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Sinopsis ........................................................................................................................... 5 Nota de la autora ........................................................................................................... 6 Prólogo ............................................................................................................................ 8 1 ...................................................................................................................................... 18 2 ...................................................................................................................................... 26 3 ...................................................................................................................................... 30 4 ...................................................................................................................................... 39 5 ...................................................................................................................................... 47 6 ...................................................................................................................................... 52 7 ...................................................................................................................................... 58 8 ...................................................................................................................................... 65 9 ...................................................................................................................................... 75 10 .................................................................................................................................... 83 11 .................................................................................................................................... 90 12 .................................................................................................................................... 97 13 .................................................................................................................................. 111 14 .................................................................................................................................. 117 15 .................................................................................................................................. 127 16 .................................................................................................................................. 140 17 .................................................................................................................................. 154 18 .................................................................................................................................. 165 19 .................................................................................................................................. 174 20 .................................................................................................................................. 185 21 .................................................................................................................................. 193 22 .................................................................................................................................. 199 23 .................................................................................................................................. 208 24 .................................................................................................................................. 214 25 .................................................................................................................................. 221 26 .................................................................................................................................. 227
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27 .................................................................................................................................. 233 28 .................................................................................................................................. 245 29 .................................................................................................................................. 251 30 .................................................................................................................................. 259 31 .................................................................................................................................. 266 32 .................................................................................................................................. 272 Epílogo ........................................................................................................................ 277 Sobre la autora............................................................................................................ 286
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Una ciudad nueva. Una identidad nueva. Embarazada y sola. Y lejos de un pasado que nunca podrá encontrarme.
Malhumorado. Hosco. Imbécil. Y mi vecino nuevo. No tengo ningún interés en hacerme amiga de River. Y definitivamente no quiere ser mi amigo. Pero entonces, me ayuda a rescatar a un perro abandonado. Y ese día, veo algo en sus ojos que se refleja en los míos.
Conozco bien todas esas cosas. Una amistad indeseada e inesperada que de alguna manera funciona, florece. Luego, sin previo aviso, se convierte en algo más. River y yo tenemos nuestros secretos, y está bien. Porque lo entiendo. Y él me entiende. Por primera vez en mi vida, tengo algo que nunca pensé que tendría: felicidad.
No para personas como yo. Especialmente no cuando mi pasado está esperando a la vuelta de la esquina, listo para venir y llevárselo todo.
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Estimado lector, Siempre he sido una creyente de no poner advertencias en mis libros porque me gusta el elemento sorpresa cuando se trata de contar historias. Pero también entiendo que no todo el mundo es como yo y los desencadenantes son una cosa muy real, y la última cosa que querría hacer es causarle angustia a nadie, de ahí la razón de esta nota. River Wild es en última instancia una novela romántica, pero también cubre los temas difíciles de abuso infantil así como violencia sexual y doméstica. Esta historia es una de supervivencia, redención y curación, encapsulada por el amor. Todo mi corazón y alma van en este libro. Espero que, si decides leerla, adores la historia de River y Carrie tanto como yo. Con mucho amor,
Samantha.
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Los monstruos acechan a plena vista. Llevan ropa normal. Tienen caras normales. Trabajan en trabajos normales. Viven vidas normales. Pero el monstruo siempre está ahí. Al acecho, bajo su piel normal. Esperando su momento. Y cuando llega su momento. Y se libera. No lo verás venir. Pero yo lo haré. Y estaré listo.
—
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RIVER Ocho años Es domingo. Odio los domingos. Los domingos es cuando mamá va a la reunión semanal del club de lectura. Los domingos entre las cinco y las siete de la tarde es cuando mamá no está en casa. El domingo entre las cinco y las siete de la tarde es cuando él me lastima. Pero no puedo decirle a mamá que me lastima. Me dijo que también la lastimaría si se lo contaba. Dijo que de todos modos nadie me creería. Porque es importante. Mi padrastro es la persona a la que le dices cuando alguien te lastima. Es policía. Se supone que la policía es buena. Pero él no es bueno. Es malo. Estoy en el patio trasero, jugando con la pelota nueva de baloncesto que mamá me compró para mi octavo cumpleaños la semana pasada. Se fue hace cinco minutos. Sé lo que va a pasar.
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Pronto me hará entrar. Me obligará a hacer cosas que no quiero hacer. Me hará cosas. Lanzo la pelota al aro que cuelga del costado de la pared del garaje. Entra. Golpea el suelo de cemento con un ruido sordo. Me acerco y la recojo. La lanzo de nuevo. Golpea. —River, entra —llama desde la cocina. Odio su voz. Lo odio. Cierro los ojos. No. La pelota rueda hacia mí, chocando contra mi pie. —Ahora —gruñe. Tomo un respiro. Abro mis ojos. Levanto mi pelota, abrazándola contra mi pecho. Entro lentamente, avanzo a la cocina. Está de pie contra la encimera de la cocina. —Cierra la puerta —me dice. Obedezco, me giro y cierro la puerta trasera. —Ven aquí. No quiero. Por favor, no me obligues. —No me hagas decírtelo dos veces. Sabes lo que pasará si lo haces. Me doy la vuelta y me acerco a él. Me empieza a doler el estómago. Sostengo la pelota más fuerte contra mi pecho. Me detengo a unos metros de él.
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No lo miro. Pero sé que me está mirando. Se estira, me quita la pelota y la coloca en la encimera detrás de él. Allí están las habituales botellas vacías de cerveza. También veo el cinturón de su pistola sobre la encimera. Su arma aún está ahí. Nunca la deja así. Siempre está en su caja fuerte. ¿Por qué está ahí? Mi corazón comienza a latir más rápido. —Hoy vamos a jugar algo nuevo, River.
Mi papi nuevo vino y se sentó junto a mí en el piso de mi habitación. —¿Quieres jugar un juego, River? —¿Un juego? —pregunté emocionado—. ¡Amo los juegos! ¿Qué tipo de juego? Se inclinó más cerca de mí. Olía a sudor y cerveza apestosa. No me gustó la forma en que olía. —Bueno, este es un juego secreto —susurró—. Solo los chicos buenos pueden jugarlo. —¡Soy un chico bueno! La señorita Clarke dice que soy el chico mejor educado de su clase. La señorita Clarke era mi maestra en primer grado. Me gustaba. Olía bien. También era bonita, pero no tan bonita como mi mamá. Nadie era tan bonita como mi mamá. —Está bien, pero si jugamos a este juego, tienes que prometer que no le dirás a tu mamá que jugamos. —¿Por qué no? —Porque es un juego secreto. Uno que las mamás no pueden conocer. —Está bien. —¿Promesa de meñique?
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—Promesa de meñique. Entonces, ¿cómo se llama el juego?
Empieza a desabrocharse los pantalones. Aparto la cara. Me quedo mirando la imagen clavada en el frigorífico. Lo dibujé el viernes en la escuela para mamá. Es una imagen de un cachorro. En serio quiero un cachorro. Escucho el sonido metálico de su hebilla. La cremallera bajando. Mi cuerpo empieza a temblar. —River. Por favor, no me obligues a hacer esto. Su mano toma mi brazo y me atrae hacia él. Su hedor habitual a cerveza y sudor me golpea. Me siento enfermo. —Mírame, niño. Obligo mi rostro en su dirección. Miro la pared detrás de él. No puedo verlo. —Hoy vamos a hacer algo diferente. Ya sabes cómo, cuando eres un chico bueno conmigo, papi te da ese regalo especial. Cierro los ojos. —Bueno, vas a hacer eso por mí. —P-por favor… n-no q-quiero —susurro. Me da una bofetada en la cara. Empiezo a llorar. Me abofetea de nuevo, esta vez más fuerte. Agarra mi cara, pellizcando mis mejillas con los dedos. —Abre los ojos, niño. Hago lo que me dijo. Las lágrimas corren por mi rostro. —Mierda, deja de llorar. Solo lloran los bebés. ¿Eres un bebé, River?
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—N-no. —Entonces, deja de actuar como tal. —Su rostro está rojo brillante. Sus ojos están desorbitados. Sus dedos aprietan mi cara, lastimándome más—. Harás lo que te diga, niño. Porque, si no lo haces, sabes lo que pasará.
—N-n-no quiero jugar más este j-juego —susurré—. N-n-no creo que me guste. —¿Sabes lo que les pasa a los niños que rompen sus promesas, River? Negué con la cabeza. —Van a la cárcel, y nunca vuelven a ver a sus mamás. —¡No quiero ir a la cárcel! ¡Por favor, no me lleves a la cárcel! —No lo haré mientras hagas lo que te digo. ¿Harás exactamente lo que te diga papi, River? Miré al suelo. Mi cabello cayó sobre mis ojos. Se mojó por mis lágrimas. —Sí, señor —susurré.
—¿Qué pasará, River? Me obligo a mirarlo a los ojos. —Iré a la cárcel. Nunca volveré a ver a mamá. Se quedará sola contigo, y no tendrás más remedio que lastimarla. Él sonríe. Me hace odiarlo más. —¿Eso es lo que quieres? ¿Quieres que lastime a tu mamá, River? Tomo un respiro. —No, señor. —Eso pensé. Acaricia sus dedos por mi mejilla. Aprieto los dientes.
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—Ahora, voy a sentarme a la mesa de la cocina. Vas a traerme una cerveza de la nevera. Cuando termine de beberla, comenzará nuestro juego. ¿Entendido? —Sí. Me giro y camino hacia el refrigerador. Me tiembla la mano cuando abro la puerta. La aprieto para que se detenga. Luego, busco dentro y tomo una cerveza del estante superior. Quito la tapa y la arrojo a la basura, intentando prolongar lo inevitable. Cuando me doy la vuelta, vuelvo a ver su arma. Está justo ahí, en la encimera. Lo miro. Está sentado en mi silla a la mesa. Mi silla. La retiró de la mesa y la giró, de modo que esté frente a mí. También se ha quitado los pantalones. Solo lleva su camisa. Mi interior se aprieta. La botella tiembla en mi mano. Mis ojos vuelven a la pistola en la encimera. —¿Qué estás esperando, niño? —ladra—. Ven aquí.
13 —River, ven aquí. —Su mano golpeó la cama en la que estaba sentado. La cama de mamá. Nunca antes me había traído aquí para jugar sus juegos. Siempre fue en mi habitación. No quería hacer esto. Aquí no. Mis manos empezaron a temblar. Ahora hacían mucho eso. Especialmente los domingos. Curvé mis dedos en mi palma hasta que mis uñas comenzaron a lastimar mi piel. —Ahora, River.
Caminé hacia la cama y me paré frente a él. Él sonrió. Enterré mis uñas más profundamente en mi piel.
—¡River, no volveré a decírtelo! ¡Trae tu trasero aquí! ¡Ahora! —¡No! —grito. Es como si un rayo acabara de golpear la habitación. Nunca antes le he dicho que no. Todo mi cuerpo se estremece de miedo. Se pone de pie. —¿No? —Y-yo… —¿Te atreves a decirme que no, niño? Abro la boca, pero no salen palabras. Mi corazón está latiendo tan rápido. Estoy tan asustado. Clavo mis uñas en la palma de mi mano libre hasta que siento que la piel se rompe. Mis ojos se lanzan al arma en la encimera.
14 —River, es hora de jugar, y papi tiene hoy un juego nuevo para nosotros.
—Maldita sea, no lo creo. ¡Ahora, trae tu trasero aquí, niño! Mi mano se aprieta alrededor de la botella de cerveza. Llevo mis ojos a los suyos. —No —digo nuevamente. Su rostro se vuelve estoico. Su cabeza se inclina hacia un lado. —Las reglas han cambiado, River. Me dices no una vez más, y mataré a tu mamá al momento en que cruce la puerta. Y, en lugar de ir a la cárcel… te mantendré aquí conmigo. Solo estaremos tú y yo, solos, en esta casa. Y te haré lo que quiera, cuando quiera. Solo piénsalo… podría
guardar mi porra en tu funda todos los malditos días si quisiera. —Se pasa el dedo por los labios, sonriendo—. De hecho, me gusta más esa idea… así que, tal vez de todos modos mate a tu mamá… —¡No! —grito. Entonces, la cerveza está en el suelo y su pistola está en mis manos. Y la estoy apuntando a él. Sus ojos se abren por un momento. Luego, se ríe. El sonido me lastima en los oídos. —¿Y qué crees que vas a hacer con eso, eh? Mis manos están temblando como un terremoto. El arma es tan pesada. —Yo-yo… —Yo-yo —se burla—. ¿Tú qué, niño? Habla alto. —Acuna su oreja, burlándose de mí. —¡Q-quiero que te v-vayas! —grito, levantando el arma más alto. Me duelen los brazos. Su cabeza se inclina hacia un lado. —¿Irme? No voy a irme, River. Nunca te dejaré. Eres mi niño especial. Y papi ama mucho a su niño especial.
—Eres tan bueno, River. Tan especial. Es hora de jugar un juego nuevo.
—¡Detente! ¡Solo detente! —grito. Me duele mucho la cabeza. Todo duele. Solo quiero que deje de doler—. ¡Solo quiero que te detengas! ¡Déjame en paz!
—N-no… q-quiero j-jugar más. Su mano agarró mi cabeza, y empujó mi cara contra la almohada. —Silencio. Estás arruinando el juego.
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No había aire. No podía respirar. Mamá, ayúdame, por favor. Su mano soltó mi cabeza. Giré el rostro hacia un lado y tomé aire. —No me gusta que me hayas obligado a hacer eso. —Pasó su mano por mi cabello, alisándolo—. ¿Ahora serás un chico bueno? Una lágrima rodó por mi mejilla. —Sí, señor.
—No vas a dispararme, River. Así que, baja la puta pistola. —Yo-yo…
El olor a cerveza… Lágrimas calientes en mi cara… No puedo respirar… Estoy asustado… Que pare…
—¡Baja la maldita pistola, pequeña mierda! —me grita, acercándose un paso. —¡N-no t-te a-acerques más! —grito. Sostengo el arma más alto. Me duelen los brazos. Pero no puedo bajarla. Si la bajo, él… él me hará daño otra vez. Hará daño a mamá. Estoy tan asustado. No sé qué hacer. —¡Ya-ya n-no q-quiero j-jugar contigo! ¡Por favor, déjame en paz!
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—¡Déjame en paz! —imita—. Deja de ser un puto llorón. Esto es lo que hacen los niños por sus papis. Esto es lo que hice por mi papá cuando tenía tu edad, ¡y no lloré por eso! ¿Tienes idea de lo difícil que es mi vida, niño? ¡Estoy ahí afuera, arriesgando mi vida todos los malditos días, ganando dinero para ponerte la ropa que llevas puesta y comida en tu ingrata barriga! ¡Ahora, haz lo que te dice tu padre y baja esa pistola!
Estoy tan asustado… No puedo respirar… —Ese es mi chico bueno, River. Papi te quiere. Papi te quiere mucho.
—¡No eres mi papá! —grito—. ¡Te odio! ¡Te odio! ¡Te odio! Siento que el arma se desliza en mis manos. La agarro con más fuerza. ¡Bang! Mi cuerpo se sacude hacia atrás. Mi padrastro… está ahí parado, observándome. Su mano está presionada contra su estómago. Aparta la mano, y hay una mancha roja en su camisa blanca. La mira. —M-me disparaste maldito —tartamudea. Nunca tartamudea—. ¡Voy a matarte! —Se tambalea hacia adelante. ¡Bang! ¡Bang! ¡Bang! Mi padrastro ahora está en el suelo. Hay sangre por todas partes. El arma cae de mis manos. Miro hacia arriba, y mamá está parada en la puerta. Parece asustada. Comienza a llorar. —¿Qué has hecho, River? —susurra. Nos salvé, mamá. Nos salvé.
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ANNIE Echo un vistazo al hombre sentado frente a mí en la mesa de la cocina. El hombre con el que me casé hace siete años. El hombre que odio. Lo miro con cada gramo de mi desprecio y odio ocultos. Voy a dejarte. Las palabras resuenan en mi cabeza. Ojalá pudiera decir esas tres palabras en voz alta. Pero no puedo. El miedo y otras cien razones aterradoras las mantienen encerradas a salvo dentro de mi cabeza. Mi dedo se eleva a mi cara, tocando suavemente la hinchazón en mi pómulo, bajando hasta mi labio partido. Me ve tocándome la cara. Frunce el ceño. Dejo caer mi mano. La paliza de anoche fue mala. Me golpeó en la cara. Eso sucede con menos frecuencia hoy en día. No quiere que la gente cuestione los moretones en mi cara. Así que, cuando me golpea, los golpes son en mi cuerpo. Por lo general, la única violencia que ocurre durante el sexo es cuando me estrangula. Le gusta hacer eso a menudo. Pero anoche me golpeó mientras tenía sexo conmigo. O, como debería llamarlo, violarme.
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Porque eso es lo que es. Al principio, no me di cuenta que era una violación. Pensé que, para ser violada, tenías que decir que no. Quizás incluso intentar contraatacar. Nunca he hecho ninguna de esas cosas. Pero no era como si pudiera decir que no. Tenía demasiado miedo para hacerlo. Y, si le hubiera dicho que no, de todos modos habría tomado lo que quería. Pero me alegra que me golpeara como lo hizo anoche porque no puedo arriesgarme a un golpe en el estómago. Ahora no. Estoy embarazada. Embarazada de un bebé del que él nunca sabrá. Hace solo unos días descubrí que estoy embarazada. Por eso finalmente me voy. Por qué finalmente tengo el coraje de dejarlo. Porque ya no solo soy yo. Tengo un hijo que proteger. Sé que la gente pensará que debería llamar a la policía. Que lo arresten por lo que me ha hecho. Pero Neil es la policía. Detective Neil Coombs. Muy respetado y admirado por sus compañeros. Se esperaba que llegue a ser Jefe de Policía algún día. Obtuvo una Medalla al Valor el año pasado. Sin embargo, golpea a su esposa regularmente. Intenté llamar una vez a la policía, hace mucho tiempo, al principio. Y no me ayudaron. Porque todos son tan sucios y corruptos como él. Entonces, estoy haciendo esto de la única manera que puedo. Me estoy cambiando de nombre, y voy a desaparecer. Lo único bueno de tener un marido bastardo abusivo, que es policía, es cuando es un policía sucio al que los delincuentes le pagan para hacer la vista gorda a lo que hacen.
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Neil cree que no tengo ni idea de lo que hace. Pero sé más de lo que él se da cuenta. Y ese dinero sucio que le pagan, que no puede poner en el banco, ya que daría lugar a dudas, lo guarda en la caja fuerte que tiene escondida en el escritorio de su oficina. La caja fuerte que él cree que no conozco. Pero la conozco. Y esa será mi forma de salir de aquí. No quiero llevarme su dinero. Ojalá no tuviera que hacerlo. Ojalá pudiera ser ética y moral, pero no tengo otra opción. No tengo dinero propio. Neil nunca me ha dejado trabajar. Al principio, pensé que era porque me amaba y quería cuidarme. Me di cuenta rápidamente que solo era otra forma de controlarme. Si no tenía dinero, no podía irme. Así que, tomaré su dinero y me iré. Neil se levanta de la mesa. Veo la pistola en su cinturón, como lo hago todos los días, y aún me da un vuelco en el estómago. Neil saca su chaqueta del respaldo de su silla y se la pone. Me paro y lo sigo hasta la puerta principal, como hago todas las mañanas. Porque me han condicionado a hacerlo. Pero no después de hoy. Nunca más. Se detiene en la puerta y se vuelve hacia mí. Me preparo. Su mano se levanta a mi cara. Me estremezco. La satisfacción en sus ojos se desliza a través de mí, y lo odio aún más en este momento de lo que nunca lo he odiado.
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—No voy a hacerte daño, Annie. —Agarra mi barbilla con el pulgar y el índice. Me pongo tensa mientras veo sus ojos trazando el moretón en mi pómulo. Mi labio partido. Hace un tiempo, solía haber remordimiento en sus ojos. Ahora, no hay nada. —Anoche me dejé llevar. Quédate en casa hoy. Recogeré la cena de camino a casa esta noche. —Está bien —respondo. —Buena chica. Presiona un beso castigador en mis labios, el corte en mi labio ardiendo dolorosamente, pero no reacciono al dolor, y escondo las náuseas dentro de mí. La sensación de malestar que tengo cada vez que me toca. Solo respondo a su beso como siempre lo hago. Es más importante ahora más que nunca el no estropearlo. No quiero que sienta el indicio de algo diferente conmigo. Da un paso atrás, soltando su agarre en mi barbilla. Te odio. —Qué tengas un buen día. —Sonrío. Obligado pero practicado. Abre la puerta para salir. —Lo digo en serio, Annie. No salgas hoy. —No lo haré. Lo prometo. Solo vete. Atraviesa la puerta. La anticipación elevando mi ritmo cardíaco. Después, se detiene y se vuelve para mirarme por encima del hombro. Mi estómago se aprieta de miedo. No por mí. Dejé de temer por mi propia vida hace mucho tiempo.
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Cuando ya no le temes a la muerte y la deseas, no tienes nada que perder. Pero ahora voy a tener un bebé; ya no es solo mi vida. Le debo a mi hijo darle la mejor oportunidad en la vida. —¿No te olvidas de algo? —habla con voz áspera, y arquea las cejas. Rayos. Rayos. Rayos. —Te amo —le digo, tragando pesado nerviosamente. Me mira fijamente por lo que se siente como una eternidad, su expresión cuestionadora. Mantengo mi expresión y mi cuerpo tan quietos como puedo, deseando que mi corazón disminuya sus latidos acelerados. Entonces, finalmente, después de lo que parece una eternidad, dice: ―Te amo, Annie. Hasta que la muerte nos separe. —Hasta que la muerte nos separe —repito la mentira con facilidad. Nunca más, jamás. La puerta se cierra detrás de él. Dejo escapar un suspiro silencioso. Uno que he estado conteniendo toda la mañana. Me paro aquí, escuchando. Esperando. El motor de su auto arranca. Lo escucho alejarse. Espero un poco para asegurarme que se ha ido definitivamente. Y luego entro en acción. Corro escaleras arriba y me visto rápidamente con unos jeans y una camiseta, y después deslizo mis pies en mis zapatillas. Agarro mi vieja bolsa de lona de cuero marrón del armario. En la que traje mi ropa y mi caja de recuerdos cuando me mudé de mi hogar de acogida a los dieciocho años y me mudé con Neil. No tengo familia. Soy una niña adoptiva. Me separaron de mi prostituta madre adicta a las drogas cuando era una bebé y me colocaron en un hogar de acogida. Nunca se supo quién era mi padre. Probablemente uno de sus clientes.
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Supongo que por eso caí en los brazos de Neil y miento tan fácilmente. Él era mayor. Maduro. Y yo estaba desesperada por la estabilidad. Una familia propia. Tenía dieciocho. Recién salida de la escuela y con la esperanza de comenzar la universidad comunitaria. Me asaltaron una noche, caminando a casa desde el metro. Neil pasaba caminando cuando sucedió. Estaba fuera de servicio en ese momento. Atrapó al tipo y lo arrestó. Recuperé mi bolso y conseguí una cita con un apuesto policía mayor para la noche siguiente. Me mudé con él una semana después. Mi pesadilla comenzó seis meses después cuando me golpeó por primera vez. La noche después de casarnos. Antes de eso, había sido tan maravilloso. No podía creer que este chico increíble quisiera estar con alguien como yo. Ahora, me doy cuenta que era un blanco fácil. Fácil de manipular y controlar. Pensé que tenía suerte de tenerlo cuando, en realidad, era lo peor que me había pasado. Entro en mi armario y saco mi caja de recuerdos. Tiene algunas cosas adentro, como nuestro certificado de boda. Un talón de entrada de nuestra primera cita en el cine. El corcho de champán de cuando me pidió que me casara con él. Todas esas cosas pueden ir a la basura por lo que a mí respecta. Lo abro y saco las dos cosas que necesito que me ayudarán a desaparecer. La cédula de identidad y el acta de nacimiento con mi nombre nuevo. Lo guardo en el bolsillo interior con cremallera de la bolsa de lona y lo sujeto bien. Después, tomo la ropa y ropa interior que ya había planeado llevarme y las pongo en la bolsa de lona. No tiene sentido llevar demasiado
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conmigo. Menos para cargar, y de todos modos pronto no me quedará esa ropa. Ato mi largo cabello rubio en un moño apretado, y luego me pongo una gorra de béisbol por encima. Entro a nuestro baño y tomo mi cepillo de dientes, pasta de dientes y otros artículos de tocador y los guardo en mi bolsa de cosméticos. Eso va en la bolsa de lona con mi ropa. Llevo la bolsa al piso de abajo y entro en la oficina de Neil. El silencio es inquietante. Odio aún más esta habitación. Aunque sé que estoy sola, un escalofrío aún me recorre. Aún tengo miedo de que vuelva a aparecer en casa y me atrape. Camino rápidamente hacia su escritorio y me agacho, poniendo mi bolsa a mi lado. Abro la puerta del escritorio. Empujo las carpetas apiladas frente a la caja fuerte, dejándolas en el suelo. Saco la llave del escritorio de mi bolsillo. Tuve que robarle la llave, copiarla y volver a guardarla antes de que él supiera que se había ido. El día que lo hice fue uno de los más aterradores que haya tenido, y había pasado los últimos siete años teniendo miedo. Estaba aterrorizada de que me encontrara, y eso sería todo para el bebé y para mí. Pero no lo hizo, y esto está sucediendo. Voy a conseguir el dinero y salir de aquí, y todo va a estar bien. El miedo me golpea. ¿Y si el dinero no está? ¿Y si lo sacó por alguna razón? Supongo que solo hay una forma de averiguarlo. Bueno, de cualquier manera, aún me iré. No voy a pasar otro día aquí con él. Solo tendré que pensar en algo más. Abro la caja fuerte, conteniendo la respiración. Y exhalo. El dinero aún está aquí.
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No sé exactamente cuánto dinero hay aquí. Supongo que, cientos de miles. Todo lo que necesito es suficiente para sacarme de aquí y pagar el alquiler hasta que pueda conseguir un trabajo, que calculé serían unos seis mil. Sé que probablemente tendré que pagar al menos seis meses de alquiler por adelantado porque no tendré una referencia para darles. Pero… ¿y si nadie me contrata porque estoy embarazada? ¿Y si me quedo sin dinero, nadie me da un trabajo y no puedo pagar el alquiler? Dios. Me odio por lo que estoy considerando hacer. Respiro hondo, conteniéndolo. No es como si no te debieran, Annie. Lo sé. Pero no quería que sea así. Quería poder cuidar al bebé yo misma. Ganar mi propio dinero. Y lo harás, pero ahora mismo, necesitas dinero, sin importar de dónde venga. Dejo escapar el aliento que estaba conteniendo y saco diez mil de la caja fuerte. Donaré lo que no use a un refugio para mujeres. Cierro la puerta de la caja fuerte, bloqueándola. Vuelvo a colocar las carpetas al frente y cierro la puerta del escritorio. Llevo la bolsa al pasillo y la dejo en el suelo. Saco mi chaqueta del armario de abrigos y me la pongo. Vuelvo a levantar la bolsa de lona y me cuelgo la correa larga del hombro. Mi celular aún está en la mesilla de noche. Puede quedarse ahí. Ya no lo necesitaré. Si me lo llevo conmigo, Neil lo rastrearía para encontrarme. Salgo por la puerta principal, dejo atrás a Annie Coombs y me convierto en Carrie Ford.
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CARRIE La verdadera Carrie Ford murió hace cinco años en un accidente automovilístico. Tenía veinticinco años. La edad que tengo ahora. Nos parecemos, la misma piel pálida, los mismos ojos azules, pero ella tenía un hermoso largo cabello rojo, mientras que el mío es rubio. Pero las mujeres cambian el color de su cabello a menudo, así que puedo pasar por ella. Nunca la conocí, a Carrie. Era la nieta de la única amiga que tengo. La amiga que mi esposo no sabe que tengo. Neil nunca me ha permitido tener amigos. Pero necesitaba a alguien, y la señora Ford es increíble. Vive en la casa tres puertas más abajo. Tiene setenta y tantos años y es la señora más dulce que jamás hayas conocido. Nos hicimos amigas cuando yo estaba fuera, cuidando el jardín delantero, y ella se detendría a charlar. Un día, me invitó a comer un trozo de tarta casera y tomar una taza de café, y después de eso, nos hicimos amigas. Después de un tiempo, notó los moretones. Nunca comentó sobre ellos. Pero ambas sabíamos que ella sabía que mi esposo me estaba golpeando. Cuando me enteré de que estaba embarazada, me derrumbé y le conté lo que estaba pasando. Que necesitaba salir de aquí, pero que no sabía cómo. Sabía que no podía llamar a la policía por Neil. Y no había forma de que pudiera esconderme allí.
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La única forma era desaparecer. Fue entonces cuando salió de la habitación y me dio el mejor regalo que jamás hubiera recibido. Me dio la cédula de identidad y el certificado de nacimiento de su nieta. Me dijo que lo tomara. Cambiara mi nombre y desapareciera. Finalmente tenía una salida. También me ofreció dinero, pero no pude aceptarlo. De todos modos, conocía otra forma de conseguir dinero. La abracé con fuerza. Le agradecí. Y ese fue el comienzo de cómo pude desaparecer. Agradeceré a Carrie Ford todos los días por el regalo de su nombre. La señora Ford y yo nos despedimos ayer. La voy a extrañar mucho. Camino rápidamente en dirección a la estación de autobuses. Salto ante cada vehículo que pasa y cada ruido que escucho, aterrorizada de que uno de esos autos sea el de Neil. Estás bien. Él está en la ciudad. Pero, ¿y si uno de sus amigos está en una patrulla y me ve? Mi caminata rápida se convierte en trote. Cálmate. Estás haciendo consiguiendo parecer más sospechosa. Reduzco la velocidad de mi trote y vuelvo a caminar rápido. Diez minutos después, llego a la estación de autobuses, sin ser vista. Ya casi estás ahí. Casi libre. Deteniéndome frente a la puerta de la estación de autobuses, bajo el ala de mi gorra de béisbol, protegiéndome los ojos, necesitando cubrirme la cara. Hay cámaras de circuito cerrado de televisión dentro de la estación. Cámaras a las que Neil podrá acceder si descubre cómo salí de la ciudad y tratará de averiguar en qué autobús me fui. Además, necesito ocultar la hinchazón roja en mi mejilla. Sería mucho más fácil de recordar si soy interrogada por los cajeros de boletos, y es lo último que quiero. Desafortunadamente, no hay mucho que pueda hacer con mi labio partido.
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A través de la puerta de vidrio de la estación, puedo ver el tablero electrónico detallando todos los horarios de salida de los siguientes autobuses. El próximo autobús que sale lo hace dentro de quince minutos, dirigiéndose a un lugar llamado Canyon Lake en Texas. Texas es caliente. Odio el calor. Ser de piel clara significa que me frio como un pollo al sol. Neil lo sabe. Entonces, nunca pensaría que iría a Texas. Es perfecto. Manteniendo la cabeza gacha, respiro profundamente, abro la puerta y entro a la estación concurrida. Camino rápido pero con calma hasta un mostrador abierto. Compro un boleto de ida a Canyon Lake, pagando en efectivo. Tomando mi boleto, salgo de la estación y me dirijo hacia donde me espera el autobús para llevarme lejos de aquí. Me detengo al ver un bote de basura. Miro mi mano izquierda. Mi anillo de bodas. Un aluvión de recuerdos recorre mi mente. Nuestra primera cita. La primera vez que tuvimos sexo. El día de nuestra boda. La primera vez que me pegó. La primera vez que me violó. La primera vez que me estranguló tanto que me desmayé. Saco mi anillo de bodas y lo arrojo a la basura. Luego, camino hacia el autobús sin mirar atrás y me subo. Intentando actuar normal, como si no estuviera huyendo de mi esposo abusivo y usando la identificación de una mujer muerta. Le muestro al conductor mi boleto. Pide ver mi tarjeta de identificación. Tragando nerviosamente, la saco de mi bolso y se la entrego. Le echa un vistazo rápido y me la devuelve. Y eso es todo.
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Lo he hecho. Camino por el pasillo y me siento en un asiento junto a la ventana, hacia la parte de atrás, poniendo mi bolso a mis pies. Y dejo escapar un suspiro profundo. Mi corazón acelerado en mi pecho. Lo hice. Estoy en el autobús que me llevará a mi libertad. Sigo esperando que Neil aparezca y me arrastre fuera del autobús. Pero nunca aparece. Y la puerta del autobús se cierra, y sale de la estación. Llevándome a mi nueva vida.
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CARRIE Me bajo del autobús hacia el sol brillante y contemplo mi nuevo entorno. Así que, esto es Canyon Lake. Mi nuevo hogar. Nuestro nuevo hogar. Presiono mi mano contra mi vientre plano. —¿Escuchaste eso? —susurro al bebé, inclinando la cabeza hacia abajo—. Estamos en casa. Estamos a salvo. La brisa ligera levanta mi cabello, un destello rojo cruza mi mirada. Quito los mechones, colocándolos detrás de mi oreja. Ahora soy pelirroja. Rojo vibrante. Me teñí el cabello en el baño en la primera de las muchas paradas de descanso del viaje hasta aquí. Compré un tinte casero en la tienda junto con un libro de bolsillo romántico y un teléfono prepago. Estoy tardando un poco en acostumbrarme al rojo después de tener el cabello rubio toda mi vida. Pero me gusta. Hace que el color de mis ojos resalte, y las pecas en mi nariz se vean más prominentes. Me veo diferente. Y diferente es exactamente cómo debo lucir. Ya no puedo ser Annie. Tengo que ser Carrie para sobrevivir. Puede que aún tenga el moretón en la cara y el corte en mi labio, pero desaparecerán pronto, y cuando lo hagan, desaparecerán todos los rastros de Annie, y solo seré Carrie.
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Me alejo del autobús, acercándome a la acera. Dejo mi bolso por un momento. Aquí hace mucho calor. Sé que Texas es conocido por su calor, pero no pensé que en noviembre sería tan cálido. Miro alrededor, y otras personas no parecen afectadas por el calor. O están acostumbradas o tengo fobia al calor. O mi temperatura corporal ha subido algunos grados desde que quedé embarazada. Volviendo a mi último período, me doy cuenta que mi bebé nacerá en algún momento en julio. Dios, si ahora es así, voy a estar enormemente embarazada en el lugar más caluroso de Estados Unidos. Claramente no pensé lo suficientemente bien en venir aquí. Bueno, en realidad no estaba pensando en absoluto. Aparte de elegir el primer autobús saliendo y Neil nunca pensando en buscarme aquí ni en un millón de años. Vale la pena sufrir el calor durante mi embarazo si no me encuentra aquí. Solo invertiré en un aire acondicionado bueno y un ventilador portátil. Sobre el tema de mi fecha de parto, aún no he visto a un médico. Una vez que supe que estaba embarazada, tuve que mover todo muy rápido. Revisarme con un médico está en mi lista después de conseguir un lugar para vivir. Y, con suerte, ya he encontrado el lugar. En mi largo viaje aquí, usando mi teléfono nuevo, comencé a buscar en línea los alquileres disponibles en Canyon Lake. Fueron pocos resultados. No había mucho para elegir. Todos eran apartamentos de una habitación o casas de tres habitaciones, y solo necesito dos habitaciones para el bebé y para mí. Preferiría no tener que tomar una habitación individual si es posible, ya que significaría tener que mudarse nuevamente cuando el bebé comience a crecer. Entonces, sentí que era el destino cuando me topé con una casa de dos dormitorios completamente amueblada. Los detalles decían que se encontraba en una calle residencial tranquila y la casa daba a un bosque abierto, que conducía al río Guadalupe. No había fotografías de la casa, pero eso no me preocupó. Podía ser una choza, y no me importaría. Siempre que sea mía.
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Llamé al número que figuraba en la lista y hablé con la inmobiliaria, una mujer de voz agradable llamada Marla. Dijo que la casa literalmente acababa de salir al mercado de alquiler, y por eso aún no había fotos en línea. Fue entonces cuando supe que estaba destinado a pasar. Por un momento, sentí que todo era demasiado fácil. Alejarse de Neil. Encontrar esta casa. Pero luego pensé que no lo había tenido fácil durante la mayor parte de mi vida y especialmente en los últimos siete años, así que me lo debían. Le pregunté a Marla si podía ver la casa hoy, y me dijo que no habría problema. Pensé que sería mejor ser honesta, para no perder mi tiempo ni el de ella, y le dije que no tenía referencias, pero que podía pagar en efectivo por adelantado, con lo que ella pareció más que feliz. Entonces, mi cita para encontrarme con ella en la casa es a la una y media. El autobús debía llegar aquí a la una, lo que me daría la oportunidad de llegar a la casa. Saco mi teléfono para buscar la dirección en Google Maps y veo la hora en la pantalla de mi teléfono: 1:27. Caray. No me di cuenta que el autobús llegaba tarde. Escribo la dirección en Google Maps rápidamente para ver cuánto tiempo me tomará caminar hasta allí. Quince minutos. Le envío un mensaje de texto rápido a la inmobiliaria, haciéndole saber que llego un poco tarde, y luego, enganchándome el bolso en el hombro, empiezo a caminar. Quince minutos después, estoy avanzando por una hermosa calle arbolada. Es tan pacífico aquí abajo. El único sonido es el de los pájaros. El mapa me dice que la casa que estoy buscando está cerca del final de la calle sin salida. Un minuto después, veo el letrero de alquiler y la casa que se encuentra más allá. Es amor a primera vista.
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Es una casa antigua, y me encantan las casas antiguas. Está un poco desgastada, como yo, pero nada que una mano de pintura no pueda arreglar. Es de un solo piso, lo que será ideal para cuando el bebé esté aquí gateando; sin escaleras de las que preocuparse. Tiene un patio delantero, y después de un poco de jardinería, que disfruto haciendo, será estupendo. Puedo imaginarme sentada aquí en el patio delantero con el bebé, tal vez incluso charlando con los vecinos mientras pasan. Camino por el sendero hacia la puerta principal, y la puerta se abre justo antes de llegar. —¿Señorita Ford? —saluda una atractiva rubia de cuarenta y tantos años con una sonrisa de lápiz labial rojo brillante. Veo el momento en que sus ojos se fijan en el moretón ahora negro en mi mejilla porque su sonrisa flaquea. Vergüenza se enrosca en mis entrañas. Inclino mi cabeza hacia abajo, dejando que mi cabello caiga sobre mi rostro, cubriéndolo. —Sí. Pero llámame An… —Me detengo—. Carrie —digo claramente, regañándome internamente. En serio tengo que acostumbrarme a llamarme Carrie. Su sonrisa regresa con toda su fuerza. —Es un placer conocerte, Carrie. —Extiende una mano, y las estrechamos—. Soy Marla. Hablamos por teléfono. —Sí, por supuesto. —¿Te gustaría entrar y echar un vistazo? —Me hace un gesto para que entre al pasillo pequeño y cierra la puerta detrás de nosotras—. Sígueme, justo por aquí y te daré el recorrido. La sigo por la casa, con una sonrisa en mi rostro todo el tiempo. Probablemente parezca una persona loca, pero no me importa. Estoy tan feliz de estar aquí. La casa es perfecta. Hay un dormitorio principal grande que tiene su propio baño, y el segundo dormitorio, que será la habitación infantil, también es de buen
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tamaño y está justo al otro lado del pasillo. Y el baño principal está justo al lado. La habitación del bebé también da al jardín trasero. La casa está completamente amueblada, lo que significa que no tengo que preocuparme por los muebles, solo por una cuna para la habitación infantil. Y solo necesito algunas sábanas para mi cama y toallas para el baño. Tengo un buen presentimiento con esta casa. Se siente… segura. Es todo lo que siempre he querido. Una casa. Por fin estoy en casa. —Entonces, ¿qué te parece? —me pregunta Marla, deteniéndose en la sala de estar, de regreso a donde comenzamos. —Me la quedo —le digo sin dudarlo. Ella sonríe ampliamente, mostrándome un conjunto completo de dientes de color blanco perla realzados cosméticamente. —Maravilloso. —Reúne sus manos—. Entonces, necesitaré al menos seis meses de alquiler por adelantado, si no tienes referencias. —No es problema —le digo. —Genial. Bueno, iré a sacar el papeleo de mi auto. Mientras ella no está, cuento el dinero que necesitaré para cubrir los seis meses de alquiler. Media hora después, he firmado el contrato de arrendamiento, y estoy viendo a Marla a medida que se aleja en su Audi brillante. Vuelvo a entrar en la casa y cierro la puerta. Bloqueándola detrás de mí. Luego, apoyo mi frente contra la puerta y respiro un minuto. Lo hiciste, Annie. Escapaste de él. Tu vida comienza ahora. Tomo una última respiración profunda antes de alejarme de la puerta. Voy a buscar mi bolsa de lona y luego me la llevo al dormitorio principal.
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Saco mi ropa y mis artículos de tocador y los arrojo sobre la cama. Saco unos cientos de dólares y dejo el resto del dinero allí junto con la tarjeta de identificación y el certificado de nacimiento. Llevo la bolsa al vestidor pequeño. Abro el cajón más grande del armario y guardo allí la bolsa. Encontraré un lugar más seguro para guardar el dinero una vez que me haya familiarizado con la casa. Me quito la ropa de unos días, abro la ducha caliente y me meto dentro, disfrutando de la sensación casi abrasante en la piel. Lavando mi pasado. El agua corre de color rojo pálido: los restos del tinte en mi cabello que no me lavé adecuadamente en mi trabajo apresurado en la parada. Soy libre. Lágrimas se unen al agua, y veo que mi pasado se va por el desagüe. Cierro el grifo y agarro la vieja toalla raída colgando de la barandilla. Compraré unas nuevas cuando vaya a la tienda. Me seco y cepillo mi cabello, dejándolo suelto. Me visto con jeans y una camiseta. Voy a necesitar algo de ropa. Preferiblemente pantalones cortos, camisetas sin mangas y vestidos de algodón. Entro en la cocina y me preparo una infusión de hierbas, usando una bolsita de té que compré en una de las paradas de descanso. Lleno la tetera con agua y la enciendo, y luego localizo las tazas mientras hierve. Preparo mi té y, llevándolo a la parte de atrás, me paro en el porche. Apoyo los codos en la barandilla. Me vendría bien una silla aquí, para poder sentarme y disfrutar de la soledad. Pero, por ahora, me quedaré de pie y disfrutaré lo que tengo. Hay tanto silencio. Nunca había conocido una paz como esta. Es una especie de silencio reconfortante. Del tipo que te envuelve y te arrulla. Es perfecto. Es todo. Tomo un sorbo de mi té, y luego escucho que “Bohemian Rhapsody” de Queen comienza a sonar desde la casa vecina a mi derecha. Amo esta canción. Ni siquiera me importa que se haya infiltrado en mi paz. En todo caso, me hace sonreír.
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Mi nuevo vecino tiene un gran gusto musical. Cantando la letra suavemente, miro hacia la casa de mi vecino. Noté antes la casa. Es difícil no hacerlo. Es enorme. Ocupa la mayor parte del final de la calle. Es una gran casa antigua de estilo colonial. Sin duda, es la casa más grande de la calle. Tiene uno de esos hermosos porches envolventes, y la parte trasera del porche es visible desde donde estoy parada. También puedo ver el jardín, y hay una piscina ahí fuera. El jardín es unas veinte veces más grande que este. También hay un edificio de ladrillos. Probablemente un garaje o un cobertizo de trabajo. Me pregunto quién vive allí. Una casa de ese tamaño con piscina, definitivamente son ricos. Quizás tengan hijos. Unos niños pequeños serían geniales porque el bebé tendría a alguien con quien jugar cuando crezca un poco. La felicidad me calienta el estómago al pensar que puede, no, que estaré aquí durante años, viendo crecer a mi hijo, libre del pasado, y el bebé nunca sabrá cómo era mi vida antes de aquí. Empiezo a tararear junto con Queen. Luego, escucho una puerta mosquitera cerrarse de golpe, y llevo mis ojos al sonido. Hay un hombre en el porche trasero de la casa. Es muy alto por lo que puedo decir. Tiene la cabeza llena de cabello oscuro y ondulado. Veo un destello cobrizo en él cuando se mueve, la luz del sol atrapándolo y resaltando las hebras rojizas. Está afeitado en los lados y más largo en la parte superior. Su barbilla está cubierta por lo que parece ser una barba de varios días. Neil nunca tendría ni el indicio de una barba. Dijo que se veía desaliñado. Me gusta el indicio de una barba y la barba en sí. Sin embargo, nunca le dije eso a Neil. Las opiniones no eran algo que se me permitiera tener. Uno de mis padres adoptivos, Henry, tenía barba. Era mi padre adoptivo favorito. Un hombre realmente agradable. Sin embargo, su barba era blanca. Me recordaba a la barba de Santa. Aunque murió. Era viejo, para ser justos. Después de su muerte, seguí viviendo con Sandra, su esposa. Pero entonces, ella lo siguió un año después.
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Creo que su corazón se rompió el día que él murió, y nunca se recuperó. Me trasladaron a una familia de acogida nueva. Así que, sí, las barbas me provocan una sensación cálida por dentro. Desde aquí, no puedo decir cuántos años tiene mi nuevo vecino. Diría, definitivamente menos de treinta. Tiene tatuajes. Ambos brazos están cubiertos por ellos. Su camiseta negra los luce muy bien. A Neil tampoco le gustaban los tatuajes. Decía que los tatuajes y la criminalidad iban de la mano. Neil aún vivía en la década de los cincuenta. Como diría Neil, mi vecino nuevo parece el tipo de chico que mete en la cárcel todos los días. Eso significa que, probablemente sea más amable que mi esposo. Lo siento, mi ex esposo. Guau. Eso se siente liberador, llamarlo así. No es que pueda divorciarme de él. No sin avisarle de dónde estoy, lo que nunca haré. Pero estoy lejos de él, y eso es todo lo que importa. Aquí estoy, en mi casa nueva, comenzando mi vida nueva. Y mi vecino nuevo es una versión andante de todo lo que no le gusta a Neil. Hace que me guste al instante. Mis ojos se mueven hacia sus manos, y veo un libro en una y un vaso de algo en la otra. Tiene lo que parece ser una caja de puros bajo el brazo. Observo a medida que deja el vaso y la caja de puros sobre la mesa. Luego, saca algo de uno de los bolsillos delanteros de sus jeans negros y lo arroja sobre la mesa, probablemente un encendedor. Después, sin previo sorprendiéndome mirando.
aviso,
se
vuelve
Rayos. Siento que mi cara se empieza a calentar.
en
mi
dirección,
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Voy a tener que decir algo; de lo contrario, me veré espeluznante. Me enderezo y levanto la mano a modo de saludo. —Hola. —Sonrío. No responde. Quizás no me escuchó. Hablo más alto esta vez: —Soy tu vecina nueva, An… —Rayos—. Carrie. Mi nombre es Carrie. No consigo nada. Solo se queda ahí parado, observándome. Sus ojos son oscuros e intensos. Y duros. Fríos. Un escalofrío se desliza a través de mí, todo el calor que estaba sintiendo hace un momento desapareciendo. Me muevo en mis pies descalzos. No sé qué hacer. ¿Debo volver a entrar? Pero eso sería de mala educación. Pero está siendo grosero, ignorándome. Tal vez no me esté ignorando en realidad, y realmente no puede oírme desde allí. Decido intentarlo por última vez y grito: —Mi nombre es Carrie. Solo… Las palabras mueren en mi lengua cuando se da la vuelta abruptamente y regresa al interior de su casa. La puerta mosquitera se cierra con tanta fuerza detrás de él que rebota en el marco, produciendo un crujido fuerte. La música deja de sonar unos segundos después, dejándome en silencio total. Y este silencio no se siente muy acogedor.
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CARRIE Después de mi torpe y no tan agradable encuentro con mi vecino grosero, decido dar un paseo hasta la ciudad para encontrar una tienda de comestibles y un lugar que venda toallas de baño y ropa de cama. No necesito preocuparme por comprar un edredón con el calor que siento en este momento, lo cual no veo que cambie pronto y solo empeorará cuanto más embarazada esté. Así que, solo necesito sábanas, almohadas y fundas de almohada. Y bloqueador solar. Porque me freiré como un trozo de tocino si no me lo pongo. También debería conseguir algo para cubrir mi cara. Quizás por eso fue grosero conmigo. Quizás vio este moretón en mi cara y pensó que era alguna clase de problema. Que traería problemas al vecindario. Bueno, no hay mucho que pueda hacer ahora para encubrirlo. De modo que, hago lo único que puedo. Agarro mi cepillo para el cabello y separo mi cabello hacia un lado, de forma que cubra mi ojo y oculte mi mejilla. Uso el mapa de Google y empiezo a caminar en la dirección de donde dice que está la tienda de comestibles más cercana porque mis pies son mi medio de transporte actual. Con suerte, puedo conseguir todo lo que necesito ahí. Quizás debería pensar en comprarme un auto. Pero eso significaría gastar más de lo necesario del dinero sucio de Neil. No, gracias. Primero voy a conseguir un trabajo. Después, tal vez un auto.
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El paseo hasta el supermercado es agradable. Canyon Lake es un lugar bonito. Es más frondoso de lo que habría esperado de Texas. Cuando me acerco al centro de la ciudad, veo un restaurante al otro lado de la calle. Sadie's Diner, dice el letrero sobre el escaparate. Ha pasado un tiempo desde la última vez que comí, así que tal vez debería comer algo aquí antes de ir al supermercado. Cuando me acerco al restaurante, veo un letrero en la ventana que dice que sirven las mejores tartas de este lado de Texas. También veo otro letrero en la ventana que hace que mi corazón se eleve: Se busca ayuda: mesera de medio tiempo. Experiencia preferida pero no esencial. Sin embargo, la sonrisa es imprescindible. Solicitudes dentro. Está bien, conseguiré algo de comida aquí y también un trabajo, si tengo suerte. Abro la puerta y entro al restaurante. Suena música de fondo. Hay algunos clientes sentados en las mesas y reservados. Dulce Señor, aquí huele a cielo. El aroma del café llena el aire, pero es el olor a tarta de cereza lo que me llama la atención. Mi estómago ruge con entusiasmo. Tomo asiento en un taburete en el mostrador e intento pensar en la última vez que comí fuera. Y no puedo recordar. Siempre comíamos en casa. A Neil en realidad no le gustaba salir a comer. Tenía algo con que personas diferentes tocaran su comida. Siempre cocinaba. A veces para su satisfacción. A veces no. —Orden para la mesa ocho —llama una voz masculina desde la cocina detrás del mostrador. Aparece un segundo después, poniendo dos platos en el mostrador de servicio. Parece latino. Su cabello es muy corto. Rostro anguloso y atractivo. Totalmente afeitado. Una camarera pasa a mi lado y agarra los platos que el chico latino, quien supongo que es el cocinero, acaba de poner en el mostrador de servicio. Ella los recoge, sonriéndome al pasar. —Estaré en un minuto contigo, dulzura.
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—No hay prisa —le digo. Tomando un menú del mostrador, empiezo a leerlo. Hay una sonrisa en mi rostro. Y eso es porque me gusta estar aquí. Tiene una vibra muy cálida y feliz. La camarera vuelve a aparecer frente a mí unos minutos más tarde. —¿Estás lista para ordenar? —me pregunta alegremente. Levanto la cabeza del menú para mirarla. Tiene una libreta de pedidos y un lápiz en la mano. Su placa de identificación dice Sadie. El restaurante se llama Sadie's. Supongo que es la dueña. Es muy bonita. Aproximadamente mi altura, un metro sesenta y siete. Mayor que yo. Diría que quizás a principios de los treinta. Cabello castaño claro, recogido. Una sonrisa radiante en su rostro. Eso parece atenuarse cuando parpadea sobre mi cara. El moretón. Inclino mi cabeza hacia un lado tímidamente, cubriendo mi mejilla con mi cabello. La sonrisa que tenía justo antes, desapareció. —¿Podría traerme un trozo de tarta de cerezas, por favor? —Me convencieron al segundo en que las olí cuando entré—. Y un té descafeinado, si es posible. —Por supuesto. ¿Algo con el pastel, crema, helado? —Solo el pastel —respondo. —Entendido. —Sonríe de nuevo. Sin anotar mi pedido. Deja su libreta y lápiz sobre el mostrador. Observo cómo se mueve detrás del mostrador, toma un plato, me pone un trozo de tarta de cereza, colocándolo frente a mí junto con unos cubiertos nuevos. —¿Algún edulcorante o crema para tu té? —me pregunta mientras toma una taza y prepara mi té, usando la máquina. —No, gracias. Pone una tetera, una taza y un platillo junto a mi pastel.
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—¿Estás de vacaciones? —pregunta amablemente. Puedo decir que está intentando no mirar mi moretón, y lo agradezco, pero honestamente, en este momento, me siento cansada de esconderlo. Levanto la cabeza, dejando que mi cabello caiga hacia atrás. —No, acabo de mudarme aquí —le digo. —No tenemos mucha gente nueva por aquí, pero sí muchos turistas —me dice. —Puedo ver por qué. Es un lugar hermoso. —Sí, lo es. Entonces, ¿qué te trajo aquí? ¿Familia? Probablemente los conozco. Es difícil no conocer a todo el mundo en una ciudad como esta. Niego con la cabeza, cortando un trozo de tarta. Me lo llevo a la boca y lo mastico, retrasando mi respuesta. —Sin familia. Solo quería un cambio de escenario. —Oh. Por supuesto. —Asiente, sus ojos parpadean hacia mi boca, el corte allí, y de vuelta a mi mejilla antes de mirarme a los ojos—. Es un lugar bueno para mudarse. Vine aquí hace diez años para empezar de nuevo. Hace una pausa, contemplando algo. Observo su expresión. Parece que está teniendo algún tipo de discusión interna. Veo cuando se decide. Luego, separa los labios y dice: —Perdón por decir esto, pero ese es un hematoma tremendo que tienes allí. Estoy segura que lo han revisado, pero… —Está bien. —Mi mano cubre mi mejilla instantáneamente. El tenedor que estaba sosteniendo choca contra el mostrador. La sensación buena en mi pecho comienza a marchitarse. —Mira, puedes decirme que me meta en mis propios asuntos, pero era como tú hace diez años. Llegué a la ciudad, cubierta de moretones… —No estoy cubierta de moretones. Solo me golpeé con una puerta en el rostro. Eso es todo. Nada más. Y tienes razón; en realidad deberías ocuparte de tus propios asuntos —digo bruscamente.
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No es propio de mí ser tan asertiva, pero estoy molesta porque esta mujer me quitó mis sentimientos buenos. Al igual que mi vecino idiota me robó antes mis sentimientos buenos. Algunas personas en serio pueden ser ladrones de alegrías. Y no quiero estar con ese tipo de personas. Me pongo de pie, meto la mano en mi bolsillo y saco el dinero para pagar la comida, de modo que pueda salir de este lugar. Demasiado por mi pastel y la posibilidad de un trabajo. —Mira, lo siento —me aplaca, poniendo las manos sobre el mostrador—. No estoy intentando interferir. Solo sé lo que es ser nueva en la ciudad… —hace un gesto hacia su rostro—… mientras huyes de la persona que te los provocó. Muerdo el interior de mi mejilla. —Era una puerta. —Está bien —asiente—, era una puerta. Te escucho. Y lamento haberte molestado. La tarta va por mi cuenta. Por favor, quédate y termínala. Me detengo por un momento, mirando su expresión, la calidez en ella, y me doy cuenta que solo estaba intentando ser cariñosa genuinamente. Y también me doy cuenta que estoy mirando a una mujer que pasó por algo similar a lo que pasé. Me vuelvo a sentar muy despacio y tomo el tenedor, cortando otro trozo de tarta. —Grita si necesitas algo —me dice antes de alejarse para atender a otro cliente que se acercó al mostrador para pagar su factura. Como mi comida y bebo mi té en silencio, solo escuchando la música, el sonido de las cacerolas cocinándose en la cocina y el murmullo de la charla. Estoy terminando mi té cuando reaparece frente a mí. —¿Puedo ofrecerte algo más? —pregunta. —No, gracias. —Lamento lo de antes —me dice—. Siendo tan insistente.
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—Está bien. Probablemente exageré un poco —admito. —No, no lo hiciste. Estabas en tu derecho a decir lo que hiciste. Sus palabras me hacen sentir un poco mejor. —Puedo decir… —continúa—. Y solo digo esto porque eres nueva en la ciudad y no conoces a nadie, pero el té descafeinado… por lo general solo hay una razón por la que una mujer por aquí bebe algo descafeinado, y es porque está embarazada. Ahora, no estoy preguntando; solo digo que, si es así, necesitarás un médico, y el mejor por aquí es el doctor Mathers. —Doctor Mathers —repito—. Le daré una llamada. Gracias. Sus ojos van a mi estómago aún plano. —Entonces… ¿qué tan avanzada estás? Si no te importa que te pregunte. Comprendo que es la única otra persona, aparte de la señora Ford, que le he contado del bebé. Tengo el presentimiento de que en realidad no está siendo entrometida. Se preocupa. Por eso no me importa responder. —No estoy exactamente segura. Pero no estoy muy lejos. Me ofrece una sonrisa amable. —Bueno, el doctor Mathers te ayudará con eso. Y por cierto, felicitaciones. —Gracias. —Me deslizo del taburete, y me pongo de pie. —Bueno, si necesitas algo… —Hace una pausa, esperando que le diga mi nombre. —Carrie —lleno el espacio en blanco por ella. —Carrie. Soy Sadie, lo que probablemente ya te has imaginado. — Hace un gesto hacia su placa de identificación—. Y probablemente también ya te has dado cuenta que este es mi lugar. —No haría falta ser un genio. Sonrío, y ella se ríe. —Bueno, solo quería decirte, si alguna vez necesitas algo, tarta, té descafeinado, ya sabes dónde encontrarme.
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—De hecho, hay algo que necesito… —Miro el letrero en la ventana antes de volver a mirarla—. No sé cómo te sientes al contratar mujeres embarazadas, pero en realidad necesito un trabajo. —¿Has trabajado antes como camarera? —pregunta. Muerdo mi labio inferior. —No. —¿Cuándo podrías empezar? —Mañana —sugiero. Frunce los labios pensativamente. —¿Cómo te sentirías trabajando en el turno de desayuno? —Me sentiría genial. —Y esa es la verdad. —Está bien. Ven mañana por la mañana a las seis en punto, y te mostraré las cuerdas. —¿Estoy… contratada? —pregunto, atreviéndome a esperarlo. Su expresión se suaviza y sonríe. —Estás contratada. Mi propia sonrisa es más grande que esta ciudad. —Muchas gracias, Sadie. No puedo decirte cuánto lo aprecio. —Primero trabaja el turno del desayuno y veremos si aún te sientes así —bromea. Me rio. Se siente ligero. Me siento ligera. —Está bien —me dirijo a la puerta—, te veré temprano mañana por la mañana. —Carrie —dice mi nombre suavemente, y me detengo y giro. Da un paso hacia mí, bajando la voz—. Solo quiero decir… estoy muy contenta de que hayas escapado de… la puerta. De repente el momento se siente cargado de palabras tácitas. Pero también un espíritu afín. Como si finalmente estoy hablando con alguien que entiende.
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Quién sabe lo que es vivir la vida que tuve. Quién entiende por qué aún siento la necesidad de mentir y esconder exactamente de dónde vinieron en realidad mis moretones. La vergüenza que aún vive dentro de mí. Le brindo una sonrisa pequeña, mi mano presiona en mi estómago. —También yo —digo en voz baja. Estoy a punto de darme la vuelta cuando algo me detiene, y me encuentro diciendo—: ¿Puedo preguntarte algo? —Por supuesto. Sonríe. —¿La, um… la… puerta por la que huiste, te encontró alguna vez? —No —responde con confianza—. Mi puerta nunca me encontró.
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CARRIE ¡Tengo trabajo! ¡Un trabajo de verdad! Estaría saltando todo el camino a casa si no estuviera abrumada por la cantidad obscena de comestibles que estaba llevando. Pero no tengo a nadie a quien culpar más que a mí. Me dejé llevar un poco en la tienda, que por suerte también vendía sábanas y toallas de baño. Pero también me di cuenta que necesitaba algunas almohadas para la cama, así que compré dos de ellas junto con lo esencial: pan, leche, huevos, naranjas para jugo fresco por la mañana, mezcla para panqueques y tocino. Así que, llevo muchas cosas a casa. No hay autobuses ni taxis locales. De modo que le tocó a mis pies. Estoy caminando por la calle, no muy lejos de mi casa. No hay pavimento en esta parte, así que camino por el medio de la carretera para que los automovilistas me vean. No es que ningún auto me haya pasado hasta ahora. Parece cada vez más probable que necesite un automóvil porque caminar todo el tiempo con las compras a casa no será fácil, cuanto más embarazada esté. Pero, con suerte, podré conseguir uno pronto cuando empiece a ganar dinero con mi nuevo trabajo. No puedo creer que tenga trabajo. No he trabajado desde que tenía dieciocho años. Después de dejar la secundaria, trabajé como cajera en un supermercado local justo antes de conocer a Neil. Cuando me mudé con él, me hizo renunciar a mi trabajo. Bueno, nunca dejaré este trabajo. La única forma de que se deshagan de mí es si me despiden.
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Dios, ¿y si soy en serio terrible en el trabajo y Sadie me despide? Nunca antes había trabajado como camarera. Quiero decir, sé que es una cosa de tomar pedidos y llevar comida de la cocina al cliente, pero ¿y si no puedo recordar quién ordenó qué, y mezclo las cosas? No, todo saldrá bien. Sadie va a mostrarme lo que debo hacer, y voy a resolver cualquier cosa. Porque necesito este trabajo. El bebé y yo necesitamos este trabajo. Puedo hacer esto, no hay proble… ¡Ah, rayos! Una de mis bolsas de plástico se ha roto, y mi comida está por todos lados. El cartón de leche se ha abierto y se está derramando en la carretera. Las naranjas están rodando en todas direcciones, y no tengo un buen presentimiento con los huevos. Dejo mis otras bolsas de compras y echo un vistazo rápido a la caja de huevos, abriéndola. Sí, todos están rotos. ¡Doble rayos! Tomo la mezcla para panqueques y el tocino, y luego empiezo a correr detrás de las naranjas, recogiéndolas. Escucho el rugido del motor de un auto y levanto la cabeza para ver una camioneta dirigiéndose hacia mí. —¡Oye! Tienes que parar. ¡Mis cosas están en la calle! —grito ruidosamente, con las manos llenas. Pero la camioneta no se detiene, y supongo que el conductor no puede oírme por encima del ruido del motor. Meto la comida de ambos brazos en uno y agito una mano para llamar la atención del conductor. Pero no parece funcionar. En todo caso, la camioneta parece haber acelerado. Y se está acercando cada vez más al resto de mis artículos de compra.
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Avanzo un paso, dejando caer la comida en mis brazos, y comienzo a agitarlos en el aire para llamar la atención del conductor. Mis almohadas, ropa de cama y toallas nuevas están en esas bolsas. —¡Oye! —repito, gritando, agitando las manos—. ¡Tienes que parar! Pero el camión no se detiene, y dejo escapar un grito de “¡No!” cuando las ruedas inmensas de la camioneta pasan directamente sobre mis bolsas de compras. —¡Bendito hijo de la fruta madre! —grito a la parte trasera de la camioneta alejándose a toda velocidad. ¡No puedo creer esto! Dejo escapar un grito breve de disgusto cuando veo mis bolsas ahora aplastadas. Y, oh Dios, la camioneta pasó por encima de la caja de huevos, y el contenido se ha esparcido por todas las bolsas de compras y mis toallas de baño nuevas. No compré ningún detergente para la ropa, así que aún no puedo lavarlas, lo que significa que tendré que seguir usando la vieja toalla raída en el baño hasta que pueda. Oh bueno, me han pasado cosas peores. Y la única gracia salvadora es que las sábanas y almohadas están cubiertas con una envoltura de plástico que las protege. Podrían estar un poco triturados, pero aún se pueden usar. Volviendo, recojo las naranjas, la mezcla para panqueques y el tocino. Luego, recojo con cautela las bolsas restantes. La yema de huevo escurre. Asqueroso. Empiezo a caminar otra vez. No puedo creer lo que hizo ese conductor. No hay forma de que él o ella al menos no me vieran. Podría comprender si no me escucharon, pero estaba saltando literalmente, agitando mis manos en el aire. Pero quienquiera que fuera simplemente eligió ignorarme y pasó directamente por encima de mis cosas.
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Doblo la esquina y camino calle arriba hacia mi casa. Estoy a punto de tomar mi sendero cuando veo una camioneta en la entrada de mi vecino gruñón. La camioneta que acaba de atropellar mis cosas. Sé que es esa camioneta porque era azul y tenía Ford en grandes letras plateadas en la parrilla delantera, que es exactamente la misma camioneta que se encuentra actualmente en su camino de entrada. ¡Fue él! ¡Oh, Dios mío! Ese tipo es… es un… bueno, ¡es un completo tarado! Y, tal como lo pienso, el tarado camina desde la parte trasera de la camioneta, llevando una bolsa de algo, probablemente comestibles, en sus brazos, lo que me molesta aún más. Se detiene al verme solo parada aquí. Sus ojos bajan a las bolsas en mi mano. Luego, hasta mi cara. Me observa con el ceño fruncido. Sus cejas oscuras son como barras enojadas sobre sus ojos duros. —¿Cuál es tu problema? —me gruñe—. ¿No sabes que es muy grosero mirar fijamente? Mi boca se abre ante la audacia pura que tiene. Pasó por encima de mis cosas y luego tiene el descaro de quedarse allí y decirme esas cosas. ¡El descarado… hijo de cascanueces! Quiero decir algo. Pero no sé qué. No soy buena para la confrontación. Pero, si iba a decir algo, no tengo la oportunidad porque él me da una última mirada de desdén antes de volverse abruptamente y entrar a su casa, la puerta golpea ruidosamente detrás de él. Dejándome aún parada aquí, con la boca abierta en estado de shock. Me ha hecho esto, dos veces en un día. Ha sido grosero conmigo y luego se fue, dos veces.
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¡Gah! ¡En serio, de verdad este tipo me desagrada! Subo pisando fuerte por el camino de entrada, entro a mi casa, dejo mis bolsas en la mesa de la cocina, y dejo escapar un sonido de frustración. ¡Uff! Lo juro por Dios, la próxima vez que me diga algo malo, le diré exactamente lo que pienso de él. Quizás. Quiero decir, no quiero causar ningún problema o llamarme la atención innecesariamente. ¡No! Deja de ser cobarde. Has pasado los últimos siete años siendo menospreciada y herida por un hombre. Ya no más. Así que, la próxima vez que ese tipo me hable fuera de lugar, recibirá lo mismo.
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RIVER Diez años —Te metiste en otra pelea en la escuela —dice la abuela al momento en que entro por la puerta. Supongo que la escuela la llamó porque aún ni siquiera me ha mirado a la cara. Aunque solo tengo un labio roto. El otro chico terminó peor. Entro a la sala de estar, donde está. Esta es la casa de mi abuela. Bueno, también mi casa. Ahora vivo con ella. La abuela está sentada en su sillón favorito. Está fumando un puro. Por lo general, no los fuma dentro de la casa. Siempre en el porche trasero. Las cosas deben ir mal si fuma en el interior. Me quito la mochila y la dejo en el suelo junto al sofá. Tomo asiento. Finalmente me mira. —¿Estás bien? —pregunta. —Sí. —Asiento—. Solo rompió mi labio. —¿Lo limpiaste? Asiento de nuevo. Da una calada a su puro. El humo se filtra en el aire. Flotando en mis fosas nasales. Amo el olor.
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—River, no puedes estar peleando en la escuela todo el tiempo. Me encojo de hombros. —El niño era un idiota. Dijo que era un bicho raro. —Y que mi mamá era una asesina de policías y que debería pudrirse en la cárcel. Pero no es una asesina de policías. Yo lo soy. Yo debería estar en la cárcel, no ella. Pero no me dejó decir la verdad. Me hizo prometer que no diría la verdad sobre lo que había sucedido en realidad ese día en la cocina. Ni siquiera a la abuela. Dijo que me había fallado una vez. Esta vez no me fallaría. Ni siquiera sé lo que quiso decir con eso. Todo lo que sabía era que, no quería que se lleven a mi mamá. Pero tampoco quería ir a la cárcel. Estaba asustado. Aún estoy asustado. Y enojado. Tan jodidamente enojado todo el tiempo. —No uses esa palabra —me dice abue—. Y no eres un bicho raro. — Se inclina hacia adelante para apagar su cigarro en el cenicero que está sobre la mesita de café—. El director está amenazado con expulsarte. Me encojo de hombros. Como si me importa. Me alegraría estar fuera de ese lugar. Lo odio. Todos los niños son idiotas. Los pocos amigos que solía tener de repente olvidaron mi nombre cuando arrestaron a mi mamá. Incluso los profesores me ignoran. Paso solo el recreo y la hora del almuerzo. Sobre todo, me siento en la biblioteca y leo. Estoy solo. Pero está bien. Porque no necesito a nadie. —Bien —es mi respuesta a sus palabras. —River, tu educación es importante. Sé que tus calificaciones han bajado después de lo que sucedió, y se esperaba, pero las peleas tienen que terminar. Debes ignorarlos cuando esos niños te estén haciendo pasar un mal rato.
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—Seguro. —Me rio, pero en este momento no me siento muy gracioso—. Los ignoraré. Entonces, cuando uno de ellos me golpee, ¿se supone que solo debo irme? —El chico de hoy, ¿te golpeó primero? Pateo la punta de mi zapatilla contra la pata de la mesita de café. —No. Ella suspira. —Entonces, te alejas. Pero, si él te golpea primero, entonces derribas el trasero de ese chico contra el suelo. River, no seas el primero en golpear. Si golpeas segundo, golpeas más fuerte. Y te respaldaré todo el camino con tu director. Pero si golpeas primero, no tengo cómo defenderte. Oculto una sonrisa. Mi abuela puede ser algo estupenda a veces, pero no quiero que sepa que pienso eso. —¿Y cuando hablan mal de mamá? ¿Qué se supone que debo hacer entonces, no decir nada? La piel alrededor de su boca se tensa. —River… —suspira de nuevo—, no puedes detener lo que la gente dice de tu mamá. Y van a hablar sobre lo que hizo. —¡No saben nada! —Me estoy enojando. Empiezo a patear la pata de la mesita con más fuerza. —No, tal vez no lo hagan. Saben lo que escuchan en las noticias o en los chismes. Pero, por mucho que me duela decirlo, tu mamá está en la cárcel porque mató a alguien.
—River, ¿qué has hecho?
Mis puños se aprietan a mis costados. Mis uñas se clavan en mi piel. Siento el momento en que la piel se rompe. —No debería estar en la cárcel. Y ni siquiera me dejas ir a verla. —No soy yo, River. Tú lo sabes. Tu mamá no quiere que la veas en ese lugar.
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—¡Pero no debería estar allí! Otro suspiro. —Sé que no quieres escuchar esto, y desearía que ella no estuviera allí y eso no hubiera sucedido, pero lo asesinó, River, y tiene que pagar por su crimen. —¡No, no lo hizo! —grito, saltando. Las palabras salen de mi boca antes de darme cuenta. La abuela se pone de pie lentamente. Sus ojos mirándome fijamente a la cara. —¿River? Mi cuerpo tiembla. Siento que voy a entrar en combustión. Hay todas estas palabras y ruidos en mi cabeza. Me clavo las uñas en la piel con más fuerza. Siento que la sangre corre por mis palmas. Normalmente me calma. Pero esta vez no está funcionando. —River… —dice mi nombre más firme esta vez. Mis ojos se posan en los de ella. —¿Qué quieres decir con eso? —Yo-yo… —tartamudeo. No he tartamudeado en tanto tiempo—. Yo-yo… no puedo… —Háblame —espeta, su voz es tan brusca que devuelve mi atención. Las palabras salen de mi boca antes de que pueda detenerlas. —Fui yo. Yo-yo le d-disparé. Su expresión se congela. Sus ojos están evaluando mi cara como si estuviera buscando algo. —Oh, Dios mío —susurra. Sus manos viejas presionan su rostro. Inhala y exhala. Baja las manos a sus costados—. ¿Qué pasó? —Yo-yo… n-no puedo… —¿Por qué le disparaste? No entiendo. River, ¿por qué harías eso? ¡Respóndeme!
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Se mueve hacia mí con un movimiento rápido, agarrándome del brazo, y me tambaleó hacia atrás. —¡No me toques! —chillo. Se congela. Me está mirando fijamente. Y entonces, su expresión se desmorona. —Oh, no. Oh, Dios, no. River… ¿te… te hizo daño? —N-no puedo. M-mamá dijo… —Oh Dios, River. Lo siento mucho. Pero ahora todo va a estar bien. No, no lo está. Nunca volverá a estar bien. —¿Qué te dijo tu mamá que hagas? Trago pesado. —No contarle a nadie lo que sucedió en realidad ese día. —No contarle a nadie lo que él me hizo.
La gente no lo entenderá, River. Te tratarán de manera diferente.
—¿Y no le has dicho a nadie más que a mí? Niego con la cabeza. —Está bien. No le dices esto a nadie más, ¿entendido? Cumple la promesa que le hiciste a tu mamá. Si necesitas hablar con alguien, habla conmigo. Asiento. Extiende la mano para tocarme, pero se detiene y junta las manos frente a ella. —River, nadie volverá a hacerte daño nunca más. Te lo juro. Asiento nuevamente. —¿Tienes tarea que hacer? —me pregunta de repente. —No —respondo.
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—Bien. Vamos a seguir adelante como si todo es normal porque, a veces, esa es la única forma de salir adelante. Y la normalidad significaría un castigo por meterse en una pelea en la escuela. —Entonces, ¿estoy castigado? —No es que importe. No es que vaya a ningún lado, excepto a la escuela. Me lanza una mirada, como si acaba de leer las palabras en mi mente. —No, tu castigo es ayudarme en mi taller. —¿Hacer esas mierdas de vidrio? Mi abuela sopla vidrio. Tiene un taller en la parte de atrás. Hace jarrones y mierdas y los vende a la gente. Me dispara una mirada de desaprobación. —No uses esa palabra. Y no es una mierda. Es arte. Y tú, River, tienes demasiada ira dentro de ti. Tienes que aprender a manejar esa ira tuya, canalizarla, y la mejor manera de hacerlo es trabajar con algo que se pueda romper fácilmente.
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CARRIE Estoy sentada en mi porche trasero en una de las sillas Adirondack1 que encontré a la venta en línea por una ganga absoluta. Las dos sillas venían con una mesita, que es donde mis pies adoloridos descansan actualmente. El vendedor los trajo gratis, lo que fue de gran ayuda, ya que aún no he invertido en un auto. Así que, sigo caminando a todas partes. Honestamente, lo disfruto bastante, especialmente la caminata al restaurante todas las mañanas: donde ahora he estado trabajando oficialmente durante dos semanas. Me encanta. El ambiente en la cafetería es genial. Sadie es una jefa brillante, y creo que también se está convirtiendo en una amiga. Y Guy, que es el cocinero, parece una persona buena. Solo he conocido a una de las otras camareras, Shelley, ya que tenemos un cambio de turno breve. Es madre soltera, y trabaja cuando sus hijos están en la escuela. También parece agradable. La gente de esta ciudad ha sido muy acogedora y amable. Disfruto conociendo gente nueva. Es maravilloso, poder charlar con ellos mientras les sirvo sin miedo a represalias. No es que tenga mucho tiempo para quedarme y charlar con los clientes porque la cafetería es bastante movida desde el momento en que abre la puerta. Es popular entre los lugareños y los turistas. Aprendí bastante rápido que Canyon Lake es una ciudad turística. A la gente le gusta venir aquí por el lago, aquellos que disfrutan de los deportes acuáticos, y el clima cálido.
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Silla Adirondack: butaca al aire libre con amplios reposabrazos, un respaldo alto con listones y un asiento más alto en la parte delantera que en la trasera.
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Sé que el lugar es muy bonito, pero el calor continuo es una pesadilla para una chica embarazada que odia el calor como yo. Se supone que debería hacer mucho frío en esta época del año. Pero, por supuesto, no lo hace. Estoy culpando totalmente al calentamiento global. Quiero decir, seguramente Texas debe enfriarse en algún momento. ¿Verdad? A veces me he preguntado si tomé la decisión correcta al mudarme a Texas, pero entonces pienso en Neil y en cómo este es el último lugar en el que pensaría buscarme, y sé que hice lo correcto. Incluso si son las once y media y estoy más acalorada que el infierno, por eso estoy sentada afuera con un té helado, intentando refrescarme. El ventilador eléctrico que compré para mi habitación no está haciendo nada. Incluso intenté tomar antes un baño frío. Funcionó muy bien mientras estaba en ello. Al momento en que salí, estaba incómodamente acalorada otra vez. No puedo esperar hasta haber ganado suficiente dinero para permitirme instalar un aire acondicionado. Inclinándome hacia adelante, agarro mi té helado de la mesita y doy un sorbo, y luego mis ojos vuelven directamente al libro que estoy leyendo. Sadie me lo prestó. Dijo que era increíble y tenía que leerlo, y no se equivoca. Es muy bueno. Se trata de una estrella de rock torturada y la chica de la que está enamorado. Suspiro. Si tan solo la vida real fuera como los libros. Si lo fuera, entonces no estaría aquí sentada, embarazada y sola, huyendo de un esposo abusivo. Me gusta pensar que hay amor de verdad ahí fuera. Aunque no para mí. Esta es la mano que me repartieron. Y ahora estoy feliz. Tengo un bebé en camino, y no podría estar más emocionada por ello. La semana pasada vi al doctor Mathers. En realidad es un gran médico, como dijo Sadie. Tuve mi primer ultrasonido mientras estuve allí, que fue más allá de todo lo que podría haber imaginado. Ver a mi bebé en la pantalla me llenó
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el pecho de emociones que ni siquiera sabía que podía sentir. El bebé aún no parece un bebé y aún tiene el tamaño de un arándano. Eso es lo que dice el sitio web que estoy siguiendo; traza el crecimiento semanal del bebé en comparación con una fruta. Pero nunca había sentido amor y un impulso abrumador de proteger como lo sentí en ese momento, contemplando la pantalla borrosa en blanco y negro. El doctor Mathers me dio una copia impresa del ultrasonido. Ocupa un lugar de honor en la repisa sobre la chimenea en la sala de estar. También me dijo que tenía seis semanas de embarazo, lo que significa que ahora tengo siete semanas. Mi fecha probable de parto es el diecisiete de julio del próximo año. Y no puedo esperar a conocer a mi bebé. El doctor Mathers dijo que si quería podía averiguar el sexo de mi bebé en mi próxima ecografía. Aunque aún no estoy segura. Me gusta la idea de saber, así puedo organizarme. Pero también me gusta la idea de una sorpresa. La luz del sensor se enciende en el jardín de mi vecino de al lado, llamándome la atención. Guy, del trabajo, me dijo que mi idiota vecino gruñón se llama River Wild. No es que le estuviera preguntando a Guy sobre él. Fue pura casualidad. Estaba sentada en el mostrador en mi primer día con Sadie, y ella estaba completando mi formulario de empleador mientras le brindaba los detalles, lo que honestamente me hizo sentir nerviosa y un poco horrible por tener que mentirle sobre mi nombre y mi fecha de nacimiento. Pero, de todos modos, solo le recité mi dirección, y Guy, quien estaba parado cerca en ese momento, dijo: —Oh, vives junto a River. Y dije confusamente: —¿River? Y Guy dijo: —Sí, River Wild. Tu vecino nuevo. Ardiente como Hades. Loco como Kanye. Y tan cruel como Regina. Y dije: —¿Regina?
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Y él respondió: —George. Entonces, dije: —Oh, claro. Sí, lo he conocido… River. No di más detalles sobre eso, la primera vez que lo conocí, me ignoró, y la segunda vez fue después de que atropellara mis comestibles con su gran camioneta estúpida, una vez más siendo un imbécil. Luego, Guy dijo: —Fui a la escuela con él. El tipo tiene en serio… Y la conversación se cortó cuando sonó un temporizador en la cocina, y Guy se alejó antes de terminar su frase. Y, aunque me estaba muriendo por conseguir más información de Guy sobre River, no se sintió bien hacerlo. No quiero que la gente haga preguntas sobre mí, de modo que ser entrometida con él se habría sentido mal. No he hablado con River desde que pasó por encima de mis cosas, si se puede llamar hablar; es más como él siendo idiota conmigo. Lo he visto algunas veces cuando he estado en el jardín. Incluso una vez lo vi en el supermercado, y me ignoró a quemarropa. Pero no me importa. No quiero ser su amiga. Veo movimiento junto a su piscina y me pregunto si será él. Señor, esa piscina. Lo que no daría por poder saltar a esa agua fría ahora mismo. Honestamente, saltaría directamente allí, usando el pijama sin mangas y los pantalones cortos que tengo, y no me importaría. Pero no es River quien está junto a la piscina. Parece ser un animal pequeño. Demasiado grande para ser una ardilla. Pero demasiado pequeño para ser un oso. ¿Hay osos en Texas? Dios, espero que no.
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No puedo ver qué es desde aquí. No sé por qué estoy tan molesta, para ser honesta. Dejo el libro a un lado, dejando que la curiosidad se apodere de mí, y me pongo de pie. Me acerco a la barandilla para ver mejor. Oh, es un perro. No sabía que tenía un perro. Nunca antes he escuchado a nadie ladrar ni visto uno en su jardín. Probablemente lo mantiene encerrado dentro de su casa lúgubre, el pobre. Creo que es uno de esos perros shih tzu2. Lindo. Aunque parece un poco desaliñado. No puedo imaginarme al gruñón River Wild con un perrito lindo como ese. Honestamente, no puedo imaginarlo con ningún perro. O, a decir verdad, cualquier cosa viva que respire. El perro se acerca al borde de la piscina y comienza a beber. —Oh, ten cuidado, amiguito. No quieres caerte —digo, enrollando mis dedos alrededor de la barandilla. Los perros saben nadar, ¿verdad? ¿Y debería beber de la piscina? El cloro podría enfermarlo. River en realidad no debería dejar que su perro deambule así por el jardín cuando tiene una piscina. Debería tapar la piscina o al menos salir con el perro mientras hace lo suyo. Y tal vez darle agua fresca, para que no necesite beber de la piscina. Veo que el perro se acerca más a la piscina, mi ritmo cardíaco acelerando un poco, y el chillido sale de mi boca al mismo momento en que el perro cae a la piscina. —¡Oh, no! Observo unos segundos… y el perro no está nadando. 2
Shih Tzu: perro de raza pequeña originaria de Tibet que destaca aparte de por su increíble espectacular pelaje, por un carácter de lo más cariñosa.
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Pensé que todos los perros sabían nadar. No, aparentemente. Porque este perro está luchando por mantener la cabeza fuera del agua. —¡Condenado infierno! ¡Ya voy, pequeñito! ¡Aguanta! Me muevo rápidamente descalza, bajo corriendo los escalones del porche y sobre el césped. Corro por el jardín, avanzando por la cerca que separa nuestras casas, justo al lugar donde sé que hay un hueco en la cerca. El otro día cuando estaba aquí, desenterrando malas hierbas, vi las tablas rotas. Agarrando las tablas, las hago a un lado y me apretujo a través del espacio estrecho. —¡Ya casi llego, amiguito! —llamo hacia el sonido de los ladridos de pánico proviniendo de la piscina—. ¡Aguanta! Corro a través del jardín inmenso de River, a través de un macizo de flores (lo siento, flores, pero está en juego la vida de un perro) y me dirijo directamente a la piscina. El pobre perro está ahora en medio de la piscina, intentando mantenerse a flote frenéticamente. Ya casi estoy ahí. Unos segundos más tarde, llego a la piscina y, sin pensarlo más, salto directamente. El agua fría se abalanza sobre mí a medida que me sumerjo. Dulce Señor, eso se siente bien. Salgo a la superficie y nado rápidamente hacia el perro. —Oye, está bien —digo con voz calmada mientras extiendo la mano y agarro al perro. Abrazándolo contra mi pecho, nos mantengo a flote—. Te tengo. Ahora estás a salvo. El perro me observa con grandes ojos de cervatillo y luego me lame la cara en agradecimiento, creo. —Bueno, de nada.
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Me rio suavemente. —¿Qué carajo estás haciendo en mi piscina? —retumba una voz, sobresaltándome.
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CARRIE Mi cabeza se alza de golpe para encontrar a mi vecino gruñón parado en el borde de la piscina, observándome fulminante. Sus grandes brazos tatuados cruzados sobre su pecho enorme, una camiseta blanca sobre sus bíceps, jeans descoloridos en sus piernas. —Y con un… —entierra los ojos sobre el bulto mojado en mis brazos—… puto perro. ¿Qué diablos estás haciendo en mi piscina con un perro? —Quieres decir, tu perro —espeto inusualmente mientras empiezo a nadar, con un brazo, hacia él, sosteniendo al perro con mi otro brazo—. Que acabo de salvar de ahogarse. Por cierto, de nada. —No tengo un maldito perro —gruñe, deteniéndome cerca del borde de la piscina. Cielos, es aún más grande de cerca. —¿Tienes que maldecir tanto? —le digo. Esos ojos oscuros me miran con el ceño fruncido. —Sí, maldita sea. Está bien, de acuerdo. —Entonces, ¿este perro no es tuyo? —Nop. —Deja que la P explote. Miro hacia la monada pequeña en mis brazos. —Bueno, ¿de quién es el perro? —reflexiono. —¿Cómo diablos debería saberlo? —¿Crees que es un perro callejero? —pregunto, ignorando su mal humor.
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—¿Por qué no me haces la pregunta más pertinente? —Su voz es un retumbar oscuro, haciendo que se me ponga la piel de gallina en los brazos. Lo miro. —¿Cuál sería? —Si me importa. Lo cual no lo hago, si aún no lo has descubierto, Pelirroja. ¿Pelirroja? Ah, mi cabello. Pongo los ojos en blanco. —Qué original —me burlo. Luego, me acerco a los escalones de la piscina. Dejo al perro junto a la piscina y me arrastro fuera del agua. Estoy escurriendo por todas partes. Y el perro ya se ha movido y ahora está olfateando los pies de River, quien está descalzo. Tiene unos pies bastante bonitos. Por qué estoy notando eso, nunca lo sabré. Mis ojos se elevan para verlo fruncir el ceño al perro, lo que me da la oportunidad de mirarlo por primera vez correctamente. Se eleva sobre mí. Diría que tiene alrededor de al menos un metro noventa. Mucho más alto que yo, y mido un metro sesenta y siete. Aún no puedo precisarle la edad, pero si tuviera que adivinar, diría veintiocho o veintinueve. De cerca se ve muchísimo mejor de lo que pensé. Quiero decir, sabía que era apuesto, pero de cerca, es increíblemente atractivo. El tipo de atractivo que todo el mundo nota. No puedo imaginarme a ninguna mujer u hombre que no lo encuentre atractivo con su cabello ondulado de color cobrizo oscuro, su mandíbula afilada cubierta de barba incipiente, sus ojos oscuros resaltados por unas cejas fruncidas, largas pestañas oscuras, pómulos altos y nariz perfectamente recta. Es hermoso. Es una pena que sea un completo idiota. —¿Vas a quitarme de encima a este chucho? Le da al perro un empujón con el pie. No es un empujón fuerte, pero aun así me siento molesta con él por alejar al perro de esa manera.
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— ¡Oye! No hagas eso. La lastimarás. —Me agacho, tomando al perro en mis brazos, sosteniéndola contra mi pecho. Él ladea la cabeza hacia un lado, sus ojos oscuros evaluándola, sus brazos aún cruzados sobre el pecho. —Si no es tu perro, entonces ¿cómo sabes que es ella? —Um… porque es linda y dulce, obviamente. El perro comienza a retorcerse en mis brazos, obligándome a dejarla en el suelo. Se dirige inmediatamente a otro macizo de flores donde levanta la pata y hace pipí. Huh. Supongo que ella es un él. —Y, ahora, tu perro confundido de género está meando en mis flores. Increíble —se queja. No me atrevo a decirle que pisé un ramo de sus flores preciosas por allí atrás. —Bueno, claramente, ella es un perro niño, quiero decir, ¡él es un perro niño! —Resoplo a medida que recojo mi cabello y escurro el exceso de agua. Estoy empapada. Mi pijama está pegado a mi cuerpo y… ¡Dios mío, no estoy usando sujetador! Cuando me doy cuenta, levanto la mirada de golpe para encontrarme con los ojos de River. Y no me están mirando a la cara. No. Sus ojos están clavados firmemente en mis senos sin sujetador. Cruzo los brazos sobre mis senos y me aclaro la garganta en voz alta. Él levanta sus ojos hacia los míos. Todos oscuros y malhumorados. Ni siquiera tiene la decencia de parecer avergonzado después de ser sorprendido mirando mis senos. Idiota. —Entonces… supongo que seguiré mi camino.
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—¿Y el perro? —El tipo tiene un ceño perpetuo en su rostro, pero aún se las arregla para fruncir el ceño por encima de su ceño fruncido. Imagínate. Echo un vistazo al perro, quien ahora gruñe tiernamente a la hierba. O lo que sea que esté en la hierba que lo esté haciendo gruñir. Me acerco y lo recojo. El gruñido cesa de inmediato, y se acurruca contra mi cuello, como si busca consuelo y contacto. Por alguna razón, se me forma un nudo en la garganta. Deben estar jugando conmigo las hormonas del embarazo. —Lo llevaré a casa conmigo y trataré de averiguar a quién pertenece. River suelta una risa sin humor. —Créeme; ese perro ya no tiene dueño. Va sin collar ni etiqueta. Está delgado y su pelaje está jodidamente enmarañado. Alguien se deshizo de él hace un tiempo. Ahora que lo siento en mis brazos, me doy cuenta de lo pequeño que es, y solo pensé que su pelaje estaba enmarañado por el baño inesperado. Pero, ahora que River lo ha señalado, puedo ver que este perro está solo. Y mi corazón se rompe en este preciso momento. Lo aprieto un poco más contra mí. —¿Por qué alguien haría eso? Dejar en la calle a un dulce perrito indefenso, todo solo. —Porque las personas son unos putos egoístas. Me estremezco ante la dureza de sus palabras. Me está mirando fijamente. Lo veo a los ojos. Y lo que encuentro ahí me sorprende. Me sorprende porque conozco esa mirada. Solía verla en mis propios ojos cada vez que podía soportar mirarme en el espejo. Aún ahora la veo. Como si tu alma está vacía. Hueca. La ira, el dolor y el sufrimiento te han tragado por completo, y no queda nada más que el vacío. Ha sentido dolor. Él sabe cómo es. Es como yo.
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Siento una ráfaga dentro de mi pecho y una conexión repentina con él que nunca antes he sentido con nadie en mi vida. Parpadea, y cuando sus ojos se vuelven a abrir, regresan a ser duros y herméticos. No hay emoción en absoluto en ellos. Me hace preguntarme si lo que acabo de ver era real. Pero sé que lo fue. Porque lo sentí. Como siento mi propio dolor. Está intentando excluirme. Pero es muy tarde. Ya lo he visto. Y tiene razón. Las personas son prometedoramente egoístas. Después de todo, me casé con uno de esos. Pero solo algunas personas, no todas. —Tienes razón —le digo—. prometedoramente egoístas, pero…
Algunas
personas
son
—¿Prometedoramente? —Suelta una carcajada, interrumpiéndome. Vuelvo a poner mis ojos en blanco. Dos veces en el espacio de diez minutos. Si sigo así, terminaré con dolor de cabeza. —Como estaba diciendo —continúo altaneramente—, algunas personas son ya sabes son egoístas, pero no todos lo son. Y estoy segura que puedes entender lo que quise decir con prometedoramente. —Odio reventar tu burbuja, Pelirroja, pero todas las personas son egoístas. Y entiendo lo que quieres decir, de acuerdo. Nunca he conocido a nadie que se desvíe tanto de su camino para evitar decir la palabra puta3. —No sé por qué alguien querría usarlo. Es una palabra horrible. —Creo que es una de las palabras del idioma inglés mejores y más versátiles. Lo mismo que joder. Curiosamente, jodida puta es mi dicho favorito. Uff. Si el idiota pudiera sonreír, sé que estaría sonriendo en este momento. —En serio, ¿tienes que ser tan grosero? —Sí, Pelirroja, tengo que ser tan jodidamente grosero. No ponga los ojos en blanco. No ponga los ojos en blanco.
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Puta: en inglés original “cunt” utilizado entre otras formas de insultos y palabras denigrantes además de su traducción directa.
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—Y por favor, deja de llamarme Pelirroja. Mi nombre es Carrie, y lo sabes, por supuesto, porque te lo dije… bueno, te lo grité hace dos semanas, desde mi porche, cuando me ignoraste descaradamente. River no dice nada al respecto. Cualquier persona normal al menos se sentiría avergonzada de ser reclamada, como lo acabo de hacer. Pero él no es normal. Por supuesto que no lo es. Todo lo que consigo de su parte es un encogimiento de hombros totalmente despreocupado, y luego desliza sus manos en los bolsillos de sus jeans casualmente, como si no le importa nada en el mundo. Idiota. Respira profundo, Carrie. Dentro y fuera. —De acuerdo, bueno, entonces nos vamos —digo con enfado, más que lista para alejarme de él y ponerme algo de ropa seca. Después, necesito averiguar qué voy a hacer con mi amiguito aquí. Giro sobre mis talones, lista para cruzar su jardín y volver al mío a través del hueco en la cerca, cuando su voz me detiene. —¿A dónde vas? Lo miro por encima del hombro, dándole una mirada estúpida. —A casa. Ya sabes, la casa contigua a la tuya. Mírame, siendo tan descarada. ¿Cuándo pasó esto? No lo sé. Pero me gusta, definitivamente. —Graciosa. ¿Qué vas a hacer, Pelirroja? ¿Escalar la cerca? Ignoro el comentario de “Pelirroja” y digo: —No, voy a pasar por el hueco. Da un paso adelante. —¿Hay un hueco? —Síp. —Dejo que la P explote, como lo hizo antes—. Así es cómo llegué aquí en primer lugar.
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—Jodidamente genial —resopla más para sí que para mí—. Lo arreglaré en la primera oportunidad que tenga. —Señala con el pulgar por encima del hombro—. Hay una puerta lateral ahí, Pelirroja. Úsala. Es mi turno de fruncirle el ceño. Me giro lentamente. —Sabes, lo más decente que podrías hacer como un vecino bueno sería dejarme pasar por tu casa en lugar de por la puerta lateral. —¿Me veo como un vecino bueno? —No. Te ves como un imbécil gruñón. ¡Oh, Dios mío! No puedo creer que acabe de decir eso. Apenas me impido ponerme la mano en la boca. En su lugar, aprieto los labios, conteniendo la respiración, preparándome. Mi cuerpo recordando lo que sucedería si alguna vez le hablara de esta manera a Neil. Pero Neil no está aquí. Estás a salvo. Este tipo podría decir palabrotas como un marinero, pero no te hará daño. El perro mueve inquieto su cuerpecito cálido contra mi pecho. Me obligo a relajarme. Sinceramente, no sé qué me está pasando en este momento. No es propio de mí responder con tanto descaro. —Entonces, después de todo, dice palabrotas. Si no lo supiera mejor, pensaría que hay una sonrisa en sus labios. Saberlo me ayuda a relajarme más. Levanto la barbilla, obligándome a una fuerza que en realidad no siento. —Nunca dije que no maldijera. —Mentirosa—. Dije que no me gustaba la palabra P. —Te refieres a puta. Sé que lo dijo para enojarme. Pero no voy a darle la satisfacción. No es como si nunca hubiera querido maldecir. Es que no se me permitió.
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Neil lo prohibió. Y, si alguna vez cometía el error de maldecir, lo pagaría.
—Annie, siéntate a mis pies. Con el cuerpo tembloroso, me arrodillé frente a mi esposo y lo miré, como sabía que se suponía que debía hacerlo. Sus fríos ojos sin emociones me contemplaron fijamente. —Las mujeres no deberían maldecir. Tampoco deberían tener opiniones. Deberían ser vistas. No escuchadas. Las mujeres no deberían trabajar. Deberían quedarse en casa y cuidar de sus esposos. Y deberían hacer todo lo que les digan sus esposos. Si no se adhieren a estas reglas, entonces los esposos tienen todo el derecho de castigarlas como mejor les parezca. Recítame las palabras, Annie. Ahora.
Contengo el estremecimiento que mi cuerpo quiere dar ante el recuerdo resonando en mi mente. Estás bien. Estás a salvo. Sé todas estas cosas, pero ahora solo quiero irme a casa. —Bueno… adiós —murmuro mientras paso junto a River, sacudiéndome el pasado. Estoy bastante segura que el perrito en mis brazos se ha quedado dormido contra mi hombro. Pobrecito. Siento una bocanada de lo que creo que es el olor a humo de cigarro cuando paso junto a él. Provoca algo curioso en mi estómago. Una sensación de caída en picado. Extraño. Espero que el bebé no empiece a desear el olor a humo de cigarro. Para nada saludable, mi dulce bebé. —Probablemente deberías llevar al chucho a un veterinario. —Las palabras silenciosas y casi reacias de River me llegan justo antes de llegar a la puerta. Me detengo y me vuelvo a medias hacia él. —¿Eso crees?
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—Es un perro callejero que acaba de meterse en mi piscina. Así que, diría que sí, necesita ver a un veterinario. —¿Por qué te importa? —Levanto la ceja. Su expresión se cierra. —No me importa. Pero tengo que saber si el chucho es portador de alguna enfermedad. Después de todo, ha estado nadando en mi piscina. —No es un chucho. Y no tiene ninguna enfermedad. —Abrazo al perro contra mí, y él hunde su cara en mi cuello. —Sí, claro, Pelirroja. Sigue diciéndote eso. Como mínimo, el chucho tiene pulgas, probablemente garrapatas. ¿Pulgas? ¿Garrapatas? Y ahora, me pica la piel. Me rasco el brazo. Luego, mi cabeza. ¡Jesucristo! Todo esto es su culpa, al poner la idea de las pulgas en mi cabeza. —¿No estará cerrado el veterinario? —pregunto mientras me rasco el cuello. A estas alturas debe estar cerca de la medianoche. —Hay una clínica las veinticuatro horas en la ciudad. —Oh. Bueno, eso estaría bien, pero no tengo auto, y en realidad no quiero caminar a la ciudad en la oscuridad, así que tendré que llevarlo por la mañana. Y pasar la noche con pulgas y garrapatas. Me rasco más fuerte al pensarlo. Pero no veré a este pobre perrito en las calles por unos cuantos bichos pegados que probablemente ni siquiera tenga. Entonces, ¿por qué me estoy rascando? ¡Porque él puso la idea en mi cabeza! Escucho un fuerte suspiro frustrado proveniente de River y observo cómo su mano se arrastra por su cabello espeso. —Mierda, por Dios —gruñe—. Te llevaré a la clínica en mi camioneta. Rayos.
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Por la forma en que va, uno pensaría que le pedí que me lleve a la clínica. Está justo en mi lengua decirle dónde puede meterse su aventón, pero en realidad debería llevar al dulce perrito al veterinario más temprano que tarde. De modo que, me trago mi orgullo por el bien de mi nuevo amiguito perro y digo: —Gracias, eso sería genial. Solo tengo que ir rápido a casa y ponerme ropa seca. ¿Puedo dejar al perro contigo mientras me voy? Solo será unos minutos. —No quiero llevar las pulgas probables a mi casa antes de tener la oportunidad de que el perro sea tratado por el veterinario. —Por supuesto. Tómate tu tiempo —dice sarcásticamente—. De hecho, ya que estás en eso, ¿por qué no te das un largo baño caliente, te lavas el cabello y luego te vistes, y yo me quedaré aquí con el chucho plagado de pulgas, esperando como un puto idiota? —Oh, es tan amable de tu parte ofrecerlo, River. —Sonrío ampliamente, caminando de regreso a él—. Pero no quiero dejarte esperando como un ya-sabes-qué, así que me cambiaré de ropa y volveré en dos segunditos. —Le ofrezco el perro, obligándolo a tomarlo—. Segunditos… ¡ja! Seguro que sí. Me rio, a lo que él gruñe. Retrocedo unos pasos, sonriendo, disfrutando del fruncimiento enmarcando su boca, y luego me obligo a darme la vuelta y alejarme a un ritmo pausado, de regreso a mi casa para cambiarme.
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RIVER Doce años La abuela tiene su tocadiscos encendido. Una banda llamada The Flying Pickets. La canción que se está reproduciendo actualmente se llama “Only You”. A la abuela le gusta mucho la música basura. Pero, supongo que, en cuanto a canciones, esta está bien. Estamos en el taller. La abuela está en el crisol. Ha estado yendo y viniendo desde allí hasta el vidrio triturado que está usando para crear un jarrón que le encargaron hacer. En este momento no me necesita, así que estoy terminando la pieza que hicimos ayer. Usando un bloque de molienda, estoy puliendo los bordes afilados en la parte inferior del globo de vidrio. Bueno, es una pantalla con forma de globo. Tiene distintos tonos de azul, que van del azul claro al azul medianoche. Es para mamá. El azul es su color favorito. No es que pueda tener la pantalla en prisión. Pero, cuando hago cosas para ella, le tomo una foto y le llevo la foto para mostrársela, ya que ahora puedo visitarla todos los meses después de que la abuela la convenció de que necesitaba verla. A mamá le gustan mucho nuestras visitas y las fotos. Me dice que tiene todas las fotos colgadas en la pared. Me dice que está feliz de que esté trabajando con el vidrio con la abuela. Dice que la hago sentir orgullosa. Sé que no es cierto. ¿Cómo podría estar orgullosa de mí? Está en ese lugar por mi culpa. Pero, cuando salga de la cárcel y estemos juntos otra vez, compensaré lo que hice.
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Hasta entonces, seguiré haciéndole cosas y haciéndola feliz de la única forma que pueda. Echo un vistazo al estante donde están todas las cosas que he hecho para ella. Está empezando a llenarse bastante. La abuela comienza a cantar la canción mientras trabaja. Es una cantante terrible. Pongo los ojos en blanco, pero hay una sonrisa en mis labios. Suena la campanilla en el taller, indicándonos que alguien está en la puerta principal. La abuela tenía el timbre configurado para sonar aquí, de modo que pudiera escuchar cuando alguien tocara el timbre porque está mucho tiempo en su taller. Ambos lo estamos. Me encanta trabajar aquí con ella. Cuando me hizo empezar a ayudarla, pensé que lo odiaría, pero en realidad me gusta hacerlo. Por el calor extremo que implica el soplado de vidrio, la abuela no me deja hacer ningún trabajo por mi cuenta, de modo que mi trabajo es soplar mientras la abuela le da forma. Pero la idea de las piezas vienen de mí, y la abuela me ayuda a darles vida. Esbozo lo que quiero hacer y le muestro la imagen. Disfruto el dibujar. Pero crearlo es la parte divertida. Soplar vidrio requiere concentración, lo que significa que no hay tiempo para pensar en lo mucho que extraño a mamá o la razón por la que está en la cárcel o lo mucho que odio la escuela y mi vida en general. —Abriré la puerta —le digo a la abuela. Dejé el globo de vidrio con cuidado y el bloque de molienda en el banco de trabajo. Salgo del taller y me dirijo a la casa. Mientras avanzo por la sala, puedo ver quién está parado en la puerta principal a través de la ventana de vidrio esmerilado, y mi paso vacila. Un oficial de policía. Mi corazón comienza a acelerarse en mi pecho. Mis palmas terminando húmedas. Doblo mis dedos en mis manos y presiono mis uñas contra mis palmas. El escozor del dolor ayuda un poco. Vuelve a sonar la campanilla.
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El oficial puede verme a través del cristal, así que no hay forma de esconderse. Respiro profundo, preparándome, y abro la puerta. —H-hola. —Me tiembla la voz. Odio eso. Me obligo a mantener mi espalda recta. —River. Él me conoce. No lo conozco. Pero bueno, todo el mundo sabe quién soy. El hijo de la asesina de policías. Si tan solo supieran la verdad. Me pregunto si trabajó con mi padrastro. Si era amigo suyo. Todos eran amigos de mi padrastro. Y eso es porque no conocían al verdadero ser. Los ojos del oficial me contemplan con disgusto. Como hace todo el mundo en esta ciudad olvidada de Dios. A veces desearía que pudiéramos mudarnos. Pero la abuela no se irá. Ha vivido toda su vida en esta ciudad. Nació en esta casa. Dice que morirá aquí. Y dice que no huimos de nuestros problemas. Los enfrentamos. Pero, lo haría, si pudiera huir. Muy, muy lejos. Pero no puedo. Así que, aquí estoy. Hundo mis pies en mis zapatillas deportivas, intentando conectarme a tierra. Mi mano tiembla alrededor de la puerta a la que me estoy aferrando. —¿Tu abuela está en casa? —pregunta. Asiento, el pulso martillando en mi garganta repentinamente seca. —Bueno, ¿puedes ir a buscarla? Asiento nuevamente. Pero parece que no puedo moverme. No puedo levantar los pies del suelo ni apartar la mano de la puerta.
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Frunce el ceño, las arrugas dibujándose en todo su rostro, y da un paso adelante, sus botas golpeando contra el porche de madera.
Unas botas subiendo los escalones. Él está en casa.
Se inclina hacia mi cara. —¿Qué carajo te pasa, niño? ¿Eres retrasado o algo así? Niño.
—Harás lo que te diga, niño.
—No, no es retrasado. —El sonido castigador de la voz de mi abuela es como una balsa salvavidas de una pesadilla. Su mano suave pero fuerte aterriza en mi hombro, dándole un apretón tranquilizador, y me relajo un poco—. Y podrías ser la ley en estas partes, pero nunca vuelvas a hablar con mi nieto de esa manera. El oficial la mira fijamente. Mi abuela podría ser pequeña, ya soy más alto que ella, pero es feroz. Ella levanta la barbilla y lo mira fijamente en respuesta. —Lo que sea —murmura—. Solo estoy aquí para entregar un mensaje. —¿Cuál será? —pregunta la abuela. Una sonrisa pasa por su rostro. Y no es una sonrisa amable. Se mete la mano en el bolsillo y saca un sobre de aspecto oficial, pero no se lo entrega. En cambio, comienza a hablar con voz fría y tranquila: —Anoche, hubo un motín en la prisión donde su hija estaba encarcelada. Otra prisionera la apuñaló con un puñal. No lo logró. Está muerta. Está muerta. Muerta.
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No. Los dedos de la abuela se aprietan en mi hombro. La única señal de que escuchó lo que el hombre acababa de decir. Le tiende el sobre a la abuela. Ella se lo quita. —Alguien se pondrá en contacto para el cuerpo. El cuerpo. Después, se gira y se aleja. Muerta. Apuñalada. Cuerpo. Mamá. No. Escucho a alguien gritar. No me doy cuenta que soy yo hasta que la abuela me está atrayendo a sus brazos, abrazándome con fuerza. —No. ¡No! —Me aparto de ella, tropezando hacia atrás. —River… —¡No! No está… no está… ¡no! Me doy la vuelta y corro por la casa. No puede estar muerta. No puede ser. No. Estoy de vuelta en el taller. El globo de cristal está donde lo dejé. Jamás lo verá porque está muerta. Está muerta por mi culpa. Por lo que hice. Tomo el globo y lo arrojo al estante donde están todas las cosas que le hice.
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Golpea el estante con un golpe rotundo, todos los demás artículos de vidrio se rompen. Pero no es suficiente. El dolor aún está en mi pecho. Y duele. Tomo uno de los tubos de metal que usamos para soplar el vidrio, y empiezo a balancearlo, golpeando todo lo que puedo. Todo lo que se puede escuchar es el vidrio rompiéndose. Junto con los latidos de mi corazón. Y entonces, no queda nada para golpear. Mis ojos están borrosos, y mi respiración es pesada. Dejo caer el tubo de metal al suelo con un fuerte sonido metálico en el silencio resonante. Abro y cierro mis puños. Muerta. Mamá está muerta. —River. —La voz suave de la abuela llega desde la puerta. Vuelvo mis ojos borrosos hacia ella. —E-stá m-muerta. Sus ojos se oscurecen. —Sí. —¡E-ella… yo…yo la m…maté! ¡M…maté a mamá! —No. —Su voz es firme. Da un paso adelante. Retrocedo, chocando contra el banco de trabajo. —¡S… Sí! ¡Yo-yo la m-maté! N-no habría estado allí si no hubiera… —¡Detente! —Su voz sale como un trueno. Aprieto mis labios temblorosos entre sí, reteniendo todo mi dolor en mi interior. La abuela se acerca a mí y envuelve sus manos suavemente alrededor de mis brazos. —No mataste a tu madre —habla dulcemente, pero su voz se quiebra. Se aclara la garganta—. No permitiré que lleves eso contigo. Culparte no es lo que querría tu mamá. Nada de lo que pasó hace tantos
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años atrás fue culpa tuya. ¿Me escuchas? Solo eras un niño. Aún solo eres un niño. Bajo la barbilla, asintiendo, dándole la respuesta que quiere. Pero no lo digo en serio. Sé que maté a mamá. Estaba en la cárcel por mi culpa. Por lo que había hecho ese día. Debería haber sido yo quien estuviera en la cárcel. Debería estar muerto. Presiono mis dedos contra mis palmas. Se sienten resbaladizos. Bajo la vista. Están sangrando. Cortados del vidrio. Me fijo en el estado del taller. Lo he destrozado. Rompí todo el trabajo de la abuela. —L-lo siento. R…rompí todo. —No tienes nada que lamentar. Solo es vidrio. —Pone una mano debajo de mi barbilla y levanta mis ojos hacia ella—. Todo puede ser reemplazado. Pero mamá no puede ser reemplazada. No la volveré a ver nunca. Y no tengo a nadie a quien culpar más que a mí. Una lágrima corre por mi mejilla. Veo que los ojos de la abuela brillan, y algo muy dentro de mí se rompe. La abuela nunca llora. Jamás. La he hecho llorar. Porque maté a su única hija. Debe odiarme. Me odio.
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—River, detén esos pensamientos ahora mismo —dice las palabras con firmeza, como si puede ver directamente dentro de mi cabeza—. No te culpo. Y ciertamente no te odio. Te amo. Pero no me siento digno de su amor. Porque no soy digno del amor de nadie. No hay nada bueno en mi interior. Solo oscuridad y piezas rotas que nunca podrán repararse.
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CARRIE Es la una y media de la madrugada, según el reloj en el tablero de la camioneta de River, y “Only You” de Selena Gomez está sonando silenciosamente por la radio mientras regresamos de la clínica veterinaria. Buddy, así es como llamé al perro porque necesitaba uno para registrarlo en el veterinario, está sentado en mi regazo, luciendo mucho mejor que cuando lo llevé allí. El veterinario pidió a la enfermera que lo bañe antes de tratarlo contra las pulgas. Dijo que no parecía tenerlas, pero que era mejor recibir el tratamiento en lugar de no. Aparentemente, el tratamiento lo mantiene libre de pulgas durante un mes, y luego debo tratarlo nuevamente. También le dio una inyección, por lo que el perro no estaba muy contento. En realidad, no puedo culparlo. El veterinario me aseguró que, además de estar un poco bajo de peso, Buddy está bien. Compré algo de comida para perros al veterinario y también un montón de otras cosas que Buddy necesitará. Así que, ahora, tengo un perro oficialmente. Y es el perro más lindo de todos. Siempre pensé que sería bueno tener un perro. No pude tener uno mientras crecía en hogares de acogida. Y Neil odia los perros. Me hace feliz poder darle esto a mi bebé. Una casa y un perro. Suena tan simple cuando lo digo así. Pero, a veces, son las cosas más simples las que más importan. River se estira y apaga la radio. Estaba disfrutando la canción, pero no digo nada. River esperó en la clínica todo el tiempo que estuve con Buddy. Cuando salí de la sala de examen, me sorprendió verlo sentado allí.
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No habíamos hablado de que él me llevara a casa, y pensé que lo había molestado lo suficiente al hacer que me trajera en primer lugar. Y me doy cuenta que tampoco le he dado las gracias. —Gracias por el viaje al veterinario y, por esperarnos y llevarnos a casa. —Bueno, no podía dejarte ahí exactamente —gruñe. Sí, podías haberlo hecho. Pero no señalo eso. Silencio, y luego: —Entonces, te quedas con el chucho. —No lo llames así. —Arrugo la frente—. Su nombre es Buddy. Y, por supuesto, me quedo con él. —Eres idiota. —¿Qué? —Lo miro, horrorizada—. ¿Soy idiota por quedarme con un perrito inofensivo que no tiene dónde vivir? Bueno, si eso determina que soy idiota, entonces seré una felizmente. Me echa un vistazo, con una de esas cejas enojadas alzadas. —Eres idiota por pagar los precios que pagaste por toda la mierda que compraste para el chucho —dice lentamente—. Pudiste haber comprado toda esa mierda en el supermercado por la mitad de precio. —Oh. Bueno, el supermercado no está abierto en este momento, y él necesitaba estas cosas. —¿Necesita un abrigo? ¿Ahora? —Echa un vistazo a mis pies, donde se encuentra el abrigo entre las otras cosas de Buddy. —Sí. Podría tener frío. Mira el indicador de temperatura en el auto y luego a mí. Actualmente hace dieciocho grados centígrados. —Bien. Ahora mismo no tendrá frío. Pero podría tener frío en algún momento. —Tiene pelaje, Pelirroja. Para eso está ahí. Y te das cuenta que vives en Texas.
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—Está bien, podría no necesitar el abrigo, pero es lindo. —Es de color azul pálido con pequeñas imágenes de huesos de perrito—. De todos modos, siempre es bueno tener cosas solo en caso de emergencia. Ya sabes, en caso de que llueva cuando salga a pasearlo. En Texas llueve. —El abrigo es de lana. Rayos. Tiene razón. —La lana es impermeable. —Un poco. De acuerdo, para nada. —Claro que lo es. Casi puedo oírlo poner los ojos en blanco. Qué sabelotodo. Me niego a admitir que tiene razón, así que me muerdo el labio y me quedo callada. Pero River no lo hace. —Nunca te dije mi nombre. —Sus palabras son bajas y tranquilas. —¿Qué? —Antes me llamaste River, en mi jardín. Nunca te dije mi nombre. No, no lo hiciste. Estabas demasiado ocupado ignorándome y siendo grosero conmigo para compartir esa información sobre ti. Pero, una vez más, no digo lo que estoy pensando. Y, aunque no he hecho nada malo, siento como si me han atrapado con la mano en el tarro de galletas, y mi cara se enardece. Miro a Buddy y acaricio su pelaje suave. —Trabajo en el restaurante de la ciudad, Sadie’s Diner. El cocinero, Guy, se enteró de que estaba viviendo en la casa de al lado, y mencionó tu nombre de pasada. Entonces, así es cómo lo sé. —De pasada. Por supuesto. —Se ríe sin humor. —¿Es un problema que sepa tu nombre? No responde. Y me molesta.
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Pero dejo pasar mi molestia. En realidad no quiero discutir con el tipo a la una y media de la madrugada. Detiene su camioneta fuera de mi casa y apaga el motor. Eso me sorprende. Esperaba que se estacione en su camino de entrada, y yo me acercaría caminando. —Gracias otra vez por el viaje —le digo—. Lamento haberte mantenido afuera tan tarde. Se encoge de hombros. Tomo eso como mi señal para irme. Abro la puerta del pasajero, sosteniendo a Buddy, y salgo de la camioneta. Estoy a punto de volver a meter la mano para sacar las cosas de Buddy del piso de la camioneta cuando River aparece de la nada. Ni siquiera me di cuenta que había salido de la camioneta. Recoge las cosas de Buddy y después cierra la puerta del pasajero. —Las tengo —dice con brusquedad. —Gracias —susurro. Camino hacia la puerta de mi casa, River siguiéndome detrás. Honestamente, no entiendo al tipo. Actúa como un idiota. Sin embargo, me lleva hasta el veterinario en la ciudad a medianoche y me espera allí durante más de una hora. Luego, me lleva a casa. Estaciona fuera de mi casa. Y ahora está llevando las cosas de Buddy. Ese no es el acto de un idiota. Quizás River no sea el completo imbécil que parece ser. Tomando mi llave, abro la puerta de entrada y entro. Dejé las luces encendidas para que no estuviera oscuro al volver a casa. De hecho, no me gusta entrar en una habitación oscura. Buddy se remueve un poco en mis brazos, así que lo dejo en el suelo. —Bienvenido a tu nuevo hogar, Buddy. —Lo veo a medida que se aleja, explorando la sala de estar. Cuando me vuelvo hacia River, lo encuentro de pie junto a la puerta, llenándola, observándome. Esas cejas oscuras suyas caen bajas sobre sus ojos, ocultando lo que sea que haya en ellos.
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—¿Dónde quieres que ponga esta basura? —Levanta las cosas de Buddy con un gesto. Ignoro el comentario basura y respondo: —En la mesita de café estará bien, gracias. Cierro la puerta mientras River pone las cosas de Buddy sobre la mesa. Se ve enorme en mi sala de estar pequeña. Después de dejar los artículos, se detiene, echando un vistazo a la chimenea. Luego, se vuelve abruptamente. —¿Estás embarazada? —Sus ojos se posan en mi estómago plano. Ah, vio mi foto de ultrasonido. —Sí, lo estoy. Siete semanas, por eso aún no se me nota. —Presiono mi mano contra mi estómago. —¿Dónde está el padre? Mis labios se abren con sorpresa. Lo veo, sin querer responder, pero sin saber qué decir. —No debería haber preguntado eso. No es asunto mío. Cruzo mis brazos sobre mi pecho. —No, no lo es. La sorpresa parpadea en su expresión junto con lo que creo que es admiración. Pero no puedo estar segura con él. —Entonces, estás sola. Sus palabras se clavan en mí. Entrecierro la mirada. —Claramente. —¿Por qué no dijiste que estabas embarazada? Mis cejas se fruncen con confusión y molestia. —No sabía que tenía que anunciarlo.
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—Bueno, no te habría dejado llevar a ese chucho si hubiera sabido que estabas embarazada. —Lanza las manos al aire, pareciendo irritado. Aunque, de hecho, no estoy segura por qué tiene que estar irritado. —Estoy embarazada, no enferma. Y por favor, deja de llamar chucho a Buddy. Gruñe. —Parece un chucho. Un pequeño gremlin4 feo. Asegúrate de no darle de comer después de la medianoche. —¿Acabas de hacer una broma? —Mis labios se abren en una sonrisa a pesar de que acaba de insultar a Buddy indirectamente—. No sabía que eras capaz de hacerlo. Bajó las cejas sobre sus ojos oscuros. Un escalofrío recorre mi espalda. —Te sorprendería de lo que soy capaz. Creo que sus palabras están destinadas a asustarme, pero no es así. Este tipo es puro ladrido y cero mordidas. Esta noche he visto eso en él. Se dirige a la puerta principal. Se detiene cuando hablo: —Sabes… de hecho, creo que eres un tipo bueno, no el idiota que te gusta que la gente piense que eres. La mirada que me lanza podría congelar a todo Texas. Lo que sería bastante bueno con el clima actual. —No soy bueno, Pelirroja. —Si tú lo dices —digo alegremente—. Pero pensaré lo que pienso, y creo que eres agradable. —No sé cómo lo superaré —dice sarcásticamente. Después, sale por la puerta principal, cerrándola detrás de él, y me estoy riendo para mis adentros. 4
Gremlin: criatura mitológica de naturaleza malévola, popular en la tradición de países de habla inglesa y surgida probablemente a comienzos del siglo XV.
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Me estoy riendo de verdad, por primera vez en mucho tiempo. Y lo más sorprendente es que, es debido a mi vecino gruñón.
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CARRIE Usando el control remoto, apago la televisión y estiro mi cuerpo. Buddy ni siquiera se mueve a mi lado. Es un pequeño dormilón. Esta noche hice un turno doble, ya que una de las camareras dijo que estaba enferma, y cuando terminé de trabajar, llegué a casa y llevé a Buddy a dar un paseo. El pobre había estado atrapado dentro todo el día mientras yo trabajaba. Me detuve en la tienda y compré un envase de helado de menta con chispas de chocolate, y cobertura de chocolate caliente y malvaviscos. El bebé está anhelando estas cosas. ¿Qué puedo hacer? Cuando llegamos a casa de nuestro paseo, Scrooged5 recién comenzaba en la televisión. Ahora es diciembre, así que las películas navideñas están en pleno apogeo. Y me encantan las películas de Bill Murray. Siempre me dejan con sensaciones buenas. Así que, me puse mi pijama y me acurruqué en el sofá con Buddy y mi dosis de helado para ver la película. La vi. Buddy se durmió. Pensando en la Navidad, echo un vistazo alrededor de mi sala de estar. En realidad necesito un árbol de Navidad. Es extraño que no lo haya pensado hasta ahora. Neil siempre solía comprar nuestro árbol y ponerlo. Nunca se me permitió decorarlo. Dijo que lo estropearía. Bueno, adivina qué, Neil. Voy a conseguir un árbol, y voy a decorarlo de maravilla.
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Scrooged: titulada “Los Fantasmas Atacan al Jefe” en España y “Los Fantasmas Contraatacan” en Hispanoamérica; comedia cinematográfica estadounidense de 1988 que moderniza a la vez que parodia el relato de fantasmas Cuento de Navidad de Charles Dickens.
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Mañana es mi día libre, así que iré a la ciudad y haré algunas compras navideñas. Hay una ferretería en la ciudad que vende y entrega árboles de Navidad. Los vi cuando estuve allí la semana pasada, recogiendo una pequeña pala de jardinería y un juego de horquilla, para poder comenzar a eliminar las malas hierbas del jardín delantero. Llevaré a Buddy a dar un paseo por la ciudad en la mañana y conseguiré un árbol. También recogeré algunas decoraciones. Con suerte, pueden hacer la entrega el mismo día, y entonces puedo pasar el resto del día decorándolo. Incluso podría tomar algunos ingredientes de la tienda y hornear algunas galletas navideñas. Siento un cosquilleo de emoción al pensarlo. Son las pequeñas cosas las que más me importan. Las cosas que nunca antes pude hacer. Quizás llevaré algunas de las galletas a River. Otro agradecimiento por su ayuda con Buddy. Le doy a Buddy un empujón suave con mi mano, despertándolo. —Vamos, Bud. Hora del baño. Recojo mi cuenco para llevarlo a la cocina y me levanto del sofá. Buddy se baja y me sigue adormilado. Dejo mi cuenco en el fregadero y luego le abro la puerta trasera. Salgo a la terraza y lo veo trotar escaleras abajo y hacia el césped. Los paneles de la cerca aún están rotos. A pesar de todas las quejas de River sobre ellos, no los ha arreglado como dijo que lo haría. Por lo tanto, no quiero dejar a Buddy solo en el jardín en caso de que pase por la brecha y entre al jardín de River y termine de nuevo en la piscina. Han pasado casi tres semanas desde que rescaté a Buddy de la piscina de River. No he visto a mi vecino en absoluto. Si fuera una persona paranoica, pensaría que me está evitando. Pero no lo soy, así que no lo hago. No es como si estuviera esperando para verlo.
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Estoy ocupada trabajando en el restaurante y dando paseos con Buddy. La vida es buena. Mejor de lo que jamás podría haber imaginado. También comencé a pelar las paredes en la habitación infantil, lista para prepararla, de modo que pueda pintarla. Simplemente no estoy segura de qué color elegir. Supongo que depende de si decido averiguar el sexo del bebé cuando me realice la próxima ecografía. Pero entonces, supongo que no tiene por qué ser una habitación rosa o azul. Puede ser amarilla, verde, lila o incluso blanca con accesorios de colores para alegrarlo. Mientras reflexiono sobre las posibilidades de los colores de pintura, miro a Buddy junto a la cerca. Envuelvo mis brazos alrededor de mí, moviéndome inquietamente sobre mis pies. —Date prisa, Bud —me digo más a mí que a él, porque lo que he aprendido con Buddy es que es un perro con su propia mente. Recorre la cerca un poco más. Deteniéndose y olfateando antes de finalmente liberar su carga. Aleluya. —Ahora entra, Bud. —Aplaudo para llamar su atención—. Hora de acostarse. —¡No! —grita una voz. Me congelo. Buddy se detiene y se vuelve hacia la cerca. Emitiendo un gruñido bajo. —¡Mierda… no me toques! Mi corazón cae al suelo ante las palabras y la agonía en ellas. ¿Ese es River? Los gruñidos de Buddy aumentan. —Buddy, ven aquí. —Mi voz es firme. Me mira y luego de vuelva a la cerca.
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—Buddy. Finalmente, me escucha y vuelve a subir a la terraza. —Buen chico. —Me agacho y le doy unas palmaditas. Abro la puerta trasera y lo acompaño al interior—. Espérame aquí —le digo antes de cerrar la puerta. —¡Detente, maldito enfermo! —Viene otro grito agonizante. Definitivamente viene de la casa de River. ¿Y si tiene problemas? ¿O está herido? ¿O peor? Tengo que ir a ayudarlo. Busco un arma. Mis ojos se posan en la horquilla de jardinería y la pequeña pala que dejé aquí. ¿Horquilla o pala? ¿Qué haría más daño? La horquilla es puntiaguda. Lo que significa que apuñala. Eso servirá. La agarro y bajo los escalones hacia mi jardín. Camino rápidamente por mi jardín y me deslizo por el hueco de la cerca, llevándome al jardín de River. Cruzo el jardín rápido pero silenciosamente, bordeo la piscina y subo a su casa. La ventana de arriba, directamente encima de mí, está abierta. Debe ser donde está. Cómo lo escuché desde mi lugar. Grito su nombre. Ninguna respuesta. Quizás ahora está bien. Quiero decir, no ha hecho otro sonido en un… —¡Lo haré! ¡Lo juro! Parece que voy a entrar. Tragando el miedo que siento, respiro hondo.
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Puedes hacerlo. Necesita tu ayuda. Con la horquilla de jardinería aún en mano, camino hacia la puerta trasera. Pruebo la manija: desbloqueada. Supongo que la gente no bloquea sus puertas en Canyon Lake. Hago una pausa, con la mano en la manija. Si entro, ¿estoy allanando e irrumpiendo? En realidad debería llamar a la policía porque, si él está en problemas, no es como si pueda hacer mucho. Pero lo último que quiero hacer es lidiar con la policía, y no es que tenga mucha confianza en la policía. No es que crea que todos los policías son malos como Neil. Pero es difícil confiar en ellos después de que llamara a sus colegas, pidiéndoles ayuda, y me decepcionaron tanto. Y no es como si puedo dejar a River sufriendo. Solo. Supongo que solo somos la horquilla y yo. —No me toques. Yo… ¡ah, no! Maldición, duele. —Sus gritos suenan dolorosamente eróticos. Mi corazón se retuerce en mi pecho. Abro la puerta y entro a la casa, dejándola abierta detrás de mí en caso de que necesite escapar rápido de aquí. Mis ojos se adaptan a la oscuridad, pero aún me las arreglo para golpear mi cadera con el borde de una mesa. —Rayos —siseo. No dejo que la punzada del dolor me frene. Llego a las escaleras. Deteniéndome en la parte inferior, miro hacia la oscuridad más allá. Sé valiente. Levantando la horquilla a la altura del pecho, la sostengo con ambas manos, lista para apuñalar o golpear con ella si es necesario. Doy un paso lentamente para subir las escaleras de madera con pasos silenciosos. Otro gemido doloroso me hace moverme un poco más rápido, agarrando el mango de la horquilla un poco más fuerte.
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En este momento no estoy pensando en mí. Estoy pensando en él, otro ser humano. Queriendo ayudarlo, de la forma en que desearía que alguien hubiera estado allí para ayudarme. Llego a la cima donde me detengo y miro alrededor, intentando averiguar qué habitación es la suya. El ruido estaba proviniendo de la ventana trasera que estaba abierta, así que debe ser donde está. Y hay una puerta abierta al final del pasillo. Me arrastro hacia la puerta, con la horquilla lista. Una tabla del suelo cruje ruidosamente en el silencio bajo mi peso, y me congelo, conteniendo la respiración, escuchando cualquier sonido o movimiento. Nada. Avanzo un poco, caminando ligeramente, sin querer hacer más ruido. Llego a la puerta abierta. Solo está abierta hasta la mitad, de modo que no puedo ver plenamente el interior de la habitación. Solo puedo ver la ventana abierta. Un gemido agonizante proviene del interior de la habitación. Levantando mi pie, empujo con cuidado la puerta para abrirla más, usando el dedo gordo del pie, con la horquilla posicionada y lista. Veo el extremo de la cama. Entro en la habitación, fijándome en la cama. Y veo a River en ella, su cuerpo tenso y retorcido, atrapado en el interior de una pesadilla. Casi suspiro de alivio porque no está siendo asesinado o golpeado hasta morir. O algo peor. ¿Hay algo peor? Sí, lo hay. Lo he vivido. Sus piernas patean inquietas la sábana cubriendo su mitad inferior. Entre sus dientes apretados escapan algunos jadeos entrecortados. Se siente mal estar aquí. Ser testigo de esto.
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Pero, ahora que estoy aquí, no puedo dejarlo solo. Incluso si técnicamente irrumpí en su casa. No me sorprende que tenga pesadillas. Ese día vi la mirada atormentada en sus ojos. A veces también tengo pesadillas. Sueño que Neil me encuentra. Me lleva a casa. Lastima al bebé… No sé qué atormenta los sueños de River, pero sé que no puedo dejarlo así. Bajando la horquilla, me acerco a la cama, deteniéndome al extremo. —River —digo su nombre con firmeza—. Estás teniendo una pesadilla. Tienes que despertar. No responde. —River. Extiendo la mano y toco su pie cubierto con una sábana. Gran error. Sus ojos se abren de golpe, y se levanta de la cama. Su movimiento repentino me asusta, y doy un paso hacia atrás, tropezando de alguna manera con mis propios pies y aterrizando sobre mi trasero. Y aprendo otra cosa sobre River rápidamente. Duerme desnudo.
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CARRIE —¿Qué carajo estás haciendo en mi habitación? —¡Pene… River! ¡Hijo de fruta! —Me pongo de pie rápidamente—. Lo siento. Yo-yo… te escuché gritando desde afuera. La puerta estaba desbloqueada… —¿Y pensaste que era una invitación para entrar directamente? —Yo-yo… pensé que estabas siendo asesinado o algo así. Estabas gritando. Estaba preocupada. Quería ayudar. Estoy aturdida. Y del color de un tomate. Aún está desnudo. Y simplemente parado ahí. Desnudo. No parece darse cuenta que está desnudo. O que su pene está totalmente erecto en este momento. Eso, o no le importa. Pero lo estoy registrando. Y estoy intentando apartar la mirada. Lo juro, lo hago. Pero es duro. Su pene. Y mi habilidad para apartar la mirada. Hasta ahora, había visto a dos hombres desnudos en toda mi vida. Pero nunca uno que se vea como River. Comparado con River, Neil se vería regordete. Y Neil no estaba de ninguna manera gordo. Pero River está cincelado. Abdominales. Y músculos tensos cubriendo su cuerpo, brazos y piernas. Es enorme. En todas partes.
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No tengo mucha experiencia con los penes. Solo había visto a otro antes de Neil, y eso fue cuando tenía dieciséis años y perdí mi virginidad con un chico de dieciséis años de la escuela, quien no tenía ni idea de lo que estaba haciendo. Excepto por el hecho de que apostaría a sus amigos a que podía conseguir que me acostase con él. Claramente, ganó esa apuesta. Neil siempre odió el hecho de que me hubiera acostado con alguien antes que él. Era una razón que usaría para iniciar una discusión cuando no tenía otra. El pene de Neil era aproximadamente del mismo tamaño que el primer chico tarado con el que me acosté, así que no estaba segura si fueron de tamaño normal, grandes o qué. En comparación con el de River, definitivamente eran de tamaño medio. Quizás de tamaño insuficiente. ¿Por qué sigo pensando en penes? Porque estás ahí de pie, mirando uno. Disparo mis ojos a la cara de River. No parece enojado, por una vez. Sus cejas se levantan. Una expresión de suficiencia en su rostro. Sabe que he estado mirando su pene. Por supuesto que lo sabe. Lo estuve mirando fijamente durante décadas. Cuando lo miro directo a los ojos, son un marcado contraste con la diversión en su rostro. Están ardiendo con algo que en este momento no estoy dispuesta a nombrar. Mi estómago se hunde. Trago con brusquedad. —¿Qué es eso? Levanta la barbilla en dirección a la horquilla que está en el suelo donde caí de culo. —Oh. —La levanto—. Es mi horquilla de jardinería. —Bueno, eso explica por qué está en mi piso. —La dejé caer cuando me asustaste, y caí.
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—¿Te asusté? —Una de esas risas sin sentido del humor—. Claaarooo. —Arrastra la palabra. Levanta los brazos tatuados de sus costados y los dobla sobre el pecho. No mires hacia abajo. No mires hacia abajo. Obligo a mis ojos a permanecer en su rostro. Me muevo nerviosamente sobre mis pies. —La traje conmigo. Como arma. Ya sabes, en caso de que necesitara una. Sus ojos van a la horquilla en mi mano y luego vuelven a mi cara. —¿Qué ibas a hacer, cavarme hasta morir? —Tú no. Quienquiera que te estuviera lastimando. Y muy divertido. Pongo los ojos en blanco. —No, maldita sea, no lo es. Estás embarazada, y entraste aquí, sin saber en qué te estabas metiendo, con una jodida horquilla de jardinería como arma. Cuando lo dice así, suena imprudente. —Está bien, no lo pensé exactamente. —No me jodas, Sherlock. Eres una maldita idiota, Pelirroja. —¡Oye! ¡Eso no… es agradable! Vine aquí para salvar tu trasero, idiota. —Y aterrizaste en el tuyo. Se vuelve, toma unos jeans colgados de una silla, y se los pone. Veo un gran tatuaje enmarcando su espalda, pero no puedo ver qué es porque lo cubre tirando de una camiseta. Después, enciende la lámpara de su mesita de noche y se gira hacia mí. Parpadeo contra la luz. Mis ojos adaptándose de la oscuridad. —Bonito pijama. ¿Y lo dices literalmente? —¿Qué? Miro hacia abajo.
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Cristo todopoderoso. ¿En serio, Dios? ¿En serio? ¿No podías darme un respiro solo por esta vez? Estoy usando mi pijama nuevo. Los compré por un par de dólares en oferta. Los compré un par de tallas más, así que en este momento me quedan holgados, pero no por mucho tiempo con mi vientre creciendo. Son de esa suave tela de algodón esponjosa. La comodidad sobre la moda, ¿verdad? Y no es como si hubiera esperado que alguien me vea en ellos. Pero no se está refiriendo a la talla grande. Oh, no. Lo que está haciéndolo sonreír es lo que está escrito en la parte superior. Me Gustan Tus Bolas está escrito en la parte superior del pijama, y dos adornos navideños cuelgan debajo de las palabras. Dispárenme, ahora. Al momento, me divirtió. Era una de las razones por las que los compré. Sin embargo, ahora mismo no me siento muy divertida. —Eres muy gracioso —murmuro—. Y, ahora, me voy. Giro sobre mis talones, caminando rápidamente hacia la puerta. —Aw, no te avergüences, Pelirroja. Está bien que te gusten mis bolas. Su risa me atrapa cuando paso por la puerta, saliendo de su habitación. Ni siquiera puedo registrar el hecho de que es la primera vez que lo he escuchado reír o que es un agradable sonido profundo y ronco. Porque estoy demasiado avergonzada. No, ni avergonzada. Mortificada. Irrumpí en su casa con una horquilla de jardinería en mano. Condenadamente asustada por él y por mí. Luego, me quedé mirando su pene fijamente durante un período de tiempo más largo de lo que es
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considerado aceptable. De hecho, no creo que sea aceptable mirar el pene de nadie. Y, para colmo, estoy usando el pijama más ridículo que haya existido alguna vez. Pijamas que le dieron la oportunidad de ridiculizarme aún más. Soy una completa idiota. Corro prácticamente por las escaleras y me apresuro de regreso a la casa por donde entré, entretejiendo alrededor de sus muebles, dirigiéndome hacia la puerta trasera aún abierta. —¡Bendito hijo de fruta! —grito, chocando mi pie con la misma mesa con la que choqué antes, golpeándome el dedo pequeño—. ¡Eso duele! Dejo caer la horquilla y agarro mi pie con ambas manos. Las lágrimas escociendo en mis ojos. Dulce Jesús, eso en serio duele. La luz inunda la habitación. —¿Estás bien? Uff, River. El burlón de todos los burlones. Ni siquiera lo escuché venir. Probablemente está aquí para hacerme pasar un momento aún más difícil. —Estoy bien. —No te ves bien. Suelto mi pie y lo bajo al suelo. Aguanto un siseo de dolor por el contacto. El dedo me está palpitando. —Estás sangrando. —¿Qué? Bajo la vista y, efectivamente, sale sangre de mi dedo pequeño. También tengo sangre en las manos. El miedo se apodera de mi pecho.
—¡Siempre haces un lío! ¡Qué jodido desastre! ¡Maldita perra inútil!
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—¿Pelirroja? —Lo siento mucho. No quise manchar tu piso de sangre. Lo limpiaré. Lo limpiaré ahora mismo. Mi corazón está martillando. Levanto mi pie inmediatamente del piso para evitar un desastre mayor, y giro la cabeza, buscando el camino a la cocina para conseguir algo para limpiarlo. —Pelirroja, está bien. Su voz es más suave. Como la forma en que hablarías con un animal asustado. Lo miro fijamente. Una expresión que no me gusta parpadea en sus ojos. Lástima. No sé exactamente qué hay en mi cara que lo hace verme de esa manera, pero puedo arriesgarme a suponer. Me obligo a llevar mis rasgos a la normalidad. Puedo hacer eso. Estoy bien entrenada en eso. Cálmate. No es Neil. Estás a salvo. Se acerca a mí. Sus movimientos lentos, mesurados. —Pelirroja, solo es un poco de sangre. No te preocupes por eso. Siéntate. Déjame echar un vistazo a tu pie. —Estoy bien. Honestamente. Solo me iré. En realidad, solo quiero salir de aquí. Intento moverme, pero sus palabras me detienen. —Pelirroja, siéntate. Su voz es firme pero no áspera. Más que nada… preocupada. Así que, me rindo. Cojeo hasta el sofá y me siento. River me sigue y se arrodilla a mis pies. Levanta mi pie con su mano, observando mi dedo. —Solo un corte pequeño. Lo limpiaré y le pondré una tirita, y estarás bien.
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—No tienes que hacerlo. Sus ojos oscuros se encuentran con los míos. —Lo sé. Pero aún voy a hacerlo. Se pone de pie. Lo veo desaparecer por la puerta, hacia lo que supongo que es la cocina. Es tan confuso. Un minuto, está siendo un idiota conmigo. Luego, con un chasquido de dedos, está siendo amable. Estoy empezando a pensar que de hecho podría tener un trastorno de personalidades múltiples. Puedo oírlo revolviendo cosas. Abriendo y cerrando puertas de gabinetes. Luego, reaparece con un botiquín de primeros auxilios en la mano. Se arrodilla a mis pies y abre el botiquín. Toma mi pie y lo apoya en su muslo. Saca una toallita antiséptica del botiquín. Preguntarás, ¿cómo sé que es una toallita antiséptica? Bueno, estoy muy familiarizada con el interior de los botiquines de primeros auxilios. Las palizas regulares y el no poder ir al hospital implicaron que tenía que estarlo. —Esto dolerá un poco —dice. —Puedo manejar el dolor. Me observa brevemente. La mirada en sus ojos ilegible. Después, bajando los ojos, presiona la toallita contra el dedo de mi pie y lo limpia gentilmente. Cuando termina, arroja la toallita nuevamente al botiquín y saca una tirita. La rasga para abrirla. Pero no la pone de inmediato. Agarra mi pie y lo levanta. Luego, inclina su rostro hacia abajo y sopla suavemente en mi dedo, secando la humedad de la toallita. Dulce Jesús. Sé que se supone que no debo sentir nada. Pero lo hago. Partes de mí que no sabía que existían comienzan a cantar. Me estoy excitando con él soplando en mi pie. Me confunde y me sorprende.
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Las hormonas del embarazo y verlo desnudo han confundido mi cerebro. —Listo, está hecho. Está bajando mi pie al suelo. Ni siquiera supe que puso la tirita; estaba tan distraída por lo que estaba sintiendo. O lo que no debería estar sintiendo. Me pongo de pie. Sus ojos oscuros siguiéndome. —Gracias —suelto abruptamente, con un temblor ligero en mi voz— . Por curarme. ¿Gracias por curarme? Cristo en una galleta. Lo esquivo. —Bueno, entonces, adiós. Avanzo directamente a la puerta aún abierta por la que entré antes. —¿A dónde vas? Su voz profunda atrapa mi espalda, deteniéndome. Miro por encima de mi hombro. Ahora está de pie. —A casa. —Estás descalza. Pensé que era obvio. Ya sabes, ya que literalmente estaba soplando sobre mi pie descalzo. No lo pienses. —¿Dónde están tus zapatos? Me vuelvo para enfrentarlo plenamente. —No traje. Estaba apurada. —Ponte un par de los míos para regresar. Echo un vistazo a sus pies descalzos. Son enormes. Al igual que su… Yyyyy otra vez estoy de color rojo brillante.
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—Eso no es necesario, y de todos modos no me quedarían bien. Pero, claramente, no me está escuchando porque se está volviendo y caminando de regreso a la cocina, donde aparentemente guarda todo, y entonces regresa momentos después no con uno, sino con dos pares de zapatos en sus manos. Botas y zapatillas. Deja las zapatillas a mis pies. —Póntelas. Dios, es mandón. Ignorando su orden, porque ya no recibo órdenes de hombres, observo cómo se pone las botas en sus propios pies, dejando los cordones desatados. —¿Por qué necesitas zapatos? —le pregunto. Sus ojos oscuros se levantan hacia los míos. —Porque no camino descalzo por las calles. Eh. —Pelirroja, ponte las zapatillas. Me cruzo de brazos. —No quiero. —¿Quieres volver a cortarte el pie? Tienes suerte de no haberlo hecho en tu camino hacia aquí. ¿Cómo me cortaría los pies en nuestros jardines? A menos que tenga vidrios rotos esparcidos alrededor del suyo. No me sorprendería. —Bien. —Suspiro. Después, deslizo mis pies en sus zapatillas. Son enormes, como se esperaba—. Parezco un payaso. —Ciertamente te ves ridícula. Frunzo el ceño. —Nunca dije que me veía ridículo. Dije que parezco un payaso. —La misma cosa. Ni siquiera me molesto en discutir.
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—Bueno, gracias por las zapatillas prestadas. Aunque en realidad no las quería. Me vuelvo hacia la puerta cuando su voz me detiene una vez más. —¿Tienes algo contra las puertas de entrada? ¿O solo la puerta de mi casa? Lo miro por encima del hombro. —Simplemente estoy volviendo por donde vine. —Ah, sí. El hueco en la cerca. Nunca llegué a arreglar eso. ¿Por qué? Quiero preguntar. Pero, por supuesto, no lo hago. De todos modos, no me lo diría. Avanzo a través de la puerta, agarrando la manija para cerrarla detrás de mí. Pero él está ahí, justo detrás de mí, en la puerta. Soltando la puerta, me hago a un lado. —¿Vas a alguna parte? —pregunto. Su ceja se levanta, revelando su ojo oscuro. —Te acompaño a casa. —Vivo allí mismo. Señalo mi casa. —¿Y? —Y creo que puedo hacerlo bastante bien. —¿Crees que a la gente no le pasan cosas malas, ni siquiera en las distancias más cortas? —No, no lo creo. —Sé a ciencia cierta que pasa. No estuve a salvo en mi propia casa durante siete largos años. Pero tampoco necesito que un hombre me cuide. Puedo cuidar de mí—. Pero llegué aquí muy bien. Así que, puedo hacerlo de regreso con la misma facilidad. —Ah, ¿sí? ¿Con tu horquilla fiel para protegerte? Entonces, me doy cuenta que no tengo la horquilla conmigo. Aún está en el suelo donde la dejé caer cuando me golpeé el dedo del pie. Pero
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en realidad no quiero volver a su casa a buscarla. De modo que, puede quedarse allí. —A veces eres un verdadero idiota —le digo. —Lo sé. Y, sin embargo, aún voy a acompañarte a casa. Suspiro. —Haz lo que quieras. Paso pisando fuerte por su jardín. No es fácil, caminando con zapatos que son cinco tallas más grandes que la mía. —¿Qué talla de zapatos usas? —le pregunto. —Trece. Su voz viene detrás de mí en la oscuridad. Corrección: siete tallas demasiado grandes. —Uso talla seis. —Gracias por ese detalle informativo tan fascinante. Esta noche dormiré mejor, sabiendo eso. —Su tono es divertido. Quiero señalar que la razón por la que estaba en su casa en primer lugar era porque no estaba durmiendo bien. Me abro paso a través del hueco de la cerca. Me lleva más tiempo de lo habitual porque sus grandes zapatos estúpidos se interponen en el camino. Mientras me estoy abriendo paso a empujones, la cerca comienza a sacudirse. Cuando regreso a mi jardín, miro hacia arriba y veo a River trepando por la cerca. —¿Qué estás haciendo? —le pregunto. Se detiene a mitad de camino y me observa como si fuera tan tonta como un ladrillo. —Escalando. La. Cerca —dice las palabras lentamente, como recitándoselas a una idiota. —Lo entiendo. Quise decir, ¿por qué?
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Salta desde la cerca, aterrizando fácilmente sobre sus pies. Demasiado elegante para un hombre de su tamaño. A medida que se para frente a mí, sus ojos oscuros brillan hacia mí en la oscuridad. —Porque no había forma de que pudiera pasar por la brecha. —Ah. —Y, dado que a alguien no le gustan las puertas o portones de entrada, era mi única opción. Gracioso. Pongo los ojos en blanco y luego camino a través de mi césped, dirigiéndome hacia los escalones que conducen a mi terraza trasera. Me detengo al final. Saco mis pies de sus zapatillas, las recojo y se las ofrezco. Me las quita. —Todo el camino hasta la puerta trasera —me dice y luego me hace un gesto para que suba los escalones. Suspiro pero no me molesto en discutir. Llego a mi puerta trasera y la abro. La luz inunda la terraza junto con Buddy, que sale disparado por la puerta, olisqueando alrededor de mis piernas, haciendo ruidos quejumbrosos, como si me dijera que estaba preocupado. —Estoy bien, Bud. Me agacho y lo acaricio. Me mira. Y entonces, parece darse cuenta de la presencia de River, y sus ojos se dirigen hacia él. Observa a River por unos buenos segundos, como si estuviera tomando una decisión sobre él. Luego, pareciendo tomar la decisión, agita la cola y se acerca para olfatear sus pies. River lo ignora. Eso me irrita. —Entonces, aún tienes el chucho. Eso me irrita aún más.
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—Por supuesto que aún tengo a Buddy. —Destaco su nombre aunque sé que no tiene sentido. Lo llamará como quiera. Buddy se da cuenta que no va a recibir nada de River, y vuelve al interior de nuestra casa. —Bueno… buenas noches —le digo. —¿Por qué viniste a mi casa? Suspiro nuevamente. Parece que lo hago mucho con este tipo. —Ya te dije. —Sé lo que dijiste. Lo que me refiero es, ¿por qué no llamaste a alguien? —¿Como a quién? Se mete la mano a través de su cabello espeso. —La policía. —Sus palabras son más calladas—. Si alguien pensaba que había un intruso en una casa, que algo malo estaba pasando… una persona normalmente llamaría a la policía. No entraría por su cuenta y se arriesgaría. Con una jodida horquilla de jardinería como única arma. No puedo decirle todas las razones por las que no llamé a la policía. Levanto los hombros por la mentira. —Supongo que… no pensé. Sus cejas espesas se fruncen. —¿Ninguna otra razón? —¿Qué otra razón habría? Se aleja de la luz de mi puerta y se adentra en la oscuridad de la noche. —Ninguna razón. Se mete las manos en los bolsillos de sus jeans y camina hacia los escalones. —Carrie. Me detiene a medida que cierro la puerta.
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Es la primera vez que dice mi nombre. Y se siente trascendental por una razón que no puedo señalar. No respondo, ya que parece que me han robado la voz, pero sé que él sabe que estoy escuchando. —Gracias… por venir. Cuando nadie más lo haría. No dice esas palabras en voz alta, pero de alguna manera sé que eso es lo que quiere decir. —De nada —digo a la oscuridad mientras desaparece en ella.
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CARRIE Hoy no espero ver a River. Normalmente puedo pasar días o semanas sin ver a mi vecino. Y, especialmente después de los eventos de anoche, imagino que podrían pasar meses antes de volver a verlo. Aún no puedo creer que irrumpí en su casa, pensando que estaba siendo atacado o algo así, y actué como una completa tarada y me avergoncé y me corté el dedo del pie con su mesa, todo con esa maldita horquilla en mi mano. Una absoluta tonta. Y definitivamente no estoy pensando en el hecho de que lo vi desnudo. Muy desnudo. No, ahora mismo definitivamente no estoy pensando en eso. Especialmente no cuando avanza directamente hacia mí porque eso sería espeluznante y fuera de lo común. Espeluznante, yo pensando en él desnudo. Fuera de lo común, él viniendo a hablar conmigo. Buddy y yo nos detenemos en la acera frente a nuestra casa. River se detiene frente a mí. Lleva una camisa de franela y jeans. Las mismas botas en sus pies que tenía anoche. Un gorro en la cabeza, cubriendo ese cabello espeso suyo. Hoy hace más frío, afortunadamente. Llevo un grueso suéter manga larga de color verde oscuro sobre unas mallas negras con unas botas casuales que compré el otro día con descuento, y una bufanda a cuadros en blanco y negro está anudada alrededor de mi cuello, mi cabello suelto y haciendo lo suyo. —Pelirroja —dice con esa profunda voz oscura suya. —River. Le sonrío.
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No me devuelve la sonrisa. Ni dice cualquier otra cosa. Simplemente se queda ahí, mirándome desde debajo de esas cejas bajas en esa oscura forma melancólica de él. Pero noto que hay algo más en su expresión. Puedo verlo en la forma de su mandíbula y la tensión alrededor de sus ojos. Parece un disgusto. Está incómodo. No sabía que podía sentir la emoción. Este es un tipo que anoche no tuvo problemas para pararse completamente desnudo frente a mí. O decir cualquier cosa que esté en su cabeza. Así que, tengo que preguntarme qué lo está haciendo sentir incómodo. Tal vez sea porque anoche te agradeció, dice una voz en mi cabeza. Podría ser eso. No puedo imaginar que River esté acostumbrado a agradecerle a nadie por nada. Pero no necesita sentirse incómodo por eso. Quiero preguntarle si es eso. Asegurarle que no tiene por qué sentirse incómodo al respecto. Pero no soy tan directa como él. De modo que, en cambio, opto por preguntarle qué quiere, de una manera no grosera, por supuesto, cuando noto mi horquilla de jardinería en su mano. —¿Eso es mío? Le hago un gesto. Él mira hacia mi horquilla en su mano, como si acabara de recordar que está allí. —Ah. Sí. —Se aclara la garganta—. La encontré en el piso de mi sala de estar. Pensé que la necesitarías. Ya sabes, la próxima vez que decidas hacer otro allanamiento de morada. —Gracioso. —Le quito la horquilla—. Y no planeo hacer ningún allanamiento de morada nunca más. —¿En serio? —Sí.
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—Lástima. Lo más destacado de mi semana fue ver esos pijamas tuyos. Sus palabras me hacen sonrojar, por alguna razón. Tal vez sea porque estás pensando en el hecho de que, cuando lo viste, no llevaba ningún pijama. Toso, aclarándome la garganta, que se siente un poco ahogada cuando trago mi propia saliva. —¿Estás bien? —pregunta. —Sí. Toso nuevamente, golpeando mi mano contra mi pecho para despejarlo. Definitivamente no estoy pensando en absoluto en él desnudo. No. —¿El bebé está bien? —¿Qué? —Tu bebé. Sus ojos bajan a mi estómago. Aún no se me nota. Pero bueno, solo tengo diez semanas. Supongo que pronto se notará. Presiono mi mano instintivamente contra mi estómago. —Ah, sí. Todo muy bien. Sin problemas en absoluto. Hasta ahora, no tengo náuseas matutinas, y creo que si las tuviera, ya las habría tenido. Se produce un silencio torpe entre nosotros. Ya sabes, del tipo en el que no tienes idea de qué decir a continuación, pero tampoco de cómo terminar la conversación. Y, por alguna razón inexplicable, aún no quiero que la conversación termine. De hecho, me gusta hablar con él, extrañamente. Bueno, enfrentarme verbalmente con él. Cuando no estoy quedando como una idiota frente a él, y él no está siendo un idiota conmigo.
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Pero una parte de mí también quiere que él haga lo suyo y simplemente se dé la vuelta y se vaya sin decir una palabra más. Confuso, por decir lo menos. Supongo que uno de los dos debería decir algo. Y parece que ese alguien voy a ser yo. —Entonces, eh… gracias por devolvérmelo. —Levanto la horquilla en un gesto—. Yo, um… supongo que te veré por ahí. —¿El chucho y tú van a alguna parte? —pregunta, deteniéndome antes de que tenga la oportunidad de irme. Sonrío, ignorando el comentario de chucho. Sé que solo lo hace para enojarme. Y eso, curiosamente, también me hace feliz. Sofoco la sonrisa y me vuelvo hacia él. —Sí. Buddy y yo vamos a comprar un árbol de Navidad. —¿Dónde vas a comprarlo? —En la ferretería de la ciudad. —Esos árboles son una mierda. No duran ni una semana. —Oh. Mi emoción acumulada en la compra de mi árbol de Navidad se hunde en el suelo. —Tienes que ir a la Granja Thistleberry. Tienen los mejores árboles de Navidad —me dice. Eso me anima un poco. —¿Dónde está la Granja Thistleberry? —En New Braunfels. —¿Y dónde está New Braunfels? Una sonrisa toca el borde de sus labios. No es una sonrisa plena, pero sigue siendo la primera vez que veo que su boca se asemeja a algo parecido. Anoche se rio. No es que viera eso. Solo lo escuché. Y fue a mi costa. Noto que tiene unos labios lindos. El labio inferior es un poco más lleno que el superior.
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—Está a treinta minutos en auto desde aquí. Y mi pequeña pizca de esperanza desaparece. —Oh. —Bueno, entonces eso está descartado porque aún no he invertido en un automóvil. En realidad no quiero usar el dinero que le quité a Neil. Quiero pagarlo con mis ganancias del restaurante, y hasta ahora, no estoy ni cerca de conseguir uno, especialmente no con el dinero que tuve que pagar por la factura del veterinario de Buddy—. ¿Quizás hacen entregas? —Supongo que podría llamar y decir qué tamaño de árbol querría. Luego, podría recoger algunas decoraciones de la ciudad mientras espero a que llegue. Él niega con la cabeza. Mis labios caen un poco más. —Oh. Bueno, olvídalo. —Me obligo a animarme—. Es mejor un árbol patético que ningún árbol. ¿Verdad? —En realidad, no. Solo es una pérdida de dinero. Bueno, gracias por eso, River. Tan jodidamente honesto. Es molesto. —Bueno, es mi única opción. Por lo tanto, seguiré con eso y lo aprovecharé al máximo. La expresión de su rostro… es como si está mirando una especie nueva. Algo que nunca antes ha visto. —¿Por qué me estás mirando así? —Las palabras salen antes de que pueda detenerlas. La sorpresa parpadea en su rostro. Pero se va tan rápido como llegó. —Porque eres tan jodidamente extraña. Bueno… de acuerdo. Supongo que lo pedí. Se mueve sobre sus pies y mete las manos en los bolsillos de sus jeans. —Mira… Pelirroja, más tarde iré a la Granja Thistleberry. Tengo algo que dejar allí. Puedo llevarte conmigo. Eso me ilumina.
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Otra vez está siendo amable. Cruel un segundo. Amable al siguiente. Con este hombre es peor que tener latigazos cada segundo. Y en realidad quiero aceptar su oferta. Pero no quiero imponerme. Ya lo he hecho una vez: la noche en que nos llevó a Buddy y a mí al veterinario. Bueno, dos veces, si cuentas anoche. Aunque su camioneta no estuvo involucrada en eso. Solo penes. Bueno, un pene, el suyo, esta horquilla y mi pijama ridículo. ¿Por qué lo vuelvo a pensar? Porque ahora lo estoy viendo nuevamente. Bueno, el bulto en sus jeans. Cristo todopoderoso. Las hormonas del embarazo me están causando estragos. Parpadeo elevando mis ojos hacia otro lado. —¿Está seguro? —Me coloco el cabello detrás de la oreja—. No quiero causarte ningún problema. —No lo ofrecería si no fuera así. —Ya se está alejando de mí—. Mira, lleva al chucho a dar un paseo, y cuando regreses, podemos ir a la granja. Puedes elegir un árbol y lo traeremos de vuelta en mi camioneta. Gira sobre sus talones y regresa a su casa sin esperar mi respuesta. Lo veo alejarse. Después, miro a Buddy. —Bueno… eso fue inesperado. —Me rio suavemente—. Vamos, Bud. Vamos a pasear, de modo que pueda elegir nuestro árbol de Navidad con el rey del latigazo.
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CARRIE —¿Cómo está tu pie? —Ah. El dedo del pie. Sí, está bien. Gracias otra vez por curarme. —Solo le puse una tirita. Y lo soplaste… Dulce Señor en el cielo. Trago pesado. —Sí, bueno, te lo agradezco. Silencio. —¿Pudiste limpiar la sangre? —pregunto. —¿Qué? —Su palabra es tajante, sorprendiéndome. —Mi sangre, que dejé en tu piso. Espero que no haya dejado una mancha. —No. Se limpió bien. —Oh, Dios. Me alegro. De nuevo silencio. El zumbido bajo del motor y el ruido de los autos pasando son todo lo que se puede escuchar mientras River nos lleva a la Granja Thistleberry. —¿Te importa si enciendo la radio? —pregunto. —Date el gusto. Me acerco y presiono el botón de encendido, dando vida a la radio. “Last Christmas” de Wham! inunda el auto, y gime. —¿No te gusta esta canción? —le pregunto.
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—¿A alguien le gusta? Bueno, a mí. Pero me guardo ese detalle para mí. No necesito darle más munición para usar contra mí. Selecciono otra emisora de radio. Está sonando “Fairytale of New York” de The Pogues y Kirsty MacColl. —Me encanta esta canción —le digo a River. Sé que todo el mundo tiene que ver con Mariah y las otras canciones navideñas alegres, pero para mí, esta historia de nostalgia y melancolía es la mejor. No sé qué dice eso de mí. Probablemente nada bueno. Neil siempre odió esta canción. Esa es posiblemente una de las razones por las que me encanta tanto. —¿Te encanta esta canción? —Me mira con escepticismo. —Sí. ¿Por qué me miras así? —¿Así, cómo? —Como si no me creyeras. —Solo estoy sorprendido. No es la canción navideña más conocida en Estados Unidos. Y tiene algunas palabras ofensivas. Simplemente no parece lo tuyo. Pensé que serías más una chica del tipo “All I Want for Christmas Is You”. Uf. —¿Cómo conoces la canción? —lo desafío. —Era la favorita de mi abuela —responde en voz baja. ¿Era? ¿Eso significa que su abuela ya no está con nosotros? —Oh. Bueno, primero que nada, no soy una chica muy difícil. Y, en segundo lugar, no me conoces lo suficientemente bien como para hacer ese tipo de suposiciones. Y, tercero, es exactamente mi tipo de canción. —Triste como yo. —Cierto. No te conozco bien. Pero sí sé que no maldices y te quejas, muy ruidosamente, cuando lo hago.
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—Sí maldigo. Simplemente no demasiado como tú. Dices la palabra P cada dos palabras. —No es cualquier otra palabra. Al menos cada tres palabras. Y sí, olvidé que maldices. —Se golpea la frente burlonamente con los dedos—. ¿Cómo era? Ah, sí. “Bendito hijo de la fruta madre ya-sabes-qué” —imita mi voz, mal, debo añadir—. Pelirroja, eres toda una ruda —agrega divertido. Le enseño mi dedo medio. La risa estalla en él. El sonido es maravilloso. Justo como escuché anoche. Profundo y ronco. Pero, esta vez, lo estoy viendo, y su rostro está iluminado. Sus ojos brillan de humor. Siento una calidez en mi pecho. Y como si acabara de ganar algo realmente especial. Supongo que lo hice. Porque no puedo imaginar que la risa se gane fácilmente con River. Pero se rio dos veces contigo, está bien, de ti, en dos días. ¿Y sabes qué? Me lo llevo. —Eres un idiota. —Así sigues diciendo. Esta vez no me siento ofendida porque estoy empezando a darme cuenta que, cuando River está soltando un insulto, tal vez no sea un insulto en absoluto. —De modo que, me escuchaste entonces. Una mirada rápida. —¿Cuándo? —Cuando pasaste por encima de mis compras. Es entonces cuando te grité que eras un bendito hijo de la fruta madre. —Ah, sí. Eso. —Sí, eso. —Bueno… supongo… que fue una absoluta mierda. ¿Una absoluta mierda? Eso es quedarse corto. —¿Esa es tu versión de una disculpa?
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Me echa un vistazo con la ceja levantada. —Lo mejor que vas a conseguir. —Hmm… supongo que, lo tomaré. Por ahora. —¿Por ahora? Sé que me está mirando, pero no lo miro. En cambio, me recuesto en el asiento, cruzo los brazos sobre el pecho y digo: —Sí. Por ahora. Mi rostro luce impasible. Pero por dentro estoy sonriendo. Hacer frente a River es… divertido. Lo más divertido que he tenido en mucho tiempo. River gira su camioneta hacia una pista que conduce directamente a la Granja Thistleberry. Se detiene frente a la tienda de la granja, y mi corazón da un vuelco de alegría. Los árboles de Navidad están por todas partes. Y la tienda está decorada con las decoraciones más sorprendentes. Y hay un Papá Noel inflable, un muñeco de nieve balanceándose y un reno falso sujeto a un trineo, lleno de regalos. Se ve impresionante. Apuesto a que se ve aún mejor de noche cuando todo está iluminado. Ojalá pudiera verlo de noche. River ya salió de su camioneta. Yo también salgo. Me encuentra a mi lado con una caja grande en sus brazos, que tomó del asiento trasero. —Es asombroso —digo maravillada. Me lanza una mirada. —Es una tienda. —Me refiero a las decoraciones y los árboles. Apuesto a que se ve muy bonito de noche cuando todo está iluminado —le expreso mis pensamientos anteriores. —Te gustan todas estas cosas navideñas, ¿eh? Lo miro fijamente. —¿No les gusta a todos?
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Se encoge de hombros y mueve la caja en sus brazos. —¿Necesitas una mano con eso? —le pregunto. Me lanza una mirada divertida. —Pelirroja, eres graciosa. Vamos; terminemos con esto. Lo sigo hasta los pocos escalones que conducen a la tienda, deteniéndome en la ventana cuando veo los adornos de árboles de vidrio más hermosos del mundo. —Vaya… mira estos. Son preciosos. Hay decoraciones intrincadas: Santa Claus pequeños, pingüinos, regalos apilados, árboles de Navidad, muñecos y muñecas de nieve, e incluso una Señora Claus. Un adorno de cristal plateado en forma de estrella. Un ángel de cristal transparente con un halo dorado. Adornos de vidrio estándar llenos de brillo blanco que parece una tormenta, pequeñas plumas blancas, ramitas de árboles de Navidad, que parecen galaxias resplandecientes en colores en tonos diferentes de azules y púrpuras. Y todos están hechos de vidrio y pintados a mano. O eso dice el letrero en la ventana. —Dice que están hechos por un artista local. —Toco la ventana con el dedo—. Me pregunto cuánto costarán. Me encantaría conseguir algo para mi árbol. Dios, mira este… Miro más cerca de la ventana. Es un tren de cristal. El detalle es intrincado. Por alguna razón, me siento un poco ahogada al mirarlo. Parece que se invirtió tanto tiempo y esfuerzo en este diminuto adorno de árbol de Navidad. El artista debe amar realmente lo que hace y tener mucha paciencia para crear algo tan hermoso y delicado. —Esto es hermoso —susurro—. Me encantaría tener este para mi árbol. —Son caros. Especialmente ese tren. Y, a este ritmo, no tendrás árbol. Todos se habrán ido para cuando te saque de esta ventana. —Oh, calla, Grinch. —Le pongo los ojos en blanco—. ¿Y cuán caros son? —El tren cuesta cincuenta dólares. —¿Cómo lo sabes?
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—Lo dice en la etiqueta de precio. —Levanta la barbilla en su dirección. Siguiendo su gesto con mis ojos, miro hacia atrás al tren y veo una pequeña etiqueta marrón de precio colgando de él. No lo vi antes. Tiene razón. Son cincuenta dólares. No puedo permitirme eso. Especialmente no por un adorno de árbol. Suspiro. —Está bien, entremos. —Le abro la puerta porque tiene las manos ocupadas y lo dejo pasar antes de entrar. Hay montones de productos frescos. Mermeladas caseras. Pepinillos. Mi estómago ruge. Presiono mi mano sobre él. Desayuné no hace mucho. Pero este bebé es codicioso. Voy a estar rodando al final de este embarazo si el bebé tiene algo que ver con eso. River camina directamente hacia el mostrador, dejando la caja encima y es recibido por una mujer de al menos setenta años. —River, siempre es bueno verte. ¿Qué tienes hoy para mí? —Asiente hacia la caja. También quiero saber. Pero River no responde a su pregunta. Me muevo para detenerme junto a él. Los ojos de la mujer se posan en mí. —Hola. —Sonrío. —Hola. —Soy Carrie, la vecina de River —me presento porque es claro que no tiene intención de hacerlo. —Es un placer conocerte, Carrie. Soy Ellie. Soy dueña de este buen lugar. —Es una tienda maravillosa —le digo—. Me encantan las decoraciones que tienes afuera. Y justo estaba admirando los adornos de vidrio para los árboles en la ventana. Especialmente el tren. Es precioso. —Sí, River es…
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—Está aquí por un árbol de Navidad —la interrumpe—. No para mí. Para ella. —Me señala con el pulgar. Lo miro fijamente. Está actuando extraño. Bueno, más extraño de lo normal. Una sonrisa toca los labios de Ellie. Casi como una sonrisa de complicidad. —¿Qué tipo de árbol buscas? —me pregunta. —¿Hay diferentes tipos? Me sonríe amablemente. —Bastante. —Oh, no sabía eso. Nunca antes había comprado un árbol de Navidad. —Me siento un poco patética al admitirlo. —River conoce los tipos de árboles. Solía venir cada Navidad para elegir uno con su mamá. Mary era toda una belleza. Podría haber sido modelo en las pasarelas, pero luego… bueno, sí, y luego, después de que Mary se fue, por supuesto, él vendría con su abuela. Pero eso se detuvo cuando Greta falleció. Greta era una verdadera amiga para mí. —Suspira con tristeza—. Después de que ella se fue, River dejó de comprar un árbol de Navidad. Tal vez puedas convencerlo de que consiga uno otra vez. Supongo que eso responde a mi pregunta sobre su abuela. Murió. Pero ¿qué le pasó a su mamá? Mis ojos se mueven hacia River, y él sigue congelado junto a mí. Su rostro una máscara. Su cuerpo como una estatua. La preocupación me inunda. —River —digo su nombre en voz baja. —Oh, mírame parloteando, vamos. —Ellie parpadea, pareciendo darse cuenta que tal vez dijo demasiado—. La vejez se está apoderando de mí. River, ¿qué tal si tú y yo clasificamos las cosas que me trajiste, y le pediré a Macy que ayude a Carrie a elegir un árbol de Navidad? ¡Macy! — grita. —River. —Toco su mano con la mía. Parpadea, observándome, como si recordase que aún estoy aquí.
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Veo esa vulnerabilidad en sus ojos solo por un momento breve, y luego desaparece. Sus ojos han vuelto a estar herméticos. —¿Me llamaste, Ellie? —Una voz femenina atraviesa el silencio. Mis ojos siguen el sonido de la voz hacia una mujer, que parece tener mi edad, tal vez unos años más joven. Es muy bonita. Largo cabello oscuro recogido en uno de esos moños desordenados que nunca he podido perfeccionar. Grandes ojos marrones bordeados de largas pestañas negras, colocados en una cara en forma de corazón. Y una inocencia en ella que me dice que solo ha conocido cosas buenas en su vida. Envidio eso. Pero me alegro por ella. —Sí. ¿Puedes ayudar a Carrie, la amiga de River, a elegir un árbol de Navidad? —le dice Ellie mientras Macy se acerca a nosotros—. No sabe qué tipo quiere, así que si puedes, explícale los diferentes tipos. —Por supuesto —dice. Sus ojos pasan directamente sobre mí y caen en River—. Hola, River —saluda con ese tono de voz que solo usaría una mujer con un gran enamoramiento. En este momento, siento algunas cosas. Y la confusión está definitivamente en la parte superior de la lista. River la ignora, por supuesto. Me hace sentir mal por ella. Pero también es bueno saber que no solo me ignora a mí. Estaba empezando a preguntarme, ya que estaba siendo tan amable con Ellie. Bueno, tan amable como puede ser River. Le doy a Macy una mirada comprensiva. Una mirada solidaria. Haciéndole saber que no está sola en el grosero trato malhumorado de River. Somos hermanas en esto. Pero… la mirada que recibo de ella no es de hermandad. Es más como molestia. Y disgusto. Claro. Está bien, de acuerdo. Pero aun así, está siendo grosero, y eso simplemente no es aceptable. —River —le doy un codazo en el brazo—, Macy te saludó. —Escuché —gruñe. —¿No vas a saludar también?
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Sus ojos se mueven rápidamente hacia los míos. Su expresión grita: Fruta madre, ¿estás bromeando? Aunque estoy segura que no está pensando en fruta madre. Es más como la palabra P que termina en A. Le devuelvo la mirada, negándome a apartar la vista. —Es lo más educado —digo en voz baja. Su ceja se levanta. —¿Me conoces? —Sí, bastante bien —digo secamente—. Y, aunque sé que eres grosero y descortés, también sé que puedes ser amable cuando quieres. Sé que la palabra amable lo irrita. Frunce el ceño. Sus ojos entrecerrados. Y sigue mirándome fijamente. Así que, le devuelvo la mirada. Negándome a ceder. Y sonrío. Ampliamente. Le molesta. Lo sé porque se pellizca el puente de la nariz. Sus ojos se cierran. Su mandíbula se aprieta. Resopla entre dientes. Su mano cae. Me mira fijamente. —Hola, Macy —gruñe a través de esa mandíbula aún apretada suya. Y sonrío aún más amplio. No por ser idiota. Sino porque estoy orgullosa de mí. No retrocedí ante su mirada intensa, y créeme, el tipo tiene una mirada que podría volver a congelar los casquetes polares derretidos en la Antártida. Eso es muy importante para mí. No retroceder. Hace unos meses, no me habría atrevido a hablar con otra persona de la forma en que acabo de hablar a River. Y me las arreglé para hacer que un oso gruñón como River sea amable con alguien. Así se hace, bien por mí. Le doy una palmadita en el brazo y me vuelvo hacia Ellie, cuyos ojos están mirando entre River y yo como si fuésemos un partido de tenis. —Lo siento, Ellie. Entonces, los dejo para que hagan lo suyo. —Hago un gesto hacia la caja que aún está en el mostrador, sin abrir, y la mano de
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River ahora descansando protectoramente en la parte superior—. Saldré con Macy y escogeré mi árbol. Ah, y, Ellie, ¿tienes algún otro adorno para árbol además de los que tienes en la ventana? Me encantan mucho, pero están un poco fuera de mi rango de precios. Sus ojos cálidos me sonríen. —Tengo algunos justo allí. —Señala en dirección a la esquina más alejada de la tienda—. Te los mostraré cuando regreses de recoger tu árbol. Le doy a Ellie una última sonrisa, y entonces sigo a Macy afuera, dejando a River donde está parado. Y siento sus ojos en mí todo el camino.
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CARRIE —Le gustas —le digo a River mientras se detiene en mi casa y apaga el motor. —¿A quién? —Sale de la camioneta, sin esperar mi respuesta. Salgo de mi costado y me encuentro con él en la parte trasera del vehículo, que está abriendo para sacar mi árbol y las decoraciones. Conseguí unos adornos bonitos para árboles a muy buen precio. No los adornos de cristal. Pero aun así, realmente encantador. Y un juego de luces navideñas con descuento. —Macy —digo. La palabra se siente un poco pegajosa en mi garganta. No estoy segura de por qué. No es porque esté interesada en River. Por supuesto que, creo que River es apuesto. Su cuerpo está fuera de este mundo, al igual que otras partes de su anatomía. Pero no tengo ningún interés en él de esa manera. No tengo ningún interés en los hombres en general. Mi enfoque está en mi bebé, en Buddy y en construirnos un gran hogar y una gran vida. River solo es un amigo. Si incluso es eso. Creo que si le preguntaras, te diría que no éramos amigos. Y Macy no era la más amigable de las chicas. Pero creo que tal vez me vio con River y tuvo una idea equivocada de nosotros. Probablemente estaba un poco celosa. Y River no es el más amable de los hombres. Encajarían perfectamente. —No me conoce —gruñe a medida que saca el árbol de la parte trasera de la camioneta y lo carga sobre su gran hombro. Agarro el soporte del árbol y la caja de adornos, y lo sigo rápidamente hasta la puerta de mi casa. —No quiero decir que a ella le guste tu personalidad —digo en tanto balanceo la caja en el brazo que sostiene el soporte del árbol al tiempo que
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saco las llaves de mi bolso. De alguna manera lo manejo y abro la puerta principal, empujándola para abrirla. Buddy está ahí en un instante, saltando de emoción cuando llego a casa—. Hola, Buddy boy. Tendremos un escándalo en un minuto, solo ten cuidado mientras River lleva el árbol hacia adentro —le digo a Buddy a medida que River navega con el árbol a través de la puerta de entrada y entra en mi sala de estar. —Te das cuenta que ese perro no entiende ni una puta palabra de lo que acabas de decir. Llamó perro a Buddy. Una mejora definitiva de chucho. Sigo a River, pongo la caja y me detengo. Me arrodillo en el suelo, Buddy subiéndose a mi regazo y comenzando a lamerme la cara. —Sí, lo hace… ¿verdad, bonito? —Rasco a Buddy detrás de las orejas, como sé que le gusta. River apoya el árbol contra la pared y me mira con Buddy. Niega con la cabeza. —¿Qué? —Extraño como la puta mierda —dice. —Gruñón como el Grinch —le digo. Sus ojos brillan con humor. En serio disfruto intercambiar bromas con él. No tengo idea de lo que dice eso sobre nuestra relación. No es que tengamos una relación. En realidad, para ser honesta, no estoy segura de lo que somos. Entonces, recuerdo lo que estaba diciendo sobre Macy. —Oh, entonces, sí, como estaba diciendo. —Dejo a Buddy en el suelo y me pongo de pie—. Macy… no quise decir que le guste tu personalidad. Quise decir que le gusta esto. —Muevo la mano de arriba hacia abajo, señalando su cuerpo y rostro. —Vaya, Pelirroja. Un insulto y un cumplido en uno. Estoy impresionado. Y te das cuenta que este árbol es demasiado grande para esta sala de estar. Me detengo y lo miro apoyado contra mi pared. La parte superior está inclinada contra el techo. Hmm… parece bastante grande ahora que está aquí. Puede que me haya dejado llevar un poco cuando lo compré. Quizás sobreestimé la altura del techo.
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—Sí. —Suspiro—. Pero solo es por unas pocas semanas. —Claro, unas semanas sin poder sentarte en tu sala de estar porque tu enorme árbol de Navidad se ha apoderado de ella. —No seas dramático. Puedo recortar la parte superior, para que no se doble contra el techo. Suelta una carcajada. —La cima no es tu problema, Pelirroja. El problema sucederá cuando corte la cuerda de este árbol y se extienda por toda la sala de estar. Ah. —¿En serio? —Sí. En serio. Miro el árbol, todo metido en la cuerda y la red que lo cubre. Creo que tiene razón. —Fantástico —murmuro. —Creo que quieres decir, mierda. —No, definitivamente quise decir fantástico. —Presiono mi dedo contra mis labios, pensando. No se me ocurre nada—. ¿Qué crees que debería hacer? —¿Cómo diablos debería saberlo? —Porque antes has tenido árboles de Navidad. Hace una pausa y me mira. —¿Cómo es que nunca antes has tenido un árbol, si te gusta tanto la Navidad como dices? Ah. —Bueno… nunca dije que no he tenido uno. Simplemente... —me muerdo el labio—, nunca antes me había involucrado en comprar uno o montar uno. Me mira fijamente durante un momento largo. Entrelazo mis dedos frente a mí. —Córtalo. O bótalo.
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—¡No voy a botarlo! —digo, horrorizada. —Entonces, parece que vas a cortarlo. —Sí. —Suspiro. —¿Quieres que corte la cuerda? —pregunta—. Ver con qué estás lidiando. —Probablemente es lo mejor. Si lo hago, podría terminar enterrada debajo de él. Me mira a mí y luego al árbol. —Cierto. Pásame el soporte. Se lo entrego y observo cómo encaja la base del árbol en el soporte, asegurándolo. Luego, empuja la mesita de café para que quede contra el sofá, atrapando a Buddy, que está en el sofá en ese momento. Me acerco y levanto a Buddy, sosteniéndolo en mis brazos, sacándolo del camino. River saca una navaja suiza del bolsillo de sus jeans. Saca el cuchillo y comienza a cortar la cuerda del árbol. Retrocedo cuando las ramas comienzan a caer libremente porque… santos dulces de azúcar. Es enorme. Se extiende, cubriendo la mitad del sofá y la mesita de café. Cuelga sobre la televisión. Básicamente, ocupa la mitad de la habitación. Bueno… madre mía. —Bueno… es… —Hago un gesto impotente. —Las palabras que estás buscando son jodidamente ridículo. De hecho, me recuerda a ti. —¿Ridículo? —Mi ceño se frunce. —Insistente e invasiva. —Me lanza una mirada. Aún con el ceño fruncido, abrazo a Buddy contra mi pecho. —No soy insistente ni invasiva. —Soy la persona menos entrometida que conozco. —Le gustas a Macy. —Imita mi voz, una vez más mal. —¿Te das cuenta que no sueno para nada así?
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—¿Quejumbrosa y molesta? —Sí. —Te sigues diciendo eso, Pelirroja. —Idiota. Y simplemente estaba señalando que le gustas a Macy. Ya sabes, solo intento ser amable. Deberías probarlo alguna vez. —Noticias de última hora: no soy amable. Y no quiero ser amable. A algunas personas les gusta ser imbéciles. Soy una de esas personas. Creo que el hombre protesta demasiado. Toco mi barbilla con mi dedo índice. —Eres amable, River. Lidia con ello. Dobla su cuchillo y se lo vuelve a guardar en el bolsillo. —Está bien, explica cómo soy amable. Titubeo un poco. —Bueno… en ocasiones eres amable conmigo. —No. Te tolero de vez en cuando. Me rio de eso. —Me llevaste a buscar un árbol. Eso fue amable. —No, no lo fue. De todos modos, iba hasta allí. Solo te llevé conmigo porque estás embarazada, y aunque sea un imbécil o no, mi abuela se levantaría de su lugar de descanso y vendría a patearme el culo por dejar a una mujer embarazada acarreando un árbol de Navidad. —Lo suficientemente justo. Y… siento lo de tu abuela. —Era vieja. —Se encoge de hombros—. Y fue hace años. —Bueno, aun así lo siento. Quiero preguntarle por su mamá, pero no sé cómo. Así que, en cambio, vuelvo directamente a nuestra conversación. —Fuiste amable con Ellie cuando estábamos en la tienda. —Fui respetuoso. Me enseñaron a respetar a mis mayores. Por su abuela.
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—Respeto. Cierto. —Asiento—. Fuiste amable con Macy, bueno, después de pedirte que lo seas. —¿Pediste? Más bien forzaste. Y, si crees que fui amable, entonces necesitas que te revisen la cabeza. Sonrío ampliamente. —Quizás lo haga. —No hay quizás al respecto. Ahora, ¿podemos dejar de joder? Es una pérdida de tiempo y me molesta. —¿Tienes un lugar donde estar? —No. Inclino mi cabeza hacia un lado, algo se me ocurre. —¿A qué te dedicas? —Esto y aquello. —Suena vago. —Lo es. —Trabajo en la cafetería. Me mira como si fuera tan densa como el árbol de Navidad. —Eh, lo sé. Porque ya me lo dijiste. —Soy camarera allí. —Guau. ¿En serio? Me sorprende saber esto. —Podría haber sido la cocinera —le digo. —No, no podrías porque Guy lo es, y aún trabaja allí. Aparte de cocinera y mesera, no hay otros trabajos en el restaurante. Así que, deja de desviarte y vayamos al grano de esta conversación. —Bueno —levanto los hombros—, solo pensé, si te decía cuál es mi trabajo, podrías decirme el tuyo. —Pensaste mal. —¿Por qué? —Porque no es de tu incumbencia.
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—Estás siendo grosero, River. —Antes era amable, según tú. —Lo eras. Y, ahora, estás siendo grosero. —Soy grosero. Y cruel. Y un imbécil. —No puedo discutir con eso. —Bien. Entonces, deja de discutir conmigo ahora y ve a buscarme tus tijeras de podar, así puedo podar este maldito árbol por ti. —¿Cómo sabes que tengo tijeras de podar? —Porque te he visto en el jardín, podando tus arbustos. Se me escapa una risa. —Te das cuenta de cómo sonó eso, ¿verdad? Me lanza una mirada inocente. —No tengo idea de lo que quieres decir. —Seguro que no. —Pongo los ojos en blanco—. Y te das cuenta que, al ofrecerte a podar mi árbol… Resoplo y luego me tapo la boca con una mano y él se ríe. —Tienes una mente sucia, Pelirroja. —Niega lentamente con la cabeza, sosteniendo mi mirada—. ¿Y acabas de resoplar? —Tú también te reíste. —Pero no resoplé. —Sus ojos se oscurecen con una emoción sin nombre—. Y nunca afirmé tener una mente limpia. Bueno… cielo santo y cosquilleo navideño. Algo se ha tensado en la parte baja de mi vientre, lo que me ha provocado un dolor entre las piernas. Aprieto mis muslos entre sí y muerdo el interior de mi mejilla. —Otra vez estás siendo amable —digo en voz más baja. —No. Me ofrezco a podar este árbol porque eres la mitad del tamaño de él y estás embarazada; por lo tanto, no vas a subir ninguna escalera. Dejo escapar un suspiro.
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—Sí, tienes razón. Eso no es amable. Eso se llama ser agradable y considerado. —Mierda, por Dios —gime. —Y por cierto, no soy tan pequeña. Ambas cejas se levantan interrogantes. —¿Puedes llegar a la copa del árbol? —Bueno… no. —Ve a buscar las putas tijeras, Pelirroja. Suspiro. —Bien. Voy a buscar mis tijeras de podar del armario debajo del fregadero donde guardo mis cosas de jardinería y se las llevo a River. —¿Quieres algo de beber? —pregunto cuando le entrego las tijeras. —Café. Negro. —Como tu corazón —bromeo y luego me arrepiento instantáneamente—. Ugh. Lo siento, eso fue de mala educación. Especialmente después de que me llevara a buscar el árbol y ahora me está ayudando con él. Se detiene y me mira. —No te arrepientas. Te he dicho cosas peores. ¿Lo ha pensado? Ha dicho algunas cosas bruscas, pero nada tan malo como eso. Dándome la vuelta, camino de regreso a la cocina, pero la culpa me pica. Me detengo en la puerta y lo miro por encima del hombro. —River… —No me mira, pero sé que está escuchando—. No creo que tu corazón sea negro. —Ninguna respuesta—. River… —Te escuché, Pelirroja. No crees que mi corazón sea negro. —No, eso no. —Me vuelvo completamente para enfrentarlo—. Quería preguntarte algo.
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—¿Tengo que responder? —Solo si quieres. —En serio no quiero. —Está bien. —Por Dios. —Suspira y se vuelve para mirarme—. ¿Qué es? Ahora me siento un poco estúpida. Pero comencé esto, así que tengo que seguir adelante. Me froto las manos. —Bueno, me estaba preguntando… ¿somos… amigos? —Espera. —Levanta una mano—. ¿Acabo de desafiar las leyes del tiempo y viajar de regreso a la escuela primaria? —Gracioso. —Lo sé. Y no, Pelirroja, no somos amigos. —Oh. De acuerdo. —Mi corazón se hunde. Muerdo mi labio inferior para evitar que tiemble. Suspira una vez más. —No me van los amigos, Carrie. —Su voz ahora es más baja—. Pero, si lo hiciera, entonces serías lo más parecido que tengo a uno. —Oh —digo otra vez, animándome. Ahora estoy conteniendo una sonrisa. Porque, para River, diría que esa es toda la admisión que voy a conseguir que seamos amigos. Entro en la cocina y pongo la tetera al fuego. Mientras espero a que hierva, dejo salir a Buddy para que haga pis y lo miro desde la terraza. Vuelvo a llamar a Buddy cuando la tetera hierve, y se va corriendo a la sala de estar. Preparo el café de River y mi té, y los llevo de vuelta. Dejo el suyo en la mesita de café, la parte que no está cubierta con ramas de árboles de Navidad. Y me siento en el suelo, Buddy a mis pies, y comienzo a desenvolver el papel protector y el plástico de burbujas de los adornos. Luego, saco las luces de la caja, las desenredo y las preparo para colgar. Entonces, River termina de podar el árbol. Lo ayudo a recoger las ramas cortadas y las llevo al bote de basura afuera.
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Volvemos a entrar. Agarra su café y apura la taza. La deja y camina hacia la puerta principal. Supongo que se va. Lo sigo hasta la puerta. —Gracias por todo hoy —le digo—. En serio lo aprecio. Te debo mucho tiempo. —No me debes nada, Pelirroja. —Y se está alejando, hacia su casa. —Adiós —llamo. La única respuesta que recibo es un levantamiento de su mano. Eso es un progreso en sí. Normalmente, simplemente me ignoraría por completo. Cierro la puerta y vuelvo a entrar. Me agacho para recoger las luces junto a la caja cuando algo me llama la atención en el interior. Algo que no estaba antes allí. El tren de vidrio. Me arrodillo junto a la caja. Busco dentro y lo recojo con cuidado. Es tan hermoso. Incluso más de lo que pensaba. Mis ojos se mueven hacia la puerta de entrada que River acaba de dejar. ¿Él…? Seguramente no… Pero no estaba antes allí. Sé que no era así. Desenvolví todos y cada uno de esos adornos. Y definitivamente no lo compré. Y no hay forma de que haya entrado allí por accidente. Coloco el tren suavemente de nuevo en la caja y me pongo de pie. —Regreso en un minuto, Bud. —Le doy unas palmaditas en la cabeza antes de salir de mi casa. Camino rápidamente hacia la casa de River y toco el timbre.
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Abre la puerta unos segundos después. Noto que ni siquiera ha tenido la oportunidad de quitarse los zapatos. Algo me atrapa en este momento. No sé muy bien qué es exactamente. Quizás su amabilidad. O el buen corazón que esconde. Sea lo que sea, se lleva mis palabras junto con él. —Carrie, ¿qué pasa? ¿El bebé está bien? —Sus ojos preocupados se dirigen a mi estómago y vuelven a mi cara. —El bebé está bien —le aseguro—. Solo… el tren… de la tienda… el que me gustó. Está en la caja con los otros adornos y no estaba antes allí. Su rostro permanece impasible. —¿Estás segura que no estaba antes allí? —Sí. Desenvolví todos y cada uno de esos adornos, y definitivamente no estaba allí. —Tal vez lo pasaste por alto. —Incluso si lo hiciera, no lo compré. Y no hay forma de que haya entrado allí por accidente. A menos que el chu-chú cobrara vida y entrara en mi caja. —¿El chu-chú cobrara vida? —repite. Puedo decir que está luchando contra una sonrisa. Lo miro. —Sí. Chu-chú. —Te das cuenta que la talla de tu zapato es seis y no tu edad. —Ja, ja. Además, recordó la talla de zapato que uso. Eso me sorprende. No pensé que le importaría recordar un detalle tan minucioso sobre mí. —Tal vez Ellie te lo dio —dice. —¿Por qué? —Porque es una persona buena. Y le compraste un árbol y un montón de adornos para árboles. Quizás fue un regalo gratis. Es mi turno de levantar una ceja.
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—¿Un regalo gratis de cincuenta dólares? Cruza los brazos sobre el pecho y levanta esos hombros grandes en un encogimiento. —Es una mujer generosa. Reflejándolo, cruzo los brazos sobre mi propio pecho. —Incluso si fuera un regalo gratis… sería extraño que, de todos los adornos colgando en esa ventana, eligiera el que más me encantó para dármelo gratis, del que no me habló. Sería una gran coincidencia, ¿no crees? Sus labios se fruncen. —Por supuesto. Pero las coincidencias ocurren todos los días. —Si, tienes razón. Probablemente debería llamar a Ellie y consultar con ella y también agradecerle. —No lo haría. —¿Por qué? —Estoy luchando contra una sonrisa. Sus hombros se levantan. —Bueno, podría avergonzarla. —¿Por qué? —Porque claramente te dio un regalo y no quería que supieras que era de ella. —Ajá. —Asiento—. Pero también es un regalo caro. Uno que no me siento bien al aceptarlo. Suspira. —Solo es un jodido adorno, Pelirroja. —River… ¿me compraste el adorno? —No. Pero, si lo hubiera hecho y fueras casi mi amiga, entonces esperaría que tomaras el puto adorno y no te quedes ahí, quejándote de él. —No me estoy quejando. —Silencio—. River. —¿Qué?
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—Gracias. Por el tren. Es bonito. Gruñe y reprimo una sonrisa. Retrocedo hacia la puerta. —Entonces, hay un desfile navideño de botes mañana por la noche en el lago. ¿Vas a ir? —No. Prefiero que me saquen los dientes con unos alicates que ir a esa puta pérdida de tiempo y dinero. —Voy con Sadie y Guy. Ya sabes, mi jefe y colega en el restaurante. —Qué divertido para ti. —Su voz es tan seca como el aire. —Deberías venir con nosotros. —Dientes. Alicates. —Impresionante. Entonces, te veré mañana por la noche. Nos veremos allí. —¿Has perdido la audición? ¿O en realidad eres tan estúpida como te acuso de serlo? —No. —Sonrío ampliamente, mostrando todos mis dientes—. Simplemente elijo ignorarte… ya sabes, como tú haces conmigo. —Giro sobre mis talones y comienzo a alejarme—. Empieza a las siete y media — llamo por encima del hombro. —No voy a ir —grita. —Siete y media, River —vuelvo a enfatizar—. No llegues tarde. —Jesús, maldita sea. ¡Jodida mujer molesta! —Lo escucho refunfuñar detrás de mí, y luego la puerta de su casa se cierra de golpe. Mi sonrisa de alguna manera se hace aún más grande, y llevo esa sonrisa durante todo el camino a mi casa y por el resto del día.
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CARRIE Acabo de regresar de usar el baño público, porque estar embarazada requiere descansos frecuentes para ir al baño, cuando veo a River merodeando por un grupo de árboles. Vino. Mi interior se ilumina. Cambio de dirección y me acerco a él. Sus ojos se vuelven hacia mí, como si me sintiera, observando cómo me aproximo. Lleva su gorro en la cabeza, cubriendo su cabello. Un suéter de punto negro, jeans negros descoloridos y botas. Esta noche hay un frío ligero en el aire. De ahí el por qué llevo puesto un gorro de punto, un abrigo, unos jeans y unas botas. Me detengo frente a él. —Viniste. —Sonrío. —Sí. Bueno, no tenía exactamente otra opción, ¿verdad? La tenía. Simplemente pudo no haber venido. Pero no lo señalo. Porque estoy feliz que esté aquí. Vino porque no quería defraudarme. Y eso me hace más feliz de lo que puedo explicar en este momento. —Sin embargo, te perdiste el desfile —le digo, metiendo las manos en los bolsillos de mi chaqueta. —Lástima. —¿Asumo que fue a propósito? Sus ojos divertidos miran los míos.
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—Asumirías bien. Me rio suavemente. —De hecho, fue un desfile muy bueno. —Ahora, sé que es mentira. —No… oh. Nunca mentiría sobre algo tan importante como un desfile navideño de barcos. —Sonrío ampliamente. Se ríe. —Eres una idiota, Pelirroja. —Sí, lo sé. —Le doy un empujón suave en el brazo con mi codo—. Oye, ¿por qué no vienes a saludar a Sadie y Guy? Están sentados junto al lago. Fuiste a la escuela con Guy, ¿verdad? —Sí, lo hice. Pero yo… prefiero no hacerlo. —Ah. Está bien. Bueno, podemos quedarnos aquí un rato. ¿O dar un paseo? Lo que quieras. —Un paseo suena bien. Sus ojos se ven diferentes esta noche. Tienen una inquietud que solo he visto una vez antes, ayer, cuando vino a hablar conmigo. Entonces estaba incómodo. Ahora también lo está. —Impresionante. Déjame correr y decirle a Sadie adónde voy. Dejando a River, camino rápidamente de regreso a donde están Sadie y Guy sentados en nuestras sillas, bebiendo sidra tibia. —Oigan. —Toco el respaldo de sus sillas para llamar su atención—. Voy a dar un paseo con River. —¿River? —pregunta Guy. —Sí. River. —¿River Wild? —Guy estira el cuello para mirar a mi alrededor—. ¿Está aquí? —Eso es lo que dije. Y deja de mirarlo fijamente. —Me muevo para bloquear su visión.
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—No puedo creer que esté aquí. Nunca lo había visto en ninguna función de la ciudad o… bueno, nunca antes. No es conocido exactamente por ser sociable. —Bueno, las cosas cambian. De todos modos, solo vine para hacerles saber adónde voy en caso que se lo preguntaran. —Me alegro que haya venido. —Sadie me sonríe. Le dije que lo había invitado. Ella pareció complacida en ese momento. —¿Lo invitaste? —Guy me lanza una mirada extraña. —Sí —respondo lentamente para no ser malinterpretada. —No puedo creer que hayas invitado al bicho raro del pueblo al desfile de Navidad con nosotros. Guy suelta una carcajada y no me gusta. Está actuando como un idiota. —No veo el gran problema aquí. Y River no es un bicho raro. — Gruñón, honesto hasta el extremo, un poco idiota, pero no un bicho raro. —Bueno, no es exactamente normal. —¿Y qué es normal? —le devuelvo ferozmente. —No él; eso es seguro. Sabía que eran vecinos, pero no me di cuenta que eran amigos. ¿Sabías esto, Sadie? —Le da una mirada acusadora. —No veo el problema aquí. ¿Y qué pasa si soy amiga de él? —¡Porque es peligroso! —exclama Guy. —No es peligroso. —Sadie se ríe. —Puedes reírte, pero ¿cómo sabes que no? La locura se puede transmitir genéticamente, ¿sabes? —Deja de decir mierdas, Guy —le dice Sadie. —¿Pueden decirme de qué demonios están hablando? —les pregunto a ambos. Guy me clava una mirada cómplice.
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—Me refiero al hecho de que la mamá de River asesinó a un policía. Lo mató a tiros. —Se lleva dos dedos al pecho e imita el disparo de una pistola con el pulgar. La mamá de River mató a un policía. —¡Guy! —regaña Sadie—. En serio tienes que dejar de chismorrear sobre la gente. La mamá de River asesinó a un policía. —No son chismes cuando se trata de noticias basadas en hechos — dice a Sadie. Me mira con un brillo en los ojos—. Todo el mundo sabe que la madre de River asesinó a su esposo policía, el padrastro de River. Lo mató a tiros en la cocina, y River estaba allí cuando sucedió. ¿River estaba allí? —¿Qué edad tenía cuando sucedió? —Encuentro mi voz para preguntar. Guy levanta la vista, pensativo. —Como ocho o nueve, creo. Jesús. Solo era un niño. —¿Qué le pasó a su mamá? —Me siento mal al preguntar estas cosas mientras River está ahí, esperándome. Pero también me siento obligada a saberlo. —Acusada de asesinato en primer grado y condenada a cadena perpetua. Intentó alegar que fue en defensa propia, pero aparentemente eso fue una mierda. El tipo estaba desarmado y ella le disparó con su propia pistola, su arma de fuego dada por la policía. Y no tenía ni un rasguño. —¿Sigue en prisión? —Estoy temblando por dentro y no sé exactamente por qué. —No. —Niega con la cabeza—. Fue apuñalada en la cárcel. —¿Fue qué? —Jesús, Guy, en realidad tienes que dejar de ver esos malditos programas carcelarios —dice Sadie—. La mamá de River fue asesinada por otra presa —me aclara.
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—Oh. De acuerdo. Fue asesinada. En prisión. Pobre River. Entiendo que su madre asesinó a alguien, su padrastro, pero seguía siendo su madre y la perdió en circunstancias muy horribles. Ella y su padrastro. Y no puedo creer que el padrastro de River fuera policía, que tengamos esa conexión. No es que sea una conexión extraña. Mucha gente es policía. Mi esposo era uno. El padrastro de River lo era. Pero la coincidencia se siente demasiada casualidad. No es que maté a Neil. Pero hubo momentos en los que quise hacerlo. Dios, hubo tantas veces en las que me imaginé haciéndolo. Pero nunca lo hice. Me pregunto qué pasó para que su madre le hiciera eso a su esposo. ¿Qué la llevó a matarlo así? O tal vez nada la impulsó en absoluto, excepto que solo era una persona mala. Hay muchas de esas en el mundo. No puedo imaginar por lo que ha pasado River y comenzó a una edad tan joven. No es de extrañar que sea tan cauteloso. Siento que mi corazón se hincha por él. Por el dolor que debe haber sufrido cuando era niño. Estoy parada aquí, sin saber qué hacer con esta sobrecarga de información. No es como si pudiera ir allí y fingir que no lo sé. Sí, eso es exactamente lo que puedo hacer. Si hubiera querido que lo sepa, me lo habría dicho. Y se ha reservado sus secretos. Dios sabe que tengo los míos. Si fuera yo, no querría que él venga y desentierre mi pasado. Definitivamente yo no lo haría. No, me guardaré mis pensamientos y seguiré como antes. Como si no supiera nada sobre su madre o padrastro.
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—Está bien… —Doy un paso atrás—. Bueno, no tardaré. —Tómate tu tiempo —dice Sadie. —Solo ten cuidado —dice Guy—. Recuerda, hay sangre asesina corriendo por sus venas. Entonces, si saca un arma, corre como el infierno. —No es gracioso, Guy. —Sadie le da un gesto de decepción con la cabeza. —¿Qué? ¡Solo era una broma! —exclama Guy. —Es la broma menos divertida que he escuchado —digo en voz baja antes de girar sobre mis talones y caminar de regreso hacia River, que está parado exactamente donde lo dejé. Me siento un poco mal por haberlo hecho venir esta noche. Pensé que sería divertido. Pero parece que preferiría estar en cualquier lugar menos aquí. —¿Lista? —pregunta al momento que lo alcanzo. Empezamos a caminar más lejos, a una pequeña distancia del bullicio. Noto que River se mantiene a mi izquierda, protegiéndose parcialmente de la gente. Sus hombros están encorvados. Como si estuviera intentando hacerse más pequeño, lo cual es imposible porque el hombre es enorme. Me meto las manos en mis bolsillos y aparto una piedra pequeña de una patada. —Entonces, el bebé es del tamaño de una aceituna verde en este momento —digo, midiendo el tamaño con mi dedo índice y el pulgar. No porque alguna vez haya preguntado o mostrado algún interés en el desarrollo de mi bebé, sino porque quiero decir algo, cualquier cosa y hacer que hable—. Y pesa unos tres gramos. Sigo este sitio web que muestra el crecimiento del bebé en comparación con la fruta. —¿Fruta? —Sí. —Y actualmente estás embarazada de una aceituna. —Una aceituna bebé. —Las aceitunas son repugnantes.
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—Lo sé, ¿verdad? —Me rio, y él también. —Entonces, ¿qué tamaño tendrá el bebé fruta la próxima semana? —Un higo. —También asqueroso. —Cierto. —Me rio nuevamente. —Entonces, ¿cuándo el bebé será del tamaño de una fruta decente? —Hmm… bueno, será del tamaño de una manzana a las quince semanas. —Las manzanas están bien como frutas. Sin embargo, saben mejor en jugo. —De nuevo, es cierto. —¿En serio estamos teniendo una puta conversación sobre frutas ahora mismo? —Sí. —Me rio. —Eres tan rara. —¡Oye! También hablabas de fruta. —Siguiéndote la corriente, Pelirroja. Te estaba complaciendo. —Seguro que lo estabas. —Pongo los ojos en blanco. Toda esta charla de frutas me ha dado hambre, y también el olor de un vendedor de perritos de maíz. No es que se necesite mucho hoy en día para hacerme comer. Empiezo a desviarme un poco, hacia la gente y el vendedor de perritos de maíz. —¿Tienes hambre? —le pregunto—. Porque en este momento en serio podría ir por un perrito de maíz. ¿Mi regalo por arrastrarte hasta aquí? Me lanza una mirada. —No vas a comprarme un perrito de maíz, Pelirroja. Yo los conseguiré. —¿Seguro?
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Otra mirada. —Estoy seguro. Espera aquí y volveré en un minuto. Lo veo caminar hacia el vendedor, con los hombros encorvados, la cabeza gacha, evitando el contacto visual con la gente. Retrocediendo un poco, apoyo mi trasero contra una gran roca, medio sentada sobre ella. No llevo ni un minuto sentada allí cuando un tipo se acerca. Tiene corto cabello rubio oscuro y un cuerpo fornido; mide alrededor de metro ochenta, diría yo, y es apuesto a la manera de un niño bonito. Se detiene ante mí, con una sonrisa en su rostro, mostrando unos dientes blancos relucientes. —Oye. Trabajas en la cafetería, ¿verdad? —Sí. —Soy Brad. —Me ofrece su mano. Pongo mi mano en la suya y la estrecho. La piel de su mano es suave. Como si sus manos nunca antes hubieran visto un duro día de trabajo. —Carrie. —Retiro mi mano. —Entonces, ¿eres nueva en la ciudad? —Sí. —Recibimos muchos turistas aquí, pero no muchos residentes nuevos. ¿Qué te trajo a Canyon Lake? —Se mueve para apoyarse en la roca a mi lado. La incomodidad se desliza a través de mí. Me enderezo un poco. Algo en este tipo no me sienta bien. Y hoy en día escucho mi instinto. Siempre tiene razón. —Me apetecía un cambio de escenario. —Me encojo de hombros. Se ríe. —No revelas mucho, ¿verdad? Lo miro. Sus ojos son verdes. Un color bonito, pero no son ojos amables. Me encojo de hombros nuevamente.
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Se ríe otra vez. —¿Disfrutaste el desfile? —me pregunta. —Lo hice. Nunca antes había visto un desfile navideño de barcos. Fue divertido de ver. —Entonces, ¿estás aquí sola? —pregunta, y no me gusta. —Vine con amigos —respondo con firmeza. Hay una pausa en la conversación y en realidad desearía que se vaya. Pero no lo hace. —Entonces… —Se rasca la barbilla—. Te he visto por la ciudad varias veces y quería hablar contigo. Creo que eres toda una belleza, Carrie, y me preguntaba si te gustaría salir conmigo alguna vez. Oh. Su acercamiento directo me desconcierta por un momento. Estoy a punto de rechazar su oferta, pero no tengo la oportunidad. —No, no quiere salir contigo. Mi cabeza se vuelve ante el sonido de River, su cara enojada, sin perritos de maíz. El fuego y la ira arden en sus ojos, y tengo la clara impresión de que no le agrada Brad. Este se pone de pie y mira a River. Deja escapar una carcajada y no es un sonido agradable. —Bueno, esta es la sorpresa del siglo. ¿Qué diablos estás haciendo aquí? Pensé que no habías dejado ese mausoleo al que llamas hogar. Y parece que ese sentimiento de aversión va en ambos sentidos. —Vamos; volvamos con tus amigos —me dice River, ignorando a Brad. —Carrie no quiere ir a ningún lado. ¿Verdad, Carrie? Teníamos una conversación buena antes que aparecieras. Abro la boca, pero River se me adelanta. —No, estabas coqueteando con ella, como lo haces con cualquier cosa que tenga pulso. Vamos, Pelirroja.
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—¿Pelirroja? Bueno, espera. Esto se puso realmente interesante. ¿En serio eres amiga del eyaculador precoz? —dice Brad, con los labios crispados. —¿Sigues filmando a personas que tienen relaciones sexuales sin su conocimiento? —responde River. ¿Qué? Brad se ríe. —Nunca podrías aceptar una broma. —La única broma aquí eres tú. —Bueno, eso no es agradable. Y creo que es justo que la encantadora Carrie sepa con quién está pasando su tiempo. —Cierra la puta boca, Brad —espeta River. Y eso hace que Brad sonría más ampliamente. Un brillo maligno en sus ojos. Si no me equivoco, supongo que ya sé lo que va a decir. Me muevo y me paro junto a River. —Ya sé con quién paso mi tiempo —le digo a Brad. —No estoy seguro que lo hagas, cariño. Sabes, además de poder levantarlo el tiempo suficiente para satisfacer a una mujer, viene de mala sangre. ¿Sabes que su mamá asesinó a un policía a sangre fría? Mató a tiros a un hombre bueno en su cocina mientras él estaba allí y la miraba hacerlo. River se congela junto a mí. —No creo que sea asunto mío o tuyo. —Dios sabe cómo me las arreglo para mantener mi voz firme. —Ahí es donde te equivocas, cariño, porque ese hombre que asesinó su mamá era mi tío. Un hombre honesto, bueno y respetuoso de la ley que merecía algo mejor que ser asesinado a tiros por una puta barata que lo había engañado para casarse y encargarse de su jodido hijo. Puedo sentir a River prácticamente vibrando de rabia a mi lado. Brad sonríe como si estuviera feliz con la bomba que acaba de lanzar. —¿Ya terminaste? —le digo en voz baja.
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—Ni siquiera he empezado, cariño. River gira tan abruptamente; su brazo choca contra el mío. —¡River! —llamo mientras lo veo alejarse de nosotros, dirigiéndose hacia la masa de árboles que conduce al bosque en la parte trasera de nuestras casas. Miro a Brad con un disgusto manifiesto. Me devuelve la mirada. —Eres una tonta si pasas tiempo con él —dice en un tono repugnante—. No pasará mucho tiempo antes que se rompa, al igual que lo hizo su mamá, y quienquiera que se interponga en su camino terminará como lo hizo mi tío. —No sabes de lo que estás hablando. —Ahí es donde te equivocas. Pero ya estoy girando sobre mis talones para ir tras River. Y es él quien se equivoca. River no es malo. Conozco el mal y no está en él. Solo es un ser humano que ha visto demasiado en su vida, y aún lleva todo esa pena y dolor consigo. River podría haber golpeado fácilmente a Brad en ese momento, pero no lo hizo. Se marchó. —¡River! —grito, corriendo tras él. El hombre seguro que puede moverse. Finalmente lo alcanzo justo dentro de la primera línea de árboles. —River, ¿quieres esperar? —jadeo, sin aliento. Se detiene y se vuelve hacia mí. Su rostro una máscara de ira y vergüenza. Odio que se sienta así. No tiene nada de qué avergonzarse. —River… lo que dijo Brad, no importa… Sus labios se curvan con desdén.
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—¡Por supuesto que importa! ¿Qué demonios te pasa? Espera… ¿ya sabías sobre mi mamá? —Sus acusadores ojos defensivos me miran fijamente. Mierda. Trago pesado, sintiendo que he hecho algo mal. —Sí —admito—. Pero solo me enteré esta noche. Antes de nuestro paseo. Guy me lo dijo. —Por supuesto que lo hizo. —Deja escapar una risa hueca. —River, tu pasado es tuyo. No es asunto mío. —Ni siquiera sabes de lo que estás hablando —dice como si ni siquiera me estuviera escuchando. Mira hacia el suelo—. Ninguno de ustedes lo hace. —River… —Maldita sea, sabía que no debí haber venido esta noche. —Sus ojos se clavan en los míos, amplios y furiosos—. Sabía que pasaría algo como esto. No debiste presionarme para que venga, y no debí dejarte. —Lo siento —digo, sintiéndome impotente. —Si no hubieras estado hablando con Brad, entonces no habría tenido que ir y lidiar con su mierda. Por eso me mantengo alejado de la gente, Pelirroja. ¡Para evitar cosas como esta! —Yo… yo… —Extiendo mis manos—. Brad se acercó a mí. ¿Qué quieres que haga? ¿Ignorarlo? Su mirada es inquebrantable. —Sí.
—¿Por qué estabas hablando con él, Annie? —E-empezó a hablarme. No sabía qué hacer. No quería ser grosera. Agarró mi barbilla y sus ojos furiosos se clavaron en los míos. Empecé a temblar. —Sabes que se supone que no debes hablar con otros hombres. —Lo sé. Lo-lo siento.
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—¿De qué estabas hablando con él, Annie? ¿Estabas diciéndole que soy un mal esposo para ti? ¿Cómo quieres dejarme? —¡N-no! No estaba hablando de ti, Neil, lo juro. —Mentirosa. —La saliva me golpeó la cara. Su otra mano agarró mi cabello, tirando de él con fuerza, haciendo que se me humedezcan los ojos—. Estabas haciendo arreglos para encontrarte con él, ¿verdad? Quieres follar con él, ¿verdad? —N-no. P-por favor, Neil. —¡Eres una sucia puta mentirosa! Bueno, si quieres ser una maldita puta, ¡te trataré como a una!
Doy un paso atrás, sacudiéndome el recuerdo. Me tiemblan las manos. Envuelvo mis brazos alrededor de mí, enderezando mi columna. —No voy a hacer eso. —Entonces, eres una maldita idiota. Brad no es alguien con quien quieras pasar tu tiempo. —Gracioso. Porque acaba de decir lo mismo de ti —digo las palabras e inmediatamente me arrepiento cuando veo que el dolor se refleja en su rostro. Tan breve que, si no lo hubiera estado mirando directamente, me lo habría perdido. —Tiene razón. No soy alguien con quien quieras estar. —Su voz está llena de autodesprecio, y eso me entristece más de lo que puedo explicar. —Entonces, ¿qué me estás diciendo? —La melancolía comienza a invadir mi corazón porque ya lo sé. Sus duros ojos sin emociones y desafiantes me miran fijamente. —Te estoy diciendo lo que ya sabes. No somos amigos. Nunca lo seremos. Así que, deja de intentar empujar algo que nunca sucederá. Apenas me gustas en un buen día. Maldita seas, apenas te tolero por la forma en que deambulas, luciendo como una oveja solitaria y perdida. Parece que no entiendes que no te quieren. Sé que sus palabras están destinadas a herir y lastimar. Está atacando porque me está alejando. Pero no me hablarán así. Merezco algo mejor. Levanto la barbilla a pesar que, por dentro, me siento destrozada.
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—Lo entiendo —digo con voz firme. —Maldición, finalmente. —Está bien… —doy un paso atrás—, supongo que me iré. Que tengas una buena vida o no… Mordiéndome el labio tembloroso, ignoro el escozor de las lágrimas que siento. Me giro y camino de regreso por los árboles a la luz de la gente, dejando a River parado allí, solo en la oscuridad.
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RIVER Dieciséis años —¿Qué diablos estoy haciendo aquí? Esto es estúpido. No debería estar aquí. No hago esto. No vengo a fiestas. Porque nunca antes te habían invitado a una. De pie fuera de la puerta principal de la casa, puedo escuchar la música sonando fuerte detrás de esta. Estoy en una fiesta. Bueno, casi. ¿Quién lo hubiera pensado? Pero, cuando Chloe Nelson, porrista despampanante, te invita con la promesa de algo más, es decir, sexo, apareces. Chloe estaba saliendo con Brad Thurlow, futbolista superestrella. Y el sobrino de… No. No iré allí esta noche. Finalmente voy a echar un polvo. Romper mi cereza. Con la jodida Chloe Nelson. Y la ventaja es vengarse de Brad en el proceso. Odio a ese tipo. Es un idiota del más alto nivel.
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Siempre está haciendo una mierda para agarrarme en la escuela. Malditas bromas, difundiendo rumores sobre mí. Casi siempre lo ignoro. Pero sigue siendo molesto. Y, desde hace cuatro días, su chica, o ex chica, y él rompieron. Lo comprobé en la escuela para asegurarme que sea cierto, no que tuviera amigos reales a quienes preguntar, pero escuché y aparentemente, él la dejó. Y, ahora, ella me ha estado enviando mensajes de texto. Sus padres no están, y me pidió que fuera a la fiesta que está teniendo en la mansión en la que vive. Es muy probable que me esté utilizando para vengarse de Brad. ¿Me importa un carajo? No. Estoy a punto de sellar mi tarjeta V con la chica más sexy de la escuela. No es que le vaya a decir que aún soy virgen. Chloe Nelson es hermosa. Rubia, de ojos azules, con una jodidamente fantástica delantera. La he visto en el gimnasio y en la práctica de porristas, saltando con esas camisetas ajustadas que usa, sus tetas rebotando. Mierda. Me estoy poniendo duro, solo de pensarlo. Reorganizo mi pene en mis pantalones. De acuerdo, esto es todo. Mete tu culo adentro, River. Pero no me muevo. Porque soy un puto cobarde. Estoy jodidamente nervioso, ¿de acuerdo? Nunca antes había estado en una fiesta. Todos los chicos de la escuela me odian. Honestamente, no sé por qué Chloe quiere estar conmigo. Pero quiero perder mi virginidad, y es la primera chica que ha mostrado un gran interés en que eso suceda. Por supuesto, he bateado en primera y segunda base con otras chicas.
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Tenemos muchos turistas por aquí. Chicas que no saben nada de mi pasado. Chicas que quieren jugar con un local para pasar el tiempo. Pero esta es Chloe, y ella sabe quién soy, pero aún parece quererme. Vamos, River. Hombre, mierda, entra allí. Pareces el bicho raro que te acusan de ser, parado aquí en la puerta. Agarro la manija de la puerta, la giro y empujo la puerta para abrirla. La música es aún más fuerte aquí. La fiesta está en pleno apogeo. La casa está llena de cuerpos. Nadie siquiera registra mi presencia. Apenas he dado tres pasos adentro cuando Chloe aparece frente a mí. Tiene los ojos brillantes y las mejillas enrojecidas. —¡Viniste! Me sonríe. —Sí —digo. Esta noche estoy lleno de palabras. —¿Quieres mezclarte o... —se pone de puntillas y me habla al oído— , subir las escaleras para tener algo de privacidad? Vuelvo mis ojos a los de ella. —Mejor subimos. Me agarra de la mano, me lleva junto a la gente y sube la escalera de caracol hasta el segundo piso. La sigo por el pasillo hasta lo que supongo que es su habitación. Es de color rosa con una gran cama con dosel, y hay fotos pegadas a las paredes, de sus amigos ella y aún algunas de Brad. Va y se sienta en el borde de su cama. Luego, palmea el lugar a su lado. Esa es su cama. Su cama. Mi interior comienza a temblar. El malestar se arremolina en mi estómago. Ahora no. Mierda, por Dios. Tranquilízate, River.
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Apretando mis manos, me acerco y me siento a su lado. —Tu casa es bonita —digo, solo por algo que decir. —Sí, está bien, supongo. Miro hacia la pared frente a mí como si tuviera la respuesta al significado de la vida. Mi pierna comienza a temblar de nervios. —¿River? —¿Sí? —Mírame. Vuelvo mi rostro hacia el de ella. Dios, es tan bonita. —¿Te gusto? —Seguro que sí. Su lengua emerge para lamer su labio inferior. No puedo dejar de mirarlo. —Tú también me gustas. —¿Sí? Se ríe. Suena incómodo. Levanto mis ojos a los de ella. —Por supuesto que sí, tonto. No estarías aquí ahora mismo si no lo hicieras. Es cierto, pero… me sorprende que una chica como ella quiera a un chico como yo. Todos los chicos de la escuela piensan que soy un bicho raro por lo que hizo mi madre… Lo que tú hiciste. —Apenas me has dicho un puñado de palabras hasta hace unos días —digo, apoyando las manos en mis muslos. —Bueno, sabes que estaba con Brad, y sabes cómo puede ser él… pero siempre pensé que eras sexy. Comienza a trazar la punta de su dedo sobre mi mano, subiendo por mi brazo y pierna, moviéndose hacia arriba y hacia arriba hasta que pasa la uña por la cremallera de mis pantalones. Trago pesado.
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Acerca sus labios a mi oído. —¿Quieres… follarme, River? —susurra, y casi me trago la lengua. A pesar de que tenía una idea bastante clara de que eso era lo que quería de mí, por el tono de sus mensajes y la forma en que me trajo directamente aquí, escuchar la forma en que casualmente me acaba de pedir que la folle me sorprende. —Eh… s-sí —toso la palabra, y se ríe. Luego, me besa. Santo cielo. Sus labios son tan suaves y regordetes. Noto el alcohol en su aliento. Retrocedo. —¿Cuánto has bebido? No quiero aprovecharme de ella. —Una cerveza. —Levanta un dedo—. Lo juro. Sus ojos se ven muy abiertos. Pupilas dilatadas. —¿Has consumido… algo más? —No. Lo juro. Usando su dedo, dibuja una X sobre su pecho, arrastrando mis ojos hacia sus tetas. Se quita su suéter y luego el sujetador. —Tócame, River. Así que lo hago. Y, Dios, se siente bien. Cálido y suave. Como nada que haya sentido antes. Estoy tan jodidamente excitado; siento que podría correrme en mis pantalones. Tengo que pensar en cosas mundanas para evitar venirme. Luego, me está besando nuevamente, y la ropa sale a la velocidad de un rayo. —¿Trajiste un condón? —pregunta contra mis labios. —Sí.
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Agarro mis pantalones del suelo y saco el condón de mi bolsillo. Cuando me doy la vuelta, está mirando mi pene con la boca abierta. —¿Está todo bien? —le pregunto. —Sí… eres grande —susurra—. No esperaba que fueras grande. Um… está bien… Miro mi polla. —¿Eso es un problema? Niega con la cabeza. —Ponte el condón. —Sí, señora. Me tiemblan las manos todo el tiempo que me pongo la goma, haciéndolo casi imposible. Pero finalmente lo hago. Chloe se recuesta en la cama. Cada hermoso centímetro de ella. Su cabello dorado extendiéndose en abanico alrededor de su cabeza. —Eres hermosa —le digo. Siento que podría acabar con solo mirarla acostada aquí. —Solo fóllame, River —dice, sonando impaciente. Jesús, es mandona. No cómo imaginaba que una chica sería en la cama, pero ¿qué iba a saber? Y supongo que es algo caliente, ella diciéndome qué hacer. Dios, esto es todo. Finalmente voy a tener sexo con una chica. Finalmente voy a ser normal. Como todos los demás. Trepo sobre ella, mi cuerpo flotando sobre el suyo. Mis caderas entre sus piernas abiertas. Estoy duro. Tan duro que es doloroso. Escucho un estallido. Suena como si estuviera en su habitación. Mi cabeza se levanta de golpe. —¿Qué fue eso?
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—Nada. Probablemente alguien solo esté buscando el baño. —Sus manos delicadas se enroscan alrededor de mi rostro, trayendo mis ojos de regreso a ella—. Cerré la puerta detrás de mí. No te preocupes. Nadie puede entrar. Levanta su boca hacia la mía y se ofrece a mí. Y tomo su boca, besándola. Envuelve sus piernas alrededor de mi cintura. Estoy tan nervioso. Me temo que no duraré mucho. Por favor, dura. Por favor, dura. —Hazlo, River. ¡Ponlo adentro! —ordena. —Maldición, está bien, lo estoy haciendo. Dios, eres tan jodidamente caliente. No puedo creer que pueda follarte. Empujo hacia su dulce y maldito cielo… y… Oh mierda, no… Pero es muy tarde. No puedo parar. Dejo caer mi cabeza sobre su hombro, mi cuerpo tiembla por la liberación. —River. —¿Sí? —¿Acabas de… correrte? —Lo siento mucho —murmuro contra su piel. Estoy tan jodidamente avergonzado. No, estoy mortificado. —Te lo compensaré, Chloe, lo juro. Siento su cuerpo temblar debajo del mío. Me toma unos momentos darme cuenta que se está riendo. Con el corazón latiendo con fuerza en mi pecho, me levanto con las manos, alejándome de ella. —¿Lo conseguiste? —pregunta. —¿Qué?
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Mi cabeza gira y veo al maldito Brad Thurlow saliendo de su armario con su teléfono celular en la mano. —Sí. Lo conseguí. Los cinco segundos. Me mira, riendo. —¿Qué carajo? Salto de la cama y agarro mis jeans del piso. Me los pongo rápidamente junto con mi camiseta, metiendo mis pies en mis zapatillas. Escucho un ping proveniente de su teléfono. —Y, ahora, todos los demás también lo tienen. Se ríe de nuevo en voz alta, cáusticamente. —¿Qué diablos hiciste? Mi cabeza gira entre Chloe y él. —¿Ya lo enviaste? —La voz de Chloe es aguda y chirriante—. ¡Dijiste que te asegurarías que nadie supiera que era yo! —Tranquila, nena. No puedes decir que eres tú. No ves tu cara y él nunca dijo tu nombre ni una vez. Podría haberse estado follando a su abuela, por lo que todos saben. Probablemente lo haga, el monstruo. —¿Qué diablos hiciste, Brad? —gruño, mis manos se aprietan en puños a los lados. Brad sonríe y levanta su teléfono, con la pantalla en mi dirección. Puedo ver mi trasero desnudo y la parte de atrás de mi cabeza en la pantalla. —Maldición, está bien, lo estoy haciendo. Dios, eres tan jodidamente caliente. No puedo creer que pueda follarte —me escucho decir en el video. Unos segundos más tarde, me veo correrme. La miseria se arrastra por mi espalda. Cierro los ojos con fuerza, intentando bloquearlo. Apagar todo. Recuerdos que luchan por salir a la superficie, por los que lucho tan duro para mantenerlos encerrados. —River —escucho la voz de Chloe en la pantalla.
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No noté el tono burlón cuando habló por primera vez. Probablemente porque estaba demasiado abrumado por correrme. Pero lo estoy escuchando ahora. —¿Sí? —¿Acabas de correrte? —Lo siento mucho. El video termina y Brad se dobla de risa. —¡Amigo, fue incluso mejor la segunda vez! ¡Fue como un jodido segundo, y estabas volando tu carga! —¿Me filmaste teniendo sexo con tu ex novia? —gruño. Mi visión se nubla de ira. —Brad, dijiste que volveríamos a estar juntos si hacía esto por ti. Mi cabeza se vuelve hacia Chloe, atónito por lo que acaba de salir de su boca. —Seguro, nena. Por supuesto. —Entonces, ¿volvemos a estar juntos? —Lo dije, ¿no? —espeta con desdén. —¿Qué diablos te pasa? —gruño a Brad—. ¿La chantajeaste para que haga esto? —Me giro para mirar a Chloe—. ¿Por qué harías esto? Puedes hacerlo mejor que este idiota. —Lo amo —se queja, haciendo pucheros. —Escuchaste a la chica —dice Brad con aire de suficiencia, respondiendo por ella. Se mete la mano en el bolsillo y saca una bolsita de polvo blanco. Cocaína. —Toma, nena, ve a hacer una línea. Te lo mereces después de eso. Le arroja la bolsa y ella la agarra con entusiasmo. Corriendo hacia su tocador, vacía el polvo y comienza a trazar líneas. Es adicta a la coca. Debí haberlo sabido.
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Debí haber sabido que todo esto era demasiado bueno para ser verdad. No me pasan cosas buenas. —Están jodido. Los dos —escupí las palabras. —A lo mejor sí lo estoy. Pero nunca seré tan jodido como tú. ¿Cómo fue ver a tu mamá liquidar a mi tío? —Vete a la puta mierda. Paso pisando fuerte hacia la puerta. —Míralo de esta manera… te estaba haciendo un favor. Conseguiste follarte a la chica más sexy de la escuela. Sé que solo fueron un par de segundos… —se ríe—, pero aun así cuenta. Y, ahora, no serás conocido solo como el hijo de una asesina de policías. También serás conocido como el bobalicón uno y a dormir. Me doy la vuelta y corro hacia él. De hecho, da un paso atrás, y eso me hace reír. Maricón de mierda. Agarro su teléfono de su mano, lo arrojo al suelo y estampo mi pie. —¿Qué carajo? —grita—. ¡Pagarás por eso, idiota! ¡Ese era un teléfono nuevo! Y, si crees que eso eliminó el video, piénsalo de nuevo. Porque ya se lo envié a todos los que van a nuestra escuela. —¿Qué? —Me escuchaste. Su expresión es tan arrogante y condescendiente. Tengo tantas ganas de pegarle. Quiero seguir golpeándolo y nunca parar. Clavo mis uñas en mis palmas, presionando la piel para ponerme a tierra. Para impedirme golpearlo. Siento que la piel se rompe, la sangre se filtra por mis manos. Aléjate, River. Aléjate.
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Soltando mis dedos, me obligo a apartarme de él y caminar hacia la puerta. La desbloqueo y la abro de un tirón, dejando mi sangre por todo el pomo, pero no me importa. Luego, salgo de allí, bajando las escaleras a toda velocidad y abriéndome paso entre la masa de gente, la mayoría ya viendo el video. Cierro la puerta de entrada con su risa. Risas de mí. Apuntado a mí. Corro hasta mi auto rápidamente. Al entrar, enciendo el motor y salgo de allí. ¡Soy tan tonto! No puedo creer que caí en eso. Están todos ahí, riéndose de mí. Brad se lo pasará genial, contándoselo a todo el mundo. Hijo de puta enfermo. Como su tío. El dolor y el pánico brotan dentro de mí. Cosas enterradas durante mucho tiempo resurgiendo. —¡Mierda! —gruño, golpeando mi mano contra el volante—. ¡Odio a la gente! ¡Ojalá todos me dejaran en paz! Nunca más volveré a ser tan estúpido para confiar en una chica. Maldita sea, nunca más.
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CARRIE ¡Tengo auto! Es un Chevy Impala de hace quince años con demasiados kilómetros en el odómetro para contarlos, pero es mío y conseguí una gran oferta. Se vendía por mil quinientos dólares, pero Ivan, dueño del concesionario local, ha sido un cliente habitual del restaurante desde que Sadie lo abrió, y me lo dio por mil doscientos dólares. No estoy rebosando de fondos, pero he estado ahorrando todas mis propinas y he estado ganando horas extra en el restaurante estos últimos meses para pagarlo, así que ya no tengo que caminar más. ¡Yupi! Recién recogí el auto después de mi turno de desayuno en el restaurante, y estaba ansiosa por llevarlo a dar una vuelta. Así que, decidí conducir hasta la Granja Thistleberry, que es adonde ahora me estoy dirigiendo, para comprar algunos de los productos frescos que venden. Comida sana para el bebé, que está creciendo muy bien. Ayer tuve mi último chequeo y la ecografía de las veinte semanas. Decidí no averiguar el sexo en la ecografía. Quiero la sorpresa del nacimiento. Así que, he empezado a llamar al bebé Olive desde esa conversación que tuve con River sobre la fruta… Y no, no iré allí. River es hoy en día un tema prohibido para mí. No lo he visto desde esa noche. Ni un vistazo. No es que lo haya estado buscando activamente porque no lo he estado haciendo. Me niego a mirar siquiera en dirección a su casa. Y ahora estoy totalmente bien con todo eso. Al principio estaba triste, pero entonces pensé que no podía perder algo que nunca tuve, ¿verdad? Y, aparentemente, nunca tuve su amistad. De acuerdo, podría aún estar un poco enojada. Pero está bien.
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No tiene nada que ver con nada. Así que, sí, Olive ahora tiene la longitud de un plátano pequeño y va muy bien. Ahora tengo un bulto de tamaño decente, de modo que en realidad se me está notando, y he tenido que invertir en algo de ropa de maternidad para mantenerme al día con mi cintura en crecimiento constante. Afortunadamente, mi uniforme en la cafetería incluye pantalones negros, los cuales conseguí para premamás con cinturilla elástica: muy sexy. Y mi camisa de trabajo la proporciona Sadie. Me pidió que me pusiera otra camisa, un par de tallas más grande, ya que la última que me compró, que estoy usando ahora, ya me queda apretada en la barriga. No puedo creer que tengo veinte semanas, y ya es primero de marzo. El tiempo pasa volando. Parece que la Navidad fue hace una eternidad. Pasé el día de Navidad con Sadie y Buddy. Sadie cocinó un pavo, y yo ayudé con el resto. Fue divertido y feliz. Mi primera Navidad en mucho tiempo en la que me sentí a salvo. La víspera de año nuevo la pasé con Buddy. Sadie y Guy salieron a unos bares. Habían intentado convencerme de que vaya, pero los bares en realidad no son lo mío. Habían dicho que era mi último Año Nuevo antes de que llegara el bebé, mi último Año Nuevo de libertad. Pero lo que no se dan cuenta es que, tengo más libertad ahora que nunca. Y, sinceramente, prefería estar en casa con Buddy. Enciendo la radio. Mi auto se llena con el sonido de “River” de Leon Bridges. Nop. Simplemente no. Apago la radio y viajo el resto del camino en silencio. Llego a la Granja Thistleberry quince minutos más tarde. Estaciono mi auto en uno de los lugares de estacionamiento, tomo mi bolso del asiento del pasajero, y me dirijo a la tienda. Y me detengo en seco. River está detrás del mostrador. Mi corazón hace este temblor extraño en mi pecho al verlo. Lo estoy mirando fijamente. Me devuelve la mirada. Su rostro una máscara de sorpresa.
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Creo que el mío refleja el suyo. Necesito apartar la mirada. Dándome la vuelta, agarro una canasta y comienzo a moverme por la tienda sin ninguna dirección real más que alejarme lo más posible de él. ¿Qué rayos está haciendo aquí? ¿Y por qué está trabajando detrás del mostrador? Tengo muchas ganas de irme. Pero eso se vería extraño, y si me marchara, él sabría que me molestó verlo. Además, vine hasta aquí por algunos productos frescos, y maldita sea, ¡voy a conseguir mis productos frescos! A medida que avanzo por los pasillos, empiezo a tomar cosas de los estantes al azar, y las dejo caer en la canasta. Cuando me detengo y bajo la vista, veo que tengo un frasco de tomates verdes en escabeche, un frasco de rábanos en escabeche picante, un pimiento verde, un manojo de espárragos, un frasco de puré de manzana, una bandeja de tomates cherry, una bolsa de pan de calabaza y un tarro de mantequilla de batata. Eh. Cálmate, Rachael Ray. Bueno, no puedo devolver las cosas porque pareceré una completa tarada, así que tendré que comprarlo. Y el pan de calabaza y la mantequilla de batata se ven deliciosos. Para tranquilizarme, empiezo a mirar en realidad los artículos que estoy alcanzando, concentrándome en ellos y no en la dirección de donde sé que River aún está parado en el mostrador. Odio ser tan consciente de él. Uf. Me detengo en las manzanas gala y las miro, selecciono las que se ven mejor y las dejo caer en mi canasta. Siento movimiento a mi derecha. Seguido por el aroma del humo de cigarro. River. —Pelirroja.
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El sonido de su voz es como la lluvia bienvenida en un día caluroso. También odio eso. Odio la forma en que intensifica el dolor en mi pecho. ¿Por qué me habla? Dejó perfectamente claro que hablar conmigo era lo último que quería hacer. Así que, hago lo único que puedo hacer. Me alejo de él. —Maldición —le oigo murmurar. Camino al otro lado de la tienda hasta que no hay ningún otro lugar adónde ir, y me encuentro parada entre adornos de vidrio en exhibición. Olvidando a River momentáneamente y el dolor que siento, miro los artículos de vidrio relucientes en los estantes. Jarrones de diferentes colores, formas y tamaños. Hay uno que parece una canasta colgante, complementado con un asa. Tan bonitos. Hay una manzana de cristal rojo brillante. Me hace pensar en Blancanieves y los Siete Enanitos. Y Gruñón, el enano gigante, está justo ahí. Mis ojos siguen a unos globos colgando del techo. Están hechos de vidrio. Tienen una luz en su interior. Oh, son de un tono claro. Tan hermosos. Amo el azul en especial. Es iridiscente. —Increíbles, ¿no? —viene una voz detrás de mí. Me vuelvo para ver a Macy parada allí. —Sí. —Oh, te recuerdo. Eres la vecina de River, ¿verdad? Carol. —Carrie. —Carrie. Por supuesto. —Se acerca a los globos, observándolos—. Tiene mucho talento, ¿no?
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Me toma un segundo captar su significado. —Ah, ¿el artista? Sí. Mucho. Atrae sus ojos a los míos. —¿Quieres decir, River? —¿Qué? —River. Él es el artista. Hace estos. Todos estos. —Levanta la mano en dirección a los adornos. ¿River hace estos adornos de vidrio? Ese temerario hombre insensible de allí hace estos hermosos artículos delicados. ¿Por qué no me lo dijo? —Oh. ¿No lo sabías? —dice, luciendo complacida por el hecho de que sabía algo sobre River que yo no. Trago y niego con la cabeza. —No. Nunca me lo dijo. —Maldigo mi voz por sonar tan débil. —Qué extraño. —Agita su cabello largo sobre su hombro—. Me pregunto por qué nunca dijo nada. Pero bueno, no es un gran conversador. Excepto conmigo, por supuesto. Hablamos un montón. De hecho, todo el tiempo. En realidad, pasamos horas charlando de nada. Está bien, Macy, no exageres. No soy una amenaza para ti cuando se trata de River. El tipo no quiere ser mi amigo, y mucho menos cualquier otra cosa. No es que yo tampoco quiera. —Eso es… bueno para ti. —Me impido a poner los ojos en blanco como en realidad quiero hacer. Estoy a punto de alejarme cuando se me ocurre algo—. ¿River hizo los adornos navideños que vendieron aquí en diciembre pasado? —Por supuesto. Solo vendemos aquí su arte. El tren. Él hizo eso. Sabía que me encantó, me lo dio y ni una sola vez dijo que lo había creado. Ni siquiera quería que supiera que era quien me lo había dado.
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¿Por qué? No parece tener ningún problema con que Macy lo sepa. Entonces, ¿por qué yo? Probablemente porque pensó que lo usaría como algo más de lo que hablar con él. Y no querría eso. Porque apenas le caía bien en un día bueno, ¿verdad? Uf. ¿Por qué me molesta esto? No. No me molesta en absoluto. —Bueno… fue agradable verte otra vez… —no, para nada—, pero tengo que terminar mis compras. —Por supuesto. —Se aparta de mi camino cuando me doy la vuelta. Sus ojos se posan en mi vientre. —Oh. No sabía que estabas embarazada. —Suena en serio sorprendida. Como si mi embarazo tuviese algo que ver con su vida. —Sí. —Pongo mi mano sobre mi bulto—. Cinco meses. —Bueno… felicitaciones. Nunca he escuchado unas felicitaciones más falsas en mi vida. —Gracias. —River nunca mencionó que estuvieras casada. ¿Esta mujer lo dice en serio? No tienes que estar casada para tener un bebé, Macy. No estamos en la década de los cincuenta. Cristo, Neil y ella serían perfectos el uno para el otro. Entonces, me odio inmediatamente por ese pensamiento. Porque no se merece a alguien como Neil. Nadie lo hace. —No estoy casada. —Mi dedo anular se contrae con la mentira—. Y tampoco tengo novio. —Bien podría también aclarar eso. —Oh. —Sus ojos bajan a mi bulto nuevamente y luego vuelven a mi cara. No me gusta la mirada en sus ojos—. Ya veo. No, Macy, realmente no lo haces.
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Echa un vistazo hacia donde está River. Está de pie en el mostrador, bolígrafo en mano, mirando hacia abajo, mientras escribe algo en una hoja de papel. —No tengo hijos, así que no lo sabría, pero escuché que ser madre soltera es muy difícil —dice, en voz baja, de modo que solo yo pueda escuchar—. Y tendría mucho sentido si estuvieras buscando un papá para tu bebé… pero, bueno, River no es tu chico. Él… no está disponible, si sabes a qué me refiero. —La mirada que me lanza me hace saber exactamente a qué se refiere. Ignoro el retorcimiento doloroso en mi pecho al saberlo. No quiere ser mi amigo. Pero no tiene ningún problema en ser súper mejores amigos con beneficios de Macy. O lo que sean. Bien. De todos modos, no necesito su amistad. Nunca lo hice. Tengo a Olive y Buddy, Sadie y Guy, aunque a veces puede ser un chismoso total. Pero los tengo y no necesito a nadie más. —Bueno, es estupendo por ustedes. Y no te preocupes; lo último que busco es un padre para mi bebé. E incluso si lo hiciera, River ni siquiera estaría en la lista. —Oh, bien. Estoy tan contenta de que nos entendamos. —Me da una sonrisa afable, pero no hay nada agradable en ella—. Te dejo con tus compras, a menos que haya algo más en lo que necesites ayuda. ¿Algo más? En primer lugar, nunca pedí tu ayuda. —No. Estoy bien. —Sonrío ampliamente. No quiero de ninguna manera que sepa que me ha afectado. Y una cosa en la que soy buena es en ocultar mis verdaderos sentimientos. —Fabuloso. Bueno, ciao por ahora. —Me saluda con sus dedos, y con un movimiento rápido de su cabello, se aleja. ¿Ciao por ahora? Uf. Bendita hija de fruta. Estoy tan harta de esto.
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Quiero ir a casa y comer el contenido de mi canasta de compra, incluso si sé con certeza que la gran mayoría de estos alimentos me producirán acidez estomacal durante días. Uf. ¿Por qué River tenía que estar aquí? Está definitivamente jodiéndome el día. Estaba súper feliz con mi auto nuevo, y ahora, él y su Macy ciao-porahora lo han echado a perder. Me acerco, enfadada, y dejo mi canasta en el mostrador, sin mirar a River ni una sola vez. —Pelirroja. Dirijo mis ojos en su dirección pero no lo miro directamente. Como el sol. —No me llames así —espeto—. Mi nombre es Carrie. —Está bien. Carrie. —Su voz suena más callada de lo normal. Menos seguro. Bien. —¿Esto es todo? —Sí. —Entonces, lo marcaré. —Has eso. Giro la cabeza hacia un lado. Mirando por la ventana, cruzo mis brazos sobre mi pecho, apoyándolos en la parte superior de mi panza, mientras él saca las cuentas. Siento que está tardando una eternidad. Empiezo a dar golpecitos con el pie con impaciencia. Puedo verlo poniendo mis cosas en una bolsa de papel por mí. Casi termina, y luego me largo de aquí. —Será treinta y siete con cuarenta, Peli… Carrie. Saco mi billetera de mi bolso y saco cuarenta dólares, extendiéndole los billetes.
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Aún no lo he mirado a la cara en todo este tiempo. Actualmente estoy mirando hacia su pecho. Toma el dinero de mi mano extendida. El roce de sus dedos contra los míos me sorprende. Al igual que la llamarada de calor que se dispara por mi brazo. Las hormonas del embarazo. Solo son las hormonas del embarazo. Nada que ver con él porque es un grandísimo idiota estúpido y cruel. Lo oigo deslizar el dinero y sacar el cambio de la caja registradora. —Aquí está su cambio. Extiendo la palma de mi mano a medida que cuenta el dinero. Ni siquiera me molesto en guardar el dinero en mi billetera. Lo dejo caer directamente en mi bolso. Agarro la bolsa de la compra del mostrador y me dirijo a la puerta. —Carrie. —Su tono insistente me hace detenerme. Finalmente miro su rostro por primera vez desde que entré aquí. Sus ojos evalúan mi rostro. Parece… perdido. El dolor comienza de nuevo en mi pecho. Echo una manta sobre mis sentimientos y aliso mi rostro hasta lucir impasible. —¿Qué? —pregunto con la justa cantidad de impaciencia. Orgullosa de mí por ser tan fuerte. —Solo… —Sacude la cabeza—. Tu recibo. —Lo sostiene en alto—. ¿Lo quieres? —No. Arrójalo a la basura. —Ya sabes, el mismo lugar donde pusiste nuestra amistad o no amistad. Después, salgo de allí con la barbilla en alto, y no la dejo caer hasta que estoy de vuelta en la seguridad de mi auto.
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CARRIE El golpe de la puerta principal de River me llama la atención. Ver a Macy saliendo de su casa no mejora mi estado de ánimo. El estado de ánimo en el que he estado desde ayer, después de ver a River en la tienda. Supongo que ahora Macy está haciendo visitas a domicilio. Tiene sentido si están juntos. Ignoro el dolor que siento en mi pecho. Es solo… sé que River es un completo y absoluto idiota. Pero en alguna parte tiene un buen corazón en el fondo. Y no estoy segura de Macy. Creo que ella es… automotivada y conspiradora. No es que sea de mi incumbencia. Observo su cuerpo ágil deslizarse hacia un pequeño Ford rojo que está estacionado detrás de su camioneta en la entrada de su casa. Hoy en día no me deslizo ágilmente por ningún lado con mi bulto cada vez mayor. Escucho que su motor se enciende, y vuelvo mi atención rápidamente al maletero de mi auto, para no tener que reconocerla mientras pasa. Sé que estoy siendo infantil. En realidad, hoy no estoy de humor para Macy. Estoy cansada y cascarrabias. Estuve despierta la mayor parte de la noche con acidez estomacal por la comida que comí ayer, como había predicho que estaría. Sin embargo, no me impidió comerlo, ¿verdad? Y esta mañana el restaurante estuvo muy ocupado. Apenas tuve tiempo de detenerme. Y luego, cuando terminó mi turno en el restaurante, fui directamente a la ferretería a recoger la pintura que había pedido porque me habían llamado para avisarme que
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estaba lista. Finalmente me decidí por un color: vainilla. Es un color neutro. Pensé en mantener las paredes de un fresco color sencillo. Voy a conseguir algunas calcomanías de pared con animales lindos y las pondré, después las iluminaré con accesorios. Además, mientras estaba en la ferretería, compré algunas sábanas para proteger el piso, rodillos de pintura y brochas. Pensé en empezar a pintar esta tarde. El sonido del auto de Macy al pasar me permite moverme. Saco una de las latas de pintura del maletero de mi auto y siento un dolor agudo en la espalda. —¡Ay! —Presiono mi mano libre contra mi espalda, contra el dolor. —Carrie, ¿estás bien? Me giro, sorprendida, para ver a River avanzando rápidamente hacia mí. Toma la lata de pintura de mi mano, permitiéndome presionar ambas manos en mi espalda para estirarla. Vuelve a poner la lata de pintura en el maletero de mi auto. —Vamos a llevarte adentro. Tienes que sentarte. —Estoy bien —espeto—. Solo es un poco de dolor de espalda. Es de esperar con el embarazo. —Por supuesto. Y llevar latas de pintura no va a ayudar exactamente. —¿Y exactamente por qué te incumbe? —espeto, mirándolo finalmente. Palidece, pero su expresión se recupera rápidamente. —Por nada. —Su voz es baja—. Pero yo, eh… —Se mueve sobre sus pies. Si no lo conociera mejor, pensaría que estaba nervioso—. Solo… solo tienes que pensar en el bebé. —¿Estás diciendo que no estoy pensando en mi bebé? ¿Que de alguna manera estoy poniendo en riesgo la salud de mi bebé? Sus cejas se fruncen. —Eso no es para nada lo que estoy diciendo.
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Mis manos van a mis caderas. Entonces, recuerdo que ya no caben allí, así que las cruzo sobre mi pecho expandiéndose. —Entonces, ¿qué estás diciendo? —Solo… —Toma un respiro mesurado y luego lo exhala, igualmente controlado—. Solo que no deberías llevar latas de pintura. —Bueno, no tengo a nadie más para hacerlo. —Me encojo de hombros—. Así que, mis opciones se limitan a… bueno, a mí. —Puedo ayudarte. —¿Qué? —Me detengo y le doy una mirada confusa—. ¿Por qué lo harías? No somos amigos. —Somos, eh, vecinos. Los vecinos se ayudan unos a otros. —Cierto. —Asiento—. Pero dejaste perfectamente claro que no querías tener nada que ver conmigo, punto. Entonces, ¿por qué querrías ser amable y ayudarme? —¿Porque estás embarazada? —Suena más a pregunta que a respuesta. —He estado embarazada durante cinco meses, y me las he arreglado bastante bien por mi cuenta durante todo ese tiempo. —No durante todo ese tiempo. —¿No? —Mis ojos se abren con molestia. Niega con la cabeza. —Tu árbol de Navidad. Necesitabas ayuda con eso. —No necesitaba ayuda. Me la ofreciste, y yo acepté, pensando que éramos amigos. Pero, al día siguiente, supe que ese no era el caso. Rayos, apenas me estabas tolerando, ¿verdad? Hace una mueca. —Te traje un tomate. —Se mete la mano en el bolsillo de su chaqueta y saca un tomate grande, sosteniéndolo con la palma extendida hacia mí. —¿Un tomate? —digo las palabras lentamente para asegurarme que entendí bien. Veo que se le enrojecen las puntas de las orejas.
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—Un tomate reliquia. Así de grande es ahora el bebé comparado con una fruta, ¿verdad? Del tamaño de un tomate reliquia. Ah. Un dolor se dispara en mi pecho. —¿Cómo sabes eso? —pregunto en voz baja. Levanta los hombros, encogiéndose torpemente. —Lo vi en el sitio web de Fruit Baby. —¿Por qué estabas mirando eso? —Levanto mis ojos a los suyos. Otro encogimiento de hombros, esta vez unilateral. —No sabía que sabías lo avanzada que estaba. —No lo sé, exactamente. —Sus palabras son más calladas—. Solo recordé la conversación sobre las aceitunas y lo supuse desde allí. También recuerdo la conversación de las aceitunas. Esa fue la noche en que arrojaste nuestra amistad a la basura. El tomate simplemente está puesto allí en su mano extendida. Creo que esta es su manera de extender una disculpa: una rama de olivo, por así decirlo, sin juego de palabras. Pero no es suficiente. Hirió mis sentimientos. —Bueno, calculaste mal. Estoy un poco más adelantada. El bebé ahora es del tamaño de un plátano pequeño. Su expresión decae. —Oh —murmura con una voz aún más callada que antes. La culpa obstruye mi garganta a pesar de que no tengo nada de qué sentirme culpable. —Supongo que de todos modos era una estupidez traerte un tomate —murmura. No es una estupidez. De hecho, es dulce. Pero no cambia nada. —¿Por qué me trajiste el tomate? Sus ojos inexpresivos se posan en los míos.
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—Porque el bebé… —Se detiene, suspira y sacude la cabeza—. No lo sé. —Creo que lo sabes. —Me sorprende mi asertividad. No debería tener que darle un empujón, pero sé que River es el tipo de persona que lo necesita. —Yo… hum… —Se mueve sobre sus pies. Pasa una mano por su cabello. Suspira. Se detiene y me mira—. Lo siento. —Las palabras salen corriendo de él—. Esa noche fui un puto imbécil. Estaba enojado con Brad. Me desquité contigo, y no debí haberlo hecho. Estos últimos meses han sido… —Mira hacia el cielo como si está buscando las palabras allí—. Aburridos. —¿Aburridos? Me mira con ojos cautelosos. —Sí. Aburridos. He echado de menos, eh… estar en desacuerdo contigo. Cuando no estás cerca, la vida es simplemente… aburrida. Ah. Creo que es lo más lindo que alguien me ha dicho alguna vez. —Gracias… por disculparte —le digo porque sé lo difícil que debe haber sido para él. Veo el alivio parpadear en sus ojos. Se mete las manos en los bolsillos de su chaqueta. —Entonces, ¿podemos, eh, volver a la forma en que éramos antes? Y, ahora, me siento mal por lo que voy a decir. —No lo sé. No creo. —Niego con la cabeza. Sus ojos buscan los míos. —¿Por qué no? —Porque no confío en que no volverás a herir mis sentimientos. —Oh. Cierto. Sí. Oh. Levanta la barbilla, una mirada determinada en su rostro.
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—Bueno, la confianza se gana, ¿verdad? —Sí —respondo con cautela. —Entonces, déjame recuperarla. Tu confianza. ¿Qué se supone que debo decir a eso? —Dame una razón por la que debería. —Porque eres mi mejor amiga, Pelirroja —dice en voz baja, sus ojos recorriendo el suelo bajo nuestros pies—. Mi única amiga. Y, rayos, voy a llorar. Las lágrimas escuecen en el fondo de mis ojos. Muerdo el interior de mi mejilla para mantenerlas a raya. Cuando siento que puedo hablar sin lloriquear, digo: —Está bien. Sus ojos esperanzados se alzan hacia los míos. —¿Está bien? —Sí. Pero, si vuelves a herir mis sentimientos de esa manera, estás fuera. —Entendido. —Asiente bruscamente. —Pero no soy tu única amiga, River. Tienes a Ellie y Macy. Me lanza una mirada divertida. —Ellie era amiga de mi abuela y una conocida de negocios. Y Macy no es mi amiga. —¿No? —No. —Pero acabo de verla salir de tu casa. Alguna emoción ligera, sin nombre, se instala en sus ojos. —Después de cerrar anoche con llave, me traje por accidente a casa la llave de la tienda. Vino a recogerla de camino a ella. —Ah. Entonces, ¿no es tu novia?
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Sus cejas se fruncen. —No, Pelirroja —dice lentamente, sosteniendo mis ojos—. No es mi novia. No es mi nada. Bien jugado, Macy. Bien jugado. Seguro que me convenció. Me doy cuenta que aún lo estoy mirando directo a los ojos, así que aparto la mirada. —¿Por qué estabas trabajando en la tienda? —Ellie no se encontraba bien. Estaba ayudando. —Espero que no sea nada grave. —Tuvo una caída, se torció el tobillo. Estuve ayudando hasta que se recuperó. —¿Se recuperó? —Llamó anoche, dijo que hoy volvería a trabajar. Es entonces cuando me di cuenta que tenía la llave de la tienda. Le pidió a Macy que venga a recogerla. Asiento, y es mi turno de moverme de un pie a otro. —Probablemente debería confesar algo. —¿Qué? No paso por alto la nota cautelosa en su voz. Lo miro a los ojos nuevamente. —Sé que hiciste el adorno del tren de Navidad. —Ah —dice. —Macy me lo dijo ayer en la tienda. Estaba mirando tus jarrones y esos globos de vidrio hermosos, y me dijo que eras el artista. ¿Por qué no me dijiste que eran tuyos? —No se lo digo a nadie. —Macy lo sabe. Frunce el ceño.
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—Trabaja en la tienda y sabe que no debe contarle a la gente. —¿Por qué mantenerlo en secreto? Eres increíblemente talentoso, River. —Porque quiero venderlos, y la gente de aquí no los compraría si supieran que los he creado. Es mi turno de decir “Oh”. Porque sé exactamente lo que no está diciendo. No comprarían el arte por lo que hizo su madre hace tantos años. —Bueno, son idiotas. Tu arte es hermoso. Se encoge de hombros con desdén. Puedo decir que está avergonzado por mi cumplido. —¿Los vendes en otro lugar, además de la Granja Thistleberry? —le pregunto. —Vendo en algunas tiendas de la ciudad… San Antonio —aclara. Gira su rostro hacia un lado, contemplando mi auto. Sé que esta conversación ha terminado. Bueno, al menos sobre ese tema. —Compraste un auto —dice con voz ronca. —Lo hice. —Sonrío. Sus ojos se mueven hacia el maletero y las latas de pintura que están dentro. —¿Vas a pintar? —Sí. Estoy decorando la habitación del bebé. Finalmente me mira. —¿Quieres ayuda? Sonrío por dentro. —Me encantaría un poco de ayuda. Busca en el maletero y agarra los rodillos, bandejas y latas de pintura. —¿Estás bien con el resto? —pregunta. Miro el paquete de brochas y las sábanas para el piso.
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—Creo que sarcásticamente.
apenas
puedo
arreglármelas
—respondo
Me sigue hasta la puerta de mi casa. La abro y nos permito entrar. Dejo mis cosas y me agacho para mimar a Buddy. —¿Dónde está la habitación del bebé? —pregunta, levantando las latas de pintura. —Al final del pasillo, la puerta a la derecha —le digo, poniéndome de pie—. ¿Quieres café? —pregunto, caminando hacia la cocina antes de que él desaparezca por el pasillo. —Por supuesto. Enciendo la tetera y dejo salir a Buddy, observándolo pasear por el jardín y hacer sus cosas. Lo llamo para que entre cuando la tetera hierve. Le preparo el café a River y un té descafeinado para mí, y los llevo a la habitación del bebé. Veo que River también ha traído las brochas y las sábanas que dejé en la sala de estar. Ya abrió el paquete de sábanas y está colocando la última. Cruzo la habitación y le doy su café. —Gracias. —Lo toma y bebe un sorbo—. Ya lo has preparado todo, ¿no? —pregunta. —Sí. —Asiento, tomando un sorbo de mi té. —Hiciste un buen trabajo. —Gracias. —Mis ojos le sonríen. Trago otro sorbo de mi té y lo dejo en el alféizar de la ventana. —¿Tienes escaleras de mano? —me pregunta—. Si no, tengo una… —¡Ah! —Mi mano va a mi estómago, mis ojos mirando hacia mi bulto. Eso fue… —¿Qué ocurre? —River deja su café en el alféizar de la ventana junto a mi taza y se acerca a mí. —Nada. Creo que… el bebé simplemente… pateó.
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—¿Ha pateado antes? Niego con la cabeza. Puedo sentir las lágrimas brotando de mis ojos. Ni siquiera sé por qué me emociono. —No, es la primera vez —susurro. Él sonríe, acercándose aún más, y siento una emoción sin nombre expandirse en mi pecho. Lo miro a los ojos. —Quiero decir, podría haber sido un gas o… ¡no! —Me rio al sentir otra patada. Una fuerte patada saludable. —¿El bebé está pateando ahora mismo? —pregunta. —Olive6 —digo—. Lo apodé bebé Olive. —Oh —susurra. Ese sentimiento se expande aún más. —¿Puedo… estaría bien si yo…? Me estiro, tomo su mano, y la presiono contra mi vientre. Escucho su respiración entrecortarse y veo que su nuez de Adán se balancea al tragar pesado. Ese sentimiento en mi pecho se extiende aún más, saliendo de mí y sobre él, como una red envolviéndonos a los dos. Los ojos de River están enfocados en donde descansa su mano. Y, cuando Olive vuelve a patear, se ríe. Sus ojos se abren por completo y se iluminan con asombro. —Hola, Olive —dice hacia mi barriga—. Soy River. Tu vecino. Suena tan formal; quiero reír. Una risa breve se me escapa. Su mirada se dirige a la mía. —¿Qué? —Está sonriendo. Me rio de nuevo, negando con la cabeza.
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Olive: una de su traducción al español es “aceituna”, por su conversación previa.
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—Nada. Me haces reír. Por la expresión de su rostro, parece que eso le gusta. Olive patea una vez más, atrayendo sus ojos de vuelta a mi bulto. —Dios, es jodidamente increíble, Pelirroja. —Sacude la cabeza—. Ahora tienes un bebé dentro de ti. —Ya van cinco meses —digo inexpresiva. Sus ojos vuelven a los míos. —Sabes lo que quiero decir. Por supuesto, sabía que estabas embarazada, pero no era… Está luchando por encontrar la palabra correcta, así que le ofrezco una. —Real. —Sí. —Sus ojos parpadean hacia abajo y luego vuelven a los míos para quedarse ahí—. No era real. Hasta ahora. Sus ojos aún están clavados en los míos, y estoy devolviéndole la mirada a esas profundidades oscuras suyas. Lo siento… el momento exacto en que algo cambia entre nosotros. Como si se rompe y luego encaja en su lugar. Sé que él también lo siente. No sé exactamente qué es o qué significa, pero sé que importa. Importa mucho.
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CARRIE Tarareo la letra de “I Found” de Amber Run, que está sonando desde mi teléfono, mientras coloco el móvil en la cuna del bebé. Es adorable. Lo pedí en una tienda en línea. Tiene nubes y estrellas colgando de él. Y colgando en el medio hay una luna creciente, y un elefante duerme sobre ella. La caja de entrega me estaba esperando en la puerta de mi casa cuando llegué a casa, así que, por supuesto, tuve que colocar el móvil en la cuna de inmediato. La habitación infantil está casi terminada. Las paredes lucen como nuevas con el color que elegí. En la pared directamente encima de la cuna, hay una calcomanía en negro y dorado que dice, Sueña En Grande, Pequeño, con estrellas y una luna creciente rodeándolas. La cuna de Olive es una cuna trineo de madera marrón. Las sábanas de color crema con estrellitas doradas están sobre el colchón. El tope de la cuna contra ella. La cómoda a juego y el cambiador encajan muy bien en la habitación. La ropa del bebé cuelga en el armario y otra doblada en los cajones. Tengo una mecedora junto a la ventana para poder alimentar a Olive durante las noches. River levantó la alfombra vieja y lijó y barnizó las tablas del suelo. Se ve asombroso. Conseguí una alfombra blanca peluda para el suelo, en la que a Buddy le ha gustado dormir. River ha sido de gran ayuda para preparar la habitación estas últimas semanas. No creo que pudiera haberlo hecho sin él. Pero, por supuesto, no lo admitiré. Hoy en día soy una mujer independiente. River se ha vuelto increíblemente importante para mí. Es mi amigo. Probablemente mi mejor amigo.
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Pero también parece que las cosas han cambiado entre nosotros. Hay una lenta atracción vibrante ahí. La siento. Creo que él también lo hace. O tal vez solo lo estoy imaginando, y todo es de mi parte. De cualquier manera, no tengo ninguna intención de actuar en consecuencia. Jamás haría nada que ponga en peligro nuestra amistad. Sin embargo, diría que tenemos una amistad única. Es como si supiéramos todo el uno del otro y absolutamente nada en absoluto. Conocemos los hechos básicos. Los gustos y disgustos. Pero no sabemos las cosas importantes. No sabe nada de Neil. O mi vida antes de Carrie. Cuando aún era Annie Coombs. En realidad no sé nada de su pasado. Sé de su mamá. Y que vivió con su abuela en la casa en la que aún vive ahora. Pero también sé que hay más cosas de su pasado que no sé. Sus ojos son los de un sobreviviente. Ha visto cosas y sabe cosas que nunca debería haber visto. Y no me refiero solo al asesinato de su padrastro. Me refiero a la razón por la que asesinaron a su padrastro. Hubo una razón por la que la madre de River le disparó ese día a su esposo. Y algo me dice que esa razón fue River. O podría estar muy equivocada. Pero no voy a preguntárselo. Y no me preguntará sobre mi pasado. Es un acuerdo tácito entre nosotros. Porque ninguno de los dos quiere discutir nuestro pasado sacando a relucir el del otro. Queremos dejarlos ahí. En el pasado. —¿Pelirroja?
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El sonido de la voz de River me hace girar la cabeza. —En la habitación del bebé —lo llamo. Escucho el sonido de sus botas contra el suelo mientras se dirige hacia mí. Apretando el último accesorio de plástico a la cuna, me aparto para admirar el móvil. —Llegó el móvil —dice, entrando en la habitación—. Se ve bien. —¿Verdad? —Sonrío, volviéndome hacia él. Tiene una caja en sus manos, y una bolsa pequeña de papel marrón encima de ella. —¿Qué hay en la caja? —pregunto. Estoy bastante segura que ya sé lo que hay en la bolsa de papel. River ha empezado a traerme fruta todas las semanas para el día en que el bebé alcance ese tamaño. Esta semana es un mango grande. —Un regalo. —Cruza la habitación y deja la caja sobre el cambiador. Lo sigo hasta allí, parando a su lado. Miro la caja. Mi corazón comienza a latir con un ritmo errático, como siempre lo hace cuando estoy tan cerca físicamente de él. Me entrega la bolsa de papel. Busco dentro y saco un mango. Le sonrío. —¿Quieres compartir? —pregunto, sabiendo cuál será su respuesta. Su nariz se arruga. —No. Y aún no puedo creer que te comas los bebés de frutas que te traigo. Es jodidamente asqueroso, Pelirroja. Me rio a carcajadas, sosteniendo la fruta en alto. —Es un mango. No es un bebé real. Y no voy a dejar que se desperdicie una pieza de fruta perfectamente buena. —La semana pasada dejaste que la calabaza espagueti se desperdiciara.
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—Sí, pero eso era asqueroso. —Honestamente, solo como la fruta para darle cuerda. Creo que es adorable cómo lo asusta—. Eres tan lindo. ¿Lo sabes? —le digo, chocando su cadera con la mía. —No soy jodidamente lindo —se queja—. Los conejitos son lindos. Los cachorritos y los gatitos son lindos. No lo soy, definitivamente. No. Eres hermoso. Por dentro y por fuera. —Cierto. Eres más como un oso. Pero un lindo oso esponjoso, uno que le arrancará la cabeza a cualquiera si se acerca demasiado. —Mejor. Un poco —murmura, las arrugas del ceño surcando su frente—. ¿Y vas a abrir el puto regalo en algún momento hoy? —¿Se supone que debo hacerlo? Nunca dijiste que era para mí. Dijiste que era un regalo. —Le sonrío dulcemente. —Sabelotodo. —Sus ojos me sonríen—. Por supuesto que es para ti. Ahora, ¿lo abrirás? Ah, y para tu información, Pelirroja, ¡no es comestible! —Gracioso. —Abro la parte superior de la caja y miro hacia abajo. Oh, Dios mío. —¿Tú hiciste esto? —pregunto aunque sé que lo hizo. Tiene su toque artístico por todas partes. —Es una lámpara —me dice, como si tuviese que explicarlo—. Para el bebé. Pero, si no te gusta, está bien. No me ofenderé. —¿Qué no me gusta? —Arrastro mis ojos de la lámpara y lo miro— . Me encanta, River. Muchísimo. Gracias. Las puntas de sus orejas están rojas. Eso es lo que indica que está nervioso o avergonzado. —¿Quieres que la ponga ahora? —Sí —respondo con entusiasmo. Espero a medida que va a buscar un destornillador. Observo cómo saca la vieja lámpara colgante y luego con cuidado saca la suya de la caja y la ajusta a los cables antes de atornillarla al techo. —¿Debería encenderla? —pregunta. Asiento, observándola.
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Enciende el interruptor, y cobra vida. No es que ya no estuviera viva con la mezcla de colores. Debe haber cuarenta globos de vidrio diferentes, todos de tamaños diferentes, colgados de alambres delgados de los accesorios de metal, donde las luces resplandecen, iluminando los múltiples colores. Hay numerosos tonos de rojos, verdes, amarillos, naranjas y azules. Es la cosa más asombrosa que he visto en mi vida. Se acerca a mí. —¿Está bien? —pregunta con una incertidumbre que he llegado a conocer de él. A pesar de todo su descaro y valentía, River también es increíblemente inseguro y tímido. Vuelvo mi cara hacia la suya. —Es perfecto. A Olive le va a encantar. Me encanta. —Presiono mi mano contra mi pecho. Él sonríe, y es deslumbrante. Mi corazón se hincha, sintiendo que se ha triplicado en tamaño. River y yo rara vez nos tocamos. No sé si es algo consciente de alguna de nuestras partes, pero simplemente no es algo que hacemos. Ninguno de los dos somos personas táctiles. Pero quiero que sepa lo mucho que significa esto para mí. Que se tomara el tiempo para hacer esto por Olive. Así que, me pongo de puntillas y le doy un beso en la mejilla. Envuelvo mis brazos alrededor de sus hombros. —Muchas gracias, River —susurro cerca de su oído—. Es el mejor regalo que he recibido alguna vez. No me devuelve el abrazo. Siento un escalofrío recorrer su cuerpo. Sin saber lo que significa, lo suelto y doy un paso atrás. —Lo siento, solo… —No —dice en voz baja. Su mano se extiende y agarra la mía.
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Nuestros ojos se encuentran. Por una vez, los suyos no están resguardados. Puedo ver directamente en ellos, y me están diciendo todo de lo que no he estado segura. Puedo sentir su mano temblar cuando levanta la mía y la coloca contra su pecho. Sobre su corazón. Presiono mi palma. Puedo sentir su corazón martillando bajo su pecho sólido. —Haces que haga eso —me dice ásperamente. Mi estómago revolotea, y no puedo decir si es el bebé o él quien lo está haciendo. Pero definitivamente es él quien tiene mi corazón luchando por alcanzar el ritmo del suyo. Su mano deja la mía. Pasa sus nudillos dulcemente por mi mejilla. Su pulgar traza un camino sobre mis labios. Mi respiración se acelera. Trago con fuerza. La ternura de su toque… la intensidad del momento es casi abrumadora. Casi. —Pelirroja —susurra, bajando su rostro hacia el mío. Un beso en mi frente. El más mínimo de los toques. Su barba incipiente me roza la piel. Es más suave de lo que pensé que sería. Cierro mis ojos. Sus labios se presionan en mi sien suavemente. En mi mejilla. En mi quijada. Su nariz roza la mía. Siento su aliento cálido contra mis labios. —Carrie. Abro mis ojos. Está mirando a los míos directamente. Esas profundidades oscuras suyas están abiertas plenamente para mí de una manera que nunca antes lo había estado. Luego, los cierra.
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Y presiona su boca contra la mía. El más suave de los toques. Sus labios rozan los míos. Una vez. Dos veces. Suspiro, separando mis labios. Su lengua corre a lo largo de la comisura. Enrosco mis dedos en su camisa. —Jesús, Carrie —gime. Siento ese gemido por todas partes. Acuna mi rostro en esas grandes manos talentosas suyas y planta su boca sobre la mía. Los dedos de mis pies se enroscan en la alfombra debajo de mí. Me besa duro y suave, todo al mismo tiempo. Me besa como si fuese todo lo que siempre ha querido. Me toca con reverencia. Como si importara. Como si yo importo. Entonces, Olive decide empezar a patear. Y quiero decir, patea fuerte. River lo siente. Se ríe contra mis labios. —Luchadora, como su mamá. —¿Niña? —cuestiono. —Definitivamente. Su mano se desliza por mi cabello, haciendo que mi cabeza descanse contra su pecho. Envuelvo mis brazos alrededor de su cintura. —Carrie… —dice en voz baja, lleno de algo que aplasta instantáneamente mi buen sentimiento. —No… —digo en voz baja—. No estropees el momento.
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Así que, no lo hace. No dice ni una palabra más.
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CARRIE River nos lleva a la ciudad, así puedo comprar un cochecito. Podría haber venido sola, pero dijo que le gustaría venir conmigo. Creo que le preocupa que conduzca cuanto más embarazada estoy. Ahora tengo siete meses. Olive es del tamaño de un repollo. Hice una ensalada con el que me trajo River. Él, por supuesto, se negó a comerlo. Es tan raro. Han pasado siete semanas desde que me besó. Y nada. No ha hablado de eso ni ha hecho ningún movimiento para repetirlo. Y yo tampoco. Pero aún me voy a dormir todas las noches con la sensación de sus labios en los míos. No estoy segura por qué no me ha vuelto a besar. Aún puedo sentir la atracción entre nosotros, y solo se ha vuelto más fuerte desde el beso. Es difícil controlar mis sentimientos en momentos en que estoy cerca de él tanto como ahora y tan hormonal como lo estoy actualmente. Pero está eligiendo ignorar lo que está sucediendo entre nosotros. O no, según sea el caso. Eso significa que estoy haciendo lo mismo. Creo que es porque estoy embarazada. El por qué no me ha vuelto a besar. Y puedo entender eso. Estoy embarazada de otro hombre. Un hombre del que River no tiene ni idea. Por supuesto que no quiere meterse en ningún tipo de enredo romántico conmigo.
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Porque no es solo conmigo con quien se enredaría. También sería el bebé. No, es mejor que seamos solo amigos. Necesito concentrarme en convertirme en mamá, lo cual se acerca rápidamente. De ahí la compra del cochecito. —¿Estás bien, Pelirroja? —La profunda voz de River se transmite por el interior de la camioneta—. Estás callada allí. Y nunca estás callada. Le sonrío. —Solo un poco cansada. El restaurante estuvo ocupado hoy. —El restaurante siempre está ocupado. No deberías estar trabajando hasta el nacimiento. —Solo tengo seis semanas de licencia por maternidad remunerada, así que es todo lo que puedo permitirme. —Y en realidad eso es bueno porque la mayoría de los lugares no pagan licencia de maternidad en absoluto, pero afortunadamente, tengo una jefa increíble—. Y quiero pasar esas seis semanas con el bebé antes de tener que volver al trabajo. —Y poner a Olive en la guardería. Pero elijo no pensar en eso todavía. River resopla pero no dice nada más sobre el tema. Estaciona el auto en un lugar cerca de la tienda de bebés y ambos bajamos de su camioneta. Tengo una idea bastante clara de lo que quiero después de mirar cochecitos en línea, de modo que no deberíamos estar aquí demasiado tiempo. Sé lo mucho que a los hombres les disgusta ir de compras, y me imagino que River no es diferente. Una vez que compre el cochecito, le preguntaré a River si le apetece salir a cenar. Tengo hambre y en serio podría ir a comer pizza ahora mismo. River me abre la puerta de la tienda y entro. ¡Santos cochecitos! Hay muchos de ellos. —Por favor, dime que sabes exactamente qué cochecito quieres — dice River cerca de mi oído. Contengo el escalofrío que siento. Lo miro a los ojos.
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—Tengo una idea bastante buena. —Gracias a Dios. Exhala y me rio suavemente. —Quiero el sistema de viaje uno —le digo a medida que caminamos hacia los cochecitos—. Puedes comprar el asiento para el automóvil de modo que los acompañe. Se engancha en el cochecito. Y son realmente livianos. —Sistema de viaje con silla de auto. Entendido. Por aquí. —Señala el letrero que dice Cochecitos con Sistema de Viaje. Caminamos hacia ellos. Va a mi paso lento, como un pato, y coloca su mano en mi espalda baja, guiándome. Cada sentido y terminación nerviosa de mi cuerpo se concentra en ese único lugar donde su mano me toca. —Bien, ¿alguna marca específica que desees? —pregunta, alejándose para mirar un cochecito rojo, su mano dejando mi espalda. No estoy decepcionada en absoluto. Está bien, bueno, solo un poco decepcionada. —Había uno que vi en línea. The Nuna. Tiene tela gris… lo encontré. —Aplaudo de alegría. Se ve tan bien como lo hizo en línea—. Es realmente bueno. —Costoso. Pero merece la pena—. ¿Qué opinas? Ninguna respuesta. —¿River? —Levanto la mirada del cochecito hacia él para encontrar sus ojos fijos en la dirección opuesta a la mía—. River —digo su nombre con más firmeza, pero aún no parece escucharme, y no está exactamente lejos. Miro en la dirección de donde él está mirando. Todo lo que puedo ver son personas viendo cochecitos. —¡River! —grito su nombre para llamar su atención y funciona. Sus ojos se mueven rápidamente hacia los míos. —¿Qué? —grita, haciéndome retroceder un paso. Mis ojos se abren con sorpresa.
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—Estaba hablando contigo. —¿Y? Está actuando como un idiota. Ha pasado un tiempo desde que se comportó así a mi alrededor. —Y me estabas ignorando. ¿Qué estabas mirando? —Nada. —No parecía nada —desafío. Su cuerpo está todo rígido. Apretado por la tensión. Y sus manos están apretadas a los costados. Algo, o alguien, lo ha asustado. Y no me gusta. Me preocupa. Miro por encima del hombro en esa dirección, intentando ver qué es lo que lo agitó tanto. —¿Viste a alguien? ¿De tu… pasado, tal vez? —pregunto en voz baja. Teniendo en cuenta que no sé nada sobre su pasado, es una pregunta bastante amplia. Pero no quiero decir nada. Quiero que sepa que me preocupo. Que estoy aquí. —Deja de entrometerte en mis asuntos —dice en voz baja y dura—. Sobre lo que no sabes exactamente nada. Y compra el puto cochecito, que es lo que viniste a hacer aquí. Idiota. Las lágrimas escuecen en mis ojos. Odio las hormonas del embarazo. Me hacen llorar mucho más fácilmente de lo que lo haría normalmente. Mordiéndome el interior de la mejilla para mantener a raya las lágrimas, me vuelvo hacia el cochecito, ya no tengo ganas de ir de compras. Mientras mantenga a Olive a salvo, eso es todo lo que importa. Veo pasar a un empleado de una tienda y le hago señas para llamar su atención. —¿Puedo ayudarte? —pregunta, acercándose a mí con una sonrisa amable.
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Al menos alguien está siendo amable en este momento. A diferencia del gran imbécil parado detrás de mí. —Sí. Me gustaría llevarme este cochecito. —Le doy unas palmaditas con la mano. —Por supuesto. Haré que te traigan uno a la caja registradora. —Gracias. —Me alejo, dirigiéndome hacia las cajas registradoras, sin siquiera molestarme en mirar si River me está siguiendo o no. Pago el cochecito. River se lo lleva a su camioneta y lo mete en el maletero. Nos subimos al vehículo y él se incorpora al tráfico. Parece estar en su propio mundo. Incluso al borde. El camino a casa está enmascarado en silencio, cubierto solo por la reproducción de la radio. Mantengo mi cara enterrada en mi teléfono, jugando un juego. Sintiéndome al mismo tiempo enfadada, molesta y confundida por su comportamiento. River no es exactamente ajeno a los cambios de humor. Pero este cambio vino de la nada. Se detiene frente a mi casa. Sale de la camioneta y saca el cochecito del maletero antes que me quite el cinturón de seguridad. Me dirijo directamente a la puerta de entrada y la abro. Buddy está ahí para recibirme como siempre. —Hola, Bud. —Le mando un beso. Agacharse para acariciarlo no es una opción en este momento con el tamaño de esta barriga que estoy cargando. Honestamente, no creo que volvería a levantarme si intentara agacharme. —¿Dónde quieres esto? —La voz ronca de River viene detrás de mí. Me sobresalto al escucharlo después de haber estado en silencio durante la última hora. —La habitación de Olive, por favor. Me acerco al sofá, me agacho y me quito los zapatos. Buddy se sube y se acurruca a mi lado. Empiezo a acariciar su pelaje.
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Escucho el sonido de las botas de River golpeando por el pasillo. Aunque está actuando como un idiota ahora mismo, cenamos juntos casi todas las noches y me muero de hambre. Así que, pregunto: —¿Quieres hacer un pedido esta noche o…? El sonido de la puerta de mi casa cerrándose de golpe hace que mis palabras se detengan. Giro mi cabeza hacia la puerta cerrada. ¿Se acaba de ir? Me levanto del sofá, lo que cuesta un poco de trabajo hoy en día, y me acerco a la ventana justo a tiempo para ver la camioneta de River girando en la calle y saliendo de allí.
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RIVER Estoy sentado en mi camioneta al otro lado de la calle y un poco más abajo de la casa que estoy mirando. Observando y esperando a que su ocupante regrese a casa. Saco mi caja de puros de la consola central, saco un puro, corto el extremo con mi cúter y lo enciendo. En una inhalación profunda, arrastro el humo hacia mí. Mi abuela solía fumar puros. Todas las noches, después de la cena, se sentaba en el porche de la parte trasera, se fumaba un cigarro y se tomaba un vaso de whisky. Amo el olor de los puros. Me recuerda a mi abuela. A mi hogar. El único lugar donde sabía que estaba a salvo. Por eso sigo viviendo en esa puta casa. ¿Por qué no pude mudarme después de la muerte de la abuela? Porque es el único lugar en el que me he sentido verdaderamente seguro después de que ese bastardo enfermo de padrastro mató todos los sentimientos de seguridad que tenía. Me quitó todo. Excepto la abuela. Y esa casa. Nunca pudo tomar eso. Los depredadores sexuales solo se preocupan por una cosa: ellos mismos y sus putos deseos enfermos y jodidos. No les importa la destrucción que dejan a su paso. Son unos malditos monstruos.
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Y nunca te dejes engañar pensando que sabes cómo es uno de esos malditos enfermos. No son la imagen de viejos hombres sucios, grasientos y de aspecto cutre que alguna vez creímos que eran ciertos. Son hombres y mujeres de cualquier edad, cualquier aspecto y cualquier trabajo. Puede ser el mesero en su tienda de delicatessen local o el hombre que arregla tu auto. Puede ser el médico que has visitado durante años. La persona en la que confías para educar a tu hijo. Tu dentista. El chico que empaca tus compras. O la mujer de mediana edad con la que tomas esa clase de Zumba. Pueden ser tu mejor amigo, tía, tío, mamá, papá o padrastro. Son y pueden ser cualquiera. Se parecen a ti y a mí. Monstruos vestidos de civil. Siempre pienso en ellos como los personajes del libro Las Brujas de Roald Dahl. Personas de apariencia normal hasta que se quitan las máscaras. El maldito enfermo actual que estoy esperando solía ser un profesor. Un maestro de jardín de infantes. Pero, podrías decir, seguramente, antes de contratar, la escuela verifica sus antecedentes con los Servicios de Información de Justicia Criminal para asegurarse que no tengan antecedentes penales. Por supuesto que lo hacen. Pero todo lo que eso significa es que, o aún no se ha cometido un crimen, o no han sido capturados. Y ese hijo de puta era lo último. Los padres confiaban sus hijos a este monstruo vestido de civil. Y él tomó esa confianza y la usó a su favor para obtener lo que quería. A su vez, arruinando la vida de dos niños y sus familias. Creo más de mí. Chicos que se convertirán en hombres con más dolor y resentimiento del que saben qué hacer.
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Espero que esos chicos puedan seguir adelante. Vivan una vida plena. Amen y sean amados. Eso no está en las cartas para mí. Soy un ser humano que apenas funciona. Esto me mantiene en marcha. Lo que estoy haciendo ahora me da un propósito. Y el arte en vidrio que la abuela me enseñó a hacer, eso ayuda a mantener mi mente en calma. Y la Pelirroja. Es un bálsamo para las heridas abiertas que tengo. Algo que ni siquiera sabía que necesitaba. El solo hecho de estar cerca de ella me da una paz tranquilizadora. Incluso cuando no estamos de acuerdo. La vida sin ella ahora sería… dura. Se preguntará por qué la dejé cómo lo hice. Iré a verla mañana por la mañana. Inventaré una excusa de mierda. No necesita saber de esto. No necesita saber nada más de mí. Su conocimiento de mi madre es más de lo que quería que supiera. Pero, sorprendentemente, no cambió las cosas. Bueno, yo lo hice. Lo jodí por un tiempo. Y tengo mucha suerte de que me haya dado otra oportunidad. Solo… me gusta la forma en que me mira. La forma en que me trata. Como si soy normal. No quiero que nada cambie eso. Pero, cuando lo vi antes en la tienda… la tienda llena de niños y sus padres… quise caminar hacia él y arrancarle el corazón muerto del pecho. La única razón por la que no lo hice fue porque estaba con la Pelirroja. Aunque él no me vio. Pero lo hará muy pronto. Le hice saber mi presencia cuando salió de la cárcel hace dos meses.
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Solo había cumplido dos años horribles antes de que lo volvieran a poner en las calles. Y ahí era donde entraba yo. Me acerqué a él y le dije que lo estaría vigilando. Le advertí que mantenga limpia la nariz. Claramente, no hizo caso. Estúpido marica. Entonces, estoy de regreso aquí para recordarle lo que pasará si alguna vez lo veo cerca de niños. Puedo sentir la ira corriendo por mis venas. Le doy una calada larga a mi cigarro, doblo mis dedos en la palma de mi otra mano, clavo mis uñas en la piel hasta que siento que se rompe. El pequeño hilo de sangre me calma un poco. Suena el celular prepago que guardo en mi camioneta. Sé quién es. Marcus. La única persona que tiene este número. Soy parte de un grupo llamado Los Vengadores de Injusticias. Marcus es el jefe del grupo. Él lo fundó. También es un nerd de Marvel, de ahí el nombre del grupo. Cuando tenía diecinueve años, los descubrí por pura casualidad mientras navegaba por las redes sociales. Son lo que algunos podrían llamar un grupo de justicieros. Para mí, somos la antitoxina antes de la enfermedad. Ver los videos que habían publicado, mostrándolos haciéndolos caer en una trampa y atrapando a depredadores sexuales antes incluso de que tuvieran la oportunidad de lastimar a alguien, me dieron una sensación que nunca antes había sentido… como si pudiera hacer esto, entonces podía hacer la diferencia. Podía evitar que sucedan cosas malas. Recuerdo cómo me temblaron la mano a medida que escribía un mensaje para el grupo a través de la página de las redes sociales. Una hora más tarde, un hombre llamado Marcus North me respondió.
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Preguntó cómo me gustaría ayudar. Les dije que la trampa no era algo que me interesara. Tampoco iba a grabar en video mientras se enfrentaba a estos hijos de puta enfermos y lo publicaba en las redes sociales. Pero ayudarlos lo era. Detener el problema antes de que comenzara. Marcus preguntó si podíamos hablar fuera de línea. Accedí, curioso. Llamé al número que me había dado. Fue entonces cuando Marcus me dijo que había un trabajo que podía hacer por ellos. Pero era un trabajo extraoficial. Después, lo explicó. Le dije que estaba dentro, sin dudarlo. Y mi vida finalmente tuvo sentido. Tenía un propósito. Así que, me convertí en un ejecutor. Reprimiendo a los que no se detienen. Aquellos que no escuchan. Me aseguro que escuchen. Hago lo que hay que hacer. Soy un hombre grande. Puedo ser un hijo de puta aterrador cuando sea necesario. Pero, si le preguntaras a la Pelirroja, te diría que soy amable. No soy amable. Solo con ella. Sé lo que es ser un niño aterrorizado sometido a cosas horribles a manos de uno de esos malditos enfermos. Soy el tipo de hombre adecuado para el trabajo. En el aspecto de las redes sociales del grupo, ellos hacen la trampa del cebo: se hacen pasar por niños en línea para atrapar a los depredadores, organizan una reunión y luego aparecen con sus cámaras y los filman antes de publicarlo en línea. Después los denuncian y publican los detalles vergonzosos sobre los depredadores locales en sus áreas. No tienen ni idea de los ejecutores. No todo el mundo estaría de acuerdo con lo que hago. Actualmente contamos con treinta agentes en todo el país. Ninguno de nosotros sabe quiénes son los demás. Es mejor así. Pero más se unirán y se convertirán en ejecutores. Por los hijos de puta enfermos como mi padrastro y los
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hombres y mujeres que seguimos, hay más personas como yo en el mundo de las que me gustaría pensar. Marcus sabe quién soy. Pero nunca usamos nuestros nombres reales. Soy Ejecutor Nueve. O E9, como me llama Marcus. Marcus ha reclutado a veintiún agentes más desde que me uní a ellos. Veintiuna personas más jodidas como yo por culpa de unos cabrones enfermos como el que estoy esperando. Recojo mi celular del asiento del pasajero y contesto. —¿Ya ha aparecido? —La voz grave de Marcus viaja por la línea. Lo llamé inmediatamente después de dejar a la Pelirroja a salvo en casa para hacerle saber lo que estaba haciendo. Siempre me comunico con Marcus cuando me encuentro con uno de estos cabrones enfermos. Marcus North está en la treintena. Soltero. Sin hijos. Y está tan arruinado como yo. Comenzó el grupo cuando tenía poco más de veinte años. Un mecanismo de afrontamiento, supongo. No es que alguna vez me haya hablado de su pasado. Como nunca lo hice con él. Pero es bastante fácil reconocer a una persona que tiene el mismo peso que tú. También lo veo en la Pelirroja. Y eso me asusta muchísimo. —No —contesto, apagando mi cigarro en mi consola. Lo puse de nuevo en la caja para terminar más tarde. —¿Definitivamente estás seguro que era él? —Cien por ciento. No olvido sus caras. Cada uno de los rostros de estos cabrones enfermos está grabado a fuego en mi mente. Al igual que mi padrastro lo está y siempre estará. Marcus suspira. —Va a ser un problema; lo sabes. —Lo sé.
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Una figura sombría se acerca a la casa, con las manos metidas en los bolsillos. —Está aquí. Me tengo que ir. —Haz lo que sea necesario. Vuelve a consultar cuando esté listo. Arrojo mi celular al asiento del pasajero. Agarro mi gorra de béisbol, la pongo hacia abajo sobre mis ojos. Luego, hago una pausa, mirando mi cortador de puros. Lo recojo y lo meto en mi bolsillo. Salgo de mi camioneta y cruzo la calle, avanzando rápidamente, mezclándome con las sombras. Mis zancadas grandes devoran fácilmente el espacio entre él y yo. Mi corazón late feroz en mi pecho. La adrenalina corriendo por mis venas. Listo. Tan jodidamente listo para esto. Me muevo por la casa. Deslizándome por el costado, entré al jardín por la puerta trasera. Camino silenciosamente por el sendero que conduce a la puerta trasera. La cocina está a oscuras. Pruebo la puerta. Bloqueada. Me toma menos de treinta segundos abrirla. Me deslizo silenciosamente dentro de la casa, cerrando la puerta detrás de mí. Puedo escuchar la televisión encendida en la sala de estar adyacente. Escucho el inodoro. Está en el baño de abajo. Me dirijo en esa dirección con pasos silenciosos. Para ser un hombre grande, puedo moverme en silencio cuando quiero. Años de intentar ser invisible en la casa alrededor de mi padrastro cuando era niño. No es que alguna vez haya hecho una diferencia. Conozco el diseño básico de la casa de este idiota. Marcus me envió el plano de la planta por correo electrónico mientras estaba sentado afuera, esperando.
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La puerta del baño está abierta. Está parado frente al fregadero, lavándose las manos. Tiene la cabeza gacha. Puedo verme en el espejo sobre su cabeza. Intento no mirarme. Espero a que levante los ojos y me vea. Su cabeza se levanta y palidece. —¿Te acuerdas de mí? —Le sonrío diabólicamente en el espejo. Se mueve rápidamente, agarrando la puerta para cerrarla. Soy más rápido. Obligo a la puerta a abrirse. Se tambalea contra el tocador. —¡No he hecho nada! —llora. Ladeo la cabeza hacia un lado. —¿Estás seguro de eso? —¡No lo he hecho! ¡Lo juro! Recito el nombre de la tienda donde lo vi. El miedo llena su rostro. La justicia cubre el mío. —Te dije que estaría vigilando. —Me doy la vuelta y cierro la puerta del baño detrás de mí, bloqueándola—. Y no escuchaste. Entonces, es hora de que tú y yo tengamos la segunda parte de nuestra pequeña charla. —¡No! ¡No! —Los débiles sollozos patéticos y enfermos del hijo de puta deslizándose a lo largo del baño—. ¡Sí, estuve allí! Pero no hice nada. ¡Lo prometo! Solo estaba mirando. ¡No toqué a nadie, lo juro! Solo mirando.
—Es tu culpa, River. Me obligas a hacer esto. Eres tan hermoso. No puedo evitarlo. Ahora, cállate. Solo dolerá por un minuto. Apreté los ojos con fuerza.
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No estoy aquí. Estoy en otro lugar. Algún lugar seguro. No mires, River. No abras los ojos. Terminará pronto.
La bilis sube por mi garganta. Me lo trago. Agarro al bastardo enfermo de su gorda mano carnosa, arrastrándolo hacia mí. Ahora está llorando. Y no siento nada. Me agacho a su altura, bajando mi rostro hacia él. Está llorando más fuerte ahora. Su rostro está pálido de miedo. Maricón de mierda. Puede darlo, pero no puede aceptarlo. Sonrío. Es una especie de sonrisa retorcida. Me gustaría decir que era un acto. Pero no lo es. Porque sé que voy a disfrutar esto. —No te preocupes —le digo, sacando el cortador de cigarros de mi bolsillo. Aprieto mi agarre en su mano, señalando su pequeño dedo gordo—. Esto solo dolerá por un minuto. A diferencia de la vida de dolor que les diste a esos dos niños, pienso mientras deslizo el cortador sobre la punta de su dedo.
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CARRIE No puedo dormir. Estoy completamente desconcertada por el comportamiento de River de más temprano. Y, sinceramente, estoy preocupada por él. Incluso intenté llamar a su celular para ver cómo estaba, pero, por supuesto, no respondió y no me molesté en dejar un mensaje. Además, Olive tampoco parece estar de humor para dormir. Está inquieta. Esta noche constantemente en movimiento. Y, ahora, incluso yo estoy pensando en Olive como una ella. Todo es culpa de River. Estoy sentada en el sofá con Buddy profundamente dormido a mi lado, roncando. Estoy mirando la televisión sin verla en realidad, mi mente en otra parte, en River. Ni siquiera ver a David Boreanaz en la repetición de Buffy la Cazavampiros que estoy viendo puede apartar mi mente de River. Es frustrante. Y molesto. Ni siquiera estoy pensando en el hecho de que tengo que estar en la cafetería para el turno del desayuno en seis horas. Suspiro. Escucho el rugido de un automóvil pasando frente a mi casa. River. Me levanto del sofá y, por segunda vez esta noche, lo estoy mirando por la ventana. Veo su camioneta entrando en su camino y él saliendo y entrando en su casa. Bueno, al menos está vivo.
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Aunque puede que no lo esté cuando termine con él. Por lo general, nunca cuestiono a River sobre algo que tenga que ver con su vida porque no quiero que se entrometa en mi vida, pero por alguna razón esta noche, estoy harta de los secretos. Quiero saber qué pasó en la tienda. Quiero saber por qué me dejó aquí y se fue como si su trasero estuviera en llamas. Quiero saber dónde ha estado todas estas horas. Y quiero saber estas cosas porque me preocupo por él. Me pongo el abrigo sobre la parte superior del pijama y pongo mis pies en las zapatillas antes de que pueda cambiar de opinión acerca de ir allí. —Vuelvo pronto —le digo a Buddy cuando levanta la cabeza del sofá para ver adónde voy. Salgo por la puerta de mi casa y camino la distancia corta hasta la casa de River. Ni siquiera me molesto en llamar. Entro directamente. Estoy tan exaltada. No está en la sala de estar. Veo la luz encendida en la cocina, así que entro allí. Lo veo de pie junto al fregadero, de espaldas a mí. —¿Olvidaste cómo tocar, Pelirroja? Me escuchó entrar. Bueno, no fui exactamente silenciosa. —Oh, dame un respiro —le devuelvo el fuego, sin estar de humor para pelear con él ahora mismo—. Ya nunca llamas a mi casa. Entras directamente si la puerta está abierta. Y, si no quieres que entre a tu casa, entonces cierra la puerta con llave. Me mira por encima del hombro. La expresión de su rostro me sobresalta. Sus ojos se ven… oscuramente primitivos. Casi sexual. Su rostro se ve enrojecido. Su piel está radiante, como si acabara de hacer un esfuerzo físico. Y su cabello está despeinado, como si se hubiera pasado las manos repetidamente por él.
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O tal vez alguien más lo haya hecho. Sumo todos los aspectos de su apariencia y no me gusta el resultado que se me ocurre. ¿Ha estado con una mujer? Mi pecho se tensa dolorosamente. Trago pesado. —¿Dónde has estado? —Mi voz tranquila suena fuerte en el silencio de su cocina. Vuelve la cara al fregadero y cierra el grifo. Agarra una toalla y se seca las manos. Luego, se vuelve hacia mí. Veo la sangre inmediatamente, y todos los pensamientos sobre él y otra mujer se desvanecen. —¡Oh, Dios mío! —exclamo, moviéndome hacia él—. ¿Estás herido? ¿Qué pasó? Frunce el ceño. Después, mira su camiseta blanca. A las marcas de sangre en ella. Sus ojos vuelven a los míos y no me gusta lo que veo en ellos. Todas esas cosas que acabo de sumar, me equivoqué. Muy mal. Agrega la sangre y obtendrás un escenario completamente diferente. Un escenario violento. El sentido y la experiencia me hacen retroceder un paso. Su ceño se profundiza ante eso. —No pasó nada. Estoy bien. —Se echa hacia atrás y se saca la camiseta por la cabeza. La amontona en una bola y la arroja a la basura. Se mueve hacia mí. Me hago a un lado instintivamente, dándole un espacio amplio. —No hagas eso —dice en voz baja, deteniéndose ante mí. —¿Hacer qué? —Mi voz es un susurro.
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—Actúas como si me tienes miedo. —Tal vez lo tenga ahora. Sus ojos oscuros queman los míos. —Sabes que nunca te haría daño. —¿Sí? Sus labios se tensan, formando líneas alrededor de su boca. —Pensé que lo sabías. Claramente, estaba equivocado. —¿Qué se supone que debo pensar? Actuaste raro en la tienda. Me dejaste en casa y luego desapareciste en tu camioneta sin decir una palabra. Luego, volviste a aparecer después de la medianoche, lavando lo que solo puedo asumir que era sangre de tus manos, entendiéndolo por el hecho de que estaba por toda tu camisa. —Deberías pensar que, en todo el tiempo que me conoces, nunca te he hecho daño. —Solo mis sentimientos, ¿verdad, River? No físicamente, así que eso lo hace bien. Suspira. —Sabes que lo lamenté por eso. —Sí, lo sé. Y sé que tus acciones se derivaron de lo que sucedió en tu pasado. Pero no sé todo sobre tu pasado. Así que, por lo tanto, no sé de qué más eres capaz. Nunca habría pensado esto de él antes de ahora. Pero, después de esto, lo estoy pensando. —Eso es bajo, Pelirroja. Levanto la barbilla. —No. Es la verdad. ¿Quieres que confíe en que nunca me lastimarías físicamente? Entonces, dime a dónde fuiste esta noche. ¿De dónde vino la sangre? ¿O de quién vino? Sus ojos se oscurecen hasta volverse negros, sus cejas bajan. —¿Por qué te mudaste aquí, Carrie? ¿Quién es el padre de tu bebé?
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Mi boca se cierra de golpe. Envuelvo mis brazos sobre mi pecho, intentando alejar el frío que siento por dentro. —Justo lo que pensé. —Deja escapar una risa sin humor—. No sé ni mierda de ti, Carrie. Y no pregunto ni mierda de ti. Así que, no entres aquí, en mi casa, exigiendo saber dónde he estado y qué he estado haciendo cuando no estás dispuesta a renunciar nada de ti. No hablamos de cosas importantes. Así es como funciona esto entre tú y yo. —Hace un gesto con un dedo entre nosotros. Doy otro paso atrás, lista para dar la vuelta y salir de aquí. Entonces, cambio de opinión. Y avanzo un paso. —Tienes razón. Te pido que me cuentes cosas de ti que probablemente nunca le hayas contado a nadie. Y, mientras tanto, no sabes nada de mí. Ni una sola cosa. Y es estúpido. Porque deberíamos conocernos. Quiero conocerte porque me preocupo por ti, River. Entonces, aquí está. Esta soy yo, al desnudo. —Extiendo mis manos. »Estuve casada durante siete años. Aún estoy casada. Y mi esposo, el detective de la policía… —Veo que los ojos de River brillan con una emoción que sé que vincula con su padrastro—. Sí, así es: estoy casada con un policía. De quien nunca podré divorciarme porque no puedo arriesgarme a que descubra dónde estoy; si lo hace, me matará. Sin duda. Porque detrás de la fachada de policía bueno que lleva para el resto del mundo hay un violento sádico enfermo que, durante casi todos los días de los siete años que estuve con él, me golpeó y violó hasta dejarme inconsciente. —Trago pesado contra los recuerdos que me pinchan la piel. »Y, cuando me enteré que estaba embarazada, hui. Le robé su dinero sucio de la policía. Conseguí una identidad nueva. Cambié el color de mi cabello. Subí al autobús que me trajo hasta aquí y me convertí en Carrie Ford. Así que, es por eso que no estaré cerca de ningún tipo de violencia, River. Porque lo viví. Y arriesgué mi vida para escapar de ello. Porque le daré a mi hijo una vida mejor que la que tuve, sin importar el costo para mí. No volveré a estar cerca de la violencia de ninguna manera, forma o matiz. No permitiré que la vida de mi hijo se vea empañada por eso. »Entonces, verás, es por eso que te pregunto dónde estuviste esta noche y de dónde vino la sangre. Y te preguntaré nuevamente una última vez… —Respiro fortaleciéndome—. ¿Dónde estuviste esta noche, River? Espero.
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Con el corazón en mi garganta. Con palpitaciones feroces en el pecho. La sangre rugiendo en mis oídos. Pero su respuesta nunca llega. Así que, hago lo único que puedo. Salgo de allí y no miro hacia atrás.
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CARRIE No me quedo sentada, sintiendo lástima por mí. Ya no soy así. Cuando dejé atrás mi vida miserable, tomé la decisión consciente de no volver a ser infeliz nunca más. Ya había pasado suficientes años de mi vida estando triste. Así que, elegí ser optimista. Ser feliz. No volvería a estar realmente triste nunca más. Ni siquiera cuando los recuerdos malos se cuelan en mis sueños por la noche y los convierten en pesadillas, sentiría tristeza. Solo los encierro en una caja y la cierro con llave. Porque esos recuerdos ya no son mi vida. Ya no soy Annie. Soy Carrie. Y Carrie es feliz. Es fuerte y valiente. Es todo lo que siempre quise ser. Pero, en este momento, no siento ninguna de esas cosas. Y definitivamente no estoy feliz. Le conté todo a River. Le confié mis secretos más profundos y oscuros, y no dijo nada. Nada. Entonces, sí, me duele el corazón. Y, desde que salí de su casa hace más de una hora, no he hecho nada más que acostarme en mi sofá (de lado, por supuesto, porque si me acuesto de espaldas, probablemente nunca me volvería a levantar) y comer pretzels cubiertos de chocolate mientras escucho música triste. Incluso Buddy no
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pudo soportar mi fiesta de autocompasión y se fue trotando a mi habitación. “The Night We Met” de Lord Huron acaba de terminar, y “Praying” de Kesha ha comenzado cuando escucho el golpe en la puerta. Es un golpe suave pero lo suficientemente fuerte como para que lo escuche. Sé que es River. Porque nadie más llamaría a mi puerta después de la una de la mañana. Pero no voy a abrir la puerta. Y definitivamente no lo dejaré entrar. Me meto otro pretzel de chocolate en la boca y mastico lentamente. —Pelirroja, soy yo. —Su voz profunda entra por la puerta. —Lo sé. Por eso no abro la puerta —respondo. —Carrie… yo solo… necesito hablar contigo. Estás a salvo conmigo. Lo prometo. Nunca te lastimaría. Pero, si no te sientes segura conmigo, lo cual entiendo totalmente, envía un mensaje de texto a Sadie y dile que estoy aquí. Me esfuerzo por sentarme erguida. Me cuesta un poco de trabajo. Luego, me paro y camino hacia la puerta. —¿Y por qué haría eso? —pregunto. —Entonces, si te hiciera algo, la policía sabría que fui yo quien te lastimó. —Prefiero no correr el riesgo. Gracias. —Por favor, Carrie. —Escucho su cabeza golpear contra la puerta— . Yo solo… mierda, solo necesito verte. Lo que me dijiste… —Olvida lo que dije. —No puedo. No puedo sacarme las imágenes de la cabeza. De él haciéndote daño. —Suena como si tuviera dolor físico—. Solo necesito saber que estás bien. Envuelvo mis brazos a mi alrededor. —Estoy bien.
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Doy otro paso hacia la puerta hasta que estoy cerca de ella. Puedo escucharlo respirar del otro lado. —Yo no lo estoy —dice en voz baja. No sé si quiere que lo escuche o no. Pero son esas palabras las que me hacen alcanzar la puerta y abrirla. Abro un poco la puerta y lo miro a través de la rendija. Se ve terrible. Puedo oler el humo del cigarro en él. Debilita un poco más mi resolución. —Hola —dice en voz baja. Noto el olor a alcohol en su aliento. Y no me gusta ni un poco. —Has estado bebiendo. —¿Qué? Mierda. Sí, pero no estoy borracho. Tomé un whisky. Siempre tomo uno con mi puro antes de acostarme. Lo sabes. Eso es cierto. Eso sí lo sé. —Está bien —digo—. Entonces, ¿por qué no estás ahora en la cama? —Pelirroja… —Sus cejas oscuras se fruncen—. No había forma de que durmiera esta noche. Y, por lo que parece, tú tampoco. Niego con la cabeza. —Sin embargo, deberías descansar. Por el bien de Olive. —Ahora no está durmiendo, así que… —Me encojo de hombros. —¿Se está moviendo? —pregunta, mirando mi bulto. —Sí —respondo en voz baja. Levanta sus ojos de nuevo a los míos. Tienen una mirada suplicante. —¿Puedo entrar? Hay cosas que necesito decirte… cosas que necesito contarte, y no quiero decirlas aquí. Pero lo haré si eso es lo que quieres. Si eso es lo que te hará sentir más cómoda.
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Pienso por unos segundos. Luego, doy un paso atrás. Abriendo la puerta, lo dejo entrar. —Gracias —dice en voz baja a medida que cierro la puerta detrás de él. Me acerco al sofá y me siento pesadamente. Viene y se sienta a mi lado, inclinando su cuerpo hacia el mío, así que hago lo mismo. Hay un momento de silencio en el que solo está mirando mi rostro, sus ojos vagando como si está buscando algo. —¿Por qué me miras así? —pregunto tímidamente. —Eres hermosa, Carrie. Nunca antes te había dicho eso, y debería haberlo hecho porque es la verdad. Lo pensé al momento en que te vi. Y cada vez después de eso, incluso cuando estaba siendo un idiota contigo. Mis labios se abren con sorpresa. —¿Por qué me dices esto ahora? —Porque quieres que seamos sinceros entre nosotros. Y esa es la verdad. Creo que eres hermosa. La mujer más hermosa que he visto en mi vida. Eres buena, pura y honesta. Y quería empezar con eso porque el resto de las cosas que tengo que decirte no son buenas, ni puras ni honestas. Son oscuras, negras y jodidas. —Está bien. —Trago pesado, preparándome para lo que sea que esté a punto de salir de su boca. —Está bien —repite, moviéndose en su asiento—. No estoy seguro por dónde empezar. —El principio suele ser bueno. Deja escapar un suspiro y niega con la cabeza. —No. Empezaré por el final y volveré al principio. Sus dedos se abren y cierran con agitación. —River… no tienes que hacer esto si es demasiado. Sus ojos se posan en los míos. Están llenos de determinación. —Te paraste ahí, en mi cocina, y me dijiste cosas que solo puedo imaginar que fueron increíblemente dolorosas para ti. Eres valiente, Pelirroja. Y también me haces querer ser valiente. —Se frota la nuca con la
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mano—. Nadie fuera de mi madre y abuela se ha preocupado por mí de la forma en que tú lo haces. Quiero ser digno de eso. —Lo eres —le digo. Extendiendo la mano, tomo su mano y la aprieto. Mira nuestras manos. —No, no lo soy. Pero quiero serlo. —Levanta sus ojos hacia los míos. La emoción en ellos es casi abrumadora—. Yo… yo también me preocupo por ti, ¿sabes? Me trago mis sentimientos que amenazan con convertirse en lágrimas. Malditas hormonas del embarazo. Solo asiento, con miedo de hablar. Lleva mi mano a su boca y le da el más dulce de los besos. Luego, vuelve a poner mi mano en mi regazo, soltándola. Respira hondo y comienza a hablar: —En la tienda, vi a un hombre que sé que es un delincuente sexual condenado. Me tenso ante sus palabras. —Estuvo dos años en prisión por abusar sexualmente de dos niños pequeños en la escuela donde era maestro. El abuso sexual de dos niños pequeños. —Lo sé porque es mi trabajo saberlo. Soy parte de una organización que tiende trampas y expone a los pedófilos. También realizamos un seguimiento de los delincuentes sexuales liberados recientemente. Ahí es donde yo… enfoco mis esfuerzos. —Y al enfocar tus esfuerzos, te refieres a… Me mira. —Hago lo que es necesario para asegurarme que no lastimen a otro niño. Respiro profundamente. —¿Y hasta qué punto vas para asegurarte de eso? —¿Estás preguntando si lo maté?
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Muerdo mi labio inferior, no estoy segura de querer saber la respuesta a esta pregunta. Pero asiento a mi pesar. —La respuesta es no. Pero, después de dejarte en casa, fui a su casa. Lo esperé. Y… lo lastimé. Le había advertido. Le dije lo que vendría si lo veía cerca de niños. No escuchó. Así que, lo seguí. Pero, si fuera necesario… entre un niño herido y matar a uno de esos hijos de puta enfermos, no lo dudaría, Carrie. Pienso en la niña que llevo dentro y sé que no hay nada que no haría para protegerla. Pero, ¿iría hasta ese punto por los hijos de otras personas como él? Y, sinceramente, no sé la respuesta a esa pregunta. —Entonces, eres un justiciero, que es parte de un grupo que trabaja para proteger a los niños de pedófilos. —Necesito decirlo en voz alta, para que quede claro en mi cabeza. —No me considero un justiciero. Soy más como… la antitoxina antes de la enfermedad. —Pero no es posible que puedas detener todas las cosas malas que suceden —digo en voz baja. —No, no puedo. Pero puedo impedir más cosas que si solo me quedo sentado sin hacer nada. Y, si puedo salvar a un solo niño de soportar los horrores de ese tipo de abuso, entonces vale la pena. —¿No te preocupas por meterte en problemas con la… ley? Se ríe. Es un sonido hueco. Puedo entender por qué. —No. ¿Qué es lo peor que pueden hacerme? —Te meterían en la cárcel —susurro. —Créeme, Pelirroja; eso no sería lo peor que me ha pasado. Muerdo mi labio con los dientes. —Te estás preguntando por qué hago esto —dice en voz baja—. Por qué querría ayudar a evitar que los hijos de otras personas resulten lastimados. —Sí —digo en voz baja.
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El silencio es largo. Mi corazón late con fuerza con cada segundo que espero. Su voz es agonizante, dolorosamente baja cuando dice: —Porque fui uno de esos niños, Carrie. Me lastimó alguien que se suponía que debía cuidarme. Dios, no. Mi garganta se espesa por las lágrimas. Trago con brusquedad. Sabía que le había pasado algo malo. La idea de que hubiera sido esto pasó por mi mente… pero oírlo decir… Es difícil de escuchar. Me duele más de lo que jamás creí posible. Las lágrimas llenan mis ojos. Tengo miedo de mirarlo porque, si lo hago, sé que fluirán libremente. —¿F-fue… tu padrastro? —Me tiembla la voz. —Sí. —Su voz es como hielo. Tomo una respiración controlada para estabilizar mi voz. —¿Es por eso que tu mamá lo mató? ¿Se enteró que te estaba haciendo daño y le disparó? —Sé que haría lo mismo si fuera mi hijo. Deja escapar un suspiro entrecortado y finalmente levanto mis ojos hacia los suyos. Las lágrimas que estaba conteniendo se desbordan y corren por mi rostro. Sacude lentamente la cabeza. —No, Carrie. Por eso yo lo maté.
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CARRIE —¿Qué? —Retrocedo en mi asiento. Mató a su padrastro. No sé lo que ve en mi cara, pero sea lo que sea, lo pone pálido. —Mierda. Carrie, no voy a hacerte daño. —Levanta las manos, como si se está rindiendo. —¿Q-qué? —tartamudeo, y me doy cuenta rápidamente—. Oh, Dios, no. Sé que no me lastimarás. Si me iba a hacer daño, ya lo habría hecho. Y un hombre que persigue a delincuentes sexuales para proteger a los niños no es un hombre al que deba temer. Me acerco a él para asegurarle que mi reacción no fue de miedo. —No me asustas. Solo estoy… —Aturdida. Sin palabras—. No sé cómo estoy. Conmocionada, supongo. Es una gran cantidad de información para asimilar de una vez. —Parpadeo furiosamente, intentando despejar mi mente y ordenar mis pensamientos—. Pero solo eras un niño cuando él… cuando tú… Exhala un suspiro y asiente con los ojos fijos en la pared de delante. —Tenía ocho años cuando lo maté. Eso… el abuso había estado ocurriendo durante mucho tiempo antes de eso. Las cosas estaban… empeorando. No podía decirle a mamá lo que estaba pasando porque él dijo que la mataría si lo hacía, y luego me quedaría con él. Solo él y yo. Las lágrimas llenan mis ojos y corren por mis mejillas. Las aparto con mi muñeca. —Era oficial de policía. La gente de esta ciudad lo respetaba. Sabía que, si decía algo… nadie me creería. Estaba… atrapado.
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»Era un domingo. Siempre era un puto domingo. Ella estaba en su club de lectura. Estaba solo en casa con él. Me llamó a la cocina. Sabía lo que iba a pasar. Lo que siempre pasaba cuando ella no estaba. —Se frota la cara con las manos, empujando los dedos hacia arriba y a través de su cabello. »Dejó su arma en la encimera de la cocina. Nunca hacía eso. Y, sinceramente, no sé qué me hizo levantar el arma ese día. Pero lo hice. Se la apunté. Se rio en mi cara. Luego, se enojó. Vino hacia mí y entonces disparé. Y seguí apretando el gatillo hasta que la pistola estuvo vacía. No sé cuánto tiempo pasó… parecía que no había pasado mucho, y luego mamá estaba en casa y vio lo que había hecho. Me hizo contarle lo que había sucedido. Así que, lo hice. Le dije la fea verdad. Ella lloró. Después, tomó el teléfono y llamó a la policía. Mientras esperábamos a que vinieran, me dijo que estuviera de acuerdo con todo lo que decía. Que fue ella quien lo había matado. Habían luchado. Él la había atacado, ella agarró su arma y le disparó en defensa propia. No quería mentir. No quería que ella fuera a la cárcel. Sus ojos, enrojecidos por la emoción, miran los míos, diciéndome sin palabras que necesita que crea eso. Si no es otra cosa, necesita que yo crea eso. —Murió en ese lugar, y fue por mi culpa. Agacha la cabeza. Me acerco a él y agarro su mano. —No. Era tu madre y te estaba protegiendo de la única manera que podía porque te amaba, River. Nada de lo que sucedió ese día o en el momento anterior fue tu culpa. Aprieto su mano y él levanta sus ojos hacia los míos. Están mojados por las lágrimas y mi corazón se aprieta dolorosamente. —Eras un niño, River. Un niño pequeño. —Debí haber dicho algo. Decir la verdad. Pero no lo hice. Hice lo que me había dicho y me quedé callado. Nunca dije la verdad, y entró en ese infierno y nunca salió. —¿Y de qué habría servido si hubieras dicho la verdad? —Estaría aquí… y yo no. —No hables así —digo bruscamente.
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Estoy frustrada porque no puede ver lo maravilloso que es. No creo que lo haya visto por completo hasta ahora. —No soy bueno, Carrie. —Se mira las manos extendidas sobre los muslos—. Hay una oscuridad dentro de mí. —No. Hay un superviviente dentro de ti, que hace lo que tiene que hacer. Eres una persona buena, River. Aquí, donde cuenta. —Presiono mi mano contra su pecho, sobre su corazón—. Puedes decirme lo que quieras, pero sé lo que veo. Y veo a un hombre bueno. —Lo disfruto, Pelirroja. Lastimarlos. —Vuelve sus ojos oscuros hacia los míos—. Tienes que saber eso de mí. Saber quién soy en realidad. Trago con fuerza. Muevo mi mano desde su pecho hasta su antebrazo y le doy un apretón. No quiero dejar de tocarlo en caso de que crea que es porque creo en lo que dice. Que creo que es malo. Es muy importante que se dé cuenta que no lo creo. Y que no le tengo miedo. —No voy a mentir y decir que lo que haces… cómo… lidias con estos enfermos no me asusta un poco porque lo hace. Pero no viví tu vida. ¿Quién puede decir que no sentiría lo mismo si fuera tú? Créeme; hubo noches en las que me acosté en la cama y soñé con matar a Neil, mi ex… —explico, y me doy cuenta que es la primera vez que le digo a River su nombre—. Me ayudaría a superar los días realmente malos. —Pero esa es la diferencia entre tú y yo. Yo lo habría matado. —Fija sus ojos en los míos—. Quiero matarlo por lastimarte. Disfruté esta noche cuando lastimé a ese maldito enfermo. Me gusta saber que les he impuesto algún tipo de castigo… hacerles saber solo un ápice del dolor que le provocaron a un niño inocente. Eso no me convierte en un hombre bueno. Por la forma en que lo dice, tan tranquilo y frío, es como si quisiera que le tenga miedo. Quiere alejarme. Quiere que le diga que se vaya. Porque él puede manejar eso. Puede manejar lo malo. Lo que le aterroriza es lo bueno. —No vas a asustarme, River.
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Tomo su rostro entre mis manos, levantando su rostro hacia el mío. Tiene las mejillas húmedas. Las seco con los pulgares. —Conozco el mal. Y no lo eres. A veces puedes ser un imbécil total. —Le doy una sonrisa acuosa—. Pero haces eso para mantener a la gente alejada. Lo entiendo. Te robaron tu confianza e inocencia a una edad temprana. Tuviste que… luchar para sobrevivir. Pudiste haberte rendido, pero no lo hiciste. Y aún no lo has hecho. Estás ahí afuera, peleando una buena batalla, intentando salvar a otros niños del sufrimiento que soportaste. Es posible que no lo hagas de una manera con la que la gente esté de acuerdo. La violencia no es algo con lo que esté de acuerdo: lo odio. Pero, si alguien alguna vez lastimara a Olive… —Cierro los ojos en un parpadeo, exhalando un suspiro—. Aún ni siquiera está aquí, pero sé sin lugar a dudas que los mataría con mis propias manos sin pensarlo dos veces. Todo el mundo es capaz de la violencia, River. Incluso yo, que la soporté. A veces, animales… no, animales no porque Buddy es un animal y es increíble. No, la maldad pura, como mi exesposo, tu padrastro y esos enfermos de mierda con los que… lidias… solo entienden su propio idioma. Y, si puedes salvar a un solo niño, entonces… lo entiendo. En serio lo hago. Me mira con tal crudeza; está despojándome de todo lo que pensé que sabía y creía. Nunca habría pensado que podía importarme alguien que viviera con la violencia como parte de su vida diaria. Pero River me está mostrando que no solo hay blanco y negro. Hay gris en todos sus tonos distintos. Hay personas como Neil y el padrastro de River que se complacen en hacer daño a personas que no lo merecen. Son unos putos sádicos enfermos. Y luego está la gente como River, que ha vivido el dolor y el sufrimiento que repartieron esos putos sádicos enfermos… y la ley, la justicia, les ha fallado, de modo que ellos combaten fuego con fuego. La Biblia dice ojo por ojo. Quizás Dios sabía que no todo el mundo podía ser tratado de la misma manera. Hay quienes pueden castigar usando el sistema de justicia.
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Y luego están los que viven fuera de la ley. Aquellos que son tan puramente malvados que sentarlos en una celda de la cárcel no supondrá ni un ápice de diferencia. De modo que, les hablas de la única forma que conocen. Supongo que es por eso por lo que algunos estados aún tienen castigos corporales. —¿Ahora no me ves… de manera diferente? —pregunta apenas por encima de un susurro—. Sabiendo todo. —¿Me ves diferente después de lo que te dije sobre mi ex? —Por supuesto que no. —Niega con la cabeza con empatía. —Entonces, tienes tu respuesta. Lo único que veo es más de ti. Todo de ti. Y me gustan todas las partes. Deja escapar un suspiro que suena tan lleno de alivio que me duele el pecho. Girándose hacia mí, acuna su mano alrededor de la parte posterior de mi cabeza y apoya su frente contra la mía. Cierro los ojos y lo respiro. —Gracias —susurra. —¿Por qué? —Por estar aquí. Por ser tú. Una lágrima corre por el rabillo del ojo. Me acerca a él y se recuesta contra el sofá, llevándome con él. Mi bulto descansa contra su estómago duro. Apoyo mi cabeza en su pecho, solo escuchando el latido constante de su corazón. Sus dedos comienzan a recorrer mi cabello. De repente me siento agotada. —¿De qué color es tu cabello naturalmente? —pregunta. Inclino mi rostro hacia arriba para mirarlo. —Rubio. Sostiene algunos mechones de mi cabello, frotándolos entre sus dedos.
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—No puedo imaginarte como una rubia. —Me mira a los ojos—. Me gusta el rojo. —Sí, también a mí —digo, bajando mi rostro. Me acurruco más cerca. Envuelve sus brazos alrededor de mi cintura y acaricia mi panza con sus dedos. —¿Cuál era tu nombre antes de cambiarlo? —Annie. —Carrie te queda mejor. —Creo que sí. Está en silencio un momento. —Carrie… quiero que sepas que yo… Se detiene y contengo la respiración, esperando lo que va a decir. —Siempre estarás a salvo conmigo. Olive y tú. Nunca dejaré que nadie les haga daño a ninguna de las dos. Pongo mi mano sobre su corazón. —Lo sé. Confío en ti, River Wild. Exhala suavemente y presiona un beso suave en la parte superior de mi cabeza. —También confío en ti, Pelirroja.
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CARRIE —Uff, fruta madre, eso duele. —Me detengo en mi camino de regreso del baño, donde ahora paso una buena parte de mi día, y me agarro al sofá, inclinándome ligeramente, mientras espero que el dolor disminuya. Me he sentido mal todo el día. Sigo teniendo estos dolores en mi abdomen. Se sienten como calambres menstruales. Empezaron esta mañana, en el trabajo. Pero no fueron tan fuertes como ahora. Creo que son contracciones de Braxton Hicks. Lo leí en la web de embarazo que sigo. Es muy común a esta altura del embarazo. Es el cuerpo preparándose para el parto. Aún me faltan dos semanas para salir de cuentas. Solo espero que estos dolores no duren hasta entonces. No puedo creer que falte tan poco. Y River ha estado aquí a cada paso. Después de confesarnos, nos hemos acercado. Las cosas cambiaron entre nosotros esa noche. Ahora hay una conexión especial que no había antes. Pero, curiosamente, las cosas también son iguales. River hace lo que tiene que hacer. No le pregunto al respecto ni lo cuestiono. No porque no me importe. Sino porque sí. Está acostumbrado a estar solo. Necesita tiempo para acostumbrarse a tener alguien con quien compartir las cosas. Y lo hará, cuando esté listo. Y no es como si soy su novia.
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No estoy muy segura de lo que somos. Todo lo que sé es que pasamos todo nuestro tiempo libre juntos. A veces, me toma de la mano cuando nos sentamos juntos, viendo la televisión, y me frota los pies cuando están hinchados por estar en el restaurante. Me consuela cuando me emociono con los anuncios de ‘adopta un perro de refugio’. Y me trae cualquier comida que se me haya antojado ese día. Mis antojos varían mucho. Se preocupa por mí. Y me preocupo por él. Pero no hay… intimidad física entre nosotros. Básicamente, ni siquiera nos besamos. Creo que la atracción sigue ahí. Bueno, de mi parte, definitivamente. De la suya, tal vez no. Si es que existió alguna vez. ¿Y quién lo culparía? Ahora mismo soy del tamaño de una casa, y con el clima de Texas, paso la mayor parte de mi tiempo sudando como un cerdo mientras uso faldas con cintura elástica. Y ahora, se le suma el hecho de que se filtra leche de mis pechos, lo cual no fue vergonzoso en absoluto cuando me sucedió la semana pasada, mientras River y yo estábamos en el supermercado. A una dama glamurosa no le pasan esas cosas. No es que alguna vez haya sido glamurosa. Pero lo que sea. Oigo abrirse la puerta. Y sigo aquí parada, agarrada al sofá, doblada, y mirando al suelo. —¿Pelirroja? —Sí. —¿Estás bien? Levanto la cabeza. —Ajá, sólo un calambre. —¿Estás segura?
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—Sí. Solo son Braxton Hicks. —Oh, las contracciones falsas. Lo miró, sorprendida. —¿Cómo sabes lo que es Braxton Hicks? Las puntas de sus orejas se vuelven rojas. Ahora está mirando a cualquier parte menos a mí. —Podría haber leído sobre ello en un libro de embarazo. Mis cejas suben. Estoy sonriendo por dentro. —¿Cuándo leíste un libro de embarazo? —Hace poco. De todos modos, te traje algo… Sus palabras se cortan cuando oímos un chorro de agua. —Carrie… —sus ojos miran mis pies—, ¿acabas de… hacerte pis? Sigo sus ojos hasta el charco de agua a mis pies. —No. —Sacudo la cabeza. —¿Acabas de romper aguas? Levanto los ojos a los suyos. —Eh, creo que sí. —Asiento tontamente. —Así que, ¿supongo que no es un buen momento para decirte que te he traído unos cuantos puerros? —Los saca de la bolsa de papel marrón que sostenía a su espalda. Los miro fijamente. Entonces, estallo en risas. —¡Es la semana del puerro! ¡Y acabo de soltarme7! River me está mirando como si hubiera perdido la cabeza. —¿No lo captas? —Frunzo el ceño—. Olive es un puerro esta semana, y… yo justo acabo de romper aguas. —Señalo el líquido amniótico en el suelo.
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Juego de palabras en el idioma original; leek, que significa puerros, y leaked, que significa fuga, escape o gotera.
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—Oh, lo capto. Solo estoy esperando a que tú lo hagas. —¿Qué? —pregunto confusa. —Que estás de parto, Pelirroja. Y en lugar de quedarnos aquí, haciendo putas bromas, deberíamos llevarte al hospital. Oh. Oh, Dios. —¡Santos puerros! —grito—. ¡Estoy de parto, River! ¡Estoy de parto! —Agarro sus brazos, y los sacudo, mientras el pánico me llena—. ¡Es demasiado pronto! ¡Me quedan otras dos semanas! —No de acuerdo con ese charco en el suelo. Parece que Olive está lista para hacer una entrada. —Oh, caca. Voy a tener un bebé. —El pánico comienza a desvanecerse, a medida que la realidad me alcanza—. Voy a tener un bebé. Un bebé real. —Sé que mis ojos son tan anchos como platos en este momento. —¿En serio? No tenía ni idea. —No es gracioso. —Oye, tú eras la que bromeaba hace un minuto. —También soy la que está a punto de tener un bebé. —Bueno, espero que no antes de que lleguemos al hospital. ¿Dónde está tu bolsa del hospital? —En el maletero de mi auto. —Está bien. Voy a por ella y nos vamos. —¿Por qué? —Porque no voy a conducir esa mierda ambulante hasta el hospital. —¡Oye! Solo por eso, me llevarás al hospital en mi auto. —Mierda, por Dios, Pelirroja. —Vamos. Adiós, Buddy. —Me despido de él, tendido en el sofá—. Caca. ¡Buddy! ¿Quién lo cuidará mientras estoy en el hospital?
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—Estará bien por ahora. Volveré una vez que te instales en el hospital. Los bebés tardan siglos en nacer, ¿verdad? Así que te llevaré al hospital, volveré aquí, me encargaré y luego volveré al hospital. Todo está bien, Pelirroja. Buddy probablemente ni siquiera se dé cuenta que te has ido; estará dormido. —Lo has llamado Buddy. —Es la primera vez que lo llama Buddy. Siento lágrimas llenar mis ojos. Estoy siendo estúpida. River suspira. Casi puedo verlo poniendo los ojos en blanco. —Bueno, ese es su puto nombre, ¿no? —Sí. —Pelirroja, ¿estás llorando? —No. Vamos. —Paso mis dedos bajo mis ojos discretamente, secando mis lágrimas estúpidas. River me coloca los zapatos y me abre la puerta principal. Con el brazo alrededor de mi espalda, me guía fuera de mi casa, cerrando tras de mí. Me ayuda a entrar en el asiento del pasajero de mi auto, y luego se coloca en el asiento del conductor, empujándolo hacia atrás para hacer espacio para sus piernas largas. Girando la llave, enciende el motor. —Hospital cristiano Santa Rosa, ¿verdad? —comprueba. El hombre presta atención. —Sí —respondo, respirando a través de lo que creo que es una contracción. Lo mismo que he estado sintiendo todo el día. Y pensé que solo eran Braxton Hicks. Soy idiota. —¡Oh! —sollozo. Acunando mi panza, me inclino hacia adelante. —¿Estás bien? Siento su mano en mi espalda, frotándola. —No. Duele. —Las lágrimas vienen a mis ojos, mientras respiro hasta que pasa, y River frotando mi espalda todo el tiempo.
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Una vez que el dolor disminuye, me inclino hacia atrás, apoyando mi cabeza contra el asiento, respirando fuertemente. —¿Mejor? —comprueba. Lo miro. —Tengo miedo —admito en voz baja. Su expresión se suaviza. —No lo tengas. Estoy aquí. Voy a estar contigo en cada paso del camino. —Está bien. Pero, ¿puedes hacer la parte del dolor? No estoy muy interesada en eso. —Ofrezco una sonrisa débil. Levantando mi mano a su boca, la besa. —Pelirroja, si pudiese quitarte el dolor, lo haría en un santiamén. Dios mío, este hombre… No ofrece palabras dulces a menudo, pero cuando lo hace, hijo de fruta, me matan. Pone mi mano en su muslo. —Cuando te duela, aprieta mi pierna tan fuerte como necesites. Bueno, está bien, no demasiado fuerte porque me salen moratones como un puto plátano. —Sonríe radiante hacia mí antes de poner el auto en marcha y alejarse de mi casa. Destino: hospital.
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CARRIE Estamos a quince minutos en auto del hospital de los treinta que lleva cuando mi auto empieza a hacer un ruido ahogado. El auto se desvía a un lado de la carretera hasta detenerse del todo. —Eh, ¿qué está pasando? —jadeo, en medio de una contracción dolorosa. He estado intentando contar cuánto duran, y cada cuánto tiempo, pero parece que son muy rápidas y fuertes. Y cada vez son más dolorosas. Voy a necesitar todas las drogas cuando legue al hospital. —No lo sé. —River gira la llave del contacto, y no pasa nada—. Espera aquí. Abre la puerta, y se baja del auto. Levanta el capó, y veo salir humo. Bajando mi ventanilla, saco la cabeza. —¿Qué está pasando? —No soy mecánico, pero diría que tu auto de mierda se ha roto — gruñe River desde debajo del capó. —¡Oye! No insultes a mi Impala. Su cabeza aparece desde el capó. —¿En serio? Estás de parto, tu auto, nuestra única manera de llegar al hospital, se ha roto, ¿y estás molesta porque lo llamo mierda? Agh. Rayos. Tiene razón. —Maldita sea, sabía que debimos haber ido en mi camioneta. Pero, oh no, teníamos que ir en tu auto. —¡No sabía que iba a romperse! —le grito.
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Azota el capó. —Bueno, esto es simplemente jodidamente genial. Abro la puerta y salgo del auto sin gracia. —No sé qué te molesta. ¡Soy yo quién está de par-to-argh! Me doblo, agarrada a la puerta del auto. River está a mi lado en un instante. —Están empeorando —dice River. —No me digas —gruño. —Vaya carácter, Pelirroja. —Cállate. Ahora mismo tengo un bebé jugando a Twister con mi útero, así que creo que mi mal carácter está justificado. —Quieres decir el ser una perra. Le doy una mirada malvada. El idiota solo sonríe. Respiro profundamente a través de mi nariz, dejando salir el aliento por la boca, aguantando la contracción. River me frota la espalda. Ayuda. —Vamos a meterte de vuelta en el auto —me dice. —¿Por qué? No va a ir a ninguna parte. —Y nosotros tampoco. El pánico empieza a inundarme—. ¿Qué vamos a hacer? —Mi voz se ha vuelto un susurro. River mira alrededor. El camino está desierto. No han pasado autos desde que nos paramos. —Alguien vendrá pronto. —Y qué vamos a hacer, ¿pedir aventón? —Estás siendo una perra otra vez, Pelirroja. —¿No hemos tenido ya esta discusión? Estar en trabajo de parto me da pase libre para ser una perra. Una sonrisa se extiende por su rostro. —Acabas de decir perra. —No, no lo hice.
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—Sí, lo hiciste. —No… ¡argh! ¡Santos rayos y centellas! —Agarro mi estómago, jadeando. —Jesús, Carrie. Tenemos que ponerte de vuelta en el auto. Lo dejo colocarme en el asiento trasero. Deja la puerta abierta. —Voy a llamar a una ambulancia —me dice. —Muy bien. Y diles que se den prisa, porque creo que Olive se está impacientando, ¡y no quiero dar a luz en un auto en la carretera! Oigo a River hablar con los servicios de emergencia, y luego está de vuelta, agachado junto al auto. —¿Cómo estás? Lo miro fijamente. —Mi auto está roto. Hace un calor infernal, y no hay aire acondicionado. ¡Y estoy de parto! ¿Cómo rayos crees que estoy? —Maldición, me encanta cuando te enfadas, Pelirroja. Es tan caliente. —Cállate. —Le frunzo el ceño, sin ánimo para sus bromas. Otra contracción me golpea. —¡Dulce niño Jesús! ¡Duele! —Las lágrimas escuecen en mis ojos. Aferro el antebrazo de River, que es lo más cercano a mí, y aprieto fuerte. Me cubre la mano con la suya, sosteniéndola y frotándome la pierna. —Respira profundo, Carrie —anima suavemente—. Inspira por la nariz, espira por la boca. —C-creo que Olive viene, River. Siento que necesito empujar. —¿Qué? —jadea. Este momento, y su cara justo ahora, serían cómicos si mi bebé no estuviese intentado salir de mi cuerpo como el alienígena de la película Alien. —No, ¡aún no puede venir! ¡La ambulancia no está aquí!
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—Bueno, ¡no es como si tuviera mucho que decir al respecto! —¿No puedes contenerla? Lo miro fijamente. —¿Estás condenadamente hablando en serio? ¿Contenerla? —Sí, como cuando necesitas ir al baño, y no hay uno disponible. —¡Olive no es un excremento! —grito—. Y no, no puedo contenerla en… POR LOS CIELOS! —grito con fuerza, ante otra contracción—. ¡Señor! ¡Ya viene! —¡Maldita sea! —Se tira del cabello—. Mierda, ¿Qué hago? —¡No lo sé! ¡No soy médico! —Noticia de última hora: ¡Yo tampoco! —¡Deja de gritarme! —le grito. —Cristo. ¿En serio el bebé está viniendo? Lo miro fijamente, jadeando, con el cabello empapado en sudor pegado a mi cara. —Sí, River, en serio el bebé está viniendo. —Está bien. Voy a llamar al 911 otra vez. A ver si esta ambulancia está más cerca de llegar aquí. —Acaba de sacar su teléfono cuando oigo una sirena. —La ambulancia está aquí —dice River, que parece tan aliviado como un hombre que acaba de recibir un indulto de última hora antes de ir a la silla eléctrica. La ambulancia se detiene detrás de mi auto. —Hola, ¿qué tenemos aquí? —Un bebé. —River me señala, sonando asustado—. Pelirroja está de parto. Ha roto aguas. Y aún le faltan dos semanas. Estábamos de camino al hospital cuando su auto de mierda se averió. —Está bien. —Una señora se agacha a mi lado, poniendo una bolsa médica a su lado—. Hola, cariño. Mi nombre es Hope. Soy paramédico, y estoy aquí para ayudarte. —Soy Carrie —jadeo a través de una contracción.
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—Bien, es bueno conocerte, Carrie. Así que, estás de parto. Treinta y ocho semanas, ¿no? —Sí. —¿Cada cuánto tienes contracciones? —Es difícil llevar la cuenta. Pero vienen muy seguidas. Y siento que necesito empujar. —Está bien. ¿Y ya has roto aguas? Mordiéndome el labio, asiento. —¿Cuándo sucedió eso? —Hace unos treinta minutos. —Está bien. ¿Te importa si palpo tu estómago? —Adelante. Me siento, mientras ella presiona y empuja mi estómago. Me duele. —Lo siento —dice con voz reconfortante—. Duele, ¿eh? —Como no puedes imaginar. —Tengo dos. Chicos. Así que, se cómo es. Bien, Carrie, ¿crees que puedes moverte? Necesitamos llevarte a la ambulancia. —No —sacudo la cabeza—. No puedo. Siento que, si me pongo de pie, el bebé se caerá. —Está bien. Eso significa que tendré que examinarte aquí. Necesito ver cuán dilatada estás. —¿Examinarla aquí? —repite River—. ¿No puede llevarla al hospital? Sacude la cabeza. —Si tengo razón, y normalmente la tengo, no hay tiempo de llegar al hospital. Este bebé está listo para venir al mundo. —¿Qué carajo? —jadea River. Estoy en un punto en que ni siquiera me importa. Solo quiero que el dolor se detenga, y haré cualquier cosa para que eso suceda.
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—Bien, Carrie, necesito moverte un poco hacia atrás, para que puedas acostarte en el asiento. —Muy bien. —Papá, necesito que vayas al otro lado del auto y te pongas detrás de Carrie. Con los brazos debajo de sus axilas, ayuda a colocarla lo más cómodamente posible. Papá. Cree que River es el padre de Olive. Me encuentro con los ojos de River en este momento. No puedo decir lo que está pensando. Espero a que la corrija. Pero no lo hace. Y yo tampoco. River viene al otro lado del auto y abre la puerta detrás de mí. Me ayuda a pasar a una posición tumbada. Pero no se aleja. Se queda allí, arrodillado en el suelo junto al auto. Su cabeza junto a la mía. Su mano apartando el cabello de mi cara. —Carrie, estás usando una falda, lo que hace que mi trabajo sea más fácil. Pero voy a tener que quitarte las bragas, para poder ver qué está pasando ahí abajo. ¿Está bien? —Sí —le digo. Estoy acostada en el asiento trasero de mi auto, a un lado de la carretera. Mi falda está subida y doblada sobre mis rodillas. Mis bragas se han ido. Y una mujer desconocida está examinando mi vagina. Dignidad, conoce al cubo de basura. —Muy bien. —Hope levanta la cabeza y me mira—. Parece que vas a dar a luz aquí. —¿Qué? —decimos River y yo al mismo tiempo. No debería sorprenderme. Tenía un fuerte presentimiento de que este iba a ser el caso. La necesidad de sacar a mi bebé es cada vez más fuerte. —Estás completamente dilatada, y el bebé está listo para salir. Dulce Señor del cielo. Voy a dar a luz en la parte trasera de mi auto.
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Por lo tanto, no es como me imaginé que sucedería este momento. —Solo necesito agarrar algunas cosas de la parte trasera de la ambulancia. Volveré en dos segundos. Suspiro, mientras las lágrimas brotan de mis ojos. —No puedo creer que esto esté sucediendo —le digo a River. —No es lo ideal —dice, aún apartándome el cabello de la cara—. Pero significa que vamos a conocer a Olive antes de lo que esperábamos. Y eso es bueno, ¿verdad? Lo miro a los ojos. Observando su cara al revés. Incluso desde ese ángulo, es tan apuesto. —Sí, es bueno. —Bien, he vuelto. —Hope reaparece—. Vamos a traer a este bebé al mundo. —Aplaude con las manos cubiertas de látex. Está más entusiasmada por esto que yo. Pero claro, no es ella quién tiene que sacar a un bebé de su vagina. —Papá, ¿puedes sentarte detrás de mamá y ofrecerle algo de apoyo? Ayudará cuando sea el momento de empujar. —Claro. Hope me ayuda a sentarme, mientras River sube al auto detrás de mí. Cierra la puerta e inclina mi espalda contra él. Me acomodo contra su pecho sólido. Hope sabía de lo que hablaba cuando dijo que ayudaría. Porque estar cerca de él ahora mismo ya está ayudando. —¿Sabemos que va a ser? —me pregunta Hope. —Un bebé —responde River junto a mi oído, y no sé si habla en serio o no. —Se refería al sexo del bebé. —Pongo los ojos en blanco—. Y no, no sabemos el sexo —le digo a Hope. —Una sorpresa. Me encantan las sorpresas. —Aplaude. —Y a mí, ¡pero no el tipo de sorpresa en el que hacer salir un pomelo de mi útero es divertido! —Aprieto los dientes, mientras otra ola de dolor me golpea.
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—¿Otra contracción? —pregunta Hope. —S-í —jadeo. Dios Santo, creo que me estoy muriendo. Duele más que nada que haya sentido antes. —¿Aún sientes que necesitas empujar? —pregunta Hope. Asiento. —Bueno, bien, pues escucha a tu cuerpo, Carrie. Dame un buen empujón. Aprieto la mandíbula y empujo lo más fuerte que puedo. Mis pies se deslizan contra el asiento. —¡No puedo! —jadeo—. Siento que me deslizo por el asiento. —Puedes hacerlo —dice Hope—. Pon los pies aquí. —Coloca cada pie contra el interior de mi auto—. Ahora, cuando empujes, no irás a ninguna parte. —Puedes con esto, Carrie —dice River al oído. Levanta las manos y yo las agarro. —Bien, Carrie, ¡dame otro gran empujón! —dice Hope. Empujo con todas mis fuerzas. —¡ARRGGH! —grito—. ¡No funciona! —sollozo. —Lo estás haciendo muy bien, Carrie. Solo sigue así. —¡Pero duele! —me quejo. —Lo sé. Pero lo tienes. Eres una mujer fuerte y poderosa. Puedes hacer esto. Apuesto a que podrías traer a este bebé hasta dormida. —¿Dormida? —Me rio. —Seguro. —Me sonríe—. Eres una mujer. Podemos hacer todo lo que nos propongamos. Así que, hagámoslo, ¿sí? Traigamos este bebé al mundo, y entonces todos podremos ir a tomar una buena taza de café. —Té, y es un trato. —Trato. —Me sonríe—. Ahora, vamos, Carrie. Necesito que me des un fuerte empujón largo.
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Apretando los dientes, y aplastando las manos de River, empujo con todas mis fuerzas. Pero parece inútil. —¡No puedo hacerlo! Duele demasiado. No puedo soportarlo. — Estoy girando mi cabeza de lado a lado. Siento que me están engañando. —Puedes —me anima Hope. —No, estoy cansada. ¡Ya he tenido suficiente! ¡Quiero irme a casa! —Y lo haremos, Carrie. Te prometo que nos iremos a casa en cuanto esto termine. Solo tienes que empujar muy fuerte. —¡Lo hice! ¡Y no funciona! —lloro. Mi cara está empapada de lágrimas. Y estoy empapada en sudor. Y sintiendo el peor dolor de mi vida. River me sujeta la barbilla, y me vuelve la cara hacia la suya. —Puedes hacer esto, Pelirroja. Has soportado cosas mucho peores que esta, y has sobrevivido. —No… —lloro—. No puedo… duele demasiado. No puedo soportarlo. —¿Hay algo que puedas darle para aliviar el dolor? —pregunta River a Hope. —Lo siento. —Sacude la cabeza—. Es demasiado tarde, Carrie. Tu bebé está coronando. Puedo ver su cabeza. Lo que necesito que hagas ahora mismo es darme un gran empujón. Mis dos pies están encajados contra el interior del auto. Mis piernas abiertas. Mi dignidad se esfumó al momento en que este bebé decidió hacer una aparición temprana. Los ojos de River vuelven a encontrar los míos. —Puedes hacer esto porque tienes que hacerlo. Olive necesita que empujes. Necesita tu ayuda para venir al mundo. Así que tienes que aguantar, y hacer todo lo necesario para superar esto. Puedes hacer esto, Carrie. Puedes. —¡ARGH! —grito, dando un gran empujón.
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—Eso es —dice Hope—. Solo sigue empujando. —Eso es, Carrie. Sigue. —¡MALDITO INFIERNO! —grito. Canalizando a River en este momento, suelto cada maldición que puedo recordar—. ¡MALDITO BASTARDO CABRÓN DOLOROSO HIJO DE PUTA! —¡Woohoo! —vitorea River—. ¡Esa es mi chica! ¡Sigue así! —¡JODIDO JESUCRISTO! —¡Los hombros están fuera! —informa Hope—. Solo un empujón más, Carrie, y terminas. —Uno más —jadeo, exhausta, apoyando mi cuerpo en el de River. —Ya has oído a la señora. Un empujón más, y podremos conocer a Olive. Podremos. Con ese pensamiento, empujo tan fuerte como puedo. Apretando los dientes, empujo tan fuerte como puedo, gritando de dolor. —¡MIIIEEERRRDDDAAA! Y entonces, oigo el sonido más dulce del mundo. Mi bebé llorando. —¡Es una niña! —dice Hope, entregándome a mi bebé, poniéndola sobre mi pecho. Mi niña. Tengo una niña. Una hija. Miro fijamente la cabeza diminuta cubierta de una pelusa de cabello rubio pálido, y una ola de amor como nada que haya sentido antes me llena. Levanto su cuerpo diminuto, para poder ver su cara por primera vez. La miro fijamente. Dios, es hermosa. Perfecta. Sus curiosos ojos azul oscuro me miran fijamente. Presiono un beso suave en su mejilla.
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—Soy tu mamá —le susurro. —Es hermosa, Carrie. —Miro a River, quien la mira con asombro y adoración. Sus ojos se mueven a los míos—. Se parece a ti. Miro a mi hija. —¿Tú crees? —Definitivamente. —Presiona un beso dulce en mi frente—. Estuviste maravillosa, Carrie. Tal vez sea la emoción abrumadora del momento o tal vez solo una necesidad simple, pero levanto la boca hacia él, y le doy un beso suave en los labios. Empiezo a alejarme, pero su mano acaricia mi mejilla, trayéndome de vuelta a su boca. Me besa suavemente, tiernamente. Chupando suavemente mi labio inferior. Me retiro del beso y lo miro a los ojos. Me coloca el cabello detrás de la oreja. Sus ojos no dejan los míos. —Gracias —susurro. —¿Por qué? —Por estar aquí. Por ser tú —repito las palabras que me dijo la noche que aprendimos a confiar el uno en el otro. —Un par de minutos, chicos… —dice Hope reapareciendo, llevando mi atención a ella—, y luego trasladaremos a mamá y bebé a la ambulancia y las llevaremos a las dos al hospital. Noto una manta que ahora cubre mi mitad inferior. Ni siquiera me di cuenta que Hope me había tapado. Estaba demasiado ocupada amando a mi bebé y al hombre sentado detrás de mí. —¿Puedo ir en la ambulancia con ellas? —pregunta River—. ¿Si te parece bien? —consulta conmigo. —Me gustaría —le digo. —Entonces, ¿tenemos un nombre para esta pequeña belleza? — pregunta Hope.
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La miro durante un instante, y luego a mi hija, mientras una sonrisa asoma en mis labios. —No lo tenía, pero ahora sí.
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CARRIE Hope Olive Ford es el ser humano más perfecto de la historia. Y no solo lo digo porque sea su madre. Es la verdad. Es increíble. Ha estado en esta tierra durante dos meses, y han sido los mejores meses de toda mi vida. Agotadores. Pero los mejores. Honestamente, no recuerdo la vida que tenía antes de ella. Aunque eso podría ser porque estoy exhausta. Y no lo cambiaría por nada. Siempre pensé que, si podía retroceder en el tiempo hasta el momento en que conocí a Neil, correría en la dirección opuesta. Pero ahora… con Hope aquí, sé que, si tuviera esa oportunidad, repetiría todo. Sufriría cada humillación, todo el dolor y la angustia, porque significaría tenerla a ella. Y ella lo es todo. Odio a Neil por todo, excepto por ella. Es la única cosa por la que le estoy agradecida. Porque es perfecta. A veces tengo que recordarme que todo esto no es un sueño. Que no voy a despertar en esa casa, aún con Neil. Nunca podría haber imaginado la vida que tengo ahora con Hope. Y River. River ha sido increíble desde que nació Hope. Está completamente enamorado de ella. La forma en que mira a mi hija… como si es un regalo precioso que protegerá a toda costa, hace que me duela el corazón de la
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mejor manera. Es increíble ver a este gran hombre reducido a gelatina por mi hija. Está en mi casa casi todo el tiempo. Solo va a su casa a ducharse y cambiarse y cuando necesita trabajar en los pedidos de su arte en vidrio. Está totalmente involucrado. Cambiando pañales. Ayudando a la hora del baño y la hora de acostarse. Meciéndola para dormir cuando no se conforma conmigo. Alimentándome para mantener mi energía. Resulta que Hope es un bebé hambriento. Siento que está constantemente en mi pecho. Pero, si mi chica necesita leche, entonces leche es lo que va a tener. River incluso la cuida cuando estoy en el trabajo. Sí, he vuelto al trabajo. Esta mamá tiene que traer dinero a casa para su chica. River se ofreció a vigilarla cuando llegó el momento de volver al trabajo hace dos semanas, que es donde estoy ahora mismo; de pie, tras el mostrador, esperado el desayuno que pidió mi cliente. Ni siquiera le había expresado mis preocupaciones por dejarla en la guardería con un montón de extraños. Era como si conociera mis pensamientos sin que tenga que decir una palabra. Me conoce mejor que nadie. A veces, siento que es la otra mitad de mi alma. La parte que no sabía que me faltaba, hasta que lo miré a los ojos y lo vi. Al verdadero él. Es casi como si somos una familia. Excepto que no lo somos. River y yo… estamos juntos en todos los sentidos de la palabra, excepto que en realidad no estamos juntos. Nunca he mencionado el beso que compartimos después del nacimiento de Hope, y él tampoco. Ni la vez anterior que nos besamos. Parece que River y yo nos besamos de vez en cuando, y simplemente nunca digo nada. No es que me esté quejando. Me encanta tener a River en mi vida. No sé qué haría sin él.
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Pero… mis sentimientos por él solo se han fortalecido con el tiempo. Y no puedo evitar pensar en el momento en que conocerá a alguien. Sé que a veces es un idiota, pero también es atractivo y amable. Alguna mujer vendrá y se lo llevará. Y entonces lo perderé. Pero no voy a pensar en eso ahora. Me hace sentir triste, y no estaré triste porque tengo demasiadas bendiciones en mi vida en este momento. Guy saca el plato. Lo recojo, y lo llevo a la mesa de mi cliente. Acabo de dejar el plato en la mesa, cuando la puerta suena mientras se abre. Levanto la cabeza y veo a mis dos personas favoritas entrando en el restaurante. Es curioso cómo estaba pensando en ambos, y aquí están. Aunque ambos son todo en lo que pienso últimamente. —Disfruta de su desayuno —le digo al cliente. Luego, me alejo de su mesa, y mi sonrisa se amplía al mirar a mi niña, que está en los brazos de River. —Hola. —Me inclino y presiono un beso en su mejilla—. ¿Qué están haciendo aquí? No es que me esté quejando. —Decidí dar un paseo. Hope se estaba poniendo quisquillosa, así que pensé que un paseo a la ciudad la mantendría entretenida. —Bueno, dámela. Han pasado siglos desde la última vez que recibí un abrazo de mi niña. —Que fue hace… tres horas —bromea. —Como dije, siglos. River me entrega a Hope, y la sostengo contra mí, dándole un beso en la nariz, respirando su dulce olor a bebé. La puerta suena. Es Sadie, regresando de la tienda de comestibles. Estábamos cortos de leche. —¡Hope está aquí! —Deja la bolsa junto al mostrador y se acerca a nosotros, prácticamente empujando a River—. Pásamela, mamá. Tía Sadie quiere un abrazo.
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Riendo, se la paso a Sadie, que me la quita. —¿Cómo está mi dulce niña? —pregunta Sadie con voz dulce—. Has crecido desde la última vez que te vi. Eso fue hace dos días. Sadie ha sido una visitante habitual en mi casa desde la llegada de Hope. Está loca por los bebés. Y adora a Hope. Me encanta que Hope ya tenga gente en su vida que la ame y cuide. Tiene una familia. —¿Oí que Hope está aquí? —pregunta Guy desde la cocina—. Tráiganla aquí. —¡Ni hablar! Estás cocinando tocino ahí dentro. La harás apestar. —Bien. Voy a salir a verla. —Guy aparece, empujando la puerta de la cocina—. Pero si el tocino se quema, es tu culpa. Observo riendo, mientras Sadie y Guy discuten sobre quién puede sostener a Hope. Siento a River tirando de mi manga. —¿Tienes un segundo? —Señala a un lado. —Claro. ¿Todo bien? —pregunto, siguiéndolo a un lugar tranquilo al otro lado del mostrador. —Sí, todo está bien. Solo… —Toma una respiración—. No me detuve aquí por casualidad. —Lo sé. Dijiste que salieron a dar un paseo porque Hope estaba siendo quisquillosa. —No, quiero decir, sí lo estaba. Pero no es por eso por lo que vine al restaurante a verte. —Está bien. Entonces, ¿por qué lo hiciste? —Bueno, en realidad vine a ver a Sadie. —¿Sadie? —La miro, confundida, y luego vuelvo a River. —Sí… Yo, eh, quería pedirle un favor. —¿Cuál? —También me pregunto por qué me está diciendo esto. Entonces, un pensamiento me golpea, como si unas pesas acabasen de caerme encima. Oh, no. No estará… con Sadie, ¿verdad?
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No. Seguro que no. Nunca había visto nada así entre ellos. Apenas le habla, para ser honestos. Y Sadie sabe que no estamos juntos, juntos, pero es consciente de mis sentimientos por él. Una chica necesita a alguien con quien hablar sobre estas cosas. Y Sadie nunca rompería el código de chicas. Creo. —Bueno… quería preguntarle a Sadie si… —No creo que quiera oír esto. ¿Sería infantil de mi parte meterme los dedos en los oídos ahora mismo?—, cuidaría de Hope esta noche mientras te llevo a cenar. ¿Qué? —¿Qué? —Cena, Pelirroja. Tú y yo. —¿Quieres llevarme a cenar? —pregunto, despacio. —Sí. —¿Por qué? Me da una mirada que dice que ya debería saber la respuesta. —Porque eres mi chica, Pelirroja. Mi corazón, literalmente, se salta un latido. Soy su chica. —¿Lo soy? —digo, a medida que mi boca se siente como llena de algodón. —Sí. Y los chicos sacan a sus chicas en citas. —Eh, River… ¿me he perdido algo? —No. Nos besamos dos veces. —Sí… pero la primera vez aún estaba embarazada de Hope, y la segunda fue justo después de que ella nació. Y no ha habido nada desde entonces. Ni siquiera un indicio de nada. Me imaginé… —¿Qué? —Que no estabas interesado en mí, no así.
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Se acerca, y mi respiración se entrecorta. —Estoy más que interesado. Siempre lo he estado. Pero estabas embarazada, y no quería cruzar ningún límite. Y entonces nació Hope, y necesitabas tiempo para adaptarte a ser madre de un bebé. —Sigue siendo un bebé. Entonces, ¿por qué ahora? —pregunto en voz baja. —Porque me he cansado de esperar. —Su mano se desliza alrededor de mi cintura, atrayéndome hacia él—. Hope tiene dos meses. Es hora de hacer esto oficial. —¿Esto? —Sí, Pelirroja. —Se inclina hacia mi oído, y susurra—: Saldremos esta noche. Cenaremos. Te divertirás. Y luego, más tarde, te llevaré a casa en mi camioneta, y nos besaremos en el asiento trasero como un par de adolescentes. Me inclino hacia atrás para mirarlo a los ojos. El brillo del deseo es inconfundible. Todo mi cuerpo se calienta. Si alguien pusiese una cerilla a mi lado ahora mismo, se incendiaría. —¿Solo besos? —me burlo, mordiéndome el labio. Sus ojos se fijan ahí, y la esquina de su boca se eleva, en una sonrisa. —Podríamos llegar a segunda base; tercera, si eres una chica buena. Presiono nuestras mejillas juntas, y pongo mis labios contra su oído: —Y, si tú eres un chico bueno, quizá te deje marcar un “home run”. Me alejo de él y entro en la cocina, sonriendo, sabiendo que sus ojos están en mi trasero contoneándose todo el tiempo.
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CARRIE River nos lleva fuera de la ciudad, a un restaurante de marisco en New Braunfels. Sé que no le gusta estar cerca de la gente de Canyon Lake. Probablemente, porque piensa que nos mirarán y susurrarán sobre nosotros, si salimos a cenar juntos. Pero no creo que se haya dado cuenta que la gente se ha acostumbrado a vernos juntos. Y que ya no miran y susurran. Sadie está en mi casa, cuidando a Hope. Cuando nos fuimos, Sadie estaba sentada con Hope y Buddy para ver Frozen, a pesar de que Hope no tendrá ni idea de lo que está pasando. Creo que Sadie solo quería una excusa para verla. River me lleva a un restaurante de mariscos. El hombre claramente presta atención, porque me encantan los mariscos, y no podía comerlos durante el embarazo. Pero, mientras se amamanta, el marisco es bueno. El omega-3 es bueno para los bebés, y se transmite mediante la leche materna. Un ganar-ganar para mí y Hope. Es raro estar arreglada y salir, sin ella. Normalmente, a esta hora estoy en casa, sudada y en pijama, con River y Hope. Pero esta noche, solo somos River y yo. En una cita. No he estado en una cita en mucho tiempo. Me siento desentrenada. Pero entonces, me recuerdo que este solo es River. No hay expectativas irreales. Solo felicidad. Y emoción por lo que pueda pasar, y por todas las posibilidades. River estaciona la camioneta, y apaga el motor. —Espera aquí —me dice.
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Lo veo salir, rodear la camioneta, y abrir mi puerta. Es de la vieja usanza. Me hace sonreír. —Muchas gracias, amable señor —le digo con un falso acento sureño, cuando me toma la mano y me ayuda a bajar. No sonríe, ni habla, y no me suelta la mano. Él mantiene nuestras manos unidas en mi espalda, acercándome a él, hasta que nuestras frentes se presionan. Mis pechos están presionados contra su torso. ¿Una bonificación de la lactancia materna? Pechos grandes. También puedo sentir el contorno de su longitud bajo sus pantalones de vestir. ¿He mencionado que lleva pantalones de vestir y camisa? Va muy elegante, y se ve divino. Lo miro, sin aliento. —¿Te he dicho ya lo hermosa que te ves con ese vestido? —pregunta con voz baja y áspera. —Oh, ¿esta cosa vieja? —me burlo. En realidad no es viejo; es nuevo. Salí de compras justo después del trabajo, y compré un vestido nuevo, y tacones. No es frecuente que me pidan una cita. Especialmente, no el hombre más caliente de la ciudad. El vestido es de encaje negro, con una falda con vuelo que termina justo encima de mis rodillas. Es elegante, con un toque sexy. Los tacones son rojos, con tiras, a juego con mi bolso. Mi cabello está suelto, y rizado en ondas suaves, que caen por mi espalda. Incluso llevo maquillaje. Es ligero, pero está ahí. —Y, sí, me lo dijiste. Solo un par de cientos de veces. —Me rio suavemente, burlándome. River ha dejado muy claro que le gusta cómo me veo esta noche. Me barre el cabello por encima del hombro y me da un beso en el cuello, haciéndome temblar. —Claramente no es suficiente —me susurra al oído.
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Un beso en mi mejilla. La esquina de mi boca. Entonces… sus labios finalmente se encuentran con los míos y me besa. Los dedos de mis pies se rizan, mis pechos hormiguean y mi cuerpo tararea. —¿No se supone que esto viene al final de la cita? —pregunto sin aliento, cuando nos separamos. Sus oscuros ojos lujuriosos brillan hacia mí. —No. Esto solo era el comienzo. River me lleva al restaurante, con la mano aún en la suya. Camina a un ritmo lento, porque estoy un poco fuera de práctica cuando se trata de caminar con tacones. —El edificio del restaurante es una oficina de correos centenaria reconvertida —me dice River. Suelta mi mano y la coloca en la parte baja de mi espalda, mientras caminamos hasta la entrada. River me abre la puerta a medida que entro. El maître se acerca. River le da el apellido de nuestra reserva. Wild, por supuesto. Primero nos pregunta si nos gustaría tomar una copa en el bar. River me mira. —Me da igual —le digo. —Iremos directamente a nuestra mesa —dice River. Nos lleva a nuestra mesa, que está junto a la ventana, con vistas a un patio. —¿Está bien esta mesa? —pregunta el maître, sacando mi silla. —Es perfecta —contesto, sentándome. Pongo mi bolso sobre la mesa. River se sienta frente a mí. —Su camarero vendrá enseguida con sus menús, y tomará su pedido de bebidas —nos dice antes de alejarse. —Este lugar es precioso —le digo a River, alcanzando su mano, que descansa sobre la mesa. Sonríe, volteando la mano, uniendo sus dedos con los míos.
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—Me alegro que te guste. —¿Crees que Hope está bien? Sus ojos se arrugan en las esquinas. —Está bien. Pero puedes llamar a Sadie si quieres. —Tal vez solo le enviaré un mensaje de texto. Saco mi celular de mi bolso, y le escribo un rápido mensaje a Sadie. Responde de inmediato. Sonrío, leyéndole el texto a River. —Hope está comiendo. Buddy se durmió. Y Sadie está comiendo los pastelillos que dejé en la cocina para ella. Oh, y Frozen está a punto de terminar. Van a ver Moana a continuación. —Guardo de nuevo mi teléfono. —Parece que Sadie se está divirtiendo —dice River riendo. —Sabes, creo que sí. Adora a Hope. —Por supuesto que lo hace. Hope es increíble. Como su madre. —Cierto. —Sonrío. El mesero viene con nuestros menús, y toma nuestro pedido de bebidas. River pide una Bud Light porque está conduciendo. Pido una copa de vino, que muy probablemente me durará toda la noche. Nunca he bebido mucho. Neil no me lo permitía… No. No voy a ir allí esta noche. Estoy en una cita con el mejor hombre que he conocido. Mi pasado ni siquiera entra en la ecuación esta noche. Cuando el mesero se aleja de nuestra mesa, con nuestro pedido de bebidas, abro mi menú pero aún no lo miro. —¿Puedo decirte algo? —¿Me gustará lo que tienes que decir? Levanto un hombro. —No estoy segura. Pero de todos modos voy a decirlo. Hace gestos con la mano para que hable.
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—Me encanta este restaurante; es increíble. Pero sabes que no tenías que conducir todo el camino fuera de la ciudad para traerme aquí. Podríamos haber ido a un restaurante en Canyon Lake. Aparece un ceño fruncido en su frente. Pero no dice nada. —Sé por qué no lo hiciste. Porque evitas a la gente de la ciudad. Pero, honestamente, creo que tal vez… no deberías evitarlos. Creo… bueno, tal vez las cosas hayan cambiado, con nosotros siendo amigos… —¿Solo somos amigos? —Levanta una ceja oscura. Siento que mis mejillas se calientan. —Sabes a lo que me refiero —digo en voz baja. —No creo que lo haga, Pelirroja. Porque estoy muy seguro que quiero ser más que tu amigo. Pensé que tú también. —Sabes que sí. No estaría aquí esta noche si no es así. Pero también sé que estás cambiando de tema. Me da una lenta sonrisa malvada. Empujo su pierna bajo la mesa. —Idiota. —Sonrío. —Eso es cierto. —Se ríe. —Entonces, como iba diciendo, creo, ya que la gente nos ha visto juntos y te ha visto con Hope… creo que tal vez las cosas han cambiado, ya sabes, ha cambiado… cómo te ven. —La gente así no cambia su forma de pensar. Y no son personas que quiera cerca de mí. —Y estoy de acuerdo. Son unos tontos de mente estrecha, y no estoy diciendo que debas ser su amigo. Pero solo quiero que dejes de esconderte. —Exhala lentamente—. Solo piénsalo. Me mira fijamente durante un momento. —Muy bien. —¿Puedo preguntarte algo más? —No —dice, pero sé que está bromeando. Lo sé por la mirada en sus ojos.
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—¿Por qué nunca has salido de Canyon Lake si lo detestas tanto? Se inclina hacia atrás en su silla. —No detesto el lugar, solo a la gente; con dos excepciones ahora. ¿Y dónde podría haber ido si no es aquí? —Donde la gente es más agradable —sugiero con un encogimiento de hombros. Sus labios se inclinan hacia arriba. —¿Hay tal lugar? —Probablemente no —admito. —Por extraño que suene esto —dice—, a veces es mejor diablo conocido que bueno por conocer. —Espero que no sea por eso por lo que estás aquí conmigo. Eso lo hace reír. Y me encanta el sonido. Me hace sonreír de oreja a oreja. —En absoluto —Sacude la cabeza, su risa disminuyendo—. Aunque mucha gente de nuestro pueblo podría pensar que ese es tu caso, que andas con el diablo. —Bueno, prefiero estar con el diablo, al menos así sé lo que me espera. —¿Así es cómo me ves? ¿No como un diablo, sino como algo cómodo y sin sorpresas? —Sí. —Le sonrío calurosamente—. Y me gusta mucho lo que estoy teniendo contigo. —Buena salvada. —¿Cómo me ves? —pregunto tentativamente. —¿En este momento? —Levanta las cejas sugerentemente. Parpadeo juguetonamente. —Sabes a lo que me refiero. —Siempre he sabido lo que me esperaba de ti. Y siempre me ha gustado.
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—¿Incluso cuando eras un idiota conmigo? —Incluso entonces. —Suelta un suspiro, y recoge el salero—. Imagina que soy este salero. —Recoge el pimentero con la otra mano—. Y tú eres el pimentero. Para el mundo exterior e incluso para nosotros al principio, no parece que debíamos estar juntos. Soy descarado y duro. Eres suave y hermosa. Pero vamos bien juntos, Pelirroja. —Presiona los dos frascos juntos—. Encajamos perfectamente. Mi corazón se detiene, saltándose un latido, antes de arrancar de nuevo a un ritmo más rápido. Una sonrisa me levanta los labios. Él también sonríe. Y este es el momento exacto que sé con seguridad que estoy enamorada de River Wild. Estoy enamorada de él. —Eres un romántico. —Sonrío, ocultando las palabras que siento que están garabateadas por toda mi cara. Él pone las palmas hacia arriba y me mira, la diversión brillando en sus ojos. —No se lo digas a nadie Pelirroja, o lo negaré hasta el día que muera. —Tu secreto está a salvo conmigo. —Sonrío. El mesero regresa con nuestras bebidas y nos pregunta si estamos listos para pedir, pero ninguno de nosotros ha mirado el menú. Entonces, el mesero dice que volverá. Recojo mi vino y tomo un sorbo. Luego, leo el menú. Elijo la brocheta de camarones, y River pide la trucha de agua dulce. Hablamos sobre todo de Hope durante la cena, ya sabes, porque es increíble. Y River me cuenta historias sobre los tiempos que su abuela y él pasaron juntos. Antes de darme cuenta, el postre está terminado, y River está pagando la cuenta. Salimos del restaurante. El aire es agradablemente cálido.
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Caminamos hacia su camioneta, tomados de la mano. River me abre la puerta. Lo observo rodear el auto. Cada parte de mí está teñida de sentimientos y emociones, ahora sabiendo lo que siento por él. Lo amo. Como nunca antes he amado a nadie en mi vida. Se sube, y enciende el motor. —Entonces… —dice, encontrando mis ojos. Sus ojos son oscuros y brillantes de deseo—. Tenemos una hora hasta que tengamos que volver. ¿Quieres hacer algo más? O podemos irnos a casa. Lo que quieras, Pelirroja. —Hay una cosa que en serio me gustaría hacer —digo suavemente, con los nervios obstruyéndome la garganta. —¿Ah, sí? ¿Qué? Me muerdo el labio, y luego decido ir a por ello. Tomo una respiración y lo suelto. —Vamos a tu casa, River. Eso es lo que en serio me gustaría hacer.
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CARRIE River abre la puerta de su casa y se aparta para dejarme entrar primero. Me sigue y cierra la puerta tras de sí. Me toma de la mano y me lleva a la sala de estar. Enciende una lámpara. Me suelta la mano y me quedo mirando cómo se acerca a un armario. Se agacha y levanta la tapa. Acciona un interruptor. Escucho un rasguño y luego empieza a sonar música: “The Power of Love” de Frankie Goes to Hollywood. River se vuelve hacia mí. La expresión en su mirada hace que mis entrañas tiemblen con anticipación y necesidad. Se acerca a mí. Deteniéndose a un par de centímetros de mí y me mira fijamente a los ojos. —¿Bailas conmigo? —No soy una buena bailarina —le digo. —Yo tampoco. Podemos ser malos juntos. Me toma la mano derecha con su mano izquierda. Su otra mano se desliza a lo largo de mi cintura y alrededor de mi espalda, sus dedos presionándose suavemente contra mí, instándome a acercarme. Me acomodo contra él. Y empezamos a movernos juntos. Con la mirada fija en el otro, nos balanceamos al ritmo de la música. Escucho la letra de la canción. Es muy bonita. —Me gusta esta canción —comento. Él asiente.
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—A mí también. —Acerca su rostro al mío, rozando su nariz contra mi mejilla, haciéndome estremecer. Me dice al oído—: Pero tú me gustas más. Muevo mis ojos hacia los suyos. Y entonces nos besamos. El tipo de beso profundo que llega hasta el alma, hace enroscar los dedos de tus pies y te hace enloquecer. El tipo de beso que solo conduce a una cosa: sexo. La sensación de sus labios sobre los míos es como fuegos artificiales y sinfonías. Mi piel vibra con electricidad. No puedo tener suficiente de él. No me canso de sentirlo. Su mano suelta la mía. Envuelvo mis brazos alrededor de su cuello. Sus dos manos grandes se deslizan por mi espalda y se curvan sobre mi trasero. Me levanta como si no pesara nada. Envuelvo mis piernas alrededor de su cintura. Seguimos con las bocas pegadas, besándonos como si el mundo estuviera a punto de ser golpeado por un asteroide. Mis dedos se deslizan hasta el cabello en su nuca, agarrándolo. Gime en mi boca. Lo siento en el fondo de mi estómago. —Llévame a la cama —susurro contra sus labios. No hace falta decírselo dos veces. Me lleva por la sala de estar y sube las escaleras hasta su dormitorio oscuro. Deja la luz apagada. River me pone de pie. —Date la vuelta —dice con esa sexy voz grave que tiene. Me doy la vuelta con lentitud deliberada, dándole la espalda. Sus dedos encuentran la cremallera de mi vestido. La arrastra hacia abajo. El sonido es tentadoramente fuerte en el silencio.
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Sus manos me quitan el vestido de los hombros, lo bajan por encima de mis caderas y lo dejan caer al suelo. Me deja en mi ropa interior negra de encaje y mis tacones rojos. Me vuelvo hacia él. Sus ojos recorren mi cuerpo, la luz de la luna en la ventana nos ilumina. —Eres tan jodidamente hermosa, Carrie —susurra con aspereza. —Y tú aún estás vestido. Alargo la mano y le desabrocho la camisa con dedos temblorosos, tomándome mi tiempo, como él hizo con mi cremallera. Cuando el último botón está desabrochado, deslizo las manos por su pecho desnudo y le quito la camisa de los hombros. Libera sus brazos de ella y la arroja al suelo. Me inclino hacia delante y presiono un beso en su pecho desnudo, sobre su corazón. Se estremece. Su mano se desliza en mi cabello, agarrándolo e inclina mi cabeza hacia atrás y cubre mi boca con la suya. Me hace retroceder, sin romper nuestro beso ni una sola vez, hasta que la parte trasera de mis piernas choca con su cama. Me siento en el borde de la misma. Desabrocho el botón de sus pantalones y bajo la cremallera. River se quita los zapatos y los pantalones. Luego, se quita el bóxer. Inhalo. Sigue siendo tan grande y perfecto como lo recuerdo. Ver su polla provoca que se me haga agua la boca. Nunca había tenido esta reacción ante el pene de un hombre. Pero, con el suyo, definitivamente la tengo. Se agacha y aprieta su polla. Es tan increíblemente erótico. Es tan viril y tan jodidamente masculino. Quiero saber a qué sabe. Cómo se sentirá en mi boca.
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Extiendo mi mano, cubriendo la suya sobre su polla, acerco mi boca a su polla y le doy un beso en la punta. Aspira profundamente. Los músculos de su estómago se tensan. Separo los labios y deslizo la punta de él en mi boca. Su sabor es salado y almizclado. Me gusta. River se inclina sobre mí y me desabrocha el sujetador, quitándolo. Tengo que apartar la boca y la mano de él para que lo haga. No tengo la oportunidad de volver a tomarlo con la mano o la boca porque se arrodilla frente a mí. Me quita los tacones de los pies. Luego, engancha sus dedos en el elástico de mis bragas. Levanto las caderas para ayudarle en su objetivo. Las baja lentamente por mis piernas hasta que desaparecen. Y ya no hay nada que quitar. Solo él y yo, completamente desnudos el uno para el otro. —Si hay algún límite para ti… algún desencadenante… dímelo. No quiero arruinar esto. Eres demasiado importante y he esperado demasiado tiempo para estropearlo ahora. Me trago mis emociones. Toco su mejilla con mi mano. —No lo estropearás porque confío en ti. Gira su boca hacia mi palma y presiona un beso allí. —Y lo mismo contigo, River… si hay algo… Sacude la cabeza. —No hay nada que no quiera o no vaya a querer hacer contigo. Lo quiero todo. Te quiero toda, Carrie. Acerco mi boca a la suya y lo beso nuevamente. El beso se funde en segundos. River me empuja de nuevo a la cama. Me desplazo hacia atrás para hacerle sitio. Se tumba sobre mí, apoyado en una mano. La otra se desliza entre mis piernas.
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—Mierda, Carrie, estás muy mojada. Pasa su dedo entre mis labios. Luego, desliza su dedo dentro de mí. Gimoteo ante la sensación. Lleva su boca a mi pecho y pasa su lengua por mi pezón, lamiéndolo. Su pulgar empieza a frotar mi clítoris. Me chupa el pezón en su boca. Siento el roce de sus dientes sobre él. Mis manos se aferran a su cabello, a medida que me siento abrumada por todas las sensaciones fluyendo a través de mí. —No duraré —le digo, sabiendo que lo he deseado tanto durante tanto tiempo. Siento que mi cuerpo se prepara para explotar como un cohete. —Necesito probarte —gruñe. Entonces, baja por mi cuerpo y cubre mi coño con su boca. El orgasmo me golpea con la fuerza de un tren de carga. Grito su nombre. Mi cuerpo retorciéndose con la fuerza del orgasmo. Aún estoy temblando cuando levanta la cabeza y vuelve a subir por mi cuerpo. Toma mi boca con la suya. Pruebo mi sabor en él. Nunca había hecho eso con un hombre: saborearme en sus labios. Es enloquecedoramente erótico. Siento que podría volver a correrme. O tal vez es él quien me hace sentir así. —Te necesito —le digo. Algo viril y totalmente masculino reluce en sus ojos, haciéndome estremecerme con necesidad. Su voz es tan oscura como sus ojos cuando dice: —Me tienes, Carrie. Siempre. Me agacho y lo tomo con la mano. Sus músculos se agitan por el temblor duro de su cuerpo. —Necesito follar contigo —dice con voz ronca, profunda y sexy—. Sin condón. Te quiero al desnudo.
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Estoy tomando la píldora; él lo sabe. Y confío en él. Como nunca antes había confiado en nadie. —Por favor —es todo lo que puedo decir. Deseo a este hombre más que el próximo aliento en mis pulmones. Estoy hambrienta por él. Alineando su polla con mi entrada, se sumerge profundamente dentro de mí, haciéndome gritar. —Mierda, Carrie —grita—. No deberías estar tan tensa después de haber tenido un bebé hace dos meses. Se me escapa una carcajada. —Tal vez no estoy apretada y es solo que tu pene es ridículamente grande. —Repite eso. —No estoy apretada —me burlo, sabiendo lo que quiere que diga. —Pelirroja… —Pene, River. ¿Eso es lo que quieres que diga? —Mierda, sí —gime. Sale de mí y vuelve a introducirse de golpe. Envuelvo mis brazos alrededor de su cuello, acercando su boca a la mía. Me besa profundamente, de forma húmeda y sucia. Su mano me agarra por la cadera, manteniéndome en el sitio. Sus dedos se clavan con fuerza en mi piel, pero eso solo parece excitarme aún más. Saber lo mucho que me desea por la fuerza de su agarre y la dureza de su polla. El hueso de su cadera me roza el clítoris con cada movimiento que hace contra mí. Su polla acaricia un punto delicioso profundo en mi interior. Es como una sobrecarga sensorial. —Dime que estás cerca, Carrie. Porque no voy a durar mucho más. Te sientes demasiado bien. —Estoy cerca —jadeo—. Solo sigue haciendo… eso… justo… ahí. Sí, oh, sí… ¡por favor! —Soy golpeada por un orgasmo más fuerte que el primero.
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Mis músculos internos se contraen alrededor de él, apretándolo. —Maldición, Carrie. Estás haciendo que me corra… tan… fuerte. — Sus caderas se sacuden contra las mías mientras se derrama dentro de mí. Nos besamos dulcemente contra la piel enfebrecida. Ninguno de los dos está dispuesto a dejar que este momento termine. River toma mi rostro entre sus manos, enmarcándolo. Me quita el cabello de la frente con los pulgares. Mirándome fijamente en la oscuridad. Le sonrío. —¿Qué? —susurro. —Te amo —dice. Las palabras son dichas de manera tan sencilla… pero con tanto significado. Mi corazón se tambalea en mi pecho. Entonces, el placer me recorre, cubriendo cada centímetro de mi piel. Cubro una de sus manos con la mía. —Yo también te amo —le digo. Sus labios se convierten en una sonrisa hermosa, sus ojos se arrugan en las esquinas. —Quiero que estemos juntos. Tú, Hope y yo. Quiero que seamos una familia. —Yo también quiero eso. Mucho. Dios, siento que mi corazón podría estallar. Nunca creí que pudiera tener algo tan bueno, tan puro. Pero lo tengo. Lo tengo aquí, ahora mismo, en mis brazos. River arrastra su pulgar sobre mis labios, presiona un beso allí y luego entierra su rostro en mi cuello, abrazándome con fuerza. Y yo lo abrazo de regreso con la misma fuerza.
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CARRIE Termino en la ducha de River y me envuelvo con una toalla. Decidí darme una ducha rápida mientras estaba aquí porque el sexo sin condón puede ser un poco sucio. Lo dejé acostado en la cama. No puedo creer que me haya dicho que me ama. Es todo tan perfecto. Él es perfecto. Y estoy asquerosamente feliz. Como melosa y pegajosamente feliz. Soy como una película de Hallmark. ¿Y sabes qué? Me alegro. Porque la felicidad no aparece a menudo para gente como yo. Así que, voy a agarrarla con ambas manos cuando lo hace. Y lo ha hecho. Con River. Y Hope. Tengo mucha suerte de tenerlos a ambos. Me seco el cuerpo con la toalla y me vuelvo a poner la ropa, que he recogido del suelo y traído conmigo. Me suelto el cabello de la cinta con la que lo he atado. Y vuelvo a entrar en el dormitorio. River sigue en la cama. Con los brazos detrás de la cabeza, me sonríe. —¿Seguro que no puedo tentarte otra vez? —Me dedica una sonrisa sexy, retirando la sábana para mostrarme su impresionante y ridículamente caliente cuerpo. Y es en realidad muy tentador, pero… —Tengo que volver con Hope. Ya han pasado diez minutos de la hora que le dije a Sadie que volvería y odio llegar tarde.
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River se desliza fuera de la cama y se pone los calzoncillos. —Vuelve a casa con nuestra chica. Yo me daré una ducha rápida aquí y luego iré directamente. Me acerco a él y le pongo la mano en el pecho. —¿Vas a pasar la noche? —¿No lo hago todas las noches? —No en mi cama. —¿Me quieres en tu cama? Inclino la cabeza hacia un costado y dejo que una sonrisa lenta aparezca en mis labios. —¿Tú qué crees? —Creo que esta noche volveré a tener suerte. Riendo, le doy un beso rápido en los labios y me dirijo a la puerta. Me azota el trasero gentilmente, haciéndome reír aún más. Bajamos las escaleras. River abre la puerta principal y me deja salir. Salgo al porche. Me coloca el cabello detrás de la oreja. —Voy a ver mientras te vas. —Hay como veinte pasos hasta mi casa —le digo. —Más bien cincuenta. Y tú crees que a la gente no le pasan cosas malas… —Incluso en las distancias más cortas —termino por él—. Lo sé. Lo beso de nuevo porque puedo. Un último beso persistente para mantenerme hasta que él venga. —Te veré en quince minutos —me dice a medida que empiezo a alejarme. Girándome, camino hacia atrás y le sonrío. —¿Qué tal diez? Él sonríe.
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—Será en diez. Le mando un beso y luego miro hacia delante, para no caerme en mi trasero con estos tacones. Llego a mi jardín delantero y me acerco al camino de entrada. De repente, siento un escalofrío en la nuca. Miro alrededor y solo veo oscuridad. Levanto la vista y River sigue de pie en su puerta. Observando y esperando. Saco la llave de mi bolso y la introduzco en la cerradura, girando. Levanto la mano para indicarle a River que voy a entrar. Él me devuelve la seña en respuesta. Abro la puerta y entro en la calidez y luminosidad de mi casa. —Hola. Siento llegar tarde —le digo a Sadie al entrar, cerrando la puerta tras de mí. Está sentada en el sofá, viendo algún drama médico en la televisión. Buddy está acurrucado junto a ella. Se baja al verme y se acerca. Lo levanto y le doy un beso en la cabeza. —Apenas si llegas tarde. —Sadie se ríe—. Y podrías haberte quedado fuera más tiempo. No es precisamente una dificultad, estar aquí con la bebé más linda y mejor portada del mundo y mi pequeño Buddy aquí. Y luego están los pastelillos. —No puedes olvidarte de ellos. —¿Los has hecho tú? —pregunta, poniéndose de pie. Asiento, sintiéndome repentinamente tímida. —Están muy buenos, Carrie. Tendrás que hacerlos para la cafetería algún día. —Me gustaría. ¿Cómo estuvo Hope? —Cambio de tema. No porque no quiera hacer comida para la cafetería, pero aún me cuesta recibir cumplidos. Siete años diciéndome que era una inútil se aseguraron de eso. Pero estoy aprendiendo poco a poco.
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—Estuvo perfecta, por supuesto. Se tomó un biberón y se durmió enseguida. La acosté en su habitación y traje el monitor conmigo. —Señala al monitor de bebés que está sobre la mesita de café—. La he visto hace unos treinta minutos y estaba profundamente dormida. No ha dicho ni pío. —Sadie se pone los zapatos y toma las llaves del auto de la mesita—. Entonces… ¿cómo fue la cita? —Sus ojos brillan mientras me ve. Me muerdo la comisura del labio. —Bien. —Asiento, sintiendo que el rubor me sube por el cuello—. Muy bien. Sonríe ampliamente. —No preguntaré más. —Guiña un ojo—. Me alegro que River y tú estén juntos. Los dos se merecen la felicidad. —Así como tú —le recuerdo. No soy la única con un mal pasado. Sadie también tuvo su propio Neil. Se merece todo lo bueno que el mundo pueda darle. Se encoge de hombros y se pone su chaqueta. —Ya llegará mi momento. Dejo a Buddy en el suelo y acompaño a Sadie hasta la puerta. Le doy un abrazo y un beso en la mejilla, y vuelvo a darle las gracias por cuidar de Hope. Buddy y yo nos quedamos en la puerta y vemos a Sadie recorrer la distancia corta que hay hasta su auto. Se sube y enciende el motor. Me saluda con la mano antes de alejarse. Miro hacia la casa de River y la veo iluminada. Sabiendo que, ahora mismo, está en la ducha, todo enjabonado y mojado. Santo cielo. Me estoy poniendo caliente, solo de pensarlo. —Vamos, Budster. Vuelvo a entrar y Buddy me sigue. Cierro la puerta detrás de nosotros. Voy a bloquearla y me detengo porque River va a venir. Mejor la dejo sin llave, de modo que pueda entrar directamente. Me quito los tacones y los llevo conmigo por el pasillo, dejándolos justo dentro de mi puerta. Voy directamente a la habitación de Hope con Buddy pisándome los talones.
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La puerta de la habitación de Hope está entreabierta, dejando un resplandor de luz en el interior. Camino suavemente por el suelo. Al llegar a su cuna, miro fijamente a mi hija dormida. Me inclino y le doy un beso ligero en su mejilla suave. —Mamá te ama —susurro, pasando la mano por su cabello ligeramente—. Duerme bien, pequeña. Mientras salgo de su habitación, manteniendo la puerta abierta, Buddy se acomoda en la alfombra de la habitación de Hope. —Pronto será la hora de ir al baño, Buddy. Pero puedes relajarte por ahora. Entro en mi habitación y me quito el vestido y la ropa interior, echándolos en el cesto de la ropa sucia del baño. Tomo unas bragas limpias y me las pongo, seguidas de la camiseta blanca del pijama y los pantalones cortos azules. No necesito arreglarme para River. Me ha visto en mi peor momento cuando estaba dando a luz. Si eso no lo alejó de mí, nada lo hará. Voy al baño y me lavo los dientes. Cuando termino, me miro en el espejo. Mis ojos están brillantes. Mis mejillas se han sonrojado. Me veo feliz. Cuando pienso en la persona que no era ni siquiera hace un año, es difícil conciliarla con la mujer que soy ahora. Es una locura creer que ni siquiera ha pasado un año. —Lo has conseguido, chica —susurro al espejo. Apago la luz del baño, caminando de regreso a mi dormitorio. Miro mi cama, sabiendo que esta noche voy a compartirla con River por primera vez. La idea me hace sentir mariposas en el vientre. Sabes, una vez escuché un dicho que decía: “El amor es como un río, nunca termina de fluir pero se hace más grande con el tiempo”. Ese es mi amor con mi río, mi River. Y solo acaba de empezar.
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Descalza, camino por el pasillo, dirigiéndome a la sala de estar para esperar a River, tarareando para mí. Y entonces sonrío al darme cuenta que la melodía que tarareo es la canción que River y yo hemos bailado esta noche. Justo antes de hacer el amor. Sigo sonriendo cuando entro en la sala de estar. La sonrisa se congela en mi rostro al ver a la persona que está de pie en mi sala de estar, mi corazón deteniéndose en mi pecho. Mi visitante no sonríe. No es que lo haya hecho nunca. Su cabeza se inclina un poco hacia un costado. Sus ojos fríos se fijan en los míos. Separa los labios y con la voz que aún llena mis pesadillas, dice: —Hola, Annie.
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CARRIE —N-Neil —siento que estoy ahogándome con su nombre. Mis cuerdas vocales se estrangulan al darme cuenta que está aquí. Aquí en mi casa. ¿Cómo es que está aquí? —¿C-cómo me has e-encontrado? —tartamudeo. No puedo evitarlo. Me tiembla el cuerpo con tanta fuerza que me sacude por dentro. Solo empeora cuando veo la pistola que tiene en la mano y que sostiene a su lado. Hope. Es mi único pensamiento. Por favor, no hagas ningún ruido, bebé. Necesito que no sepa que ella está aquí. Levanta la pistola y se frota el cañón contra un costado de la cabeza, hasta llegar a su cabello rubio, que siempre llevaba corto pero que ahora ha crecido. Luce desordenado y sucio. Como el resto de su cuerpo. Unos bigotes rubios le cubren la parte inferior del rostro. Su ropa está sucia y arrugada. Este es un hombre que me golpearía por olvidar planchar una sola arruga en su camisa de trabajo. Y, ahora, lleva una camisa que no ha visto el interior de una lavadora en mucho tiempo. Incluso en este momento aterrador, no se me escapa la ironía de la situación. —No fue fácil. —Su voz es como agujas que atraviesan mi piel. Cada sílaba es una agonía al escucharla—. Te he estado buscando desde el día en que te fuiste. De hecho, he estado buscando por todo el país. Un
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movimiento inteligente, venir a Texas, Annie. En realidad, no se me habría ocurrido buscarte aquí, sabiendo que odias el calor. Eres más brillante de lo que creí. Pero entonces tuve suerte y me topé con un artículo de prensa en Internet sobre una mujer que dio a luz a una bebé en su auto en la orilla de la carretera. Con una foto de la mujer acompañando el artículo. ¿Y quién era esa mujer, Annie? Yo. Sabe lo de Hope. Siento un miedo como nunca antes había conocido. Parece que trago piedras. —Yo —susurro. Se ríe con un sonido profundamente aterrador. —Podrías cambiarte el cabello de todos los colores bajo el sol, Annie, incluso cambiarte el rostro y aun así, seguiría sabiendo que eres tú. ¿Y sabes por qué? Porque eres mía, Annie. River. ¿Dónde estás? Llamo en silencio. —L-lo s-siento —tartamudeo. —L-lo s-siento —imita él—. ¡Maldita sea, siempre lo sientes, Annie! Comienza a caminar frente a la puerta, bloqueando la salida. No es que pueda irme sin Hope. Pienso en si podría correr por el pasillo hasta la habitación de Hope y sacarla de su cuna y salir por la ventana. Pero la puerta no tiene cerradura. No llegaría a tiempo. Deja de pasearse. —¿La bebé es mía, Annie? No sé qué responder. Si le digo la verdad: que sí, que Hope es su hija, me la quitará. Y le hará daño. Si le digo que no… también podría hacerle daño. Pero me hará daño a mí primero si cree que no es suya. Necesitará castigarme. Es su manera de actuar. Y eso me dará tiempo… tiempo para que River llegue.
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—¡Respóndeme! —grita. Y me pongo en guardia, como un perro bien entrenado. —No. —Me trago la mentira, aguantando su mirada. Necesito que me crea—. La bebé no es tuya. Nada cambia en su expresión. Esperaba rabia y furia. Pero no hay más que vacío y ausencia en sus ojos fríos. Y eso me aterra más que cualquier ira que pueda dirigir hacia mí. Comienza a golpear el cañón contra su sien. —¿Me dejaste, Annie, para tener un bebé con otra persona? —Sí —digo en voz baja. Empieza a sacudir la cabeza, cantando: —No. No. ¡No! ¡No debía ser así! ¡Tú eres mía! ¡Siempre has sido mía! ¡Estábamos destinados a pasar nuestra vida juntos! ¡Era mi bebé el que debías tener! —La saliva vuela fuera de su boca. Sus ojos se desorbitan. Parece maniático. Como un perro rabioso. Levanta la pistola, apuntándome. Mi corazón se detiene. —Neil… por favor… no lo hagas. —Oh, ¿ahora estás suplicando? ¿Quieres mi perdón, Annie? Quieres que te perdone por ser una sucia prostituta y tener un hijo bastardo con otro hombre. La palabra es difícil de decir. Tengo que forzarla. —S-sí. —Pero necesito hacer cualquier cosa para mantenerlo tranquilo en este momento. Solo necesito un poco más de tiempo antes de que llegue River. —Demasiado tarde, Annie. —Amartilla el arma. —¡No! ¡Por favor! —grito, levantando mis manos a la defensiva—. ¡No lo hagas! I-iré a casa contigo. Ahora mismo. Haré que todo esto mejore. —¿Y la bebé? Me trago la mentira asquerosa que estoy a punto de decir.
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—La dejaré con su papá. Me iré y volveré a casa contigo. Me mira fijamente. Mi corazón late con fuerza en mi pecho. Mi pulso ruge en mis oídos. Entonces, sacude la cabeza y mi corazón se desploma. —Es demasiado tarde. Ahora estás manchada, en este cuerpo. —La pistola apuntada hacia mí, la mueve de arriba abajo—. Lo ensuciaste cuando follaste con otro hombre y diste a luz a su hija. —Neil… por favor… lo haré mejor y podremos estar juntos. Una sonrisa que parece casi triste aparece en sus labios. —Y lo haremos, Annie. Solo que no en esta vida. Oigo un chasquido y un sonido fuerte de estallido. Y entonces una sensación me golpea, como si me hubieran dado un puñetazo en el pecho. No. Dios, no. Miro mi cuerpo y veo un agujero en mi camiseta. Y sangre. Hay sangre saliendo por el agujero. Me disparó. Aturdida, me tambaleo hacia atrás. Me estiro para sostenerme con el sofá, pero no puedo mantenerme en pie. Me fallan las piernas. Me deslizo por el sofá y caigo al suelo. River, ayúdame. Por favor, ayúdame. Neil se acerca a mí. Se arrodilla a mi lado. —Lamento que tenga que ser así, Annie. Pero no me has dejado otra opción. Pero esto es bueno, ves. Podemos estar juntos en la muerte. Ambos renaceremos en el cielo. Estarás limpia otra vez. Parpadeo hacia él. No puedo respirar. Siento como si el agua llenara mis pulmones. Como si me estuviera ahogando. Neil levanta la pistola hasta su cabeza. Me sonríe. —Nos vemos en el otro lado, Annie. —Entonces, aprieta el gatillo. Su cuerpo cae junto a mí.
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Lo único que siento al verlo muerto es alivio. Alivio de que no pueda herir a Hope. Ayuda, intento gritar, pero solo sale un ruido gutural. Hope está llorando. Mamá está aquí, cariño. Estoy aquí. —¡Carrie! ¡Oh, Dios, no! ¡No! ¡No! ¡No! River. Está aquí. Está arrastrando a Neil lejos de mí. Está a mi lado, levantándome en su regazo. —Carrie, cariño, está bien. Todo va a estar bien. Estoy aquí. Te tengo. Voy a llamar a una ambulancia. Solo aguanta, nena. Te amo, Carrie. Maldita sea, te amo demasiado. No me dejes. Por favor. Está llorando. Me duele verlo. Por favor, no llores, River. Tiene el teléfono celular pegado a la oreja. Está llamando a los servicios de emergencia. Hope, intento decirle. Ve con Hope. Pero las palabras no funcionan. Me arden los pulmones. Me estoy ahogando. Me estoy muriendo. Sé que me estoy muriendo. Te amo, le digo con los ojos. Y a Hope. Tanto, muchísimo. Cuida de ella por mí. Dile que la amo todos los días. Intento respirar una vez más. Para darme un segundo más con él. Y entonces…
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RIVER Un año después —Vamos, Hope. —La levanto de su silla alta después de limpiarle los dedos pegajosos cubiertos de puré. A Hope le gusta alimentarse sola a la hora del desayuno y también de la comida y la cena, y por alimentarse sola me refiero a llevarse la comida a todas partes menos a la boca. —Es hora de ir a visitar a mamá. La sujeto a su cochecito, colgando su bolsa con todo lo que necesitaré para mantener a una niña activa de catorce meses limpia, hidratada, alimentada y entretenida. Juro que salir unas horas con un niño pequeño es como hacer la maleta para las vacaciones. Salgo a la calle. El cielo está despejado de nubes. El sol brilla. Es un buen día para dar un paseo. Nos dirigimos al pueblo y nos detenemos en la floristería para recoger un ramo de flores que he encargado antes por teléfono. Las pongo en la canasta que hay debajo del cochecito y empiezo a caminar de nuevo. Hope juega con los juguetes que cuelgan del arco del cochecito y parlotea para sí en un idioma que solo ella conoce. Su primera palabra fue papa. Y tiene razón: soy su papá. En todo el sentido de la palabra que importa.
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Llegamos a la entrada del cementerio. Empujo el cochecito y paso por delante de todas las hileras de lápidas. Hasta que llego a la que me pertenece. Acomodo el cochecito de Hope, suelto las correas y la saco. Se retuerce para que la dejen en el suelo. Es independiente. Lo heredó de su mamá. La pongo en el césped. Se deja caer sobre su trasero inmediatamente y se quita los zapatos y los calcetines. Se pone de pie. Se mete el calcetín en la boca. Y empieza a caminar por la hierba. La observo, sonriendo. Tomo el ramo de flores que recogimos de la cesta debajo del cochecito de Hope. Me acerco a la lápida. Quito algo de suciedad y hojas de la lápida. Me arrodillo, quedando ante ella. —Feliz cumpleaños —le digo—. Te traje unas flores, campanillas. Sé que te encantan. Pongo el ramo atado delante de la lápida. La que elegí para ella. Miro fijamente su nombre grabado en lo más profundo de la piedra. —Te extraño —le digo—. Siempre te extrañaré. Pero… ahora tengo tanto gracias a ti. —Miro a Hope, que ha encontrado un montón de margaritas junto a una lápida cercana y está charlando con ellas. Sonrío y vuelvo a mirar su lápida—. Yo… te amo. Me trago las lágrimas que se me atascan en la garganta. Una mano toma mi hombro. Giro la cabeza y miro a la única persona que hace que las cosas sean mucho más llevaderas. —Hola. —Hola, Pelirroja. —Sonrío.
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—¿Estás bien? —pregunta, sentándose a mi lado. —Sí. —Asiento—. Solo hablaba con mamá. —Feliz cumpleaños, Mary —dice Carrie. Me estiro y tomo su mano, apretándola. —Lamento llegar un poco tarde —me dice—. La vieja señora Parker me atrapó mientras salía de la cafetería. Me preguntó cómo le iba a Hope. Quería ver fotos recientes de ella. Tardó un rato. Me rio de la idea. Pero no puedo culpar a la señora Parker. Porque Hope es increíble. Creo que le ha robado el corazón a casi todo el mundo en este pueblo. Por supuesto, hay unos pocos que siempre mantendrán la distancia por mi culpa. Pero la mayoría la ama. Es difícil no quererla. Es dulce y adorable. Las amo a su madre y a ella de una manera que nunca creí posible. Ambas son todo mi mundo. Y, gracias al sacrificio que mi mamá hizo por mí, ahora puedo estar aquí con ellas, siendo el papá de Hope y viviendo la increíble vida maravillosa que tenemos juntos. —¡Mada! —grita Hope felizmente cuando ve a su mamá. Se acerca contoneándose a Carrie, que la toma en sus brazos y le besa la cabeza. —Hola, pequeña. Mamá te extrañó. Me rio ante la mención resaltada de la palabra mamá. Carrie sigue enfadada porque papa fue la primera palabra de Hope. Y, por supuesto, me burlo un poco de Carrie por el hecho de que Hope la llama Mada. Algunas cosas nunca cambian entre la Pelirroja y yo. Y le pido a Dios que nunca lo hagan. Después de haber estado tan cerca de perderla ese día cuando ese maldito enfermo de su ex le disparó… viéndola morir allí mismo en mis brazos… fue el peor momento de toda mi vida. Sentí que mi vida se había terminado.
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Ver a los paramédicos luchar para revivirla delante de mí… Incluso ahora, solo pensar en ello casi me rompe. Pero mi chica es una luchadora. Y, cuando consiguieron que su corazón volviera a latir, le pusieron un tubo en el pecho y drenaron la sangre que inundaba sus pulmones, me puse de rodillas y di gracias a Dios. Pero la pesadilla no había terminado. Pusieron a Carrie en una camilla y la trasladaron al hospital. La seguí en el auto con Hope. Llamando a Sadie en mi camino. Ella se reunió conmigo en el hospital junto con Guy. La policía estaba en el hospital, queriendo una declaración, pero todo en lo que podía pensar era Carrie. La llevaron a la sala de operaciones. Entró en paro estando en la mesa. Murió dos veces en esa maldita noche horrible. Si su exesposo no se hubiera suicidado, lo habría matado con mis propias manos. Esos médicos consiguieron que su corazón volviera a funcionar y sacaron la bala, que estaba alojada en su pulmón izquierdo. Había fallado su corazón por milímetros. Cuando salió de la operación, su médico me dijo que la habían puesto en coma inducido para darle tiempo a curarse. Su respiración era asistida. Se temió que nunca despertara. Que no fuera capaz de respirar sola. Que hubiera daños irreparables. Fue la semana más larga de mi vida. Nunca me había sentido tan impotente. Pero lo más extraño sucedió. La gente del pueblo empezó a aparecer en el hospital, ofreciéndome apoyo. Trayendo comida. Ayudando con Hope. Algunos incluso vinieron a sentarse con Carrie y conmigo mientras esperaba a que abriera sus ojos hermosos. Cambió mi forma de ver todo. Cómo veía a la gente. Especialmente a la gente de este pueblo.
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Después de siete largos días, Carrie despertó. Nunca había sentido tanto alivio. Luego, empezó a respirar sin ayuda y a partir de ahí, se recuperó por completo. Mi chica, es una maldita luchadora. Cuando Carrie salió del hospital, Hope y ella se mudaron conmigo. Aún están conmigo. Mi casa se convirtió en nuestro hogar. Sin embargo, fue duro para Carrie tener que ver su antigua casa y recordar lo que había pasado allí cada vez que salía de nuestro hogar. Así que, me puse en contacto con el propietario de la casa, que estuvo muy contento de vendérmela. El día que esa casa pasó a ser mía, la hice demoler. Aplasté ese maldito lugar hasta los cimientos. Tenía dinero metido en el banco de la herencia de mi abuela. No solo me había dejado la casa vieja. Me había dejado una montaña de dinero. La abuela nunca fue una gran derrochadora, así que el dinero de su arte se había acumulado a lo largo de los años. Nunca tuve nada en qué gastarlo. Gastar una parte en comprar esa casa y arrasar con ella fue el mejor uso que le pude dar. Sabía que la abuela lo habría aprobado. Y, la verdad, no lo hice solo por Carrie. También lo hice por mí. Esa casa era el lugar donde Carrie había muerto. En mis putos brazos. No necesitaba un recordatorio de eso cada día. Simplemente le agradezco a Dios todos los días que haya vuelto a mí. Podríamos habernos mudado. Vendido la casa de la abuela. Probablemente hubiera sido la opción más fácil. Se lo sugerí a Carrie, aunque hubiera sido difícil para mí mudarme. La casa de la abuela había sido mi lugar seguro desde el día en que llegué a vivir allí. Pero me habría ido por ella.
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Haría cualquier cosa por Carrie. Pero dijo que no. Quería que nos quedáramos. Fue inflexible al respecto. Sabía que en parte lo hacía por mí, consciente de que sería difícil para mí dejar mi casa. Pero también sabía que intentaba evitar que ese hijo de puta le quitara algo más de lo que ya le había quitado. Carrie aún tiene problemas a veces con sus pulmones. Le duelen en los días fríos y su respiración se entrecorta un poco. Pero, afortunadamente, no tenemos muchos días fríos en Texas. Ha luchado contra las pesadillas y los recuerdos de lo que ocurrió aquella noche. Últimamente le ocurren con menos frecuencia, pero los recuerdos malos siguen ahí, afectándola. Al igual que las cicatrices que le dejó en el pecho. Si pudiera quitarle todo, lo haría. Pero no puedo. Todo lo que puedo hacer es amarla, protegerla y asegurarme que nada malo le vuelva a suceder. Me mata no haber estado allí cuando más me necesitaba. Tengo un montón de “y si” de esa noche. Me he torturado pensando en lo que debí haber hecho. Pero sé que tener a Carrie conmigo, viva y sana, es lo único que importa ahora. Y, sabiendo eso, supe que yo también tenía que dejar atrás mi pasado, de una vez por todas. Así que, el día que ella despertó del coma, le cerré la puerta definitivamente. Ya no quería ser una víctima. Quería ser un sobreviviente. Y, para ello, necesitaba sanar. Tenía que aplastar los demonios que permitía que aún me atormenten. Ya no hago cumplir la ley. Para avanzar, tuve que dejar de hacerlo.
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En ese momento no me daba cuenta que me estaba perjudicando más que ayudándome. Tenía que retirarme por mi bienestar mental. Y por mi familia. Tenía que estar sano por el bien de Carrie y Hope. Y siempre habrá hombres y mujeres ahí fuera dispuestos a ayudar de la forma en que yo lo hacía. Eso no significa que haya dejado de ayudar con Los Vengadores de la Injusticia. Lo hago, pero estoy más en un segundo plano. Ayudo con el lado del papeleo. Marcus y yo hemos creado un sitio web con un listado detallado de los delincuentes sexuales de todo el país, incluso de los “menores”, mostrando sus fotos policiales y enumerando sus ubicaciones y delitos. Se puede buscar por código postal, lo que facilita saber cuándo hay un delincuente sexual en tu zona. Y, si alguien decide tomarse la justicia por su mano contra esos malditos enfermos, utilizando la información que yo proporciono, ¿quién soy yo para impedirlo? —¿Quieres ir al pueblo por un yogur helado, Hope? Hope comienza a aplaudir alegremente, sonriéndole a su mamá, mostrando esos lindos dos dientes delanteros que tiene. —Ugh, ¿yogur helado? —me quejo, poniéndome en pie. Tomó a Hope de Carrie, y le ofrezco mi mano para ayudarla a levantarse. Me acerco al cochecito y sujeto a Hope. Me vuelvo hacia Carrie, quien me sonríe. Conozco bien esa sonrisa. La he trazado con mi lengua miles de veces. Se acerca a mí, alineando su cuerpo conmigo. Encajamos tan jodidamente bien. Siempre lo hemos hecho. Me pone la mano en el pecho y da unas palmaditas. —Sí, yogur helado. Y si te portas bien y dejas de quejarte… —se pone de puntillas y me susurra al oído—, puede que te deje comerlo de mí en la cama esta noche. Mi polla palpita en mis pantalones.
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—¿No se habrá derretido para entonces? —me burlo, con los ojos clavados en ella a medida que imagino cien escenarios con la Pelirroja y yo en la cama con un bote de yogur helado… horas de diversión por delante. —Llevaremos más para más tarde. Y tal vez tengas suerte y también lo lama de ti. Santa mierda. Esta mujer. Deslizo mis dedos en su espeso cabello rojo, acunando su mejilla en mi palma. —¿Cómo he tenido tanta suerte de tenerte? —No tuviste suerte, River. Simplemente nos encontramos el uno al otro. Como si siempre hubiéramos estado destinados a estar juntos. La beso con todo el amor que siento por ella. —¡Papa! ¡Mada! —se queja Hope en su cochecito, haciéndonos reír a los dos. Lo juro, esa niña es demasiado inteligente para su edad. Miro a Hope y luego de nuevo a Carrie. —Pelirroja… —River. —Cuando terminemos con el yogur helado esta noche, ¿qué tal si empezamos a practicar para hacer un bebé? —¿No hacemos eso la mayoría de las noches? —Quiero decir, ¿por qué no dejas de tomarte la píldora y tratamos de quedarnos embarazados? Una sonrisa se apodera de su rostro, iluminando sus ojos hermosos. —¿En serio? —En serio. Toma mi rostro con sus manos y me besa en la boca con fuerza. —Me encantaría tener otro bebé contigo. Otro bebé. Claro que sí.
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Porque Hope es mi hija. Siempre lo será. Y Carrie es mi corazón. Por siempre y para siempre. —Te amo, Pelirroja —le digo, ganándome su sonrisa hermosa que solo me concede a mí. —Yo también te amo, River Wild.
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Samantha Towle es una de las autoras más vendidas del New York Times, USA Today y Wall Street Journal. Comenzó su primera novela en 2008 mientras estaba de baja por maternidad. Terminó el manuscrito cinco meses después y no ha dejado de escribir desde entonces. Es autora de los romances contemporáneos The Storm Series, The Revved Series, The Wardrobe Series, The Gods Series y libros independientes como, Trouble, When I Was Yours, The Ending I Want, Unsuitable, Under Her y Sacking the Quarterback, que fue escrito con James Patterson. También ha escrito romances paranormales como The Bringer y The Alexandra Jones Series. Todos han sido escritos con melodías de The Killers, Kings of Leon, Adele, The Doors, Oasis, Fleetwood Mac, Lana Del Rey y más de sus músicos favoritos. Originaria de Hull y graduada de la Universidad de Salford, vive con su esposo, Craig, en East Yorkshire con su hijo y su hija.
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