caso, significaría mucho más que un toque casual de los labios, y se moría de ganas de hacerlo. Pero le daba miedo. Su asociación se acabaría de una de dos maneras—o bien ella subiría al tren en Miles City, o se casaría con Charlie. De cualquier modo, se iría pronto, y sería bueno dejar el curso de los acontecimientos tal cual estaba pensado. Ni siquiera estaba seguro al cien por cien que dejarla marchar fuese algo bueno. Pero sabía que era lo correcto. “Bueno, supongo que será mejor que vuelvas a lo que fuese que estuvieras haciendo,” dijo él, soltándola. Libby deseó que no lo hubiese hecho. No importaba lo inapropiado que esa noción en su mente fuese, podría estar de pie con su brazo alrededor de ella toda la tarde. Tyler era fuerte, inflexible—como una roca—y le hacía sentir más tranquilidad de lo que ella hubiese imaginado. Y aunque su conocimiento de tales cosas sólo se limitaba a Wesley, ella juró que había estado a punto de besarla. La idea era cálida y tentadora, y trajo fuego a sus mejillas. No. Basta de tonterías, se reprendió, y se apartó de él, retrocediendo cuatro o cinco pasos. No era solamente que ella y Tyler Hollins seguirían sus respectivos caminos en unos pocos días. Él era su

empleador, su empleador, al igual que Wesley Brandauer lo había sido. Bueno, quizá no exactamente igual. Éste había sido egoísta y arrogante a veces, y había sabido halagar sus encantos y así lograr sus propios beneficios. Pero Tyler no era calidez ni seguridad, al menos no para ella, y no necesitaba su fuerza. Había llegado hasta allí por su cuenta, podría manejarse sola el resto del camino, también. Se metió las manos en los bolsillos de su delantal, de repente sintiéndose incómoda. “Sí, estoy segura de que los hombres querrán comer pronto. Será-será mejor que vuelva a mi trabajo.” Se inclinó para recoger la escopeta. “Guardaré esto.” Rory llegó montando a caballo, a continuación, con una pila de leña atada a la parte trasera de su silla. “Me ha parecido oír un disparo,” dijo él, mirándola, y luego a Tyler. “¿Has estado practicando tiro al blanco, señorita Libby?” “Creo que se podría decir así,” dijo ella con una risa temblorosa. Tyler, poniéndose la camisa, la miró con una sonrisa cómplice. “Y su puntería ha mejorado, Rory. Ha mejorado mucho.” El incidente del tiroteo se extendió rápidamente a través de los hombres. Habiendo sido testigo de los fallos de tiro de Libby en el valla del rancho, todos la felicitaron por su puntería, e hicieron bromas sobre el peligro de una mujer con un arma. Joe se ofreció a hacerle una banda de sombrero con la piel de la serpiente y unos diamantes, pero ella rehusó. “Bueno, demonios—¿no vamos a cenar serpiente?” Preguntó Noah Bradley. Bajó la vista hacia su plato de estaño de panceta de cerdo, manzanas fritas y galletas. Aunque el sol estaba bajo en el cielo, su sombrero le proporcionaba una sombra sobre sus ojos. “He estado deseoso de comer serpiente de cascabel desde que me enteré de lo de esta tarde.” Unos cuantos murmullos decepcionados, le habían hecho llegar la noticia desde la parte final de la fila de comensales, tal como Tyler había predicho. “Lo siento, Noah.” Libby negó con la cabeza. “Estoy tratando de aprender a hacer café que os permita poner una cuchara de pie sobre él, si eso es lo que queréis, y galletas casi tan grandes como las tapas de las cacerolas. Pero me niego a cocinar serpiente para la cena.” “Sin faltarte al respeto, señorita Libby, pero no estamos acostumbrados a unas comidas tan civilizadas en Texas.” Al igual que muchos de los vaqueros, Noah estaba muy seguro de sí mismo, aunque le faltaba un poco de la naturaleza bondadosa de Charlie, o de los dignos modales de Joe. Pero era generalmente respetuoso en el poco trato que ella había tenido con él. Y ella sabía que él y Charlie eran amigos. “Abajo en el Río Nueces comíamos serpiente y lagarto.” Él sonrió, y su rostro cayó en una intemperie de arrugas que parecían fuera de lugar en un hombre tan joven. “Te contaré toda la historia si vienes a dar un paseo conmigo después de la cena.” Eso era lo último que ella quería hacer, pero antes de que pudiera negarse, Charlie, quien estaba llenando su copa en el barril de agua, intervino. “La señorita Libby no quiere ir a dar un paseo contigo, Noah.” Se acercó más, su rostro, por lo general amable, se ensombreció como una tormenta se cierne sobre las montañas. Inmediatamente el aire crujía por la tensión entre los dos hombres.

Noah le dio una mirada fría. “Tal vez quiera hacerlo. ¿Quién ha muerto que te ha dejado el puesto de jefe, Charlie?” Libby no tenía intención de ir a ninguna parte con Noah Bradley, pero podía imaginar que la escena se iba a poner cada vez más fea, y ella se negaba a ser el centro de una discusión como un hueso entre dos perros. El enamoramiento de Charlie, o lo que fuese, lo había despojado de todo sentido común. “Disculpad, si yo pudiera decir algo—” Los dos hombres la ignoraron. Charlie clavó un dedo en el hombro de Noah. “La señorita no es una de esas muñequitas del salón de baile a las que estás acostumbrado. Ella es una dama.” La cara de Noah se puso roja de ira, e hizo un gesto para apartar su hombro del dedo de Charlie. “La dama puede decidir por sí misma si quiere dar un paseo. ¿Qué sabes tú de damas, de todos modos, Charlie? Te has tenido que costear una desde hace años,” dijo, empujándole hacia atrás. “Charlie—Noah, ¡Basta!” Exigió Libby, pero si alguno de ellos la oyó, no había indicios de ello. Ella retrocedió. Estaban cara a cara, y vio la mano derecha de Noah cerrarse en un puño. Alrededor de la hoguera detrás de ella, se dio cuenta de que todos los hombres habían dejado de hablar y de comer. Miró a su alrededor tratando de divisar a Tyler o a Joe, pero no veía a ninguno de ellos. De repente, la mano de Charlie voló debajo del plato de Noah, lanzándole el cerdo y las manzanas a la cara y sobre su camisa. Después del shock inicial, el fuego ardía en los ojos de Noah. “¡Hijo de puta!” Con la energía furiosa de la humillación, se arrojó sobre Charlie y los dos cayeron al suelo, rodando y luchando como un par de leones enfurecidos, ninguno capaz de tirar de un brazo lo suficientemente hacia atrás como para lograr propinarle al contrario un puñetazo eficaz. Un sombrero caído sobre la hierba, fue llevado por el viento. Todos los hombres presentes abandonaron la cena para ver la pelea, y vitorear a los combatientes. “¡Cuidado con los ojos, Noah!” “¡A la izquierda, Charlie, a tu izquierda!” Incluso Rory, con los ojos abiertos y sonriendo, gritó, “¡Dale duro, Charlie! ¡Enséñale cómo se hace!” “Rory”, exclamó Libby. “¡No los animes!” De vez en cuando, un golpe exitoso era propinado y el sonido de un puño chocando contra una cara producía un ruido repugnante. Ella se movía alrededor del grupo desde fuera, como un testigo horrorizado, hasta que logró abrirse paso entre un par de vaqueros. “¿Podría alguien por favor separarlos?” Exigió ella, tratando de hacerse oír por encima de los chillidos y gritos de los espectadores. Sonaban tan entusiastas como los espectadores de un combate de boxeo. “Hickory, ¡Haz algo al respecto!” “Oh, sólo se están divirtiendo un poco, señorita Libby,” dijo Hickory Cooper, imitando los golpes sin mirarla. Frustrada por ser ignorada, y empujada hacia atrás y hacia adelante, gritó: “¿Es que nadie va a hacer nada para evitar que se maten?” “Sí, ¡Maldita sea! Yo los detendré ahora mismo. “Una voz enojada tronó por todo el campamento, y Libby se volvió para ver a Tyler avanzando como una locomotora con largas piernas y espuelas. Joe

estaba justo detrás de él. Tyler parecía cansado y profundamente disgustado, como si eso fuese lo peor que se podía haber esperado de un día particularmente difícil. Furia fue vertida fuera de él en ondas que se dispersaron sobre los hombres como el grano en una tormenta de granizo. Incluso Libby pensaba que parecía una figura aterradora. “Malditos idiotas atolondrados,” Joe gritó en voz baja. “Levantad el culo del suelo y empezad a comportaos, o ambos os iréis lejos de aquí esta misma noche con vuestras pagas.” Él y Tyler levantaron a ambos hombres por el cuello de sus camisas. “Pero, Tyler—” Protestó Rory. “Rory,” respondió él con advertencia, indicando con su tono de voz que sería mejor que se estuviese callado. “Charlie, ¿no se supone que debías estar con la manada?” “Sí”, refunfuñó entre respiraciones, y tiró de su camisa sucia y manchada de hierba. Luego tomó su sombrero de Bean, quien lo había recuperado, y se lo puso. Su ojo estaba inflamado, al parecer uno de los puños de Noah lo había golpeado. “Noah, sigue con lo que se supone que deberías estar haciendo,” ordenó Tyler. “El resto de vosotros, haced lo mismo.” Con la nariz sangrando y chorreando por la parte delante de la camisa, Noah salió corriendo por el campo. Libby volvió a su puesto en el vagón, tanto agitada como enfadada con Noah y Charlie, deseando poder darles un pedazo de su mente. No podía creer que aquellos dos habían rodado por el suelo y se había dado puñetazos el uno al otro como unos—¡Salvajes! Nunca había visto algo así en su casa. Sí, probablemente sucedía todo el tiempo, pero no justo debajo de sus narices. Entonces decidió que ser gritada por Tyler y Joe era suficiente castigo. Vertió un poco de agua caliente en la palangana y comenzó a lavar los platos y utensilios con jabón que no haría espuma. Y por primera vez desde que se habían ido, ella se encontró pensando en La Estrella Polar en lugar que en Chicago. Tyler miró a su cocinera. A pesar de todas las dificultades con la que había tenido que lidiar a lo largo del día—la serpiente de cascabel y la pelea sólo habían sido dos de muchas—se dio cuenta de que regresar al campamento y verla ahí le había levantado el ánimo un poco. “Esos muchachos son buenos amigos. ¿De qué demonios iría todo eso?” Preguntó Joe, mientras que él y Tyler caminaban hacia la remuda. Tyler miró hacia la pequeña figura con delantal de Libby mientras ella le entregaba a Rory una galleta caliente y lo que parecía ser el comienzo de una reprimenda. “Tengo la sensación de que sé exactamente de qué se trataba.” Tyler no añadió que estaba empezando a entender cómo Charlie y Noah se sentían. ••• Más tarde esa noche, Tyler se quitó las botas y extendió su saco de dormir al lado de la carreta. La fogata ardía a fuego lento, las llamas alzándose suavemente de vez en cuando. A su alrededor, otros ocho

hombres agotados dormían, roncaban y soñaban, pero Tyler sólo podía pensar en la mujer en el carro junto a él. Vivir en el sendero era duro para cualquiera—estar limpio era casi imposible, las condiciones eran duras y las comodidades eran pocas. A los hombres no les importaba tanto. Podían dormir casi en cualquier lugar y a cualquier hora. Si una o dos semanas pasaban sin un baño, no era el fin del mundo para ellos. Tyler se ponía la ropa todas las mañanas y se dejaba caer bajo un arroyo de agua congelada sin pensárselo dos veces. Las mujeres, por otro lado, no estaban predispuestas a disfrutar de ese tipo de vida. De alguna manera, sin embargo, a pesar de todos esos obstáculos, Libby lograba mantener ese olor dulce y su cabello brillante. Como si la imagen en su mente lo hubiese invocado, Tyler oyó el chapoteo del agua desde el interior del vagón y sabía que ella tenía que estarse lavando. Hasta el momento, Libby Ross no había demostrado ser la carga que él había imaginado que sería. Había aprendido a manejar ese equipo de mulas sin mucho entrenamiento ni práctica; alimentaba a los hombres con buena comida desde hacía ya tiempo, en unas condiciones que él sabía, no estaban acostumbrados. Ella había hecho todo lo posible por tratar de detener la pelea de esa tarde, aunque los cabezas huecas no le hicieron ningún caso. Sonrió en la oscuridad al pensar en ella con su calibre doce apuntando hacia la serpiente. Él no se atrevía a decirle que medio esperaba que realmente le disparara a su pie, y que al menos esperaba que la explosión asustase a la serpiente. No, ella aguantaba cualquier cosa y hacía su trabajo, no había forma de negarlo. Encontró cómo su resentimiento y desconfianza estaban derivando hacia un creciente respeto. Era su vulnerabilidad, el susurro de la tragedia que percibía en ella, lo que le hizo pensar. Pensando en la pelea de nuevo, y en la razón que la había causado, sintió un nudo en el estómago. ¿Y si ella se casaba con Charlie? No había visto nada entre ellos—no el rubor de una niña, no tímidas miradas por parte de ella—para creer que ella lo aceptaría. El hecho de que Charlie se estaba comportando como un ternero enfermo de amor tampoco le decía nada. Él mismo se había sentido así una o dos veces en su vida. Y afortunadamente, se había recuperado. Cuando se recostó contra la silla y miró hacia el cielo nocturno, un profundo suspiro se le escapó. Ya fuese por el alivio de finalmente acostarse después de un infierno de día, o por el peso de sus pensamientos, no estaba seguro. Hacer de vaquero a lo largo del sendero era el trabajo más duro que conocía, debido principalmente a la falta de sueño que acarreaba tal trabajo. Una vez, hace años ahora, un viejo le había dicho que si quería participar en el sendero, será mejor que aprendiese a dormir durante el invierno. Excepto que Tyler no quería ser un vaquero. Se había trazado una vida muy diferente para sí mismo, pero el tiempo y el destino intervinieron para ponerlo en ese camino. Él no se lamentaba por ello, exactamente. Le encantaba La Estrella Polar y había dado todo lo que tenía, incluyendo a la frágil y hermosa Jenna. Y algo dentro de él había muerto a lo largo del camino. Vio un par de estrellas sobre su cabeza chisporrotear en blanco y azul. En ese silencioso, cubierto de nieve, amanecer de noviembre cinco años atrás, se había sentido como si el dolor y esas estrellas distantes y frías, fuesen todo lo que le quedaba. Y se había sentido así durante un largo tiempo—un tiempo durante el

cual una fuerte helada había permanecido en su alma, dejando a todos fuera de ella. Con el tiempo, se cansó lo suficiente de su soledad como para disfrutar de la tranquila compañía de Callie Michaels. Eso había sido suficiente hasta ahora. Pero estaba empezando a darse cuenta de que la sencillez de su relación con ella también podría ser un inconveniente. Distraídamente, tocó uno de los ejes de la rueda del carro detrás de su cabeza y miró hacia la lona. La capa de hielo en su espíritu estaba empezando a derretirse. Qué habría debajo, después de todo este tiempo, lo desconocía. ••• A la mañana siguiente Charlie se acercó a Libby y se disculpó por su participación en la pelea, diciendo que esperaba que el incidente no hubiese disminuido su opinión sobre él a tan bajo grado para hacerle dejar de considerar su propuesta. Ella no tenía el valor de decirle que había considerado su propuesta y la había rechazado una media hora después de que él se la hubiese hecho. Sin embargo, quisiese o no, Libby no podía permanecer enfadada con él. Se veía tan abatido frente a ella con un ojo morado de primera clase, retorciendo el ala de su sombrero entre sus manos, que ella no tuvo más remedio que perdonarlo. Su rostro se iluminó de inmediato. “Pero, Charlie,” advirtió suavemente: “Creo que es justo decir que todavía planeo subirme a ese tren —” Él levantó la mano para detener sus palabras. “Vamos, vamos, señorita Libby, esto no ha terminado todavía. Sigue pensando en ello hasta que lleguemos a Miles City.” Entonces, sonriente, se puso el sombrero y se dirigió hacia su caballo. Mientras ella observaba cómo se alejaba, tuvo que sonreír también. No sería fácil decirle que no podía casarse con él. Noah Bradley, por otra parte, estuvo en silencio durante todo el desayuno. No habló con Libby y mantenía una distancia evidente con Charlie cuando los dos estaban en el campamento, al mismo tiempo. Mientras que ella no había hecho nada para alentar sus atenciones hacia ella, le molestaba ser consciente de que su amistad había sido puesta en peligro por su culpa, especialmente cuando ella no tenía ningún interés por ninguno de los dos. Libby no vio mucho de Charlie ni de Noah después de eso. La manada estaba nerviosa y al borde del pánico, había oído a Joe decirle a Bean. Les llevaba todos sus esfuerzos mantener a los animales a raya. Una de las cosas que ella había notado, sin embargo, era a Tyler observándola. Parecía que en cualquier momento ella estaba dentro de su campo de visión, y si miraba en su dirección, se lo encontraba mirándola hasta que se daba cuenta que había sido descubierto. Por alguna razón, ver un atisbo de esos ojos azules hacia ella le hacía sentir un calor en sus mejillas de un modo que la dulzura de Charlie—o las egoístas palabras de Wesley—no habían logrado. Y a pesar del severo sermón que se reproducía cada dos por tres en su mente, se encontraba a sí misma buscando a Tyler, también. A última hora de la tarde después de la pelea, Charlie trotó al lado del carro de Libby, y le hizo señas para que se detuviera. “Se aproxima una tormenta. Una muy fuerte.” Señaló por encima de su hombro. Libby tiró de las riendas para detener a las mulas y se inclinó para mirar el cielo del noroeste. El aire se había vuelto mortal, y una pared de nubes negras verdosas se cernía sobre el horizonte. Detrás de ella,

oyó al ganado quejarse nerviosamente, y a los caballos inquietarse. A pesar de que la puesta de sol estaba todavía una hora de distancia, la tierra se oscurecía por minutos, y Libby podía oler la lluvia. Una fuerza inmensa estaba cobrando fuerza en esas nubes negras. Joe y Tyler llegaron cabalgando, entonces, y miraron hacia la manada. “Maldita sea, justo lo que necesitábamos,” se quejó Tyler, su expresión sombría. “¿Qué debo hacer?” Preguntó Libby. Ella era la única persona que no tenía trabajo pendiente ante tal emergencia. “¿Debo parar aquí?” Sabía que sonaba asustada, pero no podía ocultar el temblor de su voz. Tyler no apartaba la mirada de la manada ni del cielo amenazante. “Es mejor que entres en el vagón. No podrás cocinar con la lluvia.” Entonces ordenó a su caballo que siguiese hacia adelante. Joe tiró de los dobladillos de sus guantes. “Bueno, vamos, Charlie, permanezcamos juntos. Me alegro de haber cruzado el río esta mañana. Después de esta lluvia, va a ser más caudaloso que nunca.” Hizo girar a su caballo y siguió a Tyler. Charlie se inclinó hacia ella desde su silla de montar, y en ese momento, llevó todo su honesto corazón hacia su rostro. Ningún hombre había mirado nunca a Libby de esa manera. “Me gustaría poder quedarme aquí y cuidar de ti. No es justo que tengas que valerte por ti misma—” Desde la distancia, Libby oyó la tensa voz de trueno de Tyler. “¡Charlie! ¡Vamos, maldita sea! Tenemos que mantener a la manada junta.” En ese momento un relámpago en zigzag se arqueó hacia abajo desde el cielo con un zumbido explosivo, iluminando brevemente el campo en un deslumbramiento. Libby saltó, abriendo la boca ante tal estrecha proximidad del rayo. Pandemonium estalló entre el ganado detrás de ellos. El retumbar de los cascos de la especie bovina compitió con el retumbar del siguiente trueno, a la vez que todos los animales echaron a correr, dando un giro general por la derecha de Libby. Charlie miró por encima de su hombro, y luego a Libby en una agonía de remordimiento. Si había aprendido algo de esos hombres era que el bienestar de la manada estaba por encima de cualquier otra cosa, incluyendo sus propias vidas. “Dios, van corriendo hacia un precipicio. Tengo que conseguir que regresen. Te veré cuando todo esto termine,” gritó por encima del estruendo. “¡Mantente a salvo!” Empujó su sombrero hacia abajo y galopó para unirse al resto del equipo y ayudar a hacer retornar al asustadizo ganado. Libby miró hasta que él y su caballo desaparecieron por detrás de su vagón. Otro cruce de un rayo serpenteó hacia abajo desde las nubes, esta vez más cerca, y su equipo de mulas se tambaleó hacia adelante y empezó a correr, también. Un trueno sacudió la tierra y el cielo se abrió, soltando torrentes de lluvia impulsados por un viento feroz. Con su vista empañada por el aguacero de amarre y las nubes de tinta negra, Libby tiró frenéticamente de las riendas para detener las mulas fugitivas. Pero fue inútil. El agua corría en arroyos desde el ala de su sombrero, obstruyendo cada vez más su visión. “¡Whoa! ¡Alto! ¡Por favor, parad!” Gritó, su corazón latía en la base de su garganta. El equipo la hizo saltar a ella y la carreta sobre baches y obstáculos a una velocidad para la que el vehículo no había sido diseñado. Crujía y traqueteaba mientras volaba sobre el terreno áspero, y detrás de ella, Libby oyó latas y tarros siendo golpeados contra las paredes del vagón. Atrapada por una ráfaga de viento, el sombrero

voló de su cabeza, y por un instante sus cuerdas se cernieron tirantes alrededor de su cuello. En un par de ocasiones, el carro se inclinó precariamente hacia un lado, casi volcando. Con su corazón casi paralizado por el miedo que la corroía, Libby luchó para mantenerse en su asiento sin soltar las riendas. No tenía ningún problema para imaginarse siendo arrojada desde el asiento del resorte, y su vida terminando abruptamente al romperse el cuello. Por último, con una explosión de fuerza nacida del absoluto terror y el instinto de supervivencia, tiró de las cuerdas con cada fibra de su voluntad y de su cuerpo. Sus brazos se sentían como si se fuesen a rajar por sus muñecas y sus codos, y a pesar de los guantes, las riendas de cuero se clavaron en sus manos. “¡Deteneos, malditas!” Libby maldijo a las mulas, con la voz en un cruce entre un gruñido y un grito. Pero funcionó—el equipo se detuvo, sus lomos empapados por la lluvia, agitados. La propia respiración de Libby derivó en unos profundos jadeos sollozantes, mientras miraba a los animales. ¡Oh, Dios mío! Pensó. Echó el freno y puso las riendas alrededor de él, y luego envolvió sus brazos alrededor de sí misma por un momento. Su cuerpo entero se sentía débil y vacío, de la adrenalina corriendo por ella. Miró a través del velo gris de la lluvia, tratando de averiguar dónde estaba, pero nada le resultaba familiar, y la noche se acercaba rápidamente. ¿Cómo diablos iba a encontrar su camino de regreso al campamento? Ni siquiera podía discernir entre este y oeste—el cielo estaba igual de gris oscuro en todas las direcciones que se veían. Pero no podía quedarse ahí. Tenía que intentarlo. Después de que ella y las mulas recuperaron el aliento, Libby tomó las riendas y volvió el carro, en la dirección que ella creía que había venido. Tenía que volver al equipo antes del atardecer. Esos hombres tenían que estar muertos de hambre después de un día tan infernal, y más que eso, no quería estar ahí, en ese vasto país, salvaje, sola en la oscuridad. Pero no había señales distintivas que ella pudiese recordar de su primer paseo vertiginoso hasta allí. Y las nubes bajas y la lluvia cayendo como sábanas, acortaban el horizonte considerablemente. Recorrió el prado empapado, tratando de encontrar un caballero de pelo castaño; seguramente incluso si esa tormenta presagiaba el fin del mundo, Tyler Hollins aún estaría ahí, montando su caballo y cuidando de todos los detalles. Era su manera de ser—era fuerte, capaz, inmutable, como el granito. Si bien esos mismos rasgos le hacían parecer molestamente distante y sin emociones, también ella encontraba consuelo en ellos. Según los kilómetros y los días del viaje pasaban, más y más a menudo Libby levantaba la mirada de las orejas de las mulas en busca de su espalda recta por delante. Y él estaba casi siempre presente. Pero ahora se encontraba sola, con un cielo que cada vez tocaba más la tierra. Libby no podía decir por dónde se estaba poniendo el sol. No veía el rebaño por ninguna parte, ni siquiera un vaquero. Libby se sentía como si fuera la última persona sobre la faz de la tierra. Había conocido ese tipo particular de desolación sólo una vez antes, y había sido aquí, en Montana, cuando el viento gemía y la nieve era profunda… Dejó que las mulas anduviesen lentamente hasta detenerse. No había ningún sentido ahora en tratar de

moverse de allí. Acabaría estando más irremediablemente perdida. Su único recurso era esperar hasta la mañana del día siguiente. Tal vez el tiempo abriría entonces. Pero ahora la lluvia estaba derivando a un fuerte, impulsado por el viento, granizo, y ella pasó por encima del asiento hacia el refugio de la carreta. Se había quitado su abrigo de montar antes, y lo había tirado a la parte trasera, arrullada por la suave tarde de primavera. Ahora sus ropas estaban completamente empapadas. Cayendo sobre el montón de sacos de dormir, Libby se estremeció en la oscuridad creciente, mientras que el granizo y la lluvia golpeaban la lona del vagón. La escopeta—ella debía tener la escopeta con ella, pensó nerviosamente. Por si acaso. Se quitó los guantes y el sombrero, y se arrastró sobre la cama, buscando la linterna que colgaba en la parte posterior del vagón, con la esperanza de que no se hubiese caído del gancho. Cuando sus manos se cerraron alrededor del globo de cristal, ella rezó para que al menos una cerilla en el bolsillo de su delantal, estuviese todavía seca. La cabeza de azufre brillaba ya a la luz deslumbrante de queroseno, cuando Libby cogió la escopeta y una caja de balas con sus temblorosas manos. Gracias a Dios, Tyler había insistido en que ella aprendiese a disparar esa cosa. Seguía pensando que haberle dado a esa serpiente de cascabel había sido más suerte que cualquier otra cosa, pero tener la pistola en su regazo la haría sentir un poco más segura. El rayo había cambiado de lugar, pero la tormenta seguía aullando a su alrededor. El cabello le caía en largas, húmedas madejas por el cuello y la espalda. Apartando sus faldas húmedas y frías lejos de sus piernas, Libby trató de pensar en una razón convincente para no sentir lástima de sí misma. Pero teniendo en cuenta sus circunstancias miserables y su miedo creciente, no pudo encontrar ni una sola. Lágrimas calientes llenaron sus ojos, y comenzaron a brotar porque no podía pensar en ninguna razón para detenerlas, tampoco. ••• Tyler miró hacia el atado, bien conducido ganado, con una sensación de profundo alivio. Puede que todavía tuviese que reunir unas pocas cabezas—no había tenido tiempo de contarlas todavía. Pero al menos habían sido capaces de hacerlas volver antes de que se cayesen por el precipicio. “Jesucristo,” suspiró Joe a su lado. “Eso ha estado un poco demasiado cerca para mí.” La lluvia continuaba cayendo sobre ellos, pero la parte más ruidosa de la tormenta había pasado al oeste hacia las montañas. Tyler asintió y echó la cabeza hacia abajo para drenar el anillo de agua que se había acumulado en el ala de su sombrero. Por lo menos, había sido capaz de coger el impermeable de la parte posterior de su silla antes de comenzar a perseguir al ganado, por lo que no estaba tan mojado como algunos de los hombres. “Esperaba que pudiéramos conseguir atravesar la unidad del sendero sin ninguna estampida. Debería haberlo pensado mejor.” Vio como Rory pasaba por delante de todo el ganado para atar con una cuerda a un buey que estaba tratando de escapar. Joe se inclinó hacia adelante y apoyó sus antebrazos sobre la silla. “Sí, y esta manada sigue estando bastante nerviosa. Creo que todos vamos a tener que intentar descansar esta noche. Tal vez si deja de llover, la señorita Libby podrá poner en marcha la cafetera.”

Tyler finalmente encontró una razón para sonreír. Con un poco de resistencia, Libby había aprendido a hacer el tipo de firme brebaje de alquitrán negro que los hombres querían. Ella se había negado a ceder, sin embargo, cuando el hermano de Hickory, Possum, le pidió que echarse un clavo oxidado en él para “darle sabor.” “Un café ahora suena de maravilla. Me pregunto cómo de lejos estaremos de la carreta.” Él miró a su alrededor en la luz menguante, en busca de la cubierta del vagón de lona blanca. “No lo veo,” dijo, mientras que una sensación de temor se cernía sobre él. Joe se volvió en su silla y miró también. “No nos hemos alejado tanto en absoluto. Hemos sido capaces de devolver el rebaño casi hasta el lugar donde comenzó la estampida.” Se puso de pie en los estribos y examinó la llana pradera de nuevo. Los ojos de ambos se encontraron, y él negó con la cabeza. “Ella no está aquí, Ty.” Si Joe lo decía, él sabía que era verdad. Joe se había pasado toda la vida al aire libre y podía llegar prácticamente a todos los terrenos por distantes que estuviesen, muchas veces lo parecía así. “Las mulas podrían haberse asustado por la tormenta y haber echado a correr,” sugirió Joe. “Iré a buscarla.” Una imagen preocupante se formó en la mente de Tyler, de un vagón volcado, de delicados huesos rotos, de un cabello mojado y enmarañado derramado a través de la húmeda hierba— “¡No!” Espetó él. “Uh, no, quédate tú con la manada, Joe. Ella es mi responsabilidad, yo iré a buscarla.” Pero en el rincón más tranquilo de su corazón, Tyler sabía que su sentido del deber no tiene nada que ver con eso. Se agachó y buscó su rifle en su funda, entonces trató de palpar su pistola en la cadera izquierda. Tenía suerte de tener las dos armas, todavía. Huh, tenía suerte de que no lo hubiesen matado. Incluso los más verdes novatos sabían que tenían que dejar sus armas de fuego y cualquier otra cosa de metal, en el vagón durante una tormenta eléctrica. Con las prisas, se había olvidado. Maldita sea, debería haberse dado cuenta de que algo así le podía haber pasado a Libby. No tenía experiencia tratando de controlar a un equipo fuera de control. Pero la verdad del asunto era que eso mismo le podría haber sucedido a Rory, a cualquiera. Ahora, trataba de evitar que su temor por la seguridad de Libby le robase todo su sentido común. Sus sentimientos por ella eran más profundos de lo que quería admitir, incluso para sí mismo. Eso le daba miedo, también. Sintió los ojos de Joe sobre él. Tenía la incómoda sensación de que su amigo podía leer sus pensamientos. Tyler se encogió de hombros, tratando de actuar casual. “Es probable que se encuentre perdida en estos momentos. Sabes que la gente de la ciudad no puede diferenciar ni los días de la semana en el campo.” Joe le lanzó una mirada astuta. “Si. Lo sé. Bueno, es mejor que vayas mientras todavía hay luz. Quizá haya dejado huellas.” “Tal vez.” Tyler tiró del ala de su sombrero en señal de despedida y espoleó a su caballo al trote. “Aguanta, Libby,” murmuró. “Te encontraré.”

L

ibby se sentó sobre una pila de sacos de dormir en la parte trasera del vagón, apoyada en el armario de cajones del mismo con la escopeta de Tyler sobre su regazo. Sus músculos estaban tensos y fríos, y sus dientes castañeteaban. No podía dejar las mulas atadas al carro toda la noche, así que las soltó. Pero desenganchar el equipo bajo la lluvia había hecho que se calase hasta los huesos. Cuando trató de abrir su baúl para buscar algo de ropa seca, descubrió que la humedad había cerrado la tapa herméticamente, hinchando la madera. No importaba cuánto tirase, no podía abrir la tapa. No estaba segura de cuánto tiempo había estado en ese lugar. El sol se había puesto hacía mucho, y parecía que el tiempo se había detenido. Los petates y sacos de harina de maíz formaban sombras altas y angulosas que parecían inclinarse hacia las criaturas como las de un sueño febril. La lluvia seguía abofeteando la lona, y rachas fuertes de viento sacudían el vagón. La tormenta jugaba una mala pasada a sus oídos, también. A veces le parecía oír que alguien la llamaba. Ella se estremeció. Por supuesto, eso era imposible. Se le había pasado por la cabeza que uno de los miembros del equipo podría estar buscándola— Charlie o Joe—pero eso era improbable, también. Ellos probablemente estarían demasiado ocupados con la manada en esa tormenta, y ¿quién la buscaría en la oscuridad y la lluvia? Esperaban que fuese capaz de cuidar de sí misma, durante una noche, al menos. Pensó en La Estrella Polar y un pequeño sollozo histérico se deslizó por su garganta. Durante la mayor parte del tiempo que había pasado en el rancho, había deseado estar en Chicago, a pesar de que su futuro fuese incierto. Pero ahora comprendía lo que Joe había querido decir cuando le dijo que la casa del rancho se sentía como un hogar—un gran puerto seguro e iluminado en este mar de hierba. Dios, cómo anhelaba estar allí ahora, seca y cómoda, en lugar de pegada a ese vagón—fría, miserable, perdida, presa de osos o de cualquier otro animal hambriento que bajase de las colinas. En ese momento, oyó un ruido fuera, justo al lado de ella. Se sentó, con la espalda rígida. ¿Qué ha sido eso? Se preguntó. Sonaba como si algo—o alguien—hubiese chocado contra la parte trasera del vagón. Se esforzó por escuchar, su respiración se detuvo en su pecho. Esta vez sabía que no era su imaginación, pero su corazón latía tan fuerte en sus oídos que no podía decir en qué dirección habían venido. Levantó la escopeta y apretó de nuevo los martillos. Sus manos estaban húmedas en la culata y el cañón. Apuntando hacia la parte delantera del oscuro vagón, se sentó rígida como un maniquí, esperando, escuchando, con la garganta seca como si se hubiese tragado una tiza. La cabeza de un hombre y sus hombros aparecieron por la puerta en arco por detrás del asiento. No era más que una silueta oscura y desconocida enmarcada en ese arco. Nerviosa y asustada, Libby tragó un grito y su corazón duplicó su ritmo. Se inclinó hacia delante. Había vivido demasiado y llegado demasiado lejos para dejar que ese hombre la hiciese daño. “Si da un paso más, le pegaré un tiro,” sus palabras, atragantadas pero firmes. “¡Juro que lo haré!” “Libby, ¡Soy yo!” Esa voz. “¿Tyler?” Preguntó ella, con sus propias palabras, de pronto apagadas. Bajó la escopeta, tan sorprendida que su mandíbula cayó. Era la última persona que esperaba ver. “¿Eres realmente tú?”

“Jesús, te he estado buscando por todas partes.” Él subió por encima del asiento del vagón y siguió su camino hacia ella. Libby podía sentir la humedad fría de la noche irradiando de la ropa de él. Tyler se arrodilló y le tomó las manos entre las suyas. Sus guantes estaban húmedos, pero cálidos de su calor corporal. La luz de la lámpara cayó sobre él y la sorpresa de Libby creció cuando vio la expresión de preocupación desnuda en su hermoso rostro. Sus ojos reflejaban una emoción que ella no podía identificar. Él abrió su impermeable y con un grito ahogado, Libby se lanzó contra su pecho, tratando de lograr que su barbilla dejase de temblar. Realmente era Tyler. Olía a caballo mojado y aire limpio, lavado con tormenta. Tyler dudó un momento y luego envolvió sus brazos alrededor de ella. Ella se estremeció. Era bueno sentir el sólido muro de él bajo su mejilla, saber que alguien más fuerte estaba con ella ahora. “Estoy tan feliz de verte,” dijo ella contra su camisa. “Yo me alegro bastante de verte, también,” murmuró, presionando brevemente su mejilla con la parte superior de la cabeza de ella. Libby se sentó, avergonzada por su comportamiento. “Disculpa. No quería ser tan—Tenía un poco de miedo—” Él la echó un poco hacia atrás y la miró de arriba a abajo, pasando las manos por sus brazos. “¿Estás herida?” “No, pero tengo mucho frío.” Libby trató de evitar que su voz temblase, pero el frío, el miedo y el cansancio le habían pasado factura. “¿Co-cómo me has encontrado?” “Estaba empezando a pensar que no lo haría. Oscureció malditamente rápido.” Él le soltó las manos y se quitó el sombrero y los guantes, tirándolos sobre un paquete en la esquina. “Por fin, vi un resplandor tenue adelante en la niebla. Era la luz de esta linterna. Hacía que este lienzo pareciese una cortina de luz.” Indicó hacia la parte superior del vagón. Ella se estremeció de nuevo. “No deberías estar sentada aquí con tu ropa mojada,” dijo él, frunciendo el ceño. “Esa es una buena manera de conseguir que te enfermes, y no podemos permitirnos eso aquí.” Él tomó la escopeta de su regazo y la apoyó contra una caja de manzanas secas. No, por supuesto que no, pensó Libby, su alegría tas verle se atenuó un poco. ¿Quién iba a cocinar para él y sus hombres si algo le pasaba? ¿Quién iba a conducir ese carro si ella se enfermaba? El tono de su voz se aplanó. “No puedo abrir mi baúl. La lluvia ha hinchado la madera.” Tyler se dirigió hacia él. “No hay nada de comida caliente,” dijo ella. Libby lo vio encogerse de hombros fuera de su impermeable y reajustar su agarre. “Pero hay galletas de masa fermentada que sobraron de la comida. Y creo que tengo algunas conservas, también.” Libby vio cómo los músculos de la espalda de Tyler se flexionaban y contraían bajo su camisa mientras luchaba con la tapadera. “No esperaba que vinieras a buscarme.” Él la miró por encima del hombro. “No te olvides, Libby, eres mi responsabilidad.” La primera vez que le había dicho eso le había molestado ser considerada como una idiota incompetente que necesitaba protección de sí misma y de todo lo demás. Ahora, cuando se enteró de esa

designación, su corazón se opuso por una razón diferente. ¿Era sólo su sentido de la responsabilidad lo que le había hecho venir a por ella? Maldiciendo con la fuerza de un trueno, Tyler tiró de la tapadera con todas sus fuerzas, pero no cedía, ni siquiera para él. “¡Maldita sea!” Terminó con una exhalación explosiva. “Mataría al hijo de puta si eso ayudase.” Se volvió hacia ella y luego tiró su saco de dormir sobre la pila. “Bueno, vamos, quítate esa ropa mojada. Tendrás que envolverte en una de mis mantas.” “¿Disculpe, señor Hollins?—” Su comando brusco hizo la hizo caer de nuevo en la formalidad, y Libby sintió llamaradas en sus frías mejillas. No habría supuesto que tendría energía para ruborizarse, pero de pronto se vio de nuevo sobre sus talones. “Con ésta, es ya la segunda vez que me ordena que me quite mi ropa.” Tyler miró a Libby. Presentaba un cuadro lamentable. Sus ojos grises estaban muy abiertos con indignación y sus dientes castañeteaban mientras aferraba el cuello húmedo de su blusa cerca de su garganta. Él suspiró. La fatiga y la preocupación le habían hecho sonar brusco con ella. La había buscado durante tanto tiempo que había empezado a preocuparse de que estuviese perdida en la oscuridad. La visión de pesadilla de la camioneta volcada se había repetido una y otra vez en su mente. “Vamos,” repitió Tyler, más suavemente esta vez. Levantó una manta. “No podemos ir a ninguna parte hasta la mañana, y no puedes sentarte en esa ropa mojada toda la noche.” Esta vez, cuando sus ojos viajaron sobre ella, no podía dejar de notar la forma en que su blusa mojada en sí moldeaba sus pechos. Una oleada de calor le recorrió, pero se sentía incómodo, también. Ésa no era Callie. Era una joven viuda que, a diferencia de la madam, no había perdido su capacidad de sonrojarse. Todavía agarrando su cuello, ella bajó sus ojos tímidamente, y otro espasmo de frío la sacudió. No se movió. Su voz no era mucho más que un susurro. “En realidad, no esperaras que me desnude delante de ti —” Tyler sintió un rubor extenderse por su propio rostro. Le tendió la manta y se volvió hacia la parte delantera de la carreta. “Uh, no, no—¿hay galletas en la caja?” “Sí.” Tyler oyó el alivio en la voz de ella. “Voy a desensillar el caballo y cogeré las galletas mientras que tú, um, te cambias. Dame la otra linterna.” Ella se la entregó, y él la encendió, de espaldas a ella todo el tiempo. Entonces agarró su sombrero e impermeable y otra vez, bajó hacia la lluvia. De pronto, se sintió tan verde y sin experiencia como Rory. Por el amor de Dios, él había visto suficientes mujeres desnudas en su vida—porqué ésta hacia que todo su cuerpo temblase, era desconcertante. No, no lo era, admitió. Esto era completamente diferente de las otras veces, y él lo sabía. Después de levantar la silla de la yegua, la puso sobre el asiento del carro. Luego salpicó el suelo empapado que rodeaba el vehículo, sosteniendo la linterna delante de él, y abrió la caja. Después de hurgar, sacó las galletas, envueltas en una servilleta. No vio las conservas, pero se encontró con la mitad de un pastel de cereza. Una lata de leche condesada se había caído sobre él, pero serviría. Buscó en los

cajones oscuros por dos tenedores y dos copas. Café caliente habría sido bienvenido en una noche tan horrible como esa, pero el agua tendría que servir. Equilibrando la cena y la linterna, Tyler fue a por la cantimplora de su caballo cuando miró hacia la lona del vagón. Se enfrentó a ella lentamente, paralizado por lo que vio. La linterna en la carreta, la que le había conducido hasta allí, ahora mostraba la silueta muy femenina de Libby Ross sobre la tela del vagón. Ella se desprendió de su blusa mojada y la colgó en un gancho del vagón. Entonces salió de su falda, y se secó los brazos con lo que él supuso que sería una toalla. Todavía llevaba enaguas y camisola, podía ver el borde del volante en el corpiño cuando se dio la vuelta, y la curva de sus pechos. En respuesta a tal visión, su cuerpo empezó a responder rápidamente con un dolor duro, pesado. Tyler apretó la cantimplora contra su pecho y respiró profundamente, temporalmente olvidando que el viento y la lluvia aún azotaban su rostro, que tenía hambre y que estaba cansado más allá de lo que podía concebir. Se olvidó de todo excepto de la belleza de luces y sombras delante de él. Cuando Libby se desató la enagua y la empujó hacia abajo las piernas, se dio la vuelta y se apoyó en la rueda del carro, un torrente de lujuria pulsando a través de él. ¿Cómo diablos se suponía que iba a volver a la carreta y fingir que era como cualquier otra noche alrededor de la fogata? ¿Que ella no estaba envuelta en una manta? Esto sería aún más difícil de soportar que el episodio con el linimento. Al menos esa noche pudo escapar. Debería haber disparado a la tapa del maldito baúl para que ella pudiese haberse vestido. Pero no había nada que hacer ahora. Después de esperar un momento o dos, se dirigió a la parte delantera de la carreta y habló en voz alta: “¿Estás—” Pero su voz salió como un graznido ahogado. Se aclaró la garganta. “¿Estás ya decente?” Decente, Libby pensó, y miró hacia abajo. ¿En su camisola y ropa interior? ¿Por qué tenía la desnudez que añadirse a la situación que ya se estaba fraguando dentro? Pero no podía hacerle esperar afuera en la lluvia por más tiempo. En silencio, maldiciendo su baúl tan vívidamente como Tyler había hecho en voz alta, cogió la manta que le había dado, y se la puso alrededor. Ella fue inmediatamente envuelta por el aroma familiar de él. “De acuerdo, ya puedes pasar.” Tan pronto como se subió a la carreta, se detuvo con la comida acunada entre sus manos y ella lo miró fijamente. El carro se sentía cargado con su presencia, y sus ojos derivaron a un color turquesa mientras su mirada se apoderaba de ella. De otro hombre, una mirada así hubiese sido vulgar. No fue así con Tyler. Era sencilla y potente, y le robó todo su aliento. Su temor derivaba tanto de la reacción que ocasionó en él como lo que leyó en esa mirada. Ella retrocedió un paso y sintió la caja contra su trasero. Rompiendo el silencio y el contacto con sus ojos, él le mostró las galletas y el pastel. “He traído la cena.” Se quitó el sombrero y el impermeable, y hundió una mano por su pelo. “No sé tú, pero yo estoy muerto de hambre.” Era evidente que estaba esperando una invitación—¿o tal vez el permiso?—por parte de ella para sentarse en su presencia. “Por favor,” dijo ella, haciendo una señal hacia a un espacio vacante en el suelo. Libby sentía una tremenda desventaja por tener sólo sus interiores y una manta por ropa. Tenía que mantener cerrada la

envoltura con una mano mientras tomaba las tazas y los tenedores que él entregó. “No he traído platos,” dijo. “Estaba demasiado oscuro y lluvioso ahí fuera como para hacer demasiada búsqueda.” Cuando se sentó, se inclinó lentamente sobre la pila de sacos de dormir y estiró sus largas piernas. Libby le oyó suspirar cansadamente. “No te preocupes. Podemos comer de la bandeja del pastel.” Con cautela, ella se sentó en el único lugar disponible—a su lado, hombro con hombro. “Ha sido un día muy duro, ¿verdad?” Él se quedó inmóvil durante unos segundos, como si estuviera demasiado cansado para hacer cualquier otra cosa. Luego cruzó los tobillos, rozando el muslo de ella con el suyo al moverse. Libby trató de ignorar el fuego que corría por su pierna. “Los he tenido mejores.” “Yo también.” Él se echó a reír, luego permanecieron sentados en silencio durante unos minutos, la atención de ambos centrada en la comida. Libby no se había dado cuenta de lo hambrienta que estaba hasta que probó la masa fermentada. Tyler hizo un gesto hacia la tarta con el tenedor. “¿Sabes? He tenido siempre la intención de decirte que eres una cocinera increíble.” Libby miró boquiabierta. Tyler no parecía ser el tipo de hombre que elogiaba a la gente. “Gracias. Los hombres me dijeron que tuviste una racha de mala suerte con los cocineros en los últimos dos años.” Él sonrió mientras masticaba y tragaba. “Sí, supongo que sí. Pero esto—mi viejo habría llamado a esto “un pequeño sabor del cielo.” Eso es lo que solía decir cuando algo sabía muy bien—si el cielo tenía sabor, sería este.” Él le sonrió. Libby bajó la cabeza y sonrió también. Él nunca había mencionado nada acerca de su familia anteriormente. “Tu padre suena como si tuviera un toque de poeta en él.” “Sobre todo no era más que un ganadero que nos trajo hasta aquí desde San Antonio. Alguien le dijo que los más dulces pastizales de tierra se encontraban en Montana, libre para la adopción, y que un hombre podía criar una manada, mejor que en cualquier otro lugar en Texas.” Tyler atravesó una cereza con las púas de su tenedor. “Mi madre no quería venir al principio. Dijo que si él hacía un buen dinero aquí, podría enviarnos con él más tarde. Si no lo hacía, le estaríamos esperando. Era una mujer de carácter fuerte. Pero mi viejo…” Negó con la cabeza. “Su palabra era la ley. Él le dijo que nosotros éramos su responsabilidad, y que era su deber como esposa seguir a su marido. Así que vinimos. No creo que alguna vez fuese feliz aquí.” “¿Estuvo fuera mucho tiempo?” Joe le había dicho que ambos padres de Tyler habían muerto. Él vertió agua para los dos de la cantimplora. “Si. Ella murió de gripe en nuestro segundo invierno aquí. Yo tenía once años. Creo que mi padre siempre se sintió culpable por ello, pero la vida aquí no es siempre fácil. Supongo que ya te habrás dado cuenta de ello.” “Sí, lo he hecho.” Libby miró su mano. El corte había sanando bien, pero al tirar de las riendas esa tarde, se había abierto parcialmente de nuevo. “¿Cómo está ese dedo?” Le preguntó Tyler, mirándola. “Estaba mucho mejor, pero a partir de hoy con

el equipo de mulas…” Se encogió de hombros. “Vamos a ver,” dijo él, y le tendió su mano abierta. Ella vaciló sólo un instante antes de poner su mano con la palma hacia arriba, en la suya. Su tacto era cálido como la sostuvo a la luz de la linterna. “Probablemente debería haberle dado una puntada a esto.” “Oh, no,” advirtió ella, retrocediendo un poco. Había límites en la medicina amateur del rancho que Libby le habría permitido practicar en ella. Pero la sensación de su mano en ese agarre cálido le hizo pensar que casi podría valer la pena el riesgo de dejar que lo intentase. “Ahora ya sería inútil. No serviría de nada.” Él le soltó la mano. Libby la metió entre los pliegues de su manta, diciéndose a sí misma que no había sido realmente tan reconfortante como ella había imaginado. Estaba cansada y se estaba comportando como una cría. Él le dirigió una mirada comprensiva. “Sé que viniste hasta aquí para casarte con Ben,” dijo, tomando un bocado de masa, “pero me pregunto qué fue lo que te hizo querer salir de Chicago para empezar. Tengo la sensación de que no fue tu espíritu pionero.” Libby oyó el mismo interés cortés, atento, que había oído esa noche en su despacho. Detrás de eso había un coraje que la instaba a hablar, y un arrullo, la garantía de que la iba a escuchar. Libby supuso que era justo—él había revelado más de sí mismo de lo que ella hubiese esperado. Tiró de los bordes de la manta con más fuerza por los hombros y se recostó contra un saco de harina. Con un poco de comida en su estómago y el calor de él junto a ella, se dejó relajar un poco. Comenzó contándole la historia de cómo comenzó a trabajar para los Brandauers cuando tenía catorce años. “Tenían una casa grande y elegante, con alfombras profundas y una chimenea en cada habitación. Nunca había visto nada igual. Y Melvin, Birdie, y Deirdre, estábamos muy unidos. Se convirtieron en mi familia.” Tyler mantuvo sus ojos en la taza azul de esmalte en su regazo. “Suena como si estuvieses contenta de estar allí. ¿Por qué te fuiste?” ¿Por qué? La memoria de Libby retrocedió a una noche calurosa del anterior mes de agosto. Recordó desde la habitación de Wesley, y sus impacientes manos, hasta la sensación de horror absoluto cuando Eliza Brandauer, que supuestamente estaba visitando a unos amigos fuera de la ciudad, abrió de golpe la puerta tras dar un solo golpe seco en ella, antes de que él pudiese tomar la virginidad de la cocinera— Distraída, ella plisó un pliegue de la manta. “Mi vida se convirtió…en algo imposible,” respondió ella, y por su tono, Tyler notó que le estaba pidiendo que no intentase preguntar más allá. Wesley Brandauer era su dolor privado. “No podía permanecer allí por más tiempo.” Tyler asintió con la cabeza, girando el vaso en su mano. “No eres la primera persona que viene al oeste para un nuevo comienzo.” Encima de sus cabezas, la lluvia se había reducido a goteo rítmico, ahora sólo de vez en cuanto, impulsado por el zarandeo del viento. Libby reanudó su historia. “Vi un anuncio de Ben en el que solicitaba una esposa, en un periódico de Chicago. Decía que estaba buscando a una mujer que se trasladase a Montana y viviese en su rancho con él. Yo necesitaba, bueno, poner un poco de distancia entre mí misma y lo que estaba pasando en mi vida. ¿Sabes lo que quiero decir?”

“Si. Lo sé.” Un tinte de amargura coloreó la respuesta de Tyler. “Así que respondí a su anuncio. Él me contestó y me dijo que tenía una exitosa operación de cría en granjas, y que había puesto un anuncio para encontrar esposa porque había muy pocas mujeres en ese área.” Ella le dio una pequeña sonrisa, luego miró su regazo. “También me dijo que tenía treinta años. Le dije que me enviase el billete de tren. Me pareció una buena opción en ese momento.” Tyler la miró fijamente. “¡¿Treinta años?! Jesucristo, Ben Ross tenía más de setenta. Tanto su salud como su rancho habían pasado sus años mozos hacía ya mucho tiempo. ¿Acaso creyó que no lo notarías?” Libby se encogió de hombros. “No lo puedo saber. Cuando llegué a Heavenly y supe la verdad, quería conseguir un nuevo billete para volver a subirme a esa diligencia. Me hubiese ido donde fuera. A cualquier lugar. Pero no tenía dinero y él tampoco. No tenía otra opción, tampoco. Estaba sola y asustada. Me di cuenta de que tendría que sacar lo mejor de las cosas. Así que nos casamos en la oficina del alguacil, y luego hicimos el viaje hasta su casa. Era extraño estar en un país tan grande, abierto, y sin embargo, tener que vivir en una cabaña de una sola habitación tan estrecha que tenía que girar hacia los lados para pasar alrededor de mi cama.” Tomó un sorbo de agua. “Entonces llegó el invierno. Él se enfermó la primera noche que nevó, y muy pronto tuvo neumonía. La cabaña parecía aún más pequeña después de eso.” Ella cambió de postura en el suelo, y metió sus pies en el interior de la manta. “Creo que Ben Ross sabía que no podría sobrevivir al invierno, y no quería morir solo. Quería alguien que le hiciese compañía. No puedo culparlo, supongo, pero me hubiera gustado que hubiese elegido un camino diferente para conseguirlo.” Ella se quedó en silencio, perdida en el recuerdo de la noche en que Ben tomó su último aliento. Tyler le preguntó en voz baja, “Así que, ¿tan pronto como él se fue, tú partiste para Heavenly?” Ella negó con la cabeza. “No, no de inmediato. Cuando murió, todavía había una gran cantidad de nieve en el suelo y un pavimento sólido congelado por debajo. Lo descubrí cuando intenté enterrarlo.” Su voz se quebró y ella tomó aliento, a la espera de recuperar el control. Sintió la mano de Tyler en su antebrazo cubierto por la manta. “Así que le metí en una vieja colcha y lo arrastré hasta el porche. N-no pesaba mucho en el momento de su muerte. Algunas—algunas veces, por la noche, me despertaba porque pensaba que le oía jadear. Pero era sólo el viento…Dios, ese viento. Estuvo envuelto en esa manta durante un mes, hasta que el clima calentó lo suficiente como para que yo pudiese cavar su tumba. Nunca fui realmente su esposa.” Ella vaciló por un momento. “No de ningún modo que una esposa debe ser, pero creo que le debía mucho.” La mano de Tyler sobre su brazo se apretó y él suspiró, pero ella tenía miedo de mirarle. Temerosa de que lo que viese en sus ojos—y no estaba segura de lo que podría ser—hiciese que las pocas fuerzas que le quedaban se derrumbasen y eso la hiciera empezar a lloriquear otra vez como el día en que había disparado a la serpiente de cascabel. Pero sentía una sensación de alivio, también. Ella no le había contado a nadie acerca de Ben. Se había llevado esa terrible experiencia, enterrada en su corazón y su mente, mientras lo revivía cada noche en sus sueños. Tal vez ahora ese recuerdo la dejaría en paz. Ella sintió la mirada de Tyler sobre ella mientras él la consideraba. Parecía como si la estuviese

viendo por primera vez. “Debió de ser un infierno, ¿verdad?” Murmuró. Finalmente Libby reunió el valor suficiente para mirarle a los ojos. Vio algo muy parecido a la ternura escrito en los planos de su rostro, y en la forma en que sus ojos sonreían, aunque esa sonrisa no llegase a su boca. “Bueno, no fue un picnic en el parque, pero tengo que mantener la esperanza de que todo saldrá bien. ¿Cómo puede cualquiera de nosotros sobrevivir en este mundo sin esperanza?” Tyler cambió su mirada hacia la pared opuesta a la lona como si hubiera algo de gran fascinación en ella. “¿Eso significa que vas a casarte con Charlie?” Murmuró. “¡Charlie! ¿Cómo te has enterado de eso?” Ella miró su perfil claramente definido—nariz delgada, frente ancha, labios gruesos y mandíbula fuerte. “No hay mucho de lo que pasa en mi rancho o con mis hombres de lo que yo no sea consciente. Entonces—¿Vas a hacerlo?” Pensó en la expresión que había visto en el rostro del vaquero antes, cuando la tormenta empezó. Deseaba poder cuidar de él. Sospechaba que era un hombre bueno y decente. “No, no lo haré. Si alguna vez me caso de nuevo, será por amor. Me gusta Charlie, pero eso no es una razón suficiente para casarse. Seguiré por mi cuenta en Chicago, aunque el único trabajo que encuentre sea para fregar suelos.” Tyler se sintió como si midiese diez centímetros. Él había pensado que ella era una impotente, mujer de ciudad. Había pensado que sería una tímida carga en ese viaje, alguien que tendría que ser vigilada y alimentada a mano a cada kilómetro del camino. Que quería regresar a Chicago porque su vida no era suficientemente sencilla o refinada, ahí. Y a cada kilómetro del camino, ella le había demostrado que estaba equivocado. Lo que no podía entender era porqué se sentía incluso más protector hacia ella ahora que sabía lo capaz que era en realidad. La noche que le había vendado la mano, ella le había dicho con cierta amargura que Ben Ross había exagerado muchas de las cosas que le había dicho. Había sido amable en su subestimación. No se había dado cuenta de lo flagrante que las mentiras del viejo habían sido. “Eres una mujer muy sorprendente, Libby Ross. Eres más valiente que mucha gente que conozco.” Ella trató de darle una sonrisa temblorosa a cambio, pero no pudo completamente evitar las lágrimas que amenazaban en sus ojos. Girando su mirada de él, corrió una mano por sus mejillas. Era su intención de parecer valiente, más que nada, lo que fue directo al corazón de Tyler. Él le quitó la copa de su mano y la puso en el suelo al lado de ella, luego la tomó en sus brazos. Arropada en su manta de esa manera, le recordaba a una niña. Con la frente apoyada contra su mandíbula, no podía ver su rostro. Pero su cabello, seco en los extremos, caía en suaves ondas rebeldes sobre sus hombros, brillando aquí y allá con luz centelleante. Olía a lluvia y a vainilla. Podía sentir su tensión, sin embargo, mientras se apoyaba en él. Ella sorbió un par de veces. En los últimos años, Tyler había tenido más práctica calmando a caballos disgustados que a mujeres disgustadas, pero en su experiencia, lo que funcionaba con uno, funcionaba con el otro. “Vamos, cariño, cálmate. Todo está bien,” dijo mientras la mecía suavemente y frotaba su espalda. “Ahora estás a salvo. Ya no estás sola.”

Libby no podía ignorar el consuelo de los brazos de Tyler. Él era cálido y fuerte, una presencia tranquilizadora en la fría oscuridad de la noche. Sabía que tenía que resistirse a esa comodidad, pero, Dios mío, era tan difícil. Así fue como Wesley se había ganado su confianza—dando la impresión de se preocupaba por ella. Haciéndola sentir como una duquesa en lugar de un ama de casa. Hasta la pesadilla que vivió aquella noche de agosto. Por encima de la atroz humillación de ser descubierta en su habitación, había aprendido que “el señor Wesley” iba a casarse en un mes con la hija de una prominente familia de Chicago— Pero ese hombre que la sostenía en sus brazos en este instante, no era Wesley Brandauer. Era Tyler Hollins, un hombre franco. Un hombre que, ella sentía, podía tener un corazón lleno de pena, también. Bajo las suaves caricias de su mano en la espalda, sintió cómo sus tensos músculos comenzaban a aflojarse. Sus palabras murmuradas al lado de su oído eran tranquilizadoras. No estaba segura de qué esperar de esa nueva faceta insospechada de él, pero le gustaba. Mucho. Así que cuando su mano subió por la espalda de ella hasta su mandíbula, como si él hubiera querido que lo hiciera, ella inclinó la cabeza hacia atrás y recibió su beso. Al instante un calor feroz surgió entre ellos. Sus labios eran exuberantes, cálidos y emocionantes. El rastrojo de su barba raspó suavemente contra su barbilla. Ella se acurrucó más cerca de él, e inmediatamente él profundizó el beso. Tyler apretó su brazo alrededor de ella y Libby sintió una palpitación vital, una urgencia inquieta en él y en sí misma. La respiración de él se hizo más pesada y su corazón latía más rápido que el de un conejo. Libby se instó a sí misma a resistir, a poner fin a eso en ese preciso momento, pero su cuerpo se negaba a obedecer. En el instante en que sus labios se tocaron, una sacudida ardiente en zig-zag recorrió el cuerpo de Tyler. Su excitación era rápida y fuerte. La boca de Libby bajo la suya era suave y dócil. Su delicada fragancia llenó su cabeza y escuchó el suave gemido, angustiado, que provino de su propia garganta. Una cosa tan simple, un beso. Pero había pasado tanto tiempo desde que había probado uno, que lo sentía como el primero—como si fuera niño otra vez, como si ese fuera el beso que siempre había estado esperando. Suavemente, tocó con su lengua el labio superior de ella, y luego, el inferior. Le complació sentir la rápida inhalación de ella. Su mano salió de entre los pliegues de la manta para reposar contra su pecho, justo encima del lugar donde su corazón tronaba. Tyler alzó su mano y rápidamente desabotonó su camisa hasta la mitad, luego metió la mano de ella en el interior y la sostuvo contra su desnuda piel. “Tyler”, susurró ella, y otra grieta se abrió en el espíritu de hielo de él. Tyler se apartó para mirarla, bella y frágil a la luz de la linterna, y él sabía que eso era lo que había querido hacer desde la primera mañana en que la vio. Con avaricia la atrajo hacia él y tomó sus labios de nuevo. El interior de su boca era caliente y resbaladizo, y un intenso deseo que ardía en él, le decía que la dejase caer sobre la pila de mantas. Que la protegiese con su cuerpo y llenase de besos su suave y desnuda piel, mientras tiraba de sus caderas hacia las de él para impregnarse con su propio calor. Y después, que durmiese con la cabeza apoyada sobre su seno mientras la lluvia caía a su alrededor— No. No podía hacer eso. Él no sería capaz de compartir eso con ella, y luego ponerla en un tren rumbo a Miles City. Ese hecho le hizo estrellarse de nuevo contra el presente.

Tyler rápidamente la besó en la frente y en la mejilla. “Será mejor que durmamos un poco, Libby. La mañana llegará antes de lo que queremos.” Se movió un poco, tratando de aliviar el dolor punzante en su ingle, dejando que Libby descansase entre su brazo y su costado. Aunque su cabeza le decía que no debía permitirlo, el corazón de Libby se contentó mientras ella reposaba en los brazos de Tyler. Era peligroso, sabía que nunca le volvería a ver de la misma manera. El deseo inquieto que él había empezado a encender en ella, la obligaría a mantenerse despierta, al menos por un tiempo. Pero su abrazo era también muy reconfortante, muy difícil de rechazar. El corazón de él era un cronometro constante latiendo bajo su oreja. Si alguien le hubiese dicho incluso veinticuatro horas antes, que ella se encontraría en esa situación, lo hubiese tachado de mentiroso. La desconfianza que sentía hacia los hombres, fomentada por la traición de Wesley, sólo se había agravado por Ben Ross. Pero ella estaba allí, con su cabeza apoyada en el pecho de Tyler. No la había hechizado con palabras bonitas ni falsas promesas. De hecho, parecía haberse labrado su propio camino manteniéndola a ella y a todos los demás, lejos de él. Pero ella había aprendido esa noche que Tyler Hollins no era tan gruñón ni distante como él quería que ella creyese. ••• Cuando Libby se despertó, escuchó el sonido de las voces fuera del vagón. Estaba tumbada en el petate de Tyler en el suelo del vagón, con su manta echada sobre ella en vez de envuelta a su alrededor. Al parecer, él la había puesto ahí, en esa cama improvisada. Echó un vistazo a su ropa interior, dándose cuenta de que él debía haberla visto en ese estado de desnudez. El sol estaba saliendo, y lo que ella podía ver del cielo era un azul claro, pálido. La primera voz que reconoció fue el rumor sordo de Joe Channing. Ella se apoyó en su codo. Una vez más, se preguntó si Tyler alguna vez dormía. “Nos encontramos con él hace como una hora. Demonios, no había ninguna manera de buscarlo en la oscuridad de la noche. Y me imaginé que él sólo encontraría su camino de regreso.” Tyler dijo: “Lo sé… Lo sé. No paró de llover hasta bien pasada la medianoche.” Soltó un suspiro profundo. “Voy a terminar de enganchar las mulas y seguiremos nuestro camino. Dile a los chicos que el desayuno está casi listo.” Joe murmuró algo, luego se oyó el sonido de cuero crujiendo y cascos de caballo golpeando en todo el territorio y alejándose. Tyler subió y asomó la cabeza por la puerta “¿Ya estás despierta?” Parecía cansado y preocupado, pero le dio una breve sonrisa. “Sí, no esperaba dormir hasta tan tarde.” Pensando en la noche anterior, y en todo lo que había ocurrido entre ellos, Libby ahora se sentía cohibida. ¿De verdad había yacido entre sus brazos y se habían besado? ¿Puso él realmente su mano dentro de la camisa para que pudiera acariciarle? Sintió como un flujo de sangre caliente llenaba sus mejillas sólo con pensar en ello. “Me las arreglé para abrir ese maldito baúl, así que será mejor que te vistas mientras engancho el equipo. ¿Crees que podrás conducir el carro de nuevo hasta la manada si yo te guio?”

Ella asintió con la cabeza y lo miró un poco más de cerca. ¿Era sólo la luz que daba a su rostro o su cara tenía un tono ligeramente gris? “Por supuesto. ¿Estamos lejos de ella?” “A unos cinco kilómetros. ¿Están las palas ahí contigo, o debajo del carro?” Tyler bajó su mirada por un momento y friccionó sus sienes. “Están aquí. Tyler—¿pasa algo?” Él ignoró su pregunta y una vez más se convirtió en el líder remoto y responsable. “Muy bien, vayamos entonces. Tenemos un equipo al que alimentar. Y un vaquero al que enterrar.”

L

ibby se sentía como si un gran peso hubiese descendido sobre su pecho que sólo se hacía más pesado a medida que se acercaba al campamento. El Oeste, en su opinión, estaba lleno de violencia cruel, pérdida y duelo perpetuo, no estaba segura de por qué alguien querría venir aquí. Era un lugar duro que robaba las vidas de los hombres y los sueños de las mujeres. Sin embargo, al considerar la llanura de color verde esmeralda, cubierta con un cielo tan enorme, tan increíblemente hermoso, casi entendía el atractivo de ese maldito paraíso. Todos los rastros de la tormenta de la noche anterior habían desaparecido, y el sol comenzaba el trabajo de desecación de la tierra empapada. Libby miró por encima del lomo de las mulas hacia el horizonte. ¿Dónde había visto ese tono particular de azul antes? Era claro y sin defectos, diferente de cualquier cielo de primavera que hubiese visto en Illinois. Entonces se dio cuenta de que era exactamente el color de los ojos de Tyler. Él montaba delante de ella, con los hombros caídos ligeramente, con la espalda no tan recta como de costumbre. Pero cuando el campamento apareció ante él, se sentó correctamente, como si no quisiese que nadie se diese cuenta de que era susceptible a las debilidades humanas. Joe se adelantó a su encuentro cuando llegaron. Un manto de luto se cernía sobre el campamento, y más que nunca, Libby sintió un fuerte sentido de familia en el equipo de La Estrella Polar. “¿Dónde está?” Preguntó Tyler, bajando de su caballo. “Allí,” dijo Joe. Tyler le entregó las riendas a Rory, y le dio una palmada en el hombro, luego él y Joe comenzaron a alejarse. Libby bajó de la carreta y, levantándose la falda unos centímetros, corrió para alcanzarlos. “Tyler— espera por favor, ¿puedo ir yo también?” Joe y Tyler intercambiaron una mirada y Joe asintió. “Si. No se ve tan mal.” Tyler le hizo un gesto hacia adelante. “Está bien. Vamos.” Cruzaron la hierba húmeda, y en el camino fueron recibidos por varios de los hombres. Saludaron a Libby y a Tyler tranquilamente con el ala de sus sombreros, cayendo de nuevo en la formalidad respetuosa, que a veces los desastres sacan de las personas. Fuera de la zona de acampada contra el abrigo de una roca, Libby vio la forma de un hombre cubierto con un impermeable. Sus botas asomaban, y su sombrero estaba colocado sobre su pecho. Tyler estuvo junto al cuerpo por un momento, luego se agachó para recoger el sombrero y el impermeable. Ella se acercó, luego respiró hondo y miró a Charlie Ryerson mientras yacía allí. No sabía qué esperar. Tyler le dijo que Charlie había sido alcanzado por un rayo. Le parecía una manera muy brutal de morir—una vez vio un árbol partirse en dos mitades—sin embargo, Charlie parecía estar durmiendo. Su cabello y su gran bigote estaban mojados, y Libby recordó que había permanecido bajo la lluvia, sin ser descubierto, hasta esa mañana. La idea le desgarraba el corazón. “Oh, Charlie,” susurró, y parpadeó para contener las lágrimas calientes que escaldaban sus párpados. No iba a empezar a llorar otra vez. No podía. Llorar la haría sentir agotada e indefensa.

Tyler miró hacia la cara inmóvil por varios segundos, luego se quitó el guante y apartó el pelo de la frente del vaquero. “Échame una mano, Joe,” murmuró, y lo giró. Libby se quedó sin aliento. Grandes rasgaduras, irregulares en su camisa, le corrían por el omóplato izquierdo. El tejido a lo largo de la tela estaba quemado, y cuando Tyler levantó un borde, ella vio que debajo, la piel estaba ennegrecida como si alguien hubiera encendido una llama en ella. Tyler examinó las dos manos de Charlie, por delante y por detrás, y miró hacia abajo a sus botas. Libby no podía imaginar lo que estaba buscando. “Aquí está,” dijo entonces, y les mostró el codo derecho de Charlie, donde la manga estaba rasgada también y ennegrecida. “Por aquí es por donde le alcanzó.” Tyler miró a la cara extrañamente tranquila de nuevo. “¿Su madre todavía vive en Wichita?” “Creo que sí,” dijo Joe. Tyler asintió. “La telefonearé cuando lleguemos a Miles City.” Apoyó su brazo en su rodilla, y luego miró a Libby. Todas las huellas del ceño que ella conocía tan bien habían desaparecido. Su expresión era abierta y sin vigilancia, traicionada por el sentido de pérdida. “Vamos a necesitar una manta de su saco de dormir para un sudario. ¿Podrías ir a por ella?” Ella asintió con la cabeza con su mano temblorosa presionada sobre su boca, la garganta cerrada. “¿Qui-Quieres que le cosa dentro de ella?” Tyler le dio una pequeña sonrisa cansada. “No, no vamos a hacer eso. Él estará bien.” Tyler extendió la mano y acarició el pie de Libby. “Vamos, ahora. Consigue la manta, y luego será mejor que comamos. Joe, ve con ella, y hablar con los hombres. A ver a cuáles de ellos les gustaría cavar la tumba de Charlie.” No hizo ningún esfuerzo más allá de quitarse su propio sombrero. “¿Ty?” Joe instó. Tyler miró hacia arriba de nuevo. “Sólo voy a sentarme aquí con este muchacho por un minuto.” Era la primera vez que ella le había visto expresar cualquier tipo de emoción real. No, se corrigió. La segunda. Ayer por la noche, había habido algo en su beso, ternura…sentimiento. Pero tenía que haber sido debido sólo a las circunstancias, se dijo. Puestos juntos en una aterradora situación—no pudo haber significado nada más. Joe asintió con la cabeza y puso una mano sobre su hombro. Luego, cuando ella y el capataz se alejaron, Libby miró hacia atrás y vio a Tyler suavemente doblar las manos de Charlie sobre su pecho. Volvió la cabeza y aspiró, empujando hacia abajo la necesidad persistente de llorar. Cuando habían puesto cierta distancia entre ellos y la privacidad de Tyler, Joe habló. “Tal vez no sea el momento adecuado para decir esto, pero creo que debo hacerlo. Charlie estaba enamorado de ti.” Lo dijo en voz baja. Era una cosa muy personal de la que hablar. “No creo que te lo dijera. Dijo que no podría controlar sus nervios.” “Joe,” dijo ella, con la voz temblando de nuevo, “a-apenas me conocía—” El anillo de las espuelas del vaquero era reconfortante mientras caminaban. Era un sonido que ella había aprendido a escuchar, las espuelas tintineantes de los hombres, y ella se había familiarizado a él, como el sonido de un reloj. Lo echaría de menos cuando volviese a Chicago. “Sabía todo lo que necesitaba saber, señorita Libby. No creo que pudiese haberte dado una vida fácil

—no muchas personas aquí tienen una vida fácil. Pero hubiera hecho todo lo posible para darte un final feliz.” Suspiró. Con la cabeza gacha, parecía tan abatido como Tyler. “No podía decirte nada de esto él mismo, pero sé que deseaba haberlo hecho. No te estoy diciendo esto ahora para hacerte sentir mal—” Le dio una patada a una mata en su camino. “Oh, demonios, señora, ni siquiera sé porqué te lo he dicho.” Al escucharlo, el pecho de Libby se sintió pesado de nuevo. “Tal vez es tu forma de decirme que Charlie era un hombre de buen corazón.” Joe se giró y le dio una sonrisa de satisfacción, como si estuviese agradecido de que le hubiese entendido. “Sí, señorita Libby, creo que así es.” Después de coger la manta de Charlie y dársela a Joe, Libby preparó una comida rápida de bacon y patatas fritas mientras Possum Cooper y Noah Bradley se ofrecían a cavar la tumba. A pesar de que los hombres no habían comido desde el día anterior, el desayuno transcurría sombría y ordenadamente, y el grupo alrededor de la fogata estaba tranquilo. Muerte y agotamiento habían acallado sus buenos caracteres burlones. De vez en cuando, levantaban la vista y veían a Tyler todavía agachado junto a Charlie. Nadie se entrometía en su soledad. Cuando Rory fue a buscar su comida, miró fijamente al plato que le ofrecían. “Señorita Libby, sin ofender, señora, no tengo mucha hambre. Tyler dice que tengo que comer, pero no quiero nada.” Pálido como la nieve y abatido, su miseria era tan evidente que Libby sintió un pinchazo en su corazón. La Estrella Polar parecía ser la única familia que tenía, y Charlie había sido su héroe. Ella sabía que llevaría muy mal su muerte. Le dio unas palmaditas en el brazo. “Tyler tiene razón, Rory,” dijo, apartando del plato la mayor parte de las patatas y la mitad del bacon. “Pero creo que lo único que quiere es que comas un poco.” Él tomó el plato y miró hacia el hoyo que Noah y Possum habían cavado como lugar de descanso final de Charlie. Dos palas estaban atrapadas en el montón de tierra que habían excavado. “Me hubiera gustado que hubieran encontrado un árbol para ponerlo debajo—ya sabes, así no tendría que aguantar las palizas del invierno año tras año. Un hombre no debería tener que pasar el resto de la eternidad siendo congelado y llovido encima.” “Él, probab—” Libby aclaró su apretada garganta, “no le importará, Rory,” dijo con su voz un poco más fuerte que un susurro. Él bajó la cabeza por un momento, luego asintió y se alejó arrastrando sus pasos como un anciano. Tyler no siguió su propio consejo de comer. Cuando llegó hasta donde Libby estaba, tomó sólo café. “Celebraremos el funeral en unos minutos. ¿Tenemos vasos suficientes para todos?” Su rostro seguía teniendo un tono grisáceo. De alguna manera se veía peor que Rory—el toque de emoción que había mostrado anteriormente estaba bajo su control de nuevo, pero ella sintió que requería de un esfuerzo considerable mantenerlo ahí. “Sí, ¿debo preparar otra cafetera?” Preguntó. Él negó con la cabeza. “Sólo asegúrate de que todo el mundo tenga una taza.” Varios minutos después, con la excepción de un par de hombres que se quedaron cuidando de la

manada, el equipo de La Estrella Polar se reunió para despedir a uno de los suyos. Se juntaron en un semicírculo alrededor de la tumba en la que Charlie había sido depositado. Libby estaba entre Rory y Kansas Bob Wegner. Cada uno de ellos sostenía una taza de hojalata mientras esperaban por Tyler, sus sombreros quitados y sus pies afincados bajo el sol de la mañana. Era la primera vez que Libby los había visto con la cabeza descubierta como grupo. Nadie hablaba. El único sonido que se escucha además el balido lejano del ganado era el viento en la hierba. Mantuvo los ojos apartados de la parte inferior de la tumba, era demasiado similar a su experiencia con Ben sólo unas pocas semanas antes. Sintiendo cómo sus ojos empezaban a arder de nuevo, metió la mano en el bolsillo de su delantal para sacar su pañuelo. Frente a ella, vio a Noah Bradley mirando el cuerpo de Charlie envuelto en su manta, desconsolado y arrepentido. Finalmente, Tyler cabalgó hasta la tumba. Las manchas bajo sus ojos eran visibles incluso desde donde estaba, y su rostro reflejaba su cansancio. Pero aún así, era tan guapo que ella no podía dejar de mirarlo. Desmontó y metió la mano en su silla de montar en busca de una botella de whisky. Caminando por el frente hacia el semicírculo, puso la botella a sus pies, y luego dejó que su mirada descansase en cada cara. Cuando habló, su voz tenía un tono pausado, íntimo, como si estuviera hablando con cada uno de ellos individualmente. “Charlie Ryerson ha trabajado en La Estrella Polar desde hace siete años. Siempre estaba alegre; era valiente y servicial. Su vida ha terminado antes de lo que debía, porque su suerte se acabó en primer lugar. Pero él siempre hizo lo mejor que pudo, y fue un honor conocerlo. Era un buen vaquero, y un buen amigo, también. Voy a echarle de menos.” Un par de pañuelos salieron de los bolsillos traseros de los vaqueros mientras sus palabras daban la vuelta a la pradera de Montana, dejándose llevar por el viento. Cogió la botella de whisky. “Todos vosotros sabéis que no estoy a favor de beber durante el sendero. Casi ningún ganadero lo hace. Pero enterrar a un amigo es una maldita difícil cosa de hacer, y no creo que ninguno de vosotros se oponga a beber en memoria de Charlie.” Echó un vistazo al círculo, parándose en Libby y Rory. “Eso os incluye a los dos.” Le entregó la botella a Joe, que vertió su parte de alcohol en su taza de hojalata y comenzó a pasar la botella. Cuando llegó a Kansas Bob, le sirvió un trago a Libby y un tiro completo a Rory. Finalmente, el whisky regreso a Tyler, quien se sirvió una parte saludable. Luego extendió su taza, y el resto hizo lo mismo con las suyas. A lo lejos, un pájaro solitario piaba. “Algunas personas mueren en sus camas, pero Charlie, murió haciendo el trabajo de un hombre, y haciéndolo bien. Ahora te vamos a poner en los brazos de la tierra que tanto amaste. Espero encuentres hierba alta y buen agua.” Su voz se hizo más áspera por la emoción y se detuvo. “Fuiste uno de los mejores.” Tyler se bebió el whisky de un solo trago. Alrededor del círculo, los hombres siguieron su ejemplo. El silencio fue interrumpido por unas cuantas toses y jadeos. Libby arrugó la nariz ante el olor fuerte, pero

la ocasión parecía justificar beber la capa delgada de fuego líquido en el fondo de su taza. Lo dejó reposar en su boca y trató de tragar antes de saborearlo demasiado. Imitando a Tyler, Rory se tragó el suyo, luego tosió hasta que ella pensó que iba a ahogarse. Libby le dio una palmada en la espalda hasta que recuperó el aliento. Luego, uno por uno, cada uno de ellos desfiló ante la tumba de Charlie y arrojó un puñado de tierra. Cuando el turno de Rory llegó, se quedó paralizado, el barro apretado en su puño. “El señor Hollins tiene razón, Rory,” dijo Kansas Bob en voz baja. Su rostro, habitualmente sonrosado, estaba bastante pálido. “Enterrar a un amigo es una de las cosas más difíciles que un hombre puede hacer. Se necesita mucho coraje. Y eso es lo que eres tú a día de hoy—un hombre.” Libby miró para ver si las palabras de Kansas Bob hacían que el joven se sintiese mejor, pero su barbilla temblaba todavía. Su esfuerzo por contener las lágrimas era evidente. “No me siento como un hombre. Me gustaría poder despertar y descubrir que todo esto es sólo un mal sueño.” Tyler, que había estado viendo la escena, se adelantó y sacó a Rory fuera del lugar. Su rostro cansado estaba ensombrecido por la preocupación. “Necesito que me hagas un favor,” dijo en un tono confidencial. Rory se quedó mirando el agujero con los ojos muy abiertos y no dijo nada. Tyler le puso una mano en la parte posterior de su cuello y suavemente le dio la vuelta. “Rory, escúchame. Necesito que escoltes a la señorita Libby al campamento. No puedo ir con ella porque tengo que terminar aquí y Joe tiene que estar pendiente de la manada. No queremos hacerla volver de nuevo por su cuenta—no sería correcto. Entonces, ¿podrías llevarla?” Tyler buscó a Libby sobre la cabeza del muchacho. Ella dio un paso hacia adelante. “Realmente apreciaría tu compañía, Rory. Ha sido un día muy malo para mí.” Rory no quería mirarla a los ojos, pero se volvió y le ofreció su brazo, la tierra de la tumba de Charlie todavía sujeta en su mano. Su voz sonó de repente mucho más vieja que su edad real. “Ha sido un día muy malo para todos nosotros. Vamos, señorita Libby, te acompañaré.” Mientras caminaban juntos, Libby vio a Tyler apoyarse sobre el mango de una de las palas, considerándola. Ella pensó que se preocupaba por todo el mundo como un hombre que acababa de ver su propia vida pasar. ••• Después de la noche que todos habían tenido, y la tristeza de esa mañana, Tyler decidió convertirlo en un breve día. Cabalgó por delante para elegir el campamento nocturno, mientras que Joe se quedaba atrás con la manada, haciéndose cargo de la ocupación de Charlie. Tyler cabalgó solo. Quería un poco de tiempo para pensar, para estar solo. Sintiéndose como si no hubiera dormido en un año, mantuvo un flojo agarre de las riendas y dejó que su caballo encontrase su propio camino. En el vacío, sus pensamientos se dirigieron a las cosas que habían sucedido en el último día o menos. La imagen de la tumba solitaria de Charlie que habían dejado en el prado detrás de ellos, volvió a su mente. Él había ayudado a Noah a terminar de llenarla de arena y acabo haciendo la mayor parte del trabajo. Noah se había vuelto tan abatido que sólo podía empujar débilmente la tierra con la

pala mientras que se limpiaba sus llorosos ojos con el dorso de su mano. Cuando un hombre pierde a alguien, tiende a pensar en todas las cosas que deseaba haber dicho y hecho por esa persona, y se siente culpable por cualquier queja o resentimiento mezquino humano que hubiese tenido alguna vez. Eso era lo que estaba molestando a Noah. Y la conciencia de Tyler le atormentaba si pensaba en aquel día que había avergonzado a Charlie delante de Libby Ross. No debería haberle contado la historia de aquella tarde que Charlie y Noah habían pasado en la parte de arriba de la Osa Mayor. Sabía que lo había hecho a propósito. Le había molestado mucho que su mano superior pareciese estar poniendo sus miras en Libby, y él no tenía razón alguna para sentirse así. Por lo menos, ninguna razón que hubiese estado dispuesto a admitir. Ahora ya no estaba tan seguro. La pérdida de un amigo también hacía que un hombre fuese propenso a revisar los pesares de su propia vida. Tyler no era ajeno a la decepción ni a la pena, a pesar de que él había aprendido a dejar esos sentimientos fuera de su alcance. Y en muchos sentidos, eso lo dejaba con no mucho más que la capa de hielo que envolvía su corazón. Libby, con su perfume de flores y vainilla, su rubor modesto y su coraje, había calentado esa coraza de una manera que Callie, todo fuego y orgullosa pasión, no podía. Cuando había cogido a Libby entre sus brazos la noche anterior y la había besado, le tomó cada nervio de autocontrol que tenía evitar sacarla de la manta alrededor de su cuerpo y hundir la cara entre sus pechos. Había querido hacer el amor con ella, caliente y dulcemente, para unir su cuerpo al de ella, y luego caer dormido en sus brazos. Él no hacía el amor con Callie. Él satisfacía una necesidad física. Oh, no quería ni por un momento decir que no lo disfrutase. Pero un hambre de su alma jamás era saciada en esos encuentros. Tirando del ala de su sombrero, pateó su caballo al trote por la hierba de búfalo, impulsado por el deseo de estar cerca de Libby. No de tocarla o besarla—aunque no podía olvidar lo bien que eso le había hecho sentir, su cuerpo suave entre sus brazos, sus labios, bajo los suyos, húmedos y cálidos. No, en este momento sólo quería estar cerca de ella, viéndola a través de su espejo de afeitar mientras desplegaba la masa de los pasteles o revolvía los frijoles. Estaba empezando a darse cuenta de lo bien que eso se sentía. Se estaba metiendo en un problema, y lo sabía. Pero, Dios, había sido un día pésimo… Vio la carreta sentada en una suave elevación adelante. Flores amarillas florecían en la hierba a su alrededor y se preguntó porqué ese carro le hacía sentir como si hubiera vuelto a casa. Tal vez porque ella le hacía sentir de esa manera— Tiró de las riendas y frenó su caballo. Maldita sea, se estaba poniendo ñoño y blandito, pensó malhumorado, y trató de olvidar tantas contemplaciones. Era sólo porque estaba cansado. Una noche de sueño decente ayudaría a aliviar ese peso de tristeza sobre sus hombros. Montando hacia la carreta, continuó regañándose a sí mismo. Debía sentirse afortunado porque un rayo no lo hubiese enviado a una muerte prematura. Aún así, su alma estaba insatisfecha—tenía miedo a veces, tal vez la mayor parte del tiempo, y estaba cansado de la carga que llevaba en sí mismo—bueno, ¿y qué? La vida era dura, pero seguía su curso. Sí, la vida continuaba, pero de vez en cuando dejaba atrás a los desafortunados, enterrados en verdes acantilados en un ataúd de caoba, o envueltos en una colcha en una fosa de la pradera azotada por el

viento. Le podía pasar a cualquiera. Podía pasarle a él. ••• Cuando Libby y Rory llegaron al campamento nocturno, él siguió con su rutina habitual para dejar a la manada en el corral de cuerda y levantar la fogata. Pero ella estaba preocupada por él. Lo miró desde su lugar en la mesa de trabajo mientras cortaba la manteca sobre la harina para la masa de los pasteles. Todavía estaba pálido como una tiza, y sus movimientos eran tan indiferentes como los de un sonámbulo. Y aunque ella no esperaba que su carácter alegre estuviese de vuelta, le preocupaba que hubiese dejado de hablar por completo. Tan pronto como el café estuvo hirviendo, ella lo llamó a la parte trasera del vagón. “Rory, toma un poco de café y una galleta. Apenas has comido hoy.” Obediente, se acercó, y tomó la taza que ella le tendió. Cuando ella lo miró, su corazón se contrajo. Sus pecas destacaban en contraste con su palidez, y se notaba en su rostro un dolor que él no alcanzaba a entender. El viento le había alborotado su cabello rubio, y en ese momento, parecía muy niño. Libby se secó las manos en el delantal. “Creo que me voy a tomar un descanso. ¿Quieres sentarte conmigo por aquí?” Él simplemente asintió con la cabeza y la siguió hacia el lado de la carreta donde Libby había puesto el barril de Tyler. Se sentó, y él se sentó en el suelo junto a ella, la mirada fija en su taza. De repente levantó la vista hacia ella, y su máscara pálida se desquebrajó. “Señorita Libby, sigo preguntándome porqué un rayo tuvo que golpear a Charlie, en lugar de una vaca estúpida, o la banda de la silla de montar, o el suelo. Pero no puedo entenderlo.” “No creo que haya respuestas a esas preguntas,” dijo. “Tal vez es por eso que accidentes como el de Charlie son tan difíciles de aceptar.” ••• Cuando Tyler llegó al campamento el fuego estaba en marcha, y sintió el aroma de las galletas en el horno holandés, pero no encontró a Libby ni a Rory. Desmontó y caminó alrededor del vagón y se detuvo. Tyler vio a Libby sentada en un barril volcado al lado de la rueda delantera. En el sol de la tarde, su pelo brillaba en tonos de trigo maduro y whisky, y era levantado por el viento, volando alrededor de sus hombros. Sentado en el suelo junto a ella estaba Rory. Tyler escuchó el temblor en la voz del muchacho. “En un minuto estaba vivo, sólo haciendo su trabajo, tratando de salvar a la manada. Luego vino el amanecer y me lo encontré en la hierba—bo-boca abajo con ese agujero quemado en la parte posterior de su camisa.” “¿Fuiste tú quien lo encontró?” Le preguntó Libby. Él asintió con la cabeza y arrugó la cara. “Oh, Rory, Rory—lo siento mucho,” se lamentó Libby mientras el ponía su cabeza sobre el regazo de ella. Él chico agarró un poco de su delantal en un puño, y lloró con todas sus fuerzas mientras ella le acariciaba el pelo. Como si sintiera sus ojos en ella, Libby se volvió y miró a Tyler.

Él respiró hondo, dio la vuelta y se alejó. En ese momento deseaba con toda su alma poder descansar su cabeza en el regazo de Libby Ross y llorar, también. ••• Los próximos días en el camino fueron muy ajetreados, pero, para alivio de todos, sin incidentes. Libby, cansada, pero por extraño que pareciese, cada vez más fuerte, se había acomodado a una rutina que hacía su trabajo soportable, aunque no fácil. Todavía maldecía en silencio esas condiciones tan primitivas. Tenía poca intimidad, y no había instalaciones de lavado más allá de un cubo de agua caliente y una pastilla de jabón. Pero todo eso se acabaría pronto. Tyler dijo que a menos a que surgiesen más problemas, Miles City estaba a dos días de distancia. Después de que la causa de la muerte de Charlie hubiese sido asimilada de una vez por todas, por la noche, alrededor de la fogata, los hombres hablaban de cosas divertidas que el vaquero había hecho o dicho, hazañas que había realizado, la nobleza de su espíritu. En general, decidieron que Charles Ryerson había sido un vaquero de verdad, que encarnaba todo lo bueno que se esperaba de un hombre que se ganaba su sueldo en una silla de montar. Después de que Rory hubiese derramado su duelo el día del funeral de Charlie, Libby supuso que se sentiría incómodo con ella y que trataría de evitarla. En cambio, era más solicitante, y ella se dio cuenta de que caminaba y cabalgaba con un poco más de dignidad. Tal vez se había convertido realmente en un hombre, pensó. Pero sobre todo en su cabeza, más allá de Rory, o de las tareas del día a día, o incluso el final de ese viaje, estaba Tyler y la noche que había pasado junto a él en el vagón. Él no había tratado de besarla de nuevo, y ella se sentía angustiada al darse cuenta de que su decepción superaba con creces su alivio. Pero pensó que tal vez el recuerdo de esa noche estaría en la mente de él, también, ya que la mayoría de las veces, cuando levantaba la vista de las espaldas de las mulas, ella lo veía mirándola. Cabalgaba junto al carro, señalando la inmensidad del mismo cielo, las vistas impactantes de tierra, y su belleza natural. Una vez, incluso vieron un oso en una colina a lo lejos. Libby se sintió aliviada cuando el animal mostró mucho menos interés en ellos de lo que ellos mostraron por el mismo. A veces, Tyler galopaba por delante de ella, ejecutando maniobras delicadas y exhibiciones impresionantes de equitación. Su habilidad era a la vez sorprendente e impresionante. No podía imaginar lo que estaba tramando, sólo le ayudaba a pasar las horas desde un campamento a otro. No podía dejar de admirar su espalda recta y su alta figura. Era el hombre más atractivo que había visto en Montana. De hecho, estaba empezando a creer que era el hombre más guapo que había visto en su vida. Sonreía con más frecuencia, revelando unos dientes blancos que brillaban bajo el sol primaveral, y una vez, para su absoluta sorpresa, le guiñó un ojo desde la parte de atrás de su caballo. Ella se había reído con deleite y un rubor de timidez, y casi había dejado caer las riendas. A veces, sin embargo, la miraba con una mirada penetrante y caliente, que contenía tal necesidad cruda, intensa, se la hacía sentir asustada y excitada, como si ella tuviese que corresponderle de alguna manera. Por la noche, cuando estaba en el carro esperando a que el sueño la alcanzase, recordaba la

forma en que los labios de él se habían sentido en ella, cómo se había desabrochado la camisa y había puesto su mano dentro. Nada de lo que había experimentado con Wesley Brandauer representaba o la había hecho sentir tan cómoda como el anhelo inquieto que los pensamientos que Tyler producía en ella. Pero él realizó su obra más increíble aquella tarde que le trajo un puñado de flores silvestres. Tyler Hollins no era un ogro después de todo. ••• Tyler se quedó fuera del corral de cuerda con la pata delantera de su pinto entre sus manos, echando un vistazo a la pezuña del animal. La luz se mantendría todavía durante una hora, y en el bajo horizonte occidental, el sol iluminaba la parte inferior de las nubes con un fuego bermellón. Era uno de los momentos favoritos del día de Tyler, la puesta del sol. La salida del mismo era el otro. Algo en la apariencia del cielo—como una bola de fuego sobre un horizonte y las estrellas en el lado opuesto— apelaba a su alma y le daba una sensación de paz. Cuando hacía buen tiempo, le gustaba sentarse en el porche de La Estrella Polar, una taza de café en la rodilla—o un trago de whisky, dependiendo del tiempo—y ver los días comenzar y terminar. Tres semanas habían pasado desde que salieron del rancho, y Tyler se alegraba de que el sendero estuviese a punto de acabar. Estaba bastante contento al respecto, al menos. De vez en cuando miraba hacia el vagón, y se fijaba en la figura de Libby envuelta en ese delantal blanco mientras ella se movía del vagón al fuego y al barril de agua. Llevaba el chal a cuadros con las puntas metidas en su cintura, y mirándolo, Tyler pensaba que eran los seis mejores dólares que jamás había gastado. Incluso en los días claros como ése, la brisa que soplaba sobre la hierba era fría y cortante. Antes de que él pudiese apartarse del camino para evitarla, cada vez se encontraba más preocupado por ella que por su propio trabajo. Más de una vez se había sorprendido a sí mismo actuando como un tonto adolescente a su alrededor. “Parece que lo hemos logrado, después de todo. Deberíamos estar en Miles City mañana por la tarde.” Joe deambulaba por la parte superior, pero Tyler escuchó cómo se acercaba antes de que comenzase a hablar—tenía las más ruidosas espuelas que cualquiera de ellos. “He tenido mis dudas.” Se puso en cuclillas junto a Tyler y arrancó un puñado de hierba de primavera. Tyler lo miró, sorprendido. “¿Tú? Nunca te has preocupado demasiado por nada.” Joe fue cortando las finas tiras de hierba en trozos más pequeños. “Creo que lo que pasó con Charlie me hizo dar un paso atrás y echar un vistazo a las cosas.” Tyler sacó un gancho de su bolsillo. “¿Sí?” “Por supuesto. Un hombre nunca sabe cuando su tiempo se va a terminar. Es por eso que tiene que seguir mirando hacia adelante y no dejar que las cosas pasen por su lado, en vano.” Tyler suspiró y se frotó la nariz contra la parte posterior de su guante. Tenía la sensación de que sabía hacia dónde iba la conversación, pero pensó que podría seguirle el juego. “¿Qué estás conspirando?” Joe entrecerró los ojos hacia él, el sol del día dorado, brillando en su cara. “¿Yo? Nada. No estoy hablando de mí.”

“Ya…” “Estaba pensando en Rory.” Tyler dejó caer la pata del pinto y miró a Joe. Esa no era la respuesta que esperaba. “¿Qué pasa con Rory? Hablé con él acerca de Charlie. Estaba disgustado, pero parece estar llevándolo mejor.” Joe puso el pedazo de hierba delante de sus ojos. “Eso es a lo que me refiero. Piensa en lo que ese chico ha pasado. Perdió a su madre y a su hermana, y no tiene relación con su padre. Ahora, esta semana, su héroe fue asesinado por un rayo. Pero no va a dejar que todo eso le afecte tanto como para convertirse en un hombre amargado.” “Si me estás comparando—con él—¡Qué demonios!—” Tyler resopló, luego encontró su voz. “¡Por el amor de Dios, Rory sólo tiene quince años!” “Sí, señor, así es. Ha pasado por demasiadas cosas en un período realmente corto de vida. Si hubiese sido como su padre, podría haberte culpado por lo de Jenna. Por supuesto, supongo que no hubiese sido necesario—tú te culpas a ti mismo lo suficiente, por todos nosotros.” Tyler le dirigió una mirada dura y no respondió. Una brisa fría, rígida aplastó la hierba alrededor de Joe. “¿Vas a dejar que Libby Ross suba a ese tren en Miles City?” Tyler cogió el casco del pinto de nuevo. Incluso dentro de los confines de su propio corazón, no estaba dispuesto a considerar cómo su marcha iba a cambiar su vida. “Dejarla no tiene nada que ver con esto. Ella quiere ir. Y es lo que debe hacer.” “No teniendo en cuenta lo que he visto últimamente. Incluso los muchachos se han dado cuenta.” Joe metió una mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó un cigarrillo doblado. Tyler sintió un rubor que se extendía hasta su cuello y permaneció con el rostro inclinado hacia el casco como si fuera la cosa más fascinante que jamás había visto. “No hay nada de lo que darse cuenta,” murmuró. Sintió la mirada del capataz en él. “Ty, algunos hombres pasan años buscando algo que les haga felices, sin darse cuenta que esa cosa estaba justo debajo de sus narices todo el tiempo.” “Tengo aún muchos años por delante,” espetó Tyler, empezando a sentirse acosado. Joe se levantó y arrojó el tallo de hierba a un lado y empezó a alejarse. Como si hubiese pensado mejor, se volvió y miró al otro lado del lomo del caballo. Encendiendo su cigarrillo con una cerilla, la levantó y se quedó mirando la llama por un momento. Luego levantó sus ojos oscuros para considerar a Tyler. Esbozó una sonrisa bajo su gran bigote en su rostro enjuto. “Apuesto a que Charlie pensaba lo mismo.” Apagó la llama con una exhalación del humo de su cigarrillo, y se dirigió hacia el campamento.

E

l cielo estaba oscuro, con la amenaza de lluvia, cuando la tripulación de La Estrella Polar llegó a los corrales de Miles City a principios de la tarde del día siguiente. Tyler subió al asiento del vagón junto a Libby para llevarla a la ciudad, y se despidió a los hombres allí, ya que iban a esperar a la entrega del ganado. Decir adiós fue mucho más difícil de lo que ella había esperado. Saludó con la mano a la mayoría de ellos desde la carreta mientras permanecían en sus sillas de montar. Rory se puso sobre los estribos y agitó su sombrero. Joe, sin embargo, montó su caballo a su lado. Se inclinó y la besó en la mejilla, haciéndole cosquillas en la cara con su enorme bigote. Su sonrisa celebró un cariño genuino. “Señorita Libby, señora, gracias por cuidar de estos viejos vaqueros—nunca he comido tan bien hasta que llegaste aquí,” dijo con su voz de trueno bajo. “Espero que encuentres lo mejor de todo de vuelta en Chicago. Pero vamos a echarte de menos.” “Gracias, Joe.” Libby tenía la garganta apretada por la emoción, fue lo único que logró pronunciar. “Encontraréis a otro buen cocinero.” “Tal vez. Pero lo dudo.” Él envió una breve mueca a Tyler que ella no entendió, luego giró a su caballo para reunirse con sus congéneres. Junto a ella, Tyler suspiró, luego le dio una palmada a las mulas en sus lomos con las riendas y el carro se volvió hacia el pueblo. Conduciendo por la calle principal, pasaron saloons, tiendas, un banco, el herrero, y todo tipo de oficinas de negocios. Los ojos y oídos de Libby fueron asaltados por los edificios, la gente y los caballos. ¿Con qué rapidez se había acostumbrado a la amplitud y la tranquilidad tanto de La Estrella Polar como del rancho? Y esto era tan solo una pequeña ciudad al este de Montana. Chicago era cien veces más ajetreado y ruidoso que esto. Pero debería acostumbrarse a él de nuevo, se dijo. El tráfico y las multitudes se vuelven tan familiares que realmente pasan desapercibidos poco tiempo después. Tyler estaba bastante tranquilo sentado junto a ella, y le recordó el día en que habían ido a la tienda de Osmer y le compró el chal a cuadros que ahora llevaba. “¿Vas a volver de nuevo al trabajo en La Estrella Polar desde mañana?” Preguntó ella, estudiando las líneas limpias de su perfil. “Sí, por la tarde. Para darle a los muchachos la oportunidad de recuperar la sobriedad. Me imagino que se pondrán bien borrachos una vez que acaben con la tarea en el corral y la limpieza.” “Espero que Rory, no,” exclamó ella. “Es demasiado joven para entrar en saloons y beber.” “Oh, Joe le invitará a una cerveza o dos,” dijo, maniobrando las mulas alrededor de un carro con una rueda rota. “No creo que la zarzaparrilla haga el truco de esta vez.” Un espacio de silencio se abrió, ya que ambos recordaron a Charlie. “Bueno, quizá no,” ella estuvo de acuerdo con suavidad. “Ha sido bueno para Rory, tener una mujer cerca,” continuó. Él mantuvo la vista al frente, pero una breve sonrisa tiró de las comisuras de su boca. “No creo que le hayamos enseñado mucho acerca de cómo comportarse con una dama. O cómo consolar el corazón de una mujer. Quería darte las gracias por estar con él después del funeral de Charlie. Joe no había tenido la oportunidad de decirme que fue Rory

quien encontró el cuerpo de Charlie.” Ella bajó la mirada a su regazo. “Sólo necesitaba a alguien con quien hablar.” Ella había sido buena para Rory, pensó. ¿Y por Tyler Hollins? Le lanzó una mirada de reojo. “¿Tú vas a emborracharte esta noche también?” Pasaron junto a un saloon lleno de gente y no podía dejar de pensar en Callie Michaels y La Osa Mayor. Se volvió y la miró. Su sonrisa había desaparecido. “No, tengo que encontrar otro cocinero.” No era la primera vez durante el transcurso de la unidad del sendero, que Libby se contenía deseando que las cosas hubieran sido distintas. Sólo unas pocas semanas atrás, con aires de autosuficiencia, había creído que su plan para volver a Illinois era uno bueno. Había querido dejar Montana, una tierra salvaje, incivilizada, poco poblada, con gente cuyas normas e ideas eran completamente ajenas a ella. Diablos, la primera vez que la tripulación de La Estrella Polar la invitó a sentarse a cenar con ellos, se había horrorizado. La señora Brandauer la hubiese dejado morir de hambre antes de invitarla a comer en la misma mesa con la familia. Pero después de pasar tiempo en El Oeste, había comenzado a valorar la ausencia de formalidad sin sentido que separaban a unas personas de otras de actitud rígida y déspota. Tyler detuvo la carreta delante de lo que se consideraba un hotel en esas partes—otra estructura estrecha, dos pisos de tablillas, que le recordaban a Libby a los edificios de Heavenly. Cuatro habitaciones y un baño pequeño, y una escalera en el lateral, todo construido sobre un restaurante. Después de que él la hubiese pagado, debidamente restando el coste de su abrigo y guantes de montar, como ella había insistido, se pararon en la acera llena de gente, frente al restaurante. Tyler estaba sucio y cansado, y olía como el ganado, los caballos, y el trabajo duro. Pero seguía siendo imperdonablemente guapo, formado como estaba con sus huesos y músculos largos, delgados y poderosos. Debería ser ilegal que un hombre fuese tan atractivo, pensó. Con un sentido de resignación, sabía que para ella él siempre se vería guapo, sin importar cuál fuese el estado de su apariencia. Un destello breve de sol de la tarde brillaba sobre los rastrojos castaños y rubios en su barba de un día de larga. “Bueno, Libby, lo has conseguido.” Él cambió su peso de una pierna a la otra, y se echó el sombrero hacia adelante y luego hacia atrás. Una torpeza surgió entre ellos. Ella se echó a reír nerviosamente. “No pensaste que lo haría, ¿verdad?” Tyler se encogió de hombros, obviamente, un poco avergonzado por la pregunta tan directa. “No, supongo que no—no, al principio. Pero estaba equivocado. Lo supe tan pronto como mataste esa serpiente de cascabel.” Él la miró entonces, y metió las manos en sus bolsillos delanteros estrechos. “Oh, diablos, lo supe mucho antes que eso.” Mirando fijamente a su cara delgada, atractiva, Libby sintió un nudo en su corazón. ¿Por qué? ¿Simplemente por el hecho de que hubiesen compartido un beso en una tormentosa noche de Montana? Esa había sido una peligrosa estupidez. Desde entonces, ella deseaba poder vivir esa noche otra vez, sentir sus manos y los labios en ella. Incluso ahora mismo sentía un impulso desesperado, anhelante, por lanzarse a sus brazos y esconder la cara en su cuello, para oírle pedirle que se quedara. Pero era mejor decirle adiós ahora mismo, ahí mismo, en esa acera, y acabar con ello. Él la había ayudado, de mala gana, y ella le había ayudado. Ahora todo había terminado. No la quería allí, y ella no

quería estar allí, tampoco. Por lo menos, no demasiado. Había venido de Chicago porque no había tenido otro lugar a donde ir. Ahora iba a volver hasta allí por el mismo motivo. Libby le dedicó una sonrisa irónica. “La próxima vez que te encuentres con una serpiente de cascabel, tendrás tu arma contigo. No querrás volver a depender de alguien cuya puntería sea tan mala como la mía.” Ella desvió la mirada, y la conexión entre ellos fue interrumpida. “Gracias por todo. Supongo que será mejor que vaya a mi habitación. Bueno…” Ella le tendió la mano. Tyler la miró, luego a toda prisa se quitó el guante. El momento en que su mano tocó la de ella, una corriente caliente, vital, pasó entre ellos. Ella lo miró a los ojos. Había algo en ellos que la atraía, un calor, un anhelo—algo—que ella no quería identificar. No, ella no veía nada, nada, agonizó. Libby trató de apartarse, pero él mantuvo su agarre y la condujo hasta el borde de la acera, fuera de la trayectoria de los peatones. Tyler miró a la pequeña mujer de pie delante de él, su nariz un poco respingona, sus cejas sedosas, su cabello color miel. No era una impotente ni una cobarde, de hecho, era una luchadora. Sin embargo, él estaba empezando a comprender lo que Charlie había sentido —le molestaba que no tuviese a nadie en absoluto que mirase por ella. Pero él no sabía qué podía hacer o decir. Tyler no tenía nada que ofrecerle excepto despedidas. Además, ella estaba haciendo lo que quería. “Escucha, no fue mi intención—bueno—” Él echó un vistazo a los tablones bajo sus botas. “Creo que fui un poco difícil contigo al principio. Has hecho un trabajo malditamente bueno por nosotros.” Alzó la voz para hacerse oír por encima de los vagones de mercancías que pasaban. “Si alguna vez necesitas algo…” “Chicago es un largo camino desde Montana.” El estómago de Tyler se anudó al ver la expresión desolada que se filtraba a través de la sonrisa de Libby. “Pero, gracias.” Una espesa niebla comenzó a caer, el tipo de llovizna suave, empapada, que sólo se producía en primavera. “Creo que será mejor que entres antes de que te mojes,” dijo. Mojarse un poco bajo la lluvia parecía risible cuando pensaba en todo lo que había pasado. Tyler no tenía talento para las despedidas, pero no era capaz de acabar con esto. “Te-ten cuidado de vuelta a Heavenly,” dijo ella, y comenzó a alejarse. “Libby, espera—” Él la agarró del brazo. Fue la última vez que la vería, que la tocaría. Urgentemente, él la tomó en sus brazos y apretó su boca contra la de ella, dura y brevemente. Ella olía tan dulce, a pesar de la suciedad del viaje y la fatiga. La sintió tensarse con sorpresa. No era el tipo de beso que él hubiera deseado. Pero una vez más, el tiempo y las circunstancias estaban trabajando en su contra. Tyler la soltó repentinamente, y Libby lo miró fijamente, pasmada. La expresión que había visto una o dos veces antes—apertura, nostalgia, pesadumbre—brillaba por encima de sus hermosos rasgos. Era vagamente consciente de que la gente en la calle los estaban mirando, pero en este momento, no le importaba. Se subió el chal de cuadros para cubrir su cabeza. “Debes entrar ahora,” dijo él con voz ronca. Se dio la vuelta y saltó al asiento del carro. Con una última mirada, instó a las mulas hacia adelante y se fue. Presionando una mano temblorosa contra su boca, Libby permaneció de pie bajo la lluvia y vio el

carro hasta que desapareció entre la multitud de caballos y vehículos en el otro extremo de la calle. Con sus pies apretados y la garganta de plomo, Libby se dio la vuelta y subió las escaleras hacia su habitación. ••• “Parece que te vendría bien un poco de diversión, vaquero. ¿Qué tal si me siento aquí y me invitas a una copa?” Arrastrándose, una chica del saloon en un resplandor de raso rojo y encaje negro, atrajo la atención de Tyler lejos de sus pensamientos. Después de una cena en uno de los restaurantes, Tyler había seguido a su equipo hasta el Briar Rose. Lleno de humo, vaqueros, y juegos de cartas, era tan fuerte y ruidoso como un campamento puede llegar a ser como escenario de peleas, tiroteos, o caballos siendo montados. Pero él no tenía ganas de unirse a la diversión. Se sentó en una mesa con los pies apoyados en la silla frente a él, con su copa intacta y la botella de whisky sobre la mesa. Había estado considerando ambos objetos durante veinte minutos. “¿Cuál es tu nombre?” Le preguntó a la chica. Demonios, era sólo una niña debajo de toda la pintura que llevaba, probablemente no mucho mayor que Rory. Tenía el mismo aspecto que Callie, como si nunca hubiese visto el sol. Pero si cerraba un ojo y la miraba por el otro, bajo la dura luz de queroseno, su pelo era casi del mismo color que el de Libby. Su perfume emanaba hacia él, una esencia fuerte y opresiva. Arrastró sus dedos a lo largo de la parte posterior de la silla en la que Tyler había apoyado sus pies, y le dio una sonrisa perezosa, practicada. “Rebecca.” Tyler se echó hacia atrás en su silla y puso su codo en el brazo de la misma. “¿Cómo es que una chica de tu edad se pone a la venta de favores en este lugar, Rebecca?” Ella se enderezó y le dio una mirada dura. “Escuche, señor, yo no estoy interesada en una charla—” “Y yo no te voy a dar una. Realmente lo quiero saber. ¿Era éste el único trabajo que pudiste encontrar?” Ella dudó un momento y luego respondió con una voz mucho más joven. “Mi padre me dejó en esta ciudad hace dos años. Sally, la propietaría del lugar, me dio trabajo. No he podido encontrar nada más que hacer.” “¿No tienes familia en otro lugar?” “No tengo familia en absoluto. Pa fue asesinado en un juego de cartas en Rosebud, y era el último de mi familia.” Miró el rostro joven que ya estaba envejeciendo antes de tiempo. Ella podría estar diciéndole la verdad, o podría estarse inventando una triste historia para ganarse su simpatía. Él no lo sabía, tampoco le importaba. Fuera como fuese, dudaba que ella realmente quisiese estar ahí. Su mente se dirigió a Libby de nuevo, y a sus ojos grises tristes. Acercó el cambio de la botella de whisky hacia ella. “Ten, Rebecca. Voy a beber solo esta noche, pero quédate con esto.” La chica le dio otra mirada fija, luego cogió el dinero tan rápido que no estaba segura de dónde ponerlo. La pluma en su pelo desordenado colgaba sobre su hombro desnudo, y ella le dio una sonrisa torcida. “Gracias.” Se volvió y comenzó a alejarse, pero se detuvo. “Señor, espero que encuentre a la

mujer que ha perdido.” Eso le sorprendió. Una risa irónica y sin sentido del humor, resopló fuera de su pecho. “Gracias, Rebecca, pero no he perdido a nadie. Al menos, no últimamente.” Ella se encogió de hombros y siguió su camino hacia algo más mucho más prometedor que le pareció haber encontrado en un par de mesas más allá. Tyler se removió en su silla, sacó el corcho de la botella y se sirvió una copa. Le había dicho la verdad a Rebecca, por lo que él sabía. Sin embargo, tenía que admitir que un sentido vago, incómodo, de pérdida lo había perseguido desde el momento en que había dejado a Libby Ross de pie en la acera esa tarde. La imagen de su chal a cuadros sobre su cabeza mientras la lluvia caía sobre ella estaba aún fresca en su mente. Y nada—ni el largo baño en una bañera en la casa de baños, ni quedarse dormido en la silla del barbero con una toalla caliente en su cara—nada le había hecho olvidarla. En todo caso, sólo se había agravado cuando empezó a indagar por la ciudad, tratando de encontrar un nuevo cocinero. Había hablado con unos cuantos hombres prometedores, vaqueros que habían sido largados demasiadas veces con anterioridad y ya estaban desarrollando reumatismo. Pero había encontrado algún problema con cada uno de ellos; sospechaba que uno de ellos podría ser un bebedor, otro no le parecía que encajaría en el equipo, otro simplemente le crispaba los nervios. En la barra del bar, Joe y su equipo estaban muy dedicados tratando de ponerse gratamente, fatuamente, borrachos. Envidiaba su capacidad de poner a un lado los problemas y reír. Incluso Rory estaba sonriendo de nuevo, gracias a Dios. Tyler había estado muy preocupado por él, la expresión solemne del niño era demasiado parecida a la que había visto en él cuando llegó a La Estrella polar. La diversión dio un giro melancólico sólo cuando parte de la tripulación del Lazy J entró en el Briar Rose y se enteraron de que Charlie Ryerson había sido asesinado. Después de relatar los detalles de su muerte, en un momento de elocuencia teñida por la cerveza, Joe, con los codos en la barra detrás de él, dijo: “Me imagino que cada hombre tiene un pequeño dolor anclado en el fondo de su vientre sobre cosas que se han quedado sin decir o sin hacer. Ojalá Charlie estuviese aquí con nosotros ahora, pero el accidente de su—bueno, estuvo fuera de nuestro alcance poder ayudarle. Lo único que podemos hacer es arreglar las cosas que tenemos el poder de arreglar. Y tratar de salir de esta vida con un recuento de más alegrías que de pesares.” Su audiencia murmuraba de acuerdo y levantaron sus copas en memoria de Charlie. Tyler miró sin ver por la ventana. Las palabras de Joe tuvieron un efecto amedrentador sobre él, más profundo que cualquiera de las personas que sin invitación, le habían tratado de hacer cambiar de parecer, en los últimos años. Él bebió el trago de whisky que se había servido—se quemó como el fuego bajó por su garganta. Sacudido, volvió a llenar el vaso, derramando un poco por encima del borde. Sabía que si él fuera a morir en su sueño esa noche, el peso de sus remordimientos anclaría su espíritu a esta tierra para el resto de la eternidad. Después de la muerte de Jenna, se había retirado en ocasiones de una existencia segura y ordenada. No importaba que a veces hubiese tenido hambre de más, él había sentido que no merecía nada más y todavía no estaba seguro de hacerlo. Pero, maldita sea, había dejado que la vida y la felicidad pasaran por él mientras él no hacía nada. Eso

no traería de vuelta a su esposa. Y pese al tipo de hombre que pudiese ser, bueno o malo, Tyler Hollins no era de los que no hacían nada. Se sentó y se empujó a sí mismo fuera de su silla. Mañana a primera hora, daría un giro a su vida. No podría cambiarlo todo, pero tenía la oportunidad de arreglar una cosa, y lo iba a hacer, tal como Joe le había aconsejado. Esa noche, sin embargo, iba a tomarse un par de copas con su equipo. ••• “Bueno, señora, su tiempo no ha podido ser más perfecto. El único tren a Chicago programado para esta semana estará aquí a las once, en punto.” “Oh,” vaciló Libby. “¿Tan pronto?” ¿Por qué no se alegraba de ello? Se preguntó. Ella había deseado escapar de Montana desde el primer momento en que puso un pie en ese territorio el pasado otoño. “Sí, señora, a no ser que quiera esperar hasta el próximo jueves” “No, no, no puedo hacer eso. Deme el billete.” Puso el dinero sobre el mostrador. De aspecto muy formal, el joven empleado de la estación miró el reloj situado por detrás de Libby. “Le queda casi una hora por si desea comer algo antes de salir.” “Si pudiese contratar a alguien que bajase mi baúl de la habitación del hotel a la calle, creo que preferiría simplemente sentarme aquí en la estación, si se me permite,” dijo. No tenía apetito. “Como usted guste, señora. Elija cualquier asiento que le guste. Voy a enviar a un chico a buscar su equipaje.” Ella le dio su nombre para que se lo pudiese decir al chico de los recados, y el joven luego empujó un billete sobre el mostrador hacia ella. Libby lo guardó cuidadosamente en su bolsillo. Cruzando la pequeña estación desierta, se sentó en un banco vacío de cara al reloj. El lugar olía a tinta, madera y papel viejo. Se alisó la falda de su traje sencillo de viaje. Era el mismo que había llevado puesto el día que llegó, el mismo con el que se había casado. No quería quedarse allí ni un minuto más de lo que fuese necesario, pero sus motivos no estaban tan claros como una vez lo estuvieron. Echó un vistazo dentro de su bolsillo para mirar el billete de nuevo, y alcanzó a ver cinco águilas dobles en los pliegues de cuero de su monedero. Ella había estado desconcertada, y posteriormente, indignada la noche anterior, cuando abrió su baúl y descubrió los cien dólares. ¿Qué demonios había pensado Tyler Hollins? ¿Pagar su salida de esa manera? Oh, él no le había dejado una nota, pero no había duda de que las monedas de oro venían de él—las había encontrado envueltas en uno de sus pañuelos con un cartucho de escopeta de calibre doce. ¿Estaba tan aliviado de librarse de ella? Había deseado poder seguirle la pista a cualquier saloon o restaurante en el que estuviese sentado y devolverle su dinero. Pero cuando ella se sentó en la estrecha cama en la habitación del hotel, su largo pelo, enredado, goteando agua, había enfriado su ofendido orgullo. El dinero era seguridad, una protección entre ella y la indigencia. Orgullo, se dio cuenta, era una cosa que estaba muy bien, pero no la protegería de morir de hambre, ni pondría un techo sobre su cabeza hasta que encontrase trabajo. Se agachó, tocando el bolsillo que contenía el cartucho de escopeta. Libby trató de no pensar en Tyler, pero el suave tic-tac del reloj sobre la puerta estaba arrullando, y

cayó en el mundo de los sueños, donde el tiempo se detenía. Las líneas entre las tablas del suelo de madera delante de ella cada vez se hacían más borrosas e imperceptibles— Un jinete con el pelo castaño y los ojos de ágata azul galopaba a caballo a través de la unión de la tierra y el cielo, su silueta recortada contra la puesta de sol carmesí. Cabalgó hacia ella donde ella esperaba en el porche de La Estrella Polar a que él volviese a casa, y a ella. Y cuando se desmontó y se acercó a ella, vivo con la intensa pasión de un hombre en armonía con la tierra, se metieron en casa y subieron las escaleras. En la gran cama con dosel que compartían, él la tumbó, su mano abriendo los botones de la blusa de ella con impaciencia, mientras la otra buscaba el calor debajo de su falda. Su boca se sentía cálida y húmeda contra la garganta y el pecho de ella, y ella anhelaba poder tocar también su piel desnuda. “Libby,” susurró con voz ronca, “eres mía—nunca te dejaré marchar ¿me oyes? Nunca. Te quier—” “¡Señora Ross! Señora, ¿se ha quedado dormida, ahí?” Libby fue devuelta a las cuatro paredes grises de la estación de ferrocarril. Se dio la vuelta bruscamente en el banquillo, y vio al joven empleado devolverle la mirada con el ceño fruncido desde detrás del mostrador. “Lo siento, debo haberme quedado dormida,” mintió. Su cara se sentía tan caliente como un hierro de marcar. “Señora, será mejor que suba al tren. No querrá perderlo.” Libby miró por la ventana y vio la bestia enorme, vaporosa, que la llevaría hasta el este, y la cruda realidad volvió a ella. Ella no era de Tyler. Él no era el suyo. Levantándose de su asiento, se ajustó su sombrero nuevo, el único pequeño lujo que se había permitido. Luego salió al suave sol de primavera. Montana no estaba destinada a ser su casa. Tenía que seguírselo recordando a sí misma, dado que, la esperanza que la había acompañado durante todos esos meses, era ahora su fracaso. Su corazón se sentía tan pesado como una piedra de molino. Caminó por el andén lleno de gente, pasando al lado de hombres trajeados, mujeres, niños, y vaqueros. Al parecer, todos estaban regresando a casa. Ella, por otro lado, no tenía casa en ningún lugar. Ante tal realización, su garganta se hizo tan estrecha que temía empezar a llorar ahí mismo, en público. Y ahora sus orejas le estaban gastando una broma cruel, también, como lo habían hecho la noche de la tormenta. En algún lugar por encima del bullicio de voces humanas, caballos, carros, y el silbido de la locomotora, le pareció oír que alguien gritaba su nombre. Bajó la cabeza y se apresuró hacia el conductor, que estaba ayudando a un anciano abrirse camino hasta las escaleras del turismo. “¡Libby!” Con cada segundo que pasaba, sus ojos ardían por las lágrimas, y sintió un pánico que la envolvía. El anciano delante de ella estaba haciendo poco progreso. ¿Era pedir mucho poner ese lugar a sus espaldas con su dignidad intacta? Se acercó más a las escaleras. “Libby, ¡Espera!” El reflejo la hizo volverse hacia la dirección de la voz, pero no estaba preparada para lo que vio. Corriendo hacia ella venían Tyler Hollins y Joe Channing. Esquivaban peatones y bienes de transporte, y

a pesar del estruendo de la plataforma, ella podía oír los tacones de sus botas y las espuelas. Ella se quedó asombrada con los dos, pero sus ojos se fijaron en Tyler. La urgencia en su expresión era inconfundible, y su corazón empezó a golpear duramente contra su pecho. Algo debía estar mal. Joe se quedó un paso atrás, pareciendo aliviado, pero Tyler siguió hacia adelante y la agarró por los hombros con sus grandes manos. Estaba un poco sin aliento y tragó con fuerza. “Jesucristo, te hemos buscado por todo Miles City. Fui al hotel, Rory y Possum fueron a todos los restaurantes, Kansas Bob y Noah se detuvieron en todas las tiendas de la maldita calle principal—” “¿Por qué? ¿Qué ha pasado? ¿Ha habido algún accidente?” “Uh, no— “ Tyler miró hacia el suelo y se detuvo. Se dio la vuelta y miró a Joe, pero el capataz estaba apoyado de espaldas contra un riel de enganche. “Te toca a ti, vaquero,” aconsejó Joe, y cruzó los tobillos. Tyler le soltó los hombros y buscó en su cara, luego respiró hondo. “Mira…Sé que Heavenly no es Chicago. Dios, no es ni siquiera Miles City.” Hizo un gesto alrededor de ellos. “Pero estaba pensando, bueno—” Era la primera vez que ella lo veía tan tímido. Hasta sus orejas estaban teñidas de rojo. “A los muchachos les encanta tu cocina y no tienes ningún lugar en particular a donde ir. Y—no era tan malo tener a alguien que nos cuidase. En cualquier caso, ¿todavía odias Montana? ¿Estarías dispuesta a volver a La Estrella Polar? El sueldo sería el mismo que en el sendero.” “¡Todos a boooordo!” Libby miró detrás de ella hacia el tren. “Pero tienen mi baúl,” respondió ella, como si eso fuera su mayor desconcierto. “¿Quieres venir a casa con nosotros?” Le preguntó Tyler de nuevo, esta vez más fuerte. Casa. El silencio pacífico, el sentido de familia y de pertenencia, este hombre— “Bueno…¡Sí! Sí, iré.” Sus piernas flaquearon ante el alivio que sintió. “Joe,” gritó Tyler sin apartar la mirada de la de ella. “Ve por el baúl de Libby.” Joe metió el cigarrillo a medio enrollar en su bolsillo y salió corriendo en dirección del vagón de equipajes. Tyler sonrió hacia la cara de Libby, entonces se inclinó hacia adelante y plantó un beso en su frente. Su amplia sonrisa era una que jamás le había mostrado, y ella pensó que nunca había visto nada tan bonito. Sus ojos parecían más vivos, con el rostro más descansado. Él era el vaquero más guapo de toda la ciudad. “Ya no odio Montana,” dijo ella. “Sólo me llevó un poco de tiempo poder apreciarla.” Tyler la besó en la frente otra vez. “Vamos, vayamos en busca de los chicos antes de que se agoten buscándote. La mayoría de los dolores de cabeza que esos muchachos padecen no se los deseo a nadie,” dijo, y le pasó el brazo sobre los hombros para hacerla girar hacia el centro de la ciudad. “Menos mal que has dicho que sí.” “¿Por qué?” Tyler sonrió de nuevo, esta vez un poco avergonzado. “Bueno, porque les prometí que lo harías.” Libby se apartó un poco y le dio una mirada maliciosa. “Estás muy seguro de ti mismo, ¿verdad?”

La sonrisa de él se desvaneció un poco, y negó con la cabeza. “No, en absoluto, Libby. En absoluto.” ••• Una vez más, Libby se encontraba en el asiento superior del vagón, pero esta vez Tyler lo llevaba. Cuando por fin habían reunido a todo el equipo, se encontraron abajo en un puesto de álamos en las afueras de la ciudad donde esperaban los caballos en el corral de cuerda. Los hombres estaban tan contentos de verla que ella supo que había tomado la decisión correcta para quedarse. “Señorita Libby, ¿qué vamos a tener para la cena de esta noche?” Preguntó Rory, su rostro se iluminó. “Tal vez nos prepare serpiente de cascabel,” se rió Noah, pasándose una mano por su gran melena. “Si eso significa que tengo que ser el cebo de nuevo, olvidadlo,” dijo Tyler. Todos se rieron. Libby sonrió y levantó las manos. “No, no, por mucho que todos me gustéis, tendréis que conformaros con algo menos emocionante.” Joe se inclinó hacia adelante y puso su antebrazo sobre el pomo de su caballo. “Miré en el fondo del vagón—podríamos finalmente cenar serpiente si no nos abastecemos de camino a casa.” “Libby y yo nos encargaremos de eso,” se ofreció Tyler. “Nos encontraremos con vosotros aquí de nuevo en una hora, luego nos dirigiremos a casa.” Ahí estaba de nuevo esa palabra, Libby pensó, metiendo su falda a su alrededor. Casa. Le daba un calor que había sentido muy pocas veces en su vida. Y la esencia que había estado tan notablemente ausente un par de semanas atrás, de primavera y cosas recién verdes, era fuerte en el aire ese día. Tyler volvió el carro y se dirigieron hacia el almacén general, donde se cargarían de provisiones suficientes para ver aguantar los siete u ocho días que tardarían en llegar a casa. “¡Siete u ocho días!” Exclamó Libby, mientras se dirigían de vuelta a la carreta. “Nos llevó casi tres semanas llegar hasta aquí.” Ella escuchaba el repiqueteo de los tacones de las botas de él en los tablones de la acera, y el tintineo de sus espuelas, y sonrió. Le gustaba la sensación de caminar a su lado, pero no se estaba engañando. Sabía que no debía pensar en su regreso a La Estrella Polar como algo más que un trabajo. A la decepción le encantaba visitar a las personas con elevadas expectativas. Nadie era más consciente de eso que ella. “Nuestro trabajo habrá sido hecho por nosotros para cuando queramos llegar al rancho. Y creo que vamos a tener algunos terneros adicionales en nuestra marca. No estoy seguro de cuántos pero—” Sus palabras se cortaron tan bruscamente que Libby se volvió para mirarlo. Tyler estaba mirando al frente hacia un hombre mayor que se acercó a la acera y bloqueaba su camino. Aunque ella no lo estaba tocando, notó cómo todos los músculos bajo la camisa y pantalones vaqueros de Tyler se tensaban. Como si hubiera visto un lobo, la cresta de piel en la parte posterior de su cuello, se erizó. Casi inconscientemente, tiró de ella hacia atrás y puso su hombro en frente de ella. Se detuvieron a tres metros del hombre. “¿Tyler?” Dijo Libby. Él no respondió, pero ella sintió cómo la sangre subía hasta sus mejillas cuando el forastero se acercó y la miró de arriba abajo con un desprecio insultante. Parecía tener unos cincuenta años, con una franja de pelo gris que era visible debajo de su sombrero, y una cara roja sobre una gran papada. Su grosor considerable era más evidente en una gran barriga que

colgaba de su cinturón. “Bueno, bueno, Hollins,” dijo, y se paseó de nuevo alrededor de Libby con entrecerrados ojos, inyectados en sangre. “¿Ya tienes un reemplazo preparado para mi niña?” Tyler miró al desperdicio de hombre de pie delante de él, repulsiva y enojadamente. “Estás borracho, Lat,” dijo en voz baja. Podía oler el whisky desde donde se encontraba. Él se echó a reír. “¿Borracho? Sí, lo estoy. Pero, claro, Jenna era sólo tu esposa—supongo que no sabes lo que se siente al llorar a una niña muerta, Hollins. Hace que un hombre beba. Tyler sintió que su mano se cerraba en un puño. Sabía que nada de lo que el hombre tuviese que decir era válido, pero la acusación lo enfurecía. El dolor por la pérdida de su esposa había sido tan fuerte que hasta el duelo llegó a ser casi su perdición, y todo lo que le quedaba. Al final, se había conformado con culparse a sí mismo de su muerte. “Yo la lloré, también, pero eso no la traería de vuelta. Sólo hizo que me volviera loco.” Tal vez los rumores eran ciertos, Tyler pensó. Lattimer Egan actuaba como si estuviera desquiciado. “No fue suficiente que dejases morir a mi Jenna,” prosiguió el viejo. “Hiciste que mi único hijo vivo se volviese en mi contra, también. Ese muchacho nunca viene a verme—apuesto a que Rory ni siquiera quiere hablar conmigo ahora que le has envenenado su mente en contra de mí.” Tyler tomó una bocanada de aire para mantener el control de su temperamento, y se preguntó porqué estaba continuando con esa conversación. Libby estaba apoyada contra la parte posterior de su brazo, y él podía sentir su impacto. Maldita sea, ¿por qué tenía que pasar esto ahora, delante de ella? No había visto a Egan en más de dos años. “Rory es libre de abandonar La Estrella Polar cualquier día que quiera.” Él agarró la mano de Libby y ambos pasaron por delante de su ex suegro. “Es simplemente que no quiere.” Detrás de ellos, Egan gritó: “Señora, si usted es su esposa, lo lamento por usted.” Tyler tiró de ella a lo largo hacia la carreta. Tenía el estómago anudado y, sin pensarlo, apretó la mano de Libby, ella gritó fuerte. Él la soltó, pero la empujó delante de él. Un par de personas en la acera se volvieron para mirarlos, y luego miraron a Egan. Una vez en la carreta, Tyler saltó sobre su asiento y ayudó a Libby a su lado. Agitó las riendas con saña y las mulas comenzaron a andar con una sorpresiva sacudida. Ella se quedó mirando su perfil de granito mientras se colocaba su sombrero. El rostro de Tyler parecía una roca inamovible. El corazón de Libby le latía con tanta fuerza en el pecho que podía sentirlo contra su esternón. Ella trató de darle sentido a lo que acababa de oír, pero su mente estaba dando vueltas. ¿Jenna? ¿Tyler había tenido una esposa llamada Jenna? ¿Y qué tenía que ver Rory en todo eso? “Tyler, ¿qué ha sido todo eso?” Preguntó ella, sintiéndose extrañamente sin aliento. Ella nunca lo había visto tan enfadado o tan aterrador, ni siquiera en la primera mañana en que la encontró en su cocina. “Lamento lo que ha pasado, Libby,” dijo. Sus palabras y su voz, controladas firmemente. “Lo hubiese evitado si hubiera podido.” “Pero, ¿quién era ese hombre?” Tyler envolvió las riendas alrededor de sus manos enguantadas. “Lattimer Egan. Tiene su manada al lado de La Estrella Polar, a unos diez kilómetros al este. Su hija, Jenna, fue mi esposa. Murió al dar a luz

hace cinco años.” Libby luchó por recuperar el aliento. “Y-y Rory—Rory es—” “Su hermano,” concluyó él. Él guardó silencio entonces, y pese a que Libby quería, no se atrevió a hacerle más preguntas. Al salir de los edificios de Miles City detrás de ellos, Libby se dio cuenta de lo poco que realmente sabía sobre el hombre que estaba sentado a su lado. No obstante, por mucho que Tyler fuese un misterio para ella, era evidente que había dolor debajo de su exterior rudo y sus bruscas maneras. El equipo estaba todavía alegre y bromeando cuando ella y Tyler llegaron hasta donde les estaban esperando. “Ya era hora de que regresarais,” bromeó Joe. “Estábamos a punto de ir a buscaros.” Tyler ignoró el comentario y ató las riendas alrededor del freno. Tirando de su saco de dormir fuera del vagón, se bajó de un salto. “Rory,” gritó. “Sube ahí arriba y conduce el carro de la señorita Libby. Possum, tú y Hickory ocupaos de los caballos.” Tyler se acercó a un álamo donde su pinto esperaba, ensillado y mordisqueando la hierba nueva. Después de atar su cama al arzón trasero, montó el caballo y lo hizo girar. “Nos vemos en el rancho.” Espoleó el pinto y salió al galope por el campo. “¿Qué demonios le pasa?” Exigió Joe a nadie en particular. Luego se volvió a estudiar a Libby, al parecer en busca de una respuesta al cambio brusco en el estado de ánimo de Tyler. Ella sabía que parecía tan sorprendida como todos los demás que lo habían visto cabalgar. Mirando fijamente con la boca abierta a la forma decreciente de Tyler, Rory dio la vuelta y se metió en el asiento junto a Libby. “¿Qué demonios le ha picado?” “Rory, creo que he conocido a tu padre en la ciudad. No sabía que eras el cuñado de Tyler.” Recordó una conversación que había tenido con él en su primera noche en el sendero. Él le había dicho que no sabía dónde estaba su padre. Ahora entendía por qué. Rory dejó descansar sus manos sobre los muslos. “Ah, maldición,” suspiró, y sin ofrecer nada más, soltó las riendas de la palanca de freno. “Oh, Dios,” agregó Joe. “Eso lo explica todo. Bueno, será mejor que nos vayamos moviendo. Hemos perdido la mayor parte del día.” El contingente avanzó hacia el prado abierto. Libby se sentó en un silencio desconcertado, mirando la hierba de búfalo y la sabia rodar a su paso en carruaje. La información que había proporcionado sobre Tyler y el padre de Rory explicaba la situación para todos menos para ella.

E

l viaje de vuelta a La Estrella Polar estaba siendo más corto y fácil para Libby con Rory conduciendo. Pero parecía tensa por la ausencia de Tyler. Durante el día, mientras ella y Rory botaban sobre los asientos del vagón, ella trataba de entender la razón de la malévola animosidad entre Tyler y su padre. ¿Por qué demonios iba a culpar a Tyler de dejar morir a su hermana? Pero Rory, en una salida de su amabilidad habitual, resultó tan poco dispuesto a discutir la situación como su cuñado. El joven consideró su pregunta, posteriormente negó con la cabeza. “Tyler te lo puede contar si así lo desea, pero dudo que lo haga. No te ofendas, señorita Libby, pero ha sido un asunto muy delicado para él durante mucho tiempo, y simplemente no se habla de ello. Ninguno de nosotros lo hacemos.” Luego, le gritó a las mulas: “Hey, vosotras, cabezas huecas, ¡Seguid andando!” Libby no habló más del incidente, con Rory ni con nadie, y simplemente se retiró a su rol original como cocinera del campamento. Por la noche, sin embargo, cuando yacía en su cama improvisada en el vagón, echaba de menos saber que si se asomaba por debajo de la lona de la carreta, iba a ver a Tyler mirando fijamente las llamas de la fogata, o los últimos minutos de la puesta del sol. La herida que Wesley había dejado en su corazón comenzaba a desvanecerse en una cicatriz, y Libby ya no echaba de menos Chicago. Pero echaba de menos a Tyler Hollins. Libby se sintió aliviada cuando llegaron al rancho. Excepto por la noche que pasó en el hotel en Miles City, había dormido en la parte trasera de una carreta y se había bañado en un cubo durante casi un mes. No había sido capaz de lavar ni planchar la ropa. Sobre todo, se había hartado de panceta de cerdo y frijoles. Y quería ver a Tyler. Cabalgaron con el mismo jolgorio y algarabía como el día que Charlie y Joe llevaron a los caballos salvajes hasta el corral, y ella y Rory rieron e hicieron tanto ruido como cualquiera de ellos. Cuando Libby vio la figura alta, delgada de Tyler, apoyada contra uno de los postes del porche, su corazón le dio un vuelco. El sol se reflejaba en las abundantes mechas de su cabello castaño, y tenía los brazos cruzados sobre el pecho. En ese momento, ella estaba demasiado contenta de verlo como para decirse a sí misma que era su jefe, y que sus sueños eran vergonzosamente inadecuados. Después de la primera ronda de saludos, Rory detuvo el carro frente a la casa, y Tyler se adelantó para ayudarla a bajar. A pesar de que todavía se veía cansado, ella recordó lo guapo que era, cómo de azules eran sus ojos, cómo de exuberante era la curva de su boca. “Lleva el vagón al establo, Rory,” dijo. Entonces él la sonrió y ella vio una chispa débil en sus ojos antes de que su máscara fría se dejara caer en su lugar. “Bienvenida de nuevo, Libby. ¿El viaje fue bien?” Ella sonrió también. “Sí, pero me alegro de estar de vuelta. Será bueno dormir en una cama de nuevo y cocinar en un horno. Me hubiese gustado tener una bañera de cobre como la del hotel en Miles City. Y esta noche, gracias a Dios, también tendremos algo más que carne de cerdo para cenar.” Sin pensarlo, puso su mano sobre el brazo de él. Tyler dio un paso atrás. “Entonces será mejor que te instales cuanto antes.” Empezó a caminar de

regreso a la casa. Ella se sorprendió por su frialdad. “Tyler, espera. ¿Es eso todo lo que—um, quiero decir, ¿estás— estás bien?” El ceño tenue que ella conocía tan bien, juntó sus cejas. “Estoy bien, Libby. Tu trabajo no es preocuparte por mí. Es cocinar.” La dejó de pie en el porche y la puerta se cerró de golpe detrás de él. Un momento después, ella oyó la puerta de su oficina cerca de la parte trasera de la casa. La cara de Libby estaba caliente de vergüenza, y miró a su alrededor para ver si alguien había presenciado su despido tan cortante. Afortunadamente, el equipo estaba ocupado con los caballos en el corral. Oh, este hombre, maldijo ella. Fue tan grosero como la mañana en que lo conoció. Libby esperaba no tener que lamentar haber desperdiciado ese billete de tren. ••• Una noche, una semana después, Libby se despertó de un sobresalto. No sabía qué hora era, pero la luna había cruzado el cielo para poner una barra de luz a través de la ventana de su habitación. Era una noche templada y una suave brisa agitaba sus cortinas de encaje. Un ruido, pensó, fuera algo la había despertado. Apartó las mantas y se acercó a la ventana abierta. La luna llena iluminaba el patio y los edificios circundantes, pero no veía nada. Los caballos en el corral estaban tranquilos, el barracón estaba oscuro — ¡Thwuck! ¡Thwuck! ¡Thwuck! Miró entonces, y un poco más allá del borde del techo del porche vio a Tyler cortando madera. No había duda de que era él. Se había quitado la camisa y su torso sudoroso brillaba a la luz gris—ella recordaba muy bien el contorno de sus hombros y espalda recta. La hoja del hacha de plata brillaba en su arco hacia arriba antes de caer de nuevo a morder el tronco. ¡Cortando madera! ¿A estas horas? Estaba segura de que era muy pasada la medianoche. Suspirando, Libby se arrastró de vuelta a la cama. Permaneció despierta mucho tiempo después de que el ruido hubiese cesado, maldiciendo el momento cruel del destino que había hecho que Tyler se topara con Lattimer Egan en la acera en Miles City. No importaba cómo ella tratase de no hacerlo, su mente volvía al Tyler Hollins que acababa de vislumbrar tan brevemente—Tyler masajeando sus hombros y besándola en el vagón la noche de la tormenta, en busca de ella en la estación de ferrocarril. A Libby le había gustado mucho ese hombre. No sabía mucho sobre él, pero sabía lo suficiente como para darse cuenta de una cosa. El duelo por su esposa era su prisión. Eso le impedía dormir, y le hacía acumular a todos los demás fuera de su corazón. Por lo que Libby estaba resentida. Y muy triste, por cierto. •••

Agotado de su trabajo en el porche trasero, Tyler subió lentamente las escaleras en la oscuridad y se dirigió por el pasillo. Un cansancio indecible se arrastraba por él. Eso era bueno—esperaba que eso significase que por fin iba a poder dormir. Eran casi las dos, y el sol se levantaría en sólo tres horas. Cuando llegó a la puerta cerrada de Libby, se detuvo. Pensó en ella, con su largo pelo color miel y sus ojos grises. Veía confort y redención en esos ojos cada vez que los miraba. Se había dicho a menudo que no debía pensar tanto en esas cosas, pero no podía apartarlas de su mente. Después de un largo momento, extendió la mano y agarró el pomo. Era frío y metálico bajo su toque. Deseó tener la libertad de abrir la puerta e ir hacia ella, para dejar la carga de su corazón ahí mismo. Pero no tenía ningún derecho de hacer eso en absoluto. Soltó el pomo de la puerta y se fue a su propia cama. ••• Temprano en la tarde del día siguiente, Libby se paró frente a la casa del rancho en sus antiguas ropas, las manos en las caderas, y consideró la maraña de vegetación andrajosa que una vez había sido una cama de flores. Reconoció las praderas rosas que Tyler le había dicho que una vez estuvieron ahí, pero que se consumieron prácticamente con las malezas y los pastizales. “Bueno, tal vez no pueda arreglar nada por aquí, pero estoy segura que podría arreglaros a vosotras.” murmuró para las plantas. Se volvió sus mangas hacia arriba y se puso los guantes, con la intención de recuperar la belleza de esas camas. Sabía que sería un trabajo duro. Pero era un día hermoso y despejado, y le vendría bien una tarea que la hiciese sacar su frustración con Tyler, y la distrajese del humor grisáceo que colgaba sobre La Estrella Polar. Desde su regreso, Tyler había estado distante e irritable, recordándole a cuando Libby llegó por primera vez al rancho. Desaparecía durante horas mientras cabalgaba por la pradera en solitario. Gracias a Dios el caballo conocía el camino de vuelta. Un par de noches atrás le había oído tambalearse por las escaleras y sabía que estaba borracho. Su principal preocupación era que no se fuese a precipitar por la barandilla de la galería antes de que consiguiese llegar a su habitación. Libby había oído hablar a los vaqueros quejándose de lo mucho que habían disfrutado del “nuevo” señor Hollins, quien se ría y bromeaba y había bebido con ellos en el Briar Rose. Lástima que apenas durase. Tyler se detuvo en la ventana de la sala y vio como Libby excavaba en las camas de flores en frente del porche. O mejor dicho, las que una vez había sido camas de flores. La tierra las había reclamado durante siete años, desde que su padre murió. Tyler no había tenido tiempo para mantenerlas al día, y Jenna no se había preocupado por ellas. Su padre las había plantado para su madre, con la esperanza de hacer que se sintiese más a gusto en La Estrella Polar. Tyler no creía que jamás hubiese hecho el truco, ni para su madre ni para Jenna. Ahora, una cocinera pequeña y hermosa, de una gran ciudad metropolitana, que en muchos aspectos era mucho más valiente de lo que él era, al parecer planeaba volver las rosas silvestres a la vida. Armada con sólo una escardadera afilada y una pala, puso marcha atrás a los años de abandono. De rodillas sobre un cojín de periódicos viejos, arrancó un pedazo de la hierba de invierno y lo tiró a una cesta al lado de ella. Largos mechones de cabello se había escapado del nudo flojo de la parte

posterior de su cabeza y arrastraban sobre sus hombros. Una mancha de suciedad estaba marcada en su frente, y estaba vestida como una refugiada, pero una vez más, la imagen de un ángel cruzó la mente de Tyler. Salió al porche y consideró su progreso mientras se apoyaba en la barandilla. Parecía una tarea casi impensable para él—era imposible decir donde las camas terminaban y comenzaba el sucio patio. Pero Libby había erigido una pila considerable de hierba y maleza. “No tienes que hacer esto, Libby,” dijo. “Oh, pero me siento a gusto estando aquí al sol, excavando en el suelo. Nunca he tenido la oportunidad de hacerlo antes.” Hizo una pausa y clavó los ojos en él. “¿Vas a decirme que esto no es parte de mi trabajo?” “No, por supuesto que no,” murmuró, y tímidamente golpeó los guantes contra su muslo. Cuando él había oído la alegría salvaje de su equipo de vuelta a casa desde Miles City, había estado tan ansioso de verla que había tenido que detenerse para no correr al encuentro del vagón. Había querido tirar de ella hacia abajo del asiento y besar su boca suave, sonrosada, hasta que estuviese inerte en sus brazos y llevarla hasta la cama y hacerle el amor. Luego, como si se tratara de un perro con una cuerda corta, el recuerdo de Jenna había tirado de él, y se acordó de la única verdad que Lat Egan había dicho: Tyler era el responsable de su muerte. Debido a eso, ninguna felicidad real jamás podría ser parte de su futuro. Así que se había alejado de Libby con un brusco despido. Él la miraba ahora, de rodillas entre la maleza. “Pero no puedo decirle a nadie que te ayude con esto, y te va a llevar semanas.” Libby hundió las garras de la escardadera en el cuadrado de medio metro de tierra que finalmente era claro después de una hora de trabajo. “Está bien. No tengo prisa, y creo que probablemente se verá precioso cuando esté terminado.” Se levantó de sus rodillas y flexionó su espalda. Tyler sintió cómo su mirada era atraída hacia los pechos de ella y su pequeña cintura. “Además, si me esfuerzo lo suficiente durante el día, seré capaz de dormir mientras tú cortas madera por la noche.” Le dio una mirada cómplice. Tyler sintió la sangre que fluía hacia su cara. Maldita sea, pensó, ninguna otra mujer había tenido ese efecto en él con tanta frecuencia. No sabía qué decir. Ofrecer la excusa de que se estaba poniendo al día con las tareas le parecía ridículo. Decir la verdad—que sus pensamientos no le dejaban descansar, que él no había querido otra cosa que acostarse con ella y sólo tenerla entre sus brazos—no era una opción. Afortunadamente, fue salvado de ofrecer ninguna explicación porque Joe llegó a caballo en ese mismo momento. Su expresión era tan oscura como una nube de tormenta. “¿Cómo ha ido?” Preguntó Tyler. Joe bajó de su caballo y tiró de las riendas sobre el riel de enganche. Se quitó el sombrero y le sonrió a Libby, luego subió los escalones de la entrada. Tyler hizo un gesto hacia el par de sillas en el porche, y Joe se hundió en una de ellas. “Ese viejo cabrón y sus vigilantes han intentado volarme la cabeza, Ty.” Asombro coloreaba su voz profunda. Cruzó el tobillo sobre su rodilla. “¡Vigilantes! ¿Cuándo ha contratado Lat a unos vigilantes?” “No lo sé, pero eso no es todo. Tiene a sus hombres levantando postes y atando alambradas de espino.

Dijo que disparará a cualquiera que siquiera se acerque a la maldita valla.” Tyler suspiró y sacudió la cabeza. Alambre de espino—eso era malo. Una gran parte del territorio ya había visto el final del campo abierto de pastoreo, pero iba en contra de todos sus instintos de ganadero. Echó la silla hacia atrás contra la pared. “Me pregunto qué le habrá picado. ¿Has hablado con él?” Joe se quitó el sombrero y le devolvió su forma original. “Sí, pero demonios, no fue lo que yo llamaría una conversación amistosa. Sólo me acerqué como hasta el camino que lleva a la casa del rancho. Lat salió ondeando un rifle, y me dijo que pondría una bala en mi pellejo si daba un paso más.” “Jesús—¿le dijiste que queríamos darle cincuenta cabezas?” “Se lo dije. Eso sólo lo enfureció aún más. Su cara se puso casi púrpura, estaba tan condenadamente enfadado. Dijo que no necesitaban nuestra caridad.” Tyler dejó caer su silla hacia adelante con un gran ruido. “Oh, maldita sea, sólo estaba tratando de ayudar. Todo el mundo ha perdido mucho este año, no sólo él.” Joe levantó la mano. “Lo sé, lo sé. Pero disparó por encima de mi cabeza y me dijo que me metiera nuestro maldito ganado por—” Con una mirada a Libby, dejó la frase sin terminar. “Uh, bueno, es fácil adivinar el resto. No necesitaba estímulo alguno más para salir de allí, así que me reuní con los chicos de vuelta en el camino y nos trajimos los novillos a casa.” Se hizo un silencio entre ellos por un momento. Sólo el sonido áspero de las garras de la escardadera de Libby llenaba el vacío. Desde su lugar apartado junto a los arbustos, ella escuchó ese intercambio. Entonces Joe dijo: “Es mejor que te des por vencido, Tyler. Estás perdiendo el tiempo tratando de agradar a ese viejo y aliviar tu conciencia.” Ella no podía ver la cara de Tyler, pero sus palabras de repente explotaron de ira. “No es por eso por lo que lo hago, Joe. Mi conciencia no tiene nada que ver con esto, y no es necesario que especules sobre mis decisiones.” Sonando igual de furioso, Joe dijo: “No estoy especulando nada. Pero no voy a tomar una bala de Lattimer Egan entre mis ojos, tampoco.” Ella oyó sus botas golpear el piso del porche mientras se levantaba. “Será mejor que recuerdes quiénes son tus amigos, Tyler, y dejar de morderlos como si no tuviésemos nada mejor que hacer que aguantarlo.” Joe tronó por la escalera, estimulando el tintineo de sus espuelas locamente, y agarrando las riendas de su caballo, tiró de él no muy gentilmente hacia el corral. Con sus cejas arqueadas y grandes ojos, Libby se levantó y miró a Tyler. Ella leyó el disgusto en su rostro cuando él se dio cuenta de que ella todavía estaba allí, y que había presenciado la acalorada discusión. Libby tiró la herramienta de jardín y sus guantes en la parte superior de la pila de hierba y subió las escaleras. Tyler seguía sentado en la silla que Joe había dejado vacante. Cruzando el pórtico, se sentó a su lado. “Tyler—” “No empieces tú también,” murmuró, mostrando un gran interés en una franja en el borde del asiento de su silla. Su rostro delgado, hermoso, comenzaba a mostrar la tensión que estaba debajo. Libby no estaba segura de porqué se molestaba siquiera. Sabía que no le debía importar. De hecho,

ella no quería examinar demasiado de cerca sus sentimientos, pero los sentimientos estaban ahí, sin embargo, y ella no podía negarlos. Libby puso su mano sobre el brazo de su silla y se inclinó hacia él. “Mantener el duelo por alguien hasta enfermarse, y sacrificar tu propia felicidad es tirar toda tu vida por la borda. No creo que Jenna hubiera querido que lo hicieras, no importa lo que diga su padre. No puedes dejar que su amargo corazón sea el tuyo.” Sus ojos azules se encontraron con los suyos bruscamente. “Libby, no sabes de lo que estás hablando,” advirtió. Ella apretó el brazo de la silla hasta que sintió los bordes cuadrados clavándose en sus dedos. No era nada fácil para ella hablar de esto, pero era el único ejemplo en el que podía pensar: “Sí, lo sé. Mi madre me dejó en el orfanato cuando tenía cuatro años. Años después, de-descubrí que murió una semana más tarde en un portal, sola. Tuberculosis, dijeron.” Tyler no dijo nada, pero su ceño se cerró con más fuerza, y llevó su mano al lado de la de ella en el brazo de la silla. Libby respiró hondo para continuar. “Todo el mundo pierde a alguien, Tyler. Vivimos y morimos, algunos de nosotros antes que otros. Tienes que seguir adelante y sacar el máximo partido de tu tiempo en esta tierra. De lo contrario, el dolor te consumirá.” Él la estudió por un momento, luego sacudió la cabeza y se levantó. “Como he dicho, Libby— no sabes de lo que estás hablando.” Bajó las escaleras y se dirigió hacia el corral sin mirar atrás. Libby lo vio alejarse, y trató de fingir que sus palabras no le habían hecho daño. Pero lo habían hecho. Momentos más tarde, vio a Tyler salir a galope del patio sobre la potra que por fin había domesticado. Los dos cruzaron el campo hacia las colinas, como si Tyler pensase que podía correr más rápido que los demonios que lo perseguían. ••• Esa noche, Libby se puso delante del espejo de su lavabo, cepillándose el pelo y pensando. Estaba sola en casa. No había visto a Tyler desde que había salido esa tarde. Cuando él le pidió que regresara a La Estrella Polar, jamás se imaginó que alguna vez estaría en soledad. Ahora lo estaba, sin embargo. Su posición ahí era extraña. Ella ciertamente no estaba sin amigos, y no había la distinción de clases que siempre había conocido. Pero no tenía la cercanía que había tenido con el poco personal doméstico en casa de los Brandauers. El barracón no era lugar para una mujer, y los hombres no estaban dispuestos a pasar por la cocina sólo para hacerle compañía. Estúpidamente, tal vez, alguna vez se había imaginado sentada en la sala con Tyler en una noche ocasional, leyendo o hablando. No para cualquier fin romántico, se aseguró, sino simplemente por la compañía de otra persona. Y podría haber llegado a pasar, si— En ese momento oyó un ruido que le empezó a ser desgraciadamente familiar. Era el sonido de Tyler, tratando de lograr llegar hasta las escaleras. Estaba de vuelta antes de lo habitual, eran sólo las nueve. Su progreso era un poco vacilante, como si estuviera tratando de mantener el equilibrio, e incluso desde detrás de la puerta cerrada, podía oír sus espuelas. Cuando finalmente llegó hasta su meta, dejó escapar el aliento que sostenía. Por lo menos no se había caído hacia atrás por las escaleras. Pero ahora le

esperaba la galería. Si se cayese— Con un suspiro irritado, ella arrojó el chal sobre sus hombros y se dirigió a la puerta. ¿Por qué Tyler no se habría decidido a volver a casa antes de que ella se pusiera su camisón? Libby echaba chispas. Pero no podía dejar que se cayese y se rompiese su estúpido cuello. Cuando abrió la puerta, lo vio a la media luz de la linterna sobre su mesilla de noche—desaliñado, con los ojos azulados inyectados crudamente en sangre, su pelo, una maraña por el viento. Libby salió al pasillo con los brazos cruzados sobre el pecho. Tyler se tambaleó hasta detenerse y la miró con una sorpresa aturdida. “¿Qué passaa?” Ella no iba a sermonearle, se dijo. No sólo no tenía derecho a hacerlo, sino que sin duda, no era el momento. Pero no pudo evitar fruncir el ceño y la boca ligeramente. “Puedo oler el whisky desde aquí.” “Oh, no seas tan llorica,” dijo, agitando su brazo como si se hubiese soltado de la articulación. Tyler se tambaleó hacia un lado de la barandilla. Asustada, ella se echó hacia delante y lo agarró por la manga. Su equilibrio era tan pobre, que no fue difícil volverle a enderezar. Ella pasó el brazo de él sobre sus hombros. “Vamos, Tyler. Es hora de acostarse.” “¿D-de verdad? Libby, ¿en serio?” La alegría en su voz reflejaba un alivio, y horrorizada, ella sabía que la había malinterpretado. Tyler cayó en sus brazos, y luego trató de dirigirlos a ambos hacia la habitación de ella. Era demasiado grande para que ella lo pudiese controlar, y antes de darse cuenta, Tyle había logrado empujarla hasta la cama. Libby sintió cómo el colchón presionaba la parte posterior de sus piernas. “¡No en mi cama, gran bobo!” Gruñó ella, luchando con su peso. “La tuya, en la habitación de al lado.” “Nooo importa, podemos dormir aquí. Esss lo suficientemente grande.” Él la acarició el cuello, siempre murmurando algo, “corazón de ángel.” Deslizando ambas manos hacia su trasero, tiró con fuerza de su cintura. Ella se alarmó al sentir la muy real, dura, prueba de su excitación presionada contra su abdomen. “¡Tyler, basta!” Libby trató de poner el hombro contra su pecho para apartarlo de ella, pero no podía competir con su gran cuerpo, relajado. En un segundo, él la tendría inmóvil contra el colchón, y entonces ella no sería capaz de ponerse en pie de nuevo. La única ventaja que tenía era la velocidad—Tyler se movía tan lentamente como un oso en un pozo de brea. Tan pronto como levantó un brazo para acariciar su pecho, ella se escabulló por debajo de su codo y salió corriendo por la puerta. Tyler miró hacia abajo frente a él, como preguntándose dónde se habría metido Libby. “¡Sal de ahí inmediatamente!” Insistió ella en un tono firme. Ella no tenía miedo de él, pero su ira aumentaba por momentos. Tyler se volvió y tropezó con ella. “Ah, Libby, vamos. No me obligues a irme. Déjame dormir contigo.” Y luego, sonando bruscamente y extrañamente lúcido, añadió con un suspiro: “Estoy muy cansado.” Por una milésima de segundo, Libby pensó que su corazón iba romperse. “Sé que lo estás,” dijo. “Por eso es el momento de ir a tu habitación.” Tyler no ofreció más resistencia, y con algunas maniobras difíciles, se las arregló para avanzar por el

pasillo hasta su propia cama. Bastó con un solo empujón de Libby para hacerle aterrizar en su colchón— botas, espuelas, cinturón de arma de fuego, y todo. Cuando Libby se acercó a envolver las mantas a su alrededor, su mano de repente salió disparada y agarró su muñeca. Tiró de ella hacia abajo con una fuerza que ella no había previsto, y de pronto, la cara de Libby estaba a centímetros de la suya. “¿No me das un beso de buenas noches?” Poniendo la otra mano en la parte posterior del cuello de ella, la obligó hasta su boca y le dio un beso duro, descuidado, con sabor a whisky añejo. Con un grito ahogado, ella se liberó de él y retrocedió, quitándose el disgusto de su boca con la manga de su camisón. Tyler ya estaba dormido. ••• Libby estaba en la cocina amasando pan a la mañana siguiente, después del desayuno, cuando Tyler entró por la puerta, y con un reconocimiento brusco hacia ella, cogió una taza del estante y se fue a la cafetera sobre el fogón. Se había cambiado de ropa y se había lavado, pero se movía un poco despacio, como si le doliera algo. A ella no le extrañaba. Dejando caer su mirada de nuevo a su trabajo, Libby no le hizo caso y siguió golpeando la masa con un vigor furioso. Tyler cogió una galleta de azúcar de un plato en la mesa, y por fin la miró. “¿Qué te pasa, has decidido dejar de hablar?” Libby roció harina en su superficie de trabajo. “Después de lo de anoche, no debería sorprenderte.” “¿Lo de anoche?” Libby frunció el ceño. “Sí, tendrás algún recuerdo, ¿no?” Un breve pensamiento cruzó su cara hinchada, seguido de una tímida expresión. “Además, como señalaste ayer, no sé de lo que estoy hablando. ¿Recuerdas?” Él suspiró con impaciencia, y se pasó la mano por el pelo, lentamente, como si quisiera evitar agravar su dolor monstruoso de cabeza. “Oh, maldita sea, Libby, eso no es lo que quise decir, exactamente—” Ella lo miró. “¿No? ¿Qué quisiste decir, entonces? No puedes decir que mi vida haya sido todo cojines suaves y pasteles de crema, y que no entiendo lo que se siente al estar solo y asustado.” Ella agarró la masa en sus manos hasta que la exprimió entre sus dedos. Mirándole, la lanzó sobre la mesa. Al igual que una olla a presión, su ira explotó—hacia él, por su comportamiento, y consigo misma por preocuparse tanto por él. ¿Es esto en lo que su trabajo en el rancho se convertiría? ¿En ser la niñera de un hombre que parece empeñado en destruirse a sí mismo? “Libby, esto no es asunto tuyo.” “Oh, sí, ¡Lo es! Puedo ver lo que te estás haciendo a ti mismo, y a todos a tu alrededor. Hiciste que me preocupara por ti—um, de la manera, bueno, de la manera en que me preocupo por todos los demás,” se corrigió apresuradamente. “Y ahora me has excluido. Nos bofeteas a todos, incluyendo a Rory. Tyler, ese chico te quiere como si fueras su padre, y sabes que acaba de perder a su mejor amigo.” Su ira creció. “Dios, me haces enfadar tanto a veces, podría, oh, ¡Podría darte un puñetazo ahora mismo!”

“¿La señorita “arréglalo todo” quiere pegarme?” Tyler parecía estar divirtiéndose y se burló de ella. Dejó la taza de café. “Vamos. Te desafío,” dijo. Paseando por su lado alrededor de la mesa de trabajo, levantó su barbilla y le dio unos golpecitos con el dedo índice. “Dame justo aquí.” Su indignación había llegado a un punto de ebullición. Toda la frustración y la preocupación y la incertidumbre de los últimos meses, venían emergiendo hacia la superficie. Valdría la pena golpearle en esa barbilla arrogante sólo para borrar esa sonrisa que llevaba puesta. Aunque era apenas consciente de ello, sus dedos comenzaron a cerrarse en un puño. Libby bajó la mirada hacia su mano, y los ojos inyectados en sangre de Tyler, brillaron. “Adelante, señorita Libby,” presionó sarcásticamente. “Quieres golpearme.” Él estiró el mentón hacia fuera, aún más. “Me gustaría verte intentarlo.” A pesar de que la resaca le hacía sentir como si hubiera sido golpeado por caballos, Tyler confiaba en sus reflejos. Podría manejar a la muchacha. Se imaginó brevemente cómo tendría que sostenerla con una sola mano mientras que la otra paraba en el aire su intento ineficaz de tocar su cara, y se rió entre dientes. Pero estaba dispuesto a coger el puño de ella mientras volase hacia su cara, no hacia su estómago. Cuando el puño de Libby chocó duramente contra su cuerpo, su respiración le abandonó. Sus brazos se cerraron alrededor de su cintura y se echó hacia adelante como un maestro de baile de salón. No podía hablar, no podía ni siquiera respirar. La ira de Libby fue reemplazada al instante por un sentimiento de horror y Libby trató de sujetarle por los hombros, pensando que podría colapsar. “Oh, Dios mío. Tyler, ¡Lo siento mucho!” En ese momento, Joe entró y apoyó una cadera contra la mesa de trabajo, una enorme sonrisa en su rostro. Obviamente, siendo testigo de lo sucedido, dijo, “no lo lamentes demasiado, señorita Libby. Nos ha estado tratando como si fuésemos mulas.” ¿Qué había hecho? Nunca en su vida había golpeado a nadie. ¿Por qué se había dejado torear de esa manera? Tyler había sufrido su presencia en los últimos días. Y ahora estaba inclinado como un anzuelo, tratando de recuperar su aliento porque ella lo había golpeado en el estómago. Si hubiera estado buscando una razón para deshacerse de ella, ella acababa de darle una muy buena. Una razón a la que nadie podría ponerle ningún pero. Tyler trató de librarse de las manos de ella y se enderezó lentamente, revelando una gran mancha redonda de harina que el puño de Libby había dejado en la parte delantera de su camisa. Su pecho se expandió mientras conseguía llenar sus pulmones completamente. Estaba de un color blanco verdoso y sudoroso, recordándole a Libby el lado de la sombra de un bloque de hielo, pero más allá de eso, no podía leer su expresión. “Lo siento muchísimo,” repitió ella miserablemente, pero incluso para sus propios oídos, sus palabras eran inútiles. Sabía que su destino ya estaba decidido. Ella lo miró, esperando a que cayese el hacha sobre ella. Si tan sólo dijera algo. En su lugar, pasó junto a ella, obviamente tratando de recuperar su dignidad, y salió a la calle. Joe hizo una mueca y sacudió la cabeza, incapaz de reprimir un murmullo de risas. “Oh, ¿cómo te puedes reír?” Le preguntó ella, mirando hacia Tyler mientras se dirigía al establo. El corazón le latía fuertemente en el pecho. “¡He hecho una cosa terrible!”

Totalmente indiferente, él levantó la cabeza para mirar a Tyler. Se encogió de hombros y cogió una galleta. “No está vomitando aún, así que no le has pegado tan fuerte. Además, sólo has hecho lo que todos hemos estado tentados de hacer. Nosotros no podríamos salirnos con la nuestra. Tú puedes.” Él le dio unas palmaditas en el brazo y le dio una sonrisa pícara. Luego tomó otra galleta y salió por la puerta, dejando a Libby reflexionar sobre sus palabras. ••• Esa noche, después de que la tripulación cenase, Tyler se sentó en un exilio autoimpuesto a la sombra en el porche delantero, un vaso de whisky apoyado en su rodilla. Era una tarde de primavera suave que no daba indicios del verano más caluroso que él sabía, estaba por llegar. La puerta de la cocina estaba abierta, y un rectángulo de luz dorada caía sobre los tablones del porche. Un aroma familiar de estofado de pollo derivaba hacia él, y él podía oír el tintineo de los cubiertos de Libby. Cuando Tyler se había sentado ahí fuera, alcanzó a verla a través de la ventana, comiendo sola en una de las largas mesas. No estaba comiendo mucho. Fundamentalmente, se limitaba a revolver su comida en el plato. Por difícil que era para él admitirlo, sabía que realmente se había merecido ese golpe. Oh, él había estado furioso—después de haberse recuperado de su sorpresa, claro está. Y su estómago estuvo protestando con espasmos dolorosos durante una hora después. Había tenido el resto de la tarde para pensar en todo lo que ella le había dicho—había cosas que ella no sabía, que él no podía decirle, pero ella tenía razón en muchos aspectos. Durante años, se había encerrado lejos de todos, y luego en Miles City, tan pronto como él había pensado que era hora de empezar a vivir de nuevo, se había topado con Lattimer Egan. Un dolor se deslizó desde el pecho de Tyler hasta su garganta y formó un nudo en ella. Era una sensación que no había experimentado en un largo período de tiempo—por lo menos cinco años. Pero la reconoció al instante. Tyler tenía ganas de llorar. Por sí mismo, por una niña pequeña abandonada en un orfanato por una madre tuberculosa, por un buen vaquero que había perdido su vida trabajando para La Estrella Polar. Sus ojos comenzaron a arder. Maldita sea, pensó. Tragó saliva y empujó esa sensación de nuevo hacia el más pequeño rincón de su corazón, donde pertenecía. Apuró su vaso, luego se puso de pie y miró a través de la ventana de la cocina de nuevo. Parecía que sólo había una persona en el mundo esa noche que podría hacerle sentir mejor. Libby miró hacia arriba para ver a Tyler parado de pie en el umbral. ¿Por qué tenía que ser tan guapo? Se preguntó irritada. Incluso en su estado actual de disipación, se veía mejor que los hombres más templados. Sería mucho más fácil ignorarlo si fuera feo, o incluso normal y corriente. Cogiendo un plato, se dirigió a la cocina y se sirvió una cucharada de estofado de pollo de la olla grande sobre el fogón, y se lo llevó a la mesa. “¿Puedo sentarme contigo?” Preguntó, y esperó su respuesta. Ella lo miró con la mandíbula ligeramente abierta. ¿Él iba a cenar con ella? Ella nunca lo había visto comer con nadie, a excepción de aquella noche de tormenta en el carro cuando habían compartido galletas y tiernos, besos febriles. Parecía como hace años, ahora.

“Sí, por supuesto.” Él se sentó frente a ella. Libby captó el olor débil de whisky, pero no estaba borracho, ni tan siquiera achispado. Una especie de fatalismo se había asentado sobre los hombros de Libby en las primeras horas desde su último encuentro. A pesar de la confianza de Joe, ella suponía que Tyler estaba a punto de despedirla. Tyler pinchó su tenedor en un trozo de pollo. “Tienes un buen gancho.” Un rubor ardiente chisporroteó desde el cuello de Libby hasta el nacimiento de su pelo, y ella empezó a balbucear. “Realmente lo siento. No me puedo ni imaginar—no sé porqué—” “Sí, sí que lo sabes,” dijo él, capturando los ojos de Libby con los suyos. “Y yo también. Joe tenía razón. No he sido tan fácil de tratar últimamente. En cuanto a anoche, no lo recuerdo muy bien, pero estoy seguro de que me comporté como un imbécil.” No era exactamente una disculpa, pero sonaba como una. Y para su propia sorpresa, Libby encontró un modo de excusarle. “Bueno, supongo que has pasado por mucho en los últimos días,” dijo. “El sendero, y la tormenta, la pérdida de Charlie—” Ella todavía sintió un nudo en el pecho al recordar el color de piel tan poco natural del vaquero aquella mañana. Tyler cogió un trozo de pan del plato sobre la mesa. “Eso no lo justifica. Esas cosas nos pasaron a todos nosotros. De todos modos, esto se remonta mucho más lejos.” “¿A tu esposa?” Ella se sentía como si estuviera poniendo su cabeza en la boca del león por preguntar. Tyler suspiró levemente. “Sí.” Él le había dicho que había muerto dando a luz. “¿Tal vez si hubiera habido un médico cuidando de ella?” Planteó ella. Libby pensó en la noche que él le vendó la mano—le había dicho que no había habido un médico en Heavenly desde hacía mucho tiempo. Su tono se volvió pedernal. “Un médico dejó a Jenna morir. Un médico que se supone que sabe cómo salvar vidas, no cómo dejarlas escapar.” “Oh, cielos.” Eso explicaría, entonces, porque Tyler tenía tan poca fe en la profesión. Libby sabía que se dirigían hacia un territorio peligroso con esa conversación. Afortunadamente, Tyler le dio la vuelta. Tyler puso su mano sobre la mesa, cerca de la de ella. “De todos modos, siento la forma en que me he comportado. Sé que estabas tratando de ayudar.” Ella bajó la mirada tímidamente hacia su plato. “En verdad, puedes ser bastante encantador cuando quieres.” Cualquiera que hubiese sido la respuesta que él podría haber esperado de ella, estaba claro que ésa no era. Él sonrió tímidamente, y luego se echó a reír, lo que reforzó su comentario, pero lo refutó al mismo tiempo. “Sí, encantador como un absceso dental.” Ella se rió también. “No—bueno, a veces…” Con ello, la tensión de la tarde se alivió, y hablaron de cosas sin importancia, las tareas del verano en el rancho, el ritmo de la tierra y de las estaciones, el progreso de Libby con las camas de flores. “No creo que quieras estar cavando allí mañana,” dijo, y se metió la corteza de pan en la boca. “Va a llover, probablemente la mayor parte del día.” “¿Qué te hace decir eso?” Preguntó ella, un tanto dudosa. “No hay ni una nube en el cielo. Las estrellas

están cerca y brillantes.” “Sí, pero va a llover. Puedo olerlo.” Hizo un gesto hacia la puerta abierta. Ella levantó la cabeza y olisqueó y luego negó con la cabeza. “¿Tú no puedes?” A Tyler le sorprendió que no pudiese. “Todo esto es muy diferente de la ciudad,” dijo Libby, levantándose por la cafetera. “Se necesitaría toda una vida de vivir aquí para aprender todo lo que hay que saber. Tú eres una parte tan importante de la tierra y los animales—te pega.” Tyler le tendió la taza de café para que la llenase. “No siempre, sin embargo. Durante un tiempo, quise salir de aquí tan desesperadamente, pensé que reventaría. Y sí me fui durante unos años para ir a la escuela. Volví cuando mi padre se enfermó. Yo no tenía la intención de quedarme, pero terminé prometiéndole que lo haría.” Puso el cuchillo y el tenedor sobre su plato vacío. “Fue lo último que me pidió. Dijo que era mi responsabilidad encargarme de esta tierra, cuidar de ella para mi futuro hijo como él la había cuidado para mí.” Tyler se quedó en silencio por un momento. No estaba seguro de si habría hijos que pudiesen heredar La Estrella Polar cuando su vida llegara al final de sus días. Pero la idea de los niños le hizo pensar en el acto que los creaba, y miró a la mujer sentada a la mesa frente a él. A pesar de los acontecimientos de esa mañana, e independientemente de las veces que habían chocado, y el conflicto que se había desencadenado, su deseo por Libby no se había atenuado. En todo caso, se había hecho más fuerte. Recordaba la noche anterior lo suficiente como para acordarse de sí mismo sujetando a Libby entre sus brazos, sus suaves pechos apretados contra el pecho. Más que nunca Tyler quería tumbarse en la cama con ella y averiguar si los corazones podrían ser reparados con la unión de cuerpos y espíritus. Podía imaginarla, suave y excitada con el fuego tímido que había sentido correr por ella esa noche en el vagón. Que ella era virgen era casi una certeza—había admitido que ella y Ben Ross no habían consumado su matrimonio de conveniencia, y su inexperiencia fue evidente cuando él la besó. Pero, qué dulce placer sería amarla y sacarla gentilmente de su timidez. Tyler se sacudió de ese sueño. Era imposible, fuera de la cuestión, y acabaría volviéndose loco sino dejaba de pensar en ello. “Tengo que ver cómo está la yegua.” Él se apartó de la mesa y Libby se puso a recoger sus platos. Él los tomó de sus manos y los llevó al fregadero. Cuando se volvió, él no podía detenerse de caminar hacia ella. “Gracias por la cena, Libby,” dijo, permitiéndose el lujo de mirar hacia abajo en su delicado rostro. Dejó que su mirada vagase sobre su suave boca color coral, su frente lisa, sus ojos. “Y, bueno, por todo lo demás.” Ella se sonrojó, el color manchó sus mejillas con una belleza inocente que tiraba del corazón de Tyler y le hizo sonreír. “No hay de qué, Tyler. Y-yo espero que te sientas mejor.” Incapaz de resistirse, le dio un beso en la mejilla y la comisura de la boca. “Yo también.”

••• Tyler no volvió hasta más tarde esa noche. Había cabalgado campo abierto a la luz de la luna hasta que él y su caballo estaban agotados. Cuando por fin llegó a casa, se había sentado en el porche, esperando poder quitarse a Libby Ross de la cabeza. Pero no había funcionado. En toda su vida, nunca había tenido que lidiar con las emociones contradictorias que estaban en guerra dentro de él ahora mismo. Su vida había sido simple: trabajar y dormir. Le había hecho cara a los problemas y los había resuelto. Hasta sus noches de sábado en La Osa Mayor eran parte de su rutina. Ahora él subía los escalones en la oscuridad, llevando sus botas en la mano para no despertar a Libby, y rezando para que le entrase sueño. A medida que se acercaba a la puerta de su dormitorio, sin embargo, sus pasos desaceleraron, y una vez más se encontró parado frente a ella. Mientras estaba allí, se le ocurrió la idea estúpida de que ella era la única que podría hacerle sentir mejor. La única que podría redimir su espíritu del vacío sin vida en el que había caído. Agarró el pomo de la puerta de nuevo, y esta vez lo giró. La puerta se abrió y la vio allí tumbada. Su pelo suelto fluía detrás de su cabeza y la parte delantera de su camisón se había abierto para revelar el oleaje de un pecho perfectamente curvado. Un rayo de luz de media luna se extendía sobre su cama. Se veía tan hermosa, pensó, tragando saliva. Dejó las botas en el pasillo y entró en la habitación. Era algo estúpido y peligroso lo que estaba haciendo, se dijo, pero eso no lo detuvo. Completamente vestido, se acomodó al lado de Libby en la parte superior de las mantas, y no tuvo más que un momento para inhalar su aroma a vainilla dulce antes de que el sueño lo alcanzase.

L

ibby estaba al lado de la ventana de la cocina, mirando el cielo claro y el patio húmedo a través del vidrio ondulado. Tyler había estado en lo cierto—había empezado a llover justo después del amanecer y ahora, a las tres de la tarde, el sol estaba secando finalmente las cosas. Se sentía inquieta. No era que ella no tuviese bastante que hacer ahí en la cocina. Pero había perdido un día de trabajo con las camas de flores. Era bueno salir al sol, y después de unas horas de deshierbe y excavación, dormía como si cayese en coma durante toda la noche. No sólo eso, sino que le daba algo más en qué pensar además de Tyler. Tyler. A día de hoy, parecía no haber sido capaz de pensar en nada más que en él y el sueño hermoso e inquietante que había tenido la noche anterior. En el camino hacia el mundo de los sueños, había un revoltijo confuso que no tenía sentido. ¿Por qué un hombre se acostaría a dormir con una mujer encima de las mantas, con toda su ropa puesta? Al mismo tiempo, era tan vívido, que había jurado haber podido oler el aroma limpio de caballos y heno, incluso después de que haber despertado y haberse dado cuenta de que estaba sola. Esa mañana, cuando él había llegado a la cocina para tomarse un café, ella no pudo mirarlo a la cara, se sentía tan tímida. Él, por su parte, tenía mejor aspecto del que había tenido últimamente. Sus ojos estaban más brillantes, y sonreía más. Suspirando, Libby fue hacia la estufa para remover el asado que iba a servir en la cena. Una cosa buena acerca de la vida en un rancho con ganado era que nunca le faltaba la carne de vacuno ni tenía que preocuparse de cómo de fresca estaba. Ella sabía exactamente de dónde venía, y cuando. Desde fuera, oyó unos pasos corriendo y tintineo de espuelas. Sonaba como si alguien estuviera esquivando los charcos entre el granero y la casa. De repente la puerta se abrió de golpe. Libby se quedó inmóvil, moviendo la cuchara en círculos mecánicamente. “¡Señorita Libby!” Exclamó Rory, entrando en la cocina. Su color era vivo y estaba sin aliento, y cubierto de barro como lo había visto en alguna ocasión con anterioridad. “¿Qué?” Oh, Dios, ¿qué habría sucedido ahora? Se preguntó, con el corazón dando tumbos a galope. “Señorita Libby, Joe dice que vayas arriba y te pongas guapa—” él resopló, “porque vamos a ir al baile de la granja esta noche.” “¿Un baile?” “Sí, señorita. Una noche de sábado al mes, hay un baile en la granja en Heavenly. Joe dijo que si dejaba de llover, iríamos. Bueno, ¡Vamos a ir! ¡Justo después de la cena!” Se dio la vuelta y corrió de nuevo, cerrando la puerta detrás de él. Un baile. Eso significaba música y socialización. Ella no había ido a un baile desde que la señora Brandauer había donado los servicios de Libby a un evento patrocinado por una de sus obras de caridad para mascotas. Incluso entonces, Libby había trabajado en la cocina del baile, no asistió como invitada. Ni siquiera estaba segura de que podía recordar los sencillos pasos que aprendió cuando era niña. Apresuradamente, empujó el asado de nuevo con el borde de su delantal y cerró la puerta del horno.

Esperaba tener algo lo suficientemente agradable que ponerse. Empujando la puerta de vaivén, corrió a través de la sala y las escaleras, a la vez que mentalmente revisaba el contenido de su diminuto armario. Por supuesto, esto era la frontera, pero ella quería que Tyler estuviese orgulloso de ella— Bueno, lo cual era un concepto ridículo, se reprendió. Ella no se iba a vestir para complacerle. No exactamente… En su habitación, se puso delante del armario, considerando y descartando posibles vestidos, hasta que finalmente vio el que sería perfecto. Durante la cena, la tripulación se ofreció a servirse ellos mismos para que Libby pudiese lavarse y vestirse. Estaba tan nerviosa que tenía problemas para girar la manija en su rizador de pelo sin quemarse. Cuando se puso el vestido azul pálido que había seleccionado, se sorprendió al descubrir que le quedaba un poco flojo, ahora. Al parecer, el trabajo duro y la preocupación le habían hecho perder unos kilos. Pero era capaz de ocultarlo con la faja de raso color crema y el escote corazón seguía siendo halagador. Finalmente, se puso de pie frente al espejo de su lavabo, tratando de ver los resultados de sus esfuerzos. Su pelo, recogido con una cinta azul, le caía por la espalda en rizos grandes que captaban un destello de luz amarilla de la ventana. Se echó un poco de agua de lavanda en el cuello y detrás de las orejas. Entonces acercándose al espejo, se pellizcó las mejillas y se mordió los labios hasta que picaron como el fuego. Asintiendo con la cabeza a su reflejo, suspiró, salió de su habitación y bajó las escaleras. En la parte inferior, Tyler y los vaqueros de La Estrella Polar esperaban, incluso los que ni siquiera iban a asistir a la fiesta, para ver el resultado de su cocinera cuando apareciese arreglada para ir al baile. Con sus sombreros apretados contra sus estómagos, se la quedaron mirando en un silencio asombrado que a Libby le hizo recordar a su primer día en el rancho. El olor de la bahía flotaba en una nube por encima de ellos. Por todas partes Libby veía botas relucientes, cabellos repeinados con agua, y camisas de vestir. “Señorita Libby, tengo que decir que los chicos de los otros equipos van a estar tan verdes de envidia cuando vean a nuestra cocinera, que probablemente tratarán de apartarte de nosotros,” declaró Joe. “Pero tienes que prometernos que no les dejarás que se salgan con la suya.” Libby se rió ante tal dulce y honesta adulación. “Os lo prometo. Al fin y al cabo, sólo acabo de aprender a manejaros.” Ella miró a los ojos de Tyler y pensó que a todos menos a él. Tyler no dijo nada, pero ella leyó su elogio en sus ojos y su tranquila sonrisa. “Muy bien, todos, vamos allá,” dijo Joe, con su mejor voz de jefe del camino. Envuelta en su chal a cuadros, ella los siguió hasta la carreta que los llevaría a Heavenly. Sólo Tyler montaba su propio caballo. Situada en el asiento junto a Joe, quien conducía, Libby oyó todo tipo de rumores bondadosos y risas por detrás de ella mientras rodaban hacia el pueblo. El buen humor y el entusiasmo de los vaqueros eran contagiosos. “Joe, ¿te acuerdas del viejo alemán de Sam?” Se oyó decir a Noah. “Me acuerdo de él,” dijo Joe. “Ese ojo de cristal y esos dientes falsos me ponen los pelos de punta cada vez que lo veo.” “Sí, y ¿qué me decís de su peluca?” Añadió Kansas Bob.

Libby levantó las cejas ante tal descripción. Noah continuó. “Fue un minero durante un tiempo en torno a la ciudad de Virginia, y se vio involucrado en una explosión antes de que pasase a conducir un camión de mercancías. Es por eso que perdió tantas partes. De todas formas, algunos años después, el alemán de Sam estaba conduciendo la carreta y algunos valientes lo detuvieron para robarle y estaban tratando de decidir si debían matarlo. Pero el viejo Sam sabía algo de su idioma, así que cuando escuchó a uno de los guerreros decir algo sobre “arrancarle la cabellera”, se quitó la peluca y se la entregó.” “Dios Bendito,” dijo Libby. “Bueno, señorita Libby, yo sospecho que aquel valiente pensó lo mismo cuando echó un vistazo a esa cabeza calva. A continuación, Sam se sacó la dentadura postiza y se la dio al indio. Se quedó allí, dijo Sam, petrificado y sin decir nada. Pero cuando se sacó ese ojo de cristal, los valientes salieron pitando.” Gemidos, risas y el grito de Libby ahogaron el resto de la historia. “¡Dios mío, qué historia!” Se rió ella. Cabalgando a su lado, Tyler se echó a reír también. “No lo sé. Yo me pensaría dos veces todo lo que el viejo alemán de Sam dijese.” Tyler se veía tan guapo en su pinto, recortado contra la puesta del sol de mayo. Ella se sorprendió de que hubiese decidido ir con ellos. Una danza no parecía el tipo de evento que a él le podría interesar. Se preguntó si la invitaría a salir a la pista de baile, o si acabaría apoyándose en una pared para contemplar a todos los demás. Pero cuando llegaron a Heavenly, la respuesta fue una que Libby no había contemplado. La Osa Mayor se hizo visible, y Tyler se quitó el sombrero ante el grupo, evitando los ojos de Libby todo el tiempo. “Que os divirtáis en La Granja,” dijo, y les adelantó para guardar su caballo en el establo al lado del saloon. “Supongo que Callie se encargará de él durante toda la noche otra vez,” Hickory se rió entre dientes en la parte posterior. “¡Ay! Mandita sea, Kansas, ten cuidado con esos codos huesudos.” De alguna manera el brillante resplandor de la noche se atenuó un poco para Libby. No iba a ver a Tyler de nuevo hasta el día siguiente en algún momento. ¿Y volvería a oler a gardenias? Ella agarró los bordes de su chal y los envolvió a su alrededor. No debería importarle lo que él hiciese. Era su jefe y nada más. Ella no tenía ningún derecho sobre él o su paradero. Pero según pasaron en el carro, y lo vio salir del establo y caminar hacia La Osa Mayor, Libby no pudo pensar en nada más que en el dolor agudo, punzante, en su pecho. ••• “¡Ty, cariño! ¡Has vuelto!” Callie Michaels le saludó desde el otro lado del interior ahumado de La Osa Mayor. Ella corrió hacia él en su oscuro vestido de tafetán azul, con la tela silbando como diez hectáreas de trigo. Lanzando sus blancos brazos sinuosos alrededor del cuello de Tyler, inclinó su rostro hacia él. Tyler fue inmediatamente envuelto en una nube de su perfume pesado. Era curioso que en realidad nunca había pensado mucho en ello antes, pero ahora le parecía sofocante.

“Estaba empezando a pensar que te habías olvidado de tu chica favorita, has estado fuera tanto tiempo. ¿Por qué se te ve tan agotado, cariño? Supongo que es porque me has echado mucho de menos, ¿no es así?” Tyler había cabalgado junto al carro hasta Heavenly con el propósito expreso de permitir que Callie apartase su mente de sus problemas. Era un talento que por lo general se le había dado muy bien y del que ella se sentía muy orgullosa. Ahora, sin embargo, esa idea había perdido su encanto. Tal vez por un par de tristes ojos grises a los que había sido incapaz de mirar cuando él y su equipo se separaron… Tyler desenrolló los brazos de Callie y la llevó de la mano hacia una mesa vacía. “Hemos tenido un viaje muy duro, Callie.” “¿En serio?” Ella llamó a Eli para que les acercase una botella y dos vasos. Él asintió con la cabeza. “Perdimos a Charlie durante una tormenta. Está enterrado a unos sesenta kilómetros de Miles City.” Ella lo miró fijamente. “Oh, qué mala pata.” Eli trajo el whisky y Callie sirvió dos copas. Tyler se echó hacia atrás y se tomó el tiro de un sólo trago. “¿Qué tal ha ido con tu pequeña cocinera? ¿Cuál era su nombre—Lacy? ¿Leah? Nort me dijo que estaba tramado volver a Chicago. No puedo decir que la culpo, sobre todo después de la muerte de Charlie. Era una cosita dulce, pero en realidad, Ty, parecía que no sabía distinguir un novillo de una liebre.” Se sentó en su silla y se inclinó hacia él de una manera que le daba una visión clara de sus voluptuosos, empolvados pechos. “En realidad, Libby resultó ser de mucha ayuda. Trabajó duro, y jamás se quejó.” Tyler sostuvo el vaso fuera de ella y le dio otro trago. “Ella incluso me salvó la vida.” Le contó la historia de la serpiente de cascabel. “Bueno, ha sido como un pequeño milagro, ¿no es así?” Callie bebió la mitad de su whisky. “Así que ahora los muchachos y tú estáis de nuevo sin cocinero. Estoy segura de que encontrarás algún vaquero viejo en la ciudad.” “No, Libby regresó al rancho con nosotros. Ella decidió que no tenía nada que la estuviese esperando en Chicago, y me—nos dimos cuenta de que sería un error dejarla marchar.” “Oh—eso es una buena noticia,” dijo, y le dio esa sonrisa cómplice que él tanto conocía. Callie se levantó de su silla y movió su trasero tafetán en el regazo de Tyler, recordándole a una gallina colocando su nido. “¿Sabes, Ty? No has sido subir a mi alcoba desde hace mucho tiempo.” Se inclinó y le mordisqueó el lóbulo de la oreja rápidamente, y se ajustó en el asiento un poco más. “Si lo recuerdo bien, tengo algunos asuntos pendientes de realizar contigo allí arriba.” La excitación de Tyler se sentía más como una reacción básica que el fuego real que Libby era capaz de desatar dentro de él. Tyler se rió entre dientes. “Todavía desvergonzada, Callie.” Ella sonrió de nuevo. “Bueno, cariño, si alguna vez cambiase, estarías tan perdido que no sabrías qué hacer. Ahora, vamos. Vayamos arriba, y así me podrás contar todo sobre el viaje.” Oh, qué demonios, Tyler pensó. “Está bien.” Riendo, ella se puso de pie y tomó su mano. Ellos tejieron su camino a través del salón y la escalera

de terciopelo azul y encajes color crema en el segundo piso. “Ahora bien,” dijo ella, apoyándose contra la puerta cerrada. Sus ojos color whisky, brillando. “Te voy a enseñar todo lo que te has perdido.” Como por arte de magia, se deslizó fuera de su vestido. Todo sucedió muy rápido, Tyler no estaba seguro de cómo lo había hecho. Pero estaba frente a él llevando nada más que sus zapatos. Dejando el vestido en una nube de tela en el suelo, ella se acercó a él y rozó los senos contra su pecho. Él juró que la estaba oyendo ronroneando como un gato. El reflejo hizo que Tyler dejase correr sus manos por la piel desnuda de ella. Con la misma habilidad con la que ella se había desnudado, ella sacó el faldón de la camisa de él de los pantalones y desabrochó estos últimos. Cuando su mano se cerró alrededor de él ágilmente, Tyler respiró fuerte y se relajó en sus manos. Sin pensarlo, puso un dedo bajo la barbilla de ella para levantar su boca hacia la suya. Inmediatamente, ella echó la cabeza hacia atrás. “Vamos, vamos,” advirtió en broma, continuando el masaje ingenioso, de repente, en vano. “Sabes que no acepto besos.” Él suspiró y agarró su muñeca para detener su mano. “Pero yo sí, Callie.” Sus ojos se encontraron por un momento, lo suficiente para que Tyler se preguntase qué diablos estaba haciendo allí. Esto no era lo que él quería ya. Él lo sabía, y su cuerpo se lo estaba diciendo, también. En su mente se elevó la imagen de una joven viuda con un vestido simple, de color azul pálido y largos rizos color miel. Dando un paso atrás, se metió el faldón de su camisa y abotonó sus pantalones. Una mirada de comprensión y pánico cruzó el rostro empolvado de Callie antes de que ella recuperase su aplomo. “Tyler—querido, si acabas de llegar. ¿Ya te marchas?” “No eres tú, Callie. Soy yo. Las cosas…han cambiado, supongo.” “Bueno, yo sé que no soy yo,” ella estuvo de acuerdo, intentando hacer una broma. Agarró una envoltura delgada de una silla de terciopelo azul, y la arrojó a su alrededor. Entonces dijo, con una voz que apenas se oía: “¿Ella te besa?” Él le dirigió una mirada penetrante. Sus celos obviamente lo sorprendieron, a pesar de que ella trató de no demostrarlo. Sin responder, metió la mano en su bolsillo y sacó un águila bicéfala. “No te puedo cobrar, Ty,” dijo ella, riendo con incertidumbre. “No me lo he ganado.” Sonriendo, él levantó la mano de ella y apretó la moneda en su palma. “Entonces llámalo regalo de despedida,” dijo él, besándola en la frente, “entre viejos amigos.” “¿Despedida?” Su voz estaba temblando. Sostuvo el dinero en su palma abierta y se aferró a la bata. Caminando hacia la puerta, Tyler la abrió y asintió. “Adiós, Callie.” Después de mirar en todos los escaparates, Tyler no sabía qué hacer. Podría haber conseguido su caballo y haber montado de nuevo a La Estrella Polar, pero le parecía poco atractivo. Finalmente, deambuló por la calle hasta el hall de La Granja. Sentado en un banco afuera, cruzó el tobillo sobre su rodilla. Desde el interior, podía oír música y el leve rumor de pasos de baile. Esto no era cómo se había imaginado su noche de sábado. Por lo general, a esas alturas de la noche,

Callie habría usado algún nuevo truco de su repertorio que lo habría dejado tan exhausto y empapado en sudor, que apenas podría caminar. Pero su relación con Callie—el perfume de gardenia, el salón lleno de humo, su ostentoso “boudoir”—nada de eso le parecía correcto nunca más. Cuando ella había abierto sus pantalones esta noche, riendo y ronroneando, él nunca se había sentido tan bajo y tosco, como lo había hecho en ese momento. No era culpa de Callie. Ella no había hecho nada diferente—él era el que había cambiado. Ya no encontraba consuelo en la satisfacción física que no era más que un negocio, no importaba cuán imaginativo. Demonios, ella ni siquiera podía darle un beso y fingir que le gustaba. No podía precisar el momento en que esa cambio había ocurrido, pero sabía quién era el responsable de ello. En ese momento la puerta se abrió, y Tyler levantó la mirada para ver a Joe Channing. “Bueno, esto lo supera todo.” Dijo, sorpresa en su voz. “¿Eres demasiado brusco y terco incluso con Callie?” “Vamos, Joe,” murmuró. “Esta noche, no, ¿de acuerdo?” Joe lo miró, luego se sentó a su lado en la oscuridad y comenzó a enrollar un cigarrillo. “¿Qué ha pasado?” Tyler se encogió de hombros y jugueteó con la rueda de su espuela. No sabía cómo explicarlo, así que le habló de la escena en el dormitorio de Callie. “Simplemente ya no es lo mismo.” Joe soltó un silbido acompañado por una fina línea de humo. “Callie podría levantar a un hombre que llevase tres años en la tumba. Si eso no te interesa más, te ha afectado peor de lo que yo pensaba.” “¿Afectarme?” Le preguntó con voz apagada. “La joven que está dentro de la sala, bailando.” “Ah, Jee-sús—” Dijo Tyler sin descruzar el tobillo. Joe sacudió la cabeza y dijo bruscamente: “Ahora no tiene ningún sentido negarlo. Lo he visto con mis propios ojos, y en mi opinión, no podrías haber encontrado nada mejor. Ella es una buena mujer, y creo que le gustas—a pesar del camino pedregoso sobre el que le has hecho caminar.” “Te estás imaginando cosas,” dijo Tyler, con un poco menos de fuerza. “Oh, me estoy imaginando cosas, ¿eh? Entonces, ¿por qué nos hiciste correr por todo Miles City como una bandada de gallinas en busca de una chica perdida, y arrastrarla de nuevo a esta ciudad hormiga para que cocinase para una tripulación de duros cowboys como nosotros? Especialmente cuando tú mismo dijiste, si la memoria no me falla, que La Estrella Polar no era lugar para una mujer.” “¡Pensé que tú y los muchachos queríais que se quedara!” “¡Esto no es sobre mí y los muchachos! ¡Es sobre ti!” “Era mi responsabilidad cuidar de la tripulación. Y ella necesitaba un trabajo.” “Date por vencido, Ty. Ese caballo ya no va a echar a correr.” Tyler dejó escapar un suspiro de exasperación, pero no ofreció más argumentos. Justamente interpretando su silencio, Joe encendió el cigarrillo y se levantó. “Muy bien, entonces, vamos.” Tomó a Tyler por el brazo. Tyler levantó la vista hacia él. En la oscuridad, las características más destacadas de Joe eran su sombrero y su gran bigote. “Vamos, ¿a dónde?” “Mete el culo en la sala de La Granja y pídele a la dama que baile contigo antes de que algún otro

vaquero lo haga. Han estado dando vueltas alrededor de ella toda la noche.” “No me gusta bailar.” “Entonces, ¿por qué has venido aquí? Podrías haber vuelto al rancho en lugar de estar deambulando por aquí como un niño con las manos vacías delante de una tienda de dulces.” Tyler gruñó, pero dejó que Joe lo sacase del banco y dirigiese dentro del baile. Después de que entraron, Tyler esperó a que sus ojos se acostumbraran a la luz. Echó un vistazo a la gente en la pista de baile, pero no la vio. Joe le dio un codazo. “Está justo ahí, bebiendo ponche con Gabe Swanner.” Tyler la miró, hermosa en su sencillez, y supo que era un hombre condenado. ••• Sentada junto a una puerta lateral abierta, Libby escuchaba con un interés cortés mientras que Gabe Swanner relataba la historia de su unidad por el sendero en la que había trabajado el verano anterior. Estuvo al cargo de las habitaciones donde se mezclaban del olor de los bailarines musculosos que hacían ejercicio con los de la bahía, perfumes de mujer, y cervezas. Ella se abanicó la cara con su pañuelo. Estaba sorprendida por la cantidad de gente que había esa noche allí. Debían haber venido desde muy lejos. “Un día los cabrones—uh, perdón, señora—la bendita manada entera se volvió y corrió en estampida durante los diez kilómetros que ya habíamos recorrido, para volver al último pozo de agua.” “Oh, ¡Dios mío! Me alegro de que nosotros no tuviéramos problemas para encontrar agua.” Libby ahogó una risita que se disparó en su pecho sobre la preocupación de Gabe por haber dicho “cabrones.” ¿Qué pensaría si supiera el inventario del vocabulario de Tyler que se escuchaba a diario? Pero ella tomó un sorbo de su taza de ponche—su sexta taza; todos sus posibles pretendientes habían sido muy atentos—y sonrió. En toda su vida, a Libby nunca le habían prestado tanta atención. Y cuando los vaqueros se enteraron de que había ido con el rebaño hasta Miles City, pensaron que no era más que una maravilla. Eso ayudó a sobrellevar un poco su decepción con Tyler. Pero sólo un poco. Incluso las otras mujeres de la sala estaban empezando a rumorear sobre ella. No podía hacer nada si casi todos los hombres ahí presentes la habían invitado a bailar. Y de todos modos, ninguno de ellos era el vaquero de pelo castaño y largas piernas que ella deseaba, se hubiese quedado con ellos en lugar de— “¿Nos perdonas, Gabe?” Libby se volvió al oír la voz familiar. “Señor Hollins, sí señor, claro.” Gabe lo miró como si hubiera sido sorprendido in fraganti cometiendo algún delito perverso. Tyler, tomó la taza de la mano de Libby y se la dio al vaquero. “Señora Ross, ¿me concedería el placer?” Un desorden de sentimientos golpearon el interior de ella—alivio, la alegría de tan solo verle, la feminidad que pulsaba a través de ella cada vez que él estaba cerca, y, por mucho que ella se odiaba por ello, celos. Sin embargo, él estaba allí, y la había invitado a bailar. “Por supuesto,” respondió ella. Tomó su mano extendida, y la acompañó a la pista. Pero tan pronto

como él la tomó en sus brazos, ella olió el perfume de gardenia. No hizo falta nada más para que ella comentara agriamente: “Esto es una sorpresa. Hickory supuso que no te volveríamos a ver hasta mañana.” Tyler se sonrojó de nuevo hasta sus oídos. “Sí, bueno, Hickory no lo sabe todo. Además, tenía que volver y ver cómo le estaba yendo a todo el mundo. Joe me ha dicho que has sido la más bella del baile esta noche.” Ella se encogió de hombros inocentemente. “Supongo que los hombres piensan que soy interesante porque me uní a vosotros en la unidad del sendero. La mayoría de ellos dijeron que nunca habían oído hablar de tal cosa antes.” Él le dirigió una mirada fascinante que la dejó sin aliento. “Te puedo asegurar que esa no es la única razón por la que te consideran ‘interesante’.” Buscó en su rostro, dejando que su mirada intensa tocase ligeramente sus ojos y descansase en su boca. A pesar de que aún se movían alrededor de la pista de baile, empujados por otras parejas, ella ya no podía oír la música. Libby le devolvió la mirada, con sus labios entreabiertos. Tyler inhaló el aroma del cabello brillante de Libby, y fue directo a su cabeza como un trago de whisky. Estaba preciosa con ese vestido azul pálido. Tyler se abrazó a su cintura esbelta y su escote le dejó ver el suave oleaje de sus pechos. Ella se sentía tan bien en sus brazos, que casi le daba miedo. Desconcertante y cándida, inocente y sabia, lo había embrujado sin tan siquiera intentarlo. El deseo cobró vida dentro de él, golpeando de nuevo con el doble anhelo que había sentido antes. Y, de repente, a Tyler le molestaba mucho que cualquier hombre pudiese pensar que Libby era “interesante.” “Hace mucho calor aquí,” murmuró ella. Tyler también se sentía nervioso e inquieto. “Salgamos a la calle a tomar un poco el aire.” Ella estuvo de acuerdo y le tomó la mano mientras avanzaban entre la multitud en la sala. Había bastante gente fuera, también, y él los llevó a un banco sombreado al lado del edificio, lejos de miradas indiscretas y de la luz interna. Era una fragante noche de primavera, y el blanco crudo de una luna creciente se mezclaba con las estrellas. “Oh, esto está mucho mej—” Libby comenzó a decir, pero Tyler inmediatamente la tomó en sus brazos y trató de besarla. “¡Tyler!” Ella lo apartó y se puso de pie. “¿Cómo te atreves a venir a mí de esa—la cama de esa mujer,” exigió en voz baja, temblando, “oliendo a gardenias, y tener la intención de darme un beso?” Su cara estaba en la sombra, y ella no podía leer su expresión. En el incómodo silencio que siguió, Libby se sintió estúpida por haber revelado sus celos. Él suspiró. “Lo siento.” Intentó cogerla de la mano, pero se lo pensó mejor, y le hizo un gesto hacia el asiento de al lado. “Por favor—siéntate.” Ella lo miró fijamente durante un momento, y luego cedió. “Bueno…está bien.” Con cautela, se sentó en el extremo del banco y de mal humor, arregló su falda. “Quiero que sepas que no hice—bueno—que sólo me tomé un par de copas en La Osa Mayor. Nada más.” “¿Y tengo que creer que todo hombre que entra allí por una cerveza sale oliendo a eso?” Sabía que

sonaba como una arpía, pero no podía evitarlo. “No. Callie se sentó en mi regazo,” admitió él. Se apoyó contra la pared y miró a la extensión del cielo nocturno sobre ellos. “He estado yendo a verla cada sábado por la noche durante tres o cuatro años. Después de que Jenna muriese, todas las mujeres de todo Heavenly con hijas elegibles, me invitaban a sus cenas. Oh, simplemente les partía el corazón verme sin esposa. Estaban empeñadas en solucionar eso.” Su resoplido de risa no tenía ningún sentido del humor. “No estaba interesado en que me manipulasen hacia el matrimonio. Callie no me preguntó nada. Nuestro acuerdo era sencillo y sin complicaciones.” Volvió la cabeza y la miró. “Pero eso no es lo que yo quiero. Cuando salí de La Osa Mayor esta noche, le dije adiós. No voy a volver nunca más.” Libby tenía miedo de preguntar qué era lo que quería. La consecuencia de su decisión la hizo dar vueltas en su mente a ciertas posibilidades insensatas pero alentadoras. Aunque ella sabía que no debía hacerse demasiadas ilusiones. Ya había sufrido dos veces, y mucho, por unas promesas hechas y no cumplidas. Sin embargo, Tyler no le había hecho ninguna promesa. Era el rastro de anhelo en su voz lo que le llegaba a su corazón. Él levantó la manga de la camisa a su nariz, entonces. “Ese perfume es bastante fuerte,” admitió. “¿Tal vez debería quemar mi camisa?” Se sentó y empezó a desabrochársela. “No seas tonto,” dijo ella, irritada, pero él había tomado una firme decisión, y los botones se fueron abriendo correlativamente. Los ojos de Libby fueron atraídos como imanes a su amplio pecho y vientre plano. “¡Tyler!” Se detuvo a hurgar en sus bolsillos. “Creo que tengo una cerilla por aquí en alguna parte. Por supuesto, tendrás que dejarme llevar tu chal de camino a casa.” Por mucho que ella no quería, soltó una gran carcajada. “Creo que voy a tener que quemar mis vaqueros, también. ¡Wooow! ¡Apesto a chica de saloon!” Se levantó y cogió la hebilla de su cinturón. “No, Tyler, ¡Basta!” Ordenó ella, pero su risa canceló el peso de sus palabras. Nunca le había visto actuando como un tonto, sólo por el gusto de hacerlo. Una vez que empezaron, no podían parar, y cada ronda de risas alimentaba la siguiente hasta que acabaron débiles y sin aliento. Finalmente, Tyler se dejó caer en el banco de nuevo estirando sus largos brazos y piernas. “Oh, Libby, se siente bien reírse contigo. No lo hemos hecho mucho, ¿verdad?” Cerró el puño y, para decepción secreta de Libby, se abotonó la camisa. Su alegría disminuyó, pero mantuvo la sonrisa. “No, no lo hemos hecho,” dijo ella. “Han sucedido muchas cosas graves.” Tyler puso su brazo sobre el respaldo del banco y rozó la manga de Libby con su mano. “Sí, lo sé. Pero la vida es tan condenadamente corta. He tenido tiempo para pensar desde que volvimos de Miles City.” Él le dedicó una sonrisa irónica. “No sólo me he estado emborrachando por las colinas. Y me he dado cuenta que ya tengo suficientes pesares en mi vida por las cosas que he hecho. No necesito más por las cosas que no he hecho…¿Tiene sentido lo que estoy diciendo?”

Libby apoyó el hombro contra su mano, un poco. Se sentía caliente a través de la tela de su vestido. “Sí, lo tiene.” Él la miró a la cara otra vez y tiró de su mano, que descansaba sobre su regazo. Dándole la vuelta, se la llevó a su boca y la besó. La sensación de su boca cálida, suave, en su palma envió unos escalofríos ondulantes a través del cuerpo de Libby. Sus dedos se curvaron alrededor de su mejilla y los apoyó sobre los claros restos de su barba. “¿Tienes frío?” Murmuró él en su mano, presionando otro beso en la base del pulgar. “No,” susurró ella, inclinándose más cerca. Bajo el desvanecimiento de la esencia de gardenias, su propio olor familiar comenzó a surgir—aire fresco, cuero, los caballos. Libby sintió la salvaje tentación de entrelazar los dedos con su cabello grueso, donde rompía por encima de su cuello. Su beso avanzó hasta el interior de la muñeca de Libby, y ella sintió su lengua tocar el lugar donde su pulso latía tan rápido como el de un pájaro. Ella no debería estar permitiendo esto, pero él era tan difícil de resistir. A veces, cuando había permanecido despierta a la luz de la luna y las sombras que cruzaban su cama, había pensado en esa noche empapada por la lluvia en el vagón. Tyler movió su brazo por detrás del banco y lo envolvió alrededor de los hombros de ella, haciéndola girar hacia él. “Tyler—” “Shh,” exhortó, besando su cuello, y procediendo hacia el lado de la mandíbula y el lugar sensible detrás de su oreja. Deslizó su gran mano a lo largo de su vientre hasta el pecho y, para sorpresa de Libby, dejó escapar un pequeño gemido. Ella debería alejarse, lo sabía. Pero su aliento vivificador alborotó el fino y suave vello de su mejilla y levantó piel de gallina en todo su cuerpo. El corazón de Libby tronaba en el interior de sus costillas. Cuando los dientes de Tyler se cerraron suavemente en el lóbulo de su oreja, Libby soltó un suave jadeo y se arqueó contra su pecho. Tyler se apartó y la miró. El dolor en su ingle era tan condenadamente incómodo, que se debatía entre el deseo de no haber empezado nunca esto, y un deseo furioso de acostarla en ese mismo banco, en ese mismo momento. Tal como había sospechado, bajo su exterior dulce, ardía un fuego lento. Pero él ni siquiera iba a besarla en la boca hasta que la esencia de gardenias ya no estuviese entre ellos. Tyler se movió en el banco. “¿Qué me dices—has tenido lo suficiente de este baile?” Le preguntó. Ella se aclaró la garganta. “Sí, creo que lo he hecho,” dijo, alisándose la falda. Él se inclinó y la besó en la mejilla. “Entonces vámonos a casa, Libby.”

L

os cambios que se produjeron entre Tyler y Libby después del baile en aquella granja eran sutiles, pero distintivos. Él no había tratado de besarla de nuevo, por lo que ella estaba agradecida—los intensos sentimientos que agitaban en su corazón y su cuerpo la dejaban sin aliento, haciéndola incapaz de pensar con claridad. Pero ambos se aproximaban, vigilantes, conscientes, curiosos. En los días posteriores, ella se dio cuenta de la forma en que los ojos de Tyler la seguían cuando él pensaba que ella no estaba mirando, especialmente cuando trabajaba en las camas de flores. Ella se encontraba a sí misma buscándolo, también. Cuando estaba trabajando en el corral o cerca del establo, se acercaba a la ventana de la cocina a cada rato para admirar sus largas piernas, o la forma en que los músculos de sus antebrazos se flexionaban cuando los estiraba para alcanzar algo. Un día se quedó en la puerta abierta, hipnotizada por la visión de él quitándose la camisa para bombear agua sobre su cabeza. Los riachuelos brillaban como cristales en el sol, mientras corrían por su torso y en la cintura baja, a la altura de sus pantalones. Como si sintiera su mirada en él, la miró de repente y le envió una mirada de anhelo febril tal, que ella saltó hacia atrás y se apoyó contra la pared de madera áspera. Tyler se unía a ella para la cena cada noche después de que el equipo hubiese comido, y a veces incluso traía flores silvestres a la mesa. Se convirtió en el hombre fácil de tratar que Joe le había descrito en su primer día en el rancho, que se reía con más frecuencia y bromeaba con los hombres. Ella se alegraba de verle pasar más tiempo con Rory, también, y darle una mayor responsabilidad. Rory se había hinchado tanto de orgullo, que Libby pensó, saldría flotando. La Estrella Polar era sin duda un lugar mucho más feliz. Una tarde, Libby estaba en la oficina de Tyler hablando sobre ir de compras a Heavenly cuando oyeron los pasos de Joe como truenos por la casa. Él apareció en la puerta, y una mirada a su cara le dijo a Tyler que algo andaba mal. “¿Qué pasa?” Dijo Tyler, levantándose de su silla. “Es el hombre nuevo, Jim Colby.” Joe lo había contratado para ocupar el puesto de Charlie. “Ese caballo lo ha tirado contra la pared del establo. Parece que Jim se ha roto el brazo.” “¡Maldita sea!” Estalló Tyler. “Sabía que debería haberme deshecho de ese caballo. ¿Cómo diablos vamos a hacer una buena cría si ni siquiera podemos acercarnos lo suficiente para alimentar a ese bastardo sarnoso? Bueno, ¿qué pinta tiene?” Joe se encogió de hombros. “Me hubiera gustado que el doctor Franklin le hubiese echado un vistazo, pero envié a Kansas Bob a Heavenly, por él, y no estaba en su oficina. Yo puedo encargarme, pero pensé que tal vez te gustaría intentarlo.” Tyler palideció, y negó con la cabeza. “No. Vosotros, muchachos, podéis haceros cargo de ello. Tú ya lo has hecho antes.” Sacando una llave del cajón de su escritorio, se dirigió al gabinete con frente de vidrio que contenía los vendajes y las botellas de color marrón oscuro que Libby había visto la noche que se cortó la mano. “Puedo darle algo para el dolor, sin embargo.” Sacó una botella de la estantería y se la entregó a Joe con instrucciones sobre cuánto darle a Jim. “¿Seguro que no quieres encargarte tú? Podrías al menos, intentarlo.”

Tyler miró a Libby, y luego a su capataz, y bajó la voz. “Ya sabes cómo me siento ante eso. Tú lo harás bien.” Con una expresión extrañamente resignada, Joe agarró la botella con su mano enguantada y salió de la habitación. Intrigada por lo que acababa de ver, Libby miró a Tyler. Su rostro era todavía una máscara plana, ilegible. “Hiciste un gran trabajo con mi dedo. Pensé que tú te solías encargar de las lesiones por aquí.” Ella levantó la mano y movió su dedo para inspeccionarlo. “No tú—nosotros. Joe ha colocado un montón de huesos rotos en su vida. No necesita de mi ayuda.” Caminando a la ventana, se sumió en un silencio reflexivo mientras miraba hacia los acantilados verdes más allá del valle. Ella miró su ancha espalda de nuevo. La conversación parecía haber llegado a su fin. “Um, ¿tal vez podríamos hablar de las provisiones?” “Haz la lista, Libby. Confío en que sabes lo que necesitamos.” “Pero—” “Vete, ahora,” dijo él, mirando por encima del hombro. “Hablaremos de ello durante la cena, ¿de acuerdo?” Libby salió de la habitación, cerrando la puerta silenciosamente detrás de ella. Cada vez que se encerraba en sí mismo, Libby sabía que estaba pensando en Jenna. No podía culparlo por el dolor de su esposa, pero—pero, oh, Dios, la hacía sentir como si estuviera compitiendo con un fantasma. Todo acerca de esa idea estaba mal, se dijo mientras se dirigía a la cocina. Estaba mal por su parte envidiar a una mujer muerta, una mujer cuyo vínculo con él había sido mucho más fuerte que el suyo. Después de todo, a pesar de los breves momentos que habían compartido, Libby seguía siendo la empleada de Tyler, como Kansas Bob o Possum Cooper. Al menos ella confiaba en él lo suficiente como para dejar de compararlo con Wesley Brandauer. Se había dado cuenta de que había cosas sobre Tyler que ella desconocía, pero sentía que siempre había sido honesto con ella. Que él nunca le había hecho creer que era algo que no era. Miró por la ventana de la cocina hacia las camas de flores casi terminadas. El suelo rico, oscuro, estaba labrado, y libre de la asfixia de las malezas y los pastizales. Ahora las praderas rosas, escaladas en espalderas, que flanqueaban en cada extremo del porche, eran visibles en toda su delicada belleza. La única tarea que le quedaba era alinear el borde de la cama con las piedras. Ella tomó sus guantes de un cajón al lado de la puerta, y salió al sol. Parecía un buen trabajo para apartar su mente del hecho de su relación con Tyler que más la asustaba. Ella podría trabajar para él, como Kansas o Bob Possum, pero era seguro que ella era la única en ese rancho que estaba enamorada de él. ••• Esa noche, Tyler no trajo flores silvestres para poner sobre la mesa de la cena. Estaba distraído y callado, y respondió a los intentos de conversación de Libby con respuestas de una sola palabra. Cuando ella le pidió que le pasase la salsa, le entregó el pan. Libby se dio cuenta de que estar con él en esas

circunstancias la hacían sentir más solitaria que cuando cenaba sola. “Tyler,” dijo al fin, levantándose ella misma a por la salsa, “guardarte las cosas dentro no es bueno. He visto el efecto que eso tiene en ti.” Después de una pausa, él levantó los ojos hacia ella. “No hablo mucho de mí mismo. Ya lo deberías saber—no es mi forma de ser.” Libby apoyó los codos en la mesa y se inclinó hacia él. “Lo que yo sé,” dijo ella con seriedad, “es que los problemas que estás guardándote te impiden comer y hacen que tu vida sea miserable. Como si no se notase.” Tyler dejó el tenedor y apartó su plato vacío. Libby podía verle luchando con la decisión de decirle lo que tenía en mente. “Yo-yo sé que de alguna manera el brazo roto de Jim Colby te ha hecho pensar en Jenna.” La voz de Libby temblaba ligeramente, y se aclaró la garganta para mantenerla estable. Poniendo sus manos en su regazo, ella bajó la mirada hacia su plato a medio comer. Atrevimiento y desesperación la obligaron a continuar. “Me imagino que la echas de menos pero—ha sido muy duro saber que cuando nosotros— cuando me besaste, tú deseabas que hubiera sido ella.” Tyler subió la cabeza bruscamente. “Libby, nunca he deseado eso ni por un minuto. Nunca. Y no echo de menos a Jenna.” “¿No?” Libby se sorprendió. Tyler tiró su servilleta sobre la mesa y se frotó cansadamente la parte posterior de su cuello. Tal vez debería decírselo. Ella tenía razón en una cosa—guardarse eso para sí mismo no le hacía ningún bien. Ni a ella tampoco, llegado el caso. Pero ¿por dónde empezar? Por el punto que lo cambió todo, supuso. Se sentó a horcajadas sobre el banco. Puso los pies en alto, y se recostó contra la pared. “Había estado fuera de Heavenly durante seis años cuando mi padre se enfermó y volví para encargarme de La Estrella Polar. Un día fui a la ciudad, y vi a Jenna en frente de la tienda de Osmer.” Una leve sonrisa cruzó su rostro. “Había pasado de ser la chica flacucha que recordaba a una mujer hermosa y delicada. Casi etérea, supongo que se podría decir. Sabía que ella estaba hecha para una vida más suave que la ganadería. Pero la miré y y le propuso matrimonio allí mismo, justo en la calle, en Heavenly.” Que ella ya estuviese comprometida con un abogado de Helena no disuadió a Tyler. Él la cortejó con todo el ardor y sincera pasión de un joven tonto, ni una sola vez dándose cuenta que ella realmente no era la mujer adecuada para él. Ganársela no fue fácil. A ella nunca le había gustado vivir en un rancho. Había terminado la escuela en el oeste y quería una vida más civilizada. Pero Tyler estaba enamorado de ella, y su padre, Lat Egan, era su aliado. Lat admitió que veía más estatus en tener un yerno abogado que un yerno médico. Pero eso fue compensado por la ventaja aún mayor de un matrimonio entre sus dos ranchos, La Estrella Polar y El One Pine. “¿Eres médico?” Preguntó Libby, apenas susurrando. Él miró la expresión sorprendida de ella, y luego desvió la mirada de nuevo. “Era médico. De todos modos, fui tan persistente y le prometí una vida tan ideal, que ella finalmente rompió su compromiso con el abogado. Supongo que más tarde se arrepentiría porque no fue feliz aquí, ni siquiera los primeros días, no lo creo. No le gustaban los caballos, ni el ganado, ni los vaqueros. Y aunque yo quería que ella fuera

feliz, me preocupaba haber cometido un terrible error al casarme con ella. Cuando se quedó embarazada, estuve seguro de ello.” Se levantó y se acercó a la ventana, apoyando las manos a ambos lados del marco. Un color púrpura dio paso a la noche sin luna a través del paisaje, y el granero se alzaba como una masa oscura en la distancia. “Era una tarde muy fría de noviembre, cuando se puso de parto. A finales de la tarde del día siguiente, el bebé aún no había nacido cuando ella empezó a sangrar. Rory estaba de visita con nosotros, pero yo le envié a quedarse con Joe, ya sabes, para sacarlo de casa. Jenna estaba cada vez más y más débil—finalmente me pidió que enviase a Rory en busca de su padre para que ella pudiese verle una vez más. Dios, intenté todo lo que se me ocurrió para detener la hemorragia.” Él se volvió y la miró. “Murió antes de que regresaran.” Libby escuchó esto con lágrimas en los ojos. “¿Y el bebé?” “Nació muerto.” “Pe-pero tú me dijiste que un médico dejó morir a Jenna.” “Es cierto. Yo era el médico.” “Tyler, ¡No la dejaste morir!” Él se apoyó contra la pared de troncos y le dio una pequeña sonrisa, lleno de remordimiento y dudas. Lo que más le preocupaba a Libby era la absoluta falta de emoción en su voz. Era como si él estuviera muerto por dentro, también. “Tampoco la salvé, ¿no es así? Lógicamente, podría decir que las mujeres mueren al dar a luz todos los días. Pero eso no alivió mi culpa cuando puse a Jenna en el ataúd que Charlie construyó para ella. O cuando puse a nuestro hijo en sus brazos.” Ella se llevó la mano a la boca para ahogar un sollozo trabajando su camino hasta la garganta. “El padre de Jenna me hizo responsable, también, eso ya lo sabes. Y culpó a Rory por no venir lo suficientemente rápido para que él pudiese ver a Jenna antes de morir. Yo no podía hacer nada para evitar que él pensara eso de mí. Pero ese chico tenía sólo diez años. Por la culpa que puso sobre sus hombros, nunca perdonaré a Lattimer Egan.” “Oh, Dios, pobre Rory,” dijo ella, atragantada. Él se dejó caer en el banco junto a Libby, como si de repente estuviese cansado como para estar de pie por más tiempo. Ella deseó poder tomarlo en sus brazos, pero su máscara de hielo y su voz, la detuvieron. “Rory quería quedarse aquí, yo lo envié a casa. Pensé que su lugar estaba con su padre. Pero él seguía huyendo y volviendo a La Estrella Polar. Finalmente, me di por vencido y acepté la responsabilidad de criarlo. Ha estado aquí desde entonces. Lat se puso furioso por eso, también.” “¿Pero abandonaste la medicina? Tyler, eso es una pena.” Tyler se sentó en el banco, inclinado, con los codos sobre las rodillas, mirando al suelo, entre sus botas. Apretó sus sienes entre el pulgar y el corazón. “No podría controlar mis nervios, y tengo miedo de bloquearme. Es por eso que no quería hacerme cargo del brazo de Jim Colby. De todos modos, hay un médico en Heavenly, Alex Franklin.” Su espalda subía y bajaba con su respiración profunda. “Así que,

Libby—no es dolor lo que siento por Jenna. Ya no. Es culpa. La convencí a que renunciase a la vida que ella quería en Helena por una aquí, una que ella odiaba. Y cuando debería haberle salvado la vida, no pude. Después de que la enterráramos en el acantilado, volví hasta aquí y me senté en el porche, tratando de entender todo lo que había sucedido. Lo único que sabía con certeza era que yo era el responsable. Pero al caer la tarde, vi dos estrellas juntas, una grande y una pequeña. Les pedí que me perdonasen. Es algo que hago muchas veces desde entonces.” El corazón de Libby se contrajo con angustia por él, y ella comprendió porqué Tyler se apartaba de todo el mundo. Ni una sola vez se había imaginado lo oscura que era la carga que el hombre llevaba sobre sus hombros. Sin embargo, ella sabía que debía haberse dado cuenta de que Tyler era médico. Tenía sentido, su habilidad con el corte de su mano, los suministros médicos en su oficina, su compasión ante el sufrimiento. “Tyler,” susurró ella, porque era lo único que podía hacer a través de la constricción en su garganta. “Jenna no tiene que perdonarte. Tienes que perdonarte tú a ti mismo. Me gustaría que me hubieses hablado de esto antes.” “¿Para que supieras el fraude que soy?” Le preguntó, con el rostro aún apuntando al suelo. “¡No es verdad!” Dijo ella, enfáticamente. “Yo-yo conocí a un hombre que era un fraude, un mentiroso egoísta.” “¿Te refieres a Ben Ross?” “No, no, Ben. Alguien mucho peor, en Chicago. Tú no eres como él. Hay tanta bondad en ti. No tienes más que miedo de demostrarlo.” Eso era lo que ella se había dicho a sí misma durante todo ese tiempo— Tyler era bueno—no importaba cómo la hubiese tratado a veces, no importaba cómo él hubiese intentado alejarse de ella. “¿Eso crees, ¿eh?” Se burló él. Ella puso la mano sobre su hombro. Estaba contraído y tenso. “Sí, lo creo, Tyler.” Tyler se sentó correctamente y la miró, sus ojos, esos mechones sedosos, vagabundos, de pelo que enmarcaban su rostro, su exuberante boca color coral. Pero más que nada, vio honestidad, y su cinismo se desvaneció. Ella quiso decir lo que había dicho. Él la tomó en sus brazos y la meció lentamente. Ese olor dulce y delicado a flores y vainilla llegó hasta él, y él la besó en la sien. “Libby,” murmuró, “que te trajeran hasta La Estrella Polar ha sido el mejor trabajo que esos hombres han hecho jamás.” “No lo creíste así en ese momento.” Él oyó la sonrisa en sus palabras. “Sólo me tomó un poco de tiempo admitirlo para mí mismo. Pero estaba tan solo antes de que llegaras.” Él frotó su mejilla contra el pelo de ella. “Esos largos días aquí en el rancho y fuera en el sendero—sabiendo que volvería y te encontraría por las noches, me sentía más como en casa…por la noche, sabiendo que dormías en la habitación contigua a la mía, quería acercarme a ti…” Libby oyó el sutil cambio en su voz, y se apartó para mirarlo. Reconoció la llama baja, azul en sus ojos, que ella había visto una o dos veces antes. Fascinada por sus palabras, por sus caricias, ella inhaló su limpio aroma. “¿Y lo hiciste?” Le preguntó en voz baja. Tyler miró fijamente sus labios y luego dejó que su mirada divagase sobre su rostro. “Una vez. Me

acosté a tu lado durante horas.” Lo dijo como si fuera lo más íntimo, lo más personal que jamás hubiese sucedido entre dos personas. El rostro de Libby se puso caliente. “Dormiste sobre la ropa de cama…pensé que había sido un sueño.” Él bajó su boca a la de ella. Ella sintió su aliento mezclarse con el de ella. “No lo fue.” Cuando los labios de Tyler se encontraron con los suyos, era como si nunca se hubiesen besado antes —toda la pasión y la soledad, el anhelo urgente que había habido entre ellos, de repente floreció en esa cocina con luz tenue. Tyler se abrió paso a través de los labios de Libby y ella sintió su lengua contra la de ella, caliente y ansiosa. Rompiendo el beso, Tyler susurró: “Dios, me encanta besarte.” Su ferviente honestidad avivó la chispa de timidez que había encendido en ella, y su pulso aumentó de ritmo. Él enterró su boca en el cuello de ella, dejando un rastro de calor que se abrió paso hasta sus labios. Con una agilidad hábil, Tyler la hizo girar en el banco y la levantó hasta su regazo. Una vez más, fue golpeado por la certeza de que esta viuda virgen, con su valiente espíritu y fuego interno, podría hacerle olvidar todos los años desolados de arrepentimiento y vacío. Quería unirse a ella de todas las formas posibles. Pero no sabía cómo decírselo. Tal vez su asociación con Callie le había costado su capacidad para cortejar a una mujer, para honrarla gentilmente con su cuerpo y su corazón. “No sé cómo decir lo que quiero decir,” murmuró él contra su cuello. “Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que pregunté…Libby, te necesito…” Sus manos se deslizaron hasta los pliegues de su falda. “Lo sé,” susurró ella. Se puso de pie y le tendió la mano. Él miró hacia la mano, y luego a la cara de ella. Vio aceptación y tal vez el mismo deseo de llenar el vacío que ella había conocido. Tyler levantó la mano para besarla, y luego la metió dentro de la suya. Encendiendo una vela, los condujo a través de la puerta giratoria y subieron las escaleras hacia su habitación al final de la galería. Libby se paró en la puerta con las manos cruzadas delante de ella y miró el dosel con el que había soñado en la estación de ferrocarril. ¿Estaban haciendo algo malo? A los ojos de la buena sociedad, tal vez. En la paz y la belleza del territorio de Montana, ella no lo creía. En cuanto a Tyler, ella sabía en su propia mente que hacer el amor con ese hombre era lo correcto. Tyler puso la vela sobre la mesita de noche y se acercó a ella, donde ella esperaba. Acarició sus brazos arriba y abajo, a través de la tela de sus mangas. Tiró de la cinta del extremo de su trenza y pasó los dedos a través de su cabello. Los movimientos ligeros enviaron olas de deliciosos escalofríos sobre ella. A pesar de que su toque era tierno, sintió un deseo poderoso corriendo a través de él. “Sálvame, Libby,” susurró con voz ronca. “Y yo te salvaré. Ya hemos pasado demasiados años de angustia, yo creo.” Con esas palabras, cualquier inquietud y temor de último momento, se alejó de ella. “Yo también lo creo,” respondió ella. Él la atrajo a sus brazos, y ella se aferró a él, sintiendo sus huesos y tibios músculos a través de la fina tela de su camisa. Él agarró sus nalgas y la levantó contra sus caderas, murmurando algo ininteligible. Ella sintió la dura longitud de él a través de su falda. Él hizo un ruido con la garganta y la besó de nuevo, caliente y

lentamente, moviendo sus labios sobre los de ella con una dulce urgencia. Cuando la mano de Tyler se deslizó por su espalda y alrededor de su pecho, ella exhaló una respiración profunda y se apoyó contra su palma. El corazón le latía en el pecho. Seguramente él debía sentirlo, pensó. Con sus manos ligeramente temblorosas, Tyler abrió los botones de su blusa, uno a uno, y luego desató las cintas de su camisola. Su cálida mano sobre el pecho desnudo de Libby era electrizante. Su pezón se endureció al instante bajo su toque. Sintiendo eso, la decisión de Tyler de ir poco a poco disminuyó considerablemente. Quería arrancarle la ropa y dejarla sobre la cama, admirar la belleza de su desnudez, y sentirla contra su propia piel desnuda. Quería ver su preciosa cara cuando uniese su cuerpo al de ella. Impacientemente, desabotonó su propia camisa y la abrió de par en par. Como por instinto, ella se apretó contra su pecho, y la sensación que eso desató en él, le consumió tanto, que se preguntó cómo alguna vez pudo pensar que incluso la mayor madam con el mejor talento, podría reemplazar algo así. Ella salió de su propio vestido, dejando que cayese donde sonó un clic de botones en el piso de madera. Se puso de pie delante de él, pequeña y tímidamente en su ropa interior y camisola abierta, con el pelo revuelto como el de una niña pequeña. Obviamente cortada, no podía levantar la mirada de la alfombra de trapo debajo de sus pies. Al verla así, Tyler tragó saliva y se apresuró a salir de sus botas, y se deshizo de sus pantalones y su camisa. Luego dio un paso adelante y la levantó en sus brazos. “Corazón de ángel, eres preciosa.” Corazón de ángel, Libby recordó que ya la había llamado así anteriormente, la noche que estaba borracho y quería dormir con ella. En ese momento, lo había interpretado como el decir de un cerebro empapado en whisky. Pero él realmente lo había dicho conscientemente. La tendió sobre el colchón. Bajo el parpadeo de la vela, ella vio la prueba de su excitación, y se acobardó un poco. Nunca había visto a un hombre completamente desnudo antes. Estaba muy bien construido, con largas piernas y un vientre plano. El cabello rojo dorado en el pecho recogía los destellos de la vela, y ella extendió una mano vacilante para tocarlo. Pero cuando Tyler se tumbó a su lado y comenzó un camino de besos desde su mandíbula hasta su cuello, ella perdió la noción de todo lo demás. Él apoyó la palma de la mano entre sus pechos por un momento y luego sonrió. “¿Ves lo que me estás haciendo?” dijo ella. “Mi corazón está trabajando muy duro.” “Una buena señal,” respondió él, sonriendo. “Mira lo que tú me estás haciendo a mí,” Su sonrisa se desvaneció y él dirigió su mano hacia él, envolviendo sus dedos alrededor de sí mismo. La intuición más que la experiencia le decía a Libby qué hacer, y cuando él gimió en su cuello supo que había descubierto lo que le daba placer. Él agarró su muñeca. “Whoa, para, cariño. No soy un hombre tan fuerte como tú piensas.” Ella no sabía de lo que estaba hablando, pero mientras la miraba tumbada delante de él, su expresión se volvió seria y bajó la cabeza para succionar suavemente en su pecho. Libby se quedó sin aliento y se arqueó contra él, y la pasión explotó entre ellos. La sensación de su boca caliente y húmeda tirando de su pezón envió flechas de fuego a través de su vientre hasta su matriz.

Llegó al elástico de sus interiores y los deslizó por sus caderas y sus piernas. Pasó la palma de su caliente mano por el interior de sus muslos, dejando que sus dedos tocasen el lugar entre sus piernas donde se había creado un líquido que le hacía saber que estaba preparada. Los movimientos de sus dedos eran como las alas de un colibrí contra su carne hinchada y vibrante. “Tyler,” gimió ella, retorciéndose bajo su mano. A ciegas, buscó a tientas por él. “Lo sé.” Bajó la cabeza para amamantar su otro pezón. No estaba segura de si quería que él pusiera fin a lo que estaba haciendo con ella, o que nunca dejara de hacerla vibrar de esa manera, pero ese tormento no podía continuar. El calor, la necesidad que se estaba generando dentro de ella, era insoportable, y Libby no sabía qué hacer al respecto. Cuando él se detuvo, un sentimiento de frustración la consumió. “Oh, no, por favor—” “Tranquila, cielo, no te voy a dejar así,” susurró con voz ronca. Tyler la cubrió con su cuerpo y le dio un suave codazo a sus piernas para abrirlas. Despacio, se dijo, pero no era fácil cuando no anhelaba nada más que enterrarse en su caliente centro. Su necesidad era tan castigadora como la de ella. Comprobó su carne, y buscando la abertura de su feminidad, empujó en su entrada. Sintió su resistencia. Debajo de él, Libby se puso tensa. Él la miró. La pasión había hecho que sus párpados se sintieran pesados, e incluso a la luz de las velas, podía ver el color rosado que coloreaba sus mejillas. Le tomó las manos y las puso a cada lado de la almohada, luego entrelazó sus dedos con los suyos. “Sólo va a doler un poco por esta vez, Libby, te lo prometo—” Él acarició su lóbulo con la lengua y lo dejó descansando entre los dientes y reclamó su virginidad en un movimiento suave y luego se quedó quieto, esperando a que su cuerpo se adaptara a él. Un grito se le escapó y apretó fuerte el agarre de sus manos. “Lo siento,” murmuró él, plantando besos rápidos y suaves en su frente, sus mejillas y sus párpados. No estaba contento de hacerle daño, pero le hizo sentir como nada que hubiese experimentado antes, estar rodeado por su ser. Por su parte, Libby estaba sorprendida y decepcionada por la punzada aguada de dolor. Pero luego, Tyler comenzó a moverse dentro de ella con un ritmo que trascendía el momento, y lo remontaba al acto más primario de la vida. A pesar de que ella no tenía experiencia que la guiase, se encontró levantando sus caderas para complementar su movimiento. Inevitablemente, el calor palpitante que había sentido momentos antes volvió a quemarla en su interior, cada vez más y más. “Tyler,” gimió ella, su respiración silbante salía de ella con cada golpe en su interior. Sintió ganas de llorar, como si se estuviese muriendo. Cada músculo estaba rígido por el deseo de algo que la estaba eludiendo. Al oírla, Tyler le susurró palabras de cariño y consuelo, y aumentó esa dulce agonía, moviéndose más rápido, más fuerte. Por fin, cuando estuvo segura de que su muerte iba a ser inminente, su aliento se quedó suspendido. Y él empujó su miembro dentro de ella provocándole un espasmo tras espasmo de placer intenso y abrumador. Él ahogó su grito de placer con un beso abrasador. Tyler aceleró las embestidas rápidas y duras. Su respiración era pesada y fatigosa, y el sudor caía por

su frente. “Dulce ángel,” murmuró como un hombre en delirio. “Mi dulce ángel—” La última palabra se disolvió en un gemido que sonó como si estuviera siendo arrancado de su alma. Empujó hacia ella mientras su cuerpo convulsionaba y blancos chorros calientes eran vertidos dentro de Libby. Tyler dejó descansar la frente en la almohada junto a ella, a la espera de recuperar el aliento. Finalmente girando de lado, la abrazó contra su pecho y envolvió sus brazos alrededor de ella. Se sentía tan natural, tan bien tenerla ahí en su cama. Era como si ella siempre hubiese pertenecido ahí. Con un profundo suspiro, él la besó en la frente y la abrazó hacia él. “¿Estás bien? Espero no haberte hecho demasiado daño.” “No, no lo has hecho.” Tyler lanzó un ruido satisfecho. “Eso es bueno.” Libby estaba en sus brazos, saciada y asombrada y desesperadamente enamorada. Su corazón estaba tan lleno que apenas podía hablar sin decírselo. No había sido fácil para ella, el Tyler Hollins que conoció el primer día era un hombre difícil de amar. Obstinado, frío y autosuficiente. Eso había sido sólo una cáscara. El verdadero hombre que se escondía bajo aquella, era incierto y vulnerable. Deseaba poder decirle lo que sentía. Pero ese no era el momento. No tenía forma de saber si había llegado a ella simplemente por soledad, o por afecto genuino. Deseaba que fuera por esto último. Pero ella ya había revelado su corazón una vez antes y había vivido para lamentarlo. Aunque Tyler no era Wesley Brandauer, ella no estaba dispuesta a correr ese riesgo de nuevo. Por ahora, sin embargo, se acurrucó contra él. La mañana podría traer consigo dolor de pesar por esta noche, o por las cosas que se quedaron sin decir. Esta noche, sin embargo, ella estaba feliz limitándose a yacer con él en su cama, con la cabeza apoyada en su hombro. Viendo el ascenso y la caída de su pecho, escuchó su respiración lenta y profunda. Ella se volvió para mirarlo. El sueño suavizaba las líneas cansadas que los años de preocupación y la culpa, habían grabado en su hermoso rostro. Le puso un brazo protector sobre su cintura. “Te quiero, Tyler,” susurró. En su sueño, él la atrajo hacia sí. ••• Libby asomó la cabeza fuera de las mantas a la mañana siguiente con la sensación de que algo había cambiado. Abrió los ojos y se dio cuenta de que no estaba en su propia habitación. Estaba en la cama de Tyler, desnuda. Le gustaba estar ahí, pensó. La habitación era cálida, con sol y una brisa fresca y limpia que desde el otro lado de la ventana abierta, agitaba las cortinas. Entonces, el recuerdo de la noche anterior se precipitó hacia ella, y ella se subió las sábanas hasta la barbilla. Se dio la vuelta y miró al otro lado de la cama, se decepcionó al ver que Tyler ya se había levantado y había comenzado su mañana. ¡Las cosas que habían hecho la noche anterior! Esa pasión y ese fuego que había corrido entre ellos—¿había pasado realmente? Sí, indudablemente. Ella había sentido esa urgencia impaciente en Tyler todo el tiempo, cociendo a fuego lento detrás de

una fachada de rígido autocontrol. Ella no tenía ni idea de cómo iba a revelarse. Cerró los ojos contra el sol deslumbrante, sacó la almohada sobre su cabeza y sonrió adormilada mientras inhalaba el aroma familiar de él. No había sido un sueño esta vez. Era real. ¿Sol deslumbrante? Pensó con un sobresalto, y arrojó la almohada fuera de su cara. Oh, Dios, ¿por qué la había dejado dormir hasta tan tarde? Los hombres debían de estar esperando el desayuno desde hacía horas. Se arrastró hasta el borde de la cama, el movimiento repentino trajo un agudo dolor en los músculos que no había usado hasta la noche anterior. Rápidamente, cogiendo la ropa del suelo, abrió un poco la puerta para asegurarse de que no había nadie en el pasillo, o el salón de abajo, y luego echó a correr hacia su habitación. Después de vestirse a toda prisa, se aceleró ligeramente por las escaleras, trenzando su cabello mientras lo hacía. Cuando entró en la cocina, se encontró con Rory secando platos. El ligero olor a pan quemado flotaba en el aire. “Rory, cielos, debo haberme quedado dormida. ¿Habéis comido todos?” “Sí, señorita Libby. Tyler nos a tenido a mí y a Kansas Bob cocinando esta mañana. Todavía no he descubierto cómo hacer una tostada sin quemarla.” Llevaba un viejo saco de harina como delantal, un accesorio que ella estaba segura, chocaba con su aspiración a convertirse en una mano superior. “Esperaba que el aire pudiese ventilar el lugar.” Hizo un gesto con la cabeza hacia la puerta abierta. “Oh, no, lo siento. Ven, dame eso.” Ella tomó el paño de cocina de él y empezó a frotarlo contra un plato de estaño húmedo sobre el mostrador. “¿Por qué Tyler no me ha despertado?” “Me dijo que estuviste despierta hasta tarde anoche y que te dejáramos dormir ¿Estabas enferma?” Libby sólo podía esperar que su rostro no estuviese tan rojo como ella lo sentía. Pero al mismo tiempo, la complació extraordinariamente que Tyler hubiese pensado en ella. “Uh, no, no podía dormir. Puedes quitarte ese saco de harina y ser un vaquero de nuevo. Ciertamente aprecio tu ayuda. Has hecho un gran trabajo limpiando. Algún día, tu esposa se alegrará de que sepas manejarte alrededor de la cocina.” Rory se quitó el delantal con una expresión de horror. “¡Esposa! Gracias, señorita Libby, pero si todas son como tú, prefiero quedarme con los caballos y el ganado.” Se alisó el pelo y se puso su sombrero. Ella se echó a reír. “Quizá cambies de opinión más adelante. Por ahora, estoy segura de que Joe podrá encontrar algo más divertido que encomendarte, fuera en el rancho.” Rory salió por la puerta y corrió hacia el corral, presuntamente en busca del resto de la tripulación y una ocupación masculina. Libby miró el cielo azul claro mientras secaba el último de los platos. ¿Había sido siempre tan azul? Se preguntó, ¿o era diferente hoy? Respiró hondo por la nariz. A pesar del persistente rastro de la tostada quemada, la brisa que soplaba desde fuera olía más fresca y vigorizante que el día anterior. De hecho, Libby no podía recordar la última vez que había conocido una sensación de bienestar como esa. Pero el hombre responsable de ello apareció delante de su vista, entonces, caminando con su pinto hacia la calle y hablando con Joe. Una explosión de amor y emoción la llenó sólo con mirarlo, y tuvo que contenerse para no correr a su encuentro. Era tan guapo, y esta mañana se veía absolutamente hermoso para ella. Su sombrero descansaba sobre

su espalda, colgando de sus cuerdas, dejando al descubierto su cabello castaño con marrón y fuego de cobre, bajo el sol de la mañana. No podía ver sus ojos, pero sabía que su color coincidía con el cielo infinito sobre su cabeza. Sus largas piernas estaban envueltas en las chaparreras de ante, y las mangas de su camisa estaban enrolladas hasta casi los codos, mostrando sus magros y musculosos antebrazos. De vez en cuando, él extendía la mano y acariciaba distraídamente el cuello de su pinto, lo cual le recordó a Libby cómo de suaves y reconfortantes sus manos podían ser. Él y Joe estaban caminando lentamente, al parecer en una conversación profunda. Cuando llegaron a la altura de la puerta de la cocina, sus palabras flotaron hacia ella. El perro de Tyler, Sam, jugueteaba a sus pies, su lengua de color rosa, colgando. “No esta vez, Sam. Tienes que quedarte aquí.” “¿Cuánto tiempo piensas que estarás fuera?” Libby escuchó a Joe preguntarle. Bueno, ya sabes cómo de lejos está Billings. Tres o cuatro días a lo sumo. No debería tener ningún problema con el clima.” “¿Estás seguro de que quieres hacer esto?” Preguntó Joe. “Las cosas están yendo muy bien.” “No la podemos tener cocinando para nosotros por más tiempo, Joe. Ahora no.” “Supongo que tienes razón. Trae de vuelta a alguien decente, entonces. Nos hemos convertido en unos mimados gracias a la cocina de la señorita Libby.” Tyler dijo adiós entonces, Libby oyó el tintineo de las riendas y el golpeteo de los cascos cuando él echó a andar por el césped. La adrenalina la inundó, y sus manos empezaron a temblar y su corazón a tronar como una manada de caballos desbocados. Sacando la silla de la mesa de trabajo, se sentó, por temor a desmallarse o incluso que le dieran ganas de vomitar. Su respiración se hizo entrecortada, y apretó su puño tembloroso contra su boca. Estaba sucediendo de nuevo, pensó salvajemente. Escaldadas lágrimas brotaron de sus ojos y corrieron por sus mejillas. Eres estúpida, estúpida, se maldijo. ¿Por qué no había aprendido su lección con Wesley? Oh, porque ella había pensado que Tyler era diferente, se burló, por eso. Él no era diferente a todos. En realidad no. Quizás tenía una novia rica, de alta sociedad, esperándole con su vestido de princesa. Pero le había revelado sus pensamientos más íntimos, había hecho el amor con ella, y ahora, por supuesto, se había arrepentido amargamente. Tanto, de hecho, que iba a hacer ese largo camino hasta Billings para encontrar a alguien que ocupase su lugar. Un sollozo trepó por su garganta, y se llevó la mano a la boca para ahogarlo. Oh, Tyler, ¿por qué? Dijo entre lágrimas. No había tenido el valor de decirle lo que estaba planeando. Simplemente se había escabullido mientras que ella dormía, sin siquiera decirle adiós. Bueno, esta vez, ella no iba a hacer su equipaje. Esta vez, haría que ese cobarde detestable le dijese a la cara que su trabajo ahí había terminado. Y ella tenía tres o cuatro días para reunir el valor suficiente para escuchar esas palabras.

T

yler presionó a su pinto tan duro como pudo, tratando de comerse los kilómetros de salvia y hierba que separaban La Estrella Polar de Billings. Cada vez que pensaba en el fuego y la ternura que Libby fue capaz de despertar en él, Tyler renacía de la rabia y un deseo desesperado, e instaba al caballo. Ahora, después de un día y medio en la silla, finalmente veía la ciudad emerger en el horizonte. Fue una de las cosas más difíciles que jamás había hecho, dejar su cama en la madrugada de la mañana del día anterior. Se había despertado con Libby dormida a su lado, con su brazo alrededor de la cintura, y las sábanas apenas cubriendo sus pechos llenos y suaves. Tenía el rostro enterrado en su cuello y una pierna entrelazada eentre las suyas, la parte delantera de la pelvis apretada contra su cadera. Todo lo que quería hacer era pasar la mañana haciendo el amor con ella otra vez. Pero la noche anterior, ella había susurrado esas palabras para él en el instante justo antes de caer dormido. Demonios, tal vez no las había dicho para que fueran escuchadas, siquiera. Le había parecido tan lejos de su conciencia, que era casi como un sueño. Pero no había sido un sueño, y él sabía lo que tenía que hacer. Ninguna otra cosa podría haberlo forzado a salir de su lado y emprender ese viaje. Así que le había dejado una nota en la almohada, y la besó de despedida. Más adelante, los edificios comenzaban a tomar forma. Dolorido por su silla de montar y exhausto, le dio un codazo al pinto para que galopase más rápido. Sí, dejarla fue sin duda una de las cosas más difíciles que jamás había hecho. ••• Libby se despertó de un sobresalto, y se encontró a sí misma abrazada a la almohada. Miró a su alrededor en la habitación. Todavía estaba oscuro, pensó con tristeza. Las dos últimas noches habían parecido interminables. Saliendo de la maraña de mantas de su cama, fue hacia la ventana y apoyó la frente contra el frío cristal. Qué rápido—en un latido del corazón, o con la pronunciación de algunas palabras—la alegría podía transformarse en desesperación. Abajo, La Estrella Polar dormía en una oscuridad silenciosa, lo que contrastaba con la agitación que se estaba produciendo en el corazón de Libby. Durante el día, ella se arrastraba alrededor de la casa del rancho como un pájaro herido, sintiéndose enferma por dentro y vacía. Delante de los hombres, hacía un valiente esfuerzo para aparentar que todo estaba normal. Ella creía que lo conseguía, pero sólo porque Joe había ido al norte poco después de que Tyler se hubiese marchado. Aunque no había dicho nada, Joe habría visto a través de su pretensión, por lo que a ella le hubiese sido muy complicado mantenerla. Muy pocas cosas se les escapaban a los agudos ojos del vaquero. Por la noche, el sueño no llegaba nunca y en el mejor de los casos, sólo dormía una siesta, cayendo en un sopor agitado por breves períodos. Mantener a Tyler apartado de sus pensamientos le resultaba imposible. Una y otra vez, su memoria traidora derivaba de nuevo a la noche en que Tyler la había tenido en sus brazos, su piel caliente sobre ella. Por último, había cerrado la puerta de su habitación, dejando la cama sin hacer, por lo que no tendría que verla y recordar la forma en que él la había tocado, o las cosas

que le había susurrado al oído—habían sonado tan sinceras. Pero Tyler había incluso hablado más honestamente con Joe a la mañana siguiente. No la podemos tener cocinando para nosotros por más tiempo, Joe. Ahora no. No importaba cómo Libby lo analizase, no podía haber ninguna duda de su significado e intención. Y Joe había estado de acuerdo con él, lo cual significaba que probablemente sabía lo que había ocurrido en la cama de Tyler, también. Libby se agarró al borde de la ventana. A pesar de su determinación para hacer frente a Tyler cuando regresara, deseaba no haberle devuelto los cien dólares que él le había dado en Miles City. Si todavía los tuviese, se iría volando a través de la pradera, lejos del hombre con los ojos azul cielo que había robado su corazón. Alrededor de una hora antes del atardecer a la noche siguiente, Libby estaba en el fregadero, con las manos sumergidas en sucia agua caliente y jabón, y sus pensamientos, en un camino sombrío. Podía oír los hachazos que Rory estaba propinando en el exterior, pero no escuchaba al resto de los vaqueros, todavía. Aunque estaba segura de que una mano superior no partiría la leña para la cocina, no era demasiado complicado conseguir la ayuda de Rory con el incentivo adecuado. La tarea podría estar por debajo de la dignidad de una mano superior, pero al parecer, las galletas, no. La puerta se abrió detrás de ella, y espuelas resonaron en todo el suelo de tablas. “Cuando termines ahí, tengo algunas galletas de mantequilla de cacahuete para ti,” dijo. “Las galletas no van a hacer el truco, Libby. Tengo apetito de algo completamente diferente.” La garganta de Libby se cerró de golpe, se giró y vio a Tyler parado allí. Se quedó inmóvil como un ciervo atrapado a luz de un farol, un trapo mojado apretado en su mano. La cocina siempre parecía mucho más pequeña cuando Tyler se encontraba en ella. Estaba sucio y parecía muerto de cansancio, pero, oh, maldita sea, lo llevaba tan bien. Sus ojos se volvieron color humo con deseo, y le dio una arrebatadora sonrisa a Libby que le dijo exactamente lo que su apetito demandaba. “Bueno, Jesús, cariño, no pareces muy feliz de verme,” comentó con tristeza. Se quitó el sombrero y lo arrojó sobre una de las mesas. A continuación, quitándose los guantes, los metió en la cintura de sus chaparreras, y se dirigió hacia ella con los brazos abiertos. “He corrido setenta kilómetros para llegar hoy a casa y a ti. Casi desgasté al pobre pinto. ¿No puedes siquiera decirme hola?” La rabia que se había fraguado lentamente en su interior, estalló dentro de ella, impulsada por la humillación y la angustia. Apretó el trapo hasta que el agua jabonosa corrió entre sus dedos y hasta el codo. Alejándose de él, casi se cayó sobre un taburete bajo tratando de poner distancia entre ellos. Tyler dejó caer sus brazos y su sonrisa murió en su rostro “¿Qué te pasa?” Libby encontró su voz, y ésta abandonó sus labios con una furia justiciera. “¿Qué me pasa?” Repitió ella con incredulidad. Libby miró el trapo mojado en su mano y se lo tiró a la cara con toda la fuerza e ira que reunió en su brazo. El trapo dio en el blanco con una bofetada, luego rodó por la parte delantera de la camisa de Tyler, dejando un rastro húmedo antes de que aterrizara en el suelo. Una oscura mueca de furia contorsionó sus facciones, pero Libby no tenía hueco en su interior para sentir miedo, ni ninguna otra cosa además de traición.

Tyler le dio una patada al trapo, deslizándolo hasta la pared del fondo y se frotó la cara con su antebrazo desnudo. “Libby, ¿qué diablos está pasando? He hecho un viaje de vuelta infernal a caballo sólo para verte,” le gritó. Dio dos pasos más hacia delante, como si fuera a agarrar sus brazos. Libby se arrastró hacia atrás, poniendo la mesa de trabajo entre ellos, mirándole con recelo. “¡Aléjate de mí, mentiroso!” Gritó, con el corazón latiendo en su pecho. “Pensé que eras mejor que él, pero no lo eres. Eres igual. Me hizo creer que él también se preocupaba por mí, pero yo sólo fui—una diversión para él.” Libby oyó la histeria en sus palabras, pero no le importaba cómo sonaran. Con una voz que empezaba a temblar, toda la angustia, los pesares y el dolor amargo a los que nunca había sido capaz de dar rienda suelta con Wesley, se derramaron como un torrente. “Para él, yo sólo era la cocinera, n-ni siquiera una persona real con sentimientos, o un corazón susceptible de romperse…” Tyler estaba tan condenadamente confuso y enfadado, que apenas podía seguir la discusión. De todas las acusaciones que ella había lanzado contra él, sin embargo, tomó la que le resultaba más familiar. “¿De qué estás hablando? ¿Tiene esto algo que ver lo que pasó en Chicago? ¡Tal vez será mejor que me digas la verdadera razón por la que te fuiste!” Instó él desde su lado de la mesa, poniendo las manos sobre su superficie e inclinándose hacia ella. Ella envolvió sus brazos a su alrededor. “Ya te lo dije—no podía estar allí.” Tyler golpeó la mesa con su puño, una vez, haciendo que todo lo que había sobre ella saltase. Libby saltó también. “¡Maldita sea, al infierno! Eso no es suficiente. ¡Tengo derecho a saber con quién se me está comparando!” Ella lo miró, luego bajó sus ojos. “Supongo que sí,” dijo. El cansancio desplazó la ira en su voz, y ella le habló de Wesley, el hijo guapo y mimado de Eliza Brandauer, que hizo a Libby creer que se preocupaba por ella, e incluso fue tan lejos como para prometerle que se casarían, eventualmente. Una noche, cuando su madre iba a estar fuera de la ciudad, la llevó a su habitación con el pretexto de que le cosiera una rasgadura en su camisa. Libby mantuvo la mirada fija en la mesa. “Si hubiera sido cualquier otra persona, me hubiese preocupado.” Ella sacudió la cabeza, como si todavía estuviese tratando de entenderlo. “Pero yo confiaba en Wesley. Tan pronto como llegamos a su habitación, él cerró la puerta.” Sus besos suaves y cariñosos rápidamente se volvieron babosos e insistentes, tanto que Libby se sintió asustada y ofendida. “Nunca había pensado que una mujer podía ser violada por alguien que conociese. Pero eso es lo que él me habría hecho. Supongo que debería estar agradecida de que la señora Brandauer llegara a casa cuando lo hizo.” Con un solo golpe en la puerta, Eliza Brandauer entró, indignada por la visión de su hijo revolcándose en su cama con la cocinera, cuya falda estaba subida hasta los muslos. Libby alzó la cara hacia abajo. “Oh, Dios, me quería morir. Wesley no dijo nada en mi defensa—nada. La señora Brandauer me llamó puta y me despidió en el acto. Tendría que reunir todas mis cosas y dejar la casa a la mañana siguiente—ella no acataría que una puta durmiese bajo su propio techo, dijo. El decoro moral era muy importante para ella.” Su voz temblaba con las lágrimas que corrían por su rostro.

“Salí corriendo de la habitación y la oí regañar a Wesley, preguntándole lo que suponía que la familia de su prometida pensaría si supieran que había estado perdiendo el tiempo con ‘los sirvientes.’ Prometida…” Libby repitió la palabra, como si fuera más allá de su comprensión. La noticia del despido de Libby y la inminente boda de Wesley se extendieron rápidamente por toda la casa. Ese tipo de noticias siempre lo hacían. Incluso su familia adoptiva de Melvin, Birdie, y Deirdre, la evitaban porque había cometido el grave pecado de olvidar su lugar y confraternizar con el señor Wesley, y él recién comprometido, también. “Después de diez años, de repente me encontré en la acera sin tener adónde ir, sin nadie a quien recurrir. Apenas tenía dinero. Caminé todo el día tratando de encontrar un trabajo, pero no tuve suerte. Demasiada mala reputación, supongo. Por último, llamé a la puerta de la cocina de una iglesia. El ama de llaves del pastor dejó que me quedase a cambio de trabajo hasta que Ben me envió los billetes para venir aquí.” Tyler la miró fijamente. La imagen en su mente de Libby vagando por las calles de Chicago hizo que sus ojos ardiesen. Tenía la garganta tan apretada por la emoción reprimida, que se sentía como si hubiera una bola de masa de galleta fermentada en ella. “Y tú pensaste que después de la otra noche—” Ella levantó la cabeza y luego, el volumen de su voz. “Oh, bueno, ¿qué pasó la otra mañana, Tyler?” Exigió ella, con las manos en sus caderas. “¿Por qué le dijiste a Joe que ya no podía seguir cocinando para vosotros? Se puede dormir con una puta en Heavenly, pero no tendrás una cocinando para ti, ¿no? Claro, tenías que ir a Billings para encontrar a alguien que ocupase mi lugar.” El corazón de Tyler se apretó en su pecho. “¿Dormir conmigo te convierte en una puta?” Ignorando su pregunta, su temblorosa voz se quebró, y en poco más que un susurro ella pronunció: “Te marchaste. Te vi salir esa mañana por esta misma ventana. Ni siquiera me dijiste adiós. Incluso Callie Michaels recibió un adiós de tu parte.” Tyler miró a Libby boquiabierto, aturdido. Su cara tenía color, pero sus ojos se habían oscurecido como el carbón. Ella cruzó los brazos sobre su pecho, encerrándose en sí misma. “Pero yo nunca le dije a Callie que la quería,” respondió él de nuevo, sintiéndose perseguido, ahora. “Qué amable por tu parte, ¿quieres un premio?” Replicó ella, con los ojos llenos de dolor y fuego. “A mí tampoco me lo has dicho.” “Entonces, ¿qué escribí en esa nota? ¡No sé cuánto más claro podría haberlo puesto!” Él estaba gritando ahora, también. “¿Qué nota? No me dejaste ninguna nota.” Una confusión de sentimientos se agolparon en Tyler—exasperación, furia, angustia por lo que los Brandauers la habían hecho, dolor, fatiga, acoso. Puso la palma de su mano en la frente y respiró hondo. “Pensé que estaba siendo considerado por no despertarte. Maldita sea, ahora desearía haberlo hecho. Te dejé una nota en mi almohada la mañana en que me fui.” “No te creo.” Un silencio abrupto cayó sobre la cocina y se miraron el uno al otro, respirando duramente. Libby tenía una expresión de absoluta desconfianza. Para romper ese estancamiento, Tyler se dirigió hacia el final de la mesa y agarró la muñeca de Libby.

“Vamos.” Tiró de ella a lo largo hacia la puerta de la habitación del comedor. Libby alcanzó a ver un rastro de ira brillante en sus ojos, y por primera vez sintió terror real. A pesar de que trató de liberar su brazo, era inútil—no podía romper su agarre. En cuestión de un segundo, había perdido el control de la situación y Tyler, con una energía caliente y salvaje, se había apoderado de ella. Ella nunca lo había visto tan furioso, o peligroso. Libby miró su espalda recta y estrecha cintura y las caderas mientras la arrastraba hasta la escalera. Sus chaparreras golpeaban suavemente contra las patas de sus pantalones vaqueros, sus espuelas tintineaban con cada pisada atronadora. “Tyler, suéltame. No puedes hacer esto.” Él no respondió, pero continuó hasta el final de la galería y su propia puerta cerrada del dormitorio. Libby intentaba soltarse, con miedo a imaginar la magnitud del castigo que la estaría esperando. Finalmente, se volvió hacia ella. “Me diste un puñetazo en el estómago, me diste una bofetada con un trapo de cocina, y has arremetido contra mí con esa lengua tuya más de una vez. Lo he aceptado—a veces creo que probablemente me lo he merecido. Pero llamarme mentiroso, decir que mi palabra no es válida —” Giró el picaporte, casi lo arrancó, y abrió. La puerta golpeó la pared y rebotó hacia adelante. La habitación estaba como la había dejado cuatro días antes, con la ventana abierta y la ropa de cama en una maraña. La puesta de sol de un tono como el oro fundido, se proyectaba a lo largo de un rectángulo en el suelo y la pared. Tyler tiró de ella hacia el interior de la habitación y cerró la puerta de una patada. Libby se quedó atrás, pero él la arrastró hasta la cama, y ella retrocedió. Retorciéndose y forcejeando, Libby trató de escapar. “¡Quédate quieta, maldita sea!” “Tyler, Dios, por favor—no hagas esto—” Cerró los ojos, sintiendo que estaba de pie ante un pelotón de fusilamiento, y esperó a que él la empujase hacia el colchón. En cambio, él extendió su mano y tiró la almohada a un lado y empezó a rebuscar entre las sábanas y edredones. Todo el tiempo manteniendo la muñeca de Libby sujeta en su mano. Desconcertada, ella miró impaciente como levantaba la cama hasta dejar el colchón desnudo. Maldiciendo violentamente, lo arrojó contra la pared como si fuera ingrávido. Luego, a través de los listones vio un pedazo de papel, doblado, descansando en la parte de abajo del piso de madera dura. Se agachó y lo cogió. La soltó el brazo, lo desdobló y lo metió en su mano, estrujándolo. “Toma,” dijo. “Lee.” Libby alzó la mirada hacia su rostro. Debajo de su ira, ella vio dolor. “Pero estaba bajo la cama. ¿Cómo iba yo a—” “¡Lee!” Ella bajó los ojos a los trazos de lápiz. Querida Libby, Nada podría haberme forzado a apartarme de tu lado esta mañana pero un asunto en Billings simplemente no puede esperar. Estaré de vuelta tan pronto como pueda. Yo también te quiero.

Tyler Las palabras se emborronaron, mientras las lágrimas brotaban de sus ojos. Yo también te quiero… La había escuchado cuando le susurró esas palabras aquella noche. Se llevó una mano temblorosa a la boca y lo miró de nuevo. “Tyler, lo siento—” La ira de Tyler pareció haber desaparecido por completo, al parecer, llevándose consigo toda la energía que le quedaba. Caminó hasta donde se encontraba el colchón tirado, y se sentó sobre él pesadamente, extendiendo sus largas piernas y apoyándose contra la pared. “No es exactamente lo que esperabas ¿verdad?” De repente parecía demacrado. Se echó para atrás el pelo con ambas manos. Libby dio un paso más cerca de él, y le tendió la nota. “Pero—pero si es así como te sientes, ¿por qué vas a despedirme?” Suspirando, Tyler metió la mano en el bolsillo delantero de su pantalón y sacó una pequeña caja que encerró en su mano. “Me había imaginado este momento de otro modo,” murmuró él con un halo de tristeza. “Ven y siéntate.” Palmeó el colchón junto a él. Libby se acercó con cautela, y se sentó dejando un espacio entre ellos, sujetando el papel contra su pecho. “Es cierto que no quiero que cocines para nosotros nunca más. Esa es una de las razones por las que he ido a Billings. Pero no te voy a despedir, Libby.” Se acercó más a ella y tomó su mano entre las suyas. “Quiero casarme contigo.” Ella no podía recuperar el aliento. “¿Casarte conmigo?” Tyler miró los dedos de ella, cómo yacían sobre la palma de su mano, y pasó su pulgar a lo largo de cada uno de ellos. “Sí, si me aceptas. No siempre soy el hombre más fácil de tratar—huh, supongo que ya te habrás dado cuenta de eso. Pero me haces sentir muy bien cuando estoy cerca de ti. Me devolviste a la vida.” Su rostro cansado estaba lleno de emoción y las lágrimas brotaron de sus ojos. “Por Dios, mujer, ¿por qué crees que puse Miles City patas arriba para encontrarte? ¿Sólo porque me gustan tus galletas y tu salsa?” Él presionó la mano contra su boca y la besó. “Te quiero mucho, me morí de miedo cuando me di cuenta de ello. No quería amar a nadie de nuevo—no creía que pudiese. Pero no sé cómo hubiese sobrevivido si hubieses cogido ese tren de regreso a Chicago.” “Oh, Tyler, siento mucho todas las cosas que he dicho,” susurró ella, sus ojos húmedos. Se acercó y pasó la mano por el pelo de él. “Es sólo que—¿tal vez ahora te das cuenta un poco de porqué te malentendí cuando te oí hablando con Joe la otra mañana?” Él asintió con la cabeza. “Y me siento como el infierno por lo que esos malditos Brandauers te hicieron.” Abrió su mano y le tendió la pequeña caja de terciopelo negro que había sacado de su bolsillo. Lentamente, ella la tomó de su mano. “¿Es para mí?” “Esta es la otra razón por la que tuve que ir a Billings. Nort Osmer tiene alianzas de boda, pero no vende diamantes.” Libby abrió la caja con bisagras de resorte y encontró un hermoso anillo de compromiso en su interior. “No puedo cambiar tu pasado, pero me gustaría compensarte esas cosas que te has perdido, si me lo

permites. ¿Quieres, Libby? ¿Quieres casarte conmigo?” Con un grito, Libby se arrojó en sus brazos y le echó los brazos alrededor de su cuello. “¡Sí, oh, sí, quiero!” Tyler enterró la cara en su pelo. “Gracias a Dios,” murmuró con una voz que se rompió. Él la abrazó con fuerza durante varios minutos, meciéndola. Sintió un aliento profundo y estremecedor que hizo que su cuerpo temblase, y ella supo sin mirar, que las lágrimas del hombre al que amaba, estaban mojando su pelo. Se quedaron entrelazados por un tiempo en silencio, con el resplandor de la puesta de sol sobre ellos, sin moverse. A través de la ventana abierta, Libby oyó la última de las alondras del día batiendo sus alas, volando hacia su nido. Libby nunca había sentido tanta paz y seguridad. Finalmente, Tyler tomó el anillo de la caja y lo deslizó en su dedo. Presionando un beso en sus nudillos, levantó la vista de su mano y murmuró: “Eres mía, Libby, ahora y para siempre. No te olvides de ello.” El timbre de su voz cambió, y un escalofrío delicioso recorrió la espina dorsal de ella. “Entonces, ¿reclamarás lo que es tuyo?” Los ojos de Tyler, humeantes de nuevo, ahora clavados en los suyos. “No he recorrido setenta kilómetros en un día por ninguna otra razón.” Él miró hacia abajo en la parte delantera de su camisa llena de polvo. “Aunque…no estoy demasiado limpio.” “No me importa. Me entregaría a ti, limpio—o sucio.” Libby tomó su rostro entre sus manos, sintiendo el roce de su barba del día anterior, y acercó su boca a la de él. “Te quiero, Tyler,” dijo en voz baja, con sus labios a pocos milímetros de los suyos. Tyler gimió. “Yo también te quiero, Libby.” Él consumió su suave boca, de color rosa en un beso, mientras ella hundía sus dedos en su pelo. La seducción inocente de Libby provocó en él un incendio en su sangre que le hizo dar las gracias porque esa no fuera su primera vez juntos. El hambre feroz que sentía le hizo olvidar parte de esa dulzura indulgente que necesitó para tomar su virginidad. Ahora, un instinto caliente, depredador, le lamió en su interior, un poderoso deseo de poseerla y hacerla suya. Tomarla ahora, en ese mismo instante. Profundizó el beso y se acostó en el colchón desnudo. Su lengua buscó el pasaje caluroso de la boca de ella mientras sus labios se movieron sobre los de ella con una urgencia creciente. Cada pequeño ruido que salía de la garganta de ella sólo hizo que las llamas en él quemasen cada vez más. Se incorporó sobre un codo y trató de abrir los botones de su blusa, pero en su impaciencia, sólo consiguió abrir los dos primeros. “Espera, déjame a mí,” dijo ella, y él miró con ojos rapaces como el frente de su vestido se abría para revelar su camisola debajo. Alcanzando sus cintas de color azul pálido, se dispuso a abrir la prenda, y tragó saliva con lo que vio. Pechos suaves, llenos, con unos rosados oscuros pezones. Unos hombros suaves y blancos. Un cuello largo y cremoso. El calor corporal de Libby desprendía su dulce aroma de vainilla, que llegaba a él en oleadas. “Dios, Libby, me dejas sin aliento,” dijo él con voz ronca. “Simplemente, no puedo evitarlo—”

Acariciando su seno con la mano, bajó la cabeza para cerrar los labios sobre el pezón. Libby gimió suavemente, destrozada por el placer casi insoportable de su succión. Ella pasó los dedos por su grueso pelo, excitándose aún más por el leve roce de la barba en su tierna carne. Tyler se retiró y ella cogió con avidez la pechera de su camisa, pero él le cogió la mano y la dirigió a los botones de su bragueta. Detrás de ellos, Libby sintió la prueba de su excitación, y su calor. Respirado entrecortadamente, Tyler presionó la mano de Libby contra su ser, empujando duramente y una respuesta en forma de tensión caliente comenzó a producirse bajo el abdomen de ella. Como si pudiese sentirlo, Tyler metió la mano bajo su falda, arrastrando los dedos por la parte interna de su pierna, más allá de la parte superior de la media, y a través de la muselina fina de sus interiores. Puso su mano entre sus muslos, y ella sabía que debía estar sintiendo el calor húmedo que había creado con sus besos y caricias, bajo la tela. “Tyler,” gimió ella. “Sí, cariño,” respondió él. Tyler se sentó y luego se quitó las botas, las espuelas se clavaron en el suelo de madera. Su camisa aterrizó al otro lado de la habitación. Deshaciéndose de sus chaparreras, se desabrochó el cinturón y abrió sus pantalones. Libby se sorprendió al ver que no se había molestado en ponerse ropa interior, pero este hecho fue despertando su curiosidad. Se acostó a su lado, desnudo, completamente erecto, y hermosamente masculino. Las líneas limpias, talladas de su músculo eran tan elegantes como cualquier escultor hubiese soñado. “Tócame, Libby,” susurró con urgencia. Un poco tímida, alcanzó su dura plenitud y cerró su mano alrededor de él, repitiendo lo que le había gustado su primera noche juntos. Un gemido primitivo se produjo en su garganta, y ella se sintió bastante satisfecha de sí misma y de la respuesta de él. Continuó durante otro momento, hasta que él le apartó la mano. “En ti, cariño, no sobre ti.” Prenda a prenda, Tyler le quitó la ropa restante, reemplazándola con rastros de besos húmedos y urgentes sobre su piel desnuda. Ella se dio cuenta vagamente de que estaba rozando su pelvis contra él. “Sé lo que quieres,” murmuró Tyler en su oído. Tyler dejó que su mano se deslizase por su vientre hasta llegar a su palpitante carne húmeda, de nuevo. Su toque suave, firme, evocó sensaciones en ella que eran casi dolorosas en su intensidad. Libby se quedó sin aliento mientras sus dedos acariciaban sus delicados tejidos, hinchados, e hizo ademán de coger su mano. En vez de retirarse como lo había hecho la última vez, Tyler siguió sus caricias rápidas y resbaladizas, hasta que ella pensó que su corazón iba a estallar en su pecho. Era como si su excitación estuviese llegando a límites insospechados, y apenas un sólo toque pudiese liberarla de la dulce presión que estaba creando en su ser. “Tyler—oh, Dios—por favor, por favor—” Tyler lo sabía. Las caricias se hicieron más rápidas. Ella dejó escapar un gemido que la dejó sin

aliento. “Esto es lo que necesitas, justo aquí. Justo…aquí.” De repente, sus músculos se contrajeron y se cernieron sobre el borde de un tembloroso silencio. A continuación, la liberación que ella había estado esperando dio rienda suelta a su placer y la hizo se convulsionar con espasmos incesables de un insoportable placer. Libby volvió la cara contra el pecho de Tyler y sollozó su nombre en un grito agudo y desgarrador. A punto de explotar, Tyler no le dio a Libby tiempo para recuperar el aliento antes de que la posicionase debajo de él y separase sus piernas. La penetró con un movimiento uniforme. Ella respiró fuerte, y levantó las caderas para recibirlo. Quería mantener sus embestidas largas y lentas. Pero tan pronto como se hundió en su calidez, supo que estaba perdido dentro de ella. Marcaría su alma con su cuerpo, si pudiera. Él sabía que ella ya había marcado la suya. La pesadez aguda bajo su vientre e ingle se hizo más febril con cada segundo que pasaba. La agarró por sus nalgas y la inclinó suavemente, separándola del colchón, para llegar a ella más profundamente. Sus dedos se clavaron en sus caderas y ella tiró de él hacia ella mientras empujaba. La miró acostada debajo de él, bella, tierna. Sus ojos eran de carbón con la reconstrucción de la pasión, y su murmullo de palabras sólo aumentó su necesidad de aliviar el dolor de esa exquisita tormenta. Devoró su boca con un beso húmedo y caliente, “nunca te dejaré ir,” gruñó de placer. “Entonces tómame, Tyler,” declaró ella con fervor. “Hazme tuya.” “Libby—ángel,” murmuró él contra su cuello. Ella apretó sus fuertes brazos, y un sudor comenzó a brotar por todo su cuerpo. De repente, ella se arqueó contra él con su sollozo, mientras fue alcanzada por su clímax. Sintió que los paroxismos que comenzaron en ella tuvieron una reacción en cadena en el cuerpo de él. Tyler, presionando su frente contra la de ella, la penetró gentilmente, pero con todas sus fuerzas, mientras era abrumado por unas pulsaciones rápidas y calientes. Libby rodeó a Tyler con sus brazos y lo abrazó mientras un gemido estremecedor fue arrancado de su pecho. Se quedaron quietos entonces, recuperándose tras sus respectivos orgasmos y respirando con dificultad. La brisa de la tarde desde la ventana abierta se apoderó de sus cuerpos húmedos, enfriándolos y elevando piel de gallina en ellos. Con sus miembros entrelazados, cayeron en un sopor breve y lánguido, todavía unidos. Finalmente, Tyler lentamente se despertó y la giró para que descansase a su lado. Ella le pasó una mano por la cara, y el roce de su barba en su palma sonó como papel de lija. Una sonrisa irónica se le escapó. “Tengo que estar horrible, pero me siento tan bien.” Libby se apoyó sobre un codo para considerar su hermoso rostro, soñoliento. Tal vez no estaba en su mejor momento. Olía a caballos y polvo del camino. Sus mandíbulas delgadas eran seguidas por los rastrojos de su barba, y su cabello empapado de sudor, alborotado en un par de zonas por donde había pasado sus dedos antes. Pero no podía haber tenido mejor aspecto para ella ni aunque hubiese estado usando un traje de domingo. “Eres el vaquero más guapo que he visto nunca.” Él alzó las cejas, obviamente luchando por mantener una cara seria. “Eso es un cumplido de verdad, viniendo de una chica de ciudad.”

“Siempre has hecho que eso sonase como una enfermedad,” se quejó ella con una sonrisa. “Lamento tener que decirle esto, señorita Libby,” continuó con una profunda voz burlona, “pero usted es un caso grave de…nacida en la ciudad.” Ante su mirada, Tyler se echó a reír también. “Está bien, está bien—admito que te ha ido mucho mejor que a muchos que vinieron hasta El Oeste.” Ella levantó la barbilla con un aire de arrogancia fingida. “Además, ya no soy una chica de cuidad nunca más.” Él la miraba con una reverencia tranquila, y pasó los dedos por su enredado pelo. “No, no lo eres, cariño. Y debajo de esa superficie suave, preciosa, hay una mujer fuerte y valiente. Esa es una de las razones por la que me enamoré de ti.” Ella trazó sus labios con un dedo. “Yo me enamoré de ti porque descubrí el hombre tierno que se escondía debajo de una dura máscara.” Arqueó una ceja. “Me llevó bastante esfuerzo encontrarlo, sin embargo.” Él se rió de nuevo y tiró de ella hasta su hombro. “Me alegro de que no te dieras por vencida.” Ella se acurrucó contra él. “Bueno, ahora estás atrapado conmigo.” Ahora y siempre. Tyler volvió la cabeza para colmarla de besos por la parte externa de su ojo y mejilla. Había jurado que nunca la dejaría ir. ¿Cómo podría, pensó, un poco triste, cuando ella había llegado hasta lo más profundo de su corazón?

A

la mañana siguiente, Tyler sorprendió a Libby al entrar en la cocina mientras el equipo estaba terminando todas las tortitas que Libby había cocinado. Cuando él entró, la conversación cesó abruptamente. Ella arqueó las cejas y le sonrió. Haría falta un poco más de exposición de ese inusual lado afable para que los hombres se acostumbrasen a ese nuevo Tyler Hollins—un hombre que sonreía más de lo que fruncía el ceño. Libby no podía apartar los ojos de él. ¿Habría habido alguna vez un hombre tan guapo? Sus ojos tenían un brillo malvado en ellos esta mañana, y parecía mucho más descansado a pesar de que ella sabía que sólo había dormido tres horas. Capturando su mirada, él le guiñó un ojo y ella se sonrojó acaloradamente, recordando lo que había pasado el resto de la noche. Después de que ella le hubiese ayudado a poner la cama en su sitio de nuevo, Tyler se lavó y se afeitó, y se acercó a ella de nuevo en su habitación. Esta vez, hicieron el amor lentamente, explorando el cuerpo del otro con suaves y curiosas caricias. Tyler se paró al lado de la mesa de trabajo e hizo frente a los hombres. “No quiero interrumpir vuestro desayuno, y sé que Joe tiene un horario que le gusta mantener, así que sólo me llevará un minuto.” Él sonrió al capataz, y una carcajada se propagó a través del grupo—todo el mundo sabía que Tyler era quien imponía los horarios en La Estrella Polar. “Probablemente, muchachos, habéis escuchado que fui a Billings. He encontrado un nuevo cocinero allí. Solía trabajar para el equipo DHS, de Judith Basin, y estará aquí dentro de aproximadamente un mes para hacerse cargo de esta cocina.” Todos los ojos se dirigieron a Libby, algunos se agitaron nerviosamente y aclararon sus gargantas. Rory miró a Tyler, con su ceño levemente arrugado. Sólo Joe sonrió. Tyler se detuvo un instante antes de continuar, obviamente disfrutando del suspense. “Despedí a la señorita Libby anoche cuando aceptó casarse conmigo.” Libby se lo quedó mirando con la boca abierta. Tyler era un hombre reservado que no compartía sus pensamientos ni sentimientos con nadie—eso era lo último que ella esperaba que él dijese. Tyler le guiñó el ojo de nuevo, y de repente ella se dio cuenta de lo que había hecho. Al hacer el anuncio compromiso público, había ampliado el alcance de éste. No era un secreto, o una promesa insustancial hecha en la oscuridad. Era real. Y él quería que todos lo supieran. Los vítores y silbidos y aplausos que estallaron en la sala eran ensordecedores. Tyler le tendió la mano y ella se unió a él en la mesa de trabajo, ruborizándose y riendo. Joe se puso de pie y se acercó para estrechar la mano de Tyler. “Así que lo hiciste, terco bastard— hijo de un arma de fuego.” “Sí, lo hice.” Tyler alzó la mano izquierda de Libby y le mostró el anillo. Joe besó a Libby en la mejilla, haciéndole cosquillas con su gran bigote. “Me dijo que te lo iba a preguntar, pero te diré, señorita Libby,” gruñó en tono confidencial: “Casi tuve que retorcer el cuello de este chico una vez o dos, esperando que abriese los ojos.” Ella susurró a su vez: “Si lo hubiera sabido, probablemente te habría ayudado.”

Sus ojos oscuros brillaron y Joe se rió de nuevo, luego le estrechó la mano. “Bienvenida a La Estrella Polar, señorita Libby. Estamos muy contentos de que estés aquí para quedarte, aunque Tyler nos quite la mejor cocinera que hemos tenido jamás.” Rory se acercó entonces y le tendió la mano a Tyler en un gesto muy adulto. Su joven rostro era serio y digno. Libby le había visto usar esa expresión de vez en cuando desde el día que Charlie murió. Era como si hubiera enterrado el último resto de su infancia con su amigo. “¿Qué dices, Rory?” Le preguntó Tyler, lanzando su brazo alrededor de la parte posterior del cuello del chico. “¿Te parece bien?” Libby se dio cuenta entonces del significado que un nuevo matrimonio de Tyler podría tener para Rory. Después de todo, su hermana había sido la primera esposa de Tyler. Rory asintió. “Sí, si la señorita Libby se queda aquí y no tengamos que preocuparnos de que pueda marcharse nunca más.” Tyler respondió: “Eso es exactamente lo que significa.” Una sonrisa brillante iluminó el rostro del chico. Luego preguntó en un tono adulador, “señorita Libby, señora, ¿crees que todavía podrás hornear galletas de vez en cuando?” “¿De mantequilla de cacahuete?” Le preguntó ella. “¡Oh, sí, señora!” “Creo que ese trabajo en concreto lo querré mantener, entonces.” Uno a uno, los hombres se fueron acercando a la línea de recepción informal para felicitarles—Kansas Bob, Noah, los hermanos Cooper, y todos los demás, incluyendo Jim Colby. Jim era un hombre grande con una prominente mandíbula, tranquilo y de maneras solitarias—todo lo contrario del hombre al que había reemplazado. No había mucho que pudiera hacer por el rancho con su brazo en cabestrillo, pero tanto Joe como Tyler habían insistido en mantenerlo a sueldo completo. Mientras recibía sus mejores deseos y las burlas de buen carácter, Libby se deleitaba en el bienestar que se apoderó de ella. Podría ser que no tuviese parientes de sangre para ser testigos de su matrimonio con el hombre que estaba junto a ella, pero tenía a la gente de este rancho. Y eso contaba mucho. ••• Los planes de la boda siguieron adelante, y los días de Libby eran muy ocupados. No enviaron invitaciones formales. Más bien, la noticia del evento se extendió de boca en boca, y Nort Osmer fue el encargado de hacer la mayor parte de esa emisión. La ceremonia se celebraría en La Estrella Polar, y habría una fiesta con barbacoa después. Libby se obligó a recordar que, si bien se sentía de otra manera, éste no era su primer matrimonio. Y ella era una viuda por encima de todo, casándose después de un período vergonzosamente corto de luto. En Chicago, donde las cosas eran de otra manera, incluso sería de esperar que una viuda usase negro al menos durante dos o tres años. Las cosas podrían ser más relajadas en Montana, pero un vestido blanco para Libby estaba fuera de la cuestión. Cuando Tyler la llevó a Heavenly para comprar la tela para su vestido de novia, se topó,

apesadumbrada, con una seda de color blanca con líneas sombreadas de color lavanda. “¿Son ocho metros, señora Ross—uh, señorita Libby?” Le preguntó Nort, midiendo el material. “Sí, es correcto,” dijo ella, mirándolo desenrollar la tela sobre el mostrador. “¿Quién iba a decir cuando vino aquí por primera vez el septiembre pasado que se casaría con dos de nuestros muchachos en el plazo de un año?” Reflexionó Nort sin tacto. Él levantó la vista para mirarla. “Creo que esto es lo que se podría llamar un cortejo exprés.” En ese momento la puerta se abrió detrás de Libby, y ella se volvió, con la esperanza de que Tyler hubiese acabado el asunto que tenía que tratar con el sheriff Watkins. Dudaba que Nort se sintiese tan reflexivo si él estuviera allí. En su lugar, vio a Callie Michaels. “Hola, Nort. Y a ti también, ex señora Ross,” exclamó ella, sonriendo y mirando alrededor de la tienda. “Pensé que era el vagón de Tyler, ahí enfrente. ¿A dónde ha ido? “La madam barrió toda la habitación con su brocado esmeralda y su perfume de gardenias. “Oh, está abajo hablando con el sheriff,” dijo Nort. Callie se acercó a la mesa y tocó la raya sombreada color lavanda con sus dedos suaves y carnosos. “¿Consiguiendo un vestido nuevo?” Le preguntó a Libby. “A excepción de la iglesia y los bailes en el saloon de La Granja, no hay muchos lugares en Heavenly para llevar un vestido tan bonito.” Ella miró hacia abajo a su propio brocado y se rió abiertamente. “Por supuesto, yo no voy a la iglesia y tenemos que bailar todas las noches en La Osa Mayor.” Libby sonrió y retrocedió un paso, el perfume estaba empezado a levantarle dolor de cabeza. “Señor Osmer, ¿me pone un carrete de hilo a juego, por favor?” “Creo que Montana no te ha espantado, después de todo. Ty me dijo que has decidido quedarte y trabajar para él en su cocina.” “En realidad, me he prometido,” comenzó Libby. “Así es, Callie,” Nort intervino: “Tyler y la señorita Libby aquí, van a casarse. Estábamos justo midiendo los bienes para el vestido de su boda. Y Ty ha ido a hablar con Jack Watkins sobre la celebración de la ceremonia.” Esta vez, Libby bendijo en silencio la verborrea de Nort. Aunque su expresión no cambió, el rostro de la madam palideció bajo su maquillaje. “Bueno, ¿es eso cierto?” Dijo un poco demasiado alegre. Le dio una sonrisa de complicidad a Libby, y la miró de arriba abajo. “Entonces probablemente no voy a volver a verle—por un tiempo, al menos. Nort, volveré cuando no estés tan ocupado.” Se fue como había llegado, con un chasquido de brocado y una nube sofocante de gardenia. Cuando la puerta se cerró, Libby dejó escapar un suspiro bajo, enojado, y relajó sus apretados puños. “Diablos, ésa es Callie,” se rió Nort y sacudió la cabeza. “Si el pastel no es para ella…” Libby sabía que no era pastel en lo que Callie Michaels estaba interesada. •••

Esa noche, Libby estaba en brazos de Tyler, temblando y jadeando en asombro ante el placer que él despertaba en su cuerpo. Después de un clímax que la había dejado agotada, descansaba entre sus fuertes brazos, su propio pulso aún vibraba débilmente en su vientre. “¿Estás bien?” Murmuró él, lentamente acariciando su cabello. Ella podía oír la sonrisa en su voz—él sabía muy bien cuál sería su respuesta. “Sí. Estás bastante satisfecho contigo mismo, ¿no es así?” Bueno, tal vez un poco. Pero es más importante para mí que tú estés satisfecha.” Sus grandes manos recorriendo su espalda desnuda. Libby se estiró lánguidamente contra él. “Lo estoy, pero tú tienes una ventaja injusta sobre mí. Tú aprendiste en la escuela cómo—um, cómo funciona esto.” Él se rió suavemente y la besó en la frente. “Confía en mí, cariño, esto no es algo que se puede aprender de un libro. Es algo que se aprende por instinto y práctica.” Práctica. Eso la hizo pensar en Callie Michaels y en toda la “práctica” que él debía haber obtenido en su cama. Decirse que aquello no debía molestarla no era muy efectivo. “Uh, ¿te refieres a cuando ibas a Heavenly los sábados por la noche…?” Su voz se apagó. No tenía el valor, ni incluso el derecho, supuso, de preguntar cómo su vida había sido antes. Girándola de modo que estuviese tumbada boca arriba, Tyler se puso de lado para mirarla e incorporándose levemente, apoyó la cabeza sobre su mano. La forma vaga de él se cernía sobre ella en la oscuridad, y él entrelazó sus dedos con los de ella. “¿A qué viene esto?” Después de un comienzo difícil, ella le habló de su encuentro con esa mujer en el comercio de Osmer esa misma tarde. Él suspiró. “Libby, lo que hubo entre Callie y yo, no fue más que un negocio. Puede ser difícil de entender, porque aquí en esta cama, es tan personal entre nosotros—” Hizo una pausa, como buscando las palabras adecuadas. “Supongo que era amigo de ella. Acudía a ella en busca de olvido más que otra cosa. Ya lo sabes…le pagaba. Ella y yo nunca tuvimos intimidad real, no como esto. Demonios, ella ni siquiera me besaba—pensaba que era demasiado íntimo, o algo así.” “Oh.” Esto animó a Libby enormemente, aunque no podía decir porqué. Pero probablemente porque eso representaba la razón por la que a Tyler sí le gustaba recibir sus besos. Ella le apretó la mano. “Y de todos modos,” continuó, “después de que tú llegaras aquí— bueno, ya nada fue igual. Yo no podía— no se me—” Tyler empezó a titubear. Libby esperó, tratando de descifrar lo que le estaba tratando decir. “¿Qué?” Tyler tomó la mano libre de Libby y la apretó contra esa parte de su anatomía ahora en reposo. “Estaba así todo el tiempo.” Sonó tímido, algo raro en él. “¿En serio?” Preguntó ella. El contacto breve de su propia palma, sin embargo, era al parecer suficiente para revivirlo. Ahora ella estaba muy feliz. Recordó a Callie, con su olor empalagoso de gardenias, y esa sonrisa complaciente, secreta. Tyler se inclinó y besó su cuello. “Cuando eso ocurrió, supe que te quería a ti, y sólo a ti. Por eso le

dije adiós a Callie,” dijo simplemente. “Y parece que cuanto más te tengo, más te necesito.” Los besos que dejó atrás eran cálidos y suaves. Ella no pudo contener su risa cuando Tyler tocó uno de sus puntos débiles con su boca. “¿Vas a dejarme ver el material que has elegido para tu vestido de boda?” Preguntó, trabajando su camino hasta el hombro de ella. Libby volvió la cabeza hacia la ventana. “No elegí blanco, si eso es lo que te estás preguntando.” “¿Querías blanco?” “No sería apropiado.” Tyler se levantó sobre un codo de nuevo. “¿Por qué no?” Exigió. “Por una cosa. Soy viuda. Además, bueno, Tyler, tú lo sabes mejor que nadie. No soy virgen—” Tyler puso un dedo bajo la barbilla de ella, haciéndole girar de nuevo su cara hacia él. “Tú eras virgen cuando viniste a mi cama y yo voy a ser su marido, el único hombre con el que vas a dormir. Si deseas casarte de blanco, no hay ninguna razón por la que no debas hacerlo.” Apartó el pelo de la frente de ella y rió entre dientes. “Además, he visto a unas cuantas mujeres embarazadas en el altar de blanco. No es ilegal, ya lo sabes.” Libby levantó la mano para tirar de él hacia abajo en la almohada. “Me importa un bledo el color del vestido siempre que tú estés allí.” Él se echó a reír. “Ese es el espíritu. Estás empezando a sonar como yo. Ahora, veamos,” dijo él, besando su garganta, “¿por dónde iba?” ••• Los días de oro que siguieron fueron los más dulces que Libby había conocido. Enamorado, Tyler Hollins era un hombre muy feliz. Cuando estaban solos, no podían apartar las manos del otro. Y Tyler parecía encontrar muchas razones para ir a la cocina. “Sólo quería comprobar si habías hecho galletas de nuevo, mi amor.” “Libby, ¿podrías coserme este botón de nuevo antes de que lo pierda?” “¿Me has llamado? Estaba abajo en el granero y me ha parecido oír tu voz.” Un mediodía, Joe la llevó a un lado y bromeó, “Ty es prácticamente inservible—no puedo darle un trabajo que consiga hacer completamente. Nunca he visto a un hombre tan enfermo de amor en mi vida.” Por su parte, Libby apenas podía mirar a Tyler sin sonreír y ruborizarse. Entre sus noches de pasión de infarto, y el compañerismo afectuoso, y las risas que marcaban el día a día, Libby acababa casi sin aliento. De vez en cuando ella notaba al equipo mirándolos divertidos, pero si alguien sospechaba que por la noche hacían algo más que dormir castamente en sus propias camas, ningún indicio podría darle la razón. Una noche, una semana antes de la boda, Libby y Tyler estaban sentados en el porche después de la cena, viendo la puesta de sol. Tyler tenía los pies apoyados en la barandilla del porche, y una bebida en la rodilla. Libby se sentó junto a él, remendando una costura de una de sus camisas. Esa paz serena y alegre le parecía un milagro después del invierno que había sufrido. Aun cuando se había imaginado una vida con Wesley, su imaginación no le había mostrado una imagen tan hermosa como esa.

Al otro lado del patio, en el barracón, Noah Bradley estaba mostrando algunas maniobras difíciles de cuerda a Joe, Hickory Cooper, y Kansas Bob Wegner. Tyler les observaba, protegiéndose los ojos del sol bajo. “El doctor Franklin se ha pasado hoy por aquí, mientras tú y Joe estabais en el rancho del este,” dijo Libby. Tyler volvió la cabeza para mirarla. No creía haber tenido más de dos breves conversaciones con Alex Franklin en los cuatro años que el doctor había vivido en Heavenly. “¿Sí? ¿Qué demonios quería?” Libby se encogió de hombros, cortando un trozo de hilo de un carrete. El fuego del sol se posó en su pelo y sus pestañas haciéndolos parecer de otro. “Nada especial. Miró el brazo de Jim. Entonces se detuvo junto a la casa para decirme que vendrá a la boda sino le surge ninguna emergencia—dijo que había mucho trabajo para un solo doctor. Parece un hombre muy agradable.” Tyler gruñó sin comprometerse y volvió su atención a la cuerda de Noah. Por supuesto, un hombre agradable—deja que tenga que lidiar con el dolor de perder a sus pacientes, se dijo. “¿Tyler?” “¿Alguna vez has pensado en ejercer la medicina otra vez?” Su respiración se detuvo en su pecho “Libby—” Ella se inclinó hacia delante en su silla. “No te enfades. Tengo curiosidad.” Él miró hacia su rostro delicado, precioso y suspiró. ¿Cómo podría explicárselo?—esas pesadillas… las veces que se despertaba con sudores fríos de sueños que habían sido ríos de sangre… las veces que escuchaba los susurros del viento del frío invierno que se hacían eco en su cerebro como una mujer gritando. Incluso ahora, a veces los oía. ¿Cómo podría decirle que sentía una mano fría cerrándose en torno a su corazón cuando pensaba en aquella vez que vio como su paciente se moría sin que él pudiese hacer nada para evitarlo? ¿Cómo podría hacerle entender todo eso? Apenas él mismo podía entenderlo. “No estoy enfadado, cariño.” Cogió el vaso en la mano. “Una vez, no había nada más importante para mí que ser médico. Cuidar de la tierra y el ganado, cuidar de las personas—esas cosas estaban tan entrelazadas entre sí, que no podía haber dicho dónde empezaba una y acababa la otra. Pero todo eso cambió cuando Jenna murió. Ya no soy médico, y me alegro de ello.” Tyler quito los pies de la barandilla y se levantó. “Creo que voy a acercarme allí y y mostrarle a Noah cómo se hace la lanzada Hooly-ann que está tratando hacer. Su círculo no es lo suficientemente amplio.” Libby le observó mientras cruzaba el patio. Él podría parecerse más a un vaquero que a un médico— su manera de caminar, la elevación de su cabeza. Y él podría asegurar que lo prefería así. Pero Libby no estaba tan segura. Tyler todavía estaba tratando de escapar de los demonios que lo acosaban. ••• Vosotros, muchachos, tratar de manteneros alejados de la cerca de alambre de Lat Egan,” advirtió Joe en el desayuno a la mañana siguiente. “Sus vigilantes han clavado signos a los postes con calaveras y huesos cruzados, y debajo han escrito 90-2-195. Ayer escuché en la cuidad que uno de sus hombres disparó al equipo J Bar J después de que esos chicos no les dejaran inspeccionar su ganado en busca de

una de sus marcas. Tal como están las cosas ahora, no haría falta mucho para que se desatase una guerra.” Tyler levantó la vista del café que Libby estaba sirviendo para él en la estufa. Tuvo que reunir todas sus fuerzas y voluntad para salir de la cama esa mañana. La tentación de estar entre las sábanas de lino con ella en sus brazos era casi imposible de resistir. Al escuchar las palabras de Joe deseó haberse dado por vencido y haber tirado de ella y de las sábanas sobre sus cabezas—se avecinaban problemas en las llanuras. Podía sentirlo. “¿Qué significa eso?” Preguntó Rory, cargando su propio café con tres cucharadas de azúcar. “¿Qué es 90-2-195?” “No he visto nada así desde hace años, pero significa noventa centímetros de ancho, por dos metros de largo, por ciento noventa y cinco centímetros de profundidad.” Joe se inclinó contra la pared, haciendo estallar media galleta en su boca. Possum se rió un poco nervioso. “Parecen las medidas de una tumba.” “Eso es exactamente lo que es,” Tyler añadió. Apoyó el pie en el taburete bajo de Libby y apoyó el antebrazo sobre su rodilla. “Es una amenaza de muerte. ¿Qué está pasando en el One Pine? No he oído hablar de ladrones por la zona. Lat cuenta con pozos de agua, pero todos tenemos agua.” Era momento de sugerir que Lattimer Egan había perdido el juicio por completo, pero no lo hizo, no delante de Rory. Rory nunca veía a su padre, pero respetando los lazos de sangre, Tyler trataba de no decir cosas demasiado despectivas de él cuando el niño estaba alrededor. Joe negó con la cabeza. “Juro por Dios, Tyler, que no tengo ni idea. Es sólo que no quiero que ninguno de nuestros hombres pueda recibir un disparo.” “Puede que tengamos que hablar de esto con el sheriff y algunos de los otros rancheros de por aquí. Hemos logrado evitar una guerra todos estos años—os aseguro que no quiero ver una empezar ahora. “Yo tampoco.” Joe puso su taza sobre la mesa entonces, y se puso el sombrero. “Está bien, tenemos mucho que hacer, y ya ha salido el sol. Vamos a seguir adelante.” Pasó revista a los trabajos asignados para el día, y luego sonrió a Tyler y a Libby. “Si decides unirte a nosotros y ganarte la cena, señor Hollins, estaremos trabajando con el ganado en el arroyo. Tu fina capacidad de lanzamiento de cuerda sería muy apreciada.” Tyler sintió que su rostro se calentaba, pero se echó a reír. “Estaré allí en un minuto.” En las mesas, los vaqueros se acabaron sus tragos de café y Noah cogió una galleta para el camino. Después de un momento de golpes de tacones de botas y espuelas tintineantes, los amantes se quedaron solos. Libby le dio una mirada perpleja y preocupada. “Tyler, ¿una guerra entre los ranchos?” Tyler abrió sus brazos hacia ella y la envolvió en ellos, apoyando la barbilla en la parte superior de su cabeza. La suavidad contra su pecho y el olor de su pelo le hizo pensar de nuevo en subir al piso de arriba a escondidas y encerrarse en su habitación. Apartándose de los problemas, y del resto del mundo. “No te preocupes,” murmuró. “Estoy empezando a creer que Lat se ha vuelto loco, pero estamos a salvo. Nada nos puede pasar aquí. No es más que un bastardo amargado, cuya mediocre vida es tan miserable que quiere que todos los demás seamos miserables, también.” Ella retrocedió y le dio una mirada significativa. Él asintió con la cabeza tristemente y la besó. “Sí, tal

vez eso me podría haber pasado a mí. Pero fui salvado por un ángel.” Esa tarde, después de asegurarse de que Tyler estaba en el corral, Libby subió a su habitación para poner los toques finales a su vestido de novia. Había estado segura de trabajar en él sólo ahí arriba, y sólo cuando él estaba fuera de casa. Su vestido podía no ser de color blanco, pero ese no era motivo para que el novio pudiese verlo una semana antes de la ceremonia. Levantándolo de los ganchos del armario, se alegró de ver lo precioso que había quedado. El cuello alto y las mangas enormes, abombadas, haría su pequeña cintura aún más pequeña, y el corpiño llegaba hasta un punto en su abdomen a través de una falda circular que encajaba suavemente sobre sus caderas. En cierto modo, se alegraba de que el vestido fuese lavanda—sería una pena que un vestido tan bonito sólo fuese usado una vez. Tyler había dicho que podrían hacer un viaje a Helena antes de la redada de otoño. Ella sonrió mientras se imaginaba llevando ese vestido para la cena en un comedor de hotel, con su joven y apuesto marido sentado a la mesa con ella. Acercando una silla a la ventana abierta, se sentó bajo el brillo de un suave sol de junio, mirando de vez en cuando hacia el mar de hierba que ondulaba con la brisa. A pesar de que no era probable que pudiese olvidar el invierno anterior, había llegado a amar ese lugar de una manera que jamás habría previsto. La extensión de la tierra y el cielo, el canto de los mirlos de alas rojas y los pinzones, el derroche de flores silvestres—era un lugar de contrastes salvajes. Al igual que los hombres que se criaban en él: duros y tiernos, pacíficos y violentos. Había visto a Tyler tirarle la cuerda a un becerro y luchar con él en el suelo hasta dominarlo, y por la noche, había sentido sus manos acariciarla con una infinita dulzura. Justo cuando ella tomó la primera puntada para fijar un gancho en el cuello del vestido, oyó un ruido sordo abajo, a la vez que la puerta principal se abría de golpe. “¡Hollins! ¿Dónde estás?” Gritó una voz de hombre. Lleno de furia y pánico, pareció incluso sacudir las vigas de la casa. Libby se enderezó en la silla. “¡Hollins!” Un escalofrío de alarma la recorrió, erizando el pelo de todo su cuerpo. Poniéndose de pie, arrojó el vestido sobre la cama y salió corriendo a la galería para mirar hacia abajo por encima de la barandilla. Lo que vio le heló el corazón. Lattimer Egan estaba en la sala, manchado de sangre como un carnicero. En sus brazos llevaba a Rory, y luchaba para no dejar caer la flacidez del cuerpo inconsciente del chico. Un goteo lento y constante de sangre corría de él, formando charcos en el suelo. “Oh, Dios mío,” pronunció Libby. “¡Dios del cielo!” Corrió por la galería y se apresuró a bajar las escaleras. “¿Dónde está Hollins?” Exigió Egan nuevo. Su rostro rubicundo por lo general estaba tan pálido como el de su hijo. Libby, con los ojos abiertos como platos, miraba el cuerpo sin vida de Rory y le tocó la cara con una mano helada. “Dios mío,” exclamó ella de nuevo. “¿Está muerto?” “Necesita un médico y Franklin ha ido a la granja de los Wickersons—¡Demonios, mujer! ¡Haga algo!”

Su corazón tronó con tanta fuerza en sus oídos que bloqueó su discapacidad auditiva. “Lle-llévelo a la cocina y póngalo sobre la mesa. Yo-yo—” Ella se dio la vuelta y salió corriendo por la puerta principal, gritando mientras lo hacía. “¡Tyler!” Tyler estaba en el granero, subiendo sacos con Kansas Bob, cuando escuchó los gritos lejanos de Libby. El horror absoluto que percibió en ellos, erizó cada pelo de su cuerpo. El vaquero le miró con inquietud. “¡Tyler!” “Jesucristo,” murmuró Kansas Bob. Tyler dejó caer el saco de sus brazos. Calló sobre sus pies, apisonándolos, derramando avena sobre sus botas hasta los tobillos. Salió del granero para correr en busca de ella, con Kansas Bob siguiéndole a sus espaldas. Nada más salir, Libby se chocó contra él. Tyler la agarró por los brazos para no se callera. Su cabello colgaba salvajemente alrededor de su rostro grisáceo, y estaba sin aliento. El terror que vio en sus ojos le asustó como nada le había asustado en su vida. “¿Qué—qué?” Él no era capaz de encadenar sus palabras. “Es—es Rory. Su padre—lo ha traído—está herido—sangrando mucho—” Tyler se sintió como si un caballo le hubiese dado una patada en el pecho. De repente estaba tan ahogado como Libby. Se volvió a Kansas Bob. “Consigue a Joe y dile que venga hasta aquí. Todavía está abajo en el arroyo. Lu-luego corre como el infierno a la ciudad y trae a Alex Franklin de vuelta.” Libby levantó la mano y negó con la cabeza. “Egan ya—ya lo ha buscado. Le llamaron de un lugar— los wicker-algo. Le dije que pusiera a Rory en una de las mesas de la cocina.” Tyler se golpeó la cabeza. “¡Mierda! Bueno, ve igualmente y encuentra a Joe de todos modos. Coge la potra—está ensillada y amarrada a la puerta trasera. Después, cabalga hasta los Wickersons y trae a Franklin de vuelta.” Kansas Bob salió volando como el viento. Tyler tomó la mano de Libby. “Vamos,” dijo, y tiró de ella hacia la cocina, pasando por el vagón de Egan. Trotaron hasta el porche y Tyler abrió la puerta de una patada. Pero cuando vio a Rory colocado sobre la mesa, un manto de silencio cayó sobre el cuarto de troncos rústicos. Lentamente se acercó a Rory, su corazón latía a toda velocidad contra su esternón. Lo primero que le llamó la atención fue el olor a sangre. Era muy fuerte. Su campo visual se redujo—su visión periférica, extrañamente, parecía perdida. Sabía que Lattimer Egan se cernía en el extremo de la mesa, pero no podía verlo y le ignoró. En ese momento en el tiempo, sólo podía ver al joven que había llegado a considerar como su propio hijo. A los quince años, casi media un metro ochenta, pero ahí tirado no parecía tener más que el tamaño de un niño. Su rostro estaba azulado y empañado por el sudor. Tyler puso las yemas de los dedos en su garganta y sintió un pulso que era rápido e irregular. Y vio la pierna derecha del pantalón color canela, saturada de sangre desde el muslo hasta el tobillo, y un agujero rasgado en la tela en la entrepierna justo por encima de la rodilla. Debajo de éste, había una herida

grande, de muy mal aspecto. Tyler tocó la frente sudorosa de Rory, apartándole el pelo de ella. Libby se quedó atrás para mantenerse fuera del camino, con los brazos alrededor de ella. Estaba demasiado asustada para llorar, demasiado agitada para preguntarse cómo Rory se habría hecho daño. Detrás de ella oyó los cascos golpeando en el patio. Se volvió y vio a Joe pasando por el porche. Saltó de la silla y corrió a la cocina, luego se deslizó hasta detenerse junto a ella, obviamente sorprendido por la escena que tenía delante. “Jesucristo.” La palabra retumbó como un trueno transportado en un aliento. “¿Uno de tus hombres le ha hecho esto, Egan?” Le preguntó Tyler, sin apartar los ojos de Rory. Su voz era temible, calmadamente mortal. Visiblemente agitado, Lat Egan esquivó la pregunta. “Yo me encargaré de mis asuntos, Hollins. Tú sólo cura a mi hijo—¿o vas a estar aquí y verle morir como hiciste con mi Jenna?” Como un rayo, en un abrir y cerrar de ojos, Tyler tomó a Egan por la pechera ensangrentada y lo puso contra la pared de troncos antes de que Libby o Joe pudieran reaccionar. Ambos eran de la misma altura, pero el viejo superaría el peso de Tyler por unos cincuenta kilos. La furia le dio ventaja, sin embargo, y puso una mano alrededor de la papada de Egan. En la otra sostenía la pistola con el cañón apuntando por debajo de la barbilla del hombre. “¡Él no es tu hijo, maldito sucio hijo de puta!” Gruñó Tyler con una voz que sonó más animal que humana. “Rory es mi asunto. Y el agujero en la pierna fue hecho por un disparo de fusil, y a juzgar por el ángulo, yo diría que vino por detrás de él—” Libby se quedó sin aliento, y se llevó la mano a la boca. “Mi conjetura es que uno de tus sicarios le dispararon, o quizá lo hiciste tú mismo. ¿Qué pasó? ¿Se acercó demasiado a la maldita valla?” Los ojos de Tyler brillaban con una aterradora, furia asesina—su mano se apretó alrededor de la garganta de Egan, y ladeó el revólver. “Me pregunto qué parte de tu cara te volaría desde esta distancia.” Egan comenzó a jadear en busca de aire y su rostro enrojeció. “Tyler,” rugió Joe, y saltó para tirar de él. Le quitó el arma, pero no pudo romper su fuerte agarre. Egan parecía estar a punto de quedarse sin sentido. “Maldita sea, ¡Suéltalo!” Tyler lo sostuvo por un instante más, luego lo empujó. “Haces que me den ganas de vomitar,” dijo con voz de completo disgusto y una expresión de asco en su cara. Joe empujó a Egan fuera, escupiendo y maldiciendo, y dejó a Tyler y a Libby a solas con Rory. Ella se acercó a la mesa y miró la herida. Lo que pudo ver fue un agujero de muy mal aspecto, que manaba sangre, y Libby se encogió ante tal vista. “¿Qué vamos a hacer ahora? ¿Va-vas a coserle o algo así—?” “Vamos a esperar a que llegue el doctor Franklin.” Libby se fijó en la palidez sudorosa de Rory y en su profundo jadeo. “Pero—no tiene muy buen aspecto. ¿No debería estar respirando de otra manera?” Cuando él no respondió, ella se volvió a mirarlo y se preocupó por lo que vio. Su candente rabia había desaparecido, y ahora estaba mirando a Rory, con los brazos cruzados sobre su pecho y encogido de hombros. Nunca había visto tanto dolor y angustia desnudos en la cara de un hombre. “Tyler—tienes que

ayudarle.” Tyler se pasó una mano temblorosa por el pelo. “Libby, ya no soy médico.” “¿Estás diciendo que no recuerdas qué hacer?” Él no quería mirarla a los ojos. “No, sí que lo recuerdo. Pero si todo lo que sé todavía no funciona, no quiero ser responsable de la muerte de Rory, también. Esperaré a Alex Franklin.” Entonces Libby recordó la noche en que Tyler le había explicado por qué había renunciado a la medicina. Había perdido el control, dijo. Y ahora estaba paralizado ahí, paralizado por el miedo a perder a este muchacho. “¿Y si el doctor Franklin no llega a tiempo? ¿Qué pasa si Kansas Bob no lo encuentra por ninguna parte?” La misma expresión de Tyler le dijo a Libby que él ya había pensado en esas mismas posibilidades. “Simplemente decir que no eres médico no te hace dejar de serlo.” Libby daba vueltas en su mente, tratando de pensar en alguna manera de hacerle reaccionar. “¿Los médicos no hacéis un compromiso? ¿No prometéis ayudar siempre?” Tyler cogió la mano inerte de Rory en la suya propia y miró su cara inexpresiva. “Eh, sí, el Juramento Hipocrático. Y lo primero que prometes es no hacer daño nunca.” Libby se sentía impotente. “Pero si no haces algo, podría morir. ¿No es eso hacerle daño? Tyler, por favor, tienes que intentarlo. Te quiero y los dos queremos a Rory. Creo en ti—sé que puedes hacerlo. Y yo voy a estar aquí contigo.” “Libby, maldita sea—” La frustración por su terquedad y miedo por Rory afilaron sus palabras. “¡Tienes la obligación moral de ayudar a este chico! Le acabas de decir a Egan que es tu asunto. ¿Vas abandonarlo cuando más te necesita?” Molesto, él la miró. “¡No voy a abandonarlo! Envié a Kansas Bob a por el médico.” “Tyler, tú eres el médico aquí.” Ella hizo una pausa, y su estómago se contrajo con aprensión sobre las palabras siguientes que se formaron en su mente. Pero ella continuó con voz temblorosa. “Si te limitas a sujetarle la mano mientras se muere, eres mucho menos hombre de lo que yo creía. Nunca te perdonaré si no lo intentas.” Tyler parecía herido. “Tal vez tengas razón,” él gritó, “tal vez yo no soy el hombre que tú piensas.” De repente, la respiración de Rory se hizo más ruidosa y superficial. Ella hizo un gesto hacia su cuerpo inconsciente. “Tyler, por el amor de Dios,” suplicó ella con voz entrecortada: “Dale a Rory una oportunidad. Ya ha tenido un viaje lleno de baches hasta la ciudad en el carro de Egan. Eres la única esperanza que tiene. Prometo que voy a estar aquí contigo y trabajaremos juntos. Está bien tener miedo, pero maldita sea, ¡No seas un cobarde!” Tyler miró la cara de Libby desde el otro lado de la mesa. Estaba muerta de miedo, pero podía ver la fe que tenía en él. De dónde le venía, Tyler no podía adivinar, pero sus palabras le golpearon duramente. ¿Tendría el coraje, las agallas para hacerlo? Por sí solo, no, probablemente no. Pero Libby, Libby, que siempre había sido más valiente que él—estaba ahí con él. Ella había tenido la audacia y el valor suficiente para salvarle cuando él había hecho todo lo posible para disuadirla.

Tyler miró hacia abajo a Rory de nuevo y suspiró. Libby tenía razón. Tenía que afrontar la situación, actuar, para salvar a Rory. Si no lo hacía, sabía que las dudas de las que estaba plagado, posteriormente se convertirían en martillos que golpearían su conciencia. Con esa decisión, algo de su incertidumbre se disipó. Respiró profundamente. “Está bien,” dijo, su voz sonaba tensa a sus propios oídos. “Enciende el fuego en la estufa y pon una olla a calentar para que podamos hervir los instrumentos. Vamos a necesitar jabón, toallas, y una lámpara, y trae tus tijeras para poder cortar estos pantalones. Voy a buscar todo lo demás.” El rostro de Libby se iluminó con sus palabras, y se sintió un poco mejor. Ella voló a través de la casa para conseguir lo que necesitaban. Tyler corrió de vuelta a su oficina y abrió las vitrinas para coger vendas, carbólico, su estetoscopio—todas las cosas que no había tocado en más de cinco años. Se reunieron de nuevo en la cocina. Con todo lavado y hervido, Tyler roció todo el área con carbólico de un atomizador. Luego, cortó los pantalones de Rory y consiguió ver mejor la herida que los vigilantes de Egan le habían hecho al joven. Hizo una mueca—era lo suficientemente seria. La bala no se había alojado en la pierna de Rory, pero había arrancado un trozo de carne que había dejado un cráter en el interior de su muslo justo por encima de la rodilla. Tenía casi cuatro centímetros de ancho y dos centímetros de profundidad. Las estructuras habían sido dañadas—tejido muscular, ligamentos, tendones — “Maldita sea, qué desastre,” murmuró, más para sí mismo. “Al menos la arteria femoral no está dañada. De haber sido así, estaríamos en serios problemas.” Miró a Libby al lado de la mesa, sujetando la lámpara para él. Sus ojos grises eran enormes en su repentino rostro pálido. “No vas a desmayarte, ¿verdad?” “¡No!” Dijo ella. Él vio como su garganta tragaba saliva convulsivamente, y ella le dio una sonrisa aguada. “Estoy bien.” “Buena chica. Si yo voy a ser valiente, tú tienes que serlo, también.” Tyler decidió que a pesar de que Rory estaba inconsciente, el trabajo que tenía que hacer en la pierna sería muy doloroso. Le dio a Libby la tarea de administrar cloroformo en un trozo de gasa sobre la nariz y la boca de Rory. “Sólo unas pocas gotas,” dijo, mirando como ella vertía el líquido. Ella lo miró esperando su confirmación, y él asintió. “Bueno, vamos allá.” A medida que pasaban los minutos, Tyler iba ganando más confianza. El conocimiento que había estado en barbecho durante esos últimos años vino a él según lo necesitaba, estabilizando sus manos y guiándolas. Tyler lavó la herida con abundante agua hervida fría, luego cortó el tejido muerto. Con unas pinzas, le retiró pedazos de tela que se habían hecho diminutos y mezclado con la herida por la explosión. A continuación cauterizó la herida para detener la hemorragia, utilizando un bisturí que había sujeto cerca de la llama de la lámpara. “¿Vas-vas a coserle?” Preguntó ella, aclarándose la garganta. Tyler se pasó el brazo por su sudorosa frente. “No, no hay nada que coser con este tipo de lesión. Vamos a hacerle una cura con más agua y gasas, y mantendremos una estrecha vigilancia sobre él durante

los próximos días. Y espero por Dios que no se le infecte.” Después de que Rory estuviese limpio y con la herida vendada, Tyler lo levantó de la mesa. “Lo voy a poner en mi cama, luego bajaré y te ayudaré a limpiar todo esto. Estará bien enseguida, pero de momento, no va a ir a ninguna parte.” Libby oyó la esperanza y la confianza en la voz de Tyler, y vio su sonrisa. Alivio se apoderó de ella, haciéndola sentir débil y temblorosa. Tal vez Rory no era el único que había sido ayudado en esa última hora. ••• Después de que la cocina estuviese limpia y el equipo hubiese cenado, Libby llegó a la puerta de la habitación de Tyler para ver al doctor y al paciente. La habitación estaba a oscuras excepto por una sola vela que ardía sobre la mesa de noche. Rory dormía en el dosel, llevaba uno de los pijamas viejos de Tyler. Éste había puesto almohadas debajo de su pierna lesionada y había apartado las sábanas fuera de ella. En las últimas horas, Tyler se había repantigado en una silla junto a la cama, con los pies apoyados en el alféizar de la ventana. Se había cambiado de ropa, pero la comida que ella le había traído estaba sin tocar en la mesa al lado de su silla. Libby se acercó de puntillas a la habitación y le puso la mano en el hombro. Él extendió la mano y la cubrió con la suya. “Tyler, amor, tienes que comer,” susurró. “Son casi las once, y no has tomado nada desde el almuerzo.” Él le acarició la mano. “Deja ahí la bandeja. Me pondré a ello muy pronto.” Quitó sus botas del alféizar de la ventana y se sentó, dando unas palmaditas en su regazo. “Siéntate aquí un minuto.” Libby se alzó sobre sus rodillas, y miró a Rory. “¿Cómo está?” “Creo que estará bien. Cojeará probablemente por un tiempo, pero no creo que haya ningún daño permanente. Sólo tenemos que mantener un ojo sobre él.” Tyler parecía cansado a la luz baja, su hermoso rostro dibujado con preocupación. “¿Quieres echarte una siesta en mi cama durante una hora o algo menos?” Le preguntó ella. “Yo puedo quedarme con él.” “No, pero gracias, cariño. Creo que me voy a quedar aquí esta noche. Si amanece bien, dormiré un rato.” Justo en ese momento, Joe dio un golpecito en el marco de la puerta. Libby se levantó y Tyler se volvió en su silla. “Debemos estar realmente cansados si no escuchamos tus espuelas.” El capataz sonrió detrás de su bigote, pero no ocultó la preocupación en su rostro. “Me las quité por ahora, para no despertar al niño.” Tyler se levantó de su silla con crujiente rigidez y flexionó su espalda. Entonces Joe les hizo un gesto hacia la galería. “Hablemos aquí.” Cuando estaban fuera del alcance del oído de Rory, Tyler preguntó: “¿Dónde está Egan?” Joe tomó una cerilla de su bolsillo y se la metió en la boca como un si fuera un palillo de dientes. Se apoyó en la barandilla y cruzó los tobillos. “He convencido al viejo para que se fuera a casa hace horas.” “¿Conseguiste que te dijera cómo sucedió esto?” Preguntó Tyler, los rescoldos de su ira agitándole a

la vida. “Así es. Fue lo primero que le sonsaqué después de salir de la cocina. Era como tú imaginaste—Rory fue tiroteado por uno de los guardias contratados por Egan. El chico estaba tratando de liberar una vaca que se había quedado atrapada en ese maldito alambre. La rastrera serpiente le disparó por la espalda mientras estaba forcejeando con el animal. Egan estaba allí cuando sucedió. Sinceramente, no creo que ni siquiera reconociese a su propio hijo hasta que se acercó.” Libby se quedó sin aliento, horrorizada. “Oh, Dios—” Ella miró a Tyler y vio los músculos que estaban trabajando en su mandíbula, y escuchó su voz baja que tembló con furia. “Maldita sea, Joe. Voy a encontrar a ese bastardo mercenario aunque sea la última cosa que haga.” Joe negó con la cabeza y le dio una mirada significativa. “Ha desaparecido. Supongo que cuando se enteró de que había disparado al hijo de su jefe, se largó.” Tyler lo miró. “¿Qué pasa con el resto de los sicarios de Lat Egan? Ellos acatan sus órdenes.” Las cejas de Joe se levantaron especulativamente. “No me sorprendería en absoluto si se quedasen sin trabajo. Sobre todo ahora que uno de ellos se ha ido. Y por supuesto, le dije a Lat que le contaríamos al sheriff y a los otros rancheros sobre esto.” Agotado por el día y el estrés de la tarde, Libby ahogó un bostezo. Tyler se volvió hacia ella y le pasó el brazo por los hombros. “Será mejor que te vayas a la cama.” “Oh, pero no estoy cansada,” protestó ella “Quiero ayudar con Rory.” “Todo está bien. Te haré saber si algo cambia.” Él la abrazó y le susurró para que sólo ella pudiera oírlo. “Iré a taparte dentro de un rato.” Sonrojándose, Libby miró a Joe como si el vaquero hubiese escuchado a Tyler decir esas palabras, pero él continuaba descansando los antebrazos en la barandilla y mirando hacia el salón de abajo, mientras masticaba la cerilla. “Bueno, si crees—” “Sí, así es. Ahora, ve.” Tyler le dio un beso en la mejilla y puso una mano en su espalda para guiarla hacia su habitación. Más que cualquier otra cosa, Libby pensó que Tyler quería hablar a solas con su amigo. Tyler esperó hasta que la vio cerrar la puerta, y luego se volvió hacia Joe. “¿Dónde está el hombre que ha disparado a Rory?” “Bueno, digamos que un par de chicos han cavado un nuevo foso en el rancho del este, esta tarde. Por la pradera donde tú y yo solíamos disparar a perros callejeros cuando teníamos la edad de Rory.” Joe le informó sobre esto como si le estuviese diciendo que había una nueva marca de tabaco en la tienda de Osmer. Tyler trató de respirar profundamente. “¿Un par de chicos?” “Sí,” dijo Joe, volviéndose hacia él, “pero no puedo recordar quiénes fueron.” Tyler no sabía qué decir. No podía tolerar lo que habían hecho, sin embargo, cuando miró por encima del hombro y vio a Rory en esa cama, disparado desde atrás… Podría haber sido su hijo en una tumba en los acantilados verdes con vistas a La Estrella Polar si la bala hubiese atravesado una arteria. Demonios,

si Libby no le hubiese puesto contra las cuerdas, todo podría haber terminado de otra manera. Joe le tendió la mano. “Buenas noches, Tyler.” Tyler tomó la mano y tiró de Joe para darle un abrazo y unas palmaditas en la espalda. “Gracias, Joe. Y—si por casualidad recuerdas quiénes fueron esos hombres, dales las gracias de mi parte, también.” Él sonrió y se dirigió hacia las escaleras. “Lo hare.” Hizo un gesto hacia la puerta cerrada de Libby. “No hagas esperar demasiado a la joven.” ••• Justo antes del amanecer, Libby se dio la vuelta cuando sintió el lado vacío de su cama descender bajo el peso de Tyler. A pesar de que aún estaba oscuro, sabía que era él. A pesar del día y de la noche que habían tenido, él todavía olía a aire fresco y heno limpio. “¿Tyler?” “Lo siento, ángel. Pensé que sería capaz de entrar y meterme en la cama sin despertarte.” Su piel desnuda estaba fría y parecía agotado. Ella tiró de él para que descansase la cabeza sobre su hombro. Un gemido cansado se le escapó. “Dios, estás tan suave y cálida.” Él se acurrucó contra ella y ella metió la colcha alrededor de su cuello. “¿Cómo está Rory?” “Va a estar bien. Es joven y fuerte. Le eché un poco de agua salada y he cambiado el vendaje de la pierna. La herida se ve bien. Está limpia y mientras que nos encarguemos de ella, deberíamos ver carnosidad formándose en unos pocos días. Y espero que sea lo suficientemente fuerte como para asistir a nuestra boda.” Libby se alivió al oír que todo estaba saliendo tan bien, pero sentía una punzada de remordimiento por algunas de las cosas tan duras que le había dicho en la cocina “¿Tyler?” “¿Hmm?” Ella le acarició el pelo espeso y suave. “Si-siento todas esas cosas horribles que te he dicho esta tarde. Realmente no pienso que seas un cobarde.” Tyler suspiró y se quedó en silencio por un momento antes de responder. “Libby, cariño, yo no pensaba que lo fuese, hasta que me obligaste a verme desde fuera. Pero en los últimos cinco años, cogí miedo. Sobre todo me daban miedo las sombras y los fantasmas en mi interior. Supongo que dejé que la parte más fuerte de mí se rompiera de alguna manera. No sabía cómo arreglarlo, así que seguí alejándome de cualquier cosa y cualquier persona que tratase de acercarse demasiado. Incluida tú.” El eco de la desolación en su voz trajo lágrimas a los ojos de ella y corrieron por las comisuras de sus ojos hasta la almohada. “Creo que eres el mejor hombre que he conocido.” Su voz era ligera y un poco arrastrada por el agotamiento. “Si lo soy es porque tú me has hecho así. Me has devuelto mi alma.” A medida que se alejaba en el sueño, Libby le susurró: “Ha sido un cambio justo, Tyler. Mi corazón por tu alma.” •••

“Y tú, Tyler Michael Hollins, ¿aceptas a esta mujer como tu legítima esposa? ¿Prometes serle fiel en lo próspero y en lo adverso, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, amarla y respetarla todos los días de tu vida, hasta que la muerte os separe?” El Sheriff Jack Watkins miró por encima de sus gafas de misa a Tyler, fijándose en él con una mirada severa. “Sí, acepto.” Libby sintió cómo Tyler apretaba su mano mientras pronunciaba esas palabras. A pesar de que trató de mantener la emoción en su voz, ella le oyó temblar un poco. Se veía tan guapo con su traje gris oscuro y su corbata negra de seda. Nunca hubiera imaginado que el hombre que vestía sólo con chaparreras y pantalones vaqueros podría estar tan increíblemente guapo. Ningún caballero de Chicago había sido jamás tan apuesto. Recogiendo su respuesta—como si Tyler fuese a responder cualquier otra cosa—el Sheriff Watkins dijo: “Muy bien entonces, por el poder que me otorga el territorio de Montana en este Año de Nuestro Señor, mil ochocientos ochenta y siete, yo os declaro marido y mujer.” Hizo un gesto hacia Tyler. “De acuerdo, hijo, puedes besar a la novia.” Tyler tomó a Libby en sus brazos y le dio un beso corto y tierno que sostenía la promesa de algo mucho más emocionante e íntimo que vendría después. Una mirada a sus ojos azules, ojos que hacían juego con el cielo infinito sobre ellos, prometió lo mismo. Él inclinó la cabeza para tomar su boca de nuevo. Justo antes de que sus labios tocaron los de ella, le susurró: “Te quiero, cariño.” “Vale, vale,” dijo el Sheriff Watkins, aclarándose la garganta “Ya es suficiente, Ty.” Puso sus manos sobre los hombros de ambos y los volvió hacia los invitados. “Amigos, tengo el placer de presentarles al señor y a la señora de Tyler Michael Hollins.” Fueron recibidos con vítores y aplausos que Libby no había escuchado jamás con anterioridad, pero claro, los invitados provenían de cinco ranchos. Ella y Tyler se echaron a reír como dos adolescentes y con las manos entrelazadas, de pie en el porche delantero de La Estrella Polar, se dispusieron a reunirse con esas personas que se habían vuelto tan queridas para Libby. Ella dejó que su mirada escanease el mar de sombreros de vaqueros. Ahí estaba Rory, que estaba sanando bien, y Joe, los hermanos Cooper, Noah, y todos lo demás. Libby se secó sus húmedos ojos con su pañuelo. Por fin, tenía la familia que tanto había anhelado. Por fin, ahí en Montana, Liberty Garrison Hollins estaba en casa.

J

oe se acercó a Rory, que se paseaba delante de las camas de flores de Libby. La mayoría de los hombres habían encontrado alguna excusa para estar cerca de la casa esa mañana de junio. Y por una vez, Joe no pudo encontrar ninguna razón para hacerles volver al trabajo, sobre todo desde que él había aflojando el ritmo tanto como el resto de ellos. Jim Colby le estaba mostrando a Noah cómo mejorar su tiro hooley-ann—Noah no parecía capaz de lograr hacer ese truco de cuerda. Hickory y Possum le estaban mostrando a Kansas Bob los pasos a seguir para realizar un mumblety-peg. “¿Oyes algo?” Joe le preguntó a Rory. “No, maldita sea, y no puedo esperar más.” Joe se echó a reír. Era bueno ver al niño de vuelta a la normalidad. Le había llevado un tiempo, pero era joven y fuerte. Cuando pensaba en ese terrible día de hacía un año, y en Rory tendido en la mesa de la cocina, más muerto que vivo— Joe echó hacia atrás su sombrero. “Tal vez deberíamos decirle a Tyler que se dé prisa. Tenemos trabajo que hacer por aquí.” En ese momento, la puerta se abrió. Tyler salió al porche, secándose las manos con una toalla. En cuanto vio a todos esos hombres reunidos en el patio, se echó a reír. “¿Qué es esto? ¿Es el cumpleaños de alguien o algo así?” Joe se volvió con una sonrisa: “No lo sé, Tyler. ¿Lo es?” Tyler se echó la toalla al hombro y dejó que su mirada descansase en cada uno de sus hombres. Incapaz de mantener el suspense por más tiempo, su risa sonó libre entonces. “¡Sí, por Dios, lo es! Tenemos un nuevo hombre en el rancho—Charles Joseph Hollins. Su mamá está muy bien y él va a estar aquí fuera enseñándole a Noah a hacer ese maldito hooley-ann antes de que nos demos cuenta.” Las risas y los aplausos que siguieron trajeron lágrimas a sus ojos. Con tales amigos y una esposa tan maravillosa, se sentía como el hombre más afortunado sobre la tierra. Se sentía como un hombre al que le habían permitido conocer el sabor del cielo.

Alexis Harrington es la autora galardonada de una docena de novelas, incluyendo el internacional bestseller La Novia Irlandesa. Trabajó durante doce años como consultora de ingenieros civiles antes de que cambiase de rumbo y se convirtiese en novelista a tiempo completo. Cuando no está escribiendo, le gusta fabricar sus propias joyas, coser, bordar, cocinar y entretener a sus amigos. Vive en su natal noroeste del Pacífico con una gran variedad de animales que hacen lo mejor que saben para distraerla mientras está trabajando.
El Sabor Del Cielo. Alexis Harrington

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