Unbreakable 01 - Heartbreaker - Kat & Stone Bastion

355 Pages • 86,830 Words • PDF • 9.8 MB
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¡FELIZ LECTURA!

ÍNDICE KAT Y STONE BASTION SINOPSIS CAPÍTULO 1 CAPÍTULO 2 CAPÍTULO 3 CAPÍTULO 4 CAPÍTULO 5 CAPÍTULO 6 CAPÍTULO 7 CAPÍTULO 8 CAPÍTULO 9 CAPÍTULO 10 CAPÍTULO 11 CAPÍTULO 12 CAPÍTULO 13 CAPÍTULO 14 CAPÍTULO 15 CAPÍTULO 16 CAPÍTULO 17 CAPÍTULO 18 CAPÍTULO 19 CAPÍTULO 20

CAPÍTULO 21 CAPÍTULO 22 CAPÍTULO 23 CAPÍTULO 24 CAPÍTULO 25 CAPÍTULO 26 CAPÍTULO 27 CAPÍTULO 28 CAPÍTULO 29 CAPÍTULO 30 CAPÍTULO 31 CAPÍTULO 32 CAPÍTULO 33 CAPÍTULO 34 CAPÍTULO 35 CAPÍTULO 36 CAPÍTULO 37 CAPÍTULO 38 CAPÍTULO 39 CAPÍTULO 40 EPÍLOGO RULE BREAKER

KAT Y STONE BASTION

K

at Bastion ganó varios premios por su exitosa novela debut Forged in Dreams and Magick.

Cuando no están definiendo el amor y la rendición a través de palabras escritas, disfrutan pasar su tiempo montando bicicletas por montañas y haciendo senderismo en el hermoso desierto de Sonora en Arizona.

SINOPSIS

K

iki Michaelson quiere una noche salvaje para olvidarse de sus preocupaciones de artista muerta de hambre. Sencillo.

Solo que en lugar de que Darren Cole se convirtiera en su aventura de una sola noche, se mofa de ella con un desafío. Mientras ella está tratando de vencerlo en su propio juego, él resulta ser lo último para lo que está preparada: alguien a quien quiere mantener a su lado. Lo que significa que todo lo que él puede ser… es un amigo. Darren Cole nunca permite que una chica se le acerque… no lo suficiente para que le importe. Hasta que es tomado por asalto por Kiki Michaelson, una bella e intrépida tentación que sacude su mundo. Pero lucha contra su atracción, dispuesto a apostar algo físico con sus estrechos lazos. Hasta que la apasionada escultora expone su corazón y lo destroza por completo. En ese momento se vuelve evidente: ella nunca podría ser solo una amiga. Algunas veces aquello de lo que huyes… es exactamente lo que necesitas. Unbreakable #1

En memoria de nuestro amado hermano. Jim, te extrañamos.

Kiki

P

or unas benditas horas, olvidé.

Loading Zone me hacía eso. La sensación del club nocturno Industrial Grunge, el cual había ayudado a diseñar con sus ladrillos a la vista y acero oxidado, se envolvía a mi alrededor como una reconfortante manta. Un fuerte bajo vibraba, haciendo que mis huesos temblaran. Mis muslos ardían por bailar una canción tras otra. Tres Lemon Drop en las últimas dos horas hacían bullir una calidez a través de mis venas. —Vamos —gritó mi hermana Kendall por encima de la fuerte música mientras agarraba mi mano, luego me tiró hacia adelante—. Mis dedos están entumecidos. Sin aliento, asentí y nos dirigimos hacia el reservado de la esquina donde nos habíamos embutido los ocho más temprano. Caminé-bailé por el estrecho camino a través de la multitud detrás de ella, cada paso una sacudida de cadera y un movimiento de cabeza con el pulsante ritmo. Al momento en que llegamos a la mesa, nuestra hermana mayor, Kristen, tiró de su marido fuera del reservado. —Tiempo de irnos. Jason tiene un vuelo temprano mañana. Cade, nuestro hermano y socio anónimo de Loading Zone, guió a su nueva esposa, Hannah, justo detrás de ellos. —¿Un último baile, Sra. Michaelson? Lo que dejaba a los dos mejores amigos de Cade: el desaliñado surfista prodigo Mase, su antiguo compañero de habitación; y el empresario de corte impecable Ben, el otro propietario de Loading Zone. Me deslicé sobre el cuero negro de apariencia antigua antes de aterrizar en el centro del amplio reservado

para enfrentar la pista de baile mientras Mase abandonaba su lugar en el reservado opuesto para anclarse en el extremo junto a mí. Agarré el pie de la copa de mi martini, bebí el último sorbo del ácido Lemon Drop, luego dejé escapar un suspiro de felicidad. Estar cerca de estos tres — incluyendo a la arquitecta en ascenso de Kendall—, todos con su mierda en orden, le prestaba algo de sólido yin a mi artístico yang. —Sexo en un palo a las doce en punto —anunció Kendall. Mi corazón se estrelló contra mis costillas repentinamente. Pero exhalé lentamente, intentando ocultar mi reacción. Había estado emocionada por esta noche por varias razones: desterrar mis problemas secretos de mi cabeza, rodearme de mis amigos preferidos, y Darren Cole. Ben dejó escapar una risa mientras que Mase me echaba una mirada inexpresiva. —¿“Sexo en un palo”? Le disparé una mirada de soslayo a Mase y le di un codazo en las costillas. Gruñó y le dio un codazo a mi brazo. Para el momento en que levanté la mirada, duros antebrazos se dispararon sobre el borde de la mesa. Grandes manos se plantaron con un duro golpe en la mesa de metal. Una familiar tira de papel se deslizó fuera de sus dedos, haciendo un amplio arco hacia Ben. Mi respiración se detuvo mientras miraba fijamente los ojos color verde oscuro de Darren. Un mechón de greñudo cabello negro caía sobre su frente mientras inclinaba su rostro hacia abajo. Apretó su mandíbula, endureciendo su expresión, mientras una pelea entre cuatro chicos se desarrollaba justo detrás de él, la aparente causa de su repentino cambio de planes. Me ofreció una penetrante mirada. —Veinte minutos. Entonces se giró y agarró al transgresor más cercano por el cuello de su camisa. Seguridad llegó un instante después y sometieron a los otros.

Cuando Darren flexionó su brazo izquierdo a medida que guiaba al tipo a la salida del club, la punta de un tatuaje tribal se asomó por la parte trasera del cuello de la camiseta negra de Darren. Mi imaginación comenzó a pintar lo que había escondido a la vista: un grueso arco de tinta negro a través de esculpidos músculos en la espalda, un diseño entretejido que se retorcía hacia abajo en dirección a su apretado… —¿Qué es eso? —Kendall se inclinó sobre la mesa. Aparté mi mirada de Darren bruscamente y agarré la nota, pero Kendall recogió el pedazo de papel primero. Lo desdobló y leyó su mensaje en voz alta. —¿Dame un aventón? K. —Oh, claro. —Mase bebió un largo trago de cerveza, luego tragó—. Kendall logra hacer insinuaciones de mierda sobre todo esto, pero ¿yo no? Ben arqueó una ceja. —Veinte minutos. Ese es un gran aventón. —Cállense. Ambos. Los chicos hacen de la mujer un objeto. Podemos hacer lo mismo. Y es un aventón a casa, listillo. —Traté de dispararle una mirada molesta a Ben, pero las comisuras de su boca se convirtieron en una sonrisa y arruinó toda la cosa. —Claaro… un aventón a casa. —Mase me guiñó, y luego miró a Darren, quien se dirigía a lo largo de la habitación mientras caminaba hacia su cabina de DJ—. Supongo que él califica. —¿Digno de ser tratado como un objeto? Darren más que califica. —Agarré el mensaje destinado solo para los ojos de Darren y lo arranqué de las manos de Kendall—. Él no dice mucho —continué—. Se va del club con diferentes mujeres. Construido como el espécimen masculino perfecto… Ben se ahogó con su cerveza. —Y ¿qué somos nosotros? ¿Hombres marginados? —Ewww. —Kendall frunció el ceño—. Eso es incestuoso. —Ustedes son como nuestros hermanos. Ni siquiera puedo… —Fruncí mi nariz y puse mi mente en blanco, obligándome a no visualizarlo.

—¿No buscas amor? —preguntó Ben, suavizando su tono. Ante eso, todas nuestras miradas se desviaron hacia la pista de baile. Una de las últimas canciones de la noche rugía con un ritmo rápido por los altavoces, pero en el centro de una pequeña multitud, Cade y Hannah eran ajenos. Envueltos en el otro, se balanceaban en un lento ritmo que solo ellos parecían escuchar. La mirada de adoración en sus rostros mientras miraba al otro fijamente lo decía todo. —No —dije con absoluta convicción—. El dolor se encuentra en ese camino. Mase puso una mano sobre la mía. —Como tu seudohermano, te lo advierto: Ten cuidado. No tenía ni idea de si se refería específicamente a Darren o a los hombres en general. No importaba en verdad. Había aprendido la lección del amor temprano. Y nunca había confiado lo suficiente en un hombre como para dejar que uno me hiciera daño desde entonces. ¿Darren? El único tipo de chico con el que estaba dispuesta a jugar. Un hombre hermoso hacia quien me negaba a formar apego alguno… fácil de dejar. El rompecorazones por excelencia.

En la camioneta de Darren. De nuevo. Una vasta e incómoda distancia entre nosotros. De nuevo. El viaje tomó solo unos diez minutos. Pero el aventón a casa desde Loading Zone en el casco antiguo del Distrito de las Artes de Filadelfia hacia las afueras del adormecido Glenhaven —el tercero desde el verano pasado— se sintió eterno. ¿Por qué? El sexo casual no debería ser tan difícil. Mi mirada se dirigió hacia él. Manos poderosas agarraban el volante, pulgares golpeando al ritmo de algún tambor inaudible en el silencio de la cabina. Antebrazos esculpidos se estiraban hacia bíceps abultados que desaparecían debajo de la delgada tela negra de la camiseta que los abrazaba. Su expresión era seria, pero relajada. Como si no sintiera el peso del momento como yo. Ahora o nunca, Kiki.

Tomé una profunda respiración y pasé una mano sobre el material de gasa de mi falda, intentando calmarme. Entonces me acerqué más a él, necesitando algún tipo de validación de que fuera lo que fuera esta vaga cosa que teníamos entre nosotros se estuviera moviendo hacia algo… divertido… en lugar de lejos de ello. Esta noche no tenía por qué ser la gran cosa. O me deseaba o no. Dos otros fallos platónicos no implicaban nada significativo. Tal vez era tímido. O un caballero. Mientras conducíamos, amarillas piscinas de la luz de las farolas de hierro marcaban el paso del tiempo en un ritmo visual. Luz… oscuridad. Luz… oscuridad. Las farolas pronto comenzaron a sentirse como una cuenta regresiva, como si se burlaran de mí por simplemente estar sentada pasivamente en sus focos. Aun así, ¿cómo romper el incómodo silencio? Mi mente se desplomó sobre las posibilidades: ¿Cómo te fue esta noche con tu mesa de mezclas? Guau, ¿qué tal el pesado bajo en esa última canción? Se aclaró la garganta, ganándome de antemano. —Entooonces… dime. ¿Cómo te va con el arte? —Bien. —¿Bien? ¿En serio? Hice una mueca ante mi patético intento de conversación. Hicimos el penúltimo giro, mi tiempo se estaba acabando, mientras él me daba un solo movimiento de cabeza a modo de respuesta. Ánimo, Kiki. O lo deseas o no. Deja de ser una cobarde. —En realidad, es una escultura más pequeña. Una sola orquídea que brota de un lecho rocoso. Miró en mi dirección. —Trabajas con metal, ¿verdad? —Sí. —Me eché hacia atrás, mirando a través del parabrisas, finalmente calmándome un poco mientras pensaba en mi arte—. Esta pieza es de bronce. El único color es el violeta en la flor. —Suena genial. —Su voz bajó. Aclaró su garganta otra vez.

¿Se había movido más cerca? Imposible. Estaba conduciendo. Detrás del volante, como siempre. Aun así, nuestras piernas casi se tocaban. La áspera tela vaquera, apretada sobre su muslo, se había deslizado sobre el asiento de cuero marrón a unos centímetros de mi rodilla desnuda; había separado más las piernas. El hombre ya ocupaba la mayor parte del espacio en la camioneta con su imponente presencia. Pero en lugar de alejarme, me acerqué automáticamente. Mi atronador pulso latía más fuerte, más caliente… más abajo. Tragué saliva con fuerza, intentando encontrar un camino de regreso a la conversación. —¿Cómo fue tu noche? —Tal vez su mesa de mezclas era un medio para su arte del modo en que el metal lo era para mí. —Bien. —La comisura de su boca se torció en una sonrisa apenas perceptible, entonces se relajó. Dejó caer la mano derecha del volante y flotó hasta el espacio infinitesimal entre nosotros. Una suave presión frotó a través de la endeble tela que cubría la parte superior de mi muslo. Mi mirada bajó del tablero al momento exacto en que el nudillo de su dedo índice se arrastraba en cámara lenta hacia la piel debajo del dobladillo de mi falda. Contuve mi respiración. No he estado imaginando cosas. Pero entonces su mano se alejó repentinamente y formó un puño. Su expresión se endureció mientras miraba hacia el frente. Tomamos la última curva hacia mi calle, y aflojó el pedal del acelerador, permitiéndonos bajar la velocidad. El aventón que había estado esperando toda la noche —durante seis meses y dos intentos fallidos— parecía haber terminado. Redujimos la velocidad delante de la cerca blanca que rodeaba la querida casa de estilo victoriano amarilla cremosa. Luego dirigió la camioneta hacia el estacionamiento, deteniéndose.

Negándome a darme por vencida, especialmente cuando lo sentía luchando con una atracción que ambos sabíamos que era real, hice un último y directo intento. —No tienes que irte inmediatamente. Podrías venir a beber una copa. —No, no puedo. —¿Por qué no? —Las tres impertinentes palabras salieron disparadas frívolamente en mi penoso esfuerzo por sonar indiferente. —Eres la hermanita de Cade. —No, no soy… —Parpadeé. La yema de su dedo presionó mis labios. Cálida. Firme. Repentinamente, no pensé en nada más. Mi mundo entero giraba alrededor de nuestro tentador primer contacto. No se movió. Simplemente se quedó mirándome. Cerré mis ojos. Mi cabeza se echó hacia atrás contra el apoyacabezas, pero el contacto se mantuvo mientras mis labios fruncidos besaban suavemente su dedo. Quería asomar mi lengua, saborearlo. Pero entonces se apartó. Parpadeé para abrir mis ojos. Medio se había retorcido hacia mí en su asiento. —Mereces algo mejor que una follada de una noche, Kiki. —Lo que me merezco —murmuré, luego resoplé. Malditamente cierto, me merezco algo mejor que eso. Pero una noche era todo lo que podía manejar. —No importa. —Lo que continuaba diciéndome a mí misma—. Lo que quiero ahora mismo es a ti. —Ahí, lo había dicho. A la intemperie. Audaz y directa. —Lo que mereces sí importa. Nunca lo olvides. —Su voz se endureció con cada palabra. Sus oscuras cejas se fruncieron hasta el punto en que un pliegue profundo estropeaba la piel bronceada entre estas.

Sin pensarlo, extendí la mano y apreté el pulgar a lo largo de esa línea vertical, masajeando hasta que su rostro empezó a relajarse. Quedó mirándome con renovada intensidad. —¿Qué estás haciendo? —Intentando conseguir que te relajes. —Dejé que mi pulgar se deslizara una fracción a la derecha hasta encontrar un punto de presión, entonces extendí el resto de mis dedos a través de la línea de la ceja—. ¿Está funcionando? —No. —Las comisuras de sus labios se torcieron de nuevo. —Mentiroso. —Está bien. Un poco. —En serio —continué como si no hubiera estado distraída por su impresionante ceño fruncido—. Soy una excelente follada de una noche. Apartó la cabeza, luego cayó en un ataque de tos. Arqueé una ceja. —¿Qué? ¿No lo crees? Sacudió la cabeza. —No. —Su boca se abrió—. Quiero decir, estoy seguro de que lo eres. —Dejó escapar un profundo suspiro, hinchando las mejillas por el esfuerzo—. Solo que tú… —¿Te pongo nervioso? —Sí. —Extendió una mano en el aire entre nosotros con esa cortante palabra—. ¿Estas intentando matarme? Una sonrisa comenzó a curvarse en mis labios. —No, solo estoy intentando… —No lo digas. La palabra colgaba en la punta de mi lengua. —Sabes que lo estoy pensando.

—Deja de pensar en ello. —Inhaló una respiración medida, su pecho subiendo gradualmente para luego caer. Disfrutando de la cargada tensión entre nosotros, me quedé quieta, esperando. Cuando se giró hacia mí de nuevo, me incliné más cerca e inhalé su aroma terroso profundamente. —Mira. Esto no tiene por qué ser complicado solo porque soy la hermana de Cade. Eres un adulto. Soy una adulta. ¿No te sientes atraído por mí? Cada signo revelador que había mostrado sugería que me deseaba. Pero nunca antes había encontrado tanta resistencia en un hombre. Por otra parte, nunca antes había tenido a uno en mi punto de mira por tanto tiempo. Ignoré las implicaciones de eso. —Por supuesto que sí. —Pasó un brazo sobre la parte superior del respaldo. Su calidez me atrajo, y me moví aún más hasta que todo mi lado se aplastó contra el suyo. No hizo ningún movimiento para detenerme y no se inmutó, pero su larga pausa indicaba que se resistía a comprometerse a nada. —Todo lo que tiene que ser es una noche —dije en voz baja, mis labios casi tocando la piel caliente de su cuello. Otro pesado suspiro revolvió el vello sobre mi oreja, disparando un escalofrío en mi costado. —Tienes que saber, si pudiera… lo haría. Es complicado. No puedo explicarlo. Pero sin importar lo mucho que alguno de los dos lo desee, esto no puede suceder. Parpadeé, confundida y perdida en un territorio desconocido. Nunca un hombre no había atrapado el anzuelo que había ofrecido. Y él estaba siendo tan agradable al respecto. Mi mente no podía procesar lo que estaba ocurriendo. —Me deseas. —Joder, sí. Es decir, no. —Gruñó con frustración—. Maldita sea, Kiki. Solo sal de la camioneta. Por favor. Me aparté de él y me enderecé en mi asiento, casi riéndome ante la desesperación en su tono. Entonces me atreví a echarle un vistazo. Su expresión

se volvió torturada. Una pequeña parte de mí se sentía mal por ponerlo en una posición que yo no entendía. El resto de mí se daba cuenta de que no era la única sexualmente frustrada en el auto. Aún indispuesta a admitir la derrota, le ofrecí una sonrisa y agarré el pomo frío de la puerta de metal. —Gracias por el aventón, Darren. No pediría uno de nuevo. Pero no necesitaba hacerlo. Las semillas habían sido plantadas. Mi trabajo estaba hecho. O me deseaba lo suficiente como para superar cualquier obstáculo que mantuviera su polla bloqueada, o no. Mientras tanto, volvería a la vida que había estado tratando de olvidar, una vez que el zumbido adormecedor de mi mente se disipara. Quería echar un vistazo por encima de mi hombro mientras le quitaba el seguro a la puerta de madera, revisar otra vez si aún estaba mirando, pero luché contra el impulso. El lento zumbido del motor de su camioneta se mantenía incambiado. Pero ¿lo estaba su mente? Esta chica solitaria solo puede esperar.

Darren

L

a puerta de la camioneta se cerró de golpe. Dejé de respirar. Idiota. Responsable… pero jodidamente idiota.

Observé a una gran chica, una que podía interesarme —realmente interesarme—, alejarse. Porque le dije que lo hiciera. Miré por la ventanilla del pasajero hacia una extensión de piernas tonificadas que se extendían debajo de la ondeante falda de Kiki antes de que se metiera detrás de la cerca blanca y la cerrara. Se estremeció mientras caminaba por el sendero de ladrillo, luego frotó las manos por sus brazos desnudos. No miró hacia atrás ni una vez. ¿Por qué lo haría? Aun así, después de que subiera los dos peldaños de su escalera de entrada, jugueteara con un puñado de llaves hasta que insertara una en la cerradura, luego metiera su delgado bolso bajo el brazo, se volvió y me saludó con una cálida sonrisa. ¿O era una sonrisa de suficiencia? ¿O una de despedida? Mientras estaba de pie bajo la luz del porche, una brisa voló las puntas de su cabello oscuro hacia su rostro, pegó su pequeño vestido a sus generosas curvas. El universo me castigaba a cada paso. Haz lo correcto. No hagas lo correcto.

Mi vida había estado repleta de decepciones y desafíos. Debido a ellos, había caminado por el estrecho sendero de la responsabilidad por dos largos años. Pero ahora estaba siendo puesto a prueba. Kiki era una tentación que no había esperado. No sabía cómo ni por qué: Con solo unas pocas conversaciones al azar en el club y tres incómodos aventones a casa, se había metido bajo mi piel. Motivo exacto por el cual no podía verla de nuevo. De ninguna manera en el infierno podía aceptar su invitación. —Joder. Nunca había estado tan excitado y molesto al mismo tiempo. Pero desear y no ser capaz de tener… la historia de mi vida. Aspiré una bocanada de aire. —Contrólate, D. Su aroma llenó mis fosas nasales. Vainilla y algo un poco picante. Como una maldita galleta apetitosa. El aire en la cabina era sofocante. Encendí el aire acondicionado. Entonces finalmente puse la camioneta en marcha y me alejé de su casa. Cuando llegué al final de su calle, giré a la izquierda y me dirigí hacia el centro de Filadelfia. Su aroma se hacía más fuerte con cada respiración, como si su esencia aún permaneciera donde había estado sentada. Lo cual era ridículo. Eché un vistazo hacia donde había estado sentada con el cinturón puesto, confiando en mí para llevarla a su casa a salvo… donde se había erguido con confianza, pidiéndome que me quedara por la noche. Qué noche habría sido. Inolvidable. Imperdonable. Una tela oscura llamó mi atención. Estiré la mano y tiré de una masa de material sedoso, pero estaba atrapada en algo. Con el ceño fruncido, me acerqué a la acera, encendí la luz en la cabina y me incliné. No queriendo rasgar la delicada tela, seguí su longitud con mis dedos, luego desenredé su esquina de alrededor de la base de plástico del cinturón de seguridad del asiento del pasajero donde estaba atrapada en el piso junto a la puerta.

Estiré el descubrimiento entre mis manos. Era una pequeña chaqueta de algún tipo. Si las chaquetas estuvieran hechas de tela traslúcida… casi todo mangas, sin botones o cremalleras. Incapaz de detenerme, la levanté hacia mi rostro. E inhalé. Kiki. —No es de extrañar que te frotaras los brazos —gruñí—. Te estabas congelando el trasero. No que esto siquiera ayudaría. Di vuelta la camioneta, luego me dirigí a su casa. —Algún plan de permanecer lejos de ella. —Ni siquiera había regresado a la ciudad. Pero el repentino retroceso era solo para devolverle su chaqueta o lo que fuera. Solo eso. Su casa amarilla todavía tenía las luces del porche encendidas. Pero todas las ventanas estaban a oscuras. Ni siquiera una luz brillaba arriba. Tal vez se había desmayado en un sofá. Estacioné en el lado opuesto de la calle, luego salí, la suave chaqueta apretada en mi puño. Un destello de movimiento en el callejón junto a su casa captó mi atención. El callejón dirigía hacia atrás de la casa. Farolas ampliamente espaciadas a lo largo de su borde desaparecían casi en oscuridad a mitad de camino. Dos figuras grandes se paseaban por el medio, brazos extendidos como acorralando a un animal. Una silueta más pequeña caminaba más allá de ellos con un familiar dominio de caderas, ondeando una falda. Kiki. No podía distinguir su rostro en la oscuridad, pero conocía su figura, cómo se movía. Mi corazón tronó mientras marchaba hacia ellos. Uno de los tipos gritó por el callejón. —Vamos, chica. No te haremos daño.

—Está conmigo —gruñí. Sobresaltados, los chicos dieron la vuelta. Jóvenes. No mucho mayores que yo. Sombras estropeaban sus expresiones, los hacían lucir más amenazadores. No importaba. Los vencería. Uno se acercó más, estrechando los ojos. —No luce como si estuviera contigo. Metí la chaqueta en una de los lazos traseros de mi cinturón. El tipo de la izquierda sacó algo de su bolsillo. Metal brilló a la luz del farol. —Lo está. —Incliné mi cabeza hacia abajo, fulminé a los punkies con mi mirada bajo cejas fruncidas—. ¿Cierto, nena? —Cierto. —Kiki se detuvo dentro de mi visión periférica. Nerviosa, cambió su peso de un pie al otro. El problema era que estábamos en una mala situación: Kiki por un lado, yo por el otro, el peligro entre nosotros. ¿Qué demonios estaba haciendo aquí? ¿Habían irrumpido en su casa? ¿La habían perseguido por el callejón? ¿El mejor de los casos? Se iban por mi lado del callejón, sin incidentes. Ni siquiera quería pensar en el peor de los casos. Con pasos lentos, describí un arco lejos de ellos, moviéndome al ras del patio trasero de Kiki. Les daba una amplia trayectoria de salida. A medida que avanzaba, tomaron la indirecta y se movieron frente a mí. Se movieron en círculo, mirándome hostilmente todo el tiempo. Les devolví la mirada. Y nunca retiré mi atención de sus manos, ni en la forma en que cambiaban el peso de sus cuerpos. —Ella no lo vale —espetó el que estaba más lejos antes de escupir en el pavimento entre nosotros. Para ti no, no lo vale. Después de unos pocos pasos, se dieron media vuelta y se desvanecieron por la esquina. Esperé un total de dos respiraciones antes de girarme para encontrar a Kiki de pie junto a mí.

—Gracias —dijo. Su tono era casual, como si hubiera sostenido la puerta abierta para ella. —¿Qué carajos? —Puse un brazo protector alrededor de sus hombros, necesitando tocarla—. ¿Estás bien? Se inclinó más en mi costado. —Sí. No me habrían hecho daño. —No seas ingenua. Seguro como la mierda que lo habrían hecho. —Puedo cuidarme. —Sacó sus llaves y blandió un kubotan negro de metal de doce centímetros que colgaba del llavero. —No, no puedes. —Lo arranqué de su agarre para demostrarlo. Las llaves formaron un arco a través del aire, repiquetearon en el suelo, y luego saltaron a través del concreto hasta que chocaron contra la base de un farol de hierro labrado. —¡Oye! —Se alejó de mi agarre—. No tienes que ser tan grosero. —No estoy siendo grosero. Ellos —Apunté hacia el final del callejón—, habrían sido groseros. Cuando se alejó para recuperar su llavero, corrí junto a ella, entonces lo recogí antes de que ella tuviera la oportunidad de hacerlo. Sacudí el manojo de llaves, las froté sobre mis jeans para quitarles el polvo, y se las devolví. Con una mirada feroz, me las arrebató. Luego irrumpió hacia adelante, de regreso hacia la calle. La seguí. Pero después de dos pasos, se dio la vuelta. Apoyó sus manos en sus caderas. —¿Por qué regresaste, de todos modos? Adorable no comenzaba a describir cómo lucía: cabello oscuro alborotado, piel pálida ruborizada, labios llenos dispuestos en el mohín más sexy. Me acerqué. Se mantuvo firme.

Para cuando estuve de pie a su alcance, había dado media vuelta hacia su casa. Una farola cercana bañó su rostro con un brillo dorado. Sus ojos se estrecharon. —¿Por qué volviste? —repitió, su voz solo por encima de un susurro. Esperanza llenó su rostro por una fracción de segundo antes de que aquellos deliciosos labios se enroscaran en una sonrisa satisfecha. Liberé su chaqueta de la presilla de mi cinturón, luego se la tendí. —Olvidaste esto. Su expresión esperanzada cayó. Arrebató la tela de mi mano y pisó fuerte hacia atrás. Caminé hacia ella. Se detuvo en su lugar. Treinta centímetros. Quince centímetros. Cinco centímetros. Mientras cerraba la distancia, su cabeza se inclinó hacia atrás con su mirada fija en la mía. —¿Qué estás haciendo? —Su voz salió sin aliento. —No lo sé. —La mía salió irregular. Algo innombrable me atraía hacia ella. Segundos después, la razón me golpeó. Estar cerca de ella calmaba todo el ruido en mi cabeza. Hasta que ni siquiera escuchaba el ritmo sin fin. Y todo lo que veía era a ella. Mi mundo se redujo al pulso en el hueco de su cuello, su garganta mientras tragaba. Su mirada bajó a mi boca. Esos deliciosos labios entreabiertos. Entonces miró mis ojos fijamente, sus pestañas revoloteando. —¿Cuándo lo sabrás? Buena pregunta. Y mientras estaba allí de pie, los segundos pasando a medida que ambos respirábamos con más y más dificultad, no tuve ninguna respuesta.

Sus ojos comenzaron a ensancharse, como si la cosa eléctrica zumbando entre nosotros también la sorprendiera. Frustrado y cansado, agarré su mano y la llevé de vuelta a su porche. —Vas a entrar a tu casa. Sana y salva. Me voy a casa. No se resistió. Ni dijo una palabra más. Quizás no teníamos que hacerlo. Demasiado ya había sido expuesto en lo que no se había dicho.

En los veinte minutos que tardé en llegar a casa, había aclarado mi cabeza. En su mayoría. Con las ventanas abiertas, aire frío revoloteó a través de la cabina mientras me había sermoneado con todos los motivos por los cuales tomar en cuenta la oferta de Kiki era lo último que necesitaba. Una vez que entré a mi corta calzada, puse la camioneta en modo “estacionar” y apagué el motor, había limpiado todos los pensamientos de mi cerebro sobre lo que no podía tener. Fácil de hacer. Lo había estado haciendo bastante tiempo. Un estéreo atacó desde el interior cuando metí la llave en la cerradura. Di un paso dentro, cerré la puerta con fuerza, y eché llave. A continuación deslicé la cadena. Ningún cambio en el inquietante rock alternativo que vibraba en nuestro techo de yeso. La única luz en la habitación era la que había dejado encima de la cocina. Dejé caer mis llaves en la encimera, me acerqué al pie de la escalera, y me quedé mirando hacia el oscuro pasillo del segundo piso. —¿Lo? —grité bastante fuerte como para despertar a los vecinos… al otro lado de la calle. ¿La única respuesta? La música subió un par de decibelios más. Dejé caer la mirada, miré fijamente el desgastado borde del escalón inferior. Mi mitad preocupada quería golpear su puerta, ver cómo estaba. Mi mitad inteligente sabía que no era lo mejor.

Con un movimiento de cabeza y un fuerte suspiro, me retiré a la seguridad de la cocina. Abrí el refrigerador, agarré una cerveza, fui a la sala de estar y me dejé caer en nuestro raído sofá. Cansado hasta los huesos, cerré los ojos. Luego bebí de la botella y absorbí el frío del líquido junto con la conmovedora música. Aceptaba mi situación. ¿La chica escaleras arriba? Lo que había firmado. Era la razón por la que no podía tomar la oferta de Kiki, no tomaría algo para mí. Porque aparentemente yo no merecía tener felicidad. Una parte de mí se preguntaba si tenía algo de sobra para dar. A medida que me hundía en el sueño, pensamientos de Kiki fluyeron: la chica confiada en el callejón empeñada en demostrar que podía cuidar de sí misma, ese brillo de esperanza en sus ojos.

Kiki

U

n sonido de rasguños penetró mi cerebro. —Qué… —La palabra quedó estrangulada en mi garganta seca, luego murió.

Mis párpados estaban cerrados como pegamento. Parpadeé con fuerza, dos veces, antes de que se abrieran. Un blanco brillante asaltó a mis ojos. Montones y montones de blanco… Desorientada, me empujé en posición vertical. En un sofá con una manta blanca. —Oh. —Nunca había llegado más allá de la sala de estar. Recuerdos borrosos se agudizaron en pequeños grados mientras mi mirada vagaba sobre la prístina alfombra nevada, luego subí hacia los pálidos estantes de arce para permanecer en una pila de libros con lomos color pastel. Aun así, a pesar de la inocencia de mi entorno, mi mente gravitó hacia los pensamientos pervertidos que había tenido la noche anterior. Sonreí cuando aterrizó en el tema de dichos pensamientos. Darren. Me había seguido hasta la mitad del callejón a oscuras. Luego me había “rescatado” de dos tipos a quienes definitivamente podría haber manejado, o al menos mi instructor de defensa personal y yo pensábamos valientemente que sí. El sonido de los rasguños se reanudó, seguido por un lamentable llanto agudo. Gemí y me impulsé hasta levantarme del sofá. Cuando mis pies descalzos dejaron la alfombra de felpa, se encontraron con azulejos de porcelana fría en — por supuesto— otra tonalidad color blanco. Mármol blanco cubría las encimeras. Un delantal blanco estilo campestre se posaba debajo de una ventana cubierta con finas sábanas blancas.

Abrí la puerta trasera y dejé entrar al pequeño individuo. —Oye, pequeñín. Entró trotando un adolescente gatito percal como si fuera el dueño del lugar. Mientras merodeaba el perímetro interior, abrí la nevera, agarré una caja de leche, y la vertí en un platillo. El pequeño diablo se lanzó sobre la encimera, sacudió su cabeza, y empezó a saltar antes de que tuviera la oportunidad de poner el platillo en el suelo. Riendo, pasé los dedos por su sedoso pelaje corto. —Al menos un chico quiere lo que estoy ofreciendo. —Fuertes ronroneos vibraron bajo mis dedos. Lo acaricié dos veces más antes de poner la caja de cartón de nuevo en la nevera. Entonces busqué combustible líquido humano. Del tipo cafeinado. Después de unas pocas sacudidas, un derrame, y un interruptor encendido, la cafetera comenzó a preparar una fuerte dosis de medicina matinal. Goteos y chisporroteos llenaron el silencio mientras miraba por encima de la encimera, de nuevo hacia la sala de estar. El apagado color, o la ausencia del mismo, tenía un efecto calmante. Aclaraba mi cabeza, en cierto modo. Me ayudaba a empezar a analizar el desconcertante accidente e incendio que había sucedido la noche anterior. No importaba mucho que Darren me hubiera rechazado de plano. Solo me confundía un poco. Nunca había tenido que ofrecerme en una bandeja de esa manera. Pero en esos últimos momentos, hubo una chispa ahí. Al menos eso había pensado. Tal vez decía algo que me hubiera desviado de mi tipo habitual. Claro, era guapísimo, pero incluso con el rostro bonito, era diferente: un poco más afilado y mucho más tranquilo. Y sí, su cuerpo llamaba mi atención, pero las líneas eran delgadas y musculosas, no abultadas por exceso de levantamiento de pesas para deportes. Música empezó a sonar repentinamente en el interior de mi bolso en el borde del mostrador, reproduciendo Focus de Ariana Grande, el tono de Kendall. Me incliné, agarré mi teléfono, y apreté el botón de control.

—Hoooola. —Entonces, ¿cómo estuvo el aventón? —bromeó. —¿No te gustaría saber? —Redirección sonaba mejor que “no existente”. —Bueno, eh. Es por eso que estoy llamando. Resoplé. —¿Cuándo has visto alguna vez que beso y luego cuento? —Nunca. De hecho, esta es la primera vez que te he visto con un chico. Estaba empezando a preguntarme si jugabas para el otro equipo. Con toda la suerte que había tenido la noche anterior —con toda la que había tenido alguna vez—, tal vez debería haber empezado a preguntármelo a mí misma. —Bueno, no te acostumbres. Hay una razón por la que mi vida amorosa es clasificada. Mi familia se encontraba bajo la impresión de que mi vida personal muy privada tenía que ver con el tradicional guante Michaelson de que los pretendientes tenían que sobrevivir antes de ser catalogados como “aceptables” por nuestro clan. Eso era parte del motivo, a pesar de que la mayoría de sus escrutinios en verdad eran burlas juguetonas. Pero nadie sabía la verdadera razón por la que había mantenido mi vida privada en secreto. Y planeaba mantenerlo de ese modo. Un profundo suspiro sonó a través del teléfono, segundos antes de un gruñido bajo. Probablemente se había dejado caer sobre su mullido sofá. El sonido de plástico siendo arrugado me decía que tenía una bolsa de patatas fritas. Un fuerte crujido le siguió. —¿Nada? ¿Ni siquiera puedes alimentar a tu chica con una miga de pan? —Maldición. —Silbé bajo, insistente en distraerla—. No podemos dejar que esta atroz información se filtre. Suena como si las chicas Michaelson no tuviéramos migas. —Es así —se quejó. —Triste. —Pero aparentemente cierto. Sonó la máquina de café. Abrí un armario, saqué una taza, y me vertí una taza mientras consideraba su petición.

»Está bien. —¿Quiere una miga de pan?—. En el instante en que me tocó — Mi mente se dirigió a su dedo en mis labios—, mi cuerpo estalló en llamas. —¡Uff! —Oí un golpe y me imaginé su palma golpeando su frente—. ¡Barata tomadura de pelo! Sonreí. Luego dejé escapar un suspiro medido a través de labios fruncidos, recordando cómo se sintió de verdad mi primer contacto íntimo con Darren: más como un fusible siendo encendido lentamente que crepitó y reventó a lo largo de mis terminaciones nerviosas. Maldición. ¿Por qué no podía ser un buen típico hombre hormonal como todos los demás? Tragar el anzuelo. Acostar a la chica. Ser feliz cuando ella te da un codazo por la puerta antes de la mañana y no pide tu número de teléfono. —Tú preguntaste. —Sentí cero remordimiento. —Está bien. Pero una de nosotras debe echar un polvo en algún momento de este siglo o la gente empezará a hablar. —¿Sobre que nosotras no tenemos sexo? —Claro: Esas chicas Michaelson no son para nada zorras. Reprimí una sonrisa, soplé mi café. —Ajáaaaa. ¿El comité de membresía del club de campo? Ya no representan nuestros estándares, simplemente no son lo suficientemente descaradas para nosotros. Su voz se convirtió en un tono alto y gutural con acento extranjero. —La antítesis de la promiscuidad. —¿Nuestros críticos son británicos ahora? —Claro. —Otro sonido de crujido—. Mary Poppins. Pigmalión —murmuró alrededor de la comida en su boca. —Henry Higgins estaría tan orgulloso. —Síiii… —Sus vocales se convirtieron en un gemido—. Su profesor Iggins, ese es.

Casi me ahogo con mi café, riéndome de su imitación de un erizo con calle de Londres. —Adiós, Kendall. Tema hilarante cerrado, apagué el teléfono. En el sobrio silencio que siguió, su punto subyacente hizo eco fuerte y claro. Una de nosotras necesitaba echar un polvo. Yo definitivamente lo necesitaba. Mis abrasadoras partes de señora solo podían manejar un vacío sexual por cierto tiempo. Pero mientras miraba hacia el abrumador blanco de la habitación, su desnudez me devolvió una mirada fulminante. Todas las mismas cosas parecían ya no estar funcionando. Mi ser optimista estaba recibiendo una paliza, sin importar cuánto lo mereciera. Quizás un cambio se había retrasado lo suficiente. Espanté al pequeñín peludo de la encimera, lavé su cuenco, agarré mi bolso y café, luego salí afuera detrás del pequeño individuo, cerrando la puerta. Y todo el tiempo, no pude dejar de pensar en Darren. Algo más se ocultaba detrás de ese atractivo exterior melancólico. Tal vez era el desafío tácito que presentaba. Frustrada por todo lo que no iba de acuerdo al plan, gruñí ante la injusticia de todo esto mientras caminaba hacia el callejón de nuevo, de vuelta por el camino que había intentado anoche. De vuelta a la única cosa que calmaba mi alma independientemente de la injusticia en la vida. Mientras cerraba la verja principal detrás de mí, el gato lanzándose afuera en el último minuto, mi teléfono reprodujo Hello de Adele. Turno de Kristen. Lo saqué de mi bolso y contesté, bajando la voz. —Terminal Grand Central. —¿Tan ocupada? —Síp. Acabo de hablar con Kendal la Inquisidora. —Ah. —Como de costumbre, Kristen no curioseó—. Olvidé enviarte las dimensiones que necesitabas para la fiesta. —Se refería a nuestro próximo evento de Solo con Invitación, la empresa de planificación de eventos que había ayudado a crear con mi hermano y hermanas—. Al cliente le encantó tanto el diseño de

Loading Zone que quiso tu llamarada con un poco más que toques finales. Insistió en usar tu apodo de “Industrial Grunge” para el evento. Espero que esté bien. Hice una pausa en mitad de la estrecha acera, algo molestando a mi lento cerebro. —Claro. No soy dueña de la marca. —Y ella sigue diciendo: “Asegúrense de que Kiki invoque su magia en las soldaduras”. A lo que sigo contestando: “Sabe que esta es Kiki, ¿cierto?”. Mi corazón se tropezó, comenzando a correr a pesar de que estaba inmóvil, plantada en el cemento. —Recién te envié por correo electrónico las medidas para el equipo de DJ. Dos tarjetas de sonido, también un panel frontal para la barra y… Mi cerebro se congeló. Equipo de DJ. Darren. Cuando Kristen se detuvo, finalmente aspiré una bocanada de oxígeno. —Me tengo que ir —murmuré ausentemente—. Buscaré el correo electrónico. Al tratar de olvidar mis problemas en Loading Zone anoche, y más tarde mientras estaba en la persecución de mi próxima conquista, me había olvidado completamente del proyecto que se me había asignado. Teniendo que ver con dicha conquista. —Idiota —gruñí. Darren se había vuelto demasiado entremezclado en la periferia de mi vida como para tenerlo en el camino para ocasionales juegos sexuales. Cuando había llamado mi atención la primera vez, había sido el nuevo DJ de Loading Zone. Pero entonces Cade lo había contratado para un par de fiestas de Solo con Invitación. Lo cual con el tiempo se había convertido en casi cada una de estas. En el momento en que había asistido a la primera, debería haberlo descartado. Con un suspiro de resignación y una enorme fuerza de voluntad, lo obligué a salir de mis pensamientos. Después de unas cuantas respiraciones medidas, empecé a sentirme casi normal y reanudé mi camino de rutina. Doblé la esquina de la cerca blanca y empecé mis noventa y siete pasos habituales hacia mi destino, gatito trotando a

mi lado con un equilibrio felino perfecto en el borde del cemento. En el paso número treinta y nueve, mi paso se enlenteció. Antes de llegar al cuarenta y tres, me detuve por completo. Mi respiración se detuvo. Mi corazón empezó a correr mientras recuerdos me inundaron. A sesenta centímetros de donde estaba, cientos de minutos atrás pero lo que parecía en un abrir y cerrar de ojos, Darren habían entrado en mi espacio, acercándose demasiado. A esas horas de la madrugada, donde las temperaturas habían caído a menos de diez grados, se había erguido sobre mí, irradiando calor como un horno. Las puntas de su cabello negro se habían suavizado, esos ojos esmeralda profundos se habían oscurecido, y ese ancho pecho había resoplado irregularmente. Pero a pesar de todo eso, fui golpeada por un instante. Suspendida en el espacio entre un fuerte latido de su garganta y el siguiente, a través del escudo impenetrable que había erigido para mantenerme a mí y al resto del mundo fuera, había sido vulnerable. Con la respiración contenida, cerré mis ojos, reviviendo la fracción de segundo del momento: Su aroma embriagador se enrolló a mi alrededor, dulce con un toque de salado picante. Reconocimiento brilló en sus ojos mientras bajaba su mirada hacia mí. ¿De qué? Inhalé una rápida respiración. Mis ojos se abrieron de golpe y miré hacia donde habíamos estado. A la brillante luz del día, una deslumbrante revelación me golpeó: había perseguido a alguien demasiado parecido a mí. Con una fuerte sacudida de cabeza, entrando en pánico por lo que significaba eso, me apresuré por el callejón. Huir de las implicaciones me hacía sentir como si tuviera algún poder en mi mundo fuera de control. Pero nada erradicaba la verdad: Cambio drástico ya había comenzado.

Darren

A

la tarde del día siguiente, volví a Loading Zone. Como era habitual los lunes, puse las bandas sonoras para el próximo fin de semana. Pero era la primera vez que había estado de vuelta en el club desde…

Hice a un lado el pensamiento en mi mente. Me negaba a pensar en Kiki. —Necesito que pases por lo de Kiki. —Cade levantó la vista desde su lugar detrás de la barra. Joder. —¿Para qué? —La fiesta de Industrial Grunge de este fin de semana. Necesita asegurar la metalistería que ha hecho para tu equipo. Correcto. Mi cerebro brincó de regreso al correo electrónico que había recibido el viernes acerca de la última fiesta de Solo con Invitación para la cual me había contratado. Había enviado una respuesta con las medidas. Desde entonces lo había bloqueado por completo. Arrancó el borde inferior de un papel pegado a su tablilla, garabateó algo en este, luego me lo entregó. Examiné el papel. —He estado allí. La llevé a casa un par de veces. —¿Solo transporte? —Duda pesaba en su tono. —Sí.

Cade plantó sus manos sobre la parte superior de la barra, luego dejó caer una dura mirada sobre mí. —Pisa con cuidado allí. —No puedo pisar con más cuidado. —Lo digo en serio. Ella es… —Cade bajó la mirada, luego levantó la vista—. Hay cosas que guarda en su interior. Parece ruda. Pero hay más de lo que parece. —Lo sé, hombre. —Le di un seco asentimiento—. Nada de qué preocuparse. Solo somos amigos. Resopló. —Buena suerte con eso. ¿Por qué? ¿Porque Cade no había sido capaz de ser “solo amigos” con Hannah? Comparación de la noche y el día: Él había estado disponible entonces, yo no estaba ni siquiera cerca de ese estado. —Nah, estoy bien. Conduje por el recorrido habitual desde el bar hasta la casa de Kiki, pero algo me fastidiaba. Cuando di vuelta en su calle, busqué en el bolsillo delantero de mis jeans, entonces saqué el papel que me había dado Cade. El último número en la dirección era diferente. Misma calle. Pero en lugar de 2115 era 2117. Reduje la velocidad frente a la casa de cerca de madera: no era la dirección. Cruzando más allá, comprobé los números de casa en la propiedad vecina. Demasiado alto. ¿Cómo podría estar su dirección en el medio? Miré por el callejón, en el que ella había estado de pie treinta y seis horas atrás. Entonces di la vuelta en este, siguiendo la línea de la cerca hasta que la valla de madera blanca terminaba y comenzaban los eslabones de cadena. Un gran almacén con lados corrugados y altas ventanas de vidrio se elevaba en la parte posterior de una propiedad llena de chatarra. Paredes hechas de elementos destrozados se elevaban a doce o quince metros de altura en un laberinto ondulante a través de casi cien hectáreas: un tanque de oxígeno oxidado aquí, un guardabarros de motocicleta desgastado allí.

Montado en un poste hecho de docenas de piezas de metal soldadas que ahora se parecían a un árbol retorcido había un buzón, camuflado como un nudo oscuro en el tronco. En la parte de afuera sobresalía una plancha de hierro martillado de diez centímetros con un cardenal rojo que pivoteaba hacia arriba para indicar correo saliente. Eché un vistazo a la dirección que Cade me había dado. Los números en el buzón coincidían. Confundido, me detuve junto a un Prius azul claro, entonces estacioné en un espacio más allá de este. —Kiki, ¿qué demonios? —murmuré en voz alta hacia la zona industrial en la cual ninguna chica debería estar pasando el rato. Una puerta de seguridad de vidrio y hierro forjado se encontraba entornada a unos centímetros por una roca de buen tamaño. Golpeé en el marco de la puerta, esperé. Después de un par de minutos sin respuesta, entré. Un ruido como de un soplador resonó en las paredes cuando la puerta se golpeó contra la roca detrás de mí. Un segundo más tarde, el sonido se detuvo. —¿Chip Monkey? ¿Eres tú? —resonó la voz de Kiki en algún lugar más adelante. Antes de que tuviera la oportunidad de responder, el profundo ruido de soplado reanudó. Seguí el extraño sonido, zigzagueando a través de esculturas de metal separadas por unos pocos metros que se extendían desde una de las paredes del almacén a la otra. Después de unos diez metros, toda la metalistería desaparecía. Entré a un área abierta iluminada por varias claraboyas grandes que estaban en el techo de metal a unos nueve metros de altura. A la izquierda se encontraban un par de sofás desgastados uno frente al otro, uno verde, el otro amarillo. Ambos tenían cojines cubiertos de flores brillantes en cada una de sus esquinas. Ropa había sido arrojada al azar sobre los cojines del respaldo. Una mesa baja de metal se encontraba entre ellos, con revistas de moda dispersas en la superficie. Justo delante había una enorme mesa de trabajo de madera, con abrazaderas oxidadas y prensas sujetas a varios bordes, algunas agarraban piezas de metal, otras estaban abiertas, listas para ser utilizadas. A un lado estaban colocados dos montones apilados de sobres, una taza de café, un

plato con un sándwich a medio comer con brotes derramándose entre dos trozos de pan de grano, y una banana verde sin abrir. Más allá de la mesa, en un amplio espacio abierto rodeado de grandes piezas de equipo, la fuente del sonido se volvió evidente: Una brillante luz blanca brillaba desde un soplete en la mano de Kiki. Me quedé congelado, no queriendo sobresaltarla. Y para solo verla. Su rostro estaba oculto por una máscara de metal de soldador con una ranura de visión, pero los mechones salvajes de cabello negro sobresalían por debajo de la correa trasera, encrespándose en todas direcciones. Se inclinó hacia adelante con constante concentración, aplicando una llama ahora naranja a la unión entre una sección curva de barras y alguna especie de celosía metálica entretejida. Chispas se arquearon en todas las direcciones desde el punto de contacto. Hice una mueca, apartando los ojos después de que me descubriera mirando el cegador núcleo de la llama. Segundos después, apagó el soplete de nuevo. Aclaré mi garganta. Saltó ligeramente, apoyó la punta del soplete en el suelo de cemento con un ruido suave, luego levantó la máscara. —Darren. —Una sonrisa instantánea curvó sus labios mientras se quitaba un par de guantes de cuero. Y maldición si esa brillante sonrisa no calentaba un lugar en el centro de mi pecho. No es para ti, D. Solté un rápido aliento. —Cade quería que te trajera el equipo de sonido para la fiesta… —¡Sí! —Se puso de pie y se sacó la máscara de la cabeza para tirarla sobre la mesa de trabajo. Su cabello cayó alrededor de sus hombros.

Manchas de carbón vegetal estropeaban su rostro, una salpicando la punta de su nariz, otra manchando justo debajo de su pómulo. Un toque de rubor se alzó por su piel color oliva, desde su clavícula a sus mejillas. Bajo gruesas pestañas oscuras, sus ojos se volvieron de color azul eléctrico por un rayo de sol que bajaba en ángulo desde una ventana alta. Parpadeó intensamente, la sonrisa ensanchándose una fracción. Yo también parpadeé. Traté de recordar por qué había venido, necesitaba pensar en algo que decir para llenar el creciente silencio. En cambio, mi mirada bajó. Acostumbrado a verla en atuendos de club nocturno, más temprano una falda, a veces jeans y una blusa brillante, la ropa casual era algo nuevo… mejor, en mi opinión. Debajo de un delantal de soldadura de cuero marrón con tres bolsillos con remaches en la parte inferior, llevaba dos camisetas de tirantes; una púrpura que se asomaba por debajo de una verde, los tirantes de ambas trenzadas caóticamente en un lado. Calzas negras abrazaban sus caderas. Se movió repentinamente —rompiendo mi atónito trance— y se acercó a la mesa. Levantó su taza, luego se detuvo con esta a medio camino de su boca. —¿Quieres café? —No, estoy bien. —¿Lo estaba? Necesitaba algo para sacudirme de mi repentino estupor por Kiki—. Pensándolo bien, café sería genial. Negro. Con un asentimiento de satisfacción, se volvió y se dirigió a una mesa estrecha que recorría toda la pared, levantó una olla medio llena de su cafetera, y vertió humeante líquido oscuro en una taza roja con letras blancas. Cuando me la entregó, leí el dicho en voz alta: —¿“Comer, beber, y ser feliz”? Encogió un hombro mientras tomaba un trago de su taza. —Si tan solo la vida fuera tan simple. —Su tono estaba cargado de cinismo. Lo que me sorprendió. Entonces me di cuenta de que su lugar parecía habitado. Como en habitado. —¿Así que trabajas aquí?

Su mirada se precipitó a la ropa tirada sobre los sofás. La mía se posó en otros signos de que pasaba mucho tiempo en su espacio de trabajo: dos pequeñas cajas de pizza apiladas en un cubo plástico de basura en la esquina alejada, esos sobres apilados sobre la mesa luciendo mucho como a correo sin abrir… para ella, con su misma dirección. Dejó escapar un suspiro bajo mientras sus hombros se hundían. —Y vivo aquí. —¿Por qué la gran producción con la casa arreglada en frente? —Me había mentido. O por lo menos estirado la verdad. Poco a poco, sus hombros se levantaron hasta sus orejas junto con sus cejas. El indicio de una sonrisa curvó sus labios. —¿No quería que me juzgaras? —¿Por donde vives? —Negué con la cabeza—. Mi casa no es un palacio. Sus manos cayeron a sus caderas y mantuvo su mirada penetrante en mí. —Estaba buscando sexo. ¿Esto? —Hizo un gesto señalando los alrededores con un amplio movimiento de sus brazos extendidos—. Solo provoca preguntas. —¿Como dónde duermes? Su suave risa rompió la tensión. —Sí. Ahí arriba, por cierto. —Señaló encima de nuestras cabezas hacia un gran dormitorio construido en las vigas. En el centro de la pared frontal de esa habitación se extendían dos ventanas de vidrio que abarcaban del piso al techo. Suave luz brillaba sobre un techo acabado más allá de estas. —Este lugar es genial. ¿Por qué no me gustaría? Es como una cueva de hombre gigante. —Para una chica. —Su tono era apagado, pero no pude ubicar el motivo. Parecía… nerviosa. Eché un vistazo a todas las herramientas pesadas y herrumbre. —No hay mucho femenino por aquí.

—Cierto. —Desató su delantal de soldadura y se lo quitó, luego lo dejó caer sobre su pila de correo—. ¿Dónde está tu equipo de sonido? —En la parte trasera de la camioneta. —Tomé un sorbo de café, luego hice una mueca. Para una chica que creaba arte impresionante, hacía un café desagradable. Puse la taza sobre la mesa a salvo. —¿Quieres asegurarlo por ahí? —Hizo un gesto hacia la puerta principal. —¿Eso funcionaría? —Puede que tenga que empujarlo, pero no tiene sentido arrastrarlo hasta aquí. Vamos. Ayúdame con los paneles. Sacó un destornillador de un banco de trabajo, lo metió en la parte trasera de sus pantalones y agarró sus guantes. Se los puso mientras me guiaba a través de su área de trabajo. Entramos a una esquina trasera cargada con grandes artículos apilados. Unidades de estanterías industriales se encontraban alineadas en las paredes y contenían cajas abiertas de algún tipo de piezas más pequeñas. —Entonces, ¿de quién es la casa al frente? —Del propietario. —Hizo a un lado lo que parecía ser un perchero de metal en progreso. —¿Y tienes una llave de la casa de él? —De la casa de ella. —Hizo un gesto hacia una pila de seis láminas de metal—. Y sí. Es propietaria de cinco parcelas: tres casas en el frente, dos propiedades industriales detrás. El propietario anterior las coleccionaba y trabajaba con motocicletas. Me alquiló el almacén y las parcelas de desguace cuando no pudo venderlas. —¿Qué tiene que ver con que tengas la llave de su casa? —La cuido cuando sale de viajes de negocios. No ha estado aquí durante la mayor parte de este mes. —Pero… estoy viendo donde vives ahora. ¿Cómo esperabas darme los paneles? Me dirigió una mirada exasperada.

—Se suponía que tuviéramos una noche de sexo salvaje. Fin. Pero no lo hicimos. Así que Kristen me envió un correo electrónico con las especificaciones. El domingo. El día después de que se suponiera que ocurriera dicho sexo salvaje. Ah. Su intento de establecer límites. Juego. Trabajo. —Técnicamente, el mismo día. Te dejé a las dos y media de la mañana. Del domingo. ¿Y cómo lo hiciste tan rápido? Sus fosas nasales se ensancharon. Sí, la estaba provocando, no podía evitarlo. Tampoco pude evitar darme cuenta de lo sexi que se veía cuando estaba molesta. Sus mejillas se volvieron de un tono más oscuro de rosa. —Logro un trabajo increíble cuando canalizo la frustración sexual. Ah, entendido. Examiné su almacén lleno de arte. —Debes estar muy frustrada. Su mirada se cruzó con la mía, exhaló lentamente. Luego se puso en cuclillas junto a la pila de paneles. Cuando bajó la mirada y envolvió sus manos alrededor del borde de uno, un mechón de su cabello oscuro cayó sobre su rostro. Con un fuerte resoplido, alejó el rizo de sus ojos y levantó la mirada hacia mí. —¿Vamos a intercambiar historias de vida… o vas a ayudarme? No contesté. Porque aprender acerca de dónde vivía y qué la irritaba solo me hacía querer saber más; qué hacía que la fascinante chica frente a mí reaccionara: qué la hacía fruncir el ceño, que la hacía reír. Así que me agaché, agarré de mi lado, y levanté. Los paneles de metal que había creado eran increíbles. Bases oxidadas soportaban patrones fluidos de un sinfín de piezas más pequeñas soldadas: una rebanada de tapacubos reluciente, filas de cadena oxidada, tiras curvadas de acero deslustrado, un campo de escamas uniformes. —Son increíbles, Kiki. Sus ojos se iluminaron.

—Gracias. Y luego sonrió. Al principio, fue tentativo, una suave curva de sus labios mientras revisaba su trabajo. Entonces me echó un vistazo, y obtuve el efecto completo. Genuino. Sincero. Maldición. De repente quise aprender más acerca de cómo hacer que sucediera eso. No para ti, D. Si lo repetía en mi cabeza lo suficiente, tal vez lo creería. Los paneles eran pesados. Nos llevó tres viajes transportarlos a mi camioneta, dos paneles apilados por cada recorrido. Los bordes de cada hoja eran curvos hacia adentro, por lo que a pesar de que llevara guantes, yo los agarraba sin ningún problema. Una vez que colocamos el último par, saqué mi consola de sonido de la plataforma de la camioneta y la coloqué en el suelo. Señaló el panel más cercano. —Ese es un extremo. Levántalo y sostenlo por la parte frontal derecha. Cuando lo movimos en su lugar, ella avanzó lentamente hacia adelante. —Ahí. ¿Puedes apoyar ese contra el marco? Bien. Seguimos con la pieza frontal más larga, moviéndola en ángulo hacia arriba hasta que la juntura se alineó al ras con la primera. —¿Puedes mantenerlos estables de esa manera? —Examinó el borde donde encajaban las piezas. Asentí, luego bajé a una cómoda posición en cuclillas, manteniendo un firme control de cada panel. Los extremos tenían bisagras de soporte atornilladas en la parte exterior. Extendió la mano detrás de ella, sacó el destornillador que había metido en su cintura, luego comenzó a atornillarlos en su lugar. Permaneció cerca, lo suficientemente cerca para que su aroma a vainilla flotara a mi alrededor. Una ligera brisa atrapó mechones de su cabello, cepillándolos sobre mi brazo. Cuando inclinó la cabeza y se volvió, la parte superior de su cuerpo se inclinó hacia mi lado. Encajaba allí a la perfección. Mi cerebro se ofuscó.

—Un montón de lugares para tener sexo. La mano que giraba se detuvo, a media vuelta. —¿Qué? —gruñó. —En tu verdadero lugar, el almacén. Sin dudas. Un montón de lugares. Su pecho se expandió, entonces reanudó la acción de atornillar. —Pensaba que no íbamos a tener sexo. —No. —¿Entonces por qué estás hablando de eso? —No lo estoy. —Ahhh… —Su suave risa sopló aire caliente sobre mi antebrazo—. Lo estás. Con una flexión de su muñeca, apretó una última vuelta antes de agacharse más, rompiendo nuestro intenso contacto lado a lado. Mi cerebro se aclaró en esa fracción de segundo. Cambia de tema, Einstein. Ignoré la lógica. —Solo señalando hechos. Los chicos no hacen preguntas. Cuando el sexo está sobre la mesa, es sobre la mesa, en el suelo, el extremo del sofá, la robusta pieza de arte… Otra pausa en su torsión que duró solo un segundo. Después aceleró el ritmo, atornillando furiosamente. —Bueno, si no vamos a tener sexo… —No —reiteré. —… entonces tal vez no deberíamos estar hablando de dónde tendríamos este sexo imaginario. —No dije “nosotros”. —Ajá. —Su tono contenía duda.

Sonreí, disfrutando cada momento agotándola. No tenía ni idea de por qué había empezado, pero parecía que no podía detenerme. —Ahí está. —Se levantó repentinamente, luego se alejó de mí. Me puse de pie, estirando mis piernas. Me miró con recelo. Desde una buena distancia de metro y medio. —Así que nada de sexo. —Me apuntó con el destornillador. —Nada de sexo. —Decisión tomada. Pero la prohibición del sexo no quería decir que no pudiera molestarla. Disfrutaba muchísimo irritarla. Mientras estaba allí parada mirándome con recelo, mi mirada viajó por su cuerpo. No pude evitarlo. Todo su metro sesenta y dos —cabello salvaje, manchas oscuras en su rostro, manos ahora apoyadas en sus caderas— se volvían más adorables cuando era provocada. No la deseas. Mi cuerpo no escuchó; excitación permaneció detrás de la bragueta de mis jeans. —Deja de mirarme. —Una de sus cejas se arqueó provocativamente—. Nada de sexo. Se cruzó de brazos, lo que juntó sus pechos; no ayudaba. Pero luego inclinó una cadera y apuntaló su otro pie. Me quedé mirando su zapato expuesto. Parpadeé con fuerza, sorprendido. —¿Qué es eso? —¿Qué? —Siguió mi línea de visión, bajando la mirada. —Tu zapato. —Hice un gesto con la cabeza hacia este. —Son Vibram FiveFingers. —Calzado especializado. —Sabía lo que eran. Solo que estaba muy sorprendido de que los usara. Su apacible tipo de artista no coincidía con el propósito de esos zapatos.

—Para correr. —Asintió, girando el pie sobre su dedo gordo para exponer el costado del zapato negro. Me aclaré la garganta. —Tienen… dedos. —Tenía que molestarla al respecto. Cualquier cosa para alejar mi mente de la senda sexual que había estado irrumpiendo. —Síp. —Golpeteó el suelo entre nosotros, apuntándolos hacia mí—. Sexi, ¿eh? Increíblemente. Pero los zapatos no tenían nada que ver al respecto. —Corres. —La pregunta escéptica salió apagada. No podía entenderlo. ¿Estaba en buena forma? Absolutamente. Pero correr parecía tan… fuera… de carácter para ella. —A punto de hacerlo. Me encontré con un artículo sobre los zapatos. Una gran cantidad de personas se están desafiando para un recorrido de cinco kilómetros, o algo por el estilo. Los he estado usando en el almacén durante un par de meses, para acostumbrarme a ellos. —¿Alguna vez has corrido? —No. —¿Por qué ahora? —Quiero estar en mejor forma y necesito algo diferente. Aparte del arte. Fuera de casa. Algo solo para mí. —¿Y una maratón de cinco kilómetros es tu idea de “fuera de casa”? —Mi mente se remitió a un perturbador cuadro de ella corriendo entre edificios altos… por estrechos callejones oscuros. Se encogió de hombros. —No es encerrada en el almacén con esculturas y un gatito comediante. —¿Gatito? —De repente recordé lo que había dicho cuando había llegado—. ¿Chip Monkey?

—No, no “Chip Monkey” con dos palabras. Es parte ardilla y mono mezclados. Chipmunky. —Hizo un fuerte asentimiento, como si eso lo explicara todo. Luego se volvió y puso sus manos alrededor de su boca. —Ven aquí, Chipmunkeeey. Aquí gatito, gatitooo. Unos pocos segundos más tarde, apareció una mancha borrosa de color a los saltos. Tenía un cuerpo de color marrón rojizo y delgadas rayas duplicadas de color blanco y negro que recorrían ambos lados de su espalda. Su cola vibraba. Le sonreí al cómico pequeñito. —Se parece a una ardilla. —Espera… —Metió la mano en un pequeño bolsillo cosido en la parte inferior de su camiseta de tirantes. Con la cola aún retorciéndose, se levantó sobre sus patas traseras. Sus patas delanteras se batieron el aire vacío frente a él. Ella le lanzó una golosina en forma de pez verde. El gatito la observó rebotar en el suelo una vez antes de que esta aterrizara justo frente de él. Usando ambas patas, la recogió de la tierra, lanzó su hocico hacia adelante, y metió la golosina en su boca antes de masticarla dos veces y luego tragarla. —¿Ves? Chipmunky. Tan simple como eso. Su mundo estaba coloreado con lo inusual que tenía perfecto sentido. Excepto que la idea de que corriera por una calle de la ciudad no tenía sentido en absoluto para mí. Sin pensarlo, solté: —¿Quieres un entrenador personal? Parpadeó. Yo también. ¿Cuándo en mi caótica vida tendría tiempo para entrenarla?

Pero la idea de irme con mis consolas de sonido en unos minutos, luego quizás captar un atisbo de ella —en una de las fiestas Solo con Invitación mientras ella y yo trabajábamos, o una vez cada pocos meses en Loading Zone donde yo trabajaba y ella bailaba— no me caía bien. No haría nada físico con ella. No podíamos tener una relación. Pero quizás aún podíamos vernos bajo el pretexto de algo que ella quería. Sus delgadas cejas se fruncieron en cámara lenta. —¿Para correr una maratón de cinco kilómetros? No exactamente… —Para entrenarte para que seas capaz de hacerlo. —Y seríamos… —Amigos. —Mi tono era firme. Quizás trataba de convencer no solo a ella, sino a mí mismo. Todo lo que podía manejar en este momento. Pero tenía un montón de amigos, la mayoría eran chicos. Ninguno de ellos era algo como la enérgica Kiki. Cuando no respondió, repetí: —Solo amigos. Nada de sexo. ¿Crees que puedes manejar eso? Sus ojos se entrecerraron ante el desafío. Como si no le gustara la idea. Como si la palabra “amigos” tuviera cuatro letras, no seis. Después de un par de segundos, sus labios se curvaron en una sonrisa. Dio un asentimiento. —Solo amigos. Bueno. Todo lo que podría ser. Pero entonces su postura se amplió. Su barbilla se levantó. Una luz destelló en sus ojos como si me hubiera regresado el reto. No mires a la chica sexi de pie frente a ti. No notes la vulnerabilidad en su mirada detrás de toda esta bravuconería.

Dejé escapar una lenta respiración, mente enfocada en lo único que podía hacer para tenerla en mi vida, de la única forma en que funcionaría. —¿Mañana a las nueve está bien para ti? Me ofreció un asentimiento, estrechando los ojos una fracción de nuevo. —Sí, puedo hacerlo. —Bien. Nos reunimos en North Lexington 2450. Desafío aceptado.

Kiki

H

abían pasado nueve horas desde que Darren me había desconcertado; lo último que necesitaba era un amigo por el que me sentía atraída físicamente, un tipo al que deseaba, aunque solo fuera por una sórdida noche. Pero cuando me había tentado con una manera de pasar más tiempo juntos bajo el pretexto de entrenar, no había sido capaz de resistirme. Y mi cuerpo se calentó en el instante en que envió un mensaje tarde esa noche. ¿Tienes zapatos normales? Divertida ante la pregunta directa, le contesté: ¿Zapatos NORMALES? ¿Y los AMIGOS no reciben un hola primero? Una burbuja azul apareció mientras escribía. Zapatos que NO tengan dedos. Zapatillas deportivas… De entrenamiento… Ajá… No voy a responder hasta que lo digas. Unos buenos noventa segundos pasaron antes de su respuesta. HOLa Apreté mis labios, luchando contra una sonrisa. Lindo. Maldiciendo Y saludando, todo en uno.

Después de unos segundos, apareció otro mensaje de texto. Soy así de talentoso. ¿Y bien? Con ojos cansados cerrándose a la medianoche, respondí antes de dormirme. Sí. Tengo zapatos normales. Me quedé dormida durante el silencio a oscuras que siguió. En la mañana, había encontrado su último mensaje de texto. Bueno. Úsalos. Ningún “por favor” ni ninguna explicación había llegado con este. Solo una orden ladrada en forma de texto. Bien. Dos podían jugar a su juego. ¿Quería ser mandón? ¿Quería resaltar el punto de ser “solo amigos”? Sería la mejor amiga que hubiera tenido alguna vez. Por supuesto, mientras demostraba mi estelar amistad, sin preocuparme en destacar mis mejores cualidades: coqueta, adorable… sensual. —Espera. ¿Puedo ser adorable y sexi? —me cuestioné en voz alta mientras conducía mi auto vacío. Después de girar en Lexington Avenue, me enderecé en mi asiento. Un rápido vistazo al espejo retrovisor me hizo sonreír. ¿Cabello recogido en una cola esponjosa, mejillas ligeramente rosadas, un toque de rímel en las pestañas, y un poco de brillo de labios? Comprobado para adorable. Una sonrisa tiró de mis labios mientras pensaba en lo que había usado: sujetador deportivo de flores tropicales, camiseta de corte bajo, y calzas abrazando mis caderas. ¿Nada más que un montón de piel? Comprobado para sexi. Después de girar a la derecha para hacer una curva por una rotonda, luego detenerme en una pequeña zona de estacionamiento, solté un suspiro ansioso. ¿Por qué tan nerviosa? Negué con la cabeza. —Confía en tus instintos, Kiki. Tienes esto. —¿Coqueta? Lo tenía controlado. Prácticamente desde nacimiento.

Segura con todas las armas furtivas de mi arsenal, apagué mi auto. Giré hacia el asiento trasero y agarré mi bolso y botella de agua. Sin embargo, cuando abrí la puerta y puse mi pie cubierto con zapatillas deportivas sobre el asfalto, fruncí el ceño. Verifiqué la dirección. “2450”. Los números, claros como el día, se encontraban en grandes letras bronce sobre puertas comerciales dobles en un enorme edificio de ladrillo. Dirección correcta. Suposición errónea. Por alguna razón, había pensado que íbamos a reunirnos en su casa. Incluso con mis lentes de sol, levanté una mano protectora sobre mi frente para bloquear la luz del sol de la mañana. Me quedé mirando el indescriptible edificio durante unos confusos segundos. Luego mi mirada se enfocó en un extenso terreno afuera, hacia la derecha. La propiedad vecina se parecía a una escuela abandonada, sin ningún edificio escolar. En cambio, las estructuras de ladrillo parecían haber sido convertidas en casas de apartamentos pintorescos. Toldos bonitos cubrían grandes ventanas. Flores coloridas de primavera alineaban las aceras que llevaban a puertas delanteras pintadas brillantemente. Zonas de juegos infantiles estaban llenas con una colección de bebés, mamás, y cochecitos más que niños mayores en edad escolar. Pero había estacionado junto al F150 negro de Darren, por lo que aparentemente había encontrado el lugar correcto. Ajusté mi bolso sobre mi otro hombro, cerré la puerta de mi auto, y caminé hacia la entrada. Después de jalar para abrir una de las pesadas puertas de metal, coloqué mis gafas de sol en la parte superior de mi cabeza mientras seguía los distantes sonidos de gruñidos por un pasillo de baldosas débilmente iluminado; la mitad de la docena de luces fluorescentes en el techo se habían quemado. Dando vuelta en la esquina, el crudo pasillo terminaba en una serie de puertas dobles de color gris, la de la derecha había sido dejada entreabierta con un banco de pesas. Cuatro tipos ocupaban lo que parecía ser un gimnasio de baloncesto convertido: uno saltaba la cuerda, uno yacía en un banco mientras levantaba una barra debajo de su observador, el último estaba separado en un rincón alejado. Aunque el gran espacio se sentía cómodamente frío, tres ventiladores oscilantes zumbaban a lo largo del perímetro, barriendo de ida y vuelta en cadencias fuera de sincronización.

Ya que la lógica me decía que el cuarto tipo tenía que ser Darren, gravité hacia él. Y mientras me acercaba, observé su cuerpo agachado bajar, luego levantarse. Bajar. Levantarse. Mi respiración se detuvo y mi paso se hizo más lento mientras me acercaba. Mi boca se abrió gradualmente. Mis ojos se agrandaron. Sin camisa, gorra girada hacia atrás, manos hundidas en plateados cubos metálicos de arena, llevaba a cabo las flexiones más singulares que había visto jamás. Su piel brillaba con una capa de sudor bajo las luces más brillantes de la sección. Músculos tensos a lo largo de su espalda, hombros, y brazos flexionados bajo la tensión de cada medida caída y subida. El mundo a mi alrededor pareció detenerse, excepto por él. Arte en movimiento. Belleza en acción. La fantasía hecha realidad de cada mujer unida en un solo momento surrealista en el cual mi mente fabricó mi cuerpo debajo de esa increíble figura masculina, debajo de todo ese músculo en bruto y energía. En el siguiente descenso, se detuvo. Levantó la vista. Su mirada se cruzó con la mía. Atrapada. Sin embargo, incapaz de detenerme, estudié los rígidos contornos de músculo mientras mantenía esa posición. La artista en mí se encendió a la vida, imaginando esas líneas dibujadas en carboncillo. Su tatuaje. Mi mirada se detuvo en tres gruesas y curvas medias lunas de estilo tribal. La más grande comenzaba en la base de su cuello, donde su punta se desplegaba en varios puntos. Dos medias lunas más pequeñas superponían las puntas con la primera, cada arco en una dirección diferente, una hacia su espalda, la otra curvándose debajo de su brazo. Mi piel comenzó a calentarse bajo el foco de su atención, y grabé la imagen con fuego en mi memoria para cuando tuviera un momento de tranquilidad, más tarde. Mi boca se había secado. Tragué saliva con fuerza.

Entonces encontré mi voz cuando mis neuronas finalmente comenzaron a encenderse de nuevo. —¿De verdad? ¿Me invitas aquí y haces eso —Hice un gesto hacia él con un movimiento salvaje de mis dedos—, y se supone que tenga solo pensamientos amistosos? Sus labios se torcieron en una sonrisa. —Intenta. Forcé mi atención de regreso a su rostro y sostuve su mirada. —Todo lo que veo es un hombre sexi. Oh, mierda. Solté eso en voz alta. Sus rodillas bajaron hasta el suelo, luego sacó sus manos de la arena. —Intenta más duro. Genial. ¿Coqueta? ¿Qué tal discreción? Suspiré profundamente. —No ayudas con tu selección de palabras. Ignoró mi ocurrencia, se puso de pie, luego agarró los cubos por sus mangos antes de alinearlos contra la pared. Puro negocios. Como si no hubiera notado mi escaso atuendo. O mi sensualidad. O tal vez sí… pero había estado demasiado atónita por sus eróticas flexiones. —¿Qué hay con la arena? —Lo seguí. Agarró una toalla blanca, luego la pasó por su cuello y sobre el pecho. —Enderezo mis dedos, luego hundo mis manos y las curvo en un puño parcial para anclarme. Construye una mano fuerte para la batería. —¿Eres baterista? —Hice una pausa a medio paso con un fuerte pestañeo. —Desde que tenía cinco años. —No tenía ni idea. Me contempló por un momento. —Nunca preguntaste.

Cierto. Por otro lado, no había necesitado saber mucho acerca de un tipo que se suponía fuera una aventura de una noche. Ahora que nos habíamos desviado al territorio de amigos, las reglas habían cambiado al parecer. Hice un gesto con la cabeza hacia los cubos. —Quiero intentarlo. Sus cejas se levantaron mientras seguía mi mirada. —¿La arena? —Sí. ¿Por qué no? —No. Te harás daño. Y demasiado áspera para tu piel. —Se dirigió a un estante, agarró dos mangos de metal negro sobre bases circulares—. Prueba con estos. Dejé caer mi bolso al lado del suyo, luego observé mientras colocaba los mangos en el suelo separados casi a la anchura de mis hombros. Cayendo de rodillas, observé los mangos. Entonces agarré sus asideros cubiertos de goma con un agarre sólido y me puse en posición de plank sobre estos. Bajo su escrutinio, tensé mi cuerpo de pies a cabeza, luego bajé hasta que mi nariz estuvo a un par de centímetros del piso. Contuve el aliento cuando fuego se encendió en las profundidades de mis músculos. Con una exhalación fuerte y constante, con los brazos temblorosos, me empujé de nuevo hacia arriba. —Bueno. Estoy bien. —Caí de rodillas para luego ponerme de pie. Su risa profunda me molestó. —Está bien —gruñí—. Obviamente, necesito hacer más de esto. —Giré un dedo alrededor del piso del gimnasio. Me lanzó una mirada divertida. —¿Por qué no empezamos corriendo? Desde un pequeño refrigerador junto a la unidad de estantería, agarró dos botellas de Gatorade azul, luego se dirigió hacia una puerta en el fondo. Lo seguí, acelerando mis pasos para mantenerme a la par de su largo paso casual.

—Entonces ¿qué te hace un gran entrenador personal? —Me pregunté si se había ofrecido porque quería estar más cerca de mí… o si había hecho lo mismo por otros—. ¿Eres deportista? —Corría en pista en la secundaria. —Ah. —En otras palabras, no era la gran cosa mostrarle a una chica cómo correr alrededor de una pista. Afuera, el sol deslumbraba desde un cielo azul claro. Me puse mis lentes de sol de nuevo mientras un ligero frío matinal bailaba sobre mi piel. Examiné la pista de goma de color arcilla y las gradas de aluminio del estadio que se alineaban a ambos lados. —¿Qué es este lugar? Se quitó su gorra y la hizo girar para luego apretar la visera y bajarla por su frente, haciendo sombra en sus ojos. —Una antigua universidad privada. La ciudad la convirtió en un centro comunitario hace unos años. —Inclinó la cabeza hacia un lado, evaluándome por un momento, luego miró a través de la abertura en la valla de tela metálica—. Comenzaremos con un trote suave y agradable alrededor de la pista a modo de calentamiento. Sonaba bastante simple. Una vez que nuestros zapatos golpearon la pista, estableció ese ritmo fácil y agradable —también conocido como paso activo— el cual emparejé, determinada a mantener el ritmo. Alrededor de la primera vuelta, me quedé seriamente sin aliento, incierta de si podía mantener una conversación. Lo bueno era que Darren no era hablador mientras corría. A medio camino en la siguiente recta, mis pulmones comenzaron a arder. Mi enfoque se puso en sintonía con los elementos individuales de mi cuerpo: largas inspiraciones y exhalaciones con fuerza, cerebro obligando a que las piernas cansadas mantuvieran el ritmo, brazos bombeando al lado opuesto a cada zancada. Mi pulso latía en mis tímpanos. Mis pulmones quemaban con cada respiración.

Mis piernas solo… se detuvieron… al comienzo de la segunda vuelta. Me doblé, manos sobre las rodillas, jadeando en busca de aire. Aparecieron puntos en los bordes de mi visión. —Tranquila, Flash. Párate derecha. Manos detrás de tu cabeza con tu barbilla levantada; respirarás con más facilidad. —Agarró mis antebrazos con fuerza, luego los levantó. De repente estábamos en el espacio del otro. Él levantando mis brazos por encima de mi cabeza. —Respira —ordenó en un tono bajo. Cerca. Demasiado cerca. Sudor brillaba en su rostro, una sola gota cayendo desde el nacimiento de su cabello hasta su frente. Correcto, “respirarás con más facilidad”. Mi jadeante respiración absorbió sus exhalaciones controladas, mezclando nuestro aire. Nuestros labios flotaban a meros centímetros de distancia mientras él bajaba su mirada hacia mí por el más breve segundo. Como si pudiéramos lanzar la precaución al viento y cerrar la brecha. Como si no importara cuál había sido su desafío, y lo que yo había prometido. Un instante después, el momento desapareció cuando soltó su agarre de mis brazos. Levantó sus manos por encima de su cabeza y cerró los dedos de la mano derecha en su muñeca opuesta. Luego señaló hacia adelante y reanudó nuestro curso con un paso casual. —Mantén esa barbilla en alto, abre los pulmones. Camina. Incapaz de recuperar el aliento, con un dolor agudo y punzante en mi costado, imité su postura y ritmo, unos pasos detrás esta vez. No tenía ni idea de dónde había venido mi vena competitiva —relajada y de libre fluir era más mi estilo—, pero los límites de mi cuerpo habían anulado todo lo demás. A lo largo de la curva de la pista, caminamos. Cuando llegamos a nuestro punto de partida inicial al final de la curva, se detuvo.

—¿Lista? No. —Sí. Y allí estaba, mi recién descubierta vena competitiva, de regreso con venganza. Tal vez no estaba funcionando por sí misma, sino que Darren la provocaba en mí. O tal vez era frustración porque mi plan de coqueteo seguía cayéndose en el camino. Cada vez que conseguía acercarme a él, me lanzaba fuera de equilibrio. En nuestra reanudada carrera, su ritmo desaceleró. Y esta vez fue un poco más fácil seguirle el paso. Una vuelta adicional. Sin colapsos. Otra: falta de aliento, pero sosteniéndome. Después de la tercera vuelta sin descanso, la cuarta si era incluida la penosa primera vuelta, redujimos la velocidad y llegamos a los dos bancos de metal a la sombra donde había dejado los Gatorade. Una ligera condensación goteaba de la superficie de las botellas. Con los brazos levantados de nuevo, paseamos a lo largo de la corta longitud de los bancos. Entonces destapó una de las botellas y me la entregó antes de abrir la suya y beber. Después de una lenta inhalación, eché mi cabeza hacia atrás para permitir que el dulce y frío líquido salpicara mi lengua y, con tragos codiciosos, cubriera mi garganta reseca. —Nada mal. —Pasó la parte posterior de su brazo sobre su boca. Su tono había bajado el timbre, casi como si hubiera hecho la declaración con un doble sentido. Pero con su rostro inclinado ligeramente hacia abajo, y sus ojos ocultos bajo la visera de su gorra, no podía descifrar su expresión. Me encogí de hombros, actuando indiferente. —Mejoraré. —El tan solo estar fuera del almacén, lejos de las presiones de la vida real, impulsaba mi ánimo, hacía que el abuso de mis músculos lo valiera. —Dame unos diez minutos mientras te refrescas. —Empezó a alejarse trotando.

—¿Adónde vas? —Enrosqué la tapa, colocando mi botella medio llena junto a la suya vacía. —Escaleras. —Se detuvo y señaló unas gradas metálicas inclinadas. Observé las gradas que destellaban bajo el sol brillante. Antes de que tuviera la oportunidad de huir de nuevo, sonreí y corrí para alcanzarlo. —¿Me vas a entrenar, o qué? —Le di un ligero empujón en el pecho, luego salí en tromba delante de él. La última imagen en mi mente fue la comisura de sus labios levantándose. Pero pronto todo pensamiento sobre él se desvaneció mientras la sabiduría de mi arrogancia levantaba su dolorosa cabeza. A pesar de todo, me forcé camino arriba, escalón tras escalón, músculos gritando, yo ignorándolos. Cuando aminoré el ritmo a una media docena de escalones de la parte superior, se emparejó a mi lado. —¿Estás bien? —Sí —fue todo lo que pude decir. —¿Estás segura? Tu rostro se está poniendo rojo. —No. —Todo dolía. Pero me impulsé. Cuando llegamos a la fila superior, se detuvo. —No hay nada vergonzoso en tomarte con calma tu primer intento, Flash. Mejor mantén tu ritmo así no te lesionas y tienes que dejar de entrenar. Mis ojos se estrecharon. —¿Por qué me estás llamando “Flash”? Sonrió. —Es mejor que tortuga. Golpeé su hombro. —Kiki. El nombre es Kiki. —Bajé por los escalones metálicos con mis piernas temblando—. Y he terminado —grité por encima de mi hombro.

Un rápido repiqueteo siguió hasta que estuvo justo detrás de mí, expresando: —Tengo que ducharme y luego ir a clase, de todos modos. Penúltimo escalón. Último escalón. Final. Y no había caído de bruces: un logro importante. —¿Qué estás estudiando? —No me lo imaginaba en la universidad. Aun así, otra pieza de información que no me había molestado en desentrañar de él. —Ingeniería de sonido y teoría de la música. —¿Teoría de la música? —Analizamos cómo crean los grandes compositores. Aprendemos el lenguaje detrás de la música. Ingeniería de sonido porque los músicos no siempre la crean. Pero por lo general hay una necesidad de técnicos en música, películas y juegos. —Guau. Suena… técnico. —Brillante. Claramente, mi corazón agitado había interrumpido la capacidad de que mi cerebro formulara respuestas cultas; había desviado todo el oxígeno hacia mis desesperados músculos. —Entonces ¿qué piensas? ¿Lista para algo diferente la próxima vez? — Mantuvo la puerta del gimnasio abierta. Lo rocé al pasar, haciendo mi mejor esfuerzo por ignorar el tentador calor de su cuerpo y su aroma masculino sexi como el infierno. —No lo sé. ¿Qué constituye diferente? —Es una sorpresa. —Me dirigió una mirada seria, luego esperó un segundo—. ¿Dentro o fuera? Ambos. Mis neuronas saltaron a la vida mientras mis pensamientos se iban consumiendo. Lucía increíble, todo caliente y sudoroso y sin camisa.

¿Qué demonios estaba haciendo? Perdiendo el control. Mantenía a los chicos a una distancia segura. Bombones. Diversión. Eso era para todo lo que me había sentido lo suficientemente cómoda después de… Tragué con fuerza, negándome a ir allí. Las campanas de alarma que deberían haber estado haciendo un ruido sordo en mis tímpanos parecían amortiguadas. El instinto de conservación se había vuelto inexistente. Todo acerca del hombre de pie delante de mí me tentaba a acercarme, a averiguar más, tomar lo que tuviera para ofrecer… sin importar el riesgo. Tomé una respiración profunda, luego la solté, atreviéndome a enfrentarme a lo desconocido, atraída por ello. —Dentro. Muy definitivamente dentro.

Darren

D

ucha rápida. Carrera a través del campus. Apenas lo había logrado. Corrí más rápido, metiendo la mano en el hueco de cinco centímetros que dejaba la puerta al cerrarse.

Todo el resto de la clase, diecisiete, ya se había instalado en sus asientos. Como de costumbre, giré a la izquierda, hacia el fondo. Trey me saludó alzando su barbilla, luego levantó un vaso de Starbucks. Lo agarré mientras tomaba asiento. —No estaba seguro de si vendrías —señaló con voz áspera justo cuando el profesor entraba a nuestro auditorio por la puerta en la esquina opuesta. —Tampoco estaba seguro. Resultó que no había tenido prisa por dejar a Kiki. La había escoltado hasta su auto. Le había preguntado qué haría durante el resto del día. Había quedado atrapado en su descripción de una nueva escultura de girasol en la que había comenzado a trabajar. Conmocionado como el infierno cuando me había dado cuenta del tiempo, o de que había perdido la noción del mismo al querer pasar más tiempo con ella. Trey se encorvó en su silla hasta que su peluda y rubia cabeza se apoyó contra la pared de ladrillos. Inclinó su rostro hacia mí. —Te conseguí la audición. Solté un suspiro de alivio. —Gracias, hombre.

Durante los siguientes segundos, mientras el profesor seguía hablando sobre el enfoque de la teoría transformacional, la emoción se disparó a través de mí con tanta fuerza que mis piernas empezaron a rebotar. Era una apuesta arriesgada: baterista de estudio para el trompetista Dino Mathis, un fenómeno creciente del jazz. Una oportunidad única en la vida no solía presentarse a estudiantes universitarios de clase trabajadora como yo. Pero el padre de Trey era propietario de una compañía discográfica en Nueva York. Y no me oponía a usar sus conexiones. Sí, no era exactamente lo que había soñado cuando era un niño. No era mi propio concierto en una banda. No estaría en un escenario delante de miles de fanáticos gritando. Pero mis sueños habían cambiado en el último par de años. Comida en la mesa, vida familiar estable, y todo el mundo metido en la cama por la noche y despertándose por la mañana eran mis objetivos primarios. Trabajar en diferentes lugares, terminar mi carrera, y ejercitarme como una máquina — manteniéndome en el lado bueno de la cordura— ayudaban a mantener esos objetivos controlados. No había tiempo para cosas que quisiera para mí. Aún no. El tiempo con Kiki caía en territorio prohibido. Algo que me hacía sentir un poco más vivo. Algo para mí. Pero ¿la única manera en que funcionaba? Manteniendo las cosas neutrales. Y ponerlo en sesiones de entrenamiento de una agenda ya programada parecía la manera perfecta de hacerlo y no perder el control de nada más. Trey inclinó su cabeza hacia mí. —La audición es el viernes a las nueve de la mañana. —Maldición. Es temprano. Y en hora pico. —En Manhattan. Un viaje de dos horas durante horas no pico. —Lo siento, amigo. Solo sirvo de mensajero. Papá es el que manda. ¿Todavía quieres la sesión de improvisación en casa de Nick? Ir a casa de Nick era el jueves, justo antes de la hora en que había acordado encontrarme con Kiki para su segunda sesión de entrenamiento. La audición era un día después. Pero Trey sabía cuán limitado era el tiempo en mi agenda. Para poder contar con todo un día para la audición, otras cosas tenían que ser

canceladas. Me perdería dos clases de la mañana del viernes y una reunión mensual de personal en Loading Zone. Pero lo concerniente al bar estaba en piloto automático y ya tenía todo en orden para la fiesta Solo con Invitación del sábado. —Sí, estoy bien. —Con el fin de seguir adelante, hacer más dinero, y obtener más seguridad en la vida, había que hacer sacrificios. El sueldo de un baterista de estudio podría ser más del cuádruple de lo que ganaba como DJ. Tal vez me permitiría renunciar a Loading Zone. Haría más fácil mi crisis de tiempos. Pasaría más noches en casa. El recordatorio de casa entraba en conflicto con pensamientos de Kiki. Culpa me recorrió. ¿Cómo hacer espacio en mi agenda para entrenar a Kiki se complementaría con el compromiso que había hecho a la única cosa más importante para mí, la única persona a la que había prometido cuidar, mantener segura… amar? Exhalé pesadamente, enojado conmigo mismo por enterrar mi cabeza en trabajo y ejercicio y clases. Dejé reposar esos pensamientos por unos completos diez minutos, mirando el reloj sobre la pizarra, sin oír una palabra de la clase del profesor. Entonces algo fundamental cambió profundamente en mi interior. La justificación de mantener una existencia superficial con el fin de evitar otro desastre ya no se sentía bien. ¿Por qué tan repentinamente? Kiki. Maldición. La brillante escultora con risa amigable y firme determinación, una chica que aspiraba a más en su vida, me hacía querer más para la mía… y para todo el mundo en esta. La chica a la que no había visto venir tiró de mi corazón… aunque no podía pertenecerle a ella.

ñ

Kiki

E

l jueves por la tarde estacioné en la dirección que Darren me había enviado por mensaje de texto diez minutos antes.

Emoción nerviosa martilleó en mi pulso, y dejé escapar un fuerte suspiro para calmarme. Me aferré al volante, mirando hacia una calle vacía a través del parabrisas. Entonces miré por mi retrovisor. “Coqueta, adorable, y sensual”. Las palabras habían sido un mantra fortificante la última vez que me había reunido con él. Y aventurarse en el territorio desconocido de amigos —al que quería follar— al menos no había caído sobre mi rostro. Ni corriendo ni nada más. Pero no calmó mis nervios esta vez. Amigos. Sin calificador sexual. Solo amigos. El latido de mi corazón comenzó a disminuir gradualmente. Después de unos segundos de respiración más tranquila, salí de mi auto. Había casas antiguas en buen estado en fila a ambos lados de la calle. Había un puñado de autos estacionados a lo largo de los bordillos. Un par situados en las calzadas. La mayoría eran vehículos antiguos. Los cautivadores acordes de un bajo llamaron mi atención. Provenían de la casa de enfrente y me llevaron hasta la mitad de un pasaje bordeado de flores antes de que me diera cuenta de que no había cerrado la puerta de mi auto. Aun así, permanecí anclada en el lugar. Algo lleno de sentimiento del sonido penetró profundamente en mis huesos. El efecto era hipnotizante. Una errante brisa deslizó una pequeña bolsa de papel marrón por la acera. Su estruendo al arrugarse continuó hasta que se alojó detrás de mi neumático trasero derecho. Regresé a mi auto y cerré mi puerta. Luego levanté la bolsa de

papel, la arrugué, y la puse debajo de la tapa de un bote de basura metálico que encontré por la acera. Segundos después, la increíble música se detuvo. Se oyó el zumbido de un motor mientras la puerta del garaje para dos autos se levantaba lentamente, revelando los ocupantes en su interior. Cinco personas de pie en el espacio vacío. Dos chicos en edad universitaria sostenían guitarras. Inquietantes tonos graves comenzaron a salir del bajo, tocado por una chica, mientras que un chico larguirucho cubría una delgada cubierta sobre un teclado. El quinto integrante salió de detrás de un set de batería. Darren. Miró en mi dirección por una fracción de segundo antes de volverse hacia sus compañeros de banda. Uno de los chicos pasó su cabeza por debajo de la correa en su hombro, sacándose la guitarra. El guitarrista restante se acercó a la chica con el bajo. Tocaron un riff de rock corto, luego se detuvieron y se rieron cuando ella erró una nota. Incómoda por molestarlos, ya que había aparecido temprano, apoyé una cadera en la esquina trasera de mi auto, esperando. Darren aseguró sus baquetas en un estuche colgado de uno de sus tambores más grandes, luego se acercó a la chica. Ella asintió, luego echó un vistazo en mi dirección. ¿Entrecerró sus ojos color carbón? Entrecerré los míos, evaluándola de nuevo. Era joven, tal vez recién salida de la secundaria. Su oscuro cabello largo hasta los hombros tenía un grueso mechón rosa brillante en un lado. Llevaba unos jeans deshilachados y desteñidos, una remera henley gris oscura que se adhería a una figura bien formada, y una gorra negra de repartidor de periódicos que estaba colocada oblicuamente, bajando sobre su ceja derecha. Mi vista fue repentinamente bloqueada por el cuerpo de Darren. La abrazó —tanto como podía con un bajo entre ellos—, luego se quedó allí por un momento, la cabeza inclinada hacia abajo. Segundos más tarde, se volvió hacia mí y comenzó a caminar por la calzada. —Oye, Flash. —Sonrió.

Fruncí el ceño ante el apodo que había heredado. —¿Estás listo? —Síp. ¿Quieres seguirme o ir en mi camioneta? Dudando, miré la calle en silencio otra vez. —¿Está bien si dejo mi auto en tu casa? —No es mi casa. Es de Nick. Pero sí, está genial. A punto de aclarar cuál era Nick —la chica o uno de los chicos—, mi mandíbula se abrió, mi mente quedando en blanco mientras miraba sus pies. —¡Vibrams! —Señalé sus zapatos de color gris y naranja a modo de acusación. Se encogió de hombros y me abrió la puerta del copiloto. —Sí, ¿y? —Pero… me atormentaste por los míos. Se apoyó en mi ventana abierta, torciendo una sonrisa maliciosa. —Tenía que burlarme de algo, amiga. —¿Cuándo los compraste? —Por mucho que amara los mías, los que él estaba usando me enloquecían. —Hace un tiempo. —Rodeó la parte delantera de la camioneta, entró, encendió el motor, y arrancó antes de continuar—: Tienes razón. Son el mejor calzado para tus pies. Pero, en mi opinión, depende de dónde corras. —Como ¿dónde? —Ya verás. —Se detuvo al final de la calle, luego se volvió hacia la autopista. No dijo nada más mientras se fusionaba con el tráfico. Pasamos una salida, luego otra. Un cómodo silencio se instaló entre nosotros y cerré los ojos, preguntándome por la anomalía. ¿Qué sucedió con la chica ansiosa que necesitaba su mantra? Aun así, sin abrir los ojos, sentí una sutil tensión estimulante entre nosotros.

Exhalé lentamente, emocionada por la sensación. Mi respiración se volvió superficial en cuestión de segundos. Mi cuerpo comenzó a calentarse. Parpadeé de repente para abrir mis ojos, desequilibrada una vez más. Entonces, rápidamente, me centré en las cosas mundanas: señales de tráfico verdes, rayas en el pavimento. Después de un kilómetro más, una vez que hube conseguido controlar mi libido nuevamente, le eché un vistazo. —Entonces, ¿cómo estuvo la clase? —Me había mencionado, en el centro comunitario cuando me había acompañado a mi auto, que tenía dos clases al mediodía los martes y jueves. —Buena. Lo típico. Resoplé. —¿Qué? ¿La clase? ¿O tu corto estereotipo de discurso de chico? —Ja, ja. —Dejó caer una mirada apagada sobre mí—. El profesor es genial. Toca el saxofón alto y el clarinete. Estuvo de gira con Wynton Marsalis durante algunos años. Luego tocó con su jazz en la Orquesta del Centro Lincoln durante más de una década antes de decidirse a enseñar. —Suena como un profesor maravilloso. Asintió brevemente. —Se puede decir que lo ama. Solo escuchar sus historias hace que mi sangre circule. —¿Qué tipo de música estaban tocando allí? —Esa última era una de nuestras canciones originales. Rock con un ritmo de arrastre pesado. ¿Te gustó? —Sí. Mucho. Fue… diferente. Casi primitivo. Una sonrisa serena curvó sus labios. —Por eso me gusta también. Se filtra en tus poros. Asentí. Así era.

—La banda suena realmente genial. ¿Tienen muchas canciones originales? Se encogió de hombros. —Media docena más o menos. Improvisamos después de tocar covers durante aproximadamente un año. Creamos nuestro propio sonido durante una sesión de improvisación en una noche de borrachera. Se inclinó, agarró su teléfono del suelo, le echó una rápida mirada. Tomó la siguiente salida, frenando en una parada de cuatro vías. Nos situamos en la intersección, al ralentí. —Está bien. Momento de decidir. ¿Izquierda o derecha? ¿Fácil o difícil? —Fácil suena aburrido. —Puede ser. Vago. E interesante. —Elijo lo contrario a aburrido. ¿Crees que puedo manejar lo difícil? —No lo sé. ¿Puedes? —Su tono se llenó de insinuaciones mientras giraba la camioneta a la derecha. Está bieeen. En realidad, había estado hablando de correr. Mi libido con correa volvió a la vida una vez más. —No es justo. —Lo fulminé con la mirada—. Si quieres que mantenga mi mente fuera de la cuneta, tienes que ayudar. Soltó una risa profunda carente de disculpas. —No puedo ayudar adónde va tu mente. Desafíate. Muéstrame un poco de disciplina. —Grrr… —gruñí, sacándole una risa. Luego suspiré, renunciando a la tarea— . Bien. Estoy dispuesta a hacerlo. ¿Por qué no? He estado célibe demasiado tiempo. —¿Cuánto tiempo? —Guau. —Arqueé una ceja—. ¿Esta es una conversación de amigos adecuada?

—Claro. —Luchó contra una sonrisa—. Los amigos pueden consolar a los amigos con frustración sexual. —Ajá. —No me lo compraba. Ya estaba teniendo suficientes dificultades con estar en la cabina de la misma camioneta con él. Al menos hoy llevaba una camisa. Así que no tenía que imaginarlo desnudo. Genial. Ahora estoy imaginándolo desnudo. —Mira —interrumpió, salvándome de mis pensamientos sucios—. Iré primero: He estado célibe por dos meses. —Tonterías —escupí. Había estado en Loading Zone con frecuencia. Lo había visto irse con otras chicas. Pero tal vez no había sido reciente. Los meses parecían confundirse. El paisaje de la carretera se espesó con pinos, un ocasional sicómoro o nogal atravesando el camino. Disminuyó la velocidad y redujo la marcha a medida que nuestro sinuoso camino empezaba a subir la elevación suavemente. —Bueno, no he estado marcando un calendario, pero estoy bastante seguro de que fue después de San Valentín. —¿Antes no? —Sonreí—. ¿Asustado de la fiesta de corazones y flores? —Asustado no. Solo soy lo suficientemente inteligente como para evitarlo. —Dio una brusca inclinación de cabeza, como si eso enfatizara su sabiduría—. Tu turno. Por alguna razón, la naturaleza relajada de nuestra conversación me inspiró a querer ser sincera con él. Una parte de mí quería lo que ofrecía. Aparte de Cade, Ben, y Mase —todos esencialmente hermanos para mí—, nunca había tenido un amigo platónico. Después del desastre en la secundaria, había evitado acercarme a nadie, previniendo cualquier tipo de emoción por el sexo opuesto. Sin embargo, en el espíritu de mantener honesto nuestro experimento de amistad, reflexioné sobre la última vez que había tenido sexo. —Esperando… —Tamborileó ambos pulgares en el volante. —Pensando… —Crucé mis brazos sobre mi pecho, mirando el denso bosque a cada lado de la carretera a través del parabrisas mientras buscaba en mi memoria. Cuanto más atrás iba mi mente, más inútil parecía darle una fecha. En

el verano pasado no. En la primavera no. No después de la fiesta de Año Nuevo donde Cade había conseguido algo… y el resto de nosotros nada—. Maldición. —¿Tan malo? —Hace muchísimo tiempo. —¿Estamos hablando de meses? —Más de un año. —Suspiré—. Menos de dos. —¿Por qué tanto? —¿En serio? —Ahogué una risa—. Habrían sido unos días si hubieras cooperado. Me lanzó una mirada penetrante. Esperó un momento en silencio. Luego miró hacia delante de nuevo para cambiar de carril y girar hacia un estacionamiento de gravilla. Una vez que estacionamos, se volteó hacia mí, su expresión volviéndose más seria. —Tiene que haber otros chicos que encajen en la lista. —Por supuesto. Atletas, en su mayoría. Mi primer tramo fueron jugadores de fútbol. Luego un par de jugadores de béisbol. Un chico jugaba al hockey. —¿Nada serio? —No. —¿Ni siquiera cerca? Sí, no iba a ir allí para nada. Al parecer tenía límites con todo el asunto de la revelación. —Ni siquiera una etiqueta de “novio” —contesté a modo de evasiva, sin responder del todo a la pregunta. Agitándome bajo su repentino escrutinio, volví el tema hacia él—. ¿Qué hay de ti? ¿Qué tal el “Sr. Complicado”? Su expresión se endureció. —No tenemos suficientes horas para cubrir ese terreno.

—Mmmm… interesante. —No era la única que se retorcía bajo la presión romántica. Asintió hacia el tablero con la barbilla. —¿Lista para hacer frente a una montaña? Me incliné hacia adelante y levanté la mirada a través del parabrisas. —¿Montaña? —Hice una pausa, tragando con dificultad—. Estás bromeando, ¿verdad? —No. No tengas miedo, Flash. Es igual que la pista. Solo que en vertical. —No tengo miedo. —Resoplé, abriendo mi puerta con un empujón. —No lo pensé ni por un momento. —Imbécil —murmuré. Las comisuras de sus labios se alzaron. Sacudí la cabeza con un suave resoplido, luego arranqué hacia el comienzo del sendero, sin esperarlo. Gritó algo, pero no podía escucharlo sobre el golpeteo de mis pies y mi sangre corriendo por mis tímpanos. Por supuesto, disminuí la velocidad después de aproximadamente un minuto. Había aprendido la lección la primera vez en la pista. Correr a mi propio ritmo. Segundos después de que aminoré la marcha, me alcanzó. —¿Recuerdas las instrucciones que vinieron con las Vibrams? Asentí, frenando un poco más para poder hablar. —Pasos más cortos. Adelante y con el centro del pie en lugar de golpear con el talón. —Correcto. —Se quedó detrás de mí—. Y para nuestra primera carrera, aquí algunos consejos: caminar por las bajadas, esprintar por las subidas, y trazar tu ruta antes de tiempo… evitar rocas y troncos de árboles jóvenes. —¿Por qué caminar por las bajadas? —Nos acercamos a un tramo cuesta abajo, y desaceleré hasta caminar a paso ligero, eligiendo mi camino por las líneas de tierra marcadas.

—Hasta que estés acostumbrada a correr en un terreno desigual y cuesta abajo, es lo más seguro. No tiene sentido correr el riesgo de que te revientes la rodilla o te rompas un tobillo. —O peor. —Rodeamos una estrecha curva en el sendero, y me incliné hacia el borde exterior, echando un vistazo—. Maldición. Es una caída infernal. —No era recta hacia abajo, sino de unos buenos setenta grados, por lo menos. Nada por lo que quisiera caerme. —Correcto. Así que mantente en el borde interior del sendero. Especialmente con lo que viene en el sentido opuesto. —¿Sentido opuesto? —A través de los densos árboles, solo podía distinguir el rastro de unas pocas docenas de metros por delante. —Ciclistas, excursionistas, otros corredores de montaña. —Por supuesto. Porque si correr cuesta arriba con una escarpada en caída no es suficiente, un ciclista de montaña fuera de control a más de treinta kilómetros por hora debería asustarme como para que sea prudente. —Estará bien. —Se movió detrás de mí ya que el sendero se estrechaba. —¿Vida salvaje? —Un bosque desconocido nos rodeaba. —¿Te refieres a si habrá algo? Hice una pausa en una complicada curva cerrada, con las cejas levantadas. —¿Leones, tigres… osos? —Leones de montaña, nada de tigres… osos negros. —Genial. —Me di la vuelta, abriéndome paso a lo largo del camino rocoso, mirando fijamente las secciones de follaje más densas, de repente sintiendo ojos que me miraban fijamente desde atrás. —¿No has estado en la vida salvaje nunca antes? La pendiente se estabilizó, y reanudé mi ritmo de carrera constante. —¿El parque cuenta? —No.

No podía explicar fácilmente por qué nunca había estado en un bosque. Por alguna razón, había permanecido en lugares cerrados la mayor parte de mi vida. El arte se había convertido en mi conducto a la naturaleza, algo que creaba… un mundo en el cual tenía el control. —¡Cuesta arriba! —Anduve a toda velocidad, concentrándome en el sendero. Tracé mi camino alrededor de las rocas y las raíces expuestas, encontré secciones de barro más suaves para aterrizar las pisadas, y deseé que todos los depredadores salvajes y ciclistas de montaña en sentido opuesto permanecieran malditamente lejos. Y la euforia del corredor de la que a menudo había escuchado hablar golpeó tres cuartas partes del camino de la sección empinada del tramo. Todos mis problemas habían desaparecido. ¿Frustración sexual? Borrada. En su lugar me inundaba el sentido de lo correcto del momento, la bella extensión de naturaleza a mi alrededor… todo con un chico que había comenzado como un candidato para una aventura de una sola noche. Apenas podía creer lo que había empezado a suceder entre nosotros. No estaba segura de si siquiera confiaba en ello. Cuando había dejado de prestar atención, Darren se había transformado de un chico con el que simplemente quería conseguir algo físico… a algo que remotamente, posiblemente, vagamente se parecía a un amigo. Cuando lo comprendí, una sólida dosis de temor se esparció a través de mí. El desafío no había sido real. Solo había sido un pretexto para estar más tiempo cerca de él… incitarlo hacia aquel estatus de aventura de una sola noche que sabía que podía manejar. ¿Amigos? No sabía cómo manejarlo en absoluto. No estaba segura de poder hacerlo. Para hacer frente a la repentina elevación de ansiedad, corrí más rápido, me presioné más. E hice aquello en lo que parecía ser una experta últimamente: poner una cara valiente y obligarme a ignorar la amenaza.

Darren

C

on un repentino estallido de energía, Kiki se adelantó. —¿Cómo luce mi figura corriendo? Jodidamente espectacular.

—Genial. Casi tropecé. Su trasero se veía increíble en esas apretadas calzas. Concéntrate, D. Sacudí la cabeza para despejarme. Necesitaba estar en el programa al que había ajustado a Kiki. Era solo una amiga. Todo lo que podía llegar a ser. En una sección de nivel algunos metros por delante, se dio la vuelta. Mejillas rosadas por su esprín. Cabello negro recogido en una coleta en vaivén. Solo que su cabello no era completamente negro; la luz del sol iluminaba la parte superior de su cabeza, centelleando un destello color castaño oscuro. Sus pechos se levantaban y caían mientras trataba de recuperar el aliento. Ojos arriba, idiota. Sí. ¿Toda esa cosa de “amigos”? Más difícil de lo que había pensado. Felicidad irradiaba de sus ojos, de color azul brillante a la angulada luz de la tarde. Tan pronto como llegué a tres metros de ella, salió a toda velocidad por el sendero en ascenso a un ritmo aún más rápido. —Tranquila, Flash —grité, aumentando la velocidad—. No te voy a levantar del suelo.

Verdad… Cerré rápidamente la brecha entre nosotros; me aseguraría de amortiguar su caída. De ninguna otra manera que como un amigo. Protector. El papel que había asumido, dado que me calzaba como un segundo guante. Mis pensamientos se volvieron oscuros, recordándome dolorosamente que no siempre había tenido éxito. Le había fallado a una persona. Una vez. En la peor manera posible. El recuerdo servía como castigo y motivación. Me ayudaba a fortalecer mi determinación de no dejar que otra alma cayera bajo mi cuidado. Y era la razón por la cual no podía ser más que un amigo para Kiki. Porque alguien más a quien había jurado proteger sobre todas las cosas tenía que venir primero. Pero en el sendero por delante, Kiki estaba a mi cargo. Y… —Maldición —gruñí en voz baja mientras corría fuera de mi vista en una curva por segunda vez en varios minutos. Para cuando finalmente quedé a unos pasos de ella otra vez, casi habíamos llegado a la cumbre. No una gran distancia, sino el perfecto y desafiante sendero para principiantes: densamente boscoso, una mezcla de rectas onduladas junto con varias subidas constantes. —¡Iujuuuu! —Extendió los brazos en una V por encima de su cabeza en la zona del mirador en la cumbre e inhaló grandes bocanadas de aire. Luego ofreció una amplia sonrisa. Sonreí. No pude evitarlo. —¡Vamos, únete a mí! —Relajó sus brazos a mitad de camino, entonces los alzó en una V de nuevo—. ¡Se el árbol! Resoplé una breve carcajada, entonces apreté los labios. Me forcé para que mi tono fuera cómicamente monótono. —Se el árbol. —Levanté mis brazos lentamente para unirme a ella. —Síp. Se el árbol. En el momento. Uno con la naturaleza. Se. El. Árbol. — Sus ojos se agrandaron mientras puntuaba cada palabra—. Voy a hacer camisetas. Antes de que tuviera la oportunidad de opinar, estaba en marcha de nuevo, energía en movimiento.

—Maldición, Flash. —Caminé más cerca de donde se paseaba en un amplio círculo en la tierra del mirador—. Las endorfinas son tu tipo de droga. —¡Me siento increíble! —Echó los brazos hacia arriba de nuevo. —Pensé que esto te gustaría más que correr por el pavimento. Tú y la naturaleza. —Mi arte. —Su sonrisa se suavizó. —Exactamente. —Aunque me sorprendió que no hubiera dado ese salto antes. Habría pensado que la naturaleza era su segundo hogar. —No quiero irme de aquí —anunció con un duro asentimiento—. Eso es. Que se joda la carrera de cinco kilómetros. Voy a correr por el bosque. No tenía idea de por qué me llenó de orgullo su declaración, pero lo hizo. Tal vez porque había encontrado su elemento en un deporte al que había sido atraída por mí. Y la había guiado el resto del camino. En una repentina ráfaga de energía, irrumpió hacia el borde, inclinándose hacia una pequeña roca aplanada. Se retorció mientras se acercaba, luego se levantó, saltando sobre esta. —Iujuuuu… uuuu… uuuu… —Su entusiasmo resonó a través del cañón. Un chillido lo traspasó. Entonces saltó hacia arriba justo cuando la roca se sacudía, y cedía. Me lancé hacia adelante, pero la distancia era demasiado grande. —¡Darren! —Se aferró a la rama de un pino, mirando hacia afuera. Alrededor de medio metro más allá del borde. Joder. Pánico se apoderó de mí. —Agárrate fuerte, Kiki. —No voy a ninguna parte. —Su tono se volvió sombrío. Joder. Joder. Joder.

—¿Puedes darte la vuelta? —Adrenalina se disparó por mis venas, agudizando lo que debía enfocarme. En lugar de responder, se agarró con más fuerza. Un par de segundos más tarde, liberó su asidero izquierdo y, con un movimiento rápido, torció el brazo, cruzó sus muñecas, luego liberó su otra mano y se dio la vuelta. Sus ojos estaban llenos de terror. —Estás bien, Kiki. Solo mírame. Ya casi estás ahí. Confía en mí. Respondió con un breve asentimiento, luego tomó una profunda respiración. —¿Puedes balancearte hacia mí? Frunció el ceño. —No estoy segura. La rama se está inclinando. Siento que estoy cayendo. Me había dado cuenta de eso. No había querido mencionarlo. La madera más nueva no había ganado suficiente resistencia de tensión como para soportar su peso por mucho tiempo. —Concéntrate en mí. Dame un balanceo fuerte. Luego un segundo. En el tercero, suéltate. —Me acerqué lo más que pude al borde mientras lidiaba con el suelo inestable. Flexionó los brazos inmediatamente, luego se balanceó a mitad de camino hacia mí. Al regresar, sus ojos se abrieron y contuvo el aliento con pánico, las piernas colgando al aire libre. Cuando se balanceó hacia adelante la segunda vez, sucedió un fuerte crujido debido a la fuerza y la rama empezó a romperse. ¡Mierda! —¡Suéltate! —grité. El instinto me hizo lanzarme hacia la derecha en el último segundo para poder lanzarme hacia ella desde el costado. Mientras plantaba un pie, me agaché, salté hacia adelante, y apunté a sus piernas. Envolví un brazo detrás de sus rodillas y tiré con fuerza hacia tierra firme. Tropezamos a los costados en una maraña de brazos y piernas antes de aterrizar en un montón de tierra. —Joder. —Dejé escapar un suspiro de alivio—. Eso estuvo cerca.

Lo único que nos salvó —que la salvó— fue una reacción en cuestión de segundos. Un parpadeo más tarde y… ni siquiera quería pensar en ello. Su cuerpo cubrió el mío, sus manos aferrándose fuertemente a mis hombros, piernas sujetas a mis caderas. Su pecho se apretó contra el mío, amplificando lo fuerte que palpitaban nuestros corazones. Con cada respiración alargándose, comenzó a ceder su agarre de muerte en mí. Entonces su cuerpo comenzó a temblar. —Oye, está bien —murmuré—. Estás bien. —Le froté la espalda con el otro brazo. —Gracias. —Habló en el más ligero susurro. La chica más ruidosa que la vida que había estado gritando desde la cima de una montaña segundos atrás había sido humillada por la naturaleza. —Nada de preocupaciones. Solo otro día corriendo. No se rio de mi humor seco. No hizo ningún movimiento para levantarse de mí. Adrenalina comenzó a filtrarse a través de mis venas cuando el peligro hubo desaparecido. Entonces la sangre inundó otra parte. Su agarre en mis hombros se apretó. Apartó el cuerpo lo suficiente como para mirarme a los ojos. —Ummm… ¿estás poniéndote duro por mí? —Sí. —No tenía sentido negarlo. La evidencia emergía allí mismo entre nosotros—. No puedo evitarlo. Estás encima de mí. Su primera sonrisa desde que habíamos aterrizado en el suelo apareció lentamente. —Tú me pusiste aquí. —Su voz estaba llena de provocación. No me molesté en discutir. Era mejor tenerla a salvo y hacerle frente a una furiosa erección.

Mi mirada se posó en sus labios carnosos; el inferior estaba rojo. La recordé mordiéndolo mientras había estado colgando de la rama de ese árbol. Frustración se disparó dentro de mí repentinamente: la había dejado ponerse en peligro para empezar. Dejé escapar un profundo suspiro, tratando de expulsar la creciente ira contra mí mismo. Su sonrisa titubeó. Entonces se apartó de mí y rodó sobre la tierra, extendiendo sus brazos muy amplios. El dorso de una mano me golpeó en el pecho. Levantó la mirada hacia el cielo, su sonrisa ampliándose una vez más. —¡Iujuuuu! —gritó más fuerte que antes. Sacudí mi cabeza, riendo entre dientes. El humor funcionó. Mejor que el giro equivocado casi mortal que casi habíamos tomado. Y el camino sexual hacia el que habíamos tropezado… Con un gruñido, ignoré un destello de dolor que se disparó a través de mi cabeza por el golpe en el suelo y me empujé en posición vertical. Entonces le ofrecí una mano. La agarró y nos sacudimos el polvo. Entonces doblamos nuestros brazos y piernas metódicamente para buscar lesiones. Me pasé las manos por los brazos y piernas, luego la miré a ella. —¿Algún agujero? Su frente se arrugó, entonces las comisuras de sus labios se torcieron. —No me dispararon; caímos. —Se dio unas palmaditas, luego asintió en mi dirección—. Estoy bien. Con una lenta exhalación, dejó caer sus manos a sus caderas. Luego estrechó sus ojos hacia el sendero por la dirección en la que habíamos venido antes de mirar hacia donde continuaba. —¿Qué camino, entrenador? Hice un gesto hacia el sendero en la dirección por la que vinimos.

—Kilómetro y medio caminando cuesta abajo hacia el auto. Otros tres si seguimos adelante. Arqueó las cejas. —¿Corriendo? —Corriendo. —Entonces será mejor que mantengamos el ritmo. De ninguna manera voy a permitir que un pequeño tropiezo saque lo mejor de mí. Sin previo aviso, marchó por la próxima curva. Corrí detrás de ella, asustado como la mierda de que su actitud kamikaze la arrojara a otra situación peligrosa. Había un montón de otras bajadas y curvas ciegas. La alcancé alrededor de la siguiente curva, entonces troté a su lado. —Siempre que puedas, escrudiña hacia adelante para anticipar que te arrollen. Recuerda a esos ciclistas de montaña adictos a la adrenalina que toman bajadas a velocidades idiotas. Presionó más nuestro ritmo. Como para ponerme a prueba. O poner a prueba nuestra capacidad de hablar mientras corríamos. —¿Y tu sugerencia? ¿Si me cuadro con un ciclista imprudente? —Salta hacia la montaña. Aunque tengas que lanzarte. Obliga a que cualquiera que se aproxime tome el exterior. Hace que reduzcan la jodida velocidad. —Entendido. Me arrojo hacia la montaña. —Sus alientos salían en jadeos cortos entre sus palabras, aun así mantenía el desafiante ritmo—. ¿Algún otro consejo? —Sí. Cuidado con los ángulos engañosos en las curvas. La lógica te dice que la pendiente se inclinaría hacia una curva. Sin embargo, a veces sucede lo contrario: se sesga hacia el borde exterior. Tierra suelta y rocas sueltas son como los rulemanes. Tus pies se deslizan si te inclinas demasiado hacia el interior en un ángulo hacia afuera como ese. El sendero hace lo que quiere y no tiene piedad si no estás a bordo.

Ahora me había quedado sin aliento. Ella también. Y no había estado hablando. Aun así nos presionamos, el ritmo bajando gradualmente a medida que la pendiente se estabilizaba en un suave ángulo cuesta abajo. Tan pronto como apareció una recta nivelada, esprintó hacia adelante. Cuando hubo ganado unos diez metros, miró por encima de su hombro. —¡Una carrera! Arranqué, aumentando la velocidad. No tratando de vencerla, sino empeñado en mantener el ritmo. La chica que había querido “ponerse en forma” tenía todo tipo de sorpresas bajo la manga, incluyendo una capacidad natural para correr. Y una energía ilimitada. Y ningún temor a las montañas… ni a sus desniveles. En mi mundo de apuros de una cosa a la otra, apenas manteniendo todo en orden, Kiki Michaelson era un soplo de aire fresco. Y de repente me encontré queriendo… más.

Kiki

—E

spera. Darren, ¿hay una carrera para esto?

Desacelerando a un trote, arranqué la hoja del tablón de notas del punto de partida, luego me paseé en un amplio círculo. Mi respiración salía en pequeñas ráfagas por esprintar la recta que se había extendido desde el final del sendero hasta el estacionamiento de grava a toda velocidad. —Claro. Participantes habituales, en su mayoría. —Esto. —Pegué el papel contra su mejilla—. Esta es la carrera que quiero correr. —Casi palmas en la cima. ¿Ahora quieres meterte con otros cien locos? —¿Me llamaste loca? —Sí. —Levantó su mano y palmeó la cima de mi cabeza, frotando sus dedos sobre mi cuero cabelludo—. ¿Seguro no te golpeaste la cabeza? Aparté su brazo de golpe. —Positivo. No tenía idea de por qué de repente quería correr una carrera de sendero, pero lo quería. ¿Las endorfinas por correr? Sí. Me estaba sucediendo eso. Pero toda la naturaleza, los árboles, tal vez todo el oxígeno de ellos, me tenían en un subidón. Algo del sendero me daba energía… diferente que la pista. Arrancó el volante de mi mano, entonces lo estudió.

—Acorta la ventana temporal. A solo cinco semanas. ¿Segura que estarás lista para esto? —Lo estaré si me entrenas. —Ahí, lo había dicho… admitido que quería que fuera parte de esto. No estaba segura de lo que había sucedido en esa montaña. Aunque no habíamos cruzado ninguna línea respecto a nuestro acuerdo conscientemente, algo había sucedido. La constante atracción entre nosotros se mantenía, pero se había encendido más en aquellos tensos segundos en los que la vida y la muerte habían colisionado. Se había formado un vínculo. Entonces una vez que todo se hubo calmado, se había excitado. Por mí. Encima de él. Y mi cuerpo había respondido al instante. Tal vez había sido la adrenalina corriendo por mis venas. La potente emoción de peligro seguido por la dura jaula de sus músculos rodeándome, protegiéndome, tenía que haber sobrealimentado mis terminaciones nerviosas. Entonces ¿por qué está sucediendo lo mismo ahora? Mi cuerpo se calentó. Comenzó a palpitar en todos los deliciosos lugares en los que nos habíamos tocado. Y permanecía a un buen metro de distancia de él. La amenaza que enfrentaba no tenía nada que ver con acantilados altos y gravedad mortal. Estaba de pie delante de mí, un hombre de metro noventa repleto de masa muscular y un sentido del humor ácido. Aun así, sin importar el peligro, mi sentido común se había ido de vacaciones al parecer. Porque algo en el fondo me hacía querer presionar el asunto, estar cerca de él de cualquier manera que pudiera. Solo amigos. Inicialmente, había comenzado nuestra aventura de entrenamiento con un motivo oculto. Imaginé que el tiempo juntos lo convencería de que quería tener sexo conmigo. Ahora empezaba a preguntarme si ser puramente platónicos era lo mejor.

Lo más seguro. Exhalé un lento aliento, observando su perfil. No había respondido. No estaba segura de que me hubiera escuchado, ya que continuaba leyendo una página que solo tenía dos párrafos cortos. —Entonces ¿lo harás? ¿Me entrenarás? —No será fácil. —Me observó detenidamente. —Fácil es igual a aburrido. Pensé que establecimos eso en la camioneta. —¿Estás segura de que estás dispuesta a esto? ¿A mi manera? ¿A mis métodos? ¿Cuán duro podría ser? ¿Más vueltas al estadio? ¿Flexiones con cubos de arena? No me aclaré, solo asentí. —Puedo manejarlo. Miró la tierra por un breve momento, luego levantó la mirada hacia mí. —Sí, está bien. No tengo más tiempo en mi agenda. Pero si entrenaras por tu cuenta mientras tanto, y encontramos algunos senderos un poco más seguros para correr, podríamos tenerte lista. —¿Que no tengan piedras sueltas? Me disparó una mirada desconcertada. —Supongo que no tengo que ir saltándolas. Al menos no sin que estés cerca. Sus labios temblaron mientras luchaba contra una sonrisa. Luego sus ojos ardieron un poco, y supe que lo tenía, supe que sus pensamientos habían ido adonde habían ido los míos, de regreso al momento que habíamos compartido. No el momento Oh Dios mío, voy a morir, sino el momento ¡Santa mierda! Estamos tumbados en la tierra y no queremos levantarnos. Dio un fuerte asentimiento. —Dejaremos el salto de rocas para carreras en grupo.

—Entendido. —Caminé de regreso al mapa más grande que había sido montado bajo plexiglás en el punto de partida—. ¿Qué otros senderos están cerca? Clavó el volante de la carrera de sendero de regreso en el tablón de notas a mi lado, luego sacó un mapa doblado de un delgado compartimento de madera con tapa con bisagras que señalaba pase de un día. Saqué un pequeño sobre, escaneé la información que requería: fecha, tiempo, nombre, número de licencia, y una nota con respecto a una tarifa de cinco dólares. Había una ranura cerrada sobre una caja junto al compartimiento del mapa y pase de un día. —¿Se suponía que hiciéramos uno de estos? Después de una pausa, levantó la mirada. —Lo hicimos. Cuando marchaste a toda velocidad al instante en que la camioneta estacionó, yo garabateé nuestra información. Podría pensar en un pase de temporada si venimos a menudo. Ahorrar dinero de esa manera. —¿Cuánto? No levantó la mirada del mapa que estaba leyendo. En cambio, levantó la tapa, me entregó un nuevo mapa, luego dio golpecitos en la esquina inferior. Setenta dólares. Dejé escapar un bajo silbido. No era barato. Pero más de una vez al mes en un año desquitaría el dinero. Y necesitaba entrenar varias veces por semana, al menos. Finalmente, agarro el bolígrafo encima de la caja, después rodeó un sendero marcado al lado derecho del mapa. —Este es el más cercano a tu casa. ¿Puedes correr antes de las siete de la mañana? —Ahhh… —Por lo general dormía hasta bien pasadas las diez—. Puedo poner la alarma y ver qué sucede. —Bien. Un montón de ejecutivos de la ciudad usan estos senderos en su tiempo libre, muchos de ellos en la mañana. Si vienes lo suficientemente temprano, tendrás bastante compañía a modo de seguridad. Porque en esos días tendría que correr por mi cuenta.

—¿No puedes correr entonces? Sus cejas se fruncieron y negó con la cabeza. Pero no ofreció explicación. Correcto. Es complicado. —Este es otro sendero cercano. Más largo, pero tiene inclinaciones constantes y elevaciones fáciles. Ideal para fortalecer tu resistencia. Así siguió: explicando dónde podía ir con seguridad, cuán lejos estaba cada punto de partida de mi casa, qué distancia necesitaría correr por día para estar lista para la carrera. Entrecerré los ojos hacia el mapa, memorizando las cosas que había indicado. —¿Cuántas puedes hacer? —¿Qué? —Carreras. Prometiste entrenarme. ¿En cuántas carreras estarás? —Puedo entrenarte los martes por la mañana. Y los jueves y sábados por las tardes. Sonreí. —Lo tomaré. Sin pensarlo dos veces, arrojé mi cuerpo contra él, envolví mis manos alrededor de su cuello, y besé su mejilla. Su cuerpo entero se puso rígido en sorpresa. Pero luego se relajó y curvó sus brazos alrededor de mi espalda en un suave abrazo. Los dos inhalamos profundamente mientras nos abrazábamos por esos breves segundos, como saboreando otro momento robado. Uno donde no necesitábamos un acuerdo para ser solo amigos. Uno que no tenía mis miedos y sus complicaciones. Uno que ignoraba el hecho de que ya habíamos comenzado a difuminar las líneas entre lo que podíamos tener y lo que queríamos.

Horas más tarde, me senté en mi mesa de trabajo en la tranquilidad del almacén como lo hacía tantas noches, mirando el sobre.

Sin abrir, casi parecía inofensivo. Pero letras almidonadas color marfil escritas con tinta, y dos sellos del correo con Amor escrito en colores pastel en su superficie exterior no cambiaba el contenido dentro de la solapa sellada. Debajo del camuflaje de papelería yacía una granada. Y no estaba a punto de quitarle el pasador. En su lugar, la miré con cautela como lo había hecho el montón de veces anteriores desde que el cartero había venido a mi puerta. La parte frontal hacia arriba, parcialmente oculta por una pila de correo, sus tiras verdes perforadas escondidas en el reverso eran la evidencia de que había acusado recibo. —Ábrela. No la abras —gruñí. Entonces bebí un sorbo de café, fulminando la maldita cosa con mi mirada, deseando que sus contenidos y todo lo que representaban se evaporaran. Pero como siempre, no sucedió nada. Y no iba a abrigar esperanzas de que sucedería algo. El sentido común gritaba que la explosión sucedería de cualquier manera. Pero las noches de ejercicio, inútiles como eran, ayudaban a calmar mi versión de la realidad: que nada cambiaría. Siempre y cuando no abriera el sobre. Cuanto más tiempo permaneciera ahí, más peligroso se sentía, no obstante. Como si solamente fuera una granada si eventualmente tomaba control y le quitaba el pasador. ¿Si no lo hacía? Entonces se transformaba de nuevo en lo que había sido todo el tiempo: una bomba de tiempo.

Darren

J

odido tráfico. Apestaba haber salido tan temprano, solo para llegar tarde. Miré ferozmente hacia el carril derecho, deseando que se abriera algún vehículo.

Anotación. Cuando un Jaguar avanzó poco a poco, aceleré, tirando de la rueda con fuerza para tomar la salida. Una bocina sonó desde un sedán blanco al que había rebasado. Mis labios se curvaron en una sonrisa de suficiencia. —Mandas mensajes de texto, pierdes. Idiota. No que yo debiera hablar. La multitarea había invadido mi vida. Mientras bajaba por la salida de la autopista, eché un vistazo a la hora. Cinco minutos tarde, el reloj todavía avanzando. Boté la desesperada esperanza de que llegar tarde pasaba todo el tiempo en la industria de la música. Y que todos los demás con los que me estaría reuniendo habrían quedado atrapados en el tráfico también. Un incorpóreo gemido femenino protestó a través de los altavoces de mi camioneta, arrastrándome de regreso a la conversación telefónica. —Darren, ¿me estás escuchando? —Sí, Logan. Te escuché. —¿Estarás allí? —Su tono tembló con duda. Suspiré, enojado conmigo mismo por distraerme. Contaba con que estuviera presente con ella. Incluso cuando tenía un millón de otras cosas en la cabeza.

—Por supuesto. Ya sabes que no me lo perdería. —Asombroso. Es el primero a las siete. —Allí estaré. —¿Y Darren? Tomé un giro equivocado en la calle 41 en lugar de la 42. —Joder —mascullé en voz baja. Entonces exhalé, calmándome un poco. Por ella. Por nosotros—. ¿Sí, Lo? —Gracias. Esto significa mucho. Mi corazón se derritió. Toda la crisis, toda la multitarea, todo el sacrificio era por ella. Muy a menudo, perdido en el caos de todo esto, me olvidaba de eso. —Te amo —dijo en voz baja. —Yo también te amo. —Lo hacía. Hasta lo más profundo de mi corazón. Aun así, a veces el amor te atrapaba en una vida que no habías estado planeando… junto con los peores eventos posibles. Pero lidiaba de la mejor manera en que sabía hacerlo. A los diecinueve, había afrontado mi inesperado futuro como una condena de prisión sin libertad condicional a la vista. ¿Mi única tarea? Asegurarme de que no fuera una sentencia de muerte para ella. Pero día tras día, semana tras semana, dos años y tres meses después de que nuestras vidas hubieran cambiado para siempre, una luz había aparecido al final de mi túnel oscuro. Kiki. Una chica con la que no había contado. Una que nunca pensé que había merecido. Una que definitivamente no creía que pudiera encajar en el mundo poco ortodoxo e implacable de Logan y yo. De hecho, todavía no estaba seguro. ¿Podría mi loca vida —apenas coherente— manejar a Kiki? ¿Estaría traicionando a Logan?

Esa era la cuestión. Logan venía primero, sobre todo lo demás. Se lo debía. Se lo había prometido. Y si me tocara lidiar con las mismas cartas, lo prometería de nuevo, incluso sabiendo los momentos difíciles a los que nos estaría comprometiendo. Ya que para bien o para mal, ella era familia. Solo porque la vida pareciera peor la mayor parte del tiempo, no significaba que abandonabas a tus seres queridos. Solo significaba que había que trabajar mucho más para encontrar esperanza en medio de todo. Que algunos días serían mejores. Permitir que Kiki entrara en mi vida ponía en riesgo esa esperanza. Amenazaba con romper el equilibrio que había intentado mantener con tanta dificultad. Y, aun así, no podía evitarlo. Ella era como una droga, tranquilizaba el ruido en mi cabeza. En solo unos pocos días, se había convertido en mi escape. Y una parte de mí no quería negarme la mejor sensación que había sentido en años. Quizás podría tenerlas a ambas… si era cuidadoso. Quizás. Solo… quizás.

Kiki

—O

h. Dios. Mío. Mis pantorrillas.

Boca arriba en el sofá de Kristen, pies plantados en la pared mientras contemplaba detenidamente la fresca capa de esmalte de uñas lila en los dedos de mis pies, mis músculos se contrajeron. Aspiré una bocanada de aire y lo dejé salir con un giro de costado. Luego agarré los dedos gordos de mis pies y los flexioné hacia arriba, tirando de ellos hacia mis espinillas. Exhalé de alivio. El dolor apartaba a mi mente de otras cosas. Pero solo podía soportar hasta cierto límite. Kendall me miró desde el extremo del sofá, el ceño fruncido. —¿Qué hiciste? —Corrí montaña arriba ayer. En Vibrams. —¿Qué son esos? —Vibrams. Zapatos especializados para correr como si estuvieras descalzo. —¿Por qué querrías hacer eso? —Kristen se sentó entre nosotras en el centro del sofá, concentrándose mientras aplicaba una segunda capa de esmalte de un rosa fuerte en los dedos de sus pies. La licuadora comenzó a zumbar con fuerza en la cocina. Me encogí de hombros. —Algo diferente. Una actividad que me saque y me ponga en forma.

—¿Tú sola? —Kendall sacó dos esmaltes del color del arcoíris alineado que había estado examinando en la mesa auxiliar—. ¿Rubor de prostituta o azul turmalina? Kristen resopló. —¿Desde cuándo se ruboriza una prostituta? —Bueno, maldición. Ese es mi color. —Kendall volvió a colocar el azul brillante dentro de la caja de cosméticos, luego sacudió la botellita de rosa escarchado que había elegido—. No soy más que un manojo de contradicciones. Rubor de prostituta. Nada sexual. La mirada de Kendall se disparó a la mía al instante en que nuestra hilarante conversación sobre no zorras y aspirantes a fulanas ocupaban mi cerebro. Las dos inhalamos profundamente, labios presionados en líneas firmes mientras luchábamos con la risa que amenazaba con propagarse. Cuando estreché mis ojos un segundo, me dirigió un asentimiento casi imperceptible. Le disparé uno también. Síp. Nuestro retorcido sentido de humor sexual pertenecía solo a nosotras dos. —Y no corrí sola. Hannah salió de la cocina, acunando cuatro daiquiris de fresa en sus brazos. Agarré uno de los vasos. —Fui con Darren. Yyyy… ahí va mi mente a otras cosas. —¡Sexo en un palo! —gritaron Hannah y Kendall al unísono. —¡Mala suerte! —Se señalaron la una a la otra. —¡Doble mala suerte! —Kendall y Hannah se congelaron, viendo sus bebidas rojas chorrearse por su animado entusiasmo. Entonces todas estallamos en carcajadas. —¿Qué es “sexo en un palo”, de todos modos? —Kristen arrastró una pincelada final sobre la uña del dedo meñique de su pie, después se recostó, arqueando sus cejas—. ¿Cómo puede ser un tipo real? ¿El sexo no es… en un palo?

Hannah por poco se ahogó con su daiquiri, tosiendo entre más risas. No tenía idea de por qué lo había llamado así alguna vez; se lo había expresado a Hannah por primera vez meses atrás en Loading Zone. Probablemente porque la descripción había sonado deliciosa en ese momento. ¿Y Darren? Definitivamente delicioso, deleitable… decadente. Darren conseguía todas las mejores palabras con D. Y ahora, porque estaba con mis chicas, seguí la corriente por diversión. —Ya saben, todas las mejores cosas están en un palo. Kendall asintió. —Helado de chocolate. —Twinkies fritos —añadí. Kristen dio una ligera inclinación de cabeza hacia la izquierda y luego hacia la derecha, del modo en que hacía por lo general cuando estaba considerando algo, entonces su expresión se iluminó. —¡Paletas de pastel! —Eso es tan malo. —Hannah se dejó caer en el sillón opuesto con una expresión ofendida y bajó su vaso de daiquiri sobre el extremo de la mesa de Kristen con un estruendo que resonó. Hannah solía ser dueña de una pastelería, Sweet Dreams, hasta que la vendió a sus dos empleados estrella. Ahora hacía pasteles de diseño para fiestas Solo con Invitación, además de pasar su tiempo poniendo en marcha un restaurante a la orilla del río con Cade. Hannah suspiró, sacudiendo su cabeza. —El pastel no está destinado a ser un solo bocado, como el agujero de una dona o una trufa de chocolate. Y algún genio hizo las paletas de pastel redondas. Realmente creativo. —No. —Maniobré una pantorrilla adolorida sobre mi rodilla opuesta, luego hundí la rótula en el tenso musculo con un gemido—. Darren no es un bocado aburrido. Es como un enorme chupetín. Tu boca se hace agua y no puedes esperar a probarlo y atacarlo. Aunque no estés segura de cómo. ¿Tomas largas lamidas? ¿O chupas? —Chupar. Sin duda chupar. —Kendall tenía esa distante mirada de ensueño.

Aterricé un suave golpe sobre su hombro. —Oye. Nada de fantasear con mi hombre de caramelo. Levantó las manos en señal de rendición, una todavía aferrada al pie de su copa. —Estoy hablando en términos generales. Con un largo suspiro, dejé caer la cabeza sobre el cojín del sofá, entonces miré el techo. —Bien, Darren ya no es sexo en un palo. —¿Por qué no? —Kendall echó una mirada en mi dirección cuando no respondí enseguida. ¿Decir la verdad? ¿Por qué no? ¿A quiénes más se suponía que les explicara mis problemas? Tomé una profunda respiración. —Porque de acuerdo con Darren, me “merezco algo mejor que una follada de una noche”. —Lo mereces. —Hannah me ofreció una mirada seria. Mi pecho se sintió pesado. Ninguna de ellas conocía mi historia: por qué mantenía a los hombres a un brazo de distancia, la razón por la que los había puesto en cuarentena estricta en territorio rompecorazones-sexis-peroaventuras-de-una-sola-noche. Pero nuestra divertida noche de chicas no necesitaba ser estancada en mis problemas. Así que desvié la plática terapéutica seria. —Sí, bueno, a veces una chica quiere solo una probada del hombre de caramelo. Durante años, había sido todo lo que quería. ¿Solo ahora que había conseguido enredarme con Darren? Había comenzado a querer muchísimo más de él que una probada. Tragué con fuerza, negándome a pensar en algo que no podía definir del todo. —Pero por ahora solo somos amigos. Me está ayudando a entrenar.

—¿Para qué? —Kristen levantó su mirada, pausando su pasada de esmalte transparente a mitad de la uña. —Bueno, en un principio empezó como una carrera de cinco kilómetros. ¿Ahora? Me estoy preparando para una carrera de sendero. Mis dos hermanas se quedaron en silencio, parpadeando. —¿Qué? —Mi tono se volvió defensivo. Me senté erguida, fulminándolas con la mirada—. Podría hacerlo. —Siempre fuiste la que escapaba de los quehaceres. —Kristen me disparó una acusadora mirada de hermana mayor. Me encogí de hombros. —Para qué esforzarme cuando ustedes dos convirtieron en una ciencia el limpiar y trabajar en el jardín. —Y esto es… deporte. —Kendall sacudió una mano abierta al final a modo de énfasis, como si esa última palabra lo dijera todo. Probablemente porque mi única pasión había sido el arte desde el segundo en que había abierto mi primera caja de crayolas. —Ajáaa… —Kristen se cruzó de brazos, duda en su expresión. —¿Están diciendo que soy perezosa? —Eh… sí. —Kendall se retorció para enfrentarme por completo en el borde del sofá. Ella y Kristen ahora formaban un frente unido físicamente respecto el tema, prácticamente hombro con hombro. —Pff. No soy perezosa. Solo carecía de motivación hasta ahora. Hannah agarró su bebida, luego abandonó su posición en el sillón para apoyar una cadera en el brazo del sofá a mi lado. Inclinó su cabeza hacia mi oreja. —Como motivación de sexo-en-un-palo. —No. —Miré a la traidora a mi lado—. Para su información —Miré detenidamente a cada una de las tres—, descargué la aplicación de entrenamiento para carreras de cinco kilómetros y compré mis Vibrams meses antes de que Darren siquiera entrara en la imagen.

—¿Y se ofreció a entrenarte? —preguntó Hannah, arqueando una ceja suspicazmente. —Sí. En realidad, me desafió. —¿A qué? —Hannah se echó hacia atrás, volteando su rostro hacia mí. —A estar lista para la carrera con sus métodos. Y permanecer siendo solo amigos mientras lo hago. Pero no necesitaban todos los detalles. —¿Y qué más? —incitó Hannah. —¿Cómo sabes que hay un “más”? —Corazonada. —Me dio un codazo—. Vamos. Tienes que tener por lo menos un pequeño motivo oculto. —¿Por qué? —¿Porque una chica normal bien adaptada lo tendría? Y en serio, lo tenía—. Está bien. —Les seguí la corriente con lo que querían escuchar— . Seguro. —Me encogí de hombros—. Si cuando esté toda caliente y sudorosa decide que necesita tenerme allí mismo, puede que ceda. Cedería por completo. —¿No él… todo caliente y sudoroso? —bromeó Kendall. Gruñí, cerrando mis ojos mientras lo imaginaba en el gimnasio el otro día, todo músculos flexionados y piel brillante. —No estás ayudando… —Está bien. ¿Qué tal si cambiamos el tema? —Hannah se puso de pie, entonces se metió entre Kristen y yo en el sofá. Me moví hacia mi rincón mientras ella tomaba un sorbo de su daiquiri de fresa. —Sí. Por favor. —Tragué la mitad del mío hasta que la amenaza de que se me congelara el cerebro me detuvo. Hannah pasó un dedo a lo largo del borde de su copa. —Como, por ejemplo, por qué estoy bebiendo un daiquiri virgen…

Un pesado silencio siguió, a causa de cuatro mujeres conteniendo sus respiraciones colectivamente. Un momento después, gritos agudos de Kendall y Kristen perforaron mis tímpanos. Solté un suspiro sorprendido, mirando a Hannah. Tenía un brillo especial. —Estás embarazada. —Una lenta sonrisa curvó mis labios. —Síp. Todas ustedes van a ser tías. —Cuando se inclinó por un abrazo, Kendall y Kristen nos tumbaron en el rincón del sofá. Cuando la emoción se asentó y todas nos movimos de regreso a nuestros respectivos cojines, clavé un dedo suavemente en las costillas de Hannah. —No puedo creer que me dejaras hablar y hablar de mis doloridas pantorrillas y plática sobre sexo-en-un-palo. —Oye, me lo debes. Estoy segura de que tendré un montón de pantorrillas doloridas y… Rápida como un rayo, presioné un dedo sobre sus labios. —No te atrevas a pronunciar sexo-en-nada sobre mi hermano. —¡Te organizaremos un grandioso baby shower! —Kristen se levantó del sofá y agarró su computadora portátil—. Iba a tocar el tema de cosas de fiesta con ustedes, de todos modos. Resonaron gemidos bajos. Kendall le arrebató la computadora portátil a Kristen. —Se supone que esta sea una noche de chicas. Nada de plática de negocios. —¿Ni siquiera sobre una fiesta temática de los setenta? —Oh Dios mío. —Mi boca se abrió. —Ni hablar. —Kendall exhaló. Hannah parpadeó, después nos miró a cada una. —No lo entiendo. ¿Qué es tan escandaloso sobre una fiesta de los setenta? Di un salto, equilibrándome en mi cojín. Kendall se puso en marcha desde el sofá, luego saltó sobre el sillón.

Kendall agarró el pie de su copa de daiquiri con un puño cerrado, sosteniéndolo a unos centímetros de sus labios como un micrófono. Hice lo mismo, luego bajé la mirada hacia Hannah. —En la secundaria, solíamos pararnos en la cama de nuestros padres, vestidas con su ropa vieja, cantando sus álbumes de música disco con sus cepillos para el cabello. Kristen saltó en su rincón del sofá. Hannah se sentó en su cojín del medio, aplaudiendo y riendo cuando Kendall comenzó a cantar Sister Sledge a gritos. Todas nos unimos. —We are family… —canturreé en mi copa casi vacía. —Esperen. —Kristen se inclinó hacia adelante, luego plantó una mano en la pared para estabilizar su tembloroso ser—. Kiki, ¿todavía tienes la peluca de mamá? Sonreí ampliamente. —Claro que sí. Kendall disparó una mano hacia arriba señalando el techo como John Travolta en Fiebre del sábado por la noche. —¡El afro! Síp. Ya estábamos preparadas para la fiesta de Industrial Grunge de mañana. Y le planearíamos un asombroso baby shower a Hannah. Pero ¿la fiesta de los setenta? Sería épica. Mis pensamientos destellaron a Darren inmediatamente. Estaría ahí. Y eso cerraría el trato de amigo. Nada de sexo en un palo para mí. Porque ¿después de soltar mi ser interior de los setenta? Pensaría que estaba demente.

Darren

¿E

sperar? La peor parte. La audición de ayer había ido genial. Al menos pensaba que sí.

Pero los artistas necesitaban encajar para trabajar juntos. Una magia rara fluía entre los mejores músicos. separaba a los íconos del resto. Y Dino Mathis era una estrella en ascenso. Entonces ¿lo que fuera que él quisiera? Sucedía. Energía nerviosa se intensificó. ¿Solo por la audición? Dejé escapar un pesado suspiro. Ni siquiera quería considerar qué más podría ser. En su lugar, agarré los pinceles con los que había audicionado. Conduje hasta lo de Nick. Abrí el garaje. Agarré mis baquetas favoritas de su estuche. Tomé asiento. Luego apunté. Durante el calentamiento básico, aire frío heló mis brazos desnudos. Pero en algún punto después de que entré, debí haber encendido el calefactor. Brillaba rojo desde el otro lado del garaje. Debí haber afinado los parches de tambores: siempre lo hacía. Pero tampoco recordaba hacer eso específicamente. Con párpados cerrados, la memoria muscular fluyó a través de mis brazos y piernas, traduciéndose en sonidos familiares. Arriba, abajo, cruce por arriba, cruce por abajo, adelante, atrás, entrecruzadas, en el sentido de las agujas del reloj, en el sentido contrario a las agujas del reloj. Redoble de golpes simples. Redoble de golpes dobles. Zumbido de redobles. Aunque el tempo incrementó, mi pulso comenzó a calmarse mientras recorría mis patrones arraigados.

Luego dejé las baquetas a un lado y agarré mis pinceles mientras la sesión de ayer se reproducía en mi mente: tempo más lento, ritmo más fluido. Con mi mano izquierda, cepillo sostenido en mi palma, marqué el tiempo en el tambor principal con un pulso tranquilo de cuarto de nota. Golpeé con mi derecha, luego retrocedí diagonalmente. Golpe con la mano izquierda. Arco con la mano derecha, roce. La sesión se desarrolló así y así. Retraso de la octava nota después del compás. Roce de mano izquierda. Raspado al platillo. Pedal suave del bombo. Dino había estado en la cabina de sonido, de brazos cruzados, expresión absorta… casi todo el tiempo. Él, su saxofonista, su representante, y el ingeniero de sonido me habían dado la partitura. Había tocado usándola una vez, luego la repetí de memoria con mis ojos cerrados, añadiendo sutiles elementos de improvisación donde pensaba que la música podía manejarlo. Cuando había abierto mis ojos, se habían inclinados unos hacia otros, hablando animadamente. Luego el representante dio un paso al costado para darme otras partituras de música. Tempo más rápido. Cambios más complicados. Y demostré mis habilidades una vez más. Después de unas cuantas rondas, Dino y su compañero de banda se unieron a mí. Bueno, en realidad Dino comenzó, y nos unimos a él. Exhalé, reviviendo el momento en el que había hecho mi mejor esfuerzo por complementar el jazz. Entonces el momento terminó. El recuerdo se esfumó. El garaje quedó en silencio. Pero un eléctrico zumbido todavía hervía en mis venas.

¿Kiki? No. No voy a ir ahí. Agarré mis baquetas de nuevo. Solo que esta vez desaté un ritmo de rock pesado. Necesitaba solucionar lo que fuera que me tuviera al borde. Pronto, sudor brotó de mi piel. Comencé a respirar con dificultad. Los músculos comenzaron a quemar: espinillas, antebrazos, bíceps, hombros. Una y otra vez, la baqueta de madera se encontraba con la piel de tambor, vibraciones irradiando por mi brazo, hacia mi pecho. Me convertí en el ritmo. Tantas cosas en mi vida serían mejores si Dino me quisiera como su baterista de estudio. Graduarme el siguiente año sería un tecnicismo, ni siquiera tendría que terminar si Dino me quería enseguida. No más malabarismos entre dos trabajos para llegar a fin de mes; el dinero no sería un problema. Podría estar en casa cada noche. Tal vez las cosas con Logan mejorarían. Incluso podría haber una posibilidad de una vida social otra vez. Ni una maldita cosa en mi control sobre eso ahora, no obstante. Cerré mis ojos y me entregué al agotador ritmo. Secuencias que había practicado a través de los años fluyeron desde mi cuerpo hasta mi equipo y resonaron en las paredes. El tiempo se deformó. Generalmente lo hacía cuando improvisaba solo. Lo que se sentía como un abrir y cerrar de ojos terminaba siendo una hora, algunas veces más. Años atrás, tocaba durante trece horas seguidas, sin darme cuenta. Pero mi apretada agenda no me permitía ningún espacio para no preocuparme por el tiempo. Necesitando estirar mis piernas, me paré del taburete, agarré agua del minirefrigerador, luego me incliné y agarré mi teléfono del bolsillo de mi chaqueta. Cuando apreté el botón lateral, se iluminó con la hora, 16:27, y una alerta de mensaje de texto… de Kiki. Estiré mi cuello hacia la izquierda, luego hacia la derecha, pensando en el resto de la noche. Tenía el tiempo suficiente para llegar a casa, cambiarme, dirigirme a la nueva Galería Eiselmann para preparar la fiesta de Industrial Grunge.

Coloqué mis baquetas favoritas dentro de la caja que había hecho para estas mucho tiempo atrás. Cedro. Mantenía los elementos alejados de la madera. Y por muy desgastadas que estuvieran las baquetas, eran una parte de mi pasado: las herramientas originales que me ayudaron a encontrar lo que amaba de la música. Y cuidaba de ellas —había roto un montón de baquetas, pero nunca estas— porque habían cuidado muy bien de mí. El mensaje de Kiki permanecía en mi teléfono. Sin leer. Pero se metía en mis pensamientos. Aun así, bebí el resto de mi agua, tiré la botella dentro de la papelera de reciclaje. Presioné el código del garaje en el tablero y esperé a que se cerrara. Teléfono en mano, tomé aire como para limpiar mis pulmones antes de caminar hacia el final de la entrada de autos. Crucé la calle, abrí mi camioneta, tomé asiento y cerré la puerta. Su sonido metálico reverberó por la cabina. Miré por el parabrisas hacia la distancia. Tanto había cambiado en un período tan corto de tiempo. Y tanto no lo había hecho. Pasado y presente estaban colisionando, mutando, convirtiéndose en algo nuevo. Había manejado a casa de Nick para sacar la emoción ansiosa de mi sistema. La nueva persona en mi vida me calmaba más, mucho más que la improvisada sesión de batería. Hasta a kilómetros de distancia, a través del pequeño dispositivo electrónico que sostenía en mi mano, ella silenciaba el alboroto en mi cabeza. Y ni siquiera había abierto su mensaje aún. Ese era el poder que había comenzado a tener sobre mí. El simple hecho de que hubiera pensado en mí, se hubiera tomado el tiempo en contactarme. Probablemente con algún adorable comentario inteligente. Finalmente, presioné el botón de control del teléfono, y abrí el mensaje de texto. ¿Qué estás usando? Parpadeé. Luego escribí. ¿Estás coqueteando conmigo otra vez, Flash?

Contestó inmediatamente. ¡NO! Quise decir para la fiesta, ¿esta noche? Fruncí el ceño. Eh… ¿eso no lo hacen las AMIGAS? ¿Intercambiar consejos de atuendo y esa mierda? Su respuesta llegó: Es lo que YO hago con mis amigos. ¿Asustado aún? Sacudiendo la cabeza, resoplé. Nop. Otra burbuja. Otro mensaje de texto. Esperando… Comencé a escribir mientras una sonrisa se extendía por mi rostro. El subidón que sentía cuando estaba con ella, incluso a través de mensajes de texto, se había vuelto adictivo. Camiseta gráfica. Jeans. Botas. Lo usual. Su respuesta se disparó segundos después. Aburriiiido… Pasé mi lengua sobre mis dientes. ¿Y tú? Una pausa, luego apareció su mensaje de texto. No voy a decirlo. Típico. Provocadora. Apareció su respuesta.

Lo sabes. No la querría de ninguna otra manera. Sin tiempo, coloqué mi teléfono en el asiento, luego me fui de casa de Nick. Pero mientras me dirigía hacia mi casa con tan solo el tiempo suficiente para una ducha rápida, emoción bulló por mis venas. Una diferente a la de más temprano, no obstante. Una más tranquila y más pesada anticipación calentó mi sangre. Todo debido a Kiki. Solté un lento suspiro, inseguro del pasado y presente colisionando.

Kiki

—E

ncuéntrame algo para hacer.

Los invitados habían comenzado a llegar. Camareros con bandejas de aperitivos rotaban a través de la multitud. La música pulsaba a todo volumen a nuestro alrededor, vibrando dentro de mi cuerpo… poniéndome ansiosa. —No hay nada para hacer. —Kristen levantó la mirada de su portapapeles, sujetando el bolígrafo en el borde superior. Agarré el portapapeles y lo tiré de su agarre. —¡Oye! La ignoré y eché un vistazo a la página. ¿Seguridad? Listo. ¿Decoraciones? Listo. ¿Pastel? Listo. ¿Música? Miré fijamente el nombre junto a la casilla de música: Darren Cole. Con una lenta exhalación, levanté mi mirada. Allí estaba de pie, al otro lado del salón, haciendo lo que hacía en cada fiesta que se lo había contratado para trabajar: música improvisada. No era diferente de otras veces. Solo que esta noche todo se sentía diferente. Kristen se cruzó de brazos.

—¿Bien? Cuando me volteé, arqueó una ceja. Le devolví el portapapeles. —Nada para hacer. Resopló. —Te lo dije. —Estamos organizando estas fiestas muy eficientemente. —Suena como si tuviéramos un gran problema. —Sí. —Me derrumbé sobre un taburete de la barra. Cade se acercó y se paró junto a Kristen. Cuando no dijo nada, lo miré. Me miró atentamente, pero le dio un codazo a Kristen. —¿Qué le pasa? —Si tuviera que diagnosticarlo, diría que está enferma de amor. Jadeé tan fuerte que una repentina tos se apoderó de mis pulmones. Cade golpeó mi espalda con un par de duros golpes. —Estoy de acuerdo. Con un empujón a sus hombros, lo empujé fuera de alcance inmediato. —Están delirando. Diversión brilló en las expresiones de ambos. Kristen abrazó el portapapeles a su pecho. —¿Segura que nosotros? Cade levantó sus brazos y chasqueó sus dedos, dirigiendo un corto asentimiento hacia Ben, quien trabajaba en la barra detrás de nosotros. —Necesitamos algo fuerte. Ben me echó un vistazo calculador. —¿Vodka? ¿Escocés?

Dejé escapar un suspiro exasperado. —Un Martini de granada estará bien. Hannah se deslizó a mi lado, luego se inclinó, susurrando: —¿De qué estamos hablando? Cade hizo un gesto con la cabeza hacia el otro lado del salón. —Kiki y Darren. Fruncí el ceño. —No, no Kiki y Darren. —Un flashback del patio de recreo de la escuela primaria y niños provocadores golpeó mi cerebro. Recostándome un poco, di golpeteos impacientes sobre la barra vacía. —¿Martini? Segundos después, el pie frío de una copa de cristal se deslizaba entre mis dos dedos. Le destellé una sonrisa a Ben. Me ofreció un asentimiento. Entonces levanté la bebida hacia mis labios, tocando con mi lengua la orilla cubierta en azúcar antes de tomar un sorbo del líquido rosado. —No lo séee… —Cade se cruzó de brazos, luego se inclinó hacia Kristen—. Darren luce terriblemente “ocupado” para alguien que ya había preparado una lista de reproducción para la noche. Kristen ladeó su cabeza, dirigiéndome una mirada apreciativa. —Y Kiki ha estado desesperada por encontrar algo para hacer, en este lado del salón, mirando a todas partes menos a un lugar en particular. La curiosidad me ganó, y finalmente lancé otra mirada hacia Darren. Me estaba mirando directamente a mí. Sus brazos estaban bien abiertos sobre los bordes de la consola de sonido. Su rostro estaba ligeramente inclinado. Su mirada intensa. Feroz, casi. Entonces una esquina de su boca se elevó.

Una repentina conciencia se apoderó de mí. Miré a la derecha, a Hannah. Luego a la izquierda, a mis entrometidos hermano y hermana. Los cuatro formábamos una evidente línea… y lo mirábamos directamente. Mi rostro se encendió inmediatamente con vergüenza. Cade me bajó del taburete a codazos. —Ve. Corrige al pobre tipo. Probablemente piensa que estamos hablando de él. Trastabillé unos cuantos pasos hacia adelante, agarrando mi Martini en lo alto para evitar derrames. Entonces le disparé una mirada mortal a Cade. —Habrá un justo castigo. Sonrió ampliamente. —Estoy contando con ello. Resoplando una irritada exhalación, me volví y me dirigí a través de la multitud de gente que se apiñaba en el medio del salón. Dos lentas y profundas respiraciones después, y a un metro del escenario levantado temporalmente donde había sido instalada la cabina de sonido, me armé del valor suficiente para levantar mi mirada hacia él. Yyy… todavía me está mirando fijamente. Con una expresión petulante. Como si disfrutara mi incomodidad. Subí hacia la plataforma, obligándolo a girarse si todavía quería mirarme. Recostó un hombro en la pared de ladrillos, sin decir una palabra. Después de otro trago de mi dulce bebida, arqueé una ceja. —¿Divirtiéndote? —Inmensamente. —A mis expensas, parece. Se encogió de hombros a medias. —Oye, solo soy un observador aquí.

—Bien. —Hice un gesto despectivo con la mano hacia los tres espectadores que aún nos miraban con regocijo—. No hagas lectura alguna sobre esto. Solo me están atormentando. —A nosotros. —Señaló con la cabeza a nuestra audiencia al otro lado del salón. Cade tuvo la audacia de darle un minisaludo a Darren. Puse mis ojos en blanco. —Bien. A nosotros. —¿Por qué harían eso? —Su penetrante mirada permaneció fija en mí. Andándome con rodeos, escaneé al resto de los asistentes a la fiesta. La asistencia excedía con creces nuestras estimaciones. Premio para Solo con Invitación, premio para el cliente. Cuando el peso del silencio entre nosotros creció, probé otra vez el azúcar que bordeaba mi copa. Entonces tomé un sorbo fortificante. Todo o nada. —Puede que hayan pensado que estaba interesada en ti. En algún momento. —¿Ah? —Volvió su mirada hacia ellos por un breve segundo, antes de aterrizar en mí de lleno otra vez—. ¿Y qué les habría dado esa idea? Mi pulso se aceleró. Mis respiraciones se volvieron superficiales. Permanecía a pocos centímetros de distancia, y juro que sentía el calor de su cuerpo, olía el increíble aroma de su piel. —Mmmm… —Sí. Andar con rodeos no quitaba el dolor de la humillación. Solo lo prolongaba. Cuando se lidiaba con banditas, los expertos recomendaban un valiente arranque en lugar de un cobarde desprendimiento lento. —Puede ser que te haya llamado sexo en un palo. Una vez. Sus ojos se abrieron. Las comisuras de su boca se retorcieron. Se alejó de la pared, igualando su peso en sus dos piernas… presumiblemente para no caerse. Entonces dejó escapar una carcajada. Fruncí el ceño.

—No es gracioso. —Nop. —Luchó por recuperar su compostura—. Esa mierda es muy divertida. Con un resoplido, me alejé de él, cuadrando mis hombros contra la fría pared de ladrillos. Entonces levanté la mirada hacia las altas vigas del techo, buscando mi paciencia en algún lugar en esas estructuras metálicas. —Fue hace mucho tiempo. —¿Cuánto tiempo? —Historia antigua. —Un repentino déjà vu me golpeó. Habíamos tenido este diálogo. Solo que había sido alrededor de la última vez en que había tenido sexo. Maravilloso. —Buen atuendo, por cierto. —Su tono se suavizó. El humor dejó sus ojos, pero un firme calor permaneció. Alejando la bebida de mi pecho, bajé la mirada hacia mi atuendo. Cuentas de cromo cubrían la fina correa de una camiseta sin mangas que desaparecía bajo una desteñida sudadera negra. Mis rodillas sobresalían a través de los hoyos de los jeans Levi’s 501 desgastados y bastante rotos. Había tenido que usar ropa interior negra adecuada que cubriera mi trasero, ya que otro de esos hoyos se encontraba justo debajo de la mejilla izquierda de mi trasero. Tacones aguja de finas tiras de cuero metálico permitían que se asomaran mis uñas pintadas de lila. —Gracias. —Dejé escapar una aliviada exhalación, luego le sonreí—. Opté por Flashdance. —Logrado. Por primera vez en toda la noche, evalué su atuendo. El que me había enviado por mensaje de texto más temprano. Camiseta, jeans, botas. Sí. Ni una maldita cosa aburrida al respecto. Probablemente por quien lo llevaba puesto. —También luces bien. —Débil. Mi tono indiferente sonó creíble, no obstante. No pareció importarle. Solo miró hacia la multitud otra vez. El alivio temporal me dio una oportunidad para recomponerme: para tratar de no sentirme afectada por cuán cerca estábamos, ignorar las mariposas

bailando en mi estómago… el fuego lento extendiéndose desde mi rostro ruborizado hacia abajo… instalándose entre mis piernas en un delicioso dolor. Tragué fuerte. Luego bebí el resto de mi bebida. —Este sería un gran lugar para mostrar tu arte. —Se cruzó de brazos, mirando el salón. —Sí. —También lo había pensado inicialmente. Relajándome de nuevo, con el talón de un pie apoyado en la pared, examiné el espacio desde la perspectiva de un artista. Vigas oxidadas tipo “I” sostenían un masivo techo. El piso de concreto había sido pulido con tratamiento ácido, abundantes espirales color castaño rojizo y negro cubrían la superficie rugosa. Ladrillos recubrían solo la pared en la que estábamos apoyados. Detrás y delante de nosotros, yeso marfil servía como fondo para gigantes fotografías en blanco y negro que combinaban con el tema industrial. Todas eran piezas premiadas de coleccionistas, fotos históricas de cimas de rascacielos y puentes en varias etapas de construcción. —No suenas muy entusiasmada. —Me miró, cejas levantadas—. ¿No estás en otra galería? Resoplé con mucha fuerza una respiración contenida, haciendo una mueca interiormente… Eso esperaba. Sentía como si mi rostro de valiente estuviera fallando. —Sí. Cuando Kristen me había dicho que la fiesta era para la apertura de una nueva galería, pensé que podría manejarlo. No era nada. Había estado en un montón de exhibiciones de arte. Mi inauguración en diciembre había sido el mejor momento de mi vida. Esperanzas y sueños se habían colgado de esa noche. Y había sido un triunfo salvaje. Pero en los meses que siguieron, se había retorcido en el peor error de mi vida. Bien, el segundo peor. Confiables socios de negocios aparentemente igualaban a hombres confiables. Poco aconsejable. —¿No puedes exhibir en más de una? Di un lento asentimiento.

—Claro. —Ese no era el problema. Arriesgarme de nuevo sí lo era. Me dio un codazo. —Inténtalo. Ya tienen expuesto trabajo con metal. —Señaló con la cabeza hacia un puñado de pedestales dispuestos por toda la sala. Pequeñas tuercas industriales de muchas máquinas habían sido soldadas en una pieza rústica y a la vez moderna. —Supongo que podría preguntar. —No significaba que tuviera que comprometerme. O siquiera considerarlo seriamente. —Mira la escultura sobre el otro lado de la barra. —Tiró de mi brazo, forzándome a alejarme de la seguridad de la pared. Sus dos manos se curvaron alrededor de la parte superior de mis brazos desde atrás. Entonces reforzó su agarre muy ligero y me arrastró hacia él, tomándome cautiva. Mi cuerpo se tensó, mi corazón latiendo a toda velocidad cuando su calor se permeó a través del deshilachado algodón de mis jeans. Ráfagas de su aliento hacían crujir el aire sobre mi oído. La barba incipiente de su mandíbula raspó a lo largo de mi mejilla cuando se inclinó hacia adelante. Mi boca se secó completamente, tragué con fuerza. Entonces hice mi mejor esfuerzo por concentrarme en lo que había señalado. Detrás de un exquisito pastel, que habían diseñado Hannah y su equipo de Sweet Dreams para representar un histórico molino de harina, se levantaba una réplica de acero laqueado de The Illinois, la visión de puente voladizo de seiscientos metros de alto de Frank Lloyd Wright que nunca se llegó a construir. Mi mente entró en un torbellino por la proximidad de Darren, todas mis palabras inteligentes se trancaron. —Es… lindo. —He visto tu buzón de correo. Una suave risa escapó de mi garganta, mi cuerpo relajándose contra él antes de notar que había sucedido. —¿Entonces estás diciendo que mi arte chatarra aleatoria encajará aquí?

Sus manos liberaron el agarre que tenía en mis brazos. Se movieron hacia adelante, primero aterrizando en mis caderas, luego deslizándose a su alrededor hasta que se entrelazaron, presionándose firmemente contra mi vientre. Dejé de respirar por un momento, cerré mis ojos, y disfruté de cuán bien se sentía dejarme ir y ser sostenida: cálido, sólido… seguro. Por primera vez en más tiempo del que podía recordar, cedí, no batallé contra el impulso de apartarme y ponerme mi armadura. Y por el más breve momento, mientras Darren literalmente me sostenía con su intoxicante abrazo, fingí que era uno de los tipos buenos, que me protegería sin importar lo que pudiera suceder, que lo que fuera que había comenzado a desplegarse lentamente entre nosotros era real… que él era real. Cuando tomó una profunda respiración, su pecho expandiéndose y moviéndome una fracción lejos de él, lo compensó rápidamente, reforzando su agarre, arrastrándome más cerca. —¿Qué tienes que perder? Dejé escapar un trémulo suspiro. Todo.

Darren

T

res días. Sesenta y nueve horas y treinta y siete minutos, para ser exactos. Al parecer, esa fue la cantidad de tiempo que me tomó volverme casi loco.

Solo por estar cerca de Kiki de nuevo. Nunca antes había estado tan loco por una chica, nunca me había permitido tener a alguien tan cerca. Ahora, por fin podía respirar tranquilo de nuevo. Porque estaba sentada frente a mí riendo. Su cabello estaba recogido en una coleta desordenada; mechones de su cabello oscuro se escapaban enmarcando su rostro. Color rosa iluminaba sus mejillas. Largas y oscuras pestañas parpadeaban sobre sus brillantes ojos azules. Hermosa. Y no trataba de serlo… parecía no tener ni idea de que lo era. Habíamos cambiado nuestra carrera del martes por la tarde, a mi petición. Entonces corrimos un nuevo camino más largo que bordeaba el otro lado de la ciudad. En nuestro camino de regreso, llegamos a mi hamburguesería favorita en la esquina de la Sexta y Elm. Su risa ante mi débil broma se desvaneció, y tomó un largo trago de su cerveza casi vacía. —Entonces ¿por qué el cambio de hora? Mi atención se había quedado atrapada en el tirante de su sujetador. Se asomaba por debajo del cuello de la gastada camiseta gris que se había puesto después de la carrera. Una banda de dos centímetros de largo de encaje blanco cruzaba su delicada clavícula antes de desaparecer bajo el algodón. Mi enfoque bajó. Y antes de que pudiera detener el pensamiento, me imaginé el resto del

sujetador mientras observaba las tentadoras curvas de su pecho subir y bajar con cada respiración. —Hooolaaa… —Hizo un gesto con la mano sobre la mesa entre nosotros, en mi línea de visión. Me aclaré la garganta. Y la cabeza. No podía hacer ninguna maldita cosa para aclarar la sangre del lugar al que se había precipitado. Me moví incómodamente en el reservado. —Tenía que firmar un contrato de trabajo esta mañana. Parpadeando, hizo sonar su botella vacía en la mesa. —¿Conseguiste un trabajo? —No cualquier trabajo. El trabajo. Dino Mathis, enorme en el mundo del jazz, me contrató como baterista de estudio. —Eso es impresionante, Darren. ¡Felicitaciones! —Agarró su botella de refresco de la mesa y la inclinó en ángulo hacia la que yo sostenía. —Gracias. —Chocamos los cuellos de las botellas—. Por nuevos comienzos. —Mientras la miraba a los ojos, los suyos se agrandaron una fracción en el brindis, luego se suavizaron mientras su sonrisa se agrandaba. —Por nuevos comienzos. —Tomó una profunda respiración mientras me devolvía la mirada, la suya intensificada. ¿Cuánto de ese brindis significaba nosotros para ella? Para mí, de hecho. No tenía ni idea. Sentía su duda. Infiernos, yo tenía serias reservas acerca de lo cercanos que nos habíamos vuelto. Y habíamos llegado al acuerdo de ser solo amigos. Mierda, necesitaba que las cosas permanecieran platónicas. Al menos pensaba que eso era lo correcto. Pero con cada día que pasaba, el tiempo que pasaba acercándome a ella, no estaba tan seguro. Habíamos tropezado en una inequívoca área gris, una donde la cercanía de amigos nos había transformado en otra cosa indefinible. Más profunda. Y peligrosa.

Porque mientras la observaba, su mirada bajó a mis labios. Su respiración se aceleró mientras miraba mi boca con inconfundible deseo. Inhalé profundo, la excitación todavía persistiendo detrás de mi cremallera. Mi mirada cayó hacia su boca también. Esos labios besables suyos se separaron. Mi mente se distraía con las razones por las que no debería ir allí. Nos inclinamos hacia el otro, antebrazos apoyados en la pequeña mesa de nuestro medio reservado. Nuestras respiraciones comenzaron a mezclarse mientras centímetros de espacio desaparecían entre nosotros. A la mierda con las consecuencias, estábamos a punto de besarnos… de tirar por la ventana todo el asunto de “solo amigos”. Un fuerte ruido nos sorprendió. Parpadeamos con fuerza cuando dos platos idénticos se deslizaron sobre la madera barnizada, y retiramos los brazos al instante para hacer sitio. Ambos tomamos una respiración profunda, nuestras miradas fijas en el otro, mientras nos reclinábamos hacia nuestros respectivos lados. Se humedeció los labios, luego tiró de un lado del inferior con sus dientes. Sus ojos se oscurecieron, párpados ligeramente cerrados, como si pudiera saborearme a pesar de que aún no nos habíamos tocado. Pero casi lo habíamos hecho. Ella había querido hacerlo. Joder, yo había querido hacerlo. El aire entre nosotros era pesado por la tensión. Apreté los labios, dejé escapar una respiración pesada. —Así que sí. —Me pasé una mano por el cabello—. Parece que hoy es el día para eso. —Nuevos comienzos. —Sus palabras habían sido suaves, el tono convirtiéndolas en una declaración.

Porque no importaba que no nos hubiéramos tocado físicamente. Una línea ya había sido cruzada. En medio de una respiración profunda, finalmente rompió nuestro contacto visual, luego parpadeó, mirando a su alrededor como si hubiera estado en trance. Luego bajó la vista a su plato. Sus cejas se torcieron hacia abajo, la expresión volviéndose dudosa mientras se inclinaba hacia adelante olfateando el aire por encima de ella. —No se ve comestible. —Empujó los hongos y las cebollas con el tenedor. Y así como así, las cosas entre nosotros se aligeraron. Virando de nuevo al territorio de amigos. Dejé escapar un suspiro de alivio, cómodo de que las cosas se mantuvieran seguras entre nosotros. Por ahora, al menos. —Es bueno para ti. —De nuevo, ¿qué es esto? —Se inclinó hacia la izquierda y ladeó la cabeza, examinándola desde el costado. —Hamburguesa chipotle ranch, sin pan. —¿Cómo puede ser una hamburguesa sin pan? Es carne molida, en este punto. —Pruébala. Tenemos todos los grupos de alimentos aquí. Combustible para nuestros cuerpos. Miró su comida con recelo. —¿Desde cuándo la grasa es un grupo alimenticio? —Come, sabionda. Luego puedes juzgar. Solo después de que tomé un gran bocado de mi hamburguesa de hongos y cebolla, completa con su capa de grasa y salsa chipotle ranch, se aventuró a tomar un bocado. Tomó uno de buen tamaño. Entonces sus ojos se cerraron, inclinando la cabeza hacia atrás. Dejó escapar un gemido mientras masticaba lentamente.

Algo me golpeó, bajo y visceral. Excitación, y más. Quería ser el único que tuviera ese efecto en ella. ¿Si eso era lo que le había provocado un bocado de una hamburguesa medio decente? Quería explorar toda clase de reacciones que tuviera ante el placer. Al darme cuenta de que mis cejas se habían alzado, tragué saliva. Luego exhalé una bocanada de aire, recuperando una cierta apariencia de compostura. Contrólate, D. Sus ojos se abrieron repentinamente mientras tragaba su comida. Comenzó a abanicar el aire delante de su boca abierta. —¡Caliente! ¡Muy caliente! Ahogué una risa sorprendida; la mujer me tenía en una montaña rusa emocional. —Aquí. —Metí una batata frita en su aderezo de mostaza y miel y se la di—. Apaga el fuego. Entonces dejé escapar un largo suspiro y la observé devorar su comida. Síp. Kiki Michaelson me tenía en un altibajo. Excitado, luego completamente al revés. Tortura en un minuto… risa burlona al siguiente. Nunca había tenido nada cercano con ninguna otra persona. En tan solo un par de semanas, había retorcido mi visión del mundo en algo irreconocible… espeluznante e impredecible. Aun así, poco aconsejable como era, lo deseaba. La deseaba. ¿El único problema? No estaba seguro de tener derecho a desearla… mucho menos a tenerla.

Kiki

L

a vibración del asiento de la camioneta me excitaba mientras la cerveza y media importada zumbaba a través de mí. Y un cielo que había estado cargado de un humo gris purpurino unos minutos atrás, finalmente cambió a una completa oscuridad. Estábamos en la camioneta de Darren de noche, conduciendo a mi casa. De nuevo. El alcohol borraba mis inhibiciones. De nuevo. Sin importar cuántas mentiras nos hubiéramos dicho entre la última salida del club y ahora, sin importar cuán asustada estuviera de la poderosa atracción entre nosotros, lo que podría hacerme… cómo podría devastarme… Quería acercarme más. Lo deseaba. Ninguna cantidad de lógica cambiaba ese hecho: Mi cuerpo tenía un plan completamente separado entre mi corazón y mi mente. Estiró su pierna mucho más, presionando una rodilla contra la mía. Excitada más allá de la razón, la sorpresa del contacto envió una corriente eléctrica hacia afuera. Hacia arriba. La sensación crepitó por el interior de mi muslo hasta que llegó justo entre mis piernas. Mi pulso palpitaba allí. Caliente. Pesado. Me quedé mirando el lugar aparentemente inocente donde se tocaban rodilla con rodilla. Entonces tragué con fuerza y aspiré una respiración temblorosa. Solo después de una lenta y larga exhalación me atreví a hablar. —¿Tu piel está picando?

Había sido una estatua de mármol durante los últimos minutos, a centímetros de distancia, tan solo moviendo sus manos sobre el volante para hacer ligeras correcciones al conducir. Pero ante mi comentario, su risa grave resonó. Después nada. Presioné mis labios, luchando contra una sonrisa. Porque no era gracioso. Aunque lo fuera. —Es como si el aire aquí adentro estuviera sobrecargado. —El aire aquí adentro. —Su voz profunda dijo las palabras lentas y apagadas. Como si estuviera sopesando cada palabra, buscando un significado oculto. Me acerqué más, presionando todo mi muslo con el suyo, haciendo que se pegara a la izquierda ante la intrusión. —Tal vez no es el aire. —Probablemente no. —Me echó un vistazo. Incluso en la penumbra, lo atrapé. Difícil pasarlo por alto. En ese breve momento, con el aire sobrecargado —que no era realmente el aire—, una chispa se encendió. Candente y brillante. Aunque ninguno pudiera verlo, a pesar del hecho de que no queríamos admitirlo, ambos lo sentíamos. Una conexión tiraba con fuerza entre nosotros. Siempre allí, pero innegable y cada vez más fuerte. Igual que cuando casi nos habíamos besado. Su mano derecha soltó el agarre del volante y la bajó hacia mí. Por instinto, me acerqué a él, queriendo sujetar su mano. Suficiente con la cosa elusiva que habíamos estado evitando, demasiado asustados para aprovecharlo. El alcohol había entorpecido mis sentidos. Y estaba cansada. Y sola. Tal vez no sería tan malo con él. Tal vez no era como otros chicos. Un zumbido tartamudeó en el tenso silencio.

Su mano se congeló en el aire a centímetros de la mía. Lanzó una rápida mirada a la carretera, luego al suelo alfombrado. Un azul suave brillaba desde la pantalla de su celular. Se inclinó hacia adelante y recogió el teléfono, presionando el botón lateral para que la luz regresara. —Joder. —Escupió la palabra con una respiración brusca. Sin previo aviso, hizo girar el volante con fuerza y agarró mi antebrazo simultáneamente para evitar que me golpeara con la puerta. —Tengo que hacer una parada rápida. —Sus cejas se juntaron. Me enderecé, poniéndome sobria al instante. ¿El aire cargado de calor con anterioridad? Se congeló. Líneas quedaron grabadas en su frente mientras agarraba la parte superior del volante, apretando el metal recubierto de cuero con tanta fuerza que parecía a punto de doblarse bajo la aplastante presión. Su pecho se expandió lentamente, se congeló cuando contuvo la respiración por un instante, luego colapsó con un fuerte silbido. Fruncí el ceño. —¿Está todo bien? Obviamente no lo estaba. Nunca lo había visto así. Ira emanaba de él. Y algo más. Algo imposible de identificar. —No. Pero lo estará. Tiene que estarlo. —Las últimas tres palabras fueron apenas audibles. Insegura de qué hacer para aliviar su angustia, puse una mano sobre su rodilla y apreté. No era mucho. Pero cuando su siguiente respiración salió un poco más calmada, me alegré de haber hecho el esfuerzo. —¿Quieres hablar? —No.

No debería haber tomado la palabra cortante en serio. Su rechazo no era personal. Entendía eso. Pero habíamos estado tan cerca tan solo segundos atrás. Ahora parecía que estábamos a millones de kilómetros de distancia. En el momento en que la camioneta se detuvo con una sacudida junto a un viejo edificio de ladrillos rojos, abrió la puerta de golpe y saltó afuera. Cuando abrí mi puerta, asomó su cabeza dentro de la cabina. Me ofreció una mirada suplicante con una respiración pesada. —Lamento el desvío. Pero necesito que te quedes aquí. Le lancé una mirada inexpresiva. —Estás bromeando. —Miré el sospechoso vecindario a través del parabrisas. Basura se amontonaba en las alcantarillas. Un par de vagabundos deambulaban por las calles. —Por favor. —Mientras me miraba, empezó a respirar pesadamente. Y a rebotar. Como si sus piernas quisieran esprintar a toda velocidad hacia su destino no revelado, pero no pudiera salir corriendo hasta que yo lanzara el disparo de salida. —Ve. —No podía soportar ver su expresión atormentada. No si yo era parte de la causa. Presionó el bloqueo automático de la puerta y un fuerte clic sonó antes de que cerrara la puerta de un golpe y saliera corriendo. Inhala. Exhala. Mis piernas empezaron a rebotar también mientras energía nerviosa daba vueltas cada vez más fuerte dentro de mí. Necesitaba ir tras él. Podía convencerme a mí misma de que no estaba en su sano juicio y que no se dio cuenta de que hasta con las puertas aseguradas, no estaba a salvo contra ningún matón con una pistola o un bate de béisbol. Pero en serio, triunfaron una necesidad de protegerlo de alguna manera de una amenaza desconocida, y una imperiosa curiosidad sobre el hombre que compartía muy poco sobre su vida. Salí de un salto, volví a asegurar las puertas antes de cerrar la mía, luego corrí tras él por el vestíbulo. Las puertas del ascensor se estaban cerrando. Observé mientras cada número de piso se iluminaba momentáneamente hasta que el más lejano a la derecha permaneció iluminado: 5.

Buscando en la esquina, encontré la caja de la escalera. —Pan comido —susurré mientras saltaba al primer escalón, luego subí trotando—. Como una montaña de metal. Los ecos de mis pisadas resonaban en las paredes. Mis muslos comenzaron a quemar entre el tercer y cuarto piso. De camino al quinto piso, mi ritmo desaceleró. Una montaña de metal increíblemente empinada. Tomando una seria respiración, llegué al rellano del quinto piso. Pero antes de que abriera la puerta, escuché un chirrido bajo, luego un ruido metálico más fuerte de algún sitio por encima. Levanté la mirada, contemplando. Solo cinco pisos en total. Ese tenía que ser el techo. Inhalé profundamente, tratando de calmar mi respiración. Entonces agarré la manija y abrí la puerta del quinto piso fácilmente. Asomé la cabeza en el interior del vestíbulo. Todo estaba en silencio. Ningún zumbido de ascensor. Nada de pasos ni voces. Me mordí el labio inferior, luego miré hacia arriba otra vez. Me di cuenta de que las probabilidades eran cincuenta/cincuenta. O Darren fue al techo, o un inquilino estaba allí fumando un porro… o cultivando un jardín entero de marihuana. Infiernos, tal vez los martes por la noche el edificio hacía una parrillada en la azotea. Fortaleciendo mis nervios, preparándome para lo desconocido que tuviera por delante, giré sobre mis talones y troté por el trayecto final hasta la azotea. Ya había sido una rebelde al dejar la camioneta. No tenía sentido acobardarme ahora. Aire fresco acarició mi rostro mientras subía los últimos escalones. La puerta estaba un poco entreabierta, se mantenía así con un ladrillo rojo erosionado. Voces amortiguadas se filtraban a través de la grieta mientras presionaba una palma en la fría puerta de metal y la abría. El familiar chirrido retumbó de nuevo después de que pasara por esta, pero agarré el borde de la puerta, evitando que chocara contra el ladrillo.

Me aparté de la puerta, moviéndome lentamente hacia adelante, atraída hacia las voces. Una figura oscura apareció a la vista, más allá de un grupo de rejillas de ventilación. Darren. Conocía su postura en cualquier lugar: amplia posición, brazos cruzados, lo cual ensanchaba sus hombros y hacía que su normal corpulencia pareciera aún más imponente. Su cabeza se inclinó ligeramente, su expresión suavizándose. Inhaló una respiración lenta antes de dejarla salir. —Por favor, Lo. Bájate de la cornisa. Mi corazón se subió hasta mi garganta. ¿Cornisa? Unos pasos más, y llegué a las rejillas de ventilación. Con un metro cincuenta de altura, ya no me escondían de la vista. Aun así, me cerní en el aire caliente junto a estas, intentando no entrometerme. —No, D. —Una voz femenina—. No necesitas salvarme. No puedes. Yo… te necesitaba aquí. Otro par de pasos hacia el costado, y sería capaz de ver quién era “Lo”. Bueno, su silueta en su mayoría. Dos luces industriales a cada lado de la puerta de la escalera detrás de mí proyectaban en una sombra difusa al par que estaba cerca del borde del edificio. Todo lo que podía distinguir era que tenía cabello oscuro alborotado y llevaba una chaqueta de jean desteñida. Él abrió los brazos, acercándose a ella. —Me estás asustando. Odio cuando vienes aquí. —¡No! —Lanzó una mano abierta hacia Darren. Me quedé inmóvil, aterrada de lo que podría hacer. Un sollozo entrecortado se liberó de su garganta. —Yo… solo necesitaba estar aquí con ella. Y contigo. Un paso más me llevó un poco más cerca. Luego otro. Una necesidad interna me llevó lentamente hacia adelante, como si pudiera ayudar más que solo a Darren.

Una roca crujió bajo mi zapato. Ambos se dieron vuelta para mirarme. —Te dije que esperaras en la camioneta —gruñó él. —¿Quién es? —preguntó la chica, con el ceño fruncido. Se giró un poco más para enfrentarme. Mi atención estaba atrapada en su precaria posición, y cómo ahora tenía una cadera colgada sobre el borde de su postura. Yo había hecho eso. Había hecho que se girara, posiblemente empeorando la situación. Bajo la tenue luz, sus rasgos me parecieron familiares, pero no podía identificar de dónde. Tragué con fuerza, ya comprometida. —Soy Kiki. —Suena como un apodo. Solté una risita, sobre todo por los nervios. Luego junté mis manos delante de mi barbilla, suplicándole silenciosamente a ella, a Darren —al universo en general— que mi presencia en este impredecible enfrentamiento solo fuera algo bueno. Darren me miró con ojos entrecerrados. Me encogí de hombros. —Me pediste que me quedara en la camioneta. Tomé tu petición bajo consideración, luego la rechacé. Lo resopló. Dejé caer las manos a mis caderas. —Y es un apodo. Kiki es diminutivo de Katherine. Darren volvió a cruzar los brazos, sin dejar de fulminarme con la mirada. —Soy Logan. —Y estaba a punto de tirarse de la cornisa —gruñó Darren. —No. No lo estaba. Kiki estaba a punto de unirse a mí.

¿Lo estaba? Increíblemente, su expresión se endureció aún más. —No, no lo está. El desafío en su estruendosa voz provocó a mi lado atrevido. —Sí, lo está. —No tenía ni idea de qué me hizo decir eso, o por qué seguí avanzando hacia ellos. Pero seguí la corriente con la loca idea, mi corazón latiendo cada vez más rápido mientras me acercaba a la cornisa al otro lado de Logan. Cuando le eché un vistazo, un destello de luminoso color rosa brilló desde entre medio de los mechones más oscuros de cabello. El reconocimiento me golpeó. La chica con la guitarra de su banda de garaje. Solo que en ese entonces había pensado que eran cercanos, románticamente. Ahora no tenía esa sensación. Demasiada irritación zumbaba en el aire a nuestro alrededor y nada de eso tenía que ver con que yo estuviera allí. Darren simplemente se quedó mirándome, dejando caer la mandíbula con una expresión de incredulidad, mientras me sentaba con extremo cuidado. Sí… de ninguna manera voy a aventarme del borde de un edificio esta noche. Logan me dirigió una mirada apagada. Una que decía confía en mí. Cuando Darren siguió sin moverse, ladeé mi cabeza, dándole lo que esperaba fuera una mirada tranquilizadora. —Yo me encargo de esto —articulé. Luego asentí hacia donde había estado de pie, donde había sido capaz de escuchar su conversación con más claridad. Su mandíbula se cerró y me lanzó una expresión dudosa. Pero finalmente se alejó de nosotras y se fue hacia la ensombrecida zona de las rejillas de ventilación. —Es un placer conocerte al fin, Kiki. Sabía que alguien tenía que estar apartando a Darren. —Se inclinó hacia mí, bajando la voz—. Supongo que no te contó acerca de mí. —No —admití en voz baja—. No me di cuenta de que yo también era un secreto.

Ella se encogió de hombros. —Es muy protector conmigo. Todo comenzó a ponerse más pesado mientras información era revelada… contra el plan de Darren. Y a medida que pasaban los segundos, una frase que había dicho en más de una ocasión seguía repitiéndose en mi cerebro. Es complicado. Tuve una fuerte sensación de que ella era la complicación. —También es un placer conocerte, Logan. Me echó un vistazo, entrecerrando un pocos los ojos como si estuviera evaluando mi valor. Luego sus labios se retorcieron y me dio un leve asentimiento. Como si hubiera decidido iniciarme en el club solo para miembros al cual también pertenecían ellos dos. —Soy la hermana de Darren. Está bien. Eso de repente tenía sentido. Dejé escapar una respiración que no me había dado cuenta que había estado conteniendo. Luego esperé. Porque mi instinto gritaba que era aún más complicado que eso.

Darren

A

llí estaban. Las dos personas en el mundo por las que estaba loco. Por las que me preocupaba. Logan y Kiki.

Ubicado en un dulce punto acústico, podía escuchar cada palabra. Cada suspiro de frustración. —No vengo aquí para saltar, sabes. —Logan se echó hacia atrás con los brazos estirados, sus manos agarrando el borde inferior del desgastado ladrillo. —¿No? —Kiki le echó un vistazo. Logan sacudió la cabeza. —Ella saltó. Ahí está. Se sentía como un puñetazo en el estómago cada vez. Siguió una larga pausa. Pasó casi un minuto completo. Finalmente, en voz baja, Kiki preguntó: —¿Ella? Inclinando su cabeza hacia atrás, Logan exhaló con fuerza. —Nuestra mamá. Kiki jadeó suavemente. —Lo siento mucho.

Mis ojos nunca se apartaron de las dos chicas más importantes para mí, mi hermana, alrededor de quien giraba todo mi mundo, y Kiki, quien inesperadamente me había dado un nuevo soplo de vida. Pero ambas se recostaron contra el edificio, sentadas a centímetros la una de la otra. A salvo, por ahora. Logan dejó escapar un profundo suspiro. —Vengo aquí para sentirme cerca de ella. Kiki la miró. —¿De verdad? —Sí. Sufría en el interior. D y yo lo sabíamos. Tratamos de ayudar. Pero la depresión destruye a una persona. Hace que no sean capaces de sentir lo bueno que todo el mundo trata de compartir con ellos. Después de otra larga pausa, Kiki se balanceó un poco más cerca de Logan y empujó su hombro. —Suena como si la entendieras. —La entiendo. —¿También sufres de depresión? Logan se encogió de hombros, respiró profundamente, luego exhaló lentamente. —Sí. Kiki asintió. Nada más. —A veces los medicamentos ayudan. La mayoría de las veces no. Pero incluso cuando se pone mal, y me encuentro aquí, en la misma cornisa donde estuvo parada en… sus últimos segundos… aun así no quiero saltar. —Bien —dijo Kiki—. Eso es bueno. Dejé escapar un suspiro de alivio. Una parte de mí había esperado que fuera por eso que mi hermana a menudo me enviaba mensajes de texto desde aquí arriba. Solo había necesitado que estuviera aquí con ella, que la convenciera de

bajarse de la cornisa. Pero nunca se había abierto sobre el motivo al respecto. Tal vez había estado jodidamente asustado como para preguntar. —Significa que aún no estoy tan mal como ella. No la entendíamos. —La voz de Logan se quebró, y su cabeza colgó más abajo. Entonces levantó la vista y sollozó—. D y yo no entendíamos lo malo que era, o habríamos hecho algo. Mi corazón ardía mientras escuchaba la versión de mi hermana sobre la historia que yo había vivido. Se detuvo el tiempo suficiente para que otro sollozo saliera con libertad de su garganta. Kiki pasó un brazo alrededor de su hombro al instante. Logan se inclinó hacia el consuelo. Nunca me dejaba acercarme lo suficiente en esa cornisa como para tocarla. Pero Kiki, a ella la dejó entrar. Y nada de eso importaba aquí. Logan necesitaba algo y Kiki podía proporcionarlo. Significaba más que cualquier cosa que yo pudiera haber hecho. La voz de Logan se calmó hasta el punto en que tuve que dar unos pasos más cerca y esforzarme para oírla por encima del viento. —La extraño. Extraño… a mi familia. Su dolor me destrozaba. Había estado tan ocupado haciendo malabares con mis responsabilidades, que había aflojado en lo único que importaba… la misma razón por la que nunca había conseguido ir en serio con una chica. Aun así, todo se quedaba corto. No había estado cumpliendo mi parte del trato… cuidar de mi familia. Kiki le apretó el hombro. —¿Estás ocupada este domingo por la tarde? Logan ahogó una risa. —¿Por qué? ¿Quieres que nos encontremos aquí a la luz del día? —Nop. Mi hermano, Cade, y su nueva esposa, Hannah, van a hacer una parrillada. —No… no estoy segura. —Logan se apartó de Kiki, inclinando la cabeza—. ¿Cuánta gente habrá allí?

—Tienes que venir. No habrá “gente” allí. Es familia. No solo Cade y Hannah, también Ben y Mase, sus amigos. Son como mis hermanos. Y Chloe y Daniel van a ir, son los propietarios de la antigua panadería de Hannah. Y Ava, nuestra perra. El punto en el centro de mi pecho se calentó; ya no era un agujero ardiente como un minuto atrás, más bien una brasa recobrando vida. Kiki no había querido decir que eran su familia. Quiso decir que eran familia de Logan también, nuestra familia, si deseábamos ser incluidos. En lugar de responder, Logan se recostó y pasó las piernas hacia la parte del techo de la cornisa, de regreso a la seguridad. Se puso de pie, se dirigió hacia mí. En la penumbra, la vi limpiar lágrimas negras que bajaban por su rostro, por todo el rímel y delineador de ojos oscuro que llevaba. Pero la esperanza brillaba en sus ojos mientras levantaba sus cejas. —¿Podríamos ir? Enlacé un brazo alrededor de su cuello y besé su coronilla, agradecido como el infierno de tenerla a mi lado, sana y salva. —Sí, podemos ir. Cuando miré a Kiki, se levantó y se sacudió las manos, quitándose el polvo. —Gracias —le articulé. Dejó escapar un pesado suspiro. Después, una torcida media sonrisa curvó sus labios. A modo de respuesta, articuló: —De nada. —Está bien, señoritas. Está jodidamente frío acá arriba. ¿Podemos ir a casa ahora? Logan pasó un brazo alrededor de mi cintura. —Me vas a dar un aventón a casa, ¿verdad? —Malditamente sí. Con un sermón sobre caminar por este vecindario en la noche.

O en cualquier momento. Pero no dije la última parte. Lo entendía ahora. En el techo, con Kiki para apoyarla, Logan había compartido más de lo que había hecho conmigo. Y había pensado que traer a otra persona a la mezcla sería algo malo. Por otro lado, Kiki no era cualquier otra persona.

Kiki

D

arren y Logan no vivían lejos del edificio de apartamentos del que habíamos salido: un recorrido de ocho minutos en camioneta. Y Darren le había dado un sermón a Logan sobre ir caminando por malos vecindarios —en la noche— todo el camino a casa. Logan había respondido con pesados suspiros y apaciguados Sí, D cuando él quiso que le prometiera no ir allí sola. Había insistido en ir a su casa primero para dejar a Logan antes de que me llevara a casa. Ella necesitaba eso. Y la curiosidad me hizo querer ver dónde vivían… adónde se iba por la noche para recostar su cabeza para dormir. No estaba segura de lo que había esperado. Pero lo que vi me sorprendió. El patio una vez tuvo pasto, pero había muerto un largo tiempo atrás. En su lugar, se extendía un terreno baldío de tierra entre islas marrón mate de material vegetal. Dos macetas dilapidadas se encontraban a la izquierda de cada escalón que conducía a la escalera de entrada. La más baja y agrietada de arcilla tenía un descolorido gnomo de jardín que se había caído de espaldas, sus mejillas de querubín infladas con una sonrisa. El otro, transparente de color azul oscuro, no contenía nada más que tierra seca. Un columpio de madera colgaba desde el alerón a la derecha, su pintura blanca agrietada y descascarada. Logan abrió una raída puerta mosquitera, cuyo marco Darren sostuvo mientras ella agarraba las llaves de su mano extendida. La puerta de madera que ella abrió estaba recubierta con años de suciedad en su moldura decorativa. Las ventanas estaban oscuras; cartón asegurado con cinta aisladora adhesiva cubría el cristal inferior de la que se encontraba detrás del columpio. Una vez que entré, mi atención se desvió hacia la única luz, que había sido dejada encendida sobre la cocina. Un refrigerador blanco tenía docenas de imanes en sus puertas contiguas. Una pequeña mesa redonda con cuatro sillas

largas metidas debajo se encontraba ubicada en la esquina lejana cerca de una gran ventana intacta. —Buenas noches, Kiki. —El champú floral de Logan llenó mi siguiente inhalación mientras me daba un abrazo feroz, su cabello alborotado cubriendo mi rostro—. Me alegro de haberte conocido. —Yo también. —Le devolví un fuerte apretón. Luego subió unas escaleras oscuras. —Buenas noches, D —gritó cuando llegó al rellano, sin molestarse en mirar hacia atrás. —Buenas noches. —Su voz era débil. Cuando lo miré, tenía una mirada de asombro en su rostro. Fruncí el ceño. —¿Estás bien? Parpadeó, luego sacudió la cabeza, con una expresión cada vez más desconcertada. —Sí. —Tonterías. ¿Qué sucede? —Música sonó desde arriba repentinamente, tan alta que hizo vibrar el techo. —¿Aparte del hecho de que tuve que rescatarla una vez más de una azotea? —Tuvimos —señalé—. Y tu hermana no parece necesitar que la rescaten. —Y aun así lo hiciste. La rescataste. Y a mí. —Sus ojos se abrieron lentamente mientras su mirada se disparaba de nuevo hacia el rellano de la escalera—. Durante todo este tiempo había estado manteniendo a las mujeres lejos de aquí, lejos de ella, porque pensaba que me necesitaba. Pensaba que iba a estar molesta o celosa de la atención que le diera a otra persona. —Te necesita. —Puse una mano en su pecho. Apartó la mirada de la escalera y bajó la mirada hacia mí. —También te necesita a ti.

El tono solemne de su voz me sobresaltó. Y me asustó un poco. Retrocedí, luego volví a inspeccionar el resto de la habitación. Me encogí de hombros a medias para desviar la atención, aligerar todo el peso. —Es una niña. Los niños necesitan amor. ¿Qué edad tiene? —Casi dieciséis. —¿Ya conduce? —No. No ha mostrado ningún interés en eso. Cuando me ofrecí a llevarla a obtener su permiso de aprendiz, cambió de tema. Caminé hacia la chimenea, encendiendo una lámpara en el camino. Sobre la chimenea, marcos plateados deslustrados y marcos de madera desgastada contenían fotos de su familia. Todas las fotografías retrataban a los tres. Una fue tomada en el parque. En otra estaban posando junto al letrero del Mundo de Chocolate de Hershey’s. Recogí una tercera que parecía que había sido tomada en una feria del condado; el carrusel giraba en el fondo por encima de sus cabezas. ¿Sus rostros? Metidos a través de agujeros de una escena pintada, unidos a cuerpos de animales de granja caricaturizados… la de él en un gran toro con una pequeña cabeza. —Tal vez no quiere ser tan responsable todavía. —Pensé en cuánto Logan había añorado una familia. Entonces volví a colocar la fotografía en su lugar; no quería alterar más sus preciados recuerdos. —Probablemente. —Su aliento separó el cabello en mi nuca. Salté, golpeándome contra él, sorprendida de que se hubiera movido tan cerca de mí sin que me diera cuenta. Tragando con fuerza, me alejé de él. Por alguna razón, de repente necesitaba distancia entre nosotros. A pesar de que tan solo horas atrás había estado a punto de meterme en sus pantalones en un restaurante, más tarde en su camioneta. La azotea había cambiado eso. Y estar en su casa solamente aumentaba el enorme botón de pausa en mi libido. El resto de su sala de estar me confundía. Una barra de metal había sido apuntalada entre el extremo por encima de la chimenea y la pared exterior de la casa. En la barra del armario improvisado, había camisas de franela colgadas en perchas junto a una chaqueta de invierno. Camisetas colgaban sobre el respaldo de una silla tapizada de verde; su cojín sostenía tres pares de jeans doblados.

A mi derecha, un descolorido sofá a rayas había sido cubierto en su mayoría con una manta color azul pálido. Una almohada de cama aplanada con una funda a juego descansaba en un extremo. El otro extremo tenía un afgano hecho una bola tejido en marrón, amarillo y naranja. Parpadeando, me di la vuelta, casi chocando con Darren de nuevo. Vi más ropa tirada sobre cada pieza de mobiliario. Zapatos habían sido alineados en el zócalo. Libros de texto se encontraban apilados en el extremo de una alta mesa lateral que había sido empujada contra una pared; su otro extremo sostenía la lámpara que había encendido antes. Una silla de madera, del mismo estilo que las de la cocina, estaba metida debajo de ella. Miré más tiempo la improvisada mesa de estudio, eché un vistazo a la ropa, luego al sofá cubierto con una manta. —¿Vives aquí abajo? —Sí. —Me ofreció un duro asentimiento, luego entró a la cocina a oscuras— . ¿Quieres algo de beber? —¿En la sala de estar? Pero… ¿por qué? ¿No hay un dormitorio para ti? No respondió. Cuando me giré para enfrentarlo, estaba de pie de perfil delante del refrigerador abierto, su luz interior brillando en su rostro. Levantó una ceja, luego inclinó la cabeza hacia el estante superior que estaba lleno de botellas de cerveza y latas de refresco. —Una cerveza. —Las dos de la cena de más temprano habían desaparecido. Y el evento en el techo, junto con toda la nueva información, me habían llenado de energía nerviosa. —Fue más fácil mudarme hacia aquí abajo. —Abrió dos cervezas y dejó que las tapas se deslizaran por la encimera hasta detenerse ante una pared de correo apilado—. Cuando mi mamá… Su voz se quebró al mencionarla. Entonces su rostro se arrugó en señal de frustración mientras me entregaba mi cerveza. Puse una mano en su antebrazo. —¿Cuánto tiempo ha pasado? —Poco más de dos años.

Tomé unos tragos fortificantes. Pero entonces puse la botella en la encimera, repentinamente decidida a que necesitaba permanecer sobria. Nos estábamos aventurando a un territorio desconocido para mí: depresión, sobrevivir al suicidio de un ser amado… lidiar con esa inimaginable pérdida. Mi corazón dolía por él. Por ambos. Cuando no dijo nada más, me aseguré y declaré lo obvio. —No has hablado mucho al respecto. —Para nada. —Sujetó su cerveza con un puño apretado alrededor del cuello de la botella, luego se bebió una buena mitad antes de tomar aire. —Está bien si no quieres hacerlo. —No. —Sus ojos buscaron los míos—. Por primera vez, quiero hacerlo. Después de que ocurriera, me enterré debajo de todo lo que tenía que hacer para mantenernos a Logan y a mí a flote: me aseguré de que era capaz de ser su tutor legal, aligeré mi carga escolar… acepté más de un empleo para cubrir las cuentas. —Eso es increíble, Darren. —Amo a mi hermana. No tenía opción. De ninguna manera iba a ir a casas de acogida. —¿Y eso explica esto —Hice un gesto a su sala de estar convertida en dormitorio—, de qué manera? La comisura de su boca se levantó un poco. —Cuando ella… Exhaló un profundo suspiro, tomó algunos tragos de cerveza más. —Después de que ocurriera, Logan era un desastre. Se negaba a renunciar a mamá. La casa solo tiene dos dormitorios: el de mamá y el nuestro. Un día, una semana más tarde, volví del trabajo para encontrar que Logan se había mudado de nuestro dormitorio compartido al de mamá. Había arrastrado toda su ropa allí y se había encerrado. —Oh, guau. —No podía imaginar todos los recuerdos que tenía que haber en el dormitorio de su mamá. Su ropa. Sus tesoros personales. Su cama. —Además de mi equipo de sonido y toda mi música —gruñó.

—¿Qué? —Dejé escapar una risa—. ¿La música? —Escuché mientras la evidencia todavía resonaba con fuerza—. ¿Alternativa? Asintió. —Algo de jazz. Mucho blues y rock más pesado también. Lo reproduce sin parar. Sobre todo el material deprimente. Pero… parece ser su manera de hacerle frente. Así que la dejo en paz. Mis pensamientos derivaron de nuevo a la azotea, a su hermana y su conflicto. —¿Logan también sufre de depresión? —Sí. Es de familia, supongo. Tuvimos un par de peleas desagradables, donde ella se convertía en una ruina sollozante a mitad de pelea. Luego se cierra por completo… solo se queda mirando la pared fijamente. Cada vez que se ponía así de mal, no podía llegar a ella. Después de prácticamente rogarle, finalmente la convencí para que viera un doctor. —¿Ayudó? —No realmente. El doctor la vio durante diez minutos. Le dio una prescripción. Los medicamentos solo la pusieron peor. Entonces fuimos a una psiquiatra que nos recomendó el doctor: una tolerante mujer de mediana edad. Pero Logan parece estar bien con ella. —¿Así que está un poco mejor ahora? —No estoy seguro de cuánto mejor esté —murmuró—. Sigue terminando en ese jodido techo. —Cierto. —No sabía qué más decir. También estaría destrozada por dentro si alguien a quien amaba se hiciera tanto daño. —Está en su cuarta medicación. Dos la suavizaban demasiado. La tercera la convertía en una máquina de ira. Esta parece estar haciéndole bien, hasta el momento. Solo ha pasado una semana. Pero al menos no hay ventanas rotas. Ahhh… el cartón y la cinta aisladora. —¿Y tú no tienes ganas de dormir en tu propia cama?

—Nah. —Inclinó su cerveza, terminándola, luego disparó la botella vacía para que se deslizara por la encimera hasta que chocó contra la mía—. Aunque quisiera, ¿quién podría dormir con eso? Además, comenzó a salir en medio de la noche para ir a ese maldito techo. Necesito asegurarme de que no se escapa. —Pero ¿no trabajas por la noche? —Sí. Tengo que hacerlo. Pero hicimos un trato. Me prometió que estaría en casa, que sabría dónde estaba en todo momento. Para que hagamos que funcione por nuestra cuenta, tiene que ser de esa manera. Lo entiende. —Suspiró profundamente—. A pesar de que a veces rompe esa promesa. —Lo bueno es te envió un mensaje de texto. Al menos lo está intentando. La tenían muy difícil. Que estuvieran en la misma página, incluso con sus problemas, ayudaba. —Oh… por… —Algo que no había notado antes llamó mi atención. Crucé la habitación, entonces levanté una pequeña camiseta negra de donde había sido cuidadosamente colocada sobre una mesa lejana en la esquina—. Esto es… —Animal. —Iba a decir adorable. —El peludo personaje Muppets nos sonreía con todos sus dientes, baquetas alzadas. Darren sonrió y me quitó la pequeña camiseta, extendiendo su mano abierta debajo de esta. —Animal es la razón por la que me convertí en baterista. Amaba verlo, y mamá me animó a hacerlo. Me compró esta camiseta para Navidad cuando tenía cuatro años. Me compró mi primer tambor al año siguiente. —Eso es asombroso. —La historia me conmovió. Tiré la camiseta de su mano por las costuras de los hombros suavemente, luego la ordené en la mesa exactamente como había estado. La canción de arriba cambió de nuevo. Esta vez a un ritmo descomunal que conmovió mi alma. —¿Qué canción es esa? Ladeó su cabeza, inclinando una oreja hacia arriba.

—Jungle de X Ambassadors con Jamie N Commons. Otro ritmo de arrastre. Como lo que había estado tocando en el garaje. Y ahora me daba cuenta, también Logan. —Ven aquí. —Quitó la sábana del sofá y la sacudió en el aire, dejando que se asentara en el suelo—. Túmbate sobre tu estómago. Te mostraré. Dudé, entrecerrando mis ojos. Arqueó las cejas, entonces me agarró la mano y tiró hacia abajo. —Está bien. —Giré la cabeza, mirándolo mientras entrecerraba mis ojos de nuevo—. Pero no hagas nada gracioso. —Me había perturbado toda la noche. —Confía en mí. Insegura acerca de si me preocupaba confiar en él o en mí, controlé mi aprensión y me estiré en el suelo. En el momento en que me relajé, firmes manos se presionaron en el centro de mi espalda. Se separaron, una hacia mi trasero, la otra hacia mis hombros. Entonces empezó a golpetear el ritmo de la canción. Al principio un repiqueteo ligero. Luego un ritmo más pesado. —Ahí está el arrastre. —Golpeó con más fuerza al final de un conjunto de cuatro tiempos—. Ese último descenso… es lo más lejos que puedes alargar el golpe antes de perder el ritmo. El contacto era íntimo. Tocar la batería era su pasión. Con esos musculosos antebrazos, golpeó suavemente el ritmo que fluía de su cabeza hacia mi cuerpo. Calor viajó desde su toque. El golpeteo se hizo más pesado, más fuerte. Cuando extendió sus manos durante una pausa, luego las enrolló de nuevo, su mano se deslizó debajo de mi camiseta. Los callos en las puntas de sus dedos hicieron cosquillas mientras trazaba mi piel ligeramente, subiendo la tela. Entonces empezó a golpetear con mayor intensidad en mi carne. Mi camiseta siguió subiendo, exponiendo cada vez más de mí. Sus dedos se deslizaron bajo el tirante de mi sujetador. Tiró del tejido elástico, haciendo una pausa. —Solo piel, ¿está bien?

Incapaz de pensar con claridad o formar una respuesta, le dirigí un rápido asentimiento. Entonces con un movimiento rápido, la tensión se aflojó. Aspiré un aliento irregular, mi mente explotando de que se hubiera tomado esa libertad… y se lo estuviera permitiendo. Alisó sus manos sobre mi piel desnuda, luego reanudó el tamborileo. Como si no me hubiera desnudado parcialmente. La intimidad del momento creció. Mis respiraciones se acortaron con cada golpe de sus manos. El territorio recién desnudado que usaba se expandió, primero aventurándose encima de mis hombros, luego hacia abajo, hasta llegar a la cima de mis caderas, más abajo sobre mis nalgas. Calor inundó todas partes, excitación incrementando con cada pesado latido de mi corazón. La canción terminó. Sus manos se detuvieron en el creciente silencio, apoyadas sobre mí. Y me sentí expuesta. No solo por la camiseta levantada y el sujetador desabrochado. Por todo: la hermana sobre la que no había sabido nada; la historia de su mamá y su infancia; conocer su conflicto, lo difícil que había sido para él, por qué nunca dejaba que una mujer se acercara. Aspiré una pesada respiración, entonces me tiré hacia atrás sobre mis piernas dobladas. Apreté mi camiseta y mi sujetador contra mi pecho. —Yo… me tengo que ir. Con grandes bocanadas de aire, intenté calmarme. —¿Ahora? —Sorpresa tensionó sus rasgos. Asentí violentamente, estirando mis manos hacia atrás para abrochar mi sujetador. —Sí. Ha sido un día largo. Lleno de muchos acontecimientos inesperados.

Y una gran revelación. Había dejado que fuera demasiado lejos sin darme cuenta… había dejado que Darren se acercara demasiado.

Darren

K

iki se había asustado. Normalmente una charlatana feliz, durante el último día y medio se había retraído a respuestas de una palabra en mensajes de textos. No había respondido mis llamadas.

Sí, lo entendía. Los dos estábamos tratando de hacer frente a la nueva mierda. De hecho, el martes por la noche me sorprendió demasiado. No porque Logan estuviera en el tejado, sino por la forma en que mi hermana reaccionó a que otra chica estuviera cerca de mí. Había estado interesada en Kiki, la había atraído más cerca, había querido llegar a conocerla. Lo que era una primera vez. Un giro de ciento ochenta grados de la fría indiferencia o las miradas de odio que habían sucedido en el pasado. Y aun así, yo también era diferente con Kiki. Tal vez esa era la razón. Pero ¿la repentina frialdad de Kiki? No estaba bien. Y se terminaba hoy. No podía esperar hasta la tarde para verla. Así que anoche le había solicitado una carrera por la mañana. ¿Su respuesta? Bien. Cuando desperté, envié otro: Nos reunimos en tu casa. Me respondió la misma joya de una sola palabra unos minutos más tarde:

Bien. Hoy la presionaría. Vería de lo que estaba hecha. Físicamente. Mentalmente. Porque ya no quería a Kiki lejos. Ser tan solo un amigo ya no funcionaría. Y estaba malditamente seguro de que no la quería solo para una aventura de una noche. No. Kiki no lo sabía todavía, pero ¿si quería huir de mí? La perseguiría. Me estacioné junto a su auto, luego puse el auto en “estacionado”. Pero no tuve oportunidad de apagar el motor antes de que abriera la puerta del acompañante y se subiera a su asiento. —¡Hola! —Se abrochó el cinturón de seguridad, luego me miró. Su tono tenía un insano nivel de alegría tan temprano en la mañana. Y yo todavía no había consumido suficiente cafeína. Cuando me estiré hacia el tablero en el suelo para agarrar la bandeja de cafés que había traído, se inclinó hacia abajo al mismo tiempo. Nuestros brazos se rozaron, su izquierdo, mi derecho. Los dorsos de nuestras manos se tocaron por un breve instante. Nuestros dedos se enredaron. Y nos detuvimos allí, como si la sorpresa del contacto necesitara un momento para establecerse, y no queríamos separarnos, aún no. Hasta que lo hicimos. Repentinamente. Apartó su mano bruscamente, arrollándola contra su pecho. Entonces se aclaró la garganta y con su otra mano levantó la bandeja de cartón. Los dos nos recostamos, lejos del aparente peligro. Desenroscó su café del soporte, luego levantó la bandeja, ofreciéndome el mío. La miré fijamente todo el tiempo mientras agarraba mi taza, esperando que dijera algo. Hasta que no lo hizo. Y ya había tenido suficiente de esta incomodidad. —¿Estás bien? —Por supuesto.

Frívola. —Mentira. —Síp. Iba a refutarla. —Estoy bien. —No, no lo estás. Inhaló profundamente, luego dejó escapar un profundo suspiro, la parte superior de su cuerpo colapsando contra el respaldo del asiento. —Es demasiado temprano para hablar tanto. ¿No podemos correr? —No. Hablemos. Y ya pasamos mucho tiempo sin hacerlo. —Bien. —Ahí estaba esa palabra otra vez… no era mejor decirla que mandarla por mensaje de texto—. ¿De qué quieres hablar? —De nosotros. —No hay un “nosotros”. Solté una risa seca. —Sigue diciéndote eso. No lo hace más verdadero. Se llevó la taza a los labios, tomó varios tragos mientras miraba el tablero de mandos, luego se llevó la taza a su regazo. Se quedó mirándola, jugando con la costura de la funda protectora en la parte superior hasta que se rompió. En voz baja, dijo finalmente: —No puede haber un “nosotros”. —¿Por qué no? —Simplemente no puede. —Digo que es mentira de nuevo. Lanzo una gran bandera amarilla de mentiras al aire. —¿Nunca has sido rechazado antes? No te lo estás tomando muy bien. —No de una mujer que me deseaba. —No lo hago.

—Sí. —En el silencio que siguió, nuestras palabras resonaron en mi cabeza— . ¿Cuántos años tenemos, cinco? Diversión brilló en sus ojos. —Aparentemente. —¿Cuál es el problema? Me deseabas. Tenía obstáculos para que eso ocurriera. Se han ido ahora. —¿Alguna vez consideraste que solo te deseaba cuando no podía tenerte? —Eso no tiene sentido. —Claro que sí. —Se cruzó de brazos—. Eras una presa fácil cuando podía tener algo solo físico. Ahora es demasiado tarde. —Mentiraaa. —Mi nueva palabra favorita. Pero había una gran pila fétida entre nosotros, y no había terminado de sacarla todavía. —Verdad. —Se encogió de hombros a medias. —Tal vez tu comprensión desacertada del asunto. Mira, Kiki. No he podido tener ningún tipo de relación con una chica desde… desde que Logan se reprimió y empezó a atacar. —¿Qué ha cambiado de repente? —Parece que le gustas. —Eso es parte del problema. —Su voz era tranquila. —¿Qué? Todavía no lo entiendo. —Esa es la razón por la que —Señaló con su dedo entre nuestros pechos—, nunca puede suceder. Entrecerré los ojos. —¿Por qué exactamente? Me miró, inclinó un poco la cabeza, luego exhaló una lenta respiración, compasión suavizando su expresión. Su voz bajó. —Porque me gustas.

Mi pecho se sintió pesado con el peso de su declaración: el tono en que lo dijo, como si ese hecho representara nuestro principio y nuestro final, y la forma en que me miraba, como si me deseara tanto, pero por el bien de todos se hubiera resignado al hecho de que nunca podría suceder. La mierda se había vuelto demasiado real aquí. Estábamos en grave necesidad de aligerar el humor. —Entonces ¿querías follar conmigo hasta el olvido cuando no te gustaba? Las comisuras de sus labios se retorcieron. —Más o menos. —Pero ahora que soy un tipo decente, ¿el sexo está fuera de la mesa? —No… totalmente. Confundido como el infierno, negué con la cabeza, sujeté el volante, y puse la camioneta en marcha. Así que estaba cerca de tener razón, pero no tanto. —No te sigo. Voy a necesitar más. Salimos de su vecindario, por la carretera hacia el sendero más largo que había planeado abordar antes de que contestara. —Es complicado. Gruñí. —Suena familiar. Aun así, que me devolviera mi excusa no le cayó bien a mis entrañas. —Entonceees… ¿necesitas ayuda con el equipo para la fiesta de los setenta? —Kiki se cruzó de brazos de nuevo. —Nop. —Síp. Si iba a cerrarse y cambiar de tema, no iba a seguirle el juego. De hecho, pensé mientras aceleraba por la carretera más decidido que nunca, no iba a jugar en absoluto.

Kiki

M

ientras Darren conducía y la tensión en su camioneta se volvía más pesada, mis pensamientos se retorcieron en un desorden caótico. Me empezó a doler la cabeza. Hacía juego con mi dolorido corazón.

Cerrarme a él me molestaba, pero no tenía elección. No podía manejar más. El miedo me había paralizado en el momento en que había bajado mi guardia en el piso de su sala de estar… de que pudiera desear tanto a alguien, desde lo profundo de mi alma; de que pudiera llegar a alcanzarlo, dejar que sucediera. Y luego perder eso. Perderlo a él. ¿Mejor haber amado y perdido? Mi trasero. Perder a alguien después de amar era devastador. Te destrozaba. Mutilaba tu capacidad de volver a confiar en el amor. O tal vez solo me sucedía a mí. Pero mi corazón se sintió pesado poa la culpa durante todo el trayecto hasta el comienzo del sendero. Darren irradiaba frustración. No quería cerrarme a él, pero dejarlo entrar no era una opción. Al instante en que estacionamos, abrió su puerta con un empujón. —Vamos, Flash. Si quieres sobrevivir a esta carrera, tenemos que mejorar tu juego. Salté fuera de la camioneta mientras su puerta se cerraba de golpe. —¿Mejorar mi juego?

—Empezaste con los métodos de entrenamiento que te envié por correo electrónico, ¿verdad? —Sí. Carreras por senderos a un ritmo parejo. Alternando días, esprines en las subidas. —Bien. Hoy es un nuevo sendero, pero esta carrera también es por tiempo. Seis kilómetros y medio. Presiona tus límites. Esprinta en las pendientes. Corre en las rectas. Correcto. Un castigo. —¿Y las bajadas? Dejó caer una expresión impasible hacia mí. —Usa tu cabeza. No te caigas de cabeza, en otras palabras. —Entendido. Mientras ajustaba su zapato izquierdo, arranqué, corriendo hacia la suave pendiente de la pista. Después de casi dos semanas corriendo todos los días, sabía con qué velocidad subir, sabía cuándo ardían mis músculos, sabía cuánto conseguiría de ellos antes de que se rindieran. Todo lo que podía oír eran mis propias pisadas, mi pulso golpeando en mis oídos, el chirrido de mi respiración por mis labios entreabiertos. Un fuerte viento del norte me heló el rostro. Las ramas de los árboles de pino se balanceaban. Mientras entablaba el ritmo de la carrera, todos los pensamientos en mi cabeza se desvanecieron. Un lento ardor calentó mis músculos. Pero los presioné más. No solamente porque Darren me había desafiado. También porque disfrutaba el indulto y no quería lidiar con él ahora mismo. Nuestra llegada anticipada al remoto sendero —además de mi cabeza a la delantera— me ofreció una carrera en solitario. Y él estaba muy por detrás de mí. O eso había pensado. En la primera pendiente pronunciada, me adelantó. —¡Presumido! —acusé mientras presionaba mis piernas.

—Vamos, Flash. Veamos qué tienes. Resolución pulsó a través de mí, estimulando mi impulso a correr con más fuerza. Claro, él tenía piernas más largas, por lo tanto zancadas más largas. Y tal vez había estado corriendo más tiempo que yo. Pero no había estado entrenando a diario. Y tuve una súbita determinación de ser mejor que él. Sus acciones apestaban si creía que podía ganar esto. Necesitaba demostrarme que tenía el control, sin importar los obstáculos. Se mantuvo en la delantera durante el resto de la agotadora pendiente. En la recta, gané terreno, pero aminoré para recuperar el aliento, calmando mi ritmo. En la segunda vuelta a la izquierda, lo rebasé. Durante el resto de la carrera, nunca miré hacia atrás. Podía sentirlo detrás de mí, no obstante. El nuevo sendero era glorioso. Con muchas sorpresas. Un montón de curvas cerradas y desafiantes escaladas. Dos curvas recientes tenían rocas cubiertas de musgo escalonadas hacia arriba; en una tuve que trepar sobre su enorme superficie de granito. La desafiante carrera no dejaba lugar para nada más que centrarse milimétricamente en la tarea en mano. En varias secciones de descenso, presioné mi ritmo: ni caminando ni corriendo del todo, sino plantando un pie detrás del otro en una poderosa marcha en escalera. Un par de veces, una avalancha de pequeños guijarros me hizo deslizarme uno cuantos centímetros, pero nunca perdí mi equilibrio. La última curva vino y se fue. Al final de la curva del sexto kilómetros, con los músculos gritando, respiraciones entrecortándose, empujé mi cuerpo a su punto límite; forcé a que mis piernas corrieran hacia la imaginaria línea de meta, marcada por el gran tablero al inicio del sendero. Sin dejar de correr sobre la superficie llena de tierra, levanté mis brazos en el aire y di la vuelta, corriendo hacia atrás.

—¡Jaaa! —grité al monte. Mi eco siguió. Darren corría por el sendero, una leve sonrisa en su rostro. Mientras corría en mi lugar, proclamando mi victoria, mi talón quedó atrapado en algo. Una fracción de segundo más tarde, la tierra se estrelló contra mí. Con fuerza. —Ah —gemí ante un destello de dolor en mi cabeza. —Mierda. Kiki, ¿estás bien? —Se cernió sobre mí en un instante, bloqueando el sol. Presioné mi muñeca contra mi ceja. —Aún no lo sé. Me quitó las gafas de sol. —Abre tus ojos. Al momento en que lo hice, los miró profundamente. Clínicamente. —Las pupilas están bien. —Inclinándose hacia adelante, palpó mi cabeza, pasando los dedos por el cuero cabelludo. —¡Ay! —Hice una mueca cuando un dolor reciente me atravesó el cráneo. Disminuyó la presión, pero frotó las yemas de sus dedos sobre un punto magullado. —No hay conmoción cerebral. Pero vas a tener un chichón de buen tamaño allí. —Cade siempre dice que soy cabeza dura —murmuré. —Tu hermano te conoce bien. —Me miró, diversión chispeando en sus ojos. Dejé caer mi cabeza lentamente. Acunó mi nuca hasta que estuvo apoyada en el suelo. —¿Qué hay del resto de ti?

Todavía respirando con dificultad por mi último acelerón, me esforcé por levantarme. Hizo un gesto hacia las correas de mi mochila de hidratación. —La bolsa de agua protegió tu columna vertebral. —Pero mis calzas negras tenían marcas de tierra en la cadera derecha. Bajó la cintura de mis pantalones hasta que apareció un rasguño con sangre. Me incliné hacia adelante lo suficiente como para ver que era superficial. —Eso no es tan malo. —Nada que no vaya a resolver una curita. —¿Tienes una de esas a mano? Me dirigió un leve asentimiento. —Tengo un botiquín de primeros auxilios en la camioneta. Cuando me tendió una mano, la agarré, y luego hice una mueca cuando mi codo rozó mi costado. Después de levantar mis mangas, me encontré con dos arañazos más: haciendo juego, uno en cada codo. —No puedo creer que me cayera al final. Con todos los esprines en los cantos rodados y subiendo grietas rocosas, tengo que caer al final… trotando en mi lugar. Dejó escapar un lento suspiro mientras levantaba una mano hacia mi rostro. Con un suave toque, sostuvo mi barbilla con su dedo índice y pulgar. Examinó mis ojos, intensidad brillando en su mirada fija. —Bajaste la guardia. —Sí. —Exactamente de lo que estaba tan malditamente asustada.

Darren

S

ábado por la noche. Otros dos días de silencio de Kiki. A excepción de un mensaje de texto esa mañana: Me salto la carrera hoy

Ninguna explicación. ¿Estás bien? Cerca de diez largos minutos más tarde, apareció su respuesta. Sí No estaba seguro de qué me irritaba más, mi decepción o su lamentable respuesta. —Joder —espeté en voz baja. Me levanté del sofá de golpe y corrí por las escaleras, siguiendo el sonido de Lithium de Nirvana. Logan había dejado su puerta entreabierta. Nunca hacía eso. Por lo general estaba cerrada con llave. Aplasté una palma en el centro y la empujé a medio abrir. Dejé escapar una lenta respiración y me quedé allí, observando a mi hermana sentada en el medio de la cama tamaño queen, brazos envueltos alrededor de sus rodillas dobladas. Con los ojos muy abiertos, miraba fijamente un punto en el edredón floreado a medio metro frente a ella. La fuerte música retumbaba a nuestro alrededor, ella en su cama, yo en la puerta. Me pregunté cuántas veces había estado escondida detrás de una puerta cerrada, totalmente atontada con la música ocultando su dolor. Mi corazón dolía por ella.

Me sentía como un intruso. Pero tal vez irrumpir en su espacio era lo que necesitaba, la puerta abierta era una pista. No dispuesto a permanecer desapercibido por más tiempo, llamé a la puerta. Su única respuesta fue un pesado parpadeo. Me aclaré la garganta, levantando la voz un tono por encima de los decibelios del bajo. —¿Logan? A eso le siguió unos cuantos parpadeos. Entonces agarró el mando a distancia, bajó el volumen, y giró la cabeza hacia mí. —Ah, hola, D. —¿Estás bien? —La pregunta temática del día. —Sí. Oh, infiernos, no. Suficiente con mis chicas y sus vagas respuestas. —No parece. —Estoy bien. —Se encogió de hombros—. Simplemente tristona de nuevo. —¿De nuevo? ¿Qué pasó con los medicamentos? ¿Y la doctora Jamison? ¿No dijiste que estaba ayudando? —Dejé de tomar las cosas nuevas. Hacía que mi corazón se acelerara y me temblaran las manos. Jodidas drogas. —Entonces ¿estás tomando un descanso de los medicamentos? Me ofreció un asentimiento. Una parte de mí estaba aliviado. Las había consumido sin ninguna mejora visible. Pero la riesgosa alternativa me asustaba de muerte. —¿Y la doctora Jamison? ¿Lo sabe?

—Voy a contarle el martes. Ya me dijo que si no podía manejarlas, disminuyera la dosis. Solo dejé de tomarlas. —¿Y te estás sintiendo mejor? Finalmente levantó la mirada hacia mí, inclinando sus labios en una media sonrisa. —Define mejor. Un poco de sarcasmo. Bien. —¿No más taquicardia ni manos temblorosas? —Nada de eso. —Pero todavía está la depresión. ¿Tan mala como unos años atrás? Su frente se arrugó. —No. Se siente diferente. Apoyé un hombro contra el marco de la puerta. —¿Diferente cómo? —Menos ahogada en un abismo de desesperación. Más… ¿entumecida? — Su voz contenía un tono de humor, incertidumbre. Resoplé. —Entumecida suena mejor que en un “abismo de desesperación”. Me alejé de la puerta y tomé asiento a los pies de la cama, revisando su dormitorio desde el interior, por primera vez. La cama no tuvo oportunidad de asentarse con mi peso cuando ella se movió hacia adelante para sentarse a mi lado. Cuando levanté mi brazo, se metió debajo y apoyó la cabeza en mi hombro. —Me gusta lo que has hecho con el espacio. La lámpara tenía una bufanda azul, una de Logan, tirada sobre la parte superior. En la pared sobre la cama, colgaba una cadena de luces blancas de Navidad sobre una especie de collage: bramantes habían sido cruzados para

formar un diamante, recortes de revistas y fundas de CD de música metidas debajo. Mi atención se detuvo en la cómoda junto al armario. Por un lado, un marco de plata ubicado detrás de una pequeña caja de estaño. Aparte de los muebles, todo lo que podía ver eran pertenencias de nuestra madre… los únicos objetos personales. —Gracias. —Su mirada siguió la mía—. Ha sido un trabajo en progreso. —Todos lo somos, ya sabes. —¿Quieres decir que no soy la única? Dejé escapar una risa seca. —Infiernos, no. Todos estamos jodidos. Es la gran prueba de la vida: lo fuerte que seguimos luchando, sin importar lo que nos lance el mundo. —¿Por qué mamá no luchó más fuerte? Con el corazón pesado, intenté hablar, pero me tuve que esforzar para tragar el nudo en mi garganta. —Luchó tan fuerte como pudo, Lo. Lo que sigo diciéndome cada día. Verdad o no, era la única manera en que podía lidiar con esto. Nos rodeó el silencio. Envolvió sus brazos alrededor de mi cintura y tomó una profunda respiración. Dolor ardía en mi pecho, y dejé escapar un fuerte suspiro, frotando mi esternón con la palma de una mano mientras apretaba mi otro brazo alrededor de Logan. —Nosotros estamos luchando para sobrevivir. Nos tenemos el uno al otro. Es todo lo que importa. —¿Alguna vez… seremos —Su voz se rompió y aclaró su garganta—, felices de nuevo? —Sí, lo seremos. —¿Cómo lo sabes?

Porque ya lo he entrevisto. Con Kiki. —¿Cuando buscamos el bien en este mundo a pesar de lo malo? Es entonces cuando nos encontramos con la felicidad. Me dirigió un leve asentimiento. —Tal vez solo pequeñas cosas al principio. —Claro. —Pensé en lo que me había estado ocupando—. Ponte allí cuando te sientas lista. —¿Estaría bien si riego el césped? ¿Planto flores en las macetas? Tosí una risa sorprendida. —No necesitas mi permiso. —Pero ¿podemos afrontar el costo? —Sí. Compra todas las flores que quieras. —Lo que fuera necesario. Pero entonces la verdadera pregunta que había estado tratando de hacer me golpeó: tiempo juntos—. Iremos al vivero, juntos. Quizás mañana. Vas a necesitar mucho más que agua para revivir nuestro patio delantero. Probablemente algo de césped, el espacio es bastante pequeño. Me levantó el ánimo. Sería bueno hacer un proyecto con ella. Cuando se apartó, sus ojos brillaban con lágrimas no derramadas. Pero su rostro se iluminó con una sonrisa. —Me gustaría eso. —Sabes que puedes hablar conmigo en cualquier momento, ¿verdad? Puedes dejar la puerta abierta y dejarme entrar. No tiene que ser un mensaje de texto urgente desde un tejado. —Sí, lo sé. —Bueno. —Al menos no había fallado en hacerle saber que estaba allí para ella—. Somos una familia. Quiero que sepas que cubro tu espalda. —Lo sé. —Tomó una respiración profunda, para luego dejarla salir—. Entiendes por qué voy al tejado, ¿verdad?

—Entiendo lo que me has dicho... y lo que le has dicho a Kiki. —Que no era mucho. Le había dicho que quería estar cerca de nuestra mamá. Sin embargo, estar en su dormitorio se sentía como estar con todas las mejores partes de mamá. ¿El techo? Se sentía como lo peor—. Me asustas muchísimo cada vez que estás ahí arriba. —Nunca saltaré. Ese es el punto. Si he heredado la depresión de mamá, no puedo evitar eso. Pero puedo controlar lo que puedo hacer con ello. Es como una prueba para mí. Que sin importar lo mal que me sienta, nunca voy a saltar. Siento que mamá me ve allí. Y… tal vez esté orgullosa de mí al saber eso. Di media vuelta, luego la envolví con ambos brazos, apretándola con fuerza. —Estoy orgulloso de ti. Y cuando realmente tengas que ir, házmelo saber. Estaré allí contigo. Logan sorbió por su nariz. —Gracias. Dividido entre mi misión original y nuestra reciente epifanía, me quedé allí sentado y la abracé. De repente, me golpeó en las costillas. —Está bien. Basta ya de ser sensiblero. Cuando me aparté, se limpió los ojos con sus dedos, corriendo el maquillaje de sus ojos, y sorbió por la nariz un par de veces más. Luego miró a su alrededor, confundida, como si recién ahora se estuviera dando cuenta de que había entrado a su espacio sagrado por primera vez en más de dos años. —¿Necesitabas algo? —Sí. Mi música. Ladrona. —Me levanté de la cama y agarré un CD mientras buscaba otros. —Mi música —corrigió—. Reglas de tenencia. Y hay un límite de tiempo para reclamar tus cosas. —Lo que sea que te digas para conservar tu botín y dormir por la noche.

Mientras recogía unos CD, su cabeza apareció en mi línea de visión debajo de mí. Cruzó sus brazos sobre el escritorio, apoyó su barbilla en ellos, levantó su mirada hacia mí. —¿Qué estás haciendo, de todos modos? ¿Tu música de DJ no está en Loading Zone? Pensé que era tu escondite personal. —¡Ajá! Así que admites que es mío. —Nuestro. —Me quitó el CD de la mano, luego le dio la vuelta—. ¿Qué. Estás. Haciendooooo? —Agarrar algo de música para Kiki. —¿Una lista de reproducción? —No. No es una “lista de reproducción”. No es una cosa cursi de romance. —No tiene por qué ser cursi o de romance. Y estás haciendo todo mal. Le dirigí una mirada inexpresiva. —Lo estoy haciendo mal. —La declaración bordeó lo ridículo. —Síp. Regrésalos a su lugar. Grabaremos una lista de reproducción. — Cuando dudé, preguntándome cómo lo haríamos sin la fuente, los agarró de mis manos y los archivó cuidadosamente en sus ranuras abiertas. Se sentó en su silla y encendió su computadora. —Tengo todas tus canciones en una base de datos. ¿Cuáles quieres? Sorprendido de que se hubiera animado ante la idea de ayudarme, me senté en el borde de la cama detrás de ella. —The Stroke de Billy Squier, I Wish It Would Rain Down de Phil Collins, y Pour Some Sugar on Me de Def Leppard. Con esa última canción, echó un vistazo hacia atrás, su rostro contorsionado en una extraña mezcla de asco y confusión. —Estás bromeando. Arqueé mis cejas. —¿Ayudas o te burlas?

Su expresión se suavizó en una leve diversión mientras levantaba las manos en señal de rendición. —Ayudo. —Entonces carga las canciones, sin preguntas. A mitad de camino en los siguientes diez minutos, mientras le daba canciones adicionales, Logan descubrió lo que tenían en común. Rechazó una de mis opciones y añadió otras dos. Luego metió un disco en blanco y comenzó a grabar la lista de reproducción. —¿Estás seguro de que tiene un reproductor de CD? —No. —No había pensado en eso. Soy DJ, por el amor de Dios. Pero al parecer mi cerebro fallaba cuando se trataba de las cosas relacionadas con Kiki. —Dame tu teléfono. —Tendió su mano. Antes de dárselo, eché un vistazo a la pantalla para ver si Kiki había enviado algo. Nop. Por supuesto que no. Lo lo agarró con impaciencia, y me quedé mirando a su lado. Entonces sacó un cable del cajón superior del escritorio y conectó mi teléfono a su computadora. —Por si acaso. —Gracias —le dije, sorprendido de lo rápido que descifró el tema de la lista de reproducción. Luego eché un segundo vistazo a la forma en que había organizado mis CD de música antes de que mi atención se posara en su bajo apoyado en la pared—. Estás realmente compenetrada con la música. —Sí. —Me devolvió el teléfono—. Te encanta tanto. —¿Y? Había estado tocando con la banda durante los últimos meses después de que le comprara la guitarra para Navidad. Había tomado un par de clases particulares con Nick. Pero cada vez que le había preguntado al respecto, había fruncido sus labios y se había encogido de hombros. Pero esta noche algo había cambiado. Como si hubiera pasado el tiempo suficiente, y finalmente hubiéramos roto la nube de pérdida que había colgado espesa entre nosotros.

Su mirada se desenfocó por un segundo. Entonces sonrió ampliamente, la sonrisa más grande que había visto en ella en demasiado tiempo. —Me encanta también. —Su tono había bajado, reverente. —Increíble. —Orgullo llenó mi pecho—. Cada vez que desees ayuda con esto, me lo haces saber. —Gracias. Pero quiero hacer esto sola. Le ofrecí un asentimiento en comprensión. —Oye, ¿segura que vas a estar bien sola esta noche? —Mis pensamientos volaron a la chica abatida que había visto en la cama menos de veinte minutos atrás. De ninguna manera la dejaría sola en lo alto solo para que cayera en espiral. —Sí, estoy bien. Va a venir Trevor. —¿Trevor? —Está bien. Ha estado aquí antes. —¿Ha estado aquí? —dije, rechinando los dientes, incapaz de detener el cambio en mi tono. —Relájate. Me está ayudando con los riffs más estrictos que estoy tratando de tocar. —Música. Va a venir por música. Solamente. —Sí. —Nada de… cursis listas de reproducción románticas… —No. —Me dirigió una mirada severa—. Y nada de condones tampoco. Dejé escapar un suspiro de alivio. —Bien. —Estaba a medio camino en dirección a la puerta, cuando agarré el marco de esta y miré hacia atrás—. ¿No hay necesidad de condones con… Trevor? ¿O ninguna necesidad de condones… nunca? Se echó a reír mientras yo luchaba con el concepto. —Tendré sexo, D. Todavía no, pero en algún momento pronto. Y habrá condones.

—Está bien. Bueno. Creo… Lanzó una pequeña almohada verde hacia mí mientras flotaba en la incertidumbre durante demasiado tiempo. —¡Vete! Prometo no hacer otra cosa que música esta noche.

Para el momento en que logré llegar a casa de Kiki, lo tenía todo planeado en mi cabeza. Ya había irrumpido y abierto una brecha con una de las mujeres silenciosas en mi vida; ¿cuán difícil podía ser hacerlo de nuevo? Después del tercer puñetazo en la puerta de entrada a su almacén, sin embargo, empecé a preguntarme si había juzgado mal. Traté de abrirla, pero estaba cerrada. No provenía ningún ruido del interior, pero su auto estaba estacionado a pocos metros de distancia. Examiné la parte delantera del edificio. Luego caminé unos pasos y rodeé la esquina, inspeccionando la pared lateral más cercana. Las únicas ventanas estaban a más de tres metros de la tierra. Tenue luz brillaba desde estas. A medio camino, escuché un ruido sordo, como si una puerta interior se cerrara. —Esto es ridículo —gruñí, sintiéndome como un acosador escondiéndome en las sombras de su edificio por la noche. Saqué mi teléfono de mi bolsillo trasero, entonces le envié un mensaje de texto. Abre tu puerta. Para el momento en que volví a la parte frontal, rodeando la esquina, el metal raspó ligeramente mientras abría la puerta. Un estrecho eje de luz se filtró por la rendija mientras la abría. —¿Darren? Me metí, dando un paso más allá de ella. Me miró boquiabierta. —Vaya, entra.

—Gracias. —Había humedad en el aire, junto con un ligero aroma a vainilla—. Espero que tengas hambre. —Depende. ¿Qué hay para cenar? —Volvió a cerrar la puerta, luego se volvió y se cruzó de brazos. —Cualquier tipo de comida china que te guste. —Levanté la gigante bolsa de papel. —¿Qué hiciste, robar el lugar? —Nop. Solo pedí uno de cada especial que tenían. Imaginé que uno tenía que ser tu favorito. Sus labios se presionaron en una línea mientras luchaba contra una sonrisa. —¿Tanta confianza? —Síp. Me miró un instante más, luego se volvió. —Está bien. Entonces ven. En penumbras, la seguí a través de su laberinto de esculturas de metal. Pasamos a la sala de estar, con sus sofás cubiertos con ropa. Pasamos junto a su mesa de trabajo, cubierta con una serie de sobres sin abrir. Me dirigió hacia la escalera de metal que conectaba con su loft de arriba. Al subir las escaleras, los suaves rizos de su cabello brillaban cada vez que pasábamos por los puntuales haces de luz desde arriba. Llevaba una camiseta negra de manga larga y pantalones de pijama de franela. El ruido metálico amortiguado con cada paso que daba provenía de un par de zapatillas a cuadros verdes y azules, su piel de cordero asomándose cada vez que daba un paso hacia adelante. —¿No estás enferma? —Nada de estornudos. Se veía bien, tez llena de color. —No. Está bien. —Pero ¿no corriste hoy?

—No, corrí. —Solo que no conmigo. —Sospechaba que tenía que ver con la otra noche, aun así corrimos el jueves. Y eso pareció ir bien. En su mayoría. —Solo necesitaba tiempo para pensar. Sola. Cuando llegamos a la cima, abrió la puerta y entró. El interior de su loft no se parecía en nada al austero exterior de metal. Colores suaves en las paredes y muebles hacían del espacio un hogar acogedor. La cocina en frente tenía una buena cantidad de gabinetes, electrodomésticos de acero inoxidable, y una isla cuadrada con dos taburetes. A su lado había un juego de comedor moderno con un lacado de color gris pálido y cuatro sillas de madera blancas. Bajo nuestros pies se extendían pisos de madera pulida. Mientras miraba el área abierta del dormitorio que estaba a pocos metros de distancia, agarró la bolsa. —El piso no es de madera real. Son baldosas. —¿De verdad? Me dejé engañar. —Parecía auténtico ensamblado, granos diferentes y todo. —Más barato y más durable. —El crujido de la bolsa sonó desde la cocina. De repente, una cabeza marrón peluda se asomó detrás de sus almohadas celestes. Sus ojos parpadearon pesadamente. —¿Y la cama? —Admiré la curva cabecera oscura mientras palmeaba la ropa de cama. Chipmunky saltó fuera de su escondite, luego acechó mi mano antes de agacharse en el centro. —Caoba recuperada. Su estilo de baja altura era simple, casi asiática. Levanté el extremo de la colcha y deslicé mi mano debajo, luego la deslicé rápidamente de adelante hacia atrás una vez. Los ojos de Chipmunky se oscurecieron. Se dejó caer más abajo, retorciéndose. Formé un arco con mi mano lentamente hacia la derecha. Rastreó mis movimientos, luego saltó, aterrizando sobre ella durante un segundo, antes de saltar lejos y agacharse de nuevo.

—Te encanta la reutilización de artículos. —Tenía sentido con la forma en que reutilizaba los elementos para crear su arte y la decoración que había hecho en Loading Zone. —Así es. —Más crujidos de bolsa llamaron la atención del gatito y mi mano fue abandonada. Seguí al gato saltando a la cocina. Kiki apuntó el espacio arriba de la mesa de comedor con un tenedor. —Recuperé el candelabro de la demolición de un hotel. La puerta de granero corredera del baño provino de una granja local. Los gabinetes de una antigua iglesia. Panel de corcho en las paredes para el sonido. —¿De dónde vino el corcho? —¿Un árbol? —Sus labios se torcieron en una sonrisa. Ahhh… sabionda. Bueno, era mucho mejor que la atemorizante reciente ley del hielo. Dado que ya había dispuesto las cajas de comida para llevar en el centro de la mesa, tomé asiento. Arrojó la bolsa de papel de gran tamaño al aire sobre el espacio de piso abierto. Al instante en que la bolsa cayó, Chipmunky se precipitó hacia esta. Entonces perforó una sección de la bolsa de un puñetazo hacia el exterior. Segundos después, otro golpe en un lugar diferente deformó la bolsa y colapsó. Abrió la nevera. —¿Quieres una cerveza? —Claro. —¿Un tenedor? ¿Palillos? —Tenedor. Trajo dos botellas, dejó una frente a mí, luego apuñaló dos tenedores en un par de contenedores al azar. La taza de sopa de poliestireno ya tenía una cuchara sobresaliendo. —Entonces… no me estás evitando. —Agarré el tenedor más cercano, luego mordí un trozo de carne de cerdo agridulce.

—Oh, lo estoy. —Se inclinó, examinando las cajas de cartón, luego recogió un poco de pollo con almendras. Mastiqué, luego tragué. —Apestas en ello. —Aparentemente. —Metió la mano en una caja de cartón diferente, llevando otro bocado a su boca. —¿Por qué? —Sabía qué la había provocado, simplemente no lo entendía. —No me llevo bien con… el compromiso. —De ahí las aventuras de una noche. Me señaló con el tenedor con un asentimiento. —Él lo entiende rápido. —Pero ¿por qué? ¿Quién te hizo daño? —Era la única explicación. —No voy a hablar de ello. —Puso su tenedor sobre la mesa, levantó la cuchara de su copa, sopló la superficie del líquido humeante, luego lo sorbió. Siguió con un par de cucharadas antes de pasar a otro recipiente, otro bocado. No levantaba la vista de la comida. Silencio de nuevo. —Está bien. —Tenía experiencia con paredes protectoras con Logan. No presionas con demasiada fuerza con la mierda emocional. Esperas hasta que estén listas. —¿Qué pasa contigo? —¿Conmigo? —Levanté mi mirada de hurgar en el contenedor más cercano para encontrarla mirándome fijamente. —¿Por qué no tienes novia? —Se llevó un bocado de arroz frito con camarones a la boca. Agarré un rollo primavera, lo sumergí en la mostaza, luego en la salsa dulce y amarga antes de tomar un bocado. —Es… —Complicado —completó—. Lo recuerdo.

—Sí. Mucho tiene que ver con Logan. —Oye. No hay necesidad de explicarte. Bien. Porque los motivos habían comenzado a desvanecerse. Y las cosas se habían vuelto mucho más complicadas. Todo tenía que ver con la chica sentada frente a mí. —Entonces, ¿cuál es? —Arqueé una ceja. La comisura de su boca se curvó hacia arriba. —¿Qué plato chino? Asentí, luego me metí una cucharada de carne y brócoli a la boca. —No lo séee… —Estudió la comida desparramada—. ¿Estás seguro de que trajiste uno de cada cosa? Parpadeando, miré de una caja a la otra. —Moo goo gai pan. Huevo foo yong. Sopa de huevo. Cerdo agridulce. Albóndigas de pollo. Hizo girar el tenedor en los camarones lo mein. —¿Seguro que no omitiste nada? —Está bien. No traje uno de todo. Pero traje los platos más comunes. Imaginé que no eras una chica chow mein. Y cualquier cosa con salsa de langosta parecía una exageración. Con una expresión divertida, se metió el tenedor cargado de fideos lo mein a la boca. No un pequeño mordisco, un bocado enorme de comida. Después de que masticara, tragó, luego tomó un largo trago de su cerveza, dejó caer su tenedor y empujó sus manos contra el borde de la mesa antes de instalarse en su silla. —¿Bien? —Arqueé mis cejas, apuñalando el recipiente de arroz frito con mi tenedor. Recorrió el buffet de comida china con la mirada otra vez. —Indecisa.

—Justo. —No era por eso que había venido esta noche—. ¿Tienes un lugar para reproducir música? Su rostro se arrugó en una adorable expresión confusa. Entonces se levantó y comenzó a cerrar las pocas cajas de cartón que tenían sobras. Me puse de pie, acuné las cajas en mis manos para ayudarla a cargarlas al refrigerador. Los estantes en el interior estaban perfectamente organizados, envases de vidrio de alimentos con tapas de plástico apiladas en cada estante. —¿Ya sabes, un reproductor de música? —Saqué mi teléfono de mi bolsillo trasero, luego lo levanté, moviéndolo de un lado a otro. —Oh. —Sus ojos se abrieron ligeramente. Está bien. Todavía estaba asustada. —Escucha, sobre la otra noche, yo… —No. Estoy bien. No hagamos una gran cosa de eso. También conocido como: No quiero hablar de ello. Gran mierda. Se estiró por mi teléfono, pero lo alejé en el último segundo. Incapaz de detener su impulso hacia adelante, se estrelló contra mi pecho. Su respiración se aceleró mientras extendía sus manos. Entonces levantó la vista lentamente. Miedo brillaba en sus ojos. Deseo también. Aparté un mechón húmedo de sus ojos, metiéndolo detrás de su oreja. Maldición, era hermosa. Sin maquillaje, el cabello desordenado, mejillas sonrojadas, y mirándome como si me deseara… pero estuviera aterrada de ir tras lo que quería. —Fue un gran asunto. Y lo siento. —Había cruzado una línea sin marcar. Lo sabía ahora. Inhaló con fuerza, lágrimas brotando de sus ojos. Luego arrugó su ceño, parpadeó varias veces, y robó el teléfono de mi mano mientras se alejaba de mi alcance.

—Gracias —dijo suavemente mientras daba pasos hacia atrás, lejos de mí— . Y disculpa aceptada. Sonrió, levantando mi teléfono robado como si hubiera ganado su premio, había escapado de mi agarre. Retorcí mis labios en una sonrisa satisfecha mientras la miraba alejarse. Adelante, Kiki. Corre. Cuando realmente te atrape… Nunca te voy a dejar ir.

Kiki

D

arren me miraba con calor en su mirada. Su respiración redujo la velocidad, se intensificó.

Retrocedí, atrapada muy profundamente en una zona peligrosa que no había visto venir. Las chicas no pueden tener amigos hombres. Había escuchado a la gente decir eso. Pero nunca lo había creído. Mase era mi amigo. Ben también lo era. Era lógico que también pudiera ser amiga de Darren. Solo que no podía. Porque Darren era… bueno, Darren. Incapaz de formar un plan útil para mi incómodo dilema, me di la vuelta y caminé los últimos pasos hacia mi mesita de noche. Sin darme la vuelta, contesté su pregunta sobre la música. —Bose SoundDock. —¿Entrará? —El sonido de su voz se había acercado más. Nada sexual. Su comentario no fue sexual. Mi corazón se aceleró de todas maneras. Solté una respiración estabilizante, forzando mi cuerpo a tranquilizarse. Con aguda concentración, estudié el teléfono, examinando el puerto en la parte inferior. —No estoy segura. Los dos tenemos iPhone, pero el mío es más viejo. — Después de abrir la tapa de goma en la parte inferior de su funda, sacudí mi cabeza—. Tu receptor es demasiado pequeño. —¿El Bose no vino con algún cable adaptador? —presionó, observando por encima de mi hombro.

El calor de que estuviera justo detrás de mí frió mi cerebro. Inhalé una lenta respiración por mi nariz, saboreando su aroma masculino. Entonces parpadeé, sorprendida por la facilidad con la que caí presa de él. Abrí la puerta del cajón de la mesita de noche de un tirón. —Todo tuyo. Adentro había un enredo de cables. De todo. Computadora portátil. Tablet. Teléfono. Si había uno para el Bose, estaría aquí. Afortunadamente, mi vibrador estaba en la otra mesita de noche. Darren se quedó viendo el cajón, con las cejas ligeramente fruncidas en concentración, como si no le afectara el desorden. Tiró del extremo de uno, sacudió su cabeza, luego trató de nuevo. —Lo tengo. Mientras trabajaba para desenredar el cable, me quité las pantuflas antes de decidirme por el otro lado de la cama. Organizó los cables restantes: los sacaba uno por uno, enrollaba cada uno en un manojo alrededor de sus cuatro dedos y luego metió los extremos y lo volvía a colocar en su lugar antes de agarrar el siguiente. Lo observaba, cautivada por la concentración grabada en su rostro: frente rígida, labios fruncidos. Era impresionantemente guapo en la parte más tenue de mi habitación, sombras definiendo sus oscuros rasgos, enfatizando su fuerte mandíbula y pómulos altos. Mi tiempo de observación privada desapareció una vez que cerró el cajón y enchufó su teléfono. Se desplazó por la pantalla un par de veces, luego presionó el botón de control. —Esta debería ser familiar. La canción que había sonado en su casa —cuando estaba golpeando un ritmo en mi espalda— transmitió su profundo bajo inquietante a través del altavoz. —Jungle de… —Hice una pausa, incapaz de recordar el artista. —X Ambassadors. Y es mi forma de pedir disculpas. De nuevo. No quise hacerlo sexual.

Pero había ido allí, no obstante. Y mucho más. De mi lado, de todas maneras. Me quedé mirándolo a los ojos, buscando una pista. Estaba ahí en la suavidad de sus ojos. El momento íntimo había sido mucho más para él también. Quisiera admitirlo o no. Me hacía preguntarme si era la verdadera razón por la que había venido esta noche. —No. Es genial. —Y lo era. Por ahora. Al menos era lo que seguía tratando de creer. Me había mantenido a salvo por el momento, de todos modos: yo en el otro extremo de la cama, mi cuerpo patas arriba con mi trasero justo debajo de una almohada y mi cabeza cerca del centro. Recorrió su mirada de mi cabeza hasta mis pies plantados en la pared. —Ehhh… ¿así escuchas música? —Esta noche sí. —No me expliqué más, simplemente me quedé mirando mis piernas dobladas mientras deslizaba mis pies con calcetines más arriba en la pared. Nada sexual… o más… podía suceder de esa manera. Pretendía asegurarme de ello. Apretó sus labios, diversión brillando en sus ojos. —Está bien. Observé a medida que se quitaba los zapatos, se sentaba en el borde, y luego giraba su cuerpo en un movimiento para reflejar el mío. Por supuesto, con sus largas piernas, sus pies llegaban a unos buenos treinta centímetros más arriba que los míos, sus calcetines blancos presionados contra mi pared de corcho. Sin pensar, me quedé mirando sus grandes pies y solté: —¿Qué talla de zapato usas? Dobló sus piernas ligeramente. —Trece. ¿Tú? Mi rostro ardió, pero pareció ajeno a mi metedura de pata. Simplemente dobló más sus piernas, presionó sus pies en la pared y los bajó. Alineé mi talón con el suyo, tratando de hacer todo lo malditamente posible para no pensar en sus anchos antebrazos, grandes pies, y varias otras partes del cuerpo que estaban obligadas a ser del tamaño correspondiente. —Seis y medio.

La canción cambió. Empezó a tamborilear sus pulgares y meñiques en sus muslos. Cada repiqueteo que hacía daba un golpe sordo en el desteñido vaquero. —Este es un gran ejemplo de arrastre del ritmo —explicó, zambulléndose directo en el tema de la música. Como si no hubiéramos estado comparando partes del cuerpo. Como si mi mente no se hubiera ido a lo más bajo. Varias otras canciones sonaron. Con cada una, hacía un comentario detallado de los ritmos y dónde se arrastraban. Sucedió una larga pausa después de que la canción más reciente terminara. Su voz tranquila llenó el repentino silencio. —Sabes, no tienes que estar asustada de nosotros. De ti y de mí. —¿No? —Presioné mis manos contra los pantalones de mi pijama cuando empezó a sonar The Trouble With Love Is de Kelly Clarkson. —No. —¿Qué te hace creer que lo estoy? —¿La palabra GALLINA había sido estampada en mi frente? —No creo nada. —Oh. —Mi corazón empezó a golpear más fuerte. Tomé una respiración profunda, tratando de calmarlo. —Lo sé. —Giró su cabeza hacia mí. No respondí. Realmente no podía refutar la verdad. En su lugar me encontré con su penetrante mirada, busqué en sus ojos alguna señal de que realmente era un buen chico. Sentía que lo era. Presentía que una chica podía rendirse, quedarse absorta en él, pero nunca realmente perderse. Y aun así me escondí detrás de la enorme pared protectora que había erigido tantos años atrás. Miré de vuelta hacia la pared de corcho sobre nosotros. A mis calcetines rayados y a los suyos atléticos. Pensé en cómo nos habíamos conocido en un club nocturno, nos juntamos por un negocio de Solo con Invitación, luego nos habíamos acercado más a través de un deporte que había decidido perseguir. Su excusa sobre por qué teníamos que ser “solo amigos” se metió en mi cabeza. Es complicado.

—¿Extrañas a tu mamá… piensas mucho en ella? —La pregunta salió de la nada, pero parecía correcto hacerla. Y después de estar en su casa, y nuestra cercanía lado a lado en mi cama, se sentía como si hubiéramos llegado al punto donde podíamos preguntar cosas al azar y estaría bien. —Sí. —Su tono bajó—. Lo oculto. Ayuda estar ocupado. Tengo que ser fuerte por Logan. —Su voz empezó a quebrarse y aclaró su garganta. Giré un poco mi cabeza, observando mientras miraba las vigas de metal sobre nosotros. Mientras la conmovedora música sonaba, pensé en las palabras. Sobre pérdida y amor. —¿Cuál es tu recuerdo favorito? La sonrisa más pequeña tiró de la comisura de su boca. Se movió para meter sus manos detrás de su cabeza y cruzó sus tobillos, con un talón todavía tocando la pared. —Acción de Gracias. Cuando se quedó en silencio después de eso, me arqueé hacia él, empujando su hombro. —Cuéntame. Dejó escapar una respiración lenta, como si el recuerdo fuera querido y no quisiera apurarlo. —Todo lo que podíamos permitirnos eran sándwiches de pavo. Pero mamá consiguió carne buena, salsa de arándanos para untar, y rollos crujientes de la panadería. ¿La mejor parte? Estábamos juntos. Después de una larga pausa, continuó: —Era el único día del año que conseguíamos pasar todo el día solo nosotros. Logan hacía sonar las ollas si no estábamos a tiempo para el desfile. Los dos niños hacíamos un desastre gigante en la cocina con nuestro débil intento de panqueques mientras mamá se sentaba en el sofá. Sostenía su taza de café y daba órdenes desde la sala familiar. —Suena como un recuerdo fantástico. ¿Solo Acción de Gracias juntos? ¿Navidad no? ¿Qué hacía tu mamá?

—Trabajaba en una tienda de comestibles, pero era más como una tienda de conveniencia. Y Acción de Gracias era el único día que cerraban por el día completo. Trabajaba los fines de semana, la mayoría de los días de la semana, y tomaba turnos doble cada vez que podía. Guau. Mi vida privilegiada no había sido nada como la lucha de su familia. —¿Ningún papá? La canción cambió y rock más pesado salió de nuevo desde los altavoces. Se encogió de hombros. —No realmente. Tenemos el mismo padre, pero era un vendedor ambulante: nunca se casó con ella, estaba en casa solo el tiempo suficiente para embarazarla, pero nunca el tiempo suficiente para que yo lo recordara bien o lo extrañara. Cuando tenía siete, y Lo era solo una bebé, me di cuenta de que golpeaba a mi mamá. —Dejó escapar una respiración pesada—. Un día se fue y nunca volvió. —Lo siento tanto, Darren. Esa es una horrible vida en casa. —Encima de todo, había perdido a su mamá. —No lo sientas. —Sacudió su cabeza—. No fue tan mala. Lo y yo salimos bien. —Al menos se tienen el uno al otro. —Exactamente. Hablar de la familia me hizo recordar la invitación que le había extendido a su hermana en la azotea. —¿Tú y Logan podrán venir a la barbacoa mañana? Finalmente miró en mi dirección. —Sí. Logan está deseando que llegue. —¿Solo Logan? —Arqueé una ceja. Su mirada sostuvo la mía. —No. No solo Logan.

Música alta se transmitía a través de los potentes altavoces detrás de él, pero el momento parecía tranquilo, tenso y congelado. Sus ojos buscaron los míos mientras él inhalaba una lenta respiración. —¿Qué hay de ti? —¿Yo? ¿La barbacoa? —Tu recuerdo favorito. —Oh. —Porque sí. También estaba esperando que llegara la barbacoa. Rodé mi cuerpo hacia el otro lado de nuevo, relajándome sobre mi espalda, mirando nuestros pies con calcetines presionados en la pared. —El mío es un día festivo también. Nochebuena. ¿Es raro que en realidad no involucre a nadie más? Cuando le eché un vistazo, estaba parcialmente apoyado sobre un lado y me miró. —Depende. ¿Qué estás haciendo? Llevé mi cabeza hacia atrás y cerré los ojos. —Estoy de pie afuera. Si tengo suerte, está nevando. Un invierno, creo que tenía dieciséis años, era la primera nevada de la temporada. Estaba de pie afuera en nuestro patio trasero y estos enormes copos de nieve caían flotando de un cielo oscuro muy profundo. Un emocionante silencio caía sobre todo y todos. Casi dejé de respirar porque era tan hermoso: la naturaleza cubriendo el mundo en un blanco prístino; la nerviosa energía por debajo de todo, niños yendo a la cama, padres envolviendo regalos, amantes metiendo un regalo especial en una media. La canción de rock terminó mientras pensaba en ese momento de pura felicidad. Cada año tenía un ritual de parame afuera, pensando en la nieve, escuchando el silencio. El silencio se prolongó durante un momento. Luego otro. Justo cuando comenzaba una nueva canción, se aclaró la garganta. —¿Tenías un amante a los dieciséis?

No necesitaba mirar en su dirección para sentir el peso de su mirada. Golpeé su cadera con el dorso de mi mano. —No. Pero era una soñadora. Una romántica. Y quería tener uno… imaginaba que sucedía. Por último, se acomodó de nuevo a mi lado. Su mano rozó el dorso de la mía, y permaneció allí. —Parece que siempre has sido una persona optimista. —Siempre la optimista. Eso es lo que Cade siempre dice de mí. Quedo atrapada en la nieve que cae, no en cómo obstruye las calles. Y pienso en los regalos relucientes, no en algún horrible suéter obligado a estar esperando bajo la envoltura. —Como tu arte. —Su mano subió rozando, sobre mis nudillos. Cuando se acomodó, las puntas de sus dedos se enredaron con los míos. Un zumbido eléctrico se sintió entre nosotros ante el pequeño contacto. Abrí mi mano hasta que las yemas de mis dedos rozaron las suyas. Calor se extendió por mi piel, calentando cada terminación nerviosa en una cascada en expansión. Un dolor bajo empezó a estallar entre mis piernas. Tragando saliva, me esforcé por concentrarme en lo que había dicho. —¿Mi arte? —Claro. Encuentras belleza en chatarra oxidada. —Apretó su mano, atrapando mis dedos en sus manos. —Lo hago. —Mi silenciosa admisión contenía convencimiento. Levanté la mirada hacia las oscuras vigas sobre mi casa esculpida en medio de un almacén. Veía el mundo con una perspectiva diferente. Siempre lo había hecho. Y me sorprendía que Darren me viera a mí, a la chica debajo de todo eso. El momento colgó sobre esa nota, pesado y correcto. Miramos hacia mi techo y escuchamos canción tras canción. En cada una, él señalaba el arrastre. —Allí, ¿lo escuchas? —Golpeaba el pulgar de su mano libre con fuerza sobre su muslo, marcando el tiempo con el retraso del ritmo.

Asentí, mirando su pulgar golpear la superficie de sus jeans desteñidos, hipnotizada por ese solo ritmo que hacía todo más intrigante debido a la forma en que casi se salía de curso. Sin pensarlo, cerré los ojos, arrullada por el intoxicante ritmo sensual. Emoción cargaba el aire a nuestro alrededor. Mi pulso martilleaba, corazón casi deteniéndose con cada ritmo de arrastre. Nuestras manos permanecían conectadas, dedos flojos, apenas tocándose. Pero algo parecía estar sucediendo entre nosotros, esta densa cosa innombrable volviéndose más íntima con cada latido del corazón. La lista de reproducción terminó. Solo permanecieron los sonidos de nuestras respiraciones. La suya. La mía. Tragué saliva, sin abrir los ojos. La anticipación, lo desconocido, la extraña belleza de lo inesperado llenó mi corazón con una calidez que no quería que terminara. Un sonido metálico resonó. Luego otro. En los próximos segundos, miles de pequeños golpeteos se reflejaron contra el metal por encima de nosotros. —Oh, mierda. —Me senté de golpe, parpadeando con fuerza—. ¿Eso es lluvia? —Suena como a lluvia. Golpeteos más pesados continuaron, como ametralladoras, y salí disparada de la cama y corrí a través de la habitación. —¡Dejé abiertas las ventanas de mi auto y el techo! Descalza, corrí escaleras abajo. Sus pisadas más fuertes sonaron en los escalones de metal justo detrás de mí. Luz cegadora destellaba a través de las ventanas orientadas al sur mientras agarraba las llaves de la esquina de mi mesa de trabajo. Un segundo después retumbó un trueno, traqueteando las ventanas. —¿Cuál es el problema? —Me dio un codazo una vez que hubimos despejado la última de mis esculturas de metal—. Es solo un poco de lluvia.

—Lo dice el hombre cuyas ventanas están levantadas. ¿Siquiera estás escuchando? El cielo se acaba de partir en dos. Quité el cerrojo y abrí la puerta principal solo un poco. El viento la atrapó y la arrancó de mis manos, golpeándola contra la pared de metal con el eco de un sonido metálico. Se estiró para agarrar mis llaves. —Puedo… Esquivando su mano, señalé el mando a distancia de mi auto. —Yo también. Gruesas gotas de agua fría cayeron en mi rostro mientras esperaba ver alguna señal de que mi mando a distancia había funcionado. —La señal ha funcionado desde aquí antes. ¿Crees que la lluvia está interfiriendo? Con un rápido movimiento, arrebató la llave de mi mano, luego se fue corriendo bajo el aguacero. Me quedé boquiabierta, incapaz de decir algo. No llevaba puesta una chaqueta. No llevaba zapatos. Solo una camiseta negra que se aferró a su cuerpo al instante, jeans, y unos calcetines una vez blancos que se volvieron marrones mientras corría a través de charcos de barro. A mitad de camino, extendió su brazo. Las luces de mi auto parpadearon. La ventana comenzó a cerrarse. Se quedó allí, esperando hasta que mi auto quedó cerrado antes de dar la vuelta. Todavía sorprendida de que hubiera hecho eso, sacudí la cabeza. —Estás loco. —Mejor yo que tú. —Atravesó la puerta, pasando junto a mí sin detenerse. —¿Por qué? —Porque soy más grande. —Me soltó una mirada, una que me desafiaba a discutir. Fruncí el ceño, cerrando la puerta. —¿Cómo se puede considerar eso una respuesta?

—Un cuerpo más grande es igual a más calor corporal. Estoy bien. Tú serías un helado a esta altura. —Eres un desastre chorreante. Y no me digas que no tienes frío. —Lo tengo. —Bueno, en marcha. Vamos a sacarte esa ropa mojada. —Exactamente lo que esperaba que dijeras. Parpadeé, luego lo fulminé con la mirada. —Ropa interior puesta. —¿Qué te hace pensar que estoy usando ropa interior? Mi corazón saltó hasta mi garganta, mi mente destellando imágenes de sus pies grandes y su correspondiente equipamiento al acecho detrás de su bragueta. —Por favor dime que estás usando ropa interior. —Estoy usando ropa interior. —Su respuesta fue rápida. —¿En serio? —Mis ojos se estrecharon una fracción. —Sí. —¿Bóxers o calzoncillos? —Mis mejillas se encendieron por la pregunta atrevida. Pero quería prepararme. —Bóxers ajustados. Solté una fuerte respiración. No se movió. Solo se quedó mirándome fijamente. Goteando. Esperando. Como si quisiera ver cuál sería mi próximo movimiento. Mi respiración se aceleró a medida que pasaban los segundos. Mi mirada vagó desde su intensa mirada hacia abajo, hasta el pulso en su garganta, luego a la camisa pegada a su cuerpo, definiendo tan bellamente cada borde y cada marca de los músculos debajo. La imagen ante mí sería una escultura increíble. Bajó un poco su cabeza hasta que volví a levantar mi mirada, y me encontré con sus ojos.

—No voy a quitarme la ropa. —Su tono había bajado. Parpadeé de nuevo. —¿No? —No. Tengo que irme. Tengo que revisar a Lo. Hay un chico en casa. Tengo se asegurarme que nadie se quite la ropa esta noche. —Correcto. —Es importante estar listo para un gran paso como ese. —Me lanzó una mirada seria. No estaba hablando solo de Lo. Mis pensamientos se revolvieron ante la nueva información para la cual no había estado lista. ¿Podría dar ese paso? ¿Alguna vez estaría lista? —¿A lo mejor una toalla? —Arqueó las cejas—. ¿Y mi teléfono y zapatos? — Una sonrisa relajada calentó su rostro repentinamente. —Sí. Una toalla. —Eso podía hacerlo. Y mientras subía las escaleras corriendo de nuevo, agarré dos de las más esponjosas del armario de la ropa, y desenchufé su teléfono del cable antes de enganchar mis dedos en la parte posterior de sus zapatos para correr, apartando mi miedo sobre el resto. Como había aprendido en los últimos meses —como todo en mi vida—, la única manera de seguir adelante cuando cosas monumentales me preocupaban era ignorándolas hasta estar lista para lidiar con ellas. Para el momento en que dejé caer los zapatos a su lado y le entregué las toallas, ya había derramado la mayor parte del agua en un charco sobre el concreto. Y la inesperada tormenta todavía rugía en el exterior. —Llévatelas. —Hice un gesto con la cabeza hacia la toalla que se había metido bajo un brazo mientras frotaba la otra sobre su cabeza—. Puede que las necesites cuando llegues a tu camioneta. —Gracias. —Se había quitado los calcetines. Debió haberlos escurrido, porque las cosas blancas que nunca iban a ser blancas de nuevo estaban medio metidas en la pretina de sus jeans.

Miré una estrecha franja de piel expuesta por encima de estos, una onda y una sombra de uno de sus abdominales, luego tragué saliva con fuerza. —Mañana. ¿Al mediodía? —Envolvió la toalla alrededor de su nuca. —¿Qué? —Parpadeé, confundida. Mis pensamientos habían quedado atrapados en su cuerpo oculto otra vez. —¿La barbacoa? —Me sostuvo la mirada mientras metía los pies en sus zapatos. —Correcto. Sí. —Asentí, mi cerebro finalmente despejándose—. Te enviaré un mensaje de texto con la dirección. —Estaremos allí. Mientras me miraba, indecisión destelló en sus ojos durante una fracción de segundo, como si no quisiera irse. Apreté mis labios, sin saber qué hacer. No podía dejar que se quedara, necesitaba que se fuera. Pero una parte cada vez más grande de mí quería correr un riesgo estúpido, invitarlo a quitarse esa ropa, ver adónde podría llegar esto. El sentido común superaba lo que yo quería, lo que él quería. Tomé la decisión por los dos, dirigiéndole una mirada severa mientras abría la puerta. —Mañana.

Darren

A

l día siguiente, me senté en mi sofá y me quedé mirando nuestro último intercambio, ocho mensajes de texto, una vez más. Kiki había comenzado a enviarlos un par de horas atrás. Había encontrado el primero treinta minutos después de ducharme un rato atrás. Gracias por la charla de anoche. Y las canciones. Y la comida china. Le había respondido: De nada. Nunca escogiste una favorita. Respondió de inmediato: ¿Canción? A modo de respuesta, le había lanzado: No. Plato chino. Después de eso, sus respuestas llegaron más lentas. La siguiente, unos veinte minutos después. Ni uno de ellos. Apareció un mensaje instantáneo adicional: Todos ellos.

Sonreí ahora. Releyendo con anticipación la siguiente parte. Mi respuesta había sido básica. Engreídamente corta desde mi punto de vista, pero básica. Bien. Su último mensaje de texto todavía me sorprendía. ¿Mi favorito de los 3? La conversación. La conversación. Me quedé mirando sus palabras. Podría haber estado asustada antes. Pero ¿ahora? Parecía estar invitándome a su lado. ¿Qué lado era ese exactamente? Un aventura de una noche había estado fuera de discusión desde el principio… ella lo sabía. ¿Estaba lista para algo más que amigos? —Mejor prepárate, Kiki —murmuré. Miré la hora en mi teléfono de nuevo, entonces fulminé el techo con la mirada, impaciente. —¡Logan! ¿Estás lista? —grité—. Es una barbacoa, no el baile de graduación. —¡Ya voy! —Rodeó la esquina en lo alto de la barandilla antes de saltar por las escaleras—. Oh, bien. También estás usando jeans. Tenía un vestido de verano y una chaqueta de punto, pero parecía una ama de casa ricachona. Entonces me puse pantalones cortos y una camiseta sin mangas. Pero eso se sentía demasiado informal. Le eché un brazo alrededor del cuello y le di un beso en la parte superior de su cabeza. —Te ves genial. Perfecta para una barbacoa. Y te amarán sin importar lo que lleves puesto. Con una sonrisa, dejé escapar un suspiro de alivio. Se sentía muy bien verla querer impresionar a otros. Significaba que ser aceptada era importante para ella… que el mundo parecía valer la pena y que quería ser parte de este de nuevo. También me alegraba no ser el único nervioso. ¿Conocía a todos ahí? Claro. Todos éramos vagamente amigos debido a las fiestas de Loading Zone y Solo con Invitación que dirigían Kiki y su familia.

Pero esta era la primera vez que iría como algo más. Alguien con quien Kiki había conectado… incluso si ella no lo sabía todavía. El trayecto hasta allá duró solo las dos canciones y media de rock pesado que había elegido Lo. —Gira a la derecha aquí. —Levantó la mirada de la lectura del mapa en mi iPhone—. ¿De quién es esta casa? —De Hannah. —Encontré un lugar vacío a lo largo de la acera y estacioné— . Bueno, ahora de Hannah y Cade. Kiki dijo que era la casa en la que creció Hannah. Un cartel en la puerta de entrada decía: EN LA PARTE TRASERA con una larga flecha debajo apuntando a la izquierda. Caminamos a lo largo del patio lateral herboso y atravesamos una puerta de madera. Teníamos unos quince minutos de retraso. Que al parecer era justo a tiempo. En el césped del patio trasero, Mase y Ben corrían de un lado a otro, jugando a hacer pases con un pastor alemán ladrando y persiguiéndolos. Mase captó mi mirada y me lanzó un saludo con su barbilla. Le respondí con un ligero asentimiento mientras él lanzaba la pelota hacia el rincón más alejado del patio para que el perro corriera tras esta. Lejos de ellos había un viejo muelle de madera que daba lugar a una vía fluvial. Casas se extendían a lo largo de la orilla opuesta. Algunos botes y kayaks se deslizaban sobre la superficie del agua. Alguien empujó mi cadera. Al darme la vuelta, Kristen me dio un abrazo. —Oye, Darren. Me alegra que pudieras venir. —Cuando me soltó, se inclinó, bajando la voz—. ¿Tienes habilidades para asar? Mi marido piensa que es el rey de la barbacoa. Si puedes humillarlo de alguna manera, por favor, hazlo. Le eché un vistazo a Jason, quien atendía la enorme parrilla. —Eh, he volteado hamburguesas. Quemado los perros calientes cada vez. —Genial. —Derrota aplastó su tono—. Impartirá su abrasadora sabiduría a una nueva víctima. —Puso sus manos sobre mis hombros y me dio un ligero empujón—. Ve. Di la vuelta a medias, dudando mientras le echaba un vistazo a mi hermana.

—Tú debes ser Logan. Soy Kristen, la hermana mayor. Estoy muy feliz de conocerte. —Envolvió un suave brazo alrededor del hombro de Logan—. Él tiene responsabilidades de parrilla. ¿En qué eres buena? ¿Haciendo ensalada? ¿Poniendo la mesa? Cuando no me moví, Kristen me disparó una mirada. —Vete. Logan arqueó las cejas, diversión en sus ojos. Levanté mis manos en señal de rendición. —Yendo. En mi camino hacia la parrilla, escaneé el patio trasero en busca de Kiki. No está en el césped. No está en el patio. Cuando me giré hacia la casa, la puerta trasera se abrió de golpe. Cade salió con un gran tazón amarillo equilibrado en cada mano. Hannah lo seguía, agarrando un plato a rayas brillantes cargado con rollitos. ¿Y justo detrás de ellos, con una falda corta amarilla y verde revoloteando con la brisa suavemente? Kiki. Echó un vistazo en mi dirección, luego me ofreció una enorme sonrisa. Juré que mi corazón se disparó. —¿Listo para la salsa? —Un tarro de conservas apareció delante de mi rostro, un cepillo sobresaliendo de este. Jason señaló con la cabeza seis estantes de chisporroteantes costillas de cerdo, puntas rubias de cabello sobresalían de su gorra puesta al revés. —Seguro. —No sabía ni mierda acerca de salsa—. ¿Capa fina? —Síp. Tengo otro tarro si lo necesitas. —Apuntó sus pinzas de barbacoa hacia un tarro extra en el estante a su derecha—. Da una buena pasada por cada costilla. Obedecí, aplicando una capa fina. Mientras untaba la salsa, seguía echando vistazos hacia la casa, donde Logan había desaparecido con Kristen. Logan había estado emocionada por venir,

pero quería estar seguro de que se adaptara bien… que se sintiera cómoda. Kendall salió por la puerta trasera, con dos grandes jarras en las manos, una parecía té helado, la otra limonada. Logan y Kristen siguieron inmediatamente, cada una con los brazos llenos con grandes vasos con servilletas verdes y cubiertos metidos dentro. Y Logan tenía otra de esas grandes sonrisas que me había estado perdiendo durante el último par de años. —¿Cerveza? —Jason abrió una pequeña nevera. —Sí. —Cubrí la última costilla, luego agarré la botella abierta que me ofrecía. Sorbió un largo trago de la suya, tragó, mirándome todo el tiempo. Sus ojos se estrecharon un poco, entonces hizo un gesto hacia la mesa de picnic. —Así que tú y Kiki. ¿Tan obvio? Sorbí unos buenos tragos, indispuesto a admitir nada. —Somos amigos. Fue genial que nos invitara. Me arrojó un amplio brazo sobre los hombros, me dio una suave palmada, y luego un apretón. Esas puntas de cabello se balancearon en repetidas ocasiones mientras hablaba lentamente: —Enorme cantidad de chispas para ser solo “amigos”. ¿Se había dado cuenta de eso desde su lugar en la parrilla? O tal vez su familia cercana había hablado al respecto. ¿Lo había hecho Kiki? Soltó su apretón, y luego empezó a cargar las costillas en dos platos. Me encogí de hombros, actuando indiferente. —Amigos atraídos el uno por el otro. —Verdad. Se había aventurado mucho más allá de eso. Pero la simple explicación era suficiente para satisfacer las preguntas que pendían sin que cavara más.

Durante los siguientes cinco minutos, todo el mundo gravitó hacia dos mesas de picnic unidas en los extremos. Las bandejas estaban alineadas en el centro, dos con las costillas de cerdo, otra cargada con hamburguesas. Tazones contenían ensalada de repollo y una ensalada verde regular. Un plato contenía un par de docenas de huevos rellenos picantes. Otro tenía rollitos apilados. Kiki se sentó frente a mí, llevaba un top amarillo con tirantes finos, su cabello oscuro recogido en una coleta alta. Sus ojos azules brillaban a la radiante luz del mediodía. Me miró fijamente durante varios segundos, con una amplia sonrisa. Inocente. Feliz. En esos segundos de infarto, una profunda emoción comenzó a arder en mi pecho por la chica que no tenía idea del tamaño del impacto que había empezado a tener en mí. Y en Logan. Luego mi mirada se volvió hacia Logan mientras se sentaba a su lado. Kiki levantó su cuchillo de repente y lo hizo sonar en su vaso de limonada. —Es momento de las presentaciones. Algunos de ustedes ya la han conocido, pero ella es mi nueva amiga y hermana de Darren. —Pasó un brazo alrededor de Logan, cuyas mejillas comenzaron a sonrojarse con vergüenza—. Todos ustedes, Logan Cole. Logan, este es Jason, el esposo de Kristen. Cade, Hannah, y Kendall, a quienes conociste en la cocina. —Kiki señalaba con el cuchillo mientras seguía avanzando por la línea y cada persona asentía o saludaba—. Ben, el mejor amigo de Cade desde la guardería. Mase, compañero de habitación de Cade, bueno, excompañero de habitación. Todavía vive en la antigua casa de Cade. —Eh… por ahora —intervino Mase desde el extremo de la mesa, agarrando una bandeja de costillas. La expresión de Cade se oscureció. —¿Qué quieres decir con por ahora? —Oh, ¿te mudas con Laura? —Hannah levantó las cejas mientras agarraba un huevo relleno del plato presentado ante a ella. —No. —Le pasó el tazón con ensalada de repollo a Ben—. Laura y yo rompimos.

Las cejas de Hannah cayeron. —Oh, lo siento mucho. Mase ofreció una fuerte sacudida de cabeza, su largo flequillo rubio oscuro cayendo sobre un ojo. —No lo estés. Consiguió un puesto en un bufete de abogados en Chicago. Quiere trabajar cientos de horas por semana durante los próximos años para ser socia minoritaria. Habíamos estado distanciándonos mientras estudiaba para el colegio de abogados, de todos modos. Cade recogió un rollo y lo arrojó sobre su plato, el cual contenía una gran pila de comida. —¿Qué tiene que ver con que te mudes? —Acabo de regresar del Pacífico Sur. Gané un par de competencias de surf allí. Podría viajar por el mundo y competir. Ver adónde me lleva eso. Cade dejó caer su cerveza en el suelo con un duro sonido. —No vas a mudarte. Siempre tendrás un dormitorio allí. Mase le clavó una dura mirada. —Gracias. Kiki se inclinó sobre la mesa, mirando más allá de Kendall para ver a Mase. —¿Ahí fue donde conseguiste el nuevo tatuaje? Mase asintió, levantando el puño de la camiseta sobre su bíceps derecho. Una envoltura de plástico cubría un tatuaje tribal que se enrollaba alrededor de la parte más ancha del músculo. —Sí. Me lo hice en Tahití, antes de ayer. Un golpe ruidoso resonó y todo el mundo apresuró su atención hacia la casa. —¡Estamos aquí! —anunciaron dos voces casi al unísono. Kiki le dio un codazo a Logan. —Esos son Chloe y Daniel.

—¿Llegamos tarde? —Chloe vestía rockabilly hoy: maquillaje estilo pinup de 1950 con oscuras cejas arqueadas, cabello rojo fuego recogido en una ancha vincha negra, vestido a lunares blanco y negro con tirante rojos atados al cuello y enaguas a juego. Clásica Chloe. Daniel se acercó a la mesa y giró de izquierda a derecha, contemplando la extensión. —¿Nos perdimos de algo? —Su cresta negra azabache se sacudió, y las perforaciones de su oreja, nariz y ceja brillaron a la luz del sol. —Chloe y Daniel, ella es Logan, la hermana de Darren. —Encantada de conocerte, Logan. —Chloe le dio medio abrazo, luego plantó un beso de color rojo brillante en su mejilla antes de tomar asiento en uno de los dos lugares vacíos. Daniel tendió una mano hacia Logan. —¿Este grupo de inadaptados se está comportando? Logan estrechó su mano, labios presionados en una firme línea mientras luchaba con una sonrisa. Luego su expresión se endureció más. —Infiernos, no. —Bien. —Daniel caminó pesadamente hacia Chloe. Cuando se sentó a su lado en el extremo de la mesa, hizo un gesto casual con su mano hacia el resto de nosotros que todavía lo mirábamos—. Continúen. Durante la siguiente hora, el almuerzo se convirtió en capas de conversaciones. Casi todo el mundo tenía una opinión acerca del nuevo estadio de béisbol ocupando el parque Fairmont. Hannah y Cade compartieron el progreso de su próximo restaurante a orillas del río Schuylkill. Ben, Mase, y Cade analizaron los últimos juegos de béisbol y debatieron qué equipos llegarían a las finales este año. Me vi absorto en una conversación con Daniel y Chloe acerca de la programación en el Festival de Bluegrass Gettysburg este año. En medio de todo, Logan parecía volver a la vida. Kendall estaba sentada a su otro lado, Kristen frente a ella, al lado de Jason y yo. Y Kiki y sus hermanas siguieron involucrando a Logan en cada uno de los temas: zapatos, compras, sabores preferidos de pastelitos… zapatos de nuevo. Logan me miraba de vez en cuando, una amplia sonrisa en su rostro.

Yo seguía mirando a Kiki. No me importaba en lo más mínimo si alguien se daba cuenta. Cada vez que me encontraba, respiraba profundamente, exhalaba despacio luego, suavizando su sonrisa. —¿Quién quiere pastel? —Kristen se levantó de la mesa. —Eh —dijo Mase, poniéndose de pie con ella—. ¿Quién no quiere pastel? Se retiraron los platos, todo el mundo echando una mano al llevar algo a la cocina. A continuación, se sirvieron tres tipos de pastel: cereza, manzana, y ruibarbo con fresa. Kiki no volvió a sentarse, no obstante. Plato de pastel en mano, indicó con la cabeza hacia una zona de asientos al lado mientras los otros se hundían en las mesas de picnic con sus postres. Salí inmediatamente tras ella. Terminamos apoyados contra una alta maceta de ladrillo de casi un metro, observando a los demás mientras ella se llevaba pequeños bocados de pastel de cereza a la boca con un tenedor. Se había acercado a mí furtivamente, con el brazo presionado contra el mío. El contacto se sentía tanto inocente como íntimo. Puse mi pastel de manzana a medio comer en el ladrillo a mi lado. —Gracias por invitarnos, Kiki. Logan la está pasando genial. Clavó una cereza solitaria con su tenedor, luego la llevó a su boca. —De nada. —Yo también. —Mis palabras susurradas se sentían intensas. Pero necesitaba que supiera lo mucho que significaba. Kiki bajó el tenedor, luego extendió una mirada lenta a cada persona. —Los amigos significan todo para mí. Tú incluido. —Echó un vistazo a los ladrillos debajo de nuestros pies. Después de unos segundos, levantó la cabeza y su mirada se perdió a lo lejos—. No quiero hacer nada para poner eso en peligro. Miedo bordeaba su voz, y puse una mano suave sobre la de ella. Cuando por fin me miró, su labio inferior temblaba. Puse un dedo bajo su barbilla, levantando su rostro.

—Oye. Tampoco quiero eso. Decepción tensó su rostro. —¿No? —No quiero poner en peligro nuestra amistad. —Oh, correcto. —Tal vez… podrías confiar en mí. Tomó una profunda respiración, buscando mis ojos. Luego dejó escapar un pesado suspiro. —Tal vez… ¿Quién te hizo daño? Quería preguntárselo, pero no lo hice. Le había sucedido algo. Había sido herida por un chico. Lo suficientemente fuerte para que se resguardara de todos los demás. Logan y Mase entraron en nuestra línea de visión, el brazo de Mase arrojado alrededor de sus hombros, sus grandes gafas negras de sol sobre su rostro. Inclinó la cabeza hacia ella, articulando algo ininteligible. Ella se echó a reír. —¡Oye! —Kiki hizo su plato a un lado, luego fulminó a Mase con la mirada— . Nada de corromper a los inocentes. —Escuchaste a la dama. —Él empujó a Logan suavemente—. Sé paciente conmigo. Logan lo empujó. Él enlazó un brazo alrededor de su cuello otra vez, luego frotó sus nudillos sobre su cabeza. Ella le dio un codazo en las costillas. Sonreí ante su juguetona pelea. —¿De qué se están riendo ustedes dos? —Chicos. —Logan lo empujó en la cadera. Mi sonrisa se desvaneció. Pero antes de que pudiera preguntar, Kiki se cruzó de brazos, inclinada hacia ellos. —¿Qué de chicos?

Mase asintió. —Le dije que los chicos eran más o menos imbéciles hasta los treinta. —Oye. —Resoplé—. Eso nos hace imbéciles a todos. Logan volvió a colocarse los lentes de sol prestados, luego levantó su nariz un poco más alto para mantenerlas en su lugar. —Dijo “más o menos”. No siempre. Ni todos los chicos. —Entendiste mal, joven aprendiz. —Él bajó la mirada hacia ella—. Todos los chicos. Todos los chicos son imbéciles hasta que uno demuestre ser digno. —¡Exactamente! —Sí —acordamos Kiki y yo al mismo tiempo, su tono al expresarse mucho más alto que el mío. Cade se acercó mientras Logan envolvía su brazo libre alrededor de Kiki. Entonces Logan y Mase comenzaron a arrastrar a Kiki. Ella me lanzó una mirada de impotencia. Luego suspiró y su expresión se volvió seria. Mis pensamientos destellaron directo a nuestra conversación… sus miedos. Mientras Cade se apoyaba contra la maceta junto a mí, recordé su advertencia en el club un par de semanas atrás. —¿A qué te referías cuando dijiste que fuera cuidadoso con Kiki? Tomó una profunda respiración, luego dejó escapar un suspiro. —Es más vulnerable de lo que deja entrever. —Sí, eso lo entiendo. —Mantiene secretos guardados en su pecho. Piensa que no lo sé. Puede que no sepa exactamente qué son, pero sé que están ahí. —Entiendo eso también. Es difícil ser un hermano mayor. Tienes que descifrar la manera de protegerlos, pero aun así darles espacio. Sorbió un trago de cerveza, luego dio un asentimiento. —No sabría sobre la parte de hermano mayor. Soy el menor. Mi mandíbula se abrió un poco.

—¿De verdad? Kiki parece mucho más… ¿qué edad tienes? —Calculaba que Cade estaba a mediados de sus veinte, por lo menos. Kiki parecía más joven que yo a mis veintidós años. —Acabo de cumplir veinticinco. —¿Y Kiki? —Veintisiete… casi veintiocho. Kendall está entre Kiki y yo. Kristen es la más grande. —Eh. No tenía idea de que Kiki fuera cinco años mayor que yo. Parece tan… —Joven. Asentí. —Es parte de su vulnerabilidad. Creo que no ha querido crecer. Su propuesta de aventura de una sola noche me atormentaba… la forma en que había sido casual, pero determinada. Si hubiera aceptado su oferta, no me habría permitido quedarme el tiempo suficiente para estar en la barbacoa de su familia, averiguando más acerca de ella. Residía algo en el núcleo del por qué no quería que nadie se acercara. Todos los chicos son imbéciles. Kiki había reaccionado a los comentarios de Mase. Acordando con gran entusiasmo. Una pregunta candente comenzó a salir a la superficie: ¿Haría una excepción conmigo?

Kiki

D

urante la semana pasada, había convertido en una ciencia el correr diariamente. Una vez que la débil luz de la mañana brillaba a través de mis altas ventanas, en vez de rodar y hacer surcos debajo de las mantas, me desperezaba. Esa meta del subidón de un corredor sacaba mi perezoso cuerpo de la cama… aunque fuera medio despierta. Milagro total. Después de beber un batido de proteínas hasta el fondo y ponerme leotardos para resguardarme del frío de la primavera, me iba, conduciendo a tempranas horas de la mañana hacia uno de los doce senderos que había encontrado con el consejo de Darren. Darren. Me aferré el volante. Mi corazón saltó al pensar en él. Con una profunda respiración, traté de ignorar ese hecho. Pero no importaba lo que hiciera, se mantenía al borde de mi mente. Hasta Darren, solo había sido un “yo”. Solitaria. La única persona en mi cabeza… en mi mundo. Ahora, lista o no, había convertido en un “nosotros” en mi cabeza, en mi pequeña existencia, una que había forjado para protegerme. La repentina pluralidad de mi perspectiva me confundía. Mi estómago se revolvía cada vez que analizaba el inquietante desarrollo. Pero entonces, como plantado allí por hackers en mi subconsciente, recuerdos de pequeñas cosas acerca de él inclinaban la balanza fuertemente a favor del “nosotros”. ¿Podía confiar en que él fuera diferente? No lo sabía.

Cinco días atrás, en la barbacoa, había insinuado que lo sería, que debería tener fe en él. Desde aquella pared del patio, me había quedado mirando la clara evidencia de que los hombres que amaban a sus mujeres se convertían en sus inquebrantables héroes: Cade estaba para Hannah, Jason para Kristen. Pero no todos los chicos funcionaban igual. Y las chicas no descubrían el valor verdadero de un chico hasta que dicho chico se abría por completo. ¿Cuándo sucedía eso? Por lo general, cuando la chica ya se había hundido en toda clase de emociones en él. Estacioné, comencé la carrera por el sendero con ascenso gradual, preparándome mental y físicamente para su terreno escarpado y rocoso. Exigiría toda mi concentración para no tropezarme. Cada paso era calculado, cada respiración una cadencia, mientras mi mente soltaba las preocupaciones y mi cuerpo se entregaba al esfuerzo. Una curva fácil en el sendero condujo a una desafiante escalera de rocas de granito delante. Repentina resolución emergió de mis entrañas, como un último esfuerzo para resolver el asunto de una vez por todas. —Es muy sencillo, Kiki —murmuré. Tomé una profunda respiración, luego la exhalé. »No te dejes caer.

La tarde dio paso a la noche mientras me dedicaba por completo a mi última escultura. Otro trozo de metal sostenido con las tenazas, otra llamarada, repentina luz brillante filtró a través del casco de soldador, y… ¡BAM! El último pétalo de la flor en forma de tulipán pendió en su lugar. Levanté mi casco para echarle un nuevo vistazo. Áspera. Delicada. Perfecta. Con un suspiro de satisfacción, me quité el casco y lo puse encima de mi mesa de trabajo. Después agarré un té verde frío de la mininevera bajo la encimera y sorbí varios tragos. Una gota de sudor rodó por mi frente desde el nacimiento de mi cabello, y la limpié con el dorso de mi brazo mientras me sentaba en un taburete.

La enorme pila de facturas sin abrir en la esquina más alejada me miraba expectante. Entrecerré los ojos, fulminándola con la mirada. Difícil actuar según las reglas de la sociedad cuando fuiste jodida por estas al mismo tiempo. Ignorar la situación no hacía que desapareciera, pero no sabía qué más hacer. La negación parecía estar funcionando… hasta ahora. Pero un reloj en cuenta regresiva hacía tic-tac cada vez más fuerte a medida que se aproximaba el final del mes. Mi teléfono vibró, bailando unos centímetros a través de la mesa mientras vibraba. La pantalla se iluminó con un número que no reconocí, así que dejé que fuera al correo de voz. Cuando me llegó una alerta de un mensaje de voz un buen minuto y medio después, recuperé el mensaje. Hola, Kiki. Soy yo. Logan. ¿Está bien que te llame? Eso espero. En fin… ¿quieres que nos veamos? Me vendría bien alguien con quien hablar. Una chica. Si recibes esto en poco, ya sabes dónde encontrarme. ¿Lo sabía? ¡La azotea! Presa del pánico, recogí mis llaves y bolso, agarré una sudadera de un extremo del sofá, y me la pasé por la cabeza mientras trotaba hacia mi auto. Entonces conduje en dirección general a la ciudad que recordaba de la vez pasada y me pregunté si debería llamar a Darren. Pero Logan habría llamado a Darren si lo quería allí. Por alguna razón, me había llamado a mí. Una luz roja me obstaculizó, y esperé en el semáforo más largo de la historia, rebotando una pierna impaciente. ¿Llamarlo? ¿No llamarlo? Al final decidí no hacer la llamada justo cuando la luz se ponía verde. Lo tomé como una señal de que había tomado la decisión correcta.

Los altos edificios de apartamentos de ladrillo comenzaban a lucir todos iguales. Las calles eran de un solo sentido, y terminé girando en círculo. Dos veces. Mi teléfono sonó a mi lado. Bajé la mirada para ver que se iluminaba el mismo número. Tomé la llamada y apreté el botón del altavoz. Logan rio entre dientes —Casi lo tienes. —¿Cómo lo sabes? —Estiré el cuello y miré los tejados a través del parabrisas. —Eres el único auto yendo a menos de diez kilómetros por hora en la calle. —Movimiento de un lado a otro destelló a lo largo del borde. —¡No me hagas señas! —gruñí, preocupada de que se cayera. —Relájate. Saqué una pierna. Estaciona en paralelo adelante. Di un tirón del volante hacia la derecha, estacioné detrás de una todoterreno negra nueva, haciéndome sentir ligeramente mejor sobre el barrio de aspecto dudoso. Después deslicé una tarjeta de crédito en el parquímetro por una hora. Con suerte, no estaríamos ahí más tiempo que eso. No necesitaba una vista panorámica de mi auto siendo remolcado. Esta vez tomé el ascensor. Las puertas se abrieron en el quinto piso, luego subí por las escaleras hasta la azotea y atravesé la puerta que había sido sostenida entreabierta por un ladrillo de nuevo. Ahí, en la cornisa, estaba sentada Logan. Medio girada hacia mí, me saludó con la mano. —Estás agitando la mano. —Arqueé mis cejas mientras caminaba hacia ella. Puso los ojos en blanco, luego me lanzó una mirada agotada. —¿Me vas a sermonear toda la noche? —Depende. —Acurruqué mis manos debajo el dobladillo de mi sudadera. —¿De qué?

Buena pregunta. No tenía experiencia en lidiar con la depresión. Pero tal vez no lo necesitaba. Logan claramente no lo creía. —De si realmente me vas a lanzar actitud toda la noche. Pasó su lengua por sus dientes, evaluándome. Luego se estiró hacia atrás y sacó una botella de un paquete de seis. Una ya había desaparecido. Agarré la botella, mirando la etiqueta. —¿Cerveza? La quinceañera con alcohol arqueó las cejas hacia mí. Correcto. Sermón significa actitud. Entendido. Sin decir una palabra, me instalé a su lado con cuidado, luego abrí mi cerveza con un giro. Después de tomar un buen trago, bajé la botella para apoyarla sobre mi muslo. —Entonces, ¿cuál es el motivo esta noche? —¿Qué te hace pensar que hay una razón? —Su voz se suavizó en pequeña medida. Le ofrecí un encogimiento de hombros a medias. —Una corazonada. No respondió de inmediato. De hecho, durante los próximos cinco minutos más o menos, miramos los autos pasar. La mayoría circulaba en dirección a la autopista a pocas cuadras atrás. Imaginé que los conductores se iban a casa desde sus puestos de trabajo en la ciudad. —¿Darren te contó sobre nuestra mamá? Asentí lentamente mientras sorbía un trago, luego retiré la botella de mis labios. —Un poco. —¿No tienes curiosidad? —No quise curiosear. —Y me daba la sensación de que él lidiaba con las cosas a su propio ritmo. Logan también.

Cuando empezó a rascar la etiqueta de su botella, me eché hacia atrás, apoyando mi peso sobre mi brazo libre. Sentarse en la cornisa no era tan peligroso, siempre y cuando uno respetara la necesidad de situarse con seguridad… y ningún viento fuerte nos derribara. Cuando no respondió, le eché un vistazo. —¿Quieres hablar de ello? —No. —Su tono cortante fue mordaz. Luego exhaló lentamente—. Sí. —Estoy aquí. Cualquier cosa que quieras decir, te escucharé. Sin prejuicios. Posiblemente consejos: si puedo y los quieres. Y todo lo que te costará es… Cuando no terminé, giró la cabeza arqueando una ceja. Meneé mi cerveza en la mano con una sonrisa. Esbozó una débil sonrisa. —Trato. El silencio continuó durante el resto de toda mi cerveza. En el momento en que solté el envase vacío, agarró otra, la destapó, y me la entregó. No queriendo ofenderla, agarré la botella fría. —Tengo que conducir, sabes. —Entones no la bebes con prisa. Cooooorrecto. Porque puedo bajar medio paquete de seis y todavía soplar bajo el límite legal. En lugar de beber más, apoyé la nueva botella en mi muslo, haciendo lo responsable. Ella había estado meciendo la misma cerveza con un cuarto de contenido desde que me había sentado aquí, de todos modos. Entonces, como si hubiera sentido mi análisis de su consumo de alcohol, se bebió el resto y abrió otra. Después de tomar unos tragos, me miró. —Son los chicos en la escuela. Ellos no… me entienden. Recordé la secundaria: la lucha por encajar, fingir que no importaba lo que el mundo pensara de ti, tragándote el dolor cuando eras el blanco de sus bromas.

—Nadie me entendía tampoco. —Mi voz bajó. —¿De verdad? —Sí. Piensa, estudiante de arte. Luego abre tu mente para imaginar a una chica tratando de expresar su arte a través de la moda. Arrugó el rostro, como si intentara imaginarlo. Entonces sus ojos se agrandaron lentamente. —Sí. —La novedad no le cayó bien a mi escuela privada. No quería hablar de mi pesadilla adolescente, no obstante. Estábamos en esta azotea por ella. Mirando el lejano horizonte del centro de Filadelfia, observé las luces que empezaban a brillar mientras la noche oscurecía. Exhaló pesadamente. Esperé, bebiendo el primer sorbo de mi segunda cerveza. —Fue el suicidio de mi mamá. —Su voz se quebró en la última palabra. Después de una larga exhalación, luego contener la respiración, continuó—: Pero soy yo quien está pagando por ello.

Darren

—E

sa maldita azotea —gruñí. La aplicación de rastreo de mi teléfono ubicó a Logan allí. Otra vez.

Cerré la puerta de golpe y le di un puñetazo a mi camioneta, enojado. Con el mundo. No importaba lo que hiciera, mi familia terminaba en esa maldita azotea. Ya había perdido a una. No perdería a otra. Largos siete minutos y medio. Los había contado. El tiempo que tomaba llegar a esa azotea desde nuestra casa se sentía una eternidad. Cada vez. Ningún ritmo resonaba dentro de mi cabeza. Mis pulgares no golpeteaban el volante. Solo el terror desgarrando mis entrañas llenaba mi cerebro, presionaba mi pecho, se apresuraba con fuerza hacia mis tímpanos. Me salteé el lento ascensor del edificio y aporreé las escaleras mientras subía. Un piso. Dos. Tres. Cuatro. Cada uno pasaba más y más rápido mientras la adrenalina bombeaba por mi cuerpo, alimentada por frustración y enojo. En el quinto piso, disminuí la velocidad, tomando aire mientras me aproximaba al último tramo que llevaba a la azotea. Ella no necesitaba ver mi rabia. Tomé un par de respiraciones purificadoras y me detuve un momento, esperando hasta que mi pulso disminuyera. Allí. Tranquilo y calmo. Como Logan necesitaba que estuviera. Su roca. El que la sostenía. Mientras ella creyera eso, todo estaría bien. Incapaz de esperar más tiempo, puse mi mano sobre la puerta, incliné mi cabeza hacia abajo, luego hice una pausa. Una sensación de alivio me traspasó cuando vi el mismo ladrillo apoyado contra el marco de la puerta. Mantenía el punto de entrada en los dos sentidos. Lo que significaba que había planeado regresar a través de esta. Finalmente, empujé la puerta para abrirla. Entonces parpadeé, confuso con lo que veía.

Dos figuras estaban sentadas en esa cornisa. Manteniéndome en las sombras, caminé hacia adelante. ¿Este chico amigo suyo —traté de recordar su nombre— tenía cabello largo? Dos voces llegaron a mí. Dos voces de chicas. Entrecerré mis ojos y me acerqué, moviéndome junto a los conductos de ventilación. No sentí ni un maldito gramo de culpa por espiar a Logan. Era mi responsabilidad. Y había prometido no venir aquí sola nunca más. Yo me había referido a no sin mí. Una ráfaga de viento alcanzó el cabello de la otra chica. Se volteó. Sonrió. Kiki. Todo mi cuerpo se estremeció por la sorpresa de verla. Luego se relajó así de rápido, mi estómago cayó, cuando la comprensión me golpeó. Logan había llamado a Kiki… no a mí. Me moví frente a los conductos de ventilación, protegiéndome del viento y buscando aquel dulce punto acústico de la otra noche. Se giraron parcialmente la una hacia la otra, sus rostros de perfil. Si entrecerraba los ojos, apenas podía distinguirlas. —… no sé qué hacer. —Logan hizo una pausa—. Me gusta. Quiero decir, realmente me gusta. Pero no estoy lista para eso. Aún no. No se siente correcto. El cabello de mi nuca se erizó. Mejor que ningún él esté presionándote para hacer algo, Lo. —Trevor no es solo un chico. —Kiki inclinó su cabeza—. ¿Está en último año? Cuántos años tiene, ¿diecisiete? Trevor. Ese el nombre del vándalo. Con el que Logan había jurado no necesitar condones… nada de sexo. —Dieciocho. —Logan se inclinó hacia un lado, luego dejó caer la botella vacía dentro de su caja con un tintineo. Kiki le dirigió un fuerte asentimiento.

—No solo un chico. Un chico hormonal. Los chicos en la secundaria piensan con sus pollas. Para él es imposible entender. —Tocó la sien de Logan con su dedo dos veces—. No tiene sangre aquí arriba para pensar. Escucha a Kiki, Logan. Los chicos son imbéciles. Logan se movió, encarando a Kiki totalmente. —Solo desearía que no me gustara tanto. A veces creo que la depresión profunda era mejor. Estaba perdida en una neblina tan inmensa que no podía ver fuera de esta. Pero al menos no tenía altibajos como este, preocupándome si le gustaré si insisto en que esperemos. —Suspiró pesadamente—. Pienso en él todo el tiempo. —Espera. —La voz de Kiki tenía un borde severo. Sí. Espera. —¿Luego qué? ¿Cómo lo sabré? La mirada de Kiki cayó y luego posó la vista en algún punto en la azotea. —Al diablo si lo sé. Cometí el error de no esperar. En la secundaria, me gustaba mucho un chico. Cuando comenzó a prestarme atención, pensé que le gustaba. En cambio, pienso que se trataba más de que deseaba gustarle, que me aceptara. Como todos en la escuela se reían de mí a mis espaldas, y entonces él me escuchaba repentinamente, me prestaba atención, pensé que alguien finalmente me entendía. Y no era solamente alguien. Era Kyle, el chico hacia el que sentía un fuerte flechazo. Kiki sacudió su cabeza. —La idiota en mí no sospechó que tal vez me hacía caso porque lo quedaba mirando cada vez que podía. Era la chica que se ruborizaba y miraba hacia otro lado cuando él me atrapaba mirándolo fijamente. Logan se inclinó hacia adelante, acercándose más a Kiki. —¿Qué sucedió? Sí. ¿Qué sucedió? ¿Kyle fue el tipo que te asustó? —Me dijo que le gustaba. Mucho. Y dejó en claro que me decía eso porque yo era diferente. —Kiki se giró, cruzando las piernas debajo de sí.

Solté una tensa respiración, preocupado como la mierda de que las dos mujeres más importantes de mi vida estuvieran sentadas muy lejos en la cornisa de un edificio de cinco pisos. Mi corazón se atascó en mi garganta mientras empezaba a obsesionarme con la caída. Una caída mortal. Este edificio se lleva cosas. Tragando con fuerza, me obligué a bajar el nudo en mi garganta. Cerré mis ojos, tomé una profunda respiración, luego los abrí. Kiki y Logan estaban bien. No parecían preocupadas por la altura. Si ellas no están preocupadas, yo tampoco debería estarlo. —Se reunió conmigo a la hora del almuerzo todos los días durante semanas —continuó Kiki—. Fuimos a ver un par de películas juntos. A los bolos una vez, solo él y yo. Luego me preguntó si quería ir al baile de graduación con él. Y le mentí a mis padres, diciéndoles que iba sola. No quería que lo conocieran. Lo que era raro porque compartía todo con ellos. Cade y mis hermanas no sabían nada a cerca de él. Logan asintió. —Entiendo eso. Eso me molestó. Saber que Logan querría ocultarme algo. Pero que quisiera compartir sus problemas con Kiki ayudaba. Tal vez Logan necesitaba una chica para hablar. Dejé salir un suspiro de alivio, agradecido de que Logan se hubiera sentido lo suficiente cercana a Kiki —lo suficientemente a salvo— para abrirse con ella. —Como sea, le dije a mis padres que me quedaría en casa de una amiga. En verdad fuimos a una habitación de hotel. Ni siquiera nos quedamos en el baile por una hora. Lo que no supe hasta ese punto era que yo era el evento principal para él. —¿También eras virgen? Kiki asintió. —Me dijo que me amaba. Le creí, porque lo amaba. No tenía ni idea en ese momento de que no estaba enamorada, estaba encaprichada. —¿Tuviste sexo?

Kiki se detuvo un momento, tomando una profunda respiración. —Eventualmente. Esa noche recibí mi primer beso. Mi primer intento de dar una mamada. Tuve sexo por primera vez. Sexo por segunda vez. Y antes de que nos fuéramos en la mañana, otra mamada bajo su dirección, luego sexo por tercera vez. Me dejó en la acera frente a mi casa. —Hizo una pausa y tomó otra respiración—. Nunca llamó luego de eso. —Hijo de perra —solté entre dientes, frunciendo el ceño. —Oh, guau. Eso es horrible. —Logan cruzó sus brazos alrededor de su cintura, abrazándose. Luego de un largo silencio, suspiró—. Trevor me dijo que me ama —dijo en voz baja. —Mira, no he conocido a Trevor. Tal vez es uno de los pocos. ¿Cuánto tiempo han estado viéndose? —Define viéndose. Sí. Me incliné más cerca, alegre de que Kiki hiciera todas las preguntas que yo habría hecho. —Solo pasando el rato en mi cuarto. O en la escuela, en el salón de música. —¿Por cuánto tiempo han estado “pasando el rato”? —Cerca de un mes. —Espera, Logan. —Kiki dejó caer su cabeza, luego volvió a levantar la mirada—. Si realmente le importas, esperará. Si no lo hace, entonces no le importas. El amor de verdad no necesita sexo. —¿Cómo lo sabes? La expresión de Kiki cambió, su rostro relajándose. Las comisuras de su boca se levantaron en una sonrisa. —Porque he tenido sexo. No mucho, pero lo suficiente como para saber que todo lo que he tenido es “sexo” con chicos. —Tomó un buen trago de su cerveza. —¿Has estado enamorada? Kiki tiró la botella lejos y lamió sus labios. Miró a Logan fijamente. —Sí. Del único chico que no tiene sexo conmigo.

Me pregunté quién era ese tipo por cinco estúpidos segundos. Luego me di cuenta. Yo. Yo era ese chico. Inspiré y exhalé aire en cortas caladas mientras luchaba por respirar. Luego me retiré silenciosamente y escapé por la puerta de la azotea.

Kiki

M

i cabeza giraba un poco luego de la conversación con Logan y no solamente por el leve zumbido de la cerveza. Mientras conducía a través de la entrada de mi casa, todavía procesando todo lo que había compartido conmigo —lo que yo había compartido con ella—, la camioneta de Darren apareció en mi vista. Estaba recostado contra la parte trasera de su camioneta, su rodilla flexionada con un pie apoyado en el neumático, brazos cruzados sobre su pecho. Me miraba fijamente con una expresión mortalmente seria. Atrapada. De alguna manera él lo sabía. Todo en él parecía enfadado, fastidiado. ¿Logan lo había llamado después que me fuera… o antes? Estacioné en mi espacio y salí. —Oye. —Oye. Nada más. Solo la intensidad de su mirada. —Acabo de venir de… —Lo sé. —¿Lo sabes? —Fruncí el ceño, esperando que se explicara. —Estuve allí. Está bieeen… no era lo que esperaba. No lo había visto ni escuchado. ¿Logan lo había sabido? Mi mente recorrió rápidamente todo lo que había dicho. Demasiadas cosas privadas. —Cuánto…

—Lo suficiente. Lo sabía. Mi rostro ardía como fuego. Genial. Ahora otro chico sabía cuán profundos eran mis sentimientos por él. Ese conocimiento cambiaba el juego para los chicos. Despedazaba las esperanzas de las chicas. —Es un jodido imbécil. Parpadeé. Claramente, no estábamos hablando del mismo tema. —¿Quién, Trevor? —Tal vez Trevor también. Confusa, arrugué mi frente. —Kyle. —Escupió el nombre. Eso perforó mis oídos. Como siempre. Hice una mueca, dándome cuenta de todo lo que había escuchado. Antes de que procesara el movimiento, Darren chocó contra mí, sus brazos envolviendo mis caderas suavemente. —No todos los chicos somos así. —¿No? —Mi mejilla se presionó contra su sólido pecho mientras exhalaba la pregunta. —No. —Su tono era firme mientras sus brazos me apretaban. Muchos segundos después, cuando aflojó su abrazo, deslicé mis manos entre nosotros, presionando su pecho. Solamente me alejó lo suficiente para que pudiera mirarlo a los ojos, pero no para separarnos. Su mirada se intensificó. —Yo no lo soy. Abrí mi boca para discutir. Que no importaba. Que no podía darle una oportunidad. Que me gustaba demasiado… por otro lado, si escuchó sobre Kyle, podía saber que mis sentimientos eran mucho más fuertes que “gustar”.

Las palabras no salieron, la humillación sacó el aire de mis pulmones. Fruncí el ceño, mi cabeza inclinándose hacia abajo hasta que mi frente se presionó contra su esternón. Un suave dedo tocó mi barbilla, levantando mi cabeza hasta que nuestras miradas se encontraron. Bajó su mirada hacia mí con renovada intensidad. —Me darás una oportunidad. Nos darás una oportunidad. —¿Lo haré? —Sí. Tienes miedo. Aguántate, Flash. Cuando corres, si miras la roca, te golpearás con esta. Mantén tus ojos en el camino. Lo que podríamos ser está justo a la vuelta de la curva. Eso sonaba increíble; el pequeño pedacito de esperanza de que podríamos ser algo. La preocupación se hundió un instante después. Mis cejas se fruncieron y abrí mi boca para preguntar sobre cualquier pequeña cosa incrustada en mi cerebro. Su expresión se oscureció. —No. No vas a derribar esto antes de que suceda. Tomé una profunda respiración, exhalé lentamente. Luego empecé a morder mi labio. Su estrecho abrazo —toda su esencia— era firme. Y me gustaba estar en sus brazos. Me sentía cálida, fuerte, protegida. Quería creerle. La pequeña chica en algún lugar profundo dentro de mí —la que no se había hartado— quería creer que era un buen chico para ella. —Dilo. Di que nos darás una oportunidad. Intenté visualizar cómo podría ser, pero fallé. —No sé lo que significa eso. —No tienes que saberlo.

—Eso no tiene sentido. —No todo lo tiene, Kiki. Aun así, mi cerebro seguía desterrando la idea. —¿Recuerdas la primera carrera que hice contigo? Una sonrisa tiró de mis labios. —Sí. —Eso podía visualizarlo. —¿También recuerdas estar colgando de una rama, casi cayendo a un barranco? Mi estómago se apretó mientras recordaba ese terrible momento. Le ofrecí un corto asentimiento. —¿Luego qué sucedió? —Dijiste que casi estaba allí. Que confiara en ti. —Te estoy diciendo que confíes en mí otra vez. —Sus ojos se estrecharon—. Estás colgando de una rama otra vez, temerosa de soltarte. Te estoy pidiendo que te sueltes. No permitiré que te lastimes. —No puedes prometer eso. —Amar y sufrir iban de la mano. Por primera vez desde que había regresado a casa esta noche, una mirada divertida iluminó sus ojos. Sus labios se torcieron, formando una sonrisa. —Puedo prometer que cualquier cosa que pase valdrá la pena. Golpeé su pecho. —¿Tan seguro estás? No renunció a su agarre de hierro. —Estoy hablando en serio. Dilo. Tragué con fuerza, consideré lo que ofrecía. Más que una aventura de una noche. Más que amigos. Estaría arriesgándolo todo en lo que había temido durante años. Por otro lado, mi amigo no me estaba prometiendo un final feliz garantido, solamente que esto sería diferente… mejor.

¿Podía correr ese riesgo? Mi corazón se aceleró. Mi cuerpo entero empezó a temblar. Traté de retirarme de su abrazo, asustada hasta la muerte de que no sería capaz de manejarlo. ¿Y si mis propios miedos lo arruinaban? ¿Y si… lo perdía? —Así de malo, ¿eh? —Su voz se suavizó mientras apretaba sus brazos a mi alrededor. Asentí, lágrimas brotando de mis ojos. —Realmente te marcó. —Sí. —Mi respiración tartamudeó mientras trataba de poner aire en mis pulmones—. Estuve destrozado. No fue solo él. Todos los chicos que me habían aislado lo sabían. Como si me hubiera convertido en una extraña especie en vías de extinción, me miraban fijamente y susurraban hasta que un día él me sacó de la selva y me conquistó. —Era un imbécil. Todos lo eran. —Sí. —Sorbió por la nariz. —Yo no lo soy. —Lo sé. —Y aun así el miedo seguía apoderándose de mí. Cuando mis labios se separaron, con todas las razones por las que pensaba que sería una mala idea listas para salir de mi boca, puso uno de sus dedos suavemente en mis labios. Una feroz determinación brilló en su mirada. —No. No digas que no. No respondas ahora. Ni siquiera pienses en eso, en nosotros. Resopló, frustrado, frunciendo el ceño. —Todo lo que estoy diciendo es que no pelees contra ello. No tengas miedo de nosotros. Si está destinado a que suceda… sucederá. Sus ojos se suavizaron.

Y mi resolución se derrumbó en un susurro. —Está bien.

Darren

E

stá bien. Veinticuatro horas después, las dulces palabras de Kiki continuaban resonando en mi cabeza.

También el recuerdo de ella empujándome cuidadosamente, tratando de zafarse de mi abrazo, tratando de negar… lo nuestro. Lo cual solo había hecho que apretara más mis brazos a su alrededor y que mi determinación se hiciera más fuerte. De ninguna manera iba a permitir que sus miedos la hicieran huir. Me había encantado presionarla contra mí, todas sus suaves curvas y su fuerte determinación. Cabello negro salvaje. Mejillas sonrosadas. Espíritu ardiente tratando de enmascarar un corazón sensible. Antes de que hubiera tenido la oportunidad de llamarla, me había enviado un mensaje a las 11:08 de la mañana del sábado. ¿Está bien si corro sola hoy? La dulzura de su pregunta me había derribado. Necesitaba espacio. Tiempo. Por supuesto. ¿Te veo en la fiesta esta noche? Su respuesta había llegado inmediatamente. Definitivamente. Lo estoy deseando. Ninguna tarde había pasado tan lenta. La noche finalmente llegó. La apertura sucedió como de costumbre. Cade fue el anfitrión, como lo era típicamente. Pero la fiesta inició sin que sus hermanas aparecieran.

Pasaron los minutos. Veinte… treinta… cuarenta y cinco… una hora. Emoción nerviosa zumbaba a través de mí. Solo por ver a Kiki. Me mantuve ocupado manejando la cabina de sonido. Luces de colores alumbraban la pista de baile llena. Una bola disco brillaba sobre sus cabezas. Los leves murmullos de las conversaciones llenaban el espacio entre notas de música a todo volumen. La siguiente vez que levanté la mirada, allí estaba ella. En medio de la pista de baile. Abandoné la cabina al instante y caminé hacia ella a través de la multitud. Destelló una amplia sonrisa en el momento en que fijó sus ojos en mí. Mis pasos redujeron la marcha cuando su hilarante atuendo finalmente traspasó mi necesidad de estar junto a ella. —¿Qué… estás vistiendo? —Parpadeé, excitado de una sorprendente manera. —Es mi atuendo de los setentas. —Bailó hacia atrás, cada paso al compás de la música, hombros y caderas moviéndose con el ritmo—. ¿Te gusta? —Sí. —Mi voz se quebró mientras mi mirada la recorría hacia abajo desde la peluca estilo afro en su cabeza. —Es increíble cómo regresa la moda. Estas son mis calzas favoritas. Las mías también. Sus pantalones acampanados permitían que se asomaran las brillantes uñas moradas de los dedos de sus pies. Pero la tela negra se ceñía en sus rodillas, se adhería a sus sexis caderas y muslos, luego se metía en su pequeña cintura, una cintura que nunca antes había visto. Ligeros cortes verticales definidos comenzaban en algún lugar bajo la cinturilla de sus pantalones y se elevaban hacia sus costillas. —¿Estás mirando mis pechos? Mis labios se movieron hacia arriba.

—No puedo evitarlo. Están rebotando. Síp. Ocultos a la vista solo por una ceñida banda plata brillante sostenida por dos pequeños tirantes. —Es vintage. Una frialdad bordeaba su tono. Como si no tuviera ningún efecto en mí. Como si mi garganta no estuviera seca. Como si la polla detrás de mis pantalones ajustados no se hubiera endurecido. Por ella. —No puedo creer que encontré esto en una tienda de segunda mano — continuó, inconsciente de su efecto—. Solo necesitaba que se le cosiera unas pocas lentejuelas. —Hablaba de los brazaletes en sus muñecas. Luego describió su otro hallazgo en la tienda de segunda mano mientras enseñaba sus zapatos. Había dejado de escuchar. Porque era su rostro, el resplandor en sus mejillas y la luz brillante en sus ojos, lo que había robado mi atención. Hasta que asintió tan fuerte que su extravagante cabello cayó sobre mitad de su frente. Presionó sus labios, luchando con una sonrisa mientras enderezaba su peluca. —¡Kiki! —la llamó Kristen, agitando sus brazos. Su rostro cayó, como si su hermana hubiera echado a perder la diversión. —Tengo que irme. —Yo también. —Apunté con el dedo hacia la cabina de sonido. Nos separamos, Kiki hacia sus obligaciones en la fiesta, yo a las mías. Durante la siguiente hora, la miré de reojo mientras ella bailaba y se mezclaba con los invitados. Había estado viéndola fijamente durante los últimos minutos. Estaba con sus hermanas y con Hannah, mientras su cuerpo bailaba al ritmo de Ladie’s Night de Kool & the Gang. En el momento en que cambié la canción, Kiki se separó de las chicas y se subió a una mesa baja. Sus manos volaron en el aire cuando resonaron las primeras notas de Take your Time (Do It Right) de The S.O.S. Band. Sí, llegó a

las listas de éxito en el verano de 1980, sin embargo, no era un purista de los setenta y estaba lo suficientemente cerca. Pero ¿de haber sabido lo qué le haría esa canción a Kiki? Habría sido la única que reprodujera durante toda la noche. Otra enorme sonrisa estalló en su rostro. Me miró fijamente todo el tiempo mientras murmuraba la letra de la canción. Y en ese momento, me golpeó. Ella me golpeó. Un rayo de comprensión se disparó desde su esencia para atravesar mi pecho, directo a mi corazón. Hizo un ruido sordo. Por ella. No recordaba dejar la cabina de sonido. La multitud en la pista de baile se separó mientras me abría paso a través de la docena de cuerpos giratorios. Siguió cada uno de mis movimientos mientras la acechaba. Su mirada se intensificó cuando estuve a poca distancia. —Una vida es todo lo que tenemos para viviiir —cantó a pleno pulmón. Con una profunda respiración, plenamente comprometido, llegué a ella y envolví mis brazos alrededor de sus muslos, levantándola de la mesa. Sus ojos se agrandaron una fracción mientras permitía que se deslizara por mi cuerpo lentamente. Mientras bajaba, cuando el interior de sus codos llegó a mis orejas, envolvió sus brazos alrededor de mi cabeza. Sus dedos cepillaron mi cabello antes de enganchar sus dedos en mi nuca. Sus labios se abrieron mientras la canción continuaba sin ella. Luego, con un susurro, repitió la última frase: —Nuestro amor es todo lo que tenemos para daaar… Tragó con fuerza y me miró fijamente a los ojos. Esas palabras colgaron entre nosotros, con gran importancia. Dejé escapar una lenta exhalación.

—Te deseo. Las esquinas de su deliciosa boca se curvaron. —Es el traje. Estoy vistiendo un afro mortal. —No. —Inspiré profundamente, mi mirada endureciéndose, nunca antes tan seguro de algo en mi vida—. Te deseo a ti. Se estremeció. —¿Sí? Tembló en mis brazos. Apreté mi abrazo su alrededor. —No solo por una noche. Hasta el final, Kiki. Empezando esta noche… más que amigos. Cuando abrió su boca, presentí que iba a protestar. Así que la besé. Un pequeño chillido se escapó de su garganta antes de que sus labios se suavizaran. El beso fue breve, pero efectivo. La dejé allí, mirándome con una expresión aturdida, sus labios ligeramente separados. Lucía increíble. Suficientemente bien para devorarla. Pero la fiesta seguía alrededor de nosotros. Nuestro tiempo juntos tendría que esperar un poco más. La noche se alargó. Cada vez que sentía que había pasado una hora, revisaba mi celular para ver que solamente habían pasado otros treinta minutos. Canción tras canción, la observé bailar. De vez en cuando, se mezclaba entre las personas con una bebida rosa en su mano. Una amplia sonrisa brillaba en su rostro cada vez que miraba en mi dirección, lo cual era muy a menudo. De vez en cuando, sus hermanas se la llevaban para hablar con un invitado o manejar el corte del pastel. Cuando se acercaba la medianoche, Cade se asomó a la cabina de sonido. —Luces ansioso.

—¿De verdad? —Síp. —Inclinó su botella de cerveza hacia atrás, y bebió un largo sorbo. Me encogí de hombros y me obligué a no mirar en dirección a Kiki. —No creo que tenga que ver con tus ojos pegados a Kiki en cada oportunidad que tienes. —¿Tan obvio? —No había manera de que lo negara. —Un poco. —Haré lo correcto con ella. —No lo dudo. —Cade ofreció un pequeño asentimiento. —Bien. —Su bendición significaba algo para mí. —La fiesta está terminando. No tiene sentido que te quedes. Me encargaré de la cabina y cerraré todo después. —¿Me estás echando? —Las mejores noticias en horas. —Alguien mejor. Nosotros solo hacemos fiestas con contenido para menores. Ve. Dudé, mirándolo. —Entonces, ¿estás bien? ¿Conmigo… y Kiki? Me dirigió una mirada inexpresiva. —Ustedes no han estado engañando a nadie más que a sí mismos. Kendall y Kristen casi me ordenaron que viniera aquí y te hiciera entrar en razón. Sabemos que tú y Kiki estaban destinados a ser más que amigos. Ve. Haz algo al respecto. Dejé escapar un suspiro de alivio. No me había dado cuenta de que lo había estado conteniendo. —Gracias, hombre. Cuando me di la vuelta, Kiki me miraba desde el otro lado de una dispersa multitud. Sus hermanas formaban una pared detrás de ella. Caminó a los tropezones hacia adelante, como si le hubieran dado un suave empujón. Sus ojos

se estrecharon y les echó un vistazo, pero estaba riendo al momento en que me miró de nuevo. Con mi cuerpo vibrando con anticipación, crucé la pista con pasos determinados. Su sonrisa se amplió mientras me alcanzaba, luego agarró mi mano. —Estamos siendo echados. —Se quitó su peluca, luego se la entregó a Kendall mientras su cabello caía en suaves ondas sobre sus hombros. Metí un rizo suelto detrás de su oreja. —Supongo que hemos sido malos. Me miró, sus hermosos ojos azules oscureciéndose. —O a punto de serlo… Sí. La guie fuera de allí, sosteniendo su mano con fuerza. Salimos apresurados por las puertas dobles de entrada hacia un estacionamiento poco iluminado. Cuando nos giré en dirección a la camioneta, tiró de mi mano. —¿Te importa si caminamos? Calculé la distancia. Su casa quedaba a tres cuadras y media. Luego bajé la mirada a sus tacones. —¿Estás segura? —Estábamos a pocos minutos en auto. Cerca de veinte si íbamos caminando. —Sí. Hay un lugar en el camino que quiero enseñarte. Tardaríamos tal vez una hora, o más. Tomé una profunda respiración. Había estado esperando mucho tiempo por Kiki. ¿Otra hora? Podía hacerlo. La noche era cálida mientras caminábamos tomados de la mano por la acera pavimentada. Sin previo aviso, soltó mi mano, se adelantó, luego saltó a la banqueta alrededor de la última farola de la calle. Una brisa agitó las puntas de su cabello levemente rizado, luego se calmaron otra vez mientras envolvía sus manos alrededor del poste de hierro.

Miró hacia la oscuridad del parque de un vecindario mientras las hojas de los árboles se movían en lo alto. —Esto es perfecto. —Escaneó el cielo—. Es una noche sin luna. No iba a discutirlo. Cualquier noche con ella era perfecta. Con un ligero chillido, agarró mi mano y corrió hacia adelante. El sonido de sus tacones desapareció al momento en que tocamos la hierba. No podía ver una mierda, pero troté tras ella, apenas manteniendo el paso. —No pises ningún agujero. —No hay ninguno. He venido aquí cada noche esta semana. —Se detuvo tan repentinamente que choqué contra ella. Soltó una risita, luego medio se giró mientras alcanzaba y levantaba el extremo de una rama—. Ten cuidado, es un poco bajo aquí. Intrigado acerca de qué había capturado su atención durante toda una semana en sus visitas nocturnas, me metí bajo la rama. Seguimos nuestro camino a través de gruesos arbustos y ramas bajas. —¿Una excursión por la selva? —Esta parte de Glenhaven estaba en las afueras de la ciudad, bordeando los terrenos forestales. Ralentizó sus pasos, luego se detuvo totalmente. —Cierra tus ojos. —¿En serio? —Resoplé—. No puedo ver ni una maldita cosa. —Ciérralos. Su tono severo me hizo sonreír. —Bien. Están cerrados. Me guio hacia adelante mientras los insectos chirriaban y cantaban en los árboles a nuestro alrededor. —Está bien. —Su voz se convirtió en un susurro—. Ahora ábrelos. Lo hice. Luego parpadeé, sin procesar lo que veía. Miles de luces verdes brillaban contra un fondo negro.

—Guau. —Fue todo lo que pude decir—. ¿Luciérnagas? —Síp. ¿No son increíbles? —Se apoyó contra mí, colocando su cabeza en mi pecho, justo bajo mi hombro. —No puedo creer que estén aquí tan temprano. —Apoyé mi mano en su cadera. —¿Cierto? —Levantó su mirada hacia mí, luego miró las luciérnagas otra vez—. Debe ser la primavera cálida temprana. Es la primera vez que las veo en abril. Miramos el espectáculo en silencio. Pequeñas luces se apagaban y se encendían. Si mirabas fijamente un punto, las luces bailaban, balanceándose en suaves ondas cada vez que una leve brisa las alcanzaba. —Es como el milagro de la primera nevada en… —Su voz se escuchaba sin aliento, maravillada. —Vísperas de Navidad —recordé. Yo también lo sentía, entendía de primera mano a lo que se refería: aquel tranquilo momento del antes, cuando la anticipación apretaba por dentro, a punto de explotar. Dejó escapar un suspiro. —Esta es nuestra víspera de Navidad. Envolví mi otro brazo a su alrededor, rozando mis labios a lo largo de la cima de su oreja. —Por favor dime que abriré mi regalo esta noche. Se movió en mi abrazo, luego me miró con grandes ojos oscuros. El peso del momento crujió con intensidad cuando presionó sus manos en mis costillas, luego las subió hasta mi pecho. A la luz de las luciérnagas, su halo de cabello oscuro brillaba de un color verde pálido alrededor de su rostro. —Eso depende —susurró. —¿De qué? —Mis manos se tensaron, presionando su espalda.

Miré a la increíble chica en mis brazos. Suaves curvas tentadoras. Un corazón lleno de maravilla salvaje. Un corazón cuyo primer deseo esta noche era compartir su milagro secreto. Conmigo. Nada en la tierra me había hecho sentir tan afortunado. —De si eres bueno o malo. Incliné mi cabeza, presionando un beso en su sien, luego arrastré mis labios hacia la cima de su oreja. —Malo —gruñí—. Planeo ser muy malo. Su cuerpo entero se estremeció en mis brazos. —Buena respuesta. Retrocedí y saboreé el momento, mirándola. Sobre el crujir de las hojas y el canto de los insectos, solo se escuchaban nuestras pesadas respiraciones. Tragué con fuerza. Lamió sus labios. Entonces mordió su labio lleno mientras miraba mi boca. Enloquecí. Bajando la cabeza, capturé sus labios con los míos. El beso fue hambriento. Insistente. Exhaló un suspiro en mi boca mientras empujaba mi lengua hacia la suya. Sabía dulce como el azúcar, restos de esas bebidas rosas que había estado bebiendo. Gimiendo, enterré mis manos en su suave cabello. Apoyó su peso contra mí mientras se relajaba en mi abrazo. Nuestras lenguas exploraron, la mía arrastrándose junto a la suya, la de ella enredándose con la mía. Mis manos bajaron hasta que sujetaron sus caderas. Incapaz de detenerme, me balanceé contra ella. Un gemido jodidamente delicioso provino de su garganta. Un estremecimiento se disparó a través de mí, el impacto de nuestro beso llegándome hasta los huesos. Cuando nos separamos, dejó escapar un suspiro lentamente a través de sus labios fruncidos.

—Guau. —Sí. —¿Listo para abrir tu regalo? —Joder, sí. La recogí en mis brazos. —¿Cuál es el camino hacia tu casa? Pateó sus pies, luchando por zafarse de mi agarre. —Puedo caminar, sabes. —No. Estoy a punto de empezar a correr. Esos tacones solo nos harán ir más lento. —La llevé sobre mi hombro a través de las ramas que colgaban bajo, girándola para protegerla—. Dirección. Ahora. Riendo, agarró mis hombros y bíceps y apuntó con su barbilla hacia la calle. —La siguiente cuadra hacia arriba. A la derecha. Con una rápida sacudida, ajusté mi agarre y cumplí con mi palabra. Sosteniéndola con fuerza, eché a correr los cincuenta metros hacia la esquina más cercana. Presionó su rostro en mi cuello. —Justo allí. Segundo bloque. Vi la casa con la cerca blanca. Me encaminé hacia el callejón cerca de allí. En la esquina, me detuve y me apoyé contra la farola, recuperando el aliento. Sonrió engreída. —¿Fuera de forma, grandulón? Gruñí. —Necesito trabajar en llevar a chicas de cuarenta y cinco kilos. —No vas a llevar a otras chicas. Y son cincuenta y tres kilos. —Con razón.

Golpeó mi pecho lo suficientemente fuerte para que ardiera. —Necesito tu opinión sobre los condones. Frunció el ceño. —¿Justo aquí? —La información, sí. —Me enderecé de la farola, levantándola, dejando que su delgado cuerpo abandonara mi toque por una fracción de segundo, luego la atrapé otra vez—. Porque en el momento en que entremos, no habrá ninguna conversación racional. —Me gustan los condones —espetó cuando crucé la mitad de la distancia por el callejón. —¿Algún otro tipo de control natal? —Estoy tomando la píldora —dijo en voz baja. —¿Nunca vas sin condón? —No. —Susurró esa palabra. —Yo tampoco. Me hice la prueba en marzo. Estoy limpio. —Mis palabras eran entrecortadas. Todo lo que podía manejar con mi sangre precipitándose al sur. —Yo también. En noviembre pasado. Ella no había estado con nadie desde entonces. Había dicho que casi dos años. —Sin condones entonces. —Su voz tenía un matiz pensativo. Un suspiro emocionado salió de mí, ante la idea de estar piel a piel, ella envuelta alrededor de mí sin nada entre nosotros. Todo desde ese punto se volvió borroso. Ni siquiera recordaba haber traspasado la puerta. Cuando la bajé al piso, forcejeó para abrir la puerta principal. Entonces estuvimos dentro. El metal crujiendo ruidosamente, mientras tirábamos del pestillo.

Algunas luces habían sido dejadas encendidas; su tenue brillo desde más adentro proyectaba sombras por el extenso almacén. Pero podía ver a Kiki claramente, mi mirada posada en ella. Tiró del primer botón de su revelador top plateado, dando pasos hacia atrás lejos de mí. —¿Quieres abrir tu regalo? —Una pequeña sonrisa curvó sus labios, sus caderas balanceándose mientras esquivaba automáticamente las esculturas metálicas. Tragué con fuerza y sacudí mi cabeza. —No, hazlo tú. Su ritmo se aceleró una vez que pasamos las esculturas y llegamos al espacio abierto de su sala principal. Mientras pasábamos por su sala de estar, se quitó su top y lo dejó en un brazo de su sofá. Luego se detuvo. Dejé de caminar. Dejé de respirar. Un sostén de encaje azul claro acunaba sus pechos. Se veían pezones rosas a través de este, erectos. Llevó sus brazos hacia su espalda, estirando la escasa tela que había allí. Sus dedos bajaron hasta la cinturilla de sus pantalanes, pero se detuvo. Su cabeza se inclinó, arqueando una sola ceja. —Ahora tú. Joder, sí. Nada de bajar la velocidad ahora. Agarré la parte posterior de mi camisa y la saqué. Mis jeans y bóxers estuvieron fuera en pocos segundos. Parpadeó, mirando mi cuerpo. —Oh. Dios. —Cinco segundos —gruñí—. Desnúdate. O voy a arrancar la bonita envoltura. Sus ojos se ampliaron. Su respiración se aceleró. Pero no se movió. —Cuatro.

Prácticamente podía ver los engranajes trabajando dentro de su cabeza mientras sus pupilas se oscurecían. —Tres. —Caminé hacia adelante, cerrando la distancia. Chilló cuando llegué a su alcance, tropezó un poco hacia atrás, entonces dejó caer sus pantalones, saltando fuera de estos antes de echar a correr por las escaleras que conducían hasta su apartamento. Mi boca se secó. El más escaso trozo de encaje azul se extendía sobre sus caderas, luego desaparecía entre las gloriosas mejillas de su trasero. —Maldición —exhalé, mientras la miraba subir corriendo por las escaleras. Destellos de sus pechos rebotando se grabaron en mi cerebro. Corrí por las escaleras de dos en dos y llegué a la mitad cuando se detuvo en lo alto. Cuando abrió la puerta, una bola de pelaje marrón pasó como una flecha, rozando mi pierna. Enfocándome solamente en Kiki, troté el resto de las escaleras, abrí la puerta de un empujón, luego entré, dejándola cerrarse de golpe detrás de mí. Con el eco del golpeteo, se giró hacia la derecha mientras llegaba al borde de su comedor. Retrocedió un paso, una sonrisa brillante en su rostro, su pecho subiendo y bajando por el esfuerzo. Di dos pasos rápidos y la tuve en mis brazos. Puso sus manos en mi pecho. —¿No quieres que termine de desenvolver tu regalo? —Una fina ceja se elevó mientras deslizaba un dedo bajo el delicado tirante de encaje sobre su hombro. —No —gruñí. Agarré sus hombros, guiándola hacia atrás hasta que la parte trasera de sus rodillas fue detenida por la cama. Entonces la besé, devoré sus labios, su boca. Exploré mientras succionaba hambrientamente y daba suaves mordiscos. Su cuerpo se ablandó, pequeños quejidos resonando cada vez que exhalaba. Cuando ambos estuvimos sin aliento, retrocedí para echarle un buen vistazo.

Sus ojos brillaban con lujuria. Sus labios besados con dureza estaban hinchados y entreabiertos. Le di un suave empujón, y cayó de espalda, aterrizando sobre la cama con un ligero rebote. Su piel cremosa me provocaba. Cabello oscuro salvaje enmarcaba el hermoso rostro que me sonreía. Mi pecho se sintió pesado, caliente. Con… Gratitud. En ese momento, algo despertó dentro de mí. La necesidad ondeando a través de mí y un gruñido bajo retumbó en mi garganta. —Yo voy a arrancarte esos lindos listones.

Kiki

D

arren lucía ferozmente hermoso mientras se elevaba a los pies de mi cama. Todo su comportamiento se tensó con determinación: oscuras cejas fruncidas, definida mandíbula apretada, los magros músculos de su esculpido cuerpo retorcidos. Y una provocativa línea oscura de vello, baja en el centro de todo, conducía hacia abajo. Mi mirada derivó a lo largo de ese camino de la tentación, atraída hacia la impresionante y gruesa erección apuntando hacia mí. Su peso se movió mientras se desplazaba y se arrastraba sobre la cama. Su intensa mirada sostuvo la mía un momento, luego su atención se arrastró por mi cuerpo, deteniéndose en mi pecho antes de aterrizar en la coyuntura de mis muslos. Exhalé una respiración nerviosa. Aun así, no permanecía ningún miedo de que avanzáramos. Quería esto, lo quería a él. Con las rodillas plantadas en la cama, inclinó su peso hacia atrás, apoyándose en sus talones entre mis piernas separadas, luego tragó con fuerza. Después de una profunda respiración, enganchó sus pulgares debajo de las correas de mi tanga a cada lado de mis caderas y tiró, arrastrando el encaje gradualmente hacia abajo sobre mis muslos. Cuando hubo sacado el material tanto como nuestra cercanía lo permitiría, en vez de moverse, tiró la tela hacia arriba y mis piernas con esta. Sus manos atraparon mis pantorrillas, se extendieron sobre los músculos, para luego presionar hacia adelante hasta que mis piernas se estiraron frente a su pecho. Una vez que el pedazo de encaje dejó mis tobillos, lo tiró por encima de su hombro. Pero su mirada nunca se desvió de ese espacio privado entre mis piernas. Mi pecho se elevó con una respiración, emoción recorriéndome mientras yacía ante él, vulnerable, totalmente expuesta.

—Jodidamente preciosa. —Las palabras salieron como un gruñido de su garganta, guturales. Una sonrisa enroscó mis labios. —Tú lo eres. Y lo era. No era solo la salvaje belleza de su rostro, el brillante cabello negro que lo enmarcaba, y su gran cuerpo atlético. Su mente me desafiaba. Su corazón me cautivaba. El alma de un hombre dedicado a ayudar a otros antes que a sí mismo me cautivó. Todo lo que Darren era… se había convertido en todo lo que yo había querido alguna vez. Con suaves movimientos, se inclinó hacia adelante y bajó su cuerpo sobre el mío. Descendiendo su cabeza, plantó un suave beso sobre mi ombligo. Otro aterrizó entre mis pechos. Su rostro se volteó hacia un lado, sus labios recorriendo el encaje transparente de mi sostén. Cuando su boca alcanzó el pico, exhaló una respiración caliente sobre mi pezón. Deseo se formó allí, luego se extendió a través de mí en una fracción de segundo, disparándose en una punzada más aguda entre mis piernas. Jadeé ante la erótica sensación. Otro gruñido bajo retumbó de él justo antes de que su boca lo capturara entre sus labios. Mi conciencia se destrozó mientras el placer se desataba a través de todo mi cuerpo. Con un gemido irregular, me arqueé de la cama, pero él cambió el peso de la parte superior de su cuerpo, presionándome de nuevo hacia abajo. Pequeños tirones mientras succionaba se convirtieron en mordiscos más duros. Cada uno conectado directamente al ardiente pulso que latía entre mis piernas. Con un sonoro pop, liberó el pezón cautivo. Luego acarició mi otro pecho mientras sus manos se estiraban detrás de mi espalda; dedos diestros desabrocharon mi sostén con un solo giro. Retrocedió, liberando el encaje con ambas manos para exponer mis pechos. Los miró, paralizado con una respiración contenida, antes de lanzar el sostén detrás de sí. Entonces su mirada chocó con la mía.

—Perfecta. Calidez floreció en mi pecho; que pensara eso con un significado que alcanzaba más allá de lo superficial. Volvió a bajar e incautó mis labios. Se me cortó la respiración ante la intensidad del beso, diferente al de antes, tierno y deliberado. Cada gentil trago y lenta succión sostenía el peso de intensa emoción. Cuando se retiró, rocé un pulgar por su pómulo. La vela sin llama en mi mesa de noche flaqueó, haciendo que su piel brillara. Casi me reí. —Tienes purpurina en el rostro. —Estoy a punto de tener purpurina por todas partes. Sin otra palabra o advertencia alguna, se echó hacia atrás hasta que se dejó caer entre mis muslos, sus grandes hombros extendiéndolos. Observé la cima de su cabeza por un breve segundo, hasta que un delicioso calor lamió un amplio camino sobre mi centro. Entonces mi cabeza cayó hacia atrás con un grito ahogado cuando una presión más dura de succión esparció deseo ardiente a través de mí. Mis respiraciones se redujeron a jadeos superficiales. La sangre se apresuró a mis oídos mientras el deseo se intensificaba. Cuando las sensaciones se volvieron demasiado, mi cuerpo se arqueó con firmeza de la cama. Floté allí, en un precipicio de dolor y placer. Mis manos volaron a sus hombros, mis uñas hundiéndose mientras jadeaba por respirar. Redujo la velocidad de sus movimientos, aliviando la presión, jugando conmigo. El borde de mi orgasmo flotó fuera de mi alcance. —Por favooor… —rechinó desde mi garganta la súplica con voz ronca. Aire caliente cubrió la piel sensible mientras se retiraba, negándome. Mi clítoris palpitaba. Un latido. Otro.

Gruñí mientras la exquisita presión crecía hasta ser casi insoportable. Entonces de repente, caliente y rápido, me cubrió con su boca, azotándome con su lengua. Jadeé, después exploté en chispas ardientes de placer con un grito. Fuertes pulsos arrasaron mi cuerpo mientras continuaba lamiendo y succionando con fuerza renovada. Ola tras ola me estrellaron, una y otra vez, mientras me perdía en las demandas de su talentosa boca. Entonces relajó sus movimientos, su lengua lamiendo en lentos y reverentes golpes. Mi cuerpo quedó inerte, cada músculo debilitado. Su cabeza cayó hacia un lado, su suave cabello y la calidez de su mejilla apoyados en el interior de mi muslo. Después de largos segundos, cuando no se movió, bajé la mirada. Me miraba atentamente, con orgullo en sus ojos. Una sonrisa levantó una comisura de su boca. Perdida en una neblina de ensueño, mis labios se curvaron en una sonrisa perezosa. —Bien hecho. —Las únicas palabras que me vinieron a la mente. Por su desempeño. Por mi estado saciado. —Recién empieza —gruñó. Su expresión se volvió salvaje mientras una cruda necesidad pintaba sus rasgos. Pero en la intensidad de su mirada, detrás de esos ojos oscuros, vi más que hambre sexual. Cruda emoción ardía intensamente allí. Inhalé una lenta respiración, brevemente aturdida por la profundidad de su pasión. Entonces una calidez se expandió por mi pecho. Porque yo también lo sentía, el increíble tirón, nuestra sólida conexión fortaleciéndose no solo con nuestro acto físico… sino por finalmente soltarlo todo. Con su mirada bloqueada en la mía, volteó su cabeza, luego presionó un suave beso en el interior de mi muslo. Cambió su posición, sus brazos soportando mis piernas por la parte exterior, y colocó otro beso a lo largo de la unión donde el muslo se encuentra con la cadera. La barba incipiente en su rostro rasguñó un

poco mientras su barbilla rozaba el hueso de mi cadera; pero su lenta exhalación enfrió la piel segundos antes de que cálidos labios acariciaran la caída debajo de esta. Deambuló hacia arriba, salpicando besos en un camino aleatorio para marcar la exploración de mi cuerpo. El roce de su nariz bajo la curva de mi pecho. La lenta lamida de su lengua debajo del otro. En el valle entre ellos, derramó pequeños besos mientras inhalaba; sus ojos se pusieron en blanco antes de cerrarse, como si inhalara nuestro embriagador aroma. La siguiente larga y cálida exhalación trabajó su magia sobre mi clavícula, para luego cubrir el lado de mi cuello. Mi cuerpo entero se estremeció. Renovada calidez sensual se esparció hasta los dedos de mis manos, de mis pies. Cada terminación nerviosa se despertó otra vez, viva y zumbando. Sus caderas se acomodaron entre mis muslos, empujando mis piernas hacia arriba y hacia fuera para hacer espacio para él. La rígida longitud de su erección se presionó contra mis chispeantes nervios. Suspiré mientras se situaba sobre mí, presionando hacia abajo, arqueando su pelvis contra la mía, justo donde más latía yo. Miró mis ojos, buscando. Le sonreí. —Hola. —Dejó escapar una respiración temblorosa. —Hola. —¿Lista? —Su gentil tono interrogativo me sorprendió. Casi le ofrezco una adorable broma a modo de respuesta. Pero entonces me golpeó: Que estuviéramos juntos era tan inmenso para él como lo era para mí. Él nunca había permitido que nadie entrara en su mundo, ningún lugar cerca de su corazón… hasta ahora. Y yo tampoco había permitido que nadie entrara: nadie real, ningún hombre merecedor de mi corazón. Hasta él. —Sí. —Pasé mis manos alrededor de su cintura, por su espalda hacia arriba—. Te deseo. Todo de ti.

Nada menos serviría. Después de todo. Ahora él tenía todo de mí. Alegría brilló en sus ojos segundos antes de que se sumergiera y rozara sus labios sobre los míos. Con un suspiro, me derretí en él. Agradecida por tanto, por él, que finalmente tomáramos lo que nos habíamos estado negando: una oportunidad de felicidad. Presionó hacia adelante. Lo tiré más cerca, envolviendo mis brazos y piernas alrededor de él, aferrándome con fuerza. Sólida presión empujó mi entrada. Presioné un beso en su cuello con una lenta exhalación, relajando mi cuerpo, dejándolo entrar. Y entró. Un lento y poderoso golpe me estiró, me tomó completamente. Jadeé ante la abrumadora sensación, terminaciones nerviosas ardiendo a la vida de nuevo. Éramos uno. Mientras flexionaba sus caderas, hacia adelante, luego hacia atrás, retirándose y entrando, me encontraba con él a medio camino, embestida tras embestida, sujetándome con fuerza. Cada movimiento que hacía, yo lo hacía, juntos… armonioso. Presión se instaló con cada segundo que pasaba. Dolor se intensificó con cada estimulante ondulación. Nuestros cuerpos se curvaron y arquearon instintivamente, golpeando todos los puntos correctos, causando que el placer se encendiera, luego se calentara cada vez más. Un bajo gemido escapó de mi garganta mientras un erótico fuego crepitaba profundamente dentro de mí. Gimió, hinchándose más, conduciendo más profundo. Jadeé, aferrándome al borde del placentero dolor. Se detuvo, su cuerpo entero volviéndose rígido en mi agarre. Entonces se hundió profundo con un gruñido animal. Grité mientras un poderoso segundo orgasmo me recorría.

El tiempo se distorsionó mientras cada pequeña cosa reclamaba su fracción de segundo de conciencia. Otro poderoso espasmo de placer. Su cálida solidez profundamente dentro de mí. Nuestros corazones presionados, latiendo a un ritmo frenético, el mío con el suyo. Nuestras respiraciones dificultosas, la mía en la base de su garganta, la suya agitando el cabello encima de mi oreja. Todo lo caótico había caído en un balance perfecto. Mientras nuestros corazones acelerados empezaban a bajar su velocidad y nuestras respiraciones irregulares se volvían más estables, se inclinó a un lado, pero tiró de mí con él. Envolvió una pierna sobre mi cadera, aseguró un brazo alrededor de mi espalda, y presionó un beso en la cima de mi cabeza con un largo suspiro. Encerrada en su abrazo, sonreí, luego me enterré más en su agarre, buscando todo lo que tenía para ofrecer. En ese raro, glorioso y totalmente completo momento de felicidad con él, ninguna parte de mí quería más.

En algún momento en las oscuras horas de la madrugada, después de la ronda tres golpeando la cabecera de la cama, se acurrucó sobre su lado izquierdo con un suspiro satisfecho y le hice cucharita desde atrás, deslizando mi mano debajo de su brazo y sobre su pecho. Sujetó mi mano, luego presionó un beso sobre mis nudillos. Sus labios se quedaron allí, rozando mis dedos mientras mi atención vagaba a las gruesas líneas curvas de tinta en su piel. —Cuéntame sobre tus tatuajes. Su boca dejó mi mano, luego presionó mi palma en el centro de su pecho y la sostuvo ahí, sobre su corazón. —Un tatuaje. Son mi familia —dijo con voz ronca, apenas por encima de un susurro—. El mío es la medialuna más grande. El de mamá es el que se envuelve alrededor de mi espalda. El de Lo se mete bajo mi brazo. —Todos conectados. —Como familia. Dio un lento asentimiento. —Y protegiéndonos… vigilándonos… entre nosotros. —¿Cuándo te lo hiciste? —La pregunta se sentía personal, pero demasiado importante como para no saber nada. Quería entenderlo.

Agarró mi mano con más fuerza antes de presionarla otra vez sobre su corazón latiendo con rapidez. —Cuando murió mamá. Silencio siguió, él sosteniendo mi mano contra su pecho, yo acurrucada detrás de él, metida contra su cuerpo. Y en ese espacio de honestidad y vulnerabilidad, tracé mis labios por partes de las líneas oscuras: su descenso, el de su madre, el de su hermana. En el centro donde se encontraban, presioné un suave beso. Dejó escapar un pesado suspiro antes de que su respiración cayera en un profundo ritmo. Asenté mi cabeza en la almohada, apretando mi agarre sobre su corazón. Nada en esta tierra quitaría ese dolor por completo, pero planeaba hacer lo mejor para aliviarlo.

Abrí mis ojos a la luz brillante, aunque los cerré al instante para bloquear todas las cosas de demasiado temprano por la mañana. Pero cuando tiré de las sábanas para echarlas sobre mi cabeza, no cedieron. Cuando volteé, una sólida pared caliente se encontró con mi rostro. —Mmm… —Con un repentino destello, reconocimiento me golpeó. Entonces presioné un pequeño beso en las costillas de Darren y me acurruqué más a su calidez, apoyando mi mejilla en la hendidura justo debajo de su clavícula. Inhalé su aroma mientras me dejaba llevar por recuerdos borrosos. Su sonrisa y cruda risa. La intensa expresión en su rostro cuando habíamos conectado más profundo, en cada manera. Cómo la emoción que brillaba en sus ojos combinaba con el sentimiento sin nombre que había estado albergando, pero que no me había admitido totalmente, hasta entonces. Me había enamorado de él. O al menos había empezado a hacerlo, tanto como me lo había permitido mi armadura de protección. La gran mano que acunó mi cadera se elevó hacia más arriba, frotando mi espalda perezosamente, luego hacia abajo. Su otro brazo se movió debajo de mis

hombros, hasta que se encerraron y apretaron, sosteniéndome con una fuerza casi aplastante. Un bajo gruñido retumbó encima de mi oreja, agitando mi cabello. —Quedémonos aquí para siempre. —El profundo timbre de su voz me calmó, pero las palabras mismas generaron un cosquilleo de preocupación por mi columna vertebral. Me recordaban el tiempo, algo que no tenía. La bomba de tiempo de mi sobre, equipada para explotar, no nos permitía un para siempre. No aquí, de todas formas. Envolví mi pierna sobre su cadera y dibujé círculos sobre sus pectorales con mi dedo mientras dejaba salir un suspiro. —¿Tienes el poder de hacer que eso suceda? Tal vez lo tenía. ¿Y si otras fuerzas en el universo, las que nos habían juntado en primer lugar, tenían manera de involucrarse en mi destino? ¿Y si Darren podía obrar un milagro con solo un deseo? Retrocedió, examinando mis ojos, estudiándome. Entonces algo brilló en los suyos y una comisura de su boca se elevó. —Obsérvame. Con un gruñido bajo, agarró mi cintura y me volcó sobre su otro lado, en el centro de la cama. Mi chillido resonó, haciendo eco alrededor de nosotros. Su sonrisa engreída fue la última imagen en mi mente antes de que me besara hasta quedar sin sentido. Después adoró mi cuerpo con una precisión metódica y absoluta reverencia. ¿Ansiedad sobre el futuro? Desterrada.

Darren

E

ntraba y salía del estado de conciencia. Perezoso. Feliz. El suave cuerpo de Kiki se estiró, luego se presionó más fuerte contra mí. Dejó escapar un murmullo satisfecho mientras colocaba un beso debajo de mi clavícula.

Mi estómago respondió con un gruñido sordo. Su risa ahogada vibró dentro de mi piel. —Aliméntame. —Tensé mi brazo a su alrededor, apretando brevemente. Estiró un brazo, su mano aplanada frotando un círculo lento antes de aterrizar en mi cadera. —Pensé que querías quedarte aquí para siempre. —Así es —gruñí, sentándome erguido—. Comida primero. Necesito energía. Colapsó con cansancio en el hueco que yo había abandonado. Me incliné y besé el parche de frente más cercano debajo de su cabello desarreglado. Luego la miré por un minuto. Su piel cremosa brillaba de un color rosa saludable. Su cabello normalmente salvaje tenía esa apariencia de bien follada. Hermosa. Una felicidad inusual se hinchó en mi pecho. Que era lo suficientemente afortunado de tenerla. Que ella confiaba lo suficiente en mí para arriesgarse con su corazón, confiar en mí para cuidarlo, protegerla. No me engañaba, no obstante. No era a la única a la que necesitaba proteger. El para siempre que quería no era posible. Todavía no. Pero tal vez los momentos con ella aquí y allá podrían sumar a un por siempre para nosotros algún día.

Cuando entré al baño y levanté el asiento, se me ocurrió algo. Terminé, lavé mis manos, luego asomé mi cabeza por la puerta. Había abandonado la cama. Deambulé hacia la cocina. Entonces mi mente quedó totalmente en blanco. Las encimeras ya estaban cubiertas con tazones y frascos de condimentos… y ella todavía no se había puesto nada de ropa. La mejor mujer del mundo. —¿Qué estamos haciendo? —Panqueques de manzana con tocino. —Ay, maldición. Me babeé. —Y no solo a causa de la comida. —Bien. Pela. —Me pasó una tabla con tiras de tocino, luego apuntó a una bandeja para hornear laminada. Comenzó a añadir ingredientes a un tazón lleno de harina. —Horneando desnuda. —Síp. El maestro de lo obvio. Soltó una risita. —Primera vez para mí. —Para mí también. Dejó caer una cucharada de aceite de coco en dos grandes sartenes, luego encendió los quemadores bajo cada uno. —Estoy bastante segura de que nunca más voy a hornear de otra manera. Éramos dos. Se veía increíble. Y una energía única zumbaba de ella. Como me indicó, pelé gruesas tiras y las coloqué lado a lado dentro de la bandeja para hornear laminada. —¿Vas a hacer algo mañana? Frunció el ceño mientras recogía una cuarta especia oscura con una cuchara de medir, luego la arrojaba dentro del tazón. —Lunes… —Sacudió su cabeza—. Nop. —¿Quieres venir a verme tocar? —Al terminar con el tocino, lavé mis manos.

Se detuvo en medio de batir sus ingredientes. —¿La banda de garaje a la que pertenecer Logan y tú? —No. Con mi nuevo jefe. Aunque me firmó como músico de estudio, toca en vivo unas cuantas veces al mes. Es un grupo de jazz. Dino, su chico en el saxo, y yo. Una amplia sonrisa brilló en su rostro cuando levantó su mirada mientras vertía leche de almendra de una taza de medición a un tazón verde. —Me encantaría ir. —Tengo que llegar temprano, así que no puedo recogerte, pero te enviaré un mensaje de texto con la dirección. —Suena genial. —Sonó un temporizador, luego lo apagó—. ¿Puedes cubrir la fortaleza por un momento? —Apuntó hacia la bandeja para hornear cubierta con tocino—. Eso va al horno por treinta minutos. Mezcla los ingredientes secos en la masa líquida, luego viértelo en cada sartén. Voy a tomar una ducha rápida, pero debería estar de regreso a tiempo para voltearlos. —Seguro. —Agarré la cuchara grande que sostenía, envolviendo mi mano parcialmente sobre la suya, y le di un suave beso. Cuando interrumpimos el contacto, se quedó mirando mis labios, su respiración acelerándose, antes de que su mirada llena de lujuria se encontrara con la mía. —Eres insaciable —murmuré. No soltó su agarre de la cuchara. —Eres adictivo. ¿Menos de treinta minutos? Ni de cerca el tiempo suficiente para todo lo que quería hacerle. Repetidamente. —Ve. —Hice un gesto con la cabeza sobre su hombro, hacia el baño—. Comida ahora. Sexo después. Mientras mezclaba, luego servía, la exactitud del momento me golpeó. Estaba en su cocina, cocinando. Ella se duchaba, tarareando una melodía alegre, después de una increíble noche donde habíamos probado los límites de la cabecera de su cama. Finalmente habíamos confiado a ciegas para estar juntos —

como en mi primera relación en la vida— y el mundo como lo conocía no se había derrumbado. Toda la cosa parecía irreal. Hacía que un chico dijera cosas como “quedémonos aquí para siempre”. Como un reloj, volvió, una toalla envuelta a su alrededor, cabello húmedo y oliendo a vainilla tropical. Le eché un rápido vistazo a la cocina; los panqueques tenían pequeñas burbujas en el lado sin cocinar. Cuando trató de colocarse frente a la cocina para cuidarlos, estiré un brazo y sacudí mi cabeza. —Tengo esto. —Uno por uno, sacudí cada sartén hasta que su gigante panqueque se despegó, luego en una curva ascendente, deslicé la espátula debajo y di vuelta con un movimiento fluido. —Bravo. —Aplaudió. —No es mi primera vez en la cocina. —O con panqueques. Mi mente destelló a esas entrañables veladas de Acción de Gracias con mi mamá y hermana. Qué cosa maravillosa compartir panqueques con Kiki ahora. El aroma a sal de cocina y grasa flotaba a nuestro alrededor con ocho minutos restantes en el horno. Usé quince segundos tirando de esa esponjosa toalla envuelta a su alrededor, acercándola, luego besándola minuciosamente. Para el momento en que nos apartamos, los dos nos habíamos quedado sin aliento. Tenía los ojos muy abiertos, brillando de un azul eléctrico a la brillante luz asomándose a través de las ventanas superiores. Agarró la espátula de mi mano, luego la apuntó hacia al baño. —Ve. Ducha. —Sí, señora. El único jabón y champú allí eran los tropicales que ella usaba. Usé solo lo suficiente para limpiarme, luego me lavé con un montón de agua caliente. Después de secarme, estaba bastante confiado de que me iría oliendo solo un poquito como ella. Luego tal vez podría convencerla para ir por otra ronda e irme oliendo exactamente como quería: un poco a Kiki y un montón a nuestro sexo.

Cuando regresé, con una toalla envuelta alrededor de mi cintura, la comida ya había sido repartida en dos grandes platos. Agarró ambos, me pasó el mío, luego se encaminó hacia la puerta. La seguí. —¿Adónde vamos? —Abajo. —¿Por qué? —Me estiré a su alrededor, abriendo la puerta. Miró sobre su hombro. —Café. —Ahhh… buena respuesta. Gracias a Dios atravesó la puerta primero. El peludo se había agazapado en el rellano justo fuera de la puerta. Le sonreí al pequeño lindo. —Me preguntaba dónde estaba el gato. —¡Hola, Chipmunky! —Kiki frotó la bola de su pie sobre su espalda antes de pasar sobre él. Saltó y embistió un hombro sobre una de sus piernas desnudas, luego se lanzó entre las mías. Tuve que detenerme a medio paso para evitar tropezar con él. —Vigila el almacén en la noche. —Hizo tres cortos sonidos de besos para tener su atención. —¿Gatito de guardia? —Cuando llegamos al rellano del medio, corrió por delante, un borrón de pelo saltando. Su suave risa se elevó mientras bajaba las escaleras trotando detrás de él. —Algo así. Si algo anda mal, aúlla. Si algo está realmente mal, sube y rasguña la puerta. Dejo comida y agua cerca de la mesa de trabajo y su caja de arena en la esquina más lejana. —¿Algo ha estado realmente mal? —Fruncí el ceño. Mi imaginación explotó con pensamientos de ese callejón lateral y la naturaleza industrial de su propiedad.

—En verdad, no. —Se encogió de hombros, deslizando su plato en la mesa de trabajo. Luego agarró una cafetera con café recién hecho, enderezó un par de tazas que habían estado reposando boca abajo en una toalla a su lado, y nos vertió una taza humeante a cada uno—. Una vez, unos vándalos irrumpieron en mi auto. Robaron la radio. —Mejor que irrumpir en tu casa —murmuré. —Almacén —me corrigió, tomando asiento en un taburete de metal—. Metal oxidado por fuera. No muchas personas piensan que habría algo valioso aquí. La inmovilicé con una mirada dura. —Tú estás aquí. Su mirada sostuvo la mía por un segundo. Luego otro mientras tomaba una profunda respiración. Sus labios se curvaron en una sonrisa mientras inclinaba su cabeza en un ligero asentimiento en mi dirección. —Es justo. Prometo ser cuidadosa. Solo parcialmente calmo por su promesa, porque no hacía un carajo por mantenerla a salvo de verdad, me senté en el taburete a su lado y le hinqué el diente a mi desayuno. Comimos en silencio por unos pocos minutos mientras la observaba cortar pequeños triángulos, uno a la vez, a lo largo del borde del panqueque del tamaño de su plato. Fascinado por aprender cómo comía, arqueé una ceja. —Te he visto comer hamburguesas, costillas, y comida china. Cuando no me expliqué más, sonrió con suficiencia. —¿Es una extraña lista de deseos tuya? —Quizás. ¿Siempre cortas la comida en un plato en piezas uniformes? ¿O solo los panqueques? —Panqueque. Uno. Y nunca he comido un panqueque así de gigante antes. Así que no lo sé. —¿Cómo comes los panqueques normalmente? —En una pila.

Listilla. —¿Una pila perfectamente uniforme? —Te la devuelvo. Sus labios se torcieron. Luego resopló una risa y sacudió su cabeza. Sus mejillas todavía mantenían un rubor rosado. Sus ojos brillaban con diversión. Yo había tenido algo que ver en ambas cosas y quería hacerlo de nuevo. A menudo. Era más que hermosa cuando dejaba de pensar y se permitía disfrutar de la vida. Recordando lo malo que era su café antes, tomé un sorbo tentativo. Sabía… bien. —Mmm. ¿Granos diferentes? Asintió. —Kendall me los dio. Dijo que estaba tratando de salvarme. Ahogué una risa. —No tuve el corazón para decírtelo. —Está bien. —Sus cejas se arquearon mientras me miraba—. Estoy abierta a sugerencias de café y donaciones. —Se metió un pedazo doblado de tocino en la boca. Mis ojos deambularon mientras comíamos, luego aterrizaron en la pila de correo sin abrir aún ubicada en la esquina lejana. Un sobre había sido apartado del resto. Brillantes letras rojas mayúsculas habían sido estampadas en el frente: ÚLTIMO AVISO. Curioso acerca de la alarmante advertencia, miré a Kiki. Miraba el sobre, debió haberme atrapado observándolo. Todo su comportamiento había cambiado. Su cuerpo se había puesto rígido, sus hombros se tensaron hasta sus orejas. Su respiración que había sido calma y lenta se había reducido ahora a inhalaciones rápidas. —¿Kiki? No respondió. Puse una mano sobre la suya, enredando nuestros dedos. —Kiki, mírame.

Después de otro par de cortas respiraciones, finalmente inhaló profundamente y parpadeó, como saliendo de un trance. Luego volteó su cabeza, finalmente encontrando mi mirada. —¿Qué hay en el sobre? Dejó salir una gran respiración y dirigió una mirada cautelosa al sobre otra vez, como si la maldita cosa tuviera dientes. —Es mi orden de desalojo. Mi corazón se hundió. El almacén no era solo su hogar; cada centímetro cuadrado emanaba partes de ella. Era ella. —¿Cuándo? —Al final del mes. —¿Nueve días a partir de ahora? —Nueve días, once horas, diecisiete minutos para ser una persona sin hogar. —Pero… —Mi mente se congeló por cuán mal estaba esto, nada de esto tenía sentido—. ¿Qué hay de tu arte? ¿No tuviste una exhibición exitosa? —No había estado en la inauguración de su exhibición, pero el equipo en Loading Zone había escuchado todo al respecto por Cade, orgulloso hermano presumiendo. —Las ventas de esa exhibición son con lo que renté el lugar. Lo primero que hice. Ese dinero cubrió el depósito de seguridad más el primer y último mes de renta, con lo suficiente de sobra para renovar la vieja oficina —Apuntó hacia el desván sobre nosotros—, algunos muebles, y algunos suministros de arte. —¿No has vendido ninguna pieza desde entonces? Han pasado… cinco meses. Una risa dura salió de ella. —Oh, lo hice. Vendí dos más en enero, una en febrero. Grandes piezas. Habrían pagado mi renta por el verano. —¿Qué sucedió?

—La dueña de la galería se convirtió en una persona para nada honesta. O quizás siempre lo fue; no verifiqué los precios de venta con los que pagaban los compradores. Tal vez también los estafó. Furia brotó de mis entrañas. —¿Estafó? Dejé mi tenedor a un lado y alejé mi plato, el apetito se había ido. Bebió varios sorbos de café. —Síp. Tenía excusa tras excusa por los retrasos en el pago de las ventas adicionales. Luego mis llamadas no eran devueltas. Cuando finalmente me enojé lo suficiente como para pararme frente a ella y mirarla prepararme un cheque… era demasiado tarde. Mis ojos se estrecharon. —¿Cuánto demasiado tarde? —La galería cerró con un pequeño aviso en la puerta. Cerrada por orden de Servicio de Impuestos Internos. Exhalé una dura respiración. —Evasión de impuestos. —Síp. Mis llamadas al Servicio de Impuestos Internos eran una broma. El dinero por las ventas de mi arte se encontraba en cuentas que el gobierno había congelado. No les importan los contratos, o los ingresos por ventas, o artistas hambrientos. Todo lo que les importa es el dinero. ¿Y el dinero en esas cuentas? Centavos de dólar por lo que la perra debía en impuestos atrasados. —Maldición, Kiki. Lo siento. —No. Es lo que recibo por ser tan confiada. —¿No era una galería respetable? —Síp. Había estado allí por años. Los mismos años que ella había estado falsificando sus impuestos. Les debe casi diecisiete millones. —Jódeme.

—Exactamente. —Fulminó el sobre con la mirada—. Pero ¿sabes cuál es la peor parte? Tengo otras ocho esculturas sin vender establecidas en esa galería. Grandes piezas que traerían un montón de dinero. Y no puedo tocarlas. Fruncí el ceño. —¿Por qué no? —Porque el Servicio de Impuestos Internos no solo congeló sus cuentas. Congelaron sus bienes físicos, la galería. —Pero esas esculturas no son de ella, son tuyas. Me lanzó una mirada de cansancio. —Dile eso a Servicio de Impuestos Internos. —Espera… ¿el dueño de aquí no vive en la casa del frente, la que cuidas? —No cuido exactamente, más como que vigilo. Pero sí. —Se encogió de hombros, pinchando con un tenedor el medio panqueque en su plato—. Ella no toma las decisiones. La empresa de administración de propiedades y sus contadores toman las decisiones. Ya me han dado dos extensiones a petición de ella. He gastado todos mis depósitos y he estado viviendo sin pagar alquiler por dos meses. No pueden hacer nada más por mí si no pago todas las rentas atrasadas. —¿Por qué no le pides ayuda a tu familia? Seguramente te prestarían un poco de dinero. —No. —Sacudió su cabeza con fuerza—. No quiero ayuda. Quiero hacer esto por mi cuenta. —Está bien. ¿Cuál es tu plan? Se desplomó sobre la mesa, doblando sus brazos bajo su barbilla. Después de una larga pausa, me miró. —¿Negación? La miré durante varios largos segundos. Sus ojos habían perdido su fuego. No estaba siendo sarcástica, solo se había quedado sin fuerzas. Y esperanza.

Podría no querer ayuda de su familia, pero obtendría ayuda de mi parte. De ninguna manera le permitiría perder todo por lo que había trabajado. Todos sus sueños habían sido invertidos en su almacén. La levanté de la mesa, y su toalla se desenredó lentamente, luego cayó, pero ninguno la agarró. Doblé mis brazos a su alrededor, tirándola fuerte contra mí. Con un lento suspiro, se acurrucó en mi agarre. Desnuda. Confiando. Presioné un beso encima de su oreja. —Vamos a idear un mejor plan.

Kiki

A

la noche siguiente, Darren no había ideado un plan. Yo tampoco. Porque no puedes salirte de un lío sobre el que no tenías ningún control.

Nada de esto era justo. Pero así era la vida. Salí de mi vecindario, yendo hacia la dirección que Darren me había dado, pensando en mi situación y en lo que él había sugerido. Ya había contemplado pedirle ayuda a mi familia. Mi hermano y hermanas me prestarían el dinero en un santiamén. Mis padres también. Cualquiera de ellos me daría un techo sobre mi cabeza. Y en otros ocho días, podría llegar a eso. Pero recurrir a ellos significaba admitir el fracaso en voz alta, ante una familia que siempre había tenido éxito en todo lo que había intentado. Y yo era la artística. Aunque nunca habían hecho nada para desalentar mi pasión, todavía sentía una carga más pesada para demostrar mi valor en comparación a ellos. Además, esas ideas no eran más que curitas temporales para mi mayor dolencia. Atrapada en un lugar de ira y frustración —en mi negación—, no había formado ningún tipo de plan alternativo. Ninguna red de seguridad. Por alguna estúpida razón no dejaba de pensar en una llamada más a Servicio de Impuestos Internos. O tal vez después de noventa días abrirían la galería y liberarían mis esculturas. Tal vez escucharían una razón. Pero ¿por qué lo harían? No me había escuchado a mí misma con lo ridículo que sonaba eso. O admitido la desesperada situación en la que realmente estaba.

Una parte de mí tenía fe en que todo se resolvería. Aunque no tuviera ninguna razón para creerlo. —¿Eres eso, Darren? —susurré dentro de mi auto mientras seguía una curva, luego viraba hacia el estacionamiento frente a un elegante centro turístico—. ¿Eres el que hace mis milagros? Lo había hecho hasta el momento. Había resultado ser más de lo que había esperado. Lo cual me asustaba demasiado. Demasiada fe en alguien dejaba demasiado espacio para la decepción. Solté una respiración lenta, calmando mis nervios. Entonces abrí la pesada puerta del vestíbulo, susurrando: —Todo va a estar bien. El optimista mantra había sido dicho tantas veces que me calmaba, aunque eso no resolvía nada. Mis zapatos de tacón alto se hundieron en una alfombra oriental de lujo, pero no logré llegar al mármol pulido en el lado opuesto antes de que Logan llegara corriendo desde el costado. —¡Llegaste! —Me dio un fuerte abrazo. Parpadeé, sorprendida. —No sabía que ibas a estar aquí. Un pasador con una libélula de un verde fluorescente sujetaba su mechón rosado encima de su oreja y llevaba un vestido azul de cachemir al estilo campesino, haciendo que luciera mucho más joven y más femenina que sus habituales pantalones y gorra. Puso sus ojos en blanco. —Aparentemente, D mantiene todo sobre mí en secreto. Enrollé un brazo a través del suyo. —Muéstrame adónde vamos.

—Aquí abajo. —Nos condujo por el borde de una enorme mesa redonda, luego se agachó y agarró un tenedor y un plato con una torta de chocolate de un exhibidor lleno de estos. Inclinando mi cabeza hacia ella, murmuré con complicidad: —¿Necesitamos almacenar comida? Miró a la izquierda, luego a la derecha, antes de arquear las cejas. —Si la ofrecen, la tomo. —Sujetando el plato con una mano, dio un asentimiento decisivo mientras pasaba el tenedor por la esquina densamente glaseada. Luego se detuvo en medio del corredor y me ofreció el primer bocado. En el momento en el que el delicioso chocolate negro explotó en mis papilas gustativas, gemí. —Oh. Dios. Mío. —¿Cierto? —Me ofreció una mirada reservada—. Este es mi segundo pedazo. Me reí cuando se metió un tenedor repleto en la boca. Luego nos guio por un pasillo, izquierda, derecha, luego nos dirigió al interior de una galería con piso de cerámica. A través de un conjunto de puertas francesas a la izquierda, había una anfitriona de pie en un estrado con menús en la mano, luego dirigió a una joven pareja por un comedor iluminado con velas. Fuimos a la derecha, bajamos dos amplios escalones, entramos a un salón donde los sensuales sonidos de la música jazz ya flotaban en el aire. Traté de divisar a Darren por las ventanas, pero demasiadas personas de pie y bailando bloqueaban mi vista mientras nos dirigíamos al interior. Al otro lado de la habitación de tamaño considerable y a lo largo de la pared del fondo se extendía una imponente zona de bar decorada con madera oscura ornamentada. A mi derecha, una media docena de acogedoras zonas de descanso habían sido creadas con sillones cuadrados de cuero y otomanas a juego. Las velas vacilaban sobre mesas bajas. En el centro del espacio, tres parejas combinaban una pista de baile de madera, cautivando al público con sus vueltas y movimiento de caderas. Mi cerebro trató de clasificar su baile: ¿Samba? ¿Rumba? De niña, no había prestado

la atención suficiente como para recordar las lecciones de baile de salón obligatorias en el club de campo. Reclamamos una de las únicas dos zonas de descanso disponibles que quedaban. Me relajé en un sillón de cuero color marrón muy suave con una vista perfecta de los músicos que estaban posicionados cerca de la esquina derecha de la pista de baile. Mi mirada finalmente aterrizó en Darren. Su oscuro cabello era el de costumbre: desordenado, pero con estilo. Su camiseta negra de manga corta exponía los músculos flexionados de sus antebrazos. —¿Otro bocado? —preguntó Logan, levantando un segundo trozo de torta hacia mí. Sacudí la cabeza. —No, gracias. Mi foco de atención permaneció fijo en él. Tenía los ojos cerrados. Con los más ligeros movimientos, todo su cuerpo se ondulaba en un ritmo que se transformaba en sonido a través de sus manos hacia las diversas piezas de percusión de su batería. Su mano izquierda permanecía baja, llevando un ritmo suave sobre el centro de un tambor con lo que parecía una baqueta cepillo. Su otra mano sostenía una baqueta cepillo a juego sobre el platillo superior de un par que habían sido montados verticalmente en un soporte. —Eso es un platillo doble. —Logan asintió hacia la izquierda de Darren. —¿Los platillos? Asintió. —Síp. —¿Qué está usando sobre eso? —Una baqueta cepillo. —Puso su plato vacío en una mesa auxiliar—. Está hecho de alambres finos. Da un sonido más suave para el jazz y las baladas. —Tocas la guitarra, ¿verdad? —Bajo. —Se encorvó en su silla hasta que su cabeza se apoyó sobre el respaldo bajo—. Me gusta perderme en los tonos más profundos.

Imité su postura, relajándome con ella. La canción varió, cambiando la música a un ritmo mucho más lento. Después de un momento, las tres parejas desocuparon la pista de baile, yendo en dirección a la barra. Otras dos parejas, tal vez animadas por la ausencia de los expertos, se desplazaron a la pista y empezaron a moverse al romántico compás. Mi atención se desvió de nuevo hacia Darren. Me quedé sin aliento cuando me di cuenta de que me miraba directamente a mí, su mirada ardiente. Una sensual sonrisa curvó mis labios cuando un intenso rubor salió hacia el exterior desde mi corazón, subiendo por mi pecho, cuello y rostro y bajando por mi estómago, más abajo, hacia regiones más escandalosas. Conectados. —Te gusta el arte, ¿verdad? Parpadeé, repentinamente consciente de que había otras personas en la habitación. —Sí. Soy escultora. Darren rompió el contacto visual, cerrando los ojos una vez más mientras tocaba. —¿Alguna vez has dado clases? —¿Una clase? —Le eché un vistazo, confundida por el rápido cambio de tema, queriendo estar segura de no haberme perdido algo durante los segundos en que había estado embelesada mirando fijamente a su hermano. —Sí. De arte. —No. —Me había graduado el año pasado—. ¿Por qué? Encogió un hombro. —Voy a reuniones los martes y jueves por la mañana en el centro comunitario. No la seguía. —¿Reuniones? ¿No tienes clases?

Después de una respiración profunda, echó un vistazo en mi dirección, luego se quedó mirando fijamente durante unos momentos. —SPS. Sobrevivientes de pérdida por suicidio. Y sí, voy a clase por las tardes esos días. —Oh. —Tenía sentido. Yo sería un desastre si alguien a quien había amado muriera, mucho menos por un suicidio. —Mi terapeuta me hizo ir. Al principio fue horrible. Era una completa pesadilla tener que escuchar las historias de todos los demás. Luego iba a casa y revivía la mía. Eventualmente, empezó a ayudar. Puse una mano sobre su brazo con suavidad. —Me alegro. —En fin, se supone que el arte ayude. Su presupuesto de donaciones permitía comprar materiales de arte. Se compraron todas las cosas, y habían organizado con un profesor y todo. Pero lo transfirieron fuera del estado por su trabajo remunerado y su traslado se canceló. —¿Qué tipo de materiales? —No estoy segura. Parecía un estuche de cajas de metal de lápices de colores. Otro estuche tenía pinturas, creo. Blocs de dibujo y cerca de una docena de pequeños lienzos. Dibujar y pintar eran diferentes a esculpir, y entre sí. Habían pasado años desde que había hecho alguna de esas dos: secundaria y el primer semestre en la escuela de arte. —Nunca he enseñado arte antes. —O nada, de hecho. —No te preocupes. —Volvió a mirar a su hermano—. Solo pensé en preguntar. Me dolía el corazón por ella. Por ellos. —Bueno, supongo que si nadie juzga, podría aprender en el camino. —¿En serio? —Emoción zumbó en su voz. —Bueno. No prometo ir de novato a Monet, o algo por el estilo.

Resopló. —Apesto en todas las cosas sobre papel. ¿Me mantienes dentro de las rayas? Eres un éxito. —¿Cuándo? ¿Con qué frecuencia? —Luego se me ocurrió una idea—. ¿Algún pago involucrado? —Después de nuestras reuniones. Y no. Estoy casi segura de que es voluntario. ¿Eso está bien? —Sí. —Me incliné y enrollé mi brazo a través del suyo—. Está totalmente bien. —Y así era. Después de todo, había buscado algo fuera de mi arte para iluminar mi espíritu y había encontrado las carreras por senderos. Darren me había regalado eso. Lo menos que podía hacer era darles algo a cambio. Mientras permanecía sentada en el lujoso bar del hotel, del brazo de Logan, Darren miró en mi dirección. Solo que esta vez, en lugar de que mi cuerpo respondiera con un calor sexual, una clase diferente de calor se apoderó de mí. Y en vez de extenderse hacia las zonas erógenas, fluyó hacia el interior, acomodándose con una sensación de pesadez justo en el centro de mi pecho. Amor. Increíblemente, no le temí a la emoción. Le di la bienvenida. Apreté mi agarre sobre Logan mientras miraba fijamente a Darren. Observé mientras su expresión se transformaba en algo que parecía orgullo. Y por un breve período de tiempo, mientras se sumergía en su pasión por la música, frente a aquellos por los que se preocupaba e intentaba proteger, una parte de mí comenzó a creer que podía protegerme, que él era mi milagro.

Darren

T

erminamos el segundo set a las diez. Guardé mi equipo, luego dirigí a Dino y Gordie, nuestro saxofonista, para presentarles a Logan y Kiki.

Impulsado por una de las experiencias más surrealistas de mi vida, no podía borrar la sonrisa sobradora de mi rostro. Había estado fresco y relajado mientras tocaba; la música me llevaba a ese estado. ¿Ahora? Mis manos empezaban a temblar. Mi mente todavía no podía entender todo esto. Había tocado con Dino Mathis. Y habíamos sido impresionantes. Como si hubiéramos improvisado durante años. Para bajarme a tierra, miré a mis chicas que no tenían nada más que orgullo en sus rostros. —Logan, Kiki, este es el gran Dino Mathis. Nerviosismo zumbaba dentro de mí, solo que por una nueva razón ahora: esperaba que a Kiki le gustara la música. Y que se sintiera cómoda con mi nuevo equipo, chicos con quienes había estado trabajando al extremo durante meses. Una garganta se aclaró a mi lado. —Y su humilde compañero, Gordie. Parpadeé. —Oh, amigo. No quise decir eso.

—No te preocupes. —Arqueó sus cejas—. Ahora tú eres el compañero más humilde. Dino estrechó las manos de las chicas. —Damas, es un honor conocerlas. —Su acento sureño rebosaba encanto—. Darren no nos contó lo hermosas que eran. ¿Quién es Logan? —Yo. —Se cruzó de brazos—. Pero no te hagas ilusiones, Dino. Soy menor de edad. —Yo también. —Gordie bateó sus ojos hacia Dino. Todos se echaron a reír. Porque aunque Dino estaba más cerca de mi edad —veinticinco, como mucho treinta—, Gordie tenía que estar cerca de los sesenta. No que le importara a alguien. La música no sabe de edad. Cuando la risa se calmó, Dino aplaudió. —¿Quién está hambriento? —¡Yo! —Logan levantó ambos brazos en el aire. La mandíbula de Kiki cayó. —Devoraste… —¡Shhh! —Logan le disparó una mirada fulminante a Kiki—. Nadie tiene que saber los detalles. Tuve un pequeño aperitivo. Chica en crecimiento. Metabolismo de alta velocidad. Dino hizo un gesto hacia adelante con el amplio alcance de su brazo. —Después de ti, mi dama. Este elegante establecimiento nos ha ofrecido una cena a cuenta de la casa. Y yo estoy muy hambriento. Sonreí, luego enganché mi brazo alrededor de Kiki, susurrando una educada conjetura sobre el aperitivo de Logan. —¿Danés? —Pastel. —Envolvió un brazo alrededor de mi cintura mientras Dino y Gordie flanqueaban a mi hermana de camino al restaurante. —¿Chocolate?

Kiki asintió. —Apuesto a que comió dos. Kiki me miró, luego a Logan. Presionó sus labios, pero la diversión retorció las comisuras. —No voy a decirlo. —Entonces ¿qué piensas? —La pasé increíble, pero el jazz no era para todos. Una fracción de segundo después de que pregunté, ansiedad pellizcó mi estómago. Quería que le gustara nuestro sonido, mi forma de tocar, más de lo que me había dado cuenta. —Me encantó. —Su rostro se iluminó con una amplia sonrisa. Solté una respiración de alivio, luego asentí con una sonrisa mientras calidez se extendía por mi pecho. —Bien. —Fantástico, de hecho. Significaba que teníamos algo más en común. Se movió delante de mí, siguiendo a nuestro grupo mientras la anfitriona nos dirigía hacia una mesa más privada en el patio trasero. Antes de llegar a las puertas, nos detuvimos mientras una pareja mayor se levantaba de su mesa, ella con un andador, él con un bastón. —Señor… —Me estiré para recoger un abrigo oscuro todavía colgado en el respaldo de su silla—, creo que olvidó algo. El anciano se giró, luego sonrió, su rostro envejecido arrugándose. —Oh, gracias, mi muchacho. Habría sido sumamente doloroso perder eso. La mujer apareció a su lado y asintió. —Se lo di en nuestro quinto aniversario. Sesenta y cinco años atrás. —No hay problema. —Sostuve el abrigo, ayudando al caballero a ponérselo. Observamos a la pareja mientras negociaban su camino a través de las apretadas mesas del comedor cuidadosamente hasta que desaparecieron. Cuando me giré, Kiki me miraba con una expresión perpleja.

—¿Rescatas a todos aquellos con quienes entras en contacto? —Nop. —La acorralé en mis brazos—. Solo a los indigentes y ancianos. Me clavó un dedo con fuerza en las costillas mientras atravesábamos las puertas francesas abiertas. —¡Ay! Bien, bien. Tengo una debilidad por maravillosas escultoras de metalistería que piensan erróneamente que necesitan aventuras de una noche. Con un profundo suspiro, se inclinó hacia mí: —Entooonces… ¿necesito más que una aventura de una noche? La miré fijamente a los ojos. Una tierna vulnerabilidad brillaba hacia mí. Y me pregunté qué hice para merecerla. Le di un fuerte apretón, luego me agaché, rozando mis labios sobre los de ella. —Necesitas toda la enchilada. Risa estalló contra mis labios. —No hables de sexo y comida en compañía. —Suspiró mientras caminábamos hacia la mesa, uniéndonos a los otros—. Genial —murmuró mientras retiraba la silla junto a Logan para ella—. Ahora estoy pensando en una muy grande enchilada. —Ooo… —Logan volteó una página en su menú—. ¿Sirven comida mexicana? Kiki me miró. Besé su sien. Luego rondé mis labios sobre su oreja, susurrando: —Tú empezaste, Flash. Sexo en un palo… Eso la calmó. Pero durante la cena, entre bromas y risas entre viejos y nuevos amigos, me lanzaba miradas furtivas cargadas de insinuaciones acaloradas. Como si a pesar de que estuviéramos en compañía, sus pensamientos siguieran desviándose a cuando estaríamos solos, cuando pondríamos algo totalmente distinto en el menú. Mi atención se desvió hacia Logan cuando los camareros empezaron a limpiar los platos. Tenía una sonrisa serena y se había involucrado en bromas

perspicaces varias veces durante la comida. Y sí, estábamos fuera tarde en una noche de escuela, pero tener una rara salida juntos y verla disfrutando valía la pena unas horas perdidas de sueño. Dino bebió un largo trago de su cerveza luego de que su plato fuera retirado. Cuando bajó la botella, le echó un vistazo a Kiki. —Entonces cuéntame sobre tu arte. Levantó su cabeza bruscamente para mirar fijamente el lugar en el mantel blanco donde se había encontrado su plato. —¿Mi arte? —Claro. —Asintió hacia mí—. ¿Tu chico nos dice que forjas metal? Me echó un vistazo, sus ojos brillando y sonriendo ampliamente. Y aunque su arte hacía eso en ella —la hacía brillar desde el interior hacia afuera—, tenía la sensación de que tenía más que ver con que Dino me llamara su chico. Y maldición si eso no hacía que mi pecho se hinchara. —Así es. —Toqueteó la esquina de la servilleta, mirándola un momento—. Algunas son esculturas hechas de objetos metálicos encontrados. Originalmente, forjaba esculturas botánicas de bronce. En cada pieza, añado un pigmento mineral al metal fundido, convirtiendo un pequeño elemento a color. En la relativa tranquilidad que nos rodeaba, sin otros invitados situados en el patio y todos en nuestra mesa escuchándola, su voz se suavizó mientras hablaba, clara pasión por su arte llegando a través de su tono. Dino ladeó un poco su cabeza. —¿Por qué ya no trabajas con bronce? —Oh, lo hago. —Tomó una respiración profunda, su expresión volviéndose seria—. Quiero decir, lo haré. He terminado una recientemente. El dinero es escaso. Necesito vender algunas piezas con el fin de comprar más de las cosas buenas. —Dame tu teléfono. —Dino estiró la mano sobre la mesa, con la palma hacia arriba. Las cejas de Kiki se fruncieron.

—¿Mi teléfono? —Pondré mi número ahí. Cuando tengas tiempo, envíame fotos de algunas de tus piezas. Estoy cerca de cerrar la venta de un apartamento en ese nuevo rascacielos en el centro el próximo mes. El penthouse ocupa los dos pisos enteros de más arriba. Los ojos de Kiki permanecieron amplios mientras sacaba su teléfono de su bolso. —Te gusta el arte. Dino presionó un botón en su teléfono, luego escribió mientras su expresión se volvía divertida. Le devolvió el teléfono, dirigiéndole una mirada mordaz. —Soy músico, Kiki. Por supuesto que me gusta el arte. Gordie hizo una expresión de disgusto. —Soy músico, pero no me gusta el arte. Toda la mesa se quedó en silencio. La última palabra cargada flotaba en el aire, como si contuviera un juicio crítico. Todos se disparaban miradas a los demás, pero durante varios segundos, nadie dijo nada. Tal vez porque no sabían si había habido alguna broma privada que todos nos habíamos perdido. Cuanto más se prolongaba el silencio, más se desenrollaba una irritación en mis entrañas. Había insultado a mi chica. Nuevos compañeros de banda o no, me importaba una mierda el estado de mi compañero más humilde. Inhalé una respiración profunda, listo para despotricar contra él, pero alguien se me adelantó. —¿Qué no te gusta sobre el arte, Gordie? —Las palabras de Logan rebosaban veneno mientras le lanzaba una mirada mordaz. Miré a mi hermana, impactado de que hubiera saltado al campo minado. Gordie parpadeó, luciendo repentinamente incómodo bajo el intenso escrutinio. Echó un vistazo a Kiki. —No quise ofender.

Me recliné y crucé mis brazos sobre mi pecho, entrecerrando mis ojos hacia él. —Entonces ¿qué quisiste decir? —Sí. —Dino se giró totalmente hacia Gordie—. ¿Qué está mal con el arte? Gordie tragó con fuerza. —Es solo toda… la desnudez. —¿Desnudez? —chilló la voz de Kiki. Las comisuras de sus labios se torcieron, su expresión incrédula. —En las esculturas. David colgando sus genitales por ahí. Ni siquiera genitales de tamaño considerable. Y esos retorcidos cuadros de mujeres con sus ojos en el lugar equivocado en sus rostros. —Miguel Ángel y Piccaso. —Kiki dobló su servilleta, su mirada nunca apartándose de la de Gordie mientras diversión brillaba en sus ojos—. Espectros totalmente opuestos de estilo. Pero esos son solo dos ejemplos de muchos de los grandes. Deberías expandir tus horizontes. Tal vez iremos a un museo. Estaría feliz de mostrarte los alrededores. —Eh… —Gordie se movió incómodamente en su asiento, luego aclaró su garganta—. No, así está bien. Dino empujó su hombre con tanta fuerza que Gordie tuvo que plantar una mano en la mesa para evitar caerse de la silla. —Límpiate los oídos, Gordie. Y endereza tu cabeza. Kiki dijo que esculpía botánicos. ¿Tienes un problema con sus flores desnudas? Kiki finalmente se echó a reír. Entonces todos se unieron a excepción de Gordie, cuyas mejillas estaban enrojecidas con vergüenza. —Lo siento, Kiki. No quise insultarte. Estoy seguro de que haces lindas flores. —Está bien, Gordie. —La expresión de Kiki se suavizó hacia él—. Tocas hermoso el saxofón. —Luego miró a Dino antes de aterrizar su mirada en mí—.

Los tres tienen un sonido increíble. Estoy honrada de haber tenido la oportunidad de escucharlos esta noche. Orgullo hinchó mi pecho de nuevo. De que le hubiera gustado tanto nuestra música. De que ella y mi hermana hubieran puesto en su sitio a estos chicos, y que los chicos las respetaron a ellas y a mí lo suficiente como para arreglar la incómoda conversación de arte. La noche había ido mejor de lo que había esperado. —Deberías venir a su clase. —Logan arqueó una ceja hacia Gordie. —¿Qué clase? —Fruncí el ceño. ¿Me había perdido de algo? —Oh, lo decidimos mientras estabas tocando —continuó Logan—. Kiki ha aceptado dar un paso y dar clases de arte en el centro comunitario un par de veces a la semana. —¿De verdad? —Le eché un vistazo a Kiki, incapaz de creerlo. No que dudara de mi hermana. Solo… había temido tanto que traer a alguna mujer a la mezcla de mi caótica vida la haría girar fuera de control. Aparentemente, porque esa mujer era Kiki, mi vida había no solo empezado a calmarse, sino que los beneficios extendieron la mano y agarraron la de Logan también. —Sí. —Kiki me sonrió y me dio un pequeño encogimiento de hombros—. Necesitan a alguien. —Su expresión cayó un poco—. Y puede que tenga un poco de tiempo libre pronto —murmuró—. Y tal vez necesite un lugar para quedarme. Determinación se agitó dentro de mí. Me incliné y susurré ferozmente: —No tendrás tiempo libre pronto. Planeo mantenerte bastante ocupada. Y siempre tendrás un lugar para quedarte. Su expresión se iluminó con la más minúscula pizca de esperanza y una pequeña sonrisa. Pero entonces se tambaleó. Con un gruñido, la besé. No me importaba la audiencia. No me importaban sus preocupaciones de la inminente fecha límite que enfrentaba. Algo en mi interior me decía que lo resolveríamos. Después de todo, hemos llegado hasta aquí.

Kiki

A

l día siguiente, cuando me presenté en el centro comunitario para mi primera clase de arte, todo hizo clic de por qué la dirección que Logan me había dado después de la cena resultaba tan familiar. Era el mismo lugar donde trabajaba Darren. Habíamos corrido por primera vez en la pista de la parte trasera, recorriendo estadios juntos. La aprehensión de lo desconocido —que había apretado mis entrañas todo el camino hasta aquí— comenzó a ceder un poco a medida que atravesaba las puertas metálicas externas. Y aunque Logan me había instruido que tomara la derecha por el primer pasillo, seguí derecho, luego giré a la izquierda, hacia el gimnasio donde había estado Darren. ¿Estaría allí ahora? Se me ocurrió que la hora del día era similar: martes por la mañana, nueve y media. Mismo día de la semana, casi una hora más tarde. Además, había llegado treinta minutos antes para hacer un balance de mi entorno y de los materiales de arte que tenía para trabajar. Pero primero, la puerta de metal abierta al final del pasillo captó mi interés. En ocasiones, se filtraba un gruñido pesado. Cuando entré en la habitación, un gruñido gutural vibró a través del aire, y mi mirada se disparó a un tipo en un banco de pesas que estaba a la mitad de un levantamiento, con los brazos temblando. Un ayudante encima de él le ladraba palabras ininteligibles, hasta que con un grito bajo levantó las pesas. Luego su ayudante lo guio hacia el soporte. Mientras me entretenía en la puerta, mi atención se desvió hacia el rincón más alejado. Mi respiración se detuvo al momento en que lo vi. Con los ojos cerrados, Darren estaba inmóvil, auriculares en sus oídos, brazos extendidos a la altura de los hombros a cada lado, manos agarrando las asas de unos cubos metálicos llenos de arena.

Lo observé, hipnotizada. Aquí era donde venía a trabajar su cuerpo, a calmar su mente. Para mí, eso era correr. Tal vez correr hacía lo mismo por él. Después de varios segundos allí de pie, sentí que el tiempo me presionaba. Mi clase era en veinticinco minutos. Me di vuelta y retrocedí por el pasillo, luego tomé el giro hacia los salones de los que me había hablado Logan. A la izquierda, había una puerta cerrada con una ventana vertical encima de la manija. A través del cristal, vi a un grupo de unas veinte personas sentadas en sillas que habían sido acomodadas en un círculo. Logan estaba sentada en un rincón con su sombrero negro puesto. Miraba en mi dirección, pero un adolescente frente a ella captaba su atención. Conteniendo la respiración, abrí la puerta y entré. —… así que seguiré con mi diario —dijo el chico—. No estoy seguro de si los medicamentos están ayudando. Pero los consumiré hasta que vea al doctor la próxima semana. Y mi mamá… todavía estoy tratando de conseguir que venga a una reunión. Y eso es todo. —Gracias por compartir, Henry —dijo el grupo al mismo tiempo. Varias manos se levantaron. Henry señaló a un hombre que parecía tener unos cuarenta años. El hombre bajó la mano y tomó una profunda respiración, limpiándose las manos en los jeans. —Hola, soy Will. —Hola, Will —respondió el grupo. —Soy… esta es la primera vez que comparto. —Cerró los ojos—. He estado aquí ocho veces. Solo han pasado cinco semanas desde que… —Sus manos temblaron. Tomó aire inestable, frunciendo las cejas—. Mi esposa, Diane… —Su voz se quebró. Entonces sus ojos se abrieron, salvajes y fuera de foco—. No puedo. Eso es todo lo que tengo. Un tipo grande a su derecha le puso una mano en el hombro. —Es más que suficiente. Estamos aquí para ayudar en lo que podamos. Cuando estés listo. Todo el grupo asintió, con los ojos brillando con intensidad. —Gracias por compartir, Will.

Cuando Will dejó caer su rostro entre sus manos, sus hombros se sacudieron por los silenciosos sollozos, la mano del hombre grande permaneció en el hombro de Will mientras le hacía señas a una mujer que comenzó a levantar su mano. —Hola, soy Carrie. —Hola, Carrie —respondió el grupo a coro. —Han pasado veintiún meses desde que mi hijo Justin… Me dolía el corazón por este valiente grupo de almas, sobrevivientes caminando penosamente por el lodo de emociones adonde quiera que fueran. Carrie contó una historia desgarradora, una sobre tratar de hacer todo lo posible por su hijo, pero había caído en depresión, incapaz de encontrar una salida. Tal vez podía ayudar a estas personas. Al menos mostrarles distracción con un nuevo esfuerzo. Correr había hecho eso por mí y más. Mi distracción me había liberado de mi vida solitaria. Distraída por el momento, un rápido movimiento llamó mi atención. Logan agitó una mano, luego se levantó y cruzó la habitación. Bajó el ala de su sombrero un poco por encima de su ojo derecho, luego metió una parte de su negro cabello brillante y el mechón rosa detrás de su oreja. —Llegas temprano. Asentí, metiendo una mano en el bolsillo de mis jeans. —Espero que esté bien. Quería instalarme. Ponerme cómoda. —Lo más posible para un primer día. —Eso es genial. Es la habitación al otro lado del pasillo. Ante su gesto con la barbilla por encima de mi hombro, eché un vistazo hacia una puerta idéntica con una ventana en vertical. —Gracias. Este… —Incliné la cabeza hacia atrás—, parece un buen grupo. —Lo es. Duro como el infierno al principio. Pero si nos quedamos, ayuda. Toma tiempo. —Como para Will.

—Sí. —Se dio la vuelta, mirando al hombre—. Estará bien. Ron lo va a patrocinar. —El tipo grande. Logan asintió. —Ron también es mi patrocinador. Will… lo superará. Ni siquiera quería pensar en la alternativa. Claramente, el grupo tenía un papel vital en su recuperación. ¿Y si el trabajo artístico ayudaba un poco más? Estaba dentro. —Dejaré que vuelvas. Vengan cuando estén listos. —Gracias, Kiki. Me dio un rápido abrazo, luego cruzó la habitación, bordeando las sillas hacia la suya. Cuando Carrie terminó de hablar, Logan levantó la mano mientras tomaba asiento. Carrie la señaló. Y cuando Logan comenzó a hablar, mis pies se quedaron petrificados donde estaban. —Hola, soy Logan. —Hola, Logan —dijo el grupo en coro. —Han pasado dos años y tres meses desde que mi madre se quitó la vida. — Tomó una respiración profunda—. Mi madre se suicidó. Finalmente puedo decirlo en voz alta. Estoy empezando a entender que sentía que no tenía otra opción. No pasa un día que no piense en ello. »Y todavía estoy luchando con la depresión. Hay días en que pierdo el hilo del tiempo: me encuentro dispersa y las horas han pasado como una bala desde mi último recuerdo claro. Cuando mi cuerpo se siente demasiado pesado, cada respiración es una tortura, y todo el mundo se cierra sobre mí, me parece estar cayendo. Pero en las últimas semanas, eso parece estar pasando menos. Mientras escuchaba a Logan compartir sus secretos más íntimos, una pequeña parte de mí se sintió culpable por escuchar a escondidas. Pero una parte más grande anuló la culpa. Había escuchado a escondidas en ese techo, que fue así como la había conocido. Me había invitado a su cornisa. También me había

invitado a su grupo, a ser parte de la sanación privada que sucedía entre estas paredes, quería que yo fuera parte de eso. Y si entender a Logan y aprender de sus compañeros me ayudaba a hacer eso, entonces tenía que estar bien. Logan ajustó su sombrero de nuevo, tirando un poco hacia arriba. —Algunas cosas están ayudando. Finalmente me estoy abriendo a la gente. Mi hermano… y yo… hicimos una nueva amiga. Es la primera persona de afuera a la que le he contado. Y es genial. Enseñará nuestra clase de arte luego. —Sus ojos se estrecharon, luego examinó el círculo—. Y será mejor que todos vayan. Mi señal para prepararme. Miré mi teléfono. Catorce minutos. —Todavía estoy teniendo problemas en la escuela… con otros chicos. —Ante sus palabras, una parte de mí quiso quedarse. Pero ya me había pedido consejos sobre chicos y la escuela en privado en esa azotea. Ahora era su momento con su grupo de apoyo. Y me había pedido que la ayudara de otra manera. Los nervios comenzaron a saltar de nuevo mientras cruzaba el pasillo y abría la puerta. Pero cuando pasé y me adentré, exhalé un suspiro de alivio. La habitación era inmaculada y brillante; luz irradiaba desde tres grandes ventanas a lo largo de la pared del fondo. Largas mesas plegables formaban dos filas de cinco mesas de largo, un pasillo central se extendía entre estas. Los suministros ya habían sido acomodados, y me pregunté quien lo había hecho. Probablemente Logan. Delante de cada silla, los artículos estaban dispuestos como cubiertos en una mesa para la cena. Dos brochas a la izquierda, tubos de acuarela a la derecha, una paleta redonda de plástico blanca en el centro, y un frasco de vidrio vacío en cada esquina superior derecha. —¿Qué piensas? Di un salto ante el tono bajo un instante antes de que mi corazón se calentara. Darren. Estaba de pie en la puerta, con un antebrazo apoyado en cada lado del marco de la puerta. Su húmeda camisa gris se aferraba a su torso esculpido. Rizos oscuros de cabello se pegaban a su sien, relucientes.

Mi respiración se detuvo ante su belleza natural mientras cruzaba la habitación hacia él. —Creo que es increíble. ¿Tú hiciste esto? —Sí. Imaginé que necesitarías una mano para arreglarlo todo. Hay otras cosas en las cajas en el armario de suministros. No sabía qué papel agarrar. Hay diferentes tipos, pero no blocs suficientes para todos. A medida que me acercaba, su delicioso aroma me golpeó, una mezcla de jabón y su almizcle natural. Dio un paso hacia atrás. —Cuidado. No me he duchado todavía. Estoy todo sudado. —No me importa. —Puse mis manos en la camisa sobre su pecho, luego lo atraje hacia mí, poniéndome de puntillas. Se inclinó y me besó con ternura. Luego me incliné a un lado suyo y le eché un vistazo a la habitación. —Y es perfecto. Me besó la frente, luego me empujó hacia adelante y golpeó mi trasero. —Ve. Ayúdales a encontrar su artista interior. Me voy a la ducha y después a la universidad. Últimas clases antes de los finales. —¿De verdad? —Me di la vuelta cuando empezaba a desaparecer—. No me había dado cuenta de que estábamos tan cerca del final del año escolar. Agarró el marco de la puerta, asomando su cabeza de nuevo a la vista. —Síp. Después del próximo jueves, no más universidad. La firmeza de su tono llamó mi atención. Pensé que había dicho que tenía un año más. Me preguntaba si su actuación con Dino había cambiado eso. —Buena suerte, nena. Estarás increíble. Mi corazón se calentó con cariño, la primera vez que me había llamado otra cosa que no fuera “Flash”. Le sonreí, toda mi ansiedad olvidada. —Gracias.

Desapareció sin decir nada más. Pero lo sentí allí, su apoyo. Se encontraba a la vista con los materiales de arte cuidadosamente dispuestos. Y estaba allí para apoyar a Logan. Había venido por ellos hoy. Después de evaluar la situación del papel en el armario de suministros, elegí un peso mayor que se adaptara mejor a la acuarela. Arranqué dos hojas por estudiante, colocándolas al lado de los materiales de arte. Luego encontré una jarra grande y di vueltas por los pasillos hasta que localicé una cocina. Minutos después, mientras llenaba el último de los tarros de cristal con unos centímetros de agua, después de añadir vasos rojos junto a ellos para enjuagar los pinceles, mis estudiantes comenzaron a llegar. Solo siete se sentaron, Logan en una mesa al frente con Carrie a su lado, el gran Ron al otro lado del pasillo y en una mesa detrás de ellos, y otros cuatro se acomodaron por toda la habitación. Después de un breve repaso de quince minutos sobre el uso de sus paletas y de experimentar en su primera hoja con las mezclas y la intensidad del color, estábamos listos para comenzar. —Bueno. Ahora probaremos nuestra mano en la pintura. No hay reglas. Todo el mundo tiene un concepto diferente de lo que es el arte. Exprésense. Pero tengan un tema. Piensen en un recuerdo lleno de alegría. Luego pinten una sola imagen de ello: un disparador del recuerdo. Mis estudiantes asintieron, luego sus ojos se desenfocaron mientras pensaban. Logan colocó el extremo del pincel entre sus labios. Ron enjuagó la brocha, mezclando varios colores en su paleta, luego comenzó a pintar inmediatamente. Me senté en la mesa vacía del frente y me quedé mirando la hoja en blanco, uniéndome a ellos, imaginando un momento feliz. Imágenes de Darren inundaron mi mente: con los pies en la pared mientras escuchábamos ritmos decadentes, viendo luciérnagas en una cálida noche de primavera con anticipación zumbando entre nosotros antes de nuestra primera vez, la increíble expresión llena de asombro en su rostro mientras me hacía el amor… Sin embargo, por alguna razón, el momento que se quedó en mi mente de manera más vívida que el resto fue la primera vez que fuimos a una carrera de sendero. En la parte superior de la montaña, había levantado mis brazos, energía

zumbando a través de mis venas, alma elevándose con el viento, y le había gritado “sé el árbol" a Darren… al mundo. Me había dejado ir, me había sentido libre. Segundos después, el mundo me mostró mi mortalidad mientras colgaba de la rama de un árbol. Entonces Darren me salvó. Nos habíamos tendido en el suelo, yo encima de él, y experimentamos nuestro primer momento íntimo juntos. Con un suspiro de gratitud, empecé a pintar esa rama del árbol. Presté especial atención a su corteza rugosa. Con un ligero toque, barrí líneas en arco para crear los manojos de suaves agujas. La rama, fiel a su forma original, permanecía delgada y fuerte, llena de vida y socorrismo. Cuando terminé, me quedé mirándola, recordando el momento con gran claridad y afecto. Esa rama me había salvado literalmente de una caída potencialmente fatal. Entonces me devolvió a los brazos de alguien que también me había salvado, quien seguía luchando con fuerzas para hacerlo. Mi teléfono sonó en mi bolsillo trasero. Sin pensar, lo saqué. Apareció un mensaje de texto. De Dino. ¿Dónde está mi arte? La pregunta se estrelló contra mi pecho como un golpe bajo. Llegó un segundo mensaje de texto. Envía fotos solo de tus mejores piezas. Un puñado de segundos. Un abrir y cerrar de ojos. Todo lo que llevó para que mi estado de ánimo cayera en picada. —Las mejores piezas son rehenes —gruñí por lo bajo. Luego, un siniestro plan comenzó a desarrollarse.

Más tarde esa noche, me encontraba sentada en mi auto. Respiraciones forzadas llenaban mis pulmones. Pensamientos oscuros se habían apoderado de mi mente. Cristales rompiéndose. Alarmas. Esposas frías cortando mis muñecas. Me aferré al volante y miré a la galería de apariencia inocente. Se burlaba de mí. Vidrio cilindrado se extendía de pared a pared, mostrando las hermosas piezas de arte para que los espectadores pudieran ver. Mi arte. Encerrado tras puertas que habían sido selladas por la autoridad del gobierno federal. Me habían sido robadas. Mi teléfono sonó desde la consola central. Lo recogí. La pantalla se iluminó con un mensaje de texto de Darren. ¿Qué haces? Suspiré, irritada y agradecida por la intrusión. Contemplando actividad criminal. Una burbuja azul apareció inmediatamente. ¿Dónde? Sin pensarlo, respondí. Galería Midnight Sky. Entonces tiré mi teléfono. Se iluminó otra vez, pero lo ignoré. En su lugar, lancé otra mirada mordaz a la causa de mi desgracia. La galería se veía como cualquier otra tienda en la calle: ventanas de pared a pared, luces apagadas en el interior, como si estuviera cerrada con calma por la noche.

Sin embargo, la inofensiva y prístina imagen que pintaba era errónea. No colgaba ninguna cadena gruesa con un candado de calibre pesado de la manija de la puerta de cromo. Nada de cinta amarilla extendiéndose a través del umbral gritando que algo había ido terriblemente mal en el interior, pero lo había hecho. Ya era bastante malo que mis comisiones hubieran desaparecido, no hubieran sido pagas. Para colmo de males, ese escaparate de aspecto inofensivo mantenía como rehenes a mis piezas; algunas de mis más grandes y mejores piezas. Injustamente arrastrada al paso del crimen de otra persona, estaba a días de ser una persona sin hogar. Y el gobierno federal se sentía a gusto con su autoridad para esposar mis manos. No era la única. Además de ocho de mis esculturas, lienzos de acrílico de varios pintores se encontraban colgados en las paredes. Y cerca de la ventana delantera, se encontraban en exhibición collares de plata de un reconocido artista de joyería. Todas esas piezas eran mantenidas cautivas detrás de paredes de prisión de cristal, erigidas por ladrones y reforzadas por poderosos burócratas con poder que eran indiferentes a las dificultades que enfrentaba una artista muerta de hambre. Apreté mis manos sobre el volante, contemplando todo tipo de maquinaciones: atravesar el cristal con mi auto, rescatar mis obras de arte, pintar con aerosol mis pensamientos sobre toda su bonita pared de ladrillo muy expuesta. Una sombra oscura cruzó delante de mi auto. Luego otra. En el espacio de un segundo, cuatro grandes figuras rodearon mi capó. Miraron a través de mi parabrisas. El que estaba directamente en mi línea de visión ladeó la cabeza. Darren. Un repentino golpe en mi ventana me sobresaltó. Cade movió el puño y el dedo índice en un movimiento circular. Cuando bajé la ventana, sus cejas se alzaron. —Abre. Abrí las puertas y los cuatro tipos grandes comenzaron a entrar.

—No. No me voy a sentar en el medio —discutió Ben. —No seas perra. Yo conduje. —Mase empujó a Ben hacia adelante. El auto se balanceó de un lado a otro. Miré por el espejo retrovisor, boquiabierta, mientras tres hombres adultos se apretujaban en la parte trasera. Darren se sentó a mi lado en el asiento del acompañante. —Tenía que ser un Prius —murmuró Ben. —Cállate —ordenó Cade. —Entonces. ¿Cómo hacemos esto? —preguntó Darren. —¿Hacer qué? —Mi cerebro se sentía confuso por mis turbios pensamientos anteriores. Y por las múltiples respiraciones en el auto. Traté de ignorar la increíble presencia de Darren a mi lado, cómo mi cuerpo volvía a la vida cuando él estaba cerca. Para distraerme, eché un vistazo por el espejo retrovisor. Ben me devolvió la mirada, con otra que decía eh. —Allanamiento de morada. Mase abrió un paquete de Cheetos. —Estoy bastante seguro de que ese es un delito grave. —Solo si nos atrapan. —Cade metió su mano en el paquete abierto sobre el regazo de Ben. Le siguió el crujido del paquete. Polvo naranja comenzó a flotar por el interior de mi auto. —Nadie cometerá delitos graves —murmuré. De ninguna manera iba a arriesgarme a usar monos de color naranja por esos guapos chicos. Además, ese lío en la galería era mi problema. Mi limpieza. Cade se inclinó hacia adelante desde detrás de mí, apoyando las manos en mis hombros. —Podrías habérmelo dicho, Keek. Puedo ayudar. Keek. El apodo por el que me había llamado cuando éramos niños. En mi mente destelló un recuerdo de cuando él había aprendido a caminar. Había llegado a casa de mi primer día en el jardín de infantes, con una coleta deshecha,

el vestido arrugado por el patio de juegos. Pero cuando me había dirigido por la entrada y los tres perros pomeranos del vecino habían gruñido y se me habían lanzado, Cade se había bamboleado a toda velocidad entre mí y las bolas de pelo con dientes. Dejé escapar un profundo suspiro. —Gracias, Cade. Pero no quiero tu dinero. —Nosotros no te queremos en la cárcel —murmuró Mase con la boca llena de comida. —No voy a ir a la cárcel. Sí me imaginé rompiendo esa bonita ventana de vidrio y recuperando mis esculturas. —Apesta totalmente que estén encerradas allí. —Las cejas de Ben se fruncieron. —El maldito Servicio de Impuestos Internos las tiene de rehenes —gruñí. —¿No vendiste esas piezas en la exposición en diciembre? —preguntó Mase. Tomé una profunda respiración, y luego dejé escapar un profundo suspiro. —No. Otras fueron vendidas. Los próximos segundos pasaron en silencio. Como si todos se hubieran metido en lo profundo de sus mentes, buscando la mejor manera de abordar el problema. Mis pensamientos giraron en torno a una infiltración… al estilo Misión Imposible. Cuando imágenes de mí cayendo desde el techo en un atuendo de ninja bordeaban lo ridículo, cerré los ojos. —Solo estoy tan… —Emoción obstruyó mi garganta—. ¡Grrr! —Estrangulé el volante. —¿Ese es un término técnico? —Mase me lanzó una mirada por el espejo retrovisor. —Lo conozco bien. —Un fuerte sonido resonó en el auto mientras Ben agarraba el paquete de Cheetos—. Lo vivo diariamente. —Necesitas relajarte, Sr. Vivo y Respiro Mi Bar. —Mase lanzó el paquete hacia atrás.

El polvo de Cheetos se arremolinó más en el aire. Olor a queso llenó mis fosas nasales. —Conozco una gran manera de liberar la frustración. —Cade puso una mano en mi hombro mientras se inclinaba y plantaba la otra sobre Darren. —Amigo. —Mase bajó el tono—. No vamos a hablar de Kiki, hermanita Kiki, teniendo sexo con Darren. —¿Qué? —Ben parpadeó, me miró, luego a Darren—. Ustedes dos… —Softbol, idiotas. —Cade se acercó y golpeó a los dos al mismo tiempo. Más sonidos de paquete, seguidos de gruñidos y balanceo del auto mientras los tres luchaban; tanto como podían hacerlo tres hombres en la parte trasera de un Prius. Mis pensamientos oscuros comenzaron a desvanecerse mientras observaba la cómica escena que se desarrollaba. —Bueno, ¿qué piensas? —Darren, tranquilo como siempre, me miró. —¿Softbol? —Síp. El juego de Loading Zone es mañana por la tarde. Ya sabes que siempre necesitamos más jugadores. Asentí distraídamente. —Sí. Iré. Es por caridad, después de todo. Y realmente necesito golpear algo. Con fuerza. El alboroto se calmó en la parte posterior. El peso en el auto se movió. Por el retrovisor, vi a Cade acomodándose en su asiento, con una expresión pensativa en su rostro. —Hablando en serio. Sobre la cuestión del gobierno siendo estúpido. Déjame hacer un par de llamadas. Papá tiene amigos en cargos financieros poderosos. Ben se volvió hacia él. —Y nuestro contador solía trabajar para Servicio de Impuestos Internos.

Darren puso su mano en mi rodilla y la apretó suavemente. —Te vamos a mantener fuera de la cárcel, Flash. Calor se extendió a través de mi pecho. Porque no había pedido ayuda, pero mis caballeros vinieron a mi rescate de todos modos. Todo me hizo amar a estos chicos un poco más. A uno en particular. Miré a Darren y articulé: —Gracias. Me dirigió una mirada severa. Del tipo llena de intensidad y claro significado. Decía con su silencio: No hay nada que no haría por ti. Ese calor en mi pecho se profundizó, mi corazón se derritió por este hombre. Entonces un repentino temor se instaló. ¿Qué pasaría si me importaba demasiado, me enamoraba demasiado? La verdad me golpeó como un rayo. Ya es demasiado tarde.

Darren

A

la mañana siguiente, equilibraba dos tazas de café sobre una bandeja, el bolso del gimnasio colgado de un dedo torcido, mientras tocaba la puerta de metal del almacén de Kiki.

Mi golpe hizo eco. Luego silencio. Su Prius estaba en su lugar. Así que supe que había llegado a casa a salvo. Y había conducido por la galería de camino a aquí. Ningún vidrio roto. Todas las obras de arte estaban en sus mismos sitios. Ningún delito grave cometido. Un brusco golpe chocó contra un lado de mi pantorrilla, y me sobresalté, casi dejando caer nuestros cafés. Unos enormes ojos color avellana me miraban. Patas delanteras se apoyaron en mi pierna. Chilló un leve maullido. —Hola, Chipmunky. ¿Dónde está Kiki? El gatito se dejó caer, lanzó su peso contra mis jeans para frotarse, luego trotó a un lado hasta desaparecer alrededor de la esquina del almacén. Lo seguí, pasando por debajo de una pérgola oxidada que tenía una enredadera de acero serpenteando hacia arriba y a través del arco. En la esquina opuesta de un profundo jardín, se encontraba Kiki sentada al borde de una maceta elevada de espaldas a mí. La luz del sol brillaba sobre su oscuro cabello, el cual caía en espirales sueltas encima de sus hombros. Tarareaba ligeramente, podía ver un delgado cable blanco colgado de su oreja, mientras cortaba la parte superior de las plantas con una tijera pequeña antes de dejarlos caer dentro de una cesta cubierta con servilletas. Media docena de diferentes tipos de bistrós se encontraban distribuidas encima de ladrillos de pavimento rotos a lo largo del perímetro, haciendo que el

espacio luciera como un cementerio de cafeterías. En un jardín vecino, un viejo árbol de arce extendía sus esqueléticas ramas hacia arriba, filtrando el sol. Se giró ligeramente cuando se extendió hacia otra planta, mostrando su perfil. Sus labios se estaban moviendo, y podía escuchar la más suave melodía mientras sostenía diferentes tallos antes de seleccionar algunos para luego cortarlos. Una sonrisa se arrastró por mis labios. En el momento privado con el que me había encontrado, parecía en paz. Incluso feliz. De ninguna manera en el infierno voy a interrumpir eso. No quería arruinarlo. Me sentía afortunado de presenciarlo. En su lugar, me senté en una silla de aspecto robusto. Deslicé la bandeja con bebidas en una mesa cercana y dejé caer mi bolso de lona en otra silla mientras estudiaba el patio que no me había dado cuenta que existía. Era de tamaño considerable. La sección de la maceta donde estaba sentada Kiki tenía hierbas en crecimiento en una parcela donde la luz solar se filtraba a través de los edificios vecinos, pero la maceta de ladrillos de medio metro de altura rodeaba todo el recinto. El suelo del patio había perdido ladrillos en muchas partes, pero en el medio, el terreno era parejo. Secciones de hierba verde oscura y musgo crecían aquí y allá. A las ramas superiores del arce le estaban saliendo hojas nuevas. Mi atención regresó de nuevo a Kiki justo cuando se giró hacia mí. Sus ojos se abrieron, luego una enorme sonrisa iluminó su rostro. Mi corazón latió fuerte al ver la luz en ellos, solo para mí. Liberé una de las tazas de su soporte, luego se la ofrecí cuando se arrancó los auriculares por los cables. —¡Darren! —Pensé que te gustaría un poco de combustible líquido. Su cesta cayó sobre los ladrillos antes de que terminara mi frase. Salió corriendo y prácticamente cayó en mi regazo. Su taza de café apenas aterrizó en la mesa con un ruido metálico antes de envolver mis brazos alrededor de ella. —Guaaaau. —Se aferró a mis hombros mientras nos balanceábamos en las patas traseras de la silla. El metal crujió bajo nuestro peso.

Separé ampliamente mis piernas, preparándome para saltar si era necesario con ella en mis brazos. Pasó un segundo. Otro. No nos caímos. Su cálido aliento a menta soplaba entre nuestras bocas; sus exuberantes labios estaban entreabiertos a menos de dos centímetros de los míos. Su pecho se agitaba por su emocionada carrera, descubierto exquisitamente por el corte bajo de su vestido de verano de un azul pálido. —¿Qué hay con la jardinería? —Quería besarla. Mucho. Pero la crepitante tensión, la anticipación entre querer y hacer, hacían que la interminable espera valiera la pena. —Estaba recogiendo perejil y cebollín. Pensé que nos prepararía el desayuno. Cuando echó un vistazo hacia su cesta abandonada y tensó sus piernas para moverse, sujeté sus caderas, inmovilizándola. Se giró hacia mí, tocó su nariz con la mía y sonrió. —O podemos hacer el desayuno aquí. —Sus labios se cernieron de nuevo sobre los míos, provocándome. Gruñí y mordí su labio inferior. Luego abrí más, besándola profundamente. Me encantaba su sabor, una mezcla entre café y menta. —¿Ya preparaste café? —Luces sorprendido. —Reprimió una sonrisa. —Es antes del mediodía. Empujó mi hombro ligeramente. —Estoy entrenando. Las mejores carreras ocurren en la mañana. Sujetando fuertemente sus caderas, la posicioné justo encima de mi creciente erección.

Con un pequeño suspiro, movió su mano entre nuestras piernas, presionando firmemente contra la tela de mis jeans. Parpadeó mientras tragaba con fuerza. —Oh, Dios. Gemí por lo bajo cuando su mano patinó sobre mi dura longitud, encontró y apretó la punta. Dejé caer mi cabeza en la curva de su hombro. —Lo mejor de todo sucede en la mañana. De repente se me ocurrió una idea monumental. Mi cabeza se levantó de golpe y entrecerré mis ojos, evaluando el espacio de su patio. Manteniendo un fuerte agarre en ella, me retorcí, capturando el panorama. —¿Cuál es el problema? —Frunció su ceño en confusión. Comprensible. Debido a que el cambio en mi estado de excitación no tenía nada que ver con el hecho de que la sexi como el infierno de Kiki estuviera sentada en mi regazo. Y sorprendentemente… aquella pequeña cantidad de sangre que quedaba en mi cerebro me permitió unir los puntos obvios. —Este espacio. —Miré el techo. —¿Mi patio? —Fiesta Solo con Invitación. —Los pensamientos corrían más rápido de lo que podía formular las palabras. Sujeté su cintura mientras me ponía de pie, entonces me alejé, paseando en el espacio abierto. —¿Esto es una asociación de palabras? —Puso las manos en su cintura—. Waffles belgas. —No. —Negué con la cabeza. Entonces su respuesta se registró lentamente en mi cerebro—. ¿Hambrienta? —Muerta de hambre. —Mordió su labio inferior. —Necesitas hacer una fiesta. —¿Qué? —gruñó con incredulidad, después caminó a través de los adoquines antes de apoyar la palma de su mano en mi frente—. ¿Te sientes bien?

Estoy a punto de ser desalojada. Haces una fiesta cuando te mudas, no cuando estás siendo echado. Agarré su muñeca, besé su palma, luego la giré, acercándola de nuevo a mí. —Mira este increíble espacio. Ya tienes obras de arte en exhibición: las paredes de tu laberinto exterior. Las fiestas Solo con Invitación funcionan como una máquina bien engrasada. Usa a tus hermanas, a tu hermano… a mí. Levantó su mirada hacia mí con una mirada dubitativa. Ignoré eso. —Nuestra banda entrará allí. —Señalé con la cabeza hacia una curva en la pared más cercana del laberinto—. Conecta luces allá arriba. —Señalé el borde superior del techo—. Tal vez cuélgalas hacia abajo para conectarlas a la cerca. —No, Darren. —Negó con la cabeza, saliéndose de mi agarre—. No quiero limosna. —No es limosna. Es una fiesta. Cuando continuó moviendo su cabeza y envolvió sus brazos alrededor de su cintura, la fulminé con la mirada, esperando hasta que dejara de negar la maldita idea. —¿Alguna vez has tenido una fiesta de bienvenida? Otra pequeña negación de cabeza. Bien. ¿Le gustaba decir que no? Trabajaría con eso. —¿No te gustan las fiestas? Otro movimiento de cabeza, solo que esta vez sus labios formaron una línea firme. Cruzó sus brazos con más tensión y bajó sus cejas. Como si supiera que estaba perdiendo la batalla, pero no iba a caer tan fácil. Su rostro se ruborizó por la ira. Su pecho se movía con respiraciones superficiales. —No tengo ganas de ir de fiesta. —Las tendrás si vendes algunas de tus piezas.

Su cabeza se inclinó un poco, su mirada asentándose en el suelo. Cuando mi idea se hundió completamente, esperanza se dibujó en su rostro, pero desapareció con la misma rapidez. —Es demasiado tarde. La propietaria ya envió la notificación de desalojo. —Entonces dale a la propietaria un “aviso de estadía”, ofrécele un atractivo. —¿Como qué? —Como pagar la renta atrasada y adelantar otros meses. Gruñó en señal desaprobación. —De ninguna manera. Nunca podría vender tantas piezas en un evento. —Depende de qué tipo de compradores tengas. —Pensé que habías dicho que era una fiesta. —¿Y si es una fiesta… y una muestra de arte? —Pero esto no es una galería. —¿Quién dijo que tienes que tener una galería? Su expresión se oscureció. —Todo lo que harás es elevar mis esperanzas. —Sus brazos seguían cruzados sobre su pecho, golpeteaba sus dedos sobre sus bíceps. Me encogí de hombros. —Entonces no esperes nada. —Solo tengo seis días antes de fin de mes. —¿El próximo martes? Dio un leve asentimiento. —Es mejor ponerse a trabajar entonces. Tenemos mucho que planificar en tres días… la fiesta es el sábado.

Cuando no se movió —negándose a aceptar—, bajé la cabeza, manteniéndola a la vista. Entonces empecé a acecharla, cuadrando mis hombros, extendiendo mis brazos. Parpadeó, su boca abriéndose. —¿Qué estás haciendo? —Voy a convencerte. Levantando sus manos, comenzó a retroceder hacia su jardín de hierbas, sacudiendo la maldita cabeza otra vez. —No puedes convencerme. —¿Quieres apostar? La cesta olvidada atrapó la parte trasera de su pie y tropezó. Me lancé hacia adelante y sujeté sus antebrazos, mirándola fijamente. —Déjame ayudarte. —¿Por qué? —Porque te amo —susurré. Se quedó sin aliento. Las palabras hicieron eco silenciosamente en mi cabeza. No había tenido intenciones de decirlas. No me había dado cuenta completamente de que las sentía. Pero ya las había dejado escapar, directamente desde mi corazón. Sin ningún arrepentimiento. Lágrimas brotaron de sus ojos. Sus labios se separaron. Coloqué mis dedos sobre estos. —No digas nada. Exhaló, su tibio aliento soltándose sobre ellos. Entonces empezó a rebotar. Cuando retiré mi mano, frunció el ceño. —No puedes dejar caer esa… bomba… y esperar que no diga nada. —No estás lista. —Percibía eso—. Pero si te importo algo, déjame ayudarte.

Sus ojos brillaban con lágrimas no derramadas, sus hombros se desplomaron. Entonces se apoyó en mí. Envolví mis brazos a su alrededor, acercándola mientras presionaba mis labios en la parte superior de su cabeza. —¿Qué tienes que perder? Todo su cuerpo se tensó ante la pregunta. La sostuve más fuerte, deseando poder hacer desaparecer todos sus miedos. —Permíteme intentar esto y arreglarlo… por mí. —Cerré mis ojos, esperando que estuviera de acuerdo. Porque no podía sentarme y no hacer nada.

Kiki

A

ti. Podría perderte a ti. Cuando Darren lo había dicho antes, había estado asustada, cuando el riesgo no era tan grande. Ahora me aterraba.

Con una temblorosa exhalación, me aferré más fuerte a él, agarrando la parte trasera de su estrecha camiseta. Permaneció en silencio, simplemente sosteniéndome con su sólida fuerza. —Está bien. —Finalmente cedí con esa frase dicha en voz baja. Mi mayor miedo no era quedarme sin hogar, aunque, sin lugar a dudas, eso apestaría. Era ansiedad acerca de este inesperado héroe mío, un guerrero por mi causa, volviéndose más importante en mi vida de lo que había imaginado alguna vez. Luego siendo robado. Las cosas que parecían muy buenas para ser verdad terminaban de esa forma en mi vida. Pero Darren era diferente, ¿verdad? Nunca me traicionaría. —También te amo. —Susurré mi confesión en su pecho. Se retiró y me miró a los ojos. —Te asusta. —Sí. Sosteniendo mi mirada, dejó escapar un suave suspiro. —Me asusta muchísimo. —Bien. —Una sonrisa tiró de mis labios.

Resopló una corta risa. —Bueno, genial. —Cada vez que me preocupo mucho por algo… —Inhalé una respiración temblorosa—. Me es arrancado. —Lo sé. —Su tono bajó—. A mí también. —Entonces… ¿cómo pasamos eso? Arrastró sus dedos a lo largo de mi mandíbula, luego acunó un lado de mi rostro en su mano. —Luchamos con más ímpetu para conservar lo que queremos. Cerré mis ojos, deseando en silencio que fuera tan simple: Lo queremos, luchamos por ello, y es nuestro. Su respiración se agitó sobre mi nariz, mi barbilla. Un toque suave rozó mi boca, luego un pequeño beso fue presionado en una comisura. Lentamente, se movió hasta el otro lado antes de regalarme otro. Luego sus labios se moldearon con los míos en un beso increíblemente tierno. Cuando se apartó, dejé escapar un pequeño gemido y abrí mis ojos. Sus labios se levantaron. —Así que la fiesta. Golpeé su pecho. —Eres implacable. —Siempre. —¿Cómo va a funcionar esto? Seis días no son nada. —Tiramos de algunos hilos. ¿Recuerdas que Dino te hacía preguntas acerca de tu arte? —Sí. —Tomé una profunda respiración—. Fue así como terminé en la galería contemplando el atraco de mis propias esculturas. Me fastidió para que le enviara fotos de mis mejores piezas. Darren me lanzó una mirada divertida.

—Parece que mi nuevo jefe rico, Dino, es un gran coleccionista de arte. Los coleccionistas de arte tienen amigos. Tal vez la fiesta puede ser para celebrar mi nuevo trabajo y exhibir tu arte. —Está bien. Me gusta esa idea. Me hace lucir menos como un caso de caridad. —No eres un caso de caridad. Toda la charla sobre mi arte y planeación de la fiesta me ponía inquieta. Mientras recortaba hierbas más temprano, había estado distraída escuchando la lista de reproducción de música con ritmo de arrastre que me había enviado por correo electrónico. Me gustaba perderme en cosas sin complicaciones. Recogí mi cesta llena de hierbas, enganché un brazo en el mango, luego viré ampliamente alrededor de él. —¿Adónde vas? —Parpadeó, volteándose mientras me observaba. —Adentro. —Después de que rodeé la esquina, me giré y caminé hacia atrás. Se movió cautelosamente a mi vista, curiosidad en su expresión. —¿Qué hay de la fiesta? —¿Qué hay de esa persuasión con la que amenazaste? —Una comisura de mi boca se elevó en una sonrisa de suficiencia. Sus ojos se estrecharon una fracción. —No es una amenaza si estás esperándolo con ansias. En el siguiente paso, salí disparada hacia la puerta. Apenas tuve tiempo de abrirla cuando su mano atrapó el borde con un estruendo ensordecedor. Un mordaz golpe aterrizó en la mejilla izquierda de mi trasero cuando atravesaba la entrada. Risas resonaron mientras corríamos a través de las esculturas e íbamos a la sala de estar. Fui disparada a mi mesa de trabajo, rodeé su esquina más lejana para enfrentarlo con la fuerte pieza de mobiliario entre nosotros. Arrojé mi cesto de hierbas de mi brazo, y este giró sobre la superficie de la mesa. Se tambaleó y luego se volcó, derramándose su contenido.

Darren disminuyó la velocidad a medida que se acercaba, inclinando su cabeza hacia abajo mientras me dirigía una mirada ardiente bajo esas oscuras cejas. Su pecho se elevaba con respiraciones forzadas. Sus manos se apretaron en puños a sus lados. Inhalé una lenta respiración mientras una deliciosa calidez crepitaba por mi piel y se establecía abajo, entre mis piernas. Mi cuerpo resurgió a la vida a causa de esa acalorada mirada, la promesa escondida allí. Un ruidoso sonido hizo eco entre nosotros. De mi estómago. Contuve mi respiración, parpadeando. ¿Él también había dejado de respirar? Ambos presionamos nuestros labios, hombros sacudiéndose con risas ahogadas. Su expresión se endureció gradualmente. —Tienes hambre. —Famélica. —Pero en este momento, no de comida. Para nada. —Vas a comer primero. —Se enderezó, rodeó el otro lado de la mesa hacia la cafetera. —¿No tendremos un calambre? —Dejé escapar una lenta respiración, intentando calmar mi pulso alborotado. —Eso es al nadar. Yyyyyy… una imagen de nosotros desnudos bajo el agua inundó mi mente. Tragué con fuerza, imaginando agua fluyendo sobre mi cuerpo, su cálida figura musculosa sosteniéndome, acariciándome, agarrando mis caderas mientras se hundía… —¿Esta mantequilla de almendra está fresca? —Me echó un vistazo desde su posición en cuclillas frente a mi mininevera abierta. —Eh, sí. —Dejé escapar una pesada respiración, despejando la inesperada fantasía. Mi mente rebuscó entre temas mundanos, intentando calmar mi cuerpo sobrecalentado—. Dejaste tus cosas afuera. Cafés… ¿y qué hay con la bolsa del gimnasio?

—Softbol más tarde. Pensé en cambiarme aquí. —Sacó el contenedor medio lleno de mantequilla de almendra y un frasco de conservas de damasco, luego agarró dos cucharas de una taza junto a la cafetera. —Oh. —Observé mientras desenroscaba las tapas de ambos frascos—. Qué somos, ¿prisioneros? Una expresión divertida destelló por su rostro antes de levantar una ceja en mi dirección. —¿Quieres un desayuno completo ahora? Miré al cesto de hierbas derramado, luego mordí mi labio y sacudí mi cabeza. —No. —Más temprano, había querido hacer omelets. Arriba. Muy lejos y demasiado tiempo del ahora como para contemplarlo. —Bien. —Sumergió una cuchara en cada frasco apoyado en la mesa—. Ven aquí. La orden resonó en mis oídos, pero se deslizó a través de mí como una caricia por todo mi cuerpo. Sin pensarlo, obedecí, cerrando la distancia entre nosotros. Al segundo en que estuve a su alcance, agarró mis caderas y me levantó. Chillé mientras me dejaba caer en el borde de la mesa. —Me gusta esto —gruñó, levantando el dobladillo de mi vestido hasta que el algodón azul se arremangó en mis caderas. —¿Mi vestido? —Sí. Es la primera vez que te he visto usando uno. —He usado faldas antes. —No es lo mismo. —Levantó una cucharada de mantequilla de nuez. —La boda de Hannah: llevaba un vestido de fiesta. Otra parte… Empujó la cuchara suavemente entre mis labios abiertos. Dulce mantequilla de nuez crujiente golpeó mi lengua. Cuando liberó su agarre en la cuchara, la agarré y continué lamiéndola hasta que quedara limpia.

—No es lo mismo —repitió—. Esto… —Deslizó sus dedos índices bajo las tiras de los hombros y tiró, bajando la fina tela hasta que mis pechos estuvieron expuestos—, lo usaste para ti… para mí. Lo hice, pensé mientras me inclinaba hacia delante, hundiendo la cuchara limpia de regreso en el tarro de mantequilla de nuez. Me había despertado con un humor asombroso, en parte debido a la intervención nocturna que él había convocado fuera de la galería de arte; mi corazón aún se derretía ante el gesto. Y la mañana había comenzado toda cálida y radiante. Un día tan glorioso exigía mi vestido de verano favorito. Una penetrante frialdad sorprendió un pezón y jadeé. Cuando me alejé para bajar mi mirada, puso una cucharada más grande de conservas arriba de mi otro pecho y miró con fascinación mientras se deslizaba hacia el pico erecto. Mis respiraciones eran superficiales, elevándose y cayendo mientras ambos esperábamos con embriagadora anticipación. Una furiosa palpitación comenzó un ritmo insistente entre mis piernas. Finalmente, se lanzó hacia adelante. Capturando mi pezón en su cálida boca justo cuando la fría mermelada chocaba con este. Un gemido bajo escapó de mi garganta mientras succionaba. Cuando cambió de lado, devorando la viscosidad de mi otro pezón, enterré mis manos en su cabello, agarrando las raíces. Mis respiraciones se volvieron irregulares. Mi corazón corría. Mi cabeza giraba. Mi cuerpo entero dolía por él desde mi piel hasta mis huesos. Y ni siquiera nos habíamos movido de segunda base. Se echó hacia atrás, su mirada recorriendo mi estado semidesnudo, ojos salvajes. —¿Necesitas más comida? Mordiéndome el labio, sacudí la cabeza lentamente.

—No. Me habría muerto de hambre durante varios días por una oportunidad de devorarlo. Con una inhalación profunda, levantó un brazo y lo inclinó detrás de su espalda, agarró su camiseta, y se la sacó antes de tirarla detrás de mí. Me recosté sobre mis brazos, una ligera sonrisa curvando mis labios, mientras observaba sus músculos agruparse y flexionarse al tiempo que se despojaba de sus pantalones. Cuando se enderezó por completo de nuevo, su erección se balanceaba entre nosotros, y mi respiración se detuvo ante su belleza. Inclinó un poco su rostro, dentro de mi línea de visión. —¿Estás segura? —Su voz se volvió ronca—. Te ves… hambrienta. —Voraz. —Presioné una mano en su cálido pecho, sobre su estruendoso corazón—. Por ti. Agarré sus hombros, presionándome hacia él y alejándome del borde de la mesa, mi vestido arrugándose alrededor de mis caderas. Deslizándome por su cuerpo, regué tiernos besos a través de la cálida piel de su pecho. Sobre sus duros abdominales, abrí mi boca, tirando de su piel firme entre mis labios con una suave succión. Sus dedos se hundieron en mi cabello cuando acaricié con mi nariz el leve camino de vello que bajaba desde su ombligo. Su respiración se volvió superficial cuando me arrodillé más e inhalé con calma a lo largo de la línea de su ingle mientras seguía el movimiento con una ligera lamida de mi amplia lengua. Salado. Perfecto. Mis manos se curvaron alrededor de sus muslos, hacia arriba, hasta que acunaron los musculosos globos de su trasero. Durante unos segundos, hice una pausa, girando mi rostro hacia su extraordinaria virilidad. Cerré los ojos, apoyando mi mejilla en el surco de su cadera. Mientras lo sujetaba bajo el íntimo abrazo, inhalé su sexi almizcle, aspirándolo hasta el fondo de mis pulmones. Mi cuerpo se estremeció en reconocimiento, deseándolo. Sus piernas comenzaron a temblar. Sus manos ahuecaron la parte posterior de mi cabeza, sosteniéndome hacia él.

—Kiki. —Mi nombre salió con voz ronca de sus labios, como la más dulce súplica. Cuando levanté la mirada, mi mirada se cruzó con la suya. Una emoción increíblemente profunda brillaba en sus ojos: necesidad, deseo, esperanza, gratitud… amor… un millón de cosas innombrables, todas frágiles e invaluables. Las mismas emociones caían en cascada sobre mí, por él. Exhalé, con la intención de que él también sintiera lo mismo de mí. Inhaló una profunda respiración, sus ojos suavizándose mientras pasaba sus manos por mi cabello. Lo sabía. Lo sabíamos. Parpadeé pesadamente, luego me incliné hacia adelante, pasando mis labios a lo largo de su longitud desde la base a la punta. Con las manos todavía firmemente plantadas en sus nalgas, coloqué un suave beso en la ancha cabeza, le di una tierna lamida en la parte inferior, luego presioné los labios con fuerza alrededor de la punta y chupé, llevándolo hasta el fondo de mi boca. Todo su cuerpo se estremeció con un gemido bajo. Un exquisito dolor se desató a través de mí, por su respuesta, por nuestra conmovedora conexión, por el control total que tenía sobre su placer. Y todo lo que quería era ofrecerle más, hacerlo feliz, darle al generoso hombre que confiaba en mi —cuerpo, corazón y alma— lo que se había negado a sí mismo durante tanto tiempo. Con un gemido por el increíble deseo construyéndose en mi interior por el profundo acto, retrocedí, sacando mi lengua para lamer en el camino. Cuando casi salía, me detuve para chupar la ancha cabeza una, dos veces, luego me lancé hacia adelante una vez más lentamente. Para el momento en que me eché hacia atrás de nuevo, me había quedado sin aliento, tanto por la falta de oxígeno como por la electrizante excitación. Sus respiraciones entrecortadas resoplaban encima de mí, hasta que dejó escapar un gruñido y agarró mis brazos, tirándome hacia arriba. Mis labios apretados lo liberaron con un fuerte pop. —Te… necesito. —Sus palabras guturales salieron roncas, apenas descifrables. —Yo… —también te necesito…

Sus labios se aplastaron sobre los míos, silenciándome con un beso febril. Luego agarró mis caderas a través del vestido arrugado y me levantó. Envolví mis piernas alrededor de su cintura, clavé mis dedos en su cabello, y le devolví el beso con toda la pasión que sentía por él. La habitación giró de repente mientras nos movía en círculos, chocando levemente con la esquina de la mesa de trabajo por el borde lateral. Su rígida erección estaba atrapada entre nosotros bajo mi vestido amontonado, frotando mi clítoris palpitante con cada largo paso que daba. Dos pasos más rápidos, y la habitación se inclinó cuando caímos sobre un sofá. —Necesito… todo… de ti —gruñó en mi oído antes de mordisquear mi lóbulo. Con nuestras respiraciones reducidas a jadeos superficiales, mi visión nublada a medida que la sangre se precipitaba y el placer se volvía doloroso, lo observé reclinarse y agazaparse encima de mí. Con manos impacientes, me quitó el vestido y las bragas. Al instante en que la tela despejó mis tobillos, desapareció detrás de él. Su cuerpo cubrió el mío, piel caliente y músculos tensos. Suaves labios rozaron mi boca, su próximo beso lleno de ternura, como si quisiera memorizarme una vez más, como pidiéndome que fuera suya. Y lo era. —Soy tuya —murmuré contra su oído—. Toda de mí. Otro estremecimiento atravesó su cuerpo ante mi declaración, como si hubiera necesitado escucharme decir las palabras para sentirlo, para creerlo. Con reverentes movimientos deliberados, tomó lo que le ofrecí, abriéndome, luego deslizándose profundamente en el interior con un golpe suave. Me apartó el cabello de los ojos y me miró, sus oscuros ojos brillando. Nuestros pechos se expandían y se contraían como uno, presionando nuestros sonoros corazones. Pertenecíamos el uno al otro. Nos habíamos convertido en uno, en todos los sentidos. Entonces empezamos a movernos.

Las respiraciones se mezclaban con jadeantes besos. Cuerpos se arqueaban con un ritmo ondulante. Con manos apretadas, corazones acelerados, el placer ardió y chisporroteó hasta que con un grito, el orgasmo explotó a través de mí. Presionó sus labios contra mi cuello y soltó un rugido ahogado mientras el suyo estallaba, segundos más tarde. Los minutos pasaron lentamente mientras estábamos tendidos allí, flotando de regreso a la tierra desde algún lugar allá arriba en la estratósfera. Inhaló una lenta y profunda respiración, luego dejó escapar un suspiro de satisfacción. Cuando sus músculos se relajaron más, se movió ligeramente hacia un lado, cambiando su peso aplastante. Lo agarré con más fuerza con mis brazos y piernas, rodando con él. No tenía idea de cuánto tiempo estuvimos recostados así. El estado de ensueño al que nos habíamos dejado llevar había deformado el tiempo. Y ninguno de los dos tenía prisa por ir a ninguna parte. Ni para planear una fiesta ni preocuparnos por nuestras complicadas vidas. Ni siquiera para hacer nuestro desayuno ya olvidado. Cada vez que se movía, como si se hubiera quedado dormido, me acurrucaba más. Entonces él lanzaba sus brazos a mi alrededor con fuerza. Absurdas imágenes acogedoras se filtraron en mi mente: olas espumosas del océano chapaleando la arena de una playa, el sonido del viento soplando rápidamente a través de las agujas de un bosque de pinos, recostada en la hierba fresca mientras el sol calentaba mis piernas. Poco a poco, volví a la realidad. Y mi cosa favorita de todo eso descansaba allí mismo en mis brazos. Con un murmullo de satisfacción, lo agarré más fuerte una vez más, metiéndome contra el calor de su cuerpo. —Mmm. Hueles muy bien. —Ajáaaaa —gruñó. —No, hueles bien en serio. —Presioné mi nariz contra el nacimiento de su cabello, encima de su sien. Con una lenta inhalación, capté más de su delicioso aroma—. A dulce ahumado, como malvavisco tostado. Con un toque de tierra picante. Su risa retumbó. —Gracias. Huelo a malvavisco sucio.

Le di un ligero golpe en el estómago. —No me refería a eso en absoluto. Dejó escapar un resoplido. —Describiste una masa pegajosa quemada y sucia. Rocé sus firmes abdominales con mi mano, deslizándome a lo largo de su costado y acercándome más hasta que curvé una mano posesivamente alrededor de su cadera y flexioné una pierna sobre su muslo. —Ni hablar. —Presioné un suave beso en su pecho—. Tengo mucho cuidado con mis malvaviscos humeantes. Mi mano abrazaría allí abajo. Con la boca haciéndose agua, me gustaría probar. Pero todavía no. —Rocé mis labios sobre su piel—. Demasiado caliente. —Exhalé un lento suspiro, apoyándome contra su sólido cuerpo—. Un caliente sexo en un palo. Su mano cubrió la mía, dedos curvándose a su alrededor para sujetarla. Luego movió la mano hacia mí, más abajo, hasta que presionó mi palma firmemente sobre su rígida longitud. —Te mostraré sexo —Arqueó la pelvis en nuestras manos—, en un palo. Calor subió en espirales a través de mí, bajo y exigente. Incluso cuando el humor provocaba mi cerebro. —No. Eso no es un palo. —Envolví mi mano alrededor de su impresionante contorno, las puntas de los dedos no lo tocaban ni de cerca—. Es una rama gruesa. De repente, el mundo dio un giro. Su peso se presionó sobre mí. Mi cuerpo se hundió en el sofá. —No es una rama. —El argumento fue gruñido contra la línea de mi cuello. Tragué con fuerza, envolviendo mi cuerpo alrededor del suyo. —No. Ninguna descripción abarcaba todo lo que era. Era el tronco, el árbol, todo el maldito bosque, el continente debajo y el cielo encima. Cuando se deslizó en el interior, centímetro a centímetro, todos los pensamientos de comparación se desvanecieron.

Se convirtió en mi mundo entero una vez más.

¿

?

Darren

K

iki retrocedió hacia el baño, con los ojos muy abiertos. —¿No deberíamos empezar a hacer las llamadas para la fiesta? —Más tarde —murmuré, dando otro paso hacia ella.

Vapor empañaba los espejos. Agua salpicaba las baldosas. Pero ¿al segundo en que Kiki se detuvo debajo del rocío? No existió nada más. No podía tener suficiente de ella. Me había negado lo que había necesitado durante demasiado tiempo. Y ahora lo sabía, la necesitaba. Mi cerebro hizo cortocircuito a cualquier otro pensamiento coherente. Brillante cabello oscuro. Brillantes ojos azules. Sonrientes mejillas sonrosadas. Húmeda y desnuda… kilómetros y kilómetros de humedad y desnudez. La empujé a través del rocío, luego la presioné contra las baldosas. Su sonrisa se desvaneció cuando frunció sus labios en un exquisito gesto mientras dejaba escapar un suspiro. —¿Qué estás haciendo, Darren? Es difícil limpiarse de esta manera. —Sucia —gruñí, deslizando mis manos por su piel resbaladiza—. Siempre sucia en primer lugar. Su suave risa fue amortiguada por mi duro beso. Segundos más tarde, su gemido vibró.

Cuando la levanté, envolvió sus piernas a mi alrededor, arqueándose para atrapar mi erección justo donde la necesitaba entre nuestros cuerpos. Nos besamos, explorando nuestras bocas con caricias hambrientas mientras ella deslizaba su clítoris por mi longitud. Sus manos agarraron puñados de cabello de mi cuero cabelludo. Sus talones desnudos se clavaron en mi trasero. Cuando comenzó a quedarse sin aliento, sus pequeños gemidos volviéndose más fuertes, le di varias embestidas de cadera rápidas y duras. Con el aliento contenido, todo su cuerpo se congeló, se puso rígido. Entonces llegó al orgasmo con un grito ensordecedor, los ecos rebotando en las baldosas. Antes de que pudiera recuperar el aliento, finalmente me sumí profundamente en su interior. Se aferró a mí, sus pequeñas manos casi arrancándome el cabello, su cuerpo tenso agarrando mi polla con calientes espasmos hasta que, con un rugido ensordecedor, me corrí. Nos quedamos así, presionados como uno contra las frías baldosas, el agua caliente bajando por mi espalda, el vapor formando ondas a nuestro alrededor. Ninguno de los dos se movió para romper nuestro férreo agarre. La intimidad que compartíamos parecía tan vital para mi existencia, quería respirarla y nunca exhalarla. Pero eventualmente nos soltamos. Mi cuerpo comenzó la separación a regañadientes, saliendo de su cuerpo. Me soltó el cabello y relajó sus piernas, bajándolas por las mías hasta que estuvo de pie delante de mí. Y, aun así, ambos seguíamos agarrando al otro levemente, nuestros cuerpos temblando. Nuestras respiraciones eran trabajosas, corazones todavía palpitando. Con un gruñido, le robé un último beso, antes de que la realidad se estableciera totalmente. Limpiar primero. Softbol luego. ¿Después? Teníamos una fiesta que planificar.

Kiki

—¿Sacudiste tu trasero? —Darren golpeó la pelota de softbol en su guante de nuevo. Ajusté mi agarre en el bate, obligando a que mis labios temblorosos se relajaran, fingiendo neutralidad. Después de una profunda inhalación y lenta exhalación, me incliné sobre una rodilla y luego sobre la otra… otra vez… sabiendo que mi corta falda a lunares se movería un poco con cada balanceo de cadera. Mi ropa interior, una bikini negra de algodón, era inocente. Mis intenciones no lo eran. —¿Te distraje? —grité, sin preocuparme de quién escuchara. —No —se mofó. Finalmente dejé que mis labios se curvaran en una sonrisa y balanceé el bate lentamente en un giro hasta que la punta señaló hacia el jardín exterior, exactamente hacia donde había planeado lanzar esa pelota. —Mentiroso —murmuré para que nadie pudiera escuchar, pero lo articulé con la fuerza suficiente para que supiera exactamente lo que había dicho. Levantó la mano, apretó la visera de la gorra de béisbol, luego la bajó para ocultar sus ojos. Sonreí más amplio, practiqué balanceando el bate un par de veces más, luego esperé, en posición y lista para atacar. Vítores llegaron de las gradas donde se habían reunido los espectadores: vecinos, amigos, familiares, clientes de Loading Zone, y los partidarios de la Fundación Unidad, nuestra organización benéfica. —¡Tráelo a casa, Kiki! —El claro grito provino de Logan. Ya había recorrido las bases. Habíamos decidido estar en el mismo equipo. Contra el equipo de Cade. El equipo de Darren. Pero teníamos a un par de sustitutos: alias todo el personal de seguridad de Cade. Aunque eran más músculo que velocidad. No importaba. Nosotras las chicas tenemos ingenio.

Con toda la espera, retrocedí del plato, extendí mi rostro hacia el cielo, hombros hacia atrás, pecho hacia fuera. Después de una profunda respiración, incliné la cabeza de lado a lado. —¿Qué es esto? ¿Un anuncio de Victoria’s Secret? —Cade estiró su mano enguantada y encogió un hombro impaciente desde su posición detrás de la primera base—. Deja de enseñar tu mercancía al mundo. ¡Juguemos a la pelota ya! Darren se puso en cuclillas en su posición, manos enroscadas en su pecho, ojos ocultos en la sombra de su sombrero. Su respiración cambió. Inhalación profunda, profunda, profunda… Exhalación lenta, lenta, lenta. Medido. Controlado. Apenas… Bueno. Había cumplido con mi deber. Me había metido en la cabeza de Darren. Di un paso hacia el plato de nuevo, me aferré al bate, pateé mi pie en la tierra, luego doblé mis brazos hacia arriba hasta que la amplia extensión de madera flotó detrás de mi oreja una vez más. La verdad era que él se había metido en mi cabeza, mucho. Bajo mi piel. En mi corazón. Estaríamos volviendo a la dura realidad de mi vida lo suficientemente pronto. Después del partido, teníamos planeado hablar de su estrategia para salvarme de quedarme sin hogar. Pero ¿por ahora? Intentaba permanecer en nuestra dichosa burbuja de luna de miel de fantasía por tanto tiempo como fuera humanamente posible.

Darren —¿No quieres algo de comer? —Cade observó a Hannah bajar su menú. —Sabes lo que quiero. —Hannah cerró los ojos y tomó una profunda respiración. Cade la tomó en sus brazos y murmuró: —Estoy empezando a pensar que tienes un bollo de canela en ese horno en vez de nuestro bebé. Mi mirada se disparó hacia Kiki. Me ofreció un leve asentimiento. Claramente, también lo había oído. Como siempre después del partido, la mayoría terminaba en Lila’s. La cafetería del vecindario estaba construida en la planta baja de una casa centenaria. Los muebles eran pintorescos y sin pretensiones. Pero la comida provenía directamente del cielo. La puerta mosquitera se cerró detrás de Lila. Tenía una expresión feroz en su rostro y blandía una escoba como un arma. La mujer curvilínea me recordaba a una abuela del sur: mejillas coloradotas, cabello blanco como la nieve recogido en un moño suelto, a menudo sonriente, regularmente conversadora. —¿Qué es toda esa bulla? —gritó el hermano de Lila desde la cocina a través del mostrador abierto. —Nada, Willard. —Apoyó la escoba en un rincón cercano al baño—. Solo los de Servicio de Impuestos Internos decidiendo que querían acechar a uno de los nuestros. —Cuando caminó hacia nosotros, le dio una palmada en el hombro a Kiki—. No te preocupes por nadie, querida. Los ahuyenté muy bien. Kiki parpadeó. —Espera… ¿qué? —Los de Servicios de Impuestos Internos. —Puntuó cada palabra con desdén mientras ponía los ojos en blanco hacia el techo y luego hacia Willard—. Me revuelve las entrañas que estén pensando que pueden ir a cualquier lugar y

hacer cualquier cosa. Pagamos nuestros impuestos, por lo tanto que nos dejen en paz. Kiki se lanzó desde nuestro reservado en la esquina y presionó sus manos a la ventana del frente de la cafetería. —¡El auto se está alejando! —Se dio la vuelta—. ¿Mencionó su nombre, dejó una tarjeta de visita? —Claro que sí. —Lila sacó una tarjeta del bolsillo de su delantal—. Me arrojó esto, justo antes de que mi escoba hiciera contacto. —Asintió con énfasis—. Puede que le haga una llamada a su jefe. Darles mi opinión. Kiki extendió la mano, ligeramente temblorosa. —¿Puedo tener la tarjeta? —Como quieras. —Lila se la entregó con una severa mirada—. No dejes que te intimiden. Cade frunció el ceño. —¿Cómo infiernos encontró a Kiki aquí? —Mis llamadas telefónicas —murmuró Kiki distraídamente mientras se sentaba a mi lado otra vez, mirando la tarjeta—. Timothy Williams —susurró. Después de un momento de silencio, puse una mano sobre la suya. —¿Lo conoces? —Sí. —Su mirada se encontró con la mía—. Es el agente asignado a mi caso. Le di algunos lugares donde localizarme si no podía encontrarme en el almacén. Tomó una profunda respiración, sus ojos iluminándose mientras las comisuras de sus labios se levantaban. Agarré su mano. —¿Estás pensando lo que estoy pensando? —Maldita sea, espero que sí. —Finalmente sonrió. —¿Y bien? —Hizo un gesto con la cabeza hacia la tarjeta—. ¿Qué estas esperando? Llama al hombre.

Golpeé una mano sobre la mesa un par de veces y me levanté. —¡Escuchen! —Recorrí la habitación con la mirada para asegurarme de que su hermano y hermanas estuvieran prestando atención. »Tenemos una fiesta que planear.

Kiki Para el mediodía del jueves, el caos había entrado en erupción oficialmente. Un arquitecto paisajista inspeccionaba el espacio. Electricistas se subían en escaleras, empalmando cables. La empresa de catering descargaba muestras de entremeses. —¡Dino va a venir! —Darren chocó contra mi costado y luego me tomó en sus brazos. —¿Va a venir? ¡Eso es maravilloso! —Lo besé, pero mi mirada se fijó en el chico más reciente que invadía mi espacio privado. Usando una camiseta vintage de Orange Crush y jeans rasgados, probaba metódicamente la estabilidad de cada silla y mesa en mi patio. »¡Oye! —grité a medida que se llevaba dos sillas de diferentes conjuntos—. ¡Esas se quedan! Kristen apareció a mi lado. —Se van. Las almacenaremos hasta después. —No. —Me aparté del abrazo de Darren y seguí a mis sillas—. No se van. — Todo lo que podía imaginar era en que mis preciadas sillas encontradas en una venta de garaje desaparecieran repentinamente. —No puedes hacer que los invitados se sientan en chatarra a punto de colapsar. —Kristen trotó, luego se puso en mi camino con una mano levantada— . ¿En la parte posterior de tu almacén, entonces? —No quiero extraños vagando por mi casa.

Arqueó una ceja. —En dos días, invitados estarán vagando a través de tu casa… para utilizar tu baño. Dejé escapar un suspiro de frustración, soplando un mechón de cabello lejos de mis labios. —Bien. Haz que deje los artículos descartados junto a la puerta principal. Los llevaré al fondo. —Hecho. —Kristen corrió detrás del tipo Orange Crush para recuperar mis sillas confiscadas. El aroma y calor de Darren se envolvieron a mi alrededor un instante después. Sus brazos se deslizaron alrededor de mis caderas, luego de mi vientre. Apoyó su barbilla en mi hombro. —¿Estás bien? Dejé escapar un lento suspiro. —Sí. —No. Toda la plena actividad en mi mundo tranquilo me estresaba. Pero lidiaría con ello. —Y Dino no solo vendrá, va a tocar. Vamos a tocar. —¿En serio? —Me giré en sus brazos—. ¿Tú, Dino y Gordie? —Síp. —Felicidad brillaba en sus ojos—. Y en este momento, está corriendo la voz entre sus amigos y contactos más cercanos en la industria. —Guau. —Parpadeé, luego miré fijamente el íntimo espacio—. Suena como un montón de gente. Dejó caer un suave beso en mi nariz. —Solo está invitando a los amantes del arte que son coleccionistas serios. —Oh. —Asentí y tragué con fuerza, esperando que la fiesta permaneciera bajo control como él imaginaba. El resto del día y el viernes pasó en más del mismo frenético borrón.

Sobreviví a la terrible experiencia corriendo. Mucho. Para la noche del viernes —faltando veinticuatro horas—, mi modesto patio había sido convertido en una tierra de maravillas. Plantas florecientes con delicado follaje habían sido añadidas a mis macetas elevadas. Bonitos juegos de café esperaban a los invitados con manteles blancos y ligeros soportes de cristal en forma de rosa para el té. Hileras de luces de fiesta redondas y claras se extendían encima de nosotros, meciéndose en la brisa ligera. —Es hermoso —susurré, apoyando mi cabeza contra el pecho de Darren. Apretó mi hombro y presionó un beso en mi cabeza. —Hermosa fiesta para una hermosa muchacha. La voz de Kendall murmuró algo en el fondo mientras confirmaba arreglos con los del catering. Kristen estaba sentada en una mesa del fondo, tachando cosas en su lista de tareas pendientes en su tablet. Cade estaba en la galería Midnight Sky con Ben, Mase, y un camión de UHaul de cuatro metros y medio, junto con el agente Timothy Williams de Servicio de Impuestos Internos, quien finalmente había accedido a liberar mis esculturas después de proporcionarle la documentación de propiedad satisfactoriamente. Toda mi obra estará aquí. —Entonces… —Logan se coló entre nosotros desde atrás, y ampliamos nuestro abrazo a tres—. Kiki dice que está bien si me pierdo la fiesta. ¿Te parece bien, D? Él le frunció el ceño. —¿Por qué te la perderías? —Está bien —le aseguré. Logan había reclutado mi ayuda en privado unos minutos atrás—. Tiene su propia fiesta. Una a la cual irá un determinado individuo. —¿Por favor, D? Ni siquiera he ido a una fiesta antes. Ni te he pedido ir a ninguna parte. Darren me miró por un instante, luego se volvió para mirar a Logan. Con un pesado suspiro, asintió.

—Pero ten cuidado. Y tienes que estar en casa a la medianoche. Y no bebas. Y por el amor de Dios, no… —… condones —terminó ella por él con una risa suave—. Nada de sexo. Entendido. Y no planeo hacerlo. —Bien. Sonreí, envolviendo mi brazo libre alrededor de Logan y apretándolos a ambos. Nos habíamos convertido en una familia de alguna forma, cuidándonos los unos a los otros… amándonos los unos a los otros. Me quedé mirando la evidencia de cuánto me amaba Darren, la transformación de mi patio de un apagado carbón a un brillante diamante. Y solté una lenta exhalación, calidez extendiéndose a través de mi pecho, a medida que me daba cuenta de que yo también me había transformado… todos lo habíamos hecho. Entonces llegó a mí una mayor comprensión… Los mejores milagros suceden cuando menos los esperamos, cuando finalmente bajamos nuestra guardia.

Darren

—E

stá funcionando. —El susurro sorprendido de Kiki rozó mi oído desde atrás.

Sonreí cuando sus manos tocaron mis hombros, se deslizaron hacia adelante, y se envolvieron alrededor de mi cuello. La banda estaba en un descanso entre sets, y estaba sentado en una mesa desocupada cerca de la escultura de laberinto, observando la fiesta. Sus labios se presionaron en el lóbulo de mi oreja con un suave beso. —Gracias. Tenías razón. —Solo una corazonada. —Una bien fundamentada. Pero las conexiones de Dino habían dado sus frutos. A lo grande. Puse mis manos sobre las suyas, luego la jalé alrededor, tirándola a mi regazo—. ¿Contenta de haber cedido? Asintió. —Gracias por ser persistente. Estoy verdaderamente agradecida. —Levantó su mano, luego abanicó su rostro con una media docena de cheques—. Estos bebés pagarán el alquiler por el resto del año. —De eso estoy hablando. —Eso había esperado. Pero el arte, como la música, era subjetivo. Sonrió de felicidad. Luego sus ojos se suavizaron. —De verdad, Darren. Gracias. Por preocuparte lo suficiente como para saber cuando necesitaba ayuda. Incluso cuando era demasiado estúpida para darme cuenta. —Estúpida no. Terca. —Lo soy.

—Y gané en argumentos orales. Ni siquiera tuve que sacar la artillería pesada. Contuvo la respiración y su mirada bajó a mi entrepierna. —Y, sin embargo, lo hiciste de todas maneras… Mis labios se curvaron en una sonrisa engreída. —Tenía que cerrar el trato con algo memorable. Soltó una respiración lenta, sus labios rozando los míos. —Definitivamente memorable. Mi teléfono vibró en el bolsillo trasero de mis pantalones. Moví su peso, lo saqué y presioné el botón de control para iluminar la pantalla. Fruncí el ceño; no reconocía el número de la llamada perdida. El teléfono sonó, la pantalla mostrando un nuevo mensaje en el buzón de voz. El teléfono vibró de nuevo un momento después con otra llamada: el mismo número. Curioso, contesté. —¿Hola? —¿Con el Sr. Darren Cole? —La profunda voz de una mujer desconocida sonó a través del teléfono. —Sí. ¿Quién es? Kiki se levantó de mi regazo, pero se giró para enfrentarme, sus cejas fruncidas en señal de duda. —Soy la enfermera Langston del Hospital Riverview. Necesitamos que venga aquí de inmediato. Mi corazón se atoró en mi garganta y me puse de pie. —¿Logan? —grazné—. ¿Ella está… bien? La pausa demasiado larga que siguió casi me puso de rodillas. —¡Dígame! —Aparecieron rostros de los invitados, girando en mi dirección. Me giré hacia el almacén, mi mano temblando mientras apretaba un puño alrededor del teléfono. Bajé mi voz—. Tiene que decirme.

—Sí, señor. Está viva y estable ahora. Por favor, conduzca con cuidado. Mi respiración se disparó, alivio temporal recorriéndome. —Estoy en camino. —Tiré de las llaves de mi bolsillo delantero. Al instante siguiente, el mundo giró, todo en él estaba mal. Dino y Gordie estaban reuniendo sus instrumentos, preparándose para el siguiente set. La gente se apiñaba. Los vasos tintineaban. Risas resonaban. Kiki se puso delante de mí. —¿Qué pasa? —Logan. Hospital. —Todo lo que pude lograr escupir. Agarró las llaves de mi mano. —Yo conduzco. —No. —Se las arrebaté—. Necesito conducir. —¿Sabes adónde vas? —No. —Le lancé mi teléfono—. Hospital Riverview. Empecé a zigzaguear a través de la multitud, Kiki me pisaba los talones. Cuando pasamos junto a Cade, ella le metió el fajo de cheques en la mano. —Tenemos que irnos. Logan está en el hospital. Podrías… —Dino… —Mi estómago se apretó. Había convencido a mi nuevo jefe para que viniera. —¡Vayan! —ladró Cade—. Tenemos esto bajo control. Corrimos hacia mi camioneta. Los cinturones de seguridad hicieron clic mientras cerrábamos las puertas de golpe. Tuve que esperar a que varias personas se salieran del camino mientras movía la camioneta en reversa. Tan pronto como tuvimos el camino despejado, puse la camioneta en marcha e hice chirriar los neumáticos en el pavimento. Tres rápidas vueltas en el vecindario, izquierda, izquierda, derecha, y estábamos en la autopista. Kiki agarró el asa de arriba con una mano mientras se desplazaba por mi teléfono con la otra.

—Ahí está. Dentro de dos salidas. Pisé a fondo. Ambos nos inclinamos a un lado, luego al otro, mientras zigzagueaba a través del ligero tráfico. —No nos haría bien un accidente. —El tono nervioso de Kiki se abrió paso a través de mi neblina mental. Le di un vistazo al velocímetro. Ciento treinta. Ciento treinta y cinco. Ciento cuarenta y cinco. El sentido común gritaba que redujera la velocidad. Kiki tuvo que golpear el tablero para que mi pie finalmente aflojara el acelerador. Cuando le eché un vistazo, había agarrado sus manos y pies contra cada punto disponible en su rincón. —Lo siento. —Está bien. —Dejó escapar una respiración gradual—. Lo entiendo. Mi corazón se aceleró tan malditamente rápido, que apenas podía escucharla más allá de la precipitación de sangre en mis oídos. Retiró su mano del tablero una vez que nuestra velocidad cayó debajo de los ciento veinte kilómetros por ahora. —Es el único control que tienes. No se sentía como control para mí. Logan estaba herida. Estable ahora. Pánico inundó mi mente mientras recuerdos del pasado y presente se desdibujaban: corriendo al hospital a causa de otra llamada telefónica, nadie molestándose en decirme que había sido demasiado tarde. El viaje a ese hospital había sido una formalidad: una forma de revelar la terrible noticia. Está viva. Solo necesito llegar allí. Sostener su mano. Asegurarle que estaría bien.

El resto sucedió en un estado de aturdimiento. Kiki me dirigió a la derecha, encontrando rápidamente un espacio para estacionar. Luego me dijo qué puertas atravesar. Permaneció a mi lado cuando la enfermera de entrada me entregó una tabilla con sujetapapeles. La sostuvo con fuerza cuando casi se la lancé a la enfermera. —¡Necesito verla! —grité, desesperación en mi voz. Mis músculos se sacudieron. El aire llegaba en cortos jadeos. Todo mi cuerpo se sentía como si estuviera a punto de colapsar. Cuando una mano cálida tocó mi mejilla, bajé la mirada. Kiki me miraba, sus grandes ojos azules tranquilizadores. —Tenemos esto bajo control. Parpadeé pesadamente, sin entender. Había repetido las palabras de su hermano. Me ofreció una ligera sonrisa. —Solo nos dejarán volver si estamos calmados. Calma. Nada cercano a la calma era siquiera posible. Pero miré a Kiki y tomé una lenta y profunda respiración… la dejé tranquilizar el ruido el mi cabeza. Milagrosamente, también desaceleró mi pulso salvaje. Cuando inhalé una segunda vez, miró a la enferma por encima de su hombro. —Llenaré los formularios. La enfermera arqueó sus cejas. —¿Y usted es? —Su hermana. Mi perezoso cerebro procesó la mentira de Kiki a través de mi neblina de pánico. —Hermana —repetí. —Así me dejarán volver contigo. ¿Está bien?

Le di un asentimiento ausente y miré a la enfermera, quien miró a Kiki, luego a mí. —Por favor. —La única palabra tranquila que expresé sonó exactamente como la súplica desesperada que era. La enfermera dejó escapar un suspiro de rendición y nos ofreció un breve asentimiento. —Síganme. Las puertas automáticas se abrieron con fuerza luego de que ella golpeara la pared en su lado de la barrera hecha de escritorios bajos y ventanas de plexiglás. Olores estériles me golpearon en el rostro, lejía y antiséptico, a medida que caminábamos por un corredor de baldosas blancas. Dos paramédicos en camisetas azul marino corrían con una camilla desde una puerta lateral y caos explotó alrededor de ellos, dos celadores y un doctor gritando órdenes y señalando hacia una habitación con cortinas. —Por aquí. —Con un movimiento de su brazo, nuestra enfermera hizo un gesto en dirección opuesta a la conmoción. Rodeamos una amplia estación de enfermeras y pasamos por dos “habitaciones” antes de que retirara la pared de cortinas verde pálido de una tercera. Logan. Me lancé a su lado. Toqué su brazo expuesto. Cálido. Estaba viva. Aunque no lucía como si fuera así: piel pálida, cabeza inclinada a un lado, ojos cerrados, labios grises, un tubo plástico enganchado en su nariz. —La van a ingresar —comentó la enfermera. —Ingresarla. —Nada tenía sentido. Examiné el cuerpo de Logan desde la cabeza a los pies. No se veía ningún rasguño ni moretón. La enfermera sacó la tabla sujetapapeles de un bolsillo plástico atornillado a la pared, examinó el cuadro, luego la volvió a meter en su lugar. —Estará en psiquiatría en observación. —¿Psiquiatría? —¿Sabían sobre su depresión? Luché por conectar los puntos.

—Alcohol. Drogas. Luego una sobredosis de pastillas. Necesitan asegurarse de que se mantenga estable. Que no es un peligro para sí misma. —¿Qué pasó? —Tenía que saberlo. Jodidamente gracias de que no hubiera saltado ni se hubiera caído de ese techo. Pero ¿drogas? ¿Pastillas? Nada de eso era Logan. —Mire —La enfermera se interpuso entre Kiki y yo, bajando su voz—, ni siquiera se supone que le permita estar aquí, mucho menos que le cuente todo eso. El doctor está en cirugía de emergencia y no será capaz de hablar con usted hasta mucho más tarde. Traducción: nada de información. —Sus signos vitales son estables. Se le ha dado un sedante para ayudarla a dormir, y probablemente estará durmiendo toda la noche. Por qué no llenan los formularios, luego van a casa. Descansen un poco. Vuelvan en la mañana. —De ninguna jodida manera —le gruñí a la enfermera. —Darren. —Kiki puso su mano en mi antebrazo. Aflojé mi puño. Luego exhalé una respiración aguda y miré a Kiki. —No la voy a dejar. —Entonces nos quedaremos. —Kiki inclinó su cabeza hacia una solitaria silla de plástico azul a un lado. Planté mi trasero allí. Me crucé de brazos. Me encadenaría a la barandilla metálica de la cama de Logan de ser necesario. La enfermera asintió, ablandándose. —Asegúrense de que tenga esos formularios en los próximos treinta minutos. Entonces se fue. Y el zumbido general en mi cabeza se desvaneció. Sonidos empezaron a filtrarse desde las habitaciones divididas junto a nosotros. Lejos, en una parte distante del piso, una mujer gemía. Sus agonizantes aullidos continuaron, haciendo que las capas de otros sonidos —metal sonando, ruedas chirriando, puertas automáticas abriéndose, docenas de conversaciones— se volvieran ruido de fondo.

El dolor de la mujer era desconcertante. Y familiar. Mi mente destelló un momento en que había estado en un hospital exactamente como este con Logan. Solo que en ese entonces Logan era la que gritaba de dolor, inconsolable. La había abrazado. Con el corazón destruido también por la pérdida de nuestra mamá, me había tragado mi sufrimiento y me había convertido en la roca que Logan necesitaba. Todo se precipitó de vuelta a mí ahora. La conmoción me golpeó como una tonelada de ladrillos, aplastando mi pecho, haciendo que fuera difícil inhalar aire. Con repentino pánico, me levanté de la silla y fui a su cabecera. Agarré su débil mano en la mía. Un cable me impedía tirar de esta demasiado lejos de la cama. —¿Qué es esto? —gruñí, enojado con el jodido mundo. Kiki apareció a mi lado y siguió mi mirada hacia la mano de Logan. —Es un sensor de oxígeno, creo. Parecía como si una pinza blanca de plástico para tender ropa hubiera sido enganchada en su dedo. —¿Cómo funciona? —No me importaba un bledo en realidad, pero me distraía de mi cabeza. Y necesitaba salir de mi cabeza. Kiki se encogió de hombros. —No estoy segura. Me quedé mirando la luz roja brillando débilmente alrededor del dedo de Logan y empecé a odiarlo un poco menos. Los tubos, los monitores, estaban ahí para mantenerla a salvo. Mantenerla viva. Le había fallado. Le había fallado a Logan. Se suponía que protegiera a una persona… y no lo había hecho. Mis respiraciones se volvieron superficiales. En un momento me quedé sin aliento, pero me obligué a pasar la obstrucción, inhalando una bocanada agitada de aire mientras miraba el rostro durmiente de mi hermana pequeña. Le fallé a mamá y ahora a Logan. ¿Y si no se despierta? ¿Y si no puede vivir una vida normal? ¿Y si nunca es feliz? ¿Y si lo intenta de nuevo? ¿Y si tiene éxito?

—Darren. —Kiki envolvió un brazo en la parte interior de mi codo. Tardé varios segundos en salir de mi mente otra vez. —Siéntate. —Tiró suavemente de mi brazo—. Ayúdame a llenar este formulario. Tragando con fuerza, asentí. Entonces me di cuenta de que mi rostro estaba mojado. Me sequé las mejillas y lamí mis labios. Salado. —Joder. —Me molestaba que hubiera estado llorando. Y frente a Kiki—. Lo siento. —Me senté y enterré la cabeza entre mis manos. Sentí que su cabello rozaba mis brazos cuando se puso de cuclillas frente a mí. No me moví. —Está bien, Darren. Eres humano. La amas. Todo lo que pude lograr hacer fue un débil asentimiento. —Ahora —continuó—, el nombre completo de Logan. Exhalé un largo suspiro. —Logan Amelia Cole. —Fecha de nacimiento. La recité de un tirón. —Número de seguridad social. Me incliné hacia delante, sacando la billetera de mi bolsillo, agradecido por la aburrida tarea. Y agradecido como la mierda de que Kiki estuviera aquí para guiarme. Después de que termináramos con los formularios, yo respondiendo las preguntas de Kiki mientras ella anotaba las respuestas, firmé el puñado de hojas y Kiki desapareció por el pasillo. Durante unos diez minutos, me quedé a solas con Logan, la máquina pitando, yo respirando, nuestros sonidos estables en la habitación rodeada de cortinas en los que me obligaba a concentrarme. Cuando Kiki regresó, me entregó café en un vaso de papel mientras arrastraba una segunda silla azul. Sin decir una palabra, colocó la silla junto a la mía, luego se sentó conmigo, hombro con hombro.

Después de un tiempo, rompió el silencio: —No es tu culpa. —No estés tan segura. Entrelazó sus dedos con los míos, luego apretó. Extraño el poderoso efecto que tuvo esa acción. Su pequeña mano. Un apretón reconfortante con apenas fuerza física. Pero lo sentí hasta mis huesos. Después de que relajara su agarre, pero mantuviera su mano firmemente entrelazada con la mía, me dio un empujón en el hombro. —Tú no le diste nada de eso. —¿No lo hice? —Le eché un vistazo—. ¿Mi ausencia en su vida no es la aceptación de eso? —No sabes por qué lo hizo. —Claro que sí —gruñí y miré fijamente el techo—. La vida apesta. Es el motivo por el cual mi mamá terminó con la suya. Tal vez si la de Logan no apestara tanto, tendría una razón para vivirla. Kiki hizo un sonido frustrado y tiró con fuerza de mi brazo. Parpadeé y me volví hacia ella. Ira centelleaba en sus ojos. —No. No te eches toda la culpa por lo que haga otra persona. Ni por tu mamá. Ni por tu hermana. No puedes controlar el mundo. Todo lo que puedes hacer es sobrevivir. —No es esa la verdad —murmuré. Supongo que todos tenemos una definición diferente de supervivencia.

Horas más tarde, Logan fue ingresada y trasladada a una habitación privada. Por insistencia de su nueva enfermera, sin horas de visita hasta las ocho de la mañana y solo dispuesta a romper las reglas por uno de nosotros, me quedé y Kiki se fue a casa.

Cuando se fue, apagué las luces de la habitación y saqué mi teléfono. Era poco más de medianoche. Aplastando mi trasero en un sillón de cuero sintético en la esquina, una gran mejora con respecto a la silla dura de plástico en la sala de urgencias, me recosté y cerré los ojos. El agotamiento me succionó por los cojines, y dejé que me arrastrara hacia abajo. Un suave golpe me despertó con un sobresalto, y me enderecé de un salto. El reposapiés del sillón reclinable se bajó con un chasquido. Sonó otro golpeteo doble. —¿Sr. Cole? Me froté los ojos, ajustándolos a las luces de la habitación más brillantes de lo que había recordado. —Sí. Un rápido vistazo a la cama confirmó que Logan todavía estaba completamente sin conocimiento. Un oficial de policía uniformado atravesó la puerta abierta. Luego le siguió un segundo. Ocuparon todo el espacio vacío en la entrada cerca de la entrada abierta al baño: chalecos voluminosos bajo cinturones de cuero negro con azul oscuro sosteniendo sus armas, garrotes, gas pimienta. Mis cejas se fruncieron. —¿Puedo ayudarles? ¿Desde cuándo un intento de suicidio es un crimen? Repentina ansiedad se disparó a través de mí. ¿Y si me consideraban un tutor inadecuado? ¿Presentarían una queja ante servicios sociales? ¿Logan podría ser enviada a un hogar de acogida? Me levanté de la silla tan rápido que los oficiales se pusieron alerta, sus cuerpos se tensaron. El oficial principal levantó las manos. —Está bien, Sr. Cole. Soy el oficial Day. Este es el oficial Blanchard. Solo necesitamos hacer seguimiento a una queja que presentó Logan.

—¿Mi hermana? —Ahora realmente estaba confundido—. ¿Presentó una queja? Ambos asintieron. El oficial principal hizo un gesto con el brazo hacia el pasillo. —¿Le importa si hablamos afuera? Eché un vistazo a la cama otra vez, luego comprobé la hora en mi teléfono: 1:42. Logan no se despertaría pronto, según la enfermera. Pero fuera lo que fuera que tuviéramos que discutir, probablemente era mejor decirlo fuera del alcance de su oído. —Sí. Cuando salimos al pasillo, siguieron caminando y los seguí. Entraron a una sala de espera justo antes de un conjunto de puertas dobles. Una vez dentro, sorprendentes aromas me golpearon: café preparado, panecillos recién horneados. Mi estómago gruñó y se me hizo agua la boca al pasar por una mesa cubierta con bandejas de galletas, tentempiés, bagels, y panecillos. Un gran recipiente contenía bananas y manzanas. Me serví una taza de café, agarré un panecillo de arándanos y una banana, luego tomé asiento en la esquina que los oficiales habían reclamado. Después de probar el café y encontrarlo caliente pero no hirviendo, tomé varios tragos y luego ataqué el panecillo con un gran bocado. Mientras masticaba, me quedé mirándolos, esperando. —¿Su hermana lo llamó en algún momento de la noche? —preguntó el oficial Day. Tragué el enorme bocado, casi quedándose atascado en mi garganta. —No. —Bueno, parece que su hermana estaba en una fiesta de secundaria. Ningún adulto presente. Menores de edad bebiendo. Sonaba típico. Como las fiestas a las que había ido un par de años atrás. —Una chica de la fiesta llamó al 911. —Echó un vistazo a un portapapeles que sostenía—. Monica Schafer. ¿La conoce?

Negué con la cabeza. —Logan no habla mucho acerca de sus amigos. —No estaba seguro de que hubiera tenido alguno en los últimos años. —¿Le suena Trevor Donaldson? —Sí. Lo mencionó un par de veces. —Y hablando del hijo de perra, el tipo que supuestamente estaba interesado en ella, ¿por qué no estaba aquí con ella? El oficial Blanchard se inclinó hacia delante, apoyando los antebrazos en sus muslos mientras le echaba un vistazo al portapapeles de Day. —De acuerdo con la chica que hizo la llamada al 911, y algunos otros testigos en la fiesta, Trevor salió repentinamente del dormitorio del piso de arriba en la que estaban él y Logan. Presuntamente, gritó “Logan está tan loca como pensábamos. La perra se bajó una botella entera de píldoras” mientras bajaba las escaleras corriendo. Mi pecho se puso muy pesado mientras me esforzaba por escuchar. El oficial Day asintió. —Afortunadamente, esa chica pidió ayuda de inmediato. Los paramédicos encontraron a Logan inconsciente en la escena. Me pasé las manos por el rostro. —Tiene que haber más. Logan me dijo que nunca se mataría. —Verdad. Y si los oficiales no sabían ya sobre las visitas a la azotea de nuestra mamá y de Logan, no lo iban a saber. —Hay más —respondió Blanchard. Mi taza de café de papel se arrugó ruidosamente, y bajé la mirada para encontrarla deformada en mi mano. Me tomé el resto, aunque casi escaldé mi garganta, luego terminé de arrugar lo restante de la mejor manera posible antes de arrojarlo sobre una mesa auxiliar. —Seguimos a la ambulancia hasta el hospital —dijo Day—. Recuperó la conciencia poco después de que la estabilizaran. Cuando le preguntamos por su versión de la historia —Pasó un par de hojas en el portapapeles, examinando una página—, dijo que Trevor le dio un vaso de plástico rojo con cerveza del que bebió antes de que la llevara al dormitorio en el piso de arriba. Cuando ella se alejó de

su agarre y dijo que todavía no estaba lista para tener sexo con él, él bloqueó la puerta, se dio la vuelta, y le dijo que había “rufeado” su bebida y que haría todo lo que él quisiera que hiciera. —Rufeado —repetí, mis respiraciones de repente viniendo en cortos jadeos. —Le había dado Rohypnol —aclaró Blanchard—. La droga para violar. Sabía cuál era. Los violadores la usaban. Trevor era un violador. El mundo comenzó a inclinarse. Agarré el brazo de la silla de madera. —¿Fue violada? —Mi voz se quebró en la última palabra. —No, no de acuerdo con su hermana —respondió Day. —¿Lo han arrestado? ¿Está en custodia? —Todavía no —dijo Blanchard—. Hemos contactado a sus padres, pero no ha regresado a casa. Un zumbido llenó mis oídos y la habitación se distorsionó, volviéndose de un color rojizo. Otra taza de café apareció frente a mi rostro. No me había dado cuenta de que el oficial Day se había levantado. —Aquí. Beba. Hay más. —¿Más? —Resulta que su hermana sí tragó pastillas. Solo había empezado a sentirse mareada cuando él admitió lo que le había hecho, pero ella entró en pánico, agarró su bolso, y se tragó todo el frasco de pastillas. —¿Qué pastillas? —Por alguna razón, necesitaba más información. Cada pequeño detalle. Porque si no distraía mi mente con algo, estaría persiguiendo a un hijo de perra que le gustaba drogar y violar chicas. Day volteó otra hoja. —Ascendipam. Era el frasco de medicamento vacío en su bolso. La droga que dejó de tomar después de solo dos pastillas. Así que la botella tenía veintiocho pastillas restantes.

—El informe de toxicología confirmó alcohol, Ascendipam, y Rohypnol. —¿Se pondrá bien? —Sonaba como un montón. El fallo de un órgano apareció en mi mente. Y no había visto al doctor todavía. —Se nos ha dicho que debería tener una recuperación completa. Limpiaron su estómago a tiempo. —Menos mal. —Solté una fuerte respiración. —Si ve o escucha de Trevor, asegúrese de llamarnos inmediatamente. —Day abrió la parte inferior del portapapeles, sacó una tarjeta, y me la entregó. Me quedé mirando la maldita cosa, imaginando cómo iría ese encuentro si Trevor aparecía con su patético rostro. Seguro. Los llamaría “inmediatamente”… justo después de matarlo a golpes. —El personal del hospital está monitoreando su habitación —continuó—. No tendrá ningún otro visitante aparte de usted. El resto del tiempo, sin importar cuántos minutos fueron, pasó en un borrón. No necesitaban que yo presentara cargos; era automático por intento de violación a un menor. Pero de todos modos firmé sus formularios, presentando cargos formales. La rabia que brotó de mi interior quería hacer mucho más que firmar trozos de papel. Para el momento en que los oficiales salieron de la sala de espera, otras dos familias habían llegado. Una tenía un niño que corría por la habitación, chocando con todo, mis piernas incluidas. No me importaba. La sacudida del niño me sacó de la neblina de entumecimiento en la que había caído. Agotado, me levanté y regresé por el pasillo. Permanecí en silencio en su puerta. Su cuerpo durmiente estaba en la misma posición que cuando me había ido con los oficiales. Se veía tan inocente. Casi le había sido arrancada esa inocencia… y por poco su propia vida. Un pulso fuerte latió en mi cabeza. Que ella estuviera ahí en esa cama era mi culpa. Ella era mi responsabilidad. Mientras había sido agredida, había luchado por su vida, yo había estado en una fiesta.

No solo en una fiesta. Había estado tratando de salvar a Kiki de quedarse sin hogar. Pero debería haber estado salvando a mi hermana de un violador. La vida no era justa. A veces me sentía como un niño —con sueños y la universidad—, pero que había sido empujado al papel de padre. Supongo que no tenía la oportunidad elegir. Había tomado una dosis de felicidad con todas las responsabilidades que tenía y me había dado un duro golpe. Podría haber sido peor. Los monitores pitando querían decir que Logan todavía estaba viva. Me necesitaba. Ahora más que nunca. ¿Mi felicidad? Tendría que esperar. Una vibración en mi bolsillo trasero me sacó de mis pensamientos. Saqué mi teléfono. Una línea de Kiki apareció en la pantalla. Cinco pequeñas palabras saltaron como una orden que mi cuerpo agotado no pensaba desobedecer: Ven. No importa cuán tarde.

Kiki

—¿E

ntra? —La voz de Darren resonó cuando golpeó mi nota en la mesa de trabajo.

Ira salía de él. Eso extinguió la linda réplica listilla que casi le lancé antes de levantar la mirada. No estaba de humor para jugar. —No sabía a qué hora vendrías. —Así que dejaste la puerta abierta. —No tienes una llave. —Y pegaste una invitación para que cada chico idiota caminando por tu callejón entre y te viole. Tragué con fuerza, mi pulso empezando a acelerarse. Nunca lo había visto enojado. Y estaba furioso. Conmigo. Pelear con él parecía estúpido. No tenía idea de qué noticias había recibido. Y quería apoyarlo. Ayudarlo en cualquier forma que pudiera. Lo que significaba tomar la fuerza de su ira. Podíamos lidiar con pequeños problemas como seguridad en el hogar después. —¿Cómo está Logan? Dejó escapar una dura respiración. —Dicen que va a estar bien. Está inconsciente por la noche. ¿Qué pasó?, era lo que quería decir, pero tenía miedo de preguntar. Un pequeño maullido sonó desde debajo de la mesa de trabajo. Chipmunky. Había presentido que algo estaba mal.

Darren bajó la mirada, probablemente al gatito. Pero no se movió. No reaccionó. Como si su habilidad para responder a cualquier estímulo se hubiera perdido. Como si pensara que una nota pegada en mi puerta principal hubiera sido un faro para matones y violadores. Entonces se hundió en un taburete. Su rostro cayó entre sus manos. —Va a estar bien. —Repetí su noticia con un tono suave, en caso de que no lo hubiera asimilado cuando la había pronunciado. Siguió silencio. Del tipo inquietante cuando estás sentado en un enorme almacén y ni siquiera el viento se atreve a hacer vibrar una ventana. —Casi se suicidó —susurró. Suicidó. El impacto de esas palabras golpeó mi pecho como un mazo. Tuvo que haberlo aplastado como una bola demoledora. —Porque ese imbécil de Trevor iba a violarla. —Oh Dios mío —susurré, conmocionada. Repentinamente, las horrendas imágenes de imbéciles y violadores tenían una explicación. Había sido metido en medio de esa pesadilla. Furia brotó de mis entrañas también. Que Logan tuviera su corazón en ese tipo imbécil. Y él había querido usarla, herirla. Mucho peor de lo que yo había atravesado. Al menos lo mío había sido sexo consensual. Darren permaneció allí sentado, derrotado. Tenía la sensación de que quería quedarse ahí, castigarse. Antes de que tuviera una oportunidad de moverse o rechazarme, rodeé la mesa y envolví mis brazos a su alrededor. No luchó contra mi agarre. En cambio, dejó salir una larga exhalación. —Lo siento mucho, Darren. En mi abrazo, sus respiraciones aumentaron. Mis brazos se expandieron, luego se contrajeron, en círculos cada vez más amplios. —No puedo hacer esto. —Su voz había bajado, casi no lo escuché. —Sí, puedes. —Lo apreté más fuerte, esperando que mi fuerza se filtrara a él—. Podemos.

Con una sacudida de cabeza que se filtró a sus hombros, se liberó de mi agarre. —No, no puedo. —Se alejó del taburete a tropezones, distanciándose un buen par de metros de mí antes de levantar su mirada. Su expresión se retorció en algo torturado para cuando sus ojos se encontraron con los míos. —No puedo con un… nosotros. —El susurro más ligero salió de sus labios. Mi corazón se estrelló en mi garganta. No podía encontrar mi siguiente respiración mientras lágrimas brotaban de mis ojos. Los suyos también se llenaron de lágrimas. Los cerró de golpe y me dio la espalda, agarrando el borde de la mesa de trabajo. —La defraudé, Kiki. No estuve ahí para ella. Había estado en mi fiesta. Se había lanzado por mí. Para salvarme… y casi la había perdido. El mundo giró fuera de su eje. Agarré mi sección del borde de la mesa, tratando de sostenerme. Finalmente, aspiré una respiración para evitar desmayarme. Pero el aire quemó al entrar. Todo desde mi piel a mi alma dolía. —Casi muere. —Su tono retenía sombría finalidad. Como si esa horripilante verdad se hubiera convertido en su sentencia de muerte. —No podrías haber prevenido lo que le pasó esta noche. —No sabes eso. No lo sabía. Y no era lo suficientemente egoísta como para engañarme pensando que lo sabría mejor en sus circunstancias. —¿Así que vas a alejarme? —Mi voz sonó débil. —Nunca tuve ningún derecho para dejarte entrar. —¡Pero lo hiciste! —El rugido angustiado rebotó en los pisos de concreto, hizo eco en las paredes. Un sollozo se liberó mientras trataba de mantener la compostura. Lágrimas cayeron por mi rostro—. Tú eras… —Las palabras se

quedaron atascadas en mi garganta—. Se suponía que fueras solo una aventura de una noche. —Lo siento, Kiki. No quería que pasara nada de esto. —No se movió. Tan solo se quedó mirando la mesa. —Pero sucedió. —Cerré mis ojos, incapaz de creer lo que estaba sucediendo. —Fue mi peor pesadilla. Tomar algo para mí… para que luego me costara a Logan. —No tomaste “algo”. Tú tomaste a alguien. Me tomaste a mí. —Abrí mis ojos y lo fulminé con mi mirada. Finalmente, después de una larga inhalación temblorosa, me miró. —Lo último que quería era lastimarte. —No me lastimaste. Me estás lastimando. En este momento. —Envolví mis brazos a mi alrededor, cerrando mis ojos fuertemente mientras trataba de detener el dolor. Con el corazón triturado, me encogí en el escalofriante vacío de mi mente, incluso mientras deseaba que viera que yo valía la pena. Así como Logan era digna de ser protegida y luchar por ella, yo también. Calidez se envolvió a mi alrededor, sus poderosos brazos se juntaron alrededor de mi cuerpo. Y con ese gesto sincero, perdí la cordura. Mi cabeza cayó contra su pecho y mis hombros se estremecieron mientras sollozos desgarradores atravesaban mi cuerpo. Largos segundos después, cuando empezaron a disminuir, jadeé en busca de respiración, solo para estrellarme otra vez. Mis labios empezaron a hormiguear por hiperventilar. Sus respiraciones acompasadas eran elaboradas, forzadas. —Por favor, nena. Lo siento mucho. Hipé. —Deja de decir eso. —Pero es así.

—No cambia nada. —Amargura llenaba mi acusación. Dejó salir un pesado suspiro. —No. —Dijiste que podíamos ser solo amigos. Dejó salir una risa sardónica. —Deberíamos haberme escuchado. Presioné mis palmas en su pecho, apartándome de él para encontrar su mirada. Lágrimas no derramadas brillaban en sus ojos. Los míos se llenaron de nuevo mientras mi voz disminuía a un susurro. —Hiciste que me enamorara de ti. Me miró fijamente, cepilló una lágrima de mi mejilla mientras una de las suyas finalmente se liberaba. Luego inhaló una respiración profunda. —Lo sé, nena. Lo sé. Yo también. Mi siguiente respiración se seguía atascando mientras batallaba por llenar mis pulmones. —Genial. Entonces ¿ahora qué? Me salvaste de ser una persona sin hogar. Ahora me estás abandonando. —No abandonando. Solo… no puedo hacer esto entre nosotros ahora. Es… es demasiado. Por ahora. Después del devastador impacto de todo esto, comencé a ver su posición gradualmente. Lo entendía. Había dicho desde el comienzo que no podíamos estar juntos. Su motivo había sido que era complicado. Ahora era más complicado que nunca. Me aferré a él, agarré su camisa por su espalda baja con mis puños. No quería soltarlo. Después de una respiración inestable, suspiré. —No estoy segura de que podamos ser “solo amigos”.

Sentí una ligera presión en la cima de mi cabeza. Como si estuviera apoyando su barbilla ahí. —Yo tampoco. Así que ahí estaba. Éramos nada. Por ahora. Esas palabras temporarias llenas de esperanza finalmente se filtraron en mi cerebro. —Necesitas solucionar las cosas. —Tal vez solo necesitaba unos días de descanso para controlar las cosas. Lo sentí asentir suavemente sobre mí. —Necesito asegurarme de que Logan está bien. Que está estable. Tenemos que atravesar dos años más antes de que el estado no pueda alejarla de mí… de la única familia que ha tenido. Por supuesto. En mi egoísmo, no me había dado cuenta de cuán difícil lo tenían. Y la enorme responsabilidad que tenía él. Sabía que se amaban profundamente. Solo tenían problemas para estabilizar las cosas después de la tragedia. Él no necesitaba unos días. Necesitaba años. ¿Podríamos sobrevivir a eso? —¿Me esperarás? —Su voz tembló. Mi interior se derrumbó ante su incertidumbre. Esperanza había teñido su súplica. Lo apreté más fuerte mientras las lágrimas comenzaban a fluir otra vez. —Sí. —Tragué el nudo gigante en mi garganta—. Sí, te esperaré. Él era nuestro héroe. Mi héroe. Lo había estado esperando toda mi vida. ¿Qué es un par de años más? Aun así… el miedo se apoderó de mi núcleo. Esta noche sonaba demasiado como un adiós.

Y para dos personas que solamente habían tenido un puñado de días para amarse el uno al otro… ¿Un par de años? Parecía como a una eternidad de distancia.

Darren

—T

e ves como la mierda —acusó Logan de cerca, con un tono realista. Me froté el rostro. Una profunda somnolencia nublaba mi cerebro mientras abría los ojos con un pestañeo.

Me miraba desde la cama de hospital. —Estás despierta. —Adrenalina atravesó mis venas. Me levanté del sillón reclinable bruscamente y fui apresurado a su lado—. ¿Necesitas agua? Creo que permiten trozos de hielo. —Agarré los controles de la cama, fui a presionar el botón para la enfermera. Logan atravesó su mano entre la mía y el sistema electrónico. —Cálmate. Estoy bien. —Aunque su voz salía ronca, su piel tenía un mejor color. Aun así, la miré con los ojos entreabiertos. —No estás bien. —Estoy mejor que tú. Luces como un maldito zombi. —Ladeó la cabeza—. Piel pálida, ojos enrojecidos. Bien alimentado, pero un muerto viviente. —No es divertido. —¿Has estado llorando? —No por ti. —Vaya, gracias. —Dobló la sábana, luego alisó la manta—. Tratando de no sentirme insultada.

—Tú —La señalé con un dedo acusador—, me diste un susto de muerte. Difícil llorar cuando no puedes respirar. —Lo siento. La tranquila frase dolió. Entonces me escuché diciéndosela a Kiki. Una completa palabra perdedora. No comenzaba a cubrir el dañino dolor. Ni se acercaba. —Está bien. —No lo estaba. Pero lo estaría. Tenía que estarlo. —Si no llorabas por mí, quién fue el afortunado que tuvo el honor. —Kiki. —¿Kiki? —Su ceño fruncido duró solo una fracción de segundo. Entonces sus ojos se agrandaron—. Oh Dios mío. ¿Qué pasó? ¿Kiki está bien? Resoplé. —Casi te matas, ¿y estás preocupada por Kiki? —No casi me maté —gruñó, entrecerrando los ojos—. Responde la pregunta. —Kiki está bien. O lo estará. —Eso esperaba—. Terminé con ella. —¿Hiciste qué? —Terminé con ella —dije más convincentemente, tragándome mi castigo. —Eres un idiota. —Este idiota pretende mantenernos juntos. —¿A qué precio? —No estuviste allí en la sala de espera, Lo. Había oficiales de policía allí. Me asustó demasiado. Si no pensaban que somos unidos, los próximos funcionarios del gobierno con los que me siente serán trabajadores sociales. Con una profunda respiración, me dirigió una mirada penetrante. —No me estás escuchando, D. ¿No te diste cuenta de que no estábamos viviendo? Yo estaba encerrada en mi dormitorio, deprimida como el infierno. Tú eras un zombi, yendo sin sentido entre el trabajo y la universidad. Mantener comida sobre nuestra mesa no es vivir, es trabajar como un esclavo.

—¿Qué quieres que haga, Lo? —Me eché hacia atrás y me senté en el pequeño sofá junto al sillón reclinable. —Vive. La poderosa palabra resonó entre nosotros. Solo habíamos estado sobreviviendo, pasando de un día a otro. —No siempre fui un zombi. Se cruzó de brazos, su mirada todavía fija en mí. —No, en las últimas semanas no lo fuiste. Correcto. Debido a Kiki. Suspiré y sacudí la cabeza. —Es demasiado, Logan. Kiki merece más que el tiempo que puedo darle. Eres mi familia, y no me voy a arriesgar a que te suceda algo de nuevo. —No estás a cargo de cada uno de mis movimientos. —Su voz se calmó y miró hacia otro lado, quitando un hilo de la manta tejida de color canela—. Solo tomé las pastillas para salvarme. —Cuán ridículamente irónico. —No sabía qué más hacer. Trevor me asustó. Y entré en pánico. —Se encogió de hombros a medias—. Consumir todas las pastillas frente a él fue lo único en lo que pude pensar. Sabía que lo asustaría. No podía culparla por utilizar un último esfuerzo cuando solo tenía segundos para defenderse. —Bueno, menos mal funcionó. Sus labios se elevaron un poco en una sonrisa ladeada y sus cejas se levantaron ligeramente. —¿Todavía contento de estar atrapado conmigo? Solté una bocanada de aire, luego crucé la habitación y tiré de ella a mis brazos. —Más de lo que alguna vez sabrás.

Chilló y me empujó el pecho. —Paciente necesita oxígeno aquí. Después de unos segundos de tranquilidad, ambos aferrándonos al otro, agradecidos de estar vivos, la solté y me quedé mirando el expediente médico metido en el soporte de plástico sobre su puerta abierta. —Se supone que el médico pase alrededor de la hora del almuerzo para darnos un informe. —¿Cuánto tiempo tengo que quedarme? —La enfermera dijo que un par de días. Creo que son requeridos por ley, cada vez que es… Luché por decir la devastadora palabra. Su mano agarró mi antebrazo. —No lo digas. —Está bien. Yo… está bien. —Un calambre se instaló en mi garganta. Por lo mucho que había perdido… y casi perdido. —¿Podemos escaparnos? Resoplé una breve carcajada. —Solo si queremos que nos persiga servicios sociales. Entró una enfermera. —Oh, estás despierta. ¿Cómo te sientes? Logan parpadeó por la sorpresa. —Estoy bien. ¿Podría beber un poco de agua? Cuando la enfermera asintió y desapareció, Logan volvió a mirarme. —Entonces… ¿ahora qué? ¿Volver al zombi trabajando como esclavo? —Muy divertido. Mi corazón se hundió ante su argumento.

Pero era necesario. Mi prioridad número uno era que permaneciera a salvo y darle lo que necesitaba. Y tenía que estar involucrado en su vida, hacer tiempo para ser un participante más activo. Logan tenía que estar antes que los demás, incluyéndome. Sin ser capaz de detenerlo, mis pensamientos se desviaron hacia mi última imagen de Kiki: ella mirándome fijamente con lágrimas en los ojos. Yo hice eso. Una sensación de ardor se encendió en el centro de mi pecho. Después de varias respiraciones profundas, froté mi esternón en un débil intento de aliviar la presión. Un repentino movimiento me arrancó de mis pensamientos, luego una pequeña caja de pañuelos golpeó el lugar donde había estado frotando. Cayó en mi mano. El rostro de Logan se retorció en un profundo ceño. —Eres un idiota.

Kiki

E

l silencio resuena más fuerte cuando lo escuchas. Había llorado hasta dormirme las últimas noches, pero me sentía como si no tuviera nada más dentro de mí para llorar. El entumecimiento había tomado el control.

En mi hogar rescatado —por un héroe que había conquistado a la chica, luego había desvanecido—, vagaba por mi almacén vacío, golpeada por la intensa tranquilidad. Después de que me sentara en mi mesa de trabajo durante unos minutos, Chipmunky saltó y rozó los brazos que había apoyado debajo de mi barbilla, como presintiendo que necesitaba un poco de cariño. Su fuerte ronroneo irrumpió en el silencio ensordecedor de la mejor manera. —Oye, enano. —Mientras pasaba mis dedos sobre su multicolor y elegante pelaje, un recuerdo destelló: Al menos un chico quiere lo que estoy ofreciendo. Mis dedos se congelaron a medio camino. Le había dicho eso a Chipmunky la mañana después en que Darren me había traído a casa y luego me había encontrado en el callejón. Mi último intento de una aventura de una noche se había convertido en el comienzo entre Darren y yo. Y a unos metros más allá de donde estaba sentada había sido el final. Mi pecho ardía, incapaz de inhalar la siguiente respiración. Mis ojos dolían, llenos de lágrimas. Entonces grandes y gruesas gotas bajaron por mi rostro, y empecé a sollozar de nuevo.

La clase de arte del martes vino y se fue. Me obligué a ir. Logan no se presentó. Nada de llamadas. Nada de mensajes de texto. Ni de ella. Ni de Darren. Silencio absoluto. Y aunque me preocupaba por ellos —esperaba que Logan estuviera mejorando, extrañaba a Darren a un nivel que no podía describir—, mantuve mi distancia y no establecí contacto. Después de todo, ya no éramos amigos. El miércoles, me desperté y fui a correr por primera vez en tres días. Se sintió bien salir al aire fresco y a la luz del sol otra vez. Probé un nuevo sendero, aumentando mi distancia a casi ocho kilómetros. Por primera vez controlé las cuestas abajo, cuidadosa de pisar con precisión mientras mantenía un ritmo constante. ¿Cada vez que mis pensamientos derivaban hacia Darren? Me presionaba más. Ocurrió en muchas ocasiones. Pero la angustia mental se traducía en dolor físico, lo que solo alimentaba mi determinación de mantener mi enfoque en el sendero; nada más. Y en el vasto espacio abierto, en medio de la naturaleza, encontré un tipo diferente de silencio: Una paz en mi cabeza y corazón. Se había convertido en un compromiso entre lo que mi cuerpo podía soportar si lo castigaba y lo que mi cerebro estaba dispuesto a dejar de lado a fin de aliviar el dolor. ¿Cuando llegué a casa esa tarde? Lo hice oficial: me apunté para la carrera. Luego descargué el mapa de la carrera de un parque que aún no había visitado. Hice una nota mental de comenzar el entrenamiento en el sendero de carreras a partir del día siguiente. El sitio web describía el sendero como un circuito de paleta de caramelo: la misma vía recta para el comienzo y finalización con un círculo de seis kilómetros y medio en la cima, casi ocho kilómetros y medio en total.

El resto de la tarde me mantuve ocupada, empacando las cajas de las obras de arte vendidas para enviarlas a los compradores. Y no pensé en Darren mientras lo hacía. Mucho.

El jueves por la tarde, fui a la clase de arte emanando un poco de mala actitud. Porque… ¿en serio? Darren se implanta en mi vida, y ¿después simplemente deja caer todo? Y luego… ¿ni un mensaje de texto o llamada telefónica? ¿No quiere saber si estoy bien? Ante el último pensamiento, una punzada de culpa se esparció a través de mí. Necesitaba centrarse en su hermana… quien prácticamente no había estado bien. Entonces suspiré, dándole un descanso. Su amor por mí había sido real. Increíblemente real. Sin importar lo que sucediera, aunque nunca encontráramos el camino para regresar el uno al otro de nuevo, mi vida había sido irrevocablemente alterada por él. Había sido realmente amada. La puerta se abrió, sacando mi atención fuera de mis pensamientos. Logan entró. Al igual que otros diez estudiantes. Su mirada captó la mía, y fue directamente hacia mí. —Oye. Solté un suspiro tembloroso. —Oye. ¿Estás bien? —Sí. Salí del hospital ayer. Tuvieron que mantenerme hasta entonces. —Con sus piernas rebotando nerviosamente, echó un vistazo a los demás cuando tomaron sus asientos.

—Me alegro. —Asentí, dándole una cálida sonrisa—. Estuve muy preocupada por ti. Inclinó su rostro ligeramente hacia abajo, mirándome por debajo del ala de su sombrero negro. —Nosotras todavía somos amigas. Yo… él… —Dejó escapar un suspiro de frustración—. Solo quería decir eso. —Gracias. Eso significa mucho. Miré a los estudiantes, quienes uno a uno habían comenzado a mirarnos fijamente mientras hablábamos en voz baja al frente, luego la miré de nuevo. —¿Él…? ¿Qué? ¿Piensa en mí? ¿Me extraña tanto como lo extraño a él? En vez de sonar débil y desesperada, lo mantuve neutral. —¿Está bien? Ella me lanzó una mirada sin expresión. —Define bien.

Darren

—¿Q

ué? —gruñí a mis compañeros de banda—. ¿A la espera de una invitación? Nick apretó la mandíbula. Trey entrecerró los ojos.

Skinny JJ se limitó a sacudir su cabeza decolorada, luego tocó la primera nota en su teclado, y la alargó, dejando que la nota muriera cuando ni Nick ni Trey se unieron. Siguieron mirándome. No estaba de humor. No podía respirar. No había sido capaz de dormir. Durante los últimos días —desde el domingo—, había estado haciendo todo lo correcto. Aun así, el mundo se sentía mal. —¿Qué le pasa? —Nick le disparó una mirada a Logan, sus greñudos mechones rojos cayendo sobre su frente. —Está siendo un idiota —murmuró ella. —Un idiota que anoche fue a tu concierto de rock en la secundaria. —Había mantenido la promesa que le hiciera semanas atrás mientras iba en zigzag a través del tráfico, retrasado para mi audición en el estudio—. Estuviste impresionante, por cierto. Murmullos de acuerdo hicieron eco en el garaje. Nick asintió y le dio medio abrazo. —Lo has hecho bien, niña.

—¿Vamos a tocar o qué? —Mi rodilla rebotó mientras dejaba escapar un fuerte suspiro. Si los hijos de perra no empezaban en los próximos segundos, arrancaría un ritmo sin ellos. Había estado agitado toda la semana, con demasiada energía y sin nada mejor para mantenerme alejado de mis pensamientos. Había terminado las clases. El trabajo en el estudio no empezaba hasta el miércoles siguiente. Y la insana cantidad de dinero que hacía con Dino ahora justificaba aligerar mi carga. Le había entregado mi trabajo como DJ a mi chico, Rick, quien ya había estado ayudando en Loading Zone y eventos. Cade había accedido a que solamente trabajara en fiestas Solo con Invitación viéndolo caso a caso. Trataría de trabajar en las que pudiera y delegaría el resto a Rick. —No hasta que te descargues, amigo. —Nick se sacó la guitarra. Trey hizo lo mismo. JJ permaneció sentado en un taburete con un movimiento enfático de cabeza. —Se enamoró. —Logan permaneció donde se encontraba de pie, con las manos apoyadas en su guitarra. Sus abrazadores ojos se estrecharon hacia mí—. El idiota la abandonó, por mí. Mis entrañas se apretaron por la verdad en sus palabras. Un dolor ardió, profundamente en mi pecho. De nuevo. Había estado sucediendo durante varios días. No podía dejar de pensar en Kiki, sin importar adónde fuera ni qué hiciera. Y mi corazón seguía haciéndose trizas una y otra vez, todo el maldito tiempo. Me volvía jodidamente loco, queriendo… necesitando… lo que no podía tener. —No estoy escuchando esto. —Guardé mis baquetas en su estuche—. Pensé que quizás tocaríamos una última vez. Pero si no quieren, me voy. —La vi en la clase de arte hoy. —Su voz se suavizó. Mis piernas se tensaron. Mi respiración se detuvo. Había estado a punto de levantarme, pero me quedé exactamente donde estaba sentado.

—¿Sí? No preguntes. No preguntes. Me quedé mirando un trozo de pelusa en el cemento junto a la mininevera. Si no miraba a Logan, tal vez no enloquecería. —Sí —fue todo lo que dijo. Le siguió el silencio. A excepción de mi pulso que martilleaba a un ritmo malvado en mis oídos. —¿Yyyy? —Trey arqueó las cejas. —Se ve como la mierda, D, igual que tú. Apenas se mantiene cuerda en el exterior, sus ojos están llenos de dolor. Nick dio un firme asentimiento. —Eres un jodido desastre. Me recosté en mi taburete y me crucé de brazos. —No sabía que esto iba a ser una intervención. —Es lo que es. —JJ apoyó un brazo en la unidad de estantería de acero contra la pared—. Lo que sea que necesites. Asentimientos siguieron alrededor de la habitación. Excelente. Dejé escapar un suspiro agotado, listo para largarme. No necesitaba estar en contacto con mis sentimientos. Había estado en ese agujero oscuro toda la semana. Vine aquí para salir de mi cabeza. —Oye. —El rostro de Logan se iluminó—. Eso es. Tienes que venir a nuestra próxima reunión de SPS. Resoplé. —Malditamente no. —No. En serio, D. —Se acercó un paso, bajando la voz—. Lo necesitas.

Nuestras miradas se encontraron. De hermano a hermana. De guardián a chica a cargo. Familia. Mientras miraba los ojos expresivos que contenían experiencia más allá de sus años, dejé escapar un lento suspiro. —Necesitas esto. —Así es. —Puso su mano en mi antebrazo—. Tú también lo necesitas. Necesito que estés entero para mí. Tienes que entender que no puedes dejar de vivir para cuidarme. Primero tienes que vivir por ti. —Lo haré, Lo. Pero no ahora. —Ahora, D. Tienes que vivir por ti ahora. No conseguimos oportunidades para ser felices a menudo. Tienes que tomar la tuya. —Ya hemos hablado de esto. Yo… no puedo hacer las dos cosas. —Apreté mis ojos con fuerza por un instante—. No puedo hacerlo bien, de todos modos. Mira lo que sucedió. —Suceden cosas de mierda, D. Nosotros lo sabemos. Pero no puedes controlar todo, así que dejar de intentarlo. —Apretó mi brazo—. Ven a la reunión del martes. Prométeme que estarás allí. Verás que puedes hacer ambas cosas. No tenía ni idea de cómo tenía toda esa seguridad sobre algo que yo no podía ver más allá. Todo lo que sabía era que Logan me necesitaba; todo de mí. Pensaba que eso significaba centrar toda mi atención solo en ella. Ella insistía en que había algo más que eso. Y haría cualquier cosa por ella, sobre todo cuando me miraba con esa mirada suplicante en sus ojos. —Muy bien. Estaré allí. Pero no te voy a prometer nada.

Nunca había estado en las reuniones SPS de Logan. No como participante. Claro, había observado un par de veces durante unos minutos desde atrás. Había atravesado la puerta una vez o dos, echado algún vistazo por las ventanas. Pero nunca había asistido desde el principio, nunca me había convertido en parte del grupo.

La sala se sentía calurosa y me aparté la camiseta del pecho durante una fracción de segundo mientras me sentaba en la silla más cercana a la puerta. Mi corazón latía más rápido de lo que tenía sentido mientras echaba un vistazo a las otras catorce personas quienes, una a una, reclamaban su asiento en el círculo. Tomé una respiración profunda, intentando calmarme de una jodida vez. Es solo una reunión inofensiva, D. Mantén la cordura. Había venido por Logan. No por mí. Cerca de la pizarra en la parte delantera, Logan hablaba en voz baja con un hombre alto de mediana edad que me miró. Luego le dirigió un asentimiento a Logan y una palmada en el hombro antes de que ella se sentara en el asiento vacío a mi lado. El hombre con quien había hablado se dirigió al grupo una vez que la última persona estuvo sentada. —Hola, soy Ron. —Hola, Ron —respondió el grupo, incluido yo. —Algunos de ustedes han escuchado mi historia, otros no. Me ayuda compartirla de vez en cuando. Porque cuando perdí a mi niña, Denise (tan solo catorce con toda una vida por delante y desapareció en un instante), me cerré durante varias semanas. ¿Entonces? Centré todo mi enfoque en mi hijo, Dillon, estudiante de último año en la secundaria. »Volví loco a ese pobre muchacho. Estaba en todos sus asuntos y preocupado por todo: sus amigos, lo que hacía por la noche, cómo eran sus calificaciones, si bebía o se drogaba. Cada vez que salía, me angustiaba por su regreso a casa. Incluso lo seguí un par de veces. Ron negó con la cabeza. —Loco, lo sé. Pero yo… —Su voz se quebró—, sentía como si le hubiera fallado a mi hija. Me rehusaba a fallarle a mi hijo. Excepto… que estaba haciendo justo eso cuando empecé a asfixiarlo. Empezamos a discutir, fuerte. Su voz bajó.

—Y puse todo ese enfoque en mi hijo a expensas de mi esposa, de nuestro matrimonio. Ella se mantuvo en silencio todo el tiempo. Sufría en silencio por la pérdida de nuestra chica a pesar de que me necesitaba. »¿Un día? Me detuve. Dejé de intentarlo. Dejé de controlar a mi hijo. Solo lo dejé ir. Una vez que lo hice, un enorme peso se levantó de mí. Tomó un tiempo, tal vez un par de semanas, pero mi hijo empezó a sonreír de nuevo eventualmente. Lo mismo hizo mi esposa. Porque me hice un tiempo para ella también; para nosotros. Le clavó una mirada penetrante a la mujer directamente frente a él, luego su mirada examinó el círculo hasta que aterrizó en mí. —Me llevó muchos dolores de cabeza darme cuenta de que el mejor regalo que podemos darle a nuestros seres queridos es nosotros mismos; estar enteros y ser felices. Tenemos que permitir que respiren, permitir que vivan y cometan errores. Y tenemos que vivir también. Nos lo debemos a nosotros mismos y a ellos. Mi cabeza zumbaba por la historia de Ron. Las similitudes… la lección… me golpeó fuerte. Cuando miré hacia la izquierda, Logan me miraba con una expresión suave. A continuación, determinación cruzó por su rostro. Agarró mi mano y me tiró de mi asiento hacia la esquina de la habitación, mientras el grupo continuaba, murmurando en el fondo. Me miró, compasión en sus ojos. —Dijiste que no puedes hacer ambas cosas. Tú no tienes que hacerlo. Nosotros lo haremos. Ya no tengo trece. No tienes que manejar todo solo. Hacemos esto juntos. Necesito que vivas por ti. Di un débil asentimiento, incapaz de hablar por el calambre que bloqueaba mi garganta. Logan me necesita entero… y feliz. Y joder, necesitaba a Kiki para eso. Pero primero tenía que ordenar mi cabeza.

Kiki

E

l día de la carrera llegó sin ninguna algarabía. Y, aun así, había alcanzado un logro importante antes de haber puesto un pie en el sendero.

Finalmente había comenzado a dejar el luto por la devastadora pérdida de Darren; la autopreservación lo exigía. En pequeños incrementos, empujando mis límites con una carrera de sendero diaria y sumergiéndome en diversas nuevas esculturas, había quitado minuciosamente el “nosotros” de mi cabeza —y de mi corazón— y lentamente me había convertido en un “yo” otra vez. Pero la nueva yo resultó ser profundamente diferente. Me había convertido en una mejor versión de mi yo independiente: más brillante en el interior, lista para enfrentar los desafíos que me esperaran en el exterior. Todo porque había amado y había sido amada. Debido a Darren. Incluso había comenzado a confiar con mi arte otra vez: me acerqué al dueño de la galería Eiselmann, donde habíamos celebrado la fiesta de Industrial Grunge, e hice arreglos para crear unas piezas para vender allí. Pero cuando puse mis Vibrams en la tierra, con el número de carrera adhesivo fijado en mi camisa y gorra puesta bien abajo, lo extrañé. Una gran parte de mí quería compartir la increíble experiencia de la carrera con él, mostrarle cuán lejos había llegado. El tiro de salida se disparó, su sonido resonando en las paredes de roca de la montaña a mi izquierda, dispersando mis pensamientos. Nuestra manada de hombres y mujeres despegaron juntos, ciento treinta y siete en total, de acuerdo con el oficial de carrera que me había registrado en la zona de inicio.

Sin haber corrido antes, me quedé en la parte posterior para empezar, queriendo asegurarme que todos los extremistas tuvieran dominio total del sendero en su velocidad vertiginosa. Los corredores tenían diferentes opciones para correr: ocho kilómetros (una vuelta alrededor del bucle de piruleta de seis kilómetros y de regreso a la línea de llegada) o catorce kilómetros (haciendo una segunda vuelta alrededor del bucle). Opté por la carrera de ocho kilómetros. Al poco tiempo, pasé a varios corredores, mujeres y hombres. Se produjeron algunos atascos en las rocas salientes, obligándome a escalar el extremo más pronunciado así no tenía que bajar la velocidad. En el último kilómetro de la vuelta, mientras tomaba un camino cuesta abajo lleno de piedras sueltas y esquivaba ramas de pino, mi hombro recibió un golpe, una competidora grosera abriéndose camino. Tropecé, causando un deslizamiento por roca suelta, luego caí dando volteretas sobre una escollera irregular a lo largo del borde del camino. Dolor destelló en mi cabeza, mis rodillas, y mis manos mientras el mundo daba vueltas salvajemente. Y entonces finalmente me detuve sobre tierra más blanda. Con un gemido arrastrado, me volteé lentamente sobre mi espalda. Tuve una terrible jaqueca repentina mientras inhalaba respiraciones profundas, comenzando a evaluar mis lesiones. Podía respirar sin dolor. Siempre es una buena señal. —¿Estás bien? —retumbó una voz profunda sobre mí. Abrí los ojos para ver a un extraño de cabello oscuro mirándome. —Eso creo. —Mi mente destelló a otra caída, otro sendero, y las palabras preocupadas de Darren: Mierda. Kiki, ¿estás bien? —Vamos a asegurarnos de que todo esté funcionando. —El hombre me prestó asistencia, luego me entregó mi gorra polvorienta que se había caído de mi cabeza. Luego de unos segundos de flexiones de brazo y pierna, y su rápida revisión de mis pupilas, verificamos que no necesitaba atención médica inmediata. Los músculos de sus muslos temblaron, y cambió su peso de una pierna a otra. Miré la pechera con el número de carrera en su camiseta. No era un oficial de la carrera; era un corredor. —¡Vete! —Me reí, apuntando hacia el sendero—. ¡Patea traseros por mí!

Después de que él arrancara, otros dos corredores kamikaze pasaron rápidamente a mi lado, saltando por la pendiente rocosa a velocidades vertiginosas. Una vez que sentí una apertura segura, caminé por el sendero. Aparte de un dolor de cabeza que se había aliviado, rasguños y moretones que ardían, y dolor general, todo parecía estar funcionado apropiadamente para que continuara la carrera. Tomé un par de saltos tentativos, luego me establecí en un trote lento hacia la pendiente, plantando cuidadosas pisadas en tierra firme. Cuando nada hizo relucir dolor alguno, aceleré el ritmo hasta que regresé a mi antigua velocidad de carrera. Por las carreras de práctica, sabía que faltaba menos de medio kilómetro por la vuelta y medio kilómetro de camino recto, lo cual conducía hacia la meta final. Estaba atenta, cada sentido intensificado después de la caída. Escuchaba activamente en búsqueda de pisadas detrás de mí, hombros tensionados, preparada para empujar a cualquier otro corredor que sintiera que la carrera de sendero era un deporte de contacto. Pero el resto de la carrera transcurrió sin incidentes. Cuatro corredores pasaron esprintando en los últimos noventa metros. Incrementé mi velocidad, tranquila y estable, hasta que la meta de llegada se desdibujó. Resonaron aplausos y gritos de los espectadores, oficiales, y otros finalistas de la carrera. Pero ninguno específicamente por mí. Porque no había invitado a nadie. Una pequeña parte romántica de mí esperaba que Darren estuviera allí. Pero la lógica me decía que no podía ser. Él necesitaba ser fuerte por su hermana. No podíamos ser “solo amigos”. Y ni una vez me había enviado señales mezcladas. Jadeando por aire, troté unos pocos pasos más, luego bajé la velocidad a una rápida caminata, levantando mis brazos sobre mi cabeza cuando localicé el puesto de ayuda. Después de que mis respiraciones descendieran lo suficiente, bebí de golpe varias pequeñas tazas de su bebida electrolítica. Dos médicos se encontraban sentados detrás de una mesa al final. Uno de ellos levantó sus cejas hacia mí y se puso de pie. Pero me sentía bien, así que le

hice un gesto con la mano y pasé por delante, planeando comprobar las dos filas de tiendas de campaña de vendedores cerca del final del estacionamiento. —Felicidades, Flash. Mi corazón tartamudeó. La profunda voz familiar se deslizó sobre mi piel como una sensual caricia. Esto no está pasando de verdad. Seguí caminando y levanté una mano para frotar mis dedos por mi cuero cabelludo a través de la tela de la gorra. Debí haberme golpeado la cabeza con más fuerza de la que pensé. —¿Flash? Darren. Me congelé en el lugar. —Eres real —susurré, incapaz de creerlo. Mis rodillas empezaron a temblar, y me giré lentamente para no derrumbarme sobre mi trasero. Allí se encontraba. Ese cabello negro enmarañado que amaba tanto enmarcaba su rostro. Esos profundos ojos verdes brillaban bajo la directa luz solar. Una fina camiseta negra abrazaba su cuerpo musculoso, cubierto con jeans desteñidos. Hermoso. Aquí. Sus ojos se abrieron repentinamente y vino corriendo, cerrando la distancia de dos metros entre nosotros. —Oh, mierda. Kiki… —Su voz se suavizó al decir mi nombre y levantó su mano, flotando sobre mi mejilla izquierda. Pero no me tocó—. Maldición, nena, ¿estás bien? Parpadeé. Nada tenía sentido. Claramente, sufría una contusión. Porque mi alucinación hermosa y rodeada por un halo de luz solar de Darren me había llamado “nena”.

Cuando sonreí ante la nitidez de la experiencia de ensueño, lista para tocar a mi aparición para ver si estallaba en polvillo dorado resplandeciente con el ligero toque de mi dedo, mi labio dolió. —Ay. —Me estremecí ante la repentina punzada de dolor. Frunció el ceño. Profundamente. —¿Kiki? Su mirada recorrió mi cuerpo. Lo seguí, mirando la suciedad incrustada en mi camisa, las irregulares rasgaduras en las rodillas de mis pantalones, y puntos de oscuro color carmesí salpicados sobre toda la tela de ambos. Inhalé una respiración temblorosa, insegura de lo que estaba sucediendo. —¿Por qué me estás mirando así? Tragó con fuerza, luego dejó escapar una respiración calculada. —Te gotea sangre por el lado izquierdo de tu rostro. —Oh. —Llevé un dedo a mi mejilla. Pegajosa… húmeda. Real. Entonces extendí mi mano, mirándola hasta que hizo contacto con su antebrazo. Cálido. Sólido. Muy real. —Estás aquí —exhalé, sorprendida. Y más que un poco aturdida por ese hecho. —Lo estoy. Espero que esté bien. —Se estiró por mis gafas de sol—. ¿Puedo? Cuando asentí distraídamente, las quitó. Entonces entrecerró los ojos hacia mi rostro, sobre mi ojo izquierdo. —Es un corte limpio de cerca de dos centímetros, justo bajo tu ceja. El sangrado parece estar disminuyendo. Las palabras clínicas se desdibujaban, mi lesión intrascendente. Después de todo, había terminado la carrera. Pero él está aquí mismo… —¿Qué estás haciendo aquí?

—Estamos aquí. —Asintió hacia atrás sobre su hombro. Logan se encontraba junto a la cabina más cercana. Saludó animadamente, una sonrisa gigante en su rostro. Levanté una mano y le ofrecí un saludo a medias mientras se empezaba a formar una sonrisa tentativa, pero el dolor en mi labio me detuvo otra vez. Al igual que mi confusión. —Pero… ¿por qué? —Logan me hizo ver que no tenía que controlar todo. Me ayudó a darme cuenta de lo que era importante. Mi corazón comenzó a latir más fuerte. Pero tomé una profunda respiración, negándome a saltar a conclusiones. —Logan me necesita completo —continuó—. Para ella. Examinó mis ojos por largos segundos. —Para estar completo… te necesito. Abrumada, lágrimas brotaron de mis ojos, amenazando con desbordarse. —Nosotros… una pareja… ¿juntos? —Mis palabras sonaron casi incoherentes a través de respiraciones jadeantes. Con cuidado, envolvió sus brazos a mi alrededor en un tierno abrazo y me miró a los ojos. —Solo si me recibes, Flash. Solo si soy lo suficientemente afortunado… —Su tono se redujo a un susurro—. Solo si también me necesitas. Con el corazón golpeteando, mi cuerpo tembló. Deslicé mis brazos alrededor de su cintura, y me aferré a él, deleitándome con lo que había dicho, lo que significaban sus ponderadas palabras. Porque aunque podría caminar penosamente por la vida sin él, si era obligada a hacerlo, mi humilde y artístico mundo de carreras por sendero estaba completo con Darren. Dejé escapar un suspiro agradecido y apreté mi agarre, determinada a nunca soltarlo otra vez. —Sí. —Apoyé mi mejilla derecha en su pecho, cerrando mis ojos—. También te necesito.

í Darren

A

la noche siguiente, Kiki y yo tuvimos nuestra primera cita… postreencuentro. Para ser exactos, nuestra primera auténtica cita planeada.

Antes de que nos hubiéramos ido de la carrera, había recibido atención médica, ante mi insistencia. Luego, después de que nos hubiéramos ido por caminos separados —Logan y yo a nuestra casa, Kiki a la suya— nos habíamos enviado mensajes de texto casi sin parar. Y tuvimos tres largas conversaciones telefónicas, la última de las cuales continuó hasta altas horas de la noche hasta que habíamos empezado a cabecear. Dos semanas sin comunicación lo habían exigido. Ahora estábamos de pie en su patio en el aire fresco de la noche, su mano entrelazada firmemente en la mía. Estábamos contemplando el silencioso espacio del patio que parecía más vivo desde la fiesta que habíamos tenido allí. Todas sus preciadas e incompatibles colecciones de mesas de café habían sido devueltas a sus lugares. Hilos de luces de la fiesta permanecían encima de nosotros, balanceándose con la brisa. La maceta de ladrillo, una vez escasa con solo unas pocas hierbas, ahora estaba desbordada con florecientes plantas. Durante la última hora, nos habíamos alimentado mutuamente con comida china; un plato principal en lugar de todo el buffet. Unos minutos atrás, habíamos lanzado los envases destruidos en su bote de basura. —Gracias. Por todo. —Se inclinó contra mi costado mientras su voz se reducía a un susurro—. Por amarme. —Gracias por permitírmelo… por esperar. Asintió en silencio. Luego se giró hacia mí, agarró dos puñados de mi camisa, y me tiró hacia abajo hasta que mis labios chocaron suavemente con los suyos.

Gratitud llenó mi corazón mientras envolvía mis brazos alrededor de ella, suspirando en nuestro beso. Retrocedió bruscamente, luego agarró mi mano y tiró de mí hacia la entrada principal. —Ven aquí. Tengo algo que quiero mostrarte. Mi risa hizo eco cuando entramos a su almacén. —También tengo algo que quiero mostrarte. —No eso. —Golpeó mi mano cuando la rodeé alrededor de su cadera—. Quiero mostrarte algo que hice para ti. —No todavía —gruñí a modo de corrección, acercándola a mis brazos cuando llegamos a las escaleras que conducían a su apartamento. A medida que subíamos, la sostuve en mis brazos y le acaricié el cuello con mi nariz. Cada estremecimiento y pequeño gemido que hizo quedó grabado en mi cerebro, marcado en mi corazón. —Detente. —Sus ojos se iluminaron con picardía cuando abrió la puerta, se dio la vuelta, y puso una mano entre nosotros—. Espera. Solo por dos minutos. Con una respiración constante, el rostro inclinado hacia abajo, seguí cada uno de sus movimientos mientras hacía la cuenta regresiva de cada segundo. —Ciento diecinueve, ciento dieciocho, diecisiete… Presionando sus labios en una línea firme, intentando evitar una sonrisa, entró a la cocina y abrió el cajón más cercano debajo de la encimera. Sacó algo ancho y plano cuidadosamente. Sostuvo los bordes con cuidado antes de colocarlo sobre la mesa del comedor. —Noventa y ocho, noventa y siete —bromeé, acercándome más para echarle un vistazo a lo que había hecho. Mi conteo se detuvo cuando mi mandíbula cayó abierta. —Animal —susurré. El amado personaje de los Muppets había sido dibujado en intensas líneas negras sobre un grueso papel blanco.

Tocó mi brazo con un asentimiento. —Después de enseñar algunas clases, saqué mis carboncillos. Y… aunque no estábamos juntos, yo solo… —Tomó una respiración profunda—. Dibujarlo me hizo sentir cerca de ti. —Me encanta —dije con voz ronca—. También hice algo para ti. Capté la confusión surcando su frente justo antes de que me diera la vuelta y me alejara de ella, enfrentando su cama. Bajé mi cabeza, estiré una mano hacia el espacio entre mis omoplatos, agarré mi camiseta y me la quité. Dejando un brazo curvado hacia arriba, me volví de nuevo hacia ella. Jadeó, luego se acercó más. —Es hermoso. —Eres tú. Sus dedos trazaron el nuevo tatuaje de media luna, tan grueso como el que me representaba. Se curvaba hacia adelante sobre mi pecho, su punta culminando sobre mi corazón. —¿Cuándo? —Hace unos días. Una vez que creí que podría tenerte —Se me formó un nudo en la garganta con todas las cosas que se proyectaron en mi mente: amor, felicidad… ella—, y esperaba que tú me recibieras. Tragó con fuerza. —Me encanta —susurró. Repentinamente, una mirada traviesa cruzó su rostro. Puso ambas manos sobre mi pecho, y me empujó con fuerza. Aterricé en su cama sobre mi espalda segundos antes de que se abalanzara sobre mí, sentándose a horcajadas sobre mi cuerpo. Examinó mis ojos por un momento y los suyos se suavizaron con emoción. Luego sus labios rozaron los míos, una vez, dos veces, antes de abrirse aún más.

Envolví mis brazos alrededor de ella y suspiré en nuestro extraordinario beso, tan malditamente agradecido de haber perseguido a la chica que pensaba que solo podía manejar una aventura de una noche. Entonces apreté mi agarre, calidez llenando mi corazón cuando murmuró contra mis labios: —Quedémonos aquí para siempre.

RULE BREAKER

L

eilani Kealoha quiere ser liberada. De las expectativas familiares. De las generaciones de prejuicios. Rechazando las reglas hechas por los orgullosos hombres hawaianos de su familia, anhela descubrirse a sí misma y tiene hambre de explorar el mundo. ¿Su corazón aventurero? Anhela algo aún más grande, más profundo. Lo último que espera es que un surfista haole de la costa este tenga la clave de todo. Mason Price está harto de caminar el camino de sus padres. Harto de la aceptación social… de las políticas frías. En una búsqueda surfista para reinventarse, Mase encuentra una belleza exótica de pie sobre su toalla. Pero es su ardua negociación lo que lo toma desprevenido. Cuando la desafía a un juego de beber de “verdad o chupito”, ella le revela inconscientemente más de sí de lo que había pretendido… y de él. La cruda verdad lo aturde: Ella ha sufrido al igual que él, está perdida como él, mantiene secretos como él. Pero ¿serán suficientes el amor de jóvenes y las situaciones compartidas como para conquistar las diferencias raciales y culturales? Las líneas en la arenas… estaban destinadas a ser cruzadas. Unbreakable #2
Unbreakable 01 - Heartbreaker - Kat & Stone Bastion

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