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Kath y Brisamar58
Maria_clio88 JandraNda Mimi Axcia Rosaluce Karen´s Cjuli2516zc Nelshia Lvic15 Vettina
Maria_clio88 Naif Pochita Caronin84 Maye
Dabria Rose Dabria Rose
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Desde el momento en que la vi a través de la ventana de su floristería, algo más que la oscuridad se arraigó dentro de mí. Charlie brillaba como un faro en un mundo que desde hace mucho tiempo perdió cualquier luz. Pero nunca fue para mí, un hombre que asesinaba sin remordimientos y recogía recompensas manchadas en sangre. Pensé que mantenerme lejos la mantendría a salvo, la escudaría de mí. Estaba equivocado. El peligro me seguía el rastro como la muerte en una casa de matanzas. La protegí de las amenazas que rondaban como buitres negros, la mantuve a salvo con muerte tras muerte. Pero todo viene con un precio, en especial las segundas oportunidades para un hombre como yo. Asesinar por ella era fácil. Era vivir por ella lo que resultó ser la parte difícil. Nota de autora: Esta es una novela romántica. No es una lectura súper oscura, no hay advertencias. Violencia y sexo explícito incluido. Final feliz, sin trampas.
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Estacioné en mi lugar habitual bajo una farola rota. El golpeteo desde el maletero había disminuido finalmente, no es que me importara demasiado. Un auto pasó, sus faros iluminando la pequeña nevada que caía a lo largo de los sucios escaparates. Sórdido, excepto por el punto brillante al otro lado de la calle, Jesse's Flower Pot. El resplandor de las ventanas se reflejaba en el pavimento húmedo y negro, y las flores de la ventana prometían romance a cualquiera que se aventurara dentro para comprarlas. Charlie, la dueña, estaba parada detrás de su mostrador, su oscuro cabello rizado sobre sus hombros mientras jugueteaba con una cinta en un jarrón de rosas rosadas y amarillas. ¿Cuántas veces la había observado por la ventana? No podía contar las noches, los momentos, había demasiados. Siempre quería entrar y decirle algo. Siempre me quedaba justo fuera de su cálido halo. Una mujer como ella no era para un hombre como yo. Otra patada en el maletero confirmó el pensamiento. ―Déjalo, Benny ―maldije entre dientes―. Se acabó. Se estaba tomando su tiempo en desangrarse. Hijo de puta. Charlie inclinó la cabeza hacia un lado y retrocedió para estudiar su obra. Sin estar satisfecha, desató el lazo y cortó a lo largo de la cinta satinada. Luego pasó las tijeras por las tiras. Regresaron rápidamente a su posición, los zarcillos se encogieron unos contra otros hasta que parecían una flor blanca y salvaje. Sus dedos trabajaban con delicada precisión, cada movimiento se concentraba en crear belleza desde la nada. Miré mis nudillos marcados con cicatrices. La carne moteada contaba la historia de sangre, dolor y una vida vivida en servicio a la muerte. No podía imaginar nada diferente. Estas manos eran violencia y nada más. Aun así, me imaginaba cómo se sentiría la piel de Charlie bajo mi áspero contacto. Suave, tan suave.
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Volviendo a la ventana, observé cada movimiento que hacía, catalogándolos en mi mente. Era como un charco de agua, la emoción ondulaba en su superficie y telegrafiaba sus sentimientos al mundo. Guardé cada expresión de su rostro en forma de corazón, los guardé para poder sacarlos y examinarlos más tarde. Atrapé mi reflejo en el retrovisor: ojos fríos, mandíbula severa y una crueldad que vivía justo debajo de la superficie. Sabía lo que era, que cualquier cosa que tocara se convertiría en putrefacción y muerte. Eso no me impidió desearla. Una vez más, se alejó y examinó su creación, su frente se arrugaba por la concentración. Mi tiempo pasado en el exterior mirándola me había enseñado mucho acerca de ella. Perfeccionista. Amistosa, pero también reservada. Hablaba con sus clientes, pero su lenguaje corporal permanecía cerrado. Había excavado un poco más profundo de lo que debería y descubrí que no estaba casada. Tampoco un novio. Con veintiséis años, tenía siete años menos que yo. No importaba nada de eso. Nunca nos conoceríamos. Un Mercedes negro pasó rodando, sus neumáticos siseaban sobre el reluciente pavimento. El tinte de la ventana me impidió ver al conductor. Me tensé, mi mano fue atraída hacia el acero frío dentro de mi abrigo como un imán. El auto siguió por la calle y se dio vuelta. Cuando sus luces traseras rojas desaparecieron de vista, me relajé y reanudé mi vigilancia. Después de un largo día, verla era lo único que podía calmar el mar de sangre dentro de mí. La venganza emanaba de mis poros hasta el momento en que la vislumbré. Y entonces conocí la paz. Podría sentarme durante horas y solo observarla. Finalmente satisfecha, tomó el florero y lo colocó en el refrigerador más cercano a la puerta principal. Echó un vistazo a la noche, sus ojos recorrían mi auto. El vello de mi nuca se erizó cuando miró por la ventanilla lateral del conductor, a mí. Pero el tinte de la ventana era demasiado oscuro. Todo lo que podía ver era un cuadrado negro de cristal, la oscuridad verdadera que se sentaba detrás de ella estaba oculta a su vista. Miró fijamente, buscando algo que nunca la dejaría encontrar, antes de volver a su trabajo. Un estertor en el maletero me dijo que mi tiempo había terminado. Necesitaba llevar a Benny al basurero, llevar el auto al limpiador y dormir un poco. Vince ya tenía dos trabajos más preparados para mañana. Los cambios en la dirección siempre traían un montón de trabajo a mi puerta. Pero el nuevo jefe era igual que el viejo jefe, y cada jefe necesitaba a un hombre como yo en la nómina. Alcancé la palanca de cambios, capté el movimiento por el rabillo del ojo y me agaché cuando el mismo Mercedes de antes subió y se detuvo junto a mí. Esta vez, la ventana del pasajero estaba bajada, y un tarado idiota con una semiautomático disparó al lateral de mi auto. El estallido de la pistola y el ruido de las balas que
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golpeaban en el metal cortaron la noche. La ventana de mi lado del conductor explotó. Me quedé quieto, mi sangre más fría que los copos helados que flotaban alrededor del auto. Charlie sería lo suficientemente inteligente como para agacharse, lo sabía con tanta seguridad como sabía que el imbécil que estaba disparando contra mí estaría muerto antes que su cañón tuviera la oportunidad de enfriarse. Ella estaba segura al otro lado de la calle. Solo esperaba que no estuviera mirando por la ventana, porque la mierda estaba a punto volverse sangrienta. Abrí la puerta lo suficiente para meter mi 9mm con silenciador en el hueco. Apreté el gatillo y le di al neumático trasero del lado del pasajero del Mercedes. El pequeño estallido de mi arma se perdió en el fuego rápido de mi atacante. Varios tiros más cortaron a través del aire, seguido por un sonido de chasquido. Él necesitaba volver a cargar. ―Vamos, Conrad. Esta mierda ha terminado. ―Una voz más alta con un chillido inconfundible. Geno, uno de los mejores chicos del ex jefe. ―Geno, ¿eres tú? ―Fingí un gemido fuerte―. Me duele mucho, hombre. Otra lluvia de balas, esta vez de una pistola más pequeña. Esperé el clic. El momento en que escuché el arma amartillarse, me senté y disparé a Geno justo entre los ojos. Su mirada de sorpresa hizo que las comisuras de mis labios se crisparan en diversión. Se desplomó en el asiento del pasajero. Disparé otra ronda al neumático delantero, luego apunté más alto al guardabarros y puse tres balas en el motor. El conductor gritó y trató de escapar. El idiota no notó sus neumáticos deshinchados. El auto bajaba cojeando por la calle, yendo a la misma velocidad que una silla de ruedas eléctrica. El conductor estaba atrapado. Más importante aún, estaba muerto, él no lo sabía todavía. Por lo general, me tomaba mi tiempo con cualquier persona que atentaba contra mí, pero no tenía el lujo de hacerle daño. No cuando Charlie tenía un asiento en primera fila de la carnicería. Le eché una mirada a su tienda. No se la veía por ninguna parte. Bien. Reventé el neumático trasero del lado del conductor con un tiro fácil. Ya sabía lo que iba a pasar. Parte de lo que me hacía un asesino de primera clase era mi habilidad para calcular el futuro. Matar a la gente era algo así como un rompecabezas de lógica. Si el imbécil A ve al idiota B ser asesinado, ¿cuál es el siguiente movimiento del imbécil A? La cosa era que yo siempre sabía los próximos tres movimientos, no solo el primero. Todo lo que tenía que hacer era esperar. Seguí el auto y me agaché a un costado mientras el conductor disparaba unos pocos disparos salvajes, que rebotaron por la ventana trasera del pasajero. El auto finalmente crujió y se detuvo, el motor dando un gran ―jódete― a los neumáticos
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desmenuzados. Me arrastré hasta la parte trasera, el escape chisporroteó alrededor de mí en una ráfaga de vapor y humo. Entonces, escuché lo que estaba esperando. Pasos corriendo. Me levanté y maté al conductor con un solo disparo en la parte posterior de la cabeza. Cayó y se deslizó a lo largo del pavimento hasta que su rostro crujió contra la acera. Era una cosa de mierda, disparar a un hombre por la espalda, pero algunas cosas ―como tratar de asesinarme― no podían quedar sin respuesta. Me acerqué a él y reconoció al amigo de Geno, Mikey. Añadí una bala más a la primera. Rápido. Clínico. Y no sentí una maldita cosa. Un auto se acercó. No, una minivan. Detrás del volante, los ojos de la mamá futbolista se abrieron de par en par. Esa fue mi señal. Me volví y corrí hacia mi vehículo. Encendió a pesar de los agujeros de bala. Le di una última mirada a Jesse's Flower Pot. No podía volver aquí, no después de esto. Maldije a Geno y al otro idiota por arruinar este lugar para mí. La única cuadra de Filadelfia que en realidad me hacía sentir como un ser humano se fue. Charlie se paró en la ventana, una mano sobre su boca mientras el horror pintaba sus rasgos con un trazo débil. Algo dentro de mí dolía, como si una avispa hubiese hundido su aguijón en mi pecho. Era un recordatorio. Esto es lo que su vida sería conmigo. Terror y sangre. No era vida en absoluto. ―Hasta nunca, Charlie. ―Puse el auto en marcha y me alejé de la acera mientras las sirenas lejanas prometían problemas.
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El BMW negro hizo chirriar las ruedas al bajar por la calle y salir de la vista. Tan pronto como se fue, salí corriendo de la tienda hacia el Mercedes. Cristales rotos crujían bajo mis zapatos y mi aliento formaba un halo blanco en medio de los copos de nieve. ―¿Hola? ¿Te encuentras bien? ―Me acerqué a la puerta lateral abierta del conductor y me asomé. Se me revolvió el estómago. Un hombre muerto, con los ojos en blanco y vidriosos, me miraba desde el asiento del pasajero. La sangre corría por el lado de su nariz por el agujero entre sus ojos. Me produjo arcadas y retrocedí. Otro cuerpo estaba boca abajo y sin vida al lado de la acera. Sabía que no podía estar vivo. No después que el hombre del traje oscuro le hubiera disparado prácticamente a quemarropa. Pero tenía que comprobarlo, por si acaso pudiera salvarse. Me acerqué. ―¿Hola? No se movió. Metí las manos en los bolsillos del abrigo y di un paso más. La parte posterior de su cabeza era un desastre carmesí, el cabello enmarañado con sangre y carne. Retrocedí, luego me incliné y vomité. Todo lo que había comido quedó salpicado en el pavimento. ―¿Charlie? ―El señor Chan estaba en la puerta de la tintorería dos edificios abajo. ―Quédese adentro. ―Levanté una mano―. No hay nada que podamos hacer. ―Llamé a la policía. ―Su anciana voz se quebró cuando intentó atravesar el aire helado―. Vuelve a entrar. No es seguro. Me di la vuelta y me apresuré a regresar a mi tienda, las ventanas calientes parecían intactas del derramamiento de sangre ahí fuera. Después de cerrar y asegurar la puerta, caminé hasta el mostrador, mis piernas rígidas y mecánicas mientras la bilis me quemaba la garganta.
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Las sirenas se hicieron cada vez más altas hasta que las destellantes luces azules y rojas se reflejaron en las ventanas de la tienda desocupada al otro lado de la calle. Dos autos de policía y una ambulancia se detuvieron cerca del final de la cuadra. Peleé conmigo por haber apagado las luces y fingido que había cerrado. Después de todo, el señor Chan serviría como un testigo perfectamente bueno de lo que sucedió. Los policías no me necesitaban. No quería hablar. No sobre lo que pasó, y definitivamente no sobre él. El hombre que me observaba desde hacía meses. Se había ido, sus neumáticos chirriando mientras giraba la cuadra y se internaba en la noche. Algo me dijo que no volvería a sentarse en su lugar habitual de enfrente. No sabía quién era, no sabía nada de él. Pero por alguna razón, cada vez que notaba su auto bajo la farola rota de la calle, me sentía segura. Era ridículo, especialmente teniendo en cuenta que el tipo era un completo extraño. Podría haber estado esperando allí para hacerme daño. No habría sido la primera vez. Pero ese no era su propósito. Podía sentirlo. En cambio, simplemente observaba. Nunca había visto su rostro, no hasta que atravesó la calle con la muerte en sus ojos. Había terminado con el conductor de un disparo certero. En ese momento, la imagen del asesino fue grabada en mi cerebro. Cabello oscuro, piel clara, mandíbula cuadrada cubierta de barba descuidada y ojos claros. No podía decir si eran verdes o azules, pero estaba segura que eran intensos. Se movía con agresividad, cada parte de él exudaba venganza calculada. Incluso su caminar de depredador gritaba peligro. Sin embargo, era extrañamente hermoso para un hombre que mataba sin remordimiento. Me estremecí y me apresuré hacia la puerta. Con un movimiento de muñeca, la tienda se oscureció. Solo esperaba que los policías no hubieran notado las luces cuando llegaron a la cuadra. Las sombras que me rodeaban me dieron cierta comodidad mientras me hundía en ellas, alejándome de la ventana y metiéndome en la oscuridad. El compresor en el estuche de los lirios a mi derecha se activó, el bajo murmullo familiar y tranquilizador. Desde ese ángulo, todavía podía ver el Mercedes, pero no al muerto en la calle. Dos policías se acercaron al vehículo con sus armas. Pronto, se dieron cuenta que el hombre muerto en el interior no era una amenaza y sus armas fueron enfundadas. Uno comprobó dentro del auto mientras que el otro miraba de un lado al otro en la calle mientras la nieve comenzó a caer más pesada, los copos gruesos y medio derretidos. Más oficiales llegaron y comenzaron a desplegarse, llamando a las puertas mientras buscaban en la cuadra. Dos oficiales pasaron frente a mi ventana y se detuvieron. Me apreté fuertemente contra la pared mientras sonaba una serie de golpes en la puerta de la tienda.
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―Señorita Fairbanks. Salga de ahí, señorita. ―Una voz de joven, con un chirrido inseguro―. Sus vecinos dijeron que estaba en la calle después de lo que sucedió. Nos gustaría saber lo que vio. Vi a un asesino con un traje oscuro con ojos atormentadores y una sed de asesinato. Yo no era una fan de hablar con la policía. Traían problemas, y eso es lo último que necesitaba. Otra ronda de golpes, más duros que los últimos. ―Vamos, abra. ―Una voz ronca se abrió paso hasta mis oídos. Supongo que él era el policía malo y el chico el bueno. Me alejé y pasé por la puerta de la parte trasera de mi tienda. Los oficiales hablaron entre sí en voz baja. ―Vamos a hablar con sus vecinos, luego regresaremos aquí, y nos dejará entrar. No quiere que pensemos que ha interferido con la escena del crimen o que está intentando obstruir nuestra investigación ―Al parecer, el policía malo ganó la discusión silenciosa―. Eso es razón suficiente para llevarla a la estación de policía. ―Hizo una pausa y se aclaró la garganta―. Prepárese para hablar cuando volvamos. Cuando el aire permaneció en silencio durante unos cuantos latidos, dejé escapar mi respiración en un sonoro suspiro. Necesitaba encontrar mi bolso y escabullirme por la entrada trasera. No hablaría con los policías. Las sombras de mi pasado intentaron invadir mi mente, sus dedos esqueléticos invadiendo la materia gris. Alejé los pensamientos. Ya no era una víctima. No esta vez. Si la policía quería forzar el asunto, llamaría a mi abogado. Tomé el bolso del mostrador junto al amplio fregadero, pero no tuve la oportunidad de ir más lejos. Una mano se posó en mi boca y una voz en mi oído me advirtió: ―Di una maldita palabra y serás una perra muerta. Un dolor violento en el lado de mi cabeza comenzó con chispas y terminó con oscuridad.
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Una dura punzada sobre la mejilla me despertó. La oscura habitación se enfocó, como lo hizo el gran hombre de pie frente a mí. Su calva brillaba en la luz de una bombilla colgando a medio metro de su cabeza. No podía sentir mis manos. Estaban atadas a mi espalda y mis piernas estaban atadas a la silla de madera en la que estaba sentada. ―¡Berty, está despierta! ―Sonrió hacia mí, la falta de sus dientes frontales dejando un hueco negro detrás de su labio superior. Un punzante dolor se disparó por mi cabeza e irradió hacia mi columna. Gemí mientras los pasos hacían eco desde el otro lado de la habitación. La bombilla iluminaba el final de unas escaleras de madera, pero no mucho más. No sabía dónde estaba, pero hacía frío. Un frío que te cala hasta los huesos, uno que hacía que me castañeasen los dientes. El olor a orín contaminaba cada una de mis respiraciones. ―¿Frío? ―Unos brillantes zapatos negros llegaron a la vista. Un paso, luego el siguiente. Un pantalón gris apareció mientras el hombre se acercaba al foco de luz. El hombre calvo se echó a un lado, haciendo espacio para el recién llegado. “Berty” se adentró a la luz. Parecía tener unos treinta y tantos con cabello negro, ojos negros y una cicatriz recorriéndole la barbilla. Sus ropas eran muy cuidadas, la chaqueta quedaba bien en su cuerpo más pequeño. ―Charlie, ¿no es así? ―Giró un anillo de oro en su dedo índice izquierdo mientras nivelaba su mirada ónix con la mía. Mis dientes castañeaban aún con más violencia. ―D…déjame ir. Se rio y estiró las manos ampliamente. ―¿No te gusta la hospitalidad? Me estremecí ante el sonido de su voz. Algo en ella insinuaba una oscuridad que había visto antes, una que me ponía la piel de gallina. ―Solo quiero irme.
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Hizo un sonido de reprimenda y entrecerró los ojos. ―No tan rápido, Charlie. Tengo algunas preguntas para ti. Mi mente se apresuró. ¿Preguntas? ¿Qué quería? ―Si no las respondes a mi gusto, mi amigo Gary de allí, va a sacar algo de su agresividad en ti. ―Pasó la mirada por mi cuerpo, luego de nuevo a mi rostro―. Aunque puede que antes necesite sacar un poco de mi sistema. El corazón me dio un vuelco, la superficie llena de cicatrices marchitándose justo cuando estaba volviendo a mostrar señales de vida. ―Oh, vamos. ―Sonrió, la cicatriz estirándose por su barbilla―. No soy tan malo. Negué, las lágrimas manando y deslizándose por mis mejillas. ―P…por favor. ―Empecemos. ―Se sacó la chaqueta y se la entregó a Gary, luego comenzó a subirse las mangas―. ¿Cómo conoces a Conrad Mercer? ―¿Quién? ―Alcé la mirada hacia él. Su sonrisa titubeó mientras su mano se deslizaba por el aire. El anillo de su dedo conectó con mi pómulo. Mi cabeza cayó a un lado y un zumbido de dolor salió de mis pulmones. ―Intentémoslo de nuevo, Charlie. ―Se sentó en cuclillas frente a mí, sus manos en mis rodillas―. ¿Cómo conoces a Conrad Mercer? ―Subió las manos por mis muslos. Intenté cerrar las piernas, pero estaban completamente inmovilizadas. El corazón me resonaba contra las costillas y todo dentro de mí se enfrió mientras alcanzaba la parte superior de mis muslos. ―No conozco ese nombre. Por favor, detente… ―Me ahogué con mi súplica. Pasó las manos por mi cintura y me desabrochó el vaquero mientras todo mi cuerpo temblaba. ―No creo eso ni por un segundo, Charlie. Él tiene el hábito de sentarse fuera de tu tienda, observándote. Sabes a quién me refiero, ¿no es así? ―Me bajó la cremallera―. Bonitas bragas. El reconocimiento quemó en mi mente. ―¿El auto? ¿El auto negro que estaciona al otro lado de la calle? ―Ese mismo. ―Metió sus dedos fríos dentro del elástico de mi ropa interior. ―¡No! ―Me alejé de su toque, pero no había ningún sitio al que ir.
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―Eres su chica, ¿cierto? ―Se levantó y me aferró el cabello, echándome la cabeza hacia atrás mientras se cernía sobre mí. ―¿Qué? ¡No! ―Intenté mostrar la verdad en mis palabras―. No le conozco. Nunca lo vi hasta esta noche cuando l-le disparó a un hombre. ―Mi voz era aguda, frágil. Su agarre en mi cabello se apretó hasta que me ardía el cuero cabelludo. Luego puso la otra mano en mi garganta. ―Estás mintiendo. ―No. ―Jadeé mientras él apretaba. El aliento que tenía estaba atrapado en mis pulmones mientras sus ojos estaban fijos en mí. No aflojó, aunque pasó la mirada por mis labios y arriba de nuevo. ―Así es cómo es, Charlie. Te di una oportunidad. Me mentiste. Ahora voy a hacer lo que quiera contigo. Cuando haya acabado, voy a dejar que Gary tenga su momento. Gary masculló: ―Gracias, jefe. ―No hay de qué. ―No apartó la mirada de mí―. Y luego vas a decirnos la verdad. Dónde vive. Cómo llegar a él. Vas a decirnos esas cosas o vamos a cortarte en pedacitos, uno a la vez y se las enviaremos a Conrad. ¿Lo entiendes? No podía hablar y mis pensamientos se apagaron por la presión de su mano y la amenaza de sus palabras. La oscuridad cayó como un velo y mis párpados bajaron. ―¡Bert! ―gritó la voz de un hombre a lo lejos, como si estuviese al otro lado de dos latas atadas con un hilo. ―¿Nate? ―Un cálido aliento en mi rostro―. ¿Qué, hombre? ―Molly está preguntando por ti. Dijo que lo intentó con tu teléfono, pero fue directo al correo de voz. ―Joder. ―La mano en mi garganta desapareció. Tomé una bocanada de aire y abrí los ojos. Berty estaba frente a mí y sacó un teléfono de su bolsillo. ―No hay señal en este maldito vertedero. ―Miró el suelo de cemento y las paredes de ladrillo. ―Dice que es urgente ―continuó la voz―. Algo sobre el bebé.
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―Joder. ―Se alejó hacia las escaleras y señaló a Gary―. Hazle compañía, pero no la toques. Yo voy a ir primero. ―Berty subió las escaleras, sus brillantes zapatos desapareciendo un paso a la vez hasta que la puerta se cerró de golpe. Me ardían los pulmones mientras tomaba aire y luchaba por alejar las sombras que se arremolinaban en torno a mi visión. Intenté liberar mis manos, pero no se movieron. El miedo y la desesperación burbujearon en mi interior como una mezcla terrible. Gary irrumpió en la luz. ―Tú y yo. ―Se lamió los labios y se estalló los nudillos―. Pronto, zorra.
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Arrojé mis llaves a Sam. ―Un gran lío hace un momento, pero nada fuera de lo común. Sam se rascó el cabello grasiento y miró el auto mientras Slim, un cabeza hueca de ciento treinta kilos, usaba un soldador detrás de él. ―¿Quién fue? ―Benny. ―Examiné las filas de autos, las pilas de piezas y al par de mecánicos sucios. Sam escupió en el suelo de cemento oscuro. ―Mierda. Fui a la boda de su hermana hace dos meses. ―Mazel tov. ―Me volví hacia los juegos de llaves a lo largo de la pared del desguace mientras Slim volvía a trabajar con la soldadora―. ¿Mi Audi está listo? ―Sí, la llave está en el gancho. ―¿Todo donde tiene que estar? ―Preparado y cargado en el maletero, como de costumbre. ―Se estaba refiriendo a la pequeña armería que guardaba en mi auto. Sam y yo teníamos una larga historia. Había estado deshuesando autos, limpiando líos y acumulando una armería de primera categoría por el doble de años que yo había sido un asesino a sueldo. Era serio, aunque eternamente cuidadoso. No lo culpaba. Se sentó en el capó del BMW. ―¿Debería esperar más entregas? Tomé la llave familiar. ―No esta noche. ―Supongo que eso es un alivio. ―Sacudió la cabeza―. Benny era leal al viejo Serge, nunca salió de la línea. Si Vince le ordenó que apareciera, entonces... ―Se retorció las manos―. Te hace preguntarte qué pasará con el resto de nosotros.
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Le eché un vistazo por encima del hombro. ―Sigues haciendo autos para el hombre a cargo, quienquiera que sea, y te dejarán en paz. ―Sí, supongo que eso es correcto. ―Se rascó la barbilla, sus dedos convirtiendo a su desaliñada barba blanca en una sombra de gris―. De todos modos, sigo esperando el día que entres por esa puerta con una bala que tenga mi nombre en ella. ―Sam, si estuvieras en mi lista, nunca me verías venir. Asintió, la resignación en sus hombros hundidos. ―Ya lo creo. ―Hasta la próxima. ―Dejé la tienda mohosa, la puerta mugrienta abriéndose al aire frío de la noche. En lugar de sentirme rejuvenecido, mi necesidad de dormir se cerró a mi alrededor. Los días de guerra civil y derramamiento de sangre ―aunque eran buenos para los negocios― habían cobrado su precio. Mi celular sonó con un mensaje entrante. Caminé por el pequeño estacionamiento al lado del indescriptible almacén cuando cayó la nieve. La temperatura había bajado lo suficiente para que cuajase, aunque ninguna cantidad de nieve podría cubrir la suciedad que me cubría, el desguace, o la ciudad. Me metí en el asiento del conductor y pulsé el botón de encendido. El auto cobró vida con un ronroneo mientras sacaba mi teléfono del bolsillo. Tal vez le había mentido a Sam. Tal vez había más asesinatos que hacer antes que saliera el sol. Suspiré y abrí el mensaje. Berty tiene a tu chica. Calle Lerner casa segura. Sótano. Apresúrate. Sujeté el teléfono con tanta fuerza que la pantalla se rompió. “Tu chica” solo podía significar una persona. Charlie. Esa rata bastarda de Berty la había tomado. Había matado a su padre hace dos días, pintado el suelo de una panadería local con la sangre del viejo. Berty no había sido puesto en mi lista, a pesar que era costumbre derribar a los principales comandantes del jefe. No pregunté por qué. No era mi trabajo cuestionar a Vince, solo recibía órdenes. Pero esta vez, ¿necesitaba una orden para limpiar a esa mierda Berty de la faz de la tierra? Se había llevado a Charlie. Mi agarre se apretó en el volante. Había tocado lo que era mío. Me sacudí. Matar sin pago no era algo que hacía, aunque la rabia que ardía dentro de mí podría decir otra cosa en el momento en que tuviera a Berty ante mis ojos. Pero primero, tenía que llegar a Charlie. Ella no se merecía esto, y me maldije por pensar que podía verla sin llamar la atención.
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Después de tomar una tranquilizante respiración profunda, puse el auto en marcha y circulé en la calle. En cada luz roja, me detenía. En cada giro, usaba una señal. Aquí, a estas horas, tomaría solo un movimiento equivocado para conseguir un policía en mi trasero. Para este viaje, no necesitaba compañía. Todo lo que necesitaba era el pequeño arsenal en el maletero. Mis manos estrangulaban el volante mientras me acercaba a la casa segura. A ella. Ella estaba allí por mi culpa. Porque no había sido lo suficientemente cuidadoso. Por supuesto se dieron cuenta. Demonios, enviaron a Geno. Tenían que haber adivinado por qué frecuentaba ese lugar. Mierda. Cada segundo que pasaba era como un picahielos que se clavaba en mi cráneo. Sabía lo que Berty podía hacer. Demonios, había aprendido algunos de sus trucos más desagradables de mí. El instinto de apretar el pedal a fondo intentaba abrumar a la razón, pero no podía permitirlo. Había demasiado en juego. Charlie. Alejé un pensamiento de su cuerpo ensangrentado roto por manos crueles e intenciones aún más crueles. Después de una eternidad de calles laterales, me acerqué a Lerner. La casa de seguridad estaba oscura a excepción de una luz en la sala delantera. Unas sombras pasaban delante de la ventana. Continúe por la cuadra, luego me volví hacia el callejón y estacioné unas casas más abajo junto a un garaje decrépito. Envié un breve texto de respuesta. Sal ahora o busca un armario en el piso de arriba y reza. Nate sabía qué hacer cuando las cosas se ponían complicadas. Habíamos estado juntos desde nuestros días corriendo por las calles con nada más que la ropa a nuestras espaldas y las malas actitudes. Abrí el maletero y saqué una Glock 18 totalmente automática con una revista personalizada, cortesía de Sam. Tenía una capacidad de ciento cincuenta disparos. Más de lo que necesitaba, pero en esta situación, demasiado era mejor que no lo suficiente. Volví a recargar mi 9 mm, le puse un cargador, y la metí dentro de mi abrigo. Elegí una granada de luz para comenzar la fiesta. Mi teléfono emitió un pitido y un copioso copo de nieve aterrizó en la pantalla justo cuando lo saqué. Vete a la mierda, hombre. He estado buscando darle dos golpes a Peter por dos años. Voy a quedarme y jugar. Nate, hijo de puta loco. En silencio cerré el maletero y me arrastré por el callejón sombrío, manteniéndome cerca de las latas de basura y los autos dañados que rodeaban la cuadra. La noche estaba tranquila, la parte de atrás de la casa oscura cuando me acerqué. La casa era un edificio de dos pisos, probablemente la más
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bonita de la cuadra en los años cincuenta. Ahora era un esqueleto canceroso, decayendo lentamente y deseando que un fuego viniera a sacarlo de su miseria. La Glock colgaba pesadamente en mi mano mientras bajaba por la escalera de atrás. La madera avejentada crujió en el segundo escalón. Me detuve y escuché. Nada. Continué subiendo por las escaleras, abrí la puerta de malla unos centímetros a la vez para mitigar el chirrido de las bisagras. Desde los paneles de cristal rotos de la puerta de atrás se veía a la cocina. Estaba vacía. Los platos estaban amontonados en el fregadero y la mesa sucia estaba llena de colillas de cigarros. Mi aliento se amontonó alrededor de mi rostro mientras me inclinaba hacia atrás de la puerta y alzaba mi pie. Apuntando a la madera pelada junto al mango de la puerta, pateé. La puerta se rompió y se abrió. Gritos entraron en erupción adentro. Tiré del seguro de la granada de luz y la arrojé por el largo pasillo que recorría el centro de la casa. Apreté la espalda contra la pared junto a la puerta y esperé. Más gritos. La granada de luz detonó. Entré a empujones, disparé dos disparos contra un hombre que corría por el pasillo, y luego irrumpí tras él cuando cayó. Un tiro más a la cabeza lo remató cuando dos tipos entraron apresuradamente a la sala de estar en la parte delantera de la casa. Otro bajó corriendo las escaleras. Disparé a sus piernas a la altura de la rodilla con mi 9 mm. Se estrelló contra el rellano y gimió como una puta barata. Entré con rapidez al comedor y me agaché cuando los idiotas en el salón llenaron de balas la pared entre nosotros, ronda tras ronda. El yeso se rompió y estalló, lloviendo sobre mí mientras me agachaba hasta el suelo. El tipo de las escaleras pasó de gemidos a lamentos. La puerta del otro lado del pasillo se abrió, y alguien empezó a disparar con una pequeña semiautomática. Me dejé caer de espaldas y devolví los disparos, dejando que la Glock corriera salvaje en mi palma y gasté tantas balas como fue necesario para matar el imbécil. Cayó en un montón de sangre mientras las balas le destrozaban. Me incorporé y reconocí la calva. Gary. El jodido gran idiota tenía que venir. No podía ver mucho más allá de él, pero estaba dispuesto a apostar que había salido del sótano. Los disparos de la sala se hicieron más esporádicos. No había tiempo que perder. Me puse de pie y corrí por el pasillo, deteniéndome cerca de la abertura de la sala. Me agaché cuando más disparos golpearon la pared detrás de mí. El tipo al pie de los peldaños se dejaba caer como un pez fuera del agua, tratando de ponerse de rodillas y fallaba. Un disparo de mi Glock y se quedó quieto para siempre. Los disparos desde la puerta de entrada se extinguieron. Uno de ellos estaba sin munición. Asomé la Glock por el marco de la puerta y disparé, pulverizando el
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área. Un grito atravesó el aire y dos golpes resonaron cuando los cuerpos de los tiradores golpearon el suelo. Otro tiro sonó detrás de mí. Mi hombro ardía cuando me volví para encontrar a Peter bajando corriendo por las escaleras, disparando salvajemente. Le disparé con la 9 mm, pero una explosión sacudió la casa, voló hacia adelante y aterrizó sobre su compatriota en el fondo de las escaleras. Le devolví el arma. Nate bajó las escaleras y bombeó su escopeta para recargar otro cartucho. Acababa de reventar a Peter, como lo había prometido. ―Ya era la maldita hora, hombre. ―Sonrió y saltó sobre los cuerpos para mirar a la sala de estar. ―¿Lo limpiaremos? ―Me levanté y apunté ambas armas hacia la puerta del sótano. ―Sí. Parecen hamburguesas. Jesús, nunca te he visto usar la Glock. ―Se acercó a mi lado―. Y dejas que Peter te dispare por la espalda. Coño. ―Cierra la boca. ―Hice girar mi hombro, probando el dolor―. Todavía no he visto a ese cabrón de Berty. Vamos a terminar esto, conseguir a la chica, y salir antes que la policía llegue aquí. ―Lo tienes. ―Me siguió hasta la puerta del sótano. Cada uno tomo un lado y miró detenidamente a la penumbra. La mayor parte del espacio estaba completamente oscuro, ningún sonido en absoluto ahí abajo. Cualquiera entrando a través de la puerta le daría un tiro perfecto a Berty, nos dispararía uno por uno. ― ¿Tienes más de esas bengalas? ―Nate movió las cejas. ―No. No la arriesgaría, de cualquier modo. ―Mierda. A menos que hubiera otra manera de entrar al sótano, tendríamos que esperarlos. No era una buena idea, especialmente teniendo en cuenta que alguien podía haber llamado a la policía después de ese tiroteo. Uno nunca podía saber. Este vecindario era una basura que las explosiones y tiroteo podían no garantizar más que mirar y asegurarse que tu arma estuviera en tu mesa de noche antes de voltearse y volver a dormir. De cualquier forma, si los policías estaban en camino, el reloj estaba avanzando. Esperar. La paciencia me había mantenido vivo por treinta y tres años. Esperaría mi momento. Un musculo se contrajo en mi mandíbula ante el pensamiento de dejar a Charlie con Berty por más tiempo del necesario. Traté de ignorar el hecho de no haber escuchado un solo sonido proveniente del sótano, ni llanto ni gritos. Nada que me dijera que aún estaba viva. Me negaba a creer que se hubiera ido. Estaba viva. Ella estaba ahí. No era demasiado tarde. No podía. No esta vez.
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Nate sacó un cuchillo de su bolsillo y lo giró mostrando la hoja, entonces uso la punta para rascar debajo de su barbilla. ―¿Desde cuándo te conseguiste una chica? Recuerdo claramente que eras gay. Lo clave con una mirada que esperaba dijera “cierra la maldita boca”. ―No, hombre, en serio. Estaba seguro que te gustaba la polla. No estoy bromeando. No te he visto con una mujer en más de un año. No te he visto siquiera oler un coño desde… ¿cuándo fue la última vez? Ni siquiera puedo recordarlo. Como si tu interruptor gay se encendiera el año pasado, quizás después que me viste desnudo o algo. Digo, eso tendría sentido. Un cuerpo como este, cualquier hombre se haría gay por él. Sin duda. ―Asintió, concordando consigo mismo, antes de continuar su sarta de tonterías―. En verdad pensé que estabas en una dieta estrictamente de pene ya que nunca pareciste… ―¡Oigan idiotas! ―La voz nasal de Berty interrumpió las estupideces de Nate―. Si quieren a esta perra viva, se irán de aquí. ¿Entendido? ―¿Cómo sabemos que está viva? ―grité. ―Maldito Conrad Mercer ―gritó su voz filtrándose con veneno―. Esta perra de aquí me dijo que no ha estado follándote. Pero aquí estás, listo para mojar tu pene una vez que la tengas de vuelta. Zorras mentirosas, todas. ―¿Está viva o no? ―Sujeté la 9 mm hasta que mis nudillos se entumecieron. Si estaba muerta, no me importaba qué tan buen tiro tuviera de mí. Me apresuraría a través de esa puerta y arrasaría con cualquiera que siguiera vivo. ―Al menos sabemos que no fue violada. ―Nate alzó la voz y entrecerró los ojos en la oscuridad más allá de las escaleras del sótano―. No puedes hacer que ese blando fideo haga algo excepto gotear pipí. ―Pensé que eras tú, Nate. ―Berty escupió, el sonido magnificado por el silencio―. Maldito traidor. Te voy a despellejar antes de poner una bala en tu cerebro. ―Sí, muy escalofriante, hombre ―se burló Nate―. Me arriesgaré con un hombre nombrado por un personaje de Plaza Sésamo cualquier día de la semana. ―¡Hijo de puta! ―La ira de Berty ardió como una cerilla en la oscuridad. Tan diferente de su padre. La sangre de Serge siempre se mantuvo unos grados por arriba del congelamiento. Nunca alzo la voz, nunca hizo algo ostentoso, pero te mataba tan pronto como te miraba—. ¿Quieren saber si está viva cabrones? ―Un sonido de conflicto―. Aquí tienen. Un grito, alto y aterrorizado, rompió en el aire, congelando el aire en mis pulmones y empujándome a la acción.
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―Mantenlo hablando ―vocalicé hacia Nate. Sonrió con satisfacción. ―Fácil. Caminé por el pasillo, pisando ligeramente y contando con la escandalosa voz de Nate para amortiguar el sonido. ―Así que, gran hombre, digo eso con ironía por supuesto ya que eres más bajito que mi mamá; ¿cuál es tu plan para salir de este apuro? Los policías estarán aquí muy pronto y ciertamente, les encantaría hablar de toda clase de cosas, no menos importante es cuánto ama tu madre el anal. ¿Tienes algunas ideas que quieras compartir...? La voz de Nate estaba desvaneciéndose al moverme lentamente por los escalones traseros y acercándome alrededor de la casa. El sótano estaba completamente bajo tierra excepto por dos ventanas a lo largo de la parte trasera. Una ya estaba rota, y podía escuchar a Berty gritando obscenidades a Nate. Luego su voz descendió. ―Tú y yo podemos salir de esto, Nate. Abandonamos a Conrad. La dejo ir. Solo aléjate. La voz de Nate apenas llego a mis oídos. ―Incluso un idiota como tú es suficientemente inteligente para saber que no le digo ni una mierda a Conrad. Tomaste a su chica. Pagarás el precio. Porque cualquier otro hijo de puta en esta ciudad sabe que no debe ni mirar raro a Con, ¿pero tú vas y la cagas justo en su porche? ¿Qué te hizo pensar que era una buena idea? ―¿Quieres que la mate? Solo sigue hablando. Nate rió. ―Sé una molestia tanto como quieras. Igual que tu mamá. No me importa. La única farola funcionando en el callejón sería suficiente retroiluminación para mostrar a Berty dónde estaba si él alzaba la mirada. Mierda. No había tiempo para hacer algo sobre eso. Me dejé caer sobre la rodillas y me arrastré entre los descuidados arbustos frente a la ventana rota, cuidadoso de evitar crear una sombra en el cristal. ―Dije que la dejaría ir. ¿Entonces por qué no se largan ustedes dos y me dejan ir? ―La desesperación teñía las palabras de Berty. Un pequeño gemido me dijo que Charlie aún estaba viva, aterrada, pero viva.
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Mis ojos se ajustaron al oscuro sótano. La luz se filtraba a través de la ventana, pero no lo suficiente para ver mucho. El resplandor de la puerta en lo alto de las escaleras me daba un vistazo de una pierna atada a una silla. Charlie. Estaba sentada hacia el fondo de la habitación. No podía ver a Berty, pero su presencia irradiaba alrededor de mí como una fuga de petróleo sobre agua. Nate continuó hablando, una cualidad de él con la que podía contar. ―Si te dejamos ir, ¿cuánto pasara para que vayas por lo que queda de tus soldados de porquería y vengan por nosotros? ―¡No lo haré! ―La voz de Berty vino de más adentro en el sótano. Negro. ―Mira, hombre, solo porque sea guapo no quiere decir que sea tonto. Cerré los ojos y deslicé el cañón de mi 9 mm a través del cristal roto. Un sonido de pies arrastrados en la oscuridad llegó a mis oídos. Berty se paseaba. Ajuste el arma hacia arriba y a la derecha. ―Si así es como va a ser, bien podría seguir a delante y desechar a esta perra. ―El chasquido de un arma temblando siendo levantada. Se había detenido unos pasos detrás de Charlie, profundo en la sombra del sótano. Con los ojos aun cerrados, ajusté mi objetivo ligeramente a la derecha. Nate silbó. ―Yo no haría eso, Berty. Conrad no lo apreciaría. Te mataría lento. Duraría semanas. ―Conrad. ―La voz de Berty cambió, el temblor creciendo―. ¿Por qué eres tú quién habla? ¿Dónde demonios esta él? ―Su miedo creció, y el chasquido se intensificó. Incliné el cañón unos centímetros hacia arriba, mi dedo en el gatillo. Podía imaginar su mano temblando, su postura, el sudor corriendo por su sien y cayendo desde la cicatriz en su mandíbula. El cañón de su arma apuntada al lado de la cabeza de Charlie. ―¡Conrad! ―El grito de Berty fue interrumpido por el disparo de mi 9mm. Él disparó al mismo tiempo, el disparo haciendo un ruido en la pared de ladrillo. Después, el golpe seco de su cuerpo golpeando el suelo, el grito de Charlie, los pasos de Nate golpeando por las escaleras. Me puse de pie y corrí de vuelta dentro de la casa y abajo al sótano. ―¿Nate? ―pregunté a la oscuridad. ―Sí, tengo el arma de la bolsa de grasa. Está vivo. Apenas. ¿Quieres que lo termine?
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Me arrodillé frente a Charlie y saqué mi cuchillo. Con rápidos cortes, liberé sus ataduras. Su cuerpo se sacudió tan violentamente que tuve problemas en rodearla con mis brazos para levantarla de la silla. Me golpeó, sus manos sacudiéndose contra mi rostro y pecho. ―¡Charlie! Estás a salvo. ―La apreté contra mí―. Shhh. Estás a salvo. Lo juro. Se calló, excepto por los sollozos que lograban salir de su garganta. ―¡Con! ¿Qué vamos hacer con él? Todo en mí quería pisotear el cerebro de Berty sobre el cemento. Pero no había sido ordenado hacerlo. Vince lo había dejado vivo por una razón. Y cuestionar una orden no era parte de la descripción de mi trabajo. Me pagaban para matar. Si no me pagaban, no hacia una mierda. El código del sicario. Se escucharon sirenas en la distancia. Alguien en el vecindario por fin había tenido el valor de llamar al 911. ―Déjalo. ―Las palabras sabían como mierda en mi boca. ―¿Qué? ―La incredulidad rozando el tono de Nate. ―Si se desangra, bien. Si no lo hace, estoy seguro que vendrán pronto por él. ―Me dirigí a las escaleras―. El nuevo jefe no lo querrá por aquí más de lo que el viejo jefe lo quería y, esta vez, no hay lazo de sangre para salvarlo. ―Mierda. ―Un carnoso golpe seguido de un gemido doloroso sonando de la oscuridad, después Nate me siguió por las escaleras―. Amo patear a un hombre cuando está caído. Lidiaría con Berty después. Mi mayor preocupación estaba envuelta en mis brazos. Cuando alcancé la parte superior de las escaleras, me di cuenta que su blusa había sido cortada al medio, sus pechos expuestos. La furia cubrió cada célula en mi cuerpo, y casi me di la vuelta hacia las escaleras para terminar con el pedazo de mierda en el sótano. Nate miró a Charlie y negó. ―Tenemos que irnos, hombre. Policía. Tenía razón. Nos apresuramos por la puerta trasera y hacia el callejón. Encendió mi auto mientras me sentaba en la parte trasera con Charlie. Sus ojos estaban firmemente cerrados, y las lágrimas corrían por sus mejillas de porcelana. Nos alejamos, las llantas rechinando cuando Nate aceleró por el callejón. La pesadilla de la Calle Lerner desvaneciéndose tras nosotros. Si Berty sobrevivía, tendría un infierno que pagar. Si Berty moría, habría un infierno que pagar. Solo
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esperaba haber tomado la decisión correcta al dejarlo vivo. El incómodo hoyo en mi estómago me decía que no lo había hecho.
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El asesino me mantuvo cerca mientras el auto aceleraba por las calles borrosas de la ciudad. Me dolía el rostro, y todavía podía saborear el hilo de sangre en mi lengua. El temblor no paró, mi cuerpo repugnado con todo lo que había pasado en las últimas horas. Horas que se sentían como días. Un dolor que quemaba en mi alma, y un miedo del que no sabía si podría recuperarme. ―¿Esta viva? ―El conductor giró bruscamente a la izquierda. ―Sí. ―El asesino pasó sus manos por mi espalda y mi costado, antes de apartarme de él. Sus ojos se posaron en mi camisa rasgada, luego en mi rostro―. Está algo golpeada, pero sobrevivirá. ―Se acercó, su fuerte pecho presionado contra mi temblante figura, y se sacó la chaqueta―. Toma. ―El asesino la colocó a mi alrededor. Cálida por el calor de su cuerpo, era como un bálsamo en mi piel. El aroma a aceite de arma, una clase de crema después de afeitar y a hombre, me envolvió mientras me volvía a acercar a sus brazos. Pude notar el brillo metálico de la pistola en la funda que tenía sobre el hombro. ―Vas a estar bien. ―Metió mi cabeza bajo su barbilla. No podía hablar. El recuerdo de Berty cortando mi camisa se repetía en mi cabeza. Le repugnancia me congeló, enviándome de nuevo a ese oscuro sótano junto con los hombres que querían lastimarme. ―Si sabes la mitad de buena de lo que te ves. ―Berty se lamió los labios y deslizo el cuchillo debajo de la tela de mi camisa. Me clavé las uñas en las palmas, el dolor me recordó que ya no estaba inmovilizada. Bueno, al menos no por cuerdas. Los brazos del asesino me rodearon rápidamente, pero no me daba miedo, de la manera que Berty lo hizo. Ahogué un sollozo que trataba de escapar de mi pecho. ―Charlie, estás a salvo. ―Me acarició de arriba abajo la espalda con su gran mano―. No permitiré que nadie te lastime. Lo juro. ―Su voz rasposa me envolvió, acercándome más a él.
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Mi mejilla reposaba sobre su pecho, los constantes latidos de su corazón golpeando en mi oído izquierdo. ¿Cuántos corazones habrá detenido hoy? Mis ojos se ajustaron a la oscuridad y las luces parpadeantes de las calles. Rojo oscuro apareciendo a través de su camisa azul, desplazándose desde su hombro. ―Estás sangrando. ―Estoy bien. La bala atravesó el hombro. Nate se rió. ―Atrapado por ese maldito novato. No estás en forma, amigo. El asesino se movió, presionando sus hombros contra el asiento, pero no relajó su agarre en mí. ―Déjame ir. ―Las palabras salieron en una débil voz que no reconocí. Una de la que pensé que me había desecho hace años. ―No puedo. No todavía. ―Continuó acariciándome la espalda con la mano, en suaves movimientos. Una calma extraña, cayó sobre mí, aunque mi cuerpo seguía temblando. Este hombre, el que me sostenía tan de cerca, también cargaba con mi destino en sus manos. No podía escapar de él. Su musculoso cuerpo y su arma me lo decía. Si lo deseaba, me mataría, dejaría de respirar. Sin posibilidad de escapar. ―Charlie. ―Tragó, su manzana de Adán moviéndose―. Mírame. Una lágrima rodó por mi mejilla mientras estiraba mi cabeza para mirarlo a los ojos. Cejas oscuras y pestañas gruesas enmarcaban unos iris azul zafiro. Una barba de tres días, enmarcaba su mandíbula, y todo en él se sentía tenso, fuerte. Llevó su mano a mi mejilla. Me estremecí, pero solo usó su pulgar para limpiar la lagrima. ―No voy a lastimarte. Estás más a salvo conmigo, que en cualquier otro lugar. ―Por favor, solo déjame ir. ―No quería estar aquí, rodeada de hombres violentos. Quería mi cama, mis programas de televisión aburridos, y pasar mis solitarios días creando la ilusión de amor y afecto, a partir de los tallos de rosas y aroma de bebé. Su mirada viajó de mi cabello a mi barbilla, y luego hacia el cuello de su chaqueta a mi garganta, como si tratara de memorizar cada curva y línea de mi rostro. ―No puedo. No hasta que todo este desastre se resuelva.
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Otra lágrima escapó de mi ojo. La atrapó y corrió suavemente un dedo por el corte en el puente de mi nariz. Hice una mueca. ―No está rota. ―Apretó la mandíbula―. ¿Ellos hicieron… ellos te lastimaron en otro lugar? Sabía qué estaba preguntando. ―Iban a hacerlo, pero… ―Las palabras se atoraron en mi garganta y negué. Un fantasma con puños ensangrentados y odio en los ojos se adentró en mi mente. Se hizo paso por la puerta mientras me encogía en el interior. Rojo saliendo de su herida en el pecho, y se desvanecía de nuevo en la neblina de mis recuerdos―. Solo quiero irme a casa. ―Señorita, si Conrad cree que está mejor con él, entonces lo está. ―El conductor comenzó a pasar por las estaciones de radio, hasta que se detuvo en una de R&B―. En caso que no lo notaras, algunos tipos bastante pesados, parecen creer que eres su atracción principal. Mejor para ti quedarte con los tipos que tienen las armas que estar afuera esperando por el disparo. ―¿Por qué? Nate suspiró. ―Acabo de decirte… ―No. ―Pongo más fuerza en mi voz―. ¿Por qué pensarían que estoy contigo? ―Estudié los ojos de asesino, Conrad, pero se mantuvieron impenetrables, de alguna manera oscuros a pesar de su azul claro. ―No importa. ―No apartó la mirada, me estudiada como si quisiera descubrirme, la verdadera yo que ocultaba al mundo. La que había sido golpeada lo suficiente para saber que la mejor manera de permanecer viva era manteniendo la cabeza baja. ―Es importante para mí. ―Desafío, una característica que creí haber perdido, escapó de mi voz. Suspiré, y el sonido cargaba agotamiento que reflejaba el cansancio que tenía en mí y se estaba apoderando por completo. Mi adrenalina había bajado, y sentía como si pudiera dormir por días. Aun así, no ofreció ninguna explicación, con esos ojos que no parecían de este mundo. La fatiga llegó a mí como una ola, y me hundí más en él. Deslizó sus manos alrededor de mí una vez más, abrazándome con cálidos brazos de hierro. Me salvó de Berty, solo para encerrarme en un tipo de prisión diferente. No era libre, pero por alguna razón le creía cuando decía que no me lastimaría. Cerré los ojos e inhalé su aroma. Por el momento estaba a salvo en los brazos de un asesino.
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Charlie descansó apoyada en mí, sus respiraciones relajadas, calmando la furia que ardía en mi interior. Olía a algo de su tienda de flores, ligero y dulce. Ni siquiera lo que pasó en ese sótano de mierda lo empañaba. Berty le había dado dos golpes, y casi le rompió la nariz. Pero no hizo más, no tuvo la oportunidad. Le debía a Nate por esto. Y mucho. Su grito aterrorizado sonaba en mi cabeza. La culpa tratando de surgir, el sentimiento tan extraño había sido cosa irreconocible para mí. ¿Cuántos hombres había matado? Había perdido la cuenta hace tiempo. El remordimiento nunca llegaba, no importaba a cuántos padres, hijos y hermanos llevase a su sangriento final. Pero Charlie era diferente. Ella era mi daño colateral, una víctima de la muerte y destrucción que siempre me seguía al despertar. Su sufrimiento me sorprendió, me desnudó hasta lo más profundo y se burló de los restos de mi alma. Tembló de nuevo, un violento estremecimiento. Presioné mis labios en su cabello y la sostuve, deseando poder quitarle esos oscuros recuerdos y simplemente agregarlos a mi colección. Lo que fuera que Berty le hizo, sería una pequeña astilla en la esquina de mi habitación llena de trofeos sangrientos. ―¿A dónde vamos? ¿Qué vas a hacer con ella? ―Nate aceleró, pasando negocios oscurecidos y paredes de ladrillo cubiertas con grafiti. No podía llevarla al lugar de arriba del Bar de Carnie, a donde solía ir. Era un maldito basurero, era el lugar a donde iba a lavar la sangre de mis manos y a beber hasta olvidar los asesinatos. ―Mi casa en Old City. ―No jodas. Sabía que tenías un lindo lugar escondido, pero nunca me invitaste. ―Nate entró a la autopista, poniendo la muy necesitada distancia entre nosotros y el baño de sangre en Lerner. Pasamos un camión con arena, tratando de adelantarnos al congelado pavimento que se extendía delante de nosotros. ―Sí, necesitaré que te olvides de la dirección una vez que esto termine.
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Nate me observó a través del espejo retrovisor, la mitad de su rostro entre sombras. Había sido un ejecutor de bajo nivel para el padre de Berty, Serge Genoa. Luego Vince había llegado con una mejor oferta. Bajo mi consejo, Nate acepto el nuevo trato. Sería empleado del nuevo jefe por algunos meses, antes del cambio de poder oficial ocurriera; es decir, mi bala en la cabeza del viejo jefe. Nate y yo veníamos del mismo conjunto de bloques rotos en el norte de Filadelfia. Habíamos crecido bajo la sombra de la familia Genoa, nuestros padres trabajando para el padre de Berty, hasta que el padre de Nate murió de cirrosis y el mío de un balazo. Luego nos pusimos en sus zapatos, sin que se nos preguntara. Nate y yo fuimos cortados de la misma tela, ¿la diferencia?, él tomaba una vida cuando tenía que hacerlo. Asesinar era mi religión. ―Dirígete a Washington Square. ―¿Estás bromeando? ―Nate tamborileó los dedos en el volante―. Eso es una mierda hombre. Llevo viviendo en el jodido cuarto de huéspedes de Trish, desde que ma me echó, ¿y tú tienes una casa en Washington Square? Por lo general le rompería las bolas recordándole sus caros zapatos, las putas, y los hábitos de beber, pero no hoy. No cuando Charlie descansaba en mis brazos. Dios, había sido golpeada, casi violada, y yo era el monstruo que estaba agradecido por la oportunidad de poder sostenerla, después de todo. ―Oye. ―El tono de Nate más serio―. ¿Qué vamos a hacer si Berty sale adelante? Miré hacia Charlie. ―Lo manejaremos. ―Pero Vi… ―No más nombres. ―Niego hacia su reflejo. Cuanto menos supiera Charlie, más segura estaría. Levantó la mano, y luego la golpeó contra el volante. ―Bien, ¿qué crees que el jefe va a hacer? ―Dará la orden sobre Berty, y me haré cargo. Las luces brillantes de Old Town aparecieron, los condominios de gran altura para los milenarios ricos, y las casas de viejos ladrillos que usualmente permanecían entre la familia. Había tenido uno de mis mayores éxitos hace cinco años, y había comprado todo el piso de arriba de un edificio colonial de diez pisos en Washington Square. La muerte de mi víctima era mi ganancia. Nate todavía no estaba satisfecho.
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―Está bien, claro. Pero, ¿por qué no ha dado la orden? ―No lo sé. No es mi trabajo… ―Cuestionar al jefe ―terminó la oración por mí, con una nota de sarcasmo. ―Me alegra que finalmente fui capaz de enseñarte algo. ―Cinco años menor que yo, Nate todavía trataba de saltarse el sistema. No entendía que ese sistema era todo lo que teníamos. Sin hombres como Genoas o Vince, hombres con dinero, negocios ilegales, y un negocio por lo bajo que hacía prosperar y proteger el dinero, y la venta de drogas y prostitutas, Nate y yo éramos inútiles. Cargaríamos con las armas sin tener a quién disparar. ―Cabrón. ―Tomó la salida hacia el centro de la ciudad y maniobró, pasando por la campana de la Libertad y otros puntos turísticos, todos desiertos en la congelada noche. ―Solo quiero ir a casa ―murmuró Charlie. Pasé una mano por su suave cabello, los mechones de color café cayendo entre mis dedos. Tenía que quedarse cerca de mí hasta que el movimiento terminara, hasta que Vince consolidara su poder y nadie más, ―fuera de los sospechosos conocidos―, fuera tras mi sangre. Solo esperaba que fuese capaz de dejarla ir una vez que todo terminara.
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Entramos a un elevador hasta llegar al piso de arriba en un edificio de departamentos. Conrad mantuvo su brazo alrededor de mi cintura. El calor de su cuerpo se filtró hacia mí, calentando el frío que dejó ese sótano. Sostuve su chaqueta más fuerte a mi alrededor, a la vez que el elevador sonaba y abría las puertas para dar paso a un lugar con espacio abierto. ―Menuda manera de ocultármelo, idiota. ―Nate salió primero, su cabeza girando―. Solo mira toda esta buena mierda. Conrad caminó conmigo saliendo del elevador. Este cerrándose detrás de nosotros, y presionó un interruptor que iluminó el lugar. La habitación brilló, revelando una cómoda sala. Sofás de cuero, una alfombra afelpada y una gran pantalla de televisión que se encontraba en el centro. Una pared consistía en seis grandes ventanas, con paneles de vidrio enrejado que daba vista al parque. A la derecha, una gran isla de mármol, que formaba parte de la cocina, los aparatos de acero inoxidable brillaban con la luz tenue. Mi pequeño apartamento en el borde de Mantua, era un armario mohoso comparado con este lugar. Ver esta casa, escuchar el elevador cerrándose detrás de mí, me sacó de mi estado de conmoción. Necesitaba salir. No para ir a la policía, sino para cerrar la tienda y escapar de este lugar. La idea de dejar atrás todo lo que construí apestaba, pero no sería la primera vez que comenzaría de cero. Podía manejarlo. ―Vamos a limpiarte. ―Conrad me guío cruzando el área de la sala, su brazo musculoso empujándome hacia una puerta oscura. Nate voló hacia uno de los sillones y acomodó sus manos detrás de la nuca. ―A la mierda el cuarto de huéspedes en casa de Trish. Me quedo aquí. ―No lo harás. ―La voz baja de Conrad resonó en toda la habitación―. Lo discutiremos más tarde.
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―Está bien. Sí. Más tarde. ¿Tienes Skine-max1? ―Encendió la televisión mientras Conrad me hacía traspasar la puerta hacia una amplia habitación. Una cama King Size con un edredón oscuro y mullido en medio de la habitación. Los pisos de madera oscuros brillaron cuando encendió las luces, y presionando un botón, las cortinas grises cubrieron silenciosamente las dos ventanas que daban vista al parque. Cuando cerró la puerta detrás de él, me congelé. El pánico se apoderó de mí, mientras dirigía la mirada a la cama, rápidamente giré para así tenerlo de frente y tratar de defenderme. ―Vaya. ―Levantó las manos e hizo una pequeña mueca. La herida en su hombro debía de estarle molestando―. No voy a lastimarte. Pensé que lo había dejado claro. ―Pelearé contra ti. ―Cerré los puños―. No seré suave contigo. Te lo voy advirtiendo. Inclinó la cabeza hacia un lado, como si le hubieran sorprendido mis palabras. ―¿Estás bien? ―Si. ―Retrocedí y miré alrededor, buscando algún tipo de arma. Los muebles eran escasos y el lugar parecía más un cuarto de hotel que un hogar―. Y mi novio me estará buscando. Sabrá que estoy desaparecida. ―¿Sí? ―Arqueó la ceja―. ¿Cómo se llama? Mierda. Dudé por un momento antes de decir: ―Todd. ―Pero ese instante de duda fue suficiente. Él sabía que era una mentira. ―Mira. ―Sacó la pistola de su funda, la colocó en el tocador y comenzó a desabotonarse la camisa―. Esto no es opcional para ninguno de los dos. Tú no quieres estar aquí. Traté de no quedarme mirando el arma, pero ya estaba pensando en la manera en que pudiera tomarla antes que él. ―No puedes. ―Puso la vista hacía el arma y luego en mi―. Siempre ganaría. ―¿Siempre? ―Me dirigí hacia la puerta, que parecía ser la del baño. Suspiró fuertemente, el cansancio se era claro en su respiración. ―Sí. Es lo que hago. Skine-Max: es como se le conoce al canal de películas estadounidense Cinemaxin, cuando pasan películas en la noche para adultos. 1
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―¿Matar? ¿Es a lo que te refieres? Su rostro se endureció, un musculo palpitando en su mandíbula. En ese momento, me di cuenta de lo aterrador que podía ser. Era como una sólida pared de músculos, por lo menos medía un metro con noventa y cinco, con un rostro atractivo y ojos que se volvían fríos en un parpadeo. Tragué fuertemente, chocando al mismo tiempo con el marco de la puerta. ―Voy a tener que coser esto. ―Se señaló el hombro con la barbilla, pero sin apartar la vista de mi―. Pero primero necesitaré hacerme cargo de tu nariz y limpiarte. ―Primero, tienes que decirme por qué estoy aquí. ―No podía evitar el tono agudo de mi voz―. ¿Por qué Berty me tomó? ¿Por qué está pasando esto? Movió sus manos hacia su cabeza y se quitó la camisa en un movimiento bastante masculino. Su abdomen se flexionó, y su pecho desnudo parecía haber sido esculpido. Tinta negra comenzaba alrededor de sus brazos y se encontraban en el medio de su pecho “Muerte antes de deshonor”, estaba escrito entre sus pectorales en una escritura cursiva. En cada uno de sus dedos había una letra. Cicatrices cubrían su cuerpo, algunos cortes largos y aplastados, con círculos a los costados a causa de las puntadas, otros eran redondos o desiguales. Era un campo de batalla, su historia contada en sangre y tejido cicatrizado. ―Este no es momento de explicaciones. ―Usó la camisa para tocarse la herida, y la lanzó al tocador, justo a un lado de su arma―. Este es el momento en que yo curo nuestras heridas. Luego vamos a dormir algo. Y después, solo después, decidiré qué va a pasar. Cuando sea momento que te enteres de algo, te lo haré saber. Hijo de perra. Miré hacia las ventanas con cortinas, a la puerta y finalmente, a la pistola antes de regresar mi vista a él. ―No puedes mantenerme prisionera aquí. ―Puedo y lo voy a hacer. Lo primero es lo primero, tengo que hacerme cargo de ese corte en tu nariz. Me crucé de brazos, su chaqueta todavía envolviéndome. ―Puedo arreglarlo yo. Sonrió, un movimiento tan sutil en su labio, que le dio un aire diabólico. ―Seguro, pero por la manera en la que estás mirando mi arma, tengo el presentimiento que dejarte sola es una mala idea. ―No la he estado mirando. ―Retrocedí hasta entrar al baño, y guíe mi mano hacia la perilla.
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Cruzó la distancia entre nosotros y me tomó de la muñeca antes que tuviera la oportunidad de cerrar la puerta. ―Como lo dije, no harás nada sola. ―Empujando la puerta la cerró detrás de él, soltó mi muñeca y luego le puso el seguro a la puerta―. El tiempo en que tardes en quitarle el seguro a la puerta y abrirla, te tendré sujeta contra la pared. ¿Entendido? ―Me miró, con irritación en su voz―. No tiene sentido que siquiera lo intentes. Me mordí el labio y no aparté mi vista de él. ―Podría gritar. Algo brilló en sus ojos, una chispa que envió un cosquilleo que bajó por mi espalda. ¿Qué le habrá pasado por la mente? ―Podrías. ―Asintió y pasó por mi lado hasta llegar a unos gabinetes de piso a techo, junto al tocador de mármol blanco―. Pero las paredes reforzadas y las ventanas de doble panel, aunado a que el piso de abajo está desocupado por renovaciones, nadie te escucharía. ―Sacó una clase de ungüento, vendas y un pequeño kit para coser―. Pero, siéntete en casa. Mientras lo haces, ven y siéntate para que pueda limpiar y vendar tu nariz. El mármol blanco y gris del tocador y lavabo era de una sola pieza. Un espejo con marco de madera oscuro colgaba sobre este. Una ducha, inodoro, bañera con patas, y una puerta oscura que llevaba a un armario con espacio suficiente para cambiarse en él, completaba el baño. Me preguntaba si este espacio era más grande que mi abarrotado departamento. Moví los dedos por la perilla cerrada, pero no dudé de sus palabras. Sería capaz de atraparme si intentaba escapar. Mientras tanto, tendría que seguirle la corriente. Caminé hacia el tocador y giré para tenerlo de frente. Colocó los suministros médicos en el mármol con un pequeño ruido, luego se paró frente a mí, y me ofreció la mano para ayudarme a sentar. Me encogí, alejándome de él. El recuerdo de las frías manos de Berty cruzó por mi cabeza. Conrad se detuvo, frunció el ceño. ―No tienes que tenerme miedo. Aparté los ojos de él. ―¿Porque el hombre que mantiene prisioneras a las mujeres es de confianza? Hizo un sonido de rechazo con la garganta y me ofreció la mano. ―Tómala cuando estés lista y te ayudaré.
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Miré su mano y traté de calmar los rápidos latidos de mi corazón. Conrad me ofrecía ayuda en lugar de las promesas de dolor de Berty. No es que me importara. Dejar que me ayudara no era mi única opción. ―Puedo hacerlo yo. ―Presioné las palmas de mis manos sobre el frío mármol, me levanté y me senté en este. La decepción cruzó rápidamente por sus ojos antes de volver a su mirada regular, sin emoción. Se acercó más, sus caderas presionadas en mis rodillas. Le podía hacer más fácil el acercarse, pero eso requeriría que abriera las piernas, y definitivamente no lo haría. Tomó una bola de algodón y la empapó en alcohol, el olor a antiséptico se volvió fuerte en el baño. ―Va a arder. ―Está bien. ―Aferré el borde del mostrador con las manos mientras limpiaba mi nariz. El dolor no era placentero, pero resultaba manejable. Después de algunas otras pasadas, tiró el enrojecido algodón y uso otro. Su aroma masculino llegaba en oleadas mientras sus dedos me limpiaban. Tuve primera fila para observar su cabello negro, y notar cómo arrugaba el rostro al concentrarse en mi nariz. Los músculos alrededor de su cuello y fuerte torso, se tensaban. Era atractivo. Sería estúpido no admitirlo, pero ese mismo atractivo ocultaba oscuridad. La manera en que asesinó a ese hombre en la calle, fríamente y sin emoción alguna. Reprimí un escalofrío. Se quedó observando mis ojos por un momento, como si intentase buscarme, aunque la yo a la que trataba de encontrar estuviera muy escondida. Mantenerme cerrada a los demás era la única manera de sobrevivir. Cuando cometía el error de dejar a alguien pasar, pagaba muy caro el precio. Una vez satisfecho con la limpieza de mi herida, me aplicó el ungüento y me colocó una pequeña tirita sobre el puente de la nariz. ―No puedo hacer nada respecto al ojo morado. La hinchazón ya está bajando. ―Dio un paso hacia atrás y señaló la bañera―. Tomarás un baño. Te haré sentir mejor. Cerré y apreté las solapas de su chaqueta. ―De ninguna manera. ―No había estado desnuda frente a un hombre en años, no desde Brandon. ―Mira, no te dejaré aquí sola. ―Abrió otro gabinete y sacó dos mullidas toallas blancas―. Y necesitas un baño para lavarlo.
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―¿Lavarlo? ―Retrocedí hasta chocar con la pared de cerámica, junto a la puerta. Recorrió la corta distancia que nos separaba y se detuvo cuando estuvo a centímetros. ―Lo que pasó. Necesitas lavarlo hasta quitarlo. Es la única manera en que serás capaz de superarlo. Lo observé. ―¿Es lo que tú haces? Después de dispararle a ese hombre en la calle, solo, ¿lo lavas hasta quitártelo? ―Así es. Y no darle otro maldito pensamiento. ―Entrecerró los ojos―. Pero no tuve la oportunidad porque Nate me mandó un mensaje diciendo que estabas en problemas. Mi irritación salió, entre la mezcla de sentimientos que continuaban dentro de mí. ―No actúes como si me hubieras hecho un favor, idiota. Es bastante obvio que la única razón por la que termine así es por ti. Bajó la mirada. Era como si lo hubiera lastimado. Pero luego me encontró observándolo, ira en sus ojos. ―Charlie, nada de esto es negociable. ―Sujetó su chaqueta y tiró de mí hacia él, tan cerca que nuestras narices casi se tocaban. Clavé las uñas en sus brazos, pero no reaccionó. ―Puedes culparme y estar enojada conmigo todo lo que quieras, pero no cambia el hecho que vas a tomar une estúpido baño y luego vas a meterte en mi cama y dormir para así terminar con este jodido día. Puedes hacerlo ya sea de la manera fácil y bañarte mientras limpio mi hombro. O, te desnudaré, te pondré en la bañera, y te limpiaré. ―Aflojó su agarre de la chaqueta y tomó aire―. Maldita sea Charlie, estoy tratando de ayudarte. ―Soltó por completo su agarre y se echó hacia atrás. La urgencia de escapar no dejaba de rondar por mi cabeza, obligándome a que saliera de aquí. Pero me atraparía. Lo sabía, era casi tan seguro como el hecho que sabía que tendría que bañarme con él en la habitación. Giró hacia el lavabo y tomó el alcohol enojado. Dos alas, cada una en tinta negra, en gran detalle, cubrían casi toda su espalda. Seguí las líneas, desde las puntas que desaparecían en su pantalón, a las de arriba que terminaban en sus omoplatos.
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Las letras estilo gótico en el centro del diseño decían: “Angelus Mortis”, el ángel de la muerte.
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Charlie se dirigió hacia la bañera, luego se inclinó y abrió los grifos. El agua cayó en la tina mientras probaba la temperatura con los dedos. Una vez que estuvo satisfecha, se enderezó y miró hacia mí sobre su hombro. Limpié la salida de la bala con alcohol. El ardor llegó hasta mi cabeza y me recordó que estaba vivo. Llevando la mano hacia mi hombro, sentí el agujero de la bala. La entrada era más pequeña que la salida. La bala hizo un jodido desastre al salir. Necesitaría coser la salida, pero mi espalda podría sanar sin ayuda. Empapé las sangrientas partes con alcohol y esperé a que secara. A pesar de necesitar concentrarme en limpiar mi herida, mi atención me llevó a Charlie. La bañera se llenó rápido, pero no había hecho ni un solo movimiento para sacarse la ropa. ―Podrías no mirar ¿por favor? ―Su voz apenas se escuchó por encima de la caída y del salpicar del agua. Quería mirar, ver el cuerpo que sabía que era hermoso. Su figura, las partes ocultas por su ropa… quería verlo todo. ¿Alguna vez había querido algo tanto como la quería a ella? No. Pero no sería así, no después de lo que le pasó en ese jodido sótano. No la convertiría en una víctima una vez más, y mataría a cualquiera que incluso se atreviera a lanzarle mala sensación. Lo que era algo loco, dado el hecho que la dejaría ir. Giré y tomé el kit de costura del mostrador. ―No voy a mirar, pero si tratas de escabullirte a mis espaldas, te veré por el espejo. Así que no te molestes. ―No lo haré. ―El agua se cerró, la habitación de pronto en silencio, excepto por el rítmico goteo del grifo. Luego, el suave sonido de tela cayendo al suelo, una cremallera abriéndose, y el ruido de sus piernas entrando una a la vez al agua. Gimió, y mi polla se endureció. Al menos estaba alejando la sangre de mi hombro. Mierda. Pensé que todo esto de bañarse, luego ir a la cama para que pudiera superar el sobresalto y poner distancia entre lo que le pasó, sería fácil. Pero no me había dado
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cuenta de lo difícil que sería el no tocarla, no sostener a la mujer con la que había soñado por más de un año. ―Ya estoy dentro. Puedes girarte. ―Su voz se había relajado, la tensión de más temprano se la había llevado el agua, justo como lo esperaba. Limpié el espejo con mi palma, alejando el vapor para así poder tener una buena vista de mi hombro. Siete puntadas máximo. Me había vuelto muy bueno al calcular el daño. A lo largo de mi carrera había creado un tapiz casero a través de mi cuerpo, consistiendo en miles de puntadas, cada una siendo más limpia que la anterior. Inserté hilo en la aguja y comencé en el final de la herida. La primera puntada siempre era la más dolorosa. El resto, solo eran ecos de la primera. Trabajé a pesar del dolor, hasta que la piel estuviera unida lo suficientemente para que pudiera sanar. Todo eso mientras escuchaba el suave respirar de Charlie, y sus pequeños movimientos bajo el agua. Una vez que terminé con la aguja, la bajé y eché más alcohol en ella. La limpiaría más tarde. Necesitaba descansar. Este no era el momento de dejar que mi mente se nublara por la fatiga. La vida de Charlie dependía que me mantuviera en forma. Defraudarla no era una opción, no después de todo por lo que pasó. Abrí el gabinete, tomé una toalla y la colgué en la barra plateada junto a la ducha. ―¿Qué estás haciendo? ―El miedo en su voz me hizo casi sonreír. ―Tomar una ducha. ―Sin mirarla, me desabroché el pantalón y lo dejé caer al suelo, poco después mi bóxer―. Si tratas de correr te atraparé. Y ambos estaremos desnudos. Así que piensa en eso, ¿está bien? ―Quería que corriera, estaba desesperado porque lo hiciera, pero tenía que calmar mis deseos por ella, por lo que ella necesitaba. Y en ese momento, ella necesitaba seguridad. Giré las perillas y entré a la ducha, cerrando la puerta detrás de mí. Charlie tendría una clara visión de mí a través del cristal. No me importaba, pero me tomó un gran esfuerzo no mirarla. La idea de ella mirándome me puso tan duro que casi dolió, pero le di la espalda, tanto como fuera posible. Una vez que terminé, tomé la toalla y la amarré a mi cintura. ―¿Lista para salir? ―Sí, pero no quiero usar la misma ropa. ―Estaba relajada, el sonido de su voz era como agua fluyendo entre rocas―. Huelen a ese lugar. El sótano. ¿Tienes algo que puedas prestarme? La imagen mental de ella en una de mis camisas y nada más, casi hizo que me corriese.
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―Sí. Espera. ―Me dirigí al armario, en la parte más alejada del baño, aunque mantuve la bañera dentro de mi vista periférica. No se movió. Saqué una camisa de un cajón, y dos bóxers de otro―. Esto servirá para la noche. ―Coloqué la ropa junto a sus toallas―. Me daré la vuelta para que puedas salir. ―Deseaba que dijera que podía mirar, que no le importaba que la viera. En su lugar ella respondió: ―Gracias por no mirar. ―De nada. ―Le di la espalda como le prometí y salió de la tina. Después de un momento, caminó hacia la puerta. Mi camisa la cubría por completo, y tuvo que enrollar el bóxer para que no se le bajara, pero maldita sea, era hermosa. La parte detrás de sus piernas era suave, su piel rogando por ser tocada, mientras desaparecía por debajo de la tela a cuadros. Jesús. Recargó la cabeza en la puerta y bostezo. ―Tenías razón. Tiré la toalla y me puse el bóxer, escondiendo mi erección detrás del elástico. ―¿Sí? ¿Cómo es eso? ―Me siento mejor. ―Apoyó la frente en la puerta―. Quiero decir, todavía quiero ir a casa, y no me gustan los sótanos y me duele el rostro, pero ya no me siento tan… ―Fría… Giré y me regaló una mirada cálida que fue directamente al agujero de mi corazón. ―Sí. ―Bajó la mirada a mi pecho, observando el tatuaje, luego más abajo. Sus mejillas se encendieron, pero rápidamente giró antes que sus ojos llegaran a mi polla―. ¿Puedo abrir la puerta ahora? ―Sí. Se apresuró con el cerrojo antes de entrar a mi habitación. Acercándose a la cama se detuvo y pasó los dedos a través de la colcha negra. ―¿Dormiré aquí? ―Sí. ―Caminé hacia mi 9mm en la cómoda, tratando de encontrar algo en qué concentrarme que no fuesen sus curvas bajo mi camisa. ―¿Dónde dormirás tú? ―Se acercó a la cabecera de la cama. ―Contigo. ―Caminé hacia el lado más cercano a la ventana y deslicé mi arma bajo la almohada. Tenía otra oculta en la mesa de noche en una funda de fácil acceso,
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y una escopeta en un estante hecho a la medida debajo de la cama. Sin mencionar mi arsenal en el armario y otras armas ocultas en el departamento. La música viajó desde el sistema de sonido de la sala, seguido del distintivo sonido de una fuerte jodida y de una mujer gimiendo. Nate había encontrado el canal de pago. Genial.
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¿Porno? Traté de no verme más alarmada de lo que ya estaba. Pero me quedé mirando hacia la puerta que llevaba a la sala, y fue cuando el hombre dijo: ―¿Te gusta esto en tu pequeño y apretado coño? ―Sí, papi ―fue la respuesta. Dios mío. No podía mirar a Conrad, así que miré de reojo la almohada donde había escondido su arma. Si pudiera tomarla, tal vez podría detener a Conrad mientras escapaba. Pero luego tendría que pasar a Nate. Sin mencionar que no estaba del todo segura que Conrad se detendría solo porque le apuntara con el arma. No la dispararía, pero él no lo sabía. ¿O sí? De cualquier manera, tendría a un furioso asesino en mis manos. No podría arriesgarme. ―¡Nate, mantenlo bajo! ―Conrad apartó las cobijas y entró a la cama. Se recostó, sus ojos sin dejar de observarme. ―Lo siento. ―El sonido bajó―. Pero deberías de verle el trasero a ella. Como dos pavos rellenos a la perfección. ―Métete. ―Conrad movió las cobijas del otro lado, mientras su brazo cubría mi almohada. Un escalofrío no deseado recorrió mi cuerpo mientras lo miraba, un hombre hermoso invitándome a meterme en su cama. Pero era mucho más que un simple postre en el aparador. Era un asesino. E incluso, aunque hubiera sido gentil conmigo, la necesidad de escapar era todavía mi prioridad. ―¿No tienes una habitación para invitados? ―La tengo, pero tú no te quedarás ahí. ―Colocó la mano derecha detrás de su cabeza―. No voy a follarte… ―Frunció el ceño y luego continuó―: Quiero decir, no lo haré a menos que lo pidas amablemente. Solo necesito saber que estás cerca, que estás segura. De eso se trata. ―Para probarlo, bajó la sábana y colocó su brazo izquierdo bajo su cabeza. Su pecho tatuado a la vista, pero la cobija lo cubría a partir del estómago. Tragué con fuerza.
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―No he dormido con alguien en un largo tiempo. Contuvo la respiración mientras le daba un vistazo a mi cuerpo antes de regresar a mi rostro. ―¿Por qué no? ―No estoy hablando de sexo. ―Eso tampoco lo había hecho, pero no era lo que quería decir―. Tengo pesadillas algunas veces, y pueden ser bastante feas. Algunas veces despierto gritando. Y eso suele ser un problema. Tiré del borde de la camisa hacía abajo, aunque la cosa me quedaba enorme, como un muumuu2 ―No importa. Entra ya. ¿Eso estaba sucediendo realmente? ―No creo que… Su voz se endureció. ―O te metes o te meto yo. Esas son tus opciones. Tomé fuertemente la colcha, jugando con la esquina. Él no cambiaría de opinión, y sabía que si no hacía lo que pedía cumpliría con su amenaza. Me senté y coloqué las piernas bajo las cobijas. Recostándome en la orilla de la cama, dándole la espalda. Suspiró, el sonido profundo y masculino. ―¿Con qué sueñas? ―¿Perdón? ―Dijiste que tienes pesadillas. ¿Qué te asusta tanto en tus sueños? El fantasma de Brandon, una cruel sonrisa grabada por siempre en su rostro, apareciendo en todos los rincones de mi mente. Nunca hablaba de Brandon por miedo a que con simplemente nombrarlo pudiera traerlo de regreso de la tumba. En lugar de decirle la verdad, mentí: ―Nada en específico. ―Claro. ―El sarcasmo salió de sus labios. ―¿Cuándo me dejarás ir? ―Recorrí la funda de mi almohada con mi dedo. ―Una vez que esté seguro que nadie vendrá a buscarte de nuevo.
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Muumuu: vestido flojo que suelen usar las mujeres de Hawái.
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―¿Por qué vinieron por mí en primer lugar? ¿Por qué yo? ¿Por qué no me dices el motivo? ―¿Por qué me elegiste? ―Nada en específico. Idiota. ―¿Cuánto tiempo crees que lleve? ―El que sea necesario. ―La cama se movió de nuevo, y pude sentirlo a mi espalda. Su cercanía envió una oleada de escalofríos que sentí en toda mi piel―. Tengo que ver a algunas personas, pero tendré que esperar a mañana. Es casi media noche. ―Su voz estaba muy cerca, el calor de su cuerpo me calentaba―. Duerme un poco. ―No creo que pueda. ―Cerré los ojos y vi el sótano. ―Sí puedes. ―Su cercanía me calmaba, mucho más de lo que debería. ―Yo… ―Respiré y me detuve, no diciendo lo que estaba pensando. ―¿Qué? ―No sé si pueda confiar en ti.
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Un clic sonó de su lado de la cama, y la luz de la lámpara se desvaneció, sus palabras casi fueron un susurro. ―Puedes hacerlo. *** Unos centímetros más y la tendría. Su pechó subió y bajó en un ritmo lento, su cabello oscuro cayendo a través de su frente, en la suave luz del amanecer. Me acerqué más, mi cuerpo casi tocando el suyo, pero no realmente. Deslizando mi mano cada vez más lejos bajo su almohada, las puntas de mis dedos hicieron contacto con el frío metal de su arma. Giró su cabeza hacia mí, sus ojos todavía cerrados. Me mordí el labio y me congelé. Su lenta respiración continuó y no se despertó. Parecía más joven, las líneas de sus ojos desapareciendo y la paz de estar dormido le daba un aire relajado. A pesar de su nariz un poco torcida, por quién sabe cuántos golpes, era hermoso. El tipo de hombre que obtenía lo que quisiera, o a quien quisiera, cualquiera que fuera el caso. Tomé el final del arma con mis dedos y comencé a tirar de ella hacia mí, milímetro a milímetro. Estaba ya casi fuera de la almohada cuando sus ojos se abrieron. Un sonido estrangulado salió de mi garganta mientras me giraba y me clavaba a la cama. El arma permaneció en el colchón mientras tomaba mis muñecas y las
detenía con facilidad en la almohada. Su cuerpo duro aplastando el mío, su rostro a solo centímetros del mío mientras me miraba. ―¿Cuál era el plan, Charlie? ¿Tomar el arma, descubrir cómo se usa, y luego dispárame mientras duermo? ―Su voz era áspera, como si una lija estuviera en su garganta. ―Solo quiero irme. ―Doblé los brazos, pero no me soltó. ―Te irás cuando yo diga que puedes. ―Me apretó las muñecas. Me moví y arqueé la espalda para tratar de quitármelo de encima. Deslizo su rodilla entre mis piernas. Mis pezones se endurecieron por la presión en mi pecho, y algo volvió a la vida en mí. Una sensación que no había sentido en años… deseo. ¿Qué me estaba haciendo? Se acercó más y más, hasta que sus labios quedaron a milímetros de los míos. ―Vuelve a ir por mi arma y te esposaré a la cama. ―No te atreverías. ―¿No lo haría? ―Sonrió―. Ponme a prueba. ―Idiota. ―¿Quién era yo, y qué había hecho con Charlie? ―No lo discutiré. ―Su sonrisa se amplió―. ¿Vas a ser buena? ―Quítate de encima. ―Traté de liberar mis muñecas. Ni siquiera se movieron. ―Solo dime ―se movió más cerca, la punta de su nariz rozando la mía―, que vas a ser buena. No podía respirar, y no porque su duro pecho me mantuviera clavada a la cama. Su aroma, las notas cálidas de su voz, la dura erección presionada en mi muslo. Debería de estar asustada. En su lugar, la emoción recorrió mi cuerpo. ―Vete al infierno. ―Mi valentía, la que pensé que Brandon me había quitado a golpes, llegó rugiendo hacia mí. Alzó las cejas. ―Fuertes palabras para una florista. ―Dame un par de tijeras para podar y vamos a ver quién es realmente malo. ―¿Acabo de decirle eso a un asesino? ―¿Con que así es? ―Movió su muslo más arriba hasta que hizo contacto con mi caliente centro. Gimió y cerró los ojos. Me mordí el labio. ―Sí. Quítate de encima.
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―No hasta que prometas que dejarás de actuar como estúpida. ―Presionó su muslo más fuerte contra mí. La urgencia de moverme contra él, para calmar el palpitar de mi clítoris casi se apoderó de mí. ―Si me dejaras ir no tendrás que preocuparte por eso. ―No te dejaré ir. ―Negó, los mechones oscuros moviéndose―. No hasta que esté seguro que estarás a salvo. ―Continúas diciendo eso, pero ni siquiera me has dicho, ¡por qué estoy en este desastre en primer lugar! ―Mi voz silbando la última palabra. ―Creo que lo sabes. ―Puso la mirada en mis labios. Los lamí, sus ojos siguiendo el movimiento. ―¿Por qué no me lo dices simplemente? Movió su muslo contra mi centro, masajeándome lentamente mientras trataba de luchar contra mi excitación. ―Creo que lo sabes, pero quieres escucharme decirlo. ―Sé que me miraste desde tu auto hace unas noches. ―Entrecerré los ojos y grité―: Como un acosador. ―Sí. ―No pareció sorprendido por mi observación. ―¿Entonces por qué lo haces? ―Charlie. ―Me soltó una de las muñecas y pasó su dedo a través de mi cabello. Sus ojos se mantuvieron sobre los míos, como si estos tuvieran una conversación silenciosa que era más profunda de la hablada. Deslizó sus dedos por mi cuello, dejando piel de gallina tras su paso―. ¿Por qué no lo haría? ―Acercó la boca más a la mía. Todo lo que tenía que hacer era levantarme lo más mínimo y tendríamos contacto. La constante presión de su muslo me estaba volviendo loca de necesidad. Era como si hubiera levantado las compuertas de mis deseos. Que había embotellado desde hace algunos años. Tenía que escapar, terminar con este momento, detenerme antes de perder el control. No hice nada de eso. Parecía que Conrad había notado como me derretía, porque movió sus labios hacia los míos. Un ligero toque que me puso en llamas, justo como la más pequeña chispa que causa un infierno. Colocó su mano bajo mi cuello, tomándolo posesivamente mientras sus labios continuaban besando los míos, un suave beso que contradecía al calor en sus ojos y la tensión en su cuerpo.
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Moví las caderas suavemente, desesperada por algo de alivio del palpitar que se había apoderado de mi entrepierna. Masculló: ―Maldita sea. ―La palabra no era enojada, era como si se estuviera dando por vencido. Dejándose llevar. Apretó más los dedos alrededor de mi cuello. Mis labios se abrieron con un suspiro y también me dejé llevar, permitiéndome sentir algo que no había querido en un largo tiempo. Su teléfono sonó, vibrando en el mueble. Se alejó, luego dudó, como si quisiera continuar conmigo. Era una batalla perdida. El teléfono no paró, aumentando el volumen, y con el incesante vibrar. ―Mierda. ―Me soltó y rodó fuera de la cama. El sol se asomaba por las orillas de sus cortinas grises, enviando líneas verticales de cálida luz amarilla en la habitación. Las alas de su espalda moviéndose con él, dando la ilusión que era reales, permaneciendo pegadas a su piel por el momento. Presionó la pantalla y sostuvo el celular contra su oído. ―¿Sí? Espera un momento. ―Volvió a la cama, tomó el arma debajo de la almohada y luego se fue, cerrando la puerta detrás de sí.
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Me pasé una mano por la mandíbula mientras salía de la interestatal. Había dejado a Charlie al cuidado de Nate, aunque le había advertido que no pusiese un dedo en ella. Ella quería saber a dónde iba a ir, incluso pidió ir conmigo. Sonreí mientras recordaba la forma en que me había mirado. Un momento, había querido matarme a sangre fría con mi propia arma; al siguiente, estaba preguntando por qué tenía que quedarse atrás. Todo un personaje. La carretera abría camino a un campo de golf a la izquierda. Hacía demasiado frío para que los idiotas ricos estuvieran haciendo ruido en sus carritos de golf, aunque los campos parecían inmaculados. Tomé un sorbo de café negro en mi taza de viaje y continué por la carretera, las casas se hacían más grandes mientras pasaba. Vince Stanton no vivía en la ciudad. Tenía una casa en Society Hill donde llevaba a sus amantes, pero su residencia principal estaba en el rico suburbio de Bryn Mawr. Esquivé el campo de golf antes de girar a un largo camino privado. Un césped marrón se expandía a cada lado, el césped cubierto con árboles maduros y el paisajismo que se fundía en un cerco más grueso cerca de los bordes de la propiedad. Más árboles estaban conectados con vigilancia. Vince se enorgullecía de saber cada vez que tenía invitados, queridos o del otro tipo. Desaceleré mientras me acercaba a la mansión Tudor. Tenía tres plantas de altura y tenía muchas alas. Había una rotonda al frente, la letra “S” con plantas escalonadas en el centro. La rodeé y estacioné al lado del garaje para cinco autos. La mañana había amanecido fría y soleada, la nieve de la noche anterior asentada en puntos del césped y en los autos estacionados. Me abotoné la chaqueta del traje mientras subía los escalones delanteros. La puerta marrón oscuro se abrió frente a mí, y Marc, uno de los primos de Vince, me hizo señas para entrar. ―Connie, ¿cómo estás, hombre? Mascullé una respuesta evasiva: ―¿Tú?
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―No puedo quejarme. ―Dirigió la mirada a la oficina de Vince―. Claramente no puedo. ―Pasó el pulgar por dentro de su tirante, el movimiento lleno de nervios y preocupación. Me quité los lentes de sol y los guardé en el bolsillo interior de mi chaqueta. Con la punta del dedo rocé la culata de mi arma. Consolándome con la forma del frío metal. Mi instinto me decía que estaba sucediendo algo, aunque estreché la mano de Mark como si no estuviese pasando nada. Podía tumbarlo en dos segundos si podía presentarse la necesidad. De todos modos, no me gustaba el ambiente en la casa; el aire calmado, el silencio, la capa de sudor que cubría el labio superior de Mark. ―Te está esperando. ―Mark cerró la pesada puerta de entrada de golpe. Di un paso y él se movió para seguirme detrás. De ningún modo. ―Ve delante. Te seguiré. ―Señalé la oficina con un movimiento de barbilla. ―¿Qué? ―Me dio una sonrisa tensa―. ¿No confías en mí? No le devolví la sonrisa o respondí su estúpida pregunta. En cambio, analicé cada tic de sus dedos y el miedo en sus ojos. No era bueno. ―Está bien. Por Dios. ―Caminó delante de mí, sus zapatos baratos golpeaban contra el suelo de mármol del vestíbulo. Me picaban los dedos por mi arma, pero me aguanté. Mejor ver el estado de las cosas que hacer un movimiento del que me arrepentiría. No podía pensar solo en mí mismo. Ahora Charlie estaba involucrada en esta mierda. Si salía mal, necesitaría sacarla fuera de la ciudad. No se me había dado un motivo para esta reunión, pero podía suponerlo. Las palabras viajaban rápido, especialmente cuando involucraba jugadores poderosos en la clandestinidad. Tenía que aclararlo todo lo que hice en Lender con Vince. Y si Berty sobrevivía, necesitaría conseguir la orden para acabar con él para siempre. Vince fumaba un cigarro cuando entré, el olor acre flotando a través del aire en volutas de humo. Nunca me gustaron los cigarros. Olían como la mierda y gritaban “esforzándose demasiado”. ―¡Si es mi asesino a sueldo favorito! ―Puso los pies sobre la mesa. Vince era un hombre pequeño, menos de metro ochenta de alto, con miembros delgados y una pequeña barriga. Su cabello gris había abandonado la mitad delantera de su cabeza y mantenía los lados recortados. A los cincuenta y cinco, tenía el paso decidido y arrogante de un hombre joven y una voluntad de hierro. La había necesitado para servir como mano derecha de Serge Genoa durante dos décadas.
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Serge había sido conocido por su crueldad y su don para la brutalidad. Había tomado muchos trabajos para él, escupido la suficiente sangre para pavimentar mi camino al infierno en rojo. Y luego lo había mandado al otro barrio por petición de su número dos, Vince. Era la única forma en que Vince tomaría el mando. Serge tenía sesenta años y bien encaminados para vivir hasta la avanzada edad. Para que Vince tomase su oportunidad, Serge tenía que irse. El problema era que, si matabas al jefe, no podías ser el jefe. Ahí era donde yo entraba. ―Toma asiento. ―Vince señaló las sillas de cuero frente a su mesa―. Tenemos algo que discutir. La habitación tenía paredes de panel oscuras, del tipo de los juzgados y que les encantaba a los nuevos ricos. Las alfombras cubrían la mayor parte del suelo de madera y muchas pinturas de la familia de Vince miraban hacia nosotros con sonrisas indiferentes. Mark tomó asiento en el sofá a la izquierda cerca de una amplia chimenea. Tiré de una silla de piel a un lado, así podía ver a Vince, a Marc y la puerta. ―Buenos días. ―Me senté y estudié a Vince mientras fumaba su cigarro. Él sonrió. ―¿Aún con el hábito de reorganizar los muebles? ―El riesgo laboral. ―Puse las manos en los brazos de la silla, el cuero marrón claro se sentía como mantequilla bajo los dedos―. Un tipo como yo no puede permitirse ser descuidado. ―Bien dicho. ―Apagó el cigarro―. Wendy y los niños están fuera de la ciudad. El único momento que consigo fumar en la casa, así que lo aprovecho al máximo. Asentí. No se me pagaba por hablar. ―Directo a los negocios, como siempre. Te respeto por eso. ―Se reclinó en su asiento, los pies todavía levantados. Su zapato derecho necesitaba una nueva suela―. Bueno, aquí está. Escuché que te metiste en pequeños problemas anoche. ¿Geno intentó acabar contigo? Lo miré con el ceño fruncido. ―Eso no salió muy bien para Geno. ―Y me alegro. Buen viaje. ―Entrelazó las manos sobre el estómago, dándole a su barriga la apariencia de barriga de embarazada―. También escuché sobre el desastre en Lerner. Asentí.
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―Acabaste con media docena de tipos, todo ellos eran leales a Serge y la vieja forma de hacer las cosas. Ese fue un buen trabajo, pero hay solo un problema. ―Frunció el ceño, como si las siguientes palabras le molestasen―. Yo no te ordené que acabases con ellos. No respondí. Diría lo siguiente hablase yo o no. Me preparé para ello y mantuve el rostro sin emociones. Bajó los pies al suelo y se inclinó hacia delante sobre los codos. ―También sé que disparaste a Berty. Casi lo mataste. ¿Casi? Joder. ―Eso es cierto. ―¿Y todo esto fue por una mujer? ―Se rió, el sonido cargado de muerte, y se reclinó―. Siempre es por una mujer, ¿no es así? Nada como una hermosa mujer para meter un problema en los trabajos. Los imperios pueden alzarse o caerse por un impecable coño, ¿cierto? ―Seguro que pueden ―intervino Mark. ―¡Cierra la puta boca! ―Vince le lanzó a Mark una mirada mortal―. Están hablando los adultos. ―Su voz calmada y se giró de nuevo hacia mí―. Hiciste un desastre, Conrad. Ahora tiene que ser limpiado. La única limpieza que había dejado era poner una bala en la cabeza de Berty. ―Da la orden y está hecho. Sonrió sin simpatía. ―Me alegro que seas tan responsable. Matar a Berty estaba en la cima de mi lista para Navidad. ―Hoy lo tendré hecho. ―Espera un momento, Con. ―La voz de Vince llevaba una frialdad que hizo que se me erizasen los pelos de la nuca―. Quiero ser claro en este contrato. Quiero a la chica de la tienda de flores muerta y enterrada antes de la puesta de sol. Mi mente daba vueltas, pero mantuve la voz calmada: ―¿Qué? Ella no tuvo nada que ver. Berty… ―Es mi número dos. ―Ondeó la mano en el aire como si estuviese alejando un rastro de humo―. Jugó a ser el jefe por un momento, pero hemos tenido una charla y está preparado para calmarse y unirse a mi equipo. El equipo ganador. En relación a todo este trabajo, la zorra de la tienda de flores tiene que desaparecer. Si va a la
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policía por Berty, bueno… ―Apretó los labios―. Simplemente no podemos tener eso. Me hirvió la sangre cuando llamó zorra a Charlie. Mi 9 milímetros exigía que hiciese algo sobre ello. ―¿Por qué mantener a Berty? ―Eso no es de tu incumbencia. Sin embargo, Berty me habló de tu cariño hacia esa mujer. ¿Va a ser un problema? ―Su tono se oscureció. Mi mente corría a mil por hora. Se suponía que las cosas fuesen simples. Recibía una orden, seguía esa orden y recogía mi dinero manchado de sangre. Fácil. Pero esto era diferente. Me levanté y di unos pasos hacia la mesa de Vince, luego me incliné sobre ella. Él se estremeció, aunque intentó recuperarse apretando la mandíbula. No funcionó. Vi el miedo en él, podía sentirlo como una fina capa de polvo en el aire. Tenía razón para tener miedo. ―Si esta es la forma en que vas a jugar… ―Dejé que la incertidumbre flotase en el aire. Mark se removió en el sofá, asustado e inseguro de qué sucedería a continuación. Si él intentaba cualquier cosa, estaría muerto antes de tocar el suelo. Entrecerré los ojos hacia Vince. Su fría fachada cayó mientras miraba hacia mí, un suave brillo de sudor explotó en su frente. ―Te di mis órdenes. ―Vince se levantó, su color elevándose―. Son definitivas. ―Golpeó la mesa con los puños―. ¿Quizás has olvidado la pequeña amabilidad que te mostré hace cinco años? ―No lo he hecho. ―El picor de pegarle un tiro se intensificó. ―Bien. ―Sonrió como una araña cuando atrapa a una víctima y le inyecta su veneno―. Gracias por venir a charlar. Dale una llamada a Mark una vez que hayas manejado a la mujer. ―Me aseguraré de ello. ―Me giré para marchar, pero no lo suficiente para dejar a Vince fuera de mi vista. ―Eres un verdadero activo aquí, Connie. No me gustaría que eso cambiase. Tu padre hizo un buen trabajo para Serge. Nunca cuestionó las órdenes, sin importar el trabajo. Era un buen hombre. ―Era un asesino. ―Justo como yo. Golpeó la mano contra la mesa. ―Era leal.
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Me detuve en la puerta hacia el vestíbulo. ―Era leal con el que más pagase. El que le diese el mayor valor, era quien ganaba. ―¿Cuánto valía Charlie para mí? Vince se rió, El sonido poco convincente y forzado. ―Está bien, está bien. Veo lo que está pasando aquí. ¿Quieres el doble por este trabajo? ¿Eso es todo? Bueno, lo tienes. El doble de la recompensa normal. ―Lo manejaré. ―Salí a zancadas. ―Oh, olvidé mencionarlo ―gritó Vince―. Porque esta transacción es un tema importante y necesitaba que todo fluyese delicadamente a partir de ahora, también llamé a Ramone para este trabajo. Por supuesto, quien llegue a ella primero reclamará la recompensa, como es costumbre. Maldito infierno. Ramone Diaz, el asesino de la costa este que tenía un récord parecido al mío. Era metódico, letal y lo peor de todo, nunca perdía un objetivo. Si Charlie estaba en su mira… Se me revolvió el estómago al pensarlo. Mantuve mi paso despreocupado en el vestíbulo y bajando los escalones hasta mi auto. Incluso mientras giraba por el camino de entrada, manteniendo todo a mi velocidad normal, el hielo alrededor de mi corazón se rompió y el órgano comenzó a latir en un sangriento estacato. Golpeé el bluetooth para llamar a Nate. Fue directamente al buzón de voz. Apreté los dientes y pulsé rellamar. Nada. Si Ramone estaba detrás de Charlie, solo podía esperar que no estuviese muerta ya.
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Conrad se había ido rápidamente, frunciendo su ceño con preocupación mientras se vestía y enfundaba su arma. ―No intentes nada. Nate te cuidará hasta que regrese. ―¿A dónde vas? Había dejado la pregunta sin responder y salió a la sala de estar a hablar con Nate en voz baja. ―¿Por qué no me puedes llevar contigo? ―Lo había seguido y puse mis manos sobre mis caderas. Su mirada se deslizó lentamente por mi cuerpo, y mis pezones se pusieron alertas. Había cruzado mis manos sobre estos, pero no antes de que él obtuviera un buen vistazo. Se lamió sus labios llenos. ―Porque debes quedarte aquí mientras enderezo todo esto. ―¿Vas a matar a Berty? ―Mi tono parecía más a una exigencia que una pregunta. No sé cuál de los dos estuvo más sorprendido. Entrecerró sus ojos. ―Tal vez. La amenaza en su voz había enviado mensajes mezclados a través de mí. Mis muslos se acaloraron, aunque el miedo galopaba por mi corazón. ―B-bien. ―Me había dado vuelta, esperando que no hubiera visto el sonrojo subiendo por mi cuello y hacia mis mejillas, y regresé al dormitorio. Cuando Conrad se fue, Nate me llamó. ―Sal de ahí. Pediré el desayuno. Entré al armario de Conrad y saqué una camisa de botones, colocándola sobre la camiseta que había usado en la noche. Cayó hasta el medio muslo y me dio un
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sentido extra de seguridad, porque olía a Conrad. Aunque inhalé un poco más profundo de lo que debí. Entré a la sala de estar y me detuve para admirar la vista de Washington Square. Los arboles hace mucho habían perdido sus hojas por el invierno, pero el parque todavía daba color al pavimento y al centro de concreto de Filadelfia. Parches de nieve todavía persistían en el paisaje. No del todo un paisaje de invierno, pero todavía una vista placentera. ―Te gusta el tocino, el omelet, muffin, ¿qué? Voy a orden en Cothard’s. ―Nate se inclinó sobre la isla de la cocina con el teléfono en el oído, aunque sus palabras estaban dirigidas a mí. ―¿Un muffin de banana y nuez? O arándanos. Tocino y café. ―Caminé hasta la ventana del extremo y miré mientras el sol se elevaba por el río, los perezosos rayos de luz proyectando sombras hacia mí. Mi tenue reflejo mostraba el pequeño vendaje en mi nariz y las medias lunas oscuras bajo cada ojo. No era mi mejor apariencia, pero había estado peor. Sanaría. ―Sí, apúrate con eso y doblare la propina. ―El reflejo de Nate se acercó más mientras volvía a la sala de estar. Me tensé. Incluso a la luz del sol, el sótano todavía atormentaba mi mente. Necesitaba salir de aquí, volver a la tienda y a mi apartamento. Si necesitaba irme, lo haría. ―Estarán aquí en quince minutos, como mucho. ―Se dejó caer en el sofá y pasó un brazo a lo largo del respaldo―. Ven a sentarte. Estar de pie en la ventana podría ser malo para tu salud. Miré hacia él, y me sonrió de forma amigable. Parecía como de mi edad, cabello oscuro, ojos afables, rasgos apuestos, más bajo que Conrad, pero constituido, y... por lo que recordaba de la noche anterior, una boca ingeniosa. Pero me había ayudado, trabajó con Conrad para sacarme del nido de víboras. No confiaba en él, pero no hería a nadie seguir la corriente a menos que diera una razón para no hacerlo. Rodeando la parte de atrás del sofá, me senté en una silla lateral y puse una almohada en mi regazo. ―Viendo que no hemos sido presentados de forma apropiada, soy Nate. ―Asintió levemente. ―Charlie. ―Sostuve su mirada. ―Claro. La chica de las flores. ―Tengo una tienda, sí.
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―Entonces, ¿cómo conoces a Con? ―Subió un pie sobre la mesa de centro, como si estuviera en casa. Imaginé a Conrad pateándolo, diciéndolo que sacara los pies del mueble, y tuve que contener una sonrisa. ―De hecho, no lo conozco. Ladeó su cabeza. ―¿Estás segura? Definitivamente parece que ustedes dos son algo. Eso fue lo que Berty pensó. Y ustedes… ―apuntó con el pulgar al dormitorio―, durmieron juntos anoche. Mis mejillas se calentaron. ―Dormimos. Eso es todo. Nunca había visto Conrad hasta ayer, hasta que él… ―Una visión de él disparando a un hombre en el suelo rebotó contra mi cerebro y me estremecí. Su rostro se suavizó, dándole una apariencia incluso más joven. ―¿Lo viste trabajar? ―Si matar es tu definición de “trabajo” entonces sí. ―Lo es para Con. Me removí en el asiento, la incomodidad deslizándose a través de mí ante la idea de Conrad asesinando por dinero. ―Tú y él… ¿hacen el mismo trabajo? ―Sostuve su mirada, sus ojos verde oscuro con ligeros tonos de avellana. Negó. ―No puedo hacer la cantidad de dinero que Con hace. Ni de cerca. No soy tan bueno disparando, y no soy… ―Se calló y miró a la TV, aunque la pantalla estaba negra. ―¿No eres un asesino? Volvió su mirada a la mía. ―Lo soy, pero no como Con. ―¿Entonces, no por dinero? ―No en realidad. ―Se encogió de hombros, aunque la despreocupación no lo acompañó al resto de él. Estaba tenso, pero intentó parecer tranquilo―. Sólo si debo hacerlo, Con es un especialista. Un contratista independiente, se podría decir. Soy más un chico de compañía.
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―¿Para quién trabajas? ―Eso es información confidencial. ―Me mostró una sonrisa brillante, una que estaba segura, hizo caer más de un par de bragas―. Y no necesitas saberlo. ―No importa. Siempre y cuando ustedes dos arreglen… ―moví mi mano en un arco vago―… lo que sea en me hayan metido, no me importan los detalles. ―Así es como debe ser. ―Pasó sus manos por sus muslos, como si limpiara nuestra conversación en sus jeans. ―¿Crees que se resolverá hoy? ―No hay como saberlo. Sabremos más cuando Con vuelva. ―¿Cuánto se tardará? ―Miré el reloj digital sobre el receptor del televisor. Sólo media hora antes de lo que se suponía debía abrir la tienda. ―No lo sé. Tenía que salir de la ciudad para ver al jefe, así que al menos un par de horas. No me gustaba la idea de Con posiblemente discutiendo mi destino con su jefe. ¿Y si Con decidía que era prescindible? ¿Todavía querría estar cerca cuando volviera? Nate podría no ser un asesino, pero había visto la forma sin remordimiento de Con al hacer negocios. Debía salir del apartamento. Me levanté. ―Debo irme. Mi tienda… ―De ninguna manera. ―Nate se pasó una mano por el oscuro cabello, dándole un aspecto desordenado. Casi infantil―. Él dijo que debías quedarte aquí. Debía pensar rápido. ―Si no abro la tienda, la gente empezará a hacer preguntas, y habrá otra pila de problemas en nuestras manos. El señor Chan podría ya haber llamado a la policía. Por lo general ya estoy en el trabajo, revisando las entregas de flores. Al segundo en que las vea apiladas afuera, sabrá que algo pasa. Me disparó una mirada, una que decía que sabía cuándo algo era mentira. ―Llama al señor Chan y dile que estás enferma. Mierda. Crucé los brazos sobre mi pecho. ―Nunca he faltado para abrir la tienda. Nunca. Ni siquiera tengo un teléfono conmigo. Estaría llamando de un número extraño. Después del tiroteo de ayer y mi rápida salida, ¿de verdad crees que no sospechará? Entrecerró los ojos, claramente pensando mis palabras. ―Con dijo que nos quedáramos…
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―Dijiste que no volvería en unas horas. En ese tiempo, podríamos ir a mi tienda, y podría meter las entregas. Y luego llamar al señor Chan y decirle que cerraré unos días. Todos los problemas resueltos. Volveremos antes que Conrad siquiera sepa que nos fuimos. ―No me gusta cómo suena eso. ―¿Te gusta más el sonido de las sirenas de policía? El señor Chan no dudará en llamar a la policía. No sé qué tanto desastre hizo Berty y su cómplice, pero si la policía puede rastrearme hasta Lerner, puede rastrearme hasta ti. ―Mierda. ―Sacó el teléfono de su bolsillo, lo miro por unos minutos como si estuviera intentando decidir si llamar a Con. Después de un momento, lo volvió a meter en su bolsillo. Me miró de forma dura―. Si esto es una especie de plan, no funcionará. Puede que no asesine para vivir, pero eso no significa que sea un buen tipo. ―Entiendo. Ningún asunto raro. El sonido de un murmullo vino por el cuarto, seguido de una voz. ―Domicilio de Cothard’s.
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Me lanzó una mirada perforadora. ―Mierda, no debería hacer esto. ―Se levantó y pasó a mi lado―. Comeremos de camino. *** La puerta trasera de la tienda estaba abierta, aunque parecía que nadie había tomado la oportunidad para meterse y llevarse las flores. La relativa calidez del cuarto trasero me golpeó junto con el reconfortante aroma a lirios. Esto mezclado con el aroma que Con dejó en su abrigo, el cual me había puesto antes de salir del apartamento, me tranquilizó. ¿Por qué el aroma masculino de un asesino me tranquilizaba? Hice la pregunta a un lado y fui hacia los gabinetes junto a la pared de la derecha. ―Oye, ¿qué haces? ―Nate miró el cuarto, luego miró a la parte delantera de la tienda. Una vez satisfecho que estábamos solos, se inclinó contra el marco de la puerta separando la parte de atrás de adelante. ―Tengo ropa limpia aquí. ―Saqué una pequeña bolsa del estante superior. ―Espera. ―Se acercó y tanteó el bolso―. No puedo permitir que se pongas toda Annie Oakley3 conmigo.
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Annie Oakley: Una gran tiradora reconocida por su asombrosa puntería.
―No tengo arma. ―¿No? ―Tanteó e hizo una mueca cuando sacó un par de bragas―. Deberías. Le arranqué la tela de sus manos. ―Date vuelta para poder cambiarme. Volvió al marco de la puerta. ―No te daré la espalda, pero no miraré, tampoco. ―Miró a la ventana delantera. ―Será mejor que no. ―Dije que no. Mi palabra es verdadera. ―Mantuvo sus ojos fijos lejos de mi mientras me quitaba la ropa de Con y me ponía la mía. Con más cuidado del necesario, doblé su camisa y su pantalón corto y los metí a mi bolso. ―Muy bien, ahora, ve por las flores, llama al señor Chan, y larguémonos de aquí, ¿bien? ―Nate me miró. ―Bien. ―Fui a la puerta delantera, la abrí y metí las tres cajas que estaban afuera. Flores frescas de Colombia, aunque me pregunté si tendría la oportunidad de desempacarlas antes que se pusieran mustias y murieran. ―Listas las flores. ―Nate mantuvo una mano en su vientre, cerca del arma en el estuche de su hombro―. Ahora llama al señor Chan. ―Muy bien. ―Fui al mostrador y tomé aire. Un par de tijeras estaban junto al teléfono. Siempre las usaba para cortar moños, las hojas eran afiladas y precisas. ¿Tenía el coraje para usarlas con Nate? No estaba segura. Tomando el auricular, mi mano tembló, aunque marqué el número del señor Chan sin incidentes. ―¡Limpiadores! ―respondió con su usual ladrido. ―Hola, señor Chan, es Charlie… ―Sé quién es. El teléfono me dijo. ―Claro. Sólo quería decirle que cerraré por unos días. ―¿Por qué? ―Habló sobre el ruido de la señora Chan hablando en rápido chino en alguna parte cerca―. La policía estuvo buscándote ayer, y luego sólo te fuiste. Me preguntaron a dónde, y les dije que hablaran con mi abogado. Sonreí. ―Bien hecho, señor Chan.
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―Conozco mis derechos. ―murmuró algo en chino―. ¿Entonces por qué te vas? ―Sólo unos asuntos familiares. ―Moví mi cuerpo para que Nate no me pudiera ver agarrando las tijeras―. No es importante. Si pudiera hacer que su sobrino traiga adentro cualquier entrega que vea afuera o atrás. ¿Todavía tiene la llave que le di? ―Por supuesto. Nos encargaremos. ―El zumbido de máquinas sisearon en el teléfono, y me imaginé al transportador de ropas moviéndose como una serpiente tras él―. Llámanos si necesitas algo. ―Gracias, señor Chan. Colgamos. ―Me alegra que eso esté listo. ―Nate apuntó a la puerta trasera―. Ahora vámonos antes que Conrad se entere que yo, A) robé su Benz para esta pequeña excursión y B) me llevé a su chica. ―No soy su chica. ―Deslicé las tijeras en mi bolsillo. ―Bien. La chica de quien seas, vámonos. ―Bajó la mirada sobre mí. Tragué con fuerza y fui hacia él. Cuando llegué a la puerta, me detuve, pero él no se movió. ―Después de ti. ―Me hizo señas para ir primero. Deslicé mi mano en mi bolsillo y agarré las tijeras mientras iba delante de él. ―Sólo necesito poner seguro. ―Saqué las tijeras y las sostuve frente a mí donde no pudiera verlas. ―Rápido. Necesitamos volver antes que Conrad… La puerta trasera se abrió hacia adentro, y Conrad entró, con fuego en sus ojos. Cuando vio las tijeras en mi mano, las llamas ardieron más. ―¿Qué demonios? En un movimiento desesperado, las balanceé hacia él. Me agarró la muñeca con facilidad y apretó hasta que mi mano quedó muerta y las tijeras cayeron al suelo. ―¿Qué voy a hacer contigo? ―Sus palabras chorreaban amenaza y un toque de algo más, algo que hizo que mis entrañas se apretaran. ―¿Tijeras? ―gruñó Nate a mis espaldas―. Maldición, mujer, pensé que teníamos algo. Supongo que me equivoqué. Conrad soltó mi muñeca y giró su mirada airada a Nate.
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―Te dije que te quedarás en el apartamento. Que me esperarás. Que la mantuvieras a salvo. ―Puso su mano en mi cintura, sus dedos enviaron una descarga a través de mí. Atrapada entre los dos hombres, mis esperanzas de escapar se redujeron y desaparecieron. ―Supongo que no fui claro. ―Conrad miró hacia el frente de la tienda y hacia la calle por el panel de la ventana de vidrio. ―Sí lo fuiste. ―La boca ingeniosa de Nate estaba en acción―. Sólo quise pasar por aquí y conseguirte un bonito arreglo. Tal vez unas rosas o claveles. Algo para hacerte sentir mejor ya que tienes el periodo y todo eso. La mano de Conrad me agarró con más fuerza mientras fruncía el ceño a Nate. ―Debemos volver a mi casa, ahora. ―Me acercó más hasta que su brazo se envolvió en mi cintura. Olía a lo mismo que antes, el jabón silvestre de su baño con un toque de aceite para armas y él. ―Bien. Creo que ella ya casi terminó con lo que sea que fueran las cosas de flores que debía hacer. ―Nate resopló―. De nuevo, no la conozco en absoluto, qué pasa con las tijeras. Aquí estaba yo pensando que ella y yo éramos “Amigos del alma”4, pero luego ella va y… ―Cierra la boca. Tenemos mayores problemas. ―La voz de Conrad era un irritado gruñido que vibró de su pecho al mío. ―¿Cómo cuál? ―No importa. Debemos largarnos de aquí. ―Dio un paso hacia atrás, llevándome con él. ―Puedo caminar. ―Empujé su pecho, los músculos duros bajo su camisa de vestir. ―Sí. ―Sonrió, aunque la tensión permaneció en su barbilla―. Te vi revelarte cuando Nate no te vigiló. ―Dio otro paso hacia atrás, manteniéndome presionada contra él como si bailáramos―. Voy a mantenerte cerca. No quiero ser destripado por una florista en una tienda de flores. Eso arruinaría mi reputación. Lo miré con el ceño fruncido, pero su agarre no se aflojó. ―Todavía quiero saber cuál es nuestro gran problema. ―Nate nos siguió hacia la parte de atrás de la tienda.
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Bosom Buddies. Conocida como Amigos del Alma. Comedia de televisión.
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―Te diré de camino a mi apartamento. ―Los ojos de Conrad se levantaron, mirando algo en la parte de delante de la tienda. Frunció el ceño. ―Oh, mierda. ―La voz de Nate cayó―. Odio cuando tienes esa mirada en tu… ―¡Al suelo! ―Conrad se hundió sobre mí, y Nate se agachó hacia el lado derecho, mientras la ventana frontal se rompía en pedazos y una bala golpeaba la pared.
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Otra bala golpeó la pared y Ramone no estaría muy lejos detrás. Había tirado a Charlie al suelo, presionando su cálido cuerpo contra el mío. Su esencia fluía a mi alrededor, delicada, floral y completamente en desacuerdo con la lluvia de disparos. Miré sus ojos con fijeza. ―Haz exactamente lo que diga. Hizo una mueca cuando otra bala golpeó la pared de yeso. ―¿Quién mierda es? ―Nate gateó hacia la puerta trasera y palmeó su arma. ―Ramone. Me echó un vistazo, el color drenándose de su rostro. ―¿Te estás burlando de mí? ―Ojalá. ―Rodé, poniendo a Charlie encima de mí y lejos del disparo claro por la ventana delantera. Sus pechos se presionaron contra mí, su respiración salió en jadeos superficiales―. Respira, Charlie. Estás a salvo siempre y cuando estés conmigo. ―Mi ira por el truco de las tijeras murió cuando vi su miedo. Se aferró a mi chaqueta, sus ojos frenéticos. Si no se calmaba, iba a hiperventilar. ―Charlie, escucha. Respira. Inhala despacio, exhala despacio. ―Pasé mi palma por su espalda―. Sígueme. ―Inhalé lento y profundo. Después de un momento, continuó, relajando su respiración y su cuerpo en el mío. Se sentía bien, demasiado bien. No teníamos tiempo, no con Ramone acechándola. ―¿Detrás de quién va ese estimulador de próstata? ―preguntó Nate cuando otra bala se alojó en la pared―. ¿De mí? ¿De ti? Le di una dura mirada fulminante, intentando obligarlo a callarse, pero el silencio nunca había sido el punto fuerte de Nate. Movió sus ojos hacia Charlie.
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―De ella, ¿eh? ¿Por qué? No quería asustar a Charlie más de lo necesario, pero necesitaba saber cuán seria era la situación. ―El jefe está manteniendo a Berty cerca. ―Aparté a Charlie de mí y me senté, aunque mantuve mi cuerpo entre el suyo y las balas volando a través de la parte delantera de la tienda. ―¡Oh, por el amor de Dios! ―Nate rebotó su cabeza contra la pared. ―Me dijo que limpiara el desastre de Berty. Dijo que hizo un contrato con Ramone en caso que no pudiera terminar el trabajo. Charlie se congeló, su respiración haciéndose superficial de nuevo. ―¿Se supone que me mates? ―Vaya. ―Froté mis manos por la parte superior de sus brazos―. Eso no va a suceder. ¿De acuerdo? Su barbilla tembló mientras me miraba con fijeza. El miedo en sus ojos rompió mi corazón. Seguí frotando sus brazos, como si mi toque pudiera convencerla que nunca le haría daño. Nate revisó su cargador, luego lo colocó con un deslizamiento y un clic. ―¿Por qué diablos quiere el jefe a esa jodida serpiente de Berty alrededor? ―No podría decirlo, pero quiere a Berty libre y claro para ser su mano derecha. Fría comprensión se mostró en el rostro de Charlie con una sombra amarillenta. ―No quiere que vaya a la policía. ¿Es eso? ―Agarró la chaqueta de mi traje―. Dile que no diré ni una palabra. No se lo diré a nadie. Me dejará en paz entonces, ¿verdad? Juro que no diré nada. Negué y tomé sus cálidas manos. ―No funciona de esa manera. ―No lo contaré. Lo prometo. ―Su insistencia no cambiaba el hecho que en el momento en que Ramone tuviera un disparo claro, estaría muerta. ―Es demasiado tarde para eso. ―Apreté sus manos―. Ramone está atrás. ―¿Atrás? ―Nate negó y apuntó hacia la ventana rota―. Estoy bastante seguro que las balas vienen de ese camino. ―Ese no es Ramone. Parece que tiene un lacayo delante. Los disparos están dirigidos a llevarnos al callejón, donde Ramone estará esperando.
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―¿Cómo lo sabes? ―Nate presionó su espalda contra la pared y le dio una cautelosa mirada a la puerta. ―Porque lo sé. ―Porque es lo que haría. Me volví hacia Charlie y sostuve su barbilla―. ¿Hay otra manera de salir de este lugar? El pánico elevó su voz y la agudizó. ―N-no. Sólo si saltáramos desde el segundo piso. ―¿Acceso al tejado? ―Nate miró al techo. Los ojos de Charlie brillaron sólo una pizca. ―Hay una escalera, sí. ―Su esperanza se desvaneció igual de rápido―. Pero la puerta está bloqueada y la llave se encuentra en el mostrador frontal. No importaba. ―Nuestros autos están atrás. Incluso si llegáramos al tejado, no llegaríamos muy lejos antes que Ramone nos disparara. ―Hice cuentas rápidamente de lo que necesitábamos para salir de la tienda vivos. Ninguno de mis posibles planes terminó con todos respirando―. No podemos hacerlo y Charlie necesita salir de aquí rápido. ―Agarré mi pistola y miré la puerta trasera―. Tengo un plan. ―¿Qué estás haciendo? ―Charlie empuñó mis solapas con sus pequeños puños. ―Voy a realizar algunos disparos de cobertura. Nate te llevará. Vayan tan lejos de aquí como sea posible y pasen desapercibidos. ―Eso es una misión suicida. ―Nate negó. ―Es nuestra única opción. ―Te matará, hombre. Eso es lo que hace. ―No si lo mato primero. ―Me puse de pie. ―No vayas. ―Charlie me agarró del antebrazo, sus ojos brillando. ¿Por qué un ángel lloraría por un pecador como yo? Nate la miró boquiabierto. ―Maldición, Charlie. ¿Estás preocupada por él cuando ibas a enviar a Edward Manos de tijeras sobre mi culo? ―Estarás a salvo con Nate. ―No tenía que revisar mi cargador. Contenía quince balas, además de la que estaba en la recámara. La 9 milímetros era una extensión de mi brazo; podía sentir el peso de cada bala. Estaba lista para ir, al igual que yo―. ¿Dónde está el acceso al tejado?
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Echó un vistazo a una estrecha puerta en el lateral de la habitación, pero presionó sus labios. ―Oye. ―Suavicé mi voz y me agaché para mirar sus brillantes ojos―. Necesito que me lo digas. De otro modo, iré a ciegas. Su respiración se atoró y las palabras salieron. ―Las escaleras están por allí. Una vez que llegues arriba, verás una pequeña puerta a tu izquierda. Está bloqueada, y dentro hay una escalera hacia el tejado. ―Una lágrima escapó por la esquina de su ojo. La limpié con mi pulgar y memoricé su rostro. Si Ramone me mataba, quería que Charlie fuera la última cosa que recordara. ―Quédense aquí hasta que me oigan disparar, luego váyanse. Pasen desapercibidos. ―Saqué mis llaves y se las arrojé a Nate―. El Audi está listo para una rápida huida. Probablemente lo sabe, así que tendrán que correr. ―Cerré los ojos, imaginando el plano del callejón―. Si los neumáticos son disparados, corran a la derecha. Él estará instalado a la izquierda de la escalera de incendios de ese edificio de ladrillos de cuatro plantas al final del callejón. Lo mataré o lo arrinconaré. Después de eso, encuentren un auto y salgan como el infierno de Dodge. ―No puedo dejarte, hombre. ―Nate negó―. Ramone y sus chicos no la joden. Sales solo, estás muerto. ―La preocupación en sus ojos debería haberme animado. En cambio, me preocupé que hubiéramos malgastado demasiado tiempo. Ramone era inteligente. Cada segundo extra que le dábamos, era otra manera para planear la muerte de Charlie. ―Ramone trabaja solo. El tipo en la parte frontal es una excepción. Somos sólo él y yo. Si puedo dejarme caer sobre él desde el tejado, tendrán una oportunidad. ―No me gusta. ―No tiene que hacerlo. ―Miré a Charlie, sus asustados ojos brillantes―. Mantenla a salvo, ¿entiendes? Es todo lo que me importa. ―Desnudar mi corazón fue más fácil de lo que había imaginado. Tal vez la parca respirando en mi cuello puso las cosas en perspectiva. Su suave voz tembló. ―Ven con nosotros. ―Los alcanzaré. ―Besé su frente, aunque no tenía derecho a hacerlo. ―No puedes alcanzarnos desde una bolsa para cadáveres, hombre. ―La advertencia de Nate rodó sobre mí como agua en un tejado. Esta era la única manera. Agarré su brazo y apreté.
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―Nunca has dudado de mí antes. No empieces ahora. ―Mierda. ―Nate cuadró sus hombros y asintió―. Puedes hacer esto, ¿de acuerdo? Puedes lograr salir de aquí. Eres mejor que él. Tenía razón, pero no la suficiente para apostar la vida de Charlie a eso. Me puse de pie y me apresuré a la puerta. Oscuras escaleras iban arriba. Quería mirarla una vez más, para capturar la imagen de su dulce rostro y llevármelo conmigo al infierno. Pero no merecía esa última pizca de consuelo. Subí los escalones de dos en dos y me preparé para ayudarlos a escapar, incluso si me destruía.
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Conrad desapareció dentro de la oscura escalera, sus pasos alejándose y después silencio. ―Joder. ―Nate pellizcó el puente de su nariz―. Esto es una mierda. Un ruido sordo y el quejido de astillas de madera perforaron el aire. Conrad haciendo su camino hacia el techo. Miré a la puerta, como si Conrad estuviera dispuesto a reaparecer y llegar a algún otro plan. ―¿Qué vamos a hacer? ―Otra bala golpeó la pared, enviando una pequeña pluma de polvo blanco. ―Vamos a hacer lo que él dijo. ―Pero él morirá. ―Mi mente giró con el dolor que el pensamiento causó. No lo conocía. Realmente no. Sólo que era un asesino. Pero eso no era completamente cierto. También me había salvado de Berty cuando pudo haberme dejado allí. ―No lo anules tan rápido ―Agarró la manilla de la puerta trasera―. Es bastante escurridizo. Un disparo silencioso y un grito, sonó desde la calle. Nate giró su cabeza y los dos miramos fijamente la puerta de la tienda. Después de unos momentos de tenso silencio, me di cuenta que el tiroteo se había detenido. ―Alcanzó al individuo de la fachada ―Nate se giró de nuevo a la puerta―. Bueno. Cuando abra esto, te conviertes en mi sombra. Quédate conmigo. Permanece conmigo. ―Agarró mi mano y me acercó―. Así. ―De acuerdo. ―Si caigo, coge las llaves de mi mano y sal corriendo de aquí. No pares hasta que oigas los banjos o el océano. ¿Comprendes? Asentí, mi cuerpo enfriándose y mi mente corriendo demasiado rápido para captar cualquier pensamiento. ―Si los neumáticos están fuera, corre como un infierno. ―Esperó, su cuerpo entero irradiando tensión.
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Diferentes sonidos de disparos puntuaban el silencio. ―Esa es nuestra señal. ―Abrió la puerta y entró corriendo en el callejón. Lo seguí tan de cerca como pude. ―¡Mierda! Los neumáticos se han ido. ―Giró a la derecha y me atrajo detrás de él. Más disparos sonaron, algunos de un arma más fuerte que fueron entremezclados con los disparos más silenciosos. Derrapé sobre un trozo de hielo, pero Nate mantuvo un agarre de hierro en mi mano mientras corríamos, nuestros pasos resonaban entre los edificios. Unos pocos autos salpicaban el callejón junto con contenedores y cubos de basura. Una ventana de autos a mi derecha explotó, y Nate me apuró detrás del contenedor de basura más cercano. Escudriñó el callejón delante de nosotros antes de retroceder conmigo. ―¿Quién es el dueño de estos autos? ―Agitó su pistola contra el todoterreno negro que cruzaba el callejón. Mi corazón golpeó mi pecho, y el aire helado me quemó mis pulmones. ―De quien sea estos negocios. Ese negro es de la señora Chan. ―¿Dónde está su puerta trasera? ―Dos puertas abajo. ―¿Bloqueada? ―No lo sé. ―Salté cuando un sonido metálico sonó detrás de mí. Alguien había disparado al basurero―. Probablemente. ―Tenemos que movernos. ―Levantó la pistola por encima del oxidado metal azul y disparó tres veces, luego me empujó hacia la puerta trasera de la tintorería. Nate probó la manija, pero no giró. ―Mierda. ―Me empujó detrás de un contenedor de basura gris y se levantó de nuevo para patear la puerta. Estaba hecho de metal grueso. Conociendo a la Sra. Chan, probablemente estaba atornillada de tres maneras diferentes en el interior. Alcé la mano y presioné el timbre brillante junto a la caja de voz de la pared. La voz asustada de la señora Chan chisporroteó a través del altavoz. ―Vete. No queremos problemas. ―¡Señora Chan! Soy yo, Charlie. Déjanos entrar, por favor. ―¿Charlie?
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―¡Sí! ―Más tiros cayeron desde el otro extremo del callejón. Nate devolvió el fuego, sus disparos furiosos mientras seguía pateando la puerta inmóvil. Él rugió y se sacudió antes de agarrar su brazo y refugiarse junto a mí. ―¿Qué? ¿Recibiste un disparo? ―Saqué su mano de su brazo y encontré rojo que se filtraba por su camisa―. Oh, no. ―Presioné mi palma contra la herida. ―Está bien. Sólo me corto. ―Disparó unos cuantos tiros sobre la basura hasta que la pistola chasqueó―. Vacía. Hay otra carga en mi bolsillo. ―Trató de alcanzarla, pero su brazo lesionado no cooperó. Removí en su bolsillo de la chaqueta hasta que mis dedos golpearon el metal. ―Lo tengo. ―¿Puedes cargarlo? Asentí y tomé la pistola. Presionando el botón en el lado, dejé caer el compartimiento vacío en mi palma, lo metí en el bolsillo y luego empujé el nuevo en el interior. Sus cejas se elevaron. ―¿Quién eres tú? ―Una florista. ―Cargué una ronda en la cámara y le devolví la 45. La puerta de atrás se abrió de golpe, y un aterrado señor Chan se inclinó lo suficiente para encontrarnos contra la pared. Nate me agarró y me jaló dentro. El Sr. Chan cerró la puerta y nos lanzó a una letanía de chino que no podía seguir. ―Las llaves del auto. ―Nate avanzó sobre una encogida señora Chan. Se me ocurrió que era una figura aterradora cuando se comparaba con la diminuta pareja. ―Espera. ―Empujé entre ellos y puse una mano levemente en su frágil hombro―. Sra. Chan, tenemos que pedir prestado su auto. Por favor. Y luego nos iremos. Ella me miró con los ojos entornados. ―Charlie, tu cara. Me había olvidado de la venda en la nariz. ―Estoy bien, de verdad. Sus oscuros ojos se movieron de mí hacia Nate, y presionó sus labios en una delgada línea. Puse mis manos sobre sus hombros y obligué su atención hacia mí.
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―No lo hizo. Está tratando de ayudarme. Lo prometo. Pero necesitamos las llaves del auto. Tenemos que salir de aquí para mantenerte a salvo. ―¿Pero tú estás a salvo? ―Me agarró de la mano y me apartó de Nate―. Quédate aquí con nosotros. ―No puedo. Me persiguen. ―Apreté su mano. La comprensión pareció sacar el aliento de ella. Le dio a Nate una mirada más dura, antes de devolver su mirada a mí. ―Toma el auto. ―Se dirigió a un pequeño escritorio contra la pared trasera, apilado en alto con recibos y otros papeles, y sacó un bolso negro del cajón inferior. Sonó un zumbido, y Nate giró la pistola hacia el sonido. El señor Chan levantó las manos. ―No, la colada está lista. Sólo la colada. ―Señaló la enorme lavadora de carga frontal de la pared derecha―. ¿Ves? Nate lo miró fijamente, luego miró al señor Chan. ―¿Pueden ustedes dos entrar allí? El señor Chan ajustó sus gafas de plástico. ―¿Qué? ―Mira, hay un tipo seriamente malo detrás de nosotros. Si se meten en el camino, puede estallarlos solo por mierdas y risitas. Tienen que esconderse. El señor Chan se volvió hacia su esposa y hablaron en chino. ―Para de asustarlos. ―Enganché un cinturón de tela con un estampado floral de una próxima rejilla de secado―. Estate quieto. Nate hizo lo que le pedí cuando el señor Chan interrumpió su conversación con la señora Chan. Ninguno de los dos parecía muy complacido con lo que habían hablado entre ellos. Nate los observó mientras trabajaba en su brazo. Até la herida, esperando que la presión detuviera el sangrado. ―Esto no se ve bien. ―Sólo es un rasguño. ―Se volvió hacia Chan―. Entonces, ¿sobre esa lavadora? El señor Chan frunció el ceño detrás de sus gafas. ―Creo que el plan de la lavadora está fuera. ―Caminé hacia la Sra. Chan―. ¿Hay otro sitio para que ustedes se escondan aquí? Me entregó las llaves del auto.
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―Tenemos una habitación. Un armario de baño. Tiene una cerradura, y ambos podemos entrar. Nate se estremeció y se agarró de nuevo al brazo. ―Bien. Ocúltense ahí dentro. No salgan hasta que haya estado tranquilo por mucho tiempo o si oyes a la policía. ¿Ya los llamaste? Ella asintió. ―Sí. ―Bien. Vayan. El señor Chan agarró a su esposa y la arrastró hacia el baño. ―¿Charlie? ¿Vas a estar bien? ―Creo que sí. ―Levanté las llaves―. Gracias por esto. El señor Chan sacudió su cabeza, la preocupación haciéndole parecer incluso más mayor, pero siguió a la señora Chan hasta su escondite. ―Vámonos. ―Nate agarró la manija de la puerta. Estábamos a punto de salir corriendo de nuevo. Respiré profundamente y le di un breve asentimiento. Lista. Él abrió la puerta, y yo me eché hacia atrás cuando un hombre entró. Conrad agarró la muñeca de Nate y la empujó hacia el techo justo cuando Nate disparó su arma. ―Maldición, Nate. Un azulejo de techo blanco cayó al suelo detrás de nosotros, la víctima de la bala errante de Nate. ―¡Jesús! ―Nate empujó a Conrad de vuelta―. Asustaste la mierda de mí. Conrad ignoró a Nate y caminó hacia mí, luego pasó las manos por mis brazos. ―¿Estás bien? ―Su mirada perforando en mí, y la aprensión le dio patas de gallo que no estaban allí antes―. ¿Te alcanzaron? ―No, estoy bien. ―Quise abrazarlo, aunque eso no tenía sentido. ―Bien. ―Puso un suspiro de alivio en la palabra. ―¿Y tú? ―Busqué cualquier mancha sangrienta, pero su camisa oscura y su pantalón ocultaban cualquier daño posible. ―No te preocupes por mí. ―Presionó su palma fría en mi mejilla. Me incliné hacia él. ―Oye, imbécil. Me alcanzaron ―gruñó Nate.
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Conrad lo ignoró. ―No te dejaré de nuevo. El calor se disparó dentro de mí, aunque me preguntaba si él había hecho una promesa que sería imposible de mantener. ―Esto es emocionante y todo, pero ¿dónde está Ramone? ―Nate reanudó su agarre en la manija de la puerta. ―No lo sé. ―La expresión de Conrad se endureció―. Estaría muerto si no fuera por su chaleco. Puse suficiente ventaja para ralentizarlo, pero tenemos que irnos. ―Tengo las llaves del todoterreno negro. ―Nate bamboleo el llavero. ―Bien. ―Conrad palmeó su pistola y tomó mi mano―. Quédate cerca. Esto va a suceder rápido. Apreté sus dedos. ―¿Listo? ―le preguntó a Nate. Nate giró su arma alrededor de su dedo y la subió, sosteniéndola baja en su cadera como un pistolero del viejo oeste. ―Nací listo, hijo de puta. ―Eres un idiota. ―Con sacudió su cabeza. ―Ella lo amó. ―Nate me sonrió―. Te encantó, ¿verdad? Conrad retumbó con irritación. ―Cierra la boca y abre la puerta. ―Bloqueador de polla. ―Nate tiró de la puerta hacia adentro, y salimos corriendo afuera. Los tiros irrumpieron casi inmediatamente, pero no dejamos de correr. Nate y Conrad dispararon hacia mi tienda mientras me acurrucaba cerca de la espalda de Conrad. ―¡Entren! ―gritó Conrad cuando llegamos al todoterreno. Abrí la puerta y me tiré al asiento trasero. Conrad siguió sus pasos, cubriéndome con su cuerpo mientras cerraba la puerta detrás de nosotros. Nate arrancó el motor, y luego estábamos en movimiento, derrapando hacia abajo del callejón mientras las balas se estrellaban contra el frío metal que nos rodeaba. Conrad se apretó contra mí, su pecho a mi espalda, su cálida respiración contra mi cuello.
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―¡A la mierda, Ramone! ―gritó Nate mientras salíamos del callejón a un ritmo vertiginoso. El auto se estrelló cuando tomó duro a la derecha, pero lo enderezó mientras nos alejábamos. ―¿Estás bien? ―La voz rasposa de Conrad me acarició la oreja. Tragué con dificultad ―Estoy bien. ―Bien. ―Se sentó y me empujó en el asiento al lado de él. Un temblor atravesó mi cuerpo y agarré mis codos. ―Conmoción. ―Conrad envolvió un brazo alrededor de mis hombros―. Estarás bien. Solo respira. Nate dio vueltas alrededor de los autos y voló a través de luces mientras Conrad miraba por la ventana trasera. El estruendo y los neumáticos chirriantes formaban una cacofonía a nuestro alrededor. Un ligero aguanieve empezó a caer, haciendo “tic-tac” contra el parabrisas. ―Estamos libres. ―Conrad me tomó en su regazo―. Ve más despacio. ―Estoy bien. ―Empujé contra su pecho, pero él me apretó fuerte. Nate se desvió alrededor de un camión de dieciocho ruedas, luego bajó el acelerador. Otro temblor me sacudió, mis dientes chocando unos contra otros y enviando dardos de dolor a través de mi mandíbula. ―Shh. ―Pasó su mano por mi cabello. ¿Por qué lo encontré tan calmante? Me incliné contra él, respirando el tipo especial de violencia que ejercía. El constante golpe en su pecho me recordó que habíamos escapado de la mano del sicario, pero Ramone no se detendría hasta que mi corazón guardara silencio. ―No podemos volver a mi casa. ―Conrad tenía la mandíbula apretada, la tensión reinaba sobre todos los músculos―. Ramone se dirigirá allí. ―Entonces, ¿cuál es el plan? ―Nate golpeó la autopista, llevándonos al centro de la ciudad. ―Mejor que no lo sepas. ―¿Maldita sea, hombre? ―Nate miró a Conrad por el espejo retrovisor―. No estoy calentando el banco en esto. Soy el único que guarda tu espalda. ―Y por eso tienes que quedarte en la ciudad. Vigila a Vince.
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―Acabo de entrar en un tiroteo con Ramone. ―Nate dio una palmada con su mano buena en el volante―. ¿Crees que Vince pasará por alto ese pequeño hecho? Conrad asintió, su palma acariciándome la espalda. ―Sé que lo hará. Eres un soldado. Aun cuando entras en el camino de Ramone, eres parte de la familia de Vince. Ramone es sólo una pistola contratada. Como yo. Tu lealtad superará cualquier trifulca con un contratista. La mirada de Nate parpadeó hacia mí. ―Estupendo. Ahora la pequeña señora sabe quién está intentando golpear su esfera. Conrad se movió y me apretó aún más. ―Ella merece saber quién está tratando de matarla.
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Dejamos a Nate en una fila de casas de mala calidad al otro lado del río. Había seguido intentando discutir con Conrad, para encontrar algún tipo de apoyo para quedarse con nosotros, pero la decisión de Conrad estaba tomada. Conrad me había sostenido durante todo el viaje. No traté de escapar de él, sólo le dejé calmar mis nervios y consolar los temblores, con el suave golpe de su mano. Tal vez tenía razón y estaba conmocionada. No sabía a dónde iba o qué podía hacer para detener la avalancha de acontecimientos horribles que me enterraban viva. Aun así, me abracé a un asesino y pareció alejarme del borde simplemente sosteniéndolo. Una vez que llegamos al vecindario de Nate, los hombres mantuvieron una conversación rápida, y luego Nate cogió una mochila del interior del maletero de un Sentra estropeado en el camino de entrada. Cuando había puesto la bolsa en la parte trasera del todoterreno, oí el ruido inconfundible de las armas. Subí por la consola central y me acomodé en el asiento del pasajero, esperando a que Conrad removiera a través de la bolsa. Las nubes bajas parecían envolver esta parte de Filadelfia, empujando hacia abajo y aplastando un par de casas quemadas a lo largo del bloque. Algunas estaban bien cuidadas, su césped limpio y los autos en las calzadas incluso más limpios. Estaban mezcladas dentro de casas con pintura descamada y sábanas con estampados infantiles colgando en las ventanas en vez de cortinas. Tantas preguntas pasaron por mi mente. ¿A dónde íbamos? ¿Qué haría conmigo? ¿Cuándo terminaría esto? Quería preguntarles todas ellas, pero tenía miedo de las respuestas. Podría cerrar la tienda y dejar la ciudad, pero la forma en que Nate y Conrad hablaron de Vince, me dio la sensación que todavía me encontraría. Mi piel se arrastró ante la idea que Berty me volviera a poner las manos encima. Con subió al asiento del conductor. ―Cuídate imbécil. ―Nate se apoyó en la puerta lateral del conductor.
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―Lo haré. Nate se volvió hacia mí, sus ojos serios a pesar de su tono. ―Permanece desaparecida, Charlie. Confía en Conrad. Él es tu boleto para salir de esto viva. ―Sus labios se crisparon―. Quiero decir, sé que estarás pensando en mí todo el tiempo que estés fuera, pero... ―Es suficiente. ―La voz de Conrad bajó a un nivel letal y flexionó las manos en el volante. Un auto salió de un camino de entrada por el bloque y pasó lentamente. Conrad alcanzó el arma dentro de su chaqueta, y Nate miró fijamente al conductor. Una vez que el auto había pasado, Nate dijo: ―Hannah de esa panadería en Springfield. Es triste decir que siempre parece estar cocinando un pan de masa amarga allá abajo. Arrugué mi nariz y le di a Nate lo que esperaba que fuera una mirada de total repugnancia. Él sonrió. ―Oh vamos. Sólo estoy diciendo la verdad por aquí. Conrad apartó la mano de su pistola, aunque escudriñó el camino, sus ojos siempre buscando problemas. ―Nate, ¿puedes comprobar a los Chan por mí? ―Esperaba que estuvieran a salvo en su escondite, y Conrad me aseguró que Ramone no se molestaría en hacerles daño. Pero un poco de confirmación me ayudaría a sentirme mejor sobre el tiroteo que había llevado a su puerta. Nate se encogió de hombros. ―Puede que no quieran ver al tipo que quería meterlos en la lavadora. ―Buen punto. ―De alguna manera, Nate había empezado a gustarme en las últimas veinticuatro horas. El lado de mis labios se curvó a pesar de mis mejores esfuerzos para mantener un rostro serio―. En ese caso, creo que quizás quieras llamarlos antes de pasarte. ―Lo haré. ―Se volvió hacia Conrad―. ¿Tienes un juego final? ―Siempre. ―La confianza fría irradiaba de él. Tan caliente cuando estaba en sus brazos, pero calculadora y metódica con todos los demás. ―¿Cómo sabré cuando es la hora?
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―Estaré en contacto. Mantén tu cabeza abajo. Sigue las órdenes de Vince. Si te pregunta qué pasó con Ramone, dile la verdad. Si te metes en cualquier mierda, contáctame. Te llamaré desde una gasolinera más tarde. Nate suspiró. ―La mierda se va haciendo más pesada, ¿no? ―¿Con Ramone en juego? Seguro. ―Hablamos pronto. ―Nate retrocedió, dándome un pequeño saludo antes de pararse en toda su altura y volverse hacia la casa. Conrad golpeó el acelerador, dejando a Nate en la vista trasera. ―¿A dónde vamos? Mantuvo sus impresionantes ojos en el camino. ―Fuera de la ciudad. ―¿Dónde? ―Retorcí mis dedos, tratando de calmar la creciente oleada de preocupaciones dentro de mí. Estaba sola con un asesino en el camino a quién sabía dónde. ¿Y si Conrad decidiera matarme? Nadie me encontraría. ¿Había sido demasiado confiada? Tuve un fugaz deseo de un arma, pero una mirada a Conrad me dijo que era inútil. Aunque estuviera armada hasta los dientes, si Conrad me quería muerta, muerta estaría. Me ojeo rápidamente. Cansado, sin afeitar y herido del día anterior, todavía hacía que las mariposas no deseadas revolotearan por mi estómago. La línea aguda de su mandíbula podía esculpir hielo, y la fuerza contenida dentro de su gran cuerpo podía quitarle la vida a cualquier hombre. ―Estoy limitado en las opciones. ―Usó la luz intermitente y salió del barrio de Nate, regresando a la autopista―. No podemos quedarnos en la ciudad. Ramone esperará que nos quedemos en un motel, en algún lugar que tome dinero en efectivo y alias. Tendrá ojos en todos los lugares a ciento sesenta kilómetros de Filadelfia. ―Así que, si no es en un motel, entonces ¿dónde? ―No quería dormir en el auto, pero si tuviera que hacerlo para mantenerme viva, lo haría. Se fusionó en la autopista, el tráfico del mediodía lento y grueso bajo el cielo oscuro. ―En algún lugar en que no piensan mirar. No por un tiempo, de todos modos. Cape May. Cape May era una antigua ciudad balnearia, como una Atlantic City más pequeña, mucho menos deslumbrante. Nunca había estado, pero la gente que solía ser dueña de la tienda de relojes en la cuadra de mi negocio, se había retirado allí.
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―¿Tienes un lugar en Cape May? ―No podía imaginar a Conrad Mercer acostado en la playa mientras una mezcla de jubilados y nietos, jugueteaban en la arena cercana. Sacudió la cabeza. ―No, pero conozco a alguien que sí. ―¿Confías en ellos? ―Me acomodé en mi asiento mientras el tráfico se adelgazaba cuanto más lejos llegábamos de Filadelfia. ―Implícitamente. Los muertos no pueden hablar. ―Conrad tomó la siguiente salida, luego giró a la derecha en la gasolinera en la primera esquina. ―¿Qué quieres decir? ―Me incliné y miré el medidor de gas―. ¿Y por qué nos detenemos? ―Quiero decir que vamos a casa de un hombre muerto. ―Estacionó junto a un surtidor de gasolina―. Quédate aquí. Esto sólo tomará un minuto. ―Me lanzó una mirada severa antes de salir del auto. Miré en el espejo lateral mientras él caminaba alrededor del todoterreno, vigilando a su alrededor. Un gran camión blanco con un guardabarros reventado se situaba en el otro lado de nuestro surtidor, su dueño fumando y hablando por su teléfono mientras repostaba. Conrad cruzó detrás del fumador y se arrodilló. Me volví para buscarlo, pero él estaba fuera de vista. ¿Qué diablos estaba haciendo? Después de un minuto, salió de detrás del todoterreno, aunque no tenía ni idea de cómo había vuelto a nuestro auto sin que yo lo viera. Subió al asiento del conductor y tiró una matrícula al asiento trasero. ―¿Acabas de robar la matrícula de ese tipo? ―Claro que sí. ―Nos condujo nuevamente hacia la autopista―. Tomará un tiempo antes de llegar a Cape May. ¿Estás lo suficientemente caliente? ―Se acercó para activar el calentador antes que pudiera contestar―. Me detendré a buscar comida una vez que estemos más lejos. ―Está bien. ―No es como si tuviera mucho que decir en cualquier cosa. Estaba lista para el viaje―. ¿Cuándo crees que habrá terminado? ―Difícil de decir. Nate me va a dar tanta información como sea posible. Necesito llevarte a algún lugar seguro, entonces reabriré la discusión con Vince. Ha sido razonable en el pasado, aunque las cosas son diferentes ahora que está a cargo. ―¿Crees que cambiará de opinión acerca de mí? Su mandíbula se tensó, revelando su parecer, aunque evadió con su respuesta.
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―Tal vez. ―¿Y cuando no lo hace? Se tensó aún más. ―Yo me encargaré de ello. ―Me miró―. ¿Por qué llamarlo Jesse's Flower Pot en lugar de Charlie's? ¿Quién es Jesse? ¿Qué? Las preguntas me hicieron perder el equilibrio. Apreté los labios entre mis dientes y sacudí la cabeza. No hablaba de Jesse. Cada vez que alguien me había preguntado sobre el nombre de la tienda, sólo sonreí y cambié el tema. Él suspiró. ―De acuerdo, ¿por qué flores? ―¿Quieres decir por qué abrí la tienda? ―Sí. Nadie me lo había preguntado antes. Debería haber dicho “ganar dinero” o “porque tengo un don para ello”. Pero tampoco eran ciertas. No ganaba mucho, y tenía que practicar y aprender a hacer arreglos para adaptarme a diferentes ocasiones: qué colores se complementaban entre sí, jarrones apropiados, trucos de cinta y lo que significaban las flores. Dije la verdad. ―Las flores son breves. ―¿Breves? ―Me lanzó una mirada burlona. ―¿Sabes cómo algunas mujeres dicen que no les gusta recibir flores? ―He oído eso, sí. Porque mueren, ¿verdad? ―Sí. ―La idea que le diera flores a una mujer que no las apreciaba me hizo rechinar los dientes―. Incluso si el cultivador no las cortó y me las envió, no durarían. Los pétalos caerán y el tallo se marchitará. Están aquí sólo por un corto tiempo. ―Pasé mis dedos por mi cinturón de seguridad, de repente avergonzada de estar diciéndole demasiado sobre mí―. Pero durante ese tiempo, ellas dan todo. A pesar que van a desaparecer, siguen siendo algunas de las cosas más bellas del mundo. Y elegí invertir en ese breve fragmento de esplendor, vivir en el momento, darme cuenta que las cosas pueden y van a terminar, pero que no tengo que dejar que el miedo del fin me gobierne. Conrad me estudió, mirándome durante demasiado tiempo cuando debería haber prestado atención al camino. Lo estaba haciendo de nuevo, tratando de verme. Le había dado una idea, mostrándome más de lo que le había mostrado a alguien durante mucho tiempo.
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Se volvió hacia el camino, su ceño fruncido. ―¿Qué demonios te ha pasado, Charlie?
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Se volvió y miró hacia los árboles que bordeaban la carretera de Nueva Jersey, con los labios presionados en una línea apretada. Su silencio era casi tan revelador como lo que había dicho sobre su amor por las flores. Había sufrido una pérdida, había sufrido algún tipo de trauma que sólo podía adivinar. Y tal vez, apenas sobrevivió. Siempre había pensado en ella como una flor delicada, pero su pasado le había concedido espinas. Unas que necesitaba inspeccionar, correr mis manos a lo largo de ellas hasta sangrar, hasta llegar a entender cada gramo de dolor que había soportado. Quería los detalles, quería asegurarle que estaba a salvo conmigo. Todo lo que sabía con certeza era que la próxima vez que encontrara a alguien que la había herido, los mataría sin vacilar. Y eso incluía a Berty. La frustración brotó dentro de mí. Contra mis instintos, lo había dejado vivo. Porque seguí las órdenes. Sólo mato cuando me lo ordenan. Era la forma en la que funcionaba el trabajo. Nadie quería contratar a un perro rabioso. Mi negocio era metódico, profesional. Yo era un arma y sólo los billetes verdes podían apretar mi gatillo. Pero esta vez era diferente. ―¿Por qué haces lo que haces? ―Ella no me miró mientras hacía su pregunta. ―Paga bien. ―La cruda verdad. ―¿Siempre lo has hecho? ―Sí. ―Mantuve el velocímetro por encima de los ocho kilómetros del límite mientras pasamos por la orilla de Vineland, una pequeña trampa de velocidad entre Filadelfia y Cape May. ―¿Cuántas personas has matado? ―El leve temblor en su voz me cortó. Tenía miedo de mí, de lo que era capaz. ―A muchas. ―Me acerqué y agarré su mano izquierda―. Y mataré a cualquier persona que deba si eso significa que estés a salvo. Ella no se alejó, y una ráfaga de calor se disparó atreves de mí cuando me di cuenta de lo mucho que necesitaba tocarla. Mantenerla cerca ya no era una opción.
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Era una necesidad. Lo perdí cuando volví a mi apartamento y encontré que ella y Nate habían desaparecido. No pude pensar bien hasta que la encontré. Me hizo un adicto. No tenía sentido, pero no podía cambiarlo. Tal vez no quería hacerlo. Las nubes frente a nosotros se aligeraron, dando falsas esperanzas de un mejor clima. La tormenta estaba pisándonos los talones y se tragaría la poca luz que quedaba dentro de una hora. ―Vamos a parar aquí por comida. Necesitaremos algunas cosas para llevar con nosotros. Espero que la casa haya estado vacía por un tiempo. ―Bien. ―Empujó su suéter firmemente alrededor de ella―. Necesito estirar las piernas. ―Te quedas en el auto. ―Me salí de la autopista justo a las afueras de Vineland―. Recogeré todo lo que necesitamos. No quiero que aparezcas en el video de vigilancia. Sacudió la cabeza y apartó la mano de la mía. ―Necesito conseguir algunas cosas, también. ―Dime qué son, y yo me encargo. ―Quería mantenerla pegada a mi lado, pero el riesgo era demasiado grande. Necesitaba quedarse en el auto. Mordisqueó su labio inferior, el movimiento mucho más tentador de lo que debería haber sido. ―Pero tengo que hacer pis. Eso era algo que no podía hacer por ella. Conveniente. Le di una mirada dura. ―¿Estás segura? ―¿Si estoy segura que tengo que hacer pis? ¿Estás bromeando? ―Cruzó los brazos y sacó la barbilla hacia fuera, dándole un aire petulante que quería joder fuera de ella. Me encogí de hombros y estacioné en el estacionamiento de una vieja tienda familiar. ―Bien. Pero voy a entrar contigo. ―Observe el exterior de “Printzel’s Quik Zip”. El letrero dañado, residuos aleatorios de grafiti, y la clientela mediocre me dijeron que este no era el tipo de lugar que podía permitirse un equipo de grabación de alta calidad. Tal vez una cámara en la caja, pero aparte de eso, no seríamos vistos por los ojos digitales. ―¿Qué quieres decir con “conmigo”? ―Extendió la mano hacia la manija de su puerta.
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―Creo que lo sabes. ―Abrí mi puerta y caminé alrededor mientras ella saltaba afuera. Presionando la palma de mi mano en la parte baja de su espalda, la conduje pasando un anticuado Buick que probablemente no había funcionado en años, y un anciano, sentado en el bordillo, nos dio una sonrisa desdentada. Empujando a través de la puerta de cristal estampada con letreros escritos a mano “sin vagabundeo”, “sin cheques” y “los ladrones serán procesados”, el olor débil de la leche descompuesta me golpeó directamente en la cara. La pequeña tienda estaba situada al final de un centro comercial en su mayoría vacante. Una cámara vigilaba la caja registradora; de lo contrario, el lugar estaba sin vigilancia. Un par de compradores vagan alrededor de una docena o así de estanterías bajas, y otro letrero manuscrito en la pared de atrás, decía: “WC para los clientes que pagan SOLAMENTE”. Cogí una pequeña cesta mientras la única cajera me miraba y masticaba su chicle con la boca abierta. ―¿Hay una llave del baño? ―le pregunté a varios pasos de distancia. Lo mejor es evitar la cámara tanto como sea posible. ―No, pero no puedes usarlo a menos que estés comprando. ―Ella hizo un globo, el chicle rosa enyesando contra sus oscuros labios sombreados. ―Estamos comprando. ―Levanté la cesta mientras Charlie caminaba hacia la pared de atrás. Sus caderas se balancearon mientras iba, sus vaqueros abrazando sus curvas. Me imaginé tirando de ellos, la suavidad de su piel desnuda. ―Puedo hacer pis sola. ―Me fulminó por encima del hombro. No respondí, sólo la seguí, disfrutando de la vista. Un pasillo oscuro reveló tres puertas: una ponía baño y las otras ponía privados. El fuerte olor a orina y algún tipo de limpiador abrasivo se mezclaban en el aire. ―Espera. ―Me adelanté y alcancé la manija de la puerta. La abrí, la madera chirriando contra el suelo de azulejos cuando cedió. El olor se intensificó, pero el baño estaba limpio y no tenía ventana. Charlie estaría a salvo―. Adelante. Se presionó un lado de la nariz, como si quisiera tapársela, luego entró y cerró la puerta. Cuando oí el ruido del cerrojo, probé la manija. No se movió. ―Voy a comprar algunas cosas, pero no voy a estar lejos. ―Caminé de nuevo a la sección principal de la tienda y agarré varios artículos de alimentos de las estanterías (pan, latas abolladas de comida, mantequilla de maní, agua embotellada) Aunque miré la puerta del baño cada cierto tiempo. Charlie parecía estar tomándose su tiempo, así que compré algunas cosas más que pensé que le gustarían y me dirigí a la parte delantera de la tienda. Una vitrina contenía algunos teléfonos económicos de prepago.
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―Uno de estos. ―le dije a la chica cajera masticando chicle. Abrió la parte trasera de la vitrina y sacó una caja, luego la dejó caer en mi cesta. Mantuve la cabeza baja y me alejé del mostrador. Un hombre pasó por el pasillo central, se dirigía hacia la parte trasera. Llevaba una camiseta blanca, manchada y jeans colgando bajos, su pálida piel salpicada de cráteres debido al uso intensivo de drogas. Me tensé, listo para derribarlo si se acercaba al baño. Arrastró los pies un poco más y se detuvo a mirar la selección de carnes enlatadas de la tienda. Su cabello rubio y grasiento le colgaba por la cara cuando tomó una lata y se la metió en el bolsillo. La puerta del baño se abrió y Charlie salió. Su cabello oscuro bajaba por encima de sus hombros, y sus ojos encontraron los míos durante una fracción de segundo. Incluso con el vendaje pequeño a través del puente de su nariz, era despampanante. El adicto grasiento alzó la vista, y detuvo su pequeño robo para mirarla. Mirando mi Charlie. Caminé hacia ella. Ella se movió más allá del drogadicto, pero él se giró y agarró su mano, tirándola de regreso hacia él. ―Hola, bonita. ―Su mano se movió hasta su culo y apretó lo suficiente duro como para hacerle daño. Saqué mi arma mientras ella gemía de asco. Entonces, antes que pudiera hacer otro movimiento, ella había pisado su pie, empujó su codo en su sien, y lo apuñaló en el muslo con algo que no reconocí. Él chilló de dolor mientras ella se apresuraba a pasar al lado de él. ―Santa mierda. ¿Qué fue eso? ―Enfunde mi arma mientras ella tomaba mi brazo y me empujaba hacia la cajera. ―Nada. ―La palabra salió de sus labios en una carrera sin aliento. El rosa le coloreó las mejillas, y un destello de orgullo apareció en sus ojos mientras le daba otro vistazo al grasiento. Seguía sentado en el suelo, probablemente sin idea de lo que le pasó. Estaba casi tan confundido como él. La cajera ya estaba en el teléfono, diciéndole a alguien acerca del “altercado” que acababa de presenciar. La policía, sin duda. Necesitábamos desaparecer. Alcancé mi billetera y saqué un billete de cien dólares. Lanzándolo sobre el mostrador, apresuré a Charlie hacia la puerta. ―Quédese con el cambio. El borracho en el bordillo añadió un saludo a su sonrisa desdentada mientras avanzábamos.
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Le abrí la puerta a Charlie, luego lancé la comida, canasta y todo, en el asiento trasero antes de correr hacia el lado del conductor. Cerré la puerta, salí corriendo del estacionamiento y me uní a una fila de autos esperando en un semáforo. Luces rojas y azules destellaron en mi espejo retrovisor cuando una patrulla se detuvo frente a la tienda. Una vez que vi a un oficial salir del auto y entrar, subí por la acera, ataje por la dirección contraria para ir a la vía de acceso. Charlie gritó y agarró la manija por encima de la puerta mientras corríamos lejos de la escena de nuestro más reciente crimen. Aceleré y pasé delante de un camión de dieciocho ruedas, utilizándolo como cubierta para cualquier auto que se acercaba desde la parte trasera. Habíamos salido limpios, y no esperaba más problemas, pero había aprendido a través de los años que la precaución era la clave para sobrevivir. La imagen del drogadicto en el piso resurgió. ¿Con qué lo había apuñalado? Algo que parecía un mango de plástico. Y luego hizo clic. Había tomado el mango del cepillo de fregar del inodoro y de alguna manera lo había convertido en un arma. Jesús. ―¿Quieres explicarme la jugada que hiciste en ese idiota allá atrás? ¿Y lo del cepillo del inodoro? Se estremeció y sacudió la cabeza. Encendí la calefacción y me estiré por encima de ella para encajar su cinturón de seguridad en su lugar. Mis nudillos rozaron las suaves puntas de sus pechos, y mi erección se hizo presente una vez más. Se llevó las palmas a sus mejillas y miró por la ventanilla. ―Sólo tuve suerte. Eso es todo. ―Idioteces, Charlie. La forma en la que lo derribaste en un segundo no fue suerte. ¿Y la mierda de MacGyver con el cepillo del inodoro? Has sido entrenada. ―Y fue jodidamente sexy como el infierno. Quería pararme en el camino y hacerla hablar, hacer lo que sea necesario para desatar su lengua. Aunque mi estrategia con ella sería bastante más agradable que mis métodos habituales. La quería jadeando, suplicando y, sobre todo, gimiendo mi nombre. Apretó los labios en un gesto que estaba empezando a entender quería decir: “No voy a decir una mierda”. Las espinas de mi flor ya estaban goteando con la sangre de sus enemigos. ―¿Con quién pretendías usar el cepillo del inodoro como navaja improvisada, de todos modos? ―Comprobé los espejos laterales por alguien aproximándose. La autopista estaba despejada, así que aceleré y comencé a ganar tiempo hasta Cape May.
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―No contra ti. ―Aja. ―Le disparé una mirada escéptica, pero se mantuvo con la cabeza girada. Después de un tenso silencio, intenté una táctica diferente, con la que no estaba cómodo. Pero si abrir una vieja herida la obligaría a hablar conmigo, a confiar en mí, entonces eso es lo que haría. ―Cuando era niño, mi papá era el contratista número uno para los jefes en Filadelfia y Boston. Recibía una llamada, desaparecía por unos días y luego volvía a aparecer, la mayor parte del tiempo, con dinero en efectivo. Ella giró la cabeza un poco, escuchando. ―Mi madre hacía tiempo que se había ido cuando era adolescente. Ella eligió la botella. No la culpo. Lo hice durante mucho tiempo, pero finalmente me di cuenta de lo difícil que era para ella, vivir con un asesino y un niño que estaba destinado a seguir el mismo camino. Así que, éramos sólo mi padre y yo. Me enseñó cómo cocinar, cuidé de él cuando llegaba a casa todo golpeado, y finalmente me convertí en el siguiente en fila para llenar sus zapatos. ―Hice una pausa, esperando a que ella correspondiera. Cuando no lo hizo, mis entrañas se retorcieron. Le estaba contando cosas que nunca había susurrado a otra alma. Todo con la esperanza de convencerla que compartiera algo de sí misma conmigo. Era tonto y probablemente no funcionaría. Me maldije en silencio mientras los neumáticos zumbaban contra la carretera. ―¿Él está vivo todavía? ¿Tu padre? ―Se había dado la vuelta para mirar al frente, su hermoso perfil hecho para un retrato. ―No. ―Lo siento. ―Empezó a tomar mi mano en la palanca de cambio, luego se detuvo y pegó su palma en su muslo―. ¿Puedo preguntar qué pasó? Ningún quid pro quo5 con ella. Pero no me importaba. Quería que me conociera que me considerara algo más que un asesino. Tal vez el hombre que quería que descubriera no existía. Tal vez lo había asesinado poco a poco con cada vida que había tomado. Pero igualmente tenía que intentarlo. Respiré profundamente y le dije algo que seguía enviando fragmentos de dolor a través de mí, como una astilla clavada que no podía quitar.
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Quid pro quo: (latín) es una locución latina que significa literalmente «quid en lugar de quo», es decir, la sustitución de una cosa por otra, «algo por algo» o «algo sustituido por otra cosa».
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―Una noche, fuimos a trabajar juntos. Se suponía que era simple, un encargo de poca monta para matar a un soplón. ―Repetí la noche en mi mente mientras hablaba―. Tenía veintidós años, un asesino entrenado. Papá no me había dejado apretar el gatillo todavía, aunque había estado con él en un montón de trabajos. Le dije que estaba listo, para darme una oportunidad. Cada vez que decía que no, y me quejaba como perra porque me frenaba, diría: Si empiezas por este camino, estás comprometido con él, y las segundas oportunidades nunca son baratas. ―Suspiré, pesar, apremiando el aire de mis pulmones―. Ahora, claro, me doy cuenta que estaba tratando de salvarme. Tomando la primera vida… ―Eso se queda contigo. ―Su voz baja tembló, y finalmente me enfrentó―. No puedes olvidarlo. ―Apretó los dedos hasta que sus nudillos se pusieron blancos. Me acerqué y le pasé la mano por la muñeca. ¿Qué te ha pasado? ―Esa noche, fuimos al trabajo, y estaba convencido que papá me iba a dejar que me encargara del tipo. Pero no lo hizo. Me dijo que me quedara en el auto, y luego dijo algo que nunca olvidaré. “El primero es el más difícil. Cada vez es más fácil, Connie. Adormece tu alma hasta que no te queda una bala, hasta que matar a un hombre es tan automático como respirar, como ir a mear. Porque estás vacío. Como yo”. ―Los ojos atormentados de mi padre, el corte limpio de su gabardina, el olor de su loción de afeitar, todo volvió a mí en un doloroso bum―. Él murió esa noche. El soplón lo tomó desprevenido. Le disparó en la nuca. El camino se convirtió en una carretera de dos carriles bordeada por árboles a ambos lados mientras el tiempo empezaba a ponerse a tono y oscurecer el cielo. Charlie me apretó los dedos. ―Lo siento mucho. ―Escuché el disparo, sabía que no era de la pistola de papá. Entré corriendo y lo encontré tendido en el suelo. El soplón fue mi primera muerte. Ella entrelazó nuestros dedos, su calor fluyó hacia mí, dándome el coraje para continuar. ―La cosa es que yo conocía a mi papá. No había manera que un delincuente, drogadicto pudiera haber acabado con él, sobre todo no con una bala por detrás. Imposible. Lo cual sólo me llevó a una conclusión. Papá lo hizo a propósito. ―El dolor de ese pensamiento se había embotado con el tiempo, pero nunca desapareció verdaderamente. La astilla seguía arraigada bajo mi piel. ―¿Después de eso estuviste solo? ―Charlie corrió su pulgar hacia atrás y adelante sobre mis nudillos con cicatrices.
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―Aparte de Nate, sí. Los jefes de Filadelfia y Boston me arrojaron unos cuantos trabajos de mierda. Los hice. Me hice una reputación propia, y he estado matando desde entonces. Y eso es todo lo que pensé que sería, un asesino. Hasta... ―La miré, tratando de hacerle entender que las cosas eran diferentes ahora. Los meses que pasé vigilándola me habían cambiado a un nivel fundamental. Volviendo la espalda a un contrato, desafiando al jefe, nunca hubiera tomado el riesgo hasta que la vi. Una mirada a su rostro me hizo darme cuenta que tal vez había más, algo más allá de la sangre y el dinero. ―Sabía que estabas allí. ―Mordisqueó su labio inferior―. Cuando venías a estacionar afuera para observarme. ―¿Te asusté? ―Prosperé en ser un personaje aterrador, el hombre del saco que atormenta los sueños de los hombres malos. Con ella, quería ser otra cosa: un protector. ―Al principio, sí. ―Pero entonces… ―Me obligué a permanecer en silencio y dejarla hablar. ―Pero entonces, yo como que, no estoy segura de cuál es la palabra, pero tal vez, ¿te sentí? No sentía que quisieras hacerme daño. Algo sobre ti estando justo afuera me hizo sentir más segura. Más segura de lo que me había sentido en mucho tiempo. Y me gustó. Te quería afuera. Más que eso, realmente quería que entraras en la tienda. Aunque me preocupaba que lo real destruiría la fantasía que tenía en mi mente. ―¿Lo hice? Me miró por debajo de sus pestañas. ―Cuando saliste del auto después que empezara el tiroteo, te veías como... no lo sé. ―El rosa encendió sus mejillas―. Mejor de lo que me había imaginado. Peligroso. ―Apretó los muslos, probablemente ni siquiera sabía que lo había hecho. Esa pequeña declaración decía mucho. El peligro la encendió. La encendí. Sus palabras lograron inflar mi orgullo y mi polla al mismo tiempo. ―Incluso después de haber matado a esos hombres, todavía sentía que nunca me harías daño. ―Se encogió de hombros―. Tonto, lo sé. Ver a un tipo matar a otros dos hombres a sangre fría y todavía estoy aquí pensando que soy algo especial. ―Lo eres. Confía en tus instintos. ―Giré en dirección al centro de Cape May, los escaparates brillaban bajo el cielo amenazador. A sólo unas manzanas más de la casa―. Son fiables.
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―No siempre. ―Miró fijamente la clásica decoración costera, las volutas y las cristaleras que caracterizaban las viejas ciudades de Nueva Jersey a lo largo de la costa. ―¿Cómo es eso? ―Necesitaba más de ella. ―Cometí algunos errores, es todo. Juzgué mal a alguien. ―Se envolvió su suéter apretado alrededor de ella y cruzó los brazos―. Alguien que me hizo daño. ―¿Quién? ―Quería un nombre y una dirección. Demonios, sólo un nombre bastaría. Había encontrado a gente con menos. ―Ya no importa. ―Se encontró con mis ojos, su mirada reforzada con acero―. Él está muerto.
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Estacionamos junto una casa de dos pisos de techo gris separada de la playa por una pequeña expansión de arena y una carretera estrecha. La casa de estilo de Los Hampton era una de las más grandes en la carretera de la playa, aunque sus ventanas eran oscuras y cubiertas con contraventanas. Porches rodeando ambas plantas y con vista a las abiertas aguas furiosas del Atlántico. Las olas creaban espuma cuando chocaban contra la orilla de la playa y capas blancas rodaban hacia nosotros en un remolino sin fin. Después de mi revelación en el auto, Conrad se había quedado en silencio, aunque podía sentirlo apretando los dientes. Querría saber qué estaba pensando, pero había estado demasiado asustada para preguntar. Y no quería hablar sobre Brandon. Aún no. ―Déjame comprobarlo primero. ―Conrad apagó las luces delanteras y estacionó detrás de la casa―. Quédate dentro. ―¿De quién es esta casa? ―Miré alrededor del patio trasero. Los estacionamientos de los vecinos a cada lado permanecían vacíos, asumí que varios matorrales que crecían ahí servían como barrera contra las aguas. ―Pertenecía al padre de Berty. Mi sangre se volvió hielo y lo sujeté del antebrazo. ―¿Esta es la casa de Berty? ―Técnicamente, sí. A menos que Vince la reclame. De todos modos, ninguno de ellos estará aquí por un tiempo. ―Cubrió mi mano con la suya―. Tienen muchos negocios de los que ocuparse en la ciudad. Esconderse justo bajo sus narices es la apuesta más segura por el momento. Lo prometo. El pánico se deslizó por mi garganta, intentando ahogarme. ―¿Y si uno viene aquí? ―No lo harán. ―Conrad puso su mano alrededor de mi cuello, tomándome la nuca, en un movimiento más protector que posesivo―. Maté al padre de Berty, el viejo jefe, hace dos días. El nuevo jefe, Vince, está limpiando la casa y poniendo las
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cosas en orden. Una de esas cosas es Berty. No van a tomarse unas vacaciones hasta Cape May en breve. Este es el último lugar en el que mirarán. Repasé sus palabras en mi mente, examinándolas por grietas y fallos en la lógica. No encontré ninguna. Tenía razón. Mi respiración se calmó mientras miraba la elegante casa con la vista del millón de dólares al océano. Nadie pensaría en buscarnos en la propiedad de Berty cuando estábamos haciendo todo lo posible para escapar. ―Creo ―tomé una respiración―, creo que puede funcionar. Sonrió, solo una esquina de su boca alzándose. ―Estoy contento que cuente con tu aprobación. Pero necesito una cosa de ti. ―Movió la mano por mi hombro, su palma calentándome a través del suéter. ―¿Qué es? ―Tragué con fuerza mientras su mirada se movía hacia mis labios. ―Necesito que no te muevas mientras miro alrededor. ―Me rozó la garganta con la punta de los dedos, el toque tan ligero como las alas de una mariposa. ―Sí. ―¿Me lo prometes? ―Conrad esperó con la otra mano en la manilla de la puerta. Estaba receloso, y tenía razón de estarlo después del incidente en la tienda. Había querido tener un arma conmigo solo por si acaso, así que había astillado el final de una escobilla de baño en una punta afilada. No había esperado tener que usarla a la primera y lo pensé por un momento. ―No me moveré. ―Lo miré a los ojos, intentando inspirar confianza en mí―. Lo prometo. Eché de menos su mano en el momento que la apartó. Desapareció alrededor del lateral de la casa. Era media tarde, pero el sol hacía mucho tiempo que había sido eclipsado por las nubes. Caía una suave llovizna. Pronto se convertiría en nieve mientras el frente llegaba. Conrad reapareció y saltó los escalones de madera de la puerta trasera. Se arrodilló, con las manos trabajando en la manilla de la puerta. Después de un momento, se levantó y la puerta se balanceó hacia dentro. Debió haber forzado la cerradura. Con una mirada hacia mí, entró en la casa con la pistola en alto. Una vez que estuvo fuera de la vista, abrí la guantera y miré dentro por cualquier cosa que pudiese ayudarnos o pasase por un arma. Todo lo que la señora Chan tenía eran algunos billetes de estacionamiento, un manual de auto y un calibrador de neumáticos. Cerré la guantera y abrí la consola central. Algo negro se
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divisaba debajo de una caja de pañuelos. Abrí los ojos como platos cuando alcancé el aparato rectangular. Tenía dos simples botones a cada lado y una brillante advertencia naranja en el frente sobre el alto voltaje. ―Maldición, señora Chan. ―Cerré la consola e intenté meter la pistola paralizante en mi bolsillo, pero mi pantalón era demasiado apretado. Poniéndome de rodillas e inclinándome sobre el asiento trasero, hurgué en la cesta de comestibles y la escondí en el fondo, para recuperarla con suerte más tarde. Confiaba en Conrad, probablemente más de lo que debería, pero nunca hacía daño tener un plan suplementario. Justo mientras me recolocaba en mi asiento, Conrad salió de la puerta y bajó los escalones y abrió el maletero. ―Es seguro. Vamos. Encendí la calefacción, pero le llevará un tiempo calentarse. ―Está bien. ―Me levanté y me estiré, mis brazos y piernas rígidos por el viaje. ―Encenderé un fuego, ayudará a calentarse antes. ―Claro. ―Abrí la puerta de atrás y pasé el brazo por las asas de la bolsa de plástico. ―Lo tengo. ―Me la quitó de las manos, la bolsa con las armas puesta a su espalda y me guio a los escalones. El viento se alzó, silbando por los aleros y cortando a través de mi suéter y dedos congelados. La puerta trasera daba a una gran cocina. El granito y el acero inoxidable brillaban, y todo parecía completamente nuevo, como si nunca se hubiese cocinado en la cocina o el frigorífico se hubiese abierto jamás. ―Es agradable. ―Luché contra el viento y gané, cerrando la puerta detrás de nosotros. Él alcanzó a mi lado y bloqueó la cerradura. ―Lo mejor que el dinero puede comprar. El padre de Berty siempre disfrutó de vivir la gran vida. Incliné la cabeza hacia él mientras dejaba la bolsa y las armas sobre la isla de la cocina. ―Dijiste eso como si en cierto modo, no sé, ¿te gustase? Se detuvo, como si estuviese pensando en ello. ―Me trataba bien. Me mantuvo trabajando. Pero no era un tipo agradable. Ninguno de nosotros lo es. Lo miré a los ojos, el azul brillando bajo la suave luz.
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―Lo eres. Se pasó una mano por el cabello. ―No, no lo soy. ―Lo eres conmigo. ―Eres diferente. ―Rodó sus amplios hombros e hizo una mueca de dolor. ―Necesito mirarte la herida del hombro. Puede infectarse. ―Mis palabras terminaron con un estremecimiento mientras mi respiración salía en un hilo de vaho. El aire dentro era casi tan frío como en el exterior, pero el bajo murmullo de la calefacción prometía tiempos más calientes. Se sacó la chaqueta. ―Claro, pero solo después que lo asegure todo y consiga calentarte. ―La puso detrás de mí y me la dejó sobre los hombros―. No enciendas ninguna luz. Su olor me inundó y el calor residual de su cuerpo me sacudió como ninguna otra cosa. Me recliné contra la encimera. ―Tú te enfriarás. ―Estaré bien. ―Entró en el comedor y tomó una silla, luego la puso bajo la manilla de la puerta trasera―. Voy a encender el fuego en el piso de arriba. ¿Estarás bien aquí? Rodeé la cocina, que era tres veces mi apartamento. ―Creo que puedo manejarlo. Rodeó la isla y abrió un cajón, lo cerró, abrió otro, lo cerró y abrió un tercero. Pasó los dedos, los anversos tatuados con las palabras “infierno” y “enviado” 6, sobre lo que fuese que encontró allí. ―Creo que eres más el tipo de chica de apuñalar que el tipo de chica de cortar, dada tu actuación en el súper mercado. ―Sacó un gran cuchillo de cocina y caminó hacia mí―. Mantenlo aferrado hasta que vuelva. ―Sujetando la hoja, me la entregó, así pude tomar la parte no puntiaguda. ―¿Confías en mí? ―Rodeé el frío mango de madera con los dedos. ―Con mi vida. ―Clavó la mirada en mí y me pregunté si mis rodillas podían debilitarse. ―¿Es una buena idea?
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En inglés “hell” y “send”
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Soltó la hoja y caminó hacia mí, así la punta estaba apoyada contra su duro estómago. ―Mi vida es tuya. Desde el primer momento en que te vi, fue tuya. No me di cuenta entonces, no tenía ni idea de lo mucho que me afectabas. No hasta que te encontré en ese sótano. Mi error te llevó allí. Y merezco pagar por ello. ―¿Qué error? ―Me temblaban las manos mientras él se inclinaba más cerca. Me eché atrás sobre la isla hasta que ya no pude moverme más. Se siguió acercando hasta que la empuñadura se clavó en las costillas. ―Desearte. ―Alzó una mano y pasó los dedos por mi frente, luego por mi mejilla―. Deseándote tan desesperadamente que, a veces, eras lo único en lo que podía pensar. Eras lo único que me guiaba por la oscuridad. Viéndote al otro lado lo hacía todo más soportable, incluso si nunca hubiese sido capaz de tenerte. ―Su voz chirriaba con cruda emoción―. Pero mi error te llevó a ese sótano, a las manos de ese cabrón. Debería haberlo aprendido entonces, debería haber cambiado. Pero no lo hice. Y cometí otro error. ―Se presionó con más fuerza, como si necesitase estar cerca a pesar del dolor. O quizás a causa de él. ―¿Qué error? ―Mi mente daba vueltas. Él no me conocía, pero hablaba como si yo fuese la única cosa que hubiese querido jamás. ―Berty. ―¿Porque lo dejaste ir? Se inclinó, hasta que su rostro estuvo solo a centímetros del mío. ―Lo dejé respirando. No había recibido la orden de matarlo, así que no lo hice. ―¿Qué sucedería si lo hubieses hecho? ―Si es tan importante para Vince como parece, Vince hubiese acabado conmigo. ―Sonrió, la crueldad en sus ojos dándole la apariencia de un lobo hambriento de sangre―. De todos modos, él lo habría intentado. ―¿Y entonces qué me habría sucedido? ―Tomé una respiración y apoyé la mano en su mejilla sucia―. Si hubieses sido asesinado o herido, Ramone me habría matado, ¿cierto? ―Su piel estaba caliente incluso con el aire frío, y su barba desaliñada me hacía cosquillas en la palma―. Hiciste lo correcto. ―Lo correcto habría sido no mirarte nunca, no… ―Apretó la mandíbula, cortando sus palabras, pero no la intensidad de su mirada. ―¿Quererme? ―Miré sus labios sensuales y me pregunté cómo sabría. ―Exacto. ―Su voz fue un farfullo mientras se alejaba. Dejé el cuchillo sobre la isla y caminé hacia él, pero extendió el brazo a mi lado y tomó la bolsa de armas.
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―Volveré en cinco minutos, no más de eso. ―Se adentró en la casa, la semioscuridad tragándolo por completo.
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Para el momento en que regresé a la cocina, Charlie había puesto algunos sándwiches de mantequilla de maní, patatas y vasos de agua en la mesa de madera. Granizo golpeaba contra las ventanas de la parte de atrás de la casa y el viento soplaba lo bastante fuerte para retumbar a lo largo de las ventanas cubiertas con tablones. ―Gracias. ―No hay problema. ―Agarró sus codos, el frío llegando a ella. ―Hay una chimenea arriba. Estará más cálido. ―Tomé los dos platos y sujeté los vasos de agua entre mi brazo y mi cuerpo. Extendió la mano hacia mí. ―Puedo llevar esos. ―Lleva la cesta. Podríamos querer un aperitivo más tarde y no tengo intención de bajar de nuevo. ―Más alto era más seguro y podía hacer guardia en la única escalera mucho mejor que con una entrada delantera y trasera. ―De acuerdo. ―Sujetó la cesta contra su cuerpo y me siguió por la casa, nuestros pasos desplazándonos a lo largo de los robustos suelos de madera. Cuando me miraba ahora, había un conocimiento en sus ojos. No estaba seguro si me encontraba cómodo con ello, a pesar que había corrido de cabeza para darle mi historia. Tal vez que me viera ―todo de mí―, no era tan buena idea. Pero no había posibilidad de desdecirse. Darle información, abrirme a ella… parecía que simplemente caí en ello. Podía pasar días sin hablar con nadie, pero cuando estaba cerca de ella, me convertía en un niño que enseña y cuenta. Seguimos por el pasillo hacia la parte delantera de la casa. Buenas pinturas se alineaban en las tenues paredes y cada otra pieza de decoración gritaba “dinero” desde las bonitas alfombras hasta el ornamentado de madera. Por lo que a mí respectaba, todo estaba cubierto de sangre. La mayoría fue traído por mi padre al principio, y luego por mí.
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Giré a la derecha y empecé a subir las escaleras hacia el segundo piso. Los escalones alfombrados crujieron bajo nuestros pies mientras la oscuridad se profundizaba cuanto más lejos íbamos. ―¿Has estado aquí antes? ―Sí. ―Llegué al descansillo y me detuve para que pudiera caminar por delante de mí―. Última puerta al final del pasillo. Cuando era un niño, mi padre me trajo algunas veces para hablar con el jefe. La chimenea crepitaba e iluminaba el dormitorio principal con una luz ámbar. Echaría un poco de humo, pero dado el tiempo y la mala visibilidad, no estaba demasiado preocupado que fuera visto. ―¿Lo extrañas? ―Colocó la cesta en el borde de la alfombra azul marino que había bajo la cama king size. ―¿A quién? ―A tu padre. ―Algo así. ―¿Algo así? Dejé los platos y los vasos en la antigua cómoda. ―No voy a hacer esto. Sus cejas se alzaron y puso sus manos en sus caderas. ―¿Qué quieres decir? La observé, de la cabeza a los pies, y mi polla rugió a la vida. Tenía tanto frío que podía ver sus pezones a través del suéter. Jesucristo, una vista como esa podría matar a un hombre. ―Espera. ―Fui hacia el vestidor, cerré la puerta y encendí la luz. Sin ventanas, sin problema. Evalué las filas de ropa y zapatos a cada lado del amplio armario hasta que encontré lo que buscaba. Volví al dormitorio y me acerqué a ella. ―Vaya, ¿es eso real? ―Sus ojos se ampliaron mientras ponía el abrigo negro de piel sobre sus hombros. ―Estoy seguro que lo es. ―¿Pensé que la gente rica pagaba por almacenamiento en cámaras frigoríficas para las pieles? ―Pasó sus manos por la lujosa piel. ¿Cómo se vería desnuda excepto por el abrigo? Como una seductora. Me encogí de hombros.
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―Los verdaderamente ricos simplemente compran nuevas pieles cuando las viejas se desgastan. ―Eso es jodido. Si tuviera algo como esto… ―Metió su rostro en el cuello, su oscuro cabello eclipsando la marta cibelina―. Oye, espera un minuto. ―Dejó de olisquear―. ¿A qué te referías con “no voy a hacer esto”? Dándole mi espalda, miré el fuego. ―Me refiero a que no te voy a contar todo sobre mí. Es tu turno. ―No hay nada que decir. ―Su estómago retumbó casi tan ruidosamente como el viento contra la casa. ―Toma asiento delante del fuego. ―Fui por los platos. ―Deja de cambiar de tema. ―Me siguió alrededor de la cama. ―Estás helada y hambrienta. Ve a sentarte. ―Agarré la comida y la dejé en el hogar de piedra. El fuego era pequeño, los troncos más grandes siendo atrapados, pero la habitación estaría cálida y confortable pronto. Se hundió en la alfombra de lana blanca y pasó su mano sobre ella. ―Todo aquí es tan suave. Nada aquí es lo que parece. Me senté a su lado. ―Come. ―Presioné su plato en su regazo. ―Eres mandón. ―Recogió su sándwich y dio un bocado. Cuando un gemido salió de ella y cerró los ojos, quise sujetarla contra la maldita alfombra y hacerla mía―. No me había dado cuenta de cuán hambrienta estaba. Esta es la mejor cosa que jamás he comido. ―Tomó otro bocado y lo bajó con un poco de agua antes de darme una mirada curiosa―. ¿No vas a comer? ―Sí. ―Mordí mi sándwich, pero no podía apartar mis ojos de ella―. Aunque prefiero mirarte. Sus mejillas se sonrojaron y me sentí cálido sólo sabiendo que había puesto el color allí. ―No me conoces. ―Tomó otro bocado. ―Sigues diciéndome eso, pero luego nunca me das nada para continuar. Me consideró, como si intentara encontrar mi medida. ―Si lo hago, me temo que no me mirarías así más. ―¿Así cómo? ―Quería decirle que no me importaba si había asesinado a todo un rebaño de monjas; todavía la miraría exactamente de la misma manera.
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―Como si fuera… ―Suspiró, su voz aquietándose―. Preciosa. ―¿Por qué no me das una oportunidad? ―Terminé mi sándwich, la mantequilla de maní pegándose al techo de mi boca y mascullando mis palabras―. Cuéntame tu más oscuro pecado y tal vez te contaré uno de mis cientos. ―No sé si puedo. ―Dejó caer su mirada y tomó un largo trago de agua, ahogándose. ―Estamos atrapados aquí por un tiempo. ¿Qué podría mejorar pasar el tiempo más que compartir profundas y oscuras historias de torturados pasados? ―Quería sacarle una sonrisa. En su lugar, hizo una mueca y dejó el vaso. Tomé su mano y la apreté―. Nada que digas cambiará algo. Ni una maldita cosa. Confía en mí. ―Bien, dame un minuto. ―Se terminó su sándwich, masticando lenta y deliberadamente, como si escogiera sus palabras antes de hablar. Una vez que acabó, carraspeó―. Cuando era niña, mi hermana pequeña y yo solíamos ir a nadar a una cantera abandonada a unos kilómetros de nuestra casa. Estaba hambrienta de comida y yo estaba hambriento de cada palabra que salía de sus labios. Asentí, animándola a continuar. ―Mis padres nos advirtieron que no fuéramos porque nadar allí era allanamiento, y era peligroso. No había historia de lo que la compañía minera había dejado detrás profundo bajo el agua. Así que, por supuesto, Jesse y yo ignoramos sus advertencias y nadamos allí en días calurosos de verano. Algunos de los otros niños de la escuela aparecían y teníamos competiciones de quién podía saltar desde el lugar más alto. ―¿Jugabas? ―Me asomé en la pequeña ventana que me había dado a su pasado. ―No al principio. Me quedaba en las zonas menos profundas con Jesse. Sólo tenía ocho años, así que tenía que cuidarla y asegurarme que estuviera a salvo. Mi mamá siempre me decía que Jesse era mi responsabilidad y me lo tomaba en serio. ―Se volvió para mirar al fuego―. Lo hice por un tiempo, de todos modos. Me deslicé más cerca de ella, mis instintos gritando para que la tomara en mis brazos. ―Un día, una chica de último año se burló de mí por no tener el valor para saltar. La ignoré hasta que algunos de mis otros compañeros de clase se unieron. Tenía un enamoramiento con un chico de último año. Estaba allí, observando. No quería parecer una cobarde, ¿sabes? Mi brazo se deslizó alrededor de sus hombros. El dolor en ella radiaba y ya sabía cómo iba a terminar la historia.
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―Quería mostrarles que podía hacerlo. Le dije a Jesse que se sentara al borde del agua, que no se metiera sin mí. Dijo que esperaría, aunque no le gustaba la idea que saltara. Estaba asustada que me hiciera daño o ahogara. ―Negó, con lágrimas brillando en sus ojos―. Subí al lugar más alto del que alguien había saltad alguna vez. Mis rodillas se juntaron y pensé que iba a vomitar por el miedo. Pero el chico que me gustaba estaba abajo. Me estaba animando con todos los demás. Respiré profundamente y salté. El agua dolió cuando la alcancé, pero cuando nadé a la superficie, me sentí… invencible. Lo había hecho. ―Se limpió una lágrima―. Nadé hacia Jesse, pero no ya no estaba allí. La llamé, pero no respondió. Entré en pánico y empecé a sumergirme, intentando encontrarla. Los otros chicos saltaron, todos buscándola. ―Su barbilla temblaba, pero cerró su boca para hacerla parar, luego tragó con fuerza―. La encontraron al día siguiente, su pie se había enredado con el cable de una excavadora sumergida. ―Charlie. ―Pasé mi mano por su mejilla―. No fue tu culpa. ―Lo fue. ―Se volvió hacia mí, sus ojos brillantes y poseídos―. Se suponía que cuidara de ella. En cambio, estaba ocupada presumiendo. ―Eras una niña. Los niños hacer mierda como esa. No fue tu culpa. ―Quería confortarla de alguna manera. ―Después de Jesse, mis padres no me miraron de la misma manera. Era como si se hubieran apagado, ¿sabes? Lo hice también, supongo. Cuando Jesse murió, mató nuestra familia. No teníamos afecto, ni amor; nada. Cuando fui a la universidad, creo que se sintieron… aliviados. Como si fuera un recordatorio que no querían ver más. ―Lo siento. ―La abracé, dándole la vuelta y atrayéndola a mi pecho. Me envolvió con sus brazos, dejándome sostenerla y acariciar su cabello. ―Pienso en ella cada día, ¿sabes? Cada día. Sólo estuvo aquí por ocho años, pero hizo el mundo hermoso. Reía y cantaba y jugaba. Cuando peleábamos, siempre cedía porque ella era mucho más pequeña y excelente en el puchero de culpa. Y ―apoyó su cabeza en mi hombro―, le encantaban las flores. ―Jesse’s Flower Pot. Sollozó. ―Merecía algo mejor. Pero en su breve vida, me enseñó mucho, me enseñó más sobre amor de lo que la mayoría de la gente aprende en una vida. Habría hecho cualquier cosa por ella. ―Su voz bajó a apenas un susurro―. Durante mucho tiempo, deseé haber sido yo la que se ahogara ese día.
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―Shh. ―Pasé mi mano por su cabello―. No puedes cambiarlo. Y sospecho que Jesse querría, más que ninguna otra cosa, que fueras feliz. ―Lo haría. ―Asintió contra mi hombro―. Era ese tipo de persona. Lo sé ahora. Pero me tomó mucho tiempo dejar de sentirme tan culpable. Aún sueño con ella a veces, pero la mayoría de las veces, está sonriendo, feliz, tiene flores en su cabello. Esos sueños me consuelan, me dicen que está bien y que la veré de nuevo un día. ―Entonces, ¿no son pesadillas? ―No. ―Suspiró entrecortadamente―. Esas vinieron después. Nos sentamos en silencio por un tiempo mientras la tormenta rabiaba y la habitación se calentaba. Podría haberla sostenido para siempre, habría hecho cualquier cosa en mi poder para llevarme su dolor. El fuego empezó a morir y se retiró y secó sus ojos. ―Este abrigo es un poco caluroso ahora y odio llorar sobre él. ―Forzó una sonrisa mientras pasaba sus manos por la sedosa piel. ―Es lo mejor para ello. ―Miré mientras se ocultaba de mí de nuevo. La verdadera ella, la herida, la que era perseguida por la muerte de su hermana, se esfumó. Era fuerte, mucho más fuerte de lo que había imaginado. ―¿Me disculpas por un minuto? ―Claro. ―La ayudé a levantarse y fue al baño y cerró la puerta detrás de ella. Apilé los platos en el hogar antes de arrastrar una silla de la pequeña zona para sentarse en el lateral y la usé para bloquear la puerta. Una vez satisfecho que estuviéramos tan seguros como era posible, apoyé una escopeta contra la pared, revisé las balas en mi 9 mm y coloqué otra 9 mm en la mesita de noche. Luego avivé el fuego y pensé en todo lo que me había contado sobre su hermana. Me hizo querer sostenerla con fuerza y decirle lo importante que era, el buen corazón que tenía. Charlie salió, la venda desaparecida de su nariz y su rostro viéndose rosa y recientemente restregado. ―Podría haber limpiado eso. ―Lo sé. ―Se quitó el abrigo de piel y caminó hacia el armario―. Ya que nos estamos sintiendo como en casa, probablemente no les importará si tomo prestados pijamas, ¿cierto? La seguí y miré mientras cuidadosamente colocaba el abrigo en una percha y la ponía de vuelta. Por supuesto que lo hizo. Abrió un cajón, arrugando su nariz ante la selección de tangas, luego abrió otro.
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―Bingo. ―Sacó una camiseta con la palabra “rosa” por toda ella y un par de pantalón corto a juego―. Ojalá hubiera pantalones largos. ―Rebuscó un poco más. ―Sí, eso es una lástima. ―Me apoyé contra el marco de la puerta. ―Quítate la camisa. ―Se puso el pijama sobre el brazo. ―¿Qué? ―La necesidad de reclamarla que casi me había abrumado en la cocina volvió a surgir. Ella soltó un exasperado bufido. ―Quiero decir, ve al baño y quítate la camisa para poder revisar tu hombro. Joder. Parecía que me olvidaba del agujero de bala en cualquier momento que la miraba, o cuando estaba cerca de ella, o infiernos, en cualquier momento que cruzaba mi mente que, estaba constantemente. Ojalá tuviera una camisa extra que ella podría usar. Había algo primordial en ello, como si usando mi ropa fuera lo mismo que usar mi marca. ―Sigue. ―Señaló la puerta con los labios en una línea remilgada. ―Bien. ―Entré en el baño y me quité la camisa mientras ella se desnudaba, no más lejos de a metro y medio de mí. Para dejar de pensar en ello, escarbé en los armarios hasta encontrar algunos suministros de primeros auxilios. Inclinándome más cerca del espejo, revisé mis puntadas. Se habían mantenido, seguían cerrada a pesar de la acción que habían visto en el callejón detrás de la tienda de Charlie. Apareció detrás de mí. ―Déjame ver. Sus dedos suaves presionaron contra la piel a lo largo de la parte superior de mi hombro. ―Necesito limpiar esto. Le entregué el alcohol y una bola de algodón. Sus ojos avellana sostuvieron los míos por un momento antes que se agachara detrás mí. El olor penetrante del alcohol flotó por delante de mí y la quemadura se disparó atravesándome como un fuego cuando presionó la bola de algodón empapada en la herida. Siseé. ―Joder, pensé que habría sanado más a estas alturas. ―Es pequeña, pero profunda. Tienes que descansar para que se cierre. ―Presionó el algodón más fuerte contra mí. Gruñí.
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―Eres una sádica. ―Llorón. ―Sopló sobre ella y la tapó con un pequeño vendaje―. Ahora adelante. Me di la vuelta. Su mirada recorrió mi pecho y bajó. Un rubor se deslizó por sus mejillas y sus pequeños dientes blancos, preocupados, devoraron su labio inferior. Una palabra que nunca había usado antes, revoloteó en mi mente. Adorable. Ella era adorable. ―Tu tinta es hermosa, por cierto. Las alas, quiero decir. ―Buscando detrás de mí, su pecho rozó mi brazo. Sólo el toque de sus duros pezones envió una corriente de sangre hacia el sur. ―Gracias. Se enderezó rápidamente, otra bola de algodón entre sus dedos, e inspeccionó la herida de salida. ―Esta, no parece tan mala. Tal vez porque la cosiste. ―Presionó un poco de alcohol alrededor―. Parece que has visto tu parte justa de costuras. ―Sus ojos recorrían mi pecho, las cicatrices que contaban decenas de historias llenas de sangre. El alcohol me picó, pero nada como la herida de entrada en mi espalda. Después de dejarla limpia, sopló en ella, sus bonitos labios fruncidos y dándome ideas. ―Bien. ―Retrocedió un paso, dándome una visión completa de su atuendo. Cristo bendito, sus pezones presionaban contra la delgada tela de su camiseta, y sus piernas se veían aún más largas en el pantalón corto―. ¿Y ahora qué? ―Ahora vamos a dormir un poco. ―Esperaba que dijeras eso. ―Bostezó―. Estoy exhausta. ―Vete a la cama. Necesito hacer una llamada. ―Me dirigí hacia la canasta. ―Déjame ayudarte. ―Dio un paso delante de mí, su culo redondo llenando muy bien el pantalón corto, rosado, y se agachó para escarbar en la cesta. Mi mirada fue directamente al pedacito de la tela que presionaba contra lo que me imaginaba era el coño más dulce que hubiera probado. Mi polla estaba más que lista para una muestra, pero me mantuve firme. Ahora no era el momento. Aún no. ―Ten. ―se enderezó y me entregó la caja que contenía el teléfono. ―Gracias. ―Si ella miraba hacia abajo, vería cuánto apreciaba su traje de pijama y su manera femenina de doblarse por la cintura.
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―Buenas noches. ―Retiró la manta y se deslizó entre las sábanas blancas. Su cabello esparcido en la almohada blanca, un ángel oscuro en un mar de blanco como la nieve. Abrí la caja y saqué el sencillo teléfono. En cuestión de segundos, llamé a Nate. Contestó al segundo timbrazo. ―Abuela, ¿eres tú? ―¿Tienes compañía? ―Sí, alimenté a los gatos. Demasiado de ellos. ―Hemos encontrado un sitio donde ocultarnos. ¿Qué se está contando? ―El veterinario dijo que es necesario que sacrifiques al grande y feo y a esa linda pequeña con el pelaje oscuro. ―Mierda. ¿Vince puso precio a mi cabeza, también? ―Sí. Costará una fortuna, mucho más dinero de lo que valen. Pero te librará del problema. Especialmente de ese feo cabrón que siempre está cagando en tu alfombra. No será una pérdida. La voz de otro hombre llegó. ―Oye, dile a tu abuela que estaré más que feliz de cuidar de su gatito 7, igual que anoche. ―Escandalosas carcajadas llenaron el fondo. ―Es una anciana, Jesús. Ten un poco de respeto. ―El gruñido de Nate tuvo otra ronda de risas―. Tengo que irme, abuela. ―Gracias, hombre. ―Te quiero también, abuela. ―Colgó. ―¿Así que ahora ambos estamos siendo cazados? ―Charlie empujó sus rodillas contra su pecho, los ojos como platos en la parpadeante luz del fuego. Me desabroché el cinturón y me quité el pantalón. ―No importa. Me miró fijamente el pecho, sus ojos encendidos. Joder si mi polla no se despertó enseguida. Me apresuré y me metí en la cama a su lado antes que notara la tienda de campaña en mis bóxers. ―¿Qué? ―Se llevó la sábana hasta cuello―. Definitivamente importa.
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Gatito: En inglés original, pussy, que puede significar vagina, coño o gato, gatito.
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Entrelacé mis dedos detrás de mi cabeza, principalmente para mantener mis manos fuera de ella. ―Moriría para defenderte. Ya estoy en la mira. Otra recompensa no cambia eso. Apretó la manta en sus pequeñas manos. ―¿Por qué dices esas cosas? ―¿Como qué? ―Que morirías por mí. ―Porque es verdad. Se movió bajo las sábanas y se puso de costado para mirarme. ―No me conoces. ―Sé muchas cosas. ―¿Sí? Entonces comparte con la clase. ―La luz bailó en sus ojos, un desafío. ―Sé que te gustan las flores. ―Me acerqué, y no se alejó, sólo se mantuvo sin quitarme la vista de encima. Puso los ojos en blanco. ―Todos saben eso. ―Sé que te gusto. ―Mis manos estaban sudando, y me sentí como un adolescente preguntando a su flechazo si quería ir al baile de graduación con él. Jesús, tranquilízate. Ella sonrió, y el calor alcanzó sus ojos. ―Tal vez. ―¿Tal vez? ―Le puse la mano en la cintura y rogué a cualquier Dios que no me apartara. ―Un poco. ―Pasó su mano por mi antebrazo. ―Mucho. ―Sin comentarios. ―Se encogió de hombros―. ¿Algo más? Deslicé mis dedos bajo el dobladillo de su camisa. Su piel era suave, lisa y perfecta bajo mi toque. Ve más despacio. No quería asustarla. Me arriesgué. ―Sé qué piensas en besarme a veces. ―¿Tú crees? ―Arqueó una ceja―. ¿Y cómo lo sabes?
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Me acerqué hasta que nuestros cuerpos casi se tocaron, ambos en nuestro lado. ―Porque tus mejillas se vuelven rosadas y me miras la boca, lo que estás haciendo ahora mismo. Ella parpadeó, luego se concentró en mis ojos. ―No, no lo estoy haciendo. ―Lo haces. ―Si tú lo dices. ―Hizo un sonido de pfft, su cálido aliento haciéndome cosquillas en la barbilla―. ¿Eso es todo lo que tienes? Deslicé la mano debajo de la camiseta. ―Sé que quieres que te bese. ―Necesitaría saber más sobre ti para decidir eso. ―Su voz era entrecortada, abandonándola. Ella me deseaba, aunque no podía desearme tanto como yo la deseaba. ―¿Qué quieres saber? ―Me lamí los labios y miré a los suyo, desesperado por saber cómo sabían. ―Hmm. ―Miró hacia el cabezal por un instante, luego reclamó mi mirada―. ¿Cuál es tu segundo nombre? ―¿Eso es todo? De todas las cosas que podrías preguntar, ¿esa es la única cosa? ―Pasé mi mano por su cabello, las hebras de seda deslizándose a través de mis dedos. ―Por ahora. ―Su tono era tímido. ―Iván. ―¿Ruso? ―La familia del lado de mi madre es de Ucrania. ―Me acerqué más a su boca, su dulce aliento jugando junto a mis labios. ―Está bien, eso es todo lo que necesitaba saber. ―Trató de rodar sobre su espalda, lejos de mí. Era una tremendamente sexy provocadora, pero no había ninguna posibilidad en el infierno que la dejara escapar. No podía detenerme de besarla si lo hubiera intentado, cosa que no hice. Agarrando su cintura, la empujé contra mí. Hizo un pequeño sonido agudo cuando presioné mis labios contra los suyos. Pero entonces, abrió la boca, dándome la bienvenida en el interior mientras se aferró a mi espalda. Sus uñas eran cielo en mi piel, su lengua paraíso en mis labios. La besé
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duro, demasiado brusco, pero cada instinto primitivo que vivía dentro de mí exigía que le diera todo lo que tenía. Ella respondió, estirando su cuello hacia atrás y abriendo su boca, dejando su lengua luchar con la mía mientras nos besábamos como si estuviéramos famélicos el uno del otro. Lo que quedaba de mi alma se entrelazaba con la suya, y quería devorar cada delicioso centímetro de ella. Llevé mi mano a su trasero y palmeé su culo. Ella chilló en mi boca mientras empujaba mi muslo entre sus piernas. Su coño era como un maldito reactor nuclear, caliente y listo para estallar. La idea de dicho calor en mi polla me envió a otro nivel, y rodé encima de ella, fijando su exuberante cuerpo debajo del mío. Jadeó cuando le besé el cuello y succioné su piel entre mis dientes. Besé y lamí bajando hasta llegar al escote de su camisa. ―Con, por favor. ―Joder. ―Mi nombre en sus labios, ella me rogaba por más. Tenía miedo de venirme en mis malditos boxers. Empujé hacia arriba la camisa y succioné una de sus duras puntas rosadas en mi boca. Se arqueó y clavó las uñas en mi cuero cabelludo. Empuñé su otro pecho, la cantidad perfecta para mi mano, y pellizqué su pezón entre el pulgar y el índice. Cambié, dando a ambos la misma atención. Cuando la mordí, el grito que escapó de su garganta hizo que me dolieran las bolas. Tenía que probarla, toda. Besando hacia abajo su estómago, alcancé su pantalón corto rosado y deposité besos a lo largo de la cinturilla. Ella no era la única provocadora. ―Tócate los pezones. ―Tomé su pantalón corto y los arrastré por su cuerpo, luego los tiré a un lado mientras las mantas se juntaban a mis pies―. Quiero ver lo que te gusta. Apretó sus pezones mientras yo echaba un vistazo a su sexo, rosado y reluciente. ―¿Mojada para mí? Sus mejillas se sonrojaron, pero no rompió el contacto visual. Sexy arpía. ―Abre amplio para mí. ―Miré hacia abajo a sus pliegues rosados mientras ella separó sus piernas todo lo posible―. Perfecto. ―La boca se me hizo agua mientras me inclinaba y besaba su montículo. Sus caderas se arquearon, pero extendí mis palmas sobre sus muslos para mantenerla en el sitio. Mi primer lametón, me envió dando vueltas, su hendidura húmeda perfecta en mi lengua. Removí su clítoris, azotándolo de ida y vuelta mientras gemía y se tensaba. Cuando fijé mi boca en ella, me clavó los talones en la
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espalda. Joder, sí. Lamí y chupé hasta que sus piernas empezaron a temblar, su cuerpo se tensó hasta el punto de explotar. ―Di mi nombre cuando te vengas. ―Me lancé hacia abajo y fijé mis labios alrededor de su clítoris, lamiéndolo con el lado más ancho de mi lengua hasta que se congeló y se fracturó en un millón de pedazos, su aliento saliendo en un silbido con mi nombre En sus labios Se sacudió y agarró las sábanas hasta que su cuerpo se relajó y se quedó quieta. La besé una vez más, saboreando su dulce sabor, antes de subir por su cuerpo. Se había echado un brazo sobre la cara. ―Eso fue, eso fue... ―Su voz tembló―. Oh Dios mío. La besé, devolviéndole el sabor de ella. ―Gracias. ―¿Gracias? ―Envolvió sus brazos alrededor de mi cuello―. Estoy bastante segura que debería estar agradeciéndote. ―Ni hablar. ―Dejé otro beso en sus labios―. Ahora, si me disculpas, tengo que ocuparme de algunos asuntos. ―Empujé mi dura polla contra su muslo, luego me levanté de la cama. Se sentó, su traicionera camisa, cayendo para cubrir sus pechos. ―Quieres decir que no quieres... ―Esto fue para ti. ―Lo dije en serio, aunque rechazarla, me pareció la peor decisión de mi vida―. Todo para ti. Puedes confiar en mí, Charlie. ¿De acuerdo? Ella arrugó la nariz en su propia manera adorable. ―C-creo que sí. Me incliné y la besé en la frente. ―Entonces continuaremos este ejercicio hasta que esa respuesta cambie a un definido, “sí.”
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Jesse flotaba bajo la superficie del agua, con los ojos abiertos, pero sin ver. Su cabello rubio fluía alrededor de ella como algas blanqueadas. Traté de nadar hacia ella, para salvarla, pero era como tratar de nadar a través de la arena para alcanzarla. Cuando finalmente llegué a ella, una sombra cayó sobre mí. Brandon se paró sobre mí, con rabia en sus ojos y acusaciones en su lengua. Me cubrí la cabeza mientras él me caía a golpes, golpeando y gritando mientras yo solo intentaba sobrevivir. Grité para que él se detuviera, grité su nombre y le recordó que era yo, Charlie. Pero entonces Brandon se convirtió en Berty, con sus ojos brillantes y su sonrisa llena de dientes. No podía escapar, no importaba lo mucho que lo intentara. ―Charlie ―gritó Brandon en mi cara, agarró mis brazos y me sacudió―. ¡Charlie! Abrí los ojos. Ojos color azul claro me miraban fijamente. Con se inclinó sobre mí, su rostro marcado por la preocupación. ―Estabas teniendo una pesadilla. El sol de la mañana asomaba a través de las persianas de huracán, y el fuego se había convertido en brasas. ―Sí, te lo dije. ―Mi cara ardía―. Siento haberte despertado. ―Traté de alejarme y salir de la cama, pero él me sostuvo justo donde estaba. ―¿Quién es Brandon? ―Nadie. ―Ya había compartido mucho. Brandon era un fantasma que era mejor dejar enterrado―. No quiero hablar de ello. La frustración se mostraba en su frente. Una cosa que había aprendido sobre Con: no estaba acostumbrado a que nadie le dijera que no. Se alejó de mí y se sentó, sus músculos traseros ondulando bajo las alas. Él suspiró, luego se volvió hacia mí y quitó la manta. ―Veo que vamos a necesitar otra demostración de confianza. ―¡Con! ―dije mientras bajaba mi pantalón corto y abría mis piernas.
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Su gruñido bajo me encendió, y su primer lametón me hizo retorcer. Él sonrió, el diablo en sus ojos. ―Tú lo pediste. *** ―¿Alguna palabra sobre Ramone? ―Con se sentó en un sillón junto a la ventana del dormitorio, con el teléfono en la oreja. Me había duchado después que él me hubiera dado dos orgasmos alucinantes y de nuevo se negó a dejarme ser recíproca. Su negación, aunque bien intencionada, me molestó mucho. Quería tocarlo, sentirlo, experimentar todo lo que tenía que ofrecer. Pero él no se rendiría, no hasta que le mostrara todo de mí. La cosa era, tenía miedo que él viera el cuadro completo y supiera cuán roto estaba en realidad. Volví a atacar el armario y me vestí con unos vaqueros, una camiseta y un jersey de fleece que parecía una talla demasiado pequeña. Al menos la ropa estaba caliente. Me acerqué a la alfombra azul marino y empecé a buscar en la cesta, aunque tuve cuidado de no revelar a mi amigo electrizante en el fondo. Con sacudió la cabeza, el teléfono presionado a la oreja. ―No, hombre, no voy a decírtelo. Cuando nos mudemos de aquí, te lo haré saber. Vigila tu espalda. Cerró el teléfono y lo tiró a la cama. ―No hay noticias de Ramone. Pero es seguro asumir que está tras nuestra pista. ―¿Pensé que habías dicho que estaríamos bien aquí? Se dejó caer de rodillas y se sentó a mi lado. ―Lo estaremos, pero Ramone finalmente seguirá la pista correcta. Una vez que lo haga, estará en nuestra puerta. La clave es seguir avanzando. ―¿A dónde vamos a ir ahora? ―Remojé un pedazo de galleta Graham en el frasco de mantequilla de maní y se lo di. ―Al norte, luego al oeste. ―Mordió la galleta, y yo hice otra para mí. ―¿Y luego qué? ―La mantequilla de cacahuete sorprendió a mi lengua con su dulzura. ―Y luego veremos. Dejé de masticar. ―¿Ese es tu plan?
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―No por completo, no. ―Sumergió otro pedazo de galleta Graham en el frasco, obteniendo una cantidad obscena de mantequilla de maní. Se lo metió en la boca y me sonrió mientras lo miraba fijamente. ―¿Cuál es la otra parte de tu plan? ―Recogí una cantidad razonable de mantequilla de maní en mi galleta y la mordí. ―Eso depende de mí. Todo lo que tienes que hacer en este plan es seguir mi ejemplo y permanecer con vida. ¿Está bien? ―Él asintió y se puso de pie como un gato al acecho―. Bueno. Voy a ducharme. ―Eso no es una respuesta. ―Me levanté y lo seguí al baño. ―Esa es la única respuesta que obtendrás. ―Abrió el agua en la ducha y llamó mi atención, sosteniendo mi mirada mientras se quitaba el pantalón corto. Su erección era gruesa y dura. No podía quitar mis ojos de él. El cabello oscuro alrededor de la base estaba bien recortado, y todo su cuerpo ―cicatrices y todo― era una obra de arte masculino. Él agarró su vara, y un pequeño unf salió de mis labios. ―Ahora, si no te importa, necesito hacer algo al respecto antes que te tire al suelo y te folle hasta que me pidas que me corra. ―Él movió su mano en un movimiento constante, sus ojos hambrientos en mí―. A menos que confíes en mí. ―Dio un paso hacia mí y mis rodillas se debilitaron―. ¿Lo haces, Charlie? ¿Confías en mí lo suficiente como para hablarme de Brandon, quienquiera que sea? La mención de su nombre me sacó de mi ensueño. ―Yo, um, debo ir y hacer algunas cosas en el… ―Señalé detrás de mí, aunque ambos sabíamos que no tenía absolutamente nada que hacer en el dormitorio. Nada a menos que él estuviera en la habitación conmigo. ―Como quieras. ―Se metió en la ducha y me apoyé contra el marco de la puerta buscando soporte. ¿Cuánto tiempo más podría aguantar?
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Revisé y volví a revisar nuestras armas. Una vez que el sol brilló a través de las nubes lo suficiente como para que apagáramos las luces sin llamar la atención, Charlie y yo buscamos en la casa cualquier arma de fuego adicional. Di con un pequeño alijo escondido en una pared falsa en la despensa. Charlie encontró tres pistolas dispersas por los dormitorios de arriba. Las añadimos a nuestra mochila, luego recogimos la poca comida que había en la despensa y la llevamos arriba al dormitorio principal. ―¿Está bien el televisor? ―Charlie se sentó en la cama. ―Seguro, no lo pongas demasiado alto. ―Me acomodé en la silla lateral con una escopeta en las rodillas y un pequeño destornillador en la mano. La escopeta de bombea estaba pegajosa, y pensé que un poco de mantenimiento no podía hacer daño. Teníamos tiempo. Necesitaba otra llamada de Nate antes que pudiera decidir si era hora de abandonar la fuga de la costa y enviar a Charlie al oeste. Ella hizo clic en el mando a distancia y la pantalla plana de pared se iluminó. Se sintonizó en un canal de noticias local. ―… muertes que parecen estar vinculadas a la violencia de la mafia. Varios hombres fueron hallados muertos en una casa en la calle Lerner que era conocida por la violencia de pandillas. El departamento de policía está reteniendo los nombres de las víctimas hasta que todos los familiares hayan sido notificados. ―La casa de Lerner se alzó en el fondo de la toma, la acera delantera marcada con cinta amarilla de la policía. La pantalla se oscureció, el zumbido eléctrico señalando el final de nuestra sesión de televisión. ―Esos hombres. ―Charlie apartó el mando a distancia de ella como si fuera veneno y cruzó sus brazos sobre su estómago―. Todos muertos. ―Sí. ―Jalé para atrás la escopeta de bombeo para determinar dónde estaba lo pegajoso. Parecía estar cerca del cargador. ―¿Cuántos?
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Miré dentro del arma y vi un pedazo de metal desgastado sobresaliendo demasiado. ―¿De lo que recuerdo? Tal vez seis. Pero había unos cuantos más que Nate manejó. ―Presioné el destornillador contra el metal, atornillándola de nuevo en su lugar. ―No. ―Sacudió la cabeza―. Quiero decir, ¿cuántas personas has matado? Puse el destornillador en el alféizar de la ventana y probé el bombeo. Se deslizó suavemente, sin que nada lo retenga. Una máquina de matar, creada con un propósito. ―No creo que realmente quieras saber la respuesta a esa pregunta. ―Apoyé el arma en la pared y limpié el aceite de mis manos antes de entrar al baño para lavarme. Ella me siguió y me miró en el espejo. ―Si puedo contarte sobre Jesse, puedes decirme cuántas personas has matado. Me sequé las manos y me volví para mirarla. Llevaba una chaqueta de fleece blanca que era casi demasiado pequeña para ella. Abrazaba sus curvas, destacando sus pechos llenos y la hondonada de su cintura. No quería hablar, no de la sangre de mis manos o del resto de las matanzas que tendría que hacer para mantenerla a salvo. Quería vivir con ella, aquí en este momento. Jugar a la casita junto al mar con ella era mi único consuelo, el único lugar seguro que había estado en los últimos veinte años. Si ella veía al monstruo que vivía dentro de mí ―el que no tenía problemas en que le paguen por quitar la vida― la tenue ficción que vivíamos terminaría. En la pequeña cantidad de tiempo que la conocía, me di cuenta que nunca querría que terminara. Sus ojos se abrieron cuando yo avancé sobre ella y la sujeté contra la pared. ―Con… ―¿Quieres saber lo malo que soy? ¿Cuántas almas he reclamado? ―Apreté su cabello y tiré de su cabeza hacia atrás. Su pulso se aceleró, el latido batiendo en su garganta, mientras clavaba sus uñas en mis bíceps. ―Sí. ―Su voz sonora me dijo todo lo que necesitaba saber. Le gustaba mi violencia, y joder si eso no me excitaba. Mi polla rugió a la vida y exigió que finalmente la hiciera mía. Pasé mis dientes por su garganta y mordí la tierna piel por encima de su yugular.
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―He arrancado las gargantas de los hombres. Escupí su sangre en el suelo mientras se retorcían y morían. ―¡Con! ―La nota de miedo mezclada con excitación cubrió mi mente de maldito deseo. ―He estrangulado hombres con mis propias manos. ―Presioné con mi muslo entre los suyos y siseé cuando sentí el calor húmedo esperándome―. He disparado, apuñalado, y abierto mi camino a golpes a la parte superior de la cadena alimenticia. Su aliento se complicó mientras le chupaba el lóbulo de la oreja entre mis dientes y mordía. ―Lo haría todo de nuevo. Sin dudarlo. Deslizó su mano por mi costado y presionó su palma contra mi erección. Mis caderas se movieron contra ella, y necesitaba entrar en ella. Pero no la reclamaría completamente, hasta que tuviera su confianza. ―¿Sabes por qué haría todo de nuevo? ―Retrocedí y la miré a los ojos. ―¿Por qué? ―Ella pasó su palma arriba y abajo, abanicando las llamas de mi necesidad. ―Porque me llevó a ti. ―La besé, dura y despiadadamente, tomando lo que era mío con todo lo que tenía, todas las jodidas emociones mezcladas con las nuevas que ella había creado dentro de mí. Ella gimió en mi boca, y yo tiré de su cabello aún más duro, necesitando que sintiera todo junto conmigo. Sus manos arañaron mi pantalón, y cuando alcanzó dentro y agarró mi polla, mordí su labio inferior. Su suave palma me acarició, bajando y subiendo por mi asta mientras yo follaba su boca con la lengua. Cuando pasó su pulgar a lo largo de mi punta, mis rodillas casi se doblaron. ―¿Por favor, déjame? ―Su petición llena de lujuria era una de las que yo no era capaz de negar. Manteniendo mi agarre en su cabello, la bajé a sus rodillas. Ella sacó la lengua y probó mi punta. Jodido infierno. Sus ojos hacia arriba casi me hicieron entrar mientras deslizaba sus labios rosados alrededor de mi polla, llevándome tan adentro como podía. Su lengua de terciopelo azotó la parte inferior de mi polla. Me agaché con la otra mano y agarré otro puño de su cabello oscuro, luego la empujé hacia adelante. Sus ojos se llenaron de agua cuando la liberaba de mí y la volvía hacia mí. La miré mientras ella me conocía, y cuando apretó la base de mi polla con una mano y succionó en tándem, gemí. Mis bolas ya estaban tensas mientras empujaba más, haciéndome más rudo de lo que debería. Ella gimió, el zumbido vibrando a lo
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largo de mi polla, y empujé hasta que la parte posterior de su cabeza golpeó la pared. La sostuve allí, follando su boca mientras ella pasaba su mano por mi base. ―Me voy a correr ―gruñí, y ella chupó más fuerte, su lengua trabajando más rápido. Mi polla se endureció aún más mientras mi carga subía por mi asta. Empecé a retroceder, pero ella agarró mi asta y me mantuvo justo donde quería estar―. ¡Oh mierda, Charlie! ―Me corrí duro, mi polla palpitando en su boca mientras tragaba y lamía. Finalmente me dejó ir después que terminé. Retrocedí, luego me volví y cogí una toalla de mano del fregadero. Colocándola de pie, limpié sus labios hinchados y acuné su rostro en mi palma. ―Eres una jodida diosa. ―Supongo que somos un buen par ya que eres un ángel ―me abrazó y me acarició la espalda. ―Espero no haber sido demasiado rudo. ―Le besé la frente, la nariz y luego los labios. ―Ese fue probablemente el momento más ardiente de mi vida, así que diría que estuviste bien. ―Su sonrisa me dio la sensación más extraña en mi pecho, como si mi corazón estuviera ingrávido, elevándose con sus palabras. ―Gracias. ―La besé de nuevo, no podía tener suficiente de ella. ¿Lo estaría alguna vez?
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Me senté en el balcón cubierto, lejos de la barandilla para que ningún auto que pasara fuera capaz de verme, y miré al furioso mar entrechocarse consigo mismo. El sol se puso detrás de la casa, proyectando su sombra a lo largo del camino de la playa y sobre las dunas al borde de la arena. Conrad estaba justo adentro, revisando las armas una vez más para asegurarse que todo estaba en perfecto funcionamiento. Había usado un destornillador con un puñado de armas, puliendo sus piezas hasta que cada movimiento fue suave, cada pieza de metal unificada con un propósito. La tormenta de nieve de la noche pasada había dejado las cimas de las dunas cubiertas en un brillante blanco, y nadie se aventuraba a caminar por la orilla. El fuerte mar era mejor verlo desde la distancia. Envolví la manta más cerca a mi alrededor y miré a la gris extensión. No había visto el océano desde que mis padres nos llevaron a Jesse y a mí a la playa cuando tenía diez años. Mis vagos recuerdos incluían encontrar conchas y perseguir cangrejos que eran muy rápido para atraparlos. Nos habíamos divertidos, aunque Jesse era demasiado pequeña para siquiera entrar al agua. Su pequeño sombrero para el sol apareció y mi memoria flotó en la superficie desapareciendo en las profundidades. Conrad tatareaba mientras cantaba. ¿Siquiera sabía que lo estaba haciendo? Reconocí la canción “I Shot the Sheriff”. Encajaba. Una sonrisa robada apareció en mis labios mientras algunas gaviotas pasaban volando, flotando sobre la brisa del mar mientras el sol se desvanecía en un estrellado anochecer. Una vez que mis pies estuvieron completamente fríos y el placentero tararear se detuvo, regresé a la habitación principal y cerré la puerta del balcón a mis espaldas. Él había guardado las armas y sólo dejó afueras las que siempre mantenía consigo. ―¿Todo limpio? ―Me dejé caer en la alfombra frente al fuego y puse mis pies hacia la chimenea. ―Sí. Un par estaban dañadas. ―Sacudió su cabeza, y noté una mancha de grasa bajo su ojo derecho. Muy temerario―. Debo hablar con Nate sobre mantener
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su mierda en buenas condiciones. Debes respetar tus armas. Si no lo haces, no puedes confiar en ellas. ―Se encogió de hombros―. Eso fue lo que mi papá siempre me enseñó, de todos modos. Y nunca he tenido ni un solo jodido atasco. Se sentó a mi lado, el olor a aceite de arma de alguna forma era reconfortante. El fuego lamió los leños frescos, la savia crepitaba de vez en cuando y mis pies empezaron a descongelarse. Me acerqué más, apoyándome en él. ―Creo que Nate está hecho de una madera diferente. Envolvió su brazo alrededor de mis hombros. ―Creo que tienes razón. ―Pero es gracioso. Así que al menos está eso. Se tensó. ―Yo soy gracioso. Me reí y lo miré. ―¿En serio? ―Lo soy. ―Apretó mi antebrazo. ―¿Estás celoso? ―¿De ese mocoso? ―Soltó un resoplido―. Por supuesto que no. Sólo estaba diciendo que hago reír también. Asentí. ―Eso es cierto. Encuentro tus tarareos muy divertidos. ―¿Mi tarareo? ―Presionó sus labios en mi oreja, me estremecí. ―Estabas tarareando mientras trabajabas en las armas. ―¿Lo hacía? ―Su mano se deslizó a mi cintura. ―No tan rápido. ―Me aparté y fui hacia la canasta―. Necesitamos comida, y tú necesitas una ducha. Gruñó. ―¿Tienes idea de lo que me haces? Miré sobre mi hombro, y su mirada estaba pegada a mi trasero. ―Tengo una idea general. ―Coqueta. ―Se estiró en el suelo, descansando sobre sus codos, y me vio dividir lo que quedaba de nuestra comida.
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Después de una rápida cena, Con se duchó, luego habló por teléfono con Nate. Basada en la conversación unilateral, supuse que Vince estaba haciendo hasta lo imposible para encontrarnos. Cuando colgó, pregunté: ―¿Y bien? ―Mañana, vamos a tener que irnos. ―Oh. ―Me metí a la cama mientras él pasaba la toalla por su cabello. ―Nadie ha oído de Ramone. Ese imbécil me pone nervioso. Es un hijo de puta muy astuto. ―Se metió en la cama a mi lado y me acercó a su pecho. ―¿Cuál es el plan? ―Tengo algunas ideas. ―Pasó sus dedos de arriba abajo por mi espalda. Pequeñas cosquillas pasaron por mi piel donde él me tocaba. ―¿Cómo cuáles? ―Hablaremos mañana al respecto. ―Besó la cima de mi cabeza―. Quiero disfrutar de nuestra última noche aquí. Suspiré y miré los paneles del techo mientras el viento arreciaba afuera, silbando en el crepúsculo. ―¿Por qué tanto misterio? ―No es misterio. Sólo necesito dormir. ―Deslizó su mano a mi cintura―. Y hablando de misterios. ¿Ya confías en mí? ¿Lo hacía? Retrocedí un poco y lo miré a los ojos, luego descansé mi mano a lo largo de su descuidada mejilla. Lo había conocido por unos días, pero en ese tiempo me había salvado la vida y prometido que me protegería a cada instante. La confianza no era algo fácil para mí; para nadie, en realidad. Pero aquí estaba él, después de abrirme su corazón una y otra vez, preguntándome si podía hacer lo mismo. Contuvo su aliento, todo en él concentrándose en las próximas palabras que pronuncié. Me incliné y lo besé, con un suave y gentil asentimiento. ―Sí.
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No merecía su confianza, no merecía la mirada en sus ojos mientras me miraba a la luz del fuego. Pero la tomaría. Su confianza era como una pequeña flama, una que se movía y amenazaba con apagarse. La alimentaria, le daría lo que necesitaba para arder brillante, y la mantendría a salvo. Descansó su cabeza sobre mi pecho de nuevo, sus dedos jugando a lo largo de una cicatriz particularmente larga en mi costado derecho. ―Ya te he dicho más de lo que he dicho a nadie. ―Su suave voz crepitó en mi corazón y se acurrucó ahí. Necesitaba saber todo de ella, lo ansiaba más que mi próximo aliento. ―Comencemos con el punzón que hiciste y cómo aprendiste a pelear. Esas no parecen las habilidades de una florista promedio. ―No lo son. ―Suspiró. ―¿Necesito contarte otra historia triste de mi papá para hacerte hablar? ―Sonreí cuando sentí sus labios curvarse en mi pecho. ―¿Entiendo que tienes una lista? ―Tengo millones. Qué tal de la vez que tenía nueve años: me dejó en casa solo durante una tormenta de nieve; no había luz, y dos hombres vinieron buscándolo. Querían usarme como carnada. Se mordió su labio. ―¿Qué pasó? ―Papá vino a casa. No fue un buen día para esos tipos. ―Arrastré mi dedo por mi cuello para ilustrarlo. Su escalofrío me llegó, y la apreté más fuerte. ―Estuve bien. No te preocupes. ―No suena bien. ―Pasó su mano por la cicatriz, sin saberlo tocando uno de mis recuerdos de esa horrible noche―. Debió haber sido aterrador.
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No mencioné la parte donde papá los ató y los torturó lentamente por amenazar a su hijo. Algunos recuerdos dejan una mancha, una marca indeleble que siempre oscurece el corazón de un hombre. Ese incidente fue el primero de muchos para mí. ―¿Ves lo que hiciste? Me pusiste a hablar cuando se supone que eres tú quien va a contar. ―Le di una palmada en el trasero―. Estoy hablando como una virgen en una pijamada antes que hayas contado algo sobre ti. Sonrió. ―Me gustaría verte de trenzas. ―Lo que sea por ti. ―Mantendré eso en mente. ―Su tono cambió a una burla más seria―. Bueno, supongo que estamos en esto juntos. ―Así es. ―Y parece que no tienes recelos en dejar armas cargadas a mi alrededor. ―Eres la única. ―¿Qué hay de Nate? Me reí, la primera vez que de verdad me reía desde hace mucho. ―No dejaría ni un cuchillo para mantequilla a su alrededor. Sonrió y se movió contra mí, deslizando su muslo sobre el mío. Apreté su trasero. ―Quid pro Quo, Clarice. Soltó una carcajada. ―No inspira confianza, doctor Lecter8. ―Gracias a Dios. Si no hubieras entendido la referencia de la película, tendría que haberte echado a patadas al frío. Sacudió su cabeza contra mí. ―Si me hubieras dicho la semana pasada que estaría en la cama con un asesino hablando sobre El silencio de los Corderos mientras intento ocultarme de la mafia… ―¿Qué habrías hecho? ―Rocé mi pulgar sobre sus caderas. ―Te habría ofrecido un bonito y nada amenazador arreglo para tu cuarto en el hospital mental.
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Doctor Lecter: Dialogo de la película “El silencio de los Corderos.”
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―Estoy seguro que habría sido hermoso. ―He aprendido mucho desde que empecé, así que creo que algunos colores tranquilizantes serían lo mejor. Nada de jarrón de vidrio, por supuesto. ―¿Entonces, empezaste a trabajar con las flores después de la universidad? ―¿De verdad haremos esto? ―Cerró sus ojos. ―Eso me temo. Tomó aire profundamente, luego se quedó en silencio un rato. No interrumpí. Su humor estaba cambiando, como si estuviera en un teatro esperando que un espectáculo comenzara y todas las luces estuvieran apagándose. ―Después… ―Se aclaró la garganta―. Después de Jesse, me gradué de la secundaria y entré a Penn State. No sabía qué quería hacer, pero la universidad parecía la forma de descubrirlo. Al segundo semestre de mi primer año, mi compañera de cuarto me convenció de inscribirme en una clase de ciencias naturales. El profesor era… ―Se detuvo―. Era mayor, encantador, un poco raro. Brandon sabía mucho sobre el bosque y cómo sobrevivir. La oscuridad en su voz mientras hablaba del profesor erizó los vellos en la parte de atrás de mi cuello. Era una amenaza; podía sentirlo. Y no me gustaba que se hablaran por el primer nombre. ―Él tomó interés en mí. No estaba segura en ese momento por qué yo entre una clase de chicas impresionables, pero sacó horas de oficina para hablar conmigo y tomó un interés real en mi trabajo de la escuela. Preguntó sobre mi vida en casa. Le conté sobre Jesse y que mis padres se cerraron después de eso. Como me culpé a mí misma. Por supuesto, después me di cuenta que usaba a mi hermana para manipularme. Debí de haber tenido un gran aviso de neón en mi frente que decía “desesperada por amor”. ―Arrugó su nariz, como si estuviera decepcionada de su ser más joven―. De cualquier forma, era poco convencional y de verdad le gustaban las cosas sobre supervivencia. Básicamente uno de esos que se preparan para el fin del mundo con todas esas teorías del gobierno. Un día, me llevó a su granja cerca de una hora afuera de la ciudad. Dijo que iba a mostrarme algunas cosas que eran muy avanzadas para el currículo regular. La amargura en su voz despertó una rabia que ardía como una marca. ―Como sea, puedes imaginarte qué sucedió. ―El agarré se apretó en mi costado y se detuvo por varios minutos, el silencio llenando el espacio entre ambos. Mataría a Brandon, me tomaría mi tiempo. El mayor tiempo que he mantenido a alguien con vida fue un par de días. Un importador que había hecho un ataque y había huido mientras estaba drogado y mató a dos gemelos de cinco años. Había
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hecho caer a todos los policías y todas las organizaciones en Boston. Había sido elegido para hacer un ejemplo de él. Haría un ejemplo incluso más grande de Brandon. ―Después de esa primera vez en la granja, Brandon me controlaba. Lo que usaba, cómo arreglaba mi cabello, qué clases tomaba. Duró por un año y medio. Se volvió más obsesivo conmigo y con lo que llamaba “el régimen venidero”. Me llevaba mucho a su granja, me enseñó a disparar, cómo sobrevivir por mi cuenta. Por meses, pasé cada momento libre ahí. Él había arreglado mis clases para tener fines de semana de cuatro días. En ese tiempo, no pensé que fuera tan malo. Había estado hambrienta por amor. Él sabía qué hacer, darme sólo la cantidad justa de atención para hacerme feliz. Así que, fui obediente y lo mantuve todo en secreto. Se acercó más a mí. Nada nunca se sintió tan correcto. La necesidad de protegerla, incluso si era de su propio pasado, abrumó cada instinto que tenía. ―Como sea, mientras los meses pasaban, Brandon estaba más convencido que el mundo estaba cerca del régimen venidero. Me hizo dejar las clases y vivir en la granja. Después de un tiempo, dejó de enseñar y pasaba todo su tiempo preparándose. No me dejaba salir de la granja. Si desobedecía, era castigada. ―Se estremeció. Rabia como nunca antes conocí me atravesó como un tornado de ácido. ―Me dejaba en los bosques a kilómetros de la casa; sin zapatos, sin ropa, nada; en pleno invierno. Si regresaba, me recompensada dejándome sobrevivir un día más. Era tan jodidamente enfermo, pero manipulador, también. Al punto que me convenció que merecía ser tratada de esa forma. Que mi desobediencia provocaba que me tratara mal. Era mi culpa. Jodido, lo sé. Apenas y pude quedarme tendido escuchando. La necesidad de venganza me abrumó, y mi imaginación fue a todos los rincones oscuros, ocurriéndosele nuevas formas de provocar dolor. ―Una noche, se puso verdaderamente violento y me acusó de ser parte de una conspiración del gobierno. ―Tragó con fuerza―. Rompió mi brazo, dos costillas e hizo otro daño. Un gruñido salió de mi garganta. ―Lo mataré. ―No puedes. ―Su voz cayó a un susurro―. Ya lo hice.
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Él me sostuvo, y contuve el aliento. La confianza era un lujo, uno del que tenía muy poco. Pero le había dado mi confianza a él. ―¿Qué pasó? Cerré los ojos apretadamente. ―¿Te refieres a cómo lo maté? ―Sí. ―Acarició mi cabello. ―Me había seguido escaleras arriba y me encerré en la habitación de invitados. Él estaba en la puerta, aventándose contra ella y gritando que iba a matarme y enterrarme en el jardín, así mis amigos del gobierno nunca me encontrarían. ―Aún podía escuchar su voz, la estridente paranoia―. Encontré una escopeta en el armario, él mantenía armas de reserva por toda la casa. Estaba cargada. Permanecí con la espalda hacia la ventana y esperé a que abriera la puerta. Lo hizo, y cuando entró, jalé el gatillo. ―Corrí los dedos por mi pecho―. Matándolo casi instantáneamente. Haciendo girones su corazón con un perdigón. ―Una sola lágrima escapó, aunque pensé que había dejado muy atrás el llanto por mi tiempo infernal con Brandon―. Cuando cayó, lucía tan… sorprendido. ―Estiré la cabeza y miré a los ojos de Conrad―. Como si nunca se le hubiera ocurrido que yo haría una cosa semejante. ―Pensó que te había quebrado. ―Yo también, hasta que tuve el arma en mi mano buena, apoyada contra el hombro y jalé el gatillo. Perfecto tiro a muerte. ―Una sonrisa trató de escapar por mis labios―. Justo como él me enseñó. ―Es afortunado que lo hayas matado antes que yo tuviera la oportunidad. Hubiera hecho que durara meses. ―La determinación en su tono y el agarre posesivo en mí, me dijeron que decía la verdad. ―Después de eso, el departamento del comisario me detuvo por el homicidio. Un par de diputados me dieron un mal rato, tratando de hacerlo parecer como que
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había provocado a Brandon, o que de alguna manera era culpable por todo lo que había pasado. ―Nombres. ―Envolvió una mano alrededor de mi garganta y usó su pulgar para levantar mi barbilla, manteniendo nuestros ojos trabados―. Quiero nombres. ―Creo que tenemos suficiente en nuestros platos en este momento. Corrió el pulgar a lo largo de mi mentón. ―Cuando esto termine, me vas a dar nombres. Bajé la cabeza a su hombro. ―Si sobrevivimos a esto, entonces claro, te diré los nombres. Pero sólo si prometes no matarlos. ―No hago promesas que no pueda mantener. ―Enterró el rostro en mi cabello, su tono frío y seguro. ―Eventualmente, fui limpiada del asesinato. Defensa propia. Una vez que sané, dejé la universidad e intenté dejar todo detrás de mí. Pero no podía permanecer en Reading, especialmente después que algunos de mis compañeros de clase que me reconocían, me hicieran preguntas sobre lo que pasó con Brandon. No podía soportar las miradas y los susurros, así que empaqué y me mudé a Filadelfia para un nuevo comienzo. ―En donde te encontré. ―Sí. ―Me relajé, como si contar la historia quitara un peso―. Ahora es tu turno. ―¿Mi turno? ―Número de muertos. Me empujó hacia su pecho, así que lo monté a horcajadas, su polla dura presionada contra mi coño desnudo. ―Estoy empezando a creer que eres un poco macabra. Incliné la mano y lo consideré. ―Tal vez. ―Creo que el hecho que puedo matar a un hombre sin remordimientos es un estimulante para ti. ―Tal vez. ―¿Era enfermo admitir que, sí, todo sobré él me encendía? ¿Incluso las partes de asesino? Probablemente―. Entonces, ¿cuál es el número? Deslizó las manos abajo por mi espalda y acunó mi trasero.
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―Más alto del de cualquier otro hombre que hayas conocido. ―¿Incluso que el de Ramone? ―Temor se deslizó a través de mí. ―Sí. ―Embistió hacia arriba, su polla frotándose justamente contra mi clítoris―. Y agregaré su nombre a mi cuenta antes que todo esto termine. ―¿Qué pasa si estás equivocado? ―No lo estoy. ―Su fría confianza no dejaba espacio para la duda. Mi vida estaba en sus manos. No había nadie más. Sólo nosotros dos aquí en una fría mansión en medio de una costa helada, mientras esperábamos a que el destino se pusiera al corriente con nosotros. Me sacudí en su contra. Él era todo dureza y bordes afilados. Mi cuerpo se amoldaba a él, y un fuego erupcionó dentro de mí. Este era el momento. ―¿Tienes alguna idea de lo bien que te sientes? ―¿Por qué no me lo dices? ―Presioné mis labios en su garganta. Entregarme a él era tan natural como respirar. Justo como mis flores, este momento era fugaz. La amenaza de Ramone se cernía sobre nosotros, marchitando nuestro futuro, pero podíamos vivir durante el poco tiempo que nos quedaba. Su agarre en mi cabello se apretó y me empujó hacia atrás. Miré fijamente a sus ojos. ―¿Quieres esto? ―Su voz era como grava y vidrio roto. Un hilo de miedo me atravesó y envió un zumbido entre mis piernas. ―No hay vuelta atrás. ―Presionó su frente contra la mía―. Y necesito que sepas que te he querido desde el momento en que te vi. He pensado en ti cada noche, imaginándote, soñando contigo. Ni siquiera he mirado a otra mujer desde que te vi de pie en la ventana de tu tienda de flores. ―Se sacudió en mi contra, su punta probando mi entrada, y jadeé―. Así que dime sí o dime no, pero, de cualquier manera, tienes que estar segura. Se extendió desnudo. Otra vez. Sólo había una palabra en mis labios. ―Sí. Se dio la vuelta, clavándome debajo de él mientras sus caderas golpeaban contra mí. Su boca era una avalancha de calor, necesidad y posesión. Presionó sus labios contra los míos, su lengua jugando con la costura de mi boca hasta que la abrí para él. Cuando sumergió su lengua dentro, gruñó. Una arremetida de sensaciones se revolvió a través de mí, y enterré los talones en sus piernas, urgiéndolo hacia adelante.
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Corrí las manos por su espalda, los músculos acordonados tensos bajo mis dedos. Cuando agarro mi pecho, no pude evitar el gemido que salió de mí. Se tragó el sonido y besó mi cuello. Rasguñó mi garganta con sus dientes, después lamió y chupó mientras yo resollaba. Cuando apretó mi pezón, me espalda se arqueó y me humedecí incluso más entre las piernas. ―Joder. ―Mordió mi hombro, lo suficiente fuerte como para que escociera, pero no tanto como para romper la piel. Mi cuerpo pasó de sobrecalentado a abrasador. ―Tengo que sentirte. Todo de ti. ―Se sentó, tomando las sábanas con él y mirándome. Cuando el aire frío golpeó mis pezones, hormiguearon y se endurecieron incluso más. La luz del fuego jugó con el lado derecho de su rostro, dejando el izquierdo en sombras. Mitad luz, mitad oscuridad, podía ser el coco 9 o un ángel vengador. ―Malditamente hermosa. ―Agarró su polla y miró mi coño―. Jodidamente mío. Mordí mi hinchado labio a la vista de su pene largo, imposiblemente duro, con toda la atención. Su cuerpo era una obra maestra de músculos, cicatrices y tinta. La venganza estaba escrita en su piel, como si hubiera sido hecho para la violencia y derramamiento de sangre. Pero en ese momento, el hambre en sus ojos era sólo por mí. Inclinándose, puso sus palmas en el interior de mis rodillas y me abrió. ―Maldita sea. ―Se arrodilló entre mis piernas, después bajó la cabeza―. Todo para mí. ―Puso un beso gentil en mi coño, y apreté las sábanas para intentar mantenerme en tierra. Con sus ojos en los míos, me lamió desde la entrada hasta el clítoris. Ningún agarre de sábanas podía mantener mis caderas quietas. ―Conrad ―jadeé sin nada más que decir―. Confío en ti. Por favor. ―¿Quieres mi polla, nena? ―Sonrió―. Es toda tuya. ―Deslizando las palmas por el interior de mis piernas, su áspero gruñido me encendió―. Necesito estar dentro de ti, sin nada entre nosotros. Estoy limpio.
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El coco, cuco o cucuy: es una criatura ficticia ubicada en América Latina y la península Ibérica, caracterizado como asustador de niños, con cuya presencia se amenaza a los niños que no quieren dormir.
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Asentí. Si hubiera pedido el contenido entero de mi cuenta bancaria, tan escaso como era, se lo habría dado en ese punto. Además, había estado con las dosis de control de natalidad de tres meses desde que tenía quince, y no había tenido sexo en años. Él sería mi bautizo en fuego. Merodeó sobre mí, manteniéndose suspendido con un codo mientras presionaba su pene contra mi vagina. ―Mírame. No cierres los ojos. ―Posicionó la punta en mi entrada―. Quiero verte tomar cada centímetro. Agarré sus hombros y me abrí ampliamente para él. Gruñó y se sumergió dentro de mí, su cabeza estirándome y deslizándose contra mis paredes resbaladizas. Quería cerrar los ojos para centrarme en las sensaciones, pero su mirada me mantuvo mientras se empujaba más profundo. Una pequeña punzada de dolor se convirtió en una deliciosa llenura. Con una estocada final, me colmó. ―Jodidamente apretada. Caliente. Justo como sabía que serías. ―Fundió sus caderas contra las mías, y enterré las uñas en sus hombros. ―Conrad, por favor. ―Moví las caderas, la fricción enviando un zumbido de placer a través de mí. ―Te daré todo lo que quieres, Charlie. No tienes que pedirlo. ―Deslizó un brazo debajo de mi espalda, después agarró mi hombro manteniéndome en el lugar mientras se salía y se estrellaba de vuelta a casa. Lloriqueé y me sostuve de él mientras establecía un ritmo duro, adueñándose de mi cuerpo con embestidas ásperas. Reclamó mi boca, su lengua manteniendo el ritmo con el movimiento de sus caderas hasta que cada parte de mí estaba invadida por él. Me abrí más ampliamente para él, dando la bienvenida a todo lo que tenía para dar. Sonidos de bofetadas de piel hacían eco alrededor del cuarto. Mi cuarto comenzó un tarareo que se mantenía con cada embestida de su duro pene hasta que estaba rígida, desesperada por otra liberación. Enredó sus dedos en mi cabello y me empujó para descubrir mi cuello. Su boca buscó mis puntos tiernos, y mordió y lamió, volviéndome loca con necesidad. Cada movimiento que hacía avivaba el fuego más alto, hasta que estuve al borde. Alejándose, se arrodilló y tomó mis caderas, empujándome hacia él mientras me follaba con empujes castigadores. Amé cada uno, mis pechos rebotando, mi mente repiqueteando mientras molía mi vagina contra él al ritmo de cada golpe.
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Él miró hacia donde estábamos conectados, después lamió su pulgar y lo presionó contra mi clítoris. Arqueé la espalda fuera de la cama mientras él continuaba empujando en mí y frotando mi protuberancia. ―Ya estás allí, ¿no es así? Quiero verlo. ―Frotó mi clítoris más rápido―. Quiero sentirte exprimir hasta la última gota de mí. Sus palabras me mandaron sobre el borde. Mis caderas se inmovilizaron y caí, descendiendo sobre cada risco uno tras de otro mientras el aliento me abandonaba en un largo y bajo gemido. Mi mente se desmenuzó juntamente con mi cuerpo cuando cada pizca de tensión me dejaba en deliciosas olas. Sostuvo mi cadera más duro y golpeó con su polla. Se descargó dentro de mí, su humedad mezclándose con la mía mientras gruñía y se quedó inmóvil. Levanté la mirada hacia él cuando la tensión dejó sus hombros, sus abdominales. Como mirar una tormenta enfurecerse y retumbar, para después despejarse e irse con el cálido sol. Se sentó aun dentro de mí, y corrió una mano a través de su cabello. ―Santa mierda. Eso fue… ―Perfecto. ―Sonreí. Se inclinó y tomó mis muñecas levantándome para sentarme a horcajadas sobre él, nuestros pechos presionados juntos. ―Nunca he visto nada más hermoso que tú viniéndote conmigo dentro de ti. ―Besó la punta de mi nariz. Tan gentil y relajado. Las preocupaciones se habían drenado de su rostro, pero la intensidad aún estaba allí. Enfocado completamente en mí en una manera que debería haberme aterrado. En su lugar, le daba la bienvenida. Movió las caderas contra las mías, y yo envolví los brazos alrededor de su cuello. Mis pezones se estremecieron cuando se presionaron contra su duro pecho. Su pene se sacudió dentro de mí y me vio a los ojos. ―Tendré que tomarte otra vez si no te detienes. Mordí su labio inferior. ―¿Lo prometes?
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Cayó dormida en mi pecho, su mejilla presionada contra la tinta sobre mi corazón. Su suave aliento creaba una banda sonora que podría calmar incluso a la más violenta bestia, yo incluido. Cuando se había entregado a mí, había estado demasiado en el momento para considerar lo que significaba. Pero sostenerla mientras dormía, lo puso todo claro. Era mía para proteger. Ya sabía que mataría a quien intentara herirla, pero el profundo conocimiento que era mía reforzaba la necesidad de mantenerla a salvo. El problema era que pasar tiempo conmigo no era bueno para la esperanza de vida. Miré al techo, las sombras saltando con las últimas luces de la chimenea. Ser un asesino era lo que me ganó suficiente dinero y reputación para vivir mi vida libre de jurarle lealtad a algún jefe en particular. Era independiente, sicario que garantizaba resultados por el precio correcto. Matar era todo lo que alguna vez había conocido. Pasé mis dedos por la suave piel de la parte superior de su brazo. Pero Charlie valía mucho más que una vida de sangre y venganza. Por ella, podría cambiar. Tal vez podríamos empezar de nuevo en algún otro lugar. Algún lugar donde nadie nos conociera. Tenía suficiente dinero para instalarnos, una casa, otra floristería, una vida totalmente nueva. Cerré los ojos, los pensamientos de un futuro feliz arrullándome hasta el sueño. En la parte de atrás de mi mente, la voz de mi padre susurró: Las segundas oportunidades nunca son baratas. *** Un estruendo rompió el silencio, cortando mi sueño como mi cuchillo en un corazón. Me senté. El fuego se había extinguido, pero la luz temprana de la mañana se filtraba alrededor de las ventanas cerradas. ―¿Crees que aquí está la buena mierda? ―Una profunda voz llegó por las escaleras desde el vestíbulo. Otro hombre respondió, pero no pude oír lo que dijo.
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Un tercer hombre habló. ―Vince no ha dicho mierda sobre mierda. Así que este lugar es juego limpio en lo que a mí respecta. Charlie agarró mi brazo, sus ojos amplios. Puse un dedo sobre sus labios y salí de la cama. Agarré mi 9 mm de la mesita de noche. Tomando la escopeta que había colocado junto a la cama, se la tendí. Algo oscuro pasó por su rostro y negó. Mató a Brandon con una escopeta. El terror en sus ojos oprimió mi corazón. Dejé caer la escopeta sobre la cama y señalé al armario. Lo entendió y gateó por la alfombra delante de la chimenea, su forma desnuda fascinante mientras se movía. Una vez que la puerta del armario estuvo cerrada, saqué la 45 de entre los colchones, luego fui hacia la puerta y quité la silla. Las voces se silenciaron y la puerta delantera se abrió. Pasos y dos voces más de hombre se añadieron al sonido. ―¿Han encontrado algo ya? ―No, sólo un poco de licor y un par de armas. Hay un auto en la parte de atrás que podemos tomar. ―Eso es mierda. No necesito un puto auto. ―La puerta delantera se cerró―. ¿Miraron arriba? Salí de la habitación y cerré la puerta detrás de mí, luego fui con sigilo al dormitorio de al lado en el pasillo. ―No hemos tenido tiempo. Acabamos de llegar. ―Joder, vayan arriba, imbéciles. ―Un sonido de palmada―. La perra tiene que tener algo de joyería. Vean si el viejo Serge tenía una caja de seguridad o algo. Necesitamos limpiar este lugar y salir como la mierda antes que llegue a oídos de Berty. Jugadores de la mafia de bajo nivel buscando un golpe fácil. Me relajé. Esto sería fácil, una pequeña ronda de práctica para mí. El venidero baño de sangre hizo que la maquinaría en mi cabeza cliqueara y zumbara, todo funcionando como debería. Una calma se asentó sobre mí mientras mi plan de batalla se materializaba. Un movimiento después de otro hasta que la amenaza yaciera sangrando a mis pies. Los escalones empezaron a crujir. Conté al menos cuatro pares de pasos. Se dirigían directamente hacia nosotros. Cerré los ojos, respiré profundamente y esperé por el primer hombre en entrar al pasillo. Entonces el segundo, luego el tercero. Casi estaban en mi puerta cuando salí, puse dos balas en el primer hombre, lo agarré y lo arrastré contra mí. Lo usé como escudo mientras disparaba al segundo en la cabeza. Cayó mientras el tercero retrocedía hacia las escaleras y me disparaba.
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El chico que sostenía se sacudió mientras las balas acertaban. Apunté alrededor de él y disparé al tercer hombre en el cuerpo. Chilló y cayó por las escaleras hacia sus gritones compatriotas. Solté al primer hombre. Cayó sobre su espalda, sus ojos muertos mirándome mientras daba un paso sobre él. Mis desnudos pies dejaron huellas con su sangre por el suelo de madera del pasillo. Aún estaba desnudo, pero no me importaba una mierda. Hacer mi trabajo no requería nada más que frío acero en mi palma. Los gritos desde abajo se silenciaron excepto por el hombre al fondo de las escaleras. Sus sibilantes alientos y gritos por ayuda fueron rápidamente silenciados por un disparo que no vino de mí. Frío. Me apoyé contra la pared junto a las escaleras y reproduje el plano de abajo en mi mente. Por mi cuenta, había al menos dos hombres más abajo, tal vez un tercero. Uno se refugiaría en la sala de estar, probablemente detrás del sofá de cretona cerca de la ventana delantera. Di vueltas al plan en mi vente, buscando los lugares que escogería si quisiera emboscar a alguien. Comedor, junto al amplio bufet. Cocina, dejando la puerta de la despensa abierta como trampa, pero escondido detrás de la isla para un disparo en la pierna. ―Baja, hijo de puta. ―La profunda voz explotó en mis oídos―. Este lugar es nuestro. No vas a salir de aquí vivo. ―Conocía esa voz; Ricky, un imbécil de bajo nivel que supervisaba un círculo de traficantes de metadona en la ciudad. Por cómo sonaba, había tomado lugar en el comedor. Lo mataría al último. El pobre hijo de puta no se dio cuenta que acababa de caminar de frente a una trituradora. Asomándome por la esquina, encontré el vestíbulo despejado, pero una sombra en la sala de estar me dijo dónde se escondía mi próxima víctima. Bajé por las escaleras, disparando con mi .45 hacia el pasillo. Un extraviado disparo desde el comedor golpeó la lámpara de araña y pedazos de cristal llovieron. Disparos invadieron el aire mientras daba un paso sobre el cuerpo en el suelo de las escaleras para evitar el cristal, entonces caminé de lado en la sala de estar. Disparé dos rondas con mi 9 mm en el sofá y presioné mi espalda contra la pared junto a la puerta. Una vez que el tiroteo se detuvo, un borboteo y un jadeo señalaron el final de la vida del tipo del sofá. Me quedaban cinco disparos en mi 9 mm y seis en mi .45. Tendría que ser suficiente para matar a uno, posiblemente más tiradores. No tenía cargadores extra. Exactamente no podía tomar munición extra de mis pelotas. Poniéndome de pie, evalué el vestíbulo. El cristal sería un problema para mis pies desnudos. Eché un vistazo al sofá, luego lo rodeé corriendo. El hombre muerto tenía una Glock en su palma. Revisé el cargador. Vacío. El cabrón ya había gastado sus balas.
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Le quité sus mocasines negros. Eran demasiado pequeños, pero tendría que servir. Los calcé en mis pies y regresé a la puerta. Me asomé hacia el comedor. El ángulo de la puerta hacia imposible ver dentro, pero podía sentir al hombre allí. Probablemente agachado debajo del bufet. Inhalando, corrí por el vestíbulo, disparando un par de veces en el comedor mientras pasaba, luego salté a la cocina y rodé por el suelo. Una bala alcanzó mi pantorrilla, pero la ignoré. Aterricé en una posición acuclillada y maté al tirador que se levantó desde detrás de la isla con un tiro en la cabeza. Pasos me dijeron que Ricky estaba haciendo un movimiento desde el comedor. Me levanté y salté sobre la amplia isla, entonces me lancé detrás de ella y aterricé sobre el hombre muerto mientras Ricky abría fuego. Las balas golpearon el inmaculado refrigerador de acero y destrozaron los armarios de madera sobre mi cabeza. Una vez que oí el inevitable clic, me incliné alrededor de la isla y disparé a las piernas de Ricky. Pero había salido corriendo por el pasillo, sus pasos tronando. Mierda. Me levanté del cadáver, mi pierna doliendo como una perra, y lo seguí. Sólo me quedaba un disparo en mi 9 mm y mi .45 estaba vacía. Fue a la derecha y subió por las escaleras. Rugí y corrí tras él. No podía permitir que encontrara a Charlie. El dolor en mi pierna se intensificó mientras subía corriendo las escaleras. Se movía más rápido y ya había entrado en el dormitorio principal. Charlie gritó y me apresuré al final del pasillo e irrumpí por la puerta. Tenía su antebrazo envuelto en la garganta de ella, su arma apuntada hacia mí. Cuando tuvo una mirada de cerca, sonrió. ―Connie. ―Ricky. ―Apunté a su rostro, pero se agachó detrás de Charlie. Ella se había vestido y ahora llevaba un pantalón gris y un suéter negro de lana. Una lágrima cayó por su mejilla. ―Lo siento. ―No lo hagas. ―Negué. ―Ooh, cuán lindo. ―Ricky la sacudió y ella chilló. Mi sangre se enfrió y el tiempo hizo clic más lento en mi cabeza mientras esperaba por mi disparo. ―Tira la pistola. ―No.
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―¿No? ―Sus pequeños y brillantes ojos se entrecerraron y presionó el cañón de su arma contra la sien de Charlie―. ¿Quieres que la mate ahora mismo? Berty ha doblado la recompensa si podemos tomarla viva. Supongo que no había terminado con su descanso cuando te la llevaste. ―Sonrió―. A ti, sin embargo, sólo te quiere muerto. No puedo creer mi suerte. Vine aquí para revolver el lugar para un rápido golpe, pero acabo de encontrar el premio más grande de todos. Charlie se había estado moviendo lentamente desde que Ricky había empezado a parlotear. Metió su mano en el bolsillo del suéter, así que seguí hablando para ver qué pretendía. ―Entonces, ¿qué pasa cuando Berty descubra que has destruido la casa de su padre? Se encogió de hombros, pero mantuvo a Charlie delante de él. ―Le diré que vi un poco de actividad sospechosa. Decidí revisarlo. La chica y tú se habían refugiado aquí, así que tomé todas las medidas necesarias. Fácil. Sacó una pistola eléctrica sus ojos serios cuando di un casi imperceptible asentimiento. Tuve dos pensamientos: ¿de dónde diablos sacó eso? El segundo: puto infierno, amo a esta mujer. ―Suficiente charla, Con. La mataré si tengo que hacerlo. Preferiría tener el doble del dinero, pero la mitad tampoco es tan malo. Especialmente ya que recibiré el dinero por ti también. ―Tensó su agarre alrededor de su cuello. ―De acuerdo. ―Extendí mis manos, luego doblé mis rodillas para dejar la pistola en el suelo. Bajando, sostuve la mirada de Charlie. El terror se esfumó y la preparación pareció endurecer su mandíbula. La sonrisa de Ricky se amplió, el triunfo brillando en sus oscuros ojos. Me apuntó con la pistola. Ella llevó la pistola eléctrica a su muslo. Entrecerré mis ojos y le di un leve asentimiento, urgiéndola a actuar. Charlie presionó la pistola eléctrica contra el muslo de Ricky y me puse de pie de un salto. Gritó y la liberó. Ella se agachó. Disparé mi última bala y Ricky cayó al suelo, sus sesos salpicándose por toda la pared detrás de él.
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El sol brillaba en lo alto de la cristalina mañana mientras avanzábamos a lo largo de una carretera vigilada por densos bosques a cada lado. Después de la batalla en la casa de la playa, habíamos agarrado la ropa, las armas, la comida que nos quedaba, y salimos a la carretera. Conrad había recibido una bala en la pierna, pero no me dejó tratarlo. Empeñado en alejarse, me había sacado de la casa y me había metido en el auto. Cuando las sirenas comenzaron a ulular, estábamos casi fuera de la ciudad. ―¿Adónde vamos? ―Busqué en la bolsa de armas las vendas y el alcohol que había lanzado antes que nos fuéramos. ―Conozco un lugar. No he estado allí desde hace años, pero tendrá que servir. ―¿Dónde? ―Bosque estatal. ―Apretó los dientes mientras rebotábamos sobre un bache―. Tenemos que ir al oeste, largarnos de Jersey, pero no podemos arriesgarnos, no con Ramone en nuestra cola. ―Estaciónate. Necesito ver tu pierna. ―No. ―Me despidió―. Puede esperar. ―Todavía estás perdiendo sangre. Simplemente déjame… ―No voy a parar hasta que estés a salvo. ―Se volvió hacia mí, con el acero en los ojos―. Te dejaré jugar al doctor todo lo que quieras en la cabaña, pero tenemos que llegar allí y escondernos. Ramone estará en toda esa escena en la casa. Sabrá que fui yo, y entonces empezará a rastrearnos. ―Volvió a mirar a la soleada carretera―. Tenemos que desaparecer. ―¿Y entonces qué? ―empujé la gasa de nuevo en la bolsa, golpeando mi dedo meñique contra un implacable cañón de arma mientras lo hacía. Grité y retrocedí. Me agarró la mano. ―¿Estás bien?
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―Estoy mejor que tú. ―Traté de apartar mis dedos, pero él lo sostuvo apretado. Su tono se suavizó. ―Me encantaría dejarte arreglarme en este instante. Lo prometo. Pero no puedo. Me incliné atrás en mi asiento y observé el camino desaparecer alrededor de una curva en el bosque. La frustración bullía dentro de mí, pero no había ninguna salida para ella. Alivió su apretón en mi mano, pero la mantuvo en la suya. ―Voy a sacarte de esto. Únicamente tienes que confiar en mí. ―Lo hago. ―Contemplé las fuertes líneas de su brazo bajo su abrigo robado, el constante ascenso y caída de su pecho. La herida no lo mataría, y no iba a dejar que lo ayudara con los términos de nadie más que con los suyos―. Sólo deseo... ―Deseé muchas cosas: que nos hubiéramos conocido en diferentes circunstancias, que pudiera dedicar más tiempo para conocerlo, que nuestros días no estuvieran contados. Suspiré cuando las palabras correctas nunca parecieron formarse en la punta de mi lengua. ―Está bien. ―Acercó la parte de atrás de mi mano a sus cálidos labios―. Yo también lo deseo. *** Llegamos a la cabaña en la tarde. Estaba situado a lo largo del borde del Bosque Estatal de Wharton, enterrado en los Baldíos de Pino donde la tupida maleza y árboles altísimos gobernaban el paisaje. Una amplia corriente se extendía detrás de la cabaña de madera de un piso y desaparecía en los bosques sombríos. Grises troncos y un techo cubierto de musgo hacían un excelente camuflaje, y la única manera de llegar a la estructura era en un camino de grava lleno de baches que se volvía al barro en algunos parches. Los densos pinos dejaban que la luz se filtrara en manchas moteadas, aunque los rayos no hacían nada para borrar el frío del aire. Conrad estacionó en la parte de atrás y paró el motor. ―Déjame comprobar primero. ―Abrió su puerta, salió, y se derrumbó al suelo. ―¡Conrad! ―Salté del auto y corrí hacia él. Rodó de espaldas sobre una cama de agujas de pino y me miró con ojos aturdidos. ―Jodida pierna.
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La pierna derecha de su pantalón estaba empapada en sangre, el carmesí floreciendo cerca de su rodilla y sumergiéndose en el tejido gris. Era mucho peor de lo que había pensado. ―Tenemos que meterte. ―Me dejé caer de rodillas y metí su brazo alrededor de mi hombro para levantarlo en una posición sentada. ―Tengo que comprobar... ―A menos que Ramone tenga un jet invisible, al estilo Mujer Maravilla, entonces estoy bastante segura que no nos superó aquí. Es seguro. ―Traté de ponerlo de pie, pero sólo logré rebotarlo en el suelo. Sin levantar―. Necesitaré tu ayuda. ―Puedo pararme. ―Empujó con su buena pierna, y yo envolví mis brazos alrededor de él para ayudarlo a sus pies. Se balanceó contra mí y su zapato derecho hizo un ruido de chapoteo. ―Dios. ―El miedo se deslizó por mi espina dorsal―. Has perdido mucha sangre. ―Estaré bien. ―Se apoyó en mí con más fuerza en el segundo. Caminé hacia adelante y lo arrastré junto a mí hasta que llegamos a los tres escalones hasta el porche delantero. ―Deberías haberme dejado curarte en el camino. ―Nah. ―Trató de poner su pierna mala en el primer escalón, pero se estremeció y probó su buena pierna en su lugar. Subí con él hasta que llegamos a la cima y pude apoyarlo contra la pared junto a la puerta. Colocando mis manos alrededor de mi rostro, eché un vistazo a través de uno de los vidrios polvorientos de la puerta. En el interior, la cabaña era simple, muebles rústicos, una pequeña cocina, sala de estar, una cama, y una puerta independiente que asumí llevaba a un cuarto de baño. Los paneles de vidrio de una puerta trasera daban una tenue visión del arroyo. ―Nadie está aquí. ―Intenté el pomo. Cerrado con llave―. ¿Tienes una llave? Se estiró, alcanzando más arriba de lo que yo podría sin una escalera y sacó una llave de entre dos troncos apilados. La tomé y abrí la puerta. ―Vamos. ―Un olor ligeramente mohoso nos saludó cuando entramos, pero el lugar parecía limpio y bien cuidado. Una pequeña estufa de leña se situaba cerca de la puerta trasera, y una pila de troncos junto a ella prometía calor. Lo ayudé a una silla lateral desgastada.
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―Voy a conseguir los suministros. No te muevas. Se hundió y dejó caer su cabeza hacia atrás, con los ojos cerrados. ―Es sólo un rasguño. Puedo ayudar. ―Quédate. ―Salí corriendo por la puerta y agarré todo del auto, la bolsa de la pistola resonando y traqueteando mientras volví a entrar en la cabaña y cerré la puerta. Encontré un interruptor y lo encendí. Una luz de una bombilla desnuda y una colección de cuernos quemados por encima de la cabeza mientras me instalé en el suelo de madera desigual a los pies de Conrad. Sacando su zapato, jadeé ante la sangre acumulada en su interior. ―Deberíamos haber ido a un hospital. ―No lo pienses. ―Sus palabras se arrastraron―. Ramone. Quité su calcetín y deslicé arriba la pierna de su pantalón. Un confuso desgarro en la parte posterior de su pantorrilla goteaba sangre a un ritmo constante, y no podía encontrar una herida de salida. Del tamaño de un cuarto, tal vez un poco más grande, necesitaba atención médica seria, no mis intentos a medias como médico. ―La bala sigue ahí dentro. ―Sacudí mi cabeza―. ¿Conrad? Su silencio me asustó más de lo que había pasado en los últimos días. Me puse de pie y acaricié su pálida mejilla. ―¿Con? ―Estoy aquí. ―Sus ojos revolotearon abiertos, pero su brillo era apagado. ―La bala sigue ahí. Tengo que llevarte a un hospital. Todavía rápido como una víbora, me agarró del brazo. ―No. No podemos ir a ninguna parte. Te encontrará. Las lágrimas intentaron surgir, aunque las reprimí. ―No sé qué hacer. Me dejó ir. ―Haz lo que tengas que hacer. ―Cerró los ojos. ―Mierda. ―Si no trataba de detener el sangrado, él moriría. Corrí a la puerta del dormitorio y la abrí. Un cuarto de baño, pequeño y sin ventanas. Abatiendo la vanidad, golpeé la pasta de dientes, el desodorante y algunas botellas de los estantes. Nada útil. ¡Mierda! Volviéndome, busqué en el gabinete por encima del inodoro y encontré un botiquín de primeros auxilios, unas pinzas y una crema antibiótica. Era un comienzo. Me apresuré a entrar en la cocina y cavé alrededor en los armarios hasta que encontré una pequeña olla. Una vez lleno de agua del grifo, encendí un
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quemador en la estufa de gas y lo puse a hervir. Abriendo los cajones, tomé un cuchillo para pelar y otros pequeños cubiertos de plata. ―¿Qué hago? ―Examiné los instrumentos y los arrojé todos en el agua casi hirviendo. De la nada, el débil tarareo de Con llenó la habitación. Sonaba como los primeros compases de “One” de U2. Utilicé otro tenedor para pescar todo del agua caliente y colocarlos en un plato. Arrastró algunas de las palabras, se detuvo, luego tomó un profundo tembloroso suspiro y continuó. Al menos estaba despierto. Después de lavarme las manos con jabón de platos hasta que se sintieron en carne viva, me dejé caer al suelo delante de él con todas mis herramientas, toallas y antisépticos. ―Esto va a doler. Siguió cantando con voz ronca y apagada, y no sabía si me había oído. Mojé un paño con alcohol y lo presioné contra la herida. Todo en su cuerpo se tensó como una cuerda de arco. Un gruñido bajo salió de su garganta, y sus grandes manos asieron los brazos de la silla hasta que crujieron una advertencia, pero no se apartó. ―Lo siento. ―Saqué la toalla ensangrentada y examiné la herida otra vez. Se relajó mientras miraba la carne destrozada de su pierna. Un leve brillo de metal llamó mi atención. ―Creo que puedo ver la bala. ―We’re one... ―Cantó más alto, las notas aún más planas que antes. Agarrando las pinzas con las manos temblorosas, tomé el tobillo de Conrad en mi mano izquierda e incliné su pierna más hacia la luz. La bala estaba definitivamente alojada en la carne de su pantorrilla. Respiré hondo y lo solté lentamente mientras apretaba las pinzas en la herida. Se endureció de nuevo, pero siguió cantando con los dientes apretados. Las pinzas rasparon contra el lado del metal, y Con rompió la canción con un rugido. ―Dios, lo siento mucho. ―Mantuve las pinzas todavía hasta que se acomodó de nuevo, la canción un tarareo en sus labios―. Creo que puedo conseguirlo. ―La estúpida esperanza que él volvería a desmayarse volaba en mi mente, pero Conrad no parecía el tipo de desmayarse―. Aguanta. ―Respiré profundamente y presioné las pinzas más lejos en la herida y sobre la bala.
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Otro rugido, pero se quedó quieto. La sangre fluía alrededor de las pinzas mientras tiraba lentamente. La bala quedó libre después de un tirón más duro que le robó el aliento de sus pulmones en un duro jadeo. Y luego estaba fuera. La dejé caer en el suelo, un trozo de metal comprimido y ensangrentado. ―Está fuera. ―Mi voz tembló mientras mojaba otra toallita con alcohol―. La saqué. ―Bien. ―Su voz era débil, toda la música se había ido. ―Más alcohol, y luego lo cerraré. El kit tiene una pistola de grapas. ―Lo estás haciendo muy bien. ―Agarró la silla de nuevo mientras pasaba por la herida, más sangre saliendo en la toallita―. ¡Mierda! ―Lo siento. Sé que duele. ―Dejé caer el paño ensangrentado y cogí la pistola de grapas―. Lo siento mucho. Conrad se quedó quieto, aunque su respiración aún se producía en duras ráfagas. ―Termínalo, doc. Las grapas funcionaron sin problemas, cerrando la herida de modo que pudiera poner un poco de ungüento a través de ella y cubrirla con vendajes. Cuando terminé, me senté y miré la sangre en mis manos. Esta era la vida de Conrad, un mar de carmesí y sólo una escasa esperanza de supervivencia. ―Lo hiciste bien. ―Dejó escapar un suspiro jadeante. Me paré. ―Tienes que descansar y beber. No sé lo que se necesita para reconstruir la sangre, pero el sueño probablemente ayudará. Y los fluidos. ―Eché un vistazo a la cama y de nuevo a él―. ¿Puedes hacerlo? Dio una débil sonrisa, su piel pálida. ―Nunca rechazaré una invitación a la cama de ti. Después de una lucha, lo llevé a la cama y lo ayudé a quitarse el pantalón ensangrentado, así como su pistolera y su camisa. Tomó su pistola y la metió debajo de la almohada. Una vez que estaba de espaldas, sus ojos se cerraron y su respiración se estabilizó. Tiré del cojín de la silla en la que estaba sentado y apoyé su pierna sobre ella. Satisfecha que estaba lo más cómodo posible, me levanté para lavarme. La sangre fluyó de mí bajo el grifo caliente y se enjaguo por el fregadero. El miedo que había apisonado empezó a surgir, y mis ojos se aguaron mientras miraba mi reflejo. Los círculos oscuros bajo mis ojos permanecieron. El corte a lo largo de
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mi nariz estaba cicatrizando, pero todavía rojo. Los dos estábamos apaleados y agotados. ¿Cuánto tiempo podríamos seguir así? Me arrodillé y busqué a través de las botellas que había golpeado antes. Cogí la aspirina. Sería útil una vez que Conrad despertara. Me sequé las manos y entré en la habitación principal. Dormía pacíficamente, aunque todavía llevaba una mirada atormentada. Un temblor me sacudió a medida que la adrenalina se drenaba y el frío entró. Necesitaba prender fuego. Arrodillándome frente a la estufa negra, abrí la rejilla delantera. Ceniza polvorienta cubría la parte inferior. Una pequeña pila de leña y una caja de fósforos se situaban al lado de algunos trozos de madera troceados más grandes. Arreglé los palitos y encendí los fósforos. La madera seca prendió rápidamente, y apilé un par de troncos cortados encima de las llamas naranjas. Una vez satisfecha que el fuego se mantendría, me despojé de mi camiseta y saqué un par de boxers robados de nuestra bolsa. Los enrollé en la parte superior, luego me metí en la cama junto a Conrad. Él se movió y envolvió su brazo alrededor de mis hombros, tirando de mí contra su pecho. Su constante latido del corazón me tranquilizó, aunque me acurruqué más cerca y tiré de la manta sobre nosotros para calentar su piel húmeda. Se quedó dormido mientras la luz de la tarde se desvaneció. Mis pensamientos corrieron, pero siempre volvían al hombre que dormía junto a mí. Aparte de algunas historias de su niñez, no sabía mucho sobre su pasado. Dijo que mataría por mí, moriría por mí ―y lo había demostrado― pero había mucho más en él. Quería saberlo todo: sus pensamientos, sentimientos... la historia detrás de cada cicatriz que bailaba sobre su piel. Nunca me había sentido de esta manera sobre nadie, nunca quise acercarme. Pero con Conrad, la necesidad de conexión abrumaba a todos los demás instintos. Me asustaba como el infierno. Me obligué a igualar su respiración, a ralentizar mis pensamientos hasta que el sueño me arrastró hacia sueños preocupados.
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Contemplé al ángel en mis brazos, su cabello oscuro extendido a lo largo de mi pecho mientras su aliento me hacía cosquillas en la piel. Me dolía la pierna como el demonio, pero el vendaje sólo tenía una mancha de sangre. Ella me había sacado la bala y había cerrado la herida como una profesional. La mierda por la que la hice pasar durante los últimos días habría hecho huir a cualquiera. No a Charlie. Tenía acero en su columna vertebral. Si alguna vez lo dudé, esa pistola paralizante selló el trato. Jesús, solo recordar la mirada en su rostro, cuando había chisporroteado el tocino de Ricky, trajo una sonrisa a mis labios. Era una guerrera, y era toda mía. Nunca había estado enamorado, ni siquiera creía que eso existiera. Pero debí haberlo sabido, durante todas esas veces que me senté y la miré, que ella era para mí. Cada vida que tomé, cada decisión que tomé ―todas me conducían a ella―. Era una recompensa que no gané, un regalo que no merecía. Pero como el bastardo egoísta que era, tomaría todo lo que me ofrecía. Cada toque me unía a ella. Incluso logró eclipsar a mi viejo dios, la Muerte. Adoraba a Charlie y felizmente mataría por ella, quemaría el mundo hasta cenizas si eso la hacía feliz. Pasé los dedos por su cabello, y suspiró suavemente. Mi sangre se calentó, y le quité la manta. Llevaba una camiseta y boxers y tenía una pierna colgada sobre mí. Mi polla opinó sobre su proximidad reclamando atención. Moviéndome hacia ella, ignoré el grito de dolor en mi pierna y deslicé mi mano por su costado, sintiendo el descenso de su cintura, la turgencia de sus caderas, y la suave piel de su muslo. Sus ojos se abrieron, soñolientos al principio, luego llenos de preocupación. ―¿Estás bien? ―Nunca he estado mejor. ―Deslicé mis dedos bajo la tela a lo largo de su cadera. Se despertó un poco más.
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―Tienes que beber, creo. Parece que eso ayudará a que tu sangre se recupere. ―Me empujó, tratando de levantarse de la cama―. Te traeré un poco de agua y también encontraré algunas aspirinas. De ninguna maldita manera. La atraje hacia mí para que estuviera recostada sobre mi pecho, sus tetas presionando contra mí. Su frente se arrugó mientras le palmeaba el culo debajo de su pantalón corto. ―Oye, necesitas... ―Una bebida. Ya lo dijiste. ―La jalé más hacia arriba y luego hundí mi rostro en sus tetas. Sus pezones sobresalían frente a la camiseta, y cogí uno a través de la tela, chupando el duro capullo en mi boca. ―Con. ―Su jadeo engrosó mi polla, deslicé mi mano por su camisa y ahuequé su otro seno―. Necesitas descansar. ―Siéntate en mi rostro. ―La idea que se moviera sobre mi boca envió una ráfaga de electricidad a través de mí. ―Con. ―Intentó alejarse―. No podemos. Tu pierna necesita sanar. La sostuve en su lugar. ―La recuperación de mi pierna no tiene nada que ver con que pongas ese dulce coño sobre mi boca. ―Tiré de su camisa y tomé su pezón en mi boca, su cálida piel como seda en mi lengua. Gimió y agarró la cabecera de madera mientras la mordía y cambié a su otro seno. Necesitaba sentir lo húmeda que estaba para mí, así que deslicé mi mano por su culo y me sumergí en su coño por detrás. Caliente y húmedo. Perfecto. ―Con, por favor, no puedes recuperarte si... ―Dijiste que necesitaba beber, Charlie. ―Agarré la cintura enrollada de sus boxers y tiré de ellos―. Tu coño tiene mucho de lo que necesito. ―Oh, Dios mío. ―No luchó contra mí cuando la levanté y puse sus rodillas a ambos lados de mi cabeza. Una mirada a sus relucientes pliegues me robó el aliento, agarré su culo y la atraje hacia mí. Lamí a lo largo de su raja, y se sacudió. Su camiseta colgaba suelta, bloqueando su rostro de mi vista. ―Camiseta fuera ―gruñí y hundí mi lengua dentro de su apretada entrada. Arqueó su espalda y se quitó la camiseta. Sus tetas eran lágrimas perfectas, las puntas duras y necesitándome. Pero estaba demasiado ocupado entre sus piernas.
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Lamí hasta su clítoris. ―Mantén tus ojos en mí. Quiero verte venir. Se mordió el labio y me miró con ojos entrecerrados. Giré la punta de mi lengua alrededor de su duro nudo, lamiéndola a conciencia. Se aferró a la cabecera de la cama mientras corría mis dientes a lo largo de ella, luego chasqueé, luego chupé. Sus caderas comenzaron a moverse a mi ritmo. Quería decirle que se moliera sobre mi rostro, pero eso me obligaría a dejar de lamer su carne caliente. No iba a suceder. Mantuve una mano en su culo y palmeé una de sus tetas con la otra. Un puñado perfecto. Cerró los ojos y dejé de lamer. Sus ojos se abrieron rápidamente y volví a trabajar. Se concentró en mí, finalmente dejándose ir mientras me aferraba a su clítoris y no lo soltaba. Azoté mi lengua de un lado a otro. Sus muslos empezaron a temblar, su respiración se volvió superficial. Mi polla se estiró como el maldito Monumento a Washington, y mi pierna estaba en llamas, pero no me detendría. No hasta que se viniera. ―Con, y-yo... ―Sus caderas se bloquearon y soltó un gemido bajo y agudo. No cerró los ojos, y vi cómo el éxtasis se apoderaba de ella. Presioné mi lengua en su interior, sintiendo cada uno de sus espasmos mientras se venía. Quemé su imagen en mi mente, el balanceo de sus tetas, la lujuria en sus ojos. Cuando respiró hondo y se relajó, besé su coño y la puse sobre mi pecho. Soltó una de sus manos de la cabecera y la pasó por mi cabello. ―Eres un hombre malo. ―El peor. ―Lamí su sabor de mis labios. Sacudió su cabeza lentamente, aunque una esquina de sus labios se levantó en una sonrisa. ―Tu lengua es cosa de leyenda. ―Todavía no has visto nada. ―Sonreí. Miró detrás de ella. Esperaba que fuera con ideas de ponerlo en su boca o hundirlo en su coño empapado. ―Oh no. ―Se deslizó de mí y se volvió para inspeccionar mi pierna―. Hay sangre fresca. No debimos haber hecho eso. Mierda. La preocupación en su voz significaba que mi polla no estaría en su interior en futuro cercano. ―Está bien. ―Pasé mi mano a lo largo de su espalda, disfrutando de la piel de gallina que salpicaba su piel a mi paso.
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―Necesito comprobarlo. ―Se recostó y se frotó los brazos―. Y volver a encender el fuego. Me apoyé en los codos. ―Yo me encargaré. Se volvió hacia mí y puso su pequeña mano en mi pecho. Dejé que me empujara hacia abajo en la cama, aunque podría haberla tenido de espaldas en una fracción de segundo. ―Quédate aquí. Puedo arreglármelas sola. ―Lo sé. Lo vi. ―Tracé mis dedos por el valle entre sus pechos. ¿Alguna vez me cansaría de tocarla?―. Le diste a Ricky el golpe de su vida de mierda. Se removió, quizás incómoda con el desordenado deceso de Ricky, pero luego dijo: ―Se lo merecía. Asentí. ―No tengo objeción al respecto.
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Durante la siguiente media hora, volvió a limpiar mi herida, reavivó el fuego y rebuscó en nuestra canasta de alimentos para hacernos una comida de Cheetos, carne del almuerzo y una cucharada de mantequilla de maní cada uno. Mis párpados empezaron a ponerse pesados, pero luché contra el sueño. ―Necesitas descansar. ―Examinó el diminuto armario fuera del dormitorio―. Necesitamos más comida o no duraremos mucho tiempo aquí. ―¿Qué estás haciendo? ―No lo sé, pero tengo una idea. ―Eso suena peligroso. Me miró por encima de su hombro, con una sonrisa diabólica en su rostro de ángel. ―No eres el único por aquí cuyo segundo nombre es Peligro. Me reí, realmente me reí, y dejé que mis ojos se cerraran. ―No salgas de la cabaña, chica peligrosa. ―Por supuesto. Me quedaré aquí mismo. Su mentira y el sonido de los ganchos para ropa raspando contra el metal, fue lo último que escuché. ***
Me desperté con un sobresalto. La luz del atardecer se filtraba a través de las ventanas sucias. ―¿Charlie? El fuego crepitante me dio la única respuesta. La inquietud me hizo balancear mis piernas sobre el lado de la cama. La habitación se oscureció por un momento mientras una conmoción de dolor me recorría. Mi pierna era una explosión agonizante. Gemí y parpadeé para desaparecer la oscuridad y las manchas, luego tomé una respiración profunda. ―¿Charlie? ―llamé de nuevo, más fuerte esta vez. Nada. La necesidad de encontrarla superó el dolor. Busqué algo para ayudarme a maniobrar hasta la puerta y encontré un bastón apoyado contra el pie de la cama. Era una simple rama de árbol, pero tenía algún tipo de relleno en la parte superior que estaba asegurada en su lugar con varias tiras de cinta adhesiva gris. Una muleta improvisada. Ingenioso, pero no me gustó la idea que saliera de la cabaña sin mí. Tomé el palo y me puse de pie. La habitación giró, pero me negué a hundirme de nuevo en la cama. Esperé a que se aliviara el insoportable torrente de sangre hacia mi pierna. Una vez que fue soportable, cojeé hacia la puerta principal. Nada. Girando, vi una olla en la estufa a fuego lento. Una especie de raíces oscuras yacían en el fondo, desprendiendo un olor a tierra que no era exactamente apetecible. Cogí mi celular del mostrador para ver si podía llamar a Nate. No había servicio, como me imaginé. Lo tiré. Mirando por la puerta trasera, encontré a Charlie parada en el borde del arroyo que corría detrás de la cabaña. Alrededor de seis metros de ancho, seguía siendo como cristal en el centro, con pequeños rápidos a lo largo de los bordes, donde se asomaban las rocas redondeadas y se juntaba la hojarasca. Sus manos estaban en sus caderas, el sol dorado de la tarde golpeaba su cabello y le daba un brillo de halo que hacía que mi pecho se calentara. De todos modos, abrí la puerta de golpe. ―¡Charlie! Trae tu culo aquí. Saltó y se volvió. ―Jesús, me diste un susto de muerte. ―Bien. Deberías estar asustada. ―Escudriñé el bosque al otro lado del arroyo. Nada se movía, pero eso no significaba que alguien no estuviera allí mirándonos―. Ahora entra aquí. ―Espera. ―Se agachó y cogió una cuerda atada a algo en el agua y empezó a tirar.
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―¿Qué demonios es eso? Lanzó una sonrisa por encima del hombro. ―La cena. Con unos cuantos tirones más, los mangos de la canasta de la tienda de comestibles robada salieron a la superficie, aunque la parte superior estaba cubierta con una especie de malla. Arrastró la canasta fuera del agua y echó un vistazo a través de un pequeño agujero en la parte superior. Me apoyé contra el marco de la puerta y un viento desagradable osciló entre los árboles. ―Bingo. ―Levantó la canasta, chorreando por sus mangos y la llevó al estrecho porche trasero. La malla negra a lo largo de la parte superior no era familiar, pero sospeché que provenía de una red de carga en la parte trasera del SUV―. ¿Ves? ―Inclinó la canasta para poder mirar a través del agujero cuadrado que había cortado en la malla. Dos pescados se sacudían adentro, y un cangrejo de río anaranjado oscuro esperaba en una esquina. ―¿Cómo carajo hiciste eso? ―Es una trampa para peces. No tenía suficientes piedras para hacer un vertedero, así que en su lugar hice una trampa. ―Bajó su mirada―. Brandon me enseñó a tejer una cesta para la trampa, y luego a hundirla con piedras. ―Dio unos golpecitos en la cesta de plástico―. Pero esto es mucho más fácil, y las barras son lo suficientemente ajustadas para mantener el pescado contenido. Tienes que poner el cebo, encontré una rana y la aplasté para usarla. ―Sus mejillas se pusieron rojas, como si se avergonzara por su asesinato de anfibios―. Entonces dejas un agujero lo suficientemente grande para que un pez pueda entrar. Los peces no son lo suficientemente inteligentes como para averiguar cómo volver a salir, y más o menos nadan en círculo. No saben buscar el agujero. Así es como funciona. ―¿Brandon te enseñó? ―Quería matar al hijo de puta de nuevo. La idea que pasara tiempo con Charlie, que hiciera algo con Charlie, provocó un ciclón de furia en mis entrañas. Se encogió de hombros, pero mantuvo los ojos bajos. ―Era un loco idiota superviviente. Al menos aprendí algunas cosas a lo largo del camino. ―Se inclinó junto a la puerta y agarró un cuchillo de cocina. Se había preparado para una atrapada. Desatando las cuerdas que mantenían la red de malla en su lugar, alcanzó dentro de la canasta y sacó un pequeño róbalo.
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―Espero que te guste el pescado. ―Lo colocó sobre el entablado y usó el extremo del cuchillo para golpearlo en la cabeza antes de abrirlo. Me quedé mirando mientras sus manos delicadas trabajaban destripando y limpiando los dos pescados. Qué maldita mujer.
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Después de una sustanciosa cena de pescado y raíz de achicoria machacada, limpié su herida de nuevo y lo puse en la cama. Su color había mejorado y se las arregló para andar por la cabaña bastante bien con las muletas que le había hecho. Me miró, su cabello negro un sexy desastre y su rastrojo convirtiéndose en una ligera barba. Me senté a su lado y pasé mi mano por su mejilla. Presionó sus labios en mi palma. ―Estaré en pie y caminando mañana. Sin muletas. ―No estás al cien por ciento. ―Negué. ―No tengo que estarlo. ―Pasó sus dientes a lo largo del borde de mi palma―. Sólo necesito estar de pie y unos pasos por delante. ―¿Nadie te ha cuidado antes? Sus cejas se alzaron y retorció sus labios, pensándolo. ―No. Tracé una de las más largas cicatrices a lo largo de su torso. ―¿Quién cosió todo esto? ―Yo. ―Nunca tuviste… ―Tragué con fuerza ante cuán estúpida estaba a punto de sonar―. ¿Una novia? Una sonrisa jugó en sus labios mientras presionaba otro beso en mi palma. ―¿Por qué? ¿Estarías celosa? ―No. ―Sí―. Sólo tenía curiosidad. Agarró mi antebrazo y me atrajo hacia él, entonces dejó besos a lo largo de mi mandíbula. ―He tenido muchas mujeres. Me tensé e intenté apartarme, pero me sostuvo cerca.
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―Pero ninguna de ellas eras tú. Ninguna de ellas importó. ―Sostuvo mi barbilla entre su pulgar e índice―. En el momento en que te vi, algo dentro de mí, algo que creí muerto hace mucho tiempo, hizo clic. No me di cuenta entonces, pero ahora sí. Eres para mí. La primera, la última, la única persona que quiero tocar o saborear. La única por la que quiero matar. La única por la que moriría. Mi cuerpo hormigueó y mi mente se aceleró. ¿El asesino acababa de profesarme su amor? No dijo la palabra, pero no podía imaginar una forma más completa de expresar la emoción. Tragué un suspiro mientras sus duros ojos zafiro cedían el paso al alma oscura en el interior. Como terciopelo, su negra oscuridad se tragó toda la luz. ¿Pero quién necesita luz cuando se elevaba en las alas del Ángel de la Muerte? ―No tienes que decir nada. ―Besó mi garganta―. Sé que es mucho. Y, para ser honesto, no importa. Voy a sentirme así sin importar si me dices que me vaya al infierno o que me amas o que necesitas tiempo para pensar… o cualquiera de esas cosas. Nada cambiará lo que sé es verdad. Eres mía. Siempre has sido mía. Sólo tenía que encontrarte. Suspiré mientras pasaba sus fuertes manos por mi cintura y levantaba mi camiseta. Sus palmas contra mi piel enviaron hormigueos por mis brazos y empezaron un dolor bajo en mi estómago. ―Eso suena acosador, aunque también sexy, pero sólo porque viene de ti. ―Oscuros recuerdos y sentimientos se mezclaron. El último hombre que había estado obsesionado conmigo intentó matarme. Me quitó la camiseta y me atrajo más cerca para que estuviéramos pecho contra pecho. ―No soy Brandon. ―Miró mis ojos―. Nunca te haré daño. Antes de conocerte, no tenía nada por lo que vivir. Seguía vivo porque soy bueno matando. No hay otra razón. Sabía que no me haría viejo, tendría una familia o haría cualquier cosa normal que la gente hacía. Era un arma, eso es todo, y era bueno en ello. Dejé de sentirme bien con eso en el segundo en que te vi. Había sentido lo mismo. Como si hubiera estado caminando sobre el agua en mi floristería. Pasando día tras día, sólo intentando hacer las paces con mi pasado y concentrarme en mi futuro. Pero incluso con lo que había construido, nunca me sentí como si el mañana fuera algo que esperar. Era sólo otro día. Hasta él. Hasta los días cuando echaría un vistazo por la ventana de vez en cuando para ver si su auto estaba allí, si él estaba allí. Y cuando lo hacía, podía respirar más fácil. ―¿Por qué? ¿Por qué tú y yo? Metió mi cabello detrás de mi oreja y besó mi frente.
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―No lo sé. ¿No hay algunas cosas que simplemente están destinadas a ser? ―Dime algo sobre ti. ―Me acurruqué y metí mi cabeza debajo de su barbilla mientras pasaba sus dedos por mi espalda―. Algo que nadie más sepa. ―Tengo una rabiosa erección por una sexy morena que prefiere hablar a dedicarse al asunto. Mordí su pecho, pero no reaccionó, así que me rendí antes de sacarle sangre. ―Eres un idiota. Hizo un sonido de hmph. ―Eso es de conocimiento público. ―Cuéntame algo real. ―Besé la marca del mordisco―. ¿Por favor? Cuéntame otra historia de cuando eras más joven. ¿Cuántos años tienes, de todos modos? ―Treinta y tres. ―Casi ocho años mayor que yo. ¿Significa que necesito llamarte papi? ―Sonreí contra su piel. ―No me importaría si me llamaras reina Elizabeth siempre y cuando estuvieras en mi polla. Resoplé. ―Horrible. ―Poniéndome cómoda, dije―: Deja de retrasarlo. Escúpelo. Cuéntame algo que nunca querrías que nadie supiera. ―Bien. Déjame pensar. ―Se quedó en silencio por un rato, sólo el sonido del fuego y nuestra respiración llenando la calma―. Hace unos cinco años, Serge acudió a mí con un trabajo. Era un gran pago, más grande que cualquiera que hubiera recibido antes, y había sido pagado muy bien. Se suponía que matara a un importador de heroína rival. Trabajo fácil, ¿correcto? No estaba segura si podía estar de acuerdo con él en la facilidad del asesinato, pero continuó sin mi aprobación. ―Pero, por supuesto, había una trampa. ―Su voz cayó y capté un borde amargo―. Siempre hay una trampa. Para que el trabajo estuviera completo, tenía que matar al importador y a su hija. Serge quería enviar un mensaje. Las familias generalmente estaban fuera de los límites. Pero Serge se había hecho lo bastante rico y poderoso para no preocuparse por las reglas. Él y Vince ya tenían un plan para eliminar a los sicarios de bajo nivel del importador y arruinar su organización, pero mi trabajo era el gran premio… el jefe y la niña. ―¿Cuántos años tenía?
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Sus manos dejaron de acariciar mi espalda. ―Ocho. Mi corazón se ralentizó mientras mis venas se llenaban con hielo en lugar de sangre caliente. No sabía si quería que continuara su historia, a pesar que había sido yo quien le pidió que la contara. ―Era una niña hermosa. Rusa. Grandes ojos azules y cabello rubio rizado. Como una muñeca. ―¿Qué hiciste? ―Mi voz era pequeña, apenas pasando mis labios. ―Hice mi trabajo. Los embosqué en casa. Maté a cuatro de los hombres del padre y puse una bala en sus ojos mientras su hija lloraba. Apenas podía respirar. ―Fui allí con intención de matar a la niña. Caminé hacia donde se encogía en una esquina, con un pequeño conejo de peluche en sus brazos. Temblaba, su pequeño cuerpo incapaz de aguantar todo el horror y miedo que estaba experimentando. ―Me agarró más fuerte, como si fuera un salvavidas e intentara desesperadamente no ahogarse―. Le apunté con mi arma, mi dedo en el gatillo. Una lágrima escapó de mi ojo y aterrizó en su pecho. ―También lloraba. Lágrimas caían por su inocente rostro mientras miraba de su padre muerto a mí y viceversa. Abrazaba su conejito. Decidí enterrarla con él como un gesto de amabilidad. El dinero era demasiado bueno para pasar. Su sangre sólo se añadiría al océano que ya había derramado. Me obligué a creer que matarla no era diferente a acabar con vidas sucias. Un sollozo amenazó con elevarse de mi garganta mientras su voz se tensaba con emoción. ―Finalmente posó sus aterrorizados ojos sobre mí y dijo una palabra. Pozhaluysta. Por favor. Cerré los ojos con fuerza y lo imaginé, una niña en el suelo y Con apuntándole con una pistola. Me rompió. ―¿Qué hiciste? ―Disparé. Me congelé, mi cuerpo enfriándose hasta el hueso, e intenté apartarme de él. Me sostuvo con fuerza, negándose a darme siquiera un milímetro de espacio. ―No la maté, Charlie. No pude. Sin importar cuán malo creía ser, no pude matar a una inocente.
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―Oh, Dios mío. ―Dejé de luchar y me relajé en su pecho―. Creí… ―Lo sé. La cosa es que estuve tan cerca, Charlie. Quiero que sepas cuánta oscuridad reside dentro de mí. Quiero que lo veas todo. Su vida estaba destinada a acabar por mí e iba a eliminarla hasta que su dulce voz atravesó mi alma. Pozhaluysta. Me incorporé y miré sus oscuros ojos, luego besé sus mejillas. ―Pero no lo hiciste. No eres ese hombre. ―No lo soy, pero pude haberlo sido. Casi lo fui. ―Acarició mi cabello. ―¿Qué hiciste con ella? Hizo una mueca. ―Hice un trato con Vince. Era mi contacto principal en el trabajo y habría descubierto que la había dejado viva. Nada escapa bajo su radar. Le dije que había matado al padre, pero que la niña era demasiado joven para saber nada y no era una amenaza. Me había recordado que ese no era el punto. Serge quería que la gente le temiera. Matar a la niña era el billete. Dijo que lo haría él mismo, pero le dije que lo mataría, pero primero asesinaría a su esposa e hijos delante de él, drenando su sangre en una bañera, y luego lo ahogaría en ella. ―Santa mierda, Con. ―Estaba alardeando… en su mayoría. Algo me dijo que no había estado alardeando en absoluto. ―Después de un poco de persuasión, Vince accedió a ayudarme. ―Entonces, ¿no fue siempre tan horrible como es ahora? ―Me costaba creer que el hombre que le había puesto precio a mi cabeza fuera algo más que un monstruo. ―No, siempre ha sido un retorcido hijo de puta. Quería algo a cambio. Nada es gratis, especialmente no la amabilidad. Sólo ayudaría si accedía a ayudarle a convertir a los soldados de Serge al equipo de Vince y arreglaba accidentes para los que permanecieran leales. Vince había querido ser el jefe durante un largo tiempo, y le ayudé a lograrlo. Salvar a la niña valió todas esas vidas y más para mí. Una vez que maté a Serge, la deuda fue pagada. ―¿Qué pasó con la niña? ―Sabrina fue adoptada por una agradable familia de clase media alta en Rhode Island. ―Sonreí―. Le encanta montar a caballo y el ajedrez. Una chica completamente americana. Incluso perdió su acento. Después de un poco de trabajo intensivo con un terapeuta de mi elección, fue capaz de olvidar a “el hombre de negro”, yo, y sólo me ve en pesadillas ahora. Aún compruebo cómo está cada pocos
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meses, aunque no tiene ni idea. Vince y yo mantuvimos el secreto y, por lo que Serge y todos los demás saben, la había matado y enterrado con su padre. ―¿Nunca le contaste a nadie? Negó. ―Ni siquiera a Nate. Todos piensan que lo hice. A Nate le costó, pero me perdonó después de un tiempo. Era eso o cortar lazos. Creo que tal vez se dio cuenta que sería incluso un más miserable hijo de puta sin él y tuvo piedad de mí. ―Gracias. ―¿Por qué? ―Por contarme. Por darme algo que nunca le has dado a nadie más. ―La calidez en sus ojos envolvió mi corazón en un suave capullo―. Por ser un buen hombre. Sus cejas se arquearon. ―No lo llevemos tan lejos. Aún mataré a cualquier imbécil que me mire mal. Pasé mis labios por los suyos. ―Asesino con un corazón de oro. ―Basta. ―Mordió mi labio inferior. ―Todo suave y difuso en el interior. ―Te lo estoy advirtiendo. ―Se inclinó y metió su lengua en mi boca. ―Un auténtico encanto. Sonrió con suficiencia. ―Eso es todo. ―¿Qué? ―Me hice la inocente. Agarró mi culo y me empujó más bajo hasta estar a horcajadas sobre su gruesa polla. ―Voy a tener que follarte hasta que sepas cuán malo puedo ser.
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Durante los siguientes tres días, la pierna de Conrad se curó lo suficiente como para moverse con una cojera. Asumió los deberes de pesca, así como cortar madera para la estufa. Traté de convencerlo de dejarme cazar con uno de los rifles o de poner algunas trampas, pero se negó a dejarme ir demasiado lejos de la cabaña. Pasamos mucho tiempo en la cama, y parecía que no podía tener suficiente de él o él de mí. De vez en cuando, hablábamos sobre planes. No podíamos quedarnos en la cabaña por siempre. Era inevitable que alguien nos viera o al auto, y las palabras viajarían. El espectro de Ramone flotó alrededor de la periferia de nuestros días y se acercó más cuando la oscuridad caía. A veces atrapaba a Conrad mirando fijamente a los árboles, su mirada tan oscura como sus pensamientos. Si hubiera una manera de salir de este lío, él la encontraría. Si no la hubiera, huiría con él hasta que estuviéramos lo suficientemente lejos para empezar de nuevo. ―Por favor, no me digas que has desenterrado más achicoria. ―Se acercó detrás de mí y envolvió sus brazos alrededor de mi cintura, mientras sazonaba un poco de agua hirviendo. ―Es bueno para ti Me acarició el cabello con la nariz, sus labios en mi oreja. ―Sabe tan mal que tiene que serlo. Usé un viejo dicho de mi abuelo. ―Te saldrá vello en el pecho. ―Demasiado tarde ―retumbó y me besó en el cuello. ―Bueno, siempre hay una posibilidad que a mí sí. Se rió contra mi hombro. ―Todavía te amaría, incluso si tuvieras un bosque en el pecho. Casi dejé caer el salero, pero logré deslizarlo sobre el mostrador, luego me volví para mirarlo. ―¿Amarme?
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Sonrió, de alguna manera parecía avergonzado. ―Lo siento. Sólo salió. Pero es verdad. ―Me levantó hasta que estuvimos cara a cara―. Te amo. Te he amado desde el momento en que te vi arruinando un listón en un jarrón ese primer día. ―Idiota. ―Me reí―. Ese moño estaba perfecto cuando terminé de hacerlo. ―No tienes que responder lo mismo. ―Su tono fue cauteloso, aunque sus ojos eran esperanzados―. Puedo esperar. Envolví mis piernas alrededor de su cintura. ―Si lo digo ahora, pensarás que es un “te amo” de lástima. ―Tomaré un “te amo” de lástima. Mi corazón se convirtió en un charco. ―Eres un aguafiestas, ¿lo sabes? Gruñó y me mordisqueo la garganta. ―He matado hombres por menos. ―Lo creo. ―Me reí mientras su rastrojo me hacía cosquillas en la garganta―. Pero sí te amo. Se levantó y me miró a los ojos. ―¿Lo dices en serio? ―Nunca se lo he dicho a nadie antes, así que creo que debe ser cierto para decirlo ahora. ―Mis orejas estaban calientes, y todo el aire había salido de la habitación, pero estaba segura de mis palabras―. Te amo. Sus ojos se iluminaron, una alegría como nunca había visto, se extendió por su duro rostro. Me llevó a la cama y me recostó. ―Dilo otra vez. ―Te amo. Me besó, suave y cálido. ―Una vez más. Me reí contra sus labios. ―Conrad Mercer, te amo. Me hizo el amor esa noche, susurrando alabanzas y adorándome con cada toque y cada beso, hasta que ambos estuvimos ardiendo por la liberación. Cuando volvimos a tierra, me quedé en sus brazos, ligera y agotada.
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―No te merezco. ―Me besó el cabello―. Pero no importa. Mataré para mantenerte en mis brazos, donde perteneces. Suspiré mientras el sueño me derrumbaba. ―Haces que el asesinato suene más romántico de lo que debería. Se rió, su voz baja y seductora. ―Sólo uno de los muchos beneficios de amar al Ángel de la Muerte. Duerme un poco. Mañana hablaremos de nuestro próximo paso. Después que te haya follado, por supuesto. ―Mi calendario está despejado, así que soy toda tuya. Pasó su mano por mi espalda y apoyó su palma en mi culo. ―Sí, lo eres. *** Los bosques estaban fríos y brillantes cuando Conrad salió en la SUV hacia la carretera principal más cercana. Necesitaba ponerse en contacto con Nate para tantear terreno antes que pudiéramos seguir con nuestro plan de dirigirnos hacia el oeste. Le dije que me quedaría en la cabaña mientras estuviera fuera, y me quedé en el porche, saludando con la mano mientras él bajaba por el camino de grava. Una vez que estuvo fuera de vista, entré y saqué mis trampas caseras del armario. Para cuando regresara, planeaba tener un festín de conejo preparado, sin raíz de chicoria esta vez, junto con una salsa de hongos y algunos vegetales de invierno. ¿Estaría enojado porque salí de la cabaña? Definitivamente. ¿Podría su felicidad por una comida consistente, en algo distinto al pescado, anular la ira? Ojalá. Atravesé la carretera y entré en la maleza, caminando mientras mi respiración salía en soplos blancos. El brillante cielo azul se asomaba a través de las ramas de arriba, y las agujas de pino atenuaban mis pisadas. Mi fiebre de cabina disminuyó, y el aire libre vigorizó mis pulmones. Algo se escurrió frente a mí y se adentró más en el bosque. Sonreí, seguro que podría atrapar algo en poco tiempo. Me desvié hacia la derecha, atravesando algunos matorrales hasta que encontré lo que estaba buscando, un pequeño camino a través del montón de hojas caídas y las agujas de pino. La suciedad expuesta y las hojas comprimidas formaban un sendero que entraba más profundamente en el bosque. Lo seguí hasta que encontré un árbol joven que funcionaría para mi trampa. Me arrodillé y doblé el arbolito, probando su peso. Una vez que estuve satisfecha que podía manejar el peso de una presa pequeña, até un tramo de hilo cerca de la parte superior. Después de martillar una estaca de madera en el suelo y hacer un cordel para formar un lazo, puse la trampa atando el arbolillo doblado a la
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estaca, pero dándole un punto de activación que dejaría el árbol libre una vez que un animal estuviera dentro del nudo corredizo. Para el cebo, cubrí la parte superior de la estaca con preciosa mantequilla de maní. Cuando la trampa estuvo lista, retrocedí y revisé mi trabajo. Parecía tenso, así que caminé un poco más lejos por el camino y coloqué otra. Con sólo tenía una hora de haberse ido, para el momento en que acabé, así que empecé en un ángulo lejos de la cabaña, avanzando por la periferia, para tratar de encontrar algunos hongos y verduras. Otra media hora en el bosque me dio algunos dientes de león y un puñado de champiñones blancos, que esperaba crearían una salsa agradable una vez que los salteara. Todavía no era hora de revisar las trampas, así que volví a la cabaña y descargué toda mi mercancía. Poco después, el sonido de un motor me hizo mirar por la ventana delantera. Con había regresado. Salió de la SUV y escaneó la línea de árboles alrededor de la cabaña. Un escalofrío me recorrió mientras lo observaba. Alto y esbelto, su cuerpo fuerte lo hacía formidable incluso sin un arma obvia. Puede que haya sido enviado por el infierno, pero había sido unido con perfección celestial. Acechó hacia la cabaña y desbloqueó la puerta. En el momento en que me vio, me jaló a sus brazos e inhaló profundamente. ―Mierda, te extrañé. Sólo me fui por dos horas y se sintió como toda una vida. Sonreí contra él. ―¿Qué descubriste? ―Nada bueno. ―Miró hacia la cocina―. ¿Qué es todo esto? Jalé su mandíbula de regreso a mí y lo miré a los ojos. ―Tú primero. ―A la mierda con tomar turnos. ―Apartó mi mano y me reclamó en un beso tan feroz que mis rodillas se tambalearon. Cuando se alejó, paso su pulgar sobre mi labio inferior―. ¿Mencioné que te extrañé? Sin aliento y agitada, asentí. Se sentó en el sillón y me jaló a su regazo. ―Hablé con Nate. Vince no se va a arriesgar. Mandó a una docena de soldados a encontrarnos, y Ramone todavía está por ahí. ―¿Eso es normal? ―Mi imaginación conjuró una horda de hombres con gabardinas y sombreros negros arrastrándose en la cabaña con sus armas listas.
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―No, nada de esto lo es. ―Frunció el ceño―. Vince irá con todo lo que tiene, sólo para evitar que Berty afronte las consecuencias. No tiene sentido. ―¿Crees que Berty tiene algo contra él? Se encogió de hombros. ―Podría ser. Pero si lo tiene, parece que Vince me hubiera dicho que apretara el gatillo. ―¿Entonces qué? ―No lo sé. ―Se pasó una mano por el cabello y colocó la otra en la parte baja de mi espalda. Deslizó sus dedos debajo de mi blusa, y su ceño fruncido disminuyó, como si el contacto piel a piel lo tranquilizara―. Pero algo no cuadra. ―¿Qué vamos a hacer? ―Apoyé mi cabeza en su hombro. Suspiró pesadamente, su pecho cayó. No me gustó ese sonido. ―Vamos a separarnos. Me senté y encontré con su mirada. ―¿Qué? Aplanó su palma en mi espalda. ―Sólo por un tiempo. ―No. ―Mis ojos comenzaron a arder, las lágrimas amenazando. ―Escucha, Charlie. ―Pasó su pulgar por mi mejilla―. Fui hecho para una cosa. Soy un asesino. La única manera de mantenerte a salvo es que vuelva... ―¡No! ―Sacudí la cabeza mientras una lágrima caía. ―Sí. ―Mantuvo su tono bajo, su voz tratando de calmarme para aceptar lo inaceptable―. Volveré y haré lo que hago. Entonces te encontraré en el oeste. Mi corazón se fragmentó en lo que temía era una herida fatal. ―Ellos te matarán. ―Vince no se detendrá hasta que estés muerta. ―Su mandíbula se endureció―. No dejaré que eso ocurra. Matarlo y a Berty es la única salida. Cortar la cabeza de toda la organización. Después de eso, estarán demasiado ocupados para dar una mierda por ti y por mí. ―Limpió mis lágrimas, aunque otras tomaron su lugar―. Y cuando termine, voy a encontrarte. Lo prometo. ―No puedes hacer esa promesa. ―Un sollozo me sacudió―. No puedes saber lo que pasará. ―Todo se estaba desmoronando en cuestión de segundos. Se había
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sentenciado él mismo a muerte y esperaba que accediera con su sentencia. No podía dejarlo ir. ―Estaremos juntos. ―Inclinó mi barbilla temblorosa y me besó―. Te encontraré. Siempre te encontraré. ―Por favor no hagas esto. ―Arrojé mis brazos alrededor de su cuello y me aferré a él. Me abrazó mientras lloraba, su voz amable. ―Nate viene en camino. Me reuniré con él en la autopista y me aseguraré que no fue seguido. Una vez que esté despejado, lo guiaré aquí, te dejaré algunas provisiones, y luego él y yo vamos a tratar con Vince y Berty mientras agarras carretera y no miras atrás. ―No. No te dejaré. ―Tienes que hacerlo. ―No me hagas esto. ―Me había encontrado, nos habíamos encontrado, ¿sólo para que fuera alejado de mí? No podía respirar. ―Shh. ―Se acurrucó en mi cabello―. Todo va a estar bien. Nada estaría bien. Él estaría muerto, y yo estaría en el aire. ―Mentiroso. ―Empujé contra su pecho y lo miré fijamente―. Estás mintiendo. Esta es una misión suicida. ―El dolor se convirtió en ira hasta que estuve temblando―. Ven conmigo. Huiremos. No nos encontrarán. ―Charlie, por favor. ―Extendió su brazo hacia mi rostro, pero me alejé. ―No tienes que ir. La tristeza arruinó su atractivo rostro. ―Tengo que. Es la única forma… ―¡No, no lo es! ―Me puse de pie tropezando―. Podemos ir a cualquier lado. Ser cualquiera. Sacudió la cabeza y se levantó. ―He seguido objetivos a México, los maté mientras dormían en casuchas muy lejos de cualquier pueblo real. Puedo encontrar a cualquiera, donde sea y liquidarlos. Ramone nos cazará hasta que tenga las recompensas. Es lo que lo hace casi tan peligroso como yo. Nunca nos detenemos hasta que matamos a nuestro objetivo. La desesperación se arrastró hasta mi mente. ―Si me amas, vendrás conmigo y huiremos.
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Avanzó hasta que tuve que estirar mi cuello hacia atrás para ver sus ojos. ―Te amo más de lo que he amado nada en mi vida entera. Eres digna de morir por ti. ―Voy a ir contigo. Agarró la parte superior de mis brazos, casi lo suficientemente fuerte para causar dolor. ―De ninguna manera. ―Puedo ayudar. Sé cómo disparar. ―No es sobre saber cómo disparar. Es sobre estar dispuesto a jalar el gatillo sin importar qué. Siempre. Sin preguntas, sin remordimientos, sólo sangre. Esa no eres tú. ―Podría serlo. ―No sabía si era cierto, pero intentaría cualquier cosa para quedarme con él. ―No quiero que lo seas. Saber que estás a salvo es la única forma en que seré capaz de concentrarme en el trabajo. La única oportunidad que tengo de salir con vida. Tienes que irte. A donde sea que girara, él tenía una razón, un hecho; una pared de ladrillos que era lentamente apilada para separarnos. ―Necesito saber que te irás cuando llegue el momento. ―Me levantó y cargo a la cama, acostándome con suavidad y colocándose encima de mí―. No puedo hacer esto sin la promesa que vivirás una vida feliz. ―No puedo sin ti. ―Puedes, y te lo dije, te encontraré. ―Deja de mentir. ―El tejido de mi alma parecía estar desgarrándose, navajas afiladas patinando en la superficie. Las lágrimas llegaron a mis orejas mientras intentó limpiarlas―. No vas a regresar. En lugar de discutir, me besó, su lengua confiada y exigente. Me aferré a él, necesitando cada toque, cada grado de calor que pasaba entre nosotros. Se movió contra mí, frotando su dura longitud contra mi clítoris a través de mi pantalón. Cada empujón me hacía zumbar, hacía a mi estómago apretarse. Abandonó mi boca y me besó en el cuello. ―Eres todo para mí. Todo lo que siempre he querido. ―Se reincorporó, se quitó la camisa y el pantalón mientras me quitaba el mío. Cayendo sobre mí, empujó adentro, y gemí ante la súbita y deliciosa intrusión―. Esto ―puntualizó la palabra
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con un fuerte empuje―, es mi paraíso. Mataré a tantos hombres como tenga que hacerlo, si eso significa que volveré a ti. Clavé las uñas en su espalda mientras golpeaba en mí, los viejos resortes de la cama chillaban mientras el sonido de piel con piel llenaba mis oídos. ―Vuelve a mí. ―Las lágrimas todavía se derramaban, mientras mi cuerpo le respondía, persiguiendo una liberación que temía sería la última. ―Si tengo que matar al mismo Satanás, lo haré. ―Me besó, sus labios eran feroces mientras me follaba sin reservas. Mi corazón tronaba, y mi cuerpo temblaba con cada impacto. Se extendió entre nosotros y acarició mi clítoris, sus ojos en los míos mientras me lanzaba hacia el acantilado. ―Vente por mí. Necesito verlo, saborearlo. ―Su voz áspera estaba teñida de emoción mientras me miraba fijamente―. Lo llevaré conmigo. Me balanceé contra su mano, todo en mí tensándose cada vez más. Lancé la cabeza hacia atrás en la almohada y extendí mis piernas tanto como pude. Mi liberación me golpeó duro, escabulléndose a lo largo de mis terminaciones nerviosas desde mi núcleo hasta las yemas de mis dedos. Dije su nombre y me aferré a su espalda mientras se movía en mí. Luego gimió y reclamó mis labios de nuevo. Su polla golpeó mi interior, llenándome mientras envolvía mis piernas alrededor de su cintura. Cuando estuvo agotado, me besó en el cuello y me susurró al oído. ―Te amo. Siempre lo haré.
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Verlo irse casi me rompió. Me incliné contra la puerta principal, con los brazos cruzados sobre mi pecho mientras las nubes rodaban por el cielo, y el sol empezaba a caer tras los pinos. Las luces traseras desaparecieron entre los árboles. No cayeron más lágrimas. No porque no estuviera triste ―lo estaba―. Pero había aceptado que no había más método que el método de Con. Un rugido distante de truenos inundó el bosque mientras el viento empezaba a arreciar. Los matorrales a lo largo del camino se sacudieron cuando una ráfaga pasó. Me había olvidado de mis trampas. Habían estado fuera casi un día. No íbamos a tener oportunidad de comer la cena que estaba planeando, pero no podía dejar a los animales atrapados ahí afuera para que murieran si podía salvarlos. Abrí la puerta y agarré mi abrigo azul marino del perchero antes de ir al bosque. Me tomó cerca de quince minutos encontrar la primera trampa. Para ese momento, grandes gotas de lluvia fría empezaban a caer. El nudo corredizo estaba vacío, pero la mantequilla de maní no estaba. Mi activador no había sido lo suficientemente sensible, o tal vez el animal no era tan grande para activar la trampa. Jalé la vara, y la trampa saltó, el nudo colgando inofensivo desde la parte superior de la rama. Una fría gota aterrizó en mi nuca y se escurrió bajo mi cuello. Me estremecí y subí por el camino hasta que encontré la segunda trampa. Una gran liebre colgaba de la rama, dando vueltas ligeramente con el viento. El nudo estaba alrededor de una de sus patas peludas. Comenzó a patear furiosamente mientras me acercaba, rebotando en la rama hasta que parecía casi cómico. ―Espera. Voy a liberarte. ―Me acerqué y tomé sus largas orejas. Pateó, pero logré agarrar una de las sedosas orejas y luego enredé mi dedo índice alrededor de la otra para tener un fuerte agarre. Aunque era un conejo, tenía suficiente fuerza en sus patas traseras para rasparme si no era cuidadosa―. No me muerdas, no me arañes, y nos llevaremos bien. ―Tomé su pierna atada, la estabilicé, y moví mis dedos sobre el nudo. Después de unos tirones, el nudo se aflojó y el conejo se liberó. Lo dejé en el suelo y rebotó bajo un arbusto.
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Otro trueno enfatizó la huida del conejo. Las grandes gotas se convirtieron en una lluvia continua, y me di vuelta para volver a la cabaña. Grité y me congelé. ―Hola, cariño. ―Un hombre con ojos oscuros, cabello negro peinado hacia atrás, y una sonrisa retorcida estaba frente a mí, con un paraguas en una mano y un arma en la otra, apuntándome directamente. ―¿Ramone, supongo? ―Era cerca de metro ochenta de alto, delgado, y tenía una voz aguda que me hacía rechinar los dientes. ―¿Mi reputación me precede? Me gusta eso. ―Su acento de Boston cortó a través de las vocales―. Conozco a alguien que está ansioso por volver a reencontrarse contigo. ―¿Berty? ―Miré la trampa, donde la afilada estaca permanecía enterrada en el suelo. Si podía llegar a esta y liberarla, tendría un arma. ―El mismo. ―Miró la estaca―. No lo haría si fuera tú. Estarías muerta antes de tener una oportunidad. Mi cuerpo se enfrió ―ya fuera por la lluvia o Ramone, no lo sabía― y miré el cañón del arma. Una vez había leído un artículo, que decía que los recuerdos de las víctimas fallaban a menudo, cuando se trataba de identificar a asaltantes, principalmente porque la víctima no podía concentrarse en nada más que el arma. Parecía verdad mientras estaba de pie en la helada lluvia y miraba el oscuro cañón. El negro en el centro se comía todo alrededor, y sabía que una bala con mi nombre estaba esperando en el compartimiento. ―Vamos. ―Sonrió―. Sabes, por lo general te daría la opción entre dispararte aquí mismo o llevarte a quien sea que te quiera viva o muerta. ¿Pero tú? ―Se lamió sus delgados labios―. El dinero es demasiado bueno para dejar tu cuerpo en este bosque. Berty se divertirá contigo. Aparté mi mirada del cañón y me concentré en las fosas sin fondo de sus ojos. ―Lo mataré. Se rió, el sonido era sibilante, aunque su mano armada permaneció tenebrosamente firme. ―Pagaría por verlo. ―La risa murió en su garganta―. Vamos. ―Movió el arma, haciendo un gesto para que avanzara primero. Traté de calmar el caótico ritmo de mi corazón y buscar una salida mientras pasaba a su lado. Mis zapatos se deslizaron en las húmedas agujas de pino por un momento antes de estabilizarme.
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―Ahora mismo, estás pensando que puedes escapar. No lo hagas. Te dispararé incluso antes que salgas de la línea de árboles. También estás pensando en tratar de escapar después, tal vez cuando te tenga en el auto, o tal vez cuando te lleve con Berty. ―Su voz tenía la misma cualidad muerta que sus ojos―. Tampoco lo lograrás. Pero adelante, y aférrate a la esperanza. Es lo natural. Mientras me paraba sobre una rama, se me ocurrió que tal vez había dejado mi navaja en el bolsillo del abrigo que me había puesto. Me concentré en el bolsillo en mi cadera, esperando sentir el peso de la navaja. Paso, paso, paso. Ahí. Lo sentí, mi piel registró el peso del metal. No era mucho comparado con el arma a mi espalda, pero la navaja era algo. Sólo debía esperar mi oportunidad. Mantuvo el ritmo detrás de mí, la lluvia golpeando contra su paraguas mientras me seguía, pisándome los talones. ―¿Cómo nos encontraste? ―¿Importa? Camina más rápido. ―Sólo tenía curiosidad. ―Mordí mi labio―. Conrad dijo que eras bueno. ―Lo dijo, ¿eh? ―Resopló, un sonido horrible―. Soy mejor que él, eso es seguro. Lo único que tuve que hacer fue poner vigilantes en las carreteras del condado. Cuando condujo esa camioneta robada, fuera de este bosque en medio de la nada esta mañana, uno de mis chicos lo vio. No se necesitó mucho descubrir todo desde ahí. ¿Dónde está Connie, por cierto? La cabaña estaba vacía. Si no sabía el paradero de Con, entonces tal vez todavía tenía oportunidad de escaparse. Fui por el Oscar y usé un tono marcado de amargura en mis palabras. ―Es un imbécil. Decidió irse con Nate y dejarme atrás. Se rió, la satisfacción rodando en su lengua. ―Suena como Con. Siempre supe que era un verdadero cobarde. ―Nate lo convenció que, si me matabas, entonces el problema se resolvía y Con podría volver con tu jefe. ―¿Ah sí? ―Se llevaron todas las armas y la comida. Y dijeron que pronto estarías aquí. ―¿Por qué no huiste? Me paré sobre un tronco caído cuando la cabaña apareció a la vista. La camioneta no estaba ahí, gracias a Dios. Con y Nate no serían tomados con la guardia baja por Ramone.
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Me encogí de hombros. ―No tenía a dónde más ir. Ni auto. Ni salida. ―Una pequeña presa esperando. ―Su tono de satisfacción me recordó a un gato lamiéndose el bigote―. Gracias por esperarme. El dinero por tu cabeza va a pavimentar mi futuro con oro, cariño. Pero no te preocupes. Encontraré a Con y le llevaré su cabeza a Vince. Incluso preguntaré si puedo llevar la de Nate sólo por diversión. ¿Ves? No soy tan malo. ―Su risa jadeante hizo que cerrara mis manos en puños. Cruzamos el lodoso camino frente a la cabaña y subimos al pequeño porche. Era ahora o nunca. ―Me estoy congelando. ―Temblé, metí las manos en mis bolsillos y tomé mi navaja. Mis dedos helados apenas y pudieron sentir el mango, e intentar sacar la hoja con mi pulgar. ―Ah, ah, ah ―chasqueó Ramone a mis espaldas―. Hay una razón por la que soy el mejor, cariño. ―Agarró mi brazo y un puñado de mi cabello, luego presionó mi rostro contra la pared de troncos. Me derrumbé y caí de espaldas mientras sacaba bridas de su abrigo junto con un pañuelo. Traté de arrastrarme lejos de él. Me miró divertido. Me alejé un par de metros antes que se arrodillara frente a mí y presionara el pañuelo en mi rostro. El olor a antiséptico penetró mis pulmones y mis ojos se cerraron, a pesar que luché por permanecer despierta. ―Buenas noches, cariño.
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―¿Crees que simplemente va a cabalgar hacia el atardecer sin oponer resistencia? ―Nate tomó una calada de su cigarrillo y soltó el humo en un delgado hilo. ―Ese es el plan. ―No estaba ansioso por dejarla ir. Pertenecía a mi lado. Sabía eso, tan seguro como sabía que tenía que responder por las doscientas setenta y ocho vidas que había tomado, cuando llegara mi hora. Pero ella no podía vivir con una amenaza cerniéndose sobre sí, una amenaza que yo había puesto ahí. Nunca podría estar lejos de ella. Incluso ahora, ansiaba el olor de su piel, la suave cadencia de su voz. ―Sólo digo que, ¿toda la cosa de la amenaza? ―Se encogió de hombros―. No parece ser de ese tipo. ―¿Qué quieres decir? ―Cambié de dirección para evitar un charco de lodo. La cabaña apareció entre los árboles, no había humo subiendo de la chimenea. Qué extraño. ―Tiene agallas. Aquel día en su floristería, estoy muy seguro que planeaba destriparme con un par de tijeras. Esa es una mierda muy intensa. ¿Y dijiste que se puso en plan de la Milla Verde con Ricky y la pistola paralizante? Darse la vuelta y correr no parece su estilo. Sonreí, recordando la mirada en sus ojos cuando la atrapé con las tijeras, y la actitud triunfante después de ayudarme a derribar a Ricky. Nate se rió. ―Por lo general, me gusta ver chicas tijereteando10, pero esa vez… como ya he dicho, Charlie no es de las que huye. No me preocupé por la forma en que dijo su nombre, o la sonrisa en sus labios cuando pensó en ella. En cuanto a lo que me concernía. Nate tenía razón. Era una luchadora. Pero también era lista. Había usado mi mejor carta cuando le dije que necesitaba saber que estaba a salvo para poder hacer mi trabajo y volver con ella. 10
Es un término vulgar que se refiere a dos chicas teniendo sexo. En el original es “Scissoring”
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Todo era verdad, excepto por la parte sobre encontrarme con ella después. Mi viaje con Berty era sólo de ida. Ambos lo sabíamos. Y eso no podía cambiar. Vince tenía demasiados hombres a su disposición para salir de ahí con vida, pero moriría mil veces si eso significaba que ella conseguía incluso un día más de vida. Estacionamos frente a la cabaña, y mis vellos se erizaron. No podía descifrar cómo sabía que algo estaba mal. Sólo lo sabía. ―Algo no está bien. ―Toqué mi 9mm. ―Mierda. ―Nate apagó su cigarrillo en la consola y agarró su arma―. ¿Ves algo? ―Miró a través de la lluvia en la ventana y hacia los árboles. ―No, sólo un presentimiento. ―Eso es peor. ―Revisó su arma. ―Voy a mirar dentro. ―Abrí mi puerta y me paré sobre las húmedas agujas de pino―. Mantén un ojo afuera. La puerta principal estaba cerrada, pero la casa tenía una sensación de soledad. No había nadie en casa. En lugar de ir por la puerta delantera, rodeé hasta la de atrás. El arroyo fluía, ya desbordándose por las orillas de siempre. Agarré el pomo. Giró fácilmente, sin seguro. Mierda. El fuego estaba apagado, y los vegetales y hongos que Charlie había recogido más temprano estaban en el mostrador de la cocina. Abrí la puerta completamente. ―¿Charlie? Ninguna respuesta. ―Está despejado aquí afuera. No veo una mierda ―dijo la voz de Nate mientras entraba a la cabaña. No olí el gas hasta que mi pie conectó con el cable en el suelo. Para entonces, fue demasiado tarde, cubrí mi rostro con mis brazos mientras el sonido de pesadilla de una explosión se convertía en mi realidad. **** ―¡Despierta, idiota! Frío. Humedad. Dolor. Alguien abofeteándome el rostro. ―Dios, pareces un maldito perro caliente quemado. Despierta. Debes verte a ti mismo. ―Otra bofetada―. Tal vez como un malvavisco prendido en llamas. Abrí mis ojos.
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Nate bajó la mirada hacia mí con una sonrisa en sus labios, pero con miedo en sus ojos. ―Por un minuto, pensé que te habías ido. ―Ramone. ―Mi voz era un graznido mientras intentaba sentarme. La cabaña ardía detrás de Nate, el humo se elevaba hacia el cielo lluvioso. Todo volvió con rapidez. La explosión. Se habían llevado a Charlie. Debí haber aterrizado en el arroyo, porque estaba empapado y tendido a la orilla del agua, con Nate cerniéndose sobre mí. El dorso de mis manos se sentían como si hubieran sido picadas por un enjambre de abejas, quienes luego se tomaron un descanso para dejar que otro enjambre se pusiera a trabajar. Las levanté y miré la piel roja, ampollas formándose a su propio ritmo. En mis oídos resonaba una fuerte y amarga nota, y el nombre de Charlie pasaba en un bucle constante por mi cabeza. ―No te preocupes. La explosión no me tocó. Mi apariencia está intacta. ―Nate tomó el frente de mi abrigo y me sentó. ―Idiota. ―Tosí mientras el humo se acercaba a nosotros, y los recuerdos de mis pocos días con Charlie se convertían en cenizas. Se había ido. Robada bajo mis narices. De algún modo lo había jodido y había guiado a Ramone hasta ella. Temblé de rabia ante la idea que estuviera en manos de esos hijos de puta. Había prometido cuidarla, mantenerla a salvo y había fallado. Sacudí mi cabeza, tratando de aclararla. Tenía que estar viva. Berty querría jugar con su comida. Mis manos palpitantes se cerraron en puños mientras pensaba en ella, con miedo, llorando, siendo lastimada. No. Nate tronó sus dedos frente a mi rostro. Había estado hablando y no me di cuenta. ―¿Entonces, Charlie? ―Medio hizo una mueca mientras decía su nombre y miraba hacia la cabaña en llamas. ―No estaba ahí. Ramone se la llevó. ―Ya veo. ―Asintió―. Debió haberla agarrado, luego preparó el horno para ti y se largó. Luché por ponerme de pie con ayuda de Nate. ―Debemos ir tras ellos.
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Nate silbó, el sonido era como de una bomba cayendo de una gran altura. ―Esa misión tiene cien por ciento probabilidades de muerte. ―Me importa una mierda. ―Me aparté de él y arrastré los pies por el suelo enlodado hacia la SUV. Un rayo de luz partió el cielo y un trueno retumbó, haciendo juego con la rabia en mi corazón. ―Estarías caminando directo a una trampa, en el mejor de los casos, a un molinillo de carne en el peor. ―Su voz era razonable. Sus palabras mucho más. Pero nada de eso importaba. Ramone se llevó a Charlie. La recuperaría sin importar el costo. Metí la mano en mi bolsillo por mis llaves e hice una mueca. El dorso de mi mano ardió nuevamente cuando la tela la tocó. ―Lo tengo. ―Nate las sacó por mí―. El billar de bolsillo 11 siempre fue mi juego favorito. Ve al asiento del pasajero. Necesitamos un plan. ―No tienes que venir conmigo… ―Cierra la boca y entra al auto. ―Me disparó una sonrisa―. Las causas perdidas me ponen duro, y lo sabes. Cuenta conmigo. Me subí a la SUV y me recliné contra el reposacabezas, el aroma a cabello quemado era acre en mi nariz. Esto no era nada comparado con lo que le haría a Ramone, a cualquiera que lastimara a mi Charlie. ―Perdí mi lista de control para misiones suicidas, así que sólo iré de memoria aquí. ―Nate llevó el auto de regreso a la autopista y se deslizó por el camino de tierra y lodo―. Vamos a necesitar muchas armas. ―Las mías estaban en la cabaña. ―Imagínate. ―No importa. Recogeremos las que tienes, luego iremos con Vince. Puede que ella esté allá ahora. No dejaré que Berty la lastime. ―La idea de Ramone maltratándola, de Berty siquiera mirándola, hizo que mi sangre se convirtiera en un tumulto furioso. Mataría a cada uno de ellos antes que el día terminara, incluso si debía acompañarlos yo mismo al infierno. Nate circuló a través de una serie de rutas por las que nos habíamos dirigido de camino a la cabaña.
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Es una expresión que hace referencia a meter la mano en el bolsillo y masturbarse. El personaje lo usa como sarcasmo.
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―Si piensas bien, mi amigo, todas las armas que tenías eran mis armas y acaban de ser voladas. Necesitaremos muchas más si queremos atacar el castillo. ―Sam. ―¿El idiota del deshuesadero de autos? ―Sí. Llévame con Sam. ―Bajé la mirada a mi cuerpo, mis ropas estaban chamuscadas y mojadas. Ramone había dejado esa trampa para matarme. Tenía suerte de estar con vida. Y la suerte de Ramone acababa de irse a la mierda.
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―¿Cómo es posible que estés aún más bonita de lo que recuerdo? ―Berty me rodeó, mientras se daba golpecitos en la barbilla con sus dedos cortos y flacos―. No tiene sentido. Quiero decir, te destrocé el rostro. Todavía tienes algunos moretones, pero hay algo en ti. Alcé mi cabeza, despertando mi mente mientras asimilaba mi entorno. No había mazmorra para mí. No esta vez. Estaba en algún tipo de cuarto de juegos, las paredes estaban forradas con recuerdos deportivos. Ramone se sentó en una silla de cuero en una esquina a mi derecha, y dos hombres sentados en un sofá a mi izquierda, miraban un partido de fútbol en una gran pantalla de televisión. La bilis subió por mi garganta cuando noté una lona de plástico extendida bajo la silla de madera donde estaba sentada, mis manos y pies estaban atados en una repetición perversa de mi último encuentro con Berty. ―Tal vez ¿algo en tus ojos? ―Pasó sus dedos húmedos por mi cuello―. ¿Tu piel? ―Jódete. ―Mi lengua se sentía pesada en la boca. ―Vamos a llegar a eso. No seas tan impaciente. ―Dejó de dar vueltas y me sonrió―. Aunque aprecio tu interés por mí. Me halagas, de verdad. El hombre que había gobernado mis pesadillas dejó que su mirada recorriera mi cuerpo. Me estremecí con una mezcla de terror y furia. Quería sacarle los ojos de la cabeza y darle patadas en las bolas, hasta que tener niños quedara descartado para él. Parpadeó, con un párpado moviéndose más despacio que el otro, mientras terminaba su evaluación. Aunque más pequeño de lo que parecía en mis pesadillas, la crueldad rezumaba de su piel y envenenaba el aire a nuestro alrededor. Aguanté las náuseas mientras se pasaba la palma de la mano sobre el bulto en su pantalón. ―Me estás haciendo cosas, mi pequeña florista. Y muy pronto, te estaré haciendo cosas a ti. ―Presionó la palma de su mano en sus costillas, como si ajustara algo debajo de su camisa, y se estremeció―. He estado esperando mucho tiempo para desquitarme por la bala de Con. Primero la cobraré contigo.
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Retiré la mirada de él y busqué cualquier vía de escape. La única puerta que vi estaba cerrada detrás de Berty. Ramone estaba sentado con las piernas cruzadas, su expresión mostraba aburrimiento. Extendió sus dedos e inspeccionó sus uñas, mi inminente tortura y asesinato ni siquiera le interesaba lo suficiente como para echar un vistazo. Los dos hombres parecían concentrados en el juego, cómodos con la idea de una mujer atada a sólo unos metros de ellos. Las amplias ventanas daban a un patio ajardinado, apenas visible en la penumbra lluviosa. Incluso si pudiera llegar hasta el cristal, tendría que romperlo de alguna manera y arrastrarme hacia fuera... todo antes de ser atrapada. ―Me temo que nadie está aquí para ayudarte, Charlie. ―Berty pellizcó mi barbilla entre su pulgar e índice―. Sólo tú y yo. ―Se acercó más, la cicatriz blanca a lo largo de su mandíbula se hizo más clara. Enseñé mis dientes. ―Cuando Con llegue aquí, te dará una cicatriz a juego en tu otra mejilla. ―Perra ―siseó, y su escupitajo voló sobre mi frente. Me mordí la mejilla, pero seguí mirándolo, deseando que se alejara de mí. Su rostro estrecho y sus ojos brillantes me recordaban a un pájaro cruel y hambriento. Quería sacarlo de su miseria. ―Sabes. ―Sus ojos se ampliaron―. Creo que sé lo que te hace tener esa clase de resplandor sobre ti. ―Se puso en cuclillas―. Estás enamorada. No parpadeé, no respiré. ¿Sabía que le había mentido a Ramone acerca de Conrad y Nate escapando y dejándome? ―Eso es. ―Asintió―. Estás enamorada de Conrad Mercer. ―En ese caso, tiene un gusto de mierda en hombres ―dijo Ramone―. Además, le dejé un pequeño “regalo de bienvenida” a Connie en la cabaña. Espero que le haya ocurrido un terrible accidente. ―Chasqueó la lengua―. Regresaré mañana por la mañana, a recoger una oreja o un dedo, lo que sea que pueda encontrar, y traerlo por la recompensa. ―Estás mintiendo. ―Mi corazón se hundió, todo mi interior se enfrió. ―No, Charlie, fuiste tú quien mintió. Dijiste que Connie y Nate se marcharon al atardecer y te dejaron. ―Ramone se quitó la pelusa de su pantalón―. Tratando de tomarme por un tonto. ―Finalmente me miró a los ojos. Una cruel sonrisa se deslizó por sus labios―. Tengo algo de curiosidad por si quedará mucho de él. Una cabaña llena de gas más una simple llama. ¿Te imaginas la explosión? ―Rió. ―No te creo. ―La tristeza trató de bloquear mi voz, pero las palabras lograron pasar.
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―No importa lo que creas. La muerte es muerte. ―Ramone se levantó de la silla―. De todos modos, ella está aquí como lo prometí. Estoy listo para recibir el pago e irme para encontrar a su compinche. ―Siéntate. ―Berty señaló a Ramone sin mirarlo―. No tendremos que encontrarlo. Mataste a su mejor amigo. Vendrá a buscar venganza. Además, no estoy tan confiado como Ramone que Con murió en la cabaña. Es un perrito inteligente. Pudo haber olfateado la trampa antes de ser atrapado. Si está vivo, está de camino para recuperar a su novia. ¿Verdad, Charlie? No respondí. Él no habría creído ninguna respuesta de mis labios. Ramone suspiró y se sentó. ―Debería recibir algo adicional por esto. Un golpe y un gemido sonaron desde algún lugar detrás de mí, pero no pude girar la cabeza lo suficiente para ver la causa. ―Concéntrate. ―Berty chasqueó los dedos, y volví rápidamente la cabeza. ―Si yo fuera tú, estaría más preocupada por mí misma. ―Sus ojos nunca dejaron los míos―. Una chica bonita como tú. Un agradable y pequeño negocio que vende flores. ¿Qué estás haciendo acostándote con un asesino a sueldo? ―Apoyó las palmas en mis rodillas―. ¿Le diste una probada de tu coño para qué? ¿Crees que él podría corresponder a tu amor? ―Frunció el ceño―. Conrad ama el dinero. Tiene algún tipo de capricho pasajero contigo. Esa es la razón por la que te rapté en primer lugar. Pero nunca podría amar a nadie. Lo único que hace es matar. Como un perro entrenado. ―Chasqueó de nuevo sus huesudos dedos―. Eso es todo lo que tengo que hacer, y arrancará la garganta de alguien. Es lo que es. Él comprendía a Conrad tanto como yo entendía de cálculo. Cerré los puños a la espalda. ―Si no supiera que no es así, diría que sonaste como un novio celoso. La ira iluminó sus ojos, y se levantó. El dorso de su mano vino en un borrón, el dolor brotó de mi mejilla mientras mi cabeza se movía a un lado. Lo enfrenté. ―¿Toqué un tema delicado? Volvió a golpearme, y el cruel golpe me silenció mientras el dolor rasgaba y desgarraba mi piel. Agarró mi cabello, y tiró de mi cabeza hacia atrás, forzando a mis ojos a encontrarse con los suyos. ―Tienes una boca grande. Tengo mejores ideas sobre cómo puedes usarla. ―Se volvió hacia los chicos en el sofá―. Desamárrenla.
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Uno de ellos se levantó y caminó hacia mí. Sus dedos cortos desataron las ataduras de mis piernas. Cuando quedaron libres, pinchazos y calambres se extendieron por mis pies. Berty sacó un cuchillo de su bolsillo y lo abrió de golpe mientras el hombre liberaba mis manos de los nudos. ―Haces un movimiento que no me guste, y esto va a tu oreja. ¿Entendido? No respondí, sólo me froté las muñecas una vez que el hombre fornido las soltó. ―De rodillas. ―Berty ordenó con un movimiento de su cuchillo. ―No. ―Mi voz sonó fuerte, aunque mis entrañas se retorcieron. Me agarró por el cabello y me arrastró al suelo. Mis rodillas golpearon duro, enviando ondas de dolor a través de mí para igualar los tirones en mi cuero cabelludo. ―No te muevas, maldición. ―Soltó su agarre sobre mí, luego se desabrochó el cinturón con una mano y liberó el botón de su pantalón negro. Mi ira aumentó, y busqué en la habitación cualquier salida. Ramone me sonrió, y los otros dos hombres dejaron de mirar el juego y miraban como hienas hambrientas. La puerta detrás de Berty se abrió y un hombre mayor entró. Él entrecerró sus ojos en mí. ―Eres la florista de la que he oído hablar tanto. Su mirada envió un escalofrío por mi espina dorsal, y no pude distinguir a quién odiaba más, a él o a Berty. ―Vince, ¿verdad? ―Levanté la barbilla. ―Me has costado mucho dinero. ―Su mandíbula se endureció, me agarró por el brazo y de un tirón me puso de pie. Apenas contuve el grito que quería surgir de mi garganta, pero no le daría la satisfacción. Por lo menos la entrepierna de Berty ya no estaba a la altura de mis ojos. ―También podría echar un vistazo a lo que compré. ―Me soltó y dio un paso atrás―. ¿Berty te ha estado maltratando otra vez? Crucé mis brazos sobre mi pecho, abrazándome a mí misma buscando algún tipo de consuelo en la pesadilla. Berty cerró su cremallera. ―Yo sólo iba a...
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―Sé lo que ibas a hacer. ―La voz de Vince pareció enfriar el aire―. Pareces haber olvidado, una vez más, que esto es mío. ―Me sostuvo la mirada, aunque hablaba con Berty―. Hasta el último vello del coño. Ella me pertenece. Todo me pertenece. Incluyéndote. ¿Está claro, Berty? ―Sí, señor. ―Berty bajó los ojos al suelo, intimidado por el momento. Cuando apretó sus manos tras su espalda, vi el brillo del metal de un arma. Tenía un arma en una pistolera debajo del brazo izquierdo. ¿Tal vez podría arrebatarla? ―Ahora, ¿dónde estábamos? ―Vince me sonrió, sin calidez en sus ojos―. Me gustaría inspeccionar mi mercancía. Ven. ―Me empujó hacia Ramone, superando mis vacilantes pasos con una presión constante. Ramone abandonó su asiento y caminó hacia la ventana. Se apoyó en ella y mantuvo los ojos fijos en mí. Vince se sentó, sacó un cigarro del bolsillo y abrió un encendedor. ―Quítate la ropa. Dio unas cuantas caladas, luego se relajó en la silla. Mi estómago se revolvió con ácido mientras colocaba el cigarro entre sus dientes y me indicaba que me pusiera manos a la obra. Berty se sentó con las hienas en el sofá, todos observándome. ―No lo haré. ―Apreté los codos. ―Las quemaduras por cigarro duelen como la gran puta. O eso me han dicho. ―Vince dio otra calada al cigarro―. Si no cooperas, empezaré con tu rostro. ―Succionó, haciendo que la punta del cigarro brillara en un naranja intenso―. Creo que he tenido suficiente suspenso. Muéstrame lo que tiene a Conrad atado por los huevos. Las lágrimas ardían en mis ojos, y miré a mi alrededor una vez más, buscando ayuda, una ruta de escape, cualquier cosa. Vince se inclinó hacia adelante, el ansia goteaba de sus palabras. ―No volveré a pedirlo. Con manos temblorosas, tomé el dobladillo de mi camiseta.
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―¿Cuántos tiros tiene? ―Abrí el cargador extendido de la ametralladora y lo inspeccioné. ―Esta tiene cincuenta tiros. Los policías tienen de éstas, con capacidad de treinta tiros, pero mi chico en la Ciudad de México hizo ésta especialmente para mí. Inspeccioné el montón de armas colocadas en una habitación trasera en el garaje de Sam. Nate comprobó una y otra vez los cargadores de una serie de 9mm. El estruendo de armas rebotando en los mohosos ladrillos de cenizas era lo suficientemente alto para aplastar el chirrido de una llave inglesa fuera. ―Empácalo. Es hora de irnos. ―La piel a lo largo del dorso de mis manos picaba mientras martillaba la ametralladora, cargando el arma y probando la sensación de tenerla en mis manos. Nate embolsó las otras cosas que había conseguido. Si este arsenal no conseguía hacer el trabajo, nada lo haría. ―Tu Audi está en el estacionamiento. Recibí una llamada sobre que estaba estacionado detrás de esa floristería y envié a la grúa para traerlo. Está todo arreglado. ―Sam sacó algunas cajas más de munición de un armario metálico―. Preguntaría por qué necesitas todo esto ―Sam pasó sus dedos manchados de grasa sobre las armas―, pero me temo que no me gustará la respuesta. ―No lo hará. ―Tenía la intención de matar hasta la última cucaracha que rodeaba a Vince una vez que el tiroteo comenzara. Derramaría sangre suficiente para garantizar que nadie volvería a buscar a Charlie. Simplemente no tendrían los números. No después que terminara. Sam se rascó la barba y me dio una dura mirada. ―No creo que vaya a volver a verte de nuevo. ―Altamente improbable. ―Metí una pequeña Glock en la parte de atrás de la cintura de mi pantalón, luego me agaché y até un cuchillo alrededor de cada tobillo. ―¿Sabes qué estás haciendo?
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Me levanté y di golpecitos en el cañón de la ametralladora. ―Este es el trabajo final, ¿cierto? Sam arrugó su nariz enrojecida por ginebra. ―Sabes lo que quiero decir. ―Tenemos un plan. Uno verdaderamente heroico. Termina con uno de nosotros con la polla húmeda. ―Nate colocaba granadas aturdidoras en la bolsa verde oscuro―. Con suerte, seré yo. ―Nate. ―Flexioné las manos, ignorando la quemazón mientras imaginaba envolverlas alrededor de su garganta―. Jodidamente no hables de ella. ―Cálmate, grandote. ―Me dio una palmada en la espalda y tomó una granada explosiva―. Solo estoy bromeando… a menos que ella me elija, y entonces las apuestas están… ―Se agachó cuando me giré hacia él y logró escapar por la puerta y fuera de la ruidosa tienda. ―Imbécil. ―Cerré la bolsa y me la colgué sobre el hombro. ―Vince no es tonto. Sabrá que vas a ir por ella. ―Sam siempre sabía más de lo que dejaba saber. Pero su tono sombrío no hacía nada para tranquilizar mi necesidad de destruir a cualquiera que se atreviera a dañar a Charlie. Él insistió―: No estoy bromeando, amigo mío. Estarán esperándote. ―Estoy contando con ello. ―Rodé los hombros, asegurándome que mi chaleco sería capaz de moverse conmigo una vez que la mierda se pusiera espeluznante. Preferiría no llevar uno. Me ralentizan. Pero para tener una oportunidad de llegar hasta Charlie, tendría que tomar la precaución. Sam se pasó su grasiento pañuelo sobre las gotas de sudor sobre su ceño. ―Y sé que no tengo que decir esto, pero si te capturan, no conseguiste nada de… ―No conseguí las armas de ti. Lo tengo. Asintió. ―Sé que no eres una rata. ―Muerte antes que deshonor. ―Había vivido por esas palabras durante muchos años. Pero me deshonraría felizmente si eso significara que Charlie siguiera respirando―. Ten. ―Tomé los billetes de mi bolsillo y se los lancé a Sam―. Quédate el cambio. Tenemos que irnos. ―Cada momento que pasaba lejos de Charlie abría una nueva herida. Tomó el dinero y se lo metió en su mono sucio.
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―Es agradable hacer negocios contigo, pero habría sido más agradable no hacerlos. ―Estoy comenzando a sospechar que puede que me eches de menos. ―Me giré y entré en la ruidosa tienda. Nadie levantó la mirada de sus neumáticos o sopletes. La curiosidad era una pena de muerte en esta línea de trabajo. ―¿Echar de menos a un imbécil que me trae autos llenos de mugre y balas? Demonios, no ―chilló Sam a mi espalda―. Pero, de todos modos, cuídate, hijo de puta. Le hice un corte de mangas y tomé mis llaves de la mesa sucia junto a la puerta. Nate permaneció afuera fumando, su humo blanco alzándose al cielo a pesar de la lluvia. Me apresuré a su lado, cada paso llevándome más cerca de Charlie. Caminamos hasta el Audi en el fondo del estacionamiento. ―¿Estás preparado para esto? ―Pulsé el botón para abrir el maletero. ―Tan preparado como lo estuve para el examen de próstata del año pasado. ―Lanzó la colilla a un charco de aceite. La superficie brilló, pero no ardió―. Un poco de preocupación va con ello, pero extrañamente satisfecho en el fondo. Gruñí y metí las armas en el maletero. ―Puede que te dispare incluso antes que lleguemos a casa de Vince. ―No juzgues sin haberlo intentado. ―Métete en el auto. ―Me hundí en el asiento del conductor. El auto arrancó con un murmullo mientras Nate cerraba su puerta. Me adentré en el tráfico. ―Necesito que me prometas una cosa. ―¿Sí? ―Sacó un cigarro nuevo. Lo golpeé en la parte trasera de la cabeza. ―No fumes en mi auto. ―¡Oye! ―Me miró, pero volvió a dejar el cigarro en el paquete―. Está bien, prometo que no fumaré en tu auto. Sería tan fácil apretar el gatillo y lanzar su cuerpo en el tráfico. Céntrate. ―Lo que quiero que me prometas es que, si ves una oportunidad para sacar a Charlie, hazlo. No importa si aún estoy allí. No intentes ser un héroe en lo que a mí concierne. No tengo ilusiones sobre cómo va a terminar esto para mí. ―Jesucristo, menudas palabras de ánimo. ―Aplaudió lentamente―. Ahora me estoy sintiendo realmente bien sobre esta pequeña misión de rescate.
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Apreté los dientes. Tal vez era algo bueno que tuviera las manos quemadas. Evitaba que le pegara. ―Solo prométemelo. Volvió a sacar el cigarro del paquete y se lo puso entre los labios, peo no hizo ningún movimiento para encenderlo. Colgó mientras hablaba: ―La sacaré. Incluso si estás chillando como una zorrita para que te salve, en su lugar la salvaré a ella. ¿Feliz? Giré hacia la autopista. ―Necesito tu palabra. ―Eres un puto dolor en el trasero. ―Tu. Palabra. Suspiró. ―La tienes. ―Bien. ―Nos asentamos en un silencio mientras los kilómetros entre nosotros y nuestros enemigos se reducían. Había tomado todas las elecciones equivocadas antes de encontrar a mi rosa con espinas, y merecía la muerte más que la mayoría. Estaba viniendo por mí, mi cuerpo vibraba a una frecuencia que terminaba. Pero acumularía tantas vidas como pudiese antes de renunciar a la mía. Matar por Charlie era fácil. Morir por Charlie era fácil. Pero lo que quería más que nada ―vivir por Charlie― había resultado imposible.
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Recorrimos la estatal, manteniendo una velocidad razonable, luego ralenticé y estacioné en un bosque lleno de malezas que separaba la propiedad de Vince de su vecino. ―¿Estás preparado? ―La sangre zumbaba en mi interior, preparado para la carnicería que iba a comenzar. Quitar vidas era como mi propia canción de cuna, una que solo yo podía escuchar. ―Como nunca lo estaré. ―Nate hizo la señal de la cruz antes de palmear su semiautomática mientras un trueno retumbaba sobre nosotros. ―¿Ahora eres católico? ―Miré entre los árboles hacia el muro bajo que marcaba el dominio de Vince. Bordes irregulares brillaban en la lluvia, cristales rotos fueron incorporados en la cima del muro. ―No, pero imagino que cada pedacito ayuda. ―Nate sonrió, pero no escondió el pequeño miedo que lo traspasaba. El miedo era un buen motivador. Lo ayudaría a vivir. Intercambiamos una mirada final. ―¿Esta es la parte donde nos besamos? ―Nate se lamió los labios y se inclinó hacia delante. ―Cierra la puta boca. ―Abrí mi puerta, me bajé y la cerré suavemente. Nate salió y caminó hasta mí. Señalé el árbol más cercano al muro. Una pequeña caja negra estaba colgada de una rama alta. Tendríamos que llegar por detrás y mantener los ojos abiertos por más cámaras. Cortar la electricidad no era una opción. Sería un claro indicativo que habíamos llegado. ―Muertes silenciosas. Matamos cuantos sean posibles. Comenzamos en la reja, nos abrimos paso a la casa. Una vez que los disparos comiencen, no reprimas nada. Tenemos que llegar a Charlie. La fría lluvia cubría los laterales, empapando mi ropa y congelando mi piel. Los rayos se hicieron más grandes, los truenos más sonoros.
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Nate sacó un cuchillo del bolsillo y yo tomé el mío en la mano derecha. Traer un cuchillo a un tiroteo era la única forma que teníamos para ser capaces de mantener el elemento sorpresa. Permaneciendo tan agachados como podíamos, saltamos el muro, evitando los cristales y bordeamos la parte de atrás del árbol conectado. Encontramos nuestro camino hacia la verja, esperando que la lluvia dificultase cualquier vigilancia. Nate se arrodilló entre unos arbustos mientras yo me aplasté contra una encina, mirando alrededor para ver quién estaba montando guardia. Dos hombres sentados dentro de una pequeña garita, Carabinas Glock 17 guardadas a sus lados. Estaban discutiendo, uno de ellos enfureciéndose y el otro riéndose. No saldrían a la lluvia sin una razón. No podíamos dejarlos vivos, volvería a mordernos cuando el verdadero tiroteo comenzase. Un relámpago iluminó el cielo, un enorme trueno siguió muy cerca. Guardé el cuchillo y saqué mi 9mm con silenciador. ―Amigo, dijiste asesinatos silenciosos ―siseó Nate desde su escondite. Apunté al hombre más cercano y esperé. La lluvia bombardeaba mientras otro relámpago rasgaba el cielo. Conté hasta que escuché el profundo trueno. Siete segundos del destello hasta el sonido. Todo se desvaneció mientras apuntaba a la cabeza del guardia y esperaba. El relámpago destelló. Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Seis. Boom. Apreté el gatillo dos veces, luego levanté el arma y a la derecha, matando al segundo guardia justo mientras el profundo retumbar del trueno comenzaba a desvanecerse. Ambos hombres ―ya muertos o tomando su último aliento―, salieron de la vista dentro de la garita. ―Joder. ―Nate se apresuró a mi escondite. ―Sigue adelante.
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Pasamos de árbol en árbol a lo largo de los bordes del camino de entrada. Una cámara sobre la copa de un abedul había sido colocada en un particular mal ángulo. No había forma de pasar sin ser vistos. Teníamos que retroceder y no iba a gastar otro segundo. Charlie me necesitaba. Apunté a la cámara, escuché pasos en el camino y me escondí en los arbustos más cercanos. Dos hombres, los dos con la misma carabina, caminaban hacia la reja de entrada. Vestían impermeables verdes y miraban en el suelo a cada lado del camino. Esperé a que pasaran, luego me apresuré detrás de ellos. Las capuchas anulaban su visión periférica. Nunca nos verían acercarnos. Nate y yo nos movíamos en tándem. Tomé a mi tipo por la garganta desde atrás y le clavé el cuchillo a ambos lados de las costillas y en el corazón. Se estremeció, sin oponer resistencia y cayó al suelo. El de Nate se desmoronó en el suelo, con la garganta cortada. Levanté la mirada hacia la cámara en el abedul. No había forma que no nos hubiesen visto. Joder. ―Fuego a discreción. ―Guardé el cuchillo mientras Nate volvía a ocultarse entre los árboles a cada lado del camino de entrada. Un relámpago llenó el aire y creció mientras me apoyaba contra un amplio abedul y miré hacia la casa. Una fila de Humvees negros rodaron por el camino de entrada y todoterrenos vibraban por el suelo hacia nosotros. Era momento de ir a trabajar. Saqué una granada del interior de mi abrigo, tiré de la anilla y la lancé al camino de entrada. El primer Humvee en la fila giró para evitarla, pero la explosión lanzó el auto hacia un árbol al lado del oscuro camino. Los tres Humvees de detrás estaban bloqueados. Los hombres salieron de los vehículos, cada uno con una carabina. Las balas cortaron a través de los árboles y los arbustos, trozos de corteza volando por todas partes. Lancé otra granada. Los hombres gritaron y se dispersaron. La explosión volcó el segundo Humvee, comenzando un fuego bajo el capó. Nate comenzó a disparar. Matando a los hombres que no fueron lo suficientemente listos para mirar antes de cubrirse. Me giré mientras un cuatro por cuatro blanco atravesaba pasando, su conductor disparándome salvajemente con una pistola. Un disparo y estaba en el suelo, su todoterreno deteniéndose lentamente. La corteza explotó junto a mi cabeza mientras los hombres que habían sobrevivido a las granadas se reagrupaban alrededor de los Humvee. Salté el cuerpo de conductor y me subí al cuatro por cuatro. Acelerando al máximo, volé a través de los terrenos, la lluvia clavándose en
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mi rostro. Permaneciendo agachado, aceleré el todoterreno alrededor de un bosquecillo y giré. Otro todoterreno atravesaba los terrenos hacia mí, el conductor salpicando los árboles con balas. Corrí hacia él, giré de costado, luego estiré el brazo y le atravesé el casco de un disparo. Cayó y rodó, muerto antes de tocar el suelo. El tiroteo alrededor de los Humvee continuó y dirigí el todoterreno de vuelta hacia ellos. Gritos y disparos llenaban el aire y pasé zumbando el atasco. Permanecían media docena de hombres, todos arrimados a los vehículos. Las balas se alojaron en el todoterreno, y una debió tocar algo importante porque perdí velocidad, muriendo el motor. Salí rodando y me agazapé detrás de un árbol. Observando desde el maletero, maté a dos más con disparos a la cabeza y uno de los hombres cayó sobre sus compañeros mientras golpeaban el pavimento. Cuatro menos. Soldados a pie que Vince no tenía ningún problema de enviar a una trituradora de carne. Se dispersaron alrededor de los autos, intentando desesperadamente sobrevivir. No lo harían. Un estallido cortó a través de los estallidos más pequeños y uno de los hombres cayó. Vislumbré a Nate escondido en el parachoque del tercer Humvee, en sus manos una escopeta de tipo militar. Miré a los Humvee mientras todo se quedaba en silencio, el susurro de la lluvia en contra de los masivos disparos que llenaron el aire momentos antes. ―¿Maricas, se quedaron sin balas? ―gritó Nate, luego se rió como un lunático. Me acerqué, mirando a través de las ventanas para ver dónde se estaban escondiendo los dos últimos hombres. Otro estallido. Nate se arrastró por el lateral del Humvee mientras un hombre caía al suelo, un agujero en su estómago. Según mis cuentas, solo quedaba un tipo. Nate se acercó a mí, con su calibre doce colgado del hombro mientras intentaba atrapar al último tipo en su mira. Una sombra detrás de Nate se movió. ―¡Agáchate! Nate tocó el suelo mientras yo disparaba dos veces, una en el corazón y otra en la cabeza. El último hombre apretó el gatillo, una bala dirigida a Nate se incrustó inofensivamente en el suelo. Se cayó hacia delante, su pistola chocando contra el suelo. Un paso más cerca de Charlie. ―Vamos. ―Saqué un cargador nuevo y lo deslicé en su sitio mientras Nate hacía los mismo con sus pistolas.
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Corrimos el resto del camino a la casa, permaneciendo en los laterales del camino. Nadie más se encontró con nosotros, no hasta que nos acercamos. Un estallido sonó detrás de nosotros, y dolor irrumpió en el centro de mi espalda. Me agaché y rodé, luego levanté la mirada para encontrar a quien me había disparado. No había nadie allí, solo el sonido de una risa entre los árboles. ―Encantado de verte de nuevo, Connie. ―Maldito Ramone. ―Nate se arrodilló y apuntó, intentando conseguir una pista del sicario―. ¿Estás bien? ―El chaleco detuvo la bala. ―Apunté la casa con la barbilla―. Sigue adelante. ―¿Qué? ―Nate entrecerró los ojos, como si eso le diese la habilidad para ver a través de la lluvia y los árboles, justo donde Ramone se estaba escondiendo. La espalda me dolía como una hija de puta, pero necesitaba que Nate encontrase a Charlie. ―Ramone es mi problema. Lidiaré con él. Ve a conseguir una cálida bienvenida como hablamos, luego encuentra a Charlie y espera por mí. ―¿Seguro que lo tienes? ―Nate frunció el ceño―. Ramone es un maldito sicópata. ―¿Y qué soy yo? Nate inclinó la cabeza y asintió. ―Buen punto. ―Tomó una granada del interior de su abrigo―. Te veo dentro, hijo de puta.
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Me estremecí y traté de cubrirme mientras los hombres miraban. Mi ropa yacía en un montón a mis pies. La humillación hervía mi sangre, y el miedo me mantuvo clavada en el suelo frente a Vince. ―Agradable. Mejor que agradable, realmente. ―Él había fumado su cigarro hasta dejar casi nada―. Berty, ¿estás listo para ir? Berty se levantó y se acercó a mí, de pie a solo unos pocos centímetros de distancia. Se humedeció sus labios, su lengua persistente a lo largo de su carne pálida. ―He estado listo. ―Qué mal. ―Vince se levantó y me tomó del brazo―. Esto se llama una experiencia de aprendizaje. Consigo la primera probada. ―Me apretó la parte superior del brazo con un agarre fuerte―. Estoy siempre en primer lugar. No importa que la desees. No importa que seas sangre. Siempre estarás detrás de mí. ¿Entiendes? ―¿Sangre? ―La pregunta salió de mis labios antes que pudiera tragarla. Vince sonrió y apoyó su mano libre en mi garganta. ―Serge nunca tuvo hijos. Me follé a su esposa de vez en cuando hasta que fue demasiado vieja. La perra estúpida logró embarazarse con este idiota. Serge, por mucho que trató de ocultarlo, era escaso en ciertas áreas. ―Se acercó más, su boca en mi oído―. Te puedo asegurar que no me falta nada en absoluto. ―Cuando me apretó la palma en su erección, suprimí mi reflejo de nauseas. Todo encajó. Vince estaba protegiendo a Berty, su hijo. Ramone, la alta recompensa, el precio sobre la cabeza de Conrad, todo porque Berty era de su sangre. ―Vamos. ―Vince agarró mi culo y me empujó hacia la puerta―. Bien podría pasar algún tiempo mientras esperamos a que tus novios aparezcan. Berty frunció el ceño cuando salí de la habitación, Vince a mi espalda.
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―Él te matará. A todos ustedes. ―Mis pies golpearon el piso de madera. Otros dos hombres armados se situaron en el extremo del pasillo. ―Tratará. ―Vince me empujó hacia la primera puerta abierta a la derecha, una pequeña habitación de invitados, la decoración floral y femenina―. Pero tengo dos docenas de hombres de pie entre él y yo. Todos armados hasta los dientes. También tengo una póliza de seguros. ―Me empujó hacia la cama. Una cacofonía de disparos surgió de algún lugar afuera. Mi corazón se aceleró. Él estaba aquí. Podía sentirle acercándose, como una ola de ira. Vince paró y luego continuó como si la tercera guerra mundial no estuviese sucediendo en su jardín delantero. ―Tus amigos han llegado justo a tiempo. Me moví hasta que mi espalda golpeó la cabecera de hierro frío. ―Él los matará a todos. Después a ti. ―Agarré una almohada contra mi cuerpo―. No lo puedes detener. ―Te diré qué. Estoy tirando todo lo que tengo sobre él. Si todavía llega a mí, él puede hacer su mejor tiro. Pero no le hará ningún bien. ―Se frotó el dedo índice a lo largo de su labio inferior y miró mis piernas―. Esto irá de una de las dos maneras. O Con muere tratando de salvarte, o Con se las arregla para vivir lo suficiente para conseguirte. Por sus problemas, verá cómo te pongo una bala en la cabeza. De cualquier manera, no sobrevivirás una hora. ―Él se desabrochó el cinturón, sus rechonchos dedos tocando a tientas entre el cuero y el metal―. Pero no tiene sentido perderte antes que haya tenido mi diversión. No dejaría que esto me ocurriera, no sin una pelea. La mesilla de noche junto a mí tenía una lámpara pequeña y chata. Parecía ser algún tipo de metal plateado con suficiente peso para hacer daño. Me acerqué hacia ella mientras Vince sacaba la pistola de la funda de su hombro y me apuntaba. ―De rodillas. ―Caminó alrededor de mi lado de la cama, seguridad en sus pisadas―. Apuesto a que una chica bonita como tú no dejas entrar a los chicos en tu culo. Apuesto que Con ni siquiera ha tenido su turno. Seré tu primero y último. Me aseguraré que grites cunado te la meta. Y no te preocupes por el lubricante. Tu sangre se hará cargo de ello. Tenía ganas de vomitar y agarré la almohada como si fuera un salvavidas, pero no me moví. Si accedía, no tendría ninguna oportunidad de llegar a la lámpara. Pero su arma no se preocupaba por mi dilema. El metal exigía el cumplimiento.
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―¿Te gustaría que te hiriera para que supieras cuán en serio hablo? Soy un caballero, así que estaré feliz de hacer eso por ti. ―Presionó el cañón contra la parte superior de mi pie y sacó su polla con la otra mano. Me negaba a llorar, no permitiéndole ver la angustia que me enterraba como arena en un reloj de arena. Me giré sobre mi lado, aunque mantuve mi mirada en él. Guardó su pistola en la funda y puso su mano derecha en mi cadera. Los disparos disminuyeron, solo estallidos intermitentes cortando a través de la lluvia. ―Sospecho que tu novio ya está boca abajo por ahí. ―Él estaba cómodo, sin miedo, y complaciente. Esta era mi oportunidad, mi única oportunidad. Alargué mi brazo y agarré la lámpara.
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―Vamos a manejar esto como profesionales. ―Ramone salió de detrás de un árbol a unos nueve metros, con su pistola dirigida a mí. Su tono sarcástico puso mis cabellos de punta, pero salí a su encuentro, mi arma apuntándole. ―Ha pasado demasiado tiempo. ―Él sacó una navaja del bolsillo de su chaqueta y la sostuvo por lo bajo, estilo lucha callejera―. Me gustaría hacer esto a la antigua, si eso está bien contigo. He entrenado un poco desde nuestra última pelea. No tenía tiempo para sus juegos, pero estábamos en un callejón sin salida. No podía darle la espalda, a pesar que la necesidad de llegar a Charlie amenazaba con bloquear todo pensamiento. Y él me mataría tan pronto como disparase. Mierda. ―Vamos, solo una pequeña y agradable pelea a navaja, después, puedes rescatar a la chica. ―Sonrió―. Vas a tener que hacerlo con una sola mano, sin embargo, porque tengo la intención de dejarte con tu tripa en la otra. Tic tac. ―Te podría haber ensartado en Boston. ―Me enfundé la pistola, al mismo tiempo que él lo hacía, y saqué mi cuchillo desde el interior de la manga de mi chaqueta. Caliente por mi piel, prácticamente vibró en mi mano. Necesitaba hacer el trabajo rápido con Ramone. ―Casi lo hiciste. ―Pasó su mano libre a lo largo del lado de su estómago ―. Todavía tengo la cicatriz para probarlo. ¿Por qué te retiraste? Dobló sus rodillas mientras la lluvia seguía cayendo, cayendo por su cabello grasoso contra su cabeza. ―Cortesía profesional, supongo. Y no tenía un contrato sobre ti. Él escupió. ―No tienes uno ahora, tampoco. Sonreí.
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―He acabado con la cortesía profesional, también. ―Hice una finta hacia adelante con mi navaja y lancé un puñetazo con la mano izquierda. Por poco perdí su nariz. Bailó hacia atrás, con sus ojos brillantes con la emoción de la lucha a vida o muerte. ―Te lo dije. He practicado. ―Se acercó más, los dos dando vueltas mientras un relámpago crepitaba por encima―. Dime cómo te gustó mi pequeña bienvenida sorpresa en la cabaña. ―Sus ojos se dirigieron a mis manos vendadas, y luego se precipitó hacia adelante. Me di la vuelta y se alejó, pero me sorprendió en la parte superior del brazo, cortando mi piel. Mierda. Hice como que inspeccionaba la herida. Me lancé a su garganta. Me incline hacia la derecha, agarrando su chaqueta y tirando de él hacia delante. Se tambaleó, agitando su brazo izquierdo para mantener el equilibrio. Acuchillé abajo y a través, cortando por su chaqueta, pero la hoja se deslizó sin causar daño a lo largo de su chaleco. Tendría que esperar mi momento, esperar a que él se descuidase. Se dio la vuelta y se acercó a mí, su hoja susurrando en el aire. Caí al suelo y rodé, entonces me puse de pie. Disparos y gritos pasaron a través de los árboles, Nate estaba dándoles el infierno en la casa. Tenía que poner fin a esto y llegar a Charlie. ―Dime algo. ―Él disparó su mano izquierda fuera en un agudo golpe contra mi sien, abriendo mi piel y haciendo que me cayera sangre por el lado de mi rostro. Respondí con un puñetazo en sus costillas, justo donde su chaqueta tenía un hueco, y ataqué contra su garganta con mi navaja. No le di. Él resopló y retrocedió. ―¿Vale ella la pena? ¿Todo esto? ―Hizo un gesto con su navaja hacia el tiroteo en la casa. ―Esto y más. ―Di la vuelta, buscando una debilidad, mis zapatos hundiéndose en la tierra fría, húmeda cada vez más con cada paso. ―Un coño así de bueno, ¿eh? ―Se limpió el agua de la frente, apartando su cabello en un mechón extraño―. Debería haber conseguido follarla antes que Vince comenzara a regañarla. Me tensé, mis hombros se tensaron hasta que pensé que golpearon mis oídos. Sonrió y se acercó más. ―Sí, probablemente justo ahora está tirándole toda su corrida. Entonces tal vez la estrangule con sus propias manos. Tal vez la ahogue con su polla. ¿Quién sabe?
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La furia se sobrepuso a la congelación que me mantenía en tierra, eso siempre me daba ventaja. Ramone era solo una distracción. Necesitaba acabar con él. Me lancé hacia adelante y fui a cortarle la garganta otra vez. Él lo bloqueó con su brazo, luego golpeó bajo a través de mi cadera. Una sacudida de dolor me atravesó, y me encontré, apoyado en el árbol más cercano mientras la sangre caliente se filtraba a través de mis bóxers y pantalones, y comenzaba a bajar por mi pierna. El corte era profundo. Se acercó lentamente, sabiendo que un animal herido era lo más peligroso en la naturaleza. ―¿No es mejor que yo esté encargándome de ti ahora? ¿Para qué no tengas que ver lo que le pasó a tu chica? ―Su intento de confort fracasó, especialmente teniendo en cuenta la nota de triunfo en su voz. Vacilé en el árbol, deslizándome por el terreno pantanoso, el cuchillo deslizándose de mis dedos. Se acercó más, olfateando su presa, hambriento por el final. ―Sálvala. ―Mi voz sonaba débil incluso a mis oídos―. Sálvala y todo lo que tengo es tuyo. Me agarró del cabello y tiró mi cabeza hacia atrás así miraba sus ojos oscuros. ―Todo lo que tienes ya es mío. Berty lo garantizó. Todo lo que tengo que hacer es llevarle tu cabeza. ―Puso la navaja contra mi garganta. Metí mi cuchillo duro y profundo bajo su chaleco, en sus entrañas. Sus ojos se abrieron en sorpresa, sustituyendo su sonrisa. Dejándome ir, tropezó hacia atrás, con sus manos yendo a la herida en su vientre. Me puse en pie y me coloqué por encima de él, el cuchillo de mi correa de tobillo todavía en mi mano. ―Con. ―Presionó las palmas de sus manos sobre su herida, la sangre filtrándose entre sus dedos. Saqué mi 9 mm de su funda y disparé una sola vez. La bala impactó justo al lado del ojo de Ramone. Se tambaleó y cayó. Llegar a Charlie era la única cosa en mi mente, la única razón por la que había llegado hasta aquí. Me apresuré a pasar por el lado de Ramone, ignorando el dolor en mi cadera. ―Nos vemos en el infierno, hijo de puta
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Los ojos de Vince se agrandaron cuando me vio agarrar la lámpara, y dio un paso atrás, pero giré la dura base en un arco y le di en la mandíbula. El cable fue arrancado de la pared mientras se tambaleaba hacia atrás y cogía su arma. Lo balanceé de nuevo, golpeándole en la mano y rompiéndole algunos de sus dedos con el impacto. Su grito rasgó el aire, poniendo fin a mi intento de fuga. Incluso a través de los disparos pasando fuera, sus hombres debían haberle oído. Me derribarían en el momento en que se abriera la puerta. Vince acunó su mano derecha herida y se lamentó. Saqué su pistola de su funda y la metí detrás de la cama mientras una serie de explosiones resonaban en algún lugar cercano. Las tablas del suelo se sacudieron, y las ventanas se movieron. Más disparos, gritos y golpes de pies me dijeron que Conrad había llegado. No podría haber sido cualquier otra cosa. Apunté con la pistola a Vince. ―¡Cállate! ―Tú, coño sucio. Haré que cada uno de mis hombres te viole. Tu coño, tu culo, todo, hasta que me supliques muerte. Estás muerta. ¿Conrad? Le haré que mire. ¡Después haré que folle tu cuerpo muerto! Mi agarre se apretó en la lámpara, y una rabia como nunca había sentido antes se apoderó de mí como una ola gigantesca. La levanté una vez más, golpeando el metal en la cara de Vince, aplastando su nariz. Sus aullidos se elevaron por encima de los disparos. Me puse de pie y le apuntó con el arma a la cabeza. Parpadeé. Brandon se arrodilló frente a mí, su sangre filtrándose en su camisa, sus ojos amplios mientras su vida les dejaba. ¿Podía hacerlo de nuevo? ¿Tomar otra vida? ¿Con dijo que sería más fácil cada vez, así que por qué me temblaban las manos? La puerta de la sala se abrió de golpe, y me hizo girar el arma. Con entró. La sangre corría por un lado de su rostro, sus ojos salvajes. Cuando me vio, un ruido gutural se levantó de su garganta. Cerró la puerta tras él, saltó por encima de la cama, y me tomó en sus brazos. Mi corazón se elevó por encima de la sangre, la muerte, las palabras malas de los hombres crueles, y estuve en casa.
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―Charlie. ―Solo una palabra ahogada, su emoción batiendo el aire que nos rodeaba. Me aferré a él, aunque sostenía un brazo fuera, su pistola apuntando la cabeza de Vince. Besó mi frente, mis mejillas y después mis labios―. ¿Estás herida? ―N-no. ―Negué mientras envolvía su brazo alrededor de mi cintura y me levantaba. ―¿Él…? ―No. ―Negué―. Iba a hacerlo, pero he usado la lámpara. Apuntó una fuerte patada a las costillas de Vince. Vince gritó y se enroscó en posición fetal. Uno de los lados del labio de Con se curvó hacia arriba. ―Espinas. No tuvo cuidado con las espinas. Unos pasos sonaron por el pasillo, seguido de disparos rápidos y golpes fuertes. ―Tony, ¿eres tú? ―La voz de Nate llenó el silencio dejado por los disparos―. ¿Te dije que me follé a tu hermana el año pasado? ―Tu madre… El estallido de los disparos terminó la diatriba de Tony. Con giró su cabeza y gritó. ―El dormitorio de la izquierda. ―Sacó la colcha de la cama y la envolvió alrededor de mis hombros, luego me llevó a su pecho de nuevo. Llevaba un chaleco antibalas debajo de su camisa, gracias a Dios. La puerta se abrió, y Nate se acercó con una sonrisa de gato de Cheshire en su rostro mientras observaba a Vince gimiendo. ―¿Qué, no hay tijeras esta vez? ―Lámpara. ―Moví mi barbilla hacia lo que quedaba de ella. ―Bueno, santa mierda. ―Se rió y presionó su espalda contra la pared―. ¿Golpeaste al jodido Vince Stanton, el mayor jefe del crimen de toda Filadelfia, con una lámpara? ―Giró su cabeza hacia la puerta―. Si Con no te tuviera, definitivamente haría algún movimiento. El pecho de Conrad vibró con algo parecido a un gruñido. ―Dije que es tuya, hombre. Relax. ―Nate sustituyó la recámara en su pistola, la amartilló, luego hizo lo mismo con las otras dos pistolas ocultas bajo su chaqueta.
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Todavía tenía el arma de Vince en mi mano. El implacable acero trajo malos recuerdos junto con una extraña sensación de calma. Podía defenderme. Nadie me haría daño. ―¿Cómo está el lugar? ―Con me mantuvo cerca. Nate hizo un gesto hacia la sala de televisión. ―Un puñado de ellos encerrados en la sala de grabación. Incluyendo a Berty. ―Se acercó a Vince y le dio con la punta del pie en las costillas―. Qué casualidad verte aquí. Con, ¿harás los honores? Con asintió. ―Podría. ―¡Espera! ―Vince levantó sus manos ensangrentadas―. Si me matas, mis hombres te perseguirán hasta los confines de la tierra. ―Sus palabras mal pronunciadas, su sangre saliendo ligeramente con cada sílaba. ―¿Tus hombres? ―Con se rió, el sonido deslizándose como la melaza oscura a través de mi mente―. ¿Los que cayeron en la puerta? ¿Los que acuchillamos fuera? ¿Los que están llenos de plomo en tu camino de entrada? ¿Quizás los hombres en piezas fuera de tu entrada? Las manos de Vince se sacudieron, e hizo ruidos lamentables. ―No hagas esto. ―Tú hiciste esto en el momento en que pusiste precio a su cabeza. ―Con me colocó tras su espalda y le dio una patada a Vince de nuevo―. Cuando pensaste que podías tocarla. ―Otra patada, éste puntuó por los sonidos que tenían que ser costillas rompiéndose―. ¡Cuando trataste de violarla! ―Otro golpe―. Te irás de la manera fácil. Quería hacértelo lentamente. Hacer que te doliera. Hacerte pagar cada cosa por la que la hiciste pasar, pero lo dejaré para Berty. ―Su hijo. ―Mi voz tembló a pesar que mis manos habían dejado de temblar―. Berty es su hijo. Es por eso que me quería muerta, el porqué contrató a Ramone. No quería que metiera a su hijo en problemas. Con una mirada por encima del hombro hacia mí, levantó sus cejas en sorpresa. ―Déjame ser el primero en felicitarte por tu bebé psicópata de allí, Vince. ―Nate se asomó al pasillo de nuevo―. Un trabajo bien hecho. Con se volvió hacia Vince y se arrodilló. El miedo en los ojos de Vince era como un bálsamo para mi alma maltratada. El karma se acercaba con rapidez, y en la forma de mi propio ángel de la muerte. ¿Era esto cómo se sentía la sed de sangre?
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―Quiero que sepas que tengo la intención de cuidar bien de Berty. Ojo por ojo. El tiempo que no pude pasar contigo, lo pasaré con él. Los ojos de Vince se abrieron, y respiró largamente gorgoteando. Se las arregló para dejar salir una sola nota de un grito antes que Con apretase el gatillo.
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―No vayas. ―Charlie se aferró a mí, lágrimas saliendo de sus ojos―. Solo vámonos, los tres. Solo vámonos sin mirar atrás. ―Tenemos que terminarlo. ―Levanté su barbilla y la besé, barriendo con mi lengua su boca y saboreando su gusto. Ella envolvió sus brazos alrededor de mi cuello y espero mientras tomaba todo el coraje que necesitaba de sus labios. Su piel se calentaba bajo la manta, y no quería nada más que meterla en mis brazos y correr con ella. Pero no todavía. No hasta que Berty yaciera muerto a mis pies. ―¿Cómo quieres hacer esto? ―Nate se paró en la puerta, la determinación en sus ojos. ―Charlie. ―Saqué la llave del Audi de mi bolsillo―. Toma esto. Ve por la entrada. Si ves a alguien, dispara. No hagas preguntas, solo apunta a su pecho y tira del gatillo hasta que no se muevan. Cuando llegues a la carretera principal, gira a la izquierda. El auto está en el límite de la propiedad cerca de unos arbustos altos. Sube y conduce. Enfila al oeste. Hay dinero escondido en el maletero. ―Por favor, no lo hagas. ―Su tono suplicante se abrió camino en mi piel y se alojó allí. Me cortó en pedazos sin hacer nada más que quererme. ―Debo hacerlo. ―Al negárselo empezó una hemorragia interna que no estaba seguro que alguna vez pararía. Le besé la frente y le pasé las manos por el cabello―. Te amo. Ella enderezó la espalda a pesar de las lágrimas que corrían por sus mejillas. ―Puedo ayudar. Tengo tanto derecho sobre Berty como tú. Yo estuve atada en el sótano. Sonreí, su deseo de venganza dulce en mi lengua, aunque no la pondría en riesgo. No otra vez. ―Eres fuerte. Por eso sé que estarás bien, pero no estás entrenada para matar. No como yo. ―Limpié sus lágrimas con los pulgares―. Y no quiero eso para ti. Matar se vuelve más fácil porque pierdes una parte de ti mismo cada vez. No quiero que nunca tu luz interior se pierda como la mía.
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Ella respiró profunda y temblorosamente. ―Tienes que irte. ―La besé una vez más―. Y me encontraré contigo. Su mirada me atravesó. ―No te volveré a ver, ¿verdad? Podría haberle mentido, pero ya sabía la verdad. Mi chaleco se hizo mierda gracias a la bala de Ramone, y no sabía cuántos hombres quedaban por matar. Las probabilidades habían mejorado, pero todavía no estaban a mi favor. Sacudí la cabeza. Ella se apoderó de mi rostro, su mano cariñosa pero firme. ―Inténtalo, ¿de acuerdo? Inténtalo por mí. ―Lo haré. Te lo juro. ―Le besé la frente―. Ahora vete. Tenemos que hacernos cargo de esta cosa antes que le salgan patas. Me abrazó fuertemente, luego retrocedió, sus ojos brillaban. ―Te amo. Llevaría sus palabras conmigo por las mandíbulas del infierno. Se volvió y apretó el brazo de Nate antes de caminar hacia el destruido vestíbulo. La seguí y la vi desaparecer en el día lluvioso, su forma oculta por la lluvia de niebla. ―No es eso una patada en las nueces. ―Nate se frotó la mandíbula. ―Vamos. ―Volví a cargar mi .45 y toqué la pistola secundaria en mi mano izquierda. Nate se acercó a la última puerta y se aplastó contra la pared a un costado. ―¿Por qué no abren muchachos? Los tiros salieron desde dentro, atravesando la puerta y partiéndola con una descarga feroz. Esperamos hasta que el tiroteo se volvió esporádico. Una vez que se calmó, Nate se levantó y dio una patada a la puerta. Lancé una granada de luz, cerré los ojos, oí el estallido, y luego corrí hacia adentro. Tres de los matones de Berty dispararon salvajemente a la puerta. Abatí a dos con tiros en la cabeza, mientras que Nate atinó al tercero en el pecho. Me enfurecí para encontrar a Berty, para hacerle pagar. ―¡Con! ―El grito de Nate me hizo volver la cabeza. Un chillido ahogado atrajo mi mirada. Nate estaba a mi derecha, su arma apuntando a Berty. Pero no solo Berty. El bastardo sostenía a una chica por la garganta, su cabello rubio y sus ojos azules desencadenaron un recuerdo que me detuvo el corazón. Sabrina. La chica a quien
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había salvado a pesar de la orden de Vince. Debe haberla secuestrado como una especie de seguro contra mí. Sus ojos se abrieron con reconocimiento mientras ella me miraba, y pareció debatirse aún más. Su pesadilla había cobrado vida justo delante de ella. ―Déjala ir. ―Traté de lograr un disparo directo a la cabeza de Berty, pero él seguía escondido detrás de Sabrina. ―De ninguna manera. ―Su mano temblaba mientras presionaba su arma a su oreja―. Baja las armas. ―No. ―Traté de encontrar algún sitio para hacer un disparo que lo abatiera antes que pudiera apretar el gatillo. Pero parecía experto en usar un escudo humano, incluso uno tan pequeño como Sabrina. Ella usaba un pijama con una banda de chicos. Debe de haberla raptado anoche. Solo esperaba que su familia estuviera viva. Si la sacaba de esto, necesitaría su apoyo para superarlo. Él la sacudió, y ella gritó a través de la mordaza en su boca. ―¿Crees que estoy bromeando? ¡La mataré! ―Está bien. ―No hubo otro movimiento. No tenía ninguna duda que la llevaría a la tumba con él―. Nate, hazlo. ―Me incliné y puse mi arma en el suelo. ―¡No, hombre! ―Nate mantuvo su cañón apuntando a Berty. ―Nate, haz lo que dice. La matará. ―Nos matará a todos. ―Nate sacudió la cabeza. ―¡La mataré ahora! ―gritó Berty y apretó el arma contra su cabeza. ―De acuerdo. De acuerdo. ―Nate extendió la mano libre, con la palma abierta, y se arrodilló lentamente en el suelo. Saqué un cuchillo de la correa del tobillo mientras Berty observaba a Nate. La satisfacción floreció en la cara de Berty cuando Nate dejó caer la pistola con un ruido hueco sobre la madera. Manteniendo la navaja aplanada contra mi muñeca, levanté mis manos, con las palmas hacia abajo. Tan pronto como Nate se puso en pie, Berty disparó un disparo en su pecho. Nate cayó hacia atrás, con los brazos extendiéndose hacia los costados mientras golpeaba el suelo. Sabrina gritó, y Berty la mantuvo agarrada contra su pecho, bloqueando cualquier intento de lanzamiento. Tenía que ponerla a salvo antes que pudiera lanzar el cuchillo. De lo contrario, la lastimaría. Berty levantó de nuevo el arma, esta vez apuntándolo hacia mi pecho.
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―Pensé que ibas a correr y salvar a la damisela en apuros, ¿eh? ―Berty sonrió y envolvió su mano alrededor de la garganta de Sabrina―. ¿Qué edad tiene esta? ¿Doce, tal vez? Me aseguraré que no llegue virgen a la tumba. No quisiera ser cruel. La venganza hervía dentro de mí mientras esperaba que hiciera un movimiento equivocado. Al menos el arma me apuntaba a mí en lugar de Sabrina. Di un paso hacia adelante. ―Déjala ir. No está involucrada en nada de esto. ―No des otro maldito paso. ―Berty incrustó los dedos alrededor de su cuello―. Ella está involucrada ahora. Es mía. La mantendré por un tiempo, me divertiré y luego la arrojaré a la misma tumba donde tú estés. Después de eso, voy a dar una última meada sobre sus cuerpos y olvidar que alguna vez existieron. ―Su dedo acarició el gatillo, pero su boca no había acabado―. ¿Esa pequeña florista tuya? ¿Dónde está? Apreté mi mandíbula. ―Muerta. Vince la mató. ―Seguro que lo hizo. ―Chasqueó su lengua―. No soy un tonto como mi viejo. Fue tonto al confiar en ti para empezar, tonto por alguna vez haberte dejado romper su trato para matar a esta pequeña perra, tonto por no haberte despachado apenas mataste a Serge. Pero yo no lo soy. Así que, tu puta novia se escapó, ¿eh? No por mucho tiempo. La perseguiré, la traeré de vuelta aquí y le daré el mismo tratamiento que Sabrina va a recibir. Pero no la mataré con rapidez ―se burló, con los ojos abiertos fijos en los míos―. Me tomaré mi tiempo. La cortaré en pedazos, poco a poco, hasta que no quede nada. ―Nunca la encontrarás. Es demasiado inteligente para ti. ―Ya veremos. ―Ajustó su mira, el cañón apuntó a mi cabeza. Esta era mi última oportunidad. No tenía un tiro directo, no había manera de abatirlo con el cuchillo, pero tenía que intentarlo. Su dedo dejó de acariciar el gatillo. ―Hasta luego, imbécil. Tiré el cuchillo escondido en la mano cuando sonó un disparo ahogado. La ventana a mi derecha se hizo añicos cuando mi hoja se clavó en el brazo de Berty. Se tambaleó hacia atrás y agarró su cuello. Sabrina cayó al suelo y se alejó lentamente de él, sus manos y pies atados volvían dificultoso el movimiento. Avancé y le arranqué la pistola a Berty. Golpearle con la pistola hasta que cayó de rodillas me dio una deliciosa satisfacción. Arranqué el cuchillo de su bíceps, lo que provocó un grito gorgoteante de su garganta.
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¿Qué diablos había pasado? La sangre salió del cuello de Berty y empapó su camisa. Agarré a Sabrina y la levanté en mis brazos, luego miré por la ventana. Charlie estaba fuera, la lluvia goteaba por su rostro mientras bajaba su arma. ¿Se había visto más hermosa? Qué jodida mujer. ―¡Entra! Asintió y apretó más la manta empapada alrededor de sus hombros. Senté a Sabrina en el suelo junto a Nate. Él no se movió. ―Oye. ―Golpeé su cara con el dorso de mi mano―. ¡Oye! Abrió los ojos y se llevó la mano al pecho. ―Creo que estoy muerto. ―Estarás bien. Kevlar. ―Me volví hacia Sabrina y saqué la mordaza de su boca. Se apartó de mi contacto. No la culpaba. ―Sabrina, no te voy a lastimar. Ella sacudió la cabeza y se alejó de mí hasta que su espalda golpeó la pared. ―Koshmar. Pesadilla. Hablaba con un perfecto acento americano, pero todavía recordaba la palabra rusa para mí. Me acerqué a ella. ―Estoy aquí para ayudar… ―N-n-no, por favor. ―Levantó sus manos para rechazarme. ―Estás asustándola ―gruñó Nate y me empujó. Sabrina se encogió cuando Nate se arrodilló frente a ella. ―Estás a salvo ahora. ―Él le tendió las manos―. Lo juro. Sus grandes ojos brillaron hacia mí y luego de nuevo a Nate. ―No te preocupes por él ―susurró Nate―. Todo va a estar bien. Ven. Ella sorbió por la nariz y se apoyó en sus brazos. La atrajo hacia él y le susurró algo al oído.
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―¿Ves? Me sale natural. ―Nate sonrió por encima de su hombro―. Ahora vuelve a tu mierda, Cashmere12. Me levanté y me dirigí hacia Berty. Se agarró el cuello con ambas manos. Me incliné y le registré, quitándole una pistola pequeña de una correa de tobillo. ―Sabes, podrías ser capaz de sobrevivir a eso. ―Señalé a sus manos mientras detenían el flujo de sangre. Apuntando su pequeña pistola a su rodilla, disparé, el pequeño sonido resonó por la habitación con paneles de madera. Él gritó. Me incliné, mi rostro a solo unos centímetros del suyo. ―Pero puedo garantizarte que no me sobrevivirás. ―Con. ―La voz más dulce del mundo llegó a mis oídos. ―No vas a ninguna parte, Berty. ―Sonreí―. Solo estoy empezando. ―Me levanté y me volví para ver a Charlie corriendo por el pasillo. Mi corazón se hinchó, latiendo por completo por una vez en su vida, y pasé junto a Nate y Sabrina, pasé por la puerta astillada y corrí hacia ella. Cuando nos tocamos, mi mundo estaba en el sitio correcto. Puse mis manos sobre sus húmedas mejillas y la inspeccioné mientras besaba cada centímetro de piel desnuda. ―¿Estás herida? ―No. ¿Lo estás tú? ―Pasó las manos por mi chaleco. ―Estoy increíble. ―La levanté, y la manta empapada cayó al suelo―. Perfecto gracias a ti. Ella miró atrás de mí, con preocupación en sus ojos. ―¿Está muerto? ―No. Ella tembló, y la estreché contra mi pecho y envolví mi chaqueta alrededor de ella. ―Pero lo estará. Me voy a tomar mi tiempo. Hacer que dure. Enterró su rostro en mi cuello. ―¿Es malo que crea que eso es sexy? La forma en que dices esas cosas. Lo es, ¿no?
Juego de palabras Cashmere: cachemira en español, suena parecido a lo que dice Sabrina Koshmar: pesadillas. 12
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―Fuiste hecha para mí. ―Tomé su cabello y halé de su cabeza―. Te quiero, con espinas y todo. ―Reclamé sus labios, quitándole el aliento y reemplazándolo con el mía. Necesitaba ser su aire, su vida. Vivir por ella, no había nada que hubiera deseado más.
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El sol se desvaneció sobre el pintoresco pueblo, y me apresuré a revisar las órdenes restantes. Dos arreglos para un funeral al día siguiente y un gran ramo de rosas de un esposo infiel para su amante. Me aseguré de dejar las espinas. Mientras ataba el lazo, miré por la vitrina de vidrio del frente hacia la tienda de herramientas cruzando la calle. Conrad estaba en el mostrador hablando con uno de los granjeros del pueblo. Debió de haber sentido mi mirada sobre él porque me miró, con una sonrisa en sus labios. Su cabello oscuro había crecido largo, pero la apariencia relajada le quedaba bien. Nos habíamos acomodado en nuestro pequeño pueblo del medio oeste, contando la historia que éramos de Nueva York y nos habíamos cansado de la vida en la gran ciudad. Señor y señora Hemlock. Conrad conocía a un tipo que nos dio nuevos documentos de identidad. Incluso habíamos sido registrados en la seguridad social. Saludé a Con y froté mi vientre en crecimiento. Jesse parecía haber salido con el par de piernas más fuertes posibles, basada en lo mucho que le gustaba patearme. Con había elegido el nombre, y lloré mientras pensaba lo feliz que sería mi hermana por el nombre. Mi espalda baja protestó cuando Jesse se acomodó, pero al menos sus pies no estaban golpeando ningún órgano importante. Una vez terminé con el arreglo de rosas, lo dejé en el enfriador y apagué las luces. Cerré la puerta principal y crucé la tranquila calle principal, los edificios mostraban su edad, pero todavía estaban ocupados por una amplia variedad de comerciantes. El cálido aire de verano prometía parrilladas y perezosas caminatas en los campos cerca a nuestra casa antes que llegara el otoño. No me di cuenta de lo mucho que amaba la quietud hasta que nos mudamos aquí. Pero encajaba con nosotros, y nunca había sido más feliz. Entré a la tienda, el olor a aserrín y aceite para maquina era pesado en el aire. ―Hola, cariño. ―Con sonrió, sus ojos azules brillando cuando aterrizaron en mí.
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―Bueno, supongo que mejor me voy a casa. La esposa se pone molesta si llego tarde a cenar. ―El señor Cosgrove estaba en el mostrador, su sombrero de ala ancha torcido sobre su cabeza. ―Gracias, señor Cosgrove. Debería tener esa parte para usted el viernes. Lo llamaré. ―Gracias. ―El señor Cosgrove inclinó su sombrero, su recubrimiento de cuero hablaba de una vida pasada bajo los campos soleados―. Un gusto verlo, señora Hemlock. ―¿Cuántas veces debo pedirle que me llame Charlie? ―Sonreí y le di un palmadita en la espalda mientras iba hacia la puerta, con una bolsa de semillas en su mano. ―Creo que un par de veces más. ―Sonrió e inclinó su sombrero―. Buenas noches. ―Buenas noches. ―Cerré la puerta tras él, luego fui hasta el mostrador. Conrad me miró, algo en su mirada era depredador. Me encantaba esa mirada. ―¿Cómo estuvo el negocio de las flores? ―Rodeó el mostrador y me llevó a sus brazos. ―Productivo. Si los ancianos siguen muriéndose en el pueblo, deberíamos tener suficiente dinero para esa bañera que quiero. ―¿Lo suficientemente grande para dos? ―Enterró sus labios en mi cabello, su cálido aliento envió el deseo disparado por mi cuerpo. ―Claro. ―Acaricié su más reciente tatuaje; rosas con tallos espinosos que crecían a un costado de su cuello. ―Me gusta cómo suena eso. ―Sus manos vagaron a mi trasero y agarraron mi vestido blanco de verano, y me reí contra él mientras intentaba alejarme. Me mantuvo justo donde quería. ―Todavía son horas laborales, señor Hemlock. ―Le sonreí―. No quiere asustar a los clientes, ¿verdad? Miró a la calle vacía. ―Creo que vamos a cerrar hoy temprano. ¿Qué dices? ―Se inclinó y presionó sus labios en mi garganta, luego pasó su lengua por mi piel. Suspiré y envolví mis brazos alrededor de su cintura. ―Creo que es un plan muy bueno.
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―Me alegra que estés de acuerdo. ―Besó mis labios, pero antes que pudiera besarme de la forma en que había estado fantaseando todo el día, la puerta se abrió. ―Bueno, pero si son mis dos tortolitos favoritos. Jadeé mientras Con me ponía tras él. Ramone estaba en la puerta, con una pistola en su mano y una sonrisa en su rostro arruinado. El costado derecho era una máscara inamovible, y una cicatriz iba por su ojo. ―¿Te gusta el nuevo look? ―Entró más a la tienda, sus ojos buscando los míos. Con se giró con él. ―¡No te muevas, Con! ―Su mano tembló, pero mantuvo el arma apuntada en nuestra dirección―. ¿Tienes idea de lo mucho que los he buscado? Difíciles de encontrar. Muy difíciles. ―Dio un paso más cerca. ―¿Alguien puso una recompensa por mí? ―Con mantuvo sus manos frente a él, intentando calmar a Ramone. Retrocedí lentamente. Una exhibición de pequeños martillos estaba al lado de la caja registradora en el mostrador. Ramone se rió, un costado de su rostro contorsionándose. ―A nadie le importas una mierda. Nate dio la orden de ni siquiera decir tu jodido nombre ahora que está a cargo. Quería matar a esa mocosa rusa también, pero él la ha tomado. ―Se encogió de hombros―. Tal vez porque maté a su familia. Pero no importa. Estoy aquí ahora. Y tú estás aquí ahora. ¡Y es hora de la jodida venganza! Me estiré por uno de los martillos. ―Y mi rostro. Eso fue tu culpa, Con. Toda. Tu. Jodida. Culpa. Músculos cercenados, pero no las terminaciones nerviosas. Puedo sentirla arder, puedo sentir el dolor de la bala como si hubiera sido ayer. ―Eso suena como una historia muy, muy triste, Ramone. ―Con apuntó a unas cubetas de pintura vacías cerca a la puerta―. ¿Viniste por uno de esos para poner tus lágrimas? Están en rebaja esta semana. Dos por uno. ―Eres un tipo gracioso. Muy gracioso. ―Ramone giró su mirada a mí―. ¿Vi una barriguita de embarazada cuando cruzabas la calle? Tragué con fuerza. Su media sonrisa hizo erizar mi piel. ―Sí, ¿verdad? ¿Entonces Con será papá? ¡Qué maravilla! Me alegra estar aquí para celebrar antes de tiempo. Te diré qué sucederá. Primero, voy a atarlos a ambos en la parte de atrás de tu bonita tienda de herramientas. Usaré tu cuerda, por supuesto. Estoy seguro de que es la mejor del pueblo. Luego voy a adelantarme y
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conoceré a tu pequeño. Sacaré a esa pepita para saludarla. Mientras te desangras, me pondré a trabajar en Con. Le cortaré la polla y la meteré por su garganta, para empezar. Retrocedí contra el mostrador. ―¿Te asusté? ―Se acercó―. No podemos permitir que la nueva mamá se asuste, en especial no el día del parto. Me enderecé y enganché el martillo en el bolsillo trasero de Con. ―No te tengo miedo, Ramone. ―Di un paso al costado de Con, llamando la atención de Ramone―. No tuviste los pantalones para matarnos cuando tuviste oportunidad. ―Cierra la puta boca. ―Movió el arma hacia mí―. Estoy aquí para terminar el trabajo, y esta vez lo haré bien. Con sacó su mano izquierda, escudándome. ―Déjala ir. Solo mátame, hijo de puta enfermo. ―Muy tarde para eso. ―Ramone se acercó―. Ahora, como dije, vine a comprar algo de cuerda. Antes que pudiera parpadear, Con incrustó la parte posterior del martillo en la garganta de Ramone. Le arrancó el arma a Ramone de la mano y le disparó en la cara, luego se giró hacia mí. ―¿Charlie? ¡Oh mierda, Charlie! ―Presionó su mano en mi vientre mientras la sangre empapaba el blanco de mi vestido. *** Las maquinas del hospital pitaron, sacándome de mi intermitente sueño. ¿Por qué estaba aquí? Una imagen de Ramone destelló en mi mente: el arma en su mano, su rostro deformado. Luego Con, su piel pálida y sus ojos ensanchados mientras me cargaba a emergencias. Bajé la mano y sentí mi vientre. La barriga se había ido. Las lágrimas quemaban mis ojos. Mi bebé. Mi Jesse había sido alejada de mí de nuevo. Un sollozo me sacudió mientras intentaba abrir los ojos. ―Oh, gracias Dios. Gracias a Dios. ―La voz de Con. Luché por mirarlo, pero la niebla finalmente se aclaró lo suficiente para ver su rostro. Sus ojos estaban húmedos, sus mejillas pálidas de preocupación. ―Estoy aquí. Besó mi mano una y otra vez.
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―Gracias. Gracias. No podía comprenderlo todo. ¿Cuánto había estado aquí? ―¿Qué pasó? ―Intenté girarme a él, pero mi cuerpo no respondió. Se limpió sus ojos. Nunca lo había visto llorar. Algo en sus lágrimas rompió una pieza de mí y me hizo llorar más. ―Perdiste mucha sangre y entraste en shock. Tuvieron que sedarte. Transfusiones por dos días, y no estaban seguros si saldrías de esto. El cuarto estaba borroso, como en una niebla. Él siguió besando mi mano, sus cálidos labios asegurándome que tal vez todo estaría bien. Siempre y cuando no pensara en Jesse, lo estaría. ―Iré por el doctor. Hace ronda a la seis. ―La voz de una mujer, pero no podía verla. ―Estarás bien. ―Él se levantó y se inclinó sobre mí, la luz de sus ojos tan cautivadora como el primer día en que los vi. ―Pero Jesse… ―Mi voz se atoró con un sollozo. ―Está aquí. ―Con se dio vuelta―. ¿Puede traerla? ―Claro. ―La voz de otra mujer y el chillido de zapatos sobre el suelo―. Aquí está: la pequeña señorita Jesse Rose Hemlock. Parpadeé con fuerza, luego parpadeé de nuevo para tratar de aclarar mi visión cuando la enfermera dejó a la bebé en mis brazos. Con me ayudó a sujetarla. Ella alzó su mirada, tal vez incluso más consciente que yo, e hizo un ruido de arrullo. ―¿Está viva? ―La miré, insegura que fuera real. ―Sí. ―Con peinó mi cabello lejos de mi frente―. ¿No recuerdas? Entraste en labor antes, y vinimos. Pero tuvieron que hacer una cesárea de emergencia cuando se dieron cuenta que Jesse venía de nalgas. ―Pero… ¿Ramone? Frunció el ceño. ―No, cariño. Eso sucedió hace meses. Perdiste el apéndice, pero eso fue todo. ¿Recuerdas? ―¿Está hablando de ese incidente de robo? ―La voz de la enfermera―. Debe estar confundida. Una vez que la anestesia pase, se aclarará. ―El bebé está bien. Está bien. ―Con sonrió y besó mi frente―. Y ahora tú también.
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La niebla empezó a aclararse, y mis recuerdos se acomodaron. La muerte de Ramone, mi herida, los meses que Con y yo habíamos esperado por la llegada de Jesse. Había pintado su cuarto de un tenue rosado, y yo había pintado a mano flores a lo largo de los zócalos mientras Con me regañaba por esforzarme. ―Lo recuerdo. Ahora recuerdo. ―Moví mi mano y acaricié su suave mejilla―. Es hermosa. ―Perfecta como la madre. ―Con nos sonrió. *** ―¡Mira, mami! ―Jesse corrió, con sus lentes torcidos y un frasco de vidrio en su mano. ―¿Qué encontraste esta vez? ―Miré el frasco. Dentro había un pequeño lagarto verde. Este parpadeó y dio vueltas en círculos. ―Lo encontré bajando por el arroyo. ―Sonrió, sus ojos azules claros brillando bajo la luz del sol―. ¡A papá le encantará! ―Llegará pronto a casa. Vamos adentro a lavarnos. Bo, ven, hombrecito. ―Levanté a Bo de su manta de juegos y lo cargué dentro mientras Jesse lideraba el camino con su lagarto. Luciérnagas empezaron a brillar en el campo mientras el sol se escondía tras la línea de árboles separando nuestra propiedad de la siguiente. ―¿Vas a decirle que le diste a todas las latas? ―Jesse subió al lavabo y abrió el grifo. ―No. ―¿Por qué no? ―Lavó sus manos mientras ponía a Bo en su silla alta. ―Lastimará sus sentimientos. ―¿Por qué? ―Ajustó sus lentes y me miró mientras abría el refrigerador. ―Porque la última vez que él le disparó a las latas, falló la última. No es bueno alardear. ―Pero les diste a todas. Eso significa que eres mejor tiradora. Quiero decirle. ―Se sentó en la mesa le hizo muecas graciosas a Bo mientras él babeaba y sonreía. ―Como dije, no quiero lastimar sus sentimientos. ―Cerré el refrigerador para encontrar a Con de pie en la puerta de la cocina, sonriendo. ―Mejor tiradora, ¿eh? ―Estiró la mano y me agarró de la cintura, acercándome. ―Ugh, ¿van a besarse de nuevo? ―Jesse se levantó y fue a la sala de estar―. Conseguí un lagarto ―gritó sobre su hombro.
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―Bien hecho, bebé. ―Con se inclinó y mordió mi cuello―. ¿Entonces le diste a todas las latas? ―No iba alardear ni nada. ―No pude contener la sonrisa que siempre ponía en mi rostro. ―¿Hay algo en lo que sea mejor que tú? ―Besó un camino hacia mi pecho, pasando su lengua sobre las ondulaciones de mis pechos bajo la blusa. ―Puedo pensar en un par de cosas. ―Envolví mis manos en su cuello, y me levantó sobre la mesa al lado de Bo. Acunó uno de mis pechos y agarró mi cabello con su otra mano. ―Los niños se irán a dormir temprano esta noche. ―Se inclinó más cerca hasta que sus labios rozaron los míos. ―¿Sí? ―Sí, porque deben estar profundamente dormidos para cuando grites mi nombre contra la palma de mi mano. El calor me atravesó mientras nos besábamos, su boca diciéndome que siempre me encontraría, me protegería, y más importante… viviría por mí.
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Celia Aaron es una abogada de restitución de bienes a quien le encanta y el romance y la ficción erótica. De oscuro a claro, de angustia a diversión, de realidad
a fantasía; si es sexy y le atrae, lo escribe. Gracias por leer.
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