Tinsel 04 - Devney Perry

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Traducción Hada Elga Hada Kari Hada Carlin

Corrección y Lectura final Hada Nissa Hada Aine

Diseño Hada Zephyr

A mi suegro, Richard. Gracias por todas tus aportaciones y conocimientos sobre la cultura de los Pies Negros y la vida en Browning. Me siguen asombrando tus experiencias vitales y estoy muy agradecida de formar parte de tu familia.

Sofia Kendrick siempre ha apreciado su tiara. Como hija menor de una familia rica neoyorquina, ha vivido la vida de una princesa americana. Pero después de dos escandalosos divorcios y una ruptura que manchan su nombre en la gran sociedad, el brillo de su corona se ha apagado. La gente la llama superficial, incluso llamativa. No es más que oropel. Desesperada por escapar y hambrienta de paz, Sofía se dirige a Montana para pasar un fin de semana de vacaciones con su hermano. Pero no consigue las relajantes vacaciones que había planeado. En su lugar, la ponen a trabajar en un bar junto a Dakota Magee, un hombre que no quiere su ayuda. Un hombre que está dispuesto a enseñarle algunas lecciones sobre la vida real y el trabajo duro. Pero Sofía tiene un par de lecciones de vida propias que enseñar. Como la de enamorarse.

Jardín de infancia

—¡Abuelo! ¡Mira! —Con una sonrisa dibujada en la cara, deslicé mi dibujo por la mesa hacia el asiento del abuelo. Sus gafas de montura negra se posaban en la punta de su nariz mientras se inclinaba sobre los deberes de mi hermano. —Así que cuando cambias un porcentaje a un número entero, todo lo que tienes que hacer es mover el decimal dos lugares. —¿Así? —preguntó Logan, dibujando un punto en su papel entre algunos números. —Exactamente. —Abuelo le dio una palmada en el hombro—. Y luego, para cambiar un número entero en un porcentaje, sólo... —¡Abuelo! —Moví mi dibujo y el papel se agitó en la mesa de madera—. Mira lo que he hecho.

Eso llamó su atención. Apartó la vista de los deberes de Logan y agarró el dibujo que había hecho de nuestra familia, ajustándose las gafas más arriba de la nariz mientras lo asimilaba. —¿Qué es esto? —Es nuestra familia. —Sonreí con orgullo ante el dibujo que había hecho—. Mi profesora dijo que podíamos dibujar a nuestras familias en este papel, y que luego podríamos colgarlas en la gran pizarra de mi clase mañana. —Muy bonito. —Esa soy yo. —Señalé a la persona más pequeña de la página. Había utilizado el color favorito de cada uno para dibujarlos, así que el mío estaba en rosa—. Y ahí está mamá en verde. Y ese es papá en azul... —Abuelo, ¿también puedes ayudarme con las matemáticas? — Aubrey se interpuso entre abuelo y yo. —Claro, cariño. Fruncí el ceño cuando apartó mi dibujo y cambió de asiento para hacer sitio a los deberes de mi hermana. —Te hice en rojo, abuelo. ¿Ves? —Volví a empujar el dibujo. —Está precioso, princesa —dijo, aunque sus ojos estaban fijos en el libro de texto de Aubrey. Hice un mohín. —No has mirado. Suspiró y se encontró con mi mirada. —Es maravilloso. Ahora sigue coloreando mientras yo ayudo a Logan y a Aubrey con sus importantes deberes. ¿De acuerdo?

—De acuerdo —murmuré, agarrando mis deberes de nuevo. Luego me deslicé de mi silla, que fue rápidamente ocupada por Aubrey y salí del comedor.

Tercer grado

—Papá, ¿vienes a mi recital? —le pregunté, de pie en la puerta de su despacho. Me miró y luego volvió a mirarse al espejo mientras se ajustaba la corbata. —Esta noche no puedo. Tengo una reunión. —Siempre tienes reuniones —murmuré. —Ya está bien de hacer pucheros, Sofia. —La línea entre sus cejas se profundizó mientras fruncía el ceño—. Los adultos tienen que trabajar. Algún día lo entenderás. Puede que sólo tenga ocho años, pero ya lo entendía. Papá trabajaba todo el tiempo. Si queríamos pasar tiempo con él, teníamos que ir a su despacho. Odiaba esta habitación. Odiaba las oscuras estanterías que bordeaban las paredes. Odiaba el sofá de cuero que daba a la chimenea de gas. Odiaba el olor de sus cigarros que se me pegaba al cabello. Odiaba el escritorio que

había en el centro de la habitación y que se encontraba sobre una alfombra fea y cara que mamá había elegido especialmente el año pasado. Lo odiaba todo porque papá pasaba más tiempo aquí que en cualquier otro lugar de la casa, incluido su propio dormitorio. Si es que estaba en casa. Su lujosa oficina en la ciudad era aún más odiada que ésta. Porque cuando no estaba aquí, estaba allí. O en las reuniones de la cena, perdiéndose las cosas importantes. No se perdía las cosas de Aubrey o de Logan. La semana pasada había ido a uno de los debates escolares de Aubrey. Y había estado en el último partido de fútbol de Logan. Bajé la barbilla para que no la viera temblar. —Te pierdes todos mis recitales. Había estado practicando mucho mi rutina de baile para este recital porque tenía que ser la líder del coro frente a todas las demás chicas. Mi profesora me había elegido para ser la primera, y papá se lo iba a perder. Pero la danza no era importante para papá, no como las cosas que Aubrey y Logan hacían en la escuela. El ballet no era práctico. Papá suspiró, algo que hacía a menudo conmigo, y terminó con su corbata. Luego cruzó la habitación para agacharse frente a mí. —Me gustaría poder ir a todos tus recitales. Pero tengo un trabajo importante. —Nunca quiero tener un trabajo importante.

Se rió y me levantó la barbilla. —Entonces no tienes que hacerlo nunca. Puedes hacer lo que quieras, querida. Ahora dame un abrazo y luego tengo que irme. Le rodeé el cuello con mis bracitos y lo apreté con fuerza. Luego vi como él salía por una puerta hacia el trabajo, y yo salía por la otra hacia mi recital. Uno que se perdió, junto con todos los demás.

Sexto Grado

—¡Pero, mamá! —Mi voz resonó en la limusina. —No, Sofia. No vas a ir. Crucé los brazos sobre el pecho y fruncí el ceño en la nuca del conductor. —Esto no es justo. —Si quieres ir a la semana de la moda, te llevaré dentro de unos años. Pero ahora mismo, no tengo tiempo para planear un viaje a París. Puse los ojos en blanco. ¿No tenía tiempo? Sí, claro. Simplemente no quería que fuera con Regan porque su madre una decoradora de interiores- había dicho que nuestra casa estaba

fuera de onda. Por eso mamá había actuado con un repentino “capricho” de redecorar. Llevábamos dos meses con su propia decoradora de interiores entrando y saliendo de nuestra casa con pintores y especialistas en suelos y gente de la construcción. —Logan va a ir a Washington, D.C. a finales de este año —le recordé—. Y tú dejaste que Aubrey cruzara el país en avión hasta Seattle, hace un mes. —Logan tiene casi dieciocho años y va a D.C. para su viaje de fin de curso. Aubrey fue a Seattle a una conferencia nacional de Futuros Líderes Empresariales de América. La semana de la moda para una niña de once años es un poco diferente, ¿no crees? —Lo que sea —murmuré—. Tal vez la moda es lo que quiero hacer cuando sea mayor. Logan y Aubrey ya estaban preparados para hacerse cargo del imperio de la familia Kendrick. Papá tenía planes para ambos. ¿Y para mí? Podía hacer lo que quisiera, como siempre me había dicho. Lo que quería era ir a la semana de la moda en París con mi amiga para poder volver a casa y presumir de ello en el colegio. —No vas a ir. Encorvé los hombros hacia delante, bajando los ojos a mi regazo. Luego solté un profundo suspiro y bajé la voz. Ese mohín era algo que había estado practicando últimamente. Con papá funcionaba a las mil maravillas, pero hasta ahora, mi suerte con mamá había sido impredecible.

—Está bien, de acuerdo. Pero, ¿me llevarías de compras? — pregunté—. Regan me dijo que escuchó a Louisa Harty en el baño llamando a mi ropa vieja. Esperaba recoger algunos consejos de la semana de la moda para que no se burlara más de mí. —¿Qué? —Mamá se quedó boquiabierta, girando en su asiento junto a mí. Contuve una sonrisa al ver que mi fibra había funcionado. —Tu ropa no es de anciana —dijo—. Todo lo que llevas es de esta temporada y está de moda. Me encogí de hombros. —Yo también lo creía, pero... —Iremos juntas. —Mamá buscó su teléfono en el bolso—. Además, tienes razón. Si esto es lo que quieres hacer para tu carrera, entonces es mejor que empieces pronto. Antes que llegáramos a casa, había planeado un viaje para las dos a París y había conseguido asientos de primera fila en una de las pasarelas más exclusivas del evento, algo que la madre de Regan nunca habría podido conseguir. Cuando entramos en el patio frente a nuestra finca, una punzada de arrepentimiento me golpeó en el costado por haber engañado a mamá. La moda no era tan interesante y, desde luego, no era algo que quisiera hacer como trabajo. Logan era el niño inteligente de los Kendrick, el chico de oro que se convertiría en un magnate de los negocios como nuestro padre, Thomas. Papá siempre se tomaba tiempo para ser su mentor. Aubrey también. Constantemente se ganaba elogios por lo brillante que era.

Iba detrás de Logan, yendo a trabajar con papá a la ciudad todos los días. Mi papel en la familia Kendrick era diferente. No iba a conseguir un trabajo y perderme las cosas divertidas. No iba a pasar más tiempo en mi oficina que explorando el mundo. No iba a dejar que mi dinero se acumulara en el banco cuando podía utilizarlo para una aventura. Logan podría ser el futuro líder de la familia Kendrick y la mano derecha de papá. Aubrey podría ser la hija superdotada de la que mamá presumía en sus reuniones semanales del club de sociedad. Yo tenía mi propio camino en mente. Iba a ser la princesa.

—Sofia, eres preciosa. —Malcom mantuvo la cámara pegada a su cara mientras se movía detrás de mí para fotografiar en un ángulo diferente. Mantuve mi postura, manteniendo la mirada pensativa congelada en mi rostro, aunque sonreía por dentro. Malcom no necesitaba decirme lo guapa que estaba hoy. Lo sentía. Llevaba el cabello recogido en una corona de rizos que mi estilista había tardado casi dos horas en perfeccionar. El maquillaje me lo habían aplicado dos artistas que me habían perfilado y resaltado con tanta maestría que no necesitaría retoques de Photoshop. Y el traje que la revista había elegido para mí era directamente de la pasarela. Mi vestido era una pieza blanca sin tirantes que se ajustaba perfectamente a mi pecho. El escote en forma de corazón se hundía profundamente, dándome la ilusión de un escote. La falda de tul en

forma de A se abría a la altura de las caderas, haciendo que mi cintura pareciera increíblemente pequeña. Hacía mucho frío ahora que el sol se estaba poniendo en este rincón desierto de Central Park. Recibimos una nevada temprana este noviembre, y los árboles a nuestro alrededor brillaban con cristales de hielo y mechones de nieve. Pero yo estaba sorprendentemente abrigada gracias a la envoltura de piel blanca que me cubría los brazos y me cruzaba la espalda. Mis hombros desnudos seguían expuestos al frío, pero la emoción y la expectación impedían que el frío me invadiera. Iba a salir en una revista. Yo. Sofia Kendrick. Había aparecido en las columnas de sociedad innumerables veces. Mi nombre aparecía en sus páginas cada vez que mi familia hacía una donación considerable a una organización benéfica local o cada vez que una de mis relaciones fracasaba. La prensa se había pasado semanas especulando por qué mis dos matrimonios habían terminado. Pero este artículo de la revista no trataba de mi familia ni de mis fracasos. Era un artículo sobre mí y otras cuatro personas de la alta sociedad neoyorquina, que mostraba nuestro singular estilo de vida. El reportero ya me había entrevistado para el artículo y, una vez terminada la sesión de fotos, sólo tendría que esperar seis semanas hasta poder mostrar mi revista. —Inclina la cabeza hacia abajo y hacia la izquierda ligeramente.

Hice lo que Malcom me ordenó, y los clics de su cámara me indicaron que lo había hecho bien. —Maldita sea. —Se acercó a mi lado y me mostró la pantalla de la parte trasera de su cámara. Esta vez no pude contener mi sonrisa. Había dado en el clavo. Malcom me había captado de perfil, encontrando el ángulo justo para que mi cara quedara en sombra en comparación con la piel desnuda de mis hombros. La luz de la tarde proyectaba un resplandor dorado sobre mí ya impecable cutis, acentuando las largas líneas de mi cuello. Mis pendientes Harry Winston colgaban de mis orejas y hacían juego con el anillo de mi mano derecha, que Malcom había colocado delicadamente. El asistente de Malcom se asomó a su lado para ver la cámara. — Esa es tu portada. —¿La portada? —Me quedé con la boca abierta. —En última instancia, la revista tiene la última palabra —dijo Malcom—. Pero ésta es la mejor foto que he tomado para este proyecto. Una vez que haga algunas ediciones menores, será la elección clara. Un reportaje en el interior de la revista era, sin duda, digno de ser presumido. ¿Pero la portada? Eso estaba a la par con los elogios de mi hermana.

Aubrey siempre era mencionada y comentada en las revistas de Fortune 500 o en publicaciones periódicas como The Wall Street Journal. Este reportaje aparecía en la revista NY Scene, y aunque era una publicación menos conocida, últimamente estaba ganando mucha popularidad. La gente llamaba a NY Scene el próximo New Yorker. Y yo iba a aparecer en la portada de su edición de Año Nuevo. Tal vez el estilo de vida que había elegido no era una burla después de todo. Quizá por fin me vieran como algo más que la otra niña Kendrick, la guapa que no había llegado a nada.

—Sofia, ¿cómo no me hablaste del artículo? Sabes que tenemos que tener cuidado con la prensa. —Quería que fuera una sorpresa. Y no dije nada malo. ¡Ella tomó todo lo que dije y lo retorció! —Lloré en el teléfono mientras me sentaba en un montón arrugado en el piso de mi sala de estar. Las lágrimas cubrían mis mejillas. Los mocos goteaban de mis fosas nasales. Mi piel, normalmente bronceada y brillante, era un desastre manchado y mis ojos estaban demasiado hinchados. Era la definición de un llanto feo. Todo por culpa de esa miserable revista.

Me había emocionado tanto hace una hora cuando mi portero había traído diez ejemplares de NY Scene. Había pedido más para tener algunos para regalar a mis padres y otros para enmarcarlos. Pero eso fue hace una hora, antes de leer el artículo. Ahora estaba lidiando con las secuelas de otro clásico error de Sofia. Nunca fue fácil escuchar que había defraudado a mi padre. Siempre dolía leer uno de los textos condenatorios de mi hermana.

¿En serio? ¿Podrías al menos intentar no avergonzarnos?

Me dolió, aunque el dolor es sólo un dolor sordo comparado con mi propia y agónica humillación. Las palabras que el periodista había utilizado para describirme eran crueles. Leerlas había sido como recibir un latigazo en la piel. En lugar de elegante, me había llamado superficial y llamativa. En lugar de encantadora, me había llamado ingenua y falsa. En lugar de ingeniosa, me había llamado frívola. Claramente, la mujer había confundido las notas entre las entrevistas. Eso, o mi imagen de sí misma estaba un poco apagada. —Sofia. —Papá suspiró, su decepción se filtró a través del teléfono—. Veré si hay algo que podamos hacer, pero como no lo has consultado conmigo primero, dudo que podamos retractarnos.

—De acuerdo. —Tuve hipo—. Lo s-siento. —Sé que lo sientes. Pero la próxima vez que te pidan una entrevista, creo que será mejor que venga también uno de nuestros abogados. Así que, básicamente, papá pensó que necesitaba una niñera para hablar. Mis sollozos volvieron con fuerza, y apenas le oí despedirse antes de colgar. Tiré el teléfono a la alfombra junto a mí y mis diez revistas, y luego enterré la cara entre las manos. Todo estaba arruinado. La reportera había sido minuciosa en su retrato de mi vida. Había encontrado todos los detalles poco favorecedores y los había puesto en primer plano en el artículo. Había escrito sobre mis dos matrimonios fallidos y sobre cómo me había precipitado en cada uno de ellos, saliendo sólo brevemente con mis antiguos maridos antes de pasar por el altar en ceremonias multimillonarias. Se había asegurado de contar al mundo que nunca había tenido un trabajo y que, en lugar de dedicar mi tiempo a la fundación benéfica de mi familia, me pasaba el día comprando ropa y bolsos nuevos. Incluso había entrevistado a mi ex novio Jay para explotar los desagradables detalles de nuestra ruptura. Llevábamos juntos casi cinco años, pero nunca nos habíamos casado. Pensé que estaba siendo inteligente, no apresurándome a casarme con otro. Resulta que el matrimonio hubiera sido mejor.

Mis ex maridos habían firmado acuerdos de confidencialidad como condición de nuestros acuerdos de divorcio. Si el reportero los había llamado, se habían visto obligados a guardar silencio. Pero Jay no. Le había dicho que yo tenía rabietas peores que las de un niño de dos años cuando no me salía con la mía y que no había apoyado su carrera. Mentiras. Jay no me había amado, había amado mi fondo fiduciario. Estaba decidido a ganar las Series Mundiales de Póquer, pero no se le daba bien el póquer. Cuando dejé de cubrir sus gastos de torneo, se peleó conmigo. Mi rabieta había sido gritarle en uno de los probadores de Bloomingdale's. Había irrumpido en mi casa, exigiendo que le diera dinero. Cuando me negué, me amenazó con contarle a la prensa que lo había engañado con su mánager de mierda. De nuevo, otra mentira. Pero igualmente perdí la cabeza y llamaron a los de seguridad para que nos escoltaran a los dos fuera de la tienda. La reportera se había centrado en la pelea y en el escolta de seguridad. Su artículo parecía más bien un reportaje, y sus palabras habían empañado la hermosa fotografía de Malcom en la portada. Pero al menos no estaba sola. La periodista también había destrozado a los otras cuatro miembros de la sociedad en su artículo. Las cinco éramos una broma. Una carga para la sociedad. No

éramos princesas de cinco familias reales americanas. Éramos mujeres tontas que desfilaban por una ciudad de intelecto y cultura, infectándola con nuestras existencias superficiales. Una parte de mí deseaba que mi padre fuera más vengativo. O al menos más protector con su niña. Podría comprar fácilmente el NY Scene y arruinar la carrera de esa reportera. Pero no lo haría. Porque realmente no había dicho una mentira, ¿verdad? Esa reportera se había sentado frente a mí en mi sofá de color crema en esta misma habitación, sonriendo y sorbiendo un capuchino mientras me hacía sus preguntas y tomaba notas. Le había contado que me había licenciado en diseño de interiores en un instituto de arte de Manhattan, pero que cuando me gradué, odiaba el diseño de interiores. Le conté que había tenido mala suerte en el amor, ahorrándome los detalles que no eran de su incumbencia ni de la de nadie. Le dije que prefería Fendi a Gucci. Cuando me preguntó de qué logro estaba más orgullosa, le dije que había encontrado a Carrie, mi chef personal. Le hablé de mí. Y ella me había convertido en una tonta horrible. —Oh, Dios mío. —Sollocé más fuerte entre mis manos. ¿Era yo la persona que ella había retratado? ¿Era así como todos me veían?

Si era así, no podía quedarme aquí en la ciudad. No podía soportar pasar por delante de la gente, preguntándome si habrían leído el artículo. Me sequé los ojos, agarré el teléfono y busqué el número de mi hermano mayor. Vivía en Montana con su mujer, Thea, y sus tres hijos. No vendían NY Scene en Lark Cove, pero no había duda que ya se habría enterado del artículo. Las noticias viajaban rápido por todo el país cuando el tema eran mis fracasos épicos. Estaba segura que Logan estaría tan decepcionado como papá. Me había dicho en más de una ocasión que madurara. Como sea. De todos modos, marqué su número. No esperaba ni necesitaba su simpatía. Lo que necesitaba ahora mismo era una escapada, y Montana era el primer lugar que me vino a la mente. —Hola, Sofia. —Sonaba molesto. Probablemente Aubrey lo había llamado después de enviarme ese mensaje. —Hola —resoplé, limpiándome la nariz con el dorso de la mano—. Mira, antes que me sermonees, sé que metí la pata. Confié en esa periodista cuando lo más inteligente hubiera sido mantener la boca cerrada. —Probablemente. —No quise menospreciar a nuestra familia. Yo sólo... —Quería que estuvieran orgullosos—. Sólo cometí un error. —Eso pasa. —Su voz se suavizó—. Tratar con la prensa puede ser complicado.

—Sí. Es una mierda. —¿Qué puedo hacer? —De hecho, me preguntaba si tu cobertizo para botes estaba vacío para el Año Nuevo. —Claro. Nos encantaría tenerte. Sólo hazme saber cuándo estarás aquí, y te recogeré en el aeropuerto. —Gracias. —Me levanté del suelo, pisando una de las revistas mientras salía del salón—. Estaré allí esta noche.

—Buenos días —dije con un bostezo, entrando en la cocina. —Buenos días. —Thea, mi cuñada, estaba junto a la cafetera—. Te has levantado temprano. Me encogí de hombros. —Estoy acostumbrada a encontrarme con mi entrenador a las siete, que son las cinco en Montana. —¿Café? —Sacó otra taza de un armario. —Sí, por favor. —Me senté en un taburete de la isla de la cocina—. Gracias por dejarme venir aquí con tan poco tiempo de antelación. Me entregó mi taza, luego trajo la suya y se sentó a dos taburetes de distancia. —Eres bienvenida aquí cuando quieras.

¿Lo era? Su tono no era convincente. Thea y yo no habíamos tenido un buen comienzo, lo cual era totalmente culpa mía. Ella había llegado a Nueva York con Logan hace unos cinco años, justo después que empezaran a verse. Bueno, en realidad se habían conocido años antes en el bar del hotel donde Thea trabajaba. Se habían enrollado y habían seguido caminos distintos, pero no antes que Thea se quedara embarazada sin poder localizar a Logan. Por suerte para ellos, el destino había intervenido y había traído a Logan a Lark Cove y a la vida de Thea. Había conocido a Charlie, su hija de cinco años. Pero el destino no era algo en lo que yo creyera, así que cuando la trajo a casa para que conociera a nuestra familia, me mostré, como mínimo, escéptica. En realidad, había sido una perra total, segura que la historia de Thea estaba llena de agujeros y que lo único que quería era robar la fortuna de nuestra familia. Le había echado en cara a Thea una de las ex novias de Logan. La había tratado como basura y había descartado a Charlie por completo. La había juzgado únicamente por su ocupación como camarera. Ugh, soy lo peor. Desde entonces, he intentado ganarme la simpatía de Thea. Pero como sólo los veía dos o tres veces al año, mi progreso había sido lento. Sobre todo porque Thea y yo no teníamos nada en común, salvo nuestro apellido.

La mayoría nos llamaría hermosas a las dos. Thea ciertamente lo era con su larga melena oscura, sus ojos brillantes y su sonrisa cegadora. Pero tenía una belleza interior que la catapultaba a otro nivel. Trabajaba duro, dirigiendo su propio negocio. Era una artista que creaba esculturas y pinturas que hablaban al alma. No le importaban las cosas materiales ni el estatus social. Su objetivo en la vida era criar hijos felices. Probablemente estaba de acuerdo con todo lo que la periodista había escrito. El silencio se apoderó de la cocina mientras bebíamos nuestro café. —Está, um, tranquilo esta mañana. —Los niños estuvieron despiertos hasta tarde anoche. Estoy segura que dormirán hasta tarde. —Lo siento. —Se habían quedado despiertos hasta tarde porque mi vuelo no había llegado hasta las nueve. Con los treinta minutos de viaje desde el aeropuerto hasta Lark Cove añadidos, no se habían metido en la cama hasta casi las diez. —No te preocupes. Una noche tardía no les va a hacer daño. —No puedo creer que ya hayan pasado seis meses desde que ustedes vinieron a la ciudad. Seguro que los niños han crecido desde este verano. Charlie, Collin y Camila tenían once, cuatro y dos años, respectivamente. Mientras que Charlie seguía siendo la misma marimacho de siempre, Collin y Camila estaban desarrollando sus propias personalidades. Collin era un manojo de energía, que no

paraba de explorar el mundo. Y Camila ya no era el bebé que había sido el verano pasado. Ahora hablaba y hacía lo posible por seguir el ritmo de sus hermanos mayores. Tal vez ella tuviera más suerte que yo. ¿También pensaban que su tía era un completo fracaso? Con la charla sobre los niños fuera del camino, no había mucho más que discutir a las cinco de la mañana. Así que nos sentamos allí, escuchando el zumbido de la nevera. A medio camino de mi café, deseé haberme quedado en la cama. Había un elefante en la habitación, y se llamaba NY Scene. —Crees que es verdad. —¿Eh? —preguntó Thea. —La revista. Crees que lo que escribió es verdad. —¿La verdad? —Ella suspiró—. Sí y no. Sí, creo que captaron los hechos. No, no creo que seas todo lo que ella llamó. —Gracias. —Me tembló la barbilla. Eso fue tal vez lo más agradable que me había dicho—. Yo... Me siento un poco perdida. No quiero ser esa persona. —Inútil. Mimada. Mezquina. Thea se quedó en silencio por unos momentos, luego extendió la mano sobre el mostrador de granito y cubrió mi muñeca con su mano. —Tengo una idea. —¿De qué se trata? —Levanté la vista, mis esperanzas que me ayudara se dispararon.

—Vas a tener que confiar en mí. —Lo hago. —Asentí con la cabeza—. Confío en ti. —Bien. —Thea sonrió y volvió a su café. Esperé a que me contara su idea, pero no dijo nada. Se limitó a seguir sorbiendo de su taza durante unos minutos y luego se levantó y fue a la nevera por huevos. —¿Vas a contarme tu idea? Ella sonrió por encima del hombro y luego rompió el primer huevo en el borde de un tazón. —Sólo confía en mí.

Fruncí el ceño al ver el edificio lúgubre fuera de la ventanilla del coche. Unas horas después del desayuno, Thea nos había subido a todos en su camioneta y le había ordenado a Logan que condujera hasta el bar Lark Cove. —¿Vamos a comer aquí o algo así? —No, tengo que organizar algunas cosas antes de irnos. —¿A dónde vamos? —preguntó Logan. —A París. Nos vamos esta tarde.

—¿Qué? ¿París? —Miré entre los dos en el asiento delantero de su todoterreno—. ¿Por qué no dijiste nada en el desayuno? ¿O cuando te llamé ayer? —Um, porque no lo sabía —me dijo Logan y luego se volvió hacia su mujer—. ¿Nos vamos a París? Ella asintió. —¿No es eso lo que me diste como regalo de Navidad? —Bueno, sí. Pero podemos ir cuando quieras. —Y he decidido que quiero ir en Nochevieja. Puedes besarme debajo de la Torre Eiffel. —Qué asco, mamá. —Charlie gimió en su asiento junto a mí. Collin y Camila se limitaron a reírse desde sus asientos del coche. —Ya he arreglado que los niños se queden con Hazel y Xavier — le dijo Thea a Logan, ganándose una ovación de los niños que se quedarían con su abuela—. El jet ya está aquí desde que Sofia voló anoche. Sólo tenemos que hacer la maleta e irnos. —¿Pero qué pasa con el bar? —preguntó—. Su fiesta de fin de año es en dos días. ¿De verdad quieres perdértela? Ella se encogió de hombros. —Pueden festejar sin nosotros este año. —Pero... —Rara vez hago algo espontáneo, precioso. Estoy saliendo de mi zona de confort. Sígueme el rollo.

Todo su cuerpo se relajó y se estiró a través del coche para tomar su mano. —¿París es lo que quieres? —París es lo que quiero. —Ella asintió—. Diez días. Sólo nosotros dos. —De acuerdo. Entonces iremos a París. —Se inclinó sobre el coche y le plantó un firme beso en los labios, lo que provocó más gemidos y risas de los niños. —¿Esta es tu idea? —pregunté—. ¿Que yo cuide la casa mientras tú no estás? Thea le dedicó a Logan una sonrisa que sólo podía describirse como diabólica. —Más o menos. —Espera. ¿Qué quieres decir...? Antes que terminara mi pregunta, ella abrió la puerta y empezó a desabrochar a los niños. Me apresuré a salir del asiento del medio y a seguirla, apresurándome a alcanzarla mientras cruzaba el estacionamiento cubierto de nieve. —Thea, ¿qué quieres decir con eso? —Confía en mí. —Estoy empezando a temer esas dos palabras. Ella se rió y siguió caminando, Camila se apoyó en su cadera mientras Charlie y Collin corrían por la nieve, pateándose y tirándose nieve el uno al otro.

—¡Adentro, chicos! —gritó Logan, llegando primero a la puerta y manteniéndola abierta para nosotros. Al entrar y salir del frío, me tomé unos segundos para dejar que mis ojos se adaptaran al oscuro interior del bar. Incluso con las persianas de las ventanas delanteras abiertas y el sol de invierno que entraba, el bar estaba en penumbra. Los niños se apresuraron a pasar junto a mí, trayendo consigo trozos de nieve. Era la tercera vez que iba al bar y restaurante de Thea. Todos mis viajes anteriores a Montana habían sido para reuniones familiares, así que mi estancia en Lark Cove se había limitado a la casa de Logan y Thea en el lago Flathead. No conocía bien este bar, pero no hacía falta inspeccionarlo mucho para saber que no había cambiado nada desde la última vez que estuve aquí. Los techos eran altos y las vigas de hierro se extendían a lo largo de la sala abierta. La barra corría en forma de L a lo largo de las paredes del fondo. Detrás de ella había estantes con espejos repletos de botellas de licor. Los suelos de madera hacían juego con las paredes de madera, salvo que mientras los suelos oscuros estaban maltrechos y cubiertos de cáscaras de cacahuete, las paredes oscuras estaban maltrechas y cubiertas de fotos enmarcadas y algún que otro cartel de neón. Nada más hacía juego. Ni las sillas, ni los taburetes, ni las mesas. Era un batiburrillo de objetos de coleccionista que iba en contra de todos y cada uno de los principios de diseño que había aprendido en la universidad.

Una extraña punzada me recorrió el cuello. Era la misma sensación que había tenido las otras tres veces que había estado aquí, el mismo pinchazo que había tenido cuando había viajado en metro una vez en el instituto por “diversión”. Estaba convencida que la próxima plaga negra se originaría en esos túneles. Quizás esa punzada fue la forma en que mi cuerpo me advirtió del peligro. Como si supiera que mi sistema inmunológico no podría protegerse de los gérmenes en lugares como este. No es que el bar estuviera sucio o mugriento. De hecho, estaba bastante limpio y sin polvo. El bar era simplemente... viejo. Y maltrecho. Algunos podrían llamarlo rústico. Pero el único tipo de rústico que me gustaba era el que se encontraban en las fincas de Aspen. Le concedo a Thea una cosa: su bar era único. El tocadiscos de la esquina era antiguo, lleno de música country antigua que nunca había oído. Había un conjunto de cuernos colgados en una pared con un sujetador colgado de los cuernos. Mientras los niños se perseguían alrededor de una mesa de cóctel en el centro de la habitación, Logan y Thea se turnaban para agarrarlos uno por uno y ayudarlos a quitarse los abrigos de invierno. La punzada en el cuello había desaparecido. El olor limpio y refrescante de la habitación lo había ahuyentado. Supongo que este lugar no era como el metro, ni siquiera un poco.

La lejía permanecía en el aire, insinuando que alguien había limpiado la encimera del bar no hace mucho tiempo. No debían de haber llegado aún a los suelos. Debajo del limpiador, el aire estaba impregnado de cítricos. Vi una tabla de cortar y un cuchillo en la barra junto a la bandeja de frutas del bar. Estaba repleta de trozos de limón, lima y naranja. —Hola. —Una voz suave y profunda resonó en la sala vacía cuando un hombre salió del pasillo detrás de la barra. Sus largos y bronceados dedos rodeaban un paño de cocina blanco mientras se secaba las manos—. ¿Qué hacen aquí? —Nos vamos de vacaciones. —Thea sonrió y caminó detrás de la barra—. Así que necesito agarrar un par de cosas antes que nos vayamos. —¿Vacaciones? Como, ¿hoy? Eso no estaba en el calendario. Se rió. —Lo sé. Estoy siendo espontánea. —Algo que no eres. —El hombre se rió y un escalofrío recorrió mi columna. Puede que este bar no haya cambiado desde la última vez que estuve aquí, pero este hombre era definitivamente nuevo. Y definitivamente sexy. Su cabello de ónice era corto en los lados y más largo en la parte superior, con amplios bucles entre las sedosas hebras, como si lo hubiera peinado con los dedos. Su rostro tenía una hermosa y extraña simetría que sentí el impulso de dibujar. Sus ojos eran estrechos y estaban situados en una línea dura sobre el ancho puente

de la nariz. Su mandíbula estaba formada por ángulos duros e implacables. Sus pómulos eran tan afilados que podían cortar el cristal. Lo único suave en el rostro de este hombre eran sus labios carnosos. Por separado, los rasgos eran demasiado fuertes y atrevidos, pero mezclados, era magnífico. —¿Has conocido a Dakota antes? —Logan captó mi atención y señaló con la cabeza al hombre que había estado estudiando descaradamente. —¿Perdón? —Tomaré eso como un no —murmuró—. Dakota Magee, esta es mi hermana Sofia Kendrick. Dakota levantó la barbilla. —Hola. —Tragué con fuerza, encontrando difícil respirar cuando él estaba mirando hacia mí. Aquellos ojos negros me escudriñaron de pies a cabeza, sin dar a conocer lo que encontraba. No parpadeó. No se movió. Había tenido mi primer novio a los trece años y muchos otros desde entonces. Me casé y me divorcié dos veces. Había recibido más frases para ligar y llamadas que una stripper en un espectáculo de Las Vegas. Sabía cuándo un hombre me encontraba atractiva. Sabía cuándo le excitaba la sangre a un hombre.

Pero la mirada de Dakota no revelaba nada. Era vacía y fría. Miró directamente a mi corazón, haciéndolo resonar más y más fuerte con cada segundo que pasaba sin que yo pasara por su inspección. —Así que, ya que me voy de vacaciones de última hora, he tenido una idea. —La voz de Thea vino en mi ayuda, obligando a Dakota a romper su mirada—. Sofia puede ayudarte mientras estoy fuera. —No necesito ayuda. —No creo que sea una buena idea. Dakota y Logan hablaron al mismo tiempo que mi estómago cayó. ¿Ella quería que la ayudara? ¿Aquí? —Con la víspera de Año Nuevo, estará ocupado —dijo Thea. —Entonces llamaré a Jackson si no puedo seguir el ritmo — replicó Dakota. Thea negó con la cabeza. —Él y Willa hicieron planes para ir a Kalispell en Año Nuevo. —Bien. —Su mandíbula se apretó, los ángulos se enfadaron—. Entonces me encargaré yo. Solo. —Escucha. Me siento mal por dejarte aquí solo en uno de los días más importantes del año, cuando había planeado ayudar. Pero esto será perfecto. Puedes enseñarle a Sofia cómo funciona durante un par de días, y luego ella puede ayudar durante la fiesta. Es una situación en la que todos ganan. Refunfuñó y cruzó los brazos sobre el pecho. Pero no discutió con su jefa.

—Gracias. —Thea sonrió, sabiendo que había ganado—. Gracias a los dos por hacer esto. Será genial. ¿Cómo podía pensar que trabajar en su bar sería genial? No tenía experiencia, y mucho menos ganas de mezclar las bebidas de otras personas. La expresión severa de Dakota se volvió ártica cuando volvió a dirigir su mirada hacia mí. No era ningún secreto que él no me quería aquí tanto como yo no deseaba quedarme. Retrocedí, con la esperanza de escapar mientras tenía la oportunidad, pero mi pie se enganchó en el borde de una silla. Mis pies resbalaron en el charco de nieve derretida que se había acumulado bajo mis botas. Mis brazos se agitaron mientras intentaba mantenerme en pie, pero cuando un talón patinó hacia un lado, estaba condenada. Un grupo de cáscaras de cacahuete amortiguó mi caída cuando mi trasero chocó con el suelo. —Ouch. —Mi cara ardió de vergüenza mientras Logan se apresuraba a mi lado. —¿Estás bien? —Bien. —Asentí con la cabeza, dejando que me agarrara el codo para ayudarme a levantarme. Cuando mis pies estuvieron firmes, me froté la mancha de mi trasero que seguro tenía un moretón. —Esas cáscaras de cacahuete pueden ser resbaladizas —me dijo Thea—. Mis dos primeras semanas aquí, me resbalaba

constantemente. Pero te acostumbrarás a caminar sobre ellas. Y supongo que podrías empezar a trabajar barriéndolas todas. —¿Barrer? —Me quedé con la boca abierta—. No sé barrer. Dakota se burló y giró sobre un tacón, saliendo a grandes zancadas de la habitación. —La escoba está en ese armario de ahí. —Thea señaló una puerta junto al baño y luego siguió a Dakota por el pasillo. Logan se quedó con la boca abierta como la mía mientras miraba el lugar donde Thea y Dakota habían desaparecido. Se sacudió, parpadeó dos veces y luego se despegó de sus pies y se apresuró a seguirlos a ambos. Lo que me dejó en un bar rústico, rodeado de cáscaras de cacahuete, mientras mis sobrinos jugaban como si fuera otro día normal en el paraíso. ¿Qué clase de infierno fresco era éste?

—¿He hecho algo para enfadarte? —Crucé los brazos sobre el pecho mientras Thea entraba en su despacho detrás de mí. —Sé que no estás contento. —Levantó las manos—. Yo tampoco lo estaría, y lo siento. Pero sólo... sígueme la corriente. ¿De acuerdo? —No necesito ayuda para hacer mi trabajo. —Has trabajado aquí durante cinco años, Dakota. Sé que no necesitas ayuda para hacer tu trabajo. —Sólo lo compruebo. No habíamos trabajado un turno juntos en años. No quería que pensara que no podía manejar este lugar por mi cuenta, ni siquiera para un evento. Mientras su socio, Jackson Page, y yo trabajábamos en el bar, Thea se encargaba de gestionar el negocio. Seguía haciendo de

camarera una noche entre semana y cubría uno de cada tres fines de semana. Pero la mayor parte de los días los pasaba en esta oficina. Jackson también había reducido los turnos de noche y de fin de semana en los últimos dos años. Tanto él como Thea tenían familias jóvenes. No necesitaban trabajar hasta las dos de la madrugada, cuando yo no tenía nada más que hacer y quería el dinero. Así que había pasado muchas horas solo en este bar y había aprendido rápidamente a manejar una gran multitud. En los veranos, a menudo recibíamos una avalancha de gente que acababa de salir del lago en busca de cerveza y pizza. Incluso con todas las mesas llenas, no tenía ningún problema en hacer que el bar estuviera repleto sólo de clientes contentos. Lo mismo ocurría en otoño, cuando había una avalancha de cazadores que querían relajarse después de un largo día en las montañas. En cinco años, nadie se había quejado ni una sola vez conmigo ni con mis jefes de que me demoraba demasiado en servirles un trago. Trabajé duro por todos y cada uno de los centavos en mi frasco de propinas. Y puede que no sea el tipo más inteligente de la sala, pero estoy seguro que sabía cómo apresurarme. La víspera de Año Nuevo se convertía en una locura. La gente se metía dentro del bar como sardinas en una lata de aluminio. Pero no era nada que no pudiera manejar. Solo. Algo que Thea sabía. Así que, dado que el discurso que acababa de dar en la otra habitación era una completa y absoluta idiotez, tenía curiosidad por saber por qué me había convertido en la niñera de su cuñada. —¿Quieres decirme de qué se trata realmente? —le pregunté.

—De ella. Mis ojos se entrecerraron. —¿Qué pasa con ella? —Ella necesita encontrar algún propósito. —¿Y lo va a encontrar en el bar Lark Cove? Thea se encogió de hombros. —Tal vez. Vale la pena intentarlo. A mí me funcionó. Logan entró en el despacho, sacudiendo la cabeza mientras cerraba la puerta tras de sí y se volvió hacia su mujer. —Bueno, eso fue interesante. Sabes que intento mantenerme al margen de las cosas del bar a menos que me pidas mi opinión, pero, ¿crees que es una buena idea? —Es una gran idea —dijo ella. Logan frunció el ceño. —Ella nunca ha trabajado un día en su vida. —Lo sé. Pero es inteligente y puede aprender. Y lo que es más importante, lo está intentando. Estos últimos años, lo ha estado intentando. ¿Recuerdas que ayudó a tu madre con la subasta de caridad la pasada Navidad? Y se ofreció como voluntaria para el comité que prepara las bolsas de regalo de la fundación. Esto podría darle otra experiencia y mostrarle que confiamos en ella. Y aunque sé que no lo necesitas —miró hacia mí—, Sofia puede ayudar mientras estamos afuera.

—No tengo tiempo para hacer de niñera. —Fruncí el ceño—. Si nunca ha hecho esto antes, me llevará más tiempo enseñarle que hacerlo yo mismo. Estaríamos ocupados en Nochevieja, y no podía permitirme el lujo de pasar la noche limpiando sus meteduras de pata. —Piensa en ello como una promoción entonces. Ahora eres el entrenador oficial de los nuevos empleados. Ella es tu primera alumna. —¿Me suben el sueldo? Ella sonrió. —Sólo si puede hacer una margarita decente para cuando vuelva. —Entonces estoy jodido —refunfuñé. Logan me miró con simpatía. Al menos estaba de mi lado. No quería entrar en una discusión con mi jefa, pero tal vez él podría convencer a Thea que tener a Sofia bajo sus pies era un gigantesco lío a punto de ocurrir. —Cariño, ella no es una camarera. —Le puso la mano en el hombro—. Si estás tratando de enseñarle algún tipo de lección de vida, no pongamos en riesgo tu negocio. No va aguantar. Thea puso los ojos en blanco mientras caminaba detrás de su escritorio y desconectaba el portátil. —Dale un poco de crédito. No es que vaya a quemar el lugar. Probablemente se equivocará con algunas bebidas. Quizá rompa una botella o un par de vasos. Mi presupuesto puede soportar algunos errores.

—Pero... —Logan, es tu hermana. —Ese es mi punto. —Necesito que confíes en mí. —Thea enrolló el cable de alimentación de su ordenador portátil, y luego, con ambos objetos metidos dentro de su bolso, se acercó y se puso delante de su marido—. Sofia acaba de recibir un golpe de realidad muy público y muy duro. Esto podría ser bueno para ella. Sé que tu hermana y yo empezamos con mal pie, pero es de la familia. Realmente quiero lo mejor para ella. —Yo también quiero eso. Es mi hermana y la quiero. Pero nada de lo que se escribió en ese artículo de la revista debería haber sido una sorpresa. Todos hemos intentado hablar con ella, pero decidió no hacer nada con su vida. —Te entiendo. —Thea asintió—. Pero tal vez ella ha hecho más de lo que todos hemos reconocido. Tal vez esa sea la razón por la que se está tomando tan mal este artículo. Sea lo que sea, esa revista golpeó fuerte. No tenía ni idea de qué artículo de la revista estaban hablando, pero no necesitaba leerlo para entender lo esencial. Probablemente Sofia había sido masacrada por algún reportero y estaba aquí en Montana para esconderse y lamerse las heridas. —Ella está cuestionando todo sobre su estilo de vida en este momento —dijo Thea—. Y personalmente, creo que sería bueno para ella. Quizá reciba una pequeña dosis de realidad.

—Y esperas que yo la entregue —resoplé—. Vaya, gracias. No creo que esto vaya a funcionar, Thea. Acabo de conocer a la mujer. —No eres tú, sino el entorno. Esto es lo más alejado de su zona de confort. Tal vez el trabajo duro en un nuevo entorno le dará algo de perspectiva. Podría motivarla a hacer cambios más significativos en su vida. —Todo mientras tú y Jackson no están —murmuré. Iba a ser el desgraciado que le enseñara a Sofia esta lección de vida que Thea estaba tan empeñada en impartir simplemente porque yo estaba aquí y no de vacaciones—. ¿A dónde vas de todos modos? —París. —¿París, Francia? Ella asintió. —Siempre he soñado con ir. Cuando estaba en tercer o cuarto grado, mi maestra nos enseñó todo sobre los países de Europa. Nos dio todas esas postales de la Torre Eiffel. Me parecía tan mágica y lejana que la guardé. Logan la encontró en mi taller de arte hace unos meses y me prometió un viaje a París como regalo de Navidad. Bueno, mierda. Yo tenía mis propios deseos de ver los lugares más lejanos del mundo. No quería lidiar con Sofia, pero no me opondría y alejaría a Thea de su viaje soñado. Una tarde, después que llevara unos dos años trabajando aquí, Thea me contó cómo había crecido. No había vivido como los Kendrick, a quienes les salía el dinero por las orejas. De niña, había conocido más días de hambre que de plenitud. Había llevado más

ropa de segunda mano que nueva. Y había vivido la mayor parte de su infancia sola en un orfanato de Nueva York, sin ninguna familia en la que confiar. Hasta que una mujer empezó a trabajar como cocinera en el orfanato. Su nombre era Hazel. Hazel había reclamado a Thea como suya todos esos años. Y cuando se encontró con Jackson intentando robar una barra de chocolate, Hazel hizo lo mismo por él. Con el tiempo, los tres habían emigrado a Lark Cove, y Hazel había liderado el camino de vuelta a su ciudad natal de la infancia. Se hizo cargo del bar después que sus padres fallecieran, y cuando estuvo lista para retirarse, Thea y Jackson se hicieron cargo de él. Los tres tenían su propia especie de familia improvisada. Cuando Hazel se casó con mi tío Xavier, yo también me uní a ellos. Todos ellos me han apoyado durante los últimos cinco años. Cada vez que iba a casa a visitar la reserva y volvía enfadado porque los miembros de mi familia aún me guardaban rencor por haberme ido, Xavier me invitaba a cenar y me dejaba descargar mis frustraciones con cerveza y el famoso goulash de Hazel. Cuando les dije a Thea y a Jackson que iba a empezar mi propio negocio de compra y gestión de propiedades de alquiler en Kalispell, Thea había pasado horas enseñándome algunos conceptos básicos de contabilidad para mi nueva empresa.

Y cuando compré mi primera casa, un completo basurero con el precio justo, Jackson y Logan habían pasado un fin de semana conmigo y con mi tío limpiando el lugar. Se lo debía. Si tratar con la hermana pequeña de Logan durante unos días les ayudaba, aguantaría a la princesa. —Entonces, ¿qué se supone que debo hacer con ella mientras no estás? Thea sonrió. —Empieza con lo básico. Llenar la nevera de hielo. Vaciar el lavavajillas. Lo que quieras. Y luego dale más responsabilidad a partir de ahí. Tengo fe en ella, y apuesto a que te sorprenderá. En diez días, puede que incluso se haya graduado para mezclar bebidas. —Vale, espera. ¿Diez días? —Bueno, cerramos el día de Año Nuevo, así que técnicamente son sólo nueve. Y Jackson volverá para ayudar a cubrir mientras estoy afuera, a menos que quieras las horas extra. —Sabes que sí. Nunca he rechazado las horas extra. Ni una sola vez en los años que he trabajado aquí. Trabajaría todos los días si me dejaran porque necesitaba el dinero. Mis cheques y propinas iban directamente a las tres propiedades que había comprado en los últimos cinco años. Y si esas estaban en

equilibrio, ponía todo lo demás en ahorros para el pago inicial de la siguiente oportunidad. Si Thea quería tomarse diez días de vacaciones con su marido, yo estaría más que feliz de asumir sus horas. Había una propiedad a la que le había echado el ojo durante un par de semanas, y me preocupaba que alguien pudiera venir a comprarla si no hacía una oferta pronto. Pero aún me faltaban dos mil dólares. —¿Tengo que dividir mis propinas con ella? —pregunté. Logan se rió. —No es una empleada. Es más bien una becaria no remunerada. —Pero no dejes que renuncie. —Thea me empujó el dedo en la cara—. Lo digo en serio. Haz que venga a trabajar. Ella tampoco tiene coche, así que tendrás que recogerla y dejarla. —Dios —refunfuñé—. Bien. —Niñera. Chófer. ¿También iba a ser su chef? —Te debo esto —dijo Thea. —Está todo bien. Que te diviertas en tus vacaciones. Envíame una postal de la Torre Eiffel. —Ya lo tienes. Nunca había estado en París, nunca había salido del país. Pero un día, iba a viajar por el mundo. Tal vez empezaría a guardar postales de los lugares que quería ver. —Creo que tengo todo lo que necesito de aquí —le dijo Thea a Logan, echando un último vistazo a la oficina.

—Feliz año nuevo. —Logan me estrechó la mano. —A ti también. —Los seguí a él y a Thea fuera del despacho y por el pasillo de vuelta al bar. Para mi sorpresa, Sofia no había salido corriendo y no seguía rondando la puerta. Había ido a tomar la escoba del armario de suministros y estaba intentando barrer las cáscaras de cacahuete que había alrededor de una de las mesas. Había creado un buen montón de ellas en el tiempo que habíamos estado hablando en la parte de atrás. Tal vez no estaba desesperada. Charlie, Collin y Camila corrieron alrededor de sus piernas mientras ella montaba guardia sobre su pila. La expresión de su rostro era de puro terror mientras se movía, tratando de proteger las cáscaras de maní de los niños. Su atuendo era ridículo para el helado invierno de Montana. Habíamos recibido cinco pulgadas de nieve fresca durante las últimas semanas, pero Sofia estaba vestida para una cálida tarde de otoño de compras en una boutique. Sus brillantes pantalones de cuero abrazaban sus largos y ajustados muslos hasta las pantorrillas como una segunda piel. No había forma que fueran cálidos. Su jersey de color oliva no era mucho mejor. Era holgado y caía sobre un hombro para mostrar su piel suave y bronceada. El material era, sin duda, cachemira o algo más caro, pero era demasiado endeble y completamente impráctico para las temperaturas bajo cero. Un tirón del cuello y podría partirlo por la mitad.

A la mierda mi vida. Mi cerebro podría haberla catalogado como una molestia para los próximos diez días, pero mi cuerpo la veía sin ningún filtro. Era sexy, de pies a cabeza. Reforcé mis rasgos, asegurándome que el destello de atracción quedara oculto. No necesitaba que Thea y Logan se preocuparan de que fuera a hacer un movimiento con mi nuevo encargo. En todos los años que había trabajado aquí, nunca había visto a Sofia. Había visto a su hermana mayor, Aubrey, un par de veces cuando había venido de visita. Pero Sofia no había entrado en el bar mientras yo trabajaba. Sofia era diferente a sus hermanos mayores. Todos eran guapos, con la misma nariz recta y los mismos ojos marrones, pero el cabello de Sofia era un tono más oscuro que el de todos los demás miembros de la familia. Debía de habérselo teñido casi de negro. Pero cuando se movió bajo una de las luces del techo, se coló un resplandor del color marrón de Logan. Pero no sólo algunas diferencias físicas menores la diferenciaban de su hermano y su hermana. Sofia tenía una presencia diferente. Le faltaba el poder y el mando que envolvían tanto a Logan como a Aubrey. No tenía el aire de confianza que normalmente les precedía en una habitación. Todas gritaban dinero. Pero ella lo llevaba al extremo. Enormes pendientes de diamantes decoraban sus delicados lóbulos de sus orejas. Su perfume impregnaba la lejía que había

usado antes en la barra. Los tonos florales eran fuertes pero no abrumadores, lo que significaba que era condenadamente caro. Si a eso le añadimos su ropa, ella era la rara con el resto de nosotros en vaqueros. Al igual que sus botas de nieve. Aunque botas de nieve era un término poco preciso para lo que llevaba en los pies. El cuero sólo le llegaba hasta los tobillos, y los tacones de cuña eran de al menos diez centímetros. ¿Quién llevaba botas de nieve de tacón alto? Las mujeres de alto mantenimiento. Las mujeres ricas. Incluso Logan, con todos sus millones, iba vestido de forma similar a mí, con vaqueros y una prenda térmica. Aunque, probablemente no había comprado su ropa en Boot Barn. En su mayor parte, Logan se había convertido en un tipo más en Lark Cove. Si no lo conocieras, no sospecharías que podía comprar todo el pueblo con solo deslizar su tarjeta de crédito. Entrenaba el equipo de fútbol de Charlie con Jackson. Trabajaba aquí en el bar con Thea los fines de semana. Apuesto que su hermana sólo dejaba que el mejor champán tocara sus flexibles labios rojos. En otro momento y lugar, estaría dispuesto a perseguirla por el bar para intentar robarle una copa. Pero en esta situación, pensar en ganar la atención de Sofia era ridículo.

—Bien. Será mejor que nos vayamos. —Thea se había puesto la chaqueta de invierno mientras yo observaba a su cuñada custodiar un montón de cáscaras de cacahuete—. Tengo todo lo que necesito en mi portátil para hacer el pedido de suministros de esta semana, pero no lo haré hasta después de Año Nuevo, así que envíame un correo electrónico si te quedas sin nada. Asentí con la cabeza. —De acuerdo. —¡Vamos, chicos!— anunció Logan y los chicos se apresuraron hacia la pila de abrigos, gorros y guantes que habían dejado junto a la puerta. Thea se acercó a Sofia y se despidió de ella con un abrazo. — Gracias de nuevo. Y pásalo bien. —¿Diversión? —Sofia se quedó boquiabierta—. Yo... esto no es lo que tenía en mente. —Confía en mí. Trabajar aquí no es tan malo. —El mejor trabajo de la historia —murmuré. Normalmente lo era. —Dakota te recogerá y te llevará a casa —le dijo Thea a Sofia—. La llave de repuesto de la puerta lateral está debajo del felpudo. Y siempre puedes llamar a Hazel si necesitas algo. Sofia asintió, con los ojos muy abiertos y sin pestañear. —Gracias. —Thea me saludó y se unió a su familia junto a la puerta—. Llámame si necesitas algo. —No lo haré. —Le devolví el saludo—. Disfruta de tu viaje.

—Lo haré. —La emoción que tenía por sus vacaciones en París llenó el bar—. ¡Adiós! Logan se acercó para darle a una aturdida Sofia un abrazo y un beso en la mejilla, y luego acompañó a su familia hasta la puerta. Con cada uno de sus pasos, el rostro de Sofia se volvió un tono más blanco. La luz del exterior brilló cuando Logan abrió la puerta y acompañó a los niños al exterior. Cuando se cerró de golpe tras ellos, todo el cuerpo de Sofia se estremeció. Sus ojos se quedaron fijos en la puerta. Sus manos se aferraron al mango de la escoba como si fuera una manta de seguridad. La simpatía y el enfado se agolparon en mis entrañas. Me irritaba estar atrapado con ella durante diez días. Pero sentí el impulso irrefrenable de estrecharla entre mis brazos y prometerle que no sería la peor experiencia de su vida. Pero rechacé esos sentimientos y mantuve el rostro impasible. Lo mejor para ambos era volver al trabajo. Cuanto antes lo hiciéramos, antes acabaría todo esto. —Puedes terminar ahí arriba. La cabeza de Sofia giró al oír mi voz. Se me apretó el pecho al ver las lágrimas que brotaban de sus ojos. Si iba a llorar durante los próximos diez días, estaba jodido. Las mujeres que lloran son una de mis debilidades, junto con las mujeres hermosas de cabello oscuro y labios carnosos. Así que sí, que se joda mi vida.

Caminé a lo largo de la barra hasta la tabla de cortar que había dejado antes. Tenía que cortar un par de limas más antes de abrir, así que coloqué la fruta sobre la tabla y agarré el cuchillo. Sofia todavía estaba de pie con el maldito palo de escoba en su puño de nudillos blancos. No se movió ni un centímetro en el tiempo que me tomó terminar una lima. —Ponte a trabajar. —Fue más duro de lo que quería decir, y ella se estremeció de nuevo. Levanté la vista, estrechando mi mirada hacia el montón de cáscaras de cacahuete que tenía a sus pies. —De acuerdo. —Apoyó la escoba en un taburete. Dos segundos después, se deslizó por el borde redondeado y se estrelló contra el suelo. Dios. Quizá no había sido ella la que había barrido antes. Tal vez uno de los niños lo había hecho por ella. —Lo siento —murmuró Sofia, cayendo de rodillas. Luego, con ambas manos, recogió algunas conchas. Me quedé con la boca abierta cuando se levantó y las llevó con cuidado a un cubo de basura que había al final del bar, perdiendo un par de ellas. Tiró el montón y luego volvió corriendo a la pila, agachándose para recoger más. No sé barrer. Eso es lo que le había dicho a Thea, y no era mentira.

Dejé el cuchillo y me limpié el zumo de lima en los vaqueros mientras me dirigía al armario de suministros. Abrí la puerta y agarré el recogedor y el cepillo pequeño, y los llevé hasta Sofia. Todavía estaba arrodillada en el suelo, recogiendo las conchas una a una y poniéndolas en la palma de su mano. —Toma. —Me agaché y puse el borde del recogedor junto al montón que quedaba. Luego utilicé el cepillo para mostrarle lo que debía hacer. Dejó caer las cáscaras que tenía en la mano y agachó la cabeza. — Soy una idiota. —No digas eso —le espeté, de nuevo con más dureza de la que pretendía. Oírla insultarse era peor que verla llorar. —Lo siento. —Olvídalo —murmuré, barriendo las cáscaras en la pala. —Nunca he hecho esto antes. Nada de esto. A menos que tenga que ver con las compras, el maquillaje o mi cabello, soy básicamente inútil. Resoplé y coloqué el recogedor en el piso. Sofia tenía los ojos clavados en el suelo y la barbilla caída sobre el pecho, así que enganché el dedo bajo ella e incliné su cabeza hacia atrás. En el momento en que sus ojos de cierva se encontraron con los míos, mi corazón se apretó. Esos ojos llorosos.

Iban a arruinarme. Los ojos de Sofia eran un caleidoscopio. Cada trozo de felicidad o de dolor, lo hacía girar para que el mundo lo viera en esos charcos de chocolate. No se guardaba nada para sí misma, ni secretos ni agendas ocultas. Sus ojos estaban tan llenos de desesperanza en ese momento, que haría cualquier cosa para que esa mirada desapareciera. Dejando ir su barbilla, deslicé mi palma por su cara. Su respiración se entrecortó cuando una tormenta de fuego subió por mi brazo. ¿Por qué la estaba tocando? No solté mi mano. El calor de mi contacto coloreó sus mejillas y su pecho se agitó bajo el endeble jersey. Su lengua rosada salió entre sus labios, mojando el inferior mientras sus ojos sostenían los míos. La desesperación había desaparecido; al menos había conseguido algo. Pero la lujuria en su mirada era exponencialmente más peligrosa. Se sentía atraída por mí. Lo sabía igual que sabía calcular mentalmente tres cervezas, un refresco de vodka y un chupito de Jack. Ella se sentía atraída por mí, y yo por ella. El pánico hizo que mi mano saliera volando de su cara. Me levanté de golpe, retrocediendo unos pasos y haciendo crujir una

cáscara de cacahuete bajo mi bota. Luego me giré y puse la barra, mi tabla de cortar y el cuchillo entre nosotros. —Cuando termines con los suelos, puedes agarrar un trapo y limpiar todas las mesas. —De acuerdo. —Sofia asintió y volvió a trabajar. Le tomó tres veces más tiempo de lo que me hubiera tomado a mí terminar de barrer los pisos. Agoté cada pizca de paciencia al no arrancarle la escoba de la mano y terminar el trabajo yo mismo. Ni siquiera habíamos abierto todavía, pero mi estado de ánimo se disparó cuando se acercó al trapo y lo pellizcó entre el pulgar y el índice. Su nariz se arrugó al sentir el olor de la lejía en el paño blanco de rizo. Lo mantuvo lo más alejado posible de su ropa, se acercó a una cabina contra la pared más lejana y empezó a limpiar. ¿Por qué demonios tardaba tanto? ¿No podía darse prisa? Lo último que necesitaba era que tardara una hora en limpiar las mesas, no sólo porque íbamos a abrir en diez minutos, sino porque, al agacharse, el dobladillo de su jersey se levantó, dándome la visión perfecta de su culo encerrado en esos pantalones de cuero tan calientes. Me concentré en el cartel de neón del escaparate mientras ella limpiaba, pero mis ojos no dejaban de bajar a su trasero. Cuando abandonó ese puesto para ir al siguiente, había pasado por alto las cuatro esquinas de la mesa y había dejado un charco en el centro.

Fruncí el ceño. Tendría que rehacerlo yo mismo o enseñarle la forma correcta de limpiar una maldita mesa. A mi polla, que pedía a gritos convertirse en la niñera de Sofia, le encantaba la idea de inclinarse sobre ella, cubrir mi mano con la suya y dar largos y seguros golpes para limpiar aquella mesa. —Mierda —murmuré, haciendo un ajuste a mi polla mientras rodeaba la barra. Me dirigí a la cabina, le quité el trapo de la mano a Sofia y la aparté de un empujón con la cadera—. Así. Después de limpiar la mesa de la cabina y otra, le devolví el trapo. —Lo siento. —Sus ojos estaban llenos de lágrimas otra vez. Esta vez no la consolé. En cambio, salí del bar, bajé por el pasillo y me dirigí directamente al despacho de Thea, donde agarré un rotulador rojo y marqué con un círculo el 8 de enero. Diez días. Bien podría haber sido un año.

Hoy había sido el día más humillante de mi vida. No hay duda. Leer el artículo de la revista me había llevado a lo más bajo. Pero después de pasar el día en el bar Lark Cove con un hombre guapísimo que detestaba todo lo relacionado con mi existencia, había encontrado un nuevo fondo. Fue aquí, en el suelo junto al lavaplatos, donde me encorvé para recoger trozos de vidrio roto. —Lo siento —le dije a Dakota por quinta vez. Tiró un vaso roto en el gran cubo de la basura. Se hizo añicos contra los vasos que ya había tirado allí. —El vidrio sale caliente del lavavajillas. —Ya lo sé. —Ahora. —Abre la puerta. Deja que se enfríe. Luego saca las cosas — espetó.

Me quedé callada pero asentí para que supiera que lo había oído. Dakota me había ordenado descargar el lavavajillas hace unos cinco minutos. Abrí la puerta e inmediatamente me vi envuelta en una oleada de vapor. Probablemente se me había corrido el maquillaje y los finos cabellos de mis sienes estaban sin duda encrespados. Me aparté del vapor y saqué la rejilla superior. Obviamente, sabía que el interior estaba caliente por el vapor. Pero no me di cuenta que los vasos estarían ardiendo, no sólo calientes. Nunca había descargado un lavavajillas. En el instante en que mi mano tocó uno de los vasos de cerveza, las yemas de mis dedos se derritieron. Grité y aparté la mano de un tirón, pero mientras me retiraba del lavavajillas, mi talón se atascó en una de las alfombrillas de goma. Tropecé de lado y justo contra una rejilla ordenada de vasos limpios. Mi codo atrapó cuatro de ellos y los hizo caer al suelo. Por supuesto, aterrizaron en uno de los lugares sin alfombras de goma y se hicieron añicos al instante. Dakota maldijo y luego se acercó para ayudarme a limpiarlos. Corregir mis errores era prácticamente todo lo que había hecho hoy. Primero fueron las cáscaras de los cacahuetes. Luego me enseñó a limpiar una mesa. Después aprendí que mi forma de limpiar las botellas de licor era incorrecta. Mi forma de entregar las botellas de cerveza que abría

estaba mal. Mi forma de limpiar las botellas de cerveza vacías también estaba mal. Todo lo que había hecho hoy estaba mal. —¿Por qué no te tomas un descanso? —Dakota suspiró—. Voy a terminar esto. —Se alejó, dejándome todavía revoloteando por el suelo. Me sequé los ojos para que no viera las lágrimas que se acumulaban. Llevaba todo el día al borde de un ataque de nervios, pero de alguna manera había conseguido contenerlo. Creo que la conmoción me había insensibilizado hasta cierto punto. Yo era la que lloraba en nuestra familia. Lloraba incluso más que mamá durante la menopausia. Y mi llanto molestaba a todos. Aubrey fruncía los labios cuando empezaba a llorar. Daba golpecitos con el pie en el suelo, como si contara cuántos golpecitos me costaría recomponerme. Aquel golpeteo siempre lo empeoraba, sabiendo que a mi propia hermana no le importaban mis sentimientos heridos. Logan se limitaba a apretar la mandíbula o a sacudir la cabeza. Papá levantaba la vista del teléfono o del ordenador y luego entrecerraba los ojos, diciéndome en silencio que dejara de hacerlo para poder concentrarse en cualquier correo electrónico o mensaje que fuera más importante que las tontas emociones de su hija.

Mamá era la única que no me hacía sentir mal por las lágrimas, aunque me animaba a llorar en privado. Mi familia no me entendía. No se daban cuenta que yo era más blanda que ellos. No tenía un borde o una coraza protectora que me hiciera dura. Simplemente era... yo. Y cuando las cosas se ponían difíciles, lloraba. Me hacía sentir mejor. Pero llorar no estaba permitido en esta época moderna en la que las mujeres tenían el poder de gobernar el mundo, en la que se suponía que estábamos hechas de acero y hierro, más fuertes que los hombres que nos sujetarían si mostrábamos un momento de vulnerabilidad. En la sociedad actual, una mujer que lloraba era simplemente patética. Yo era débil. Mis lágrimas eran lamentables. Pero, ¿podía evitar que brotaran? No. Incluso cuando me esforcé por mantenerme fuerte, las lágrimas surgieron por voluntad propia. Al menos pude contener el sollozo que quería liberarse. Me sequé los ojos, respiré hondo varias veces y me puse de pie. El hombre sentado al otro lado de la barra, unos cuantos asientos más abajo, me miraba fijamente. Parecía tener más de cincuenta años y su cabello castaño estaba salpicado de canas en las sienes. Había sido testigo de todo el fiasco del lavavajillas y la rotura de cristales. Y sabía que estaba a punto de perder la cabeza.

Pero en lugar de fruncir el ceño o poner los ojos en blanco, me dedicó una sonrisa tranquilizadora. —Son sólo un par de vasos. —Hoy no es mi día. —Este año no era mi año. —Soy Wayne. —Extendió su mano—. Vengo aquí casi todos los días para saludar y beber una cerveza. Supongo que algunos me llamarían un habitual. Le estreché la mano. —Soy Sofia. Sofia Kendrick. Desde muy joven, había adquirido la costumbre de utilizar tanto mi nombre como mi apellido en las presentaciones. La gente de Nueva York oía el nombre Kendrick y prestaba atención. Excepto que... ¿era pretencioso añadirlo cuando Wayne no había ofrecido el suyo? —Kendrick. ¿Como Logan y Thea Kendrick? —preguntó. Asentí con la cabeza. —Logan es mi hermano. Vine a visitarlos para Año Nuevo, pero en realidad acaban de irse de vacaciones. Estoy aquí intentando, um... ayudar en el bar mientras ellos no están. Detrás de la barra, Dakota pasó con el recogedor y el cepillo. Hizo un breve trabajo con los trozos de vidrio que quedaban en el suelo y luego los arrojó a la basura. Con otro de mis líos corregido, escaneó la barra para ver si alguien necesitaba algo. Al ver que nuestros pocos clientes estaban contentos, se volvió sin decir una palabra y volvió a caminar por el pasillo trasero. Mi mirada se detuvo en sus largas piernas, en la forma en que sus vaqueros se amoldaban a sus muslos y en los globos de su muy, muy

bonito culo. Era tremendamente injusto que tuviera que compartir mis días más bajos con un hombre tan devastadoramente guapo. Los anchos hombros de Dakota y su imponente estructura llenaban las puertas. Sus brazos eran tan largos que podían alcanzar la estantería de licores más alta, casi hasta el techo, sin estirarse. Me recordaban más a unas alas que a unos brazos, porque se movía con tanta gracia y silencio. Incluso sus botas de suela gruesa aterrizaban suavemente en el suelo. —¿Cuánto tiempo estarás aquí? —preguntó Wayne. —Diez días. —Aparté los ojos del pasillo donde Dakota había desaparecido—. He venido aquí para unas vacaciones de última hora, así que no tengo un horario fijo. Pero probablemente me iré a casa cuando Logan y Thea vuelvan de París. —Me alegro por ti. Yo también estoy de vacaciones. Trabajo como jefe de mantenimiento en la escuela aquí en la ciudad. Ese es un título que me puse hace unos años, por cierto. Pensé que sonaba elegante. De todos modos, los niños están de vacaciones, así que estoy disfrutando de algo de tiempo libre. Hay que amar las vacaciones. —Es lo mejor. —Forcé la alegría en mi voz, sin querer decirle que ahora consideraba las vacaciones una palabra malvada. Tomando uno de los vasos, lo llené con algo de hielo. Luego fui por la pistola de refrescos. Hoy había estado estudiando a Dakota, no sólo porque me pareciera tan atractivo, sino para intentar evitar errores embarazosos. Con cuidado, tal y como había hecho él al

menos diez veces hoy, apunté el pico de la pistola y pulsé el botón blanco del agua. Era estúpido sentirse aliviada por haber llenado con éxito un vaso de agua. Pero hoy, tomaba cualquier cosa que pudiera conseguir. Robé tres rodajas de lima de la bandeja que había junto a la barra, las eché en mi agua y luego di la vuelta a la esquina para sentarme en el taburete junto a Wayne. Mis pies me estaban matando con estas nuevas botas de nieve. Estaba acostumbrado a usar tacones todos los días, pero en realidad no caminaba con ellos durante horas y horas. Mi conductor, Glen, y mi coche de la ciudad nunca estaban lejos. Cuando compraba, siempre tenía un lugar agradable para sentarme y beber champán cada vez que necesitaba descansar. Pero hoy no había tenido ni un minuto para sentarme. Había estado siguiendo a Dakota y tomando sus pedidos desde que Logan y Thea me habían abandonado aquí. Hace cinco años, habría enviado una serie de mensajes desagradables a mi hermano, usando mayúsculas gritonas para decirle lo ridículo e injusto que era esto. Habría llamado a una de mis amigas para quejarme que mi cuñada me había engañado para hacer trabajos manuales. Luego habría llamado a mamá y habría llorado, rogándole que me sacara de esta situación. Incluso hace una semana, habría llamado y refunfuñado con cualquiera que me hubiera escuchado. Pero hace una semana, el artículo de la revista no se había publicado. No me había convertido en un tornado de dudas.

Hace una semana, todavía fingía que mi vida era perfecta. Así que, en lugar de recurrir a mis viejas tácticas, estaba aguantando. Thea me había pedido que confiara en ella, y yo me esforzaba al máximo. Además, ¿dónde más tenía que ir? Yo era inútil. Era una burla. Por muy miserable que fuera, ayudar en este bar era mejor que volver a Nueva York y escuchar a la gente reírse a mis espaldas. Montana era mi santuario para los próximos diez días hasta que la tormenta de chismes se disipara. —Salud. —Wayne levantó su vaso lleno de Coors Light y Clamato, algo de lo que nunca había oído hablar. Choqué su vaso con el mío y bebí un sorbo de agua, disfrutando de un momento de tranquilidad. Sólo había otras dos personas en el bar en ese momento, una pareja en una de las cabinas. Ambos miraban sus teléfonos mientras las cervezas que les había llevado estaban sin tocar, calentándose. —¿Qué te parece trabajar aquí? —preguntó Wayne justo cuando Dakota salió del pasillo. Era como si tuviera un sexto sentido de que estaba a punto de decirle a Wayne la verdad. Sus ojos se entrecerraron en mis labios mientras se dirigía hacia nosotros y la respuesta que iba a darle a Wayne -que necesitaba un Xanax1- desapareció de mi lengua.

1

El alprazolam es un fármaco que pertenece a la familia de las benzodiacepinas y se utiliza para el tratamiento de los estados de ansiedad, especialmente en las crisis de angustia, agorafobia, ataques de pánico y estrés intenso.

—Ha sido interesante. Nunca había trabajado en un bar. —Ni en ningún otro sitio—. Así que estoy aprendiendo mucho. Como por ejemplo, cómo tirar correctamente una botella de cerveza. Incluso en ese simple trabajo había fallado. Dakota me había dicho que, en lugar de tirarlas al cubo de la basura, tenía que vaciar lo que quedara, aunque sólo fuera agua de retorno. De lo contrario, la bolsa de basura se llenaría de líquido y sería un desastre para tirar al contenedor. También había aprendido que, cuando entregaba botellas de cerveza, debía utilizar la pila de posavasos de cartón, no las servilletas de cóctel. Los posavasos eran gratuitos, ya que algunos distribuidores de cerveza los habían traído para su promoción. El bar tenía que pagar las servilletas. También me enteré que cuando se desempolvaban los vasos de licor, había que volver a colocarlas exactamente en el mismo lugar. Al parecer, la colocación aparentemente aleatoria de las botellas era todo menos eso. Dakota había refunfuñado algunas obscenidades de colores en voz baja mientras pasaba treinta minutos reordenando las botellas después que yo las hubiera mezclado. Había sido muy cortante conmigo la mayor parte del día. Si yo estuviera en su lugar, probablemente también habría sido cortante conmigo. Aun así, me dolía cada vez que me gritaba o ladraba una orden. No sólo porque era magnífico y estaba claro que lo estaba volviendo loco, sino también porque cada vez me recordaba lo tonta que debía parecer.

Dakota se dirigió al lavavajillas, deslizó la rejilla superior y sacó dos vasos ahora que se habían enfriado. —Puedo vaciarlo. —Me levanté de mi asiento, pero me lanzó una mirada que devolvió mi trasero al taburete. —Yo lo haré. Sólo... descansa los pies. Mis hombros cayeron. Esperaba que no se hubiera dado cuenta de mis pasos cojeando durante la última hora. —Lo siento. —Ponte zapatos cómodos mañana. Asentí con la cabeza y bebí un sorbo de agua, deseando que fuera vodka. No había traído ningún zapato que no tuviera tacón. Tendría que pedirle algo prestado a Thea, aunque ya sabía que no teníamos la misma talla. El año pasado le compré un par de zapatos Manolo Blahnik para su cumpleaños. Nunca la había visto usarlos y ahora sabía por qué. Los tacones de aguja de diez centímetros con adornos de cuentas eran completamente innecesarios aquí. Igual que yo. —Parece que estás a punto de llorar —susurró Wayne, acercándose—. ¿Está todo bien? Asentí con la cabeza, parpadeando para alejar una nueva avalancha de lágrimas. —Estoy fuera de mi elemento. —Ah, no te preocupes. Pronto dominarás las cosas. Pareces una chica inteligente.

Sus palabras me hicieron querer llorar aún más. ¿Cómo era posible que un hombre que había conocido hace unos momentos tuviera tanta confianza en mí? La gente más cercana a mí pensaba que nunca llegaría a ser gran cosa. —Perdóneme. —Me deslicé de mi taburete, ignorando el dolor en mis pies mientras corría detrás de la barra. Tan pronto como llegué al pasillo, me tapé la boca con una mano. El sollozo que había estado burbujeando hasta la superficie escapó, resonando en la cocina cuando entré por la puerta. Me detuve junto a la mesa en el centro de la habitación y cerré los ojos. Luego dejé que las lágrimas fluyeran. La primera oleada apenas había caído en cascada por mis mejillas cuando una voz grave sonó en la cocina. —Oh, Dios. El fastidio en su tono fue demasiado para soportarlo. Me giré, mi barbilla ya no temblaba ahora que mi temperamento estaba en aumento. —¿Te importa? ¿Puedo tener unos minutos para compadecerme de mí misma? ¿O tampoco lo estoy haciendo bien? Su expresión estoica y severa se quebró. Sus ojos se ablandaron y retrocedió un paso. —Lo siento. —Seguro que mis lágrimas son una tontería para ti. —Me las enjugué y moqueé—. Sé que hoy he sido una molestia. Pero no voy a disculparme más. Trabajar aquí no era mi idea, ¿vale? No sé lo que estoy haciendo. Con nada. Es todo un lío. Mi vida es un desastre.

Mi arrebato exagerado me valió un ceño fruncido, uno que reconocí por las innumerables veces que mi padre me había enviado uno igual. Antes que Dakota pudiera hablar, levanté la mano. —No lo digas. Ya sé lo que estás pensando. Que la niña rica mimada tiene un mal día porque ha tenido que trabajar para variar. No se trata de eso. Se trata de que me doy cuenta que he pasado treinta y dos años en este planeta y no tengo nada que mostrar más que una Amex 2 sin límite. No soy nada. El ceño de Dakota desapareció mientras las lágrimas seguían cayendo. En ese momento las odiaba. Más tarde, esta noche, cuando estuviera sola y vulnerable, saborearía un buen llanto y la oportunidad de desahogarme. Pero por el momento, no quería ser una llorona, ya no. No delante de Dakota. Dio un paso adelante, entrando en mi espacio. Y, al igual que había hecho antes en el bar, deslizó su mano por la curva de mi mandíbula hasta acariciar mi mejilla. —No digas eso. —Pero es verdad —susurré. El artículo de la revista me había calificado de frívola y mezquina. Había necesitado poco más de veinticuatro horas para darme cuenta que, a pesar de todos mis esfuerzos por cambiar, había una verdad 2

American Express Company, comúnmente conocida como AMEX o AmEx, es una institución financiera con sede en Nueva York, en el estado homónimo.

detrás de las palabras de aquel reportero. ¿Qué significaba que en sólo un día me hubiera dado cuenta que tenía razón? Tal vez había estado viviendo en negación sobre mí misma durante demasiado tiempo. Tal vez había ignorado las críticas y los consejos de mi familia porque hacer un cambio era muy difícil. Tal vez sólo había estado interpretando el papel que todos me habían asignado. La razón no importaba. Mi mundo se había puesto patas arriba y no podía orientarme. Sin embargo, con la cálida piel de Dakota tocando la mía, no todo estaba perdido. Con sus ojos oscuros sosteniendo los míos, las lágrimas se detuvieron. Fue como si les hubiera ordenado que cesaran y ellas obedecieran. —Nunca he tenido un trabajo antes —susurré. —Lo sé. —No sé hacer nada que signifique algo. ¿Tiene sentido? —Sí. —Dejó caer su mano—. Lo tiene. —¿Qué debo hacer? —Vamos. —Levantó la barbilla hacia la puerta—. Deja que te sirva una copa y te traiga algo de comer. Luego te enseñaré algo más.

—¿Qué es eso? —Los camareros saben escuchar. Ya sea porque liberé algunas lágrimas o por el toque reconfortante de Dakota, me sentí más ligera al salir de nuevo al bar. Wayne me envió otra sonrisa cuando volví al asiento a su lado. Entonces Dakota cumplió su promesa de servirme una bebida. Mientras me preparaba un vodka con tónica, memoricé sus pasos, desde verter el alcohol hasta añadir la tónica y exprimir el limón. ¿Había prestado atención alguna vez a las personas que me preparaban las bebidas? ¿Alguna vez les había dado las gracias? —Gracias. Dakota asintió mientras ponía la bebida delante de mí. — Bienvenida. Sorbí mi cóctel, haciéndole compañía a Wayne mientras él terminaba su cerveza. Cuando terminó, me dio las buenas noches con la mano y prometió volver mañana. Luego se fue, casi en el momento en que la otra pareja del bar pagó su cuenta y se fue también. Lo que nos dejó a Dakota y a mí solos, compartiendo la pizza de pepperoni que había hecho después que nuestros clientes se hubieran ido. El bar estaba tranquilo y la oscuridad se había instalado en el exterior hace horas, pero el reloj detrás de la barra sólo marcaba las siete. Llevaba aquí más de ocho horas y ni siquiera estábamos cerca de la hora de cierre que figuraba en el escaparate.

—¿Siempre trabajas tanto tiempo? —le pregunté a Dakota antes de dar el último bocado a la pizza. No me permitía consumir lácteos ni carbohidratos entre semana, pero esta noche me había ganado unas calorías extra. —Normalmente. Jackson, Thea y yo nos repartimos las horas. Pero como los dos no están, cubriré el local desde que abre hasta que cierra. Hice las cuentas y el número que obtuve casi me hizo atragantarme. —Son quince horas. La comisura de su boca se levantó en una casi sonrisa. —No todos los días. Cuando está muerto como ahora, cerramos pronto. Terminaremos de comer, damos una hora más mientras cerramos, y luego nos vamos. Mis hombros se hundieron. —Bien. No creo que pueda pasar de la medianoche. —Lo has hecho bien hoy. —No mientas. He sido un desastre. Se encogió de hombros. —Podría haber sido peor. —Es cierto. Podría haber quemado el lugar. Todo el comportamiento de Dakota había cambiado después de mi llanto en la cocina. No tenía ganas de hablar de mis problemas, así que nos sentamos y dejamos que la televisión de la esquina llenara el silencio con algún programa de noticias deportivas. Y

aunque no le había confesado todos mis problemas, había tenido razón en lo de ser un buen oyente. Había escuchado lo suficiente en la cocina para saber que lo que realmente necesitaba era un respiro. Así que no hubo más lecciones. No más instrucciones de limpieza. No más consejos sobre cómo repartir mejor las bebidas. Sólo me dejó sentarme en este desvencijado taburete y descansar mis cansados huesos. Dios, quería una cama. Había planeado trasladar mis cosas al cobertizo para botes esta noche, pero eso fue antes que Thea y Logan me sorprendieran con sus vacaciones. Ahora me alegraba de no tener que empacar mis cosas. Podía volver y dormir en su habitación de invitados. Ni siquiera iba a lavarme la cara. Sin embargo, por muy agotada que estuviera, por muy fácil que hubiera sido recostar la cabeza en mis brazos y quedarme dormida en la barra, tenía los ojos bien abiertos. Y estaban fijos en Dakota. Realmente era algo increíble. Había visto algunos hombres nativos americanos bastante guapos antes en la ciudad. Había un caballero que conocí el año pasado y que se estaba convirtiendo en un modelo para algunos de los mejores diseñadores de moda. Ese hombre tenía el mismo cabello negro y los mismos pómulos altos que Dakota. Era absolutamente hermoso, pero carecía del brillo absoluto de Dakota. El modelo no tenía la misma profundidad en sus ojos, los interminables orbes negros que te desnudaban. No

transmitía el mismo nivel de intimidación que resultaba aterrador y peligrosamente sexy. Ver trabajar a Dakota durante la última hora había sido una tortura. El ajuste de sus vaqueros, la forma en que su camisa se tensaba sobre sus bíceps y su pecho mientras se movía era nada menos que eróticos. Tenía muchas ganas de ver más de su piel bronceada y suave. La sola idea de pasar mis uñas por su espalda desnuda me provocó un escalofrío. —¿Has terminado? —preguntó Dakota, señalando mi cóctel medio vacío. —Sí, gracias. —Moví el plato vacío y la servilleta arrugada, esperando que Dakota no se diera cuenta de mi mirada. Agarró mi vaso, mi plato y la bandeja de la pizza, llevándolos todos a la cocina. Escuché el sonido de cómo enjuagaba los platos y los metía en la lavadora, contenta de tener un momento para serenarme. Y castigarme a mí misma. Los mismos trucos de siempre. ¿No era siempre así? Me sentía sola o triste o confundida, y en una semana encontraba un hombre que me prestaba atención. Encontraría a alguien que me distrajera, como me ocurrió con mis dos ex maridos. Mi primer marido, Kevin, trabajaba como corredor de bolsa en Wall Street. Nos conocimos a través de un conocido común en mi último año de universidad, justo un mes antes de la graduación.

Por aquel entonces, me sentía muy presionada para encontrar un trabajo y poner en práctica mi título de diseño de interiores. Todo el mundo estaba esperando que tomara esas decisiones monumentales en mi vida. Todos mis compañeros de clase habían aceptado ofertas y estaban planeando las siguientes etapas de sus vidas. ¿Y yo? Yo no había planeado nada. Lo único que quería era obtener mi diploma y no volver a hablar de las diferencias entre los estilos artístico, bohemio y retro. Así que cuando llegó Kevin, me proporcionó la excusa que había estado buscando. Nos habíamos enamorado, rápida y duramente, al menos yo de él. Él se había enamorado de mi apellido. Pero cuando me pidió que me casara con él, acepté inmediatamente. A partir de ese momento, no tuve que responder a preguntas sobre mi futuro. Le había dicho a todo el mundo que empezaría mi carrera después de la boda. De principio a fin, mi relación con Kevin había durado sólo diecinueve meses antes que un día llegara a casa temprano de una clase de yoga y lo encontrara follando con nuestra vecina de tres puertas abajo en la encimera de la cocina. Me recuperé de ese corazón roto casándome con Bryson, el artista, cuatro meses después. Mi unión con él terminó justo antes de nuestro tercer aniversario, cuando descubrí que había estado robando joyas y baratijas de las fincas de mis padres y abuelos en nuestras cenas habituales. Las empeñaba para ayudar a pagar el alquiler de su amante.

La tinta de mis papeles de divorcio apenas se había secado cuando conocí a Jay. Aquí estaba de nuevo, recuperándome de una ruptura, con la imagen de mí misma hecha pedazos. Lo primero que hice fue aferrarme a mi apuesto compañero durante los siguientes diez días. ¿Cuándo iba a aprender? ¿Una cosa que había descubierto tras años de ver a Jay jugar al póquer? Todo lo que realmente importaba era el número de fichas en tu pila. Cuando se trataba de mi corazón, había estado perdiendo fichas durante años. Lo más inteligente sería acaparar las pocas que quedaban. Pero cuando Dakota salió a grandes zancadas de la cocina, sosteniendo una vez más una toalla blanca entre sus largos dedos, esas fichas eran suyas. Tal vez él era diferente. Tal vez era tan tonta como siempre. Tal vez la gente no cambiaba realmente. Todo lo que sabía era que si él me lo pedía, yo estaría de acuerdo.

—¿Así? —Sofia machacó con cautela la mezcla de azúcar, lima, menta y arándanos con el muddler de cóctel en el fondo de un vaso. —Sí, ve a por ello. Agarró con más fuerza el utensilio de madera mientras machacaba las bayas restantes. —Bien, ¿y ahora qué? —Llénalo de hielo. Un poco de ron. Gaseosa hasta arriba. Luego revuelve. Ella asintió, con las cejas bien marcadas mientras se concentraba en el vaso y seguía mis instrucciones al pie de la letra. Llevaba toda la tarde enseñándole a preparar bebidas. Empezamos con lo más fácil, sirviendo cervezas de barril y haciendo bebidas de dos ingredientes. Pero cuando las dominó rápidamente, empecé a darle cócteles más complicados. Los

preparaba como si hubiera estado trabajando detrás de la barra durante meses, no un día. El día de hoy había sido tan diferente al de ayer que era difícil de creer. Después de cenar anoche, dejé a Sofia en su taburete y volví a limpiar la cocina. Me había llevado menos de diez minutos, pero cuando volví a salir, estaba dormida en la barra con la cara apoyada tranquilamente en los brazos. Era hermosa cuando dormía: angelical, delicada y frágil. Me negué a pensar en los minutos que me quedé mirándola. Porque eso era jodidamente espeluznante. Me puse a limpiar, secar las mesas y poner las sillas. Luego cerré la caja y terminé de lavar a mano algunos vasos desordenados antes de sacudir su hombro suavemente para despertarla. Permaneció somnolienta mientras se ponía el abrigo y me seguía por la puerta trasera hasta mi camioneta en el callejón. La ayudé a subir al asiento del copiloto y apenas cerré la puerta antes de que apoyara la cabeza en la ventanilla de cristal helado. Estaba dormida de nuevo a menos de quinientos pies de la barra. Ni siquiera me molesté en despertarla cuando llegué a la entrada de Thea y Logan. Salí a toda prisa al frío, encontré la llave de repuesto bajo el felpudo y abrí la puerta. Luego agarré a Sofia y la llevé al interior, la acosté en un sofá y la cubrí con una manta. Su murmullo de buenas noches resonó en mis oídos durante todo el trayecto a casa por las oscuras calles cubiertas de nieve.

Normalmente, me habría derrumbado con la misma fuerza y rapidez una vez que mi cabeza hubiera tocado la almohada. Mamá siempre decía que podía dormir durante un terremoto. Pero, por una vez, di vueltas en la cama durante toda la noche. Los pensamientos sobre Sofia entraban y salían de mi cabeza, manteniéndome despierto. Ella era un enigma. Un rompecabezas. Era una mujer que tenía todo el mundo a su alcance y, sin embargo, parecía tan... miserable y solitaria. Parecía tan perdida. No me daba pena. Pero me intrigaba. Me dolía acercarme y resolver su enigma. Sufría por ella. En cuanto me vino a la cabeza la imagen de sus largas piernas rodeando mis caderas, supe que sólo había una forma de quedarme dormido. Así que agarré mi polla con la mano y me quedé con la imagen mental de sus suaves labios separándose en un jadeo mientras me deslizaba dentro de ella. El sueño no debería haber sido difícil de encontrar después de eso. Pero lo fue. Porque me sentí como un pervertido por masturbarme pensando en la cuñada de mi jefe, la mujer a la que se me había confiado la vigilancia. Finalmente, me levanté de la cama y fui al gimnasio que había montado en mi garaje. Después de correr ocho kilómetros en la cinta de correr, me desplomé en la cama y me desmayé hasta que el

despertador sonó en la habitación a las diez de la mañana del día siguiente. Duchado y vestido, fui a recoger a Sofia. Estaba seguro que aún estaría durmiendo, pero cuando llegué a la entrada de la casa, me estaba esperando en la puerta. Parecía casi ansiosa mientras subía a la camioneta. Tal vez era una persona madrugadora. Tal vez el shock de su situación se había desvanecido y había encontrado una mejor actitud. No había preguntado. Simplemente había disfrutado del viaje. Y alabé a los malditos cielos porque no hubo más lágrimas. Su entusiasmo nos llevó a la hora del almuerzo y a nuestras lecciones de camarero. Sofia terminó de remover su mojito de arándanos y añadió una cuña de lima. Luego mojó una pajita en el vaso y lo entregó. Me lo llevé a los labios y tomé un sorbo. —Sabe a mojito de arándanos. Ella sonrió. —Gracias a Dios. Saqué mi pajita, poniendo una nueva en su lugar, y le entregué el vaso. —Pruébalo. Cuando me quitó la bebida de las manos, aparté la mirada. Antes había cometido el error de mirar cómo sorbía de una pajita, y tuve que excusarme para que no notara el creciente bulto detrás de mi cremallera.

—Está muy bueno. Más dulce que un mojito normal con el arándano. —Serán populares mañana por la noche. —Había unas diez señoras en Lark Cove que pedían uno de mis mojitos de arándanos cada vez que entraban. —¿Qué es lo siguiente? —Sofia tiró la bebida y enjuagó el vaso. —¿Cuál es tu bebida favorita? Se encogió de hombros. —No sé si tengo una. —¿De verdad? —Las mujeres elegantes como ella siempre parecían tener una bebida emblemática. —No me gusta la cerveza —me dijo. —¿Por qué no me sorprende? Los ojos de Sofia centellearon mientras se reía. —Me gustan las bebidas con tonos cítricos. O el champán. —Entonces mañana por la noche te encargarás del champán. —¿Qué? —Sus ojos se abrieron de par en par—. ¿Me vas a dejar servir las bebidas? —Eh... sí. Por eso estás aquí, ¿no? —No lo sé. No pensé que me darías cosas importantes que hacer. —Entonces, ¿qué esperabas que te hiciera hacer? —Tal vez pensó que la tendría persiguiendo vacíos toda la noche.

—No lo sé —murmuró, jugando con una cuchara en la barra—. Tal vez sacar la basura. O limpiar los platos. Repartir cacahuetes. Cosas que no importan cuando las estropeo. Parpadeé dos veces mientras sus palabras eran asimiladas. Luego consideré la posibilidad de patear mi propio trasero. Ayer había sido un idiota, criticando cada uno de sus movimientos en un intento de ocultar mi atracción. Pero ella no era inútil. Y cuando no estaba insistiendo en ella, ella captaba las cosas rápidamente. —Eres buena en esto —le dije—. No voy a mentir y decir que no me sorprendió. Pero aprendes rápido. Me vendría bien tu ayuda durante la fiesta. —¿De verdad lo crees? —No lo diría si no fuera así. La expresión de su cara decía que no me creía realmente. ¿Cómo era posible? Logan era una de las personas más seguras de sí mismas que había conocido. Se desprendía de él en oleadas. Pero su hermana menor era un maldito desastre de dudas sobre sí misma. ¿Era yo el único que veía esto? ¿Cómo puede ser? Quizás los demás no veían más allá de la fachada. No podían mirar más allá de la ropa sexy, el cabello elegante y la cara despampanante. Pero yo vi debajo de esa capa superficial a una mujer que se cuestionaba todo en ese momento. Thea había mencionado algo sobre un artículo de una revista. ¿La había sacudido? ¿O

simplemente había dejado al descubierto las inseguridades que había estado ocultando al mundo? —Huh. —Sus cejas se fruncieron—. Supongo que todos esos años pasados en cenas y galas no fueron en vano. He visto tantas bebidas mezcladas antes, tal vez he recogido más de lo que me di cuenta. —Esa no es la razón. Ella era inteligente. Más inteligente de lo que se creía. Había enseñado a algunas personas a mezclar bebidas antes, y siempre necesitaban unos cuantos recordatorios sobre los ingredientes antes que lo hicieran. Pero Sofia no. Para ella, sólo tenía que enumerarlos una vez. —Bueno, haré lo que necesites mañana. —Llenó un vaso de agua y añadió un par de rodajas de lima—. Pero prométeme que me lo dirás si te estorbo. —Lo prometo. Sonrió y se acercó al borde de la barra. Dejé caer mis ojos, sin dejar que mi mirada se pasease por sus piernas. Hoy llevaba unas zapatillas de tenis que había visto usar a Thea cientos de veces. Eran olvidables cuando los llevaba mi jefa. Pero en Sofia, esas zapatillas acentuaban el corte ajustado de sus vaqueros, que sólo eran un poco menos sexys que los pantalones de cuero que había llevado ayer. ¿No tenía algo más suelto?

Estudié la bandeja de frutas mientras ella se deslizaba en un taburete frente a mí. Esta mañana había cortado el doble de limas que de costumbre mientras preparaba la comida porque ayer me había dado cuenta que le gustaban en el agua. ¿Por qué? Porque era un buen camarero, por eso. No tenía nada que ver con la mujer con otra maldita pajita en la boca. —¿Cómo aprendiste todo esto? —preguntó. —Es una historia un poco larga. —Me quedan nueve días de condena, así que tienes tiempo. Me reí y llené un vaso de agua. —Crecí en una reserva a unas dos horas de aquí. Después de graduarme en el instituto, no estaba seguro de lo que quería hacer, así que acepté un trabajo en un casino de la ciudad, repartiendo póquer. —Póquer —refunfuñó en voz baja. —¿No te gusta? —Mi ex era un jugador de póker profesional. —Ah. Bueno, esto era apuestas pequeñas. Un día vino un tipo y se sentó en mi mesa. Era una noche tranquila, así que estuvimos los dos solos durante un par de horas. Nos pusimos a hablar. Nos llevamos bien. Trabajaba en un rancho y, antes de irse, me dijo que si alguna vez quería probar algo diferente, lo llamara. La tarjeta de visita que había tirado en la mesa de fieltro seguía en mi cartera.

Por ese hombre y esa tarjeta, me había arriesgado. Dejé la reserva a pesar de las protestas de mi familia. Había aceptado un trabajo que pagaba el triple de lo que ganaba en el casino, además de alojamiento y comida gratis. Y había tenido la oportunidad de conocer a gente que vivía una vida diferente. Todos los huéspedes del rancho tenían dinero. Lo que me pareció más interesante fueron los que empezaron con poco. Los hombres y mujeres que venían de orígenes humildes, como el mío, y lo hicieron a lo grande. Tal vez yo no sería un millonario hecho a sí mismo. Pero a los treinta y dos años, me estaba dejando la piel para alcanzar esa meta. Y todo había empezado en aquel rancho, donde había guardado un montón de dinero que había puesto a trabajar para mí en los últimos cinco años. —Lo llamé al día siguiente —le dije a Sofia—. Me puso en contacto con el gerente del rancho y me contrataron para trabajar en el albergue principal. Empecé lavando platos durante el día y repartiendo cartas a los huéspedes por la noche. El camarero me hacía ayudarle siempre que no tenía una partida. Cuando renunció unos seis meses después, me hice cargo. —¿Cuánto tiempo trabajaste allí? —Tres años. Fui uno de los pocos empleados de todo el año. La mayoría del personal del rancho trabajaba sólo en verano. Así que tomé otros trabajos en el invierno, además de camarero. Limpiar la nieve. Cuidar de los animales. Lo que fuera necesario hacer.

Era un trabajo estupendo para un chico de mi edad, pero una vez cumplidos los veintiún años, estaba listo para vivir en algún lugar por mi cuenta. Estaba harto de las literas y las duchas comunitarias. —¿Entonces qué? —Sofia apoyó el codo en la barra, con la barbilla en la palma de la mano. Su atención estaba fijada en mí mientras absorbía cada una de mis palabras. Era inquietante que una mujer tan refinada me prestara toda su atención. Tanto es así que casi me olvido de su pregunta. —Yo... volví a casa. ¿Qué me pasaba? Ya había estado rodeado de mujeres ricas. Entraban y salían del rancho semana tras semana, y en Lark Cove había muchas ricas de afuera. Pero a menos que una mujer me pidiera algo más que prepararle una bebida, sólo recibía las cortesías normales que la gente pagaba a su camarero. La atención de Sofia me ponía nervioso. La última vez que me había sentido así había sido para mí entrevista de trabajo con Thea y Jackson hace cinco años. —¿Qué hiciste en casa? —preguntó. —Agarré otro trabajo de camarero. —Me entretuve llenando un vaso con un poco de hielo y soda mientras hablaba, esperando que eso me mantuviera tranquilo—. Trabajé allí hasta que decidí que era hora de otro cambio. —¿Qué tipo de cambio?

—De ubicación principalmente. Mi tío Xavier llevaba años viviendo aquí, así que lo llamé para ver si podía quedarme con él hasta que resolviera lo que quería hacer. —¿Pero te quedaste?— Asentí con la cabeza. —Me quedé. Había planeado hacer de Lark Cove sólo una base temporal hasta que encontrara una ciudad en la que el sector inmobiliario estuviera en aumento. No había considerado quedarme aquí a largo plazo. Pero entonces empecé a observar los mercados de la vivienda y el alquiler en Kalispell por pura curiosidad. Eran perfectos para un tipo como yo. Esta zona tenía una gran influencia de dinero de fuera del estado, que traía crecimiento y desarrollo a este rincón del mundo. Había otros lugares del país a los que podría haber ido, ciudades que se expandían tan rápido que te hacían girar la cabeza. Pero, ¿por qué marcharse cuando la oportunidad estaba a sólo treinta minutos? Comprar en Montana no era tan arriesgado como en las ciudades de Dakota del Norte, donde el petróleo podía agotarse de un momento a otro. Mi dinero llegaba más lejos aquí que en California o Florida. Y la verdad es que me gustaba estar aquí. El coste de la vida era muy barato y, para un tipo sin estudios superiores, ganaba mucho dinero trabajando en el bar. —¿Cómo acabaste trabajando aquí? —preguntó Sofia.

Me encogí de hombros. —Thea y Jackson buscaban algo de ayuda, y fue una obviedad. Debido a la relación de Xavier con Thea y Jackson, los dos me habían contratado sólo por su recomendación. El hecho que yo supiera servir una bebida había sido una ventaja. Fueron los únicos que se alegraron de mi traslado. Cinco años después, mi familia todavía estaba molesta porque había dejado la reserva. El hecho de haberme mudado con Xavier, el hermano mayor de mi padre que también había dejado la reserva cuando era joven, había sido como echar sal en una herida abierta. Mi familia no entendía mi ambición. No veían el objetivo final de jubilarme pronto y tener flexibilidad para viajar por el mundo. Para ellos, no había mejor lugar que entre nuestra gente. No es que no valorara mi herencia. Siempre había sido una parte importante de mí, que era otra razón por la que no me había mudado de Montana. Admiraba mi cultura, mis tradiciones familiares. Pero quería más. Quería libertad. Y la libertad costaba dinero. Mucho dinero. Quería explorar unas ruinas mayas y recorrer el Coliseo de Roma. Quería caminar por la Gran Muralla China y bucear en el Caribe. Podría pasarme meses explorando mi propio país, viendo todo lo posible de América. No quería vivir en el mismo barrio donde había nacido. No quería ir a trabajar con los mismos chicos que había conocido en la escuela primaria. No quería casarme con una mujer sólo porque tuviera una

genealogía aceptable y pudiera asegurar que nuestros hijos tuvieran el quantum de sangre adecuado. Quería vivir la vida que yo eligiera. En este momento, eso significaba trabajar aquí en Lark Cove, esperar mi momento y obligarme a mantener ese deseo de viajar bajo control para no gastar mis ahorros en viajes frívolos antes que fuera el momento adecuado. Ese era el plan. La única persona de mi familia que se lo había creído era Xavier. —Le debo mucho a mi tío. —Agarré la pistola y rellené el agua de Sofia—. Él me puso en marcha cuando me mudé aquí. Me ayudó a conseguir este trabajo. Incluso me vendió su casa cuando él y Hazel se casaron. ¿Lo conoces? Ella asintió. —Sólo una vez. Él y Hazel pasaron la Nochebuena con nosotros un año, cuando todos los Kendricks vinimos a Montana. Fue el año en que se casaron, creo. ¿Hace dos años? —Suena bien. Esa fue la Navidad en la que Hazel y Xavier me invitaron a reunirme con ellos en casa de los Kendrick. En lugar de eso, conduje a casa para pasarla con mi familia. Cuando llegué, encontré a mi ex novia sentada en la mesa entre mis dos hermanas. Habían intentado emparejarme con ella de nuevo, pasando toda la noche hablando de lo bien que habíamos estado como pareja.

Al cabo de unas horas, me había hartado de las insinuaciones no tan sutiles de volver a casa, casarme y tener una docena de hijos para continuar la línea familiar. Me había ido, tomando las carreteras heladas de vuelta a Lark Cove en medio de la noche. Había brindado por la Navidad a medianoche, solo en la carretera oscura y vacía. Luego había celebrado la fiesta arreglando el baño del sótano de mi casa. Cuando le conté a Xavier la incesante presión de mi familia, se puso furioso y llamó a mi padre. Esa discusión había sido la última vez que habían hablado, que yo supiera. No sabía si volverían a hablar. Hazel estaba tan enfadada que se había impuesto la obligación de pasar todas las vacaciones en su casa de campo. Mi nombre había estado en los regalos bajo el árbol de Navidad desde entonces. —¿Y qué más? —Sofia metió la mano en la bandeja y sacó otra lima. —¿Qué más qué? —¿Qué más de ti? ¿Qué te gusta hacer para divertirte? ¿Diversión? Estaba demasiado ocupado trabajando y gestionando mis inversiones para divertirme. Thea me había dicho una vez que los Kendrick habían hecho su fortuna en el sector inmobiliario. Si yo tuviera una mínima parte de éxito en mis empresas como ellos en las suyas, lo consideraría una victoria. Trabajé duro para asegurarme de que eso sucediera.

—No tengo mucho tiempo para divertirme. —Ahora suenas como mi padre. —Puso los ojos en blanco—. Tiene que haber algo que hagas para divertirte. ¿Qué es? Sus ojos suplicaban una respuesta, como si no quisiera que mi vida estuviera llena sólo de trabajo. Había desesperación en su rostro mientras el silencio se prolongaba. Su figura se desinfló mientras yo me devanaba los sesos buscando algo que decir. Si no se me ocurría algo, cualquier cosa, me metería en la misma categoría que su padre, y de paso aplastaría sus esperanzas. —Juego al baloncesto. Sus hombros se levantaron. —Eso es divertido. —No hay muchos partidos en esta época del año, pero una vez a la semana me reúno con algunos chicos en el gimnasio de la escuela y echamos unos tiros. En verano, tenemos un partido todos los días en un parque. —Me alegro que tengas eso. —Yo también. —No había pensado realmente en mis partidos de baloncesto, pero eran algo que esperaba con ansias cada vez. —Es importante no trabajar todo el tiempo. —Se deslizó de su taburete, trayendo su vaso de agua con ella—. Consume la vida de mi padre. La de mi hermana también. Aunque probablemente no debería criticar ya que nunca he trabajado. Supongo que estás de acuerdo con ellos. —Ahora estás trabajando.

Ella dio la vuelta a la barra, se detuvo junto a mí y se encogió de hombros. —¿Pero esto cuenta realmente? No estoy trabajando realmente. Ni siquiera me pagan. —Oye, mírame. —Le quité el vaso de la mano—. Esto cuenta. Y las propinas que ganes mientras estés aquí son tuyas. Te las habrás ganado por tu cuenta. Para enfatizar mi idea, dejé su vaso de agua y me acerqué a un armario que había en la barra. Estaba lleno de un montón de trastos que habíamos colocado en un solo lugar para que no estorbaran. Cada pocos meses, ese armario molestaba a Thea, así que se pasaba una tarde limpiándolo. Luego nos decía a Jackson y a mí que si lo volvíamos a llenar, teníamos que limpiarlo nosotros. Nunca lo hacíamos. El ciclo seguía y seguía. Por suerte para mí, ya debía haber sido limpiado, pero Thea no lo había hecho todavía. Rebusqué en una de las estanterías y encontré un bote de aceitunas vacío. Se lo llevé a Sofia, agarré un rotulador de la lata de bolígrafos que había junto a la caja registradora y le entregué los dos. —Este es tu tarro de propinas. Escribe tu nombre en él. Ella dudó, con los ojos fijos en el rotulador. Yo sólo le pedía que escribiera su nombre en el cristal, pero ella lo miraba como si le pidiera que hiciera un garabato a la Mona Lisa. Finalmente, agarró el rotulador y escribió cuidadosamente el nombre de Sofia con letras onduladas y fluidas.

Cuando terminó, lo agarré y lo coloqué en la barra, asegurándome que estuviera en primer plano. Mi jarra de propinas estaba junto a la de Thea y Jackson, junto a la caja registradora, pero quería que la suya fuera visible. Porque ella era visible. Tenía más potencial de lo que creía. Tenía más inteligencia que la mayoría, en abundancia. Si hacía algo en los próximos nueve días, esperaba demostrarle que al menos una persona creía en ella, que una persona no esperaba que se ajustara a un determinado papel por su herencia o su apellido o su orden de nacimiento. Como Xavier había hecho conmigo. El bar Lark Cove no era glamuroso, pero empezaba a entender por qué Thea había presionado a Sofia para que trabajara allí. No porque necesitara una lección de vida. No porque necesitara aprender sobre el trabajo duro y la vida obrera. Sino porque ella necesitaba encontrar un propósito. Había algo que decir sobre el servicio a los demás. Un buen día de trabajo en este bar me hacía sentir valioso. Me hacía sentir que tenía algo que ofrecer. Sofia necesitaba sentir esas cosas también. —¿Lista para otra lección? —le pregunté. —Sí. —Inhaló un aliento reconfortante y tomó un vaso del tapete al lado del lavaplatos. Luego lo dejó sobre la alfombra de goma.

Miró hacia mí, esperando mis instrucciones. Pero la receta de la bebida que había hecho miles de veces se me escapó. Los ingredientes se perdieron en sus ricos ojos marrones. Con la barbilla levantada, su aliento flotaba entre nosotros, el cítrico de su agua persistía en el aire. El aroma se hizo más fuerte a medida que el calor entre nosotros aumentaba. ¿Cuándo habíamos estado tan cerca? Su pecho estaba a escasos centímetros del mío. Las puntas de nuestros zapatos casi se tocaban debajo de nosotros. Y sus labios... con sólo un tirón, tendría sus pechos aplastados contra mi pecho y mi boca en la suya. Un tirón y descubriría exactamente el sabor de la lima en su lengua. La respiración de Sofia se entrecortó y sus ojos se clavaron en mi boca. Sus ojos estaban ensombrecidos mientras me suplicaba en silencio que cediera. Me incliné, a una fracción de segundo de arruinar su lápiz labial. Mis dedos se cernieron junto a su mejilla, listos para sumergirse en su espeso cabello, cuando una voz llenó el aire. —Si estas sirviendo, tomaré una zanja de whisky. Nos estremecimos, separándonos. Me di la vuelta mientras Xavier entraba por la puerta trasera, por el pasillo, con Hazel y los chicos Kendrick detrás. Su cabello colgaba largo sobre los hombros. Su Stetson negro, el que siempre llevaba, cubría los mechones grises. —¡Sofia! —Charlie pasó a empujones por delante de Xavier, corriendo directamente hacia las piernas de su tía. Los dos más

jóvenes pasaron también a toda velocidad, los tres niños vestidos con petos de nieve, botas y abrigos abultados. —¡Eh! Todos tienen la nariz roja. —Tocó la pequeña nariz de Camila—. ¿Están jugando en la nieve? —Sí. —Charlie se quitó los guantes—. Fuimos en trineo. —Eso suena divertido. —Sofia les sonrió y luego miró a Hazel y Xavier—. Me alegro de volver a verlos a los dos. —Sí. No los he oído entrar. —Estreché la mano de Xavier—. ¿Qué pasa? —No mucho, amigo. Estábamos por ahí con los niños y pensamos en saludar. Hazel se abrió paso entre los niños para darle un abrazo a Sofia. —¿Cómo te está tratando este lugar hasta ahora? —Bueno, no he roto nada hoy, así que eso es una ventaja. Y Dakota me ha enseñado a hacer bebidas. —Lo ha hecho, ¿verdad? —Hazel se volvió hacia mí, con los ojos entrecerrados mientras me miraba de arriba abajo. A la mierda mi vida. Era peor que un maldito sabueso cuando se trataba de olfatear cosas: chismes, problemas o romances. Si no fuera por la interrupción de mi tío, no me cabía duda que habría besado a Sofia. Hazel también lo sabía.

—¿Podemos comer pizza, Dakota? —Collin gimió—. Me muero de hambre. —Ya lo tienes. Los niños comían aquí lo suficiente como para saber exactamente qué tipo de pizza les gustaba a todos. A Collin le encantaba la de jamón y piña. Y como había interrumpido la inspección de Hazel, tendría extra de ambos. —Sofia, tú eres la camarera —anuncié mientras me alejaba del grupo y me dirigía a la cocina. —¿Qué? —jadeó ella—. De acuerdo. Me retiré a la cocina, esperando tener un segundo a solas para sacudirme ese momento de acaloramiento, pero los pasos de mi tío me siguieron. —¿Cómo va todo? —preguntó. —Bien. Hoy va lento. —Abrí la nevera y saqué un poco de masa de pizza—. Mañana será una mierda. Tarareó. —Llama a la comisaría si pasa algo malo. No trates de manejarlo tú mismo. —No te preocupes, llamaré. Como antiguo sheriff del pueblo, Xavier había pasado muchas Nocheviejas patrullando las calles y asegurándose que todo el mundo llegara a casa sano y salvo. Pero no tenía ninguna duda que, si estallaban los problemas, no sería necesaria una llamada

telefónica. Este era el único bar de Lark Cove. Los ayudantes del sheriff estarían por aquí de todos modos. —Hey, lo siento. —Sofia apareció en la puerta, dándole a Xavier una mirada cautelosa mientras caminaba hacia mí. Cruzó a mi espacio, prácticamente poniéndose de puntillas mientras me indicaba que bajara. —¿Qué? —pregunté. Me hizo un gesto para que me acercara aún más hasta que mi oreja estuvo junto a sus labios. —¿Qué es una zanja? —¿Eh? —Me incliné hacia atrás, tomando el rubor de sus mejillas. —¿Una zanja? —Inclinó la cabeza hacia un lado, ocultando su rostro de Xavier mientras hablaba—. Hazel me dijo que le hiciera a Xavier una zanja de whisky. No quise preguntarle qué significaba eso. —Oh. —Debería haber sabido lo que había querido decir, pero la mujer me había revuelto el cerebro—. Es agua. Un trago de Crown Royal en un highball. El resto hielo y agua. Asintió con la cabeza y salió de la cocina con la misma rapidez con la que se había acercado, dirigiéndose rápidamente a la barra para preparar el cóctel favorito de mi tío. Xavier la observó salir, dándole unos instantes para que desapareciera. Luego cruzó los brazos sobre el pecho. —Es preciosa.

—Ya lo sé. —Fui a la nevera y saqué varios envases de pizzas, queso y salsa. —Vive en Nueva York. —También lo sé. —¿En qué estás pensando, amigo? —No lo sé. —Cerré la puerta de la nevera—. Ella es... Sexy. Encantadora. Rica como el infierno y fuera de mi alcance. Pero había tanto calor entre nosotros, que podría derribar todo este lugar. —Sólo asegúrate de hacer lo correcto para los dos. Asentí. —Entendido. Sin decir nada más, Xavier salió de la cocina y me dejó preparando la pizza de los niños. Mi tío era mi confidente. Era el hombre al que admiraba desde que mi padre y yo nos habíamos peleado el día antes de irme de casa al rancho. Normalmente, le contaba todo lo que sentía. Pero las mujeres no eran un tema en el que profundizáramos mucho, sobre todo porque no había tenido novia en una década. No tenía idea de lo que diría, sobre todo porque estaba enamorado de Hazel. Lo último que necesitaba era que me empujara a una relación porque había encontrado una propia. No necesitaba que me dijera

que sentara la cabeza y encontrara a alguien con quien compartir mi vida. Había lidiado con esa mierda de mis padres durante años. Aunque sus “consejos” siempre habían venido con el entendimiento de que la mujer que eligiera compartiera nuestra herencia. Dios. Si mis padres nos vieran a mí y a Sofia juntos, estarían destrozados. Lo que significaba que si algo sucedía entre nosotros, debía permanecer en silencio. No tenía energía para lidiar con mi familia si se enteraban que estaba enganchado a una mujer como Sofia. Aunque seguiría el consejo de Xavier. Haría lo correcto por los dos. ¿Estaba considerando hacer una jugada con Sofia Kendrick? A pesar de mi buen juicio, del hecho que era la cuñada de mi jefa y de la gran cantidad de otras razones por las que esto era jodidamente estúpido, la respuesta era sí. Lo estaba considerando. Tal vez, si llegábamos a un acuerdo, un beso en el bar no estaría fuera de lugar. Tal vez Sofia y yo pudiéramos divertirnos un poco durante los próximos nueve días, y luego tomar caminos separados. Aunque dudaba que volviera a ver una rodaja de lima y no pensara en su sonrisa.

—Hola, ¿cómo estás? —pregunté mientras Aubrey respondía a mi llamada. —Hola. Y estoy bien. —El sonido de los dedos volando sobre un teclado resonó de fondo. No necesité verla para saber que tenía los auriculares puestos en una oreja, los ojos puestos en la pantalla del ordenador y el cerebro concentrado en algo que no era mi llamada. —Te llamaba para decirte que no podré llegar a nuestra cita para comer la semana que viene. —Bien. El chasquido de fondo continuó, esta vez con más furia. Me sentí mal por la persona que recibía la respuesta que ella estaba preparando. —Estoy en Montana.

—Lo sé. Papá me dijo que tomaste el avión en un viaje improvisado. —Su tono estaba lleno de molestia, como si fuera un inconveniente para mí usar el jet privado de la familia. Tal vez pensó que no me había ganado ese privilegio, a diferencia de ella. Pero la única vez que necesitaba el Gulfstream era cuando tenía que asistir a una reunión de negocios y el avión de la empresa ya estaba ocupado. Alguien debería usar el avión. ¿Por qué no yo? —He estado... trabajando —le dije. El chasquido se detuvo. —¿Trabajando? —Sí. Estoy ayudando en el bar mientras Thea y Logan están en París. Hubo un silencio por parte de ella durante unos instantes, y luego el chasquido continuó sin decir nada más. ¿En serio? ¿Esa fue su reacción? No esperaba que Aubrey me lanzara un desfile por hacer dos días de trabajo, pero al menos podía reconocer que estaba completamente fuera de mi zona de confort. No, todo lo que obtuve fue más tecleo de fondo, recordándome que mi vida nunca sería tan importante como el trabajo con el que se había casado a los veintiún años. —¿Vas a hacer algo para la Nochevieja? —pregunté, aun intentándolo como siempre lo hacía con Aubrey. Aunque creo que mis esfuerzos sólo la molestaban más. —No hay planes. —Tenía los labios fruncidos, estaba segura.

—Oh. Um, ¿estás viendo a alguien nuevo? —¿O con alguien en absoluto? La última vez que hubo un hombre en la vida de Aubrey fue hace tres años, y solo duró seis meses. Aprendió rápidamente que siempre ocuparía un segundo lugar después de su trabajo. Claramente el hombre era más inteligente que yo. Todavía estaba tratando de competir. —No, no estoy saliendo con nadie —resopló Aubrey—. No necesito tener un tipo en mi vida para sentirme satisfecha. Eso es cosa tuya, Sofia. No lo mío. Las palabras no fueron pronunciadas, pero las escuché alto y claro. Las había escuchado muchas veces antes, y como siempre, quemaban. Aubrey no me veía con buenos ojos porque siempre tenía una relación... bueno, era una de las razones por las que no me veía con buenos ojos. Para ella, eso me hacía débil y dependiente. Tal vez tenía razón. —De acuerdo. —Suspiré—. Estás ocupada. Te dejaré ir. Feliz año nuevo. —Gracias. Lo mismo para ti. —Y la línea se cortó. Me quedé mirando el teléfono un momento, repitiendo nuestra breve conversación. ¿Había llegado el momento de rendirse?

Estábamos en los treinta. Quizá era el momento de aceptar que nunca sería amiga de mi hermana. Aubrey y yo nunca habíamos estado unidas. Incluso de niñas, nunca habíamos compartido ese vínculo de hermanas. No habíamos jugado a las Barbies ni nos habíamos trenzado el cabello. No nos habíamos peleado por los mismos juguetes o por lo que veíamos en la televisión. A veces, se sentía más como una conocida que como mi hermana. Cuando nos reuníamos para nuestro almuerzo mensual, se pasaba la mayor parte de la hora revisando mensajes y correos electrónicos mientras yo me desplazaba por las redes sociales o enviaba mensajes de texto. Era demasiado parecida a mi padre, impulsiva y competitiva. Mi falta de entusiasmo por las cosas que consideraban más importantes les exasperaba. ¿Cuál era mi pasión? Busqué una respuesta, pero no encontré nada. Al revisar mis contactos, pasé por los nombres de mis amigos, sin ganas de enviarles un mensaje de texto a ninguno de ellos. Ninguno de ellos me había llamado ni una sola vez desde la publicación del artículo en la revista. Amigos era probablemente una palabra demasiado cariñosa para la mayoría de los nombres de mi teléfono. En los últimos años, me había propuesto eliminar las amistades tóxicas de mi vida. Después de haber tratado tan mal a Thea durante

nuestra primera presentación y que Logan me amenazara con cortar mi fondo fiduciario, había sido una llamada de atención. Había jugado. Había perdido. Tuve suerte que no me costara mi hermano. La mayoría de las novias con las que salía en ese momento no querían amistad. Querían tener acceso a mis contactos sociales o a mi apuesto y multimillonario hermano. Parecía que mi gusto por las amigas era tan bueno como el de los hombres. Así que había eliminado a los que querían utilizar a los demás para jugar. Probablemente estaban planeando un brunch para reunirse y brindar por mi desaparición por un artículo de revista. Lo que sea. En realidad, no había muchos para cortar la amistad. Siempre había tenido un montón de conocidas, mujeres que se movían en los mismos círculos que mi familia, así que nos veíamos en las funciones. Pero nunca habían sido verdaderas amigas. Aun así, mi ruptura con Jay había sido dura, no sólo porque habíamos estado juntos durante mucho tiempo, sino porque no había tenido a nadie con quien hablar. A veces, incluso un mal amigo que escuchara era mejor que no tener ningún amigo. Aubrey era sólo dos años mayor que yo y sería una maravillosa mejor amiga. Si pudiéramos llevarnos bien.

Llevé mi teléfono al salón de la casa de Thea y Logan para sentarme en una de las sillas acolchadas situadas junto a una ventana. La parte delantera de la casa estaba llena de enormes cristales que daban al patio cubierto de nieve y al lago Flathead. Ahora estaba congelado, pero en verano el lago era mágico, con aguas azules y cristalinas que me pedían que pasara los dedos por su suave superficie. Ahora mismo, sólo parecía frío y vacío. Como mi vida. Me aparté de la vista y dejé que mis ojos recorrieran el salón. Esta casa era tan diferente a la extensa finca donde Logan, Aubrey y yo habíamos crecido. Esta casa era preciosa, con sus tejados de cedro y sus altas cumbres. Logan había comprado una de las casas más caras de la zona. Pero no era ostentosa. Tenía un aire informal y hogareño, lo que probablemente se debía a que Thea tenía los pies en la tierra. Los muebles eran de alta gama, pero eran funcionales. La mesa de centro contenía libros que realmente se leían. Las mantas del sofá estaban arrugadas por una noche de cine. No había ni un posavasos a la vista, porque aquí se ponía la taza de café directamente en las mesas auxiliares. Había crayones verdes en la pared junto al televisor. Las obras de arte de Thea adornaban las paredes, sus piezas dimensionales, las estanterías. Una cesta en la esquina rebosaba de juguetes para bebés.

Esta casa estaba viva y llena de personalidad. Estaba llena de amor. Era el polo opuesto a mi ático en la ciudad. Mi ama de llaves limpiaba cada semana habitaciones que no habían visto a una persona, aparte de ella, en meses. No había pensado nada de eso antes. Entonces, ¿por qué me parecía tan tonto en este momento? En el exterior, los árboles de hoja perenne se alzaban sobre el camino que rodeaba la orilla del lago. Sus caras recibían toda la fuerza de los rayos del sol de la mañana, haciendo brillar sus agujas cubiertas de hielo. Malcom había añadido ese mismo brillo a la foto para la revista. Esa maldita revista. Desde que ese artículo había llegado a mi puerta, me había cuestionado todo sobre mi vida. Cada. Cosa. Vivía en un ático en un barrio de lujo en el SoHo. Tenía un fondo fiduciario que me mantendría viviendo en la elegancia por el resto de mi vida. Tenía total libertad, sin trabajo ni responsabilidades. Entonces, ¿por qué no era feliz? ¿Qué me faltaba? Normalmente, ya habría descartado el artículo de la revista. ¿Por qué seguía molestándome? Me había esforzado mucho estos últimos años, renunciando a amistades desagradables y ayudando más en las obras de caridad de

mamá o en las funciones familiares. Sin embargo, nadie en mi familia parecía verlo. Había tenido tantas esperanzas que alguien de fuera lo hiciera. Las palabras de aquel periodista no dejaban de perseguirme. Superficial. Llamativa. Frívola. —Yo no soy esas cosas —murmuré a nadie. ¿Lo era? Sacudiéndome, desbloqueé el teléfono y saqué el número de mamá con la esperanza de que hablar con uno de mis padres me diera una sensación de normalidad. No había hablado con papá desde que salió la revista. Y por mucho que quisiera asegurarme que no seguía enfadado conmigo, sabía que no debía llamarlo en horario de trabajo. En realidad, había tenido suerte que Aubrey hubiera contestado. Tal vez no estábamos tan separadas como había pensado. Papá me habría mandado directamente al buzón de voz. Pero mamá, como siempre, contestó inmediatamente. —Hola, mamá. —Cariño, ¿cómo estás? ¿Estás disfrutando de tus vacaciones? —Eh... sí. Aunque no son muchas vacaciones. Lo creas o no, estoy trabajando en el bar de Thea. —Lo siento, Sofia. Creo que tu conexión debe ser irregular. ¿Qué has dicho? —He dicho que estoy trabajando en el bar de Thea.

Una ola de pánico golpeó cuando el otro extremo del teléfono se quedó completamente quieto. ¿Estaba decepcionada? ¿Había caído demasiado bajo? Mamá no discriminaba los trabajos manuales, pero, de nuevo, nunca los había tenido su hija menor. La imagen de la familia era siempre primordial. Que yo sepa, mamá nunca había trabajado. Había conocido a papá en la universidad y se habían casado jóvenes. Resultaba irónico que mis hermanos me hubieran condenado por no haber conseguido nunca un trabajo cuando nuestra madre tampoco lo había tenido. Aunque mamá sí era voluntaria en algunas organizaciones benéficas y era miembro de numerosos clubes. Además, era madre. Siempre había considerado que era una suerte no haberme quedado embarazada, ya que todos mis ex habían resultado ser hombres horribles. Tuve la suerte de no estar atada a ninguno de ellos para siempre. Pero tal vez si hubiera tenido hijos, ese reportero me habría dejado completamente sola. Tal vez no existiría la tensión entre los miembros de mi familia y yo. Quizá no seguiría habiendo silencio al otro lado del teléfono. —¿Mamá? —Estoy aquí. —Se aclaró la garganta—. Me has tomado por sorpresa. —Lo siento. —No pasa nada. Yo… ¿realmente estás trabajando?

—Sí. —Más duro que nunca—. Sólo ayudando mientras Thea y Logan están de viaje. —Eso es maravilloso. Seguro que están contentos de tenerte. Me reí. —No sé nada de eso. Pero lo estoy intentando. No sólo por mí, sino por Dakota. Tenía esta poderosa necesidad de compensar mi horrible primera impresión. No sólo porque era un hombre que hacía que mi corazón se acelerara y mis palmas sudaran. Sino porque se había convertido en mi chófer, mentor y guardián. Mi presencia lo había desconcertado, y supongo que quería ponérselo fácil si podía. Cuando me levanté ayer por la mañana, me prometí que mantendría una actitud positiva en el bar. Sacaría lo mejor de la situación. Y para mi alegría, habíamos tenido un buen día. Algunos incluso lo llamarían divertido. —¿Cuándo vuelves a casa? —preguntó mamá. —En cuanto Thea y Logan lleguen a casa. El avión ya estará aquí, así que el piloto no tendrá que hacer un viaje especial por mí. —Estoy segura que no le importará. —Está bien. Ya será hora que vuelva a casa de todos modos. — Esconderse en Lark Cove no era una solución a largo plazo para mis problemas. —Vamos a cenar cuando vuelvas.

—Me encantaría. De todos modos, te dejaré ir. Sólo quería saludar. Feliz Año Nuevo. Los llamaré a ti y a papá mañana. —De acuerdo. —Pero antes de colgar, me detuvo—. ¿Sofia? —¿Sí? —Estoy orgullosa de ti por ayudar a Logan y Thea. Mi pecho se hinchó. —Gracias. —Adiós. Sonreí mientras me quitaba el teléfono de la oreja. ¿Cuándo fue la última vez que dijo que estaba orgullosa de mí? Tenía que haber pasado mucho tiempo. La oleada de orgullo que corría por mi sangre, calentándome de pies a cabeza, se sentía extraña. Lillian Kendrick, una mujer conocida por su estatura social, su gusto exquisito y sus modales impecables, estaba orgullosa de su hija por trabajar en un bar rústico de Montana. Estoy deseando contárselo a Dakota. Ese pensamiento me sacudió en mi asiento. Sólo había conocido a ese hombre un par de días y, sin embargo, estaba consumiendo mis pensamientos. Lo mismo había ocurrido cuando conocí a mi segundo marido, Bryson. Me estaba recuperando de mi divorcio con Kevin, manteniendo un perfil bajo porque acababa de quedar en ridículo, gracias a mi marido infiel. Pero una amiga me había rogado que asistiera a la

exposición de su galería de arte. Muéstrale que no te merecía en primer lugar. Eso es lo que me había dicho. Mirando hacia atrás, me di cuenta de que sus motivos eran completamente egoístas. Quería que mi asistencia creara un gran revuelo para su programa. La única vez que supe de ella desde entonces fue cuando estaba organizando otro evento. Bryson había estado allí esa noche. Se presentó, me dio una copa de champán y me mostró su sonrisa sexy. Me enamoré de él al instante. Y él había consumido mis pensamientos desde ese momento, manteniéndolos cautivos hasta que nos desenredamos de forma tan espectacular. Según el círculo de chismes, se había casado con su amante después de nuestro divorcio y ahora tenían una niña. Vivían cómodamente, gracias al cheque que le había extendido a Bryson para que se fuera para siempre. No sabía cuánto tiempo habían estado jugando conmigo, no lo había preguntado, aunque lo supuse desde el principio. Había sido una tonta ciega. Otra vez. Así que, por mucho que deseara que Dakota me besara por un lado y por el otro, el momento de su tío probablemente me había salvado de otro error. No necesitaba enredarme con un hombre ahora mismo, no después de mis tres últimos desastres. Sin embargo, Dakota parecía diferente. Incluso con mi historial, sabía que no era como Kevin, Bryson o Jay. Dakota no me complacía. Cuando lo molestaba, su voz estaba llena de irritación y se quejaba. Apretaba la mandíbula cuando perdía la paciencia.

Cuando me hacía un cumplido, era corto y dulce. Ninguno de mis ex había dejado de decir que los estaba volviendo locos. Y sus elogios efusivos eran siempre exagerados. Dakota era diferente porque tenía orgullo. Formaba parte de su composición, como huesos y músculos. Corría por su sangre. Era increíblemente sexy. Miré la hora en mi teléfono. Tenía unos diez minutos antes que me recogiera. La fiesta iba a ser agitada y estresante, pero me sentía emocionada por esta noche. No sólo por la fiesta, sino para demostrarle a Dakota que su fe en mí no estaba equivocada. Iba a dar lo mejor de mí esta noche. Lo haría sentir orgulloso. Tal vez me haría sentir orgullosa a mí misma en el camino. Me enfrentaba a un nuevo año desde un lugar y una posición extraña. Pero tal vez esta sacudida era necesaria desde hace tiempo. Tal vez era el momento de empezar el año con zapatillas de tenis en lugar de tacones de aguja. Me levanté y salí del salón, dirigiéndome al armario de Thea para pedirle otro par de zapatos. Acababa de pasar por la puerta principal -la puerta principal cerrada con llave- cuando el cerrojo se abrió y el pomo giró. Jadeé y me tambaleé hacia atrás mientras el corazón se me atascaba en la garganta. Estaba a punto de gritar como una loca cuando Piper abrió la puerta de golpe. —¡Hola! —Entró con un montón de papeles metidos bajo el brazo.

Todo mi cuerpo se relajó, mi corazón volvió a su lugar normal desde mi garganta. —Oh, Dios mío. Me has dado un susto de muerte. —Lo siento. —Hizo una mueca de dolor—. Debería haber llamado al timbre primero. —No pasa nada. —Hice un gesto de despreocupación mientras ella se acercaba y me daba un rápido abrazo. Piper era la asistente de Logan en la Fundación Kendrick, la organización benéfica de nuestra familia. Había trabajado para él durante años en la ciudad y era su empleada de mayor confianza y su favorita. Cuando ella había pasado por un desagradable divorcio hace un tiempo, él la había convencido que se mudara a Montana y trabajara con él aquí. Había pensado que la mudanza sería temporal, pero luego había conocido a su apuesto marido, Kaine, y Montana se había convertido en su hogar para siempre. Tenían dos niños gemelos de casi un año. —Te ves feliz. Se acomodó un mechón de su cabello castaño detrás de una oreja. —Gracias. Y tú estás preciosa, como siempre. —Gracias. Conocía a Piper desde hace mucho tiempo y siempre había pensado que era preciosa. Pero su felicidad la había llevado a un nivel completamente nuevo desde que se había mudado a Montana. Su piel brillaba y su sonrisa irradiaba la habitación.

—¿Cómo estás? —preguntó. —Estoy bien. ¿Y tú? —Estoy fantástica. Sólo quería pasarme a dejar unos papeles. —¿En Nochevieja? —pregunté—. Mi hermano ni siquiera está aquí. Tiene que ser más tolerante contigo. —Claro que sí. —Sus ojos me escudriñaron de arriba a abajo, revisando cada centímetro dos veces. —¿Qué? —Inspeccioné mi ropa—. ¿Por qué miras...? Espera. No estás aquí para dejar el papeleo. Mi hermano te envió a ver cómo estaba, ¿no es así? Dudó un momento pero asintió. —Lo siento. Estaba preocupado. —Uf. —Puse los ojos en blanco—. Han pasado dos días. Estoy bien. —Yo también intenté decírselo, pero él sólo quería estar seguro. Te quiere. —Sí —murmuré—. Yo también lo quiero. Y esta comprobación fue irritantemente amable. Logan siempre había sido protector conmigo, aunque afirmara que le salían canas. —Bien, ahora que he visto que estás viva y que sigues en pie, puedo informar a Logan. Dejaré estos papeles en la oficina antes que Kaine venga a buscarme. Los chicos probablemente se están volviendo locos en sus asientos del coche ya que hemos estado

parados durante diez segundos. No les gusta estar atrapados. Los semáforos son estresantes ahora mismo. —¿Están todos fuera? —Miré a su lado. —Sí. Kaine está hablando con Dakota. Vuelvo enseguida. Se apresuró por el pasillo hacia la oficina mientras me apresuraba a ponerme unos zapatos. Luego robé un pesado abrigo de esquí del perchero de Thea, encogiéndome de hombros justo cuando Piper regresó. —¿Lista? —Preparada. —Asentí con la cabeza—. ¿Vas a venir a la fiesta esta noche? Ella sonrió. —Estaremos allí. La madre de Kaine vendrá esta tarde a cuidar a los niños para que podamos tener una noche de fiesta. —Será agradable ver una cara conocida. Dakota me puso a cargo de servir el champán, así que me aseguraré que tu copa esté siempre llena. —Perfecto. —Se rió—. ¿Cómo te va con el trabajo y Dakota? —Bien. Él es dulce. —Esa palabra se me escapó. No era la que quería decir porque dulce revelaba demasiado. Me di la vuelta y me dirigí a la puerta, esperando que Piper no la hubiera visto. —Espera. Maldita sea. Suspiré y me di la vuelta.

—¿Es dulce? —repitió—. Dakota Magee nunca ha sido descrito como dulce. ¿Qué está pasando? Si hubiera sido Sean, el otro asistente de Logan, habría podido evitar esta conversación. Pero Piper se había convertido en una extensión de la familia de Logan a lo largo de los años, y yo la conocía desde hace demasiado tiempo. Ella me mantendría dentro hasta que le contara todo sobre Dakota y los últimos dos días. —Nada. No es así. Algo así. No sé. Es... —Lancé la mano en dirección general a los hombres de afuera, mirándolos desde la ventana junto a la puerta. Estaban de pie junto al capó de la camioneta negra de Dakota, hablando. Dakota tenía los brazos cruzados sobre su amplio pecho. Su abrigo de lona no ocultaba el volumen de sus brazos. Sus vaqueros desteñidos se amoldaban a sus gruesos muslos, con las botas bien plantadas en la nieve. Se me secó la boca. —Caliente —terminó Piper. Asentí con la cabeza. —Súper caliente. —Hmm. ¿Y esto es un problema? —Sí. Lo último que necesito es otra relación. —¿Por qué tiene que ser una relación? Sabes, el sexo casual tiene una mala reputación. No hay nada de malo en que una mujer se divierta con un hombre sexy.

—¿En serio? —Me quedé con la boca abierta. Apuesto a que Logan no querría que Piper volviera a vigilarme si supiera que me estaba animando a tener sexo casual con el empleado de Thea. —Kaine y yo nos lanzamos a algo loco y salvaje. Fue algo tan fuera de lo normal para mí y la mejor decisión que he tomado en mi vida. —Sí, pero se casaron y tuviste bebés muy guapos. No estoy buscando un marido. Ya he pasado por eso. Lo he hecho dos veces. Está claro que no se puede confiar en mi gusto por las parejas. La cara de Piper se suavizó. —Sofia, no seas tan dura contigo misma. Has tenido mala suerte con los hombres. Pero sinceramente, no creo que nada de eso haya sido culpa tuya. —¿No lo crees? —No, no lo creo. —Puso su mano en mi hombro—. Esto es lo que sé. Dakota es un buen hombre. Es honesto. Creo que una relación, aunque sea breve, con un buen hombre es justo lo que necesitas. Él puede enseñarte lo que se siente al estar con el tipo correcto de persona. —Me voy tan pronto como Thea y Logan regresen. —Logan siempre dice que aprendes rápido. ¿Eh? —¿Lo dice? Me guiñó un ojo y soltó la puerta, obligándome a apartarme mientras salía.

La seguí, protegiendo mis ojos del brillante sol de invierno y cerrando la puerta tras de mí. Kaine vio a Piper y se apartó del lado de Dakota, llegando a su lado y asegurándose que no resbalara en la acera nevada. —Puedo caminar sola —le dijo ella—. Llevo haciéndolo más de treinta años. —Deja que te ayude. —No soltó a su mujer mientras abría la puerta de su todoterreno. Tal y como ella esperaba, dos pequeñas e infelices voces gritaban en el asiento trasero. —¡Adiós! —Piper me saludó mientras Kaine trotaba y se metía en el lado del conductor. —Nos vemos esta noche. —Me dio un tirón de la barbilla, se subió al asiento del conductor y se alejó, dejándonos a Dakota y a mí solos en la nieve. —Buenos días —dije. Me sentí incómoda. ¿Por qué estábamos incómodos? Porque casi lo besaste ayer. —Hola. —El aliento de Dakota se agitó alrededor de su hermoso rostro mientras me acompañaba al lado del pasajero de su camioneta. Se mantuvo a un pie de distancia, pero el calor entre nosotros fue suficiente para ahuyentar el frío del invierno. —Es el gran día.

—Lo es. ¿Estás preparada para esto? —Aquella voz profunda, junto con aquellos ojos oscuros, me hizo sentir una oleada de deseo. Se acumuló entre mis piernas y me mareó ligeramente. No podía ignorar mi atracción por Dakota. Era imposible forzarla. El magnetismo que nos unía iba a seguir tirando de nosotros hasta que uno de los dos acabara cediendo. Tal vez Piper tenía razón. ¿Por qué resistirse? Esto no tenía que ser nada serio. Un beso, o algo más, no significaba que fuéramos a caminar hacia el altar. Por una vez, tal vez le daría una oportunidad a lo casual. Me demostraría a mí misma que no necesitaba un hombre. Pero eso no significaba que no pudiera disfrutar de la compañía de uno caliente durante unos días. ¿Estaba preparada para esto? —Claro que sí.

—Encontré una bolsa más de confeti escondida debajo de las serpentinas. —Buenísimo —dije. —Oh, para. —Sofia se rió y la abrió para esparcir el confeti por la barra. Esperaba mantener en secreto la caja de decoraciones de Thea, especialmente el confeti. Esa mierda era un dolor de cabeza para limpiar. Pero Thea debía saber que yo no tenía planes de decorar porque le había enviado a Sofia un mensaje de texto mientras conducía hacia el bar esta mañana. Lo primero que hizo mi ayudante fue buscar los adornos y empezar a decorar el lugar. Thea había comprado tanta basura que a Sofia le había llevado horas. No es que hubiera mucho más que hacer. La hora del almuerzo había estado muerto, y dudaba que viéramos a un alma

hasta las siete u ocho, cuando estaba previsto que comenzara la fiesta. La decoración al menos había mantenido a Sofia ocupada. Y aunque no quería pasar el tiempo extra quitando todo, era agradable verla tan emocionada. Los ojos de Sofia brillaban más que la diadema de plástico dorada que se había puesto en la cabeza. —¿Qué haces normalmente en Nochevieja? —preguntó, recogiendo la bolsa de confeti ya vacía y tirándola a la basura. —Trabajar. —Si no estaba de camarero aquí, estaba en otro sitio. Siempre había uno o dos extranjeros que querían un camarero privado para sus fiestas íntimas. Eran aburridos como el infierno, pero el dinero era estúpidamente fácil—. ¿Y tú? —Normalmente, me paso el día preparándome para una o dos fiestas. —Me da miedo preguntar qué implica eso. Ella suspiró. —Facial. Masaje. Pedicura. Manicura. Maquillaje. Peluquería. Vestido. Todo. —Supongo que hoy tendrás que conformarte con vestir el bar en su lugar. —Supongo que sí. —Se ajustó la diadema en la cabeza—. Esto es diferente pero mejor de lo que esperaba. Hasta ahora, hoy ha sido una de las mejores vísperas de Año Nuevo que he tenido en años. No suelo ser yo la que decora las fiestas. Esto es divertido. Muy divertido, en realidad.

Maldita sea. Metí la mano en el bolsillo de mis vaqueros y saqué la última bolsa de confeti que había robado antes para tirarla cuando ella no miraba. —Toma. —Se la lancé—. Vuélvete loca. La sonrisa de Sofia me dio de lleno en el pecho mientras rompía la bolsa. Esos ojos brillaban, como si le hubiera entregado las llaves de un coche nuevo, no una bolsa de confeti de noventa centavos. Hoy había hecho todo lo posible por organizar los objetos para que fueran lo más visibles posible. Los sombreros y las diademas, como la que ella llevaba, estaban colocados en varios lugares de la sala. Al final de la noche encontraríamos un montón de ellos pisoteados en el suelo. Una pancarta que anunciaba el año estaba colgada en la gramola. Las posibilidades que sobreviviera hasta la medianoche eran escasas. En todas las mesas había cuernos de papel de oro que me iban a volver loco a las diez. Pero no le diría nada de eso. —Se ve bien aquí. —Gracias. —Extendió el confeti sobre una mesa de cóctel—. Eres la tercera persona que me hace un cumplido hoy. —¿Y las dos primeras? —Piper cuando la vi antes. Y mi madre cuando hablé con ella esta mañana. Dijo que estaba orgullosa de mí por trabajar aquí. —Debería estar orgullosa.

—Bueno, no recibo muchos cumplidos como ese. Se sintió bien. —Terminó con el confeti y vino a sentarse frente a mí en la barra—. ¿Te contaron Thea y Logan lo de la revista? —Lo mencionaron. —Fue humillante. —Sus hombros cayeron—. Es humillante. Supongo que siempre había pensado que mi familia me veía como una inútil, sin importar lo que hiciera. Entonces ocurrió el artículo, y me di cuenta que el mundo me veía así. —No digas eso. Se encogió de hombros. —Pero es cierto. O lo era. No lo sé. Pero supongo que lo que intento explicar es que en mi familia no soy la niña de la que mis padres están orgullosos. Soy la que toma malas decisiones en maridos y amigos. En la vida. Que mi madre diga que está orgullosa es... —Enorme. —Épico. —Sofia asintió—. Fue bonito que me reconocieran por algo bueno, para variar. Y lo necesitaba. Ni siquiera sabía cuánto. Sofia se bajó del taburete y se quitó la diadema de la cabeza. Luego hizo algo que casi me hace cortocircuito en el cerebro. En lugar de acercarse a poner la tiara en la mesa de cóctel, bailó. Levantó los brazos por encima de la cabeza y se puso de puntillas. Los músculos de sus piernas, esos muslos y pantorrillas tonificados, se agolpaban bajo sus ajustados vaqueros. El jersey se le subió por encima de las caderas, lo que me permitió ver su ombligo y la joya de diamantes en su centro.

Sobre un pie, giraba con elegancia, y su cabello se arremolinaba alrededor de sus hombros en rizos sueltos que colgaban de su espalda. Una vuelta. Eso fue todo lo que hizo. Un giro y yo estaba mareado. Dejó la tiara sobre la mesa, como si ese giro a mitad de camino fuera tan fácil como caminar, y volvió a la barra y se puso frente a mí. Era tan elegante. Era caprichosa, como un hada sin sus alas. Si a eso le añadimos ese sexy piercing en el ombligo y sus expresivos ojos marrones, me encontraba al lado de un enigma. Cada vez que creía haberla descubierto, me sorprendía. Cada maldita vez. Cuando Sofia se acercó, salí de mi estupor y dejé caer los ojos hacia mis botas. Me apetecía levantar el dobladillo de su jersey para asegurarme que había visto ese piercing. Pero si lo veía de nuevo, sería imposible no pasar la lengua por la gema. Para chuparla en la boca y humedecer el cálido metal en mi lengua. Cerré los ojos, tomando aire y deseando que mi sangre se enfriara. Uno. Dos. Tres. Conté hasta diez. Luego hacia atrás hasta el cero. Cuando abrí los ojos, esperaba ver a Sofia mirándome, preguntándose cuál era mi problema. Pero no estaba frente a mí.

Se había subido tranquilamente a la barra. —¿Qué coño? Bájate. —Mi corazón se detuvo y mis brazos se dispararon para agarrarla. Pero ella se alejó un paso—. Sofia, bájate. —Tengo que colgar esto. —Movió los espirales de papel de plata y oro en su mano. —Déjame hacerlo. Me hizo un gesto para que me fuera. —Estoy bien. —Ten cuidado. —Me acerqué, extendidos por si tropezaba y se caía.

manteniendo

los brazos

Se puso de puntillas y pegó una cinta a la viga de hierro que recorría la habitación. Sofia dio unos pasos, encintó otro, y luego continuó hasta que los espació a lo largo de la barra. Todo el tiempo la seguí con los brazos extendidos. Cuando colgó el último, sonrió por su trabajo y bajó la mirada hacia mí y mis brazos. —No me voy a caer. —Podrías hacerlo. —Entonces me atraparías. Sin duda. No la dejaría caer, no mientras estuviera aquí. No tenía idea de cómo lo había hecho, pero de alguna manera en los últimos días, ella también había recibido ese mensaje. Sofia se agachó y extendió los brazos.

Me acerqué y la agarré por la cintura. Sus manos cayeron sobre mis hombros. Y entonces se dejó caer hacia delante, confiando en que la llevaría al suelo de forma segura. Su pecho se arrastró por el mío mientras la bajaba. Sus ojos permanecieron fijos en los míos todo el tiempo. En el momento en que los dedos de sus pies tocaron el suelo, debería haberla soltado y retrocedido, pero mis manos estaban pegadas a sus caderas. Mis dedos se clavaron con más fuerza en sus vaqueros, sin querer soltarlos. —Gracias. —Sus manos permanecieron en mis hombros. —De nada. Sus labios se separaron mientras respiraba. Hoy no se había pintado los labios, sólo un brillo claro que los hacía parecer húmedos. Quería lamerlo, limpiar esos labios para que lo único que hubiera en ellos fuera yo. Sofia dejó escapar un suspiro, y las palabras bésame quedaron en el aire. Así que lo hice. Aplasté mis labios sobre los suyos, con fuerza. Gemí, dejando que el brillo pegajoso mojara mis labios y que la suavidad de su boca se moldeara contra la mía.

Sofia jadeó y me rodeó el cuello con los brazos. Sus dedos se hundieron en los mechones de cabello de mi nuca, clavando sus cuidadas uñas en mi cuero cabelludo. Aflojé el agarre de sus caderas para poder rodear su espalda con los brazos, y luego la atraje hacia mí, juntando nuestros cuerpos. Incliné la cabeza para profundizar en ella, y mi lengua exploró cada rincón de su boca. Su sabor explotó en mi boca, su propio sabor mezclado con un toque de lima. Era tan delicioso como esperaba. Mejor, incluso. Sofia Kendrick era una criatura dulce. La más dulce que jamás había probado. —Más. —Sofia se agarró a mis hombros, acercándonos aún más. Dejé que mis manos bajaran para acariciar su culo, inclinando mis caderas para que ella pudiera sentir toda la longitud de mi excitación. —¿Están abiertos? La voz nos separó. Sofia y yo jadeamos. Sacudí la cabeza, parpadeando furiosamente para salir de mi bruma lujuriosa mientras me volvía hacia la puerta. Un hombre que nunca había visto antes estaba rondando justo dentro, con aspecto incómodo y listo para salir corriendo. —Sí, estamos abiertos. —Me pasé una mano por los labios, limpiando las señales de nuestro beso y el brillo de labios de Sofia— . Entra.

La cara de Sofia se puso muy roja mientras le daba la espalda al cliente. —Siento interrumpir. —El hombre cruzó la sala y se sentó en una de las mesas. Agarró el menú del mostrador y empezó a leerlo. Me pasé una mano por el cabello, murmurando: —Mierda. Sofia se asomó. El enrojecimiento de su rostro había desaparecido, pero sus mejillas seguían sonrojadas. —¿De vuelta al trabajo? —En un segundo. Sus ojos bajaron por mi cuerpo, ensanchándose cuando se posaron en el bulto detrás de mi cremallera. —Oh. Iré a tomar su pedido. —Gracias. —Asentí, cerrando los ojos y respirando un poco. Pero era imposible tener mi polla bajo control con el sabor de ella todavía en mi lengua. A la mierda mi vida. Acababa de cruzar una línea y no había vuelta atrás. Besarla fue la mejor mala idea que había tenido en años. Era rica, hermosa y el tipo de mujer que succionaba a los hombres y los mantenía cautivos. Sofia tomó el pedido del hombre y volvió a la barra. Sin decir nada, le sirvió la cerveza y se la entregó con un posavasos y una bandeja de cacahuetes. Todavía estaba luchando por volver a controlarse.

—Voy a ver si hay más adornos. —Pasó junto a mí y bajó al despacho. —Bien. —Fui directamente por la botella de whisky que había en la estantería del fondo, me serví un vaso de chupito lleno y lo bebí. —¿Necesitas que tome esto para llevar? —preguntó el hombre de la mesa, sonriendo mientras daba un sorbo a su cerveza—. Podrías cerrar y ayudarla a buscar adornos. —Estamos bien. Levantó las cejas. Le envié una mirada furiosa, dejando claro que si volvía a sacar el tema de Sofia o la situación en la que había estado cuando entró, no tendría que irse. Lo echaría por la maldita puerta. —Esta es la última de las decoraciones. —Sofia volvió con otras dos bolsas de confeti y una caja etiquetada en chino. —¿Qué hay en esa? —Señalé la caja. —Pitos de ruidos. Agarré la caja de sus manos pero vi que estaba sin abrir. — ¿Cómo sabes que son ruidosos? —Porque así lo dice la caja. —¿Sabes leer chino? Se encogió de hombros. —No muy bien, pero lo suficiente. Recibí clases en el instituto. Se me da mucho mejor el español

porque pasé un mes en Barcelona después de la graduación. Aunque no lo he usado desde entonces. Ambos están oxidados. Parpadeé. —Hablas español y chino. —En realidad no hablo chino. No lo hago desde que dejé de tomar clases. Pero puedo leerlo lo suficientemente bien como para arreglármelas. Dios. No necesitaba más cosas para excitarme. Una mujer cuya mente era tan aguda como la mordida de sus uñas era imposible de resistir. La puerta del bar se abrió de nuevo, y esta vez entró una cara conocida. —Hola, Wayne. —Levanté la barbilla. —Dakota. Hola, Sofia. ¿Cómo les va a ustedes dos? El hombre de la mesa se atragantó con un cacahuete mientras se reía. —Estamos bien —murmuré—. ¿Quieres lo de siempre? —Claro. Le serví a Wayne una cerveza mientras Sofia iba a esparcir más mierda en las mesas que tendríamos que limpiar más tarde. No tuve el valor de decirle que probablemente sería ella quien barriera todo ese confeti. —¿Cómo están tus pies? —Wayne le preguntó a Sofia.

—Mucho mejor. —Levantó un tacón de las Chuck Taylors que había visto usar a Thea con frecuencia—. Estos son cómodos. Aunque parezco tonta en zapatillas. Fruncí el ceño. —No, no lo pareces. Sus jeans ajustados y su sencilla camiseta blanca con cuello en V eran mucho más atractivos que la elegante mierda que había usado los últimos dos días. Hoy, parecía que se sentía cómoda aquí. Segura de sí misma. Cada movimiento se hacía con más seguridad, ya fuera recoger vasos o usar la pistola de refrescos. Caminaba por el bar como si fuera la dueña del lugar. Era la confianza que reconocía de sus hermanos. Si a eso le añadimos su belleza, era difícil no mirar. Durante el resto de su “pasantía”, estaría más concentrado en ella que en el bar. —Gran fiesta esta noche. —Wayne dio un sorbo a su cerveza—. Puede que tenga que romper mi regla de una sola cerveza y quedarme un poco más. —Deberías. —Sofia ajustó una pancarta de estrellas y cuerdas de papel de aluminio que había puesto en una mesa—. Va a ser divertido. Su entusiasmo era palpable, su anticipación contagiosa. A la mierda las bebidas. Que se jodan los clientes. Lo único que importaba esta noche era que Sofia se lo pasara bien. Quería que saliera de aquí esta noche sintiendo que había marcado la diferencia. Que no podría haberlo hecho sin su ayuda.

Quería que sintiera que ella importaba, al menos por una noche. Para que eso sucediera, tendría que ser lo más metódico posible. Tendría que asegurarme de no estar demasiado ocupado y apartarla del camino. Así que pasé la siguiente hora haciendo preparativos adicionales mientras Sofia hablaba con Wayne. Nos preparé a todos una pizza para que pudiéramos comer temprano, y luego cerré la cocina. Por suerte, Thea había aprendido de sus errores del año anterior. El año pasado había intentado dirigir tanto el bar como la cocina, y había sido un caos. Este año, había anunciado que la cocina estaría cerrada, dándome una cosa menos de la que preocuparme durante la noche. A las siete, ya estábamos preparados y esperando. Wayne había decidido quedarse y estaba en el baño. Lo que nos dejó a mí y a Sofia de pie detrás de la barra mientras los primeros clientes entraban por la puerta. —¿Listo para esto? —le pregunté. Ella soltó un suspiro tembloroso pero sonrió. —Muy preparada.

—¡Qué prisa! —Sofia hizo su giro alrededor de una de las mesas—. No creo que ocho horas hayan pasado nunca tan rápido. Ha sido una locura.

Sonreí mientras cerraba la puerta principal. Había anunciado que ya era hora de cerrar hace una hora, pero la gente había tardado en salir. El reloj detrás de la barra, que siempre se adelantaba veinte minutos, marcaba las tres de la mañana. —Lo has hecho bien esta noche. Sofia había sido de más ayuda de lo que podía imaginar. No había necesitado asegurarme de que había contribuido. Simplemente lo había hecho. Yo había preparado el champán para que ella lo sirviera, y lo había hecho, pero en un momento dado, cuando nos habían hecho muchos pedidos, ella había mezclado las bebidas casi tan rápido como yo. Los dos nos habíamos mantenido al día con los pedidos de bebidas durante toda la noche, y por mucho que odiara admitir que no podía manejar este lugar solo, la necesitaba. Sofia había mezclado las bebidas toda la noche mientras yo llevaba la caja registradora y gestionaba los demás pedidos. Pero el mero hecho de que ella se encargara de algunos pedidos había sido enorme. Todo el tiempo, lo había hecho con una sonrisa en los labios que yo había besado. Había estado nerviosa al principio y vacilante cuando la gente entraba. Durante las primeras horas, había permanecido en el extremo del bar, rondando cerca de Piper y Kaine. Creo que sólo intentaba mantenerse alejada de mí.

Pero finalmente, le silbé para que viniera a mezclar un par de bebidas, con la esperanza que se soltara. A partir de entonces, se relajó y se convirtió en una mujer. Tenía el mismo carisma que su hermano. No brillaba tan rápido, pero esta noche había encantado a todos los presentes en el bar con su risa y su rápido ingenio. —¿Quieres más champán? —pregunté mientras me dirigía a la barra. Todavía quedaba media botella. Me aseguré que tuviera una copa en la mano mientras la multitud contaba hasta la medianoche. Desde entonces, los dos habíamos bebido a sorbos. —Sí, por favor. —Ella se acercó a la barra, depositando los últimos vasos sucios en el fregadero. Llené su vaso y me serví un poco más. Por mucho que quisiera besarla de nuevo, resistí el impulso, como había hecho también a medianoche. —Feliz Año Nuevo. —Feliz Año Nuevo. —Chocamos las copas y me bebí la mía. El champán no era lo mío, pero la ocasión lo requería. Cuando volví a levantar la vista, ella estaba bebiendo de su copa hasta dejarla seca. Se rió al dejarla vacía. —Tenía sed. Sonreí y me di cuenta que tenía una gota en la comisura del labio. Se la limpió, me miró y se quedó paralizada. —¿Qué?

—Estás sonriendo. No sonríes mucho. Pero cuando lo haces... es una locura de calor. Me reí. —Tal vez sea suficiente champán. —Tal vez tengas razón. —Se rió—. Me pondré a trabajar en la limpieza del confeti. Pasamos la siguiente hora limpiando y guardando cosas. Las noches ajetreadas como esta eran un subidón, y siempre era difícil relajarse. El cansancio tardaba horas en hacerse notar. Sofia también se dejó llevar por la emoción, limpiando mientras yo sacaba la basura. Cuando volví de tirar seis bolsas, la encontré en la barra, arrancando las espirales de papel de aluminio. —¿Qué coño? —Corrí por el pasillo—. Cuidado. —Estoy bien. ¿Ves? —Se puso de puntillas e hizo el mismo giro que había hecho antes en el suelo. Sólo que esta vez, sus pies no eran tan firmes ni sus movimientos tan firmes. —Sofia, bájate. Te vas a caer y te vas a hacer daño. Me ignoró mientras bajaba otra espiral. —Fue tan divertido esta noche. —Abajo —le ordené sólo para ser ignorado de nuevo. Así que, como había hecho antes, la seguí, con los brazos extendidos para asegurarme de agarrarla si se caía. —No puedo recordar la última vez que me divertí tanto. —Se puso de puntillas y levantó una pierna en el aire mientras sus brazos

flotaban hacia el techo—. Mis pies también se sienten muy bien, aunque estos zapatos parezcan tontos. —Sofia —ladré—. Los dos pies en la barra o baja de una puta vez. —De acuerdo —dijo, volviendo a poner los pies en la barra y caminando hacia la última espiral—. ¿Cuál es tu pasión? —¿Mi pasión? —¿Qué tenía eso que ver con que se bajara de la barra? —Sí, tu pasión. ¿Qué es lo que te apasiona? ¿Qué te excita? —¿Ahora mismo? Evitar que te rompas el maldito cuello. Tiró de la última espiral de papel de aluminio del techo, pero en lugar de bajarse, se detuvo y me sonrió. Luego se puso de puntillas, sacó una pierna y giró en dos círculos rápidos. Cuando aterrizó, una mano le tapó la boca de la risa. —Haz esa mierda en el suelo. —Puse las manos en las caderas—. Al suelo. Ahora. Se agachó. —Tomé clases de ballet durante toda mi infancia, hasta el instituto. No me voy a caer. —Podrías. —Y me atraparás si lo hago. —Esto es peligroso. —Ambos sabíamos que no estaba hablando de ella de pie en la barra.

Con un movimiento rápido, Sofia cayó hacia delante, con los brazos extendidos. La agarré por la cintura, ayudándola caer al suelo. Ella no se apartó, y yo no la dejé ir. —Me has besado —susurró. Asentí con la cabeza. —Pero no me besaste a medianoche. —Estábamos ocupados. —Ahora no estamos ocupados. Dejé caer mi frente sobre la suya. —No estoy seguro que sea una buena idea. —Yo tampoco —admitió—. Pero no sé si puedo parar. Se inclinó hacia mí, apretando sus labios contra los míos en un suave beso. Su lengua salió y recorrió mi labio inferior. Sin dudarlo, la levanté en mis brazos, acordándome sólo de apagar las luces mientras la sacaba del bar. Nos olvidamos de todo lo demás que había que limpiar o cuidar en la carrera por meterla en mi camioneta. La necesidad de conducir fue la única razón por la que nos separamos. Pero nuestra separación sólo duró el corto trayecto hasta mi casa. Donde aparqué, la levanté de nuevo en mis brazos. Y la llevé a mi cama.

Una sonrisa se extendió por mi rostro mientras enterraba mi cara en la almohada de Dakota, inhalando su aroma a madera. Mis brazos se extendieron hasta el cabecero y los dedos de los pies apuntaban hacia la base de la cama. Todavía no había abierto los ojos, ya que quería unos segundos más para saborear la rigidez de mis músculos. Dakota había trabajado anoche algunas partes de mi cuerpo que hace tiempo no utilizaba. Mucho tiempo. Tenía los tríceps agarrotados por haberme apoyado en su cabecera de madera mientras me golpeaba por detrás. Mis cuádriceps estaban cansados de montarlo como mi propio semental. Mi tobillo tenía un punto sensible por donde me había mordido al correrse. Aparte de los dolores, era lo mejor que había sentido en meses. Incluso en años. El consejo de Piper de ir por todo con Dakota había sido acertado.

La noche anterior me había recordado que el sexo podía ser divertido. Dakota y yo nos habíamos lanzado por todo desde el momento en que me llevó a su casa. Su boca se había aferrado a la mía, sin apartarla mientras me desnudaba en nuestro camino hacia su dormitorio. Mi ropa seguía esparcida por toda la casa. Tomé una última bocanada de su almohada y me puse de espaldas, con los pechos desnudos cubiertos por las sábanas. Mis pezones nunca se habían sentido mejor que cuando él los había tenido en su boca caliente, su lengua arrastrándose sobre los brotes endurecidos hasta que comencé a temblar. Solo pensar en cómo su polla me había llenado tan completamente me hizo retorcerme por más. Maldita sea, ese hombre sabía cómo tratar el cuerpo de una mujer. Las sábanas estaban calientes en mi lado de la cama. Deslicé un pie hacia su lado, encontrando el algodón frío. ¿Cuándo se había levantado? ¿Cuánto tiempo había estado durmiendo? Abrí los ojos de golpe, apretando la sábana contra mi pecho mientras me incorporaba. Las persianas de la ventana estaban cerradas, pero la luz del sol se colaba por los huecos de los listones de madera. Entrecerré los ojos, esperando adaptarme a la luz. Entonces inspeccioné el dormitorio de Dakota. La cama estaba en el centro de la habitación, frente a una puerta que daba al baño. El armario estaba a mi izquierda. Una de las puertas del guardarropa estaba abierta, mostrando las camisas de

Dakota en perchas de alambre y sus vaqueros doblados y apilados en los estantes superiores. En ese armario no cabía ni una décima parte de mi ropa, y mucho menos mis zapatos. De hecho, esta habitación era más o menos del tamaño de todo el vestidor de mi ático. Pero era una habitación bonita. El suelo era de madera, de un cálido color marrón claro. Las paredes eran de un sencillo color blanco roto, compensado por un ribete blanco. Estaba claro que no eran los acabados originales, lo que significaba que Dakota o Xavier habían hecho algunas mejoras. Supongo que Dakota. Las sábanas de su cama eran de un blanco crudo, y su colcha, de un grueso y pesado algodón color carbón. La habitación sólo tenía lo básico: una cama, una mesita de noche y una lámpara de lectura. Ni siquiera había televisión. Era masculina y sencilla, como el propio hombre. Sinceramente, la decoración no importaba mucho. Me alegraba que tuviera lo esencial para una noche de desenfreno. Sus condones estaban guardados en la mesita de noche. El colchón era blando y él había utilizado una almohada de plumón para sostener mis caderas mientras se arrodillaba sobre mí, deslizándose en mis lugares más profundos con largas y lánguidas caricias. Una oleada de deseo se instaló en mi interior. ¿Dónde estaba? Balanceando mis pies sobre el borde de la cama, dejé caer la sábana y dejé que el aire fresco corriera sobre mi piel desnuda mientras caminaba de puntillas hacia el baño. Di un pequeño giro

antes de llegar a la puerta. El suelo era liso y mis pies descalzos rozaban su superficie como hielo. Sobre el tocador, junto al lavabo, había un tubo de pasta de dientes y un cepillo sin abrir. Sonreí mientras lo abría y lo utilizaba para cepillarme los dientes con la pasta de dientes de menta de Dakota. ¿Hacía esto a menudo? ¿Traía mujeres a casa desde el bar a menudo? ¿Era por eso que tenía cepillos de dientes adicionales a mano? La curiosidad me ganó y abrí los tres cajones de cada lado del tocador. Estaban llenos de toallas de mano adicionales, crema de afeitar, una caja de bastoncillos de algodón y otras cosas necesarias para el baño. Pero no había ningún cepillo de dientes nuevo. Sonriendo y pensando que éste debía ser un extra, volví al espejo con mi cepillo de dientes. Cuando terminé, lo dejé en el contenedor junto al suyo. Tal vez lo volvería a usar esta semana. Eso esperaba. Porque ahora que lo había tenido, era adicta a Dakota. Más de lo que nunca había estado con un hombre, incluyendo a mis dos ex maridos. Me había dado el mejor sexo de toda mi vida, y tenía que tener más. Necesitaba algo que me satisficiera durante un tiempo, porque cuando volviera a la ciudad, me tomaría un largo descanso de los hombres.

Los recuerdos de Dakota iban a hacerme compañía en el futuro inmediato. Tras mi divorcio de Bryson, Logan me había animado a dejar de lado a los hombres durante un tiempo. Su consejo había caído en saco roto porque ya había conocido a Jay y estaba completamente encaprichada en mi nueva relación. Y mira cómo había terminado esa. Así que había llegado el momento de probar una nueva táctica, y como mi hermano era una de las personas más inteligentes que conocía, iba a probar su consejo. Una vez que dejara Montana, iba a estar soltera para variar. Dakota no era el hombre adecuado, pero era un buen hombre. Era refrescante. Si encontré un buen hombre una vez, tal vez encontraría otro algún día. O él podría encontrarme a mí. Volví a la habitación de Dakota, sonriendo a las sábanas arrugadas. Definitivamente iban a necesitar ser lavadas. Pero no sabía usar la lavadora ni la secadora, así que tendría que pedirle ayuda. O, mejor aún, podríamos ensuciarlos aún más. Entonces podría enseñarme a lavar la ropa. Me acerqué a la columna de cajones dentro de su armario y abrí el superior, buscando algo que ponerme. Encontré un par de calcetines gruesos de lana marrón. Los agarré, junto con una franela de manga larga, y me los puse.

Luego tomé una última cosa de la mesita de noche antes de ir en busca de mi nuevo amante. En la puerta, miré a ambos lados del pasillo, reorientándome con la casa. Una dirección conducía a otro dormitorio y a un baño. La otra llevaba a un largo pasillo que se abría al salón. Pasé las manos por el fresco sofá de cuero mientras atravesaba el salón. Todos los muebles estaban orientados hacia el gran televisor montado en la pared. Los altavoces de sonido envolvente estaban montados a ras de las paredes y el techo. Los dos sillones orientados hacia el televisor me hicieron estremecer. No eran precisamente feas, pero tampoco eran bonitas. Su cuero marrón hacía juego con el sofá, y era evidente que formaban parte de un conjunto. Pero eran tumbonas, con asas para levantar los reposapiés y portavasos incorporados. Probablemente eran cómodas y obviamente prácticas para ver el fútbol del lunes por la noche. Ninguna de esas cualidades había sido nunca una de las más importantes en mi lista de diseño de interiores. Sin señales de Dakota, seguí explorando. Me dirigí a la cocina situada en la parte delantera de la casa. Era de estilo galera con armarios blancos y encimeras de cuarzo. En el extremo más alejado, había dos puertas. Supuse que una llevaba al sótano y la otra al garaje. Anoche habíamos entrado por la puerta trasera exterior y por el salón. Había aparcado su camioneta en un taller independiente detrás de su casa. Dudaba que me hubiera dejado aquí sola, y como

ir a comprobar si su camioneta estaba donde lo habíamos dejado significaba salir a la calle con la nieve, opté por el sótano primero. La temperatura bajó cuando abrí la puerta y subí las primeras escaleras. A través de la oscuridad, pude distinguir un rellano en el fondo en la tenue luz. Un escalofrío recorrió mis brazos y los envolví alrededor de mi cintura. —¿Dakota? ¿Estás ahí abajo? Al no obtener respuesta, me di la vuelta y volví a subir corriendo, cerrando rápidamente la puerta tras de mí. Los sótanos me daban miedo desde que tenía nueve años y me había colado en la sala de cine de casa, donde Logan y algunos de sus amigos habían estado viendo una película de terror. Me había escondido detrás de un sofá, viendo la película aunque se suponía que estaba en la cama. Logan me encontró cuando grité a la mujer que estaba siendo descuartizada en la pantalla. Mi hermano me había llevado a mi habitación y se había quedado conmigo toda la noche simplemente porque se lo había pedido. Había faltado a su fiesta de pijamas con sus amigos para cuidar de mí. No estaba segura de dónde había dejado mi teléfono anoche, pero en cuanto lo encontrara, iba a enviarle un mensaje a Logan. Nunca le había dado las gracias por esa noche. Las gracias habían desaparecido mucho de mi vocabulario.

Sin señales de Dakota en el sótano, me dirigí a la otra puerta. En cuanto me acerqué, escuché música a todo volumen desde el otro lado. Con cuidado, la abrí y me asomé por la rendija. Dakota estaba en el centro de su garaje, tumbado en un banco de ejercicios. Había convertido el garaje en un gimnasio. Todos los pesos libres estaban alineados en estantes contra una pared. Puso espejos en algunas paredes y tapetes en todos los pisos. Una máquina elíptica estaba en cuclillas en una esquina, con una cinta de correr a su lado. Abrí la puerta y me apoyé en el marco mientras Dakota levantaba una barra con dos pesas negras en cada extremo. Sólo llevaba un par de pantalones cortos, dejando su pecho sudoroso al descubierto. Los músculos de sus brazos se agolpaban y se agitaban mientras llevaba la barra a sus pectorales, y luego la empujaba hacia arriba al exhalar. Tragué con fuerza, mi pulso se aceleró al ver sus abdominales. Anoche habíamos tenido sexo con las luces apagadas. Hoy no cometería el mismo error. Quería que las imágenes acompañaran a las sensaciones. Repetición tras repetición, Dakota se esforzó. Finalmente, colocó la barra en el descanso detrás de su cabeza y se sentó. Arrastró los dedos por su cabello sudado, separando los mechones negros con los dedos.

Alcanzó el suelo, agarrando una toalla para secarse la cara. Luego la cambió por la botella de agua que tenía junto a sus pies, bebiendo un largo chorro de agua en su boca. Llevaba puestas las zapatillas, pero no se había atado los cordones. Los cordones blancos caían sueltos hasta las alfombras de goma negras. —Buenos días. —Su saludo se escuchó por encima del volumen de la música. No se giró, pero debió verme en el espejo. —Hola. —Me aparté de la puerta y bajé los tres escalones hasta el suelo del garaje. Me dirigí al altavoz de la esquina, poniendo en pausa la música de rock furiosa. El silencio en la habitación fue instantáneo y sorprendente. Pude oír cómo el pecho de Dakota se agitaba mientras tomaba otro trago de agua y recuperaba el aliento. —Esto está bien. —Extendí una mano para indicar el gimnasio. —No hay gimnasios en la ciudad. Tuve que hacer el mío propio. —Se apartó de mí, observándome desde el espejo—. Bonita camiseta. —Es un poco grande. —Las mangas me colgaban más allá de las puntas de los dedos y el dobladillo me llegaba a medio muslo. —Tu ropa está en la lavandería. —Está bien. —¿Era una indirecta para que me la pusiera? Si lo era, fingí no verlo.

Fui directamente al banco y puse una rodilla en el asiento entre las piernas de Dakota. Esto obligó a su mirada apartarse del espejo. Se inclinó hacia atrás, sus ojos oscuros y evaluadores sostuvieron los míos. No delataban nada, como la primera vez que lo había visto. Dakota se había puesto en guardia desde la noche anterior. Quizás había desaparecido en este gimnasio para no despertarse junto a mí en su cama. —¿A qué hora tenemos que estar en el bar? —Pasé las yemas de los dedos por los mechones sudorosos de su cabello junto a la oreja. —Hoy está cerrado. —Su voz era áspera y ronca. Tarareé. —Entonces, ¿te apuntas? —¿A qué? —Una semana de mí. Sus ojos brillaron, la cautela se convirtió en calor. —¿Crees que es inteligente? —Puedo salir de esto como amigos. ¿Y tú? Asintió con la cabeza. —No hay problema. —Entonces es inteligente. —Dejé caer mi boca sobre la suya, jugando con mi lengua. El sudor de su labio superior era salado. Las manos de Dakota se clavaron en mis caderas, amasando mis suaves curvas antes de deslizarse bajo el dobladillo de su camisa.

Cuando no encontró más que piel desnuda, su lengua se sumergió en mi boca. Pasé mis manos por sus hombros y por su espalda. Me elevé sobre él en el banco, obligándolo a levantarse para encontrarse conmigo. La piel de sus dedos era áspera contra la suave piel de mi culo cuando la palmeó, instándome a acercarme. Su aroma picante nos rodeaba, más fuerte ahora que estaba mezclado con el sudor. Mis manos se deslizaron por las húmedas llanuras de su espalda, ajustándose a los músculos que estaban tan cincelados como sus abdominales. Luego levanté la rodilla y me puse a horcajadas sobre él antes de dejar caer mi centro sobre el suyo. La tela de malla de sus pantalones cortos no ocultaba la barra de hierro que había entre nosotros. Deslicé una mano por su frente, buceando bajo la cintura elástica y agarrando su sedoso eje, acariciando mientras él gimió en mi boca. —Condón. —Dakota empezó a levantarse pero le di todo mi peso, apretando su polla con más fuerza. —Bolsillo de la camisa —jadeé en su boca. Las comisuras de sus labios se juntaron contra los míos mientras buscaba el bolsillo. El sonido del papel de aluminio rasgado, los corazones acelerados y las respiraciones agitadas resonaron en la habitación. Dakota se levantó ligeramente, utilizando un brazo para mantenerme pegada a él mientras el otro se movía con movimientos apresurados para bajarle los calzoncillos.

Solté su polla, agarré el condón de sus dedos y lo hice rodar sobre su dureza. Cuando estuvo en su sitio, me agarró de las caderas, estabilizándome, antes de levantarme y plantarme justo en su polla palpitante. —Joder —gimió mientras jadeé. —Te sientes tan bien. —Mi cabeza se inclinó hacia un lado mientras me estiraba alrededor de él—. Tan, tan bien. Su deliciosa boca se aferró a mi clavícula, apartando la franela. Chupó con fuerza mientras me levantaba y me llevaba de nuevo a su polla. Con fuerza. Ese movimiento le valió un siseo. Lo hizo de nuevo cinco veces antes que sus brazos cayeran a los lados y dejara escapar un resoplido. —Mis brazos están muertos. Vamos a cambiar. —De acuerdo —respiré. Me levantó, nos hizo girar a los dos y me tumbó en el banco, cerniéndose sobre mí con su gruesa y larga polla aún enraizada en lo más profundo. Luego inclinó mis caderas, probando el ángulo con un largo tirón y una profundo empuje. —Síííí. —Todo mi cuerpo estuvo a punto de salirse del banco. No tengo ni idea de cómo se dio cuenta tan rápido de mantener mis caderas levantadas. Pero era la única manera que entrara tan profundo.

Las escapadas de anoche me habían sensibilizado esta mañana, pero el pequeño dolor mezclado con el intenso placer me tenía enroscada y lista para explotar. Si Dakota viviera en Nueva York, estaría tentada a tener esto todos los días. Así que era bueno que tuviéramos un límite en esto. Era bueno que una relación estuviera fuera de discusión. Es algo bueno. Sus golpes se hicieron más rápidos, sus brazos sosteniendo mis piernas justo debajo de mis rodillas. Con cada empuje hacia delante, me tiraba sobre él. El sonido de la piel al chocar, sus gruñidos y mis jadeos ahuyentaron el silencio del gimnasio. El cuello de mi franela se hundió sobre un hombro mientras Dakota nos balanceaba hacia adelante y hacia atrás en el banco. Con cada rebote, el material caía de lado hasta que uno de mis pezones se liberó. Dakota lo localizó y se plantó profundamente. Luego se inclinó sobre mí, tomando mi pezón entre sus labios y chupándolo con fuerza. —Oh, Dios. —Mis manos se dirigieron a su cabello, tirando de las sedosas hebras. Me pellizcó un lado del pecho y luego me lamió la piel antes de volver a ponerse de pie. Cuando se retiró de mí, un brillo perverso se asentó en sus ojos negros justo antes que diera un golpe, sacudiendo el banco y la barra que había detrás. —Tócate —ordenó Dakota—. Vente a mi alrededor.

Asentí con la cabeza, dejando que una mano se dirigiera a mi pezón expuesto. Luego la otra se deslizó por mi estómago hasta mi clítoris. Puse la yema de mi dedo corazón en el duro nódulo, dando sólo dos vueltas antes que el temblor de mis piernas se hiciera presente. —Eso es, nena. Otra vez. Volví a dar vueltas, esta vez gimiendo entre respiraciones superficiales. Mis ojos se cerraron mientras me frotaba el clítoris de nuevo, sintiendo la acumulación. —Vente. Lo hice a la orden, dejándome ir mientras los puntos blancos consumían mi visión. Mi espalda se arqueó fuera del banco, la mano en mi pezón voló a la barra detrás de mi cabeza para sujetarse para que no me cayera. Dakota se estremeció cuando me apreté a su alrededor, el placer me inundó en olas que me desgarraban el cuerpo. El agarre que tenía en mis pantorrillas se hizo más fuerte cuando empujó una vez más y rugió su propia liberación en el condón. Los dos estábamos débiles cuando me bajó las piernas. Observé a través del espejo cómo se quitaba los zapatos y los calzoncillos y se dirigía desnudo a la papelera de la esquina para deshacerse del preservativo. Volvió, todavía semiduro. Mis ojos se abrieron de par en par al ver su gran polla colgando por su muslo.

—¿Has tenido suficiente? —Me tendió una mano y me ayudó a levantarme del banco. Sonreí y negué con la cabeza. Ese brillo perverso se transformó en una sonrisa de satisfacción cuando él alcanzó el cuello de mi camisa de franela. Un rasgón y los pocos botones que me había abrochado saltaron. Tiró con la suficiente fuerza como para que las costuras se rompieran. La franela se desprendió de mis hombros y fue a parar al suelo. La comisura de su sexy boca se levantó. —Nunca me gustó esa camisa. —Esta es mucho mejor. —Solté una risita—. Ahora coincidimos. Se rió, rodeándome con sus brazos y acercando su boca a la mía. Luego me levantó y me llevó de vuelta al interior y a su cama. Donde no lavamos la ropa con sus sábanas.

—¿Quieres ir a casa? Sacudí la cabeza contra su pecho. —¿Puedo quedarme aquí? —Claro. —Dibujó otro círculo en la parte baja de mi espalda. Tracé una estrella invisible alrededor de uno de sus pezones marrones.

Después de pasar el resto de la mañana en la cama, nos levantamos para ducharnos y comer. Nunca había comido macarrones con queso de la caja azul, algo que Dakota me había dicho que era importante. Así que me había preparado el almuerzo y lo habíamos comido en sus sillones. Odiaba admitir que eran cómodas y que los porta bebidas eran prácticos. Dakota y yo habíamos lavado los platos y luego me había llevado al salón. Había encendido la televisión y me había tirado encima de él en el sofá mientras sonaba una película de acción de fondo. Después de la ducha, me puse una de sus camisetas y un par de pantalones deportivos con tres vueltas en la cintura. Él se había puesto casi lo mismo. Pero incluso vestidos, habíamos encontrado la manera de tocarnos la piel. Yo tenía mi mano en la parte delantera de su camiseta mientras él tenía la suya bajo el dobladillo trasero de la mía. Ninguno de los dos prestaba mucha atención a la película. Esperaba que en otros treinta minutos estaría profundamente dormido. —¿Cómo consiguió tu familia su dinero? Mi mano se congeló en el pecho de Dakota. ¿Dinero? ¿Quería saber sobre mi dinero? ¿Realmente me había equivocado tanto con él?

Había estado tan segura que él era diferente a los demás. Estaba segura que mi dinero no le importaba en absoluto. Pero no había esperado mucho tiempo para sacar el tema. Supongo que en ese sentido, él era diferente. Todos mis ex habían esperado al menos un mes antes de preguntar por mi dinero. Habían fingido estar interesados en mí. Pero Dakota fue directo al grano. Retiré mi mano de su camisa y me dispuse a abandonar el sofá, pero en el momento en que sintió que estaba a punto de levantarme, sus brazos me inmovilizaron contra su pecho. —¿Qué pasa? —Nada. —Intenté alejarme de nuevo, pero me tenía atrapada. —Sofia —me advirtió. —Dakota —imité. —Háblame, nena. Sólo he hecho una simple pregunta. ¿Por qué intentas huir? —¿Era una simple pregunta? —¿De qué estás hablando? —Dinero —resoplé—. Siempre se reduce al dinero. Dakota relajó sus brazos, pero sólo para poder girarnos, inmovilizándome debajo de él en el sofá. —¿Crees que quiero tu dinero?

—¿Por qué si no ibas a preguntar por el dinero de mi familia? Frunció el ceño. —Antes de mí, ¿te ha follado alguna vez un hombre de verdad? —¿De qué estás hablando? —Un hombre de verdad. ¿Has follado alguna vez con uno? —Estoy confundida. —Entonces la respuesta es no, no lo has hecho. Para el final de esta semana, voy a estar dentro de ti lo suficiente como para que empieces a notar la diferencia. Parpadeé, completamente desconcertada. —¿Qué? —Un hombre de verdad no te folla por tu dinero. Te folla porque eres preciosa. Porque te corres como un cohete. Porque tienes unos ojos que le muestran todo lo que sientes. Te folla porque nunca ha sentido nada mejor. —Oh. —Sí, oh. Me importa una mierda tu dinero. —Con eso, me soltó y se puso de pie, con los puños apretados a los lados—. Sólo tenía curiosidad. Pero algún día le preguntaré a tu hermano. Maldita sea. Él era diferente. No volvería a cometer el error de juzgar mal a Dakota. Antes que pudiera alejarse, extendí la mano y tomé su muñeca. Luego lo miré, esperando que lo que había dicho fuera cierto, que pudiera leer la disculpa en mis ojos.

Suspiró, negando con la cabeza y relajando los puños. Luego se volvió a tumbar en el sofá, colocándonos a los dos en el lugar en el que habíamos estado antes. Volví a acurrucarme a su lado, deslicé mi mano por debajo de su camisa y coloqué mi palma en su corazón. —Mi tatarabuelo compró una pequeña panadería en la ciudad a principios de siglo. Cuando ese negocio dio beneficios, compró otro. Y otro más. Hasta que acumuló su riqueza. Empezó con una panadería y una floristería. Después de algunos restaurantes, se expandió a las promociones inmobiliarias. Eso había florecido en inversiones en fábricas de acero y compañías navieras. Ahora, Kendrick Enterprises tenía miles de millones de dólares bajo su paraguas y negocios de todas las formas y tamaños. —Me gusta eso. —Dakota volvió a deslizar su mano bajo el dobladillo de mi camisa, volviendo a dibujar círculos—. Un tipo construyendo ese legado para su familia. Empezando de a poco. Ganándose todo él mismo. —Eso también me gusta. —Era algo de lo que siempre me había enorgullecido, que mi familia hubiera amasado tal riqueza porque muchos de los Kendricks eran impulsivos e inteligentes. Puede que me haya extrañado, pero eso no significaba que no estuviera orgullosa de mi nombre y de los logros de mi familia. Cada generación había duplicado la fortuna del líder de la empresa anterior. Mi padre casi había triplicado el éxito de mi abuelo. Y Aubrey estaba preparada para avergonzar a todos los hombres Kendrick.

Estaba orgullosa de mi hermana, algo así como un agradecimiento que no había dicho lo suficiente. Pero aunque me había saltado los agradecimientos simplemente porque estaba más preocupada por mí misma que por los demás, me daba miedo decirle a Aubrey que admiraba su éxito. Porque mientras yo podía halagarla durante horas, ella no tenía nada que halagar. No había hecho nada para que Aubrey se sintiera orgullosa. Hasta ahora, había ido por la vida viviendo del dinero de mi familia y, desde que cumplí los treinta, de mi fondo fiduciario multimillonario. Era algo que recibían todos los descendientes directos de mi tatarabuelo. Me gustaba imaginar que mi tatarabuelo era muy parecido a Dakota. Ambicioso. Trabajador. Un oportunista. Tal vez me enseñaría algo más de lo que era estar con un hombre de verdad. Tal vez me enseñaría algo sobre esas cualidades también. Tal vez me enseñaría a dejar de esconderme detrás de mi dinero y hacer algo con mi vida. Tal vez, en cierto modo, ya lo había hecho. —Gracias —dije contra su pecho. —¿Por qué? —No lo sé. Pero quería decirlo.

―¿Hay alguna razón para que te arrastres sobre mí? ―Me detuve en medio de la escalera que llevaba al sótano. Sofia estaba en el escalón detrás de mí. Sus manos se aferraban a mis hombros y su frente se apretaba contra mi espalda como si estuviera dispuesta a subir. ―No me gustan los sótanos. Quité una de sus manos de mi camiseta y luego enhebré mis dedos con los suyos. ―Vamos. Después que me contara la historia de su familia, nos quedamos dormidos en el sofá. Cuando nos despertamos, me pidió ver más de mi casa; así que la seguí mientras exploraba. Cuando llegó a la cocina, Sofia echó una mirada cautelosa a la puerta del sótano. Prácticamente tuve que tirar de ella a través del marco. Se aferró a mi mano permaneciendo cerca hasta el último escalón.

Encendí las luces para iluminar un corto pasillo a nuestra derecha. ―Hay otra habitación de invitados y un baño en este lado. ―Es bonito. ―Caminó por el pasillo entrando en la habitación. Mientras miraba a su alrededor, pasó los dedos por el edredón que había puesto en la cama. Luego se asomó al baño adjunto―. ¿Lo has remodelado tú mismo? Asentí con la cabeza. ―Sí. Me llevó una eternidad, pero me ahorré una fortuna haciéndolo yo mismo en mi tiempo libre. ―No necesitaba la habitación para los invitados. Rara vez los tenía. Pero lo había arreglado todo por si algún día quería vender la casa. ―Eres muy... hábil. ―Movió las cejas mirando mis dedos. Antes los había tenido por todos sus lugares íntimos. Y planeaba tenerlos allí de nuevo después que recuperáramos algo de energía. ―El otro lado no es tan agradable. ―Me alejé de la habitación caminando por el pasillo hacia la otra mitad del sótano. Si nos quedábamos en esa habitación, la usaríamos. Así que me dirigí a una habitación que no tenía más tentaciones que la propia mujer. Sofia me siguió manteniéndose cerca de mi espalda mientras esperaba que encendiera las luces. Cuando lo hice, miró a mi lado y soltó una risita. ―Oh, Dios mío. Eres un acaparador. Me reí mientras ella entraba en el almacén. Estaba oscuro a pesar de las bombillas desnudas en tres casquillos. El techo estaba crudo e inacabado. Las paredes no eran más que bateo aislante de color rosa entre montantes de dos por cuatro. El suelo de cemento apenas se veía debajo de todas las cosas que había metido aquí.

―¿Qué son todas estas cosas? ―preguntó. ―La mayor parte es chatarra. Tengo unas cuantas propiedades de alquiler en Kalispell. Las compré baratas y en parte porque estaban llenas de mierda vieja. Todo lo que pensé que podía ser rescatado lo traje aquí. ―Vaya. ―Miró el espejo apoyado en la pared y el reloj antiguo que había apilado en una cómoda. Ninguno de los dos era caro; pero con un poco de limpieza, podría venderlos a alguien que quisiera ese aspecto vintage. ―Uno de los lugares que compré era propiedad de una acaparadora ―le dije―. La mujer murió y pasaron días hasta que alguien se dio cuenta. La cara de Sofia se agrió. ―Qué asco. ―Sí. Olía bastante mal. Casi todo lo que tenía estaba destrozado, pero había algunas piezas buenas allí. ―Esto es genial. ―Se detuvo frente a un piano―. ¿Funciona? Me encogí de hombros. ―No lo sé. Hace ruido, pero no sé si es bueno. Sacó el banco; pero cuando vio la gruesa capa de polvo en el asiento, lo volvió a meter. Pero el polvo no la ahuyentó de las llaves. Levantó la tapa, se dobló por la cintura para colocar las manos en su sitio y tocó el principio de una melodía desconocida. ―Sólo hay que afinarla. ―Apartó los dedos y devolvió la tapa antes de limpiarse las manos―. Pero tiene un buen tono.

―Es bueno saberlo. ―Ese piano no había sido una prioridad; pero ahora que sabía que funcionaba, conseguiría que alguien lo arreglara. Tal vez junto con algunas otras ventas de mi sala de almacenamiento, tendría suficiente para conseguir una oferta en mi próxima propiedad. ―Eres buena. ―Señalé el piano. ―La verdad es que no. Hace años que no toco. ―¿Por qué no? ―No lo sé. ―Se encogió de hombros―. Tomé lecciones durante años. ―¿Cuándo fue la última vez que tocaste? Ella lo pensó por un momento. ―Mi última lección. Eso era lo mismo que había dicho sobre sus lenguas extranjeras. Sofia había tomado todas esas lecciones para aprender cosas increíbles, pero dudaba que fuera porque lo había querido. ―¿Propiedades de alquiler, eh? ―preguntó ella, todavía maniobrando a través de la habitación llena de cosas. ―Sí. ―Me apoyé en la puerta. ―¿Así que compras estos lugares asquerosos, los arreglas y los alquilas? ―Más o menos. Con el tiempo, espero tener el capital para comprarlos. Arreglarlos es una mierda. ―Pero por ahora, lo hacía

todo para ahorrar para la siguiente propiedad, ya que no podía permitirme un equipo de construcción. ―¿Cuánto tiempo mantendrás los alquileres? Me encogí de hombros. ―Depende del mercado. Mientras los ingresos del alquiler puedan pagar la hipoteca, los mantendré. Dejaré que se revaloricen. Si hay un boom en el mercado, podría vender. ―Hay muchas oportunidades en el sector inmobiliario. Eso es inteligente. ―Eso espero. ―Contaba con ello para financiar mi futuro. Me gustaba trabajar en el bar, pero no iba a hacerlo más allá de mis treinta años. En quince años, quería tener suficientes propiedades como para que la gestión de estas fuera mi único trabajo―. Van a financiar mi jubilación. Me liberan para que pueda dejar de ser barman y tal vez hacer algún viaje. ―Me gusta. ―Sofia pasó por delante de una pila de cajas, escudriñó la habitación una vez más y luego se dirigió hacia mí en la puerta. Puso sus manos en mi cintura, deslizándolas por debajo del dobladillo de mi camiseta―. ¿Queda algo por mostrarme en el tour? ―No. Ya has visto todo el lugar. ―Le pasé los dedos por el cabello y le robé un suave beso. Ella se inclinó hacia mi cuerpo para profundizar el beso. Sus manos bajaron hasta mi culo apretando con fuerza. ―¿Quieres enseñarme tu habitación otra vez? Sonreí contra sus labios. ―Después de la cena.

―No tengo hambre. ―Entonces será mejor que volvamos a casa de Logan y Thea. ―Oh. ―Sus manos se apartaron de mi sudadera. Ella retrocedió, su mirada cayó al suelo―. De acuerdo. Bien. Debería volver. Dormir un poco. Tomé su mano, tirando de ella hacia mis brazos. ―Vas a dormir aquí. Sólo pensé que querrías pasar a recoger una muda de ropa para mañana. ―¿No me vas a echar? ―Hasta que te vayas a Nueva York, estarás en mi cama. ¿Te parece bien? Ella sonrió. ―Perfecto.

Con Sofia mirando por la ventanilla de mi camioneta, nos conduje por las tranquilas calles de Lark Cove. La mayoría de la gente estaba probablemente en casa disfrutando de las vacaciones. Había nevado esta mañana y las calles no habían sido aradas. El nuestro era el único conjunto de huellas de neumáticos en el polvo fresco. ―No he pasado mucho tiempo en este lado de la ciudad. ―Sofia observó las casas a nuestro paso. ―Es donde vive la mayoría de la gente que está aquí todo el año.

La carretera dividía Lark Cove en dos. La mayoría de las casas a lo largo del lago eran más grandes y pertenecían a personas que venían aquí de vacaciones de verano o de invierno. Pero los locales y los negocios estaban situados en mi lado del pueblo. Las casas de estilo setentero, ochentero y las de dos niveles estaban organizadas en bloques cuadrados. Estaban tan cerca que podías oler la barbacoa de tus vecinos desde tres casas más abajo. Eran calles seguras en las que los niños iban en bicicleta por los caminos y jugaban hasta el atardecer. La escuela estaba en el centro de todo. El parque infantil estaba abierto para los niños todo el año. Las canchas de baloncesto estaban disponibles para que los adultos las usáramos para nuestros juegos. En cierto modo, esta parte de Lark Cove me recordaba a mi ciudad natal en la reserva. Yo había crecido en una calle similar a la que vivía ahora. Mi familia no había sufrido la pobreza que tan a menudo asolaba a mi pueblo. Un día quería devolver algo a esa zona y a los que no eran tan afortunados. Tal vez arreglar un par de lugares en la reserva y alquilarlos a un par de familias que habían caído en desgracia. Si me dejaban. Era una de las muchas razones por las que mi padre estaba tan disgustado por haber dejado la reserva. Esperaba que siguiera sus pasos, que aceptara un trabajo para mejorar la vida de los miembros de nuestra tribu. Que ayudara a los Pies Negros que lo necesitaran a salir adelante.

A los ojos de papá, me había ido y había dado la espalda a esas responsabilidades. No podía ver que yo podría hacer más por ellos si no vivía allí. Que estar a dos horas de distancia significaba que podía ayudar al doble de gente. Llegamos a la autopista y conduje hacia la casa de Logan y Thea. El sol de la tarde casi se había puesto y sólo quedaba un poco de luz en el lago congelado. El tranquilo camino hacia su casa era tan apacible como las soñolientas calles del pueblo. ―Me olvidé de darte las gracias la otra noche ―dijo Sofia cuando entramos en el camino de entrada. ―¿Por qué? ―Por llevarme dentro. Fue un detalle. ―Estabas muerta para el mundo, nena. No hubo mucho de dulce en ello. Te necesitaba fuera de mi camioneta. Ella se rio. ―Mentiroso. Eres dulce. Le guiñé un ojo abriendo primero mi puerta. Luego me apresuré a rodear la camioneta para ayudarla a salir. Se estremeció cuando fuimos a la puerta y sacó una llave de su bolsillo. En cuanto entramos, respiré profundamente. La casa de Thea y Logan siempre olía bien. Las pocas veces que había estado aquí, no me había cansado. No estaba seguro de si era cosa del ama de llaves, pero siempre olía a pulido de madera fresca y a vainilla.

―Me daré prisa. ―Sofia atravesó la cocina y se dirigió a la derecha hacia el dormitorio de invitados al final del pasillo. ―Tómate tu tiempo ―le dije; pero antes que se perdiera de vista, la llamé por su nombre―. Sofia. ―¿Sí? ―Recoge todas tus cosas. Ella asintió, sonrojándose un poco. ―De acuerdo. Estaba decidido a disfrutar del resto de nuestros días juntos y ella no iba a dormir en ningún sitio más que en mi cama. Me paseé por la casa mientras ella desaparecía para recoger sus cosas. Entré en el salón rodeando la habitación hasta que me detuve frente a la chimenea. Thea había llenado la repisa de la chimenea con una hilera de fotos enmarcadas. La mayoría eran fotos de los niños; pero había una de ella, Hazel y Jackson, en el bar hace tiempo. Y había una foto de grupo de la familia Kendrick. Encontré a Sofia en la foto al instante. Tenía una sonrisa, pero era diferente a la que me había acostumbrado en los últimos días; no mostraba los dientes y no le llegaba a los ojos. La sonrisa era posada y perfecta, demasiado perfecta. Tenía la barbilla extendida y la cabeza ligeramente inclinada hacia la derecha dando a la cámara un cierto ángulo. Tenía los hombros echados hacia atrás y los brazos a los lados. Todos los

demás en la foto parecían relajados con los brazos alrededor de las personas que estaban a su lado. Pero ella estaba apartada de su familia. Sus padres estaban en el centro de la foto. Aubrey estaba junto a su padre. Logan y Thea estaban al otro lado con una mujer mayor que supuse que era la abuela de Sofia. Los niños estaban dispersos alrededor de las piernas de los adultos. Todos estaban juntos, excepto ella. Había un espacio visible entre Sofia y Aubrey. Entre ella y el resto de la familia. ¿Por qué era eso? La mujer de la foto se parecía a la princesa que había visto entrar en el bar aquel primer día. Llevaba el papel con orgullo en la foto, haciendo alarde de su vestido negro y sus gruesas joyas mientras que el resto de la familia llevaba ropa ligera y pantalones. Era como si tuviera una imagen que debía dar, incluso con su familia. Tal vez especialmente con su familia. ―Listo. ―Sofia entró en el salón con dos grandes maletas a cuestas. Dejé el cuadro y fui a buscar sus maletas. ―¿Por qué no me sorprende que hayas metido en la maleta más ropa para unas vacaciones de diez días que la que yo tengo en total? —No fui el día que enseñaron a empacar liviano en la escuela de encantos. Me reí guiandola a la salida de la casa. Mientras ella subía a la camioneta, yo cargaba sus maletas en el asiento trasero. Luego

conduje hasta Bob's Diner, el único lugar del pueblo que servía comida además del bar. Y el único lugar de la ciudad abierto el día de Año Nuevo. Entramos en el restaurante y saludé a la camarera mientras nos deslizábamos en un reservado. El local estaba desierto, excepto nosotros; pero elegí un lugar en la pared del fondo porque Edith era conocida por sus cotilleos. No quería que escuchara nada de lo que Sofia y yo teníamos que hablar. Se acercó y tomó nuestro pedido de hamburguesas con queso y luego volvió a la cocina donde supuse que Bob estaba escondido. Al hombre le encantaba cocinar, pero odiaba tratar con los clientes. ―Así que tu tío vive aquí. ¿Tienes más familia en la ciudad? ―preguntó Sofia después de que Edith nos trajera los vasos de agua. Sofia frunció el ceño al ver el trozo de limón en el borde. ―No, toda mi familia vive en la reserva. ―Agarré su trozo de limón y lo puse en mi vaso. ―Gracias. Prefiero la lima. Me reí. ―Me lo imaginé hace dos días. ―¿Qué hacen? ―preguntó―. Tus padres. ―Mi padre trabaja para el Departamento de Tierras de los Pies Negros y está en el consejo tribal. Mi madre está jubilada ahora y cuida a los hijos de mis hermanas durante el día; pero solía dirigir el centro del patrimonio. ―Interesante. Nunca había estado en una reserva. ¿Cómo es?

Me encogí de hombros. ―Como cualquier otro pueblo. Tiene sus partes buenas y malas. ―¿Tienes hermanas? ―Sí. Dos hermanas menores. Rozene y Koko. ―Entonces eres como Logan. ¿Tus hermanas también te causan estrés? ―Lo hacen. Es... complicado. Sofia asintió conformándose con mi explicación de una sola palabra. Sus preguntas eran bastante inocentes, pero sólo unas pocas personas conocían la dinámica de nuestra familia. No hablaba de ello con nadie en Lark Cove, excepto con Xavier y Hazel sobre todo porque era difícil de entender para los de fuera. Pero tenía ganas de profundizar, de dejar que Sofia viera debajo de la superficie. ―Mi familia no aprueba que viva fuera de la reserva. Sus cejas se juntaron. ―¿Por qué? ―Hay un montón de razones. Tradición. Lealtad. Política. Elige la que quieras. ―¿Política? Asentí con la cabeza. ―¿Has oído hablar alguna vez de la cuántica de la sangre?

―No. ―Es básicamente la cantidad de sangre pura de los Pies Negros que tienes. Mi familia tiene una de las líneas de sangre más fuertes que quedan en el mundo. Para simplificar; se podría decir que soy lo más parecido a un Pies Negros de pura sangre, lo cual es muy raro hoy en día. ―Interesante. ―Dio un sorbo a su agua―. ¿Cómo se complica eso? ―Desde hace una década hay un debate en la reserva sobre quién puede inscribirse en la tribu, quién puede ser considerado oficialmente parte de la Nación Pies Negros. En la constitución de los Pies Negros, se basa en el quantum de sangre. Básicamente, hay que tener un determinado porcentaje de sangre Pies Negros para ser considerado parte de la tribu. Otros luchan por modificar la constitución y eliminar el requisito de la cantidad de sangre. Hacerla más inclusiva sólo en base a la descendencia lineal. ―¿Por qué es importante? ―Porque si eres un miembro inscrito de la tribu, tienes ciertos beneficios. Atención sanitaria subvencionada. Becas educativas. Pagos. El derecho a votar en las elecciones tribales o a ocupar un cargo electo. ―Ya veo. ―Ella asintió―. ¿De qué lado estás? ―En ninguno. Veo pros y contras en cada lado de la discusión. Pero como mis padres se oponen firmemente a la inscripción abierta

“suprimiendo la estipulación del quantum de sangre”, el hecho que yo no me pusiera de su lado provocó una ruptura. ―¿Así que por razones políticas no te llevas bien con tu familia? Suspiré. ―Eso es una parte. Mis padres esperaban que acabara formando parte del consejo tribal. Apoyar sus argumentos. Pero, sobre todo, quieren que continúe la línea familiar. Antes que mis hermanas se casaran, le dieron una lista a cada una de los hombres con los que podían tener hijos que no diluyeran nuestra herencia. ―¿Qué? ―Se quedó con la boca abierta―. Eso es una locura. ¿Y si se enamoraban de otro? ―Ni siquiera se habrían dejado acercar a alguien que no fuera una opción. Sus maridos son buenos tipos. Tienen la misma postura sobre las cosas. Así que funciona para ellos. ―¿Pero tú no? ¿Conociste a alguien que no aprobaban o algo así? Sacudí la cabeza. ―No. Pero no quería la presión de casarme o de conseguir el trabajo adecuado o estar de acuerdo con las creencias políticas correctas. A medida que crecía, se volvía más asfixiante. Mi familia es buena gente. Sólo tienen una idea de cómo debe ser la vida. Yo tenía una idea diferente. Chocamos. Chocábamos en cosas tan fundamentales que era difícil encontrar un terreno común. De joven, siempre pensé que tendría hijos. Los niños eran una parte importante de nuestra cultura y patrimonio; siempre me había imaginado como padre algún día. Pero la presión de tenerlos con la mujer adecuada se había impuesto.

Sólo era un estudiante de primer año en la escuela secundaria cuando papá me sentó y me dijo que cuando estuviera listo para aparearme, tenía que asegurarme de usar un condón con las mujeres que no fueran las adecuadas. Dos de sus amigos del consejo tribal tenían hijas de mi edad. Papá me había dicho que, si se me olvidaba un condón con ellas, no sería el fin del mundo. Eso sólo había sido el principio. ―Cuando volví del rancho, las cosas empeoraron en casa. Papá y yo discutíamos casi todos los días por cosas. Mamá y mis hermanas me regañaban constantemente para que me calmara. Finalmente, no pude soportarlo más. Así que me fui. Había llamado a Xavier y me escapé. Sus razones para dejar la reserva habían sido similares. La presión de mi abuela y de su hermano “mi padre” para ser una determinada persona y hacer ciertas cosas lo había alejado. Así que cuando lo llamé de repente, lo entendió. Xavier no había estado muy cerca de mí cuando crecí; pero se había esforzado por conocernos a mí y a mis hermanas; aunque había tenido su propia desavenencia con mi padre. No sabía qué más odiaba papá: que me hubiera ido o que hubiera pedido ayuda a Xavier. ―¿Es así para todos en la reserva? ―preguntó Sofia.

―No. No quiero que parezca que tienen prejuicios. No lo son en absoluto. Simplemente aman a nuestra gente. Nuestra cultura está tan arraigada en ellos, que para ellos lo es todo. Y luchan por protegerla. Parte de eso es defenderla ferozmente. Un hijo que la desafía es puesto a prueba, si eso tiene sentido. ―Lo tiene. ―Ella asintió―. Entonces, ¿qué pasaría si tuvieras hijos que no fueran (no sé si es el término correcto, pero) de pura sangre? ―Nada ―murmuré―. Esa es la cuestión. Serían niños. Serían libres de vivir como quisieran. Tendrían suficiente cuantía de sangre para formar parte de la tribu. Pero mis padres no lo ven así. Fueron criados para creer que casarse con un compañero Pies Negros era lo mejor. Al igual que sus padres antes que ellos. Y sus padres antes que ellos. No ven por qué yo no querría hacer lo mismo. Están cegados por la tradición y el orgullo. Por el miedo. Les aterra que las tradiciones de nuestro pueblo se olviden. ―Eso es muy triste. ―Sí, lo es. Se acercó a la mesa y cubrió mi mano con la suya. ―Lo siento. ―Ya lo he asumido. He tomado mis decisiones y he fijado mi futuro en piedra. Sin esposa. Sin hijos. Era más fácil así.

Edith se acercó con dos grandes platos, cada uno con un montón de patatas fritas apiladas junto a una gruesa hamburguesa con queso. Las dejó en la mesa poniendo fin a la conversación sobre mi familia. ―Esto es más grande que mi cara. ―Sofia miró la hamburguesa con queso sin saber cómo agarrarla. ―Así. ―Agarré la hamburguesa con ambas manos aplastando el pan. Luego abrí la boca de par en par y le di un enorme mordisco. La grasa goteó sobre mi plato mientras sostenía la hamburguesa y masticaba. Sofia me miró fijamente durante un largo momento y luego copió con vacilación mis movimientos hasta que sus mejillas se abultaron, y gimió con el primer mordisco. ―¿Está bien? Ella asintió, tragando ese bocado. ―No he comido una hamburguesa con queso en años. ―Yo tomo una al menos una vez a la semana. ―Voy a necesitar usar tu gimnasio por la mañana. ―Se lanzó por otro bocado. ―No te preocupes. Te lo quitaré todo esta noche. Levantó una ceja mientras masticaba. Una sonrisa sexy se dibujó en la comisura de sus labios. Si alguna vez rompo mis propias reglas y tengo hijos, sería divertido compartir esa aventura con Sofia.

Di otro mordisco y me deshice de ese pensamiento. Bloquearlo para siempre. Mi futuro estaba planeado. Sabía lo que quería y a dónde iba. Era inútil cuestionarlo. Ni siquiera por una mujer como Sofia Kendrick.

―No sonríes lo suficiente. Dakota mantenía los ojos en la tabla de cortar mientras cortaba un pimiento verde en dados. Su boca tenía una línea seria. ―Sonríes demasiado. Me obligué a bajar las comisuras de la boca. ―No puedes criticar a alguien por sonreír demasiado. ―¿Pero está bien decirle a alguien que no sonríe lo suficiente? ―Sí. ―¿Por qué? ―replicó. ―Yo... no lo sé. Simplemente es así. Sonreír es bonito. Se encogió de hombros deslizando los trozos de pimiento verde fuera de la tabla de cortar en un bol. Luego agarró la cebolla que

había puesto antes y empezó a cortarla también en dados. ―Agarra los huevos. Empieza a cascarlos en un bol. ―No hasta que sonrías. ―No voy a sonreír. Crucé los brazos sobre el pecho. ―Entonces no voy a cascar huevos. ―Lo haré yo mismo. ―Si lo haces tú mismo, eso anula el objetivo de una lección de cocina, ¿no crees? ―Entonces toma los huevos, nena. ―No hasta que sonrías. Sacudió la cabeza. ―¿Por qué? ―le pregunté―. No has sonreído en toda la mañana. ―No es así. Te sonreí en la ducha. ¿Te acuerdas? Fue justo después de correrme en tus tetas. Mis mejillas se sonrojaron al recordar la sensación de sus chorros calientes cubriendo mis pezones. Había estado de rodillas, lista para tragar su liberación cuando Dakota había sacado su polla de mi boca y me sorprendió con una ducha propia. ―Como sea. ―Ignoré las pulsaciones en mi interior―. Eso fue una mueca, no una sonrisa. Una sonrisa incluye dientes. Sonríe. ―No.

―Sonríe ―insistí. ―Ahora no voy a sonreír en todo el día. ―¿Qué? ¿Por qué? Sonrió. ―Porque lo deseas tanto que será divertido torturarte. ―Bien. ―Me aparté de la encimera y fui a la nevera, agarrando el cartón de huevos―. Pero debes saber que me reservo el sexo hasta que sonrías. El pecho de Dakota se agitó con una risa silenciosa. Se le formó un pequeño hoyuelo en la comisura de la boca; pero tomó aire, apartando todo el humor y concentrándose en la cebolla. ―Eres lo peor ―murmuré agarrando un bol de la alacena. ―¿Sí? Y tú te romperás primero. ―¿Qué? ―Ladeé una cadera―. Nunca. Dejó el cuchillo y se volvió hacia mí. Entonces dio un paso adelante entrando justo en mi espacio y obligándome a inclinarme hacia atrás. Sus abdominales empujaron contra los míos. Sus caderas se apretaron contra las mías con tanta fuerza que podía sentir el bulto bajo sus pantalones de deporte. Y su nariz se acercó a una fracción de pulgada de mi mejilla. ―Sonreiré después de follarte en el mostrador. Mi corazón se aceleró cuando su aliento flotó sobre mi piel.

―¿Qué dices, princesa? ―Dejó caer su boca y lamió lentamente la concha de mi oreja―. ¿Cuánto deseas esa sonrisa? ―Maldito seas ―susurré. Su pecho retumbó con una risa. ―¿Eso es un sí? Sacudí la cabeza mientras mis dedos jugaban con el dobladillo de su camiseta. ―Primero sonríe y luego fóllame en el mostrador. ―No. ―En un instante, se fue; el aire frío entrando en el espacio donde había estado de pie, haciendo que la piel de gallina me hiciera cosquillas en los antebrazos. ―¿En serio? Recogió el cuchillo y volvió a la cebolla. ―Apúrate con los huevos. Tienen que entrar primero. Fruncí el ceño. ―Esta es la peor lección de cocina en la historia del mundo. No estaba segura de cómo el hombre podía reírse sin sonreír, pero lo hizo. El estruendo de Dakota llenó la cocina; resonando en los armarios. Las comisuras de mis labios se levantaron mientras agarraba un huevo del cartón. Rompí la cáscara en el lateral del bol como me había enseñado a hacer dos mañanas atrás y luego eché la yema y la clara en el plato antes de tirar la cáscara al fregadero. En los dos últimos días habíamos empezado con las lecciones básicas para el desayuno; simples huevos revueltos, bacon y tostadas. Pero hoy me estaba graduando en una tortilla.

―¿Cuántos? ―le pregunté. ―Haz seis. Haremos una y la dividiremos. Asentí con la cabeza concentrándome en los huevos para que no quedara ninguna cáscara en el bol. Cuando se rompieron, salpiqué un poco de leche y luego los batí con un tenedor. Mi chef personal, Carrie, estaría muy orgullosa si pudiera verme ahora. Pensé en tomar una selfie y enviársela, pero luego me di cuenta que ella también estaba de vacaciones. Probablemente no quería saber nada de su jefa. ―¿Qué es lo siguiente? ―pregunté. ―Echa eso en la sartén; pero en lugar de removerlo, lo dejaremos reposar hasta que se endurezca. ―De acuerdo. ―Seguí sus instrucciones vertiendo los huevos batidos en la sartén donde ya había derretido una cucharada de mantequilla. Dakota sacó de la nevera un poco de jamón y un bloque de queso. Saqué el rallador, ya que había aprendido a usarlo ayer, y empecé a rallar un poco de queso en un plato. ―¿Por qué quieres verme sonreír? ―preguntó Dakota mientras cortaba un poco de jamón. ―Sólo porque sí. La verdadera razón iba a seguir siendo mi pequeño secreto.

Porque había intentado memorizarla durante los últimos tres días. Quería verlo lo suficiente mientras estaba aquí para poder imaginarlo cuando me fuera. Cuando recordara a Dakota dentro de unos años, quería que fuera con él sonriendo. Pero él no sonreía a menudo y yo no era de las que ven algo una vez y se comprometen permanentemente. Una foto sería mejor; pero si no sonreía para mí, las posibilidades de tenerla en mi teléfono no eran buenas. Volvió a dejar el cuchillo y cubrió mis manos con las suyas, interrumpiendo mi rallado de queso. ―Cuéntame. ―Me hace feliz verte sonreír. Era la verdad. Una parte de ella al menos. Los ojos de Dakota buscaron los míos durante un largo momento; luego sus suaves labios se separaron, revelando sus dientes blancos y rectos en una sonrisa fácil. Mi corazón tartamudeó, latiendo con fuerza mientras volvía a su ritmo habitual. La sonrisa de Dakota era algo más. Era hermosa. Era tan audaz e hipnotizante como todo lo demás del hombre. Y me la había regalado porque me hacía feliz. El fuerte ardor en la garganta me hizo entrar en pánico: no era el momento de llorar. Así que me concentré en un detalle de la sonrisa de Dakota, memorizándolo.

Tenía unos dientes tan bonitos. No necesitaba mil sonrisas más para recordarla. Como la mayoría de la gente, los caninos eran puntiagudos y ligeramente más largos que los cuatro delanteros. Pero los de Dakota eran más pronunciados. ―Tienes dientes de vampiro. Se río ampliando su sonrisa. ―¿Qué? ―Estos. ―Estiré la mano y toqué la punta afilada de su incisivo―, son largos. Casi como dientes de vampiro. La lengua de Dakota salió disparada y tocó mi dedo. Lo solté de su boca mientras él bajaba la cabeza, agachándose bajo mi barbilla y posando sus labios en la suave piel de mi cuello. Me dio un mordisco con sus dientes puntiagudos y se me cortó la respiración cuando lamió el lugar del cuidadoso mordisco. ―Hazlo otra vez ―susurré. Se levantó moviéndose en un instante hacia el otro lado de mi cuello. Entonces volvió a picarme y a lamerme. ―¿Desayuno? Sacudí la cabeza dejando que mis ojos se cerraran y mi cabeza se inclinara hacia un lado. Dakota se apartó de mí por un momento apagando la hornilla de la estufa. Luego, volvió a calentarme mientras me levantaba y me ponía sobre la encimera. Aparté el rallador de queso y la tabla de cortar y me moví hacia el borde para que mi centro quedara justo contra su creciente excitación.

Se aferró a mi cuello y me chupó justo por debajo de la oreja mientras hundía su grosor en mi húmedo centro. Gemí y rodeé su cadera con una pierna justo cuando se separó. ―Maldición. Tengo que ir a buscar un condón. Mis manos se dirigieron a sus hombros impidiendo que se fuera. ―Espera. ¿Necesitamos uno? Sus ojos se volvieron negro líquido. ―Me hice la prueba hace seis meses. Siempre he usado condones desde entonces. ―No he estado con nadie desde mi última revisión. Su sonrisa se volvió sexy y un poco peligrosa como si yo fuera a ser su desayuno. Podía comerme a mí también; no protestaría. Me llevé la mano a la cintura de mi short corto de pijama de seda meciéndome sobre la encimera hasta que me los quité de las caderas y los bajé por los muslos. Dakota no dio un paso atrás ni me dio espacio mientras empujaba el elástico de su chándal hasta las rodillas y lo apartaba de una patada. Luego arrastró mí short corto hacia abajo para que pudiera sacarlos de mis pies. Me quitó la camiseta de un tirón, agarró un puñado de su camiseta por detrás del cuello y se la pasó por encima de la cabeza. Su polla era una vara de acero entre nosotros, preparada para mi resbaladiza entrada. Mis manos se aferraron a sus hombros desnudos, con los ojos cerrados y el corazón acelerado mientras esperaba sentirlo sin ninguna barrera. Pero Dakota no se movió.

Esperé dos estruendosos latidos y luego me atreví a abrir los párpados. Dakota estaba esperando con el pecho agitado, mientras me preguntaba en silencio si estaba segura que podía tenerme desnuda. ―Sí. Una palabra y empujó hacia delante tirando de mis rodillas hacia él mientras me penetraba. ―Mierda ―gimió mientras yo gritaba. Me desplomé hacia delante cediéndole mi peso. Él se quedó clavado empujándome hacia atrás para que mi culo estuviera sobre la encimera mientras me estiraba alrededor de él. ―Tan bueno ―gemí―, tan, tan bueno. Sigue así. ―Necesito un segundo o me voy a correr ya. Sonreí en su cuello apretando mis músculos internos alrededor de él. ―Maldita sea, Sofia ―gruñó―. Deja esa mierda. No voy a durar así. ―Lo siento ―No lo sentía. Hacer que Dakota perdiera el control era mi última obsesión. Se retiró lentamente y luego volvió a entrar haciendo que mis piernas temblaran mientras colgaban de sus muslos.

Mi respiración era entrecortada. Los latidos de mi corazón eran erráticos. Dakota no era el único que estaba listo para correrse. La carne sedosa del hombre dentro de mi apretado calor era el mejor ―el más increíble― momento sexual de mi vida. ―Dame tu boca. Me enderezó desde el pliegue de su cuello levantando la barbilla para que pudiera reclamar mis labios. Su lengua se deslizó dentro de mi boca al mismo tiempo que su polla penetraba profundamente. Los dos estábamos fundidos, pegados el uno al otro mientras él entraba y salía marcando el ritmo. A Dakota le gustaba el control cuando estábamos juntos. Era algo que había aprendido durante las últimas tres noches que había pasado entre sus sábanas. El dominio era una experiencia diferente, algo que no había tenido con otro hombre. Era emocionante dejarse llevar y confiar en que él me llevaría a la cima. Ni una sola vez tuve que pedirle que hiciera algo diferente. No tuve que preocuparme que se concentrara tanto en buscar su propia liberación que se olvidara de la mía. Cada uno de mis orgasmos había sido real. Incluso con el cabello recogido en un nudo desordenado, todavía húmedo porque me había duchado y aún no lo había secado. Incluso sin una pizca de maquillaje. Me hizo sentir la mujer más sexy y deseada del mundo.

Follamos sobre la encimera tal y como había prometido. Me llevó cada vez más alto hasta que exploté a su alrededor, corriéndome con tanta fuerza que sentí que todo mi cuerpo se rompía. Dakota se corrió al mismo tiempo gimiendo contra mi piel mientras me mordía el hombro con la suficiente fuerza como para que yo sisease por el escozor; pero no tan fuerte como para que me doliese. Sólo hizo que el placer aumentara durante un delicioso segundo más. Nos aferramos el uno al otro con los miembros sudorosos mientras bajábamos de la euforia. Nuestros cuerpos permanecieron conectados hasta que la liberación de Dakota comenzó a deslizarse por el interior de mis muslos. Las gotas pegajosas me hicieron sonreír. ―Necesito otra ducha. ―Yo también. ―Me besó la sien y luego se deslizó hacia fuera―. Tómala tú primero. Yo terminaré de preparar el desayuno y me meteré después de ti. El reloj del horno mostraba que aún teníamos cuarenta minutos antes de tener que estar en el bar para trabajar, pero una ráfaga de alarma me hizo saltar de la isla. Para peinarme, vestirme y maquillarme necesitaba al menos una hora. Salí corriendo de la cocina desnuda, con el pijama apilado en el suelo junto a la ropa de Dakota. Mi ducha fue rápida, pero me llevó tiempo que no teníamos. Apenas me había secado y rizado el cabello en el tiempo que Dakota tardó en darse su propia ducha fresca, vestirse con unos vaqueros,

sus botas y un Henley de manga larga y terminar nuestra tortilla. Me trajo un plato con la mitad de la tortilla, el queso rezumando de la envoltura del huevo. Devoré bocados mientras me ponía un poco de base de maquillaje. ―Tenemos que irnos pronto. ―Me doy prisa ―Guardé los polvos de acabado y saqué una paleta de sombras de ojos. Miré en el espejo y vi a Dakota apoyado en el marco de la puerta del baño, con una taza de café humeante en la mano. ―No necesitas todo eso. Sólo vamos a trabajar. Saqué un cepillo de mi maletín. ―No salgo en público sin maquillaje. Ni siquiera iba al gimnasio o al spa sin maquillarme antes. Lo sudaba o mi técnico me limpiaba la cara. ―A nadie en el bar Lark Cove le va a importar que no estés toda maquillada hoy. ―Pero a mí me importa. Empujó la puerta entrando en mi espacio. Dejó su taza junto a mi plato y me quitó el cabello del hombro. Sólo llevaba una toalla envuelta en el pecho, así que bajó la cabeza y besó el lugar donde me había mordido antes. El tenue contorno de sus dientes seguía siendo rosado. ―¿No te sientes guapa sin él? ―me preguntó.

―Sí. No lo sé. ―Nadie me había hecho esa pregunta―. Es que siempre me he maquillado. ―Si te hace sentir bien, póntelo. Podemos llegar unos minutos tarde. ―Pasó sus nudillos por mi mejilla. Luego me besó el cabello, agarró su taza de café y salió del baño con mi plato vacío. Mis entrañas se arremolinaron, mis pulmones eran incapaces de llenarse. Aproveché un minuto que no tenía para mirar la brocha de maquillaje que tenía en la mano. Luego otro minuto para mirar detenidamente mi reflejo en el espejo. Todo mi reflejo. ¿El maquillaje me hacía sentir bien? Sí. ¿Me sentía guapa sin él? Me eché los hombros hacia atrás y levanté la barbilla. Mis pómulos no habían sido contorneados ni resaltados. Mis ojos seguían desnudos y mis labios tenían su color rosa pálido natural. ¿Me siento guapa? Sí, sí. Excepto que había estado usando maquillaje desde que tenía doce años. Era más que un hábito, era parte de cómo me presentaba al mundo. Aunque; gracias al artículo de la revista, tenía nuevas dudas sobre esa presentación. ¿Lo necesitaba hoy? La verdad es que no. Esto era Lark Cove. No había reporteros ni fotógrafos aquí. Sólo estaría en el bar donde la iluminación oscura era indulgente.

Guardé la brocha y enrollé el maletín guardando el maquillaje. Pero antes de ponerlo todo en la estantería que Dakota había despejado para mí durante mi estancia, agarré mi máscara de pestañas y me pasé rápidamente una sola capa por las pestañas. Pasos de bebé. Salí a toda prisa del baño, dejando el espejo antes que pudiera cambiar de opinión. Me vestí con unos vaqueros ajustados y un jersey negro con cuello en V que se cortaba en el centro casi hasta mi sujetador de encaje rosa. Me puse los zapatos de Thea, que los había reclamado para el resto de mi viaje, y salí del dormitorio. Dakota me esperaba junto a la puerta trasera, con su abrigo puesto y el mío en sus manos. La comisura de su boca se crispó al ver mi cara. Me ayudó a ponerme el abrigo y a salir a través del camino helado hasta la puerta de su garaje. Luego nos llevó al trabajo con una sonrisa en la cara.

Dos horas más tarde, Dakota y yo estábamos en el bar y unas pequeñas botas corrían por el pasillo desde la puerta trasera. Yo estaba de pie a la vuelta de la esquina sin poder ver por el pasillo, pero sonreí mientras esperaba para saludar a mis sobrinos. Excepto que el niño que salió no era un Kendrick.

Era el hijo pequeño de Willa y Jackson que entró corriendo con un disfraz de policía. Mientras corría hacia las piernas de Dakota, me esforcé por recordar su nombre. Ryder era el hermano adolescente de Jackson. Su hijo era... empieza por R... Roman. Se llamaba Roman. ―Hola, amigo. ―Dakota le revolvió el cabello―. ¿Cómo te va? ―¡Fui a esquiar con papá y Wyder! ―¿Sí? ―Dakota le sonrió justo cuando salieron Jackson, Willa y Ryder. ―Hola chicos. ―Jackson me saludó con la cabeza y estrechó la mano de Dakota. Ryder hizo lo mismo. ―¿Qué tal las vacaciones? ―preguntó Dakota. ―¡Fui a esquiar! ―repitió el pequeño―. En la nieve. ―Sí, Roman fue a esquiar en la nieve. ―Willa se pasó los dedos por el cabello rubio de su hijo, que hacía juego con el suyo y se acercó a darme un abrazo―. Me alegro de volver a verte. ―A ti también. Como Jackson era prácticamente el hermano de Thea, Willa era una pseudo cuñada. Siempre que había un evento familiar en Lark Cove, estaban allí y yo había llegado a conocerla un poco a lo largo de los años. Era dulce y tímida. Y enormemente embarazada.

―¿Qué están haciendo aquí? ―preguntó Dakota. ―Sólo quería pasarme y ver cómo iban las cosas. ―Jackson me miró de arriba abajo de la misma manera que Piper lo había hecho días atrás. ―Déjame adivinar. ―Puse los ojos en blanco―. Thea y/o Logan llamaron y te pidieron que me controlaras. Jackson sonrió. ―Tienes razón. ―Esos dos tienen que aprender a tomarse unas vacaciones y dejar de preocuparse por mí. Había hablado con Thea y Logan el día de Año Nuevo. Habían llamado para ver cómo había ido la fiesta y les había asegurado que había sido un éxito. También les aseguré que todavía tenía todos los dedos de las manos y de los pies. Debieron pensar que estaba mintiendo. ―¿Cómo fue la fiesta? ―preguntó Willa―. ¿Fue divertida? ―Fue una explosión. ―Sonreí―. Una de las mejores que he tenido en mucho tiempo. Agaché la cabeza esperando que no fuera capaz de leer mis pensamientos, que rápidamente se habían vuelto sucios al pensar en lo mucho que había pasado esa noche de diversión en la cama de Dakota. ―El lugar estaba lleno ―le dijo Dakota a Jackson―. Se acabó la Corona sobre las once. El año que viene tendremos que abastecernos.

Mientras Jackson, Dakota y Ryder hablaban de los próximos playoffs de la NFL, Roman se acercó para ponerse al lado de su madre. ―Me gusta tu disfraz ―le dije. Señaló su placa. ―Policía. ―Esto es obra de Xavier. ―Willa suspiró―. Está obsesionado con este disfraz. Xavier lo convenció que tenía que ser policía para Halloween y ahora no quiere ponerse otra cosa. Es una lucha para ponerle ropa normal para la guardería. Como hoy estamos solos, he cedido y le he dejado ponerse el disfraz. ―Es bonito. Tal vez se una a la policía cuando crezca. ―Tal vez. ―Willa sonrió a su hijo―. ¿Has tenido alguna vez un disfraz favorito de Halloween? Pensé en todos ellos y negué con la cabeza. ―Princesas. Había muchas princesas. ―Yo fui princesa una vez. Luego pasé por una larga racha en la que me disfrazaba de profesora de ciencias, con mis gafas de seguridad y mi bata blanca de laboratorio, porque quería crecer y ser profesora como mi padre. ―Me pregunto si Roman seguirá con el disfraz de policía. Se encogió de hombros. ―¿Quién sabe? Pero está dedicado. Nunca me había entusiasmado un trabajo, fingido o real. Envidiaba a Roman; el niño de dos años que tenía más convicción por un disfraz que yo por casi todo últimamente.

Si pudiera elegir cualquier trabajo del mundo, ¿cuál sería? Tenía la libertad de volver a estudiar si lo necesitaba. Tenía total flexibilidad financiera para empezar mi propio negocio o hacer una inversión. ¿Pero qué sería? ¿Qué me obsesiona tanto como para convertirlo en una parte importante de mi vida? No se me ocurrió nada. ¿Era así como se sentían los demás? Dudo que todo el mundo esté satisfecho con su trabajo. Estaba segura que había dependientes de supermercados y empleados de gasolineras que odiaban ir a trabajar cada día. Una parte de mí esperaba no estar sola en mi falta de entusiasmo. ¿Cómo de malo era que esperara que la gente odiara su trabajo? Malo. Yo no tenía que trabajar. En los últimos nombres, había tenido suerte. Pero mientras miraba a Roman, sabía que por cada persona que odiaba su trabajo había alguien que lo amaba. Como papá o Aubrey, Logan, Thea o Willa. ―Espero que Roman esté siempre así de entusiasmado con cualquier trabajo que tenga. Willa me miró de reojo. ―¿Estás bien? ―¡Sí! ―dije demasiado alto y con demasiada emoción―. Sí. Sólo quiero decir que es bonito que tenga una pasión a una edad tan temprana. Nunca había tenido eso.

―¿Cómo van las cosas en el campamento? ―pregunté queriendo cambiar de tema. ―¡Genial! Hemos cerrado todo por el invierno, así que sólo estoy trabajando para Logan hasta que nazca el bebé. Pero ya estoy emocionada porque empiece la temporada de verano. Willa dirigía un campamento para niños en la ciudad. Además de sus propios hijos, era su orgullo y alegría. Era su pasión. Todos en esta sala parecían tener una, excepto yo. Incluso Ryder, que todavía estaba en la escuela secundaria, tenía su mirada puesta en una beca de fútbol universitario. ―Hambre. ―Roman tiró del abrigo de Willa. ―Está bien, cariño. Iremos a casa a comer algo. ―Estaré aquí mañana ―le dijo Jackson a Dakota―. Sólo déjame una nota si hay algo que deba saber. ―Lo haré. ―Gracias por tu ayuda, Sofia ―dijo. ―Ha sido divertido. ―Me despedí de Ryder y luego de Jackson, que había subido a Roman a una cadera antes de tomar el brazo de su esposa para acompañarla a la parte trasera. ―¿Estás bien? ―preguntó Dakota cuando se cerró la puerta. ―Sí. ¿Qué puedo hacer?

―Tenemos que preparar más masa de pizza. Sólo queda suficiente para la cena y tal vez el almuerzo de mañana. ―Dirige el camino. Una hora más tarde, cuando mis manos estaban pegajosas y mi jersey espolvoreado de harina, no podía quitarme de la cabeza a Roman y su disfraz. ¿Cuál era mi pasión? No era trabajar en un bar. Estaba disfrutando de mi tiempo aquí, pero eso era por Dakota. Trabajar en este empleo no era algo que pudiera hacer todos los días con una sonrisa. ¿Qué iba a hacer? Tenía que hacer algo. En los últimos seis días, me había dado cuenta que mi familia había tenido razón todo el tiempo. Era el momento de hacer algo más con mi persona que seguir siendo una socialista de carrera. Era hora de dejar de ser la mujer superficial, mezquina e ingenua que había sido retratada como nada más que oropel en ese artículo de la revista. Era el momento de encontrar un propósito. Pero no tenía ni idea de cómo hacerlo.

―¿Qué vamos a hacer hoy? ―Sofia se acurrucó más en mi costado. Enganché mi pierna sobre su cadera haciéndola rodar sobre su espalda y clavándola en la cama. Luego la besé con fuerza, presionando mi erección en su interior. Cuando se quedó sin aliento, me separé. ―¿Eso responde a tu pregunta? ―Ajá ―jadeó en mi cuello antes de aferrarse a la piel y chupar con fuerza. Había estado esperando pasar otro día juntos en la cama desde Año Nuevo. Ese día sólo habíamos estado aprendiendo, explorando y probando. Pero ahora que sabía que a Sofia le parecía bien que yo tomara el control, que podía relajarse y desprenderse de cualquier inhibición cuando se trataba de su cuerpo; hoy íbamos a jugar.

Llevé una mano a la cintura de su short corto y lo bajé. A la mujer le encantaba su pijama de seda, pero hoy iba a dormir desnuda salvo por esa joya en el ombligo. Si es que dormía. Y durante el resto de estas vacaciones, estaría desnuda todo lo posible. Estaba embrujado. Adicto después de sólo unos días. En otra vida, haría más que perseguirla. La atraparía. Mi mano se deslizó entre nosotros encontrando al instante su clítoris. Sus caderas se sacudieron de la cama con mi leve toque y sus ojos se encendieron. Esos iris oscuros eran tan expresivos en el dormitorio como en cualquier otro lugar. Sabía exactamente lo que sentía, lo cerca que estaba de una explosión y lo mucho que me deseaba. Y ahora mismo quería que la follara de nueve maneras desde el domingo. Todavía desnudo desde la noche anterior, tomé mi polla con la mano colocándola en su entrada. Estaba a punto de deslizarme dentro cuando el teléfono de mi mesita de noche sonó. ―Maldita sea. ―No contestes. ―Sofia negó con la cabeza, sus ojos suplicantes. ―Lo siento, nena. ―Me aparté de ella y agarré el teléfono. Era el timbre de papá, uno que no había escuchado en más de un mes. Si estaba llamando, algo pasaba.

―Hola. ―Me levanté de la cama y dejé caer los pies al suelo. Mi erección estaba igual de cabreada que Sofia. ―Dakota. ―Para variar, no sonaba molesto ni enfadado. Tal vez era una llamada que podría haber ignorado. ―Papá. ―Tu hermana tuvo su bebé. ―¿Qué? ―Salí disparado de la cama. Koko no salía de cuentas hasta dentro de seis semanas―. ¿Está todo bien? ―Diez dedos de las manos. Diez dedos de los pies. Tienes una nueva sobrina. ―¿Y Koko? ―Muy bien. Suspiré hundiéndome de nuevo en el borde de la cama. Detrás de mí, Sofia estaba sentada con la sábana agarrada a sus pechos. ―Qué bien. Koko tenía otros cuatro hijos, así que no era su primera experiencia de parto. Pero nunca se sabía lo que podía pasar. ―La llamaré más tarde ―le dije a papá―. Y enviaré algunas flores al hospital. ―Sólo tráelas. ―¿Llevarlas? ―Koko quiere que estén aquí para el nombramiento de hoy.

Me pasé una mano por el cabello. ―Papá, yo... no puedo ir hoy. ―¿Estás trabajando o algo así? ―preguntó, con un tono amargo. Papá era uno de los trabajadores más duros que conocía y había enseñado a sus hijos a buscarse la vida. Pero como no trabajaba en la reserva, podía echar semanas de cien horas y seguiría siendo holgazán. ―No, no lo hago. ―Entonces conduce con cuidado. ―Papá colgó el teléfono. Yo agaché la cabeza con los hombros encorvados hacia delante, cargado de culpa. Koko había sido la que empezó esta tradición. Desde que nació su primer hijo, quería que todos estuviéramos cerca cuando ella y su marido anunciaran el nombre del bebé. Entonces pasábamos al recién nacido y nos presentábamos para que supiera que éramos de la familia. No me había perdido ninguna ceremonia de nombramiento de los hijos de mis hermanas. Algo que papá sabía. ―Mierda. ―Tiré el teléfono sobre el colchón. Odiaba perder un día con Sofia y que se fuera tan pronto. ―¿Qué? ―Sofia cruzó la cama de rodillas, poniendo sus manos sobre mis hombros―. ¿Está todo bien? ―Necesito ir a casa. Mi hermana tuvo un bebé hoy y hacemos esta cosa donde todos tenemos que estar allí cuando ella anuncia el nombre.

―Oh, de acuerdo. ―Sus manos se apartaron y se bajó de la cama. Luego buscó entre las sábanas para encontrar sus pantalones de pijama―. Me pondré unos pantalones y empacaré algunas cosas y puedes dejarme en casa de Logan cuando salgas de la ciudad. No quería que recogiera sus cosas. Le había dicho que se quedaría aquí por el resto de su viaje y sus maletas debían estar en la esquina de mi habitación, justo donde estaban hasta que se acabara nuestro tiempo. ―Espera. ―Le agarré la mano antes que se alejara y la atraje entre mis rodillas. Su aroma floral golpeó mi nariz, ahuyentando la buena razón―. ¿Quieres venir? Me miró de reojo. ―¿A la reserva? ―Sí ―¿En qué demonios estoy pensando? Esto tenía un desastre escrito en Sharpie. Pero no iba a pasar el día sin ella. ―¿Está bien? ¿No es un asunto familiar? Asentí con la cabeza. ―Lo es. Pero no tardaremos mucho. Iremos a Browning. Felicitaré. Entregaremos algunas flores y haremos el nombramiento. Luego volveremos. ―¿Estás seguro? No. ―Sí. ―De acuerdo. Me meteré en la ducha. ―Se inclinó, me plantó un beso en los labios y luego se dirigió al baño quitándose la camiseta de tirantes mientras caminaba y arrojándola al montón de ropa sucia que había hecho junto a una maleta.

Mientras el agua se abría en el baño, me froté la cara con las manos preguntándome si debía retirar la invitación. Mi familia echaría un vistazo a Sofia y se pondría en alerta al instante. No porque fuera una chica blanca en la reserva. Sino porque era una chica blanca en la reserva que había llegado en el asiento del copiloto de mi camioneta. Me puse de pie y di un paso hacia el baño. El miedo se agitó en mis entrañas. De ninguna manera este día terminaría con sonrisas felices. No quería volver a casa, pero no tenía elección. Y ya que tenía que ir, no quería ir solo. Probablemente no era justo dejar que Sofia se metiera en esta situación. Realmente no era justo dejarla ir sin avisar. Bajé al baño observando su forma borrosa detrás del cristal esmerilado de la puerta de la ducha. ―Creo que tienes que saber en qué te estás metiendo. ―¿Qué es eso? ―dijo ella. ―Sabes que tengo un problema con mi familia. Probablemente no se alegrarán de verme. Se río. ―Quieres decir que no estarán muy contentos de verme. ―Bueno, sí. La puerta se abrió y ella asomó su húmeda cabeza fuera. ―¿Quieres que me quede aquí?

―No ―admití. ―Entonces considérame advertida. Tu familia se va a sorprender que esté allí. Mi familia también se sorprendería si te trajera a casa. No lo había pensado así. Era una bonita fantasía pensar que las barreras sociales no existían, que los ricos no desconfiaban de los pobres y viceversa. Aunque creo que, de nuestras dos familias, la suya era la que se vendía menos mal. Por lo que Thea me había contado, eran bastante sensatos, teniendo en cuenta su riqueza. La única de la que había desconfiado era Sofia. No hay que preocuparse por eso. ―Serán civilizados ―prometí. ―Incluso si no lo son, estoy bien. Me gustaría ver de dónde son. Estaríamos conduciendo a través de la peor parte de la ciudad para llegar al hospital. Eso probablemente merecía otra advertencia, pero no iba a asustarla del todo. Por muy egoísta que fuera, quería cada uno de los minutos de Sofia durante el resto del viaje. Incluso si eso significaba llevarla a conocer a mi familia.

―Felicidades, Koko. ―Me incliné hacia la cama del hospital y besé la mejilla de mi hermana. Ella no se dio cuenta del abrazo que intenté darle. Estaba demasiado ocupada mirando a Sofia con la mandíbula desencajada. Al igual que todas las demás mujeres de la habitación. Papá era el único que me miraba. Su mirada grabó mi piel como un rayo láser. Los ignoré y rocé con un nudillo la mejilla rosada de mi sobrina, que dormía en brazos de su madre. ―Hola, pequeña. ―Buena suerte. Me avergonzaba admitir que no conocía bien a mis sobrinos. Koko tenía ya cinco hijos. Mi hermana Rozene tenía cuatro niños. A los más pequeños no los había visto en meses. El más pequeño de Rozene tenía diez meses y sólo lo había visto dos veces, su ceremonia de bautizo y ahora. El niño estaba sentado en el suelo en un rincón masticando un sonajero de plástico. Esta niña no me conocía. Diablos, ni siquiera sabía si hablaban de mí. Dada la forma en que papá seguía mirando, dudaba que lo hicieran mucho después de hoy. Toqué la nariz del bebé y luego dejé su cama para saludar a los demás. ―Hola, mamá. ―Le besé la frente. Su cabello negro tenía más canas desde la última vez que había venido a casa. Su larga trenza estaba atada con una de las correas de cuero que papá siempre hacía para su cabello.

―Dakota. ―Se inclinó más cerca para hablar en voz baja―. Hoy es para la familia. Papá refunfuñó y por el rabillo del ojo vi que Rozene asintió enérgicamente. Estas habitaciones de hospital no sólo olían a antiséptico, su acústica significaba que todos habían oído la declaración de mamá. Incluida Sofia. ―Esta es Sofia Kendrick. Ella es... ―Una compañera de trabajo. ―Sofia se alejó de la puerta y se adentró en la habitación. Tenía los hombros echados hacia atrás y la barbilla levantada. Se parecía a la Sofia que había visto en las fotos de su familia, como si se hubiera puesto en guardia. Inteligente. ―Sólo he venido a ver su ciudad. Voy a salir. ―Me miró―. Estaré en la sala de espera. Asentí, sin dejar de mirarla mientras salía al pasillo. Hoy había vuelto a llevar sus botas de nieve de tacón alto. Sus vaqueros eran negros y su jersey era otro número de cachemira. Hoy había optado por los pendientes de diamantes, que probablemente costaban más que el equipo médico de la habitación. Mi advertencia en la ducha debe haberla inspirado a ponerse una armadura. Por el bien de Sofia, me alegré de ello. Pero en lo que respecta a mi familia, probablemente sólo empeoró las cosas.

En el momento en que sus pasos dejaron de ser audibles, mi familia se reunió. ―¿Por qué traes a una mujer extraña aquí? ―Esta es una función familiar. ―¿En serio, Dakota? Acabo de tener un bebé. Estaba abriendo la boca para decirles que se trataba de una invitada única cuando otra voz llenó la habitación. ―Hola. Mi columna vertebral se puso rígida mientras me giraba lentamente para ver a mi ex novia, Petah, entrando en la habitación con un ramo de rosas rosas. ―Llegas justo a tiempo. ―Koko la abrazó con un solo brazo después que Petah colocara las flores en una mesa auxiliar―. Dakota acaba de llegar, así que podemos empezar. Petah me miró a los ojos con su mirada familiar por los años que habíamos pasado juntos. Familiar, pero no reconfortante. No estaba en casa. ―Hola. ―Sonrió y se acercó. ―Hola. ―Me incliné para besar su mejilla, pero ella fue a por mis labios. Tuve suerte de esquivarla y rozar la comisura de su boca. Fue incómodo y ambos nos separamos. Sus ojos se dirigieron al suelo mientras los míos se dirigían a mi hermana en su cama de hospital.

Koko llevaba el cabello trenzado en una larga cola sobre un hombro, como el de mamá. Sonreía, pero no era por su nuevo bebé. Era por mí y por Petah que estábamos juntos. No importaba cuántos años pasaran, Koko se fijaba en nosotros dos juntos. Para ella, Petah era la hermana mayor que siempre había amado y que quería conservar. Koko me había presionado más que nadie para que volviera a casa esperando que me casara con Petah. La única vez que se echó atrás fue cuando Petah se casó con uno de nuestros compañeros de instituto, unos años después de nuestra ruptura. Yo había estado en el rancho en ese momento contento que hubiera encontrado a alguien más. Pero se divorciaron un año después. Koko juraba que era porque Petah seguía enamorada de mí. Tal vez lo estaba. Siempre me había gustado Petah. ¿Pero el amor? Nunca había estado enamorado. ―Tienes buen aspecto ―le dije. Sus ojos se levantaron del suelo. Estaban llenos de anhelo y me arrepentí de mi cumplido. ―Tú también. Siempre lo haces. ―Gracias ―corté manteniendo mi expresión en blanco. No quería darle falsas esperanzas. Petah era hermosa. Una de las mujeres más hermosas que había visto. Tenía una larga y espesa cabellera negra que le colgaba hasta la mitad de la espalda. Sus ojos eran redondos y negros como el

carbón. Sus labios tenían un mohín que mis hermanas siempre habían envidiado. Y era un encanto. Petah era amable y de voz suave. Cuando salíamos en el instituto, vivía para satisfacer todos mis caprichos. Si le decía que tenía sed, se apresuraba a traerme un vaso de agua; aunque yo no se lo hubiera pedido. Se sentaba a ver todos los entrenamientos de baloncesto, todas las competiciones de atletismo. No hacía planes porque hacía lo que yo hacía. Como chico de instituto, era emocionante tener ese tipo de devoción. Pero esa emoción se había desvanecido después de tres años juntos. Había roto con ella unos meses antes de ir a trabajar al rancho. No quería hacerle daño, pero había sido lo mejor. Lo supe después de mi primer verano en el rancho. Veía a esas mujeres poderosas entrar por la puerta y capturar la habitación. La idea de estar con una mujer así me hacía correr electricidad por las venas. Petah nunca me desafió ni me empujó a ver las cosas de otra manera. Para el hombre adecuado, sería la compañera perfecta. Pero yo no era el hombre adecuado. No cuando una sola mirada a Sofia me daba más energía de la que me habían dado los años con Petah. Había intentado dejar claro a mi familia que lo de Petah y yo nunca iba a suceder. Ella nunca sería mi esposa. Nunca tendríamos

bebés. ¿Pero me escucharon? No. Aquí estaba para una función familiar. ―¿Empezamos? ―le pregunté a Koko. Ella frunció el ceño. ―¿Tienes prisa por irte? Sí. ―No. Sólo estoy emocionado por saber su nombre. ―No podemos empezar hasta que vuelvan los chicos. ―Rozene sacó de su bolso un cuenco de galletas para el pequeño que estaba en el suelo―. Fueron a buscar a los otros niños. Mis cuñados eran dos buenos tipos. Estaban involucrados en el consejo tribal junto con papá. El marido de Koko trabajaba como fiscal principal del tribunal tribal. El esposo de Rozene trabajaba para la Oficina de Asuntos Indígenas. Me gustaban los dos. Pero cuando estaban en la sala, papá recordaba que su único hijo era sólo un camarero. Su decepción le quitaba la felicidad a cualquier ocasión. Permanecimos en silencio durante unos minutos, excepto por los ruidos que llegaban del pasillo cuando pasaban las enfermeras y un hombre con un andador pasaba arrastrando los pies por la puerta. ―¿Vas a estar aquí mucho tiempo? ―me preguntó Petah en voz baja. ―No, voy a volver hoy. ―¿Quieres cenar antes de irte? He hecho un guiso esta mañana; es de los que te gustan. Estaría bien ponerse al día.

En cuanto nació el bebé de Koko, apuesto a que fue directamente a la tienda a preparar esa cazuela. Estaba garantizado que estaría en casa. Suspiré. ―No puedo. No he venido solo. Papá estaba apoyado en la pared más alejada de la habitación junto a una especie de monitor. Cruzó los brazos sobre su amplio pecho y sacudió la cabeza. ―No deberías haberla traído. Petah se estremeció a mi lado. ―¿A ella? Oh. Yo... lo siento. No me di cuenta que estabas viendo a alguien. ―No lo estoy ―corregí porque el dolor que irradiaba de ella era difícil de digerir―. Es una compañera de trabajo. ―Y mi amante. Claramente papá ya había derivado eso, pero no iba a explicárselo a Petah. Si tenía suerte, podría salir de aquí sin que Petah y Sofia se vieran. No me cabía duda que Sofia podría soportar un encontronazo con mi ex. Pero no iba a añadir un insulto a la herida de Petah. No iba a restregarle a Sofia lo que Petah quería desesperadamente. Toda mi atención. El sonido de unos pies pequeños resonó en el pasillo y contuve la respiración esperando que fuera una de mis sobrinas o sobrinos. Y, efectivamente, una cara conocida dobló la esquina y se apresuró a entrar en la habitación. ―¡Mamá! ―La niña se subió directamente a la cama de Koko arrastrándose hasta el bebé.

Llevaba el cabello recogido con la misma correa de cuero que mamá. Sin duda, papá había hecho a todas las niñas de la familia esos lazos para el cabello junto con los niños que habían elegido llevar los suyos largos también. Igual que su abuelo y su tío abuelo Xavier. Uno a uno, la sala se llenó de niños. Mis cuñados entraron con una amplia sonrisa. ―¡Ya estamos aquí! ―El marido de Koko, Ty, se dirigió directamente a su cama y agarró a su nueva hija sonriendo alegremente a su bebé―. ¿Preparados para soltar nuestro secreto? El corazón me latía demasiado fuerte mientras veía al hombre contemplar a su última creación. Había tanto amor y adoración en esos ojos que me aparté. Deja esa mierda. Había tomado mi decisión. Había elegido seguir mi propio camino. Y ese camino no incluía hijos, así que no tenía sentido ablandarse al ver a un padre orgulloso. ―Vale, ya saben cómo funciona esto. ―Koko se movió en la cama sentándose más alto y enderezando la bata roja alrededor de sus hombros―. Vamos a pasar al bebé y tienes que presentarte a ella. ―Iré por un café a la cafetería. ―Petah dio un paso hacia la puerta, pero Koko extendió un brazo. ―¡No! Deberías quedarte. ―Oh, no. No quiero molestar.

―¿Por favor? Me gustaría que te quedaras. ―Los ojos de Koko suplicaban a Petah―. Eres como su tía. A la mierda mi vida. Apreté la mandíbula intentando mantener la calma. La sala estaba repleta de gente y, aunque me negaba a mirar a mi alrededor, sabía que todos me enviaban sus pensamientos. Cásate con Petah. Eso venía de mamá, Rozene y Koko. Vuelve a casa y asume la responsabilidad de lo que eres. Eso era de papá. ¿Quién es ese tipo? Eso vino de los niños. ―Koko y yo lanzamos una moneda y ella perdió. Así que tengo que decirles el nombre de esta preciosidad. ―Ty acudió a mi rescate, no por primera vez, y devolvió la atención a su nueva hija―. Kimi. Significa secreto. ―Me encanta. ―Rozene se apretó el corazón y luego miró a su marido―. Vamos a intentar una niña. Él se limitó a sonreírle, una sonrisa que decía que estaría aquí de nuevo en unos nueve meses. Mi padre fue el primero en dar un paso adelante agarrando a la niña en brazos y meciéndola de un lado a otro hasta que cesó su momentáneo alboroto. ―Kimi. Soy tu abuelo, Joseph. Arde, pequeña estrella. Era algo que papá siempre añadía. No estaba seguro de si el resto de mi familia deseaba algo a los bebés. Si lo hacían, no lo decían en voz alta.

―Kimi. ―Mamá fue la siguiente en tomar al bebé―. Soy tu abuela, Lyndie. Se volvió hacia mí acercando a la niña. La tomé en brazos con cuidado de no hacerla rebotar demasiado mientras la acunaba. Yo no era como otros solteros que se ponían nerviosos con los bebés. Siempre habíamos tenido niños que entraban y salían de casa mientras crecíamos. Mi madre o mis hermanas siempre hacían de canguro de algún familiar o vecino y yo colaboraba. Me gustaban los niños. Me gustaba esta niña. Sus ojos estaban abiertos y oscuros mirándome fijamente sin parpadear. ―Kimi, soy tu tío, Dakota. ―Sé libre. Era lo mismo que había deseado para todos ellos después de nacer. Si alguna vez necesitaban ayuda para encontrar esa libertad, yo sería el tipo al que podrían llamar. Aunque no viviera en la cuadra ni asistiera a todas las fiestas, estaría allí. Como Xavier había estado para mí. ―Mi turno. ―Rozene me quitó el bebé de los brazos, arrullando mientras la mecía de lado a lado―. Kimi, soy tu tía, Rozene. Y ésta es tu otra tía. ―Rozene le entregó el bebé a Petah. Dudó un momento cuando el bebé estuvo en sus brazos y luego se presentó. ―Hola, Kimi, soy Petah.

Al menos no había añadido lo de tía. Petah meció al bebé de un lado a otro sonriendo a la cara redonda de Kimi. Luego me miró con las palabras Quiero uno escritas en su cara. Me alejé un paso de Petah casi derribando a uno de mis sobrinos que se había acercado. Mi familia la había convencido que volvería a casa. No importaba cuántas veces le insistiera en que no iba a volver, en que Petah y yo no volveríamos a estar juntos, ellos la habían engañado para que pensara que aún había una posibilidad. Petah le entregó el bebé al marido de Rozene. Cuando terminó de presentarlo, Kimi volvió con Koko. Cada uno de los niños se subió a la cama del hospital para sus presentaciones. Mientras esperaba que cada uno dijera su nombre al bebé, mantuve un metro de espacio entre Petah y yo. ¿Cuándo iba a captar la indirecta? El hombro que siempre había intentado mantener tibio tenía que volverse gélido. En el momento en que se puso el nombre, me acerqué a Koko y le di otro beso en la mejilla. ―Felicidades. Descansa un poco, ¿vale? ―¿Te vas? ―Las carreteras están heladas ―mentí―. No quiero conducir por ellas en la oscuridad. Koko frunció el ceño. ―Bien. Supongo que nos veremos cuando nos veamos.

―Sí. Me mordí la lengua para no señalar por décima vez que siempre podían venir a visitarme. Llevaba cinco años viviendo en Lark Cove y ni una sola vez un familiar había hecho el viaje de dos horas para ver dónde vivía o dónde trabajaba. Me despedí de mamá y de Rozene con un abrazo. Los abrazos no fueron correspondidos ya que estaban tan cabreadas como Koko. Luego, con una inclinación de cabeza y un saludo a los chicos, salí por la puerta. ―Dakota. ―Papá me siguió hasta el pasillo. Dejé de caminar y me giré poniendo las manos en las caderas. ―Papá. ―Están buscando un nuevo director en la oficina de desarrollo económico. ―Genial. Espero que encuentren a alguien. ―Porque yo tenía un trabajo. Papá no parecía recordar ese pequeño hecho. Cada vez que llegaba a casa, enumeraba todos los trabajos disponibles en la zona. ―Es hora de que vuelvas a casa ―dijo―. ¿No ha pasado suficiente tiempo? Tu lugar está aquí. ―Tengo un hogar. Mi sitio está ahí. ―Con tu tío ―refunfuñó. ―Él me apoya.

Papá no tenía una respuesta. Así que me di la vuelta dando zancadas por el pasillo y dejándolo atrás. Cada vez pasaba esto. Venía aquí y lo único que recibía era presión. Ni una sola persona me preguntaba cómo estaba. Ni un solo miembro de la familia me preguntó si era feliz. ―Dakota, espera ―me llamó Petah. ―Dios ―gemí mirando al techo mientras me detenía una vez más. La sala de espera estaba a sólo un metro de distancia y a la vuelta de la esquina. Tan cerca. Pero mi huida se detuvo de nuevo. Petah me alcanzó apartando un mechón de cabello de su cara. ―Sólo quería decirte que lo siento. No sabía que estarías aquí. Koko llamó y dijo que había tenido el bebé y le pregunté si era un buen momento para traer flores. Por favor, no te vayas por mí. Puedo irme. A pesar de lo frustrado que estaba con toda la situación, no culpaba a Petah. La conocía lo suficiente como para saber que no le gustaban los juegos ni las manipulaciones. No se daba cuenta que formaba parte de uno. Mis hermanas la estaban utilizando como cebo, una mujer hermosa que podría atraerme a casa. ―No. Está bien. No eres tú. ―Mi oferta para la cena sigue sobre la mesa. Podrías traer a tu amiga.

En ese preciso momento, Sofia dobló la esquina de la sala de espera. ―Oh, hola. ¿Has terminado? Iba a buscar una máquina expendedora para un refresco. ―Me sonrió y luego se fijó en Petah―. Oh, lo siento. No quería interrumpir. ―No pasa nada. ―Maldición. Le hice un gesto a Sofia para que se acercara―. Sofia Kendrick, este es Petah Tatsey. ―Hola. ―Sofia se acercó y le tendió la mano. Estaba tan cerca de mí que nuestros codos se tocaban. Petah era dulce y de voz suave, pero no era indiferente. Se dio cuenta de la facilidad con la que Sofia había fusionado nuestras burbujas personales. Se le cayó la cara al estrechar la mano de Sofia. Luego miró hacia mí, sus esperanzas se rompieron ante mis ojos. ―¿Tu compañera de trabajo? Joder. Joder. Joder. ―Sí, trabajamos juntos. El dolor en su cara era desgarrador. Nunca había traído a otra mujer a casa. Sólo había sido ella. Odié lo que estaba a punto de hacer; pero me aguanté, esperando que le hiciera daño a Petah en el presente para que pudiera curarse a largo plazo. Así dejaría de esperarme. Rodeé el hombro de Sofia con el brazo y la sujeté a mi lado. Luego le besé la sien. Sofia se puso rígida sin percatarse del agudo aliento de Petah. Me tragué el disgusto y me aferré a Sofia mientras Petah nos miraba a las dos durante un largo rato.

Entonces hizo algo que me sorprendió. Enderezó su columna y forzó una sonrisa cortés. ―Encantada de conocerte, Sofia. Viaja con cuidado a casa. ―Mierda. ―Dejé ir a Sofia mientras Petah giraba sobre un tacón y se apresuraba por el pasillo―. Necesito salir de aquí. Sofia cruzó los brazos sobre el pecho mirando fijamente mi perfil. ―Mira, yo... No esperó mi explicación. También se alejó de mí atravesando las puertas correderas y saliendo al frío. La alcancé rápidamente y le seguí el ritmo mientras avanzaba por el estacionamiento hacia mi camioneta. Seguía con los brazos cruzados mientras esperaba a que le abriera la puerta. No me agarró la mano cuando se la ofrecí para ayudarla a entrar en la cabina. Cerrando la puerta de su lado corrí hacia el otro y subí. La camioneta rugió y el calor ahuyentó rápidamente el frío invernal mientras nos sentábamos en el estacionamiento. No sirvió de mucho para descongelar a mi pasajera. ―¿Por eso me has invitado? ―preguntó―. ¿Soy la persona que necesitabas para cabrear a tu familia? ―No. ―Entonces, ¿por qué me empujaste a la cara de esa mujer? ¿Para que le rompieras el corazón?

―Lo siento. ―Suspiré―. Esa era mi ex novia. ―Me lo imaginé. ―Ella necesita seguir adelante. ―Entonces sé un hombre y dile que siga adelante ―espetó―. He jugado todos los juegos del libro, Dakota. Todos. Cada. Uno. He terminado con eso. Si necesitas una cara bonita a tu lado para enviar un mensaje, busca a otra. ―No sabía que iba a estar aquí. ―No importa ―respondió ella. ―Tienes razón. Ella resopló y miró por la ventana. Las rejillas de ventilación del salpicadero hicieron volar un mechón de cabello suelto alrededor de su mejilla. ―Sofia. ―Le tomé la mano y se la quité del regazo―. No pretendía utilizarte. No es por eso por lo que te traje hoy. Sólo quería a alguien aquí que estuviera de mi lado. Pero tienes razón, jugué un juego con Petah. El juego final. Ella tiene que seguir adelante. Quizás ahora lo haga. Sofia exhaló un largo suspiro y entrelazó sus dedos con los míos. ―Supongo que... Supongo que me sorprendió. Además, probablemente sea mejor hacerme la mala ya que nunca voy a volver. ―Cierto.

La única mujer que había traído para conocer a mi familia se iba. Mi familia probablemente se alegraría de saber que se iría en tres días. ¿Pero yo? No estaba seguro de cómo volvería a casa y no desearía que ella estuviera a mi lado.

—Aquí es. —Dakota estacionó su camioneta en la calle frente a la propiedad alquilada. —Es bonito. El edificio era antiguo, pero Dakota lo había renovado recientemente. El revestimiento estaba recién pintado de color beige champiñón, y las molduras, de un blanco limpio. Las persianas negras hacían juego con la puerta de entrada, dándole un toque de carácter. Un lado de la propiedad tenía un tranquilo césped cubierto de nieve con una acera que no había sido limpiada. El otro lado tampoco se había limpiado, pero había un camino en la nieve con muchas huellas. —Espera. —Dakota dejó la camioneta encendida mientras abría la puerta—. Déjame quitar la nieve.

Salió de un salto, cerrando rápidamente la puerta para mantener el calor, agarró la pala de nieve de la parte trasera y se puso a trabajar para despejar el camino. Habían pasado tres días desde nuestro viaje a la ciudad natal de Dakota. Habíamos trabajado esos días en el bar y esta tarde íbamos a sustituir a Jackson por la noche. Para mi último turno en el bar Lark Cove. Pero antes, habíamos ido a Kalispell a ver a uno de sus inquilinos. Las cosas habían vuelto a la normalidad después de llegar a casa desde la reserva. Tras las dos horas de viaje de vuelta a Lark Cove, me había encogido de hombros, decidida a disfrutar de mi tiempo con Dakota, ya que estaba a punto de llegar a su fin. Dakota no había bromeado sobre la bienvenida que me dio su familia, o la falta de ella. Una mirada fulminante de su padre y me arrepentí de haberme levantado de la cama y haber hecho el viaje. Pero no era la primera vez que recibía miradas de disgusto y miradas duras. Los aguanté con una sonrisa bien practicada y luego me fui a la sala de espera, donde me puse al día con las redes sociales. Mis supuestos amigos habían estado ocupados durante la última semana, compartiendo el artículo de la revista en todas las plataformas posibles. Cuando Dakota había hecho ese truco con Petah, ya estaba irritada. Su jugada me había puesto al límite.

Hace años me habría ofrecido para ayudar a Dakota a enviar un mensaje a su ex novia. Los juegos y los trucos habían sido mi fuerte. Pero esos días habían terminado, y ya no me dejaba utilizar por la gente. Me sentí muy mal por Petah. Y por Dakota también. Era un buen hombre. Creía que sus acciones habían sido improvisadas y hechas pensando en lo mejor para ella. Pero había sentido su dolor en ese pasillo. Estaba enamorada de él, y él había destrozado esos sentimientos. En el viaje de vuelta, no había tenido el valor de preguntarle sobre su relación y por qué no habían funcionado. Había estado demasiado ocupada lidiando con algunas inseguridades durante el viaje. Petah era hermosa, impresionante, con un rostro por el que fotógrafos como Malcom babearían. Y era de la descendencia correcta. Si ella no era la indicada, ¿quién lo sería? ¿Quién ganaría finalmente el corazón de Dakota? No era yo. Sólo éramos un asunto casual y divertido. Me lo había recordado desde que salió del estacionamiento del hospital. No iba a entrar en una relación, ni siquiera a distancia. A pesar de mis crecientes sentimientos por Dakota, a pesar del hecho que había traspasado mis débiles barreras más rápido que cualquier otro hombre en el pasado, no iba a iniciar otra relación.

El viaje había sido un buen recordatorio. Había sido interesante ver dónde había crecido Dakota. El pueblo en sí estaba más deteriorado de lo que había imaginado. Nunca había visitado una reserva, pero según Dakota, la suya era una de las más pobres del país. Más de la mitad de los edificios y las casas a lo largo de la carretera se estaban cayendo a pedazos. Los autos rotos y destartalados se agolpaban en las entradas. Más de un negocio tenía las puertas tapiadas y rociadas con la palabra "CERRADO". Los barrios se habían vuelto más agradables a medida que nos alejábamos de la autopista principal y nos adentrábamos en la ciudad. El hospital en sí era bonito aunque pequeño, y las casas de los alrededores me recordaban al barrio de Lark Cove de Dakota. Pero no había zonas ricas en la ciudad. No había negocios florecientes. Tenía sentido por qué se había ido para encontrar un trabajo mejor pagado. Y por qué había elegido invertir en propiedades aquí, donde podía cobrar un alquiler más alto. Dakota terminó de limpiar y volvió a la camioneta, guardando la pala antes de abrir la puerta. El aire helado me golpeó en la cara. —¿Podrías acercarte y apagarlo? —Ya lo tengo. —Me incliné sobre la consola, girando las llaves y tomándolas del arranque. Luego se las puse en la mano enguantada.

Cuando salí, él abrió la puerta trasera para empezar a cargar las bolsas de la compra. Habíamos llenado siete en el supermercado esta mañana. Dakota me dio tres y se quedó con las otras junto con una caja de Mountain Dew. Con los brazos cargados, subimos por el estrecho camino hasta la puerta principal. No tuvimos que llamar para que la puerta se abriera y un hombre mayor nos hiciera señas para que entráramos. —Arthur. —Dakota le dio una palmada en el hombro al hombre más bajo y anciano—. Me alegro de verte. Hoy tengo una invitada. Te presento a Sofia. —Hola. Sonrió, inclinando sus gafas de sol de montura negra hacia mí. —Bienvenida. Entré mientras Dakota cerraba la puerta con los codos. Luego lo seguí hasta pasar el salón junto a la puerta principal y entrar en la cocina cuadrada de la parte trasera de la casa. Mientras ponía las bolsas de la compra en la encimera, inspeccioné el lugar. El interior había sido pintado de un blanco suave, y los armarios de la cocina eran de un gris intenso. Dakota tenía un ojo para las líneas limpias con un estilo de granja, algo que iba perfectamente en un lugar como este. Mi corazón de diseñadora de interiores lo adoraba por su gusto.

Pensé que dejaríamos la compra, pero Dakota empezó a desempaquetar, colocando rápidamente las cosas en su sitio. Claramente había hecho esto muchas veces antes. —Gracias a los dos. —Arthur se paró en la entrada de la cocina— . ¿Puedes sentarte y charlar un minuto? —Nos encantaría. Siéntense ustedes. Yo iré enseguida. Seguí a Arthur hasta la sala de estar, mis zapatillas de tenis se hundieron en la alfombra de felpa mientras caminaba hacia el sofá. Arthur fue directo a su sillón reclinable en la esquina, sentándose y moviéndose hasta que estuvo cómodo. Dakota no perdió el tiempo en la cocina. Me estaba acomodando en el asiento cuando entró y se hundió a mi lado. —Gracias por quitar la nieve del camino —le dijo Arthur—, no pude seguir el ritmo de la nieve la semana pasada. —Siento no haber venido antes y encargarme de ello por ti. —Estás ocupado. No te preocupes por mí. —Arthur se relajó en su silla. Era un hombre pequeño, aproximadamente tan alto como mi metro sesenta. Llevaba una camisa de cuadros y unos pantalones de poliéster marrones sueltos con tirantes negros que los sujetaban. Hacía tiempo que se le había caído el cabello y su cuero cabelludo calvo estaba salpicado de pecas. Esperaba que, ahora que estábamos

dentro, se quitara las gafas de sol. Pero las mantuvo puestas, tal vez porque la habitación era muy luminosa debido a la ventana entre nosotros. —¿Qué hay de nuevo? —Dakota le preguntó, relajándose más en el sofá y pasando un brazo por el respaldo. —Oh, no mucho. —Arthur suspiró—. La Nochevieja fue interesante. Dakota se puso rígido. —¿Qué pasó? Arthur levantó un pulgar por encima de su hombro, señalando la pared compartida entre las dos unidades de la propiedad. —Tenía una fiesta. —Mierda —gruñó Dakota—, lo siento. Iré y le daré una advertencia. Sé que suena mal, pero espero que lo vuelva a hacer. Entonces podré echarlo. —Yo no me quejaría. Sobre todo si encuentras a una anciana simpática que necesita un hombre que le haga compañía. —Arthur hizo crujir una de las correas de sus tirantes, moviendo las cejas. Dakota y yo nos reímos. —Me aseguraré de incluirlo en el anuncio. —Bien. —Arthur metió la mano en el cajón de la mesa auxiliar junto al sillón y sacó un talonario de cheques y un bolígrafo. Luego,

con cuidadosa precisión, escribió un cheque a Dakota—. Puedo enviar esto por correo. Te ahorraría un viaje. Sé que estás ocupado. —No demasiado ocupado para visitarte. —Dakota se puso de pie y cruzó la pequeña habitación, tomando el cheque de Arthur—. Ojalá pudiéramos quedarnos más tiempo, pero tengo que trabajar esta tarde. Las carreteras estaban lentas en nuestro camino. —Ve. No dejes que te entretenga. La próxima vez, quizás podamos jugar una partida rápida. —Arthur señaló con la cabeza el tablero de ajedrez colocado en la mesa del comedor junto al salón. —Me gustaría. —Dakota estrechó la mano de Arthur, levantándolo del sillón. —¿Te volveré a ver? —me preguntó Arthur mientras nos seguía hasta la puerta. —Me temo que no. —Le dediqué una sonrisa triste—. Vivo en Nueva York. Sólo voy a acompañar a Dakota durante unos días. Un día más para ser exactos. Thea y Logan debían volver mañana. La idea de marcharme tan pronto me revolvió el estómago. —Bueno, fue un placer conocerte, aunque fuera por un breve momento. Y gracias por entregarme la compra. —Extendió la mano, con los dedos temblando un poco. Estaba demasiado lejos de mí, así que me acerqué y le agarré la mano. —Llama si necesitas algo —dijo Dakota.

—Lo haré. Con eso, Dakota abrió la puerta principal y me hizo un gesto para que saliera. Luego la cerró tras de sí y me entregó las llaves de su camioneta. —Necesito ir a la otra unidad. —De acuerdo. —Agarré las llaves y empecé a bajar por la acera mientras Dakota entraba en el patio nevado y se dirigía a la otra unidad. Las vibraciones de su puño golpeando la puerta principal resonaron en la calle. Unos segundos después, la puerta se abrió de golpe y un hombre alto y delgado con pantalones y una camiseta blanca sucia levantó la barbilla hacia Dakota. No pude escuchar todo lo que dijo Dakota, pero mientras me dirigía a la camioneta, miré por encima de mi hombro y vi que el rostro del otro hombre se torcía en una mueca de enfado. Sus ojos se dirigieron hacia mí justo cuando llegué al vehículo. Miraba fijamente mi culo mientras le preguntaba a Dakota: —¿Es tu chica? Dakota ignoró la pregunta, se dio la vuelta y dejó al hombre solo en la entrada. Pero no sin una última advertencia. —No hagas ruido. O estás fuera.

El hombre se encogió de hombros, sus ojos seguían recorriendo mis piernas, provocándome escalofríos. Abrí la puerta de un tirón, entrando lo más rápido posible. Cuando estuve encerrada, me estremecí, deseando otra ducha. Dakota no estaba muy lejos de mí, abriendo de golpe su puerta y subiéndose al asiento del conductor. —Maldito imbécil. Tengo que darle una patada en el culo. Dakota se alejó de la acera, guiándonos por la tranquila calle del barrio con casas similares a las de su propiedad. Tres casas más abajo, dos niños intentaban construir un muñeco de nieve. Otras tres más abajo, un padre estaba fuera arrastrando de su pequeño en un trineo azul. Su inquilino espeluznante no pertenecía a este lugar. —¿Siempre fue así? ¿Incluso cuando se mudó? —Sí. —Suspiró—. Ese lugar era un desastre cuando lo compré. El tipo que lo vendía quería deshacerse de él, así que rebajó el precio siempre y cuando dejara que su amigo se quedara en esa unidad. Acepté porque quería el trato. Pero ahora desearía haberlo echado o haber encontrado otro lugar para comprar. No ha sido más que un dolor de cabeza durante los últimos seis meses. Cada vez que vengo aquí hay algo. —¿Y no puedes desalojarlo?

—Puedo. Ya debería haberlo hecho. Pero ahora he esperado demasiado. Montana tiene unas normas muy estrictas sobre el desalojo de alguien en los meses de invierno. Como paga su alquiler, dudo que pueda sacarlo hasta la primavera. Y necesito el dinero. No puedo tener una propiedad vacía todo el invierno, porque nadie quiere mudarse con la nieve. —Lo siento. —Ser propietario sonaba, bueno, horrible. A menos que sólo tuvieras buenos inquilinos. —Lección aprendida. —¿Cuál es la historia de Arthur? —pregunté. —Es un gran tipo. No tiene familia cerca, así que vengo cada semana o diez días y le traigo comida basura, ya que está confinado en casa. —¿Por qué está en casa? —Es ciego. Me quedé con la boca abierta. —¿Qué? No puede ser. Arthur había recorrido su casa sin usar un bastón. No había tocado las paredes para guiarse o orientarse. Se había acercado a su silla y se había sentado sin palparla primero. Aunque eso explicaba las gafas de sol. Dakota asintió. —Es ciego desde Vietnam.

—Vaya. Es muy amable de tu parte traerle la comida. —Como dije, es un gran tipo. Creció en Kalispell. Sus hijos se fueron hace años para vivir sus propias vidas. Él no quiere irse. Uno de ellos vio mi anuncio sobre un lugar y se lanzaron a él. Tienen un servicio de limpieza y le ayudan a cocinar. Pero el cocinero sólo hace comida sana. Yo le traigo a Arthur lo bueno. Solté una risita, pensando en las galletas, las palomitas y las patatas fritas que habíamos comprado antes. —¿Dónde están sus otras propiedades? —Todo en este mismo barrio. —Dakota giró a la izquierda por otra calle lateral. A mitad de cuadra, señaló una casa unifamiliar verde—. Esa de ahí. —Es bonita. —No voy a decirle al fisicoculturista que me alquila que llamaste bonita a su casa. Sonreí. —¿Y la otra? Tienes tres, ¿verdad? —Sí. —Condujo por el resto de la manzana y hasta la siguiente. Esta vez la casa que señaló estaba en mi lado y estaba pintada de un beige suave con ribetes de color chocolate—. Esa fue la primera. Es la que me hace ganar menos dinero. —¿Por qué?

—Porque la anterior propietaria es la inquilina. Es una madre soltera con dos hijos adolescentes. El banco la iba a embargar, así que la puso a la venta antes que lo hicieran. La compré, se la alquilé con un descuento, y ella tiene dos trabajos para pagar sus facturas. Nunca ha dejado de pagar un cheque de alquiler. No quería perder la casa en la que sus hijos están creciendo. —Eso es algo increíble de tu parte. Se encogió de hombros. —Simplemente tuvo mala suerte. Son cosas que pasan. —Gracias —dije. —¿Por qué? —Por traerme aquí hoy. Y por mostrarme tus propiedades. —Fue un vistazo más profundo al hombre detrás del volante, confirmando lo que ya sabía. Dakota Magee no era un buen hombre. Él era el hombre bueno. Dudaba que alguna vez encontrara a otro que estuviera a su altura. —Sé que no son gran cosa. Pero estoy orgulloso de ellas. —Deberías estarlo. Lograrás grandes cosas. —No sé si grandes. Pero tengo mis metas.

Yo quería metas. No necesitaba conquistar el mundo; eso se lo dejaría a Aubrey. Sólo quería más emoción en mi vida, más felicidad y satisfacción. Más orgullo. Quería ser más como Dakota. Era único, un hombre que conocía hasta la médula la diferencia entre el bien y el mal. Un hombre que forjó su propio destino. Un hombre al que echaría terriblemente de menos cuando nuestra aventura terminara.

—¿Hoy es tu último día? —Wayne me preguntó desde el otro lado de la barra. Le di una sonrisa triste. —Sí, Thea y Logan deberían volver esta noche. Entonces me iré mañana por la mañana. —No me digas que vas a echar de menos barrer el suelo y limpiar la cerveza derramada. Sonreí. —Tal vez sólo un poco.

El tocadiscos cambió a una canción country más rápida y Wayne se levantó de su taburete. —Hace años que no escucho ésta. ¿Qué tal un jitterbug3 de despedida? —¿Eh? —El jitterbug. ¿Quieres bailar? Dakota se rió desde la caja registradora, donde estaba haciendo un balance de las botellas de licor en un cuaderno de espiral. — Cuidado con los pies. La última vez que una mujer bailó con Wayne, casi perdió un dedo del pie. —Para ser justos, esa mujer estaba borracha y me pisó primero. —Wayne se bajó de su taburete, haciéndome señas para que me acercara a la pista. Dejé el vaso que había estado enjuagando y me apresuré a ir a su lado. Wayne me agarró las manos y las extendió a nuestros lados. Luego nos juntó, poniéndome a un lado de su cuerpo antes de retroceder. Luego lo hizo de nuevo, girando en círculo. Había aprendido el jitterbug de niña cuando mi profesora de ballet estaba de baja por maternidad y su sustituta había querido enseñarnos otros básicos, como el vals, el mambo y el two-step. Esa

3 El Jitterbug es un término que acoge todas las modalidades del baile del Swing muy popular en las décadas de 1930 y 1940, bailado con gran energía y acrobacias al ritmo de las Big bands.

sustituta había sido despedida poco después que terminara la baja por maternidad de la profesora principal. Y aunque esas lecciones habían sido hace mucho tiempo, no era difícil seguir a Wayne mientras me tiraba de él y me hacía girar en unos cuantos giros fáciles. Para cuando la canción terminó, estábamos riendo y sonriendo, ambos sin aliento. —Gracias —jadeé. —Gracias. —Wayne besó el dorso de mi mano, haciendo una reverencia mientras me soltaba—. Será mejor que me vaya a casa. Fue maravilloso pasar tiempo contigo, Sofia. No seas una extraña la próxima vez que estés en la ciudad. —Fue encantador pasar tiempo contigo también. —Espero que podamos bailar otro día. —Wayne se dirigió a su taburete para recoger su abrigo y su sombrero. Luego, con un último saludo a Dakota, salió por la puerta. Mis ojos se llenaron de lágrimas cuando él desapareció en el exterior. Me limpié las lágrimas antes que pudieran caer, decidida a no permitirme llorar por algo tan tonto. No es que no vaya a volver a ver a Wayne. Había venido a Lark Cove de visita. Pero había sido tan amable conmigo aquel primer día en que rompí todas esos vasos. Había sido el primero en mucho, mucho tiempo que me había visto como algo diferente.

También lo había hecho Dakota. —¿Sabes lo que me parece interesante? —preguntó. Me tragué el ardor en la garganta y parpadeé para alejar las lágrimas antes de darme la vuelta. —¿Qué? —De todas las lecciones que me has contado en los últimos diez días, bailar es lo único que sigues haciendo. ¿Era eso cierto? Mi madre había insistido en que todos estuviéramos involucrados y ocupados. Mis actividades extracurriculares siempre habían estado en el lado artístico. Lenguaje. Música. Danza. Esto último era realmente lo único que había mantenido en la edad adulta. ¿Qué significaba eso? Antes que tuviera la oportunidad de preguntar, la puerta del bar se abrió de nuevo y tres niños entraron corriendo, seguidos por sus padres. Unos padres que habían regresado de su viaje a París.

—¿Y dónde están tus maletas? —preguntó Thea.

Me sonrojé mientras me entregaba una copa de vino. Después de llegar al bar esta noche, había sido un torbellino. Los niños habían estado ansiosos por volver a casa con sus padres. Thea y Logan habían estado emocionados por estar con los niños. Antes que tuviera la oportunidad de despedirme de Dakota, me habían arrastrado con ellos. Estaba en el bar, terminando la noche solo. Ni siquiera había pensado en mis maletas con toda la conmoción. Seguían tiradas en un rincón de su dormitorio. Dakota y yo sabíamos que hoy era mi último día en Lark Cove, pero ninguno de los dos había pensado en empacar mis cosas. Ambos sabíamos que esta noche estaría en su cama. Una última noche. —Están en la casa de Dakota. Se atragantó con su trago de vino y tosió. —¿Qué? —Me he quedado allí. —Como pensaba volver esta noche, no tenía sentido negarlo. Y no iba a fingir que Dakota y yo no habíamos tenido un glorioso romance. Logan tendría una opinión. No estaba segura de cómo iba a reaccionar Thea. Pero ahora mismo, no importaba. Los niños

estaban en la cama. El bar estaba probablemente tranquilo, y Dakota probablemente lo estaba cerrando. Podrían sermonearme más tarde. Ahora mismo, sólo quería irme. Como si supiera lo que estaba pensando, una camioneta retumbó en el camino de entrada. Salí disparada de mi silla en la sala de estar y me apresuré a acercarme a una ventana, asomándome al exterior en la oscuridad y viendo cómo se acercaba la camioneta de Dakota. —Vete de aquí. —Thea sonrió, suspirando mientras bebía más vino. —Que tengas una buena noche. —Le devolví la sonrisa y me apresuré a salir de la habitación—. Oh, ¿y Thea? —Hice una pausa, girándome—. Gracias. Me alegro de haber confiado en ti. —Yo también. Con una última sonrisa, corrí hacia la puerta principal justo cuando mi hermano salía de la habitación de Charlie por el pasillo. —¿A dónde vas? —preguntó. Lo ignoré. Thea apareció en la entrada, con su vino en la mano. —¿Tenemos que llevarte al aeropuerto mañana?

—Sí, por favor. —Me puse el abrigo suyo que me había prestado toda la semana—. Volveré por la mañana antes de las ocho. —¿Qué? —Logan cruzó los brazos sobre el pecho—. ¿A dónde vas? —Diviértete. —Thea me guiñó un ojo mientras besaba la mejilla de Logan y luego abrió la puerta. —Sofia… Cerré la puerta, sabiendo que Thea se lo explicaría. Luego me apresuré hacia la camioneta de Dakota, yendo directamente a la puerta del lado del pasajero y subiendo de un salto. En cuanto estuve dentro, los largos brazos de Dakota me alcanzaron, tomando mi cara y atrayendo mis labios hacia los suyos. Me besó con desenfreno, su lengua se sumergió en mi boca y recorrió el mismo camino que había hecho cientos de veces en nuestro tiempo juntos. Estábamos hambrientos y atolondrados, perdidos en el beso caliente y húmedo que se prolongó durante lo que parecieron horas. Finalmente, se separó pero mantuvo mis mejillas en sus manos. —No traje tus maletas. —No quiero mis maletas. Todavía no.

Me besó de nuevo, inclinando mi cara hacia un lado mientras me devoraba de nuevo. Cuando me quedé sin aliento y con ganas de más, nos llevó a su casa. Ninguno de los dos durmió mientras saboreábamos las últimas horas juntos, enlazados hasta que empezó a salir el sol. No lloré cuando hice las maletas ni cuando Dakota me besó por última vez en su camioneta. No lloré cuando me despedí de mi familia en el aeropuerto. Ni siquiera lloré cuando el avión despegó, dejando atrás Montana. Guardé todas mis lágrimas para el momento en que entré en mi ático de Nueva York, sola. Mis vacaciones se acabaron de verdad. Y la vida a la que había regresado no era una gran vida.

—¿Hay algo en particular que le gustaría para el almuerzo de hoy, Sra. Kendrick? —No, gracias, Carrie. —Dejé la revista en mi regazo y sonreí a mi chef personal mientras ella estaba de pie fuera de la sala de estar—. Cualquier cosa que quieras hacer será encantador. —Tu entrenador me llamó esta mañana y mencionó que debíamos limitar los carbohidratos durante unas semanas. Con el tiempo tan frío, estaba pensando en una variedad de sopas, si eso te complace. Fruncí el ceño. Cuando me ejercité esta mañana, mi entrenador no estuvo muy contento cuando me subí a la balanza. Diez días en Montana comiendo lo que quería habían "ablandado" las cosas. Cuando llegué a casa hace dos días, contemplé la posibilidad de pedirle a Carrie que cocinara sólo alimentos saludables. En lugar de eso, decidí lamentarme. Así que le di dos días más de vacaciones

pagadas y le pedí a mi portero que me recomendara los mejores y más grasientos sitios de comida para llevar de Manhattan. —¿Señorita? —Carrie se aclaró la garganta—. ¿Las sopas? —Está bien. —Suspiré. Cuanto antes volviera a mi dieta habitual, a mi horario habitual, a mi vida habitual, antes saldría de este estado de ánimo sombrío—. Gracias. —¿Puedo ayudarte en algo? Estaré encantada de llamar a tu masajista o de programarte un tratamiento facial. Tienes uno mañana, pero estoy segura que podrían adelantarlo. —No, pero gracias. Mañana estará bien. Carrie había empezado siendo sólo mi cocinera, pero su trabajo se había ampliado en el último año. En realidad, se encargaba de las tareas por las que yo pagaba a mi asistente, como coordinarse con el ama de llaves, dar mi horario a mi chófer y arreglar que me lavaran la ropa. Mi ayudante a sueldo, Sandrine, se había vuelto bastante negligente en sus deberes durante el último año. Me estaba utilizando. Y estaba utilizando a Carrie, sabiendo que Carrie cubriría sus deficiencias. —Me voy al mercado. —Carrie se dirigió a la cocina, pero antes que llegara demasiado lejos, la llamé. —Aprecio todo lo que haces por mí.

Todo su cuerpo se congeló, como si esperara que mi siguiente afirmación fuera "estás despedida". Sonreí ampliamente, con la esperanza de aliviar sus temores, y tiré mi revista a un lado antes de señalar la silla frente a mi sofá. — ¿Te importaría? Carrie se apresuró a sentarse en el borde del asiento con las manos en el regazo. Tenía mejor postura que yo después de años de lecciones de etiqueta. —Me gustaría ofrecerte un trabajo. Ella parpadeó. —¿Un trabajo? —Estoy consolidando el personal. —Para una decisión que había tomado hace un segundo, mi voz era sorprendentemente segura—. Me gustaría contratarte a tiempo completo. Beneficios. Cuatro semanas de vacaciones pagadas. Y te pagaré el triple de lo que hago ahora, pero tendrías que dejar a tu otro cliente. Carrie también cocinaba para otro hombre de este edificio, un señor repugnante que no retenía el ascensor y que siempre olía a humo de cigarro rancio. Le pagaba bien, al menos eso supuse, y por eso trabajaba para él. Además, estaba la comodidad añadida que vivíamos en el mismo edificio. Pero la había escuchado por teléfono hace unos seis meses quejándose que él era un cerdo.

Ya había tenido suficientes cerdos en mi vida. Carrie tampoco debería tener que lidiar con ellos, sobre todo porque ya era hora de hacer un cambio. Se lo pensó durante un minuto, pero luego la comisura de su boca se levantó. —¿Cuál es el trabajo? Me desplacé hacia delante en el sofá, ya emocionada por esta posibilidad. —Tendrás que seguir cocinando, y me gustaría que siguieras coordinando con el personal de limpieza y lavandería. Además, coordinarías mis viajes y la preparación de cualquier evento. Concertarías citas por mí cuando sea necesario, ese tipo de cosas. En resumen, asumirías todas las funciones que ahora hace Sandrine. Carrie puso los ojos en blanco al oír el nombre de mi asistente personal, pero se dio cuenta a mitad de camino. —Lo siento. —Está bien. —Yo también quería poner los ojos en blanco—. Entonces... piénsalo. Avísame. —Hoy pondré mi aviso abajo. —Oh, eh... ¿necesitas hablarlo primero con...? —¿Un marido? ¿Novio? Ni siquiera sabía si estaba en una relación. —Mi esposo lleva años rogándome que lo deje. —Señaló el piso, donde su otro cliente vivía cinco pisos más abajo—. Estoy segura que estará encantada con este cambio.

—Maravilloso. —Me levanté del sofá y le tendí la mano—. Entonces, como tu primer tarea oficial como mi nueva asistente, ponte en contacto con mi gerente de negocios y dile que te dé un aumento. Sonrió y me agarró la mano. —Gracias, Sra. Kendrick. —Por favor, llámame Sofia. Y gracias. —Una ráfaga de alegría surgió cuando salió del salón. Pero la detuve de nuevo—. ¿Carrie? —¿Sí, Sra. Ken-Sofia? —Sería un placer conocer a tu esposo algún día. Por favor, tráelo. —Estoy segura que a él también le encantaría conocerte. —Oh. —Levanté un dedo antes que pudiera irse—. ¿Y puedes añadir pan al menú? Me gustaría algo de levadura madre o de trigo para acompañar la sopa. Por la mañana, le diría a mi entrenador que iba a tener que encontrar un equilibrio entre un entrenamiento y una dieta en la que pudiera comer carbohidratos. Carrie sonrió más ampliamente, asintió y desapareció de la habitación. Me volví a sentar en el sofá, demasiado mareada para volver a hojear las revistas que se habían acumulado durante mi estancia en Montana.

Hice una nota mental para pedirle a Carrie que cancelara todos menos unas cuantas. Entonces tomé mi teléfono y le envié un correo electrónico a mi director comercial, informándole de mi cambio con Carrie y pidiéndole que despidiera a Sandrine. Una vez enviado el correo electrónico, la tentación se apoderó de mí. Busqué entre mis contactos y seleccioné el nombre de Dakota solo para verlo en la pantalla. No había hablado con él desde que dejé Montana. Sin embargo, había pensado en él constantemente, preguntándome si estaría trabajando o tal vez de visita a Arthur. ¿Me extrañaba? Lo extrañaba, especialmente ciertas cosas. Extrañaba la sensación de apoyarme en su pecho y tener esos largos brazos rodeando mi espalda. Extrañaba enterrar mi cara en su almohada e impregnarme de su olor. Extrañaba su naturaleza tranquila, lo estable que se sentía el mundo cuando él estaba cerca. Dios, quería llamarlo. Quería oír su voz profunda y sentirla en mis huesos. Quería escuchar un poco de anhelo en su voz. Nuestra despedida no había sido suficiente. Esos momentos en su camioneta habían sido demasiado cortos. Se suponía que esto era algo temporal. Una fácil aventura de Año Nuevo. No diez días en los que casi había entregado mi corazón.

Ahora se terminó. Por mucho que quisiera marcar su número, seguí desplazándome por los nombres, arriba y abajo en un movimiento sin sentido. La soledad se apoderó de mí, como lo había hecho en momentos tranquilos como éste durante los últimos dos días. Mi dedo se detuvo en el nombre de mi hermana. Sin dudarlo, pulsé su número. —Hola —contestó al segundo timbre. Su habitual tecleo de fondo había desaparecido—. ¿Has vuelto? —Sí. Estoy segura que estás en el trabajo, pero me preguntaba si te gustaría cenar conmigo esta noche. —Otra decisión de una fracción de segundo que se sintió sorprendentemente fácil. —¿Dónde? —¿Quieres venir aquí? Estaba pensando en pizza. —Con queso extra porque me hizo pensar en Dakota. —Podría comer pizza. Aunque mi entrenador no estará contento. —Que se jodan los entrenadores, —murmuré. Se rió. —Lo intenté una vez, ¿recuerdas? No terminó bien.

—Oh, sí. —Me reí, recordando una de las pocas relaciones de Aubrey. Se había enamorado de su entrenador durante su primer año de universidad y se habían enrollado varias veces. Un sábado por la noche se aventuraron y se encontraron en la sala de pesas vacía. Su único fracaso había sido ser sorprendida de rodillas por un conserje. Había renunciado a los hombres por el resto de la universidad. —Tengo una reunión hasta las siete —dijo—. Entonces iré. —Estaré aquí. Adiós. —Colgué el teléfono, sorprendida por lo bien que había salido. Sinceramente, esperaba que me dejara plantada. Me levanté del sofá, queriendo detener a Carrie antes que se fuera para que supiera que no la necesitaba para hacer la cena. Justo cuando estaba a punto de salir del salón, me detuve y evalué la decoración. Con mi último rediseño, había optado por un aspecto clásico y contemporáneo. Mis sofás eran de color beige. Tenía un sofá tapizado a rayas negras y crema y una otomana a juego. El enorme cubo negro que servía de mesa de centro tenía un elegante arreglo de rosas blancas y gardenias. En conjunto, era precioso, mi favorito de todos los diseños que había hecho para este ático. Pero le faltaba algo.

Entonces, ¿qué era? Nunca había cuestionado mis decisiones de diseño. Pero no podía evitar la sensación de que estaba mal. ¿Qué le faltaba a esta casa? Suspiré, odiando el malestar que había tenido en los últimos dos días, sabiendo que era porque extrañaba a un hombre. Pero había valido la pena. Mi resaca de Dakota había valido completamente la pena.

—Estás diferente. —Aubrey me miró de forma extraña antes de dar un mordisco a nuestra pizza de queso. Habíamos conseguido la mejor pizza al horno de ladrillo del SoHo, según mi portero. Me encogí de hombros. —Estoy deprimida. —¿Por la revista? —Sí y no. Me hizo hacer un examen de conciencia. Pero mi depresión se debe principalmente a que conocí a un chico en Montana. —¿Qué? Pero yo pensaba que estabas 'trabajando'. —No hagas eso. —Fruncí el ceño—. No uses comillas. Que no tenga un “trabajo” importante como tú no significa que no estuviera trabajando.

—Tienes razón. Lo siento. —Ella tiró su rebanada en su plato—. He sido una perra últimamente, ¿no? —Tú lo dijiste primero —murmuré. —Yo también estoy deprimida. —¿Por qué? —Tomé un gran bocado, saboreando el queso. Era una buena pizza. Pero no era tan buena como las que Dakota hacía en el bar. —Me dejaron. Me atraganté con el bocado y la salsa salió a borbotones de mis labios. —¿Qué? —Traga. —Aubrey puso los ojos en blanco—. Eso es asqueroso. Mastiqué tan rápido como me fue humanamente posible, ahogué el bocado con un poco de agua y me limpié la boca. —¿Te dejaron? ¿Quién? —Mi novio. Estuvimos juntos unos cinco meses. —¿Cinco meses? —Llevé a Kevin a una fiesta familiar cinco días después de empezar a salir—. ¿Quién es él? ¿Por qué no lo conocimos?

Su cara se retorció en nada más que miseria. —Es un abogado del bufete donde trabajaba Logan cuando vivía aquí. Nos conocimos hace unos años y nos encontramos este verano en una fiesta del trabajo y empezamos a salir. No podía decírselo a nadie porque había firmado un contrato. —¿Como Cincuenta Sombras de Grey? Porque si es así, detente ahora mismo. Hay cosas que realmente no necesito saber sobre mi hermana. —No. —Se rió, alejándome de un manotazo—. Como un contrato de no divulgación con su firma. Técnicamente, yo era un cliente. Así que lo mantuvimos en secreto. Y esa fue la razón por la que nunca funcionamos. Él quería que yo hiciera un anuncio. Sabía que causaría muchos problemas con la empresa, así que le dije que debíamos mantener el secreto por un tiempo más. Se enfadó y decidió que acabaríamos de una vez. —Oh. —Me acerqué a la mesa de mi comedor y tomé su mano—. Lo siento. —Está bien. —Me dio una sonrisa triste—. Él no era el elegido. Yo sólo... Me gustaba mucho. —¿Lo amabas? Su barbilla tembló. —Creo que sí. Es difícil. Amo mi trabajo. La empresa es mi vida. Ojalá hubiera entendido eso también.

No tenía ningún consejo que ofrecer, así que me limité a sostenerle la mano. Al más puro estilo de Aubrey, se recompuso rápidamente y siguió comiendo. Aubrey nunca dejaría su trabajo ni lo pondría en riesgo, especialmente por un hombre, pero por primera vez, creo que se resintió un poco. —¿Puedo preguntarte algo? Asentí con la cabeza. —Claro. —¿Alguna vez te han roto el corazón? —¿Eh? —¿Cómo es que ella no sabía ya la respuesta a esa pregunta? —¿Alguna vez te han roto el corazón? —repitió. —Sí. Mucho. ¿No recuerdas que mis dos maridos estuvieron con otras mujeres durante nuestros matrimonios? —Sí, pero no los amabas. —¿Qué? —Me quedé con la boca abierta—. Por supuesto que los amaba. —¿Lo hiciste? Sacudí la cabeza, estupefacta. —¿Por qué me habría casado con ellos si no los amaba?

—Sólo pensé que era para el espectáculo. Por una vez, había pensado que mi hermana y yo podríamos hablar sin discutir. Pero ahora estaba enfadada, y ya estaba harta de sus juicios. —No —resoplé—. No era para aparentar. Y sí, me rompieron el corazón. Puede que no hayan resultado ser buenos hombres, pero eso no hizo que me doliera menos cuando me traicionaron. —Lo siento, Sofia. Lo siento mucho. No lo sabía. Superaste a Kevin tan rápido. Lo mismo con Bryson. No me di cuenta que estabas sufriendo. Su disculpa enfrió mi temperamento creciente. —Lo estaba. —¿Todavía lo estás? —No. Los amé, y fue doloroso. Pero mirando hacia atrás, no creo que estuviera tan enamorada de ellos como creía. —Supongo que su observación no estaba del todo equivocada después de todo. Probablemente por eso fue más fácil dejarlo pasar. —Estamos iguales. Es bueno que mamá y papá tengan a Logan. Es su única oportunidad de tener nietos. —Esa es la verdad. Las dos nos reímos, pero entonces a Aubrey se le borró la sonrisa. —¿Por qué no somos amigas?

Mi corazón se apretó. —Porque realmente no te gusto mucho. —Eso no es cierto. —Me miró a los ojos—. Te amo. Pero no te entiendo. —¿Por qué? —El reportero me había descubierto después de una hora de entrevista. Aubrey debería haberme entendido hace años—. ¿Qué es lo que no entiendes? —Tienes tanto potencial y lo desperdicias. Eso me desconcierta. —Yo no soy tú. O papá. Nunca he querido que el trabajo sea mi vida. Ustedes siguen tratando de meterme en su idea de lo que debo hacer. ¿Pero no lo ven? Esa no soy yo. —Nosotros no hacemos eso. —Aubrey —dije suavemente—. Sí lo hacen. Ella se lo pensó durante unos instantes. El aire en el comedor giraba en el silencio mientras esperaba. Después, bajó los hombros y asintió. —Quizá tengas razón. Pero me reprochas mi trabajo tanto como yo te reprocho tu estilo de vida. —Lo hago —admití. Había luchado tanto para asegurarme de no ser como ellos que su éxito profesional se había convertido en algo que juzgaba—. Lo siento. ¿No podemos aceptarnos como somos? Ella asintió. —Me gustaría eso.

—Me siento un poco sola. Aubrey resopló. —Tú y yo, ambas. —¿Lo estás? Pero siempre estás con gente. —Sí, gente del trabajo. Pero no soy su amiga. Soy su jefe. ¿Sabes la última vez que tuve un amigo? Fue en la universidad. En cuanto empecé a trabajar, la gente desconfiaba de mí porque era la hija del jefe. Luego me convertí en la jefa. No me quejo, porque realmente amo mi trabajo. Pero es solitario en la cima. —Me gustaría ser tu amiga. —Esta era una conversación extraña para tener con mi hermana, pero yo estaba en el borde de mi asiento, esperando y deseando que ella quisiera más que un vinculo familiar. —Hemos conseguido pasar una comida sin pelearnos. —Ella sonrió—. Yo diría que hay esperanza. —Yo también. —Exhalé el aliento que había estado conteniendo y di otro gran mordisco a la pizza. Aubrey hizo lo mismo, y comimos con sonrisas hasta que ambas estuvimos llenas. —¿Quieres ir a tomar algo? —me preguntó mientras mirábamos los platos llenos de restos de masa—. Ha sido una semana muy larga.

—Claro, pero no me voy a cambiar. Mi hermana me miró como si me hubieran crecido dos cabezas. Hoy no había hecho mucho por mí misma. Me había duchado y me había secado el cabello, pero lo tenía liso y sin vida. No había utilizado el rizador ni los productos de peinado desde que llegué a casa. También me había puesto mi nuevo maquillaje minimalista después de llegar a casa de entrenar esta mañana. Además, llevaba mi ropa de Montana: pantalones ajustados, una sudadera con capucha que había sacado de mi armario y las zapatillas de tenis que le había robado a Thea a pesar de ser demasiado grandes. Me recordaban a Dakota. —¿Quién eres tú? —preguntó Aubrey. Era una pregunta sencilla, que debería haber podido responder. — No lo sé. Ese era el problema. No sabía quién era yo. La versión de mí misma que solía conocer, no me gustaba. Aubrey me dedicó una sonrisa comprensiva y se puso de pie. Llevaba una falda lápiz azul, una camisa de rayas azules y unos

zapatos de charol nude. Había dejado la chaqueta en el respaldo de una silla libre. —Vayamos a un lugar discreto. —Suena bien. —Me puse de pie y recogí nuestros platos. En lugar de ponerlo todo en el fregadero para que Carrie se ocupara de ello por la mañana, tiré la caja y enjuagué los platos, poniéndolos en el lavavajillas. —¿Tu conductor o el mío? —preguntó Aubrey, sacando su teléfono. —El tuyo. O tal vez podríamos tomar un taxi. Se quedó boquiabierta. —Me preocupa lo que te pasó en Montana. Ninguna de nosotras había subido a un taxi en décadas por... los gérmenes. Me reí. —Entonces llama a tu chofer. No quiero molestar a Glen. Tiene niños pequeños y ya es de noche. Estoy segura que lo último que quiere es venir a recogernos para tomar una copa. —Pero es su trabajo. Les pagamos para que estén de guardia en todo momento. —Entonces llama al tuyo. Ya lo estaba haciendo. Sus dedos volaron sobre su teléfono mientras le enviaba un mensaje para que nos llevara.

Treinta minutos después, estábamos en un pequeño bar no muy lejos de mi edificio. Era silencioso y con poca luz, y elegimos una cabina en la esquina. —¿Qué puedo ofrecerles? —preguntó el camarero. —Me gustaría un mojito de arándanos. Ahora le tocó a él mirarme como si me hubieran crecido dos cabezas. —¿Qué es un arándano? —No importa —murmuré—. Tomaré una copa de tinto. Antes de ir a Lark Cove por primera vez, tampoco sabía lo que era un arándano. Era una fruta local del noroeste del Pacífico. —Lo mismo. —Aubrey levantó dos dedos. Cuando el camarero se fue a buscar nuestras bebidas, miré hacia la barra, esperando ver una bandeja de aperitivos. No tenía hambre, pero quería un cacahuete. Mi resaca de Dakota estaba empeorando. —Nos salimos del tema en tu casa. —Aubrey guardó su teléfono en el bolso y me prestó toda su atención—. Háblame de ese chico que conociste en Montana. —¿Conociste a Dakota? Trabaja para Thea en el bar.

Sus ojos se abrieron de par en par. —¿Ojos negros, cabello oscuro, Dakota el ardiente de la tierra oscura? —Ese mismo. —Aunque había olvidado que era dulce, amable e inolvidable—. Tuvimos una aventura. —Tú no tienes aventuras. —No, no tengo. —Tenía relaciones. Siempre—. Pero sabes, fue bueno. Terminamos en buenos términos, algo que normalmente no hago. Pasé el tiempo que nos tomó beber dos copas de vino contándole a Aubrey todo sobre mi tiempo en Montana. Le hablé de Dakota y de cómo me había mostrado un lado diferente del mundo. Cómo diez días en su sencillo estilo de vida habían sido más satisfactorios que la elaborada farsa que yo había creado en mis treinta y dos años. —¿Crees que podrían intentar algo a distancia? —preguntó Aubrey. —No. Nos conectamos totalmente, ¿sabes? Pero tenemos vidas tan diferentes. Creo que somos perfectos para una aventura. A largo plazo, probablemente acabaríamos odiándonos. —¿Qué vas a hacer? —Nada. Algo. —Sólo que aún no sabía qué.

Bebimos los restos de nuestro vino y miré el reloj sobre la barra. —Es tarde. Supongo que será mejor que te deje llegar a casa. Seguro que tienes reuniones por la mañana temprano. Aubrey sonrió, sin gemir como lo habría hecho yo ante la perspectiva de levantarse a las cinco para estar en el trabajo a las seis. —Probablemente sea una buena idea. Estoy cansada. Salimos de nuestro puesto, dejando algo de dinero en la mesa por las bebidas. Luego salimos al frío, donde nos esperaba su chófer. El viaje a casa fue corto y me despedí de Aubrey con un abrazo desde la parte trasera de su auto antes de entrar a toda prisa en mi edificio y subir las escaleras. En cuanto la puerta del ático se cerró tras de mí, me apoyé en ella y sonreí. Porque tenía una hermana. Siempre había estado ahí, pero esta noche también había tenido una amiga. Saqué mi teléfono del bolso, sin cuestionar ni dudar de mis acciones, y busqué el número de Dakota. Mi corazón se aceleró cuando sonó una y dos veces. Cuando no contestó al tercer timbre, entré en pánico, dispuesta a colgar y olvidar lo sucedido. Pero entonces apareció su voz en la línea y todas mis preocupaciones desaparecieron. —Hola.

Esa voz. Giré en un círculo mientras avanzaba por el pasillo hacia mi dormitorio. —Hola. ¿Te molesto? —No. Sólo estoy en el bar. Está muerto. Estoy viendo el partido en la televisión hasta que sea la hora de cerrar. —Deberías irte a casa. —Sí —murmuró, sonando melancólico. Solitario. También parecía tener resaca. La comisura de mi boca se levantó, amando que mi miseria tuviera compañía. —¿Cómo has estado? —Meh. Bien. —¿Esto está bien? ¿Que yo te llame? —Sí. Pensé en llamarte ayer también. Mi corazón se disparó. —Es raro simplemente dejar de lado las cosas, ¿no? —Ayer pensaba lo mismo. —Se rió—. ¿Estás contenta de estar en casa? —Sí y no. Me siento mal, como si necesitara hacer algunos cambios.

—¿Encontrar tu pasión? —Algo así. —Sonreí por lo bien que me conocía. —¿Me llamarás cuando la encuentres? Cuando descubriera mi pasión, la persona con la que sin duda hablaría primero sería Dakota Magee. —Cuenta con ello.

Cuatro meses después...

—Felicidades, amigo. Choqué mi botella de cerveza con la de mi tío. —Gracias. Estábamos sentados en el porche trasero de la casa de campo del lago de él y Hazel. La nieve del patio se había derretido por fin, dejando al descubierto la hierba empapada que había debajo. Al otro lado del patio, el agua del lago bañaba la orilla de grava. —Cinco propiedades. Orgulloso de ti. Yo también estaba orgulloso de mí mismo. Había sido un invierno muy largo en Lark Cove. La propiedad a la que había echado el ojo desde antes de Navidad había sido la más difícil de comprar. Las

negociaciones habían sido eternas y el vendedor había estado a punto de echarse atrás. Dos veces. Pero finalmente llegamos a un precio y cerramos. Luego, dos semanas más tarde, me encontré con una oferta increíble en los clasificados. Había agotado mis ahorros, vendí todo lo que pude de mi sótano y me las arreglé para hacer un pago inicial. Los títulos de propiedad de ambos lugares habían pasado a ser míos con diez días de diferencia. Había firmado los papeles del segundo esta mañana. Estaba comprometido al cien por cien, rezando para que todos mis inquilinos se quedaran en su sitio durante los próximos doce meses hasta que volviera a acumular mi fondo de ahorros. Siempre era emocionante sumergirse en otra casa, y más aún en dos. El estrés iba en aumento, pero estas dos compras habían sido inteligentes. Cada una de ellas era la peor casa de un buen bloque. Me costaría más trabajo que nunca invertir en ellas, pero a la larga valdría la pena. Si el mercado seguía creciendo como lo había hecho en los últimos dos años, podría vender ambas casas y obtener un buen provecho. Y tendría algo que hacer esta primavera y verano. Me urgía una distracción.

Los últimos cuatro meses habían sido largos y agotadores. Esperaba que lanzándome a otra propiedad, volvería a la normalidad. Tal vez podría pasar un día sin que Sofia apareciera constantemente en mi mente. —¿Y qué es lo siguiente? —preguntó Xavier. Exhalé un largo suspiro. —Pintar. Mucha pintura. A ver si consigo que ambas sean habitables. Luego espero conseguir un par de inquilinos a los que no les importe que haga actualizaciones mientras viven allí. —Buen plan. —¿Xavier? —Hazel llamó desde la cocina. Mi tío giró la cabeza por encima del hombro, mirando hacia la puerta de malla que conducía al interior desde el porche. —¿Sí, cariño? —¿Podrías encender la parrilla? —En ello. —Se levantó de la silla y se dirigió a la parrilla del otro lado del porche. Todavía hacía frío afuera, pero, como mucha gente de por aquí, en cuanto el tiempo superaba el punto de congelación, Hazel y Xavier sacaban la parrilla.

Me habían invitado a comer filetes para celebrar mi nueva propiedad. Esto se había convertido en una especie de tradición para nosotros. Por muy bonito que fuera verlos, lo que realmente quería era hablar con Sofia. El impulso irrefrenable de llamarla después de salir de la empresa de títulos hoy casi me hizo caer. ¿Pero la había llamado? No. En los últimos cuatro meses, me había convertido en un gallina de mierda. Me había pasado los treinta minutos de viaje desde Kalispell a Lark Cove sacando el teléfono sólo para guardarlo. Un movimiento que había perfeccionado desde que ella se había ido. El miedo, algo que no había sentido en mucho tiempo, se había convertido en un silencioso compañero. ¿Querría ella saber de mí? Me aterrorizaba la idea de llamarla y que me rechazara. O peor, que me dijera que había encontrado a alguien nuevo. Por Dios. No era como si hubiéramos estado juntos. Ni siquiera éramos realmente amigos. Pero el control que esa mujer tenía sobre mí después de diez días era imposible de quitar. Hazel salió con un plato de filetes crudos. Se los entregó a Xavier, le dio un beso en la mejilla y se sentó en la barandilla frente a

nuestras sillas. Acomodada, sacó su paquete de cigarrillos y encendió uno, soplando un torrente de humo hacia el patio. —¿Te encuentras bien? —me preguntó. Asentí con la cabeza. —Estoy muy bien. Estudió mi cara y sus ojos se entrecerraron ante los míos. —Has estado apagado. —Sí. —Me encogí de hombros—. Es sólo el invierno. Estoy listo para el sol. Hazel frunció el ceño. —No me vengas con esas tonterías. Tu estado de ánimo no tiene nada que ver con el maldito tiempo. —¿No es así? —Dakota. Suéltalo. Me reí, tomando un sorbo de mi cerveza. —Nunca te vas por las ramas, ¿verdad? ¿Por qué preguntas si ya lo sabes? —Es Sofia. No tenía sentido negarlo, así que asentí. —Está en mi cabeza. Y en mi corazón. Ninguna mujer se había colado allí, ni siquiera Petah.

—¿Qué vas hacer? —preguntó. —No hay que hacer nada. Nos divertimos. Ella ha vuelto a la ciudad. Yo estoy aquí. Aunque siempre la recordaré, ¿sabes? Ella se quedará conmigo. La cara de Hazel se suavizó cuando Xavier se acercó y volvió a sentarse. —¿Quién se queda contigo? —Sofia —le dije. —Hmm. ¿Hablaste con ella últimamente? —No. —Lo cual no importaba. Ella todavía estaba en mi mente. Pensaba en ella siempre que trabajaba, si estaba descargando el lavavajillas o barriendo el suelo. Pensaba en ella cuando estaba en casa y en el sofá viendo la televisión. Ella encajaba bien conmigo en ese sofá. Pensaba en ella cuando estaba en mi camioneta, y en el beso que le había dado de despedida la mañana que la había dejado en casa de Logan y Thea. No había sido suficiente. No la había besado lo suficiente. Porque en los últimos cuatro meses, había olvidado a qué sabía.

Xavier y Hazel compartieron una mirada, una que ignoré porque estaba llena de lástima. No quería que me compadecieran, joder. No me habían roto el corazón. No me habían herido. Sólo la extrañaba. Extrañaba esa conexión con otra persona. Tal vez necesitaba tener una cita. Tener sexo. No es que no haya tenido la oportunidad. Pero la idea de otra mujer en mi cama, ocupando el lugar de Sofia, no me gustaba. Tal vez esta actitud de mierda mía era porque no había tenido sexo en cuatro meses. —¿Y qué hay de nuevo con ustedes? —Me incliné hacia adelante sobre mis codos, más que listo para un cambio de tema. Hazel y Xavier no respondieron a mi pregunta. En su lugar, la pareja compartió otra mirada. Los dos tortolitos se habían fusionado básicamente en los últimos tres años. —¿Podrían dejar de hacer esa mierda? —refunfuñé—. Estoy bien. Estamos celebrando. Xavier me puso la mano en la rodilla y yo me preparé, dispuesto a que siguiera con el tema de Sofia. —¿Quieres otra cerveza? —Por favor.

—Yo las traigo. —Hazel apagó su cigarrillo y se deslizó por la barandilla del porche, entrando mientras Xavier volvía a la parrilla. Afortunadamente, la conversación sobre Sofia había terminado. Por ahora. Disfrutamos de nuestra comida en su pequeña mesa de la cocina, hablando sobre todo de mis nuevas propiedades y de los planes que tenía para mejorarlas. —Creo que voy a dar un paseo. —Me di una palmadita en el estómago—. Comí demasiado. —Suena bien. —Xavier se levantó de la mesa al mismo tiempo que yo, y cada uno llevó su plato al fregadero—. Ayudaré a mi esposa con los platos. —No tardaré mucho. —Salí por la puerta del patio, alegrándome del aire fresco de la primavera mientras caminaba. A principios de mayo, todavía existía la posibilidad que se produjera una nevada tardía, pero el tiempo estaba cambiando. Había llovido esta mañana y el olor había permanecido todo el día. Al cruzar el patio, el olor a bosque de los árboles de hoja perenne que se alzaban sobre la costa me llenó la nariz. Llevaba Montana en la sangre. Las llanuras abiertas. Las brutales montañas. El cielo, amplio y azul. Me moría de ganas por estirar las alas y explorar, experimentar lo que otros lugares y personas tenían que ofrecer. Pero mis raíces siempre me traían de vuelta aquí, donde olía a hogar.

Mientras caminaba por el estrecho camino que rodeaba esta cala del lago, se me quitó un peso de encima. Había estado encerrado en el bar, trabajando todo lo posible para sacar a flote la última compra de una propiedad. Necesitaba dedicar más tiempo a salir a la calle, reponerme y tomarme un respiro. Pasé los siguientes diez minutos caminando en una dirección antes de girar y volver a la casa de campo. Pero en lugar de volver a entrar, di un giro y me dirigí al extremo del muelle que sobresalía en el lago que colindaba con la propiedad de Hazel. El muelle era viejo. Las tablas se habían vuelto completamente grises y estaban deformadas en los bordes. Pero era un lugar agradable. Thea seguía hablando de lo mucho que extrañaba este muelle. Había sido su lugar de descanso cuando vivía en la casa de campo con Hazel. Llegué al final y miré hacia el agua. El sol casi había desaparecido tras las montañas en la distancia, y pronto los naranjas y rosas se desvanecerían hasta convertirse en negro. Por encima de mí, ya habían salido algunas estrellas para la noche. Cerré los ojos y respiré largamente. Tal vez era el momento de seguir adelante. Tener una cita o algo así. Willa había entrado en el bar el otro día con Zoe, la nueva hija

de Jackson y ella. Una de sus antiguas amigas del instituto la había acompañado. Se llamaba Hannah. Era guapa y vivía en Kalispell. Me había mirado durante casi veinte minutos. Sin duda diría que sí a una noche de diversión. Descarté la idea al instante. No necesitaba que una mujer local se encariñara cuando lo único que quería era desahogarme. Esperaría hasta el verano, cuando las turistas acudieran al bar. Nunca me había faltado acción, y este verano no sería diferente. No tardaría en volver a ser yo mismo. Abrí los ojos y observé la puesta de sol. Casi había oscurecido y estaba a punto de volver a entrar y dar las buenas noches a Hazel y Xavier cuando sonó mi teléfono. Lo saqué del bolsillo, sin saber lo que esperaba, y casi me caigo de cara al lago al ver el nombre en la pantalla. Sofia. Había puesto su número en mi teléfono la noche antes de irse. Sólo lo había visto una vez, hace cuatro meses, cuando me llamó al volver a la ciudad. El corazón casi se me sale del pecho al responder: —Hola. —Hola. —Estaba nerviosa. Sólo ese saludo de una palabra y su voz temblaba.

—¿Cómo estás? Exhaló un suspiro. —Estoy bien, creo. He querido llamarte. Pero he estado nerviosa por contarte algo. Mi corazón acelerado se detuvo en seco. Y solté la primera pesadilla que se me ocurrió. —Estás embarazada. —¿Qué? No. No, no estoy embarazada. —Se rió—. Pero gracias por eso. Necesitaba reírme. Que me jodan. No estaba embarazada. La cabeza me daba vueltas, así que me alejé un paso del borde del muelle, sin querer acabar en el agua. ¿Habría sido lo peor del mundo que estuviera embarazada? No. Sí. Lo que sea. No importaba porque no estaba embarazada. —¿Estás bien? —pregunté. —Sí, estoy bien. En la cúspide de lo genial. Mi corazón acababa de empezar a latir de nuevo, pero con eso, se desplomó. Esta era la parte en la que Sofia me decía que había conocido a alguien. Que se iba a volver a casar o que estaba enamorada de otro hombre. Esta era la parte en la que la perdía para siempre. —¿Qué pasa? —Mi voz era fría. —¿Estás ocupado? —preguntó—. Puedo llamar más tarde.

—No. Dime. —Bien. Aquí va. —Hizo una pausa—. Lo encontré. —¿Encontraste qué? —Mi pasión. ¿Su pasión? ¿Cuál era su... pasión? ¿Cómo pude haberlo olvidado? Le había dicho que me llamara cuando hubiera encontrado su pasión. —¿La encontraste? —Sí. Voy a abrir un estudio de danza. Una sonrisa se dibujó en mi cara. —Eso es fantástico. —Estoy muy emocionada. He estado renovando este estudio durante los últimos tres meses y ya casi está listo. Lo abriré en dos semanas. El 15 de mayo. —Me alegro por ti, cariño. —¿Lo suficientemente feliz como para venir a la inauguración? Parpadeé, repitiendo su frase. ¿Acaba de invitarme a Nueva York? Sí, lo había hecho. Y no había manera que pudiera permitirme ir. Si no acabara de comprar dos nuevas propiedades y hubiera invertido todas mis reservas en el pago inicial, habría gastado algo

de dinero extra en un vuelo, sin problema. ¿Pero en dos semanas? No podría hacerlo. —No sé si puedo. —¿Por favor? No estoy por encima de rogar. Realmente quiero que estés aquí. —¿Por qué? —Porque mucho de esto es por ti. Me he sentido diferente desde que me fui. Ese artículo de la revista. Trabajar contigo en el bar. Supongo que me inspiró hacer más con mi vida. Y honestamente, te he extrañado. No puedo imaginarme abrir este lugar sin que tú estés aquí para verlo también. Decir que no, no era una opción ahora. —Veré si puedo conseguir algo de tiempo libre. —Gracias. Avísame. Colgué el teléfono, mirando hacia el agua. Había encontrado su pasión. La sonrisa en mi cara no se borraba. Un viaje a Nueva York significaba que algo en uno de mis nuevos alquileres tendría que retrasarse. Tal vez una nueva alfombra. Tal vez encontraría un inquilino al que no le importara que la nevera fuera verde guisante.

Mientras me daba la vuelta y bajaba por el muelle, se me ocurrieron ideas para conseguir el dinero de los billetes de avión. Me despedí rápidamente de Hazel y Xavier, dándoles las gracias por la cena. Luego, en lugar de ir a casa, me dirigí al bar. Thea me miró extraña cuando entré por la puerta principal. — Hola. ¿Qué estás haciendo aquí? —Necesito un favor. —Bien. —Dejó el cuaderno de dibujo que tenía en la mano. Siempre que estaba tranquilo, Thea hacía dibujos. Ya había visto un par de bocetos con mi propia cara, pero el de esta noche era uno de Camila. —¿Puedes cambiarme los fines de semana en dos semanas? Lo necesito y el siguiente lunes y martes libres. —Hacía años que no pedía un día libre. Y nunca había cambiado el horario. Se sentía extraño pedir algo. —Por supuesto. —Ella asintió—. Estoy segura que Jackson o yo podemos estar aquí. ¿Está todo bien? —Estoy bien. Sólo me han surgido unas vacaciones de última hora. —Bien por ti. Nunca te tomas vacaciones. ¿Vas a algún sitio divertido?

Me tensé porque no había forma de ocultar esto. —En realidad me voy a Nueva York. —Nueva York, el estudio. —Me dedicó una sonrisa de complicidad—. Vas a ir a la inauguración del estudio de Sofia. —Me gustaría. —Honestamente, no pensé que todavía estuvieran hablando. Lo siento. Debería haberlo pensado antes. —Está bien. No hemos hablado. Pero ella llamó y me invitó. Suena importante para ella. —Lo es. En realidad no nos lo contó hasta la semana pasada. Creo que está muy nerviosa por lo que pensaremos todos. Es bueno que estés ahí para ella. —Ella haría lo mismo por mí. —Me encogí de hombros, sin querer darle más importancia de la que tenía. Sólo iba como amigo. Sí, claro. Thea y yo no habíamos hablado de todo lo que había pasado conmigo y su cuñada. Así que no era de extrañar que no me hubiera hablado del estudio de Sofia. Se había convertido en un tema de no discusión, probablemente porque todo el mundo pensaba que sólo habíamos tenido una aventura. Nadie sabía lo mucho que seguía pensando en ella.

—Tómate el tiempo que necesites —dijo—. Logan también va a ir, así que podrías volar con él. —No, está bien. Puedo conseguir un billete. —O puedes volar en un jet privado gratis. —Ella puso los ojos en blanco—. Los Kendricks tienen dinero, Dakota. —Soy consciente —murmuré. —No hay que avergonzarse por dejar que hagan algo bueno por ti. —No es eso. Se llevó una mano a la cadera. —No seas ese hombre. —¿Qué hombre? —El que es demasiado orgulloso para estar con una mujer rica. Porque no es culpa de Sofia haber nacido rica. —Eso no es… —Me detuve antes de poder negarlo. Porque tal vez había algo de verdad en lo que decía Thea. Y realmente me vendría bien un vuelo libre—. De acuerdo. Gracias. —De nada. Le haré saber a Logan que estás pidiendo un aventón. Asentí, me despedí con la mano y salí del bar. En cuanto subí a mi camioneta, saqué mi teléfono y llamé a Sofia. Contestó al primer tono.

—Hola. ¿Y? ¿Vas a venir? Por favor, dime que vienes. Sonreí. —Ahí estaré.

—Mierda. Están forrados, ¿verdad? Logan se rió mientras salíamos de su jet privado y caminábamos por la pista privada hacia un helipuerto privado donde nos esperaba un helicóptero. —Viernes por la noche en la ciudad. El tráfico será una pesadilla. Sacudí la cabeza, tratando de averiguar en qué realidad alternativa me había metido, en la que un chico de clase media de una reserva pobre salía con uno de los hombres más ricos de Estados Unidos. Desde el momento en que entré en su cómodo avión Gulfstream, estuve esperando que alguien me despertara. Cargamos las maletas, subimos al helicóptero y nos pusimos unos auriculares. Nunca había estado en un helicóptero, así que cuando el piloto hizo un anuncio y despegó, me quedé con la boca abierta. Quería un helicóptero. Lo anoté mentalmente en la lista de cosas que me compraría si me ganara la lotería. —¿Has venido alguna vez? —preguntó Logan mientras el piloto nos llevaba hacia los imponentes rascacielos que se veían a lo lejos.

—¿A Nueva York? No. —Lo miré mientras hablaba, pero era casi imposible apartar los ojos de la vista. Las fotos de la ciudad de Nueva York no le hacían justicia. La magnitud de los edificios que teníamos debajo, el número de personas que vivían en unos pocos cientos de kilómetros cuadrados, hizo que se me acelerara el pulso. Esto era para lo que estaba trabajando. Esto. Para ver el mundo. Para experimentar las cosas de primera mano y obtener este subidón de energía. Cuando me jubile, no volaré en aviones privados ni tomaré helicópteros en lugar de taxis. Pero podría ver el mundo. A lo lejos, divisé la Estatua de la Libertad, con su brazo en alto. Esa estatua era una maravilla. Como estadounidense, la apreciaba como símbolo de mi país y mi libertad, algo por lo que mi abuelo había luchado en la Segunda Guerra Mundial. Pero como indio americano, mis antepasados no habían llegado a través de Ellis Island. Habían estado aquí mucho antes, viviendo de la tierra. El piloto indicó que nos acercábamos a nuestro destino, obligando a mis ojos a volver a los edificios que teníamos debajo. —Ese es el edificio de Kendrick Enterprises —dijo Logan por los auriculares, señalando por la ventana hacia donde nos dirigíamos. No era tan alto como algunos de los enormes rascacielos de las manzanas circundantes, pero era amplio y con relucientes ventanas

de cristal de arriba a abajo—. Es la empresa de mi familia. Mi padre y mi hermana Aubrey trabajan allí. Asentí con la cabeza, sin tener mucho más que decir mientras el piloto comenzaba su descenso hacia la pista de aterrizaje. La fortuna de los Kendrick era insondable. Era imposible para mí entender esa cantidad de dinero. Tenía casas de alquiler de cien mil dólares en Kalispell, Montana. Eran dueños de una torre en Manhattan. El piloto nos bajó en la azotea, las aspas giraban sobre nosotros mientras abríamos la puerta y salíamos, llevando nuestras maletas. La bolsa de lona que había preparado para el viaje era una cosa barata que había comprado hace años en unos grandes almacenes. Una de las correas estaba rota y la había pegado con cinta adhesiva. Cuando se la entregué a la azafata en la pista de aterrizaje esta mañana, me arrepentí de no haber comprado una maleta nueva. Mientras caminaba junto a Logan hacia el ascensor del helipuerto, cubrí la cinta con la mano. Esto era muy intimidante. En el ascensor, en lugar de pulsar el botón de la planta baja, Logan sacó su cartera, la acercó a un tablero junto a los botones y pulsó P. La tarjeta de acceso de su cartera iluminó el botón del tablero. —Gracias por dejarme acompañarte —le dije.

—Cuando quieras. —Era la misma respuesta que me había dado las otras seis veces que le había dado las gracias. El viaje fue corto, pero antes que se abrieran las puertas, Logan me miró y sonrió. —Nos vemos el lunes. Las puertas se abrieron con un tintineo. Salió primero y saludó a una recepcionista antes de dirigirse a un enorme despacho de vidrio situado en la esquina. Aubrey se levantó de su escritorio y se apresuró en ir a la puerta para saludar a su hermano. —Hola. Mi cabeza giró en la otra dirección hacia esa dulce voz. Y allí estaba ella. Tragué con fuerza. —Hola. El rostro de Sofia estaba impecablemente maquillado. Su cabello estaba rizado y caía sobre su pecho, cubriendo la curva de sus pechos. Hoy llevaba pantalones negros con una blusa de seda blanca metida en la cintura. Yo llevaba pantalones y una camisa azul abotonada que no había pensado en planchar. Mis botas marrones estaban desgastadas, como si llevaran años. Pero los nervios y las inseguridades con las que había luchado todo el día desaparecieron.

Me importaba un carajo lo que llevaba puesto. Me importaba un carajo dónde estaba parado. No con Sofia Kendrick corriendo por el vestíbulo. Y directamente a mis brazos.

—Necesito —jadeé dos veces—, mi llave. Dakota apartó su boca de mi cuello, gruñendo mientras yo buscaba en mi bolso la tarjeta de acceso al ático. La encontré y extendí la mano detrás de mí, presionándola en el espacio sobre la manija. Mi espalda estaba presionada contra la puerta, mis piernas rodeaban las caderas de Dakota mientras él pasaba un brazo por debajo de mi trasero para sostenerme. En el momento en que salimos del ascensor y entramos en mi espacio privado, nos atacamos mutuamente. El vestíbulo frente a mi puerta era privado, un espacio de espera para cualquier visita, lo cual era bueno teniendo en cuenta que hacía dos segundos había arrancado la camisa de Dakota por encima de su cabeza y mi blusa estaba abierta y colgando suelta, mostrándole el sujetador de encaje transparente que había debajo.

Ambos teníamos los labios hinchados, y yo había arañado la piel de sus hombros, subiendo con mis garras por su cuerpo. Me había dejado una marca de mordida por encima de la clavícula. Cuatro meses sin él había sido demasiado tiempo. Con la puerta desbloqueada, Dakota giró el pomo y la abrió de un empujón, llevándome al interior. Dejé caer mi bolso de trece mil dólares, sin importarme que la piel de becerro no hubiera tocado nunca el suelo. Lo único que me importaba era volver a tener la boca de Dakota en la mía, sentir sus labios suaves y húmedos mientras su lengua presionaba con fuerza la mía. Su erección se clavaba en mi núcleo, el calor de mi centro se impregnaba a través de mis pantalones y de los suyos. —Te. Necesito. —Apenas podía respirar mientras deslizaba una mano entre nosotros y buscaba su cremallera. Me dejó en la mesa tallada a mano de la entrada. Mi culo apenas se apoyaba en la madera, pero era suficiente para que él pudiera meter la mano entre nosotros y liberarse de sus pantalones. Mi corazón dio un salto al ver el enorme bulto que intentaba liberarse de su bóxer negro. Sus dedos callosos se dirigieron a la solapa de mis pantalones, tirando bruscamente de ellos. La cremallera se abrió de golpe mientras sus manos agarraban la tela de mis caderas, arrancándola junto con mis bragas.

El movimiento me hizo bajar de la mesa y me lanzó contra su pecho. Me aferré a sus hombros mientras me despojaba de las bragas, y los pantalones de campana me rodearon los talones cuando los liberé de una patada. Volví a subir a los brazos de Dakota y rodeé su espalda con las piernas. Mi entrenador había añadido un régimen de yoga en los últimos meses para ayudarme a controlar el estrés. Los resultados fueron mixtos para mis ansiedades. Pero si esta flexibilidad era un beneficio secundario, el yoga acababa de convertirse en una práctica permanente. Dakota bajó la tela de su bóxer entre nosotros, empujando su polla y colocándola en mi entrada. Estaba preparada y lista para su embestida, para ser llenada y estirada, pero en el último segundo, lo detuve. —Espera. Sus ojos se fijaron en los míos y su pecho se expandió en oleadas. —¿Qué? —¿Condón? Sus ojos se entrecerraron y la repentina tensión de su mandíbula me hizo removerme. —No he estado con nadie —solté—, ¿lo has hecho? —No. —Y con eso, empujó hacia delante, penetrándome.

Grité, mi cabeza cayó hacia atrás mientras mis ojos se cerraban de golpe. Me estremecí mientras el placer puro me recorría la espina dorsal. El interior de mis muslos temblaba mientras él permanecía clavado. Sus brazos temblaban mientras me sostenía. Sus hombros temblaban mientras contenía su propia liberación. —Te extrañé. —Dejé caer mi barbilla y apoyé mi frente en su hombro—. Dios, te extrañé. Dakota dio dos pasos, maniobrando alrededor de la mesa para poder pegar mi espalda a la pared. Cuando estuve segura, liberó mi trasero con una mano y la llevó a mi cara, ahuecando mi mejilla. — Yo también te extrañé. Sonreí y le di un suave y dulce beso. Ese fue el único momento tierno entre nosotros. Volvió el frenesí que nos había llevado a mi ático y nos lanzamos como animales. Mi primer orgasmo llegó rápido y con tanta fuerza que mi cabeza chocó contra la pared detrás de mí. Después de eso, Dakota movió una mano a la parte posterior de mi cabeza, manteniéndola en su lugar todo el tiempo que me folló con un ritmo implacable hasta que me deshice alrededor de él una vez más, provocando su propio orgasmo.

Con la cabeza dando vueltas y las piernas temblorosas, Dakota me bajó y su semen goteó por mis piernas. Esa sexy sonrisa suya, la que tenía siempre que me marcaba su liberación, lo hacía parecer tan diabólicamente guapo. —Gracias por venir. Levantó una ceja. —No tienes que darme las gracias. El placer fue todo mío. Me reí. —Gracias por venir a Nueva York. —De nada. —Sonrió—. Por lo que he visto, es una ciudad impresionante. —¿Te gustaría hacer algo de turismo? —Sí. —Dejó caer su mirada hacia su polla desnuda, que se erguía gruesa y brillante, preparada para otro intento—. Empecemos por tu habitación.

—¿Dónde quieres ir primero? —le pregunté a Dakota mientras nos deslizábamos en el auto estacionado junto a la acera de mi edificio. —A tu estudio.

Sonreí y miré a mi conductor, Glen, por el espejo retrovisor. —Al estudio, por favor. —Sí, Sra. Kendrick. —Asintió con la cabeza y levantó el tabique que nos separaba. Dakota y yo no habíamos salido de mi ático ayer después de su llegada. Habíamos pasado el resto del día en mi cama, recordando lo que se sentía estar juntos. Habíamos pedido la cena y la habíamos comido en la isla de mi cocina. Luego me había vuelto a follar, esta vez en el sofá beige de mi salón. Rodeada de mis muebles clásicos y una mezcla primaveral de flores blancas en mi mesa de centro, por fin había descubierto lo que me había estado molestando durante cuatro meses. Me había dado cuenta de lo que faltaba en mi casa. Él. Lo había extrañado, y ni siquiera había estado en mi apartamento antes. Pero sentarme en el sofá sola era miserable comparado con acurrucarme en su pecho. Estar en la cocina era solitario cuando él no estaba allí, enseñándome a cocinar. Mi habitación era demasiado silenciosa por la noche sin su fuerte respiración en mi cabello.

No tan en el fondo, lo sabía desde hacía meses. Por eso, probablemente, me había metido de lleno en el estudio. Me había dado una razón para no estar en casa. No allí, donde estaba sola. En los últimos tres meses había adquirido una rutina que me mantenía alejada todo lo posible. Me levantaba, iba al gimnasio y luego volvía a casa y me preparaba para el día. Me tomaba un café con leche y visitaba a Carrie antes de salir. Luego pasaba el resto del tiempo en mi oficina temporal en Kendrick Enterprises, la que había estado usando hasta que se terminó mi oficina en el estudio la semana pasada. Trabajar dos pisos más abajo de Aubrey se había convertido en algo muy conveniente, ya que ella había conseguido eliminar algunas cosas de su agenda para poder aconsejarme sobre la creación de un negocio. Aun así, con toda mi planificación, nunca había estado tan nerviosa. —No es mucho —le advertí a Dakota. —No tiene por qué serlo. Dímelo a mí. Respiré profundamente. —Está en el centro, no muy lejos del edificio de mi familia. Aubrey vivía a unas cinco manzanas del estudio. Ella había elegido un amplio ático en Midtown en lugar de SoHo o Tribeca

porque quería estar cerca del trabajo, mientras que yo había elegido mi vecindario porque los famosos acudían a esas zonas. —Entonces, ¿baile? —preguntó Dakota—. ¿Ballet? —Al principio, había pensado sólo en el ballet. Pero luego decidí ofrecer todo tipo de danza. Mi clase de jitterbug con Wayne fue una inspiración. Se rió. —Me gusta. ¿Qué más? —Es sólo para niños de dieciocho años o menos. Puede que algún día lo amplíe para adultos, pero aquí es donde pensé que sería mejor empezar. —Bien pensado. Miré su perfil, estudiando la severa y recta configuración de su nariz. El hecho que su ceño serio y sus ojos naturalmente entrecerrados me hubieran intimidado antes, ahora me parecía divertido. Me incliné más cerca, enlazando mi brazo con el suyo y abrazándolo contra mi pecho. Luego apoyé mi cabeza en su hombro mientras atravesábamos las ajetreadas calles de Manhattan. —Gracias por venir. Me besó la sien. —No me lo perdería.

Esta mañana había mucho tráfico y el viaje duró más del doble de lo habitual, pero treinta minutos más tarde, Glen nos dejó frente al local de la esquina que había comprado en un edificio mediano. —Aquí es. —Extendí la mano hacia la puerta principal mientras estábamos en la acera, con el estómago en la garganta mientras esperaba su reacción. Los dos nos veíamos reflejados en las ventanas que iban del suelo al techo de la fachada del edificio. En el interior, las paredes cubiertas de espejos y los suelos de madera brillaban a la luz del sol. Un cartel con los detalles de la gran inauguración del lunes colgaba de la entrada. —Midtown Dance Studio. —Dakota leyó el nombre escrito en el cristal con las clásicas letras blancas. Debajo estaba la dirección del sitio web y el número de teléfono. —¿Demasiado aburrido? —pregunté. Negó con la cabeza. —No, en absoluto. Es limpio. Sencillo. Fácil de recordar y de buscar en Google. Excepto que no tiene tu nombre en ninguna parte. —No quería que mi nombre estuviera en este lugar. Su frente se arrugó. —¿Por qué no? Deberías estar muy orgullosa de esto.

—No es eso. Yo sólo... No quería que fuera llamativo. No quería que fuera sobre mí. —¿Eh? Tiré de su mano y lo llevé a la puerta principal, donde saqué las llaves y abrí el pestillo. Dentro, el lugar aún olía a pintura fresca. El equipo había terminado de pintar el vestíbulo hace dos mañanas. Ayer había hecho una última inspección con el supervisor, un par de horas antes de ir a Kendrick Enterprises a esperar a Dakota. Encendiendo una luz, me acerqué al mostrador de recepción, donde tenía montones de papeles de admisión. Saqué un folleto detrás del mostrador y se lo entregué a Dakota, moviéndome de un lado a otro sobre mis tacones mientras él leía la hoja. Hoy llevaba pantalones, sabiendo que él también los llevaría. Había vuelto a mi estilo neoyorquino habitual en los últimos cuatro meses, usando ropa que se ajustaba mejor a una futura mujer de negocios y filántropa. Pero hoy, no necesitaba vestirme para las reuniones. Hoy, me vestía para la pura diversión. Algo más que había extrañado. Empezar el estudio había sido estimulante, divertido a veces, pero también lleno de conflictos. No tenía ninguna duda que hoy sería uno de los mejores que había tenido en cuatro meses.

Había vuelto a caer en viejas rutinas desde que dejé Montana. Había desarrollado algunas nuevas, en concreto este negocio y lanzarme a él de cabeza, pero desde mis copas con Aubrey hace tantos meses, no había salido del ático sin maquillaje. Me había vestido impecablemente cada día. Quizás por eso había tardado tanto en llamar a Dakota. Me había preocupado que esta versión de Sofia, la que aún intentaba encontrarse a sí misma, no fuera la que él quería. Me preocupaba que ya hubiera pasado página. Cuando lo había llamado hace dos semanas, había sido desde este mismo lugar. Las paredes del estudio aún no habían sido pintadas de color crema. El yeso acababa de ser encintado y texturizado. Los suelos habían sido cubiertos con plástico y salpicados con compuesto de yeso. Mi oficina era un desorden de suministros y cosas que esperaban ser guardadas. Cuando llamé a Dakota, estuve a punto de entrar en pánico. Estaba tan segura que esto sería un fracaso que casi tuve una crisis nerviosa. Pero con un simple saludo suyo, todo había desaparecido. Me quedé allí, mirando mi desorden, y supe que podría verlo terminado.

—¿Es gratis? —preguntó Dakota cuando terminó de leer el folleto. —Sí, es gratis. Los niños de familias con bajos ingresos no tienen que pagar. Pedimos a los que pueden permitirse las clases que simplemente hagan donaciones cuando puedan. Quería que todos los niños tuvieran clases de baile. De alguna manera, mis lecciones habían sido lo que se me quedó grabado. Habían sido la pasión silenciosa que había mantenido durante todos estos años. No quería negárselo a ningún niño de la ciudad sólo porque no pudiera permitirse uno de los costosos estudios cercanos. —¿Así que diriges un negocio y una organización benéfica? Me encogí de hombros. —Bueno, yo no. Al principio, iba a intentar hacerlo todo yo, pero luego tuve un par de reuniones con Aubrey y, bueno, vi algunas deficiencias. Si realmente quería que este lugar fuera un éxito, necesitaba la ayuda de gente que fuera mejor en el aspecto comercial. Así que contraté a un gerente de operaciones que va a dirigir el día a día. Y hay profesores que impartirán las clases de baile verdaderas. Conocía mis limitaciones lo suficientemente bien como para saber que, aunque la estrategia empresarial me parecía interesante, no era mi fuerte. Si queríamos crecer, necesitaba ayuda. Yo era la creadora y directora artística. Desempeñaría un papel clave en la recaudación de fondos. Pero mi personal se encargaría del resto. Así podría mantener mi libertad y no tendría que comprometerme a estar aquí todos los días.

—Hasta ahora tenemos un centenar de niños inscritos —le dije—. Eso es suficiente para llenar la mayoría de las clases nocturnas. Pero espero que tengamos más. El gerente y yo estuvimos hablando de llegar a los programas infantiles del centro de la ciudad y hacer que los niños vengan en autobús, ya que sus padres no pueden permitirse el transporte. Dakota asintió y señaló el cristal que separaba la zona de observación de los padres y la sala de baile real. —¿Podemos entrar? —Claro. —Lo guié más allá del mostrador de recepción y por un pasillo, señalando las distintas puertas mientras caminábamos—. Los vestuarios están a la derecha, uno para chicos y otro para chicas. A continuación está el despacho de mi gerente. Y el mío está al final del pasillo. Giré a la izquierda a través de las puertas dobles abiertas para entrar en el estudio de danza. Estaba en penumbra, sólo iluminado por la luz del sol que entraba por las ventanas delanteras. Pero era amplio y abierto. A lo largo de la pared del fondo había una barra para las clases de ballet. —Esto es impresionante. —Dakota se adentró en el espacio, asimilándolo todo mientras recorría la habitación—. ¿Por qué decidiste hacerlo gratis?

—No es que necesite el dinero —bromeé—. Pero sobre todo porque no quería arriesgarme a convertir mi pasión en algo negativo. —¿Qué quieres decir? —Mi padre trabajaba todo el tiempo mientras yo crecía. Todavía lo hace. Nunca llegó a uno de mis recitales de baile porque siempre había un conflicto, una reunión o un evento. Mi abuelo trabajaba tanto como papá, hasta que murió. Mi hermana es peor que ambos. Así que supongo que siempre he visto el trabajo como algo malo. Hasta ti. —¿Yo? Asentí con la cabeza. —Me enseñaste que incluso trabajar en un viejo bar de Montana puede ser divertido. Que se puede encontrar alegría en un trabajo. Yo nunca he tenido uno. Así que para mi primer trabajo de verdad, quiero asegurarme de que sea algo que no arruine mi pasión. La mejor manera que se me ocurrió de hacerlo fue asegurarme que nunca se convirtiera en algo relacionado con el dinero. Dakota asintió pero no dijo nada mientras seguía recorriendo la habitación en un lento círculo, inspeccionando cada centímetro. Mi ansiedad se multiplicó por diez con cada uno de sus pasos. —¿Crees...? —Tragué con fuerza, temiendo su respuesta—, ¿crees que es estúpido?

—No. —Dejó de caminar y me miró fijamente—. Es brillante. Las ganas de llorar me golpearon con fuerza y me atraganté con el nudo en la garganta. Tenía tantas ganas de compartir esta apertura con Dakota. Él había sido una gran inspiración para mí. Pero más que querer que estuviera aquí, quería que pensara que mi idea era especial. Porque todo en él me parecía extraordinario. Parpadeé para alejar las lágrimas que punzaban las esquinas de mis ojos. Bajé la barbilla, ocultando mi mirada llorosa, mientras los pasos de Dakota se acercaban. Sus botas se detuvieron cerca de mis pies mientras su mano se acercaba a mi mejilla, ahuecándola y girando mi cara hacia la suya. —Soy tan llorona. —Solté un suspiro—. Soy lamentable. —No digas eso —susurró. Así de fácil, estábamos fuera de mi estudio y de vuelta en Lark Cove, donde me había dicho lo mismo sobre un montón de cáscaras de cacahuete. De vuelta al lugar donde me había enamorado de él. Una lágrima resbaló por mi mejilla sin permiso, pero él la atrapó con su pulgar. —Estoy orgulloso de ti. Muy orgulloso. —Para —le supliqué—, solo me harás llorar más.

—Entonces llora, cariño. Me dejé caer hacia delante y mi cabeza se hundió en su pecho. Sus largos brazos me rodearon la espalda y me abrazaron hasta que solté unas cuantas lágrimas más y luego luché contra el resto. Eran tantas las emociones que se agolpaban que no sabía cómo manejarlas. Él estaba aquí. Lo había extrañado. Se iba. Lo volvería a extrañar. Estaba emocionada por la apertura del estudio. Me aterrorizaba que el estudio fracasara. —¿Y si lo hace? —pregunté en voz baja sobre su camisa negra. —¿Y si el qué lo hace? Levanté la vista. —¿Y si el estudio fracasa? —No lo hará. No dejarás que fracase. —Pero qué… Apretó su dedo contra mis labios, interrumpiéndome. —Cuando compré mi primer alquiler, le pregunté a mi tío lo mismo. ¿Sabes lo que me dijo?

Sacudí la cabeza. —Me dijo que me planteara un "y si" diferente. ¿Y si odio ser propietario? ¿Y si un inquilino pidiera comprar la casa y yo la vendiera antes de lo previsto? ¿Y si a la casa le cayera un rayo y se quemara hasta los cimientos? ¿Esas cosas me convertirían en un fracaso? —No. —No. Sólo significa que vives y aprendes. Puede que esto no sea lo que hagas toda tu vida. Pero si lo das todo, nunca serás un fracaso. Volví a hundirme contra su pecho. —Gracias. No tenía idea de cuánto había necesitado escuchar esas palabras. Mi mayor temor no era sólo el fracaso, sino la decepción. Si este estudio fracasaba, no tenía idea de cómo reaccionaría mi familia. Estaba tan nerviosa que le había hecho jurar a Aubrey guardar el secreto hace meses, haciéndole prometer que me dejaría contárselo al resto en mi debido tiempo. Incluso me las había arreglado para evitar a papá en Kendrick Enterprises cuando entraba en el trabajo. Pero hace una semana y media, ante la inminente inauguración, finalmente tuve que confesar y contarles lo que había estado haciendo. Su emoción sólo había empeorado mi ansiedad. —No quiero defraudar a mi familia —susurré—. No otra vez.

—Puede que lo hagas. —¿Qué? —Me aparté, asegurándome que lo había escuchado bien. —Podrías. —Asintió con la cabeza—. Puede que no hagas exactamente lo que quieren o cómo lo quieren. Pero tómalo de un tipo que ha decepcionado a su familia durante años. No importa. No lo hagas porque quieras que se sientan orgullosos. Hazlo porque va a alimentar tu espíritu. ¿Mi suposición? Estarán muy orgullosos, pase lo que pase. —No lo había pensado así. —Dejé que sus palabras calaran y le sonreí—. Siempre sabes lo que hay que decir. Se rió. —Me alegro que pienses así porque estoy improvisando. —Vamos. —Le agarré la mano y le conduje fuera del estudio y de vuelta al pasillo—. Te enseñaré las oficinas. Luego podemos explorar la ciudad. ¿Hay algún lugar al que te gustaría ir? —¿Qué tal si me llevas a tus lugares favoritos? Dame el tour de Sofia Kendrick por la ciudad. Sonreí. —¿No quieres ver las paradas turísticas? Se encogió de hombros. —Puedo visitarlas en otro momento. Mi corazón dio un salto. —¿Vas a volver?

—Quizás algún día. Es una ciudad genial. Tendré que ir a los lugares emblemáticos algún día. —Oh. —Mi emoción murió. Por supuesto que no volvería a visitarme. Estaba aquí como un favor único porque prácticamente le había rogado que viniera. El sexo era un extra, aunque si lo hubiera quitado de la mesa, igual habría volado. Esto no era más que un asunto de fin de semana. ¿No es así? Entonces, ¿por qué pasó por un período de sequía de cuatro meses? ¿Por qué yo lo había hecho? ¿Había algo más que amantes ocasionales a distancia? Tal vez había un futuro. Tal vez esta aventura efímera no tenía que ser efímera. Tal vez teníamos algo real. Por una vez en mi vida, había encontrado un hombre que merecía mi atención. Pero cuando miraba al futuro, no podía imaginarnos juntos. No podía verme viviendo en Montana. No podía verlo aquí conmigo en la ciudad. ¿Había un punto intermedio? ¿Un estilo de vida que encajara para los dos? Mi mente estaba vacía. ¿Qué significaba eso?

No tenía tiempo para soñar con respuestas. Llegamos a mi despacho y le hice un gesto para que entrara primero. —Este es mi despacho. Acaban de terminarlo el otro día. —Bonito. —Dakota entró y pasó sus dedos por mi escritorio blanco. Luego se giró y posó su culo en una esquina. —Me gusta. Lo miré fijamente mientras observaba las estanterías de una pared y el cuadro de la otra. Sería el mejor hombre que tendría en esta habitación. Dakota era más que un buen chico. Era de lo mejor. Su fibra moral era tan profunda que estaba arraigada en su propio ser. Con él, no había juegos. No había trucos. Sin segundas intenciones. Era puro y honesto. Si él quisiera una relación más profunda, me lo habría dicho. Si viera un futuro entre nosotros, me lo habría dicho. Lo que significaba que esto era todo. Este fin de semana en Nueva York sería nuestra última vez juntos. Y yo iba a hacer que contara. Me acerqué a él, acomodándome entre sus voluminosos muslos. —¿Te importaría hacer una cosa más por mí antes que vayamos a explorar?

—Dispara. Pasé mis manos por su pecho, rodeando sus anchos hombros. Luego me incliné y pasé mi nariz por su oreja. —Tomemos un descanso en mi escritorio.

Sofia y yo pasamos uno de los mejores fines de semana de mi vida en la ciudad. Caminamos por Central Park a lo largo de un sendero que, según ella, era su favorito para correr cuando vivía en el Upper East Side hace años. Me llevó al Met, su museo favorito, y me enseñó sus cuadros preferidos, algunos de los cuales estaban escondidos en rincones que yo no habría encontrado. Pasamos horas paseando por las aceras de la ciudad, con su brazo unido al mío mientras señalaba lugares aquí y allá que guardaban un recuerdo para ella. Fue una aventura, explorar y echar un vistazo a su vida. Aunque había vivido fuera de la ciudad en la finca de su familia en Long Island cuando era niña, había vivido en la ciudad desde el colegio. Y era una parte de ella, como Montana era una parte de mí. Era el lugar de donde provenían sus raíces. Su cultura y su herencia.

Durante el día, hacíamos turismo, pero por la noche, estábamos en su cama. Me aseguré de disfrutar su sabor, esa dulzura en mi lengua que había olvidado en los últimos cuatro meses. Después de este fin de semana, no estaba seguro de cuándo volvería a verla. Seguro que no podía permitirme un viaje a Nueva York, y con la apertura de su estudio de danza, estaría atada aquí, sin poder visitar Montana. Era lo mejor. ¿No es así? Estábamos destinados a vidas diferentes. Mientras estaba fuera del cuarto de baño de su ático, observando desde la puerta cómo se maquillaba, no pude ignorar la sensación de hundimiento en mis entrañas. Lo había evitado durante todo el fin de semana. Este viaje sería el final. Pero no exactamente. En una hora, íbamos al estudio. Luego iríamos a cenar con su familia. A primera hora de la mañana, un coche me recogería fuera de su edificio para llevarme al aeropuerto donde volaría de vuelta a Montana con Logan. Esto era todo.

Así que la estudié, observando cómo se inclinaba más cerca del espejo para pasar un poco de rímel por esos ojos. Ojos que nunca olvidaría, no importaba cuántos meses, años o décadas pasaran. Esos ojos los recordaría el resto de mi vida. Sofia se había puesto muy elegante para esta noche, aunque la inauguración, según me enteré, no iba a ser tan grande. Sofia había invitado a su familia a venir a ver la primera clase. Su gerente y los instructores de baile también habían invitado a algunos amigos y familiares. En total, sería un evento tranquilo con algunas galletas para los niños y refrigerios para el resto. Sofia había organizado un brindis con champán antes de que empezara la primera clase. La gran fiesta iba a suceder en tres semanas. Había organizado una gala para recaudar fondos para el estudio. Sería un evento glamuroso, con vestidos de baile y esmóquines, para algunos de los más ricos de Nueva York. Me alegré que no me hubiera invitado a ese evento. La sencilla reunión de esta noche me vendría muy bien. —¿Vas a limitarte a mirarme? —Sofia sonrió en el espejo, sus ojos se clavaron en los míos. —Sí.

—Bueno, estoy a punto de pintarme los labios. Así que será mejor que vengas a darme un beso mientras puedas. Entré en la habitación y me puse detrás de ella, frente al tocador. Inclinó la barbilla y miró por encima del hombro justo a tiempo para que le diera un suave beso en los labios. Cuando se giró, me sonrió en el espejo y luego bajó la mirada hacia el pintalabios que había junto al lavabo. Pero no lo agarró. En su lugar, se limitó a mirar fijamente el mármol bajo sus palmas. —Sólo habrá unos pocos niños esta noche. Sólo para que lo sepas. —Es el primer día. No esperaba una casa llena. —Sólo vamos a dar una clase. —Lo sé. —Sofia ya me lo había dicho cuando me había explicado el plan de la noche—. ¿Qué está pasando por tu cabeza, cariño? Exhaló un largo suspiro. —No quiero que esperes un gran espectáculo. Probablemente va a ser pequeño. Nada importante. —¿Estás preocupada por mí? ¿O por tu familia? Sus hombros cayeron. —Estoy preocupada por todo. —Oye. Mírame. —Esperé hasta que sus ojos oscuros encontraron los míos en el espejo—. Tienes esto.

—No lo tengo —susurró. —Sí lo tienes. Tú. Tienes. Esto. Y no puedo esperar a estar allí esta noche cuando te des cuenta también. Un destello de confianza brilló en sus ojos, ahuyentando el miedo. Su espalda se enderezó contra mi pecho mientras se erguía. — Gracias. Dejé caer un beso en su sien, pasé mis manos por sus brazos desnudos y la dejé en el baño para que terminara de arreglarse. No había mucho que pudiera hacer por una mujer que lo tenía todo en el mundo. Pero por esta noche, podía estar aquí. Podía impulsarla hasta que se sintiera capaz de volar por sí misma. Una hora más tarde, bajábamos de su auto frente al estudio. Cuando Sofia subió a la acera, todo un grupo de mujeres -vestidas de forma similar a ella con vestidos de cóctel entallados- salieron corriendo de la puerta principal del estudio para recibirla. Salí detrás de ella, sonriendo mientras ella se reía con su equipo. Me miró por encima del hombro, con los ojos brillantes, mientras la hacían pasar al interior. —Gracias por traerme. —Levanté la barbilla hacia Glen, que estaba de pie junto a la puerta del conductor, sonriendo a Sofia. Asintió con la cabeza. —Dile que tenga buena suerte de mi parte.

—Lo haré. —Saludé con la mano y entré en el estudio. En el momento en que se abrió la puerta, el murmullo interior cesó y la habitación quedó en silencio. —Todos, este es Dakota. Nosotros somos... —Compañeros de trabajo. —Sonreí, recordando cómo se había presentado a mi familia. Una lenta sonrisa se extendió por su hermoso rostro. — Compañeros de trabajo. —¿Hay más como él donde solías trabajar? —le preguntó una de las mujeres a Sofia. Todo el grupo soltó una carcajada, excepto el hombre asiático alto y delgado que estaba detrás del mostrador de recepción, que negó con la cabeza. —¿Podemos concentrarnos, por favor? Tenemos una hora. Asegurémonos que todo está listo desde el principio. Con un coro en acuerdo, el área de recepción se despejó, dejándonos sólo a mí, a Sofia y al hombre. —Dakota Magee, te presento a Daniel Kim —dijo Sofia—. Daniel es mi gerente de operaciones aquí en el estudio. Estreché la mano del hombre sobre el mostrador de recepción. — Encantado de conocerle.

—Lo mismo digo. —Asintió con la cabeza—. He oído hablar mucho de ti. —¿Es así? Daniel se rió. —Te tengo que agradecer en parte mi trabajo. Ella te da mucho crédito por este lugar. O la motivación para intentarlo, al menos. Me alegro que hayas podido estar aquí hoy. —Yo también, pero no tengo ningún mérito. Es todo de ella. — Sostuve los ojos oscuros de Sofia, asegurándome que escuchara la siguiente parte—. Tú hiciste esto. Es todo tuyo. Y es increíble. —Ni siquiera se ha abierto todavía —murmuró, desestimando el cumplido. —No importa. Sigue siendo verdad. Este estudio sería un éxito, estaba seguro de ello. Pero Sofia necesitaría tiempo para encontrar esa confianza. Había pasado demasiados años sin hacer nada. Demasiados años creyendo que no era más que la mujer que otros le decían que era. Este lugar lo cambiaría todo. —Llevo semanas intentando hacerle cumplidos. —Daniel caminó alrededor del mostrador—. Ella también rechaza los míos. Eso no significa que no vaya a seguir intentándolo. —Se acercó al lado de Sofia y le pasó el brazo por los hombros.

Con ese movimiento, Daniel consiguió toda mi atención. Mis ojos se entrecerraron, mirándolo de arriba abajo. Llevaba un traje negro entallado, la camisa de vestir bajo la chaqueta también era negra, y dos botones del cuello estaban abiertos. Desabrochado tan abajo, debería haber visto algo de vello en el pecho. Pero Daniel debe creer en la depilación porque su piel era lisa. ¿Era eso lo que hacían los hombres aquí en la ciudad? ¿Se depilaban para llamar la atención de una mujer como Sofia Kendrick? Trabajaban juntos. Sabía de primera mano lo fácil que podía ser enamorarse de Sofia cuando era tu compañera de trabajo. Si la llamaba dentro de unos meses, ¿estaría con Daniel? ¿Sería él quien la viera arreglarse en el espejo del baño? Mi mandíbula hizo tic-tac mientras los celos se acumulaban como una tormenta eléctrica dentro de mi pecho. Daniel debió percibirlo, porque sonrió y la soltó, mostrándome discretamente su mano izquierda y la banda de oro en su dedo anular. Respiré, contento que hubiera un hombre menos en Manhattan del que tuviera que preocuparme cuando me fuera. Sofia se acercó y se deslizó a mi lado, ajena al intercambio. Mi brazo fue directo al lugar donde acababa de estar el de Daniel. Este fin de semana, era mía.

La puerta detrás de nosotros se abrió y los padres de Sofia, su hermana y Logan entraron en el estudio. Logan acompañaba a una mujer mayor que sonreía ampliamente al ver la sala. Sofia se separó de mi lado y respiró tranquilamente mientras se giraba para saludar a su familia. —Hola, mamá y papá. Gracias por venir. Su madre se acercó y besó la mejilla de Sofia. —Esto es maravilloso, cariño. —Me encanta todo lo que has hecho aquí. —La anciana se acercó y le dio a Sofia un fuerte abrazo. —Gracias, abuela. Me alegro que hayas podido estar aquí. —Yo también. El abuelo estaría muy orgulloso de ti. Sofia asintió, parpadeando un par de veces más. Sin duda estaba al borde de las lágrimas, pero se mantuvo firme, reteniéndolas. Más tarde, esta noche, probablemente la encontraría en su armario, despojándose de la emoción de la noche. —¡Felicidades! —Aubrey se acercó a continuación, dando a Sofia un rápido abrazo antes de saludarme. Asentí con un saludo silencioso. Nunca dejaba de sorprenderme lo mucho que se parecía Aubrey a la hija mayor de Logan y Thea, Charlie.

—El local tiene un aspecto fantástico. —El padre de Sofia seguía inspeccionando el local mientras hablaba y se dirigía al mostrador. Recogió uno de los folletos, el mismo que había leído cuando había venido por primera vez—. Inteligente. Todo este establecimiento es muy inteligente. —Gracias, papá. —Tragó con fuerza, sus ojos brillaron—. Me alegro que hayas podido venir. —Me perdí muchas cosas cuando eras una niña. Estoy tratando de hacerlo mejor. No me iba a perder esto. Di un paso hacia Sofia, dispuesto a darle un abrazo tranquilizador, pero su hermano se me adelantó. —Yo tampoco me lo perdería. —Logan soltó a su hermana y luego me estrechó la mano—. ¿Qué tal el fin de semana? —Bien. Esta es una gran ciudad. —Y pasarla con Sofia había sido la experiencia de mi vida. —Mamá, papá, abuela —Sofia extendió su brazo hacia mí—, me gustaría que conocieran a Dakota Magee. Trabaja con Thea en Lark Cove. Voló con Logan para la inauguración. Estos son mis padres, Thomas y Lillian Kendrick. Y mi abuela, Joan. Primero estreché la mano de Thomas, esperando que no pudiera sentir mi propio temblor. —Señor.

—Dakota, bienvenido. Thomas era una versión mayor de Logan. Llevaba un traje caro que se ajustaba a sus anchos hombros. El hombre probablemente había vestido trajes todos los días durante los últimos cuarenta años. Tenía el cabello canoso peinado y el olor de su loción de afeitar se extendía entre nosotros como si estuviera recién afeitado. —Gracias por venir. —Lillian fue la siguiente en acercarse. Tras un ligero abrazo, se quedó cerca y me ofreció su mejilla. Dudé, cada segundo se volvía más incómodo mientras ella esperaba, entonces me di cuenta de lo que buscaba. Dejé caer un beso en su mejilla, ella sonrió y se alejó. Fue el saludo más extraño que había tenido, ya que nunca había besado la mejilla de una desconocida. Fue igual de extraño repetirlo con la abuela de Sofia. —Te unirás a nosotros para la cena, ¿no? —preguntó Lillian. —Sí, señora. —Y gracias a Logan, que llevaba pantalones, no me sentía completamente fuera de lugar. La puerta se abrió de nuevo y otras personas entraron arrastrando los pies. Sofia fue a saludarlos mientras yo me quedaba mirando a su familia. Estaban asombrados por su logro, incapaces de asimilarlo todo. Recorrieron la zona de recepción, tocando las sillas, las paredes y los mostradores para asegurarse que era real. Sofia había confesado la otra noche que había mantenido este lugar en secreto para todos menos para Aubrey. Sólo se habían

enterado una semana antes de que me llamara. Y ninguno de ellos, ni siquiera su hermana, había llegado a ver el lugar. Yo había sido el primero. —¿Disculpe, Srta. Kendrick? —Una mujer con una larga melena pelirroja atada en un moño entró en la recepción—. Estamos preparados con el champán y los aperitivos en la sala común. —Gracias, Carrie. —Sofia asintió y se dirigió a la sala—. Vamos a hacer un pequeño brindis por la inauguración antes que lleguen los primeros estudiantes. Todos son bienvenidos a un poco de champán mientras conocen al personal. Luego, por favor, siéntanse libres de pasear por el estudio. La sala se vació a medida que la gente iba avanzando por el pasillo, dejándonos a Sofia y a mí solos en la zona de recepción. Su sonrisa se mantuvo hasta que estuvo segura que estábamos solos. Entonces bajó la guardia y, por debajo, parecía estar a punto de vomitar. —¿Estás bien? Ella asintió con la cabeza pero su cara decía que no. Le tendí la mano, con la palma hacia arriba. Ella puso inmediatamente la suya sobre la mía, uniendo nuestros dedos. —Tú te encargas de esto.

Respiró profundamente y cuadró los hombros. —Yo me encargo.

—Lo aplastaste, cariño. —Me esfuerzo por ser modesta y no echarme mala suerte, pero lo hice. Sofia se rió y se recostó a mi lado, dejando que su cabeza se apoyara en mi hombro mientras el coche avanzaba por las oscuras calles hacia el SoHo. En sólo un fin de semana largo, me había acostumbrado a viajar en esta posición. Sería extraño volver a casa y conducir yo mismo. Sería más extraño no tener a Sofia a mi lado. —Estoy tan llena. —Sofia suspiró—. La cena estaba deliciosa. —El mejor filete que he comido en años. —Aunque si me preguntan, juraría por mi vida que nada puede superar a la parrilla de Xavier. La inauguración había ido tan bien como había imaginado. Me quedé entre bastidores, observando y esperando. Me mantuve concentrado en ella por si necesitaba un asentimiento tranquilizador.

Lo hizo al principio, pero luego entró en escena por sí misma. Y yo no podía estar más orgulloso. El estudio se llenó de amigos y familiares, ya que la mayoría del personal había invitado a sus parejas a la inauguración. Sofia comenzó la velada dando las gracias a cada empleado por su nombre. Pronunció un breve discurso, en el que expresó lo mucho que significaba que hubieran apostado por una nueva empresa. Luego levantó su copa de champán y brindó por Midtown Dance Studio. La sala vitoreó. Después, dio la bienvenida a todo el grupo al estudio, abriéndolo para una visita informal auto guiada. Casi todos tenían una copa de champán en la mano mientras recorrían el estudio, mientras Sofia mantenía una botella en la suya, rellenando las copas hasta que la recepción terminó. Había diez niñas en la primera clase, todas ellas con mallas rosas, leotardos negros y enormes sonrisas. Además de los tres instructores en el estudio, el resto nos sentamos con los padres en la zona de observación y observamos a las niñas aprender sobre la primera, segunda y tercera posición. Cuando terminó la clase, Sofia le cedió las labores a Daniel para que cerrara, y fuimos con su familia en su limusina a cenar.

El restaurante al que habíamos ido exigía llevar chaquetas. Sólo aceptaban reservas. Entramos sin tener ninguna de las dos cosas y nos situamos en una pequeña sala al fondo con un camarero privado y un barman. —Tu familia es agradable —le dije. —Lo son. Me alegro que te conozcan. —Lo mismo digo. Todos tenían los pies en la tierra y eran auténticos. Utilizaban su riqueza pero no hacían alarde de ella. Ni una sola vez hicieron saber que estaban diez clases por encima de la mía. Eran simplemente... personas. Gente con dinero. Su abuelita era un encanto, su actitud y sarcasmo me recordaban a Hazel. Lillian era dulce, un alma más sensible que las otras. Algo así como su hija menor. Su padre y Aubrey hacían equipo. Habían empezado a hablar de trabajo durante los aperitivos, pero Logan les había lanzado una mirada y habían cesado inmediatamente. —Mi padre… —Sofia se quedó sin palabras. Esperé a que continuara, pero lo único que oí fue un resoplido. — Tu padre, ¿qué? —No sacó el teléfono. —Se inclinó hacia atrás alzó la vista con lágrimas en los ojos.

—¿Y eso es algo malo? —No. —Se secó los ojos—. No, es algo bueno. Siempre está con su teléfono. Pero esta noche, no sólo estaba allí, estaba presente. Cuando era una niña, ni una sola vez fue a mis recitales de baile. Nunca lo vi en la mesa sin su teléfono en la mano. Siempre estaba trabajando. Creo que no me había dado cuenta de lo enfadada que estaba por eso. Pero después de esta noche, siento que puedo dejar pasar algo de eso. —Bien por ti. Volvió a apoyarse en mi brazo, aferrándose a él con más fuerza que antes. —No puedo agradecerte lo suficiente por estar aquí. Desearía que pudieras quedarte más tiempo. —Sí, yo también. —¿Podrías? Sé que tienes tus nuevas propiedades, pero, ¿pueden sobrevivir unos días más sin ti? Suspiré y negué con la cabeza. —No, tengo que volver. Había mucho trabajo que hacer, y yo necesitaba pasar algunas horas en el bar. Y aunque ambas cosas podrían haberse retrasado uno o dos días, era mejor acortarlo. Glen se detuvo frente a su edificio y abrió su puerta, listo para salir y abrir la nuestra, pero lo detuve. —Yo me encargo.

—Sí, señor. —Se giró y sonrió a Sofia—. Felicidades por su apertura esta noche. —Gracias. Siento haberte tenido hasta tarde. —Es un placer. —Me miró a mí—. Buen viaje a casa, Sr. Magee. Asentí, abrí la puerta y ayudé a Sofia a salir. Luego entramos, saludando a su portero mientras atravesábamos el vestíbulo y nos dirigíamos al ascensor. En cuanto pusimos un pie en su ático, Sofia se quitó los tacones y voló a mis brazos, rodeando mi cintura con fuerza. No dudé, abrazándola de nuevo. —¿Voy a volver a verte? —susurró. —Algún día. —Esperaba. —No quiero que esto sea el final. Dejé caer mi mejilla sobre la parte superior de su cabeza, deseando que tuviéramos más tiempo y sabiendo que no lo teníamos. Nuestros futuros seguían dos caminos diferentes. Caminos que iban en dos direcciones diferentes. Nuestro tiempo en la intersección de los mismos había terminado.

—Dime algo. ¿Puedes mirar al futuro y vernos juntos? Quería que su respuesta fuera afirmativa. Quería que me pintara un futuro en el que Sofia Kendrick y Dakota Magee siguieran juntos. Porque a pesar de todas las horas que había pasado intentándolo, estaba seguro que no podía imaginar uno. Éramos un vacío. Una caja negra y vacía. Su cuerpo se desplomó. —No. Sinceramente, lo he intentado. Pero simplemente no puedo verlo. —Yo tampoco. Ella lloriqueó, su barbilla temblando contra mi pecho. —Odio esto. —Yo también. Sofia se inclinó hacia atrás, mirándome con ojos llenos de lágrimas no derramadas. —Una noche más. Una noche más. Me agaché, la agarré por debajo de las rodillas y la llevé por el largo pasillo y las escaleras hasta su dormitorio. Allí pasamos la noche juntos, renunciando al sueño como habíamos hecho durante nuestra última noche en Montana. Pasamos las horas aferrados a esos últimos y preciosos momentos.

Cuando llegó la mañana, Sofia y yo estábamos en la acera de su edificio. Sus ojos estaban enrojecidos y llenos de desesperación. Odiaba que cuando se soltara, cuando llorara después que el auto estacionado en la acera se alejara, yo no estaría aquí para sostenerla. —Entonces, te veré cuando te vea. —Forzó una sonrisa. Asentí con la cabeza. —Te veré cuando te vea. —Puedes llamarme. Cuando quieras, llámame. —Lo mismo digo. Ninguno de los dos haría esa llamada. La primera despedida en Lark Cove había sido dura. Esta, casi imposible. No sería capaz de alejarme de una tercera. Las llamadas telefónicas y los mensajes de texto sólo harían las cosas más difíciles. —Cuídate, Sofia Kendrick. —Acaricié su mejilla, dejando que el calor de mi palma calentara su piel. Luego dejé caer un suave beso en sus labios y otro en su sien. Mi sien. Soltarla fue lo más difícil que había hecho en años, pero bajé la mano, me di la vuelta y me dirigí al auto.

No miré hacia atrás. A través del reflejo de las ventanas tintadas del auto, ella me saludó. Empezó a llorar mientras susurraba: — Adiós, Dakota Magee.

Tres meses después...

—Creo que tenemos que contratar a otro instructor de ballet, — dijo Daniel. Estábamos uno al lado del otro frente a la ventana de observación, viendo la clase de ballet avanzado de la tarde. —Yo podría hacerlo. Su rostro se dirigió al mío, pero seguí observando cómo las chicas practicaban sus pliés. —Pensé que no querías estar atada a un horario. Me encogí de hombros. —Estoy aquí de todos modos. Sería divertido.

En los tres meses transcurridos desde la apertura del estudio, había sucedido algo por lo que habría apostado mi fondo fiduciario que sería imposible. Me había convertido en una adicta al trabajo. Cada día era la primera en llegar al estudio después de reunirme con mi entrenador a las seis de la mañana. Preparaba el café, ordenaba si era necesario y me instalaba en mi despacho, donde trabajaba hasta que los instructores llegaban a las dos de la tarde para preparar las clases. Cuando llegaban los niños, hablaba con los padres y merodeaba por la zona de recepción. Y cuando todos se marchaban por la noche, dejaba que Daniel me acompañara a la salida y cerraba detrás de los dos. No estaba segura que las cerraduras del estudio aceptaran otra llave que no fuera la mía. El trabajo era lo mejor para mí, lo había aprendido. Quedarme en casa era demasiado solitario y deprimente. Al menos aquí, era feliz. O, más o menos feliz. ¿Era por esto que papá y Aubrey trabajaban tanto? ¿Estaban evitando las cosas en casa? ¿O simplemente amaban sus trabajos? De momento, lo mío era una combinación de ambos. Había incorporado la máxima flexibilidad a mi trabajo, pero no tenía

ningún deseo de utilizarla. Así que si iba a estar aquí de todos modos, ¿por qué no enseñar? —¿Qué tal esto? —Daniel se puso de espaldas a la ventana—. ¿Y si buscamos un instructor, y si no encontramos uno que queramos contratar, puedes hacerlo tú? Si quieres enseñar, puedes entrar y salir. Y si necesitamos uno y estás aquí, siempre puedes ser profesora sustituta. —O podría ser la profesora. —¿Pero qué pasa si decides tomarte unas vacaciones? Como un viaje improvisado a, digamos... no sé. ¿Montana? Le lancé una mirada fulminante. —¿Quieres dejar de hacer eso? —Lo siento. —Levantó las manos—. Era sólo una sugerencia. —Eres peor que mis padres. Mis padres estaban encantados con Dakota. Era un cambio bienvenido, teniendo en cuenta su fría actitud cuando había llevado a casa a otros hombres. Mi padre apenas había hablado con Bryson la primera vez que lo invité a una cena familiar. Pero con Dakota, todo era diferente. A mi padre le gustaba su espíritu emprendedor. A la abuela le gustaba su capacidad de bromear. A Aubrey le gustaba que fuera trabajador. Y a mamá simplemente le gustaba que se adelantara al camarero para apartar su silla en la mesa.

Como yo, todos se habían enamorado de Dakota. Había tardado casi todos los últimos tres meses en conseguir que dejaran de preguntar cuándo volvería a visitarnos. No entendían por qué no teníamos una relación. Especialmente cuando las relaciones que había elegido habían sido con semejantes perdedores. Mamá especialmente estaba desconcertada porque había dejado ir a Dakota. Lo que mi familia no sabía era que nos habíamos liberado mutuamente. Era lo mejor. Me lo repetía a mí misma. Si no podía vernos juntos, estaríamos condenados antes de empezar. Por mucho que fuera un hombre independiente que se labrara su propio camino, sabía que la influencia de su familia jugaba un papel en sus decisiones, quisiera él admitirlo o no. Durante mucho tiempo, le habían enseñado a elegir una pareja adecuada, una mujer que compartiera su legado. Yo no era esa mujer. Tal vez la razón por la que no podía imaginarnos juntos era porque yo nunca sería la adecuada. Fue aplastante. Aplastante para el alma. Por una vez, había encontrado al hombre adecuado. Y por una vez, yo no era la chica adecuada.

La ironía me había llevado a mi nuevo estado de adicción al trabajo. ¿Tres meses eran suficientes para ese título autoproclamado? Lo que sea. Me lo quedaba. Porque ese era mi legado. —Bien. Me conformaré con ser profesora sustituta —le dije a Daniel y luego me alejé de la ventana y bajé por el pasillo hasta mi despacho. —Tú eres la jefa. —Daniel me siguió y ocupó la silla de invitados frente a mi escritorio—. Puedes desautorizarme. —No, tienes razón. Deberíamos contratar a un instructor. Si podemos encontrar a alguien con algunos reconocimientos profesionales, eso podría ayudar a la recaudación de fondos también. —Si sigues recaudando dinero, vamos a tener que expandirnos. —¿Debemos? Su rostro palideció. —Estaba bromeando. —Pero, ¿y si no lo estuvieras? Daniel se lo pensó un momento, meditando la idea. Sólo llevábamos tres meses abiertos, pero nuestras clases estaban llenas y tenía una lista de espera de colegios con niños interesados en asistir en lugar de un programa extraescolar.

En la gala de inauguración habíamos recaudado los gastos de funcionamiento de tres años, siete veces más de lo previsto. Eso nos permitiría mantener el estudio durante años. Y en el peor de los casos, si todo se iba al carajo, no me importaba utilizar mi fondo fiduciario para complementar las donaciones. La expansión significaría el doble de costo. Tal vez el triple. Y significaba encontrar un edificio más grande o abrir un estudio anexo. Pero la perspectiva de otro gran proyecto que consumiera todos mis minutos de vigilia era tan tentador que prácticamente se me caía la baba mientras Daniel estaba sentado, contemplando en silencio mi sugerencia. —Es muy pronto. —Movió el labio inferior entre los dientes, un hábito nervioso que había notado al principio de nuestra relación laboral. —Pensemos en ello. Contrata a tu instructor. Haz algunos números porque te conozco y no podrás dormir hasta que tengas todo analizado en una hoja de cálculo. Entonces hablemos. Pero no quiero bajar el ritmo. Tenemos impulso ahora mismo, y no quiero perderlo. La autoridad de mi voz era sorprendente. Incluso emocionante. Normalmente, era él quien me daba órdenes, aunque técnicamente yo era la jefa.

Daniel asintió, aún sumido en sus pensamientos. Cuando se levantó de la silla, supe que había despertado su interés porque se dirigió a su despacho vecino y cerró la puerta. Daniel sólo cerraba la puerta de su despacho cuando necesitaba concentrarse. Tenía la sensación que recibiría un correo electrónmitaa mitad de la noche con gráficos y tablas de colores que me mostrarían exactamente lo que supondría una ampliación. A solas en mi despacho, pasé el resto de la tarde devolviendo algunos correos electrónicos y escribiendo a mano notas de agradecimiento a nuestros últimos donantes. Di las buenas noches a la última clase de niños, esperé a que los instructores agarraran sus cosas y se fueran, y luego llamé a la puerta del despacho de Daniel. —Es hora de ir a casa. —¿Eh? —Levantó la vista del desorden de papeles en su escritorio. Se había arremangado las mangas de la camisa y había sacado sus gafas de lectura. —Son las siete. Miró el reloj de la pared y frunció el ceño. —No he terminado. Pero si no me voy ahora, me perderé la cena y eso enfadaría mucho a mi bella esposa.

—No podemos permitir eso. —Sonreí y lo dejé para recoger mis cosas. Con mi nuevo bolso Chanel colgado del hombro, cerré la luz de mi despacho justo cuando Daniel salía del suyo. Salimos juntos al exterior y nos adentramos en el aire húmedo de la noche. Este verano había sido miserablemente caluroso, e incluso a estas alturas de la noche, mediados de agosto era brutal. Vestida con unos pantalones de lino y un top de seda sin mangas, seguía sudando. —¿Dónde está tu chófer? —preguntó Daniel después de que cerrara la puerta del estudio, al ver que mi auto urbano estaba notablemente ausente de la calle. —Le dije que me diera treinta minutos más. Voy a ir a tomar un café helado. —Señalé la cafetería de la siguiente manzana—. Nos vemos mañana. —Estaré aquí. —Hizo un gesto con la mano y se puso en marcha por la acera en dirección contraria. Me dirigí hacia la cafetería, aunque realmente no necesitaba la cafeína. No estaba preparada para volver a casa. Allí estaría vacío. Para cuando llegara al SoHo, estaría oscureciendo. Carrie se había marchado hace horas después de prepararme una cena que simplemente podía recalentar. Lo que me dejaba un ático enorme y espacioso sin más compañía que la televisión.

Sola y aburrida, sin duda miraría el nombre de Dakota en mi teléfono. Deseaba escuchar su voz más que los carbohidratos que le había dicho a Carrie que eliminara del menú durante las próximas dos semanas. Mientras me dirigía a la cafetería, un hombre alto con el cabello oscuro se metió en un taxi al otro lado de la calle, y lo miré dos veces. Por una fracción de segundo, pensé que era Dakota. Pero no lo era. Ese viejo cliché era cierto. Veías a la persona que amabas a la vuelta de cada esquina. —No grites. Mis oídos registraron la voz antes que mi cerebro se diera cuenta a tiempo y entrara en pánico. Mientras miraba hacia el otro lado de la calle, un hombre se deslizó a mi lado y me rodeó las caderas con su brazo. Olía a huevos podridos y a cigarrillos. Mis pies se congelaron en la acera, mis tacones patinaron mientras intentaba mantener el equilibrio. Empujé al desconocido, pero él se aferró más, con las yemas de los dedos mordiéndome la carne. Algo puntiagudo se clavó en mi costado, pero estaba demasiado asustada para mirar hacia abajo y ver qué era. Una pistola probablemente, o tal vez un cuchillo.

El pánico se apoderó del aire de mis pulmones y mi visión se volvió borrosa cuando me susurró al oído: —Es una buena noche para entregar ese bolso. Me quedé quieta mientras me quitaba la correa de cadena de oro del hombro. Luego me olió el cabello de forma prolongada y audible, me dio un beso en la sien y se fue. Junto con mi bolso, llaves, teléfono. Todo lo que había traído al estudio conmigo esta mañana. Me quedé congelada en la acera. Todo el encuentro había durado como mucho treinta segundos, pero me costaba comprenderlo. ¿Acaba de ocurrir? No estaba oscuro. No estaba en un callejón ni en una parte peligrosa de la ciudad. Estaba caminando hacia una cafetería en un vecindario rico. Y me habían asaltado. La policía. Necesitaba llamar a la policía. Di un paso y mi tobillo cedió. Me incorporé y volví a ponerme de pie. Intenté dar otro paso, pero el otro tobillo también cedió. Estaba a unos diez segundos de fundirme en un charco de lágrimas cuando un familiar sedán negro se acercó a la acera y Glen salió del asiento del conductor. —¿Srta. Kendrick? Lo miré, aún sin poder mover los pies. —Me asaltaron.

Sus ojos se abrieron de par en par y se apresuró a acercarse. Me ayudó a subir al auto y se marchó a toda velocidad hacia la comisaría más cercana. —¿Estás herida? —preguntó Glen por el espejo retrovisor. —¿Qué? —¿Estás herida? ¿En la sien? Bajé la mano, sin percatarme de que había tenido los dedos presionados en el lugar donde el asaltante me había besado. —No, no estoy herida. Pero me habían violentado. Ese ladrón había puesto sus manos sobre mí. Sus labios. Mi mano volvió a subir a mi sien, frotando la sensación de sus labios. El último hombre que me había besado en ese lugar había sido Dakota. Durante tres meses había podido sentir sus labios en ese lugar. El bastardo ladrón también me había robado eso.

—Muy bien, Sra. Kendrick.

—Sofia. —Llevábamos casi dos horas sentados juntos. El oficial se había ganado el privilegio de tutearme. —Sofia —corrigió el oficial—. Tengo todo lo que necesito para presentar un informe. Ya me había dicho que la posibilidad de recuperar algo era escasa o nula. Mi bolso probablemente ya había sido empeñado, mi teléfono limpiado y vendido también. —Aquí está mi tarjeta. —Aubrey se la pasó al oficial—. Como le robaron el teléfono a Sofia, puede llamarme directamente. —De acuerdo. —La agarró y se la metió en el bolsillo del uniforme. —¿Y qué es lo siguiente? —preguntó Aubrey—. ¿Cómo vas a investigar esto? ¿Esperan encontrar pronto al tipo? Al parecer, la explicación del agente McClellan había caído en oídos sordos para Aubrey. O simplemente no le había gustado su respuesta. Aubrey levantó la ceja al oficial y, para mi sorpresa, no se acobardó. La mayoría de la gente lo hacía. En cambio, la comisura de su boca se crispó. No es bueno.

—¿Crees que esto es divertido? —La temperatura de la habitación subió diez grados mientras la ira salía de su cuerpo—. Mi hermana fue violentada. Él la tocó. Le robó. ¿Y tú sonríes? —No es divertido. —El oficial McClellan mantuvo su sonrisa fácil mientras apoyaba los antebrazos en la mesa—. Pero tus expectativas lo son. Como te he dicho, haremos todo lo posible para localizar a este tipo. Pero es probable que no se recuperen los objetos personales de la señora Kendrick. Sólo estoy siendo realista. A menos que prefieras que mienta. —Sí —hablé antes que Aubrey pudiera volver a estallar—. Miénteme. Por favor. —Encontraré al tipo hoy. —Bien, genial. ¿Qué más? Sonrió. —Estoy seguro que tu bolso está siendo tratado con el máximo cuidado. Probablemente lo llevó a limpiar. —Es muy amable de su parte. —Yo también lo creo. Y fue muy amable al donar el dinero de tu bolso a la caridad. —Seguro que sí. —Sonreí—. Gracias. —No pretendo quitarle importancia a esta situación —dijo—. Ocurre con demasiada frecuencia y, por desgracia, no tenemos los

medios humanos necesarios para perseguir a todos los ladronzuelos. Pero siento mucho que te haya pasado esto. —Es Nueva York. —Aún así, eso no lo hace correcto —dijo. —No, no es así. ¿Necesita algo más de nosotras, oficial McClellan? —Landon —me corrigió esta vez—. Y no. Eres libre de irte. Tengo tu número. —Salvo que no tiene teléfono —murmuró Aubrey, levantándose de la silla. Yo también me levanté y le tendí la mano. Landon la estrechó y luego sonrió mientras nos indicaba que nos dirigiéramos a la puerta. —¿Vas a estar bien esta noche? —Nos acompañó fuera del despacho donde habíamos estado sentados. Aubrey avanzó por el pasillo y pasó por delante de los escritorios ocupados por otros agentes. —Creo que sí. Sólo me siento… —Mis hombros temblaron con los escalofríos. —Asustada.

—Sí. —Asentí con la cabeza—. Y sucia. —Bueno, no te ves sucia. Te ves hermosa. —Oh, um, gracias. ¿Acaba de coquetear conmigo? Su piropo parecía más una afirmación que una frase para ligar, pero no tenía demasiada práctica en el coqueteo como para saberlo con certeza. Landon era un hombre guapo con el cabello rubio cenizo. Tenía un aire de buen policía, con la cara bien afeitada, la nariz recta y los ojos azules cristalinos. Si a eso le añadimos un físico musculoso que su uniforme no hacía más que acentuar, era material de primera para el calendario de la comisaría. Era completamente mi tipo, y hace un año, habría coqueteado descaradamente por su número de teléfono. Pero yo ya no era esa mujer. Ahora no estaba segura de quién era. ¿Una empresaria? ¿Un filántropo? ¿Una persona de la alta sociedad? Había indicios de todos ellos, y la mezcla era inquietante. Nada había sido estable desde que Dakota se había ido hacía tres meses. —Lo siento. Eso fue una estupidez. —Landon frunció el ceño—. No debería haber dicho eso. Ahora lo hice raro. Es que... no pareces

sucia. Quería que lo supieras. Aun así, estuvo fuera de lugar. Lo siento. —Por favor, no lo hagas. Landon había sido un santo, paciente y amable conmigo desde el momento en que le asignaron mi caso. Y ahora que sabía que su cumplido no había sido una insinuación, me hacía estar aún más agradecida de que hubiera sido el agente que me llamó por mi nombre en la sala de espera. Alcanzamos a Aubrey, que estaba de pie junto a la puerta de la escalera que nos lleva a la salida del edificio. —Estaré en contacto. —Landon sacó una tarjeta de visita y un bolígrafo del bolsillo de su camisa. Luego puso la tarjeta en la pared y anotó un número de teléfono—. Aquí está mi móvil. Si necesitas cualquier cosa, alguien con quien hablar, un compañero de café, un policía que parece molestar a tu hermana, llámame. —Gracias. —Sonreí—. Que tengas una buena noche. —Tú también, Sofia. —Con un guiño, se dio la vuelta y se retiró por el pasillo. Tenía ese pavoneo natural que era difícil no mirar. Ni siquiera Aubrey podía apartar los ojos de su firme trasero mientras se alejaba. —No me gusta —resopló—. Creo que deberíamos contratar a un investigador privado.

Puse los ojos en blanco y la hice salir por la puerta. Afuera, Glen permanecía estoicamente junto al coche. Le había dicho que podía irse cuando habíamos llegado antes, pero no me sorprendió verlo todavía aquí. Cuando nos vio, se apresuró a acercarse. —¿Cómo fue? —Está hecho, y estoy lista para olvidar que esto ha sucedido. —¿Puedo llevarte a casa? —En realidad —miré a Aubrey—, ¿te importaría tener compañía esta noche? No quiero ir a casa. De camino a la comisaría, Glen había llamado a mi portero y le había dicho que me habían robado mis cosas, incluidas las llaves. Probablemente ya habían recodificado los puntos de acceso a mi ático, así que era imposible que el ladrón pudiera entrar. Aun así, estaba inquieta. Había caído la noche desde que llegué a la estación, y no me sentiría bien volviendo a casa hasta plena luz del día. —Siempre eres bienvenida. —Aubrey puso su brazo alrededor de mis hombros—. Me alegro que estés bien. Me recosté a su lado. —Yo también. —Mi auto está estacionamiento.

allá

abajo.

—Señaló

el

extremo

del

—Gracias, Glen. Por todo. —Se estaba ganando un aumento por llegar temprano al estudio en lugar de esperar esos treinta minutos extra que le había pedido. Aunque, sin importar cuándo hubiera llegado, creo que me habría encontrado en ese mismo lugar de la acera. —Es un placer, Sra. Kendrick. Esperaré su llamada por la mañana para llevarla a casa. Me despedí con la mano y seguí a Aubrey por la acera. Apenas tardamos en llegar a su ático, un lugar que había decorado con un toque moderno y minimalista. Era lo más opuesto al estilo de mi madre y no tan hogareño como mi propia casa. Pero era luminoso. Yo necesitaba luz. Cuando entramos, se dedicó a buscarme un pijama para ponerme mientras yo iba al salón a llamar a nuestros padres desde su teléfono. Los había llamado durante el trayecto a la comisaría utilizando el teléfono de Glen. Mis padres estaban dispuestos a conducir hasta la ciudad, pero les aseguré que estaba bien y les insté a ahorrarse un largo viaje. Aubrey había dejado todo y se había apresurado a llegar a mi lado. Después de asegurar a mamá y a papá que estaba bien, hice una rápida llamada a Logan y le dije lo mismo. Luego cerré los ojos, deseando que Aubrey hubiera comprado un sofá más cómodo, y esperé a que volviera.

—Llamé a un masajista. —Aubrey se sentó a mi lado en el sofá, entregándome algo de ropa—. A las dos nos vendría bien un largo masaje antes de irnos a la cama. —Necesito conseguir un nuevo teléfono. —Cerré los ojos—. Y cancelar mis tarjetas de crédito. —Ya le envié un correo electrónico a Carrie. Ella se está encargando de tus tarjetas de crédito. Un nuevo teléfono será enviado por correo en una hora. —A veces ser rico tiene sus ventajas. —Aunque si no hubiera sido rica, ¿habría sido asaltada? —¿Qué puedo hacer? —preguntó Aubrey, tomando mi mano. El escozor en mi nariz, el que me había acompañado durante horas, era más agudo que nunca. —Voy a llorar. Y necesito que me dejes y no me hagas sentir mal por ello. —Oh, Sofia, lo siento mucho —susurró. El embalse se rompió. Las lágrimas que había estado conteniendo toda la noche, durante meses en realidad, salieron a la luz. Mi hermana me atrajo a su lado y me dejó llorar sobre su hombro. Y cuando por fin pude recomponerme, cuando la emoción se había liberado, la miré y le confesé algo que había estado ocultando durante meses.

—Lo extraño. En conjunto, Dakota y yo sólo habíamos estado juntos un par de semanas. Pero esas semanas habían significado más para mí que cualquier día de los meses anteriores. —Llámalo —dijo Aubrey suavemente. —No puedo. Si lo llamo una vez, no querré parar. —¿Por qué tendrías que parar? Me limpié los ojos. —Porque nunca funcionará. Dice que no puede vernos juntos. No puede ver un futuro. Y no creo que yo pueda ver uno tampoco. —Podrías si lo intentaras. —Tal vez. Pero tengo miedo de que todo esto sea cosa mía. Estaba pasando por un momento difícil, y encontré un hombre para hacerlo más fácil. No confío en mis sentimientos por Dakota. —¿Lo amas? —preguntó Aubrey. —Completamente. —Lo amo—. Pero yo pensé lo mismo de Kevin, Bryson y Jay. ¿Cómo puedo saber que esta vez está bien? —Dakota es diferente a cualquier hombre que hayas llevado a casa.

—Él es diferente. No me quiere por mi dinero. No me quiere por mi apellido. No me quiere en absoluto. A la princesa Kendrick finalmente se le había negado algo. Y a menos que cambiara mi ascendencia, no había una maldita cosa que pudiera hacer al respecto. La mano de Aubrey apretó la mía con más fuerza justo cuando sonó el timbre de la puerta. Empecé a levantarme del sofá, pero ella me agarró la mano. — Desearía que hubiera algo que pudiera hacer. —Lo estás haciendo. —La angustia era más fácil de manejar cuando tenías una hermana. Y una amiga. Si esa fue la única relación duradera que surgió de este año, entonces estaba más que bien con el resultado. Aubrey y yo recibimos nuestros masajes y luego nos fuimos a la cama. El sueño no fue fácil y me desperté con el corazón encogido. Pero admitir por fin ante otra persona lo que sentía por Dakota, lo que me preocupaba de mis propios sentimientos, fue curativo en cierto modo. Tal vez fue el primer paso para dejarlo ir.

Todavía con el pijama prestado, salí a la cocina y encontré a Aubrey vestida y lista para trabajar. También encontré un invitado sorpresa. Papá. Me precipité a sus brazos. —Me alegro que estés bien. —Me abrazó con fuerza—. Vamos a buscar que te pongan seguridad. A las dos. Siempre han sido muy independientes, pero no quiero recibir otra llamada como la de anoche. Asentí con la cabeza dentro de su chaqueta de traje. —Me parece bien. —Mientras no me estorbe, también me parece bien —declaró Aubrey antes de dar un sorbo a su capuchino. —¿Tienes algo de ropa que pueda llevar a casa? —La ropa que había usado ayer iba a ser donada a la caridad inmediatamente. O quemada. —Siéntete libre de agarrar lo que quieras de mi armario. —Bueno —papá se enderezó la corbata—, ahora que he visto que estás de una pieza, tengo que ir a trabajar. Sonreí, sabiendo que algunas cosas de papá nunca cambiarían. Trabajaba. Tal vez no era un hábito tan malo como siempre había

pensado. No me molestaba tanto, sobre todo desde que había dedicado más tiempo a la familia, como venir a la inauguración de mi estudio. O pasar por aquí cuando sabía que probablemente había tenido que reorganizar su día. —Iré contigo. —Aubrey se bebió el resto de su café. —¿Vas a llamar a tu madre? —preguntó papá. —Tengo que configurar mi nuevo teléfono primero, entonces ella será la primera llamada. —No había tenido energía para encenderlo anoche. Con un beso de despedida de papá y un abrazo de Aubrey, me dejaron sola en su ático. Me di una larga ducha, restregando con fuerza el lugar donde el asaltante me había besado. Luego me vestí con uno de los conjuntos de yoga de Aubrey, eligiendo unos leggings y una camiseta ligera de tirantes para ese día, ya que no había forma de ir al estudio de danza. Pero tampoco quería volver a casa. El miedo irracional a que el ladrón estuviera dentro de mi ático, que volviera a casa, había sido la razón por la que no había dormido. Glen sin duda revisaría la casa por mí. Mi portero también lo haría. Carrie probablemente ya estaba dentro, preparándome el desayuno. Pero los miedos irracionales eran sólo eso. Así que me senté en la isla de la cocina de mi hermana, procrastinando la vuelta a casa al

configurar mi nuevo teléfono. En cuanto se activó, la pantalla se llenó de mensajes de voz, de texto y de notificaciones de las redes sociales. Pero antes que pudiera borrarlas, sonó un número desconocido. —¿Hola? —¿Sofia? Hice una pausa, tratando de ubicar la voz del hombre, pero no pude. —Sí. —Este es el oficial Landon McClellan. —Oh, hola. —Por eso me resultaba familiar—. ¿Encontraste mi bolso? Se rió. —No. Lo siento. Llamaba para ver cómo estabas. Anoche estabas muy agitada. —Y yo que pensaba que realmente me había mantenido tranquila. Volvió a reírse. —¿Cómo lo llevas? —Estoy bien. Sólo estaba reuniendo el valor para ir a casa — admití—. Sigo pensando que voy a entrar en mi armario y encontrar a ese asqueroso cargando más bolsos. —Estaría encantado de hacer un rastreo por ti si eso te tranquiliza.

—¿En serio? —Un oficial de policía revisando mi ático me haría sentir mucho mejor. Pero no quería molestarlo. —No es ninguna molestia.

—Hola. —Lo saludé mientras estaba junto a mi auto frente al edificio de Aubrey. —Buenos días. —No llevaba uniforme, sino un par de pantalones y una sencilla camisa blanca abotonada enrollada en los antebrazos. En su mano había una gorra de béisbol que claramente se había quitado al verme llegar. Supuse que estaba en la comisaría cuando me llamó, y por eso le sugerí que se reuniera conmigo en casa de Aubrey y me acompañara a mi ático. —¿No estás de servicio hoy? Sacudió la cabeza. —Día libre. —Ahora me siento mal por haberte pedido que vinieras. —Invítame un café y lo dejaremos en paz. —Ayer intenté tomar un café y no me fue muy bien. Estoy haciendo un boicot a todas las cafeterías en este momento.

Se rió. —Me parece justo. —Pero mi asistente hace los mejores cafés con leche de Manhattan. Después que apacigües mis locos temores de que un asqueroso esté al acecho bajo mi cama, ella te hará lo que tu corazón desee. —Tienes un trato, Sofia. Me acerqué al auto y él me abrió la puerta antes que pudiera tocar la manija. Luego subió detrás de mí, abrochándose el cinturón mientras saludaba a Glen y le pedía que me llevara a casa. Veinte minutos más tarde, estábamos aparcados fuera de mi edificio. Mi teléfono seguía repleto de mensajes, pero lo puse en silencio para bloquearlo todo hasta que terminara el viaje. —Gracias por hacer esto —le dije a Landon. Landon asintió. —No hay problema. Salió primero y me tendió la mano para ayudarme a salir. —Voy a estar en casa el resto del día —le dije a Glen—. Mañana también. —Muy bien, Sra. Kendrick. Sólo llame si cambia de opinión.

No lo haría. En cuanto Landon revisara todos los rincones de mi casa, me quedaría en la seguridad de mi solitario hogar hasta que me sintiera más yo misma y lista para volver a trabajar en el estudio. Salí del auto y tomé la mano de Landon. Luego lo conduje hasta la puerta de mi edificio. Pero antes de entrar, miré por la acera. Un hombre caminaba en dirección contraria, con una mochila verde colgada del hombro. Tenía el mismo andar que Dakota. El mismo cabello negro. Entrecerré los ojos, estudiándolo más de cerca. —¿Vienes? —Landon robó mi atención. —Eh, sí —le dije, pero volví a mirar hacia la acera a tiempo de ver al hombre doblar la esquina de la manzana y desaparecer. Mi imaginación era cruel. Deseaba que dejara de conjurar al hombre que necesitaba tan desesperadamente. El hombre con el que había soñado anoche. Dondequiera que mirara, veía a Dakota. Pero no estaba aquí. Había vuelto a su vida sin siquiera mirar atrás.

Estaba tumbado en el sofá de mi salón cuando se abrió la puerta principal. No me levanté. Mis ojos permanecían pegados al partido de béisbol en la televisión, aunque no lo estaba viendo realmente. —¿Dakota? —La voz de mi tío llegó en la habitación—. ¿Eres tú? —Sí. Xavier entró en la habitación. —Yo, eh, pensé que estabas en Nueva York. —No. —Ya no. No desde que llegué justo a tiempo para ver a Sofia con otro hombre. Anoche no había trabajado en el bar, pero había pasado a recoger mi paga. Estaba bromeando con Thea cuando recibió la llamada que Sofia había sido asaltada.

En cuanto me enteré, salí corriendo por la puerta, llegué a casa y metí algo de ropa en una mochila. Luego me dirigí al aeropuerto y compré el único billete disponible para Nueva York. Mi vuelo tenía dos escalas diferentes, lo que me hizo llegar después de la medianoche. Pero mi segundo vuelo se retrasó, haciéndome perder el tercero. Después de dormir en un banco del aeropuerto, finalmente llegué a la ciudad esta mañana. Parecía que había pasado un mes, no menos de un día. Durante el viaje, intenté llamar al teléfono de Sofia miles de veces, pero cada vez me enviaba directamente al buzón de voz. Incluso si hubiera contestado, habría hecho el viaje. Hablar con ella no era suficiente. Tenía que verla. Tenía que saber que estaba bien y sostenerla en mis brazos para sentir que estaba a salvo. Maldito sea el costo. Mi vuelo costó mil dólares, mi viaje en taxi hasta el edificio de Sofia cien. El viaje en taxi de vuelta al aeropuerto había sido igual. El tiempo no estaba de mi lado. Me bajé del taxi, dispuesto a rogar al portero de Sofia que me ayudara a localizarla, justo a tiempo para verla salir de su auto con la mano en la de otro hombre.

Me alejé de ellos, incapaz de mirar, y caminé tres manzanas mientras mi cabeza daba vueltas. Luego pedí otro taxi, volví al aeropuerto y pasé el día volando a casa. Ya casi había oscurecido, lo cual era bueno. Estaba listo para que este día terminara y para olvidar que había sucedido. —¿Qué estás haciendo aquí? —le pregunté a Xavier. No estaba enfadado porque hubiera venido. Todavía tenía una llave, ya que esta había sido su casa no hace mucho tiempo. Pero realmente no quería compañía. No esta noche. —Necesitaba que me prestaran el foco de tu tienda. El mío se apagó mientras trataba de terminar un proyecto en el jardín de Hazel. Vi tu camioneta en la tienda y vine. Asentí con la cabeza. —¿Encontraste el foco? —Lo hice. Tomó asiento en un sillón reclinable, acomodándose como si estuviera aquí para ver el partido. En realidad, sólo esperaba que le dijera por qué se había interrumpido mi viaje. —No quiero hablar de ello. Pero hazme un favor, no le digas a nadie que fui a Nueva York. Pídele a Hazel que lo mantenga en secreto también. —De acuerdo.

—Gracias. Ya era bastante embarazoso sin que todo el pueblo de Lark Cove lo supiera. Tal vez, si tenía suerte, podría convencer a Thea que también lo mantuviera en secreto. Xavier se inclinó hacia delante y agarró el mando a distancia de la mesita, subió el volumen y se relajó en la silla. —Dije que no quiero hablar de ello. —¿Quién está hablando? Estoy viendo el partido. —Bien. —Apreté los brazos sobre el pecho. Estuvimos sentados durante una entrada, sin que ninguno de los dos equipos marcara, hasta que llegaron los anuncios. Xavier se movió en su silla, riéndose de uno de los anuncios. Quería a mi tío, pero no tenía ganas de escucharlo reír en ese momento. —¿Necesitas algo más que el foco? —pregunté. —No. —Pensé que estabas trabajando en un proyecto para Hazel. Se encogió de hombros. —No es urgente.

—Estoy seguro que te está esperando en casa. —Ella sabe dónde estoy. A la mierda mi vida. No se iba a ir de aquí hasta que lo consiguiera todo. Respiré hondo, me pasé las manos por la cara, bajé las piernas y me senté. —Estaba con otro hombre. —Pensé que no querías hablar de ello. —No quiero. Pero no te irás de aquí hasta que yo lo haga, así que será mejor que acabemos con esto. Xavier silenció el juego y me prestó toda su atención. —Cuando estés listo. —Fui a Nueva York. Estaba con otro hombre. Mi tío asintió con la cabeza pero se quedó callado. Tras años de trabajar como policía y escuchar confesiones, sabía cuándo debía presionar para obtener más. También sabía cuándo su sospechoso iba a soltarlo de buena gana. —Me siento estúpido. Fue una estupidez gastar dinero que no tengo e ir allí. Fue estúpido pensar que ella me querría allí. Fue estúpido pensar que ella no seguiría adelante con el tiempo. Terminamos las cosas. Nos separamos. Y ahora me siento jodidamente estúpido.

—No lo eres. Me burlé. —Vamos. Fue una estupidez. —¿Por qué terminaron? —Xavier llevaba meses queriendo hacer esa pregunta, pero nunca le había dado una oportunidad. Pero ahora que la puerta estaba abierta, no dudé en atravesarla. —No hay futuro allí. Ambos lo sabemos. Era mejor terminar las cosas antes que después. —Pero te preocupas por ella. —Obviamente. —No habría volado a Nueva York y vuelto en veinticuatro horas por nadie más que por Sofia. —Entonces, ¿por qué no intentarlo? —Como dije, no veo un futuro allí. —Esa caja negra se había hecho más grande estos últimos meses—. Hay demasiados obstáculos. —¿Es por lo de la larga distancia? —Eso es uno de ellos. Xavier se inclinó hacia delante, con los codos apoyados en las rodillas, mientras pensaba en ello. —¿Es su dinero?

—Sí y no. Nos diferencia, seguro. Yo no lo quiero. Pero me alegro de que lo tenga. —Entonces, ¿qué es? Tienes que explicármelo, amigo. —No lo sé. —Suspiré—. Tengo la cabeza tan revuelta que es difícil desenredarlo todo. —Sólo empieza a hablar. Respiré profundamente, sabiendo que si alguien podía ayudarme a dar sentido a estos sentimientos, sería Xavier. Era la única persona que no juzgaba mis decisiones vitales. —Mamá y papá tienen esta imagen de cómo es el éxito. Vivir en la reserva. Trabajar para nuestra gente. Casarme con la mujer adecuada y tener tantos bebés como pudiera hacer. —Pero esa no es la vida que quieres. —No, no lo es. Pero todavía está ahí. Está aquí. —Me pongo la palma de la mano en el corazón—. Lo dejé atrás, pero eso no significa que no haya venido conmigo. Ese futuro, el que querían para mí, está calado hasta los huesos. No desaparece porque me haya mudado fuera de la reserva. No importa qué vida elija para vivir, aunque me haga feliz, algo distinto a lo que me enseñaron a querer se siente como una traición constante. Era un peso invisible del que era imposible desprenderse.

—Lo entiendo. —Xavier asintió—. Me costó muchos años dejarlo pasar. Ojalá pudiera decirte que es fácil. No lo es. Llevará tiempo. —Sí. Quizás con el tiempo ya no me importe. Pero el hecho es que, ahora mismo, sí me importa. Me importa que mis padres vean esta vida como un fracaso. Que mis hermanas no me admiren como antes. Tal vez si puedo mostrarles que tengo éxito, demostrar que esta fue la elección correcta, verán las cosas de manera diferente. —Pero —Xavier se levantó de la silla y se acercó al sofá. Puso su mano sobre mi rodilla—, puede que no lo hagan. No importa el éxito que tengas, puede que nunca entren en razón. Hablaba por experiencia. Había hecho todo lo que se había propuesto. Xavier se había hecho policía y se había trasladado a una ciudad predominantemente blanca. Había luchado contra los estereotipos y los prejuicios para convertirse en sheriff. Y lo había hecho muy bien. Pero por mucho tiempo que ocupara el cargo, por muchos elogios que recibiera de la población de Lark Cove, nunca había sido suficiente para nuestra familia. Ninguno de ellos se había molestado en venir a conocer a su mujer. Si a Xavier le molestaba, no lo había mencionado. Había perdido la esperanza en ellos hace mucho tiempo. Pero no estaba preparado para admitir la derrota. Todavía no. Tenía fe en que si podía convencer a papá, todos los demás entrarían en razón.

—Vale la pena intentarlo. —Pues inténtalo. —Xavier me dio una palmadita en la rodilla—. ¿Cómo se relaciona esto con Sofia? —Tiene tanto dinero. Tanto puto dinero que ni siquiera puedo entenderlo. Y si estuviera con ella, ¿cómo le demostraría a papá que tengo éxito por mi cuenta? La sala se quedó en silencio mientras Xavier dejaba que mis palabras calaran. Pensó en ellas durante unos largos minutos hasta que, finalmente, habló. —Eres orgulloso, Dakota. —Lo soy. Xavier me dio una palmada en el hombro y se levantó del sofá. Pensé que volvería a su sillón, pero no lo hizo. Salió del salón y se dirigió a la puerta principal. —¿Ningún consejo? —Llamé. Se detuvo en la entrada, mirándome por encima del hombro. —Ya sabes lo que tienes que decidir. Elige tu camino. Bajé la mirada al suelo mientras él abría y cerraba la puerta tras de sí.

Elige tu camino. Tenía razón. Tenía que elegir y vivir con las consecuencias. Mi familia podría no aceptarlo. Puede que no acepten mi estilo de vida y mis elecciones, por mucho éxito que tenga. Pero podrían hacerlo. Todavía había una pequeña posibilidad que abrieran su mente y entraran en razón. Si involucraba a Sofia, esa oportunidad se esfumaba. ¿Por qué me estaba estresando por esto? No importaba, ya no. Sofia Kendrick ya no era un factor porque había seguido adelante y había encontrado a otro hombre. Lo había visto con mis propios ojos esta mañana. Así que seguiría mi camino, hacia el futuro que veía tan claro como el día. Iba a dejarme la piel, hacer todo lo posible por recuperar la gracia de mi familia mientras seguía viviendo en Lark Cove, y luego a viajar por el mundo. Sofia sería algún día un recuerdo lejano. No podía dejar que una mujer con la que había pasado dos semanas colectivas me hiciera cuestionar las decisiones que había tomado años atrás. Me levanté del sofá y me pasé una mano por la cara. Ella se fue. Se fue. Bien por ella.

Tomé mi teléfono de la mesa de café y fui a mis contactos. Saqué su nombre, pero no me atreví a borrarlo. En su lugar, pulsé su número -el que había tocado durante toda la noche anterior- y escuché cómo sonaba. —¿Hola? —respondió ella. —Hola. Se quedó callada. —Sofia. —Estoy aquí. Sí, lo estaba. Estaba en Nueva York y fuera de mi alcance. Probablemente estaba en los brazos de quienquiera que fuera ese tipo. Probablemente no estaba empeñado en demostrarle algo a su familia. Probablemente le importaba una mierda que Sofia fuera más rica que el pecado. Probablemente no sabía lo afortunado que era. —¿Estás bien? —Me asaltaron —susurró. Mi corazón se rompió. —¿Estás bien?

—Se llevó mi bolso, mi teléfono y otras cosas. —¿Pero estás bien? —Me besó —Su voz tembló—, en la sien. Donde tú me besaste. Él… —Sofia —la interrumpí—, ¿estás. Bien? Necesitaba escuchar las palabras. Después de todo, no había sido suficiente con verla. —Sí, estoy bien. Mi cuerpo se inclinó hacia atrás hasta que mis rodillas chocaron con el sofá y me desplomé en el asiento. Dejé caer la cabeza sobre mi mano libre y me pellizqué el puente de la nariz. ¿Dónde carajo estaba su hombre cuando la habían asaltado? ¿Cómo pudo dejar que le pasara esto? ¿Cómo podía yo dejar que le pasara esto? —Lo siento. —¿Por qué? ¿Robaste mi bolso? —se burló. La esquina de mi boca se levantó. —¿De qué color era? Tu bolso. —Negro.

—La próxima vez toma tu rosa. Se rió, el sonido fue tan mágico que llenó el vacío de mi pecho. —¿Cómo estás? —Bien. —Mentira—. Este verano ha habido mucho trabajo en el bar, así que he pasado la mayor parte del tiempo allí. —Yo también he estado trabajado mucho. —¿Cómo va el estudio? —Genial. Podríamos expandirnos. Sonreí. —¿Ves? Lo estás haciendo bien. Sabía que lo harías. —Gracias. —Su sonrisa se hizo presente en su voz—. ¿Cómo van tus propiedades? ¿Cómo está Arthur? —Van bien. Él está bien. Feliz desde que finalmente eché a mi otro inquilino. Últimamente me está pateando el culo al ajedrez. He estado distraído, por lo que mi juego está destrozado. —¿Distraído? ¿Por qué? Por ti. —Tengo muchas cosas en la cabeza. —Oh.

Un silencio incómodo se extendió entre nosotros. Odiaba las conversaciones triviales. No se me daba bien con nadie, y menos con ella. Estábamos muy metidos en el tema. Y todo lo que quería de ella era la verdad. Quería que admitiera que había conocido a alguien. Para acabar con mi miseria. —¿Alguna otra novedad? —Estaba pescando. —En realidad no. —Hmm. —Mentira. El sentimiento luminoso que su voz me había dado se apagó. La niebla en la que había estado sumido durante tres meses no se había disipado mucho. Esperé unos segundos más, con la esperanza que lo escupiera. Cuando no lo hizo, me enfadé. Ella no podía saber que los había visto juntos. ¿Cómo iba a saberlo? Pero al menos podría tener la decencia de decírmelo. Significábamos mucho el uno para el otro, ¿no es así? ¿Suficiente para la honestidad? Tal vez no. Tal vez me había embriagado tanto con ella que había visto todo mal. —¿Sigues ahí? —preguntó. —Sí, pero tengo que irme. Cuídate, Sofia.

—Oh, BieColgué y tiré el teléfono a un lado. Luego dejé caer la cara entre las manos. ¿Qué me pasaba? Antes que pudiera sumergirme en ese agujero de gusanos de la pregunta, mi teléfono sonó. Lo contesté. —¿Sofia? —Hola —respondí. —¿Qué demonios? Mi columna vertebral se enderezó. —¿Eh? —¿Qué demonios, Dakota? —dijo ella—. ¿Por qué acabas de colgarme? —Lo siento. —¿Lo haces? Hace meses que no hablamos. Llamas para preguntar si estoy bien. ¿Y luego me cuelgas? Después de todo, al menos podríamos ser amigos. —¿Amigos? —Estábamos tan lejos de ser amigos que ni siquiera era una mancha en el horizonte.

—Amigables. —O lo que sea. Al menos podríamos ser sinceros el uno con el otro. —Honestidad. ¿Quieres hablarme de honestidad? —resoplé—. Eso es hipócrita. —¿Hipócrita? ¿De qué estás hablando? Siempre he sido honesta contigo. —¿De verdad? —Me puse de pie y me paseé frente al sofá—. Entonces, ¿qué tal si eres sincera y me dices que has seguido adelante? —¿Seguir adelante con qué? —Maldita sea. ¿De verdad me estás dando un sermón sobre ser honesto y ni siquiera puedes admitir que estás viendo a alguien? —¿De qué estás hablando? —Estoy hablando que tú y un tipo salieron de tu auto esta mañana, tomados de la mano. Estoy hablando que seas honesta conmigo o al menos que no me sermonees para que sea honesto contigo. Mi voz atravesó la habitación, resonando en la pared del fondo. Entonces se hizo el silencio. Demasiado silencioso. —Me viste —susurró.

—Sí. —Me viste. —Sí. —Eras tú quien se alejaba esta mañana. No lo soñé. Dejé de pasearme. —¿Me viste? —¡No, tú me viste! —gritó—. ¡Estabas aquí! Y no viniste a mí. Estabas aquí y me dejaste. —Estabas con otro hombre. ¿Qué demonios pensabas que iba hacer? —¡Venir a mí! —Su grito me hizo estremecer—. Te necesitaba. Te necesitaba, Dakota. Y estabas aquí y te fuiste. No estoy saliendo con nadie. Estoy tan enamorada de ti que apenas puedo ver con claridad. Ese hombre fue el policía que se encargó de mi caso. Estuvo allí después que me asaltaran. Me habló de ello. Se sentó conmigo cuando mis manos no dejaban de temblar. Me trajo agua cuando sentí que me desmayaba. Necesitaba que alguien me acompañara a mi apartamento porque estaba aterrorizada y sola. Oh. Maldito infierno. —Sofia... —No. Te necesitaba y te fuiste. Pensé que significaba más para ti que eso. Realmente lo hice. ¿Pero esto? Hemos terminado. Tenías razón. No tenemos un futuro.

—Sofia... —Cuídate, Dakota. —Escupió mis propias palabras en mi oído y luego colgó. —Mierda. —Tiré el teléfono al sofá y me pasé las manos por el cabello. Me dirigí a la cocina y miré por la ventana sobre el fregadero hacia el patio. Hoy tenía que cortar el césped. Podía podar uno de los arbustos de la entrada. Debería rellenar mi comedero de pájaros con algunas semillas. Tenía muchas cosas mejores que hacer en mi vida que preocuparme por una mujer en Nueva York. Pero en lugar de eso, volví a la sala de estar, agarré mi teléfono y pulsé su número. —¿Qué? —respondió ella. —Lo siento. —Viniste aquí. —Estaba preocupado. Me enteré de lo que pasó y tomé el primer vuelo. —Te necesitaba. —Ella sorbió y eso me cortó el corazón.

Estaba llorando. Estaba seguro de ello. La había hecho llorar. — Joder, lo siento. —No podemos seguir haciendo esto. No puedo hacer esto. Si no tenemos un futuro, tenemos que parar. —Lo sé. —Me destrozó, pero tenía razón. —Quizás algún día te vuelva a ver. —Me gustaría eso. Los tres latidos siguientes se sintieron como si me clavaran clavos en el pecho. —Cuídate, Dakota. —Lo mismo digo, Sofia. Colgué, sabiendo que esa llamada sería la última. La había defraudado, había roto su confianza. A decir verdad, me había defraudado a mí mismo. Me metí el teléfono en el bolsillo y salí a la calle, donde me pasé el día partiéndome el culo en mi jardín. Tratando de olvidar a Sofia Kendrick.

Dos meses después...

—Entonces, ¿qué vas a ser para Halloween? —preguntó Landon. Tragué mi bocado de pasta y sonreí. —Una bailarina. Unos cuantos nos vamos a disfrazar en el estudio ese día. —Realmente te estás diversificando con eso. Me reí. —¿Y tú? —Un bombero. —Un policía disfrazado de bombero. Sí, tú también te estás esforzando mucho.

Los dos nos reímos, con nuestras sonrisas blancas en la oscura cabina del restaurante italiano al que me había llevado a cenar. En los últimos dos meses, Landon McClellan había demostrado que mi primera impresión había sido acertada. Era amable y cariñoso. Era reflexivo. Pero su característica más fuerte, con diferencia, era la terquedad. Le había dicho eso hace una semana. Se había reído, diciendo que prefería que lo llamaran persistente. Desde el día en que lo llamé y le rogué que "revisara" mi penthouse, me había invitado a salir en innumerables ocasiones. A desayunar. A almorzar. A cenar. Yo había rechazado todas sus invitaciones, excepto las de quedar con él para tomar un café los domingos por la mañana. Aun así, no importaba cuántas veces dijera que no a una comida compartida, él seguía pidiéndolo. Al principio, no había sido nada difícil rechazar a Landon. Había estado tan destrozada por Dakota, tan confundida, que no había querido tener nada que ver con los hombres como especie. Pero Landon no aceptaba un no por respuesta. Siguió quedando conmigo para tomar café los domingos, fingiendo que mi último rechazo nunca había ocurrido. Las mañanas de los domingos se habían convertido en el punto culminante de mi semana, porque Landon se había convertido en uno de mis mejores amigos.

Tomábamos café. Incluso se pasaba de vez en cuando por el estudio para saludar. Dos de las instructoras me habían dicho con toda claridad que si no iba a salir con el oficial, estarían encantadas de aceptar sus invitaciones en mi nombre. El domingo pasado, cuando me invitó a cenar, no había ninguna esperanza en su voz. Aun así, me convenció, jurando que los palitos de pan de este pequeño restaurante de mala muerte eran los mejores que había probado. El truco de los palitos de pan me había convencido. La cara de asombro que puso cuando acepté fue una recompensa añadida. Así que aquí estábamos, comiendo pasta y bebiendo vino tinto. Los palitos de pan habían sido devorados hacía tiempo. Y, como en nuestros descansos matutinos de los domingos, no hablamos de nada serio. Tal vez por eso Landon y yo habíamos desarrollado esta amistad. Porque nada en él era demasiado serio, excepto su trabajo. Pero en cuanto a la personalidad, era una de las personas más relajadas que había conocido. Y después de todo lo que había pasado con Dakota, necesitaba algo de luz. Estar cerca de Landon era refrescante. Ligero. Casual. Vacío. Esta cita para cenar había confirmado la sensación que había tenido durante varios domingos. Landon McClellan era un buen

hombre -ahora sabía detectar mejor a los buenos- pero no era para mí. No había una pasión desbordante, una desesperación que me robara el corazón. No había latidos de corazón saltados ni estremecimientos de todo el cuerpo. No había potencial para el amor. Aun así, tenía una deuda con Landon. Me sentía sola y triste. Me faltaba un pedazo de mi corazón. Y por primera vez en mi vida, la atención de un hombre no había llenado ese vacío. No había saltado a la oportunidad de otra relación. Estaba pasando por un momento difícil, había aparecido un hombre y no me había enamorado de él. Tal vez mis sentimientos no estaban tan destrozados como había pensado. Le había dicho a Aubrey que no podía confiar en mis sentimientos por Dakota. No lo hice entonces. Ahora sí. Estaba enamorada de Dakota Magee. Lo amaba con una desesperación que me consumía, que me robaba el corazón. Mi maldición era enamorarme de hombres que no podían amarme a cambio. —¿Ves a ese hombre de ahí? —Landon se inclinó sobre la mesa para susurrar, señalando con la cabeza al hombre que estaba sentado solo tres mesas más allá.

Miré rápidamente. —Sí. ¿Qué pasa con él? —Va a invitar a salir a la camarera. —¿Va hacerlo? ¿Cómo lo sabes? Landon se encogió de hombros. —Sólo es una teoría. Supongo que viene mucho por aquí. Solo. Siempre se sienta en su sección. Y se está armando de valor para invitarla a salir. —Interesante. —Divisé a la camarera unas mesas más allá, retirando algunos platos—. ¿Crees que se lo pedirá esta noche? —Yo apostaría por ello. Sonreí. —¿Cuánto? —¿El ganador paga la cena? Extendí mi mano a través de la mesa. —Te toca. Pasamos el resto de la comida observando al hombre, con cuidado que no nos atrapara mirando. Aunque apostaría con Landon lo contrario, en secreto esperaba que el hombre invitara a salir a la camarera. Tenía una cara amable y la miraba con tanta adoración. Parecía agotada mientras corría de un lado a otro, con el cabello cayendo de su coleta. Parecía que le vendría bien que alguien la animara.

Cuando se acabó la pasta y cada uno de nosotros tomó un tiramisú, el hombre aún no se había animado. Estaba empezando a perder la esperanza. —¿Me disculpas? —Puse mi servilleta en la mesa mientras me levantaba de mi asiento. —¿A dónde vas? —preguntó Landon cuando di un paso al otro lado del restaurante y no hacia los baños del fondo. Me limité a guiñar un ojo y a pavonearme hacia la mesa del hombre. —¿Señor? —saludé al hombre. —¿Sí? —¿Puedo ofrecerte un consejo no solicitado? —No esperé a que respondiera—. Pregúntale. Te pagaré la cena si dice que no. Pero no creo que lo haga. —Yo, eh… —Parpadeó y se giró por encima del hombro para asegurarse que la camarera no lo había oído. —Sólo pregúntale. Lo tienes. —También le guiñé un ojo, me giré hacia los baños y salí de la habitación. Después de volver a aplicarme un poco de brillo de labios y lavarme las manos, volví a mi mesa.

Landon sonreía, aunque negaba con la cabeza. —¿Olvidaste qué lado de la apuesta tomaste? —No. Y parece que regresé justo a tiempo. —Me volví a acomodar en mi asiento, me giré y ni siquiera intenté disimularlo mientras veía cómo el hombre le hacía señas a la camarera, se levantaba de su asiento y se presentaba. Después de su apretón de manos, las palabras "café" y "mañana por la mañana" salieron. Ella se sonrojó, enderezando el delantal en su cintura. Luego asintió con la cabeza, sonriendo mientras decía su número de teléfono. —¿Qué le dijiste? —preguntó Landon. —Sólo le ofrecí un consejo. —Un consejo que Dakota me había dado no hace mucho tiempo. —Te das cuenta que no voy a dejar que me invites a cenar. No me importa si hicimos una apuesta. Esto era una cita, y soy un caballero. —Me parece justo. No había dejado que Landon me comprara nada en los últimos dos meses. Nunca un café. Nunca un panecillo o un bagel. Había trazado esa línea para que supiera que nuestros encuentros dominicales no eran citas.

Excepto que esta era una cita. La primera. Y la última. Más tarde, esta noche, cuando saliéramos del restaurante, tendría que trazar otra línea. No me hacía mucha ilusión esa conversación, pero esperaba poder decepcionarlo fácilmente. La camarera se acercó, con una sonrisa más brillante que la que había tenido en toda la noche, y nos entregó la cuenta. Fiel a su palabra, Landon pagó nuestra comida y me acompañó fuera. —¿Quieres dar un paseo? —preguntó. —Claro. —Estaba oscuro y la idea de estar al aire libre todavía me ponía nerviosa. Pero estábamos en un barrio tranquilo -el restaurante italiano era un pequeño establecimiento local- y me sentía segura con Landon. Salimos a un ritmo tranquilo, disfrutando de la cálida noche de otoño. Aunque me aseguré de abotonar mi abrigo de lana y meter las manos en los bolsillos. —Así que... no quiero ponerte en un aprieto ni nada. —Landon me miró con una sonrisa de lado—, pero para ponerte en un aprieto, ¿qué posibilidades tengo de conseguir una segunda cita? —No muchas. —Me lo esperaba. —Su sonrisa se mantuvo en su lugar—. Nos falta algo.

—¿Tú también lo crees? —Sí. —Landon levantó una mano—. No me malinterpretes. Eres una mujer increíble. Pero nos falta… —Pasión. Asintió con la cabeza. —Esa es una buena palabra para describirlo. —Puede que no tengamos material para una pareja, pero me vendría bien un buen amigo. ¿Interesado? —Definitivamente —dijo Landon sin detenerse. Seguimos caminando y, después de unas cuantas manzanas, me miró y tarareó. Abrió la boca, pero antes de decir algo, sacudió la cabeza y volvió a dirigir su atención hacia delante. —¿Qué? —presioné. —Nada. Golpeé su codo con el mío. —Cuéntame. —Creo que saldrá mal. —Eh, bien. —No estaba segura de lo que significaba exactamente.

—Es que... Estaba pensando en mi mujer ideal. —Que no soy. —No. Lo siento. —Se rió—. Pero estaba pensando que si una mujer hermosa e inteligente como tú no es mi tipo, ¿quién lo es? —Parece que debería ser más fácil, ¿no? ¿Encontrar a la persona adecuada para amar? —Tú lo dijiste. —Esta es probablemente una extraña conversación post cita — dije—. Pero ahora somos amigos. Así que tengo curiosidad. Cuando piensas en tu mujer ideal, ¿cómo es? —Tienes razón. Esta es una extraña conversación post cita. —Se rió—. Pero somos amigos. —Sí, así es. —Yo, eh… —Se frotó la nuca, dudando. Luego dijo—: No quiero que te lo tomes como algo personal. —No lo haré. Lo prometo. —De acuerdo. Bueno, creo que necesito una mujer que no sea tan fácil de tratar como tú.

Me paré en seco en la acera. —¿Crees que soy fácil de tratar? Se detuvo y se giró. —Sí. Eres fría. —Espera. —Saqué mi teléfono del bolso y abrí la cámara—. Dilo otra vez, esta vez para que pueda grabarlo. Nadie, y me refiero a nadie en la historia de mi vida, me ha llamado fría. Tranquila tal vez. Pero no fría. —No. —Landon sonrió, giró el teléfono para que estuviera en la grabación de vídeo, y luego dijo—: Sofia Kendrick. Eres fría. Sonreí mientras pulsaba el final de la grabación. —Creo que nuestras definiciones de frialdad son diferentes. —Tal vez. —Asintió y reanudamos la marcha, ambos con sonrisas cómodas—. Tal vez frío no sea el término adecuado. Pero me gusta provocar a las mujeres. Quiero a alguien que se enfrente a mí en un debate. Alguien que se enfurezca de vez en cuando. Alguien obstinado y con voluntad de hierro. Un desafío. De nuevo, sin ofender. Pero creo que la apuesta de esta noche fue la primera vez que tomamos una posición opuesta en algo. Y terminaste poniéndote de mi lado de todos modos. Ahora entendía lo que quería decir con lo de la frialdad. Aunque creo que me confundía con la frialdad cuando, en realidad, se trataba de una mutua falta de pasión por el otro. —Así que quieres una mujer que te mantenga alerta.

—Exactamente. La cara de mi hermana apareció en mi mente. Miré el perfil de Landon, estudiando el puente recto de su nariz. Le daría a Aubrey una oportunidad por su dinero, eso era seguro. —Deberías invitar a salir a mi hermana. —¿Tu hermana? —preguntó con escepticismo—. ¿No sería extraño? —¿Para mí? Para nada. Y si quieres una mujer desafiante, no hay nadie que haya conocido en Manhattan que sea más desafiante que Aubrey. Oculté una sonrisa al pensar en que la invitaría a salir sin descanso. Haría que el agente McClellan tuviera que superar un sinfín de obstáculos sólo para atravesar la puerta principal de Kendrick Enterprises. Pero él la perseguiría. Persistentemente. Aparte de Landon, no podía pensar en ningún hombre que me hubiera perseguido; tampoco es que yo hubiera hecho que alguno de ellos me persiguiera mucho. Uno de los muchos problemas en todas mis relaciones anteriores había sido el esfuerzo, o la falta de él.

Mi hombre ideal me perseguiría con salvaje abandono. No aceptaría un no por respuesta. No habría ningún obstáculo, ningún problema familiar, ninguna distancia, nada que lo alejara. —Piénsalo —le dije a Landon—, tienes su número. Y no es que lo necesites, pero tienes mi bendición. —Gracias. —Creo que será mejor que también te desee suerte. Aubrey es única. Volvió a reírse y no dijo mucho más por el resto de nuestro paseo. ¿Había despertado su interés? ¿Había plantado la semilla? Crucé los dedos, esperando que un hombre tan agradable como Landon pudiera superar todos los obstáculos de Aubrey. Después de unas cuantas manzanas más, envié un mensaje a Glen y éste vino a recogerme. De pie junto a la puerta del auto, me puse de puntillas y deposité un beso en la mejilla de Landon. —Gracias por la cena. —De nada. ¿Qué tal un café uno de estos días? —Me gustaría. —Le di las buenas noches con la mano y me subí al coche, con destino a casa. Las calles estaban tranquilas para variar, el tráfico era escaso y ni un solo taxi hizo sonar el claxon en el camino de vuelta al SoHo. Cuando salí del auto, casi había paz. Las hojas de los árboles que

rodeaban mi calle habían empezado a caer, salpicando la acera de amarillos limón y rojos cereza. Saludé con la cabeza al portero mientras me abría la puerta. Luego me dirigí al ascensor, subiendo a mi ático vacío. Esta era la peor parte de la noche. La parte en la que entraba por la puerta principal y me preguntaba qué estaría haciendo Dakota. Me imaginaba a los dos juntos contra la pared de la entrada. Recordaba lo que había sentido al tenerlo en mi sofá. Me metía en la cama y pensaba en el frío que hacía sin él bajo mis sábanas. No había tenido noticias de Dakota desde nuestra pelea. El día que le colgué, tomé la decisión de no volver a llamarlo. Si tenía algo que decir, podía llamarme. No lo había hecho. Y la herida que había infligido sólo se agravó. Había venido a Nueva York, había estado aquí cuando más lo necesitaba, y me había decepcionado. No se había preocupado por mí, ni siquiera como amigo, para acercarse. Eso me rompió. Porque yo movería montañas por él si estuviera herido o en problemas. Una vez más, me había lanzado por completo a una relación desigual.

Fui en busca de una distracción. Mientras caminaba por el pasillo hacia mi cocina, mi única compañía era el chasquido de mis tacones sobre el suelo de mármol. Junto a una pila de correo, Carrie me había dejado un montón de papeles para que los revisara. Durante el último mes, había estado mirando nuevos edificios en la ciudad. Aunque me encantaba el SoHo, estaba lista para un cambio. Así que le pedí a Carrie que empezara a buscar detalles sobre las opciones. Quería vivir más cerca del estudio. Sobre todo, quería un nuevo comienzo. En eso se había convertido este año para mí. La mudanza cerraría el círculo. Sería mi oportunidad de dejar en el pasado a la antigua Sofia, de la que había estado huyendo desde Año Nuevo. Aunque todavía había trozos de esa Sofia dentro de mí. Las buenas cualidades, las que la reportera se había negado a ver, habían estado ahí todo el tiempo. Era elegante. Era encantadora. Era ingeniosa e inteligente. Los cambios personales que había hecho este año habían hecho brillar un poco más esas cualidades.

Mientras hojeaba los papeles, mis dedos se detuvieron en el artículo del fondo. Era una carta dirigida a mí. El remitente tenía un nombre que reconocí. Uno en el que había pensado a menudo durante los últimos diez meses. Una que me hizo estremecer. Anne Asher. La reportera de NY Scene. Dudé sobre el sobre. Daniel había estado trabajando con varias revistas de la ciudad para hacer un reportaje sobre el estudio. Lo más probable es que fuera un aviso de que nos habían elegido para un artículo. Pero, ¿por qué la enviaron aquí, a mi ático? La curiosidad me ganó y la abrí con cuidado, nerviosa por si encontraba otra denuncia condenatoria en su interior. En su lugar, había una simple tarjeta con líneas azules pálido. Era del tipo de las que usan los niños cuando hacen fichas para estudiar las tablas de multiplicar. El reverso estaba en blanco. Su letra limpia, diminuta y concisa sólo ocupaba cuatro líneas en el anverso. Sra. Kendrick, Rara vez me equivoco. Felicidades por su éxito. AA

—¿Qué demonios? —Le di la vuelta a la tarjeta, asegurándome que no se me había escapado nada. Luego volví a leerla antes de volver a hurgar en el sobre, pero no había nada más. ¿Era una broma? ¿Era auténtica? Probablemente nunca lo sabría. No tenía planes de hacerme amiga de una mujer que había puesto mi mundo patas arriba por sí sola. Aun así, las comisuras de mi boca se levantaron al leerlo de nuevo. Se sentía un poco como una venganza, dulce y satisfactoria. Pero, sobre todo, se sintió como un orgullo. Anne Asher podía haber sido el catalizador, pero yo había hecho el trabajo. Le había demostrado a ella, y a mí misma, que Sofia Kendrick era más de lo que había visto. Recogí el sobre y la tarjeta y me dirigí al cubo de la basura, depositando ambos en su interior. Luego recogí las hojas de especificaciones de los apartamentos que Carrie había dispuesto para mi revisión, y las llevé a la sala de estar. Acababa de ponerme cómoda cuando sonó mi teléfono. Se iluminó con un número desconocido, pero con el código de área de Montana. —Hola —respondí.

—¿Sofia? Soy Xavier Magee. El corazón se me subió a la garganta. Su presentación fue ronca y hosca. Nada en su tono transmitía que se tratara de una llamada amistosa. Mi mente pensó inmediatamente en lo peor, en que le había pasado algo a Dakota, de manera que fui incapaz de hablar. —¿Estás ahí? Asentí con la cabeza, disipando el bulto lo mejor que pude. — Estoy aquí. —Yo, eh, no sé si te enteraste. El padre de Dakota falleció a principios de esta semana. —Oh, Dios mío. —El mundo se inclinó de lado, y planté una mano en el sofá para no caerme. ¿Cómo es que recién me entero de esto? ¿Por qué Thea o Logan no me lo habían dicho? Probablemente porque la última vez que había hablado con Logan le había dicho sin ambages que no quería oír nada sobre Dakota. Ese tema estaba fuera de los límites. Aun así, su padre había muerto. Merecía saberlo. —¿Por qué nadie me llamó?

—Nadie está llevando esto bien, Dakota incluido. Nos dijo a todos que había ocurrido una situación familiar y se fue a casa. Ninguno de los presentes lo sabía. Dakota me llamó hace apenas un día y me contó lo de Joseph. Su familia, mi familia, no me querían en el funeral. Él fue en contra de ellos y me invitó de todos modos. Enterramos a mi hermano esta tarde. —Lo siento mucho, Xavier. —Cerré los ojos, dejando caer mi frente sobre una mano—. ¿Cómo murió? —Ataque al corazón. Nadie lo vio venir. —¿Y Dakota? ¿Cómo está? —No está bien. No lo admite, pero lo está pasando muy mal. Él y su padre no tuvieron la mejor relación estos últimos cinco años. Ahora no tiene la oportunidad de arreglarlo. Mis ojos se inundaron, mi corazón se hizo añicos por Dakota. — ¿Qué puedo hacer? —¿Te gustaría hacer un viaje a Montana? La respuesta inteligente era no. Todavía estaba herida y enojada con Dakota. Habíamos terminado. Pero lo amaba. Con cada latido de mi corazón, lo amaba. —Estaré allí mañana.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Thea cuando entré por la puerta trasera del bar. —Necesito trabajar. —Dakota… Levanté una mano. —Necesito trabajar. Abrió la boca para protestar de nuevo, pero la cerró con un movimiento de cabeza. —De acuerdo. —Gracias. Me dedicó una sonrisa triste. —Hoy tengo que hacer algunas cosas en la oficina. Estoy aquí si me necesitas. —Estoy bien.

Sabía que estaba mintiendo. Pero se quedó callada mientras se acercaba, me apretó el brazo durante un largo rato y luego pasó junto a mí y se dirigió a su despacho por el pasillo. Me acerqué al fregadero, me lavé las manos y vacié el lavavajillas. Thea ya había hecho las tareas de la mañana para abrir el local, así que busqué algunos artículos de limpieza y decidí que las estanterías de los licores necesitaban una limpieza a fondo, aunque yo lo había hecho la semana pasada. Más tarde, vaciaría y limpiaría todos los cajones y armarios. Luego limpiaría todos los cuadros de las paredes. No me importaba qué tipo de trabajo había que hacer, me inventaría tareas si era necesario. Sólo quería estar ocupado. Quería estar lejos de casa. Tal vez así lograría superar esto. Tal vez. Me desperté esta mañana completamente perdido. Papá y yo no habíamos estado cerca últimamente, pero él había sido un ancla. Una constante. A pesar de la distancia, sabía que estaba ahí. Ahora se ha ido. Una llamada telefónica hace seis días y quedé a la deriva. Mamá me llamó para contarme el ataque al corazón de papá, rogándome que fuera directamente a casa. Fui, en estado de shock.

No se me ocurrió llamar a nadie, ni a Xavier. Tardé más de veinticuatro horas en comprender lo que había pasado. Mi padre murió. Lo había perdido. Y estuve a punto de perder a mamá y a mis hermanas también. Estaban furiosas conmigo porque pensaba que Xavier merecía estar en el funeral de su hermano. Pero querían mantenerlo en la oscuridad. Mientras sostenía la mano de mamá en la funeraria, escuchando cómo organizaba los servicios para papá, lloraba y me suplicaba que ocultara la muerte de papá a Xavier. ¿Qué tan jodido fue eso? ¿Cómo de jodido fue que yo aceptara? Mamá no quería que el funeral girara en torno a la aparición de Xavier. Me dijo que ya había demasiadas emociones. Sería más fácil así. Era lo que Rozene y Koko ayudaron a meterme esa culpabilidad en la garganta. Así que le seguí la corriente... hasta el día antes del funeral. Volví a Lark Cove, fui directamente a la casa de campo y le conté a Xavier lo del infarto de papá. Xavier y Hazel fueron dos de los primeros en llegar a la tumba de papá. Si las miradas pudieran matar, mamá, Rozene y Koko me habrían puesto a dos metros de profundidad junto a papá.

Hice todo lo posible por ayudar a mamá y a mis hermanas durante el funeral, en la medida en que me lo permitieron. Estreché la mano y entablé una pequeña conversación con vecinos y parientes lejanos. No me acobardé cuando no dos sino tres miembros del consejo tribal me preguntaron si volvería a casa para presentarme como candidato al puesto de papá. Estaba ocupado, demasiado ocupado, para comprender el cambio de la tierra bajo mis pies. Pero entonces llegué a casa, donde no había distracciones ni familiares afligidos a los que consolar, y me golpeó la magnitud del terremoto. Mi padre murió. Quería gritar hasta que me sangraran los pulmones, sólo para liberar algo de este dolor de mi pecho. Mi padre murió. La última vez que lo vi fue en el hospital después de que Koko tuviera a su bebé. Desde entonces, tuvimos pocas llamadas telefónicas, ninguna de las cuales duró más de dos minutos. La mayoría de las veces estaban llenas de un silencio incómodo. ¿Qué fue lo último que le dije por teléfono? ¿Qué fue lo último que le dije aquel día en el hospital? Llevaba días intentando recordarlo, pero no podía recordar las palabras. Sólo sabía que las había dicho con rabia y frustración.

No podía retractarme. No podía corregir los errores entre nosotros. Porque el reloj se había parado. Porque mi padre había muerto. Saqué otra botella de la estantería, dejando ver un fragmento del espejo. Mis ojos se vieron en el reflejo. Estaban inyectados en sangre y vidriosos. Las ojeras colgaban casi hasta mis pómulos. Hace días que no dormía. Tenía demasiadas cosas en la cabeza para poder dormir. Había demasiadas decisiones que tomar. Vuelve a casa. Después que todo el mundo se fuera a casa tras el funeral y mis hermanas se retiraran a sus casas para acurrucarse con sus maridos e hijos, me fui con mamá. Nos sentamos en la mesa del comedor, envueltos en la pena, y ella dijo: "Vuelve a casa". No había sido una sugerencia ni una súplica. Había sido una orden. Un ultimátum. Lo primero que me vino a la mente fue que si volvía a Browning, no estaría en Lark Cove para ver a Sofia si alguna vez venía de visita. Aunque nuestra última llamada había sido un final definitivo, mi corazón roto se aferraba a una pizca de esperanza.

Con cada segundo que pasaba, se desvanecía. No estaría aquí la próxima vez que Sofia Kendrick viniera de visita. Volvería a la reserva. Si no quería alejar a mi madre y a mis hermanas, tenía que mudarme a casa. Bajé cinco botellas más, desempolvando la sección de whisky probablemente por última vez. Odiaba dejar a Jackson y a Thea abandonados, pero, ¿qué opción tenía? ¿Esperar a que mamá muera? ¿Esperar otra llamada telefónica o un ataque cardíaco sorpresa? Si no volvía, ¿me llamarían para el próximo funeral familiar? ¿O me convertiría en el próximo Xavier? Al menos él tenía una esposa. ¿Por qué iba a quedarme en Lark Cove si no tenía a nadie más que a mi tío? Podría llevarme un tiempo encontrar un trabajo, pero al final surgiría algo. Viajaría de un lado a otro para gestionar mis propiedades mientras tuviera sentido. Tal vez las vendería una por una si el mercado no se hundía. Tendría que encontrar a otra persona que entregara a Arthur la comida basura cada semana. Después de terminar una pared de estantes, me dirigí a la otra y me puse a quitarles el polvo. Trabajé deprisa, con la esperanza que me diera tiempo de hacer una limpieza a fondo de aquel armario en

el que amontonábamos todo lo que sobraba. Así evitaría que Thea lo hiciera por una vez. Me despedí del bar Lark Cove mientras limpiaba. Lo absorbí todo, sabiendo que no sería mi refugio durante mucho más tiempo. Aquí, había encontrado un escape. Había encontrado un trabajo. Había encontrado una familia. Pero ya era hora que volviera a casa con mi verdadera familia, con la gente que compartía mi sangre y mi nombre. Con la gente a la que había abandonado en nombre de la libertad. Los grilletes se cerraron en torno a mis tobillos ante la idea de empacar mis cosas y dejar mi casa. Esposas de hierro rodeaban mis muñecas. Pero aprendería a tolerarlas. Por la memoria de papá, encontraría la manera de llevar esas cadenas. La puerta se abrió detrás de mí. Volví a colocar las últimas botellas en su sitio y me giré para saludar a mi cliente, con un trapo para el polvo en la mano. —Buenos… ¿Petah? —Hola. —Saludó con la mano y cruzó la sala, escudriñando el bar mientras se acercaba. —¿Qué estás haciendo aquí? —Tiré mi trapo. —Quería saber cómo estabas. No pudimos hablar mucho ayer.

Petah me había buscado después del funeral. Estaba con Hazel y Xavier en el cementerio. El viento había soplado con fuerza, mordiéndonos la piel, así que no nos habíamos quedado mucho tiempo junto a la tumba de papá. Petah había sido una de las pocas personas en el funeral que reconoció a mi tío. Había saludado a él y a Hazel con una sonrisa, lo que significaba para mí más de lo que ella nunca sabría. Luego me dio el pésame y me abrazó con lágrimas en los ojos. —Este es un lugar agradable. —Petah sacó un taburete frente a mí y se sentó. —¿Puedo ofrecerte algo de beber? Ella asintió. —Quiero una Coca-Cola, por favor. —¿Sin hielo? —Petah siempre había odiado el hielo en su refresco. —Lo recuerdas. Me encogí de hombros. —Eres la única mujer en el mundo que prefiere el refresco tibio al frío. —No me molesta que esté fría. Sólo no me gusta el hielo. Le llené un vaso, prescindiendo a la pajita porque a ella tampoco le gustaban. Luego lo dejé en su sitio y me acerqué a la barra.

Se quedó sentada mientras yo le daba un abrazo y me acomodaba en el taburete a su lado. —¿Cómo lo llevas? —pregunté. —Se supone que debería preguntarte eso. —Estoy bien. —No, no lo estás. —Bien —admití—. No, no lo estoy. Sus ojos oscuros se encontraron con los míos. —Hace tiempo, solías hablar conmigo. Todavía puedes. —Érase una vez. Petah había sido la persona en la que había confiado cuando estaba enfadado con alguien en el colegio o molesto por la nota de un examen o enfadado por la decisión del árbitro en un partido de baloncesto. Para los problemas normales del instituto, había sido mi confidente. Pero nunca había hablado con ella de las cosas que importaban. Nunca había compartido mis deseos de salir de la reserva o mi necesidad de ver el mundo y liberarme. Ella no tenía idea de lo mucho que me había sentido asfixiado y atrapado, incluso de adolescente.

Para los verdaderos problemas, los verdaderos sentimientos, acudí a Xavier. Y Sofia. En los días que había pasado con Sofia, le había contado más sobre mí, sobre mi verdadero yo, de lo que Petah había sabido nunca. Excepto que Sofia no estaba aquí, y Petah sí. ¿Encontraríamos el camino de vuelta al otro cuando me mudara a la reserva? No había duda que a mamá le gustaría. A mis hermanas también. —Mamá quiere que me mude a casa. —Esperé una reacción, pero ella se limitó a mirarme fijamente—. Así que supongo que me mudaré a casa. —No quieres eso. —Sí —murmuré—. No lo quiero. Pero todo el mundo lo hace. Y no me digas que no estás en ese bando. —¿Me gustaría verte más? Sí. No voy a mentir. ¿Desearía que las cosas hubieran funcionado entre nosotros? Sí. Ambos lo sabemos. Pero, ¿alguna vez pensaste en preguntarme qué quería? No eres la única persona que quiere ciertas cosas en la vida.

Parpadeé, sorprendido por su tono cortante. Petah nunca me había contestado bruscamente. Ni una sola vez. —Yo... tienes razón. Lo siento. ¿Qué quieres? —Quiero un hogar y una familia. Quiero que mis hijos vivan cerca de sus abuelos. Quiero sentar cabeza y vivir una vida sencilla con un marido que además sea mi mejor amigo. Solía querer eso contigo porque eres un buen hombre que siempre ha sido amable conmigo. —¿Solías? Sus hombros cayeron hacia adelante. —Hubo un tiempo en que eras el hombre de mis sueños. Me aferré a ese sueño durante demasiado tiempo. Ya es hora de dejarlo ir. —No quería hacerte daño. —Lo sé. No hiciste nada malo. Por mucho que me gustaría culparte, no puedo culparte por seguir tu corazón. —Te lo agradezco. —Y si sirve de algo, creo que sería un error que te mudaras a casa. Suspiré. —Tengo que hacerlo. Mi padre murió.

—No perteneces a ese lugar, Dakota. —Petah puso su mano en mi antebrazo. —Lo sé. ¿Pero a dónde? —Mi voz se quebró, mis ojos buscaban la respuesta en los suyos. "¿A dónde pertenezco?" No era en Lark Cove. No era en la reserva. Necesitaba que alguien me lo dijera, porque estaba claro que no sabía cuál era mi sitio ahora mismo. —Conmigo. El susurro resonó en el bar. Me giré, buscando la voz que había estado escuchando en sueños durante los últimos dos meses. Encontré la fuente justo al lado de la puerta. Sofia. De pie, casi en el mismo lugar en el que había estado la primera vez. Llevaba el cabello suelto, más largo que hace unos meses. Se había rizado las puntas y se enroscaban hasta su cintura. Sus ojos estaban llenos de lágrimas. Lágrimas por mí. Y estaba usando esas malditas botas de nieve de nuevo. En octubre. Había extrañado esas malditas botas.

—Discúlpame. —Petah se levantó de su asiento y se inclinó, besando mi mejilla—. Adiós, Dakota. Le lancé una mirada rápida mientras se alejaba, pero me mantuve concentrado en Sofia. Sus ojos sostuvieron los míos, incluso cuando Petah pasó junto a ella y salió por la puerta. Cuando sólo estábamos los dos en el bar, rompí el silencio. — ¿Qué estás haciendo aquí? —Tu padre murió. —Mi padre murió. —La garganta me ardía como si alguien me hubiera pasado un hierro candente por la lengua. Llevaba días repitiendo esas tres palabras en mi cabeza. Ni una sola vez habían salido de mi boca. No hasta que Sofia entró por la puerta. —Lo siento —dijo en voz baja. Esta vez las lágrimas inundaron mis ojos. Se veía borrosa al cruzar la habitación. Papá me habría dicho que me contuviera. Nunca había creído mucho en el llanto; eso era algo que un hombre debía hacer por su cuenta. Pero el alivio abrumador de que estuviera aquí cuando la

necesitaba, incluso después de no haber estado allí para ella, era más de lo que podía mantener reprimido. —Mi padre murió —me atraganté. Me rodeó los hombros con sus brazos, abrazándome con fuerza. —Lo sé, amor. Llegó el diluvio. El torrente de dolor, rabia y desesperación. Lo puse todo sobre los hombros de Sofia, rodeando su espalda con mis brazos mientras enterraba mi cara en su cuello y lloraba. Su abrazo nunca vaciló. Nunca se aflojó. Tomó todo lo que le di y un poco más. No sé cuánto tiempo estuvimos allí, yo sentado en un taburete, ella de pie entre mis piernas. El ataque de nervios contra el que había estado luchando no era pequeño, y me alegré que no hubiera entrado ningún cliente y que Thea nos hubiera dejado solos. Finalmente, cuando me recompuse, me incliné hacia atrás y la asimilé. Ella estaba aquí. Estaba aquí con mi cara entre sus manos, mis lágrimas en sus pulgares mientras las secaba. —Estás aquí. Ella asintió. —Siento mucho lo de tu padre. —Yo también. ¿Quién te llamó?

—Xavier. —Xavier debió de decírselo también a Thea porque yo no había dicho ni una palabra. Respiré profundamente y me pasé las manos por la cara—. Gracias por eso. Lo siento. —No te disculpes. Lo necesitabas. No, la necesitaba. —Lo siento —le dije de nuevo. —Dakota, está bien. No tienes que disculparte por llorar después de la muerte de un padre. —No. —Sacudí la cabeza y luego ahuequé su mejilla con la palma de la mano—. Siento lo de Nueva York. Siento no haber estado allí cuando me necesitabas. Lo siento por la llamada telefónica. Ella inclinó su cabeza, el peso de su cara descansando en mi mano. —Estás perdonado. —¿Así de fácil? —He estado enfadada contigo durante meses, y estoy cansada de estarlo. Lo voy a dejar pasar. Respiré y el arrepentimiento acumulado durante meses se desvaneció. —¿Cuánto tiempo puedes quedarte? —Todo el tiempo que necesites.

Años. Necesitaba años con esta mujer. No iba a tomarlos, así que me llevé un beso en su lugar.

Me desperté sola en la cama de Dakota, algo que había sucedido todas las mañanas durante las últimas dos semanas. Y como había hecho cada uno de esos días, me puse una de sus voluminosas sudaderas sobre el pijama y fui a buscarlo. La mayoría de los días lo encontraba en el gimnasio. Hoy, lo encontré en la sala de estar, sentado en un sillón reclinable y con la mirada perdida. La expresión de su rostro me hizo estremecer el corazón. Era de absoluta pena y desesperación. Caminé hacia él inmediatamente, tocando su brazo cuando me acerqué. —Hola. Se sobresaltó, parpadeando un par de veces mientras sacudía su mente de donde había estado. —Hola. Rodeé la silla y me coloqué en su regazo, hundiendo las rodillas en su pecho mientras me acurrucaba.

Tenía una taza de café en la mano. La agarré y me la llevé a los labios. Como era de esperar, estaba frío. Dakota probablemente había estado despierto durante horas. Apoyé mi cabeza en su hombro. —¿Qué puedo hacer? Dakota me rodeó con más fuerza con sus brazos, cubriéndome con su calor. —Lo estás haciendo. ¿Quedarte conmigo? —No voy a ninguna parte. Lo que dije en el bar hace dos semanas era en serio. Dakota pertenecía a mí. Realmente no quise decirlo en voz alta. Había entrado en el bar, sorprendida de verlo sentado con Petah. Pero cuando le había preguntado dónde pertenecía, las palabras se me habían escapado de los labios. Conmigo. Lo amaba. Todavía no había dicho las palabras. No era el momento adecuado. Pero podía demostrarle lo mucho que me importaba estando aquí. El futuro seguía siendo nebuloso, pero cada momento pasado en sus brazos hacía que se enfocaran diferentes píxeles. Nos veía sentados juntos en la cena de Acción de Gracias. Nos veía

intercambiando regalos en Navidad. Veía toda una vida con besos a medianoche para recibir el año nuevo. Con el tiempo, los espacios intermedios también se afinarían. —Mi madre llamó esta mañana —dijo en voz baja. —¿Qué? —Me incorporé de su pecho, mirando por encima del respaldo de la silla hacia el reloj de la pared. Eran sólo las seis de la mañana y todavía estaba oscuro—. ¿Qué hora es? —Sobre las cuatro. —¿Está bien? —Una emergencia era la única razón por la que alguien tendría que llamar a las cuatro. —Koko se encontró ayer con Petah en el supermercado. Oh, no. —Y Petah le dijo que yo estaba aquí. —Sip. Mamá está, uh, alterada. Aparte que no ocurriera antes, no fue una sorpresa. Llevaba dos semanas esperando este tipo de llamada de su familia. Dakota había hablado con su madre todos los días, pero sus conversaciones siempre habían sido breves comprobaciones para ver cómo se encontraba. Había evitado mencionar mi llegada y mi partida indefinida.

El día que llegué a Lark Cove, Dakota me había contado todo sobre el ultimátum de su madre para que se mudara a casa. También me había dicho lo mucho que no quería volver. Creo que hablar con Petah lo había ayudado. Por mucho que me irritara que fuera su ex novia la que lo impresionara, creo que sólo alguien de la reserva, alguien que lo conocía de antes, podría haber reforzado lo que ya sabía. Ya no era su hogar. Pero hasta que no convenciera a su madre y a sus hermanas de lo mismo, no cederían. Ciertamente no me aceptarían en su vida. —¿Qué quieres hacer? —pregunté—. ¿Debo irme? Contuve la respiración mientras lo pensaba. Lo último que quería hacer era dejarlo. Dakota necesitaba a alguien -no, a alguien no, a mí- para que lo ayudara a superar esta mala racha. Pero si su familia iba a ponerle trabas y hacer que lidiar con la pérdida de su padre fuera aún más difícil de lo que ya era, yo desaparecería. Durante un tiempo. —No. —Me acercó imposiblemente—. No quiero que te vayas. Suspiré. —Yo tampoco. —Tenemos que resolver muchas cosas. Necesito… No lo sé. He tenido esta imagen de cómo era mi futuro durante mucho tiempo. Es

lo que me ha hecho avanzar. Ahora, contigo, es diferente. Todavía no estoy seguro de cómo se ve. Me giré hacia un lado para poder dejar la taza de café. —No conozco todos los detalles. Ojalá los supiera. Pero, ¿tenemos que abordar el futuro ahora mismo? ¿No puede esperar algo? —Sí. No creo que pueda entenderlo todo ahora mismo. Puse mi mano en su cara, con su rastrojo áspero contra mi palma. Luego deposité un suave beso en sus labios. —Estoy aquí. Para lo que necesites. —Necesito resolver esto con mi familia. No quiero perderlos. A ti tampoco. —Entonces vamos. Hoy mismo. Vamos a verlos juntos. No iba a ser un día fácil enfrentarse a su familia, pero era inevitable. El futuro estaba tomando forma en mi mente. Esperaba que estuviera haciendo lo mismo en la de Dakota. Y era el momento de averiguar si su familia iba a formar parte de nuestro panorama.

—Bonito —dijo Koko mientras abría la puerta de la casa de la infancia de Dakota con el ceño fruncido—. ¿Papá se ha ido y ahora la traes a casa?

—Koko —advirtió Dakota—. No lo hagas. —Realmente nos odias, ¿no? Eso es lo que pensaba papá. Dakota se estremeció, con fuerza. Apreté su mano con más fuerza mientras permanecía a su lado, esperando que su hermana se apartara para que pudiéramos entrar. Sus palabras fueron crueles. Demasiado crueles. Comprendí que ella también estaba de duelo, pero acababa de cruzar una línea. El dolor en la cara de Dakota debió de darle una pista. Su ceño enojado comenzó a desaparecer. Pero aún así, no nos invitó a entrar. Había llovido durante todo el trayecto desde Lark Cove hasta Browning. El tiempo de principios de noviembre era gris y lúgubre. Su frío se instaló en mis huesos. Mis dientes amenazaban con castañear, pero apreté la mandíbula, fingiendo que estaba descansando en una playa soleada, sin esperar a que su hermana abandonara su actitud. Después de lo que me parecieron horas, la otra hermana de Dakota, Rozene, llegó a la puerta. Apareció junto a Koko, con su barriga de embarazada sobresaliendo entre nosotras, y luego imitó el ceño de su hermana. —Mamá está teniendo un mal día —dijo Rozene—. No es el momento para esto.

—Nunca va a ser el momento —respondió Dakota—. Pero estamos aquí, así que, ¿qué tal si dejan de actuar como mocosas y nos dejan entrar? Hace frío. No había nada que discutir con su tono. Las hermanas compartieron una mirada y se apartaron del camino. Dakota entró en la casa, prácticamente arrastrándome con él. Nos detuvimos en la entrada para quitarnos los abrigos. Koko y Rozene nos vigilaban de cerca, ya no bloqueaban la puerta, pero tampoco nos invitaban a entrar en la casa. Mientras me quitaba el pañuelo del cuello, les robaba miradas a ambas. Las mujeres eran hermosas, como su hermano mayor, con rasgos llamativos. Sus bocas estaban marcadas con una línea natural que resultaba intimidante. Endurecí mi columna vertebral, negándome a acobardarme. Rozene debió de darse cuenta porque también se irguió, cruzando los brazos sobre el pecho y apoyándolos en el vientre. Una voz femenina llamó desde el pasillo. —Koko, ¿dónde está la bolsa de pañales? —¡En la cocina! —dijo por encima del hombro.

—No, no está. —La voz se acercó—. ¿Qué estás…? La madre de Dakota apartó a sus hijas y nos vio junto a la puerta. Sus ojos se encendieron al reconocerme. —Mamá. —Dakota se inclinó y le besó la mejilla—. ¿Te acuerdas de Sofia? —Hola. —Extendí mi mano libre—. Siento mucho tu pérdida, Lyndie. Koko se burló y dio media vuelta, retirándose hacia la casa. Rozene mantuvo su postura firme y poco acogedora mientras Lyndie me miraba de arriba abajo hasta que finalmente bajé la mano. Su mirada no era tan dura como la de sus hijas, pero no era más cálida que el aire de fuera. Cuando terminó la inspección de Lyndie, puso las manos en las caderas para dirigirse a Dakota. —Quítate los zapatos si están mojados. Asintió y se quitó las botas. Yo hice lo mismo. Cuando los dos nos quedamos en calcetines, volvió a agarrar mi mano y siguió a su madre, pasando por delante de su hermana y atravesando la casa.

Caminamos por un corto pasillo. La casa de dos pisos se abría a un gran salón en un lado y a una larga cocina al final de un pasillo en el otro. En el gran salón, los tres niños pequeños veían dibujos animados haciendo rodar autos y apilando cubos sobre la alfombra. Una niña con unos leggings rosas y una camiseta a juego gateaba alrededor de la mesa de centro. Tenía que ser la misma bebé que había nacido después de Año Nuevo. Había crecido tanto. ¿Realmente había pasado tanto tiempo? Los interminables meses separados de Dakota habían pasado como un borrón. Sin él para marcar cada día como especial, todos se habían fundido. Dakota saludó a los niños mayores y luego se alejó del gran salón y tomó el pasillo que llevaba a la cocina. Lyndie estaba esperando. Estaba de pie al otro lado de la isla central, con pantalones negros y un jersey negro. Sus ojos se dirigieron a los taburetes bajo la isla, ordenando en silencio que nos sentáramos. Una vez acomodados, el aire de la habitación se volvió pesado mientras esperábamos que ella hablara. Mantuve la boca cerrada, pero dejé que mis ojos vagaran, sobre todo para escapar de su escrutinio.

La casa de los Magee era antigua, probablemente construida en los años setenta, pero habían hecho algunas remodelaciones. Tal vez Dakota había ayudado. Los armarios blancos parecían nuevos. Las encimeras de cuarzo eran de un gris suave. Los suelos de arce habían sido sellados pero se habían dejado en su tono natural. La cocina me recordaba al estilo de casa de campo, muy popular en una docena de programas de interiores de casas en este momento. Quedaba perfectamente en esta casa. Se me ocurrió un cumplido, pero me lo guardé para mí. Dudaba que Lyndie quisiera oír lo que esta diseñadora de interiores formada en Nueva York sentía por su casa. El incómodo silencio se prolongó, hasta que finalmente Dakota agitó la habitación con un largo suspiro. Me soltó la mano y apoyó los antebrazos en la encimera. Con un tono suave que usaba a menudo conmigo, preguntó: —¿Cómo estás, mamá? —¿Cómo crees? —espetó. El tono de Dakota no debía funcionar con ella como lo hacía conmigo—. Tu padre muere, te pido que te mudes a casa, para que estés con tu familia, y en lugar de eso te mantienes lejos. Con ella. Las palabras no pronunciadas retumbaron en la cocina.

Los ojos de Lyndie se inundaron y nos dio la espalda, agarrando un Kleenex de una caja junto al lavabo. Sus hombros temblaban mientras lloraba. —Te dejaré hablar. —Toqué el antebrazo de Dakota y me bajé del taburete. Me había pedido que lo acompañara, pero esta conversación no era para mis oídos. Que yo me sentara aquí sólo lo haría más difícil para él. Y para su madre. Así que salí de la habitación, mirando por encima del hombro mientras Dakota también se ponía de pie, se acercó a su madre y la atrajo a sus brazos. Lyndie se derrumbó sobre él, aferrándose a él mientras lloraba. Queriendo darle esa intimidad, empecé a recorrer el pasillo, pensando en juntarme con los niños en el salón. Pero a tres pasos de la cocina, Rozene apareció. Me fulminó con la mirada y sacudió la cabeza, atrapándome en mi lugar. No era bienvenida en el gran salón. No era necesaria en la cocina. Así que me quedé en el pasillo, atrapada en el limbo. Sin otro lugar donde mirar, examiné las paredes. Estaban llenas de marcos de fotos con collage. La mayoría de las fotos eran antiguas, de cuando Dakota era un niño. Había sido un chico guapo, delgado y larguirucho de adolescente, antes que llenara su ancha estructura de músculos. En la mayoría, tenía un balón de baloncesto en la mano.

Había una foto que me llamó la atención, atrayéndome. Dakota estaba de pie en la línea de tiros libres, preparado y listo para hacer su tiro. Su padre estaba de pie a un lado, con una sonrisa orgullosa en su rostro. ¿Cuándo había dejado Joseph de sonreír a Dakota? Tal vez nunca lo había hecho. Lo más triste era que Dakota nunca lo sabría. Sus conversaciones quedarían inconclusas, sus heridas sin cicatrizar. El corazón de Dakota se había roto por el arrepentimiento. Si su madre lo presionaba para que se mudara a casa, no sabía si él tenía la fuerza o la energía en ese momento para resistirse. No volvería a dejar las cosas pendientes con un miembro de la familia. No lo presiones, Lyndie. Mientras escuchaba los dibujos animados por un oído y el llanto de Lyndie por el otro, suplicaba una y otra vez. El futuro que empezaba a ver con Dakota se borraría para siempre si volvía aquí. Por razones egoístas, quería que se quedara en Lark Cove hasta que pudiéramos resolver lo nuestro. Por el bien de Dakota, él necesitaba ser libre para vivir su vida. Para tomar sus propias decisiones. Para brillar. Ese hermoso hombre tenía alas. ¿Por qué no podía verlas su familia?

—Lo siento, mamá —dijo en voz baja mientras ella lloraba. —¿Vas a volver? —No. Al cabo de unos segundos, el sonido de platos que se tomaban de un armario y se ponían en la encimera resonó en mi dirección. —Me arrepiento de no haber arreglado las cosas con papá —dijo Dakota—. Me perseguirá para siempre. No quiero eso contigo. —Entonces vuelve a casa. Quédate con tu familia. —No puedo. Un cuenco se cayó de golpe. —¿Por qué? —Te amo, mamá. Amo a Koko y a Rozene. Amo a los niños. Pero no puedo. No quiero que esto suene como si estuviera desestimando tus decisiones, pero no quiero esta vida. —¿Y Sofia? —preguntó Lyndie. —Está en mi corazón. —¿Por cuánto tiempo? —Para siempre.

Mi respiración se entrecortó, la esperanza se hinchó en mi pecho. Y como siempre, mis ojos se inundaron de lágrimas. Él me amaba. Puede que no lo haya dicho. Puede que tampoco viera los detalles de nuestro futuro. Pero me amaba. Tenía que haber un futuro. Tenía que haber una forma. Habíamos marcado la vida del otro, dejando huellas permanentes que ninguno de los dos podría borrar. Si esto no funcionaba, si no podíamos encontrar una manera, yo nunca sería la misma. Ni él tampoco. —Dakota. —Lyndie suspiró—. La muerte de tu padre, nos ha aplastado. Todos tenemos cosas que deberíamos haber dicho. Tenemos nuestros remordimientos. —Mamá… —Déjame terminar. —Ella lo interrumpió—. No quiero eso. Eres mi hijo y te amo. No te entiendo. Pero te amo. —Gracias. —No sé a dónde vamos a partir de aquí. —Yo tampoco —admitió Dakota—. Estoy perdido.

—Yo también. —La voz de Lyndie se quebró y comenzó a llorar de nuevo. Sus sollozos ahogados significaban que estaba de nuevo en los brazos de Dakota. Me sorbí los mocos, tragándome mis propias lágrimas. En algún momento del último año, había dejado de criticarme por llorar. Era mi desahogo y no iba a avergonzarme por ello. Pero también había aprendido a contenerlas cuando yo quería, no cuando los demás querían. Eran mis lágrimas. Yo elegía cuando eran necesarias. Por ahora, estaban a raya. Me alejé de la cocina y recorrí el resto del pasillo hasta llegar al gran salón. El suelo de madera estaba resbaladizo bajo mis calcetines, así que fui despacio, temiendo lo que me esperaba. La puerta principal me tentó momentáneamente. Le dirigí una mirada anhelante antes de abandonar el suelo de madera y pasar a la alfombra, cruzando a territorio enemigo. Entré en la gran sala sin que los niños se dieran cuenta. Seguían jugando, y sólo uno de ellos me dedicó una mirada. Koko estaba sentada en una silla, con su niña en brazos tomando perezosamente un biberón. Rozene estaba en un extremo del sofá, más cerca de los niños. Con un abrigo y una bolsa de pañales en la otra silla de la habitación, no tuve más remedio que tomar el extremo libre del sofá.

Ninguna de las hermanas de Dakota me habló mientras me acomodaba en el cuero. Así que miré los dibujos animados, reconociendo el programa de cuando Dakota y yo habíamos ido a casa de Thea y Logan en Halloween a pedir dulces. —Mi hermano está explorando. Lo lleva en la sangre. —Koko habló por encima del programa—. Pero con el tiempo, se dará cuenta que su lugar está aquí y volverá a casa para establecerse. ¿Es eso lo que le había dicho a Petah durante todos estos años? ¿Es por eso que nunca había superado a Dakota? —No estoy de acuerdo. Creo que si preguntas y escuchas, él también estaría en desacuerdo. Rozene resopló. —Esto no es lo que papá querría. Refiriéndose a mí. Yo no era lo que su padre hubiera querido para Dakota. —Lo amo. —Mi voz era inquebrantable—. Él es el amor de mi vida. Rozene y Koko compartieron una mirada. O no me creyeron, o pensaron que no importaría. Realmente creían que Dakota volvería. Al igual que su madre, no lo entendían.

¿Cómo es posible que tres hermanos criados juntos sean tan diferentes? Aunque, viendo mi propia relación con mis hermanos, quizás fue algo que evolucionó con el tiempo. —Cariño. —Todos nos giramos, los niños incluidos, cuando Dakota entró en la habitación con Lyndie cerca. Levantó la barbilla hacia la puerta—. Vamos. —Oh, ¿ya? —Salté de mi asiento, uniéndome a él junto a la puerta. Se puso las botas y se despidió de su madre con un largo abrazo antes de abrir la puerta. Nadie se despidió. Nadie saludó desde el porche. En el momento en que salimos a la lluvia, la puerta se cerró tras nosotros. La mano de Dakota encontró la mía mientras nos apresurábamos por la acera hacia la camioneta. Me abrió la puerta para que entrara en ella y luego corrió para subirse él mismo y llevarnos directamente fuera de la ciudad. Tardó casi una hora en aflojar la mandíbula y dejar de estrangular el volante con las manos. —¿Lo decías en serio? —¿Qué cosa? —Me aparté de la ventana, donde había estado observando cómo la lluvia se deslizaba por el cristal. —¿Que me amas?

—Sí. Te amo. Asintió una vez con la cabeza y se giró hacia la carretera. Su mandíbula seguía tensa, sus manos seguían siendo pinzas de hierro sobre el volante. El pie de Dakota presionó con más fuerza el acelerador. Con cada marcador de kilómetro verde, mi corazón se hundía más. Los minutos en el reloj pasaron. Las ganas de llorar que había reprimido antes volvieron con fuerza. Luché contra ellas, pero estuve a punto de ceder cuando Dakota frenó de golpe. Mis brazos se extendieron para sujetarme contra la puerta y mi pecho se apretó con fuerza contra el cinturón de seguridad cuando tomó una curva cerrada. La camioneta rebotó por un camino de tierra cercado por alambre de espino y altos árboles. No tenía idea de adónde íbamos, pero Dakota parecía saberlo. Nos hizo descender a toda velocidad por el camino, con las ruedas reventando charcos por el camino. Dakota se topó con un fuerte bache, impulsándome en el asiento, y no pude quedarme callada. —¿Adónde vamos? No contestó. Condujo durante unos segundos más y luego se apartó de la calzada y se acercó a los árboles. Delante de nosotros, la

ruta se adentraba en el bosque. Detrás de nosotros, la autopista hacía tiempo que había quedado oculta por los árboles. —Dak… Se acercó a la consola, me desabrochó el cinturón de seguridad y me agarró la cara con las manos. Luego tiró de mí hacia el centro de la cabina y cerró su boca sobre la mía. Me sorprendió tanto que me quedé congelada durante un segundo. Luego me puse al día. Me abalancé sobre él, trepando por la consola y golpeándome las rodillas en el camino. Mi espalda chocó con el techo, pero no me detuve. Con su ayuda, llegué al asiento del conductor, pero el volante me estorbaba. Así que me senté en él. Mis rodillas estaban pegadas a sus costados, mis pies en ángulos extraños. Pero me aferré a él, acercándome, consiguiendo de algún modo encajar mi pequeño cuerpo en el reducido espacio. No me soltó ni una sola vez mientras me contoneaba y me movía. Ni una vez se separó de mis labios. Ni una sola vez abrió los ojos. Me sujetó con fuerza mientras me acercaba a él. Luego me abrazó, dejando que su lengua explorara mi boca mientras intentaba fundirnos. Nos besamos hasta que las ventanas se cubrieron de vapor. Hasta que se me durmió un pie. Hasta que me separé, jadeando mientras sostenía su oscura mirada.

—¿Lo decías en serio? —susurré. —¿Qué cosa? —¿Que yo estaba en tu corazón para siempre? Me quitó un mechón de cabello caído de la frente. —¿Soy el tipo de hombre que dice cosas que no quiere decir? —No. —No. —Sonrió—. No lo soy. —Te amo. Me besó en la sien. —Yo también te amo. Quería que nuestro futuro estuviera lleno de esas palabras. Quería que nuestros hijos y nietos lo vieran besarme en la sien tan a menudo que supieran que era su lugar. Ese era el futuro que quería. ¿Y él?

—Dakota —jadeó Sofia mientras me deslizaba dentro de ella. Esos ojos oscuros se abrieron perezosamente, todavía nublados por el sueño. Parpadeó un par de veces y volvió a cerrarlos. La comisura de su boca se levantó en una media sonrisa mientras movía las caderas, haciendo más espacio para mí. A mi chica le encantaba que la despertaran con mi polla. Sonreí y me retiré antes de volver a penetrar, esta vez hasta la raíz. Sofia gimió, con la cabeza apoyada en la almohada mientras ofrecía su cuello. Enganché mi boca en el costado, chupando con fuerza y mordiendo lo suficiente como para dejar una marca. Mi marca.

Mientras Sofia fuera mía, quería que el mundo lo supiera. Deslicé mis manos por sus caderas mientras entraba y salía de su apretado calor. Tracé la línea de sus costillas pasando por sus pechos hasta llegar a sus hombros. Luego estiré sus brazos hacia arriba, estirándolos por encima de su cabeza. Con mis dedos entrelazados con los suyos, sujeté sus manos al colchón, atrapándola debajo de mí. Este era el lugar. Este, justo aquí, era el mejor lugar del mundo. No necesitaba viajar para encontrarlo. Cuando estábamos conectados, toda la mierda que aún teníamos que resolver desaparecía. Podía bloquearla y fingir que esto podría durar para siempre. —Te amo —susurré en su cuello. Sofia canturreó, dirigiendo su sonrisa hacia mi oído. —Yo también te amo. Llevábamos dos semanas diciendo esas palabras. Lo primero que hacía por la mañana era despertar a Sofia haciéndole el amor, diciendo esas palabras para empezar el día. Moví mis caderas, enviando mi polla más profundamente y presionando la raíz en su clítoris. Se estremeció, con la respiración entrecortada, mientras yo me retiraba y lo hacía de nuevo. Hacerla venir era más fácil por la

mañana. No tenía idea de por qué, pero se corría como un cohete. También lo hacía por la noche, pero siempre se necesitaban unos cuantos trucos más. Pero así, relajada y flexible, se dejaba llevar. Por la mañana, las cosas que habíamos estado ignorando durante dos semanas no se cernían sobre nosotros. Todavía. Esa maldita nube se asentaría alrededor del desayuno y nos perseguiría durante el resto del día. Salí y me deslicé hacia el interior justo cuando Sofia rodeaba mis caderas con sus largas y tonificadas piernas. Era lo suficientemente flexible como para enganchar sus tobillos alrededor de mi espalda. Eso me permitía tener el espacio suficiente para tomar impulso y colocar su coño en un ángulo que me permitía golpearla en el lugar correcto en todo momento. —Más fuerte —suplicó ella. —No. Tranquila. —Hoy se trataba de lo fácil. Esta mañana iba a ser sobre fácil. Porque más tarde hoy, teníamos que empezar a resolver las cosas. Lo habíamos pospuesto demasiado. Sofia gimió, mitad protesta, mitad acuerdo. Sus pezones endurecidos se frotaban contra mi pecho, resbalando en el brillo del sudor sobre mi pecho. Su corazón latía con fuerza, el rubor de las rosas subía por su cuello, y sabía que no tardaría en correrse.

Le di un beso en la sien y luego arrastré mis labios por su mejilla hasta encontrar la comisura de su boca. Dejé caer un beso con la boca abierta allí y continué bajando. Sus manos seguían entrelazadas con las mías y sus piernas rodeando mi espalda. Estábamos unidos. Volví al lugar donde había mordido antes y me aferré a él, haciéndole cosquillas con la lengua en las marcas de mis dientes. Luego empujé con más fuerza, dándole lo que quería. —Oh, Dios. —Su cabeza se sacudió en la almohada, con su cabello suelto. —Córrete —le ordené dentro de su piel, sintiendo ya su coño apretarse alrededor de mi polla—. Sí —gemí, dejando que me atrajera mientras se liberaba. La presión en la base de mi columna vertebral se disparó, mis pelotas se apretaron. Y la liberé, cubriéndola de mí mientras el mundo desaparecía. Me quedé dentro de ella después que ambos hubiéramos terminado, dejando que me derramara entre nosotros. Solté sus manos para abrazarla mientras ella dejaba caer sus dedos en mi espalda, extendiéndolos sobre mi piel húmeda. Sus piernas se tensaron, atrayendo mi polla reblandecida aún más dentro de su cuerpo. —Esta es la mejor parte de mi día. —La mía también.

Nos quedamos así durante unos minutos, simplemente respirando. Sólo sintiendo el eco de los latidos del corazón del otro a diferentes ritmos. Pero finalmente, la luz que entraba por las persianas nos obligó a levantarnos y separarnos. Me levanté primero de la cama y extendí una mano para ayudar a Sofia a ponerse en pie. Se inclinó hacia mí, besando la piel sobre mi corazón, antes de caminar con pasos inseguros hacia el baño. —¿Vas a venir a trabajar conmigo hoy? —le pregunté, siguiéndola. Ella asintió. —No tienes que irte hasta las tres, ¿verdad? —Sí. —Había vuelto a mi horario normal esta semana, cubriendo la mayoría de las noches en el bar. Era un horario que siempre me había gustado, teniendo las mañanas libres para lo que necesitara hacer. Pero a Sofia se le hacía pesado. Trabajaba aquí durante el día, tratando de mantenerse al día con todo en el estudio de danza, y luego venía al trabajo y pasaba el rato conmigo hasta que cerrábamos. El bar había estado tranquilo, así que habíamos podido cerrar mucho antes de las dos cada noche. Pero seguía siendo tarde, y ella intentaba manejar dos zonas horarias diferentes. —No tienes que hacerlo. Puedes quedarte aquí. Acuéstate temprano.

Sacudió la cabeza mientras abría la ducha y luego sonrió por encima del hombro. —Quiero quedarme contigo. No se había separado de mí en dos semanas. La muerte de papá me había sacudido. No estaba seguro que me recuperara del todo, pero no había vuelta atrás. No podía cambiar lo que había pasado. ¿Lamentaría el final de las cosas? Siempre. Era un peso que llevaría hasta mi último día. Pero estaba bien. —Estoy bien, cariño. —Todavía quiero estar contigo. —Se metió en la ducha, inclinando la cabeza hacia el chorro. El agua le corrió por la nariz y le empapó el cabello. Me metí a su lado y esperé que se quitara el agua de la cara y girara para que pudiéramos cambiar de sitio. Desde que estaba aquí, Sofia y yo habíamos establecido una rutina para prepararnos juntos. Nos duchábamos juntos, un movimiento tan fácil y fluido que parecía que nunca nos habíamos duchado separados. Ella se mojaba el cabello. Yo me mojaba y lavaba el mío con champú mientras ella se aplicaba un chorro de jabón en la ducha. Ella se lavaba el cabello con champú mientras yo me restregaba. Luego se ponía un poco de acondicionador y lo dejaba en remojo mientras se limpiaba.

Yo salía primero, iba al lavabo a afeitarme y me lavaba los dientes. Todo estaba perfectamente programado para que cuando ella estuviera lista para salir, yo ya hubiera terminado. Le pasaba dos toallas, una para el cuerpo y otra para el cabello. Ella ocupaba mi lugar en el lavado, trabajando en su cabello y maquillaje mientras yo me vestía. Cuando miraba al futuro, tratando de imaginar una vida con esta mujer, todo lo que veía era esa caja negra. No podía imaginarnos viviendo juntos, casándonos o teniendo hijos. Lo único que podía distinguir era esta rutina matutina. Era algo. Pero no lo suficiente. —Te traeré un poco de café. —Besé su hombro desnudo y luego fui al dormitorio a vestirme. Me puse unos pantalones y una camiseta de manga larga, y luego repasé las preguntas que me había hecho mamá hace dos semanas. ¿Te casarás? ¿Te mudarás? ¿Tendrás hijos? Las preguntas de mamá habían estado cargadas de temor. Mi propia madre estaba decepcionada de mí por haber encontrado a una

mujer que amaba. Una mujer con una buena familia, con una educación, con una carrera y sueños. Una mujer que podía darle hermosos nietos que ella no parecía querer. Papá había ayudado a enseñarme los porcentajes en la escuela primaria usando analogías con el quantum de sangre. Estaba tan arraigado en nuestro hogar, que entendí la decepción de mamá. No estaba de acuerdo, pero lo entendía. Era una locura. —Una maldita locura —murmuré, sentándome en el borde de la cama y poniéndome unos calcetines. —¿Qué dijiste? —Sofia asomó la cabeza del baño, con su cepillo de dientes rosa en una mano. —Nada. —Sacudí la cabeza. Esperó, sabiendo que había algo que me preocupaba. Creo que llevaba dos semanas esperando que le dijera por qué habíamos salido tan rápido de casa de mi madre. Lo último que quería era que se sintiera indigna. No lo era. Pero mis propios complejos personales me estaban jodiendo. Su dinero seguía siendo un problema para mí. Su herencia. Si papá no hubiera muerto, tal vez estas cosas no me estarían atormentando. Tal vez me hubiera sido más fácil decir "a la mierda", porque él estaría cerca y yo podría intentar ganármelo.

La amaba. La necesitaba. Sofia era mi única, como mamá lo era para él. Pero él ya no estaba en esta tierra. Su fantasma no iba a cambiar sus opiniones. —No es nada, cariño. —Me puse de pie y me acerqué a ella para darle un beso en sus labios limpios, saboreando un toque de menta—. Voy a buscar el café. Le dolió que la dejara fuera. Vi el dolor en sus ojos. Pero me quedé callado, esperando que se me aclarara la cabeza antes que tuviéramos nuestra charla. Salí de la habitación y fui a preparar el café. Cuando estuvo hecho, le llevé la taza al baño, otra parte de nuestra rutina. —¿Qué quieres desayunar? —Dejé su café en el tocador. Encontró mi mirada en el espejo. —La verdad. —Sofia. —Suspiré—. No es nada. —No hagas eso —espetó, sumergiéndose en su bolsa de maquillaje. Me habló a través del espejo mientras se aplicaba furiosamente una crema hidratante—, ¿sabes lo que aprendí después

de dos matrimonios fallidos? Nunca quise hablar con mis ex maridos. No me importaba lo que tuvieran que decir. ¿Contigo? A cada célula de mi cuerpo le importa. Cada palabra significa algo, me importa mucho. ¿Y a ti? —Sabes que sí. —Entonces habla. Sé sincero conmigo. Por favor —suplicó—, nunca he sido honesta, y me duele por ello. Cristo, no podía decir que no. Esta conversación iba a terminar de dos maneras. O salíamos fortalecidos de ella. O ella estaría en un avión de vuelta a Nueva York con mi corazón roto en su bolso. He repartido suficientes partidas de póker para entender las probabilidades. Estas no estaban a mi favor. —No sé por dónde empezar —admití, dejando la taza de café. Luego me dirigí al asiento del inodoro, sentándome y dejando que mis hombros se encorvaran hacia adelante. —¿Qué tal con lo básico? ¿Quieres vivir en Montana? — preguntó. —Sí. ¿Y tú? —No. No a tiempo completo.

Suspiré. —Tengo que trabajar. Tengo facturas que pagar. Lo que significa que necesito vivir aquí. —Tengo dinero. Podríamos pagar tus propiedades y comprar cien más si quieres. No tienes que trabajar en el bar a menos que quieras. ¿No es ese el objetivo de tus propiedades de todos modos? ¿Aprovechar tus inversiones para que puedas viajar y ser libre de ir y venir a tu antojo? —Sí, lo es. Por eso tengo que trabajar. No voy a tomar tu dinero. Sofia estaba inclinada cerca del espejo, poniéndose un poco de base de maquillaje con una esponja. Se quedó helada al oír mi afirmación, con la esponja colocada justo al lado de su nariz. —¿De verdad? —Sí, de verdad. No soy ese hombre. —¿Hablas en serio? Le hice un gesto con la cabeza. —Sí. Puso los ojos en blanco, se frotó la punta de la nariz y guardó la esponja. Sacó una brocha de su bolsa de maquillaje y una pequeña polvera negra. Lo abrió, presionando la brocha con tanta fuerza sobre el polvo que pequeñas partículas de polvo rosa volaron alrededor de su mano. —Ni siquiera sé cómo responder a eso. Me senté a esperar, pensando que se le ocurriría algo pronto. Pero se limitó a maquillarse.

Lo siguiente que hizo fue ponerse la sombra de ojos. Mientras se la ponía en los párpados, sus fosas nasales se agitaban. Después de eso, se puso un poco de delineador y luego rímel. Seguí esperando, pensando que las palabras seguirían al maquillaje. Pero ella guardó su bolsa de cosméticos y sacó el secador de cabello. El ruido que generaba bloqueaba cualquier posibilidad de conversación. Sin embargo, con cada pasada furiosa del cepillo por su cabello, la oí. Sabía que no debía salir de la habitación. Así que me senté en el retrete, esperando mi momento. Terminó de peinarse, guardó el secador y se giró hacia mí con una mano apoyada en la cadera. Esto era todo. Tiempo de ganar o perder. Ella entendería que soy un hombre y que hay ciertas líneas que he trazado. O esto sería un obstáculo que no podríamos superar. —Tu orgullo es tonto. —Ella estaba furiosa, pero su voz era inquietantemente firme—. Tonto orgullo masculino. —No es...

—Lo es. —Me detuvo con una mano—. No voy a renunciar a mi dinero porque tengas un deseo cavernícola y animal de ser el proveedor de la casa. —Cariño, eso no es lo que estoy diciendo. Quiero que tengas tu dinero. Su ira se desvaneció, la confusión tomó el control. —Entonces no lo entiendo. —Nunca voy a ser capaz de proporcionarte la vida a la que estás acostumbrada. —¡Eso es lo que quiero decir! —Ella se puso firme—. Eso es sólo orgullo... —Espera. —Me levanté del inodoro, caminando hacia ella y poniendo mis manos sobre sus hombros—. Nunca voy a poder proporcionarte la vida a la que estás acostumbrada. Hice las paces con eso hace mucho tiempo. Pero eso no significa que vaya a aceptar tu dinero. Necesito tener éxito. Por mi cuenta. —Ya lo tienes —susurró ella. Se me estrujó el corazón porque que me viera así. —Todavía no estoy ahí. —¿Dónde estás? Trabajas tan duro. Eres tan ambicioso. Y yo pensaba que lo hacías por ti. Para ser libre y viajar por el mundo o lo

que quisieras. Yo puedo darte eso. Ahora mismo. Y eso no te hace menos exitoso. —No es... no es sólo por el dinero. —¿Entonces por qué? —Sus ojos me suplicaban una explicación que entendiera. —Porque quiero que mi familia me vea con éxito. Para que tal vez entiendan por qué me fui. Que la vida que he elegido no es mala. Y si tomo tu dinero, nunca reconocerán mis propios logros. Incluso sin papá, tal vez porque ya no estaba, el deseo de probarme a mí mismo era tan fuerte como siempre. —Oh. —Sus ojos se humedecieron y parpadeó rápidamente para evitar que las lágrimas arruinaran su maquillaje—. Así que te quedarás aquí. Luchando y trabajando hasta los huesos. Haciendo que yo vea cómo te niegas a dejar que te ayude. —Sofia... Sacudió la cabeza, alejándose de mí y saliendo del baño. Se quitó la toalla, la tiró sobre la cama y fue al armario. De espaldas a mí, se puso unas bragas y se colocó un sujetador. Luego buscó en las perchas algo que ponerse. Había desempacado sus cosas en mi armario la semana que vino aquí después del funeral de papá. Me había alegrado mucho de no tener que lidiar con esas maletas esta vez.

Pero después de ponerse un vestido largo tipo sudadera que le llegaba hasta los tobillos y unas zapatillas de tenis de color blanco crudo, se detuvo. Su cara estaba dirigida hacia la maleta que había en el fondo del armario. Mierda. Se iba a ir. Di un paso hacia delante y me acerqué a ella justo cuando se dio la vuelta. Las lágrimas en sus ojos me hicieron detenerme. —Si me lo pidieras, lo dejaría todo. —Nunca te lo pediría —dije suavemente. —Lo sé. Pero lo dejaría todo. Cada centavo si eso significara que podemos estar juntos y en la misma línea. ¿Debería? —No. —No quería eso para ella. Ella no debería estar sin nada, obligada a trabajar por un salario por hora con un trabajo de pueblo sólo porque yo tenía algo que demostrar. —No es justo. —Se limpió una lágrima en un ojo antes que pudiera caer—. ¿Por qué el dinero es la razón por la que no puedo ser feliz? Mis ex maridos sólo querían mi dinero. Mis sentimientos y mi corazón eran algo secundario. Hice una mueca, odiando a esos dos bastardos y el dolor que le habían causado. Aunque hoy, no lo estaba haciendo mucho mejor.

—Y ahora tú. —Extendió una mano—. Me quieres a mí pero no a mi dinero. ¿Por qué no puedo tener ambos? ¿Por qué no puedes aceptar que es parte de lo que soy? ¿Por qué no podemos compartir una vida? —Podemos. —Esperaba. —¿Cómo va a funcionar eso? —Ella ladeó la cadera—. Yo decido irme de vacaciones. ¿Pero tú no puedes permitirte un viaje de última hora y te quedas? O qué tal si pasa algo en el estudio y necesito pasar unas semanas en la ciudad, pero tú no puedes ausentarte del trabajo porque necesitas ganar unos cuantos miles de dólares. —Me quedaré. —Y yo me iré —resopló—. Vidas separadas. Estamos condenados a vivir vidas separadas. Estás tan obsesionado con la versión de tu vida que has estado viviendo durante años, que no puedes ver la nueva versión, la mejor versión, que tienes justo delante de tu cara. —Quizá tengas razón —admití. —La tengo. Sin decir nada más, se dio la vuelta y salió del dormitorio. La seguí por el pasillo y por el salón. Pero en lugar de ir a la cocina,

como yo esperaba, se dirigió a la puerta principal, agarrando su abrigo del gancho mientras caminaba. —¿A dónde vas? —A dar un paseo. —No lo hagas. —La agarré del brazo, deteniéndola antes que pudiera ponerse el abrigo—. No te vayas. No hizo falta mucha coacción para que dejara su abrigo. Sólo un suave tirón en el codo y ella lo tiró al suelo y vino directamente a mis brazos. —No quiero pelear. —Yo tampoco —dijo en mi pecho. —¿Qué vamos a hacer? —Tienes que decidir, Dakota. Tú. —Salió de mi agarre. Pero en lugar de ir a la puerta, se dirigió al sofá y se hundió en el borde. La seguí y me senté a su lado, aliviado que no se hubiera ido. Después de cómo había dejado las cosas con papá, no podía soportar dejar las cosas pendientes con nadie, especialmente con Sofia. —Quiero volver a casarme —lo dijo en voz baja y sin esperanza—. Quiero tener un matrimonio. Un matrimonio de verdad con mi mejor amigo. Quiero tener hijos.

Me estremecí y ella lo sintió. Sus ojos se fijaron en mi perfil. —¿No quieres? —Es complicado. —Cerré los ojos y respiré profundamente. Si había reaccionado así a la conversación sobre el dinero, mis problemas con los niños iban a hacer que saliera corriendo por la puerta—. Me siento culpable. —¿Culpable? —Sí. Culpable. Una vez quise tener hijos. Pero luego las cosas se complicaron. Si tuviéramos hijos... —Oh, Dios mío —jadeó, imaginándolo para que yo no tuviera que decirlo—. Tu familia. ¿No puedes tener hijos conmigo porque soy blanca? ¿Te sentirías culpable? Dios, sonó horrible cuando lo dijo en voz alta. Sofia se levantó del sofá, pero no se fue. Se quedó de pie frente a mí, con el pecho agitado mientras luchaba contra el impulso de abofetearme o de llorar. Probablemente ambas cosas. —Esto es una locura, Dakota. Está completamente jodido.

No se equivocaba. Estaba jodido. Pero eso no me ayudaba a saber cómo deshacerlo. Sofia dio unos pasos, haciendo un círculo mientras pensaba en todo. Se pasó los dedos por el cabello, tirando con fuerza de las raíces. —Tienes que elegir. Dios, odio incluso decir eso. Pero no puedo cambiar lo que soy. —Lo sé. No quiero que cambies. Ella se burló. —Alguien tiene que ceder aquí, amor. —¿Puedes ver que esto me está matando? —Me pasé las manos por la cara—. Sé que esta es mi carga. Sé que lo estoy poniendo todo sobre ti. Pero tú querías la verdad. Ahí es donde estoy. Esa es mi batalla. La batalla que sentía que había estado librando toda mi vida. Si elegía a Sofia perdería a mi familia. Si elegía a mi familia, perdería al amor de mi vida. Me había alejado de la reserva hace años. Me había convencido que había forjado mi propio camino. Excepto que todas las cosas que había evitado parecían más importantes ahora que papá se había ido.

—No quiero perderte. —Su voz se quebró—. Pero tampoco quiero perderme a mí. Siento que he trabajado mucho para encontrarme a mí misma este año. No quiero renunciar a la mujer de la que te enamoraste. —Ven aquí. —Le hice un gesto para que se acercara. Se acercó a mí, cayendo de rodillas frente a mí en lugar de sentarse a mi lado en el sofá. Sus manos se enredaron en mi cabello. —Tú eres tú. Quizá sientas que te has encontrado este año, pero yo te he visto desde el principio. Y me enamoré de ti en el momento en que tropezaste y caíste sobre un montón de cáscaras de cacahuete. Se rió, con una lágrima cayendo de uno de sus ojos. —Tiene que haber una manera. —Lo resolveremos. —¿Lo haremos? No tenía ni puta idea, así que mentí. —Lo haremos. —¿Cuándo? No podemos ignorar todo esto. —Lo sé. Vamos a pasar el Día de Acción de Gracias con tus padres. Vamos a... está ahí fuera. —Ambos sabíamos la decisión que tenía que tomar.

—De acuerdo. —Ella asintió, la esperanza en sus ojos se apagó— . Creo que voy a dar un paseo rápido. Tengo una llamada con Daniel en una hora, y necesito aclarar mi mente primero. Lo último que quería era que se fuera, pero al menos se había quedado para hablar. No es que se haya resuelto nada. Ella seguía saliendo por la puerta. Esta vez, sólo era para dar un paseo. La próxima vez... No quería pensar en la próxima vez. —Bien. —Le tendí una mano para ayudarla a levantarse. La acompañé hasta la puerta y tomé su abrigo del suelo, manteniéndolo abierto mientras se lo ponía. —Prepararé el desayuno. Estará listo cuando vuelvas. Ella asintió. —No voy a ir muy lejos. La besé rápidamente y me dirigí al dormitorio para recoger nuestras tazas de café frío. —Dakota —llamó, deteniéndome. —¿Sí? —Lo veo. Lo veo tan claro, y es magnífico. Me quita la respiración. —¿Ver qué, cariño?

—El futuro. —Giró el pomo de la puerta—. Me gustaría que tú también pudieras verlo.

—Me alegro mucho de verte, cariño. —Mamá me abrazó al entrar en el salón de la casa de Logan y Thea. Papá fue el siguiente, tirando de mí en sus brazos antes de soltarme para estrechar la mano de Dakota. —Me alegro de verte de nuevo, Dakota. —A mí también, señor. —Por favor, llámame Thomas. —Papá le hizo un gesto para que lo dejara—. Tengo suficientes señores en el trabajo. Dakota asintió, besó a mi madre en la mejilla y me dedicó una sonrisa mientras Aubrey y la abuela entraban en el salón para unirse a nosotros. El caos de su llegada había llenado de energía toda la casa. Logan estaba ocupado metiendo algunas bolsas en el todoterreno que

habían alquilado. Los niños estaban como locos, emocionados por ver a sus abuelos. —Hola. —Abracé a Aubrey—. ¿Cómo estás? —Bien. Yo... —Se interrumpió cuando sonó su teléfono. Lo sacó del bolsillo, frunció el ceño y silenció la llamada—. Estaría mejor si cierto policía dejara de llamarme. Pero tú no sabes nada de eso, ¿verdad? Luché contra una sonrisa. —¿Yo? No tengo ni idea de lo que estás hablando. —Es incansable. Desde que había llegado a Montana, no había tenido la oportunidad de ponerme al día con Aubrey. Pero suponía que Landon había convertido en su nuevo pasatiempo molestar a mi hermana para que tuviera una cita. Estaba deseando que la conquistara. Cuando volvió a mirar su teléfono, sus ojos brillaron al ver su nombre en la pantalla. Sospechaba que Landon no estaba lejos de cansarla. —Me alegro de volver a verte, Aubrey. —Dakota la abrazó y luego se puso a mi lado mientras todos venían y se sentaban en el salón. Charlie ya se había llevado a la abuela a su habitación, donde probablemente estarían durante la siguiente hora, leyendo libros y

poniéndose al día de su tiempo de separación. Los niños pequeños se abalanzaron sobre mis padres, queriendo saber dónde estaban escondidos sus regalos especiales, mientras Logan y Thea los miraban con sonrisas de felicidad. Mi corazón se hundió, sabiendo que había una gran posibilidad de que nunca tuviera eso. No si quería quedarme con Dakota. Desde nuestra discusión de la semana pasada, no había vuelto a hablar de su familia ni de sus problemas con mi dinero. No había insinuado que yo sería su elección. Con cada minuto que pasaba, las posibilidades que saliera de esto sin un corazón roto se iban marchitando. Mis vibrantes sueños se habían desvanecido hasta volverse grises. Las ganas de llorar eran tan fuertes que huí de la habitación en silencio. Llegué a la cocina, esperando tener unos momentos a solas para recomponerme. No los conseguí. Acababa de llegar a la encimera cuando el calor de Dakota golpeó mi espalda. Me envolvió en un abrazo, sosteniéndome mientras se inclinaba para susurrarme al oído: —¿Qué pasa? —Me duele la cabeza. —No era una mentira completa. No me había sentido del todo bien desde que me había despertado esta mañana—. Un par de Advils y estaré bien.

Sus brazos me apretaron más, sujetándome, hasta que me soltó después de unos segundos. Fui a mi bolso sobre la encimera y saqué mi frasco de viaje de pastillas para el dolor. Me tomé un par, bebí un poco de agua y sonreí, llevándolo de vuelta a la sala de estar sin decir nada. La conversación entre nosotros había cesado casi por completo esta semana. La tensión y el estrés habían ahuyentado mis ganas de hablar. Intercambiamos las pocas palabras necesarias para superar la rutina del día. Sin embargo, nos aferramos el uno al otro físicamente. Dakota no me dejaba salir de una habitación sin seguirme. Por la noche, dormía acurrucada a su lado. Mientras yo trabajaba durante el día, él siempre estaba cerca. Y por la noche, estaba frente a él en el bar. Hacíamos el amor tan a menudo como era posible, desde las primeras horas de la mañana hasta bien entrada la noche. Dakota y yo disfrutamos de cada segundo juntos, saboreando este tiempo. Había perdido la cuenta del número de veces que él y yo nos habíamos separado. El número de veces que habíamos acordado seguir caminos separados para volver a encontrarnos. Pero esta vez, si me iba o no, no habría vuelta atrás. Esta separación, la última, nos devastaría a ambos.

Así que aquí estábamos, esforzándonos en los movimientos, forzando sonrisas y risas, para que nuestra infelicidad no arruinara el Día de Acción de Gracias. Al salir de la cocina, la puerta principal se abrió y se cerró. Las botas pisaban la nieve fresca que habíamos recibido la noche anterior. La risa ronca de Hazel se extendió por el pasillo cuando ella y Xavier entraron. —Hola, amigo. —Xavier le dio una palmada en el hombro a Dakota cuando nos saludaron primero. Luego se inclinó para besar mi mejilla—. ¿Cómo están hoy, chicos? —Con frío —me burlé. El aire de la puerta principal me puso la piel de gallina. Se suponía que este Día de Acción de Gracias iba a ser el más frío de la zona en las últimas dos décadas. —Te mantendré caliente, cariño. —Dakota puso su brazo alrededor de mis hombros, guiándome hacia la sala de estar. Se produjeron más saludos y apretones de manos mientras nos amontonábamos en el espacio. La habitación llena de gente a la que amaba sería mi salvación en estas fiestas. Me resultaba más fácil ignorar el dolor de mi corazón cuando había tanto por lo que alegrarse. —¿Qué tal el viaje? —pregunté a mis padres mientras Dakota y yo nos sentábamos en el sofá.

—Tuvimos suerte de llegar aquí —dijo papá—. Cerraron el aeropuerto veinte minutos después de que aterrizáramos debido a la mala visibilidad. —¡Oh, no! —Thea jadeó—. ¿Y el piloto y la tripulación? ¿Han despegado? Mamá negó con la cabeza. —No. Tendrán que esperar para ver si las cosas se despejan. —Pero Acción de Gracias es mañana. —Thea miró a Logan—. Será mejor que llames y los invites a venir, por si acaso. Odio pensar en ellos en un hotel en un día festivo. —Tenemos habitaciones extra en nuestra casa —dijo mamá—. Si tienen que pasar la noche, los haremos venir aquí. La casa de mamá y papá en Montana estaba a un par de kilómetros, en el lago. Era tan grande como la de Logan y Thea, pero no pasábamos mucho tiempo allí. Todos preferíamos quedarnos aquí, donde los niños estaban cómodos y tenían todas sus cosas. —Puedo quedarme aquí y liberar una habitación —ofreció Aubrey. Abrí la boca para ofrecerle la habitación de invitados de Dakota, pero me detuve. Si se quedaba con nosotros, percibiría la tensión. Me resultaría más difícil ocultar mis sentimientos, y ahora mismo no quería hablar de ellos.

No quería hablar de nada de eso. Cuando no estaba al borde de las lágrimas, estaba entumecida. —Me pregunto si el hijo de Arthur llegó —dijo Dakota en voz baja—. Se suponía que iba a volar hoy. —¿Puedes llamarlo? Asintió con la cabeza. —Sí. Vuelvo enseguida. Escuché las diversas conversaciones en la habitación mientras esperaba el regreso de Dakota. Logan preguntó a papá y a Aubrey sobre el trabajo. Mamá y Thea hablaban de cómo le iba a Collin en la escuela. Hazel tenía a Camila en su regazo, las dos susurrando entre ellas en su propio juego. Los ojos de Xavier se desviaban hacia mí. Sabía que mi sonrisa era falsa. Llevaba tanto tiempo como agente de policía que dudaba que Dakota y yo lo estuviéramos engañando. —¿Dakota trabaja esta noche? —preguntó. Asentí con la cabeza. —Sí. Va a cubrir el bar esta noche y luego tiene el resto del fin de semana libre. Jackson estaría allí el viernes y el fin de semana. Al principio, estaba emocionada por el descanso porque nos daría a Dakota y a mí tiempo para estar juntos sin un horario.

Pero todo había salido a la luz la semana pasada, y ahora temía este fin de semana. Sin el trabajo como excusa, tendríamos que hablar. Más pronto que tarde, tenía que elegir. Tal vez debería apartar al piloto este fin de semana y avisarle que yo también iba a volar a Nueva York la semana que viene. Dakota volvió a entrar en la habitación, con el rostro marcado por la preocupación. —El vuelo del hijo de Arthur fue cancelado. Lo invité aquí, pero dijo que prefería quedarse en casa y escuchar la televisión. Dijo que ni siquiera le gusta el pavo. —Pero estará solo en Acción de Gracias. —Tal vez podría ir hasta allí. —Dakota miró la hora en su teléfono y frunció el ceño—. Sin embargo, no podré llegar al trabajo. No quiero pedirle a Thea que me cubra, no con todos aquí. —Podría ir a ver a Arthur —me ofrecí. —No en estas carreteras. —Sacudió la cabeza—. No vas a conducir a ninguna parte. —Iré despacio. No está nevando mucho y sólo hay un poco de niebla. Pararé en la tienda de comestibles de Kalispell y le compraré algunos de sus alimentos basura favoritos. Luego podré pasar un rato con él.

Y me vendría bien el descanso. Me vendría bien el viaje tranquilo a Kalispell para pensar. Le había pedido a Dakota que tomara una decisión, pero yo tenía que tomar una propia. Si él eligiera a su familia en lugar de a mí, ¿estaría yo dispuesta a renunciar a mis propios sueños? —¿A dónde vas? —preguntó Logan, interrumpiendo todas las demás conversaciones en la habitación. —Uno de los inquilinos de Dakota es un anciano muy dulce. Es ciego y el vuelo de su hijo se canceló, así que está solo para Acción de Gracias. Pensé en ir allí un rato hoy y saludarlo. —No puedes conducir hasta Kalispell. —Logan habló primero, robando las palabras exactas que estaban escritas en la cara de papá—. Las carreteras congeladas, y apenas conduces ya. No estaba equivocado. Rara vez conducía mi auto en la ciudad. Estaba en el garaje acumulando polvo la mayoría de los días. Y sólo había conducido la camioneta de Dakota un par de veces cuando había venido a visitar a Thea mientras él estaba en el bar. —Te llevaré hasta allí. —Xavier se levantó del sofá—. Conozco a Arthur. No me importaría saludarlo yo mismo. —Gracias. —Yo también me levanté, ignorando las oleadas de frustración que desprendía Dakota.

No quería que me fuera, pero tampoco quería dejar a Arthur solo. Como confiaba en su tío más que en cualquier otra persona en el mundo, no tenía más excusas para retenerme en Lark Cove. —Volveré. —Me acerqué al sofá, besé a mamá y a papá y luego le hice un gesto a Aubrey. Parecían un poco desconcertado que me fuera ya, pero no hicieron ningún comentario. Antes que alguien pudiera disuadirme de este viaje, me apresuré a la cocina, agarré mi bolso y me dirigí a la puerta, donde había colgado mi abrigo. Con él puesto, me quedé de pie junto a la puerta, esperando a Xavier y observando cómo Dakota se dirigía hacia mí. —No me gusta que vayas ahí hoy. —Se acercó y puso las manos en sus caderas. —Es sólo un viaje rápido. Y lo necesito. —La cara de felicidad que había colocado durante la última semana se estaba volviendo pesada de sobrellevar—. Un tiempo de separación nos vendrá bien a los dos. —Sí. —Dakota suspiró—. Probablemente tengas razón. Me quedé de pie, deseando ver un atisbo de esperanza en su rostro. Pero no había nada. Miró al suelo, sus manos cayendo a sus

lados. ¿Me estaba considerando como una opción? ¿O ya había renunciado a lo nuestro? Me tragué la decepción, dejé que Dakota me diera un beso en la mejilla y seguí a Xavier afuera después de que se pusiera el abrigo. El todoterreno de él y Hazel estaba estacionado en la entrada. Me subí a él, contenta de que aún estuviera caliente. El corto trayecto desde la puerta principal me había congelado las orejas. Xavier se subió y subió la calefacción. —Gracias por llevarme. —Me alegro de hacerlo. —Se acercó y me dio una palmadita en el hombro antes de arrancar el coche y ponernos en marcha—. ¿Estás bien? —No muy bien —admití. —¿Quieres hablar de ello? —No. —Suspiré—. Sí. No me gusta mucho tu familia. Se rió. —Pueden ser un grupo difícil de amar. ¿Qué pasó? —Estoy bastante segura que han estado preparando a Dakota desde que nació. Eso suena extremo, pero no se me ocurre otra forma de describirlo.

Tarareó. —Sus creencias pueden ser difíciles de entender. —¿Siempre ha sido así? —pregunté—. ¿Siempre ha tenido este tipo de presión? Es como si cuando nació ya supieran cómo iba a ser su vida. Tiene que vivir en el lugar correcto. Trabajar en el empleo correcto. Casarse con la mujer adecuada. Tener el tipo de hijos adecuados. En muchos sentidos, las expectativas de su familia me recordaban a las historias que había leído sobre príncipes y princesas del pasado. Si quería heredar la corona, tenía que seguir la línea familiar. De niña, quería ser una princesa. Yo era la princesa. Una princesa que nunca tendría su príncipe. —Como dije, es difícil de entender —dijo Xavier—. Son ferozmente leales a las tradiciones de nuestra familia. Lo cual no es malo. Pero puede hacerlos demasiado rígidos. Pueden ser de mente cerrada. Y me temo que parte de lo que están haciendo pasar a Dakota es culpa mía. —¿Tu culpa? ¿Cómo puede ser tu culpa? Suspiró, cambiando su agarre en el volante. Hizo una mueca y aspiró una bocanada de aire mientras se llevaba la mano al esternón. —¿Estás bien?

Asintió con la cabeza. —Sólo es acidez. Lo he pasado muy mal esta semana. —¿Deberíamos parar en algún sitio y conseguir alguna medicina? —Estaré bien. —Su mano bajó por su pecho hasta su estómago, presionando en el costado—. Me tomé un par de Tums hace un rato, estoy esperando que me hagan efecto. Le observé atentamente. —¿Debemos volver? —Estoy bien. —Sonrió a pesar del dolor—. Sólo es acidez estomacal. —De acuerdo. —Me esforcé por relajarme en mi asiento. Dakota acababa de perder a su padre. Si perdía a Xavier también, estaría destruido. —¿Dónde estábamos? —preguntó. —Dijiste que todo esto era en parte tu culpa. —Lo es. —Asintió con la cabeza—. Mi padre trabajaba para las autoridades tribales. Así fue como me interesé en ser policía. De niño, soñaba con que trabajaríamos juntos cuando fuera mayor. Pero entonces lo mataron en servicio antes que me graduara del instituto. Un tipo borracho que viajaba por la reserva se detuvo a un lado de la carretera y mató a su esposa con una escopeta. Mi padre estaba patrullando. Se detuvo, y el tipo lo mató también antes que lo hiciera él mismo.

—Lo siento. —Es un riesgo que todos entendemos. No hace que sea más fácil de afrontar, pero está ahí. Mi madre, la abuela de Dakota, lo pasó mal. —Eso es comprensible. —Mamá tenía miedo de todo y de todos los que no eran de la reserva. En su mente, no se podía confiar en los forasteros. Se convirtió en una cosa para ella, una creencia que la cegó. Yo tenía un par de amigos blancos. Ella se negaba a que pasara tiempo con ellos. Trabajaba para un ranchero blanco fuera de la ciudad, arreglando vallas en verano; ella me hizo dejar mi trabajo. Parpadeé, observando la carretera congelada que teníamos por delante mientras Xavier conducía. No había conocido a la abuela de Dakota, aunque sabía que seguía viva y que vivía en una residencia de ancianos en la reserva. Me dolía el corazón por ella, por perder a su marido demasiado pronto. Y a su hijo. Me dolía el corazón porque su dolor se había convertido en una discriminación tan venenosa. —Mi hermano no pensaba como mamá —dijo Xavier—. Joseph no era un hombre con prejuicios. Pero ponía a nuestra gente en primer lugar. Por encima de todo. Cuando decidí abandonar la

reserva, lo vio como una traición a nuestra cultura. Fui el primero de mi familia en marcharse. Jamás. Generaciones y generaciones, yo fui el que rompió la cadena. Joseph nunca lo entendió porque allí teníamos todo lo que necesitábamos para vivir, tener una educación y un trabajo. Para él, irse era innecesario. —Pero te sentiste atrapado. —Así es. —Se asomó, sus ojos oscuros se suavizaron bajo el borde de su sombrero Stetson—. Me sentía atrapado, así que decidí marcharme. Tenía mucho que demostrar entonces. Demostrarme a mí mismo que podía salir de la reserva. Demostrar a la gente de fuera que un indio americano podía ser sheriff en un pueblo blanco. Pero eso abrió una brecha entre mi familia y yo. Mi madre lo vio como una traición a la memoria de mi padre. Mi hermano lo vio como una traición a nuestro pueblo. Debería haberme quedado allí para servirles, para mejorar sus vidas. No vivir a dos horas de distancia y servir a una comunidad extraña. —Y entonces Dakota también se fue. —Es cierto. Pero no sólo se fue. Dakota se fue y vino a mí. Joseph nunca me perdonó que me fuera. Y yo hice hasta lo imposible que aceptara que Dakota tenía que irse. —¿Y qué hay de todo el asunto de la cuantía de la sangre? Xavier frunció el ceño. —No hay muchas familias en la reserva que sigan pensando que esa mierda importa. Pero, por desgracia, la mía es una de las que lo hace.

—¿Hay alguna esperanza? —Siempre hay esperanza. —Xavier puso su mano en mi hombro—. Nuestra gente, estamos orgullosos de nuestra herencia. Ese orgullo es bueno y malo. Dakota tiene que aprender a conservar su orgullo y dejarlo de lado al mismo tiempo. —Le dije que tenía que elegir. —Bajé los ojos a mi regazo—. ¿Estuvo mal? —No. Él tiene que hacer una elección. Pero tiene que entender lo difícil que será esa elección. Por mucho que quieras que te elija a ti... Ellas lo quieren igual. Lo aman. La culpa por haberlo puesto en esta situación se instaló con fuerza. —¿Por qué tiene que ser esto una elección? ¿No podemos simplemente amarlo? Xavier sonrió. —Por eso te elegirá a ti. —No sé si lo hará —susurré mientras mis ojos se inundaban. —Lo hará. Mi sobrino es dueño de sí mismo. Puede que tenga conflictos, pero dale tiempo. Lo resolverá. —Xavier se movió, frotándose el costado de nuevo. —¿Seguro que estás bien? Asintió con la cabeza. —Tan bien como el oro.

Oro. —¿Puedo preguntarte algo más? Si fuera pobre, ¿crees que sería más fácil? Xavier negó con la cabeza. —A su familia no le importa el dinero. Ese es el problema personal de Dakota. Una vez más, su orgullo se interpone entre nosotros. —Yo... —Ooof —gruñó, impidiéndome hablar mientras su cara se retorcía de dolor. —¿Xavier? Su mano regresó a su costado, presionando con fuerza. —Maldita sea, eso duele. El auto se desvió hacia la derecha antes que Xavier pudiera enderezarlo. Las líneas de la sinuosa carretera que rodeaba el lago estaban ocultas bajo la nieve, pero no había margen de error. Si nos desviamos demasiado, acabaríamos atascados en un montón de nieve. —¿Por qué no te detienes? —pregunté. No había mucho espacio, pero podíamos cambiar rápidamente de lugar. Volvió a exhalar un fuerte suspiro, con una mueca de dolor tan intensa que su mano se sacudió en el volante. Algo estaba mal. Increíblemente mal.

—Xavier. —Mi corazón estaba acelerado—. Detente. Déjame conducir. Tienes que ir al hospital. —Estoy bien. —Su rostro palideció y un gota de sudor se acumuló bajo el borde de su sombrero en la sien. Se pasó la mano por el costado, frotándose de nuevo el pecho mientras se esforzaba por respirar—. Estoy bien. Es sólo acidez. —No lo sé. Parece ser... —Un destello me llamó la atención y me sobresalté—. ¡Cuidado! Pero mi advertencia llegó unos segundos demasiado tarde.

—¿Significa esto que puedes venir a casa a cenar mañana? — preguntó mamá esperanzada al teléfono. —No. Lo pasaré aquí con la familia de Sofia. Ya han hecho planes para Acción de Gracias y no quiero cancelarlos. —Oh, bien. —Que tengas una buena noche, mamá. —Tú también, Dakota. ¿Nos vemos pronto? —Sí. Estaré en casa pronto. Adiós. —Colgué el teléfono, poniéndolo sobre la barra. Estaba caliente por haber estado pegado a mi oreja durante la última hora. Pero esa llamada telefónica a mamá llevaba una semana de retraso. Nuestra conversación fue una de las más difíciles que había tenido, pero era una que debería haber tenido hace meses.

Ojalá hubiera tenido esa conversación cuando papá estaba vivo. Miré la hora en la pantalla y fruncí el ceño. Todavía no tenía noticias de Sofia. Después de que ella y Xavier se marcharan a Kalispell, había venido al bar y me había tomado el relevo de Jackson. Willa y los niños habían estado hoy con él, pasando el rato mientras trabajaba. Roman había correteado por la habitación con su disfraz de policía, uno nuevo ya que el original le quedaba pequeño. Y la pequeña Zoe intentaba escapar del agarre de su madre para poder explorar, y probablemente meterse algo que no debía en su babeante boca. Como era de esperar, el día antes de Acción de Gracias estaba muy tranquilo. Sólo habían tenido una persona para el almuerzo. Así que después que el equipo de Page se fuera a casa y empezara a disfrutar de las festividades, aproveché el tiempo a solas y llamé a mamá. Habían pasado casi tres horas desde que Sofia se había ido, y esperaba recibir al menos un mensaje de texto cuando estuvieran de camino a casa. Estaba oscuro y, aunque confiaba en que mi tío los llevaría a casa con cuidado, no me gustaba que Sofia saliera en una noche nevada.

No debí dejarla ir y no lo habría hecho si no fuera por la súplica en sus ojos. Necesitaba tiempo y espacio lejos de mí. Eso dolía. Pero la forma en que había manejado las cosas, desde el principio, había sido un error. Por eso, siempre lo lamentaría. Agarré el teléfono y le envié un mensaje rápido. ¿Están regresando? Me paseé por la silenciosa sala, volviendo a colocar los taburetes en su sitio, esperando que sonara un mensaje de vuelta. Cuando pasaron cinco minutos, comprobé que mi teléfono no estaba en silencio. Luego lo llevé a la cocina, asegurándome que todo estaba guardado. Dudaba que tuviéramos clientes para cenar, y con todo guardado, iba a cerrar pronto. Sofia y yo teníamos mucho que discutir. Si es que alguna vez volvía. —¿Dónde están? —En lugar de enviar un mensaje, tomé mi teléfono e hice una llamada. Fue directamente a su buzón de voz. Luego llamé al teléfono de Xavier. Lo mismo. Algo no estaba bien. El nudo en mis entrañas me lo confirmó. Salí de la cocina y entré en el bar. No me importaba la hora que fuera, estaba cerrando. Lo primero que haría sería ir a casa de Logan y Thea para comprobar que no estaba allí. Tal vez su teléfono había muerto.

Tomé las llaves del mostrador y rodeé la barra para ir a la puerta principal justo cuando se abrió de golpe y Hazel entró corriendo. —Agarra tus cosas. —Su cara estaba pálida, las líneas de preocupación arrugaban su piel curtida. Pero sus ojos, eran feroces—. Vamos. —¿Ir a dónde? —Xavier está en el hospital. El aire salió disparado de mis pulmones, pero logré decir una sola palabra. —¿Sofia? —Ella está bien. Te lo explicaré en el auto. —Vamos. Hazel giró y salió por la puerta tan rápido como había entrado. La seguí directamente al frío, con el aire picando a través de la franela de mi camisa. Pero no perdí el tiempo y me puse un abrigo. Cerré la puerta, fui directamente a mi vehículo y entré. Hazel hizo sonar las cerraduras de su Subaru Outback, dejándolo en el estacionamiento, y subió conmigo. Aceleré por la carretera, con las manos apretadas en el volante mientras conducía lo más rápido posible sin poner a Hazel y a mí en peligro. —Habla.

—Estaban conduciendo y casi chocan con un ciervo. Xavier se desvió para evitarlo. Mis dientes rechinaron. Él sabía que no debía desviarse. Debería haberlo golpeado. Su vida, la de Sofia, era más valiosa que la de un ciervo. —Perdió el control, giró un poco pero no terminaron en la zanja. —Si no se estrellaron, ¿entonces cómo terminó en el hospital? —Tenía muchos dolores. Después del ciervo, Sofia lo puso en el asiento del copiloto y condujo hasta el hospital. Acaba de llamar. —Maldita sea. —Nunca debí dejarla ir—. ¿Pero ella está bien? —Parecía agitada. Estaba seguro de ello. Además de estar preocupada por Xavier, no conducía mucho. No estaba acostumbrada a las carreteras nevadas y con hielo. Pero mi chica era más fuerte de lo que creía. —¿Qué le pasa a Xavier? —Por favor, no digas ataque al corazón. —Todavía no se lo habían dicho a Sofí.

Agarré el volante con más fuerza, conduciendo tan rápido como podía para las condiciones. Hazel se quedó quieta, excepto por el nervioso movimiento de su mano derecha. —Adelante. —Adelante, ¿qué? —Fuma. —No dejaba que la gente fumara en mi camioneta, pero esta era una circunstancia especial. Y eso la calmaría. Pero Hazel negó con la cabeza. —No. He dejado de fumar. Me arriesgué a apartar la mirada de la carretera para ver si hablaba en serio. Hazel había fumado desde los veinte años. — ¿Cuándo? —Ahora mismo. Si estaba dejando de fumar, eso significaba que estaba aterrada por la vida de Xavier. Pisé más fuerte el acelerador. Tenía que estar bien. No podía perderlo a él también. El resto del trayecto transcurrió en un silencio aterrador. Hazel y yo teníamos las mismas dudas en mente. No había necesidad de preguntar. Rezábamos las mismas oraciones silenciosas. No había necesidad de expresarlas.

La oscuridad era total cuando llegamos al hospital. El aire era helado, un frío mortal. Me castañeteaban los dientes cuando entramos corriendo y nos plantamos en el mostrador de recepción, esperando a que nos dieran el número de habitación de Xavier. —Xavier Magee. Habitación... —La enfermera se subió más las gafas a la nariz, inclinándose hacia la pantalla como si quisiera torturarnos—. Habitación tres cero nueve. Salimos como locos, Hazel guiando el camino hacia la escalera, ya que ninguno de los dos tenía paciencia para esperar un ascensor. Hazel subió las escaleras de dos en dos como si tuviera mi edad y no sus setenta años. Atravesamos la pesada puerta metálica del tercer piso y trotamos por el pasillo hacia la habitación de Xavier. Oímos su voz desde dos puertas más abajo y el alivio cayó en cascada por mi cuerpo. —¿Lo necesito? —No —respondió una voz masculina. —Entonces saca la maldita cosa, y terminemos con esto. —Es un órgano —siseó Sofia—. Al menos lee el folleto. Y espera a que llegue tu mujer. Doctor, ¿podemos tener un minuto? Antes que el médico pudiera aceptar, Hazel y yo irrumpimos en la habitación.

Los ojos de mi tío se dirigieron inmediatamente a su mujer. — Hola, cariño. —¿Qué está pasando? —Hazel le espetó al médico, como si esto fuera culpa suya, mientras se acercaba a la cabecera de Xavier y le agarraba la mano. —Cálculos biliares —murmuró Xavier—. Hola, amigo. —Hola. —Lo miré de arriba abajo. Aparte de estar un poco pálido y llevar una bata verde de hospital, parecía estar bien. Lo que significaba que podía concentrarme en Sofia—. Cariño. Estaba de pie en la esquina de la habitación, junto a la ventana. Me sostuvo la mirada mientras cruzaba el suelo y en el momento en que estuve lo suficientemente cerca, se dejó caer en mis brazos. —¿Estás bien? —Le besé el cabello mientras se acurrucaba en mi pecho. —Estoy resistiendo. No puedo prometer que lo haré por mucho tiempo. —Ahora te tengo. Nos giré a los dos para poder abrazar a Sofia y ver al médico, un hombre de mediana edad que esperaba pacientemente a que todos nos acomodáramos.

—¿Qué ocurre? —le pregunté—. ¿Cálculos biliares? El médico asintió. —El TAC los muestra claramente. Basándome en su tamaño y en la probabilidad de que vuelvan a aparecer, recomiendo que extirpemos la vesícula. —¿Es peligroso? —El agarre de Hazel en la mano de Xavier se tensó. —Es una cirugía rutinaria. Tendrá que estar sedado y siempre hay riesgo de complicaciones. Estaré encantado de repasarlas con usted. —Los he escuchado. Me parece bien —dijo Xavier—. Como he dicho, hagámoslo y acabemos con ellos. La preocupación en el rostro de Hazel se relajó mientras le disparaba a su marido un ceño fruncido. —Bueno, no los he escuchado. Así que puedes esperar un maldito minuto mientras me pongo al día. Soltó su mano, dando un paso para alejarse de la cama. Pero luego se detuvo, giró y dejó caer un beso en la boca de Xavier. A continuación, asintió al médico y lo siguió al pasillo. Mi tío se rió, pero luego hizo una mueca de dolor y se agarró el costado. —Acompáñala, ¿quieres? Sólo para que no esté sola cuando él enumere todas las cosas que podrían pasar pero no pasarán. No quiero que se asuste.

Hice un movimiento para salir, pero Sofia me detuvo. —Yo iré. Puedes quedarte con Xavier. —Está bien. —Sus pasos eran silenciosos mientras salía de la habitación, pero estaba bien. Los dos estaban bien. Respiré por primera vez en una hora y fui a desplomarme en la silla junto a la cama de mi tío. —¿Un ciervo? —Malditos ciervos —resopló—. Ni siquiera estaba pendiente de ellos, ya que estaba nevando. Pensé que estarían escondidos en algún lugar. Ese animal tiene suerte de estar vivo. —Por lo que parece, tú también. —No fue tan malo. Se estrelló en la carretera. Aunque asustó a Sofia. —Nos asustó a todos. Suspiró. —Entre tú y yo, también me asusté un poco. Creí que me iba a dar un ataque al corazón. Pero el médico parece creer que podemos controlar estos cálculos biliares. También me ha dado una pastilla para el reflujo ácido. —No puedo... —Me pellizqué el puente de la nariz, tomándome un minuto para tragarme el nudo de la garganta—. Sólo cuídate, ¿de acuerdo?

Me dedicó una sonrisa triste. —No voy a ninguna parte. No por un tiempo. Probablemente, papá había pensado lo mismo. Xavier era mayor que papá y había vivido una vida más estresante. La verdad era que nunca sabías cuándo se te acababa el tiempo. —Tengo muchos remordimientos —le dije a Xavier—. Con papá. No quiero ninguno contigo. —Estamos bien, amigo. Estamos bien. —Debería haber sido más amable. Cuando lo vi por última vez, debería haber sido más amable. Debería haber llamado más. La última vez que lo vi fue en el nombramiento de Kimi. Debería haberme esforzado más. En cambio, me aferré a mi ira. Me aferré a mi orgullo. No recordaba la última vez que había dicho te amo, papá. —No puedes culparte, Dakota. Es sólo la vida. Tu padre... tampoco terminamos las cosas en buenos términos. Era mi hermano. No puedo recordar las cosas que dijimos la última vez que hablamos. —¿Por qué tiene que ser así? Miró al techo. —Somos hombres obstinados. Obstinados hasta la saciedad. Yo he dejado que eso dirija mi vida. Tu padre también lo

hizo. Ambos nos hemos aferrado a sentimientos que deberíamos haber dejado atrás hace mucho tiempo. Aprender de nuestros errores. —Lo siento. Ojalá pudiera decírselo. Lo siento, por todo ello. —Dakota. —Dirigió su mirada hacia mí—. No es tu culpa. —Me fui. —Tienes que ser quien eres. No hay que avergonzarse de ello. Bajé la mirada al suelo. Ojalá tuviera razón. —¿Te he hablado alguna vez del día en que naciste? —No. La cara de Xavier se dirigió hacia el techo, mostrándome su perfil mientras hablaba. —A tu padre se le ocurrió esta idea. Quería hacer esta ceremonia de nombramiento para que toda la familia pudiera conocer a su nuevo hijo. —Espera. ¿Qué? Creía que lo del nombre era idea de Koko. —No, era de tu padre. Lo hizo por todos ustedes. Incluso fue en contra de nuestra madre y me invitó. Causó un gran revuelo, pero a él no le importó. Creo que siempre tuvo la esperanza de que volviera a casa. Que las cosas serían diferentes. ¿Sabes lo que dijo ese día cuando anunció tu nombre?

Sacudí la cabeza, esperando. —Te miró con mucho amor. Dijo: 'Dakota. Hijo mío. Arde con fuerza, pequeña estrella. Arde con fuerza'. Se me cayó la mandíbula. Era lo mismo que papá había dicho a todos sus nietos cuando él se había presentado. —Tu padre quería que todos tuvieran éxito —dijo Xavier—. Pero creo que siempre supo que eras demasiado grande para su idea de éxito. En el fondo, creo que sabía que estaba destinado a perderte. —Nunca me perdió. —Eso no hizo que fuera más fácil ver cómo te alejabas. Él te amaba. No habría luchado tanto por recuperarte si no te amara. Nunca olvides eso. Tu padre te amaba. El fuego en mi garganta comenzó a ahogarse. —Lo extraño. Siempre lo extrañaría. Todos los días. Todo lo que podía hacer ahora era esperar que un día, encontraría algo de paz con su muerte. Y, como había dicho Xavier, aprender de sus errores. —Te van a extirpar la vesícula. —Hazel entró en la habitación, con la barbilla en alto mientras hacía la declaración—. Hoy. Xavier se rió. —Buena idea.

—Los dejaré solos. —Me levanté de la silla, abrazando a Xavier y a Hazel antes de salir de la habitación y cerrar la puerta tras de mí. Encontré a Sofia en el pasillo, con los brazos apretados a su alrededor. —No llegué a ver a Arthur. —Su barbilla tembló—. También me olvidé de llamarlo. —No pasa nada. —La acomodé a mi lado con un brazo alrededor de sus hombros y caminamos por el pasillo hasta encontrar un rincón tranquilo al final—. Gracias por traer a Xavier. Exhaló un largo suspiro. —No voy a volver a conducir nunca más. Sonreí. —Yo conduciré a partir de ahora. —¿Y si no estás conmigo? La solté, poniéndome delante de ella. —Hoy hablé con mi madre. Su rostro se cerró con fuerza. —¿Y? —Le dije que me enfadaría si no venía a nuestra boda. Sofia parpadeó, dejando que mis palabras calaran. Entonces sus ojos empezaron a llenarse de lágrimas, de las felices. —¿Lo hiciste?

—Lo hice. Y le dije que iba a hacer bebés contigo. Un sollozo escapó de sus labios, una lágrima cayó por su suave mejilla. —¿Me elegiste a mí? —Siempre te elegiré a ti. Eres mi familia. —Acaricié su mejilla, sosteniendo el peso de su rostro en mi palma. Su sonrisa era deslumbrante, pero no duró mucho. Otro sollozo se escapó, uno tan lleno de alivio y felicidad que hizo que su cara se estrellara contra mi pecho para poder llorar libremente. La envolví mientras ella se aferraba a mí, el peso de dos mundos diferentes levantándose por encima de nosotros. Ya no teníamos que cargar con ellos. Sólo teníamos que sostenernos el uno al otro. Hoy le había dicho a mi madre que siempre elegiría a Sofia. Le di a elegir: ganar una hija o perder a su hijo. Le había dicho que sería la última vez que hablaríamos si no podía dejar de lado la idea de que me mudaría a casa y me casaría con Petah. Tardó menos de un segundo en darse cuenta de lo serio que era. Mamá había perdido bastante. Todos lo habíamos hecho. Era el momento de unirnos. —Tenemos que ir a casa de mi madre en Navidad —susurré en el cabello de Sofia.

—Bien. —Ella asintió—. ¿Crees que si les compro a tus hermanas unos bolsos de Chanel, eso ayudaría a conquistarlas? —No podría hacer daño. Ella soltó una carcajada y sus brazos me estrecharon. Luego levantó la barbilla y la apoyó en mi pecho. —¿Y el dinero? —Quiero trabajar. Es parte de lo que soy. Pero tienes razón. El dinero es una parte de lo que eres. Si esto va a funcionar, tenemos que encontrar un punto medio. Todavía se sentía extraño no haber ganado el dinero yo mismo. Pero, como había dicho Sofia, era sólo un estúpido orgullo masculino. Al final lo superaría. Especialmente si su dinero podía ir a un proyecto apasionante. Papá no estaba para verlo, pero con sus recursos podríamos hacer de mi pueblo un lugar mejor para las generaciones venideras. —Tienes el estudio. Estaba pensando que tal vez podríamos hacer algunas inversiones en la reserva. Devolverle algo a mi pueblo. —Sí. —Ella no dudó—. Creo que es una idea perfecta. Dejé caer mis labios sobre los suyos. —Te amo. —Te amo, —susurró ella—. Lo has visto, ¿verdad? —Lo he visto. —Sonreí, el tipo de sonrisa que ella me había suplicado todas esas mañanas. La sonrisa que era suya y sólo suya.

No sabía exactamente lo que implicaría el futuro, pero la caja negra había desaparecido. Sofia y yo nos despertaríamos juntos. Dormiríamos en los brazos del otro. Tendríamos pasión todos los días, simplemente porque estábamos juntos. Yo lo veía. Y ardía con fuerza.

Un año después...

—¿Dónde están? —le dije a Dakota—. Si no se dan prisa, vamos a tener un bebé gritón en nuestras manos, y mis tetas van a explotar. Empujé a Joseph en mis brazos, maldiciéndome en silencio por animar a Landon a perseguir a Aubrey. Los dos habían anunciado por fin que eran pareja hace unos seis meses, pero desde entonces siempre se escabullían para meterse mano el uno al otro. —Relájate, cariño. —Dakota me rodeó con su brazo y me besó la sien—. Estoy seguro que llegarán pronto. —¿Quieres ir a buscarlos? —supliqué.

—No. No voy a ver a tu hermana y a Landon haciéndolo. —Miró por encima de su hombro y se rió—. Hablando de gente que se está enrollando. Thea y Logan llegaron caminando por el pasillo trasero del bar. Mi hermano tenía una enorme sonrisa en la cara. El cabello de Thea, que había estado recogido cuando llegamos, colgaba ahora por su espalda. Sus mejillas estaban sonrojadas de un rosa intenso. Puse los ojos en blanco. —¿Qué le pasa a la gente esta noche? —Es la víspera de Año Nuevo. Todos estamos celebrando. Nosotros celebramos antes, así que no puedes reprocharles. —Sí, pero lo hicimos antes de la ceremonia de nombramiento. ¿No pueden hacerlo en su propio tiempo? Ahora es mi tiempo. Joseph abrió la boca y dejó escapar un chillido. Era un clon diminuto de mi marido y sus ojos oscuros se clavaron en los míos. No sabía que los bebés podían mirar fijamente hasta que conocí a mi hijo. Este niño quería una merienda y la quería ahora. La ceremonia de nombramiento había sido programada para comenzar a las cinco. Ahora eran las seis. Thea y Jackson habían cerrado el bar durante dos horas para que pudiéramos celebrar esta función familiar antes de volver a abrir para la fiesta anual de Nochevieja. Si me iba a amamantar a Joseph, estaríamos ausentes al menos treinta minutos y la ceremonia se precipitaría.

—Debería haberle dado de comer hace una hora. —Estará bien —dijo Dakota—. No se está muriendo de hambre. Joseph volvió a gruñir, llamando a su padre mentiroso. Dakota sonrió y me quitó a nuestro hijo de dos meses de los brazos. En el momento en que acomodó al bebé en su hombro, el alboroto de Joseph cesó. Dakota era el encantador de Joseph. Nuestro bebé amaba completamente a su padre. Me toleraba, pero eso era sobre todo porque era necesaria para la comida. El niño se había convertido en una máquina de comer estas últimas semanas. Sus rollitos de grasa se habían vuelto gordos, y yo me había convertido en su máquina de leche personal. Dakota y yo nos habíamos quedado embarazados un mes después de nuestra boda, en nuestra prolongada luna de miel. Habíamos decidido casarnos la víspera de Año Nuevo del año pasado, justo un mes después de que Xavier recibiera el alta del hospital tras la extirpación de su vesícula biliar. Mi familia se burló de mí por haber vuelto a poner a mi planificadora de bodas en un aprieto con poca antelación. Pero esta vez, todo era con buen humor. Estaban tan ansiosos como yo por que Dakota se uniera oficialmente a nuestra familia.

Los médicos habían autorizado a Xavier a viajar, pero no queríamos que cruzara el país en avión. Así que en lugar de una lujosa boda en la ciudad como mis anteriores charadas, opté por una elegante reunión de familiares y amigos cercanos aquí en Montana. Mi vestido era sencillo, con un tercio menos de tela que cualquiera de sus predecesores. Era el que conservaría y pasaría a una hija si tuviéramos una. Hecho enteramente de chifón, las mangas sueltas llegaban hasta mis codos, mientras que el corpiño se recogía en la cintura y la falda llegaba hasta mis pies. Aparte del profundo corte en V de la parte delantera y trasera, algunos lo llamarían sencillo. Yo lo llamaba perfecto. Dakota y yo nos casamos en un pequeño salón de eventos en el lago. No fue una boda campestre -le había dicho a mi organizadora de bodas que la despedirían si había una herradura o una rueda de carro a la vista-. Éramos nosotros, una mezcla de las sencillas raíces de Dakota y mi toque de glamour. Caminé por el pasillo del brazo de papá por última vez, sin fijarme en el verde y las flores blancas que adornaban la sala. No me fijé en el brillo dorado de las luces colgadas en el techo ni en las sonrisas de mis amigos. No vi las lágrimas de felicidad en los ojos de mi madre. Todo lo que vi fue a Dakota, de pie en el altar. Esperando por mí.

La persecución había terminado. Ahora era el momento de jugar para siempre. Dijimos nuestros votos y programamos la ceremonia para besarnos a medianoche. Y con ese beso empezó el mejor año de mi vida. Dakota dejó de trabajar en el bar un par de semanas después de la boda y nos fuimos a una larga luna de miel. Después de una parada en la ciudad para revisar el estudio de baile, además de aprobar el nuevo sitio para la segunda ubicación, partimos para tres semanas en Europa. Unas violentas náuseas matutinas acortaron nuestro viaje y volvimos a la ciudad para aguantar esos primeros meses de mi embarazo. Luego volvimos a Montana para pasar tiempo con su familia y empezar el proyecto que apasionaba a Dakota. En el último año, había reacondicionado diez casas diferentes en la reserva. Había supervisado toda la operación, coordinando a las empresas de construcción y de gestión de la propiedad para ayudar a las familias adecuadas a acceder a sus nuevas viviendas. Una semana antes de Navidad, el consejo tribal le había concedido un premio como miembro tribal del año. También lo iban a honrar en su asamblea anual y en el rodeo del próximo verano. Su

madre me estaba haciendo un cinturón de piel de becerro con cuentas para usarlo en la ocasión. Lyndie había preguntado si podía conservar la placa junto al mismo premio que su padre había ganado años atrás. Estaban uno al lado del otro en la pared de su salón, junto a la foto familiar que nos habíamos hecho este verano. No había sido fácil abrirme camino en su familia. Todavía no estaba allí. A Koko todavía le costaba aceptar que yo era un miembro permanente en la vida de Dakota, pero con cada visita a Browning, las cosas se hacían más fáciles. Empezaron a hablar conmigo, a hacerme preguntas sobre cómo había crecido en Nueva York y cómo iban los estudios de danza. Y las dos adoraban a Joseph, por lo general se lo llevaban en cuanto cruzábamos la puerta de Lyndie. Tomaría tiempo acercarme a las hermanas de Dakota, algo que Logan me había dicho el verano pasado. Me había recordado que Thea y yo tampoco habíamos tenido un buen comienzo, y ahora era una de mis mejores amigas, junto con Piper y Willa. Todas ellas estaban muy cerca de mi mejor amiga. Mi hermana. —¡Lo siento! —Aubrey entró corriendo por la puerta principal del bar, seguida por Landon, que se estaba limpiando el carmín de la boca—. Nosotros, uh… nosotros sólo estábamos...

—Sabemos lo que estabas haciendo —dije—. ¿Puedes subirte el vestido para que no se te vea el sujetador y podamos empezar? Su cara se sonrojó cuando Landon se acercó por detrás de ella, riéndose. Aubrey se puso de espaldas a la habitación, ajustando su vestido rojo para que el encaje negro que había debajo volviera a quedar oculto. —¿Alguien quiere otro trago? —gritó Jackson detrás de la barra. Logan levantó la mano y se llevó su vaso vacío y el de Thea para rellenarlo. Con éstos llenos, Jackson se unió a Willa, que estaba hablando con Kaine y Piper. —De acuerdo. —Aplaudí, consiguiendo la atención de la sala—. Creo que por fin estamos listos para empezar. —Dirigí una mirada a mi hermana. Ella se limitó a sonreír de nuevo y se acomodó al lado de Landon mientras todos en el bar se reunían en un círculo. —Bien, ¿todos saben cómo funciona esto? —Dakota preguntó a la sala, obteniendo un murmullo en acuerdo—. Genial. Xavier, ¿quieres empezar? —Por favor. —Xavier se puso al lado de Dakota, sonriéndole mientras le entregaba a nuestro hijo.

Con Joseph transferido, Dakota puso su brazo alrededor de mi cintura, me acercó y se inclinó para darme un suave beso. —Te amo. —Yo también te amo. Habíamos decidido seguir la tradición de su familia con Joseph. Aunque era un poco diferente, ya que había nacido en Nueva York. Habíamos nombrado a Joseph y se lo habíamos dicho a todo el mundo, pero habíamos planeado este evento específicamente en torno a la víspera de Año Nuevo. Sabíamos que estaríamos en Montana. Era donde estaban nuestros corazones. Ni Dakota ni yo queríamos pasar la Nochevieja en otro sitio que no fuera el bar Lark Cove. Pero ahora estábamos aquí, listos para hacerlo oficial. Ya habíamos celebrado una ceremonia de nombramiento con la familia de Dakota el día que habíamos pasado en la reserva a principios de semana. Y ahora lo hacíamos aquí con nuestros amigos y familiares. Lo único diferente esta vez era que habíamos pedido que todos dijeran algo en silencio o en voz alta para Joseph. —Joseph, mi nombre es Xavier. Soy tu tío abuelo. —Xavier besó la frente de Joseph, sus ojos se abrieron de par en par al ver el nuevo rostro.

Xavier cerró los ojos tras su presentación, rozó su frente con la de Joseph mientras le deseaba algo en silencio. Luego sonrió y se lo entregó a Hazel, poniéndose a su lado. —Joseph, soy Hazel. Tu abuela. —Ella sonrió, se inclinó y susurró algo en el oído del bebé. Observé la habitación, viendo los ojos amorosos dirigidos a mi hijo. Hace dos años, no habría creído que esto fuera posible. Mis ojos se posaron en el lugar junto a la puerta principal. El mismo lugar en el que había estado aquel primer día, horrorizada que me hubieran pedido que barriera. El mismo lugar donde había empezado nuestra querida vida. Miré a Dakota, mis ojos brillaban con lágrimas de felicidad. Él se limitó a sonreír, acercándome a su lado. —¿Bien? —Magnífico. Dakota guiñó un ojo y luego observo cómo Hazel entregaba a Joseph a Willa y Jackson. —Joseph —comenzó Willa—, soy Willa. Este es Jackson. —La pareja compartió una mirada cariñosa, luego lo miró a él y dijo en voz alta—: Sé valiente.

Fueron los primeros en decir algo en voz alta. Y conociendo la historia de amor de Jackson y Willa, ninguna palabra podría haber sido más perfecta. Kaine y Piper tomaron a Joseph a continuación. —Joseph —dijo Kaine—, soy Kaine. Y ella es Piper. —La pareja compartió una mirada y Piper acarició su vientre de embarazada. En un par de meses iba a dar a luz a su hija. Luego, al unísono, sonrieron y dijeron—: Encuentra tu magia. Sonreí, pensando en la receta de la tarta mágica que Piper me había dado meses atrás. Esos dos tenían mucha magia, pero ella juraba que el pastel podía curar todos los males. Aubrey y Landon fueron los siguientes en llegar. Aunque mis padres se habían quedado en la ciudad para pasar el Año Nuevo, Aubrey había decidido llevar a Landon a su primer viaje a Montana. —Joseph, soy tu tía Aubrey. —Sonrió a Landon—. Y este es tu futuro tío Landon. —¿Futuro qué? —preguntó Logan—. ¿Tío? Mientras la sala se convertía en un murmullo emocionado, Dakota sonrió más ampliamente a Landon. Los dos se habían hecho amigos durante el último año, quedando de vez en cuando para tomar cervezas y ver algún partido en la ciudad. Supongo que sabía lo del anillo de compromiso que ahora notaba en el dedo de Aubrey.

Era muy parecido al anillo solitario que me había regalado Dakota, modesto pero llamativo, muy parecido a los hombres que nos los habían regalado. —Felicidades —le dije desde el otro lado del círculo. —Gracias. —Dejó caer su cabeza sobre el hombro de Landon, aún sosteniendo a Joseph en sus brazos. Antes que pudiéramos saber más sobre su compromiso, Joseph nos recordó a todos con un gemido que le estábamos robando el protagonismo. Aubrey se lo entregó a Logan y Thea, que eran los últimos del círculo. Aparte de mis padres, eran los que más tiempo habían pasado con nuestro hijo, ya que repartíamos nuestro tiempo entre Montana y Nueva York. Este viaje fue el comienzo de una estancia de tres meses en Lark Cove. Estábamos de vuelta en la casa de Dakota, instalándonos para pasar un tiempo de relax. Trabajaríamos en algunos de sus proyectos en la reserva y pasaríamos más tiempo con Lyndie. Joseph también pasaría tiempo con sus primos. Una vez terminada la ceremonia, se iría con Hazel y Xavier a pasar la noche en su casa de campo y a relevar a la niñera que cuidaba a los hijos de Logan y Thea. —Joseph. —Logan sonrió a su sobrino—. Soy tu tío Logan.

—Y yo soy tu tía Thea. —Se acercó a su marido, colocando una de sus manos sobre la de él. Luego se inclinó cerca de su pequeña oreja, susurrando lo suficientemente alto como para que sólo Logan y yo pudiéramos oírla decir—: Persigue lo imposible. Sé valiente. Encuentra tu magia. Persigue lo imposible. No estaba segura de lo que Xavier y Hazel le habían dicho a Joseph. Tampoco lo de Aubrey y Landon. Pero esos tres comentarios eran perfectos. Complementarían lo que sabía que vendría a continuación. Lo mismo que Dakota le había dicho a Joseph el día que nació. Thea me devolvió a mi hijo, y yo lo sostuve en brazos mientras Dakota se inclinaba sobre nosotros dos. Entonces me miró y asentí, sabiendo que había estado esperando dos meses para volver a decir esto. —Arde con fuerza, pequeña estrella. Dijo lo mismo cuando nació nuestro segundo hijo, Xavier, dos años más tarde. Y de nuevo para nuestra hija, Penélope, un año después.

Gracias, querido lector. Con todos los libros que hay para elegir estos días, estoy muy agradecida de que hayas elegido Oropel. Me gustaría dar las gracias especialmente a mi increíble equipo por todo el trabajo que hacen en cada uno de mis libros. Mi equipo de edición y corrección: Elizabeth, Elaine, Julie, Karen y Kaitlyn. Mi diseñadora de portadas: Sarah. Mi formateadora: Stacey. Es un honor para mí trabajar con mujeres tan talentosas e inteligentes. A mi publicista Dani, ¡gracias por todo lo que haces! Y al equipo de Brower Literary, gracias por promocionar mis libros en todo el mundo. Gracias a todos y cada uno de los blogueros que se toman el tiempo de leer y publicar mis historias. Debo mi carrera a los blogueros de libros, y no puedo agradecerles lo suficiente el apoyo infinito. Perry Street, nunca dejas de sorprenderme con tus amables palabras. Siempre me encuentran cuando más las necesito. Gracias a todos mis amigos escritores por su apoyo y por estar siempre ahí para responder a las preguntas o para intercambiar ideas. Un agradecimiento especial a Natasha Madison por ser una amiga tan hermosa. A mi familia, gracias por celebrar cada uno de mis éxitos. Gracias por sostener mi mano en cada uno de mis fracasos. Su amor incondicional me da alas.

Devney es la autora de la serie Jamison Valley, un éxito de ventas del USA Today. Nacida y criada en Montana, le encanta escribir libros ambientados en su preciado estado natal. Después de trabajar en la industria tecnológica durante casi una década, abandonó las conferencias telefónicas y los horarios de los proyectos para disfrutar de un ritmo más lento en casa con su marido y sus dos hijos. Escribir un libro, por no hablar de muchos, no era algo que esperara hacer. Pero ahora que ha descubierto su verdadera pasión por escribir novelas románticas, no tiene previsto dejar de hacerlo nunca.
Tinsel 04 - Devney Perry

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